TOMO 1
Edición facsimilar
Dirección de Literatura Coordinación de Difusión Cultural UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO México, 1988
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NOTICIA
Dos revistas literarias, El Renacimiento y la Revista Azul, colman la segunda parte del siglo decimonánico; otra, la Revista Moderna, anuda las postrimerías del XIX y los comienzos del xx. Las tres revistas, animadas respectivamente por Altamirano, Gutiérrez Nájera y Jesús E. Valenzuela, fundan, a su modo, eso que hoy reconocemos como literatura mexicana. Por constituir un empeño yo diría que cul turalmetite (cultura nacional) estratégico, la Universidad Nacional Autónoma de México se ha dado en los últimos lustros a la tarea de elaborar los índices de las revistas citadas y exhu mar, facsimilarmente, sus números añosos. Así, Huberto Batis publica, en 1963 los índices, y en 1979 la edición facsimilar, de El Renacimiento; Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez dan a lu: enI.968, el índice de la Revista Azul; y la Coordinación de Difusión Cultural publica, en 198-:, la edición facsimilar de la Revista Moderna, primera época (acompañada del célebre discurso alusivo de Julio Torri y un ensayo crítico actualizado de Héctor Valdés). Hoy, un año después de la salida de la Revista Moderna, le toca por [ortuna su turno a la Revista Azul. La del ya citado y fundame ntal Guti érrez. Náiera y Carlos Díaz Dufoo; la del grupo que más tarde hallará en la Revista Moderna su domicilio cabal y su órgano de combate. En su exacto estudio introductorio, Jorge van Ziegler cuenta y analiza los pormenores mil, la historia interna y la crítica édita de la Revista Azul; publicaci án que apareció, domingo a domingo, durante los años de 1894 a 1896. Adelanto que la Revista Azul sobrecioiá (/ la muerte Iloradisima de su fundador, el Duque Job, pero no al embate de El Imparcial, periódico éste que arrasa con la prensa porfiriana, "ministerial" o no, como fue el caso de El Partido Liberal; periódico progubernamental del que la Revista Azul era su suplemento hebdomadario. Sin emhargo, para entonces, la revista, como anota Boyd G. Cartel', había "conseguido atraerse, en las distintas manifestaciones de su diversidad, casi todo el talento creativo del Nuevo Mundo hispánico de aquel . " tiempo. Al igual que lo hice en la noticia de la edición facsimilar de Revista Moderna, señalo que la d e la Revista Azul se realiza siguiendo los pasos "de quien es han reinoentado vastas regiones de la literatura nacional, merced a ediciones facsimilares de sus principales -' mitológicas no pocas veces- revistas literarias"; así como que el esiuerzo editorial que -representan estas empresas contribuirá por fuerza
ESTUDIO INTRODUCTORIO
Significado de la Revista Azul
_ a ese ya complejo conjunto, de un nuevo movimiento poético, aún no conocido con el nombre "Imaginemos la literatura mexicana del siglo de modernismo. Tendrá éste el carácter de una XIX estancada después de El R enacimiento, revolución que vincula a México, con una ya del maestro Altamirano, sin ese puente que la fortalecida vocación de originalidad, a un orRevista A zul tendió, en los umbrales de aquel den internacional dentro de las letras hispánisiglo, hacia el fut uro", dice Francisco Monter- cas. Sobre la aparición de nuestro modernismo, de en una evocación de Manuel Gutiérrez Ná- la maestra Ruiz Castañeda observa: jera que prefiere las anécdotas y las imágenes -sugerencias de las ideas- a la crítica abierta Por lo menos en su primera etapa, el modery a la erudición servicial.' nismo mexicano es un producto híbrido que Si la literatura mexi cana es, en el decir caresulta de la exacerbación de la sensibilidad tegórico de Alfonso Reyes , la suma de las obras romántica, tanto como del fracaso del realismo y del naturalismo para modificar la reade los lit eratos mex icanos, r est arle la Revista lidad nacional, y de la técnica decadente de Azul, en la imp ensa ble hipótesis de Monterde, los simbolistas franceses. .. De los ochenta es concebirla, sin exageración, distinta de lo en adelante, casi todos los periódicos tienen que ha s ido hasta hoy. No par ece enfático este juicio cuando se considera la impo rtancia de una nota modernista. En La Juventud literalas revistas y los periódicos en la historia de la ria se lucha ya, expresamente, por la impecabilidad formal. La nueva escuela madura literatura mexicana. Al llenar, según su propósito.s un hueco visible en las letras de su lentamente, a través de El Mundo (1894tiempo, reconquistó la calidad de nuestras re1899)-con Nervo y Urbina-, de El Fígaro vistas y orientó el quehacer literario hacia una (1896-1897) y, sobre todo, de las famosas dirección n ueva, plenamente entendida como Revista Azul (1894-1896) y Revista Moderun movimiento. na (1898-1911), culminación de la dramática Después del brillante ejemplo de Ignacio lucha por una expresión literaria original." Man uel Alt amirano, con E l Renacimiento (1869) , las rev istas literar ias mexicanas "adopComprendida así, la Revista Azul resulta el tan paulatinamente una estética más ceñida y puente visto por Monterde en 1942. Pertenece exigente y empiezan a cuidar la originalidad de a una búsqueda del siglo XIX y es uno de los sus diversas secciones",» pero la exper imenta- fundamentos de las tentativas del XX. Si José ción colectiva se resume en malas experiencias: Luis Martínez 6 considera a El Renacimiento la abuso y falta de método de las trad ucciones y publicación más característica de su siglo y reproducciones, heterogeneidad, agotamiento de Héctor Valdés? a la R evista Moderna la más las escuelas lit erar ias, imitación de modelos impo r tante, la R evista Azul no puede menos extranjeros,- Ocurre también un fe nómeno par- que situarse al lado de ellas o, como quería ticular de nuestra literatura, bien observado Monterde, entre las dos. El crítico nor teamer ipor María del Carmen Ruiz Castañeda, compe- cano Boyd G. Cartel', historiador de las r evistas tente historiadora de su periodismo : la su- literarias hispanoamericanas y notable estudioperposición de nuevas tendencias, el realismo y so de Gutiérrez Nájera, advierte así su imporel naturalismo, al romanticismo y el neoclasicis- tancia: mo ya establecidos, bajo la presencia del positiEsta revista, situada casi exactamente a vismo y de la preocupación por el nacionalismo mitad del camino cronológico del modernisliterario encendida por Altamirano. Super pomo, descuella en el mundo literario como la sición y convivencia, no sustitución o cambio cumbre del desarrollo del conjunto de t ende unas por otras. Y, hacia 1890, superposición, dencias, teorías estéticas y realizaciones que ) Francisco Monterde, "G uti érrez N ájera y el modernismo", en Aspectos literarios de la cultura mexicana, México, UNAM, Coordinación de Drrusi ón Cultural, 1987, p. 104. 2 "El Partid o Liberal y la R evista Azur, en El Partido Liberal, México (4 mayo 1894) : l. a María del Carmen Ruiz Castañeda, Revistas literarias mexicanas del siglo XIX, México, UNAM, Coordi nación de D ifusión Cultural, 1987, p. 32. 4 Ib id. , pp. 32-35.
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lbid., p. 35. José Luis Mar tÍn ez, La expresión nacional. Letras mexicanas del siglo X IX. México, Imprenta Universitaria, 195S, pp. 82-83. Héctor Valdés, "Estudio introductorio" a la edición facsimilar : Revista Moderna. Arte y Ciencia, México, UNAM. Coordinación de D ifusión Cultural, 1987, 5 vols,
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suelen identificarse con dicho movimiento... Si bien durante los veinte años que precedieron a la desaparición de la Revista Azul se publicaron en Hispanoamérica algunas revistas muy buenas, en las que se daba cabida a las nuevas orientaciones estéticas, a la Re vista A zul le corresponde el logro de haber conseguido atraerse, en las distintas manifestaciones de su diversidad, casi todo el talento creativo del Nuevo Mundo hispánico de aquel tiempo.s Lo justo es ver a la Revista Azul como la culminación de dos procesos en la literatura de f ines de siglo: los brotes del modernismo que se convertían en escuela y las tentativas de una publicación literaria de calidad similar a la de El R enacimiento, manifiestas en distintas ocasiones. Ya en 1893, un grupo de poetas que aceptaban denominarse decadentistas, clamaba por un espacio donde cultivar una escuela poética tan novedosa como rechazada, y anunciaba la inminente aparición de la Revista Moderna. El hecho revela la plena madurez del modernismo, que hará eclosión un año más tarde, frustrada la promesa de los decadentistas, en la Revista Azul. Esta publicación, en México, reuniría las fuerzas que pugnaban hacía años por una modernidad literaria, y abriría, al amparo del enorme prestigio de Manuel Gutiérrez Nájera, las fronteras del país. Es ya no sólo una notable revista mexicana sino también un momento particular de la cultura hispanoamericana: "pertenece a los últimos años del primer periodo modernista, que va de 1882 - año de la publicación de lsmaelillo, de José Martí- a 1896 -año de la publicación de Prosas profanas, de Rubén Darío, en Buenos Aires"," La calidad y la envergadura de su proyecto son los méritos ca pitales de la Revista A zul, como lo destaca José Luis Martínez: La int ensa act ividad se manifiesta también en las revistas que recogen , junto a la producción local, la de los modernistas de otros países así como tr aducciones francesas, italianas e inglesas. En la más r epr esentat iva de estas publicaciones, la Revista Azul (México, 1894-1896 ), que animó hast a su muer te Gutiérrez Ná j era, esta apertura americana y univer sal es excepcionaL.. En años de comunicaciones precarias, parece una hazaña esta circulaci ón que logr aron establecer los modernistas par a conocerse y leerse entre sí, y divulgar sus obr as en las revistas li-
terarias.w Los modernistas viajaron y se reunieron, no pocas veces, a través de revistas. El caso de Gutiérrez Nájera es elocuente. Fuera de unas cuantas salidas a ciudades y lugares del interior, su vida transcurre en la ciudad de México; escribe toda su obra dentro del periodismo: piensa todas sus páginas para las revistas y los periódicos y forma, en vida, apenas un libro. Fundir la literatura con el periodismo le permite la presencia viva y constante de la página cotidiana. Cuando al fin dispone de una publicación propia, sin apenas requ erirla recibe una respuesta casi unánime del mundo literario, mexicano primero, hispanoamericano al poco tiempo. Testimonio de su presen cia en el exterior será el eco de su muerte en esa literatura hispanoamericana. Si el modern ismo se constituye en movimiento, es gracias en importante medida a sus r evistas y al oficio periodístico de sus escritores. Así lo señala José Emilio Pacheco: En la nueva división del trabaj o [a partir de 1880] el escritor sólo será escr itor . Pero ¿ cómo va a serlo si no existe mer cado para sus libros? Un da to impor t ante, que suele perderse de vista en las cons iderac iones sociológicas sobre el m odernismo, es que hasta libros capitales como Prosas profanas y Lunario sentimen tal se imprimiero n en no más de 500 ejemplares. La extr aordinaria difusión de muchos poemas de esta época se debe a los periódicos y revistas (y a otros medios ya desaparecidos o en proceso de extinción : anuarios, agend as que incluían versos, hoj as de almanaque que al despr enderse dia r iamente permitían leer el texto impreso al dorso de la fecha) .» Refugio temporal de la más j oven gene ración modernista me xica na, deseosa de una publicación propia, la Re vista A zul se verá continuada por la R evista Moderna, como lo reconoce Monterde: " Jesús Va lenzuela -animador de Revista Modern a, más tarde- recibió allí el aliento para formarla y para hacer, de ésta, la prolongación de Revista A zul",12 Al no ser solamente un vehículo de la n ueva tendencia, sino un vivo escenario de la superposición de estilos y estéticas que daba forma a la literatura mexicana de su momento, la Revista Azul es causa también de ecos múltiples. Será r ecordada por 10
Boyd G . Carter, Historia de la literatura hispanoamericana a . través de sus revistas, México, Ediciones de Andrea, 1968, p . 30. 9 Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez, lndice de la Revista Azul (1894-1896) Y Estudio Preliminar. México, UNAM, Centro de Estudios Literarios, 1968, p. 27.
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José Luis Martínez, "Unidad y diversidad" , en América Latina en su literatura, coord. e intr, de César Fernández More no, México, UNESCO-Siglo XXI, 1972, p. 82. José Emilio Pacheco, Poesla modernista. Una antologia general. Selección, prólogo, notas y cronología de. . . , México, Sep-UNAM, 1982, pp. 8-9. Francisco Monterde, op. cit., p. 103.
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haber presenciado el nacimiento de algunos de nuestros clásicos: Cosas vistas (1894) y Cartones (1897) de Angel de Campo, Cuentos color de humo (1898) de Manuel Gutiérrez N ájera, Cuentos nerviosos (1903) de Carlos Díaz Duf oo y el prólogo de Justo Sierra a las Poesías de Gut iér r ez Nájera, "el texto más notable de la cr ítica literaria mexicana en el siglo XIX", según Pacheco. También, por las voces numerosas que "recibieron allí aliento" para dar a los lectores de México una literatura mejor.
Los estudios de Díaz Alejo
y
Prado T1 elázquez
En 1968, el Centro de Estudios Literarios de nuestra Univer sidad Nacional dio a conocer, con el Indice de la Revista Azul (1894-1896) y Estudio Preliminar, los resultados de las investigaciones emprendidas por Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez en 1965, con sus tesis profesionales sobre la famosa publicación. Ana Elena Díaz Alejo, en sus páginas académicas, se había ocupado de la prosa en la Rev ista Azul; Ernesto Prado Velázquez, de la poesía.» La fusión y publicación de sus trabajos, hace veinte años, establece el punto de partida para una comprensión exhaustiva de la Revisto. Azul, a la que, facilitando su acceso, desea cont r ibuir también la presente edición facsimilar . Ya en México -Margarita Fierro González, 1951- y en los Estados Unidos -Harley Dean Oberhelman, 1958; Mildred O. Wilkinson, 1965-, la Revista A zul había recibido tratamientos uni versitarios, documentados por el erudito Boyd G. Cartel'. Artículos y ensayos diversos de F rancisco González Guerrero, Porfir io Martínez Peñaloza y el propio Cárter, ent re otros, esclarecieron el carácter y el significado de la revista, antes que aquel estudio general. Pero son los t r abajos de Díaz Alejo y Prado Velázquez, de información prolij a, la her ramient a fund amental para su mejor lectura, entorpecida muchas veces por juicios imprecisos vertidos en historias literarias. El instrumental f abricado por estos investigadores tiene un doble carácter: histórico y estadíst ico. Su "estudio preliminar" refiere las vicisitudes de la fundación de la revista, el significado de su nombre, su posición estética -apertura, afrancesamiento, espíritu decadente- y dos episodios no por importantes menos anecdóticos : las r epercusiones de la muerte de Gut iérrez Ná jer a en el mundo literario r la frustrada segunda época (1907) de la publicación. Dedica dos secciones a la "poesía" y la "prosa" en la revista, pero con igual técnica 13
Ambos investigadores eran ya autores, en 1961, de los lndices de El Nacional. Periódico literario mexicano (18801884 ) , UNAM, Centro de Estudios Literarios.
episódica. En la pr imer a se relatan dos avatares, t ambién impor tant es pero aislados, de la poesía en la Revista Azul: los "Poemas crueles" de Luis G. Urbina y "El beato Calasans" de Justo Sierra. En la segunda se destaca el papel de la crónica en la revista y se incluyen semblanzas de Gutiérrez Nájera, Carlos Díaz Dufoo y Angel de Campo. La falta de un criterio común al dibujar estos aspectos generales denuncia el origen individual de los capítulos y su afán mayor : el acopio de todo material histórico-literar io útil para la explicación de la revist a. Los autores procuraron más su biografía que su estu dio. Para éste, en cambio, son de utilidad ext rema los apéndices del estudio preliminar y el índice. Los apéndices contienen información esencial. Sobre la poesía, una nómina de autores por nacionalidades y cuadros de autores traducidos, traductores, traducciones por autor, autores imitados, poesías publicadas en francés, poesías publicadas en italiano y autores por número de colaboraciones. Sobre la prosa, una nómina de autores por nacionalidades y cuadros de autores por número de colaboraciones y de gacetillas por autor. Funcionan, como información general, cuadros de autores que colaboran con poesías y prosas y de seudónimos, así como nóminas de autores no identificados y de autor es por géneros literarios. Con el índice, estos registros permiten un manejo extraordinariamente fácil de la revista. Figuran allí datos de difícil acceso: identificación de autores, seudónimos, nacionalidades. Estadísticas y ordenamientos reveladores de la participación de redactores y colaboradores: traducciones, número de colaboraciones, géneros. La información, en síntesis, a partir de la cual el crítico ha de establecer apreciaciones más justas sobre las tendencias, la forma y el desarrollo de la publicación. Hasta ahora se ha venido afirmando, aun por críticos y conocedores de nuestras letras de gran prestigio, un cúmulo de noticias acerca de la Revista Azul que da forma a una tradición de consej as erróneas sobre sus escritores y su naturaleza. Ya no es posible escribir, por ejemplo, que las colaboraciones de Angel de Campo en ella eran quincenales o que la revista fue , llanamente. un vocero del modernismo. Los constructores de ese aparato crítico, sin embargo, apenas se aventuraron en la crítica. El suyo, ciertamente, es un estudio preliminar, detenido en la historiografía literaria y, aun en este terreno, carente de una visión de conj unto. Falta t odavía el libro que pondere el papel de la Revista Azul en la historia de las letras y las revistas literarias mexicanas; la medida en que fue modernista y contribuyó a la afirmación del modernismo en México e Hispanoamérica; su origen en el periódico que
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la patrocinó y sus repercusiones inmediatas, a través de sus escritores, en el periodismo literario mexicano; su estructura interior, como órgano periódico, y la evolución de esa forma; su programa literario; sus características editoriales ; su significación ideológica y política, que la tuvo; las generaciones literarias que en ella intervienen; y, en fin, su enorme literatura. Aquí no haremos sino tocar los temas inevitables y la información imprescindible para una primera lectura de la revista, ahora -es nuestro propósito- más accesible. Queda indicada su fuente esencial de investigación; queda propuesta, para descubrimientos innumerables y delectaciones continuas, su aventurada lectura.
generación, es en él algo más que una máscara.
A veces, muchas veces, sólo eso. Gutiérrez Nájera lo había usado también como un modo de publicar varias veces un mismo trabaj o. Sabemos con detalle, gracias a las pacientes pesquisas de Erwin K. Mapes, que la mayoría de sus relatos apareció en más de una ocasión. No pocos de ellos conocen hasta cinco lugares de publicación, con distintos títulos, firmas y variantes. Otra circunstancia de nuestro periodismo, la remuneración escasa, obligaba a semejante práctica, sobre todo en quienes, como Gutiérrez Nájera, la crónica era una profesión. Los detalles brindados por Mapes prueban la provisionalidad de los textos. El escritor altera los principios, los finales, inserta y suprime párrafos, funde dos relatos en Fundarián de la Revista Azul uno o extrae un cuento de una crónica. A la Manuel Gutiérrez Nájera, en 1894, era autor necesidad de cambiar confluía la de perfecciode un libro, Cuentos frágiles (1883) , y de una nar, que hubiera privado cuando el autor decopiosa producción de artículos, crónicas, en- cidiera incluir en un libro esas obras. Gutiérrez Nájera alimentaba los periódicos sayos, cuentos y poemas publicados en los periódicos y las re vistas de s u tiempo. A sus con esta narrativa proteica y con un periodistrei nta y cuatro años. y a casi veinte de su mo menor: noticias del día, páginas frívolas, inicio precoz en la prensa, no había podido es- artículos políticos, cua dr os de costumbres, notas capar del periodismo. " Escapar " , en su caso, humorísticas. Además, con su poesía y su críno es un verbo enfá tico. En el curso de su ya tica teatral y literaria. El literato se confundía considerable earrera, había comparado al pe- con el periodista, el hombre de todos los oficios. riodismo, cuantas veces le fue dado hablar de La literatura de Gutiérrez N ájera, particularsu oficio, con una condena. Lamentaba su pre- mente su prosa narrativa, vivía aún en forma mura, la superficialidad y la precipitación de su de periodismo. Esto parece cierto si consideracultivo, el vér tigo de la vida. Pinta, en un ar- mos cuánto de ella brotó de la circunstancia: tículo de 1883, el "suplicio' del periodista en crónicas, artículos o historias sobre Navidad, México: escribir hoy sobre espectáculos, ma- Año Nuevo, Día de Muertos, Cinco de Mayo o Semana Santa con que los periódicos contriñana sobre ferrocarriles o sobre bancos, sin tiempo para el estudio o la reflexión. Conocía buían a producir la atmósfera de las estaciones bien este torm ento, el de la persona multipli- y las festividades. El hecho no sorprende en cada por la realidad, después de haber transi- una época en que la mayor parte de la literatado por más de treinta y cinco publicaciones tura, incluída la novela, pasaba por las páginas periódicas con un número casi igual de seudó- de las revistas y los periódicos -y se detenía allí muchas veces- antes de Ilegal' al libro. nimos además de su nombre. El considerable prestigio de Gutiérrez NáComo hoy, un vértigo de identidad definía a su obra y a su persona en aquel moment o. jera obedecía a esa inm ensa literatura sin forNo para la sociedad de la época, que veía en él ma, sin libros, que no permitía ver aún la al escritor refinado y al cronista capaz, sino complej idad real del escr itor. Para muchos era para sí mismo y para quien se interrogara, si el autor de "La Duquesa Job" (1884), el innopudiera verlas j untas, sobre la naturaleza de vador, el arquetipo de una bohemia elegante y sus páginas. A la multi plicidad de asuntos que cosmopolita -gard enia en el ojal, sombrero la vida moderna proponía a su genuina voca- alto y levita cruzada- , el ador ador de lo franción de observador, ha bía obedecido con una cés, el in ventor de su propia vida. Imagen división de su persona literaria. Sus columnas execrable para no pocos, ." ~ imponía conforme y secciones en periódicos como El Federalista, Gutiér r ez N áj era creaba el gusto de su época, El L/ceo Mexicano, El Nacional, La Libertad, El a costa de la diversidad de su persona literaria. Partido Liberal, El Universal, Revista N acio- La ver sat ilidad de su pluma, su asiduidad, su nal de Letras y Ciencias y El Renacimiento presencia en casi todas las publicaciones de la (2a. época), disti ntas en la perspectiva, el tono época, como colaborador o miembro de la rey el tratamiento de acuerdo con los as untos dacción, lo convirtieron en uno de los centros tratados, habían aparecido bajo seudónimos de su generación. En 1889 había fundado, con Justo Sierra, que, en algunos casos, adquirieron car áct er propio y fuerza de personajes de ficción. A veces Francisco Sosa, Jesús E. Valenzuela y Manuel el seudónimo, hábito de los escritores de su Puga y Acal, la R evista Nacional de Letras y
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Ciencias, de .vida breve, y acusada por el propio Puga y Acal, una vez desaparecida en 1890, de publicación de capilla, de académicos, y de infiel al calificativo "nacional", por su "santo horror de todo lo mexicano de la época actual".» El paso natural en un periodista llegado a la madurez y la fama, con experiencia tan vasta, era crear su propia publicación, y la oportunidad la ofrecía, en aquel 1894, su misma casa de trabajo, El Partido Liberal (1885-1896), donde prestaba servicios como Jefe de Redacción. El Partido Liberal era hijo de los vaivenes que la contradictoria realidad política del porfiriato impuso al periodismo de fines del siglo XI X. Creado durante el primer año del segundo periodo presidencial de Porfirio Díaz para fortalecer la posición del gobierno, desprestigiado por la reelección, fue dirigido primero por José Vicent e Villada, periodista encarcelado en 1879, cuando el auge de la prensa oposicionista obligó a Díaz a endurecer el control sobre los periódicos. Destacado en la guerra de Intervención y dos veces diputado al triunfo de la República, ad versario de los tuxtepecanos y director en t iempos de Lerdo de Tejada de la subvencionada Re vista Univ ersal, Villada no fue el único periodista en oscilar entre la prensa de oposición y la prensa de gobierno, cuando las propias publicaciones lo hacían al menor cambio eu el clima de la época. El Partido Liberal perteneció siempre a la llamada "prensa ministerial". Su segundo y último director , Apolinar Castillo, con su carrera, justificaba mejor aún su encomienda de pilar de las instituciones. "Había sido jefe político de Oaxaca y diputado a aquella Legislatura: jefe político de Córdoba, cantón veracruzano; diputado y senador a las cámaras federales y gobernador del Estado de Veracruz; catedrático; periodista, y presidente de la Prensa Asociada, por ausencia de Ireneo Paz, quien había asistido a la Exposición de París en r epr esent ación de la misma sociedad" . 16 Fue él quien mantuvo la calma y la limpieza de conciencia que emanan de las páginas del diario en un tiempo que conocía como hechos cotidianos los cateos y secuestros de imprentas, la persecución, el asesinato y los procesos a periodistas enemigos del régimen. Su periódico se contaba entre los treinta subvencionados por el gobierno alrededor de 1890 ; era parte de un aparato de propaganda que costaba al estado no menos de un millón de pesos al año. Cuando en octubre de 1896 las subvenciones sean suspendidas para abrir una nueva etapa al periodismo mexicano, con la publicación de El Imparcial de Rafael 14
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Manuel Puga y Aca1, "Dos muertas", en El Universal, México (5 oct., 1890). Citado por Díaz Alejo y Prado Velázquez. Ana Elena Día Alejo y Ernesto Prado Velázquez, op. c;t., p. 11.
Reyes Spíndola, a menor precio y mayores tirajes gracias a las primeras rotativas y los primeros linotipos del país, El Partido Liberal, en su último número, se definirá en un sincero y elocuente epílogo: Periódico ministerial, pertenecía en todo y por todo al gobierno, y estaba destinado a defender la política del señor General Díaz de una manera incondicional y absoluta, como lo proclamamos en diferentes ocasiones, pues nunca creímos ni que nuestra labor era ingrata, ni que nuestra conducta era reprochable. , . Como era justo, se retribuía nuestro trabajo; pero no se compraba nuestra adhesión, ni se alquilaba nuestra conciencia... El gobierno ha juzgado conveniente suprimir los varios periódicos que sostenía, como El Partido Liberal, o que ayudaba a vivir, como a otros colegas, para fundar un diario grande, interesante, rompiendo los antiguos moldes de la prensa ministerial. Está para ello en su perfecto derecho, y así debe convenir a los intereses del país. Nosotros acatamos la disposición, recogemos nuestra vieja bandera de combate en la prensa y seguiremos ayudando a la Administración con todos nuestros esfuerzos y nuestro entusiasmo inquebrantable, cada uno según sus facultades y en el círculo en que se encuentre... 16 Es éste el periódico que, en su condición de promotor del progreso y la vida social en el ámbito de un orden impuesto, auspiciará. a partir de 1894, y como su edición dominical, a la Revista Azul. Al parecer, la idea de publicarla correspondió a Manuel Gutiérrez Nájera, pero las manifestaciones de reconocimiento de sus redactores hacia Apolinar Castillo, por su estímulo, sus consejos, su interés, sus esfuerzos y su apoyo material, reputan de importante la participación en ella del director de El Partido Liberal. Gutiérrez Nájera, en su artículo "El bautismo de la Revista Azul", publicado en el número 7 con motivo de un brindis en la Maison Dorée, que reunió a los redactores y colaboradores de la revista en celebración "baut ismal" de la recién nacida, habla de la generosidad de Castillo al acoger la idea de crearla, proporcionar los medios y cederla en propiedad a sus escritores; éstos, al anunciar la introducción del fotograbado en la revista, justifican así que el primer retrato sea el de Castillo : "El señor don Apolinar Castillo merece ocupar el primer lugar en nuestra galería; a sus e~fuerzos y a sus consejos se debe esta revista. .. Aquí lo amamos y lo respetamos como un padre: padre nuestro es por el amor 16
"El Partido Liberal desaparece", en El Partido Liberal, México 05 oct., 1896) : 1.
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y por la bondad, de que está impregnado su espíritu" (RA, r, 24, 14 oct., 1894, pp . 379-380) . Carlos Díaz Dufoo, en una tardía entrevista de Roberto Núñez y Domínguez para R evista de Revistas (30 ag., 1936), llega a decir que fue Apolinar Castillo quien, un día en su periódico, instó a Gutiérrez Nájera y a él a "fundar una revista literar ia para encauzar el movimiento intelectual de México por nuevos senderos, ya que en aqu ella época de los años 80 se dejaba sentir aquí un gran vacío, en la poesía sobre todo". F ue él, según Díaz Dufoo, quien propuso las condiciones de la edición, plasmadas en los av isos publicados el 2 y el 4 de mayo de 1894 en El Partido Liberal: "REVISTA AZUL" El domingo 6 de mayo aparecerá la edición literaria de este título. Sus directores y r edactores serán los conocidos escri tores Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Duf oo. Constará de 16 páginas en folio. Contend r á las producciones más selectas de literatos nacionales y extranjeros y se publicará una vez por semana el día domingo. " Por contrato celebrado entr e el propietario de El Partido L iberal y los señores Manuel Gutiérrez N ájera y Carlos Díaz Dufoo, directores y propietarios de la R evista A zul, cuyo primer número aparecerá el domingo próximo, deja de publicarse el día domingo el número correspondiente del Par t ido, y en su lugar se dará a los suscriptores la R evista A zul, publicación en 16 páginas en folio a dos columnas, pulcra y elegantement e impresa, cuyos ej emplares valen, suelt os, doce y medio centavos, es decir, el doble de lo que vale cada número de este diario. " Presidida así por una volunt ad de renovación y calidad, la Reoist« A zul publicó su primer número, como se anuncia ba, el 6 de mayo de 1894. Su directorio no podía ser más sobrio: Manuel Gutiérrez N áj era y Car los Díaz Duf oo, Redacto res y P ropietarios; Lu is G. Urbina, Secretario de Redacción ; Lázaro Pavía, Adm inistador.» Era, oficialmente, "El Domingo de El Partido Liberal" .20 " La Revista Azul", en El Partido Liberal, México (2 may., 1894 ): 1. 18 " La R evista Azul", en El Partido Liberal, México ( 4 may., 1894 ): 1. 19 De Lázaro Pavía, Díaz Alejo y Prado Velázquez, op. cit., p. 13, proporcionan la siguiente informació n; "Lázaro Pavía nació en Sabán, Yuc., el 17 de diciemb re de 1844. Murió en la Ciudad de México el 17 de septiembre de 1933. Abogado, polí tico, historiador y periodista , fund ó varios per iódicos en su Estado natal y en la capital de la República. Fue autor de numerosas obras históricas, económicas, pedagógicas y de estudi os de diversa índole". 20 El Partido Liberal aparecía de marres a domingo en forma
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Nacido en 1861 en ei puerto de Veracruz, y dos años menor que Gutiérrez N ájera, Carlos Díaz Dufoo llevaba a la Revista Azul una experiencia casi puramente periodística. Así lo reconocerá en el artículo que dedique a la muerte del poeta en febrero de 1895. Radicado en España desde niño, se había iniciado como periodista en El Globo de Emilio Castelar y en Madrid Cómico. A su regreso a México, en 1884, colaboró en La Prensa y E l Nacional y, más tarde, en El Siglo XIX y El Univ ersal. En Veracruz, en 1887, había dirigido El Ferrocarril V eracruzomo; y en Xalapa, La Bandera Veracruzana. Dos juguetes cómicos en un acto y en ver so, E ntr e V ecinos, estrenado en el Teatro Nacional, y De Gracia, ambos publicados en 1885, eran sus incursiones sobresalientes en la literatura. En el artículo citado r ecordará que en el moment o de la f undación de la R evista Azul su vocación literaria llevaba mucho tiempo ent errada, prohi bida por la esclavitud del periodista, y que no era él quien le infundiría su fuer za poética, sino El Duque Job, el poeta : "El er a un artista. . . él era el artista; era yo un luchador de la gacetilla política ; había consum ido diez años en esa labor diaria, y mis ensu eños de arte, empalidecidos y esfumados, habíanse quedado mu y atrás, all á en las primeras jornadas de la marcha. El desper tó mis r ecuerdos, hirió fibras atrofiada s, sensaciones dormidas..." (RA, Il, 15, 10 f eb., 1895, p. 230 ). Gutiérrez Ná j er a y Díaz Dufoo se habían conocido una noche de 1886 en la redacción de El Siglo X IX, cuando El Duque Job llevaba su colaboración y Díaz Dufoo salía en compañí a de F rancisco Bulnes: " ...y desde ahí hast a su muer te nos ligó la más f ervor osa y cordial amistad", relata Díaz Dufoo.s! Al presentar a la revist a en su primer número, dice Gutiérrez Ná j er a : "Somos, Carlos y yo, íntimos amigos e incurables enamorados de lo bello" (RA, I, 1, 6 may., 1894, p. 1). Por otras r eferencias ent end emos que esa amist ad no alcanzaba la intimidad supuesta en esa s declar aciones elocuentes. Cuando El Duque Job relate, a casi dos semanas de la aparición del primer número, el origen de la revista, y compare líricament e su condición y la de su amigo a la de dos presos -del periodismo, en su caso- , dejará entrever su superioridad en la empresa: "Yo, el más criminal, porque era el autor de más art ículos, había escalado ya, arañando las par edes y desgarrándome los codos, los salones de los minis-
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ro grande (57 x 39 cm ) y constaba de cuatro páginas. Las primeras de la edición domin ical se consagraban a texto s y artículos de creaci ón literaria. entre dios el cuento, ensayo o crónica de Guriérrez Nájera. En cierro modo, al crearse la Revista Azul no se hizo más que inde pendizar y ampliar esa edición literaria. Roberro N úñ ez y Dom ínauez, "Cómo se fundó la R evista Azul" (Entrevista con Carlos Oíaz Dufoo) , Revista de Revistas, núm . 1371, 30 ag., 1936.
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tros y la plataforma de la Cámara" (RA, 1, 7, 17 jun., 1894, p. 9). Su mayor experiencia, el haber sido electo ya diputado -por el Distrito de Texcoco, en 1890-, la extensión y la fama de su producción literaria, le otorgaban naturalmente la primacía en la aventura que iban a emprender. No obstante tener casi igual edad, a Díaz Dufoo lo esperaban aún, en el curso de las siguientes décadas, sus realizaciones más sobresalientes, en el periodismo, la política y la literatura: sería también diputado, director de El Imparcuu. y El Mundo, economista notable y dramaturgo (1929-1937). Muerto Gutiérrez Nájera, reconocerá en él al maestro: "Y así caminamos: él el Poeta, el guía, el maestro; yo el iniciado, el aprendiz; él astro, luciérnaga yo. .. "(RA, II, 15, 10 feb., 1895, p. 230). Se dej aba ent r ever más el vínculo profesional, afinidad de personalidades entre el maestro y el discípulo, que la camaradería. Cuando desaparezca el maestro, el 3 de febrero de 1895, esta re lación ser á más visible aún: en el directorio imp reso en las cubiertas de los tomos de la revista, a pa r ecerá el nombre de Manuel Gutiérrez Nájera como "Fundador" y desaparecerá el de Carlo s Díaz Dufoo. Más discr eto aun será el papel del Secretario de Redacción, Luis G. Urbina, El año de su • nacimiento es incierto; hasta cuatro distintos indican las antologías y las historias de la literatu ra mexicana: 1864, 1867, 1868, 1869. Antonio Castro Leal , edit or de sus Poesías completas, se inc lina por el de 1868, lo que hace de Urbina, en el momento de su colaboración con Gutiérrez Nájer a, un joven de veintiséis años. Ha publicado ya un libro de poemas, Versos (1890). Su escue la, como la de Gutiérrez Nájera, como la de Díaz Dufoo, ha sido el periodismo. Colaborará r egular ment e en la R evista Azul hasta el número diez; sus textos, más tarde, serán tan esporádicos como los de cualquier otro colaborador, Cuando en 1915 reúna sus "escarceos de imaginación y ejercicios de estilo", algunos de ellos publicados en la revista, en Cuentos vividos y crónicas soñadas, encontrará frívolas y verbosas sus páginas y se verá como "un poeta de antaño que escribía literatura de pompa de jabón para divertir a los muchacnos de su tiempo" : "No hay para qué demostrar que, escritor novel entonces, tuve inevitablemente que resentirme de las influencias morbosas de aquella atmósfera literaria. Me envenené de verbos ídad" .» Como Díaz Dufoo, Urbina fue discípulo fervoroso del gran maestro -se le considera cont inuador o sucesor de Gutiérrez Nájera en la crónica literaria-, pero, con el tiempo. dis cípulo arrepentido. Formado así el centro de una generación 22
Luis G. Urbi na, Cuentos oioidos y cronicas so ñadas, M éxico, Editorial Porrúa, 1946 , XIV.
destinada a producir una nueva etapa en la literatura de México, y creado el lugar de encuentro de los poetas y prosistas del nuevo rumbo -María Enriqueta, Balbino Dávalos, Angelde Campo, Amado Nervo, José Juan Tablada, Jesús E. Valenzuela, Bernardo Couto, Jesús Urueta-, El Partido Liberal podía celebrar, el 4 de mayo de 1894, la inminente aparición del órgano literario: Considerablemente aumentada la redacción en la que hoy figuran, amén de nuestros viejos compañeros de labor, periodistas de fama y jóvenes que con entusiasmo y buen éxito comienzan animosos su carrera; unidos todos ellos por igual respeto a las instituciones y por amor idéntico a la libertad, al orden y al progreso, seguirá este diario la propia línea de conducta que desde su primer número trazó, y que se reduce a conservar lo ya ganado en las contiendas de la democracia, a perseguir nuevas victorias, y a sostener la legalidad constituida, factor imprescindible y poderoso del desenvolvimiento nacional que se ha operado y continúa ensanchándose.w
El nombre A la explicación ofrecida por Gutiérrez Nájera del título de su revista, en la primera de sus páginas, los eruditos han sumado otras, en un afán por descifrar las causas profundas, y sin duda varias, de ese nombre característico. El Duque Job, aun consciente de ellas, no podía declararlas, como no declara un poeta o un novelista, en la obra misma, sus influencias y modelos directos o indirectos. Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez las resumen en un párrafo ceñido: Según afirma Max Henríquez Ureña, el título de la revista fue copia del de la Revue Bleu que se publicaba en París. Quizás al dársele ese nombre no se pensó sólo en dicha revista francesa, sino también en la frase "L'art c'est l'azur", de Hugo, citada por Valera en su "Carta-Prólogo" al Azul... de Darío. Es indudable que también el propio título del libro de Darío (1888) debe haber influido en la denominación de la Revista Azul. Entre las .numerosas motivaciones que se han sumado a las anteriores, se alude al poema "Azur" de Mallarmé, publicado en Le Parnasse Contemporain (1866) e incluido posteriormente en Vers et prose (1893); a la estrofa de Hugo: "Adíeu, patrie l/L'onde est en furie./ Adieu, patrie,/ Azur!" y al "Art 23
"El Partido Liberal y la Reviste Azul". en El Partido Liberal, México (4 may., 1894) : 1.
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poétique" de Verlaine, en donde emplea asimismo dicha palabra. Se han realizado investigaciones, acuciosas en extremo, acerca de los múltiples usos de la palabra "azul" , como las de Porfirio Martínez Peñaloza y las del erudito doctor Boyd G. Carter, a todo lo cual habrá que añadir que ya el propio fundador de la Revista Azul había bautizado una de sus composiciones juveniles con el nombre "Del libro azul" (1880) . Si no es posible precisar razonablemente la causa original determinante, inspiradora y única que influyó en el nombre de la revista, al menos es lícito suponer que en el motivo confluyen el conjunto de acepciones que -según señala Carter- desde Novalis hasta Gutiérrez Nájera han cristalizado en la palabra "azul" un anhelo y una aspiración hacia el ideal de la belleza" .24 En la explicación de Gutiérrez N ájera, los estudiosos de la Revista Azul encuent ran tan sólo "algunas refere ncias", y señalan que "el propio fundador no nos da un indicio cierto del motivo por el cual la llamó as í". 25 Exageran quizá al disminuir la importancia de las palabras de El Duque J ob ante el cúmulo de noti cias que muestran la moda del "azur" en el curso de aque llos días. Lo que el "azu l" signif icaba para lOS editores de la revista es un indicio no menos cierto, ni menos revelador, que el recuento de las apariciones de ese adjetivo notable en la literat ura de la época. Gutiérrez Nájera, en "Al pie de la escalera", no conf esó sus predecesores, sino las resonancias, íntimas y públicas, que la palabra "azul" debía producir aplicada a su revista. Y ese deslumbramiento por el significado moral y est ét ico del color es causa del nombre de la publicación tanto como su culto dentro de la poesía francesa. Más nos revela Gutiérrez Nájera al descifrarlo que al reconocer en un drama de Victorien Sardou publicado en 1889 su inspiración capital: ". . .los presidiarios de birrete verde, enamorados, por supuesto, de J ane Hading, se acordaron de ella y r epit ieron cierta frase que decía lindamente en Nos intimes: 'un ciel tout bleu... tout bleu.. . tout bleu l' De aquel ¡azul!. .. ¡azul!. .. I azul!. .., dicho en voz baja, nació, batiendo sus ligeras alas, la idea de la revista" (RA, 1, 7, 17 j un., 1894, p. 97) . En la tradici ón de nombr es de nuestr as r evistas literarias, el de la Revista A zul es en sí un manifiesto. Hacia 1894 el color, elemento para los simbolistas de una lengua traducible a las del sonido, el olor y la percepción táctil, es en México objeto esencial del léxico litera24 26
Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez, op. cit.. pp. 14-15. lbia., p. 13.
rio, bien como cualidad atrayente para el escritor, bien como material de elaboradas sinestesias. Baudelaire ha dicho ya que el mundo es un bosque de símbolos, y que las voces de la naturaleza -los perfumes, los colores y los sonidos- son una profunda unidad: hay perfumes frescos, verdes y dulces. Rimbaud ha encontrado el color de cada vocal y un ver bo poético "accesible a todos los sentidos". Al convert irse, en la poesía r omántica y en la simbolista, en una condición de las correspondencias armónicas entre los estados anímicos y el mundo objetivo, el color, por la vía de la sinestesia o f usión verbal de impresiones senso riales diversas, caracteriza un estilo. El decadentismo, con su tipo de hombre refinado y ávido de nu evas experiencias, explorador de paraísos artificiales donde las f ronteras de los sentidos se disuelven, volverá a poner lo en boga a finales del siglo. La sinestesia es considerada propiedad suya. Así, Angel de Campo, catalogado por comodidad dentro del r ealismo y colabor ador notable de la Revista Azul, siente culpa cuando la usa en sus Cosas vistas (1894 ) : " ...se escapa por las grietas la elegía casta de las violetas, el madrigal de las r osas, el verso acre de los huele-de-noche y de los floripondios ; que también, aunque parezca decadente, hay formas poéticas en los olores".26 y aunque pareciera decadente, Gutiérrez Ná jera llama, a la casa que construye para una literatura azul, Revista Azul, que también hay color en los cuentos, los poemas y las crónicas. El Duque Job no sólo pensó un "libro azul " . Recordarán, sus lectores, sus "Crónicas color de r osa", sus "Crónicas de mil colores", su "Crónica color de Venus", sus "Cuentos color de humo" .27 En la propia r evista ("El lago de Pátzcuaro" , RA, 1, 10, 8 jul., 1894, p. 145) hallaremos un esbozo de la estética que produjo esos títulos: "N o puedo comparar la sensación que en mí produce el recuerdo del lago, sino con la que me causa la poesía de Lamartine: es una sensación azul. ¿ Por qué no atribuir color a las sensaciones, si el color es lo que pinta, lo que habla en voz más alta a los ojos, y por los ojos al espíritu 7" Confesión elocuente : toda experiencia sensible -sensación, sentimientose traduce a color; el color, entre los idiomas del espíritu, es la voz más alta. Con perfecta 26 27
Angel de Campo, Cosas vistas y Cartones, México, Editorial Porrúa, 1968 , p. 210. En su Breve historia del modernismo (México, Fondo de Cultura Económica, 1954, pp. 68-69), Max Henríquez Ureña escribe: "Guti érrez Nájera es, acaso, el primero que en las letras de América pro fesa especial devoción por los colores. Así lo acusan otros tÍtulos de poesías suyas: .Musa blanca (1 886), Blanco.-PáUdo.-Negro (1888), De blanco (1888) o de algunas de sus deliciosas crónicas: El cielo está m uy azul, Crónicas color de rosa, Crónica color de bitler, Crónica de mil colores, Crónica color de muerto. En este aspecto de su producción es evidente la influencia que sobre él ejerció Théophile Gautier".
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XVII
sinestesia, Gutiérrez Nájera nos explica que el mundo es sinestesia: todas las sensaciones se fu nden en una, la del color. La R evista Azul no sería lo azul que deseó su fundador. Cruce de caminos de variadas tentativas de su siglo, nos producirá sensaciones rosas, verdes, amarillas y, no pocas veces, negras. Pero si SU nombre no define una realidad, la de la monotonía, sí expresa un programa. Ese nombre resulta así, más que una tradición literaria, una estética.
Programa y estética
tículo, repita: "N uestro programa se reduce a no tener ninguno", advertirá otro inconveniente. Un programa, al prefijar el futuro, lo inmoviliza e impide el cambio. ¿ Por qué no vivir al azar de los días? La estética de Gutiérrez Nájera emana de su dicha de vivir; su dicha de vivir, de tener una casa, una familia y una buena biblioteca. El hombre dichoso encuentra "divinamente hermosa la naturaleza", se convierte en un "incurable enamorado de lo bello". Satisface su amor por medio del arte, porque con él entiende esa belleza infinita: "El arte es nuestro Príncipe y Señor, porque el arte descifra y lee en voz alta el poema vivificante de la tierra y la harmonía del movimiento en el espacio". La dicha de vivir impele al artista: "mostradme, bella como soy": "Y para obedecer ese mandato galanteamos la frase, repujamos el estilo, quisiéramos, como diestros batihojas, convertir el metal sonoro de la lengua, en tréboles vibrantes y en sutiles hojuelas lanceoladas". Así, Gut iérr ez N áj er a y Díaz Dufoo galantean la frase y r epujan el estilo cuando a su revista la llaman R evista A zul' título que cifra, en la explicación de El Duque Job, el "poema viv ificante" del cielo. La creación de ese nombre obedece con perfección a la estética que abriga. E n el azul celeste el poeta ve un sol, alas, nubes, esper anzas, y su mirada de artista los descifra como vida, libertad, ideales; bajo ese azul propicio florecen la naturaleza, los ver sos y la prosa, "como la belleza antigua". El suyo será un arte solar, diurno, de una belleza pura. El Duque Job parece entender que la belleza no yace en las cosas sino como cualidad proyectada en ellas por el hombre santificado por la dicha y la emoción de la vida. Es efect o de una r elación subjet iva entre el hombre y la nat uraleza; pr oducto de una facultad humana : la imaginación, esa "loca de la casa " , como la llamó Santa Teresa,28 como la llamaba Pérez Galdós en el título de un drama que se comentará en la revista. Porque la imaginación o fantasia crea y transfigura, El Duque Job la llamará "piadosa embustera que hermosea la vida y que inventa los colores" y pedirá a "la generación literaria sana, fresca, joven y valiente" que la escuche. En su revista, dice, tal vez no consiga que veamos, bajo el cielo veneciano, "el reluciente azul de los mares Adriáticos", pero sí "la copa de un árbol, el vuelo de la golondrina, los azulejos de la cúpula, la flecha de la tor r e. . . un girón de cielo!" No es difícil reconocer en esta doctrina las pr in cipales tradiciones de la poesía francesa
Los an uncios de El Partido Liberal en los días previos a la aparición de la R evista Azul convertían a la publicación de Gutiérrez N áj era y Díaz Dufoo en un órgano que, editado por un grupo de jóvenes ahor a sumado a la experimentada redacción del periódico, "unidos todos ellos por igual respeto a las instit uciones y por amor idéntico a la libertad, al orden y al progr eso" , "contendrá las producciones más selectas de lit er at os nacionales y extranjeros y se publicará una vez por semana el día domingo". Ded icado a defender, en lo político, la "legalidad constituida", el periódico destinaba a su dominical al alto recreo del espír itu: ".. .la legalidad constituida, factor imprescindible y poderoso del desenvolvimiento nacional". Los redactores de la Revista Azul entendier on de mod o menos civil esa contribución al desenvolvimiento nacional. E n el marco de esas vías establecidas; se proponen, sin declararlo. "encauzar el movimiento intelectual de México por nuevos senderos". Vierten sus principios, no sin reticencias, a través de las plumas de Gutiérrez Ná jer a - "Al pie de la escalera" (RA 1, 1, 6 m ay., 1894, pp. 1-2), "El bautismo de la R evista Azul" (RA, 1, 7, 17 jun ., 1894, pp . 97-98) - y de Díaz Duf oo - "Azul pálido" (RA, 1, 2, 13 may., 1894, pp. 31-32 ), "El fundador de la Revista A zul" (RA, 11, 15, 10 fe b., 1895, pp, 229-230), "Un año" (RA, 111, 1, 5 may., 1895, p. 1) . "Al pie de la escalera", de Gutiérrez N áj era, es un texto importante en la historia de las ideas literarias en México. N o sólo explica a la revista; es también una elucidación de su poética y un manif iesto de un sector de la nueva gener ación liter aria. Desarrolla cuatr o puntos: la inconveniencia de un programa para la r evista, la estética per sonal de Gutiér r ez Nájer a y Díaz D ufoo, el signifi cado del nombre y el programa de la pu blicación. La razón con la que Gutiérrez N áj era prueba la inutilidad de los programas es de or den práctico: "i Un programa. . . ? j Yo no he tenido nunca programa ! ¿ Un programa ... ? i Eso no se cumple jamás!" 28 Piensa, sobre todo, en los pr ogramas de los gobier nos. Cuando, en la última pa rte del ar -
Porf irio Martí nez Peñaloza, "Para la estética de la Revista Azul", en "México en la cultura". supl , núm . 513 de Novedades ( 11 ene., 1959 ) : 3.
XVIlI
de la época. La preocupación por la belleza en sí, buscada con una serenidad vital capaz de producir impasibilidad e imparcialidad intelectuales; el deseo de precisión técnica y perfección escultórica del estilo; la cercanía a la "belleza antigua"; y el culto convencional de la naturaleza, procedían del parnasianismo. La convicción de que la naturaleza es un poema viviente -Baudelaire la ve como un templo de vivos pilares del que emanan voces confusasque es preciso descifrar - " El azul no es sólo un color: es un misterio... una virginidad intacta"-, era una herencia del simbolismo. Ambas corrientes se funden en una nueva sensibilidad hispanoamericana. A su pesar, Gutiérrez Nájera terminará el artículo con el programa de la revista. Decir que no se t iene programa es siempre el primer punto de uno. Con él se admite la pluralidad, el azar, la improvisación, el cambio. Además, El Duque Job cede a la tentación de hacer promesas . Su r efinado modo alegórico no evita que se conviertan en un programa. La R evis ta A zul, dice, conseguir á poemas, comentará los libr os llegados de Europa y publicará selecciones: "traeremos ya la novela, ya la poesía, ya la acuarela, ya el grabado, ya el wals para la señora, ya el j uguete para el niño"; habrá también lugar para la mur muración y la frivalidad : "¡ No es perfecta la humanidad!" Así descritas las tareas de la rev ista, no se equivocaba E l Duque Jo b con los programas: el suyo olvidó la acuarela, el grabado, el wal s prometídos.w Este primer artículo contiene una frase que Gut iérrez Ná jera prosegu ir á en "E l bautismo de la Revista Azul", siete semanas más tarde : " La dicha de vivir, la que conlleva el trabaj o y la pena . .." Con su lujo habit ual, detalla ahora el tr abajo y la pena, la condena y la cárcel, de él y su amigo Díaz Dufoo: el periodismow Para hacer de esa esclavit ud algo fructu oso y soportable, es preciso el contrapeso de la imaginación y la sensibilidad, para las que ven, en la Revista A zul, una casa. Aparte de una nueva referencia al sentido de su nombre y del test imonio de gratitud hacia Apolinar Cast illo, el 29
artículo es important e por la declaración que Gutiérrez Nájera hace de su francesismo, ya insinuado en su anterior credo político. Ve en su sujeción a la prensa un desajuste entre la realidad y su temperamento: "Porque -bueno es decirlo- éramos, literalmente hablando, espíritus franceses deportados a tierra americana". Ya en el segundo número, en su columna "Azul Pálido", firmada con el seudónimo Petit Bleu, Díaz Dufoo, a ciertos r eproches de sectarismo literario por las firmas incluidas, r espondía definiendo otro aspecto importante del programa de la revista: ". ..no pertenece a un grupo exclusivista de cultivadores del arte: es de los que aparecen como dueños de ella y de nadie más" . No solicitaría la colaboración de este o aquel escr it or, porque no podía pagarla, sino que ab r iría sus puertas a los trabaj os literarios de cualquier tendencia. Su único crit erio de admisión es la altura espiritual, mezcla de calidad art ística y elevación de la sensibilidad: "El cielo es para los pobr es de esp íritu; pero nuestra Revista, aunque color de cielo, no es, precisamente, como el cielo" . A la muerte de Gutiérrez Ná jera, la revista se reafirma en su programa. Cast illo y Díaz Dufoo, en febrero de 1895, la entienden como un medio para mantener viva la memoria del maestro. En mayo, cuando cumple su primer año, Díaz Dufoo presenta el tomo JII con una declaración de fidelidad : "Hoy como ayer -decimos como el amado fundador de la Revista A zul en el artículo de introducción al número primero: 'N o t enemos programa' .. . La R evista. Azul sólo aspir a a conser var como preciada reliquia, las t radiciones de su ilustre fundador y hermano nu estro" . Fidelidad infiel: Gutiérrez N áj era no había dicho " Hoy como ayer", sino "No hoy como ayer y mañana como hoy.. . y siempr e iguaL . . Hoy como hoy; mañana de otro modo; y siempre de manera diferent e" Díaz Dufoo entendió inversamente el mandami ento de El Duque Job. Al seguir publicando sus escritos en el lugar de honor y mantener la ilusión de que vivía, al conservar sus "tradiciones" y la estructura de la revista, tendió a pet rificarla. Si la revista no cambia y sin embargo nos par ece viva, es por su corta duEn el artÍculo de El Partido Liberal que anuncia el 4 de ración. E l Duque Job la hubiera querido cammayo de 1894 la inminente aparición de la Revista Azul, biante, moderna, f luyente. Díaz Dufoo, en camse lee : "En la R evista A zul, dicen sus directores : 'N os proponemos proporcionar lectura amena , original en su bio, obedeció a ese programa que t ant o temía mayor paree, de 105 dist.nguidos escritores mexicanos que su maest ro. Los estudiosos de la revista, sin nos favorecen con sus escritos, y hacer , al propio tiempo, una selección de lo que en el extran jero publicado, sobreembargo, ven en esta parad ój ica obediencia un salga por su mérito o dé idea del movimiento literario en Europa y en América'. I La buena acogida que del público · "mérit o indiscutible". Sl El propósito de publicar sin exclusivismo "las obtuvo, con sólo anunciar su aparición este semanario de literatura, nos inspiró la idea de ganarlo para los abonados producciones más selectas de liter at os naciodel Parti¿o y no omitimos sacrificio alguno a fin de reanales y extranjeros" de aquel presente no hizo 'Iizar ese propósito". El programa citado parece una tra-
ducción de las alegorías de El Duque Jo b. so Carlos Díaz Dufoo hablará tambi én de los tormentos del periodismo en "Redactores y directores" ( RA, 1, 22, pp.
340·341) .
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Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez, op. cit., p. 89.
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XIX
de la Revista Azul una publicación sin fo rma . "Espíritus franceses", Gutiérrez Nájera y Díaz Dufoo afirman su poética, publican su obra, confiesan sus preferencias al seleccionar la literatura extranjera y abren la puerta a otras tendencias contemporáneas, nacionales y extranjeras. Esta apertura hizo que la revista no fuera sólo la publ icación de "la generación literaria sana, fresca, joven y valiente", sino también de la enfermiza, pesimista y neurótica del decadentismo, que allí encontró lugar para su literatura y para la manifestación de sus pref er encias, y que será, no menos que la tendencia de los redactores de la Revista Azul, component e esencial del modernismo mexicano. Las posiciones del decadentismo habían sido precisada s un año antes, cuando la publicación de " Misa negra" (8 de enero de 1893), poema de un joven de veintidós años, José Juan Tablada, obligaba a la dirección del recién creado El País, ante la alarma de un sector de la sociedad encabezado por la esposa del presidente, Carmen Romero Rubio de Díaz, a retirar públicame nte de las páginas literarias del periódico, dirigidas por el propio Tablada, a la escuela poét ica representada por la composición. A esa censura había respondido Tablada con una carta de renuncia a esa dirección literaria, publicada en el mismo periódico. La dirige a los miembros de la escuela del decadentismo: Balbino Dávalos, Jesús Urueta, José Peón del Valle, Alberto Leduc y Francisco M. de Olaguíbel. Ve en el decadentismo "un principio art ístico, un dogma estético de una generación cuya fe y cuyos ideales han sido derruidos por las verdades y la filosofía modernas, que vive en la duda, la negación y el hastío, que busca el refinamiento y la originalidad estéticos, la videncia de una realidad suprasensible, aun a costa de su equilibrio psíquico y nervioso. Protest a ante el rechazo del público y promete la aparición de un órgano, la Re vista Moderna, donde la nueva generación ha de refugiarse. Jesús Umeta, primero, y Alberto Leduc, después, hacen eco, en El País, de los postulados de Tablada. Leduc define al decadentismo como "un estado del espíritu", como la duda sobre el sent ido de la vida y el mundo: "Yo no conocía ni de nombre a Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, Moreas ni ninguno otro de los llamados decadentes y me he creído decadentista". Se advertían las dos facetas del grupo: decadentismo moral y decadentismo estético, éste último consist ent e en la refinada experimentación verbal que se llamará después modernismo. También, su filiación: el decadentismo francés, del que. se empezó a hablar, como escuela, hacia 1880.82 32
Hécror Valdés hace un relato comp leto d e este episodio en su "Esrudio introductor io" a la Revista Moderna.
Los detractores de los decadentistas mexicanos veían en ellos dos enemigos temibles: su negación de los valor es burgueses y el desafío pr opuesto por sus costumbres, particularmente la drogadicción. Tablada encarnaba abiertament e a los dos. A pesar de que Gutiérrez Nájera estaba al pie de la escalera para impedir el paso de "los que no saben conversar con una dama" , e invitaba a subir a los "amables invit ados" prometiéndoles "flores en el corredor y alegría de buen tono en los salones", da ent rada a un grupo que los llenará de penumbras y lamentaciones. El ha escrito poemas cívicos y r eligiosos en su juventud, conserva la fe y la dicha de vivi r, escr ibe páginas edificantes sobre los males de la época y páginas de recreo para la sociedad de "buen tono" y buenas costumbres y deplor a la moda de los estimulantes. Pero no lo intimidan la rebeldía ni las costumbres de los decadentistas. Díaz Dufoo coincidirá en varias ocasiones con la tesis decadentista sobre la fatiga del espíritu moderno ; él Y Urbina se pronunciarán en favor de la regeneración y de un humanismo más saludable. No obstante las claras diferencias ent re las dos generaciones modernistas, los decadentistas, a la espera de su Revista Moderna (1898-1911), que tardará aún cuat ro años, hallan en la Reuisia Azul el esp acio vital que se les negaba en otros sitios. Y la revista se enriquece : puede publicar un lar go halago de primera plana a la esposa del presidente (M. Gut iér rez Nájera, "Medallones femeninos", RA, 1, 11, 15 jul., 1894, p. 161) Y un poema (José Juan Tablada, "Onix", RA, 1, 7, 17 jun., 1894, p. 99) que debía haber escandalizado a la primera dama no menos que la "M isa negra": el respeto a la "legalidad constituida" y el repudio de los principios que apuntalan el orden y el progreso. Gran parte de lo que había dado cuer po y sustancia a la poética y la práctica de est as tendencias modernistas queda r á mostrado en el panorama de las literaturas contemporáneas que la R evista Azul iba a ofrecer. Sus editores centraron su atención en t res lit eraturas: la .mexicana, representada por 93 autores ; la f r ancesa, por 69 ; Y la española, por 45. Si en los casos de la literatura mexicana y la española, como en el del resto de las literaturas nacionales que los ocuparon - 30, aun cuando algunas con un solo autor- , se atienen principalmente a los autores del día o del pasado inmediato, en el de la literatura francesa su perspectiva es más amplia : casi todo el siglo XIX: romanticismo, realismo, naturalismo, parnasianismo y simbolismo. Consecuentes con sus particulares inclinaciones, procuran un lugar de privilegio a los escrit ores del Parnaso : Leconte de LisIe, Sully Prudhomme, Théodore de Banville, José-María de Hé r édia, F rancois Coppée, Catulle Mendés y J ean Richepin. Sor-
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prende en cambio la atención que les merece el naturalismo -"Para vivir ahora en México, como para leer una novela de Zola, se necesita irremisiblemente llevar cubie rtas las narices" , dice El Duque Job en un relat o de 1881-: Guy de Maupassant, Edmond y J ules de Goncourt, Emile Zola, Paul Mar guer itt e, Encuentran la explicación quienes sostienen un paralelismo, en la imparcialidad estética y la objetividad, ent r e el naturalismo y el parnasiamsmo. Tan importante como la presencia francesa es la hispanoamericana, a t ravés del modernismo. José Luis Martínez da cuenta de ella cuando escribe: "Durante los tres años en que se publica [la R evista A zul] incluye colabor aciones de 96 autores latinoameri canos, seguidores del modernismo, de 16 países, sin contar a los mexicanos. Daría va a la cabeza con 54 colaboraciones, y le siguen Del Casal y Chocano, con 19 cada uno, y Marti con 13".83 Los números últimos son indicativos, si se considera que de modernistas mexi canos de la primera generación como Salvador Díaz Mirón y Manuel José Othón se publican 7 y 11 colaboraciones, respectivamen te. A pesar de que Daría usaba ya la palabr a "modernismo" desde 1888 y de que en México empezaba a circular en 1892, hacia 1894 la denominación "decadentismo" es la utilizada para r efer ir se al nuevo movimiento. Pero el concept o "moderno" sir ve ya para resumir la conciencia de esa corriente plenament e definida para entonces. De esta maner a, la Revista Azul se converti rá en la revista del modernismo. Allí se reúnen sus ini ciador es (J osé Mart í, Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, J osé Asunción Silva), muert os ya en 1896, último año de la revista; su genio y principal an imador (Daría); los poetas mayores de México (Sierra, Díaz Mirón, Othón), modernistas ocasionales y excéntricos; su segunda generación mexicana (Luis G. Urbina, Amado Nervo, Francisco A. de lcaza, María Enriqueta), de la que participan, en una dirección específica, los decadentistas (Tablada, Dávalos, Urueta, Peón del Valle, Leduc, Olaguíbel); sus 96 -con obligada heterogeneidad- "seguidores" latinoamericanos y ' sus vastas y complejas raíces: los románticos, parnasianos y simbolistas franceses, con aquellos españoles -Campoamor, Núñez de Arce, Rueda- que aún, a los ojos de la época, daban vida a nuestra lengua. Así se entiende la voluntad secreta de la revista de "encauzar el movimiento intelectual de México por nuevos sender os" .
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José Luis Martí nez, op, cit., p. 82.
Forma y desarrollo de la publicación Los números semanales de la Revista Azul aparecieron del 6 de mayo de 1894 al 11 de octubre de 1896: casi dos años y medio enclavados en el cuarto (1892-1896) de los siete periodos presidenciales del general Porfirio Díaz. Suman 128, dos menos que los necesarios para completar el quinto de los tomos semestrales - 26 números cada uno, medio año- en que los dispusieron sus editores. Sus páginas aparecían con numeración consecutiva hasta el término de cada serie o tomo, cuyo último número, el 26, era acompañado por el índice de autor es correspondiente al volumen y por un forro - azul- para encuadernar lo. El tomo siguiente iniciaba otra numeración; el quinto, incompleto, quedó sin índice. De "16 páginas en folio a dos columnas" cada número, salvo el primero del tomo Il, número especial de 20 por la publicación de "El beato Calasans" de Justo Sierra, y los últimos de los cuatro primeros tomos , que incluyen los índices respectivos, la colección consta de 2061 páginas: Tomo I, 416 p. (6 may.-28 oct., 1894) ; Tomo Il, 424 p. (4 nov., 1894-28 abr., 1895); Tomo In, 419 p. (5 may.-27 Oct., 1895); Tomo IV, 418 p. (3 nov., 1895-26 abr., 1896); Tomo V, 384 p. (3 may.-11 oct., 1896). Aunque El Partido Liberal anunciaba una publicación "pulcra y elegantemente impresa", la R evista A zul, con su diseño limpio y modesto, no sería, por cierto, elegante, a juzgar por los criterios de elegancia de la época en materia de revistas literarias. Ya desde el primer número, Gut iér r ez Nájera, sin afectación, se ve en la necesidad de justificarla: " . . .si os fijáis sólo en la pobreza de esta R evista, de esta casa, t ened también en cuenta la cordialidad conque la ofrecemos"; y suspirando por no poder convertirla en un "mirador espléndido", se resigna a que sea un "balcón abierto" a la belleza sencilla. La promesa de enriquecerla con ilustraciones quedará sin cumplimiento. Sus editor es son sensibles a ese hueco cuando, hacia el f in de los primeros seis meses, avisan a sus lectores: " La R evista A zul se propone llevar a término algunas mejoras en su publicación; y entre ellas la introducción del fotograbado" (RA, l, 24, p. 379). Y lo introducen pero no lo establecen: entregan en esa ocasión una fotografía de Apolinar Castillo; poco después (RA, l , 26), un fotograbado que ilustra un fragmento del poema "Carmen" de Luis G. Urbina, y, al cumplirse el primer aniversar io de la muerte de Gutiérrez Nájera, una fotografía del maestro (RA, IV, 14, 2 feb ., 1895). Se trata de hoj as sueltas, independientes de la revista. E l único grabado que se imprimirá en una de sus páginas será el retrato de la actriz Fernanda Rusquella (RA, l, 25, p.
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400); la publicación seguirá anteponiendo la cordialidad al lujo y la ornamentación. Las frust r adas "mejoras" y la firmeza de Díaz Dufoo preservaron a la R evista Azul del cambio. Su diseño es siempre el mismo : páginas a dos columnas rematadas por cornisas de doble pleca -gruesa sobre fina, usadísima en los periódicos de entonces- y el rubro REvISTA AZUL al centro, con folio al margen exterior; var iedad tipográfica -tamaño, cuerpo, familia- en los títulos y subtítulos de los text os : rótulo o logotipo de portada, con sus características letras de trazo cóncavo; y el uso - luj o único-- de una bella familia de letras capitulares, parcamente empleada en comienzos de t extos en prosa. Los espacios son aprovechados al máximo : donde hoy preferimos los blancos que destacan la forma de la palabra y el poema, o una letra de mayor tamaño, se usó de gacetillas y textos de relleno. Esa tendencia, la ausencia de ilustraciones y el formato - "en f olio" , 32 cm. por 21.5 cm.acercan a la revista más al libr o que al periódico. Sus contrastes, sin embargo, son de rara modernidad : para una liter atur a poblada de lujo y sinuosidades, moldes r ect os, limpios, de sobriedad extrema. En su organización interna, la R evista Azul ofrece una r egularidad semejante. Abre con el artículo principal, generalmente a cargo de Gutiérrez Náj era ; continúa con una serie de dos o tres colaboraciones, el artículo de Díaz Dufoo, alguna sección móvil o event ual, otras colaboraciones, ent r e ellas la de Micr ós, y cierra con la sección "Azul Pálido" de Petit Bleu-Díaz Duf oo, todo ello rematado aquí y allá por gacetillas a pie de página. Sus editores buscarán mantener este esquema hasta el final, aun desp ués de la muerte de El Duque Job. Ello convierte a Gutiérrez Náj era, a Díaz Dufoo y a Angel de Campo en la columna ver tebral de la revista: los colaboradores fijos que proveen, en promedio, casi la mitad de su material literario. La historia del sitio de honor destinado a Gutiérrez Nájera resume en gran parte la evolución silenciosa de la Revista Azul. Durante los 40 números que se hicieron en vida suya, su presencia fue cont inua: cuentos, crónicas, ensayos y artículos publicados, casi siempre, en la página inicial. Sólo en uno (RA, Il, 1), deliberadamente, no publica: es el dedicado a Justo Sierra; dos más (RA, n, 11 y 13) prescindirán, en sus últimos momentos, de su firma, a causa de la enfermedad. Y sólo en tres ocasiones (RA, I, 13 y 25; n, 8) cede las primeras páginas a Díaz Dufoo, hasta que éste las asuma, en tres números consecuti vos (RA Il, 13, 14 y 15), para suplir, pr imero, al maestro enfermo, y para informar , después , sobre el curso de su mal y sobre su muer te. El número que
llora esa desgracia (RA, n, 15, 10 feb., 1895) lleva una gran cinta de luto sobre el nombre de la revista y otra al cabo de la última página. La revista se convierte, en los números sucesivos, en una larga homilía por el gran desaparecido. Díaz Dufoo no se atreve a ocupar su lugar; prefiere un proceder extraño: en él, mantiene vivo a Gutiérrez Nájera, volviendo a publicar -fiel en esto a los hábitos del maestro-- textos suyos escritos alrededor de 1890. En los siguientes 40 números, Gutiérrez Nájera es en no menos de 23 ocasiones el autor de portada; Díaz Dufoo, en apenas 7. El Duque Job es, hasta fines de 1895, el alma, sacralizada ya por la muerte, de la Revista Azul. 3 4 En 1896, pese al número que se le dedica en su aniversario luctuoso (RA, IV, 14), comienza el olvido: de enero a abril, exceptuado ese número de respeto, se publican sólo 5 de sus textos y de mayo a octubre apenas 1. En esos periodos, Díaz Dufoo y Micrós, en cambio, asaltan la primera plana: el primero en 11 y el segundo en 14 de las 41 entregas de ese año. Gutié rrez Ná jera fabricó tomo y medio de la revista pero ella fue su revista hasta el cuarto : Díaz Dufoo no sentía terminado su aprendizaj e, ni digno su nombre de figurar en lugar del de Gutiérrez Nájera. Cuando sienta llegada su madurez, el tiempo para un cambio será breve: no es suficiente siquiera para concluir el ya distinto tomo V. Si Gu tiérrez Nájera es el emblema, el padre amado pero oneroso como un dios, Díaz Dufoo es el artífice. Trabaj ó de tres modos: con su colaboración fija en calidad de miembro de la redacción; con una colaboración eventual firmada con el seudónimo de "Monaguillo" y con su columna fija "Azul pálido", de continuidad prodigiosa. Ocasión hubo en que publicó así tres colaboraciones en el mismo número. Ello explica que sumara, al término de la revista, la cifra más a lta de colaboraciones: 224, contra las 91 de Gutiérrez Náj era, las 84 de Angel de Campo y las 21 de Luis G. Urbina. La parte literar ia, en esa abundancia, es de complejidad previsible: ensayos y relatos donde sigue a Guti érrez Náj era pero va hallando sesgos personal es y perfecciones propias. De la columna "Azul páli do" , Díaz Alejo y Prado Velázquez han hecho una acertada descripción: Por lo general, la primera parte de "Azul pálido" correspondía a disertaciones sobre moral, filosofía, etcétera; la segunda comentaba las representaciones teatrales, los diversos espectáculos de la capital e infor34
Monterde, en su evocación de Guri érrez N á jera, dice : "En la minúscula historia de nuest ro periodismo, imprimió Guti érrez Nájera una huella personal; tan suya, que en las páginas de Revista Azul creeríamos ver sus impresiones digitales , como en el barro de una estatua".
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maba de las personalidades del mundo artíst ico. De cuando en cuando aparecía la reseña de algunas reuniones sociales o de las publicaciones que recibía la Redacción. Por las columnas de "Azul pálido" desfiló en considerable medida la vida cultural de México. En síntesis amena entregaba la información objetiva que podría ofrecer cualquier periódico, pero revestida y ornamentada con la nobleza de palabra y concepto sin perder cierto "sabor" a conversación amistosa. "Petit Bleu" era el encargado de recibir las revistas y los libros nuevos, hacer un comentario breve de ellos -si eran muy impor tant es lo haría en un artículo especial y lo firmaría Carlos Díaz Dufoo o Monaguillo--, estar al día sobre la llegada de las personalidades que visitaban al país y señalar sus merecimientos. Al comentar la carteler a teatral, se extendía en consideraciones críticas, sobr e el estilo de las obras y la escuela literaria a la que pertenecían, apla udía o censuraba a los actores, aconsejándolos cuando lo estimaba conveniente.e Unica sección fija de la revista -sólo dejó de aparecer, por diversas razones, en los números 1 y 5 del tomo II y 22, 23 Y 24 del tomo V-, "Azul pálido" apuntala su carácter periodístico . En sus otros sitios, la Revista A zul dejará constancia de su momento sólo a través de composiciones literarias de ocasión, en que se abordan temas ligados a la temporada o a la celebración de la semana o el mes, y de crónicas o ensayos sobre acontecimientos literarios de importancia. Con referencias continuas al ambiente teatral y musical de entonces, a la aparición de nuevos libr os, a temas de encendida actualidad, a costumbres y as untos sociales, "Azul pálido" será el sitio donde "se murmurará a la hora del té -a las cinco de la tarde- y después de esa hora, y al volver del teatro", como prometía El Duque J ob en el número inicial. Por lo demás, la R evista Azul será una publicación eminentemente liter aria. La colaboración de Angel de Campo t uvo también, desde el primer número, el carácter de una sección. Micrós entrega semanalmente un r elato, que apar ecerá en 13 ocasiones bajo la sección "Cartones", preludio de su libro de igual título, y tres veces en forma doble, la entrega nor mal más un "cart ón" . "Cartones" aparece hasta sept iembr e de 1895, momento en que la colaboración de Micrós gana en frecuencia --durante los cuatro meses previos a la muerte de Gutiérrez Nájera, por ejemplo, sólo había apar ecido dos veces- y gradualmente se convierte, con repetidas apariciones de primera 36
Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez, oo. cit., pp. 89-90.
página, hacia el tomo V sobr e to do, en la pr esencia fundamental de la revista, con la de Díaz Dufoo. Angel de Campo es un ejemplo de la pluralidad de la publicación. Si su prosa no es ajena al esplendor del modernismo, su prosaísmo, sus preocupaciones sociales y humanas - rasgo también de cierta parte de la obra de Gut iérrez Nájera-, le dan un lugar aparte. Había publicado en 1890 Ocios y apuntes y, en las páginas de El Na cional, su novela La Rumba. La Revista A zul celebra y anticipa la publicación de Cosas vistas y allí Micrós da a conocer sus Cartones . Nacido en 1868 y miembro de la generación de Luis González Obr egón, Luis G. Urbina, Victoriano Salado Alvarez, Balbino Dávalos y Federico Gamboa, a quienes conoció en la Escuela Nacional Preparatoria, periodista y discípulo de Altamirano, es otro de los escritores j óvenes de la revista y ejemplo de una de las vivas corrientes que se cruzan en ella . En ese momento ha encontrado ya su voz y es capaz de actuar el papel protagónico que las circunstancias le proponen. Como Micrós sus "Cartones", Luis G. Urbina publica sus "Caprichos", firmados unas cuantas veces con el seudónimo "Daniel Eyssette", y sus escasas colaboraciones sueltas, que no alcanzan a producir el hábito de buscarlas en los números sucesivos de la revista. "Caprichos", sin embargo, aparecerá aún en el tomo IV. Otras secciones eventuales, en cambio, quedaron en el primer o como meros intentos de da r a la publicación una forma regular y más variada: "Album de viaje" (de Manuel Flores), "Notas de arte", "Impresiones y sensaciones" y "Cuentos escogidos". Mejor suerte hallarán las secciones "Páginas nuevas" y "Páginas olvidadas", publ icadas ocasionalmente, y casi nunca juntas, a partir de febrero de 1895. Durarán hasta el fin de la revista y en ellas dialogarán el descubrimiento de la actualidad novedosa y el del pasado ya olvidado. La sección "Páginas n uevas", en la Revista Moderna, recordará, años más tarde, esa avidez periodística. Hacia el final, la Revista Azul intentará otras secciones, dentro de su flexible patrón: "Marginalia", "Notas de viaje", "Páginas de arte". Así no hubo, casi, género literario vivo que le fuera ajeno; publicó poemas, cuentos, poemas en prosa, traducciones, citas y extractos, ensayos, crónicas, notas de viaje, crítica literaria y fragmentos de novelas, obras dramáticas y diarios. Sus datos de clasificación -tomo, fecha y número de entrega : - aparecieron en un cintillo bajo el título; su pie de imprenta -dirección, periodicidad, precio-, al final de la página 16, cuando el espacio lo permitió. Detalle que hace pensar a sus estudiosos que se tiraba dos veces, es la presencia bajo el título del lema "El Domingo de 'El Partido Liberal' ", "mismo que no
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figura en idénticos números de otras colecciones". Ciertamente, agotado el primer número, los editores anuncian a sus lectores su próxima reimpr esión ; tal vez el lema sirvió para disting uir una impresión de otra. El único anuncio fi j o que aceptan es el de "La Mutua", compañía de seguros de vida, publicado a partir de septiembre de 1895 en la última página; en los forros de algunos tomos, imprimirán la publicidad de los libros de Micrós y Federico Gamboa. Sus mayores cont r ibuciones a la histo ria universal de las erratas serán la pérdida de la numeración correcta en el número 14 --que aparece como 15- del tomo 1 y el " Ambr íen00" del t ítulo del cuento de Micrós de junio de 1895 (RA, V, 15).
de su alma; y había inapreciables tesoros en ella!. .. Aquí, en este Partido, bien par tido, el inmortal autor de Odas Breves y de Tristissima N OX , dio los frutos maduros de su talento. Aquí agotó su vida, en defensa de sus ideas políticas; y aquí afirmó su envidiable reputac íón.w La Re vista A zul era uno de esos "frutos maduros" del talento de Gutiérrez Nájera, debi damente envuelto en este rápido epílogo. Epílogo que lo es no sólo de tales empresas sino de una época del periodismo mexicano. El Imparcial inauguraba una nueva, señalada por los cambios introducidos por la prensa industrializada: La influencia del maqumismo cambió por completo las ideas existentes sobre la función de la prensa y la tarea propia del periodista. La máquina abarata los periódicos, duplica o multiplica las tiradas, aumenta las ganancias del editor y los sueldos de los periodistas, favoreciendo su especialización en determinados aspectos relativos al oficio y la transformación de éste en una verdadera profesión.s"
Fin y segunda época Cerca del cierre de su tomo V, a fin es de septiembr e y princip ios de octubre de 1896, la Revista A zul manifiesta síntomas de su fin. Hacia el número 20 de ese tomo, languidece con rapidez: "Azul pálido", piedr a de toque de su forma y símbolo de su permanencia, dej a de aparecer en el númer o 22, con lo que Díaz Dufoo, alma de la r evista que se había comenzado a disolver semanas ant es, se despide de sus lectores. En las últimas entr egas - 23 y 24- tampoco figura Micrós; el vacío es completo. Parecieran números hechos para alcanzar una fecha, no para dialogar con los lectores: la Revista A zul se convierte, esos días, en un buque evacuado. Sin una despedida oficial, sus lectores entenderán ese abandono cuatro días des pués de su últi ma aparición (11 de octubre de 1896) , cuando El Partido Liberal, su t utor y soporte, desapar ezca resignadamente. El gobierno de Porfirio Díaz había decidido, como explica El Partido Liberal de ese jueves 15 de octubre, crear un "dia r io grande, interesante, rompiendo los antiguos moldes de la prensa ministerial":. es decir , retirando las subvenciones de las decenas de periódicos que defendían su política para concent r ar las en una sola y poderosa voz llamada, no sin paradoja, E l Imparcial (18961914). Significativo es que El Partido Liberal, en su último númer o, rinda el t ributo del recuerdo a Manuel Gutiérrez Ná j er a, por intermedio de la pluma de Martín Pescador (seudónimo de José Anacleto Castillón ) . Al morir E l Partido Liberal, juzgo debido consagrar un recuerdo a dos compañeros, ya idos del mal llamado banquete de la vida: Manuel Gutiérrez Ná jera y Ricardo Domínguez. Ambos dieron a esta publicación lo mej 01'
Concebido como la edición de la mañana de El Mun do. S emanario ilus trado (1894-1899) y El Mundo (1896-1906), empresas del iniciador de esa nueva concepción, Rafael Reyes Spíndola, El Imparcial alcanzó al poco tiempo de creado tirajes de treinta mil ejemplares vendidos a centavo. De los periódicos cuya desaparición ocasionó, absorbió lo mismo sus presupuestos que sus escritores, antes de que la escisión per iodismo-liter at ur a se procure. Los sobrevivientes de la Revista A zul , tarde o temprano, hallan acomodo en él. Carlos Díaz Dufoo el primer o, como su director, en febrero de 1897, cuando la empresa que edita el diario juzga oportuno for talecerlo y darle autonomía; Angel de Campo, cuando publica en él de 1900 a 1908, sin interrupción, sus "Semanas Alegres"; Luis G. Urbina, como editorialista en 1911 y 1912. Así persisten, en la publicación que le dio fin , las voces de la Revista Azul. Díaz Dufoo introduce en ella, incluso, "Los Lunes Literarios" , sección que recordará a la revista de su maestro y donde aparecerán de nuevo textos suyos. Prolongación de otra índole la constituye la segunda época de la R evista A zul perpetrada en 1907 por Manuel Caballero, "el infatigable, el nunca vencido, el ent us iast a lar ever", según definición de Díaz Dufoo de 1895 (RA, IV , 9, p. 144) , dir igida a encomiar su A lmanaque 36 37
El Partido Lib eral, México (15 oct. , 18%) : 1.
María del Carmen Ruiz Castañeda, op. cit., p . 15.
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Mexicano de Arte y Letras. Escaso colaborador de la Revista Azul -sólo publicó un par de poemas: " Lied" y "Mi venganza"-, Manuel Caballero (1849-1926) , poeta romántico, periodista y fundador de periódicos diversos, obtuvo de Carlos Díaz Dufoo, a principios de 1907 autorización para continuar su publicación: "...veré con gusto que la Revista A zul continúe en sus manos la gloriosa t radición que tan alto puso su fundador",38 le dice en carta incluida en el prospecto. Pero Díaz Dufoo, a pesar de la invocación al numen de Gutiérrez Nájera en que se deshace la revista, no ver á la continuación de t radición alguna. Al contrario : esta Revista Azul nace con el propósit o de combatir a l modernismo, ese cruce de caminos que escenificó la publicación de Gutiérrez Nájera. De "24 páginas ; 16 de texto y 8 de forros", la revista de Caballer o oste nta en sus anuncios : "Nuestro programa: j Guerra al decadent ismo ! Restauremos el arte limpio, sano y f uerte" . Para cumplir su primer a parte, contiene la sección "Natas de combate" ; para realizar la segunda, incluye "Modelos de poesía clásica, antiguos y modernos". Consta asimismo de "Bocet os de crítica literaria", "Notas bibliográficas", "Música y drama" (crónicas teatrales), "Cartas color de cielo" (correspondencia para las damas, homólogo deliberado de "Azul pálido" ) y "Mat eriales diver sos". E n su primer número (7 de a bril, 1901) , r ecoge inter esantes opiniones acerca de su reaparición : "E l f in que se propone es noble y patriótico " (Gral. Porfirio Díaz) ; "Bien venido todo lo que signifique Art e y Progreso. Y en ese periódico azul palpitará el Arte. Víctor Hugo lo dij o : L' Art c'est l'azur" (Gr al. Bernardo Reyes ) ; "Simpatizo con las nobles ideas literarias que lo impulsan" (J osé López Portillo y Rojas ); "Con Revista Azul ganará mucho nuest r a lit er atur a, tan necesitada de regeneración" (Luis G. Rubín) . Durante su breve vida,39 la publicación' de Caballero casi no hizo ot ra cosa que injuriar al modernismo. Lo acusó de enfermizo, malsano, delirante, afectado, con un lenguaje no menos afectado y delirante. Si Gutiérrez Nájera había cultivado la t r adición de la tolerancia y acogido en su revista a los decadentistas, que hacen de la Revista Moderna la genuina cont inua ción de la Revista Azul, las herramientas de Caballero son el tribunal y la picota, el dogma y la exclusión de esa literatura. Su Revista Azul, preceptiva y moralista , se er ige en ad versario de la Revista Moderna. Pertenece a la historia de nuest r as polémicas, no a la de n uestras 8S
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Revista Azul (segunda época). México ( mar.. 1907): 3. Constó apenas de un prospecto y de seis números; el último apareció el 12 de mayo de 1907 .
corrientes literarias. El ensayo de Atenodoro Monroy publicado en sus números, "Valor estético de las obras de la escuela decadentista" , publicado ya en el libro qu e reúne los t r abajos que concursaron en los Juegos Florales de Puebla de 1902, r epresenta su ún ico f undamento crítico inter esante: sin duda una valiosa aportación a la discusión sobre los conceptos del modernismo y el decadentismo. Si en su primer número Caballero se ufan a ba de los plácemes recibidos por la r eaparición de la R evista Azul, en el segundo se ve f orzado a librar, en sus " Notas de combate", un encuentro pírrico, según se verá después . Publica y discute una "Protesta literaria", firmada, ent r e otros jóvenes, por Ricardo Gómez Robelo, Alfonso Cravioto, Jesús Acevedo, Rafael López, P edr o y Max Henríquez Ureña, José de J. Núñez y Domí nguez, Carlos González Peña y Alfonso Reyes , de opinión distinta de la de su padre. El grupo comprendió de inmediato las in consecuencias de Caballero : protest amos porque el Duque Job fue justamen te el primer revolucionario en arte, entre nosotros, el quebrantador del yugo pseud oclásico, el fundador de un arte más amplio; y el anciano r eportero pretende hacer todo lo contrario, esto es, momificar nuestra literatura, lo que equivale a hacer retrogradar la tarea de Gutiérrez N ájera, y lo que es peor, a insultarlo y calumniarlo dentro de su pro pia casa, atrib uyéndole ideas que jamás tuvo... 40 A raíz de este manifiesto -testimonio lúcido del rel evo de gener aciones al cambio de sigl o : los modernistas vistos por los ateneístas en ciernes-, la publicación de Caballero se convier te en una palestra. Dos semanas más tarde, publica una "Contra-Protesta" fi rmada en Aguascalientes, entre otros, por En rique Fernández Led esma, Eduardo J. Correa y un Ramón López Ve larde de dieciocho años: Ha llegado a nuestro conocimiento la manifestación ruda y de todo punto injustificada con que algunos escr itores modernistas han pretendido atacar el viril programa de R evista A zul. Por estar dicho programa enteramente de acuerdo con nuestras conv icciones artísticas y por ser R evista A zul el órgano defensor de los f uer os del purismo castellano a la vez que el f ust igador del mod ernismo, creemos un deber hacer constar nuestro fervor por la nobilísima causa que alienta el r ef erido programa, a la vez que protestar enérgicamente cont ra la punible manifesta40
Revista A zul (segunda época) . México ( 14 abr., 190 7 ) : 2.
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ción a que aludimos. La vieja bandera tiene sus adeptos. j Viva esa bandera !41 Arte revolucionario o purismo castellano, libertades de una poesía nueva o mode los clásicos del "buen gusto": posiciones encontradas desde las que se afirma una veneración común de las nuevas generaciones hacia la obra de Gutiérrez Nájera. La primera R evista Azul era ya para ellas un objeto del pasado, una reliquia. Imposible devolverla a la vida. Su segunda época no obedecía a la época literaria. Los nuevos escritores, aún bajo el signo del modernismo, construían ya su siglo. El epíteto con que Jesús Urueta, en acto públ íeo.ss fulmina a Manuel Caballero - "saqueador de sarcófagos"- cifra su reverencia, su respeto y su mirada hacia el futuro. JORGE VON ZIEGLER
BIBL JO G RAFJ A Anónimo. "La 'Revista Azul''' , Sección "Letras" , en Tiempo (Méxi co) , 2 de julio, 1962, p. 67. Carter, Boyd G. Las revistas literarias de Hispanoamérica. Breve historia y contenido. México, Ediciones De Andrea (Colección Studi um 24), 1959. -Historia de la literatura hispomoam ericoma a traoés de sus reuietas. México, Edi ciones De Andrea (Tomo V de Historia Iit ercria. de Hispanoamérica), 1968. -"La Revista Azul. La resurrección fallida: Revista Azul de Manuel Caballero", en Las revistas literarias de México, México, Depto. de Literatura , JNBA, 1963, pp. 47-80. Díaz Alejo, Ana E lena y Prado Velázquez, E rnesto. Indice de la " Revista Azul" (18.941896) Y Estudio preliminar elabor ados
uu..
(28 abr ., 190 7): 50. 42 Ana Elena D íaz Alejo y Ernesro Prado Velázquez, op. cit., p. 25, sobre la "Protesta literaria" publicada en la revista de Caballero, informan : "Publicada la protesta, el grupo desfiló en airada manifesración callejera, desde la plaza de Sanro Domingo hacia la Alameda Central, en cuyo qu iosco pronunciaron candentes discursos. Tomaron la palabra, en prosa y en verso, Rafael López, Max Henríquez Ureña, Ricardo Gómez Robelo y Roberto Argüelles Bringas. Por la noche, en el Teatro Arbeu, se efectuó una velada en la que Jesús Urueta llamó a Manuel Caballero "saqueador de sarcófagos". 41
por... México, Centro de Estudios Literarios, UNAM, 1968. Díaz Alejo, Ana Elena. La prosa en la "Revista A zul" (1894-1896). Tes is pr ofe sional, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1965. Fierro González, Margarita. R evistas literarias en que se inicia el modernismo. Tesis de Maestría en Letras. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1951. González Guerrero, Francisco. "Revista Azul", en Rumbos Nuevos, 3a. época núm. 3, Culiacán, Sin., 29 ene., 1960, pp. 10-11. - "Cincuentenar io de una rebelión literaria", en Metáfo ra, núm. 13, México, mar.-abr., 1957, pp. 3-10. Martínez P eñaloza, Porfirio. "Para la estética de la R evi sta A zul", en "México en la cultura", Supl, núm. 513 de N ovedades, 11 ene., 1959, p. 3. - "La Revista A zul. Notas para la interpretación de un color " , en Trioium, T. J, núms. 9 y 10, Monterrey, jul.-ago., 1949, pp . 13-44. Núñez y Domínguez, Roberto. "Cómo se f undó la R evista. A zul" (Entrevista con Carlos Díaz Dufoo), R evista de Revistas, 30 ago., 1936. Oberhelman, Harley Dean. A Study 01 th e " Revista A zul". Tesis doctoral. Laurence Kansas, The Uni versity of Kansas, 1958 . - "Man uel Gutiérrez Nájera. His 'Crónicas' in the 'Revista Azul' " , en Hispania, XLIII (mar. , 1960), pp. 49-55. Prado Velázquez, Ernesto. La poesía en la "Revista A zul" (1894-] 896) . Tesis profesional, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1965. Wilkinson, Mildred O. A Study 01 th e Uses of th e Color 'Blue' in the "Revista Azul". Tesis de M. A. Carbondale, II1inois, USA, Southern II1inois University, 1965.
1'0:\10 I.
MÉXICO,
6
DE MAYO DE
r894.
N UM . 1.
AL PIE DE LA ESCALE RA ~~¡;:;~~N un volante azul qu e me envia el
regen te de la i111 prcnta leo estas palabras esc ritas con lápi z:f a/la rl prr~Rn7JJla. Calle! Es verdad. N i . . . 1111 al lllgo 111 yo pe nsamos nunca e n el program a. E n los gobie rnos parlam entarios, cada minist erio en tra n te presen ta su progra ma. E s de ri gor ! Y cada 11110 de esos progra mas, se pa re ce á mu ch os otros au te rio res... qu e jamfÍ s cu m pl iero n los gob iernos; porque la subs ta ncia, el alma de tales documentos es una alma en pena que su fre su purgator io en este inund o, pasa ndo de m ini st eri o á ministerio, y que ve sie m pre lej os...... mu y distante, el cielo en que se real izan las promesas. ¿Qué hay de com ú n entre los programas y nosotros? ¿Tene m os acaso ties ura y traz ~ de ministros? ¿Un progr:tma......? Yo no h e ten ido nunca programa! ¿U n prog ra ma...... ? i Eso no se cu m pl e jam ás! So mos, Carlos y yo, íntimos amigos incurables en am orados de 10 bello. Sentimos am bos la dicha de vivir po rque tenemos casa, y en la casa b uenos seres que amamos y buenos libros que leemos. N os parece divinamente hermosa la naturaleza, y si no la llamamos madre es porque nos -1. a el corazón que ese nombre almo solo es de la divinamente san ta. El arte es nuestro Príncipe y Señor, po rque el arte descifra y lee en voz alta el poem a vivifican te de la tierra y la harmonía de l movimiento en el espacio. La di. é
cha de vivir, la que conlleva el trabajo y la pena, es la que nos dice sonr iend o, en días serenos: -mostradme, bella com o soy, á los que no me aman porque no m e con ocen , á los que m e conocerán y me amarán "CItando, por fu erz a, me despida de ellos! y pam obedecer ese mandato galan teamos la fras e, repujamos el estilo, quisiéra mo s, como diestros batihojas, con vertir el m etal sonoro de la lengua, en tréboles v ibran tes y en sutiles hojuelas lanceoladas. Para la «l oca de la casa» no teníamos casa y por eso fund amos esta REV ISTA . Azu l...... ! ¿Y por qué azul? Porqu e en 10 azu l hay sol, porque en 10 azul hay alas, porq ue en 10 azul hay nubes y porque vuelan á 10 azul las espera nzas en bandadas. E l azul no es s6lo un color : es un mi steri o...... -una virginidad intacta. Y bajo el azul impasible, como la bell eza antigua, brinca del tallo la flor, abriendo ávi da los labios; brota el verso, como de cuerno de oro el toque de diana; y corre la prosa, á m odo de ancho rí o, ll evando cisnes y barcas de en amorados, qne s610 para alejarse de la orilla se aco rdaro n u n breve instante de los remos. Azul es la toldilla. de nuestra g óndola, am igos nuestros, Para vosotros los gallardos, los magnificos, son los cojines de raso, los tab uretes delicadamente labrados, la viola anjevina y las dalmáticas de púrpura. E s opulent a, es pródiga, la Dogar esse señora de la g6ndola, la «loca de la easa,» Puede decir y dice á la generaci ón literaria sana¡ fresca, j oven y valiente:
r R EVISTA AZUL
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D ites, la j eune bell e O ñ vou lez-vous all er? La voile ouvre son aile, La brise va souffier ! L'aviron est cl'ivoire, Le pavil lon de moire, L e gouvernail d'or fin; J'ai pour lest u n e ora nge, P our voil e une aile d 'ang e, P our mou sse un sérafi n. S i no creeis á esa piadosa embus te ra que h ernrosea la vida y q ue inventa los colores; si os fijais sólo en la pobreza de esta ReviSta , de- esta casa, ten ed también en cuenta la cordialidad conque la ofrecemos. Quisiéramos que fuese un mi rador esplé ndido desde el q ue se v iera "bajo el pabellón cl aro del cielo veneciano el reluciente azul de los mares Adriá ticos.» P ero es nada más un balcón abierto des de el que se divisa la copa de un árbol, el vu elo de la golo ndri na, los az ulejos de la cúp ula, la fl echa de la torre . .. un g irón de cielo! N uestro p rog rama se reduce á no tener ning uno . No h oy como ayer y m añana como h oy... y sie mp re igual... Hoy, como h oy; mañana de otro m odo; y siempre de m anera difere n te . S i está la m añana a legre y desperta mos de mañana, iremos de caza mi co mpañero y yo, en busca de esas aves qu e ca n tan lindam ente y que suelen sol tar n uestros a migos los p oetas en el campo.
Si llueve, leeremos, oyendo ll over, los libros que huelen á pape l húmedo; los que el correo nos t rae de Eu ropa y de casa se ll evan los amig os. y la Revista de ojos y t raj e az u les ch arlará de aquellos, y leerá en alta voz los trozos que la agraden. N os proponemos n o ll eg ar j am ás á casa, á esta casa que es v uestra, co n las m an os vacias: traere mos ya la n ovel a, ya la p oesía, ya la acuarela, ya el g rabado, ya el wals p ara la sefiara, ya el j ug uete para el n iño. ¿Y se murmurará en este retrete?-pregun ta p or ahí una rubia. ¡Ay, sí, cnriosa se ñor ita ! No es perfecta la humani dad! N o p odemos cerrar la puerta de ca sa á amigos mu y queridos, que murmuran, hablan á ve ces mal del prójimo y h asta revelan-s-jsin dañar á nadie, por sup uesto!- deliciosos secretos de m ujer. Sí ; se m urrn nrar á á la h ora del té - á las cin co de la tarde-y después de esa hora, y al volver del tea tro. [Oh . .. no es p erfecta la naturaleza hum ana ! Pero á esta casa n o ll egarán los en vidiosos, los 1I1a l ed ucados, los qu e al pi sar alfombras las en loda n, los que n o sa be n co nversar con una dama. P ara qu e no en tre esa gentuz a y pa ra recibir á los amables invitados estoy de g uardia a l p ie de la esca lera. N o es de mármol , pero, su bid . Hay flores en el corredor y alegría de buen tono en los sa lones.
El Duq ue Job.
QUINCE AÑOS DE CLOW N A !lfr. Orrfn,
O tardarán en cumplirse los qu ince años de l día-mejor, de la noche-en que R icardo Bell se presentó p or vez primera al público de México: por aquel entonces la trol/pe de Mr. Orrin semejaba más á aquella descolorida comparsa de 'Tomaso Bescapé, melan cólicam ente trazada por Edm undo de Goncourt, que al brillante séquito del Circo Molier, iluminado ágiomo por la elegante
fra se co m p li ca da de F elician o Ch ampsaur, en una de sus encan ta do ras narraciones. E n to n ces el Circo era p oco m ás que una barraca y h oyes algo más que un teatro--dígalo si no la intelig ente cubanita Luisa Martinez Casado;-el ciozou , ca n tado ya por T eod oro de Banville, (Pob'c1n'netle et clow1t,j'ai su, qU'01l s'e» sotruienne-foindre l' hU1nou r allg1ais la verve itaHe1l11e) no había roto aún el tosco perfil del bufón de la E dad Media: era aquel buen, tradicional payaso lento en sus movimientos, de an-
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dar torpe, desgarbado, recio y fornido , Hércules enharinado, con traspiés de beodo, enredado en figura de cotillón; de éstos una buena puñada había atravesado las pútas de nuestros barracones; de Inglaterra nos venía la mayor parte de ellos, y es que Inglaterra- ha dicho el autor de L es.freres Z emga1t1lo-ha ideado asociar el inge nio á la materialidad de l ejercicio de fuerza, la g im nasia se ha transformado en pa ntomima: siniestra se ha vuelto allí la gracia del payaso, y la caricatura se trueca en fantástica pesadilla. Ah ! es que el humor se p adece cada vez con mayor tristeza; es que desde Deburau,-el ilustre, el apologiado- por T eófilo Gautier, el amigo de J ulio J anin y de Carlos N odier, el eternamente triste,- h as ta aqu el l\Iazurier,-de quien dice un biógrafo que en YocÁ'o, hací a reír con sus m uecas y ll ora r con su muerte-c-Mazurier, rival de Tal ma y de la Mars-s- todos han podido repe tir la frase sa cra me ntal de los payasos ing leses: Hcrc toe are gain-a/l o.f a ltimj!-.lí07o are you? Bell ha hecho for tuna porque es un bu en reidor, porque detrás de aqu ella máscara blanca no se descubre la sombra de esa punzadora enfermedad que res ulta, según la expresión de Bourgc t, de "la desproporción entre la realidad y el dcsco;» porque en su ca rcajada franca no hay nad a del amargo dejo de ese empo nzoñado licor todos, hasta el p ay aso, qu e apuram os todos, porq ue el veneno ¡ay! se ha infiltrado, más que entre ni ngu nos otros, entre los que ríen; porq ue de la risa de Bell pod ría decirse lo qu e de la risa de Shakespeare ha di cho Carl yle: es un a oleada alegre que nos refresca el corazón.-He aquí todo el secreto. Bell ha tomado la divisa de desempeñar aleg rem ente su oficio, ya re come ndada por Mirabeau, y se le da un ardite 10 que haya escrito Marco A ure1io en sus Pensamientos ólo que Bakounine haya consignado en sus Cartas á los oficiales rusos. Él acepta el mundo tal como es, ni pretende corregirlo siquiera: la humanidad no es tan m ala como opinan algunos misántropos, pero siem pre conviene que haya Código Penal; el hombre solo, ensalzado por Roussea u, no le causa g ra n adm iración: las masas su elen ser dominadas por un sentimiento, como dice Mr, Taine, pero es más facil dominarlas por una carcajada ; la dicha, la desgracia, abstracciones
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que viven dentro de nosotros mismos, PU1ltos de uista, nada más; al través de todas las tristezas de la humanidad se descubre un pun to luminoso, como en esos días lluvi osos de Primavera hay un espacio azul ; y allá, mu ch o más all á, ¿cómo ha de faltar un rinconcito de ciel o para el que ha llenado alegremente su tarea? ¿No equivale todo ésto á un siste ma completo de filosofía? ¡Quince años! En est e espacio de tiem po ¡cuántas eminenc ias han pasad o de prisa y corriendo al lado de Bell, mientras el do zou, firme en su puesto, ha ido, noche á noche, 1uch ando á brazo partido contra este g ra n inconstan te que se llama el público! ¡Quince años! Sab cis qu e n inguna de esas emine ncias hubiera resisti do á esta ten az, persistente batalla? Nosotros que :1 la seg unda temporada en que nos sirve Sieni un m ismo tenor, ya comenzamos á mu rm urar contra el impresano, y cada vez que Coqu elin ha repetido una pieza , no hem os acudido :1 la cita, hemos mimado, conse ntido, glorificado á este hom bre, y cuando anuncia tres ben efi cios, aun nos parece poco, y pedimos siempre : más! má s' Sí, más, más; es decir, otros quinc e añ os más! y siempre victo rioso, siempre ale rta, siemp re en lo alto, fl otante al viento el amplio pantal ón de abi garrad os colores, la chaq uet illa de bordados fantásticos, el go rro puntiagudo , la boca prolongada en cuadro, de orej a á oreja, la nari z avanza ndo al aire por atrevido pi ucelaz o, los g randes lagrimones negros, los ojos encapotados bajo enorme aglome rac ión de cejas, el semblante de muda interrogación cómi ca, de curiosidad maliciosa, una personalidad .de arte que se ha paseado triunfadora de uno á otro extremo de la República y á quien debemos las risas más frescas que se han asomado á nuestro corazón, en el que resuenan, como puñado de monedas de oro arrojado en vaso de cristal de Bohemia, las risas de nuestros hijos, las más amadas, las más suaves, las más refrescantes, las más ansiadas. ¿C6mo quereis que no tengamos gratitud á este hombre? Gracias, señor Bell, muchas gracias! Un niño que piensa en 13e11 es casi un angel qu e sueña en el cielo, Para estos pequeños amados seres Bell es sinónimo de Bondad, de perfecci ón absoluta. Bell debe poderlo todo: h ay bebé que lo mezcla en sus oraciones. Una niña
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dice á su hermanito: no seas malo, porque te castiga Bell . Y los padres: si eres bueno, te llevaré a ver á Bcl l, Bell ¿ha hecho el mundo? Mi hijo 10 cree firmem ente. Yo creo que si no 10 ha hecho, no se opuso. N ad ie le pidi6 su opini6n; de hab érsela pedido, vota por la afirmativa, estoy seguro. El mundo [vaya! y los demás planetas, y el sol, y las estrellas, y en cada una de estas 1ucesitas que nos miran, un circo con grandes cartelones en la puerta: "Esta noche, Pantom ima rlau át ica ,» muchas luces, coches, niños que ríen y un ¡Y istcr Bcll en cada una de estas habitaciones celestes! P orque si allí arriba, muy arriba, no hubiera un Afister Bell, la creaci6n no sería completa. Y Di os ha h echo bi en las cosas, porque él es bueno y Bel l...... tam bién. Figúrense ustedes, después de esto, ¿si tendrá razón el clown de Mr, Orrin para importársele un ardite de Bakounine y de Marco A urelio y de to dos los mu ch os sabios que en el mundo han sido? Pero ¿y el Arte?-Un mo mento, caball eros: Yo no me explico á esos .buenos seño res que creen firmeme nte que cada vez que se h abla de Arte, h ay qu e ponerse serio. Estos rígidos son-capaces de cerrar las puertas á tod o 10 qu e no sea m árm ol de Pharos y por amor á Wagner arrojarían á Offembach del reino de los cielos.-El Arte, se ñores míos, se roza con los de arriba y se co-
dca con los de abajo. ¿Cuál de estas dos poesías bucólicas es mej or: la Charoglle de Baude laire 6 el Idilio del Padre Pagaza? p reguntaba Urue ta á Tablada, no hace m uc ho. Pues...... el Arte se queda con las dos. ¿Por qué? Porque en materia de Arte, yo no conozco más géneros que dos: el bueno y el mal o. Queda el regular. Peor que el mal o, creánlo ustedes. Después de la Loca de la Casa, de P érez Galdós, se puede asistir á la Pantontima acu áttca, y yo he visto á la ]ane Hading aplaudir con con vicci6n á Bell. E d m undo de Go nco urt, á qui en arriba cité, se com pl ace en dar p úblicamente las gracias á V ictor F rancon i, á Leó n Sari y á los H erman os Hanlorr-Lees, "quienes- escri be el maestro, en la portada de su s Frércs Zf' IIIKa1t110- aparte de su destreza g imnástica, son capaces de raciocina r acerca de su I profesi ón com o sabios y com o artistas.s-s-Hostia es el Arte que pasa de ma no en mano entre los elegidos.
* ** R icardo BelI ti ene todavía un méri to: todos los a ños deposita un hij o en el m und o. ¡Ah ! y los am a entrañable mente. ¡Figúrense ustedes si tendrá el hombre motivos sufi cientes para mi adm ira ción!
C,f,rl os D íaz Dllroo.
TARDES OPACAS uÉ repentina la desaparición. Momentos antes, el sol reía sobre la vieja pared de enfren te, en cuya cornisa de sillares desportillados , las ramas secas y colgantes de una parásita se proyectaban en ,.J oblicuo, fi rmes y negras, fingien"}E;J do la sombra de una mano diabólica. La luz am arilla loqueaba en el muro ruinoso, encend iendo á rojo de fragua, los ladrillos descubiertos, pla tean do las piedras ensal itradas, incrustando polvo de diamantes en las cuartea-
duras, y prendiendo agujetas de oro en la cabeza leo nada y soñoli en ta de un gato que dormía en el mu ñó n de ca ntera ennegrecida de una canal sin tubo. Y de pronto, con una rapidez de pensam iento, con la violencia con qu e la varita de una hada toca el aire para que desaparezca. el encanto, se apagaron las fan tasmagorías kaleidoscópicas, y el m uro se p intó de g ris plom izo -un lienzo casi incoloro, en el cual los agujeros y descarnad uras, parecían manchas de tinta de china alumbradas por palideces de luna. La parásita, sin reli eve, se dibujó en la pared como
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una g rieta de la ru ina, y la silueta de la cornisa, picoteada en zig-zags, como línea tratada por una mano temblona, se recort6 en un cie lo obscuro, un cielo de polvo, plano y sin accidentes, un cielo de paisaje fotográfico. E ntonces abrí la ventana para contemplar mejor aquella metam6rfosis. Arriba, entre la inmovilidad cenicienta y compacta del espacio, tras una desgarradura violenta hecha por el viento, tras un boquete de bordes caprichosos, inmaculadamente blancos, con fragilidades de nieve, brillaba una placa de azul de prusia, fuerte y limpia, que arrojaba una gran ráfaga de claridad dé bil y fría, ala inmensa de luz que se quebraba en los negros acantilados de las nubes. ¡Qué qu ietas esta ban las inconstantes, las que corretean por el aire y se burlan de la forma; los m6nstruos marinos, los pájaros gigantescos, las islas mi lagrosas, las cabezas de gi gantes airados, las catedrales g6ticas, los castillos ruinosos, los rebaños fugit ivos ! Atraves6 el horizonte un hilo de aves negras, )', chillando, comenzó á describir, en el seno de un nubarr6n círculos vertiginosos com o los de los juegos pirotécnicos. La caricia del aire era fresca y olía á tierra húmeda. y á 10 lejos, sobre el borrado cono de las monta ñas un re lá mpago mudo ra yó el ónix del horizonte. Cayó en mi mano una gota, suavemente, sin ruido, como, como si hubiese bajado con lenti-
tud, como si fuese una lágrima de las que se deslizan de las mejillas de una virgen hasta los labios de un enamorado, Después cayeron otras, también poco á poco, anunciando la primera lluvia primaveral, la que abre el corselete de las rosas, engalana el pomp6n de los claveles, y enhebra su chaquira de cristal en la glauca pica de las hierbas del llano. Re aquí por fin á las bien amadas, á las tardes tristes, opacas ), pluviosas, á las que oc últan el sol, el ardoroso sol que nos fatiga, y del que están cansadas las selvas americanas; las que nos traen la melancolía de las baladas; las que ponen nieblas y gasas á nuestros pensamientos para que reluzcan á través,como á través de las transparencias de los chales brillan los collares de las odaliscas. Nosotros no decimos como el pobre noruego enfermo, como el trágico Osvaldo de Ibsen, mirando el sombrío ciclo de su patria: madre, dame el Sol! Al contrario, á estas tardes maravillosamente obscuras y que nos hacen pensar en cosas vagas y lejanas, en solitarios bancos de piedra, en mujeres hechas de luna, en recuerdos nostálgicos, en amores imposibles, á estas tardes así, opacas y silenciosas, les pedimos que nos den bruma, una poca de bruma, para acurrucar en ella nuestros sueños!
DEL " F L O R I L E G I O"
~l.. U G U RAL
Luis G. U,·"in a .
Finge el manto del R ey el de un Zoroastro Que áurea pléyad e astral de lu z salpica y deja en la tinieb la de la ri ca Estancia negra luminoso rastro.
Cruzó mi pensamien to las soledad es Del país de mis sueños, perdido edén Donde fueron quimeras las realidades y las quimeras fueron ve rdad también .
En la real puerta que el blas6n indica Surge con palideces de alabastro La reina, y finge irradiaciones de astro El nevado plum ón que .la abanica.
y lleg6 á las perpetuas serenidades Que el Yo interno satura, buscando quien Disipara sus tristes perplejidades, Punzadores taladros para la sién.
L uego el S01 como el Rey en la escarlata Crepuscular se esconde sepultado. y la luna que en la onda se retrata,
¡Oh relámpag-o vivo'! con qué vioíencia Alumbraste el abismo de la conciencia Con tu lu z pasajera, blanca y sutil!
Blanca R eina, en el cielo ya enlutado, De su abanico de cristal y plata Despliega el varillaje nacarado.
Sé que supe el misteri o de los misterios ..... . Alma mía, no temas los cautiverios; Alma errante 6 esclava: ¡ví tu perfil!
José Juan Tablada.
Balbino Dával o s.
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DEL CABALLETE A Luis G. Urbína.
1 INDOLENTE. tarde. El remanso oculto por un cortinaje de espesas frondas. Bulle el ag ua en remolinos de cristal agitando las arenas de oro, y osc ila en el fon do un pedazo de ci el o azul , desg arrado por el tejido de las ramas. Sobre el blando yerbazalcolchón verde- está tendida una mu ch acha. Ciñe su cabeza redonda un p añ uelo rojo, h ech o nudo en la nuca. Dos rizos t upidos de cabell o negro caen sob re su frente. S u camisa fl oja y abi erta, tapa y n o tapa un seno du ro, capull o de la virginidad. Sus brazos, lig eramente sombreados por finísim o ve llo, son m acizos. L a en agü ill a en desorden calca la a mp litud combada de la cad era y deja al aire los p ies descalz os y el principio de una pantorrilla desnuda. Sus pi es son delgados, de u n color de rosa dilu ido, con la planta lisa y el talón redon do. Su pantorri ll a firme y fina, nerviosa con elegancia, se ensa ncha en una lí nea curva, armón ica, que se pierde entre los p liegues revueltos de la enagua.-La hierba, con sus barbitas vellosas, cosquillea los pies de la m uch acha : ella se estremece, fro ta uno con otro sus tobill os, y ríe de vo l uptuosidad. Al reí r, asoma sus di entes frescos y b rillantes como el g ranizo. Las luces .del cielo, atravesando el tamiz de las frondas, ex ti enden n n reflejo verde -delicado toque de pincel apen~ teñido-en sus grandes ojos claros, perversos en su inocencia. Una ráfaga fría hace temblar las hojas y encarruj a el cristal d e remanso: la muchacha cruza sus brazos sobre seno, encoje las p iernas, y para darse calor- acu cada-se pone á rodar sobre el colchón verde.
...,. .Jo<
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II
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OFRE~'"]}A.
Vivientes resplandores de una mañana primaveral. Un haz de luz, saltando de la alta venta-
na á través de los vidrios de colores, cae sobre las baldosas del templo, tendiendo en ellas u n tapiz de iris moved izos. En su capelo diáfano, la Virgen, de cara bondadosa y casi sonr iente, envuel ta en toca n cgra su cabell era, con los ojos abiertos en v idriosa inmovilidad, oste n ta un vestido ampli o, tupido de len tejuelas de oro y plata, com o un g irón de cielo estre llado, U na niña frág il, con la fra gi lidad de las porcelanas p re ciosas, ves tida de inmaculada, se ace rca p ro n ta)' al egre á depositar su búcaro rebosa n te de azahares. Dos t ren zas trigueñ as bajan h asta su ci n tn ra, anudadas en su ex trem idad por un listón. S u frente descubierta es an ch a, correctamente cu rva. E n su boca color de groscll a, una so nrisa de placer. Tropi ézase en las gradas del altar, y el búca ro rueda- rota-desparram ando en el márm ol un chorro de boton es y" de pé ta los. La ni ña se inm ovili za )' clava una mirad a de angustia cu la perdida ofre nda de su am or. Después, c uando levanta la cara lí vid a á la V irge n, est án lustrosas de llan to sus p upilas tristes, negras como la obsidia na.
III L A {;AR RET A . Desvanecim ie nto crepuscul a r de una tarde de veran o. Ciel o sin nubes, de azul trop ica l-rnari• no. La m edi a luna, como un trozo de cuarzo, todavía opaca. E n el extremo orien te las mon tañas lejanas se diluyen en esfu m aci ón de tintas v ioletas. Llanura extensa manchada á trechos por tupidas aglomeraciones de árboles. Rozando los rubios maizales, tirada por dos robustos y lentos bueyes, una carreta se bambolea. Adórnanla a rcos de ramaje nuevo y chillantes bandero las. Va ll ena de muchachas, risas y picardías. E ll as, rubias y m orenas, con coronas de flore s silvestres en la cabeza 6 con som bre ros alones de flexible paja, to das travies as, en equilibrio inestable -motivo de sustos y bribonadas-se afianzan de los débiles arcos con sus manecitas
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t emblorosas. A los lados de la carreta y á pi e, flauti stas y tamboril eros tocan aires retozones.E n una qui ebra brusca del terreno, salta la carreta: las m uchachas lanzan un bO"rito v_ caen unas sobre otras, como ramillete desb aratad o, confundiéndose entre la r iso ta da gene ra l las cabe lleras, los liston es, las fald as, las panto rrillas descu b ier tas .
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palde del sofá, y sacu dida por la con vulsi6n de la ri sa, deja ve r la cavidad de su boca, fresca y jugosa como el corazón de una san día.
V
I .UX."-.
La l uz de la lárn para se abate sobre el mármol de la m esa, il umi nando las páginas ilustradas de E l D CCfTJJlCr/JIl. S entada en el sofá , con una m ano en la frente-l os dedos perdidos en tre las sortijas chi nas del cabello-ella lée. A in terval os de ti empo casi iguales, vol tea con la otra mano la hoja leída. S us pesta ñas tiembla n sobre la pícara irradiación de sus p upilas g arzas. A veces, sus cejas se contraen en la profund idad de la atención. A veces, una son risa enarca sus labi os y se ah onda un hoyuelo en su carnosa mejilla. M u érdese luego con el fi lo esmaltado de sus d ien tes el lab io in ferior ; la m an o que voltea la hoj a se h ace febril, o nd ula con rítm ica precip itaci6n su seno, se inflan palpitando las paredes elásticas de su n ariz, y se condensa m uch a luz cintilan te en los g lobos de sus ojos.-De n uevo la juguetona son risa se delinea, vaga en el rineó n diminuto de su s labios, lentamente se ext iende, desplegándolos, y t6rnase al fin franca ca rcajada sonora. Ella se derrumba sobre el res-
E l lago. En las are nas de la orilla largas leng üetas de agua ent ierran sus bordes pu ntiagudos. Aquí y all á rocas dentell adas con a nc hos colgajos de lama y árboles cas i en esqueleto, de moribunda verdura , de tor cidos varejones. A 10 lejos, la caba ña ilumin ad a po r el r espl andor h um eante de una h oguera que se re fleja en el agua como m ancha de sangre. Cielo de in vi erno-pureza ita liana en su azul-en cu ya sedosidad abren las estrellas, enj ambre ele abejas lu m inosas, sus alas trem ulan tes . L a superficie de l lag o, friolenta, se eS C~Ul1 a en estre meci mi en tos ele p lata. En la puert.. de la cabaña una m ujer, de lleno en v uelta por el rojo v ivo de la hoguera. S u sombra se proyecta, enorme, sobre el tapiz de h ojarasca. E nt re una columnata de negros tron cos, una forma obscura se acerca á gra ndes zan cadas: es el h ombre; ll eva en su espalda un tercio de leñ os. L o descarga la muj er, él frota sus m anos sobre la lumbre. S e abrazan. Con templan la lej anía. V uela sobre sus cabezas una caída de h ojas m archi tas. Ella, ext endie ndo el brazo, le señ al a con el dedo en el h ori zonte u n nimbo de luz difusa, un filete brillante: la luna aparece, lenta, brotando del fondo del lago, como burbuja de oro.
U n v iejo estaba á mi lado en el café Rich e. E l mozo, después de haberle en umerado los platillos, le p regun tó qué deseaba: "Desea ría , d ijo el v iejo, desearía ten er un deseon.-Era la vejez ese
dándose en un rayo de la luna.c--Cuando se queman v iejas cartas de amo r, se levan tan en la llama recuerdos ennegrecidos que se asemejan á esta ron da.
IV no(a.(:CIO .
JesÍls Urueta.
viejo. Se veía en esta obra de teatro, al fin, un baile encan tador , un bai le de sombras color de murciélago, con un an ti fáz n egro en la cara, agitando al derredor de ellas la gasa, como alas n octu rnas . T enía una voluptuosidad ex trañ a , misteriosa, silenciosa, este du lce m in uete de muertas y de almas enmascaradas an u dándose y desanu-
H ay muj eres cuyo encanto singular está form ado com o de un a sus pensión de la v ida . de una interrup ción de la presenc ia de espír itu , de ausencia soñado ra. Las repúblicas modernas no t ienen a rte .
E. Y J. de GODcourt~
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NON OMNIS MORIAR y acaso ad viertas que de modo extraño
[No moriré del todo, amiga mía! De mi ondulante espíritu disperso Al go, en la urna diáfana del verso, Piadosa guardará la poesía.
Suenan m is ve rsos en tu oído atento, y en el cri stal, que con mi soplo empaño. Mires aparecer mi pensamiento.
N o moriré del todo! Cuando herido Caiga á los golpes del dolor humano, Ligera tú, del campo entenebrido L evantarás al moribundo hermano.
Al ver entonces lo qu e yo soña ba, Dirás de mi errabunda poesía: -Era triste, vulgar 10 qu e cantaba ..... [Mus, que canc ión tan bella la que oía!
Tal vez entonces por la boca in erme Que muda aspire la infinita calma Oigas la voz de todo lo que du erme Con los ojos abiertos en mi alm a! H ondos recuerdos de fugaces días, Ternezas tristes que suspira n solas; Pálidas, enfermizas alegrías Sollozand o al ca mpas de las vi olas
.
Todo lo qu e medroso oculta el hombre Se escapará, vibrante, del poeta E n áureo ritmo de oraci6n secre ta Que invoque en cada c la úsula tu nombre.
y porque alzo en t u rec ue rdo notas
Del coro uni versal , viv ido y almo; y porq ue bri llan lágrim as ign otas E n el ama rgo cál iz de mi sa lmo; Porque existe la Santa Poesía y en ella irrad ias tú, mientras dispe rso Atomo de m i sér esco nda el verso, No mor iré del todo, a miga mía!
JI . G uíMr rez N ájera.
Una tarde de nost algia A Lu is G. Urbina
Tendido en un diván de casa amueblada, á la claridad indecisa de In. tard e, fumando el h umo venenoso de un virginia acre y fuerte, me ponía á pensar en la Patria.... . Jamás creí que la imaginaci6n reproductora fuese tan pod erosa para transportarme en pocos segundos á tierras lejan ísimas . Esta evocación se in iciaba con cualquier detalle: una nube gris, un pedazo azul de cielo, una risa de niño en la calle 6 un lejano silbido de locomotora; pero se tornaba en alucinación punzante é inexpulsable cuando al pie de mi veatana, en la esquina, un desventurado tocaba
un organ illo .... siempre el mismo wals, «Seniiers fleuriee. de Waldteufel: una de esas piezas que por no sé qué coinc ide ncias acompañan escenas t r istres y amargas, y vienen á ser con el tiempo m úsica impasable de las m elopeas del recu erdo . Se me llen aban los ojos de llanto, me sentía muy solo, muy desdich ado, m uy en fermo, en aquel país donde no se h ablab a mi idioma, y para distraerme salía á vagabundear , queriendo con el cansancio físico m it igar las ansiedades de mi es: píritu. Muchas veces me trai cionó el acceso,.quedábame repentinamente en pie frente á un esca-
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parate, monologando entre d ientes, y sentía no sé qué alivio en pronunciar en voz alta palabras españolas : los nombres de ausentes queridos é inolvidabl es. Leía bajo los focos eléctricos las cartus de los mí os, y á este consuelo momentáneo sucedía una depres ión más honda. ... el pesimismo . Goya cruel meusediuba con temores dolorosos: muertos .en mi casa, desgracias en m is am igos, olvidos en mis penates del corazón ...... la muj er amada preparándose para la boda, ¿qué mucho , pues, que tuv iera verdaderas crisis de desesperación, cuando se pasaban largos días sin . ncont ra r en mi mesa el sobre arrugado con mi nombre'? Aquel fué uno de esos días: anduve mucho, reconstruí escenas qu e la distan cia tornaba en interesan tes novelas, record é con claridad pasmosa vis itas lej anas, conversac iones de larga fecha, gestos, ri sas, miradas de aquel pequeño mundo que me falta ba como un elemento de vida. Cansado, nostá lgico hasta la médula, descoso hasta de morir, me ap oyé cas i de bruces sobre la barandilla do un puente . . . teniendo ante los ojos una puesta de sol: la muerte de una tarde que se miraba en la corr iente perezos:t de un río, qu e atraviesa el barrio industrial y triste de una ciudad ame ricana. En un rohunpngnzo de úmbur amari llo, u na man cha di luida de carmín; en el agua, retozar in cesan te de lentejuelas qu e se persiguen, leng üetas de oro
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ens uciado, profanado, al atravesar la ciudad que arroja á sus aguas todos los desechos! Y desde el puente me dejaba fascinar est úp idume u te por el incansable deslizarse de las ondas : de pronto sonaba lí lo lejos una campana, y un ang ustioso silbido corto, seguido de pequeñas exc lumaciones del si lbato: ora una barca de vap or , g ra nde y negra. La chimenea humeaba nubes den sas y pesadas de hollín que manchaban el fondo del cuadro; oíase- el jadeo de la máquina, el ch apoteo de las aguas; pasaba cargada de carbón . Sobre lo." blocs con reflejos de plombagina, boca arriba , fumando pipas, mirando al cielo, los tripulantes de blusa azul. La quilla desgarraba las aguas removiendo sus impurezas, abría ancha h erida y dejaba tras sí una blanca cicatr iz de espumas. ¡Oh, cuanto diera por la indiferente somnolencia da aquelllos hombres ennegrecidos, que miraban al cielo con la gorra caída sobre los ojos, tendidos de espalda! [cuánto por canturrear como aquel viejo con narices de ebrio quc, la barba en la mano y el codo en la popa, veía el espumea r de la corr iente , con la pipa en la com isu ra do una boca salvaje! Caía la noche, una noche sin astros, se encendíun las ventanas y se reflejaban en el agua, poco á poco, como mu stias estrella s temblaban á 10 lejos linternas de colores, se adivinaba el río por sus rumores. Entonces, envuelto por la somb ra , con In boca seca y amarga, sen tía crecer mi incurable tri steza, mi grave fastidio......... Recuerdo que apareció á lo lejos, en lo alto de un mást il, una luz: un barco de pa seo se acercaba , se adivinaba vagamente su casco con una banda clara, sus cama rotes iluminados; la héli ce prod ucía un herv or ruidoso, ansia de sofocado , el jadeo de la má quina; era s ábado .... . .... venía lleno de pasajeros, al cruzar frente á mí sonó una orq uesta, un wals conocido; por las ventanillas se veían pa sar los bailadores. Dij e una palab ra en españo l y turbado hasta el fond o del alma por aqu ella alegría que pasaba me puse {t llorar, como se llora lejos del hogar lejos de la patria. ¡Que inmenso fastidio, murmuré alejándome de ahí. ..... Un minuto más y me arrojo al agua!
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Una cervecería de barrio pobre, oliendo intensamente á gas. Tras un mostrador de barniz arafiado, en pechos de camisa un irlandés de cara
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ingenua , un azafranado musculoso, removi en do los vasos vacíos en un ton el de ag ua. Se retratan sus espaldas de hércules en un espejo turbio, constelado por las moscas y cubierto de an uncios, al albayalde, de arriba abajo . Dos maqu in istas q ue mascan tabaco y han formado un charco parduzco en el p iso, beben lentamen te su zarzaparrilla color de café; u n niño se para de puntillas para alcanzar el mostrador, y con dificultad levanta u nu j arra de tocador , que le llenan de cerveza por d iez cen tavos; se al eja silbando, después de robarse algunos fósforos d ispersos en la mesa del lunch. , llena de cáscaras
yo á mi vez m e acerqué para mirarlo. U na botella hecha ÍL brochazos con una abigarrada et iqueta, una copa ll ena á me dias con la blanc ura verdosa y opa lina del ajenjo, un m azo des orde nado de cartas fl ojamente atadas con una cinta roj a de seda, un pe riód ico cayendo del borde de una mesa con plecas negras y una cr uz do defunción; sobre él, junto á u na bala apl astada , una p istola -y en prim er térm ino un cráneo amar illo, destrozado en el par ietal de recho y ceñ ido por una guirna lda de rosas frescns. -Le poétc, me d ijo el dueño del cuadro . -¡Ah, vd , habla francés? -Sí, soy belga. Quizá notó en mí la ndm irn ción que espe ra ba, cuando m enos la curi osidad por su pintura, y 1112:reg ú: -La he hecho en tres h oras. Soy g ra bado r; n o tengo casa ni destin o; esto está tr-abajad o con pinturas de fachada que me p restó un am igo.... . pero aq uí no gusta esto . No me qucdnu má s q ue di ez centavos y esto lo daré en un dollar. ¿Lo qui ere , . vd? - Oh , yo s i qu is iera, per o no tengo . - E n cinc uenta centavos . -Oh , es lo mism o; no tengo absolutamente nada , sólo cinco para irm e enel cable-ca» , Mi h ombre no in s istió; con el bu lto baj o el brazo y s ilba ndo ¡oh ir ónica mú sica! se al ejó por callej uelas tortuosas qu e desembocan en el río. Estoy segu ro de que ya no v ive, debe haberse matado, quiz á esa m isma noch e. Yo lo comp ren dí a bebiendo mi cerveza: cuando n o que da más q ue fastidio, inmen so fasti dio: cuan do tod os los medi os son inútiles para sacud irlo, cuan do ge ntes y cosas desaparecen ante la obcecación ene rvante del ya n o ser, del descansar, basta un desengalla cualquiera, una contraried ad bal adí , un porme no r in sig n ifi cante, para que estalle la m elancóli ca locura de los su icidas: es el alma sin alas que sólo rastrea para en contrar , como el páj aro, donde morir, sin que la estorben . Debe hab erse matado; su cuadro 10 decía: ¡un cráneo roto por el plomo, coron ado de rosas! ¡una copa de aj enjo y cartas de amor! [una p istola y un periódicol. Esa era su última ilusión! Con toda seguridad ese desconocido no llegaría más que á la gacetilla silen ciosa , sin plecas de duelo. H e leído los diar ios sin encontrar más que
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vagas noticias: «en la calle Rosenbroock se ~ui llotin ó un chino;» "en el South River se apuñaló un italiano, vendedor de frutas," "se ha encontrado en el muelle número :3 el cuerpo de un desconoeido cas i disuelto por las ag uasl» En estos días esas muertes violentas han sido frecuentes . No, no son violentas: tienen su agonía; esa agonía está en la faz joven envejecida, en la m irada febril, en el gesto amargo, en el ademán indiferente, en la palabra escéptica: es el alma, el al ma enferma de muerte q ue se traduce en desvaríos; versos escritos con hiel, sonatas fúnebres, naturalezas muertas de un macabrismo enervante la bala, la inyección, el puñal, la 80ga, el cianuro, no son sino un epílogo, la breve elegía de una larga novela de capítulos lógicos en ese malsano desarrollo.
II
No ocultaré este detalle de feroz ego ísmo: cuando en la noehe estuve in somne, saboreando el recuerdo de aquel cuad ro, en que había tosco dibujo y cólorido exagerado, pero como arranque de artista desventurado; cuando en mi imaginación veía al grabador cnflnquccido , aplastado por un tren, desplomado de un 8? piso, flotando lívido en el río, con los cabell os mojados, como negra aureola en torno ele la frenle de pensador.. .... .. . cuando noté que había robado algunas horas á la tortura de Ia nostalgiu ¡sí, lo di ré, es cruel pero es cie rto! me sentí aliviado del fastidio .. .. . ... ese primer capítulo ele las naturalezas mu ertas que llevan con .toscas letras de vermellón este título: el poeta. Micr6s. Chicago, Julio de 1803.
Lo último de Campoamor (e,ÉDITO E~ :lIÉXI CO.)
CABEZA y CORAZON U n Angel y el Demonio, á Eva un día Contemplan con amor. "y ¿qué opinais, decid, de esa obra mia?» les preguntó el Señor. Mirando de Eva la gentil cabeza, dijo el Demonio así: - "La mujer, á pesar de su belleza, es inferior á mi. » «[S en tir sin comprender! ¡Petpetua ilusa que goza en delirar! ¡Que tiene, sin razón, la ciencia infusa del arte de engañar!» «U niendo á la inconstancia la hermosura, el demonio añadió; creedme, señor, vuestra mejor hechura vale menos que yo.» «La mujer, sigió el Angel, de tal modo desafía el dolor, que, aunque débil su fe, se arriesga. á todo por servir al amor.» «De la santa piedad hija querida, ni siente ni hace el mal, y pró vida , transmite con la vida la sed de lo ideal.» "L a mujer es tan buena (enardecido el Angel concluy6)
que, aunque soy en el cielo un eligido, ella es mejor que yo.» Tú, dotada de espíritu sublime y de gran corazón, Blanca, entre el Angel y el demonio: dime: ¿quién tiene más razón?
HUMORADAS Es propio del amor, si es verdadero, Compendiar en un s ér el mundo entero. Este nombre de Inés, que tanto admiro, lo he de envolver en mi último suspiro.
La juventud, ardiente y atrevida, se entrega á la pasi6n porque ne advierte que, siendo hijo querido de la vida, 'ef ainor es 'el padre de la muerte. Fué una mujer amante, de un corazón tan noble como tierno, que le hizo conocer que olvidó el Dante más de veinte suplicios en su Infierno.
Pensaba s610 en él; más ya es su e5posa y habla con él, pensando en otra cosa. ¡Ay! La virtud de un corazón sencillo siempre se halla entre el yunque y el martillo. Febrero-Marzc--r Sca.
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DE MI DIARIO INTIMO 4 de Octubre.-(París.) R ealizo uno de mIS mayores deseos: hoy visito á Emile Zola. Voy á su casa, á las dos de la tarde, y la portera me informa ele qu e Zola ha salido y no volverá hasta las 6. Ex ígeme mi tarjeta , á pesar de que le aseg uro que Zola no conoce m i nombre, y escribo eri ella que «de paso por París , deseo la honra de que él me reci ba.» Vuelvo á las 6 en punto, y un criado en gran li brea-calzón corto y casaca de color-me abre una vidr iera de colores, que se encuentra á la izqu ierda del portal, con imágenes pintadas como en las iglesias. Ahí pri ncipia la morada del gran nove lista . Espero, enesa especie- de vestíbu lo, qu e me anuncien , y m ientras soy recib ido, examino el local , así como la escalera . Todo es un musco de curiosidades artísticas y valiosas; las alfombras, las lám paras, las colgad uras, las tnp iccsías; dos ó tres mónstruos colosales en bronce ch ino; un altar de madera que se halla en la primera meseta , y un alto relieve, de madera también , qu e lo menos cuenta unos doscientos años . - Qtland llf onsicnr voudra- m urm u ra respetuosamente el lacayo . y yo, todo emocionado, ter mino la escalera sin poder apreciar sus detalles, excepción hecha de una copia en mármol de la Venus de Milo, á la izqui erda , que form a una deliciosa mancha blanca en el artístico conjunto. Tópome arriba. con el m ismís imo Zola, que cruza el corredor á paso de carga, en saco coin-du feu y zap atillas, y unos papeles en la mano . -Permítame vd. unos i nstantes y dispense la casa que está en revolución . Irdroduieez Monsieur au salon, Desaparece por una puerta, yel criado, con una lámpara, me abre el salón; instálame en él y me hace una feverenc ia profunda. El salón, en estos momontos , parece un bazar; todo se encuentra amontonado, revuelto; junto á una primorosa litera Luis XIV , un plumero enorme que se apoya en unas sillas Gobeli nos. Pero aquello arreglado, debe ser una verdadera maravilla de buen gusto; sobran los elementos . El techo, por ejem-
plo, es un inmenso Gobeli no, encuadrado en peluch e, representando un asunto mitológi co, qu e no alcanzo á di stinguir {L mis an chas. Y en los muros, en los rincones, en los huecos de balcones y puertas, sobre los muebles, no se m iran sino preciosidades, sin nada bu rgu és, nada curs i, nada común. Sin duda Zola se ocupa de negocios, pues oigo murmullo de voces en la pi eza de al lado y, de cua ndo en cuando, esta frase repeti da que me llega íntegra: - Dans di» [ours . De pronto abren la puerta, y el autor de la «Rougon-Macquart» me ti endo su mano. - J'1[,01/8 /.CI/1' (elésire? stre . - Pues' ésto; conocerlo á vd . de cerca , despu és do haberlo seguido de lejos mucho ti empo. Nos sentamos; apoya los brazos sobre las rorl illas, ':/ , meciénd ose ligeram ente, Hin q u itarm e la vista, dn rnos prin cipi o {t nu estra charla . Por halagarlo, le hablo de SUH libros; (l e los festejos con qu e acaban de obscqu iarIo en Londres, y aUIHLu e se manifiesta agradecid o, se le tra slu ce un poquillo de vanidad. En la conv ersación, poquísimas ideas; lugares comunes y respuestas de escaso interés. Que «L'Oeuv re » no es su autobiografía, no obstante que para pintar el tipo de Sandos , so copiara muchas cosas propias; que no escribe ni escr ibi rá nunca sus «Memorias,» pues tiene de sobra con el trabajo de sus li bros; que su correspondencia misma- si la publicaran á su muerta - no ofrecería n ingún atractivo. -Los novelistas modernos corresp ondemos con el público por m edio de nuestra obra. Ni él puede exigir más, ni nosotros debemos dárselo. Es éste el único pensamiento hablado que recojo de 103 labios del maestro. D íceme lu ego, que mañana principia su novela sobre Lourdes y qu e no ha abandonado sus prácticas de trabajo : 4 Ó 5 horas diarias, antes de almorzar . Le pido ent ónces un autógrafo para mi álbum , y se presta á ello de bonísimo grado, volv iendo
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á poco con mi álbum abierto, para no emborronar lo escrito, que es su conocida y profunda teoría esté t ica: -cc Une leUwe d'ari est un cain de la naiure vu a IC travers un tcmperameni» y su firma Emile Zala, con su letra grande y anti cuada, dest ácase del armiño de la página con que h e venido á en riquecer m i colección. Me desp ido de él, y con una amabilidad excesiva va á acompañarme hasta m edia escalera. Sin sal ir desilusionado, sí salgo con una im. pres ión fría. Nada puedo reprocharle, pero pero yo n ecesitaba otra cosa muy distinta. Cuan do le dij e-en el curso de nuestra entrevista-q ue no le ofrecía mi s libros, porque sé que no conoce el español, m e repuso: -Hace vd , muy bien. Si supiera vd. cuántos libros recibo en ese idioma, que ni abro siqu iera? Sólo leo, y con trabajo, los artículos de diu. S en que se ocupan de mi:'1 .. .. ..... 1'10
*** 6 de Octubre.- E n el ferrocarril de cintura, después (l e almorzar , h asta Auteuil , ú vi sitar {t Edrnundo (le Goncou rt.. Desde lejos reconozco la casa, en el Bou lev urd Mon tm oroncy , por tene rla. mu y conocida en libros y grabados. Llueve á cán taros. Ab rcmo una cr iarla mal informada, qu e apela á la cocinera , un a vi ejecita de lo más simpática y amable . -El señor n o está; ha id o á París, después ele un enc ierro absoluto de 15 días; está muy delicado y lo hace para tomar fuerzas . Mañana, en la mañana, lo enco ntrará vd. seg urame nte; déjem e vd. su tarjeta. - ¿Para qué-le d igo-si no me conoce? Yo soy americano......... - ¿Americano?-exclam a- Ah, que c'est gentil
d' étre venu. de si lain! ¿Creerá que he hecho el viaje por conocer á su amo?
*** fl ne Octubre (domingo)-Amanezco aliviado,
yaunque h oy tienen lugar en Longchamps unas lucidas car reras de caballos, para disputarse el premio m unicipal de 100,000 francos, prefi ero volver á A uteu il; quizá en cuentre á Goncourt. Lo encuentro y m e recibe. Decididamente le he sido simpático á su cocinera; entre sonrisas y
fras es amables me precede en la escal era y en el vestíbulo, los cuales , así como el resto de la casa, están idénticos á la descripción hecha por el viejo novelista, en su deliciosa «Maison d'un artiste.» R ecíbeme de pi e, junto á su m esa de trabajo, una mesa antigua, de modelo, en la que pintaban Edmundo y J ulio, en la que luego escribieron y en la que aho ra escribe sólo el anciano sobreviviente. Se descubre para saludarme á la europea sin tender la mano, se cubre de nuevo, manda encender la ch imenea-e-aunque el frío no es cosa mayor- nos sentamos y me pregunta qué deseo. - H ablar con vd; pedirle un autógrafo y un retrato, con dedicatoria, de su h ermano Julio. -Ah! murmura, la cara t ristemente iluminada por mi manera brusca de record arl e al muerto; y volviéndose ú la cocinera q ue arrod ill ada enc iende la leña dícele: - Su bn, vd . un retrato de M1'. J ules , de los bu en os. Mientras perman ecem os solos, infórmase de si soy noveli sta; de dónde pasan las escenas de mi s novelas y de cuál es mi edad . Le el igo lo que ú Zola, que no le ofrezco mi s li hros, porqu c no entiende el idioma en qu e los tengo escr itos . ~Es cierto; nosotros vivimos ence rrados en el fran cés . - y hacen vd es, muy bien . ¿P ara qué p reocuparse de los demás idiomas si los que los hablamos, les aho rramos esa m olestia preocupándonos del de vdes? - No, no es eso; es que yo creo que á nosotros los art istas , nos dañan las lenguas ex tranjeras, que no debemos ni intentar el aprenderlas. Las palabras de la propia, pierden entonces toda su personalidad , sus secretas armonías, sus rítmos ignorados, y se convierten en equivalencias, por lo general prosaicas, muy prosaicas......... Vuelve la criada con la fotografía de Jules, y en tanto que Goncourt escribe en ella, yo recuero do lo que me dijo Zola acerca del mismo Gon court y acerca de Daud et: qn e en trambos me recibirían; que él se hallaba resfriado con ellos y ellos en una intimidad de tío y sobrino; q ue ahora comían juntos los t res sólo una vez al año, y que no fuera yo ú repetir ú n adie las informaciones que él m e daba. ¿Se ex presará Goncou rt
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de Zola en térm inos parecidos? ..... La criada se demás; de marcarlo como bueno, como excepcioha marchado y Goncourt ha concl uido de escri- nal) como pudiera h acerl o con algún producto bir; contempla un instante el rostro de su her- de la tierra. Prefiero el juicio del público, pues no obstante la imbecili dad que lo distingue, es mano, y exclama, al alargármelo: -Hélo aquí; no sé qu é le di ó de rizarse el ca- m enos imbécil y menos inmoral que PoI gob ierno más inteligente y más honesto de cualquiera parbello aquel día . Era un buen mozo ...... y arroja la tarjeta con alguna violencia, como te . ¿Qu iere vd . una prueba? Aquí la t iene vd , si qu isiera ahuyentar u n mundo de recuerdos Nunca, jamás la Franc ia se ha impues to al m u ntristes. Yo no puedo dominar m i curiosidad y do con su li tera tura como en estos últimos ti empos, . del 70 acá; nunca se vie ron ediciones de leo la dedicator ia: cientos de m iles de ejemplares reparti dos en el «A Feder ico Gamboa universo entero, diciendo ú gr itos que Francia Edmond de Goncourt .» piensa, qu e Francia es grande, q ue Francia es Cont inuamos la conversación, h asta que logro poderosamente artista! Y ¿qu iere vd , qu e {t esos • traerla por fin sobre Zola. autores se les de la mi sma condecoración que á - Zola-dice Goncourt-es un ingrat o y un los generales de Sedá n , á los marid os complaafortunado. Ingrato , porque á Daudet y á mí nos cien tes y á los cul-dc-plom b de los ministerios?.... - ¿E s cierto- le preg un to cuando se calma-edebe muchas cosas , hasta algunos personajes, cuya paternidad se descubrirá el día en que lean que tiene vd . con Daudet gra nde intimidad? -Sí, es cierto, ciertís imo . Los ado ro tÍ él,á su seriamente nuestra ob ra; y afortuuado, porqu e Daudet enfermo, yo , viejo y ach acoso, y Mau- muj er, á sus hij os. La última de sus niñas es passant muerto, no hay nadie que le di sputo el ahijada m ía- añade son r iendo con la son r isa cóli ca de los vi ejos qu e no han tenido h itriunfo, y él se impone, vence con su libro anual melan , y reglamentario; se declara jefe del naiuralismo jos y qu e se ven obl igados á id olatrar á los hij os y se declara inventor del documento humano (fra- de otros .- E n mi vida literaria sólo he quer ido se mía exclus ivame nte .) Luego, para mí, hay dos veces con todo el corazón . Cua ndo muchacho, descenso en su labor; el Zola dc «L' A sommoir» ú Gav l~rn i, y ahora , de vi ejo, {t Daudet . Se pone á ha cer el panegírico de Daudet, y aunno es el Zola de «Le Docteur Pascal" ¡oh, no! ni su somb ra. Zola t iene muy pocas id eas. Si lo qu e de t iempo en t iempo in tercala unas inmotraemos aquí, nos descri bi rá admirabl emen te las dest ias mayúsculas , como ya me h a suby ugado, b ibliotecas, los cuadros , hasta el título de los li- se las dejo pasar, sin censura interna, con algo de bros; pero no podrá decir nada de nosotros, de deslumbramiento por los tesoros que aún encierra esta cabeza inteligente, h ermosa y blanca . vd . yo . Nu nca pudo pintar seres. -¿Y qué h ace vd, ahora? . A poco, ignoro por qJ.1é, hablamos de cond eco- "La Faustíu» para el teatro. raciones, es decir, de la Legi ón de H onor. Lo -¿,Y Daudet? .. .... hallo elevac.rsrm o, h allo el Goncourt que yo h a-En medio de sus enfermed ades , prepara á bía soñado, muy di ferente del que acaba de desla ve¡" para el teatro y para el libro su próxima ollar á Zola causándome malísima impresi ón. -Sí- me dice-hace m ucho tiempo que ten- obra «Le Soutien de F um ille ,» I -Si. viera vd. que precisamente por sus engo la Cru z El imbécil del Emperador, que nunca hizo n ada completamente b ien , me la conce- ferm edades no me animo á v isitarlo.. .... -Pues hace vd. mal, porque pierde la oportudió á mí s610 , me separó de m i hermano que la deseaba mucho más que yo; era un muchacho y nidad de conocer á un causeur extraordinario. -Sírvame vd . de padrino. lo quería. ponr faiTe du femmu. Por supuesto que -Bueno, le hablaré de vd , Él vuelve á Parfs quien me con decor ó fué la pr incesa Matilde; está ya fuera de duda que si alguien no lo solicita, para el 15 y yo cómo en su casa todos los jueves no h ay gob ierno que de motu. propio condecore á. y los domingos. Vaya vd . un a de esas n oches, nadie. Lo que es yo , detesto las condecoraciones; desp ués de come r . ¿Qu iere vd . que le muestre la n o le reconozco á ningún gobierno el insolente mía? . . Nos levantamos .y me lleva por todos lados, derecho oe declararlo á uno por encima de los
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hasta el gra'fle7'O fam oso (dormitori o an ti guo de desatado vd , la lengua y me ha dejado sin tra. Julio) en donde los domingos por las tardes se bajar. ¿Qué desea vd. que le escriba? y la idea suya, (¡ue sirve de epígrafe á m i reunen algunos de sus am igos . Es un salón ricamente puesto, con obras de los mejores p intores, próx ima novela, viene de su puño y letra á honacuarelas de J ul io, grabados y litografías avant rar m i album de autógrafos: - (c Un romancier n'est, a1¿ fond, q'n'un historien la leure de Gavarui , kakemonos curiosísimos, porcelanas, tap icerías, divanes y mecedoras. ¡Qué «des geil s q,ui 'u'oni pas d' hisioire» Edmond de Goncou rt lindas horas deben pasarse ahí l.. . A la derecha de la entrada) en un bazar de ............. ............... ............ ... ... .. ....... ...... Al sali r , paréceme que he soñado; y para que cr istales, se hallan las obras de los Goncou rt, encuadern adas maravi llosamente . Tomo una que la tard e sea completa, en vez de reg resar ú París me llama la atenc ión; es la «Man notte Salomon ,n por el cam ino de h ier ro) tomo el ómn ibus que va con las pa stas de marroquí y un medallón de es- hasta la Mngdalcna, instalándome mod estam enmalte en el centro de cada una de ellas) que os- te en la imperial; n ecesito acabar de satu ra rme tenta fL Mannette por delante y por la espalda, en de art e. Voy tan ensim ismado, qu e apenas si me di slos momentos en que queda desnuda dentro del taller dol pintor. Y aquello est á firmado por trae, en la Avenida de los Cam pos Elíseos, la cascada de cnrru ajes con sus far oles encen d ido s Claud ius P op elín!' ... Al t rav és de las vidrieras, mué strame por úl- que d iríu se que se despeña d el impone nte y t imo su j ard ín , del qu e est á orgullosísimo y al g ran d ioso Arco de la. Estrella , para ir ú despaqu e le achaca su permanencia en Auteuil. Baja- rramars c en la PInza de la Conco rd iu. P OI' fuera y por dentro, m e ha envuelto de nosmos (l e nu evo (L su gab inete , miro el reloj y resulta qu e han volado dos h oras largas. Píd em e talg ias y (l e deseos el crepúsculo tristem ente encantad or de esta in comparable tard e de otoño! ... M mi álbum y agrega con su dul ce sonrisa: - Voy ú ten er q ue expulsarlo ú vd , Me ha Fe(lerieo Gaulboa.
AZUL PALIDO Mayo no es azuL .. . .. .. . Mayo tiene mañanas rosadas y ta rdes rojizas.-El cielo se incendia momentáneamente ; brochazos de púrpura culebrean á 10 largo del horizonte: el sol tiende su pesada tela de oro de montaña á montaña; la t ierra caldeada , se resquebraja; el pantano, de bordes blanquizcos y agrietados, como labios sedie ntos, lanza con desesperación, y para defenderse de las quemaduras del viento, las invisibles y envenenadas saetas del miasma, que, á veces, va á clavarse en la inmóvil y mohosa es. meralda de la ciénega, Los árboles de los jardines públicos, comienzan á reverdecer y chupan con avidez las primeras gotas de agua que humedecen la tierra; las cúpulas de los te mplos relampaguean de ira, empinándose para atisbar las negras velas de la tormenta. Al ponerse el sol, y ya en los últimas instantes del crepúsculo, el espeso cortinaje de la sombra n o puede cubrir del todo la roja hornaza de la fragua, que p or mucho tiempo sopla la chispa de carbones sobre las
crestas de la serranía. i Y qué tristeza! Las espigas de las sementeras caen h eridas como pueblo batido y tomado por asalto; las flores se deshojan á los besos lujuriosos de la luz, y las aves se desploman á los bordes de los caminos, atravesados por la flecha de un rayo de sol. Pronto, Su Mageatad va á ser vencida.-El cielo se manchará á trechos con alburas radiosas y anchas franjas de nubes cenicientas. Los árboles comenzarán á balancear sus copas húmedas en señal de alegría; charlotearán los pájaros bajo las frondas chorreantes y las golondrinas girarán lentamente al rededor de la cruz de los campanari os, entonando himnos sagrados, como m onjas en procesión. y entonces, ¡oh vosotras las que arrojais curiosa m irada sobre el azul de esta, Retnsta! podeis poner en práctica el delicado madrigal del poeta: escribir con el dedo sonrosado sobre el opaco cristal de la ventana el nombre del amante, para que aparezcan las letras azules como
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trazadas por las manos de los ángeles en la tranquila diafanidad del cielo.
** * aniversario de un glo rioso h echo de armas,
El un a fi est a de flores, un m atr imonio elegan te, la presentación de un artista, viejo amigo, admira, do nuestro He aqui el pedestal en que descansa esta frá gil col umna , alzada, á modo de re m ate rococó, sob re las esbelteces de la casa.Allá, en el rincón de las grandes estro fas ép icas, g uar damos el recuerd o de aque l 5 de Mayo, qu e llega hasta nosotros como el último eco perdido de t111" lejano canto de gloria. ¡Dura fué la jornada! Y de l choque de aquellas dos fuerzas, la fuerza del derecho y la fuerza de la fuerza, b rot6 la ch ispa qu e incendió la patria, como esas chispas de sol, de que hablaba antes, incendian el cielo seren o ele n uestras tardes de Mayo. ¿No veis esos nubarrones de púrpura que flamean en el horizonte? Son manchas de sangre que ha enj ugadoel cielo. Esa inm ensa mole que pasa tristemente sob re n uestra s cabezas, es un montón de cadáveres. Aquella otra que se esfu ma y bambolea y rueda, remeda u n puñado de soldados que cae para no levan tarse más. Son los vencidos: para los vencedores, el Sol se levantará este amanecer con irradiacion es nuevas, con fulgores desconocidos, con chorros de l uz, como una bandera colocada en 10 alto de u n baluarte.
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de vista á Trinidad Prida y á José de la Cala,re_ cardé muchos madri gales que no se han escr ito todavía, y qu e entretejen su s estrofas con los hilos de oro de esa eterna poesía qu e se ll ama el amor.
** * celebró se un
E n Mixcoac banquete, un banqu ete de flores y de muj eres bonitas. Juan de D ios Peza se encargó de los postres: le yó versos. -La Pri mavera de Juan es la eterna, la invariabl e llu eva P rimavera: no ti en e, como la del poe ta alemán, espinas que desgarran la suave cpidé r m is que baja á cojer rosas; pode is hacer un ramillete con sus ve rsos, y cuando h ayais absorvida su esencia, pedidle al poeta otras fl ores, que yo sé que para vosotras siempre ese tronco t iene savia,
** * E l martes dcbllló-dejadm e decir,
se ño res ucadém icos- Br ind is de Salas en el vetusto tablado del Priucipal.-Fué un espectácu lo cu r ioso, algo así como u na pesadi lla , con ox t ra ñ us cade nc ias y vibracion es d csconocidus. E l violín de este h om bre tien e alma; oíd la sus pirur ténu cmcnto en la A bueliia. de Langcr: ya se revuclve en g r itos de desesperación infinita, imprecacion es dantescas, sollozos y l úgrimas , ond ulac iones vagas que ascienden- h a di ch o un cron is ta-en afiligranadas n otas como en redade ra qu e escala una ventana g ótica. Os usom uis (t aquella m úsi ca como os asomaríais :t un lago en .el que va. reñojúndose too do ese inmenso cortejo de cosas al ad as qu e fl ota ú vuestro alreded or, y q ue toma de aqu í u n perfil , de all á una línea , y se u ne por mi sterioso en lace, por unid ad su blime d e todo lo que ge rm i na y pal pita y en tona un himno á la vida . Neces ito oír todavía :t este h ombre.. . n ecesito pasar todavía rev ista á mi s impresi on es, acurrucarrne en ellas, como en un nid o t ib io, y d ejar paso franco á esta oleada de recu erd os que se d es. pren de, ú m odo de cascada sono ra, del rítmi co culeb reo de aquellas notas .
E l templo de l Carmen, en una lejana barriada, sana y alegre de la ciudad, amaneció también radiante aquella mañana. E l altar, adormecido en nubes de incienso, perdido vagamente en brumas de gasa blanca; arriba, el órgano retumbando en sonor idades graves, un tropel de notas ascendiendo en harmonía plañidera; al ras del suelo, el fru-:frú de los vestidos de seda, el susurro de voces femeninas, el olor desmayado de las violetas mezclándose al perfume del pañuelo; loS iris de las faldas, ensombrecidos á trechos por :((** las manchas negras de las levitas .. ... .Así abary antes de terminar-sin tiempo apenas para qué el cuadro. enviar un apretón de manos, en nombre de los L os desposados estaban allí arrodillados. Ella, .redactores de la R evista A zul, á los compañeros Trini, asomaba á sus pupilas el sueño blanco de en la prensa-el regente de la imprenta, cierra, las vírgenes. El, gallardo, con esa gallardía sem i- como abrió, la primera página, con la autoridad épica de una raza fuerte. Y al salir, cuando la del jefe de un castillo feudal, que sabe á qué hoorquesta hacía resonar los valientes acordes de ra se alza el puente levadizo. la Marcha de los esjJ
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MÉXICO, 13 DE MAYO DE
1894.
NUM . 2 .
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EL VESTIDO BLANCO 1 n~\
das que Primavera prende á , i I su corpiño; Mayo, el de los ,: I " tibios, indecisos sueños de la ca » o"'\.v ~r ~ ~ pubertad; Mayo, clarín de ""' Iiana a 1os ,.. ,,.. ' ) p 1ata que tocas (lana . \ .(;) " ~ poetas perezosos; Mayo, el fN~~~'J que reb osa tantas flores com o las barcas de Myssira: tus ojos claros se cierran en éxtasis volup tuoso y se e¡¡ca pa de tus labios el prom etedor ¡hasta mañana! cual mariposa azul de entre los pé talos de un lirio. Hace poco sa lía de la ca pilla, tapizada toda de rosas b la ncas, y eu trete niame en ver la vocinglera turba de las niñas que con albos trajes, velos cándidos y botones de azah ar en el tocado, habían ido á ofrecer ramos fraga ntes á María. Mayo y María son dos nombres que se hermanan , que suavizan la pal abra ; dos so nr isas qu e se reconocen y se a man. No sé qué hilo de la Virgen u ne á los dos. U no es como el eco del otro. Mayo es el pomo y Maria es la esencia. Las n iñas ricas subía n joviales á sus coches; las niñeras vestían de gala; santo orgullo expresaban en sus ojos, aun llorosos, las mamás . Acababan de recibir la confirmación de la maternidad. En u n o de aquellos grupos distinguí á mi amigo Adrián; salí á su encuentro; besé á la chicuela que to davía no sabe hablar sino con sus padres y con sus muñecas; sentí ese fresco olor de I
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inocencia, de edredon , de brazos m a ternales, que esparcen las criaturas sanas, bellas y felices; y cuando la palomita de alas tímidas, cerradas, se fué con la mamá y el aya, ruborizada la niña y de veras, por la primera vez , Adrián y yo, incansables andariegos, nos alejamos de las calles henchidas de gente dominguera, para ir á la calzada que sombrean los árboles y qu e buscan los enamorados al caer la tard e y los amigos de la soledad al mediodía. Adrián es un místico; pero no es, en rigor, un creyente. Lámpara robada al santuario, su flámula oscila, rebelde, al aire libre; m as el aceite que la alimenta es el mi sm o que la hací a brillar, á modo de pupila ext ática , cuando, ya dormida la oraci6n, velaba ella en el templo. T odavia busca esa llama la mirada de las m onjas que rezaban maitines en el coro bajo; todavía sien te con deleite el frío del alba, en tran do por las oj ivas; todavía la espan ta el cu erpo negro de la lechuza, ansiosa de sorberla . Como esa hay muchas al mas, en las que han quedado las creenci as trasfiguradas en espectros, que perturban el su eñ o con quejidos, sólo perceptibles para ellas, 6 en espíritus luminosos pero mudos; almas tristes, como isla en medio del octano, que miran con env idia ú la ola sumisa y á la ola resueltamente reb elde; almos cuyos ideales semejan estalactitas de una gruta oscura, bajo cuyas bóvedas muje el vi ento nocturno; almas que se ven vivir, cual si tuvieran siempre delante algún espejo, y á ocasiones, medrosas, apoca. R Bn~TA A ZUL', a
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da s, 6 por alto sentido esté tico y m oral , cierran los oj os para no mirarse; al mas en cuyo hueco m ás hondo, at isba siempre vigilante y duro juez; almas que no sintiéndose dueñas de sí mismas, sino esclavas de pot encias super iores ignotas, claman en la som bra: ¿en dónde está, cuál es mi amo? Adr ián, sujeto á todas las influen cias, buenas y malas; pé talo en el remoli no hum ano; susceptibl e de ent usiasm os y desfall ecimientos, tenía aque lla m añana el espíritu en u na nube de incienso. Había vue lto á la edad en que nadie le llamaba «papá» y él decía: Padre! Pero cómo en él proyecta la al eg rí a inseparable sombra de trist eza ; cómo le ac ompaña siempre «el pobre niño vestido de negro que se le ase meja como un herm ano,» h abl óme así de su reciente júbilo: - Tú no sabes cu á nta m elancolí a produce un vestido bl anco, cuando ya se ha vivida much o para sí ó para los ot ros. E sta m añ ana, al ver junt o á la camita de mi niñ a el traj e inmacu lado . qu e iba á vestir para ofre ce rle, por primera vez , h ermosas flores á la Vi rgen ; al toc ar ese velo sutil isimo que parece des hacerse com o la ni ebla, si queremos asirla; sentí la vani dad elel padre cuya h ija comienza á dar los primeros pasos, á balb ucear las primeras oraciones, y que, ataviada con primor, feliz po rq ue de nada carece y todo ignora, camina al te mplo, ya conscien tem en te y como blanca molécula integrante de la comunión cr istiana. La besé con más besos de ntro de cada uno que ot ras veces. Sonreí, reí al verla m irándose y admirándose en el espejo, como si preguntara ¿esa soy yo? Me encantaba la to rpeza natural con que solt6 á andar en su recamarita, cuidando de que el roce no ajara su ves tido y levantando éste con la mano para que no 10 to case ni la alfombra. Ya en el coche, la acomodamos en su asiento como á una princesa pequeñuela de cuento de h adas que va á casarse con él rey azul. Parecía una hostia viva y es, en verdad, la hostia de mi alma. En el tem plo, la ceremonia no es solemne, es tierna. Solemne, la imposici6n de órdenes sacerdotal es; sol emne, la toma de hábito; solemne, el oficio de difuntos; solem ne, la pompa del culto cat6lico en los grandes días de la ig lesia; tierna, vívida, pura, esta angélica procesi6n de almas intactas que lleva fiares á la Virgen. Los cirios se me figuraban cuerpecitos de niños é
que se fueron adelgazando, murieron y se salvaron; cuerpecitos cuya alma casta resplandece, en forma de llama, fija en las niñas blancas que van á poner las primeras -h oj as de su nido en el ara de María. La Ma dre de Dios parece como • más madre rodeada por todas esas virginidades, ~gnorantes a ún de que lo son; por todas esas -in ocen cias 'que la invocan. L as niñas sienten como qu e han crecido. A la mía se la llevaron con las más pequeñas. Se la llevaron sin que ella resistie ra. Se la llevaran ... .. . ¿sabes tú lo que esa frase sign ifi ca? An tes y desde hace poco, s610 en cas a a ndaba sola . . . . , en casa, esto es, en mis domi nios. Desde aqu el mo mento ya se iba con otras, sin echarnos de 'm enos á la mamá y á mí; ya no nos , tanto como 1a v 'íspera; ya no eran nuespe rt enecía tras manos su apoyo único; ya S11 volu ntad , ac urru cada antes, en trea brin las alas. De l coro in fanti l se alzó el canto balbucie ntc, parecido á u na letanía ele a mor, oída desde lej os.' La vi á ella bajar con algú n trabajo de la banca y di r igirse paso á paso, todavía vac ilante, con su ramo de fiares, á las g ra ci as del altar. Alzándome sobre las puntas ele los pi es, procuraba no perde rla de vista, con III iedo ele que cayera, temeroso de qu e llora ra ; ;.' 110 ca yó ni ll oró, ni volvió la vista á vern os; la acar iciaba n , la son re ía n , preguntában la su nombre, y esas son risas, oreaban mi espíritu , com o hálitos de cariños desconocidos á los que nunca volveré á encontrar. Se iba ; pero se iba con la Virgen, con el ideal delamor, con 'el ideal del dol or vestido de esperanza. A ella, á Maria, sí se la dejaba' sin temores, porqne estaba cierto de qne iba á devolvérmela, y si no á mí, ,á la madre, po rque madre fué ella. Algo como agua lustral caía de mi sér. Sí, vu elca, hija tu canastillo de botones blancosen las gradas del altar; dile á la Virgen que ponga, por vela, un ala de ángel en la barca de tu vida; pídele la pureza qne es la santa ignora ncia del placer doloroso más qué ¿vas á pedirla, si sabes nada más pedir juguetes y la palabra v ida no cristaliza todavíaen tu entendimiento n i, pregu~ tona, ha salido de tus labios? Despu és, la vi volver. Los azahares temblaban en sus rizos rubios: parecía u na n ovia. Llevaba de la mano á otra niña, más baj ita de estatura: parecía una mamá. Estas dos palabras: novia ......m amá .. .. .. di-
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chas interiormente, despertaron en los ecos profundos de m i espíritu no sé qué rumores pavorosos. Hay otro vestido blanco, tal como éste de ofrecer fiares, acaso más luj oso, más rico eu nubes de encaje, traj e de resonante y larga cauda. Hay otros azahares que no brincan de g usto en las móviles cabeci tas de las niñas, sino que están quietos y rígidos en la cabellera de la desposada. Ese vestido agua rdará en el canapé, cuando llegue una mañana triste del mañ an a. Ahora ese vestido blauco, esos azahares yo se los dí, son m ios, porque ella es mia, Pero..... el otro, los otros, serán de alguien á qu ien no conozco, de alguien que vendrá, con más poder que yo, á arrancármela, porque la human idad se perpetúa por ineludible ley de ing rati tud. Y entonces, esa barca no volver á á la orilla en donde estoy, tras una breve travesía en el lago quieto; se perderá en el alta mar de la vida, sin que puedan ampararl a, sin que, á nado, me sea posible darl a alcance. ¿Cómo, en qué tono, brotará entonces de esos labios la palabra VIDA? En esa mar surje la bruma; allí lo Desconocido h umano
dice en voz alta su recóndito secreto; allí sólo cuando el dolor exasperado g rita, el padre oye.... el pobre padre que desde lejos adivina y calla. Cuando se siente esa angustia moral, vuélvese el espíritu á la Virgen, diciéndole: abre los ojos p:lra que haya luz. Te lleva fi ares: cómo tú tienes tantas, g uarda, las que te ofrece, para ella.y yo no sé si porq ue la 1uz de los cirios infl ama los ojos, se nos saltan alg unas lágrimas c¡ uc el calor ó el orgullo varoni l evaporan. ¿Verdad que el vestido es sugestivo? Ser novia.... ser mam á.... pedir deveras á la Virgen ..... saber lo que es la vida.... ¡ya el traje blanco se visti6 de Into! y hay otro traj e blanco..... ¡ah, no, jamás,..... no hay otro traje blanco!
Mi amigo, el místico á lo Verlaine y á lo Rod, había tomado el último sorbo del 6palo verde que da el sue ño y la muerte. JI. GlItiérrez N ájera.
SONETOS [D E
LOS
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EN LA.. NOCHE.
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LA SELV A.JI
A.L A.1tI."-NECER.
P arece m edi o día. ¡T anto alumbra Húmeda el bosqu e salpicando Febe! Siiave el cefirillo apenas mueve Aquella encina, que entre mil se encumbra.
Asoma, Filis, soñoliento e l día y llueve sin cesar; en los cercanos Valladares, al pie de los ban an os,' Mi grey se escuda de la ni ebl a fria;
Sobre el Zempoala el Véspero relumbra, Teudido encima de la blanca nieve; y en la planada, el arroyuelo leve Como cin ta de plata se columbra.
Las vacas á sus hijos con partía Llaman de los corrales, en pantanos Convertidos, y ruedan en los llanos Pardas las nubes y en la selva umbría.
R utila el cielo; y se oye en la montaña De la abubilla el grito lastimero, Que el eco reproduce en la campaña.
Oye.. .se arrastran sobre él techo herboso Los tiernos sauces con "extraño brío Al mecerlos el viento vagaroso,
F lérida, ven y sígueme, pues quiero Gozar de aquesta noche. La cabaña Cierra, amiga; te aguardo en el otero.
Que, trayendo oleadas de rocío, Por las rendijas entra querell oso: Prende el fogón, amiga,' tengo frío .
Joaquín A.rcadio Pagaza.
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CAPRICHOS V E
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niño sali ó temprano, después de haber ~~~~. recibido el beso maternal sobre la fresca mejill a. Sal i6 calladamente al egre, contemplativo y risueñ o, m irando, con fijeza distraída, cóm o palidecía en el horizonte el rosicler de la mañana. E l aire estaba fragante y sacudía entre las cinceladuras del follaje los primeros rayos de sol. Aun los estambres de las enredad eras t emblaban con la lluvia de cristal del rocío. Los páj aros salían, en puñadas, de las copas húm edas, ;' se desgranaban á la vera del camino. E l much ach o caminaba, pensando, como el Dios bíbl ico, que lo creado era buen o. Y seg uía su march a con len ti tud y uniformidad, seg uro de que iba á se r de los primeros en sombrearse baj o la v ieja portalad a, en espera de que el semblante rugoso del dómine, asomands por el entreabierto postigo, anunciara la hora de la clase. Estab a decidido; lo hab ia j urado ú , p et/o, mi ent ras , en pie, junto al sillón de la abuela, m udo, arrepentido, te mb loroso, en lucha íntima con las lág rimas reb eldes, sentía la seca man o de la anciana pasar pnr su cabeza, en delicada caricia, como se posa un ave en el nido, y oía la voz dulce, supl icativa, con entonaciones de plegaria, decir el tierno estribi llo : hij o, sé buen o; ve á la escuela! y sí qu e iría! ¡Buenos eran los amigos par~ impedi rlo! Nada; ya no más ver la cometa incrustarse, susurrando, en el azul del h orizcnte; ya no más arroj ar la peonza sobre el terrado para que su vértigo levante microsc6picos torbe llinos de polvo; adios, iris de las ca meas; adios, ave del paraiso de la raqueta! El muchacho va palpando con dichosa ruici6n, la bolsa de los libros; allí la lleva, en el mismo sitio donde los guerreros y los trovadores de s.us cuentos llevaban la espada y el laudo Ahora sí está seguro; la noche anterior, al concluir el rezo, había preparado la lecci6u, y casi resuelto el problema de aritmética, planteado. L
LA ESOUELA .. .! después de larga meditación, por el sabio vejete de la escuela. ¡Qué hermoso día! La luz clara, virginal y fresca, se filtraba por todos los poros del alegre caminante, hasta ll enar su alma de resplandores y alumbra r interiormente aquella cabeza pensativa llena de n úmeros y preceptos científicos. Lleg ó á la aldea, á buena hora; pas6 junto al áb side del te mplo, en cu ya cornisa destartalada las golondrinas que ch arl aban , reconociéndole, abrieron las alas azn les; y él crey6 que le de cían : vamos, amiguito, á la escuela. T orcí a las call ejas, saludaba á los transenntes, andaba listo, radiante, con el cu ell o erguido y la gorra levantada, para qu e se pudiera ver en su frente la es. trell ita del estudio Poco faltab a, cien pasos ú lo más, cu ando de la plazoleta vec ina salió una explosión de risas chillantes y de g ritos agudos; un traqu et eo de ch iquillería desenfrenada. Y el buen much ach o se detu vo bruscam en te, , como si algún obstáculo invisible le im pidiera el paso. H abía re conocido á sus camarada s, á su traviesa ba nda, á su cua drilla regocijada. El era del enjambre, y de pronto, una ola de deseo, viva, furiosa, enérgica, se levant6 en su pensamientc, y el joyero de la mem oria, abierto de par en par, le presentó las riquezas de los días felices hurtados al rinc6n obscuro de la escuela, al pupitre raspado, al tintero qu e se volcaba ·sobre la banca grasienta, al li bro que se despanzurraba, echado perezosa me nte en la palma de la mano, al rostro de abate irascibl e, del m aestro; aquellas risas, aquellas exclamaciones, aquellos gritos, eran la m úsica arrull adora de placeres queridos; le hacían ver llanos empapados de sol; árboles cargados de frutos; zanjas de agua verdosa ; colinas escarpadas, y , en todas par tes, la banda de chicuelos, colgada de las ramas, bañándose en los arroyos, ape drean do á los pájaros, persiguiendo á los reptiles. ¿Como fué que
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tan luego se nubiese podido destruir la firme catedral de sus propósitos? ¿Qué soplo apagó el incendio de su fe? ¿Qué viento arrasó la pirámide de sus arrepentimientos? . .... Un instante de indecisión, un minuto de angustia, un combate de titanes en el reducido espacio de aquella almita, y luego el saludo de un rezagado de la fiesta, los aplausos de bienvenida, la discusión de las excursiones, el ejército en camino, la caravana bulliciosa, corriendo, libre y olvidada de todo, á través de las llanuras sin límites y bajo la serenidad de los cielos. ......... Cuando el muchacho volvió á la casa, después de cazar nidos, bailar peonzas, y aventar el ave del paraiso de la raqueta, se par6-para ocultar su agitación y limpiarse el sudor de la frente-ante la tapia del hogar por donde asomaba un ciprés, que se movía, cabeceando, como mano que amenaza. Entonces, el arrepentido sinti6 el zarpazo del remordimiento, y tembloroso, mudo, luchando con las lágrimas rebeldes, al levan tar el brazo para tocar la puerta, experimen tó sobre su cabeza la sensación de una caricia suave, y escuchó una voz dulce, suplicativa, cou entonaciones de plegaria, que cantaba el tierno est ribillo: sé bueno; vé á la escuela.
Así amiga mía ¿lo ves? así he sido yo toda la vida-¡Cuantos própositos m e he hecho! ¡qué raudal de juramentos he vertido! Voy de prisa hacia la Gloria, hacia el Bien, hacia la Verdad: estoy firmemente decidido y me empe ño en segnir adelante. Heme ya en camino, con paso seguro, enérgico, sereno; he prometido i mis ideales, los que me acarician y reprenden, cumplir con los deberes que me han impuesto; mas de repente, el eco de una risa, el rumor de un beso, la música de una palabra cariñosa, me detienen; allí están mis camaradas, allí están las pasiones que me dijeron; ¡vuelve;! allí está el amor ligero, alado y olvidadizo, que cuando pasea conmigo suele ponerse serio; allí están las frágiles estrofas que se rompen y los ensueños luminosos que se desvanecen; allí están los amigos de un día, la amada de una hora, el placer de un instante ......y yo con ellos sin acordarme de mis promesas. y cuando vuelvo á tí, encarnación de mis supremos ideales, símbolo puro de mis aspiraciones; piadosa madre de mi s sueños, llego cobarde, pensativo y mudo, sintiendo en mí espíritu la caricia de tu mirada, y oyendo en él tu voz dulce, consoladora, suplicativa: sé bueno; vé á la escuela! L'tis G. U,.biutl.
Para soportar la vida, es preciso incorporarse á algún ser ó abstracción mayor que uno: por ejemplo á una familia, una sociedad, una ciencia, ó un arte. Cuando se considera esa abstracción, ese ser social, más grande y más importante que uno mismo, entonces se participa de su fuerza y de su solidaridad ; pero si se quiere ensayar todo, viene el cansancio y el desfallecimiento: el que gusta de todo, de todo se disgusta.
de seres: los enamorados, los ambiciosos, los observadores y los imbéciles. Los más felices son los 61 timos.
E n todos los matrimonios hay una llaga oculta , como en todas las naranjas un gusano, la mayor parte de los cónyuges se estudian tres semanas, se aman tres meses, se disputan tres años y se toleran treinta. Después, comienzan los hijos la mi sma cronología.
Ninguna criatura humana comprende á ninguna humana criatura; cuando mucho, se toleran ó se aceptan por costumbre, paciencia, amistad ó interés.
El mundo está poblado con cuatro categorías
La locura no es un imperio separado de la vida ordinaria; ésta limita SIempre con aquella, y todos tenemos alguna propiedad en ese imperio. No se trata, pu es, de huir de ella; sino únicamente de no caer sino á medias.
Un padre puede alimentar doce hijos; y doce hijos no podrán nunca alimentar á un padre.
H. &. ·raine.
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EL ABANDERADO (TRADUCCION DE ENRIQUE GOMEZ CARRILLO.)
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regimiento estaba en batalla, sobre un repecho de la vía férrea, sirviendo de blanco á todo el ejército prusiano, amontonado enfrente, bajo el bosque. Se fusi laban á ochenta metros. Los oficiales no cesaban de gritar ¡acostaos! pero ningún soldado quena obedecer y el fiero regimiento seguía de pie, agrupado al rededor de su bandera. En ese gran horizonte de sol poniente, de trigos en espiga y de pastos de ganado, aquella masa de hombres, atormentados y envueltos en el manto inmenso de la humareda confusa, tenía él aspecto de un rebaño sosprendido á campo raso en el primer torbellino de u n huracán formidable. El hierro caía como una lluvia sobre el repecho, en donde no se oía sino la crepitación de la fusileria, el ruido sordo de las gábatas rodando entre la fosa y las balas que vibraban eternamente de un extremo á otro del campo de batalla, como las cuerdas tendidas de un instrumento siniestro y retumbante. De tiempo en tiempo, la bandera que se alzaba sobre las cabezas, agitándose al viento de la metralla, perdíase entre el humo; y una voz grave y fiera, hacía oir, dominando el estrépito de las armas y las quejas y juramentos de los heridos, estas breves palabras:
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JI E l tal sargento Hormus era un viejo tonto, que casi no sabía ni escribir su nombre y que había empleado veinte años en ganar los galones que adornaban la manga de su casaca. Todas las miserias del exp6sito y todos los atontamientos del cuartel, se reflejaban en su frente baja, en su espalda abovedada por el saco, en su rostro inconsciente de soldado humilde. Además, tenía el defecto de ser algo tartamudo; mas para ser abanderado no se necesita gran elocue ncia y la misma tarde de la batalla su coronel le dijo: «Tú tienes la bandera, mi bravo sargento; guárdala.» y sobre su v iejo uniforme de campaña, bien pasado ya, á causa de la lluvia y el fuego, la cantinera sobrecosió, al instante, un cordoncillo dorado de subteniente. Este orgullo, único en su vida de humildad, irguió el cuerpo del viejo militar; y la costumbre de andar encorvado, con los ojos bajos, se cambió desde entonces en el h ábito de marchar orgullosamente, con la mirada en lo alto para ver flotar el fragment o ele tela que se mantenía en sus manos, siempre derecho, siempre fiero, por encima de la muerte, por encima de la traición y por encima de la .derrota . N adie ha visto, en época alguna, un hombre tan dichoso como Horrnus, cuando en los días de batalla tenía el asta entre las manos afirmándola en su estuche de cuero negro. Ni hablaba ni se movía; y serio, como un sacerdote, tenía el aspecto .de guardar una cosa sagrada. Toda su vida y tona su fuerza estaban concentradas en esos dedos que se crispaban al rededor de un harapo glorioso, sobre el cual rodaban las balas. Sus ojos llenos de fiereza, miraban de frente á los prusianos, y parecían decir: «Atreveos, pues; ensayad siquiera de venir á robármela! . Pero nadie, ni aun la misma muerte lo ensayaba. Después de Borny, después de Gravelotte, después de las batallas más terribles, la bandera
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continuaba su camino, deshecha, agujereada, transparente, llena de heridas; mas era SIempre el viejo Hormus quien la llevaba.
pobre hombre-.. .En todo caso, aún no tendrán la mía ... Y, ligero como una bala, se ech6 á correr hacia la ciudad.
III
IV
Después". lleg6 Septiembre, el ejército en Metz, el bloqueo, y esa larga parada en el fango, donde rodaban los cañones sin direcci6n y donde las primeras tropas del mundo desmoralizábanse por el ocio y por la falta de víveres y de de noticias, muriendo de fiebre y fastidio al pie de sus fusiles. Ni los j efes ni los soldados creían ya en cosa alguna ; s6lo Hormus guardaba aún la confianza. Su harapo. tricolor le hacía creer en todo; y mi entras él lo sentía á su lado, estaba seguro de que nada se había perdido. Desgraciadamente, com o ya nadi e se batía, el coronel guardaba las banderas en su casa mi sma, en un barrio de Metz ; y el bravo subte n ien te vivía como una madre que tuvi ese á su hijo en nodriza, pensando en él sin cesar. Cuando el fastidio lo atormentaba, hací a un viaje á Metz , de donde regresaba contento, d espu és de mirar su bandera, siempre en el mi smo sitio, siempre tranquila, siempre recostada mag estuosamente contra el muro. Esos viajes qu e él verificaba en una sola jornada, hacían nac er en su alma el valor y la paciencia; hacianl e soñar con campos de batalla, con marchas g lor iosas y con las gra ndes enseñas tricolores, flotando á lo lejos, en las trincheras prusiana s.. ... La orden del día del Mariscal Bazaine, hizo rodar por ti erra las bellas ilusiones. Una mañana, Horm us v ió, al despertarse, mucha agitaci6n en el campamento. Los soldados, reuniéndose en g rupos, murmuraban, animándose y excitándose con gritos de rabía; levantando los puños hacia un punto de la ciudad, como si sus c6leras designasen á un culpable ... ¡Atrapadle!... j F usilé mosle l. .. y los oficiales guardaban silencio, apartáudose del bullicio, avergonzados de haber leido á cincuenta mil valientes, bien armad os aún, aún vigorosos, la orden del mariscal que los entregaba sin combate al enemigo ... -¿Y las banderas? preguntó Hormus palideciendo... Las banderas también habían sido embargadas con los fusiles, con el resto de los equipajes, con todo . - jRa... Ra Rayo de Dios!. .. -balbuceó el
También en Metz la animación era inmensa. Los guardias nacionales, los guardias m6viles y los burgueses, se agitaban gritando; las diputaciones recorrían las calles vibrantes y precisadas, dirigiéndose á la casa del mariscal.-Hormus no veía nada, no oía una palabra; hablando consigo mismo, subía á grandes pasos la calle de Faubourg. -¡Robarme mi bandera! . . . Pues no faltaba más!. .. Acaso es posible robar una bandera!. .. Acaso tienen derecho!... Si les quiere dar algo á los prusianos que les dé lo suyo... sus carrozas doradas, su vajil la magnífica traída de México... Pero mi pabe1l6n.. . El pabe1l6n es mío... El pabe1l6n es mi dicha, mi fortuna. Y yo prohibo terminantemente que lo toquen! Todas estas frases incompletas, estaban cortadas por la marcha y la tartamudez. Pero en el fondo, él tenía su idea; una idea bien firme, bien precisa: tomar la bandera, llevarla flotante al seno del regimiento y pasar luego sobre el vientre de los prusianos con todos los que quisieran seguirle. Cuando lleg6 al fin de su camino, ni siquiera le dejaron entrar. El coronel, furi oso también, no quería recibir á nadie ... Pero el viejo Hormus no entendía así el asunto, y jurando, gritando y empujando al plantón, «mi bandera, decía, dadme mi bandera!», .. Al fin se abri6 una ventana. -¿Eres tú, Hormus? -Sí, mi coronel, yo ... -Todos los pabellones están en el arsenal... no tienes necesidad sino de presentarte ahí para que te den un recibo. -¿Un recibo? ... ¿Para qué? -Es la orden del mariscal.. -Pero... coronel. .. -Déjame en paz!. ..-Y la ventana se cerr6. El viejo Hormus vaci16 como si estuviese borracho y repiti6 entre dientes: -¡Un recibo... Un recibo! Al fin, púsose en marcha, por segunda vez, no pensando sino en que su bandera estaba en el Arsenal y que era necesario volverla á ver, costara 10 que costara.
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Las puertas del Arsenal esta ba n completamente abiertas para dejar el paso lib re á los carros p rusianos, que esperab an su cargamento en el pati o inmen so. H ormus si n tió, al en trar, que u n escalofrío ag itaba sus nervios, Todos los demás abanderados , ci n cuen ta sese n ta oficiales, silen. ciosos indignados, estaban allí .. . y to dos aquellos h ombres tristes, con las cabezas desnudas, agrupándose detrás de los enormes carros sombríos, daban á la escena un aspecto de entierro. La llu vi a aumentaba la emoci6n de tristeza . . . Los pabellones del ejército de Bazaine estaban amontonado s en u n r in cón , confun diéndose sobre el suelo fangoso. Nada m ás terrible que el espectáculo de esos frag m entos de rica seda, pedazos de franj as de oro y de ast as trabajados, arreos glo riosos echados por tierra y manchados de lluvia y de lod o. -Un oficial de administración los iba cogiendo, u no por u n o; y al no mbre de su reg imien to, pro n u nciado en alta voz, cada abanderado se acercaba para recojer un recibo. Derechos impasib les, dos ofi ciales prusianos vigilaban el cargamento. ¡Y vosotros os ib ais así ! ¡oh santos giran es gloriosos! desplegando v uestros agujeros y barriendo t ristem ente la ti erra, com o banda de pájaros que tuviese las alas rotas! ¡Vosotros os ibais con la vergüenza de las grandes cosas humilladas..... y cada uno de vosotros se ll evab a un pedazo de la F rancia! E l sol de las largas j ornadas dej6 su sello en tre v ue stras arrugas marchitas........ Vostras guardais, en las marcas de las balas, el reó
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U n pa isaje de ópera, de h ech icerías, un bosque para u n duo de amor, 11-11 bosque de volupt uosidad y de triunfo; las hojas se dibujan sobre el azul del ciel o, inmortalmente verdes y gloriosas, como las h ojas de una corona de poeta. La l uz salta entre las ramas, un murmurio de vergel canta en los árboles; á la t ierra cae un a nevada de perfumes. La fiesta de una eterna estaci6n de felicidad palpita en los naranjos, llenos de flores y de fru tos, ocultando en botones de plata el oro redondo de una naranja: grandes bueyes rojos pasan b ajo las enramadas y llevan en sus lomos algo como la lluvia blanca de un
c uerdo de mu chos h éroes descon ocidos, que ca yerou m uertos al azar, bajo vuestras franjas tricolore sl...... - Ya ll egó tu turno, H ormus Ahi te ll aman ..... , Ve á buscar tu re cibo. ¿Se t rataba de un rec ib o, cuando una bandera fran cesa, la más bella, la m ás m utilada, la su ya, estaba delante de sus oj os?.. ... E l viejo sargento se fi guraba estar aú n all á arriba, de pi e sobre el repecho de la vía férrea ...... S u ilusi ón le hacía oir de nuevo el canto de las balas, el ruido de las gábatas que rodaban y la voz robusta del coro nel : ceA la bandera, hijos mí os, á la bande ra».... L uego sus veintidós camaradas muertos, y él, vigésimo te rc io abanderado, precipitándose á sn vez para levantar y soste ner el pobre pabell ón que vacila, fal to de brazo.... ¡Ah! ese día h abía j urad o defenderl o, g uardarlo h asta la mu erte.... . Y ahora...... S 610 de pensarlo, toda la sangre de l coraz6n le subía á la cabeza..... E brio, sin sentido, lanz óse sobre el oficia l prusia no, arrancándole su enseña idolatrada, para agi tarla de nue vo entre sus m anos; para levantarl a aú n, bien alta, bie n recta y para gritar: ¡A la ban!. . Pero su g ri to fué cortado entre su garganta y sintió temblar el asta, que se escapaba de sus manos..... En ese aire malsano, en ese aire de m uerte que pesa terriblemente sobre las ciudades rendidas, la bandera no podía flotar.,.. Nada de orgulloso, nada de fiero podía v ivir ahí.... .. y el viejo Horm us cayó fulminado..... AlfOlllilO Daudet.
ramillete de desposada. Una languidez de pereza, una poesia defarllicntc se levanta en los aromas moribundos de esos jardines de A nnida.. ... Sorrento es el Tasso,-como Bales allá abajo, la costa de cenizas, de cavernas y de terrores, es Tácito. E l que oye más tonterías en el mundo es quizá un lienzo de museo. Un hombre que tiene en el rostro algunos rasgos de Doh Quijote, tiene slempre algunos bellos rasgos en el alma.
E. Y J. de Goneourt.
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ALBUM DE VIAJE
VENECIA DE NOCHE el tren devoraba la distancia, á mí me devoraba la impaciencia. Empacado desde á medio día en el compartimento del wagon ingl és, ardía en deseos de llegar, é incurriendo en la debilidad de todo viajero impaciente, asomaba sin cesar la cabeza por el ventanillo, y au nq ue el itinerario señalaba la llegada para las nueve ele la noche, ya desde las cinco exploraba con ansiedad el horizonte, buscando, en vano, con la vista el espectáculo ansiado y que parecía esquivar tenazmente mi curiosidad. Lleg6 la noch e; una som bra densa invadió la campiña, y al cubrir su negro velo todo el horizonte visible y ex terior, como si en mi espíritu se hubiera súbitamente descorrido un cortinaje, surgió en mi imaginación la Venecia de los libros y de las narraciones de viajes, la que cantó Byron y pintó Taine agotando su maravillosa paleta. Veía á esa sultana or iental desterrada en Occidente, surgi endo, como V énus, de las espumas del Adriático ; toda ella flam eante á la luz de las farolillas y linternas, vibrante de canciones de gondoleros y de serenatas misteriosas al pie de los balcones, extremecida de voluptuosidad bajo las caricias combinadas de la luna y de la onda, bajo su cielo azul tachonado de estrellas, cintilando como diamantes en un manto real, toda luz, toda alegría, to da ruido, toda eco de festines, impregnada su atm ósfera de aroma de flores, palpitante al eco de los festines, llena de vida, ebria de placer, como una pagana de la decadencia 6 como una favorita de harén. Miraba de antemano el hormigueo de aquel pueblo .l1CO y feliz, ataviado con !ENTRAS
todos los colores del iris, ch ispeante la mirada, alta la frente, bullicioso y altivo; divisaba vagamente en.mi ensueño curvas y contornos amplios y puros, como los que pintó el magistral pincel de Rubens, ese veneciano holandés. Aquella Venecia, que había admirado en retrato como admiran los monarcas á sus prometidas y que había poseído en sueños como poseemos en la juventud á todas las mujeres hermosas, iba dentro de breves instantes á ser mía, á entregarse sin reserva á mi curiosidad y á mi transportes, á derrochar ante mi vista y derramar bajo mi planta todos los tesoros de su mágica belleza . De súbito, el tren comenzó á caminar sobre las aguas; estábamos en la región de las lagunas. Un estrecho terraplén, bastante apenas á soportar la vía, dejaba tras del convoy una huella siniestra como la estela negra y ondulante de algún baj el fantasma. Un oleaje discreto y silencioso, hacía fosforecer esas 1uces vagas y trém ulas que, en el seno de la más profunda obscuridad, el agua parece encender en sí misma. Aquel lago de tinta me parecía interminable. Un silbido estridente y prolongado, luego un sacudimiento... oo. habíamos llegado. Cesados el movimiento y el tragín del tren, un silencio de muerte nos envolvió de súbito. Por la vasta galería envidrierada, en la que media docena de farolillos que parecía consumir el gas de Samuel Knigt, luchaban en vano y á brazo partido con una obscuridad densisima, discurrían, como sombras, media docena de empleados y viaj eros; las carretillas de los equipaj es se deslizaban sin ruido como sobre una alfombra. Creí por un momento que me había equivocado y descendido en otra estaci6n. Me apresuré á salir de allí, y apenas salido, la sacudida fué terrible.•A¡ CRllnSTA AZUL>.-4
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m is pies, una escalinata sombría, cu yos últimos peldaños se h undían en una agua cenagosa y estancada; una fila de góndolas atracada al m uelle; negras, frías, inm 6viles y galoneadas de plata parecían sarc6fagos; en la proa, una forma humana, robusta y colosal ; á 10 lejos, é interrumpiendo á trechos la monotonía de las tinieblas, u no que otro farolillo alumbrando una imagen. Aquello era indudablemente la Estigia con su pesado y escaso oleaje, su negrura impenetrable, su barca y su Caronte. Al embarcarme, sentí ealostrio; el camarín de la barca forrado de negro, adornado de cordones y borlas y franjeado de blanco, era el interior de una caja m ortuoria. ¿Adónde qu e no fuera al cementerio podrá conducir aquel vehículo? Un extraño m alestar me invadía; parecióme caminar hacia 10 desconocido. L ., trémula y suspirosa, se apretaba contra mí como si previera un peligro, y en el asiento frontero E ., taciturno y callado, hacia brillar sus lentes como brillan en la sombra los ojos de los buhos. Caminábamos por call ejuelas, ó mejor dicho, por canales estrech os, que ap en as daban cabida á la barca. De uno y otro lado abrianse las puertas de las casas, pequ eñas, bajas, negras, como nichos abiertos qu e esperan un cadáver. De tiempo en tiempo Caronte lan zab a un grito plañidero y desgarrador, como el ay ! de un moribundo, que nos hacia estremec er. A me dio camino L . no pudo ya resistir, y con la voz em papada en lágrimas nos dijo: «Tengo m iedo.. tosí , E. hizo un m ovi miento como quien va á h ablar; pero arrib os permane cimos mudos. Sin confesarlo y sin explicárnoslo, tambi én nosotros teníam os miedo. Llegamos al h otel, despedimos al go ndolero y entre una fila de agentes de las pompas fúnebres ganamo s la escalera. El mismo silencio y la misma obscuridad. Los pod erosos candelabros, altos como torres, chispeaban como cirios. Los muros, tapizados de cuadros antig uos, absorbí an
toda la luz de los candelabros. Aquella decoración era terrorífica: aquí, un antiguo dux, vestido de negro, ostentando sobre su espléndida gola de encajes un semblante pálido y severo, parecía la cabeza del Bautista en la bandeja de Herodes; luego, una matrona, que no se sabe á punto fijo si está de pie 6 sentada; el corpiño repleto con la exube rancia de las formas; las manos extendidas sobre el vientre para lucir la riqueza y abundancia de las sortijas; más all á, torsos de verdugos y entrañas de santos, desparramadas por el suelo; ll amarad as de h oguera consumiendo enflaquecidos miembros de mártires; g uerreros enterrados en vida en pesadas armaduras y qu e parecen cadáveres en pie. En la alcoba, un Cristo de madera, escuela bi zantina, tamaño natural, saliendo de un bañ o de sangre venosa, el costill ar visible en la profundidad de las ll agas, las ch oquezuelas desolladas hasta los huesos, pálido, enflaquec ido y fúnebre. Sobre una gradería, el lecho de ébano, dorado en las m olduras, flanqueado de dos m esas de noch e, sobre las cu al es, el} enormes candelabros, arden bugí as qu e parecen cirios. Aq uello es la mansi ón del terror y de la muerte; podemos como Carlos V vanagloriarnos de haber presen ciado nuestras propias exequias. Envueltos en sombras y en m edi o del profundo silencio ele la ciudad 111 uerta, respirando emanaciones ele pantano, sin dar un paso ni articular palabra, permaneci mos largo rato. El chasco h abía sido completo, el con traste entre el ensueño y la realidad absol uto, el desengaño cruel. «Mada me est servie», dijo algu ien á nuestra espalda . E ., ceremonioso y severo como siempre, se volvió y contestó: «N o comemos; partiremos m añana por el primer tren; que se nos despierte temprano.» y t étricos, sombríos, coléricos, nos encerramos en nuestras alcobas á in cubar pesadillas, á sudar frío y á esperar «el primer tren.»
Doctor Manuel F l ores .
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R EVIST A A ZUL
A VICENTE RIYA PALACIO POETj-l.-G E~ NE R AL-MIN I STR O Con túnicas blancas se acerca n los ni ños, De azules jacintos se cubre el altar, y rubias doncellas, de níveos corpiños, Avanzan, ceñida la sien de azahar. ¿Quién es el que parte? ¿Porqué de Neptuno Imploran las preces piedad y favor? Porqué sacrifican palomas á Juno, y el Coro preside severo lictor? •••• • •••• ••••• •• ••••• • • •••••• o •• •• • • • • • • ••• ••• ••••• ••• •• •••• •
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Poséidon cerúleo, con soplo suave Los vientos alisios te plazca impulsar; Al náuta protege! Protege la nave, Señor del potente, velívolo mar! A tí confiamos precioso tesoro; Enfrena los vientos, las olas detén! Las blancas neréidas sus trenzas de oro Ufanas columpian en blando vaivén. Quien hoy, sonriendo, la playa abandona y surca tus senos de verde cristal,
Ostenta en sus sienes la doble corona. Del pátrio guerrero, del vate inmortal. E l dios soberano del arco de plata Con clámide blanca su cuerpo cubrió, y el manto soberbio de seda escarlata La Guerra implacable, vencida le dió, El es nuestra gloria: si canta, sorprende El son de su lira labrada en marfil; Patriótico fuego los pechos enciende y el brazo sacude vigor juvenil. Ampara, Poséidon, la barca viajera! Tu férreo tridente sujete la mar! ¡Que le abra Pertumno la playa extranjera y quieran las Gracias sus pasos guiar!
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E l Coro enmudece; é impávida y grave Se aleja del templo gentil procesión. Anclada en el puerto se mece la nave . .. i Poséidon escuche la tierna oración!
M. Gutiérrez Nájera.
LA PEREZA HIMNO EN PROSA
madre P ereza, cómo te han calumniado! De tu blandura, como la de la V enus Cipriana de Anacreonte y de Ovid io, han hecho esos moralistas que no saben en dónde poner su púlpito, nota de infamia y estigma deshonroso . Figuras en el Catecismo como pecado capital. ¿Pecado tú, diosa incomparable, t oda serenidad , toda calma, toda beatitud? L3 H,
leyenda bíblica te hizo compañera del hombre en la primera edad de la inocencia. Salir de tu seno fué castigo tras la culpa. ¡Oh diosa, deidad, la mano Divina, al colocarte en el Edén, como perfección suprema , te convirtió en ideal, en fe, en esperanza nuestra! Déjame cantarte , ondina que, como la de la balada alemana, no tienes alma; déjame elevarte sobre el su blime pedestal de que te han despojado. La humanidad sin tí quedaría á obscuras. En
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t us horas inmortales de calma, en tu augusto re- j ad al sab io que in vesti gu e: subli me Pereza, tú cogimiento, los pueb los han comen zado á pen- harás mar char al mundo. sal'. Tú no hiciste la Creación ; pero hiciste coLa monótona labor burgu esa ha hecho poco nocer al Creador . En la noche, bajo la dulce luz en bien de la humanidad . Esos soldados de avande las estrellas, reguero de plata, el h ombre se zada son carne de cañón : para ellos el progreso ha elevado por contemp laciones sucesivas hasta del planeta está en que el sol aparezca cada veinla Causa Eterna. La tr ibu se ap rox imó ú. Dios en tic áatro horas. Se le d á cuerda á la máquina, y el gran silencio y en la alta qu ietud: 1:6, madre las ruedas andan sin el menor tropiezo. Estos son Pe reza, descubri ste para la creaci ón espíritu, fe los arados egipcios de los buenos ti emp os de los Faraones; hoy el arado marcha sólo, y el hompara las almas, Dios para las conciencias . Tu aniquilamiento es solemne . Dormir en tu bre duerm e tranquilamente . Descub rim ientos, inventos, todo se encamina regazo ese sueño inm ortal de la Naturaleza, con, fun dirse con ella, ser una pa rtícula del Gran ú prolongar la Pe reza, á ha cer de ella el patrimoTodo, un r ayo de esa lu z, es un ideal div ino . El nio de la especie. Ah! si no fuera por ella , por poeta lo ha d icho : H e;¡·(JlI.'C les m01·ts , eiernels pa- esa gran aspiración de reposo ¡qué poco valdría resseux! el mundo! ¡qué escaso aliciente ofrecería ú este El Nirvana revelado al Budha indio baj o el grupo inmenso de ciudadanos qu e lo habitamos! Si los hombres llegaran Ú conven cerse de los árbol sagrado , es humano. El hombre suele afanarse mucho sólo por el placer de descansar. inmensos benefi cios de la Pereza, quizás el An Todas las religi ones han colocado á la P ereza co- gel Anunciador del Día del Juicio sonaría en m o término del viaje terrestre. Los Paraísos son vano su terrible trompeta: los mu ertos preferirían lu gares en donde la inacción , el reposo se ofre- quedarse en sus sepulcros, recordando el provercen como recompensa. La vida human a , sin esa bi o árabe: se está, m ejor sentado qu e de pie; se aspiración r ealizada, sería un martirio; la in- está mejor acostad o qne sentado, pero mejor se mortalidad, una carga. Sísifo, asusta ; la tarea está mu erto. La Grecia clásica, perezosam ente artística, no eterna de se castigado eterno, produce vértigo. temía á la muerte, como una puerta ab ierta al Señor , que cese, que cese la dura ley . La Pe reza es la contemp lación de la Naturale- reposo.-El hombre qu er ido de los d ioses, escr ibe za , su interp retac ión religiosa , en ar te, en cien- Menandro, mucre pronto ¡oh Parmcn ón! E l más cia . La Cur iosidad, hij a legítima de la Pereza, di choso es el que, sin pesares en la vida, habiense asocia á, la r;ran obra . También la Curi osidad do sólo contemplado sus h erm osos espectáculos , ha sido calumniada. LfI. antigua mi tología tiene el sol , el agua, las nubes y el fuego, regresa pronsus historias de Cupido y Psíqu is, de Céfalo y to al sitio de donde ha ven ido. Lo que vió, viva Procri s. Las leyendas escand inavas nos h ablan un siglo, ó viva pocos años, lo verá siem pre lo del destino que cupó á la mujer que abrió el se- mismo, y no verá nada más he rmoso . El que pulcro de un h éroe para robar su espada, y fué tarda en parti r, se fatiga y pierde sus recursos. Los héroes griegos se aburrían soberanamenconsumid a por las ll amas de que estaba rod eado el encantado acero . Sin la P ereza y• sin la Curio- te. Los Campos Elíseos, lugar vago, impregnado sidad , el mundo no h ubi era progresado. Los de neblina, los alentaba en medio de sus proezas. grandes inventos suponen calma para pensar y Después de la Grecia clásica , la h um anidad h a deseo de invest igar. Cr istóbal Colón llegó por demostrado su cansancio: hoy como ayer, ¡oh madescansos prolongados á un estado de conci encia dre Pe reza! te ap areces como un signo de redencomp atible con su gran idea. ción en la etapa del h ombre. Por eso te h e can El Arte , la Cienc ia , está n repletos de inmorta- tado. . les perezosos. La Divina Comedia como el QuijoAunque par a real izar tu id eal, no debía haber te, como la ley de la atracción , son productos de emp rendido este hi mno. No hacer nada: ¿no es la pereza humana. Dejad al poeta que sueñe, de- éste el mejor elogio de la Pereza? J
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Dul'oo.
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SUIV A..NT PETRAUqUE
R E(JUERDO
¡En m is brazos murió! Boca con boca Bebí anhelante su postrer al iento, Que aumentando por grados m i tormento, Desde entonces el alma me sofoca.
Vous sortiez de l'égl ise et, d'u n geste pieux, Vosnoblesmains faisai ent l'aum óne au populaire, Et sous le porche obscnr votre beauté si cla ire Aux pauv res éblouis montrait tout 1'01' des cieux .
Yo mismo la vestí. Mudo cual roca , Sin lanzar un gem ido ni un lam ento, Cumpliéndole u n sagrado j uramento Negro manto la puse y blanca toca .
Et je vous saluai d 'un salnt gracieux, T res h umble, comme il sied tt qui ne veut déplaire, Quand , ti ran t votre mante et d' un air de colére Vous détournan t de moi, vous couvrites vos yeux .
Hoy , cuando la amargura me enloquece, Una dulce visión de aspecto santo Con hábito mongil se me aparece.
MaisAmourquicommandenucmur le plusrebelle, Nevoulut pas souffrir que,moins tenclre que belle , La sonrce de pitié me refusñt merci;
Compasiva me mira; y cuando el llanto Mis párpados cansados humedece, Las lágrimas enj uga con su manto .
Et vous rutes si lente a ramener le voile, Que vos cils ombrageux palpitérent ainsi Qu'un noir feuillage oú filtr e unlong rayan d' étoile
Federico BaJart.
J o sé Maloja (le Heredia.
CARTONES 1
JA..PONERIA...
japonés de abigarrado traje, amplia túnica negra, bordada con m6nstruos color de naranja, ceñido el talle por una banda gris, abanico maravilloso azul de Prusia, con una pro cesión de ratones. Sobre el hombro un grueso bambú en equilibrio, la cabeza hácia atrás y los pequeños ojos fijos en un niño, que se balancea en 10 alto del mástil. La música ejecuta un vals alemán lento; la criatura finge cerca del techo algo, envuelto en sedas de colores. Diríase una mariposa extravagante 6 un pájaro que juguetea. Ora hace planchas increibles, se pára de cabeza, ex tiende brazos y piernas, formando una equis humana; ora espera á que el equilibrista golpée con el abanico, y con cautela cambia de N
postura; cruza las piernas en actitud de SImIO que se columpia en un árbol; se deja resbalar hasta el medio; resp ira fatigado un instan te y emprende nuevo y peligroso equilibrio. Yo en un palco. Ella sigue con los gemelos al niño japonés, que no me distrae. Yo la miro, tiembla su mano, se columpian las flores rojas de su sombrero y se vuelve para dirigirle una palabra, una sonrisa al estúpido que nos acompaña. Quiere exaltarme así, con coqueterías crueles: le presenta la bombonera para que tome un dulce, le contia su pañuelo oliente á ámbar gris, le abandona el abanico y suele, en un arranque de susto, apretarle el brazo. Ríe de la más tonta de sus palabras y le aplaude la más necia de las alusiones; yo parezco serle profundamente extraño. Sé que no lo ama; pero eso me hiere más, me demuestra que todos todos . hasta los más imbéciles.. .... menos yo. El niño japonés introduce el pie en una argolla, se cuelga con la cabeza hácia ab ajo, asienta la planta en el bambú que se desvía y forma un
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acarrea mojados haces de alfalfa de violadas flores y espigas de cebada ti erna, que los pilluelos arrancan al pasar. Se oye un rebuzno lastimero; se reconocen el asno cargado de sacas de carb6n y una hembra, que sa cude los lomos libre del peso de los botes de leche, que vacían en un exE ncorvados, al trote, con pendio al aire libre las piernas desnudas, los indios se dirigen al cent ro, ya cargados de 1arguísimos morillos que embisten á cada paso, ya de mercancías que se adivina n tras la piel ex tendi da en cruz en el fond o de los h uacales. E l cuadro me interesa; y me detengo á cada instante para no perder un detall e: artesa nos madrugadores rodean á una tamalera y á mano limpia escarban las cáscaras y engullen media pieza de un bocado; la panaderí a arroja á la acera II el olor tibio de la reciente horn ada; en la tienda se barajan los gritos, se bebe de prisa el té de A.L PA.SAR. hojas con refino, 6 el" refino sólo; parlotean los Un sol matinal secando las fachadas que vendedores al por menor, disponiendo sus puesmanch6 la lluvia de la noche, .ch ispeando en el tos al borde de la acera, recaudo enlodado y mararroyo, tornando en sarta de crista11as gotas que ch ito, frutas magulladas, h uevos de blancura tiemblan en los alambres del teléfono extreme- calcárea, mantequillas suc ias y amarillentas; cebollas deli cadamente purpuradas, lustrosos chicido por un grupo de pájaros que al etean. En la calle los vehículos van y vienen: tre- les verdes y rojos, que parecen barnizados de lanes foráneos cubiertos de polvo. Los vidrios de ca, cromos representando Jesuses rubios y chavaho, el conductor envu elto en sucio plaid, los peados, San j osés de femenina dulzura, Vírgenes furgones amarillos seguidos por cargadores al color de cera y niños regordetes surgiendo de trote que van en pos del primer real, los carros un cojín de nubes aborregadas, con un cetro en verdes de tercera clase en ch idos de ciudadanos de una mano y en la otra un mundo azul, rematado frazada roja y sombrero de palma y damas de por una cruz; baratijas de rnercillero, aretes de arracadas de plata y enaguas amponas. Desbor- vidrio, hilos de cuentas ambarinas, anillos de cedan de la plataforma racimos de pollos y galli- luloide en forma de serpiente, corazones traspanas colgadas de las patas, canastones vacíos, pe- sados por una flecha brutal, espejos redondos con tates liados, huacales con mercancías y hasta marco de latón, todo arreglado sobre una faja una vihuela adornada con flores de papel, en pe- agujereada 6 encerrado en el caj6n de tapa de ligro de muerte; el carro de la carne se balancea vidrio, sobre el cual se confunden y revuelven sacudiendo desolladas reses , ab iertas en canal: las tiras bordadas, los paliacates llamativos, los y un coche de sitio arrastra tres ébrios dormi- zapatos de estambre para los niños, y hasta las dos sin sombrero, volcados en el fondo de los muestras de bordados azules y blancos en doblaasientos, una mujer desgreñada y en caracol das fajas de papel. El dueño teje una falla con arroja con disgusto un cigarro por la ventani- agujas 6 interrumpe su voceo para humedecerse lla. los labios con la lengua, y sonar en su organillo Vienen de la gari ta pá cificos asnos cargados de boca, un airecillo de rancho ; suele dominar de húmedas riquezas de hortaliza, dejand o tras la melodía el acento du1z6n de uno del interior, sí el olor de las cebollas crudas; un ejército des- que, rodeado de ociosos, sin puntos ni comas, reordenado de guajolotes arriados con látigo po- cita versos y loas de á cen tavo, ilustradas con ne el grito en el cielo y cabizbajo embozalado, grabados en madera patibularios; se carcajea el cierra la marcha un tordillo de ancas verdes, que auditorio groseramente con las (equejas del mari-
ángulo recto con su cuerpo y el mástil. Todos creen que va á caer: ella se tapa los ojos. -Soy muy nerviosa-dice extremeciéndoseel peligro me descompone ¡cuánto debe de sufrir ese niño! Yo no puedo ver á los que sufren. Ríe con el otro de adorable manera. ¡Se conmueve por un héroe de circo, tiembla por la muerte de un equilibrista, la demuda el peligro y no tiene una mirada para á1g uien, que , á su paso, en camino de escándalo y de muerte tiene que sonreír con aire amable con un sollozo de Ote10 en los labios mientras ella con sus manecitas enguantadas ¡adorable criat uI ra! aplaude á los artistas que esbozan una caravana torpe, y trotan por el redondel para perderse tras la cortina de cretona. oo'
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do casado con cten mujeres» Ó »Las peticiones á urnas perfumadas con gránulos amarillos en el fondo y del fondo de las ramas tronchadas, San Antonio para encontrar esposo» Me arranca del lugar la hora, llaman á misa á la sombra de magulladas margaritas, las violey se hace tarde; me detengo tan sólo ante un tas, azules novicias, elevan al cielo su psalmo ¡Oh entonces me acuerdo de ella! puesto de flores: en primera fila, musgosos ties- tímido tos de claveles, débiles plantas que necesitan del Antes, en ese mismo lugar, á idéntica hora, me apoyo de una varilla para no doblegarse al peso disponían un haz de flores; la vendedora de risa de las flores reventadas; sobre un ayate en lecho campesina y dientes blanquísimos ataba los tade hojas mojadas, se hacinan los manojos de ro- llos, tomaba el ramillete, y haciendo de su boca sas blancas, cuyos pétalos matizan el lodo. Capu- un pulverizador, las rociaba de gotitas de agua.... llos acabados de bañar, amapolas chillantes, som- Era mi ofrenda de estudiante pobre! Me alejo del lugar pensando en qué distante bríos pensamientos de terciopelo casi negro, con su viva gota de oro en el centro, claveles ama- está todo aquello ...... ! y miro á 10 lejos la arborillos disciplinados de rojo-salpique de sangre leda como obscuro manchón con toques blondos en carne japonesa-y mosquetas color de marfil, recortada en un fondo de nubes. Uier6s.
AZUL PALIDO "El yo es aborrecible.» Y á pesar de ello la Revista Aznl t iene qu e hablar de sí misma, para dar las gracias á los diarios que tan benévolas frases la ded ican . Cas i , casi, la Revista Azul está obligada á poner se colorada . A todos los amigos, gracias m il por el cariñ o que nos manifiestan. Y ya que de am igos hablamos, y para salir al fin del yo aborrecible, harem os á éstos una breve expli., cacion , La R cuistu. Azul tiene la extravagancia- porque extravagancia es para muchos-de creer con Alfonso Karr que «la prop iedad literaria es una propiedad .» Cree más-¡oh colmo de la extravagancia l-« cree que la prop ieda d literaria vale dinero. Y como la Revista Aznl no es precisamente de oro ni puede pagar los trabajos literarios de escritores y poetas mexicanos afamados, no se dirigió á ellos solicitando su colaboración . Así, pues, no ha hecho excepciones como creen algunos; no pertenece á u n grupo exclusivista de cultivadores del arte: es de los que aparecen como dueños de ella y de nadie más. Porque es afortunada, tuvo desde sus primeros pasos buenos amigos que la ayudaran, y á éstos da las gracias más cumplidas y á éstos ha debido su buen éxito. No desconfía de hallar
otros y poderosos aliados; pero ella no se atreve á llamarles ni en nombre de la amistad, porque la amistad bien entendida no comienza por uno mismo, sino por el otro. Les espera, y buenas y gratas sorpresas la está dando su esperanza. Para todos los que aman la belleza y son amados por ella, están abiertas-prosigamos el simil de ayer-ñuestros salones de techumbre azul., ... porque es el cielo su techum breo A nadie excluimos ; pero á nadie obligamos con enfadosas instancias á qu e nos ayude. Si excluimos á ¿mas para qué escribirlo si esa buena gente no ha de leerlo? El cielo es para los pobres de espíritu; pero nuestra Revista, aunque color de cielo, no es, precisamente, como el cielo. Serán bienvenidos, muy bienvenidos, los que nos dispensen la honra de v isitarnos; pero no suponga nadie que por desdén ó menosprecio no le invitamos. Nuestro código penal no condena á nadie á trabajos forzados. Por nuestra buena suerte-dicho queda-abrigamos la esperanza de no ser como aquellos piratas de "La Leyenda de los Siglos» que, al salir del golfo de Otranto, eran treinta y al llegar á Cádiz eran diez. No; si ahora somos diez, mañana seremos treinta.
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no su primara campaña.- No f~é dura la cam, paña: tri unfó Federico desde los primeros d'isE l miércoles, el Castillo de Chapultepec se paros. Aquella prosa incisiva, sobr ia, á trechos empinaba sobre la loma que lo soporta para acersembrada de delicadezas exquisitas, de vi gorocarse más al cielo. Un puñado de golondrinassas entonaciones , allá una frase de deslumbrante collar de cuentas que se desata-parecía como suhermosura, y lu ego un sollozo, nota de dolor enm ergirse con deleite en un bañ o de notas que cerrad a en el ri tm o de una palabra; más tarde un desparramaba una banda militar: se celebraba el grito arrancado á un espíri tu qu e sufre; y á troaniversar io de la Sr ita. Luz Díaz . Una fi esta ínpel, amo ntonándose, precipitándose , pu ñadas de tima , un rinconcito de hogar , los preludios de un id eas, relampagu eantes las unas, las otras blanwals, un ramillete de rosas , y allá, en el fondo, cas como desposadas todo aquel fuego gralos iris de la Primavera entretejiendo guirnaldas nead o iba abriendo brecha: ¡arriba! al asalto! Y de colores . La luz se había asomado á las puerel público, deslumbrado, palp itante, reclam aba tas del h orizonte para saludar muy bajito á Luz: la presencia en la escena el el autor de L a (cliuma Buenos días, señor ita, buenos días.-Y he aquí campaña . por qué el Castillo de Chapultepec se empinaba y n o, no será la última.-Estos vencedores el miércoles sobre la loma que lo soporta , para del público aman la batalla; les gusta bregar, se acercarse más al cielo. pasean alegremente en la región de las torme~ tas oF ederi co volverá, como vuelve la ave al n i* ** do , como vu elven las rosas á la rama . ¿Es realmente Gald6s autor dramático?-La de Entretanto , preciso es contentarse con La {tiSan Quintín no resuelve todavía esta duda. P a- tima campa'íia. sar de las pág inas de la nove la-trabajo de aná¡Ya lo creo que nos contentamos! lisis, lento, en el qu e la impresión va produciéndose por gradaciones sucesivas-á la sintética * * * labor de la escena , es esfuerzo que noveladores de Así qu ería morir j oven y amada, ceñ ida talla no han llegado á vencer . Ni La luc ha PO?' la la sien de frescos lauros! Así quería morir .... .. . existencia, de Daudet, n i Teresa Raquin , de Emiantes que la d icha, antes qu e la hermosura , anli o Zola, son verdaderas obras dramáticas. Galtes qu e el canto del ruiseñor! Morir, como las lud6s no ha podido despojarse de sus procedimienciérn agas, brillando! Morir en plena luz , para tos de novelista. Su simbolismo resulta frí o, y irradiar, toda claridad, en la sombra infinita, y por más que la vivacidad del diálogo anime ~l ser estrella. Y así murió J osefina P érez de Gardesarrollo de la obra, hay lentitud y hay languicía Torres, la musa del hogar, la bien amada de deces en la marcha de ella.-Merece algo más el la Primavera. Cubrid , gardén ias, con vu estros autor de lIfarianela que una nota de crónica. Al velos blancos, esa tumba. Caed en esos pétalos gún compañero se me acerca y me dice que el de nieve, lágrimas que ten éis alma de iris, látrabajo está hecho, y que las lectoras de la R evisgrimas diáfanas de la poesía . Vé tú, santa poeta Azul sólo esperarán ocho días.- ¿Ocho días? sía, al huerto mudo qu e ya no hospeda pájaros Una eternidad , ¿verdad , señorita? cantores. También quedaste h uérfana: vé con Luisa Martínez Casado es inteligente pero tus h ermanos. No les consolarás por ser la poeva sola, completamente sola: La de San Quintín sía, la de origen divino, la que lo humano inmorfué un aria con acompafiamiento .-Con mal taliza, sino porque vive en tí la madre ausente, acompañamiento, se entiende. porque en tí está su arrullo, su consejo y su palabra, T us labios de blanco marmol ¡oh poesía de ella l siempre dirán con ternura inmensa: ¡oh *** Federico Gamboa acaba de ganar su última.... hijos míosl
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Petit Bien
TOMO 1.
MÉXICO, 20 DE MAYO DE
1894.
NUM.
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EREZ GALDOS, AUTOR DRAMATICO 1 todo respeto, y hasta con algo de pena, digo que D. Benito Pérez Gald6s, hasta ahora, no es, en mi sentir, un buen autor dramático. Lleva al teatro lo que no puede jamás dejarse en casa: el talento analítico, la minuciosa observaci6n, las culminantes, extraordinarias cualidades de eximio novelista; pero está en el teatro como en tierra extraña, sin poder hablar, pulcra y sueltamente, el idioma de sus habitantes, y con la torpeza de quien al dedillo no se sabe los usos y costumbres de la ciudad que visita. «La psicología en el drama-dice un crítico sagaz-ó en cuanto afecta sus formas, tiene que ser sumaria, sintética (en el sentido poco exacto, pero corriente, que se da á lo sintético), y sólo algunas veces el genio de un Shakespeare logra mostrar, detrás del velo transparente de un rasgo dramático, toda una perspectiva psicológica, la historia de un alma. Es vulgar ya esto: para el teatro, y aun para el drama en general, no sirve el análisis, el estudio detenido con su serie de petits faits, que nos dan la vida de un espíritu humano. Cuando el teatro, el moderno principalmente, aspira á entrar en estos dominios de la novela, ante todo, suele salir mal librado, y en 10 que acierta, acierta mediante no muy legítimos expedientes, como v. gr., los monólogos excesivos, las escenas casi iguales repetidas, las transmutaciones violentas, el tiempo atropellaON
do, etc., etc-e-Como la forma dramática no es una creación artística, sino una verdadera ereacilm, es decir, cosa de la naturaleza del arte literario, lo que vaya contra las leyes radicales de esa forma, n6tese bien, irá, si dentro de ella se mueve el poeta, contra la naturaleza misma del arte, contra la virtud artística del mismo fondo que se expresa. No importa que por prescindir de la preocupación escénica del teatro, del espectáculo, se crea el poeta libre para hacer lo que quiera dentro de la forma dramática; los límites de ésta subsisten, aunque ya en otra forma, que dentro de las tablas; el drama será una cosa híbrida, 6 seguirá siendo siempre imz"taci(m del teatro, más ó menos fiel, porque el teatro se hizo para lo esencial, en la forma del drama. La misma unidad de tiempo, no entendida groseramente, es natural en el drama, por la índole crítica y sintética de éste. Los dramas de Rcnan, que tanto suelen valer en cierto respecto; pierden de valor estético, por lo mucho que pecan contra la naturaleza de la poesía dramática, á la cual llegan para profanarla.» Pérez Gald6s no se contentó con escribir dramas irrepresentables, ó cuando menos, no destinados al teatro, como «Realidad,» en su primera forma, y sobre los que caen á plomo las censuras que cité; acabó por dar «Realidad» á las tablas, pagando componendas á las exigencias escénicas, y por escribir obras teatrales como «La CRIlVI5TA AZlJu.-~
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Loca de la Casa," en cuyo prólogo se lamenta en vela. Producen malos dramas; pero dramas, al esta forma de las mutilaciones á que le obligan fin; y los de Pérez Galdós, son novelas impíac6micos y empresarios: «Las exigencias de la re- mente mutiladas. presentaci6n escénica, como resultan hoy de los Eso de los moldes nuevos está muy en boga gustos y hábitos del público (más tolerante con desde que en Francia y España privan, no las los entreactos interminables, que con los actos literaturas del Norte, pero sí algunos ingentes de alguna extensi6n) han impuesto al autor de poetas 6 rusos 6 noruegos: desde la invenci6n de esta comedia la ley estrecha de la brevedad y á 'I'olstói y desde la invenci6n de Ibsem. La políla brevedad se atiene.» Así y todo, «L a Loca de tica, por lo de la alianza franco-rusa, mucho la Casa," no la representada) pero sí la que P érez ayud6 en F rancia á la fama de Tolstdi; y cuanto Gald6s juzgó representable) llena, impresa, dos- á Ibsem, entiendo qu e lo asombroso para los escientas noventa y cuatro páginas en octavo. pañoles (que son los que más le traen en lenguas) Lo largo de la obra no es, empero, el mayor es lo qu e tiene de original) estupendo y exótico, de sus defectos: para mí los de suma importancia más qu e el m érito intrínseco de sus creaciones, son las escenas casi iguales repetidas, las tra ns- rayanas, no pocas veces) en la extravagancia, N o mutaciones violentas) el atropello del tiempo, vi- h ay paridad entre 'I'olstói é Ibsem. 'I'olstói está cios que no censur6 en «La Loca de la Casa» el más cerca de la F uerza creadora. Tiene ese autor crítico arriba citado, porque no la cono cía, pero de «E l poder de las tinieblas) todo el poderío de vicios de que adolece) á no dudarlo, dicha pieza. la luz que saca del caos la inmensa bell eza. Ibsem Lo esencial es que Pérez Gald6s escri be dramas es casi excl usivamente autor dramático) autor con procedimientos de novelista, y ello va contra dramático revoluc ionario y de alto vuelo.: Pero ni la naturaleza misma del arte. Breves, que no lar- aquel ni éste) á pesar de sus excelencias, pueden gos, son los «Dramas filosóficos» de R en an , y ta m- ser tomados por m odelos ó por j efes de escuela. Son grandes perso nali dades que resumen) en épopoco son dramas. Piensan muchos que la li teratu ra dramática ca determinada) el ge nio) el ensueñ o y la espeanda en pos de 10 que llaman n uevos moldes. Por ranza de una raza que no se parece á la nuestra. v iejos y por gastados m enosprecian los antiguos. S i el m isticismo de Calderón es ahora anacrónico, exótico es el de I bsem , quien, como observa y hay sobre ello m ucho qué dec ir, pues acaso acaso, más que de moldes flamantes, de 10 que E dua rdo "R od «reconoce la fuerza h istórica del esté necesitada sea de grandes poetas. Sí es ver- cri stianismo, su necesidad ; pero aspira á un terdadero, sí es ex acto, que decae el teatro, no sólo cer reinado de él, indefinido indefinib le, que en España, sino en todas partes. La forma lite- ha ser, en substancia, reconciliaci ón en tre la raria más comprensiva, en la última mitad del teoría del placer, fundame n to de las creencias siglo, es la novela. Pero de esto no se deduce paganas) y la teo ría de l sacrificio) de la abnegaque novel as y nada más novelas hayamos de ver ción y renuncia) base de las doctrinas cristianas.') representadas: trasplantan do así la novela á las Hombres así no piensan ni ven como nosotros, tablas, pierde ésta su vigor, su potencia analíti- ni aspiran á lo que aspiramos. Por eso el imitarca, su virtud substancial, adrede se mutila, y su- les) amén de grave desacato) en algunos ((que esprime el drama sin sustituirlo ni perfeccionarlo. tar no pueden con Orlando á prueba,» m e parece, Así quedamos sin el molde viejo y con molde age- en todos, empeño esté ril, al par que ímprobo. Mucho se h a dich o que Pérez Galdós encontró no, en vez de nuevo. Gran yerro de los autores contemporán eos, de los franceses mu y particular- en I bsem el anhelado molde nuevo y que tal hamente, es el de convertir en obras escénicas al- llazgo produjo la «L oca de la Casa» y «Realidad;» g unas de sus novelas. Ni «Los Reyes en el Des- pero 10 n iego yo) y para n egarlo traj e á cu en to tierro,» ni cd"ack ,)) n i «Numa R oumestan ,» de Al- el nombre ilustre del poeta noruego. P érez Galfonso Daudet, para no citar más qu e á un solo au- dós no es ningún li terat o zaguero ni contagiado tor, valen en el teatro lo que en la novela. Mas los de snobismo. É l es quien es. «Fuera no conocer adapta dores de tales libros, lo que ll evan á la es- á Galdós-dice Leopoldo Alas, devoto y amigo cena es lo dram ático de éstos, y no, como hace íntimo de él-pensar que pue de obedecer este Pérez .Gald6s, 10 analítico, 10 esencial de la- no- ingenio tan independiente de todo compromiso é
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de escuela, tan espontáneo y original, á ninguna consigna ni á tendencia sugerida por el estudio del movimiento literario extranjero. Galdós como la mayor parte de nuestros buenos escritores, en algo para bien, en algo para mal, prescinde, al producir, de todo propósito sistemático, y del enlace que el arte nacional puede y debe tener con el de las naciones más adelantadas y dignas de atención en este punto. Tal vez no l ée mucho de lo que día por día se produce en Europa; casi es seguro que de crítica y actualidad lée poco, y se puede afirmar que no hace caso de lo que lée, cuando él produce á su manera, según su plan y propósito. Más no por esto deja de vivir en el ambiente del arte, ni deja de ser poeta, y poeta de su tiempo, y así se explica que m ás de una vez él, espontá neamente, sin relación con nadie, h aya ll evado su novela por los caminos qu e empezaba n á pisar autores extranjeros, de los que Galdós poco ó nada sabia» Este ingenio quiso, á mi ver, probando sus fuerzas en el teatro, ganarse aplauso nunca por él oído antes, aplauso cali ente, aplauso que entusiasma y que fascina, apla uso que va íntegro) de la m asa domada al autor qu e la domó. Y creo que en ell o está el secreto de las tentativas dramáticas qu e Galdós h a producido, así como también creo que la fama ya aquistada con anterioridad y en buen a lid por el egregio novelista, fué la que le ganó singulares ovaciones) como esta úl tima de «La de Sau- Quintin,» in explicable si atendemos sólo al mérito de la obra mism a, pero muy llana de entender tomando en cuenta 10 qu e
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el autor vale y 10 que el público le debe. Quiso Pérez Galdós el aplauso oído, no sentido, y el público no tuvo corazón para negárselo. La crítica menuda, echando de ver algo raro) extraño al teatro) en Realidad, en La Loca de la Casa y en La de San Quúttíll, creyó ver en Gald6s al reformador del arte dramático, y, en las tres citadas piezas) dramas simb6licos de mucho alcance. Tratándose de autor tan preclaro, la explicación vulgar qu e arriba dí le repugnaba, y prefirió otra que le agranda y sublima. Pero no hay tales reconditeces, ni tal valor esotérico) ni tales simbolismos. Pérez Gald6s como todos los grandes ingenios que alto vuelan, da á menudo con el símbolo, pero no 10 forma artificiosamente, Da con él á menudo, porque símbolo es, para quien ve muy aden tro, mucho de 10 que pasa inadvertido, como cosa corriente, para el vulgo. Y porque los grandes creadores crean símbolos, sin proponérselo. Símbolo es Hamlet; símbolo es El R ey L ear; símbolo es Don Quijota; símbolo Sancho; símbolo Don Juan; pero ni Shakespeare, ni Cervantes, ni Tirso, se propusieron siste máticamente hacer símbolos. Lo raro, lo extraño al teatro, que se echa de ver en los dramas de P érez Gald6s, no es la tendencia, ni 10 simbó lico, ni la tésis: es que no sou buenos dramas, sino fragmen tos, mon6logos y diálogos admirables de nove las truncas. -E sto procuraré demostrar, haciendo en el siguiente y final artículo, somero exámen de la obras referidas.
M. Gutiérrez N ájera.
CATALEPSIA m i espíritu sobre sí mismo , alete6 un momento, y como pájaro h eri do, cay6 repenti name nt e. Caía) rodaba , en medio de la alta noche; in e deslizaba en la sombra, con sensaci ón de un inmenso vacío, con la conciencia de mi caída, una caíd a eterna eterna eterna! . Mi alma estaba triste, muy triste: que ría llorar y no podía. ¡Ay ! no t enía ojos. ¡Mis ojos! [DevolvedIRÓ
me mis ojos! ¿Sabeis 10 qu e es querer llorar y no . ? tener OJos . Caía, caía siempre. Pas6 una estrell a. Quise afianzarme. ¡Ay! no tenía brazos. ¡Mis brazos! ¿Sabeis lo que es tener voluntad y no tener brazos?...... , , Y cata ...... cma ...... De pron to, dieron las cin co en el reloj de la Igl esia. ¡Una ...... dos ...... tres....... cuatro...... cincol. .....
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¡Y me sentí allí, rígido, muerto! ¡Era yo! Me sabía encerrado en aquella armadura de acero. [Mi cuerpo! Había encontrado mi cuerpo. El alma se acerc6 temblando y se pos6 sobre mis labios fríos , helados. ¡Qué fría es la muerte! Y una plática sin palabras se entab16 entre aquel cuerpo inanimado y aquella alma sola, Yana caía. Era el reposo, la nada. j La nada!...... Un tropel de tinieblas....... un frío horrible, penetrando hasta la médula de los huesos y luego, el vacío, un profundo vacío! dentro de aquel cuerpo; la sangre sin ritmos de vida en las arterias, el coraz6n insensi ble, como ave asfixiada, el pulm6n inm6vil en su resoplido de fragua , y por encima de aquellos despojos, el alma flotando como una virgen que sobrenada en un naufragio. Oía....... Soplo leve de voces h umanas, fragmentos de palab ras: "Una noche en vela," «á las seis» Frases sueltas, risas, y también so• llozos, allá, lejos, muy lejos, á donde s6lo alcanza el oído de los muertos. Velaban mi cue rpo. Allí estaban, en diálogo insubstancial, al lado de m i espíritu. El chisporroteo de los cirios penetraba en mi cadáver, culebreando á 10 largo de la espina dorsal. Entonces, un deseo loco, una ansia desesperada me hizo presa: mi alma quería ver á mi cuerpo, contemplar por última vez á aquella envolt ura, darle un adios postrero, besar aquellos labios sin aliento, revolotear dulcemente sobre aquellos restos, asomarse á sus ojos, como el suicida se asoma al fondo del abismo...... ¡Era mío aquel cu erpo ! Y una inmensa desesperaci6n se apoder ó de mi alma, una rabia insensata. ¡Llegué á la imprecaciónl . .. ..... Llegué á la blasfe. I .. .. .. Y 1os C1nos .. segUlan , m1a... chiisporroteand o lúgubremente, mientras los hombres ahogaban
su aburrimiento en el raudal de su incolora charla. Amanecía: 10 oí decir á uno de ellos. [Cosa extraña! La luz del día penetraba en mi alma con claridades resplandecientes; me sentía inundado de ella. No la veía; sentíala como debe sentir el ciego el nacimiento del sol. Salpicábame de moti tas rojas qu e giraban como las chispas de un tren en movimiento. Ya formaban círculos conc éntricos al rededor de un pu nto brillante; ya se balanceaban en g uirnaldas; ora se arremolinaban como salpicaduras de espuma que arrojara un mar de fuego; bien se elevaban en columnas para caer desmenuzad as en rocío luminoso. Y aquel beso de luz, en aquella alborada tibia de primavera, vino á herir la frente inm6vil de mi cadáver. Amanecía: se alzaban de la calle esos mil ruidos que toma la vida para palpitar dentro de todas las conciencias, para fundirse en todos los corazones, preludio del himno de la creaci6n, ascendiendo lentamente hasta el cielo. Y mi alma, arrodillada al lado de mi cuerpo, subía también, se elevaba en el psalmo santo que canta la vida; mi alma sentía la dicha, la inmensa dicha de vivir. Y aquellos hombres allí, siempre allí, espiando mi cuerpo con avideces de ave de rapiña, clavando la garra de sus risas ahogadas en mi carne de cementerio. Luego ...... una agitaci6n inesperada..... Pasos que se aproximan, resonantes, taconeo de beodo en la losa de un sepulcro...... Gritos de dolor sublime, cuerpos que se desploman ..... . ¡El ruido de una tapa al caer sobre una caja!... ... [Otra vez el frío, el horrible frío, que entra en mi médula!... ..... ¡Y la sensaci6n del vacío. . .. .. de un vacío inmenso prolongándose en la tiniebla! . Daban las seis en el reloj de la Iglesia. ¡Una . . .I dos...... tres...... cuatro...... cmco... ... seis ...... (jarlos Diaz Do1"oo.
La sociedad se parece á aqu ella serpiente de la India que hace su nido entre las hojas de la única planta que salva de su mordedura: casi siempre nos ofrece junto al sufrimiento el remedio. Este traje negru que visten los hombres de
nuestra época, es un símbolo aterrador. Para llegar á él, ha sido necesario que las resplandecientes armaduras caigan pieza á pieza y los bordados flor á flor; que la raz6n humana vaya derribando todas nuestras ilusiones: por eso ella misma nos ha vestido de ese luto que está pidiendo consuelo.
A.. de MOlllset.
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NOCTURNO DE E5TIO (FRAGlvIENTOS) A Luis G. Urbína.
Azuce nas de cáliz de alabastro Despertad; entreabrías azahares; R esucitad ¡oh fl ores! que ya el astro Que os llen6 de pesares Al agostaros con su beso ardiente, Ocult6 melanc6lica la frente Tras la extensi6n desierta de los mares. Ya es de noche. Las sombras silenciosas, De fantasmas pobladas, Invaden las llanuras olvidadas; En el jardín desmáyanse las rosas; Jadeante el mar, tendiéndose en la playa, Con languidez solemne se desmaya, Y en el confin desierto Se oye un rumor incierto, Indefinible, lá nguido, sombrío ......... ¿Quién turba temerario á tales horas T u paz, N aturaleza adormecida? ¿Quién te despierta im pío? Sabedlo! que mi alma extremecida Os 10 puede decir: es el Estío! Salud! tibia estación; salud! ¡oh noche! Qne vienes como novia apasionada A coronar con tus ardientes besos Mi cabeza en la hamaca reclinada! ¡Qné trémulas , qué hermosas, Son, noche, las guirnaldas de fulgores Con que recejes, pálida de amores, El cortinaje aznl del hondo cielo! ¡Qné dulce es el anhelo Qne inspiran ¡ay ! tus soñolientas flores! Tú eres amor ¡oh noche del Estío! Cuando bajas del cielo deslumbrante, El alma palpitante Te espera arrodillada; y cnando hnyes, dejando que te cubra Con pétalos de rosa la alborada, Todo es canto de amor, todo es incienso: El rugido del mar, es himno inmenso;
El pobre nido es tímida balada!
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y en el aire los duendes aletean, y en el campo los sátiros batallan, y al estallar los besos del E stío, • Los gérmenes estallan!. . ¿Qué voluptuosidades mis teriosas Palpitan en la atmósfera serena? ¿Qué aliento de mujer hay en las rosas? ¿Por qué hierve la savia? ¿Por qué suena E n rumor de ahogados cuchicheos, De voces, de suspiros, de aleteos? .. ... ¿Es que surge del mar, de encantos ll ena, Otra Vénus? Oh! cállate, Armonía, ¿A dónde vas apasionada y loca?. ... : ¡Qué diera por besar tu tibia boca Melanc ólica y dulce amada mía!
..................... ................ .. ..... ... .... ........ .................. ...... ...... ............. Y los dioses se van! Mi soñadora Frente se inclina de pensar cansada. ¡Qué quieta está la brisa perfumada! ¡Qué blanda está la hamaca arrulladora ! Oh! misterios sublimes; oh! pas iones! Oh! sombras voluptuosas Qne haceis extremecer los corazones y convertis las muertas ilusiones, - E sas larvas sin luz-en mariposas! Dejadme reposar!-Ya sobre el monte Prendi6 la aurora su primer celaje, y sobre el lienzo azul del horizonte Del lejano paisaje El contorno, indeciso, se destaca . Salud! inmenso amor, ensueño mío! Salud! lánguidas noches del Estío! .. ...... . ¡Oh sueño! ven á columpiar mi hamaca! José M. Bustillos .
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ALBUM DE VIAJE HOJAS SUEI.JTAS
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Q"~ UANDO al día siguiente el criado
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llamó á la puerta de mi cua rto, \ . : r.r.l > ~I C) salté del lecho, corrí á la ven•••..:':1;J> tana, separé las cortinas y abrí las pe rsianas. U na irradiac ión luminosa, intensísima y deslumbradora, me cegó. Mis párpados instintivamente cerrados al ch oque de la luz, casi se t ransparentaban; h ube de reforzar su ac ción protectora con las manos. Aquello era un ful gor de hornaza, y parecíame haber abierto súbitamente la compuerta de un horno de pudleage. Cuando, después de un rato, p ude abrir los ojos,' quedé maravillado y transportado. Una iluminación mág ica envolvía la ci udad; del Adriático se levantaba una bruma sonrosada y brillante, como el reflejo de un incendio lejano. Los rayos de un sol de oro cabrill eaban en las ondas del gran canal, resbalaban en los mosaicos de los palacios, entraban y salían por las ventanas de los minaretes, se coronaban de irizaciones diamantinas. Venecia chispeaba como una ascua irradiaba como una joya; cada nube era una paleta de colorista, cada ola una piedra preciosa. U na atmósfera purísima prestaba complacie nte su transparencia á los locos transportes de la luz: la vista abarcaba un horizonte desmesurado y los objetos lejanos se destacaban con todos sus lineamientos y todo su coloridc, con la claridad con que se dib ujan en el diafragma de una cámara obscura. Un cielo del más p uro amatista protegía la ciudad h ada con su cúpula inmensa y transparente. Bajo mi ventana, desenvolvía sus curvas elegantes el gran canal, qu e ciñe á Venecia como un cintur6n de plata y pedrería. Deslizábanse ligeras las barcas cargadas de flores y de frutas, é
cantaban los gondoleros, bandadas de palomas blancas surcaban el espacio y se posaban á millares sobre las cornisas de las fachadas. No son ciertamente aquellos ni el sol n i el cielo de México; pero habitua do al Febo anémico y á la Diana discreta de París-sol de sa16n que enciende apenas claridades misteriosas de iondoir; luna discreta y de buen gusto, que brill a en el cielo sin alumbrar la t ierra, que n o dibuja siluetas en los m uros y que está casi siempre envuelta en brumas, como una doncella en gasas - aquella reverberaci6n me inundaba de gozo y transfundía en mi espíritu la savia ardiente de nuestra vida tropical. Absorbianla mis pupilas con avidez y disipábase en mi alma la nostalgia dolorosa del cielo patrio. y qué panorama! Necesítase ir á Nápoles 6 á Constantinopla para encontrar algo semejante: A la izquierda se alzan las múltiples cúpulas de San Marcos, abigarradas de mosaico, como t urbantes moriscos recamados de pedrería; á un lado el palacio de los Dux, edificio sorprendente, extraño, único, construido al revés, con los cimientos arriba y las almenas y columnatas abajo, rojizo, caldeado por el sol y que á lo lejos parece transparente. A 10 largo del gran canal, palacios de todas las formas y de todos los estilos, g6ticos, bizantinos, griegos, romanos, del renacimiento, con sus peristilos, sus cúpulas, sus minaretes, sus rosetones de encaje, sus cornisamientos de filigrana, que hacen de esta ciudad un verdadero museo de la arqu itectura á través' del tiempo y del espacio; entre ellos, la casa de Desdémona, en quien los venecianos creen, á quien los venecianos veneran y cuya realidad tratan de imponer de por fuerza al viajero, semejantes en esto á aquel anticuario que pretendía poseer el
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lanzón auténtico de Don Quijote y las alforjas mo por encanto la tenebrosa impresión de la vísde su escudero Sancho. Este panorama, hetero- pera, presa de admiración sin límites, doblo la géneo, pero no disparatado, vario, pero no con- rodilla, pronuncio el mea eulpa y entono el H osfuso, multicoloro, sin ser churrisgueresco, en- sana. Salve Venecia! eres la perla del Adriático, cuadrado en el marco de oro del Adriático, cu- perla negra de noche, pero blanca, nacarada, del yas brumas 10 envuelven sin ofuscarlo, cuyas más puro oriente á la luz de tu sol de fuego y irradiaciones 10 iluminan sin empalidecerlo, es bajo la transparencia de tu cielo de zafir, te amo uno de los espe ctáculos más maravillosos que sea y te venero y tu belleza espléndida me reconcilia con la vida y me hace creer en la felicidad! dado contemplar y admirar. Confuso, contrito y avergonzado, disipada caDocto.."Manuel Flores.
ARCEL PREVOST IIN U E V A S
OARTAS DE
~UJERESII
""?.-~iR""'~ OR el último correo llegó un nue-
nen de parisienses el encanto y la elegancia, pe.,.,..~, ~ 1l>~U vo libro de Marcel Prevost, autor ro no .. . ". otras cosas, el libro de Marcel Prevost ~~~I de "El Escorpión,» "Mlle. Jau- está prohibido por papá.. . "". . ó par ilfonsieur. ¡ ~~' fre,» «La Confesión de un Aman- Pero hay en él dos historietas, que pueden ser ''''''IC ~J fl te,» "El J\'I olino de Nazareth,» leídas .. . ... porque la escena pasa en París, y por.N ~~ "El Otoño de una Mujer,» etc., que allá hay costumbres muy diversas de las ~.. .;t et c. Sal e el nuevo libro, titula- nuestras. Una de tales historietas, es la que sir,'~)~' do «N uevas Cartas de Mujer,» de gue: «Le'I'rait d'Union»-no traducimos «Ouion,» o>Y-.'V las privilegiadas prensas de Al- porque ese vocablo no expresa bien la idea. fonso Lemerre, ¡Y qué cosas tiene! Cosas, seño- y porque todas nuestras lectoras saben el francés. ritas, que no son para contad as, y que él cuenta H éla aquí: con la más parisiense y exquisita gracia. El auL a Condesa Clotilde d'Arminges tor le puso, por vía de prólogo, estas líneas: "Desconocida lectora de este breve libro: yo os á la Srita. Z abel Siury, de los Bu:fos Parisienses. prevengo que contiene historias de amor, como D omingo. su hermano el mayorcito, el que llevaba el proSeñorita: pio nombre. Si tan desarmada está vnestra virSuplico á vd. que no reciba con muy grande tud y tan tiránico es vuestro temperamento, qu e basta la palabra AM OR para poneros en zozobra, extrañeza la presente carta. Aunque una y otra nos conozcamos demasiado, de vista y de nomno prosigais: no 10 h e escrito para vos. Pero si no es así, sabed que de los tres modos bre (y con sobrado motivo), confieso que no paposibles de contar el amor-el irónico, el nove- recíamos destinadas á entablar correspondencia. lesco, ellibertino-exc1uí el último. ¿No es esa Escúseme vd.; tiene la culpa el Conde Máximo, razón suficiente para que se me absuelva? De- mi marido y el.. .. .. amigo de vd. Hace dos días searía, sin embargo, un puco más. En este pe- y otras tan tas noches que M. d' Arminges no se queño museo, donde figuran almas de vuestro presenta en casa. Muy libre es, sin duda, de ensexo, desearía qn e vuestra predilección fuera tretenerse en 10 que tenga á bien y en donde adonde va la mía, adonde va la de todos los hom- quiera, y yo tengo menos derecho que nadie. pat a vigilarle. Sin embargo, tan prolongada ausenbres, aunque os digan 10. qu e os digan.» Para las le ctoras de la R evista Azul, que tic- cia algo me inquieta. El Conde es correcto: si no
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me da ni la más leve explicación de su tardanza , es porq ue se halla en absoluta im posibilidad de hacerlo. M. d'Arminges, como vd. 10 sabrá sin duda alguna, no es 10 qu e se llama un joven; padece de intermitencias cardiacas qu e, á me nudo, le privan, y durante largas horas, de tod o mevimiento, .y h asta de toda apariencia de vida. Esos períodos de coma exigen cuidados particularisimos y el tratamiento que le indica un médico especial. ¿No puede haberl e sorprendido uno de esos ataques tu era de su casa? He aquí 10 qu e yo temo. Mi marido se despi dió de mí el viernes en la noche, á la hora en que va al Círculo. Estamos en las últimas horas del domi ngo y aún no vuelve. En busca de noticias suyas fu é al Círculo un enviado mío y le contestaron qu e ni el vie rnes en la noche ni en los días subsecuentes concurrió. Me permi tí, señorita, interrogar á la portera de vd., por medio de mi doncella de confianza, y contestó que llevaba dos días de no verle. Antes, pues, ele poner en movimiento la policía, cosa que me repugna, h e decielido dirigirme á vd. elirectamente. Espero que te ndrá vd. en cuenta las circunstancias qu e me determinan á dar un paso semejante, y que también tendrá la amabilidad de decirme en respuesta, si 10 sabe, en d6nde está el Conde Máximo, ó, cuando me nos, si goza de salud y está en seguro. Suplico á vd., señorita, que reciba mi anticipada gratitud. CONDESA D'ARMI NGES.
te, estoy inquieta, y temerosa, como vd., de que el Conde haya sufrielo el accidente ele -que me h abla la carta. Por de contado que jamas me hubiera atrevido á dirigi rme á vd. en persona; pero también confi eso que mandé al hotel de vd., en pos de inform es. ¿Poelré esperar, señora, qu e si obtiene vel. al fin noticias de M. d'Anninges, 6 si éste no se halla en estaelo ele poder enviármelas, tenga vd. la bonelad extrema ele tranquilizarme? Por mi parte, informaré á vel. sin demora ele cuanto sepa ó pu eela presumir, respecto á lo que nos ti ene en común sobresalto. Dígnese vd. recibir, señ ora, las seguridades de mis sentimientos respetuo sos. Z ABE L
S
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De la Condesa d'Arm úlges á la Srita. S ivry.
Convenido, señorita. La primera de nosotras que algo sepa , dar á aviso á la otra. Por 10 qu e á mí toca, h asta este instante, no sé nada. P. S.- Muchas gracias por hab er g uiado el gusto de m i esposo en la elecc ión del obsequ io que me h izo La mariposa es encantadora, ele toelo gusto.
D e la Srúa. Sivry á la Sra. dArmúzges. L unes.
Señora:
Ante todo, tranquilí cese vd . Ya está hallado el Conde. Mientras nosotros nos preocupábam os D e la S eñorita de su sal ud y de su suerte, é11zos engañaba .. .... Zabel S ivry á la Sra. Condesa d'A r11ling es. como suena! Pero le castigó la Providencia. H e aquí la historia, en dos palabras: Señora: El viernes por la noche, al dejar á vd., M. Si vió vd. al Conde Máximo el viernes en la d'Arminges, no fu é al Círculo. F ué á Bellevue, noche, fué más afortunada que yo, porque desde sí, señora, á Bellevue, cerca de Paris, con uno de el j ueves en la tarde no recibo ni visita ni noti- sus amigos, M. Julio Claire, agente de cambio. cias de él. Es e mismo día fui mos juntos á h acer Allá, al lado del bosque, hay una villa, de no fasalgunas compras en la joyería de Fontana, entre tuosa apariencia, yen la villa una dama extran. otras, la de una mariposa de brillantes, que era, jera, española á 10 que dice, y dos j óvenes según me dijo, para vd. Para escogerla quiso con- sus hijas, según ella. Las tres reciben con el masultar mi gusto y le dí mi opini6n, naturalmen- yor gusto á los parisienses, sobre todo cuando sate. Hasta esa fecha y esa hora llegan mis últi- ben que son ricos y de buena familia, como M. mas noticias. Yo tamb ién, no acostumbrada á el' Arminges. N o sé qué género de distracciones u na ausencia tan larga y á un silencio semejan- ofrecerían á los dos amigos. De 10 que estoy bien
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enterada es de que le dió al Conde, de repente, el acce so qu e temía vd. Susto de las señoras de la casa, aprietos para Julio Claire, que no tenía la conciencia tranquila, etc., etc Fu é el médico, le vi ó y dijo:-No hay que hacerle nada... Mucho cuidado y esperar.-Perfectamente. Julio Claire no se atrevió á escribir á vd .; se estuvo fielmente á la cabecera de su amigo, aguardando á que éste recobrase sus sentidos. Pero pasaban días y días, el pobre agente de cambios, aturdido y asustado, entrevió las conse cuencias de la aventura la inquietud de vd las pesquisas de la policía... .... .. y, con más juicio en esta vez, m e escribió refiriéndome todo. Ahora, señ ora Cond esa, ya queda vd . tan enterada como yo. Adivino que el primer propósito de vd. h a de ser el de ir sin pérdida de tiempo á Bellevue y á la casa de las españolas. ¿Me permite vd . que le dé un consejo respetuoso? No vaya vd.; deje que yo la su bstituya. No conviene que se comprometa vd. de ningún modo. Por mi desdicha, conoz co mejor que vd. á ciertas gentes; sé la mane ra de h ablarles y garantizo que con mayor aplomo y rapidez arreglaré elnegocio. Y logra vd. otra ven taja con no ir: si yo le mando á vd. al Conde, vd. podrá fingir que ignora 10 acaecido y qu e está en la creencia de que el ataque le dió en mi casa, 10 que no hubiera tenido nada de particular. Creo que eso es más cómodo para vd. y para él. Esperando, por supuesto, las 6rdenes de vd., le envío, señora, las seguridades de mis sentimientos respetuosos. Z ABF.L
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De la Condesa dA rmi1lges á la Srita . Sivry. lYfartes.-Ell la mañana. Todo va bien. El Conde, después de algunas horas pasadas en su alcoba, y gracias á las atenciones de su médico habitual, ha vuelto en sí. Se levantó y comi6 en la mañana , alzo cuitado por su aventura. He sido bondadosa, no aludien do para nada á Bellevue ni á las españolas. Ya queda implícitamente convenido entre nosotras que el accidente ocurrió en casa de vd. Ahora que ya estamos tranquilas ambas, doy á vd. las gracias, señorita, por la discreci6n, el tacto y el empeño de que ha dado vd . pruebas en todo el curso de este asunto. Sabía (todos 10 saben en París), que es vd, una mujer en cantadora y una artista muy aplaudida; mas permítame decirle que fué para mí gratísima sorpresa la de hallar en el mundo del teatro, que tan malo nos pintan, la urbaninidad y la deli cadeza que en vano habría buscado en mis iguales. Tales servicios no se pagan, ciertamente, y m e complazco en ser y seguir siendo deudora de vd. La ruego, sin embargo, que en memoria de nuestra mutua y viva alarma, reciba la mariposa (simbólica . .. ¡ay!) que me di6 el cond e la semane. pasada. Usted la escogi6; de modo que le gusta, y creo que no rehusará aceptar una alhaja que h e llevado puesta. Yo mismo iré á dejarla esta tarde, á cosa de las tres, á la casa de vd. y tendré sumo placer en saludar á vd., si es que la encuentro. De vd. afectísima. ~
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D e la Condesa d 'A rlln'ngcs á la S rita, Sivry. (Telegra ma.) Tiene vd. razón en todo, señorita. En sus manos me entrego y le doy las gracias muy cumplidas. Su adicta. CONDESA D' .ARMINGES.
C O;; DESA D'ARMINGES.
P. S.-Aprovecharé la oportunidad para pedir á vd. la direcci6n de su modista. Las capotas y las tocas que vd. luce nos admiran ó. todas, y ni Reboux ni Virat saben de quién es la hechura. ¿Verdad que vd. me 10 dirá? Nada tendrá de extraño que nos vista á los dos la misma modista , puesto que ......iba á cometer una inconvenien-
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Cia.
CRIlV¡STA
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U A ESCENA DE "LA ULTIMA CAMPANA" DON ANTONIO Y DOÑA GERTRUDIS. DO~A
GERTRUDIS se sentará á hacer labor, y á poco, se oirá la voz de ISABEL. Luego D. AN'rONIO cargado de drogas.
ISABEL. (D esde dentro. ) Mamá ..... DO~ A GF.RTRUDIS. (D ejando la labor.) Voy, voy ¿qué quieres? (Entra.) D. AKT. (Hosco, agrio el gesto, deja las drogas sobre la mesa y va de puntillas á asomarse á la puerta de Isabel.) Pst.... . Gertrudis.... DOÑA GERT. (S aHendo.) Trajiste todo?.. .... D. ANT. Sí. unas cu charadas y unas píldoras, [qué sé yo!. ..... Ahí están, sobre la mesa .. .. .. (Finge indiferencia.) Y esa criatura ;> • eÓmo sIgue . DO ~A GER. (Severa.) Ella dice que mejor; pero yo no veo la mejoría. En cuanto se cr ée sola no cesa de llorar. D. AN'r. ¿Volverá el médico? .. ... DO~A GER. (Cosiendo.) Ya 10 creo que volverá, no faltaba más . D. ANT. (Se pasea ncroioso.y Y qué te ha dicho?. .. .. DO~A GER. ¿Quién? .. ... D. AKT. ¿C6mo quién? Pues ella, Isabel, ¿qué te ha dicho de mí? . DOÑA GER. De tí? pobrecita! que por qué no habías entrado á verla? que si no habías dormido anoche? .. .. . D. ANT. (Con j úbilo que reprime.) ¿De veras..... te ha dicho eso?.. ...... Vaya, me alegro de que se acue rde de mí , que soy su padre.... . . DO~A GER. (Conciliadora.) También me ha preguntado por. ..... Carlos .... .. D. ANT. (Furioso.) Gertrudis! ya sabes que de ese in dividuo no qu iero oir ni el nombre, no, ni el nombre. Ya que se ha marchado, déjal o; que se borre su recuerdo, por algo hemos de empezar; y si queremos borrarlo del corazón de Isabel, te nemos que empezar por borrarlo de nuestros labios, de nuestros muebles, de nuestra casa; y los labios los cerraremos y sacudiremos los muebles y ven-
til aremos la casa, ha sta que nada quede, ni en los rincones, ni en ninguna otra parte... DO~A GER. ¿Y quién ha de ayudarte á ese aseo ge neral? . D. AN'l'. Tú y nadi e más que tú ; porque sin tí no puedo nada, porque te necesito después para ir á limpiar el coraz6n de Isabel, á sacudirlo y ventilarlo, pero todo, enterito, sin que nos quede por escudriñar ni su más virginal repliegue; hasta que arrojemos al intruso con nuestras súplicas de padres y nuestro llanto de vi ejos . DOÑA GER. Pero es posibl e, Antonio, que queriénd ola como la qui eres, la sacrifiques sin remordimiento?...... y lu ego, ¿por qué? va. mos a, ver Copor qué); .... .. D. AN'f. ¿Principiamos de nuevo?.. ... .... DO~A GER. Y principiaremos siempre .. .... (decidú la) Rechazaste la fortuna y yo nada te dije; respeté tu det erminación porque estoy acostumbrada á ello, porque nunca te he contrariado; pero que apruebe yo el que sacrifiques á tu hija, á nuestra hija, eso ni te 10 figures, protestaré y me opondré con todas mis fuerzas. Busca qui en te ayude en la . limpieza esa qu e qu erías hacer D. AN"T. Gertru dis!. ... . . DOÑA GER. Ya te 10 digo, 10 que es en mí 111 pIenses . D. ANT. Gertrudis, no me pongas en un disparadero, ya me conoces . DO~A GER. ¿Conocerte yo? Mentira... ... .. si te " . me h an cam bila d o , SI. t ú no eras asr: eres otro, otro que no conozco, que no deseo conocer . D. A NT. Pero te propones acaso que Cristo cargue con todos? ... .. DO~A GER. N6, 10 qu e me propongo es que me devuelvas á mi marido, aquel que me ha acompañado treinta años; al que de novio me juró que yo serí a su tesoro; al que de esposo me ha llamado su santa, al padre de mi hija, no á este patriota que me la asesina, sin que la patria esté en peligro... ... I
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chachas que rompen cap. el novio y que á D. ANT. ¿Con que h e cambiado? ¿con que porque no permito que en la sangre de mi hija poco ni lo recuerdan; que se casan con otro, 6 no se casan, pero que sin embargo se la se inocu le sangre ene miga; sí, como lo oyes, pasan tan felices? ..... sangre enemiga, sangre que nos odiaba, que venía á destru irnos, á derramar la nuestra, DOÑA G ER. ¿Y sabes tú cuántos de esos corazones se quedan desgarradosr.. .... cuántas de la mía propia, por eso, no soy el mismo? . .. esas muchachas lloran por dentro, sin conDO~A GER. ¡Carlos odiarnos! ...... ¡Carlos nues. , .. .... N suelo y sin esperanza?...... Además, ¿quién tro enemIgo. o, " SI 111 t úl o crees ...... te asegura que Isabel esté sana? ¿el médico si sería locura qu e lo creyeras lo ves, lo ves c6mo estás cambiado? . no nos dijo que podía tener algo serio? ..... D. ANT. Y dale con el cambio! Mira, tan soy el D. A N'r. Esa es otra cosa, enteramente distinta, una invención del mediquillo éste para samismo, que, ah ora, cuando h e corrido el riesgo de que me la arrebaten, creo qu e la quiecarnos dinero ...... pero ¿á que no se atreve á sostenerme que á mi hija puede matarla ro más, mucho más que antes ...... mal de amores? ..... DO~A GER. Pues no te lo creo, no, aunque te enfad es; si más la qui sieras, la compadece- DOÑA GIDR. Ignoro si el médico t e 10 sostendrá rí as, se la darías á Carlos que es su ventura, 6 no; lo que es yo, yo que soy su madre y 6 por 10 menos 10 que ella cree su ventura, que la conozco más que tod os los médicos y al primero que viniera á reproch ártelo, lo del m undo, no s610 te 10 sostengo, sino que confundirías preguntándole: «(¿Dígame vd ., te lo aseguro .. caballero, vd . tiene hijos?» D. ANT. Bah !. tú qué sabes?...... (levantánD. A NT. Pero ¿no ves que primero fuí h ij o de dose,) Y sabl e todo, estoy decidido, entre mi mi patria que padre de mi hija, ¿no sabes hija y la patria, á la que creería ofender ceque sin la patria no existiría la familia?.... . diendo, elijo la patria...... DOÑA GER. N o lo sé, y le doy gracias á Dios DOÑA GER. Antonio, por Dios, ¿de cuándo acá . . . por n11 rgnorancia, una ig norancia que me elijes esa patria, que nadie te ofende, si siempermite adorar á m i hij a sobre todas las coIJa.. .. . .. pre 1las pre fienidoo a tu hiia? sas .... .. .. . D. ANT. y o? ..... D. ANT. Gertrudis, no digas eso, no bl asfemes. DOÑA GER. Tú, t ú; ¿no te acuerdas?...... Pues DO ~A GER. Blasfemar! anda, pregunta á cuanac uérdate, vuelve la cara atrás! cuando por tas madres conozcas y verás como te responverla nacer te quedaste en México con liden 10 que te respondo yo; díles que elijan, cen cia y no pudiste estar en no sé cuál acp6nl as en mi caso y que me condenen ...... ci6n .. .. ... D. A NT. Y á mí ¿qué me importa lo que opi nen D. ANT. Bien; pero eso fué ..... . los demás si mi conciencia me aprueba á DOÑA GER. Fué porque ya la amabas; porque gritos lo que he hecho? saberte padre te satisfacía más que saberte DO~A GER. En tal caso, p6nla en cura, tienes valiente ; porque preferiste recoger la primeuna conciencia demasiado en ferma . ra sonrisa de tu , ángel, ~ cosechar un gir6n D. A NT. Oertrudis, tén la leng ua; no me sulfude gloria envuelto en bala .. .. .. res; porque no respondo de mí .. .... D. ANT. N o, no fu é eso .. DO~A GER. (Con du!::ura.) P ero yo sí, yo sí res- .DOÑA GER. ¿Y después? cuando prescin días de amigos y de paseos y de cuanto hay, por Mira, siéntate aquí, á mi pondo por tí lado, y hablemos en calma, como hemos h ave larle su sueño j unto á la cuna?........ y bl ado siempre de las cosas graves; y ésta 10 cuando dejabas que ella, una chiquilla, te sacara las charreteras y te arrebatara tus crues, vaya si 10 es, lo reconoces tú, más que ces y motara á caballo en tu espada ... ::. Soyo ......... (Se sientan j untos). bre t us cruces se leían muchas cosas: «al paD. ANT. Grave? n o por el mo mento, si acatriotismo," «al valor,') toda una leyenda de so; Isabel es m uchacha, está sana, ya verás dignidad, de bravura, y acu érdate, acuérdacomo se alivia, y pronto, si n osotros nos e mte c6mo tu patriotismo, tu valor y tú mismo, peñamos ¿no vemos todos los días á muá
una
REVISTA AZUL rodaban por la "a lfombra, yendo á parar debajo de los muebles; cómo eran pisoteados por sus piesecitos desnudos, que tú preferías, que te comías á besos, mientras yo iba recogieudo los besos que entre los dos se desperdiciaban, las cruces y las armas, tus glorias y tu espada . D. ANT. Hacía yo mal, muy mal; pero era mi primer hijo . DO~A GER. Y cuando el señor liberal le llevó una cru cecita de oro y él mismo se la puso en el cuello? ..... D. ANT. Debilidades de marido, por no lastimar tus creencias . DO~A GER. Y cuando la muerte se acercó á su cuna y nos la quiso llevar, ¿por qué invocabas á Dios; por qué ren egabas de tu carrera que te obligaba á dejarla, por qué preferiste que te arrestaran toda una semana á separarte de ella ni un in stante, en aquella tarde en que casi agonizó en tus bra., zas.? .. .. .. S'In em b argo, pareceme recordar que la patria entonces no andaba mu y segura, y ¿qué te importó? en tu memoria y ante tu vista sólo existía tu hija agonizante: tu hija que pudo más; que te hacía llorar con sus rizos húmedos y su carita triste ..... D. ANT. (Emocionado.) Era yo muy muchacho . ya la adoraba.... el dolor me enloqueció . DO~A GER. (ll1ity auimada.¡ E so, eso era; que la adorabas como la has adorado siempre; como la has adorado después, cuando ella joven y con derecho á gozar, no he mos podido darle sino amarguras y penas .
D. ANT. Ah!. ..... (Se lleva el pañuelo á los ojos y C01/. la otra mano implora silcucio.¡ DO~A GER. (Consolándolo.) ¿No le iuraste siempre que la harías feliz'! Puescúmpleselo, anda, ¿qué te cuesta?... .. . D. ANT. ¿Lo que me cuesta?...... Romper un culto...... Violar un juramento. .. .. . Mira, en este instante luchan mi corazón y mi cabeza..... .. En mi cabeza veo la patria....... un ideal sagrado algo gra nde que no me explico, qu e me deslumbro, qu e venero con una pureza tal, qu e se me figura que se le ofende con cualquier pequeñez, aunque sea in voluntaria ...... Y en el corazón, siento á m i hija, sus lágrimas me 10 despedazan, y él protesta, me to ca en el pecho como si tuviera ansia infinita de que le dé yo gu sto. . .... y no sé qué hacer, no lo . sé, te juro que estoy enfermo ISABEL. (Desde deu tro.¡ Mamá (D . Antonio se estremece al oírla y doña Gertrudis como si implorara ayuda del cieio, se inclina después sobre su marido, más suplú:ante aztn.) flO1'l'A GER. ¿La oyes?.. ... . Es tu hija que llama .. .. .. hazla dichosa ... .. . D. ANT. (Desesperado.) Pero si no puede ser . ISAllL. (Desde dentro.) Mamá, ¿puedo sal ir? .. DO~A GER. Va mos, mírala siquiera; ¿le digo que venga? ... .. D. ANT. Sí, sí, déjala (E nj llgándose apresuradamente.) DO ~ A GER. Espera, espera; que voy por tí. .. ...
Federico Gamboa.
NATURALEZAS MUERTAS A NTES.
cio de un periódico, una mancha lum inosa, un trémulo iris , un brillante espectro solar. Hay liA ventana abierta y el cielo limpio de bros viejos de esquinas rotas, cuade rnos de chiuna mañana de brillante sol. .. ...Sobre llantes forros, periódicos aun presas en la ~im sobre la mesa del poeta, un vaso de vi- brada fajilla y abierta en una pág ina de di álogos: A drio tosco, de donde emergen violetas la Maria . El tintero está destapado, la pluma sofrescas y claveles blancos. Un rayo de sol se baña bre él y al azar junto al diminuto pliego gris por en la transparencia del agua limpia; abrillanta donde corre una escritura. tímida de mujer , se una lágrima que rueda lenta por el cristal, se eñrosca un listón y se extiende, como macabra quiebra en una arista y dibuja, en el márgen su- parodia de una mano, un guante ajado ya . Diría-
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se que se vació ahí, en esa mesa pobre, una rique- chada por correcciones hechas á plumazos enérza de recuerdos . Un cofre de reliquias se pulve- g icos. .. Todo parece vi ejo, gris, empolvado, y rizan en fechadas envolturas, las flores marchi- por eso resaltan como ampos de nieve tres bultos tas, atadas, como momias, con brillantes listones de papel de china , atados con listones y sellados y una trenza castaña, con toques de un blando con lacre. Se adivinan tras el papel transparente soberbio y rojizo, deja escapar un vago perfume un retrato, colores muertos de flores secas, qu izá de mujer.... Los l ibros de texto cubiertos de pol- mazos de cartas de cubiertas grises, y junto á la va, la taza con heces de café, y, reflejando el azul botella vacía y la copa con heces de licor, abierde los cielos en la inmaculada blancura del pa- to un libro de mal cortadas páginas eePhsycologie pel saturado de esquela, este título: El alma en de l'am01L1' moderne.))-P AUL BOURGET . -L a rupiu?·e- Ap rés. En una cuartilla innoble de redacción, pnmavera. papel ru do y estropeado, un título: Elegía.. . . .. y DESPUES un comienzo de estrofa: «Morimo« al amor, tú lo y abajo, en plena blancuRíe el sol en un trozo de espejo olvidado sobre quisiste. R ecordaré dispersas: Cáñamo.... . un diccionario abierto, cubierto á medias por pe- ra, dos ó tres palabras riódi cos manchados de grasa y de café; en un estulto, Canoa..... . y un perfil humano de factura vaso vacío con heces de agua sucia flotan cadá- torpe; diríase dibuj ado por un niño ú por un péveres de moscas; una pr ueba de imprenta cae .simo principiante . No hay fiar es ya en la mesa del borde de la mesa al pi so de ladrillos, man- del poeta. oo '
Micr6s.
SONETOS LA. POSEIDA.
ESTIO
Como el sucubo violador su ensueño Con alas de murciélago se agita; Que no la mueve la pasión bendita, Ni el alborozo del amor risueño.
La tierra yace en funeral sosiego Como vapor de oro difundido, Caliginoso aliento suspendido Vibrar se vé en la atmósfera de fuego.
Cuando su seno pálido palpita Bajo los negros arcos de su ceño, Algún infame y opresor empeño A torvo crimen su pasión incita.
Tibia sombra la ceiba da al labriego; El ave muda ocúltase en el nido¡ Por el tábano el toro perseguido, Busca el pantano jadeante y ciego.
Tiene de la Valois los devaneos, Soñando encadenar á su cintura Cual siniestros y eróticos trofeos
Desfallecen las hojas de la planta¡ En el remanso, el cocodrilo aleve Acecha al gamo y la graciosa anta¡
El corazón de los que en. ansia impura, Murieron abrasados de deseos A la sombra fatal de su hermosura. José Juan Tablada.
y en el aire se ve cual nube leve
Serpentear el polvo que levanta La recia roula con el casco breve. B. (le Zayas Enriquez.
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CAPR ICHOS . Almas solas y casas vacías. '
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.vER pasé por la solitar~a plazuela,
y como en otros tiempos, en ',~N.,,,, p mis buenos tiempos de am oríos callejeros, me senté en la banca de palo, despintada y polvosa, bajo el fresno raquítico que parece un abierto paraguas verde enterrado en medio de aquel sah ara de barrio. Había llovido por la mañana: heridos por el sol entre las chispeantes arenas, sobre los montículos de húmeda basura, á orilla de las ch arcas color de sepia, centellaban fulgores de cobre, relampagueos de vidrio, púas de plata, súbitas rafagas de esmaltes azules, repentinas vetas irizadas, todo un museo pirorécnico desparramado por el suelo, todo un deslumbrador juego de Bengala, encendido por la picaresca luz del Poniente. El cuadrilátero de casucas, cuyas fachadas recién lavadas por la lluvia, entonaban en el aire fresco la blancura de sus muros enjabelgados, formaba un cerco alegre á la plazoleta: las angostas ventanas de mochetas pringosas, rotas al capricho con deliciosa asimetría, semejabanabiertas de par en par-ojos guiñadores y-entrecerradas-bocas maliciosas y risueñas. ¡Qué cariñosamente nos acarician las cosas después de muchos años de olvido! ¡Con qué dulzura nos saludan los lugares vueltos á ver, tras una ausencia alargada por la intensa fiebre' de la vida. La inanimada fidelidad, la constancia inmóvil de todos los objetos que nos rodearon en épocas felices, nos produce, cuando volvemos de regreso del país azul, una gozosa melancolía. La ilusión, el amor, la vida [qu é pronto hu yeron! El espíritu es descontentadizo y caprichoso: jamás quiere quedarse con las cosas que amamos. ¡Ata tus ali tas, abeja de oro, ilusión de cariño bueno, con esa cinta de mu sgo• "'--~....I ",.
hilo de esmeralda-que se balancea en la roja cornisa de la casa! i Prende tu perfumado ramillete, beso blanco, del viejo marco de la vidriera! Pero ya todas habeis huido voladoras mari posillas que anidábais en estas piedras........ N o es cierto que la memoria, ese almacén de guiñapos descoloridos, os preste abrigo, sueños juveniles! ¿De qué me sirven los recuerdos empolvados que habitan las negras cavernas del cerebro, como toneles exahustos en los rincones de la solitaria taberna? ... .. . y nada hay muerto aquí: el brocal desgastado de la fuente, el fresno, la banca, la ventana, me dan las buenas tardes, como se tiende la mano al antiguo camarada. Sólo que ya no asoma por sobre el alfeizar verdinegro. el pálido rostro, angélicamente vulgar de la primera musa. D n poco borrada, desvaneciéndose en la azulosa neblina que cubre 10 pasado como un brumoso horizonte, aparece en mi alma: no tiene facciones precisas este semblante que veo dentro de mí; cerrando los ojos, intento seguir con el fino pincel de mi deseo el contorno de esta miniatura apagada. Imposible! La guardo en el fondo de mis trist ezas y de mis goces, pero ya casi sin colores ni perfiles, como el abuelo guarda en el fondo de la gabeta de caoba el retrato de la amada de su corazón, dentro de la caja de palisandro, sobre el cristal opaco que ya no más conserva el muriente rubor de las mejillas y la mancha obscura de la abundante cabellera. Las pupilas empapadas en lágrimas vuelven á las líneas que se borraron; más ¡ay! qué tarea tan difícil , qué labor tan pesada ésta de dibujar los perfiles de los retratos que se descoloran y de retener las im presiones que se van l.. .... Yo he oído, no se dónde, tocar un wals: se llamaba el «wals de las ho ras.» Tras un preludio len-
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to y cansado, con algo de marcha funeral, se precipitaba un vértigo de notas, una catarata de melodías, una extraña carrera de compases en fuga; los sonidos impacientes, encabritados, rab iosos, corrían como lebreles locos en una fantástica cacerí a.-¡Halalíl ¡lla lalí! Allá iban tendidos, jadeantes, saltando sotos, brincando arroyos, deslizándose por entre las intrincadas ramazones de la selva, prersiguiendo al siervo invisible que creían ver sob re la línea siempre remota en el horizonte. E l wals terminaba con un golpe seco; el derrumbe de las notas, la caída al abismo de las desenfrenadas harmonías. y así como esa música oída no sé d6nde-tal vez en la soledad de una noche de pe na, tocada por el martilllo del pensamiento sobre la sonora lámina de las sienes- á compás vertiginoso, á galope tendido, van pasando mis horas persig uiendo el recuerdo fugitivo.
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Toca tu wals, m emoria, pero no tan aprisa! [quiero contemplar esos deslnmbrantes minutos de gloria que llevan palmas; ese instante de dicha que cruzásonando besos, ese rato de medi, taci6n que pasa cantando estrofas, esas noches azules de las citas, esa puesta de sol de los juramentos! ¡Qué aceleraci6n la de mi vida! ¡Qué precipitada carrera la de mis recuerdos! , ', "
** y mientras cayó la sombra, sen tado en la banca polvosa , bajo el paragu as del fresno raquítico, fre nte á la venta na vacía, procuré, en vano, delinear con el fino pincel del deseo, en el vah o azulino de 10 pasado, el pálido semblante, angéli camente vulgar, de mi primera musa. Luis G . U J.°b i n a .
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BAUDElAIR E
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~N retrato pintado por EmiliC' Deroy,
y que es , [una de las raras obras maestras halladas por la pintura m oderna, n os representa á Carlos Baudclaire, á los veinte años, en el momento en que , ri co, feliz, amado, ya céleb re , escribía sus primeros versos, aclamados por el París que impone su voluntad al resto del mundo. ¡Oh , raro ejemplo de un rostro realmente divino, que reunía todas las g racias, todas las fuerzas y las seducciones más irresistibles! Las cejas son finas, prolongadas, de u n gran arco suave, y cubren unos párpados orientales , ardientes, vivamente coloreados; los ojos n egros , profundos, de una llama sin igual, acariciadores é imperiosos, abrasan, interrogan y reflejan todo lo que los rodea; la nariz graciosa, irónica, de rasgos acentuados, y cuyo extrem o, algo redondo y echado h acia
adelante, hace pensar en la célebre frase del poeta: jI,[i alma reuo lotea sobre los perjume», corno el alma de los demás hombres sobre la míwica! La boca arqueada y afinada por el ingen io, de bella. carne rojiza, que recuerda el esplendor de las frutas . La barba redonda, pero de osado relieve, fuerte como la de Balzac . El rostro es de una palidez viva, morena, bajo la cual aparecen los tonos rosados de una sangre rica y h ermosa; una barba infantil, ideal , de dios j oven , lo decora; la fr ente, elevada, amplia, m agnífi camente dibujada, se adorna con una negra, espesa y encantadora cabellera, que, n aturalm ent e ondulada y ensortijada, como la de P agan ini , cae sobre un cuello de Aquiles ó de Antinóo .
S iendo la mujer un ser i16gico, subalterno y maléfico, pero encantador, como un perfume delicado y pernicioso en un frasc o muy frágil, se trata, pues, de aspirarlo pru dentem ente, delicadamen te; alg unas vec es, no en el hogar propio,
sino en el ajeno; pero ante todo es preciso no romper el cristal fragilísimo que lo encierra, y evitar en cuanto se pueda que le rompan m anos brutales y rudas, H. A . Taine.
Teo(loro de B anville .
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AZUL PALIDO Acabo de tener en mis manos los últimos pliegos, húmedos todavía, con ese olor de tinta fresca que se desprende de las pruebas de imprenta. Aquí un signo cabalístico; allá una cmcesita, revoloteando perdida, como pájaro sin nido; después, letras olvidadas en el original, sílabas que se escaparon de la pluma, lenta para fotografiar la idea... ...... Todo un mundo de sensaciones, recogidas, encerradas, como esos bombones franceses, en armazón de cromos . ¿Sabeis cómo se llama el volúmen? «Cosas vistas .') ¿QUE:reis que os diga muy bajito, en secreto, sin que se entere nadie, el nombre de quien tales cosas ha visto? Sabedlo , es vuestro amigo, él despliega cada ocho días, en las páginas de la Revista, el rico panorama de su fantasía, sacude sus recuerdos, de los que caen , á manera de lluvia de piedras preciosas, los íris tornasolados de la realidad vista al través del cristal de ojos juveniles; es vuestro mago de todas las semanas, el que os trae puñados de luz, el que recoge del bouleva1'd el fragmerito de una historia triste y vulgar, y hace hablar y sentir y llorar á las cosas inanimadas ¿Verdad, señorita, que ya os he dicho el nombre del mago? Buscad hoy su firma al pie de «Naturalezas muertas,» entretanto aparece el tomo del maravilloso narrador , del cual os hablará á su tiempo un querido compañero mío .
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Nada nuevo en los teatros.-El Principal nos dió una revista-algo así como una sucesión de cuadros dislocados, sin lazo que los una, sin espíritu que los vivifique, fragmentos de diálogos del bouleuard., desgarbados y sin gracia, literatura que en los teatros de Madrid se ha deslizado, variantes delflamenqu'isJJlo, que diría Olavim, últimas llamaradas de un teatro gallardo que se extingue á toda prisa.-En Vi lla 'P¡¿la-representada en el Nacional-sí hay pinceladas más dignas de su autor . La obra , sin embargo, camina, á trechos, con poco cnirain, lo epi sódico llena un buen' espacio, y á las veces el árbol impide ver el bosque. Vital Aza sabe, no. obstante, saltar gentilmente sobre estas lagunas, deslizando aquí un chiste de buena ley, allá un brochazo escénico, y así va Villa. Tula, entre languideces de desarrollo y fuego graneado de ingenio. Y es todo lo que en estos días nos han servido los empresarios. .,.'.
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Hemos vu elto á estrechar ¡y con qu é triste satisfacción! la mano de un buen amigo, que es excelso poeta: D. Casimiro del Collado. Deja en París , bajo las flores en cuyas hojas caen más lágrimas que gotas de rocío, á la que fué sonrisa de su hogar y alma de su poesía, á la rubia princesa de nuestros salones, ú. lajoven y blanca Margarita, la de corazón de oro. Vió ella á sus buenos *** padres al morir, sintió de cerca 'el infinito amor Semana de ?'CP01'te1'S, careas, nombramientos de de ellos, y acaso entonces pregunt6:-¿Qué..... . defensores ¡Qué sé yo! algo poco agradaya es el cielo?-Y la ciudad del júbilo y el triunble, nada agradable; historia de algunas reputafo siguió cantando el himno de la vida; y los paciones que se hunden, páginas de esos tristes, dres, cristianamente resignados, pero sin alma negros días en que la conciencia se ausenta del mas que para seguir amándola al amarse, regreespíritu y éste revolotea al rededor de simas sin saron á la tierra que ya no puede darles rosas fondo.... .. ... Después, la ley llamando á un honuevas, pero sí muchos, muchos no me olvidesl gar entenebrecido, en el que hay almas santas Suenan marchas nupciales en el cielo. Entra. que lloran, niños que todavía no saben lo que es radiante Margarita en la inmensa auroral llorar, porque el llanto de los niños tiene una sonrisa empapada en cada lágrima . Petit BIen.
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• 'l'O~IO
1.
MÉX ICO, 27 DE MAYO DE
N UM. • 4
r894.
GLORIA. A Justo Sierra veces he empezado á escribir es- azules que se abren tras de sueño m uy largo y ta carta invencible desfallecimiento muy tranquilo; de los oj os az ules que no han del espíritu me ha impedido conti- visto nada malo; de los ojos azu les qu e están húnuarla Entrego á la publicidad medos siempre, porque h a y u na madre, joven y algunas de sus hojas dispersas: tal vez amorosa, que los besa á cada inst an te. Acaban el viento las lleve á la casa de usted ó las impe- de pasar las estre llas po r ese cielo; aún conserla al lugar donde las flores son caritativa y san- va la visible frescura de 10 5 cabrilleas de oro y de tamente hermosas. En todo caso, algunos leerá n plata. En la igles ia llaman á misa. Má s lejos, estas líneas y al leerlas elevarán su corazón á suena un repique. A ire sano, aire p uro, aire que nLI,Aj hablará m i alma en voz baja con otras al- goz6la libertad de la noche, -de la n oche sin humas, que también aman á usted, y dirán de nos- mo, sin n ubes de polvo, sin calor, sin bullicio,otros los que nos miren al pasar:-No pneden ol- entra vivificante á m is pulmones. Oigo el ruido vidarla ni á él le olvidan.-Sí; pasa ese ángel, de la bomba que eleva el agua á la azotea de la todo luz, por enmedio de la sombra en que ha- casa, yel de la bomba de mano conque riega el blamos muy quedo los discípulos; está su nom- mozo los tiestos del corredor. En sus j aul as los bre en todos nuestros labios, en todos nuestros pájaros se bañan y cantan; salpican gotas de agua rezos, si son rezos estas letanías del cariño y del y trinos. En el cuartel próximo suenan toques dolor. N o podemos hablar de ELLA á los extra- de corneta, ños porque nos tiembla la voz, porque se nos osMi hijita duerme sosegada en la pieza conticurece la inteligencia, porque no encontramos la gua. Hasta aquí me llega el suave rumor de su palabra que exprese bien el sentimiento, que respiración. Ya la besé en los rubios rizos, sin salga de muy hondo y que suba á lo más alto; que me sintiera. Ya puse mi cabeza baj o el ala pero sólo de EI,I,A podemos hablar, en frases en- del ángel. Ya dió ese beso m atinal á mi alm a trecortadas y acercándonos mucho u nos á otros, el pan de cada día. ¡Ya estoy pagado ! Trabajacomo niños á quienes la noche sorprendi6 en ré más ¡oh D ios! para que ella ría, para que ella mitad del bosque. j ueg ue, para que siga creyendo que puedo darla todo y que cuando ella duerme t odo cesa, y na.............. . . da más las estrellas y los ángeles siguen desEscribo, no con pereza, no con esfuerzo, pero piertos, s6lo por cuidarla. Allí está toda la vida sí con dolor estas palabras, en las primeras ho- mía; duerme tranquila. ..... U na infinita feliciras de la mañana. Es Mayo, (mes de rosas, mes dad llena de lágrimas mis ojos! de rimas.» Tiene el cielo la brillantez de los ojos Dentro de poco, despertará, nos llamará; su UCHAS
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primera palabra será para nosotros, para sus padres que la adoran; y nos disputaremos, cedi éndolo uno á otro, el primer beso de ella, no el que le damos, sino el que nos da, y es beso y risa. ¡Gracias por qué pasó la noche sin que ella la viese! ¡Gracias porque respira quieta, con las alas atadas blandamente por tu bondad y nuestro amor, Dios mío!
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¿De qué manera te hablaré de GLORIA, hijita min? Yana será tu amiga cuando crezcas, la , ia uara ami Tenia que yo quena para itu 'u amIga......... ema l os años que tú tienes y la amaban, la aman como nosotros te amamos. Y si te digo que se fué, no 10 comprenderás, porque las h ijas nunca dejan á sus padres ni permiten los padres que otros se las lleven. Tampoco puedo decirte que Dios se las ha quitado á ellos: tú sabes que Dios cuida de las niñas buenas, que Dios no hace llorar, que Dios no mata, que Dios es inmensamente bueno. ¿Cómo has de creer que Dios se la llevó? ·. ..... .. ......... .. ........ .. . .
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R epugna á naturaleza que los hijos mueran an tes que los padres. Las madres más cristianas y piadosas, en el primer arranque del dolor, sienten, al abrazar al hijo muerto, que son víctimas de divina injusticia y dicen: S eñor ¿qué te he hecito )'0para que me castigues de ese 1Il0do.9 Yaunqu e ten gamos, para di ch a nuestra, padres y esposa ama da y otros hijos que n os amen: siempre el que se "a nos deja solos. Era n uestro, más nuestro que los pa dres. Ninguno más tenía dominio sobre él.
Casi nunca, Justo, hablábamos ele GLORIA. La ll evaba usted en sn alma como perfume en frasco bien cenado. Que no llegara á ella ni el aire de las palabras! Que no profaran ese nombre los ruidos de la calle! Escribirlo era para usted como darlo á otros. Pero todos sabíamos de qué inmenso amor estaba el ángel rodeado. Le veíamos pasar en todo 10 bello y en todo lo bneno que usted hacía. Era el que, con las alas desplegadas se erguía, sonriendo, en la cima de unaexistencia gloriosa. Usted, en estas épocas de incertidumbres inquietudes, ha seguido el consejo del más puro é
de los paganos, después de Marco Aurelio, el que da Platón en el «Banquete :» «así como el viajante, sorprendido por muy recia ventisca, se refugia tras el primer muro que halla, guareciéndose de la lluvia y del polvo aventado por el viento, así tú, no pudiendo dominar la t empestad que pone en riesgo los Estados, permanece en tranquilo apartamiento, entregado al trabajo de tu espíritu y considérate feliz si pasas, sin mácula de iniquidad por esta vida y sales de ella en calma y dulcemente, con alguna hermosa esperauza.» La divisa de usted, á lo que pienso, es la inmortal frase de Kempis: In a1lgello a a u libello . y en la amable auste ridad de aquel apartamiento, entre los libros que fortifican y consuelan el ánimo, GLORIA era el ángel que ll evaba á usted el simbólico lirio de la Anunciación, la suprema esperanza. Ángel, de esos ángeles inefables que en algunos misales de la edad de fe, apa recen al margen de los salmos y los trenos. Esas manos tan breves y tan delicadas, h echas sólo á llevar rosas, eran las que lleva ban li ge ramente 10 más grave de la vida de us ted. Muy hermosas son las coro nas qne la gloria ha ce ñ ído á las sienes del poeta altísimo ; pero más bella era GLORIA jugando con esas coronas. A la gran gloria, á la resonante, {l la que pasa al po rvenir, de pie en ebúrneo carro, ustec1 no la am ó ni la ama tanto como á esa, que usted llamaba GLORIA MIA! El aplauso de todo un parlamento, las aclamaciones de la multitud, al fin de U11 gran discurso, esa es la gloria. Pero, después del tri unto, el vencedor llega al hogar, la hija se le sube á las rodillas, le ciñe el cuello con los brazos:Papá, cuéutame un cuento.-Y cuando acaba el cuento, esos aplausos de las maneci tas que ríen por los hoyuelos, ese asombro de los ojos límpidos, valen más que el ruidoso triunfo . de momentos antes. Esa para usted, ¡oh J usto! era su GLORIA.
. . ... ............. ......... .. ... ...... ........... ............ ..... ..... ... ....... ... ... ..... ...... ... . . . . . . .... . ... .... . ..... . . . . .... En el JVz'lltem de Goethe hay esta frase profunda: «Todas las religiones ti enen este único objeto: hacer que el hombre acepte 10 inevi table.. Que 10 acepte, es decir, que 10 reciba r esignado. Más para que aceptemos resignadamente la pérdida de un hijo necesitamos creerla aparente, sentir el Infinito y ver la sombra de la Inmortalidad llenando todo el Universo. Es pre-
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ciso que Dios nos dé una cita. «Señor- exclama R enan-el que menos cree en tí, desea. ardienll temente que existas catorce veces al día Será muy oscuro el mar de lo desconocido pero es imposible que no intentemos cruzarlo en pos de los seres amados. Y como dice Leopardi: .... ../1 naufragar m' é dolce in questo mareo Vamos en nuestro barco, por entre las sombras, como aquellos conquistadores que pinta Heredia: Chaque soir, espérant des lendemnins épiq nes . L'azur phosphorescent de In. rner des 'I'ropiques E nchantait leur sommcil d'un mirage dor é; Ou pench és a I'avant des bla nches ca ravelles, Ils rc gardaient mont er en un ciel ignoré Du fond de l'O céan de.1 étoiles nouvelles.
¿Cuándo, entre esas estrellas, divisaremos los ojos que cerró la muerte? Allí, todavía invisible en la tiniebla, está GLORIA ...... ¡Marú Stella/ . . . ... ............ . . • • • • • .. ..
..o
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¡Qué pobre, Justo, es el cariño humano! Queremos con toda el alma dar á usted consuelos, y sólo nos es dado sufrir con usted con usted que ejerce una joven paternidad en nuestras almas. Por mi felicidad ha pasado el dolor de usted, entristeciéndola. Veo á mi hija dormida, y pienso al verla: ¿no hay un ángel que la cuida mientras duerme la madre? ¡Señor, que GLORIA sea ese ángel! M. Gutiér rez N áj er a .
DURA LEY ··Escribe la ver dad 01 qUfl muestra. el bion qu e hacen los hombros, os decir lo que hacen de acuerdo con la voluntad divina., y el mal que causan, es decir, lo que ej ecu tan e n cont ra de 1:1. \'0· lnn tad de Dios. Lo, ve rdad -he aquí el cam ino -TOLllTOI.ol
un rincón del mundo, en un barrio de la ciudad en clonde la Vi da t ien e tan crueles justicias, con ocí á un a muchacha llamada Beatriz, que parecía una prin cesita vestida de andrajos: tan bella era con sus ojos de cielo invernal , su nariz de virgen siciliana , su boca ligeramen te contraí da por una sonrisa festiva , su frente an cha , coronada de rizos triguenos , y su cuerpo esbelto, agil, travieso. Parecía una niña rica abandonada, no una pobre. Sus pies largos, de aristocrático empeine , estaban hechos para calzar la media de seda suave y la bota de piel fina, no para pisar , desnudos, los lodos del barri o y los cascajos de la vecinrlad.-¿Cómo esa mujer, de facciones de ídolo , greñuda, sucia, que muele maíz en su metate, pudo ser el molde de la n iña delicada? ¿Cómo ese hombre, de cráneo estrecho , de toscos puñ os, de ceño agresivo, que lam isca su comida y gruñe • N
palabradas, pudo crear á la n iña adorable? Entre las gentes del pueblo sorp renden á. veces estas formas puras, estos seres ideales de ojos azules y exquisitos talles, producto casi siempre de odiosas mezclas de sangre, destinados á la corrupción y al dolor. Beatriz se marchitaba antes de que su alma se abriera á. la vida de la juventud. Por los r esquicios de su choza colábanse, en tiempo de frí o, las ráfagas ateridas; en tiempo de lluvi a , los vahos de la humedad; en las mañanas, la gritería agu da de los pilluelos y la ronca vociferación de las mujeres; en las noches, fragmentos de letan ías y bostezos ele cansancio , rasgu eas t ristes ele v ih uela y cantos de amor en sord ina .........Su ali mento era escaso: el olor de las cocinas. Al medio día , cuando el maíz se dora y esponja en los carnales, y la carne chorrea sus jugos en las parrillas, en los labios de la princesita se apagaba la sonrisa festiva. Su cama era dura; bajo el destramado sarape, su sueño era interrumpido por la
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querella ebr ia de los padres ó por algún murcié- que su instinto, de un solo salto, en un solo inslago ch illón de alas ásperas q ue arañ aba las pa- tante, sin raciocin ios y sin dudas , h abía llegado redes Pero ap enas dormida-oh d iv ina á la convicción : Beatr iz n o era su hija, era la hija inocencial-c-la Fantasía, rica en galas y ospl én di- de un rico. Ah! la vengan za esperada! el legado da en dones, obse qu iaba á la ni ña con j uguetes de sus abuolosl. .. E l marido sen tía herir las sede porcelana y novi os de dulce. culares rencillas, mirando de soslayo á su muj er, En el barrio nadie la querí a . Las muchachas que bajaba los ojos, recelosa. E n otras circunscascarrientas la aporreaban provocativamontc, y tancias la infidelidad .. ..pst!, eso qué !.... el h omlos muchachos maldadosos, jugando pi zpirigaña , bre se habría encog ido de espaldas . P ero la mula perseguían con bromas gro seras y ch istes obs- j er le había faltad o con u n en em igo, con un rico! cenos . ¡Cómo la habían de querer si sus ojazos de Un bofetón más, una victoria nueva! Y con los cielo eran tan diáfanos y sus pestañas ch inas tan arrebatos de un humillad o que se venga , sus insedosas! No era de ellos, de los ~obres; era una jurias sonaban como golp es de mazo . Pero todo extraviada del mundo ri co, tenía otra sangre, esto se borraba en su cerebro al ver á Beatriz . otro cutis, otra alma. El t imbre de su voz no Era suya, tan suya como si fuera su hij a; la pocu adraba con la burda sosería; su cuerpo no se seía , la dom inaba; y cuan do la infeliz no podía prestaba á las actitud es in solentes; sus manos n o obedecer á órde n es contrad ictor ias - «(si éntate! cumplían b ien los oficios v iles. Era limpia, re- levántateb-c-la man o sacrílega .... La madre tammilgada, coqueta: m irábase en un pedazo de es- bi én ! con la. vanidad ad olorida de la h embra, que pejo y con un peine roto se aliñaba la cabelle ra . h a recibido un mi mo y un desprecio, h abía cmAdoraba hasta la man ía los objetos brillantes, pezado su venganza, degradando (t un hombre, y • las cuentas de color, .los azulejos, las baratijas vi- la concluía corromp iendo á una ino cente! drí adas E l od io popular la designaba con La ar istocrát ica n iña so.vol v ió hurañ a , con nala palabra infame : La Rota. E ste odio es fisioló- die hablaba, v ivía escon d ida. Un abatimiento gico, brota de' los poros del cuerpo de un a mane- infinito la dom in aba . ~ o volvió {L verse en el pera irresistible: se inicia en las m iradas oblícuas daza ele espejo; n o volv ió :í pasar el peine roto de suspicacia , y estalla en las agres iones bruta- entre los b ucles tr igueños de su cabell era, n o valles de revancha . E l h omb re del pueblo ti ene u n vi ó á recoger obj etos de colores, no volv ió á son insti nto nfinadísimo por la h erencia , especie de reir con la sonrisa ele m iel ele su boca .. . E l soplo olfato an imal, que le hace sent ir y conocer al primaveral de la Juventud no la h izo fl or .. . No enemi go, amo implacable si es fuerte y presa se- t uvo estremecim ien tos , ni anhelos , ni ensueños . gura si es débil. Es cobardemente sumiso con el ¿Así era el mundo? tan duro? tan somb río? no haamo, y por lo mism o terriblemente soberbio con bría en otra parte , allá lejos, detrás de una cortila presa. Lame la mano ó la m uerd e.-Beatriz na ó de una en ram ada, algo buen o, algo santo, era demasiado pura, demasiado bella, vástago de una car icia, un beso, una oración?.. . La voz huotra ra za, de la raza maldita; y la repulsión que mana sólo sabe injuriar? no ha aprendido u n a empezara con los regañ os enconados del padre, y sola palabra de caridad ó de amor? n o h ay una las zurribandas feroces de la madre, se continua- V irge n que protege á las niñas desvalidas? no ba en la vecindad con el apodo , el pellizco, la hay un Dios que am para á los corazones enfermaldad terca y punzante . mas?.. . P ero Beatriz no pensaba en el dolor, lo El padre! ... estaba seguro de serlo? Al contrario, sent ía; n o pensaba en la felicidad, la adivinaba. estaba cierto de no serlo, la sangre se lo decía . La felicidad está all í: en aquel grupo de niñós De otro modo, por qué si iba hacia él esa n iña tí d bri rubios que corren detrás de un aro ó de un glo, it t an so1lCl a , sen la que su mano, en vez e a 1'11'. . . se cerrab aco1"er ica bo rojo, entre flores y rayos de sol. Y Beatriz.llose . suavemen tee nara para laa cari caricia, para el golpe? ¿por qué esas miradas azules, capa- . raba. .. .. . ces de encender fan ales en el alma, le obscurecían El tiempo no fué muy cruel con ella: pronto la vidn ? ¿por qué no besó nunca esa boca, dulce la mató. La lucha h abía concluido . Los terribles como la m iel de una frambuesa? Hombre rudo, vencedores, el h ombre de toscos puños y la m uprimitivo, sin más ciencia y sin más moralidad jer sucia y greñuda, m u dos, prontos al asalto, en
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Cuando en nn teatro ó en un salón observo una vereda del gran camino, espían otra presa esos grupos de jóvenes frívolo s, sin una sola idea, social , para corromperla ó matarla. ¿Y el verdadero padre de Beatriz? ¿Supo que sin un sólo amor, pienso en la princesita vestida tenía una hija? de andrajos, con sus ojos de cielo invernal y su Sí: aquel es, aquel joven elegante que en un nariz de virgen siciliana; y exclamo como el Diteatro clava sus gem elos en una señorita, que en vino Evangelista: ¡Raza de víboras]. ... .. un salón la galantea , que pronto la hará su esposa. Jes(18 Urueta.
CHANSON [' C H A N T S
DU P A YSA ~T 'l
L'eau qu i tombe et l'eau qu i court Sont deux portenses de joie . Heureux l'ag rcsto séjou r Ou le bon vent les cnvoic! C'est par l'u n e que tou t vit, Snn s I'autro q ue tout succo m be . Beu i soit Di eu qui no ns fit L'eau q u i court et l'oau qu i tombe!
Mais I'cau qui tombe, en tombant Etein les ch alours br úlantes . La seve qu'clle repand Nou rr it vi gnees, bl ós et plantes . Le corps se sent tout joyeux Dans l'aire qu'elle purifie . L'eau qui tombe, l'eau des eieux C'est la source de la vie .
L'ean qu i cou rt po rte en courant Su fraicheur Ió condo et d ou ce. Au bo rd de son fl ot errant La Ileur s'o uvre, l'herbe pousse; Et, de l'arbe ¡l, I'arbri sseau, La florét s'y desalt ere. L'eau qu i court, f1 euve ou ruisseau, C'est la san té de la terre o
V ean qui tombe et l'eau qui court Sont deux portenses de joie . H eureux l'agreste sejour Oú le bon vcnt les envoie! C'est par l'une que tout vit, Sans l'autre que tout suecombe, Beni soit Di eu qui nous fit L 'eau qui court et l' eau qui tombe.
Panl Del"Onlede.
LEYENDO ATDLSTDI s la Sonata de Kreuizer, libro que se lée más de una vez en la vida. Hay cierto placer-un cruel placer, doloroso y punzante-en recorrer aquellas páginas de negra tristeza emponzoñada.- Recuerdo que hace uno 6 dos años discurríamos Luis Urbina y yo acerca de la obra del conde ruso.
Manuel Gutiérrez Nájera y José Juan Tablada completaron nuestros esbozos de impresi6n l iteraria. Luis Urbina siente de muy distinto modo que siento yo la «Sonata». Yo no sé si Tolstéi tendrá raz6n 6 dejará de tenerla, pero el hecho existe.. Las explosiones de dinamita provocadas por los anarquistas en Europa, no son solucio-
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nes dentro de la lógica; pero el caso no es menos cierto, y á los que aman el ultruismo sobre todas las cosas, se opone la respuesta cortante de una sectaria de la escuela: "Mi hijo tiene hambre, mi seno está agotado. ¿Qué hago?" Este «¿qué hago?» es el problema que formula Tolstói. Elnovelador ' naturalista, ha escrito Emilio Zola en su estudio sobre Gustavo Flaubert, desaparece por completo en la acción que narra. Es únicamente el que, oculto, pone en escena el drama; nunca se exhibe al final de una frase; nadie le oye reir, ni le ve llorar con sus personajes; ni él mismo se permitejuzgar los actos de esos mismos personajes. Ese desinterés aparente es el rasgo característico; sería inútil buscar una conclusión, una moraleja, una lección cualquiera obtenida do los hechos . El autor no es un moralista, sino un anatómico qu e se concreta á manifestar lo que halla en el cadáver humano. Los lectores, si quieren, sacarán sus conclusiones. Este es el criterio que aplicamos todos los qu e á la moderna literatura nos dedicamos, en los ratos perdidos de la labor diaria. La Sonata de Kreuizer es, antes de nada, un caso cUnico; sólo que este caso tiene un nombre más genérico: se llama pueblo, Podsnicheíf es un enfermo; la salud de la Rusia es muy delicada; es preciso estudiar este caso clínico, antes de condenar á muerte al paciente. Lo único qu e debemos pedir á Tolstói es que Podsnicheff sea lógi co . no con arreglo á nuestra lógi ca, sino siguiendo la ley necesariamente fatal del medio y de la raza. Entonces perdonaremos á Podsnich eff, como hemos absuelto á Manen Lescaut: porq ue cede á su temperamento, según la frase de Paul de Saint Victor. Podsnicheff es el resultado de una civilización avanzada, operando en un medio social poco preparado. El personaje de 'I'olstói es un protagonista de Musset que ha leído á Schopenhauer; ha vivido en la inmovilidad contemplativa de esa negra tierra blanda y ha colgado el ocioso hnut en la cabecera de la cama de la amante ó de la esposa. Pedro el Grande llevó á la Rusia las corrientes de la nueva civilizacion. Todos los desfall ecimientos, todas las dudas de la nueva generaci6n, pasaron como ráfaga huracanada sobre un grupo
humano, diseminado en el mir, yaciendo bajo el látigo del boyardo. Arriba, las clases elevadas, contaminadas con las lecturas de Hartmann, con sus prerrogativas señoriales; abajo el siervo, impregnado por la primera civilización arrastrada por las aguas del Nieper: la civilización de Bizancio, que provoca una guerra. religiosa tras la conquista de una fórmula de culto de inverosímil raquitismo. Y en el centro, ningún eslabón que ligue estos dos extremos: en Rusia no existe la clase media. La revolución actual la hace un grupo de declasés, que arrancan de la izquierda hegeliana para caer en las di solvoncias del budhismo , que , á má s andar, invade con sus sombras mí sti cas de qu ietud inmensa esta superficie de tierra tan grande como In superfic ie de la Luna. Pod s ñi cheff es un atacado de este mal incurable. Sueña místicam ente como el sacerdote indio debajo del árbol santo en donde le fué revelado el Nirvana . E n nombre de su Evangelio propio, dice un escritor español, Doña E m iliu Pardo Bazún, 'I'olstoi condena, no sola mente las instituciones h umanas en general , sino en particular la Iglesia, achacándola que h a sus tituido el espíritu con la letra, la palabra de Dios con la del siglo . H ace m ás: m odela el hombre, no ya moral, si. no físiológicame ñte, ú su antojo; arremete contra leyes bi ológi cas indeclin ables, y desde su Tcbaida arregla el mundo, arrojando ele paso algunas verdades con rara valen tía . Lo que Podsnicheff nos d ice n o es nuevo; hace mucho tiempo que Byron nos h abía informado que lo que más apreciable tiene el amor son las alas. E l matrimonio, v isto por el prisma que lo observa el héroe de este drama palpitante , ha sido examinado antes por un paradoj ista de mucho mérito, Max . A. Nordau. La frase de 'I'olstói es más acre y penetra hasta las carnes: el pensamiento es el mismo . E s doloroso asistir á la disección de este espíritu tierno y feroz á un mismo tiempo. Ver c6mo la dolencia toma cuerpo , se desenvuelve, provoca crisis horribles y descubre á cada página el latido de una fibra herida. El trabajo de fisiélogo del autor ruso es maravilloso: no conozco nada más acabado, sin exceptuar la lenta, perseguida agonía, de aquella Renaia Mauperisi, de los Goncourt. Es un hundimiento de ideales que destroza á
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aquello alma enferma: el h01'1'Or al anirnallo persigue y la ola negra avanza hasta anegarlo todo. Es un odio sombrío y tenaz á lo que llamó un poeta francés el eterno f emenino. A veces, parece qu e un Padre de la Iglesia Católica habla por su boca; en tonces Podsnichoff es brutalmente moralista, ele una moral que causa ascos y provoca nauseas. Sale de ese estado de conciencia con espu marnj os de rabia y ebrio de dolor. ¡Quién sabe! Tal vez el extraño personaje sea un animal en celo; un enamorado, un bestial-' mente en amora do de lo que huye, y le sirve de reproche eterno en sus largas tiradas de esa filosofía lóbrega qu e causa vértigos, pero que no por eso es men os humana. Otras veces, este hombre de austeridades de anacoreta trata de conqu istar derechos para la mujer; éste sería para él el final de una esclavitud bochornosa; la muj er, no teniendo libertad de elegi r, se venga explotando nuestra sensualidad . Allí donde Podsnich eff ve á una mujer, dánle ten taciones de ll amar á un guardia. En Rusia, la mujer es super ior al hombre; la educación la ha elevado sobre cl otro scxo; no ha penetrado en ella este desqui ci amiento moral de las lectu-
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ras pesimistas alemanas; es fuerte y poderosa. Por eso Podsnicheff la hiere con sus sarcasmos , reconoce su inferioridad y se irrita este gran señor que ya no puede golpear á la que lo domina fisiológica como moralmente. El sensualista de Occidente que invoca á Schopcnhauer, predica mi nuovoanarquismo: el anarquismo biológico, la disolución de la especie. Podsnicheff no es un malvado por el deseo de serlo; se le ve gemir, doblegarse, á cada veinte líneas; sus espasmos hacen extremecer y su descomposición lastima profundamente. Y ahí es en donde veo yo al espiritualista rebelde contra la bestia humana. Este misántropo del amor se revuelca en convulsiones de impureza salvaje y se complace en , insubordinarse contra las rebeldías de la carne. Mancha cuanto toca y se recrea en ser el macho de la hembra, llorando como el justo de Horacio sobre el U 11 i YlH '.' O Ci no se desploma. La misma especie le es indiferente; desea el nimxuui , Pero ¡ay! el niroana es también una solución dentro del espíritu de este neurótico, como del medio que lo rod ea. La. Sonata de Kreuizer es un libro de dolor supremo; pero es ante todo un libro de suprema verdad .
Carlos Di'az Dumo.
LA 8RA MAESTRA DEL CRIMEN 1
suerte! Osear era su nombre de pila y Lapissotte el de su familia; era pobre, sin talento y se creía un hombre de genio. Su primer cuidado, al entrar en la vida, había sido adoptar un pseudónimo; el segundo adoptar otro; y así sucesivamente, durante diez años; hizo uso de todos los vocablos fantásticos que pueden imaginarse para despistar la curiosidad de SU5 contemporáneos. Pero esta curiosidad que fingía él temer y que, ALA
por el contrario, ansiaba con todas sus fuerzasno trataba de iluminar las espesas nieblas de su existencia. Con todos sus nombres de adorno, ora se llamaseJacques de la Mole, Antaine Guirland, Tildy Bob, Gregorius Hanpska, bien se ocultase bajo desinencias nobles ó villanas, extranjeras, románticas ó modernas, no por eso deió de permanecer el más desconocido de los plumíferos, el más obscuro de los desconocidos y el más pobre de los literatos. La gloria no venía á él. -E pur simouue! Tengo aquí algo! se decía con convicción, hiriendo con su dedo en el armazón huesoso de su cráneo, que encontraba profundo porque sonaba hueco. N o se podría creer á qué aberraciones puede
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que he dejado en su casa y m e desprecie, después de m uerta. -¿Y por qué h ab ía de despreciarte? -Escuche usted. Le voy á decir t oda la verdad. Usted fué mi amante, pero h ace mucho tiempo que todo esto pasó. Puedo decirle que he tenido otros amores. ¿No me ha de tener usted rencor, verdad? Además, usted sabe qne yo no era la que necesitaba. Usted cs un artista, un hombre de mundo. Fui su amante de paso, sin importancia. Pero h ay en la casa u n h ombre que es de mi misma condición, un cochero, y si la señora 10 supiese, sería mi perdición. ¡He cometido por él tantas malas acciones! ¡Ah , miserable! Yo estaba loca. Él es el padre de mi hijo; por éste he pasado por donde él ha querido. Me prometía siempre reconocer al niño y casarse conmigo. Ahora veo qu e todo era una burla, pero no importa! Mi niño no será desgraciado con lo que yo le deje y la señora es b astante buena para cuidarlo. Porque he escrito á la señora que tengo un ni ño , T en go la carta aquí, bajo mi almohada, y quiero qu e se la entreguen cuando yo n'o exi sta, pero únicamente si se qu eman antes mis papeles. Porque de lo contrario, m e tragaría m ejor mi carta. N o quiero que la se ñora sepa t odo lo que h e h echo. No t endría compasión por II el pequeño, si supiese que es el hijo de una miDiez años antes del día en que se convirtió en serable, de una ladrona. - Vamos, vamos, que rida am iga, dijo bruscaun malvado, Osear Lapissotte había vivido en el sexto piso de una casa de la calle de San Dio- mente Osear; explíqueme usted m ejor la sit uanisia. Perdido en medio de una treintena de in- ción. H abla usted demasiado precipitadamente, quilinos, conocido únicamente por uno de sus baraja usted todo y es necesario que me ponga numerosos pseudónimos, había sido el amante de al corriente, con claridad, si es que quiere usted una vieja criada charlatana, que le refería todos que la haga algún serv icio. Yo no pido otra cosns asuntos. Servía á una viu da, muy an ciana, sa, si es posible; pero necesito entenderl o todo enferma y bastante rica. Por lo demás, él n o per- bi en. E n este mome nto, Osear Lapissotte no pensamaneció en esta casa más de. un mes. U na tarde, que acababa de dejar á uno de sus ba en crimen alguno. S e dejaba sencillamente amigos, interno en la Piedad, al pasar por una arrebatar por la curiosidad de un hombre de lesala, reconoció á la criada, moribunda. Le dijo tras, olfateando una novela y se preparaba á la que n o estaba en casa de la viuda, desde hacía copia. - y bien! continuó la enferma, he ahí lo que tres semanas, que su puesto había sido ocupado por una asistenta, y que su ama se encontraba ocurre. Trataré de ser clara. He caído enferma, demasiado en ferma para ven ir á visitarl a, lo que repentinamente, de un ataque de. apoplegia, en la calle, y me han traído al hospital. La señora era muy sensible. - Ya me lo explico, dijo Osear. Tendrás mu- m e h a dejado aquí porque, no ha podido hacerme t ransportar L a he escrito y me ha respondido. chas ganas de verl a ¿no es así? - ¡Oh ! No es por eso. Es que tengo miedo, si S u asistenta ha venido á verme de parte suya. mue ro aquí , de que la señora lea todas las cartas P ero ni á la señora, ni á la criada he podido ha-
llevar la vanidad literaria. Hay hombres de verdadero talento á quienes ha arrojado en inconcebibles ridiculeces, y aún á quienes ha inducido á cometer actos vergonzosos y odiosos. ¿Qué será, pues, cuando atormenta á un m iserable de nulidad patente? La paciencia agotada, el orgullo herido, la impotencia demostrada, una existencia perseguida por una esperanza inútil y tenaz: no hace falta tanto para producir la idea de acabar por un suicidio 6 para salir por un crimen. Osear Lapissotte no era bastante valiente para elegir la muerte. Por otra parte, sus pretensiónes á la superioridad intelectual encontraron un pasto en la resolución de un crimen. Se dijo, en efecto, que su genio había elegido hasta entonces, un mal camino, al dedicarse á los sueños del arte, y que estaba destinado á las violencias de la acción. Además, el crimen traería consigo una fortuna, y la riqueza pondría, al fin, de relieve este espíritu trascendente que vegetaba en la pobreza. Artística y moralmente, el desconocido se capvenció, pues, de que era n ecesario cometer un crimen. Lo cometió. Y como si la realidad hubiese querido darle la razón, por la primera vez en su vida hizo una obra maestra.
R Ev Is'rA A ZUL bl ar de 10 qu e m e atorm enta. T en go un paquet e de ca rlas del coche ro, ya sabe usted , del padre. Las car tas está n ll enas de malas acci ones, robos que me aco nsej aba y palabras de reconocimiento cuando yo los h abía come tido. Sí, por él h e robado á mi señora. Hubiera h echo bien en qu emar estas cartas m al ditas. Pero también había dentro de ellas caric ias y prom e::as de matrimon io, y seguridades de que recon ocería al pequeño. Por eso las g uan1aba. U n día, el t unan te me amenazó con cogérmelas para comprom et erme. Le neg ué d in ero y me dejó entender que, una vez du eño de los papeles, haría de mí todo lo qu e él quisiera. Tu ve un m iedo ho rri ble, y, por lo mi smo, no quise separarme de mi s cartas. Para pone rla s en lu gar seguro, ped í pe rmiso al ama para confiarla al gunos papeles de fam ili a, que tenía yo en mucha estima, y de este modo conse, . . L a seg m, g uarc1ar nu.s cartas en su secrétatre ñ ora me d i ó un cajón para mí, con su llave. Sé mu y b ien q lt C podría decirla que tengo necesidad de estos papeles. Pero descontio de la asistenta. Por pal abras qu e ha soltado, creo ad iv inar que ella est á ahora en relaciones con el coc he ro. Es un embus tero, le digo á usted. Y si la enga ña á ella, es para tener el paquete, que sabe en donde se oculta. Ya comprende usted mi situación. [Oh, si ust ed fuese tan buen o] . ... .. ... N o lo merezco, es verdad; pero serí a mu y h ermoso por parte de usted, si m e quisiera hacer est e favor. - ¿Cuál favor? -Traerme mi s cartas. - ¿Pero cómo quiere usted que las tenga? -Es mu y sencillo . Todas las noches, á las diez, la señora toma su cloral para dormirse y en este momento duerme muy bien . Durante este tiem po, la asiste nta no está allí, po rque se va á las siete, después de la comida. Ya com prenderá usted que la señora no le ha dicho que toma cloral , por temor á ser robada. N o me lo ha dicho más que á mí, en quien tenía plena confianza, la pobre! Y bi en, usted entra entonces, ella no oirá nada, y puede usted salir, trayéndome las cartas. La casa t iene dos puertas. Por la escalera de servicio, el portero no se enterará de nada . ¡Oh! Haga usted esto por mí, dígame qu e sí! -¡ Pero usted está loca! Y el sccrétaire, ¿cómo abrirlo? ¿Y la puerta del departamento, cómo pasar?
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-Ten go otra ll ave del secrétaire. La hice fabricar para robar á la señ ora, ¡qné vergüenza! Aquí está la llave con la de mi cajón. Aquí tiene usted tambi én la llave para entrar por la cocina, por la escale ra de ser vic io. Se lo ruego á usted. N o sé por qu é, pero teu go confi anza en usted; estoy segura de qn e hará esto, para que yo muera en pa z. Osear Lapi ssotte tomó las llaves. Tenía 103 ojos fij os. Una repentina palidez cubría su rostro. Contraccion es nerviosas agitaban el pliegue de sus labi os delgados. R epentinam ente se le apare cía la ocas ión del cri men. Muerta aq uella muj er, y todo era fácil de lle v·ar á cabo. -¡Me ahogo! ¡me ahogo! prorrumpió la enfenna, á qu ien su larga confiden cia había agotado. ¡Dem e usted de beber! ' La p ieza se encontra ba en la sombra , vagamente iluminada po r una veladora. E n las camas vec inas todo el mundo dormía. Osear levantó la cab eza de la enferma, to mó la almohada y se la puso en la boca , en donde la mantuvo con puño de hi erro durante diez minutos. Tuvo el h orrible va lor de agua rdar, con el reloj en la mano. Cuando descubrió el rostro , la enferma estaba asfixiada. .N o había podido hacer un movimiento, ni dar un grito. Parecía hab er sucumbido á un golpe de sangre. Volvió á pone r la almohada bajo la cabeza, arregló la ropa de la cama debajo del cuello. El cadáver tenía el aspe cto de una persona dormida. La cama de la criada se encontra ba basta nte cerca de la pue rta; el ases ino sali6 sin hacer ruido. Deslizóse por el corredor de los internos, pasó por una poterna de la calle de la P ied ad y se encon tró afuera, sin hab er sido visto por nadi e. Eran las nueve y ve inte minu tos. Sin pérdida de ti empo, enardecido po r ejecutar su plan, el mi serable se dirigió á grandes pasas á la call e de San D ionisio. En el camino maduró el plan. P enetró primero en la cua dra, en donde deberían encontrarse todos los arreos del cochero. Tomó una corbata, desgarró un pedazo y se lo puso en el bolsillo. Después su bió por la escalera de servicio, salvando los escal on es de cu atro en cu atro. Era en el primer piso y podía fra nquear los dieciocho escalones sin temor de ser visto. -RI!VISTA
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Abrió la puerta, entr6 sin ruido, lleg6 á la recámara inmediatamente estranguló á la vieja que dormía. También allí tuvo la sangre fría de mantener la garganta apretada, durante un cuarto de hora. Abri ó en seguida el secrétairc. En el cajón grande de en medio, h abía accion es y obligaciones; en el cajón de la izquierda, billetes de banco; en el de la derecha, rollos de lui ses. Hizo un paquete de los tí tulos al portador y dejó los demás. En j unto, títulos, oro y b illetes, h abía ciento cuarenta mil fra ncos, que se los metió en el bolsillo. Se ocupó en seguida de las le tras. Las encontró en un ri ncón, en lo alto, en donde la criada le dijo que estaban. Las quemó en la chimen ea, pero teni endo cuidado de dejar intactos los fragmentos más comprometedores para la criada y para el cochero. Algunos, solamente, b ien escogidos, bastaban para reconstruir toda la hist oria del niñ o, de las exhortaciones al robo, de los hurtos cometidos. Los puso á la v ista, admirablemen te arres-lados b para hacer creer que las cartas h abían sido quemadas apresuradamente y que el autor del crimen se h abía alejado antes de qne estuviesen co rn pletamente COnSl1111 idas. Colocó--desgarrándolo-e1 pedazo de corbata en la mano derecha, cerrada y cr ispada de la muerta. Salió entonces, se lanzó como un relámpago hasta la calle, y en seguida se puso á caminar con el paso tranquilo y distraído de un transeunte pensativo. Decididamente, Osear Lapissotte no se había engañado al creerse un hombre de genio: poseía el genio del crimen y había trabajado como un maestro.
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Hay en el hombre dos ocultas potencias que luchan hasta la muerte; previsora y fría la una, si se atiene á la realidad de las cosas, pesa, calcula y analiza lo pasado; la otra tiene sed de 10 porvenir y se lanza á lo desconocido. Cuando la pasión domina al hombre, la razón le sigue llorando y advirtiéndole el peligro; pero en el momento en que á su voz se detiene el hombre , diciéndose: «En verdad que estoy loco; ¿á dónde
Un crimen, en efecto, no es verdaderamente una obra maestra sino cuando el autor queda impune. Por otra parte, la impunidad no es completa sino cuando la justicia condena á un falso culpable. Osear Lapissotte obtuvo la impunidad completa. La justi cia n o vac iló un in stante pa ra encontrar al asesino. Evidentemente era el coch ero. Los fragmentos de las cartas eran indi cios infalibles. ¿Qui én otro sino el cochero, amante de la criada, podía conocer tan bien las circu nstancias favorables al crimen? ¿Quién otro sino él podía te ner las llaves? ¿No había comenzado por robar tí. la viuda, de acuerdo con la cr iada? ¿N o era lógico que hubiera franqueado el paso que separa el robo del asesinato? Por otra parte, el pedazo de corbata lo acusaba con toda claridad. Por colmo de desdichas, el cochero tenía malos antecedentes. Como última circunstancia agobian te, no pudo j ust ificar el empleo de su tiemDO en la hora fatal. En vano negó, protestó su inocencia: todo estaba contra él, nada hablaba en favor suyo. Fué j uzgado, condenado á muerte , ejecutado:, y los j ueces, los jurados, el defensor, los periódicos, el público, estuvieron de acuerdo, conservando la conciencia tranquila á este respecto. No quedó más qu e un punto obscuro en este asunto: la fortuna, que nunca se pudo encontrar. Se creyó que el miserable la había ocultado en lugar seguro, pero nadie dudó de que él la hubiese robado. En suma, si alguna vez ha existido criminal reconocido como culpable de su crimen, fué éste.-( Concluirá.) Juan Riel1epin.
iba yo?)) la pasión le grita: ((¿Y yo? ¿Es que voy
á morir?» De todas las hermanas del amor, la más h ermosa es, sin duda, la piedad. La tristeza es más noble que la desesperación, y Dios las ha hecho hermanas, para que n o estemos solos nunca con una de ellas.
A. de Muuet·.
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En la muerte de la Sra. Margarita del Collado de Alvear De tu paterno hogar única estrella; Venero inagotable de ternura, De niña te admiré por bella y pura; Te admiré ya mujer por santa y bella. En tu dulce mirar trajistes huella De una patria mejor, la azul altura, Yen el templo envidiara tu apostura De Si6n la más púdica doncella. ¡Oh flor en plena juventud marchita! Tus fugaces Abriles atesoran La fe sin tregua y la virtud bendita. ¡Duerme! En mi hogar donde las penas moran, Cuando beso á mi tierna Margarita Mido el dolor con que tus padres lloran.
Juan de Dios Peza.
CAPRICH OS. Nidos y Sueños de esperar á que la alegre bandada de avecillas se dispersara, sorprendida por el mido de la piedra, y el ra maje del árbol permane ciera inmó vil, pues temblaba todavía, agitado por violentos aleteos y derrramando una lluvi a de' h ojas blancas sobre la linfa del arroyo. , Entonces, tan agilmente como pude, -h incando m is dedos á manera de garras en la dura corteza, trepé por el tronco h asta llegar á la copa, y, de rama en rama, llegué al lu gar anhelado, en torno del cual m is sueños batirían las alas, cantando también como el cortejo fugitivo. Allí estaba el nido; los rayos del sol resbalaban de h oja en hoja y penetrab an hasta él; chispeaban en los bordes las pajillas, semejando una UBE
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maraña de hilos de oro suspendida del ramaje y acariciada por el fresco aire de la tarde. j Un nido! ¿Quién no se detiene á pensar, siquiera unos instantes, ante ese hogar agreste, desde donde las aves saludan á la aurora y á. donde vuelven á recogerse y pían tristemente, cuando el cielo se obscurece y las misteriosas manos de los ángeles comienzan á encender las estrellas? Yo,pobre muchacho, lleno de alegres fantasías y de tristes ensueños, corté los lazos de la realidad, á que mi imaginaci6n estaba sujeta, y comencé á elevarme, poco á poco, hacia el mundo de 10 maravilloso. y el espíritu de Andersen, conocedor de los rumores de la naturaleza, sop16 mi oído, corno avezado intérprete, las quejas del álamo incitado á hablar por el viento, la eterna charla del arro-
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yo, los gritos de los pájaros que pasaban, y el i nfantil tartamudeo de dos poll uelos, que descansaban sus cabecitas implumes en la orilla del nido y me miraban de hito en hito, con sus ojos, pequeños y fulgurantes, como cuentas de chaquira. y hablaron así: -¿Cómo te atreviste á profanar-me decía el árbol estremeciendo sus ramas, para qu e las hojas agitadas diesen el sonido á su voz-el más umbroso y elevado sitio de mi copa, adonde guardo el más amado de mis nidos? ¿No sabes que la delicia de los árboles en Primavera es llamar á las aves, incitándolas con nuestro follaje tupido y reluc iente, para que vengan á abrigarse con nosotros y convertirnos, con sus alegres f ermatas, en harmoniosos in strumentos del gran concierto de los bosques? Mira.c-ununnur ó el álamo en tono de consejo-el sol está próximo á esconderse; el cielo se h a manchado por Ocaso con tintes roj izos y por Oriente despliega su bandera de azul profundo con h eráldicas de plata; el aura de la n och e desató ya las alas húmedas, y como va hasta el confín lejano para despertar á los silfos, cierra) de paso, los cálices de las flores. ¿Ko h as oído los últimos preludios del concierto? ... . . ¿no escuch as qu e estos son los postreros compases del capri ch o brill ante de la selv a? D éjame tranqu ilo; q uiera descansar arrullado por esas notas débiles y muricntes; desciende hasta la aren a del suelo) y ve rás cómo las ave s qu e ahoran g iran en torno mí o, cantaudo impacientes y sorprend idas po r tu presencia, penetrarán á mi ramaje rápidas, como un collar desgranad o sobre una copa.
¡Anda! El Invierno está próximo y á su primer aliento, voy á dejar mi manto de raci mos pomposos, yen ese tiempo pasaré las no ches oye ndo sólo á las aguas del arroyo, que en estos dí as se quejan mucho: qué frío ! qué frío ¡Anda! Tú estás al fi n de la juventud, como yo ai fin de la primavera; abrigas ilusiones, como yo aves, y como me espera el viento adormecido para qu e le hable en el idioma de mi s pájaros, te espera la pensativa muchacha, reclinada en el alfeizar de la ventana, para qu e le digas cosas vagas, tristes, extrañas y dulces. Obscurecía y el árbol me dijo quedo: -Joven romántico; vete, parte; ¿á qu é ves tanto un nido? ¿en qu é piensas? T e aguarda la calle silenciosa; el hueco sombrío de la tapia; el marco luminoso del ab ierto balcón ; la forma diáfana-blanca en la lu z, com o la visión del poeta; -la estrofa pensada en la m ajestad de la noch e; los besos mudos en vi ad os en la punta de los dedos. [Ahl-e-mnrmuraba mi entras yo descendíame complacen tus nostalgi as, tus confusion es y tris m elancolías; antes que vuelva la ni eve terna á ver mi nido. ¿Verdad que es muy h ermoso ab rigar alas? Cuando hube tocad o el suelo, me encaminé á lo largo de la ma rgen del arroyo, cuyas aguas arrastraban ya algunas estrellas. y los tropeles de ondas in qu ietas, encab rita dos aquí y allá, no cesaban de re pe tirme: - Corre, vuela; com o nosotras, aprisa, aprisa; la ve ntana se h a ab ierto, el ángel ha aparecido, y el cielo az ul, sereno, trasparente, se dispone á recoger vuestros juramentos.
Dan iel E yssett e .
Luis XI al fi n de su ex istencia tenía una colecci6n de cerdos, qu ienes h acía vestir de polít icos, de artistas, de sacerdo tes y de burgueses; un gentil h ombre los instruía á bastonazos, y así vestidos los hacía bailar delante de l monarca. Esa dama desconocida, á quien llamamos N aturaleza, tiene los mismos caprichos que L uis Xl, solamente que cuando nos ha h echo bailar y gesticular bastante, nos envía al matadero. á
Los hombres honrados, reg ularmente mienten
diez veces al día; las m ujeres h onradas, vein te ; los h ombres de mundo, cien. T odavía no se ha podido calc ular con exactitud cu ántas veces al dia m ienten las m ujeres elegantes . Un hombre de cu arenta años decía: «yo he reducido el amor á una función orgán ica y ésta. al minim um.» Un joven de veinticinco replic6: «yo practico el máxim um de esa funci ón;» y uno de treinta dij o: «máximum ó mínimum , siempre queda sobre el pecho algo como un peso sofocante.')
H . A...Ta i n e .
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EL FESTIN DE CLAUDIO (DE UN LIBRO DE CASTELAR.)
A: Enrique Pé rez Rubio.
A las primeras sombra s de la tarde, en la coli n a , el alto Palatino, como constelación, se prende y arde para el festín de Claud ia , del divino .
para calmar así las impresiones letales del calor. Y las res inas -en tripódes de oro calcinadasde Egipto y de J udea, débil humo lanzan sobre las mesas entalladas h ermosambnte , de artificio sumo.
Decoran los contornos de la sala Jardines verdaderos, cuyo aro~na por los in men sos pór ti cos se exh ala en el ambi ente que respira Roma.
Cuan to el refinamiento ha atesorado en la regia ciudad capitalina, al banquete de Claudia se ha llevado, en los brazos del miedo que la omina.
Gotas suaves de oriental esenc ia caen de las tech u mbres, lentamente; músicas invi sibles su cadencia envían por el aire tran sparente.
Vasos murrinos, en la mesa puestos y unidos por exót icas guirnaldas , brillan con lampadarios interpuestos como rubís, topacios y esmeraldas .
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al escaparse, en rápido momento, murmuran besos, ri sas y susp iros y ruido de alas, en el manso viento.
En cráteres de acero vi ejos v inos, escanc iados por j óvenes en coro que pudieran tomarse por divinos, al extraerlos con cyathas de oro .
Alterna con las músi cas el Coro , que resuena en los ámbitos ap enas, haciendo recordar el ri tmo de oro de los coros pragmáticos de Atenas .
En torno, con las telas más preciosas ampl ios coj ines tiéndanse, mas hechos que para las com idas portentosas, para el placer y el sueño dulces lechos.
y que es com o eco muy lejano del antiguo explendor , desvanecido, de un pueblo roto por su propia man o, que en sus prop ios laureles ha caído.
Británico, Nerón, la bella Octavia, Lucan o, P ersio, Séneca, pretores de la Roma imperial, la pura savia arrojan á los pies de sus señores.
Los mosaicos en ri cos pavimentos aparecen de rara pedrería; en las paredes míranse opulentos cuadros de am or , de guerra ó poesía.
Pero en aquella multitud que llega como la predilecta de la suerte, sopla algo que á su paso la doblega como el aliento frío de la muerte .
Cuelgan del techo lámparas de plata nutridas por el 61eo de los nardos; y en pebetes de oro se desata lluvia sutil de perfumados dardos.
La multitud revuélvese. Es la h ora. Esperan ya al Emperador, al claro Emperador, lo dice anunciadora inquietud general. Vivir es raro.
En los broncíneos vasos á montones apiñadas las nieves apeninas
¡Que si es raro vivir! Sobre el invicto Emperador su cólera fulmina
y las t rémulas n ota s 011 sus g iros
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una muj er m ayor á todo edicto, la feroz y hermosísima Agripina.
que buen pescado quiere vinos claros. y así Claud ia su sed multi plicaba.
y aquella multitud, al ver que asoma, lanza un grito , venciendo su desmayo, que rueda, r esonando, sobre Roma, ¡La Emperatriz! C011 el fragor del rayo.
Devoraba el anciano y son reía al objeto imperial de sus amores; y alzaba la eratera que vertía gotas de vino y pétalos de fiares.
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¡La Emperatriz! g ri tó la m uchedumbre. E ra ella, Agripina, en corte plena; y pareció el salón tener más lumbre, la atmósfera de aromas aun más ll ena. Solemne, como nunca, aparecía á la doblada turba de romanos, como la luz del sol en pleno día; con la vida y la muerte entre las manos. Se movió electrizada, sin enojos, la multitud con algo de oleaje; y sin temores ya, clavó los ojos en su ideal y constelado traj e. ¡Qué hermosa con su lujo ¡ah! qué hermosa! ¡Qué luz aquella luz de su mirada! La gente la aclamó, era la Diosa á la rendida impetración llegarla. Iba el E mperador , triste, á su lado, cojeando, crasísimo; sin duda era Vulcano á Venus ayuntado: creyólo así la concurrencia muda. Ni una palabra al dueño de la tierra. Todo á la Emperatriz omnipotente. Belleza y genio su semblante encierra y otra vez la aclamó toda la gente. Ante la altiva Emperatriz radiosa Claud ia se adelantó C0 11 paso vago; en una copa deshojó una rosa y, saludando , la bebió de un trago. El festín comenzó . Cuatro robustos siervos un javalí cargan entero. Hígados de ocas á diversos gustos condimentados con extraño esmero. Pavos reales, su gentil plumaj e luciendo y con las colas destendidas cual si vivos cruzaran el boscaje, y ostras, desde Circea conducidas. Innúmeros pescados y muy raros que el mundo desde lejos enviaba;
y era inagotable la corriente de vinos ex tranjeros y de Lacio, mezclados con el agua de la fuente de Bandusia, cantada por Horacio.
Pidió Claudia su vino predilecto, vino de Sezia ; y el gutalo de oro en la patera lo virtió directo gota á gota y exclama: «Yo te imploro, Apolo, padre de las Musas, m ira cual sacudimos todos los pesares; y, al grato acento de la dulce lira, cantamos á los dioses tutelares . Ceres regala el pan, el vino Baco y las flores tapizan la pradera, hinchan las mieses el eg ipcio saco, ríe feliz Naturaleza entera. El címbalo resuena en la montaña, cierne la vid su p6len fecun dante; y el Amor, cual la luz de la mañana, sonríe, de la vida, en el Levante. Si muchos no tenemos en las sienes el verde mirto que feliz pregona juventud; ¡oh, existencia! siempre tienes, para nosotros plácida corona. Dejemos los pesares inhumanos, de este licor divino levantemos las rebosantes copas en las manos, comamos y bebamos y gustemos . Que corran las ideas á su antojo por nuestra cultivada inteligencia; y las pasiones, como hierro rojo, quemen el sentimiento y la conciencia . En aras de la próvida Fortuna el Sezia en el festín, á los altares el hidromiel, el yerba á In trib una, el genio á los poéticos cantares. Regocijemos con la dicha el pecho de la romana gente denodada; y reine aquí, también, bajo mi techo, la paz en el imperio derramada .
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Paz, paz, paz, repitió Claudio beodo .. . La Emperatriz interrumpióle seria: Claudio, Claudio, en verdad, comes de un modo ... y si hablas agotas la materia.-Dices bien. ¿Y las setas prometidas?-¡Las setas! le contesta indiferente; y mirando á las gentes distraídas, -¡las setas !- dice; y trueca derrepente sn hermosa faz huracanado gesto, arden su s ojos con fulgor extraño; y repite:-¡las setas! [presto! [presto! y ugrega:-come pocas, te hacen daño.Ar roja un a mirada de pantera á los siervos, sus cómplices, de suerte que se doblega todo por doquiera, á sus design ios t rágicos de m ue rte ... Engulle el d ivo E mperador. Y lu ego pálido el rostro, t iembla , se levanta, siente en sus venas devorante fu ego; cae lanzan do un grito su garganta. Su esposa, sin escr úp ulos, le mira como en la noche misma de su boda; y en tanto el viejo Emperador expira, queda la gente estupefacta toda. De la v il Agrlp in a la mirada pasa sobre la gente que pregunta; y diciendo- -no es nada. . .si n o es nada ... á Nerón rapidísima se j unta . Británico y Octav ia los iner tes restos cubren de lágrimas y besos. ¡Ah! si tal pasa con los robles fuertes ¿qué esperan ellos, de Ag rip ina, p resos? F inge el dolor la innoble parricida, Neron se yergue como ungido atleta,
y ensaya, mentalmente, inaprendida, su canción de energúmeno y poeta. Lucano , Persio, Séneca departen fi losóficamente de aquel caso. En grupes todos hacia Roma parten de las noticias á volcar el vaso . y ya sola, Agripina se dirije hasta el lecho nupcial que ocupa el muerto, depone el gesto qu e á su faz aflige, clama-¿Neran Emperador? ¿Es cierto? . .
Gozosa lo repite. No le asusta fúnebre el eco que su voz arranca; y olvida que es la mano de Locusta la que ha doblado la cabeza blanca del vi ejo Emperador y la que ciñe á Neron la diadema de aquel muerto; y al ver que el alba el horizonte tiñ e, clama-i-jXoron , E mp erador? .. ¡Es cierto!. ..
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y al resurgir Apolo ve en la sala jardines verdaderos, cuyo aroma por los inmensos pórticos se exh ala , en el ambiente que respira Roma; pero mira, también, el dio s del día, cuando se esparce de fulgores lleno, en las mesas las manchas de la orgía; en los perfumes del jardín, veneno; hecho un cubil el alto Palatino, levantando á Neron el pretoriano, abiertas, ú sus ojos, nuevas tumbas; y allí quisiera su fulgor divino no iluminar al mundo del pagano, sí cae r en las negras catacumbas, para apagarse en el altar cristiano!
Jesús E. Valenzuela.
FRAGMENTO ¿De qué cárcel no huye el recuerdo? ¿Cuáles son las más fuertes cadenas Qne al rebelde retienen sumiso Del cerebro en las Íntimas celdas?
¿En qué fraguas habrán de forjarse Las consútiles redes que envuelvan Con sus mallas de acero infrangible Al titán que tenaz forcejéa?
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y abandonas mi oscura tebaida,
¡Oh recuerdo! mi fiera enjaulada Que en rom per sus prisiones se obceca, El deber te ha ordenado:-¡Reposa!y aun al mismo deber te rebelas.
Yendo en pos de imposibles quimeras? Caprichoso errabundo, te has ido A abreviar voluntarias ausencias . ¡Oh recuerdo que vas de un ingrato,¡Oh recuerdo leall-e-vuela, vuela! Balbino Dth'slos.
¡Caprichoso er rabundo ! ¿qué buscas Que así avanzas, y corres, y vuelas,
AZU L PALIDO Traigo á mi retina, por esfu erzo imaginativo, rrn cuadro de un pintor español cuyo nombre se me escapa ahora: L a muerte de un torero en plaz a. E l redondel; sol de estío, extendiendo su fra n~a de oro sobre la arena, h aciendo brillar con chisporrot eos tornasolados las ch aquetillas ele los diest ros," arriba la multitud, golpes de colores abigarrados, m ovi mien to de bestia humana, oleaje de m ar en ebullición, injurias y risas, perfume de rosas y alientos de alcohol; en medio del ruedo, el matador, yacente, mirada vaga, perdida en las primeras tinieblas de la muerte, un grupo de cabezas, impregnadas de livideces cadavéricas; y allá, lej os, el vencedor agitando, á modo de est andarte victorioso, su cuerno rojo de sangre. Así recordé el cuadro , el domingo último, día de entusiasm os taurinos, en el que resultaron cinco toreros heridos. Y luego un fi16sofo positivista, un espíritu acorazado contra todas las tristezas, que se sabe de memoria á Herbert Spencer, sociólogo darwinista, me di ó la razón de esta sinrazón: la es ' ~ 'ca, ciencia fría, cuerpo sin nerVlOS) as ro uz _ 0 _ ia, ro q e rasga muchas somb d ° q e e tre la riña en la p q .~ . , e a p laza de to ros, a. tima, Señor, señor, e e b ' en no necesite c.. ' de a ar sobre la ti erra?
n oras quintillas, sobre un punto de honor; el coro de pajes, que no es ¡ay! el coro griego; el aria del te nor cómico, rasgueo de vihuela, que ha pretend ido inspirarse en el coup le: francés .. y también el wals de S uppé, la quadriiie de Lecoq, nntch. ado abont llotlzing, relampagueos de notas que se disuelven com o las burbujas del c/lampagJlc, que viven el espacio di! una maiiana, que tienen las alitas frágil mente bellas de una mariposa, que se desvanecen y se esfuman, como esas figuras que esboza el humo al elevarse en los aires.-Avc, Cires Sá nchez, los que van á escuchar te sal udan! :::
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Se ha hablado en el bonlcua rd, ele un asalto en casa habitad a. A quí , en dond e nuestros crímenes ti enen el sell o de inal terable vulgar idad, la leyenda de uno ele esos dramas espiritualmente aterradores, que salpican las páginas de la prensa europea, lIO entran en este cuadro. Las capas superiores de nuestra agrupación, son excelentes capas; no ocultan entre sus pliegues esas descomposiciones soc iales que se llaman Prazzini, Prado, Eyraud .. .. .. N i sentimos ese enraizado rencor que palpita en los labios de la uoceratrice de Córcega: Di sangue sentu una sente! Di morte sentu una brama! N uestros crímenes nacionales tienen, como he dicho, la m arca de una v ulgari dad impecable. Hay que añadi r : afortunadamente.- N o soy de aquellos cronistas que com ienzan sus impresiones: iN i una mala puñalada en el curso de ocho días! Decididamente, la humanidad degenera!
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rue . 'e á adueñar' 0 de ci istoria eterse del esce na de hidalgos gran ilocuentc:s, arrastrando las tizonas de Toledo, discreteando tilment e en so-
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LA REVISTA A ZUL APARECERATODOS LOS DmmWOS .- P R ECIO DE SUBSCRIPCION MENSUAL O50. NmIERO SUELTO, 12 y ME DIO CS.-PARA TODO PEDIDO, DIRIG IRSE Á LA ADMINISTRACION, REJ AS DE LA CONCEPCION NUM. 7 y EN LA DE L «PARTIDO LIBERAI•.»-APARTADO DEL CORREO NUM. 309 .
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PEREI GALDOS, AUTOR DRAMATICO Ir
usted me conociera, señora, sa- "D. j oss . [Pobre Mariano! Si hubiera hecho caso bría que adoro la verdad y que de mí , no te verías hoy en ta n tris te sit uaá ella le sacrifico todo." (ceLa ción. Pero tanto á él como á tu mam á, las de San Quintín, Jl acto I, esverdades de este viejo predicado r, por un a cena XIII. ) "ROSARIO. ¿Ama oreja les entra ban y por otra les salían. Duusted la verdadz-s-Vrcron. Soran te el t iemp o que admin istré los cnan tiobre todas las cosas.-ROSARIO. sos bienes de la casa de San Qu intín en esta ¿Y sostiene que la ve rdad deprovin cia, luché como un le ón para poner be imperar siemprcr-c-Vrcron. orden en el presu pu esto de la familia. ¡Ay! Siempre." (" La de San Quintín," acto II, esceera como poner puertas al campo. T uve que na X I.) dejar la administración. Enfriáronse nuesPues mi entras la verdad impere, no será buetras relaciones, y al fi1'1 dejé de escribirle ... na comedia "La de San Quintín.» Prescindo del no te acordarás ...... cuando salió á remate respeto que me impone el novelista, y hablo con la J uncosa. ruda franquez a al autor dramático. No hay tal ROSARIO. ¡Ay, qué tristeza al pasar hoy por la simbolismo, ni tal naturalismo en «La de San Juncosa! ¡Y pensar que aquellas hermosas Quintín;) pero no está en ello el mal, sino en arboledas fueron mías, y el monte, y las maque tampoco hay ve rd ad, ni creación artística, ni rismas! .. . .. . Allí, en aquel caserón que padrama, en la obra de D. Benito Pérez Galdós. rece un castillo feudal, con sus hiedras, s u Rosario de Trastamara, duquesa de San Quinmuro almenado, su soledad misteriosa y su tín, es herm osa, viuda, tiene veintisiete años y romanticismo, pasé los mejores días de mi muy poco dinero ...... casi nada. «Soy nobleinfancia. Y ahora, la] un cosa, y San Quintín, y el palacio de leyenda . dice ella en el último acto-nací en la más alta sí. Yose los esfera social. De niña enseñáronme á pronun- D. joss. (Premioso.) Son míos compré al rematante. Otras fincas valiosas ciar nombres de magnates, de príncipes, de rede San Quintín han ven ido á mi poder por yes que ilustraron con virtudes heroicas la his, los med ios más legítimos. La maledicencia, toria de mi raza. " D. José Manuel de Buendía, hija mía, que nada respeta, ha querido ofende ochenta años de edad, plebeyo, terrateniente, derme, susurrando que h ice préstamos usufab ricante y naviero, es tío, «en grado lejano,» de . rarios á tu familia la duquesa. S e pinta solo, en este diálogo del ROSARIO. ¡Oh, no! Si cité el caso de hallarprimer acto: 1
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se nuestra propiedad en manos de ustedes, diablo. Criado en tierras de extrangis, su cabeza no h a sido en son de cen su ra, no Se- es un hervidero de ideas socialistas,' disolventes y demoledoras. Por dictamen del abuelo, le han ñalo un caso, un fen6meno...... D. jos á. Fenómeno muy natural, y qu e está pa- sometido á un tratamiento correccional, á una sando todos los días. La riquez a, que viene disciplina de trabajos durísimos, sin tregua ni á ser como la anguila, se desli za de las ma- respiro. Vi ve en la fábrica de clavos y allí tranos blandas, finas, afeminadas del aristócra- baj a de sol á sol, menos cuando le encargan alta, para ser cogida por las manos ásperas, g una reparaci6n en los barc os ó en los almacecallosas del trabajador. Admite esta lección nes, porque, entre paréntes is, es gra n m ecánico, yapréndetela de m emori a, Rosario de Tras- sabe de tod o. E n fin, como talento y disposición, t amara, descendiente de príncipes y reyes, Víctor n o tiene pero.)) H ablando de sí mi smo, en una escena de la com edi a, dice Víctor: «He sido mi sobrina en segundo grado .. ,.. . • malo, sí ,. Yo no estudia ba; digo, estudia r ROSARIO. y á mucha honra ...... D. joss, Y añadiré, para que la lecci ón agarre sí, y mucho, pe ro solo. Leía 10 que me acom omás en t u mente, que mi padre fué uu tris- daba y aprendía 10 más grato á mi mente. Rete pastelero de esta villa ...... No creas que pugné siempre la enseñanza en escuelas organicarecía de timbres nobiliarios ...... Dice la zadas; me resistí á ga nar grados y títulos. Lo que . , que invent . 6 ......... ¡que mveut . 6'. sé, 10 sé sin diploma y no poseo ninguna marca tra diIClOn (con orgullo) las sabrosas rosquillas que dan de la pedantería oficial. En Bélgica aprendí muchas cosas, con más práctica que teoría. Soy alfama á Ficóbriga. go ingeniero, algo arquitecto ,.. ... sin título, eso ROSARIO. ¡Oh!. .. ... D. jos ú. Sesenta años ha, cuando tu abuelo, el sí. Pero sé hacer una loco motora; y si me apuDuque de San Quintín, escandalizaba este ran, hago una catedral, y si me po ngo, fabrico morigerado país con un lujo estrepitoso, Jo- agujas, vidrio, cer ám ica. . .. .. En Bélgica me sesé Manuel de Buendia se casaba con Tere- duj o la idea socialista. Cautiv6me un alemán, sita Corchuelo, hija de confiteros honradísi- hombre exaltado, que predicaba la transformación m as. Pues bien, el día de mi boda, no tenía de la sociedad; y tomé parte en una h uelga ruiyo por valor de cuatro pesetas. Y me ca- dosa, pronuncié discursos, agité las masas........ sé, y pusiéronme á llevar cuenta y razón de ¡Terrible campaña que terminó con mi prisi6n! las rosquillas que en tonces empezaron á ex- Seis meses me tuvieron en la cárcel de Ambeportarse, y gané dinero y supe aumentarlo, res. Mi padre me escribi6, echándome los tiempos y negándome todo auxilio .. .... Al salir de la y fui un hombre, y aqui me tienes.» D. César de Buerídia (55 años), hijo deD.José, prisi6n, me fuí para Inglaterra. Mas no pude cones usurero desalmado, hombre protervo, «el pillo sagrarme al estudio de mis caras doctrinas, pormás grande que Dios ha creado,» en opinión del que en Londres tropecé con un español que se y 10 marqués Falfán de los Godos, quien dice con empeñ6 en reconciliarme con mi padre mucha gracia: «cuando me levanto por las ma- consiguió. . La duquesa de San Quintín, arruinada, piensa ñanas ó por las tardes, en la corta oraci6n que dirijo á la soberana voluntad que nos gobierna, meterse monja. Antes de hacerlo va á consulsiempre acabo diciendo: S eñor, sigo sin enten- tarlo (¡saben Dios y el autor de la com edia por der por qué ex iste D. César de Buendia,» Este qué!) con su tío lejano, el avaro y casi nonagenaD. César, arruin6 al padre y calumnió á la ma- rio de Buendía. Este le respond e: «Óyeme , has venido á pedirme consejo, y yo, sin negarte el dre de Rosario. Rufina es hija de Don César. [Un ángel!-di- consejo, te doy algo que vale más; te doy asilo en cen de ella.-Tal vez por esto el autor de la co- esta humilde morada.... .. Te j uro que no h e de media la pinta con tonos desleidos que no dan á alterar mis costumbres sencillotas. Donde comen la figura apariencia humana. Víctor pasa tam- cuatro, comen cinco. E l clásico puchero: sota, bién por hijo de Don César: hijo bastardo, habi- caballo y rey; ya sabes.» Resiste la de S an Quin. do en cierta Sarah Balbi, italiana, institutriz y tin al saber (¡no lo sabía! ) que Do n César pecadora. «Es guapo chico; pero de la piel del vive con el padre; pero cede al cab o. ¡T an pa-
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triarcal era la casa!. .. .. . [Le gustaba tanto á Rosario ese lujo del aseo, ese nogal bruñido por el tiempo y por manos hacendosas!. . .. .. Pues ¿y la huerta? ..... La vi6 al pasar. ¡Qué delicia de manzanos, con tanta fruta! ¿Y el gallinero? ¿Y la terraza donde planchan bajo el fresco emparrado? .. ¿Y el horno? ¿Y el palomar, con tanto ru ru nd Víctor conocía ya á Rosario y la amaba. Don César se enamora de ella. La desea. ¿Casarse la duquesa con aquel viejo detestado? ¡Ah no, jamás! i Primero la miseria! Sólo el pensarlo la ha. . rronza. ¿'A mar a' V'l C tor? or...... ... N o,........ unposible pero imposible triste un simpático imposible. En estas, se entromete el marqués Falfán de los Godos. T iene añejos clesquites que cobrar á Don Cesar. Este, en combinaciones usurarias, le ha expoliado, le h a robado, le ha sorbido el jugo. Y no s610 eso: acaso para ena morarle á la mujer, dió á ésta cartas qu e el marqués había dirigi'doá una manceba. ¡Y no pudo matarle éste porque necesitaba más dinero! Cuestión de honor... ... deuda dejuego ..... .. .. Por fortuna, el marqués ha heredado y va á pagar, á quedar libre y á vengarse. También él tiene siete cartas; á las qu e llam a las siete partidas. Son de Sarah, la mujer que enloqueci6 á Don César y en la que él tuvo 6 creyó tener á Víctor. Y rezan esas cartas, di rigidas á otro amante, que Víctor no es tal hij o de Don César. Sabrosa es la venganza! Rosario pide al marqués aquellas cartas. ¡A ella, á ella toca herir en mitad del alma á ese bellaco, miserable y canalla, que, tras arruinar al padre, hizo á la madre ((proposiciones amorosas y colérico y venenoso, al verse rechazado con h orror, la calumni6 infamemente ......" ¡A ella le toca! Envíala el marqués las cartas y Rosario sin leerlas ni abrir siquiera el paquete, se las guarda en el bolsill o del delantal. ¿Está resuelta á entregarlas? No: vacila todavía. ¿Qué, ya ama á Ví ctor? No .... .. tampoco..... Sin embargo ...... Aquí viene la famosisima escen a de la masa. Rosario, por gusto, por curiosidad, porque ello es nuevo para dama tan linajuda, acaba de ayudar á Rufina en el planchado. ¡Qué placer llenar los armarios de limpia, blanquísima y olorosa ropa casera! ..... y ponerlo todo muy ordenadito, por tamaños, por secciones, por clases Ven-
ga. ¡Hala !...... Ahora, á hacer rosquill as. Ya está encendido el komo. T raen la cesta con h uevos, el azúcar, la canela; separan las claras; baten bien las yemas y el azúcar, alegoría de la aristocracia de sangre unida con la del dinero; las mezclan, las amalgaman con el pueblo, vulgo harina, que es la gran liga; entra en jofaina la manteca, que es la clase media; pasan el rodillo sobre la masa, después de dar á ésta muchas vueltas y de apretarla con los dedos para que ligue bien, y, por úl timo, va la masa al horno, bien caldeado, de donde ha de salir muy doradita, muy tersa, muy compacta y retebu ena. La duquesa, mientras se entrega á tal faena, piensa que todo anda muy mal eneste planeta; que con tantas leyes y ficciones nos hemos hecho un lío y ya nadie se entiende, y habrá que hacer un revoltijo como el que ella hace y mezclar, confundir, baquetear encima, revolver bien, para sacar nuevos moldes. En una palabra, habrá que amar á Víctor. «Pero que-dice hablando consigo misma-¿no te avergüenzas, Rosario, de tu debilidad? ¡Enamorada de un pobre bastardo!..... de un ...... ¡Ah! si pudiera yo hacer un mundo nuevo, sociedad nueva, personas nuevas, como hago con esta pasta las figuritas que se me antojan! No, no; hay que aceptar el muñeco humano como es, como lo hicieron los pasteleros de an tes » Minutos después, ya están las cartas en poder de Don César. Rosario no se las da, precisamente hablando. Se las deja quitar. La humilla el hombre aborrecido, le reabre la herida ... ... en fin, que no resiste ella y las entrega, y cuando él piensa que va en aquellas cartas la que premia su amor, 10 que lleva esla revelaci6n de su engaño y de su oprobio. Para ese día está citado el notario á fin de que Don César reconozca á Víctor por su hijo. Llega, y el pobre hombre burlado le despide, despide á Víctor. ..... Sabe éste la verdad por boca de Rosario.-¿No protestabas-le dice ella-de las gerarquías sociales, maldecías la propiedad y hasta los nombres? [Los nombres! ¡Vanos ídolos, según tú, ante los cuales se inmolaban á veces los sentimientos más puros del alma! Pues bien, ya se ha realizado tu ideal, ya no tienes propiedad; ya no tienes nombre; ya no eres nadie.¿Qué soy?-repone Víctor-¿Nada? Bien . soy un hombre, y me basta.
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R osari o está venc ida y con arranque de amor CASA. R ealidad debiera ser un. soliloquio, un y entusiasmo. excl am a:- ¡Nieto de Adán, des- monólogo. Desarrollando en este toda la metahe reda .lo ele la fortuna, huerfan o...... del mun- física de Orozco, del marido burlado y compla. 1 ..." ciente que se dice con est upendo estoicismo:d o entero, pobreci recito m10.. .. .. te qUlero.... Aquí termina realmente La de S an Quintín. «[Hermosa noche! ¡Qué diría esa inmensidad de Huelga todo el tercer acto. Casi todo él está cons- mundos si fuesen á contarles que aquí, en el truido para qne la du qu esa, siguiendo el mano- nu estro; un g usanillo llam ado muj er quiso á un seado símil de la harina, ex clamé: «[Mi duc al hombre en vez de qu erer á otro! ¡Si el espacio coron a! E l oro de que estaba forjada se me con- se pudiera reir, cómo se re iría de las bobadas virtió en harina su til , casi impalpable. La ama- que aquí nos torturanb-c-desarrollaudo ese monósé con el jugo de la verdad, y de aquella masa, logo-repito- y por introversi ón, tal vez quedelicada y sabrosa, he hech o el pan de mi vida.» daría h umano ese ex cepcio nal fil ósofo, que s610 Para esa frase está hech o el acto, y para que, al aspira á que su mujer le confiese el pecad o copartir Víctor y R osario, rumbo á América, se metido. Tal como está, en la escena y en el Iicrucen estas palabras simbólicas: bro, es ridículo y car icaturesco. "Nada ex iste más innoble-dice Orozco-que los bramidos "VICTOR. ¡A la mar, á un mundo nuevo! R OSARIO. Volvamos la espalda á las ruinas del macho celoso por la infi delidad ele la h emde éste. bra .') Será innoble, Señor Orozco, si usted quieDON CÉSAR. Se van .. .. .. Es un mundo que re; pero ES. Esa filantropía, ese "delirio de las grandezas al revés,» como 10 llama un crítico, muere. DON J OSÉ. No , hijos míos, es un mundo que ese concepto del bien absoluto y de la insignificancia de las cosas mundanales, no cuela en el nace." He escog ido La de San Quintín para muestra teatro. En él Jorge Dandin es Jorge Dandí n. del talento dramático de Pérez Galdós, porque y así como Orozco no es un carácter real esta es la menos novelesca de sus obras escéni- en el teatro, tampoco lo es Cruz el de La cas, la menos brusca y la más celebrada por el Loca de la Casa, el reverso ele Orozco, el que público español. La L oca de la Casa está cortada dice á cada paso: "La ley de renovación debe á h ach azos. Sus personajes no tie nen facciones, cumplirse. El náufrago, qn e se ahogue, el ensino cortes prismáticos. La acción se arrastra fermo que se muera; y el árbol perdido sea para pesadamente, á modo de lagarto. Y todo es vio- los que necesitan leña. Mereceré mi propio deslento, convencional, in trínsicamente falso en precio, si dejo nacer en mí esa polilla de la voella. No hay perspectiva ni gradación en ese luntad que llamamos lástima. " cuadro. Todas las figuras ocupan el mismo plaNi Orozco ni Cruz son séres vivos en el teano. Los caracteres se metamorfosean dando es- tro, ni siquiera, como el tradicional personajetampidos. E l codicioso y avariento, de golpe y confidente de Alejandro Dumas (h ijo), intérpreporrazo, se convierte en filántropo y munifico. tes del autor: no, son retazos de metafísicas ó Las transformaciones que Pérez Galdós habría materialismos que hablan hiperbólicamente y ido delineando sabiamente en la novela, son, por desatinan. En La de San Quintín tenemos algo menos en el lo impensadas y lo rápidas, inexplicables , drama. Se conoce que al autor le estorban los abstruso y con mayores apariencias de vida. Pepersonajes y quiere hablar por ellos mejor que ro ved bien los personajes: Don J osé es un ñoño, moverlos; le estorba el tiempo; le falta espacio, un bendito; Rufina una ingenua desabrida é iny, dando manotadas, como fiera en jaula, anda colora, sin objeto en la acción, algo así como á trastazos dentro del teatro. Jayan, cerril pare. una graciosa mesita de estorbo; Don César es un ce en pasos y ademanes. No está habituado á pi- brochazo; un mamarracho el marqués; y Rosasar la escena: dícenia esos holgados, burdos za- rio y Víctor estos merecen capítulo aparte. patones cuyas claveteadas suelas están hechas á Rosario, entroncada con dinastías reinantes ó la dureza de los riscos. no, procede en todo como ruin villana. Vive en En Realidad todavía hay menos obra dramá- la casa y come el pan (ó las rosquillas) de un tica y menos REALIDAD que en LA LoCA DE LA miserable á quien detesta, y con justicia. De la
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hija de ese canalla hace su amiga, casi su hermana. Recibe la limosna, dada con más ó menos disimulo, y muerde la mano del que se la da. Hay un joven que la ama de corazón. Ese muchacho crée tener un padre, una fortuna, un nombre. Rosario, que casi ama á eee joven, le quitará padre, fortuna y nombre, le dejará sin estado civil, para vengarse de D. César. Y hará todo eso, sin tener la conciencia de que dice, al menos, la verdad; de que realmente desengaña. Porque, en resúmen, ¿quién h a dicho que Ví ctor no es hijo de D. César? Una perdida. ¿Y á quién se 10 ha dicho? A un su amante. ¿Por qué no hemos de creer que en gaña á éste y que no engañó á aquel? D. César, sin otra fórmula de proceso, despide á Víctor. En juicio sumarísimo y sin pruebas fehacientes, se resuelve este grave asunto de suplantación de estado civil. Y sentenciado Víctor, Rosario, la duquesa, la dama de alta alcurn ia y de riquísima prosapia, la que no qu iere arrojar á la masa sus y emas aristocráticas, se va con Víctor el desheredado, el hijo de nadie. ¿Qué grande acción ha hecho, para domada, ese plebeyo? ¿Qué fuego ha de rretido orgullo tanto? Pues Ví ctor, francamente h abl ando, no ha hecho nada. Es un chico sim pático, impetuoso, alocado, y nada más. Dice que hará locomotoras, catedrales , vidrio, cerámica, 10 que en mientes le vengaj pero no h ace nad a. No es un Don Nadie¡ pero todavía no es nadie. S us disparates socialistas, son de 10 más vulgares y corrientes, de los muy traídos y ll evados por la prensa menuda. N i seriedad se le echa de ver en el amor. Ni tiene un solo rasgo de nobleza, ni una palabra de protesta ó de ca riño, cu ando Rosario arroja nueva afrenta sob re la mad re de él. ¿Por qué se casa con Ví ctor la duquesa? Porque es necesario que las duquesas se presenten arruinadas en el teatro del Sr. Pérez Oald ós; es necesario que cometan villanías, y que luego se casen
con algún plebeyo, el cual, bajo su palabra de honor, es un grande hombre. En todo esto no hay verdad ni hay novedad. No hay novedad, porque esas duquesas yesos obreros, son los de Eugenio Sué... .... [qué digo los de Eugenio Sué!. .. ... los de Don Wenceslao Ayguals de Izco. Los mismos dicharachos socialistas, las mismas zarandajas revolucionarias, la misma corrupción, servida, á guisa de codorniz faisalldée, á los burgueses subscritos al «Constitucional,» como el M. Poirier de Emilio Augier. Esos personajes son los de mil y un melodramas de Félix Pyat, Aniceto Bourgeois y comparsa. Esa es literatura dramática de 1848 para uso de los teatros franceses de segundo orden. Y en la.factura .... .. échense ustedes á buscar r la innovación, el molde nuevo, los procedimientos naturalistas!. .. .. .. N ada de eso encontrarán, y sí los recursos, las tretas, las pitas y las triquiñuelas y las inverosimilitudes y las casualidades del viej o melodrama: el hallazgo de unas cartas equivalentes á la tradicional CRUZ DE MI ::'>!ADRE, las coincidencias inexplicables, las personas que se entran por tod as partes, como Pedro por su casa, y que siempre caen á tiempo; el notario que ll ega una hora más tarde; el andamiaje apolillado de un teatro segu ndón y pobre y todo trazas. ¿En dónde está el simbolismo, la virtud esotérica de la obra? ¿En la fabulilla de la harina que á la fin y postre, por 10 mucho que nos la dan, nos em palaga? Pero esa es una ingeniosa charada y nada más; un pasatiempo de familia. De hojuelas es el simbolismo en «La de San Quintin. » ¡ de harina también los personajes.
En el lenguaje de la burguesía, la grandeza de las palabras está en la razón directa de la pequeñez de los sentim ien tos.
Ciertas palabras de un a maldad sublime, son atribuidas á muj eres sin inteligencia: la víbora tiene la cabeza plana.
El mundo no perdona sino á las super ioridades que no 10 humillan.
En las comidas de hombres, hay ten dencia. á hablar de la inmortalidad del alma en los postres. E. Y J. de Goncourt.
Pérez Gald6s hace muy mal en irse, como Víctor, al mundo nuevo: al mundo del teatro. El mundo viejo, el mundo de él, el mundo de la novela, es muy hermoso. Allí Tarquemada en la cruz le abre los brazos.
!tI . G u tiérrez Nájera.
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AL A M A N E (; E R
PRIMA..VERA
(EN LA S IER R A)
Oh ! reina fl orida de ge ntil reinado: tu corona argen ta casto albor lunar, tu rubio cabello de oro ha constelado con n evadas h ojas pálido azahar.
(A Manuel Gutiérrez Nájera)
Se anuncia el claro sol tras el vecino peñascal, donde humean los jacales y derraman los aires matinales el acre olor del oyamel y el pino. Madrugador, se apresta el campesino á ordeñar la vacada en los corrales; y los tordos invaden los m aizales, y alza el zenzont1e su sonoro trino. Se escuch a en la cerc ana ranchería el alerta del gallo vigilan te y el ruidoso ladra r de la jauría, y de la sierra en el confín distante, los loros, con salvaje greguería, ya com ien zan su charla discord ante.
Como diosa imperas. Ciñe el n acarado cutis de tu cuello cándido collar , y fragantes joyas muestra tu tocado donde rojos cál ices m íranse ll amear. Van en tu fastuosa, regia comitiva, la princesa Flora, lánguida y altiva, en su velo envuelta de aroma sutil; y á tu encanto haciendo deliciosa corte, tu blondo y gala n te príncipe conso rte, fresco, perfumado, seductor Abril. (;arlos Pío Uhrbach.
Juan B. Delga(lo.
(Cuban o.)
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El PRIMER ESCLAVO aquel fragmento de la enorme masa del Sol y rodó por lo in fi n ito hasta quedar prendido en la zona de la atracción hacia el foco luminoso. Se movi ó pesadamente sobre sí mismo y, semejante á u n beodo , dando sus primeros traspiés por el espacio, comenzó su in terminable carrera al t ravés del t iempo. Pasaron muchos millares de siglos: las nubes lloraron largamente sobre el nuevo peregrino: vapor de gasas lo envolvió á modo de encaje sutil; el ag ua y el fuego riñeron horrible combate , 'Y al disiparse las brumas que rodeaban aquel globo, una ligera película obscurecía á trechos la materia ígnea. Así nació la tieESPRENDIOSE
rra
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Es la India: el río sagrado, semejante á un reptil gigantesco, revuelve sus plateadas escamas, en las que se reflejan los picachos del Himalaya, por entre las sinuosidades del valle . Vapor de
fuego se eleva de las charcas : en los aires el ave de rapiña grazna ferozmente al descubrir se presa. La serpiente se arrasta en ondulaciones vagas. Cada sombra es la muerte; el claro en el bosque es el peligro: el arbol en ven en a, el pantano asfix ia; la roca desnuda y hosca destaca sus líneas entre un semillero de flores. El viento arrastra polen y abraza cuanto toca. Un puñado de nubes , monstruo de fantasmas , roza. levemente la superficie de la t ierra: el rayo se condensa en sus entrañas y grietas en ormes se abren al beso de aquel negro gigante , que al impulso del viento ora entreteje girnaldas, ya se revuelca y gira, ó bien tiende caprichoso manto para deshacerse y ch ocar en menudos fragmentos . La tribu se ha refugiado en el interior de las cavernas; maldice ó reza; ¡quien sabe! Ha 'arrojado á la fiera de su guarida; ha reñ ido con ella combate á muerte: la ha despojado de su piel, que le ha servido para preparar su pr imer lecho.
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Un día, el rayo comunicó su fuego á una selva: la tribu admiró el prodigio y desde entonces fué el primer dios . Más tarde Budda Muni habría de iluminar aquellas conciencias. Pero aún el heroe, el dios, no aparecía á libertar á los que sufren . Todo era informe . La tribu carecía de dios; los misterios no habían sido revelados, ni el carro del ídolo de Fagrenat ap lastaba con sus pesadas ru edas á las ví ctimas que se arrojaban á su paso. La tribu marchaba á la ventura: la tormenta la hacía refugiar en las cavernas; el sol la lanzaba fuera de las profundidades de la tierra. Un día abandonaba el valle; otro decendía de la montaña para saquear á otra tribu y devorar sus frutas esparcidas por la ti erra. La guer ra entonces era á muerte; un cautivo habría sido un estómago más que alimentar, y el alimento era escaso en aquellos primeros días de la especie humana . Allá lej os, como un peligro de cuya proximidad nad ie se da cuenta, pero del que se sabe la existencia, habi tab an unos hombres qu e hacían producir la tierra. E stos no hacían correrías: vi vía n en un pedazo de terreno, adheridos á él, cruzándolo de surco s cabalís ticos é inclinándose tres veces por año para recoger los granos y extraer las raíces. La tribu había oído hablar vagamente de todo esto, en sus excursiones de merod eo. P ero la tribu no había encontrad o su paso á estos hombres. Se contentaba con saber que ex istían . ¿Dónde? Tal vez detrás de aq uellas montañas, desde cuyos vértices u n roj izo crepúsculo descubrió una inmensa extensión de agua que parecía confundirse con el cielo y ser absorbida por él. á
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Sekya velaba el sue ño de Varuni , Anochecía: el aire tibio y transparente , perfumes embriagantes, el follage cubr iendo aquel grupo de idilio primitivo. Varuni dormía: él h enchido de pasión de best ia, contemplaba con ojo feroz y tierno al mismo ti empo ÍL su compañe ra de embr iaguez salvaje. Varuni dormía y un capricho de respeto mantenía á Sakya inmóvil , atento, á su lado; bestia que reposa su hartazgo, y que se aproxima al hombre por gradaciones contemplativas. Así pasaron horas; no muchas. La luna, como
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una antorcha pálida, bordaba con su clar idad tao citurna aquel cuadro . De pronto, sordo rumor se eleva en medio de la calma de la noche; pisadas de fieras hollando el bosque, reptiles que se adelantan con precaución: Sakya aplica el oído á la tierra y escucha. Se levanta: no, no son fi eras . Su oido, acostumbrado á todos los rumores, desde el que prod uce el viento al acariciar los árboles, hasta la garra del tigre al posarse en la roca, todos le son fami liares. E l peligro es inmin ente! Son hombres . No es la tribu: son hombres qu e Sakya desconoce. Un desconocido es un enemigo; lo que se ignora es hostil. Y Sakya hiere con su pie, brutalmente, á Varuni . De 11n salto está á su lado . Ahora escuchan los dos . Hay qu e hu i 1': escalar los primeros eslabones de la 111011 boa, trepar por ella, asirse de cantil á cantil, dosl izarsc por un rebord e que limita un abismo, y penetrar en lo profundo de alguna cueva, boca infernal que contrajo con sonrisa siniestra una conmoción volcánica. Y se lanzan, corren, corren siempre! Una lluvia. de piedras los envuelve en su fuga. Rebotan sobre sus carnes, se incrustan en ellas, las salpican de sangre, abren surcos; pero los fugitivos no se detienen . De pronto Varuni vacila: su pecho se oprime, un punto rojizo aparece en sus labios, y cae pesadamente como cuero po inerte. Sakya exhala un alarido: se in clina sobre ella, concen tra sus fuerza s, la recoje, y una piedra choca contra sus frente y pi erd e la conciencia de su sér , abandonando su presa al desprender sus brazos .
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Cuando Sakya recobra la vida, el sol ha dorado ya la sima del Himalaya. Un valle inmenso cruzado de líneas paralelas se extiende ante sus ojos. La ti erra, removida, surcada, ofrece un espectáculo nuevo. Un extraño aparato llama su atención: es una tienda fabricada con pieles, una caverna también, pero robada á las bestias feroces. Un grupo de hombres se alza á la en trada de aquel nuevo hogar humano. Sakya quiere entrar; pero aquellos hombres le detienen . Su instinto le di ce que allí está Varu-
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¿Qué extraño sup licio van á inaugurar? Sakya no lo sabe, pero le es indiferente . Ya le arrastran fuera de la t ienda, lo llevan á los linderos del campo y poniendo en sus manos un instrumento extraño, lo obligan á golpes de El sacrificio de su v ida no es nada: mil veces látigo, á dejar impresa en la tierra una de aqueo su tribu ha reñido con la tribu que ha encontra- llas líneas sin fin, inflexibles y severas. y aquel día, mientras Varuni era forzada por do á su paso, y siempre la lucha ha sido á muerlos primeros «amos,» Sakya, el primer esclavo, te. ¿Para qué sirve el enemigo venci do? y Sakya se entrega fríamente en las manos de lloró amargamente en el risueño valle fecundado por las aguas del río sagrado . aq uellos hombres.
ni, co.no su instinto le dice que ha caído en poder de los hombres que trabajan la tierra.
Ca'l'los
Día% Dur60.
SALMO DE VIDA I :N'" E
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A la. Srita. Luisa Mercado.
Ya volvéis, mis amantes golondrinas; Ya regresais de vuestro largo viaje Y en el atrio del templo, peregrinas, Se estremece de. júbilo el follaje. De la rama que lenta balancea Vuestros cuerpos ligeros Sa1tais hasta el pretil de la azotea O á los pardos aleros. y los santos de piedra, que en los nichos De la vecina iglesia se levantan, Parecen someterse á los caprichos De las cosas que cantan! Vuestro revuelto bata1l6n parlero, Juega del santuario en la cornisa, Y, despertando al viejo campanero, Le dice: - j Perezoso, llama á misa! Ya vuelves, Primavera, Ya vuelves con tu séquito de amores Y se oculta en los fresnos vocinglera La turba de los pájaros cantores. Ya vuelves, coquetuela fugitiva, Y, al rumor de tus gráciles pisadas, Huyen las penas, el amor se aviva, Y se buscan los silfos y las hadas. ¿Por qué no vuelve en tu cortejo hermoso, Entre fiores y luz mi poesía?
¿Fuí su amante? Tal vez ... Tal vez su esposo ... Pero me dice el alma que fué mía! Recuerdo que en campestres excursiones, Para expresar mis ansias más secretas, Me prestaban sus versos los gorriones y algunos consonantes las violetas. El hábil mirlo y el pich6n sedeño, La matinal alondra y la paloma, Mientras vagaba triste en algún sueño Me daban versos murmurando: -Toma! Hoy esas buenas hadas no me quieren, y mis enfermas, pálidas estrofas, Abren los ojos, lloran y se mueren! Haz que vuelvan, amante Primavera, Las que versos y cantos me enseñaron: Dormida entre mis brazos las espera La musa que dejaron! Dame fiores, perfumes y armonías . Pero flores no tuyas, sino mías! Pon en mi mano el fresco ramillete Que llevaba Siebel á Margarita . Ya asoma, sonriendo, á su ventana, La pálida enfermita. ¡Oh qué invierno tan triste! ¡Cuán obscuras Sus noches y cuán largas! De la muerte Muy quedo nos hablaban;
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Todas las aves formarán la orquesta Y el BUFFET servirán las mariposas. Ordena que de luz se vista el cielo Y manda que despierten mu y tempra no A tu tenor de gracia, el arroyuelo; Y á tu bajo profundo, el Oce áno . Dí á tus siervos los raudos colibríes Que traigan flores de perfume llenas, Haz platos con hojitas de alelíes Y copas con las blancas azucenas.
La nieve, del sudario; y las estrellas I Como con muchas lágrimas brillaban. Mudo el piano, y ávidas las flores De fecundante riego; En sile ncio los anchos corredores, Tristes las almas y el hogar sin fuego. A la luz de muriente lamparilla Anunciaba, vibrando, la mañana, El toq ue de la taza de tisana Herida por la breve cucharilla . Tímida la espe ra nza; siempre ausente La risa amable de los labios rojos; Pensamientos muy torvos en la frente y el sueño siempre lejos de los ojos. T emblor de corazones palpitan tes Cuando el doctor venía; Miedo de preguntar, en los semblantes, Si pensativo el médico salía.. ... . ¡Y c6mo adivinaba el pensamiento, En la atmósfera muda de la alcoba, El vuelo cauto y el glacial aliento De la que vidas y cariños roba! Los amorosos padres, sin hablarse, Con s610 una mirada se entendían, Y sus tristes miradas, al cruzarse, -¡No puede ser! ¡No puede ser, decían!-
La sombra queda atrás: no está in vitada; Envidiosa en la puerta se detiene; Vendrá la noche, de astros coronada, Pero aquella la otra la enlutada . Esa, no pu ede entrar! E sa no viene! Solo yo, Primavera azul y hermosa, Para el festín no tengo ni una rosa. Volviste ; los botones se entreabrieron, Pero mis pobres versos no volvieron! ¡Ve, pu es, en mi lugar, tú que sí cantas, Tú que tragiste la salud, la vida, Tú, Primavera, la de aladas plantas, La que desp iertas á la luz dormida. E n las sonoras alas de tus brisas, Ll éval e alegre t us tragantes dones, Y así como entreab res los botones Entreabre sus lab ios con sonrisas. T ú que las iras del invierno calmas, N uestra inquietud, nu estro temor serena ... ... ¡Qué gozo ! ¡Ya está sana! ¡Ya está buena! ¡Ya estás, oh Primavera, en nuestras almas!
Pero volv iste al cabo, Primavera, Y ya la enferma en su balc6n te espera . ¿Qué, no tienes má s fl ores? ¡Dale todas! Hoy con la vida celebr6 sus bodas. Disp6n, como te plazca, alegre fiesta; Escribiremos el M ENU en las rosas;
M. Gutiérrez Nájera.
LA OBRA MAESTRA DEL CRIMEN (CONCLUYE .)
IV Se dice que la conciencia de una buena acci6n da una paz profunda. Pero poeas gentes han tenido el atrev imiento de decir que la impunidad de una mala acción procura también su felicidad. Barbey d' AurevilIy, entre sus admirables Diabólicas, no ha temido escribir una novela titulada «La dicha del crimen,» y ha tenido razón, porque los malvados conocen la serenidad.
Osear Lapissotte pudo gozar en toda paz de su doble asesinato y saborear los frutos de él, en una absoluta tranquilidad. No experimentó remordimientos ni terrores. La única cosa que lo turbaba y que se acrecentó poco á poco, fu é un inmenso orgullo. Orgullo de artista, sobre todo. Lo que le h izo olvidar toda consideraci6n moral, fu é precisamente la perfecci6n de su obra, y el sentimiento CRIIV1GTA
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que tenía de tia haberse h echo acreedor á 111ngún reproche. En esto, únicamente, encon tró su sed de superioridad motivo de beber hasta la embriaguez. En todo lo demás, permaneció un hombre mediocre, obscu ro, justam ente desconocido. T rataba en vano de aprovecharse de su fortuna para abrir la puerta de los peri6dicos y de las revistas; en vano también se esforzaba en obsequiar á la crítica: no conseguía hacerse escuch ar del público. Sus versos, su prosa, sus ensayos escénicos, tenían el sello de la nulidad. Las personas del ofi cio conocían á Anatolio Desroses, el aficion ado á las letras qu e tenía más rentas que talento ; pero los lectores se burlaban de todas sus rentas, y tod o el mundo estaba de acuerdo en negarl e la más pequeña brizna de in genio. Estaba él plename nte convencido de su impotencia. y sin embargo, se decía muchas veces, con un relámpago en los ojos, y sin embargo, si yo quisiera........ S i yo refiriese mi obra maestra! porqu e yo h e hecho una obra maestra. No hay duda en esto. Anatolio Desroses es qui zás un cretino, sea; pero Osear Lapissot te es un h ombre de ge nio. Es terrible pensar que una cosa ta n bien imaginada, tan poderosamente concebida, tan vigorosamen te ejecutad a, realizada de modo tan completo, ha de permanecer desconocida eternamente. ¡Ah! Aquel día sí tuve inspiraci6n, la verdadera, la inspi raci6n que hace las cosas perfectas. ¡Dios mío! El abate Prevost ha garrapateado más de cien novelas detestables y no ha escrito más que una «Manan Lescaut.» Bernardino de Saint Pierre no dejará más que «P ab lo y Virginia.. Hay muchos de estos genios singulares que no producen más que una sola obra. Pero también ¡qué obra! Ésta queda como un monumento en la literatura. Yo pertenezco á esta familia de espíritus. No he hecho más que una cosa hermosa. ¿Por qué la he uiuido, en vez de haberla escrito? Si la hubiese escrito, sería célebre. N o tendría sino un cuento que enseñar, pero todo el mundo lo desearía leer, porque sería el único en su género. He hecho la «obra maestra del
por el deseo de referir la acci6n como producto de la imaginación. Lo que lo perseguía no era el demonio de la perversidad, este poder singular que impulsa á los personajes de Edgar Poe á gritar su secreto; era únicamente una preocupación literaria: la necesidad de fama, el deseo de gloria. Como un pertinaz consejero que rechaza una á una todas las objeciones y qu e hace valer los argumentos capciosos, su idea fija le perseguía con mil razonam ientos. ¿Por qué no escribes la verdad? ¿Qi1é tem es? Anatolio Desroses se encuen tra al abri go de la just icia. E l crime n es viejo. Ha sido olvidado por todo el mundo. Su autor es con ocid o; murió, y fué enterrado con la cabeza sepa rada del cu erpo. Tú aparecerás como el arreglador artístico de una ant ig ua h ist oria judicial. Deli nearás todas tus ideas obsc uras, todos los rencores que has combinado para com eter el h echo, toda.s las circu nstancias que te h a facilitad o este maravilloso inven tor que se llama el azar. Tú s610 estás en el secreto de la obra y nadi e adi vinará que has ido á tomarla á la realidad. N o se verá en tu cuen to más que el esfuerzo de una imaginaci ón extraordinaria. E ntonces serás el hombre que qu ieres ser, el gran escritor que se revela tard e, pero por un golpe de maestro. Gozarás de t u cr imen como cr iminal alguno h a gozado del suyo . T e habrás atraido no solamente la fortuna, sino también los laureles. ¿Y quién sabe? Después de este primer éx ito, cuando te ngas un nombre , h arás que se lean tus demás obras, y se modi ficará, sin duda, la injusta opinión que de tí se ti ene. En el camino de la celebridad, el primer paso es el único que cuesta. ¡Valor! Recobra algo de esta maravillosa osadía que h as te nido un día en tu existencia. Observa qué b uen éxito h as logrado con ella. Pues tampoco dejaría de darte resultados ahora. U na vez has sabid o tomar á la ocasión por los cabellos. La tienes n uevame nte, hoy, entre tus manos. ¿La dejarás escapar? Tú sabes demasiado bien que la obra es h ermosa ¿no es verdad? Y bién, cuéntala sin miedo, sin amcrimen.» bajes, orgullosamente, en todo su majestuoso ha" Esta idea se convirti6, á la larga, en una ob- rror. Y, si quieres creerme, ve hasta el fin de tu sesi6n. orgullo, renuncia al pseudónimo, que aparece coDurante diez años luchó contra ella. Se dejó mo nombre tuyo, y firma con tu nombre, que apa devorar, primeramente, por la pena de no haber recerá como un pseudónimo, N o es Jacques de la substituido la imaginaci6n á la acci6n; después Mole, Antaine Guiriand, ni Anatolio Desroses,
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no es est e m ontón de individuos sin talento á á quienes harás célebre ; eres tú , únicamente tú, Osear L apissotte. y u n día, Osear L apissotte se sentó enfren te de un pliego de papel en blanco, con la cabeza ardie nte, la m ano febril, como un gran poeta, di spuesto á cre ar una g ra n cosa, y escribi ó la historia de su crimen. Refería los m iserables comienzos de Osear Lapissotte, su v ida de bohemio, sus mul tiplicados fracasos, su triste m edianía, sus terribles rencores, las ideas de suicid io y de crimen qu e se agitaban en su cerebro, las re beldías de un corazón que la quimera ha engañado y que desea ve ngarse de lo real, toda una novela de psicología penetrante, la anatomía de su espí ritu. Después, en rasgos sobrios y de una terrible claridad, describía la escena de la calle de San Dionisia, la muerte de l falso culpable, el triunfo del verdadero asesi no . Entonces, con una su tileza de detalles, cur iosa y sa tá n ica, anali zó las ca usas que habían de cid ido al autor á p ublicar sn cri m en, acabando por la apoteosis de Osear Lapissotte, cu yo nombre escrib ió abajo de esta confesión.
v La "Obra m aestra del cri me n» apareció en la R evue des D eu.x Mondes y obt uvo un éxito prodigioso. La p ren sa habló de el la con extraordinario calor. Seyarc dió u na confer encia en el boulevard de los Capuchin os, aprop ósito de la obra. Estableció comparaciones con Hoffman n y Edgard Poe; dijo dos palabras ac erca del arte dramático, con moti va de las preparaciones psi cológ icas que p recedían á la escena del crimen; hi zo una digresión acerca del vaudevillc, otra sobre la esc ue la normal; un a tercera sobre la esencia de la digresión, y , últimamente, llamó al autor cuarto de g eJlio, dándole un golpecito familiar en el estóm ago. E n suma, h ubo un concierto de elogios, á parte de las vo ciferaciones indispensables de los envidiosos, de los tontos y de las insignificancias del periodism o.
VI Sin embargo, en todos los artículos, au n en los más encomiást icos, había dos cosas, que irritaron profu ndamente á Osear Lapissotte. La primera era que el pú blico se obstinaba en
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tomar su verdadero nombre por un pseudónimo, y seguía llamándole A natolio Desroses. La segu nda que se habl aba demasiado de su imaginación, sin hacer resaltar la ve ros imilitud de su relato. Estos dos deseos lo atormentaron á tal punto, que dió al olvido toda la fortuna de su nacie n te g loria. L os artistas está n de ta l mo do hech os que, aun cu ando la crítica los coloqu e en un lecho de rosas, sufre n cuando una hoja forma el menor plieguecillo. Así, un día, cuando un qu idam fel ici taba al autor de la "Obra maestra del crimen ,» llenándolo de incien so de arriba á a baj o, el gran hombre le respondió, intempesti vamente: - ¡Ah , se ñor! Us ted m e felici ta ría de m uy distinto modo, si supiese la última palabra del asunto. I\Ii novela no es un cu en to; es u n suced ido. Se com etió el crim en tal como yo lo refiero. Y fui yo qu ien lo cometió. Mi verdadero nombre es Osea r Lapissotte. Decía esto fría me n te, con aire de convicción, fijando bien sus palabras, como qu ie n desea ser creído. - ¡ Encantad or ! ¡ Encan tador ! - exclamó el otro. -L a broma es delici osa. y al día siguiente , todos los peri ódicos con taba n la an écdota, S e encontraba también encantadora la tentati va de mi sti ficaci ón, po r la que Ana tolio Desroses qu ería hacerse pasar por un asesino. Decid idamente, era orig inal y digno de ocupar la atención de París. Osear Lapissotte se puso furioso . Al hacer esta confesión terrible, había obrado, por algún m odo, maqui nalmente. Ahora, tenía realmente necesidad de ser creíd o por alguien. R en ovó su confesión á todos los amigos con quienes tropezó en la vía p ública. El primer día, pareció di verti do. El segundo, se dijo que la broma era mo nótona. Al tercero, la tuvieron por ab urrida. Al cabo de u na semana, acabó por pasar por un imbécil. No sabía mantenerse á la altura de su reputación de h ombre de talento. S us partidarios más ardien tes, 10 hicieron á un lado. Este comien zo de h undimiento, lo exasperó. - ¡Ah! Esto es de masiado! decía á los incrédul os. Así, ¿nad ie quiere dar fe á 10 que es la verdad exacta? ¿nadie quiere reconocer que no solamen te he escrito, sino ejecutado, la obra maes-
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tra del crimen? Y bien, tendré el corazón limpio. Mañana, todo París sabrá quién es Osear Lapissotte.
VII Fu é en busca del juez de instrucción que tu-
vo á su cargo el pro ceso de la calle de San DioniSIO.
-Señor, le dijo; vengo á const ituirme preso. Soy Osear Lapiss otte! - Es in útil que usted con tinúe, le contestó el juez con aire amable. H e leído la novela de usted y 10 felicito sinceramen te. También sé la excentricidad á que se entrega usted desde hace OC110 días. Otro que no fuera yo, se enfadaría, tal vez, al verle llevar la broma hasta la magistratura. Pero á mí me gustan las letras y no le impediría que tratase de convencerme de la espiritual broma, puesto que ella me proporciona el placer de conocerle. -¡E h, señor! dijo Osear im pacien te an te se, mejantes manifestaciones de polí tic a. ¡No se trata de una broma! Le juro á ust ed que soy Osear Lapissotte, que he cometido el crimen y 10 voy á probar. - Bueno, caballero, replicó el magistrado; va usted á ver cuan complaciente soy. En vista de lo curioso del hecho, me prestaré á esta farsa. Aún debo confesar á usted que de antemano me regocijo al ver cómo un espíritu ta n discreto como el suyo, podrá gobernarse para demostrar 10 absurdo. -¿Lo absurdo? ¡Pero si 10 que he contestado es la verdad absoluta! El cochero no fué culpable. Yo fu] quien ... ... -Creo haber dicho á usted que he leído su novela. Si es á usted agradable referirmela por sus propios labios, tendré un placer infinito. Pero esto no me probará más que una cosa que estaba ya probada, y es que usted tiene una imaginación singularmente rica y rara. -No he tenido imaginación sino para cometer mi cri men. -¿Para cometerlo? Para escribirlo, señor, para escribirlo. Y ¡vaya! déjeme usted decirle todo 10 que pienso á este respecto. Ha dado ust éd pruebas de mucha imaginación, pasó usted los límites permitidos á la fantasía del escritor, invetit6 usted ciertas circunstancias que pecan contra lo verosímil .
-Pero sí le digo á usted que . -Déjeme acabar. Usted ha de convenir en reconocerme alguna competencia en materia de crímenes. Bueno, pues yo le aseguro con la mano en la conciencia, que el crimen de usted no ha sido ideado con naturalidad. El encuentro con la criada en la Piedad es demasiado casual. E l cloral, es inadmisible, Y aún otros detalles. E n tanto que la obra de arte, la novela, es encantadora, original, bien desarrollada, 10 que se llama palpitante; y admito que usted hace mu y bien, como escritor, en modificar de este modo la realidad. Pero el crimen, el famoso crimen que dice usted haber cometido, es en sí mismo imposible. Qu erido Sr. Desroses, lamento mucho disgusta r á usted; pero si 10 admiro como literato, no puedo tomarlo á 10 serio como criminal. -¡Eso es 10 que vas á ver! gritó Osear Lapissotte, saltando sobre el magistrado. Tenía la boca llena de espuma, los ojos inyectados de sangre, el cuerpo agitado por un acce so de cólera. H ubiera estrangulado al juez, sino hubiese acudido ge nte al ruido de los gritos. Se apoderaron de este furioso, y 10 condujeron á Charenton como loco. - H e aquí á donde cond uce la literatura! escribía al día siguiente no recue rdo qué cronista. Anatolio Desroses hizo una vez, por casualidad, algo bello. Se ha conmovido de tal modo que ha acabado por creer en 10 realidad de su sueño. E s la vieja fábu la de Pigmali ón enamorado de su estátua. Este pobre de Murger me decía un día ...... etc ......etc.
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y 10 que kabia de más h orrible es que Osca! Lapissotte no estaba loco. Gozaba de toda su razón, lo que 10 torturaba cruelmente. - Así, pensaba, tengo todas las desgracias. No se quiere creer en mi nombre ni en mi crimen. Cuando haya muerto, pasaré sencillamente por Anatolio Desroses, u n escritorzuelo que tuvo la suerte de escribir un solo cuento bonito; y se tomará como un personaje de no vela á este Osear Lapissotte, á este s ér qu e soy yo, al hombre de sangre fría, de decisión, de acción, al héroe de la ferocidad; á la negación viva del remordimiento. ¡Oh! que se me guillotine, pero que se sepa la verdad. En cuando no fuese más que
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En fin, á fuerza de vivir con su idea fija y en un minuto, antes de poner mi cuello en el tajo; aun cuando no fUese más que un segundo, du- compañía de los locos, se volvió también loco. rante el tiempo que la cuchilla cayese; aun Osear Lapissotte había acabado por creer cuando fuera un relámpago, quiero tener la cer- que era Anatolio Desroses y que nunca había teza de mi gloria y la visión de mi inmortali- cometido tal asesinato. dad. Murió con la convicción de haber illlagz'llado su obra y no haberla ejecutado. Se trató esta exaltación por duchas. Juan Rieheplu.
ELLA rVERSION LIBRE DEL :LTALIANOl
A Ignacio Ojeda Verduzco.
Como la espiga que F avonio ondea y bruñe el sol con llama fecundante, Así su cabellera centellea y acaricia ondulante Su espalda, que env idiara Galatea.
La color de la pena Pusieron en su faz. ¡Siendo tan buena Parece devorar hondo martirio!
Yo no sé qué de vago y matutino Hay en sus oj os zarcos, Espejos de mi bi en y mi destino, Que Amor corona con sedosos arcos, Arcos de triunfo á su explendor divino!
La admiro y en secreto Mi alma repite que también la adora . Pasión que no descansa, amor inquieto, Que á veces canta y su infortunio llora, Cual la torcaz ausente de su nido; Otras, celos devora, y entonces ruge cualleon herido .
Perlas y grana muestra con franqueza Si su boca sonríe; y cuando á un niño besa y en su beso se engríe, Iguala su carmín al de la fresa.
Ah! si dado me fuera Cerrar sus ojos para siempre, y mía Un instante no más su boca hiciera, En el cielo y en Dios creyendo, abriera Mi fosa cerca de su tumba fría.
La pálida azucena Al par del blanca lirio,
Joaqujn Trejo.
Cuando una señora, que pasa por la calle, tie- este misterio . Por su parte, ella no ha tenido nene un aire de «gran dama," que no se imita, se cesidad de volverse para estar segura del efecto representa toda una comedia por parte de aquel causado, y-expliquen los moralistas este otro que cruza con ella. Pasa á su lado y diríase que misterio-siempre queda halagada de este efecno la ha visto. Pero aguardad á que se encuen- to, aún cuando el que pasa sea jorobado, patio tre á dos pasos, y observad el movimiento rápi- zambo ó mañeo. do conque se mueve, una, dos, tres veces, para P. Bourget. seguirla coñ la mirada. Expliquen los psicólogos
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EL FESTIN DE LAS ARMADURAS (VERSION LITERAL DE N. BOLET PERAZA.)
retrospectiva, que vive en el pasado y en las ruinas que lo recuerdan; tal es Biorn, el señor del viejo torreón, allá, en desmantelado burgo que vejeta sobre una pelada roca alemana. Extraño cenobita , para él no corre el tiempo ni existe el m undo . Su reloj, sin péndulo desde hace siglos, no marca las horas, y si el espíritu moderno llega á la puerta del castillo y sacude su mohoso aldabón, Biorn refuerza los cerrojos y levanto. barricadas tras la poterna. Cuando todos tienen los ojos vueltos hacia la aurora, este extraño solitario, encaramado en su torre, contempla aú n en el horizonte el sitio en que se pone el sol. En sus paseos errantes bajo las oj ivas fe udales, va despertando los ecos,.y al escuchar cómo suenan sus pisadas sobro las losas, creeríase que otros pasos iguales á los suyos les fuesen en pos. No le visitan laicos ni sacerdotes; no habla con gentil-hombres n i con burgueses; pero los graves retratos de sus antepasados platican con él de cuando en cuando; y para distraerse en ciertas noches, huyendo del fastidio de comer solo,' invita sus abuelos á. hacerle compañía. Suena la media noche, y los fantasmas, armados de pie á cabeza, acuden al convite. Biorn, que á su pesar se espeluzna, les saluda alzando su tazón germano. Cada panoplia, para fpmar asiento, dobla en ángulo la rodilla, cuya articulación se pliega, cr uj iendo como un cerrojo enmohecido, y luego, rígida cual zurdo féret ro de un cuerpo ausente , COh sordo y profundo murmullo, cae en los brazos del sillón. Venidos del cielo ó del infie rno, allí todos están: landgraves, rhingraves, burgraves; [los severos y mudos convidados de hierro! En medio de la sombra, un rayo leonado indica, sobre las cimeras abolladas por los mandobles, un águila de LMA
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dos cabezas, un mónstruo sacado del bestiario heráld ico. De los belfos horrible de brutos deformes , que muestran con arroganc ia sus garfas agudas, parten enormes pauachos y extravagantes lambrequines: pero los ab iertos cascos están vacíos cual los yelmos pintados del blasón . Tan sólo reverberan en ellos, de extraño modo, dos llamas lívidas. Ya está á la mesa toda la roñosa caballería de hierro, y sobre el muro, á cada cual proyecta la sombra indecisa un paje negro . Al resplandor sanguíneo de las bujías toman los vinos siniestro color, en tanto que los manjares, en sus salsas enrojecidas, presentan un aspecto singular. De vez en cuando, un coseleto relumbra, un morrión brilla con luz fugaz , una pieza que se desencaja cae pesadamente sobro el mantel; óyese el aleteo azaroso de in visibles murciélagos, y los estandartes inf ieles, colgados de la. techumbre, palpitan de un modo avieso. Con movimientos raros, encorvando sus falanges de acero, escancian los guanteletes á los cascos plenas copas. de vino del Rhin, ó tajan con el filo de sus dagas los javalíes sobre platos de oro, en tanto que por los rastrillos del corredor pasan ruidos vagos : Un punto llega en que la orgía se hace ruidosa y salvaje; al extremo que no se oiría la m isma voz de Dios en el trueno; pues cuando un fantasma se trasnocha, lo menos que puede hacer es echar una cana al aire . La fantástica asamblea alborotándose en sus arneses , aumenta el estruendo con la algazara de los torneos. Los amplios tazones, los hondos cubiletes , los solemnes vidrecomes, vacíos y vueltos á llenar con afán, forman cascadas de vino en las qu ijadas de los yelmos. Hinchan sus vientres las lorigas, y la onda espirituosa monta ya á las gorgueras. ¡Ebrios están, como cubas, los bravos condes feudales! Mientras el uno con abandono estira BUS pies en la ensalada, otro á su borrach o amigo
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endilga un sermón aburridor; y las armaduras más campechanas, arrojando lo que han beb ido , parodian ú los leones lampaseados de gules que ostentan en el blasón de sus escudos. Max, ti ene la borrachera alegre, y con su voz tomada por la humedad de la cueva, gorgea una canción , un lied infinito, del todo nuevo . Albrecht, cuy o vino es feroz, la emprende con sus veci nos, ú qui enes machaca, abolla y zurra, como solía hacerl o con los sarracenos. Fritz, sintiéndose arder , se quita el casco, que un tiempo habitó un cr áneo , y no advierte, el infeliz, que sin su máscara semej a un tron co decapitado; y al cabo, en degradan te confusión, ruedan debajo de la mesa los señores suzera nos, escondidas las cabezas entre cacharros y escanc ias , en alto los pi es,
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mostrando las suelas (le sus borceguíes con puntas de garfio; horr ible campo de batalla en que á los glor iosos almetes hi eren viles vasijas y cuencos, y en donde los muertos, por cada cortadura, en vez de sangre, vomitan viandas . Biorn , mohino y hosco, el puño firme sobre el muslo, les con templa en silencio; y ú través de la vitrina suiza les arroja su mirada azul el alba. La tropa, qu e un rayo envuelve, palid ece como una antorcha al claror del día, y el má s borracho, tambaleándose, rebosa la copa y se empina el trago de despedida. Canta el gallo, huyen los espectros, y recobrando su aire altivo, apoyan sobre las almohadas de m árm ol sus cabezas cargadas por los humos del festín. Te6filo Gauthier.
AZUL PALIDO la época de Luis XV, los muchachos desaparecían de París; la policía los arreb ataba, ignorándose para qué destino misterioso. Cuchichéabase con espanto, en monstruosas conjeturas, sobre los baños purpureos del rey. Barbier habla sencillamente de estas cosas. A veces sucedía que los exentos, faltos de muchachos huérfanos para tales empleos, los tomaban donde los encontraban, aunque tuvieran padres. Éstos, desesperados, la emprendían contra los ex entos del rey; en cuyo caso el parlamento intervenía y hacía ahorcar...... ¿á quiénes? A los ex entos? .. .. . N o; á los padres. )Víctor Hugo, «Los Miserables.sj-s-E n estos días, la prensa ha hablado mucho, no sencillamente como Barbier, de venta de niños, mercancía de carne humana, arrancada del empedrado de la calle, y arrojada, en montón, á playas tristes, en las que el látigo azota y la fiebre mata.-Es un dolor vivo y punzante el de la nostalgia de la madre. En estas selvas obscuras de nuestra civilización, el • N
niño s6lo lleva un pálido espectro que lo per si gue.-La caza del niño es más interesante, pero es más siniestra que la caza del tigre. Tiene un aliciente: es más fácil.
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La empresa del Principal ha encontrado un tenor. En el mundo del arte, el tenor es un ave errabunda que pasa batiendo sus alas en presuroso vuelo. Cua ndo Gayarre murió, el molde de la nota de cristal pareció desquebrajarse y rodar. Quedaba en pie, tallado de atleta, el moro veneciano, hermosamente formidable, de frenesíes radiosas, el viejo «Otello,» Tamagno. Pero Tamagno es un dios que flota en albos espacios; desdeña aproximarse á nosotros los simples mortales: como el Caballero del Cisne, abandona las cosas terrenas y se refugia en el Santo GraaI. El impresarzo llama en vano á la puerta del templo; por descender de su altar, Tamagno reclama rentas de príncipe. Este rey de la voz tiene sus tiranías de monarca absoluto. En el mundo del arte, no hay Constitución de 1857-
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REVISTA AZUL Tu comprendes cual se anhela, Como la mente se inflama, Viendo el águila del drama Enjaulada en la zarzuela.
*** Luisa Martínez Casado va venciendo el enraizado hastío de nuestro buen público por esta vetusta, amplia sala de la calle de Vergara. Hánse organizado allí dos 6 tres funciones, á las que él respetable ha acudido d6cilmente. Ahora se prepara el beneficio de López Ochoa, en el que se estrenará una obra de Rubén Dario. Y á prop6sito de Rubén Dario y á prop6sito también de L6pez Ochoa, desprendo del allnon del artista mexicano algunas estrofas del autor del Azul, inéditas en México:
Pero artista y caballero, Tu situación no me extraña; Yo he visto de zarzuelero Al mismo José Valero, Sol de la escena de España.
y esto, no es canto ni loa; Ni más quiero, amigo mío, Sino que López Ochoa, No olvide á
La gloria sus puertas te abra, Pues muestras aunque modesto, El relámpago del gesto y el trueno de la palabra.
RunÉN DARIO. En la escena te encamina Inspiraci6n seberana, Pues das con tu carne humana Cuerpo á la idea divina. Sé artista siempre. Sé artista Caballero bravo y fiel; Es la idea tu corcel y el aplauso tu conquista.
Lucha, piensa; que en verdad Do tu pensamiento vuela, Tu inteligencia es tu vela y el teatro tu tempestad.
*** Dos libros nuevos: «(J uveniles.. de Juan B. Delgado, colecci6n de poesías; inspiración fresca, color vivo, luz irradiante, la vida en los primeros albores; «Hojarasca,» de Ricardo Fernández Guardia (Costa Rica), artículos sueltos, donaire, fotografías de lugares, descuidos agradables, ingenio. Dos temperamentos desemejantes, unidos misteriosamente por ese lazo de la eterna, imperecedera zurcidora de espíritus, que se llama la Belleza.
*** No os hablaré yo de Luis Gonzaga Ortiz.Manos piadosamente delicadas esparcirán flores sobre esta querida tumba recién abierta. Mañana todavía no es tarde ...... Mañana es siempre hoy para el que llora á una alma!
Ten valor, nunca halles mengua; Nadie hay que tu arte no apruebe , Cuando tu brazo se mueve O cuando vibra tu lengua. '
PetitBleu.
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TOMO
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NUM. 6.
MÉXICO, ro DE JUNIO DE 1894.
VIENDO VOLAR GOLONDRINAS ¡':SPUES de todo, estas golondrinas tan amadas qu e oigo cuchichear mi entras escribo, son egoistas. Se va n cuando tenemos frío; no cenan con nosotros en la Nochebuena; no qui eren acompañarnos á visitar las tumbas de nuestros muertecitos en Noviembre... .... ¿Por qu é he dicho MUERTECI'faS?...... [Ah, sí, ya entiendo: porque todos los seres qu eridos de nuestra alma que se han mue rto, nos parecen niños, criaturas, hijos nuestros qu e se han ido y que ya nunca, nunca volverán. Y les decimos MUERTECITOS, para igualar el cariño, el amor que les tenemos, con el cariño, con el amor que sentimos por los más amados: por los hij os. En primavera vuelven las revoltosas golondrinas. Pero ¿de d6nde v uelven? Dicen algunos que de Africa.. . .. Yana puedo creerlo...... ¿Qué han de ir á hacer esas inocen tes entre tanto negro? Tallas quiero que no me resigno á creerlas ingratas, á pesar de lo que antes dije; no pienso que se van para no acompañarnos en las tristezas del invierno: mejor presumo que se mueren en una azul tarde de Octubre y que al venir la primavera res ucitan, ¿Morir no es dormir? ¿Nacer no es despertar? y me confirma en esta opinión el observar que nunca vienen golondrinas nuevas, Como ustedes habrán observado, siempre son las mismas. y hasta regresan á la misma casa, al mismo nido que antes ocupaban, y que, en su ausencia, no se alquila á nadie. Si se tueran de '1iI'.r - -.:J
VIaJe, unas se quedarían en París; otras se casarían con algún pájaro rico de los Estados Unidos;naufragarían tal vez algunas; mori rían otras... y nada de eso pasa! Las golondrinas que vienen siempre son las mismas y vestidas lo mismo, como buenas hermanas. Un sabio-para mí los grandes poetas son los sabios-dijo de no sé cuáles golondrinas:-jEsas no volverán! A semejanza de Platón, Gustavo Adolfo Becquer desterró de la república de la atm6sfera á sus poetas, á las golondrinas. Pero el tirano Becquer se engañó : esas golondrinas, sentenciadas por él á ostracismo perpétuo, sí vol vieron .... .. nada más que ya á él no le encontraron. Las golondrinas vuelven, tan frescas y tan alegres como de costumbre. Los que ya no volvemos cuando nos vamos somos nosotros. y ¿cuándo nos vamos? Algunos creen que cuando morimos, cuando cerramos los ojos; cuando ya no hablamos. Pero no es así. Entonces se va U1l0 , el último.. .. .. .. . el capitán del barco, que en caso de naufragio es el postrero en salir de la nave que se hunde. Pero ya antes hanse ido muchos. Porque uno no es U1l0, sino muchos. ¿Soy yo acaso el mismo que hace diez años? ¡No, ese ya sa fué! No nos despedimos de nosotros mismos, porque somos de casa y nos tratamos con muchísima confian za. La ciencia misma prueba claramente que este cuerpo nuestro de hoy, no es nuestro cuerpo de ayer ni será nuestro cuerpo de mañana. Las moléculas viajan eternamente. ¡Quién sabe en dónde estarán _RE VISTA
Azuu.-ll
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las partículas que formaban mi mano derecha cuando escribí con ella, hace quince años, mi primer artículo! El cuerpo, el yo material, es una casa de hu éspedes un hotel. ¡Y el alm a .. .... ! Oh, el alma muda mucho más! Diríase que no paga la casa y que á menudo la despide el propietario. Primero vive en un templo; luego entra de interna en un colegio; después pone casa, para quitarla á poco; y así va de mudaza en mudannza, h asta que el cu erpo se fatiga, se echa en tierra, y el alma, lanzada por el último casero, se va á esconder en no sabernos qué lugar, sin dejar á n ad ie su dirección : poste restante! ¿Es vd., acaso, señora, la misma mujer que escribi6 la primera carta al primer novio y que quiso morir cu ando recibió la última de él? No ¿verdad? L a prueba es que esa qu ería morirse y v d, vive. E sa era señorita y vd. es señora. ¡Aquella pobre joven se murió! La vi da es una estación de ferrocarril en la que todos vamos á despedirnos diariamente de nosotros mismos. E l yo de h oy le da en esa estaci ón un abrazo m uy estrecho al yo de ay er .... .. y se queda esperando al de mañana. Por algunas horas está h aciendo re cuerdos del ausente ; pero cu ando ll ega el otro, su be, para irse al wagon m ismo en que éste vino iY asísiempre! ¿Qué es el pretérito en gramática? Es un epitafio. Es un Hie j aeet. Casi siempre cuando deci mos dije, lo que queremos decir es, «ya no lo digo.» Arrepentirse es enterrar á un muerto, es vestirse de luto por uno mismo. Yo creí. .... .Yo esperé ...... Yo amé .. .. .. ¿Qué significa todo esto? Que ya no existe el que esperaba; que ya no vive al que am6. Ese yo es un intruso, es un entrometido. Es un deudo de alguien que murió y que desea, impíamente, hacerse pasar por el difunto. Es, en resumen, un suplantador.
Todos morimos muchas veces. En una misma persona se muere el niño, se muere el joven, se muere el pensador, se muere el poeta, se mue" re el amante; se muere hasta el que ya nada creia, nada esperaba. Por eso creo que se equivoca Becquer: las golondrinas vuelven siempre. Pero ya no nos encuentran. ¡Ya nos fuimos! L as golondrin as qu e «aprendieron nuestros nombres.. como decía Becquer, refiriéndose al nombre de él y al de su amada, regresan y se acuerdan de ellos; pero los nombres son los que h an cambiado. E ll as se acuerdan....... y puede ser qu e nosotros no nos aco rd emos. La ventana no se ha movido; el beso suena siempre lo m ismo; siempre es beso; el «yo te amo) ti en e h oy las mismas sílabas que ayer; pero á la ve ntana asoma otra mujer; el beso va á posarse en ot ros labios, y el «yo te amo» va á esco nderse en otro oído. Las golondrinas v uelven y se viste n de pardo, porque están de medi o luto..... por la mitad de nosotros que m urió. Las que no vuelven son las otras golonclrinas ; los séres amados á quienes perd em os. Y cuando se piensa en esos ause ntes-y se pien sa en ellos siempre-dice uno h abl ando con ese eterno interloc utor n uestro-que h a de existir porque si no existiera no te ndríamos jamás con quién hablar-Señor, no resuci tes á los muertos que yo amo; pero resuc ita mi al ma para que espere mucho y firmemente crea volver á unir. se á ellos. Resucita á los vivos que están muertos!Y después, en voz baja, se le dice tamb ién: ¡Y tampoco te lleves [oh Dios mío! á estas pequeñas golondrinas que anidan en nuestra casa, qu e alegran nuestro hogar, que puri fican nuesrra vida porque esas golondrinas sí no vuelven!
La virtud de las gentes del campo consiste en que las mujeres son máquinas de criar hijos, así como los hombres son máquinas de trabajo; no se usan entre ellos los postizos ni los afeites, ni
conocen cierto género de enfermedades. A falta de sensualidad, hay salud en los campesinos y aunque sus manos son callosas, su coraz6n no es duro. A... de l'lusset.
El Duque Job.
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PRIMAVERA [Oh, j uventud! [Oh, vidal .•• . • 'Oh , lu z!... . .[Oh, Prtm avcra!
Hay perfume en las pálidas corolas, H ay cantos en la selva; van las rimas E n par vada triunfal al palio inmenso De l az ul, donde brilla E l sol que besos rubios y ardorosos Al bosque negro envía. [Oh, am or! Las musas pálidas, Con pasión infinita, Las fren tes de los t ristes soñadores Con labios amo rosos acarician. Hay h úmedo ful gor en sus miradas; En su canción, etern a poesía . y mientras qu e las rosas
Con lánguidos espasmos agonizan, E llas vuelan radiantes A la estrella dorada de la dicha. Un h imno harmonioso se desgrana En áureas melodías, y las apariciones luminosas Las esperanzas de blancura mística, El pálido recuerdo y las mudas caricias, Suben al palio del azul inmenso En las alas triunfales de la rima!
Francisco M. de OlaguíbeJ.
" DEGEN ERESCENC IA" A Manuel Flores.
sale de este libro con extraños vértigos, como después de haber asistido á una danza precipitada de colores; es necesario disciplinar las ideas, poner en orden este mundo de sensaciones desemejantes, que se suceden, se agitan, se entrechocan, bregan, como las olas de un mar en constante movimie nto.-Yo no puedo decir todavía si Max Nordau h a escrito una obra en servicio del Arte; pero sí aseguro qu~ ha escrito una obra en servicio de la Ciencia. ¡Ay! A veces Ciencia y Arte no corren paralelamente, no se compenetran ; riñen también formidables combat es y se desgarran á toda conciencia. Ren é Do nm ic, el crítico de la R evu e des D eux Mondes, ha sintetizado en pocas líneas la tesis E
del autor del «Mal del Siglo:» «Max N ordau comprueba que el romanticismo alemán ha engendrado el romanticismo francés, que, á su vez, ha engendrado, en Inglaterra, al prerrafaelismo, y en Francia, el simbolismo. De Rusia nos ha venido el culto á Tolstói, de los países germánicos el cnlto á Wagner. Todas estas tendencias tienen, según Max Nordau, un carácter patológico; presentan los «estigmatos morales» de la «degenerescencia,» á saber: la locura moral, 6 ausencia de sentimiento moral, la emotividad, la impotencia de la voluntad, el amor del ensueño, y por , último, y sobre todo, el misticismo Estos SOB enfermos de los que Magnan llama «degeneradas superiores,» Lombroso «matoides,» y también «grafómanos,» es decir, alocados que sienten la necesidad de escribir. Pero si sus ideas han obtenido buen éxito, es que se encuentran de
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acuerdo con el estado de los nervios del público. Á la degenerescenciade los escritores, responde la histeria de los lectores. Si se pregunta por qué estos fenómenos han aparecido en estos tiempos y no en otros, la respuesta es mu y sencilla: son el resultado de las nuevas condiciones de vida creada, en este siglo, á la humanidad. Como resnltado de los recientes descubrimientos de la ciencia y de su aplicación á la industria, la revolución económica ha sido tan general y tan brusca, que, repentinamente, todas las costumbres han sido trastornadas. Los habitantes de los campos han afluido á las ciudades. La humanidad ha sido sometida á un trabajo sin límites, á un demasiado gasto de fuerzas. No ha habido tiempo para adaptarse á estas condiciones, para las que no se estaba preparado. De aquí una inmensa fatiga y un repentino agotamiento.» Ya antes de Max Nordau, Molinari había calificado al progreso como un fenómeno profundamente p erturbador; y Bourget nos había hablado también de este crepltsculo de los espírit us. Pero ni Molinari ni Bourget, hánse sentido tan descorazonados, han dejado ir tan libremente la esperanza; ninguno como Max N ordau hase sentido dominado por el abatimiento de este triste fin de siglo; ninguno como él se ha complacido en cerrar tan herméticamente la puerta á todo camino de salvación. Combatiendo el pesimismo, se ha hecho pesimista; predicando contra el misticismo tolstosiano, ha ido á caer en el Nirvana: por horror á la obscuridad, se complace en habitar en las tinieblas. Leed su «Mal del Siglo,» y decidme, después, si no merece un lugar junto á las páginas consagradas á la crítica de la «Sonata de Kreutzer.» ¿Eynhardt no es pariente cercano de Podsnicheff? ¿No tienen ambos los mismos «estigmatos morales?» Y no! la ciencia no es únicamente, para quien sabe penetrar en ella, una eter na z'mpasible; no se sale de su seno, como ha salido León Tolstói, con espasmos nerviosos, gritos de dolor y desesperaciones infinitas; quiere esto decir que el conde ruso no tiene temperamento de hombre de ciencia. Pero á Max N ordau, sí hemos de exigirle más, puesto que su labor es eminentemente científica; tenemos el derecho de reprocharle el haber, en cierto modo, torcido el pensamiento que informa su obra, haciendo uso de un efectismo
poco serio, al que ya, por otra parte, lo hemos visto abandonarse en esa deliciosa serie de paradojas que se llama «Las mentiras convencionales de nuestra civil izaci ón. » Nos encontramos, dice Max Nordau, en plena crisis. ¿Y qué? ¿Hemos de decidir por eso, que estas profundas turbaciones que se han apoderado de la humanidad conducen directamente á la decadencia, 6 hemos, más bien, y con mayor conocimiento de causa, presumir que esta crisis es generadora de progresos futuros? ¿No se han pagado al precio de estas elaboraciones dolorosas los grandes ideales? ¿Qué hubiera sucedido si un Max Nordau del pasado hubiese anunciado la muerte del arte, á raíz del petrarquismo, del gongorismo y del marinismo? como hace observar René Doumic, E PUl' si »ionue/ De esos mismos elementos, depurados, fundidos, harmonizados, han surgido literaturas sanas, vigorosas, períodos de efloraci6n artística, como, después de los desórdenes de la pubertad, el desarrollo toma nuevos impulsos y la vida raíces más hondas. y es que Max Nordau ha olvidado que "así como la fuerza y la salud personales se obtienen por un obedecimiento consciente 6 inconsciente á las leyes del organismo fisiológico, así la fuerza y la salud de las sociedades se obtienen por un obedecimiento consciente 6 inconsciente á las leyes de lo que puede llamarse el organismo social. Admitir todas las condiciones del organismo social, de que formamos parte, admitirlas y sometemos á ellas, tal es el principio del progreso, porque no se mejora la propia condici6n sino sufriéndola y comprendiéndola.» (Taine.) y vamos á los «estimagtos morales,» al cuadro sintomato16gico de la degenerescencia. Aquí ha tenido el escritor alemán espacioso campo en donde espigar; materiales abundaban y Maudsley, y Morel, y Legrande, y le Saulle, y Schüle, y Razzi, y Lombroso (particularmente Lombroso) hánle podido facilitar extraordinariamente la tarea. Reconozco el talento organteador de Max Nordau para hacer andar los documentos. Cierto es que, á las veces, vislumbro cierta tendencia á poner el hecho al servicio de la idea, y poca escrupulosidad para aceptar el dato, al modo de Lombroso. Pero en materia de estígmatos morales debo confesar que no veo muy claramente en ellos la comprobaci6n científica de la degenerescencia en el arte. Pienso yo, con Bourget,
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que «así como no hay, propiamente hablando, enfermedades del cuerpo, sino estados fisi ol6giCOS, funestos 6 bienhechores, siempre normales, si se considera al cuerpo humano como el aparato en que se combina una cierta cantidad de materia en evolución,» así también «no hay enferm edad ni salud en el alma, sino estados psicol6gicos, desde el punto de vista del observador sin metafisica;» y creo asimismo, con un ilustre novelador francés, que una obra de arte no es más que un fragmento de la realidad, visto al través de un temperamento. De tal modo, que el procedimiento de Nordau de poner el temperamento al servicio de la obra de arte, me parece precisamente lo que en retórica se llama una metonimia, esto es, tomar el electo por la causa. Y el temperamento sí no es hijo de enfermedad alguna actual y tan degenerado es Petronio como Verlaine; sin que en aquel haya podido influir el desarrollo de los ferrocarriles, ni el mayor consumo de la cerveza, ni el aumento en todas las funciones anotadas por el autor alemán, en su capítulo Etiología. Despojad de su te mperamen to á cientos de ilustres degenerados, (progenerados como quiere que se los llame el Dr. Richet), y habreis prestado á la humanidad un servicio anti-degenerativo, pero habreis también acabado el arte. y sin embargo, no es la obra de Max Nordau, como piensan algunos, simple ualouenisnto. Valbuenismo ciertamente lo hay, y es lo que perjudica en más alta grado á este libro. Cuando el autor, olvidando la seriedad de sus capítulos anteriores, desciende á las imitaciones det misticismo, me recuerda á Escalada haciendo la caricatura de alguna reuni6n de académicos.-Así,
para ofrecer una muestra de la imbecilidad de un poeta (Laforgue), cita este verso aislado: ¡Ah que la oie est quotidiennet y si ájuzgar de degenerescencia fuéramos por frases sueltas, ahí está el Dossier de la sottsse Iucnuune, formado por Gu stavo Flaubert (otro degenerado!), de donde Nordau pudo fácilmente extraer nuevos andamiajes para el soporte de su edificio: Ella no sabía latín, pero lo entendía muy bien. (Victor H ugo, Los Miserao tes.¡ E l estudio de las matemáticas, comprimiendo la sensibilidad y la imaginación, hace algunas veces estallar pasiones terribles, (Dupanloup, Educacion' intelectual.) El agua ha sido creada para sostener estos prodigiosós edificios flotantes que se llam an barcos. (Fene16n.) y así hasta llenar tres volúmenes.- ¿No es verdad que hay aquí material para confeccionar algunos montones de deg enerados? Perjudica á la obra de Max Nordau el tono acre, punzantemente agresivo, empleado por el autor.-Se descubre al polemista á la vuelta de cada página. La verdad no necesita imponerse por medios tan incisivos. El estilo de Nordau no es un estilo, es un estilete, y el procedimien to semeja más al de un gacetillero que batalla en la prensa diaria, que al de un sabio que razona .-Tal como es, este extraño libro posée un palpitante interés: el de penetrar osadamente en este medio que nos rodea y que, enfermizo 6 fuerte, degenerado ó sano, se impone á nosotros por la ley indeclinable que preside á todos los organismos sociales; por la ley de los hechos realizados.
Carlos
Día~
Duróo.
EL MANTON DE MANILA ¡Oh bandera triunfante de la alegríal ¡Oh manto de la antigua fiesta española! ¡Oh palio de las j uergas de Andalucía! ¡Oh túnica radiante de la manola! La fresca primavera que en tus tejidos enred6 el arte bello con sus colores,
es la red esplendente donde prendidos van, á fleco por alma, los amadores. Cuando desde el alzado seno redondo bajas como un diluvio de flores vivas, los chinos que bordados hay en tu fond o, abrazan á los cuerpos que en tí cautivas.
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Mil veces h e quer ido ser dibuj ado en tu velo encendido de flora amena, para en no ch e de fiestas ir enredado al cuerpo cadencioso de una mo rena.
De la cruz venerada de Mayo hermoso en las gradas tendidas dejas tus rosas, y los jóvenes tej en baile vistoso en parejas que giran vertiginosas .
Más tuve sólo á camb io de esos placeres, de las gratas verbenas en el m isterio, ¡ver que van entregadas nuestras mujeres á los pálidos hij os del vasto imperio!
Cuan do pasa, m ovido del homenaje, tras la imagen el pueblo con paso lento, tú adornas los balcones del cort inaje, y el haz de tus colores ti endes al viento.
T u eres el libro ant iguo , la rica j oya q ue habla de los chisperos y las n avajas, de escenas que en el lien zo dió vida Gaya, de soldados y reyes, majos y majas.
Sobre el cr istal luciente de los salones el fausto de tus sedas la vista asombra, y descienden en pliegues tus pabell ones como in cien so de tonos sobre la alfombra.
Tú de la dama fui ste vel o ligero cuando, de la litera presa en el raso, iba á la ansiada cita con el torero y á brindar, en los dedos alzado el vaso .
Tú con la bailadora vas ondulando ceñido al cuerpo suelto como serpiente , y tus flecos parecen , al ir flotando , rayas de un aguacero resplandeciente .
E n las varias costumbres que en sus mudanzas del siglo diecinueve fueron exordio, tú en el salón miraste las dulces danzas • á los sones pausados del clavicordio.
Tanto herman tus fiares, que me extasían , con la española fiesta, viva y bizarra, que pienso, arrebatado, qu e vibrarían tus hilos amarrados á una gu itarra.
Te legó á nuestro siglo la vieja gente como págin a llen a de resplandores, como un paño que guarda resplandeciente recuerdos de cien años fijos con flores.
En los toros, el bosque de tu bordado muestra ramas, corolas, fr uto y raíces, para que en su tejido fantaseado duerma la luz el sueño ele los matices .
Con la de tus bordados vistosa greca tú de nuestras mujeres ciñes los talles, y el r isueño Barbieri, Juarranz y Chueca escriben en tus rosas sus pasa-calles.
Fingirá que alza: España bella bandera doqu ier muestres tus tonos y t u alegría; en tu fon do está abierta la primavera trasplantada de un huerto de Andalucía .
Rima con las verb enas tu seda fina, y tus lindos caireles con la albah aca; de la reja con flores eres cortina; del amor que reposa eres la hamaca.
El mantón de Manila compendia á España y es insignia que canta nuestra victoria; grabado en cada rosa ll eva una hazaña, y atada á cada tieco lleva una glor ia.
Salvador Rueda.
De los veinte á los treinta años, el hombre, con grandes dificultades, extrangula su ideal; después vive ó cree vivir tranquilo; pero es la tranqu ilidad de las madres infanticidas.
Para formarse una, id ea ex acta sobre la vida. y sobre el hombre, es preciso haber llegado siquiera una vez al dintel de la locura ó del suicidio.
De todos los espe ctáculos de París, el más en cantador es u n a m ujer de m undo . Desde su s en cajes hasta su talento fem enin o, n o h ay nada en ella que no sea una obra maestra de la cultura moderna. Para formar á esa m ujer elegante , tal como es, se h an necesitado cuatro ó cinco generaciones de fortunas, de costumbres elegantes y de refinadas educaciones, todo lo delicad ísim o que han inventado l a moda y el buen gusto, se ha juntado para formar 8t~ toileüe y su pe rson a . H . ..l.. Taine .
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EL CUARTO DE HORA una habitación apartada, donde apenas llegaba el rumor de las cadencias de la orquesta, habían buscado refugio varias personas, que ya por su edad, ya por fastidio, huían del bail e. La conversación era ge neral en los grupos de las mamás, que procuraban por este me dio engañar el sueño. Hablaban de casamientos, de males, del último escándalo de la fulanita, de la carestía de los víveres y otras banalidades por el estilo, base y fundamento de la charla de nuestras burguesas americanas. En uno solo de los corrillos parecía reinar buen humor, según eran de frecnentes las risas discretas de las personas que lo formaban, siendo de notarse qu e todas ellas eran por lo menos cuarentonas. La conversación rodaba alegremente sobre lo del cuarto de ho ra de las mujeres¡ tema viejísimo, rebatido de ge neraci6n en generaci6n, pero siempre nnevo y picante. -El cuarto de h ora no 10 padecen más que las mujeres casq uivanas-sostenía Doña Soledad de Arleguí, viejecita enj uta y de mucho palique. -Una mujer honrada y cristiana no tiene cuartos de hora. -No, que no,-replicaba con viveza el general Pérez.-Todas, señora Doña Soledad, todas ustedes pasan por ese momento crí tico, aunque no sea más que una vez en la vida . El todo consiste en que la suerte les sea adversa 6 propicia en ese lance delicado. -De manera que, según usted, general, la mujer que no ha faltado, es por mera casualidad, porque la ocas i6n no ha favorecido su caída bien porque el seductor no ha sabido aprovechar el momento; en fin, por mil razones, menos por virtud. -Pues, casi, casi. Descartando, por supuesto, á las que por su fealdad no han estado expuestas á 'tentaciones. -¡Qué atrocidad, g eneral! Tiene usted unas cosas y una m oral verdaderamente militar. • N
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- No tal; esta manera de pensar no es solamente mía¡ mis opiniones sobre esto del cuarto de hora de las mujeres, son en general compartidas por todos los hombres que han corrido un poco y visto el mundo, Y no me cabe duda que si se pusieran á votaci6n secreta entre las mujeres mi teoría y la de usted, habría de triunfar la mía por gran número de votos. - No lo pienso yo así-repuso Doña Soledad. Usted, como todos los hombres que han calavereado mucho-s-y no creo ofenderle al decir esto (sonrisa del geJlerat)-se imagina que todas las mujeres son iguales á las que han tenido la debilidad de ceder á sus caprichos, sin tomar en cuenta que de esas han triunfado, en la mayoría de los casos, porque ellas mismas deseaban ser vencidas. La mujer que nace débil, lleva en sí un no sé qué indefinible, pero que se conoce á la legua, un cierto airecito de liviandad que va diciendo «tómame; yo soy de las que tienen cuartos de hora.. ¿No opina usted lo mismo que yo?añadi6 dirigiéndose á una señora bastante j amona, pero que parecía haber sido muy hermosa. La interpelada contest6 con uno de esos gestos vagos, que tanto quieren decir que sí como lo contrario. El general la mir6 de cierta manera maliciosa; y ella, visiblemeute turbada por esto, trat6 de marcharse. -No se vaya, usted, María-dijo el militar con cierto retintín disimulado-Quiero que sea usted testigo de la derrota de mi terrible adversario. Me propongo probarle ahora que no s6lo las mujeres que tienen el airecito aquel, son accesibles á las traidoras; embestidas del temido cuarto de hora. Voy á referir á ustedes-agreg6 dirigiéndose á todos-un lance amoroso de que fué protagonista un amigo mío muy querido, hace ya más de veinte años El asunto tuvo por cuadro el lindo puerto de Puntarenas, el cual se hallaba por ese tiempo en todo su esplendor comercial. Ese amigo mío, á quien llamaré Carlos, y yo vivíamos en aquel entonces allí, con la esperanza de hacer fortuna. N o lo pasábamos del todo mal, trabajando mucho y
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divirtiéndonos como D ios manda, sobre todo, en ella le decía, ahuecando en una sonrisa los divila temporada de los baños, allá por los meses de nos camauances * que tenía en la boca: Mil febr ero y marzo. E l año 65, si mal no recu erdo, gracias por los marañones que nos mand6 usted fueron muchos los bañi st as que acudieron del ayer. E staba n ricos. -O si 110: ¡Qué amable es interior de la R epúbli ca, á secar al amor de usted! N o se puede imaginar cuanto le agradeaquel sol de fuego sus m iembros en tumecidos ci ó mi marido los cocos. Cuatro se ha comido por la humedad de seis meses de lluvia. Ape- ho y; te mo que se enferme. nas n os alcanzaba el tiempo para gozar ; un día Cualquiera frase de éstas ponía á Carlos de era un baile, otro una g ira ó una expedici6n por b uen humor, por vein ticuat ro horas 10 menos. el golfo de N icoya de sin rival bell eza, con sus Sin embargo, durante sus largas noches ele vigiverdes islas y su mar de zafiro, todo poblado de lia, se reproch aba amargamente su tontería, su alegres y juguetones delfin es. ridícula timidez, apenas propia de un adolescen- Ge neral, está usted poetizando-interrum- te. Entonces h ací a grandes y arriesgados propió Doña Soledad. yectos. Sí, él la hablaría res ueltame nte, decla-Siempre que hablo del golfo de N icoya me rándole su loca pasión; y con tales colores se la sucede 10 mismo-replic6 el militar. Aquello es iba á pintar, que á menos de ser ella insensible una maravilla. Pero vuelvo á mi aventura, 6 como una piedra, habría de ablandarse. Pero mejor dicho, á la de mi amigo Carlos. Sucedió todo era encontrarse á su lado, que sus planes Se que entre las muchas hermosas bañistas que con- desvanecían como el humo azul de un cigarro. currieron aquel año á Puntarenas, había una Su resolución se estrellaba contra aquella carita que era un portento. ¡Qué mujer, Doña Soledad, de madona, que respiraba honradez y virtud; le • qué mujer! ¡Q ué talle así (y el general formó temblaban las piernas, se le entumía la lengua .. . un círculo con los dedos índice y pu lgar de vamos, que el muchacho tenía me nos ánimo que sus manos); unos dientes más lindos que las per- una colegiala. Así las cosas, llegó el día señalado para una las del golfo, y unos ojos no hallo cómo pintarlos, en fin, grandísimos, negros como dos excursi6n por el Estero. A las cuatro de la tarde, calmados en parte los rayos del sol, nos emcajas de betún. -¡Vaya una comparaci ón !- exclam6 Doña barcamos en cinco lanchas de buen tamaño. Atravesamos rápidamente la parte ancha del estero; Soledad. - Que quiere usted, así file 10 parecieron, y pero al llegar á los canales continuamos boganá mi amigo Carlos también, que todo fué verlos do con mucha lentitud. Yo no he estado nunca ya no recuerdo en Venecia, pero dudo mucho que sus canales y enamorarse locamente de como se llamaba su dueña. La pasión de Carlos famosos superen á los del Estero de P untarenas; era criminal, como se dice en los dramas, por- porque si bien es cierto que éstos carecen de paque la bella era casada; sí señores, casada con lacios, remplázanlos con ventaja los más ricos doun caballero gordo, rico, de muy buen apetito, nes de la naturaleza. Juncos, palmeras y heleen fin toda una persona decente pero, á mi jui- chos crecen allí con extraordinario vigor; en los cio, indigna de poseer semejante alhaja. A pesar árboles frondosos y corpulentos,'se anidan orquíde esto, era ella tan recatada, su porte revelaba deas multicolores, y los arbustos se pliegan en tanta modestia y virtud, que bastaba. á descora- busca de frescura, metiendo las ramas dentro del zonar al mismo Lovelace. Carlos, no pudiendo agua. Cada vez que dábamos vuelta á un re codo, hacer otra cosa mejor, se limitó á adorarla en hacíamos huir á una bandada de garzas; blancas secreto, sin dejar por esto de enderezarle sus bao como algod6n las unas, grises 6 color de rosa las terías. otras, que luego se iban más allá, á continuar la Bien pronto, merced á sus delicadas atencio- frasca interrumpida. El sol se h abía h echo' innes, 10gr6 captarse la buena voluntad del" mari- ofensivo por la espesura de los follajes. De redo y un poco también la de ella. El pobre mu- pente vibr6 en el aire una nota clara, pe ne tra nchacho se desvivía zanqueando la ciudad á ca• Camanances llamamos en Costa Rica ~ los hoyUe los que tieza de frutas, flores y conchas, para obsequiar á nen á los lados de 1a boca algunas personas y se hacen visibles al r eir . La palabra es boni ta, y como no exísre en castellano otra su amada; y era completamente feliz cuando que exprese lo mismo, me he permitido usarla.
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te, pero al propio tiempo llena de dulzura y voluptuosidad; era la voz sonora de la marimba, compañera indispensable en las fiestas puntaren eñas, Un grito espontáneo de alegría saludó al popular y bnllicioso instrumento; habíamos llegado al término de nuestro viaje : un precioso rinconc ito cubierto de césped y entoldado por una enramada de palmas y hojas de bananero. Salta mos á tierra y luego comenzaron á estallar los corchos del champaña. Pasamos una tarde deliciosa, pareciéndo nos más á una tropa de niños, que á gente seria. Carlos se aprovechó de 10 muy ocupado que estaba cada cual en divertirse, para cortejar á su adorada, confiando en que no sería notada su asiduidad. Ella pa rec ió mucho má s comunicativa que de costumbre, haci endo mil mohines, cada vez que mi am igo se empeña ba en hacerla beber otra copa de champaña, ese vino pérfido, enemigo encarnizado de la virtud, y cuyos efectos son diabólicos en las muj eres. Ll egó la hora del regreso con verdadera pena para todos. Nadie quería poner punto fi nal á tan linda fiesta; pero al fin fué preciso resignarse, porque la obscuridad se nos venía encima, con esa rapidez con que se oculta y aparece el sol en los trópicos. Carlos tomó asiento al lado de ella, en la última lancha, mientras el marido, m uy chispo, se empeñaba en quitar e! remo á u no de los boga s. Alborotó un rato por la negativa de! hombre, qu edándose, después, profundamente dormido. A la bu lla y algazara de la fiesta, sucedió el silencio. Todos callaban, adormecidos por el suave balanceo de las embarcaciones y el rítmico golpear de los remos, que hacía brotar placas azulosas cada vez que herían el agua. De las orillas llegaban á bocanadas efluv ios preñados de aromas tropicales, entre los que dominaba el voluptuoso perfume de las resedas. Apenas podían distinguirse ya en la penumbra las manchas negras de las embarcaciones que iban delante; los sonidos de la marimba se oían cada vez más distantes. Carl os contemplaba á su hermosa compañera, que parecía absorta, y cerraba de vez en cuando los ojos, como persiguiendo una visión . Pasado 1111 gran rato, ella se puso á mirar las luces que ponían los remos en el agua, y curiosa de probar el efecto por sí misma, intentó golpearla con la mano. Carlos se la arrebató, diciéndole en voz baja y apasionada: «E s mucha impruden-
cia; estas aguas están llenas de tiburones.» Ella no contestó nada, ni tampoco retiró la mano que Carlos conservaba entre las suyas. Entonces, de sopetón, sin preámbulo alguno, Carlos se lo dijo todo: su amor insensato, sus pe,nas, sus esperanzas. Ella temblaba, mirándole con sus ojazos negros, que resplandecían en la noche, con un destello aterciopelado y lleno de caricias. Un sacudimien to de la lancha les anunció que habían llegado. Carlos, ebrio de pasión, murmuró una súplica á su oído; ella procuraba resistir, negar lo que su amante le pedía, no sé qué de ventana ab ierta á media noche; pero en el momento de saltar á tierra, contestó que sí con voz desfallecida, casi angustiada. Pero veo-continuó el general que esta historia se ha hecho demasiado larga y voy á procurar abreviarla. El resultado fu é que mi amigo Carlos obtuvo una cita para aquella noche. Ya supondréis si estuvo puntual á la hora convenida; pero el pobre se encontró con la ventana cerrada. Tocó discretamente para anunciar su presencia, y por toda respuesta obtuvo los vigorosos ronquidos del dichosisimo marido. «Vamos, pensó el burlado seductor, el cuarto de hora ha pasado ya." A la mañana siguiente, la bella había desaparecido. Ahora bien, mi querida Soledad, ¿no crée usted que si el dichoso momento dura , ? un poco mas . -Esa historia que acaba de contar e! general - interru mpió, con sorpresa de todos, la señora que había intentado marcharse al principio de ella, y á la cual llamaban María-me fué referida en aquella misma época por la persona á quien ocurrió y que ya no existe. De manera que la conozco también como el general, y tal vez mejor. Voy, pues, á rectificar su desenlace, que ha sido un tanto alterado por el narrador, el cual en todo lo demás se ha ceñido á la más estricta verdad. Esa pobre amiga mía, que estuvo en un tris de dar un mal paso, llevó su locura al extremo de dejar su ventana abierta, como lo había prometido; pero el seductor, á no dudarlo, compadec ido de su debilidad inexperiencia, pues apenas tenía veinte años, no acudió á la cita. Después de este lance desgraciado, arrepentida y abochornada de su conducta, mi amiga fué siempre modelo de honradez. -No estoy convencida, no estoy convencida, repetía Doña Soledad. é
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-Si fuéramos á cenar ; son las dos ele la madrugada-dijo alguien. -Buena idea, respondi6 el general, poniéndodose de pie. Todos hicieron lo m ismo, enca minándose al saló n , donde estaba dispuesta la cena. E l ge neral cerró la marcha, dando el brazo á la señora qu e le había in terrum pido. Cua ndo se co ñv enció de qu e nadie les podría escuc har, le preguntó al oído: - D igame usted la verdad, María; ¿es cierto que dejara usted la ven ta na ab ierta?
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-Sí, general; y toda la vida he de agradecerle su gen eroso proceder. - Pues no me agradezca usted nada, porque las cosas pasaron como las he referido. Sin duda equivoqué la ventana. ¿No era la segunda, ye ndo haci a el mar? - No, ge neral, la tercera; esa otra era la ele mi marido. -Lo siento, María, lo siento muy de \'erasmurmuró el ge neral, retorciéndose el bi gote cano con un gesto conquistador.
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Rieaa'do Fer n á lld e z Guar(lia. ICos t arr'i ccnse .]
iO m nia Pulvis! Aves de amo r, qne las ab iertas al as tendeis en pos de azul es hori zon tes: no rnireis nada más hacía la altura pen sando que allí están las ilusi on es, y que allí anidarei s etern amen te , av es de los amores!
Rasad la t ierra con la blanda pluma; cantad sobre la s tumbas por la s n och es; pen sad que el polv o qu e ngitni s es polvo de ot ros enamorados cora zon es, y qu e polv o tambi én sereis en breve. av es de los am ores! 1894. José Peón (l e l ' "alle.
CARTONES :::I\a:ARCaS SaLANA de la tienda se permitían el luj o, una L a música se disponía en rueda en torno de la fuente, llena de hojas secas y lodo; el pistón que f) que otra vez, de pagar la música. Camponíase ésta de unos ocho ciudadanos fungía de director, para dominar á sus subalterde calzón blanco, pi el atezada y som- nos se paraba en el brocal. La familia de no sé 4 • brero de palma, que soplaban, en aboll ados 111S- qu é personaje político se posesionaba p'e la única trumentos de cobre, prehistóricas piezas de baile banca de mampostería existente en el lugar; des(le una monotonía desesp erante. Cuando tal acon- de luego se conocía la alcurnia de aquellas criat ecí a, de varias leguas á la redonda veíanse venir turas desmedradas, que se distinguían de la i nguayines llenos de vendaj es y remiendos, cabal- diada en un detalle de capital importancia por gatas, carretones y hasta caravanas de ginetes en aquellos rumbos: llevaban sombrillas. T odo el burro que acudían al tianguis. La placilla-un mundo les saludaba arrastrando el sombrero. infeli z cuadrilátero som breado por cinco sabinos Bordeando la «P laza Hidalgo,» se disponían los torc idos y ahuecados por secular enfermedad- puestos de verduras y frutas, carne salada, pesllenábase de vecinos como en un día de fiesta. cados de atarjea, hechos torta dentro, de h ojas de OS
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maíz carbonizadas; mercería grosera; percales de colores insultantes, paliacates deslumbradores, pilas de sombreros de palma y pasteles resecos y empolvados. Era gran acontecimiento la presencia de un nevero de voz furibunda, y causaba algo así como pasmo general la ll egada de la familia A ng ula , dueña de la rica hacien da del «Chaparral.» Los charros rodeaban las cabalgaduras de aque ll os aristócratas, tonnábasc rueda en torn o del coche venerable, y la famil ia de la ba nca, agr io el gesto, seguía con miradas de envidia á las señoritas, vestidas según la última moda, sint iendo una enorm e humillación, gangrenada el alm a po r el dolor de perder en su presencia el primer lugar. Todo el mundo se conocía: al saludo del sombrero seguía un apelativo; pero aunque en familia aquellas b ue nas ge ntes se vestían con 10 mejor para orear sus ropas en aquella plaza, oliente á mercado, y des de la cual se dominaban, las siembras cercanas bañadas de sol. Ese día no había escuela: el m aestro sacaba sillas al portón y ahí departía con los de som brero de pelo, saludaba á la familia de la banc a y corregía á pedradas á sus muchachos que, libres de toda disciplina, emprendían los j uegos más plebeyos. A eso de las once y m edia, por la vereda del maizal, aparecía u n caballo to rdillo, fl aco y manchado de estie rcol y lodo, ens illado con vaquera, y, sobre él, un hombre for tachón, con aspecto de coronel g uerrillero, un indiazo de mala catadura, cicatriz cruzándo le ceja, párpado y carrillo, sombrero de jipi, paraguas blanco, blusa hasta el tobillo y pisto la al cinto: era el cura Mondragón, cubierto de sudor, que se apeaba en la tienda, se echaba, com o él decí a, un tequilaso, y, poniendo los ojos en blanco, sacaba de la amplia bolsa de su blusa un periódico, lo desdoblaba, y decía al tendero: -Trae versos de Pagaza [coino tranca! amigo Balbontín. Quite la po esía bucólica y lo demás Sacaba media lengua, echaba la cabeza vale atrás, dejaba caer en las fauces una lluvia de sal, y, de un sorbo, sin parpadear, vaciaba la tosca copa de tequila. En tanto, los niños quejugaban en la plaza, se habían detenido con aire de bobos frente á la casa del boticario; alg unos lugareños por curiosidad hacían 10 mismo. ¿Qué? Miraban algo. Detrás del vidri o verdoso de la podrida ven-
tanilla, hundido en un equipal de cuero, sobre almohadones, el cabello negrísimo, la barba crecida, los pómulos lívidos y acentuados, las oj eras profundas, la mirada inmensamente triste, perdida en el trigal chispeante al sol, Marcos Sola na-un poeta enfermo-se moría poco á poco allí, desterrado por los médicos, para que sucu mbiese en una desc onsoladora soledad, pero aspirando mucho oxígeno. La mano del poeta sobre el poncho que cubría sus rodillas, parecía, afilada, blanca, femenil y cuidada, la de una duquesa. Un niño mal intencionado arrojó una pi edra al cristal, y, riendo, se escudó detras del arbol. El moribundo no tenía fuerzas ni para dejar caer la cortinilla y librarse así de la curiosid ad de aquellas gentes.
*** Para Marcos Solana, había un día de luz, un día de alivio; aquel en que llegaban los periódicos del Domingo. Entre un síncope y un acc eso de sofocación, los leía desde el título hasta el último aviso. Era aquel papel burdo, gastado, estropeado por el correo, la conversación que le faltaba, la evocación de sus amigos, ingratos compañeros de letras que no le escribían una línea ; la rima corta, el cuento breve, la gacetilla, ¡CÓmo lo hacían viajar desde aquel lugarejo pobrísimo y perdido entre las siembras, y la capi tal distante, bulliciosa, pero mortal para sus pobres pulmones, hechos, seg ún decía, un harapo doloroso! Solía en las revistas leer un nombre: era un nombre de mujer, intercalado en las reseñas de un sarao, y entrices sonreía, sufriendo, con no sé qué voluptuosidad extraña, de mirarse abandonado, él, hombre de talento, en un cuarto alquilado, entre una zahurda y una botica de rancho. Con toda seguridad, aquellas mujeres que lo amaban por sus versos, no sabían que aquel di vino cincelador de la palabra, aquel maravilloso orfebre de la rima, el tierno, el exquisito, el elegante, yacía en un equipal, mirando atrás un patio en que vagaban asncs y gallinas y enfrente el oscilar de las flámulas verdes del m aizal, con esa fijeza triste, ese aire estúpido de la inteli gencia que se adormece poco á poco. Allí nadie lo conocia, todos eran analfabéticos, lo trataban como á gente extraña y este trato adquirió una frialdad alarmante, casi hostil, cuando se supo qu e
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el cura Mondragón, opinaba qu e el enfermo era ría mejor que en aquella pieza húmeda y somde los de IIOY. [Fig úrense ustedes qu e escribe ver- bría, prestarle libros, proporcionarle buen caldo: eróticos! Para aquel hom- -Vamos á ser amigos, hablar un poco del alma, sos y versos bre, bueno en el fondo , pero fan ático, como buen reconciliarse con Dios ...... Porque, en fin, un cuindio, el único género no pecaminoso era el pas- ra no podía permitir herejías en casa..... y .. toril. Nunca se vió mayor ironía que oír, no sa¡ah! E ntr6se á la casa como á la suya, más lir, sino estallar de sus la bios, con vocer r ón de qued6se helado cuando le dijeron que al llecuartel , un "Murmuri o de la Se lva.» varle un vaso de leche, lo hallaron con la cabeQuiso confesarl o, pero el poeta se negó, no zacolgando fuera del asiento: exangüe, muerto, creía; entonces sí, aq uel ama n te de las let ras sin- con el periódico en las rodillas, en el que se leía ti6 c6lera y pesar; c ólera porqu e se herían sus este párrafo, entre dos plecas negras: ideas de cat6lico, pesar porque había algo de «Marcos Sola na.v-s-E ste querido amigo nuespiedad en su corazón rud o y sen cillo. Era de tio, según nos escriben , murió la semana pasaesos hombros qu e disparan rifle cua ndo se ofre- da. Marcos fu é de los elegantes poetas ele la prece-tenía tres cicatrices en el cu erpo-pero so- sente ge neración. Miembros de varias sociedafocan cua ndo abrazan. Lamentó el habérselas des li terari as, y en una época nuestro colaboracon un desc,amisado; cuando supo que era escri- dor, una fatal enfermedad lo ll evó al sepulcro. tor, prometióse cuentos sabrosos, charlas sobre Las le tras están de du elo.» Ovidio charlas qu e pugnaban por sali r hay nada más que ese laconismo de gacetilla, cia ocho años, pero siempre fueron soliloquios; porq ue arriba, en columna y m edi a, se .adul ab a que, en aqu ell a s ahu rda , así ll am aba á su feli- á un 11inistro, y abajo, en otra columna y m edia, g resía, los qu e no eran a nalfabéticos eran imbé- se le seguía adulando. celes. - ¿Descreido, eh? P ues que se muera como q uiera....... Y volvióse del dinte1 ele la casa á la Se le enterró á la derecha de la parroquia. tienda. Ofició el P. Mondrag ón. Y le ll evó fl ores y recoU na noch e, sin embargo, dominó aquel senti- gió sus versos, pero con orden absol uta ele que m iento hosti l que lo alejaba de un infeliz á quien nadíe los sacara de su escritorio, porque estaban todos abandonaban y se propuso ll cgar á él, ha- prohibidos......... proh ibidos bajo excomunión. blarle con cariño, ofrecerle su casa donde esta1'1icr61!1.
Ultimos versos de Luis Gonzaga Ortíz. EN EL ALBUl'l DE LA SRITA. t.JA R L O T A RODRIGUEZ
T al vez ¡ay! el postrero cantar de mis cantares será, niña, el qu e ponga en tu album esta vez; que sólo la tristeza, la angustia y los pesares son patrimonio mísero de mísera vejez. N o alumbran ya mi huerto de Febo los fulgores, los besos de la luna no alegran su verdor.' N o hay nidos ya,' p i aromas en mi ve rjel sin flores; sólo el zenzontle gime, nocturno trovador. ¿Por qué me pides versos? sus notas son los ecos del céfiro, del ave, del aura matinal, del agua, que murmura en los peñoaes huecos, del templo entre las naves el salmo virginal.
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Lirios que siembra en l'alma el dios de los amores y que cultiva y riega con ósculos de amor. ¿Por qué le pides, niña, erástomas y flores al ave muda y sola, al triste trovador? [Amor! amor divino, emanación sublime del grande infinito autor de la creación, tú eres el soplo hermoso que al infeliz redime de la del paraíso terrible maldición. é
Tú inflamas á la eterna antorcha de los cielos, tú calmas en los mares la h orrible tempestad, tú das tinte en la au rora á sus flotantes velos y al trovador sus quejas allá en la oscuridad. y el ritmo delicioso á la doncella cándida
que con pasión suspira, aire buscando y luz, • cuando, en canción amante, solloza triste y lánguida, al pie de solitaria y ennegrecida cruz. ¡Amor, amor divino! tú la inexhausta lumbre que das calor y vida y dicha al corazón, ven; en mi noche oscura tu linda luz me alumbre, para escribir de amores mi postrimer canción. ¿No vienes? ... .. ya lo miras. ¡Oh niña encantadora! se niega desdeñoso el númen á mi afán, y sobre tu album cae el plectro y mustia llora el ánima que errante por los espacios va. ¿Mas qué importan las penas, á tí, toda ventura, á tí, que tienes padres, y juventud y amor; á tí, á quien da la vida un mundo de ternura, un mundo de ilusiones, ignoras el dolor? é
Vive feliz ¡oh rosa! en el paterno abrigo que guarda tu belleza, que vela tu soñar; goza y feliz olvida al triste bardo amigo, ave que acaso tiende su raudo vuelo ya; mas que un momento olvida su duelo y sus pesares, y antes de sepultarse en negra oscuridad, te manda acaso el último cantar de sus cantares, diciendo al despedirse: «Adi ós, felicidad."
Luis G. Ortlz.
T al vez el deseo de una madre es un contrato firmado en tre ella y Dios.
Lo que el mundo perdona menos es la felicidad. Hay mujeres que son virtuosas como otras mujeres son crim inales: á escondidas.
H. de Balzae.
Hay en todo corazón de mujer una cierta cantidad de interés disponible, al servicio de un hombre capaz de hacerse amar casi hasta la muerte. Por terribles ó por extraños que sean, los acontecimientos de nuestra vida no crean nada en nosotros. A 10 más, exaltan 6 deprimen nuestras facultades innatas. P. Bourget•
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JORGE SAND Existen retratos característicos de Jorge Sand . lana, como quien ha renunciado á toda coqueEl m ás antiguo es un grabado de Calamatta, to- tería, y sin con servar sobre su rostro de matromado de un cuadro de Ary Schefier . J orge Sand na más que la bondad de 5t1 corazón. El rostro tenía entonces treinta y seis años. Era ancha de es un poco abultado , los ojos aparecen bajos, y hombros, de cabeza enérgica y algo prolongada , los labi os se adelantan con un gesto natural de de ampli tud de rasgos, y con magníficos oj os, qu e ternura y de dulce filosofía . Parece como si el le prestaban un caracter de belleza enérgica y amor á la naturaleza hubiese dado á su semblantranquila. Los cabellos, pegados á la frente en te la expresión de ti erna gravedad de las aldeaforma de cocas espesas, acrecentaban aquella ex- nas vi ejas, que han vivido siempre al aire libre. presión de paz soberana en las audac ias del pen- Jo rge Sand tuvo la vejez serena de los árboles, samiento. Couture hizo, tomándolo del natural , elevada la frente, la p iel tostada por el Sol y eon un retrato que la representa algo más gruesa ya, algunas ráfagas de j uventud maravillosa, semepero habiendo ganado en expresión de bondad jante á esos vástagos de verdura que vemos brolo que podía haber perdido de he rmosura ro- tar bruscamente, en la pr imavera, sobre los tronmán tica. Por último, nadie desconoce las últimas cos casi muertos. E. Zola. fotografías en que aparece con sencillo traje de
Les yeux d'or de la nuit... Les yeux d'or de la nuit, dans la mer qui les berce Lu isent comme en un ciel lentement onduleux, Le tranquille soupir exhalé des flots bleus Se méle
Vers l'Orient baigné d'une hrume de perle, Émerge, en épanchant sa blancheur qui déferle, La lune éblouissante épanouie aux cieux; Tandis que, d'un seul bond, hors de l'antique abime, Comme un bloc lumineux et suspendu dans I'air, La montagne immobile élargit sur la mer Le refiet colossal de sa masse sublime . O paix inexprimablel o nuit! sommeil divi n! Mondes qui palpitiez sur les houles dorées! Celui qui savoura vos ivresses sacrées S'y replonge a jamais en ses r éves sans fin . 15 de Mayo de 1894.
Leeonte de LisIe.
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IMPRESIONES LITERARIAS. Adan y Eva La última novela de la señora Pardo Bazán empieza, como «Fausto,» en el cielo. Un bendito de Dios, un pobre de espíritu, después ele pasar en este mundo las de Caín, éntrase en la gloria, como Pedro por su casa, y allí de manos á boca encue n tra al Padre Eterno, quien, por vía de ligerí sima pen itencia, le manda de nuevo á la tierra, á qu e dicte allí la historia de su vida. Guiado por un an geli to que en vida fué h ijo del futuro bienavent urado, emprende éste su viaje de vuelta desde el ciel o al mundo; llega á Marineda, )', cumpliendo el divino mandato, cuélase de rondón en la casa de la ilustre autora de «Bucólica, " dictándole la no vela «Doña Milagros,» primera de u u ciclo novelesco, qu e, con el título de «Adán y Eva,» y para regocijo de lectores de buen gusto, se propone dar á la estampa la insigne escritora. La h ist oria de D. Benicio N eira, que éste es el nombre de l h éroe, no puede ser más vulgar: se red uce á contar las desdichas de un hombre débil, en quien la voluntad está atrofiada ó no existe , y que sufre resignadamente las consecuencias todas de su falta de carácter, complicada con una abundancia de hijos, verdaderamente espantosa. Doce vástagos (de ellos once hembras) son el fruto de la uni6n del bueno de Benicio con su fecu nda esposa Ilduara. En vida de su desp6tica mujer, la condici6n de Neira es completamente pasiva; á veces siente «como si en torno de su cu erpo crujiesen enaguas.)) Cuando la buena señora, después de regalarle dos niñas gemelas, pasa á m ejor vida, queda el malaventurado viudo á m erced de su prole, en la cual hay ejemplares de toda la variedad de la gamma femenina: mozas casaderas y niñas en lactancia, místicas arrebatadas y linfáticas de pasta flora, chicuelas marisabidill as y agrias solteronas rabiando por mari do; un verdadero ram illete, cuyas flores, h ábilmente combinadas por la autora, dan á conocer, aun al lector menos avisado, las fases principales de la mujer española de la clase media. El cogollito, por decirlo así, del ramo, es Feíta, niña avispada inteligente hasta 10 inverosímil, é
en quien la Sra. Pardo esboza el verdadero ideal de la mujer moderna, tal como 10 entiende la incansable propagandista de la emancipaci6n de la 111 ujer. Con esta tribu femenil, igual en número á la de Jacob, pasa el bueno de N eira el purgatorio en vida. Los arrebatos místico-eróticos de la una, la afición á los trapos de la otra, el mal genio de la mayor de las hermanas y los cuidados que reclaman las más pequeñas, unido todo ello á la escasez de recursos, hacen sufrir la pena negra al bueno de D. Benicio, incapaz de poner en orden y de regir aquella república de hembras. Unico consuelo en estas desventuras, verdadero paño de lágrimas del prolífico viudo, es su vecina, la comandan/a doña Milagros, andaluza mimosa y dicharachera, de quien N eira se prenda con pasión respetu osa, pero intensa, y por la cual pierde el poco j uicio que su mujer primero, y sus hijas después, le habían dejado. Es este de la andaluza uno de los caracteres mejor trazados de la novela. Sus lagoterías, su gracejo y su pintoresco lenguaje, son copia fiel de la realidad. El alma de N eira, acostumbrada á plegarse á toda influencia exterior, acaba por entregarse á discreción ante la insinuante mimosidad de doña Milagros, y, en prueba de cariño sincero, el pobre hombre da á la comandanta 10 más que él pueda dar, sus dos hijas gemelas. Así termina esta novela, parte primera, pr6logo más bien, de las que han de formar el ciclo anunciado. Difícil y más que difícil imposible, es formar juicio de una acci6n truncada en el punto más interesante de ella. La autora no ha hecho más que fijar las premisas de donde ha de derivarse la novela. Mz'lagros es la exposición de un drama interesante; el nudo no hace más que anunciarse, y el desenlace s6lo se entrevé. Pero si el interés es la cualidad más importante de toda exposici6n, fuerza es confesar que se cumple en la obra que acaba de publicar la Sra. Pardo Bazán. Cuando se llega á la última página del Iib10, sentimos deseos de conocer lo que será de N eira. de penetrar en los dobleces del alma de
REVISTA Milagros, y de saber qué suerte cabrá á la exaltada Argos, á la fatua R osa, y, sobre todo, á la inteligente Feíta. A todas estas preguntas del lector, responde la promesa que se encierra en el nombre Ciclo, que aparece al frente del hermoso libro que acabo de leer. H ermoso, sí , por la gallardía de la
A.ZUL
narració n, por 10 verdadero de los caracteres, por 10 bi en pintado de los cuadros y por el co-
nocimiento profundo qu e la autora revela de las intimidades cóm icas, á veces, siem pre dolorosas, de las familias de la clase media, cuya vida puede en cerrarse en el re petido lem a de Quiero )' 110 puedo.
AZUL PALIDO Azul inalterable de cielo; sol de rojas llamaradas; soplo de h ornaza; en el campo, la espiga se abate, desfallece esta pálida rubia; la tierra se agrieta, tiene sed, una sed inmensa. Y arriba, lo azul, lo et ernamente azul , extiende su manto de trasparencia infin ita.- L a lluvia es el ritmo de un himno á la creación ; cada gota de agua es una moneda de oro que cae de lo alto; cuando no llueve, el hogar no tiene pan, el niño no ext rae del seno de la madre la s ávi a de la vi da, y fermenta el crimen en la conciencia. Y el rayo de sol, dardea colérico sobre este herv idero de charca, en donde se agita esa levadu ra de actos sublimes y de actos infames que se llama la humanidad. Mirada de dios im placable, relampagueante de ira, en paroximos de fiebre.- La virtud ó el crimen : mirad en qué poco des can sa todo esto, en un a gota de agua. Cuando el agua cae, entona su monótonamente alegre elegía y allá, dentro de las conciencias parece que se eleva una voz que hace eco al chapoteo del agua: sé bueno, sé bueno!-Y afuera, los hilos esfumados del refrescante licor, cantan en notas de cristal su canción del pan.-Que llueva, Señor, que ll ueva!
á propósito de este A lIgd, que la empresa del Principal nos sirvió noches pasadas.-No valía tal A u/{d la pe na de haber atravesado los mares y, lihre de aranceles, ser lanzado, como artículo de buena calidad, á nuestro mercado nacional , que ya comienza á ser corroido por Pina y Domínguez, el traductor español de este Angel caído.-Esos ángeles no entran jamás en el cielo del arte.
** * acaba de publi car .
Alberto L edu c en bonita edición, su noumelle " M A R IA DEL COXSUELO,Jl premiada en el concurso que abrió el Unioe:..sal . Es una historieta senc illa y triste; un cuen to que es verdad y que no pasa en el país de las hadas, sino en el vall e de las lágrimas . Alberto es de los que escriben t iername n te , con piadosa unción, las vidas de los humildes y de los dese ngañados . M AUl A DEL COXSUELO lleya prend ido al pech o un ramo de pen samientos negros salpica dos de rocío vespertino .. .... [rocío triste!
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E l viernes próx.imo irá al T eatro Arbeu su Majestad la Moda. El Club Dramático Mexicano, formado de j óven es inteligentes, de buen tono, **,;: Ya Ctarin ha señalado los «estimagtoss-s-que dará allí su func ión men sual en buen a compa· dirí a algún discípulo trasnochado de Nordau y ñía: en la de L uisa Martín ez Casado y las simpáde Lombroso-de esta grave dolencia que ha ticas señoritas Adams . ¿Cuál es la obra escog iinvadido al teatro español. Lléganos de allí in- da? Una que h a de ser bell a, porque se llama cosignificancias. como el A nge! Guardián, que la mo vd, lectora: «LOLA.ll ¿Verdad , señorita que prensa de aquell a tierra cubre con los inmode- así se ll ama vd? «(LOLA,ll de En rique Gaspar , una comedia de rados elogios de ga cetillero optimista. Leed, si no , 10 que en periódico que pretende m archar á V ital Aza, autor de. v ital bue n humor, un momucho más; la vanguardia del movimiento literario y cien- nólogo de poeta m exicano, y porque el Club Dramático sabe ser esplénd ido. tífico--la Ilustracion España/a )' A mericanaescribe Don Eduardo Bustillo, crítico, autor dra- L a R evista Azul desea que esté azu l el cielo en mático poeta y quien sabe cuantas cosas más, esa no che .. .... y que se nuble al día siguiente
PetltBleu.
TOMO 1.
l\lÉXICO,
17
DE JUNIO DE
1894.
NUM.
7.
EL BAUTISMO DE LA "REVISTA AZUL" mnñann, que no recuerdo si era hermosa, conversaban dos presidiarios. Uno, era Carlos; otro, yo. Ambos arrastrábamos la misma cadena, la misma bala, por los mismos patios y las mismas galeras del presidio. Cubría nuestras cabezas la tradicional montera verde de 103 forzados franceses. Porque-s-bueno es decirlo-éramos, literalmente hablando, espíritus franceses deportados á tierra americana. Uno y otro-esto es uaturalísimo en los presidiarios-subalternábamos todo al logro de esta idea: la evasión! Yo, el más criminal, porque era el autor de más artículos, -h abíu escalado ya, arañando las paredes y desgarrándome los codos, los salones de los ministros y la plataforma de la Cámara; pero en aquellos mismos sitios se me • recibía con la formal, expresa condición, de que había de volver noche tras noche á mi presidio. Así dejan los alcaides de lo in visible que las almas regresen á la tierra, por muy pocos instantes, previa protesta de que ante ellos han de presentarse, luego que dé el gallo su toque, agudo y triste, de retreta. No, no era fácil evadirnos; no lo es ahora; acaso nunca lo será. Vamos remando en las galeras de la prensa, sin columbrar de cerca. tierra firme; y arrojarse al agua, fuera, sin duda, perecer. Además, no estoy cierto de que en realidad queramos evadirnos. La mancha de tinta que dejó la pluma en nuestros dedos, es indeleble como la e- ....c:¿z
IEIlTA
mancha de lady Macbeth. Que pase sobre ella todo el caudal del océano: la mancha, inalterable, quedará. Amamos nuestra enfermedad, como Alfredo de Musset amaba la suya, cuando Sor Marcelina le servía de enfermera. La amamos por la enfermera, por la benevolencia que aplaude, por la amiga que sonríe, por la esperanza que promete mucho. Amamos lo que Leopardi llama Cagion dileiia d' infi1l'iti alTalllli. Amamos la suave melancolía de nuestros crepúsculos de lahor, la plácida tristeza de poder decir con Carducci, el divino : Passa la nave mia sola trn il pianto De gli alcion per l' acqua procellosa... Mas para conservar II esa enfermera piadosísima, á esa de hábito azul y nívea toca, ti la: que con su cucharilla de metal hace música en la taza de tisana, necesitábamos ponerla casa, rodearla de florcs. A la prensa política, obligatoria y láica, poco va Sor Marcelina. No hay hermanas de la caridad en nuestros hospitales de sangre. y para poner la casa, para adquirir el jardincito, ¡cuánta dificultad y cuánto apuro! ¡Era soñar el ciego que veía! Por eso los presidiarios de birrete verde, enamorados, por supuesto, de Jane Hading, se acordaron de ella y repitieron cierta frase que decía lindamente en Nos Intimes: Un ciel tou: bleu....• tout bleu...... tou: bleu! De aquel ¡azul!..... ¡azul!..... ¡azul!..... dicho en voz baja, nació, batiendo sus ligeras alas, la idea de la REVISTA. CRBYISTA.
Azuu-13
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Una id ea ....! E sta fra se equ iv ale ú esta otra: armas damasquinas ...... y aquí está la casa, de la Una de tantas. Y «una de tantas» se di ce, por lo que no podemos decir á los amigos «esta es casa común , de una perdida. ¡Una id eal. .... [Una idea de ustedes; porque en verdad lo es, y para los soñadores, para los artistas, decir una verdad, perdida! ¡Pobre virgen desnuda y sin amparo! Andaba entonces y anda ahora, felizmente, es un pecado. por las calles de México, como antaño el ilumiDirán muchos qu e AZUL todavía no sirve panado de As is por las ciudades y los campos de ra nada; pero á ello contesto lo que Franklyn dela Umbr ía, un varón bueno y justo, que dice á cía del pr imer Mongolfier : ((¿Para qué sirve eso?» todos los que oirle qu iere n: PAZy Bncx; un hom- Para lo qne sirve un n iño cuan do acab a de nabre que como San J uan de Dios, carga en h om- cer?» bros al enfe rmo in di gente, y como San V icente AZUL n o sabe aú n decir papá . Y aqu í surge el de Pau l rescata á los ni ños cautivos y da ú los conflicto. Cua ndo ya h able ¿ú qu ién deberá, en ex pósitos un padre que está en los cielos y otro ri gor , dar ese nombre? .. .... ¿A n osotros...... á pad re q ue está en la t ierra y que trae á sus h i- Díaz Dufóo ú á mí? Lealmente, creo qu e no . ¿Al jos el n ecesari o pan de cada día. Ese varón j us- Sr. Don Apolinar Cast illo? Bajo m i pa labra creo , t o y magnánimo, levantó In. idea desnuda, In. v is- que SI. ti6,(de azul como queríamos), la puso casa,y cua n do nos retirábamos vergonzosos, creye ndo que Así lo decía yo con toda gravedad , hace och o la criatura era de él, de Apolinar Castillo, 110S din oches en el bautismo de la pequeñ ue la, Quiso j o: reconocedla, es la de ustedes . T odavía, sin embargo , era prec iso qu e herm o- el padrino .. ... . ó padre, que AZUL fuerá rubia .. . • seáram os la habitación de la pequeña, afortuna- y la bautizó con Champngno . Qu iso que las bueda pri ncesita. Y para ello acud im os á los am i- n as hadas se congregaran en torno de la fuente gos p róceres : Manuel F lores nos d ió soberbios bautismal, y reu n ió, para festejar la recién nalien zos de los grandes pintores venecianos; J ua n cida, inteligencias que alto vuelan y gorjeadode Dios Peza.unn virgen de alabastro; Valenzue- ras im aginaciones color de iris. Abrió los ojos la, un bronce magnífico; Urueta, h ermosos cua- por primera vez la criatura en Casa de Oro y viú dros que recuerdan, parla entonación viva de las que la vida era buena. Hoy que entra {L la edad de la rszón , hoy que carnes, la pintura flamenca, y por la elegancia de los trajes, el uerismo parisiense; Urbina, inimita- cumple siete semanas .. . . ¡siete años para una libles porcelanas llenas de golondrinas y de flores; bélula! "Va la color de cielo ú, saludar á tan noble, Tablada, voluptuosos tapices japoneses; Gamboa, tan generoso protector. Hoy le repite 10 que yo elije al term inar mi reliquias de viajes, guardadas en maleta de cuero de Rusia; lrJiCI'ÓS, encantadoras estatuitas y bríndis: «Amigos míos, os invito á brindar por miniaturas deliciosas; Rafael de Zayas, un pai- el que no sólo ha creído en la rub ia AZUL y no saje lleno de luz, lleno de vida; Pepe Bustillos, sólo la ha amado, sino que sueña en vernos arrant iestos de camelias; Balvino Dávalos, trofeos de car del azul infinito estrellas de oro .» á
El Duque J oh.
En ciertos hombres, muy puros en su j uventud y más tarde traicionados cruelmente, se des• pierta una desconfianza de ellos mismos, casi invencible, y este malestar se traduce POI un pudor más femenino que masculino, respecto á las realidades físicas del amor. Es evidente que si nuestros sueños no predicen en modo alguno el porvenir, su significación
no debe pasar inadvertida para el m oralista ni para el médico, que encuentran en ellos datos sobre las porciones inconscientes de nuestro s ér, Algunos hechos comprobados científicamente 10 atestiguan: un hombre sueña que ha sido m ordido en una pierna. Pocos días después, se declara 1111 acceso en esta pierna. La naturaleza animal se había sentido lastimada antes de que n inguna huella exterior revelase esta herida. P. Bourget.
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ONIX A Luis G. Urb ína,
Torvo fraile del templo solitario Que al fulgor de nocturno lampadario O á la pálida luz de las auroras, Desgranas de tus culpas el rosario . -Yo quisiera llorar como tu lloras! Porque la fe en mi pecho solitario Se extingui6 como turbio lampadario Entre la roja luz de las auroras, y mi vida es un fúnebre rosario Más triste que las lágrimas que lloras....... Casto amador de pálida hermosura O torpe amante de sensual impura, Que vas-novio feliz ó amante ciegoLlena el alma de amor ó de amargura, -¡Yo quisiera abrasarme con tu fuego! Porque no me conmueve la hermosura Ni el casto amor, ni la pasión impura, Porque en mi corazón dormido y ciego
Ha pasado un gran soplo de amargura, Que también pudo ser lluvia de fuego! Oh, guerrero, de lírica memoria Que, al asir el laurel de la victoria, Caiste en tierra con el pecho abierto, Para vivir la vida de la Gloria, -¡Yo q,uisiera morir como tú has muerto! Porque al templo sin luz de mi memoria Sus escudos triunfales la victoria No ha llegado á colgar. Porque no ha abierto El relámpago de oro de la Gloria Mi corazón obscurecido y muerto ..... . Fraile, amante, guerrero, yo qu isiera Saber qué obscuro advenimiento espera El amor infinito de mi alma, Si de mi vida en la tediosa calma No hay un Dios, ni un amor, ni una bandera! José J nall Tabla(la.
SALAMMBO A Enrique Pérez Rubio.
acaban de cumplir los treinta años de que la casa Michel Lévy freres-s-casa inmortal en los anales del arte-hizo por vez primera aparecer la ex celsa obra del Maestro. - Gustavo Flaubert, el incurable enfermo de la sublime doleneia sagrada, el herido del dolor supremo, se había como refugiado en aquellas páginas, ansioso de algo más grande que el medio social que le envolvía con sus pestilencias, de las E
que ha hecho Emilio Zolá un himno soberbio, á largos trechos contaminado con la peste del iodoformo y con el olor de la p6lvora. Cuando el atildado crítico Saint Beuve recorri6 aquellas líneas, aquel desfile del color, sondeó lo humano concentrado en el poema, y tuvo como una frase despectiva para el Maestro: es la iWadam e Bovary de Charthago.s-c-No; escribía Flaubert, á raíz del estudio de Saint Beuve; no, Salammbó es hija de Charthago; por sus verlas corre sangre de Hamilcar: ella es de Tannit, como Santa Teresa es de Jesús.
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E sta mística de ensueños vagarosos es, ante todo, el producto de una civilización, de una época ; pero después es el producto de Flaubert. Necesitaba él refugiarse en aquel ideal ; como avergonzado y corrido del mundo que á su lado vivía. Aquel odio, aquel rencor irreconciliable de lo vulgar, aquell a angus tia del burgués, había menester su válvula de seguridad, y Salammbó vino al mundo como una protesta elocuente de las tristezas de aquel espíritu superior, en doloroso contraste con esta vida común y corriente de la lista de la lavandera y de la sopa que se enfría en la m esa. F laubert era un enfermo-ya lo he dicho-un deshauciado, á quien la subli me calentura iba arrebatando fuerzas y alaciando nervios. Soñador de la perfecci6n absoluta, esclavo del color y de la palabra, su nihilismo, como dice Paul Bourget, aparece al final de cada página: es el velo de Tan nit, el zaimp lt de vívidos resplandores, deseado por mucho tiempo, y una vez en posesi6n de él, condenado á muerte, como la poética h eroína del canto cartaginés. Puesto en contact o con aquella raza fuerte, el artista olvida sus resentimientos de todos los días. También él se envuelve en el manto de la Diosa y recita estrofas-s-jcomo él recitaba!-en medio de aquella ola amarga que lo invad e. ¡Qué triste es ver los ídolos de cerca! Flaubert se había aproximado al altar demasiado y descubierto el armazón que sostenía á aquellas fig uras. El legajo de la tontería Iuonana es digno de un Marco Aureli o. De allí se sale con un duchazo. Se pasa revista á much os ídol os pulverizados con una sola frase: [qué triste es asistir á este hundimiento de héroes y semidioses! N o hay un n ombre bien puesto qu e resulte ileso de este naufragio. Ve d: filosofía, moral, religión, ciencia, arte ... . .. t odo sale maltrech o y abollado en este espurgo de, inmortales. Por eso Flaubert había tenido necesidad de purifi ear su obra, porque semejante desquiciamiento de ideales tenía que traer aparejada la reacci6n consiguiente: de aquí, como digo, naci6 Salammbó. Salammbó es la manifestaci6n más acabada del procedimiento de arte empleado por Flaubert, de esta sagrada enfermedad psíquica que lo arrastr6 á la tumba. Flaubert era artista. . .- Pero ps preferible que un amado discípulo del Maestro, otro herido en
toda la pl enitud de su fuerza y de su talento¿no es verdad que ya he citado á Guy de Maupassant?-es preferible, di go, dejar la palabra al hijo amado de aquella ilustre personalidad literariai-e-e'Hay g randes escritores que no han sido nunca artistas. El público yaun la mayor partede los críticos no hacen diferencia entre unos y otros. En el último siglo, por el contrario, el públi co, juez dificil y refinado, ll evaba h asta el extremo este sentido artístico que ha desaparecido. Buscaba el interior de las palabras, penetraba las razones secretas del autor, leía lentamente, sin saltar nada, buscando, después de h aberse penetrado de la fras e, si no h abía nada más que investigar. Porque los espíritus, lentamente prepara dos á las sensaciones li terari as, ex perimentaban la influencia secreta de este poder misterioso que imprime un espíritu en sus obras ...... Las palabras tienen un alma. La mayor parte de los lectores, y aun de los escritores, no les piden más qu e un sen tido. Es preciso dar con esta alma que aparece al contacto de otras palab ras, que resplandece ilum ina ciertos li bros con una lu z desconocida, m uy difícil de hacer brotar. H ay en las combinaciones y en la unión del len guaje escrito por ciertos hombres, toda la evocación de un mundo poético, qu e la multitud no puede percibir n i adivinar» -He aq uí el trabajo del Maestro, llevado al último extre mo en S alaJ1l11lbó, allí como substanciado y formando parte del pensamiento gene ral de la obra, de su idea capital y del proceso científico que ajusta y sostiene la tarea filosófica del n ovelista. La obra debuta-dejadme decir, [señores académicos!-la obra debuta con una gran estrofa de colores: la luz se deshace en rayos, brinca, salta, corretea, ondula, se escapa, gira . E s dificilleer este primer capítulo sin sentirse deslumbrado. Teófilo Gautier hubiera dado cien siufonías en blanco mayor, por aquella veintena de hojas resplandecientes y luminosas, "en que cada línea produce una sensaci ón y cada párrafo evoca una idea. Hilos de matices se entretejen y suben en encaje sutilisimo, dejando ver, á través de la urdimbre, otras líneas y otras transparencias; las armas chocan con efluvios metálicos, el ,vino se escancia en vasos de plata, la pedrería lanza destellos, la cabellera de Salammbñ flot a como pabe1l6n de guerra, los labios se entreabren en é
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besos de pasión, lanzan canciones báquicas, y el lía acaso más la decoración de esta pesadilla de sol de Africa baña con franja de oro aquella co- la vida en los tiempos llamados heroicos, de 10 horte de colores, festín de diablillo tentador, que que vale hoy, entre los burgueses de nuestras hubiera revuelto en infernal manjar la paleta de poblaciones? La estúpida ferocidad de los mercenarios del festín, en los jardines de Hamilcar, MuriIIo, la de Rafael y la de Goya. Estas impresiones de matiz las buscaba el Maes- es menos desoladora, para. un espíritu noble, que tro por una labor continua, aglomerada, por es- la estúpida grosería de los convidados de las bofuerzo paciente, algo así como la formación de das de Bobary? El tonto ascetismo de los monuna estalacmita, al incesante caer de la gota de jes de los primeros siglos, ¿era menos fecundo en agua. A veces, una página representa el trabajo tonterías que el lamentable esce~ticismo de nuesde una semana; una línea, el de muchos días; una tra época? Tales son las 'preg untas á las qne Flaubert palabra, el de muchas horas de tensión palpitante. Contaba las letras de un período, borraba, arroja las páginas de sus dos epopeyas an tiguas, añadía, quitaba; en ocasiones la frase debía tener demostrando por lo que fué, un desprecio tan un determinado número de er res>, un sonido le grande como por lo que es. Como el esqueleto molestaba; era preciso dulcificarlo, evitar la as- del cuadro de Goya, eleva la piedra de su tumperezaj y noches enteras, en el vacío hogar de ba y con su blanco dedo inscribe en su lápida: solterón impenitente, apresado por esta fiebre, ¡Nada! ¡no hay nada! Pero en la obra de arte sí hay mucho fabricaFlaubert consumía fuerzas en su faena de cincelador, de joyero, de filigranista paciente y repo- do por el maestro. Es Salammbó una admirable reconstrucción, sado. No poseyendo como los de Goncourt, el conocimiento del color, la tarea era para él menos no de una ciudad, 110 de un cuadro, sino de un accesible; y por encima de' ella, flotante y casi pueblo, de una civilización, de un estado social. adivinada-porque el autor de «Madame Bova- Las pasiones agrandadas, con la proyección enorry» se obligaba al impersonalismo, «toda obra es me de una época en pleno período épico, son las cond enable si el autor se deja adivinara-s-el in- mismas qu e han movido siempre á la humanivencible, punzante disgusto de una existencia, dad: el mercenario Spendius y el guerrero Matho, que otro novelista contemporáneo, un comenta- parecen inspirados por la misma línea de condor de un medio tristemente dolo roso, ha pre- ducta que muchos ciudadanos con quienes nos guntado si vale la pena de ser vivida.- Gustavo codeamos. Salambó se desprende del cuadro; peFlaubert llegó á la vida literaria cuando el ro- ro S alambó es un símbolo; Salambó es el eterno, manticismo terminaba: los espíritus atravesaban intangible ideal, que puesto en contacto con la aquella vaga, taciturna crisis, que Alfredo de realidad, desfallece y muere. Una repugnancia Musset ha retratado por tan admirable modo en suprema, un disgusto inscudable la aparta de la su prólogo á la «Confesión de un hijo del siglo;» vida, de la vida con todas sus groserías, con toEnrique Reine ya había marcado en su Inter- das sus manchas) con todas sus brutalidades, con mezzo la nueva forma de la aguda enfermedad todas sus aguas pestilentes, sus lodazales y sus que minó á aquella pálida juventud; Chopin ha- miasmas. Moloch abre sus fauces, y ante el albía hecho sollozar al piano: de este inmenso con- tar del terrible ídolo, la mancha de una virgen flicto, de que apenas la ciencia comienza ahora no pesa tanto como la laxitud de la mística al á salvarnos, quedó en el alma de aquella gene- alejarse de la tienda del guerrero. Matho puede ración un profundo cansancio, un supremo des- morir tranquilo: su vida está ya unida por misaliento. ¿Por qué-ha dicho un eminente psicó- terioso hilo á la guardadora del z az"mp h simbólilogo de nuestros días, interpretando la obra de co. Roto el encanto, S alambó no tendrá ya nada Flaubert-por qué es la ley común de las cria- que la detenga en el mundo: perece, sin un sat uras humanas que el placer se encuentre siem- cudimiento, con un leve aleteo de pájaro, despre en desproporción con el deseo? ¿Por qué toda pués de presenciar el suplicio de aquel que por alma ardiente es víctima de un espejismo que la ella ha hecho el regalo de su existencia y que persuade á creer que puede por sí misma procu- aun tiene una suprema mirada de amor, al caer rarse un éxtasis continuo? Y, por otra parte, ¿va- para no levantarse más.
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Tiene esta ópera un atrezzo tal, concentra el feroz Moloch! ¡Uué himnos de luz! i~ue suaviescenario tan hermosas perspectivas, que, como dad de matices! La fatigosa, perseguida tarea antes dije, es difícil no sentirse deslumbrado an- del Maestro, está realizada: nunca, de libro alte el vertiginoso desfile de tono: [qu é bello rayo guno, se ha . elevado música semejante: SalambO de luna se proyecta sobre Carthago, la noche en es u n supremo canto de incomparable harmonía; que Matho penetra en la ciudad y asalta el tem- es la única obra en qu e los matices vibran. Poplo, enardecido de pasi6n y presa del delirio! dría decirse del libro que es una grandiosa pági¡C6mo irrad ia luces aquella trágica fuga prote- na musical en que las notas se hallan represengida por el sagrado m anto de la Diosa! ¡qué cua- tadas p'or colores.-¡Tal es S
LA LECTURA DE LA HISTORIA prueba de que todo es convencional en el mundo, nos ·la ofrece la hi storia misma. ... No hay crimen ni delito qu e 110 tengan en ella explicaci6n y precedentes. Pero el caso es que han sido castigados 6 han quedado impunes, según las circunstancias y la posici6n de los culpables. Supongamos un gran criminal reincidente y detenido (por casualidad), que comparece ante un tribunal. E l ac usado es un hombre de cuarenta años y de fisonomía vulgar, que revela el sinnúmero de crímenes que ha perpetrado. El presidente le pregunta: - ¿C6mo se llama usted? - J osé León, -¿De d6nde es usted? - De todas partes. -Veo que ha re cibido usted una educación detestable. -No he recibido ninguna. Lo poco que sé 10 he aprendido yo mismo. -¿Y d6nde ha encontrado usted los ejemplares de los espantosos crímenes que ha cometido? - E n .un libro que robé en una librería. -¡.C6m? se titulaba ese libro? -Las Bellezas de la Historia. -Citado á comparecer ante el juez de paz por una cuestión con su casero, se presentó usted con una mujer de malas costumbres, fi la que A
tuvo la audacia de desnudar en pl ena audiencIa. -Había leido que Friné empleó en otros tiempos este medio, y esperaba que me produjese idénticos resultados. -Pero ese no es más que un detalle que s610 recuerdo para dar á los señores j urados una idea de la inmoralidad de usted. Pasemos á los hechos de la acusaci6n. El 12 de Febrero de 1~90 entr6 usted en una casa aislada y dió muerte á toda una familia, compuesta del ab uelo, del marido, de la m ujer y de tres hijos. -Eran protestantes y creí obrar bien al imitar á Carlos IX, á Catalina de M édic is y á Luis XIV, que no fueron perseguidos. . - Después cogió usted un haz de le ña, ató á un poste á una pobre criada que defendía á sus amos, encendió la hoguera y quemó viva á la infeliz sirviente. - Creí obrar con aquella hereje como un distinguido prelado con la doncella de Orleaus. - A los pocos meses, litigaba usted con uno de sus primos acerca de una herencia. Llevó usted á su adversario á un edificio aisl ado, y allí 10 hizo asesinar por dos vaqueros. -Había leído que el rey Enrique III procecedió así con el duque de Guisa. -Habiendo usted nacido en la religi6n .católica y deseando casarse con la vi uda de un ri co comerciante, abjuró su fe para h acerse judío. - . Enrique VI ha dico que bi en valía París
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una misa, y yo creo que mi israelita bien valía una abjuración. -¿No es cierto que tenía usted un hijo natural, habido con una costurera de Montmartre? -SÍ, señor; 10 confieso. -Deseoso de eliminar todo obstáculo á su matrimonio, se libertó usted de su hijo á puñaladas. -Le condené antes á muerte de un modo formal, imitando la conducta de Pedro el Grande, cuyo ejemplo me pareció excelente. Advertiré á los señores jurados que mi hijo se llamaba Alejo, como el czar. -Después envenenó usted á casi todos sus parientes. -Alejandro IV me inspir61a idea, puesto que deseaba yo agrupar en una sola varias fortunas diseminadas.
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-Es usted nn hombre de malas costumbres. -No lo niego. -Concibió usted una pasión por la mujer de un cochero y envió usted al marido á provincias á pretexto de realizar unas compras. -Luis XIV desterró también á Mr. de ~,fon tespan. -En una palabra, ¡ha perpetrado usted todo género de crímenes! -Me faltan todavía algunos; pero los que he cometido me los ha inspirado la Historia. Enrique VIII fué viudo de siete reinas, mató dos cardenales, diecinueve obispos, trece presbíteros, quinientos priores, sesenta y un canónigos. Confieso que no me he considerado jamás á la altura de Enrique VIII. Inútil es consignar que José León fué condenado á muerte por unanimidad. A.nreliauo Seho)).
Cromos Españoles UNA MA.JA.
UN TORERO
Muerden su pelo negro, sedoso y rizo, Los dientes nacarados de alta peineta, y surge de sus dedos la castañeta Cual mariposa negra de entre el granizo.
Tez morena encendida por la navaja, Pecho alzado de eunuco, talle que aprieta, Verde faja de seda, bajo chaqueta Fulgurante de oro cual rica alhaja.
Pañolón de Manila, fondo pajizo, Que á su talle ondulente firme sujeta, Echa reflejos de ambar, rosa y violeta Moldeando de sus carnes todo el hechizo.
Como víbora negra que un muro baja y á mitad del camino se enrosca quieta, Aparece en su nuca fina coleta Trenzada por los dedos de amante maja.
Cual tímidas palomas, por el follaje, Asoman sus chapines bajo su traje, Hecho de blondas negras y verde raso.
Mientras aguarda oculto tras un escaño y cubierta la espada con rojo paño, Que, mugiendo á la arena se lance el toro,
y al choque de las copas de manzanilla
Riman con los tacones la seguidilla, Perfumes enervantes dejando al paso.
Sueña en trocar la plaza febricitante En púrpureo torrente de sangre humeante, Donde quiebre el ocaso sus flechas de oro.
Juliáu del <:88.".
¿Tener un consuelo? Las gentes de nuestros climas tienen el trabajo, la sociedad y la literatura; añadid en las clases bajas el alcohol. El al-
cohol es la literatura del pueblo; en el Oriente: el opio. La ciencia es un suicidio lento y conseiente, H. A.. Tatue.
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¡EL CAMPANERO! 1
mi desarrapado cuartucho de soltero, en mi inválido catre, sobre mi duro colchón , (más duro entonces que nunca), padecia el insomnio más terrible de mi vida. Estaba mi cerebro como las zarzas: cuajado de espinas. No había pensamiento que no me punzara horriblemente. Ya me volteo, ya me siento, ya me estiro, ya me encojo acurrucándome; ya me cubro la cabeza con las ropas, ya arrojo éstas lejos de mí, porque tengo calor insoportable y millares de cosquilleos irritantes m e desesperan; enciendo luz, fumo, salto de la cama y me paseo como demente; vuelvo á acostarme, me arropo de nuevo: ligeros calosfríos m e estremecen; procuro olvidar; me esfuerzo en convencerme de que pudiera tener paliativos mi crítica situaci6n ¡nada! . El consuelo no podía tomarlo sino en pildorillas homeopáticas de acci6n ineficaz. -re¿Qué hará Don Tranquilino? ..... Que me vi6, es indudable. Creo que Francisco, el mozo, todavía no le abría el zaguán, cuando yo salté por la ventana, casi empujado por Candidita. Segun> que vi6! No debo forjarme ilusiones. ¿Y el balazote que oí á poco, al correr como liebre por la calzada, á pesar de haberme torcido (¡ay, cómo me duele!) este maldito pie, por el salto que dí?. .... Contra mí dispar6 D. Tranquilino; pues ¿contra quién otro había de haber disparado su remington? Por manera que mañana tenemos danza trági ca. La merezco por zoquete y por meterme en calaveradas que no convienen. ¿Quién me manda? . .... Pero ya ¿qu é remedio? Ni escaparme podría: Don Tranquilino me va a coger tempranito. A estas h oras, ¿á d6nde voy? . Cojo, sin un centavo... .... .. inmediatamente me atraparían. ¿Y si no me hubiese visto? '¡Quién quita!. ........ El miedo quizá me ha preocupado más de 10 justo. Sin embargo, el balazo, balazo fué, y rebalazo; no hay que engañarme: no entraba todavía Don T ranquilino cuando yo salté N
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¡Qué tonto! Si me espero un momento-¡un momentito nada más!-para que él hubiera entrado, ¡zas!...... al suelo y listo. Eran ya las nueve y med ia. .la quinta de Don Tranquilino no tiene vecinos; nadie hubiera notado Candidita tuvo la culpa, por impaciente. Yo bien le decía quedo, quedito, y sin despegar la vista del zaguán: - reTodavía no, todavía no; deja que entre..... «Pero ella me aconsejaba así, con palabras que se atropellaban : - «(Saltas y corres; te escurres por entre las yerbas y coges la calzada iJesús!. ¡Jesús mil veces!. ..... anda, anda, por Dios!» y me empuj6, me empuj6. Creo que ella me empuj6. La verdad no estoy seguro si fué ella. Pero me empujaron: lo sentí. A no ser que se me hubiese figurado Lo cierto es qu e yo quería salir más pronto. ¡Como flecha! ¡Qué barbaridad ! Me he lucido! ¿C6mo se le fu é á ocurrir á Don Tranquilino volver tan pronto? Había asegurado qu e tardaría tres días lo menos, porque algunas diligencias de juzgado le ib an á retener en San Miguel.. .... ¡Si habrá siN o es difícil. [También do plan del viejo! ella con imprudencias y más imprudencias, y yo, francamente, sin poderla resistir, nos entregamos; es clarol. Mi susto, pues, era natural. Me ahogaba casi el amargor de la angustia. Suposiciones iban y suposiciones venían por el campo de la imaginaci6n, como correos que se cruzan para anunciar fatales nuevas; y mientras más me convencía de que era inevitable un desenlace funesto, más secas sentía mis fauces y más me apretaban ciertos agudos dolores de vientre, que tenían consecuencias que son para dichas. ¿Y Candidita? ¿Qué le habría ocurrido? ¿Don Tranquilino c6mo no había de haber notado en ella turbaciones muy sospechosas? ¿Se desmayaría, tan afecta á desmayarse, sobre todo, cuando en los albores de n uestra pasi6n se hallaba, por acoso, j unto á mí? ¡Si el balazo se 10 habría disparado á ell a! .
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A la postre,, la fat iga de la agitación empez6 á rendi rm e. A las im ágenes lúgubres, se sucedieron las que surgen al recuerdo del amor. Toda aq uella historia, desde sus comienzos, fué rumiada por m i memoria. [Cuántos y cuán hondos suspiros se me escaparon con dolorosa espontaneidad! El pecado es hermoso. La luz de la virtud, encendida por severas abstracciones, palidece cuando nos -magnctiza la te ntación. El pecado que naturaleza engendra, nos seduce y enloquece si es pequeña y sedosa la mano que nos acaricia, si asoma para encendernos, á ojos que nos miran tiernos, una alma apasionada, y si... .. . pero ¿para qué recordar deliquios que no volverán? Ha muerto ya Candidita, y no debo escarbar donde ella du erme en brazos más amantes que los míos. Digo qu e me iba rindiendo la febril excitación de quc era presa. N o me dormí precisamente: qu ed é aletargado. Parecióme que la cabeza se me desprendía del tronco, y que mi espíritu se escapaba, evaporándose cual líquido sujeto á elevada temperatura. Al empezar á sumergirse en aquel sopor 6 letargo, una idea negra fluctuaba como el último náufrago en la superficie de mi conciencia: eeque al amanecer, Don 'I'ranquilino me caería, matándome como á can rabioso.» Este pensamiento era el que estaba mejor asido á la tabla de la vigi lia. Si se hundió al cabo, dejó huella en mi mente.
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II
Dormido 6 aletargado, me aconteció lo que era lógico: soñar como un febricitante. Corría, en sueños, por la calzada, á todo correr. El miedo me aguijaba. Don Tranquilino me perseguía, hecho una furia; á las veces hacía alto, tendía su rifle y ¡pum! ¡Qué certera puntería! Al primer disparo me hería en un pie. Me lo destroz6: me dolía horriblemente. Al segundo me traspas6 el coraz6n, penetrando la bala por la espalda y abriendo un hueco por donde la sangre saltaba á borbotones y la vida se me había de salir sin duda. Pero (milagros de los sueños) no me moría; sólo agonizaba angustiosamente. Y, sin embargo, el pavor me forzaba á la defensa. Don Tranquilino venía ya muy cerca y la calzada no tenía fin. E l terror me urgía. Te-
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nía yo también arma; me detuve, desangrándome y desfall eciendo; dí la cara á mi adversario, preparé, apunté, y ¡fuego!.. .... . . La bala-¡qué desesperaci6n!-salía pausadamente de la boca del arma iba á tocar con suavidad el rostro de Don Trauquilino, resbalando por él como gota de sudor. Hasta el trueno del disparo semejaba apenas el ch asquido de un látigo pequeño. ¡Qué situación tan horrible! Podría haber mentido mi revolver y por eso seguí disparando aprisa, aprisa, con ansia indescriptible; pero igual efecto producían los otros proyectiles. Don Tranquilino me dió alcance. La lucha, cuerpo á cuerpo, fué espantosa. Toda mi vida, todas mis fuerzas y mi maña, se condensaron en aquel tremendo minuto de combate. ¡¡Me mató!! Pero yo, cadáver sang riento, desde la otra vida veía á Don Tranquilino. Recuerdo que abría un ojo poco á poquito, para espiar á mi asesino que se marchaba, y procuré permanecer qui eto, inmóvil enteramente. ¡No fuera él á tornar y á creer que no me había muerto! Perdí luego la conciencia de mí mismo, pero no tardé en recobrarla. Entonces otra vez me encontré en la calzada. Ahora me inquietaba la soled ad, la muda soledad que me envolvía. Nada ni nadie daban señales de vida. Los árboles que bordeaban el camino, puestos en correcta formación, me parecían hileras de ti esos esqueletos. Ha de haber sido de noche; una noche profunda en que todo callaba. Vagamente presentí un lance peligroso. ¿Qué sería? El frío del recelo culebreaba por mi nuca causándome molestos estremecimientcs. De pronto corrió por la calzada helado vientecill o y un bramido lejano me sacudió y me hizo saltar: á mi espalda, á gran distancia, avanzaba 11n toro con velocidad de locomotora. Tal vez con más. Muy luego su masa fué enorme á mi vista. Por entre la nube de polvo que levantaba en su C~. rrera, distinguíanse dos ojazos encendidos como bocas de horno, que me miraban de manera feroz. A los costados de la calz ada se abrían anchos y profundos fosos. , N o me quedaba, pues, más recurso que torear. ¡Animo! Tomé mi abrigo y me preparé á sacarle vueltas á la fiera. El toro acometió y milagrosamente no me corne6. Tuve que valerme sólo de la ligereza de mis piés, puesto que el bravo bruto me seguía á mí, «cortándome el terreno» en mis giros rapidié
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si mas, en mis vueltas y revueltas, en mis carreras y quiebros. Su persecuci6n tenía m ucho de inteligente, á no dudarlo; sus acometidas no eran ciegas, sino intencionales y calculad as. ¿Quién era el animal? E l animal era Don Tranquilino, y no otro; Don Tranquilino, que me embestía con brioso furor. «[Si tuviera yo alasls-cdije. Pues me nacieron alas. Me las di óel último esfuerzo) al impulso de angustia suprema. Boté como pelota y conseguí elevarme dos metros sobre el su elo. Al principio volaba con torpeza. Temía caerme, por no sopo rtar mi propio peso; pero poco á poco me rem onté hasta la altura del vértigo. ¡Me escapé del toro! ¡Qué me h abía de escapar! Escrito estaba que lo prodigi oso se había de empeñar en dar alas aun á los toros para que yo sufriera lo que no he sufrido jamás. Asciendo, desciendo, giro con v iolencia de remolino; h iendo los aires con ligereza de golondrina; pe ro mi tenaz perseguidor posee res istencia inacabable, me sigue á todas partes. Si me paro en la última y débil ramilla del árbol más alto, el toro está al pie del tronco, m irándome y ejercie ndo en mí el poder de atracci ón de la serpiente. Estoy fat igado; no recobro aún alientos y ya es forzoso descender y vola r de n uevo: la rama en que me poso se doblega bla nda y no me resiste. Ya muy temprano, cuando las estrellas parpadean para dormir y por las cumbres orientales se asoma curiosa una tenue claridad, rendido de cansancio llegué á uri campanario. Me h abía transformado en murciélago. Dentro de la campana mayor me oculté cuidadosamente extendiendo mis alas en las paredes del bronce. [La paz era conmigo! Mis zozobras, al parecer, iban á terminar. No obstante, había aún que resolver un problema difícil : si salgo de aquí-pensabael toro me ve; y si me quedo, como no tarda el toque de alba, me van á matar á golpes de badajo. N o podía, pues, ser completa mi tranquilidad. Preferí quedarme: no quería) en absoluto, ver ya más á Don Tranquilino, bajo ninguna forma. La h ora del Angelus ll eg6: una tosecilla seca y pasos sonoros en el caracol de la torre percibí claramente. El campanero subía. «Si me descubre-dije-me mata, como repugnante murciélago que soy; y si nO J puede caberme en suerte un badajazo, y el resultado es idéntico. JI
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Pronto lleg6 cerca de mí el hombre encargado de la elevadísima .funci ón de tocar las campanas. ¡Qué ve o!.. .... . ¡Cielo santo....... el campanero era Don Tranquilino en persona! Quise volar, pero mi s alas estaban adheridas fuertemente al frío metal en que me había refugiado. El campanero m e r econoci ó.c-sq.Anda, anda, miserable! Me las vas á pagar todas juntas. ¿Conque creías escaparte, eh? Morirás aplastado como vil alimaña que eres. T e concedí generosa y leal amistad, te abrí mi casa como si hubieses sido un hombre h on rado) y tú pen etraste en ell a cual ladr6n, para robarme lo mejor y m ás caro que te nía. (<¡Qué gozo el mío! En mi poder estás. H oy t oco el alba hasta despertar á las mismas piedras; voy á repicar como si fuese día de gTan fiesta; solo, sin testigos, he de apurar mi placer de venganza hasta volverte tortilla. Después te arrojaré desde esta altura. ¡Ya te en contrarán al pie de la torre los chicuelos vagabundos que van tí j ugar cruelmente contigo hasta que, hastiados de la algazara que formen, echarán tus despreciables despojos en cl borde de cualquier horni ig uero!» Dijo) y asió la cuerda que pendía del badajo. N uevo impulso mío para desprenderme; pero in úti l. E l badajo empezó á oscilar pausadamente, como péndulo que estaba marcando los últimos instantes de mi vida. Don Tranquilino los prolongaba con inicua crueldad)saboreando la amarg ura intensa que me daba á beb er. [Ay, qué gol pes tan infi¡T6n, t ón, t6n!. nitamente dolorosos!. ..
nI Pero no eran en la campana, sino en la puerta de mi habitaci6n . N o cabía duda: llamaban. Habían sido tales las campanadas sufridas, que intent é salvarme del martirio. La sacudida fue tan vigorosa, que reventaron todos m is músculos y quedé descoyuntado........ y despierto bruscamente. En efecto, tocaban. F ácil es figurarse el sobresalto que se apoderó de mí. ¿Qu ién llama, ? ?. con na 1'S'1 D on - ¿'Q U1' é n es. gnt voz insegura. - Señ or, respondió Candelaria, m i criado: que lo buscan á usté dizque de parte de una señora. -Ah, (Candidita me manda algún aviso) pues é
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ya voy luego; que esperen; no, que pase, mejor, inmediatamente. Abrí la puerta y volví á meterme en la cama. -Pase usté, por aquí-decía Candelaria. El enviado se plantó ante mí. Vi le con estu¡el campanero! ¡Don T ranqu ilipor: era no! en carne y h ueso humanos, real y verdadero! (Muerto soy, pensé.) E l espanto me dejó m udo y me abrió desmesurad am en te los ojos. Don Tranquilino me contempló brevísimo momento y exclamó así: 'H bre .'J e, j.e,.je, I I'Vaya una cara de -10m estúpido! Je, j e, je, .... .. Mi presencia le ha causado el efecto de un rayo. ¿Qué pasa? ¿Está malo ó qu é... ..? Ya presumía que le iba á sorprender el ve rme por aquí; pero no es para tanto, amigo. N o crea qne vengo á robar. Por nada se desmaya vd., como la delicadita de mi mujer. Encargue magnesia, vístase, tómesela y vámonos. T engo que llevarle como preso; así me 10 encargaron. Procuré disimular mi emoción, y tartamudee algunas frases. El aspecto de Don Tranquilino no era para infundir temor. Él prosiguió así: -Ah í ti ene que vengo de parte de Cándida para que almuerce con nosotros hoy. «[Pobre muchacho!-me dijo!-tráetelo; que esté aquí por última; ya ves qué fino es con nosotros.» ¿No sabe vd. que mañana nos vamos?.. .. .. Pues sí: decididamente. Figúrese que hay ladrones por el rumbo. Si de casualidad no llego anoche, no sé qué hnbiera sucedido. Al entrar me pareci6 que un hombre había saltado por la ventana. Voyme á ver á Cándida; la encuentro cuando le iba á dar el p atatles; le pregunto qué pasa. «[U n hombre , un hombre que salió por ahil» Ella estaba por allá adentro al tocar yo el zaguán. Sali ó, dice, con intención de asomarse para ver si acaso era yo quien llamaba; y al entrar en la recá mara, nota qne brinca un hombre hacia
fuera. Asegura que grit6: ¡ladrones, ladrones! Podrá ser; pero la verdad nada oí. Francisco y yo salimos pronto en persecuci6n del asaltante que no sé por dónde se fué . Disparé al aire, porqu e 10 que es elladr6n ...... illi sus iu ces/» ¿Y qué cree vd. que nos hallamos en la ventana?.... Una pistola de Smith, Se conoce que el bandido no ha de ser un band ido cualquiera. Así es que nos va mos . ¿Qué le parece á vd?» ¿Qu é me había de parecer? Que realmente, á mí, el ladr6n, se me había caído el rev6lver al saltar por la ventana. -Dice Cándida que si vd. va por allá anoche, de seguro nadie se atreve á penetrar en la casa. Pero ella, sola, tímida como es, se meti6 á las piezas interiores, luego que anocheci6, dejando imprudentemente abierta la ventana de la recámara. Conque 10 dicho, dicho: vá monos á almorzar :» No fui; no quise ir; me resistí con tenacidad. Candidita me inspiraba ya repulsi6n. Había estado á punto de que la indigestión de «la fruta del cercado ajeno» me costase la vida. Además, D. Tranquilino me causaba daño con su presencia. Era preciso haber sido un bruto y un malvado para no padecer ante un hombre como aquél, tan lleno de bondad y tan candoroso. Dije que me era imposible dar un paso. «Al cortarme una uña en un pie, me había sangrado, sobreviniendo fuerte inflainación. e-c-jf'uidadito, me dijo: una uña suele costar una pierna! No los volví á ver. Han muerto. Hoy qu e de las brasas de mis pasiones s6lo me resta la ceniza que blanquea mis cabellos, pienso con amarga tristeza en las almas buenas, en las gentes sencillas y confiadas, y m e molesta aún el escozor de la culpa. Suelo, todavía, soñar á D. 'I'mnquilino; pero ya no es la fiera que m e acosa ni el campanero que me aplasta: es una alma que perdona.
No so encuentra un hombre que quiera volver vivir su vida. Apenas se encuentra una muj er que quiera volver á vivir sus dieciocho años. Esto juzga la vida.
preciso preferir de una m an era natural los lienzos á los paisaj es y los dulces á las frutas .
á
J. A.. Castill6 n.
Las muertes repen tinas de las j óven es, h acen pen sar en asesinatos de la Muerte. Para od iar verdaderamente á la naturaleza, es
E. Y J. de Goneourt.
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ACUARELAS. L L U E V E Todo el día est uvieron las nubes bebiendo en el río. La tormenta, esa gigan te disforme, cuyos senos están hechos de dos montañas nevadas, que respira huracanes, suda lluvias, estornuda granizos, empezó tt desceñ irse las gasas de húmeda niebla con qu e se engalana , las cuales, flotando en la atmósfera, env olvieron los ca mpanarios de la lejana vill a , y se dejaron aguj erear por las doradas y ya pr ietas espigas de los sembrados, á los que abrumaron con su peso. La sedi enta tierra bebió el agua por las bocas de más de cien grietas que se habrían en los paraj es secos y polvorientos. Gotas cr istalinas caen con violen cia y suenan musicalm ente al batir las hojas de los clav eles y al pu lsar, con m il manos de vidrio, el teclado maravilloso formando en la copa de aqu el pl átano, cada una de cuyas hojas es una nota, todas armónicamente combinadas . ¡Q,ué músicos son esos que bajo el plá tano se han escondi do! ¡Flau tistas alados , murga graciosa de los bosqu es, h erederos del caram illo de Pan! [Demágogos de la armonía, ej ecutan una música imposible, ri éndose á pico batiente de cuan to j Pero ahora callan, y pudo idear Beethov en revo lv iendo las plumas del nido, bu scan allí el calor de la felicidad matri monial. Ese nido, ocul-
to bajo el inmenso plátano, pu nto donde el amor se refugia, huyendo del paisaje mojado, parece y puede ser , y acaso será , la hostería donde á la nacho se pose Cupido, que , debajo de un paraguas de aguador, va de camino para las Ventas del Dcsenga'ño . Ll ena de agua la rosa, inclina al suelo su triste frente y muere entregando al aire todo su patrimonio : un suspiro de perfume. El horizonte está rayado por mil líneas de cristal. El espac io se con vierte en animada germinación de in sectillos de vidrio y como al caer en tierra estallan , diríase que su misión , cual la de los mártires , está redu cida á morir. A lo lejos, el correo cruza la áspera senda . ¡Es un vi ejo caballe ro en una ven erable mula, qu e lleva sobre las ancas una bota, y , en la grupa, la balija de cartas del amor : detrás la alegría, delante el desengaño! ¡Y un muchacho que salió ú cojor grillos , con las man os vacías dentro de las faltri qu eras de su pobre pantalón de li en zo, calado el somb rero de tosca paja, empapada en agu a la bl onda y descuidada cabellera, que arroja chorros como la de un tritón, va por el cam po, triste y apesadumbrado, pensando en los pájaros sin nido, en los pastores sin choza y en los hij os siri madre! J. Odega l'I u lli Ha .
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cho, trepada por las volutas de la hiedra: El poeta virgen, sacerdote y pastor, sobre la verde gra11 •• • , • • • • • • • ." • ••• • • y cabe el muro de tu humilde cabaña, en flores rica, mliL recostado, sueña. De las grutas se zaf an foruna. lat ina diosa solitaria mas blancas y brillantes como la nieve de Zemt u casto amor con su blancura indica." poala, ninfas de .in maculados cuellos y húmedas JUSTO SIERRA. cabelleras deshechas. En sus cuerpos hay luz de Febo salp ica el bosque de átomos luminosos. luna y sombra de hojas. Casi son lirios; casi son E l claro río se t uerce, elegante, balanceando los hostias. Al borbollón de la fuente pura se enlaDe puntillas sobre la trémula carrizales. En el bosque, fuentes musgosas aba- zan, giran nicadas por pabellones de verdura; grupos de ti- hier ba llega junto á su Virgilio la solícita Flérilos cuajados de flor; palomares dormidos; bajo la r ida, de ojos rasgados de color de cielo, dulce como copa de los sabinos, humea la choza de calado te- el tomillo Hibleo , cándida como el cisne y la rosa .
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Colibrí, cervatilla, uuipo de inocencia. Lleva un porfiristc, apagado en el rincón de la boca: bigocesto colmado ele narcisos y un j arrón de recien te de eléctricas púas; ojos de Juno (véase Homeordeñada leche . Contempla á su cantor con una ro,) soñolientos. La Duqucea Job, envuelta en sesonrisa pura, como el orto de las auroras; le aca- das y li stones- cantárida , bibelot, girón de arcoricia la frente con el ala de un beso ideal.. .... .. iris, torbellino de gracias y coqueterías- atraEntre los alheñas huye y se pierde la ronda de viesa la calle . Al pasar un charco de agua, lleva ninfas ......... El poeta tórnase ú la cándida ami- á su falda los eñguantados dedos, dedos que con ¡cuaga y esplende en sus ojos intensos una mirada garbo y desgarro levantan el telón drito de opereta! un pie, uu choclo negro de deltranquila de poesía. gada punta y una pantorrilla agil , cubierta por una media color de frambu esa . En el instante de "Oh! delicioso espectáculo brincar, mira de soslayo al poeta, que de soslaen t odo país del mundo , un yo la mira : sonríen sus di entes parejos como las pié al extremo de una pícrcuentas de un rosario de marfil, guiña los ojuena, y un a pi erna al extremo los maliciosos, y retoza una picardía entre los ele un pié !" hilos de seda de sus pestañas. El poeta se retuern", GO NCOURT, La calle de Plateros. Domingo . Medio día . ce nervioso las lucientes guías del bigote, y en Grupos , carruaj es.. .... En una esquina, el poeta: sus ojos de Juno, chispea una mirada borracha pantalón claro, levita negra cou un clavel rojo de poesía. en el ojal; narigudo, algo más que narigudo; un
Jesíls Ul'ueta.
NUTAS DE ARTE! Mirtos y Margaritas~ POESIll.S DE ENRIqUE FERNA..NDEZ GRANADOS
peq ueñin está coquetamen te ata- de raza pura, pulcras y limpias, así en el induN I ' ·nu' mento como en el espíritu. Con cierta sencillez, v .íad o. Chi iits.... o lagals do, ni le recibáis con estrepitosas con cierto aire cándido, no sé si fingido ó verdaexclamaciones. Es un poco tími- dero, muestran muy á las claras su lejano y alto do, y, á pesar del lujo de su traje abolengo. y á semejanza de la Hermosa Durmiente que y de la belleza infantil de su rostro, huye de 'la luz que deslum- por luengos años repos6, presa de sopor mágico, bra y del encomio que ruboriza. en la alcoba azul de su palacio encantado, ellas, Es el tercer libro de Fernández hechizadas aún, duermen soñando en pastores Granados, la recopilación de sus dos primeros, y griegos y campiñas virgilianas, hasta tanto que á semejanza de éstos, no gusta de que las m ulti- el Amor, el príncipe rendido, no se arrodille en tudes 10 manoseen y trasieguen, y, fino arist6- el escabel rojo y las despierte con sus cantos de crata, s6lo se deja ver, por cortas ediciones, en trovador y sus ternezas de enamorado. las blancas manos de las mujeres y en la mesa Es cierto; Fernández Granados no es el poeta de trabajo de los poetas. Las poesías de Fernán- de nuestra vida; no canta los dolores íntimos, las dez Granados tienen la altivez artística y desde- alegrías verdaderas, los éxtasis de las esperazas, ñan el aplauso plebeyo. Son, además, ' cortesanas las inqnietudes de las dudas. Sns estrofas no alíenL
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tan con las palpitaciones de un corazón; no manan sa ngre como una herida abier ta; no se conv ierten en sollozos cuando se agita en el espírit u el ale teo de la pe na oculta; no se deshacen en lágrimas ante el recuerdo de la dicha muerta; no son las rítmicas palab ras de una pasión honda y sentida, no son los alaridos del combate en esta ruda lucha de la existencia. La Poesía de clásica sere nidad, con taminada de un arcaismo áti co, siempre nobl e, severa, reposada como una estátua, es _el ideal de Fernández.Granados. Su musa, que se conm ueve profundam ente delante del admirable espectácul o de la Natura leza, no deja mostrar su emoción, ni con un movimiento de arrebato ni con un grito de g ozo. E sa musa alada , que v uela siempre en busca de inspiracion es á las dulces églogas de V irgilio, á las odas ll enas de tran quila voluptuosidad de Anakre ón, á los yambos lucientes de Tibulo, á las amorosas invocacion es de Ovidio, no toca n unca, ni con la fimbria de su veste inmaculada, el fango de la vida. Vive con los dioses, y baja del Olimpo por un florido sendero, tan solo cuando la ll aman Dafnis y Cloe desde la apacible coli na , donde, á la sombra de un abeto, m iran sestear el disem inado rebaño . La li ra de marfil, de la que cuelgan g uirnaldas de rosas frescas, tiene tambi én la áurea cuerda que acompaña el cántico de l amor, un amor tierno, suavemente impreg nado de lúbricas esencias; un amor que admira la carne marmórea, la línea inviolada, el m ati z lechoso y suave , y que se pone de h inojos ante las des n udeces vi rginales. Fern ández Granados, en «Mirtos» sobre todo, es un soñador hel énico que imi ta con admirable sinceridad á los grandes maestros. Su «Vino de L esbo s,» es un deli cioso néctar que el poeta nos da á beber en cincelada crátera de oro. Lelia sonrí e, al oír la armoniosa cadencia de la oda, y, al terminar, ab re los brazos para recibir al inspirado cantor. Sobre estos «Mir tos» susurran las abejas del Himeto. ¡Ay! pero ese su surro no nos aleg ra ya , á los huraños encarcelados de la vida que en la húmeda sombra de nuestrcs calabozos, acurrucados en el lecho de pied ra, junto 'al ne gro mendrugo y el cántaro pringoso, recitamos nuestras plegarias extravagantes, con incrustaciones de blasfemias, y pensamos en la evasión, mient ras la páli da ráfaga del sol moribundo-la últi-
nia ala del día-n os habl a del cielo desde la estrecha claraboya. Allá.afuera, y muy lejos, está lo que perdimos y no volvere mos á ver: la montaña az ul, el tendido llano, la selva florecida, los cármen es de eterna primavera, en que el poeta cortó los m irtos ci ue nos a rroja á través de las rej as para derramar fragan cias 'h elénicas en la obscuridad de nuestro cucierro!
*** Ya en «Margaritas» el cantor ha mezclado una gota de acíbar en la mi el hi blea de sus ende ch as. A un aparece por allí Laura, quien S i al prado sale por flores E l prado le rinde tantas, Que de sus p iés es alfombra Por dond e qui era que pasa. Las mariposas la sig uen, Las avecillas le cantan, Los céfiros la rodean y de perfumes la bañan. Aún el poeta ,:¡ide besos á cambio de ros as; aún describe n ú biles h ermosuras; aún brinda por Amor, abrazado tí. L esbia, y describe Primave ras esple nde ntes, rubi as A uroras y flores empapadas de rocío; pero ya sue na, en m edio de la dulce melodía una nota extraña, que qui ere imitar un gemido; ya en la delicada av ena se desliza, entre el aire pastoril, una ento nación elegIaca. N o obstante, F ernán G rana, 110 puede-ya lo dije-cantar el dolor. Es t ierno nada más, á la manera antigua, extasiando su alma en la contemplación de la ¡'Water Na tn ra , blanda, cariñosa, compasiva, qu~ imparta consuelos y cubre todos los som bríos y tristes mi sterios de la Creación con el magnífico velo de la Belleza. ¡Qué resignación tan apacible, tan cándida; qué idea de la muerte tan halagadora, asaltan al poeta en los cementerios y j un to á las t umbas! Oid le: Arde el volcán y en púrpura descuella, Mientras al reino de Plutón se lanza E l astro-rey , y surge en lontananza Lirio de luz la vespe rtina estrella. Envuelta en som bras , misteriosa y bella, L a dulce noch e sobre el campo avanza; Y, sonriendo en plácida bonanza La blanca luna en el zafir destella.
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tierra; todo 10 que el poeta acaba de expresar puede ser pueril, pero siempre engendra la emoción esté tica y produce el inevitable atractivo de 10 bello. Casi todos los versos de Fernández Granados son deliciosos, muy particularmente aquellos en y en el mismo libro ele «Margaritas,» y frente los cuales hay reminiscencias de los grandes por frente de este hermoso soneto, se lee una poetas castellanos, su vez imitadores de los latinos y griegos. silva en asonantes que dice: No creo que el traductor de Stecchetti y el En la tranquila margen del arroyo parafraseador de Carducci estén á la misma al que cruza la floresta, tura que el imitador de Horacio. y en su cristal retrata El gran romántico italiano Stecchetti, es libre, el cielo azul como tus ojos, Delia; atrevido y, á las veces, rudo. Canta dolores muy donde trasciende oculta profundos, muy verdaderos, y por eso sus versos la virginal violeta, tienen ásperas imprecaciones, frases amargas, y y el lirio surge, y la purpúrea rosa, palabras de una ironía desgarradora. En cada llama de amor, entre las flores reina; cstrota suya palpita un corazón lacerado. á la sombra apacible del naranjo En mi con cepto, Fernández Granados le traque de nieve cubrió la primavera; du ce si n comprenderlo bien, sin penetrar de lledonde murmura el aura no en aquella alma sombría, en aquel oceano de de sus amores la canción más tierna; infinita tristeza. -á la luz misteriosa ele la luna Sin embargo, en esas traducciones se revela enterrarás mi cucrpo cuando muera. Fernández Granados, un consumado artista. Doy no con flébil llanto, mina la forma. Esto tiene un mérito indiscutivayas, bien mío, :í humedecer mi huesa, ble. ni abrazada :í mi cruz turbes mi sueño Pero yo admiro mucho más al cantor de Laucon inútiles quejas . ra, al efebo que bebe vino de Lesbos en la boca Un beso de tus libios de Lesbia, al poeta que describe ninfas desnudas sobre mi losa funeraria deja; y cuenta escenas pastoriles, y pinta campos priy soñaré feliz con tu cariño maverales y horizontes risueños. . en el tierno regazo ele la tierra A ese, todos los amantes de 10 bello, le pediEn la época presente, este modo de invocar á mos que vuelva á ofrecernos otro ramillete de el recuerdo de la amada; esta certidumbre de flores tan fres cas, tan bien olientes, tan lozanas, inmortalidad que anima todo pensamiento de como éstas de (Mir tos y Margaritas. » muerte; estas suaves caricias demandadas á la Luis G. Urbiua. Doblan su cáliz las silvestres flores Que ornan la tumba esbelta y blanquecina Do reposa el mortal, ya sin temores. Mudo sauz su cabellera inclina y el ruiseñor, que llora sus amores, Tiende su vuelo hacia la cruz, y trina!
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AZUL PALIDO N o éramos siete, como en las estrofas de Wordsworth; éramos poco más de una veintena los que nos agrupábamos al rededor de aquella mesa del comedor de la Maiso1Z Dorée: Manuel Flores, Rafael de Zayas Enríquez, J . A. Castillón, Adalberto A. Esteva, Alfonso Rodríguez, Francisco G. C6smes, Jesús E . Valenzuela, Jesús Urueta, Luis G. Urbina, Angel de Campo,
Federico Gamboa, José M. Bustillos, Balbino Dávalos, José Juan Tablada, Rosendo Pineda, Aurelio Harta, Jesús Contreras, Lázaro Pavía, Adrián Castillo, Salvador Outiérrez Nájera y los propietarios de la R evista Azul.-Se tratabaacaba de decírtelo ¡oh, tú mi curioso espíritu femenino! Manuel Gutiérrez Nájera-se trataba de hacer caer las aguas del bautismo sobre la
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rubia cabecita de esta a dorada pequeña nuestra, de oj os col or de ci el o; y el padrino, Don Ap olinar Castillo, había querido reunir en torno de aqu ella cuna áIas buenas hadas q ue presidieron á su nacimiento.-La h abía él estrech ado a morosamente entre sus brazos, h abía acarici ad o los ri zos de oro pálido de sus cabell os y habíala die cho: serás joven , serás h ermosa !.. . . . . y nosotros, todos, asománd on os al limpio cristal de sus ojos; habíamos di cho: se rás más q11C todo eso: serás buena como el que te hizo dar los primeros pasos en la vida; serás buen a como el que te am6 an tes de qu e rompieras tu capullo de crisá lida ; serás buena como el. Y nuestra a dorada pequeñ a de cabell os de oro páli do y ojos color de ci elo, asomaba á su b oca u na sonrisa de am or, mientras S11 mi rada nos decí a : Seré buen a ! Seré buena!
**;,: y no; yo n o po dría repetiros aquell os brindis ; la frase sincera, facil, del S r. Cas tillo, q ue va de r echa al corazón ; la en tonada de Chucho Uruet a l la di sciplinada p alabra de Man uel F lores; 1::1 acerada n ota de R osendo Pineda; el ex pont áneo, fresco /nim or de llf icrús/ la palpitante estrofa de José Juan Tablada, que n os leyó su Onix; todos estos ecos revoloteando en tropel, acuden por fragmentos á los re cuerdos de aquell a noche az u l, com pletam en te azul.
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Se ll am ará «Melod ías y c óleras,» y h ab rá el brioso poeta h echo as omar ú aqu ellas páginas la altiva m usadesusestrofas .-Salvador Díaz Mi rón forjaba, en silencio, la obra; a lgunos íntimos le habían oído r ecitar fragmentos d e su «Bruno;» pero ese impaci ente eterno que se ll ama el p úblico, esperaba, ú la pu erta de l cast illo, la recia
silueta del g ue rrero alzarse y avanzar resu eltam ente, haci end o resonar lns pi ezas de su armadura.c-T'ero no se nbría aquell a puerta, ni In, son ora trompa de gue rra hací a escuch ar el vibrante eco en lo alto d el almenado muro. No se desm oranaba, empero; la fortaleza , ni el se ñor de ella hnh ín dejado nlaciar sus n ervi os ú las ca ric ias del esté r il ociq .-Un dí a , baj óse el puente levadizo, y el castellano, osado y fu erte, se lunz ó vali entem ente (L la p el en. - L leva su estan darte : «Melo días y cóleras. » ~
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N ue st ro buen respetable mata su aburrim iento en la zarzuelu. e-e-El ten or Bnrrcra s ig ne s ien do el h éroe d e la decorada cas a de los h exmanos Arcaraz. E l viejo repertor io esp a ñol h a hecho su apar ición se m i-t ri un fal en aquel esce n a r io . En la sem ana pasada, desfilaron p or allí algunas d oce n as de Lepes y u n a buena p uñnda de L eonores . Con música son ba stante ngradnbles estos gent iles-h om br es y estas dam as que arrastran la coln y los en decas íl abos .- L a otra n acho ví u n a za rzuela de Barbieri-i-un r eci én desaparecido . Sin li breto, m e h ubiera g us ta do má s aqu ella mú si ca , u n po co inocenton a , p ero airosa y bien conservada al t ravés de sus urrugus .c-No coq ue tea , como su hija la zar zuela m oderna; es de buena fe , sensata; hay que cree rla bajo p a labra d e h onor; tiene candideces que n o h acen son re ír , y , á veces también , cu an do pretende lucir su ingenio, hay qu e poner mu cha buena voluntad por vuestra p arte .-De todos m odo s, hasta que venga Robert Stagno-i-compañia de ópGl~a contratada por Alba-Barrera es el vencedor. En: esta de · preciació n de los m etales, los tenores son los ú n icos q ue conservan i n al terables el metal de la voz.
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LA REVISTA A ZUL APARECERA TODOS LOS DmIINGOS .-PRECIO DE SUBSCRIPCION MENSUAL Ü. 5. NUMERO SUELTO, 1.2 y MEDIO CS .-PARA TODO PEDIDO, DIRIGIRSE A LA ADMINISTRACION, RR.TA S DE I. A ~ONCEPC IOX xuxr. 7 y A LA DEI. «PARTIDO LIBERAL .ll-APARTADO DEI, CORREO NUl\f.3Ü9 "
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HABIENDOSE AGOTA DO E L NUME RO T, P A1{T I c rPA MOS Á LAS .P E RSON AS I NTERESADAS EN OBTENERLO, QUE MUY PRONTO H AREMOS UNA R ETMP"R ESrON, ESPERA NDO SOLO' Á Q UE CESEN LOS PEDIDOS, PARA ATEND ERLOS D EBIDAM ENT E. ·
'1'OMO I.
MÉXICO,
24 DE JUNIO DE 1894.
NUM.
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LA REDOMA ENCANTADA o hace
aun dos meses murió en Francia Brown Sequard, el RES'fAUHADOR, el REJUVEXEc xnon , el alquimista en cuvas redomas encantadas movíase, trasformada en jugo orgánico, la esperanza del débil y el anciano; y he aquí que ~ tras el insigne fisiologista, tra s el sucesor de Paul Bert en la Academia de Cienc ias, aparece un discípulo, M. Alberto Rovin , prometiendo salud y fuerza y vida. 1\1. llovin-dice un per-iódico-e-declara en Memoria pros mtada á la Academia de Medicina de París, que todos los preparados de Brown Sequard ti enen siempre, como base esencial, un compnesto químico llamado fosfoglicerato de sosa, cuyos elementos son, cual indica su nombre, fósforo, glicerina y sosa. Según M. Rov in , ese compuesto se encuentra en estado natural en el sistema nervioso, del que es alimento favorito. y cuando la destrucción celular se efectúa rápidamente, el fosfoglicerato se eli mina en proporciones excesivas. Sentados como premisas estos hechos, se explica que la inyección de fosfoglicerato en el organismo, pueda ayudar á fortalecer y reconstituir el sistema nervioso. u
Cuando alguno de estos modernos alquimistas pasa pregonando su flamante droga, pienso en rehacer la famosa escena en que Fausto pide la juventud. Mas bien dicho, pienso en hacerla al , reveso
El sabio químico, convertido en Mefistófeles, va de casa en casa diciendo á todos los ancianos: ¿quereis que os dé hjuventud?-Cae la tarde. El tal, con la majestad de un rey que abdica, desgarra su manto de púrpura, y con hábito talar de parda estameña se refugia en el claustro .... desaparece en los obscurecidos límites del Poniente. El viejo doctor Fausto, sin luz ya para leer, cierra el infolio, y mira con tristeza, desde la ventana abierta, el júbilo de los pájaros que regresan á sus nidos . Pasa el sabio alquimista voceando: Vida! "Y j J uven tudl u ...... ¡VI a.... ¿Q" uien compra......Fausto le ve pasar y no le llama. ¡Juventud!. .. ¡Vida!. .. ¿Para qué? ... La vida tiene una disculpa, tiene un mérito: no quitarnos mucho el tiempo; hacer muy cortas sus visitas. Es una mujer que siempre está de prisa, siempre queriéndose ir, como si temiera que alguien la sorprendiese en nuestros brazos. Querer detenerla por fuerza, asir la falda de su vestido, cerrarle la puerta, sería terrible despotismo. Dejad que cumpla su destino, que vaya á encender nuevas lámparas, que arda en otras venas, que sacuda otros nervios, que inflame otros espíritus. ¿Para qué quereis la juventud artificial, oh viejos? La juventud es hermosa porque la juventud es el desconocimiento de la realidad y porque es el entusiasmo. El joven ama porque no sabe lo que ama. Es bello ser joven; pero ser joven después de haber sido viejo!. .... ¡qué ironíal Dios da la vida para que amemos una vez...... acaso más ...... y para que veamos que la muerte es buena. Poco importa que la ciencia haga CRBVISTA
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correr, por las secas arterias, nueva sangre: ¿logrará remozarnos el alma, 1101Tar de nuestra memoria lo que ya hemos aprendido, devolvernos la fé, la confianza ciega, el entusiasmo? La juventud en cuerpo viejo y alma vi eja , ya es inutil. No podreis volver ií amar, como no pod éis volver á nacer . En vuestra sangre, caldeada por misterioso filtro , renacerán las ansias del deseo. P ero, ¿ele que os servirá sentir la pasión sensual si ya no la in spir áis? De ser escarnio de las júvenes hermosas que se irán siempre con los mozos qu e hace Dios, dejando {t los qu e la ciencia recompone. No sereis vi ejos ni ser éis muchachos . A mí estos pretendidos inventos, me parecen profanación de la vejez. Son sueños de vi ejo lib idinoso ¡Cómo!....... .. ¿Quieren arrancarnos esta cosa santa que se llama la an cianidad? El anciano es augusto cuando sabe ser an cian o, cuando ha sabido ser padre, cuando sabe ser abuelo. ¿,Para que dese áis que brillen sus ojos con la llama de la concupiscencia, si má s resplandecen con la serena luz de la inmortalidad? Es bueno y es herm oso que haya canas, como cs bueno y es hermoso que haya nieves en las cimas. E s poética la puesta del sol, como es poéti ca su aparición . Nosotros, ya hombres, queremos que nuestros padres sean viejos para apoyarlos, para sostenerlos. No queremos qu e sean como nuestros hermanos ó como nuestros camaradas, ¡Triste de aquel que no conozca la poesía de la ancian idad!......... Ab rid paso y descubríos! El que se acerca está en el anoch ecer ele la vida. Vuelve del trabajo y va á qu e Dios le pague su jornal. Suen a el Angelus. É l reza. Los muchachos le besan lamano. E n el hogar honrado le aguarda el sueño reparador. Dejad qu e siga su camino y qu e descanse .
Ya él ha amado . Ya ha sufrido. No disputa un lugar en el festín de la ex istencia: apuró ya la sopa, y se levan ta . No quiere embriagarse. Amó ; y ahora á los demás les d ice: amad ! Es algo más hondamente amado que el amante: es el padre . Es algo más blanco que el padre: es el abuelo. Es algo más alto que el abuelo: es el patriarca . Tiene acá seres queridos que le detienen : pero también ti ene n.1 1fL arriba seres qu eridos qHe le llaman. Contento, pasa la antorcha de la vida á otras manos . Es venerable porque ha cumplido como bu eno su tarea . Dejad qu e ese h ijo vaya á besar la frente do la madre; dejad que ese esposo vaya ú los brazos de la esposa: esposa y madre le aguardan en el atrio de la iglesia, bajo las cruces que el cariño ornó de flores. Apoyadle: se siente bi en el alma cuando el cue rpo sirve de báculo ú un anciano. Que haya aurora s y qn e haya cre p úscu los . El día es h ermoso por sus fl ores y la noche es h ermosa por sus astros . No mutileis la bell eza. Que h aya rizos blondos y cabezas canas . ¿Qu iéu querrá volver (t la juventud , desposeído de ilu siones y con la pesada carga de la experien cia'? 1..J0 q uerr á el libidinoso, el sen sual, el egoista ...... Y ese, ¿qué falta hace? El anciano quiere ser an ciano. Es glor ioso decir:-Ya amé ...... y ya no he de amar .-La juventud de él es la juventud de sus hijos . No renuncia ú la grandeza de la au cianidud, á la bl an cura suprema. Es el emperador «de la barba flcrida,» el San to vivo.. .. . .. ..
Hay un peligro en estos amores basados ú nicamente en 10 romántico, y en los que la m ujer ha cedido á la admiración intelectual 6 á la piedad sentimental : llega siempre una hora en que esta admiraci6n se fati ga, por ia costumbre, en que esta piedad se enerva por la satisfrcci6n.
tra salud. Sufrimos mucho tiempo antes de que nos haya mos sentido enfermos.
Sucede con nuestro carácter como con nues-
*** Descubre, buena cienc ia, el elíx ir que prolongue la vi da de nuestros padres, y no el que les devu elva la juventud : ya no la quieren.
El D u q ue Job.
La pri me ra señal y el espej ismo más singular del decrecimiento de una pasi6n, sin que nos demos cuenta, es que acusamos á los que amamos me nos de que ya no nos aman tanto. P. B o u r g e t.
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DE lOS "TROFEOS" I.OS
Como neb lís que huyen los páramos natales, cansada de orgullosa m iseria y de ruina, turba de aventureros á Palos se encamina, y al mar, ebria de ensueños heroicos y brutales. Las naves van en busca del rey de los metales que oculta de Cipango la fabulosa mina, y sns entenas blancas el viento alicio inclina del misterioso mundo de ocaso en los umbrales. Mientras de noche esperan las épicas auroras, las olas de los trópicos fosfóreas y sonoras de un espej ismo mágico bordan sus sueños de oro; ó ante las carabelas volando á las conquistas, del [ando del oceano surgen en almo coro, sobre ignorados cielos estrellas nunca v istas.
EN I.AS ltION'I.'AÑAS DIVINAS.
¡Azules hielos, pi cos de mármol gris, granitos, soplo del ventisquero que al pirenáico seno arranca y tu erce y qu ema el trigo y el centeno; selvas llenas de nidos y de ecos infin itos! ¡Sordas cavernas, valles que antaño los proscritos buscaban, de la regla servil rompiendo el freno, y disputando al águila y al lobo su terreno; lagos, torrentes, negros abismos, sed benditos! Huyendo de la ergástula y la ciudad altiva aquí el esclavo Géminus alzó un ara votiva á los sagrados montes, de libertad seguro. Yo en estas cimas claras, mientras mi pecho vibre, oir creeré en el aire inmaculado y puro, sonar el eco inmenso de un grito de hombre libre .
BA.NCO DE CORA.L.
El sol bajo del agua alumbra [extraña aurora! la selva de abisinios corales caprichosos, que mezcla, en los abismos de sus calientes fosos, el animal prolifero y la viviente'flora.
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De cuanto la sal tiñe ó el iodo negro dora, musgos, algas, anémonas, erizos espinosos, con la sombría púrpura de adornos suntuosos la pálida madrépora del fondo se colora. De su esmaltada escama velando el fuego puro, navega un pez enorme entre el ramaje oscuro, bajo el cristal inmóvil, del banco por la falda; pero, de un golpe brusco, su aleta incandescente temblar hace en la ola azul y trasparente un súbito relá mpago de nacar y esmeralda. PAHIS .- .José María (l e Heredia. M ÉX ICO .
1894.- .J u s t o Sierra.
ESBOZO.
EL SAINETE ESPANoL la feliz España de «pan y toros» no nos quedan otros cuadros que los tapices de Gaya y el teatro de Don Ramón de la Cruz. Uno y otro no crearon: tomaron de la realidad las líneas y las lanzaron al público. El d ibujo era un poco tosco, pero el colorido de maestro. Gracias á ellos, se conservan la manola y el majo , el chispero y el petimetre. Goya limpiaba su pincel en el lienzo, y sus brochazos, en qu e parecía revelarse el humor hipocondriaco del pintor de Carlos IV, se trasformaban en copias de caracteres. Detrás del embozo de un a capa, deli neada en cuatro razgos, se veían brillar los ojos del majo del Dos de Mayo. Un aban ico ocultaba la irónica sonrisa de la inanola . Para Gaya no había en la paleta más que colores chillones. Era la protesta del ar te contra una sociedad que perdía poco á poco su caracter nacional, que se afrancesaba. El pintor derramaba su bilis en la paleta, y el pincel rasgaba las figuras . Cruz era más apacible: su pluma no hería con el sarcasmo; era una sátira finísima , que zumbaE
ba dulcemente en los oídos. Los sainetes de Don Ramón de la Cruz hay que verlos con microscopio, mu y cerca; los cuadros de Goya con cristales de reducción, á larga di stancia. Si Goyu hubiera escrito para el teatro, habría llenado el escenario de grandes rasgos, habría sido efectista; intentaría tocar la fibra épica, llenaría el tablado de manchas de sangre; si Cruz hubiera pintado, habría sido miniaturista. Pero para fo tografiar los elementos de un medio, ahí están ambos . Pérez Galdós debe haberse inspirado en ellos para escribir sus Episodios Nacionales. El sainete de D. Ramón de la Cruz, no es el moderno leoer d l L ruleau; no es de nuestros postres escén icos; el sainete de Cruz es el bosqu ejo de un cuadro real, hecho en cuatro plumadas, con tal iuerza de verdad que no deja lugar á duda. Hoy que andamos á caza de documentos humanos, que nos place reconocer en el escenario al amigo que acabamos de abandonar hace un momento, el teatro del sainetero español merece un lugar predilecto en nuestras impresiones de arte. Hay quienes imaginan que el sainete de Cruz, es un bodegón ahumado, en donde entran y salen los representantes de las últimas capas socia-
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les, embozados en otras últimas capas naturales. jo, el pueblo del 2 de Mayo, con sus riñas de en-Don Ramón de la Cruz es, para éstos, el poeta crucijada y sus amores de callejuela, sus campahambrón que escala el templo del arte, vestido ñas de barrio, sus pedreas al aire libre, sus sopas de sopista, con la cuchara atravesada en el som- en los conventos, sus plazas de toros, sus verbebrero de medio queso; sus personajes son miem- nas, sus maromas de plazuela y sus corrales, en bros de la pandilla, compadres y aventureros de donde languidecían Calderón y Lope. Cruz tomó la gran fiesta de los hampones de Notre Dame 6 su bien en donde lo encontró. como los que inmortalizó el lápiz de Callot. El teatro español contemporáneo, visiblemenPero Cruz no es eso: Cruz es el historiador del te enfermo, necesita mucho Don Ramón de la único medio que conoce. La época no ofrecía otra Cruz, es decir, necesita mucha verdad y mucha fuente de pureza, no había más que ese rayo de franqueza, para mejorarse. Es el único sano trasol en que calentarse, según la expresión de un tamiento que habrá de devolverle la salud á ese crítico del sainetero español. Arriba el clacisismo pobre anémico. frío y rígido como una estatua de marmol; aba(Jarlos Díaz DuCóo.
CUENTOS ESCOGIDOS.
LA ESCALERA GEORGES (JOURTELINES
Es uno de los pocos literatos contemporáneos que aun saben reír con risa franca. La mayor parte de sus cuentos son verdaderas farsas que no dicen nada, que no enseñan nada, que no prueban nada, pero que hacen reír. Y ese mérito no es uno de los menos apreciables. Tenemos tantos fi16sofos que nos hacen llorar, tenemos tantos poetas que nos inquietan, tenemos tantos dramaturgos que nos dan lecciones de moral, que un cuentista gracioso, como Courtelines y como Allais, es un verdadero tesoro. Sus carcajadas alegres inconscientes, suelen rejuvenecer nuestro cerebro. Bendigamos, pues, á los que aun saben imitar la carcajada de Rabelais y desconfiemos de los que ríen como Voltaire. «La escalera» flor de gracia empapada de lágrimas, es una excepci6n en la obra de Courtelines. é
E. G.
CARRILO.
Lo que es mi tío-eomenz6 á decirme el loco de La Brigue-era un viejo tonto, pero muy buen hombre por 10 demás; y, en cuanto á mi tía, también era una vieja miserable, bromista como no hay dos.
Ambos vivían en Puy-I'Évéque, hondonada lúgubre del Veudómois. Su casa, que no tenía sino dos pisos, estaba situada en un extremo del pueblo, á dos pasos de las antiguas fortificaciones. Esa vivienda en donde no se oía, desde la mañana hasta la noche, sino el ruido de sus querellas, había sido heredada por mi tío de su buen padre, quien la había heredado del suyo, el cual, á su vez, la tenía del bisabuelo de mi tío y así hasta 10 infinito. Desde tiempos inmemoriales el inmueble iba pasando de generaci6n en generaci6n, como el paquete de naipes que los jugadores de bacarat van haciendo pasar de mano en mano. Cada uno de los propietarios habíalo restaurado, según el gusto de la época, bien por el techo bien por el cimiento j pero todos habían olvidado alguna parte, dejándolo siempre con una pata en el aire y con la mitad atrasada de medio siglo respecto á la otra mitad, obligándolo así á representar un papel ridículo y singularmente dudoso. Su aspecto era el de un personaje que hubiese vestido sus piernas con el pantaloncillo acañonado del
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gran siglo y su talle con la levita vulgar de un lechuguino contemporáneo. Entre los cuatro muros de esa casa de Yanot, vivían pues, corno el perro y el gato, mis buenos tíos. Animados el uno contra el otro por una antipatía tan profunda como instintiva, que se había ido acentuando lentamente durante los treinta y cinco años de existencia común, provincial, formidablemente imbécil y desprovista de todo objetivo, bastaba que uno de ell os expusiese una manera de pensar para que el otro expusiese la manera diametra1men te opuesta. ¿Por qué? ¡Vaya usted á saberlo! Por cualquier cosa , por nada, por mero placer. por la razón que tuvo Caussade para matar á Latournelle.... Lo cierto es que ambos estaban hechos para exasperarse mutuamente, pues mientras ell a era roma, agria, agresiva, él era sarcást ico, desdeñoso, amigo de los alzamie ntos de h ombros y de los sile ncios insultan tes. E~ necesario decir que si la casa de mis tíos dejab a mucho que desear en su parte exte rior, tampoco en punto á comodidades era perfecta, aunqu e s: bastan te bie n hecha, después de todo, para aquel par de imbéciles que en con traban motivos de disputa en la necesidad sorprendente y en la extraña imprevisión con que sus habitaciones estaban arregladas. E l dormitorio, situado en el piso segundo, comunicaba con el comedor, sit uado en el primer piso, por medio de un corredorcillo, estrech o como las indianas de á pese ta y largo como un día sin pan, en el fond o del cual se encuentra una escalera, no m enos absurda pero sí más peligrosa, que hacía pensar por 10 obscura y t orcida en el alma de un usurero. Como era muy difícil subir por ahí sin romperse bonitamente la cab eza, ocurri6se1e u na vez á mi señora tía hablar de la necesidad de remediar aquello, coustr uyendo una escalera humanamente practicable para unir las dos piezas. Mi tío se quedó anonadado ante la g ran deza de aquella idea; por lo cual creyó necesario proclamar en alta voz la ...... inepcia del plan, circunstancia que~ naturalmente, decidió á mi tía á ejecutar en el acto su proyecto. Depositaria de los fondos comun es, llamó en seguida á un carpintero y á un albañ il, quienes acabaron el trabajo, ay udados por sus aprendices) en poco más de una sem an a. Mi tío h abía mirado á los obre-
ros silbando y fumando su pipa. Cuando se quedó solo con su mujer, no pudo menos que decirla: - Ahora ya debes estar contenta de tu obra . ¡Admirable escalera, en realidad.... y elegante .. y decorativa.... y cómoda!.... En todo caso yo no he de pasar nunca por ell a. Mi tía, que no esperab a aquello, se puso pálida y preguntó á su marido: -¿Tú no pasarás nunca por esa escalera? -Ya lo creo que no-respondió mi Ho.-En toda mi vida.-¿Y por qué no?--volvi ó á preguntar mi tía. Á lo que mi tío réspondió: -Porque n o se m e da la gana. , , E l sonreía contento de SI. E lla, atolondra da, se callaba. Al fin dijo viole nta mente: - E so ya es dem asiado. ¡Caramba!..... Pero te juro que h as de pasar por ell a. - y yo-respo ndió el otro con seguridad y con calma-te juro que no h e de pasar. Y así se acabó la di scusi ón. D urante tres días mi tío sigu ió saboreando el placer de su triun fo; pero el domingo, cuando fu é á soli citar los sete n ta y cinco céntimos con que mi tía le g ratificaba semanalmente, en vista de sus pequeñas necesidades, ésta tomó su desquit e declarando que ya no h abía di ne ro para los imbécil es obstinados. Una cochinada ¡caramba !.... E l tío tuvo intencio nes de apal earl a, de golpearla, pero tuvo también la fu erza de contenerse, de hacerse el indiferente, de poner buen a cara y aun de silb ar entre di entes u n ai recillo alegre. Luego, siguiendo su costumbre domin ical, salió después del almuerzo, sin un real en el bolsillo, para vagar durante cuat ro h oras por las calles, bajo una lluvia terrible. P or la n oche vclvió á su casa moj ado h asta los huesos y afe ctando el li gero balanceo de cuerpo y la pesadez de lengua de los hombres que h an bebido un poco.... h istorias que él inventaba para hacer creer á su mitad que los «imb éciles obstinados » contaban fuera de casa con más de un am igo capaz de brindarles algunas copas. Y esa comedia grotesca siguió representandose todos los domingos. L os dos c ónyuges habían hecho de la terquedad u na cuestión de honor, y ni uno n i otro cejaban. l uego dejaron de ha-
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blarse, dejaron ele conocerse.- Durmiendo juntos á la manera ele dos extraños que la suerte reuniera en el mismo lecho de una posada cosmopolita, y marchando con orgullo cada uno por «su escalera,» á las horas de comer, sentían desenvolverse en sus almas los sentimientos furiosos irreconciliables del odio. Un día, al bajar por su camino-por «el suyo» -mi tío dió un mal paso.... Y cayendo ruidosamente en aquella obscuridad de cueva, donde quedó boca arriba como un lechoncillo, se rompió una pata. Mi tía, como era natural, corri6.... ¿Para socorrerlo?.... No; para mostrarle su alegría,-alegría inmensa. Sus primeras palabras fueron sorprendentes: -¡Veinte francos! Si me hubiesen dado veinte francos no estaría tan satisfecha!.... -¡Vieja sin vergüenza!-grit6 mi tío indignado-vieja bandida! vieja maldita!... ... No hay idea de mujer tan monstruosal., .. Pero á ella le importaba poco todo eso. Su alegría era tal que, sofocada y resollando como un fuelle, no podía ya sino mostrar con el dedo la nuez de su garganta, para hacer ver que las palabras no querían salir, por el estrangulamiento de su goce! ¡Ah! mujer encantadora que supo decidirse al fin á mandar llamar á un médico! El cual recomend6, después de colocar el primer aparato, una tranquilidad absoluta para el enfermo. Naturalmente aquello era pedir un imposible. El enfermo alz6 los hombros y tir6 sobre sus ojos la sábana-como César tiró en otro tiempo el lienzo de su toga y esperó bravamente la muerte. La tranquilidad había desaparecido por completo del alma de mi tío, cuyo seno llevaría en adelante una llaga igual á la que lleva el Rin alemán desde que Condé triunfador supo desgarrar su verde manto.... La rotura de la pierna no valía nada en realidad; el verdadero mal había nacido en su corazón, al mismo tiempo que sus pantalones se rompieron en los bordes de aquellas gradas, 11enas de grietas, de lCSU escalera.» En tanto mi tia, que era una mujer fuerte y conocedora del alma h umana, se puso á cuidar al enfermo, en vez de celebrar su victoria á son de cornetas. Sabiendo que hay ocasiones en que la humildad sabia del vencedor es un golpe de é
hierro candente en las heridas del vencido, no quiso manchar con una palabra equívoca, ni con una alusión agria, ni con una mirada maliciosa, el brillo inmaculado de su triunfo. Durante los once días que mi tío guardó el lecho, ella no olvidó un solo minuto su papel. La expresión de su rostro tenía, sin embargo, algo de radiante, y la sonrisa enigmática, incrustada en las comisuras de sus labios, era bastante terrible para que su atroz ironía persiguiese al enfermo hasta penetrar con puntas de fuego en la medula de sus huesos. Para formarse una idea vaga del estado moral de mi tío, es necesario figurarse el martirio de un hombre convertido en pelota de «alfileres Jeanne l'Ouvriére,» por la influencia de un genio malévolo. Cada una de aquellas tazas de tila que mi tía azucaraba al lado de su lecho, con afectaciones corteses y con delicadezas odiosas de enemigo convencido de la superiori.lad ele 511 fuerza; eran para él una herida mortal. En tales circunstancias, pues, más hubiese valido que el enfermo escupiese en su pierna estropeada rogando á Dios que helase sobre ella. Una mañana, la fiebre, con su cortejo endemoniado de delirios, vino á agravar su estado. El pobre hombre discurría como una mujer borracha, diciendo «que su mitad se entretenía haciéndolo cocer á fuego lento, después de haberlo desollado vivo; que ella había puesto cuatro lamparillas encendidas en los cuatro extremos de su mesa de noche, en señal de alegría, y que luego había hecho fuegos artificiales en todas las habitaciones para celebrar su muerte" ...... Tonterías, en fin, tonterías enormes; todo un 14 de julio encerrado en un cerebro enfermo de Prudhomme sin honra ...... «Eso tiene que acabar por una catástrofes-s-dijo algunoj-i-y en realidad, después de representar la comedia delante de la gente, durante treinta y seis horas, mi tío cerr6 los ojos y devolvi6 el alma...... En seguida lleg6lo que llega siempre en esas ocasiones: un ordenador de pompas fúnebres, seguido de una cuadrilla de enterradores, los cuales pusieron á mi tío en su caj6n de pino y se 10 echaron á la espalda gritando: «[Arriba!» . y ya sonaban en la noche profunda del corredor los zapatos Ilenos de clavos de esas buenas gentes, cuyos sombreros galoneados y cuyas espaldas
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azules de pizarra se perdían en la obscuridad, cuando mi tía, interviniendo dulcemente, les indic6 con el dedo la otra escalera, «la suya, » la que ella había construido, la que su marido no podía ver, y les dij o: -Ustedes se equivocan de camino. Es por . aquí por dond e se baja
y luego, mientras, puesta de codos sobre la
baranda con las mandihnlasapretadas, seguía con interés el descenso perpendicular y vacilante de su difunto, la buena mujer murmur6: - Ya te h abí a yo jurado que algún día pasarías por allí .
NUPCIAS MI5TICAS. AI-J ESPIRITIJ DE ELLA (MAN USCRITO DE
H mi pálida Dolorosa ! La última noche de n uestros amores terrenales vestías de blanco, y entre los encajes que velaban tu seno, prendíase, como mariposa fatídica, un moño de terciopelo negro. Estabas sentada en el taburete del piano y tu falda caía sobre la alfombra en una ondulaci6n de pliegues nivosos. Tus dedos distraídos evocaban á veces del alma armoniosa del teclado, parvadas crepusculares de fug itivas notas . .. Me acerqué de puntillas y desperté tu ensuefío con un beso . Fijando en mí tu m irada de adios, profunda en su agonía y circuida por la amoratada lividez de las ojeras, atendías á mi voz que te h ablaba de 10 3 venerados recuerdos: danzas rítmicas de idilio bajo las enramadas opulentas, tibios claros de luna en el mar infinito, siestas indolentes abanicadas por las frondas tropicales, azules confidencias de amor tupidas de estrellas cintilantes, vuelos seráficos de las almas hácia el cielo inmortal! . Oh, mi pálida Dolorosa! te dev oró m i amor, te arrojaste á la pira sagrada. .. ... ... Que terrible combusti6n! A medida que te consumías eran más intensas las fogatas de tus ojos. Toda tu vida de ideal se concentr6 en tu m irada: la mirada histérica de una m onja que ofrece á Dios
J osre Rrcnr. .)
su h olocausto de esperanzas Eran tan apacibles t us pupilas, tan lánguidas en el abandono! Tus sonrisas , que, en la rápida primavera ele la vida sin afanes, te iluminaban con h alos de feli cidad , se velaron, se opacaron, como las auroras de los días nublados .. .. .. Tus formas sanas y bellas-de intachable mármol griego-se esfumaron en la indecisa silueta de las Madonas pensativas...... Pasaste del har ém lujoso al claustro desnudo; tu cuerpo, acostumbrado á reposar en los cojines orientales del palacio, clav6 las rod illas en las duras baldosas del templo. Ay! lentamente te separabas del mundo, y al perder la apariencia corpórea, al depurarte con tus cilicios y con mis besos del barro que peca y que sufre, al volver á la Divinidad convertida en aliento de amor, en ráfaga del Edén, estabas tan místicamente hermosa, poseías tal fuerza espiritual, que tu mano diáfana 6 la orla de tu vestido eran para mis ojos como el punto blanco del hipnotizador, y me fascinabas como la esplendorosa epifanía del Dantel . . A la opaca claridad de los cirios te corté un rizo Torcía su voluta sobre tu frente amplia , melancólicamente despejada, como el horizonte de un cielo triste. Aquí estoy, frente á tu piano . Sé que vives , tu Esencia venturosa impregna el aire que respiro, siento tu caricia espiritual en mi frente, y el eco muerto de tu voz preludia en mi alma el him-
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no de la. esperanza! Vc ul el amor te evoca, ven, con la fo rmn divina del fantasma, á sentarte de nu evo en el taburete abandonado, á cantarme tu romanza favorita, esa romanza. qu e es una plegaria interrumpida por besos! Por la puerta de tu alcoba. me llega todavía. el olor de la cera quemada y de las flores secas; y sobre el lecho, debnjo del cr ucifij o, oscilan pedazos do sombra, harapos del sudar io de la eternidad Aquí en este di ván , está un rosario; aún con el calor de tu s oraciones y con la humedad de tus lágrimas y con el perfum e de in cienso de tu seno! Mis pen sami entos se evaporan el letargo se me filtra por los poros un aleteo de locura me sacude el cerebro .
~L
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¡Oh, mi pálida Dolorosa! No di lata en sonar la media noche, la hora santa de nuestro culto. Ven, sombra de luz! quiero oír tu voz dQ graves y apasionados acentos ¿Será cierto? ¿qué es ese jrú-.f'l'ú de hoja marchi tn que 'se arrnstra en la alfombra? ..... ¿quién se acerca?... ... ¿ese aCMde? ... .. atrav iesa mi fantasía un vuelo de palo, .. .. ¿E sa no t asusplra.c . la? . mas ... [1 .. .. . .. se pintan celajes en mi almal ... .. . Canta, Espíritu inmortal , desgrana el rosario de tu plegaria y el collar de tus besosl ..... . y mientras cantas, allá en la alcoba, entre iluminaciones de astros, la alegre Teoría de las Esperanzas, derrama sobre el tálamo nupcial una lluvia de mirra virgen y de Ji. , ti , l'IOS mis lCOS . .. . .. .
DESPERTAR DE LA "MUSME" (Acuarela de "Kunlsada.") A Je9Ús Ur ueta,
las paredes de papel transparente, donde vu ela una ronda de murciélagos, la luz tiembla y crepita al expirar; á sus últim as claridades, muere en el biombo azul la luna argentada, como al llegar la aurora en un cielo matinal. Parece qu e surge un suspiro, un hondo suspiro, por los sueños que se han ido, al alumbrar el sol, con iluminaci6n indecisa, la alcoba penumbrósa y sus frágiles muros de trémulo papel. Suspiros, frú frú de seda removida, á los que sigue la incorporaci6n soñolienta de un cuerpo ágil, oloroso á sándalo, de eburneal blancura que envuelven sedas rumorosas. La «musm é» ha despertado y vedla ahí en la hermosa acuarela de «K unisada,» sobre muelles edredones y tras del biombo azul. Su primer pensamiento al despertar, ha sido alisar su negra cabellera, su eterna coquetería, el hermoso casco de ébano, porque su amante, el daimio poeta, ha NTRF
constelado con estrofas de oro su negro abanico y su encarnado parasol. Ya asoma tras del biombo, donde muere la luna de plata, la sirvienta, y ofrece á su señora en tazas de satzuma, el the imperial y en negro cofre de laca la pipa breve y el áureo tabaco que huele á rosas al arder ..... .... ¡Pronto «Musmé!» Viste hoy tu fastuoso «ki mono» de gala, bordado con florones de lotos y nelumbos, donde brillan las escamas de feroz dragante y ondulan como al viento las plumas caudales de un faisán! ¡Pronto «Musm él» Las pagodas de Nikko están de fiesta! Ve á perfumar los corazones con el ámbar de tu hermosura, á hacer bonzos sacrílegos, á pedir más bellezas á Benthen, más riqueza á Daikokú, pr6digas gracias á los Kamis, Y que tu abanico, cual negra mariposa vibrante, tiemble sobre el aroma de tus senos en flor! Y que bajo el sol claro y luminoso entonen su himno de amores, su tierno madrigal enamorado, las doradas estrofas de tu roja sombrilla!
J osé Juan Tablada . • R lIVI9TA AZUL•. -16
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EL NATURALISMO
LA BELLEZA
El naturalismo tiene perfecto derecho á busC::Jr interés y belleza artística y artísticas emociones en la Naturaleza: desde la piedra inmóvil roída por el m usgo, hasta el ser humano devorado por el vicio. E l arte que se eleva hasta el himno religioso, á veces desciende h asta el fango; y si arriba encuentra éxtasis para el alma, abajo encuentra estremecimientos para el corazón; y si los espíritus puros prefieren el arrobamiento, los que llevan carnal vestidura y fibra n er viosa, más in terés artístico en cuentran en conflictos de imperfecciones humanas, que en pl ateadas n eb linas de indecisos resplandores. E l crítico imparcial , de amplio criterio, debe admirar las plácidas estrofas del místico, sin que esto le impida, por estrechez de espírit u, el pagar tributos de admiración á los vigorosos y profundos cuadros de Zolá, por ejemplo, que á veces entre descarnadas fras es y desnudeces impúdicas, ll ega por salto prodigioso (l las altas cimas del arte. Y el que esto niegue, ó 110 t iene sentido artístico, 6 lo reserva para uso exclusivo de sus aficiones particulares, ó no ha leído las obras del gran escritor francés; achaque muy común en cierta clase de censores, y que es achaque de inmoralidad literaria. Porque, señores, la costumbre, la tradición diría m ejor, el influjo de determinadas ideas, quizá antiguas tiranías de la escuela idealista, han creado cierto número de palabras, que han venido á ser moldes inflexibles en que se quiere vaciar el arte moderno en su propia evolu ción. Y digo esto porque es cosa admitida que en las regiones artísticas solo debe imperar la. belleza ó la sublimidad ó sus diversas variedades, y en suma, todo aquell o, y aquello tan s6lo, que produce en el h ombre placer estético, y aunque esto quizá en el fondo sea exacto, y de el lo me ocuparé más adelante, si tengo tiempo, es ocasionado á grandes errores, cuando se ajustan las ideas á la forma material de las palabras. Yo creo que al arte pertenecen, no sólo los p laceres estéticos, sine los dolores estéticos; la risa como el llanto, la admiración co i.ro el asombro, la si mpatía como el horror,
Lo que es, n o lo sabemos por ahora con cer tidumbre matemática; qu izá n o lo sepamos n unca; pero que la bell eza es algo, que existe, que pal pita en la n atural eza; y que así como la ola que ll ega á la playa rompe en espuma, ella al llegar á cielos y t ierra rompe en hermosuras, en luces y en colores; y que al llegar las sociedades y á los individuos, infunde en las pasiones buenas ó malas, hermosuras de id ilio ó hermosuras de tragedia, bañándolas ya con las al egres claridades del amanecer, ya con los rojizos ó cárdenos resplandores de la tempestad; y que al llegar al cerebro humano, tanteando por las muchedumbi es cráneos de ingrata piedra y cráneos de plasticidad artística, como tantea la lava de volcán re sistencias y durezas de la costra sólida de la tierra, para brotar en hi rvi entes rí os y penachos de fuego, cuando encuentra el cerebro del hombre de géilio, por él brota como por sublime crater en m ármoles y bronces modelados, en li enzos encendidos ele pintores, en cantos de poetas y creaciones mil, g ra ciosas, bellas ó sublimes; y ql1e al ll egar al marti r toma palabra. humana y dice en tre dolores: creo; y que al ll egar al h éroe, dice entre sangrientas victorias: utu ero, y qu e al llegar al sabio, dice espan tando dudas: sé; y que al ll egar al coraz6n, dice besando ideales: amo; y que al ll egar á to das las juventudes, dice con todas las al egrías de la mañana: uiuo; y que al llegar al borde de todos los sepulcros, dice al caer en medio ele fantástica ronda de tristezas y espera nzas: espero; y que todo esto lo realiza en la n aturaleza, y en la sociedad y en el hombre [ah! que la belleza hace todo esto, nadie puede negarlo sin negar su propio s ér y sin hundirse en la nada, y ni aun hundiéndose en ella: que la belleza suprema fué á llenar los ne g ros abismos de silencio y negrura del caos con las divinas palpitaciones de la ., creacion.
........... ... .
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.
á
JOfiié
(le Eclteg a r ay.
( Discurso de recepci ón en In Academ ia Española.- Mayo 20 de 1894.)
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ROMANA A Leobaldito Cafias.
una pobre vieja, fea y reumática. A las cinco de la mañana, con mucho sueño , ~ ••...... todavía, la sacude en su lecho una tos pertinaz y escandalosa que parece hacerle arrojar hasta las entrañas. La oigo liar un petate y después abrir la llave de la pileta donde comienza á reír el agua; entra de puntillas y toma de un mueble el gasto, y arrastrando sus chanclas de J esús, claudicando baja las escaleras, cuando empiezan á llamar la primera misa, y á alborotar los gallos del vecindario. Debe hacer mucho frío; los cristales están opacados por el vaho y se oye el ehipi e/lipi ele. una llovizna helada Arropado hasta la barba, pienso en Romana. ¡Pobre vieja! Paréceme verla hundir sus piés, sus pobres piés, torpes y enfermos, en el 10dazal; quizá se resbala; quizá se cae; quizá esa lluvia y ese viento frío van á matarla....... Allí va encorvada, con el jarro y la canasta bajo el rebozo, protegida apenas por un paraguas verdiosa de varillas saltadas........ Puede esa pobre corola de tela deshojarse como una margarita. Vuelve. Desentierra la lumbre, sopla fuerte para que arda bien, siempre tosiendo; oigo agitarse el molinillo, para que la leche no se queme, y entretanto, somnoliento aún, reclinado en el blando almohadón, pienso en las últimas palabras de Gabriela, en las respuestas chispeantes de Sofía, en la incomparable risa de Marta. El desayuno está listo; la anciana entonces riega el corredor, á pesar de la lluvia y barre. Con el rebozo cubierta la cabeza, encorvada, con una mano en la rodilla, maneja la escoba; se endereza, respira un punto, sacudida por golpes de tos y se entra á las piezas para remover muebles y sacndirlos. Sirve el café con leche y sale, sin qu e sea obstáculo el mal tiempo, á traer una pieza más ele pan. Levantando y cayendo por a ndar de prisa, vuelve sofocada. La riño por la mala calidad del café, aviento la puerta con mal modo y ella con sumisión de perro golpeado, levan ta los trastos que lava en el agua helada con sus manos de inflamadas coyunturas. '. '. S
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Bien sé que mientras estoy ausente no descansa, que la noche anterior ha revuelto todo mi cuarto, derribado sillas, puesto libros sobre la cama, dispersado prendas de ropa, aventado colchas, pero que he de llegar encontrándome todo en su 1ugar, ordenados los papeles, sacudido el estante y flamante el piso; ella prepara la comida, entra y sale, tiene mala memoria, olvida el culantro, tiene que moler la sal á ultima hora y tostar el café. Yo no tengo apetito aún, pero no sé por qué inhumana justicia le grito como un desesperado, llego como rayo al comedor, pido la sopa en el acto y paréceme mucho un minuto de ~sperai repiqueteo en el vaso, toco el tambor en el mantel, meneo el pie con impaciencia, trago saliva, le dirijo miradas insultantes y hasta llego á reñirla duramente. La pobre fámula avergonzada: se entorpece...... ¡Qué sabor de sopa! ¡qué frialdad de pan! ¡qué carne tan mala! es de buey, tiene hasta un oropel de banderilla; es, seguro, de bestia toreada! Y me paro porque minutos antes engullí un innch, en compañía de mis amigos, pero no sin clecir en voz ~lta:-Aquí no se come, desde mañana iré á la fonda. Esa pobre vieja es sensible; quizá se ha ido ú llorar junto al brasero; me arrepiento de una crueldad sin motivo y salgo con el cigarro en los labios, sin despedirme siquiera. Jamás pienso, á las altas horas de la noche, mientras río bailo ó me paseo, p.n mi lejana vivienda. He llegado á veces cerca del amanecer y siempre ha coincidido con mi entrada un ruido en la cocina: es Romana que se espereza y más dormida que despierta, mal abrigada, con una vela en la mano, sale á abrirme. Puede costarle una pulmonía ese brusco paso de una pieza con calor de rescoldo, al patiecillo donde llueve y ventea frío. A esas horas, calienta la cena y no vuelve al petate sino hasta que mi soberana voluntad no se lo permite. Veces hay que cuando duerme se me ocurre por fantasía, pedirle una taza de té. ó
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Dormirá , pu es, á lo más, cinco horas; muy poco para una vieja enferma, que trabaja como una best ia de carga . ¡Pero esos domingos, esos domingos en qu e todos ríen, en que la niñera de la otra casa sale llena de li stones, con delantal de tiras bordadas y enaguas almidonadas; en que en el cuarto del portero beben y cantan y la cocinera del 4: se sienta' en el (1intel del zaguán ú comci cañas ú naranjas; ¡pobre Ro mana! ella se queda en casa, se sale ú pe inar , la azotehuela ú zurce los harapos de sus enaguas, Podría salir: yo nunca estoy ahí, pero se puede ofrecer algo y es preciso que pa se todo el día y gran parte de la noche sola ......... Es una fiesta para esa pobre devota asistir al rosario de la iglesia que queda á dos calles ..... A veces, cuando regreso, tarareando un pedazo de zarzuela y sonriente, se me á
oprime el corazón al mirarla en un rincón, hecha hola, dormitando. Entro deo puntillas para qu e no despierte, pero ti ene el oído muy delicado y me oye en el acto. ¡Es bi en triste la suerte de las cri ada s! Le pago cuatro pesos al mes yeso no con puntualidad . En cambio, si dejo olvidado un libro en cualqu iera parte y no lo encuentro ¡oh, eso es seguro! le echo la culpa de la pérdida; ¡ú ella que hace muchos meses no se ha tomado ni un alfiler . [Cuatro pesos! Y mi entras el amo por fumar algunos cigarros en com pnñía de sus amigos, hablar mal de todo el mundo, bostezar un rato, leer algo de la última novela y escribir unas cuantas cuartill as, se embolsa ciento cincuenta . ¡Oh cotizaciones de la substancia gris ! Sea d icho sin mod estia y entre paréntesis . l'Iicr6s.
JOSE MARIA DE HEREDIA.-JU TD SIERRA o con fesam os: hemos cometido un rob o. n Si á j urado vamos, alegue esta confe~~ sión el defensor, como circunstancia ate... nuante, Los tres admirables sonetos de Heredia, soberbiamente verti dos al ánfora del idioma castellan o por J usto Sierra y que aparecen hoy en la R e7JzSt(l. Azul, fueron h urtados por nosotros. No destinaba Justo á la publicidad esas versiones; no está contento de ellas; las hizo por pasatiempo y por amor á la belleza, jugando, como Hércules jugaba. ¡'fraducir á Heredia!. ..... ... ¡Qué exasperante, qué ímproba labor! Pero nosotros-si la justicia nos pena, el arte nos absuelve-logramos apsderarnos de esas joyas ...... y ahí está el oro que acendran las minas de Cipango; ahí el coral , el nácar; ahí el lapislázuli de las montañas divinas.. .... Fuimas á la casa de Justo como los gerifaltes ó neblis del sondo y en ella vimos aparecer «estrellas nuevas.» Nació José María de H eredia, según dice Manuel de la Cruz en su precioso libro Cromitos Cuoauos, en Santiago de Cuba el 22 de Noviembre de 1842, en un cafetal de las montañas de la Sierra Maestra. Su padre era h ermano camal
del progeni tor del poeta elel Niágara y del Teocali de Chabela, y su madre era oriunda de Normandia. Educado en Francia, donde ob tuvo el grado de Bachiller en Letras, cursó un año en la Universidad de la Habana (1860). Se proponía matricularse en Jurisprudencia. Abandonó la Habana y de regreso en París ingresó en la Ecole nationale des chartes , fundada para formar archivech eros pale6grafos. Verti6 al fra ncés la historia de la conquista de Nueva España, de Bernal Diaz del Castillo. Y ha conquistado el mundo de la poesía y colgado en el altar de Grecia sus TROFEOS. Dice Julio Lemaitre que «los Sonetos de Heredia valen tanto com o largos poemas y tan sonoros son que no es bastante la voz humana para recitarlos, pues requieren una trompa de bronce)). Paul Verlaine afirma que «el soneto ha tenido en este español singularmente francés, su gran poeta definitivo, superior á Gautier y á Saint Beuve.» Le llaman ,el Benvenuto Cellini de la Poesía Moderna. Leconte de Lisle y José María de Heredia, son , en rigor, los más genuinos representantes de la escuela poética que lleva el título altanero de Parnaso ó' secta parnasiana.
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«La semejanza está en la perfección y aticismo de la forma, pues, en punto á creencias, Leconte de LisIe es un nihilista absoluto, convencido y sere no, y H eredia aparece ó preocupado por destacar el rasgo principal de cada objeto, paisaje, h ombre ó momen to histórico, sin que éntre en escena su credo de la· vida; ó deja entrever, con u na admiración religiosa por el pasado, un optimismo vago, u n verdadero culto á la voruntad humana y á sus m ás ené rg icos indomables reprcsentantes .» El inco mparable in su perable sone tista ha alcanzado la meta del perfeccio na m iento en la expresión. Ha puesto su arte en la cumbre: lo ha hecho impopular, selecto, privi legiado. No buscó el aplauso de las masas; no quiso que su poesía rodara de boca en boca y de cuerda en cu erda como romance de ciego. Para esta labor de un artificio infinito, como el riel artífice indo que teje y colora un chal, ténue como ~a nebliua iluminado como el plumaje de un faisán, el poeta h a tenido que hacer con el idioma trabajo de naturalista, de químico y de físico, clasificando voces, organizando vocabularios, acum ulando nomenclaturas, huyendo del sinónimo y dando á la palabra un valor fijo, un empleo concreto invariable. S u poesía, que carece de sentido para el vulgo, es para los literatos ambrosia serv ida en cinceladas copas de alabastro. «Esculpe, lima y pule cada verso; desenvuelve con artificio y gracia inaudi tos un pensamiento en catorce versos, acrisolando el vocabl o, afi nando la rima, organizando el ri tmo con maestría de música; y de esta labor lenta, lapidaria, resulta una estrofa perfecta. Cada estrofa su pone un esfu erzo continuado, acucioso, tenacisimo; pero cada verso, por eso mismo, es un verdadero trofeo. » (Manuel de la Cruz.) P or 10 anterior se verá 10 casi imposible que es traduc ir á Heredia. Hablando Lemaitre de uno de los «trofeos,» el titulado L e Vieil Orféore, dice: «Obsér vese que la i debía dominar en los linales de los versos, la i vocal aguda como una espada, menuda y fina como los diamantes; que la silbante atenuada que se junta á la vocal aguda (f1"lse, irise) t rae á las mientes el cincelado, la punta que se desliza-eh irria-sobre el metal .» ¿Cómo dar en castellano estos primores, esquisiteces, sutilísimos toques? ¡En castellano, é
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idioma descuidado de su heredad, cual pródigo infanzón y retumbante y fastuoso! ¡En castellano, lengua que viste siempre de gran cola!. ...... Manuel de la Cruz observa con justicia: «En el idioma castellano, menos trabajado que el idioma francés y, por su índole, menos expresivo, acaso Heredia no hubiese podido ejecutar sus maravillosas miniaturas de líneas, colores y sonidos. »
Leopoldo Alas) sin embargo, en su último libro, cre e encontrar analogías entre los sonetos de H eredia y los de A rg uijo, j áuregui, los Argensola y Góngora, particularmente los de j áuregui. Y en efecto, cuanto al .concepto del ve rso y al del soneto, van de acuerdo Herédia y láuregui. É ste dijo: «Y no se ha de negar que el artificio de la locución y verso es el más propio y especial ornamento de la poesía yel que más la distingue y señala entre las demás composiciones, porque la singulariza y la reduce á su perfecta forma, con esmerado y último pulimente.» Y más adelante escribe que «lo difícil y terrible es ir galanteaudo el adorno de argentadas frases.»
R especto, no tanto á esas analogías precisas y señaladas, sino á 10 que en Heredia hay de más esp añol, como Brunnetiere dijo en una conferencia, se prop@ne hacer detenido estudio J usto Sierra. Para ello acaso ha 'P ú. )bado ,( traducir algunos de los «Trofeos.» ¡Y cuálesl. . Aquel en que más visible está la línea atávica y la energía poética de Herédia,Los conquista. dores/ el más espléndido y deslumbrante, L e Rccif de Corail; y En las montañas divinas, desde cu yas cumbres se ve la azul y quieta inmensidad. ¡Ardua labor para 12 cual, sin duda, hubo J usto de sujetar sus alas de águila con una cinta caída de la flotante túnica de Iris. Hay en sus traducciones versos como éste: Las olas de los Tr6piws fósf6reas y sonoras, que producen exactamente las sensaciones de color y de ruido buscadas y encontradas por Heredia. Brinca el fósforo en la onda de ese verso rumoroso. Ahora, y para concluir, una buena noticia: tenemos en cartera versos originales é inéditos de J usta Sierra. En ellos ver éis, como dice Heredia en su poema Les Conquér únts de 1'01', «brillar cual áscua, de la base á la cumbre, la montaña entera:» el genio del maestro.-M. G. N.
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HOJAS DE ALBUM 1 Pasó mi primavera: está marchito El puñado de flores que tú arrancas; Mas sueño todavía en 10 infinito y amo las cosas blancas. Busco 10 bello; sólo y olvidado, Aun tengo horas serenas y soy el misterioso enamorado De musas castas y de niñas buenas. No te conozco aún, pero en tí pienso; Sé que vives en calma y eres buena y feliz-¡Oh don inmenso!-; Por eso van á ti como un incienso Los últimos perfumes de mi alma. II ,
A veces, la sombra que habito se alumbra, y rompe un instante la negra penumb ra Un rayo de luz,
Cual suele de noche fugaz meteoro Rayar en el cielo con línea de oro El pálido azul. Entonces, mi obscura memoria se agita, y surge un recuerdo, qu e tiembla y palpita, Cual pájaro herido qu e quiere volar. Mis sueños se avivan, mi men te se inquieta, Sacudo el letargo, me siento poeta, y entonces .. .. .. en tonces me pongo á cantar.
Pasaste. Yo estaba callado. ... .. Me viste y entró hasta mi alma, la dócil, la triste Cautiva que llora soñando en la luz, Un largo reflejo de estrella de oro, Cual suele, de noche, fugaz meteoro Rayar, á lo lejos, el pálido azul. I.uis G. Urbiuo.
ROSAS y PERLAS DE IJUIS GONZAGA ()RTJZ Nuestro amigo el delicadísimo poeta Fernández Granados, nos dirige la carta que sigue: .México 20 de Junio. de 1894 -Sr. D. Manuel Gutiérrez Nájera.-Presente. Querido Duque: Ya que no me ha sido posible, por mis ocupaciones, escribir alguna cosa para la «Revista Azul,- tengo el gusto de remitirle cuatro sonetos, quiz á los mejores que escribió mi inolvidable amigo D. Luis Gonzaga Ortíz, y que si bien han sido ya publicados, no lo han sido con las últimas correcciones hechas por su autor, y sí con las del padre Valle, á quien se le ocurr ió no solo corregir á Ortíz sino también á Lope y á
Quevedo, cierta vez que pu blicó en El Tiempo un juicio crítico de algunos sonetos castell anos . ............. .... .......................... . .......... .... . . " " . . . . . .. .. . . .. . .. . .. .. .. . . . . .. . .. .
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Estoy coleccionando algunas poesías do Ortiz que formarán un volume n de más de quinientas páginas y cuya impresión se hará en la Imprenta ele Fomento. Así que esté terminada la impresión del volumen, tendré mucho gusto en obsequiarle á Ud. un ej emplar . Creo que hasta ho y no se han apreciado las poesías de Ortíz en lo que valen , y pocos, muy pocos, entre los cuales Ud. se cuenta, son los que le hacen jus ticia.
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I .A.S G OLONDRINA.S
Salud , salud, alígeras viajeras, T iernas amantes del abril florido, Que cruzais sobre el lago adormecido, De la estaci6n de amores mensajeras. No abandon éis ¡oh amigas! las riberas Que cuando niño recorrí embebido; Suspended en mi techo vuestro nido y amorosas cantad, aves parleras. Cantad, cantad entre las lindas flores Qus circundan sencillas mi ventana, y me haré is olvidar tristes dolores. ArrulIadme en mi lecho en la mañana Mientras sueño con Laura y sus amores; [Dulces amores de mi edad temprana!
1911. FUENTE
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Al pie de la inocente y escondida Rústica fuente en que rod6 mi cuna, Sus ondas derramando una por una Con-e mi fuente en el verdor -perdida Cuántos noches m irando repetida En su cristal á la naciente luna, ¡Quién tuviera, exclamaba, la fortuna De ir cn el mar por la región tendida! QUÍsolo Dios: sobre flotante leño y entre las ondas de la mar hirviente Ví realizarse mi afanoso empeño. Viendo á Dios en el mar bajé la frente; Pero agora en el mar tan s6la sueño, Mi humilde y dulce sonorosa fuente.
Desde que tú dejaste, vida mía, La choza que animaba su belleza, En su puerta sent6se la tristeza y se alejó llorando la alegría. Ya no anida en su techo, cual solía, El ave que cantaba con terneza; Y en lugar de las flores, la maleza Crece en el huerto que tu encanto hacía. El hogar olvidado ya no arde; La fnente corre muda, y s6lo existe Sin pastor el ganado que 10 guarde. Y los perros que un tiempo recogiste, Echados á mis pies, al caer la tarde, Ahullan al verme solitario y triste. l.;\. U LT I M..\. GOLONDRINA..
Ya con la última flor de primavera Tambien la última y dulce golondrina, Huyendo de la escarcha y la neblina, Se alejó de mi choza y mi ribera. Hoy en el blando nido, en que se oyera El cantar de la ausente peregrina, S6lo un lamento, cuando el sol declina, El vieuto finge en nota lastimera. Al pueblo, al soto, al nido y la cabaña y al transparente y sonoro río, Todo una sombra taciturna baña.... .. Y en esta soledad y eterno frío, S610 tu amor mi espíritu acompaña: ¡No vayas tú á dejarme ¡oh dueño mío! LolliI Goo. . . . Ortlz.
AZUL PALI DO Hoy se lanzará á la vía pública una buena pan esas amantes cabecitas rubias! Héroes, esta puñada de pequeños héroes. Marcharán estos noche una corona de laurel ceñirá vuestras sievalientes el cuerpecito erguido; la cabeza eleva- nes y á la cabecera de cada lecho resonará el da; la boca de guinda, desde ñosa; la blanda mi- himno épico de muchos besos. [Duerme, gue-rada, á la que se asoman serenos resplandores rrero! de cielo, con altiveces adorables; el esfumado arco de las cejas, severo y sombrío, el ademán *** Allá, en un gentil sendero, linea de verdura resuelto, el paso de marcha. ¡Queridos valientes! Ellos hermosean la fase oscura de la h umani- que une con reguero de alientos de flores, dos dad. ¡Viva la guerra si al rededor de ella se agru- alegres barriadas de nuestro valle azul-Tacu-
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baya á San Pedro-han ido á ocultarse un gran ¿Vendrá á México? El empresario así lo asegudolor y un gran poeta.-Es una sana tristeza la ra. Ya ha lanzado al público los nombres de los que irradia de la cabeza blanca del Maestro; allí artistas que forman la troup e. ¡Tres compañías han ido á buscar su nido esas negras aves que de ópera en este fin de año! Decididamente no revolotean en torno de un corazón h erido. Lla- voy ya creyendo en la depreciación de la plata. mad á aquella puerta, espíritus que buscais la verdad, corazones que arnais la virtud: detrás *** de aquellos cristales que empaña el agua, Justo Luisa Martinez Casado n0 3 abandona..... ¡ay! Sierra medita y reposa. Acudid al umbral del después de que nosotros la h emos abandonado tranquilo albergue á depositar, como S iebel en á el la.-La de San Quintí n h a dado muestras de la ventana de Margarita, un ramo de rosas. Lle- sublimes e nergías. Se aleja sin r encores y todagad á aquella alma buena, que desci en de lenta- vía-¡todavía!-vislum bra allá, á lo lejos, un r inmente del cielo á v uestros brazos. concito feliz , en donde h a ido á refug iarse la E speranza.e-c-A veces, en la soledad de la amplia sala de la call e de Ve rgara, al verla sonr iente, se*** Stagno, señorita, es la j uventud. Ha encon- rena, me he dicho que así serían las almas de trado el artista el secreto de sobornar á los años. aquellas mártires de los pri meros tiempos del Tiene, á cada florecer de los árboles, una nueva Cristianismo.-También el Arte tiene sus márprimavera, no con punzadoras espi nas, como la tires, también sus Crucificados. E n la compañía del poeta alemán, sino alegre y perfumada. N o que hasta hace pocas noches 11a ocupado el escees el pálido rayo de un sol que se oculta ilumi- nario del Teatro Nacional, no ví ningún Crucinando tibiamente ol vidadas r ui nas; no es la fir- ficado; pero vi una Madre Dolorosa.-Y ahora, me voluntad sosteniendo un cu erpo vacilante; al tendernos cariñosamen te la mano, al agitar el es el arte que se en cara con este gasto diario de blanco pañuelo de la despedida, cuando el bajel las fuerzas humanas y en cuentra no sé que re- que ha de conducirla á la patria se haya perdiservas ignoradas. Stagno, como T amberl ick , co- do en la línea indec isa del horizonte, ¿quién sao mo Mario, ha sobrenadad o al naufragio de su be? tal vez de sus labios brote la hermosa palabra existencia. Mientras se es art ista se es joven.- que la alienta y la tonifica: jTODAVIA!
PetU Bien.
Somos; en F ran cia, extraños demócratas. Ved nuestros periódicos de mayor tiro, nuestras piezas de t~atro de mayor sensación. N o se encuentra en ellos, de nueve sobre diez, más que aveno t uras dí' amor, bastante poco limpias, al cabo de cuentas, n o obstante el barniz sentimental, pero en las cuales se agitan personas de «alta calidad.» Á pesar de nuestras pretensiones tí la igualdad.
parece que el rango de los personajes concede nobleza á sus vicios, y nos asemejamos aun á nuestros padres, grandes aficionados á la tragedia, y para quienes el asesinato, el incesto y los crímenes más abominables, revestían alguna dignidad cuando eran cometidos por príncipes y reyes. FI."aueiseo tJoppée. nOS
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LA REVISTA AZUL APARECERATODOS LOS DOMINGOS.-PRECIO DE sunSCRIPCION MENSUAL 0.50
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APARTADO DEL CORREO NUl\L
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PROGRESO NUM.
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NUMERO SUELTO,
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A LA DEL (ePARTIDO LmERAL.l'
HABIENDOSE AGOTADO EL NUMERO 1, PARTICIPAMOS A LAS PERSONAS INTERESADAS EN OBTENERT.O, QUE MUY PRON'l'o HAREMOS UNA REIMPRESION, ESPERANDO SOLO Á QUE CESEN LOS PEDIDOS, PARA ATENDERLOS DEBIDAMENTR.
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TOMO 1.
MÉXICO,
1? DE
JULIO DE
r894.
NUM.
9.
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LA MUERTEDE SADI CARNDT H UGOha escr ito: «La h istor ia no es un microscopio . La histor ia no puede ocupars e en estudiar á los infinitamente peque ños,» V ictor H ugo no estuvo en lo cierto. La historia se democratiza, hoy más qu e nunca; descompone, para estud iar aisladamente cada porción minúscula, esos eno rmes agregados de pequeños y de pequeñeces que denominan os sociedades. La historia-milagro, la h istoriaaccidente, son inadmisibles; pero la histor ia de la bacteria, la historia del vibrión , la historia del zoospermo, la historia del rotífero, la h istoria del microbio, la h istoria , en su ma . de lo infinitamente pequeño, es necesaria. Tenemos ante nuestro microscopio un vibrión que se llama Pietro Santo. Es un sér gris é imperceptible, un átomo de la inmensa epidemia: el anarquismo. En un instante ese vibrión conmueve el mundo. La pa z armada, el equili br io europeo, la diplomacia continental, la triple alianza.la ballena británica , el osoruso, siéntense heridos por esa molécula infinitesimal de la infinita perversión . ¿Este hecho casual y ese hombre insignificante no pertenecen á la historia? ¿No tiene razón Polybio cuando d ice: (eá ocasiones una bagatela, u na nonada son causa de importantísimos sucesos?» (Histo1'ia de la república romana III. 9J) E l autor de la E8~adí8tica de las Oivilizaciones y de los Problemas de la Historia, repugna la trascendencia del sueño de Darío, del ganso de Manlius, del aspid de Cleopatra, del abceso de Francisco I 6 de la fistula de Lui s X IV. «Esos no son 10B positivos factores de los acontecimientos,-dice él-La lámpara de Galileo y r eTOR
la manzana de Newton sí son hechos que renovaron la faz de la ciencia.» Pero á esto replica Ives Guyot: «Un jóven pasa un día por una calle en lugar de ir por otra, á esta hora en vez de á aquella. Unajóven transita nrccisamente por la misma calle á la misma h01 1. ¿Porqué ese día y esa calle y esa hora? De tnu fortuitas circunstancias, resulta una cri atura. En un momento de di stracción, la madre la deja caer de cabeza. ¿Dá en el suelo? Quej a idiota. ¿La atrapa en el aire? E s Gal ileo, es Cop érn ico, Lavoisier. Una bala hiere la cabeza de Bonaparte en Tolón. Napoleón no surge, y la historia moderna de Europa es otra. ¿Desvió la bala el dedo de la Provide nc ia? Tal es la leyenda. Como no creeis en ella , vuestra conclusión es la que sigue: pasó lo que debía pasar y como pasó , puesto que así pasó. Pero entór.ces ese artillero qu e apuntó el cañón cinco centímetros más arr iba, fué neeesario. Ese guijarro que desvió la hala á la derecha y no a la izqui erda, fué también necesario. Eternamente , todas las acciones combinadas del Un iverso, han preparado todas los concepciones habidas y toda m uerte en día y en hora fijos.-Salgo-Unu teja me cae en la cabeza. Entre todas las causas que determinaron la caída de la teja, y los motivos que me impulsaron á pasar en la dirección de esa caída y en el instante mismo de esta, es imposible que descubra conex i6n .- Ah , no la distinguis- responderei s- porque no podeis descubrir todas las relaciones de los hechos en el Universo entero. Verdad es. Pero¿acaso hay, realmente, ne~eRRria relación entre las causas de la caíde d~RVI RT¡"
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de esa teja. y los motivos que gu iaron mis pasos para que fuese víct ima de ella? ¿La red de los hechos en el Un i verso es tan tupida que hay conexión fatal entre los fenómenos de mundos, aun no entrevistos por los telescopios y la destrucción ó el nacimiento de un microbio?» La FilIon-una perdida-descubre el complot de Cellamare y frustra los proyectos de Alberon i . Napoleón 1 padece de la próstata la noche del 17 de Junio de 1815, víspera de la batalla de Waterloo, y cae una tempestad en esa misma noche. Un grano de arena mata á Cromwe1. R ichelieu escribe al calce de una carta di r igi da al Conde Du que de Olivares: «vuestro afectísimo servidor. y esas palabras, no suficientemente cariñosas) cuestan la vida á doscientos mil hombres. F rancisco 1 vé atentameute el agujero que tiene el craneo de J uan , duque de Borgoña, asesinado en el puente de Montereau, y un cartujo le dice :- P ues por ese agujero penetraron en F rancia los ingleses.-Yo no diré,generalizando, como Voltaire: «los resortes más débi les son los que hacen los destinos más grandes;» pero sí digo, con Pascal, que tuvo su i mportancia la longitud de la nariz de Cleopatra. [Oh maestro Victor Rugo , la historia debe tener su microscopio!
por madrinas. Pasó por entre la neur6sis política sin perder el equilibrio-de sus facultades: las olas enloquecidas, separándose, abrieron camino á. ese buen juicio que caminaba siempre en línea recta, y no le amó la república como se ama 6. un padre anciano-¡oh no, él estaba en la plenitud de su energía y era buen mozo, sano y elegantelni como se idolatra á un seductor , sino como se ama á esposo joven, apuesto, bien querido de las dam as, algo menos que sabio y algo más, mucho más que inteligente. La P residencia se le apareció como una m aga... como una maga con las manos llenas de rosas. Y él llegó á g ran de hombre paso á paso, de salón en salón, sin tropezar con nada ni con nadie, tan no encog ido como no orgulloso, correcto, sombrero y guantes en la mano , saludando graciosamente y sonriendo. Aquel grande hombre no tenía, sin embargo , los de. fectos domésticos de los grandes hombres. No era hosco, ni visionario, ni olvidadizo, ni grosero, ni vicioso. En lo externo era un príncipe; y en el alma un república. ¡Gran dinastía la suya! La que fundó Carnot el inmaculado! Pero ¿uo descubrís en el tercero de ese nombre é inmaculado también, como el abuelo, entronques con otras régias dinastías? Cuando para condecorar con no recuerdo ahora cual cruz á Mme. Moissac, hermana de la caridad, toma la cinta de la legión *** En Venecia, al salir de la plaza de San Mar- de honor que luce en su uniforme un médico cos, halla el viajero, si es cur ioso y si camina m ilitar, prende lÍ. ella la cruz y dice al médico: viendo el suelo , un cuadrado de mármol blanco -«Perdonad que os la quite...... ya la sustituiré entre las comunes baldosas de la acera. Allí- con In roseta.»-¿No os acordais de Francisco 1, reza la historia-cayó muerto el conspirador el rey galante? Y cuando saluda afablemente al Boéman Tiepolo, en 1340, cuando se dirigía, se- pueblo que le aclama ¿no os viene á la memoria guido de sus cómplices, al palacio ducal, para Enrique IV? Demócrata de sangre azul,.príncipe dar muerte á los DIEZ del CONSEJO. Una vieja de la nobleza democrática era Carnot. le vi6 pasar desde su ventana miserable y no . Uno de los peligros de la democraciu.-dice encontrando á mano más que un tiesto de vio- Paul Vasili-(La sociedad de Paria T 2<.') son las letas, lo arrojó sobre la cabeza de Boérnon. Las esposas advertid que no he dicho las muvioletas mataron al traidor. jeres. En los paises donde los grandes empleos En Lyon, se mostrará el lugar funesto en que son propiedad de reducido grupo de familias , tal un ramo de. rosas, sirviendo de pomo á la hoja peligro no existe. Siempre alguna princesa ocude una daga, cort6 la vida, útil y gloriosa, del pa el trono. Las princesas presentan fisonomías presidente de la república francesa. diversas y características; pero siempre son prinCarnot se llamaba Sadi porque su abuelo-el cesas. Las damas nobles unidas á los ministros, héroe--decía á menudo: «ese nombre dá la di- á los grandes funcionarios, pertenecen 6. igual cha,» Y, en realidad, el nieto fué dichoso. Hizo rango, y han recibido semejante educación. Re el bien y fué amado . La suerte le sonrió como á ' presentan papeles parecidos. No así en las democracias. Por el Elíseo han los príncipes de las Mil y Una Noches, á los Sadía cuajados de brillantes, que tuvieron á hadas desfilado cuatro ' esposas de Presidente. Mme.
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Thiers, de la burguesía rica , maciza y un tanto Carnot y su esposa; pero no lo piensan así ni toagria; la duquesa de Castri es, m ariscala de Mac dos los que mandan ni todos los que aspiran á Mahon , cas i de sangre real, cas i pri ncesa; Mme. mandar. ¡Y cuánto temo que el estilete del itaGrévy que nunca había soñado en tratar con em- liano Pietro Santo haya cortado el hilo de oro bajadores y con príncipes; y Mm e. Carnot (née qu e los une en Francia! Dupant- Wite- )una esquisita parisiense. La muerte se apareció á Carnot, como la preMme. Carn ot, muy pronto fué pr incesa . sidencia, de improviso, y con las manos también punto men os qu e reina...dem ocráti ca. Fué la pri- ll enas de rosas. Trepida el tren ...... un choque mera «presidenta» legítima de la Rep úbl ica Fran- brusco... ... el maquinista que rige la locomotocesa. V irtuosa y muy di screta, culta conversa- ra queda muerto . dora y elegante ; ha sido pod eroso imán de simMas, no obstante lo trágico y fulmíneo de esa. patías, engastado en el oro sencillo de la demo- mu erte, el abuelo, el viejo Carnot, tenía razón: cracia. Y am ó á Carnot como le amó la Francia. SADI ES UN NOMBRE QUE TRAE DICHA. Es muerte Pensad ahora que tras esas exterioridades de feliz la del que ha vivido felizmente y sucumbe realeza amable y bondadosa, en aquel hogar, ple- de súbito en plena vida, en plena gloria. No cobeyo por el origen y por las virtudes, noble por n oce el olvido el que así muere. ¿Qué oyó al moel decoro y señorío, estaba el alma limpia del r ir? E l coro heróico, el himno de victoria, el república que entendía la li bertad como la en- VIVA eterno. No tuvo ni que desprenderse con tienden los grandes pensadores ingleses, y la violencia de los brazos besados tantas veces. No amaba con fervo r y entusiasmo oe francés . Por- vió lágrimas . Estaban lejos las ingratitudes..... Ssdi es un nombre que trae di ch a . La trajo que Carnot procedía por su padre de la revolución francesa, pero no de la revolución jacobina. para la R epú blica francesa. ¡Curad que el aire En aquel espíritu hubo algo del de Franklyn. no la robe! Su gran lógico no era Robesp ierre sino Stuart Mill.(Dupont-Wite .padre de Madame Carnot , tra*** Ah ora observad con el microscopio ese vidujo un libro del filósofo inglés . Carnot le puso prólogo.) Pocos republicanos tuvieron tan claros brión , esa molécula apenas perceptible de la. inay tan precisos como él los conceptos de libertad gotable maldad humana. Monstruoso es ese átoy autoridad . Ambos hacen tan bon. menage como mo . y se llama legión... y nubla el cielo. El Duque .Job.
DE LOS "TROFEOS " P L E A.MA.R Faro de luces fijas parece el sol levante; un vaho blanquecino la costa entera esfuma, y sola, contra el viento que revolvió su pluma por la borrasca negra va la gaviota errante. Unas en pos de otras, con ímpetu pujante las olas glaucas bajo su cri n de suelta espuma, tro nando sordamente, al deshacerse en bruma, en los escoll os ponen sus crestas de diamante. Correr dejé la ola del pensamiento mío; ¿que me quedó? Un recuerdo no más, acre y sombrío, de tanta fuerza empleada en realizar mi anhelo. E l mar aqui me habla con una voz de hermano; porque un clamor idéntico, levantan hacia el cielo las olas y los hombres, eternamente vano,
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LA. UUEBTE
DEI~
A..GUILA.
Cuando traspasa el águila la nieve eterna, oscila en busca de más aire para su vasto vuelo, y de un sol más cercano en un .m ás puro cielo para caldear el brillo de su feroz pupila
y parte: en un torrente de fuego va tranquila, y sube más, más alto; mirar quiere en su anhelo cómo' el relámpago abre de la borrasca el velo: un rayo de repente sus dos alas mutila. Da un grito; mas la tromba su rotación le imprime, ella, la luz apura con un ardor subli me y cae en el abismo que en el zafir flamea. Feliz será quien Gloria 6 Libertad se atreve á amar, si en pleno orgullo de fuerza 6 fe en la. idea, halla una muerte de águila, muy fúlgida y muy breve. PARIs.-José Maria (l e H eredia. MÉXICO.
1894.-Justo Sierra.
AMO R QUE MATA esas Crón icas de los Tribunales que Albert Bataille lanza anualmente á la publicidad, y fijando un poco la atención en esos crímeríes que se han dado en llamar pasionales, no puede menos de traerse á la memoria aquellas palabras de Saint Beuve: «el amor de dos séres en este mundo, no es con frecuencia más que el privilegio de proporcionarse uno ~l otro los más grandes dolores,» Amar mucho, es odiar mucho; es vivir una existencia de sufrimientos intensos; es tender un puente entre el cielo de los actos heróicos y el abismo de las cosas infames: Leandro ó Des Grieux: escojed entre estos dos extremos. Amar un poco menos, no t:::l ya amar. Matar por amor es natural, es humano, es casi plausible. El delincuente es el delincuente lunirrado del poeta español; se le absuelve por la misma razón que Cristo absolvió á la Magdalena: ,
ECORRIENDO
por haber amado mucho.- Entre el hombre que perdona, y el hombre que mata, creo que la mujel' prefiere al segundo. En amor, el perdón es una gran infamia. Tiene este inmenso egoísmo de la pasión rasgos de crueldad tan inaudita, que no hay ser humamo que no prefiera ver desgraciada á la persona amada, al lado suyo, que verla feliz al lado de otro. Aliméntase el amor de ferocidades excelsas y de esquisiteces de fiera; acompáñanlo instintos de terrible destrucción, y aunque veáis el espacio sereno, pensad en que es la región en que se forman las tormentas.- Si queréis conservar vuestro hígado, si estimáis la salud de vuestro estómago, dejad quieto al amor . Pero ésta receta se parece mucho á la que recomendaba un sabio higienista para prolongar la existencia: El que quiera vivir mucho que viva poco. Pero la vida que no se vive, la que se prolonga en somnolencia indefinida, la que no vibra y palpita y se afana, la que está exenta de luchas y se arrastra penosamente an la insustancialidad
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de la sombra y del silencio, antes semeja muerte. ¿Qué más da la inmovilidad del sepulcro que la de esos espíritus enterrados en la fosa de un cuerpo? ¿Pues para qué hay sangre en las arterias, sino para que circule y se agolpe, y en ondulaciones rítmicas responda á los estados de conciencia? ¿Para qué hay sistema nervioso sino para que sirva de vehículo á las impresiones del exterior que han de chocar con las almas? ¿Para qu é queréis todo éste andamiaje, lámpara sin aceite, iglesia sin fe, cerebro sin luz, ave sin alas, corazón sin latidos? Si sois avaros de la vida, guardad vuestro dinero, pero jamás, [no, jamás! digáis que sois ricos, nunca digáis que habéis vivido . Eso qua llamáis vivir no es tal ; es uu engaño de la existencia, un pretexto para no ocupar un nicho. Pensáis sobornar á la muerte, pero ésta no os quiere, porque ya sois suyos, porque no necesitais moriros para dejar de exi stir. No temáis al amor que mata! No os resguardéis de "esta fuente de aberraciones que el higienista, el médico legal y el legislador, están llamados á prevenir ó á interpretar,» según consta en el diccionario de Medicina de Nysten; es bueno que alguna vez acuse fiebre vuestro pulso; ó siemes bueno que améis una vez, ó dos pre . y cuando se ha amado una sola vez, se ha estado al borde del abismo; casi se ha sido can-
didato á reo, ¿Qué os faltó para no ser llevados al banquillo de los delincuentes? Os faltó una sola cosa: haber amado más. Yo os digo que el crimen pasional todavía prueba una gran cosa: que la humanidad no ha llegado á ese exceso de madurez repulsiva que acusa un agotamiento en la fuerza vital ds los indio viduos; porque cuando una raza ó una nación, ha dicho un pensador ilustre, ha llegado al punto final de sn carrera, los individuos pierden la facultad de amarse; rebájanse las sensaciones del sistema nervioso, huye un sexo del otro, y desprovistos de su «afinidad electiva.s-i-para emplear la designación que Goethe tomó de la química,serán dos cuerpos que podrán encontrarse eternamente, y ésto no será más que una yustaposición sin vida, que no conducirá á ningún efecto di,
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namico.
No os alarméis por la proporcición en que figuran los crímenes pasionales en las Crónicas de Albert Bataille; prueba que todavía la humanidad posée grandes reservas de elementos sanos. Entre Verleine y Otello, la elección no es dudosa: la verdad, la salud están del lado del celoso veneCIano . .Dichosos los que aun se encuentran en elevada condición moral para sentirse heridos del amor que mata.
M ARIA.
A.
de Musset
F RA.GDENTO DE "ROLLA.."
La luz de esta aúrea lámpara colgada En medio de la sombra y que refleja La azulada cortina ¿ondula acaso Sobre una estatua 6 sobre nieve pura? No; la nieve es m ás pálida, y el marmol Es menos blanco aún. Es una niña Que duerme. Por sus labios entreabiertos Se ve, á veces, vagar dulce suspiro; Un suspiro mas leve que el que exhalan Las algas verdes al morir la tarde,
Cuando el céfiro vuela sobre la onda, y al sentir que sus alas se doblegan A los ardientes besos de las flores Que prefieren su amor, en su desnudo Seno bebe las perlas del rocío. Una niña de quince primaveras Balo las gruesas colgaduras duerme. En este sér encantador, la forma AUIl no revela á la mujer, y tierno
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El querubín que sobre su alma vela, No sabe si es su hermano 6 es su amante; La cabellera, luenga descogida Vela su cuerpo todo, y en su mano Blanda la cruz de su collar oprime, Testigo de que ufana Hizo al dormirse su oraci6n, piadosa, y que ha de hacerla al despertar mañana. Duerme, sí; comtempladla! ¡Cuán noble es y cuán cándida su frente! El cielo ha derramado Siempre el casto pudor de la belleza, Como la leche en cristalina fuente: Duerme desnuda, sobre el alto pecho Descansando la mano. Ved; ¿no es cierto Que la noche aquilata su hermosura? ¿No es verdad que estas m uelles claridades En torno suyo con afán palpitan, Como, si á su pesar, sobre su cuerpo Lleno de dulce encanto, De la noche el Espíritu sombrío Sintiese estremecer su negro manto?
Los pasos silenciosos Del sacerdote en solitario templo, No dan jamás al cora zón tan santo, Misterioso terror-¡oh dulce virgen!Como el rumor de tus suspiros leves. Ved esta alcoba y sus naranjos frescos; El bastidor, los libros, La que se inclina allí, rama bendita: Llorando sobre el vi ejo crucifijo; En este paraiso mudo y casto La rueca no buscais de Mar garita? ¡Oh! ¿No es verdad que el sueño de la infancia Es puro y le di6 el cielo La belleza divina por defensa? N o es verdad que el amor es en la virgen Santa piedad como el amor celeste? ¿No es verdad que en el aire que respira Siente al llegarse, el corazón ansioso, Que el ala se estremece del que amante Vela á su lado, serafín celoso? Emilio Rabasa. 188 9.
EL PRINCIPE INDIO A Manuel Flores,
del fondo del Asia, de un país situado á las orillas del Ganges, del país de las rumorosas palmeras, de las blancas ibis y de los níveos lotos; había nacido en las gradas de un trono, por las que alguna vez debiera haber subido en medio de estruendosas aclamacio-nes y entre frentes doblegadas hasta el suelo, y por las que un día vi6 descender con vacilante paso, á través de dos silenciosas filas de soldados ingleses y apretando en las temblorosas manos un puñado de libras esterlinas, á aquel á cuya sucesi6n estaba llamado: al viejo Rajah de Kolhapur Quiso buscar un consuelo á su ostracismo y en ninguna parte pudo hallarlo mejor que en Fiorenea la Bella,' bajo aquel cielo siempre azul, que parece poblado todavía por las ENIA
risueñas deidades del paganismo, apur6 hasta las heces la copa del placer, y al llegar á los veintiún años, cuando el amor y la vida le brindaban sus múltiples encantos, sinti6 sobre su faz el hálito de la implacable Soberana y ofreció al municipio de la hermosa ciudad un cuantioso legado, con tal de que 10 sepultaran en el centro del ameno paseo, en donde él, destronado y ptoscrito, doblemente nostálgico, había creído entrever, sin embargo, la sonrisa de la felicidad dibujándose en labios purpurinos, ávidos de circundar sus sienes con besos más valiosos que los brillantes de la diadema que no lleg6 á. ceñir en ellas . y ahí está: eh los casciue, el bosque de Boulogne de Florencia. Abrigado por gracioso monumento, trasunto de la arquitectura árabe, vivificando con ardiente soplo al arte indio y cubriéndolo de delicadísimos adornos como con un manto de
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flores, al surgir melanc6lico y severo, de las grutas santas; colocado bajo la gallarda cúpula soste nid a por esbeltas columnas que resguarda una afiligranada verja, se alza su busto, coronado por el amplio turbante; del que se desprenden profusos hilos de perlas; están sus labios voluptuosamente entreabiertos, como si recogieran todavía los aromas desprendidos de los rosales del uia le dei col!z> sus grandes ojos parecen asombrados, como si aún se reflejaran en ellos las cristalin as aguas del Amo, retratando en su claro fondo, á la caída de la tarde, la barca que se bal ancea suavement e, las verdes copas de los árboles que bordean las márgenes del río inclinándose sobre él ans iosos de acariciarlo y las nubes que for man el lecho de fuego en que se hunde el sol; savia de in marcesible juventud diríase que anima, á despech o de la muerte, el rostro de ese su triunfante menospreciador, y al contemplar el chal de cachemira que lo envuelve, cayéndole
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por detrás de uno de sus hombros, se espera por momentos que la rica tela se desplegue y flote á impulso de aquel viento, en cuyas tibias alas se han mecido las estrofas del Dante . ¡Desposeído de un cetro, burlado del Destino, prometido del esplendor y la grandeza y condenado á la tristeza y al olvido: supiste embellecer tu última morada, haciendo que como en perfumado incienso, la envuelvan los suspiros de los que ante las aras del Amorrinden sus ofrendas, y que, cual lámparas de oro, la iluminen las miradas de las beldades, que desde el foudo de sus muelles carrozas, la contemplan! ¡Cuántos ¡ay! como tú, llamados á encabezar un grupo de hombres, hubieran querido, al atravesar el proceloso mar de la vida, no dejar tras de sí más que esa plácida estela de suspiros tan rumorosos como las palmeras y de miradas provenidas de ojos engarzados en rostros tan blancos como las ibis y los lotos de las orillas del Ganges!
Eduardo E. Zárate
EL SULTAN DE MARRUECOS ¿Quereis ver rediv ivo á Muley Hassam, sultan de Marruecos, muerto pocos días hace en Tanger? Vá á presentároslo uno de los reyes magos del calor, el rey árabe: Pierre Loti, el que dice hablando de sí mismo: «el sonido de las flautas de Africa, de las atabales y de las castañuelas de hierro, despierta en mí algo como recuerdos insondables; me cautiva muy más que las mas sabias harmonias, El más insignificante arabesco, med io b orrado por el tiempo, sobre cualquier puerta anti gua, y hasta la cal, la simple cal blanca extendida á modo de sudario S0bre muro ruinoso, me sumerjen en sueños de pasado misterioso; hacen vibrar en mí no sé qué fibra oculta; y por la n oche, bajo m i tienda, me ha acontecido á veces, prestar oidc atento, cautivado del todo, estremecido en 10 más rec óndito de mi s ér, á las dos 6 tres notas que el eco me traía, débiles y quej umbrosas, cual rumor de gotas de agua, y que algunos de nuestros conductores de camellos, medio dormidos, arranca ban á su guala.» Habla el rey mago:
......Se observa un movimiento entre las tropas: soldados rojos y músicos multicolores proceden á formarse en larga avenida, desde el centro de la plaza, donde estamos colocados nosotros, hasta el basti6n por donde -el Sultán debe penetrar. Todos nos quedamos mirando las puertas de los arabescos, aguardando la prestigiosa . ., apancion. La plaza es tan disforme, que todavía están las tales puertas á doscientos metros de distancia. Grandes dignatarios, visires de luengas barbas blancas y rostros sombríos van viniendo hacia nosotros, todos á pie como nosotros mismos, marchando con lentitud en la blancura de sus velos y de sus flotantes alborneces, Estcs personajes nos son casi todos ellos conocidos, por haberlos visto anteayer á nuestra llegada; s610 que entonces iban más orgullosos, montados en sus hermosos caballos. También viene con ellos el kaid Belail, el bufón negro de la corte, con su inverosímil turbante en forma de cúpula, avanzando sólo, eontoneandese y apoyado en un
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garrote imponente: yo no sé qué hay de siniestro ballo blanco que llevan de las riendas cuatro y de grotesco á la vez, en tod o el aspecto de este esclavos, una fi gura blanca, toda velada de muexcéntrico personaje, cu yo aire y ademanes re- selina: por encima de su cabeza se eleva un quivelan que ti ene la conciencia del gran favor de tasol rojo, de forma antigua, como debía ser el que goza. de la reina de Saba, llevando por otro criado, y La lluvia sigue amenazadora: nubes de tem- dos gigantes negros, ves tido de azul el uno, y pestad, impulsadas por"un gran viento, corren de rosa el otro, agitan unos plumeros á cada lapor el cielo con las nubes que forman los innu- do del jinete. merables pájaros, dejando ver á trechos un poco y mientras la extraña figura, informe, pero de ese azul in tenso, único indicio, por el momen- majestuosa, se adelanta en dirección á nosotros, to, del país de luz en donde nos hallamos. Las las músicas, exasperadas, dejan oir notas más murall as, las torres, eri zadas de almenas puntia- estridentes: una cosa qu e parece un himno rel igudas, cobran un aspecto gigantesco; nos encie- gioso, lento y desolado, que acompañan, fuera rran por todos lados como en una ciudadela de de compás, furiosos redobles de tambor. El cadimensiones excesivas, fantá sticas; el tiempo les ballo blanco brin ca y se encabrita, costándoles h a dado un tono gris dorado muy extraordina- gran trabajo á sus conductores sujetarlo. Y nuesr io; están cuarteadas, roídas, vacilantes; produ- tros nervios reciben no sé qué impresión anguscen sobre el espíritu la impresión de una anti- tiosa al escuchar la lúgubre y desentonada múgüedad perdida en la noche. Dos ó tres cigüeñas, sica. encaramadas en 10 más alto. miran la mucheHe ahí, en fin, parado á corta distancia de dumbre qu e bull e á sus pies; y una mula, que se nosotros, á este último hijo auténtico de Mahoma h a subido no sé cómo á una de las torres, cOIÍ- nubio, Su traje, de muselina de lana fina como templa también el espectáculo. una nube es de una blancura inmaculada. BlanNuestra atención se concentra cada vez más co es también su caballo; de oro los grandes sobre la puerta de los arabescos, por la cual ve- estribos; la silla y el arnés son de seda, de un mos salir como unos cincuenta negritos esclavos, verde-agua muy pálido, ligeramente bordados ataviados con traje rojo y unas cosas de muselina de oro. Los esclavos que sujetan el caballo, como blanca, á manera de sobrepelliz, que les hace el que ll eva el gran quitasol encarnado y los dos asemejarse á nuestros monacill os. Caminan con que agitan los mosquiteros, son negros hercúleos, pesadez, y amontonados como una piara de car- que sonríen ferozmente. Y el conjunto de este ceremonial de otra edad se armoniza con la múneros. Vie nen después seis magnificos caballos blan- sica tristona; encaja como no cabe mejor en el cas, encaparazonados de seda, cada uno de los marco de las inmensas murallas que ierguen en . cuales es llevado de la brida por un caballerizo. el aire sus almenas deterioradas E ste hombre, venido hasta nosotros con tanto Luego se presenta una carroza dorada, estilo L uis XV, accesorio completamente imprevisto aparato, es el último representante fiel de una en esta mise-eu-scéne, y ridículo de toda ridiculez religión y de una civilización en vísperas de en medio de toda esta rudeza grandiosa. Por 10 morir. Es la personificación misma del secular demás, la carroza de que me ocupo es el único Islam; pues sabido es que los musulmanes puros vehículo que existe en Fez, y le fué regalada al consideran al Sultán de Constantinopla como un usurpador casi sacrílego, y v uelven sus ojos Sultán por la reina Victoria. Transcurren todavía algunos minutos de ex- y sus plegarias hacia el Mogrheb, donde reside pectativa y de silencio. De pronto, un estreme- el que para ellos es el verdadero sucesor del cimiento de religioso temor recorre las filas de Profeta. los soldados. La música entona una tocata en¿A qué enviarle una embajada á este hombre, sordecedora y lúgubre. Los cincuenta negritos que permanece, como su pueblo, inmovilizado en echan á correr, como si les acometiera un vérti- los viejos sueños humanos casi desaparecidos de . ' go, desplegándose en abanico como una bandada la tierra? El y nosotros somos absolutamente de abejas. Y allá abajo, en la penumbra de la incapaces de entendernos: nos separa de él tanta ojiva, vemos dibujarse, sobre un espléndido ca- distancia, como la que nos separaría de un cal i-
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fa de C6rdoba 6 de Bagdad resucitado después entrada de su palacio. Ciertamente, no es cruel: de mil años de sueño. ¿Qué le queremos y por no puede serio con esa mirada suavemente trisqué le hemos hecho salir de su palacio impene- te: hace uso del derecho que le da su poder ditrable? vino, castigando á veces duramente; pero se dice Su rostro moreno apergaminado, al que sirven que gusta más de perdonar. Sacerdote y guede marco las blancas muselinas, tiene rasgos re- rrero, es lo uno y lo otro con exceso: penetrado gulares y nobles; los ojos, cuyo blanco se ve de su misión celeste, como pudiera estarlo un aparecer debajo de la pupila. medio oculta por el profeta, casto en medio de su serrallo, fiel á las párpado, son amortiguados, y tienen una expre- más penosas observancias religiosas, y muy fasi6n de melancolía excesiva, de supremo cansan- nático por herencia, trata de copiar á Mahoma cio, de supino aburrimiento. Su aire es dulce y lo m~jor que puede: todo eso se lee en sus ojos, afable, y 10 es realmente, según dicen los que le en su correcta fisonomía y en su actitud, majesrodean. Hasta pretenden las gentes de Fez que tuosamente enhiesta. Es una personalidad apares demasiado bondadoso, y que no hace volar te, que nuestra época no puede comprender ni bastantes cabezas por la santa causa del Islam. juzgar; pero seguramente una personalidad que . Pero debe ser, sin duda, una dulzura relativa, lmpone . como la que se entendía por dulzura entre nosoy al verse delante de nosotros, qne somos gentros en la Edad Media: una afabilidad que no se tes de otro mundo, que no podemos estar en su sensibiliza extraordinariamente ante la -sangre presencia sino algunos minutos, se le nota algo vertida, cuando cree necesario verterla ni ante de asombro y de timidez, que comunica á su una fila de cabezas humanas enganchadas á gui- persona un encanto singular, completamente sa ce guirn alda encima de las bellas ojivas, á la inesperado para nosotros.
Pierre Lotl.
FLOR DEL BOULEVARD (PARA «I,A REVISTA AZUL)))
ENEE,la muchachi11a parisiense, de labios pintados y cabellera teñida, que ha hecho tantas locuras, ha muerto ayer. Hace noches, en el gabinete tan conocido de los calaveras y aturdidos, cuyas ventanas dan sobre la calle, en una cena de íntimos, Renée llor6 al tomar el champagne y nos dijo: - Voy á rezar mi oraci6n fúnebre. Esta cena es mi despedida, me he vuelto soñadora. - y desde cuando, Renée?-le pregunt6 unjoven- T u príncipe del último invierno, es por ventura otro Luis de Baviera? - O acaso facsímil del blondo Lohengrin? - N o señores míos: oíd. Anoche, cuando termi-
né el último acto, me retiré á casa con dolor de cerebro y por eso rehusé la cena que ustedes.me brindaban; pues señores míos, no había andado cien pasos, cuando la estrella que yo amo me silb6, y bajando la voz, me dijo: «Renée, vente al cielo, al país de las
Todos nos miramos asombrados. ¿Estaría ébria? -En ésto-continu6-vino el vigilante de servicio y la estrella calló, yo seguí á casa, y desde entonces me parece que vivo en el cielo, en el país de las quimeras de donde no bajaré jamás.
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Reclin6 su cabeza, h asta mojar sus cabellos con el cha mp agne de su copa. Por la ventana se veían brillar las estrellas en la azulada negrura de los cielos. Renée se puso en p ie sobre el alfeizar de la ventana y señalando con su dedo, nos dijo en medio de dos sonrisas: -Lo veis, me llama, me voy-y se lanz ó en el espacio. Nos otros corrimos hacia abajo, y ya en grupos de gente desocupada rodeaba á la infeliz demente qu e se había abierto el cráneo contra las losetas de las aceras . Cuatro días después, rodeábamos la cabecera de su lecho. E l médico n o daba esperanzas. Re-
n ée moría con el sol de un bello día primaveral. Se volv ió á su camarera hizo abrir las ventanas y descorrer las cortinas. -.A.dios, señores míos-nos dijo entre estertores-anoche bajó la est rella á reñirme porque aun no me h e ido al país de las quimeras. Atar. dece; esta es la hora de mi viaje, m e voy Reclinó su cabeza sobre la almohada, cerr ó los ojos y suspiró: era el último . Los faroles del bouleuard em pezaban á encenderse y un ve nde dor de periódicos gritaba : Le rígaro, á cinco céntimos. é
FI'all(~iH('o
Gal'('ia {)islleros.
Habana, 1894.
CUENTOS ESCOGIDOSa
LA NODRIZA JULES I.ENI."-ITRE
E s uno de los espíritus más finos y más dis- piso de una casa, modesta y bien ventilada, ti nguidos del siglo actual. Como crítico litera- sita en las inmediaciones de la plaza del Trono. A. fuerza de industria y de gusto, sin gastar rio ha producido unos cuarenta 6 cincuenta estudios sobre los Contemporáneos, que denotan casi nada, aprovechando las «ocasiones» y los una sut ilidad admirable en el análisis y un amor «saldos» de los gra ndes almacenes, la señora se apasionado de lo bello; como poeta h a dado á hacía, con sus propias manos, vestidos y somluz Las Pequeñas Orientales y L os M edallones, breros que, después de todo, le iban admirabley como novelista ha publicado una multitud de mente. El sa16n minúsculo de su casa, muy modesto relatos cortos, entre los cuales hay uno, Sereuus, que es nna verdadera joya literari a llena de gra- en realidad, tenía cierto aspecto alegre, gracias á cia sabia, de ironía penetrante y de reflexi6n la multitud de objetos menudos y á los ramos de flores que adornaban las ventanas, desde prinprofunda. cipios de Abril hasta fines de otoño. E. G. C ARRILLO. En cuanto á diversiones, contentábanse con El Sr. y la Sra. Loisel h ací an una de esas vi- ir al teatro cuatro ó ci nco veces al año y algunos das casi pobres pero casi elegantes; como la de domingos al concierto, con visitar las exposiciouna multit ud de matrimonios parisienses. E l nes y con hacer al gunos paseos por las calles y marido, que tenía á su cargo una plaza de pro- por los alrede dores de París. Siendo pacientes, fesor, en una escuela municipal, con tres mil entreteniéndose con cualquier cosa, esperando quinientos francos de sueldo al año, era muy sin m urmurar los tra nvías de los bouleuares y dulce, muy laborioso, muy amante, muy bueno; los vaporcitos del Sena, gozando platónicamenla mujer, h ija de comercian tes al menudeo, era te con la elegancia y con la riqueza de la gran viva, despierta , llena de inteligencia y natural- ciudad, explotando, en fin, todas las diversiones mente distinguida. Ambos habitaban el sexto gratuitas, hacían. una vida agradable y sencilla,
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gozando aún del placer de economizar algo to- uno «grande» de 8 años, otro «pequeñín» de quince días. Los certificados que el cura y el alcalde dos los meses. Una ocasi6n la Sra. Loisel se sin ti6 madre; y de su pueblo le habían dado, eran excelentes. La enferma quiso ver á la mujer en cuya casa ese fu é un día de fiesta para el matrimonio ...... [Un hijo! ¡Ah! Ella 10 alimentaría con su mismo iba sn hijo á vivir. -Usted 10 cuidará mucho ¿no es verdad? pecho; ella tomaría una muchacha que no cos- ¡Ah! Lo que es por eso, la señora puede estase caro, pa ra el servicio de la casa; ella sería dichosa, muy dichosa ...... y envolviendo sus tar tranquila... Todo el pueblo conoce mi honespera nzas en el velo de los sueños, no tu vo, en radez ... Hasta sería capaz de dejar con hambre adelante, más ocupación que la de confeccionar á mi hijo por no molestar al «niño»... Cuando se hace una cosa es preciso hacerla como Dios el hatillo. Al fin llegó el parto. Durante veinti cuatro manda ...¿No es verdad patrona? .. Además, el horas la pobre madre no hi zo más que gritar. chiquillo es encantador ... No hay más que mirarEl d010r tué cruel y la operación difícil. Pero lo una vez para quererlo ...Si la señora 10 percuando pu do tener delante de sus ojos al pobre mi te le daré de mamar en su presencia. La leche recién nacido, su mueca de ago nia se troc ó en me hace mal. .. La pobre madre estaba contenta-aunque un esa sonrisa profu nda, pálida, llena de ternura, poco celosa-de mirar el bu en apetito con que que las mujeres g uardan para tal ocasión .... .. J orge acercaba su boquita por primera vez al pey hablando como las hadas de los cuentos ch o de la nodriza. azules: Después de entregarle los pañales, Mme. Loi-Es muy bonito- m urmuró.- Y yo quiero que se llame Jorge ... y que sea muy bueno . .. y sel quiso hacer un regalo á Rosalía, y no contenta con darle unas enaguas nuevas, sac6 del que sea muy dich oso.. .... un vestido su yo en buen uso todaAl día siguien te, Madame Lo ise1 sintióse aco- guardaropa , v ía. metida por los dolores de la metritis. -Casi no me lo he puesto... Con ensancharlo El médico qu e la asistía dijo:-Si usted quieun poco estará bueno para usted ...... re salvarse, es necesario abandonar desde luego La nodriza se mostr6 muy agradecida: la idea de alimen tar personalmente al niño. -Mil gracias, un mill6n de gracias... Ya es-Entonces.. . toy mi rando que ustedes son buenos... Dios se lo -Entonces.. .1o preciso es buscar una nod ripague. Lo que es por el niño, no tengan ningún za. No hay otro camino, señ ora. Si fuese rob uscuidado. to, usted podría arreglárselas con un biberón, El momento de la separaci6n fué terrible. La pero ¡es tan debi!! enferma no pudo contenerse. Su beso de despeLos esposos p(msaron en la sit uación...«U na dida fué tierno, profundo, silencioso...... Y sus nodriza en casa? [imposible! Las más baratas lágrimas abundantes mojaron la carita pálida y costaban setenta fran cos mensuales. Además la arrugada de Jorge. habitación era demasiado pequeña y cambiar de E l padre condujo á Rosalía á la estaci6n y dialojamiento dificilísimo. La enfermedad podía jo, al volver: -Decididamente, esta muchacha tiene buen ser larga y entonces habría necesidad de una criada...Todos esos gastos iban á arruinarnos.. . aspecto y estoy seguro de que sabrá cuidar á Luego el recién nacido era raqu ítico y tenía ne- nuestro hombrecito. cesidad de aire libre.. .)) E l estado de Mme. Loisel-euya conversaMr. Loisel fué , pues, á la oficina de las nodri- ci6n con la nodriza había agotado sus fuerzaszas; después de m ucho escoger se qued ó con un a agrav6se mucho en los días siguientes. La fieque le pareci6 buena, no s610 por su cara amable, bre y el delirio, siempre en aumento, hacían tepero también por su estatura colosal, por su color mer una peritonitis. Al fin vino la mejoría, sin embargo, y luego de manzana normanda y por sus carnes abundantisimas, Rosalía Baulard, que habitaba una la curaci6n completa, pero su debilidad era tan • aldea de Beauce, á veinte leg uas de París , era grande, que el médico le prohibi6 t-rminantecasada con un bravo carretero y tenía dos hijos: mente poner los pies en la calle.
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N o pudiendo ver á su hijo, empleaba su tiem-¡Ay! ¡qué precioso!.. . ... po y gastaba sus fuerzas en hacerle un vestido y como á Jorge se le ocurriese protestar de de muletón lleno de dibujos complicados y cons- la injusticia con gritos y lloriqueos: telado de cintas y de borlas color de rosa, gue -Cállese usted, parisiense-respondió-Tofué enviado á la nodriza junto con mil recomen- tor, llévatelo al j ardín para que no moleste. Palabras que se repetían cada vez que Jorge nes. La familia de Rosalía, por su parte, no dejaba lloraba; y estando mal alimentado y eufermo nunca pasar una seman a sin escribi r. Siempre del estómago, lloraba á menudo. T otor, por su parte, no qu eriendo sacrificar su sus cartas decían 10 mismo: «Tomo la pluma para decir á usted que el niño goza de m uy libertad en favor del pobre chiquillo extraño, 10 b uena salud, y que si la señora 10 viera no ha- depositaba tranquilamente entre los haces de hebía de reconocerlo, de tal manera está fnerte y no y corría á jugar con sus camarad as de la algordo. También tengo la pena de decirle, que dea. si le fuese posible mandarme un suplemento, se Semejante manera de vivir habí a dado á J or10 agradecería en el alma, porque en estos tiem- ge un aspecto parecido al de esos monos raquípos las cosas se han puesto muy caras y tengo cos del J ardín de Plantas, que se mueren lentanecesidad de comprar jabón y azúcar, porque es mente de tisis y de tristeza ...... necesario muchas cosas para mantener á u n niAl fin-un día que la convalecien te se en conño de buena familia,» et c., etc. tró mejor-Mr. et Mme, Loisel tomaron el cay los buenos señores aumentaban cinco fran- mino de hierro eon objeto de visitar á J orge j y cos á la pensión de R osalía y le daban las gra- habiéndose decidido en un segundo, no t uvieron c1as...... tiempo para avisarlo á la nodriza. Todos esos gastos, sirí embargo, comenzaban E l pueblo de R osalía se encontraba á media á causarles gran pena. L a enfermedad había legua de la estación del fer rocarril. E l día escostado un dineral y como además había sido tab a horribl e. En medio de la planicie inmensa y preciso tomar una criada, las economías se ago- monótona, bajo el cielo pesado y gris, un caserío taron. miserable se revolcaba entre el estiércol. Mme. Luego, para colmo de males, la convalecen- Loisel se figuró que su hijo estaba muy lejos de cia se prolongaba, haciéndoles siempre dejar «pa- ella viviendo en un país tan feo. ra el domingo que viene» sus visitas á Jorge. Una mujer sentada en el umbral de una puer¡Cuánto h abría llorado la pobre Mine. Loisel, ta, les indicó, con el dedo, la casa de los Boulard. si alguien hubiese podido revelarle la manera La pobre madre sintió que el corazón se le con que su hijo era tratado! .. . ... oprimía al entrar en aquel cuarto de campesinos, En realidad, Rosalia no era 10 qu e se llama sucio: desnude y oliente á queso seco. Su casa una mala mujer, pero teniendo ella también un de París, tan pequeñita y tan limpia y la cuna hijo, consideraba muy natural comenzar por él. .. comprada de antemano siempre vacía, siempre y como Fred era muy grande y mamaba mu- confortable, se presentaron ante su remordimiencho, casi nunca quedaba leche para Jorge. Así, to..... . La alegría soñada comenzó á desvaneel pobre «parisiense» tenía que alimen tarse con cerse. leche de vaca, no siempre fresca, y aun con granFred estaba sentado en una silla pequeñita, des empanadas que caían en su estómago deli- junto á la chimenea, luciendo el hermoso traje cadísimo COfuO fragmentos de piedra. de Jorge. El parisiense andaba por el jardín baPero esto no era todo. Siendo muy buena jo la vigilancia de Totor y por casualidad no llomadre y no conociendo, en su ignorancia, las raba. delicadezas de conc iencia que constituyen la Mme. L oisel se precipitó sobre Fred: ., 1 ! .. ¿V erho nradez, R osalía despojaba de sus pañales y de -¡ Ah .' mi. chiiquitin mi• Jorgiitoo.... sus cosas bonitas al hijo aj eno en favor del hijo dad que está divino?. Y además fuerte . .. .. . propio. Cuando llegó el trajecillo lleno de bor- Si no fuese por el traje no 10 habría r~conoci las rosadas, su primer movimiento fu é vestir con do...... ¿Por qué le pone usted su traje elegante todos los días? . .. . . él á Fred.
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Rosalía comprendi6 10 difícil de la situaci6n en un momento. Su respuesta fué decidida: -Le va tan bien-dijo-que no me atrevo á g uardárselo s6lo para los domingos Vamos, niño, aquí está la mamaíta Una risita para ella.. .... Es admirable como se parece al señor. ¿No es verdad, señora?...... E n realidad 10 que Fred parecía, rojo y lleno de grasa, era un salchich6n enorme, muy enorme! Mr. I..oisel dijo á su mujer refiriéndose al bebé que ellos tomaban por Jorge: -Pues mira, 10 que es bonito, bonito) no me parece. Y eso que soy su padre. -¿Que no es bonito? El señor tiene un gusto dificil de contentar.s-creplicó Rosalía cae tal acen to de convicción, tan secamente, que Mr, Loisel se 10 agradeci6 en el alma. - ¿Y v uestro chico, nodriza?-preguntó la señora-¿No quiere usted enseñárnoslo? E stá en la casa de su abuela, - ¿El mío? con su hermano La pobre señora quería verlo .. ..... Y como ya 10 tengo destetado ...... para darle toda mi leche al niño de usted, apenas le doy de mamar sino una vez en la mañana y otra en la noche ...... -Pero usted hace mal, nodriza Usted podría repartir en partes iguales A mi no me gusta que .. .. .. .. . -¡Ah! Lo que es por eso no se inquiete. Mi muchacho es bien fuerte .... Ustedes 10 verán.... si acaso se quedan algu nos días...... -Tenemos que irnos por el tren de las seis. -Entonces por 10 menos comerán algo...¿verdad? .. ... una tortilla..... un poco de marrano.... Lo mejor es el vino, eso sí, buen vino Los señores no han de desairarme . Y con pretexto de buscar los huevos, Rosalía sali6 de la habitaci6n. E n el jardincito encontr6 á Totor: - Mira-le dijo- llévate al parisiense á . donde la abuel a á donde te dé la gana ahí tienes el biber6n .. .. .. pero no vuelvas hasta la noche si no quieres que te rompd. las costi-llas, En el momento en qu e ella volvía á entrar, Madame L oisel m urmuraba con éxtasis delante de Fred: -¡Ya com ienza á sonreirmel Mira, mira, c6mo no me tiene miedo! Parece que ya me hubiese
reconocido, que ya supiese que yo soy SU mamaí ta . Un mes después, el pobre matrimonio recibía una carta en que Boulard les anunciaba la muerte de Jorge: «Todos 10 habían cuidado bien, sin embargo.... .. La cosa era terrible, Rosalía estalI ba enferma de la tristeza El pequeño parisiense había, pues, tenido el destino inexplicable, horroroso, de esos niños que después de llorar y de sufrir durante algunos meses, abandonan el mundo sin haber comprendido nada en él. La cosa no había sido larga. U na noche no había querido dormir. Luego había rehusado el biber6n y la empanada y aun el pecho de RosaEl festín le había sido ofrecido muy tarlía de Sus ojos se volteaban no dejando ver sino la parte blanca Sus mejillas pálidas tomaron un color de tierra Luego comenzó á agonizar sin gritos, con gemidos dulces de persona formal...... ¡SU madre había sido muy dichosa no presenciando aquella escena!. .. ... Cuando Monsieur y Madame Loiselllegaron á la aldea, el agua caía á torrentes. La pobre señora que no había cesado de llorar desde su salida de París, no podía ya tenerse en pie y marchaba vacilante, con los ojos encendidos bajo el velo espeso. Rosalía tuvo cuidado de enviar á Fred y á Totor, desde por la mañana, á casa de la abuela ...... Ella también lloraba, lloraba sinceramente y de tal manera, que Madame Loisel fué desde luego á besarla. Después, la pobre madre fij6 sus miradas en la humilde cuna de mimbre donde yacía el cadáver. ..... Jorge llevaba, por primera vez, el traje elegante que Fred había ensucíado. Su delgadez era espantosa: su nariz estaba seca, sus párpados azulados y su boca entreabierta, pálida, llena de espuma en el fondo, avivábase en los bordes con un tinte violeta. -Pobre chiquito de mi coraz6n-decía la madre sollozando-¡c6mo está cambiado! Mr. Loisel miró atentamente al niño muerto, sin decir una palabra, pero atormentado ya por una duda terrible . -Vamos-dijo Rosalía-no 10 mireis así, eso os hace daño!
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De repente Totor entr6 sin prevenir, teniendo á Fred como un paquete entre sus brazos. Rosalía se puso pálida. El estúpido de Totor se puso á decir que la abuela estaba enferma y no había querido recibirlos. Y Fred, cubierto con un bonete de Jorge, calzado con sus zapatos, reventando de gordo, con su aire de buen muchacho, púsose á sonreir á las dos personas que tanto 10 habían acariciado un mes antes. Súbitamente ellos 10 comprendieron todo. Madame Loisel mir ó á Rosalía como queriendo asesinarla con los ojos y su marido levantó los puños con tal expresión, que la nodri za tuvo neo cesidad de refugi arse en un ángulo de la pieza. La pobre madre comenzó de nuevo á llorar y el padre pensó: ((¿Para que hacer un escándalo? Ella 10 negará todo y de nada servirá qne yo la re» vien te y ambos volvieron á sentarse al lado de la cuna, con la cab eza sobre el pecho, mien tras R osalía se revolcaba en el suelo desesperada, sollozando como un animal . ........ Al fi n vi no el carpintero y luego el cura acompañado de u n monag uillo sucio que tenía entre
las manos una cruz vieja y desplateada que parecía querer escaparse del mango. Esos entierros de niños parisienses que atraviesan á veces las calles desiertas de las aldeas, llevando por todo cortejo, detrás del féretro, pequeño como una caja de violín, á un caballero y á una dama enlutados que van, con los ojos cubiertos, á dejar un pedazo del corazón en el extremo de un cementerio perdido, mientras íos campesinos los miran curiosamente desde las g ranjas del camino, son degarradores. . Cuando la primera paletada de tierra comenzó á ocultar las tablas minúsculas del ataúd, Madame Loisel, á quien la enfermedad había hecho olvid ar el único beso dado áJorge, exhaló este grito: - ¡Ah! h iji to de mi corazón! Ni siquiera pude . O una vez I . b esarte V IV Al vol ver del cem enterio, Rosalía dijo inconscientem ente á madame Loisel: - Si la señora t uv iese dentro de poco otro bebé, supongo que no se olvidaría de darme la pre. ferencia
CRISTAL MARINO Cual copa de oro hacia la mar se incli na El sol de fuego, y trémulo av izora La purpurina Rangre de la aurora Que á sus sedientos labios se avecina. Mi amor es como el astro que decli n a Cansado de irradiar en la sonora E xtensión de lo azul, y al sueño implora Mientras la Muerte á consumirle atina. Mas, [oh, perdido bien! de tu ternura El recuerdo in mortal , es mar que niega Su seno á mi creciente desventura;
y como el sol cuando la aurora riega Su púrpura en el mar, surge y fulgura Nueva ansiedad dominadora y ciega .
Balblno D áva l os.
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APOCALIPSIS V i al Serpentario de irradiante brillo levantar iracundo la cabeza, deshaciendo un anillo y otro anillo. Mira al mundo terráqueo con fijeza, y en el vacío rápido se lanza, con rudo s ilbo de brutal fiereza. Huye la tierra, y el reptil la alcanza; la deti ene en su curso apresurado, y en sus broncin eas roscas la afianza. Se alarga en espi ral , y q uebrantado deja al globo, sin vida y movimiento, y el cadáver arroja di slocado . La montaña vacila en su cim iento y al ab ismo d errúmbase, estruendosa: al crá te r del volcán entra viol ento el oprimido mar, al fuego acosa, se revuelven y acaban su porfía convertidos en nube tempestuosa. Dej a el cubil la fi era antes bravía, y , ciega de terror, huye cobarde, sin curar de la suerte de su cría. Ni el cóndor hace de valor alarde, y en estrecho girar volando gime, al ver su nido que entre llamas arde . y el déspota que rudo al hombre oprime, el verdugo serv il y mercenario, el avariento que á su h~rmano exprime, el que en nombre de Dios vi ola el santuario, la meretriz infame, el disoluto, el haraposo abyecto proletario, el débil niño de violencia fruto, la joven madre y el anciano abuelo, el imbécil cret ino, el p illo astuto, revueltos huyen clamoreando al cielo, al sentir falta el aire á sus pulmones, y bajo el p ie desaparece el suelo. Perseguida por recios aquilones, remedando terrífico aquelarre, la nube rueda en multiples girones. Impreca contra el viento que la barre, y, ebria de furor, hace que el seno el flamígero rayo le desgarre. Llena el espacio el retumbar del trueno. y la nube en diluvio se condensa, sin temor de encontrar dique ni freno.
No hay montaña que opóngale defensa; el agua crece, y á la fin inu nda del esferoide la extensión inmensa. Arrastra entre sus ondas, furibunda, gentes y fi eras, plantas, cieno y roca, la creac ión entera moribunda . 'f ado vaci la, cruje y se disloca, el agua, el fuego, el huracán, la tierra, y cae, y se levanta, y rueda, y choca . y el fragor dominando de esa gu erra se escuchan de Satán la carcajada y del Señor la maldición que aterra. Pierde el eje la ti erra desgarrada, y, en témpano de hielo convertida, desci eu.l e ('11 el abismo derrumbada. Así JeI mundo concluyó la vida , que Dios, cansado de la grey humana, delincuente y jamás arrepentida, qu e su nombre y su ley audaz profana, la juzgó en su j usticia incorruptible, y borróla con mano soberana. El Artífice eterno, el Invisible, su basílica inmensa de granito arrasó con su cólera terrible, arrebatando al criminal precito la escalera de soles que le diese • para acercarse á El en lo infinito . Manda que al fin el cataclismo cese; mas la tumba de hielo siempre flota, sin que un rayo de solla bañe y bese; del coro universal fúnebre nota, que los mundos escuchan con espanto, porque el castigo celestial denota . El espacio la arroja de su manto, cual cuerpo de leproso corrompido, que inspira repugnancia, y no quebranto. Mira la eternidad al sér odioso y no encuentra una lágrima de duelo en su inmensa pupila de coloso. y al ver que al mundo el eviterno hielo envuelve, como fúnebre sudario, retorna humilde á reposar, al cielo, á las plantas de Dios, el Serpentario.
B. de zayas EBriquez. México, Abril de 1894.
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AZU L PALIDO La n oticia corrió de boca en boca; pero se ne- - y como sublime condensación de este estado gó á en trar en. el corazón. Hay ideas que llevan de oonoiencias, la duda de un apóstol de 11:1. nueen sí mismas el gérmen de una. n egación. Yo va doctrina: ¿vale la vida la pella de ser v ivino sé qué coraza ampara á los espíritus contra da? ¡Ahl No es la cuestión social, no es la ruda, estos h echos de crueldad infinita que se produ- tenaz , arraigada lucha entre el burgués y el procen ¡ay! con demasiada frecuenc ia en la huma- letario, la que se descubre al través de estos cuanidad. Lo que repugna creer, no se cree . Así su- dros terribles. No es pan lo que hace falta á la cedi ó con el asesinato de Sadi Carnot. No era humanidad, es fe que es el pan de los espíri'Iln atentado; era el ate ntado; es decir, era algo tus. así como el com pendio, el resúmen , la sinópsis *'" * de toda una larga gestación de maldades dentro Semana que se ex cusa , que pasa inadvertida, de una conc ienc ia . Si había en E uropa gober- que busca pretexto en la duración de las horas, nan te digno de ser ahorrado en esta tr iste he- ha sido ésta. ¿Las semanas en que no ocurre nacatombe del anarquismo «fin de síglo,» si algu- da, son realmen te semanas? ¿No son estos días no merecía creerse al abrigo de estas explosio- lazos que nos ti ende la vida para convencernos de nes epilépticas, era este hombre de serenidades que en r ealidad existimos? ¿Pero verdaderamente excelsas y de inmaculad as honradeces. No pudo h emos v ivid o esos días'? Y o creo que no. Yo creo el león devorar á la serpiente y fué la serpiente que son horas escamoteadas, momentos qu e se la que ah ogó al león . n os roban . Y luego, al hacer la liquidación de esta cuen ta corriente de la ex istencia , vemos en * ** ella partidas que no nos h emos imaginado haber ¿Qué extraña enfermedad es esa que se h a aporecibido nun ca. Hemos bordado en el vacío muderado de las conciencias? E n este crepúsculo de ch as estrofas y leído muchas hojas en blanco. los espíritus, un ideal sombrío, un loco deseo , sueño de un desperan zado de In. vida, ha veni*** do á ennegrecer las blan cas alas de las almas.E l R enccimienio acaba de desped irse del púMorir .. .. .. ... dormir l La eterna, la imperecede- blioo.-Es triste abandonar á un buen am igo , ra quiet ud; llegar al fondo de ese profundo Des- con el que se ha emprendido ese viaj e intelectual conocido que se alza como un signo de interro- que conduce á los dom in ios del Arte. El com pagación ante la inquieta curiosidad que ha pre- ñero , fatigado , nos estrecha la m ano, traza bretendido escrutarlo todo . La vida no tiene para vemente la últim a silueta de su cartera, y nos estos corazones pálidos amaneceres radiosos, ni desea que sigamos adelante.-Pero no; no es la rosadas puestas de sol, ni la noche esparce sus postrera etapa esa que aye r hicimos juntos; es un misterios, ni 1n luz teje sus hilos de colores . La alto en mitad del camino; un día volverá á un írrabia del no ser; la soberbia del Angel Caído, senos. La tarde está serena, el cielo azul , el sol palpitante en las estrofas de Milton; algo de des- resplandece encima de nuestras cabezas .. .. .. El pecho ante lo invariablemente Incognocible, h a amigo ausente vuelve á aparecer en el umbral del hecho presa en esta triste humanidad, que ya bosque, con su saco de viaje y el nudoso bastón no se arrodilla ante el Cristo, pero que va á de- de camino. Salud , buen amigo! Petit BIen. positar coronas y flores en la tumba de Vaillant.
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LA REVISTA AZUL APARECERATODOSLOS DOMINGOS.-PRECIO DE SUBSCRIPCION MENSUAL O. 50 NUMERO SUELTO, 12 y MEDIO CS.-PARA TODO PEDIDO, DIRIGIRSE Á LA ADMINISTRACION , CAJ.LE DEL PROURESO NUM. 2 APAR'}:ADO DEL CORREO NUM. 309.-Y A LA DEL d :'ARTIDO LIBERAL .») .......
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HA.8IENDClSE A':;OTADO EJ. NUMERO T, PARTICIPAMOS Á LAS PERSONAS INTERESADAS EN OB" rENERLO, QUE MUY PRONTO HAREMOS UNA REIMPRESION, ESPERANDO SOLO A QUE ~ESEN LOS PEDIDOS, PARA ATENDERLOS DEBIDAMENTE.
TOMO 1.
MÉXICO,
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DE JULIO DE J 894.
NUM. la.
EL LAGO DE PATICUARO OBERTURA o puedo com parar la sensación que en mí prod uce el recuerdo del lago, si no con la que me causa la poesía de Lamartine: es una sensaci6n az ul. ¿Por qu é no atribui r color á las sensaciones, si el color es 10 que pinta, 10 que habla en voz más alta á los ojos, y por los ojos al espíritu? Y siento color de rosa cuando recuerdo mi primera m añana en la tierra cali ente, la salida del sol contemplada desde el mirador del palacio de Cortés¡ siento color de plata cuando re cuerdo m i noche de luna en el mar, y siento azul cuando vuelvo á ver en mi memoria el lago de Pátzcuaro. y no era azul cuando lo vÍ. La mañana esta ba ll uviosa. E l chubasco arrcci6 cuando salimos del hotel, y corriendo, resbalando aquí, escurriéndonos allá en la ti erra húmeda, cubiertos por la manta de vi aje, atravesábamos el campo como much achos que salen á mojarse cuando ll ueve, y ríen, y cantan, no porque el aguacero les alegre, si no porque están contentos de vivir. P ara llegar al barco tuvimos que pasar por angostas vigas que ya casi flotaban en el agua. ¡Qué agradable es te ner miedo no teniéndolo, y asustar á la compañera á quien se ama, empnjándola para detenerla y jugando así á salvarla de riesgos que no hay ! Una vez dent ro del barco, pusimos á secar nues-
tras abrigos de camino en la caldera. El sitio en que viajan los pasajeros de primera clase es la tol dilla, porque no tiene este buqnecito más camarote que el del capitán. Ibamos, por consiguiente, :oí la intemperi e, con los pies metidos en el agua, qu e entraba por todas partes: apenas encontrábamos refugio j unto al tosco y primitivo tim6n que manejaba y dirigía un más tosco y primitivo timonel. Lo apremiante era poner á salvo de la ll uvia y de la inundación los canast os que contenían n uestras provisiones para el almuerzo; abrigar bien la gallina, con las servilletas; envolver el pan en peri ódicos, como se envuelve en sus pa ñales á un m uchacho; poner sobre tod o esto los platos boca abajo, y no dejar afuera más que las puntas de los cuchillos, los dientes de los te nedores, como bayonetas 6 marrazos de centinelas, y el cu ello de las botellas que se empinaban para no sofocarse. Ya terminada esta faen a laboriosa, pude volver los oios á mirar el lago. Ibamos solos en el vapor. ¿Quiénes otros se h ubieran atrevido á navegar por gusto en med io de tan recio temporal? La luz del sol, velada por densas n ublazones que cubrían todo el cielo, parecía la luz de una veladora de porcelana blanca. E l lago turbio, inquieto, formado como de nieve derretida¡ el sol triste, amarillo, como muy lejos, como enfermo, detrás del nublado; las crudas ráfagas de viento que amorataban nuestras caras¡ el aire sin aves, CRIlVJ8TA
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los horizontes sin montañas, todos blancos; la atm6sfera sin ruidos, record ábanme las cristalinas descripciones quehace Pierre Loti de los mares de Islandia. -¿Aclarará, capitán? -¡Es bien dificil : muy mal día tendremos! El capitán era un canadense, joven, de no mal talante y ya algo versado en el español. Parecía de buena familia y regular instrucci6n. En el cuartito 6 agujero del timonel, sentada en un banco de palo, pálida, con los ojos bajos, cosiendo maquinalmente y como perdida la imaginación en remotas tierras, iba la mujer del capitán, no fea, pero como enfriada, como nevada su sangre por la pobreza y los afanes de la vid a. Estaba recién casada . ... .. [qu é luna de miel tan triste! Pasará los días en Ibarra esa mujer- pensaba yo-contemplando desde la ventana el lago, el cerro de Ihuatzio que divide el lago, y las chalupas que 10 surcan como huecas flechas de madera, sin oir más que el cacareo de los gallos en el corral 6 el gruñido de los cerdos; no hablará con ninguno porque no conoce nuestro idi oma; comerá sola en la desierta y desmantelada fonda, cerca del arriero que allí al muerza, y cuando caiga la tarde, cuando se enciendan las estrellas en el cielo y escasas luminarias en las p róximas islitas, irá á aguardar á su marido para cenar y dormir, hasta que los cascabeles de las mulas que llevan el g uayín de Ibarra al paradero de los trenes la despierten y la indiquen que es h ora ya de levantarse, En la cena, por la noche, en los patios y corredores del hotel, verá pasaj eros ufanos y felices novios que hacen su viaje de bodas, y para ella no hay más que soledad, re clusi ón, silencio y pobreza, ó la monotonía de navegar con tinuamente en aquel barco sucio y tiznado de hollín, qu e siempre se detiene en los mismos puntos para recoger balsas cargadas de madera y re molcarlas! Bajo aquel cielo gris, dentro de aquella atmósfera de vapor de agua, la mujer del capitán me parecía una palidez y un frío más. Raras canoitas atravesaban el lago, que estaba muy alborotado. Pero ¡qué delgadas, qu é angostas y qué esbel tas son estas canoitas qu e hienden, de verdad, el agua, como flech as! Vistas de lejos semejan pajaritos negros que se bañan volando. Ya de cerca, simul an anguilas largas. Se aproximan, y vemos que 10 que primero nos
pareci6 sombra de ala, es una diminuta embarcación, en cuva caja oblonga ap enas cabe la india, porque la india es flaca, 6 el muchachito que lleva á vender al mercado los pescados blancos. Se creería que son palos de escobas montados por enanas brujas acuáticas. No navegan, andan estos pescadores. Y la embarcación forma como parte de ellos mismos. Vemos moverse las palitas de los remos, y pescador y chalupa se nos figuran un palmípedo que chapotea zambullido en el agua. Otras canoas son más g randes y cuentan con varios remos. Pero la mayoría á cierta distancia, tiene el aspecto de una ara ña que anda á brincos sobre las ondas. Cuando el vapor silba, pensamos que se va n á asustar, y que van á volar 6 á zambull irse más todos esos animali tos. ¿C6mo respeta el oleaje esas embarcaciones? E n las primeras horas de aquella mañana, el vie nto levantaba verdaderas olas. El lago, cansado de su eterna mansedumbre, se revolvía iracundo, molesto porla lluvia impertinente. Incl inado sob re el barandal de la toldilla, en treteniame en ver salir el agua hirviente por encima de la ru eda del barco, como túnica de encajes hecha jiron es y estrujada. Esa es el agua colé rica, la que echa espuma por la boca. La azotan ; á golpes la traen á la caldera; la queman; le cierran el paso con leños carbonizados, y cuando al fin logra escapar, sale fur iosa, con sn vestido de blond a blanca destrozado por las brutales manos; de sátiros infernales. Y se echa de cabeza al lago para refrescarse, para bañarse, porque también h ay agua en que se baña el agua. Pues qué ¿creeis que el agua es una misma? ¿No veis que hay una azul, y otra verde, y otra color de rosa, y otra color de oro, y otra plomiza, y otra blanca, y una que canta, y otra que se queja, y una que salta al cielo como dardo de plata, y otra que se echa en la tierra como monstruo cansado? No sabemos distinguirlas; nuestra vista no es bastante perspicaz pa ra apreciar sus diferencias; pero cada gota ele agua es distin ta de las otras. Se j un tan porque se ama n, y son las únicas que realizan el ideal, para noso tros inasequible, del amor: fund irse uno en ot ro. ¿Veis una ola? P ues es el ejército de una nación de gotas, que se echa encim.. de otra para conquistarla. E l ag ua vive. Cuando llueve, el agua bebe; cuando besa las plan tas y las flores de la orilla, el agua come;
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cuando se filtra en las entrañas de la tierra, el agua entra á trabajar en las labores de sus minas; cuando sube en nubes tenues de vapor, el agua manda á Dios su incienso místico. ¿Qué es la neblina? Es su oración de la mañana. ¿Qué son las nubes? Son los titanes del agua, que intentan escalar el cielo y caen despeñados, en castigo de su osadía. ¿Qué es el arroyo? Es el agua campesina que apacienta rebaños. ¿No veis las
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espumas triscadoras del arroyo? ¿Y qué es el río? Pues es el hacendado que recorre majestuosamente sus dominios. Entrad á una gruta: es un claustro, es un monasterio para el agua eremita. Tomad las estalactitas: son las urnas cinerarias del agua muerta. Venid ahora á este lago: este es el lugar apartado, misterioso y tranquilo, en donde el agua pasa su luna de miel, y duerme y mira al cielo! M. Glltiérrez N ájera.
GODOY, El PRINCIPE DE LOS PORTEROS modestamente se llamaba "Casa Godoy, comparaban á éste con el doméstico cua de Gobierno,» n i después que la encnm- drúpedo que lile apega más al fogón que á las perbramas hasta llamarl a P alacio , ba teni- sonas; por lo que solían decir que Godoy era el do n uestra mansión ejecutiva portero gato negro de la mansión gubernativa. A estas vulgares comparaciones, hijas casi tan estirado, tan cortés , tan d iplomá ti co como el inolvidable Man uel Godoy; de gran prosopeya siempre de la envidia, contestaba él diciendo que en el plantaje, exq uis ito en el vestir, y au nque si era cierto quP. no descendía, también era verde hu mild ís ima estirp e, como 10 atestiguaba la dan que no ascendía; y cuando le preguntaban intensa color m orena de su tez, de man eras aris- por qué no aspiraba á más elevado puesto, como tocráticas y sali das de ingen ioso cortesano. los demás servidores de la patria, sabía Godoy Era ori undo de la Barcelona vouezolaua; y allá observar con sobra de discreción, que por subir por el año 17 fué de los contados qu e escaparon demasiado alto, gran porrazo se había llevado su el pellejo en la degollina de la "Casa Fuerte,» en ilustre tocayo el Príncipe de la Paz, duque de donde perecieron soldados , familias, servidum- Alcudia y de Sueca, favorito de rey y reina y bre, y hasta las criatu ras que sus patriotas ma- árbitro de España. La verdad es que Godoy era irreemplazable; á dres llevaban á los pechos . Godoy era entonces un chiquilicuatro , y aunque los soldados del fe- menos que no fuese para hacerlo de sopetón Emroz Aldarna llevaban el corte por parejo, les hizo bajador. Poseía el talento, el tacto, y el don de gracia encontrar u n arrap iezo como aquel, lle- gentes que han caracterizado á los grandes porvando el mismo nombre del famoso D. Manuel teros que en el mundo han sido; ayudándole en de Godoy , Príncipe de la Paz , duque do Alcudia mucha parte á realzar estas dotes, su prócera esy de Sueca, y etcétera. Coutentá ronse , pues, los tatura, el noble abultamiento de su pecho, su caespañoles con ti rarle de las orej as , y le dejaron beza robusta y distinguida como la de Otelo, y aquel esmero y limpio toque con que atendía á VIVO. Siento estar tan lejos de los archíves patrios, revestir su enfática persona con el frac de paño porque me g ustaría averi guar en qué fecha entró azul y relucientes botones, pantalón irreprochanuestro Godoy á desempeñar la altu porter ía na- ble de la misma tela, chaleco de inmarcesible cional; mas parece quo debió de ser en muy re- blancura, alto corbatín á la Talleyrand, cuello mota época, pues en aquella en que lo encuentra pulcrísimo, que ceñía como un collarín de alaesta ligera cró nica , ya las gentes que veían en- bastro su hermoso capitel de ébano, y guantes de trar y sali r partidos , barriendo en cada vez con algodón siempre nítidos y como de estreno. Se había aprendido, no se sabe con qué descoescoba y lampazo la casa de Gobiern o, sin que ninguno de ellos lograse sacar de su rincón á llante Talma, los pasos, las piruetas, las cortesías: 1 CUANDO
Bon ifi can do en sus soberanos á las g randes n a-
cienes, decía:
t.
p1' • 's nus y
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- Actualmen te discnUrno8 fro nteras con V ictor ia ; (, tlcpartimo« sobre amistad y comerc io con apoleón ; Ú ajusuimo« Concordato con P ío; ú tla?JWII uud ien cia á Isabel. Cier to (lía en que el Ministro de Hacienda se u um inaba al Cong reso á contestar reparos h e.\¡ s por la oposición {L las cuen tas de su rumo , m ur 'h aba det rás de él y á respetuosa di stancia 1 rr cio Godoy , de gran de gala vestido, ostentand o, ad em ás del ya desc rito uniforme, el alto , mbr 1'0 d e pelo negro, y escarapela. tricolor del lnd i zqu ierdo de la flamante prenda: Deb sjo del hrnz II vnbn el mon umen ta l por ta foli o de cuero d Hu ia on b roc h es de plata . \ 1 11 rrar {i la p uerta del ed ifi cio en que se reuní \1\ Il 'Úlllhl'H. Legi lativas , que en to n ces era l m ism ti la ' 11 ive r idad , los j óvenes estudiant ncmigo de l Gobierno , com o lo l i mpr d Júpiter los alu m no s de Minerva, s l,Tl'llp l' n h tile al pa o del Ii n ist ro y le vnmo á e t8 CUl' el cuero! fIu 1 reo upado con la pelia1 IU deb ía lar ra zón y cu enta, Ó l di u ~ t j l rucnaza hizo el n 11 nd 1'1 n oda u car n ice::rodoy y le i n elvi ha é
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E n la muerte de Luis Gonzaga Ortíz Golondrina gentil que á los albores Del almo sol que baña la colina, De H eberto en la morada blanquecina H ablas de amor á las nacientes flores: Tú que subes al ciclo entre fulgores; Tú que hiendes el aura matutina;' Tú que fuiste su musa, peregrina Mensajera inmortal de sus amores! Tú lo sabes, ¿verdad? ¿á cuál esfera Su alma tendió las alas presurosas? ¿Volverá alguna vez á esta ribera? .... . - ¡N unca! No viertas lágrimas piadosas; Se lo llev6 la ru bia Primavera A su nido feliz de eternas rosas!
Fern ang rana .
CUADRO DE GENERO 1
había alcanzado esa edad en que el espíritu presa de extrañasal ucinaciones busca enlos espacios fulgores desconocidos y en las flores aromas especiales. Sus ojos abrillantados y radiantes de luz, reflejaban la curiosidad de una alma inquieta nacida para ser contemplada de rodillas. Estaba creada para el amor. Flüia la pasión de S11 cuerpo y se esparcía como una claridad. Llegó al altar cuando el primer albor de la adolescencia iluminaba apenas su semblante. Allí, en aquella alcoba en donde el ángel de la dicha coloca sigilosamente su dedo en tre sus labios, había encontrado á un hombre frío y reservado, llena la mente de problemas trascendentales, de casos patol6gicos, de dudas científicas. Había pasado de su clínica á la cámara nupcial bruscamente, sin transición alguna, y se en".JO~,-
EonORA
centraba en los brazos de aquella niña como en su cátedra, delante de sus discípulos, en los solemnes momentos de una operación quirúrgica. Teodora lloró sus desengaños mucho tiempo. Después, la costumbre había alejado las sombras que se proyectaron en su espíritu y la asediaron du rante algunos años. Todas las mañanas veía alejarse á su marido, siempre silencioso, siempre pensativo, después de una noche de insomnio, consultando al reflejo del pálido reverbero que alumbraba ténuemente la cama de palo de rosa en que descansaba ella, las obras de Rabuteau ó de Nelat6n, sin que sus ojos posados en aquellas páginas, revelaran una sola idea mundana, un solo destello de vida. Todos los días, al sonar la una de la tarde, el coche del doctor extremecía las vidrieras de la casa. Momentos después, imprimía sus labios helados y descoloridos en la pensativa frente de la esposa. Comían en silencio, y él penetraba en so ga-
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binete de estudio para 110 salir hasta h ora muy a vanzada de la tarde, cuando ya el ú ltimo rayo había dorado la cumbre de las montañas. Teodora paseaba en el Bosque su amarga melancolía, y cuando las tinieblas de la noche confundiéndose con las de su alma envolvían con velo de misterio los caprichosos contornos de los árboles, el coche ganaba las calles de la población y penetraba en aquel hogar sombrío y tacit urno que no turbaba el menor ruido en su reposo. U na n oche Teodora no volvió. A la mañana siguiente, en el círculo de la señora....... ., corría de boca en boca la noticia de que la hermosa T ......, esposa del célebre doctor M.. . .. . .., había abandonado el domicilio conyugal en compañía de un conocido Lovelace, cuyas seducciones mundanales habíanle hecho el h éroe de n umerosas aventuras. En la solitaria casa de la calle de .. ......., la vi da no había cambiado. Todas las tardes, á la una, el ruido de un coch e estremecía las vidrieras del edificio, y el doct or, frío y silencioso, traspasaba el dintel de aquella p uerta, que volvía á cerrarse al darle paso. E l transeunte que á las altas horas de la noche cruzaba aquella apartada ví a pública y fijaba su vista en el edi ficio, podía vislumbrar un pálido rayo de luz que se desprendía de uno de los ba lcones. Era el doctor que estudiaba. II
Aquella noche el doctor había velado más tarde que. de costumbre. Un círculo obscuro ci rcund aba sus ojos que parecían más cavernosos que nu nca. En el fondo de aquellos huecos se adivinaban mejor que se veían, dos pupilas fijas en un cielo plomizo de melancolía vaga y taciturna. Sali6. Leves gotas de una lluvia finísima caían en los charcos miasmáticos de las aceras, produciendo pequeñas ondulaciones que se borraban u n momento para dibujarse de nuevo. Los coch es salpicaban de lodo á los transeuntes. Las pesadas ruedas de los carros se hundían en las charcas ocasionando un chasquido desagradable y glutinoso. En el Hospital, los alumnos esperaban al doc-
tor haciéndose mutuas confidencias de sus aventuras de callejuela. El aire húmedo de la mañana no se hacía sentir en aquella atmósfera impregnada de ácido fénico. U n paso lento y acompasado resonó en los corredores; los cuchicheos cesaton: era el doctor. Cuando entró en la cátedra seguido de sus discípulos, la impasible fisonomía del m édico se iluminó por un m omento. Sus ojos brillaron como dos áscuas de fuego, su t ez marchita se coloreó u n instante, su frente se levantó orgullosa y firme, y con voz sonora y metáli ca comenzó su ex. plicación: Señores Se trataba del envene namiento por ci anuro. El doctor pretendía seguir las huellas de la intoxicación por el veneno, investi gar ciertos fenómenos que podían h aberse escapado á los experimentos del analizador. Un alumno interrumpió al profesor. Precisamente se había llevado la noche anterior al anfiteatro el cadáver de una mujer intoxicada por el cianuro en una madriguera de la prostituci ón. El cuerpo esperaba la autopsía. Animado por la fiebre de la ci encia, aq uel hombre de hielo abandonó el sillón de la cátedra, y seguido siempre de sus discípul os, pcnetr6 en la sala de disecciones. é
U na plancha de mármol blanco, opacada por una leve capa grasosa, se alzaba en aquella habitaci6n amplia á la que daban luz dos anchas ventanas, por donde un rayo de sol que había roto en aquel momento la oscura prisi ón de n ubes que lo tenía envu elto, penetraba alegremente, yendo á herir un amarillento cráneo, aban" donado en el rinc6n más apartado de la cstanCIa.
E l doctor había retirado de su bolsa de operaciones un bisturí flexible y delgado como la le ngua de una víbora. Era otro hombre; su rostro resplandecía; un fulgor extraño iluminaba aquella frent e oscurecida por los insomnios; su boca se plegaba por una sonrisa de amor propio satisfecho; su nariz aspiraba con deleite aquel aire cargado de emanaciones de sangre humana. T raj eron el cadáver. Era el de u na mujer joven y hermosa; sus formas habían sido holladas por el placer sin que perdieran el primitivo encanto de sus líneas. El vicio hizo rodar aquel montón de carne blanca
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y tersa, de suaves contornos y virginales redon-
deceso El doctor se acercó y U11a palidez mortal cubrió su semblante. Aquel cadáver era el de Teodora. Vaciló un momento .
La misma extraña claridad que alumbrara poco antes sus facciones marchitas y fatigadas, apareció de nuevo en su rostro. Se acercó á la plancha, y buscando en el cuerpo un espacio determinado, hizo la primera incisión con el bisturí. Cal'los n¡tJ~
Duróo.
NIHIL A Balbino Dévalos
Yo he visto hundirse la moral humana y la moral divina entre sus brazos, cual la niebla sutil de la mañana, por el sol tropical, hecha pedazos. La pasi ón con sns rndos aletazos quebró el claro cristal de su ventana; tendió las alas, al romper sus lazos, el azul ideal, quimera vana. Si copia el lago en su cristal tranquilo al mismo sol, que la estación gobierna, sólo fecunda, desbordado, el Nilo: La Verdad á los tímidos consterna; mas la Verdad, también, Venus de Milo, no tiene brazos para ser eterna. Jesús E. Talenzoela.
EN PLENO DIA N la mañana del 30 de Abril, el Su amante, Salomón Cerf, el corredor, que la Odeón ofrecía una matink clásica, mantenía sin prodigalidad, había querido, á toda á la una, es decir, á la una y «cuar- fuerza, llevarla á cenar con tres colegas suyos, t o,» No hay que olvidar que en el que hablaron durante todo el tiempo de un buen teatro todo es falso, hasta la hora negocio relativo á Río Tinto. Se habían aburrido, imperturbablemente, ante las carnes frías y que es. F anny P érez, la dama joven, se la ensalada rusa, y la pobre muchacha, que no levantó mu y tarde y de un humor era ya muy joven-tenía treinta años,leed: treindeplorable. En la noche anterior, ta y tres, con el «cuarto" de hora-se acostó muy no había tenido más que un papel insignifican- tarde. Aquel día se debía comenzar con la rete, en la nueva pieza, cuya primera representa- presentación de «Las falsas confidencias,» en las ción había sido, por otra parte, muy tempestuosa. que representaba el papel de Araminta. Marie-
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ta, la camar ista , h abía ad ivi n ado en el violento campanillazo que resonó, que la señora se encontraba en u no de sus dí as malos, y se apresuró á llevarla el chocolate y los periódicos. Mientras se desayunaba, en la cam a , F an ny recorrió las noticias escritas por los periodistas nocturnos. Apenas si era menc ionada dos ó tres veces , al lado de sus cam aradas, que representab an papeles secundarios, sin un elog io espec ial, en montón . ¡Oh! y la pieza era fat igante á no poder más l Era m uy poco agradable . Din! El relój había sonado . Las once y m edia. ¿Ya? Era preciso que Fanny se encontrase en el teatro á las doce del día, lo más tarde, para tener tiempo de «hacerse una cara ." [Mar ieta ! Marieta! Y la señora se v iste apresuradamente, riñendo á la criada . -Nol No esos botines, torpe! .. .. .. Y un coche, inmediatamente, eh? H éla ya pronta á partir, por fin!...... Siempre l inda, pero tan páli da! Con una palidez amarilla, las facciones r estiradas y el estremecimiento febril de una m ala noche. Fanny, sin fijarse en lo rad ian te del sol y ep la pureza del cielo, se arrojó en el interior del coche, cobijándose bajo sus pieles, y, al cabo de algunos minutos-perfectamente! eran las doce y cinco--ll egó al teatro, subió con lij ereza la escalera y penet ró en su cuarto, en donde la esperaba ya el peluquero, que tenía en sus manos la peluca empolvada de las damas de Marivaux. - Bu enos días, señorita Fanny . - Bu enos días, Augusto Vamos pronto. La actriz desapareció un instante detrás de un biombo, se despojó de su vest ido de calle, púsose un peinador enc im a del cors é y se instaló , por último , ante el espejo, entre dos mecheros de gas, que flameaban con un débil silbido. [Dios mío! que mal aspecto tenía aquella mar ñana. Por fortuna, ahí están ungüentos y cosm éticos esparcidos sobre la mesa de toilette. Coldcream, polvoz de arroz, blan co mate, rojo, veluti na, nada falta. Hay allí un arsenal completo de belleza provisional. Inmediatamente , con maquinal habilidad, la actriz díó comien zo á su tarea. V iva, abre los botes, las cajitas, los frascos, llena algunas tacillas, impregna y barniza su rostro, el cuello, la garganta, da brillo á las cejas con un cepillito y ¡t ic! ¡ticl dos rasgos de lápiz azulen los ojos. Y «m is brazos, que olvidab al»
y todavía un poco de negro en las pestañas y UI1 toque de rojo en las uñas y en el extremo de las orejas . Se hermoseó , se transfiguró la actriz, á oj os vistos. Ahora, la mirada, es humeada y luminosa; la sonrisa ti en e rubores de granada entreabierta . - P rontol Leontina!...... Mi vestido. La cam ar ista se ace rca, con aire de penetración, ten ien do en el extremo del brazo el h ermoso vestido de teatro, de satín rosa con grandes Ialbal ás. Fanny se levantó entonces , despoj óse ap resuradam en te de su pe inador, mostró un instante al peluquero-siemp re allí, con la peluca en la mano-¡oh! cosas encantadoras, un a nuca, unos hombros, una espalda l. ..... Pasó por fin por el vestido, como una ecwf ére pasa al través de los aros, y héla aquí, en menos de med ia ho ra, adornada, peinada, ll en a de polv os como menuda escarcha, resplandeciente con la gracia ostentosa y amanerada de su tocado de otros t iempos -. Ya ha recobrado la alegría. Aquella matinée, aquella representación ante burgueses, extranjeros que leen el libreto, fa mil ias amontonadas en los palcos, no le pareda ya u na cosa fati gan te, como hacía poco. Por io contrar io, está en cantada de representar una vez más este papel de Araminta, que sabe que le está bien y en el que siempre ha alcanzado éxitos. ¡Oh! los cadetes de las butacas de orquesta, que tienen en las rodillas sus shakós con plumas blancas y rojas, van á aplaudirla hasta lastimarse las palmas de las manos; está segura de ell o y soñarán con ella, aquella noche, en muchos dormitorios de colegios. Y ensayando su mirada insinuante del gran terceto, la actriz, orgullosa de su belleza, son rió al delicioso pastel en cuad ra do, ante ella, en el espeJo. Había terminado . La camarista, arrodillada, ha colocado ya el último alfi ler. El peluquero ha puesto una rosa entre el polvo de la peluca . F an n y está lista y triunfante como un subteniente en traje de gala, un día de formación , y se dirige á la escena, con el brazo extendido y el aban ico en la mano, al través de un dédalo de escaleras obscuras. En vano la voz lenta del traspunte gemirá en las tinieblas: «Se va á empezar," Fanny h a sido demasiado exacta , como de costumbre . -Herm osa mía, nadie ha llegado aún, la d ice
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el viejo cómico Bonamy, con quien se cruza en UTl corredor. y la actriz, en espera de que levanten el telón, entra en el snlóu de los artistas. Pero, en la entrada de la puerta, se detiene, El sol penetra ampliamente por las ventanas abiertas, inundando de luz el salón vasto y vacío;afuera, la primavera,-la primavera fresca.espl éndida, que ha aparecido aquella mañana. ¡Qué cielo más azul y transparente! Cuán dulce es la primera bocanada de la estación joven, ténuemente tibia, como el aliento de nn niño. Ayer, el cielo estaba gris y húmeda la temperatura; los tra nseun tes , con sus paragnas, chapoteando en el lodo. Pero en el curso de aq uella noche, todo había camb iado repentinam en te. Era Abril. Todo el mu ndo huhía sal ido , con el traj e de los domingos, y se tomaban pOI' asalto los ómnibus y la multitud se agolpaba ú las pu ertas del Luxemburgo. E l viajo jardín estaba adorable, con sus lil as en flor, sus pájaros locos ele alegría, y sus vetustos árbo les desnudos ayer, con un verde tan tierno y tan deli cado, qu e las lágrimas acudían ú Jos ojos. ¡Oh, divina mañana! Fin del cruel inv ierno! [Clemencia de Dios! Ante esta aparic ión , la actriz, cuya alma no es bucólica, no tiene, primeramente, más que esta reflex ión 'de desagrado: -Vaya! Con semejante ti empo, vamos á representar para las butacas. Apuesto á que no se hacen «m il doscientos ,» Luego, deseosa de persuadirse una vez más de que su toilette le está bi en , se m ira en uno de esos grandes espejos del saloncillo , se contempla de pies ú cabeza, y, repentinamente, retrocede con un gesto estupefacto, cas i de espan to. Porque el sol es el vencedor de todos los afe ites y de todos los postizos, y en aquella plena luz, en aquella serena claridad , la actriz se vió horrorosa. ¿Cómo? ¿E ra ella aq uella muñeca de peluquero, pintada como un cuadro, aquella cabeza de cera , cubierta de grasa y de pomada? ¿Cómo? Era su traje aquel vestido ajado y pisoteado, aquel paquete de harina en la cabeza, aquella rosa de plato de dulce, aquellos.abalorios de rey negro y de saltimbanqui? No, era para prorrumpir en gritos de dolor. y sin embargo, esta buena Fanny no es muy impresionable. Cuando se rueda desde hace quince años en los teatros, y euando se está obligada
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á soportar las galanterías de un Salomón Cerf, que debería estar en la prisión de Mazas, se está acorazada contra muchas sensaciones, ¿no es cierto? Pero en verdad que es demasiado cruel el contraste entre esta deliciosa mañana de Ahril y el fantasma embadurnado y cargado de oropeles, que Fanny ve reflejado en el espejo. Por la primera vez en su vidn, experimenta como una confusa vergüenza de su persona y de su profesión. ¿Es esto posible? ¿Se ha gastado, marchitado hasta este punto, en la sombra. y el polvo de los bastidores? Y, dentro de poco, á. pesar de este día radioso, á. pesar de este risueño sol: va tí. verse precisada á. salir á 10. escenn,á este antro iluminado; volverá á. sus gestos, finjirá sentimientos complicados, hablando un lenguaje literario, casi incomprensible para ella; desempeñará, en una palabra, su oficio de mono y de loro. ¿La primavera? ¡Ah, sí! No existe para ella. En un momento de amargos pensamientos, héla lanzada ya hacia un pasado lejano. Se vuelve á ver en la casa de sus padres-un taller de obrerocuando la mamá la conducía al Conservatorio. Tenía su vecino en el mismo piso, un rubito que no la desagradaba, y de quien se sentía amada. Era empleado en un ministerio, y si hubiera querido renunciar al teatro, se hubiese casado con ella gustoso. El padre lo sabía y también lo hubiera deseado. Pero la madre ero. ambiciosa y M. Regnier afirmaba que iba á perderse el primer premio de comedia. Si hubiese, sin embargo, sido razonable, sería hoy la mujer de algún hombre honrado, jefe de oficina; se pasearía, en aquel hermoso sol, del brazo de su marido, como aquella pareja que ve, desde aquí, entrar en el Luxemburgo, precedida de dos pequeños colegiales. Pero no! Está condenada para siempre á su vida enervante y artificial. Y ni aún está cierta de conservar su contrato, y Salomón Cerf -¿es su décimo Ó duodécimo amante? no lo recuerda-no es ni generoso ni constante. ¿Qué porvenir más sombrío? Tnl vez se vea precisada -y muy pronto-á representar en provincias, envejecer, y un día, estar obligada á los papeles de característica. En este momento, el viejo Bonamy-va á representar el papel de Dubois en las «Falsas Confídencias,» y, bajo su vestido de marqués, tiene, en realidad, el aspecto de un p~rro sabioentra al salón, se mira á su vez en el espejo, y CRaVISTA AIUU-~
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dice á su camarada, con el cín ico tuteo del c6mico de la legu a: - Querida Fanny, estás siempre linda, como un ángel.. Pero no hay que decirlo No somos muy hermosos á pleno día.
Ahlla pobre comedianta tiene ganas de llorar. Pero la voz del traspunte resuena en el corredor: «Pr imer neto...... Se va á comenzur.» Y Fanny se ve obligada á contener sus lágrimas, para no despintar sns afeites.
Franellieo fJoppée
LUIS ORTIZ 1
II
El reino de Luis mi vista abarca: un huerto en flor de hiedra circuido y en la cabaña, tibia como un nido, mirtos de Laura yecos del Petrarca.
Cuando yo pude en Delfos contemplarte, ll evando de mis versos la primicia celebrabas con mági ca peric ia el rito augusto en el altar del Arte.
Eros dió á este plácido monarca perenne juventud en vez de olvido, y junto del altar del dios, dormido, pero dulce y gentil 10 halló la Parca.
Movías de Afrodi ta el estandarte, y recuerdo con íntima delicia . de tus estrofas la febril caricia ¡Cómo podré olvidarlo ni olvidarte!
Lejos aquí de la vital contienda vi vi6 cantando la canción de amores, que interrumpida por la muerte horrenda, s6lo podrán seguir los ruiseñores. Dice toda su historia esta leyenda: IIAm6, fué amado y espiró entre flores.»
Mas lo qne triste en tu sepulcro lloro, con un dolor que siempre irá conmigo, es tu amistad; porque mayor tesoro de pura poesía, y la bendigo, hubo en tu noble corazón de ami go que en tu alma lira de marfi l y oro. Junio de 94.
J UNto Sierra.
CAPRICHOS. OARIOIAS LEJ AN AS H! sí, mi buena, mi elegante amiga, las he sentido. Este saloncito gris veteado de oro, con sus muebles caprichosos y frágiles; las mariposas vívidas de los abanicos japoneses abiertos sobre la obscura tapicería; la soledad del rincón que acabamos de dejar, y desde donde sonríe la in maculada dentadura del piano; la luz de ceniza que empapa la vidriera del balcón, la melopea elegiaca de la lluvia, y tu cara fresca de ojos glaucos -ondas del Adriático- inocentemente curi osos,
me llevan á la confidencia, me seduceu para la plática tétc á té/e, mi buena, mi elegante am iga. Acerca tu rojo taburete-escabel de paje rubio-junto á mi pesado sitial, y oye la respu esta que dan mis memorias á tus impru den tes qu ince años.
** * Fue una viejecita blanca, una viejecita de nieve, encorvada y temblona, de esas que en los cnentos del divino Perrault regalan á Cenicienta su chapín de cri stal y ofrecen un talismán al Príncipe enamorado para que, de rodillas ante el lecho de púrpura, pueda despertar á la Her-
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masa Durmiente. Figúrate que al entrar en el vertían sus sueños de virgen, me besó rápidatemplo, junto á la tallada cancela, á la hora de mente; experimenté la calentura del rubor que la primera misa, me la encontré con su rosario subió en llamas hasta sus mejillas de durazno de de cuentas lucientes colgado del vestido de plie- otoño. gues rectos, y su mantón negro triangularmente ¿Pero...... por qué te cuento eso mi buena amierguido sobre la cabeza como la capucha de un ga? ¿Por qué hacer desfilar ante tus ojos glauhábito. Era una mañana fría, color de azucena. cos, inocentemente curiosos, la procesión de las Entré con unción, y levanté la pesada cortina caricias judaicas: los abrazos del amigo ingrato, verde, cuando en el mismo instante en que me los juramentos de las mujeres infieles, la batalla herían los reflejos de los cirios que desde larga de besos de la orgía, las noches de plata en que distancia picaban la sombra, sentí la primera ca- se desfloran las bocas y se desatan los ensueños? ricia, dada en la mejilla por una mano de seda La vida, la desengañada vida que rechaza con oliente á incienso. Jamás en mi niñez solitaria hastío ilusiones frágiles y sonrisas falsas, la amary huraña, en mis ocho años de candidez medio ga senda de la vida siempre manchada de oro tativa, se había posado así una mano con tan aquí y allá por gotas de miel seca, guarda muo blanda finura sobre mi rostro. chos recuerdos de placeres........ Ahondando la N o re cordaba haber sido arru llado en la cuna memoria, se encuentran bajo la tierra negra de por la canción maternal, ni haber sentido el ale- los olvidos, pedazos de caricias, tiestos rotos donteo de los ósculos entre los labios que entreabrió de florecieron los besos, las rosas blancas, las cael primer suspiro del sueño. Conservo esta im- melias rojas, las margaritas lechosas que deshopresión como una reliquia. E stá guardada en la jamos sobre los labios de las amantes fugitivas. sacristía de mi pequeña iglesia, de la iglesia que Oh! sí, mi buena amiga, las he sentido; pero levanté á la castidad de mis días blancos, para todas ellas se han quedado en el pórtico; no hay que algunas veces entren á rezar mis recuerdos ninguna inmaculada; son pecadoras que han amay te ngan donde esconderse mis maldades. N o sé do mucho y esperan, ateridas de frío junto á las con precisión cuánto duró aquella caricia ni 10 columnas churriguerescas, á que las dejen peneque me dijo la anciana-algo muy suave y muy trar mis días castos á la pequeña iglesia, donde alado que se evaporó como una nubcj-i-lo que sí guardo, como una reliquia, la caricia de la viesé es qu e apareció en la soledad de mi espíritu jecita de nieve que pasó ya la tallada cancela y Ull ángel h echo de ráfagas azules y que cuando va á oír la primera misa....... La esquila llama evoco m is memorias infantiles miro á la viejeci- alegremente y la mañana está color de azucena. ta de nieve, encorvada y temblona, junto á la cancela tall ada, á la hora de la primera misa..... *** y al ve ni r el primer encanto, el brote juvenil, y ahora, mi buena amiga, cese la confidencia. saltó el caliente surtidor del deseo en la fresca fuente de la vi da y sonó el primer beso. El pri- Aleja de mi pesado sitial tu escabel de paje: te mer beso 10 sentí bajo el palio de un árbol, mien- has quedado triste....... y cuando se está triste, tras el sol caía como escudo sangriento sobre los mirando como nosotros la luz de ceniza que empapa la vidriera del balcón y oyendo la fúnebre trigales luminosos del Poniente. Una muchach a trémula decía que me amaba, melopea de la lluvia, es bueno pensar en algo acercando á m i semblante su boca húmeda con inviolado y blanco, como aquella viejecita de jugo de framb uesa. Tras un juramento, con los nieve, oliente á incienso..... _ ojos cerrados, ebria con la miel voluptuosa que Luis G. lJrblna. No faltan en el mundo personas que se obstinan en pres taros un servició y que os arrojan sin remordimien to la piedra más pesada que encuentran, para matar una mosca que va á picaros. Es una desgracia para la juventud el foro
marse una idea del mundo según sus primeras impresiones; poro aun más desgraciados son aquellos que se imponen la misión de decir á esa juventud: «Tienes raz6n en creer en el mal; nosotros ya lo conocemos á fondo,»
"'.JCredo de Muuet.
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A JEANNE. UN
SOII~
D'üPERA
De tes fauves bandeaux, brunis par le soleil, Mes regards caressaient la merveilleuse soie, O cheveux opulents, diadóme sans paroil! Charmé qui vous contemple! heureux qui vous deploie! Mais toi, de ta beauté connuissant le pouvoir, Comme un cygno indolent, paisible aux bruit des g réves , Tu sentáis vers ta loge, et sans daigner me voir. Monter comme un encens l'éxtase de mes reyes! Pour éveiller en moi , -inutile trésor!De l'idenl cherch é le trouble poétique Viens á mes yeux ravis, viens te montrer encore! Cal' ton j eune visage est pUl' comme l'antique Et la di stinc tion , fée aristocratique, Sur ta tete charmante ti. posé son doigt d'or . México.-1894. G . GO"it,kOlvski.
EL INOCENT E de la las enfermedad es intestinales ó hepáticas, reisemana , en el patio de Las Oule- nantes en el rumbo, habían mod elado aquellas bras, era la llegada de Soledad , fi sonomías hasta diferenciarlas del resto del leparaje, de suyo disgustante. ~~.... rálias «La Ojona» Por aquellos apartados rumbos, El tendero, un asturiano locuaz, el cura, un excepto uno que otro carretón des- indio taciturno rapado á peine, y el dueño de vencijado, no se veían vehículos: la botica, eran ahí como tipos exóticos de belleun tranvía sonaba sus cascabeles ií za humana .. .... Cuentan que para aquellas genunas ocho cuadras de di stancia. El callejón aquel tes era un acontec im iento emprender un verdaparec ía un pueblo aparte, aislado del resto de la dero viaje por el centro, pues, artesanos en su ciudad , qu e recordaban tan sólo haraposos anun- mayoría, trabajaban para las escasas necesidades cios de cigarros en las esquinas, obras de arte en del vecindario. Con ésto se explica porqué desmateria de imprenta, si se comparaban con los de qu e daba vuelta el coche de bandera azul , el cartelones hechos á la aguada del Circo del Sol, tendero salía á la puerta á echar un ¡olé salero! en los que, entre letreros de ortografía popular , los m uchachos apedreaban, entre nubes de polvo, se veía un acróbata de cara y piernas al azarcón, al simón , colgándose del eje trasero, y las molendi slocándose en UD trapecio, tricolor p(i)r patrio- dero» de las accesor ias suspendían la faena y setismo. Las casas, las gentes, hasta los animales, cándose el sudor á mano limpia, refunfuñaban. parecían pertenecer á una raza patibularia, y era -Ahí va la esa. La esa era Soledad , que los miércoles visitaba qu~ la pobreza, el abandono y el desaseo, á más IJ ACONTECI MI E NTO sensacional ,
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á su hijo, encargado á los cuidados de una Doña Ambrosia, de muy dudosos antecedentes. No iba sola; acompañábala una colega de profesión, una joven madrileña de caireles dorados y voz ronca; ambas en caracol, con los brazos • desnudos y el cigarro entre los dedos, bajaban del coche de un solo salto, golpeando el empedrado con las zapatillas de seda, y arrastrando las batas sueltas, se entraban al patio de «Las Culebras,» seguidas de reojo por los viejos y con mirada curiosa por los muchachos, que murmuraban por lo bajo sab e Dios qué comentarios de plazuela . Ambrosia les hablaba de tú y ellas parecían tratarla con ciertas consideraciones. -¿Y ese inocente'! E l inocente aqu el día estaba en cama. Partía el alma la cr iatura: el enfe rmito, exangüe, era una llaga; era un niñ o repugnante de cabeza fenomenal; orejas trasparen tes, mucosas pálidas y piel maculad a por las huellas verdes de las cataplasmas, mancho nes de yodo ó escaras desprendidas: los d ientecitos sucios , di entes típicos de Hutchison , el cuello inflamado y endurecido por las escrófulas. Ante el mártir qu e lloraba débilmente, la madre ponía un gesto doloroso y no lo tocaba por m iedo de lastimarlo! Le hubiera dado la vida si en ella estuv iera; bi en sabía Dios que cuanto podía sustraer á la rapiña de la Coronela, su tutora, lo empleaba , mitad en golosinas, mitad en E mulsión , fierro, píldoras, papeles, toda la botica, qu e le habían hecho engull ir al desventurado Roberto . ¡Roberto!...... Y ella soñaba que sería como el homónimo de la novela que le inspiró ese nomb re: un rubio angelical de mucha fortuna con las m ujeres! A veces pensaba dedicarse á él; retirarse de la vida pública, y consagra rse á la privada , cerca del moribundo; pero estaba llena de deudas hasta el cuello, y era preciso trabajar para comer. El dinero se va como agua en coches para el paseo del medie día, en copas, en polvo y colorela mar! Pero no la juzgate, ropa limpia rían mala madre, puesto que no podía tenerlo allá, porque ni la Coronela ni las ocupaciones lo consentían , cuando menos, lo venía á visitar. No faltaba un m ié rcoles, que era un día de asueto durante algunas horas, y, eso sí, borracha ó en su juicio, tarde ó temprano, pero no faltaba, llevándole, á veces, para jugar, tapones de cham-
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paña, anillos de puros, botellas ds cerveza ó de
cognac, semillenas y robadas .. .... cuanto podía recoger de aq uella casa de placer que era su presidio. Se engañan los que toman como excepcionales los caracteres de esas infelices . Soledad, junto al h ijo, diríase una nodriza cuidadosa; era tonta y no veía en el enfermo una culpa hecha dolorosa carne, un remordimiento, sino una criatura anémica qUEl curaría con una poca de Emulsión, visitas los miércoles. y baratijas de á seis centa vos. ¡Qué saben de medicina y de herencia ciertas descarriadas! Fumaban cigarro ella y la mad rileña, puro Doña Ambrosía y platicaban de cosas vulgares; tristezas de su reclusión, carestía de telas, amo ríos de una noche y recuerdos de otros tiempos . De un trago vaciaban el pulque que la quintañona les ofrecía, y, llevando el compás con los tacones, tarareaban una 11Ia lagu,eña. El inocente, entretanto, sum ido en mortal somnolencia, yacía envuelto en frazadas ...... impotente hasta para llorar! [Pobrecito Roberto! Cómo fijaban en él compasivas m iradasl ,........ ¡Es un esqueletito el infelizl y Soledad contenía el rapto que la impulsaba á estrecharlo, á sacudirlo, á despertarlo con un beso sonoro; pero no lo podían tocar , era una llaga ........ . y partían dejando algunas monedas, porque el coche corría parado, y un minuto más costaba mucho dinero ...... y - j Adios!. .. está dormido-¡mejor!-hasta el miércoles. . . y si an tes se ofrece algo, que me vayan á. avisar. A veces, en momento!'! de cansancio, hundida en el innoble canapé de la sala, eu la alta noche en que se dormita á la luz escandalosa de los reverberos , veníale á Soledad el recuerdo de Robertito, y hubiera querido volar hasta allá, hasta "Las Culebras,» para mirarlo dormir; pero ........ el ciego preludiaba una danza en el piano y ella se paraba á bailar arrastrando los pies, quebrantada por el cansancio y por el sueño.
........ . . . . . . . . . .. ..
. .. . . . ..
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. ....... ........... ..... ..... ....... lO. lO. ..... ... ..... . lO •.• ...•• Un lunes le avisaron que el inocente, á las seis de la mañana, se había muerto; pero que no le habían mandado recado hasta esa hora, porque no había con quién. Entonces, olvidándolo todo , sin pensar que estaba en cuerpo, dió un paso fuera de la casa¡ mandó traer un coche. Partía el
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alma ver á aquella mujer desesperada, llena de polvo y de listones, gritar la noticia, sacudida por un sollozo de histérica, mientras que una señora obesa, de anteojos negros, le decía . -Chole, métete del zaguán te llama el señor,
Hablaba la Coronela. Era el señor un disi pado de cincuenta y pico, que la invitaba á bailar. Tocaban: «Tu mirada,» de Pomar. •
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E5TIO IN EDITO (PARA LA (eREVISTA AZUL»)
Es madre ya la de la luz esposa Naturaleza hermosa Coronada de azul y blancas lumbres; Ya es madre, y en prolífica abundancia Sazonada fragancia Llena el confin del valle y de las cumbres. Extiende el sol el sin igual tesoro. De sus cabellos de oro Hasta las ramas del dormido sauce; Ríe en las cimas y en el hondo abismo, En cuyo centro mismo Se irgue de horror aridecido el cauce. No con las flores se adornó la frente Cuando en el occidente Mudo y lz.cio de amor se apaga el dia; Surgen, para adormid a en sus anhelos, Estrellas en los cielos; De la tierra y del mar la melodía. La Noche con los ojos entornados, Por el rubor velados, Vijia [oh Madre! que en tus sueños tienes, Agita su cabeza entre los astros, Y en inseguros rastros Llueve la luz desde sus altas sienes. La ola canta en el tendido océano, Como 6rgano pagano, Himnos de amor que con mi amor penetro, y son: á un tiempo, en la memoria mía, Gritos de profecía, O de la Jonia el cadencioso metro. Yo ví en Invierno por la selva añosa Que el vendabal acosa Dejando el manto en su veloz carrera,
Bravos alzarse del sopor innoble y el roble con el roble Azotarse la enorme cabellera; Botar y rebotar cual fi era herida La mar en su guarida Moviendo con sus garras las espumas, Hacer presa en las lindes de su asiento Y dar su aullido al viento Y su crencha real de crespas brumas; Como lejión que precipita mundos, Del cielo en los fecundos Astros aparecer torvos nublados Blandiendo altivos la fulminea espada, Y el monte y la cañada Ví temblar como ciervos acosados .. .. .. Mas ora no. Todo es reposo. Espera, Difundida en la esfera, La luz crepuscular que vuelva el dia; Y combina matices y colores Sombras y resplandores Con que el trage del sol ornar ansía. Y el sol, vestido de perennes bodas, R asga las nieblas todas Con que cubre su lecho por oriente y sellando la mística alianza, Un 6sculo te lanza En la dormida y soñadora frente. ¡Vive la luz, enamorada esposa, Naturaleza hermosa Coronada de azul y blancas lumbres; Y tu germen de culto y poderío Bebémosle en Estío En la ubre llena de tus vastas cumbres!.. .. ..
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Mas allá de su linde, obscura mancha El horizonte ensancha A cada paso del deleite mío, y en vano le arrojaron mis amores Los vívidos fulgores Del sol calicular del claro Estío.
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Náufrago inutil del ingente estrago Que el pensamiento aciago Promueve con sus dudas y recelos, Asido estoy del rayo de espelanza Que, centellante, lan za El eterno Verano de los cielos. (Palma. de Mayorca.)
.Iuaa Luis
Etitelrl~h.
AMOROSA Cuando la noche llega, ensueño mío, Miro, como visión blanca en la sombra , Vagar , de la llanura por la alfombra, 'fu veste nívea entre el ramaje umbrío. Del césped, de los árboles, del río, Se alza un acento que doquier te nombra, y el conturbado espíritu se asombra De tu eterno y creciente poderío. Todo va á su destino: el ave al viento, Al Hacedor el A71gclus sonoro, y á tí, mi enamorado pensamiento! y mientras te amo en mi ferviente rito, Enciéndense las lámparas de oro En el palacio azul del infinito!
Adalberto A. FAteva.
AZUL PALIDO 'I'rae la muchacha zahare ña su racimo de espigas bajo el brazo. Sobre las ap retadas combas del corpiño centellean, heridos por el sol, algunos pétalos de amapola que el aire fragante hace flamear como alas de coleópte ros carmesíes. La falda, casi desceñida, man chada por hilos escurridizos de un verde diluido y lentejuelas de esmeralda, flota encima de las yerbas erectas , como la marmórea y suelta túnica de Diana fugitiva . Acaba de llover y el horizonte de cobalto está rayado aún por el pentágrama de eristal de la lluvia. En el esmalte de las montañas juguetea 01 lino desgarrado de la bruma. Un grupo de álamos que se sacuden de la cabellera las últimas gotas, resplandece tÍ lo lejos, y un ci-
prés que se yergue detrás de la tapia, agujereó una nube fatigada que quiso descansar un breve instante sobre su copa. En la llanura humedecida espejean, aquí y allá, charcos que arruga el aire inquieto. La muchacha pasa cantando la canción del verano. y los pájaros. asomando las cabezas empapadas, al bordo de los nidos, al ver pasar á la coquetuela risueña, acompañan el delicioso zortzico con el trémulo y alegre riiomello, Buenas tardes. señorita Primavera.
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La empresa del teatro Principal no tiene la culpa! Yola absuelvo ante el tribunal del arte.
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Es un m aci zo st1'1tggleforlifem' este Don Luis Ar caraz, red de n ervios que sostiene un pequeño cuerpo.- De Hermimia nos había hablado la prensa amer icana con hiperbólicos elog ios. Tres ó cuatro años de triunfos escén icos , sueltos de gacet illa , todo un inmen so público batiendo palmas, en tu siasm os desbordantes, frenesíes locos ... A sí era Herminia ... según nos la p intaba la p rensa amer icana. Y ---n o! n o era así ! Hermin1~a es una in gl esita t rasplantada á t ierra fran cesn en alas de la inspiraci ón musical de u n ruso . Los r usos son cas i franceses; los ingles es nunca! J ucobowsky es pri me-hermano de Lecoq; los libretistas de Hermuvia evocan u n teatro de tosquedades prim itivas. E l ch iste se ha h ech o agil y flex ib le; travesea el lnumour y espnmea el in genio en rápidos iri s; en Herminia todo es lento, todo marcha penosamente. Y ahí ten eis 01 por qu é del fra caso. P ero la empresa del Prin cipal 110 tien e In culpa: buscó tuniedade» que arrojar á ese qu erido monstruo que pide si empre: i111tLS! pn ásl y si la obra no resultó-según el tecn ismo de bastidores-no se debe al buen Don Pedro, que ha desentrañudo tenores y h echo traducir piezas de todos los idiomas con ocidos y aun desconocidos. Yo lo absuelvo ante el tribunal del arte.
to es éste del que se corregirá. con el tiempo. En «[Pobre Bebé!" hay espectáculos provenzales, harizontes iluminados por rojos rayos do sol, COpOil de espuma de mar hirviente. Es uu aire acre y sano el que se respira en aquel medio que tonificado con sus emanaciones saturadas de iodo y saL-Luego el pincol d e Olagu íbel se trueca en escalpelo q ue di seca nervios humanos. Es un triste dram a v ulgar, una hi storieta do todos los días, algo sorp rend ido en esta vida com ún y carriente.-Y, después, un parpadeo de colores , un a fin a llu vi a de matices, telón que so corre sobre la pá lida tumba de B ebé!
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Todavía no se desvanece esta fresca memor ia ele Sad i Carnot.-Aún los espír itus ll evan luto.De esta tum ha reci én abierta , no se han elevado, empero, los primeros tumultos de la g ue r ra . No se lucha com o en la fosa. d o Ojelia, al horde de este sepulcro, que la ndmirn ción u ni versal ha cubierto de palmas. Un gran dolor es u n gran reposo; y no es la Francia , es la Human idad entera la que acaba do sentirse horida.-Los monstruos no tienen patria , ha dicho Cr ispí. Para el cr imen no hay nacionalidad: el hombre-fiera es un desecho de In sociedad; no hay bandera que * lo ampare ni guarida que lo cob ije. Dos pueblos * '" Paco Olaguíbel acaba de hacer surgir de las ca- -dos grandes pueblos-no pueden desgarrarse j as de Imprenta su IljPobre Bebél» premiado en el por la roja silueta de un asesino. Los malvados concu rso d el Univer8al.-Olaguíbel es uno d e los no tienen patria. ¿Qué culpa ti ene la madre de poetas más jóven es ele nuestros j óvenes . Tiene haber llevado en su sen o á un infame?-Por en la impresión de cuadros vistos y si no ha pene· cima de la amada sombra del Presidente Carnot, trado todavía en el análisis psicológico, no h ay flota una paz bienhechora. Este sepulcro no qu ieque culparlo á él , sino á sus pocos años. Defec- re sangre: quiere lágrimas.
Petit BIen.
LA R EVISTA AZUL APARECERA TODOS LOS DOMINGOS.-PRECIO DE su nSCRIPCIONMENSUAL O. 50 NUMERO SUELTO, 12 y MEDIO CS .- PARA TODO PEDIDO, DIRIGIRSE Á LA ADMINISTRACION, CAI.LE DEL PROGRESO NUM . 2 APARTADO DEL CORREO NUM . 309.- Y A LA DEL ((P ARTIDO LIBERAL.»)
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H ABIENDOSE AGOTADO EL NUMERO 1, PAR'rICIPAM05 Á LAS PERSONAS INTERESADAS EN OBTENERLO, QUE MUY PRON'rO HAREMOS UNA REIMPRESION, ESPERANDO SOLO Á QUE CESEN LOS PEDIDOS, PARA ATENDERLOS DEBIDAMENTE.
'l.'OMO 1.
15 DE
MÉXI CO,
JULIO DE
1894.
NUM. 11.
ME ALLONES FEMENINOS. Carmen Romero Rubio de Díaz
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las gotas ele la Iluvia, no Q.;: , secarlas aú n por el sol renaciente, esponjan el rosal del patio, • • ~." ' "1 o bru ñen los azulejos del arriate, " esmaltan las hojas verdes hi nxq "'i1'lPl"'i chan los botones entreabiertos, sacud o las fragantes ramas para que el agua me salpique, el aroma se evapore y semejen las rosas removidas t urba de mariposas blancas que alza el vuelo. ¡Oh, qué inefabl e sensaci6n edénica! S e me entran por los ávidos poros alientos de frescura virginal ; aletean mis ideas como pájaros zabnllidos en la fuente ó como cisnes que tras larga caminata en arenales, remojan su plumón en el estanque. La tarde, pasada la t ormenta, ti ende á secar en la cresta de los montes sus celajes color de rosa y color de oro; flechas de sol rebotan de las campanas nuevas que hay en la torre próxima, recién j abelgad a para el día eucarístico; brinca el agua en los caños y se atropellan las espumas persiguiendo á las hojas de lustrosa madurez que, arrancadas al árbol, va arrastrando la corriente; retozan las palomas; y en el portal ruinoso de la casa, m ientras hila en su huso la abuelita bl anc a, el abuelo de ojos azules y muy húmedos sonríe al aire que se le entra en los pu lmones. Como ese rosal mojado por la lluvia, son mis recuerdos de días buenos y almas santas: hundo la cara entre sus ramas sin espinas, 10 muevo, y UANDO
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al moverlo, siento que me salpica yo no sé si de lágrimas ó de rocío; veo las rosas como ya prontas á volar y por los claros del follaje, como se mira la epidermis color de rosa de torneados hombros de mujer al través de la blonda obscura y leve, columbro las lejanías azules de mi vida, doradas por los occíduos rayos de la tarde.
........................................................ ..... N o era como «la niña que come rosas» de Giorgione, sino, más bien, como la «Virgen de la Perla.» Belleza de lilial blancura, caminaba envuelta en una nube de incienso, no impasible á manera de Diana, sino afable, risueña, cual esas vírgenes cristianas que sonreían al dolor mismo y mirában con infinita piedad á los verdugos. Recordábase, al verla, á aquella virgen pintada por Leonardo de Vinci para Ludovico Sforza, y que lleva de la mano al niño Jesús á que bendiga una rosa recién abier-ta. Se decía de ella, repitiendo una estrofa de Víctor Rugo: Parece que su mano Lleva un lirio invisible: Don Juan la ve pasar, la mira en vano y murmura: ¡Imposible! Despedía fragancia de violetas esa criatura toda ma nsedumbre, toda perdón, toda cariño, ánfora cincelada de rodill as por Fray Juan de Segovia, en la que derramaren las Virtudes su bálsamo y su mirra. Palacio, en la apariencia, era su casa; palacio frecuentado por los políticos y próceres, por los CR RV ISTA
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intrigantes y los cortesanos; pero, en lo sagrado íntimo de él, era un h ogar al que s6lo tenían honroso acceso las bondades y los méritos. En las turbulencias polí ticas, los muros de aquel hogar sufrían las fuertes rach as de la tormenta; la madre- una gran dama, que es al par una Santaoía sobresaltada los tumbos de las olas, y la hij a m ayor, la Gracia pensativa, velando al lado de ella, oraba por el ausente siempre amoroso y siempre amado, por el que acaso-¡oh dicha!iba á volver de un m omento á otro de improviso... . . tal vez con la sonrisa del triunfo . .'" de seguro con la sonrisa del am or. También los palacios, en ocasiones, se parecen á las pobres chozas de los pescadores y en ellos se alzan preces también por el que en noche de borrasca cruza el Océano. é
fulgurante; una princesa en cuyas sienes los ángeles colocaron la diadema. Pasaba intacta, por el bullicio de las grandes fiestas, como albo cisne por las ondas del estanque. y al verla afable, sonriendo, dulcemente pensativa, recordaba 10 que mi amigo Jorgeel delicado artista me había dicho, mostrándome un agua-fuerte, copia del lienzo admirable de Leonardo de Vinci, trasunto de la Virgen del B ambillo:-Asi mira Carmen .
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Más tarde vi á la joven de ideal belleza, cuyo cuerpo esbelto parecía salir airosamente de entre hojas de acanto, mimada y bien qu erida en el gran mundo. La hermosa duquesa de . abría sus salones la duquesa en cuya garganta veo las perlas como animadas, como alegres, sin duda porque ellas, al tocar ese cutis, creen hallarse prendidas al terso esmalte de la concha nácar. En el saloncito japonés, forrado de exquisitas sedas que ocultaban acaso paredes de porcelana transparente, conversaba con los magnates y con los Magníficos, el vigoroso paladín, el héroe de leyenda que todo había obtenido ya de la Victoria. La mirada recta, la mirada «á fondo» del guerrero, se detenía y dobl aba, como hoja flexible de florete, ante la joven de ideal belleza, cuyo cuerpo flexible parecía sal ir airosam ente de entre h ojas de acanto. Después, en los teatros, en los bailes, en todos los sitios en que la arisrocracia se da cita, la vi pasar como circuida toda ella por halos de respetuosas simpatías. Parecía una princesa, pero una princesa de aquellas compasivas, tiernas, santas, cantadas por los poetas místicos; una princesa de aquellas que vestidas de oro, de zafir y de granate, se desprenden de las letras g6ticas, al márgcn de los célebres Misales; una princesa de aquellas que curaban solícitas á los enfermos, que repartían limosnas á los pobres, que aun abren los brazos ála miseria y al dolor, en las capillas de mannol, desde el iconostásio
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. La niña de li lial blancura, la que escuchaba al paso , como leve movimiento de alas, la música de este verso - ¡Ah, quién tuviera Niñas así!la joven cuyo cuerpo esbelto parecía salir de entre hojas de acanto, reina ahora por el derecho divino del amor en el alma de aquel vigoroso paladín de mirada recta ~ue todo ha logrado ya de la Victoria, La habl6, como dice S hakespeare, D~. riesgos que corri6 por mar y tierra; De como se salvó por s610 un punto De muerte cierta en peligroso asalto; De su prisi6n por enemigo aleve Que esclavo le vendi6, de su rescate y peregrinaci ón maravillosa. .. .. .. . .. .. .. .. . .. .. .
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L e quiso ella .. .. ... _ Po r los peligros qu e corrido había La quiso él por su bond ad m ovido. E l grave Dux agrega en el drama de Shakespeare: y creo que tal historia sedujera También á una hija mía .. .... Reina la joven de id eal belleza por el amor en aquel pecho; por la bondad, en tod as las almas. Como Ruth con su hoz de plata, así va cortando ella mieses para los desvalidos y los pobres. Se dice al verla : es la Caridad que pasa! Desde que es pod erosa por el cariño y la virtud, los menesterosos pueden exclamar con Tobías: «[hay un ángel en medio de la som bra!" Para consolar á las m ujeres infelices, á las que se arrepentían casi, por amor á sus hijos, de ser madres, pas6 por los h ogares fríos y tristes, una luz, un pertume .. .. .. pas6 Carmen. Cuando al volver de las fiestas cortesanas se despoja ella de sus múltiples sartas de brillantes, el collar se
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desgrana y caen las piedras, pero no en el mármol del tocador, no en cazoleta de oro ni en estuches de laca ó de cristal bohemio, sino en las cunas toscas de los niños indigentes, en los catres de los hospitales, en las mesas sin mantel ni pan de los menesterosos y, ¡cosa rara! suenan mejor esos brillantes al caer sobre la estera del enfermo pobre, sobre el duro jerg6n, sobre el harapo, que sobre el áureo cofre 6 sobre el raso. Esa vida es como la prolongación de otras dos "idas que el amor lig ó y que en ella se compenetran y se funden. En la Bien Amada encarnan aquel ánimo noble que no esparciójamás frío en el hogar, y aquella alma santa que supo sonreir, con infinita mansedumbre, al dolor mismo. No rodearon su cuna las bu enas ha das, ¿á qué han de ir las buenas hadas adonde hay padres buenos? Por eso al ver á la que me trae á la memoria no á «la niña qu e come rosas,» de Giorgione,
sino más bien, á la inefable Virgen de la Perla, pienso en aquel palacio que era un hogar tranquilo y venturoso; en el hombre que cumple siempre su deber, con la sonrisa en los labios, y en la gran dama que es al par una santa, en la que amorosa y discreta vela sin descanso, prendida á la oscuridad, como los astros. .... . . . . . . .... . . . . . . . . . .. . .. . . . .. . . . . .. . . .... . . . . . . . . .. . . . . .. . .. . . . . . . . . . .. .
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El rosal empapado por la lluvia refrescó ya mis sienes abrasadas. No volásteis, las que creí volubles mariposas.... Érais rosas, ... recuerdos que perfuman..... La joven de mirada apacible va, á galope, en su árabe caballo, por el encinar cuyas bóvedas de follaje dora el sol. Los padres, viéndose en ella, como se miran los ausentes novios en la propicia estrella de la tarde, regresan á la casa satisfechos. ¡Oh qué hermosa caída de la tarde!
M. Gutiérrez N ájera.
R.E 8 P U E S T A . ¿Qué es un beso de amor? Ya no me exijas Con canas y sin fe pensar en eso. N o hay beso igual al que me dan mis hijas N i am or como el amor que las profeso!
Juan (le Dios Peza.
LA TENTACION (BOCETO DE UNA ESCULTURA.)
A Carlos Díaz Duféo,
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tiaguda; el bigotín rizado, ligeramente rizado NCONTRA I: EIS infaliblemente á Je- sobre una boca franca, sin frucimientos de hassús Contrerns, el joven escultor, á tío y sin pliegues de amargura; las paredes de las nueve de la noche, en el Salón la nariz, voluntariosa y enérgica al mismo tiemdel Comercio (Gu illermo Sennor y po, palpitantes y dilatadas, como husmeando Cía), cantina húngara de la calle siempre algo; la cabellera de grandes mechas láde la Palma. Allí está, entre ar- cius, cabellera de H olojernes-envidia de Chucho t istas alegres y alegrados, de testas Valenzuela y preocupación de Luis Urbina-en enmarañadas y sombreros exóticos, coqueto desaliño artístico, malcontenida por los que beben cerveza, recitan versos, flexibles alones de un empolvado chambergo de dislocan paradojas, cascabelean chistes y desmi- pelo; mirada rápida, intensa, compreh ensiva , gajan su buen humor sobre el mármol tapizado bajos los gruesos arcos de las cejas; mano fuerte, de tabaco y de ceniza. Allí está: la barba nun- elástica, nerviosa; y todo este conjunto animado
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por la guasa atolondrada, por el ademán contra- Du bonheur impassible o symbole adorable! hecho, por la charla lengüirrota, por el entusias- Calme conume la Mer en sa sérénité, mo que se vuelve chicuelo para gritar y hacer Nul sanglot n 'a brisé ton sein inaltérable, piruetas, y por la bondad simp ática que le aso- Jamais les pleurs humains n'ont terni tu beauté . .................... .................. .... .. ...... ............ .......... . . . . . . .... .." ma á los ojos llena de cintilacionos y de lágri, mas, ocultando su rubor con precipitados parSin embargo, Contreras comprende y siente padeos . también las bellezas expreeioas, que en el arto moContreras tuvo la fortuna de educar en Euro- derno, han sustituido á la belleza 'imp asible (upnpa sus facultades artísticas: se hizo escnltor al thía) del purismo helénico . Los excesos de actilado de Bartoldi . El contacto con aquel medio vidad nerviosa han atrofiado el desarrollo musexhuberante-museos, iglesias, talleres-c-robus- cular: Verlaine no danzaría desnudo como el joteció su genio, afinó su gusto, ensanchó sus idea- ven Sófocles. En nuestras sociedades no existe les. Ante un cuadro del 'I' íciano ó 'ante un torso la hermosura gimnástica tan celebrada por lOE de Miguel Angel, el di letanlte sintió un estreme- filósofos y por los poetas. ((Tendrás siempre el cimiento hondo, un estremecimiento de amor, y pecho robusto, la piel blanca, las espaldas anVivirás bello y Huse transformó en artista. Se conoció, se reveló á chas, las pi ernas grandes ll) En los festivales sí mismo. Su vi ejo yo, el que llevaba de aquí, reciente en las palestras tímido, acurrucado en los r incones más som- atenien ses, las muj eres dejan caer su s peplos sobríos , cargando á cuestas los regaños de los bu e- bre tapetes de vi oletas; en el Olimpo diáfano, las nos viejos de la Academ ia y escondiendo baj o la d iosas marchan , «vestidas de .~ í mismos," sobre el raída blusa los cartones de d ibujo con ojos abo- pavimen to de oro; y di osas y muj eres ad oran al tagados y bocas embridadas, una bella mañana di vi no Ph allus, símbolo de la virilidad inmortal se escapó , quién sabe por dónd e, por algun a Yen- y fecunda.-Pero la Forma , desportillada y destaua, por algún resquicio del espíritu , como co- pulida por los graneles dolores de la Era cr isí.iana, legial qu e aprovecha el descuido del vig ilan te se arropa con paños negros (ln e no la transparenpara saltar al campo y desaparecer en una ráfa- ten : las vírgen es macilentas, de facciones esfuga de aire y de libertad ... .. . R ápidamente coló- madas y de m anos pálidas, parecen consumidas se en el lugar abandonado el nuevo yo, bello, ca- por alguna Influen cia astral maléfica y celosa; se prichoso, atrevido, dando al traste con todas las apaga la v ista en los ojos del sab io; se arquea la rutinas; y, con artes mágicas, fabricó pa ra su ha- espald a del emplea do; el adolescen te se exten úa bitación, en menos que se cuenta, un temp lo de en los ba ncos de la escuela , y se eu callecen y se m ármol rojo bajo el capelo azul de los cielos, que man los brazos del obrero en el yunque. La sombreado de gloriosos laureles, con inmacula- vida moderna se ha concen trado en el alma, es das teorías en el pórtico y con una carrera pin- u na vida de r eflexión y de pasión . E l arte moderno es, Ó tiende á ser , esenc ialmente psicol ódárica en el frontón . La Bohemia lo arrastró en el carro dorado, g ico. * La escultura se h a res istido ú entrar en que, lleno de r.. . úsicas, de estrofas, de carcajadas, esta vía, por las preocupaciones académicas y por de barbas hirsutas y caritas ru bias, recorre día las dificultades propias de su limitado procediy noche París . al galope frenético de los potros miento; pero h a entrado al fi n , dándonos obras enloq uecidos . Tropezó en el vicio, pero no cayó maestras de expresión moral. El boceto de Conen él. F ué cuerdo en sus locuras . Huía de la ker- treras , L a Tentación, em inentemente sugestivo, messe insolente y ebria, para pasarse las horas fija en el yeso un estado de conciencia: el recuercontemplando con amor el mármol sin lujurias do que surge y el amor que desborda en el misde la mutilada Diosa. Estas contemplaciones le terio de todas las Tebaidus...... han dejado un recuerdo imperecedero: siempre ** * que nos habla de la Venus de Milo-la mujer Faltaba en n uestro g rup o un escultor. Nos era divinizada por el olímpico reposo-repite , de- necesario u n taller donde educar la literatura clamándola, la poesía que cinceló Leconte de • Se nos cit a, como argumento en contr a r io. la ob r a de Heredia "Los Trofeos ." Cada v erso de "L os T'rofees" es una emoción Lisle en las canteras de P aros: (( .~
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perfectamente defin ida; la obra de Heredia es un a obra de psicolo gía h i st órica
REVISTA AMJL
con los proteismos de la línea: donde hacer centro de charlas , lecturas y discusiones, frente al busto ciclópeo del Maestro Sierra , sobre el tosco arm azón de madera; frente al barro en que la arábiga hermosura de Sara Chave ro reclina la cabeza en el ala desplegada de un abanico, mi entras una Grac ia le entreabre la boca para contempla r sus perlas y sus sonrisas; en tre los torsos varoniles en tensi ón de lu cha y las caderas femen inas en qu ietud glor iosa; entre los A mol'cito~ de Tanagra que cuelgan de las paredes luciendo al aire sus carnes mofletudas y las pícaras miniaturas de su sex o. Nos faltaba esto contacto con la estátua, con el mov im iento y la expresión de la forma en las he róicas actitudes del cuerpo desnudo, en los mantos flexibles que 10 contornean y lo señalan, en los pliegues rígidos (l ue lo ocultan¡ nos faltaba, en fin , Salarnrnbó en márm olnumídico, con su blancura de hostia como Tnnit, con su mística lang uidez, d ieolviendo su virginidad en el Deseo, "como se disuelve una fi ar en el vino!" ó
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La cara del fraile, circu ida por los contamos asimétricos del capuch6n, tiene esa lividez intensa que precede al cruel agolpamiento de la sangre, al bochorno que quema Bajo las ropas duras, de apretada trama, que pesan sobre su largo cuerpo huesoso, se adivina un estremecimiento Y Ella, prolongado, una vibración fría en su desnudez brillante, firmemente plantada con un ligero ángulo de las piernas, avanza uno de sus muslos, levanta la cara virginal y perversa buscando con su mirada la mirada del fraile, le sonríe con sonrisa libertina bajo la barba santa, y le presenta, en la palma de la mano, la manzana del amor y del dolor, reclonda y suave como un seno, con jugos ele fresca miel como una boca. E l fruilo ex tiende un brazo cataléptico cub ierto por la manga gue se q uiebra en violentas arrugas, rechazando en el yacía, con la mano inmovilizada , el desesperante mi sterio ..... El otro brazo es de E lla! sin fuerzas para deshacerse de la caricia , el fra ile, con los dedos que lentamente se le crispan-dedos de trágica contra cción en los qne se enreda un rosario que á su vez se en rosca en las carnes de la impura. como un brazalete simbólico- palpa á su Tentadora, y casi la atrae, y casi la opr ime!. .... .... Un in stan te más, y el brazo se doblará, como un cinturón, para ceñi rla freneticamente! Es tan incitante esa cabeciLa perversa! se insinúa tanto ese cuerpo d6cil! Y es tan débil escudo un sayal! "y es tan débi l resgu ardo una cabaña! En esa alma austera, maltratada y entumecida por días sin descanso y por noches sin sueño, bajo el polvo de los olv idos mundanales, bajo la ceniza que dejan los dolores cuando han cesado de arder, duerme solamente-que es inmortal-el Amorel Rey augusto , envuelto en sus púrpuras de juventud y de gloria. Despiértalo, Sulamita, sacude sobre su frente la mirra epitalámica de tu cabellera, despa r ram a fl ores de frescos fuegos sobre su reclinatorio, can ta en su oído tus apasionados versículos que suena n como el beso, que huelen come el nardo , que embri agan como el
E l grupo de La Tentación es sencillo un fra ile de áspero sayal y una muchacha desnuda; en el suelo, un libro, un Evangelio, sobre una roca: una cruz y una cala vera. El fra ile, escuálido por la pen itencia que doma las rebeliones de la carne, clavándole las puntas de hambre del ayuno y las puntas de cerda del cilicio, es una noble figura del trad icional anacoreta que legaba sus huesos á los cuervos del arenal y su alma á los ángeles del cielo. La muchacha , en la plenitud de su animalidad tentadora , ofreciendo inconscientemente su fr uto n úb il, sin un tinte de vergüenza en las mej illas , sin una cobardía de pudor tremulante en la mirada, está hecha del natural-con atrevida franqueza y con gallarda despreocupación . Los dos están en pie, en el momento crítico en que un hombre puede ser del Señor 6 de Satán , en que se asciende ó se . .. . .. . . . .. . . . . . . cae, en que el pasado dejuventud nos manda en VIno. . el recuerdo un hálito de los ramajes del Paraíso .... .......... .. ..... ..... ............... ............ ........ y un beso de los labios de Eva, en que las oraciones se esconden en el sagrario del alma ante *** el desfile báqu ico de las palabras amorosas, en ...... A la luz desvacecida de los cielos, el ana, que toda una vid a de austeridades puede ser coreta lee, doblando la frente sobre las páginas empujarla al Infierno por el pecado omnipotente! del Evangelio: lee la relación sencilla de la di.
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• vina leyenda, y transportado por su anhelo á la riente Galilea del idilio cristiano , se junta al rebaño de almas que siguen á J esús entre los viñedos, escuchando la palabra de perdón y de esperanza que seca lágri mas y al umbra sonrisas , que se posa como un beso maternal en los remolinos de oro de las cabecitas infantiles, que penetra-caricia enlutada-á los corazones huérfanos, que se arrodilla sobre todas las lápidas, que ora con todos los dolores, que levanta del polvo todas las culpas y que corona de estrellas todos los arrepentimientos! La. sombra se descorre sobre el mundo . Las letras del pergamino danzan . se barajan, se borran; el fraile cierra los párpados; su pensamiento se entorpece; y allá, en un fondo que el crepúsculo espol vorea, pasa la silueta lánguida de una virgen nazarena Después , atraviesa su espíritu una ronda de espectros, un vuelo de harapos negros ......... Luego, nada! el vacío sin color, la ineonciencia sin perspectivas .... . Duerme.
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L&. sofocante neblina de su sueño se desgarra, y surge un fragmento de infancia y de juventud, acuarela lavada en el azul del horizonteacuarela de verjeles en flor y de tejados grises, con una torre de frágiles aristas y con una fuente de aguas claras, sobre las que cae, como malla rota, la sombra verde del emparrado. Es el pueblo en que jugó y amó , al ampar o de sus pa· dres y al amparo de la. Virgen , en las mañanas de la vida, tan bellas y tan breves, que salpican todo el rocío de sus búcaros y todos los cantos de sus pájaros en el corazón que se abre.. .. .. Albas de celajes rubios! repiques madrugadores del campanario! altarcito de blancos paños con lentejuelas de oro!. . .. ..- Oh, inmortal recuerdo del primer amor! Cuando la estrella de la oración enciende su penacho sobre la cresterí a de la montaña, las palomas regresan llamadas por el A1I{lelus, á. sus aleros de ladrillo; y las muchachas. de dos en dos, vuelven de la fuente, con las ánforas de barro en la espalda, regando en el aire parvadas de trinos y manojos de r isas ....
Entre ellas viene la adorable amiga de misteriosas pupilas, con la cabellera constelada por las gotas de agua que saltan de la urna rebosante...
*** Inexplicables asociaciones del sentimiento! terribles saltos regresi vos del alma! Cómo se transformó la casta epifanía en la impura visión'! Al perd erse la ad orable am iga de misteriosas pupilas entre las enredaderas que bordan las tapias, atravi esa los maizales, conduciendo las cabras • del monte, la serrana descaderada , de vali entes ojos y boca audaz, el cabello la noso y crespo como un velló n, las manos cruzadas detrás de la nuca y al aire los codos t rigueños, cantan do un cantar abrupto y borbol lante, que interrumpe , cuando las ovejas se emperezan ó se desvían, con un chasquido de la lengua, rápido y seco. Una tarde de vacaciones y de holgori o, retozando y corriendo, se extraviaron en una cañada desconocida. 8010s! El torrente se encabr ita en su cauce, cinchado por un cordón de piedras, y en el trozo de cielo descubierto se extiende una nube roja, como flámula de escarlata. Sartas do pájaros se desgranan de las frondas Sobre una mata de mirtos se dispara un colibrí como dardo de vibrantes colores Qué pertinaz es la memoria! 'I'odos los exorcismos de la voluntad son impotentes para expulsar estos recuerdos que clavan sus uñas satánicas en el alm a! Es ella, es él , son ellos! La mira: ha trepado al árbol á bajar un nido, un cesto de blancas h ebras La oye: «ven, pronto, que me eaigol» Baja con los dedos espinados, fingiendo pucheras y desternillándose; y él, para curarla, arranca una á una las espinas y chupa uno á u no lOE globulitos de sangre .
*** El fraile se extremece y Ella, en su des n udez br illante, en la plenitud 06 sn animalidad tentadora, levanta los ojos virginales y perve rsos buscando la mirada del anacoreta, y le ofrece inconcienternente su fru to núbil-la manzana del amor y del dolor!. .....
Jcstls lIroeta. Julio de 1894 .
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L1JZBEI~
Heróico al invasor mantiene á raya, la fe en sn raza y en su dios le alienta; ~' en cráneos rotos su poder sustenta, contra el Lebel, blandiendo la aza-gaya.
Yo le miré. La noch e que lo envolvía me lo mostr6 en su seno, como á mi antojo; su mirar era triste, nunca de enojo, y llevaba en la frente ful gor de día .
Mira tornarse el sino. No desmaya. Yérgnese en el fragor de la tormenta; mas ia derrota hiérele y afrenta, y es prisionero en extranjera playa.
A su paso la sombra resplandecía con metálicos toques de neg ro )' rojo; apenas avanzaba, con vuelo flojo, y á veces en sus alas se recogía.
Sin amores, sin dios, si el mar su grito alza en la tempestad 6 duerme en calma, besando los cantiles de granito;
¿A d6nde iba el rebelde, con marcha incierta, empapado en el llanto de aquella noche y apagando los astros del almo coro?. ....
busca, siem pre, la sombra de la palma y ve en su soledad, de hito en hito, la noche de su cu erpo y de su alma.
Cay ó en brazos de Febo la Aurora muerta, roto de su pureza prístina el broche; y él se fundi6 en el Ether, en lluvia de oro.
Jesús E. Valenzuela.
EL LOCO Y LA VENUS ~I~.r.c~.
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H! ¡Qué dí a tan bello! El vasto ~ parque desfall ece bajo la ardien-' *~~ IJ ~ te mirada del sol, corno desfalle~ \ . . ~ ce la juventud bajo la dominar l ..... U.) :i." ~ ~ - . ción del A mor. ~ ,~~ E l éx tasis universal de las cosas no se mani fiesta por ningún ruid o; las aguas mismas están como adormecidas. Bien diferente de las fiestas h u man as, es una orgía silen-
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ciosa .
Se diría que una lu z que aumenta siempre, hace crecer más y m ás los objetos; que las flores enard ecidas, se abrazan por el deseo de rivalizar con el azur de l cielo, por la energí a de sus colores; y que el calor, haciendo visibles los perfumes, 105 eleva h acia el astro, como copos de hU111o. Sin embargo, en medio de esta fruición umversal, yo he reparado en u n s ér afligido.
A los piés de una Venus colosal, 11110 de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios, encargados de hacer reír á los reyes, cuando el Remordimiento ó el Fastidio los domina, cubiertos con un vestido escandaloso y ridículo, la cabeza enredada COIl cuernos y cascabeles, oprimido contra el pedestal, levanta los ojos llenos de lágrimas hacia la inmortal Diosa. y sus ojos dicen: «Y o soy el último y el más solitario de los hUUXlUOS, privado de amor y de amistad, mucho más inferior en esto al más imperfecto de los animales. Sin embargo, yo también he sido hecho para comprender y sentir la inmortal Belleza! Ah! Diosa! ten piedad ce mi tristeza y de mi delirio!» Pero la implacable Venus mira á 10 lejos no sé qué con sus ojos de mármol.
t::harln Baudelalre.
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FE
DE <}ARDUC<}I
(A .Ioaqu ín Trejo)
Surca mi nave , sola, en mar ignoto, De los alciones al gemido triste; V la envuel ve y la empuja, y no resi ste, De la ola el golpe y el furor del Noto.
Cuando es albor la inútil ex istencia y el corazón al goce está despierto, Con la pompa del sol en el desierto Iluminas del niño la conciencia.
La memoria el semblante hacia el remoto Refugio vuelve do la paz existe; y vencida espe ranza, que aun persiste, Queda abatida bajo el remo roto.
Mas vá se con los años la inocencia) T 6rn:ase estepa el cultivado huerto, y en la pe ndi ente del ab ismo incierto No concedes al hombre t u presencia.
Mas mi genio, inmutable, en popa erguido Mira el cielo y el mar, y canta fuerte Del viento en las antenas al rugido:
Mi to de la cobarde fantasía, Febril espectro del delirio insano Que finje sombras en mitad del día;
- Bogando vamos ¡miserable suerte! Al nebuloso pnerto del olvido; H acia el escoll o blanco de la muerte...... Fernangrao"
Del 110 ser vuelve al insondable arcano) ¡Que en tanto pones tasa á la alegría En nada alivias el dolor humano! I~a.. ra
Mélltlez de ()uellea
AVENTURA CABALLERESC A mano en el pomo de la espada y el embozo de la ('apa sohre el hombro, D. Manuel, joven cahallero, llegado á Madrid para presenciar las fi estas reales del bantismo del Infante D. Baltasar, paseaba una noche por las calles, con el continente de un hidalgo que busca un a aventura de armas 6de amor, cuando una dama cubierta con negro manto, saliendo precipitadamente de una casa, corrió hacia D. Manuel exclamando: -¡Si sois, como parece, un caballero de noble y leal raza. salvareis á una dama amenazada de perder el honor y la vida! Mi marido ha estado á punto de sorprenderme, en casa de uno de sus amigos, de quien está celoso sin motivo. Apenas he tenido tiempo de tornar mi manto y de h uir por la escalera; pero me persigue. Detenedle á toda costa, porque si me alcanza me mata. D. Manuel contestó: --Huid tranquila, señora. y mientras que la dama se alejaba corriendo, se situó ríelante de la puerta por la que no tardó en precipitarse un hombre fuerte y bastante malhumorado, á juzgar por su actitud y los juramentos que profería,
-Caballero-dijo D. Manuel después de saludarle con tranquilidad y perfecta cortesíallegando apenas hace algnnos días á Madrid, nada de extraordinario tiene que me haya yo extraviado en esta ciudad, tan grande como bella. ¿Os dignaréis, como espero, indicarme la calle de San Bernardino, en la que tengo el placer de qne me aguarde álguien que bien me quiere, y que esta tarde, en la Florida, me ha prometido salir á la ventana tan pronto como su dueño se haya dormido? -¡ Dejadme pasar!-gritó elotro.-Ya veis que llevo prisa. -¡No la llevo yo menos que vos, pues la que me aguarda tiene los más bellos ojos del mundo! Pero, ¿acaso os contraría prestarme ayuda en un a empresa de amor? N o puedo elogiar la delicadeza de vuestros sentimientos y heme aquí, no obstan te, dispuesto á ser amigo de un gentil hombre de tan acrisolada virtud. [N o hablemos más de la call e de San Bemardino! A lo menos quereis encaminarme hacia cualquiera iglesia notable por las reliquias que en ella se conserven? Pasaré con gusto en oración la noche que había
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ten ido la mala idea de dedicar á ocupaciones menos auste ras. -¡Idos al diablo! y dejadme pasar. -Pues qué ¿no podré dedicarm e ni á mis devociones ni al amor? - ¡Par San tiago! dijo el marido, exasperadocreo qne os burl ais de mí. -En vnestro 1ugar, hace tiempo que hubiera caído en ell o. Entonces desenvai naron las espac1as. ¡Qué du elo tan admirable, en medio de la 110che, con el cho car de los aceros y los destellos de luz que se producía n! U n du elo mu y largo; los dos combatientes con la misma fnerza y con igual valor. - Ciertame n te- pe usó D. Manuel-ya habrá
tenido tiempo la dama encubierta de ponerse en salvo. Al mismo tiempo que esto pasaba, la hoja de su adversario le penetraba profundamente bajo la tetilla izquierda, y cayó de C::J bcza, dando un grito, sobre el pavimento. -Dios tenga piedad de vuestra alma-dijo el vencedor, disponiéndose á continuar su camino. -¡Una palabra más!-dijo D. Manuel jadeante.-¿Erajoven y bella la dama que perseguíais? -¿Qué os importa? -¡Me importa mucho! Me desconsolaría morir por una vieja bigotuda y lacrimosa. - Sabed que Doña Ana, que apellas cuenta veinte años, es la mujer más bella de Madrid. - E n hora buena- -dijo D. Manuel al expirar. tJatulle Mendés.
De Leconte de Lisie. EPIPIIAI~IE Elle passe, t ranquille, en un reve divin, Sur le bord du pl us frais de tes lacs, o Norvégel Le sang rose et subtil qui dore son col fin E st doux comme u n rayon de l'aube sur la neige. Au murmure indé cis du frene et du bouleau, Dans l'étincellement et le charme de l'heure, Elle va, refl ét ~e au pále azur de l'eau Qu'un vol silencieux de papillons effieure. Quand un souffle furtif glisse en ses cheveux blonds, U ne cendre ineffable inonde son épaule; E t, de leur transparence argentant leurs cils longs, Ses yeux ont la couleur des belles nuits du P óle, Purs d'ombre et de désir, n'ayaut rien esp éré Du monde périssable oñ rien d'ailé ne reste, Jamais ils n'ont souri, jamais ils n'ont pleur é, Ces yeux calmes ouverts sur 1'horizon c éleste, Et le Gardien pensif du mystique orauger Des balcons de l' Aurore éternelle se penche, Et regarde passer ce fantóme léger Dans les plis de sa robe immortellement blanche.
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EL FUSILADO L alba, una alba dc esplé ndido colorido, comenzaba á dilatarse derrochando su s toques en el horizonte Allá flotaban los indecisos con tornos de la bruma, destacados apenas en los matices delicados de las manchas de claridad, en un fondo gris azulado que evocaba el recu erdo de las irizacioncs del nácar. E n la banda rosa del amanecer, la nube se teñía corno un fantas ma ensan grentado, como una túnica de novici a iluminada por un reflejo de inc endio, errabundo P roteo que al capricho del aire en ya pálido en caje, ya vivísima copo que se disalvia por fi n en tl11 lago de blonda claridad. Una orlo de lila invadía las fronteras dudosas de la noche,en cuyo fondo sombrío , llama de plata, la estrella del Boyero, parpadeaba para perderse. y bajo aquel kaleidoscopio in me nso , bajo aquel poema matinal de la luz indecisa, como un contraste despertaba la ciudad dormida, masa de sombras do se adivinaba sobre la con fusión de los techos una silueta de torre 6 la curva harmoni osa de las c úpula s ; pe ro la luz no red imía la miseria del suburbio, que, ru ido por ruido, comenzaba. á pulular t ras el primer silbato de la fábrica, el primer, repique de un campanario de parroquia y el dilatado clamoreo de los gallos, esos heraldos de la diaria fatig-a. '-' y la mirada qu e veía una Beatriz de cándida veste en cada nube, la mirada que langui decia perdiéndose en el Levante, olvidaba la tern ura de los cielos ante esa manch o roja, la flama que pugnaba por brillar en la cárcel de vidrios opacos de un farol de suburbio aún en cendido; contrastaba la tímida claridad de la madrugada violentam ente herida por las bandas de Juz que arrojaban á la acera, las lámparas de petróleo de una panadería y de una ti enda, ante las cuales con grandes canastas tiritaban los pilluelos. Mal envueltos v tosiendo barrían y regaban los porteros; un vendedor de té atizaba las bra-
sas de la enorme cafetera en forma de casa, y un jaletinero pregonaba su merca ncía con voz cansada. E l suburbio despertaba; la alborada creciente cincelaba con finísimos detall es aqu el enja mbre de casucas con tech os de paja eri zad os de barbas; las barras torcidas de humil des palizadas, el poste encorvado que sostenia un farol roto, uu árbol enfermo, un fleco de t ules tendido cu una pul quería, el santo de piedra en un a esqui na, y allá, en lontananza, en el fo ndo del cuadro, cual si fl otara como un islote ele escoria en las iucandescencias, env uelto por las nu bes, se erguía un crestón de montaña. Las carretas escandalosas salía n de los corrales, u n mayordomo con bufanda y á caballo, v igilaba el desfile; vaciaban en la ba nq ueta el agu a sucia de un figón, y un a fami lia con blusas de viaje cerraba de golpe la portezue la de un coche de alquiler, cargado en el pescan te con un baúl mal trecho . Numerosos peatones se dirigían al potrero cercano; eran los vecinos del barrio dcstu a ñanad os, y que ya silbando, ya cantando, 6 dialogando en voz alta, escandalizaban á las calles silenciosas. Allá, á Jo lejos, rumbo al centro, se ad ivinaba una masa neg ra, algo como una ola ohscura qu e se adelantaba coronada por cortas flamas, que recordaban un trigal herido por el sol; aquel punti11eo eran las bayonetas de los soldados. Llegaban las primeras tropas. El rítmico marchar tenía algo de extraño en aquella hora: pronto se di vis ó un oficial á caballo y después la infantería con uniforme de gala, en cuyo fondo obscuro brillaba el metal de los botones. Nuevas caravanas de transeuntes invadían las aceras, su andar er> precipitado, la fatiga cortaba sus diálogos, bajaban al medio de la calle y rodeaban á la tropa; al parejo de ella, trotando, con el rebozo caído y el muchacho á la espalda, con grandes sombreros anchos, las soldaderas los seg uían escoltadas por sus perros, que locos, contentos, con la lengua de fuera, inquieta la co-
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la y el pa so ligero, esquivaban los puntapiés y los pisotones. Algunos balcones y ventanas se entreabrían. caras descoloridas asomaban tras alzados visill os, y en los zagu anes y dinteles de accesorias, aparecían hombres curiosos, env ueltos en una frazada ó en una man ta, ni ños en camisa, )' mujeres friolentas. Muy lejos sona ba un a música, do minando un ru mor crecien te la ca ballería qu e se acercaba al paso, confuso rumo r de p isadas de herrados cascos, choq ue de va inas y sables, sonar de g uarn iciones, estorn udos de caballos y voces de mando. Nuevas tropas se les unían cn las bocacalles para formar no sé qu é pul ulear en forma de serpiente, largo cordón obscuro erizado en puntas metálicas. Bien podía saberse lo que aqu el aparato significaba , porque en todas las con versaciones se decía que en el llano, en el llano poco distante, iba á ser fusilado el corneta l\Iargarito L6pez. Ya era de día . U n último harapo púrpura , un celaje va gabnndo se perdía en la postrera raya de áurea transparencia. El sol retiraba su clámide de oro de las casas, dejando al cu adro toda su pobreza. Ya podía verse la fealda d del arrabal, ese muladar de casas vetustas y ru inosas, las empolvadas paredes, las call ejuelas tortuosas, la za nja á flor de ti erra, surcada por esas vejeta ciones pálidas, esa enfermedad que se nutre de burbujas venenosas y de aguas hediondas, que se teñían de neg ro, olían á alquitrán y arrastraban erizados manchones de grasa al recibir los desechos de una fábrica de gas; la corriente entonces se h acía le nta, las ondas eran viscosas y se arrastraban con pereza, serpeaban entre bordes deslavados, y á 10 lejos, al reflejar el cielo de la mañana, se t ornaban en brillante galón de un az ul delicadísimo. Volu tas im puras se desprendían de los techos de los jacal es; el perro confundido con cerdos y con galli nas; el perro sa lvaj e, el perro hosco de rancho, el husmeador del muladar, inquietado por la muchedumbre, lanzaba u n ladrido pertinaz y desesperado. E n ple no llano se levantaba del suelo una nube de pol vo sofocan te, y crecía para envolver á la much edumbre; de su seno gris no surgían más que el busto de los soldados, la grupa de los caballos y el aleteo rojo de las banderas. El po-
pulacbo seg uía con chifíidos al compás de un paso doble que tocaba la banda. Y la multitud que desbordaba las calles estrechas, se perdía como una mancha en la inmensidad de aquel llano monótono, seco , trágico. Vasta extensión gris donde rastreaban miserables hirsutos pastos, carbonizados allá, muertos más lejos por la lepra blanca del salitre ú orlados por amarillenta peluza. Un montículo de tierra, la osamenta de un asno, blanqueada por el sol, una planta en ana, interrumpían aquella mansión de tonos cadavéricos de una tierra infecunda, asoleada, muerta, Á la derecha, entre doble hilera de chopos escuetos, corría la vía de un ferrocarril; plataformas, furgones color de ocre y wagones abandonados, cubrían la fachada de una estación con techo de lámina; á la izquierda se alzaban los bordes de una zanja, trepados por taciturnas ortigas de flores anémicas y terrones de lodo endurecido, de donde colgaba n resecas espadañas , qu e enmarañadas en las grietas hacían pensar en las cabelleras de no sé qué muertos mal enterrados. Y en el fondo del paisaje, como si fuese una mina, se erg uía la Escuela de Tiro, aún no concluída; por el ojo de un arco se miraba un trozo de limpio azul y un vellón de nube, única nota serena y dulce en aquella soledad patética. Las ráfagas refrescantes de la mañana pronto se calentaban en aquel suelo bañado de sol. Las tropas empolvadas formaban el cuadro: la plebe trepaba á las eminencias, se echaba por tierra y lanzaba comentarios al aire libre. Veíanse pulu lar puntos negros en la lejanía, sombreros de palma, las manch as de color vivo de una frazada, la blancura de una manta, el azulear de los rebozos de las mujeres....... coches de sitio con gentes hasta en el pescante, -ginetes al galope; toda esa abigarrada pléyade que denuncia las ferias, las grandes paradas y los desórdenes. Niños rojos de fatiga, con el sombrero en la nuca, la corbata desecha, las medias desatadas y caídas sobre el zapato blanco de polvo, á manera de polainas, jadeantes y empapados de suc~or que rían ver, metían la cabeza entre dos espaldas de lépero, se abrían camino con los codos, se aventuraban entre las ancas mismas de los caballos, que se estremecían cosquilleados por la valla que tenían atrás. Los que llevaban reloj decían que ya la h ora se acercaba, y todos é
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¡Sí.. ! Allá, envuelto por el polvo, miraban con impaciencia; la me nor polvareda lejos hacía correr un estremecimiento en aquel mar venía u n coche escoltado por la Gendarmería humano; todos se empujaban, se empinaban pa- montada, al galope, y detrás, cayendo y levanEl desorden era ra ver; un señ or de edad se subía sobre los hom- tando, una ola del pueblo b ros á un niño rubio, en cuyas p upilas, de un incon teni ble, los caballos se encabritaban, los límpido azul, se ad ivinaban mil preguntas; ot ros cuellos se tendían v de las secas bocas se escaabrían quitasoles blancos; las mujeres, sombri- paba un soplo jadeante de curiosidad yemoci6n. F u é una rápida aparición ; el coche pasó á la llas de color, mientras que los ginetes se paraban en los estribos daminando aquel mar de cabe- carrera, en medio de un murmullo que crispazas; un pilluelo, atrevido, había logrado que lo ba por su significado; ap enas se podía ver el sordejaran pararse en el techo de un coche, y sus bete de un reporter en el pescante; dentro del amigos, para no íastidiarse, apostaban á quién coche un soldado sin k epi, rapado á peine, con tiraba más lejos una piedra. los ojos bajos; u n fraile, mu y pálido, COIl un cruEl calor crecía, el sol picaba, las mujeres ha- cifijo en la mano, y el puño de la espada de un cían de sus rebozos una capucha protectora; al- militar; el vehículo se de tuvo á 10 lej os. No hagunos varones improvisaban con un pañuelo un bía en aquel momento más que u n solo latido quitasol, ó secábanse la frente y el h ule de sus en la inmensa multitud, una sola resp irac ión, sombreros, dándose aire con éstos. Las posturas una sola mirada intensamente fija en aquel mondenunciaban el cansancio; parábanse todos en tículo, don de los páj aros retozaban . un pie y los despreocupados, por último, tenE l silencio era ab soluto el eco repetía los dían un paliaca te en el suelo y se sentaban ab ra- g ritos del Mayor, qu e notificaba á la g uarn ición la pena qu e iba á sufrir el corneta y se oía zándose las rodill as. De la estación cercana se escapaban algu nos mu y claro el rodar de la máquina que volvía soecos; el soplo in tenso del vapor de nna locomo- nando su campa na y resoplando; aquella cam patora, sonoros martillazos, silbatos de av iso y una na lenta adquiría sonoridades elegiacas. máquina lista á partir sola, en medio de la vía , El coche se alejó; vi ósc U11 grupo de ge ntes llamaba la atención de los curiosos. Brill aba n vestidas de negro, frente al montículo; un homheridos por el sol, el émbolo, la campana de bre pequeñísimo, por la distancia, al que abrabruñido bronce y las cintas de cobre; un hom- zaba n . .. . .. nna hilera de soldados, un oficial que bre, una mancha con bluza azul , aceitaba las producía un relámpago con la espada ..... .desruedas; tras dos cortos silbidos avan z ó len tamen- pués fingía un á fondo, seg uido de una descarte, sonando su campana: iba á qui tar de la vía ga desigual.. .... un hombre que caía boca abajo, unas plataformas cargadas de piedra. y entre l a blanca humareda teñida suavemente Ya se había formado el cuadro, un inmenso de azul la parvada de los p ájaros que volaban cuadro; rielaba la luz en el metal de las armas azorados del mo ntículo, lanzando sus trinos f y de los uniformes; interrumpíau la línea, y so- yé ndose á posar en un alambre de telégrafo ... ... La máquina se había enganchado á los vagobre las cabezas los guías rojos y las banderas. Un punto negro, un perro, se había deslizado nes ......la campana volvió á sonar y se vió el hasta el centro; quizá le espantó hallarse en desfile de los car ros en cuyas ventanillas se desaquella extensión cerrada por una muralla hu- tacaban los rostros de los pasajeros. mana, y echó á correr desesperadamente, en Las tropas desfilaban frente al fnsilado, y al medio de la atroz rech ifia del populacho. Y allá, grito de ¡vista á la derecha! del oficial, responen el fondo, se erguía un montículo, el lugar dió la despedida del silbato tan agudo grito, tan donde paraban á los reos; no se qué planta car- intenso ¡ay!, que parecía un sollozo desesperado... bonizada 10 coronaba. Se abatían en ella algunas av es juguetonas, que parecían las flores negras de aquellas ramas escuetas y torcidas. Un perro olía las manchas de sangre, y un ¡Ahora sí.. .. ..! H ubo un largo estremecimien- oleaje bárbaro rodeaba un carro de ambulancia; to¡ son6 una curneta. después otra y fueron co- todos corrían tras él, y en la muchedumbre, corriendo los toques y oyéndose más débiles a los mo un animal perdido, nna mujer galopaba des-
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esperada, llevando á la espalda un niño que reía tirándola de las trenzas; no sollozaba, lanzaba desesperantes alaridos, sacudida por el dolor, convulsa, y bebiéndose dos hilos de gruesas lágnmas .
La máquina silbó en la curva una vez más, y su penacho de humo, después de flotar lento en el aire, se abatió en el llano bajo el sol espléndido de un día alegre azul. primaveral.
Micrós
ES QUIVEZ Recoge la cas cada de tus rizos y tus m anos aleja de la s mías, porque n ad a me dicen tus h echizos, ni yo puedo ofrecer te lo que ansías. ¡Ciñe á otro cuello tus a man tes brazos! Antes de que se acerque mi par tida , anhelo desatar todos los lazos que me u nan á las cosas de la vida. Resignado me sien to con mi suer te! sé lo que el mundo en su recinto encierra ; mas no qu iero, en la h ora de la muerte, llevarme n i un recue rdo de la ti erra. ¡Culpa mía no es! J amás acierto á domeñar los m ales con que lucho, ¡quiz ás yo tenga el corazón ya muerto de haber amado, en otro t ie m po, mucho! Brinda tu amor al al ma que te adora, y no temas lanzarme tu reproche: en tí reinan los rayos de la aurora, pe ro en mí las tin ieblas de la noche! ¡Ya di á la juven tud mi desp edida! Perdí el ardo r de mi s primeros años,
y me alejan del campo de la vida sueños de artista y hondos desengaños. Nimbada de radiosas claridades vives, como las diosas, en los cielos; yo vivo en las abruptas soledades, como viven los osos en los hielos. Deja que en mi Tebaida misteriosa suspire por mis dias alhagüeños, como en humeda celda tenebrosa lloran los monjes sus difuntos sueños. Ansia de perfecci ón mi sér consume, aunque me rindo en lodazal infecto, como al hallar las flores sin perfume desfallece entre abrojos el insecto. Deténgome en mitad de mi camino, porque la voz de tu pasión me extraña cual se detiene el triste peregrino un pájaro al oír en la montaña. ¡Otros te ofrezcan del amor la palma; yo en los abismos del pesar me hundo! y sólo guardo en 10 ínterior del alma la nostalgia infinita de otro mundo. J nliáo del (jasal.
L os hombres de sp ort, que viven una vida fío sica muy intensa, acaban por desarrollar en sí mismos sensaciones de salvajes. Poseen de un modo sorprendente esta memoria animal, propia de los labradores, de los cazadores, de los pescadores, de todos aquellos, en una palabra, que mi-
ran mucho las cosas y no los signos de las cosas. Las formas y los colores se imprimen en estos cerebros, sin cesar, en frente de impresiones reales y concretas con un relieve que los trabajadores de gabinete ó los causeurs, de salón no sospechan.
P. Bonrget.
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UNA TRAVEStA yo de H amburgo 'á Londres en un barco de Yapor. Eramos sólo dos pasajeros, yo y una mona peq ueña . Un comercia nte de Hamburgo se la en viab a como regalo á su corresponsal inglés. Atada la monita por una ténue cadena á uno de los bancos del puente, ugitábaso y ch illaba quejumbrosa como un pájaro. Cada vez que pasaba por junto á ella, me tendía su manecita negra y fría , y me miraba con sns ojuelos tristes y cas i hu manos. Le cogí la manita , y al instan te cesó de gem ir y de agitarse. Reinaba una calm a chicha. Extendíase el mar todo en contorn o, cual una plom iza sábana in móvil. Cerraba el h ori zonte dens a n eblina , que , esfumando hasta el tope de nuestros mástil es, se h abía difun d id o tendida sobre el agua , y con sus tonos blandos y grises fatigaba los ojos ofuscándolos. Entre aquellas tini eblas estaba el sol suspenso lo mism o que una bola roja y sin lu stre; y al caer de la tarde , la m asa en tera de b rumas encen d íase y brillaba con una luz extraña y m isteriosa . Largos ropl iegu es rectos, a nálogos á los pliegues de una pesada tela de seda, corrían eusanch áudose siempre á la proa del buque; se en sanch aban , se b alanceaban y desaparecían . Hervía la espuma, azotada con el monótono gol peteo de las ruedas y blan ca como la lech e, EA
con un rumor cadencioso, quebr ábase en hilillos culebreantes, fundíase luego también y desaparecía ab sorbida por la blanda h umareda de las brumas . Incesante y tristemente, com o el piar de la mona, sonaba la campanilla en el ba uprés del barco. De v ez en cuan do, junto á nosotros, un a m arsopa salía del agua, y después de una b rusca voltereta, se sumergía bajo la casi inmóv il superficie del mar. y el capitán , h ombre sil encioso, de rostro atezado y feroz , fum aba su pipa y escupía con cólera en el tranquilo mar. A todas mis preguntas contestaba sólo- con un gruñido r ezongador . Involuntariamente me ví obli gado á unirme con m i úni co cam arada: la monita. Sentéme junto á ell a , cesó de quejarse y me tendió la mano. Nos envolvía la ni ebla con su adormecedora humedad , y sum idos en el mismo inconsciente en sueño , permanecíamos allá juntos el uno al otro, cual dos m ie mbros de un a misma familia. Ahora me son reía, pero en tonces había en mí diverso sentimiento. T odos somos hijos de la misma madre, y érame g rato sentir que el pobrecill o an imal cobraba sosi ego y apoy ábase en mí con confianza, como si hubiera sido pariente suyo.
I v á n Tur g u e n e ff.
AZU L PALIDO No ha flam eado, este U de J ul io, el pabellón de la gloriosa Re pública como manto de sce ñ ido (le 11 n j oven 11 óroe, (lne enj ugn. con el ropaj e de la victoria los ir is trasparentes del ciclo ; ha sido la tún ica desgarrada de una m ad re que se acerca al borde de la tumba del hij o. E l h ori zonte ennegrecido, la luz opaca de un a tarde de 01,0-
ño; ráfagas pu nzado ras sac ude n la cabell era de los árboles; ella, la mujer, la m ad re , la Francia, se arrodi lla y om.-Así v islumbré yo el cuad ro.- Pero en el fondo do aquell as lágrimas, en el tul negro de aquellos horizontes, u n pedaz o de e elo azul y un rayo de esperan za: la eterna, la imp erecedera vi da de un pueblo grande que
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ha sobrenadado á todas sus traged ias , que ha roto todos sus sepulcros y que ha subido lumiuoso en ascensión sublime.
bosques seculares, oigo murmullos de grandes corrientes de agua: el decadentismo ameri cano es un niño que se hace viejo. No creais en sus blancas barbas: son postizas.
** * Esta fecha es un eimbolo , no es un hecho. Del hecho hallló ya Taine. Habl ó el maestro con la severa, fría palabra de un sabio que ha aplicado un m icrosco pio ti la pi el de un hipopótamo. No, no es la cabeza l ívi dn de MI'. de Launey, pu esta en lo alto de un a p ica , paseada entre las olas bullen tes de u na multitud que vocifera y mata, la qHe ayer si rvió de estrofa al hi mno elevado en loor de la idea revol ucionaria . La Revolución por sí sola, en lo que de pas ional tiene , no sería grande; pero ¿es esto la Revo lución? O más bien: la Revolución es, solamente esto? Yo creo que las cosas humanas tienen como el persona· je de la fábula dos caras . Hay una balada alemana en qu e dos rivales disputan sobre el color de los cabellos de una hermosa. Y la hermosa tcnín In. cabellera de nos colores.e-Así se me :tparecen los críticos y los panegiristas de la Royoluciún.-EI 14 de Julio es un símbolo, no es un hecho.
*** Vienen las revistas literarias sud-americanas impregnadas de la nueva fórmula decadentista. -Es un interesante debate este que se libra actualmente en favor de 10 quc Max Nordau clasifica en tre las variantes del "..f{0tis11lo. En materia de escuelas literarias nada tan perjudicial como los discípulos. Antaño, los imitadores de Becquer llenaban de insignificantes s1fspirillos g ermánicos, para emplear la frase de Nú ñez de Arce, planas de diarios y páginas de libros. E n pos de Victor Hugo aparecieron hinchados rimadores, acogidos á la antiteses, hipertrofiadores de frases, que lanzaron á los vientos de la publicidad las monstruosidades de un ingenio ayuno. Es ahora Baudelaire y Verlaine y Huysmans y Barrés los que son como modelos tenidos y los que poseen su cohorte.-¿Pero el decaden tismo americano, con otro medio de inspiración, pu édese asemejar al que del otro lado del mar hace vibrar' sus notas y abrill an ta sus colores? Yo vislumbro al través de la estrofa decadente americana algo de nuestra libre naturaleza; veo
*** He hablado de revistas sud-americanas.- La R evista Azul ha tenido la buena suerte de ser visitada por algunas excelentes amigas. He hojeado "Cosmópolis," de Caracas, " Ciencias y Letras" y "La Pll1111:l."-El n úmero 2 de "Cosmó polis" contiene material abundante y selecto. Me ha llamado la atención un artículo crítico"Examen de couciencia.v-c-de Pedro Em ilio Co1l, y un cromo venezolano, "La llanera," im p regnado de color local; no resisto á la tentación de copiar algunas estrofas: Airosas y sencillas sus maneras; su acen to melod ioso, Sil trato ameno; al andar se le marcan pierna y caderas y le tiemblan los pechos del fresco seno.
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E n el pecho se prende flores de Pascuas, por lucirle al llanero que la enamora, y SIlS ojos relucen como unas ascuas y su rostro es alegre como la aurora. Cuando hay toros, da gusto ver la llanera con su blanca camisa toda bordada; hecha rosas y crespos la cabellera que conserva el aroma de la pomada. Viste fustón p laJlciwo de alegres pintas, que se pliega ondulante, que cruje y rueda, adornad o con lazos de azules cintas, y en el cuello un pañuelo de fina seda.
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Cuando ruesua el pardillo, también se ensaña, y dice desvergüenzas como cualquiera; ella bebe guarapo con romo 6 caña y las vacas ordeña de la quesera. Ella adorna el sombrero de su querido, y le teje la banda para la espada; es el rancho su oásis, su casto nido, y la desierta pampa su patria amada.
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¿Quereis saber la firma?-Llámase este original colorista Rafael E steves Buroz y es un nueva n ombre que añadir á la lista de los poetas hispano-americanos.
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feliz Don Pedro; mi viejo, in; exceler te, mi querido empresario..... . y ex-tenor.-Entretan to, Sieni se acerca; Napole6n prepara sus huestes: es un tirano que subyuga á mediados de cada Septiembre. El día 15 hay dos independencias: la independencia nacional y la independencia de Cires S ánchez.
*** Zarzuela for cZ Je1'- Mis buenos amigos los h ermanos Arcaraz continúan explotando el g usto popular por este hibridismo teatral, que es por hoy el único que produce dinero.-Noches atrás se estrenó en la sala del Principal una zarzuelill a en un acto, (L a Indiana ), fácilmente vcrsificada y con dos 6 tres agradables números de música.-En aquel coliseo h ay si empre dos notas femen inas: la nota musical de la Sra. Goyzueta y la nota personal de la Sra. Peralta: la hermosura del arte y la h ermosura de la muj er, dos hermosuras en una: ser hermosa ¿no es ser artista? ¿ser artista no equivale á ser h ermosa? -Id á ver á la una, id tÍ escuchar la otra; id á aplaudir á las dos ; id á ll ena r los bolsillos del
*** y ah ora, señor ita, qui si era hablarte de mañana. ..... Vuelve la hoja; salta el forro y ot ra vez ti ende tu mi rnda azul por la primera página el e la R evisfa. . -1\lafi:ll1a se ha adela ntad o 11 hoy, porque mañ an a t iene un ideal y ll ev a un nombre: se ll ama Car me n y es; Cnr idad.
Petit Bleu.
H e visto el Santo Tomás del T iziano toca ndo con sus dedos la llaga del costado (le Cristo ; muchas veces he rec ordado este cuad ro. Si me atrevi ese á compara r el amor C0 1-;' la fe que u n hombre tiene en Dios, los encontraría semejantes. ¿Qué nombre conviene al sentimiento ex presado por esa cabeza inquieta, casi dudando todavía y casi adorando ya ú su Dios? L leva sus dedos 11 la ll aga, y la blasfemi a de la duda se detiene espan tada en aquellos labios abiertos, de donde comie nza ú. brotar la plegaria . ¿Es un apóstol? ¿Es un impío? ¿Su arrepentimiento es mayor que la ofensa?' N i él m ism o, ni el pintor, ni el público q ue admira la obra, pueden responder á estas preguntas . E l D ivino Sa lvador se sonríe y todo es absorbido como una gota de rocío, por el r ayo d e su bon dad in m en sa.
Nuestro siglo carece ele formas prop ias . No im -
prim imos sello alguno ú n ue stras cas as, {L nu est ros jardines, {L nad a . V emos por la. cnlle tL algun os qlle se recortan la. barba {L la moda de En r ique III ; ot ros con los cabellos peinados en la forma qu e eo ve en los r et ratos ele Rafael, y ot ros que, por el arreglo de Sil cabeza, n os hacen recordar á J esucri sto . El gab ine te del r ico es hoy también U11 museo de antigüedades; el estilo gót ico, el gusto del Renacimiento, el ge n io L u is X III , se mezclan en su ornamentación Ú se usan indistintamente. U tili za mos las cosas de todos los siglos , menos del nuestro; si ngular id ad que no se hu v isto en ninguna otra época . Nos apropiamos todo lo que vemos, sin obedecer á un orden; esto nos seduce por su belleza, por su com odidad aquello. tal cosa por su antigüedad , tal otra por su rareza. Puede afirmarse que no usamos m ás que restos de cosns ya u sadas, com o si el mundo hub iera de acabarse pronto .
A... (le Uus.'iet.
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LA REVISTA AZUL APARECERATODOSLOS DOmNGOS. -PRECIODE SUBSCRIPCIONMENSUAL O. 50 NUM ERO SUELTO, 12 y MEDIO CS.- PARA TODO PEDIDO, DIRIGIRSE Á LA ADMINISTRACION , CALLE DEL PROGRESO NUM. 2 APARTADO DEL CORREO NUlIL 309.-Y A LA DEL «PARTIDO LIBERAL .»)
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HABIENDOSR AGOTADO EL N UME R O 1, PA RTICIPAMOS Á LAS PERSONA S INTERESADAS EN OBT E N E R LO, QUE MUY PRON'fO HAREMOS UNA REIM PRE SION, ESPERANDO SOLO Á QUE CE SEN LOS P EDIDOS, PARA ATENDERLOS DEBIDAMENTE.
TOMO 1.
MÉXICO, 22 DE JUr.rO DE
1894.
NU M. 12.
LA VIDA ARTIFICIAL A Gustavo Gostkowakí .
los libros modernos y, más CIue todo, observando las ocurrencias sociales, échase de ver que nunca ha v ivido .01 el hombre vida tan artific ial como ahora . Hab lo, por supuesto, del hombre que mejor conocemos, de l que da color á la civilización, del hombre que vive en las capitales ó en las grandes ciudades . Este es el que tiene una personalidad propia y el que ejerce influencia efect iva en el desarrollo social. El otro, el hombre del campo, es el sér pasivo . Forma parte de la masa que modelan otros . Obedece á sus instintos; cumple sin objeción ni rebeldía las leyes de la herencia; no pone med ios para modificar su idiosi ncracia; es como lo hicieron. Por una parte, confina con la planta; por otra, con el animal. Busco , pu~s, la vida en su máximum de intensidad, allí donde está más arriba, más visibl e; y esa villa, en los días que corren, es la que enc uent ro artificial. Hasta me indino á creer que ya no hay hombres ni mujeres, propiamente hablando, sino muñecos movidos por alcohol ó por morfina, como hay otros muñecos movidos por vapor ó por electricidad. N o seremos títeres; pero somos aut ómatas. Jamás había necesitado la humanidad civilizada para vivir, para pensar, para amar. para reproducirse, de tantos excitantes como ahora . El hombre, hoy, necesita una fuerza extraña, un estímulo prestado que lo empuje; y otra fuerza EYEKDO
enervan te que lo postre ó lo obli gue á dormir y desean sur. Pero por sí solo n o h ace nada, no se mueve : es u n quinqué apagad o. Él m is mo se echa aceite para brillar, para que los demás puedan ve rlo, ll ámese tal aceite alcohol, ó ll ámese café ó llám ese éter . Nunca se había u sado y abusado como hoy de los estim ulantes y de los n arcóticos. Parece que ya n o podemos ni pensar ni do rmir si n ay uda de esas d rogas. Nos curamos para enfe rmarnos diariame n te . Véase la estad ística y se observará en qué porporción sube el consnmo de alcohol. La embr iaguez ha sido pos itivamente la ep idem ia del siglo XIX . Y véase luego có mo au men ta el número de locos, de criminales, de su icidas : n o en razón directa del crecimiento de la población , sino de la intensidad de esa neurosis que h a en fermado á todos . El asilo más culminante de la humanidad es París. Allí es en donde la vida suena y respl andeee más. P ues bien , estúd iese all í la v ida modern a , pnesto qae ese es el punto má s á propósito para. estud iarla . Desde el traje hasta la Exposición , todo PoS lujo, es decir, vida para afuera. Desd e el serruóu hasta el discurso parlamentario, todo es comedia. Más que una sociedad, aque llo es un teat ro. E l hombre y la mujer viven para la calle: la ci udad vive para y por los extraños . },'Iawlo y mujer abren sus salones, p0rque, solos, se ab urren; la ciudad también se fastidia y convida y llama CRIlV ISTA Az uu.-~
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¿Puede eso traduc irse?... Y o lo ent ien do porque todo una inquietud nerviosa, un a excitación fe- todos estamos h abl an do en una lengua extraña, bril, un deseo de brincar y de gritar, que no artificial y q ue no ti ene n ombre. P ero ¿lo entenpueden ser n aturales. Ese estado mo rboso se ob- derán nuestros desce nd ientes? serva en los que han bebido con exceso, en los En Francia h ay actualmente pocos poetas sadementes, en los epilépticos, resumiendo , en los nos. Coppée y Sully Prudhome-e-h nblo de los enfermos; pero no en la gente sana. ilustres-sí m e lo parecen, porque Lecon te de El crimen mismo reviste caracteres teatrales . Lisle ya es, y acaso lo fué siempre , un olv idado. No es el cri men antiguo , el crimen ele m elodra- La mayoría ele los otros poetas es mayoría de en ma, el crimen brutal, el crimen inocentón ó ig- fermos. Rollinat ve gatos que lo ahorcan con la norante ó instintivo: no, es el crimen artístico, cola y perros que le encajan los colm illos en la refinado, hasta elegante, el crimen que se ex h ibe carne . R ichepín parece atacado del deli r io de con coquetería . J ack el destripador es una bes- persecución y blasfema como un ebrio; otros, antia: Gab r iela Bompard es una artista . dan con movimi entos de loco queriendo atrapar La literatura, que es el espejo de la v ida so- una palabra nu eva ó deten er un son ido que se cial, da buen a prueba en F ran cia de lo que llevo va, y esos m e hacen el efecto de aquel demente dich o. Todo en ella es artificial : h asta el n atu ra- q ue que ría lanzar un ch orro de agua. P ero en lismo que parece lo más macizo . Ya, an ta ño, el fondo de esas extravaganc ias hay algo morbocuando leía alguna n ovela de los h ermanos Gen- so. Antes se decía q ue el genio es una enfermecourt, me decía yo: esto es encantador , h echice- dad . Hoy , hasta el talento es una en fermedad . ro, no sé si lo gusto con los ojos ó con los oídos, Re velase en toda esta literatura la presencia n o sé si es mosaico ó música; pero esas palabras del alcohol, la de la m orfina, la del éter. No hay no son palabras, esas ideas no son ideas , esos verdadero amor 11 i verdadera voluptuosidad en personajes no t ienen vida propia: estoy mirando ella . O son los instintos los q ue hablan brutalv istas d isolventes . Jorge Sand hablaba en fran - mente en tales li bros, ó In. imaginación de un cés. E stos señores h ablan en otra lengu a m ás bo- h ombre agotado que y a sólo goza con la imaginación. ¡Todo arti fi cial! ¡Todos enfermos! nita . Zola ve todo lo feo muy grande.. .... y le gusPero ya ahora las prec iosidades y rebuscamientos de los Gon court se han quedado m uy ta lo feo. Los simbolistas y los que cultivan la liatrás. Lee uno á Peladau , por ejemplo, y se asom- teratura b l! d¡8t(~--hoy tan en moda-ven todo bra de entende rlo, si es que lo entiende . ¿Qué es muy raro y eg ipciamente . Bou rget , escud r iña ello'? F rancés n o. S in embargo, está en francés . muy bien los cora zones . Pero, ¡qué corazones tan ¡Qué k aleidoscopio de palabras y qué descoy un- complicados! No son de un a pieza. Tienen pli et amiento de ideas! Diríase que la literatura fran- gues y repli eg ues. Pa rece n corazones en zig-zag No puede asegurarse, al concl u ir la lectura de cesa es ahora un admirable circo en el que hay atletas, trapecistas, ecicf ere« , cloums, arlequ ines , tales libros, si esos personaj es son buenos 6 malos, gimnastas que hacen ext raord inarios juegos m a- n i si merecen ú no castigo; porque todos obran labares, que dan saltos mortales, que andan con como en v irtud de extrañas fuerzas ó de irresislas uñas de los p ies por una cuerd a y alzan , co- t ibles ten dencias. Por eso d igo que en la vida moderna la permo Zola, pesos enormes en sus h ombros. Leo los versos de Verlaine, y m e pregunto: sonalidad humana se h a em peque ñecido . Algu¿qué he leído? No son versos unos no tienen nos resultan ser las víctimas de sus abuelos; y rima... otros no t ienen metro el pensamiento porque el abu elo se em borrachaba, ell os matan. está en algunos tan en hari nado, que no acierto Otros- ahí est á el hipnot ismo-obran por sugesá. dist ingu ir su s faccion es .. .. me gustan porq ue ti ón. No se ama por amar , sin o por curiosidad 6 acaso yo tambi én pad ezco ele esta vida moderpor deseo de h acer daño. No se casa uno para n a ... pero ¿qué son? . . Leo deleitosamente las poesías de Cat ulle Men- tener hogar ni para tener hij os, puesto que sedés. ¡Qué encajes de a ire! ¡Qué filigran as de so- gún la última estadíst ica fra nces a , la tercera parn idos!¡Qué si nfonías de color! Pero ¿qué dicen? .. te de los que nacieron durante los últimos diez
á los extranjeros para que la aturdan. Hay en
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años, son de padres desconocidos . No se vive para sí , en pantu fl os, dentro de la casa, sino de frac ó de levita; para el salón ó para la calle. Ninguno sabe quién es ni tiene la responsabilidad de sus acciones. O somos títeres, ó somos autómatas; pero ya no somos hombres . y lo peor es que habiendo suprimido á Dios, ya no sabemos quién mueve nuestras pitas, ni si habrá quién nos pague, al fin de la comedia. Lo único cierto es la caja en que se guarda el tí tere.
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Para apuntalar esta existencia ruinosa recurrimos á los excitantes que por u n momento la reaniman; y, para no pensar, á los narcóticos E l café ya nos parece un inocente chocolate de las Tardes de la Gral1ja. La estricnina, que antes era para los perros, hoyes para los hombres. Para vivir necesitamos envenenarnos. Para morir no necesitamos de nadie. Hay mucho alcohol, mucha morfina y mucho éter en la vida moderna .
El Duque Job.
ESCALAS Forma miserable que. encierra mi alma, ruda compañera que entre fuertes cadenas la amarras, muralla que oprime heróicos impulsos, generosas ánsias, y del noble espíritu obscurece la fúlgida llama: si hay en tu materia razón que descifre sentidas palabras, y entienden los átomos á aquel que les habla, lleve para siempre tu memoria consciente mecánica de esta poesía la idea sujeta con rítmicas alas.
La burbuja loca que chispea y salta en la onda que se abre y se riza cubriendo la pl aya, al rodar de otras olas, nutriendo de la concha la nítida estancia, del collar de una reina ser puede la perla más clara. El fétido estiercol que aviva la savia, del rosal junto al t ronco esparcido, vegetales urdimbres t raspasa; en las fibras penetra, subiendo de la vida la incógnita escala, y la planta, crisol misterioso, purifica la inmunda substancia, y á los rayos del solla devuelve hecha rosas brillantes de nácar.
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Dicen que en la tierra hay miles de almas que mudan de sitios y recorren del hombre á la planta. Debajo del suelo en las piedras preciosas son ráfaga, fleco de oro en la estrella latente y sonido en las cuerdas del harpa. Aquella que airosa. prendida á la rama fué rosada corola de almendro con la veste de Abril dibujada, al pasar con su luz la creadora primavera casta, en fruto se trueca que guarda entre poros la almendra dorada.
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Si en la madre tierra de círculo en círculo los átomos pasan y recorren los órdenes todos que en ella se enlazan; si, á su modo, discurren y sienten cuando van en errática marcha variando de vida en la piedra, en la 1uz, en el aire, en las aguas, cuando de mi cuerpo se aleje mi alma, yo ambiciono ser nieve en el mármol, brillo alegre en las luces del alba, en el viento molécula leve, y arco-azul en la onda que canta.
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Esparcida entonces mi materia humana, vibraría en el todo sublime que contiene misterios y causas, y sería en la lira una cuerda, en el pájaro músico un ala, en el cráneo fatídico hueso y luciérnaga de oro en la mata.
¡qué ardiente mi espíritu! ¡mi mente qué alta! Ll evaría en mi lira los sones de todas las ciencias, por hondas y raras; las virtudes en ellas serían las cuernas sagradas; y, pedazo de cielo mi frente, las ideas hermosas y claras mostraría en temblor palpitante como fondo de noche estrellada. Si torno á la vida después el e dejarla, así quiero que surjan de nuevo mi cuerpo y mi alma. l\T ienrras tanto, esperand o 1;;. m uerte, cumple, sér, con las leyes trazadas: ¡trabaja, materia! ¡espíri tu, canta!
Por escal as de vidas diversas mi forma filtrada, con lo puro del molde primero luciría perfecta y sin mancha; y si al paso de miles de siglos mis mol éculas leves tornaran á reunirse de nuevo en mi cuerpo, encerrando de nuevo á mi alma, ¡qué s ér grande mi sér no sería! ¡qué nobles m is ansias!
Salva d o r Rup.da.
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LU INE SE P R A J . Anacle to Castill6 n.
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al alcance de mi mano, semioculto por un montón de perió~ ~ dicos, revistas extranjeras, recor'f\ tes, apuntes y cuartillas á medio llenar, yace el libro nuevo, toI{ davía sin abrir, intacto; tal co\; 7r{f. ~ mo 10 arrojé una noche, con la ,'l·· intención firme, alegre, de en cararme con él al otro día. Y ya han pasado muchos, y el querido h uésped permanece aún en el abandono del espíritu, inmóvil, en silencioso reproche, lastimado con mi indeferencia, triste con mi olvido.-Son estrofas de un poeta amado, muchos pedazos de vida concentrados en algunas páginas, fragmentos de dolores y rayos de esperan zas u nidos por el hilo invisibl e de una inspirac ión robusta y comprensiva. - En la 3.1ta noche, cuando todo calla, parece como que de aquel volumen se eleva un himno sonoro y vibrante, una harmonía de colores, una irradiación de notas: es el sollozo que surge de una pálida tumba aband onada.
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Aqucl Iibro tiene para mí todas las alegrías y todos los tormentos de un paraíso siempre lejos, cuando más cercano: son mías esas horas de felicidad, que nunca, tal vez, podré vivir¡ allí están, en mi poder, me basta extender la mano, romper con el puñal de marfi l las frágiles alitas que ocultan su secreto .... .. - ¡Cuán tas veces he dicho: esta noche! Y he esperado la ausencia de la luz, con el ansia curiosa de una cita de amor. y luego, ronda negra de espectros que se interpone, letales hastíos, cansancios infini tos, desalientos invencibles, haciéndome presa, afianzándose en mi espíritu, precipitándome quién sabe en cuales dantescas simas, muy profundas, muy sombrías, en las que rodaba de tumbo en tumbo, como águila herida por un rayo de .soL- Buen amigo, fiel y silencioso, cuántas veces he faltado á tu cita! Mientras tú, centi nela de mis largas veladas de lucha, has debido reírte interiormente, con carcajada irónica, al ver me flauear al rededor de la Memoria de un E stado ó rebuscar períodos de incisiva elocuencia con que dar re-
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lieve á un suelto de gacetilla. ¡Oh, t ú, mi buen amigo! Hoy no puedo acercar á m is labios la copa que me brindas, en que has disuelto perlas y flores; no es la hora .del banquete: espera, espera un día aún, espera siempre, en tu quietud triste y silenciosa, mi fiel, mi amado, mi doloroso olvidado á quien no olvido.
Cada vez que la prensa diaria, en su cliché obligado, me anuncia que algún joven, naciente poeta, ha ido á anidar bajo el alero de una hoja política, ll evo mi recuerdo á aquel libro, á aquel libro nuevo que ha en vejecido al alcance de mi mano, semi-oculto por un montón de periódicos, revistas extranjeras, apuntes y cu artillas á m edi o llenar y qu e yace todavía sin abrir, intacto, tal como lo arroj é, una noc he, con la in tención alegre de encararme con él al otro día.- Yo iría al encue nt ro de este nuevo h ermano, me abrazaría á sus rodillas y le diría : Tú tienes fe, tu espíritu está in undado de luz , t u corazón está h ech o para amar, y de un golpe, de un solo cruel gol pe, vas á arrojar tus fuerzas, tus ene rgías, tus ideales, tus noches de claros de 1una, tus rosadas auroras, tus horizontes de cielo az ul, tus serenatas, á este m ónstruo que todo 10 devora, que nun-
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ca está ahito, que desgasta actividades y que tritura cerebros en su rodaje etern o y en su etern o arrollamiento.-Pero el joven poeta me contestaría: ¿Y qué? Ya sé que hay algo bello en este mundo: amar; pero sé también que hay algo indispensabl e: vivir. Amar es hermoso; vivir es necesario. Es triste que la estatua se convierta en muñeco de Larra y la luz en sombra; pero hay un hombre que se llama el sastre, h ay un ho mbre que se llama el fondista ; hay algo más que todo esto: hay una casita, allá , en un suburbio, en donde esperan unas cabecitas rubias.. ... - ¡Olvida, poeta, tus horizontes de cielo azul y tus noches de claros de l una!-Y tú, m i bueno , mi silencioso amigo, que yaces entre re cortes y cuartillas, no rías interiormente con tu irónica carcajada, al verme flan ear al rededor de la lI/Ie· mar ia de UIl E stado ó rebuscar períodos de incisiva elocuencia con qu e dar relieve á un suelto de gacetilla, ¡oh , tú mi buen amigo! hoy no puedo acercar á mis la bios la copa que me brindas, en qu e has disu el to flores y perlas; no es la hora del banqu ete: espera, espera un día aún, espera siem pre , en tu quietud triste y sil enciosa, mi fiel, mi amado, mi doloroso olvidado á quien no olvi do! Ca rJ o s Diaz DufOo.
LAS NAVES A J osé J uan Tablada
Hay en los ma res de la ex istencia Naves q ue cruzan como el azar , Naves qué ll e v ~n velas de luto, Naves que nunca regresarán !
¿P or qué se alejan como fantasmas? ¿De dónde vi en en y adónde van? Nad ie lo sabe, nadie ha podido Med ir su arcano, ni Dios q u izá! Por ocultarlas al mismo cielu Su som bra extiende la tempestad!
Es su bandera la de la muerte , Su derrotero la in mensidad E l desengaño su cargamento y la t.risteza su capitán ! 1
Arr iba lanza su fl echa el rayo, Abajo afila su garra el mar; Enfren te el ri sco que se adelanta, Al Iado el vi en to, la sima atrás;
En su velámen siempre tendido Se enrosca el genio del vendabal . Como un cortej o de n egras sombras Vén se á 10 lej os atravesar!
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E l torbellino de la ex istencia Es m ás horr-ible qu e el huracán: Tiene su nube, centella, trueno E spu ma, roca y obscuridad!
¿Cuál es su historia? Cuál su destino? ¿En qué regiones su tierra está?
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Dejad que pase la negra flota Que á los abismos sin fondo va; S i Dios le n iega su patrocinio, ¿Qué·hará por alla la human idad?
Mas si suc u mben las t ristes naves En la batalla descomuna l , Pensad entonces q ue ellas luch aron Con cielo y t ierra, v ientos y m ar ! .il.dtdbel"to A.. E'iteva.
El MEJOR CANTO tarde me dijo la amada de de l cielo brotab an las primeras estrell as, en tan, mi corazon: to que á lo lejos, sobre el lago do rmido, resplan- Dime unode aqu ellos can- (leda la última llamarada del sol. tos que tú sabes, poeta pálido Con sus ojos grandes y az ules clavados en mí, del país . de la ni eve; uno de y con sus rubios cabellos regados por los homaqu ellos cantos que h ab lan de bros de nieve y de rosa, allí, á mi lado, en aquerubi as muj ere s, cautivas en lla tarde de sueños y de a mor, parecía una de fortal ezas obscuras, y de ga- aquellas h ermosas cautivas, á quienes cantaban rridos donceles que al pie de los garri dos donceles, al són del laúd de oro, al la ve ntana ojival cantan sus amores al s ón del pie de la ventana oj ival. laúd. Cogí en mis m an os trémulas sus manos de alaVibraba en nuestros corazon es la primavera bastro, y con timidez llevé á sus labios ardiende la v ida, y la brisa ll egaba á nosotros, llena de t es los labios míos, donde dormían los besos. arom as, cantando la primavera de la naturaleza La noche empez ó á cubrirnos con alas de somtropical. bras, y no me pidió más cantos la amada de mi , A los naranj os en flor del parque empe zaban corazon. á lleg-ar las aves de plumas doradas, y en el azul Isma e l E 111· ill:lU e A.·ciniegas. NA
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(\J olombia no)
"FLOR DE LUNA" Poema de Manuel Larrañaga Portugal PROLOGO DE JUAN DE D IOS PEZ A. Un luJ o numaao de La Mtcsa, Man uel L arra- . ñaga Portugal, pronto da rá á la estamp a el inspirado y espléndido poema «Ptor de Lu na.» v a precedida la edición delprólogo que á seguida jJlt blicamos. Juan de Dios Peea, que es el prologuista, tien e au toridad para decirnos y decir á los pósteros, sin dejar plaza á apelación posible: H e aquí á un poeta.
tras. Su nombre limpio como todo lo que á la juventud y á la esperanza atañe, está escrito en el brillante catálogo de los nuevos poetas nacionales. Lo conocí para aplaudirlo, una mañana, en que se conmemoraban los trágicos sucesos de la defensa de Chapultep ec en 1847 . Estaba la tribuna levantada en el bosque, custodiad a por los alumn os del Col egio Militar, sucesores de los h eróicos cadetes que derramaron * ** Un soñador de poc os años, ha escrito este poe- su sangre y sacrificaron la vida en aquella inolm a, á que p uso por nombre «Flor de Luna.» vidable epopeya. N o es un descono cido en el mundo de las leMe caus6 grata impresión ver á un joven á
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quien apenas sombreba la boca el naciente bozo; de ojos negros y llenos de expresión; de ancha y abultada frente; con espesa y larga cabellera, negra también, recitar con extraordinario brío unas octavas llenas de dulce ritmo y de enérgi. cas concepcIOnes. Al aplaudirlo pregunté su nombre; ya le había visto alguna vez en la calle y siempre le encontré, como dice el vulgo, cara de poeta. Se llama Manuel Larrañaga Portugal, me dijo alguno. Bajó de la tribuna, le estreché la mano y á poco lo perdí de vista. Hay en mi alma una devoción profundamente arraigada, para todos lQS jóvenes que escriben, pues no puedo olvidar, á pesar de mi cabeza encalvecida y de mi bigote blanco, que yo pasé las horas más felices de mi vida en unión de unos cuantos soñadores, con los cuales, la vocación y no la sangre, me ligaron en fraternal cariño, de tal suerte, que s6lo bajo la fría losa del sepulcro podré olvidarlos. Durante la breve administración monárquica del infortunado príncipe Maximiliano, las liras permanecieron mudas. Los poetas no cantaban y sólo volvían los ojos hacia la discreta pero consoladora imágen de la esperanza. Caído al polvo el efímero trono, volvieron á enristrar la pluma, los que en llanuras y montañas, en bosques y encrucijadas, habían manejado el arma del guerrillero, batiéndose mil veces con los soldados de Napoleón el pequeño. Torn6 á la tierra nativa Guillermo Prieto y tornó del campo de batalla á la ciudad Riva Palacio, ese genio siempre fecundo y siempre admirable que no ha pasado por sitio alguno en que no deje perdurable y luminosa huella. Volvió Ignacio M. Altamirano, el Maestro inolvidable, el constante y sabio mentor de los jóvenes, y se organizaron en la casa del insigne abogado Rafael Martinez de la Torre las veladas literarias que fueron la iniciación de una época nueva y brillante para las letras patrias. Prieto, Riva Palacio, Altamirano, Chavero, Luis G. Ortiz, Pereda, Ignacio Ramirez, Montiel, Juan A. Mateas, Hilarión Frías y Soto, José T. de Cuellar y otros muchos, dejaron oír sus inspirados acentos, y la novela, la poesía lírica, el drama, el periodismo, con nueva y vigo.rosa sávia despertaron en México.
Formábamos por aquel entonces un grupo de apasionados del verso, y vimos con regocijo que en ese movimiento poderoso, no se nos cerraban' las puertas, pues el que más admirábamos entre los poetas j6venes, Justo Sierra, había tomado parte en las veladas, escribía en el «Renacimiento » y se codeaba con los maestros. Alentados por tan saludable ejemplo, formamos asociaciones, publicamos periódicos, concurrimos á certámenes literarios y nada nos importaron ia pobreza, que era extremada, la falta de libros, que era grande, ni la inexperiencia suma de nuestros pocos años. [Cuantas veces Manuel Acuña, Agustín F. Cuenca, Gerardo M. Silva, Raíael Rebollar, Francisco de P. Ortiz, Miguel Portillo y el que esto escribe. disertamos sobre los bardos helenos ó romanos, en desmantelada celda de estudiante y en torno de un pobre 'l/ el/m que, más que darnos luz, hacía resaltar la obscuridad del aposento! Pobres, y algunos semi-huérfanos, pues yo entre ellos tenía á mi amado padre proscripto, enfermo y sin ventura; sin más reales en nuestros bolsillos, que los que nos proporcionara la copia la traducción de algún documento ó pieza literaria en las redacciones donde nos compadecían 6 aceptaban; con un libro de química 6 de anatomía debajo del brazo; con los vestidos dignos de ser copiados por Gavarni y con la imaginación llena de locos ensueños y de rosadas ilusiones; el autor del «Pasado,» el de «la Cadena de Hierro,» el de «la Hija de un Insurgente» y el de este modestísimo prólogo, no buscábamos la sopa de los conventos, porque ya la Reforma había destruído las cocinas monásticas; pero sí saboreábamos la co1aci6n, nada raquítica, de los becas ó las golosinas de los capenses. y en medio de tan deliciosas penurias, llegamos á formar parte de alguna redacción, y á dar al teatro dramas y comedias, y más tarde, á pu· blicar libros y á ver algunos, por fin de cuentas, que no sólo disgustos dejan las letras y que quien lucha vence y quien confía y espera logra, en mucho ó en poco, el premio debido á la fe y á la esperanza. De aquí nace mi cariño á todos los que se desviven en plena juventud por alcanzar un nombre, cumpliendo con una vocación irresistible, como es la de las letras. Y así la llamo, porque cuando el microbio de la poesía, (es natural que tenga también su microbio) germina ó
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y se desarrolla en la sangre ardiente de un pri- alboradas de la v ida como empapa su alma novilegiado, no h ay nada que lo extinga n i que bl e en las primeras fruici on es del sentimiento. L arrañaga P ortugal, quc con sus "F lores de 10 atrofie. Por esto G ustavo A. Becquer, ll en aba de estrofas los despachos que le encomenda- I ris» ya ha ga nado un lauro para su fama, ciban en su oficina ; Acuña cubría las b lancas m ár- m enta en este poema su reputación para 10 porgenes del libro de Pato logía, con las dulces rimas venir, se abre con propia m ano, provista de llade "E nt onces y HoY" y todos cuantos sientan ve de oro, las puertas de l oli mpo y en tra en él con igual y se inclinen á lo mismo, harán lo propio los aplausos que se trib utan al genio y con la ad en este siglo y en los venideros. m iración que acompaña á 10 original y á lo Luchamos por tener literatura 'propia, y soy n uevo. de los que me aven turo á asegurar que la te nYo po dría, lector pacien te, decirte el argudremos. Digo, literatura m exicana en versos m en to de este poema, citar te sus más salientes castellanos, pues n o hay otros m ás r otundos ni estrofas; en umerar sus pasajes más delicad os y más bellos, que los de la rica lengua que h ere- des cribirte á sus m ás culm inantes personajes. damos, ni seria propio que nos entregásemos, Pero pecaría de indi screto para quien h a de h osiendo h ijos de E spaña, á esc ri bir en volajJ1f k 6 jearlo y de imprudente para quien anhele conoen m ex icano, lo que pensamos y sentimos. cerlo. Me limito por lo mismo á celebrar que en Argumentos nuestros; naturaleza exuberan- él se hayan em pleado sin romperlas, las unidate nuestra; heroismos, sacrificios, martirios, 110- des de acción, tiempo y lugar; que los cuadros blezas, arrojos y humildades de nuestros compa- tengan los matices y el colorido que los maestriotas, toda la epopeya de nuestras glorias; to- tros emplean para. sus li enzos inmortales y un das las grandezas ejem plares de nuestros padres, argumento en que, si interviene el Destino, es todo lo que en nuestro suelo ha sido asombro de porque en los tiempos de la gentilidad nad a propios y extraños, constituirá la Iiteratura na- acaecía sin el influjo del misterio 6 de la prcdescional, sin mengua de la rima ni del estilo que tinaci ón; deidades que acompañan á Homero en á N ú ñez de Arce y á Castelar por senda modo la Iliada, :i Virgilio en la Eneida, á Camoeus inmortalizan. en las Lusiadas, y sin ir más lejos, á Víctor HuR az6n es ésta por la cual aplaudo á c uantos go en todas sus obras. eligen asuntos nacionales para sus prod uccione s ¿Qué hacía el poeta, si no buscar un apoyo en y por la que he leído con en t usiasmo el poema las entidades mitológicas? Arrancad ele los gran" 'vlextlixochitl,, en que está la naturaleza de eles poemas la intervención ele 10 extraordinario nuestra tierra descrita con vigor y colores seme- y quedarán reducidos á u na simpleza, porque jantes á los que en su -ingenio y en su paleta en- todo 10 qu e no explican la l ógica y 1:1. ci encia, contr6 Juan Zorrilla de San Martín, para elabo- 10 razonan y embellecen, en el mundo poético, rar su admirable poema «Tabar é» gloria, no s6- la Predestinación, la Fe y la Gloria. lo de la tierra uruguaya, sino de la rica y encanEl poema "F lor de Luna," está escrito con una tadora literatura americana. pluma empapada en el iris del cielo mexicano. S iguiendo esa escuela que para mí es la prefe- El colibrí de fu ego, {t qne alude el poeta, ha de rida, el inspirado Larrañaga Portugal nos lega rrarnado todos los colores .de sns plumas, como una creaci6n hermosa en que se aplaude y enco- valiosos inimitables esmaltes en cada verso, en mia á un tiempo mismo la galanura y fluidez de cada estrofa, en cada concepción brillante del la versificación, la brillantez y novedad de las joven cantor, qne de tan hermosa manera se imágenes, la riqueza de las descripciones, la ver- inicia en obras de magnitud tan alta. dadde los sucesos y la harmonía, nunca interrumS610 poseído de la fiebre de una inspiración pida. del conjunto. tan rica, se describe así: E s raro encontrarse con un poeta que 01Jd1ezSe incendia al fin en explosi6n ardiente ca á las tres condiciones que elevan y dignifican La zona de levante, á los de su especie, "pensar alto, sentir hondo y y el astro de la vida su sangrienta hablar claro» y más raro es convencerse de que Pupila de oro en los espacios abre. ese poeta apenas baña su frente en las primeras é
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La catarata hirviente en el abismo Arroja sus cristales, y al destrozarse en las obscuras rocas E n un in menso grito alza una salve, Desplegando en un velo vaporoso La bandera del iris por el aire. Hay pasajes en que se comprende cuánto se ha empapado el poeta en el estilo raro y bello de Zorrilla de San Martín, y confieso que no le sigue ma l en tan nueva senda y que no hay quien pueda señalar una servil imitaci6n sino el noble modo de obedecer á los maestros. Sobresale el Destino como agente de este poema y con sobrada lógica interroga el autor lo siguiente: «[Desh ech a por el rayo del Destino La dicha de dos almas! ¿Por qué no hay dique al vendabal que sopla? ¿Por qué no se detiene la avalancha? ¿Por qué suele vencer en esa lucha La maldad ignorada? ¿Por qué termina á veces el idilio Con una sombra trágica?»
y no ac uséis de romántico á quien tal dice) pues al razonar así, la humanidad entera es romántica. Soy de los que s610 admiten en arte dos escuelas, la buena y la mala; no me importa que el asunto sea realista, subjetivo, vago; si está bien desarrollado) si la fecunda fantasía del autor lo ha revestido de incontables bellezas, aplaudo, admiro inscribo el nombre del artista en la lista siempre abierta de los que descuellan y culminan. En este poema no hay nada que se pueda tachar de galiparlista ni de ampuloso; todo se entiende y todo se aplaude. Natural es que no todas las estrofas vuelen á ig ual altura ni que todas las descripciones tengan iguales matices, pero en el conjunto hay alma, el alma de un poeta que con magistral entonaci6n ha creado una obra hermosa. Hay que aplaudir con entusiasmo á los que respetan la lengua de Cervantes y no la destrozan al emplearla para sus inspiraciones. En este poema abundan los nombres mexicanos; personajes, flores, aves, localidades, conservan susnombres, traducidos y explicados en notas especiales para mejor inteligencia de los profanos. Esto que pudiera señalarse como un tropiezo é
en España, donde todas las palahras qu e tienen sílabas con t y 1, ofrecen insuperable dificultad así á los lectores como á los oradores, no es en la América lati na u n defe cto, y menos lo sería en un poeta qne canta lo de su t ierra natal con los nombres que daba á las cosas la lengua de la patria primitiva. En el hermoso poema «Tabar é» en contram os á cada paso palabras n uevas que nos parecen exóticas, pero si las quitásemos, perderí a todo el carácter típico que constituye el virgi nal encanto de la hermosa leyenda uruguaya. Man uel Larrañaga Portugal h a roto los moldes de la rutina y buscando espacios nuevos, entra de ll eno en la evolución literaria de nuestra época. Me refiero á la forma; nunca á ese estilo plagado de insulsa palabrería que á nadie impresiona, que ninguno aplaude y que s610 es útil para poner en claro el apocado espíritu y la raquítica inspiración de quienes lo emplean. Esos versos plagados de términos retumbantes, de neologismos rebuscados, de palabras sacadas de los más obscuros rincones de las ciencias y de las artes; esas poesías filosófico-didáctico-sentimentales, son la espuma que ha de apa garse sin dejar memoria grata ni envidiable, N ada hay más elegante ni más hermoso que la verdad ataviada con sencillez y pureza. Por eso vivirán eterno mente los que han sido maestros de lo bello y á los cuales no rebajan , ni empañan, ni siquiera estorban las avutardas del Parnaso. Un eminente infortunado poeta nuestro, refiriéndose á tales versistas, escribía hace veinte años un soneto que si mal no recuerdo concluía con los siguientes tercetos: é
¡Qué! ¿No hay en San Hipólito una cama O una mazmorra lóbrega en Ulúa Para el fullero que escritor se llama y al sentido común desconceptúa:
O qué, del templo de la Fama Se puede abrir la puerta con ganzúa? Felicitemos á los que abren, como Larrañaga Portugal, con áurea llave, la puerta del Olimpo. A poetas como el autor de «Flor de Luna»están reservados esos lauros que no admiten otro adorno que alguna violeta que simbolice la modestia. Cualquiera puede estimarlos con sólo conocer
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R EVIS1'A AZUL
sus obras y el porvenir los recibe con aplauso porque van limpios del pecado de la fatuidad, que es mortal é imperdonable aquí y en todas partes. Creo honradamente qu e los lectores de esta hermosa creación lírica, dirán á su autor: tú eres de los que llegarás á la cima; no sigas nunca la extraviada senda de los qu e prefieren el oropel de la rima al oro del fondo; con tía en tí mismo;
no desmayes y agregarás á «Flor de Iris» y á «Flor de L una," nuevas joyas que elevará n t u nombre y enriquecerán la li teratura de la Patria. y yo se 10 aseguro, cerrando este prólogo con un aplauso atronador al poeta y una ent usiasta felicitación al joven que tiene ab ier to an te sus ojos, inmenso y diáfano, el horizonte az ul de la felicidad y la esperanza. J uan «le Dio!iO Pezn. 18 DE JULIO DF. 1894 .
De las Efímeras PAISAJ E Esfúmase en el pálido hor izonte Entre la niebla gris el caserío, y el torrente desbórdase bravío Por el declive del lejano monte. No h ay en el soto qu ien la lluvia afronte' y el brumoso paisaje es tan somhrío, Que u n tronco Sleco que arrebata el río Me parece la barca de Aqueronte. E l panorama á meditar convida; Tristeza en el hogar, borrasca afuera: ¿E n dónde está la calma ap etecida? Enferm o y solo, m i alma desespera ¡Y ú esto se llama juventud y vida! y á esto se llama Abril y primavera!
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Frallcis('o .-l. lle Il'azo.
SE PER ET UBIOUE De las estrellas blasfemé iracundo, Por blasfemar de Dios hasta en sus huellas; y huyendo de í~l y de ellas, Me arrojé á 10 profundo; ¡Y ahondé!. .. ¡y ah ondé!... Y atravesando el m undo, H allé sobre mi frente las estrellas.
Fed e rieo Balart
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CUENTOS ESCOGIDOS. EL TIO TOMAS
porque esa ge nte come con El autor del Tío Tomás no h a escri to en su do casi nada? . vida, según creo, sino historias cortas. pero todo tres cuartos - E n todo caso-dijo el marido-la idea de 10 que sale de su pluma es verdaderamente delicioso. El cuento que publicamos á continuación, legam os su fortuna no deja de tener gracia. Pero la mujer seguía haciendo cálculos : es uno de los que mejor pueden servir para for- Supongamos, por ejemplo, que no sean más marse una idea de su estilo y de su ingenio. que ...... E. G. CARRILLO. y después de vacilar un momento, como si la cifra le pareciese enorme, terminó diciendo: 1 -¡Cuatro 6 cinco mil francos! El marido alzó desde ñosamente los hombros', El señor y la señora Simonnot se quedaron estu pcfactos cuando alguien les trajo, una mañana, pero cuando hubo reflexionado bien, comenzó á la noticia de que el tío Tomás acababa de morir sonreir y dijo con una alegría brusca: - ¡Caramba! pues si en efecto hubiera sido tan dejándoles su fort una como herencia. Ambos ha, . , ecoriomic o como t u crees . bían conservado un recuerdo tan vago del tal tío, - ¡Ah! 10 que es eso, sin duda . que tuvieron necesidad de hacer un verdadero con esos viejos maniáti- -Pues entonces esfuerzo para acordarse del pobre trapero con el cos uno no sabe nunca á que atenerse ... pero.... cual los había ligado un parentesco lejano. Sus palabras tenían tal acento de gravedad Pasada la primera impresión, marido y mujer se miraron moviendo la cabeza. El hombre hizo profunda y sus movimientos sugerían tan altas esperanzas, que la mujer interrumpió de n uevo una mueca de desdén y dijo: --Por insignificante que sea, siempre es pre- diciendo: - A tí se te figura pues .. .... ciso convenir en que esa herencia es una ganga. Pero él no se atrevió á responder categóricaFigúrate, por ejemplo, que no sean sino cien francos; eso nos bastará para pintar de nuevo la relo- mente y sólo dijo: - No! yo no me atrevo á asegurar nada ... ... jería, para pagar la compostura de las lámparas en fin ¿No leíste hace poco ti emde gas del almacén y para hacer las otras repa- pero po lo que decía el Petit fournai? Pues decía que raciones en que pensamos desde hace tiempo. Poco á poco los recuerdos de la señora Simon- un hombre como el tío Tomás, un viejo trapenot fueron aclarándose. Acordóse del tio Tomás ro, había encontrado doce cubiertos de plata en que vivía siempre cual un oso, lejos de su fami- un montón de basura....... . Ambos comenzaron á mirarse con ojos en culia que lo mi raba con el más profundo desprecio y calc uló que h abía muerto á los ochen ta años yas pupilas b rillaba ya el reflejo del oro. -Oh!- dijo al fin la señora Simon not- tú me de edad. espantas Mira que si la herencia fuese de -Sin duda el ofi cio de trapero-dijo al finno debe de ser muy productivo; mas, á pesar de veinte mil francos!. .. .. . -¿Y por qué no? Esos viej os av aros suelen todo ¿si h ubiese trabajado durante toda su vida?...... si, como es probable, no hubiese gasta- ser mu y ricos.
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JI Al día siguiente el relojero despertó muy temprano á su mujer para decirle: -¿Sabes? Ahora me acuerd o de haber leído hace un año, en un periódico cu al qui era, que un trapero había muerto dejando, bajo su colch ón de paja, veinte mil francos en oro , sí, en oro pu, . risnno. El oficio del tío Tomás comen zaba ya á parecerles; no bl e y resp etable. -Nadie sabe- continu6 el señor Simon not -lo que son los traperos. E llos encuentran todo 10 que quieren: j oyas, portamonedas ll enos de escudos, carteras ll enas de billetes de banco y mil cosas más. Sin embargo, no queriendo pasar por atolondrado n i por visionario, se contentó con decir en voz alta, seg uro de no engañarse: - E n todo caso, por 10 menos tendrá unos quince mil francos sí, quince ó veinte, sin duda ning una verás 10 que te di go. Contentos con la perspectiva de los tres mil duros, n ing uno de los dos se aventuró á variar la cifra, conten tánd ose con hacer proyectos y con acariciar ensueños. Por lo pronto, era necesario mej orar la tienda. D urante algunos momentos no se trató entre ellos sino de la futura instalación. Los quince mil fran cos serían u na m ina inagotable. Al m ismo tiempo, el elogio del tío Tomás brotaba de sus labios entre cálculos numéricos y entre palabras de esperanza, El ol vido en qu e comenzaban á sepultar su propio pasado, sepultaba al mismo tiempo el pasado del difunto. - Lo que siento-decía la mujer-es ño te ner ni su re trato. - El mej or de la familia-decía el marido. y durante algunos días no comieron un boc ado de buen pan, ni se ll evaron á sus labios una copa d e. buen vino, sin murmurar: . " ... ... j S'I él estuviese - ¡Pob re bo.. aqu "í .. - ¡Qué contento se pondría, en efecto! Fiznr ábanse al buen viejo trabajando para ellos, economizando para ellos, viviendo virtuosamente entre privaciones y tristezas ; y esa nueva visión los enternecía de una m anera si ngular. El árbol del a mor renació de pronto en el alma del marido. A vec es, mientras sus imaginaciones fabricaban castilios en el aire. sus manos se unían es-
trechamente formando entre ambos un lazo cari ñoso. Á la h ora de comer, por la tarde, los ojos de la señora ll en ábanse de lágrimas cu ando su marido decía levantando su voz' - ' ¡Á la salud del tí o! Sim onnot comen zab a, sin embargo, á hacer seriamen te sus cálculos, convencién dose de que los quince 6 veinte mil francos no serían inagotables. E ra, pues, necesario ser muy j uiciosos y no considerar la herencia sino como el principie de la for tuna. La mujer hablaba ya de comprar una tienda en los grandes bou ieuards. El marido la dijo: -Me parece que corres demasiado, hija. El1a respondi6: -Pero y des pués de todo, ¿por qué no h an de ser sino ve inte mil , los francos de la herencia? É l se p uso á recapacitar sin atreverse á decir nada; pero su deseo y su imaginación, decían como su muj e: ((¿Por qu é no han de ser si no veinte mil?» - ¡Al fin y al cabo, era un noble trapero! y sus gestos terribles evo caban la figura de un trapero que hubiese dominado á la humanid ad.
III El día fijadu por e l notario para la apertura del tes tamen to, ll egó al fin, y los señores Sim ónnot supi eron qu ~ el tío T omás les dejaba veinticin co mil francos. Ambos se volvieron algo pálidos; pero cuando llegaron á su casa, el marido no pudo contenerse : - Ya 10 ves-dijo-veinticinco mil francos nada más . La muj er se apelotó en un sillón sin responder una pal abra. E ntonces el relojero plantóse frente á ella y continuó, moviendo ferozmente los brazos: -¡Veinticinco mil francos, es decir, cinco mil duros .... . . U n hombre que recogía portamonedas y joyas todos los días,.. .... un hombre que no tenía necesidad de gastar mucho porque, ¿Qué en efecto, no tenía necesidad de nada Estoy seguro de que h aría con su dinero? en vez de guardarlo, iba con mujeres, y que en vez de trabajar, se emborrach aba ...... Sí, tu tío
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era un perdido ¿Quieres que te diga? Pues es que no tenemos más remedio que aguantar. bien, si estuviera vi vo, ahora m ismo iría yo á H emos sido víctimas de un robo miserable y nameterle en el hocico sus veinticinco mil porque- da más. , nas ...... Los Simonnot, en efecto, recibieron con resigL uego se calmó, y bajando algo la voz, siguió nación el dinero, contentándose con cambiar de casa, con establecer una relojería algo mejor en dicierido: -¿Ya lo ves? Todos los miembros de tu fa- un barrio elegante y con ganar diariamente el milia han sido unos marranos. T ú eres una ex- doble de 10 que siempre habían ganado. Durancepción; pero los demás fueron unos verdaderos rante muchos meses ni siquiera pronunciaron el g ran ujas. Coufiesa que la conducta del tío T o- nombre del difunto tío; pero en el fondo siemmás era horrible y á 10s och en ta años ¡caramba! pre pensaron en él con rencor. Algunos años es necesario hacerse respetar, ya que no por sí más tarde, Simonnot les contaba á sus amigos mismo, al m enos por sus parientes, ¿no es verd d? por la noche, á la hora del dominó, la leyenda -Sí-contestó la mujer-yo reconozco que de ese abominable tío Tomás que los despojó á no te falta razón; pero bien sabes que ese vi ejo ellos del din ero que les correspondía, para ir á oso me inspi ró siempre una g ra n desconfianza. emborracharse con u na multitud de mujeres per-Lo cierto-concl uyó di ciend o el marido- didas.
MADAME CARNOT Porque es u n gran poeta el que habla y porque habla de una víctima ilustre, de una dama que ayer fité prcsidellta y hoy es reina por la alteza de su dolor , t radu cim os el artículo que siguc. Fraucois Coppée 1lO Iza cantado tiunca á losgrandes; siempre, á los /zumildes. Pero ¿quién más humilde que los buenos, cuando sufren.'? Caritativa es la poesía que va á buscarles con las manos llenas de rosas y consuelos.
La noche del sábado Mine. Carnot estaba en su palco de la Opera Cómica: asistía á una representación de Falstaff. Parecía alegre, ufana; su marido, cuya salud en los días últimos había dado motivo á inquietudes y alarmas, ya de ali vio, iba camino de Lyon, Tranquila, pero temerosa de que el causancio del viaje y la fatiga aneja á continuadas ceremonias, le causaran algún daño, había dicho suplicatoriamente á las personas que le acompañaban: -Procurad que no esté de pie por largo rato.. .. que se cuide.--Porque Mme, Carnot-bueno es decir1o--como esposa y como madre de familia es un modelo. Había partido él contento y de buen humor. Ya. le veía ella, con el alma, entusiastamente
recibido, agasajad o, sonriendo á todos, dando apretones de manos á diestra y siniestra, entre los vítores de la muchedumbre. Ella, entre tanto, desempeñando lo que podria llamarse sus funciones propias, cumpliendo su deber de semi-soberana, esta ha en el teatro, aplaudiendo la ópera de Verdi, del maestro venerable que vino á París cual si viniera en busca de la confirmación de su gloria, y cuyo genio harmonioso, al parecer ató un lazo de unión entre los dos pueblos latinos desventuradamente divididos. A su palco subía callada y muy sincera la simpatía de todos; y ella la sentía. Como siempre ufanábase la multitud al verla; porqu e, á pesar de cuanto digan en mal nuestro, formamos una nación de gente buena, y ay er aún, nos alegraba el ver en el primer rango de la jerarquía social á esa muy digna y excelen te dama. En las reuniones mundanas nunca la frase:- H e ahí á Madame Carnot-s-fué seguida jamás de maledicencias ni epigramas. De lejos, todos sonreían á ese rostro puro y halagüeño; admiraban las virtudes de la compañera del Jefe del Estado, y le reconocían agradecidos el mérito de ejercitarlas con tanta sencillez y discreción. Cuando F ran cia tenía que recibir á ilustres huéspedes, nos enorgu-
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AZUL PALIDO Hemos, como todos los años, tapizado de rosas blancas la tumba del héroe-Muerto ]uárez está más cerca de nosotros que se encontraba en vida! Es preciso morir para ser inmortal. Cnando la última paletada de tierra ha caído sob re uno de estos sepulcros, parece como que se prepara una luminosa resurrección. U n escritor ha dich o que [u árez es como uno de esos soles cu ya luz llega hasta nosotros , después de haber desaparecido del espacío.-La muerte qu e deja en pos de sí, á modo de brillante estela , un im perecedero, gigantesco recuerdo, comienza á vivir una vida nueva.-Yo no creo en la muerte de ]uárez, lo siento al lado nuestro, veo su obra: m uertos son muchos vivos que yacen en la fosa antes de haber emprendido este misterioso viaje á desconocidas riberas.-Para el h éroe hay una segun da existencia, más esclarecida, más grande, más amplia que la prim era. Los inmortal es comienzan á vivir esta vida después de muertos.
jóvenes aún desconfían de encont rar fuerzas y en ergías, así la especie h uman a desconfía también de u n renuevo de prim avera. Y todavía e' sol caldea los campos y la sim iente brota aquí ab ajo como una esperanza de redención futura.
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Brindis de Salas ha vnelto á presentarse al público de esta capita1.-Es un extraño espec táculo el de este H ércules vigoroso y fuerte hacien do surgir la nota alada del flexible arco. Ora es Ofelia qne pasa deshojando flores á la pálida luz de un rayo de lu na; ya el altivo paladín de férrea armadura que agita su estandarte de guerra en 10 alto de la enhiesta atalaya; ora entrecho can estas notas, se alzan, trepan como las olas de un mar h irvien te; otras veces es el canto de u n órgano resonando en el interior de una ca tedral gótica, de esbeltas ojivas y amplias ventanas de vidrios de colores : es un desfile santo, una procesión de iris tornasolados que se esfu* * 01: man, brillan, desaparecen, mientras la harmoGérmenes de la reinante enfermedad social nía vibra en el m ágico violín del artista.-Las comienzan á desarrollarse en la gran República veladas del teatro Pri ncipal corren rápidamente del Norte.-La huelga es la larva de la mari- cuando toca Brind is de Salas y se estrenan pieposa anarquismo. Lucha entre el n uevo señor zas como «La Revista.» Además ¡oh señorita! feudal del siglo XIX y el siervo moderno, m a- cada martes el empresario transforma el viejo numitido y libre; el combate es tenaz, porque salón en un jardín: os encontrais entre vuestras los apetitos en esta vez se han ensanchado con hermanas las flores. la civilizac ión. Un soberano de otros tiem pos no atendía al cuadro de necesidades que hoy sa*** tisface U 11 obrero. Pero el obrero pide más, no E l sig uor Alba anuncia ya su temporada de le basta esta progresión ar itmética en el pre- ópera popular. El empresario tiene un progracio de los salarios. Desea saltar etapas del ca- ma democrá tico: el arte al alcance de todas las mino, amenaza al burgués, vocifera en el club fortunas. R osini á cu arenta centavos, Wagner y prepara lentamente estas grandes catástrofes desaristocratizado. Alba es el revolucionario de que presenciamos.-Aú n hay en el globo, sin la ópera; ha venido á destruir los privilegios y embargo, lugar para muchas vidas; la tierra no á proclamar los principios de L ibertad, Igualse ha agostado y hay espacio para muchas espi- dad y F raternidad. H a dest ruido además un gas de trigo. Ha envejecido la humanidad antes monopolio: el monopolio Sieni.-¡Ciudadanos, . 1a Democracia . .., .... . que el planeta. Como esos calaveras que han VIva derrochado á manos llenas la existencia y que Petlt Dleu.
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LA R.EVISTA AZUL AP ARECERA TODOS LOS DOMI NGOS .- P R E CIO DE SUBSCRI P CION MENSUAL 0.50 NUMERO SUE LTO, 12 y MEDIO CS.- PARA -TODO P ED IDO, DIRIGIRSE.Á. L A ADMINISTRACION , CA LLE DEL P R OGR ESO NU M. 2 APARTADO DEL CORREO NUM. 3ü9.-Y A LA DEL «P ARTIDO LIBERAL .»
TOMO 1.
MÉXICO, 29 DE JUUO DE 1894.
NUM.
13.
GOUNOD-GCETHE E oído decir, alguna vez, que el «Fausto» de Carlos Gounod es la expresión musical más acabada del pensamiento de Gcethe. Es necesario protestar, en nombre del poeta de Weimar, contra esta opinión demasiado generalizada. Jamás ha podido crearse, en efecto, nada que se aproxime menos al pensamiento de Ocethe, Es preciso decirlo para conocimiento de todos en general y de nuestros críticos musicales en particular. El «F austo» de Gounod es un poema lírico de gran mérito, que revela una ciencia armónica de primer orden, grandioso, inspirado, todo 10 que se quiera; pero no es el «Fausto» delmaestro, ni Margarita es la Margarita que tomó vida en 1790 en las prensas de Leipzig; ni Valentín es el Valentín del poema, ni Mefistófeles-¡sobre todo Mefistófeles!-es el personaje de Gcethe, grotescamente armonizado y lanzando burlescas carcajadas á cada compás de espera; ¡él, un diablo tan clásicamente correcto, con una ironía tan fina que asoma apenas en la punta de los labios, convertida en un saltimbanco, en un arlequín de feria, y saliendo del escotillón entre luces de Bengala! ¿Qué modo de ser la expresión musical más acabada del pensamiento de Gcethe es éste? ¡Qué pobre diablo es este Diablo de Gounod! ¡Infeliz hombre que se pasa la noche dando pasos agiga ntados, haciendo piruetas y contorsiones y lanzando carcajadas á pleno pulmón. No;
amigo Mefisto, tú no eres el Diablo de Ocethe, [qué has de ser! Tú no conoces, como aquel, á Diderot y á Voltaire, no eres el Demonio idealizado, como 10 llama Mad, Staél, de buenos modales y fino trato; tú no eres el camarada jovial, alegre y buen muc!zac!zo del viejo Doctor: tú eres un diablo de guardarropía, de mucho bombo y lucesitas de colores. ¡Vete, pobre diablo; vete con tus contorsiones ridículas y tus apayasados movimient~, á donde no injuries la figura simpática del Mefistófeles del poema alemán! ¿Por qué el Mefistófeles de Gounod no ha entrado á la categoría de los séres civilizados? ¿Por qué cansen-a esos resabios del diablo primitivo, extravagante y lunático? El Demonio de Gceth e dice de sí propiov-oLa civilización, que todo 10 puede, llega hasta el mismo diablo: el fantasmón del Norte no está ya presentable. ¿Dónde ves mis cuernos, garras y cola?" Mefisto es un diablo de la buena sociedad; podría presentarse de frac y corbata blanca en nuestros salones aristocráticos, y dar una vuelta de vals con la señorita de la casa. No huele á azufre, habla de política, juega al ecarté, hace críticas literarias y uo falta nunca á la primera de la ópera. Su sátira es de buen tono, y hasta sus mismas bufonadas (conoce á Scapin) no traspasan jamás las conveniencias sociales. El Mefisto de Gounod no llegará á presentarse en esta forma irreprochable, con este buen gusto y este aticismo. ¡Qué gritos! ¡Qué gesticulaciones! Qué terror infantil al ver el signo de redención, él que de vez en cuando le place cecR!lVISTA As~.-:¿S
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ligero. Cual si se viniese desarrollando una enorme tela gris, avanza la marea, trayendo á la playa su ruido de espum a y sus convul sivas agitaciones. El vagido del mar aum enta, y se oye semejante al paso el e un río en la fl oresta. Es un vagido continuado , en un tono opaco, ta n solamente cambiado por el desgarramiento sedoso y . cr istalino de la ola que se deshace Canta en voz baja, pon tu órgano á la sordin a, ¡oh buen viento de la tarde! Canta vara el marino que partirá para un largo viaje, cuando ale-
gre el agua azul la armoniosa visión de un blanco vuelo de goleta s. Canta para el pescador que tenderá la red; canta para el remero n egro , risueño y de grandes gestos elásticos; canta para el ch ino que va ú pescar todavía con la divina modorra de su poderoso y sutil opio . Y canta m ientras la marea sube, para los viajeros, para los errantes, para los pensativos , para los que van , sin rumbo fijo, tendidas las velas por el mar de la vida, tan áspero , tan profundo, tan amargo, como el inmenso y mister ioso Océano. Rllbéll D a r í o .
A MI HIJA MARIA DE EDAD DE D IEZ A NOS
Búcaro de azucenas, celaje de oro, Sonrisa de las auras de la mañana, Linda Maria, Para qué he de contar te lo que te adoro, Cuando t ú eres mi vida, la soberana Del alma mía. Cuando yo soy el sauce que en los cristales De tu clara corriente, tiende am oroso Sus místicas ramas; Cuando al verte se ahuyentan mis hondos mal es y cuando con tu acento tan melodioso, Padre, me llamas. Bajo tu cutis blanco, la luz del cielo Circula y da á t u cuerpo fulgor de estrella Nítida y pura. , A tu conjunto envuelve místico velo, En que algo de divino vibra y destella, Por mi ventura. Los dones nos deslumbran de la riqueza, La gloria es una maga, cu yos laureles Son mi delicia. Tú pones en olvido tanta grandeza, y para avasallarme, basta
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Vi ves dentro de mi alm a cual Ilama pura Que en diáfana linterna su brillo ostenta, y que con sus reflejos la sombra ahuyenta De mi amargnra. T al del mar en el fondo y entre cristales Que la lu z de los cielos nunca ilumina, Se enc uentra entre las rocas la rica mina De los corales. Colibrí de mis sueños que , revolando, Vas, el cielo y los aires engalanando Con tus destellos. El sol, enamorado de t us primores, J ugando entre t us plumas, sus mil colores T orna más bellos. Libre, feliz, ufana, gi ra inconstante, Cortejan amorosas t u curso errante Plantas y flores. y de dichas sin cuento busca el tesoro En el fondo divino del cáliz de oro De mis amores. Mi voz es el pretesto, niña adorada, De otra habla sin acentos, apasionada, Con 1uz y aroma, Con la que en mis entrañas tu am or celebro, Dulce como el almíbar, como el requiebro De la paloma.
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H ay bosques de arrayanes y de jazmines, Al pasar mis recu erdos por los jardines Do fué tu infancia; En éxtasis dichoso mi mente vaga y se empapa en ventura viva y se embriaga Con su fragancia.
Te dió vida ¡oh,! mi encanto! vejez sombría; Mi noche fué tu aurora, du1ce María: y yo lloraba Lam entando el presente de la fortuna, Al ver la orfandad triste que tras la cuna T e saludaba.
Mas si la suerte esquiva negado hubiera A t u sér esa gracia tan hechi cera, Te adoraría, Porque el fulgor ele mi alma sobre tí ex iste y de en cantos divinos te me reviste, Tierna María.
Avecill a canora que hizo su nido Sobre caduca rama, que enfurecido Rompiera el viento, Al borde de un abismo lanzas tu canto. No lo interrumpa ¡oh, niña! fune sto el llanto De t u tormento.
Ideal que realiza bello y viviente Lo qlJ.e ví en mis ensueños cruzar fulgente Por mi existencia. Arcángel que en un ocaso se me aparece y que tiende sus alas y me g uarece Con tu inocencia.
T al vez tu santa madre, dulce amor mío, T e encont rará temblando de hambre y de fri. y abandonada; y cuando auxilio pidas; todas las gentes Volverán los semblantes indiferentes N iña adorada.
Pero ¡ay! esos delirios, como verjeles Que pueblan las garelenias y los claveles Bajo az ul cielo, Los amagan los vientos con soplo helado y tienen su sepulcro ya preparado Bajo del hielo.
T al vez muerta tu madre, su precipicio De flores 'e ngañosa te cubra el vicio S util y artero; y con su inmunda boca bese la orgía Tus carnes de camelia; no, vida mía, Muere primero. JULIO 1<.> DE 18 94.
Guillermo P rieto
JESUCRISTO Y EL ARTE LITERARIO (FRAGJlENTO DE UN DIS(JURSO>
ha dicho un profundo pensador, es el genio más idealista en el fondo y más materialista en la forma: muy idealista en sus concepciones, muy materialista en la expresión. Y aquí tenéis, humanamente hablandor todo el secreto de la magia inmortal de su palabra y el secreto del arte, de todo el arte de la palabra Jiumana. ¡Idealista en el fondo, 'idealista en las concepciones! porque el ideal es la condición, es la viESUS,
da, es el alma de toda obra de arte; es el encanto secreto que anima al mármol, que flota en la piedra lanzada á las alturas, que palpita en e11ienzo apenas humedecido por pincel , que vibra en las estrofas del poeta y en el acento de fuego del orador; es la visión religiosa que inicia al artista en los secretos y maravillas del infinito, que le da un asiento en la mesa eucarística de la vida inmaterial y suprasensible, Para mí, señores, el idealismo no es otra cosa que un presentimiento del infinito, y el arte la forma en que se encama ese presentimiento.
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Yo no sé si al hablar así me conquiste las ir ónicas sonrisas de' los ne6fitos de modernas doctrinas; pero consuélame de esos anatemas del realismo humano esto que os voy á decir. . El primer fil6sofo del siglo, el hombre que ha podido reunir en su espíritu gigante los dos más grandes poderes de la inteligencia, el poder analítico de las ciencias que convierte en ruinas todos los dog mas á p riori, y el poder creador de la filosofia que sintetiza en atrevidas y sólidas generali zaciones tod os, absolutamente todos los conociniientos human os, después de haberlos profundizado; ese genio del siglo que ha paseado su mirada escrutadora por todo el universo conocido; ha formul ado, refiriéndose á las religiones, un pensamien to qu e puede referirse, qu e voy á referir, al arte, porque me parece que arte y reli gión son idénticas ' manifestaciones de la nat uraleza h umana. El conocimiento real (dice este eminente filósofo) no ll ena, ni llenará jamás el dominio del pensamiento, ni del espíritu. Al fin del descubrimiento más prodigioso, queda y quedará siempre esta cuestión: ¿que hay más allá? Hay, pues, y habrá siempre dos actividades antitéticas del espíritu, pues ahora y en · 10 sucesivo la ac tividad humana se ocupará no sólo de los fenómenos y sus relaciones, sí que también de algo no aparente, de algo absoluto. Y el gran mérito del Arte es haber vislumbrado siempre 10 suprasensible y no haber cesado jamás de comunicarlo al hombre con los recursos de la materia y de 10 finito; haber sido siempre fielá su .imisión de impedir á los hombres 'absorberse ' por' completo en 10 re l-ativo y en lo inmediato, en lo material y groserojhaber proclamado (agregaré yo) con todas sus fuerzas que el hombre no' s610 tiene necesidad de pan, sino que tiene necesidad -de amar, de creer,de adorar algo más santo que las altas y bajas de las Bolsas mercantiles. Yo, señores, no quiero, al invoca restas conclusiones delfilásofoinglés, resucitar el magister dixit de la filosofía dogmática; yo quiero ignorar si el 'idealismo es un reflejo del infinito y el arte del Divino mediador que nos inicia en la penumbra sobrenatural de lo desconocido, para redimirnos de las cadenas ' de la materia que tienden á envilecer nuestra especie; yo ignoro si el arte despojado del ideal no es otra cosa que un juego 'del ocio, una fantasía de aficionados, I
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la menos valla de las va nidades; yo no sé si el ideali smo será una quimera de que se alimentan s610 las almas débiles ó perturbadas por el extravío. L o que sé es qu e persiguiendo un ideal, el de una tierra prometida, á través de las áridas arenas del Desierto, fué como el pueblo hebreo, iluminó al mundo con la concepci ón monoteista y le redujo con la augusta moral de sus profetas ; y que cuando ese mismo pue blo descendi6 á la vida real y edific6 -u n templo y se encariñó con el orgullo de sus sinagogas, entonces su moral y su teo logía, convertidas en pedantismo.defariseos, sólo tuvieron energía para derramar el sarcasmo sobre el Ve rbo del amor y mancharse con la sangre de su ignominioso suplicio. Lo que sé es que el ideal de li bertades patrias produjo las locuras de Maratón y Salamina, aquellas locuras que empujaban á los atenienses y espartanos al martirio de las Term6pilas; y que u na vez vendido ese ideal al oro de la corrupción macedónica, aquellos hijos de l\Iilciades y Temístocles, envilecidos por las dádivas y las riquezas, fueron y estuvieron contentos con serlo, y se dejaron llamar por la fustigadora voz demosteniana los viles mercenarios. de Fl"liPO. Lo que sé es que el pueblo de Pelayo y del Cid inspirado por otro ideal, el de su religión y sus hogares, salió de las ásperas grutas de Covadonga para cruzar el Gólgota de siete siglos de sangre hasta arrebatar á la media luna el cetro de Recaredo, y que ese mismo pueblo, ya sin ideales ni locuras, se con. virtió en genízaro de la Inquisición en su propio suelo y en traficante de carne humana en el N uevo Mundo .. .. .. ¡Oh! si el idealismo es una quimera y un engaño, jamás engaño alguno ha sido tan fecundo para la sublime transformación de nuestra especie; y si el idealismo es el arte, jamás ha existido artista más universal y comprensivo ql;le el que erigiendo en ideal del género humano !a sed infinita de justicia y el progreso infinito del amor, ha dado el programa y la divisa in mortal á todas las revoluciones políticas y morales que han existido y pueden existir desp ués del serm6n de la mon taña. Pero el idealismo no se aprende en las escuelas; es condición del arte, pero no fruto del arte: éste, lo único que puede enseñaros es la forma de la inspiraci6n, pero no la inspiraci6n
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misma. La forma propia del arte, la que podeis adquirir con perseveran le estudio, ya 10 sabeis, es el materialismo en la expresión que da carne y sangre, relieves de mármol y bronce los ideales del espíritu y elel sentimiento. Este delicado y fino consorcio del idealismo en las concepciones y materialismo en la expresión, ha hecho que la palabra del Ora dor Divino pase de siglo en siglo, sin perder nunca su prestigio, ni su popularidad, ni su belleza siempre nueva. ¿En qué página de las literaturas conocidas podeis encontrar materialismo en la expresión más enérgico que el ele aquellas frases de bronce que se han fundido en la conciencia de la humanidad? Y cuenta que los narradores del Evangelio apenas han podido transmitirnos pálidos reflejos de la sonora vibración y delicados giros de aquella palabra que siempre salía envuelta en olas de fuego, de sangre y de lágrimas; de aquella palabra qu e era dardo agudísimo cuando desgarraba la piel de los hipócritas, carcajada de eterno sarcarmo cuando caía sobre el rígido pedantismo de las Si nagogas, lampo de nieve y guirnalda de flores cuando derramaba consuelos sobre los limpios de corazón. Un día los eternos tartufos de la' teología quisieron ridiculizar sus doctrinas de perdón y misericordia, poniéndolas en conflicto con los soberanos fueros de la justicia. «E sa mujer es adúltera, (le dicen); ¿debemos lapidarla como ordena la ley, ó perdonarla como predican tus doctrinas?" Los procedim ientos lógicos exigirían un laborioso discurso para arrancar la careta á esta perfidia y capciosa pregunta, para decir á aquellos moralistas de fórmulas que la doctrina del perdón se dirige al sentimiento, al corazón, al hombre, no á la magistratura" ni á la ley. Pero el orador de Judea encuentra en las profundas penetraciones de su alma la frase mágica que en punzante ironí a encarna y refleja precisas distinciones y luminosos comentarios. «El que esté limpio que tire la primera piedra," les dice; y esta vez toda discusión fué imposible, la palabra se convirtió en látigo y los tartufos religiosos h uyeron avergonzados de su torpeza. Otro día algunos hombres pertenecientes á ese linaje de reptiles que se arrastran en la delación y el espionaje para vengarse de las superioridades morales que les humillan, le tendieron u na celada á fin de compremeter el superá
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naturalismo de sus enseñanzas con las 'suceptibilidades del poder político. «¿Debeinos (le d(' cen) pagar el tributo al César?» Por toda'respuesta, Jesucristo les p regunta: ¿de qu ién esla -efigie esc ul pida en la moneda? «Del Cesar," contestan , aquellos esbirros 'estrech ados por la realidad. «Pues dad al César lo que es del César, y á· Dios lo que es de Dios." Y con este finísimo tropo y antítesis luminosa sentó las bases de la .libertad religiosa, resolvió el problema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y sancionó los fueros de la conciencia. ' ' La parábola , esa especie de drama popular, de relieve y escultura animadas de los más al- ' tos problemas de filosofía; la parábola, género de literatura casi desconocido á los hebreos, fué en sus labios una creación expontánea y natural, un idilio perpétuo de seducción para comunicarse con las .al mas sencillas y hacer deseen, cer hasta el corazón de las ig noran tes masas, las trascendentales con cepciones de su enseñanza. ¿Quién no h a sentido en su propia historia, en la historia dé su corazón y de su vida, todo el vigor y valentía de aquella parábola del hijo pródigo? ¡Retrato admirable de todos los hermanos, no menos grandioso por su universali -· fiad, que tierno y profundo por las delicadas y enérgicas líneas con que están di bnjados los inexcrutables abismos del alma! Ni la rica lógica, ni la moral de observación, ' han seguido con tan certera mirad a esos tristísimos descensos del corazón y del carácter dilapidando, en las abyecciones de la orgía y del más -refi nado egoísmo, toda la riqueza de sentimientos elevados aprendidos en los primeros añosde la vida. ¡Con razón la frase de hijo pródigo flota en toda la literatura moral y en to das las conciencias como un eco de remordimiento y devergiienza. Persio, Ju venal y Moliere, Tásito v :Rabelais, apenas lleg an á la p iel con su látigo fustigador ; Jesucristo hiere la carn e, p enetra hasta el /m eso, rasga las fibras del corazón. Esa 't ún i oa de Neso del ridículv que arrastran;todos los tartufos y f a/sos devotos; ese sambenito de oprobio que cobija eternamente á los sectarios del tantoipor ciento; esas coronas de infamia 'que ciñen ,.1a frente de todos los avaros, fueron tejidas por 'lesucristo con artificio divino; fué Él quien' creó esas obras maestras de una ironía y sátira. inmortal. ," ... . " .
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«Sepulcros blanqueados por fuera y corrompidos por dentro," les dice á los hipócritas. «Es más fácil que un camello entre por el agujero de una aguja, que un rico se sal ve, les dice á los avaros. eeVes la pajita en el oj o del vecino, y n o ves la viga en tu propio ojo,» les dice á los difamadores. «Hipócritas que devorais las casas de las viudas con largas oraciones,» les dice á los traficantes de ritos religiosos. «Hipócritas qu e limpiais 10 de fuera del vaso y del plato y por dentro estais llenos de rapiña y de in famia,» les dice á los centenares de J ueces que entonces, como hoy, cubren con fórmulas jurídicas sus secretas prevaricaciones á favor del amigo, del soberano 6 del poder público.
y estas frases y otras de igual riqueza litera-
ria han qu edado esculpidas en la piedra angular de la moral ete rn a como un estígma de fuego que atormenta perdurablem ente los insomnios de todos los hipócritas, de tod os los avaros, de tod os los prevari cadores, de todos los opresores de-la humanidad. Y esto es 10 que yo llamo materia lismo en la forma, esto es 10 qu e se llama dar carne y sangre á las concepciones del espíritu, esto es 10 que se ll ama vaciar en bronce imperecedero las más elevadas enseñanzas de la filosofía. Jllehdo Palla.·es.
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-,~l COBARDE QUE PEGA A AS MUJERES (L A
COLERA)
E l sefl,O?' espera á la señora que comió [uéra de casa. A lo« once de la noche, la señora entra llorando de risa, El señor.-¡ Qu é aleg re estás esta noche, Silvia, sin duda se han divertido mucho en la com ida de los esposos Bichard! La señora. (?·iéndose.) -Jamás ad ivinarás 10 que así m e hace re ir. El señor.-Bichard habrá hecho á vdes. la travesura de servir el café con pecesillos rojos dentro. La señora.-No, prefiero decírtelo desde luego: ha dado un soberan o bofetón á su mujer! El señor.-¡Es posible! La señora -Un bofetón de tal fuerza, qu e todos se taparon la cara con la servilleta para no recibir fragmentos de cabez a. Bichard quería que la lámpara estuv iera á la derecha por la falta de su ojo; Aglae que á la izquierda, para que lucieran más sus brillantes; cada uno la cambiaba sucesivamente, hasta que á la sexta vez, Aglae, colér ica. acabó por colocarla intencionalmente sobre el plato de las espinacas, y á seguida el marido le calentó la mej illa . (Riendo.) Aun me río de la figura que hacía Aglae; pero en el
fondo estoy indignada cont ra Bichnrd porqu e el hombre qne pega Íl un a m uje r, es u n cobarde . El señor.- Sí, alg unas veces . La señorn.. - ¿Cómo? ¿Algunas veces? Deberías decir, siempre . El hombre que pega á una mujer es un cobarde, siempre, siempre El señor.-A menos que no se le haya precipitado, obligado casi . La señora.-¡Obligado! ¿Tendrías la audacia de intentar defender á Bichard? El señor. -No, no. Un icamen te digo que hay circunstancias en las que .. La señora. (Secamente.)-Bien, harías mejor en expresar con franqueza el fondo de tu pensamiento. El señor.-P ero si mi pensamiento no tiene fondo . La señora.- -Es que con lo de tus «circunstancias," no parece sino que quieres ponerte en escena. El señor.-¿Yo? ¡Oh, dioses inmortalesl nol La señora.-¿P or qué ríes al decir esto? El señ or.- R ío demonio, río; como hace poco reías tú pensando en ese 'farsante de Bichard , q11e ..
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La señora.-¿Cómo «farsante?» ¿LlD.mas farsa ú su brutalidad? Claro se ve que todos los hombres se apoyan. En caso semejante, lo imitarías, ¿,no es esto? Estoy segura que no es la voluntad la que te falta. El señor.-Entonces, ¿qué? La señora.-¡EI valorl . Aunque es verdad que no soy provocativa como- Aglae. El señor.-jOh! No. 'Que, sigru " f i ca ese ((¡o . hl. no I:» 1, a senora.-" .. Me parece que lo dices con un tono de burleta que y conmigo no basta acusar, sino que es preciso probar. De modo ¿que te atreves á sostener en mi cara que soy provocativa como Aglae? El señor. (Con paciencia.)-No, querida amiga, te repito que no . Verdad es, sin embargo, que á las veces te impacientas un poco y...... La señora.-¿Yo? El señor. (Retractándosc.)-Supongamas que nada he dicho. La señora. (Con sequedad.)-Nada de eso: ha. ble vd.; es inútil que pretenda aparecer como víctima silenciosa ¿Conque me impaciento? No podría presentarse una sola prueba de semejante aseveración. El señor. (Con dulzura).-Pero gentil y querida gatita mía, sin ir más lejos, recuerda que esta misma mañana me sostenías que el artista Paulino Méni er es rubio. La sefiora.-Sí, es rubio. El sefior.-No, júrote que te engañas, es moreno. La señora.-Digo que es rubio. E l señor . (Cediendo).-Sea, pues así lo qUIe· res. La seiíora .-No me conformo con concesiones irónicas... Es tan fácil representar la resigna. ción , cuando no qu iere confesarse que la razón falta. El sefior. ( Con pClcíellcia).-Pues bien, no ten, go razono La señora.-Esa confesión es de dientes afuera, y otra persona menos caprichosa acabaría por decir: «mujercita mía, te pido perdón por haber sostenido que Paulino Ménier es moreno y)) ... El señor. (Irnpaciente). - Pues sí, sí, sí, querida amiga, y te suplico pongamos á esto punto final. ¿Dices que Paulino Ménier es rubio? pues rubio, y si deseas que sea verde, será verde.
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La señora. (Rabi08a).-¿Verde ,eh? Sepa usted, • señor mío, que no habla con una loca , y pues lo toma en ese tono, sostengo y sostendré siempre que Ménier es rubio . El señor. (Brcitado) .-Sí, sí, y hasta albino. ¿Estás satisfecha? La señora.-Esa palabra, «albino,» prueba que nunca lo ha visto usted; sin esto habría usted reconocido que positivamente es r ubio, El señor.-Pero, cuerpo de Cristo, veinte veces te he repetido que lo conozco y le he hablado. La señora.-Le habrá llevado ú vd . entre baso tidores para pellizcar á las figurantas . El señor, qlle comienza ú mover los pies con umpacienC'ia.-Si ahora comenzamos con ese capítulo, no acabaremos. (Queriendo la paz.) Mira, Silvia, haríamos mejor si nos fuéramos á acostar. La señora.-No me haría eso saber donde conoció vd. ú Paulino Mén ier. (El seií01' se pasea en la habitación s-in chistm·.) Y sería más político, mús de buena educación contestarme, que tro nar los dedos, como si los tuviera vd . quemados. El señor, (p1'ow1'mldo calmarla.)-Ya te he di cho que fué en el pasaje Jouffroy, un día de lluvia; al marchar hacia atrás le pisé , y naturalmente le supliqué me perdonase. La señora.-Extraordinario me parece que haya vd , pisado . El señor.-Hay casualidades en la vida . La señorn.-Y ¿entonces lo vió vd. moreno? El señor, mirando al cielo y con los puf/os cermdos.-¡Oh! (No respotule y mide la habitación. con paso« lJ1'ecip-itados.) La sefiol'a.-En vano pone vd . los ojos en blanco y se estiro como un elástico; eso no es responder. El señor.-Pero, caramba, ¿qué quieres que te responda? La señora.-·Que tengo razón. El señor .-,Ya te lo he d icho dos veces. La señora.- -Sí; pero hay una manera de decir las cosas! El señor, en tono de calma.-Escucha, Silvia, me siento un poco mal, y por lo mismo te ruego que no continuemos; vamos mejor á acostarnos. La señora.-Muy fácil es para desembarazarse de un asunto, cuando no se tiene razón, decir que está uno enfermo; ¿no estoy yo misma enferCRIlVISTA
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ma, y me está vd. torturando el corazón hace una hora con . sus continuos paseos al derredor de los muebles? . EL señor. Oomenuuulo á perder la paciencia.Mira , mejor te cedo la plaza. (Se marcha al salón.--La sefiora después de de[ arlo solo 1tn instante, vuelve ú ?·euní?·sele.) La sefi ora .- ¿H a concluido la comed ia? Bi en sabe vd , que me desagradan las gentes capr ichosa s. ¿Es acaso falta mía tener razón? Poquísim o me importa qne su Paulino Ménier sea rubio ó m oreno; pero no comprendo qué interés . pueda vd , tener en qu e, siendo rubi o, vd , pretenda qu e sea moreno. E l scñor .-Pero puesto que ya h e confesado que es rubio, d éjametranquilo, con mil d iablos! (Se marcha al comedor.) La señora. (S1:gttiéndolo.)-Bi cn podía vd , ser más atento y responderme sin juram entos ni. palabrotas, como un carretero; sin comprender que no basta fingir estar n ervioso, para creerse dispen sad o de la observación de las reglas <1e buena educación (.l!J'l sefíor se ?'etira Ú la cocina.) La señora . (Siguiéndole.)-Ademús sabe vd, que detesto las gentes ren corosas que pa rece que siempre están tascando el freno . Profiero á las violentas, gue no eternizan un di sgu sto, que ti e, nen , es verdad , momentos de arrebat o, poro después que han soltado la mano, no vuelve n á pen sar en lo sucedido...... vuestro amigo Bichard , por ejemplo. en E l señor. (Animado.)- Que apruebo este momento. La señora .-¡Qué ! ¿Qué quiere vd , decir? E l señor . (Prncurando moderarse.)- N ad a , n ada, yo me comprendo.... ... .. pero por última vez , te ruego que me dejes t ra nquilo . (Huye á la antecámara.) La señora . (Signiéndo le.)-¡Sí , eh! Aprueba vd , que Bichard haya dado una bofetada á su m ujer? ¿Querría vd., sin duda , imitarlo , figurándose tal vez que soy de la blandura de Aglae; pero, cuidado con amenazarme, ni aún con la punta de un dedo . ..... Mañana no tendría vd . vida. (Se le acerca mirémdole con fijeza.) Veamos, atrévase vd. á tocarme, lo desafío. (El la repele d1dcemente sin decirle una palabm.) ¡Ah! no se atreve vd.; le falta el valor para cometer la cobardía
de pegar á un a muj er. ¿Ve vd , estas uñas? con ellas le señalaría el rostro. E l señor. (Dominándose todavía .)-Ten cui dado, Silvia, qu e acab as de m eterme un dedo en el OJO.
La señora.-Suélte me vd. el puño ó grito á la guardia, al asesino , y al fuego, á la vez. E l señor.-Pues ten cui dado con tus m an os. La señora. (Nerviosa en {tllimo g?'ado.)-¿Con que desea vd. pegarme, porque Pauli na Mén ier es rubio; pero iuténtelo vd ., lo desafío; sí , lo desafío. El señor. (Con expresión dembia .)-¡Oh! (Sale.) La señora . .(Signiéndole.)-Es vd , do los quc pegan á las muj eres: atrévnse conm igo . No pido m ás que eso. (Con los pufios JJ lo» clientes apreiados.)-T óqu emc vd., sí, sí, sí, Pau lino Méuier es rubio, uhorn , t óqucmo vd , (El sefío?' sube al tercer p1·SO.) La señora .- 'l'(lque me vd .; es rubi o, es rub io. (El lIefío r sube al cuarto piso.) La seño ra . (Luca In?'iosa le signe .)- Es rubi o, rubi o, tóqu eme vd ., grandís imo cobarde . (El señO?' querri a snbú' mús, pero ?'econoce que estú, en el granC?·o.) I.Ja señora.-Dien decía yo, qne no se at revería vd , á tocarme Ahora que me ha traído vd , hasta el granero qu e n o hay testigas procure vd , pegarmc, lo desafío. E l señor. (Perdiendo la cabeza.)-Vamos, Silv ia, 111e estás volviendo loco; t.e sup lico qu e en lles . La señora.-Es rubio. El señor. -A la una! á la s dos! La señora.-Es rubio, rubio, rub io. E l señor .-A las tres . La scfiora.-Archi rubio. El se ñor . (E xasperado .)-jjToma!! (Le da nn bof etón.) (M omento de estupor ,- E l señor queda asombrado PO?' s-n acto de barbarie; pero la conmoción prodnice una crisis saludable en el estado nervioso de la señora, qtlC comienza ú derramar lúg?'imas.) E l señor. (Ave?'gonzado} -- Silvia, humildemente te pido perdón por . La soñara. (Sollozando.)---No, amado mío, soy yo la que imploro tu perdón por h aberte provocado .... .. No tenía yo razón ...... Ahora que me acuerdo , yo confun d ía 5. Paulina Ménier con la Nilsson, la c élebre cantatr iz de la ópera.
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EPILOGO.
A su paso fueron acogidos con una sonrisa que El ruido de aquel bofetón que resonó en el grao podía traducirse así: -Son jóvenes, y mucho se quieren sin duda nero, despertó ú todos los inquilinos de la casa, . que creyeron que lo que tronaba erala viga maes- . para ir ú pasearse al granero como los gatos t ra del techo. Pusiéronse en pie y se asomaron á cuando tienen una buena recámara. Así se escribe la historia! la puerta, en el mismo momento que los esposos Eugene (Jhavette. descendían, contentísimos con su reconciliación.
lECONTE DE LI5lE L cable nos anunció, ocho días ha- esconderse de los profanos y plebeyos: podeis á ce, la muerte del maravilloso poe- Leconte de Lisle imaginárosle en otra torre ebúrta qu e labró en mármol pentélico nea, pero gruesa, ancha y alta, sustentada por los «Poemas Antiguos;» en bronce elefante corpulento que atraviesa, con soberana de Corinto, los (e Poemas Bárbaros,» majestad, monótonos inmensos arenales. Allí infundió el poderoso espíritu de va el poeta, entre pompas de Oriente. Esquilo á los «Poemos Trágicos. » ,-,, ¿Queda á él de nuestras luchas y miserias, de Ha muerto á los setenta y cuatro .,., nuestros desencantos y dolores? En él no habla años de edad, el traductor de Ho- . el hombre ni la humanidad: habla la gran Namero y H esiodo; el ama nte feliz de la belleza tura1eza. Leconte de Lisle, á pesar de su desvío y del ete rnamente impasible; el impecable señor y dueño de la for ma helénica. Desdeñaba á los latinos desdén con que miraba la popularidad, fundó aq uel griego soberbio; pero, tomando ejemplo escuela y deja abierto un ancho surco en la poedel divino Horacio, odió al vulgo profano y le- sía francesa. En él nace la corriente parnast'ana. vant6 perenne monumento. No puede decirse que todos los parnasz"anos Le conte de Lisl é tenía la altiveza de un sumo sigan rumbos idénticos á los que él traz6; pesacerdote. Vivió más para los dioses que para los ro sí que en todos deja el amor, el culto á la hombres. H uía de lo fugaz y de lo efímero, yendo forma. Heredia es, entre los que profesan y pracen pos de lo etern o inmutable. Los labios de tican esa religión, el más conspícuo. Coppée, dissu Musa, no sonrieu: cantan. cípulo primero, y ardentísimo, del excelso maesCanto, sí, perq canto secular, el canto á las di- tro, marcha hoy por senderos diferentes, Su vinidades y á la F uerza, era el que, lleno, como espíritu, intensamente cristiano, ha dicho las pachorro límpido de agua que asciende y no se en- labras ti ernas de Jesús: D e;'ad qu e los nz"ños se corva y no cae nunca, brotaba de esos labios en- acerquen á m í. treabiertos. Leconte de Lisle, ha muerto cerca de los dioses. La Naturaleza le llam6 diciéndole: - Ven! ¡Oh labios qu e jamás conocisteis la sonrisa ni el beso, ni la quej a, sois inmortal y gravemente ¡Eres mÍo!-Y ya las fuerzas de esa alma, que se juzg ó siempre desprendida del gran Todo, rehermosos! Otros hacen de la poesía una milicia. Son ca- gresaron al núcleo de las fuerzas siempre actipitanes, abanderados 6 clarines. Muchos vuelven vas, siempre fecundas, siempre nuevas. De la obra monumental del egregio poeta, hael vers o flor ó lágrima, bálsamo 6 veneno. Leconte de Li sle, de la poesía hizo un sumo sacer- blaremos en breve con detenimiento. Plantemos docio. junto á la tumba del hombre 6 Numen que ha Nos figuramos á Alfredo de Vigny en la ele- callado, el laurel imperecedero. gante torre de marfil que fantaseaba para en ella 19I. Gutiérrez NáJera. é
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A un Poéte Mort Toi dont les yeux erraieut, altérés de lumiére, De la coulour divino au contour inmortel Et de la. chuir vivanto á la splendeur du ciel, Dors en puix dans la nuit qui scelle tu paupiére. Voir , entendre , sentir? Vent, fumée et poussi ére. Aime r? La coupe d'or ne contient qu e du fiel. Comme un c1ieu plein d'ennui qui c1éserte l'autel, Rentre et c1isperse-toi dans l'inmense matiére, Sur ton muet sépulcre et tes os consumés Qu'un autre verse ou non les pleurs accoutumés, Que ton siécle banal t'oublie ou te renomme; Moi je t'envic, au fond c1u tombeau calme et noir, D'étre affrauch i de vivre et de ne plus savoir La honte de pense r et l'horreur d' étre un homme! Lecollte de Lisie.
VILLE D'AMOUR RECUERDO DE "VE N Et:.:IA
Con este título acaba de publicar en París René Maizeroy, un hermoso libro. Dice de él Marcelo Prevost, el novelista que hoy avanza triunfador seguido por un coro de mujeres hermosas que le cantan: «Este libro es único en la obra del que tantas y tantas historias de pasión os ha contado, del que ha sabido haceros gozar en sus palabras el placer proh ibido y descubriros el misterio de los besos. Es el único, por su calor atemperado y por su temperatura voluptuosa, si se permite usar esta expresión. Como ciertas músicas extrañas, como ciertos lienzos de grandes pintores extranjeros, despierta en vosotros un sentimiento desconocido de los más: la Nostalgia de la ausencia. Ansiamos desprendernos de todo 10 que nos rodea, de 10 que vemos- en la vida diaria. desde hace años y años, . y queremos correr á la ciudad de. los misterios,
á la ciud ad de l sueño, para allí descansar, soñar.. .. . .. ama r! i Vcnccial, ... ... Acaso!.. ... . . La ciudad que está deu tro de nosotros; aquella cuya vis ión g uardamos en el fondo de las pupilas, como la de una entrevista que hubiese precedido á n uestro na cimiento; la ci udad de palacios y te mplos y canales- la ciudad de mujeres y de reyes, de pomas y de músicas-la Ciudad an terior- la Ciudad de Amor l» H é aq uí un fragme nto de ese libro exquisito; una nota de esa melodía! En San Mar cos-en la obscura capilla de San Clemente, capilla qu e por sus mosaicos bizantinos, por su altar rodeado de sombra, por su cúpula incrustada de oro, parece el supremo de refugio de una religión muerta hace siglos de siglos-en San Marcos, un sábado, á la hora en
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que salmodian, desde sus hondas redes, los canónigos, el oficio de la Virgen; en San Marcos, por vez primera y deliciosa, comulgué en tus labios, entrando en la dulzura de tus besos, todos de amor y de perversidad . E stábamos solos ...... como enmedio del crepúsculo tenías, en tu cinturón, un ramo de rosas encarnadas y claveles que esparcía en torno tu yo el h echizo de la naciente primavera. Al ver tu esbelto y ondulante y largo talle; tus grandes ojos, incrustados, al parecer de pedrería y henchidos de misterio; tus copiosos cabellos irradiantes; tu sonrisa; tu cuello marfilino, semejante á las breves columnas del tabernáculo, y más qu e todo, tus manos finas, torneadas, evocadoras, en extremo blancas, se diría que eras tú la herman a de esos angeles, que ascienden en actitud de adoración al triángulo simbólico, velando, con las alas esbozadas, formas gráciles. T e apoyabas en un pilar y arriba de tu cabeza maravillosa el santo obispo, rí gido, envuelto en capa deslumbrante, parecía inclinarse para bendecirte. Juntábase el olor del incienso al perfum e de tus flores, al aroma penetrante que exhala todo aquello que te roza, todo 10 que te viste. Los altos órganos, con voces de ternura infinita, á la sordina, acompañaban el canto de los sal-
mos blancos y los apasionados versícul os de Sulamita. Entonces, como en un vértigo, me aproximé para decirte:-¡Os amo ... ... os amo!-y allá, en lo íntimo de mi sér, decía tal vez :-¡Te amo!. . . ¡Te amo! .... .. y con tal devoción 10 repetí, con tal locura, que tú me comprendiste, no se al ejó de mí tu corazón, como huésped huraño y temeroso; y como te rozaba con m i aliento, como iban mis labios á buscar los tuyos, retrocediste trémula dos pasos .Y alzando, con ademán brusco y cual se alzan los paños de un altar, alza ndo bruscamente h asta el mórbido ex tremo de tu barba, la blonda veneciana que cubría la parte superior de tu corpiño, me tendiste la boca, diciendo apenas en voz baja: .. Este es mi amor, esta es mi vida, este es mi corazón; tómalos tú, que á tí te amo; tómalos para siempre y que te den la felicidad imperecedera y absoluta. - Yen tanto que nuestras almas extasiadas y embebidas se confundían en una acción de gracias, los órganos entonaron la casta y tierna antífona con que acaba el litúrgico rezo de Completas. N o te acuerdas? Un sábado en San Marcos y en la capilla del Obispo Clemente comet imos aquel pecado inefable y entré en la dulzura de tus besos, todos de amor y de perversidad.
FRINEA.
ENFERMO.
A Salvador D ávalos,
Del tibio lecho entre las bl ancas ondas qlle como espumas hierven ondulantes, entre los níveos li enzos que brillantes rizan los COpGS de lascivas blondas; el perfume exhalando de las frondas en qu e cruzan aromas enervantes, tiendes tu cu erpo en curvas incitantes despertando en mi sér ansias muy hondas. Tu cuerpo que en la forma es un tesoro, tien e la clara palidez del astro, la sensua l expresión que tanto adoro, y en tu espalda al caer en blando rastro tus cabellos, parecen olas de oro muriendo en una playa de alabastro.! Manuel Larrañaga Portugal.
Cuando mis labios helados Cierre, de la tumba el peso, ¿Quién los tuyos sonrosados Vendrá á cerrar con un beso? Cuando mi tumba sin flores Azote el cierzo inclemente, ¿Quién la flor de otros amores Posará sobre tu frente? Cuando, del mundo distanteSi hay más allá -s-piense en tí, ¿En quién pensarás amante, Olvidada ya de mí? .. ... ¡Ah!. .... .¡no niegues de ese modo!. .. Rey del mundo es el olvido, y 10 peor, que al fin de todo, El tirano es bien venido!
J. A. Pérez Bonalde.
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El ESCARABAJO Se lee en los periódicos alemanes de la semana: «Nuestro célebre natu ralista Lutz de B... acaba de ser muerto en duelo por el filósofo darwin ista W ilfr ied M... Esta muerte parecerá. tan to más dolorosa cuanto que la causa del du elo era en sí misma f útil.» Fútil! Bajo una retama en la orilla del bosqu e que sirve de paseo á los habitantes de la peque ña ciud ad de C. .., dormía u n escarabajo en la sombra temblorosa . E l campo estaba radiante, pues los últimos días de Mayo fueron clem entes en Alemania. E l sol cub ría ll anu ra y plantíos de lúpulo . Apareció Lutz, el sabio naturalista. Los naturali stas andan silen ciosamente , con panam ás de an chas alas y regi stran montecillos con p inzas de flexible acero Detúvose Lntz derrepente, y se le oyó exclamar: Scorabous tnirobo lans!
Al oir esto, el colóptero, espan tado, voló. Por pra dos y helechos, Lutz corría, saltaba y tropezaba, sin que sus gafas se separaran de su presa. Qué cacería ! Llegó así á or illas de un estanque en que W ilfri ed el durwin ista , sentado con los pies entre el agua, estudiaba amorosamente las costumbres de las libélulas . - Doctor, g ritó Wilfried, qu é ma los ha hecho ese escarabajo? 1'01' toda resp uesta, Lutz , ent.reabr iendo la caj a de zinc qu e le golpeab a los riñones, m ostró que el Mirobolan» faltaba á su colección . y continuó su cacería al reded or del estanqu e. Zumbando de terror, g iraba el pobre escarabajo sobre el espej o del agua, sin saber ya ad ónd e ir. Oía en rededor suyo sil bar en el viento la reu del naturalista. ¡Ay! un muro blanco. El muro blan co como la nieve de 10s polos, resplandecía en pl eno medi o día. El escarabajo chocó contra el muro y cayó en la yerba: Allí, cansado y doblando sus patitas maltra-
tadas y sus alas inútiles, se quedó inmóvil, lleno de pesar, comprendiendo que había llegado su última hora. E l h ombre no perdona á la belleza libre. Lutz lo tenía entre sus flacos dedos y se sentía con ten to. El escarabajo tentó la última astucia: se hizo el muerto. Pobre astucia de animalito! E l naturalista tomó de su caja un alfil er largo, largo como u na lanza y se la cla vo en el ala izquierda; el raza del ala cr ug i ó. Así , atravesado, fijó al Mirobolans en el corcho. Al principio no se m ovió en el asombro de su dol or; después, todo su pobre cuerpecito ele esmeralda y oro se estremeció; agitó las patas con vi va convuls ión, y sin tióse que si hubi era tenido vez, habría exhalado espantoso grito. Meneaba la cabeza de a rri ba á abajo, como para lanzarse y buscaba un apoyo para arrancarse de la la nza. Mas el aire por doq uier ; nada. más que el aire qu e hace u u minuto era su goce y su v ida, y ahora era el aire traidor y cómplice, el aire elástico. y en ese aire el olor mefítico del alcanfor qu e subía de la caja lo asfix iaba y lo envenenaba len tamente . Wilfried se había levantado: estaba muy pálido . Se dirigía hacia Lutz, agachado bajo el muro blanco. l\fuy cerca del escarabajo, y casi á su alcance, extendíauso los bordes de la caja. Oh! Cuántos esfuerzos terribles para al canzarlos! P ero no lleg aba sino ú girar sob re el alfiler en su 'úlcera , como una veleta al vien to, y se hundía cada vez más en la estaca de acero, hacia el lecho de alcanfor deletóreo . Wilfried andaba rápidamen te como para socorrerlo . Al rededor del supliciado, las li bélulas, las hermosas moscas azules, las mariposas de mil colores, los saltones curiosos, revolo teaban ll enos de compasión, pues los animales se ama n en su impotencia. y luego el du lce ruido de las hojas. las da nzas geroglíficas de los ra y ~s, los 'cabrilleos del lago, la primavera, el amor, la vida en todas
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partes, y él clavado, el corázón atravezado por una larga lanza inmóvil, ¡Qué horrible tortura! -Verdugo! dijo Wilfried, verdugo! Lutz vió al darwinista y se sonrió. Entonces, ardiendo en ira: - Cobarde! dijo Wilfried y cacheteó al torturador! Cobarde es una injuria; y una cachetada merece la muerte. Como ambos eran ardientes y fuer tes, entraron en el bosque, se detuvieron en el silencio de mi raso obscuro y sin horizonte. Lutz, el alma henchida de rabia, roja la mejilla, sostenía con su diestra una espada y la agitaba furiosamente. El filósofo, calmado, pensaba en su hermano el escarabajo, que había muerto y ap oyaba la punta de su arma sob re el suelo verde, esperanza de los muertos. La noche se acercaba. U n ruiseñor cantó. E l ruiseñ or cantó la muerte del escarabajo sobre un tono menor grave y solemne; luego siguió en mayor y en ton6 no se qué marcha guerrera que incitaba á la venganza. Y el duelo comenz6 en medio de un coro general de todos los pájaros del bosque, ami gos y ad miradores delmagnific o MiroboltlllS.
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Lutz era vigoroso; Wiltried, delicado, pero valiente. Al primer choque, la torpe espada de éste saltó de su mano á un helecho y se vió desarmado. El coro de los pájaros aumentó con valentía y el darwinista, la cabeza gacha, pensaba en su hermano el escarabajo, que yacía, tieso, sobre el horrible alfiler. Lutz se aproximó para herir á su enemigo. -Soy acaso un animal sin detensa para que me asesines en los bosques! dijo Wilfried. y saltando sobre su espada, la recogió y se abalanzó sobre el sabio cruel, de improviso, la punta hacia adelante. Y él, el sabio dulce, 10 atraves6 á su vez, de extremo á extremo, de tal modo, que como la lámina encontrara el tronco de un roble, allí se clav6. El cadáver de Lutz quedó de pie. sostenido por la guarnición de la espada. Ya los pájaros no cantaban en los follajes vecinos, Wilfried dijo en alta voz:-Si hay un Dios, y si ese Dios es justo, que nos juzgue. Por eso no debe creerse á los periódicos alemanes cuando dicen que la muerte del célebre Lutz de B...... tuvo una causa fútil. Emilio Be.·ge.'at.
Los qu e dic en que el mundo da la experien- mo un VIaje á Lisboa. Lo que sí es verdad, es ca, deben asombrarse de qne haya quien los crea. que en esa sociedad se encuentran siete personaLa sociedad se compone de torbellinos, entre los jes, que son los mismos en todas las épocas y en qne no ex iste relación alguna. Los hombres se todos los países: el primero se llama esperanza, dividen en ba ndadas, como los pájaros. Los ba- el segundo conciencia, el tercero opini6n, el cuarrrios de una ciudad en nada se parecen, y para to envidia, el quinto tristeza, el sexto orgullo, y el habitante de la Ch auss ée d'Antin es tan ins- el último es el hombre. tructiva una excurs ión al b arrio del Marais coA. de Jfu8Net.
AZUL PALIDO Todavía se escu cha á Donizetti , después de oír á Wagner.-Es bueno codearse alguna vez con cosas humanas, descender, como el caballero de la blanca armadura, del Santo Graal; asistir á estos conflictos de la pasión, colocarse al ras del suelo: es bello poner la planta en la región de 10s dioses; pe ro es bello también explorar la región de los hombres.--Wagner es un altar; hay que acerca rse á él de rodillas: se penetra en este
templo con algo de aquel sublime terror de los griegos; el órgano eleva su himno sonoro, cuyo eco se pierde en las bóvedas; los fieles están en oración, el sacerdote oficia y la Hostia resplandece en sus manos.-Afuera, la vida palpita en cada rayo de luz, los corazones se alegrau con la nueva primavera, la flor pugna por romper su cárcel de verdura, el sol brilla arriba y en la ventana de Margarita, Siebel ha colocado su haz
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de flores.-Wagner es el rezo, Do nizetti es. la pa· sión, es el sol qu e brilla en lo alto, es la nueva primavera que hace despertar nu evos gérmenes. - Orar ...... amar ¿acaso no es lo mismo?
*** Donizetti murió dos veces.-Ant es de mori r, vivió esa muerte de las almas sin lu z. Opac ósc aquel espíritu y perdió la impresión de la armonía que preside á la vida.-A modo de parvada de aves qu e se dispersa, huyeron de aquel cerebro las id eas; fuéronse á ese triste desconoc ido que habitan las sombras páli das de los que existen, sin concien cia de su existencia. ¿Qué se hacen de esas al mas, que se an ti cipan en abandouar sus cu erpos?--E s un obscuro problema éste, que la cienci a moderna lega á lo porvenir: ¿en dónde se en cuentra el límite de la razón humana? ¿qué frontera separa al burgués del genio? ¿en dónde comien za Sancho y termina Don Quijote? ¿Por qué si cuando llueve, tomo mi paraguas, cu ando leo un poeta dejo, que se me enfríe el chocolate?-Yo no 10 sé; pero la cien cia tampoco. y en esto sí hemos logrado marcar una etapa, hemos llegado al mismo li nd ero, el sabio que el ignorante. El sabio ha hecho un alto y aguarda: el tonto se había anticipado al sabio. Ahora los dos son iguales.
*** La compañía popular de Opera del empresari o Alba ha vencido. Hay en el cuadro un tenor expresi vo, apasionado, que fila notas y suspira romanzas; un barítono correcto, de fraseo irreprochable; una contralto dramática y un bajo que no ha menester ahuecar la voz.-Tienen los artistas algo más que todo esto: tienen j uventud. y Lamartine 10 ha dicho: ¡Viva la Juventud.. :.. con tal de que la juventud no viva siempre.El arte se aviene mal con la vejez. Exige g randes gastos de fuerzas, reclama derroches de energías, y la vejez es la eterna conservadora de la vida, economiza las sensaciones, se acoraza con-
tra los choques del espíritu, resiste al desgaste de la sensibilidad.-Cuando se es joven no se piensa nunca en la moneda que se arroja al paso. Por eso Sotorra cantó anoche Hernaui, esta tarde Favorita y esta noche R ig oletto. Es pródigo porque se siente rico de vida, y no ha llegado el frío m añana en qu e vi gilará cad a nuevo aman ecer y se precaverá de cada noche de lluvía.Cuida ¡oh joven artista ! ele que no surja ese bl anco espectro del mañana; nunca la estrofa del excelso poeta ve nga á turbar tus sueños de pnmavera: Mais le front n'avait pl us ses roses de lumicre, Mais rien ue battait plus dans la sein adoré, Qui versait sur le monde á son matin sacré Tes flots b rúlan ts et doux, o Volupté p re rn i ére!
*** En el Teatro Principal los bello s ojos de Cha le Goyzueta-c-dos madrigales en mov im ientocontinúan atrayendo al qu erido monstruo.-La Goyzueta h a en con trado el secreto de aparecer cada día m ás bella y más artista. La vieja zarzuela débele una buena parte del favor que goza.-La otra noch e la oí el Juroan ento, una ohm que hacía la deli cia de nu estos padres y qu e aun nos agrada ú. nosotros, siquiera sea por ley de he rencia . La gen til artista lució fl exibilidades de garganta y d iscreteas de dama.-Sienta ti su cabeza de negro abundoso cabello, el tocado de las grandes señoras y su cuerpo esbelto y elegante el manto de reina. Esas pastorcitas falsifi cadas de la zarz uela no se compadecen con la h ermosura distinguida y esfumada de su busto . Dejad esas traviesas figurillas de tocador, para la Pcralta.-Esta sí encuadra en un fondo de cielo azul y amplios horizontes iluminados . La belle. za de la Goyzueta es una blanca belleza de salón , de tintas suaves y crepúsculos tibios. No corrais la discreta cortina que impide ti la luz inundar la estancia. Estas flores tropicales mueren he r idas por un rayo de sol . ú
Petit Bleu.
LA R EVISTA AZUL APARECERA TODOS LOS DOMINGOS .- P}{ ECIO D g SUBSCRI PCIO, MENSUAL 0.50 NUMERO SUELTO, 12 y MEDIO CS.-PARA TODO PEDIDO, DIRIGIRSE A LA ADMINISTRACION, CAl.LE DEL PROGRESO NUM . 2 APARTADO DEL CORREO NUM. 309.-, A LA DEL «Pxrrrrno LIBERAL ."
TOMO 1.
MÉXICO,
5
DE AGOSTO DE
1894.
NUM.
15.
EL MUSICO DE LA MURGA Oi-gít le brui; ibu. vent o Aquí yace el susurro
del viento. ¿No os parece elocuente este epitafio , id eado por Antipater para la tumba de 01'feo? Lo que pasa alzando apenas un rumor muy leve y se .extingue , cual si otro más recio soplo lo apagara ; lo que sienten al extremecerse las erécti les hoj as, lo que ri za las ondas, cuando tiemblan, cogidas de repentino calosfrío; el brillo efímero de la lu ciérnaga azulina; el beso rápido de Psiquis , eso es lo semejante á ciertos espíritus fugaces que sólo producen una vibración , un centelleo, un ex tremecimiento , un calosfrío y mueren como SI se evaporaran . ¿Conoceis de Juventino Rosas algo más que unos cuantos valses elegantes y melanc ólicos y bellos como la dama, ya her ida de muerte, en cuyas manos, casi di áfanas, puso la poesía un ramo de camelias inmortales? Un schottisch ... una pollea. .. una dan za. . .otro wals.. .¡rumor del viento! Algunos tienen nombres tristes como ahí flota presentimientos: ccSOBRE LAS OLAS» descolorido y coronado de ran ún culos el cadáver [anhelo de los de Ofelia. MORIR SOÑANDo que han vivido padeciendo! Y observad que envuelve casi toda esa música bailable cierta neblina ténue de tristeza. P arece escrita para rondas de W illis. Al compas de la mazurka danzan las mozas en un claro del bosque; están alegres, ríen y cantan; pero el músico está tri ste. Ya se está el baile arreglando. Y el gaitero ¿dónde está? -Está á su madre enterrando Pero en seguida vendrá. -¿Y vendrá?- P ues ¿qué ha de hacer?
Cumpliendo con su deber Vedle con su gaita; pero ¡Cómo traerá el corazón El gaitero, El gaitero de Gijón! La niña más habladora -¡Aprisa, le dice, aprisa!Y el gaitero sopla y llora Poniendo cara de risa.
•• • Algunas noches, en los grandes bailes, fatigado de la fiesta, huyendo de las conversaciones privadas y de los amigos impertinentes, me he puesto á pensar en esos pobres músicos que, Como ganan sus manos El pan para sus hermanos, En gracia del panadero Tocan con resignación Como tocaba el gaitero, El gaitero de Gijón. Federi co Gamboa en sus Impresiones y Recuerdos nos pinta con colores muy vivos á aquel Teófilo Pomar que componía danzas y las tocaba , primero en algunos salones; luego, en los bailes de trueno. Ese Pomar tuvo también su momento efímero de dicha, «una luna de mieldi ce Gamboa-encantadora por lo rápida y lo intensa. El cuarto de un hotel convertido en un rincón del cielo; en la ventana, pájaros y flores; en la mesa de trabajo, el papel rayado, la pluma lista; el piano abierto, en espera de las caricias de su dueño; sobre el velador, la comida traída á hurtadillas de la fonda más próxima, con un -REVISTA.
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solo vaso, pura aumentar los pretextos de besarse; y en las paredes, en los muebles, en todas partes, ella, la mujer amada que ríe de nuestras locuras y las comparte y nos arru lla y nos enloquece . ... .. » Luego «en la ventana, el pájaro muerto, las flores marchitas; en la mesa . de trabajo, la pluma rota.. las papeletas del Montepío; el piano ausente, dejando un hueco inmenso; en una silla, ella, la muj er amada, que llora nuestros dolores y los comparte y nos martiriza,» Para vivir, continuaba Pomar tocando danzas, Entraba ceñudo al baile de ti ueno, «cual si bruscamente lo hubiesen despertado de algún dulce sueño, y se llegab a al piano con tan vis ibles muestras de mal humor que cualquiera hab ría temido una armonía ingrata, un arpegio discordante, y en su lugar, brotaban tibias , delicadas , voluptuosas , las danzas, que estaban haciéndole célebre, sus dan zas , pensadas y compu estas por él, las que le daban de comer y lo premiaban á él solo de tanta prosa , de tantp. amargura . Yentonces, so abs traía por completo, no respo nd ía á nadie; noche hubo en que improvisara una danza, así, en m edio de los gritos destemplados, con la ex citación de la desv elada y del desencanto interno, cu ando la aurora sonreía desde la azotea y las lámparas de petroleo se apagaban amarillentas y t étricas.»
........... ......... ............. ............ ........ ........ «E n cuanto concluía, los concurrentes lo rodeaban disput ándoselo, lo mareaban á amabilidades, á invitaciones; todos querían darle un cigarro, una copa, las buenas noches. Las muj eres se le colgaban de los brazos, lo arrastraban á los gabinetes donde la manzanilla ó una cena fría aguardaban ú los consum idores, y él agra decía, rehusaba ú los más, complacía á los menos. - Gracias, de veras gracias; lo que qu ier o es descan sar un instante .. y se qued aba sólo, apoyado sob re los barandales del corredor desierto; á un paso de esa ficticia y rui dosa alegría de las orgías ; h ab ituad o á éstas, á las riñas qu e traen, á las ilusiones que se llevan . Allí fumaba cigarrillo tras cigarrillo hasta que la gente se impacientaba, quería bailar . J) - ¡P omar ! ¡Que venga Pom ar!. Otro músico á
** * quien traté
de cerca, el de le-
vitón café y sombrero alto como de pizarra m ojada, era celoso y tenía razón . ¡Cuán largas eran para él esas noches de baile que tan breves son para los enamorados ventu rosos! P ensaba en su casa pobre tan distante de aquel palacio; en su casa de barrio, con ventana baja y casera celestina; en la mujer guapa, joven todavía, cansada de miserias y sin hijos; en el galanteador fornido y mocetón que la vió, con ojos encandilados, una mañana en la parroquia; é imaginándose infamias y vergüenzas, sientieudo como l ue le corrían por todo el cuerpo incontables natitas de alfileres, le parecía oir una risa fresca, chorreante, cual si brotara de jugosa carne de sandía, y otra sardónica , burlona, qu e le quemaba el oido como latigazo. Tocaba entonces con frenes í, con furia, y el arco del violín , torciéndose y r etorciéndose sobre las cuerdas , fi ngía u n estoque ra sgand o en epiléptico y continuo mete y saca las en trañas de víctima. invi sible. No es, señora, huraño moralista el que os ve de reojo cuand o pasai s bailando cerca de él y oye las fras es de pas ión que os dirige el galán ; no es un beato ese qu e al veros qu erría cu br ir con su m irada .la desnudez de vu estros hombros: es un pob re músico ya vi ejo casado con u na muj er todavía joven!......
•••
Más, en tre los violi nistas de murga que he conocido, ninguno ele ideas más sugestivas ni de existencia más in feliz que el de los ojos azules desteñidos; el que visti endo siempre ropa ajena, flaco y largo, proyectaba en las alfombras la sombra de un paraguas cerrado y puesto á escurrir junto á la puerta. Este era artista, como ]uventino Rosas. Era el espectro ele un artista rico, que existió antes que él, pero qu e era de su fam ili a. Hay vástagos que son aparecidos, antecesores resucitados. Tenía los labios siempre secos, y en los labios sed de gloria, sed de besos, sed de vino. Aun me parece ve rle, como cuando le conocí. T oca malague ñas en el cuarto de un estudian te. y con notas pinta. ¿No lo veis? ¡Qué guapa es la cantadora! ¡Qué provocativo el movimiento ele sus caderas! ¡Qué negro su pelo! ¡Qué breve su pie! ¡Y qu é torneado el mórbido tobillo! ¡Con qué sandunga y qu é malicia can ta! ¡Esos ojos s610 salen de noche, porque es-
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tán prohibidos! Cuando miran es que desnudan la navaja. Los brazos en jarras, parecen decir al majo que los quiere:-¡Ven á tomarlos! ¡Y aquel gitano viejo que está allí de codos sobre la mesa! Con los ojos encandilados, la boca entreabiarta y las piernas extendidas, ese tío está calentándose junto al fogón de una petenera retozona, Está gozando un minuto de muchacho. Se ve brillar la manzanilla en las cañas de cristal; se oye n los acompasados palmoteos, y la atmósfera se llena de un humo que lleva alcohol y en el alcohol alegría. Por allí cayó una nava ja; por allá se al za un pandero; y en aquel ri ncón tronó el sonoro beso que la de mantilla blanca , la de la rosa colorada en el cabello, dió á su guapo torero. En la calle, Fígaro deja caer al suelo su bací a de cobre; y rasguea la guitarra, mien tras Rosina se levan ta de puntillas y entreabre la puerta del balc6n. Después toca algo muy apacible y melanc ólico: es el rui señor que cantaba en el granado mientras Juli eta acariciaba á Romeo en el camarín. Amad-nos dice-todavía hay mucha sombra para que brillen mucho las estrellas y despidan los ojos más amor. U na esquisita dulzura se exhala de sus no tas; sién tese el contacto suave de la escala de seda; se ve la 1un a, como bañándose desnuda en las munnurautes y azules ondas del pequeño lago; se oye el rumor de los besos todavía tímidos, cómo que acaban de encontrarse y conocerse; el sus urro de las hojas cu riosas que formando corrillos cuchichean; el aleteo de algunos pájaros que no pu eden dormir porque están enamorados y qu ieren ya qu e amanezca. El calosfrio del alba, escarapela voluptuosamente nuestro nuestro cuerpo y roza nuestras mejillas encendidas la cabellera húmeda y perfumada de j ulieta. Es la madru gada. ¿No veis cómo el ama nte baja ya de la g6tica ventana y cómo brilla el ray o de la luna en ~l terciopelo granate de su jubón y en el á ureo joyel de su sombrero? Huye y desaparece por entre el bosque de castaños; ci érranse las vidrieras de colores y esas notas trasparentes y frágiles, esas notas que brillan como lágrimas y que suenan como una esquila de cristal herida por la varita de alguua hada se pierden y se extinguen poco á poco en la obscuridad, al amanecer.. El ruiseñor ya no canta; pero el cristal solloza todavía.
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E l nuprovisaba todo eso, y al oírlo, volvía yo la vista atrás en el camino de la vida; habría querido volver á ser niños; volver á sentarme en las rodillas de mi madre, besar las canas del anciano que nunca, nunca muere en el espíritu; oír la campana que llam6 á la misa el día de mi primera comun i6n; ver las torres blancas de la iglesia; creer, hallar quien me consolara como me consolaban cuando aún no sufría......... ¡y allá va la pelinegra Lisetal ¡allá va la hermanita que no ha vuelto! en aquel ruedo bailan las muchachas con los mozos; en aquella mesa y á la luz de pobre lámpara, sueña versos el poeta; ¡allá va el abuelito! ¡allá la novia con quien creíamos haber aprendido á besar. ..... y no sabíamos! ¡allá va todo lo que se fué como se van las notas .. .. .. !
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El artista que tan maravillosamente evocaba esas memorras, revivía esos sentimientos, solía decirnos al concluir de tocar alguna de sus improvisaciones: -Esto en que pongo alma ni siquiera lo escribo . .. no lo compran. Oísteis las malagueñas: esas sí me producen, allá donde las toco, aplausos y uu puñado de monedas. El editor quiere música que se baile, música para que la estropeen y la pisen. Y yo necesito dinero para mí y para mis vi cios. Me repugnan esos vicios, no porque lo son, sino por envilecidos, por canallas. Quisiera dignificarlos, ennoblecerlos, vestirlos de oro, en la capa, en el cuerpo de la mujer, en el albur . Quitármelos no; porque ¿qué me quedaría? .. . Cuando me doy asco, pienso en matarme. Pero hay en mí cierto indefinible temor á la otra vida qu e se qued6 en mi alma, como grano de incienso no quemado en la cazoleta del incensario. ¿Quién lo puso allí? ... De niño fuí monago. Vestí la sotanilla roja. Aprendí á cantar cantando letanías. Ayudé misas . Y todavía envuelven mi espíritu nubes de incienso; todavía percibo, en horas de nostalgia, el olor á cedro de la sacri stía; me acuerdo del Cristo que me veía como un padre muy triste desde la reja del coro.... ¡á mí que nunca tuve padre!. .. 1Y no .puedo matarme !... ¡El requiem es muy pavoroso! Suenan sus notas como el aire, por las noches, en una catedral á oscuras •V desierta.
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Compongo, pues, para vrvrr, música alegre , valses voluptuosos cuyas introducciones son muy tristes . Los toco en bailes y festines . Pero vosotros no sabeis cómo se me rasga el alma cuando los oigo y cuando los toco y cuando pienso en ellos. Vosotros no sabéis lo que se sufre tocando con hambre y sed ante los que comen y beben . Yo compuse ese vals; yo hice esas elegancias, esas coqueterías aladas; yo aproximo esos cuerpos, yo confundo esos alientos; yo debiera presidir, de pie sobre un tonel sombreado por la parra, el baile alegre; yo debi era ordenar con tirso de oro, como joven Baco, los amorosos giros de la danza; ¡y los codos de mi levita están rotos y veo pasar cuellos desnudos ceñidos por collares de brillantes! El vals es mío, pero eso, que es mi vals animado, eso no es mío. Me dan para que atice las concupiscenc ias de ellos, champagne y más champagne. Quieren que vea tod o á través de una gasa color de oro, para qu e, olvidado de mí, esparza alegría. Me enseñan ... .. . casi me obli19an a, em bri r iagarme...... y a, d esear , ia1'1 1, su á desear m ucho! Vivo m irando muy de cerca el esplendor de la opulencia y oyendo las p rome. sas y las mentiras de los sueños
Despierto reflexiono la vela am ar illenta alumbra m i rostro cadavérico. ¿Qué soy? El Galeoto de esos próceres. [P obre músi ca mía, para todos r isueña, provocativa, voluptuosa, pura mí triste, infamada, prostituida! ¡Cómplice de adulterios! [Cortesana de bajezas ! ¡No saliste de mi alma para eso! ¡Eras m i blancura.... ..... eras mi pendón, eras mi hija! Señores, digo entonces como Triboulet, vosotros sois piadosos; sois muy buenos, ¿qué habeis hecho de mi hija? ¡es lo único CIue tengo! ¿en dónde la escondeis? Por eso, despechado, busco los que ll amais "paraísos artificiales.» En ellos el vals se anima para mí. Ya no escancio las copas. Soy el rey.
*** Algunos añ os hace murió en un hospital, eamo J uventi no Rosas , aquel espectro largo, hoffmanesco, que parecía la sombra do un paraguas cerrado. Muchas veces he pisado después su música en los bailes. Ahora que lo recuerdo , siento pena, como si hubiera maltratado á un niño sin darme cuenta de lo que hacía ..... .... como si h ub iera hollado frescos pétalos de alma! El Duque Job.
POEMAS NAHOAS T LA-:E:UIOOLE A Rosendo P in eda .
La plaza que el teocalii portentoso agobia con su inmensa pesadumbre, coloso que sustenta otro coloso, invade ya la inmensa muchedumbre. En su trono el tecuhitt'(l ) poderoso, rodeado de noble servidumbre, h ace una indicación con la cabeza; el pueblo aclama, y el combate empieza. De atleta el cuerpo y con el gesto duro, altiva fren te y de mirar osado, recio el cabello y el color obscuro, cual Hércules en bronce modelado, con paso lento y á la par seguro, sube al tematacatis' ensangrentado (1) Monarca. (2) Piedra sobre la que combatían los
gladiado r~s .
Tlahuicole, el valiente tlaxcalteca, hoy prisionero del tecuhtlt' azteca. Motecuhzoma le ofreciera en vano perdonarle la vida y darle honores, concediéndole el mando soberano de sus huestes de nobles lidiadores. - "Antes me cortaré, dijo, la mano, que no es Tlaxcala tierra de traidores, y T lah uicole de Tlaxcala es hijo; pues que vencido fuí, morir exijo. ((No quiero, no, que mi existencia inmole, un asesino, en crimen proditorio, que así morir no debe Tlahuicole, y reputo el suicidio infamatorio. Deja que mi valor más se acrisole luchando en sacrificio gladiatorio;
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, , envia rne uno a uno t us guerreros, y escoje los más hábiles y fieros.»
Inútil todo fué, que no se doma con súplicas ni dádivas al fuerte que una resolu ción heroica toma, y ve sin miedo la terrible muerte. - rcEstá bien! contestó Motecuhzoma, y ya que fías en tu buena suerte, que elmacahuitl [1] entre tus manos vibre y logre tu valor hacerte libre» T lahuicole arrogante desa fía al pueblo azteca, sin hallar contrario, que el más valiente el corazón sentía vacilar al medir tal adversario; y ya rumor de indignación se oía, cuando surge un mancebo temerario que saluda al tecuh tlt' reverente, y de Tlahuicol se pone en frente. El protector cltimalli i2] en la siniestra el maca/mitl de piedras afiladas girando en remolinos en la diestra, despidiendo los ojos llamaradas de cólera y de odio, á la palestra se lanzan implacabl es; y azoradas miran las gentes como acosa y hiere Tlah uicole al rival, que rueda y muere. E l vencedor se apo ya en el escudo, - (eQue venga otro!» con sociego exclama; y el pueblo. de terror absorto y mudo, se vuelve á sus guerreros de más fama. Acepta Mextli el reto, indio membrudo á qui en la turba con fervor aclama, y qu ien, tras largo com batir reñido, rueda en el pol vo, con el pecho herido.
Los hombres de transición están fatalmenmen te condenados al aborto, si logran llenar de ruido su época; son arrebatados por completo con su generación y no dejan en pos de sí huella alguna del vano ir y venir de su existencia.
Existe verdadero error en creer que hay en literatura reveladores que aportan de repente, en sus escrit os, una escuela nueva. Sucede todo 10 contrario; las transformaciones de una litera[1] E spada m exicana, [2] E s cudo.
y otro más, y otr os más valientes llegan
ebrics de emulación y de coraje, y con el hé roe de T laxcala bregan, sin que ninguno su victoria ataje, que uno tras otros, todos se doblegan ante su fuerza y su valor salvaje, y á cada gladiador que sucumbía: - rc¡Otro más!» Tlahuicole repetía. Salta al fin Ocelotl.i--o Si es qu e ya rinde, Tlahuicole, tu brazo la fatiga, amplio reposo deja que te brind e, y luego entre los dos la lid prosiga. Pero mejor de tu actitud prescinde, pues que ya nada á combatir te obliga. » y el tlaxcalteca le responde airado: -Tu lengua es de mujer, no de solda do!».. . El mexica saltó como pantera y descargó tan furibundo tajo en la frente huesuda y altanera del contrario, que hendióla de alto á abajo, y rodó T lah uicole cual si fuera árbol que arranca el huracán de cuajo, sin soltar ni el escudo ni la espad a, cual si la lid no fuese terminada. Hace el Chalchiutepehual'J que el vencido del dios Huitzilopochtli junto al ara sea con toda pompa conducido; le coloca en el técllcatl, ('1) lo acollara con yugo de serpientes esculpido, le hiere el pecho, el corazón separa, al dios 10 ofrece y el cadáver bota que de escalón en escalón rebota. R (le Zayas Euríqtlez • Jubo de 1894. •
tura caminan con lentitud prudente, la cadena es larga y sin soluciones de continuidad; aparecen siempre multitud de escritores de transición; si andando el tiempo se presentan algunas lag unas, si ciertos autores se nos antojan escritores independientes, consiste eso en que sus predecesores han caido en el olvido, en que nadie piensa en recomponer todos los hilos que condu cen necesariamente desde la antigua producción á la producción nueva. Emilio ZoIa. (I) Una clase de sacerdot e. (2) Pedra del sac-rificio.
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" LOS RANTZAU" de leer «Los Rantzau,» des- deux fré res, con un pálido rayo de luna;ha he cho ~ pués de haber asistido, años brotar la luz en medio de la tinieblas. Del conatrás, á la representación de la tacto de aquel odio profundo, nace el amor, coobra de Erckmann - Chatrian. mo del choque de dos nubes brota la chispa eléc-Conocía yo anteriormente á tric a. El rencor de los Rantzau debe comunicarErckmann-Chatrian. Mil v e- se á los hijos; es h ereditario. Y, en efecto, Luisa ces había hecho un alto en el y Jorge :be odian tanto, que han acabado por bourg alsaciano y fumado una amarse.- Hemos encontrado el amor junto á la pipa con el alcalde que me ha referido la histo- venganza, dice el Rom eo de Shakespeare.-El ri a de la invasión. ¡Oh, la inva-ión! Y sus ojos am or se for ma como la perl a de un extremo suprofundos brillaban con fosfore scencias extrañas frimiento. H ay qu e sufrir para amar: Es preciso y su rugosa mano oprimía la m esa con rec oncen- qu e se caldee el espíritu al fu ego del dolor; es t rada en ergía. -Mil veces había atravesado aqueo preciso la obscuridad para conocer la luz. 110s caminos y visto la avanzada prusiana h aN o conoz co en el teatro dos caractéres trazaciendo resonar los cascos de los caballos sobre dos con más franqueza, qu e los dos viejos hermala nieve endurecida. Mil vec es había oído el eco nos. Es el poema del odio, como el de los j óvede la fusilería repercutir con estridentes sonorida- nes es el poema del amor. Oyendo á Jorg e, se des, allá en la llanura.-Si , Erckmann-Chatrian sabe amar; oyendo á Juan, se sabe aborrecer.es un viejo amigo que nos ha hablado much o de Esta es la lucha. Alsacia, ese gir6n de tierra auegado en lágrimas Poned en u n lado de la balanza un nido de y en sa ngre, ese retazo tricolor envuelto entre donde se escapan besos y suspiros, gritos de palos pliegues de la bandera alemana.. sión comprimida, espe ranzas ete rn as, alegrías in No conocíamos, h asta ·h a poco, la ad aptaci ón finitas; y arrojad en el otro , sordas amenazas , á la escena de aquellos cuadros de una naturale- imprecaciones, c6le ras y maldiciones. ¿De qué za agres te en la que los carácteres tienen algo de lado se inclinará la fiel? la firmeza del roble que se abate en las serrerías, E l odio de los R antzau es m ás subli memen te en 10 alto de la m ontaña. dramático que el qu e separa á los amantes de T odos los personajes de E rckmann- Cha trian Ve rona. Julieta y R omeo no están desunidos tienen fi bras de acero . Es la raza fuerte conser- más que por el re ncor. Luisa y Jorg e están sevada por la tra dición al con tacto de aquel ai re parados por los lazos de la sangre. E l odio así t6nico que penetra en la carne como una h oja debe ser una especie de furor salvaje, sin tregua acerada. La invas ión h a pasado por allí como y sin cu artel. Aborrec:e r 10 qu e debía amarse, h a u na in mensa bandada de buitres que desgarran de ser una fiebre len ta que cons ume y mata. E l al gigante encadenado. Las rodill as se h an dobla- angel se convierte en demonio, el dí a en u oche, do, pero las cabezas permanecen erguidas. La la flor en ás pid, el hombre en furi a, el corazón fiereza del ve ncido es más fuerte que la del ven- en pedruzco. cedor. Alsacia es mas grande desde su caíd a. E l deber abre un abismo entre los dos amanEse es el escenario. Tomad dos caractéres tes, pero el corazón es un niño m alcriado que enérgicos; trasmitid por la ley de la herencia una se subleva an te los latigazos de l deber. El coravoluntad única, impetuosa; haced de dos herma- z ón no admite razones; se le obedece ó se le desnos dos enemigos y tendreis la obra dramática. garra ..... .. .. N o, se le obedece, se 10 obedece Aue rbach ha trazado algo parecido: D ie f eind- SIempre. Más abaj o de esta atmósfera palpita la nota Zichen brüder, (los hermanos enemigos); Erckmann-Chatrian ha completado su cuadro, L es humana: F lorenc ia. Es la vejez noble y serena CABO
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que ve hundirse el sol en el ocaso, con la frente erguida iluminado por una sonrisa. Cuando la ancianidad viene á completar la vida, cuando á la espalda queda la cólera extingu ida, la lucha terminac1a, la conciencia tranquila, entonces se baja la cuesta alegremente, y no se v uelve la vista atrás. La vida no debe considerarse como un placer ni como una pena, ha dicho alguien; sino como un asunto árduo del cual hemos de salir honrosamente. El que desaparece con temor, debe haber dejado los giroues de su honra en las espinas del sendero. ¡Que hermosa la confidencia de Jorge á Florencio! ¿Desde cuando nos amamos, preguntais? prorrn mpe con fuego el R antzau qu e ama. Desde ... . siempre. Víct or H ugo pone en boca de Ruy BIas algo parecido. ¡Oh! Jorge y Luisa se am an hace mucho tiemp o, mucho; desde qu e se aborrecen. ¡Calculad los extragos del incendio! Sus ojos se buscaron con odio y se encontraron con amor. -¿No eres tu mi en emigo? suspira Julieta en la venta na iluminad a por el pálido fulgor de las estrellas. ¿Y qu é quiere decir Montesco? No es frag mento alguno de la naturaleza humana. ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo. Deja tu nombre, Romeo, y á cambio de tu nombre, que no es nada corp6reo, toma toda mi alma. Luisa debe gemir como la enamorada de Shakespeare en aquella casa toda sombra, toda tinieblas, fría y triste como un sepulcro. De ventana á venta na se miden y se alzan los odios de los dos viej os hermanos, iracundos y airados como dos espadas qu e buscan el lugar del cuerpo por donde se arranca el alma. En la noche las dos ventanas se encienden, y sus rojizas llamaradas son dos faros que sirven para advertir á los habitantes de la aldea que hay dos seres que vi ven en la muerte de la ira, dos espi-
ritus que velan en las sombras del odio. Y los amantes se envían sus suspiros que se entrecruzan en aquella corrien te mortal y son recogidos por ellos. En ade lante, dice bien Jorge, habrá dos Rantzau : los Rantzau que se aman y los Rantzau que se aborrecen. Veremos de qué lado queda la victoria. Todo el acto tercero es una maravilla de efecto escénico, Las figuras de segundo plano se mezclan al diálogo, y disponen la situación con tres cuatro pinceladas de vigoroso colorido. Aquello sabe á Shakespeare. Es sencilla y enérgica al propio tiempo la confesión de Jorge á su padre. El viejo Rantzau la refirió en breves palabras. Ante el sepulcro de la madre, recibe el enamorado la noticia del casamiento de Lnisa.-Mi hermano ve nde á su hija, exclama Jacobo.-Sí, dice Jorge sencillamente, pero ese matrimonio no se hará porque yo amo á Luisa. - ¡Oh! Jorge 10 ha dicho: ese matrimonio no se hará, y J acabo sabe á qu é atenerse: es un Rantzau quien 10 ha dicho y basta. La lucha de Juan es corta pero terrible. Allí arriba, la ténue luz de una ventana indica la alcoba en que agoniza Luisa; otra ventana está alumbrada en la casa maldita: es J acabo que vela su odio. El combate dura unos segundos, y Juan llama á la puerta de su hermano.-Vete! silba el odio por entre los convulsos labios del padre de Jorge.-Mi hija muere; contesta el otro padre. ¿Dejarí~ tú morir al tuyo?-Entra! es la respuesta de Jacobo.-El autor ha tenido la inspiración dramática de concluir aquí el acto.Este acto es el drama entero, palpitante, humano. Después refresca el espíritu un soplo bienhechor y algo que consuela, algo que vivifica, que entona, vigoriza el alma. Es el aire de la Alsacia que se aspira á plenos pulmones.
Si existe un cronista bien informado acerca de la juventud contemporánea, debe ser para él 11n curioso capí tulo aquel que trate la historia de los cafés y de los restaurants durante estefin de stglo, y, en t re los más extraños de estos lu-
gares, debería anotar estos especi e de assommoirs de la vida elegante, á donde verdaderos grandes señores tienen por costumbre acudir, á la salida del teatro, á beber cocb- taiis v whisky , al lado de los jockeys y de los bookmakers.
é
ó
Ca1'los Díaz DII,f'óo.
P. Bonrget.
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PROVENCAL A Carl os Dínz Duf.io,
E l viento de la tarde tré mulo agita Del plateado olivo la fronda cana, y del mar rumoroso la voz lejana Baj o el cielo de estío canta y palpita. S610 turba el silencio de la infinita Soledad de esa hora, la soberana Canción que entre los tallos de mejorana Con escalas salvajes el vien to grita. Los himnos estridentes de las cigarras S urjen de entre las anchas y verdes parras; Se oye el sordo mujido que en los cantiles Alza cuando se estrella la ruda ola, Y, guiada por pitos y ta mboriles, Pasa, rápida y leve, la farand ola. Fl'aneiseo :U" (le Olaguibel .
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ESTIVAL MEDIüDIA ORIOLLO en un re codo del camino, junto á un cercado de jobo, brillando entre el ramaje verde el suave tono de ambar de los racimos, una india en fustán y camisa, charlotea alegremente con un gañán, que ha detenido la yunta del otro lado. H ablan y se ríen. A cada frase de él, ella 10 envuelve en una mi rada ardiente de sus ojillos ne gros y redondos como dos paraparaSj bajo los pliegues de su camisa de liencillo se estremecen las mórbidas palomas canelas, de encendidos picos, cual cariacos en plena madurez. . El sol del mediodía abrasa la llanada. E n el LLÁ
cafetal vecino, apenas se mueven las hoi as, Los garrapateros se alejan de los surcos y se van á picotear á los bordes de la acequia, entre losj uncos de esmeralda. Es la hora te rrible para aquell os que trabajan la tierra. E l sol parece' arrojar desde un cielo cinerario qu e ti ene resplandores de plata bruñida, puñados de chirel en polvo, sobre las espaldas que aj usta la franela, y sobre las nucas tostadas que refresca el. sudor. En el recodo, se an ima la charl a; mi entras que el sol, el pícaro sol, á los moflet udos bueyes, los pone nerviosos, haciendo que estiren y encojan la piel de los lomos.
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-¡ Qué cal or! F rancisco, dice ella. -¡Ya me pica el sol! exclama él, y clavando en tierra la flaca garrocha, se echa boca bajo en tul h ueco de verd ura . Ella se dej a caer á su lado, ah ue cando las fald as. E l sol, como un hojazo sa nguíneo , clava do en la mitad del cielo, deja yermos los campos. Allá, en el fondo del valle, entre los alineados tablones ele las cañas de az úcar, entre la aglomeración de los cogollos, que se agitan cual flotante cintería verd e, la te ch umbre ele zinc del trapich e reverbera, quitando la vista. E l río, como una cinta de plata, se aleja, en in stantes sereno, ó al ch ocar en ia orilla con las raí ces de los sauces, que sume rgidas parecen cabell eras de viejas ahogadas, culebrea como un hi lo azogado, Por los surcos reci én abiertos se despiden vahos ti bios, como si la punta de hi erro del arado, al rasgar las entrañas de la mad re ti erra, abri era largas bocas, por donde se escapara el alma, la honda ardiente de vida que cuaja los g ranos. Es el sopor de la siesta , estúpido y pesado que todo lo adormece; hasta en el hueco de verdura hay largos bostezos, y cruj en las hojas secas. Mientras que alg uien á gatas tra ta de pone rse en píe, los bueyes lJl ueven sus gct as con u na lJl ue ca r umiante; los negros garrapateros hacen su agosto en los lemas sedosos, U n largo apret ón de manos. Después , á un pinchazo, los bueyes reanudan la labranza, y por el ca m ino se aleja , entre la polvareda que levanta n sus pi es, la india del seno canelo, en tan to los la gartos, que d uermen la siesta, al mid o de las faldas, se lanzan á los matorrales enhiestos los rabos.
***
En la ci udad, tamb ién el sol se muestra enervante; los m uchach os tenderos su eltan los toldos de lona, y armados de sus toscos plumeros, se baten con las moscas, que huyendo de las aceras caldeadas. viene n á posarse en el tul que envuelve las lámparas de gas. Los jefes en las altas sillas de sus escritorios, se cabezean ante las páginas inmensas de sus libros de cuentas. Es la hora pesada de la venta. Los que transitan por las ca lles, n o se detienen ante las vi drieras repletas de obj etos de fantasía, paragüas ch inos, bronceada japonería, lunitas de Venecia donde se quiebran los rayos del sol. Y hasta las mujeres, con su eterna curiosidad de colegialas, á
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esa hora, pasan indiferentes ante las p iezas desenrrolladas de las tel as sedosas, que colocadas á las puertas, esp ejean , ll enas de sombras que corren, se ap agan, se encienden, se esconden en los pliegues.
***
A la Catedral sil enciosa, van ll egando los canónigos para entonar las vísperas. E l calor estival se ha quedado á las pue rtas. En la espaciosa nave central la corriente atmosférica se propaga en ondulaciones tibias. E l sol, al mirar por las vid rieras de colores de las ventanas y claraboyas, toma la coloración de las láminas, reflejando en trop el en arcadas y columnas, llamaradas rosas que se esfuman en robusto azu l, que á su vez desaparece en agonizante anaranjado, 6 dejando en el pavimento el matizado m an ch ón de las ven tanas. Allá, en el fond o, se destaca el 6rgano, con sus gruesos tubos de lat ón, que, como enormes colmill os grises, arrojan su matiz cinerario, entre resplandores de oro de los fi letes y cornisas; mientras que un lijero tono de sombras que ha invadido la techumbre, pintada de azul oscuro, de súbito desaparece ante la radiante claridad de la cúspide, do de orman parte de la decoraci6n los cuatro e\'ange istas, q e desde sus nichos de fondo pizarra, en S' rústicos asientos romanos, parecen cabecearse, como si los rigores de la estaci6n le soplaran a ros ro el enervante sopor; y hasta el símbolo del Espíritu Santo, en su nimbo rubio, en lo alto, y en el vértice de 1::1 cúspide, parece sostenerse en pesado y torpe v uelo. El 61'gano como un inmenso vientre armónico, con un sollozo triste, m uy triste, muy dulce, da el tono del salmo; vib ra la voz de falsete del seminarista! marcando el compás, y después se apaga en las ondulaciones broncas de las voces gangosas de los viejos can ónigos; que bajan, que bajan, que se asemejan al vago resongo de un g rueso bordón, mezclándose al rodar de los reclinatorios y al ¡ay! lastimero de un perro, á quien sacuele en el lomo un fuerte latigazo el ch iquillo perrero. , .. , .... ,. . En el sagrario, en aquel recinto de luz anaranjada: que convida á pensar en cosas muy puras , donde agonizan constantemente las llamas pálidas de las lamparillas de aceite; donde seguramente las vírgenes que están en la primavera ele cRSVISTA
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la vida, y qu e aún no han amado, al postrarse de hinojos, sueñan que le susurra al oído, imaginario aman te, frases tan dulces, que les hacen doler el corazón; pues bieu, cerca de aquel sitio, el beodo callejero se refugia, y duerme la siesta á pierna suelta, en los reclinatorios. ¡Quieu entrara en esos cerebros, presos del sopor de la estación y del alcohol! En las largas lamentaciones del órgano, se mezclan sus ronquidos, ó despertando sobresaltados se golpean instintivamente el pecho, para ser esclavos de nuevo de la indolente pesadez alcohólica . Siempre el manótomo salmo: la voz del órga-
no; el aire en los rincones, lleno aún de las partículas de incienso quemado en la mañan a, despertándo la mística vol uptuosidad , la histérica contemplacióu. Un poderoso vaho ardiente palpita en la atmósfera: el alma del estío, trastorma todas las cabezas; allá , los canónigos sentados en círculo se cabecean sobre sus breviari os de fi letes dorados, y signen mecánicamente : el salmo; en tanto que por las naves u n ratón cruza olfateando la cera de los cirios, y á las puertas, á un rayo de sol , dos perros duermen la siesta . Lui~
M. U ..baucja
Au:~liell)obl.
Caracas, 1894.
CUARTO ME GUANTE A Ma nuel Larra jlagn P ortugal.
Azota el viento la callejuela; junto á la cuna la esposa vela, entretenida con su labor; y al otro ex tremo del gabinete, puesto de codos en el bufet e, con su fastidio lucha el señor. E lla recuerda su vida tod a: la incomparable noch e de boda, la fugitiva luna de mi el; mas él se aburre ele aquella calma, ella 'suspira; bosteza él. E n lo futuro triste in cierto ella se abisma. : ve á su hijo muerto ó mendigando por la ciudad; y al contemplarle durmiendo en gracia, piensa en 10 inmenso de la desgracia que lleva á cuestas la humanidad. é
Deja él vagando su fantasía por otros mundos, y se extasia en lo que en sueños mira entre sí : con el concurso del pensamiento se torna un h éroe, se forja un cuento, y se disipa su tedio así. ..
.',.
* * U n saloncito pequeño y grato: la alc oba oculta por un retrato que aclama á voces su an tigüedad,
en el aspecto de la per:,ün:l, en su apostu ra y en la tizona que lleva al cinto con gravce1ae1. E n el calado biombo ele la ca, esbelta gr ulla su cne rpo saca por entre arbustos de rosa té; y mariposas ele canutill o liban los mi rt os ele g usa nillo en los cojines del canapé.
Junto al dorado ti bor ele Ch ina cuel gan los pali os ele la carli na, abierta en gajos ante el balcón; y frente al piano de media cola, ensaya un aire de barcarola la im pura reina de esta ma nsión. Su cabellera baja ondu la nte, sobre la falda lisa y brillante y dos caland rias juntan el pico en el paisaje de su aba nico ele concha nácar y leve t ul; Sobre su seno, como un tesoro preso en cadenas de esmalte de oro, luce la dama pardo reptil; y cuanelo el bicho la cosquillea, tiembla de espasmo, ríe y arquea su cuello bl an co como el marfil. -Siguen los sueños color ele rosaen la morada de aqu ella dio sa
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v ésc así propio nuestro don Juan,
desenvolviendo las rubi as ye mas de un ramillete de crisantemas, qu e ella deshoja sobre el diván ; . O ya apurando sorbos de moka, mientras al piano su dam a toca una sonata de Rubinsteiu, y por el humo del r ico habano dama, buj ía, banqueta y piano como entre nu bes sus ojos ven . Por fin el sueño baja á la estancia: ru edan las flores ya sin fragancia, sube á los ojos blando sopor, y en lo mas gra to del cab eceo, arde la sangre, quema el deseo, y ave rgonzado corre el amor. E l tiempo vuela; y breve rato g ira la puerta con el retrato del caballero del espadín;
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del novílunio la luz escasa entra á la alcoba cual ténue gasa por la ancha reja que da al jardín. P iafan, al peso de media noche, los impacientes potros del coche que al amo espera frente al portal; y en la penumbra, y cn el misteri o, los acres goces del adulterio gastan la dulce fe conyugal.
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El viento azota la callejuela; junto á la cuna la esposa vela, entretenida con su la bor; y al otro extremo del gabinete, puesto de cedas en el bufete, por otros mundos vaga el señor.
á
Lau r a Héu (lez de Cuenca e
San Francisco de Californ ia, r894 .
OJAS DE UN LIBRO surco en una mej illa . Fuiste trasladada al li enzo Es un cuadro en que la línea parece una en- en el instan te en que caía sobre tu espíritu u na decha muy triste, una tristeza que canta . El color gota de asp iración ultraterrena . E res una enferes t ónue, marchito, opaco, con estremecimentos mita de nostalgia de cielo. .. ¿Qué haces tan lej os de las m iserias humanas? de vi rgen , con palideces de clorosis, con vibraciones de penumbra. La punta del pincel ha tocado ¿Por qué no vienes? Alientas en un aire enrarelevemente el li enzo. Es el grumo desleído hasta cido. Podría decirse que respiras éter . Tus siela más alta idealidad pictórica. La imaginación nes casi no palp itan . Es un golpecito, un toque ve descen der en átomos el claroscuro. Algo así tímido el que produce allí la partícula de hierro como una llovizna de colores en un aire de di a- de tu sangre descolorida. ¿Por qué te obstinas en fan idades enferm izas. Las solicitudes del color escuchar el h imno de los astros que ruedan en morboso hacen un trabajo retrospectivo. De pie el infinito? ¿Por qué te inspira desd én la música ante el caballete, surge el artista con un pincel del beso? ¡Oh! Tú tienes el dedo trasparente que ha cemaravilloso . E se pincel es en la fantasía una mariposa ag ujeteada que sacude nerviosamente las rrado mis ojos para hacerme soñar . Tú has estado dentro de mi espíritu y has dejado en él la alas . .. ¡Oh n iña blonda! que ti ene la fren te como apo- blanca espiral del perfume místico que brota por yada en un sue ño azul! ¡C-ómo .parecen clavarse cada poro de tu cuerpo . Yo he besado con freneen lejanías de cielo tus ojos-esmeraldas húme- sí tus labios lindos , y me be estremecido ante el das! ¡Cómo tiembla una gota de rocío congelada relámpago de tu pupila glauca. En m is días trisen tu pestaña de oro bajo tu ceja-arco rubio! tes has sido una clar idad , un rayo de sol prenEl artista te hizo palpitar entre una bruma di- dido en la sombra de mi alma . En mis noches vinam ente ictérica. Eres un verso doliente. T ie- orgi ást icas te he visto surgir, cubierta con una nes la melancolía de una lágrima abriendo un clámide de ópalo del fondo de mi vaso de absis»
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the. Después, cuando he h und ido la cabeza en la nervios, y tu aroma de muj er toma á los poros almohada, su rcaba la sombra de mi alcoba un de tu cuerpo. Ven y cuéntame t us amores con un celaje, tus confidenc ias con u n lucero reflej o de esmeralda l.v.v. . . . Desdende, virgen pálida! Deja de ser sólo es- Que bullan en las recondi teces de su sér las anpíritu . P liega el ala qu e h as batido en las pro- sias h umana s. Acércate para evaporar con el fuefund idades azul es. Arroj a el polvo de oro de los go de mis besos la gota de rocíocongelad a e11 tu espacios en q ue se incuban soles, mien tras un pestaña ru bi a!... ... . anhelo humano t iembla con los temblores de tus .. .... . .... ...... ... .... .... . . .. . ... . Luis (Iel Toro.
RITMOS A Luis G. Ul'hina .
;,Eres ave? Mi espíritu es un ár bol Desnudo y macilento, Cuyas h oj as p usi éronse muy pálidas Cuan do llegó el invierno, y volaron más tarde, desprendidas Por el sopl o del viento. j Y ana dora la luz la escu eta copa Ni parlotea entre el ramaje el céfi ro, Ni puedes reposar en ese árb ol. Prosigue, pues, tu vuelo .
** * ¿E res rocío matinal'? ¡El páramo De mi vida es tan seco! E n va no intentaría tu frescura F ertilizar su seno . No h ay un cáliz siquier, donde pudiera, Como d iaman te trémulo, Lanzar, cuando el sol surge esplendoroso, Sus límpidos destellos .. .. .. .. .
¡No inten tes fecundar lo infecu udab le Almo ll anto del cielo!
*"" J!I
¿Eres sombra? Pues ven, perpetua sombra Anida en mi cerebro , Protectora de lívido s fantasmas, P rivada de lucer os. Un astro solo luce: mi imposible, Mi divinal ensueño , Que temeroso de opacar sus galas Se emboza en el misterio .. . ...
** * Ven tL fundirte som br a con
mi
bra,
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y un caos form aremos , De donde acaso Di os couipadec ido, De su fiat al eco, H aga surg ir un mundo de esperan zas, De ventu ra y consuelo! Jl.lu a d o N ervo.
NOTAS PERDIDAS . . . ...«Después del aturdimiento que me causó la inesperada noticia de la muerte de mi padre - escrib ía X.. ... . en el salón de un h otel, en una triste, oscura y 11 uviosa ci udad del N orte de Inglaterra- después del salto que me dió el corazón al leer el terribl e cabl egrama, mi espío ri t u vu elve á pensar, meditar y soñar. «Muchas v eces (siempre en las interminables
noch es pasadas en ferrocarril, como si el sólo hecho de alejarnos de nuestro centro habitual de vida aumentase el. con vencimiento de que por todas partes nos rodean peligros y amenazas), me preocupó la posibilidad de saber repentinamente la muerte del bu en viejo. Pero siempre, á pesar del insomnio, del silencio y de la soledad, simpre creí que el espíritu sería bastan.
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te fuerte para dominar los saltos del coraz6n y cons ide rar con valor est6ico el g ran vacío. "Así 10 creía tambi én aquel cerebro robusto y sa no que se esforz6 en acostumbrar al mío, desde ni ño, á recibir sin sorpresa 10 in esperado y á pe netrar sin temor en 10 desconocido. A ún en los úl tim os años, cuando algún sufrim iento físi co le advertía q ue la vejez es h ermana ge mela de la m ue rte, se complacía en comentar ingeniosamente los versos de L ucrecio: Ccdit euim rerum novitute ex trusa vet usta s.
cciQué diferencia, sin embargo, en tre la filosofia serena de l que se va, sintién dose amado, y las primeras tristezas del que se queda solo! Las primeras tristezas del h uérfano t ienen u n fondo tan g rande de a margnra y tales refi namientos dolorosos, que la razón se precipita en un abisPor fortuna, este no es mo demasiado negro más que el primer período, el período pasivo del dolor, el dolor puramente orgán ico, que se acerca á la desesp eración ó á la locura, pero que casi sie m pre enc ue n tra en su m isma intensidad fuerzas para promover la reacci6n de la vida y hacer brillar de nuevo la conciencia. «El dolor consciente se convierte poco á poco en dolor m oral. La vida orgánica, desconcertada un momento por el choque brutal con un obstáculo imprevisto, vuelve al equilibrio, y el cerebro recupera sus funciones habituales,-si· qui era con la miedosa timidez de un convalesciente todavía muy débil. E ntonces, con la resurrección del recuerdo, empieza la melancólica vol uptuosida d del consuelo. «Cua ndo con voluntad enérg ica llamamos al sé r ausente, la imágen de éste viene á acompañarn os. Cuando con todas las fuerzas del alma evocamos el re cuerdo del muerto, creemos que éste continúa viviendo .. .... El culto de los muertos existirá sie mpre. N o ciertamente el culto del organismo ya i uerte, no el culto del s ér frío inmóvil que se ll evan en el a taú d y desaparece en la tierra, pero sí el culto del recuerdo, el cul to de aq ue llos recuerdos que S011 com o ecos inex tingui bl es del conjunto de vibracionas que consti tuyeron una vida, un pensamiento y un am or, «Para el cadáver no hay resurrección posible en la misma forma que nos fué simpática y querida. E so que se va en el ataud n o merece ya ni recuerdo ni amor: eso nos es ya indiferente: eso é
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es hasta enemigo de nuestra propia vida, desde que empieza á desagregars.e la materia para tomar otras formas Si las moléculas que palpitaron como corazón vuelven á aparecer á nuestros ojos palpitando como ala en el insecto ' p '? . o" pet a1o en lfl a or, ¿qu _ Importa ya no tienen con nosotros relaciones de mútuo afecto. Si la mi sma fuerza que VIbró como pensamiento en aquel cerebro vuelve á vibrar como calor 6 como luz, ¿qué importa? ..... ya no t iene con nosotros relaciones de idea s. «L a desaparici6n de la form a que amába mos y nos am aba es la muerte definitiva. Si alg ún día yo paso por sobre el césped ó la piedra que indica el lugar donde en terraron el cadáver, no me de tendré. Allí no está mi padre, al li no queda n ada de él. «Cuando un sonido con m ueve un punto cualquiera del espacio, en ese pu nto del espacio no queda n ada- del son ido : sus vib raciones no se inmortalizan si no con el recuerdo simpático qu e dejan en quien las oye. La vida del sonido está en mis sen tidos, en mi alma: el aire que me 10 trasmiti 6 me es indiferente.... .. Esa materia ya inerte que fu é mi pad re no es nada para mí. Lo ú nico que de él queda en el mundo queda en m i , . . corazon y en m i memona. «En el cam posanto podría experimentar sensaciones estéticas, como en un j ardín 6 en un rincón cua lquiera. Pero en el camposanto, á pesar de la piedra sepulcral y de la inscripci6n que me mostra ría el nombre amado, no me se ntiría tan lej os de lo qu e fué su forma m omentánea como aquí, del otro lado del océano, en esta atmósfera asfixiante donde respiran séres con quienes no ti ene n relaciones el e afecto ni m i coraz6n ni mi cerebro. «A un aquella misma fecha grabada sobre la piedra sepulcral me será pronto indiferente. Ya procuro borrarla de la memoria. P uesto que la vida moral del buen viejo contin úa, por esfuerzo amoroso de mi alma, formando parte de mi vida, ya para mí no tiene raz6n de ser aquella fecha. La ol vidaré, como h e olvidado la fecha del día en que á la puerta de la casa donde ambos nacimos y él m u r i ó, me apretó por última vez entre su s brazos y se quedó llorando. En mi amor de h ijo no ha habido nunca paréntesis ni lí mites entre el sér y el no s ér: ¿porqué habría entonces fechas en el recuerdo?
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«Yo no podría determinar en qué instante comenz6 mi amor de hijo: antes de modelarse mi organismo ya aquel existía, puesto que el fondo de mi vida no es más que la prolongación de la vida de mis padres. Desde hace hace veintiocho años no lo he sentido crecer ni disminuir, id éntico siempre á sí mismo, como el Dios inmutable de las religiones, sin límites imaginables, como el universo de las cosmologías materialistas. Ni morirá tampoco cuando mi coraz6n se paralice, puesto que á mi lado crece ya otro sér qu e vive de mi vida y me ama con mi am or. «P or el recnerdo llevamos en nosotros la existencia moral de nuestros antepasados, así como por la herencia llevamos su existencia orgámea. «Cada sé r es el té rm ino actual de una serie cuyo principio es imposible fijar en el pasado: cada alma es la resultante conscien te de id eas
y amores que han venido repitiéndose al través de las generaciones. En la serie no ha habido paréntesis, ni las fuerzas que producen la resultante se han paralizado nunca. ¿Por qué entonces establecer fechas en la existencia del amor? Para el recuerdo más querido, la muerte misma , . no es un 1Imite . (eYo tenía la costumbre de escribirle cada semana en cualquier parte donde me encontrase, analizando al correr de la pluma alguna sensaci6n nueva 6 relatand o algún incidente de mi vida intelectual. Así, á pesar de la inmensa distancia m aterial, estábam os siempre el uno cerca del ot ro. Hoy debía escribirl e .. .. . . Est a triste ciudad donde m e enc uentro, tan n egra y tan frí a, m e h a h echo pensar en la muerte. Evoco el sér m oral de mi padre y continúo conversando con él- Voy á dormir tranquilo. Mi amado viej o está conmi go, puesto que vive en mi ll J osé G il Forto ul.
EL ULTIMO PAPEL telón se h abía levantad o tres veces y todavía se prolongaban los ap lausos. Dazincourt, con la mano izquierda en """"op el corazón y la derecha cargada de coron as y laureles, que acababan de arrojarle, salu daba el público con los ojos arrasados de lág rim as . Re petían se los bravos, y el artista qu iso pronunciar alg unas palabras de gratitud; pero tuvo que des istir de su propósi to, porque la voz se le anudaba en la garganta. Del grupo que formab a la compañía q ue ro deaba á Dazinco urt en su representación de despedida, se destacó entonces el empresar io, el cual abrazó al actor como si le agasajara en n ombre del público . Al mismo tiempo le ponía en la cabeza una de las coronas, que por su anchura le llegó al artista hasta los hombros. Nunca se había visto en aquella capital de provincia un espectáculo semejante, ni ovación parecida á la tributada á Dazincourt en la noche de sn retirada definitiva de la escen a , después de cuarenta años de servicios . Pero n o había más remedio . Dazincourt necesitaba descanso, y aspiraba, L
con razón, á contemplar una camp iña distinta de la que le ofrecían varias decoraciones desteñ idas . Con sus aho rros h abía comprado una cas ita de campo con su correspond iente Jardín y un a buena porc ión de terreno, donde pensaba term in ar sus días, rodeado de todas las comodidades posibles . Al cabo de dos días , in stalado Dazincour t en su nuevo domicilio, cubierta la cabez a con un gran sombrero de anchas alas y en mangas de camisa, sacaba agua de un pozo y regaba las flores de su j ardín .
y empezó para él una vida de del icias en medio de la tranquil idad de los goces r ústicos de que se hallaba rodeado . Pensaba con horror en los ensayos de otros t iempos, en los ráp idos ca mbios de trajes y en la penosa tarea de aprende r de memoria los papeles, considerándose com pletamente dichoso en su nueva estanc ia . Transcurrieron tres años, al término de los cuales empezó á dudar Dezincou rt de que su felicidad fuese del todo verdadera. Tanta ventura comenzaba á serle ya monótona; pero no quería confesar q ue el fastidio hu-
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.,
biese podido penetrar en la casita que tanto había deseado. En sus ratos de ocio, que eran muchos, leía dramas y comedias, y exclamba tí veces:-¡Qné bien estaría yo en este papel! y evocaba sus recuerdos de antaño y á lo mejor apostrofaba á un personaje imaginario, dici éudoi-c-j Ah , señor cond e! jAi fin nos vemos cara á cara! Cierto día acabó Dazincourt por confesar que sentía la nostalgía del teatro . Dudó en un principio, pero al fin se decidió á poner en práctica el proyecto q ue h ahín concebido . Una tarde, se despoj ó de su traje campestre; se puso su levita negra y corr ió en bu sca del empresario del tea tro, el cual quedó sorp rendido de la visita o Cuando el actor le hubo explicado su propósito , el empresar io le indicó los peligros de la tentativa, alegánd ole que estaba ya mny viejo y excesivamente gordo . -¿,Yeso qué importa?- contestú Dazinconrt. El emp resar io, an te la p orsp ecti va de una nueva entrada con la nu evn prcsontnci ón del ar tista , 1:):.1SÓ por todo y comb inó el ap et ecid o espectáculo. No h ubo necesidad (l e ensayos, porqu e Dnzincourt sahía al dedillo sn pap el , CJn c había ejecutarlo ya repetidas veces . El an u ncio produjo su e red o y el teatro estuvo 0 0 111 pletamente lleno. A su salida, el vi ejo actor fué saluda do con una salva de apla usos, que luego n o se produjeron durante el t rascu rso de la rep resentaci ón. E l desencanto era general y n ad ie reconocía en el cómico al acto r de otros t iempos . Dazincourt no se desconcer tó por eso, en la creencia de que desde su retirada de la escena se habían perdido las buenas t radiciones . Pero tuvo la desgrac ia de equivocarse varias veces, y á la tercera se dese ncadenó contra él una tempestad de silbidos . y el infeliz , ciego de ira, murmuraba para sus adentros : -¡Ah , ingratos! Faltóle después la m emoria, y en un mom ento dado en que debía caer sin sent ido , á consecuencia de la lectura de una carta, no le fué po-
sible levantarse y tuvieron que ponerle en pIe dos de sus compañeros. La representación no pudo terminarse y Da zincourt se dirigió á su dom icilio, muerto de dolor. Echóse vestido en la cama y lloró como un niño, al ver cómo concluía su gloriosa carrera . Pero no se amilanaba, sin embargo, y estaba resuelto á luchar y á tomar el desquite . ¿Podía prescindir aquel hombre del teatro, por más sinsabores que su insistencia le proporcionara? y Dazincourt suplicó al empresario que le volviese á admitir en la oompañía, sin sueldo y para el desempeño de los más insignificantes papeles. En tales condiciones , fué fácilm ente admitido y se le repartieron papeles de criado, que el pobre hombre estud iuba (:011 el ardor de un principiante . Pero cuando se prescll tuba con una carta en la mano, el público se le reía en sus barbas y le dirigía la palabra desde la platea. - Ya ves-le dijo al fin el empresario -que no sirves ya para nada. y el desdichado no sabía qu é hacer, puesto qu e no comprendía la existencia fuera d el teatro . Entonces no aspiró á figurar más que como hombre del pueblo, como arquero de palacio ó como caballero sin importanoia. raro el públiburlándose co le reconocía al instante Jv seanía '" de él con implacable saña. H abía abandonado su casita ele cam po y no salía jamás de en tre bastidores, con vertido en un martir de su irresistible vocación . Vagaba errante por el teatro como un animal doméstico á qu ien no hay manera (le arrojar (le los cuartos de los artistas, y había enfl aquecido de un macla extraord inario. Una tarde le llamó el empresar io, y le dijo en tono brutal: - Vamos á poner en escena nn drama nuevo, en cuyo tercer acto se oyen desde los bastidores los ladridos de un perro. ¿Quieres desempeñar ese papel? Dí, ¿lo aceptas? Dazincourt estrechó con emoción la mano del empresario, le dió las gracias y, trasfigurado por 111. alegría, se alejó balbuceando: -¡Un papell ¡Al fin tengo un papel!
Panl Ginist y .
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AZUL PAllDO 'I r iboul d, Hertumi L11C1'ecia B01'gia...... Todavía no se acaba de mor ir este muerto in mortal que se llama Víctor I-I ugo . De t iempo en ti empo, en medi o de la act ual fórmula de arte, surge uno de estos h éroes del gran romántico; aparatoso, enh iesto , gran ítico.--Son esculturas de carne , animadas por un soplo de aquel genio sano y vi goroso, qu o tuvo la rara osadía de poner mano en el altar en donde se alzaban las estátuas del clasicismo.-Víctor Hugo fué, ante todo, un gran rebelde. El clasicismo- ha dicho un nov elad 01' contemporáneo, que es al mismo ti empo un crítico sincero.ya que no siempre ati nado-poseía un dogma.nadie pensaba en emanciparse de él, porque desobedecer las reglas, habría parecido desobedecer al Rey y Dios .-Víctal' H ugo proclamó la gran palabra: li bertad, y de ahí su triunfo.-El romanticismo-ha dicho él , en el prólogo su Hemomi-s-ixo es, en suma, y esta es su definición real , sino la libertad en literatura.- A los personaj es del clasicismo, fríos y acompasados, sucediéronse los héroes románticos , impregnados de pasión .ardorosos y vibrantes ; á aquellas imágenes incoloras, de severas lío neas y contornos harmoniosos , vinieron á haCOI' frente los m onstruos de cuerpos deformes y almas hermosas, Triboulet, Quas imodo, Gwymplaine; á la inmóvil, serena belleza de los m ármoles que decoraban la escena , las palpitantes, apasionadas siluetas de séres con vida propia.Ví ctor Hugo alejado de nosotros por la n ueva corriente de arte , estará cerca de n uestro espíritu por el Sentimi ento y por la pasión . Yo no sé la dósis exacta de convencionali smo que encierra el teatro de Víctor Rugo; no arranco de su marco la obra del poeta y la coloco al lado de la documeniocdm. de Sardou; á los que á tal pro cedimiento ajustan á Víctor Ru go, yo les diría lo que el Maestro á sus críticos: No me hableis de lo qu e he debido hacer ; habl adrne de lo que h e hecho . á
son es una figura nueva y de él encuentro en las revi stas extranje ras rasgos de fi sonomía moral. -Bjornson nació en 1832, en Krikne, una aldea de las montañas del Darre. E s un ardiente adversario de las literaturas del Mediodía y las ha combatido con arrojo , con fur or ciego. Poeta, dramaturgo, viaj ero, predicador, filósofo, Bjornson es una ex istencia de facetas múltiples, Es, escr ibe un crítico, la viva imagen de su patria: ai slada roca cubierta de ni eves y de líquenes, combatida sin cesar por las tempestades, como barco perdido entre n ieblas y auroras boreales - De su teatro acaba de hacerse una versión en Francia, y de él se ha di cho que es «un 1bsen comprensible y claro.s-i-Los nuevos moldes de la escena vienen del Norte. Como en los ti empos de Voltaire, la luz llega del Norte . Lo malo es que esa luz an tes semej a tin iebla. R emos ido á buscar el sol á regi ones en dond e el roj izo monarca ha sido destronado.
***
Las veladas corren agradables en In ópera popular .-- De Don izetti (L Meyerbeer la di stancia es enorme. En la Africana pe n etr áis en un bosque secular,
-roxro
1.
MÉXICO,
12
DE AGOSTO DE
1894.
NUM. 15 BIS.
A LECONTE DE LI5lE En la i.UiJna l)ágina de
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..
POEltIES BARB.t.RES.
E splende en tus poemas el mar en que naciste: sobre inmutable sombra la luz de un sol sin velo: sus olas y ellos copian todo el cristal del cielo y un ritmo igual modulan inmensamente triste.
Como diosas Fidias, estrofas esculpiste, sublimes arquetipos sin mancha ni modelo, y tu alma dolorosa, cual río bajo el hielo, baj o la forma diáfana ir á la noche viste. Preservarán los siglos entre su polvo de oro, poeta, el de tus versos, olímpico tesoro, así de Milo el polvo guard6 á la Venus pura, y eterno hará el contorno de marmol de tus rimas
tu idea, como hace eterna su blancura la ni eve en los perfiles de las celestes ci mas. Julio, 1894. J listo Sierra.
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PLEGARIA EN LA ACROPOLIS [Oh, nobleza! ¡oh belleza sencilla y verdadera! Diosa cu yo culto si gnificaraz6n y sabiduria; tú, cu yo templo es una eterna lecci6n de conciencia y de sinceridad; tarde llego al umbral de tus misteri os; traigo á tu altar muchos remordimientos. Para encontrarte he necesitado infinitas investigaciones. La iniciaci6n que tu concedías al ateniense, al nacer, con una sonrisa, yo la he conqui stado á fuerz a de reflexiones, á costa de largos esfue rzos. N aci, diosa de los ojos azules, de padres bárbaros, en el país de los Cimmerianos buen os y virtuosos qu e habitan en la orilla de un mar sombrío, erizado de escollos , combatido siempre por las tempestades. Ap enas se conoce all í la luz del sol; las flores son los musgos marinos, las algas y las conchas de colores qu e se encue ntran en el fondo de las solitarias bahías. Allí las nubes pare cen sin color, y la mism a alegría es un tanto triste; pero allí manan de las rocas fuent es de ag ua fría, y los ojos de las jóvenes son como esas ve rdes fuentes donde se mi ra el cielo sobre fondos de hierbas onduladas. Mis untecesares, los m ás remotos de que memoria se conser va, emprendían navegaciones lejanas por mares que los argonáutas no conocieron. Yo oí, cu an do era j6ven, las canciones de los viaj es polares; fui mecido con los recuerdos de los hi elos flotantes, de los h ermosos mares que parecen de leche, de las islas pobladas de pájaros que can tan á sus horas y que, cuan do emprenden el vuelo todos j untos, oscurecen el cielo. Sacerdo tes de u n culto extraño, procedentes de los sir ios de Palestina, cui daron de educarme. Estos sacerdotes eran sabios y san tos. Me enseñaron 1uengas historias de Cronos, creador del mu ndo, y de su hijo que, según se dic e, baj6 á la tierra. Sus templos tienen tres veces la altura de los tuyos ¡oh Euritmia ! y parecen selvas; pero no son tan sólidos; se derrumban al cabo de quinientos ó seiscientos años; fantasías de bárbaros que creen posible hacer bien algo b ueno fuera de las reglas qu e tú has trazado
á tus inspirados, ¡oh, razón! Pero aquellos te mplos me agradaban; yo no había estudiado tu divino arte; encontraba allí á Dios. Allí se cantaban cánticos de que me acuerdo todavía. «Salve estrella de los mares ...... reina de los que gimen en este valle de l ágrimas,» 6 bie n, «R osa mística, torre de marfil, casa de oro, estrella matutina ... . .)) Mira, diosa, cu ando recuerdo esos cánticos, mi corazón se conmueve, y casi soy de agrado ap óstata. Perd óname ésta niñería; no pu edes fignrarte el encanto que los llUgOS bárbaros km pu esto en esos versos, y cuá n to 11I e cuest a seg uir el la razón toda desn uda. y ade más, ¡si snpiéras q ué dific il ha llcgndo á ser servir te! H a desaparecido toda nobl eza. Los escitas han couq uistado el mundo, Ya no hay república de hombres libres; no hny má s 1111l~ reyes salidos de charcos de sangre, majcst u.les qu e te harían sonre ír. Pesad os 11 ipcrh órcos Iluman ligeros á los qne te sirven . .... U na lerrible jambt'oda, un a liga de todas las ton terías extiende por el 1I1 u1Hlo un a losa ele pl omo 11uc ah oga. H asta los mism os qu e te h onran , ¡llne lástima deben inspi rarte! ¿Te ac uerdas (le nqucl caledo nio que hace cincuenta años destrozó tu te mp lo á martillazos para lleyárselo á Tu l é? Lo pr6pio han h ech o todos... H e escrito , según algunas de las reglas que t u a mas, ¡oh 'I'con ca ! la vida del ióven dios á qui en serví en mi i nfnn cia, y me t ratan como á un evé mero; meescriben para preguntarme qué objeto me he propu esto; 110 estiman más que lo que sirve para hacer Iruct ificar sus intereses, ¿Para qué se escri be la vida de los dioses ¡oh cielo! si 11 0 es pa ra h acer ama r 10 di vino qu e hubo en ellos, y para mostrar qu e eso divino vive todavía y viv irá eterna men te, en el corazón de la humanidad.? ¿Te acu érdas del dia, bajo el arcon tado de Dionisidoro, en qu e arisco judío, que hablaba el griego ele los sirios, vino aquí , recorri6 tu s átrios sin comprendert e, leyó tus in scri pcioues al revés y creyó encontrar en tu re cinto u n altar dedicado á un Dios que sería el Dios desconocido? P ues b ien : aquel judío se lo llevó; durante mil años
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se te ha tratado de ídolo ¡oh verdad! Durante mil años el mundo fué un desi erto don de no ge rminaba ninguna flor. En ese tiempo, tu call abas ¡oh Salpiuge! clarín del pensamiento. Diosa del orden, imágen de la estabi lidad celeste, era u n delito amarte, y hoy, que á fuerza de paciente trabajo, hemos con seguido acerc arnos á tí, se no s acusa de haber cometido un crimen contra el esp íritu hu mano, rompiend o cadenas q ue no tenía P la tón. ¡Tú sola eres jóven ! ¡oh Cora l; ¡tú sola eres pura! ¡oh Virgen!; ¡tú sóla eres sana! ¡oh Higia! ¡tú sóla eres fuerte! ¡oh Vic toria! Tú g ua rdas las ci udad es, ¡oh Promacos!; tú ti énes 10 que es bueno de Mar t e, ¡oh Area!; ¡la paz es tu objeto ¡oh Pacífica! L egi slad ora, fue nte de las constituciones justas; Democracia, " tú, cuyo dogma fund amental es que todo bien procede del pueblo y qu e allí donde no h ay pueblo para nutrir é inspirar el gen io. no hay nada, ens éña nos á extraer el diamante de las muchedu mb res impu ras. P rovidencia de] úpiter, divina obrera, madre de toda industria, protectora del trabajo ¡oh Erganeal, tú q ue haces la nobl eza del trabajador civilizado y 10 pones tan por encima del perezoso escita; Sabiduría, tu á qui en Zeus engendó después de habe rse replegado sobre sí mismo,después de h ab er resp irado profundamente; tú que habitas en tu padre, enteramente unida á su esencia; t ú que eres su com pañ era Ysu conciencia; Energía de Zeus, chispa que enciendes y m antienes el fuego de los h éroes y los hombres de genio, haz de nosotros espirit ualistas cumplidos. El día en qu e los atenienses y los radios lucharon por el sacrificio, tú eleg iste habi tar entre los atenienses, por más sab ios. Tu padre, sin embargo, hi zo descender á P lutus en una nube de oro sobre la ciudad de los radios, porque también ellos habían rendido homenaje á su h ija. Los radios fueron ricos; p ero los atenienses tuvieron el in genio, es decir, el verdadero goce, la eterna alegría , la divina infanc ia del corazón. El mundo no se salvará sino volviendo á tí, repudiando sus aficiones bárbaras. ¡Corramos, vengamos unidos! ¡Qué h ermoso día aquel en que todas las ciudades que se han apoderado de trozos de tu templo, Venecia, París, Londres, Copenhague, reparen sus robos, formen teorías sagradas para devolverte los fragmentos que po"AOHNAE
AH~IOKPATIA E.
Le Ba s Inscr . 1,
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seen, dici endo: «[Perdónanos, diosa! los hurtamos para sal varl os de los malos genios de la noche," y reconstruyan tus muros al son de la flauta, para expiar el crimen de Lisandro! Después irán á E sparta á maldecir el snelo donde existió aquell a ma estra de sombríos errores, é insultarla porque ya no existe. F irme en tí, resistiré á mis fatales con sejeros; á mi escepticismo, que me hace dudar del pueblo; á mi inquietud de espíritu qu e, habiendo encontrado ya 10 verdadero, me incita á buscarlo aún; á mi fantasía que, después que ha fallado la razón, me impide estar en reposo. ¡Oh Arquegeta! ideal que el hombre de ge nio encarna en sus obras maestras, m ejor quiero ser el últim o en tu casa que el primero en alguna. Sí, yo me asiré al estilobato de tu tem plo, yo olv idaré toda disciplina que n o sea de la tuya, m e haré estilita sobre tus columnas, mi celda estará sobre tu arq uitra ve. Y; 10 que es más di fícil! por tí me seré si puedo intolerante, parcial. N o te amaré más que á tí. Vo y á aprend er tu lengua y á olvi dar 10 dem ás. Seré injusto para 10 que no sea tuyo; me h aré el servidor del último de tus hijos. A los actuales habitantes de la tierra que das á Erectea, los exaltaré, los halagaré. Trataré de amar hasta sus defectos; me persuadiré, [oh Hippia! de que desciend en de los caballeros que celebran allá arriba, en el mármol de tu friso, su eterna fiesta.Arrancaré de mi corazón toda fibra que no sea razón y arte. Dejaré de amar mis eníermedades, de complacerme en m i fiebre. S ostén m i firme propósito ¡oh Salutari a! ayúdame, ¡oh tú que sal vas! ¡Cuántas di ficultades preveo, en efecto! [Cu ántos hábitos morales te nd ré que cambi ar! ¡Cuántos encantadores re cuerdos deberé arrancar de mi corazón! Lo intentaré; pero no estoy seg uro de mí. Tarde te h e conocido, belleza pe rfecta. Tendré retrocesos, debilidades. U na filosofía, perversa, sin du da , m e ha h echo cre er qu e el bien y el mal, el placer y el dolor, 10 bello y 10 feo, la razón y la loc ura, se transforman unos en otros por matices tan indiscernibles como los del cuello de la paloma. N o amar nada, no odi ar nada absolutamente, llega á ser sabiduría. Si una sociedad, si una filosofía, si una relig ión h ubiera poseído la verdad absoluta, esa sociedad, esa filosofía, esa religión habría vencido á las demás y viviría sola en el m om ento presente.
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T odos 105 qu e h asta aquí han creído tener razón se han engañado: 10 vemos claramente. ¿Podemos, sin loca presuncion, creer que el porvenir no nos juzgará como nosotros juzgamos el pasado? He aquí las blasfemias que me sugiere mi espíritu profundamente viciado. U na literatura que, como 1'1. t uya, fuera sana de todo punto , no cau saría ah ora más que tedio. Sonreís de mi candidez. Sí, el tedio.... Estamos corrompidos: ¿qué hacer? iré más lejos, diosa ortodoxa; te diré la depravaci6n íntima de mi cora zón. N o bastan la raz6n y el buen sen tido. Hay poesía en el Estrimon helado y en la embriaguez del Tracio. Vendrá n tiempos en que tus discípulos pasarán por discípulos del fastidio. E l mundo es más grande de lo que tú crees . Si tú h ubieras viste las nieves del polo y los misterios del cielo austral, tu fren te, ¡oh diosa siempre tranquila! no estaría tan serena; tu mente, más amplia, abrazaría diversos gé neros de belleza,
Tú eres verdadera, pura, perfecta; tu mármol no tiene mancha; pero el templo de Hagia-Sofía , que está en Bizancio, produce también un efecto di vino con sus ladrillos y su yeso. E s la imagen de la bóveda del cielo. Se desplomará; pero si tu Celta pudiera ser bastante amplia para contener una multitud, también se desploma, n a. Inmenso rí o de 01vido 110S arrastra á golfo sin nombre. ¡Oh abismo, t ú eres el Dios ú nico! Las lágrim as, los sueños de todos los sabios encierran u na parte de verdad. Todo no es aquí abajo más qu e sí mbolo y sueño. Los dioses pasan como los hombres, y no sería b ueno que fuesen eternos. La fe que se ha te nido no debe nunca ser una cadena. Quedamos en paz con ella cuando la envolvemos cuidadosamente en el sudario de p úrpura en que duermen los dioses muertos.
El"nesto Rcuán.
La caida de las est rellas. I.JEOONTE DE LI8I-.iE A J es ús E . Valenzucla
Caed, oh perlas desatadas, Pálidos astros en el mar! N iebla de rosas deshojadas Del horizonte surge ya; El viento empuja con el ala Una ond a inmensa que resbala Envuelta en viva claridad; Caed, oh luces de Bengala, Oh estrellas pálidas, al mar ! H undid la fren te en las espumas Del misterioso abismo azul. E l d ía albora y rasga brumas y baña cumbres con su lnz; Del bosque emerge himno sonoro Que asciende al cielo en blando coro De arrobadora excelsitud. ¡Caed, rodad, gotas de oro, En el inquieto abismo azul!
Huid, oh astros aun lejanos, Oh Paraísos por venir! La aurora ríe y con sus manos Esparce luz blanca y sutil; Suelta su clámide de llamas y en la esmeralda de las ramas Riega topacios y rnbís; Huid, oh mundo que nos llamas, Oh Paraísos por venir! Las tibias noch es de Occidente, Oh estrellas pálidas, poblad! Su vista clava el sol ardiente En el sembrado y el erial; Cruzan los ciervos á bandadas E n busca de agua, las cañadas y el ruido humano asorda ya. Huid ¡oh blancas desterradas, Oh estrellas pálidas, al mar!
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Odio y amor y desconfianza, Todo lo humano deja atrás. Lámparas llenas de esperanza, L levad me ya por donde vais.
¡Oh taci turnas del olvido! Feliz quien va por donde vais; Feliz qu ie n rueda sumergido E n la so mbría inmensidad. Ave de l cielo , en é l se lan za ;
Balbiuo Dávalos.
LECONTE DE LISLE (FRAGME NT O.)
. . .. .. ... U n poeta-palabra casi -misteriosa, á fuerza de ser em pleada , casi indefinible para ser demas iado conocida. Sucede con este t érmino como con todos los que sirven para el lenguaje usual. Acaban por introdu ci rse tantas sig n ificac ioues, t an d ive rsas y tan contrad ic tor ias, que apen as si se puede descubr ir la esencial , la primiti va , la que forma el tron co y sus te n ta el ram aj e de los sen tidos SOl' U ) ulu r ios . Ex isí en , po r otra parte, órdenes m uy diferentes de almas poéticas, y entre ellas hay u na difi cultad m uy grande en di scernir los rasgos com unes . 'I'eófi lo Gautior , po r ejemplo, es un poeta , y Su lly -P rudliom me es otro tam bién. P ero el primero h ace cons istir la p oesía en el oro y en la púrpura, en los d estell os de una v id a de luj o y magnificencia; mientras que el segu n do , atento ún icam en te la v ida in teri or, busca esta misma poesía eh el escrúpulo de la conciencia, en la su t ileza del d eseo, en la delicadeza de la emoción . Uno y ot ro tienen, s in embargo , esta semejanza: qu e aman la Be lleza con un amo r idéntico y que han reci bido el don de traduc ir este am or con ri tm os y con fdrm as de la frase . En este poder de exaltación ante la Belleza, es en don de se podría encontrar el sello prop io del poeta . Mi entras que la mayor parte de los h ombres dejan, por costumbre, di si parse el en canto de la sensación, el al ma poética, m erced á un misterio de organ ización íntima, permanece siempre d ispuesta á estreme cerse, como el primer día, ante la subli m idad ó la dulzura de las co¡;;as. «Lo natural del po eta-ha dich o un psicólogo célebre- es que v ive siempre j oven y eterá
namente virgen .s-s-Nunca llega á él la vida insípida é incolora . Nunca pierd e este don-que persiste, rara vez , después d e los veinte años ,de vibrar al contacto de los demás h ombres y de la naturaleza, con trasporte ó con sufrimiento; y aun cuando el corazón esté ago tado en él , la imaginación persiste y le permite concebir este estado sensitivo, si no es ya capaz de experimentarlo realmente . De ah í esta habitual eflorescencia de imágenes que su rge n s in cesar en él , porque la máq u ina nerviosa , una vez removida profundam en te, todos los órdenes de sensac iones se (! r ~ pi ertan inmediatam ente, brotan las com pa racienes, la s asoc iaciones de ideas se multiplican. Que Leconto de LisIe se encuentra dotado en el g rado m ás alto de esta facultad d e alma poética, basta pa m con vencerse de ello com p roba r q ué virtu d de exaltación poseen sus versos, po r u na parte, y, por la otra, cuán natural y contin ua se desp rende de él la imágen. ¡Con cuánto ardo r y con cuánto color ha celeb rado el heroí smo, las violentas y sublimes conmociones del hombre valeroso entre los mayores peligros y ante la aproximación de la muerte, el en tusiasm o de los mártires y el sagrado furor de los g randes fanatismos! ¡Cóm o h a conservado in tacto el sentido de los vastos aspectos de la n aturaleza , y cómo el bosque vírgen, el m ar inmenso,el cielo p rofundo aparecen sin esfu erzo en el seg u ndo plan o de sus poemas! Del alma poéti ca t iene también la adoración pura de la m uj el' y esta nostalgia que hacía de cir al pobre Shelley: «He amado á Antígona en otra vida,» L eed únicamente en los Poemas trágicos la adm irab le Epifanía:
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la pal pitaci ón de un corazón cuyo sufrim iento "Elle passe, tranqu ill e, en un r éve d ivin , Sur le bord d u plus frai s ele tes lacs, o Norwege! no h a pod ido triunfar . ¿No son estos los caracteres del poeta"? Le sang rose et subtil q ui dore son col fi n Con una inteli gencia de esto orden y con un a Est doux comme un rayen de 1 nube sur la neige.» Esta esb elta y graciosa fantasma evocada ba- sensibilidad tal ¿cómo podí a Leco nte de LisIe jo el cielo del Norte, en estos paisaj es como es- pe rc ibir el mundo actual"? En su cali dad ele filóso fo, era n ecesario q ue se piritual izados por la bla ncura de la n ieve, el azul pál ido del h ori zonte, la frescura de lusaguas, apoderase de las ideas de este m undo , y en su la inm ovili dad de las in m ortales verduras-es- cali dad de poeta era nec esario qu e estas ideas, ta m ujer ideal que n o pertenece á la vida sino después de haber despertado en él cortejos de por su forma y cuyos ojos abi ertos se elevan ha- imágenes, p rod ujesen en su corazó n un a impresión particular. cia lo desconocido , De hecho su obra t iene por prin cipio intelecP urs d'ombre et ele dési r, ri'ayant ri en esperé tual alg unas de las teorías fi losóficas más nueDu monde p érisable o ñ rien d 'a ile ne reste, vas de esta época; y ele estas teorías , al m ismo este sér delicado y de in efable dulzura , es el su e- ti empo que el el con tacto con la civil ización preño del poeta que h a tomad o cuerpo en una vi- sen te , ha extraí do una m elancolía de extraña n osión á la vez real y simbólica . Tal fervor de éx- bleza . tasis basta para rev elar la presen cia en él de una sen sibilidad sie mpre ardi ente y siempre h erida, Paul Bourget.
NEERA. I))ILIO D E
ANDRES
(jHENII~It.
Maia t elle qu'a sa mort polir la. dern iere íois. . . ..
......................... ..... ......... .. ..... ....... ........ Como en su muerte por la vez postrera, E l cisne gime, y falleciente entona Dulce cantar al despedir la vida, Pálida así, y en la mi rada triste Sombra funesta, desplegó sus labios La ninfa, y dijo con susurro leve: "Oh del Sebeto náyades ligeras, Cortad las trenzas sobre mi sep ulcro! Clinias, adios, no volverá t u amada. Cielo, mar, tierra¡ valles y torre ntes, Flores y bosques y repuestas g ru tas . Traed continuo á su memoria el nombre De N eera, s u bien y sus a mores; De su N eera, que por él la casa Dejara de su madre, y fug itiva De ciudad en ciudad erran te and uv o, Sin atreverse á levantar los ojos Delante de los hombres, Ora el astro De los gemelos de la hermosa E lena
En el jónico mar tu nave g uíe; Ora de Pesto en el verjel lozano Dos veces en el año frescas rosas Corte tu mano por tejer g uirn aldas; Si á la puesta del sol, vaga tristeza Mezclada de dulzura tu alma siente, Llámame, Clinias; estaré á tu lado O tras tí volaré: mi alma errante Gemirá entre las hojas de los bosques, Descenderá en el seno de las nubes, Llevaránla los vientos en su s alas O brotará de la marina espuma. Como centella surcará los aires, Leve cual sueño, sin cesar volando, y siempre t ierno y amoroso siem pre Mi acento bl ando halagará tu oido.
1'tIalo e e l i u o HeHén.1e z P e l a y o . (T radujo.)
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LECONTE DE LI5LE ~1
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de la poesía g r iega sólo con oce is las flores de la A nthología , el zumbar de las abejas
~~. que
tan }il?an el n~ctar en los .m y rLh os como ~ en los lá bios de r-ientes Ch ar idades y en los versos de los bucólicos, Lecoute de L isle no os parecerá, si n duda , un poeta griego . No es el que canta aco mpuñado de la p éctide, senárias y semiyámbicas; no es el que rí e y juguetea con la ingenuidad de un ni ño, tal com o dijo Schoe11 de Auakreonte, ni el q u e ensalza á los púgiles afort unado s y á los q ue vencen con el carr o ó la cuadri ga : humuuándose, en ocasiones, y ced iendo á las sol ic itu des voluptuosas d o la primavera y de la s iesta, balbucea ritmos suaves de Meleagro , moj a los labios en el beocio vaso de Bak íl ides, escinde en m árm ol un ep igram a voti vo ó suelta á vo lar el g racil d iti rambo; p ero su N úmen, de impas ible y alta h erm osura , mas vue lto á las oscuridnrl es d e la mu erte qu e á los placeres de la vida, d ice con Eskylo:- "y o recojo 10 H relieves del festín de H om ero.» Mns de otra grave y h onda poesía h eléni ca vi en e L ecouí e (le Li sIe; (l e otra que el ex celso eupá tr idn robó al Ol impo para ca nta r ti PR O~fE· 'rEO ; de ot ra qu e en su Ill ÚS p u ra person ifi cación, simbó l icn íl lnunnua, upn rece en la form a de un an cia no, perennemen te h erm oso como las estátuas, y tamb ién como las estútuas , Llan ca y ciego. De él, coutemplú ndole, h ablaban quedo los isleños de Sycos y decían: ¿Sed ¡ por d ich a morador celeste? Grandeza y alti vez su faz revela ; I nforme li ra pé n dele d el cinto y al resonar su canto se estremecen El ai re, el mar, el cielo y la s m ontañas. A lo q ue el v iejo Homero reponía: No comp ararme á los celestes D ioses Ose is ¿m is ca nas , mi arr ugada fre n te y la perpetua n och e de mis ojos Son acaso de un Númen el semblante? ¡Soy hombre en t re los hombres desdichadol
(Chénier.) De la C11n a inviolada y del sol emne Eskylo,
del Océano y de Homero viene este poeta : desciende de los D ioses, y hombre es. En la escu ela galoclásica no tiene predecesores. Conocían , los salidos de ésta, la po esía gri ega, en traducciones olearias, de las que , donosa y atinadamente ll am ó Cerv áutes tap ices vueltos de l revés, donde se ve la urdimbre y los colo res; pero no el primor y del icadeza de las tintas y del contorno; ó la conocían, yeso pocos, en su s fuentes, mas no en los anchos, caudalosos ríos hom éricos, sino en los bullentes m anantiales del idilio . Llegaba á los labi os de los m ás aq ue l vi no r emozador ya t rasegado por los vates latinos, y obra artifi ci osa , de pacien te labor, de taracea ó mosai co; son las anacreónticas, las eleg ías m elífluus, la s odas en alabanza de los príncipes, la s églogas , qu e pululan en los cercados huertos de la poesía francesa, cual cigar ras en un ca m po de mieses. Ronsard sí tuvo positiva é ing ente individualidad poéti ca; Ron sard dibujé, como dice Theodoro de Banvi lle en su B REVE 'l'RA 'rADO DE P OESI A FHAK ~ESA, la forma de la est rofa q ue el S iglo XIX había de hallar apercihida y armada ya para el combate . «Qu ien abre el libro de las OD AS cree en t ra r en un tall er de oríflce florentin o, dond e las copas, la s ánforas, los candelabros florid os, los elegantes puñ al es, atraen la luz sobre los fin os contornos del oro cincelado. Y R onsard nos dej ó algo m ás que ritmos. Nos enseñ ó an tes q ue otro alguno, despu és de los anti guos, q ue la poesía pued e fijar líneas , com b in ar liarm onías de color , susci tar impresiones por medio d e los acorde s de las sílabas . Gracias á él, supimos q ue existe un arte musical y un arte plástico y que nada humano es extraño al arte. Todo el arte lírico moderno, arte profundo y terrible, que no se sujeta á la letra, pero q u e con m u eve el alm a , las fibras y los sentidos con los recursos de la pintura, de la músi ca y de la estatuaria; esa magia que hace sensibles y visibles las formas, como si respirasen en el m arm ol ó estuviesen represen tadas por color es reales, este don, este prestigio, á Ronsard se lo debernos» (B anvi/le). No depende, sin embargo , por inmediata
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turbia ninguna onda moderna. Alg u nos poemas suyos parecen versiones de originales griegos ignorados ó perdidos . No tienen la gracia jónica, seductora, de la .Tot1C11. Cauiio«, sino la belleza austera, ú. veces fría, casi eginótica .» (P'I'o[Jreso de la Poesía FmllCe8a .) Chenier, de cuya obra, t runcada por la Revolución , sólo conocemos magníficos sillares, y la la cantera con primor labrada para erig ir perenn e monumento; Ch en ier , á pesar de la energía áspera y salvaje de algunos yambos «en que resucitó el r itmo r ápi do y vengador de Arquí loco,» rinde culto al h elenismo brillante y laborioso de Alejandria, al de los Calímacos y Theócritos, repite, como un eco, las quejas de Polixena de Ifigen ia , de Alcestos ú de cualquiera otra h eroína Iln. langage sonore aux douceurs souveraines de Eurípides . (El Roman ticismo en Fi·ancict.) LeL e pl11S beau qui soit né sur des léore« lucmaiues conte de Li sle esquiva los h alagos de las GraLa sangre an tigua, corrien do, por transfusión cias ó Charidad es . En F lorencia-sala ele N iobe , copiosa en las ven as ce la poesía n uev a «h ierve galería de Uffizzi- h ay un grupo atribuido á á borbotones en los versos de And rés Cben ier, Scapas ó Praxíteles. Sus figuras centra les son las serpentea por tod o ese laberinto de t raducciones ele Niobe y dos de sus hijas: una de ellas , muy y remi niscencias, entrelazadas, compen etradas y n iña todavía, se esconde entre las rod illas de la sobrepuestas; de todas las cuales viene á res ultar, madre; ésta se inclina pa ra ampararla cubrién n o obstante, por h ondo arcano de generación es- dola con las ropa s que se alza por enc ima de los tética, una poesía tan j oven y tan harmon iosa, hombros; la otra, levan ta su manto con la di estan ri ca de imágenes, tan fresca y tan ri sueña.» t ra , en tanto (111e con la ma no izqui erda med io (ME~ É N D EZ PELAYO .-Hisioria ele las I deas Estéabrir, expresa el estupor qu e le p roduce un peticas en Espafí..a. T om. V). Y a éste, como decía li gro terrible é imprevisto. N iobe, según la traMil á y F ontan als «no es el P arnaso de las églo- d ición h omérica, h ija de Tán talo y esposa de gas, sino el de la Grecia auténtica y primit iva, Amphion , rey de 'I'ebas, tuvo seis hij as y seis el Parn aso con sus rocas salvajes, su fuen te de hij os. Orgullosa de su prole osó creerse superior piedra tosca y su corona de nubes,» á Leto , m ad re de Apolo, porque ésta no ten ía Mas n o caigamos en el error craso de creer que más que dos hij os: Apolo y Artem is . Ambos, paLeconte de LisIe imita á An drés Chen ier ó sigue , ra vengar aquel agrav io , asaetearon con flechas más pausada mente , prolonga ndo el surco que inv isibles á N iobe y á sus hij os. Durante n ueve abrió aquel. T rasmito al lector mi j u icio propio , días , las víctimas quedaron insepultas, bañadas pero he la buena suerte de encontrarlo confirma- en su propia sangre , hasta qu e, al décimo, los do por qu ien , ú. mi juicio, sin el análisis de Paul dioses, ap iadados , enterraron los cuerpos. Niobe, Bourget, sin el método y arrogan cia de Zola , después de haber ll orado m u cho, quedó converpero con la ad iv inación propi a del amor y del t ida en p iedra. Y esa p iedra n o cesa de llo rar. genio, ha comprendido mejor al autor de los N o encontrareis imagen que m ejor mater ialiPoemas Antiguos, con T heófllo Gautier. «E l grie- ce el espírit u de Leconte de Lisle. No se rinde go de An drés Chen ier-escri be Gautier- aun - á las seducciones de las Gracias; es de mármol, que exhale am or pu rísimo ú. lo an t iguo, está aún pero en su mano trémula se adivin a el estupor mezclado al lat ín , como un pasaje de Homero causado por la v isión de algo terrible; es de márimi tado por Virgilio, como una oda de P índ aro mol, igual qu e el célebre grupo de F loren cia , pero traduc ida por Horacio. E l helenismo de Lecon te como una de las figu ras de éste , se cubre la pavode Lisle es más franco y más arcai co; brota di- rida cara con el manto , para que n ole miren el dorectamente de las fuentes prístinas y no le en - 101' . Es de piedra; pero no cesa de llo rar. j Lágri-
filiación , Leconte de Lisle de Ronsard. En José María de Herédia hay, acaso, algo más de aquel, aunque depurado y pulido en modo extremo . Pe ro sí , al referirse ú. ese imperator de la poesía plásti ca, hay que señalar entre los que le desbrozaron el cam in o y le pavonaron las armas á H OIl sardo Andres Chen ier sí está más cerca de Leconte de LisIe. En él sí, como en la Leda de Vinci , (ce! himeneo entre la naturaleza y la especie humana se consuma, para que nazca la nueva H elena , rejuvenecida en las aguas de la etern idad,» E l si levanta co lumnas n1~e1la8 , sigue (t l 0 8 lrijos del soberbio Tamesis, enemigos uulotnab lcs de toda servídumbre . É l con oce y él habla
ú
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mas sobrehumanas que no acusan afeminamiento (, cobardía; lágrimas que nos traen á la memor ia el SU ll t lacln-imm rerttuz! La impasi bilidad de Leconte de L isle ha es, en efecto, más que aparente: está en la obra que es delmás puro mármol deltf'entélioo; pero no en el artista. ¿No os asombra, y hasta os convence, en ocasiones, la elocuencia muda de ciertas estátuas yacentes? Pues así , bajo los pliegues rígidos, bajo las túnicas talares de esta poesía escultural, hay una alma hondamente dolorosa; esos labios pétreos dan salida á las imprecaciones de Job; esos ojos sin pupilas, blancos de estupor, están fijos en el mi sterio impenetrable. Vemos el mausoleo de inmóvil herm osura; pero dentro de él hay un hombre muerto, que v ive , arcanamen te, la vida desconocid a. Cuando vivo , ya ju zgábase él fuera de esto v isible mundo de los hombres; pero ex istente, en el concepto panteista, como átom odel gran todoque se transforma, siempre uno en esenc ia y sin que ésta depurada ascienda, en el dolor. Trata de esconder su YO de un día; para él la t ierra es el desierto y los hombres son aren as que, aisladas, percibimos apenas . No habla de sus dolores ni de los dolores, al fin efímeros, como «el heno, (l la m añana verde; seco á la tarde :» habla de lo que juzga eterno, inmenso y absoluto, del dolor . Emilio Zola tiene razón cuando dice de Lecon te de L isle: «ser impasible, no ceder nunca á la pasión, perseverar en la pureza y corrección marmóreas, fué su ideal supremo . En su sentir, toda señal de placer ó dolor, en la fisonomía, deforma las lineas por manera odiosa . Po r en de se desprende do la edad media y se refug ia en Grecia y en la India, aborreciendo , muy más qil(:, la medioeval, la vid a de hoy. Victor H ugo se digna, á veces, vivi r en tre los hombres , sienta en sus rodillas ti los pequeñ uelos, describe algún lugar ó sitio de París. M. Leconte de L isIe creeríase deshonrado al fijarse en minucias semejantes.» (Documenios Literarioe-s-Loe Poetas Contemp01·áneos.) Pero Zola se engaña al creer que el poeta realiza ese ideal y logra enclaustrarse en la perfección clásica, dogmática y helada, P orque ni la poesía de Leconte es substancialmente griega, ni el poeta deja de transmitir , como transparenta una delgada hoja de alabastro 01 fuego de la lámpara que resguarda, los sen ti mientos propios y los del medio en que se m ueve.
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El hombro no se desenraiza de su med io. El árbol no camina . «Siendo inquebrantable la unídad de la naturaleza humana, evidente es que toda obra literaria ó de arte concebida yejecutada en virtud de honda necesidad, nos descubre, por fuerza, al hombre todo que la concibe y la • produce, el peculiar concepto que tiene éste del mundo y de sí mismo, la sensación amarga ó grata que le causa la realidad, el sér, por último, en lo que tiene de más íntimo y verdadero, Pero ese sér está prendido por lazos invisibles á su medio, como la planta al pedazo de tierra cuya savia absorbe : por modo que, al revelarse en su obra el artista revela al par algo de sumedio, una porción del vasto espíritu contemporáneo.del que él es uno de los pensamientos integrantes, algo del amplio corazón cuyos latidos siente y que es el de la generación á que pertenece. En consecuencia, si la poesía de tal ó cual poeta estuviese absolutamente fuera de época y de fecha, sería obra inanimada, sirnple curiosidad de escuela, bu ena para pasatiempo de escoliastas, pero incapaz de ser pasto vivificante de hombres vivos.» (P.\.UL BOURGET.- Nue:vos .Ensayos de Psicología Contemporánea.) No es así la obra de Leconte de LisIe. Límpidamente heléni ca es la forma y de helenismo superio r al de Chen ier ; pero por más qu e el espíritu se esconda, con la desconfianza del tímido, siempre temeroso de que le burlen ó le engañen; por m ás qu e el espíritu se oculte baj o el manto, como la hij a de Niobe, adivinamos los sentimientos que le mueven. Lo personal en la poesía de este admirable poeta es lo que no se halla en tre los griegos, el deseo de perderse en la naturaleza, en el sosiego eterno, en la contemplación estática, infinita, en el niruaua No se prepara á recibir la muerto coronándose de rosas: p repá rase á cumplir lo que Littré llamaba «la más natural de las fuuciones.» Ama la belleza porque la belleza es eterna; ama ú Grecia, porque allí la belleza, eternamente es joven; esculpe en m ármol, porque el mármol dura cuentos de años; pero ese griego no se abandona á la molicie ni al placer en las playas que, según la frase de Taine, «trenzan una corona de ciudades florecientes en torno del Mediterráneo; el placer es fugaz; del sueño se despi erta: el poeta emigra de las Cycladas, pasa triste bajo el arco triunfal de los Poemas Ant'igno8 y bu sca en la inmóvil I nd ia,
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para amarlo, lo eterno que no es de mármol, lo eterno de ébano, la Muerte. Esas lentas caravanas que silenciosas atraviesan el desierto, alzando el polvo acumulado por los siglos, gris, incoercible, como el destino de los hombres; esos enormes elefantes que parecen llevar á cuestas una ciudad en marcha; los grandes páj aros cuyo plumaje todavía está erizado de terror y cuyos ojos n o ven al hombre porque están llenos de la sombra di vina que pasó h ace siglos; el sueño que casi adhiere á la. tierra al cocodrilo ; la azorada quietu d de las cigüeñas; la cisterna que vi ó al patriarca; el templo que no asp ira al cielo n i le señala con ag ujas de oro ó plata ni tiende el arco de la oji va para que la lu z le entre triu nfalmente , el templo de la resignación al olvid o; la p irámide que oprime el suelo, y nos opr ime el alma, llaman con voces irresist ibles al poeta que anh ela desvanecerse como se desvanece la sombra de una ave en las ondas del Ganges maj estuoso, semejante al azul loto del cielo, ó quedar embebido en la tierra fecunda, exúbera y m ortuoria. ¡Qué solemnes caminan algunos de esos versos, á modo de hipopótamos que rompen con su cuerpo recias ramazones y sin deseos regresan á dormir bajo los plátanos á orillas del río sin término visible! El poeta se une á los grandes rebañ os cabizhaj?s, como la sombra del pastor, la occídua de la tarde, se pierde en la ancha sombra de los montes. Mas ¿qué fuerza le lleva á esas regiones en donde florecieron, cual increíbles, enormes plantas de millares de hojas, los sombríos y letales Poemas Bá?·ba?''o8? No es la curiosidad del peregrino: la onda fria del pesimismo filosófico le empuja á los imperios del solemne Buh da . Sopla en Europa esa corriente helada d e los nevados montes polares, y rueda, como témp an o insalubre, hasta deshelarse, helando el aire, en el medio día de la civilizaci ón. ¿Qué voces se alzan del mar muerto por donde v a la barca de ese nauta sombrío, de ese poeta resign ado, que soltó el remo al desprenderse de la orilla y se cruzó de brazos entregándose al capricho ó á los designios de las ondas? La voz de Leopardi que nos habla de «la. infinita vanidad de todo,» y que nos dice: .... ......... ...........Mi pensamiento En medio de esta inmen sidad se anega y naufragar me es dulce en estos mares .
La voz de Schopenhauer: «genio Ó musa de la filosofía, tal es la muerte» (r¿Conoceis la arcilla de que estais formados? ¿Sabeis lo que es y lo que puede ser? Apren ded á conocerla antes de atreveros á menospreciarla. Esta materia que hoy se os ap arece baj o forma de polvo ó de ceniza, luego qu e el ag ua la disuelva se mudará en cristal; en segu ida despedirá ch ispas eléctricas; suj eta luego á acción galván ica, revelará una fuer za capaz de romper las combinaciones más íntimas y estrechas, y de volver metal el polvo leve; podrá, por úl timo, t ransformarse en animal ó planta, y extraer de su seno arcano esa preciosa vida cuya pérdida es para vosotros, espí ritus li mitados y pequeños, manant ial de zozobras y de angustias ,» (SCJIOPENHAuER .-klcfaj'tsica de la Muerte.¡ (eLa fuerza que dn vida al árbol, continúa sien do la misma, en el transcurso de generacion es de hojas que se suceden. No está sujeta al n acimiento ni á In. muerte. E igual es la que n os mantiene,»
Quaiis foliorum g eneraÚo taN" ct II07Jl iult1Jl Re leed , como he releído , la M etajísica det A mor, la jWetaj ísz'ca de la Mnertc: allí está, en génesis, la idea substancial que dibuja su cuerpo en la poesía de Leconte ele Lisle, como en los pliegu es de un sudario blanc o. L a forma moderna del pesimi smo, del budismo, es la que se adora en los templos, g riegos ó indios: construidos y labrados con pri mor por el poeta. No se salvó de un a de las g ran des corrien tes fi losófi cas de este siglo: gotas de esas nguns amargas son las qu e petrificad as brillan corno estalact itas en las gru tas y en las cavernas de los Poemas Bárbaros y <1 e los Poemas T rágicos. También la personalidad, el temperamento del poeta, están v is ibles en la obra. No es de Atenas ni de Paris el intenso, resinoso olor que se exhala de algun os versos suyos : nos revela al criollo . La luz que irradia en esas estrofas, que ora semejan cord ille ras ténuemente azules; ora, hileras de naves magostuosas, ele velámen inmaculado, ancladas en bahía color de rosa; ya erestas nivosas que ascienden formando comba gradería, ya playas qUE' se abren á los mares de Oriente, es luz desnuda, libre, no empañada por humo de ciudad ni aliento de h ombres. Leconte de L isIe nació en I le-Bou rbon , y como isla flotante, va esa ti erra natia, 1l0n:1 de sol , si.
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guiándo le en el curso de vida. Todavía la ve el poeta poco antes de morir, á los setenta y cuatro años, cuando canta los «ojos de oro de la noche .» Esas aureas estrellas son las que él miró atónito al sentir los primeros aliseos vientos de la vida; la espuma que retoza en los m uslos y brazosde Eu ropeya cuando el poeta canta el rapto de ésta CH reciente poema, es la que él veía. correr hasta la orilla y salpicar la tierra que le fué blanda en días diáfanos y remotos. ¿Qué le llevó á Grecia? Pues el mar. El mar, amado por los poetas grandes, llévanos á ellos ; en el mar se conservan, preservadas de todo contagio degradante, las etern as fuerzas; del mar emerge la divina Venus, y en el mar, á la somo bra clara de las velas, oyend o el salmo de los tumbos, ante el peligro, an te la muerte, perdido en la naturaleza y más palpable v iendo el poder del desti no, el poeta sint ió que ele su espíritu surgía, como ele onda oscu ra , la belle za inmortal, entre el coro de las sirenas asombradas y bajo el coro de los astros que dilataban para verla, en lo pro.un do elel azul , sus ojos de oro. Lejos de la multitud , del hombre mism o, vivió en su isla y en sus travesías, conversando con las grandes apariciones oceán icas, con los espíritus que llenan la cerúlea in mensidad, con Homero, con Hesiodo, con Eskylo. ¿No eran éstos sus grandes antepasados intelectu ales? Ese intimo comercio lo hi zo u na ra za, una ascenden cia, una progen ie grioga. P ero bajo la cristali-
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zación do ese sér nuevo quedó el criollo, amante de la naturaleza monstr uosa, indolente para buscar la verdad recón dita,sumiso á la fatalidad , creyente en la soberanía de las fuerzas ciegas, tendido á la sombra del pesim ismo, como el macizo y tardo buey, de graves ojos, se t iende junto al surco, que mañana otras yuntas aguijadas proseguirán abriendo, paso á paso. En la poesía de Leconte de LisIe el espíritu expresa una de las actitudes del pensamiento moderno: la enormemente desesperanzada. La forma es neta y limpiamente griega, por más que á los pórticos, á las columnas, á los relieves y álosfrisos,se prenda la vejetación lujuriosa de la India. Leed acaso la más nítida y luminosa página de la moderna poesía francesa : el lIfidi de los Poemas Antignos. Luz de los trópicos es la que hiere ese mármol pentélico, que como la es · tátua de Memnon, canta al sentir el dardo de la celeste claridad. Es la luz de Ile-Bourbon reververanda en una cima de la Acrópolis . Esa forma impecable subsistirá perennemente. Fué este ecxelso poeta más griego que Gautier, más griego que Cheuier. Se acercó:á Eskylo. Fué un Eskylo que no creyó en los dioses y su hermosa poesía es la inconsolable, pero soberbia, huérfana de un dios. Amó lo eterno dentro de lo perecedero. Barquero torvo, llévale en silencio por las aguas dormidas.
JI. Gutiérloez N (ajera.
NAUSICA que h ubo traspasado con sus flech as á los pretend ientes, el ingenioso Ul íses, lleno de sabidu ría y de recuerdos, dejaba correr su s días tranquilos en su palacio de Haca. Todas las tardes, sentado entre su mujer PelÓ nelópe, y su hijo Tel émaco, les refería sus viajes y , cuando había acabado, tornaba de nuevo á narrarlos. Una de la s aventuras que contaba con más ESPUES
agrado, era su encuentro con Nausica, hija de Alcinóo, rey de los Feacios. - N unca olvidaré, decía, cuan bella, graciosa y caritativa se me apareció. Hacía tres días y tres noches que flotaba yo ene1 vasto mar, afianzado á una tabla de mi balsa destrozada. Por último, una ola me arrebató, llevándome basta la embocadura de un río. Gané la orilla: un bosque estabacerca, amontoné hojas y, como me encontrase desnudo, cubrí con ellas mi cuerpo entero. Me dormí. De pronto, un rumor de agua corriente
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me despertó. Abro los ojos y veo unas jóvenes que juegan á la pelota, en la playa. Me levanté, cuidando de velar mi desnudez con una espesa rama. Me adelanté hacia la más bella de las jóvenes .
-Sí, aunque apenas te conocí, por haber abandonado á Haca cuando eras un niño, en los brazos de tu madre.
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Sin embargo, Penélope, que deseaba casar á su hijo, le present6 sucesivamente las más bellas *** -Ya nos habeis contado esto, amigo mío, in- vírgenes del país, las hijas de los príncipes de terrumpió Pen élope. Dulichios, de Samos y de Zacyntho. Siempre -Es posible, dijo Ulises. 'I'el émaco la decia: -¿Qué importa? ex clamó Tel émaco. -No las quiero, porque conozco una más beUlises con tinu6: lla y mejor. - La veo todavía, sobre su carreta, condu-¿Quién? ciendo las mulas con sonoros cascabeles. El ve- Nausica, la hija del rey de los F eacios. hículo se encontraba lleno de hermosa ropa blan-¿Cómo puedes decir que la conoces, puesto ca y vestidos de lana teñida, que la princesita que no la has visto nunca? acababa de lavar en el río con sus compañeras. - La veré, replicó Telémaco. Y, de pie, un poco inclinada y tirando de las Un día dijo á su padre: riendas, el viento de la tarde desparramaba al - ]:VIi corazón desea, ¡oh mi ilust re padre! que rededor de su frente sus cabellos de oro, mal h endiendo eu un navio la mar pro celosa, bogue contenidos por u nas cintas, y ceñía su vestido hacia la isla de los Feacios, y pida al rey Alsu til á sus piernas derechas y redondas. cióo la mano de la bel1a Nausica. Me consumo . -¿Y después? preguntó T 'eléuiaco. de amor por esta virgen que m is ojos no han - E staba perfectamente educada, prosiguió visto nunca, y si os opoueis á m i deseo, envejeUlises; cuando nos aproximamos á la ciudad, me ceré s6lo en vuestro palacio y no tendrcis 111f' rog6 que la abandonase, para que no se dijera tos. de ella nada malo, al verla con un hombre. PeEl ingenioso Ulises respondió: ro en la forma con que fui acogido en el palacio - Sin duda un dios es quien ha despertado en de Al cin óo, comprendí que había hablado de tí tal deseo. Desde que te hablé de la princesa mí á sus nob les padres. N o vol vi á verla más has- que lavaba su ropa en el río, desdeñas los manta el momento de mi partida. Me dijo: Os salu- jares suculentos servidos en nuestra mesa y u n do [oh, huesped mío! para que en v uestra patria círculo negro se extiende al rededor de tus oj os. no me olvid éis nunca, porque yo soy la primera 'roma contigo treinta marineros y un barco liá quien debeis la vida. Y yo la respondí: Nausi- gero y parte en busca de aquella á qu ien no coca, hija del magnánimo Alcin óo, si el fuerte es- noces y sin la cual no p uedes vivir. Pero es preposo de H era quiere que goce pronto del r egre- ciso que te advier ta de los peligros del viaje. Si so y vuelvo á mi hogar, allí, como á una divi- el viento te impulsa hacia la isla de Polifemo, nidad, te dirigiré votos todos los días, porq ue guárdate de acercarte á ella; 6 si la te mpestad tú eres quien me ha salvado.- Niña más her- te arroja á sus orillas, ocúltate y tan pronto comosa y con mayor juicio no la he encontrado, y mo tu embarcación pueda afrontar el océano, puesto que no he de viajar más , estoy seguro de huye y no intentes ver al Cíclope. Yo le arranno vol verla á ver nunca. qué su único ojo; pero aunque ciego, es a ún te-¿Creeis que se encuentre casada ahora? pre- mible. Huye también de la isla de los Lot ófagunt6 Telémaco. gos, 6. si llegas á ella, no comas de la flor que - No tenía más que quince años y no había ellos te ofrezcan, porque te hará perder la mesido aún prometida á nadie. moria. Teme asimismo la isla de E a, re ino de - ¿Le dijísteis que teníais un h ijo? la rubia Circ é, cuya varita cambia á los hom- Sí, y que me consumía el deseo de verlo bres en cerdos. Si la desgracia qu iere qu e la ennuevamente. cuentres en tu camino, he aquí una planta cuya -¿Y le hablásteis bien de mí? raíz es negra y la flor blanca como la leche . Los
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dioses la llaman moly y á mi me la entregó Mercurio. En virtud de ella, podrás h acer ineficaces los maleficios de la il ustre maga. U lises añadió otros consejos relati vos á los peligros de la isla de las Sirenas, de la isla del Sol , y de la isla de los Lestrigones. T erminó dicie ndo: - Acuérdate, hijo mío, de mis palabras , porque no qu iero que comiences mis funestas avent uras. - Me acorda ré, dijo Telémaco. Po r lo de más, todo obstáculo, y aun todo placer, será un enemigo ql.!e pretenda retardar mi llegada á la isla del sabio Alcinóo,
* *,~ Telémaco partió , pues, con el corazón lleno de Nausica. Una racha de viento lo apartó de su ca mino, y como su barco pasaba por la isla de Polifemo, sintió la curiosidad de ver el gigante vencido por su padre. Se decía: el peligro no es muy grande, puesto que Polífem o es tá ciego. Desembarcó solo, dejando al bajel anclado en una bahía, y se arriesgó en med io de una campiña ondulante, sem brada de ganados y ra milletes de árboles. En el h orizonte, detrás del pliegue de una colina, una cabeza enorme surgió; luego u nas espaldas semejantes á estas rocas pulidas que se adelantan hacia el mar; lueg o, un pecho lleno de matorrales, como un barranco . Un instante después, una enorme mano se apoderó de Telémaco y éste vió inclinarse sobre él un ojo tan grande como un escudo. -¿No estais ya ciego? p reguntó al gigante . -Mi padre Neptuno me ha curado, respondió Polifemo. U n hombre pequeño, de tu especie, fu é quién m e privó de la luz del día, y por eso voy á devorarte. -No haríais bien, dijo Telémaco; porque si me dejáseis vivir, os divertiría con tá ndoos hermosas historias. -Ya escuch o, respondi ó Polí femo. Telémaco comenz6 entonces el relato de la guerra de Troya. Cuan do vino la no che: - E s hora de descansar, dijo el Cíclope . Pero no te devoraré esta noche, porque qui ero saber el resto.
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...... Cada noche, el Cíclope decía lo mismo, y así trascurrieron tres años. Duran te el primer año, T elémaco refiri6 el sit ia de la ciudad de Priarn; El seg undo año, el regreso de Menelao y de Agamenon; E l tercer año , el regreso de Ulises, sus aventuras y sus astucias maravillosas. - ¡Ah! decía Poliferno; eres mny osado al hablar aSÍ, ante mí, del hombrecillo que me causó tanto mal. -Pero, respondía Telémaco, cuanto más te demuestre el ingenio de este hombre, menos vergonzoso será para tí haberte dejado vencer por él. -La ra z ón es especiosa, decía el gigante; pero te perdono. Yo hablaría, sin eluda, de otro modo, si un Dios 110 me hubiese devuelto la vida. Pero los males pasados no son más que un sueño. .'. '.'
* *
Al final elel tercer año, Telémaco buscó en vano en su memoria : no encon tró ya nada que referir al g iga nte. Eu tonces comenzó las mismas historias. Polifemo encontró en ella s el propio placer y el relato duró otros tres años. Pero Telémaco no se sentía ya con el valer de referir por tercera vez el sitio de Ilióu y el regreso de las h éroes. Se lo confesó á Polifemo , y agrego: - Prefiero que me devoreis; no echaré de menos m ás que u na cosa, a l morir: no haber visto i la bella Nausica. Refirió larga mente su amor y sus dolores, y, de pronto, vió en el ojo del Cíclope una lágrima tan gruesa como una esfera. - V é, dijo el Cíclope, v é á buscar á la que amas. ¿Por qu é no has hablado antes?.. .... - Ya veo, pensó Telémaco, que hubiera debido comenzar por ahí. He perdido seis años por culpa mía. Cierto es que la vergüenza me hubiese impedido, an tes, decir mi secreto. Si lo he dicho, es porque creía que iba á morir. Construyó una canoa-porque el bajel que dej6 en la bahía ha bía desaparecido mucho tiempo atrás-y se lanzó de n uevo sobre el mar profundo.
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Otra tempestd lo arrojó á la isla de Circé. Vi6, á la entrada de un gran bosque, sobre un columpio formado con lianas y guirnaldas de
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Pero 'I'el émaco conservó su forma y su rostro. flores, u na m ujer que se bal anceaba blandaE ra que en aquel in stante pensaba en Nausica y men te. Estaba adornada con una mitra incrustrad a tenía el corazón lleno de su a mor. de rubíes; sus cejas se uní an sobre sus ojos; su - ¡Vete ! ¡V ete! g ritó la ma ga. b oca era más roja que un a herida recién ab ierta; *** sus senos y sus brazos era n amari llos com o el 'I'elémaco encon tró su canoa, se hizo al mar, azafrán; flores for ma das de ped rería adornaban y una tercera tempestad 10 arroj ó á la isla de su vesti do trans parente, color de jacinto, y sonlos L otófagos. reía envue lta completamente en S11 cabellera Eran hombres finos, llenos de ingenio y de salvaje. un carácter dulce igual. Su varita de maga se encontraba atravesada Su rey invitó á T elé maco á que comiese una en su cintura como una espada. flor de loto. Circé miraba á T elémaco. E l joven héroe bus- N o comeré, diio el joven h éroe; porqne escó en su túnica la flor delmoly, la flor negra y ta es la flor del olvido y quiero co nservar mis blanca que su padre le había entregado en su recuerdos. partida; pero advirtió que no la tenia. -Sin embargo, olvidar es uua gran felicidad, -Estoy perdido, pensó. Va á tocarme con su contestó el Rey. Merced á esta flor, que es nuesvarita y me veré convertido en un cerdo, cometro único alimento, est nnos libres de las penas, dor de bellotas. de los des eos y de todas las pasiones que turban Pero Circé le dijo con voz dulce: á los desgraciados mortales. Por 10 demás, no -Sígnemc, joven extranj ero, y ven 3 descanobligamos á nadie :i que coma la fiar div ina. sar consIgo. 'I'elémaco vivió algunas semanas con las pro· La siguió, y muy pron to lleg-aron á su pa lavisiones que había salvado de su naufragio. Luecio, que era cien veces más bello que el de Uligo, como no hubiese en la isla frutos n i ani mases. les para comer, se alimcn tó, como p udo, de m oEn el curso del camino, de 10 profundo de los l uscos y pescados. bosques y de las barrancas, acudían al paso de '* la maga, cerdos y lobos, que no eran otros sino ** -Así, di jo un día el Rey, la flor elelloto hahombres que habían naufragado en la isla ; y por más que Circé se hubiese apoderado de u na lar- ce alvidar á los hombres aun aquello que dega varilla de hierro, con la que los picaba cruel- sean 6 aquello que causa su s sufrimientos. -Ciertamente, contestó el Rey. mente, ellos trataban de lamer sus pies desnu- ¡Oh! prorrumpió Telémaco; n unca me hará dos. olvidar á la hermosa Nausica, -Prueba, pues. * ** 'I'res años permaneció T eléinaco al lado de la -Si pruebo, es que estoy seg u ro de que el maga. loto no podrá realizar nunca Jo que no han U n dí a. sin ti óse avergon zado, lleno de fatiga logrado los artificios ele una maga. hasta el extremo, y advirtió qu e no había cesaComió la flor y se durmió; es decir, vivi6 del do de amar á la hija de Alci n60, la virgen iuo- mismo modo que los dulces Lotófagos, gozando , cente de ojos azules, á la que nunca h abía v isto del m omento presen te y no preocupándose de Pensaba: otra cosa. U nicameute sentía, alg u nas veces, en - Si pre tendo hu ir , lamaga, irritada , m e trans- el fondo de su corazón, como el recuerdo lejano for mará en bestia , y en tonces no veré jamás á de una antigua herida, sin que pudiese saber con Nansica. precisión 10 que era. P ero Circé , por su parte, estaba cansada de Cuando se despertó, no había olvidado á la hisu compañero. Com enzó á odiarlo, porque 10 ha- ja de Alcinóo; pero habían transcurrido vei nte bía amado; Así, pues, una noche levantóse del años sin que él se diese cuenta: fué preciso á su lecho de púrpura, tomó su varita y con ell a amor todo este tiempo, para vencer la influe nc ia dióle un golpe en el lugar del corazón. ' de la flor del olvido. é
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-Son los vei nte mej ores años de vuestra vida, le dijo el' Rey. Pero Telé maco no 10 creyó.
**,;, Despidióse cortésmente de sus huéspedes, y no os referiré ya todas las aventuras en que se vió envuel to) tan pronto la necesidad, tan pronto la curiosidad de contemplar cosas nuevas, ya en la Isla del Sol) ya en la de las Sirenas, ya en la de Lestrigones , ni cóm o su amor fué bastan te fuerte para arra ncarlo de todos éstos peligros y de tod as éstas di versas ruausion cs. . ', ","
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U na última tempestad lo ll evó á la desembocadura de un río, en la isla deseada) en el país ele los Feacios. Ga nó la orilla; un bosque estaba próximo. A mon tonó h ojas, y como si se encont rase des n udo, se cu brió con ellas todo el cu erpo. Du r m ióse D e pronto, un rumor de agua co. rriente lo des pe rtó Telémaco abrió los ojos y vió á unas criadas que lava ban ropa blan ca bajo la dirección de un a anciana ricamente vestida.
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Se levantó) teniendo cuidado de ve lar su desm dez con una espesa rama, y se acerco' a, aq uella mujer. E ra ésta de talle grueso y burdo y mechones de cabellos grises se escapaba n de sus ' .. cintas. Se veía que había sido h e n~ os~ , pero ya no lo era. Teléinaco la pidió hospital idad., Ella le respondió con benevolencia h izo que sus criados le diesen ropa. - y ahora, huesped mio, voy á conduciros al palacio del Rey. -¿Seréis vos la Reina/preguntó Telémaco. -Lo habeis dicho, ¡oh extranjero! Entonces 'I'elémaco, sintiendo el corazón rego cij ado: -Quieran los dioses-dijo-conceder una lar, ga vida á la madre de la bella Nausica. -Nausica soy yo! respondi6 la Reina . ¿Pero qué teneis, venerable anciano? . é
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En su canoa, reconstru ida apresuradamente, sin vol ver la vista atrás, el viejo Telémaco volvi6 á lanzarse al va sto océano.
Julio IJelllait..e,
AZUL PAllDO E ra un ex qu is ito, impregnado de "u n sent im ien to innato do p udor, de u na refinad a delicadeza , mezclada de salvaj ismo y t im idezs-iacaba (le escribir Roberto Bon n i éres en las colu mnas del Pig a1'o.-:Murió en esa bl an ca-y santa an cianidad , lej os (del pequeño cementerio,» en los alred edores de Lo uvcc ien nes, en aquellas mi steriosa s somb ras, respi rad as por A n d r é Chen ier ; all í, qu er ía mori r él; «sin soldados ni di scursos,» (led a son riend o el excelso poeta al crítico del F ígrrJ'o .- L a muerte lo sorprend ió cuando preparaba su viaje á los amados lugares. Este tímido desapareció ocultamente, en m edio del gigantesco rumo r de una g ra n ciudad .-En este "desierto de París,» según la frase de Alej an dro Dumas, los qne se desvanecen h um ildemente mueren ignorados.-La pre n sa fran cesa se mu estra sobr ia- de un a desoladora sobr iedad- al dar
cuen ta ud fin (le Leeoule de LisIe. La Ilustracibn. publica su retrato y unas cuantas líneas en elog io del dijnnto. - El proceso de Caser io ha ocup ado 111 :.1.S espa cio en las páginas ele las hojas diarias que la. ex tinción de esta noble existencia cons ag rada por entero al arte. - Su obra, sin embargo , está ahí y nos responde de que los votos del poeta serán realizac1os.-No hay -decía él - otros vivos que los muertos; cenx qni uinen! devienm en t, i ls ?le sont p as; no exi stirán sino cuando su destino se haya cumpli do, cua n do no haya nada que agregar á él , ni nada que cercenar. Entonces únicamente serán perfectos; entunces, por fin, vivirúm--Al borde de tu seprilcrq,johalma serena! nos acercamos nosotros los que te amamas, en tu explendente labor, para anunciar la nueva existencia, la existencia completa de tu de stino: Vive,póeta!
R b;V ISTA AZUl•.
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cepa, tuvo la rara fortuna de convocar una puñada de nu estra crf'm r. literari a y artística: RiEn nuestro peque ño ce nác ulo acaba (le abrircardo Castro, E nrique Fem ández Granados, AIise un vacío: Carlos López, uu corazón de artisrnís, nu estro Manuel O utiérrcz N ájera, Albe rto ta, una alma que sentía intensa y hondamente Lc d uc, Adriá n G uich cnn é, Joaquín H at o, Salla belleza, acaba de apartarse de nosotros. Era vad or Dávalos, Pepe Ilustillos, Octav io Bar rera , Carlos un casi desconocido para la gra n masa A mad o N ervo, el. recién ll egado poeta tepiquedel público; rozó la superfi cie de éste con ala l eño, y Man ue l Mercado, y una media docen a ve: los que de cerca le conocimos, sabíamos la m ás , cuyos nombres se me escapan ahora.c--Legran reserv a intelectual de este ve ncido, porque y ó Man uel Mercado h erm osos ve rsos que MaLó pez era un ve ncido.-Había desertado de la n uel Othon envió á la R c,Jis/a A zul y que ya lucha, por can sancio mo ra l ó por descontento saborearéis señorita, el próximo domingo; Miprofundo. Vi vió en una pobreza casi épica y rrús un delicioso cuento-c--Cuento de la Chata g uardaba su tenaz dolenc ia, qu e 10 llevó al seF ea,,;-Nervo tres com posiciones-e-eM úsica alepulcro, como una inm ensa desd icha táci tamente na, " «La Gata Muerta» y «Coutrastes;» Pepe Busaceptada , sin asomos de rebeldía.-El angel de tillos su leyenda «El hachero, " y F ernández Gralas sombras vino á heri r aq uella existencia en nados y Al berto Leduc y Pepe S olís y Salvador plena primavera ; m urió en la «rosada juventud," D ávalos y Octavio Barrera; y Adrián Guichencantada por el poet a: ué, y J ul io ?l1 ui r ón , y Benigno de la Torre y Tu t'en venais ainsi, par ces matins si dou x , Alberto Michel complet aron la velada.-Ahora De la montagne á la grand'messe, se h abla de otro te, organiz ado por Antonio de Dans t u grñce naive et ta rose jeunesse, la Peña y R eyes,-el ático PeTíita,- y aún se dice Au pays ryhtmé de t es H indous, que á éste seg uirá n otros.-Bien venido el jivr: o'do /M Maintenant, dans le sab le aride de nos greves So us les chienden ts, au brnit des mers, *** Tu repose~ parmi les morts qui me son chers, Sotana y la Oay , la F errantti y Ventura conO charme de mes premiers reveso tinúan en campaña. Los artistas de la /r(lZrpr~ ** popular de ópera , permanecen en su puesto de * Se h a iniciad o el te lz'teyar z'o .-- U ll ventr udo lucha. E l z'mpresarz'o Alba se frota las manos, garrafón del anémicamente pálido licor, sirve todas las noches, en la contac1uría.-Y á 10 lede pretexto pata agrupar un mon tón de espíri- j os, comien zan á escuch arse las primeras h artus enamorados eternos del arte.--El martes úl- manías del invariable Sieni, qu e ya h a lanzado timo, Alber to Mich el, 11n uirtuoso de la bu ena al público el ele nco de sus pensionistas. i~etit
BIe n .
-------_._._-------LA REVIS'rA AZUL A P ARECEllA 'fO DOS LOS nm.nNGOS.-T'JtIWIO D E NU~{ERO SUELTO,
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"La Revista Azul» del Domingo anterior apareció, por er ror involun tario, con el número 15' correspondiéndole el 14. Con objeto de conservar la serie, la «Revista» de hoy sale á la estampa con el número 75 bis.
Habiendo terminado la reimpresión de nuestro número primero, desde la semana p róxima comenzaremos á repartirlo á las pe rsonas que nos han hecho pedidos.
TOMO 1.
MÉXICO,
19 DE AGOSTO DE 1894.
NUM.
16.
ASUNCI ON o hay en las antig uas mi tologías creaci ón tan bella como la de la v irgen cris tiana. Ven us es el símbolo ex celso de la forma . Es la muj er por excelencia, pero es al cabo la muj er. La admiramos con deseo. La he mos visto, si no en las calles y bajo el traj e moderno, sí en los museos, sobre marmóreo pedestal , ó en las di vagaciones de la fantasía. No nos interesa in qu irir si t iene alma ó no la tiene. Las estatuas no han m en ester mirar para ser bellas, y la mirada es la expresión del alma. Ve nus procrea; pe ro n o es m adre. El niño E ros no es su hij o, sino su delicadísima obra de arte; su estatnita . Venus n o sufre: está muy lej os de nosotros . Es un a armonía de líneas, un supremo concierto de colores, u na di vina imposibilidad . Vén us es de mármol. Nuestro deseo la h um an iza , como P igmalión ani mó rt Galatea . P ero, una vez hu mani zada , Vénus se asem ej a á alguna de esas cr iaturas bellas nacidas en los países donde es más ri ca la cantera humana. Para que Afrodita sea re alm ente h er mosa , parn que m ire de rod illas á los hombres, necesita ser impúdica, descubrirse , entregarse á la mi rada, com o una gran promesa de placer. Será /le carne, pero no es de espíritu . A Ve nus se ado ra en la felicidad; m ientras las rosas h oracianas no se m archi tan en n ues tras sienes; cuan do la juventud, como gallarda H ebé, escancia el n éctar en la copa de nuestra v ida. P ero Venus no am a tí. los viej os, ni á los desgraciados, ni ú. los p obres . Necesi ta la juventud , uecesita la aleg ría, n ecesi ta el oro. No alienta, no socorre . n o consuela. La cantan los hombres,
pero no la besan los niños. Las mujeres no pueden quererla sino con envidia. Es dichosa como es dichoso el egoismo. Sus amantes tienen que ser dioses. Sus labios no dan paso á la palabra que conforta, sino al beso que excita. Su hijo, pa ra B O desearla, nace ciego. La Virgen María es la suprema escultura del espíritu. Es Virgen y es Madre, es decir, reune en sí las dos más altas excelencias del ideal. Por la virginidad-esa cima blanca-toca al cielo; por ser madre, está cerca de nosotros. Ser madre es h aber sufrido . Pocos antiguos comprendi eron la belleza del sufri m ien to. De las pupilas sin mirada de las g ra ndes está tuas no podían brotar las lágrimas. Los d ioses de mármol no ven que padecemos. Pero el dolor que puede ser desterrado de la mitol ogía como un leproso, no puede ser desterrado de la humanidad. El hombre necesitaba una madre para quejarse á ella , y el cristianismo se la di ó. La V irgen es el seno en que se llora. La Virgen es la madre>de los huérfanos. Siendo dichoso puede serse pagano. Leed la literatura h el éni ca: en casi todaellael único que tiene derecho ÍL cantar , es el placer. Es un banquete al qne concurren uada más muj eres bellas y hornbres sanos. P ero afue ra, en el yerto umbral de esos palacios, gime el dolor como infeliz mendigo. No levanta la voz porque su queja sería inútil. No hay séres ni divinidades que le escuchen. S i h abla, si grita, le despiden ó le azotan. El dolor en la antología es nn hu érfano. P ero aparece el crist ian ismo y el dolor habla.
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Ya hay quien le oiga: la diosa ya no (\S muda ni impasible, y como ha sufrido, sabe consolar. Desde entonces la humanidad tiene una madre. Es hermosa porque tod as las madres 10 son para sus hijos; pero no analicemos su hermosura . Si fuera fea, nos parecería bella. Ya no es la V énus frí a que se aleja de nosotros cuando las rosas se marchi tan, la sal ud se va y la vejez nos entumece. Ya no es la diosa á quien sólo can tan los felices; sino la virgen que consuela ú. los infortunados. Los h arapos no la repugnan. Va al ho spital, se sienta ú. la cabecera del agonizante; escuch a n uestras quejas y nos d ice: Espera! E n las antig uas religiones no hay divinidad alguua qu e pueda ser amada de los niños . Todas son fuerzas ó pasiones, y ni las pasiones ni las fuerzas pueden conquistar el cariño de la debilidad ó de la inocencia. E l cristianismo dió una religión ú. la niñez . Los pequeñuelos aman á María : la infancia duerme ó juguetea en sus rodillas baj o la figura de Jesús .
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¿Por qué arrancar este cariño de las almas? ¿Con qué amor podremos reemplazar en los espíritus el amor á la Vírgen? Los qn e tul quieren son tan desatentados y tan crueles, como el que busca empeñosarnente al n iño h uérfano para decirle: tú no tienes madre! Dejad que el pobre pequeñ ito crea que la madre no ha muerto, que está dormida, que salió de viaje, pero Cjue pronto ha de volver á despertar. Ser asesino de esperanzas, es ser el peor de los asesinos . Pues que el dolor existe y es eterno, pues que la muerte nos separa desp iadada' de los muy pocos seres que nos aman , dejadnos más allá. de esta ex istencia , en los cielos azules del ideal , una figura de mujer á quien podamos convertir los ojos cuando por desventura estemos huérfanos, y decirle 110-
Azur. raudo: ¡madre, maelre! No nos digais que estamos solos en la vida; no nos arrebateis la úni ca madre que la muerte no puede arrebatarnos. Yana conozco una expresión de abatimiento más suprema, que laflgura del poeta dibujada por Gleyre en su cuadro (Las ilusiones perdidas." El brazo flojo dejó caer la ebúrnea lira: el cuerpo se resiste tí ponerse de pi e porqu e desea estar cerca, muy cerca de la tierra; la mirada, llena de tristes despedidas, se clava en la airosa bar ca tripulada por todo aq uello que se va, por la gloria, por el amor, por la riqueza; por el placer, enemigo de los pobres; por la salud, aborrecedora de los viejos . 'roda en la barca, empavesada y r ica, es bulliciu, alegría . Todo en la he rmosa barca es juventud . Y todo en el sembla nte elel poeta es como triste crepúsculo de vida. Allá se va todo lo in grato que nos deja; y all í queda el poeta, muerto en vida, sobre los ár id os peñascos de la playa. Pero ante ese cuadro del dolor sin esperanza, poned la «Huérfana» del artista J unto En el l ien zo de Gleyre la v ida se va y con la vida se va todo. No llega aún la muerte, pero ya se oyen sus p isa. das. En el cuadro de Junt la muerte ha pasado, pero una vida extraterrena alumbra lasfignras. La anciana madre está en el lecho mortuorio, entre fúnebres cirios nmarillos; pero está menos muerta, menos fría que la figura del poeta vivo . Se adivina que continúa existiendo en otra parte . Y el dolor de la huérfana, de la pálida y rubia jovencita, no es el dolor sin esperanzll. ni consuelo, <'1 dolor también huérfano del vate. Es el dolor cristiano, el dolor que llora, el dolor qne espe ra. La hermosa joven ciñe con sus brazos el cadáver de la madre, como si p retendiera defe nderlo; pero sus ojos, húmedos do lágrimas, se fijan en la imágen ele la Virgen, y parecen deci r1a:¡Tú me quedas! M. Gut.ié."rez N áje."a.
El amor habla más cuanto puede hacer menos; la mayor prueba de la pureza con que quería el Petrarca es la multitud de sus sonetos; en cambio, el impuro Don Juan reduce la literatura de sus amores .. . á una lista de sus víctimas.-CLARIN.
Los nifios no son hombres, S1110 niños; pero las niñas no son niñas, sino mujeres pequeñas. -ALFONSO Kxnn. Sucede con la felicidad lo qUA con l:'l hori zonte: siempre se halla á nuestra vistu y n unca á nuestro alcance -JULIO FAYRE.
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Angelus Domini A Juan B. Delgado.
I
Rompe el alba el botón de la mañana COll sus dedos de niebla luminosa, y, en la alta cumbre del alcor, se posa U1l3 nube de aérea porcelana. Abajo se ador mece la sabana , el valle t iembla, yérguese la rosa, canta el madrugador y rumo rosa ríe, cuch icheando, la fontan a . Desde el redil hasta la loma alb eau , como el gran izo, los corderos blancos que saltan y balando jugu etean. y de la cima or iente por los flancos ríos de lu z descienden y chorrean hasta petrificarse en los bar rancos. :;: :1:
*
Estalla el seno de la nube y brota en explosión de n ítida blancura un querubín, eu cuy a frente pura el lucero gentil palpita y flota . ¡Astro de inmensa luz! Como una gota del mar del ether, inmortal fulgura derramando harmoufus de ventura Ilue funde el universo en una nota. La nota del Amor: los aires hiende , por todos los espacios se dilata y hasta el Empíreo su clamor extiende ...... El ángel tañe su clarín de plata y el sol que nace, á sus espaldas prend e una clám ide regia de escarlata. II
Sobre la cima del volcán descuella urente llamarada que se esconde en la flagrante horadac ión por donde el pulmón de los cíclopes resuella. El sol, como flamígero. centella, hiere al volcán que con furor responde lava y cenizas arrojando adonde llegar no puede su abrasante huella.
De la montaña al pie duerme la costa; baten las olas los cantiles rojos; su nido el cuervo entre peñascos labra; y el fuego de los trópicos agosta la llanura en que pacen los rastrojos la res bermeja y la salvaje cabra.
.. ' ,'
** El espacio es un mar de fuego y oro y de sus ondas surge derrepente arcángel poderoso cuya frente reverbera como ígneo meteoro . Tiende las 0.10.8 con fragor sonoro, ch ispea su mirada refulgente y á su voz, como el trueno del torrente, acompañan los ángeles en coro. ¡Oh salmo de las fuerzas! ¡Soberana voz que todos los cánticos encierra y vibra por los ámbitos profundos, como el gigante son de una campana fundida en las entrañas de la tierra y forjada en el yunque de los mundos!.
III Sobre el tranquilo lago, occíduo el día, flota impalpable y misteriosa bruma y á lo lejos vaguísima se esfuma, profundamente azul, la serranía. Del cielo en la cerúlea lejanía desfallece la luz; tiembla la espuma sobre la onda, y el sarmiento ahúma en el fogón de rústica alquería. Suenan los cantos pastoriles. Cava la tarda yunta el surco postrimero. Los últimos reflejes de luz flava en los límites brillan del potrero, y :i media voz la golondrina acaba su gárrulo trinar bajo el alero.
*** Ondulante y azul, trémulo y vago, el ángel de la noche se avecina,
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del crep úsculo envuelto en la neblina yen los vapores gráciles del lago. Del septentrión al murmurante ha lago los plieg ues de su túnica divina se extienden sobre el valle y la colina, para librarlos del nocturno extrago ,
Su voz tristezas y consuelos vierte; humedecen sus ojos de zafi ro auras de vida y ráfagas de muerte. Levanta el vuelo en silencioso giro y al llegar á la altura se convi erte en oración y lágrima y suspire . U allue l JO!!lé Ot.ltóll.
Santa Mar ía del Río, 1894.
FOIE GRAS A Ra món P ridn.
saborea lentamente una cucharadita del sabroso l)(Lté , mientras, en la copa, cintila el , 1IClm]wgne en burbuj itas espumosas . Un mov imiento de lengua - un a lengü ecita fi na y pu ntiagu( -, da, como un b istu r í-s-deshace en pequeños fragmentos la delicada pasta, y á los ojos, color verde esmeralda con golpes de oro, aparece un chi sporroteo de gula satisfecha.' La divina golosa paladea con delicia un monstruoso dolor, un dolor de la Roma decadente de Catulo ySuetonio,con la inconsciencia de un delito misteriosamente ignorado.Se asom a el hierro de la sangre á. sn tez de d urazno en sazón, y semeja, ante aquel altar de botellas medio vacías, sueltas las rojas ondas de sns cabellos-mar ígneo-una Venus frí vola, á cuyos pies, como á los de la de Ovidio y Anacreonte, se sacrifican aves lascivas . El Apicius romano ha quintaesenciado la gula ; el verso de Horacio-pingnibis et ficis pasium; jceu)' ansC?"is-remeda hoy el programa de un marmitón de prov incia . La alta civili zación gasta el estómago, pero refina el paladar. El monstruo ventrudo, de fauces enormes , 1\1010ch siniestro, ha hecho una masa compacta y reducida de sus víctimas, ha convertido en polvo sus huesos y en gelatinas su carne-procedimiento de boa constríctor-aprieta sus. anillos y aquella pasta de sangre y lágrimas- sudor de mártires-es la que j}Iilady saborea lentamente, mientras en la copa cintila el champagne en burbujas espumosas. -
A L.,.,
"
1 LA D Y
Para preparar una lata de [oie-qras se necesita una cosa, ante todo : ser malvado .-Parece que esto no es mu y difícil.- Una vez qne se es malvado, el asunto march a ú las mil marav illas: todo se redu ce á con vertirse en crucilicador de (I,VC8 . - El pato es un animal de carn e grasosa y ti erna, que es preciso cu idar con todo esmero- hace observar Grimond de la Rey n iere .- E l an imal es inquieto y ligero; se le crucifica; posée una vi sta maravillosa; se le saltan los ojos: después, se le alimenta brutalmente, sin piedad, hasta pro
Si come i pcrcgl'in pensosi [auno , Gil!!JnC?tdo per camim. !JC11te '/Ion nota, Che si oo lqono ad essa, c non ristanno; Cosí di'rct?'(l a uoi p z{¿ tosto mota VenC?ldo, e trapassando, ci csnmirtux: D'anime turbe tacita c devota. Ncgli ochi C1'a ciauscuna oscura o cava , Pallida nclla jaccia; tanto scema, Che dall'ossa la pello s'injo?·mava. Ca r l os Djaz Dufóo.
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ABAN CO LUIS XV Bajo las frondas de ideal Versalles O en los boscajes de algún Trianón, E ntre floridas y an gostas calles, Triste y pausada cruza Manón.
... ... E s que la hiere su enamorado y Manón llora su infiel desliz ...... i Por eso triste se ha doblegado y palidece la flor de lis! .... ..
Dan á sn paso los brodequines De altos tacones, blando oscilar, y su amplia falda de albos satines Frú -frú s y aromas deja al pasar.
.. .... Al dulce nido que los espera Ya no irán juntos, llenos de amor, En blasonada y azul litera, De las antorchas al resplandor! y ya en la ojiva llen a de esmaltes
Hacia el estanque va taciturn a, Donde á los rayos del aúreo sol N egros tritones v uelcan su urna y airados soplan su caracol.
Que a ma el escud o noble y Condal N o verán cómo los gerifaltes . Cazan al vuelo la garza real
. ..... E n vano un lirio del vaso regio P rendió en las blondas de su corsé , Leyó los versos de un Florilegio y al c!a icordio tocó el minué.
y Marió n su eña ...... ramajes finos Tienden arcadas de pastoral j ¡Nunca crearon los Gobeli nos • E n sus tapices pastora igual! y en el estanque de tonos glaucos
Nada ha calmado su torva fiebre, Ni el blondo paje, ni el fiero halc6n 1\ i la diadema donde el orfébre Grabó los lises de su blasón ... ...
Se ir isa el chorro de un caracol y M au ón su eña, bajo los saucos, A los postreros rayos del Sol!
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José Juan Tablada. México, 19 de Julio de r 894.
EL CU N ODE LA
FEA
(LEIDO EX EL TÉ LITEILU~1f) DE LO::i 81:8 . ~ I ICH¡';L .)
A Alicia Barreda,
" l' . .
,' ~~I
" ~ ARA mayor seguridad llevaba D~
~
Mateana el dinero en un nudo ~'~~ ' ' J, I~ I hecho ú la esquina del jJa-ñito, y ..... ~ ésta interesante prenda enrollada en la diestra. Paróse la tarda matrona en compañía de Eldemira, ante uno de los puestos. E ra muy tem prano todavía, la vendedora. sacaba de disímbolos cajones la mercancía, en tanto que su hija, ya de puntillas, ya en una silla, ya h incada, arreglaba en improvisada gradería desde los frenos,
cinturones y cabezadas hasta las alcancías de vil madera. Poco á poco salían á la luz: un cup é de hoja de lata , u n espantoso ciudadan o qu e aserraba no sé qué, al mi smo tiempo que rodaba en inseguro sostén, las máq uinas de cartón con humo de algodón, los j uegos de café minúsculos, las ba rnizadas pelotas, las can icas deslumbrantes, los fusile s de resorte y trompetas de latón. No faltab an los santos de barro ni tampoco los títeres que como siniestra hilera de ahorcados pendían de la m isma cuerda, n i mucho menos una novia de porcelana, ampona y recargada de aza-
RH VIS'l' A AZUL
hares del tamaño de un puño. E ra un sueño aqu el ex pe ndio para más de un lector de silabario una diletian ti del ganch o y del estambre, porque si á Ull OS podía seduc ir una caj a. de soldados, á otra causaría inm en sos deseos un a almohadilla de cojín verde con espej o. Com o intrusos, com o ad venedizos, como con trastes, en aqu ell a. m ezcla de cosas brillantes mirábanse, como caíd os en una batería de cocina, un turco y un a h embra de la raz a de las m uñecas . Ambos era n de la pl ebe de los juguetes de vil trapo , y por eso en esa especie de bazar de escla vos ten ían el m ás bajo de los precios. Dejemo s al turco con su s am plios pantal ones de u n carmesí insultante y pasemos á la compañera , electa por los cielos pa ra un a vida h eterogén ea de fugaces pl aceres y dolores pe rmanentes. E ra un sér desag radabl e: h ebras de h ilo form aban su cabellera , tenía por ojos dos ch aqu iras, un zurcido por nari z y dos largas puntadas roj as por labi os; manchones de fus ch ina solfer ina fun gían de rubor en el fondo pálido del trapo; m anos y pies embrionarios y un cuerpo sin acc ide ntes como un desai rado torso de in st it utri z ang licana. Pues bien, la estética de 10s muchacho s, s i así puede ll amarse , es de tal n aturaleza, que E ldem ira se fijó precisamente en esa desh eredada de la forma, porque era lo más grande en m ateria de m uñecas, y lo más barato; la venta fu ó rápid a y n i siqui era en volvieron á la Chata ,como se le llamó desd e luego, sino que en cuerpo, y apoyada en el regazo de la com pradora , fué conducida á r umbos opues tos ú los suyo s. Nad ie, nad ie sorprendió en aquel m on igote de t rapo una mirada intensa dirigida á. un rorro de cera con ojos azu les, que vestido de marinero yacía en un bote de trom pos y baleros; nadie tam¡Joco la escé ptica sonrisa de l turco, imp resion ado á tal punto por la partida de la chata, que desmayóse, perdió el equ ilibrio y rodó sobre un tord illo de car tón y u n borrego de vellocinu de cándido algodón. [Cuántas m udas traged ias en un segun do! P ues esa Cluiia, esa misma es la niña mimada de E ldemira, es la consen tida de la casa , el pri mor amor de esa cri at ura que, el cosi do silabar io en las rodil las y el puntero en la boca , ve la Rodriguitos en sus a bstracciones á la .h ora de estudio: piensa en ella. Sabe que está guardada en el ropero materno, sabe que si da su lecci ón ó
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le concederán la infantil dicha de arrullarla mientras ponen la comida ó dan el toque de silencio para qu e cada cu al se meta entre las sábanas. Estudia en silencio las frases cariñosas clue h a de decirle, piensa de qué olvidado baúl sacará viejos trapos para. vest irla . E stá enferma h ace d ías; unas h ojas de madreselva que le sirvieron en un plato de almoh adilla le han hecho m ucho mal, es preciso purgnrla . ¡C¿ué triste estará , pues , all á. en la obscur idad sobre las cajas de los sombreros! La qu ie re 1111 poco menos q ue (t su mamá, pero más qu e á Brnuli o, ese h erm ano in fam e que la tomó de un p ie, le d ió tres v ueltas y la lanzó al tec ho . ¡Qu é horror ! Sólo por un milag ro cayó sobre la cama . Desd e entonces, como reconocimiento á la piedad celes te, ll eva al cuello una m edalla de los Stuuo» Cuotee , espec iales abogados para. los acci dentes de sus buenos sujetos. Se puede jurar clue el primer pen sam iento, al despertar y despu és de la sa«; es la Chata; no la olvida en todo el d ía , y es sincero, profundo , el afecto con que la estrech a entre su s brazos y le besa la boca d iciéndola : ¿Qu ién es mi niña linda? Tres me cidas de reglamento al com pás de el WTon'O, etc., y su car icia en ambas 111 ej illas. F ué día de gloria aquel ·1 de Marzo, en q ue por fin le permitieron m auejal' á la Chala á su gu sto. Entonces durm ió con ell a y no se pasó una noche sin que al despertar no v iese si había caído de la almohada se hallaba des cubi erta y estremecida por el frí o. Entretanto, la Chata era fel iz: pobre , desheredada, nacida en un barrio de gentuza s iniestra, jamás esperó aquella suerte; jamás habitar en u n ropero de rosa oliente á ropa perfum ada de persona decente , verse acar iciada po r un quer ubí n . tan b ueno, sentarse ú una m esa con manteles y dormir en mullidos almohadones, entre sábanas limpias . Se hizo de amigos, un señorito decen te de porcelana, cuyo oficio era sostener un fraseo de perfumes vacío, pero este apreciable amigo hablaba mal el español, porque era de nacimiento parisiense. Del 4 de Marzo dató la caída de aquella muñe ca, que , por una ironía de la suerte , fu á breves días ascendida, como no era de e~pe rarse de su humildísimo origen. Hiciéronla camb iar de habitación, señalándole por dom icilio un cajón de ropero en el que Braulio, el mismo de l atentado, ó
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gua rdaba una espec ie de museo . H ues os de chavacano y can icas , entre las CJl1e había tres adrnirab es tiros, unos p unclie« de brillante hoja de servic ios, un ferrocarril d e cuerda con aver iado m aterial rodante, un bal er o pringoso, u n trompo llen o de cicatr iees y con tusiones y cier to borrego
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los pespuntes de sus brazos, se caían las enaguas y una mortal desgarradura en el abdóme n, ponía á descubierto las entrañas: por ahí se le iba la vida. Don F olias, el títere, le dijo la amarga verdad, Eldemira amaba á otra .. . ... ¿No había oído u na voz gangosa que gritabapapti? Pues esa era la ri val, la de porcelana, la que abría y cerraba los ojos.... .. á la que ves tía n de seda . .. . .. la rica, la decente, la qu e costó cien p esos. ¡Ayúd enme ustedes á sentir! ¡Oh! Los juguetes fueron crueles, burlándose de su desgraci a con frase s de canica que se revuelve en el lodo. Pero , á pesar de todo, á pesar de la inmensa desventura y el injusto olvido, en aquel pecho de burda manta latía un hilacho de perc al noble, un corazón magnánimo; la amaba, la amaba todavía y por eso no salió de su boca ni una quej a n i un reproche; con el mutismo de los mártires, con evangél ica mansedumbre, resistió las pruebas á que suprema vol untad la sometía. Aún le esperaba un golpe tremendo; el destino implacable no se saciaba de atormentarla. E ldemira murió en Agosto, y u na noche se oy6 en el cajón de los juguetes, un sollozo sofocado y un extertor la Ctiata expiraba, presa de ho rr ib le fatiga la pelota, buena en el fondo, di ó el bote de alarma. ¡U n padre, un padre! gritaba ¡se muere la Ctuua: Un carmelita de garba nzo llegó fuera de ti empo: la m ártir había exhalado el último suspiro y dejaba el terreno asil o para ascender á los palacios azu les de los ciel os . • • • • • •• ••• ••••• • ••• •• ••••• ••• "
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Iba derechito al Paraíso. Un ángel de porcela la invit6 á subir á un ferrocarril de cuerda, de los que cuestan cien p esos/ atravesó cielos de raso con nubes de algodón: cantaban cabezas de ángel que colgaban de hilos de hule, volaban garzas de vidrio azogado y mariposas de papel de ch ina. Llegaron á una estaci6n, donde los recibi6 una comisión de soldados de plomo, que los -acompa ñó á un buque de palo, dirigido por marineros de cera, vestidos de gris, y globos de papel de variadas formas seguían á la empavesada nave, prendiendo tronadores y chinampillas; l legaron á una isla de oro con ár boles de palo pintado de ve rde; los caballos, conejos, gatos, los animales todos de made ra, se inclinaban á un
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pozo; era aq uello uu país maravilloso, un uacim ietu o incomparable; con sus ramas de ciprés adornadas con h eno y con escarcha; ríos de papapel de estaño, lagos de espej o, Adan y Eva almorzan do debajo de un árbol con su serpiente, los tres reyes mago~, Gi lo y Bato, San José, los la V irgen, el Niño, el burro y el buey pastores una torre Eiffel y un niño ele porcela na en su bicicleta. Los salió á recibir una procesión de frailes ele garbanzo sin m uerto y una música de barro de G uadalajara to có el «H imno Nacioual,» mientras un títere prendía vistosos.flteg-os artijid ales y un t orito, La Ouua lloraba de felicidad; ib a á h abl ar , pero un trompetazo y el redoble de de un tambor impusieron silencio. Don Folías entonces, un títere, dijo: - Señores: en la vida de la ti erra se sufre para m erecer la vida celeste! La Chata, señores, supo resistir sus penas con resignaci 6u, y por eso los cielos van á premiar su conducta . A ver tú.... . González. -Avanzó un ángel á caballo.L lama á E ldemira U rrutia, que está en los mag ueyales de piedras preci osas, y di le qn e ya es "nora de lo que le dij e. Al compás de una diana apareció E lde mira rodeada de querubines, trayendo de la mano, ¿á quién se figuran ustedes? al rorro aque l ele cera, de ojos azules y vestido de marinero. -Cita/a) acé rcate, dijo ..... .. .. ¿Conoces al señor? Vamos, n o te mortifiques, responde?
Azur.
-Sí.
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-¿Lo quieres? Habla , muj er, ¿no tienes leng na?
-Sí.
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-¿Te quieres casar con él? -Pues, como usted quiera . -Estás muy ton ta. Dé nse la mano y váyanse á jugar: ya están casados; pero antes, mírate en este espej o á ver si te conoces . y se miró en el espejo de un tocador de casa de muñ ecas y se quedo suspensa. Ya no era ella, la mujer de trapo, sino una encantadora bebé de porcelana, ojos azules (que se abrían y se cerraban) y decía papá y mamá, jalándose una cuerda oculta baj o los vestidos de seda (usaba sornbrere y zapatos de de veras).
- Ya ves , pues, (concl uía mi llana, al terminar mi cuento), cómo hasta las muñecas cuando son buenas muchachitas se van al cielo . Conque h ínqu ese usted en la cama, persígnese mu y seriecito y re ce conmigo: N o permitas, S eñor, que durante mi sue ño , los maléficos espíritus t urben el cristal de m i conciencia. Bendiceme, Seño r, y que el reposo no sea sino para fortificar m is propósitos de amor y enm ienda. En el nombre del Padre, del H ij o y del Espírit u Santo. A dormir muy sile ncitos, si no, no te vuelvo á con tar el cu ento de la Cita/a fea , que se casó con el m arinero de los ojos az ules. Micl'ÓS.
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J
DA D LOS CA ABOIOS
/:"""'........... ASÓ los diez primeros años de su prisión
sin h ace nada; le bast ó apenas el tiempo para mo rerse, insta arse, tomar las costumbres de la casa. S iu embargo: como aú n le quedaban vei nte años que permanecer allí, se dij o, un ?ía, que era vergonzoso llevar u na vida de pereza. y que sería preciso buscarse u na ocupación digna-no de un hombre li bre, puesto que era un presidario-pero sí, sencillamen te, de un hombre. Consagró un año en meditar, pesar las dife
c.'
rentes ideas que le pasaron por la cabeza, buscando cual sería el objeto definitivo de su eXIStencia. ¿Educar ú una aralia? Esto era mn y VieJO, mu y conocido. Copiar á Pellison ; [bahl U11 plagio! ¿Contar con los ded os las arrugas ele las pareeles? Pasatiempo ridíc ulo, inútil, sin resultado apreciable! - H aría falta-se dij o-busca r algo qu e fuese á la vez curioso, provechoso y vengad or. Sería indispensabl e inventar u n t ra baj o qu e hiciera
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pasár el tiempo, que produjese algún bienestar y ql1e tuviese el caracter de una protesta. U n nuevo año empleó en hacer este hallazgo, y el éxito recompensó, por último, tanta perseverancia. E l preso habitaba un verdadero calabozo, en don /le el sol no entraba más de media hora diaria, y esto por una estrecha hendidura, semejando I1n cabello de 1uz. El lecho donde el desgraciado hacia descansar sus miembros adoloridos, lo constit uía un montón de paja húmeda. -jY bien! exclamó con energía. Voy á fastidiar á mi s carceleros y á burlarme de lajusticia: voy á secar la paja. Ante todo, con tó las briznas que componían su cama. H abía m il trescientas siete. ¡Un mí sero lecho! Después hizo una experien cia para sabe r cuanto ti em po hacia falta para secar una briz na. H acían falta tres cu artos de hora; lo que forma ba 1111 total, para las m il t rescientas siete pajillas, de novecientas ochenta h oras y quince minutos, lo que es lo m ismo, á media h ora diaria de sol, 1961 días. y como q ue el sol no sale sino un día cada tres, equiva lía á 16 años, un mes, una semana y seis días. Se consagró á la tarea. Cada vez que brillaba el sol, el preso llevaba una brizna de paja al rayo de luz y util iza ba así todo el calor. E l resto del tiempo conservaba caliente baj o sus vestidos lo que había podido secar. Diez años transcurrieron. El preso no se acostaba ya sino sobre la terc era parte de su paja húmeda y tenía el pecho forrado con las otras dos partes, que había pegado á sus carnes, poco á poco. Quince años han pasado ya . ¡Oh , alegría! No quedan sin o 137 briznas de paja húmeda. Cuatrocientos dí as más y el preso podrá alzarse altivo, orgull oso de su ob ra , vencedor de la soci -dad, y gritar con la voz vengadora y la r isa satánica de los rebeldes: - ¡Ah ! Me habeis condenado á la paja húmeda de los cal abozos! Y bien, 11 rad d abia! me acuesto sobre paja seca. ¡Ay! la suerte cruel acechaba su presa. u na no che, en la que el prisionero soñaba en su dicha futura, hizo algunos movimientos, y, cn su embriag uez, derribó el cántaro y el agua cayó sobre su pecho. ó
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Toda la paja quedó mojada. ¿Qué hacer ahora? ¿Volver al trabajo de Sísifo? ¿Pasar todavía otros quince años en llevar las briznas á ser secadas por el sol? ¿Y el desaliento? Vosotros, los qne sois feli ces en el mundo, los que renunciais á un placer cuando hay necesidad de dar veinticinco pasos para obtenerlo ¿os atreveríais á tirar la primera piedra? Pero-me direis-no le quedaba más de un año y medio para salir de su calabozo. ¿Y el orgullo herido? ¿y la esperanza defraudada?¿ Qué? ¿Este hombre había trabajado 15 años para dormir en un haz de paja seca y se resignaría á dejar su cárcel, llevando en sus cabellos briznas de paja húmeda? Nunca! Se es ó no se es digno. Ocho días y ocho noches se agitó en angusti as, luchando con la desesperaci6n, tratando de sobreponerse al aniquilamiento que de él se apoderaba. Aca b6 por confesarse vencido. Había perdido la batalla. Una noche, cayó sobre sus rodillas, destrozado, desesperado. ¡Dios mío!-prorrumpió l1orando,-os pido perd ón de qu e el valor me haya hoy abandonado. He sufrido durante treinta años, he sentido adelgazarso mis miembros, mis ojos gastarse, mi sangre empobrecerse, mis cabellos y mis dientes caer. He resistido el hambre, la sed, la soledad. T enía un deseo que sostenía mis esfuerzos, tenía un objeto en mi vida. Ahora, mi deseo es imposible de satisfacer. Ahora, mi objeto ha desaparecido para siempre. Ahora, estoy deshonrado. Perdonad me si deserto de mi puesto, si abandono la batalla, si huyo como un cobarde. ¡No pnedo más! Después, con acento de indignación, repuso: - jJ.:TO¡ ¡no! ¡mil veces no! No se dirá que he gastado mi vida en no hacer nada. No, no estoy vencido! n o, no desistiré! No, yo no soy un cabarde! no me acostaré un minuto más sobre la paja húmeda de los calabozos! No, la sociedad no tendrá que dirigirme un reproche! y el preso murió aquella noche, vencido, como Bruto; grande, como Catón. Murió de una indigestión heróica. Se había comido toda la paja. J nan Rlcheplo.
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A{)UAREI.A
DE GIA{lOltIO I.EOPARDI
A Ignacio üjella y Verdu zco,
A la luz aperlada de la aurora Que de las cimas se difunde iu ciertn , En sn manto de sombras encubiert a Huyendo va la noche soñadora.
Ap úgan se los astros , se colora La el] pula del cielo ya desierta, y el ayo entre las frondas se despi er ta y [11 vien to lan za su canc ión sonora . Rumorosos los céfi ros susp iran , Se abren las flores con amante anhelo, De las abejas los enjambres g iran,
y ú la lu z con qu e el sol surge en 01 r.ir. lo, Gra ves los bu eyes, cabizbajos miran Sns sombras alargadas en el suelo.
Reposarás por siempre, Cansado corazón. 1\1mió el cngn ño Oue eterno ima giné. Murió. Bien veo Que de los dulces sueños se ha extinguido, No la esperanza en mí , sino el deseo. R eposa ya por siempre. Harto has latido. Nada tus fibras conmover merece, Ni aún es la ti erra ele suspiros c1ig-U ll. La vida es uu amargo Fastidio nada má s; el mund o, lodo. Descansa. Desespera La últi ma vez. A nu estra raza el had o Solo otorgó el morir. Desprecia ah ora A tí, á natu ra, la pote ncia torp e Que, oculta , en daño u niversal impera, '{ la infinita vani dad del todo .
José 111. 0<'1100.
LOS HUGO OTES genio mu sical como el de Meye rbeer ha sielo susceptible ele tantas metamorfosis. Nacido éste en Aleman ia i tI iciado en los est ud ios del contrapunto y espec ialm ente de !afitga por el Abate Vogles, da al teatro su primera obra: La Hij a de J ep llté, y es alemast neto de frente y de costados; es además escolás tico, al punto de que aquella par titura, es el sentir de u n crítico irnparcial, vale más bien un oratorio que una ópera. Después de diversos ensayos en el mismo género) pasa el compositor á Italia, en donde, impresionado por la melodía viva y traviesa de Rosini, lánzase en este género con tal empeño y entusiasmo, que italianiea hasta su propio nombre: Giacomo ha de ser en lo sucesivo; así h a de pasar á la posteridad. No le negó la musa italiana sus favores; Entma de Rosburgo JI Crociato compiten con obras de R osin i y alcanzan mucha boga á despacho de I N G UN
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los compatriotas del Autor, qnc le llaman servil imitador del maest ro ital ian o, y de 1:1s sensa tas y fraternal es observ aciones ele su condiscípulo y ami go, el nunca bi en aplaudido compositor ale mán, Carlos Ma rin Augusto, barón ele W eber. Traslác1ase Meyerbeer á Parí.s; en cierto modo rac1ícase allí, y después de al gún tiem po de provechoso descanso, emprende con su Roberto el Diablo la tercera evolución ele su genio, la que le da esa personalidad definitiva que nosotros le conocemos, y esto, á pesar de nuevos esfuerzos por una cuarta malograda metamorfosis; m e refiero á las tendencias de Meyerbeer al gé nero de la 6pera cómica. El maestro, en la última de sus evoluciones reales, toma entre los músicos de su época, el puesto que Rubens entre los pintores: es el g1'aJl coloris ta. Su música está siempre muy por encima de los libretos qu e la inspiran; de los esbozas qu e Scribe le traza con insegura mano, el
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músico h ace surg ir personal idades bien caracterizadas. Marce!o, R aul y Vaietzti ua, L os A nabap· tistas, Selika JI N elusko son los h ijos de Meyerbee r, no de S cribe; él, sin conocer el procedim iento dinamog énico de Brown Sequard, les inyecta sav ia de vi da para presentarlosen el mundo del arte, fne rtes, lozanos y animosos. Meyerbeer detúvose y trató de contrarrestar esa corrien te fatal de irreflex ión que arrastró consigo genios tan esplé nd idos como los de R o. sini, Bellini y Donizetti. Meye rbeer compre nd ió que la sucesión de sonidos en el poema musical , no debe obedecer simpleme nte á la in spiración del músico á su s capichos, sino especialmente á un pensamiento filosófico de antemano concebid o y profundamente medi tad o; y mediante este sist ema de filosofar la m úsicn, frase por alg uien criticada, y ayudad o de las demás sob resali entes cuali dades que el compositor poseía, Meyerbcer venció á Rosini, á pesar de los esfuerzos poderosos de éste en la última y más celebrada de sus óperas, el Guillermo Tell. Su triunfo es bastante expli cable. Rosini es un ge nio del l\Iediodía, expont áneo, vivaz, pero ligero; Meyerbeer es un ge nio del Norte, frío, pero pe nsador. Rosini ti ene plena confianza en su inspiración y desecha el a rte ; él mismo n0S dice que h abía sacudido las orejas para no acordarse de las ense ñanzas de Mattei , porque su fuerte eran la Cauat iua y el Dúo. Meyerbeer desconfía de sí mismo y acude al arte llevando atrev idamente á la escena musical dramática giros y procedim ien tos de la sinfonía B eet/lOveu iaua y siendo in fat igable en el ensayo y corrección ele sus obras. R osini es pobre y p ara apagar los ladridos de! estómag o, como Rabelais dijera, escribe pro nto y mucho; Meyerbeer es sobradamente rico y trabaja exclusivamente para su gloria. La S emiranus es parto de una gestación de cu arenta días; L a Afi -ü:alla se nutre en el cerebro del compositor 2 0 años. Nada de extraordinario tiene, pues , ese triunfo, triunfo que no m enoscaba el gen io de Rosini , á quien Gounod, con sobrada razón, considera como el más sonoro y armonioso de los compositores, despu és del inmortal Mozart. A semejanza de Dumas, hijo, que en sus obras dramaticas g usta de larga exposición, para mejor fijar los caracteres y sucesos, y que no por ser la rgas son fastidiosas, pues sábelas sembrar ó
el in genioso escritor de oportunas y finísimas digresiones; á semejanza, digo, de Dumas, Meye rbeer no hace otra cosa, en los dos primeros ac tos de h ugo/lotes, que exponer ó preparar la música dramática que ha de tener pleno desenvolvim iento en los actos 3?, 4? Y 5? Una delicadísima Romanza; en cuyo acompañamiento pone el autor g ran esmero, hasta recurrir á un instrumento ya olvidado, que los instrumentali stas llaman Viola de A mor, define el carácter de Rau!, románticamente apasionado. El trozo á que nos referimos: «Bianca al par de lleve a!jJúw, J) nos explica bien ese amor fiel y ti erno del cab all ero hugonote; amor que nutrido en las contrariedades y peligros, ha de sant ificarse en el átrio de un templo, á los reflejos de las teas incendiarias y teniendo por hi mno nnpcial los gem idos y las agonías de millares de víctimas. E l Coral: (cSigllor dijésa e seudo» y la canc ión «D isperea sen va da la fiera masnada.» nos da n desde luego idea del sectario político, religi oso in transigente y batallador) qu e encarna en el viejo il:larcclo . Ni la expansiva melodía (( Licio snol delta Tu reua» ni el bullicioso allegro «La teucra parolaJ) nos retratan tan bién como el (cA ltcgrctto: Sceuder uei mio p etto sento un dolcc affetto,J) el coquetismo histórico de Margarita de Va lois, esa re in a blanda en amores como nn terrón de az úcar, y que frív ola y ligera regaló en su vi da galan te más besos que personajes había en las cortes de F rancia y de Lorena. Un período de canto grave, precedido de cuatro batutas de T imbales, que traduce el juramento de católicos y h ugono tes! nos da idea de la fiereza y brío de los dos bandos qne han de producir más tarde la catástrofe dramática. Puede decirse, en general, qu e 10 qu e predomina en estos dos actos de Hugonotes es la música ligera, festiva y g raciosa, á tal punto que, oyéndola, le parece á uno encontrarse en plena opera cómica. ¿Ni qué más debía hacer Meyerbeer, cuando el libreto na contiene en estos primeros actos sino una sola situación drámatica, la del final del acto 2 O? .•••, En el acto 3?, la música se transforma; conviértese la gracia ligera en fuerza ne rviosa, potente y expresiva, el recorte snave de la frase elegante, en el ro mpimientolbrusco'que demanda el canto dramático; la música crece á cada momento h asta agigantarse verdaderamente en ese
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célebre final de la conjuración, y bendición de los puñales, del cual dice con g ran justicia el crítico francés Clement, que es uúnzero de 11ua energía y potcucia de quc el teatro re,gistra pocos ejemplares. E l dúo siguiente abunda en bellezas y en . movimiento. Las frases de Valentina Cedi odi . . . . .. ¡JO t' amo/; así como la exclamación de Raul ¡ Tu tu'a lIIi! , están maestrarnente graduadas; el andante amoroso en sol bemol, es riquísimo en expresión y en ternura. Un acorde imperfecto y semi-disonante acompaña la vibración de la campana que toca arrebato; y dos intentos de cromáticas ascendentes y desc enden tes en diapas6n bajo que preceden á la última frase de Raul «Gran Dio, tu serva quci di si ca n ' á tuc» traducen la agitación y el rumor crecientes que reinan en la calle á que ha de arrojarse Rau l por la ventana. Aquí puede decirse qu e L os .Hug onotes han concluido. Las bell ezas del acto S~ no harán
olvidar las del acto anterior, la fuerza expansiva de la música ll egó á su m áximum, y el compositor que ha conqu istado un pues to de h onor en el Olimpo del arte, n o ascenderá un grado , mas. EIlIg'OllOtes es un a ópera grandiosa, que estrenada hace más de medio siglo (año de 1836), y á pesar de h aber pasado la época del romantismo que la inspiró y le sostuvo, figura hoy día ventajosamente en los repertorios ele los teatros ele más nombradía. Las pálidas líneas que la hemos dedicado, deben tomarse como un homenaje á la m emoria del gra n maestro franco-alemán, por la que profesamos particular veneración y cariño. Para nosotros, Meyerbeer representa algo muy im portante en el arte musical: ese período de transcisi ón, fecundo en enseñanzas, entre un sis tema que cae y otro qu e se levanta, entre el pesad o estaciona rio y la reforma em prendedora. Jl'~lIl ili()
PiUlcntel.
PARA ECILIA TIER El AJERA Y
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En la cuna sin par nació, la airosa N iña de honda mirada y paso leve) Que el padre-le teji6 de milagrosa 1\1 úsica azul y clavellín de nieve.
De su menudo y fúlgido palacio Surgió la niña mística, cual sube, Blanca y azul, por el solemne espacio, Lleno el seno de lágrimas, la nube.
Del sol voraz y de la cumbre andina, Con mirra nueva, el séquito de bardos Vino á regar sobre la cuna fina Olor de myosotis y luz de nardos.
Verdes los ojos son de la hechicera Niña, yen ellos tiembla la mirada Cual onda virgen de la mar viajera Presa al pasar en concha nacarada.
A las pálidas alas del arpegio, Preso del cinto á la trenzada cuna, Colgó liana sutil el bardo regio, De 6palo ténue y claridad de luna.
Fina y severa como el arte grave, Alisen planta en la existencia apoya, y el canto tiene y la inquietud del ave y su mano es el hueco de una joya.
A las trémulas manos de la ansiosa Madre feliz, para el collar primero, Virtió el bardo creador la pudorosa Perla y el iris de su ideal joyero..
Niña: si el mundo infiel al bardo airoso Las mágias roba conque orló tu cuna, Tú le amarás de nuevo el milagroso Verso de ópalo ténue y luz de luna.
José Dani. Mé xico, Agosto de 1894-
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"Para unos, es poesía; para otros, amor; para estos, historia; pa ra aquellos, política: de una vez digámoslo: su vida fué la novela de una grande alma.» Parece que los dioses mismos al m irar este hombre, dudaron y se dijeron entre sí:-¿no será acaso alguno de nosotros?H ay otros poetas más intensos, más verdaderos, más profundos : 110 h ay ning un o más h ermoso. Es el A polo Sminteo humani zado, y ante él balbucean los labios aquel verso de Andrés Chénier : á
Díeu done l'arb cst d'argeut, Díeu de claros, éeoute!
Cae, pe ro de rodill as y sonriendo como un bizarro gladiador. J amás inspi ra compasión, siempre tern ura: cua ndo se queja, prevemos que no
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tardarán los ángeles en bajar á con solarlo. Sus penas son las de un niño consentido. S us lág rimas brillan y se evapora n , porque r uedan por la mejilla y llegan á los labios y allí se en cuentra n con una sonrisa. La rubia ena morada de Magda10 le habría amado. Le llaman fátuo y vamos á ver lo que llaman su fatuidad en las pági nas de «Rafael;» pero no es fátuo; sabe que es hermoso. Dios le dió dos almas: una de César, no varonil sino olímpica, para arrastrar á las muchedumbres; otra femenina, tierna, compasiva, coqueta y afi cionada á verse en el espejo. ¿Quereis mirarlo? Las primeras palabras de Rafael dicen así . El Dllq ue Job. Abril 29 de 1888.
EN EL CEMENTERIO A. MI QUERIDO AMIGO PORFIRIO PARRA
U ID bra ct nihil.
Aq uí llego, viajero solitario, ansioso de l olvido y de la cal ma, á buscar un sep ulcro en el osario para dejar el corazón y el alma. ¡Qué amargas semejanzas tienen vuestra morada y la existencia; esqueletos son ¡ay! las esperanzas, como las sombras que la tumba cubren son las sombras que env uel ven la conciencia. Como las plantas tristes y sombrías que brotan de ignorada sepultura y su ra maje entre la piedra enredan, así de la ventura son los recuerdos que en el al ma quedan. Como en cada sep ulcro se halla el nombre del que en sus antros m ora, en cada coraz6n se en cuen t ra escrito ese nombre simb61ico y bendito de la mujer pri mera que se adorae De la voluble maga que con pérfidas gracias enamora,
con traidoras sonrisas embriaga alumbra con su amor nuestro camino, y nos deja después seguir sin tino, cuando la antorcha de su amor apaga.
Obscuros moradores del olvido, ¿aun má s allá del fondo de la huesa se encuentra la amargura y el hastío? ¿Qué halla al morir el hombre tras de esa niebla lóbrega y espesa? ¿E s la inmortalidad ó es el vacío? N6, en la tumba tranquila queda al go má s que el polvo y la miseria, porque la fuerza n unca se aniquila, porque no se anonada la materia. La savia que en la célula circula y la sangre que fluye por la arteria nos dice n que la tumba no es abismo; mori r es renacer, es depurarse, cambiar por admirable transformismo.
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más respeto, y m e descubro ante él como se descubre el campesino ante el jóven gran señor á qu ien encuentra y que bondadosamente le son, neo
Delante de VictorHugo nos arrodillamos; delante de Lamartin e no s descub rimos en sile ncio. A Musset se le toma del brazo para contarle penas y tristezas. Víctor R ugo está en el Oli mpo por derecho propio: allí nac i6. L amartin e es u n gallardo sem idios, un morta l que ganó la inmortalidad. Musset es un h omb re que padece, que no se aleja de la t ierra y que está sie mpre con nosotros. Somos sus condiscípulos oscuros, sin no mb re, sin estudios y sin fama; pero nuestro glorioso ca marada nos escucha y nos habla con cariño. Lamartine nos mira con bondad, pero desde muy alto, desde la torre de su castillo señ orial. Víctor Rugo no se digna siquiera vernos. H abla á la h umanidad, pero no al hombre. E n Lamartine lo característico es la ari stocracia del espíritu. Amó la libertad, como si hubiera amado á una diosa, creyéndola acaso la única digna de ser su au gusta in mortal desposada. A la poesía no la buscó: ella rué su eterna enamorada, la Heb é que escanciaba el néct ar en la copa del joven semi dios. N o quería que el p ueblo conquistara la libertad: él quiso dársela á mane ra de olímpica merced. By ron fué más franco, más hombre. Élnos cuenta: «me embriagué, mi querida me engañó, he cometido ésta 6 aqu ell a mala acci ón.» Lamartine quiso pasar á la posteridad con el frac gris-azul rigurosamente abotonado. N o es pudoroso como el artista que oculta sus dolores íntimos. ¡No! es diverso! S im ula que V3 á contarnos toda su existencia, escribe sus «confidencias,» hace que le sigamos en sus viajes, 110S muestra su personalidad en cada hoja, en cada página, en cada línea, en cada verso; pero esa pe rsonalidad aparece siempre rodeada de una aureola mística. Él es su artista, su cantor, su enamorado, su devoto, su creyente. Trama su propia leyenda; hace un a vid a de él para uso de nosotros. N os recibe en su casa, pero no cuando nosotros vamos sin avisarle previamente la visita, porque entonces no está, sino cuando él se digna concedemos una audi encia. y no nos recibe jamás en la alcoba, sin o en la sala de honor de su castillo, y cuand o él ya está vestido y adornado con exquisi ta elegancia. é
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Cuando se cree h ermoso, se muestra á la admiraci ó universal. Es ento nces un espíritu unpúdico. Mas si algo ti ene qu e acultarnos, 10 env uelve en seda y raso. E mbeilece cada uno de sus d efectos y pare ce decirnos á cada instante: na da t engo de común con vosotros, pero os amo: vosotros sois simplemente hombres y yo nací de un adulteri o divi no. E stoy en el m undo; pero mi padre está en el cielo. En las me morias de Alejandro Dumas, por ejemplo, h a y fanfarronadas, h ay emb ustes, m enti ras y jactaneras. En las «Con fi d en cias» de Lamart iue hay h ipocresías piadosas: huy coqu etcria. N o era, (le segu ro, como é l se pinta; pero así quería ser, y 10 quería por no sotros, para 'I ue sicmpre 10 quisiéramos y para qn e eternamente 10 ad m iráramos. ¿Cómo no perdonarle esos ardid es á este g ra n seductor de corazones? E s verdad que en el ocaso de su vida flaqu eó much o. Entonces casi pide li mosna; pero la pide como el ciego l{omero,-dice al mundo:-un dios estaba en tre vosotros y no quisisteis conocerlo. Para qm: la mujer amada le ame mucho, él la cu enta que h a sido muy amado. Y cuando nos refi ere sus desgracias, presenta éstas como resultados de enemistades divinas, de celos y de odios sobrehumanos. N o le roba otro a mante á su adorada: se la roba la muerte, esto es, el cielo. N o se presen ta como ví ct im a de los h ombres, sino como ví ctima de potencias superio res y ah erro[ado en una Santa E lena imag in aria. S u orgullo mismo nos consu ela: si sufre el se midi ós, es porqu e qui so hab er vivi do entre nosot ros, pero hay para él un t rono en el Oli mpo. A la gloria jam ás la trata com o esp oso: como novio. P rocura no desvane cer un solo mati z de su ilusión , qu e no lo m ire sino correcto y atildado siempre. Es como el padre que no quiere descubrir su miseria á la hija enferma y ve nde la camisa para llevarle flores y abotona hasta el cuello su gabán para que ell a no adv ierta que le falta la camisa. Perdonadle! ¡quería que lo quisiéramos! De esta m anera engañó al mundo, y lo sedujo, y du rante treinta años pas6 por la existencia, como un hermoso conquistador, de pie sobre su carro marfilino, y la fortun a misma creyó en éi, y fué siguié ndo le. Podría decirse de Lamarti ne lo que Lamartine dice del Petrarca:
'rOMO
r.
MÉXICO,
26 DE
AGOSTO DE
1894.
NUM.
17.
EL "RAFAEL" DE AMARTINE r. de leer, gracias á vd., ¡oh buen amigo mio! este libro nuevo que es tau viejo. Viejo no tanto por la época en que el poeta 10 escribi6, cnanto por el espírit u que anima sus pá ginas. Se diría que naci6 en la «cuarta esfera» del Petrarca y que pasa por sus h ojas-iba á decir, por su follaj e rumoroso-la Beatriz de la Vila nuoua. Libro nuevo, porque es nueva el alma que en él canta; viejo porque está muy lej ano de nosotros, como la iglesia en donde com ulgamos por prime ra vez. La Manoll Lescaut del abate Prevost no será nunca una novela vieja, porque es u na novela humana. El «R afael» está m uy lejos de nosotros, muy alto, muy en el aire , porque es una novela casi angélica. N os sorprende encontrarnos con ella, como nos sorpre ndería al ll egar á casa, después del teatro, hallarnos con el angel de la g uarda. C6mo! ¿esto ex iste? ¿es visible este sér tejido de aire? cié rranse los párpados, siéntese claridad c'le l una dentro del alma , se oye el canto del ruiseñor q ue J ulieta no oía porq ue el oído no escucha cuando besan los labios, y, fatigados de ser h ombres, sentimos el consuelo inmenso de volvernos niños. Parece imposible que este libro no se haya marc h itado como las rosas que nos dió la primera m uj er á quien creímos amar. Tiene el as pecto de un mu ertecito sonriente rodeado de fiares, y cuya boca inm óvil , diCABO
ee, no con palabras sino con perfume: cC!10 creais que morí: estoy en el cielol. N o sé porqué causa no 10 había leído. Tal vez tuve miedo, como se tiene miedo de levantar en brazos á una criatura que acaba de nacer. Acaso no quise leerlo porque nunca fuí niño y he sido ap enas j óven, Hay obras que sólo se leen á cierta edad, y cuando soplan ciertas brisas en el alma, así como solo se corona de azahares la cabeza de una jóven desposa. Después, esos libros huyen de nosotros como del hombre pensativo y triste huyen los chicuelos. Ahora, sin embargo, este pequeño vol úmen ha trepado á mis rodillas y voy á hablar de él un breve rato, ó mejor dicho, á hacerle caricias. En seguida se irá con los muchachos que lo miman y que juegan con él, con Pablo, con Virginia, con Fiar d'aliza, con Graziella, con esa nuestra María, americana que es también para mí una hermosa desconocida, Todavía el tren qu e ha de llevarse, á no sé qué reg i6n helada y desconocida, mis últimas ilusiones, uo sale de la estación. A esta hora del crepús culo y mi en tras suena el silbato de la locomo tora, diré la con versación de Rafael. Hablemos an te tod o de Lamartiue, ¿No es acaso el mismo Rafael? Ha mucho tiempo que deseaba dedicarl e algnnas líneas, porque este g ran olvidado no s610 ¡He inspira admiración, sino cariño. Su al ma es de estirpe muy superior á la estirpe de mi a lma; no trato á Lamartíne como á Alfredo de Musse t; me inspira mucho CRBTlS"'~ A EUL•• -33
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más respeto, y me descubro ante él como se descubre el campesino ante el j6ven gran señor á quien encuentra y que bondadosamente le son, neo
Delante de VictorHugo nos arrodillamos; delante de Lamartine nos descubrimos en silencio. A Musset se le toma del brazo para contarle pe· nas y tristezas. Víctor Rugo está en el Olimpo por derecho propio: allí nació. Lamartine es un gallardo semidios, un mortal que ganó la inmortalidad. Musset es u n h ombre que padece, que no se al eja de la ti erra y que está siempre con nosotros. Somos sus CONdiscípulos oscuros, sin nombre, sin estudios y sin fam a; pe ro nuestro glorioso cama rada nos escucha y nos habl a con cariño. Lamartine nos mira con bondad, pero desde muy al to, desde la torre de su castillo señorial, Víctor Rugo no se digna siquie ra vernos. H abla á la h umanidad, pero no al hombre. E n Lamartin e lo característico es la ari stocracia del espí ritu. Amó la libertad, como si hubiera amado á una diosa, creyéndola acaso la única digna de ser su augusta inmortal desposad a. A la poesía no la buscó: ella fné su eterna enamorada, la H eb é que escan cia ba el néctar en la copa del j oven semidios. N o quería que el pueblo conq u istara la libertad: él qu iso dársela á manera de olímpica merced. , Byron fué más fran co, más hombre. E l nos cuen ta: «m e embriagué, mi querida me engañó, he cometido ésta 6 aquella mala acción.» Lamartine quiso pasar á la posteridad con el frac gris-azu rigurosamente abotonado. N o es pudoroso como el artista que oculta sus dolores íntimos. i a l es diverso: Simula que V2 á contarnos toda su existencia, escribe sus «confidencias,» hace que le sigamos en sus viajes. rnos muestra su personalidad en cada hoja, en cada pági na, en cada línea, en cada verso; pero esa personalidad aparece siempre rodeada de una aureolu mística. Él es su artista, su cantor, su enamorado, su devoto, su creyente. Trama su propia leyenda; hace una vida de él para uso de. n osotros. N os recibe en su casa, pero 110 cuando nosotros vamos sin avisarle previamente la visita, porque entonces no está, sino cuando él se dign a concedemos una 'audiencia, y no nos recibe jamás en la alcoba, sino en la sala de honor de su castillo, y cuando él ya está vestido y adornado con exquisita elegancia. é
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Cuando se cree hermoso, se muestra á la admiraci ó universal. E s entonces un espíritu unpúdico. Mas si al go tiene que acultarnos, lo envuelve en seda Y" raso. Embellece cada uno de sus defectos y parece decirnos á cada instante: nada tengo de común con vosotros, pero os amo : vosotros sois simplemente hombres y yo nací de un adulterio di vino. Estoy en el mundo; pero mi pa d re está en el ciel o. E n las mem orias de Alejandro Dumas, por ejemplo, hay fanfarronadas, h ay emb ustes, mentiras y jactaneras. En las «Confide ncias» de Lamartin e hay hipocresías piadosas: hay coquetería. N o era, (le seguro, como él se pi n ta ; pero así que ría ser, y 10 querí a por n osotros, para clue siempre lo quisiéramos y para q ne et ernamente lo adinir áramos. ¿Cómo no perdonarle esos ardides á este gran seductor de cora zones? Es verda d qne en el ocaso de Sil vida flaqu eó much o. Ento nces casi pi de lim osna; pero la pide como el ci ego R omero,-dice al mundo:- u n dios estaba entre vosotros y no quisisteis conocerlo. Para que la m ujer amada le ame much o, él la cuenta que ha sido m uy amado. Y cu ando nos re fi ere sus desgracias, presenta éstas como resultados de enemistades divi nas, de celos y de odi os sobreh umanos. N o le roba otro amante á su ad orada: se la roba la m uerte , esto es, el cielo. N o se presenta como víctim a de los hombres, sino como víctima de potencias superiores y aherrojado en una Santa Elena imaginaria. Su orgullo m ismo nos consuela : si s ufre el se midios, es porqu e quiso haber vivido en tre nosotros, pero h ay para él un trono en el Olimpo. A la gloria jamás la tra ta como esposo: como novio. P rocura no desvanecer un so lo mat iz de su il usión, que no 10 mire sino correcto y atildado siempre. Es como el padre qu e no quiere descubrir su m iseria á la hija enferma y ve nde la camisa para ll evarle flores y abotona h asta el cuello su gabán para que ell a no advierta que le falta la camisa. Perdonadle! ¡quería que lo quisiéramos! De esta manera engañó al mundo, y lo sedujo, y durante treinta años pas6 por la existencia, como un hermoso conquistador, de pi e sobre su carro marfilino, y la fortu na m isma crey6 en éi, y fué siguiéndole. Podría decirse de L amartine lo que Lamartiue dice del P etrarca:
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«Para unos, es poesía; para otros, amor ; para estos, historia; para aquellos, política: de una ve z digámoslo: su vida fu é la novela de u na grande al m a.» Parece que los dioses mismos al mirar á este hombre, dudaron y se dijeron entre sí :-¿no será acaso alguno de nosotros?H ay otros poetas más intensos, más verdaderos, más profundos: no hay ninguno más hermoso. E s el A polo Sminteo humanizado, y ante él balbucean los labios aquel verso de Andrés Chénier: Dieu done I'art cst dargent, Dieu de claros, écoute!
Cae, pero de rodill as y sonriendo como un bizarro glad iador. J amás inspira compasión, siempre tern ura : cuan do se queja, prevemos que no
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tardarán los ángeles en bajar á con solarlo. Sus penas son las de un niñ o consentido. Sus lágrimas brillan y se evapora n, porque ruedan por la mejilla y llegan á los labios y allí se encuentran con una sonrisa. La rubia enamorada de Magdalo le habría amado. Le llaman fátu o y 'fa mas á ve r 10 que llaman su fatuidad en las páginas de «R a fa el ;» pero no es fátuo; sabe que es hermoso. Dios le dió dos almas: una de César, no varonil sino olímpica, para arrastrar á las much ed umbres; otra fem enina, tierna, compasiva, coqueta y aficionada :1 verse en el espejo. ¿Que reis mirarlo? Las p rimeras pala bras de Rafael dicen así . El Dllq D e J ob. Abril 29 de 1888.
EN El C EM ENT ERIO A lJ 1 QUERlnO l\.JIIGO .-ORFIRIO PARRA Umbra ct nih il.
Aq uí llego, viajero solitario, ansioso del olv ido y de la cal ma, á buscar un sepulcro en el osario para dejar el corazón y el alma. ¡Qué amargas semej an zas tienen vuestra mo rada y la ex iste ncia ; esqueletos son ¡ay! las esperanzas, como las sombras qu e la t umba cubren son las sombras que envuelven la conciencia. Como las plantas t ristes y sombrías que brotan de ignorada sepultura y su ramaje entre la p iedra en redan, así de la ventura son los recuerdos que en el alma quedan. Como en cada sepulcro se halla el nombre del que en sus antros mo ra, en cada corazón se encuen t ra escrito ese nombre simbólico y bendito de la mujer primera que se adora. De la voluble m aga que con pérfidas gracias enamora,
con traidoras sonrisas embriaga alumbra con su amor nuestro camino, y nos deja después seguir sin ti no, cuando la antorcha de su amor apaga .
Obscuros moradores del olvido, ¿aun más allá del fondo de la h uesa se encuentra la amargura y el hastío? ¿Qué halla al morir el hombre tras de esa niebla lóbrega y espesa? ¿Es la inmortalidad ó es el vacío? N ó, en la tumba tranquila . queda algo más que el polvo y la m iseria , porque la fue rza nunca se aniquila, porque no se anonada la materia. La savia que en la célula circula y la sangre que fluye por la arteria nos dicen que la tumba no es abismo; morir es renacer, es depurarse, cambiar por admirable transformismo.
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¿Por qué cuando la d uda, '1ue se consume en ansiedad ardiente, sobre la piedra del sepulcro muda golpea iracunda la soberbia frente, á sus terribles voces no respondes? ¡Oh, paradoja que entender no puedo! ¿si eres realidad ¿por qu é te escondes? y si eres ilusi ón ¿por qu é das miedo? . .. ..
Transtormaci ón y vida, esta es la ley su prema á que obedece el humamo organismo; nada queda en la inercia y abando no, los átomos del cuerpo se con vierten en átomos de oxígeno y carbono. y tal vez en la atmósfera errab undos transmitan el sonido que en las aéreas ondas se propaga, y llega con vertido en ar moniosas ondas al oído. Quien sabe si moléculas perdidas y en el éter bogando, se inunden en la luz que se dila ta la qu e en su flluido baña la extendida ll an ura y la montaña con reflej os blanquísimos de plata; la que presta sus tintes á las flores y en éxtasis profundo nos abisma cuando forma una fiesta de colores en las bruñidas faces de algún pri sma,
¿Yo cuando moriré, con la tristeza que sigue por doquier mi incierto paso? Suspende mi ex istir, naturaleza, y deja que m e acueste en tu regazo. Cuan do la noche en sn tiniebla en vuelva al ancho firmam ento; cua ndo ap enas se escuchen los rumores de la selva, y las aguas dormidas y serenas que forman un espejo en la laguna en sus cristales diáfanos reflejen los claros resplandores de la luna, y con tristeza amarga importuna las náyades suspiren y se qu ejen ; en una de esas noches tropi cales cuyo silencio á meditar convida ; cuando en la pena qu e nuestra al ma enc ierra parecen á la mente entristecida , las estrellas antorch as sepulcral es y un inmenso sarcófago la tierra; cuando despliegue el constelad o cielo tod os sus esplendores y sus galas, ¡ángel de los sepulcros, tiende el vuelo y arrebátame en una de t us alas ! é
Bajo la losa del sepulcro inerte la actividad sus gé rmenes an ida: en donde est á el asilo de la m uerte está el laboratorio (le la villa.
¿Y el más allá? .... .. Fatídico proble ma envuelto en tre las somb ras de un arcano que el hombre b usca con tenaz empe ño, il usión ó verdad, fantasma 6 s ue ño, ¿por qué no te halla el pensamien to h u mano?
<:ár 108 .L6pez.
"JALAPA" PAGINAS DE UN LIBRO
ACE algunos añ os, el autor de es- chos , cuyos en sortijados cabellos se asomaban te relato contemplaba absorto de por debajo de sus encarnados gorros y cuyas voadmiración , desde la altura del ces frescas y armoniosas, entonaban lángu idas Posíl ipo, el maravilloso espectá- canciones; el caserío blanco y roj izo, se extendía culo de la bahía de Nápoles , Las sobre un plano inclinado, entre un verdadero aguas del "Mediterráneo, heridas bosque de naranj os en fiar y como envuelto por por u u sol reverb erante, pare· una gasa color de rosa, y en el fondo dostac ábacían formadas de topacios, es- se la inm ensa mole del Ves ubio, agitando su meraldas , rubíes, diamantes y bl anquísi mo penacho de h umo sobre un cielo tnrquesas; ba1anceábanse sobre ellas dulcemen- intens amente azul. Acercóseme u no de los arte las pequeñas lanchas gobernadas por mucha- tistas que pnlulan por aquellos contornos, ofre-
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ciéndome en venta dos hermosas acuarelas y como advirtiera que yo fijaba alternativamente la vista sobre aquellas y sobre el panorama que representaban y que tenía delante de mis ojos, ¡motareis, me dijo, que los tintes de mis cuadros son más débiles; p ero no hay colores en la J' Algo semep aleta p ara pintar á Nápole« jante podría yo deciros al intentar describrir á J alapa. Si la habeis visto antes de leer estas líneas, no las leais; encontraríais la descripción mu y deficiente y pálida J alapa está situada sobre una de las vertientes de la Sierra del Cofre; y puede decirse que su plano forma como tres grandes escalones tan elevados uno respecto de otro que el piso de las calles que ocupan la partessuperior de la población está al nivel de la Catedral, situada en el centro de aquella; las casas, de un solo piso, en su mayor parte, y cubiertas por techos de teja, ofrecen el más risueño y pi ntoresco aspecto, como emp inadas unas sobre otras y destacándose entre ellas las verdes copas de los árboles; al Or ieute, está la iglesia de San José y despu és la Garita y el cam ino de Vera cruz; al N. E. el cementerio , en el qu e, como decía un ilustre viajero, «los q ue reposan en él, acostumbrados á vivir entre las flores, duermen entre ellas el sueño eterno de la muerte;» al Norte, el Calvario y la Garita de México; entre ésta y el Cemen terio, el «Macu iltepec,» á cuya falda se reclina la ciudad; al Sur , la Garita de Coatepec, el Dique, y extendiéndose á lo lejos el bosque de Pacho que embalsama el espacio con el aroma delliquidámbar; y al P oniente, el alegre barrio de Santiago que comienz a después de la plazuela donde antes se alzaba el templo de San F rancisco, yen cuyo fondo se destaca, limitando el horizonte, el Cofre de Perote. El Sol, al ecultarse tras de esa elevada mo ntaña, lanza su luz descompuesta en todos los cambiantes del iris al pasar á través de la nieve que corona el apagado cráter del viejo volcán, sobre la ciudad blandamente acariciada por el viento que recoge y esparce los perfumes de las flores que va rozando, por donde quiera, con sus alas, y entonces el blanco y revuelto caserío parece como un tropel de palomas refugia. das en el fondo de un bosque. .... . . . . . .
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Frente por frente de mi casa estaba la de Lucila.
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¡Dulces recuerdos de la edad en que el corazón como la flor que se abre para recibir las caricias del sol, se estremece á los primeros impulsos del amor, ensueños de color de cielo que 1'0zais con vuestras nítidas alas nuestra frente cuando nuestras pupilas comienzan á absorber el ancho panorama de la vida, vagas aspiraciones á un ideal tan querido como irrealizable, que os agitais en el fondo de nuestro sér en la alborada de la juventud: venid en tropel hacia mí como bandada de pájaros canoros y derramad sobre las líneas de este capítulo el polvo de oro de las ilusiones y el perfume de la santa, pum y cándida fe en la existencia de lo inmutablemente bello, justo J' bueno. Tenía quince años: la edad en que la niña se transforma en mujer como el capullo ea rosa. Su frente se encuadraba En un marco de cabellos castaños, que, heridos por la luz, ofrecían todos los matices del oro; sus ojos, de color indefinible, despedían vívidos fulgores; su nariz fina y pequeña, se ensanchaba á veces, á impulsos de su agitada respiración; sus labios encendidos y algo gruesos, dejaban entrever una blanquísima dentadura; su barba redonda y ligeramente hendida, era como un nido del placer; daba á su t.a· lle, perfectamente modelado, inflexiones de palmera; había en su andar algo de la majestad de la diosa y de la volubilidad del chupa-mirto; era su risa como cascada de argentinas notas; dejaba á su paso como una estela de yo no sé qué extraña fragancia y la envolvía como una aureola de voluptuosidad irresistible. Muchas mujeres celebradas por su hermosura he admirado después y me he convencido de que Páris, llamado á un nuevo juicio, no ser ía tal vez á aquella á la que entregara su aúrea poma; pero también de que yo, colocado entre la Venus que animada y sonriente se desprendiera del lienzo en que Bouguereau pintó su nacimiento, haciéndola surgir de entre la espuma del océano, en medio de la absorta admiración de las Nereidas y de los Tritones, ó quedescendiera del blanco pedestal en que, reposando con divina tranquilidad su augusta belleza, fué descubierta en Milo, y ella, la que me hizo entrever los goces del amor, la que despertó dentro de mi alma el adormido enjambre de mis ilusiones, no vacilaría un momento, y ahora como
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como entonces iría arrojar á sus pies mi corazón palpitante de amor y de esperanzas. Una tarde, cuando todavía los dos éra mos niños, compartíamos .n uestros juegos con otros compañe ros de la infancia: rendido de cansancio me había sentado jadeante subre el mullido césped. del jardín ; ella seguía infati gab le, corrien do á mi derredor, como si sólo se apoyara en sus pequeños pies para dis im ular que tenía alas; de pronto, con el cabello en desorden, la faz encend ida y la resp iración an helante , se detuvo frente á m í, é inclin áudose .súbitamente, apoyó un momento sus manos en m is hombros y sus rojos y ardientes labios en los mí os, y siguió en su loca carrera poblando el espacio con sus r isas , como si se hubiera escapado de su jaula una bandada de canar ios. Yo permanecí! hasta que vino la noche, como el Dante cuando Beatriz acertó á pasar j un to á él, en una de laslcalles de F lorencia: con los ojos cerrados, deslumbrado como si á mi vi sta se abrieran nuevos y dilatados horizontes ilumi nados por iri zada luz .. .... ... Otro día, al salir de mi casa para ir á la escuela, llevando pend iente del hombro la bolsa de lienzo en que guardaba m 1S libros y la torta de pan ó la pie za de fruta que había deslizado en el fondo la mano car iñosa el e m i mad re, descubrí á Lucila á través de la entornada pue rta, asomando su cabeza por entre el verde cañaveral de su huerta, con el cabello flotan te sobre la espalda , húmedo aún y destilando gotas de agua brillantes como las perlas; mal encubiertos por los encajes de la camisa , los blancos y redondos hombros y los pies desnudos sobre la tierra, de la que se desprendían acres y embriagadores perfuá
mes. Nos vimos y simultáneamente llevamos las puntas de los dedos ií. los labios, extendiéndolos después como si quisiéramos hacerlas conductoras de ·n uestro aliento. Yo me alejé volviendo, n o sin temor, el rostro, para ver si mi madre, como solía hacerlo, se había asomado á una de las ventanas par a seguirme con su tierna mirada hasta que doblaba la esquina, y aquel día se quedó tanto más grabado en mi memor ia cuanto que habi endo dejado caer el libro , derramado el tintero y permanecido en sil encio cuando el maestro me preguntó qué dife renc ia había entre las figuras de d icción llam ad as elipei» y silépsis , pude apreciar por primera vez, prácti cam ente, cuál era el efecto qu e prod ucía sobre la ma no la palmeta . Después, y á med ida que avanzamos por el fl orido sendero de la adolescenc ia, miradas más y más ardientes, fugaces estrecham ientos de m anos,' cambios de tulipanes por gardenias y uno que otro furtivo beso sobre el extremo de la cinta nacarada que ella se ataba al de rredor de su cue110 de paloma . Niñerías, puras niñerías, sí" pero que forman al saborearlas, el encanto de la ex istencia y que una vez pasadas endulzan todavía con su recuer do el cáliz de nuestras amarguras y surgen ante nosotros al evocarlas en med io de la noche del dolor, como si entre el desenfrenado estruendo de las orgías llegase á nuestros oidos el eco lejano de la vieja canción á cuya cadencia nos dormiamos, cuando al cerrar los ojos nos parecía en trever, extendida sobre nuestra frente, blancas y vaporosas, las alas del Angel de la Guarda .
Eduardo E. Zárate.
SINFDNIA DEL AÑO FRAG~íENTOS PRIMA"VERA. El germen revive y horada ~a tierra; el césped despunta y el suelo recama; las bardas de hojas deshacen sus brotes mostrando en sus puntas las lilas moradas;
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Cepillo .de piedra la guija, hace locas virutas del agua . El alma revive. y el sol elabora con rayos de oro la flor en la rama.
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Su muestrario de colores despliega la .m ari posa ,
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y por el verde capullo asoma, viva, la rosa.
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Rondan las abejas los frescos rosales; echan sus penachos los cañaverales; dejan los reptiles su sueño tranquilo, y boja la araña pend iente del hilo.
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Inquieta y movible, pequeña y redonda, es duende del agua la burbuja lora. El iris la pinta, el aire la sopla, su orígen la crea pupila graciosa. Es punto de randa, lunar de la toca, brillante movible que tiembla y que flota. Borda las orillas, engarza la roca) las flores sal pica, y el musgo corona. Dejadla que brinque, dejadla que corra, la idea del agua, la burbuja loca.
***
El pez en el estanque, de shech o el duro hielo, desliza bajo el agua su góndola de fuego.
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De fi mbrias v istosas recámase el prado; el lirio enar bola su hisopo morado; enredan las zarzas sus velos obscuros, y van las madreselvas sobre los muros.
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El ave humana, la golondrina, se cuela, sin permiso por las ventanas; lanza píos sonoros bajo los techos, ruido de abanicos forman sus alas. Recostado en su cuna la mira el niño, que tras su vuelo errante la vista vaga; á la mad re le pide que la detenga y ella finge ademanes para alcanzarla.
La que llevó lazo Azul, vuelve con lazo de grana. ¡Es el querido recuerdo de otros seres y otra patria!
***
Forma la lluvia sus chasquidos huecos, desfleca el aguacero su cor tina , y una línea de sol rubia y divina hri llu y traspasa los brillan Les flecos. Alzando el agua susurrantes ecos, imita en el rosal Sil cavatina; el rumor de las trompas en la encina, y ecos ele cnjn en los arbustos secos. Cubre el ngua los términos distantes; 1\ bril baña sus tintas y colores, para lncirlos luego más radiantes. Joyas son los capullos y las flores, y (le un tropel (l e ch ispns ele rl iamnntes los empiedra la luz con sus fulgores.
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Estación hermosa, dulce primavera, ¡ít tu impulso florecen las almas y es nido de amores la tierra!
E8TIO Doctor es el higo chumbo, estudia ciencia de espinas, y en el ilustre birrete le sale borla amarilla.
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El tronco echa sus gomas del sol al rojo brillo; la abeja unta en las flores sus patas de amarillo; la rana da en la peña, dejando el agua rota, y templa el grillo negro su lira de una nota.
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Pendiente entre flor y flor de un hilo leve de araña, el gusano se columpia como un mecedor de plata. Sueña en la esfera redonda de la teñida manzana, que habrá dé darle un asilo entre su carne aromada.
** * Tienden las palmeras BUS
arcos flotantes,
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como laberinto de columnas árabes . Sus mil abanicos refrescan el aire y arrullan la siesta con ruidos vibrantes . En los verdes bosques simulan encajes y templos soberbios y selvas de alfanjes. Alzándose enhiestas en rocas distantes, se entienden , y besan por medio del aire . Vigilan el amplio desierto gigante, y velan el sueño gozoso del árabe. A la caravana dan sombra inefable, y oyen del serrallo las zambras brillantes. La esfinge coronan con palio flotante, iY á Cristo celebran del templo en las naves!
** * En el intenso rayo de tintas foscas bailan sus rigodones las pardas moscas; sacud en y apalean, batiendo el ala , los átomos que, viva , mueve la escala. Una mosca se cierne y otra se agita; otra en el rayo de oro se precipita; • ésta zumba , da vuelta y se alboroza, y aquella que la sigue sus alas roza. El aire caprichoso la cinta orea y en ver el raro baile se regodea , hasta que se hace, soplando loco y sin tino, con ch ispas , sol y moscas un remolino.
*'" *
Rendida al mar de llamas que baja de la altura , la sombra busca todo, la sombra y la frescura. y sólo los lagartos se asoman al boquete, vestidos con casaca del siglo diecisiete.
*** Brillan los relámpagos, ruge la tormenta, bailan los gra n izos en las chimeneas; el chubasco al egre de redondas perlas pica en los cristales, bota en las mor, teras, vibra en las campanas y el campo apedrea, Unas forman tímpano sonando en las tejas, otras por las ramas del arbusto ruedan . Allá va el chubasco de crugien tes perlas, haciendo al ganado correr por la vega, dejando tan sólo tras sí como estela, el acre perfume que exhala la tierra.
** * Sacude el t ri dente la parva en la era; la paja se huye y el grano se queda . Al revés sucede con alma y m ateria; el cuerpo sucumbe y el alma se eleva,
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Sus élictras mo viendo, colgada de una esp iga , preside la cigarra su s fiestas estivales; su canto no conoce la lán guida fatiga y son en la natura sus ecos inmortales. Su voz cascada y bell a madura los racimos templados en la tierra del sol por los calores; y tiñe de los fruto s esplénd idos y opírnos la piel iluminada de vív idos colores. E s ella la que canta la música que escribe el rayo del estío sobre la fuente rota; es la que entre las frondas y los ramajes vive, es el verano ard iente m etido en una nota. 1894.
Salvador R u e d a .
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EL PRIMER REVOLCON mejor que en esta «reprise» de cuernos podría referirlo. Corría JWay o- com o dicen los novelistas cursis-y la pícara afición nos llevaba á ver despachar á Rafael seis burás semanariamen te. iQu~ gran torero era Lagartijo! ¡Qné largas en los quites! ¡Qué trasteo en el momento de lajilldama! ¡Qué modo de ;Jojilarse.' ¡Y qué manera de atracarse! Aquello era la ucrdad y no había barbiana en el redondel que después de mojarse los dedos el maestra en el morrillo del animal, por todo lo alto y saliendo por la cola, como mandan las reglas, no g rita ra llena de taurino entusiasmo: - Bendi ta sea tlt tuarc, mi niño ¡Olé! ¡Viva Córdoba y los cordobeses! Eres el primer torero del mundo islas adyacentes! y todas las tardes salíamos discurriendo si la estocada fué agltantando Ó rccioieudo, si el mejor par de Pabli to fué el relance ó á la mcdia vuelta; si Salvador superaba á Gayarre, ó si el tío Paco Calderón era ó no pariente del que escribió L a v/da es su eiio. y al volvemos á ver aquella noche en el para/so ele la Opera, ó en el estreno de Echegaray, no había forma posible de que no comentáramos la corrida y no nos preguntáramos cuándo llegaría la ocasión de echar 1tJI capote á un bicho. y dicho y hecho: resol vimos lanzarnos á la arena una tardecita de aquella hermosa primavera, que llegó por fin-la tardecita, no la primavera-por mis negras desdichas. (Otra frasecilla de escritor ñoño.) N o sin algún trabajo logramos ajuntar un becerrete de ocho meses, en una dehesa vecina á la capital del Oso y del Madroño. El vaquero aseguraba con toda formalidad que el cornúpeto en agráz daríaj1~ego, y aunque el animalitoque vimos desde lejos-parecía más dispuesto á apacentar tranquilamente la verde vestidura de orillas del jarama, que á realizar otra clase de UNCA
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proezas, dímonos por muy satisfechos y regresamos pensando en eclipsar todas las hazañas del mismísimo Costillares. . El director de la cuadrilla que elegi mos desde luego como maestro, por ser primo del cuñado de un amigo de un banderillero del Currito, comenzó por repartir el trabajo y tocóme á mí el no flojo de plantar un par de banderillas al torete que había de lidiarse, noble misión que me dejó un tanto anonadado por el momento, pero de la que me propuse sacar todo el brillante partido que mis aficciones tanromáquicas podían dar de sí. ¡Qué días aquellos los que precedieron al de la corrida/-No tuve un momento de descanso. No encontraba á un hijo de vecino por la calle á quien no hiciera un recorte. La cocinera de mi casa me sirvió para ensayar el salto al trascuerno, y por cierto que por poco me rompo las narices, pues aquella discípula de Brillat-Savarin tenía unas intenciones y un modo de embestir que si á ella se parecía el de la dehesa, ya podía dejar hecho mi testamento antes de salir á los medios. Diez y siete sillas fueron sacrificadas al arte j no había bulto que no me sirviera para completar mi ilustración taurina, y recuerdo que á un buen señor, amigo de mi familia, por poco lo descabello una noche en la escalera, tomándole en la oscuridad por un becerro andaluz, y sí lo era en efecto, corno no fué dificil conocer por el acento, en los desolados gritos que pegaba. Amaneció por fin el tan deseado día y confieso que conforme se iba acercando la hora, comenzaba yo á sentir tal hormigueo en mis pantorrillas, y tales angustias y congojas, que á punto estuve de declararme entermo y dar al traste con la lidia. U n resto de amor propio me contuvo, y una hora antes de la corrida me encontraba reunido con la cuadrilla. ¡Qué pálidos estaban mis compañeros y qué ojeroso y preocupado el maestro/ Con él se encontraba un antiguo matador de toros que se propo-
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nía ilustrarnos con los consejos de su larga experiencia de cuatrocientos cincuenta y ocho cornúpetas á quienes había abierto las puertas de la eternidad. Impuesto de mi papel, pasó á hacerme algunas piadosas advertencias, que hubiera yo regalado un dedo de la mano derecha por no haber dado ocasión de oírlas. - Zi el' biclto IZO está aplomao, mucha cercunsp ecciém y mucho cudiao, eh , muchacho? Tú coge los palitroques y cita al' buró en terreno firme, cudiauda que no esté á la vera de uaide, y sin querencia á dellgz'tll jamelgo. Alu('g o, qne 10 asientas venir, te j ase á un lao, y sobre corto, ceñio y con limpiesa mete los brazo y .. ... . [eas! Pero sobre lóo que esté apiomao, eh , c1zat'ó.'2 Aplomao y azul y de todos los colores del íris debía yo encontrarme en aquel instante, según colegía por mis sudores, que uno se me iba y otro se me venía que era un contento. Después de alguna otra lecci6n que no recuerdo, sali mos por fin á la antigua Plaza de los E liseos, en medio de los acordes de la marcha de Pepe-Hillo, qne á mis oídos resonaba con la taciturna melodía de la fúnebre de Chapín. I..a ovación que nos pro porcion aron los espectadores no hall6 eco en nuestros corazones. Yo de mí sé dec ir que en aquellos momentos h ubiera deseado encontrarme á cien kilómetros debajo de tierra. Mientras se cambiaban los capotes de IlIjo por los ele la brega, me me tí pruden temente entre ba rreras, de donde me propu se no salir en aquel año y parte del ve nidero. Reson6 por fi n el clarín, y asomó su faz el animalito por la p nerta del chiquero. ¡Qné feo y qn.§ grande me pareció y qué diferente de cuando lo ví en la dehesa! Lo menos que había crecido eran cuatro metros. Para hacer menos complicada la corrida, habíamos resuelto suprimir la suerte de varas, y
Azur. con este motivo, al soltar el animalito su primera carrera, no tropezó con nadie en el redondel, en el que pudo dar cuatro ó cinco vueltas sin qu e hubiese quien con él se metiese para nada., El primero que se atrevi6 á hacer frente á la fiera, fué nuestro sapientisimo dómine, al que, sin tener en cu enta sus profundos conocimientos en el ar te, lo hizo da r u na serie de volteretas en el aire, que yo creí que era ll ega da su última hora. Yo no sé si el bicho estaría 6 no aplomado, de 10 que sí puedo da r razón, es ele qu e desp lomó al C úchares de n uestra cuadrilla en menos de un decir Jesús. E l hombre se levantó del suelo con una pro ntitud qu e yo hubiera deseado para poner tierra de por medio, y encaramándose con nosot ros, nos grit6 en su jerga bárbaro-taurómaca: - 1'10 ha sido náa, cllir¡u(vo; páa aj uera lúo el' mundo. A la cabeza y firme que estájuío. ¡Ni por esas! Ni uno solo se atrevió á encontrarse frente á frente con la fiera. Pero quiso mi mala fortuna que el primero con quien tropezara Costillares, fuera con mi exigua persona, que, agazapada detrás de la harrera, aguardaba el momento oportuno para escabullirse, y haciéndome presa, m e tir6 á la plaza, cabeza abajo. Verme el animalito, dar un fuerte resopl ido y venirse á mí derecho, fu é todo uno, yen me nos qne 10 cu ento me lan zó por los aires con una sin igual lim pieza, hasta qne vine á llar á la madre tierra todo confuso y magullado. - ¿No lo ij e, muchachos, no lo ijr? gritaba Costillares. E stá j¡fío! E stá juío! ¡Ca, hombre! El que estaba huido era yo, que salí del lugar del crimen y no paré de correr hasta encontrarme libre y salvo en lugar segura, prometiéndome no vol ver á acercarme á ning ún animal con cu ernos, el caracol incl usive. l'Ionaguillo e
- E l hombre ha inventado la palabra suerte, para encubrir con ella el resultado (le su ignorancia, de sus debilidades y de sus pasiones. G. N úñe.'?: de Arce. - La mujer prolonga el arte, pero acorta la v ida.-MeyerbecI'.
-La belleza es un ángel que no t iene se x o -R. de Campoanior. - Para qu e un hombre político deje recue rdo suyo, es indispensable que sus actos respondan á la pasión de su siglo.--Emilio Zola.
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REQUIES Couune un morne exilé, loin de ceux que j'amaís, ]e m'eloigne pas lents des beaux jours de ma vie, Du pays enchanté qu'on ne revoit jamais. Sur la haute colline OD. la route dévie Je m'arréte, et vais fuir á l'horizon dormant l\Ia derniére espérance et pleure amerement. á
O malhereux! crois en ta muette détresse: Rién ne refleurira, ton cceur ai ta jeunesse, Au souvenir cruel de tes felicités. Tourne plut ót les yeux vers l'angoisse nouvelle, Et laisse retomber dans leur nuit éternelle L'amour et le bonheur que tu n'as point goútés. Le temps n 'a pas tenu ses promesses divines. Tes yeux ne verront point reverdir tes ruines; Livre leur cendre morte au souffle de l' oubli. Endors-toi, sans tarder en ton repos supréme, Et sou viens-toi, vivant dans l'ombre enseveli, Qu'iln'est plus dans ce monde un seul ét re qui t'aime. La vie est ainsi fait, il nous la faut subir. Le faible souffre et pleure, et I'insensé s'irrite; l\Iais le plus sage en rit, sachant qu'il doit mourir Rentre au tombeau muet OD. l'homme enfin s'abrite, Et lá, sans nul soucí de la terre et du ciel, Repose, o malheureux, pour le temps éternel! Lecollte de Lisie.
ROSA LA FLORISTA Acró por casualidad, por sorpresa, allá, en el fondo del cuartucho húmedo; la madre la arrojó del seno como un estorbo, y como un estorbo rodó aquella criatura sobre los jergones podridos de la buhardilla. E ducada por unos padres abyectos, tratada como un mueble, alimentada un día, golpeada otro, pegajosamente sucia, vivió esa infeliz en su cubil hum ano repleto de miseria, falto de aire y de luz, hasta la hora en que fué lanzada á la calle, con su pañuelo de colores vistosos, atado á la
garganta, y colgado al brazo el cesto de flores, de cuyos aterciopelados senos, parece que brotan los primeros efluvios de la primavera y los últimos vahos, todavía calientes, de la tierra de donde fueron arrancadas. Todas las noches, absolutamente todas, viene Rosa al café donde suelo concurrir, repartiendo automáticamente, sendas gardenias á los parroqmanos. Es una niña todavía: de grandes ojos lánguidos, maravillosamente sombreados de pestañas negras; cuando se sonríe deja ver unos dientes
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menudos, como toda ella; gasta un cuerpecito flexible, arqueado, sostenido por dos pies enanos, corno de paloma; su piel satinada huele á carne de ángel, y de sus labiccitos sopla uno como perfume de violetas: -¡Ayer le compraste á la Miguclina!- di ce, prendiéndome la flor en el ojal-y no debía ponerte hoy claveles. - Bueno ¿y qué? - Que vamos á reñir. Yo me sonrío de la amenaza y la veo partir ondeando su trajecito lila . Una noche llegó muy diligente. -¡Ahí va la mejor garden ia!-exclamó con una voz que parecía un quej ido-pero me regalas dos reales. - ¿Y para qué qui eres tú dos reales? - Porque hoyes sábado, día en que se va de «juerga» mi papá, y si no le llevo dos reales más m e castiga. Aq uellas palabras, que revelan un presentimiento de angustia y de dolor, me indignaron contra aquel mostr uo anónimo que g uardará seg uramente sus iras y sus vejámenes para esa ni ña á quien se le ex ije h oy m edia peseta; y mañana, cuando esté ya crecida, h echa á las solicitaciones del deseo, con las caderas amplias y curvosas, con la garganta y el seno h inchados de j uventud, repleta de amor comprimido, ávida de en tregarse á las caricias de los hombres, entonces ese padre criminal traficará con su plenitud de mujer, como de niña comercia con su cesto de gardenias.-Hoy traes dos duros para emborra charnos- le dirán-y la desvent urada
emprenderá su viaje de culpas y ab yecciones, por los mismos puntos por donde paseó en no remotos días los florecimientos de su virg inidad. Luego se convertirá en una b elleza estratalaria; de ojos áridos y de mejillas pl etóricas de vicio. Y allá irá en carrera hambrienta á esperar cela salida de los teatros.» Yo h e vi sto á esas infelices trepar las escaleras de cervecerías de barrios bajos; franq uear las p uertas de sotabancos sombríos, ajenas al cansancio, inser vibl es al amor, estrujadas, manoseadas, relajadas, sirv iendo de pasto á jovenzuelos liberti nos y á chulos indepara pagar á sus padres el escote de cen tes su vida .. ¡Pobre R osa! Cuando veo que te alejas con tu trajecito sujeto por el pequeñ o delan tal á rayas; con tu madejita de pelo cas taño, atado sólidamente sobre la n uca; con tus flores que se ap iñan en el cesto, inclinando sus p ételos desmayados por el bochorno de la tarde, pi enso que como ellas, te marchitarás en un dí a ... .. . Que como tus antecesoras, Gloria, E nrique ta , Luz, Maria, las de los nombres de di osas y de est rellas, de flores y de vírgenes, irás á servir de sobra en las orgías de una noch e, y que, cómo ell as, también emprenderás t u march a al Hospi tal , .. .. . N adie se acordará entonces ele la en cantad ora florista del t rajecito lila ; mori rá s sin desp ertar una pena, ni un recl am o, siu q uc el do lor en forma de neblina, se condense pa ra' caer en lluvia de lágrimas sobre tu lívida máscara ele muerta..... [Pobre Rosa! Madrid, Julio de 1894.
Miguel Ed.U81'(lo Prado.
BESO A PUCK cuando la luna irisaba la gota de rocío, te ví , mirando de soslayo, sonriéndote con picardía, y haciendo crugir los dedos como si fueran castañuelas andaluzas . Ibas vestido de roj o. En el pecho llevaba la cruz que te bordó Shakespeare. Tú no m e viste. L as campánulas amarillas sombreaban m i cuerpo." ¿Dónde ibas? De espaldas aparecías del alto de una espiga, NOCHE,
y tu joroba deforme parecía el dor so de una mon eda asiria. Eres d escuidado hasta el exceso, Puck, pues no llevabas abierta la hebilla de un a de tus espuelas de plata. Con sólo tu presencia, los n enúfares h undieron sus hoj as dentro del agua, y los verg"is-meinnic ht cerraron sus cálices, haciendo buena provision de rocío para toda la noche . iLo que es el m iedo!
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Te ví leer sentado sobre un mustio crisantemo, aquel trozo tan lindo de prosa que te dedicó Hopsek, hijo de la vieja Irlanda, y que se embriagó la noche del santo de Lía, tu pasión silvestre! ¡Calavera! ¿Adónde ibas anoche? Cerraste el librito que está empastado con hojas de violetas -asesinadas por tí-y deslizándote con las puno tas de las calzas amarillas, arrojastes una bocanada de humo por la nariz de macho cabrío, volaste, volaste, volaste .
***
Ya 10 supe, diablo rojo; aquí sobre mi mesilla, junto {t la pipa cargada ele tabaco, está una esqueli ta de 'I'itania, la rubia más bella elel bosqu e de Herold , la reina augusta que viste de verd e Nilo. Estoy orgulloso ¡me carteo con reinas! Sí, mal servielor, 'I'itania se queja tristemente de tí, li bélula malvada; anoche brincaste el muro, y ri éndote cabalgab as en un tallo de azucenas .
Como los celos son tan tontos, la sorprendiste con la cabeza apoyada sobre el hombro de su amante y los ojos te giraron en las cuencas y tu labio inferior estuvo bailando hasta que una nube cubrió la luna. Y entonces tuviste la estúpida venganza de matar sus luciérnagas, sus tristes arañas, y el moscardón violáceo que Arstud, tu rival en el arte de hacer maldades, le regaló el año nuevo. Y como un coro de carcajadas te acompañó en tu terrible chasco, juramentando y diciendo insolencias, regresaste á tu habitación tapizada de rojo-tu color favorito-y hundiste la cabeza en el almohadón de pétalos, que antes olías con tu sensual nariz. Hijo ele cervecero, borracho de instinto, ya sé dónde fuiste anoche, cuando la brisa mecía las hojas de las campánulas, y bacía sonrojar las fresas Y con esta bocanada de humo te excomulgo .... Habana, 1894. :t~rallcisco Garcia
{Jlslleros.
PROMETEO han tenido los buenos viejos un ges~ • to de piedad al oir qu e nuestra juventud se '. , queja de desen gaños y de sufrimientos. ¿Será ese dejo una prueba de fortaleza inquebrantable? ¿Habrán sido los sufrimientos de. los jóvenes de ayer más dolorosos que los nuestros! Lo que fuere, es 10 cierto que. nosotros estamos sintiendo las ama rguras de un siglo; que nuestra educación y el medio en que crecemos nos han sensibilizado acaso la epidérmis, porque no hay herida , ni lágrimas, ni sangre en el pasado, que no la hayamos sentido en mitad del corazón y salpicádonos el rostro: cargamos con nuestros propios dolores y con los dolores de los que nos hari precedido. Y como terrible y ulterior clausura del tremendo ciclo, presentimos las tri stezas del porvenir: somos un punto de. embates y de est rellamientos ruidosos, colocado entre las corrientes de ayer que quieren atraernos á un centro que ya no es el nuestro y las tendencias . ( m M PRE
de la actualidad hacia el mañana, que ansiamos respirar con impaciencia á veces coléricas. Cuando nacemos nos reciben sonrisas efímeras, porque la felicidad causada por nuestro advenimiento, será turbada cruelmente por el fantasma terrífico de las privaciones y del hambre, que pronto vendrá á agitar sus alas negras á las puertas del hogar, con el aumento de la prole. La concurrencia es hoy más feroz porque son menos las presas: el esplendor, el brillo y la hermosura de la civilización los hemos obtenido á costa del vigor y de la vicia de los progenitores. Ayer nuestros ascendientes no llevaron la vida enervante ó destructora de lss ciudades: eran pedazos de naturaleza soberbia y brutal. Hoy nos alimentamos de mamas flácidas y estériles; nuestro llanto de recién nacidos es acallado pronto por el rumor de los combates cívicos, por las voces del escándalo y por el murmullo del tumulto callejero. No hace mucho las preocupaciones no traspa-
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saban los linderos del hogar; ahora, por resu- cuando hielo más frío que el de la cima haya rrecciones atávicas implacables, abandonamos el matado todas las ilusiones, cuando falta ya visolar paterno cuando ya somos suficientemente gor y musculatura y entusiasmos para reali zar los bellos ensueños de la juventud? rob ustos para dispntar la presa . ¿Comprendeis que cuando lleguemos á triunApenas removemos un poco nuestros papeles y nuestras propiedades de adolescentes, nos sa- far allí, muy cerca del sepulcro, trataremos sólen recuerdos y testigos de los días de infancia, lo de presentir y de prepararnos para el eterno de la mañana anterior: hay un empuje furi oso anonadamiento, para la volupt uosidad apenas de precocidad, porque necesitamos vivir de prisa concebible del último sueño? ¿No creeis que no vale ya nada alcanzar la para llegar pronto á la cumbre antes, de que sueHe la hora suprema: la longevidad ha llegado á eminencia, nosotros, en la tarde de la vida, nosotros, los que casi al nacer pudimos distinguir ser un fenómeno de estadística. Por tod o eso sufrimos de veras. Los viejos se las claridades del ideal y tuvimos tan encantaresisten á creernos, porque en cincuenta años doras aspira ciones? En un libro de m ujer leí qu e un enamorado, hay -desarrollos de tal magnitud, que en otros ti empos necesitaron un siglo para presentarse. inteligente, apu esto y joven habí a ido á la AusPor eso contestan á nuestros ayes, creyéndolos tralia, tras el propósito de obtener riquezas con debilidad ó puerilidades, con su sonrisa piado- que dorar su boda. Su novia era una rubia y hermosa holandesa; amaba en él, más que otra sa: cualquiera de sus prendas, sus negros cabellos' - Aguardad: estais á la mitad del camino. ¡Oh. no, padres venerables: ya nos acercamos y sus ojos azules y brilladores. El mancebo era al fin. E l suplicio es de cada hora; el eterno bui- pobre y la boda se hacía imposible por esta cirtre rasga las entrañas sin piedad. Vosotros lle- cuustancia, constantemente considerada por gásteis á lo alto, serenos, prudentes y calmudos; los padres de su prometida. Cuando regresó del sur lejano, opulento, recrusentísteis un halago de glo ria, respirásteis atmósfera de encubramientos: nosotros tenemos decida su pasión, en b usca de su ideal hermoso, la convicción de que muchos no llegaremos. ¡La la mujer ad orada palideció al verlo y, dejando caer las manos con un descorazonamiento morlucha es tan cruel! E n medio de ella, cuando h em os gastado luz tal, lo rec ibió con estas palabras pavorosas: -Ahora ¿para qu é? y amores inocentes en empeño nobilísimo y ¡Ya no brillaban los az ules ojos, ya no era nevemos que arrebatan el laurel manos brutales, cada juramento desgarra el pecho y quema los gra la hermosa cabellera! labios!. ..... ¿Entendeis ahora por qué sufrimos? Estamos . - ¿J urar qué? ¡Una venganza sin nombre á las enamorados de una mujer encantadora, tiene un nombre halagador, nos aguarda; pero cuando brutalidades del destino! ¡ya no habrá Se nos llama impacientes. Es claro, no nos acaso lleguemos á su trono ha enseñado, ni fuera posible, la satisfacción luz en estas miradas ni emociones arrebatadoras en estos corazones!. .. ... austera, el renombre modesto . ¿Comprendeis que dé tristeza incurable subir Eloy G. González. (Venezolano.)
No creo en una antigua edad de oro . Indudablemente los hombres han sufrido siempre; siempre han estado descontentos y han sido desgraciados. El pesimismo tiene un fundamento fisiológico, y la conformación de nuestro organismo implica una cierta suma de sufrimientos. No tenemos la conciencia de nuestro yo más. que porque sufrimos . Este yo no nos ha sido revelado sino por el sentimiento de su límite, y este sen-
timiento ha sido provocado únicamente por un contacto más 6 menos doloroso con los objetos que existen exteriormente de n uestro yo. Así es como en una pieza obscura no se conoce la existencia de las paredes sino tropezando con ellas . El hombre adquiere la conciencia de sí mismo por el dolor, y la oposición entre el objeto y el sujeto, se le revela por un malestar constante .
Max Nordao.
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POR LAS CALLES (C ROQUIS LO N DON E NSE )
~ DOKDE vas, j oven soldado? di ce el ~ poeta; y yo , pensando en tí: ¿adónde vas , chicuela de las calles, gÍ1'l inglesa de diecioch o añ os, con tus ojos azules claros como el agua, con tus cabellos rub ios cortados cerca de la nuca, con tu boca de rosa y tus mejillas de niño? ¿Adónde vas pequeña gi1'l, caminando sobre las baldosas de esta acera de Pi cadilly , cuando en el reloj de la torre Sto James, allá en el cabo de la calle, la aguja marca las diez de la noche y cuando las claridades que ilumin an las ventanas de las casas virtuosas comienza á apagarse? Con tu vestido de color claro, tu ancho sombrero y tus guantes rojos, sonríes al transeunte con sonrisa casi ingénua, y lo que buscas es con qué vivir mañana sin trabajar . Y si no llegas aquí sino á las diez, es que vienes á pié desde muy lejos, desde muy lej os, desde uno de los barrio s donde las casas cuestan barato; y vives allí con alg un a de tus camaradas que fué de cacería por su lad o. Mañana por la mañana una de vosotras, con las mangas del vestido blanco volteadas hacia dentro y el ancho sombrero á flores sobre la cabeza, limpiará los cristales del único balcón de la casita, en tanto que la otra prepara
el thé, el ?'oa.~tbe~f y las tajadas de pan con manteca sobre la mesa de vuestra sala, donde Shnkespeare duerme sobre algunos ejemplares de novelas ilustradas . Pero ¿esta ta rdet . .; De pasante en pasante, vas errando casi cándida, ni cínica ni brutal; y al que te rechaza menos duramente que los otros, le pides para beber aguardiente; y pronto, ahora mismo, podré verte de pie, cerca de la mesa del Bar, en med io de otras jóvenes, tiernas como tú . cerca de hombres cubiertos con andrajos; y tu faz de ángel revelará ingénuo placer, mientras apuras el ancho vaso de brandy , Después seguirás errando sobre la acera cada vez más silenciosa. ....¿Adónde vas, pequeña gi r l? ¿Hacia qu é fin lamentable de orgía y de borrachera? Sin embargo, entre el vicio y tú no hay de común sino el d inero que te proporciona; con una rentecilla y un esposo serías feliz. La corrupci ón no te ha marcado en la cara como á tu hermana maldita de los boulevares de París , cuya boca brilla carminada bajo una máscara de polvos de arroz y cuyos ojos penetrantes irradian baj o las cejas gastadas por la pintura. Mas ¡oh, chicuela de Lon dres! pam. el soñador qu e te sigue con la vista, cuánto más triste no es tu monótono pas eo qn e el de tu viciosa hermana parisiense!. .. Pan) Bourget.
AZUL PALIDO Arri bal A lo alto! A la cumbre!-El sol , reverbero inmortal, tiende su rojiza mirada de cíclope, sobre la blanca vestidura de la cima.-Desde lejos, en el vago horizonte de nuestro valle, el volcán alza su cabeza cana como un dios viejo, recio todavía y todavía enhiesto yaltivo.-¡No! No son los años los que han emblanquecido la cabellera del gigante; es la proximidad de los
cielos.-Para escalar aquel mirador áereo, desde cuya excelsa altura se descubren las azuladas aguas de dos océanos, se ti ende un puente sutil, especie de tela de arañ a, se bordea el abismo , se esqu iva el alud; la piedrecita que se despre nd e de lo alto llega al fon do de la llanu ra convertida en avalancha.-Arriba, en lo profundo de un cielo que semeja un lago de turquesas, brillan las
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estrellas, como pupilas agrandadas por la belladona.-El vértigo hace bailar todo: valles, lagos, nubes se dislocan, huyen, saltan.corren en danza frenética .-De la boca del monstruo se eleva á borbotones, locamente, una cortina de humo; la tierra se resquebraja, y cada grieta aparece como sonrisa siniestra; el vapor ríe á carcajadas hirvientes; es la desbordante alegría de un titán encadenado: las constelaciones se asoman tí. aquel profundo abismo , como se aproxima lo á P rometeo, en la tragedia de Eskilo.-Sublime soleo dad! Inmensa luz de 10 alto qu e ciegas cuanto tocasl-i-Llegar á la cima del P opocatepetl, es traspasar casi el umbral de las esferas divinas. E l anhelo es subir: al cielo va la plegaria de la madre, el agua envía al cielo sus vapores, la flor sus perfumes, el pájaro su cántico, la estrella Su luz .-El qu e ha llegado tí. lo alto de uno de estos escalones, se ha acercado al eterno, inescrutable Misterio. Viajero en desconocidas regiones, ha, alguna vez, vislumbrado sobre su cabeza, la eterna antorcha de 10 Infinito.
*** N o nos dijeron adios sino hasta la viSta.Manriqu e, el romántico aventurero, el que solloza sus estrofas á la pálida claridad de los astros, mientras en 10 alto del muro hace su ronda el centinela, fué el último héroe que apareci6 en el estrecho, mezquino escenario de la sala de Vi-
llamil.-El Trovador se conserva aún garrido y esbelto. De él podría decirse 10 que Paul de Saint Victor de Don Quijote: Es la última aparici6n de la caballería.-No podemos dar un adios postrero á esta figura, un poco desleida y borrosa, pero gallarda y atractiva; tiene ella algo del ideal siempre perseguido, jamás alcanzado.-En 10 profundo, la humanidad es triste y grve. De los seres ficticios, ha dicho un crítico, s610 admite en su intimidad á los que la conmueven 6 á los que la enoblecen.-Manrique nos impresiona hondamente p
¡NO VOLVIOI••••••• Moriste cuando morían las flores en m i pradera; y gimieron vientos frí os, y brotaron hoj as secas á lo largo del sendero que conduce á nuestra aldea. De aquel invierno, pasaron las mortales horas lentas, y meció la leve brisa, en verde rama, hojas nuevas; se abrieron lozanas flores en mi r isueña pradera; y , á lo largo del sendero
que condu ce á nuestra aldea, al hálito fecundante de Mayo ) creció la yerba. ¡Ay!.. . tan sólo al alma m ía no volv ió la pr imavera; porque tú no renaciste; porque allá, bajo la t ierra, en un r incón que adornaban margaritas y violetas, yacías trocada en pol vo, sin colores, sin esenc ias , ¡rosa de mis esperanzas , lirio de m is d ichas muertas!
José Peón del "Va lle.
TOMO l.
MÉXICO) 2 DE SETIEMBRE DE
1894.
NUl\f.
18.
EL "RAF EL" DE lAMARTINE n.
verdadero nombre del amigo que ha escri to estas páginas no era Rafael. L e decíamos así festivamente, sus otros amigos y yo, porque, ~''''''<-. - en su adolescencia, tenía gran parecido con un retrato de Rafael niño) que se ve en Roma, en la galen a Barberini; en Florencia, en el palacio Pitti; y en París, en el museo del Louvre. Le dá bamos también este nomb re porque tenía aquel niño) como rasgo distin tivo de su carácter, un sentimiento tan vivo de lo bello eh la naturaleza y en el arte) que su alma no era, por así decirlo, sino una transparencia de la belleza material 6 ideal) esparcida en las obras de Dios y en las obras de los hombres. Debía esto á u na sensibilidad ta n esquisita que, en él) y antes de que el tiempo la enmoheciera) era casi una enfermedad. Al udiendo á ese sentimiento de nostalgía llamado el "mal del pais, » decíamos que él sufría el mal del cielo! Y él asentía) sonriendo. "Este amor á 10 bello era su infortunio; empero, en otra condici6n moral) hab ría sido bastante á darle nombre preclarisimo, Si h ubiera tenido un pincel) h abría pintado la Virge n de Foligno; si hubiera manejado el cincel, habría esculpido la Psiquis de C ánova; si hubiera conocido la lengua en que se escri ben los sonidos, habría anotado las quejas del viento de la mar en las fibras de los pinos itálicos 6 el aliento de • L
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una jóven dormida que sueña en aquel á quien no quiere nombrar. Si hubiera sido poeta, habría escrito los apóstrofes de Job á Jehovah ; las estancias de la Herminia del Tasso; la conversación de Romeo y J ulieta, al rayo de la luna, de Shakspeare; el retrato de Haydée, de Lord Byron.» (No amaba menos 10 bueno que lo bello; pero no amaba la virtud porque es santa: la amaba) sobretodo, porque es bella. Sin ambición en el carácter, la habría tenido en la imaginación. A haber vivido en aquellas repúblicas antiguas, en las que el hombre se desarrollaba por completo en la libertad) como el cuerpo se desarrolla sin ligadura al sol y al aire, habría aspirado á todas las cimas como César, habría hablado como Demóstenes y habría muerto como Catón.» E n estos párrafos Lamartine se pinta á sí mismo: se ve coquetamente en el espejo y sonríe á su imágen. N o era precisamente así.. .... como Graziella no debió ser tan hermosa) como Fiar d'Aliza no debió ser ta n tierna: este retrato es algo como el de la Fornarina, pintado por el Sanzio; es el de Lamartine, escrito por Larnartine. Entre el pintor de Urbino y Lamartine, hay, sin duda, no pocas semejanzas) físicas y morales. De Lamartine puede decirse 10 que se decía de Rafael: L'arte de Ra.fa ello fií sempre la 11lalll( estaziOlle della sua íllü'llla vita; pero en ambos, es una manifestación embellecida. ¿Fué acaso la F ornarina tal como ha quedado en la Virge« de San S ixto, en la Vz.'sitacióJl, en la cRIlVI8TA
Azuu.-35
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Virgen del p ez, en la f/írg ell de la p erla, y en la maravillosa Transfig-uración, obra maestra del artista moribundo? La Fornarina tuvo en realidad una belleza más voluptuosa, mórbida y pro, vocativa.-eeUn día-dice Carlos Blanc-bañábase ella en la fuente, cuando Rafael, empinándose tras el muro del jardín, la vi6 y concibió por ella un amor tierno, y más amable que los dos viejos, la encontró menos casta que la Susana de la Escritura.. Era, por cierto, una mujer soberbia y arrogante. M. Víctor Luciennes 10 dice en estas palabras: «¿Cómo es posible que un hombre, siendo jóven y artista, haya podido vivir cerca de tal mujer y copiar día por día su rostro y sus hombros y sus brazos, sin adorar esa magnífica criatura?»Y mucho menos un hombre de quien dice Vasari: Fú p ersona mol/o amorosa ed ajjezio1lata al/e doun e. Pe ro la F ornarina, en todo caso, y como sus biógrafos lo dicen , tenía «esa expresi6n fría que est imula los deseos porque baj o esa frialdad aparente se adivina la pasión. » No era la Virgen que legó el Sanzio á la admiración del U ni verso. La mujer amada por un gran artista, toma, para pasar á la posteridad, el color del alma de éste, como u n rayo de luz que pasa por un cristal azul de cielo. A la arrogan te F ornarina, á aquella hermosa pecadora, di ó su aman te-e-joh prodigio del amor!- la virgi nidad suprema imperecedera ! Por iguales artes han llegado á nosotros embellecidas é idealizadas las mujeres que Lamartine amó, y él con ellas. ¿Recordais aquellos versos de Carlos Baudelaire, titulados «D on Juan en los infiernos?» Va el terrible seduclor en la negra barca de Carón y tras él prorrumpiendo en clamores de venganza, van las mujeres que sedujo é ingrato abandonó.
le tienden los desnudos brazos y le dicen:-tú nos amaste á todas, pero todas te queremos!-Este D. Juan no es el D. Juan rapaz y gavilanesca del placer: es el D. Juan tierno y sencillo del amor. No inspira celos ni el deseo de la vengansa, porque comprenden sus amadas que las deja, no por otra mujer tal como ellas, sino por invisible y casta desposada que le aguarda en el cielo! Goeth e no pide á la mujer, sino el minuto, los instantes en que el Dios se hace hombre. Les arranca sin piedad los brazos y los senos para darlos á sus estatuas inmortales. Les quita todo y nada suyo les deja: queda incólume. Lamartine las encierra en su corazón, para que de él salgan, en asunción maravillosa, rumbo al paraíso, como el alma de una monja se desprende del cuerpo y sal e por el alta clar aboya de la celda en que estuvo encerrada mucho tiempo. En cada una de ellas, Lamartine deja un p.)CO de su corazón. L a paga con al ma y con inmortalidad. De sus pasiones, la íntima y profunda, es la que canta, acaso inmaterializándola, en las páginas de «Rafael.. ¿Quién íu é la mujer qu e él celebra bajo los nombres de E lvira, en sus poesías , y de Julia en el «Rafael r. R espetemos su amoroso secreto: los nombres que no se dicen son los más amados! E l alma se siente nido cuando los en cierra! E n Nápoles tuvo antes otros breves amores: de ellos nació, como una abeja qu e se escapa del cáliz de la rosa, el deli cioso idilio á que llamó Grazicllrr. Pero Graziella fué como la muñequita hermosa y preclilecta de aqu el gra n niño. Los corazones de esos dos amantes jugaron como dos chi cuelos que retozan en la arena de la playa y ríen y lloran cuando sus padres se los llevan. Esas lágri mas no hacen daño: se evaporan al calor de u n beso maternal! Elvira ó Julia, ya es la mujer, ya es el amor, y es el amor Montrant les aeins pen dants et les robes ouvertes á que se entra dejando todas las ropas en la puerDes fernrnes se t ordaient sous le noir firmam c nt, ta, para sali r desnudo de ilusiones 6 vestido de I<:t commune un noir troupeau de victimes offerte s Der riere lui tratnaient un long rnug issernent. l uz y de felicidad . L amartine puso á su «R afael» Lo contrario de este cuadro sería el de Lamar- el subtítulo de «páginas de ve in te a ños.. Pero tine seguido por sus amadas. Camina él, tranqui- ésta es una simple mentira de hombre superi or, 10, hermoso, como un arcángel desterrado, de pie que se cree ll amado á grandes destinos, á tener sobre la barca, tapizada de raso blanco, y tras por ú nica esposa á alguna grande idea, y se averella, en el hi rviente surco de plata que va abrien- giienza de confesar que ha amado mucho siendo do, bajo el cielo sin nubes, nadan, como grupo hombre. Indudablemente, la pasión que baj6 tan de blancas oceánides, mujeres de trenzas rubias hondo en el espíritu de Lamartine, la que pudo 6 de crenchas de ébano, pálidas enamoradas que arraucarle el oro más valioso y más rec6ndito de á
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su alma, no es la de un adolescente, es la de UI: ¡Cuán lejos está ese amor, tan ávido de muerte y exterminio, de aquel blando y sencillo que hombre que se acerca á los treinta años. Y, en efecto, Lamartine tenía veintisiete ó Miltón canta en el «P araíso Perdido:. «Asi hab16 nuestra madre común y con miraveintiocho cuando la gozó y la sufri6. Fué dichoso durante trece meses: tanto que Dios envi6 das llenas de nupcial hechizo, no esquivado, con á la muerte, y la dijo que le arrebatase á su que- abandono tierno reclinóse, abrazándolo apenas, rida, para recordarle que la tierra es tierra y que en uuestro primer padre. Desnudo casi el seno hay un cielo. ¡Feliz el que «en la mitad del ca- que se inflaba, fué á encontrar el del esposo, bamino de la vida, » se encuentra en él á una de jo el oro flotante de las trenzas sueltas que oculesas m ujeres que despiertan la s potencias dor- tábanlo, El , admirado de tal belleza y de tales midas del espíritu! La muerte-¡no el en gaño, encantos, ya sumisos, como sonri6 Júpiter á Juno no el olvido, no el desacuerdo de dos séres que al fecundar las nubes que derraman las flores de junt ó el deseo, y que la luz de la razon desune! Mayo. Adán oprimió con un beso casto los la-cort6 el poema,-no ya idilio-de esas dos bios de la madre de los hombres y el Demonio almas vivam en te apasionadas. Y desde entonces volvió el rostro, de envidia )) la som bra de esa ala inmensa y negra, se proEn la poesía de Lamartine, el amante disfruyecta en la po esía de Lamartine; y desde enton- ta del amor aprisa y con zozobra, porque ya se ces h ay un enlutado pensa ti vo que acompaña á va, porque ya le llaman, porque á pocos pasos cada uno de sus versos, como aquel de que nos está la muerte, la gran ladrona, que le acecha. habl a Alfredo de Musset en su «Noche de Di- y ese sentimiento, cada día más vivo, está en la ciembre!» Nadie como él ha mezclado la idea de poesía de todos los modernos y en el corazón de la muerte á los trasportes del amor. Este senti- todos no sotros. Oidlo en el «Lago: » miento vol u ptuoso, de supremo abandono, que Ai mous do ne, aimons done! de l 'heure fugitive, H áton a-nou e, jouissons! -como obser va Saint Beuve-e-era en Homero, L'homme n'a poiut de port, le temps n'a point do rive; en los patria rcas, en la buena Ceres y en Booz, Il coule et nous passons! como en Júpiter en los brazos de juno, tan senEn esta poesía del «Lago» está todo el poema cillo, tan fácil, tan poco costoso para la naturaleza, tan pr6digo en flores, tan ávido de fecun- de R af ael, expresado con mucha mayor sencidar por su p ropia felici dad la tierra entera, se l1ez y más verdad que en las «P ágin as de veinte refina en el transcurso de los tiempos y t6rnase más años.. En su forma poética) el «Lago. no es acasen tido, más delicado, más sofistico también, en so sino el eco rítmico de aquel capítulo de Juan los epicúreos de siglos más adelantarlos. H ora- Jacobo Rousseau, en que Sain Preux nos refiere cio no trata al a mor como lo trataban los pasto- su paseo con Julia en el lago de Ginebra: «Guarres, los patriarcas ni los d ioses olímpicos. H ora- d ábamos profundo silencio. El ruido monótono cio, Petronio, S a10m6n mismo, que era n ya de la y acompasado de los remos nos convidaba á sodecadencia; g ustan unir el pensamiento de la ñar. Poco á poco sentí aumentarse la melancomu er te y de la nada al del placer, estim ula ndo lía que me agobiaba. Ni el cielo sereno, ni la uno con ot ro. Hacen que en to nen sus amadas, frescura del ambiente: ni los apacibles rayos de á la h ora del festín, u na canción fú ne bre cuyas la luna, pudieron aliviar mi corazón de mil y cláusulas recuerdan la fug a de los años y la bre- mil amarg as reflexiones. Comencé por hacer mevedad de los días. Más tarde, este sentimien to moria de otro id éntico paseo hecho enantes con cobra mayor in tensidad. En «R en é» ya es rabio- ella, cuando duraba aún el prestigio de nuestros so, lo propio que en A tala ag onizante cuando primeros amores ... ¡Ya pasaron!-medecía-esos dice, hablando á Ch actas: «Yo habría deseado sei tiempos, esos tiempos felices ya pasaron y desla ú nica criat ura vivien te que mirases á tu lado; aparecieron para siempre! Y ¡ay de mí! ¡no voly sintiendo que una di vinidad me detenía en verán ...... !)) En la poesía de Lamartine, sin emmis ímpetus horribles, habría deseado que esa bargo, no hay imitaci6n propiamente dicha. Su divinidad te aniquilase, con tal de que, oprimi- lago de Bourget es tan verdadero, como el lago da entre tus brazos, rodáramos de abismo en de Ginebra. ¡Y qué elegía tan admirable la del abismo, con los despojos de D ios y del m undo." cantor de Elvira! ¿Quién podrá leerla con los
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ojos secos? ¿Quién podrá traducir la armonía eólica ele estrofas tan límpidas y transparentes como ésta:
On n'entendaíj au loin, sur l-ende et soua lea cieux Que le bruit des rameurs qui frappaient en cadence Tea flota harmon íeux,
Raf ael es el «Lago,» pero es el «Lago» convertido en mar.
Un soír, ten souvient -Il? Nous vogui ons on silence.
El D uque Job.
En el album de la Srita. María Frías Fernández L a inspi raci ón,-la mariposa inquieta Q ue h oy desolado lloraN o h a dejado en mi frente de poeta Ni. un átomo de oro.
Ya ves, á solas siempre y taciturno Camino sable espinas, Y vivo como el pájaro nocturno Que anida en las riiinas.
Se hundió el sol de mi amor, y ella cobarde F ué en busca de otras rosas .. .... Así también al espirar la tarde Se van las mariposas !
Y no obstante, abro tu álbum, y en sus h ojas Dej o mústios, dispersos, Los pétalos que guardo,-mis congojasEu estos pobres versos.
L os bellos ideal es- esas flores Del alma-se secaron, Y, abejas de al as negras-los doloresE n ell as se posaron.
Y pues el sol da vida aun á las flores Que hieren los abrojos, Que derrame en mis versos sus fulgores Ese sol de tus ojos!
Juan D. Delgado. Apaseo, 1894.
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él y elia; ignoro sus nombres. Los conoz ca m ucho, porque les compro cigarros; tienen un estanquillo. H umildes, algo m enos que humildes; dichosos, algo más que dichosos: se aman . Y sin embargo, su cielo azul está atravesado por una sombra: él es ciego. Ella ve por él. Parece que le bastan los ojos de su esposa. Nada interesante en sus facciones; son tipos vulgares, de esos con los que á cada paso tropieza nuestra indiferencia. El hombre es bajo de estatatura, grueso, de bigote ralo, frente lisa y estrecha, ojos clarísimos, anegados de luz, pe ro que sólo miran la interminable sombra. La mujer es de buen cuerpo, llena de formas, de ancha cara, colorada como una amapola; su mirada es limpia y un tanto tímida; sus labios S0n grandes,
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pero de curva pareja, sin las sinuosidades de la amargura; y su abundante cabell o castaño obscuro, dividido en dos anchas bandas que for man lustrosas ondas en la frente , cae y resbala sobre su espalda en afilada trenza sujeta en su exmidad por un moño negro . Pero ¡qué aureola de tranquilidad ilumina estas dos caras! Trasp iran Da gusto verlos, detrás del contento mostrador, frente á las filas de panes y bajo las patitas de los títeres que cuelgan de un alambre, él con su camisa muy blanca y su corbata de color, muy bien anudada; ella, con sus enaguas planchadas y su relicario al cuello, r iendo á la vida que pasa tumultuosamente por la calle . ..... ¡QUé contraste hacen siempre estas raras físo-
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nomías, que por tan felices parecen infantiles, con las figuras contraídas, nerviosas, arrugadas, que van por el mundo revelando bajo la seda ó los arrapiezos, noches sin sueño y días sin reposo!...... !Qué contraste hacen y cuánto bien! Es tan complicada la vida moderna, tan difícil; parece tan cansado el hombre de su peregrinación, que igual abatimiento revelan los ojos desconfiados del obrero, que los ojos inquietos del mundano; y las mismas fatigas y ansiedades que cubre la blusa raída, disimula la correcta casaca. Los últimos leños de la energía vital, esa hoguera que su propio fuego consume, los atiza, el uno con aguardiente y el otro con champagne, para poder mantener un momento más la llama que se apaga!. .... . La naturaleza humana, que antes bebía agua pura en las fuentes griegas, ha llegado en su consunción á la necesidad del excitante, y bebe ajenjo. La estatua que se perfilaba, serena, inalterable, sobre un horizonte claro, el arte heleno, ha cedido su puesto á la escultura escueta y atormentada que corta con su lividez un Ioudo negro, el arte cristiano. Y las dos son copias del hombre: sereno y bello, como la primera, fué el hombre antes de su redención ; y después de su redención, en ese inmenso período que aun no se cierra, escueto y lívido. Las bregas del sentimiento siempre en guardia, y las del sen tim ien to siempre en tensión, han marcado los cuerpos. Entre las vestales y las monjas hay la m ism a diferencia física que entre las palomas y las golondrinas. Entre Mirabeau y Perikles hay la misma diferencia que entre Sofía y Aspasi a. El manantial está rebotado ..... pero sl hombre cada día tiene más sed. Mas no soñe· mas con la restauración helena, aun cuando sea un sueño divino; no choquemos nuestra fantasía caprichosa con la ley de hierro de la causalidad; y doblemos la cabeza, con todos sus ideales, an te el fatali smo inconsciente de la vida, como dobl a el árbol sus ramas cargadas de frutos y flores al soplo ciego del huracán. La historia es un a elaboración , y las épocas tienen , como los precipitados químicos, su color especial. Lo cual no impide , sin embargo, qae los celajes floten en el cielo y las ilusiones en el alma... El caso es- que esta nuestra civilización, es extraordinariamente variada y ha da dado al traste con la sencillez antigua. El comercio, la ciencia, el amor , la alimentación, todo es complica-
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disimo. Da gusto, ó curiosidad cuando menos, encontrarse con gentes rústicas de corazón, que se sientan á la orila del camino, mientras los deIDas desfilan atropellándose y aunque por la descripción que de ellos he hecho, ::;e ve que él no tiene la arrogante hermosura de Alci biades, ni ella la intachable corrección de Frinea, sino que son dos pobre productos de nuestro molde nacional, que no es muy bueno, forman, sin embargo, excepción entre los tipos que conozco; por que son dos felices, cándidamente felices, á quienes el ardiente sol democrático calienta sin quemarlos! y que sienten y saborean el exquisito placer de la vida, en medio de tautos que la detestan por amarga y que sólo la soportan por el miedo de Hamlet. En este sentido son dos antiguos, que no tienen torbelliuos en la cabeza ni torcedores en el alma. Son dos niños que juegan al amor, mientras los hombres formales juegan á la embriaguez, al lujo y á la prostitución. Venden pan, cigarros, dulces; comen mal, duermen bien. Van al Zócalo, á oirla música; van á la iglesia, sin más pensamiento que el de rezarle á Dios. Su Dios es un Dios bueno, sonriente por supuesto; si ellos son así: la divinidad es el reflejo de las almas. En la calle atravesada por taciturnos y apresurados, ellos estorban; SOR ociosos satisfechos. Se detienen en los aparadores, y ella le dice á él los ohjetos que le agradan y se los describe pintorescamente. Pasa al gran trote un carruaje, que tal vez cueste muchas tristezas á su dueño, y ella exclama sin envidia-qué! muy contenta de que haya quienes tengan cosas bellas:-qué bonitos caballos! y él repite, iluminado de gozo: qué bonitos caballos!
Su historia es muy sencilla, Se amaron. El, entonces, veía. A los pocos meses de apasionado noviazgo, cegó; y al perder la luz del sol creyó perder también la luz de ella. ¡Sublime engaño! La muchacha, sin lamentos, sin lágrimas, con toda naturalidad, fué á verlo en su desesperación: en su noche horrible, y le dijo: me caso contigo. No hubiera experimentado emoción mayor si le hubieran arrancado la venda de sus pupilas. Ese hombre debe comprender, porque lo ha sentido, el grito de Dios: fiat lux! Se casaron. Ella lo peina, lo viste, lo compone, como di fuera su rorro; él la acaricia y la besa. ¡Con qué amor tan espe· cial deben amarse!
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Los domingos, en el ojal de su levita nueva, real y el personaje representado. Es do ver la vaella le pone un ramito; y de la mano , con car iño, riación de sus fisonomías, según que en el proscon solicitud, lo lleva á pasear, á lucir el rami to cenio medita crímenes Don Nuño, ó fulmina cóy la levita llu eva. Y lo m ira con u nos ojos!..... leras Don Lope. Para ellos, la Sra. Servín una Como él no la ve , ella no esconde sus miradas. infeliz di gna de compasión, porque si bien es U na muj er no puede tener coqueterías de ojos cierto que se casa con el Sr. Zend ejas, «uo merecon un ciego. Lo cuida y lo mi ma como una ma- cía haber sufrido tant o.» "Pobre ! siempre la cadre á su primer hij o. Y él, que se siente penetra- lumnian ... » Siguen el drama con avidez angusdo por el amoroso fluid o, como si lo envolviera t iosa , se mueven en sus asientos, se codean , conuna cari cia tibia y buena, vuelve á la esposa sus tienen el aliento, sudan , esperando y desesperanpupilas muertas, y como si la vi era, sonríe..... . do, el ciego ag uzando los oíd os, ella sorbiendo Duermen juntos, en un mi smo lecho... Pero no el escenario con los ojos. Por supuesto que no se pu ede hablar de estas cosas sin qu e la im agi- p iensan en las analogías que puede haber entre nación de los lectores modernos evoque en el acto las escenas del mundo en que v iven y las esceun grupo de novela francesa . Hay inocencias nas del drama á que han asistido, no; el teatro que ya no se comprenden . E l pudor cristiano ha es para ellos un mundo aparte, con su ex istencia tenido el im pudor de vestirlo todo . De buena propia , real, eso sí ; pero sólo en ese mundo h ay gana le pusiera pantalones al Apelo de Velvede- esos detalles y esos seres . Es una vida de emo re, y chaquetilla á la Venus de Milo . ciones al lado de la vida tranquila de todos los E l h ombre que ya perdió la costumbre de juz- días, ind ependientes las dos.-Uuardan los progar las desnudeces como simple artista, ve en gramas con religiosidad; alguna vez sueñan con ellas algo más que la línea . El hecho estúpido la cara pintorreada del traidor, "del malvado .» de cubrir las formas ha creado el placer sensual A la iglesia los he segido también . Oyen la de desn udarlas. Bien es cierto que los miembros misa con atención y después de terminada, se escuálidos de San José bien merecen la capa; y arrodillan largo rato frente un cuadro grande, muy espesas faldas las carnes flojas de Santa 'I'ri- de lu stroso marco dorado y bien restirada tela , g idia ó de Santa Mónica.-Pero puesto que es en la cual se destaca.entre una vegetación exigua, necesario, no habl emos del lecho , que- semeja cu- pero muy verde, uu viejo sanguíneo , calvo, de na de gemelos, en la que ellos due rmen su s amo- ab undante barba blanca , cub ierto con un burdo res blan cos . manto, enseñando los p ies des nudos , carnosos, Algunas ocasiones van al teatro, á galería. Pre- su rcados de h inchadas venas azu les . Lleva uu u fieren el drama, el drama español , sangriento, palma en la mano izquierda y levanta la otra al atravesado de choques de espada y gemidos de cielo, un cielo entre cuyas nubes parduzcas asodolor y explosiones de ira, palpitante, descabe- man bustos de querubines redo ndos y mofletullado, terrible; en el que hay siempre una mujer dos, con fragmentos de alas . Un ángel d iminuto, regordete , de muoisas carmuy sollozad ora, que empapa de llanto una docena de pañuelos; un traidor pingajoso, de torva nes colorado, con dos alas cortas y anchas como mirada y voz tronatoria; y un justiciero de pelu- abanicos abiertos, y un manto color de rosa enca rubia y espadín colgante, que en el último acto roscado entre las pi ernas, le ofrece al viejo , con derriba al traidor y se casa con la dama de los sus manecitas tendidas, una mata silvestre y una s pañuelos. Los he seguido á galería. Allí los he flores bieu poco lozauas., Abajo del cuadro se visto comer dulces en los entreactos y los he oído lee en parej as letras amarillas: San Ci1'O, médiplaticar encantadoras tonterías. He presenciado ca , anacoreta '!J mártir, de gn'ien .ftiÍJ devoto el beato sus lágrimas en las tiradas patéticas, sus zozo- Fronicisco Jerimimo, A la salida del templo, desbras en las escenas de espectativa y 15US aplausos pués de introducir sus dedos en la p ila del agua en el inesperado desenlaes.c-Se posesionan real- bendita para mojarse la frente, dejan una monemente del drama; al grado, que odian á un pobre da en la charola de las limosnas, y juntos se van Sr. Arteaga, que es el actor-traidor, y adoran á paso á paso pUl' la calle, con una cara de beatiun Sr. Zendejas que es el actor-justiciero. No tud inefable ¿Qué le piden á San Ciro, á ese pueden hacer la abstracción entre el personaje médico descalzo que por tod o instrumento de ciú
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rujia tiene una humilde palma? ¿Le piden acaso que le vuelva la vi sta al ciego? ... .. La ironía humana que hasta de ella misma se burla, respeta á estos arrodillados. ¡Y qu ién no los envidia! Delante de ellos el sabio se lamenta de ser sabio. M. Renán, ese santo impío , tan terrible como Lutero y tan candoroso como una novicia , destruye los altares con su pensamiento . ¡ay! pero dej a su corazón cutre la s ruinas . Ellos no hall necesi tado, para llegar á la suprema visión del Dante, atravesar como él la pesadilla horrible del infierno . La mentira sublime es para ellos una sublime verdad. Son pobres séres atrasados en el gran camino humano, que aislados y con ten tos en su aislam ien to, forman caravana aparte, y baj o sus m odestas tiendas duermen el sueño sin cuid ad os de los que nada saheno Allá, á lo lejos, en la estepa infinita, los eleg idos vuelan en la s radi osas alas de la electricidad E n tanto ellos , los olv idados, los pobres de espíritu que amaba Cristo, van todavía sobre los torpes mulos, cantando á la luz de las estrellas el A t'e Mm·ta...... San Ciro médico, sin sus dos devotos, es un cuadro feo ; con ellos , es un cuadro encantador. Un día, qu e, como de cost umbre , entré al estsuqu ill o ú comprar cigarros , sorprendí una escena primorosa . La cortina que cubre el fondo , )10 estnbu bien corr ida y dej aba ver u na p ieza pequeña y aseada . E l ciego estaba sentado, con una toalla al cuello y la barba cubi erta de esponjado jabón. R ila, di vcrtidísima, lo afeitaba con singular destreza. Al entra r, oí que le preguntaba «omo pregunta n los peluqueros; «molesta la. navnja,» se ño r? ¡Tenía una dnlzu ra su voz!. .. El ciego estaba radi ante. Por últ i mo, otra vez los seguí á la Alameda. Un crepú sculo esplénd ido caía sobre los árboles. Pocas nubes, casi transparen tes, ligeramente rosadas. E l ocaso, te ñ ido por un barn iz de oro pálido, hacía resaltar con rigidez escultórica, las crestas restiradas de los mon tes . Un t rozo de la luna lívido, cortaba con sus dentellndnras la sedosa
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tersura del cielo . Una banda militar tocaba, y las notas, agitando sus alas vibrantes baj o las tupidas hojas , parecían parvadas invisibles de p ájaros . La última luz del día penetraba á las calzadas del parque, por entre las mallas verdes, opaca, cenicienta, como circuida por un velo. A lo lejos, el fondo azul era un lienzo para las líneas inmóviles de la. torre. No sé qué cosa tocaba la banda; algo que me gustó mucho, una pi eza suavemente melancólica, ó que me pareció así. Se sentaron en una banca de hierro, le compraron á un nevero dos vasos de limón he lados , y, mudos, absortos en su felicidad, ella con su cara de amapola y él con su ramito en el ojal ele la levita, respirando el aire puro y oyendo la dulce música, permanecieron allí hasta que las estrellas anunciaron la noche. El misterio descendió á la tierra. Una campana tocaba á oración. Ella le di(J el brazo ú él y se internaron en la sombra. Desaparecieron . Qué se dirían á solas en la callada noche? Yo sóio sé que me puse á pensar en ellos con envidia, que nunca como en ese instante de soledad y silencio, como en esa hora triste y bella que mu y pocos saben d isfrutar , sentí el deseo inmenso de un amor como el de ellos.. .. .. Las estrellas que se ven como gotas de luz en los pedazos descubiertos del cielo, el aire oliendo á tibia esencia ele lirios, la sombra que abriga y oculta, todo convida á amar Y ellos se aman !-Me fingí una de esas conversaciones tÍ cada instante interrumpidas, con frases qu e el sentimiento trunca, con palabras que bri llan en la oscuridad, con exclamaciones de fuego palpitantes ......Me fingí suspiros qu e piden caricias y besos que retozan inquietos y que saltan ruidosos .. .. .. Y los ví entonces, en lo más denso de la sombra, muy juntos, con las manos enlazadas, temblorosos , los labios en los labios .. .. .. El ave del paraíso agitaba sobre ellos su plumaje de Iris .... .. ¡Ay! suspiré levantándome, es una rara avis, I ... . e1 aye a:lVIOI\ ...
Je-síl" lJrueta. 1891.
Confieso que esas existencias aisladas bajo techos ignorados, me han causado siempre el efecto de cisternas siempre cerradas en que duermen
las aguas y en las que se respira un aire malsano. Todo 10 que es olvido en la tierra, tiene algo de la muerte. A.. de :u U8set.
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RAYES DElEAN LANDR Yo fuí árbol c1e UI1 bosque de 10 pasado; De savia me han henchido las primaveras, y mis ramas al aire se han agitado Para lanzar sus quejas más lastimeras.
y por eso mi espíri tu, tan á menudo Como sauce lloroso qu e agita el viento, Cruje, ti embla, se dobla, doliente y mudo, Forcejea, solloza, lanza un lamento. y fuí águila! Rauda salvé los montes, y me cerní altane ra sobre las nieves; A mi vuelo se abríart los horizontes y form aban las cumbres, bajore1ieves. Por eso vuela tanto mi fantasía E n las noch es serenas que, solitario,
Persigo en la caótica lejanía Las estrellas, con ojos de visionario. Yo h e 1uchado en los siglos de la leyenc1: Con las épicas manos de los g uerreros, V fui h acha y espac1a, qu e en la contienc1a Bañaron con su sangre los extranjeros! Mi ind ignaci6n, por eso, cae en tu frente Como espada implacable de la ve nganza, Cuando al inexorabl e sultán de oriente Le suscitas al paso la maland anza. y si hay en mis versos de enamorado Algo que llora y ríe, canta 6 suspira,
Será porque en hermoso tiempo pasado, He vivido en las cuerdas de alguna lira. Ralbillo D(lvalos.
UN CONCIERTO DE RUBtNSTEI (TRADUCCION DE GTTTLLERMO PETER REN)
]udith Brow ning naci6 y vivi6 en Texas, de donde n unca había salido. Una herencia inesperada le trae á Nueva York. Allí miles de carteles le anuncian que Rubinstein dará un concierto 111. misma noche de su llegada. Deseando ver y oír todo)]udith Browning asiste á él. De vuelta á Texas, cuenta sus impresionasá un auditorio de amigos: «Rubinstein entra y se sienta an te un piano. Nunca habeis visto cosa semejante. Figuráos una gran máquina, larga y plana, como un billar vuelto loco y puesto sobre tres pies. Habían levantado la cubierta; eso era prudente, porque este Rubinstein era un gallardo para vac iar el instrumento como una cocinera vacía un conejo y para echar los intestinos á los cuatro vientos del cielo. ¿Me preguntaréis si tocaba bien? Esperad y no me interrumpais: Pues se sienta y comienza,
pero como un hombre aburrido de encontrarse allí y que bien quisiera largarse. Golpea arriba y abajo, como si le gustara ver todas las teclas y los sonidos ante sí. Yo digo á mi vecino: El se burla de nosotros. ¿Qué diablos nos toca? Y me contesta: «[Psit!» De repente, veo las manos de Rubistein correr de arriba á abajo en el piano como una arda de ratones que se persiguen en el granero. Iba muy de prisa. IIEn fin,» digo á mi vecino , «se ent usiasma, pero no entiendo nada de esto. Ojalá nos toque Yan kee Doodle.» «[Psit!» me contesta mi vecin o de un modo desesperado. Ya era bastante. Estaba á punto de levantarme y salir, cuando oigo algo como un pajarito que se despierta entre los bosques y que, toda-
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vía adormecido, llama á su niujercita. Levanto la cabeza y veo que es Rubinstein que hace esa bulla. Vuelvo á sentarme y escucho. Me parece que apunta el día: la brisa murmura, los pájaros se despiertan en el verjel, otros sobre el techo de la casa, y todos se echan á gorjear. Se me figura oir la gente que se levanta y la doncella que abre las persianas. Un rayo de sol resbala sobre las flores del patio; amanece, los pájaros cantan hasta hacer estallar sus gargantas, las hojas tiemblan; el rocío centellea, el mundo está alegre y radiante como unas pascuas. En este momento yo hubiera apostado mi cabeza, que había en todas partes un almuerzo suculento y que en ninguna parte se hallaba ni mujer ni niño enfermo. He aquí un buen día. -¡Eh! dije yo, volviéndome al lado de mi vecin o, esto es música ¿no es verdad? Este pobre diablo no me contesta y me mira como si quisiera extrangularme. Ahora se cambia el viento; se pudiera decir que una niebla se levanta. No sé que tengo pero me sie nto muy triste. Me parece que está lloviendo. Creo ver caer las gotas: es lindo pero muy 111 cla ncóli ca. Las gotas lucen como perlas, form an peque ñas cataratas de agua, delgadas como hilos de plata, zumban sobre arena de oro. Los hilillos se reunen y se ensanchan silenciosamente, corren entre las riberas, de donde se despren de un perfume de flores; el cielo está cubierto, los páj aros se callan, y siempre la caída. de agua se esparce en una ligera neblina. U n angeli to vestido de blanco avanza y la g uía . U no de aquellos angelitos como los vemos en los cuad ros. El marcha y la onda le sigue, él desaparece en un vapor lejano, donde jamás ha penetrado hombre alguno. La luna sale, alumbra las tu mbas de las cuales suben brazos levantedos; ilu mina los palacios de mármol rodeados de cipreses. A las ventanas se asoman mujeres bellas, escuch an pensativas á sus amantes que al pie de la s murallas cantan, acompañándose en la g uitarra. Me siento tan triste, pensando en que no pueden reunirse, que lloraría y entonces me asalta un loco antojo de ser amado yo también, pero ¡ay! no se de quién. L a luna desaparece. En la oscura noche el vien to solloza como un niño perdido que llama á su madre muerta. No sé qué me ataca, que me siento t raspor tado al infinito, que no puedo le-
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vantarme y quisiera predicar un sermón sobre la vanidad de las cosas de aquí abajo. Saco mi pañuelo, iuclino la cabeza, y lloro de emoción. Los imbéciles me miran. ¿Qué les importa á ellos, si tengo lágrimas en los ojos? De repente Rubinstein cambia el tono. Las notas estallan y salen como charangas, los parches de los tambores tocan: parece que pasa un circo, entonces comienza un baile, y ¡qué baile! El fandango se desarrolla, el bolero da vueltas, el gas echa llamas. La música me levanta, todo el cuerpo me aletea. Ya no puedo aguantar más, salto sobre mi banco y grito: -lc¡Bravo, Ruby, bravo!» Abajo, los vecinos gesticulan; la sala grita: -((jAfuera, afuera, échenla afuera!» -lc¡Que echen á su abuela, si les place!» les contesté, pero yo no saldré antes del final. Unos policías quieren intervenir. Sobran en número, gallardos, grandes y fuertes, y me callo. Rubinstein vuelve á tocar; pero esto era diferente. Toca fino, finísimo, como una mujercita guapa que marcha de puntillas. En seguida, el sonido se vuelve grave, misterioso, como el sonido de las campanas, en la noche, en los bosques y los valles. Las estrellas lucen, el gran 6rgano de la eternidad se deja oir de uno al otro contín del mundo. Los ángeles rezan, lágrimas de alegría briHan en sus ojos. Es lindo, lindo, es tan lindo que toda la sala estalla en aplausos furibundos. lC ¿Y él? preguntaréis vosotros, El les saluda con un aire negligente; parece decir: «Ora cias, señoras y señores, pero no me interrumpáis.» Se aprovecha, sin embargo, de la pausa para tomar aliento. S e pasa los dedos por el pelo, se remanga los puños, se estira las solapas del frac, hace voltear el taburete, y ¡hola!-\'uelve á pelearse con su piano: le da bofetadas, lo menea, 10 araña, martillea sobre las teclas. Unas veces las hunde todas; reaparecen luego á la superficie y las hace desaparecer de nuevo con un giro del br.17.0. El instrumento gime como un becerro, pinfa y relincha como un caballo, ladra como un perro, brama como un toro, grita como una rata cogida en un trampa. No le hace caso: él sale de nuevo con más ahinco; arranca desde las notas más altas hasta las más bajas; continúan los golpes de trueno: sus manos se persiguen sobre cRaVIRTA AZUL.. -36
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el teclado sin atropellarse jamás. Oís notas aljofaradas, agudas, sonoras, graves, locas, serias, cómicas, tristes, un huracán de notas; y todavía todavía, y siempre se va, adelante, atrás, arr iba, ab ajo, ahora aquí, de pronto allí. E s el movimiento perpetuo, en furecido, estallando en un adagio, de cuarenta y cinco semicorcheas. Silencio. Todavía no h a acabado. Recoge su ala á la derecha, luego á la izqui erd a, hace avanza r el cen tro y marchar sus reservas. La fusilería estalla, primero aislada, en seguid a por pelotones, por compañías, por regimientos , por brigadas. Los cañones rugeu, ca ñones de sitio y de campaña, obuses, pedreros, carron adas, culebrines, falconetes. Toda la artillería se enfurece; balas y granadas silban en todas direcciones. Oigo desplomarse las murallas, los morteros se quiebran, los arcones saltan, las minas revientan, los parques de artillería prenden fuego. La sala tiembla, las luces vacilan, las parede se desploman, el piso cede, el cielo raso se sume, el cielo se revienta, la tierra bambolea, todo se va; la creación, las fl ores, las frutas, las papas, las mujeres, la gloria, Moisés, el amor, Jerusalén, Sansón y Dalila, todos desfilan delante de mí en una confusión inestricabl e. No se entiende nada má s, no se oye na da más que un huracán de sonidos.
EL Claudicante, viejo, s610, Viene del Polo el Invierno; Eolo sopla en su cu erno Saludando al R ey del P olo. Al son del cuerno de E olo Lanza el gran mar su clamor; Sobre el oceánico hervor Da el tri tón su canto extra ño, y con su crespo rebaño Pasa el terrible pastor. En la granítica punta De un escarpe, el faro brilla. La gaviota blanca chilla A la nube cejijunta. La luna, virgen difunta,
-¡Cata-plum! ¿Creeis, que esto era todo? N o conoceis á Rubinstein. Se levanta, recoge las manos, los dedos, los codos, los hombros, la nariz, el pecho y las espaldas, las rodillas, los pies, se arroja sobre el instrumento , atrapand o todas las notas de una vez ; las negras, las blancas, las redondas, lassemicorcheas, las tri ples, cuádru ples, las martillea, las amasa, las aplasta; se mueren del golpe; el piano agoniza-un último esfuerzo, y el instrumento se h unde, estalla en setecientos cincu enticinco mil quinientos fragmen tos. Me qu edo allí, abatido, ab rumado. Cuando volví en mí , me encontré en u n establ ecimiento, cu yo rótulo decía «Oyster Bank. » No sé cómo había llegado allí. Parece que me había yo ll evado á un yankce que no h abí a visto jamás y que no espero volver á ver, y que com ió y bebió á mi costa como si 110 h ubiera probado bocado en un mes. Ama neció, cuando en fin fui capaz de vol ver al H otel de S an Nicolás. ¿Creereis qu e me acordé todavía de mi nombre? E l portero me pidió el número ele mi cuarto para cono uci rme. N o pude contestarle más que «[Mozo, música para dos!" Dodor Rugb" . ¡..vm e rl c.mo.]
BAÑO DE HGO Lanza un espectral fulgor ; Con su gongo aterrador El trueno golpea el risco, Y, camino del aprisco, Pasa el terrible pastor. Arriba un negro cochero Qu e rige un siniestro coche, Ase, y agita en la noche E l relámpago de acero. Al sen tir el g olpe fiero, La cuadriga del terror, Relinchando de dolor Sobre el mundo se despeña: La onda su toisón desgreña: Pasa el terrible pastor.
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Cuando en el mar solitario Pasa el terrible pastor!
ENVIO.
[Burgrave Rugo! Emperador! De tu clarín, visionario, Se oye el inmenso clamor
1894.
Itubéll Darío.
CUENTOS ESCOGIDOSa El FIN DE UNA CIUDAD IIUGUES REBELL
Rugues Rcbell pertenece á la ge nera ción de los jóven es. Es poeta y prosad or y ha dado ya á luz tres volúmen es intitulad os: L os A tor mentados, L os A turdimientos y B esos de Enemigo. En este último libro se nota claramente la gran influencia que Baudelaire y Gonconrt han ejercido sobre el ta lento del autor.
E. G.
***
C ARRILLO.
nunca tuvo necesidad de organizar un ejército ni de pronunciar nna sentencia. Cuando los países de Europa eran aún completamente bárbaros, Zur era ya un país completamente civilizado, más civilizado que nnestro mundo contemporáneo. Los progresos de la indnstria y de la ciencia, habían proporcionado á sus habitantes un bienestar material completo y pertecto: los zurianos no tenían ne cesidad de trabajar para vivir holgadamente. La inteligencia adquiría sin esfuerzo, gracias á la simplificación de los métodos, las nociones universales. Y 10 que sabían les bastaba para no desear aprender lo que ignoraban. El desarrollo y la popularidad de la ciencia había dado por fruto la igualdad; las carreras y los oficios habían desaparecido y las grandes fortunas ganadas por los hcmbres primitivos seguían intactas en el tondo de las arcas. Nadie compraba nada, puesto que nadie tenía necesidad de cosa alguna. Un día, el vieje rey, patriarca de aquel rebaño de afortunados, reunió á sus cien súbditos alrededor de una mesa bien servida, creyendo que su título le daba ciertos derechos y que su cetro imaginario era útil á la ciudad. Cuando el banquete estaba á punto de terminar y mientras todo el mundo se llevaba á los labios las últimas copas, el monarca, cuya frente estaba adornada de una corona de diamantes y cuyo cuerpo estaba envuelto en un manto de púrpura, levantóse y dijo:
La ciudad de Zur, edificada en el centro de una inmensa ll anura, levantaba, bajo un cielo eternamente azul y ent re el oro glauco de las frondosas arbol edas, las to rres de sus palacios. En otro tiempo h abía sido la ciudad más célebre del mundo; y una multitud de poetas y de trovadores, populares an taño, olvidados ogaño, habí an escrito su historia y cantado sus maravillas. De los tres millones de hombres que la habitaron al p rincipio, ya no qu edaban, por tanto, sino cien individuos, únicos descendientes de la población más numerosa, únicos herederos de las más grandes riquezas. Esa centena de nababos, vivía tranquilamente sin detestarse y sin amarse. Aunque, en realidad, todos tenían la misma posición y la misma fortuna, uno de ellos-último vástago de la dinastía zuriana-c-continuaba, nominalmente, siendo rey. Los demás veneraban en él el recuerdo de una antigua y noble familia yeso era -Ya comienzo á sentir que la hora de mi todo; pues como la ciudad estaba demasiado aislada de las otras ci udades del universo, y como muerte se aproxima ¡oh, buenos amigos míos!... sus vecinos vivían en la más perfecta harmonía, Yo habría querido que esta fiesta tuviese por ob-
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jeto la consagración de un nuevo rey, hijo mío y representante de mi ra za; pero vosotros sabéis bien que el vientre de mi esposa Ierta fu é infecundo. Escoged, pues, vosotros mismos, al que deba sucederme, para que yo pueda tener la dicha de bendecirlo con mis manos, de entregarle mi cetro y de coronarlo con mi corona . Al oír estas palabras, los noventa y nueve t ributari os del viej o rey comenzaron á gritar confu sam ente. Al fin una voz dominó el barullo: --¿Qué necesidad tenemos de elegir tu sucesor? . .El pueblo de Zur muere con tu dinastía. Mira á tu alrededor y verás á tus últimos súbditos. Entre nosotros no hay un solo niño, ni siquiera un joven, porque nuestra raza debilitada por el vicio y por el trabajo de nuestros antepasados, no puede ya retoñar. La medicina, con su impotencia vanidosa h ipócrita, nos ha proporcionado los remedios para curar la entermedad y el dolor del cuerpo, pero no ha sabido ni renovar nuestra sangre ni convertir en séres nuevos y valien tes los séres viejos y gastados. - ¿Qué importa- replic6 el rey-que nuestro pueblo muera con nosotros? Vosotros viviréis aún muchos años, durante los cuales os será necesaria la autoridad de un monarca. - N.)- contest6 el hombre.-Zur no necesita nada y lo único que sus habitantes desean es morir. Tú lo sabes bien: nosotros podemos hacer, sin trabajar, qu e la ti erra produzca los frutos mejores; nosotros podemos preparar, en un instante y sin fatigarnos, los manjares más exquisitos, pero nuestro g usto y nuestro olfato están estragados. Nuestros palacios están llenos de oro y de pedrerías, pero ni el reflejo de las joyas ni el color de los tapices halagan nuestra vis ta. Nosotros hemos llenado de fardo los rostros de nuestras mujeres y de perfumes sus cuerpos y de ungüentos sus cabelleras; nosotros hemos empleado todos los filtros para despertar en ellas la voluptuosidad dormida, pero las caricias nos hastiaron y los besos más ardientes nos parecieron siempre fríos. Nosotros conocemos los
misterios de la b6veda azul y podemos leer en sus astros luminosos la historia futura de la atmósfera, de la cultura y del organismo; nosotros sabemos 10 que hay bajo nuestras plantas y 10 que hay sobre nuestras cabezas, pero nuestra indiferencia liS mayor qne nuestra sabiduría ... ¿Y sabes por qué ¡oh re y? Porque no esperamos nada. Si creyéramos en el misterio; si el pasado fuese más obscuro y el porvenir m enos claro; si tuviésemos deseos y esperanzas, recuerdos ilusiones, nuestra vida sería más amable ; pero h emos desgarrado el velo qu e cubre el arca de los secretos y hemos encon trado vacío el fondo. N o conocemos el sufrimiento ni la pobreza, pero tampoco conocemos la fe, ni el temor, ni la pasión, y por eso 10 único que deseamos es morlr . Estas últimas palabras fueron repetidas por cien bocas. De pronto el rey habló: - N o me quedan sino algunos instantes de vida; conducidme á la torre de mi pala cio pa ra que mis ojos cansados puedan, antes de cerrarse para siempre, mirar á Zur otra vez. E l sol derramaba su áurea luz sob re los jardines; las palmeras se destacaban sobre la superficie cenicienta de la necrópolis. El rey se acordó entonces de 10 que había leído en las antiguas cr6nicas sobre esa ciudad llena antaño de mercaderes, de soldados, de prostitntas y de caballeros; la gran población mnerta apareció un momento ante su vista, oscurecida ya por el velo de la agonía, y sns párpados se llenaron de lágrimas. Sus vasallos se habían arrodillado á su alrededor, después de depositarlo sobre un lecho de oro. . ..... El viejo monarca lanzó el último suspiro . Entonces los noventinueve zurianos restantes, rompiendo el engarce de sus sortijas, absorbieron el contenido...... Y todos dejaron de existir casi al luismo tiempo que su rey, borrando así el secreto de su civilizaci6n y de sus dolores ......
El orgullo y la vanidad no marchan necesariamente unidos. El orgullo puede ser alguna
vez legítimo y aun noble; la vanidad es siempre mediocre y baja. Francisco (Joppée.
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BALADA DE PRIMAVERA Alborea: bajando la pendiente De la verdecolina, Al cam po se avecina La ma ñana gentil y sonriente. Ciñe su sien primaveral g uirnalda Los flotantes cab ellos en la espalda Húmedas m uestran las guedejas blondas, y ella con voluptuoso calosfrio, Como Ve nus surgiend o de las ondas, Esparce en tre las flo res el rocío. ¡Cantad, alondras! se aproxima el día! ¡Que lleg ue entre raudales de harmonía! Entreabrid vuestros pétalos; oh flores! Ll egó ya la estación de los amores! ..... ........ ... .. ...... . . ... .. ..... ... . . ..... . ... ...... . . ¡Despi erta, primavera!
El sol desde la altura Vivifica la tierra con sus llamas y la fresca, gentil enredadera Trepa del viejo tronco por las ramas. Sobre su lecho de jazmín y rosa Se tiende á reposar la mariposa. ... ... .... ... .. .. ... , o.. .. .. [Salve, estación flo rida, De juventud y am or bella alborada! El alma enternecida Sonríe á tu llegada. Eres nuncio de dicha ...... Dulce ensueño H ace latir mi espírit u adormido .. Para abrigar mi sueño ¿En donde ¡oh mu sa! formaré mi nido? 18 94. Salva(lol" Gutiérrez N:íjc1"a. •
FRAGME TO veces, en esas horas de rebeldía que se posan, á modo de bandada de aves negras , sobre el espíritu, me he complacido en volver la vista atrás, muy atrás; los recuerdos, en oleada incesante, se t ienden , ento nces, sobre u na playa inmensa y viemm á morir lentamente en ondulaciones vagas.-La línea que separa el hoy del ayer, casi se desvanece; se confunden estos dos parpndos de la conc ien cia en una noche etern a . Las primeras impresiones del mundo ex ter ior dejan señales como si os hubiesen marcado el rostro con un latigazo imborra ble. Neblina confusa os oculta los objetos, y la realidad se esfuma al traves de una gasa . ¿No es verdad que las co-
sas idas se os apa recen como detrás de las ray as de cristal trazadas en el aire por la lluvi a? Un gir ón de cielo al descubiert o os ofrece un rinconcito azul y un rayo de sol; así se os han fijado cuadros y hechos en medio de pálidos crepúsculos del alma . Un a frase apenas oída, una melodía lejana, el perfume de una fl or, os hace emprender ese viaje del pa sado, en dond e todo es indeciso. No hay conciencia ex acta de haber visto todo eso qu e desfila ante vuestros ojos . Pero cómo! ¿es posible que yo haya vivido esa vida de la cual no me queda sino la lejana idea de un via j e siempre soñado, no realizado nunca? ¿No os ha. asaltado entonces la idea de una existencia dobl e? ¿No os habeis preguntado si aquel que vislumbráis allá atrás, muy atrás, en
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el dintel de vuestra concienc ia, era otro que no Me habla del más allá, de ese más allá, tan dessois vos?-Yo sí; yo creo firmemente que aque- conocido casi como el otro, quizás porque está lla leve sombra qu e sigue mis pasos, constituye más lejos de nuestro espíritu. Se asoma á mí cootra vida que la mía; la veo asomá rseme al fon- mo á un abismo, y veo temblar su perfil como en do de mi espíritu. H e sufrido con él, he llorado la superficie de un lago. sus primeros dolores y me h e sentido inundado La visión ha surgido de un sueño rosado, y trae de sus primeras alegrías. Ahora, le tiend o cari- en sus manos ramilletes de flores frescas.e-Las ñosamente la mano. Es como un muerto qu e lle- ha cogido en las primeras revueltas del camino vo á mi lado. - reguero de verdura que se ha perdido ya de Amada imagen! Eres el perenne consuelo de vista-y ah ora las esparce al rededor mío. mis fati gosas veladas. Hágote salir de tu pálida Cuando mi querido muerto se aleja, me pretumba y entablar conm rgo diálogos de tern ura gunto si en realidad. seré yo el que vivo. in fini ta. (Jal'los Díaz D llf60.
HUMORADAS 1
Varié mucho de amor; pero lo extraño Es qu e nunca varié de desengañ o. II
La amb ición más legítima y más pura Para subir se arras tra hacia la altura. •
III Aunq ue parece necia Nos couocetan bien qu e nos desprecia.
IV Es, Pilar, el mayor de tus placeres, El placer de cumpli r con tus deberes .
V Después que aquí encantó con su belleza , Irá al cielo á admirar con su pureza . VI El gran Enrique, de pudores harto, Dijo á una joven con des caro un día: -¿Cuál es, niña, el cam ino de tu cuarto? La joven contestó:-La vicaría . Madrid , Agosto de 1894. (JamI)oamor.
LOURDES o busquemos en Lourdes aquel paisaje áspero, severo é im ponente de Covadonga , porque todo allí es tranquilo y ri sueño , y aunque por cualquier lado nos sale al encuentro el objeto piadoso, más parece aquello plaza de contratación y camb io de mercaderías, que sitio de oración y pen itencia . Ciertamente qu e no debe pedirse al volterianismo francés el h ondo sentimiento religioso de la familia española, sino algo decorativo y teatral que, cuando no obedece á una inspiración
artística, cae en la grosería bufa y lastima más bi en que atrae á los espíritus delicados, dispuestos cuando no á seguir, á comprender los grandes movimientos que han empujado hacia lo alto el alma de la humanidad. Y es que, si el francés quiere copiar al griego, lo alcanza fácilmente; pero el mundo fascinador del misterio, el mundo de lo in cognoscib le-que, si ha engendrado muchas tiranías y alimentad o muchas supersticiones , ha llenado en cambio la historia. con sublimidades y heroísmos-le es totalmente extraño.
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Pidámosle al frances lo que al heleno: luz, armonía, notas claras, líneas correctas, naturaleza placentera; pero no le exij amos nada que traspase los umbrales de esta vida. Inútil sería, pues, buscar en el santuario de Lourdes el sello de aquella fe á cuyo calor se reaIizaron los actos más brillantes de la vida espnñola; carece del aspecto ceñudo y sombrío de nuestros g randes monum entos piadosos; le falta algo com o el tinte melan cólico, como la nota triste, como la huella de la v igilia y de la maceración, eomo la vaguedad un tanto pavorosa que se apodera d el alma cua ndo se encuen tra sorprendid a por el hondo mi sterio de lo infinito . Allí lo mundan o nos sal e al encue n tro por todas partes; mas lo sublime, lo qu e hace sen tir y m editar al m ismo ti empo , lo qu e se apodera del ánimo para trasportarlo á esferas sup ra-ter ren as , eso n o se halla po r ningún lado. Lourdes, con su aspecto m odernísimo, con todo lo convenc ional que lo rodea, no parece un esfuerzo de la fe, ui siqu iera un vigoroso acto de re acc ión religi osa; parece la protesta fr ía, am an erada, desv aíd a , (le las clases que no tem en po r sus cree ncias con el sobresalto el e q uien las ve oscnr uec idns; de aCju e-
llas que no sienten en la religión el elemento divino en toda su grandeza, la voz celestial que nos impone el sacrificio por los demás sin mira de ulterior interés , sino el muro contra el cual ha de estrellarse eternamente la ola que viene de abajo encrespada por los vientos de la miseria, algo que sobre lo piadoso sea como ordenanza de policía, corno un nuevo gendarme de stinado á velar porque no se turbe la. vida fác il á que vi ven en tregadas. Y lo que no sea en aquel lugar hijo de ese movimiento inconsci ente-porque no puede suponerse la prese ncia de n ingún facto r reflex ivo en semejante cond ucta-s-es s in duda h ijo de la moda, produ cto enfermizo (le la vani dad que arrastra á la. multitud, esp ecialm ente á la. que posee cierto bienestar económ ico, á repetir, de la. manera más monótona y más mecán ica , lo qu e juzga (l e hu en tono, es decir, 10 que con gusto m ejor forll l:1 clo hacen las familias de no ble y antigu o liusjc. Aun en t re nosotros, Lourdes tiende á substituir {L Covadonga , al Pilar, {t Mou sorrat, los símbolos sagrados de la fe y de la patria que un desd én incompren sible va en tregn ndo poco ú poco al olvido. Teles'oro GR.'eia.
L"AMOR SUPREMO" SOl'IDRAS y I.UZ. Sollozando á 10 lejos el P asado: Cubierto de amarguras el P res en te ; Cual Esfinge fatal, se alzaba al frente El Futuro de brumas circundado: Ante el g ra nde misterio anonadado, Quedó en silencio el corazón doliente, Cuando so nó en los cielos, de repente, El insta nte por Dios aparejado: Rasgánd ose los velos de la niebla, S urgió en el fondo incógnita hermosura, S ubli me encarnación de la esperanza; ¡y entre el himno de amor que el orbe puebla Di visa el alma edenes de-ventura, E n radiosa infinita lontananza!. ..... ....... ............. .... .. . .
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ll. L VlER••""" P A.SAR Qué serafín es ése que ha un in stante Me irradió el paraíso en su mirada? Que una celeste vida aun reflejada Tiene en su rafaélico semblante .. De sus ojos al rayo, rutilante, En piélago de amor mi alma engolfada La senda halló de su inmortal morada, Cual con la Cruz Austral el navegante: ¡Pasó, la faz hacia el Empíreo vuelta, La cabellera de azabache suelta, y suelta al éter la ondulante falda ...... y llevaba al pasar, resplandeciente, La luz de las auroras en su fre nte, La sombra de las noches en su espalda!
Numa P. Llona. Lima
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AZUL PALIDO Alguien lo h a dicho: la lucha qUE' se desarro** * ll a en el Extremo Oriente es la luch a de la ciAntes de que el aliento de nuestros volcanes vi lización contra la barbarie, es el combate de 1:3. se trueque en penetrante y acre, el ve cindario luz contra las tinieb1as.-De aquellas comarcas, se precipita, cada domingo, á esos pequeños j arperdidas en una oleada de mar intensamente dines que tiene la ciudad á veinte pasos: Mixazul, conservamos la impresión que nos ha tras- coac y San Angel dejan bogar por el tibi o aire mitido Pierre Loti, ese monarca del color. Tie- de un verano que pasa, los perfumes ele sus flonen aquellas orillas el encanto de un paraíso res; en el valle, los diversos matices del verde, desconocido, en donde la naturaleza toma algo que pasan del reflejo de la esmeralda al li geradel brillo del raso.-Para formarse ide a de lo mente opalino del ajenjo, se extie nden en caque es la China, es preci so creer que se está en prichosas figuras; un rayo ele sol infiltrándose en otro planeta; los mi smos obstáculos elevados por un claro ele cielo, hace bri llar un fra gmento al progreso, contribuyen á conser var esta ilusión. obscuro, y la luz, al separarse de una faja de teAsusta esta inmensidad qu e tiene algo de la inal- rreno la ente nebrece y salta á cien m etros más t erable quietud de u n satélite m uerto que arras- all á. Los colores juegan, saltan, corren, ondutra un astro. -El J ap ón h a querido romper las lan ...... Y el cu adro, an tes de desvanecerse, al amarras qu e lo retenían adormecido al pasado: beso de la noche, lanza á trechos, rojizos rcspla nen 25 años ha ope rado en sus instituciones- dores: acaba de hacer observar Max Nordau-una m e«T odo trabaja y suda, corre del tronc o tamórfosis análoga á la que la E uropa ha tardala olorosa res ina del insensar io, do siglos en realizar. ¿Pero esta transformación el humor, u vas h echo, del tallo bronco, ha sido re clamada por las dive rsas clases de la y mi el de las colmenas en el sagrario. sociedad, ha aprove ch ado á todas, h a sido por De las frutas doradas el poro abi ert o ell as ab sorbida por igual? Esto es lo que se prech upa las gotas de oro que el sol desti la, gunta un publicista europeo -M. Ch. Loonen , y desm aya sus ramos rendido el h uerto en una reciente obra «E l Japón moderno.» U n en la amodorrada sie sta t ranqui la. pueblo-ha escrito Stuart Mill-puedesimpatizar con una forma de gobierno y carecer, sin emE l sol á pleno baña valles y montes bargo, de condiciones que le hagan apto para y los aires impregna con su b och orno, hacer conservar esa forma de gobierno.- Remoy están t an en cend idos los horizontes vi endo un poco la situación actual del Japón , se qu e borbo ta en sus senos la luz ele un h orno. tropieza con enor mes lagunas no colmadas todavía: así, mientras en las clases superiores el ** * comercio y la activid ad febriles de un progreso La zarzuela nos aban dona.-L a últi ma impreacep tado con en tusiasmo , h ostigan á los favore- sión que de ella conservamos es el b en eficio de cidos, «en los campos, desprovistos de industrias, la Goyzueta. Cires Sánchez y Pardavé se retilejos del contacto de los europeos, dice M. Loonen, ran con sus glorias. Sotana y Ve n t ura se apoexiste una gran cantidad de personas que ni deran del Principal, y Napoleón S ieni- m u niaun son bastante afortunados para poder comer cips' mente obsequiado con 1 ,300 -lepreciados-> un puñado de arroz. n-Los japoneses han preten- ocupa nuestro primer coliseo. T endremos, pues, dido ser li bres, pero han olv idado la primera 6pera para todos los gustos. Y, sobre todo, para condición de t odo puebl o libre: la riqueza . Que- t odos los gast os. Pet.it BIe u . rer, es ya m ucho; poder, es todo.
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REVISTA AZUL AP AR E CER A TODOS W S Dmn NGOS.-PRECIO DE sunSCRIPCION MENSUA L 0.50 NUMERu ~UELTO, 12 y ME DIO CS.-PARA TODO PEDIDO, DIRIGIRSE Á LA ADMINTf<'I'RACION , CALLE DEL PROGRESO NUIIL 9. AI'ARTAD O DEL CO"RR EO NU M . 309.-Y A LA DEI. (ePARTIDO LIBERAL ." LA
TOMO l.
MÉXICO,
9
DE SETIEMBRE DE
1894.
NUM.
19.
EL CRUZAMIENTO EN LITERATURA ox frecuencia se cul p!l Ít esta Re'l.' i8ta. de afrancesamiento y se la tilda, sin razón alguna, de malquerer ó menospreciar la literaturn española. Hoy toda publicación artística, así como toda publ icación vulgarizadorade conocimientos, tiene de hacer en Francia su principal acopio de provisiones, porque en Francia, hoy por hoy, el arte vive más intensa vida que en ningún otro pueblo, y porque es Francia la nación propagandista por excelencia. Pero esto no significa menosprecio á la literatura española, cuyos grandes, imperecederos monumentos, ha de estudiar ahincadamente todo aquel que aspire á ser literato ó, cuando menos, á cultivar su gusto. Nuestra Revista no tiene carácter doctrinario ni se propone presentar modelos de belleza arcáica, espigando en las obras de los clásicos; es sustancialmente moderna, y por lo tanto, busca las expresiones de la vida moderna en donde más acentuadas y coloridas aparecen. La literatura contemporánea francesa es ahora la más «sugestiva», la más abundante, la más de «hoy), y los españoles mismos, á pesar de su apego á la tierruca, trasponen los Pirineos en busca de «moldes nuevos» para sus ideas é .inspiraciones. Dígalo Salvador Rueda. genialidad poética de mucho brillo, que me prfj " pongu estudiar con detención, y dígulo, entre otros muchos, Armando Palacio Valdés, novelista de insigne mérito, más apreciado entre los ex-
traños que entre los suyos, y cuya última novela, pocos días ha llegnda ú México, El Origen del Pensamiento, es de 10 nuis notable que la litera-
tura española ha producido en mucho tiempo. Ahora, las letras castellanas se vuol ven hacia Francia y hacia las literaturas del Norte de Eu ropa, así como también la filosofía, en España, tiende á avanzar en los rectos carriles del método positivo . En la península se traduce y se imita, mucho más que se produce ó se revive, y ello, lejos de ser pernicioso, es en extremo favorable al adelanto de las ciencias y las artes. La decadencia de la poesía lírica española es innegable, y así lo entienden todos los críticos serios. Ahora bien, entiendo que esta decadencia depende, por 'd ecirlo así, de falta de cruzamiento . La aversión á lo extranjero y {L todo el que no sea cristiano rancio, siempre ha sido maléfica para España: digalo, si no, la expulsión de los judíos. Es falso qtle el sol no se pone jamús en los dominios de nuestra antigua metrópoli: el sol sale y se pone en muchos países y es conveniente procurar ver todo lo que alumbra . Conserve cada raza sus caracteres substanciales; pero no se aisle de las otras ni las rechace, so pena de agotarse y morir. El libre cambio es bueno en el comercio intelectual. Mientras más prosa y poesía alemana, francesa, inglesa, italiana, rusa, norte y sud -americana etc., importe la literatura española, más producirá y de más ricos y más cuantiosos productos será su exportación. Parece que reniega la cRKVlBT.\ AIl1Lh-37
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literatura de que yo le aplique estos plebeyos términos de comercio; pero no hallo otros que t raduzcan tan bien mi pen sam iento. No puede negarse qu e en España ha y mejores novelistas que poetas líricos. ¿Y á qué se debe esta disparidad? Pues ú que esos novelistas h an leído á Balzac, á F laub ert, á Sthendhal , á George Elliot, á Ihackeruy, á 'I' olstoi , {t muchos más, y este roce con otros temperamentos literarios, con otras literaturas, ha sido prove cho so para ell os . En tre los buenos n oveli stas ele allá, P ereda es, mi juicio, el único gen uinamente espaiiol , el más de la ti er r uca . No así P érez Galdos, el cual, diga lo que dij ere , conoce los procedimientos y m étodos de observación modern os. E l renacimi en to de la n ovela en E spaña ha coinc id ido y debía coinc id ir con la abundan cia de traducciones publi cadas. Leen hoy los españoles mucho Zolu., m ucho Daud et , m ucho Bourget, mucho Gohcour t, m ucho Fe uillet; y por lo mismo los ru mbos de la n ovela han cambiado para los novelis tas castizos. E n u na palabra: la no vela espa ñola ha viajado y h a ap rend ido bas tante en sus viajes. N o pasa lo mismo con In poesía Iíri cn . Los poetas del sigl o de oro fueron muy bue nos , entro otras cosas, po rque habían cursado hum an ida des con m uchísimo provecho; porque se snbí a n de coro á Ho ruelo, {L V irgilio, ú Ovid io, á los g randes modelos . Quevedo era tan er ud ito como g rac ioso. F ray Lui s de León traducía sus pen sam ien tos del latín para vaciarlos en la tu l'quesa
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en la poesía española; á pesar de que Becquer la sintió y de que Becquer tuvo muchos y muy mulos imitadores. Sólo en Cam poamor hay Heine. La poesía tétrica de Edgard Poe, que ha avasallado - tí. .tantos poetas eurüpeos, no dejó rastros en los castellan os. Y tampoco tiene hoy por hoy España un poeta popular, genuino, propio, de la fuerza de R uiz Aguilera ó de Zorrillu, porque Ruiz Aguilera sen tía con el p ueblo español de ahora, y Zorrilla con el p ueblo esp añ ol de ha doscientos años. U nos imitan por allá á Cam poamor , á Núñez de A rce , á. Zor rilla ; otros á Espronce da ; algu nos á Qu intana; los que asp iran á ser llamados clú sicos , imitan al maestr o León , á A rg en sola , ú Rioja ; y mu chos imitan, sin saberlo, á Calderón y á Lepe , cuyos v ersos no han leid o, pero cuya fccund íu les ha en am orado al enco n trarla , de 1'0fleje, en otros Yates. P or manera , q uc la i m itación ele los buenos mod elos latinos rué decayendo en E spaña, has ta q uedarse com o al etargad a desde el com ienzo de este siglo. Y a Mel éndez ora el vino de Samas con vertido en agua con grosella . La im itación de los clásicos propios no está en mo da , n i puede estad o, 011 cuanto atañe (t lo esencial de la poesía, por 10 mi smo que no está en moda andar vestirl o de ch u pa ni con sombrero do tres pi cos . Y com o tam poco se adapta (t la íu dole de la poesía españo la el espíri tu y 111 for ma de poesías extrañas , resulta aq ue ll a insípida y descolor ida . No es antigua n i es mo dern a . Los ún icos poetas q ue sob res ale n, con ocen lite ratu ras extranjeras . E n Ca mpon mo r , qu e á pe sar de sus plag ios es el poet a más orig inal y sugestivo de su tierra, se n ota mucha lectura de poesías al em anas , ingl esas y francesas . En N ñez de A rce, aparte de .su amo r instintivo á la for ma h eléni ca y de su estudio de los clásicos h ispanos , h ay verdad ero conocim ien to de los m ode rnos ideales y de los nuevos proced im ientos poét icos. Sus poemas (q ue son lll UY suyos) est án fun di dos en donde fun d ieron los suyos Ten nysson, Card ucci , y los poetas fran ceses de m ás alto v uelo. No qu iero que imiten los poetas españole s; pero sí quiero que conozcan m odelos extranjeros; que adap ten al castizo est ilos aj enos; q ue revivan v iej as belle zas siempre j óven es; en resumen, que su poesía se v igorice po r el cruzamiento. ú -
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y ú esto han contribuido muchísimo Menendez Pe layo y Valera. No son poetas sugest ivos; no se dej an a rrebatar por el ímpetu propio, 10 que demuestra la escasa energía de éste; pero re flejan á maravilla he rmosuras de otros pamasos. U nos poetas, como Homero , son discípul os del mar; otros, como Virgilio, de los bosques y los campos; los poetas bíblicos se inspiran en la fe relig iosa; y así van beb iendo los demás en varias fuentes: en el sentim ien to , en la imaginación , en el amor patrio , en la voluptuosidad, en Men éndez Pelayo es un (lislas tradi ciones cípulo de los grandes poetas antiguos . Recita pensam ientos de ellos en irreprochable forma española. En Grecia está la patria de sus ideas. ¿Que no es poeta (le hoy? Con ven ido . Su mismo amor al arte lo detien e y le pone trabas; su od io á todo lo vulgar lo oblig a á ser parsimon ioso en la produ cción poética : es poeta (le hace muchos siglos; qu e naci ó hace poco. Valera es m enos h elén ico; le gustan más que á Men énd ez las literaturas ex óticas; tiene bu en paladar para gu star de las m odernas y novísimas; y ambos , p resentando , en buen espaiiol,dechados de belleza recogidos en sus viaj es intelectuales, corrigen la poesía patria de esa hinch azón , de esa sup erabu ndancia , de esa excesiva espontane idad y de esa su fi cie ncia que la p ierden. Po rq ue son m enos músicos que los demás, curan una literatura en ferm a de melomanía . P orque reviven á los muertos in mor tal es y h ospedan á los próceres modernos, son útiles á un a poesía que ti ene cerradas todas sus puertas y que ya no lleva flores á la t um ba de los clásicos. Ni D . Juan ni D . Marcelino son poetas en tusiastas; ni sienten intensamente esas p asiones ardorosas q ue llevan como calor y vida al verso, ni conmueven como Espronceda; ni poseen el ingenio de Ca mp oamo r; ni los recursos musicales de Zorr ill a . Pero estos mismos defectos constituyen sus ox celen cias, n o como p oetas p ropiamente dichos, s ino como maestros ó ed ucadores de poetas. ¿Qué n o h ay bell ezas en las poesías de Menéndez..... ? [Con u na sola ele las muchísimas que se encue n tran en su libro haría una fam ilia de bellezas cualqu ier poeta -rn ás atrevid o, más elocuente , m enos devoto de la antigua sobriedad! Se ve la hermosa línea griega en muchos de esos versos; sólo que para admirarla es necesario haber ap ren dido á disfrutar de esa hermosura. Si
poueis delante de Ull profano la Venus de Milo, y alguna Ve nus de cualquier gran estatuario moderno, le gustará más ésta; porque la ve más desnuda, si se permite la expresión; porque le parece más muj er; porque la ve mejor, en suma , m ientras que á la otra no la ve n i sabe on qué consiste su belleza. Cansaría y me cansaría espigando en el libro de Men éndez . ¡Qué augusta serenidad en algunas imá gen es! ¡Qué blancura de níveo mármol (m algunas fras es! ¡Cómo se echa de ver qlle para producir esas delicias , que no entran por el oído, ni por la vista, al alma, sino que derechamente van á ella, es preciso haber estado en muy estrecho comercio intelectual con los grandes maestros de la forma ! A otros poetas les salen bien, admirablemente, algunos versos. A Menéudez no le sale ning uno. E l los hace, los lab ra. Y aun barrunto que podría ser poeta de mayores y más osados vuelos, con sólo olvidar, no dolores, no desengaños, sino ciencia. Por lo mismo que anhela realizar una belleza superior y por lo mismo que sabe, como pocos, de qué manera supieron otros realizarla, encuéntrase cohibido y entrabado. Ya puede-póngase por caso-decir algo muy be 110; más columbra que aun lo podría decir más lindamente y no lo dice. Se acerca temblando al altar de la poesía. No sube su escalinata como conquistador, sino como creyente y humildoso sacerdote. Valera es más despreocupado y, á mi modo de ver, menos poeta. El ha hecho más poesías para salir del paso, y, como sabe que tiene gran talento en prosa, no se empeña en tenerlo en verso. No cree que es poeta; porque Don Juan no ha de creer nada. Le piden un soneto y lo da, porque es muy complaciente. Y le piden un elogio ..... . y sucede lo mismo. Pero si Valera, por capricho, quisiera demostrar (en prosa, por supuesto) que es un gran poeta, no se lo creeríamos ; pero lo demostraría. Pero D. Juan, que no necesita ser poeta para entrar á la gloria, así como tampoco ha de ganar el cielo con decir que es muy católico, ha sido muy útil á la poesía española ... como agente de colonización..... Ó, si se quiere, como introductor de embajadores. Ora introduce á Valmiki; ora, á Goethe; hoy á Shakespeare; mañana á Lessing ; y así van sabiendo los poe tas de la pe.
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nínsula que no sólo hay moros y cristianos, flores y espinas, en la literatura. Mené ndez Pelayo y Valera no son cantores como Núñez de Arce; ni cantantes como Velarde: son maes tros de can to. La infl uencia de estos-s- no in spirados-ha sido provechosa, tal como 10 sería par a los espa. ñoles el estudio de 10 exhuberante, libre, espl én-
dida y desordenada poesía sud americana. Este no 10 emprenden: las Cartas Americanas de Valera, y, más que éstas, los pr ólogos puestos por Menéndez á Anthologías americanas, prueban el desdén altísimo con que nos miran y la impremeditaci ón con que nos juzgan. Pero esto será. tema de otro estudio. 1'1. Gu tiérrez NáJera.
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OCASO A Arturo Iuchaurreguí,
H e aqu í, pintor, tu espléndido paisaje: un lago obscuro; ráfagas marinas empapadas en tintas cremesinas y en el azul profundo del celaje; un tronco que columpia su ramaje al soplo de las auras vespertinas . y teñidas de verde las colinas y de amarillo el tondo del boscaje; un peñasco de líquenes cubierto, una faja de tierra iluminada por el último rayo del sol muerto; y, de la tarde al resplandor escaso, una vela á 10 lejos, anegada en la infinita calma del ocaso.
Miseria he lada, ecl ipse de ideal es, De morir joven triste certidumbre, Cadenas de oprobiosa servidumbre, Hedor de las tinieblas sepulc rales; Centelleo de vívidos puñales Blandidos por ignara muchedumbre, Para arrojarnos desde alti va cu mbre Hasta el fondo de in fectos lodazales; Ante nada mi paso retrocede, Pero aunque todo riesgo desafío, Nada mi coraz6n perturba tanto, Como pensar que un día darme puede Todo lo que hoy me encanta, amargo hastío, Todo 10 que hoy me hastía, dulce encanto. Juliáll .Iel Casal.
1'lalluel José Otllón.
Santa María del Río, Agosto 26 de 1894.
NOCHE DE REYES alineada, ocupa el balc6n de la casa una doble fila de zapatitos infantiles que no podrán apartarse de los sueños de esos pequeños tiranos del hogar. A media noche, cuando el último tizón se ha extinguido en la chimenea, comienza en la calle el desfile de la comitiva. Abren el paso dos gigantescos Polichinelas. Sus ojillos grises brillan en la obscuridad con fosforescencias eléctricas; una sonrisa maliciosa pliega sus lábios delgados, y su enorme nariz, enros jecida y granulienta, se inclina gravemente hasta RTIS'l'ICAMENTE
juntarse con la barba. Marchan acompasadamente, hiriendo con ambas manos u na re tum bante tambora, incrustada en su voluminoso abd6men. Detrás, sigue un grupo de Pierrots, de am plia blusa blanca, pantal6n del mismo color y gorro negro. Sus manos desaparecen en sus anchas mangas de pliegues caidos: su rostro enharinado de ojos apagados y facciones lácias, tiene la monotonía de una noche de insomnio. Una compañía de soldados de plomo desfila con marcialidad. El capitán, grave, esti rado, se mantiene firme, con la espada desenvainada, delante de sus valientes. Los reflejos me tálicos de sus armas relucen como las escamas de un pescado. AI~unos veteranos apénas pueden sostener-
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se en pie; un golpe les ha llevado un míembro, y un pisotón les ha torcido otro. Hay hijo de Marte de tal brio, que camina aceleradamente, sin llevar la cabeza sobre sus hombros. Sin duda en una marcha forzada la dejó olvidada en el cuartel vecino. [Percances de la vida militar! Vienen los Arlequines , con sus bulliciosos cascabeles, sus sombreros de tres picos y sus gibas de dromedario. Avanzan con pasos burlescos y desiguales. Es un baile histérico de disl ocaciones contínuas: el movimiento en su forma má s rudimentaria.
le mucho tiempo, y los años no pasan de balde. y una muñeca fea es 10 más despreciable que hay en el mundo. Y ella teme la vejez! La naríz que se descascarilla; los colores que desaparecen, la boca que se destiñe, los ojos que pierden su brillo, las manos que se caen, los pies que se arrancan! Qué ruina! Esta idea la pone nerviosa. La muerte así sería horrible. Ella quiere morir en toda su plenitud, coronada de flores y embriagada de perfumes. Al menos aSÍ, la muerte es la apología de la beIleza, dé la belleza á la que ella ha sacrificado tocio.
Aquí está la reina de la fiesta : la Muñeca de Nuremberg. Miradla. Es esbelta, alta, de ai re aristocrático y cabellos rubios. Su boca de guind a se entreabre en una dulce sonrisa, mientras en su pupila serena y blanda hay u n rayo de bondad y un resquicio de malicia. Es m ujer y tiene el instinto de Da1i1a, como ha dicho Musset, Sabe que os agrada, y por eso sonríe. S u coqu etería brota en ella como brota el perfume de las flores. Ama el lujo; le gustan las botitas de raso que aprisionan su pié y lo convierten en una almendra; los trajes de seda y los sombreros de última moda. Ha sabido h acer de su h ermosura un bien para los demás, según la expresión de Byron, y goza cándidamente en sus triunfos.
E l desfile sig ue: ya son las marionetas, con su rostro risueño; los dragones con sus enormes bigotes; los autómatas con su pipa en la boca ; los negros de Angora con su hocico saliente,. los Ju an de las Viñas, los payasos, los acróbatas..... y luego, los animales: toros, caballos, cabras, cervatillos, mulas, perros, [qu é sé yo! U na arca de Noé.- Y vehículos! Y piezas de artillería! Y fortal ezas! Y barcos! Y ciudades enteras!
No acepta al amor; mil veces lo ha dicha á Polichinela, que postrado ante ella de h in ojos, murmura palabras de pasión. El amor consume, el amor mata. Un beso la haría perder un destello de su hermosura. Además, el amor es incompatible con la libertad: un amante es siempre un esclavo; y ella quiere ser libre. N o, el amor está excluido de su programa. No ha sabido lo que son lágrimas. ¿Llorar? [Bah! Esto descompondría su tez de cera. Las lágrimas son fuego; consumen la mirada. Las lágrimas afean. Se necesita mucho arte, como ha dicho Teophile Gautier, para llorar agradable. mente. El dolor es un mónstruo que desgarra sin piedad. Se ha hecho el propósito de no conocerlo nunca.
Es una señorita ilustrada, ha viajado m uch o y sabe decir papá y mamá. Lo bastante para lu-
cir en los salones. Si algún día se presentara un buen partido se casarí a con él; esto es indudable; pero no se casaría por amor; está decidido. Bebé es muy niño; habría que esperar-
Pero atención, qu e ya llegan ! E ncaramados en sus cam ellos, en vueltos en nubes de incienso, cubiertos de piedras preciosas, Melchor, Baltasar y Gas par cierran la marcha de aqt el la airosa comitiva.-Se acercan al balcón y rtgru pa n su ejército, en derredor de aq uel castill o inespugnable. E l ataque comienza; los asaltantes se asen de las grietas del muro, se amontonan unos sobre otros, y forma n un racimo. Las piezas de artillería se colocan á largas distancias y fijan la puntería. Los polichinelas baten con fuerza las ta mboras.-El fuego comienza. Una descarga de bombones bate los cristales del balcón. Los tirado res hacen caer una lluvia de anises y una nube de confites, mal dirijida, hace vacilar y caer á un gru po de bravos, que ha afianzado una escala á un hierro del barandaL-No importan los herid os: sus puestos son nuevamente ocupados, y otras manecitas se apoderan de las cuerdas de este camino áereo y se sube, se sube siempre.-A lo lejos, la Mu ñeca de Nuremberg contempla con mirada curiosa el espectáculo. El clarín s uena: alto el fuego. El paso está libre. 14a bandera de la victoria flamea en el campo enemigo. Las músicas pueblau de harmonías los espacios.- Se recojen apresuradamente dos ó tres soldados sin peana, un Arlequín que
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ha perdido su peluca, un caball o sin cola y un F antoche aporreado. -Pero el paso está libre.
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y á la mañana siguiente, la muñeca de Nuremberg duerme en brazos del niño de la casa. (; {u' l o ~
Diaz D .. 1"60.
PRELUDIO DE INVIERNO (PAHA L A ((REVI STA AZU L»))
A Manuel Gut l érrez Náje a,
Como reina vi uda , su crespón in menso La enlutada noc he por el cielo extiende; y la luna, enferma , tras el velo denso De pluviales nu bes de la mar asciende.
y sombrí os versos su cerebro labra, Donde las id eas sim ulan espectros Q ue bailase n danza trá gica, macabra, Al compás de extraños y siniestros plectros.
Sobre la baranda del balcón marmóreo R eclin ado, sólo, el poeta medita; Mientras sus cabellos el viento h iperbóreo Con sus rec ias alas sollozando agita.
¡Ah la alegre musa de las ilusiones Q ue el cerebro enflora con az ules sue ños! E lla ya no .rima t riunfantes cancion es! Ya no pin ta cuad ros de ti ntes risu eños!
Su flotante clá mide al lejos la b ruma Dese nvuelve en vagos, nostá lg icos limbos, y fosfo resce nte, vibrátil, la csp uma Nim ba el oleaje con argénteos ni mbos.
Ya, oh t riste poeta de los ve rsos negros, Ante los altares del amor no in vocas E l bend ito beso de d ulces alegros Q ue unía á dos almas a l uni r dos bocas! ... .. .... .. .. . .... .. . . . La enlu tada avanza , y al balcón marmóreo, Soli tario, in som ne, el poe ta me dita; "Mien tras s us cabellos el viento hi perbóreo Con sus recias alas sollozand o agitao
Febril el poeta siente en la cabeza De ins omne neuró sis la caricia cál ida , E im prim e en su alma la musa Tristeza E l dol iente beso de su boca pálida.
Da.·ío Herre.·a. ( Co lo rn bí an o)
ALMAS BLANCAS A la S ra , FrIloiana C ue vaa ·l b Estqva..
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piertas temprano, ¿eh ? T enemos que estar á las -Ya te dejo ahí el agua pa ra qu e te laves, el siete en pun too jabón y la toall a. P lise tu ropa li mpia sobre la ¡Cuantas emociones, Dios mío! A l repasarlas silla; acuésta te pa ra qu e despier tes te mpra no y en la mem or ia, la peq ueñ a Jti lia sen lía estremereza. ¿Ya te enjuagaste la !)oca? El libro de mi- cim ientos nerviosos; una ansiedad mayor que la sa qu e te rega l ó tu tía esta en el cajón del bu- expe rime ntada al recorrer las leyendas de hadas ró .. .. .. Buenas noch es, me llevo la vc1a.-Y la ó las ex t ra ñas aventuras ele aque llos niños que mamá dejó á obscuras la pieza, dando un beso á en los cue ntos tcni an qu e h abérselas con ogros de un sólo ojo .. .... pero esta emoción no era inssu hija. -¿La mano, mamá? Hasta m §¡ana. Me des- pilada por ogros, sino por cosas reales . .. . ..
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Muchas veces les había dicho el cura San benito, en el catecismo de los jueves, que la confesión era el acto trascendental. "¿Veis, predicaba, veis á los niños que se acercan á su papá y le dicen: papá, yo rompí la taza, pero ya no lo vuelvo hacer: ¡Se me cayó! El papá con voz muy dulce, les responde: «cuidadito cou otra ... . los perdona y los lleva al teatro COIIIO les había prometido. «Asi, hijitos míos, ese Papá iucomprensi ble, eterno, omui poten te, justiciero, es al que vamos á acudir y á decirle que hemos roto la pnreza de la conciencia. Nos dirá: no lo hagas porque perderás mi gracia ...... y nos llevará al cielo, no al teatro, ese lugar de inmoralidad, sino al empíreo, donde tocan melodías suavísimas las angélicas orquestas; mil soles iluminan el célico escenario, y las almas sienten los inefables placeres de la contemplación eterna de Dios N uestro Señor.» J nlia no podía formarse una idea exacta de aqu ellas frases, sólo sentía un g ra n respecto y un gran cariño por aquel Señor ele barbas blancas que era Dios ...... y luego ¡los infiernos! Se tapaba la g en til cabecita con las colchas y ponía la C l uz al espiri tu maligno. ¿Qué le podía hacer? El Angel de la Guarda (eso también lo había dich o el padre Sanbenito) ahuyentaba con su espada de llamas al rey de las tinieblas y velaba así el. sueño de los niños. Llegó el día; mañana y tarde se encerró en un cuarto, pensó en todas las palabras malas quc había oído en la cocina, en los golpes que le había dado á su nana, en el muñeco que le rompió á su hermanito por tal de qne no jugará con él; las veces que había desobedecido :í su mamá que le prohibía las conversaciones con la hija de la portera, el robo del chocolate y el dulce de la despen sa, su falta de aplicación en la escuela, los gestos que le hacía á la maestra cuando ésta no la veía, las mentiras: le cont6 á Pepita Robles que tenía casa de 1Jluñecas yeso no era cierto... La vez que se ri 6 de aquella señora que se tropez6 en la iglesia. ¿Cómo haría su confesi6n? ¿Por escrito? Pero no sabía escribir bien. ¡Dios mío, qué pecadora era! ¡Qu é vergüenza! Las niñas del colegio quizá no iban :í acusarse de tantas cosas, y ella, ella era la más culpablej.jqué vergüenza! A 1 en trar en la iglesia le parecía que todos los san tos la veían enojados; hasta aquella Magdalena ot ras veces de semblante tan dulce.
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La iglesia obscura, desierta; la lámpara aro diente ante el sagrario, el viejo reloj con su péndulc del tamaño de un sol, balanceáadose dulce, discretamente, sin mido, hasta que se oía ¡trae.' de-spués un ruido de cuerda que se desenrolla zumbando, y iáu, tán, táu, táu, ttU, tin, las cuatro y cuarto qnc sonaban las call1pauas graves ... Un pajarito piando en las cornisas hacía levantal' la vista á las pocas señoras que rezaban; risas, mido de llaves, graudecajones que se abren en la sacristía y un cuchicheo en el confesionario; era el padre San benito, pegado el oído en la rejilla, con una mano cubriéndose la haca con el pañuelo á cuadros azules, y la otra recargada en el libro de oraciones lleno de cintas de color.... Las niñas desapareciendo tras las capuchas de sus tápalos, y él oyéndolas, mirando vagamente los juegos ele luz en los vidrio" de colores de las ventanas; las confesadas all.i eu 1.:1 r in c ón rezando su penitencia con mucl.o fer vor, las otras sentadas en el suelo, cubierto el rostro por la mantilla y agrupadas en torno del tribullal de la p cn/lcllda .... . De pronto. alzaba el padre los ojos, murmuraba un rezo, echaba una beudici6n, cerraba una ventanilla y daba un golpecito en 1:1 otra. La penitente se alejaba con los ojos bajos y una nueva se acercaba á su vez. ¡Qué recio hablaba la j uauita Méndezl había escuchado las palabras: ¡malos p CllSaJJllf.'lltoS.' Tuvieron que taparse los oídos. ¿Qué, se oiría lo que todas eledan? Se llegó su vez .....¿Oué le confeso al padre? Ni ella misma lo sabía. Todo se le olvidó, y tuvo que decir: «acúsorne, padre, de todos los pecados que no me acuerdo.» Una estad /m de penitencia, y se alejó con los ojos bajos, decidida á no pecar más ...... Las niñas deben haber leído todas sus faltas en la frente: estaba roja y apenas tUYO tiempo para dejarse caer de rodillas junto á un santo de barbas blancas, con un báculo y un cerdo á los pies: San Antonio Abad. ¡Qué luchas! Sin querer se le habían salido palabras duras, había mentido; pens6 en las muñecas, cosa que no debe hacerse después de un acto tan grande; no había dicho completo el yo p ecador" se conocía que el diablo, envidioso, le presentaba ocasiones de ¿pecar, pero de qué servía? Ella (lo había dicho el padre Sanbenito) estaba blanca como el Cordero del Señor, la palo.
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ma emblema de pureza y cuando sintiese tentaciones debía decir ¡ A vemaría.' y el demon io, mordié ndose de rabia, azotándose, caerí a á los abismos ... .¿María me salud6 seria? ¡Qué culpa tengo yo de que mi traje bla nco sea más 6 menos bonito que el su yo! ¡Ay, es un a envidiosa! ¡Qu é horror! había hablado mal del pr ójimo y eso era pecado! Ange l de la G uarda , defi éndem e; el diablo me tienta ¡ A vPlnar1a.' Y se qu ed6 dormida . II
En las rendijas de la puerta encendi6 el alba pálidos rayos de claridad. E lla despert6. ¿Qué h oras serían ? Tu vo que apretar los labios al lavarse para que no le entrara agua, porque así interrumpía el ayu no. Todos dormían en la casa; s610 en el cuarto del baño los pájaros armaban un a alharaca atroz en sus jaulas cubiertas por trapos. Llamaban la primera misa en la Iglesia. Todavía brillaban algunas estrellas como gotitas ard ientes en la bruma pá lida y dorada del amanecer.. .Debía ha cer m ucho frío .. . Los vidrios estaban opacados por el vaho que se fundía en lágrimas... ... No habían apagado la velad ora de porcelana, señal inequívoca de que su mamá no despertaba, y de puntillas se acercó al cuarto..... .¡T odos dor mían! E n la media lu z nada se distinguía! ¿D6nde estaría el abrochador para las botas? Tal vez en el alhajero de crista1.. ....¿Y las ligas? ¿Se habían olvidado? ..... ¡Malo! las cintas de las enaguas estaban he chas un nudo. ¡Mamá! ya es muy tarde ... ... Momentos después, la mañana reía en el cielo azu l. En las macetas, en las vidrieras relampagueantes, en los florones de la alfombra , en todo ..... .¡qué día tan azul! [qué nubes tan limpias! ¡qué tonos dorados tan tiernos en las, cornisas blancas de la azotea! T odo era luz; hasta ella, flor matinal, tenía la blancura de la nube en el crespón flotante, vaporoso del velo; el azul puro en los ojos y en el alma; el gorjeo del ave en el labio ...... y las tintas suaves, la luz tranquila en la mirada ......Todo era blanco: el velo, el list6n, el gros del vestido, el encaje. Parecía una filigrana de nieve, un juguete de porel celana, una miniatura en mármol y oro oro en los cabellos, lo inmaculado en el traje .
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'rodas se arrodillaron; parecía que una nube de in cienso se había tendido en las alfombras Era desbordando el lino del comulgator io una brumn de velos, solo manchada por la nota obscura de los cabellos negros ó la blonda aureola de los cabellos rubios ......... La luz tenía caricias pa ra el estuco pálido del altar; prendía estrellas
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chocolate en el mantel; una hacía la confidencia de qu e iban ÍL llevarla ÍL retratar después del desayuno, y el cálculo de cuánto habían costado las botas de Luisa. La maestra, con delantal blance, dió un golpe; era la señal para cantar el coro: ¡ Oh V i1'gen J.fa?·ía! etc., acompañado por la profesora de solfeo en el vigésimo clavicordio de la Amiga. Los niños cantaban con la boca llena de pan , hasta que Juanita desenrolló el pap el atado con un listón azul. La pequeña alocución, compuesta ex-profeso para el acto por el profesor de escr itura , concl uía así: «Llevais una estrella en la frente: la de la pureza; la vida es un mar. Recordad en las horas de borrasca este día, y qu e no naufrague esa estrella que, como la de los magos, os llevará al cielo.))
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Ven , que la tarde muere, el sol declina , De púrpura se tiñe la Alpujarra, Enciéndese la estrella vespe rt ina, Vuelve al alero ya la golond rin a y calla en el ba rranco la cigarra.
II El viento duerme en la arboleda obscura, Pabellón de los plácidos senderos, y entre las ramas de gigante altura, Las frases que te dice mi ternura Las trinan en sus n idos los j ilgueros.
III
V Entremos al Alcazar; frente al muro Que enguirn alda muslímica leyenda, P ronuncia las palabras del conjuro: «Te qui ero con el alma, te lo juro y te doy este beso como prenda .»
VI y á tu voz, de pasi ón estremecidos,
P ara entregarse á la morisca zambra, Su rg irá n los espíritus dormidos , Como du erm en las aves en sus nidos Ocultos en los techos de la Alhambra.
VII
El alegre murmullo que se acerca Ven, y sigamos por la senda agreste Que aun guarda unidas nuestras propias huellas , Detrás de los floridos arrayanes, Del limpio estanque perfumada cerca, Que ha besado las orlas el e tu veste: Es que agitan las ondas de la alberca ¡Es templo del amor! con luz celeste De Zomya y de Fá tima los manes. La iluminan temblando las estrellas.
IV No tardes; del encanto que te asombra Es hora ya : In. trémula enramada Con voz de arrullo sin cesar te nombra, y es que hay almas ocultas en la sombra Que esperan impacientes tu llegada.
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La vida es una borrasca, es verdad: los recuerdos tristes, la duda, el pesar, son sus olas más amargas; las sombras se hacen en el alma; todo parece haber naufragado, haber muerto .. Cuando en esa sombra, en esa agonía, no aparece una memoria así, blanca, pura, querida, como las niñas de velo de crespón que llevan una estrella en la frente; cuando no se evocan esos cuadros místicos de la infancia; cuando el alma es un templo vacío, mudo , sin incienso y sin creencias entonces se dice con una amar g urn incurable: ¡he naufragado!
LA LEYENDA DEL BESO I
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VIII Sacuden al surgir las crenchas blondas, Aureos velos de espaldas de alabastro, y del estanque en las revueltas ondas Al copiarse los cielos y las frondas, Es fl or de luz entre el ramaje al astro. .RaTlltA AGJ... -S8
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XV
IX y brilla la marmórea columnata, Sosté n del arabesco policromo Q ue oscilando en la alberca se retrata Como un encaj e de bruñida plata Que en sus cavernas fabri cara un g no mo.
Su pupila en la sombra nos acech a : Va á cantar á la rubia pensativa, Como de nieves y de brumas hecha, Turgente el busto y la cintura estrecha, Que siendo soberana es mi cautiva .
X Des p iér tanse morimes y alaveses, Los nazari tas salen de la R auda , y en la sombra que m arcan los cip reses Se mira el centellar de los arn eses y algún extrem o de flotante cau da .
XIV ¿Que cuá l es el origen del encanto? Larga es la historia . ¿Conocerla quieres? E s el beso de un muerto, causa espanto. ¿P ara qu é hablar de celos y de llanto? Hablemos del amor: dí que me quieres.
XI orden de fant ásti cos claver os Las puertas del harem abre el eun uco ; Eu ci óndense en las salas los m ech eros , y el humo de orientales pebeteros Orla con gasas el labrado estuco. POI:
XYII ¿P or qu é tiembla tu mano entre la mía? Cunndo así (l mi reclamo te resi st es, (,Es fIue ol vidaste el venturoso día En qu c por v ez primera la al egría Se presentó en la "Senda de los tristes»?
XVIII
XII Esmalta los gall ar dos alminares, E n caracte res c úílcos escr ita , L a h istor ia de los r eyes Alliamares, y d eslu mbra en la torre de Comares La gloriosa epopeya nazarita.
XIII Tú sabes que esa rica filigrana Que los muros d ecora y feston ea No es vano alarde de r iquez a v ana , Que es u n li bro d e gloria musulmana E n el que cada trazo es una idea.
XIV y oirás po r las caladas celosías , Cuan do mi intento cariño sa ayud es, K ási.las amorosas de otros días En que cantó Jathib sus alegrías Al rítm ico compás de los Iaú d es.
Nad ie nuestros coloqu ios importuna ; ¿por qu é inquiet a me miras? ¿Qu ién te roba L a dul ce cal ma qu e al placer se arluu a, S i en las arcadas Iíltrase la luna, Como la. lu z en la nupcial al coba?
XIX ¿Qué no es cier to el prodigio? Pues por eso Déjame qu e lo in vente y que lo can te , De tu rubi a cabeza bajo el peso , E n el poema rítm ico del beso Que esc rib a con mi labio en tu semblante.
XX Bésame con tu s labios car mesíes , Mien tras tu s oj os , como el cielo azules, Me miran entor n ud os ¿sí? sonríes ¿Qué m e importan amor es d e zegr íes , De m u zas , de Gomeles y gazules? F¡'a'll el~eo
.
A.. de I ('o za .
Grauad a .
Hay un género de caridad que no podemos ejercitar sino en nosotros m ismos; por ejemplo, ser buenos.-Leopoldo Alas. Cuan do dos h ombres combaten , siempre se
cons idera más cu lpable al menos fuerte de los dos.-Ceet/ze. La felicidad es el arte de saberse consolar.Victor Cñerbuliee.
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"BAGATELAS" mi humilde gabinete de estudio, donde vivo rodeado de papeles v iejos, de pergaminos apolillados y de libros antiguos; hasta este rincón, archivo de cosas olvidadas y de recuerdos de épocas cubiertas por el polvo del abandono, ha venido un amigo cariñoso, un joven poeta, ll eno (le ilusiones y de fe en el porvenir, no á interrogarme sobre el pasado, que es mi Musa, sino á que le escriba un prólogo pam la interesante colección de artículos de costumbres, que ahora ofrece al público en bellísima edición, impresa con gu sto y elegancia en la tipografía de la Secretaría de Fomento. El autor ha escogido al que menos podía dibujar la portada de su libro; pero al mismo tiempo no se ha equivocado en llamar á mi puerta. Un prólogo en estos tiempos decadentes, en que por los versos no corre sangre sino morfina, y en que la prosa no se satura con saber sino con éter, es una cosa vieja, que de puro picada por los gusanos se ha olvidado; estuvo en auge, allá en los tiempos en que la modestia de un autor necesitaba de alguien que le diera el pase y la fe de bautismo para nacer al mundo de las letras. Antaño un prólogo era una necesidad, un heraldo indispensable, un momento de descanso en la antesala de los libros, para poder en seguida conversar largamente con el autor: hoyes un anacronismo, un escrito que nadie lee y todos censuran ; á quien maltratan críticos estirados, eruditos que han profundizado todas las materias y estudiado todos los escritores, en enciclopedias y diccionarios que contienen todo lo que se pueden imaginar. Empero, no quiero escribir un prólogo, por estos motivos y otros que me callo; pero ya que mi ilustrado amigo se empeña, y ya que el inteligente cronista de lo nuevo tiene gusto en que escriba las primeras líneas de su obra, suplico al lector que me escuche breves instantes, de los muASTA
chos que sin duda consagrará á las páginas de BAGATELAS.
Si escribiera un prólogo , h ablaría como es costumbre y con riesgo de disgustar á m uchos, de los orígenes literarios del género á que ha consagrado su atención Ag ustín Alfredo Núñcz; citaría muchos autores y los un iversalmente conocidos , Larra y Mesone ro Romanos , que Iog rarou en su especie obras inmortales; disertaría acerca de los escollos q ue presentan los estudios de costumbres, ora se propongan sólo solazar y divert ir, ora corregir y extirpar vicios com unes á la humanidad entera. Comentaría largamen te estos conceptos, tan acertados como verdaderos , del Cu-
rioso Parlante: «Grave y delicada carga-cice-es la de un escri tor q ue se propone atacar en sus d iscu 1'S 0 8 los r idículos de la sociedad en que vive . Si no está dotado de un genio observador, de uu u im aginación viva, de una sutil penetración; si no reune {L estas dotes un gracejo natural, estilo fácil, erudición amena, y sobre todo un estud io continuo del mundo ":t del país en que vive, en vano se esforzará á interesar á sus lectores; sus cuadros quedarán arrinconados, cual aquellos retratos que, por muy estudiados que estén, no alcanzan la ventaja ele parecerse al orig in al.» También podría hacer una reseña de los auto res nacionales que en este género literario, tan ameno como trascendental, han producido ya obras maestras ó felicísimos ensayos . Consignaría el nombre de Guillermo Prieto, quien, con el seudónimo de Fidel, escribió primorosos artículos de nuestras costumbres, con esa facil idad y con esa pluma pintoresca, que graba como un buril escenas •v retratos. E l nombre de José T . de Cuollar, que en novelas y cuadros especiales, ha pintado con verdad asombrosa tipos y costumbres del país . El de Ignacio M. Altamirano, Mentor de la juventud, talento prodigioso, cuya palabra conmovía con su ternura ó hacía estremecer á los enemigos en el parlamento, y cuya pluma siempre galana y elegante, flexible á la eru-
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dición como á la prosa romancesca, nos dejó bellísimos artículos de costumbres nacionales. y consignaría, por último, los nombres de J oaquín Gómez Vergara, autor de las Fotografías á la sombra, ante cuya cámara no se han escapado ni las fisonomías ni los rasgos característicos de los que se propuso retratar, y de F ranc isco Belaunzarán, que en sus Cartas, hoy olvidadas injustamente, satirizó las cosas y los hombres de la ciudad de México, con senc illez y crí ticu di gnas de ser inmitadas. Pero, lo repito, no escribo prólogo, ni qUIero expresar mi opinión relativa al autor de E.U; ATELAS .
Sería tildado de sospechoso por mi amistad con el joven literato , y por igual motivo no consigno aquí más que mi admiración hacia el inimitable An gel de Campo, que con el seud ónimo de J.l1icrós y en sus Ocios y apuntes , ha enriquecido la li teratura patr ia con cuad ros y tipos ori g inales, que son nuestros, á pesar de h allarse vestidos á la francesa, como quieren algunos ' pero que por lo m ismo son m' elegantes, más sociables y más si mpáti co que otros, qu e, envueltos en la pesada capa de la literatura espa ñola, se m uestran h uraños con n ues ras cos umbres, no hablan con el pueblo y apena_ _o soportan sen tados en si llones acad émicos. Además, es preciso hacer la guerra á las imitacio nes serviles de otras literaturas. Nuestro ideal constante será la formación de una propia, robustecida con el fresco aroma de los bosques seculares europeos, que refleje como un lago, no nebulosos horizontes ni helados paisajes, sino el cielo azul y límpido de nuestra tierra, y la naturaleza mexican a con su vegetación lujuriante y sus campiñ as esmaltadas de h ermosas flores. Ya la lección la hemos recibido de Ferná udez de Lizardi, que nos trazó el cuadro más pe rfecto y nacional de la vida mexicana en el Periquillo; de Prieto, que ha cantado al pueblo con su musa siempre mexicana, inspirada y joven; de Altamirano, indígena de orígen, como sus novelas y poesías, iluminadas por el alba del Sur y embalsamadas por el aire de sus montañas, y que tienen el frescor y la savia de sus plantas,
así como la brisa de sus mares; de Riva Palacio, cuyos versos hacen sentir la dulce melancolía de nuestros valles; de Juan Peza, en cuyos cantos palpitan los sentimientos, los hechos gloriosos y las virtudes cívicas y nobilísimas, que animaron á mochos y clii nacos, en la segunda lu cha de independencia, durante la intervención y el imperio; y de tantos qu e leidos aquí, entusiasman; y en lejanos países hacen llorar con el recuerdo de la patria ausente. Mentira que porque no tenemos idioma uncional no podemos aspirar á una literatura propia. Augusto Genia en versos franceses ha h echo Poe?/las aztecas, más nacionales q ue muchos escr itos en lengua castellana . E l id ioma podrá ser un elemento; pero es también sólo un vehículo de la idea , y la idea es la que se necesita que 110 sea exótica; que escribamos en la lengua de Cervantes , pero que pe nsemos como mex icanos . Las lenguas esencialmente primiti vas fueron poquísimas. Toda s se en riquecie ron, se t ransformaron, se aclimataron como los vegetales en los diversos cl imas . ¿Qué país de los civ ilizados 'n os puede presentar u na lengua p nm y ab origcue? Y m uchos tienen l iteratu ra nacional por su carácter y por su modo ele ser, por su s aspi racio n es y por sus creencias. Como tienen gobi ernos prop ios, aunque h aya otros que sc rijan por la monarqu ía ó por la rep úbli ca. Así entendemos u na li teratura n acional , n o como p iousun algunos: un cancvá de palabras cor rompidas, uu imaudo ideas q ue no n os caracterizan. Núñ ez, y esto es lo ú n ico que quiero deci r en su elogio, aspira á colaborar en tan patriótica tarea, Es mexicano, por el ti nte democrático que ha impreso á sus BAGATELAS . Tien e artículos como el Viaje de 7'eC'I'eO, que reproducen escen as ll enas de color, de animación y de v ida , nacionales por el argumento y los actores. Que prosiga así, que sus ya reconocidas aptitudes al género que cultiva las dedique á p restar su po deroso contingente para constitu ir una l iteratura propia , y que el éx ito que ya h a corouado á sus afanes, sea el mejor aplauso á los fu tu ros libros que esperamos de su ilustración y talento.
Luis G ouzillez Obreg61l.
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MES DE SEPTIEMBRE «R eutsta A zul" que uo mirara á lo diviuamen te azul, al cielo, sería incompleta. POI' eso acudimos á u n gran artista de los nuestros, á Ull ausente cuya sombra clara pasa, derramando bOtOIlCS de rosa, p or en tre nosotros, para que él os hable de la inmen sa ex tellsilm cerúiea donde sem eja la iu na, en su creciente, «Ia hoz 01v zd ada de Rutlt la S eg adora. » El está en el es/Jaezo de la s cter uas y celestes cia ridadcs, )' CItando escribía las p ágiuas que vaiS á leer, cuando nos describía el cielo, tal como lo cOlltemplamos succsiuatnentc en los diversos meses del aiio, ooedeciando acaso á 1tJl preselltim ien to, se trazaba el p lano de las regúJlles qu e i!la en. breve á recorrer, en lumillosa ascension á lo Inmortal. U /M
En estos estud ios de la natural eza astron6mica, no vamos á consignar las no ciones elem entales de la ciencia; sería tra bajo inú til cu ando en todos los libros de texto pueden aprenderse ó recordarse; queremos sim ple men te ser los cronistas del progreso cie ntí fi co, indicar con la posible oportunidad todas las fases de ese g ran 1110vi rniento en qu e, desgra ciadame nte, México cu enta por ta n poco. P rocurare mos, sí, ll evar á cabo esta obra de v ulgar izaci ón , exponiendo los nuevos hechos de la Astronomía, con toda claridad, y dando, cuando sea posible, su explicación. En nuestro pla n entra, com o parte p rincipal, la señalaci6n de los fenómenos astronó micos de los meses, tanto porque al aspecto general del cielo se ligarán algnnas de las cuestiones q ue estud iemos, cuanto porque desearí amos ver á muchos de n uestros lectores ocuparse asiduamente en ese estudio de la inme nsidad, que a rrebata el alma á los países espléndidos del mac rocosmo. Si alguna contemplaci6n levanta el pensamiento y h ace creer al h ombre en su comunión con el quid ignotu 1Jl de l infinito, es, sin dud a, el estudio de l ci elo astron6mico; ciertamente que para admirar los prodigios de la naturaleza no hay necesidad de fijarse en determinadas bellezas de la creación; basta mirar en torno nuestro, observarnos nosotros mismos, y profundizar cualquiera de los misterios físicos, químicos, biol6gicos, m inera16gicos que á nuestra vista se
presentan; los primeros nos harán conocer las propiedades de los cuerpos, en tanto que no se aItera la composici6n peculiar de cada uno; la Química nos demostrará las relaciones que existen entre unos y otros, considerados en su formación yen su descomposición; la Biología 6 cienci.. de la vida, que comprende la Botánica y la Zoología con todas sus ramificaciones secundarias, nos hará penetrar en los arcanos del nacimiento, desarrollo y cambios de los séres organizados, desde la microsc6pica diatomea hasta el gigantesco baobab, y desde el invisible foraminífero cuyos ascendientes han sido fuerzas geogenésicas, hasta el hombre que pretende ser rey de la creaci6n, cuando en realidad s6lo es el hijo predilecto de la Tierra. Con la mineralogía podemos escrutar la vida especial de los metal es y de las piedras, las formas que afectan baj o su extraño poder-íbamos á decir instintode justa oposición, y la eterna y armoniosa reg ularidad de sus aspectos geométricos; pero na na tan hermoso como interrogar el espacio. ohse rvando los viajeros celestes que se cruzan cadenciosamente en sus abismos insondables. A falta dª telescopios, usad simples anteojos; y si ni aun esos instrumentos teneis para reducir á vuestro dominio los campos de estrella", usad tan solo el maravilloso aparato que el Optico Supremo colocó bajo vuestras frentes, y ya sea en la luz del día, siguiendo al Sol en sus movimientos, ya sea contemplando las estrellas que encienden sus apacibles resplandores cuando la tarde muere en el Ocaso, siempre sentireis que h ay en vosotros alas invisibles y poderosas, y la a m b ició n de llegar al vértigo sublime de la ciencia se despertará vivaz y emj-rendedora en el yo íntimo, cuya razón de ser es la tendencia al ideal, y cuyo ideal es el desarrollo perdurable de sí mi smo al través de todos los infinitos objetivos y subj etivos. Estamos en el universo y somos habitantes del cielo; las nebulosas, los soles ó las estrellas, los planetas y sus satélites, los cometas no son ya desconocidos de nadie; todos están bien convencidos de que la forma de las constelaciones es una simple apariencia bosquejada por las pers-
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kio, fueron verdaderos esfu erz os de monos; se vió á algunas; niñas vestida s de muselina bl anca, eon guantes hasta el brazo, h acer gra cias en sus sillas, teniendo delicadamente en la punta de sus finos dedos el carne! de marfil tradicional; después, con música de opereta, bail ar, va lsar, casi con compás, á pesar de las terribles dificultades 'lue debían presentar á sus oíd os todos nu estros ritmos desconocidos. L os vinos, los cho colates, los helados ci rcularon, y todas esas cosas, absolutamente nuevas, h an sido to mad as de las ban dejas, con mil graci as, por manos ex cesiva me nte finas. Hubo discretos .fl'Í1·t1'ajc.~ , figuras de cotill ón y cenas. Toda esa servil imi taci6n, divertida ciertamente para los extranjeros que pasan, indi ca en el fondo un a falta de g us to y de dignidad nacional en el pueblo chino: ninguna raza europea consen tiría ech ar así al fuego, de un día para otro, sus tradiciones, sus llSOS y costu mbres, ni aú n para obedecer las 6rdenes formales de un emperador.
Gracias á DIOS, la nueva mascarada femenina está localizada en un círculo muy estrecho, en Tokio solamente, y nada más que en la corte y en el mundo oficial. Todas esas pequeñas personas, princesas, duquesas 6 marquesas,-pues los antiguos títulos japoneses han sido también cambiados por los equi valentes de Europa-que llegaban casi á ser encantadoras con sus espléndidos adorn os de antes, son francamente feas hoy, con sus nuevos traj es qu e acentúan para nosotros, la excesiva pequeñ ez de sus talles, lo asiáticam en te ch ato de sus perfiles y la oblicuidad de sus OJos. Dist inguidas , aún 10 son general me nte; raras, mal ves tidas y ridícul as, hasta donde se qui era; pe ro comunes, casi nunca; bajo la poca certidumbre de las nuevas m aneras apenas sabidas, bajo el esfuerzo de las nuevas act itudes impuestas por los corsés y las balle nas, la fineza aristocrática persiste siempre; cierto qu e es lo único q ue les queda para encanta r. Pie....e Loti.
AZUL PALIDO Habeis leído una página perdida de Santiago Sierra, un gi r6n de cielo azul, vislumbrado por aquel espíritu sereno que parecía arrastrar la h onda, incurable nostalgía de lo eternamente azu1.-Soñab a él en albos espacios ba ñados de ondas luminosas; revoloteaba su alma inqui eta-mariposa anhelante de luz-prendiéndose de. astro en otro; soñaba como en el i ied del poeta:
contrar los rastros d e aqu el espíritu en el cintilante parpadeo de algún astro.
***
Ayer, los v iejos ahneluctcs de Chapultepec agitaron con orgullo sus fl otantes cabell eras. De las rojizas páginas de la invasi6n, surgen las amadas sombras de aquella parvada de n iños que quisieron j ugar al heroísmo . A ú n n o se desun pino se alza en la cum bre vanecía de aquellas cabezas la t ibia impresi6n de un monte del N ar te h elarlo. del regazo de la madre: la muer te los hizo homSueña; la nieve y el hielo bres sin despojados de sus bl ancas vestes; morir lo envuelven con su sudario. así, en el primer amanecer de la existencia , es tristemente hermoso: la vida que se deja atrás Sueña con una palmera es una vida de palideces v irginales que apen as que en el Oriente lejan o, na rozado con ala de angel las cosas terrenas; se alz a soli taria y triste toda la luz del cielo se refleja en esta tumba, sobre un pe ñón abrasado. que cada nueva primavera viene á acariciar con y ah ora , en la alta noche, cu ando la lu na-su aliento como deseosa de hacer una noble resesa virgen anémica-esfuma vagamente los p áti tuci6n á aquellas almas. Al altar de los nilidos resplandores de las estrellas, nos pa re ce enñ os-h éroes se acerca la Patria de rodillas.
Petlt BIen.
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R EVlSTA AZUL
el curato pobre, en la cabaña de adob es y carrizos, esos son los que nos han hecho beneficios. La bondad no bajó de lo alto: subi ó de la masa obscura y olvidada.
Padre Hidalgo, tus canas reflejan, en la obra ue nuestra independencia, el misterioso resplandor del alba.
M. Gutlérrez N Ajera.
ALTAMIRANO Dedié :t Monsíeur J . Casasus en mémoíre de l'Illustre disparu que noua pleurons,
Il est bon qu'on reparle ainsi que d'un exemple De ceux la qui, naissan t au bas de tes dégrés, Monde aveugle, ont gravi j usqu'au faite du temple Les blanchcs marches du progrés. Or celu i-ci naqu it sous les hu ttes branlantes, Dans les bois toujours verts sous un ciel toujours bleu ; Indieu fils des indicns, le vie ux sang des Atla ntes Colorait son b uste de feu. Tout jeune il s'en allait par la prairie oñ beugle Le bu fle monstrueux des déserts mexicains, Comrne Tobie enfant guidant sou pere aveugle Par les sentiers ct les ravins. Et I'enlant, qui voyait malgré le temps qui passe Pour les uns tous les biens, pour d'autres tout le mal, Se dit un jour, voyant l'homme blane face á faee: -Homme, je serai ton égal.Philosophe, pen~enr, poéte et strategiste, L'enfant rouge, amoureux d'espace et de plein ciel Se mit a tout labeur et sa levre d'artiste Vida la ru che de tout miel. Et I'on vit cet enfant grandi seul et farouche Se redresser un jour, éblouissant chacun, Glaive en main, flamme au front, I'eloquence á la bouche, Soldat, proconsul et tribuno Tribun, il protegeait I'humble de sa main large Et savait, éc1airant la foule á son flambeau, Lancer comme Danton un peuple au pas de charge, L'arréter comme Mirabeau. Soldat, i1 dut souvent m éler aux eaux limpides Des fleuves azurés le sang de l' étranger Et just, menant le vol des guerillas rapides. Sauver sa Patrie en danger.
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Ainsi que ]uarez épris d'indépeudance, Illivra sans compter des combats surhumains, Semant autour de lui la mort et la clémence, Pitiédans l'áme et sang aux mains. Enrin le temps sonna les heures attendues;
Du repos sa Patrie avait atteint le seuil, Il vit la paix, planer les ailes éteudues Sur sa chére Patrie en deuil. Le Poéte revint á sa muse premiére, Un chef d'ceuvre, naissant de cet hymen vibrant, S'envolait chaque jour, ainsi que la lumiere ]aillit d'un globe transparento Aujourd'hui le penseur, le bucheron sans tréve Sur lequel u'a jamáis soufflé la vanité Cherche a réaliser toujours le meme réve: La montée a l'égalité. Et c'est aínsi qu'il marche en sa sainte hantise Sans jauiais s'arréter, ame haute, cceur pur, Souriant aux petits et froid a la sottise, Pieds au sol et frout dans l'azur. Baoul de Beyrolse
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l\Iars 1893.
UNA DUDA A D. Angel Ortlz Monasterio
L mar: arriba, en lo profundo de un cielo plomizo, el sol arroja bocanadas de luz; asoma su faz rojiza de ebrio en el espejo de una inmensidad que se esfuma en la línea indecisa del horizonte.-Las olas arrastran plantas marinas que semejan cabelleras flotantes de cadáveres sumergidos en las aguas. El barco marcha pesadamente; parece presa de la somnolencia en que yace el océano; el chirrido del hélice gime quién sabe cuál extraña canción de dolor infinito; es un quejido lúgubre y taciturno que recuerda el lamento de un hombre que agoniza en la cama de un hospital. La máquina resopla con fuerza como un gigante aplastado por un peso enorme. En la proa, un cuadro heterogéneo: marineros
semidesnudos, do espaldas relucientes y torsos lustrosos; perros errabundos que husmean escudillas; vacas, de ojos entornados, gallinas, carneros; mucha ir y venir; abigarramiento de colores; gritos é imprecaciones, cantos y basfemias. -En ei entre-puente, el capitán soporta con indiferencia los rayos del sol y el reflejo de las aguas: pequeño, nervioso, mirada penetrante, hecha para sondear el infinito. El barco camina sobre un lago de fuego; culebrea la luz sobre la extensión de las aguas y cada ola que avanza tiene la apariencia de un chorro de sangre. El aire sopla en ráfagas asfixiantes, aliento de hornaza que azota el negro vapor de la chimenea y en él se funde con delicia. Los gritos, las canciones, los juramentos van extinguiéndose: un sopor de siesta se ha apoderado del buque; diríase que siente pereza de an
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dar; vacila, como un ebrio, da un trasp iés, vuelo ve á enderezarse, se reclina sobre el agua, como deseoso de buscar en ella frescura. De pronto, uua detonaci ón, un alarido, una columna cárdena de humo, algo como un sacudi miento nervioso en el organi smo de un titán Un salto prodigioso un segundo de vacilación en la carrera sofocada del inonstruo, algo así como el aleteo de u na águ ila herida en mitad de su vuelo..... . Y gritos, y gemidos, y oraciones y blasfemias-esta vez lan zadas en el paroxismo de un a desesperación impoten te y colérica. El hombre del entre-puente se ha precipitado: salva escaleras angostas, colgadas sobre el ab ismo, pasadizos obscuros, pretiles estrechos, y desciende, desciende siempre, como debió descender el Angel de la soberbia herido por la ira de Jehovah.- Una bocaza enorme se abre á sus pies : un soplo de infierno se eleya del hueco. El hombre se detiene, y mira ú través de las t inieblas: el espectá culo es siniestro. En el fondo, en medio de un hacinami ento de objetos informes, hay un a cosa que gime y se estremece: es un cuerpo humano convertido en una masa palpitante: aquello no ti ene ojos, ni cabellos' los brazos y las piernas han sido arrancadas . el tronco, cubierto de llagas y de úlceras, se sacude convulsivamente. Sobre este montón de sangre y carne se inclinan dos ó tres cabezas humanas. El hombre del entre-puente se arroja en la negra boca; ya es una figura má s en el grupo, y, rá pidamente , se da cuenta de la situación: es el
flux de una caldera que ha hecho explosión hi-
riendo á un maquinista . Se inclina á su vez y sus ojos tropiezan en la obscuridad con la mirada de un hombre que está arrodillado: es el médi co. Permanecen un momento así, las pupilas penetrándose de luz; despu és, el hombre que está arrodillado se levanta, y e ú voz ten ue , á dos pasos de la masa qu e se sigue retorciendo, se entabla un breve diálogo, de rápidas palabras: -Está perdido. - ¿Durará? .. -Seis horas , á lo sumo. -¿Así? - Así. Nada más.-Luego, el homhre del entre-puente, frío, sereno, toma de su cintura un revolver, lo amartilla con lentitud , se inclina de nuevo hacia el moribundo, y aplica la fría boca del arma en el lugar del corazón . Pasan unos segundos la sombra de una du da hinca su garr a en el corazón de aquel hom bre.... Se incorpora lentamente, desumurtilla el arma y la vuelve á colocar en su cintura...
* ** Seis horas después moría el herido. y el capitán, en el entrepuente, sondeando el infi nito, en un crepúsculo de rosa y uro, pregun· taba á sn conciencia si la maldad y la humanidad pueden llegar á confundirse alguna vez en la vida. (Jur)os
Djl'Z
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LA TRISTEZA DEL I OLO (P OEMA AZTE CA DE A. GÉNIN)
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Duerme en el seno intransitable y hondo de un bosque á cuyo fondo baja la luz desvanecida y lenta, un ídolo de piedra, que, en un claro, su triste desamparo, en derruído pedestal lamenta.
Hay en su torno, ocultos entre flores, mármoles de colores, estatuas rotas, puertas derribadas, y columnas musgosas y yacentes que rosan las serpientes deslizándose cautas y pausadas. Sin altar ni creyentes, el coloso se yergue majestuoso
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en carcomido zócalo de piedra, las alondras se posan en su frente y trepa irreverente hasta su cuello, la salvaje yedra. Apoya sobre el pecho el monolito sus manos de granito bajo el collar de sílex lanceolado, y las piernas inmóviles, cruzadas, retiene entrelazadas con ademán de atleta fatigado. A la plomisa faz cada ojo imprime deformidad sublime con su mirada tenebrosa y fria, y la corva nariz y la cabeza erguida con fiereza, aire le dan de olímpica energía. El tosco dios, sintiéndose cautivo, con templa pensativo las ruinas que in vade la espesura, y con el fuego del ardien te Mayo, en singular desm ayo se ad uen n e la enigmática figura.
soy aire, y fuego, y bóveda, y espacio; habito en el palacio en el templo, en la choza, en donde quiera. "De mi seno la vida se propaga cual ancho mar que apa ga con sus ondas, la sed del mundo entero; en el árbol soy savia; en la semilla el gérmen sin mancilla que transforma el erial en sementero. "Hoy vivo entre ruínas, solitario. De cada san tüario los dioses mis hermanos han particlo, y al ver á la paloma alzar su vuelo, volar como ella anhelo, siendo dios de las aves y del nido. «[Oh tristeza! ...... Sentado en mi colina, el valle que se inclina con pendiente siiave al océano miraba yo en silencio, y de la playa venía á mi atalaya el eterno rumor del mar lejauo. cambió de entonces el paisaje. Envuelto en el follaje de! bosque secular, oculto vivo; ya no hay para mí valle ni mon te, ni tengo otro horizonte que el pedazo de cielo que percibo. «[Có ui o
JI
Cier ta noche que el bosqu e misterioso dormía silencioso sin que sus hojas agitara el viento, el ídolo tem bló, lanzó un gemido, y el dios, estrem ecido, desgarró las ti n icbl~ con su acento. ,,¡Oh N ocheb-c-prorr umpiój-e-eyo soy Itzama; pa ra encerrar mi fama, al Universo le faltaba espacio; los intrépidos pueblos que mu rieron, palacios me erigieron de pla ta y ónix, pórfido y topacio. ,,¡Soy I tza mal-c--cantaba el pueblo mío;el bienhechor rocío que el seno de la tierra fecundiza; soy padre del maguey, y de mi mano recibe fuerza el grano, aroma el fruto, jugo la hortaliza. «Toda la creación cabe en m i nombre: soy la mujer y el hombre, el mar que asorda, el sol que reverbera;
«[Oh dioses, yo fuí un dios! Cuando surgieron los montes y tuvieron las aguas del diluvio holgado cauce; cuando abrió su abanico la palmera, y por la vez primera sacudió su ramaje el fresco sauce; "cuando poblado estuvo e! vasto cielo de pájaros, y el suelo teñido de color de la esmeralda, tímido e! hombre apareció, buscando cavernas, y llevando el peso del terror sobre su espalda. "En su debilidad pidiendo ayuda, su inteligencia ruda dioses creó terribles y sangrientos, ídolos esculpió con tosca mano,
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di6les semblante 11 uman o y les al z6 g randiosos monumentos. «De un rebaño de hombres yo era el g uía. De la sombra venía y á la sombra llevaba nuestra senda. Logré del pu eblo mejorar la suerte, pero me hirió la muerte cu ando gozaba de mi propia ofrenda, «P rocla rn árou me dios, y mis despojos fueron an te los ojos de mi Nac ión, objetos venerados. Fu i la vida y la luz. N iños y rosas. y vírgenes hermosas me eran por mis adeptos presentados.
De ella , (Mas ¡ay! mi raza pereció soy la ú nica h uell a que al embate del ti empo ha resistido. Emblema legendario y misterioso au n vivo, en mi ted ioso ensueño de grandeza sumergi do. «Por la peste ó la guerra acongojados, he visto congregados los pueblos á mis pies; y las insanas luchas yo p resenc ié, con que acabaron los que mi altar bañaron con la sa ngre de víctimas hum an as. "Los it zaes, los mayas, los olmecas, xicala ncas, toltecas, v ch al es, y qu ichés, y mexi canos me levantaron tem plos á porfía . ¿por qué cayó en un día la obra secular de tan tas ma nos? "Se disipó mí gloria pasajera; la b risa sembró artera el polen que á este bosq ue prestó vida; y dc ricos y míseros hogares, de pór ticos y altares presenc ié poco á poco la caída. «[Oh tierra! [Oh l cielo! [Oh mar! [Astros er ra ntes y mundos que distantes,
' , mu ertos cruzais por la exte nsi'6n vaciar ¿'en qué ejes girais, que así resisten?. Responde, [oh N oche! ¿existen los dioses en el mundo todavia?»
III y el ídolo calló. Sobre su frente,
sacuden r udamente los árboles sus gotas de rocío; se agita la montaña, el suelo cruje, airado el viento ruje, y se detiene temeroso el río. "S ile ncio, Itzamab-c-prorrum pi6 la Selva.(Q ue á perturbar no vuelva esta perenne soledad tu acento, ¿A q ué recue rdas tu pasado? ¡Calla! no con gemir se halla consolador alivio al sufrimiento. Duerme bajo mis ceibas majestuosas, yen tanto que reposas deja correr los a ños en sosiego; tu frente, al fin, se doblará rendida; pero con nueva vida renacerás á otra existencia lueg o. «Todo al abismo de la muerte afl uye , mas nad a se destruye: todo mu ere, y renace, y se transforma: no es eterno tu p6rfi do, g igan te! ya sonará el instante en q ue vayas en pos de nu~va forma. "Conocerás la noche tenebrosa do se hunde presurosa la vida humana que en su torno gira. Acabe ya tu incompren sible empeño: tus glorias fueron sueño; t u presente y fu turo son mentira. «[Nada eres ya! Los dioses han partido: fan tasmas s6lo h an sido que ahuyentó la razón con su firmeza. Hoy , la divinida d que el mundo aclama, es la que el hombre llama n uestra mad re inmortal Naturaleza!
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B. Dávalos.
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JUSTO SIERRA (DE LAS "TRES AMÚRICAS)) DE N UEVA YORK.)
individu alistas como In gl aterra, podrán hacer suyos casi todos los mercados del mundo, pero jamás contag iarán con sus ideas el espí ritu de las gentes. No así Francia, '1ue cn una sola hora de paso por tierra extraña, au nque vaya como intrusa y se la arroje á balazos y mald icio nes, como acacció en Méx ico, dejnr á siempre el con tagio de su índole generosa, de su espíritu literario, eminentemente altruista. El renacimiento literario de México, esa hermosa eflorescencia intelectual qu e brotó al resucitar la República después (le supl iciado el imperio en Querétaro, apareció empapado de gala esencia. El patriotismo había expulsado de l\r~ xico á la Francia invasora; pero el genio artísti co de la nación siguió amando al arte francés, que allí se quedaba, cosmopolita y universal como el arte griego. Fué entonces que en el grupo luminoso de jóvenes escri tores y poetas de la patria que resurgía, apareció J usto Sierra; deleitando á los lectores de El jlfollilor R ('}ublicallo con sus sabrosas y espirituales "Conversaciones del domingo,» que rec ordaban las deliciosas pláticas de Jules Janin y las causerics originalísimas de Charles Nodier. Gracia, ingenio, chispa sutil, risa ingenua, poesía tierna y candorosa, toda la riqueza de un temperamento eminentemente artístico brillaba y encantaba en aquellas divagaciones eruditas y donosas. Luego se reveló el poeta; el poeta genuino, espontáneo, opulento, de quien Altamirano dijo que llevaba en su lira la poesía grandiosa y sublime de América; y ya no se detuvo en deter-
minado género, sino que los acometió todos con asombroso éxito, debido á universales dotes y á bien acaudalada inteligencia. J usto Sierra ha escrito para el period ismo, y el periódico en qne sus artículos salían, quedaba como iluminado COIi columnas de luz. Ha escrito historia, y sus libros son didácticos y sabios; ha escri to de crí tica; y ésta en sus manos resul ta doctrinaria y sin envidias; ha escrito poesías, y en ellas ha den :11na(10 las fuentes abundosas del sentimiento él ha soltado en sus versos el enjambre de alegres mariposas y las águilas audaces que anidan en su imaginación. No es el suyo uno de esos talentos que obedecen á la voz madrugadora y regañona del trabajo. Tiene sus sueños de león; sus siestas de señor oriental! Quien le despierta de ellos es la maga de la inspiración, tocándole las sienes ó el corazón con sn varita de avellano. Entonces el snblime perezoso, febril y poseído, escribe 10 que se agolpa en su pensamiento canta 10 que oye rimar allá en 10 alto, á donde su espíritu sube, á robar la estrofa di vina que vaga sonora en el éter. Justo Sierra es abogado distinguido de la República, ha sido catedrático de Historia en la Escnela Nacional, ha ocupado una curul en el Congreso, ha sido Secretario de la Corte Suprema de Justicia, y en varios otros puestos de importancia ha servido á su patria, que le cuenta entre sus más inteligentes y dignos ciudadanos. Las letras hispano-americanas le nombran con orgullo.
La clemencia de las mujeres es como la de los reyes: caprichosa inagotable al mismo tiempo. -A. Dumas.
se incendia de todo 10 que debía apagarse.-Ed. Aboltl.
UEBLOS
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' E l amor de una mujer llegada á cierto grado,
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N. Bolet Peraza. Septiembre de r894.
El peor enemigo del poeta son los versos.Beranger,
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EL AM OR Gentil princcsita, Que vas á la escuela, Con tus libros debajo del brazo Y la faz risueña, ¿Qu isieras decirme Si á ese ni ño cieguito que lleva U 11 arco en las manos Y 11n carcaj á la espalda, con flechas, Has hallado al seguir tu camino, Camino al Colegio? - Sí señor, si le he visto: es un ch ico Con bombones, con aro y muñecos.
*** Bella adolescente, Gallarda don cella, Qu e, bajo cortinas, En el lecho de sándalo sueñas Con extrañas visiones que encienden T us mej ill as tersas; ¿Quisieras decirme Si en la call e, en el teatro 6 la iglesia O en tu s su eños azules y rosas, O en tu pensamiento, Has hallado al Am or?-Ah! ¿al Amor? Si le he visto: es un lindo man cebo.
***
Señora, señora, Que no bien la campiña clarea,
Ya estás levantada Recorriendo la casa risueña, Guiando á las criadas, E n las diari as labores caseras; Mien tras duermen tu esposo y tus hijos, Y el té se calienta; ¿Quisieras decirme Si el Amor, ese extraño sugeto Se encue ntra en tus lares? - ¿No le veis que le estoy dan do el pecho?
***
Viejita, viejita, Abuelita, abuela, Que sentada estás En t u añejo si1l6n de baqueta, Releyendo unas vidas de santos, La antiparra puesta, Mientras tanto en la mesa de pi no La tisana humea; Y tres ch icos re tozan en torno Al sillón de baqueta; ¿Qu isieras decirme, Abuelita, abuela, Si amor ha pasado De tu vista cerca? Ya sabrás. . .... el Amor es 1111 niño Con alas, muy bello , Con venda en los ojos Y que ... -¡Tonto! E l am or son mis niet os! CJJeulcute Pahua. I
P ér uano.)
ARMO N IA f a se va el P ríncipe Sol con su coraza de di amantes y su celada ele oro. Le sigue su ejército incendiario, vestido de escarlata y lu z; allí avanza la indómita falange de los Relámpagos, pes· tañeando azufre. En lo in finito se presenta como sombra encano tad a la d iadema de la al ianza, el Arco I ris, con sus colores de esmalte y pedrería, el palacio en donde vive la poetisa Lluvia, con su cascad a de
brillantes, cantando la canción del 'I'rueuo-s-seño r caprichoso y tirano, hermano del Rayo-y en donde se hospeda entre escarchas y brumas el terribles días Frío. Más allá est~ el atrio misterioso de la en trada al Oli mpo, en donde duerme el querubín de las seis alas, con su espada de dos fi los y sus ojos que despi den llamas ...... Mirad aquel viej o libertino cargado de grani-
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zas y manchado de polvo: es el Viento, el gran independ iente. Está ebrio, lo han obliga do tÍ presentarse con tod os sus siervos, y ha traído la cruel Tempestad con su hij o el dragón Hura, ca n. Ll egó la Noche, In eterna viuda vestid a de luto: apareció la Luna con su nimbo de plata, la bella enamoradu, coronada de estrellas yenvuelta en su manto de melancolía; va pisando sobre alfombras de nieblas: de un lado v iene la virgen pálida del cielo, 'i,Ten us , esa lánguida Ofel ia de al bo peinador y de cabellos rubios; y del otro, Júpiter, el org ulloso descend iente de di oses, con su flo r de lis y su faja de fuego. Ya llegó Orión , el gnllarrlo caballero fantásti co, con su tahalí lu minoso y su casco de l ícn ides; lo sigue 'I'aurus, mirando con su ojo encond ido, las tímidas claridades de las Pl éyades y la luz de topac io del refu lgente Sirio. Ya van apareciendo los lej anos súbditos ané -
micos del Sidéreo Imperio, y se ve la Vía Láctea como un velo de novia desprend ido de la corona de azahares do una recién casada . .. Armonía! Ar mon ía! Ya se anuncia la llegada del Príncipe Sol, en su carro de fuego , con su t raje de púrpura y seda . Ya viene el Aloa . Ya se ven los celajes sonrosados del Oriente: el cielo que sonríe á la F eli cidad . Allí está la cortina inflamada de oro y carmín: llegó la Aurora bajo su palio inmaculado de eterna desposada; trae en sus brazos al niño de la blanca túnica, con su cetro de flores y su libro rOJ o.. .. .. Ya llegó el Afio con sus espigas verdee, cargado de ilusiones! j Ya llegó el Príncipe Sol con su coraz a de d iama ntes y su celada de oro, en su carro de fuego, con su traje de púrpura y sedal. .. .. . Pedl'o CeJiar DOluiniei. ( Venezolan o, )
1894.
LOS
NINos TRISTES
o hay un cansancio que tanto me conduela C0 1l10 el prematuro cansancio de la vida. Esos jóvenes pálidos que andan trabajosamente, arrastrándose á sí mismos, y de los que muchos podrían decir 10 que Musset dijo de su enlutado inseparable compañero, en la «Noche de Octubre:» «se parecía á mí como un hermano;» esos en cuyos ojos parece ya soñolienta la mirada; esos sonámbulos despiertes.esos monólogos transeuntes, avivan la curiosidad del psicólogo, ensombrecen las tristezas del poeta. ¿Qué llora en esas almas? ¿Qué callan esos taciturnos? ¿Qué buenos sentimientos muertos, como cirios recién apagados en un templo, despiden ese humo que les envuelve en una atmósfera opaca? Quisiera 11110 penetrar en esos espíritus, como se penetra en una gruta, ó sacudirlos para ver qué chispas, qué ayes, qué blasfemias salían de ellos. é
Pero hay algo que causa dolor más hondo: el niño triste, El joven melancólico se cansó, pero ya anduvo. Por dura que la suerte haya sido para él, es seguro que en esa misma lucha han tenido -empleo sus actividades y que ha logrado breves triunfos. Ese, conoci6 la esperanza . Ese, conquistó una efímera sonrisa, sonrisa de la vida, por desdeñosa que ésta con él fuera. Ese, amó acaso y creyó ser amado. Ese, ya supo que la madre le quería, que el am igo le amparaba. Tuvo la conciencia de su fuerza. Probablemente cometió alguna mala acción. ¡Pero el niño ...... ! Pues qué ¿la risa no nace de sus labios? ¿no se hizo para ell os? Pues qu é'? ¿no son sus voces las que han de repicar, á modo de argentinas ca mpani tas? Ellos no comprenden todavía el amor de los padres. Lo sieuten como el calor de un nido nada más. Y m uchos ni ese calorci to si enten, porque-esta monstruosidad existe-hay padres malos. Están como más desnudos de todo. Para luchar con las enfermedades apenas tienen fuerCRIIVl8TA
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zas. Para vivir son impoten tes si no se les auxili a. Ningún daño han hech o y ya han llorado El ll an to del ch iquitín dich oso es á manera de UD aprendizaje dispuesto por la natural eza para que se enseñen á des ah ogar el sufri mie nto. Mas el llanto que no puede salir, ese, qu e no tiene tuerzas; ese, que va empali decie ndo y apagand o los ojos del ni ño pobre, en fermo, triste, es el qu e enternece más intensamen te. Cuando t iene un o hij os y puede darles 10 qu e necesitan y 10 su p érfluo y teñirles de color de rosa la existenci a, el encuentro con una de esas criat uras desvalidas nos desgarra el alma . Gastamos, derrochamos, y al salir de una jugueterin, al entrar al Circo, no ve mos esos ojos suplicantes de los ni ños tristes. Para ell os sí son verdaderas fiestas estas de la patria. Ven el desfile de las tropas, agita la circu laci ón de su sangre el estruendo de las mú si cas militares, deslumbra y hechiza sus miradas el esplendor de los cohetes, y no olvidan porque nada tienen que olvidar, no esperan porque la esperanza es desconocida para ellos, pero viven, vibran un instante. Acaban los fuegos artificiales, cesa el redob le de los tambores, yesos niños tristes vuelven á la sombra con el único amigo que Di os les ha deparado: con el sueño. ¿Verdad que hay miradas que piden limosna? VA percibí una de esas en cierta noche del dieciseis de Septiembre, cuando llovían estrellas de púrpura, y ondulantes víboras de oro culebreaban en el cielo. Era la de una mujer, casi de un cadáver, que iba cargando á una criaturita como de seis meses. E l cad áver de su marido se había quedado á oscuras en la casa. iN o, no mentía! Era de carne aquel dolor. La ni ña apenas era de carne. Ya, tras largo contacto con los dolores humanos, se apren-
de por desdicha á conocerlos. Esa era madre. Iba, con su pedacito de vida entre los brazos, á buscar en las calles próximas á ia plaza, en los sitios por donde pasa la alegría, una limosna para enterrar al muerto y para la huérfana cuya {mica dicha consistía en no saber su orfandad y en estar próxima á la muerte. Dí una peseta á esa infeliz y me pasé de largo. Pero, andando, andando, fuéronse como abriendo mis ideas y sentí remordimiento. ¿Cómo, acababa de gast ar en fruslerías y en vanidades, dejaba mi hija muy ufana, muy satisfecha de vivir, y le daba yo á esa mujer nada más veinticin co centavos? Desandé 10 andado, quise encontrar á la huérfana y á la madre, darles 10 que llevaba en el bolsillo, hacer la felicidad una vez en mi vida, puesto que la felicidad algunas ocasiones se hace con diez, con cinco pesos, con un peso, pero ya mi limosnera , mi acreedora, había desaparecido. Ese dolor se perdió en la muchedumbre de los dolores humanos; esa indigencia, en el mar de la miseria; y mi egoísmo qu edó embe bido en la reseca piedra que no toc an las alas bl ancas de la caridad. F ui malo, sí, fui criminal. E n mis pesquisas, al torcer una esquina, sao lióme al paso una chiquilla de once á doc e añ os, vivaracha, rubi a, de ojos grandes. Pa recía h ija de fran cés. S u m irada no pedía limosna, pero ella sí me la pidió. Se la negué ... .. . m e fu é siguiendo, y ...... me repugna escrib ir lo que m e o' (l 1JO . .. .. . no lo o escrib escn o.1 Esa es m ás hu érfana que la otra , y más infortunada porque tiene más vida. ¡Santo cielo! Hay algo todavía más triste qu e ver á un a niña huérfana y á una madre h amhrien ta! á
El Duque J o h.
Hay en 10 que llamamos el juego natural de los acontecimientos, como una profunda justicia que nos deja conducir nuestra exi stencia al grado de nuestros malos deseos; más tarde la simple lógica de estos deseos realizados, nos castiga inevitablemente. - H ay períodos en la vida en que todo nos falta á la vez, como otros en qu e t odo nos es favorable, sin que h aya necesid ad de ' in vocar la palabra casualidad. Lo que se llama suerte, en
sentido de probabilidad y éxito, resulta de una relación exacta entre nuestras fuerzas y las circunstancias, casi independiente de nuestra voluntad. Paul BOllrget.
El matrimonio es al amor 10 que el aire al fu ego: cuando no lo enciende, 10 apaga.
Mauuel fiel Palado.
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MESALINA Tus ojos vuelve á los pasados días [oh mujer! y repasa en la memoria, el tropel de culpadas aleg rías que componen el libro de tu h istoria.
A la fuga de un huésped trashumante, tu seno maternal horror te in spira; y aprietas á su curva vergonzante el áureo cintur6n de la hetaí ra.
No intentes disculparte: si amargura en vasos de oro tu destino escancia, ¿quien si no tú rasgó la vestidura para acortar al vicio la distancia!
Tú, con despego criminal que aterra, apartas tu regazo al pequeñuelo: ¡pobres hijos que arrojas en la tierra á la dudosa protección del cielo!
N i casto amor ni ende chas ca riñosas han de encauzar de tu pasión la fuente: fuera atajar con pétalos de rosas el caudal impetuoso de l torr ente.
R oto el lazo social, el deber roto, flotas por cim a del desprecio h umano, arogante y altiva como el loto qu e emerge de los limos del pantano.
Caíste: de tus sueños vi rginales ya ni gráciles ráfagas esple nden ; y brill an de tus ojos los cri stales con llamas rojas q ue la sangre encienden.
¿Y hablas de redimirte? ¡Qué ironía ! ti ene surco tu faz y tiene canas: ::\Iagdalcna era hermosa todavía cuan do huyó de las lides cor tesanas.
Tú provocas, tú incitas: imp uden te das al amante en ci ta rom ancesca no de Julieta el ósculo inocente si no el sensual impu ro de F rancesca.
Para aguardar la m ue rte tu desecho abre sus fau ces y su vientre ensancha: vendrá pri me ro el nu merado lecho, después la disección sobre la pla ncha.
é
Laura :Uell(lez de {)u e llca .
EL GRI
o
Fragment o de una carta á. naon (Ignacio I1Iichcl,)
ciudad comienza á ilu minarse; los farol es del al umb rado público palidecen junto á los focos eléctricos; ya son h ile.. ras de bombillas blancas, que constelan un baranda l; ya movedizas líneas de faroles venecianos; caprichosos faro les ch inos 6 humildes acotes qu e flamean en las com izas. El viento agita los cortinajes, mece las banderolas tricolores; la iluminaci6n arranca relámpagos á los vidrios de las puertas y de los cuadros colgados en los balcones, chispea en los abalorios de los sombreros, en el espe jo de los charcos y finje á lo lejos una bruma incandescente A
que remon ta :.í los techos y se funde en la negra y tranqu ila calma de la noche, que tiene también pálidas ascuas: las estrellas. El farolillo de papel de una ventana humilde, la cazuela de man teca q ue alza sus lenguas de fu ego arrancando chi spazos á los azulejos de una b6veda de igl esia; todo se prende para hacer de una ciudad una ascua. Tienden los vendedores su intrincado campamento al rojo fulgor de las luminarias: muestra su puñado de cacahuates el vendedor de tostado de horno; las cañas y las naranjas se hacinan; r ubicundas señoras de enaguas moradas, rebozo
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ca ído, zapatos de charol con hebilla de estañ o y arracadas de plata, engullen á dos manos enc hiladas cu yo olor irrita, 6 apuran grandes vasos de ag ua fresca junto á un ch arro que p ierde el equilibrio, se echa el galoneado sombrero atrás, h unde toda la cara en el inmen so vaso; sin tomar resuell o 10 bebe, y lanzando un p ujido se seca con el dorso de la mano las g otas que han quedado bal an ceándose en sus bi gotes, 6 los seca con un sonoro len güet azo. Ese es el p ue blo y esa es su fiesta. Mira á aquel jelado que sin preocupaci ón alg una ha envuelto á su amo r con la misma cobija que lo ab riga; aq uella m uj er que con u n zapatero mal encarado, de grasoso fieltro, hunde los dedos en su pañuelo anudado, saca con calma un cacah uate, 10 pela y se lo come; la de más allá, que cerrando un ojo y h aci endo un g esto, m uestra los blancos dientes al par ti r una nuez, mientras la hermana ríe á carcajadas hu ndiendo sus pulgares en la corteza de una naranja, arrojando al aire las cáscaras, después de haber escupido el seco bagazo de una cañ a . Aparecen estravagantes grupos; cu at ro ó cinco amigos que se empujan, de todo ríen cstúpidamente, h acen un retruécano de cualq uier palabra . .. ... Uno de ell os, el que va cobij ado con una frazada roja, el de sombrero ab ollado, lleva escond ida una guitarra cuyos entorchados gimen Hablan á un1Jlatú/l de sombrero en voz baja de copa alta, de pelo, y toquill a quc parece cable. Aquel que porta enorme pistola cuyo cañón le llega casi á las corvas y que saca una botell a de refino y la ofre ce riendo con media boca. - Usté compadre. - N o, usté primero. - Ande, D. Celedonio, - Vaya , con permiso. y elmáistro músico, tocándose el sombrero, da un largo trago: tres veces ha subido y bajado su nuez vol uminosa, medio cubierta por la eriza patill a. y así van ll egando g ru pos y más g rupos. E nsabanados, mujeres enmarañadas, ve rd ule ras que comen buñuelos; honrados carpinteros que se montan á sus hijos en los hombros para que vean, mientras la esposa arrulla al recién nacido que llora y hace exclamar á una vieja ll ena de buenos consejos: - N o le vayan á machucar al niño en esta
bola. Cuídeseeljaiiito, uualnta, porque empujau para robar. Más allá brindan los que lo Itacen. bien, por la am istad y los compadres. Crece el gent ío j el cal or y la presión so n in soportables; los más de mocrá ticos olores envenenan la atmósfera, ya con hál itos de gall i nero, carpintería, cola, cuero, humo de enchiladas y buñuelos; va pores de aguardiente, pólvora de los cohetes, frutas machucadas y ocote qu emado. E l rumor en sordece; es un rtau-ru ni crecien te, del cual se levantan los g ritos que se barajan : ¡ A llostao de horno, aprébelo, aprébelo! ¡ Tamalitos cernidos de c!úle, de dulce y de manteca! ¡ Cuartillas de naranjas, cua rtillas! Los ecos de la m úsi ca del Zócalo se pierden, tru ena uno que otro cohete, y suena la bocina de los trenes que apenas pueden atrvesar el compacto gentío .. .. .. E mpiezan á templarse las guitarras; voces de ebrios entonan el Tuli tulijan .. . U na voz gruesa canta: E staba un pay o sentado tuli, tulijan. Imposible oírlo; un nevero con acento de bajo h a gritado : [Cuarti lla de ni eve! [canú u utos.. . . nevados! Han sonado h oras en el re lo j de Cateclral: va á llegar el instante, el t umulto se calma; se oye una rechifla feroz: son los p il l uelos que no dejan pasar á un arqueo lógico simón ... .. Un señor de Celaya asoma la cabeza por la porUna maritornes le suplica á un roto tezuela que no la empuj e. -Creen qu e porque son decentes. . .. los catri.. nes con todo y levita son más ordinarios que uno con todo y que es pobre. U n cohete cruza los aires y deja caer en el oscuro espacio la lluvia de sus chispas de colores, y un ¡aah! ¡aah! de la boquiabierta plebe lo sal uda, ó el eco de un burlón: ¡se zurró! cuando se apaga sin tronar. ¡Atención ! Va á llegar la hora. A duras penas atraviesa el tumulto no sé que sociedad con sus esta ndartes y su procesión de faroles de papel y hachones de brea; las gu itarras se tiemplan de nuevo, los pistones de algunas m úsicas de viento se preparan; los pescu ezos se al argan; estremece á la multitud un fluj o y reflujo de mar poderosa. La aguja del reloj de Palacio va á recorrer un minuto; se da el último tragu de aguardiente, los charros apuntan al cielo con sus pis-
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tolas, avivan los tizones para prender cohetes los pill uelos, blanquean las camisas en las torres de Catedral; se ha abierto la vidriera del balcón de Palacio ...... [El más profundo silenSe asoma el Presidente agita los cio!. ¿Qué dice? brazos tremolando en pabellón ¿Qué milagrosa frase clama? Responde un grito inmenso, atronador; es un solo acento poderoso que conmueve los aires; responden las campanas al vu elo en un sólo repique; los co hetes y las pistolas en un solo disparo, las músicas en un solo h imno. Nada calla;
la pobre capilla de barrio sacude s u rajada esquila, la Catedral, sus imponentes campanas maLas luces de Bengala flamean, se desyores borda el refino, los ojos se humedecen j recorre la espina dorsal no sé cIue calosfrio, que estremccimiento que crispa; se sienten vehe mentes deseos de gritar, de llorar, de aplaudir; se ve con las lágrimas en los ojos la serena efig ie de Hidalgo y se le arroja tod a el alma, como una explosión de gratitud, en este grito: Viva la Libertad !
LAS ESTRELLAS ERRANTES (FRAGDENTO>
La noche ost ént ase coron ad a de brillantes estrellas, el aire está en ca lma y como adormecido, re ina en el mund o el silenc io de una paz profunda, y e n el tranquilo espejo de las agu as se refleja n los as tros del cielo, abriendo á nu estros oj os un nuevo abismo. E l pensamiento flota entre estas dos inmensidades: el cielo infinito y el lago poblado de estrellas. De codos sobre la baranda de l balcón , desde donde se dominan las aguas som brías, el espíri tu de la joven soñadora se h a transportado á los cielos en alas del pensamiento. Le parece q ue aq uell os mundos distantes no son extraños á la t ierra . Diríase que ha y en ellos otras almas que brillan , otros corazones que palpitan. Ella contempla esas constelaciones m isteriosas qu e trazan en la bóveda celeste simbólicas figuras, se siente transportada más allá de las v ulgaridades cuotidianas de la vida, y su pensamiento, que el amor ha desflorado ya con el roce de sus alas, asocia á sus sentimientos más ínti mos la intangible inm ensidad que la rod ea de un impenetrable mi sterio. De repente, desprendida del cielo, parece que una est rell a fugitiva se desliza en el espacio y viene á caer en la Tierra . Poco después una segunda estrella sucede á la primera y en seguida otra más todavía. ¿Se rán verdaderas estrellas que abandonan de súbita su celeste reino para alojarse en las insondables profundidades? ¿Se-
rán astros peq ueños infl am ados de repente en el eter y apagándose tan pronto com o nacieran? ¿Se rá n meteoros formados en las alt uras de nuestra atmósfera, y qu e siguen á nuestro planeta en su curso? ¿P articipa lil esas chispas misteriosas de la naturaleza del ra yo? ¿A nllnci:lll alguna te mpestad eléctrica en las soledades aéreas? ¿Resp onden á la atracción magnética del polo, como las llamas transl úcidas de la aurora boreal, ó po r ventura, si hemos de dar crédito á antiguas tradiciones, esa estrella errante que surca el espacio, ("-, un alma pu ra exhalada de un suspi ro su premo y que va en busca de su cami no hacia el cielo") 'o nos cuen tan también las leyendas de n uestros abuelos, que si una joven ha sabido formul ar clara mente un deseo en su corazó n mientras dura la visibi lidad de la celes te estela, ese mismo deseo será realizado antes del fin del año? . .. . .¿Pe ro cuál es el deseo de un a joven qu e no que da satisfecho desde el momento en que ella lo siente, y cuál la estrella que pudiera permanecer sorda á las súpl icas de sus hermanas de la Tierra? Fugitivo meteoro que se desliza en el espacio, ¿no es la estrella erra nte algo así como la imagen de la vida, de la vida que no es más que un sueño y que pasa como un sueño? Durante m uchos siglos, parece que la ciencia no supo explicar ese fenómeno tan vago impalpable, y la astroé
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nomía levantó su espléndido edificio ex cl uyendo el problema. Empero la curiosidad humana, causa de .todos los progresos realizados por n ues t ra raza sublunar, quiere resolver todas las cuestiones, el análisis cientificc qui ere con quistar todos los dominios, y nuestro g ra n sig lo no podría ir á reunirse con sus antepasados si n que este problema de la física qu edara resuelto como uno de los más importantes y graves del con ocimiento de la naturaleza. Y, en efecto, ,,1 est udio de las estrellas errantes acaba de revelarnos, una vez más, glle en la creación no hay nada in significanté; que el acaso no ex iste, y que todo el mecanismo de este cu erpo inuieuso que llamamos el universo, est á sometido á leyes absol u tas, que reglan lo mi smo la caída del copo ele nieve que el curso del sol en la in m ensidad ele los espa CIOS.
y después que hem os llegado á conocerla y á saber de donde procede, la estrella erran le ofrece á nuestro espíritu mayor importancia interés del que tenía en los días de la ignorancia y del mist erio. La ciencia abre horizontes más vast?S que la poesía más sub lime. En otros tiempos, H esiodo creía dar un a idea grandiosa de la dimensión del uni verso, d icie ndo q ue el y unque de Venus habría necesitado nuev e días y n ueve noches para caer desde lo alto de l cielo á la T'icrra. [Nue ve días y nue ve noch es! Para llega r hasta no sotros una bal a de cañ ón) lan zada desde la estre11a más próxima , debería marchar, sin detene rse jamás, casi durante dos millones de a ños Parece que la estrella e rra n te se desli za en el espacio á unos cuantos ~enten ares Ó millares de metros de nosotros, )', e fectiva me nte, atraviesa con frecuencia la atm ósfera á u nos cien kilómetros di stantes de nu estra vista. E l ojo se engaña siempre en estas di stancias, tanto en longitud como en latitud. U n día recibí un despacho de Milán, participándome que la noche a n ter ior había caido un ad m irable bólido, en la parte norte de la cindad y sin duda á unos cuantos kilómetros. En el mi smo día recibí de Milán una carta en que se me describía la caída del meteoro en el lago de Génova. Y por último, en una tercera comunicación de Chaumont 111e aseguraban haberlo visto caer cerc a de la ciudad. Para los habitantes de Iloulognc sob re el mar, el bólido habí a caido en la Ma ncha y aún habían escuchado claramente el r uido que proé
dujera. En efecto, había estallado en Inglaterra, más allá de Londres, no lejos de Oxford . . .... Se oye á veces un ruido estridente, como el rodar de un trueno, una ex plosión semejante á la de un cohetazo; imagiu émosnos cuán grande no será esa explosión para qu e, á pesar de un aire tan rarificado, sea lo bastante v iolen ta para que pueda oirse en la Tierra, y á veces hasta en un radio de cien kilóm etros!.... Las estrellas errantes no s vienen de las profundidades del espacio, de millones y billones de kilómetros, y son tan anti guas como nuestro propio mundo. El estudio de ellas constitu ye h oy uno de los capítulos m ás interesan tes de toda la ciencia moderna. Las estrellas errantes son peque ñas partí c ulas cósmicas, q uc gencralme nte no pesan si no algunos gramos, y con frecuencia menos todavía, y se componen principalmeute de hierro y carbo110. V iajan en enja mbres por el espacio, circulando al rededor del Sol á manera de cometas, y describiendo elipses á través de la ruta que describ e la Ticrra anualmente al rededor del mi smo astro; las est rel las erran les vuel ven á encontrar á nuestro planeta, y en una noche puede contemplarse la aparición de un número considerable. No son lum inosas por sí mi smas, sino que su luz dimana de la transformación de sus m ovimien tos en calor. Su velocidad es maravillosa: 42,57° metros por segundo. N uestro planeta g ira al rededor del Sol á razón de 29.460 metros por segundo. Cuando conlem plamos de frente una lluvia de estrellas errantes, el choque es entonces de 72, 000 nietros de velocidad en el primer segundo del encuentro. Si la estrella cae á nu estras espal das, esa misma velocidad puede des ce nde r á r 6,500, pues por término medio es de 30 á 4°,000 m etros. L a frotación causada por este choque produce un calor de más de 3.000 grados centígrados. El corpúsculo meteórico se calienta y se inflama; y si en tan alta temperatura no se h a fundido y volatilizado, podrá entonces sali r de nu estra a tmósfera, después de haber atravesado sus altitudes rarificadas. Pero en la mayor parte de los casos debe evaporarse, quedar en el seno de nuestra atmósfera y llegar lentamente á la snperficie del suelo bajo la for ma de depósito. S e calcula que a nualmente nos caen 146 billones, cuyo número considerable contribuye á a u men ta r la masa de la T ierra. Las estrellas errantes, bólidos y uranolitos,
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encué utranse igualmente asociados, y por los estudios á que han dado lu gar constituyen hoy 11110 de los ramos más importantes de la física celeste, yal mismo tiempo de los más fecundos. E sto ha dado lugar á suponer, y no sin algún fundamento, que los mundos, después de RU tota l extinc ión, pueden disol verse en pol va meteórico y que este polvo á 1'11 vez puede ser vir para la ca 111 posición de nu evos 11111 ndos, Como se ve, la solitaria y errabunda estrella que la joven soñadora ha contemplado sobre el manto del cielo, desplegando á nuestros Oj OR inmensos horizontes, viene á contarnos los episodios de la hi storia del universo; y esta j -á lida estrella, qu e nosotros nos se ntimos inclinad os á llamar, como el poeta: «Lágrimas de oro sobre el zafir, » (Justo S ierra.) y á la cual podríamos tamb ién interrogar: ¿Dónde vas tú, tan bell a, á la h ora del sile nc io, A descender cu al perla en el profundo mar?
no es más que un meteoro fugiti vo qu e acaba de trasportarnos al plen o cosmos, á ese laboratorio in fi nito do nde se juegan los destin os de los 1l11111l10S . Nada se crea, nada se pierde. E l á tomo imperceptible que cruza por el éter y que 110 es vis ible á n uestros ojos más que po r su encue ntro con n uestra atmósfera, v iene desde las edades más remotas de la hi storia de l nn iverso, y siemp re encon trará en el po rve nir m uches m undos. Etern idad! In finito! ¿No son nuestras m ismas almas pensadoras, estrellas errahu ndas de lIU cielo espiritual que atravesamos sin conocerlo, vibrando bajo las leyes misterioSUR, v iv iendo de deseos y esperanzas, de alegorías y tristezas, b rillando un instante por nuestro encue ntro con el mundo material, para entrar de nu evo en la inmensidad que todo 10 absorbe? Cad a segundo nace y m uere un sér humano; otro tan to se observa r-on lns estrellas erran tes. Atamos, nada..... ...... . Xla s para nosotros, esa nada es todo. Camilo Flammari6n.
AZUL PAllDO Entona la campana su canc ión de bronc e, y en lo alto del mástil flamea el gall arde te tri color de la Patria . En las calle s, la multitud ondea en movim ientos vagos; se deja llevar po r un a r áfnga de de l icia: siente la d icha de vivir; avan za en oleaj e palpi tan te. Regue ros de luz se prende n, {t lo lejos, en cam inos aéreos ; rom pe la de nsa niebla de la n oche un a lluvia de fuego; vibran las Ilotas de la banda m ilita r y el mar hum ano il uminado, de p ronto , po r el reflej o cárdeno de un a luz de Bengala , finj e cuad ros rojizos que sem ej an lagos de san gre.-La Capital brilla en estos días como una ascua, resplandece y se agita; y el veci ndario se lanz a á la vía pública deseoso de conqu istar su pedazo de d icha en esta etapa de gloriosos recuerdos; desen rrolla la serpien te sus fin illos de múltipl es colores; en los pórticos de los teatros se arremolina la mu lt itud , brega, lu cha, y el hervor democráti co arroja sus burbujas de dicterios y eleva su vapor de injurias.-Y en medio de esta inmensa hornaza de pasion es encen-
el idas, el retrato del Padre parece acari ciar con mirruln blanda y sonriente al buen pueblo que lo nclamn.e-Y cuando ya se han dis ipado los últimos ecos ele las fiestas patrias, el grave busto del viejo cura conserva aún en su rostro una ráfaga luminosa de luz celes te.
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Covadonga es el nombre de la formación de un pueblo. Mézclese ti la epopeya la religión y sirve pa ra uni r en uno dos sentimientos: jamás en nación alg una, como en España, se ha compene trado la idea de la Patria con la idea de Dios. E l y ella h ánse fund ido en el corazón español, y po r ella y por El, Covadonga es un imborrable símbo lo. En lo alto de aquellas montañas, la Cruz extendía sus brazos eternamente abiertos. Y allí, agonizaba una raza; moría lentamente, como un g igante sepultado en lo profundo de una caverna.-Covadonga es el supremo grito de desespe-
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ración que es, á veces, el qu e da la vi ctoria: sin fe y sin su elo, los últimos restos de un pueblo fuerte, saturad os de aire acre y sano de libertad, desprendi éronse un día (l e lns elevadas cumbres: veuían de arriba, cas i del cielo; y en aquel am anecer, la clar idad indecisa del alba vino ú. despl egar su leve gasa por llu evas hori zontes ensanchados á la Cruz y á la P at ria.
*** A ida.-Rigolrtto. Arrnucad las portad as de estas dos pági nas mu si cal es y examinad las después con deten im ie nto . Nad ie rl iría que la insp iració n que t rnslarl ó al p en t ágram a el poema del g l'Un lí rico fran c és, trazarn el cuad ro de la triste ley end a que ha buscado refugi o bajo ese cielo azul cuyo hor izonte corta la somb ría masa ele las p ir ám ides. El gallar do calavera que entona alegrem ente S il refrán, no pod ría sospechar los vínculos de sa ngre que Io u n en á la dulce Aida, y el vi ejo bufó n del rey pasa ría por delante del monarca eti ope sin conocer la comunidad de sus orígenes. Riqoleito repres enta en la hi stori a de Verdi la idea román t ica, de ellYO gran maestro tornó el asunto . La harmonía se desbo rda en torrentes , corre libromen te y S0 esparce por los aires bulliciosa y desorde nada, como esos arroyuelos CIue for man las co r r iontes de la montaña . La inspiraciónsalta por enci ma del obs tácu lo: lo deshace, lo nu liflcn; se apodera de la nota y la lan za sonora y v ibra nte. La m úsica entonces h uye de todo razonnmiento; es l ibre , como el pájaro, y como él, remonta su vuelo ú elevadas reg iones. Se asi mila todos los reflejos, copia tallos los coloridos , busca todas las palpitaciones, remeda tod os los dolores; pero siempre al lá, en el fondo, hay algo que se escapa al análisis; algo ex uberante, pero muy rápido, que' disipa .Ia lágrima que asoma á la pupila. Las últimas frases de Gilda llegarían á impresionar ho ndamente si la comzonetui del rey Francisco no se hubiese fijado en nuestros oidos. Se abren las puertas á aq uella risa fra nca y espontánea del rey galanteador y se pasan por alto las convulsiones de agon ía que agitan al pobre deforme , Gilda es una blanca figura que se destaca del marco en que ha sido colocada, pero este marco
es de tal brillo, que la imágen triste y meditabuuda se va borrando poco á poco para no recordal' sino la esbeltez de los contornos que la rodean. ¡Cuún distinta Aula! La esclava etiope reclama para sí toda la atenci6n. Ama con la fuerza que comunica un sol abrasador, que hace circular lava en las venas; la pasión avasalla y se hace dominante. To-la debe ser allí impetuoso y vivaz . E l amor verdadero es un elemento do bondad . Una nueva clar idad ha iluminado nuestra alma. T odo es herm oso, todo sonríe, todo fortifica . La s id eas son lu z; los pensamientos oraciones . Aida se siente trasfigu rad a . Un rival encuen tra la pasión: la patria. P ero la patria y la pas ión se comp letan para A id a. No puede tr iunfal' la un a sin inmolar á la otra. y sin emba rgo , A irla no las aparta: las confunde en u n solo sentim ien to y se comp lace en he rmanarlas. Verd i ha iniciado su segunda época . El objeto del poema m usical es cla ro y d ist into ; no hay detalle que lo oscurezca y el espír itu no fl uctúa en tre dos corrientes opuestas . La inspirac ión , esta vez, ha sido encauzada; nada de ex ubera nte, pero nada tamp oco de des ordenado . La harmon ía está impregnada de la dulzura de la amada de Radamés; los cantos místicos, los gritos de v ictoria, los ayes del vencido , todo desaparece ante A ida. E lla sola es la que re ina. La últi ma nota CIue se recuerda salió de sus labios y pen etró dentro de nuestro corazón; nada v iene á turbar este recuerdo .
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No me alcanza el tiempo para hablar de la Compañía de S ieni; de la voz vibradora, tri unfante de Signorini; de la dulce, aterciopelada , de la Srita. D'Arneyro; de la bella Santarelli; de la inspirada Corsi ; de Serbolini, viejo amigo nuestroj de Carobbi y de Arma; de la esquisita Petigiani; todos reclaman un lugar aparte en este rinconcito de pálido azul, nota perdida en un concierto de colores.
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y en esta semana de recuerdos magnos, une la R evista su voz para ofrecer su homenaje de respeto al Jefe de la N ación.
Petlt Bien.
TOMO 1.
MÉXICO, 23 DE SEPTIEMBRE DE
r894.
NUM. 21.
MI ULTIMO ARTICULO veces, cuando tomo la pluma como toma el galeote su remo, digo para mí: ¿cuál será mi último artículo? La muerte vendrá á sorprenderme acaso cuando apenas haya trazado el título ó las primeras líneas de un artículo cualquiera. ¿,Cuál serú? Siento cariño por ese hijo desconocido á quien dejaré tan pequeñito y huérfano . Yo quisiera decirle:- No es mi culpa; me arrancan de tu lado! Habría querido verte brillar, como á tus hermanos en el mundo; pero sólo pude besar tu frente antes de partir, como besa el padre los cabellos rubios ó negros del hijo que duerme en la cuna y corre :í un duelo ... y allí muere. Tal vez la muerte me permita leer mi artículo... Lo escribiré enfermo ... lo escribiré agobiado por esa vaga tristeza que es como la sombra de la eternidad ya próxima; pero ... es preciso ganar el pan de cada día ..... lo escribiré. Tal vez sea muy ingenioso ... muy agudo ... tal vez haga reír Acaso-¿por qué llo?-sea franco ... franco y haga llorar :í algunas almas buenas. Lo más probable es que sea ton lo. Pero, de todas suertes, esta idea me preocupa: ¿cómo será? L
** * Parece que el hombre, por decreto del destino, empieza muchas cosas y muy pocas concluye. La vida es lo único que está bien cierto de acabar. Creemos haber terminado una obra, un libro, y al reelerlo hallamos que nuestro enten-
d imiento ha caminado algunos pasos adelante, y que el libro, como la sombra de los que marchan siempre de cara al sol, se queda atrás. Un deseo irresistible de producir, un apetito inmenso de procreación intelectual, nos agita y nzuza. Pero esas criaturas engendradas en un encuentro fortuito, en la sombra de un túnel, nacen rlesmedradas. Después, nos avergüenzan. Las queremos, porque, al cabo y al fin, son hijas nuestras; pero las queremos con lástima . Sentimos el deseo callado de esconderlas. Y, sin embargo, estamos bien seguros de que pudieron haber sido muy hermosas. y este ahinco
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mundo las criaturas etc nuestro entendimiento, crece á medida que la existencia avanza. Se diría que la muerte está llamando y que nos dice: -. [Vamos ...... Aprcsúrntel-i- Entonces, se vuelve la vista atrás y hasta aquellas hijas de nuestro capricho 6 de nuestra reflexión, que antes nos parecieron pálidas y enfermas, y á las que por eso guardamos, con rubor, en los cajones secretos del bufete, hasta á esas pobres desdeñadas, las decimos: [Salid á luz! Vuestros vestidos son muy pobres; pero no hay tiempo ya para buscaros otros ...... En el lecho de la agonía os legitimamoslVictor Rugo coleccion6, en los últimos años de su vida, fragmentos de poesías, bases de columna, plintos y capiteles aislados, todos los elementos dispersos de obras magnas que no llegaron jamás á realizarse. cRJiVlSYA
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El poeta siente la necesidad de dar á los pósteros no s6lo el peso fuerte de su ingenio, sino también los centavos. Es como el jugador que, cuando ya h a perdido los billetes de Banco, las monedas de oro y las de plata, registra los bolsillos de su pantalón y, si encuentra alguna moneda menuda, la pone á un número de la ruleta. Siente la imperiosa necesidad de perder todo. En ciertos casos, la vida nos parecería buena si tuviéramos la facultad de recome nzarla. Es desastroso no poder corregir las pruebas de la vida. Pero el tren avanza, las estaciones quedan atrás, y como la existencia es un «tren rápido," no se detiene en parte alguna. Para el artista que siente como los brazos que antes le ceñían se van abriendo y aflojando, dos son los sup remos dolores: Sentir 10 incompleto de sus creaciones y la impotencia de dar vida á los seres que le bullen todavía en la imagi nación. Toda vida de artista es vida trunca. Sólo la vida de los nec ios está hecha de una pieza. Es todo 10 que se llama un monolito. Cuando Chéuie r, al subir al cadalso, exclamó, tocándose la frente:-¡Aquí había algol-s-exprcs6 la amargura profundísima con que muere el artista verdadero. Las hijas predilectas de n uestra inteligenci a son las que nadie conoce. Se parecen á las muchach as hacendosas qu e no concurren á bailes, que no van á teatros, que no tienen novios, pero que siempre son las preferidas en la casa. S uelen ven ir muy tímidas á nuestro gabine te de t rabajo, y decirnos á media voz:- ¿Qué..... .. no salimos?-Pero de tal manera las amamos, que, á verlas en la calle, de trapillo, preferimos tenerlas encerradas. Por eso contesta el padre á esas desconoc idas criaturas:-Aguardad!... ...... Cuando sea nco,
En el rejuvenecimiento de los libertinos por un amor romántico, un principio poderoso, aunque contrario á este romanticismo, reside en la repentina interrupción de sus constantes excesos. Una especie de convalescencia anormal se produce entonces en toda su fisiología. El agotante cansancio del placer diario queda reempla-
cuando haya estudiado mucho, cuando pueda daros la clámide 6 el vestido damasco ó las frementes alas de águila, entonces os entregaré á la admiraci6n! E sperando esas dichas que no llegan, quédanse en los desvanes del cerebro-como dijo un poeta-y cuando llama la impasible muerte y sus labios de mármol se entreabren y de esos labios bro ta el-s-jven! iya es hora!-sentimos hondo, in tenso descon suelo, por no haberlas lanzado al aire libre, por haberlas tenido en reclusión, y nos despedimos entonces de la vida, diciéndolas aquellos versos memorables de un gran poeta sevillano: No me admira tu olvido: aunque de un día, Me admiró tu cari ño mucho má s, Po rque 10 qne hay en mi que vale algo, Eso .... .. ni 10 pudiste sospechar! La nove la soñada , el dra ma concebido, la obra para cuya realización quisimos enaltecern os y purificarnos, como se purifica el ni ño plll'lt su primera comunión, quedan en el sag rar io del espír itu. Tal vez van con nosotros :í la. tumba y allí nos perdonan el haber sido carceleros , y en estrecho ab razo, como el de Cuas imodo y Esmeralda , nos consuelan.
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E l artista no llora lo que deja en el mundo, sino lo que se lleva. Ln frase más sentida , la más suhlime, es la que calla .-;,Cuál será mi último artículo?-preguntaba yo al empezar éste . Pues será algún artículo ba nal , alg una piecesita de tocador, un j uguete de porcelana ó terracota . E l artículo en que condense m is ideales , el artículo en que ponga el alma toda , es el artículo que jamás escrib iré.
u.
Glltl~rrez
N Ajera.
zado por una economía de las fuerzas, que renueva todas las energías del hombre, y-tal es la ironía de la naturaleza-esta renovación es sent ida, lo más á menudo, por aquel en quien se realiza, bajo la forma de una alegría sentimental.
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Estella Matutina
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S OIJ'E'1'0
A ;lIanucl ;11. González
Con estremecimiento voluptuoso Despert6 la riente madrugada, La cabellera rubia destrenzada y envuelta entre cendales vaporosos. Circulan calosfríos misteriosos Por la sierra, y el valle y la hondonada, y allá en el florestal, la orquesta alada Puebla el aire de trinos delei tosos. Alborea: en las ondas de la fuente Algo esplende magnífico, algo azoga El opaco cristal de su corriente; l\Iientras la estrella matinal que boga En los profundos mares del Oriente, En áurea viva claridad se ahoga.
Juan B. Delgado.
Emulo del Quijote, por la senda Lancéme yo también de su locura, y en pro de la virtud y la hermosura Trabé con todos desigual contienda. Puso en mis ojos el amor su venda, y con las galas de la virgeu pura Vestí á villana ó á vulgar criatura, Para rendirle de la fe mi ofrenda. ¡Ay! solo obtuve de mi vida errante, De mi brazo, merced á la pujanza, Los palos, patrimonio del andante;
y molido por fin, dejé la lanza y cambié mi famoso Rocinante Por el rucio sin par de Sancho Panza. Guadalajara, Agosto 1894.
R. A.lba.
Querétaro, Septiembre 1894.
EL BARBERO DE SEVILLA ". L alba ríe pálidamente en el lago azul del cielo: en el retablo de la madona, la lamparilla lanza su último parpadeo de luz y en el aire tibio, saturado de azahar y de violetas, aún no se disipa la alada nota de la serenata. Duerme Don Bartolo, mientras Almaviva hace su ronda galante con el guitarrillo bajo el embozo y la diestra en la empuñadura de la espada. Arriba, en la ventana, la celosía se entorna curiosamente, como nna mirada á hurtadillas 6 como una sonrisa incitante y picaresca. A lo lejos, la voz astuta de Fígaro entona quién sabe cuál alegre refrán. El día preludia ya su sinfonía de colores. [Arriba la luz! ¡A lo alto! ¡A hacer flotar polvo de oro! ¡A incendiar horizontes! ¡A culebrear en cárdenos reflejos en las corrientes de agua!
Sevilla, ramillete de rosas blancas y rojas, virgen cristiana aletargada en ensueño del Oriente, tú no eres la epopeya, como 10 es Covadongaj pero eres más que la epopeya: eres el incisivo y punzante Iuimor; eres el filoso y agudo epigrama, que hiere y que penetra en las carnes como una hoja de Toledo. Beaumarchais te eligió para arrancarte el secreto de preparar al son de tu vihuela, una gran revolución social: has servido de urdimbre para bordar con tus hilos de primavera la más profunda, la más vibrante, la más acerada crítica que el ingenio humano haya podido producir. Loor á tí ¡oh pálida enamorada del pasado, de ojos que reclaman besos y boca que entona plegarias! Fig aro, hijo de parisiense, es sevillano. No es el gamill de la gran ciudad cosmopolita¡ gamill éralo Beaumarchais, como ha dicho Víctor Hu
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gOj 10 era también Molie re; rígaro, no: Fígaro es un producto de un medio irónico insubstancial, al propio tiempo, apto para la intriga , flexible y agil. H ablo de F í,..r;aro en sus mocedades; a ntes de su casamien to: F~r;aro enamorado no es de Sevilla, es rile la humanidad; per tenec e á ese gran pueblo de los oprimidos; tien e una nacionalidad: se ll ama huérfano; hu érfano de la ley, h uérfan o de todos los derech os. Entonces Fígaro-Paria es de todos los dob legarlos, de todos los escarnecidos: en tonces F~r;n r() hab la ta n alto por los que su fren, que Miromes nil, Guarda-Sellos de la Casa R eal, dice la víspera del estreno de la obra de Beau marchais: "Para representar esto sería preciso destruir la Bastilla. » Cin co años después se reali zaba esta predicción. Hablo del Fígaro ba rbero, libre y feliz como el pájaro, amante del dinero y del z"1Jlbroglio; no del enamorado de Suzanne; sino del que canta con Rossini: Che inueneioue p relibata y acaba extinguiendo la luz de su lin tern a. Y éste, vuelvo á decirlo, es hijo de Sevilla por ley de afinidad psicológica, por nat urali zación del espíritu, así como hay muchos séres que no son intelectualmente hijos de la patria en que han nacido, como Tai ne, francés de nacimiento, era inglés por el cauce de sus ideas; como Heine alemán, fué francés; como Rabelais, nacido en Francia, era holandés. N o hay que buscar en este Fkaro lo que ahondando un poco encontraréis en el Don César de Bazán de Víctor Hugo: la vieja caballería pura l~ intacta bajo la capa del truhán que despoja al primer transeunte en la esquina de una callejuela que serpentea; Fígaro, como la Manon Lescaut del Abate Prevost, es ingenuamente pícaro; no tiene reservas de elevada moralidad; ni . aun sabe el significado de esta pa labra : engañar tutores, servir de lazo de nnión entre Rosina,s y Almavivas, y cobrar el corretaje ¿no es estar en el terreno de la más pura y aquilatada moral? y el bullicioso consejero, el mediador de voluntades se complace en desempeñar alegremente su oficio. No se peca por amar mucho en Sevilla: pecado sería allí no amar demasiado; boga impalpable aliento de besos; cada flor que se abre es una é
boca que incita; pasll. cada mujer envuelta en vapor de pasión y deja trás de sí, á mod o de luminosa estela, rastro de caricias y palpitación de embriag ueces. E n lo alto de cada minarete, la cita aguarda el mi sterio de la noche y flotan al ai re los cabellos como banderas desplegadas. Don Bar tolo pone en vano candados á las pu ertas: al través de la airosa "cancelan entona la fuente su canción de cristal y en cada ra ma de naranj o h ay una g uirnalda de aza h ares; t ie ne Al rnaviva ll aves que abren "todas las cerra d uras y al pi e ' de cad a ve ntana hay un F~[[aro qn e sostiene la escala. La alondra que an unc ia la despedida de los amantes, encuentra á menudo el nido vacío. Entretan to, Don Bar tola ronca.-Cul ebrea la pasión por la ciud ad nazari ta como circula la savia en los árboles y á cada primavera reverdece el amor con nuevos gérmenes. La Giralda llama á la oración con su voz de bronce y al través" de la plegaria, la cristiana de Sevilla ve aparecer, como la Angélica de E mil io Zola, el gallardo paladín de sus blancos ensueños vagos, que ha de venir, un día, á romper el encanto de sus prisiones de anhelo eterno. Se inclinan las rosas en sus tallos y las estrellas palidecen ante el rey y señor de aquel gentil corazoncito que vela detrás del mirador de cristales, en la alta noche, mientras la voz plañidera de la poesía popular lanza al aire su inspiración impregnada de d ulzura in finita: Entré una noche en tu cuarto y dormida te encontré; me marché y cerré la puerta. ¡Mira tú si te querré! y en la taberna de la esquina, Fígaro afina la vihuela que ha de acompañarla trovade Lindoro debajo de las ventanas de Rosina. Y al rayar el amanecer con sus tintes anémicos la tersa extensión de los cielos, todavía el galán de la noche permanece en su puesto, porque
Ciá l'alba é appena, E amor non StO vergog na.
CJarlos Diaz D1I..60.
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R E V I ST A AZUL
CLARO DE LUNA G6ndola de alabastro, Bogando en el azul la lu na avanza y hay en la d ulce palid ez del astro Como m ezcl a de e nsu e ño y de esperanza. En el fondo som b río Con la adorabl e luz de su aureola, Halaga el triste pen samiento mío Como una virgen pensativa y sola.
La lág ri ma argentina de la luna Con la lág ri ma de oro de la au rora. ¡Oh , pálida princesa! Yo envidio la delicia De la 110C he dorada que te besa y del ra yo de sol que te acaricia. En la bruma de plata, Qu e eu tu beldad admira el uni verso, Tiene su ala de a m or 1'1 serena ta, Sus cadencias y 'm úsicas el verso.
Divina y desolada E n vuel ta en vago y lumin oso velo, Al contemplar tu mística mirada, Creo ver u na lágrima en el ciclo.
L a harmonía en tu alcá zar tiembla y vuela y á tus luces divinas, E sparce melodiosa F ilomela Sus cascadas de perlas cristalinas.
Alma que sue ña , aduna A v eces lo que can ta y lo qu e ll ora ,
Robéo Bario.
EL JARDIN DE ORIZABA (DE f( LA CALAXDRI All)
/« rd¿1l de la Plaza no
es g ra nde; pero sí mu y bonito. U n cuadro l im it adu por a mplias call es, enlosadas de gra n it o rojo, con elcga u tes y cómodos bancos á cada lado. En el ce n tro tina Iuentccilla in gl esa con sur tidor de fierro fundid o; un á ngel que sotie ue COII a m bas man os sobre la cabeza un p la tillo, sie mp re ll eno de lam as, del cual se desborda irreg u lm m ente el agua co n rum ores de arroyu elo ex ha usto. E n el cuad ro in terior, en torno de la fuente, oc h o g ra ndes arria tes de caprichosa form a, mu y pretenciosos y arist ócrá ticos, asp ira n á semejar un g ran parque británico. y en aquellos macizos, [qu é de primores! En un o, los cactos y los agaves, cenobitas barbudos del reino vegetal, ceñidos de cilicios, erizados de p úas, mostrando sus flores amarillas y sanguinolentas, maravillas de un día que nadie L
admira y ninguno codicia. En otro, las azáleas, burguesis I icas, en greidas y ostentosas, qu e, desde hace mu cho ti empo, pretenden arrebatar á las camel ias el cetro de la elegancia refinada. Por eso an da n sic mprc usurpando títulos nabí larios v nombres ilustres. Aquí, entre IIn círculo de piadosos bojes, 1<:I.s margaritas .humildes y sencillas, zagalas en traj e de boda, muy alegres con su corpiño rosa ó su faldellín bl anco; allí, á orillas de la fuente, bajo los parasoles de raso de las aroideas, la flor de los amantes, la dulce my osotis; soñadora vienesa de ojos azules, que no pnede 01 vidar las m árge nes del Danubio. Casi en el centro, á la sombra leve de una brasilera de noble alcurnia, mora la familia galante de las rosas: la reina, de pétalos amoratados; la blanca, indiferente y fría; la jalapeñita, cuya corola parece una borla de gasa; la Jacqueminot, bañada en doble muricé; la mielga de oro, que tiene palideces de tísica; la Pío Nono, ebúr-
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Azur.
nea, con bordes carminados; la trep adora, chi- denias rompen sus capullos glaucos, mostrando quitina y caduca; el chayote, de erizados sépalos, rico traje nupcial; las adelfas amargas y mortique hiere burlona á quienes la tocan ; la Napo- feras, cortesanas impúdicas de los parques, baleóll, aterciopelada, como si estuviera vestida con lancean sus ramilletes, y el crotón vestido de un manto imperial; la de Castilla, opulenta de arlequín, crece entre los helechos arborescentes, aroma,altiva, devota, mística; la estrella de LYO Il , muy graved osos con sus episcopales cayados. E n ot ro cuadro los antirrinos de canino rostro azufrada y lánguida, y con ellas, todas sus he rmanas: las una s don osas, ga llardas, como la co- y menudas hojas, las trinitarias de carita grotes-losal Jamaica, otras lijeras y coquetas, como las ca, como si arru garan el entrecejo y sacaran la J ericó, que gustan de asomar su carita risueña lengua, insultando á quienes las miran; los cripor las tapias y vall ados; muchas tímidas y mo- san temos minados y las petunias híbridas, el destas, de suave fragancia, y sencillos briales, pallall'llo a romá tico y las inruortaies pajizas, la todas bellas y amables, señoras de los hu ertos y reseda fragante y los mirasoles inquietos. soberanas de los jardines. E n fin, el squ are es bonito y del agrado de A . un lado yergue un a ara ucaria su esbel to cuantos le visitan. Los domi ngos por la tarde está muy concutronco con insu perabl e genti leza; y ex celsa, soberbia, extiende con orgu llo lejít imo sus brazos rrido. Después del sermón, ofrece á los devotos simétricos, y levanta al cielo su pértiga como que salen de templo vecino sus elegantes banla aguja de un campana rio gótico. cos; á los pisaverdes u na g u irn alda de lindos A su pie, sirviéndole de alfombra, rindiendo palmitos, á los niños ancho espacio para sus jueparias á tanta majestad, viven lil iáceas irrideas gos; á muchos, inocente recreo, y á todos agraque en Mayo esmaltan el césped con sus mil co- dable frescura. Los vendedores de helados y bizcochos se colores, la azucena , cou su manto de armiño, la cruz de Salltiago con su hábito escarlata, la locan á la orilla de las calles y allí pregonan su virgen con su apacible j ubón rosado, la d ento en mercancía, á grito abierto; los niños corren y una con su violada t ún ica; la flor de un día con travesean de aquí para allá, las polli tas en prisu dal mática de color de 1llalJt(~y,' los gladiolos vanza lucen sus sombrerillos floridos y sus trablan den sus espadas y dan al viento sus flá mu- jes copiados del figurí n reciente, y los mancebos las y estan dart es de seda , bordados de rojo, blan- inician sus conquistas, mien tras los viejos cachazudos y sombríos hablan de sus verdes años y co y güalda. En fren te, las drace nas despliega n su tropical de los negocios que tienen entre manos. follaje, las magnolias brinda n sus cráteras de .... ................ ... ... ...... .............. ............... alabastro, llenas de esencia suavísima, las garRuesel Del g lld o . é
DE "MIRTOS Y MARGARITAS" PRIMA.'VERA. Y A..1tI0R Parafrásis de J. Carducci,
Desde la verde y húmeda ribera, Que se desata en notas y rumores, Trascienden las violetas pudorosas; Canta la turba de aves vocinglera, y del almendro con las blancas flores Se corona la rubia Primavera. El aire viene de la sel va umbría Risueño y puro; entre celajes rojos
Venus anuncia el despertar del día .... .. i Yo pido, amada mía, Un sol más bello á tus serenos ojos! ¿Qué importa que el perfume De la virgínea flor, la fugitiva Aura me niegue, si en t u dulce boca Tiembla una flor más viva? ¿Y qué vale escuchar de frondas y aves El gárrulo concento? . ¡Ha dejado el Amor en tus süaves Húmedos labios su divino acento!
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Séquese la florida Grama del prado y el arbusto muera! Desata ¡oh mi querida! Las ondas de tu obscura cabellera!
Los nocturnos rumores se conciertan; Estremecen los álamos sus frondas, y sonoros los céfiros despiertan R izando leves las dormidas ondas.
Ellas me ocultan las march itas galas De la naciente edad de los amores ...... ¡No importa, ¡no! algún día Volverán al jardín aves y flores, y tú tú no vendrás ¡oh amada mía!
En el húmedo azu l, fosforescentes, Las luciérnagas brillan y se apagan ; Misteriosas y pálidas dementes; Almas en pena qne en silencio vagan . ..
NO<.:TURNO A Luis G. Urbina.
¡Como ríe el cristal en la laguna! Las gardenias en flor vierten su aroma, y esplandorosa y cándida la luna Sobre la nieve del volcán asoma.
Al seno de la sombra precipita Su carro el sol; el horizonte arde, y surge, como blanca margarita, La tem blorosa estrella de la tarde.
¡Es del amor la hora deseada! ¡Oh Virgen que á mis ojos te presentas y de la luna en el fulgor bañada Tu alabastrina desnudez ostentas!
Melancólica y lenta la neblina De la cálida tierra se levanta; Vuelve al nido la inquieta golondrina y entre los juncos el zenzontle canta.
¡Oh musa del amor! desciende, inspira La eterna estrofa <¡ne mi a mad a anhela..... ¡El himno del amor brota en mi lira y en el perfume de la noche vuela! EIII'¡que Fernandez Granad
IJ.
LA PAREJA DE MARIPOSAS entre las nacientes ramas de los árboles con que la naturaleza hizo su señal de primavera, y sobre el tapiz oloroso , que á manera de tela extraña cubre la infinita extensión de los campos, avanzan y se acercan, trazando cien direcciones por minuto, como á modo de dos manchas de color, como dos vivas cristalizaciones de piedras preciosas, como dos recortes de acuarela llenos de finísimos tonos, que agitándose y persiguiéndose, ya colocados á guisa de original yunta aérea, ya huyendo uno tras otro y deslizándose como por un m ismo hilo, ya tapándose y cayendo casi al suelo faltos de ley de gravedad, luchan con insistencia, cual si trataran de arrebatarse algún objeto, y prenden con fuerza inusitada los ojos, que, embelesados en el juego, siguen á los ilógicos y les acompañan en su giro errante y acelerado. El suelo es un brillantísimo muestrario de caOR
lores del iris, combinados hasta lo infl n ito. L nas veces, mancha la tierra una blan ca constelación de margaritas con puntos amarillos en los centros; otras, una larga banda de botones de oro, con el cáliz en forma de diminuta copa é inundado de color de pluma de canario vivo y enérgico, como cuando sale del tubo á la paleta; allá luce un bache de anaranjadas espuelas de tintas, que aconsonantan con las llamas é imitan el rápido arder de los rastrojos; aquí surge de un modo mágico á los ojos un madrigal de violetas; más allá miran con cara maliciosa los pensamientos, unidos y compactos como soldados en ejercicio; por este lado, borlas de jaramago, del color de onzas ano tiguas; 'por aquél, campanillas azules con leves estrías moradas en elfondo. Del suelo todo se escapa un olor penetrante que el aire lleva en todas direcciones, mezclado con caricias invisibles y gérmenes de misteriosa diIataeión, que al azar caen en las flores, y son ab-
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sorhidos con imperceptibles vibraciones de plaeer. Las arboledas se hablan con pausadas reson ancias y palabras di chas por las hojas, que se agitan y mueven como labi os. La palmera asoma su moñ o verde en la di st ancia y arquea. !"lIS ramas, como lus alas la paloma al sentir el lejano arrullo de otra compañera ; el pino se yergue sañudo, con terrib le aspecto de celos, y m ira al pino clavado en el hori zonte; las rosas júntanse como bocas ence nd idas en los rosales y cambian fragan cias y perfumes; la naturaleza entera rebosa vida y poderío, y el sol despierta anhelos é insectos en la t ierra, y uta con hil os de luz éL las parejas de pájaros, de los cuales n i u no solo vaga sin amante por las florestas. L a gen te que bulle en los campos y goza de la estación primaveral deja ir las miradas ú las distancias , ó se fija en In exuberancia de la naturaleza , que despierta y abre al deseo los sentidos . En la ciudad ta mbién se pe rcibe el hálito cargado de esencias de la tierra, y los cerebros sueñan, movidos por la nueva sangre, con amantes imagin arios y cuadros llenos de ramas y de flores . L as mariposas , desp ués de haber descansado sobre el brote de u n arbusto, que (L manera de hombre mozo la echa de apuesto y se adorna con todas las galas del foll aje, emprenden de n uevo la carrera y tornan con ardiente tenacidad á perseguirs e, cual si quisieran condensarse en un insecto solo. Burlándose de la geometría y ampliándola con invención de ángulos aún no fijados sobre el papel , se deslizan por un ambiente suturado por las flores, las cuales, además de aromas para el aira , tienen halagos para el olfato, color paraIos ojos, miel para las abejas , cama para los insectos, tarea y primoroso ejercicio para la luz y encauto irresistible para el pecho de la muj er hermosa, cuando, señalado por incitador escote , las mece con turbulenta agitación, como sostenidas en medio d e un nido de palomas. Una de I!lB mariposas persigue incesantemente á la otra, que ansiando también el encuen t ro, pe-
ro evitándolo para prolongar la carrera, escabúllese trazando impensado sern icírculo cada vez que le acosa su contrnrin; {L veces, corren juntas un trecho pOl' los ai res; otras, se remontan brusca meute á los ciclos , ÍI caen como revueltas sobre , la ti erra; tan pronto va el macho, on Sil carrera, m ordiendo en apn ri ou ciu las alas (t la mnriposa, como gravita sob re ella I1n in stante, sin pod er adaptarse á su fi gura. Una y ot ra , atolondrudns, g iran en tre las blancas flores de los alm orulros y rozan sus hojas deli cad as ; pasan por los tremendos pinos como dos recortes de luz qu e se d eslizan por lo obscuro del fo llaje; trazan u na rnpid ísim n coro n a los rosales, er izados de hojas y capullos; pasan sobre el lago, reflejándose como estrellas en el fon do y fingiendo una viva riña en el ai re y otra bajo el agua; trasponen las tap ias de los jard ines; escapan, dispersas, de las manotadas de los ni ños; j ún tanse de lluevo, y ot ra vez to m an á q ue rellarse , hasta que , sin lograr reu ni rse y tembl ando d e agitac ión, pá ranse á descansar sob re dos altos lirios, que, imitando pa los de te légrafo, trasmi ten las caricias de una :i otra mariposa por el hilo irizado de araña qu e los enlaza. Mientras reposan de la fatiga, una ju nta las dos alas en una sola, como el oficiante las manos antes de elevar la su bl ime hostia; otra , por el contrar io , las ab re y tiend e sobre el liri o, preparando cama de deseo á su aman te . Paradas en los postes del extraño telégrafo, m iran pasar con vu elo accidentado otras mariposas , que asimismo se adoran y persiguen. Un as son blancas con leves visos amarillos; otras, grandes y oscuras, con las alas sembradas'de colores; otras, de cuerpo abultado y traj e escasísimo, que conducen agradables noticias; las unas , m ues tran cuerpo de ébano y alas de oro ; las otras lucen vuelos de intenso color de ll ama y pasan t it ilando como fuegos fátuos del día . A la vez que contemplan el desfile de los demás insectos, m iran tambi én atravesar por las arboledas los , séres humanos, enlazadas la s manos y lGS almas, oyendo en éx tasis el prelnd io con que la ti erra anuncia la fiesta abrasad a del estío, á
Salvador Rueda.
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EL REINO DE LO AZUL H reino de lo azul! ¡Oh reino de la luz) de la juventud y de la felicidad) que he visto en sueños! Ibamos varios en una hermosa lanch a) ricamente empavesada. U na ['"ran vela redonde ábase en forma de pecho de cisne) bajo los ondulantes gallardetes. No sabía quiénes eran mis compafieros ; mas todo mi s ér sentía que eran tan jóvenes, ta n alegres, ta n felices como yo. Sin embarg-o, mi atenc ión 11 0 se paraba en ellos. Solamente veía Cll to rno mío el mar infinito) el mar azul salpicado de escarn itas dorad as; y, sobre mi cabeza, 1111 cielo azul tambi én, tan azul como el otro, y encima de ese cielo rodaba alegremente, en tri 1111 ro) rad iosa, la cari cia del sol. y tam b ién en tre nosotros alzábase de vez en cuando una risa so nora y al egre, como la risa de los inmortales. O bien, de repente, surgían palahras de algunos labios) versos henchidos de una fue rza in spirada. E l cielo mismo y el mar vibrante y armonioso, contest ábanos, y otra vez imperaba el silencio, ese silencio
No era el viento quien la arrastraba: dirigida por nuestros propios corazones regocijados, lanzábase á donde queríamos, dócil, cual un sér viviente. Encontrábamos mágicas islas) semi-transparentes) con reflejos de piedras preciosas, de esmeralda y ópalo. Desde sus bordes redondeados, llegaban hasta nosotros embriagadores perfumes. Unas llovían sobre nosot ros lirios del valle y rosas blancas; de las otras se alzaban de pronto aves irisadas. Giraban las aves sob re nosotros; convalaritas y rosas caían al mar, y fundíanse en la nacarina esp uma que resbalaba á 10 largo de las li· sas bordas de nuestra barca. Con las fl ores y los p ájaros, volaban hasta nosotros sonidos de una dulzura inefable.. .... ¿Eran voces fem eninas? . .... Y en torno nuestro, el cielo) el mar, la ondulación de la vela, e m urm u110 del surco que hacía nuestra proa todo hablaba de amor) de un amor afortunado. y allí estaba, invisible y presente, aque la á quien cada cual de nosotros amábamos.... . . n in stante no más y su sonrisa se despliega, sus ojos il urninan, su mano se apodera de la mía . y en pos de sí me conduce al paraíso inmortal. [Oh re ino de lo azul, te h e visto sólo en sueños!
Tourgenefr.
RONDEL Oh! los tristes! Oh! los pobres! Oh! los séres infelices! Q ue llevais los corazones con un manto de negrura; Que ten eis en vuestras almas la rec óndita trist ura De las noches de Noviembre y sus g raves nubes grises. Yo h e sentido que en mi pecho vuestra amarga desventura Cual las yedras en las fosas va extendiendo ~t1S raíces. ¡Oh los tristes! Oh! los pobres! Oh! los séres infelices! Sois vosotros mis hermanos y os consagro mi ternura.
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Si el qu e ri ge los destinos de los hombres en la altura, Las heridas que os maltratan conv irtiera en cicatri ces, Yo con g usto le ofreciera ele mi vi da la ventura y apurara en una sola vuestra mísera amargura, Oh! los tristes! 0 11! los pobres! Oh ! los s éres infelices!
F. RivUH Fru(le. Bogotá.
"LA VERDAD" PERIODICO IU""OSIRI.E
F.CE5ITO explicar al p úblico el mo tivo ele la sus pe n si ón (le aq ucl ~i6tl ico, cuy o nú mcro-progra~ña había causado tanto efecto, E n esa época creía yo sinceramen te que la palabra ('1':1 el «v c- . hiculo elel uensamiento.» .v otra porción ele me tá foras por el esti, lo. Habí a leído á Lam ar ti ne y devorado á Víctor H ugo. Se com pren de. Después he quedado con ven cido de que la palab ra sirve precisamente para disi mular la idea. El cuarto p oder me atraía; ser periodista me parecía algo así como haberme h echo ac reedor á la admiración de doce millones de ciudadanos. Juvenal se me aparecía en tre sueños como un sér snperior dominando al mundo desde la al tura de sus charlas; Tancredo me prod ucía vértigos; Don Agustín A. González me deslumbraba ; Agapito Silva me causaba éxtasis; Matcos me arrebataba. Y decidí lanzarme á la palestra periódico en ristre. Era una idea feliz la mía. N o qu ería ligas con nadie, absolutamente con nadie: deseaba ser independiente, verídico, exacto; la verdad ante todo. Y bauticé con este nombre mi per iódico: "LA VERDAD PERIÓDICO 1Km,;pF.N DIENTE.» ¡Qué bien sonaba esto! IY qué programa el de La Verdad.' Au n lo ten go presente: "La noble misión que venimos á ll enar en el vasto estadío ele la prensa, haría vacilar nuestro ánimo, si no estuviéra mos alen tad os por la varonil idea de rendir un posí tivo ser vicio á n ues~
tras cou ci ndadnnos, en cuya de rellSa nc url iremos siempre con la en erg-ía qu e <1 :1 el cu m pl i ru ir-nto de I1n '(l ehe1' sag -. rado. La sociedad 11CC('5iI.:1 1111 defensor y nosotros as piramos á serlo; necesita un guia, y lo tendrá en n osotros; un am igo, y 10 seremos su yo. N o nos asu stan los peligros; la lucha se ha hecho para 10s corazones fuertes : las ideas se forjan en el yunque del sacrific io, y por en cima de torlas las t iranías lnuu nnas, está la convicción ele haber co nt ribuido al t riunfo (l e la verd ad y de la justicia. ¡De la verdad, (l UC h a sido crucificada con Cri sto, qn (' h a g('mielo encarcelad a con \iali1co y que ha bebido la cicuta con Sócrates '».. .. , La verda d es que yo pen saba qn c podía decir la verdad. E l primer número el e la «Verdad» me convenció de esta mcnti ra. D esde luego es prec iso confesar qu e la «Verdad » no te nía por objeto se rvir (le g nía, ele consejero, de t utor á nadi e. Primera verdad que era mentira. "L a Verdad" era nn desahogo periodístico mío, y yo no tenía derecho para ase ntar qne «La Verdad" sería depositaria de la verdad, que en muchas ocasiones pasaría para mí oculta inadvertida. Por manera que desde el título del periódico comencé por faltar á la verdad de un modo des carado. Sigo adelante. E n el artículo de fondo, siguiendo m i programa, traté de decir al gunas verdades al Go biern o, asentando con la mayor formalidad que «La Verdad » tenía un g ran interés en la dimin ución de los impuestos, y lo cierto es que "La Verdad" no t enía interés ni ch ico 111 grande en semejante caé
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sao Dije que los pueblos estaban siempre al lado de los buenos gobernantes, y que los Gobiernos habían sido creados para felicidad de los pueblos; que la nación hablaba por nuestra voz, y que nuestras censuras no obedecían á otro móvil que el más puro y acendrado patriotismo; horribles mentiras de que me avergíienzo y me avergonzaré mientras que exista. Dije más: que los consejos de "La Verdad» podían ser siempre provechosos al Gobierno! Más todavía: firmé "La Redacción,» cuando «La Verdad» no contaba con más redacción que la mía. Publiqué una entrevista con un ministro extranjero, y no me atreví á decir la verdad; y la verdad es que era vizco, feo, huraño, tonto y tartajoso; y dije de él que era un prodigio de elocuencia, de penetración, in genioso, distinguido y buen mazo. Anuncié en la «Gacetilla» el casamiento de un amigo con una de nuestras más feroces jamonas, y llamé bella á la novia.
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Publiqué un telegrama de la Agencia LeeCook, anunciando el fallecimiento de un vivo. Inserté un anuncio en la enarta plana, haciendo la reclame de una exquisita mixtura bautizada con el n 0111 bre de Viuo. Llamé distinguida á una colección de señoritas, notables por el grado superlativo de su fealdad, y conocidos á unos caballeros de quien nunca había oído hablar. Toleré que los cajistas convirtieran á un caronel de «antecedectes hourosos» en un coronel de "antecedentes horrorosos.» Falté á la verdad con cinismo, con escándalo inaudito, "La Verdad» no era la verdad. N o tenía razón de existir. Maté á eeLa Verdad.»)-Y me quedé desde entonces más tranquilo.
Mouagulllo.
DE "FAUSTO" EN EL CUA RT O DE MARGARITA. 1<'..\ US'.l'O
Grata poutunbra, que con tenue velo el torn pl o del amor cub res sombría; infunde al corazó n el vivo anhelo (1uo la cspe rauzu de l placer rocía. Do di cha y paz purísima fragancia resp iro alIuí con inefable gozo. E n esta des nudez [cu áuta a bundancia! ¡Cuánta ventura en este calabozo! (Déja~e
cac'/' en el si llon. de la cama .)
WC1 'O
qu,c está al iado de
Recíbeme en tu seno, trono santo, do el anciauo reinó, gozoso ó triste: ¡Ah! [cuántos niños, con al egre encanto por tus robustos brazos trepar viste! Aquí tal vez, agradecida al cielo, la que mi dueño es hoy, niña inocente, la enjuta mano de caduco abiielo vino á besar con labio floreciente. •
A quí, respiro, hermosa, el que te alienta genio de orden, trabajo y armonía,
cuya materna voz, que oyes atenta, te dicta tu deber de cada día. Él te enseña ú extender el blanco lino sobre la mesa del frugal banquete, y ú tu mano, que rige mi destino, da el estropajo humilde por juguete. j~Iaüo
querida! Cual de Dios la diestra ores creadora, y el que audaz contemplo mísero hogar) de lobreguez siniestra, trocar supiste en luminoso templo.
(8epam nna cortina del lecho.) ¡Qué celestial transporte me extasía! ¡Cuál late ansioso el pecho conmovido! ¡Cuán feliz en tu seno olvidaría el volar de las horas, dulce nido! Aquí en sueños de amor, Naturaleza, modelaste esa angélica criatura; aquí cuando á latir el pecho empieza, la niña descansó cándida y pura. Aquí la actividad viva y sagrada, porque á mi afán su perfección conteste, completó esa hermosura consumada, que imagen es de la bondad celeste.
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y tú, ¿qué buscas, qué ansias? [alma mía! . Goce interior inunda el pecho exhausto ¿Por qu é tiemblo, y mi mente se extravía? ¡Te desconozco, desdichado Fausto! Mi sér penetra enervadora cal ma: buscaba el choque del placer violento,
y en dulces sueños se evapora el alma! ¿Juguete somos del fugaz momento? ¡Ay! si aquí apareciese, pura y bella, la pobre niña que burlar ansías, [cuán pequeño, Don Juan, turbado ante ('11a , á sus pies mudo y trémulo caerías! Teodoro Llorente.
LA HOJA DE LAUREL - ¡Soy felizl-me dijo Marco Antonio.-¡Completamente feliz! Con efecto, al contemplar aquella tranquila habitación, con sus cortinas blancas, su brillante pavimento en el que se reflejaba el fuego de la chimenea y sus hermosas ventanas que daban al jardín; al contemplar sobre todo, el abultado cuerp o de aquel compositor insignc, que en otro tiempo era esbelto y enjuto , me convencí de que no mentía y de que era feli z en su nueva existen cia. Nada revelaba en tomo suyo al artista, al no ser un p iano, cerrad o desde larga fecha para servir de mesa á unos jarrones de fl ores y á una cosa que me pareció el esqueleto de una corona, porque de ella pendía una cinta amarillenta, y . en la que brillubee unas letras de oro, y una hoja , la últ ima que quedaba, para indicar que la corona había sido de laurel. Esto evocó en mi imaginación antiguos recuerdos. Mientras Marco Antonio avivaba el fuego, acord ábame yo de la noche de su triunfo y de aquella Sinf onía vÚ'gi liana, en la que por medio de una genial evocación, mezclábanse en una tempestad instrumental la epopeya y el idili o, la Eneida y las Bucólicas, vibrando por doqu iera las dos grandes fuerzas dominadoras del mundo: ¡la violencia y el dolor! Recordaba también que aquella noche , en medio del universal aplauso, una mujer desconocida, una extranjera, bella como una diosa, h abía entregado á Marco Antonio, pálido de emoción y lleno de nobles esperanzas, una corona de laureles, cogidos expresamente por ella en la tumba misma de Virgilio. ~
Pero Marco Antonio, ocupado en aquel momento en atizar el fuego, no pensaba cn nada do esto . - jQuén había de llugurar- me dijo de prollto-que la casualidad pudiese reun irnos, al cabo de tanto tiempo, en este mi destierro volu ntario , perdido en el fondo de un a proviuciul Nudu tan raro como las peri pecius do la vida! Cierta ma ñana se me ocurrió la idea de pa¡,;:u' u \1 mes Iuora de París, para descan sar de la Iiehre UU la capital y de ese trabajo cuo l.id iuno i mpuesto al artista; en él j amás bri lla, como para el obrero , u n día de reposo. Me detuve aquí, bajo la fe de la guía de ferrocarriles, tan sólo pun!uo lile g ustaba el Hombre del país. Y ¿sabes lo qu e unte todo lile seduj o al perder la sensación del ruido iulcrnul de París , donde se confunden todo g~me l'o de clamores? Pues esta atmósfera s ilenciosa , llena, sin embargo, de ruidos diversos y siempre característicos: una campana, el martilleo sobre el yunque, la paleta de las lavanderas y los disparos de los cazadores. Además , la Providencia intervino en mi sue rte, porque me encon tré en las inmediaciones C0n un antiguo camarada, el cual vivía en su casa solariega con una sobrina suya, joven nada fea y no muy rica. Pero me bastaban sus tres mil francos de renta y me casé con eila. No renuncié por eso :.1 vivir en Paris, donde pensaba pasar los inviernos. Así lo hicimos durante dos años; pero el tercero renunciamos gustesos á nuestro proyecto. Mi mujer estaba algo delicada , y yo me. encontraba aquí perfectamente, con mis zapatos burdos, m i gorra y m i chaquetón de pana, horrorizado ante la perspectiva
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de las comidas de frac, de las visitas y de los teatros, donde uno se aburre tan soberanamente. Vinieron luego varios hijos y tuvimos que peno sal' en hacer algunas economías. Llegué á olvidarme en absoluto de París, y aqui me tienes convertido en un verdadero pro. . vinciano. Me gustan la caza y la pesca; cultivo mis tierras, almaceno mis cereales y bebo el vino puro do mi viña, Y esto dura desde hace diez años. -¿Y la música? -¡La música!-exclamó Marco Antonio un tanto confuso-no la he abandonado del todo. Allí tengo en cartera infinidad de melodías y de proyectos de grandes obras ......... Todos sin terminar. Pero tu presencia me ha animado y mañana mismo reanudo mis trabajos. -¡Pebre Marco An tonio!-pensaba yo. De pronto se oyen pasos en la habitación contigua y el ruido de una puerta que se abre y se cierra á los pocos instantes. -Mi mujer-dice Marco Antonio-presentándome á una señora de agradable aspecto, precedida de dos hermosos niños elegantemente vestidos. -¿Este caballero come hoy con nosotros?preguntó la esposa de mi amigo. -Hoy y mañana y todo el tiempo que esté aquí.
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Marco Antonio estabo loco de all'gría, y yo en extremo satisfecho de la recepción. -Ahora que me acuerdo-exclamó de r<'pen· te la dueña de la casa-no sé si le gustará á vd. el estofado á estilo del Mediod íu. -El nombre solo me entusiasma. -Es un plato especial que me ha enseñado á hacer mi marido. La señera se dirigió á la cocina que, según antigua costumbre campesina, sirve á un tiempo de sala y de comedor, y volvió al poco tiempo con una cuchara en la mano. -¡Prueba esta salsa!-dijo á Marco Antonio. -¡Deliciosa! Y probándola después ella, exclamó: -No sé pero le falta algo esencial. Me he olvidado de ponerle un poco de laurel. -Acercóse entonces al piano, y con mano sacrílega arrancó inconsciontemente la última hoja de los laureles de Virgilio, que estaba adherida al armazón de la corona. Aq uella acción, cuyo símbolo no llegó á aterrarme, no sorprendió cn lo más mínimo á Marco Antonio, acostumbrado sin duda desde largo tiempo, á ver cómo su gloria se le iba toda entera en salsa. Al cabo de un cuarto de hora, no me acordaba ya de lo ocurrido y saboreaba con deleite aquel soberbio estofado, que es sin disputa uno de los mejores platos que he comido en mi vida.
Panl AI'ene.
LA MUERTE SOBRE EL CAMPO DE BATALLA . ... .. ... ..... .
. samente en el momento en que era imposible
Praskukin había llegado en compañía de Mi- adivinar la dirección que iba á seguir. Pero aquek hailov á un sitio menos peligroso, y empeza- llo no duró más que U11 momento: la bomba, caba á volver en sí, cuando vió brillar detrás de da vez más rápida, se iba apróxirnando más y él un repentino relámpago, y oyó gritar al cen- más. Ya se veían volar las chispas de la mecha tinela: y se oía el silbido fatal: precisamente venía á -¡Bom-ba! caer en medio del batallón. y á uno de los soldados que venían detrás, -¡Echate!-gritó uno. añadir: Mikbailov y Praskukin se echaron al suelo. -Va á llegar justamente al bastión. El segundo cerró los ojos, y oyó que la bomba Mikhailov miró. El punto brillante de la bom- chocaba en una parte, muy cerca de él, con la ba parecía haberse detenido en su zenit, preci- tierra dura. Transcurrió un segundo que le pa-
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reci ó una hora y la bomba 110 estallaba. Praskukin t uvo miedo; pero tal vez se asustaba sin mo tivo; tal vez había caído más lejos, y se im aginaba falsamente que oía chisporrotear la mecha junto á sí. Abri ó los párpados y vi ó con satisfacci6n á Mikhailov echado en tierra á sus pies; pero á cosa de uua arcina de distancia, sus ojos 5 ~ encon traron por un momento con la mecha encendida de la bomba que daba vuel ta so Un ter ror glacial que matab a toda idea y todo sentimien to, se apoderó ele su sér, y tuvo que taparse la cara con las dos manos. Transcurri ó otro seg undo, un segu nd o du rante el cu al pas6 por su imagi na ci6n todo un m undo de pens amientos, de esperanzas, de sensaciones y de re cu erdos. - ¿A quién matará? ¿A mí 6 á Mikha ílov, 6 á los dos á un tiempo? Y si es á mí, ¿d6nde me herirá? S i me da en la cabeza, he mos concl nído; En tal casi en el pie, me lo amputarán so, pediré que me den sin remedio cloroformo, y podré qued ar con vid a. Y qui zá mate s610 á Mikhaílov, y entonces contaré yo cómo ibamos juntos, cómo murió , c ómo me salp icó su sangre. ¡N o! está más cerca de mí! ¡A mí va á ser! En aquel momen to se acord 6 de los doce rublos que de bía todavía á Mi k hai lov, y de otra deuda de Petersb urgo que hacía largo tiempo debía haber pagad o; v ín osele á la me moria un aire tz iganoque cantaba la vís pera. Se le apareció la mujer amada, con una toca de cintas color de lila, y también el ho mbre qne le había ofendido cinco años antes y de quien no se había vengado; pero en med io de estos recuerdos y de otros mil, la conciencia del presente y la espera de la muerte no le abandonaba un instante: (e¡ Por otra parte, pensó, qu izá no estalle!» y estuvo tentado á abrir los ojos con una aud acia desesperad a; pero en aquel instante, á t ravés de sus pá rp ados aún cerrados, hirió sus pn pilas un rojo resplandor; una cosa le empujó con espan toso estrépito en medio del pecho, lauzóse corriendo á la ventura, se enredó los piés en el sable, tropezó y cayó sobre el costado. - ¡Al abado sea Dios! ¡No te ngo más que una contusión! Esto fué lo p rimero que se le ocurri6. Quiso tocar el pecho, pero tení a las manos atadas y un tornillo le apretaba el cráneo. Delante de él corrían varios soldados ·que contaba maquinalmente.
"U no, dos, tres soldados, y ahora un oficial COII el capote remangado.» L uego un relámpago le deslumbró y pensó: ((¿Con qué han tirado? ¿Con mortero 6 con cañón? Con cañón sin duda.» Otra vez tiran, y otra vez pasau soldados: cinco, sei s, siete soldados. Seguían pasando, y de repente le dió un temor horrible de que le aplastaran. Q uiso gritar, decir que estaba contuso; pero su boca estaba seca, la lengua se le pegaba al pala dar, te nía una sed ardiente, sentía mojado el pecho, la sensaci 6n de esta humedad le hacía pen sar en el agua, y h ubiera querido beberse lo que le mojaba . «Me habré h erido y me habré hecho sangre al caer, » pensaba, y cada vez m ás espan tado ante la idea de ser aplas tado por los fugitivos que seguíau desfila ndo ante él, reuni6 sus furezas y quiso gritar: «[Cogedme!» Pero en lugar de ésto, lanz6 un quejido tan espantoso, que él m ism o se asust ó de oirse. E n seg uida, vi6 danzar ante sus ojos ch ispas rojas, y le parecía que los soldados amontonaab n piedras sobre su cuerpo. L uego las chispas danz aron más lentamente, las piedras amontonadas sob re él le fueron sofocando más y más, hizo un supremo esfuerz o pa· ra apartarlas, se estir6 y no vi 6 más, ni oy6 más n i pens6 má s, ni sinti6 más. Había qu edado muerto en el sitio, herido en m itad del pecho por un casco de bomba. Mikhaílov, al yer la bomba, se había echado al su elo como Praskukin. También por su imaginación habían pasado un número incalculable da pensamientos durante los dos segundos que • tard6 en estall ar la bomba . En tanto rogaba á Dios mentalmente, diciendo: «[H ágase tu voluntad!» y al mismo tiempo pensaba: «jY yo que pasé á infantería para h acer esta guerra! ¿Porqué no me habré quedado en el regimiento de hulanos en el Gob ierno de T ...... al lado de mi amada Natacha? Y no que ahora, he aquí lo que me espera,)) P úsose á contar: uno, dos, t res, cuatro, diciéndose que si la bomba estallaba en n úmero par, él quedaría con vida, y si en impar, 10 m ataría. «(¡Todo acab6! ¡Muerto soyl . pensó al oír la explosión, sin acordarse si había ocurrido en nú-
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mero par 6 impar, y sin ti6 en la cabeza un choque y un dolor atroces. -¡Señor, perdonadme m is pecados!-murmuró cruzando las manos. Luego se levant6; poro en seguida cay6 boca arriba, desmayado. Lo primero que sintió al volver en sí, fué la sangre que le corría por la nariz; el dolor de la cabeza era mucho menos fuerte. Es el alma que se va: ¿qué habrá allá abajo? ¡Dios mío, recibid mi alma en paz!. ..... «Es singular, sin embargo, reflexionaba; me estoy muriendo y oigo claramente los pasos de los soldados y el grito de la fusilería.» -¡Aquí una camilla! ¡Eh! ¡El jefe de la compañía está muerto!-gritó por cima de él una voz que conoció, la del tambor Ignatiev. Uno le levantó por los hombros. Abrió trabajosamente los ojos y 'lió sobre su cabeza el cielo de un azul obscuro, grupos de estrellas y dos bombas que volaban por encima de su cuerpo, como si se tratasen de reunirse la una con la otra : vió á Ignatiev, á los soldados cargados con las camillas y los fusiles, el talud, las trincheras, y de repente tuvo la certidumbre de estar aún vivo. Una piedra le había herido ligeramente en la cabeza. Su primera impresi6n fué casi de pe!lar. Se había encontrado tan bien, tan tranquilamente al ir á pasar á la otra banda, que al volver á la realidad, la vista de las bombas, de las trincheras y de la sangre, le fueron desagrada-
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bles. La segunda impresi6n fue una a legría -inconsciente de sentirse con vida, y la tercera, alej arse cuanto antes del bastión . E l tambor vendó Ia cabeza á su comandante, y le llevó á la ambulancia, sosteniéndole por debajo del brazo. • • •• ••• •• • 'o • •••• ••••••••••• •••••••• •••• •
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Centenares de cuerpos, recientemente ensangrentados, y á los que dos horas antes agitaban diversos deseos, esperanzas sublimes 6 mezquinas, yacían con los miembros rígidos en el valle florido y bañado de rocío que separaba el bastión de la trinchera, ó sobre el terso pavimento de la capilla de los muertos en Sebastopol, Centenares de hombres, con maldiciones ó ruegos sobre sus labios secos, se arrastraban, se retorcían y se lamentaban, unos abandonados entre los cadáveres del florido valle, otros sobre las camillas, las camas ó el suelo húmedo de la ambulancia. Y á pesar de esto, el cielo, como en días anteriores, se iluminaba con los resplandores de la aurora por cima del monte Sapum; las rutilantes estrellas empezaban á palidecer, y una niebla blanquecina se elevaba sobre el mar sombrío y ruidoso. La púrpura ele la aurora enrojecía el Oriente; largas nubes encend idas volaban por el horizonte, de un azul claro, y como en los días precedentes, el globo maguíco y poderoso del sol, seguía subiendo por los cielos, prometiendo la alegría, el amor y la dicha á la tierra reanimada.
León Tolstol.
AZUL PALIDO N uestro buen am igo el bnron Gostkowsk i nos ha honrado escribiendo para las columnas de la Reuisi« un precioso artículo: (cEI eterno femenino.» El próximo domingo lo publicaremos en lugar preferente. Petit Bien quiere ser el heraldo de esa prosa espléndida que ostenta ..... .la couronne De comtesse...... non, de baronne Dont la perle est le fleuron.
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«La noche es muy triste después de los fuegos artificiales»-<1ice Coppée. y no siempre es exac-
ta la frase del poeta. No; no es triste la noche cuando después ele que se extingue el último cohete preludia la orquesta el wals en los salones de un palacio. No fué triste la noche del dieciseis en los salones del palacio municipal. ¡Qué hermosa noche! Allí todas las reinas y todas las princesas de la hermosura, las diosas que hall recibido ya el incienso de dos generaciones y las jóvenes gracias que apenas acaban de traspasar los umbrales áureos de la vida elegante; las camelias desprendidas de los tiestos de Sévres, y las flores humildes como las violetas. El caballero de las negras armas á quien la
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Circe hizo vagar durante cincnenta años en sus ro, qu e corre en ondas hasta caer en el elevarlo, jardines, buscándola sin conseguir hallarla, por fi rme seno .-La gazmoñería se ha apoderado del más que oía su voz, ora. sal iendo de la copa de t ipo; Greichen. con peluca rubia. de palideces anéu n fresno, ora del fondo del lago, ya del mi ste- micas, rígida y ama nerada; es una figura sin carrio de la gru tu, ya del bot ón cerrado de la rosa , ne, un cuerpo sin nervios; la ola de pasión no habría sido la imagen fiel de q uien hubiera in- boga en esta esta tu illa de tocador. La Corsi es tentado en esa fi esta, dar con la. verd adera di osa demasiada artista para caer en ese vulgar romande la bell eza. A cada instante, el ruido de una ticismo, rehecho y frío. Gretchen , al destrenzar sus cabellos, se prefalda de raso, la risa, fresca y souc ra , que brota ele los labios juveniles, me obligaba á fijar la gunta qu ién podrá ser el galán que, aquella mavista en una bella y á exclama r:- -¡ esa es!-Pe- ñan a , al sali r del templo, le ha salido al paso: es ro, á poco, otra nueva de idad aparecía y lu ego la Eva de la etern a historia del Paraíso. Y esto otra, y otra ...... y ciento...... ¿á cual de esas freno es lo que la hermosa arti sta de la troupe Sieni ha penetrado: las muñecas do Nuremberg , que han tes de alabastro debe ceñirse la corona reg ia? ......¿Por qu é se aleja y p ierde la armonía del flotado en las notas de G011 nod , insubstanwals? ¿Por qu é hu ye In góndo la de marfil? En ciales y esfumadas , han sido vencidas por esella ya la hermosu ra, en ella ya la juventud , en ta aparición apasionada, amante y dulce al proell a va la v id:i. E l gondolero apuesto qne le guía pio tiempo.-La Pettigiaui es la hada de un cuento azul; ha surgido de entre u n macizo de di ce con Teófi lo Gautier: flores y trae en sus manos un ramillete. Gentil L'aviron est d'iv oi re; princesita de nun leyenda. de sueños alados, la Le pnvillon , de moire; graciosa diva posee Al secreto de tejer con su voz Le gouverunil, d'or fin. hilos de oro. ¡Oh, delicada y esquisita artista!.Tai pour lest une orange; La D' Arney ro da los primeros pasos en el arte; Po ur vo ile, une a ile d'ange; apenas han oreado su frente las primeras brisas Po ur mousse, u n séraphin . de la primavera de la vida .-La BaH y la SantaNo es t riste la noche cuando term inan los fue- relli llevan triunfantes el esta ndarte de la bellegos artifi cial es. Es muy triste cuando acaba el za: la Ball, de radiosos ojos brillantes , rostro qne baile, cuando trae á la memoria los óvalos de las m ad onn s de Solo quedan en bóvedas y alfombras Rafael; la Santarelli, fl exible, fina, rebosante de Las notas mudas y las flores muertas! pasión; deslumbradores blocs que el impresario ha colocado en el pórtico del templo.-Signori* ** ni es un tenor robustamente macizo, de voz-ha Fausto y LuC'Ía han sido dos triunfos para la dicho un crítico-que semeja un chorro de moCorsi y la Pettigiani.-La :!lfa1'garita de la Corsi nedas de oro sobre un vaso de cri stal de Bohetiene la delicadeza de aquel tím ido amor de adomia. Serbolini es un maestro, y De Anna y Calescente en que se bañó el alma del poeta de Weirobi dos paladines de la juventud.-Todas las mar.-jQué calor humano se siente palpi tar al noches, préndense en las líneas de los palcos u n través de la balada del rey de Thulé! Es esta reguero de flores frescas. Y el tirano Sieni hace Margarita de la Corsi el eterno[emenimo de que ya oir el estridente clarín de guerra que anima nos hablo. el poeta; su busto, que recuerda aqueá su hueste: el tenor 'I'amagno. llos lienzos de la escuela flamenca, se encuadra en un raudal de cabello castaño, ligeramente claPetlt Bien.
LA REVISTA AZUL APAHECERA TODOS LOS DOMINGO S.-PRECIO DE SUBSCRIPCION MENSUAL 0.50 NUMERO SUELTO, 12 y MEDIO CS.-PARA TODO PEDIDO, DIRIGIRSE Á LA ADMINISTRACION , CALLE DEL .PROgRESO NUM. 2 APARTADO DEL COR R EO NUM. 309 .-Y A L A DEL «PARTIDO LIBERAL.)!
TOMO 1.
MÉXICO,
30
DE SEPTIEMBRE DE
1894.
NUl\L 22.
EL ETERNO FEMENINO México, Septiembre de 1894. Mi qu erido Duque: U n amigo común, cnya inteligencia y cuyo cora zón son para tí hien conocidos , sostenía ayer que, antes del cristinnismo, existían mujeres de todo punto perfectas, apreciadas de todos y que au naban , como Horaeio qu ería, la ventura de ser bellas y la ventaj a de ser útiles. Ignoro si tal proposición esplende por la pureza de su ortodoxia, á prueba de concilios. Enti endo que éstos no absolverían tí. Phriné por las mismas razones que el areópugo de Atenas, ni tend rían para Cleop atra los ojos de César ó de Antonio. La Iglesia propone á nuestra admiración ejemplos de virtud, modelos perfectísimos: Sa ra , honrada en las postrimerías de sus años por la visita de un' arcángel ; Ruth, la espigado. ra, consolando la ancianidad del caritativo Booz, y no cediendo á las instancias del tierno J acob, sino después de haberle hecho pasar por largo n oviciado, lo cual prueba que la felicidad es fruto tardo en madurar y que la fugitiva esperanza, vir tud teologal inapreciable, no permite que la alcancen sino los bienhadados poseedores de las otras dos virtudes, de la fe siempre activa y del amor joven siempre. Si nuestro amigo se hubiera limitado á ensalzar los m éritos de la mujer antigua, nada habría te nido que objetarle; pero es el caso que, en concepto de él, la civilización de la antigüedad era
propicia al desarrollo y al florecimiento de la muj er, y el cristianismo en nada ha contribnido ni á mejorar su condición ni enaltecer su espíritu. Quien quiere probar mucho nada pruebn . Ciertamente, apruebo las leyes de Licurgo y deSolon ; me conmueve el 'recuerdo de Arístidcs proscrito y de Sócrates moribundo; me asombran eSRS edades prodigiosas, en las que surgían los grandes hombres, tal como brotan flores á millares de una tierra privilegiada; el tiempo en que las diosas, cautivadas, ordenaban á Phidias y á Praxiteles que las copiaran en marfil, en oro, en mármol, prefiriendo al bullicio del Olimpo el sosiego y la soledad del Parthenon. Nunca el espíritu humano estuvo más absorto en el amor á la belleza; jamás unión más íntima confundió los cielos y la tierra. El arte florece, reina la libertad, poetas y guerreros se inmortalizan mutuamente, las nav es de Atenas surcan la mar tributaria y regresan al puerto, trayendo oro de Persia y vides de Cimon, las ninfas entrelazadas danzan en las cimas de las montañas y los cantos del viejo Homero relatan las proezas de los héroes y los fugaces lances amorosos de los dioses desterrados y de las ninfas perseguidas. Pasando de Atenas á Roma, X. sostiene que la mujer, en esa gran república, era la igual del hombre, por la condición y por la virtud y por el heroismo. Vi revivir en las pulabras de él aquellascriaturasseductoras del pasado,que aun acariá
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cía la admiración del presente: Luerecia, de cuya sangre derramada en ondas, surgió la libertad de todo un pueblo; Cam eli a , madre venturorosa, cuyo cuello ceñ ían , li guisa de coll ar , los brazos acariciantes de los hijos y me n a1'1'6 de nuevo el keroismo de Portia , la abnegación de Octavia, enalteciendo en tod as esas mujeres, cuyo recuerdo y cuyos nombres nos leg6 la antigüedad, el valor desdeñoso de la muerte y la constante virtud del sacri ficio. Debo á nuestro am igo momentos de placer vivo y delicado; pero el h echizo de escucharle, no enagenó la libertad entera de mi j uic io. Durante la edad gent ílica, n o e~e rci6 la mujer influencia algun a, n i desempeñ ó ningún papel trascendental. Relegada á la oscuridad del gineceo, 6 al culto de los d ioses inmortales, no entraba al domicilio conyugal sino á título de esclava, ennoblecida por su contacto con el amo . Sometida á perpetua dependencia, no podía disponer de su persona n i regentear su hacienda, ni conferir sus derechos . Nada le pertenecía en propiedad genui na: ni su vida n i sus hi jos. La prueba presentada ó rend ida por ella, no surtía efecto n inguno; daba á luz y no era madre; se daba en matrimonio y no era esposa. La refren aban to dos los afectos y comprimían con leyes infl ox ibles todas 3U S inclinacion es . Caton el Censor repudi a á. su compañera, cul pable de haberl e robado la llave de la bodega para entrar á ésta sin li cen cia. Inferior al hombre, la mujer n o tenía ni la confianza ni el amor de éste. Considerábanla como vaso de reproducción , como instrum ento de placer. Pero si se entregaba toda ella al culto de Venus; si lo más granado de lajuventud iba á admirarla, como van las abejas á las flores, elevábase al rango de señora y diosa de la vencida humanidad. En ella osténtase la más seductora imagen de la belieza, entre cuantas el mortal puede admirar, y con una mirada de sus ojos, con una señal de sus manos, atrae á los más soberbios y mejores. Por ella pugnan los guerreros; cantan los poetas. Aspasia reina sobre Pericles: 'I' hais, sobre Alcibiades . El cristianismo echa por tierra las religiones antiguas, y el mundo siéntese purificado por h álitos de justicia y libertad. Las murallas caen: las cadenas se rompen, y los hijos de un mismo dios se unen por la fe en la igualdad de su ori-
gen y en la comunidad de sus destinos Nuestro sér ya no es iuferior, ya no es esclavo, y queda sellada para siempre la alianza del hombre y la mujer, unidos por eternos y '3eguros vínculos. Desde ese día, la mujer, apoyada al brazo del marido, si éntese igual á él y compañera de él. P articipa de sus alegrías y de sus penas; es su consoladora y consejera . Ella es la fuente de la familia , el custodio del h ombre, la inspiradora de las voluntades humanas y el encan to de la t ierra rej uvenecida. Doquiera se balla la mano de la mujer, pal pable iuvisib le . Como antaño , posee la gracia elel talle, el hechizo de la sonr isa. E s el símbolo de la inocencia y la imagen del pudor . Si , por desdicba, r ueda despeñada hasta caer en la sim a del vicio, puede levan tarse, p id iendo al Dios qu e la redime el don de las l ág rimas y la grac ia del arrepentimiento . Más solíc ita que nosotros, de grado acepta el sacrificio; va ú la. cabecera del lecho en donde gimen los dolores humanos y semeja hermoso querubín de alas plegadas, cuyo acento consuela, y cuya diestra nos señala el cielo. Por tí y para tí, ¡oh mujerlnacen las obras inmortales y se prod ucen los esfuerzos subli mes! Tú eres la recompensa de nuestros trabajos, y la corona de nuestra v ida. Nada consuela ú aquel que te ha perdido; nada entristece ú los que te poseen. Irradias como la dicha y tienes alas como la esperanza. En vano un rey habló de tu inconstancia, y un poeta
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mos que toda claridad ex tínguese en el cielo ó rios, nos abrevamos en la sangre que mana de desaparece de la tierra. El tiempo no nos ofrece nuestras heridas, queriendo hallar en ella fuerya el olvido, huye de nuestra vida la esperanza, y .za para sufrir y ánimo para seguir luchando semejantes á los héroes de los combates legenda- todavía . G. Gostkowski.
ROMEO Y JULIETA (DE SHAKESPEARE)
]ULIE'fA
¡Cómo! ¿Ya quieres irte? Aun ta rda el día. Fué el ruiseñor; no fué, no fué la alondra Quien alarmó tu receloso oído: Todas las noches en aquel granado Su canto ensaya: él era ¡oh dueño amado! Crédito dame: el ruiseñor ha sido. ROMEO
Fué la alondra, del alba mensajera; No el ruiseñor. ¿No vez hacia el Orie nte Cuál de las rotas nubes orla el borde Ya la envidiosa claridad? Enfría De la estrella las pálidas vislumbres: De la montaña en las brumosas cumbres Raya risueño y se levanta el día. Si parto, vivo; si le aguardo, muero. ]ULIETA
Bien sé que matutina luz no es esa: Ha de ser meteoro que el ausente Sol esta noche á que te alumbre envía El camino de Mántua. No te vayas: Quédate aquí conmigo todavía.
Hablemos largo, de partir no es hora: Lo que brilla en el cielo no es la aurora, ] ULIET A
[Es el día! ¡E s el día! ¡Vete al punto! La alondra es la que can ta ásperamente. ¿Cómo podrán decir que dulcifi ca Despedidas de amor, si nos separa? Cuentan que con el sapo aborrecible Los ojos trueca...... ¡Oh si trocado hubiese También la voe que aparta nuestro brazos y te alejó con anunciar el día! Vete, Romeo, ya. La luz se aumenta. RO MEO
Se aclaran los albores matutinos, Y se oscurecen más nuestros destinos! L A NODRIZA
(adentro.)
¡Niña! ¡Señora! Vuestra madre viene; Cuidarse importa. Y amaneciendo está ]ULÍETA
Deja, pues, ¡oh ventana! entrar el día, Ya que por tí se sale el alma mía.
ROMEO
¡Préndanme, pues, y mátenme! Lo quiero, Ya que 10 dices tú. Que no es de día La luz diré, sino el fulgor de luna; Ni alondra el ave que exhaló sus trinos Hácia el cóncavo cielo. He de quedarme. ¡Venga la muerte, y bien venida sea! Julia lo quiere así. ¿Qué dices? ¡Ea!
ROMEO
¡Adios! Un beso y parte. ] ULIETA
¿Así te has ido, Y te llevas mi dicha y mi reposo? ¡Oh mi señor y bien! ¡Oh amado esposo!
José JI. Boa Bár cena.
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EL PERIODISMO POR DENTRO REDA.(J'rORES y DIltE(j'rOltES
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artículo de Alfonso Daudet, Villemess:l7lt,-- el fundador del «F'igaro,» de París-ha servido para poner de relieve, con gran firm eza de rasgos, con ese estro provenzal , tierno y burlón al propio tiempo, sesegún la frase consagrada por el Eautor de L' assonvmoir al cuentista de Tariarím. de Tarascan, un a de las figuras más p rominentes del periodismo contemporáneo: no ha sido articulista, no ha sido cronista, no ha sido gacetillero, no ha llegado á ?'C' porter; pero ha sido más que todo eso: h a sido director. Hay que inclinarse delante de él y admirar esta personalidad algo burda, grosera, hasta brutal en ocasiones , con su desdén burgués por por los h ombres de letras, rudo y atascado, envuelto en su desprecio soberado hacia el público, dando vida y movimiento á una hoja venal, en perp etua subasta pública, alimentándose de los det?'ittls de las capas sociales más equívocas, y haciendo de ella un gran per iód ico eu ropeo, agra· dable y de lectura atractiva: tal fué M . V illemessanto Hay que verlo, como dice Alfonso Daudet, disputando con Jouvin sobre la impresión que debía. causar un artículo en el pú blicc -i-Ouide usted mucho sus artículos; son t rabajos de verdadero literato, todo el mundo lo dice: son notables; pero si yo los publico en mi periódico, esté usted seguro de que no los lee nadie. y como J ouvin protestase : - ¿Quiere usted apostar algo? Aquí está Da udet y puede ser testigo: imprimiré el famoso vocablo de Cambronne en medio de los más escogi dos t rozos de un artículo de usted, y pierdo la apuesta si alguien echa de ver la cosa. J ouvin no quiso apostar. V illemessant poseía una condición esencialísima para ser buen director de periódico: no
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escribía. Esto es uecesnrio para el éx ito de toda. publicación: un director pe riod ista jamás hará valer su diario, descend ieudo del puesto de general en jefe al de oficial que se bate en cada encuen tro que se presenta . E l tiene que dominar el campo de batalla; dar órdenes, en vinr éste un consej o, á aquél una reprimendn; dar las voces de alto, correr la palabra do fila en fila: abarcar el conjunto, no bajar n uuca detalles. Así se di r ige un periódico , E n Inglaterra se entiende perfectamente todo esto, E l director de un periódi co ou Londres percibe un sueldo de príncipe, otorgado con una coud ición: no escri bir una sola lí nea; él representa ú los propietarios de la pub l icac ió n , eje rce una vigilancia general, es q u ien pronuncia la palabra de orden en todas las d iscus iones, escoge los asuntos y los pasa :í los reductores , recoge los orig inales, les da la ídtima mano y los hace converger al programa; pero en ningún caso se consagra totalmente ú la confección del núm ero. E sto constituye su más legíti mo org ullo. y sin embargo, el director debo ser un periodi sta... .... .. que no escr ibo, un combatien te que reposa: jamás un neófito que desco noce los segundos indispensables pa ra zurcir un párrafo de gacetilla! H ay que huir de los buenos directores de periódicos. E l buen di rector gasta, consume, agota: sabe tener en tensión los nervios , hace la succión intelectual , aniqui la; convierte el cerebro en globo de recámara, opaco , ten ue; y después aquel hombre es un sepulcro: ya puede morir; ha vivido dos, tres años, en la primera página de un diario, h a vibrado todas las mañanas, se ha entremecido, se ha indignado , ha sentido espasmos tetán icos en los miembros, sus arterias han palpitado hasta el delirio .. :.. . cae, y ya no puede levantarse más, á semejanza del espectador de un teatro en qu e se declara un incendio. y el director sigue tr ituran do hombres con la á
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pesada rueda de la p rensa. ¿Se va u no? P ues llega otro, y otro y otro; si empre h ay uno n uevo; el que se fu é ayer, se olvida hoy; el que ilumina hoy, desaparecerá mañana: ¿qué importa? El p úblico siempre está contento; el periódico circula: toui casse, ioui passe , tout lasse! El único que permanecerá en su puesto es el director. [Admirémosle!
** * m ás de med io siglo h a trascu r rid o desde
Al go que Mariano Jos é de L ar ra esc r ibía en su ingen ioso artículo Ya soy 7'cdactor:-Seiíol' director: ¿q ué se h icier on m is colu mnas?-¡ Callo vd ., m e responde, ah í están; no han se rvido; esa noti cia es inoportuna; es arriesgada; la otra n o conviene; aquella de m ás allá es insignifica n te; esta ot ra es bue na , pero está mal tradu cid al-e-Considerc vd , que es preciso h acer este trnbajo en horas , repl ico lleno de en tusiasmo; el h ombre ll ega á causarse - Si vd , es h omb re que se cansa ulgu na vez, no sir ve vd , pa ra pe riód icos . Cincuenta años han trascurrido , y todavía el director continúa di ciendo al peri od ista: Si us ted es hombre que se cansa nlguna vez, 110 si rve para periódicos!-Hay q ue confesar (Iue los directo res tienen razón. Para llegar á ser reda cto r, se necesita, auto todo, desconocer el rep oso, estar ap to á cada momento del día, á una hora Jada, [¡ forjar u n párrafo de gacetilla ó un primer urtículo, una crón ica de teatros ó un a r evista de modas, á gusto del d irector, reloj en mano, con el caj ista en cima d e la última cuar till a , el compañ ero enfrente qu e os habla, el r egente que os d ice lo que lcfalta, el importuno que os espera . .. y hay que citar al autor que 110 se recuerda , y cousultar el Di ccionario que hoj ea el compañero, y el tiempo urge, y no hay que cansarse, [eso n u nca ! Si usted se cansa alguna vez, no s irve para periódicosl [Cu ánto esfuerzo in telectual derrochado á manos llenas, si n previsión, sin cál cul o!-EI artícuculo, dice el director, no debe ser ni demasiado corto ni demasiado largo, ni muy serio ni muy l ige ro; sério y con sus chispazos de hum orismo, que divague á los lectores frívolos y haga peusar á. los sabios , poca ó ninguna política y uo mucha literatura; hable usted de estadística si abusar de los números, de arte sin ninguna escuela, y sobre todo, sin de filosofía sin sistema cansa rse jamás, porque si usted se cansa alguna vez, no sirve para periódicos!
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El director dice muy bien: hay modos de luchar en el combate por la ox istenein, en los que vacilar es ser vencido. Huce falta fustigar el cerebro con latigazos de impaciencia, sacudir los miembros que empiezan á adormecerse, azotar la inteligencia, y pasar sin violencia de la última nota del tenor Signorini al postrer discurso de Don Juan A. Mateas. Y esta gimnasia, sin esfuer zo, ni muy serio ni muy ligero, como dice el director, pero siempre rápido y sin cansarse. Porq ue si usted se can sa algunn vez, no sirve para periódi cos! Con cuán ta. razón, con cuánta justicin , me decía un d irector de periódicos no hace muchos meses: No quiero hombres de talento! no quiero ge· n ios! no quiero literatos! no quiero economistas! no m e sir ven ! Quiero hombres que trabajen: con ellos m e basta! Sí, señor director; decía usted m uy bien: con ellos le basta á usted para hacer un pe ri ódicojy dos, y tres, y mil! Son los que tr iunfan. Di chosos ellos! Ved los llegar á la mesa de Redacción, á la hora en p unto, ni mi nuto m ás ni minuto menos. Una ráp ida mirada á la pre nsa , mirada de juez que escud ri ña u na conciencia; un segundo clp. reposo-no hay necesidad de rccogerse-y [¡ la tarea. ¿No hay editor ial? ¿E l arti culista de fon.lo se ol vi dó .] 0 mandar sus originales? No imp«: 1:1: el hombro que trabaja hará el artículo de fondo. ¿Subre tI U{;'? Sobre lo primero que se prescll te: fi1131IZaS , literatura, ju risprudencia, ciencias ....... Es igual. ¿Se necesita citar autoridades? El las citará, de mem oria , adulterando los textos en ocasiones, ú veces cnlu m n iá ndolos , apropiándose ideas ajenas vesti das con ropa nueva, diciendo vulgaridades , perogru lladas, con el tono de una eminencia. Y allá va el artículo de fondo. Y allá va la notic ia del último crimen. Y allá va la traducción del Fiqaro, Y allá va la crónica de la ópe ra! y allá va el párrafo de gacetilla! Y allá va la poesía para el n úmero del domingo! Y vuelta al ot ro día á la tarea! Sí, tenía razón m i buen amigo el director; basta con los hombres que trabaj an . Nada de literatós; na/la de econ omistas; no más talentos! fuera los gen íos! Al redactor le es suficiente con no cansarse nunca. Porque si usted es h ombre que se cansa alguna vez, no sirve para per iódicos.
(Jarlo8 Dia Jl D umo.
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LA PALETA EN medio de la paleta y en semicírculo puestos, alfabeto de colores están los tonos diversos. Como habla con unas notas el músico al sentimiento, y con signos el poeta al corazón y al cerebro, el pincel, lengua del mundo, deja su huella en el lienzo, y con letras de matices habla á todo el Uni verso. [Oh paleta! ¡oh diccionario que entienden todos los pueblos! en seductor, ¿quien te iguala? ¿quien te aventaja en ser bello? Eres de origen ta n alto que el qu e entien da tus secreto: y hablarte sepa á los hombres, es por la g racia del genio. Segú n quien sup o tu idioma fuiste vario en tus aspectos; en Murillo has sido místico, en Velázquez, noble y regio, franco y sublime en Rosales, enigmático en el Greco, en Mig uel A ngel grandioso, y eu el gran F ortuny espléndido. i O ~l paleta! ¡oh breve mundo' i ~él1esi s de séres ll eno ! en tí de la vida humana está el gigante proceso.
Cuando el pincel te provoca rompes el hilo del tiempo. retrocedes á la vida de lo inmortal y lo eternu, y surgen de tus colores reyes, damas, cab alleros, épocas, fiestas y trajes, dramas, costumbres y pueblos. Los semblantes que han vivido en tí los retienes presos, y al conjuro del artista vuelven á ser lo que fueron. Todo 10 que es y que ha sido está en t us matices presos; si quieres, César, revive; si quieres, revive Homero. De tus rojo s belicosos sale el combate sangriento, de tus verdes brota el campo, de tu azul surgen los cielos. Nadie hay que pueda enseñarte, ni transmitir tus secretos, que es tu ciencia poesía y tu color sentimiento. El don de saber sentirte es d011 que viene del cielo; Dios baja hasta tí fundido en un iris de misterios. Como en él, en tí está todo cuando vibrar te hace el genio; [paleta, idioma divino, eres un mundo pequeño!
Sal vador Rueda.
El don de la vida para el escritor , es la in mortalidad de sus obras, sean cuales fueren las condicioues en quo se hayan producido . Yel don de la vida nu es otro q ue el don de la verdad. Cuando u n personaje es verdadero, es eterno, poco importa que esté mal vestido , que presen te líneas defectuosas; basta ~lue por los aguj eros de su traje pueotlo verse la carne desnuda y viviente. Ya está levantado nara muchos sigl os. En esto ha de
tener-y tiene efect ivamente-e-mucha parte el temperame uto del escritor , tem paramento que es q uien decide de la vitalidad de las creacionesliterari as. Hay en tre los artistas manos creadoras, como hay tambi én manos que no pueden animar nunca la materia que tocan, por preciosa que esa materia sea .
Emilio Zola.
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MAL POR BIEN la noche ha estado nevando, y aún cierne el plomizo cielo sus ¿ átomos blancos sobre la tierra. ~ Laciudad ha amanecido amorta'~~ jada en armiño; las calles están tapizadas con espeso plum6n; las casas parecen te chadas de azúcar, los deshojados castaños y maplos se han convertido en enormes algodoneros cuajados de albos vellosos; las coníferas de los parques se mejan pirámides abrillantadas, ylos sarmientos desnu dosdelas trepadoras, agarradas á los muros y bale ones, tienen el aspecto del alambre recubierto de cristalizaciones, de una gigantesca arborescencia de Diana. La luz es pálida y dudosa. El sol parece alumbrar al través de un cristal esmerila do. Es una mañana sin gorjeos de aves, casi sin voces humanas; hay movimiento, pero no hay ruidos; todos los ecos se apagan en la sordina de copos de la atm6sfera. Tan s6lo se deja oir, pero también con apagadores, el chinesco retintín de los cascabeles que en su trote fantástico van las caballos agitando al arrastrar los veloces trineos, cuyas curvas cuchillas abren, s ilenciosas y rápidas, hondos surcos en la nieve. Hace frío, mucho frío. Las gentes van embozadas en pieles y gruesos paños; los niños retozan en el blanquisiaio polvo, forrados como esquimales; las niñas con sus dobles abrigos, sus gorras de estambre, que les cubre hasta las orejas, y las manos metidas en manoplas de lana, van alegres por tandas, trotando menudamente sobre la espesa capa blanca, que sus pies, calzados de impermeables, hacen crujir 6 dispersar, en medio de inlantiles risotadas y
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caridad, saca del guante estorboso su loan o linda, tira con fuerza del primer bot6n de su abrigo; más como resiste el ojal y no se ahre: -Vaya-dice impaciente-unos botonazos éstos que ahora se usan! y lo dice añadiendo nuevo vigor á la diligen, cia de sus dedos. El ojal cede al fiu, y 1uego otro, y otro, hasta tres. Pero la pulida manecita de marfil no se deti ene. Avanza más adentro, estirando ojales y atropellando botones. Ya está abierta la basquiña, y los deditos febriles siguen escarbando. Ya los broches del corpiño se descasaron violentos; ya el nácar que ajusta la malla íntima ha dado paso al santuario que ésta protege; ya se siente el dulce calor del pecho generoso. Allí, al rescoldo de esa estufita de amor sencillo, confía la piadosa niña el pajarillo moribundo; cierra luego y de prisa los vestidos, y radiante de samaritana complacencia, continúa triscando en la nieve, camino de la escuela, estremeciéndose de cuando en cuando, con las cosquillas que le produce el arañar de las patitas del prisionero sobre la piel de suave raso, á medida que el pobre paciente vuelve de su letargo mortal, y se da cuenta de su envidiable situaci6n : -¡Qué calorcito tan delicioso! ¿En dónde estoy? No acierto á imaginarlo. Lo que sé, es que me dormí sobre la nieve, con mucho, muchísimo frío, y que ahora me encuentro metido entre estos dos montecidos de nieve calentita, que es como yo decía que debería ser la nieve de todo el invierno. Pero ¿qué veo? Dos granillos purpurinos que se me antojan, aquellos de granada de que viene hablándome el canario de España de nuestra vecina, y que él dice son como pedacitos de rubí, dulcísimos y sabrosos. Ganas me dan de probar uno. Vamos, que no me lo he de comer, porque luego no digan con razón que los gorriones somos golosos y rapaces. Probarlo, nada más que probarlo, yeso por la maldita curiosidad. - ¡E a! Y el muy p1110 estiró el cuello, tom6 puntería y ¡zas! tamaño picotazo clavó en el granillo rubicundo.
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Lesbia lanz6 un grito, llev6se rápida las manos al seno. revent6los botones del abrigo, ab r ió de un tir6n la basquiña, h izo saltar los hroch es de l corpiño, apartó la t ibia ca misi lla, sacó de
allí con rab ia y grima al mal vado y 10 arrojó sin misericordia en medi o ele la ni e ve, airada y ruborosa, ex cla ma ndo: - ¡I ngra to ! N . B olet Pera za .
POST NUBILA FIEBUS Cada triste Cal vario tiene al fin su T'abor. E n vano h a sido el esfuerzo vi ril y extraord in aric cubierto con la sombra del olvido; en vano 10 obscurec e el nublo de un mom ento te mpestuoso: una sanci ón profunda rob us tece el esfuerzo grandioso, y el esfuerzo g- randioso resplandece! ,',
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* *
Pero es preciso combatir! La idea se ierg ue victoriosa cuando late en el cerebro aud az. cuando chispea eu la sien de Dantón, cuando combate! J a más se ha visto la esperanza inerte con el n imbo del triunfo circuida: la cal ma de los yhoguis es la muerte, las ansias de los Sísifos la vida! E l laurel inmortal solo se al canza en la palestra, allí, donde n o g ime n i aparece inactiva la esperanza; en la palestra, al lí, donde se escucha
en medi o de un re lá mpago sublime el frémito cand ente de la lucha! N o es la
** * fe r edentora
18 que se queja y nun ca se apercibe á In lid purgadora. Salva la Cjue concibe que todos los esfuerzos contribuyen, que no existe, en verdad, empuje aislado, que unidades de fuerza constituyen m: poten te agregado, y se endereza ante el desdén profundo que ve el anhelo como pompa vana y pasa por el mundo indiferente á la labor humana.
** * verdadero es el
Apostol que lleva sin vacilar la percepción futura, que sigue osando la doctri na nueva, por más que estalla la tendencia obscura, que ultraja todo aquello que se eleva, que hiere todo aquello que fulgura!
Luis del Toro.
BRIC A BRAC imienta y Mostaza, elegante revista de Mérida. acaba ele cllmplir las cien semanas de su fundación: ha celebrado su centellario el simpático colega! En un artículo, subscripto por el Sr. Sales Cepeda, se lamenta Pimienta y Mostaza del escaso g-rupo de devotos á las publicaciones pe· riódicas: sobre una población de oo.ooo habitantes que tiene la ciudad de M érida, el simpático semanario cuenta con seiscientos abonados;
es decir, comenta Pimienta y Mostaea, el 11110 por ciento elel vecindario meridano. Yaun así resul ta que la ciudad de M érida es una de las más a vanzadas en materia de afición á la lectura , porque si al resto de la República pudiera aplicarse esa proporci6n, tendríamos peri6dicos en México con cien mil 6 más abonados, y, en efecto, no existe ningnno que vislumbre en lontananza esa cifra, Por lo demás, el número-centenario de Pe: 'm ienta y A1ostaza, contiene material selecto y digno de pasar de los seiscientos: una Amorosa
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de N ovelo; una improvisación de Milk y unas redondillas inéditas de Pe6n y Contreras.-No resistimos á la te ntaci6n de dar un tijeretazo á los versos de Milk: ¿Y qué es verdad entonces si es mentira la vibración de l pensamiento h umano, qu e ceñ ido de luz, m ueve sus alas al compás de una música inefable; si es m entira el calor q ue vivi fica la tosca frase del len guaje rudo, y lágrimas y besos y susp iros bace vibra r en la palabra muerta . ¿qué habrá en el alma mísera del hombre que p ueda ser verdad, si eso es me ntira? La hermosura inmortal que resplan dece lo mismo en lo profundo de los ciclos que en el profundo abismo de los mares; la lumbre celestial de la belleza resplandor de la llama perdurable el e los ojos de Di os; la luz que brilla cn los s éres más d ulces de la tierra, la mujer y la fl or por mi steriosa recó ndita atracción hi eren el alma, a1alma llcgnn, en el alma agi tan ign orado.;; im pulsos que espolean la ansiedad del espíri tu anheloso; y hi erve el corazón y olas de fuego la sangre lleva en ag itado curso, y estrem ecido el pensamieu to vibra, arde la idea y la palabra canta!
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Basta, sí! que en la tierra y en los cielos amor y luz el pensamiento bebe, y el pan de vida, de la vida toma insaciable el espíritu anheloso! Cnanto la mente soñadora fije es realidad espiritual y excelsa: no es mentira la música del alma, y un latido de amor, sólo U11 latido, aunque dure un instante, no es mentira! Un apret6n de manos á Pimienta y Mostaza y nuestros deseos de que llegue á celebrar el centenario auténtico.
*** M icrós ha puesto ya á
la venta sus «Cosas vistas,» un volumen coqueto, atractivo, 260 pág inas, en las que se camina de sorpresa en sorpresa. Petit Bleu anunci ó la aparici6n de esta deliciosa serie de n arraciones: un redactor de la R evista nos prometió una impresión; ¡ay! se extraviaron dos pérfidas cuartillas, y el trabajo continúa en promesa. Ve ndrá, no 10 duden ustedes. Cuándo? That is the qllestioJl.-Eutre ta nto, un consejo: hagan us tedes sus pedidos á la Administra ci6n de la R evista A zul.
* ** En N ueva York se h a formado un núcleo de literatura latino-americana.- Las Tres A méricas, del sugestivo Bole t Peraza, El A mérica110 y el Hispallo-América, de Vargas Vila, son publicaciones de material selecto y arte esquisito.
***
Yeso es ve rdad!.. .. .. . podrá tal vez el al ma, encarcelada en el humano barro, desfalle cer rend ida y apagarse .. .. .. podrá, tal vez la reali dad impía despe rtarnos del sue ño venturoso de m ágica ilus ión, con dura mano ... ... pero aunq ue muera esa ilusi6n- cual muere tanta flor en el campo, deleznable,á pesar de la tumba y del olvido, fué verdad en el alma, yeso basta!
Versos inéditos de ]ulián del Casal. Los ha traido Virginia Fábregas en su albrou: Ahí van m is versos. [egras mariposas nacidas en el campo de mis sueños, no guardan ni el perfume de las rosas que libaron en dias más risueños. Si del album salvando la distancia alguno de ellos á tus labios toca, haz que muera aspirando la fra gancia de la flor purpurina de tu boca.
-Del hombre que duda al que niega, no hay mucha distancia. Todo ateo, ha sido fil6sofo antes.-A. de Musset. La mujer amada es com o la religión : se 10 hace creer á uno todo.-Eusebio Biasco. -o el amar es un bien 6 es un mal; en el primer caso, hay que tener fe en él; en el se-
gundo, hay que pensar en la curaci6n.-A. di! M usset. -Las lágrimas de los niños y de t odas las jóvenes se parecen á las lluvias de verano: abundantes, pero cortas y con u n ri nconcito de cielo azul detrás de las nubes más n egras.- Adoifo
B el{)t.
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ANUBADAS I
No esquives en los brazos elel epicureismo los riesgos elel combate que libran bajo el sol el Bien y el Mal, suspensos en medio del abismo, llevados por el viento, qu e m eda en la vorág ine y vuelca sobre la onda, su enorme caracol. Retira ele tus láb ios el rebosante cálice, aparta tus miradas del lech o y del festí n. Los anchos horizontes se pintan, tí. lo lejos, con vivos resplandores, matices y reflejos, que bordan de la Vida la deslumbrante cl ámide. [Súsl A la lucha surge , sublime paladín. TI
Empuña vigoroso la centellante espa da; arroja de tu frente las flores del Amor; emplaza á la Victoria, de ra yos coronada; unge con oleo nuevo tu s ado rmidos músculos, y lánzate á los campos, abiertos, del honor. Al cárdeno reflejo del matinal crepúsculo, con hi erro de la san gre del en emi go infiel, en yunque de los cíclopes, fabricate un acero; y rompe entre sus filas el ánimo altanero , convierte sus ciudades en un inmenso túmu lo y asi éntate en sus minas ornado de laurel.
In No es de hombres ge nerosos sino ele hem bras propio el ritmo de la hamaca, la lúbrica canción. Deja los besos pál idos, fatídicos, del ópio y la mortal morfina, insaciabl e prón uba , que seca el pensamiento y apaga el corazó n. Del tedio voluptuoso rompe la impura cópula, destila bien tu alma en límpido crisol. Ya asoma en el Orien te la luz de la ma ñana , retiñense las cumbres de ópalo y de grana, pagastes á los dioses somníferos la espórtula. ¡Oh! vuélvete á la vida, como al espacio el sol.
IV El dios de las batallas será siempre propicio á tus empresas' [Alza ! La nota del clarín anu ncia en tus oidos el épico epinicio.
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Desátate á los brazos de ninfas y de vírgenes y lánzate á la lucha, sublime paladín. Despiértate, Mahoma, recuerda tus orígenes, difunde tu alma heróica por el espacio azul. Despliega tu s pendones y atónita la tierra se agriete bajo el peso terrible de la guerra. Ciñ e el arnés luciente, monta el corcel alípede. S i no ruede al abismo la trágica Stambul.
Jesits E. V a l ellz llel a .
CUENTOS COLOR DE HUMO. ItIP - RI P EL A.I- AItEfJIDO
cuen to yo no lo ví; pero creo que lo Sall é. ¡Qué cosas ven los ojos cuando est án cerrados! Parece imposible ~~~'ii'~" que tengamos tanta gente y tantas cosas dentro porqu e, cuando los párpados caen, la mirada, como una sellara que cierra su bale ón, en tra ver 10 que h ay en su casa . Pues bi eu , esta casa mía, esta casa de la se ñora mirada que yo tengo, Ó que me tiene , es uu palacio, es una quinta , es una ciudad , es un uiuudo, es el universo, .. .... pero un universo en el (1ue siempre est án presentes el presente, el pasado y el futuro. A juzgar por lo que miro cuando du ermo, pi enso para mí, y hasta para ustedes, m is Iectores'<-j.Iesús! ¡qué de cosas han de ver los ciegos! Eso s que siempre están dormidos ¿qué ver án? E l am or es ciego, seg ún cuentan . Y el amor es el único qu e ve á Dios. ¿De quién (;1S la leyenda de R ip-Rip? Entiendo (1ue la recogió Washington Irving, para da rle forma literaria en alguno de sus li bros. Sé que hay una ópera cómica con el propio título y C0n el mismo argumento. Pero no he leído el cuento del novelador é h istoriador norteamericano , ni he oído la ópera.. .. pero he viseo á R ip-Rip , Si no fuera pecaminosa la suposición , diría yo que R ip-Rip h a de haber sido hijo del monge Alfeo. Este monje era alemán , cachaz udo, flemático y h asta presumo que algo sordo ; pasó cien ST E
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afias , sin sentirlos, oyendo el canto de un pájaro. R ip- Rip fuó más yankee, menos aficionado á músicas y más bebedor de wiskey: durmió durante muchos afias. R ip-Rip , el que yo ví, se durmió, no sé por qué , en alguna cavern a á la qu e entró.... . quién sabe para qué . Pero no durmió tanto como Rip-Rip de la letal vez yeada . Creo que durmió diez años cinco .. .. ... -acaso uno ...... . en fin, su sueño fué basta nte corto: durmió mal. Pero el easo es que envejeció dormido, porque eso pasa á los que sueñan mucho . Y com o Rip-Rip no tenía reloj, y como aunque lo hubiese tenido no le habría dado cuerda cada veinticuatro horas; como no se habían inventado aún los calendarios, y como en los bosques no hay espejos, Rip- Rip no pudo darse cuenta de las horas, los días los meses que h abían pasado m ientras él dormía, ni enterarse de que era ya un anc iano. Sucede casi siem pre : mucho tiempo antes de que uno sepa que es viejo, los demás lo saben y lo dicen. R ip-Rip , todavía algo soñoliento y sintiendo vergüenza por haber pasado toda una noche fuera de su casa-él que era esposo creyente y practicante-se dij o, no sin sobresalto:-¡ Vamos al h ogar! ¡Y allá va R ip-Rip con su barba muy cana (que él creía muy rubia) cruzando duras penas aquellas veredas casi inaccesibles. Las piernas flaquearon: pero él decía:-¡Es efecto del sueño! ú
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¡Y no, era efecto de la vejez, que no es suma de culto, porque no tenía dinero. No asistía á los años, sino suma de sueños! sermones de cuaresma, porque trabajaba en todo Caminando, caminando, pensaba Rip-Rip:tiempo, de la noche á la mañana. Pero iba á la ¡Pobre muj ercita mía! ¡Qué alarmada estará! Yo misa de siete todos los días de fiesta, y confesaba no me explico lo que ha pasado. Debo de estar y comulgaba cada año. No había razón para que muy enfermo. Salí al amanecer . el cura lo tratase con desprecio. ¡No la había! enfermo está ahora amaneciendo de modo que el día Y lo dejó ir sin decirle nada, porque sentía y la noche los pasé fuera de casa. Pero ¿qué hice? tentaciones de pegarle y era el cura. Yo no voy á la taberna; yo no bebo Sin duCon paso al igerado por la ira siguió Rip-Rip da me sorprendió la enfermedad en el monte y su camino. Afortunadamente la casa estaba muy Ella me habrá cerca... ... Ya veía la luz de sus ventanas ...... Y caí sin sent ido en esa gruta ¿Cómo nó, si me como la puerta estaba más lejos que las ventabuscado por todas partes quiere tanto y es tan buena'? No ha de haber dor- nas, acercóse á la primera de éstas para llamar, mido .. .... Estará llorando... ... ¡Y venir sola, en para decirle á Luz:-¡Aquí estoy! ¡Ya no te apula noche, por estos vericuetos! Aunque sola . res! No hubo necesidad de que llamara. La ventano, no ha de hab er venido sola. En el pueblo me quieren bierr, tengo muchos amigos... ... princi- na estaba abierta: Luz cosía tranquilamente , y, palmente Juan el del molino. De seguro que, en el momento en que Rip-Rip llegó, Juanviendo la aflicción de ella, todos la habrán ayu- Juan el del molino- la besaba en los labios . -¿Vuelves pronto, hijito? J uan principalmente. Pero dado á buscarme Rip-Rip sintió que todo era rojo en torno sui:J la chiquita? ¿y mi hija? ¿La traerán? ¿A tales horas? ¿Con este frío? Bien puede ser, porque ella yo. ¡Miserable!.. .. .... . ¡Miserable!.. ..... .. Temme quiere tanto y quiere tanto á su hija y quie- blando como un ebrio ó como un viejo entró á re tanto á los dos, que no dejaría por nadie sola la casa: Quería matar: pero estaba tan débil, que á ella , ni dejaría por nadie de buscarme. ¡QuP. al llegar á la sala en que hablaban ellos, cayó al imprudencia! ¿Le hará daño?..... . En fin, lo pri- suelo. No podía levantarse, no podía hablar; pero sí podía tener los oj os abiertos , muy abiertos , mero es que ella...... pero, ¿cuál es ella'? .. ... Y R ip-Rip andaba y andaba.. .. .. Y no podía. para ver cómo palidecían de espanto la esposa adúltera y el amigo traidor. correr. Y los dos palidecieron . [Un grito de ella-el Llegó, por fin, al pueblo, que era casi el mismo .... .. pero que no era el mismo. La torre de mismo grito que el pobre Rip había oido cuanla parroquia le pareció como más blanca: la casa do un ladrón entró á la casa!-y lu ego los bradel Alcalde, como más alta; la tienda principal¡ zos de Juan que lo enlazaban, pero no para ahocomo con otra puerta; y las gentes que veía, co- garlo, sino piadosos, caritativos, para alzarlo del mo con otras caras. ¿Estaría aún medio dormido? suelo. ¿Seguiría enfermo? Rip-Rip hubiera dado su vida, su alma tamAl primer amigo á quien halló fué al señor bién por poder decir una palabra, una blasfe. Cura. Era él: con su paraguas verde; con su som- mla. -No está borracho, Luz; es un enfermo. brero alto, que era lo más alto de todo el vecinY Luz, aunque con miedo todavía, se aproxidario; con su Breviario siempre cerrado; con su mó al desconocido vagabundo . levitón que siempre era sotana. - ¡Pobre viejo! ¿Qué tendrá? Tal vez venía á -Beñor Cura, buenos días. pedir limosna y se cayó desfallecido de hambre . -Perdona, h ijo. -Pero si algo le damos, podría hacerle daño. - No tuve yo la culpa, señor Cura .... .. no me he embria gado no he hecho nada malo . Lo llevaré primero á mi cama. La pobrecita de mi muj er .. .. .. -No, á tu cama no, que está muy sucio el -Te dije ya que perdonaras. Y anda ve á infeliz. Llamaré al mozo, y entre tú y él lo llevarán á la botica. otra. parle , porque aquí sobran limosneros. La niña entr6 en esos momentos. ¿Limosneros? ¿Por qué le hablaba así el Cura? Jamás había pedido limosna. No daba para el -¡Mamá. mamá!
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-No te asustes, mi vida, si es un hombre. -¡Que feo, mamá! ¡Qué miedo! Es como el
coco! y Rip oía. Veía también ; pero no estaba seguro de que veía. E sa salita era la misma la de él. En ese sillón de cuero y otate se sentaba por las n och es cuando volvía cansado, después de haber vendido el trigo de su ti errita en el malilla de que Juan era administrador. Esas cort inas de la ventana eran su luj o. Las compró á costa de muchos aho rros y de muchos sacrificios . Aquel era Juan, aquell a Luz pe ro no eran los mi smos. ¡Y la ch iquita no era la ch iquita ! ¿So h abí a muer to? ¿Estaría loco? ¡Pero él sentía que estaba vi va! Escuchaba veía .. como se oye y se ve en las pesadillas. L o ll evaron á la botica en h om bros, y all í lo dej aron, porque la niña se asustabn de él. Luz fué con Ju an ... ... y ii nad ie le extra ñó que fuera del brazo y qu e ella abandonara, casi iuoribundo, ;L su marido. ¡No podía moverse, no podía grilu r, decir: [Soy Ril'! Por Iiu , lo (l ijo, después de mu chas h oras, tal vez J o IUU eI lO S a ños, quizá do mu ch os siglos . Pe ro no lo conociero n , 110 lo quisieron COl lO(;('1'. - ¡Dc:;grnc iallo! ¡Es u n loco! dijo el boticario . -H ay q ue llev árs el o al se ño r alcalde, l' 0rqu u puede ser Jurioso-i-d ijo otro . - Sí, es verdad , lo uin arrurem os si resiste. y ya iban á li arl o; pero el dolor y la cólera habían devuelto á Rip sus fuerzas . Como rab ioso can acometió á sus verdugo s , cons ig u ió desasirse de sus brazos, y echó ú corre r. Iba á su casa iba á m atar! Pero la ge nte lo seguía, lo acorralaba. Era aquello una cacería y era él la fiera . E l instinto de la propia conser vac i ón se sobrepuso á todo. Lo primero era salir del p ueb lo, ganar el monte, esconderse y volver más ta rd e, con la n och e, á vengarse , á h acer justi cia. L ogró por fin burlar á sus perseguidores . ¡All á va R ip como lobo hambrien to! ¡Allá va por lo más intrincad o de la selva! T enía sed la sed q ue h an de sen tir los incen dios. Y se fué dere ch o al manantial .. . .. . á beber, á hundirse en el ag ua y golpearla con los brazos......... acaso, acaso á ahogarse. Acercóse al ar royo, y allí, á la ó
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superficie, salió la muerte á recibirlo. ¡Sí; porque era la muerte en figura de hombre, la imagen de aquel decrépito que se asomaba en el cristal de la onda! Sin duda ven ía por él ese lí vi do espectro . No era de carne y hueso, ciertamente; no era un hombre, porque se movía á la vez que Rip, y esos movimientos no agitaban el agua . No era un cadáver, porque sus manos y sus brazos se torcían y retorcían . ¡Y no era Rip, no era él! Era como uno de sus abuelos que se le I1pare cían para llevarlo con el padre muerto.-Pero ¿y mi sombra?-pensaba Rip .-¿Por que no se retrata mi cuerpo en ese espejo'? ¿Por qué veo y g rito, y el eco de esa montaña 110 repi te mi voz sino otra voz desconocid a? ¡y all á fuó R iP á buscarse en el seno de las ondasl Y el viejo, seg uramen te, se lo llovó con el padre muerto, porque R ip no ha vuelto!
*** ¿,Vcrdad qu e este es un sue ño ex travagan te? Y u ve ía {l Itip lllU Y pobre, lo veía rico, lo miraba joven , lo m irab a vi ejo; á ratos en una choza de le ñad or. Ú veces en uua casa cuyas ventallas lucían cortinas blancas; ya sentado en aquel sillón do otate y cuero; ya en un sofá de éun llo y ruso no ora un hom bre, eran much os hom bres tal vez todos los h ombres. No me ex1'1 ico córuo Rip no pudo hablar, ni cómo su IIIUj cr y su alll igo no lo conocieron, á pesar de que estaba tan vi ej o ; ni por qué antes se escap ó de los q ue se proponían atarlo como á loco; ni sé cu án tos años estuvo dormido ó aletargado en esa gruta. ¿Cuán to ti empo durmió? ¿Cuánto tiempo se necesita para que los séres qU& amamos y que nos aman n os olviden? ¿Ol vidar es delito? ¿Los
u. Gntiérrez NáJera.
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LAS ESCLAVAS f.
ra pto es de noche. Nada más extraño Escap ábase de ese cesto ordinario un hálito I~_v~."", qu e esa Ilama rojiza que se adivina entre en el que se mezclan todos los aromas de las flolas ra ma zones, la luz de una vela que res: rosas y violetas, heliotropos y myosotis, mar.-'l va, viene y se pára, E s una mujer qu e, garitas, fuschias, campánulas, geranios, malvoencorvada y haciendo de su mano una pantalla, nes y pensamientos. Van al mercado, á ese mercado en que se exalumbra á los que, capullos en la mañan a, han reventado rebosando vida. Crecían silen ciosa- pondrá su desnudez á la vi sta ele toelos; ahí semente, dormían y soñaban tal vez en la rama... pararán á las ami gas ele un momento; la románSe oye el crujir de la hojara sca, un di ál ogo, el tica vi oleta será para una corona, la rosa conruido seco de las ram as qu e se quiebran y el chis gestionada para un bouquet, el clavel amarillo metálico de nnas tenazas ...... Recogida la falda, con m an ch as de san g re, rasguños en sus pétalos echadas á la espalda las puntas del rebozo, la en carrujados, para un ojal. Las tomarán con los dedos, les soplarán para iudia, con manos plebeyas, va arrancando una á un a las flores delicadamente, y las arroja des- desentumecer sus hojas contraídas, y des pués .... mayadas al fondo de una cauasta tapizada de Ya el vendedor h a hech o un buc he , y tornando la boca en pulverizador, arrojará sobre ell a una ye rbas. ¡Cóm o espanta á lodo el jardín esa rancla no c- ll uvia de regadera que les vuelve los colores perturna! Las hojarascas suspe nden sus cuchicheos, didos por el miedo. Y, avergonzadas ele su desnudez, querrán huir, sacuden el ala los pájaros miedosos, y Se abaten sin lograrlo, de esas m iradas indiscretas. i Pobres los pétalos des prendidos ele las flores viejas. y en el obscuro fondo del cesto, como en un esclavas de ese bazar! [L a rosa arist ocrática predormito rio com ún, se oprime n las unas contra feriría uu dueño j oven : pe ro el mejor postor h a las otras y vue lven á caer en pesado sueño en el sido una criada que la ha juntado con un manojo de leg umbres, esa gente ordinaria y desarincón tibio del j acal. Ya no verán nacer el sol; no coq uetearán con seada! Y tú, «no-me-oluides » Gretchen soñadora, vas la luz; no pod rán empinarse sobre la barda para ver cómo arde la man cha verde de los pastos al lugar poético que te esperabas: una a nciana herida por u na banda diagonal de sol, oro trans- en lutada y descolorida le ha comprado para la parente destacado en la muselina sutil de la tumba de un marido inolvidable; será más feliz , sibila sin trípode, «Margarita," qu izá te deshobruma matinal. · N o verán el dolor de la mariposa, flor con al- jen al concluir el banquete, porque á un j arrón ma que las besa, las acaricia, sin que u n pétalo de mesa vas; y tú, capullo gracioso sonrosado se estremezca ni se decolore con la palidez del como la carne de un n iño, ¿qué más quieres? placer; ¡pobres Pigmaleones, ébrios de amor, q ue [Vas á dormir en las g uedejas ele una cabellera no resucitan á una sola de esas Venus insensi- de morena! Y todas parten, mientras las otras, las feas, bles y mudas! Adivinarán el día, no por el horizonte que se las desheredadas, las enfermas, desairadas co mo incendia, sino por la barra de luz que se filtre las mujeres que no se casan, se envejecerán en un en la rendija de una puerta. ¡Qué hermosa debe minuto. Sólo 'puede salvarlas ese poeta pobre que pasa, las m ira, se acuerda de su musa, y las ser la mañana afuera! El gallo ha cantado, el corral se insubordina, compra .. .... quizá ellas sean las más feli ces, las los penos ladran y se oye el crugir de la carre- olvidadas, las últimas erí alcanzar el rescate , las ta. Es domingo, repica la campana de la Igle- que vivan siempre, siempre, en la cajita aquell a sia, y, al fin, han salido á la luz ......la adivinan atada con el listón aquel. bajo la capa de hojas que cubre su canasta. Micrós. L
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Lied
Mariposas
***
(RONDEL.)
Si al ruiseñor que en la floresta umbría De blanco amor á su mitad requiere Lo alcanza el plomo de la bala impía, Canta y muere.
*** Si al alma soñadora que á los cielos Himnos de amor espléndidos levanta La hiere el plomo de mortales duelos, ú lfucrc)) y canta.
* ** Dios solo tiene la escondida llave De ese misterio, trágico y sin nombre; Marir tras de cantar. .. eso es del ave. eso es del hombre. Can tar tras de «mor ir» l l a u lIe l Ca b a lle r o .
Septiembre de 1894.
(PARA LA REVISTA AZUL) A Adolfo García,
De nieve y oro y azul y grana, Van en traj es de baile las mariposas, Ebrias de am ores, ebrias de rosas , Al pais de los mirtos y mejorana. Por la extendida, verde sabana, ¡Cuán fúlgidas y esquivas y vaporosas, De nieve y oro y azul y grana, Van en trajes de baile las mariposas! Vivientes fl ores \"11 caravana, Luciendo áureos brocados, sedas pom posas, Van siempre esqui vas, ebrias, radiosas, Al resplandor triunfante de la mañana, De nieve y oro y azul y grana. AbraJlam Z. López Peulla
Barranquilla, Colombia, 1894,
AZUL PALIDO Después de Aida , ()[elo .-El compositor ha tierra; el autor de Hernani se precipitó, como continuado la senrln em prend id a en el templo de Crebillón , en el infierno . No había tocado todavía una pasi ón que toma Memph is; ha roto los antiguos moldes de su iuspi ració u y se ha arrojado briosamente en la nue- allí sus raíces: los celos. Verdi se mostraba inva escuela armón ica. Sería ésta la mejor justifi- quieto. Buscar inspiración en los celos después cación del maestro ante la crít ica implacable que de Rossini, le parecía una empresa árdu a . Así lo ha flagelado los procedim ientos empleados en sus manifestó cuando trabajaba en la partitura.-Al primera s obras . principio pensó titular su obra Yago: puso gran y en realidad , como dice un biógrafo del maes- estudio en el desarrollo de este carácter y su tro, ¿qué otro camino podía elegir con éx ito? spartito así lo demuestra. Ni por un momento peno Creb illón , para justificarse de los ataques dirigi- só en suprimirlo, como hizo Ducis. Pensaba, acados por sus enemigos, solía exclamar á menudo: so, con Vigny, que arrancar del cuadro la figura ¿Qué podía hacer yo? Corneille se había apode- de Yago era quitar la serpiente del Génesis . Vesrado del cielo; Racine de la tierra: sólo me que- démona aparecía clara y bien delineada ante el daba el infierno y en él me precipité. Rossini, maestro . Otelo únicamente se escapaba á su taDonizetti y Bellini se habían repartido cielo y talento musical. Venció, tras rudo combate y [a-
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más pudo con más orgullo Verdi mostrarse sat isfech o de la victoria. El público de Milán , que le debía la revancha de Un giorno di regno-estrenada en 1839- la proclamó r uidosamente. Otra lucha de Verdi: el libreto. Verdad es que había elegido á un poeta inteligente é inspirado : Arrigo Boito. Boito ha seguido con fidel idad la leyen da del ter rible moro veneciano.-En el cuarto acto se ha conservado el sello de la obra de Shakespeare .-Desdémona reposa dulcemente; á su lado una luz; dice el original. Otelo penetra en aquell a estancia perfumada por la dulce respiración de la joven desposada.-No os lo q uie ro contar , castas estrellas; murmura el celoso . Tampoco quiero derramar su sangre ni ajar su cutis, más blanco que la nieve y más terso que un monumento de mármol. Hay en este monólogo más t risteza que . rencor. A los ojos de Otelo asoma, sin querer, un a lágrima furtiva. En vano prorrumpe: Con razón lo hago, oh alma mía! La amargura de u na desesperación infinita se trasluce en esta frase: Qu iero respirar por última vez su delicioso aro ma.El horrible combate que se libra en el alma de aquel desgraciado se deshace en llanto; en un ll an to , que conm ueve al propio tiempo que ate rra. El mismo lo di ce: Mi llanto es feroz, y mi ira como la del cielo, hiere donde más ama. Sin querer se recuerda á Byron: son lágrimas que abrasan las mej illas, y parece que las arranca del corazón con un hierro candente. Verdi ha arrancado á la instrumentación verdaderos rugidos de dolor. Ind udablemente este cuarto acto es un a de las páginas más h erm osas que ha trazado el autor de Rigoletto. La plegaria de Dosd émo n a es de corte sencillo y está impregnada de una dulzura incomparable. E l duo fin al que se sigue á la en trada de Otelo, de gran dioso efeeto , Allí es donde se h a respetado m ás á Shakespeare.-¿Has rezado esta n oche, Desd émona? pregunta el m oro.
Pues pide á Dios perdón, si te acuerdas de algún crimen que Dios no te haya perdonado todavía. - Se puede seg uir pnso á paso el di álogo del autor del Hamlci . Otelo ya no ll ora; es el león, como dice Yugo : Shakespeare t iene un rasgo de su genio; es sencillamente cruel con Desdémona. U na concisa acotación nl margen de la obra da fin (t la tragedia. La cslmngnla; ni una palabra más . Valc esta línea el qu'il ?1W U ?"1l t del trágico fran cés. Hay antes una frase que recuerda otra del teatro español.-No quiero matarte sin que estés preparada ; n o quiero maínr tu alma, dice Otelo , -Salva tu alma , que tu vida es imposible, dice el protagonista del «Médico de su honran de Calderón de la Darca .-Hamlet no piensa así: no quiere h erir á su víctima mientras está en oración: su alma se salvaría, y el odio del príncipe dinamarqués va más all á de la t umba , que sonden en el famoso mo nólogo. ¿Cómo ll egó á ab rirse al amor el corazón de Desd émona? E lla lo dice con ingenuidad: No me enamoré de su rostro sino de su valor y de sus hazañas; por eso le rendí m i alma y mi vida . Y en los arrebatos de ciego furor que los celos inspiran al Moro, Dosd émona lo continúa amando, quizás ahora más que antes .-Le amo con tal extremo q ue hasta sus celos y s us furores me encantan.-Es que los celosh acen á Otelo terriblem ente h ermoso. Sus oj os deben brillar con un fulgor siniestro; su boca debe plegarse en una contracción horrible, Las grandes pasiones buscen su guarida dentro de cuerpos deformes. Los celos de Otel o sólo pueden ser comparables al amor de Quasimodo . La natu ra leza se complace en presentar lo g ran de dentro de un a envoltura peq ueñ a, así com o en el tallo se encier ra la flor y en la simiente el árbol. Después de Otelo nad ie ha sentido celos.Cierto es que después de Otelo nadie ha amado.
PetitBleu.
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T OMO
r.
MÉXICO,
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DE OCTUBRE DE
1894.
NUM. 23.
EL DUELO hablar mucho acerca del du elo, y quiero echar mi cuarto ú. espadas en la conversación. En guardia, pues. Advertiré desde luego que no voy á. filosofar sobre el asunto . Creo que me dirijo ú. personas sensatas, y en el último tercio del siglo XIX no hay hombres de mediana sensatez qu e, en teoría y conformándose la lógica, admitan la utilidad de los desafíos. Todos estarnos de acuerdo en confesar qu e pa ra ir al campo del honor se toma la pistola ú el florete y se deja en cusa el sentido común . Nad ie cree que qu ien ti ene la razón lleva la certidumbre de herir ó de matar á su contrario, porque acontece á. menudo que el amante preferido atraviesa de uua estocada al marido burlado; caso muy fácil de explicar por la razón de qu e los amantes son j óvenes comunmente , desocupados y ejercitan la esgr ima; ó porque el amante, sabiendo ya á lo que se expone, está sobre aviso y preparado, en tanto que el marido no sabe cuándo tendrá que levantarse de mañana para ir con dos amigos á su propio entierro. Cuando mucho , la certidumbre de que nos asiste la razón influye en nuestro ánimo comunicándonos la esperan za de vencer; pero si damos con un tirador de sangre fría y más listo que nosotros, nos clava la esperanza en la pared. Vamos , pues , á batirnos, convencidos de que hacemos una solemne tontería. ¿Por qué me pongo este sombrero de alas anch as que me da aspecto de sordo, y por qué juego al buceará, sabiendo que quien juega lGO
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pierde sin remedi o? P ues porque esa es la mod a ó porque esto es de buen tono . En buena lógica, yo debiera vestirme conform e á. mis pr inci pios de estética indumentaria y no hacer lo que perjudi cara á mis iutereses. En buena lógica, estaría obligado ciertamente á normal' los actos de mi vida por los dictados de mi conciencia , y á no atender más sugestiones que las de hombres doctos, sin curarme de lo que un grupo de necios dijere. sobre mi conducta. Y si esos necios fueran de m i «círcu lo ,J) mi obligación sería cambiar de círculo, pero no de principios. Sin embargo , como los ton tos forman mayoría y corno tenernos que vivir en sociedad , es preciso á menudo acatar sus leyes. La legislació n china me parece muy mala, y esto no obstante si viviera en Pekin, en el país de los Kalkas ó en Bukaria, obedecería sumisamente las leyes del Celeste Imperio . Al duelo, como á otras m il es-tupideces sociales, precede este racio cinio: si me bato, corro el riesgo de ser herido ó m uerto . Este último peligro es remoto) porque en esos casos solo dos t ienen este fin desa stroso. Debo pues, suponer que he sido atacado por el tifus y resignarme ú. pasar uno ó dos meses en cama. Si no me bato, cualquiera se creerá mañana autorizado para darme una bofetada en público, valido de lo que llamará mi cobardía, y si entonces hago uso del revólver y le disparo un balazo á quemaropa, aunque después me absuelvan los jurados, tengo por cierto que pasaré algunos meses en la cárcel, 10 cual es infinitamente peor que pasarlos en la cama. Además, sufri ré las cuchufletas de todos los valientes que no h an hallado todavía tRJ¡V IItA.
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oportunidad de lucir su destreza en el manejo de las armas, y que, como son muchos, influirán en que no se me dé un buen emp leo, en que fulana ó zutanita me desprecien y en que h ago yo el papel de un pobre hombre. Puestas en la balanza las conveniencias y los inconven ientes del duelo, doy gusto á los idiotas y me bato. Por supuesto, hago punto omiso de las censuras eclesiásticas. Hablo del d uelo mundanamente, en las salas del Jo ckey Club ó en los pasillos del teatro . Desde el punto de vista religioso, la cuestión no tiene vuelta de hoj a. El que es católico, no se bate porque se expone á matar á un prójimo, h aciéndose reo del mayor delito , ó á irse al infierno . En estas circunstancias , la utilidad determina ta mb ién n uestros actos, y el raciocinio es el siguiente: (Centre condenarme por toda la etern idad y pasar el purgatorio en vida, prefiero pasar el purgatorio en vida,» E n consecuencia, quien sin haber ofendido n i agraviado rehusa batirse porque sus doctrinas religiosas prohiben el duelo, hace muy bien y merece todo respeto. P ero sigamos considerando la cuestió n m undanamente. Si el duelo es necesari o porque una inmensa mayoría lo decreta así, debemos procurar establecer una igualdad absolutamente indispensable: la igualdad ante el florete. Supongamos que el Sr . López es un sabio y el Sr . Pérez un ocioso. El Sr. P érez cree que el Sr. López le h a visto de reojo, (para mayor verosimilitud podemos suponer que el Sr. López es vizco) y le envía sus padrinos. El Sr. López ha gastado su vida en perfeccionar las velas esteáricas, ha descubierto el microb io que produce la locura, ó la bacteria que causó la baja de la plata. El Sr. L ópez sabe cuántos anillos tienen Saturno y el tenor Signorini; cuántas palabras ha escrito Juvenal y en qué se diferencía la filosofía escocesa de las med ias de Es cocia. El Sr. López, para poseer tanta ciencia , ha ne cesitado emplear tod a su vida en el estudio. Sabe hebreo, sabe s ánscrito , sabe griego, sabe latín y otros idiomas embalsamados . Pero no sabe ni los rudimentos de la esgrima. El Sr. Ló pez, consciente de su inocencia, declara que no h a ofendido al Sr. P érez; pero éste, que es muy hombre, no se da por satisfecho y busca al Sr . López en un paraje público, le escupe el rostro y le limpia
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la escupitina á latigazos. ¿Qué hace el Sr. López? Batirse, dirán todos mis lectores. Es tá bien; pero es el caso que el Sr . Pérez, rico en sombreros grises pero no en materia gris, de posición social bastante holgada para vi vir exento de trabajo, lleva quince años de ej ercitarse en el florete, en la pistola y en el sable: sería capaz de encontrar el cuerpo de Sarah Bernhardt y de poner la bala en el ojo de la conciencia. Sin duda alguna , el hombre que haya descub ierto el medio de que no crezca el pávi lo á las velas ó que las costureras n o se pinchen los dedos con la ag uj a de la máquina, es mucho más útil para la sociedad que el Sr. Pé re z; porque, en suma , los microbios no se matan á estocadns .uii Media de Cuero, Cabeza de Aguila, Q¡ cualquier otro de los personajes que figuran en las novelas de Gustavo Aymard y son famosos por su buena puntería, ocupan una categoría más alta en la escala de la civil ización que MI'. Gladstonc, Il.erb ert Spencer ó M. Pasteur. Sin embargo, la sociedad agradecida pone la vida del sabio á merced de la vol untad del espadachín. El Sr. L ópez habrá descubierto la d irección de los globos y otras cosas por el estilo; pero estos méritos 110 impedirán que pase por un cobarde Ú los ojos de todos. E stá visto: el Sr. López t iene que mori rse porque el S r . P érez tiene la necesidad de hacer un poco de ej ercicio Ú las siete de la mañana con un florete, un sable ó una lanza. Con que, á despedirse de su fam il ia . á mandar á sus hijos al H ospicio y ú vender los libros para pagar á Gayosso el ataúd. El Sr . López no se va á batir: está sentenciado ú muerte por el muy estimable Slo. P érez. Ante un caso semejante, es necesario definir 10 que Bacon llamaba la utilidad relativa de los conocimientos. Spencer clasifica así los prin cipales géneros de actividad que constituyen la vida humana: (cI9 La actividad que concurre directamente á la conservación del individuo; 29, la que prevee las nec esidades del individuo; 39, la que se emplea en educar y disciplinar á la familia; 49, la que asegura la subsistencia del orden social y de las relaciones políticas; 59, la que se ejercita, en distraer los ocios de la vida y en satisfacer nuestros gustos y sentimientos.» Para la primera, juzga Spencer necesario el conocimiente de la fisiología y de la higiene. Pues bien, se queda corto: yo sostengo, que nada valen estas ciencias sin el conocimiento pre-
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vio de la esgrima ó del tiro de pistola. Antes de enterarme de que tengo una trompa de E ustaquio, necesito saber cómo evito que el Sr. de Pérez me la tapie con un pedazo de plomo. N i la fisiología ni la higiene son chalecos blindados. Nuestro estado social es un estado de paz; pero de paz armada. Los niños deben nacer en g uardia. y pues el du elo es absolutamente necesario, urge dictar disposiciones acertadas que 10 reglamenten. Ante todo, debe declararse obli gatorio el est udio de la esg rima y el tiro al blanco. Q ue los arrapiezos de cinco años, en vez de montar los bastones de sus abuelos, aprendan con ellos á asaltar. Que todos anden con la espada al cin to. Y sobre tod o, que para ser bien recibido en sociedad, sea necesario haber matado á una ó más personas en desaf io. Interin se expiden estos decretos , conviene igualar, eu cuanto sea posib le, las condiciones de los comb atientes singulares, y definir también en cuáles casos es de im periosa necesidad el duelo, Que se deslinden perfectamente los casos de duelo de los casos de policía. E n Inglaterra, por ejemplo, nadi e se ba te por cu estiones fútiles como en F rancia y México. En Alemania tampoco. Es verdad que los estudiantes
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al emanes se consideran deshonrados si no se batieran una vez al año. Pero éstos no son duelos; los estudiantes alemanes no se baten: se rasnran de una manera brusca. Aquí, como en Francia, la menor cosa es moti va de reto. Si en Inglaterra, por ejemplo, un desconocido abofetea á otro en la calle, sólo porque le antipatiza ó por afición al pugilato, el abofeteado no le envía sus testigos, sino los gendarmes. Aquí , si unindividuo á quien yo no conozca, me da un codazo intencionalmente, estoy en la imprescindible obligación de batirme con él. Urge también, como ya queda dicho, equiparar las fuerzas de los contendientes. Los que han escrito sobre el duelo, como Chatteau Víllard, Verger de Saint Thomas y algunos otros, suponen que todo el que se bate es tirador de espada ó de pistola, y por eso prohiben los duelos excepcionales; pero aquí donde son muy pocos los ti radores, no d ebia haber más duelos que estos úl timos. Una pistola cargada y otra no; un combate á puñal entre las sombras; una copa de cianuro de potasio que jueguen los adversarios á águila gorro; un duelo á queso, como el que refiere el autor de los «E pisodios holandeses,» tales son, atendidas nuestras circunstancias, los únicos duelos posibles por ahora. ó
El Duq u e Job.
EN UNA IGLESIA GOTICA (UARDUCCI-ODI BARBARE .)
.Al Sr . D. J osé M. Vigilo
Surgen y en líneas se alargan ágiles Altas é in móviles columnas góticas , y entre la tétrica sombra u n ejército Semejan de gigantes Que á guerra apréstanse contra los n úmenes. Arcadas rígidas surgen lanzándose En vuelo altísimo, se inclinan y únense, y confundidas penden; Cual de los bárbaros, en tiempos hórridos, De entre los bélicos tumultos álzanse Las ansias férvidas de seres míseros A Dios y en él se funden.
N" busco al T eántropo, columnas gráciles, Opacas cúpulas; aguardo trémulo E l són de un cógnito pisar que tímido Despierta ecos solemnes. Es ella, Lálage! lenta vol vi éndose Sus crenchas áureas de aquí distínguense; y tras el níveo velo finísimo Su faz y Amor sonríen. Así en las fríg idas sombras de u n gótico Templo envolviéndose, buscaba ávido A Dios, Alíghiere, tras el angélico Semblan te de una virgen .
REVISTA AZUL
Bajo ese nítido velo la púdica Frente virgínea brillaba en éxtasis, Mientras en cúmulos de incienso alzábanse Aladas letanías. Se oían débiles cual notas pávidas; Luego cual plácido volar de tórtolas; Después cual súplicas de turbas huérfanas Que á Dios los brazos tienden. y por los ámbitos lanzaba el órgano Quejoso estrépito; los consanguíneos, De los sarcófagos hasta. las bóvedas, Confusos respondían. Mas de la mítica cu mbre de F'ié sole , De ojivas diáfanas tras las imágenes, Febo asomábase; lucían pálidos Los cirios sobre el ara. y Dan te, ex tático; mira que elévase E l casto símbolo, entre himnos célicos, Mientras las lúgubres llamas del bá ratro Baj o sns plantas r ugen .
Mas yo ni ángeles miro ni réprobos ; Miro una ráfaga que h ien de fún ebre E l aire h úmedo; frío crep úsculo De ted io llena el alma. Adios, semít ico n umen! fat ídic a En tus oráculos la muerte ciérnese; [Oh rey ascético de los espíritus ! T us templos el sol odian . Martir del Gólgota , cr ucificándonos, De sombras lí vid as llenas la atmósfera. y el cielo es fúlgido , y el campo alégr ase, y brillan amorosos Tus ojos, Lá lage . Mirarte, Lá lage , Quiero ent re cándido coro de vírgenes, Ciñendo aligera, rad iante el Véspero, De Apelo el ara agreste , Como en marmóreo reli eve helénico, Verter an émonas tu mano, j úbilo Tus ojos núbiles, tu labi o armóni co Un himno de Baquílides . Enrique )<'ern{uulez Granados. Septiembre de 1894.
UN PROBLEMA FI DE SIGLO ~ NTRE
los grandes problemas qu e la generac ión actu al deja sin resolver, puede colocarse en primer termino el que marca los límites de la razón h umana y, enraizándose eó n la sociología , con la m oral , con el derecho, con la medicina y con la ciencia económica, determina en dónde están las fronteras de la locura. Es necesario no renovar, como ha dicho el Doctor R ichet, el viejo sofisma de los gri egos, que pretendían negar la existencia de los calvos, en vista de que 110 puede precisarse el número exacto de cabellos en que se deja de tener pelo. La locura en germen, lo que podría llamarse el principio universal de desequilibrio, está latente , se palpa: es una n euiósis qu e invade á los hiJOS de este último tercio del siglo X IX y que amenaza transformar el criterio del espíritu humano . La locura nos estrech a , decía Julio Lemaitre
a .......
en las columnas de un periódico fra ncés, con motivo de Guy de Maupassaut; flota en n uestro ambiente , se inicia en ráfagas que nos sofocan, pe· netra en nuestros cerebros , se anida allí, provoca tensiones en nuestro sistema nervioso, trastornos en n uestro organismo; y un día, un h ermoso día, se descubre en manifesta ciones múltiples. ¡PObre generación ésta, herida de la enfermedad. de la ép oca, que se hunde sin sentir en su frente, el «vien to de la imbecilidad ,» de qu e nos habla Baudelaire, en grandes crisi s dolorosas y espasmos tetánicos! ¿Este mal es uu mal de siglo? ¿E s una dolencia provocada por la. vida moderna, llena de saltos inmensos, bruscos cambios de ruta, irradiaciones que se suceden , tensión de espíritu , lucha de todos los momentos, hundimiento de todas las creencias, falta de ideales, período de morfina, grandes estimulantes, cuadros que se siguen los unos á los otros, demasiada lectura, vida de batalla constante, yen la que se marcha muy apri
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ea,rrwy corie«, como en la dolora del poeta espa-
en esta sucesión de impresiones que ¡lpenaS dejan ñol! detrás de sí el fulgor de una estrella de última ¡Quién sabe! Ya los sábios señalan una nU(1- magnitud . va enfermedad en los horizontes do los conociY aquí aparece una interrogación desconsoladomientos humanos: el cientifienio; mucha agrupa- ra: ¿los límites de la razón humana se van redución de datos, demasiada recopilación de hechos, ciendo á medida que el progreso y la civilizasemilla que se amontona en una determinada ción ensanchan su esfera? j Ah! Es muy triste porción de tierra en qu e las facultades germina- decirlo: la locura es un producto de las civilizaciones extremas; cuando más se aproxima el homdoras no pueden dar desarrollo {L la simiente. ¿Necesita la humanidad un momento de des- bre al animal, más alejado se halla de la locu rn , canso, antes de precipitarse en la ruta que lleva El verdadero hombre normal 110 es un literato, emprendida? Quizás sí; tal vez el entendimien- ni un erudito, no es tampoco Ull sabio: es Ull to humano, esclavizado durante largas cen turi as, hombre qne trabaja y que come. ha trabajado más de lo qu e fisiol ógicamente le La humanidad del siglo XIX no se ha cones permitido: ah ora há celo falta higien e, tónicos tentado con esto. No; ni aun com er le ha bastay, sobre todo, reposo, mu cho reposo. Se necesita do: háse pensado si las generaciones venideras un domingo en estas sem:was seculares J e la espe- podrían perecer por falta de subsistencia, como cie humana se ha pensado tambi én, si estas generaciones lleLos acontecimientos duran vein ti cuatro horas; garían ú desaparecer por un enfriamiento en el en ese espacio de tiempo se hacen estud ios rápi- planeta. Y 'esta labor ha consumido un gran núdos; la cuestión social, la próx ima guerra, los in- mero de sabios, extenuados en inmortales notereses económ icos, el bacilo de la tísis, el meu- ches de insomnio. y tal vez ser á éste ei fin de la humanidad, yessaje presidencial, el último drama, la ex posici ón , el discurso en la Cámara , la enc íclica , la depre- te tin no ha de veu ir acaso por falta de combusticiación de la plata ...... .. y la última forma del ble en el interior del planeta: la humanidad quisombrero de copa. Ag itad todo esto, haced lo gi- zá est á destinada ú morir herida de locura furiorar en rapidísimo torb ellino, que pase, que vuel- sa, de locura universal. Y la tierra no será un va á pusar, que se eclipse, (IU O se aparezca de globo envuelto eu una capa de nieve: la Tierra nuevo, y procurad (Ino vu estro cerebro sea sufi- sed un inmenso manicomio en el más alto gracien temen te sólido para no dejarse desvanecer do de adelanto científico. (Jarlos Díaz DlIf60.
A 1•."- :tU UERTE A maestro Paul Verlain e,
Allá en la Jl OCllO desolada y bruna, Envuelto en su sudario de neblina, Impalpable escuadrón surge y camina A los rayos malignos de la luna. P or valles, montes, pampas y laguna, Doqu ier su horror el ánimo fascina, Allá en la no ch e desolada y br una , E n vuelto en su sudario de neblina. De sus tumbas las almas, una á una, Surgen .-¡Huid, viajero sin fortuna! Que su espectral presencia vaticina Portentos que la m ente no adivina, Allá en la noche desolada y bruua. Abraham. Septiembre, 1894.
z. L6pez Penha.
( DE :lIOXTI.)
¿Qué eres, mu erte, dí'? Tu nombre espanta Al crimen vil que en ansiedad te espera Y, rayo vengador, tn diestra fiera Del tirano los ímpetus quebranta. Mas, quien arrastra la insegura planta Bajo el peso del yugo, y desespera, Del cielo implora el dardo que le hiera Y con tu imagen su dolor encanta . Tus riesgos y tu aspecto desafia, En la indecisa lid, el hom bre fuerte Y aguarda el sabio sin temblar tu día ......... ¿Eres bien ó eres mal? ¿Qué eres, muerte'? ¡Sombra que en forma y concepción varía Con la pasión del hombre y con su suerte! I1 traduttore tradittorl
Francisco G. (Josm.es.
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TRASPOSICION ES 1
la cabeza del burro, en la nariz entreabierta, en el fondo de la oreja peluda y en el ojo grande y AL CAR BON . redondo, sobre el cual brillan las pestañas plaLa luz fría que entra por la hoja entreabierta teadas y finísimas como rayas blancas que un dide la ventana del fondo, al través de cuyos ba- bujante, enamorado del detalle, hubiera trazado rrotes de hierro se ven á contralu z las ramazo- con la punta afilada y dura de un lápiz de tiza nes de unos árboles que se cortan sobre el cielo sobre la negrura mate y grasa de una sombra claro y descolorido, rayado por la llovizna, acla- reteñida con carbón Conté. ra el cuarto desmantelado, blanqueado con cal y el piso de ladrillos, desteñidos por el polvo. II Al pie de la ventana, hay una cama vieja con PAS'tE!. unos colch ones tirados en desorden ; á la izquierda un armario abierto y vaci ó; á la derecha una Han estado jugando unjuego de prendas, nuetina de zinc, sin pintar, un caj ón de madera lle- vo, en que nadie aci erta, y en que la dueña de no de coke, y sobre el pISO, con un montón de la casa, para castigar á las perdidosas, inventa botellas de champaña, vacías tambi én, una aglo- p enitencias absurdas. L as h a hecho comer huemeración de trastos desvencijados inútiles; un vos crudos, marcarse en la frente con ceniza, sillón de cuero; sin brazos, una sar té n, dos cace- arrodillarse para decir versos g rot escos y predirolas y una regadera de lata. El hollín de la co- car ser mones por mano aje na. U na de las jucina cercana y el polvo del carb6n mineral han gadoras, una muchacha de quince años, mu y suavizado la blancura de las pa red es, se han acu- v ulgar, vestida de m uselina blanca con ramos mulado en las desigualdades del pañete y en los de flores azules, dos lazos de cintas rosadas en rincones tenebrosos. En el primer plano, un bu- los hombros y una rosa roj a en el seno, no acerrro viejo levanta la cabeza pensativa de entre el t6 una adivinanza, y en penitencia le pintaron canasto de hollejos y desperdicios que ti ene al con la punta de un corcho q uemado, una cruz frente; la luz que llega por de trás le pl atea el en la frente, otra en la m ej ill a derecha y otra en contorno del cu erpo, las piernas delgadas y el el hoyuelo de la barba. Después, para quitar el pelo largo de las orejas enormes; el animal se carbón, se frot6 la cara con una toall a de lino; perfila obscuro sobre la claridad debil de la pa- le quedaron las tres manchitas negras, yen camre d del frente, y parece el cuarto de trastos vie- bio la fricción le enrojeció las m ejiI1as con el jos, alumbrado así por la luz sin color de la ma- berm ell ón de la sangre, a traída á flor de piel. ñana lloviznosa de N oviem bre, un estudio al A hora, para colmo de males, le toc6 otra penicar bón, hecho con imperceptibles transicion es tencia más difícil que la anterior: sacar con los de 10 bl anco á lo g ris, de 10 gris claro á 10 gris di entes de entre la harina de trigo puesta en un obscuro, de 10 gris obscuro á 10 negro suave, de plato hondo, una sort ij a de oro. Al tratar de ha10 negro suave á la somb ra intensa ; un estudio cerlo, una mano atrevida le empuj6 la cab eza 3.1 car b6n en que la penumbra domina el co njun- co ntra el plato y la hizo enh arin arse toda. Tieto ; en que la luz brilla en el zinc de la tina , en la ne cubiertos de harina los cabellos, de vi sos rolata de la regadera, en el borde de las cacerolas, j os y blanqueada la cara; no puede lavarse poren el tique bl anco de un a botella de champaña, que está agitada par el juego, y para refrescarse y en que la sombra se acumula en el espaldar un poco antes de salir, se pasa el pañuelo por del s illón, en el mango de la sartén , en un pli e- las mejillas, y va á sentarse, allá lejos, en un gue de los colchones, en el interior del armario rinc6n , donde hay poca luz, dándose aire con vacío, debaj o de las botell as y en tres pun tos de un abanico de raso amarillo. Al envolverlos la é
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penumbra, aquellos colores violentos que chillaban á la claridad brutal de la lámpara de petróleo, el blanco y el rojo del pelo enharinado, el blanco de la harina sobre la cara, -=1 berrne116n de las mejillas, el negro de las tres manchas del carbón, el azul de las ramazones del vestido, el rojo de Id rosa, el rosado de las cintas, el amarillo del abanico, se destiñen, se suavizan, se esfuminan, se aterciopelan, se funden uno en otro, como sumergidos en un baño de leche, corno velados par una niebla, y es la ju-
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~adora
retozona de juegos de prendas, vista así de lejos, en el rincón obscuro, un pastel adorable de la marquesa del siglo XVIII, uno de aquellos pasteles del gran maestro de los lápices de color, de la pintura delicada como el esmalte de las alas de las mariposas, del inimitable La Tour; uno de aquellns pasteles que, á la caída del crepúsculo, sonríen suavisimamente en la galería de Saint-Qnentin. J OHé A. Silva. Cnlornblnno.
DEL "15MAELILLO" PUIN(lIPE ENANO
P ARA un príncipe enano Se hace esta fiesta. Tiene guedejas rubias, Blandas guedejas; Por sobre el hombro blanco Luengas le cuelgan. Sus dos ojos parecen Estrellas negras: V uelan, brillan, pa 1pitan, Relam pagüean! E l para mí es corona, Almohada, espuela. :\Ii mano, que así embrida Potros y hienas, Va, mansa y obediente, Donde él la lleva. Si el ceño frunce, temo; Si se me queja,Cual de mujer, mi rostro Nieve se trueca: Su sangre, pues, anima Mis flacas venas: ¡Con sn gozo mi sangre Se hincha 6 se seca! Para un príncipe enano Se hace esta fiesta. ¡Venga mi caballero Por esta senda! j En trese mi tirano
Por esta cueva! Tal es, cuaudo ú mis ojos Su imágen llega, Cual si en lóbrego antro Pálida estrella, Con fulgores de ópalo Todo vistiera. A su paso la sombra Matices muestra, Como al sol que las hiere Las nubes negras. j Héme ya, puesto en armas, En la pelea! Quiere el príncipe enano Que á luchar vuelva: iEl para mí es corona, Almohada, espuela! y como el sol, quebrando Las nubes negras, En banda de colores La sombra trueca,El, al tocarla, borda En la onda espesa, Mi banda de batalla Roja y violeta. ¿Con que mi dueño quiere Que á vivir vuel va? ¡Venga mi caballero Por esta senda! Entrese mi tirano Por esta cueva! ¡Déjeme que la vida
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A él, á él ofrezca! P ara un príncipe enano S e hace la fiesta.
iU ITS."- TRA",,'lESA
MI musa? Es un di ablillo Con alas de ánge l. ¡Ah musilla traviesa, Q ue vuelo trae! Yo suelo, caballero E n sueños graves, Cabalgar horas luenga s Sobre los aires. Me en tro en nubes rosadas, Baj o á h ondos mares, y en los senos ete rn os Hago viajes. All í asisto á la inme nsa Boda inef able , Yen los talleres h uelgo De la luz madre: y con ella es la oscura Vida, radiante, y á mis ojos los antros Son nid os de ángeles ! Al viajero del cielo ¿Qué el mundo frágil? P ues ¿no saben los ho mbres Q ué encargo t raen? ¡Rasgarse el bravo pecho, Vaciar S11 sangre, y andar, andar heridos Muy largo -valle, Roto el cuerpo en harapos, Los pies en carne, Hasta dar sonriendo -¡N6 en tierra!- ex ámines! y entonces sus talleres La luz les abre, y ven 10 que yo veo: ¿Qué el mundo frágil? Seres hay de montaña, Seres de valle, y seres de pantanos y lodazales. De mis sueños desciendo, Volando vánse,
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y en papel am arillo Cuen to el viaj e. Con tándolo, 111 e in unda U n gozo grave:y cual si el monte alegre, Q ueriendo holgarse Al alba enamorando Con voc es ágiles, S us hilillos sonoros D esan ud ase, y salpicando ris cos, Labra ndo esmaltes, Refrescando sedient as Cá lidas ca uces, E chá ralos ri su eñ os Por falda y valle,Así al alba del alma Regocijándose, Mi espíritu encendido Me echa á raudales Por las mejillas seca s Lágrimas suaves. Me siento, cual si en magno Tem plo oficiase; Cual si m i al ma por mirra V irtiese al aire; Cual si en mi hombt o surgiera n F uerzas ele Atlan te; Cual si el sol en r-ii se no La 1uz fra g uase:y estallo, 11 iervo, vi bro, Alas me nacen! S uavem ente la pu erta Del cua r to se abre, y éntranse ti él gozosos L uz , risas, aire. Al par da el sol en mi alma y en los cristales: ¡Por la puerta se ha entrado Mi diablo ángel! ¿Qué fué de aquellos sueñ os, De mi váaje, Del papel amarillo, Del llanto suave? Cual si de mariposas Tras gran combate Volaran alas de oro Por tierra y aire, Así vuelan las hojas
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Dó cuento el trance. Hala acá el travesuelo Mi paño árabe; Allá monta en el lomo De un incunable; Un carcax con mis plumas Fabrica y átase; Un sílex persiguiendo Vuelca un estante, y [allá ruedan por tierra Versillos frágiles, Brumosos pensadores, Lópeos galanes! De águilas diminutas Puéblase el aire: ¡Son las ideas que ascienden, Rotas sus cárceles!
Del muro arranca, y ciñese, Indio plumaje, Aquella que me dieron De oro brillante, Pluma á marcar nacida Frentes infames, De su caja de seda Saca y la blande: Del sol á los requiebros Brilla el plumaje, Que baña en áureas tintas Su audaz semblante. De ambos lado el rubio Cabello al aire, A mí súbito vienese A que 10 abrace. De beso en beso escala Mi mesa frágil: ¡Oh, Jacob, mariposa, Ismaélillo, árabe! ¿Qué ha de haber que me guste Como mirarle De entre polvo de libros Surgir radiante, Y, en vez de acero, verle De pluma armarse, Y buscar en mis brazos Tregua al combate? Venga, venga Ismaelillo: La mesa asálte, Y por los anchos pliegues
Del paño árabe En rota vergonzosa Mis libros lance, y siéntese magnífico Sobre el desastre, y muéstreme riendo, Roto el encaje-¡Qué encaje no se rompe En el combate!Su cuello, en que la risa Gruesa onda hace! Venga, y por cauce nuevo Mi vida lance, y á mis manos la vieja Péñola arranque, y del vaso manchado La tinta vacie! ¡Vaso puro de nácar; Dame á que harte Esta sed de pureza: Los libios cánsame! ¿Son éstas que 10 envuelven carnes, ó nácares? La risa como en taza De ónice árabe, En su incólume seno Bulle triunfante: [Héte aqui, hueso palido, Vivo y durable! Hijo soy de mi hijo! El me rehace!
Pudiera yo, hijo mio, Quebrando el arte Universal, muriendo Mis años dándote, Envejecerte súbito, La vida ahorrartelMas no: que no verías En horas graves Entrar el sol al alma Y á los cristales! Hierva en tu seno puro Risa sonante: Rueden pliegues abajo Libros exangües: Sube, Jacob alegre, La escala suave: Ven, y de beso en beso .RllVlti'(t AZUL>
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Mi m esa asaltes:[Pues esa es mi musilla, Mi diablo ángel!
[Ah, musilla t raviesa, Qué vuelo tráe! José Mal'ti .
CUENTOS ESCOGIDOS Imágenes versicolores.-1871 LEON CLADEL Cuando empezamos á formar esta un alogía , abandonar el abogado insti gador q ne sabía de León Cladel vivía aún; él m ismo nos aconsejó memoria los discursos de los ret óri cos de la Con., que tradujésemos 1871 en vez de otro cuento su- veneion . -Amigos-exclamó ese viejo y sobrio revoyo que nosotros h abíamos escogido H oy l el maestro h a muerto ya y sus adm iradores com ien- lucionario que había prefer ido siempre, como zan á tratar de levantar un a estatua á su memo- Barbes y Blanqu i, la acción Ít la palabra-amiria. Bien la me rece q uien supo escribir esos poe· gos, ciudadanos , sin duda ninguna que ese joven mas en prosa, gra ndes y firmes como las rocas de frac á quien vosotros ucabais de ap la ud ir, de de sus montañas, y lu minosos como el sol de su clama maravillosamente, pero ¿estais seguros de que sus actos serán tan her mosos como sus paProvenza dorada . Sus obras p rin cipales son: Va uuds-pieds, Om- labras en caso necesar iov. ... .. ¡Oh ! no alceis la prtuleles ~ I mágenes Versieolores (aun inédi to este voz, caballero, yo no quiero ofender á nadie, pe· ro h emos v isto tantos de vuestros compañeros último.) que después de p rometé rnoslo todo, no supieron E. G. CARRILLO . darnos n ada, que yo creo tener derecho hoy para dudar, en nombre de todos mis amigos, de vos ...... «Si quereis ser libres, pues , [oh esforza- q ue tan exactamente acabais de rep etir lo que, en dos del trabajo! levantaos y seguid me. [La hora mil lugares diferentes y en mil ocasiones distintas , dijeron á los hombres de mi generación alde la li bertad h a sonado !» Cuando el orador acabó así su largo y vehe- gunos de vuestros mayores, en cuyos d iscursos mente discurso,' la multitud que había ap laudi- tuvimos desgraciadamente la debi lidad de creer . do con verdadero entusiasmo, excend ió ex aspe- Digo desgraciadamente porque, en real idad , ¿cuál rada los brazos hacia el hombre cuyas palabras fué el resultado? .... . Es probable que vos lo se· habían hecho v ibrar sus almas , y mil bocas le pais, por lo menos, tan bien como yo, que aunrespondieron: que casi nada sé.. .... -Bueno, hombre, bueno, quedamos enterados - Sí , nosotros estamos prestos .. .. . . Vamos al Ayuntamiento Vamos en seguida. -gritó uno de los más feroces auditores-Tú 'I'odo el mundo se dirigía ya, electrizado y sin piensas, sin duda, que la prudencia fué, es y sevacilar, hacia la puerta del vasto salón de los rá la m adre de la seguridad. Treinta Sueldos, para tomar las armas, cuando - Ven acá, insolente, y mira ...... ¿'fe figuras acaso que me habría sucedido esto si me hubiera una voz muy conocida de la multitud dijo: q uedado en la cama, ó si hubiese pasado la vida - ¡Dos palabras, cid dos palabras! La masa se detuvo y todos pudieron ver, á la sembrando coles en un rinconcillo de las cercaluz pálida de las lám paras, la figura de uno de n ías de París, 6 si hubiese ejercido la profesión sus más irreprochables correli gionar ios que to- de defender viudas ó huérfanos ante los tribunamaba, en la tribuna, el puesto que acababa de les?
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y el bravo entreabri ó la tosca pechera de su camisa en neg recida y mostró el pecho-un robusto pecho de obrero, cubierto de vellos y constelado de cicatrices. Luego sig u ió diciendo: -Algunas de estas heridas datan del ti empo de los suizos do Carl os X ; otras del tiempo de los soldados de Luis Feli pe y de Cavaig uac; muchas son , pero aun qu eda sitio pam otra qu e, se· segu ra me nte sería la úl tima, pues {t los setenta años uno llega á cansarse de la miseria y de la ., . es ver du(19. brama........ (,no Enternecidos y al mism o tiempo entusiasmados po r el gesto y los g ritos del d uro sectario, too dos los h ombres de blusa rodearon la tribuna y despu és de abrazar, u no por un o, al bravo anciano, lo sacaron en t riu nfo d el salón para cond ucir lo á la coli na , en donde, unos tres cuar tos ele sig lo an tes, se h abía mec ido su cuna. Al desped irse de todos, en la puerta de su casa, les d ij o: - Siempre á vuestras órde nes , mis qu eridos am igos; y cua ndo sea n ecesario lib ra r a París de las gar ra!' L!Ue la oprimen y librar á la F ra ncia de 105 d ientes que la devo ran, contad conm igo. Hasta lu ego! - ¡H asta luego, veterano! Una hora escasa despu és de hab erse separa do de sus am igos: come n zó á oir el ruid o de los tambores de la g uard ia nacion al, cu yos toq ues de «generala»vibraban desde Pan tin hasta Vaug irard y des de la barrera del Trono hasta la puerta de Neuill e . Al día sig uiente, antes de que el sol se pus iera en el ocaso , las tropas de línea evacuaron la ciudad , dejándola así en poder de la pl ebe soberana . Las faltas q ue cometieron en su n ombre los jefes á quienes ella elig ió libremen te, fueron ta n numerosas como graves; y, cuando dos meses desp ués, un verdadero patrio ta q uiso reparar· las, se encontró con el incouveniente de que ya era demasiado tarde, por lo cual se hi zo matar , como lo había p romet ido , en la lucha q ue sostuvo contra la gente de Versalles, á la cabe za de esas milicias urbanas que estuvieron á pun to de ser exterminadas por completo. Veinte horas después de la muerte del bravo tribuno en quien se había enc arnado el alma del pueblo , sólo una barricad a, entre tod as las que se habían construido á inmediaciones del P ere-LaChaise y Oh áti llon , cont in uaba sosteniendo la
integridad de la bandera roja . El grupo de temerarios que la defendían, hizo frente, durante toda la noche, ú más de tres batallones, pero la claridad del alba los sorprendió sin cartuchos, y entonces el anciano que los dirigía y á quien sus amigos habían bautizado con el nombre de Invulnerable, porque, aun en lo más recio de la refriega, siempre la balas habían respetado su pe· cho, rompió en mil pedazos su fusil. Luego todo el mundo tornó asi ento sohre el pavés ensangrentado, detrás de la barrera de arcilla y pie. drn, al lado de los cadáveres de sus compañeros, y la charla comenzó. ¿Sabeis de lo que hablaron aquellos valientes? Pues hablaron de todo un poco, cou verdadera tranquilidad y sin volver siquiera la vi sta hacia los quintos que, habiendo tomaelo las armas después del dieciocho de Marzo, disparaban impunemente contra ellos desde los techos de las casas vecinas. El grupo se componía de once demagogos, uniformados casi todos, y una muj er. Al fin el j efe se decidió á decir: -Hijos míos, ya veis que nuestros enemigos se aproximan; yo estoy seguro de que antes de cinco minutos estarán aquí; y también lo estoy de que ninguno de vosotros temblará ante los cañonazos de los fusiles por donde han de salir las Pero es necesario balas que nos den muerte salvar á Catalina ...... ¿E stás oyendo, chica? ..... ¡Es necesario! -¿Por qu é?...... ¿Por el sér que llevo en el vientre? - Sí, hija mía, por él. -Pues bien, ese sér no verá nunca la luz del os lo juro Su padre cayó ayer día muerto bajo la lluvia de balas y yo quiero que me entierren á su lado, en la fosa común ú donde n ues tros cuerpos irán á parar....... Sí, mi pobre angelito será más dichoso en el otro mundo q ue en éste . Morir hoy, es lo mismo que morir m añana Oidme y no le tengais lástima: forzosamente un día cualquiera, después de haber caminano mucho y de haber ayunado más, el pobre se leventaría cansado y hambiento para ir á caer en algún rincón lo mismo que nosotros Y yo no quiero que eso suceda, caemos aquí ! no ......... yo no quiero que él sufra como todos sus antepasados, como todos sus semejantes, mil veces no Por eso, amigos, más vale que muera antes de comenzar á vivir......... o
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Una columna de infantería precedida de un coronel á caballo, interrumpió ese lúgubre discurso, Los rebeldes fueron capturados y conducidos ul fondo de un callej ón sin salida; sin pestañear siquiera, alineáronse correctamente al lado de un muro reci én levantado; cuando un ofi cial les ord enó que se desnudasen hasta la cintura, las ví ctimas se despojaron de sus casacas y de sus gabanes con una serenidad asombrosa. Las ví ctimas parecían más t ranquilas, menos lívidas qu e los verdugos. La niña in tr épida qu e consideraba la mu erte como el fin ele una vida odiosa, imi tó á sus amigos , y se presentó, con el talle desnudo, m ostrando los senos palpitantes, el pecho de nieve y el cuello de m ármol, ante los soldados de línea que admiraron su h eroísmo, su audacia y su impudor gracioso, más qu e sus mismos compañeros imper turbables como ell a . ¡Ah, verdaderamente aquel cuadro era sublime y aquellos malditos, aquellos pa r ias, me recían de sobra las señales in voluntarias de respeto y los aplausos mudos con que sns ene migos premiaban su brav ura , su calma y sobre todo su actitud . E n sns ademanes, sin embargo, no se notaba nin gu najactancia; ellos habí an sim plemente cumplido con su obligación y todo hacía comprender que , á pesar de ese desenlace trágico, ninguno se arrepentía de haber hecho uso de sus derechos procedi end o conforme á su conc iencia . Heroicos y cándidos al mismo tiempo, onlaz ábaus e los unos á los otros , dándose por últim a vez la manos y comuu ic áudose, por me dio de la miradu, sus pensam ientos sup remos ; lo que sus labios no podían murm urar, sus contraídos m iembros, sus dedos contrahechos por el trabaj o, sus pechos robu stos y sus rost ros enérgicos y arrugados lo decían en alta voz: ellos
Llego á la alcaldía en uno de esos carruajes de nupcias, banal carruaje de gala en cuyo piso se busca, maquinalmente, un botón de camisa de algún novio gordo y pétalos de flores de azahar de un ramillete de desposada. En esos coches hay olor de fiesta, de cumpl imientos, de domingos. Los novios no han llegado. Espero en el pórtico de la alcaldía. Pasa un a lorette, riendo, los ojos de su oficio bajo el velo que juega sobre el color rosa de su mejilla, una franj a de oro en los cabellos como si los hubiese ligado con su cint urón: huele á almizcle, á deseo, á no-
se habían matado trabajando para ganar su pan cotidiano y el pan de sus familias, y como las herramientas pacíficas no bastabnn para ganar lo necesario el sustento, habían al fin tomado las armas con objeto de conqu istar por la fuerza lo que la Naturaleza iudiferente y la cruel Sociedad les negaron siempre..... ....... Dentro de algunos momentos ya ninguno de ellos tend rá necesidad de vino ni de trigo ; todos iban á SIL' borear por fin el reposo eterno......... ¡y es tan agradable el sueño pura todos los qu e se han pa· sad o m ucha ti empo sin dorrn ir!. ..... ¡Pero ¿qué sucedía?..:...... ¿Qué esperaban las balas pa ra escap arse de la pr isión de los cartuchos?.... ..... ¿Por qu é no los enviaban pronto á ese país de la Nada de donde nunca debi eron haber salido? A pesar de las órdenes terminantes de su general, el coronel recorría con la vista aquella calu mua de prision eros, mirándolos á tod os (en especial al nnc inno je fe que continuaba si n pestañear, y á la blonda niña de veinte años qu e disi mul aba su estado para escuparse al perdón) con in cer tidum bre y con piepad , "Nuestra edad y nu estro sexo-i-peusarou al mismo tiempo la jóven y el viej o-c-uos pone n en peligro de ser perdonados.» Y un g rito enérgico y terrible b rotó siuiultánca íu cnte de los dos pechos: "Mue ra Foutriquet y viva la Comuna." E ntonces el militar no vaci ló más: descnvain6 su sable, lo bl andi ó con violencia, é hizo avanzar á la columna de ejecutores. Los rebeldes rodearon al venerable pa triarca cuyo pecho lleno de vello estaba constelado de cicatrices lucientes y gloriosas como cruces de honor, mientras las manos temblorosas de los soldados tiraban del gatillo de sus fusiles.
che. La vida, París sobre todo, tiene de estos encuentros y de estas autítesis. Bajo la sala en donde se casan, está el j uez de paz ; y esta mujer va sin duda á arreglar algún pleito con su tapicero. Entra y desde la p uerta arroja á mi corbata blanca, que toma por la corbata blanca del novio, la sonrisa de adiós del amor lib re: es el Placer, la Belleza, la Gracia de orgía, la E legancia, el Desorden, la Deuda. He aquí 10 contrario descendiendo del carruaje: la Dote, el Menaje, la Economía, la F amilia, la Esposa.
E. "7 J. de G oncour t,.
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RIMES BYZANTI LA
ES
RI~IE
A Paul Verlai na, Tu fera s bien, en train d' énergie, De ren-l re un p Oli la Ri me asaag íe, Si ron n'y veitle. elle ira jusqu' oú?
Non, le so n ri'est pas tout. Quelque chose le prim e. Q ua nd pour rimer a rim e ou pour rimer a seius, Vo us apostez hors de propos des assassins L 'oreille au g uet , la dague au. poing, humant le crime, C' est bien. V ous vous mostrez experts en fai t d'escrime, Ad roits á la ri poste, en maitrcs spadassins; Mais fant-il a ce tic bo rn er tous vos desse ins, Croyant qne tout est fait quand 011 a fait la rime? Nou. L e vers sublime est une armure de roi. Pour que son sculaspect in spire de l'effroi, Pou r que sa vue aterre el qu e son choc terrasse, Il faut qne le brassard ccigne un bras fort et prompt, Q ue le casque éclatant se boucle sur un fro nt Et qu 'il se trouve un cceur battan t so us la cuirasse, AIIgIIstp .Ie Armalli.
El aguacero de oro os confusos ed ificios de la ciudad, apiña- ocultar el dolo y la perfidia. El avaro aplicaba líos y con ten iendo en su sen o los seres el odio cauteloso para percibi r el rumor metálihuman os, m ostrábanse á la luz de l sol co de las m onedas, COll el cual se aceleraban los an im ados con sus terribl es trage d ias y latidos de su corazón , cerrado á todo humano ... luchas deseu frenad as. Cada pe r¡;ona es- sent im iento . La esp ecie entera p rocuraba para tudiaba su in triga y com bi n a ba su estra tagema . sí completo bienestar y producía ese sún confuso El ansioso de p os ición, urdía su novela y poaíu de séres que elaboran en un mismo punto y se en movi m ien to sus p ersonajes para p rocu rar el disputan lugar y conven iencia. coche que habría de sacarlo á la su perficie. El Sob re la ciudad rodaban las masas de nubes ofuscad o por irresi stible deseo de mand o, sem- com bin an do en su seno la extraña lluvia que habraba de obstác u los el cam ino á los demás, para bría de saci ar la sórd ida amb ición de los hom saltar por cima. de los cue rpos haci nad as en la b res. Era un océan o de oro el que se cernía sucaída. Otro q ue , pretex ta ndo amor, puso los ojos b re las cabezas, sometidas á la acción desenfrenaen el oro y la fortuna I an tes que el alma en los da del delirio. ideales, ensayaba sonrisa enga ñadora con que Un celaje encendido avanzaba relampaguean-
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do del lado de Oriente y hacía saltar de su seno furi a del temporal, que pasando con flech as de iuñamadas aristas que ondulaban como sierpes oro las ojivas, fué fl. preludiar en el órgano , h ametálicas . Del Norte subía una nube inmensa cieudo lanzar á la trompetería el soberano himno llUtl traía en ebullición la luz, la cual borbotaba de la riqueza. La lluvia, en tanto, caía deslumbradora por impaciente como si fuera á desbordarse en mortales ríos de fuego . El crespón de vapores adqui- todas partes, ya dejando sus cables de oro tendiría por momentos espesor y consistencia. y ocul- dos eu el aire, semejantes á ofuscadoras rayas de taba la faz del cielo, que poco á poco se cubría fuego, ya formando remolinos y cascadas que se de su gigan tesco velo de púrpura, tras el cual despeñaban de 10 alto de las torres con ensordeseguían su curso maravilloso los astros . cedor estruendo. Las nubes se amontonaron impelidas por el Por las calles corría el metal líquido formanhuracáu, sonó un hondo trueno eu que pareció do grandes trenzas de oro, qne huían temerarias oirse el chocar de grandes moles metálicas, y á perderse en los hondos subterráuees de la ciucuando la población esparcía su geute por lasca- dad. Las tejas cu bríanse de un magnífico manlles y se entregaba á las lu chas titánicas del día, to, que al desgarrarse en las puntas de las canaunos puntos luminosos semejantes al menudo les, colgaba de ellas grandes cortinas de un nunpolvo de nieve que el invierno mece en los ai- ca im aginado explendor. E n los ch arcos hervían res, cubrió como dorado velo la tierra y dió la se- las gotas como batalla de s éres extraños, alarñal de que empezaba el trem endo y am enazador gando las diminutas cabezas de oro para conaguacero. templar el gra n espectáculo del mundo. A la llovizn a luminosa, que caía engrosando Cada persona, febril con la exc itación de In losus átomos de oro, sucedieron las gra n des y pe- cura , acarreaba como bestia la carga de tesoro sadas gotas qu e anteceden a l chubasco, las cua- cogida en el prime r punto de la calle . les, ya dand o en la veleta que sirve de coronaCada hombre era un rey que an helaba impomiento á la igl esia, ya hiriendo el agudo para- n er su voluntad á los m ortales. Nadie osaría rerrayos que hundía su afilada nguja en los cielos, helarse á su mandato. La pereza colgaría su soya promovi endo argentino rui do en las mon teras ñoli enta hamaca de elegan tes colum nas de oro de cristales, llamaron la atención de los humanos, para mecer las cabezas atestadas de sueños orieuque con brusca sacudida y espantosa sorpresa tale! . miraron bajar el torrente de oro de los cielos. E l aguacero fuese aleja ndo paulatinamente . F uerou entonces de ver los contenidos sentiDe los húmedos ed ificios sólo caían ya con pe mi en tos estallar en explosión avasalladora; las sadumbre grandes gotas , que antes de rodar á ambiciones desordenadas surgir con la violencia las pi edras lucían como v istosos collare s de la de la madera hundida en el azogue; los secretos ciudad, engalanada á la luz del sol con todas las pensa mien tos manifestarse en toda su pujanza y riquezas de la odalisca. salir lÍ la v ida como cuervos que huyen de la Luego congelóse el precioso metal, bru ñendo llama. Entonces destrozó con golpe de puñal el con inusitado esmalte techumbres y repisas, y aneuri sma al entregado á la avaric ia; arranc óse pasada que fué por completo la lluvi a , quedó la la venda 'de los ojos la que se deleitaba en el in mensa desventura humana eubi erta por un examor dulcemente mentido; irg ui éronse los escla- plendoroso manto de oro. vos ,' ejecutando el mayór acto de j us ticia del *** mundo, y el hermano halló mortal desengaño en Una gota que pendiente de la cruz de un camel hermano, y el padre perdió en un solo mopanario resistióse , eng rosando cada vez más su mento sus h ijos , y la "igualdad pasó su rasero sodorada pup ila , cayó como nota úl ti ma del aguabre las cabezas, dejando constituida la ley de los cero sobre una desvalid a paloma, que recibiendo 110m bres en la fuerza brutal de los instintos. en el cráneo el im pensado proyectil , rodó con El apedreo rle las gotas dando en los misteriobruscos aleteos de m uerte por el rico escalona88 S cristales de la celda, dejó rota como blanco lirio la oración en los labios de la. monja; (In el miento de las canales. altar del templo qued ó suspensa lamisR por la Salvador Ru.ed~
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"LOURDE5" !'::;~~rr~t'-'---:t~ UCHO antes de conocer la nu e-
va novela de Zolá, nos atrevimos á aventurar un juicio, qu e ahora después de haber leído á Lourdes nos com placemos en ver confi rmado. , Di gamos de paso, qu e L ourdes no es un a novela, tal com o se deben ente nde r las obras de este género literario. E n toda novela se desat-olla una historia compuesta de sucesos interesantes enl azados por un hilo dramá tico; y aunque pudiera alega rse qu e el abate P ierre y María de G uersain t llevan de la mano esa hebra, es ésta tan sutil y se en reda tan poco 6 de ning ún modo en los demás personajes y sucesos, que en realidad v iene á ser un hilo de araña aquel de Sil a mor silencioso y an6n imo. P ierre no es, pues, sino u na mera personificaci6n del criterio del autor; y Maria u n simple caso pato16gico llevado á Lourdes junto con los de más, con quienes ni u n solo instante entra en contacto romancesco. I..a no vela de Zolá no es más que un magnifico Panorama de Lourdes; pin tado con tod a la maestría de pincel y con todo el genio decorativo que P hilipoteaux emplea en sus sorprendentes obras de ilusión óptica; en las cuales el espectador no acierta á disting uir 10 que es verdadero y de bul to, de lo que ha fingi do el arte sobre la tela. Preferimos esta comparación, porque respetamos y admiramos demasiado el talento de Zolá , para acompañar á los críticos que califican algunos de su s trabajos como apuntamientos de un excelen te reportero Veamos ahora lo que se exhibe en ese panorama. Una muchacha que ha tenido una vi si6n divina; una fuen te que mana bajo su s dedos, una peregrinación que va á la gruta á buscar la salud por virtud de m ilagros; unas cuantas cu raciones de enfermos graves que en efecto se verifican; otros casos de pacientes que no reci ben alivio 6 que mueren allí; un abate que va en pos
de la verdad de lo que en Lourdes sucede y que regresa más embrollado en sus dudas, en mayor ignorancia que antes respecto al misterio que Lourdes encierra. Como novelista, Zolá no presenta en esta obra ningún plan ni enredo, Y como hombre de ciencia no analiza, ni saca conclusiones de lo que observa A veces, parece que va á negar, en vista de que mueren en Lourdes, á pesar de la fe, un pasajero inc6gnito, el joven sacerdote Thedore, Madame Chaise, Madame Vetu y la niña de Madarne Vincent; mientras que muchos otros pacientes vuelven el París desolados y con sus mismas dolencias . Pero Zolá no niega ; sino que por el contrario, levanta también, con las multitudes exaltadas, su voz jubilosa al ver qne María de Guersaint se alza radiante de salud y de belleza desd e el ondo de su féretro rodante, en medio del hosauna universal que celebra los triunfos ele la fe en aquella imponente profesi6n di 111'11:1, que tan admirablemente describe; y en la que nos pinta á los tullidos arrojando las muletas y andando por sus propios piés, y á los sordos oyendo, y á los mudos uniendo sus preces al sublime concierto de los corazones encendidos por el fervor y la grat itud piadosos. E n ese m omento supremo Pierre, 6 sea Zolá, se pregunta si ¿no será que aquella mul titud exaltada hasta el mí stico delirio se sugestio na á si m isma'y se realiza en ella u n extraordinario sacudimiento nervioso, capaz de poner en curso regular en un instante las corrientes interrumpidas de la vida? y no dice por qu é, siendo así, no se verifica sino en unos cuantos y no en todos los enfermos, el mismo prodigio hipnótico. La ciencia de Zolá , en esa tímida tentativa de explicaci6n del fenómeno, se contenta con una mera interrogaci6n. Queda reducido, pues, el trabajo de Zolá, á una hermosa pintura realística de Lourdes, á una fotog rafía de poderosos contrastes de tonos; y
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para no robar al autor su gloria, justo es decla- n i cientí ficos experimentales, ni naturalistas, ni rar que ha señalado abusos dignos de censura en filósofos, un divertido e ucn too aquel centro de adoración y de piedad; que h a Lo que sí ha resulta do con este nuevo esfucrlamentado la ingratitud y la violencia de que tué zo intelectual de Z olá , es 10 qne preveíamos víctima la pobre Bernadette, verdadera funda- cuandu apenas se a u u uc ia b a su p ul.licación. Ha do ra del santuario; que h a h ech o resaltar, en fin, resultado que el in t rnn sigeutc sectario de l cisma cuanto esta flaca humanidad pone de sí en todo estrecho de LIs verdades comprobadas conviene lo que ella se mezcla con sus pasiones y su s mi- ya en que es necesario "dej ar una puerta abierta senas. a'i Misterio;» y en el ves tí bulo de esa puerta le Pero advertencias sou esas que atañen á la po- esperábamos hace tiempo, bien seguros de que licía eclesiástica en L ourdes, Lo que es la cien- ingr~ .lio de tan g ra ndes alas había de fatigarse al cia experimental, nada nos ha presentado en la fi n (le azotar el anfiteatro murado en que se di6 novela de Zolá. La filosofía tampoco ha sacado ií di secar la naturaleza y la vida ; sin otra luz que ningún provecho de ella. La duda, qll e llev6 en el mí sero fósforo cere bral, ausen te para él la la conciencia el ilustre naturalista, ha v uelto con m isteri osa claridad azu l en que vaga el ideal. él; Y ni siquiera nos ha dado, á los que no somos N . Rolet, P e raza.
AZUL PALIDO Weber es u n apóstol del renacim ien to ar tístico de la viej a Alemania. S urgió en un período de luchas y tempestades, y Ilevaba en sí los gérmenes de una invencible rebeldi a, Fué Weber un rev ol ucionari o pante ista. Como Beethoven, se somete obedientemente á la natural eza; ell a manda y él obedece, E n el Freitchuts, leyenda mediocre, impregnada de vaguedades, el maestro canta un himno musical ténue y es fumado qu e arranca sus notas de la contemplación obed ien te y muda de la creación. «Todo 10 que te complace, mundo, m e com place á mí. N o es para m í p re ma turo ni tardí o lo que está en sazón para tí. F ru to es sab roso el que me traen las horas. ¡Oh naturaleza! T odo n ac e en tí , está en tí y vuelve á ti.» Escribe un g ran poeta coronarlo de la a ntigüedad. Weber es una nota de ese con cierto u niversal que surge de 10 creado; fú ndese en la h ar monía general de la v ida y palpi ta en cad a ritmo y can ta en cada sonido. - R ompe con el pasado, deserta de Haydn, porque el sentimiento de la nueva patria por hacer se agi taba ya cn todas las conciencias, porque las estrofas de Schiller habían ya sacudido á un pueblo y com un icádole alientos. Luchó y luchó con bríos, pero al través de ell os descubriase el Niruanha, el anhelo al 110 ser, la esperanza de dormir el sueño eterno del sacerdote b udha á la sombra de la higuera sagrada. W eber es un.oficiante en el altar de la naturaleza.
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* * E l em presari o Si eui ha arroj ado sobre el escen ari o del Teatro N ac iona l un ra m illete de flores frescas-María d' Arneyro es el pálido a manecer de u n día radiante: ha pisado ape nas los p ri meros Iindcros d e la vida; aun vacila y ti embla como una de sposada qu e se acerca al ara. Y no, ese a m ado mónstruo-como 10 llama un crítico musical-h a perdido sus garras: ¿se acuerda usted, señor ita, de l c uento de la B ella y lafier a?-L a Santare1li trae á mi m emori a el Decam el'one de Bocaccio: ti ene blandu ras g ráciles y m enudas morbid eces; chispea su mi rada como uu epigram a picar esco y sutil: pal pita la estrofa de a mor en sus la bios y rima su belleza un himno á la pasi ón; se recuerda, al verla, la frase de Copp ée: es más linda su sonrisa que su boca y más dulce su mirada que sus ojos.-La Corsi es un busto de Van D ick : su cabellera co lor castaño claro encuadra un rostro de atracción aristocrática y bell eza disti nguida.-La Ball recuerda esas m adonas de Mur illo, herm osura harmoniosa y v iva que h iere con la fuerza de una punzant e saeta. E l astuto em presario ha sabido esparcir en su cuadro los colores de u na paleta. briHan te. É l triunfa ; porque su triu nfo es el triunfo de la pasión , de la juventud, de la her m osu ra, de la vida.
PetltBle n .
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APOLINAR CASTILLO.
TOMO 1.
MÉXICO, 14 DH OCTUBRE DE 1894.
NUM. 24.
CUENTOS COLOR DE HUMO Juan el organista valle de la Rambla, desconocido rruca al pié del monte; aquella, baja al río en para mu chos geógrafos que no sn- graciosa curva, y todas, desde la cortesana y ben (le la m isa la media, es sin presuntuosa, que llega á las puertas de la pobladispu ta , uno ele los más fértiles, ción y qui ere entrar, hasta la huraña y eremita exte nsos y risueños, en que se que escala el monte con sus casas pardas, buscanpu ede recrear, esparciéndose y di- do la espesura de los cedros, ya en espigas en lat ánd ose el espíritu. N o está muy hiestas, ya en m aizales tupidos y ondulantes, cerca ni mu y lejos: tras esos mon- en cria robusta ó en maderas ricas, paga tributo tes que empinan su cresta azul en opimo cada año. N ada más fértil, ni más alelontananza, no distante de los volcanes, cuyas gre que ese vall e, ora visto cu ando comienza perpet uas nieves muerde el sol al rom perlas, allí á clarear ora en la siesta ó en el solem ne está. E n ti empos ta mpoco remotos, por ese valle in stante del crepúsculo. La nieve de los voltransitaban diariamente di ligencias y coches de canes, como el agua del mar, cambia de tintes colleras, carros, caballerías, re cuas, arrieros y hu- seg ún el punto en donde está el sol; ya aparece comildes ind ios sucios y descal zos. Hoy el ferro- lor derosa, ya con blancura hiperbórea y deslumcarril, dando ca uce distinto al tráfico de mercan- brante.ya violada. Muchas veces las nubes, como cías y á la corri ente de viajeros, tiene aisl ado y el cortinaje cadente de un gran tálamo, impicomo sumid o el fertil valle. Las poblaciones an- den ver á la muj er blanca y la montaña que tes visitadas por viajantes , de todo géne ro y pe- humea. Es n ecesario que la lu z, sirvien do de laje, están ali caídas, pobretonas, pero aún con obediente cam arera, descorra el pabellón de húh umillos y altiveza, como los ricos que vienen á meda gasa pa ra que veamos á los dos colosos. me nos. R estos del anterior encumbramiento, "La mujer blanca» se ruboriza entonces como quedan apenas en la s mudas calles, caserones recien casada á qui en algún importuno sorprenviejísimos y deslavazados, cuyos patios, caballe- de ea el lecho. Diríase que con la mórbida rorizas, corrales y demás amplias dependencias, dilla levanta las sábanas y las colchas. N o así indican á las claras que sirvieron en un tiempo en las postrimerías de la tarde: la muger blanca de paraderos 6 mesones. parece á tales horas una estatua yacente: E n los añ os que corren, el valle de la Rambla Cansado del combate no sufre más traqu eteo que el de la labranza. En que luchando vivo, Varias h aciendas se disputan su posesión: una Alguna vez recuerdo con envidia t ira de allá, otra de acullá: ésta se abriga y acuAquel rincón obscuro y escondido. L
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De aquella mala y pálida Mujer, me ac uerdo y digo : ¡Oh qué amor tan callado el de la m ue rte! ¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo! Los sembrados ostentan todos los matices c1el verde, formando en las lO>o-raduaciones del col or, por el contraste con el rubio de las mieses, por los trazos y recortes del maizal con un tablero de colosales dimensiones y sencillez pintoresca. Los árboles no atajan la mirada: huyen del valle y se replcgan á los montes. Son los viejos y penitentes ermitaños que se alejan del uiundo. Lo que á trechos se mira, son la s casas ele una sola puerta en donele vi ven los peones ; los graneros con sus oblongas claraboyas, el agua quieta de las presas, los antiguos portones de cada hacienda y las t orres c1e iglesias y capillas. Cada pueblo por insignificante y pobre que sea, ti ene su templo. N o encontrareis, sin duda, en esas fábricas piadosas, los primores del arte: los campanarios son chicorrotines, regordetes; cada templo parece es tar dici endo á los indígenas: "Yo tambi én estoy descalzo y desn udo como vosotros.» Pero en cambi o nada es tan alegre como el clamoreo de esas esqui las en las mañanas de los domingos, ó en la víspera ce alguna fi esta. Allí las campanas suena n el e otro modo que en la ciud ad : tocan g lür i:l. La pa rte a nimada del paisaje, PÜC (1e pintarse en muy pocos rasgos: ¿veis aquel reb año past eando; aquellos bueyes que tiran del arado; á ese peón que sentado en el suelo toma sus tortillas á
con ch ile , inter in la m ujer apura el jarro del pulqu e; al niño, casi en cueros, q ue travesea junto á la puerta c1e su casucha; á la m ujer, de ub res flojas, inclinada sobre el metate, y al amo, cubierto por las anchas alas de un sombrero de palma, recorriendo á caballo las sementeras? Pues son las únicas figuras del paisaje. En las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde, aparecen también con sombreros de j ipi y largos trajes de amazonas, en caballos de mejor traza, enjaezados c0111l1ás coquetería, las «niñas» de la hacienda.Yambién
El Duque Job. ( COll l ¡'ll urrrfÍ.)
ANTE EL MAR E l cielo está purisimo y risu eño, Mueven las palmas sus esbeltas frond as, Y, al canto soll ozan te de las ondas, Entro al m u ndo infinito de l ensue ño . Anhelo mi s tristezas referi rte, Inmenso mar, y tu amistad rec1amo. Quiero dormir en t u profunda sirte, Inmenso mar. Yo te amo! Cua ndo te irri tas, tu furor asusta; Te cal mas, y p rod uce tu alegría N o j úbilo r isueño, sino augusta; H onda melancolí a.
Hoy que estamos á solas Apagarás mi sed (le po esía. Amargas cual mi llanto son t us olas, y tu tristeza h ermana (le la mí a. S ubli me y onda majestad ostenta El sol que moribundo se derru m ha, Como César herido, en la sangrien ta P úrpura de Occiclente, inmensa tumba! Esas on das que lanzan Cen telleos rojizos, me parecen Corazones que están ensan g ren tados
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Por las zarzas del mundo, y resplandecen Con los destellos del dolor sagrados. Allá en el. horizonte, allá mu y lejos, Despide el sol ponien te Los últimos purísimos reflejos.
Para lleg ar al di sco inca ndescente Preciso es recorrer la mar sa ñuda, Domar al viento y al turbión r ugien te. [Irimenso batallar, victori a ruda! La verdad es un sol que lej os brilla; Para llegar á su fulgor fecundo E s preciso cru zar en frágil quilla, Con desecha borrasca, el mar del inundo. E l escollo destroza y devora el abismo. Los villanos Sucu m be n con mortal abatimiento. Libres se alza n los s éres soberanos. ¿Qué i mpo rtan á las águilas del viento Abismos y pantanos? Al in fi nito alcanza y del vórti ce horrendo triunfar sa be Con sus alas el ave; B I homb re con la fé, con la esperanza .
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Padecer es triunfar. E l que se abate N o alcanza lauros de supre ma gloria. Si dice el fiero mar: «soy el combate,» Contesta el cielo azul: (IYO la victoria!" Cruza el hombre la ti erra ge me b undo. _,\.1 ver el mar, como el dolor inmenso, Que el S eñ or le h a formado, á veces pienso, Con los ríos de lágrimas del mundo. Cuando la furia de los vientos crece, El mar con la torm enta se agi g anta. Sufrir es ascen der: La lucha es santa. La calma es dulce, pero no enaltece, y rudo es el pesar, pero levanta. Cada altura es un Gó lgota. Reviste E l h um ano dolor for mas divinas. Lo grande es siempre triste. La corona m ej or es la de espinas. L as olas y las almas se destrozan En los escollos del pesar impío. Hay seres tristes que en su pena g ozan. La fe ilumina su dolor sombrío. Esas olas 110 saben y soll ozan, y yo, que sé, son río!
..\.n t o n i o Zaragoza.
RIPIOS ULTRAMARINOS Il»ANDBO ACAICO
El campante DOlí Antonio d e Valbuena, acaba de publicar la segunda ser ie de sus «Ripios Ultramarinos." 2? MO:-:TÓ:-: la llama él .yen ofecto es montón de necedades.. . .. . y va al mon t ón . Por lo fiamaute del libro tom amos d e él su prime r capítulo; mas u o sin advertir q ue en él Valbuena , siguiendo su pésimo sistema d e crít ica, echa todo á barato, y jacareando, intenta deslucir los altos m éri tos de una personalidad literaria digna de respeto, como lo es la del árcade R omano Ipandro Acaico . La caza de gazapos no es la crít ica . Com o Man uel Gutiérrez N ájera va á publicar dentro de pocos días un folleto ace rca de éstas y otras valbuenadas, esto nos inhibe de conocer en
el asunto, y trasladamos sólo y para muestra , el ultramarino referido.
)
Acabé hace un año el primer m ontón de estos RIPIOS ULTRA ~IAlUXOS pidiendo á Di os la conser vac ión de su santa Iglesia, ante el pelig ro de q ue ll egara á ser obispo u u cura q ue echaba flores á las señoras desde el púlp ito ; y comienzo ahora el segundo montón con la misma súplica, ante la realidad de un obi spo q ue gasta el tiempo escribiendo simplezas en ve rsos detestables. E ste obispo es Ipaiuiro Acaico.
Es deci r, n o sea que algú n otro ob ispo salga cualquier día escribiendo ve rsos malos como los del señor Montes de Oca .
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o sea
y esta vez fué una de esas, porque la compoel ilustrísimo señor Mon tes de Oca y Obregón, bautizado en la Reli gión cristiana con sición resultó mucho peor de 10 que yo presumía el her moso nom bre de Ignacio, y rebautizado cou al leer el título . El efecto que me produjo la lectura de la tal aquellos ridículos apodos en la mog iganga de composición fué desastroso. los A?'cades. Baj o la influencia de este mal efecto, se la leí Bien sabe Dios qu e siento tener que censurar los versos de un obispo; pero no puedo dejarlos luego á un sacerdote que había sido mi ma estro correr, no sea qu e vayan á servil' de ejemplo y de teología, el cual la escuchó en silencio, si n cualquier día se repita el caso. desplegar los labios. Que son malos de veras, en la forma y en el y al terminar, cuando yo iba ya creyendo que fond o. no le disgustaba tanto como {~ mí , exclamó secaPorque en la form a están llenos de ripios, de mente, refiri éndose al autor : de prosaismos y de di sonancias. -Yo le suspendía . y en el fondo son medio pagan os y están imLa composición comenzaba: pregnados de m itología con todas sus impurezas y asquerosidades. «[Hijo quer ido de la yrÚ',r¡a musa, Lo cual, si en los versos de un simple fiel cr isGloria naciente del hisjlct110 suelo! tiano ya no sería de aplaudir, tratándose de los Agradecido te saluda 1paudro, de un prelado católico , apenas hay manera de ¡IlIclilo púber!» afearl o bastan te. ¡Como si nuestra Religión Cristiana no fuera ¡I nclito púber! [Vaya un elogio!.. .. .. h er mosa, subl imemente hermosa! [Corno si no Me acu erdo que á Ramoncito Nocedal , qu e por encerrara en cada dogma yen cada misterio una adulación al autor y al dedi catorio tIe In. comp ofuente inagotable de belleza! sición se creyó obligado reproducirla en El Siy ti ene tan arraigada el señor Montes de Oca glo Futuro , le sentó tan mal eso de íll clito p úúer, la manía clásico-pagana , que áun los asuntos reque 10 reformó, poniendo ínclito« ole. ligioscs que trata alguna vez en sus versos , los Y además puso por nota al episcopal esperpenestropea y los corrompe con alusiones mitológíto esta atenuación pilat ina: caso «T enemos mucho gusto (no era verdad, pero Una vez quiso cantar á. Santo Tomás de AquiRamoncito es así) en reproducir esta composición no, y la mejor alabanza que se le ocurr ió hacer del ilustrísimo Sr . D . I gnacio Montes de Oca, del doctor Angélico , fué compararle con Apolo obispo de Tamaulipas (Méjico), no sólo por sn rod eado de las mus as. .. .•.••• mérito literario, sino por ser de quien es '!J di?'1gÍ?'. I iSanta 'I'omá amas en t re mujeres . se á quien se di?-ige. P ero qu eremos añadir que Lo primero que yo leí del sellar Montes de nosotros no tenemos tanto entusiasmo como el Oca fu e una composición á Marcelino, otro padocto prelado ni como nuestro querido amigo el ganizante , pues, como dice el refrán, Dios los cría señor Menéndez Pelayo, por los ri gores del clay ellos se j untan. sicismo , ni deseamos tan vivamente el renaciSe publicó, es claro, en la Il u,stración Españomiento de las formas griegas.» la, y Ame?'icana, y llevaba este título que denunLavadas sus manos así, como el gobernador de cia la clase: Judea , Ramoncito reprodujo, sin más enmienda {(Al seiiov don lIJan el'ino lIíenéndez Pelayo, P,TI, que la sustitución del pú ber con el vate, toda la »uuuiole , en cambio de ~U8 magníficas poesías, " pagana lucubración, que continuaba de este mis traducciones, ocios poéticos y ensayos en prosa» modo : Y a se sabe 10 que se suele hallar debajo de estos títulos tan largos . ((¿Cómo pagarte la preciosa lira Pero á veces la realidad sobrepuj a á toda s las que me m andaste de tu amor en pren da? presunciones . Aunque me pides mi zampoña en cambio " Quien haya leido los R ipios Acad ém icos ya conoce lo 11IagDártela terno .... .." n itices qu e son Ia s po es ías de Ma rcellno. ú
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Darte-la-te-mo Te-la-te ¡Qué suavidad y qu é du lzura y qué combinación tan elegante! ¡Y luego todo un señor obispo andar ahí con la monada de la zampoña para significar sus malos versos! . Tercera estrofa . ,,¿Pueden mis caiiae
j,
¿Qué cañas serán?.... . Si dijera mi caña , podía entenderse que era el báculo; pero , ¿quién se acuerda ahora de eso'? Por lo menos el autor de los versos no parece acordarse. ,,¿Pueden mis caji.as á. las cuerdas de oro Ser comparadas, y al cbúrnco plectro Con que los himnos de Catulo y Safo B lando repites'? )) ¡Y tan bland o! Como que lo repite con todas tus obscenidades asquerosas. Que por lo demás, los versos de Marcelino Menéndez son ta n duros y ta n malos com o los de su amigo . Los cuales, según se ve, ad emás de la insulsez del fondo, tienen asonantados los hemistiquIOS :
"Cómo p agarte Que me mandaste Pueden mis cañas Ser comparadas
.
Prosa, sí, prosa Mas pura quien la entienda. Porque á pesar de ser prosa pura, esa estrofa no se sabe lo que qu iere decir . Lo cual es doble gracia. Vamos andando: «Crucen los mares y á. tu m ano lleguen Los sicilianos-pastoriles cantos » (¿Asoltallt'ítos otra '1.'CZ tenemos! ¡ Tumba 'luc tcmbal¡
Repetición :
"Crucen los mares y á tu mano lleguen Los siciiianos-pastorües cantos Que á nuestra leng ua del nativo ritmo Dórico vierto ,» Nativo ritmo no está bien . Pero ¿qu ién es el dórico? Adelante: Vayan con ellos á obsequiarte humildes Los que modulo f érvidos cantares .. .. .. » (¡Hombre! Este verso le ha salido ta: poco Ma ! acentuado.) Otra vez:
. .. »
Y tienen asonantados los versos de una estrofa con los de la siguiente: «Dártela temo Ebúrneo plectro
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. )
Todo lo cual, en estos versos libres de la sujeción de consonante y privados de ese elemento de armonía , es defecto insufrible. ¡Ah! Pero [pluguiera á Dios que los del señor obispo no tuvieran más que ese! Contin uación : «Pero lo quieres; y negar no puedo
Pago tan fácil al que Horacio mismo (¿Al pago?) No desdeñara contestar su bella Carta sublime»
"Vayan con ellos á obsequiarte humildes Los que modulo férvidos cantares, De tiernos años ó forzados ocios llfétrice fruto » ¿Qué forzados ocios?... .. .No, señor. Un obispo no puede tener ocios. Si no le da bastante que hacer el gobierno de su diócesis, ó se ve por fuerza maY0r privado de gobernarla, que se ocupe en escribir; pero no métricos frutos ó versos insustanciales y paganos, sino apologías de la R eligión Cristiana. ¡Pues apenas hay necesidad en estos tiempos malaventurados de defender la Religión! Como que parece que sigue cumpliéndose en ella la profecía de David, ya cumplida en nuestro Redentor Di vino: Ciraendederunt m e vitu li 1JlU tt t ....... '" Y cuando tantísimos becerros mugen por to-
* Psalm. XXI, 13,
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das partes, en ateneos : academias y pe r iódicos , contra la. Reli g ión de Cr isto, uno de sus guardadores se en tretie ne en hacer chucherías feas J' hablar de la zampoña y rebautizarse d e árcade · S, sen- or o b'lSpO ,....... romano ...... i P0 1' D lO Después d e llamarse á s í mismo :;;ag alej u, y de dec ir que en vía su retrato á Marceliuo, todo en versos tan insíp idos como los demás, pasa á decirnos en qué se ej e rcita: IIEn el desierto y en la ardiente pl aya , Sobre los ri scos de escarp ada sierra, y en tre lus bosques las caras m usas iVómalÍc invoca.» ú
N i este otro:
leTú que de F ebo los favores guza¡;, Tú á quien Atene plácida acaricia .. .... " V IIombrc/ J Qué Febo lti qlté .-tlelle? "Basta D e disparn/cs/ ) «Por tí la noble juventud hispana A amar ap re nda la beiie:« g riega ...... » ( Trcs asona ntes eiz ten. ~.'erso solo? R epetas iJuccso .) «Por tí la noble juven tud hispana A amar aprenda la belleza gr ieg a, P or tí renazca la seucr a y p ura Clás ica for ma .»
P ues h ace lU uy mal. ¿Pero h a de renacer así con todas esas acs seA qu ien debe in voca r un obispo es al E spíri- gu idas, hispana á auutr aprenda'!... ... tu Santo y ú los ángeles costod ios suyo y de la Porque m e p a rece que esa forma uo es l.ell a , diócesis q ue le está en comendada, y á la V irgen ni p ura, n i severa, ni clásica , ni uad a ... ... María, el i viua pasto ra de las a l mus , Mad re de T odo eso n o es más q ue pedan tear y decir desD ios y Reina del cielo. atinas . ¡Mire usted q u e un señor ob is po in v ocan do á. ¿No h a oído el seño r obispo aquello de las cU~ las musas por esos cenos de D ius ..... . Ú 1Jor tañ ue las? aquellos!... . .. P ues es una v erdad <¡ uc se puede upl icar tum Tamb ién d ice q ue bién ú los versos. D ice el afor-ismo: No hay obligación de toca r lus castañ uelas; pe«Del E vangelio la d octri na santa ro , de tocarlas , h ay que tocarlas bien; y de n o toEn tre las sel va s sin cesar predi ca , carl as bien, 1\ 0 se tocan. y á su s oucjas letraspater nalcs Tampoco tiene nad ie obligucióu el e hacer Tiento d irige» versos; pero el q ue los haga , ti ene ubligaci ó» ele hacerlos b ien , y de n o hacerlos bien, n o se Eu lo cual h ace b ieu; por m ás q ue h ag a. m al hacen. en contarlo en ve rsos tan iufeli ces COlllO ese de Otro go lpe: las ovejas-letras. Mas para predicar las doctrinas del Evangelio No te avergüence d o N opt u u o y Ceres y dirigir pastorales á los fieles, ¿qu é falta le h aE u t us ca ntares invocar los nombres; cía invocar Il ómade las m usas caras, ni á lBS Cubra tan sólo sus divútasfoilllas (¡!) baratas? . ... . Púdico m an to.» Poco despu és vue lve Ipalldro á su tema, y pregunta con an siedad d igna de m ejor causa: Bueno: los quiere vestir á la mode rna . .. ¿Y sao á
ben ustedes que estarían b ien Neptuno vestido ((¿Cuán do pod remos al cantor de Ceas de sietemesino, y Ceros y VenUB de llfam:.zelle Cub r ir entrambos con moderna veste? .. .. . N itouc1ze? ¿Cuándo á m i lira p res tar á su n umen ¡Qué cosas discurren estos clás icos acadé m iJ' ,1 'i I lnu aro sacro ." . cosl Todo esto aparte d e aq ue lla ton taría-por caNunca. ¿Lo q u ie re u sted m ás claro? Nun- ridad no lo llamo más que to ntería-de las divica, Porque ni usted tiene lira , n i 'ese es el ca- nas [ormas. Y aparte de que eso es confundir la fouma con mtuc.
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el fondo; porque so puede i m ita r la forma griega sin invocnr Ceres u i ¡'L Xeptuno, pnes la mito, log in n o es fUI'JlI(/, ,'1;- ;P9 (1" s in o fon do (le la poesía grregn . S ig ue el señor Moutes (le (Jea dando consejos ií M a roel i Jl(1: á
¡Sí! j llueu modo di: g"llf\l'(lal' esos preceptos es andar trnrlucienrlo ohsccn idarl esl. .. "Del monte S i n u los preceptos guarda, A1 Vnticnno la ca beza i ndina ( Cm¡ .~o ¡¡ anle de 8¡na) Leyes tn Musa del parnaso griego ... » (¡ Dale que dale!)' Eso os una ch iflad ura , señor ob ispo; pero una ch ifladurn peligrosa. Po r ahí se perdió nquel desgrnciado Irnile Merino , CJu e atentó con tra la v idn de doña Isabel (le Borbón , el año (10 lR;,)2, aquí en Madrid. Ln frecu ente lecturn (le los cl ás icos paganos ern lo q ne le habín exalta-In 111s pasiones y le hahín pervertido , pnes se le encont r ó un ejemplar llen o (le notas marginales
nu.u«...
A Víctor H ugo In. cristian« puerta Cierre PÚ'(J{/ C. ll Bueno, que so la cierre . Pero ¿,quÍ' ndelnuta con eerrnr lu puerta ú Víctor Hu go, si se la ~hl'e :í. Teócrito .v :L todos los cantores ele In materia .y de los placeres sensuales'! y por otro lado, ;,cree el señor obispo q ne nos va ít convencer de la necesidad n i aun de la nt il id ad de man osenr los clás icos pagan os, con estrofas tan prosaicas y tan ripiosas com o esa del norte frío y las hojas heladas y los muchos epítetos y los asonantes de cierre y Pirenc? ¡Y a , ya! E l ejemplo es para conven cer (t cualquiera••• rle lo contrario. Y concluve: "
(Renacimiento clama de Cantabria Allá en los montes [inspirado vate! Renac i miento clame en las aztecas Playas Ipandro.» Bueno, clam en ustedes y él todo lo que quieran, porque nad ie les ha de hacer Cl1SO. Pero es m uy tr iste, crea usted que es lllUY tris te, oir Ú un obispo clamar desgañitándose: j renacimiento! j1'enaci.mienlol:t estas horas , cunnrlo to dos los hombres de sana inteligen cia y recto corazón están convencidos de que el renacimiento es la vuelta á la barbarie . y de que el renacimiento del siglo XVI fué el que parí) aquel generoso impulso, el que atajó aquella gran corr ien te de id eas elevadas y nobles quo venía de la Edad Media y qu e no se sabe qué altura (le prosperidad espiritual hubi era llevado á las naciones cristianas . á
( Del [rio norte lns heladas hojas Arroje al fuego la piadoea España;
La agonía de Petronio Tend ido en la bañera ele alabastro, do nde serpea el purpurino rastro de la sangre (lile corre de sus venas, yace Petronio, el bardo decadente, mos trando coronada la ancha frente, (le rosas, terebindos y azucenas. Mient ras los magistrados le interrogan, sus j óvenes discípulos dialogan
6 recitan sus dáctilos de oro ; y al ver que aquellos en tropel se alejan, ante el maestro ensangrentado dejan caer las gotas de SI1 amargo lloro. Envueltas en sus peplos vaporosos, y tendidos los cuerpos voluptuosos en la muelle extensión de los tric1inios, al rededor, sombrías y livianas,
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agrúpanse las bellas cortesanas que habitan del Imperio en los dominios, Desde el baño fragante en que aún respi ra, el bardo pensativo las admira; fija en l a más hermosa la mirad a, y le demanda con arrull o ti erno la postrimera copa de falerno por sus marm6reas manos esca nciada. Apurando el li cor hasta las heces, enciende las mortales palideces
que obscurecían su viril semblante , y volviendo los ojos infl amados á sus fieles discípul os amados, hábl ales triste en su postrer instante. y como se doblega el mústio nardo,
dobla su cuello el mori bundo bardo, libre por siempre de mor tal es penas, aspirando en su láng uid a postura del agua pe rfumada la fresc ura y el olor de la sangre de sus ve nas .
Julián del Casal.
DE "COSAS VISTAS" EL " ()H I Q U I T I '.I'O" A M cn íua ,
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verdura surgían ele sus aguas turbias, que se de¡r..I'l., rramaban lam iendo las pared es, y deslizándose »ro. ~~' f~·· ::;~ .< , \~ UA.KTo diera por te nder sus alas por un peldaño carcomido hasta morir, silencio, Q. •.. ~ ,'. i ~ de cr omo eu aquella azul inmen- sas y tranquilas, en un caño de perezosa y pláci~'f d ¡Con qu . ra bila d e placer da corrieu te. '. ::• :• « ' sIda! Había muchos pájaros en aquel jardín; los veía i ~••••>~ se hundiría en el verde l ujuri~~""",,'~c> so de la fronda exuberante! ¡COretornar á los árboles cuando iba á llover, oía en mo picotearía allá arriba en la las tardes su loca algarabía, en las mañanas su cúpula chispeante que parecía bullicioso despertar, y á toda hora aquel dialouna joya monstruosa bañada gar de una rama á otra rama y de 1111 nido á otro por el sol! . nido. E l pobre Clúquififo, el infeliz canario, tenía A las ocho de la mañana la an imación llegased de las aguas de un charco, en el que se re- ba á su colmo: no había un pájaro ocioso; todos trataba una rosa anémica y un girón de nube que iban y venían con no sé qué aire de animales pasaba lentamente por el cielo Ansiaba re- ocupados, y él los miraba pasar, tan acostummover las parduzcas hojarascas, esconderse en brado á sus caricias, que podía distinguirlos. ¡POlas macetas retas, posarse en las cornisas mus- bre cautivo! Su distracción única era dominar gosas y bañarse en el charco, aquel luminoso con la mirada la acera de enfrente, derruida tacharco, hacia el cual tendían sus cuerpos visco- pia de una iglesia, tras la cual el enmarañado fosos los rastreros caracoles, y parecía fascinar con llaje del jardín lucía sus pompas y del cual pasu juego de reflejos y colores á las lagartijas, que recía levantarse una torre sin campanas habitalo miraban de hito en hito deslumbradas y con da por golondrinas. aire de fakires en éxtasis. Reía el sol en los azulejos de la cúpula, sonMuy tibia debía ser la verdosa p.enumbra del rosaba la pintura que se desprendía por placas jardín abandonado. Se adivinaba un estanque á de la piedra y daba una variedad mágica de colo lejos, la luz jugaba en sus ondas, islotes de lores á las frondas casi .amarillentas en los tier-
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nos retoños y obscuros, profu ndos, lujuriosos en el follaje vigoroso y desarrollado a bismo verde del que surgía el cáliz de colo res vivos de una flor 6 aquella parvada de pájaros, inc ansables, alegres, charlatanes, que desparramaban en el aire una lluvia de trinos, escalas, notas agudas..... un himno de alegría en aquel espacio az ul, en aquel cielo de mañana húmeda y sol tibio. Se agrupaban en el alambre de un te léfono, haciendo temblar las gotas de la última lluvi a y las empapadas colas de los papelotes, harapos caídos allí como en la cu erda de un tendedero. De dos en dos se destacaban en el h orizonte, a lisábanse las plumasy de repente ¡arriba! tendían las alas y se lanzaban al macetón de barro de una azotea; gritaban desde ahí á un ejército de gorriones que iba de paseo, lo seguía en el aire hasta el borde de una tapia; se hablaban, se despedían abatiéndose en la calle solitaria, dando nerviosos saltitos en el empedrado, buscando granos y levantando el vuelo en medio de píos de susto, cuando el paso de un transeunte 6 el rodar de un coche interrum pían la calma -del barno. En el follaje, los chicos que no volaban hacían su desayuno armando atroz alharaca, los padres se asoleaban muy serios en las altas ramas y las mamás repartían los granos...... Pasaban frente á sujaula sin hacerle caso 6 se detenían para recoger los alpistes que se habían caído 6 para arrancar una flor de nabo. I..es hablaba, les decía cosas capaces de enternecer á un vendedor de pájaros, pero ellos no le hacían caso, no entendían su idioma ..... N o hablan el mismo las aves educadas en las frondas y los prisioneros de las jaulas. ¡Pobre canario, desplumado y viejol.... Nacido en la canasta llena de hilas de una pajarera, regalado en una jaula dorada, encerrado en incémoda prisión de hoja de lata¡ siempre los mismos actos, saltar del palito al piso inmundo, de ahí al juguete de cristal cuajado en que se sacudía para bañarse¡ comer el alpiste de un bote de cotacream, alimentarse con las florecillas de nabo y resisti r todas las mañanas el «(¿Qué dice mi ch iquitito?» de aquella señora sin dientes que osaba chiflarle...... Moríase de rabia¡ saltaba azotándose en los alambres y le gritaba insulto y medio; y la señora, entendiendo 10 contrario, tornaba á decirle con desesperante dulzura:
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- ,,¿Quién es mi güerito? [Miren qué mono, qué con tento! ¿Pi, p í,}í.'? )) ...... Y restregaba con .fuerza el piso con la escobeta y le chiflaba ... ... E l infeliz an ima l lad eaba la a marilla cabecita, fulgu rabanísus oji llos negros y , trém ula el ala, escuchaba aquell as ternezas que Jo desesperaban... Arrojaba una in t erjección en un trino y se encerraba en un mutismo absoluto, fija la mirada en el balanceo cad encioso de las frondas y el vuelo sesgado y elegante de las golondrinas. Las hembras, al pasar, 10 miraban centristadas por su cautiverio. Hubo alguna que le lanzó un requiebro¡ era una gorriona de mal vivir, pintarrajeada de lodo, ebria consuetudinaria, arrojada de todos los nidos honrados y segregada allá, á un montón de escombros, del que huía todo pájaro de honestas costumbres. - Adios, lindo Sal un momento . - N o puedo, mi vida .... .. - Mira¡ dame un poco de t u alpiste entonces .. . .. Yo que tú, esperaba un descuido y [fuera! ¿De dónde eres? -De México y ¿tú? - ¿Yo? ¿Qué no me lo conoces en los ojos? Soy tapatía Vine con una compañía de zarzuela y ¡la de malas! ... ... mi marido, un tenorcillo del tres al cuarto, me abandonó y aquí me tienes - P ues qué, ¿e~s casada? · d ' Ya murió cc O' - V 1U a, tu .l.a eél muna. _ lllen ma1 anda, mal acaba" era un pe rdido...... muy calavera...... se lo llev6 una anemia cerebral, ¡era de esperarse]. ... .. Conque, ad ios, buen mozo . y la alegre muchacha volaba á escandalizar al barrio de un piní con su modo de volar desgarbado y sus maneras impropias de una gente decente. No falt6 quien alecci onara al canario y lo pusiera al tanto de la vida y milagros de la marimacho. ¿Qué dirían las ge ntes al verlo platicar con una cualquiera? ¿Con tanto des caro, á las doce del día, cuando se asomaban al balcón las niñas decentes de los nidos? Había sido la única compasiva, y la am6 por eso. ¿Quién h ace caso de calumnias? Y calumniaban á aq uella Virginia con alas ......... ¿Qué había de saber de mundo un páj aro que no ha. RaVlal. Asuu-4S
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bía salido nunca de los cuatro alambrados de sn . la? Jau a . II
-¡Vete!-le gritaban de los nidos-vuela, te Tendida el ala en un último cogen; y voló esfuerzo, remont óse para caer, lanzando un trino de dolor: un chorro de agua, un cañonazo, la jeringa de las macetas, manejada por hábil enemigo, 10 había alcanzado; no supo más y se des. may6, para despertar en su jaula -Más vale: huía por ella y ella huyó con otro. Más vale morir. Y cerrados los ojos; escondida su cabeza bajo el ala ...... ¡Adiós, cielos azules; adiós, frondas verdes; adi6s, coquetas mariposas; adiós, soñada libertad; adiós todo! Y presa ele profunda tristeza, no volvi6 á abrir el pico.
-Ahora sí. ..... ahora sí. .....- y mientras ella soplaba el polvo del alpiste, empuj ó la puerta y ¡fuera! Lanzó agudo trino esponjando sus plumas, se lanzó, y en su furio so vuelo tropezó con el cielo raso. Entonces la señora, fuera de sí, sofocada, trémula, lanzó este grito desgarrador: -¡Cierren, cierren! ¡Se h a volado el Chiqu ilito! ¡8e ha salido de la jaula el Clziquitito, cie'S rren , I e escapa e1 C'T' tuqta.. ttto.'Y cerraIII ban puertas......... [Pero el (Jziquitüo estaba en el corredor, agarrado con las rosadas patitas á -Tú tienes la culpa- decía la señora á In una cabeza de viga ...... criada-tú tienes la culpa: te dije que le pusieAbajo, el desorden era atroz. T oda la vecin- ras el trapo porqu e 10 quemaba el sol; míralo cedad se había reunido y hablaba á gritos; el por- mo está sofocado ¡pobrecito! ya no canta... . tero empuñaba una escoba, las señoras se habían y cierra los ojitos .. armado con toallas y plumeros, y una niña sin El Cll1quitito, abatida la cabeza y entrecerracorazón gritaba: dos los ojos, yacía en el suelo y agitaba su pe- ¡La regadera, pronto! cho un jadeo intenso, parecía sofocado y se tamLos pájaros enjaulados de la vecindad le gri- baleaba coula debilidad que precede á la muerte. -Se h a asoleado, es lo que tiene . ..... Abrietaban: -No seas tonto, vuela, vuela .. .. .. escápate, ron la jaul a, entró una mano y él se dejó tomar Y hasta el ga to, qu e dor- sin un solo aleteo, sin que agitara sus alas el ahí te van á matar mitaba en la sombra, se había desperezado esti- más leve estremecimiento. Oy6 que le decían parándose, lamiéndose los bigotes, y sent ado sobre labras muy tiernas, que 10 escondían en un regalas patas traseras, balanceando la cola, ladeaba zo, le alizaban las plumas con la mano y le echala cabeza, lo miraba con sus grandes ojos ama- ban vaho ...... Pero no abrió los ojos.. .... lanz6 rillos, en traidora actitud, en cru el acecho. E l una última boqueada.... ... Se fu é enfriando poco Chiquitito est-aba atarantado con los gritos; no á poco, cayó la cabecita sobre el pecho .... .. ¡Es. sabía qu é hacer; volaba, y ¡paf! una toalla hecha taba muerto! -¡Pobrecito Clziquitito.'-dijo la señora. Y los bola amenazaba aplastarle ; los plumeros 10 azotaban, y un ch orro de agua estnvo á punto de niños se apoderaron del cadáver, aventáronse con él, y, por último, entre risas y g ritos 10 enalcanzarlo . Ardientes los ojillos, abierto el pico, jadeante, terraron eu una maceta...... Pobre tum ba, en la esponjadas las plumas, torpes las alas, iba y ve- que yace un abrojo; pobre tumba, sin flores, pronía, tropezando, fati gado de volar, h asta que hi- fanada por los gatos y que suelen ver los pájazo un esfuerzo suprem o y estaba en pleno ros con tristeza; la gorriona no ha pronunciado azul, muy alto, parecía una ascua amarilla en en ella una oraci6n, y otras hembras apenas la el espacio Todos salieron al b alcón, los lé- han visto con esa curiosidad que inspira la úlun peros sin corazón le arrojaban sombreros y fra- tima morada de un personaje de novela .. zadas, trapos y piedras, hasta que, desfallecido, R omeo, un Abelardo, un Pablo infeliz se abati6 en la tapia del jardín .. ... . Una jaula vacía en el tech o de una covacha, Huían, al mirarlo, los otros pájaros, y la go- habla á los que pasan de un dolor desconocirriona, la querida gorriona, volaba con otro, es- do...... y di6 motivo á un seuteotu le románti co pantada de la rechifla que armaban 'en la calle para hacer esta reflexi6n ¡Cuántas almas los vecinos . se parecen á esa jaula vacía, cuando las abando-
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na una il usión ! ¡Cuántas ilusiones se parecen al pájaro prófugo ...... enterrado en una maceta .. ... . sin flores, sin lágrimas, sin epitafios,
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con un abrojo y profanada por los gatos! ¡Que la tierra le sea leve!
ltlicrós.
EN LA FRAGUA A J uan Venegas,
Obrero, pobre obrero!-El artesano Que sobre el yunque forja el hierro ardiente, Sacerdote en el templo de Vulcano A su dios rinde culto reverente.
* y tú trabajas con tesón y empeñ o, E l sudor en tu faz brota y gotea, y doblegado, sin fruncir el ceñ o, Sonríes en tu olímpi ca taren. Estamos en Invierno, y... .. ¡qué bochorno Enerva el cue rpo ha poco ent umecido! ¡Qué calor sofocan te junto al horno Donde se queja el hierro enroj ecido!
* E scuch a: Si con alma en ardecida Te afanas y haces del taller un templo, Dios te ha de bendecir, porque tu vida P ara el pueblo será ben dito ejemplo. ". -,
Eres como el volcá n : en tu cabeza Cual n ieve se am on toua la cen iza, Tu sangre-c-lava h irviente-e-con presteza Serpea y salta bajo tez cobriza.
* 'I'u destino es bien triste; sin alarde Sufrir y trabajar: tal es tu suerte; Hoy pobreza y olvido, ay! y más tarde Un olvido más hondo: el de la muerte. ~,
"
Mas para no cejar en la penosa Senda donde tus ojos están fijos, Tienes un santo amor, el de la esposa, y tienes un estímulo, los hijos.
* Tu tarda vuelta en el hogar honrado Ya tu familia aguardará impaciente Para comer el pan que has amasado Con el sudor copioso de tu frente.
* Camina sin temor; t u alma esforzada Siempre oponga un escudo ante el desmayo, Que al golpe del dolor esté forjada Como el acero donde muere el rayo.
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¿No escuchas'!- De la hornaza al rojo brillo Algo con lengua de metal te canta, Descargas sobre el yunque tu martillo y el himno del trabajo se levanta ! J nan B. Delgado.
Querétaro, Octubre 1? de 1894.
NUESTRO FOTOGRABADO A..POLINA...R <:A..8TILLO ,
L a R evista Azul se propone llevar á término algunas mejoras en su publicaci6n; y entre ellas la introd ucci6n del fotograbado. E l retrato que hoy ofrecemos es un ensayo de nuestro propósito. E l Sr. D. Apolinar Castilio merece ocupar el primer lugar en nuestra galería; á sus esfuerzos
y á sus consejos se debe esta R euista. El, como ha dicho alguna vez el Duque Job, «levantó la idea desnuda, la vistió de azul-como quería.. mas-la puso casa y cuando nos retirábamos vergonzosos, creyendo que la criatura era de él, de Apolinar Castillo, nos dijo: reconocedla, es la de ustedes.»
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Sólo nos resta decir que el cliché de este fotoEl Sr. Castillo es una personalidad demasiado conocida y lealmente estimada en el país y grabado es un fino trabajo y nos ha sido proporsald ría sobrando cualquier bosqu ejo biográfi- cionado por nuestro amigo D. Angel Ortiz Moco que le consagráramos. nasterio, que am én de ser un cariñoso amigo es Aquí lo amamos y lo respetamos como un Pa- un artista distingido. dre: Padre nuestro es por el amor y por la bondad, de que está impregnado su espíritu.
LA. ESPA.DA.
LIED
E n mi vida dolorosa, Cuan do tengo una aleg ría , ¡Cómo el sér se me dilata! ¡Cómo el mundo se me anima! E n plenitud que confunde , Olvido la pena antigua , y á exclamar , loco, me atrevo: «iYo nací para la di cha!» Pero lu ego me pregunto: «¿A qué debo la exquisita Suavidad de mi ventura , Sino tt su rareza m isrna". - y bendigo esas m is penas Que dan precio á mi alegría.
P or toledano artífi ce forjada, Del Tajo sumergida en la corriente, Cobra , al tocar el lumin oso ambiente, T emple d ivino , la cortante espada. Dócil se env uel ve en la contienda airada Al enemigo h ierro , cual serpien te; y al fin su cota rasga, de repente , Con recto empuje, la hoja cincelada. Mi volun tad que temple diamanti no Recibió del Dolor contra el Destino , Esgrimo así, con varon il deuuedo: Los golpes frustra (le su mano igu uta, y rompe al Hu su triplicada cota , Cual la flexible espada de Toledo.
Diego V. ']'(';jet'a.
N lima P. Llona.
Lima, 189'1.
CUENTOS DE UNA REINA La madre de Esteban el grande N la Moldaviu septentrional entre P iatra y Folticeni , se ven sobre una montaña Cercana á la ribera, • las ruinas de una antigua aldea, llamada Niamtz, de la que subsiste poco más que nada . La pequeña ciudad que se extiende al pie de la eminencia, ha sido construida casi enteramente con las piedras de la orgullosa fortaleza. En otros tiempos esta plaza tenía fama que alcanzaba lejos y pasaba por inexpugnable cuando ;""""\.,.~-
servía de residencia á Esteban, el poderoso príncipa de Moldav ia. Había dado cincuenta batallas y después de cada victoria levantaba u na iglesia para expresar al cielo su gratitud . Defensor infatigable de su país había concebido planes grandiosos para hacer de él un a potencia extendida y temible. Rec ientemente se ha descubierta en los archivos de Venecia el texto de un tratado de alianza ofensiva y defensiv a que h abía concluido con la muy poderosa repúbli ca contra los turcos . Era él verdaderamente el baluarte de la cristiandad, baluarte al travé s del
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cual los turcos pretendían sin cesar abrirse paso, ya que no podían destruirlo. En esta época, era una tarea bien dificil por cierto reinar en la región del bajo Danubio, pues se tenía por vecinos tÍ los turcos, los polacos, los húngaros y los tártaros, que no dejaban reposar ni de día ni de noche. Pero Esteban parecía haber crecido á la altura de su tarea , inspiraudo á su pueblo una confianza sin límites. Ese día un nuevo y ardiente combate se había trabado, y se podían seguir las peripecias desde las almenas de la fortaleza. Desde hacía algunos instantes iba tomando un aspecto desconsolador; se hubiera dicho que esta vez la fortuua de los combates se disponía ú abandonar ú Esteban. Eu la aldea, dos mujeres habían permanecido en espera; una era la esposa de Esteban, la otra, su madre. La joven princesa dejaba correr sus lúgrimas p@r sus rosadas m ejillas que tenían pOI' marco una espesa cabellera de un rubio dorado. Tan pronto contemplaba con mirada fija la llanura, como en su angustia y terror, ocultaba su rostro bajo el velo para no ver más. No acaecía lo mismo con su madre, que permanecía de pie terca de la joven y contemplaba á lo lejos, sin hacer un movimiento ni decir una palabra. Bajo sus negras cejas, enérgicamente fruncidas, brillaban sus grandes ojos oscuros que juntamente con su nariz, enérgicamente dibujada, prestaban á su fisonomía la expresión de una águila. Un velo del más fino tejido de seda, cubría su negra. cabellera de reflejos azules, encuadraba sus mejillas y venía á anudarse bajo una barba saliente y firme, á la que prestaban mayor vigor todavía unos labios breves y salientes. La boca era de una blancura deslumbrante . Vestida de ricas telas de seda, permanecía allí todo el día, sin tomar aliento ni bebida, los ojos siempre fijos en el mismo lado. De tiempo eu tiempo, posaba su linda mano sobre la espalda de su nuera, y le decía algunas palabras como para devolverle el valor y la fuerza . Su voz era fuerte y llena; daba un instante de tranquilidad á la joven, sumida en una augustia mortal. Pero en un instante el aspecto del campo de batalla sa volvió tan inquietante, que el desasosiego de la esposa redobló. Los combatientes se acercaban de minuto en minuto, y pronto se notó que Esteban quedaba reducido á la defensiva. -¡Oh, mi madre! van á matarlo!
. -Estebau obtendrá la victo ria antes de que termine el día. La confian za y gravedad con q ue estas palabras fueron pronunciadas , detuv ieron las lágrimas de la j oven . Sin embargo, el ruid o del combate cada vez se oía más distan te; la noche se acercaba. El sol había sido ardie nte , pero ahora parecía. precipitarse en el hori zonte mientr as que las sombras se extendían por la llan ura . E l crep úsculo avanzaba envolviendo todas las cosas, que apenas se distinguían; desp ués la oscuridad se hizo completa. Las dos mujeres prestaban atención , teniendo cuidado de no hacer n ingú n movim iento, temerosas de que el roce de los vestirlos les i In pid iese escuchar el más leve de los ru idos lejanos. Da repente se escuchó el galope de un caballo lanzado ú toda fur ia, y fuertes golpes se percibieron dados en la puerta de la fortaleza. -lUl), madre mía! Bien segul'U estoy de que es Esteban! ¡Ya lo creo! Déjame descender para que le abra .-Con un gesto imperativo, la anciana señora separó á la princesa , descend iendo lu ego con lentitud . - ¿Quién golpea? preguntó ella desde aden tr o, pero sin abrir. - Esteban , tu hijo. -¡Mi hijo! ¿quién eres tú , extranjero, que pretendes penetrar en la morada de mi glorioso hijo? -¡Madre m ía! abridmel soy yo: tu h ij o: E::;toy veucido; lus turcos me pers iguen ; las heridas me queman! -Eso no puede ser ¡hijo mío! Quien me habla es un desconocido. Mi hijo nunca vuelve sino victorioso. Mi hijo está lejos de aq uí , arrojando á los enemigos de su país. Pero t ú, joven. extranjero, que quieres causarme cruel dolor, llam áudote hijo mío, aprende esto: tú no entrarás; puesto que no sabes vencer; busca al menos una muerte heróica sobre el campo de batalla; entonces seré para tí una madre y ornaré de flores tu sepulcro. La joven princesa cayó de rodillas y con súplicas y lágr imas pretendió conmover á la anciana, pero ésta le impuso silencio con un gesto y se puso á escuchar. Esteban bajó un instante la cabeza bajo el peso de la vergüenza y el dolor, pero en seguida
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echando hacia atrás su flotante cabellera, son ó su cuerno y lanzó eu la sombra de la noche sonidos capaces de resucitar ú los muertos y arrastrarlos en pos de sí; en seguida su desbandado ejército se ordenó y se estrechó á sn alrededor en buen orden. Con la rapidez del huracán descendió de la montaña lanz ándose de nuevo entre los enemigos que, alegres por haberlo vencido, se habían dispersado; en pocos momentos los batió , d errotándolos por completo . La batalla se oía cada vez m ús lejos; el viento traía á las dos muj eres gritos de victoria que estremecían sus corazones de contento . Y de nuevo Esteban lleva el cuerno (L la boca y lanza una alegre fanfarri a di rigiéndose al castill o, cuyas almenas se perd ían en las vaguedades de un cielo estrellado. E ntonces se vieron correr numerosas luces que daban vueltas por todos lados: se apresu raban los preparativos de una brillante ., recepclUn .
De nuevo se dejó oír á lo largo de la colina 01 galope de un caball o y Esteban apareció á la cabeza de sus guerreros frente á la puerta abierta de par en par. Desde que distinguió su madre, echó pie á tierra é inclinándose delante de ella la dijo: - Madre mía, es á tí á quien debo esta victon a. y por la primera vez los ojos de esta mujer se humedecieron, estremeciéndose sus labios mientras que el héroe recibía en sus brazos á su joven esposa radiante de júbilo. - ¡Ibas á abrirme la puerta! la dijo. Ella se estrechó contra él. -¡Te amo tanto y estaba tan inquieta! dijo éon una voz que apenas se percibía. -Pero, repuso "él lev antando la voz, mi madre me ama todavía más! á
()arlnen S i h 'R Reina de R umania.
UNA LACA Y ed o, E u pleno medio día , bajo las frondosi-
dades de los abetos, las cigarras, entre el pulverizamiento irisado de las fuentes, arrojan al aire en tembloreos musicales romanzas de estío. Eu las altas pagodas expleude , dorada y roja, la laca que esculpió el gran Y émitseou . Y á lo lejos, en rasgos límpidos y azulados, el cono del Fusiyama se destaca vigorosam ente, como si el pincel del colorista Kori n lo hubiera dibujado . Los arrozales venturinados, como esas lacas de antigua y artística alcurnia, dej an que el viento amoroso y delicado ri ce sus creuchas rútilas .mieutras la rubia tonulidad se jaspea á trechos con las brunas espaldas de los japoneses segadores. Por los talleres modestos y aseados, lustrando las extendidas esteras, paséase la lu z meridiana , pincelando alegría en los pálidos rostros de los artistas que modelan tcrra-couas, que esculpen n imiamente la amar íilada sustancia, y pintan en
los anchos quitasoles enjambres de mar iposas rosadas sobre fondos de oro. y desde la terraza de la casa de té, dobde me encuentro, veo en lontananza el espejo acerado que me indica el mar , y como arañas sobre el plateado hilo de seda, deslizarse en raudo silencio . puntos flotantes y negros Claman por los fieles, imploradoras, las cam panas de Assaksa, la pagoda dedicada á la casta. diosa Kowanou, y yo, al oír esto, instintivamente, casi sin darme cuenta, llevo la mano al sombrero, y aleteando en mi pensam iento oraciones infantiles , fijo la mirada en el amosaicado templo que entre derroches de luz dardea lampos rojizos y dorados ! Jose Antonio Román.
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AZUL PALIDO se dispersan, todavía flotan vibrantes impetuosos, los ecos del último debate parla. . m entarío.-Problcma hondo, trascendental problema es éste qu e nuestros padres de la patria han traído al est udio: trátase una vez más de arrrojar de l surco una mala semilla, qu i érese marcar la línea que separa esta época de luz eléctrica incandescente, sociedades prote ctoras de animales, neurotismo y cltcstifm social, de las sociedades bárbaras de la Edad Media : -Se había dicho que la obra de Cervantes dió fin al período de caballería; pero Don Quij ote es eterno: llevamos todavía invisible espada al cinto embrazamos la adarga y, en la alta noche, á la sombra de una callejuela, sondean nuestras m iradas la incitante aventura que nos atrae en los mi sterios de la tiniebla.-Vibra la voz acera da del legislador contra este resto de la primera etapa de la especie humana; la razón y el derecho eran entonces resultantes de la fuerza; la virtud resplandecía en los torneos, en un mar de sangre, y al bote de una lanza caía la maldad abollada _y maltrecha. Era la lucha la suprema ley; Dios juzgaba, y el venc:do, retirado con vida de la liza, era condenado al fuego, p orq ue de su falta de pujanza se desprendía la enormidad de su crimen. Ser vencido era ser delincuente: justicia y fuerza se compenetraban, confundíanse. y esta falsa noción del derecho háse afianzado te nazmente en nuestra sociedad m oderna, forma cu erpo de doctrina en nuestras COStuUlbres; desvincularl a de nuestros espíritus, abrir más a mplios h orizon tes á las conciencias, es tarea de l moralista, de l fil ósofo. ; también es del legislador y del hombre de estado; hay que elegir: ó po nem os nuestro derecho bajo el amparo (le la ley 6 dejamos á la ley hu érfana del derecho. H e aquí el verda de ro duelo que se libra actua lmente en nuestra sociedad. AÚll1l0
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* * Paul ele Saiut Victor, el crítico-joyero, ha escrito lo sig uien te, apropó sitc de la obra de Prevost: «Hay libros licenciosos que se admiran á pe-
sar de sus manchas, y sentim os no poder lavar las páginas infi cionadas. MflllOll L escaiu otrece la asombrosa escepción de u na novela que g usta por su misma corrupción, y por na da en el m undo querríamos re habilitar á su heroina. Esa ma ncha de fango la sienta tan bien como el lunar á su juguetón semblante. Po r esa señal la reconocemos.-Es una m ujer ele m ala vida en toda la indecencia de la palabra. P ertenece á la raza de las m ujeres decaídas de na cimien to, para las que parece que se hayan inventado las rejas de los conventos y las celosías de los harenes. Sólo hay en ella debilidad, fragilidad y puerilidad lasciva y frívola. ¿En qué rincón de su blando cerebro pudiera alojarse la idea del deber? .... . .Encuentra natural que Des Grieux se dedique al juego para mantenerla; encuentra también natural que él viva del ta pete verde y qu.e agote la bolsa del hombre al que ella se acaba de vender.-Y así nos place y no le perdonamos su mancha; y si escuchamos con av idez sus descaradas confesiones, le re husamos el bautismo '!ue le pudiera volver la inocenci a. Queremos que sea hija de l placer al mismo tiempo que hija del dolor. "Escuc ha- di ce Byron en Sardanápaio, hablando éste á su manceba ante la hoguera á que va á arrojarse: Si no puedes sin frío horror pensar en arrojarte conmigo en el porvenir, al través de esas llamas, dilo: te amaré más todavía si cedes á tu naturaleza.-Ese es el secreto de nuestra pasión hacia Manón. La amamos porque cede á su natnraleza, y es admirablemente natural en el vicio y el amor. Es ligera y se la lleva el viento, es frágil y se quiebra, está enamorada de su caballero, pero "está loca de su cuerpo,» según la en érgica expresión con que la Edad Med ia marcaba á las mujeres de sn clase. Sólo sabe vivir en el lujo, en el placer y en la ociosidad y tom a la vida donde la en cuentra, sobre el tapete verde del juego, debajo de la almohada de los placeres venales, y comete todas esas acciones ve rgOllZOS::l.S y malas con no sé qué gracia in genna que nos asusta y nos desarma. Manón ignora si obra bien 6 mal. Parece tan irresponsable de sus
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faltas, como la ~trazza ladra de sus robos. N o Cu éntase qu e áRossini se le reprochaba que toti en e alma como la Ondina del poeta alemán. s-s- ma se lo bueno d e los demás compositores: «Es T ambi én Alfred de Musset ha cantado á esta . claro, decía el autor del «G ui llermo;» no había de h ermana mayor de la Carmrll ele Prosper Meri- tomar 10 malo. s-s-La eje cución de Ma ne n Lesmée: cau t ha contrib uid o pod erosamente al éxito de Man óu sphin x étonu ant , ve ritab le sireue, la obra. L a Cors i es una artista de facetas múltiCana trois fois femin in, Cleopat re en paniers , ples; delicada y suave en iVIfll:!Jar i ta , apasionada Quoi qu' on di se on qu 'on fnsse et bien que :'L en D oña Sol , eu M« non L cscali t es ora pi carez(Sainte H ell'ne ca y traviesa, ya galan te y pose usc , bien abatida On ait trou vé ton livre écrit pour des portiers, y sufriente, por últim o agotad a, deca ída, moriT u n 'est pas moins vr ai, infüme, et Cleomene bunda ... Carobbi h ace un cínico al que presta N'est pas digne, á m on sen s de te baisser tes pi eds. mucho relieve y colorido; la Ball, delicadamen'fu m' amuses autaut que T iberge n 'ennuie . te encantad ora. Serbolini es un viej o artista, curQuelle perversité, quelle ardeur inoüie tido ya en las lides de la escena; el mismo te nor Pour l'amour et pour 1' 01'. Comme t oute la vie E mi lia ni, á quien h e visto en esta temporad a E st dans tes moind res mots! Ah folle que tu es, distraído y vacilante, despertó la no ch e del jueCom me je t'amierai s demain si tu viv áis . ves de su letargo, 'y comunic ó calor y m ovimienE l maestro Puccini h a puesto á este poem a to á su personaje. La mise en scéne atendida con de indelicadezas supremas, de páginas salpica- esme ro y la orquesta- bajo la direcci6n de Go(las de aguas cenagosas, una música impregnada li sciani-irreproch abl e. T al es la novedad qne hoy ofrece la empresa ele matices di versos: bull iciosa en el primer acto, galante en el segundo, dramática en el ter- Sieni: anoche ll eg6 el tenor Tamag uo y para el cero y trágica en el último. E l com positor reve- jueves se an uncia su aparición con el Otello. El la un cono cimi ento h ar mónico de primer orden. abono es n umeroso y elegante y el Signor Sieni ¡Q ué admirable modo de mandar á las masas or- h a t enido una feliz idea al traernos al rey de los questalesl ¡Qu é prodigios de instrumentaci ón! tenores. Del egregio artista os h ablaré la pr6xiNo pienso- como creen algunos críticos- que ma semana. sea ésta una m úsica de /(ab ill{'/{', trabajada, re** * h ech a: rastros ele inspiraci ón profun da y comDon Pedro Arcaraz, por su parte, no descansa. prehensiva los encue ntro abu nd antes en la obra Ha reforzado su troupe con F eruanda Rusquella, 1 sobre todo, en el intermcsso del tercero al cuar- y un nuevo tenor , el Sr. Buzó, un joven cantanto acto-en qne recordé á Mascagni.-c-en el fi- te de quien leo en 111. pren sa de la H abana calunal del tercero y en todo el último. Primores de rosos elogios .-He aqu í, por ej emplo, lo que dice labor los hay en el segundo: ¡qué delicioso ma- La Haban« Elegante: «La apari ción de Buzzi en drigal/ ¡qué estilo el del mimtelo/-Tampoco la escena de Albisu, filé una ve rdadera sorpresa, veo solución de continuidad entre las dos partes qne se tradujo en unn de las ovaciones más rui en que puede dividirse la obra: la aventura se dosas que se recuerdan en ese teatro. El tenor trasforma, el drama surge; la música signe al qu e se presentaba modestamente, sin haber agipoema y pasa del tocador de la favortta del viejo tado el bombo en la prensa ni buscado la malsamagnate á las caldeadas arenas del desierto, en na protección del paisanaj e, puede decirse que donde Man6n va á encontrar la misma muerte trocó por completo la op ini ón de un contingende Mireya, la tierna h eroina del poeta proven- te nnmerosísimo de espectadores . Su voz, clara , za1.-Se me dirá que en la obra de Puccini se fresca, cuidada , de timbre dulce, impresionó vipueden observar las huellas de Saint Saéns, de vamente al auditorio, y el público premi ó al Mascagni, ele Bizet y de L eoncavallo, aun elel valioso cantante con una en tusiasta y merecida mismo Ve rdi en su última fase musica1. No lo salva de npluusos.s-i-Y bien, bien venida sea la niego: pero quiere eso decir qu e el autor de Ma- zarzuela, si trae como sus amazon as 11 la bellísiH6n ha aceptado 10 bueno que ha encontrado en ma Fer nan da Ruesquella y á Chole Goyzueta, la la moderna escuela; que h a aprovechado feli z- esqu isita belleza pálida de nuestros ensueños tromente de los trabajos de los demás predecesores. picales.
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T O MO T.
MÉ X I CO, 21 DF OCTUBRE DE
1894.
N UlIL
25.
LOS T RI S T ES A J esús E. Valenzuela.
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nosotros, la generación que
ha nacido al arru ll o de la fusil ería , ado r me cida con la leyenda . , J I/ ~" : trágica de los g ra ndes héroes, nuJ ,~~ trida cou todas las dudas que roen ~~,~,~ G este hecho inmenso que se llama ~~~~~~ el Progreso ; para nosotros, hijos de la R evol uci ón y del Enciclopedism o de l siglo X VIII, que hemos pasado del sa ngriento ¡ir d al emán á las blasfem ias de S helley; que hemos derribado muchos ídolos de sus pedestales, que h em os arrojad o una mirada rápida á las in vestigaciones de la ciencia moderna; para nosotros los q ue entramos en la 1ucha por la v ida con un poco de vene no allá en el fondo, es algo asombroso, algo que sale de los lím ites de lo posible, encon tra r en este desquiciam ie nto de ideales u n g uerre ro que conserva blanca su armadura, abollada por los golpes del combate , pe ro firme toda vía sobre una cabeza altiva y g lori osa. Pero ¡ay! esta ex celsa calma, esta radiosa p uesta de sol, tras un día azul y sereno, no se descubre en nu estros horizontes repletos de tempestades, anu blados y som b ríos. Nuestra generaci ón es u na gene-ació n de tristes; pare ce - segú n la frase de un poeta - que arrastramos los dolores de m uch os siglos: nada tenem os pórq ne pade cer, y no obstante, padecemos por todo; l leva mos dentro de nosotros esperan zas sin ideal, sufrim ien tos sin causa; nos sen-
timos infinitamente fatigados, y las sensaciones que recibimos son tan profundas, tan intensas, nos conmueven por tan hondo modo, que semejan heridas quc manan eternamente sangre: sornes «una alma enferma que soporta un cadá VeL )) ¿Hemos nacido demasiado pronto 6 demasiado tarde? Un poeta inmortal, que acaba de morir, ha escrito esta estrofa, que es un grito de un ideal que se refugia en el pasado, cornoesas aves viajeras del espacio qu e cuelgan sus nidos en las ruinas de un viejo torreón feudal: J 'ai goúté psu de joie et j 'ai I' ámc ussouvie Des joui s nouveuu x non moin s (lue
Tenemos la visión de las edades pasadas y suspiramos por aquella época de energía salvaje y de fe profunda. E l hombre del siglo XIX, educado en el Cristianismo, ha su bsti tu ido la creencia en Dios por la creencia en la Libertad, en la Ciencia, en la Democracia,-no importa en qué;-pero ha conservad o en el fondo de su espíri tu un vago sentimiento del mi sticismo, un amor al misterio, que flota en este mar de locas tempestades en que su conciencia ha ido á perderse. ¿En dónde se encuentra ese Paros ideal, poblado de apariciones consoladoras; en dónde el lugar de los ensueños vagos y de las nobles aspiraciones? Y la esperan.RIlVI81' Aluu-49
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za se vuelve hacia esa corriente de supremo ani- fermedad desconocida. La contemplación de la quilamiento de la idea-de la idea de la que ha naturaleza s6lo despierta en el alma del poeta dicho Balzac que si es un elemento social, es tam- cristiano-como en la de nuestros modernos neobién un elemento destructor-á ese reposo de to- pesimistas-una melancolía soñadora. (( Pareceda sensaci6n. Y el sueño del anacoreta de la T e- dice un crítico - como si la fraternidad que se baida se eleva ante nosotros como un término ensancha hasta los árboles y las hojas; caídas, coconsolador: (c¡Quisiera tener alas, un caparaz6 n, mo si ese amor tierno de 10 creado, como si la una corteza, esparci r humo, ll evar una trompa, contemplaci ón nueva de los horizontes llevasen torcer mi cuerpo, dividirme en todas partes, es- la turbación al alma del hombre hiciesen salir tar en todo, emanar me con los olores , desarro- hasta sus ojos todos los vagos dolores de su sér, llarme como las plantas, correr como el ag ua, vi- Chateaubriand realiza ese tipo del poeta sentado brar como el sonido, brillar como la luz, asim i- en una roca y derraman do, mientras admira una larme á todas las formas, penet rar en cada á to- h er mosa noche, lágrimas qu e él mismo no sienmo, descend er h asta el fondo de la naturaleza, te desli zarse. Contem pla ndo bosqu es, montañas, ser la materia!ll- (Gustavo F laubert.) ríos , en qu e por vez primera encuentra interés, Todo es doloroso en la vida moderna. N ues- siempre dominado por un cansancio sincero, muy tras lecturas, nuestras impresiones, n uestras mis- du lce, sin em bargo; por u na necesidad de sueño mas alegrías se padecen: se ha quintaesenciado la en cuyo fonelo celebraría niorir.» Del espectáculo de la naturaleza el h0111 bre ha existenci a y el zumbido de un cínife llega á nuestros oídos como el esta mpido de u n cañonazo. pasado á la ciencia. Pero la ciencia, como la na¿Os acordais de aquel Mr. Joyeuse del Nabad de t uraleza, es una eterna impasible y el hombre no Alfonso Daudet? Aquellas angustias imaginarias, ha encontradu el perseguido, anhelado man anaquellos terrores de fantasía se han apoderado de tial con que calmar su sed. De la fe intensa á la nuestras almas. verdad severa, los espíritus no han podido pasar R eina en esta nuestra extrema civi lización sin u na violenta crisis. Esta crisis es la qu e esun sentimiento de pavor in finito; es una hu- tamos sufriendo. ¿Hemos corrido con demasiada manidad que tiene miedo. Nuestra literatura con- rapidez hacia la Verdad? ¿Nos encontramos totemporánea está herida de esta dolenc ia ex traña davía mal preparados para penetrar en el interior que invade nuestros espíritus como una onda de ese templo? ¿Somos ciegos á quienes ele imamarga. Nuestras lecturas complicadas incisi- proviso se nos ha hecho ver la luz? Recuerdo que vas nos hacen sufrir: no hay placer en las pági- Stuart Mill se pregunta si para el hombre, en un nas del libro que recorremos. En los versos de escalón superior, no sería una inmensa desdi cha n uestros poetas favoritos vemos palpitante la lla- la inmortalidad. Pero fáltale al hom bre haber alga: á Le conte de Lisle la naturaleza se le apare- canzado ese ni vel y la duda de Hamlet ha clace como un conjunto «constituido por una serie vado la garra en su coraz ón: de formas que se engendran unas á otras y des¡Ah! tout cela, jeuncusse, am our, joie vt pe usée aparecen tan pronto como han sido constituidas;» Chunts de la mar ct des for üts, souñles du cid , Emportunt á pleiu vol, I'esp/rance insensée, algo así como la manifestación física de la docQu'eatce que tout c-lu qu! n' est pas ete ri.el? trina que expon e Taine en el prefacio de su InEl abate Pierre de L ourdcs es el símbolo del telz"gencia: «una infinidad de fuegos de artificio que á diversos grados de altura se complican, se espíritu de nna época: como el personaje de Zoelevan y descienden, incesante, etername nte, en lá, corremos presurosos al lugar del misterio y las negruras de la vida.. De aquí á Carlos Vogt salimos de allí más vacilantes, más adoloridos, y Stirner no h ay una gran dista ncia. con más sombras que antes de esta peregrinación y el mal arranca de lejos. Alfredo de Musset, en pos del etern o, perseguido ideal. Somos acaso Byron, Goethe habí an sido invadidos h asta la -según la frase de Flaubert-productos de una medula de sus huesos. E l mi smo Chateaubriand, civilización fatigada, que habríamos alcanza do el creyente del Genio del cristianismo, había sen- todo nuestro vigor de desarrollo, si h ub iésemos tido en su trente el viento de la época. R eu é lle- nacido en un mundo más joven. E l an helo perva en su espíritu el hastío incurable de un a en- sistente, el inagotable deseo, la nostalgía de esta é
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misteriosa dolencia, agita á esta generación de incurable tristeza. Dichosos los que no han sentristes. tido en su frente este helado aliento de infinito Los hombres que nos han precedido, han ela- desconsuelo y h an caído de pie, serenos, altivos, borado lentamente nuestros punzantes sufrimíen- 'conservando en la diestra el acero del combate, tos: ellos han gastado todas las ale grias de la vi- con la cólera en los ojos y el brío en el corazón! da humana y nos han trasmitido un legado de
DESEAR Y POSEER (DIl'l'ACION DE r~ORD HENRY LY'rTO ~ nULWEH.)
De rutilante estrella enamorado un soñador poeta, de estruendo y diurna luz impacientado, suspira por la obscura noche y quieta. a¿Porqué,- prorrumpe,- en el azul sereno atan apartada de mi alcance luce «la que, en su trono de esplendores lleno, «tanto á mi ardien te corazón seduce? aJ amás el tuyo, idolatrada mía, «di óse á un amante en noche solitaria; (csi al fin, á la atracción de mi plegaria «fulg urase en el suelo tu presencia. «hasta morir de amor consumiría «en tí toda mi esencia.» Del soñador el voto conmueve á la belleza soberana,
que, desprendida del celeste imperio, tru eca por forma de h ermosura humana de su radiante esencia el ministerio. Alma y" cuerpo le rinde! L uego inquiere, de rósea páli dez el rostro lleno: a¿cuál mi amador prefiere, «mirada de astro femenino seno?» Con voz fría y semblante indiferente resp óndele el poeta: "Extinto miro el que inflamó el deseo am or potente," y con blando suspiro prorrumpe la mujer-antes planeta de pureza esplendente:«Perdi, por darme al homb re, hasta el poeta.. ó
(J. (Iel (JoIlado.
PALIQUE amigo Manuel Othón publicó, hace más de un año, una desconsoladora carta dirigida á un periódico de San Luis Potosí, y en la que el distinguido eramaturgo se lamentaba de lo escasos frutos recogidos en México en la labor intelectual: aseguraba el Sr. Othón que su drama «Después de la 'muerte» ha producido á las empresas teatrales más de CATORCE MIL PESOS, do 1884 á la fecha, sin que de esa cantidad haya recogido su autor un solo centavo. Hay que preI
guntar si la literatura no constituirá en México uno de aquellos modos de vivir que no dan de qué vivir, según la expresión del Figoro, Entre nosotros la labor literaria no es todavía un fín, es un medio-como el periodismo--para penetrar en otro terreno. Antaño, el medio más fácil de llegar á un elevado puesto público, era comenzar por una oda: hoy el literato puede tener la seguridad de que no es ese el camino, pero tendrá siempre necesidad de refug iarse en el presupuesto. Allí se remedian todos los des-
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denes del público; allí se amparan todos estos México en u na zonn-i-pnra segu ir In correctn clasificación de Taine-quo súlo produce oriazos . náufragos de las letras nacionales. No es el SI'. Othón el {mico que puede que jarse de los resultados perfectamente negati vos q ue, * ** en el orden económico, arroja el trabaj o intelecEs posibl e que el s-. Othón sepa que Chi vot tual: todos los autores ó editores de obras en Mé- y Dnru, los Iiberalistas de la Mascota, han consx ico están de acuerdo en que lo primero que de- truido con el producto de este bárbaro poema be hacerse, en materia d e publicidad, es no con- bufo una villa en los alred edores d e París; pero tar con el público. Así, el que desee tirar buena- es posible tambi én que el autor de «Depués de la mente su dinero, sin la sombra de la sospecha de muerte» recuerd e qu e "Cervante s n o cen ó cuando la duda de una esperanza de verse resarcido, en condo concluyó el Qu:ij ote:Il en t re uno y otro exparte mínima, de sus desembolsos, puede dedi- tremo, el SI'. Othón ha preferi do aceptar un nomcarse á publicar libros en México. bramiento-i-no recu erdo si de j efe políti co ó de Naturalmente, los editores n o abundan. L os juez del R egist ro Civ il de un D ist ri to de San publicistas acuden por lo gener al á la Secretaría Luis Potosí . -"Después de la mu erte. ... . . el abrad e F omento, en dond e se imprimen lo mi smo zo del admirador, una media d ocen a do coronas, estudi os sob re la cría de gan ados , que roman ces g ra u de s párrafos d e gacet illa .... .. . y cato rce m il inspirados , qu e estad ísticas, que com pen d ios de pesos repartidos en tro catorce 111 il cómicos de la H istor ia Patria. Y aun el autor puede ten er la legua. certeza de qn e la marca de esta imprenta con tr iSi atond emos lí u nu 10,)' evonó m icu c]ll e nos d ibuirá poderosam ente á al ejar al lector . H ay cin- CA qu e cu an do no llllY d vmuud u de un producto, daduno que al leer en la por tada d e un libro es una locura ofrecerl o, debería mos C0 ll1 e U Za 1' re«Poes ías,» y al final de la pá gina , "I m pre n ta d e come n dan do tÍ nu estros h om bres (le letras qu e Fomento,» su ele pen sar que arztw llo es un elo- no se d ed icnsen á este cultivo
Monaguillo.
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LA CANTORCI LLA -Canciones! Canciones bellas! Nuevos cantos nunca oidos, Para mozos y doncellas , Para esposas y maridos! Historias! Cuentos!. ....-Hay modo De llenar gustos por todo, Pues de glorias, juegos, guerra, Son millares Los cantares Que yo vendo de mi tierra.-Versos doy? Monedas pido: Todos oyen? Todos dan: No sé yo donde he nacido; Gano el pan Dando á todos mi canción: Es mi hermano mi acordeón-¿Que quer éis? ¿quereis reir?Vais á oir Qué cantar lleno de risa!-¿Quereis llanto? Mudo el canto á toda prisa, y es de lágrimas mi canto!-¿Llora?-lloro!-¿Burla?-río!-Todo.... .. Mentira! quimeras! ......
Mas ¡Dios mío! Por favor! N o querais llore de veras, No pida is cantos de a111or.- F lor, ya mustia, en su mañana La cantora, la gitana Lleva en el alma un desierto! A )', 1a 111na '-' ¿C'amo 1l a SIido? o . Su gitano está dormido Para siempre]. . ..... Muerto! muerto!¡Como surgen los dolores Con el llanto!Hermanos, padres, amo res, Que allá dejo entre las flores De mi obscuro camposanto! ................. ....." .. " -¿Llorais todos?-Ah, 10 ent iendo!-Ved, yo rÍo!Esta historia no la vendo, Este canto es solo mío!-Canciones! Canciones bellas! N llevas cantos nunca oidos, Para mozos y doncellas, Para esposas y maridos! '
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Albedo Ituarte.
AMISTAD Aquiles y Patrocles, ni Orestes ni Pílades, estuv ieron unidos por una amistad tan fuerte y tan tierna como los dos más hermosos entre los compañerosde Eneas, Nisus y Euriyalo. «Se amaban el uno al otro únicamente, dice el poeta Virgilio, y no se separaban ni en la batalla.» Euriyalo era el más joven. Su madre Ida 10 había confiado á Nisus y por eso había en la amistad de Euriyalo mucho de respeto y de gratitud, mucho de paternidad en la amistad de Nisus y en ambos la misma necesidad de vivir para el otro y la misma indiferencia para con las muje1
res. Eran amables con sus cautivas pero no les acordaban sino cortos momentos . El viejo Agato que había educado á los dos amigas para el oficio de las armas, repetíales á menudo: Indigno es de un hombre el abandonarse por . completo al amor de una cautiva y hasta de una mujer de condición libre . No se ha hecho la mu jer si no para h i lar el cáñamo, preparar los ali mentos y algunas veces, encantar á los gue rreros en las horas de reposo . Pero el que ama á una mujer más de lo que conviene, tendrá vergüenza de ser martirizado por ella; será turbado
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en el consejo y en la acción. Llevará. en sí un mal q ue oscurecerá. su espíritu y hará vacilar sus plantas d urante la marcha ó la hatallu. P ronto preferirá la boca y 103 ojos el e una muj er á todo lo que constituye el hon or de la vi da. Po r el contrari o, uadu hay más honrado y ventajoso que la amistad que un e á dos hombres; pueden confiarse sus secretos sin temor de ser vendidos; pueden conversar largo ti empo juntos , pu es se comprenden ; y de este modo el uno saca provecho de los Pensam ien tos del otro; pu eden, en fin , socorrerse mutuamente en el peligro. El que ama á una muj er pierde su fuerza; el que tiene un am igo, dobla la suya. Los antig uos hacían poco caso de la muj er, estimándola en lo qu e vale . Veo , hay! q ue esos costumb res han camb iado, y que muchos hombres ex perimentan senti mientos irrazonables por las mujeres . Reco rdad que una m ujer perd ió á I l i ón, Recordad que sólo por haber t riunfado ele femeni nos artificios, le fué dado al rey Eneas fundar la ciudad que siempre durará . Desconfi ad de la mujer, oh jóvenes! Enriynlo y N isus escuchaban esas lecciones y las guanlaban fielme nte eu su corazón.
** * POI' eso t iempo ll egó al campo enemigo , tra ída por su padre Mé tabo, la amazona Camila. Cam ila era muy pequeña aún , cuando Al rey Métabo arrojado de la ciudad de Priverna á causa de su tiranía, la había llevado consigo en su huida. Dirigíase hacia las tupidas montañas que cerraban el horizonte, estrechando entre sus brazos á su hija envuelta entre los pliegues de su manto. Los hombres enviados en persecución suya, hurgaban en todos sentidos la llanura y las flechas silbaban en su alrededor. Llegó junto al ría Amasenus, que corría caudaloso repleto por las lluvias. Disponíase á pasarlo á nado, pero lo temía por su carga querida. Mas se le ocurrió una idea: iba armado de una larga azagaya nudosa, de punta templada al fuego; ató sólidamente la niña en el centro del asta con correas de corteza y blandiendo el azagaya, exclamó: -¡Oh, hija de Latona,vírgen cazadora, te consagro mi hija, suplicante:. tuya es; tiene por la primera vez en sus brazos el arma que tú acostumbrabas llevar. Salva y recibe por servidora
á la niña que confío á la incertidumbre de los aires . Dij o, y ech ando hacia atrás su robu sto b ra zo, lanzó la javalina y , sob re la silban te j avaliua, atravesó Camila la anchura de la rápida cor riente. Arroj óse luego Métabo al río y encontró sana y salva á la niña abrazada al dardo, que clavado . en la otra orilla vibraba todavía Vivió con su hija en la soledad de montes y valles. La alimentó con lech e de an imales, y en cuanto pudo cor rer le puso entre las manos un arco y flechas y colgó de sus hombros delicado s una piel de tigre. Cuando los troya nos bajaron á Italia, Cam ila tenía qu ince años. E ra maravillosamente bella, y h ábil en el manejo de las armas . Sus oj os eran puros, frescos y profun dos como una fuente inmóvil en los grandes bosques. Po r odio al extranjero y fastidiado de su inacc ión , ofreció Métabo sus servicios al rey Tur111S, y se unió con Carn ila al ejército de los Rá tulos .
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Como desde la primera batalla, la amazona Cam il a h abía h ech o con sus flechas gran matanza de soldados troyanos, t iró de su espada para combatir más de cerca, y así se encontró de pronto en la reyerta, cara á cara con el caballero Euriyalo . E l choque fué violento; después de repetidos golpes, cruzáronse las espadas, en tanto que los dOB caballos, rozando los ijares, giraban sobre sí mismos con sonoros pataleos . Mas de repente Euriyalo dejó caer el brazo como si el joven héroe desistiera de defenderse: había visto los ojos de la guerrera Camila, La virgen levantó su espada y hubiera caído cruelmente sobre Euriyalo, si Nisus no hubiese corrido en socorro de su amigo. Con un golpe rápido desvió la espada y con otra la partió en dos. Tenía por consiguiente la amazona á merced de él; pero se detuvo y, súbitamente, volvió riendas á su caballo: había visto los ojos de la virgen, la boca pura que aún en la cólera parecía una flor, y las rubias guedejas que se escapaban de su casco ligero .
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La noche de la batalla por primera vez uo sin·
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ti eran placer Nisus y Eu riyalo en estar j un tos . Olvidaron contarse, como acostumbraban, sus impresiones del día; separáronse sin casi haberse dirigido la palabra. Fingió Euriyalo gran cansancio y se retiraron calla uno á 3U tienda. El día siguiente (se había acordado una tregua en tre los dos ejérc itos) salió Euriyalo del campam ento con la. auro ra, y, por u n abrupto sendero, á trnvés de las malezas, subió á una altura de donde se descubría el campamento de los R útulos, á dos tiros de flecha. Cor ría un río á las faldas de la colina. Euriyalo vió á Camila que llevaba su caballo á beber al río . V estía s610 una túnica color de azufre, ceñida con una correa bajo la comba de su talle, y flexibles san dalias de piel de cabrito; sus cabell os sueltos flotaban sobre sus espaldas, y bajo los rayos oblicuos del sol naciente, á través de las salpicaduras de rocío que caían como llu vias de perlas, el 0 1'0 de su cabellera y el respla ndo r de su túni ca la hacían semejar ÍL una pequeña diosa sobrenaturalmente aparecida. Cuando Camila hubo en tr ado en el cam pmnento de los Rú tulos , bajó E ur iyalo de la colina, y en el áspero sende ro encontró á Nisus que subía . Los dos amigos se miraron y no se hablaron, pnes clarame nte se leyeron en los ojos el pensami ento qu e ambos qu erían guardar. No se viero n en los dos días sigui entes.
*** Mien tras tanto, Nisus pensaba. - Mi hermano Euri yolo y yo, estamos poseí. dos por esta mujer, mientras que esté ahí, seremos cobardes ante ell a en la batalla, y si la hacemos prisionera será tod avía peor. Yo podría, quizá, por un g rande esfuerzo de valor, puesto que E uriyalo es el más débil y el más joven, sao crifi carm e por él y cederle aquella cuyos ojos han envenenado nuestra sangre. Pero entonces se perdería él y se acabaría nuestra amistad. Tengo que matar esa mujer, si quiero continuar siendo el amigo de Euriyalo, 10 cual me importa más que cualquiera otra cosa en el mundo. Debo matarla traidoramente, en las tinieblas, y sin ver su rostro, pues, si 10 viera, no tendría fuerzas para herirla.
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y por su parte Euriyalo pensaba: -Si esa mujer llega á ser ca utiva nuestra (puesto que los dioses I10$ han prometido la victoria , sobre los Rútulos), ó me ama y entonces haré desgraciado á Nisus, ó amará á Nisus y entonces le aborreceré. E sto sería abominab le pues debo todo á Nisus; me ha que rido y me h a cuidado como lo hubiera hecho una madre, me ha fortificado con su ejemplo; la vi rtud q ue te ngo, de él me viene y varias veces me ha salvado la vida en los combates. Por consiguiente Carnila tiene que desaparecer, pero no puedo atacarla ds frente, porque si encontrara sus ojos, la espada se me caería de las manos y le pertenecería apesal' mío.
***
La noche del día en que debía espirar la tregua, dijo N isus á Euri yalo: -Amigo, sí he callado durante tres días, es porque meditaba un g ra u pla n. S é por don de puede uno introducirse de noche, sin ser visto por los centinelas, en el campamento de los R útulos. Ven conmigo y degollaremos g ran número de ellos d urante su sueño. Ven y de las cabezas que nos entreguen los dioses juremos no perdonar ninguna. -Hermano, dijo Euriyalo, 10 juro.
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.. .... Esa noche, noche sin luna, Camila dormía profundamente en un rincón de su tienda. Una pequeña lámpara hacía correr pálidos resplandores sobre el casco y la coraza colgados en el muro de tela, pero dejaba en la sombra el rostro de la joven. Nisus, rojo de sangre (pues ya había degollado, silenciosamente, gran número de Rútulos), entró con paso mudo. Contempló el cuerpo graciosamente tendido sobre la alfombra y asegurándose por el movimiento del pecho del lugar en que debía herir, hundió su puñal en el corazón de la guerrera, volviendo la cara del otro lado, En ese momento apareció Euriyalo, muy pálido, en la pnerta de la tienda. - H ech o está, dijo Nisus. y los dos amigos se abrazaron llorando.
Julio Lemaitre.
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All á se ve .. . ... de la vecin a aldea Las bu rladoras aspas del molino Girando arrebatada s y sin till o, Con fe que impulsa )' rabi a que jadea
(ACUA RELA A NDALUZA.)
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U na estrofa en las aspas voltejen, Lanzando al ci el o su cántico divino Del hombre triunfador sobre el Destino y del vi ento enfrenado por la Ideal . .... .
Cuando entre las penumbras de la tarde Miro all á . .... los 111 01inos, donde en va no U 11 gran beso de sol pal pi ta y ard e, Espero ve r que de las aspas brote, Sobre fl aco rocín, con lanza en mano, E l tipo espiritual de Don Quijote!. . ... . Perú - IS94 José S . (Jlloeallo.
E n los marmóreos patios de mi Sevill a, mientras el Sol las calles dora y retuesta, e n tre el sopor pesado de roja siesta depone mi mu ch ach a pein a y mantilla. Bajo el toldo flotante la fuente brilla derram ando sns go tas en son de fiesta, y la mnj er escucha la mansa orquesta entornando los ojos que el sueño h umilla. S ue ña que, jun to al muro qu e la aprisiona, 11 n rondador cauti vo de su persona dice frases galan tes á su figura; y que yo la interro go con mis miradas y hay tras la reja gritos y cuchilladas por ganar la bandera de su hermosura. S a lVlu l o r RlIeda .
BLANCO Y AZUL A Carmen Rodríguez y Vera.
ante mi vista un pa pel blanco y estoy pensando en tí, 10 cual qu iere decir que mi pensamien~ to es casto. .IJt~ Deseaba escribir con t i n t a blanca, extraída, por ejemplo , de los pétalos de la azucena; pero como entonces no podrías leer mis pensamientos , me decidí por el azul pálido, qu e es el color de los fugaces ensueños de la primavera de la vida , y con un poco de anilina diluida en la claridad del agua , puedo realizar la idea de enviarte pensamien tos blancos escritos con caracteres azules. Blanco y azul, esto es: la castidad y el cielo.
se destacan del fondo azul del firmamento . ¡Qué alas tan blancas y qué cielo tan azul! ¡Qué alegría e11 la natu raleza! ¡Cuúntas claridades en las cosas y cuánta v ida en los séres! E l agua cristalina retrata el cielo azul, y en el contorno qUE> abarca la v ista se destacan , sobre todas las COSEtI$ , nubes blancas y montañas azules. Amaneció en el or iente de tu vida y todas fueron claridades: no viste más que blanco; pero te acariciaron con sus besos quince primaveras; el geniecillo azul de la juventud irradió su bellísimo color ante tus ojos, y ya no viste solamente blanco, sino blanco y azul. El capullo blanca produjo linda mariposa de alas azulinas, y al albo vestido que llevabas al ofrecer flores á María, prendió su lazo azul pálido la coquetuela juvenAmanece, y á la pálida claridad del alba se tud. distinguen las alas de las palomas blancas que Ignoras a ún lo que son sensaciones y sólo te E KGO
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preocupa tu vestido nuevo. Amas á las flores porque hu elen b ien y {i. Ma ría, la de Dios, porque es buena . ¡Y q l~ buena es María! Cuando le comunicas t us b lancos pensam ientos y tus ensueños azu les, sonríe COl!. placidez, porque ella ama lo blanco, símbolo de la pureza, y lo azul, porque sin duda azul es el suave ambiente que la rodea, y de blan co y azul la vistió el cariño de los creyentes. TUR noches son blan cas también, porque las inunda de palideces infinitas la luna, y tus
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ensueños azu les, ligeros y fugaces, giran en torno de tu casto lecho. No sepas nunca cómo son ot ros colores: jamás estudies la gama de los matices, porque basta y sobra para tu vida con la blanca "Vestidura de la inocencia, y para tu s ojos con el azul celeste . Blanco y azu l. Blan ca la cast idad para tu alma y azul para tus ojos la esplénd ida techumbre del firmam ento.
.José «le la Vega Serrano. San Luis P otosí, l B94.
C ELOS ¿Te admira que de celos te dé mi tr~ste queja, y burlas con tu risa mi angu stia y mi dol or? ¡Quisiera Dios que fuese tan sólo una consejn, Mentira solamente mis celos y mi amor! ¿No tengo celos, dices? ¡Del aire que respiras! Del aura que en tus trenzas sus alas perfumó! De todo lo qu e tocas, de todo lo que miras, Y de mi propia som bra, porqu e esa no soy yo!
'I' ú misma me das celos; tu esplénd ida belleza Me encela, si le prestas más aten ción que :í mí. ¡Quisiera que el espej o que copia tu cabeza Mi imagen reflejara, cuando te copia á tí ! Celos m e dan tus ojos, con cuy os rayos bañ as De má gicas delicias á cuan tos seres ves, El fuego que se oculta det rás de tus pestañas Haciéndome rendido caer ante tus piés. P or celos solamente , porque no más yo sea Quien tus encantos toque temb lando de emoci ón , Quisiera ser el traje dichoso qu e rod ea 'rus formas, y que escucha latir tu corazón ! . ........................ ..... ..................... ..........
A.bu B e kel·.
Houssaye.
- E l esnecesario es duro, pero es únicamente por la práctica de este es necesario como podemos atestiguar nuestro valor moral. Vivir al capr ich o no supone n ing una su perioridad . Giethe.
-El amor es el q ue nos inspira las grandes cosas y el que nos impide realizarlas . A. Dumás,
- E l extremo dolor tiene su misterio de pudor como el extremo amor. Lamartine.
El genio no reconoce gramática; lleva su doctrin a á su obra. E n vez de som eterse á la ley del pasado, escribe la ley del porvenir. Arsenio
hij o.
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CUENTOS COLOR DE HUMO Juan el organista (CONTINUA .)
II
habían de examinar los defectos de la novia, para no ver más que las virtudes y excelencias. Los pobres reciben todo como limosna: hasta el cariño.
A una de las haciendas de aquel valle, lleg6 al oscurecer de cierto día Juan el organista. Tendría treinta años y era de regular figura, ojos expresivos, traje limpio, aunque pobre, y Juan puso los ojos en una muchacha bastante finos modales. Poco sé de su historia: me refie- guapa y avisada, pobre de condición, pero bien ren que naci6 en buena cuna y que su padre admitida, por los antecedentes de su familia, en desempeñó alguos empleos de consideración en las mejores casas. Era hija ele un coronel que los tiempos del presidente Herrera. Juan no al- casó con una mujer rica y tiró la fortuna de ésta canzó más que las últimas boqueadas de la for- en pocos años. La vi uda se quedó hasta si n vi utuna paterna, consumida en negocios infelices. dedad, porque el coronel sirvi6 al Imperio. Mas Sin embargo, con sacrificios ó sin ellos, le die- como sus hermanas, hermanos y parientes vivían ron sus padres excelente educación. Juan sabía en buena posición, no le fal t6 nunca 10 suficiento car el piano yel órgano; pintaba medianarnen- te para pagar el alquiler de la casa (veinticinco te; conocía la gramática, las matemáticas, la pesos) la comida (cincuenta) ni los demás pequegeografía, la historia, algo de ciencias naturales ñ os gastos de absoluta imprescindible necesiy dos id iomas: el francés y el latín. Con estos dad. Para vestir bien á las niñas, como á persosaberes y esas habilidades pudo ganar su vi- nas de la clase que eran, tu vo sus apurillos al da como profesor y ayudar á la subsistencia de principio; pero ellas, luego que entraron en sus padres. Estos murieron en el mismo mes, edad, snpieron darse mañas para convertir el precisamente cuando el sitio de México. Juan, vestido viejo de una pri ma en traje de última que era buen hijo, les lloró, y viéndose tan solo moda y hacer los metamorfosees más prodigioy sin parientes, entregado á solici tudes merce- sos con tono género de telas y de cintas. Adenarias, hizo el firme propósito de casarse, en un más, eran lindas y discretas; se ganaban la vomomento, hallando una mujer buena, hacendo- luntad de sus parientes, regalándoles golosinas sa, pobre como él y qu e le agradara. No tardó y chucherías hechas por ellas; de manera qne en hallar esta presea. Tal vez la muchacha en jamás carecieron de las prendas que realza la herquien se había fijado no reunía todas las condi- mosura de las damas, y no sólo vestían con deciones y atributos expresades arriba, mas los po- coro y buen gusto, sino con cierto lujo y elebres, en materia de amor, son fáciles de conten- gancia. Cada día del santo de alguna 6 al acertar, especialmente si tienen ciertas aficiones poé- carse las solemnidades clásicas, como Semana ticas y han leído novelas. Al amor que sienten Santa y Muertos, recibían, ya vestidos, ya somse une la gratitud que les inspira la mujer sufi- breros, ya una caja de guantes ó uu estuche de ciente desprendida de las vanidades y pompas perfumes. Llegó vez en q ue ya no les fué ne cemundanas, para decirles: «te qui ero.» Creen ha- sario recurrir á los volteos, arreglos ó remiendos ber puesto una pica en Flandes, se.admiran de en que tanto excedían, y aun regalaron á otras su buena suerte, magnifican á Dios que les muchachas, más pobres que ellas, los desperdidepara tanta dicha y cierran los ojos con que cios de su guardarropa. Las otras ricas las mié
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maban muchísimo y solían ll evarlas á los paseos y á los teatros. R osa fu é la que se casó con J uan. L :1s otras tres, por más ambiciosas ó menos afort unadas, continuaron solteras. N o faltó quien sabiendo el matrimonio, hiciera tristes vaticinios.e-ejuan -decían-gana la subsistencia trabajando, hoy reune ciento cincuenta pesos, cada mes; pero ¿qué son éstos para las aspiraciones de Rosa, acost umbrada á la holgura y lujo con que viven sus parientes y amigas?»-Y con efecto, era hasta raro y sorprende nte, que Rosa hubiera correspondido al pobre mozo. El caso es, que fuese por el deseo de casarse, ó porque verdaderamente tomó cariño á Juan , R osa aceptó la condición mediocre, tirando á mala, que el pretendiente le ofrecía y se casó. E l p rimer año fueron bastante felices; verdad es que tuvieron sus discu siones y disgustos; que R osa suspiraba al oir el r uido de los carruajes q ue se encam inaba n al paseo: que no iba al teatro porque su marido no quería que fuese á palco ajen o, pero con mutuas decepciones y deseos sofocados, haciendo esfuerzos inauditos para sacar lustre á los ciento cincuenta pesos del marido, pasaron los primeros nueve meses. Coincidió con el nacimiento de la niña que Dios les envió, el malestar y desbarajuste del Erario en los últimos días de Lerdo. Faltaron las qu incenas, fué preciso apela r á los ami gos, á los agiotistas, <11 em pe ño, y Rosa, en tan críticas ci rcunstancias se con fesó que había hecho un soberano disparate en casarse con pobre, cuando pudo, como otra ami ga suya, atrapar un marido millonario. Las tormentas con yugales fueron entonces de 10 más terrible. L as gracias y bellezas de la niña, n o halagaban á Rosa, que deseaba ser madre, pero de hijas bien vestidas. No pudiendo lu cir á la desg raci ada criatura, la culpaba del duro en cierro en qu e vivía para cuidarla y atenderla. Poco á poco, fu é siendo menos asid ua y solí cita con su hija; abandonó tal cuidado al marid o, y despechada, sin paciencia para esperar tiem pos mej ores, ni resignación para ave nirse con la pobreza, sólo hallaba fugaz esparcimiento en la lec tura de novelas y en la conversación con sus amigas y sus primas. Los parientes benévolos de antañ o pudieron haberla auxiliado en sus penurias, pero ] uan, decía : «Mie ntras encuentre yo 10 necesario para
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comer, no recibiré li mosna de n ínguno.» As í es qu e cuando R osa re cibía algún dinero, era "in que Juan se enterase de la dádiva. Más ¿cómo emp lear aquellos cuantos pesos en vestidos y gorras, si J uan estaba al tanto des los exiguos fondos que tenía? Algunas compras pasaron como obsequios y regalos) pero aún bajo esta forma repu gnaban á Juan. ccNo quiero, solía decir á su mujer, que te vistas de ajeno. Yo quisiera ten erte tan lujosa como una reina; pero ya que no puedo, confonnate con andar decentey limpia, cual cuadra á la muj er de un triste ernpleado.» Rosa, decía para sus adentros. "Tan pobre y tan orgulloso: [como todos!. Esta misma altivez y el despego á propósito extremado conque trataba Juan á los parientes ricos de su esposa, le concitaron males voluntades entre ellos. N o pasaba día sin que por tierna compasión dijeran á Rosa: (c¡Q'tté mal hicistes en casarte! j Mejor estabas en tu casa! Sobre todo, con ese talle, con esos pies, con esa cara, pudistes lograr mejor marido. N o porque el tuyo sea malo; ¡nada de eso! pero hija, es tan infeliz!" y poco á poco estas palabras compasivas, ' el desnivel entre 10 soñado y 10 real, la continua contemplación de la opulencia agena y las lecturas romanescas á que con tanto ahinco se entregaba, produjeron en Rosa un disgusto profundo de la vida y hasta cierto ren cor ó antipatía al misérrimo Juan, responsable y autor de su desdicha. Rosa procuraba pasar fuera de la casa las más horas posibles, vivir la vida fastuosa y prestada á que la acostumb raron desde niña , hablar de bailes y de escándalos y hasta-¿por qué no? - escuchar sin malicia los galanteos de algún cortejo aristocrático. Al cabo de seis meses trascurridos de esta suerte, sucedió 10 que había de suceder: que Rosa dió uri mal paso con su primo. Juan no cayó del séptimo cielo como Luzbel. Conservaba aún los rescoldos de la amorosa hoguera que antes le intlam ó, pero no estimaba ni podía estimar á Rosa. La había creído frívola, disipada, presuntuosa y vana, pero nunca perversa y criminal. Y Rosa-hagárnosle justicia pl ena-no delinquió Po! hace! daño ni por gozar el adulterio, sino por vanidad y aturdimiento. Juan, tranquilo en su cólera) abandonó el hogar profanado y salió con su hija de la dudad. ¿A qué vengarse? El tiempo y s610 el tiempo, ese j us ticiero inexorable, venga los delitos de leso corazón.
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Huía de México, como se huye de las ciudades apestadas. No quería sufrir las r isas de unos y las conmiseraciones de otros. Sobre todo, quería educar á su hij a, que contab a á la razón dos años, lejos de la formidabl e teri tación. La va nidad es una lepra contagiosa-decía para sí- ¡tal vez hereditaria! Quiero que mi hija crezca en la atmósfera pura de los campos: las aves la enseñarán á ser buena madre. E n los pri meros días de ausencia, la niña despertaba diciendo con débil voz: ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Cómo sufría al oírla el pobreJuan! Jba á abrazarla en su camita y mojando con lágrimas los rubios rizos y la tez sonrosada de la ni ña, le decía sollozando: ¡Probrecita! ¡Somos hu érfanos! Al año de esto, muri ó la madre de R osita .] uan vivió con muchísimo t rabajo, sirviendo de profesor en varios pueblos y ayudándose con la pintara y con la m úsica. Diez meses antes del principio de esta historia , fué á radicarse en San Antonio, población principal del valle descrito en el capítulo anterior. Allá educaba á algunos chicos, pintaba imágenes piadosas que solía vender para las capillas de las h aciendas y tocaba el órgano los domi ngos y fiestas de g uardar.
A Yo sé que jamás de tus lab ios brotó la mentira, yo bien sé que en t u pecho no cabe la negra perfidia,
Esto último le valió el sobrenombre de «Don Juan el Organista .» T odos le querían por su mansedumbre, buen trato y fam a de hombre docto. Mas lo que par ticularme nte le hacía simpático, era el cariño inmenso qu e te nía á su hij a. Aquel hombre era pad re y madre en una pi eza. ¡Con qu é minuciosa soli citud cuidaba y ate ndía á la peque ñ uela. E ra de ver cu ando la alistab a y la vestia, con el pr imor qu e sólo ti enen las mujeres; cuando le rezaba las ora cio nes de la noche y se estaba á la cabecera de la cama hasta que la chiquilla se dormía! Rosita ganaba mucho en h ermosura. Cuando cumplió cinco años- époc a en qu e principia esta h istoria-era el v ivo re trato de la madre. Las ve cinas se disputaban á la niña y la obsequiab an á menudo con vestidos nuevos y j uguetes. Por modo que Rosita andaba siempre como una muñeca de parcelana. iY á la verdad que era m uy cuca, muy discreta, muy linda y muy graciosa, para comérsela á besos! Veamos ahora lo que Don Juan el organista fué á buscar en la vecina hacienda de la Cruz. El Duque Job.
(Contiuuará.y
JUB yo bien sé que tus ojos de cielo el alma se mira; y no logro saber si me quieres ¡oh rubia hechicera! ¡oh pálida niña!
Fernando Iglesias
DESPUES DEL DUELO -¡Por piedadi-i-exclamó al fin .-Díganme ustedes lo que ocurre. Todos guardaron silencio, yen aquel mutismo A herida es grave, muy grave! adivinaba Gustavo un movimiento de reproba-¿He matado quizás? preguntó Gustación contra él. tavo fuera de sí. DA pronto uno de los médicos pronulll i ó la Pero nadie le contestó . palabra nnuerto! y el grupo retroced ió ll en o de .t Anhelante y conmovido, permanecía espanto. nuestro hombre entre el grupo de 19S cuatro pa-{Muerto! ¡Muerto!-repitió Gustavo gritan. dr in os y de los doctores, sin atreverse á dar un do como un loco y echando á correr por el j arpaso . dín.
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En su p recipitada marcha chocó contra el tronco de un árbol, pero sin sentir el do lor de l cho que , trasp uso la verja y se encontró en el camino con la espada todavía en la mano .
II Tan precipitada era su fuga, que parecía que acababa de evad i sse de una prisión. ¿Qué había he cho de la espada'? Iududablem ente debió de arrojarla al río ó á otro sitio cualq u ie ra . N i él mismo lo sabía, pu esto que sólo trataba de huir, para alejarse del sitio donde había elado muerte á un hombre. Fatig óse al fin á fu erza el e corre r , y n o pudi endo más, cayó sen tado sobre la fr esen hi erba del ca m po. Allí comp ren d ió con horror cuan to h abía pasado . El h ombre ÍL q uie n había matado en aqu el du elo era su amigo, su m ejor y má s constan te um 19O.
Com pañeros d esde la iufuu cia y vivi endo el un o para el otro, surg ió de prouto en tre los dos uu a muj er. En aque l m omeuto r ecordaba G us ta vo el mi nuto en que la couoc ió durante un viaj e y cómo se hizo presentar á ell a. Recor daba también su admirable belleza y el día en q ue loca m ente en amo rado , logró hacerla suya . Por espac io de m ucho tiem po gozó de la doble é ineop arable dich a de tener p or esposa á la más encantado ra de la s muj eres y por com pañero íntimo a l m ás leal y más caro de s us
aun gos. Sí, por espacio de macho tiempo, hasta la tarde h orrible en qu e les sorp re n d ió en amoroso coloquio, al abril' bruscamente una puerta . ¿P or qu é n o se p recip itó sobre ell os'? Porqu e la sorpresa del d esastre p aralizó sus energías , porq ue se q uedó como inerte ante la cr ude za d el do lar q ue expe rimen taba? Dejó escapar a l amante, y cua n do q u iso dar un paso cayó sin sentido en el p avi me n to . A l día siguiente tuvo conciencia de sí mismo, y env ió los padrinos al miserable que le había robado el honor y la ventura. Cuan to á la. cu lp ab le, á quien no vol vió á ver, no experimentó ira alguna contra ella . ¡La había a mado demasiado para odiarla!
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E n cambio, detesta ha COI1 ;; i Il glda r fu ror a l a 111 igo des leal , y d u rante toda la mu ñan u fi lie precedió al due lo sólo pensó en el goce de herirle con la espada. Cua ndo estuvi eron en el campo del hono r, su mano tembló; pero no d e mi edo , sino ele cólera. y ah ora se en con traba Gu stavo en aqu el camino, tri ste y meditabundo, pOI' haber dado mu erte 81 h ombre á qu ien más hnhía querido en la tierra . De pronto le hizo volver' la cabeza el r uido de un carruaj e qu e se acercaba .
nI Abr i óso la portezuela y baj ó del coche una muj er elcg uu te me ute vestida. -¡ Gracias :í Dios! ¿E stás sano y salvo? Dí.,.. - 8x cla mó la recién ll egada . Gusta n) 110 . se atrevía á con testar . - H abla , por piedad : ¿,estás herido? .. - j No! .. . P ero él.. . ' - .,¡"vne: - j Ha 111 uertol La adúltera le echó los brazos al cue llo , y le dijo: - ¡T e amo con delirio! Le has matado y has cru n pl id o COIl tu deb er, porque eres nob le y vali ente. S i crees que siento su muerte, te equ ivocas dé ni edio :í medio. Perdí la cabeza, pero no el corazón . No he amado en el mundo á nadie más que á tí. Pero al ejém on os de este sitio , y no pensemos ya en el mu ertu. Gus ta va la cou tem plaba aterrado . ¡La cómpli ce del ofensor sentía menos que él la desgracia ocurrida, y confesaba que nunca hab ía amad o á aquel hombre! -Alojém onos de aquí-repetía la adúltera sin cesar . . Gus tavo con tes tó al fin corno si hablara en sueñ os: - Sí, v ám onos; pero estoy muy nervioso y pre· fier o a ndar á pi co - ¡Como quierasl-c-respond ió ella asiéndose de su brazos--Truraute el cam ino me contarás los detalles el el duelo. ¿Le mataste en seguida, ó duró m u cho tiempo la lucha? Apuesto cualquiera cosa á q ue tuvo m iedo. No era un valiente como tú. Pero ¿qué tienes? ¿Por qué no me contestas?
" .. ~
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Es natura1 q ue de see con ocer los pormenores de lo ocu rrirl o. - Sí-rlijo Gusta vu;- m uy natural . Hnbínu l legud o 1In pu ente, en el cual se d etuvo ('1 matador . -~Iil'il-ex l' lam {) ,-a llí,á la izqui erda de esos álam os; ;,no ves uuu cusu de lad r ill os CUII dos ve· lota s? - Sí , la veo. - P u es en el jnrdíu do esa casa es donde acabnmos (l e batirnos . -¡Ah! -El infel iz cay ó mu erto eu m edio del sen de ro ce II t.rul . 'V - ¿,1. n » gr1• tó' :) -:\ada oí. -~J e l levurás á ver ese j ardín, ú
-Sí, mañana. P ero me pa rece q ue ped rías ve rlo desde aquí. Acérca te al pret il ó incl ina tanto como puedas lit cabeza fuera del puen te. U n poco más. Ya sub es, detrás do los á lamos.
:Mira
,..
La mu j er lan zó un ter rible grito : Gustavo la había cogido por las pi ernas y In arrojaba por encima de la balaustrada del pu ente. La desdichada, con la falda levantada por el aire, cayó en el ngua umar i ll en ta y profunda del ,
no . Gustavo prosiguió su cum i no hacia la aldea imnerl iatn , dond e dctuv ierou Ú aqu cl mulh echo r . qu e 11 0 snt is fecho con haber mutuno á u u hOITlbre en d esafío, h abía precipitado (L uuu muj er e11 el Sena . t..'ntulo n é n c!es .
CANT ARES Mi rar m ontañ as m e a te rra : 1\Je g usta en el hor izonte V er el c iclo al ras del m onte Couíu n d irse con la ti erra.
* No pu edo dorrn i r , bi en mío, Po rq ue es mu cha mi tri steza , Y s ie m pro han d e es ta r lu chando L OIi
p árpados con la s penas.
De ntro d e 11Ii pen samiento Nada más tu ima gen cnbe: P orqu e m ieu í.ras pi en so IlIÚ S Se va poni endo má s g ra lltle .
E l am or , prenda q ue ri dn , Es C0 1l1 0 el agua del mar: Mien t ras m ás :\ gua Se m i ru , Se va v ie ndo mu ch o m ás.
José . '" e ón y (;o nt..'e¡·llS.
ABULA EN PROSA en las orillas de la Esti- y ¿quié nes son los que le acome te n? g ia , c ua ndo vi pasar un hombre - L os g ui110ti nad as. perseguido por u na legi ón de som-¡Imposible! el Ce rbe ro tie mbla al ve rle, y bras descabezadas que arrojaban , 110 se atreve á a ce rcársele . ¿Cómo h a de a prox ial parecer, caños de sa ngre por sus ma rse al inventor de la g u illoti ua un perro qu e cuellos t ronch ados. tien é tres cabezas? -¿A qu ién pers iguen esas som- Veo otras t u rb as co mo de brac eros qu e acosa n á varios fugi ti vos. ('. bras? dije á Caronte. -A un bienhechor: al qu e su stituyó el supli- E sa es m ayor Inju sti ci a: pe rsig ue n á los incio insegu ro del h ach a y de la h orca por otro ven to res de las máquin as. m ás rá pido y h u mano: al que inventó la guillo-Lo com prendo : la m áquin a de matar suprime dolores, pero m ata: la m áquina de trabajar, ti na. S'l'A HA
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ali via a l hombre, ee pero disminu ye 105 jornales. ¡S ilencio! O ig o una algara bía de mu chachos: veo un viejecillo rodeado de legi on es de ch iqu ill os que le aclaman, desh ojan flores {l s u paso y trepa n familiarm ente por sus hombros. ¿Quiénes ese v iejecillo? - Es el qu e in ventó la pajarita (le papel. - No di ga~ más: el ju gu ete ete rn o , de cándi-
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da y encantado ra sencille z: la pri mera obra de arte que ejecu ta mos en la infancia; el único jug ne te de los niños en fermos. [Cuáuras sonrisas h a h echo brotar y cuántas lá grimas secado en los rostros infantiles ese viejecillol Ya lo ves, lector, los j ugu etes son cosas á la ve z mu y ri sueñas y mu y ser ias.
José
F~I' lIá u dez
BI'elllón.
AZUL PALIDO La n och e d el ju eves úl ti mo se p rese ntó el teno r Tumn gn o en el Oielo de Ve rd i" .... - De los {[ ¡- OrfOS d Po H ered in ha di cho u n crít ico ilustre flue la voz hu. nun a es estrec ha y poco sono ra p ara esparci rlos; se necesi ta ría (111 elnr ín de oro para d a r nm pl i turl y robustez nl vigo roso eco que se cscnpll, (t modo de hi mn o g igante, (le las ergu idas y osadas estrofa!' : de 'famagno pod ría decirse q ue es fría (~ inc olora la palab ra escr ita para trasmiti r la incisiva , profu nda i mp res ió n que, semejante al zarpazo de un león, d eja en el án i1110 el eg reg io artista. Hay algo en esta im pres ión de la sensación de un ab ismo: se siente un es tr uño pa \'or, culosfrío sub lime culeb rea á lo largo de vuestra red de n ervios; os sacude vigorosamente; hi nca en vu estras carnes el acerado g r i to de la desesperación y de la rabia , como un p uñ a l damasquino que rasgara IUl tapiz de seda; os sentís arrastrados por aqu ella inmensa oleada de d olor infi n ito qne hace temb lar al viejo árbol y lo desenraiza. Pasnu por aquella faz , rozán dola, los estados de conc ien cia , como sobre la superfi cie de l Océano : ya lo riza levemente la ond ulan te onda, cuando la amante voz de la pálida ena m orada de ese sol n egro viene á arrullar su s des cansos de guerrero; encrespa su líquid a m elen a , si la punzadora sospecha penetra en el fon do de aquella alma; se d esencadena y azota las rocas con su lá tigo d e hervidora espuma , cuando la pasión ruge en alaridos de fiera. Aterra y con m ueve aq-uel titán h ericio en m itad del pecho por la piedrecita de un pigmeo . Bástale al coloso posar su garra sobre el enemigo qne lo ased ia;
pero no es el león el qu e dev ora á la serp ien te, es la serp ien te la q n(\ ah oga al león.c--Hay un mome nto en que pi sub lime arti sta os infund e un ten o r inveuci ble: cre rfuis q ue va á sa lta r' sob re voso tros, sns ojos hr ill nn , la herm osa s ilueta se recoje, irradia la ira de todo su sé r , se lanza sobre Desdé rnon a, la sac ude co nv u ls iva rne n te , estruja su divin o cne rpo y cae despl om ad o, falto de vid a, vencido- no do mado-s-en aqu ella suprema cr isis de dolor que se pro longa hasta el parox ismo .- De aqu el hermoso, pal pitan te en cuen tro , la Corsi sacó un a desgarra d ura en un brazo: la garra del león se clavó en el múrmol de la esta tua , Deb ió h aber pensado la gentil primadomui ., en la terri ble escena del cu ar to acto: ¿Me mata rá r ealm en te este homb re?-Es la n och e: el terrible negro h ace gim r una puertecill n secreta; eucuádrase la tremen da apa ric ión en el ma rco de esta en trada: avanza ca utelosa men te, llega al bo rde de l lech o, mata la lu z y posa sus labios secos, abrasados por la fiebre, en el mar rubio qu e se desprende de la bell a cabeza dormida. Despu és. un a blanca forma que duerme su eterno sue ño de pureza, un gigante que solloza, m oribu ndo, su insaciable, inextinguible amor... y al correrse la cortina un público delirante, presa de fren esíes ép icos, aclaman do al atleta v ictorioso , al colosal artista. Pero es necesa r io oír á Tamagno, como hace falta con te mplar el m ar , para com pren der su grandeza. Todo lo qne es inmenso es así; fáltale espacio y color al ser trasw itid o, hay que buscar la i mpresión directamente : por ella es inmenso.
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Fernanda Rusquella se acerca.e-e- Aquel ge ntil monarca del R f!Y qu e 1'abiú, la manola de iVi· ña Panclia tornan á animar la v ie ja zarzuela con el donaire de sus ojos y la l uz ele su mir ada. F ernanda es una ave viajera qu e vien e (le tiempo en tiempo á b atir COIl sus alas de torna selados iris los cristal es de nu estras ven tana s. N os trae rosas frescas y picarescas sonrisas, g racia andaluza y sprit francés; es una fi gura q ue se
desprende de un a ag ua-fuerte de Gaya 6 una sil ueta qu e se escapa del cray ón ele Mars, SOl/urn] fe lllJJlr. uarie , bien.!i)l q71 i s'fic. La errante go lo nd rina cuelga hoy su tibio nielo en el vetusto alero del P r incip al. Mañ an a .. .... Pero hablar (l e m a ñan a n o es (le buen g us to. E l hoy es sie mpre agradab le, siempre riente: se llama Fer n anda,
Petit, Bien.
FERN AN D A R U SQUELLA .1."4111
LA NUMERO
,
REVISTA AZUL Al' ARECERA TODO S LOS DOMINGOS .-PRECIO DE SUBSCRIl'CION MENSUAL 0.50 SUEL'l'O , 12 y MEDIO CS .- P AR A 'fODO PEDIDO, DIRIGIRSE Á LA ADMINISTRACION, CA L LE DE L
PROGRESO NUM .
2
APARTADO DEL CORREO NUM.
309 . -
y A LA DEL (PARTIDO LIBERAL. .»)
En nuestro próximo número daremos á nuestros suscriptores un elegante fotograbado hecho en los talleres del Sr. Monasterio .
'l'01\l o I.
MÉXICO,
28
DE OCTUBRE DE
r894.
NUM.
26. .
LA QUE NUNCA VOLVERA vi ernes vi sitaremos á los mu ertos. Y o olvidé pasar recado á mis a m igos los si Ien ciosos ha bitadores de la Usul iscouerei cou.utrf , como di ce Shukespeare, y al abrir hoy la pued a de la al coba les en contré ele espera en la antesala: venían á recordarme la anual cita. Tom é nota de sus nombres y ya he pe· did o las coronas; fúnebres que he de llevarles al CaJl1 po Santo . ¿H abré olvidado á alguno? En ese caso le suplico cor tesme nte que tenga por recibida mi tarj ota, y se presente. ¡Esta noch e y en casa, amigos míos! La mesa ad erezada nguardn ya : Comendad or, escanc ia en esos vasos . Mientras llega la h orn abro el pe queño libro ele mem orias (lue me legó mi am igo el tri ste, el enlutado , y leo esta página: L
Todavía me parece estarla viendo en aquella ven ta na, cu yo marco ocultaba una espesa enredadera. T en ía la edad del rosal plantado junto á la escali nata del jardín: quince años. i Pobrecilla! Yo he vuelto á visi tal' esos lugares que fueron mudos confidentes de mi amor. Las cosas permanecen impasibles y no se curan del dolor humano. Somos como errabundos comediantes que pernoctan en este ó ese pueblo, y al día siguiente continúan la marcha sin que sus voces dejen eco alguno en las polvosas bambalinas del teatro. He vuelto á visitar esos lugares La somo bra de las paredes altas se proyecta en las os-
curas avenidas del jardín. Los árboles arrojan sobre el suelo una impalpable blonda negra, y los gorriones, al volar de sus nidos, mueven con estrépito las hojas. Junto al pozo sin brocal está la regadera del hortelano; junto al durazno, cuyos frutos amarillean, la escalera pintada de verde; los gallos que alborotan con sus cacareos el extremo de la huerta, me parecen los mismos que tú y yo conocíamos por sus nombres; y el jardinero de camisa blanca á quien veo tusando el césped de aquel prado, en nada se distingue del que por no interrumpir nuestras conversaciones fingía trabajo en el rincón más escondido 6 iba á clavar los verdes tejamaniles que forman el enverjado del boliche, roto á trechos en el retozo del domingo. Allí miro el columpio, colga(10 ele dos fresnos corpulentos. Allá el cenador, hecho de ramas y de varas olorosas, en donde solíamos desayunamos después de la misa. Esa es la banca que prefería el padre capellán para leer su breviario ó algún capítulo del «H omb re apostólico. » Nada ha cambiado! Creo que he dej ado la mesa antes de acabar la comida, 6 mientras las señoras van á verse en el espejo con el pretexto de lavarse las manos en los aguamaniles de latón. Creo que no tardaré en oir tu voz, la de tu hermano, la de tus amigos, y que dentro de poco comenzará nuestra partida de «criket.» La bola ele madera colorada corre en la arena, los mazos amarillos, rayados de negro, esperan recargados en los árboles. Ah! Ya verás cómo te venzo ahora! No tardarán los pájaros en volar espantados por nuestras risas y por el ruido seco de los mazos.
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Ya aguardo con impaciencia el instante en que pongas tu pie de Cenicienta sobre la bola roja, enseñando el extremo de tu media de color de rosa . Si lo prefieres, jugaremos á la raqueta, ¡Si tú supieras qu é hermosa te ves cu ando levantas los brazos, para alcanzar el volante que va muy alto, y te pones de puntas y echas atrás el cuerpo y saltas como un ave revoltosa! Me pareces entonces una de esas esbeltas segadoras italianas, que vuelven á. sus chozas deteni endo con las manos el pesado haz de trigo puesto en su cabeza! Y por mirar las blancas morbideces de tu cuello, que el sol baña, olvido el juego y el volante pasa y no puedo alcanzarlo y tú te: ríes! Va mos, ya es hora! Después de corret ear raqueta en mano, nos sentaremos en aq uella ba nca . y veré tus mejillas en cend idas, tus ojos más bri, ll antes y tu pech o agitado, como un pichó n preso, que qu isiera abrir con sus alas el corpiño de seda cruda , ó de percal. Vamos, ya es hora; si no quieres j ugar á la raqueta, iremos al boliche. ¡Cómo re iremos de las torpezas del alcalde! Ya m e parece oír tus voces, animando á la bola carcom ida para que ll eg ue al fin de la mesa y no se incline á la can al; los gritos CO Il q ue celebrarás las chuzas de tus compa ñeros; y tus risas reprimidas, cuando pensando engañ arm e, tomes la pizarra y borres :1. hurtadillas una ci fra, sust ituyéndola con otra. [Ah, señora tram posa, estoy ale-rta! N o permitiré qu e vaya usted h asta la mit ad de la mesa para ti rar desde all í! Ya pien so verte tomando con las dos manos un a bola g ruesa, y descubriendo, al arrojarla, la orilla de t u enagua y la garganta del botín campestre. Apunte usted, señor qua, apunte usted. El juego acaba y vol vemos á la casa: los convidados se despiden; tu hermano se duerme ó lee en su alcoba, tú sentada al piano, tocas la se-
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La enfermedad grave de nuestra época , es la cobardía. No hay el valor de desplegar la bandera, de asumir la responsabilidad de 10 qne se cree que es la verdad, de poner de ncuerdo los actos con las convicciones. Se considera que es prudente y hábil conformarse con los usos, observar las exterioridades, aun cuando en el fuero interno se haya roto completamente con todo esto. No se quiere molestar á nadie ni herir ninguna
renata de Schubert ó algún nocturno de Chopin. Luego , para te ner pret exto de hablar apart e, ponp.mos el t ab le ro del ajed rez. en la mesilla que está junto :í la ventana, ju gamos sin atender á nuestro juego, ha blando de los eternos ocho meses que faltan para la bod a proyectada, de los paseos que haremos, ya casaoos, de sublimes niñerías de nuestro amor! Y tu mamá, arrullada por el run run mon óton o de nu estras voces, se rinde al sueñ o; y yo qu erría alargar eternamente la velada; porque al am an ecer del día siguiente montaré á caballo para vol ver (t la ciudad y estaré una semana sin mirarte. He mos olvidado da r cu erda á la l ámpara de ace ite, y la me cha , carbonizad a, se va apagan do poco á poc o. Ya no h ablam os ni mOvel11 0S las piezas de) table ro , la re ina blanca está dando j aque al rey negro ; pe· ro ni tú ni yo 10 advertimos. Te ngo tus manos entre las mías y tu mi rada en mi alma. El quinqué se apaga, y entre la som bra, sin hablar, convulsos, nos acercamos uno á otro y yo te doy un beso quedo, pero largo, m uy largo, hasta que el mozo entra con Inces, pone en la mesa la tetera, las tazas y el azúcaro 'I'u m amá se despierta, y tú, muy seria, me dices en voz alta : ¡jaque al rey! . A h ! creem os h ab er 01vidado; pasan m uchos añ os, y al ver un a fl or seca, u n jard ín desierto , un peq ueñ o tablero de ajedrez, la herida se abre, el pensa rnientc retrocede, y la novia que nun ca volverá, la pobrecil la que murió de fiebre por no haberse arropado CO Il su abrigo de pieles al salir de algún baile en el invierno, se acerca á nosotros y nos dice, cotila el esposo que entra tarde á la alcoba y besa la frente de su mujer dormida: ¡no te asustes, soy yo!
El Duque Job.
preocupación . A esto se llama «respetar las convicciones ajenas.s-s-Esta falta de valor y de sinceridad es lo que prolonga una vida de mentiras y retarda á ojos vistos el triunfo de la verdad . l'tlax N ol·(lau.
La gran disculpa de Eva en su pecado, es no haber tenido madre.
Julio Norlae.
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REVISTA A ZUL
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THANATOPSIS (TRADlJCUlO~ DB BRYA::\T .)
Para el mortal que reverente admira I ..a creación, á su visible forma El entusiasta cora zón un ien do Con vínculos de amor, v ário len guaje Natura emplea. E n horas de alegría Ecos le brinda de ventura y gozo, y en las amargas horas Que emponzoña la fún ebre tristeza, Blandamente en el ánima insinúa De su doliente ami go Una voz melancólica, suave, Que, la profunda agitación calmando, En corriente apacible sus ideas. Plácida mueve.-Cuando el pensamiento De los instantes últimos del hombre E n tu agobiado espíritu cayere, Como la escarcha en débil florecilla; y el sombrío ataúd, y la agonía Congojosa, y el hórrido sepulcro En negra perspectiva te amenacen, y temblando de horror ya desfallezcas; Sal pronto á la campiña, bajo el ancho Pabellón de los cielos, y allí escucha La misteriosa voz que se desprende De la tierra y las aguas, del abi smo De los aires sin fin. IC E n breve plazo (Dirá la voz oculta) el sol rad iante Que alumbra todo en su triunfal carrera, Ya no te alumbrará: bajo el helado Terruño en que tu forma se escondiere Por pocos años, ó en la mar salobre Que un momento la abrig ue, al fin tu imagen Se perderá también. La madre tierra Que alimentó tu vida, sus derechos R eclamará; los elem entos mismos Con que el sé r material te dió en el mundo Volverán á su seno; y ya perdida T u identidad, con el peñasco rudo, O el terrón insensible que el labriego Pisa y rompe tal vez con el arado, Se Irán á confundir. La añosa encina
Con su bronca raíz irá esparciendo El va no polvo en que estribó tu hechura. Mas no sin numerosa compañía Al vasto lecho de ete rnal reposo Descenderás, ni un tál amo más regio P udieras concebir. E n él descanso Lograrás en unión de los patriarcas De la edad primitiva, de los reyes Y grandes de la tierra, de los sabios, Los héroes que los hombres divinizan. y las beldades que su pecho encienden; Los poderosos y los buenos, todos En un sepulcro inmenso confundidos. Los montes de granítico esqueleto, Antiguos como el sol; los anchos valles Que yacen pensativos á su falda; Los bosques venerandos; lentos ríos Que afluyen magestuosos; arroyuelos Triscando leves por el verde prado, Que esmaltan en mil flores; y en contorno Derramado, iefinito all á en la bruma, Del hondo mar el lúgubre desiertoHé aquí la gran decoración, el cuadro Solemne, inspirador de nuestra tumba. El astro cu ya luz engendra el día, Los luceros que brillan en la noche, Clara hueste sin número del cielo, Ardiendo están cual fúnebres antorchas En los vastos dominios de la Muerte Y en tanto vuelan sin rumor los siglos. IC Que son sino un puñado, 2 ué son los que se agitan en la tierra, Al lado de las tribus incontables: Q ue duermen en su seno? A la mañana Pedid sus alas de oro, y vuestra mente V uele atrevida el arenal cruzando De Barca, bien di vague en los florestas Que baña el Oregón, rumor ninguno Escuchando, á no ser el de sus ondas, Y allí, en aquellos páramos, los muertos También encontrareis; miles. millones, En esas hoy profundas soledades, ó
·REVISTA De edad remota entre la opaca ni ebla, Cansados ele vivir la sien dobl aron Al sueñ o entenebri do y sin m emoria Que duermen toda vía. Los difuntos Allí ocultan su reino solitari o, y allí reposan. A tu vez inm6vil Con ellos dormirás, de los vivientes Silencioso alejándote [¿quien .sabe Si aun falto ele un amigo que te 1101'<::7] y todo cuanto alienta, cuanto vive Al fin se te Huirá. L os ven turosos Continuarán su r isa cuando mu eras, Los míseros su ll anto; cada u no Corriendo seguirá tras el fantasma Favori to; á su to rno empero todos, L a ilusión ó el capricho aba ndonando, Contigo irán para ocupar su lecho. «E n la rga procesión los canos siglos P asarán, y los hij os de los hom bresEl j óven de la v ida en la m a ñana, E l que toca al zenit ele la existencia,
AZUL
Doncellas y matronas, tierno infante, O ya caduco y tembloroso anciano, Sin faltar uno solo, 'Tendidos á tu lado iránse viendo Por otros y otros más que al fin sucumban. "Vive, pues, de tal modo que al llamarte Dios á seguir la caravana inmensa Que va incesante al reino de las sombras, Donde cada viajero escue n tra li sta Su al coba en los palacios el e la mu erte, No llegues; ay ! cua l ll ega á su mazmorra De noch e, por el cómitre azo tado, Criminal infeliz; y en calm a, erguido, De la esperanza con el d ulce apoyo, Desciendas á 13. tu mba cual se mira R en dido labrador que llega ufano A 5 U lecho, tranq uila en él se arropa y dué rruese al instan te Olvidado entre plácidos eusueños.» Igllado
lUarb;~al.
CAPRICHOS EL ARTISTA DE HOY
Mürger escribió una deliciosa narración impregnada de dulce poesía: La vida bohemia. Miirger cuenta en estilo conmovedor , las aventuras de tres muchachos que se lanzaron á la buena de Dios, en la agitada vida de Paris, buscando gloria, posición y dinero. El tipo de estos bohemios, en la época en que el libro fué escrito, era muy común. Todos los que en nuestras mocedades hemos devorado Ias obras que produjo el ardor romántico en Francia , conservamos estereotipada entre los recuerdos más frescos, la imagen de un joven de rostro pálido, ojos de prorunda ternura, alborotada y abundante melena y largo y ajustado levit6n: en una mano sostiene de la falda una sorbetera, en actitud de saludar á alguien, y en la otra lleva ENRI
un rollo de papeles ~. manera de cetro. N o hay más que evo car memorias de cosas idas) para que aparezca en nuestros sueños ese tipo de bohemio. Es el novelista, es el dramaturgo, es el poeta que nos ha legado la revolucionaria generació n fraucesa de 1830. Es el m ismo joven de las «Con fidencias) de Lamartine, es el desesperado de la «Confesión de un hijo de l Siglo» de Musset, es el «Marius» de Víctor Rugo. y no cabe duda que este romántico personaje, que llora en la sublime "N oche de Diciembre') y ríe en la "V ida Bohemia,» nos encanta aún y subyuga nuestra imaginación, porqlle den tro de su fantástica envoltura hay m ucho de verda de ro y humano. Pero lo cierto es que en el estado actual de nuestra sociedad, en medio de esta constante m a, rea de progreso y orden, dentro de este círculo de realidad que se ensancha cada vez con mayor
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emp uje, el romántico de r830 es un en te ridículo. Y sin embargo, la manía de la palidez demacrada, de la melena, del levitón extravagante, tiene aq ui sus adelantos. Am igos míos hay que toman ajenjo por imitar al cantor de «Rolla,» que se in toxican con malos alcoholes á falta de buen hatchis, y evocan la sombra de su 111 usa, p uestos en 'l a estatuaria actitud de los orañamanes. N o obstante, lo perj udicial, 10 noc ivo no está en esas manifestaciones románticas , sin o en la creencia, que a un tienen algun os de nuestros j 6venes poetas, de qtle el ar te es un algo divino qu e infunde el cielo á los séres privilegiados, los cua les bien pueden esperar á que flote sob re sus cabezas esa llama, si n necesidad de estudiar nada, ni de conocer el idioma, ni tan siquiera de haber leído obras que desarrollen sus facultades. Preciso se hace que nuestra juventud se convenza de que el artista no es un profeta anal fabético, que obedece á una revelación; es necesario qu e asimismo se persuada de que tampoco debe ser un holgazán, que entre holgorios y disipaciones, escribe obras maestras á pinta cuadros inmortales. La época actual no se presta ya á estas comedias vívidas. Zolá, comentando una opinión de Balzac, escribe enérgicamente combatiendo ese vicio de romanticismo que todavía tiene adeptos entre nuestros jóvenes literatos. El inmortal autorde la «Comedia Humana,»escribi6lo siguiente, acerca del artista, en r 830: «Obra bajo el imperio de ciertas circunstancias cu ya reunión es un misterio. No se pertenece. E s juguete de una fuerza eminentemente caprichosa. Tal día, sin que él 10 sepa, sopla un viento y todo se relaj a. N i por millones tocaría su pincel, modelaría un trozo de cera, á escribirla una línea Una noche, en medio de !a calle, un a mañana al levantarse, á en el seno de una alegre orgía, acierta un carbón encendido á tocar ese cráneo, esas manos, esa lengua; de pronto una palabra despierta las ideas,' qu e nacen, crecen, fermentan ...... Tal es el artista; h umi lde instrumento de una voluntad despó tica, obedece á su amo. Cuando se le cree libre, es esclavo; cuando se le ve agitarse, abandonarse á los
arrebatos de sus locuras á de sus placeres, carece de poder y de voluntad, está muerto, Perpétua antítesis que se encuentra así en la majestad de su poder, como en la nada de su vida, es siempre un dios á siempe un cadáver. » y Zolá responde á esta lucubración brillante, con estos acentos de verdad y de ironía: «Hoy nos hacen sonreir esas cosas. Toda una época está ahí: la alegre orgía, el carbón euceudido, la antítesis del dios y del cadáver, delat an claramente la fecha de ese trozo. Se creía entonces que los artistas, pintores, poetas, novelistas, ab rían la ventana á la inspiracióu , la esperaban como una amante qu e viene ó 110 viene, según su capricho ele muj er. E l ge nio no se concebía sin el desorden. Se trabajaba al fragor del trueno, en medio de las llamas de ben gal a de un apoteó sis, con el pelo erizado por la tensión cerebral , cediendo á un furor de pitonisa visitada por un dios. Estas actitu des lí ri cas no est án ya de moda, y ho y apenas creemos más que en el trabajo; el porvenir es de las personas laboriosas qu e se sientan todas las mañanas delante de su mesa, sin ot ra cosa qu e la fe en el estu dio y su volu ntad. Notad que nada había más desastroso par t 103 escritores jóvene s, que esta teoría de la in , piraci ón, que hacía de un autor un tabernáculo inconsciente, donde el dios habitaba por acciderte de tard e en tarde, y sin regularidad. Entonces, ¿á qué el trabajo, la energía, la continuidad del esfuerzo? ¡Cuánto mejor vivir en la alegre orqia , esperando la abrasadura del carbón divi no! Yo he conocido jóvenes del cortejo romántico, llenos de menosprecio PO! n uestro trabajo regular, por ese arrastre .ie la inteligencia, por esta faena en que se doblegan el cuerpo y el pensamiento, y que llaman desdeñosamente faen a de albañiles. Somos épiciers , es verdad , pero eso precisamente consti tu ye nuestra fuerza y nuestra gloria. » Estas últimas palabras del gran novelista francés, son consoladoras, estimulantes, y constituyen el credo de los que en la presente época trabajan y estudian para conseguir 10 que en los tiempos de Hen ry Miirger se buscaba en las 0 1" gtas alegras y con las ventanas abiertas.
Luis G. Urbin8.
REVISTA AZUL.
NIRVANA (CO:N T )<~ST .\.()I ON
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A. .l.NUBADA.8)
J es ús K Valenzuela.
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E l Bien y el Mal contempla tu espíritu ardoroso librando apocalíptica batalla bajo el sol; el viento los empuja en un vertiginoso correr, y ronco suena y lúgubre en las cóncavas cavernas del abismo su enorme caracol. Los recios aquilones en tempestades hórridas; la calma siempre amiga después del vendaval ; el rayo que da muerte, la lluvia que da vida; la obscura noche artera, la luz apetecida; la mística plegaria, la imprecación diabólica, colores son y tonos del Cuadro U niversal. II
¡E l Bien y el Mal no existen!..... Los huracanes bravos que trouchau vieja encina, que abaten rubia mies y aniquilant es b ra man, son dóciles esclavos que esparcen de la Vida los inmortales gérmenes, que lle van la simiente allí donde no es. El Bien y el Mal son líneas que se unen por un vértice; innúmero oleaje en infinito Mar; aspectos de las cosas, eternas vibraciones de un Alma en que palpitan perennes creaciones y en la que se encadenan los fines y los génesis, sin tiempo, sin espacio, por siempre, sin cesar! ..... .
III Tus cantos, oh Tirteo; tu anúbada, poeta, mis nervios sacudieron ; y ví mi yatagán mil muertes cosechando en nombre del Profeta, y en cielo enrojecido, la media luna alzándose para alumbrar espléndida los triunfos del K orán. ¡Pero es mentira tod o!.... .. mis nobles venas árabes no enciend e sangre h er óica, y ya en mi corazón las viejas i1 usiones -tocando están á m uerto. Mis rápidos corceles no cru zan el Desierto;
RnVISTA
AzUJ.
los nardos y las rosas en mi vergel desmá yanse, y u n soplo se pasea, h elado, en mi man sión. IV
;011 eterno amor. ..... eterno! Des pierta á mi conj uro y forma un paraíso de m i desierto har éml
Repita alegres voces el agrietado muro, y entibien los estanques y se estremezcan tímidas las carnes sonrosadas de vírgenes de Sem. y venga mi sultana, la de belleza nítida; en su regazo dulce m is penas dejaré. Quiero que me acaricien mis sienes abrasadas )' mi áspera cabeza sus manos delicadas. ¡Y canten los muz limes horas que van aligeras si estoy gozando amores, que yo no los oiré!. .. ...
v '1 ' . toelol i P ero es men tira o 1N o curan mJS rastros ni alípedes corceles ni la soñada hurí. Espasmos y molicies dej áronrne sin bríos. }[i herencia fu é el cansancio de las im pnras CÓplJ las de esclavas y sultanes de quienes yo naci, ¡Alá trazó las sendas! Paguemos, pues, la espórtula á suerte inexorable: lo escrito, escrito está. I..as cosas y los séres, los átomos y mundos, los cuerpos y las almas, los rigen los profundos mecánicos enlaces de dura fuerza in cógnita. ¡Loemos al que es Grande, al inflexible Alá!. .... .
VI Como alto minarete mi espíritu va al cie lo; como un imán me atrae el infinito azul. Que pueda al fin gozoso lograr mi ardiente anhelo, y tóm ese la Tierra en ruín pavesa efímera, y olvídese hasta el nombre de la que fué Stambul!. ..... En Oceáno Inmenso, como una gota límpida, quisiera confundirme, quisi érame perder. ¡Oh Prometida Pálida! Sin tregua mi deseo h a mucho que te implora. jCu~n lentamente veo que pasan los instantes en esta noche mísera, y nunca llega, nunca, radioso amanecer] .......
J. A.. ()aMtIU611.. Octubre 20 de 1894.
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EL ARTE Y LA MORAL (DE I.A ((DEGRNERF.SCENCIA.»)
imitación no es la fuente de las artes, ciones, pero que ven con mirada de env idia los si no uno de los medios del arte; la fuen- éx itos al canzados por otros en este terreno, este te real de éste es la emoción. La activi- móvil vulgarmente egoista es el único que obra . dad artística no es su propio objeto,pero Desde el momento en qu e se establece que el tiene una utilidad directa para el artis- arte no se ejerce por el arte únicamente, sino que tn; satisface la necesidad que tiene su organis- ti ene un doble fin, subj etivo y objetivo, de samo de transformar sus emociones en movimien- tisfacer una n ecesidad orgáni ca del artista y el to. Crea la obra de arte, no por amor á la obra de obra r sobre sus sem ejantes, de igual modo se (le arte, sino para libertar su sistema nervioso ap li can á él los principios según los cuales se de una tensión. Esta expresión, convertida en juzga cualqu iera otra activ idad humana que un lugar común, es perfectamente justa desde el persigue el mi smo objeto: los principios de la punto de vista psi co-fisiológ ico: el artista se des- moralidad y de la legalidad. prende , al escri bi r , pintar, cantar ó bailar, de En frente de cad a t end enci a orgá nica , hay qll e una representación ó de un sentimiento que pe- preguntar si se desp rende de una n ecesidad lesa sobre su alma . gítima 6 si es la cons ecue ncia de una aberración; A este pr ime r objeto de la obra de arte-el fin si su satisfacción es útil al organismo ó le es pero subjetivo de la liberación del artista-se añade judicial; es preciso distinguir el instinto sano ot ro , que es objetivo: el de obrar sobre los demás. del in stinto en ferm izo y ex ig ir que se combata Como resultado de su instinto colectivo ó social, éste. Si la tenden cia busca su sat isfacción en un a el hombre aspira, como cu alqu ier otro animal actividad que obre sobre los demás, exam inareque vi ve en sociedad, y que tiene á veces nece- mos si es conciliable con la ex istenc ia y la prossidad de ell a , {t hacer partícipe de sus propias peridad de la sociedad , (¡ las com promete . La emociones á sus semejantes. Esta n ecesidad de actividad que perjudica rt la sociedad entra en sent irse en comunión emocional Ca l! la especie , con flicto con el uso y In, ley , 'Iue n o son otra coes la simp atía . esta hase orgánica del edi fi cio so- sa má s q ue el resúmcn de la s opi n iones qu e la cial. sociedad sos tiene en un m om ento dado sobre lo En una civilización avanzada, en qu e los mó- que le es útil (¡ la perj u d ica . v iles naturales primit ivos de las acciones están Las nociones de lo sano y de 10 en fer m izo, de en parte obscurecid os, en parte reemplazados por lo moral y de lo i nmoral , de lo social ó de lo mó viles artificiales, y en qu e las mismas accio- anti-social , son , pues , aplicabl es al arte como á nes van en caminadas ú. otro fin que su fi n teórico cualqu iera otra act iv idad humana , y n o hay la propio, el art ista-e-es verdad- no posée ya única- menor sombra de razón para que con siderem os mente la intención de h acer par ticipar sus emo- una obra de arte desde un aspecto diferente que ciones á los demás, pero crea su obra con la cualquiera otra manifestación de una indi viduaidea accesoria ya de h acers e célebre, deseo que le Iidad. es tamb ién inspirado por inst intos sociales , puesPuede muy bi en suceder qu e la em oción exto que tiende ti la aprobación de sus semejantes, presad a por 01 artista en su obra se desprenda ó bien por ganar dinero, lo que no es un móvil de una aberración enferm iza , que sea anti-natusocial , sino puramente egoista. E ntre los n ume- ral, licenciosa , crue l , que tienda á lo feo ó á lo rosos imitadores que no practican el arte por neo repugnante: ¿no debem os con den ar entonces esta cesid ad ori gi naria, porque es para ellas'la forma obra y, si n os fu ese posi ble , suprimirla? ¿Cómo de expresión natural é indispensable de BU S em o- se la. justificaría? ¿Prete ndien do, por ejemplo, A
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'I ue el artista es sincero al creer la , q UG ha trasmitido lo que vivía realmente en él, y que se en cu entra, por este m otivo, su bje tivamen te justificado pam ex pansio narse baj o forma artísti ca? Pero hay sincer idades abso luta me n te inadrn isibl es , E l borrach o ó el dast/nnana so n sinceros tambi én cua n do beb en d estrozan tod o lo qu e en cue n tran ú su al can ce . Se lo impedimos p or la fuerza; lo p on em os en t ute la , p or m ás q ue bebi endo ó destruyend o, no se perjudique tal vez más que á sí mismo . Y m ás ené rgica me n te todavía se opon e la sociedad á la sa tis facc ión de los deseos (iue no pued en ser saciados s in obrar violentam ente sobre los d em ás . La c ienc ia nu eva de la antrop olog ía cr im in al ad m ite s in d ificultad qu e los nses iuos pO I' lujuria, ciertos in cendiari os , m uchos lrul ron es y vngnbu n dos, procede n en v irtu .l de tin a imp ulsiún, q ue po r m edi o de sus crím enes 1I :d1 satisfecho u na tendenc ia orgán ica; fJlll· v inlnu , nuuu n , iu cen. l iuu, r ob an , se entreg:lII :1 la pe re za, corn o otro se po n d rín :1 la m esa p:ll':l (' 11111 (' 1', ún il':uI1 C'lIte porrIllO t ienen h amb re d ü oslns vos.rs : PI'\'O reclam a sin embargo , y just.uuon f.o p(l r l'!;a ruzú n , qu e se im pida po r todos IOH 1ll<' c1 ios ;', es tos deg eu ornd os que satisfagan su s s i m-e ro s
Azur.
tención tan severamente como al crim in al de acción, es que el derecho penal persi gue el h echo y no la intención, la manifestaci ón obj eti va, n o sus raíces subj eti vas. L a Edad Medi a tenía lu gares de as ilo , en d ond e los cri m inales n o po dían ser m olestad os po r s us d el itos ; el derech o moderno ha supri m ido estas insti tu ci on es . ¿E l arte será a ho ra un últi m o as ilo abierto ú los cr im inales que qui eren s us trae rse al castigo'? Los in stintos que el agente de poli cía impide sa t isfacer en la vía pública , ¿deben ser satisfech os en el pretendido «te mp lo» de l ar te'! Y o no veo cómo se podría defender se mejan te p rivileg io d e una Ín dole a bso lu ta men te ant i-social. E stoy muy lej os de p artic ipar de la op in i ón de R usk in , q ue no se ex ija de u u a ob ra de arte m ás que m oralidad , y nad a m ás. L a moralidad sola n o es el objeto . De otro modo los can tos religiosos serían la más h er mosa literat ura, y las efig ies toscas de santos fabricadas en Munich las m ás n otables esculturas . La superioridad de la for ma conserva en tallas las artes sus derechos , y d a , en pri m era l inea , (L la creación su val or nrtíst ico . La obra no tiene , pues, n ecesidad de se r m oral. No tiene tampoco n ecesidad de predi car ex prcs.uue n te In v i rtud y el tem or de D ios y propon erse la ed ifl cación (10 los d evotos. Pero en t re un a ohm sin objeto el e san tificac ión y una obra de mornl idnd preeon cebida, hay una en or me diforon ci n . U na ob ra indiferente al punto de vi sta moral n o ntrnerú .Y n o sntisfncor á
]fax N m'dau.
E l espírit u del hombre es tan particular, que con algo que ve, y á pesar de lo mismo que ve, se forja un motivo de p esar: nuestro cerebro hace recordar aquellos calabozos de la Inquisici6n, en los que se amon tonaban tantos y tan extrañ os instrumentos de supli cio, y en tal confusión, que se hací a incomprensible su objeto y su foro
ma. Con igual facilidad d ice uno á su amada r «Todas la" mujeres m e enga ñan .» como la dice: «Me hab éis engañado. »
A. de Jlusset. A prended á sufrir; en aprendiéndolo, ya est á todo aprendido.
Fene l6n.
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RJo;VIRTA Azur.
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S IC"lTT N UBES. Si el otoño llegó, ¿por qué yo siento, En el al ma qu e inerte desespera, Los efluvios de joven primavera, Dulce calor y embalsamado vi ento? Mas 11 0 el amor violento ¿Será el a mor? Como el sol qu e en el z énit reverbera: De luna es t énue luz! qu e, pa sajera, Asoma en tre las 11U hes u 11 momen too Algo vago, indeciso, iunoininarlo, Nacido (le un suspiro sofocado y de un deseo que insensibl e crece ...... ... S ombra ele un a ilusión q ue 110 H~ alca nza A definir ¡Tal vez 1111 :1 esperanza ' 1a a' acanciar, .. I se (1esva nece... .... Que, a1 ir
Abu Be)¡:elo.
JI I SECRETO. n rrl'ACrÓK DF, AR\'F.RS.
Sí , teu go mi secre to. ¿Por qu é fu era llegarl o? ¡Amor lJue, e n u n instante, sin límites n aci ó! Pero calla r es fu erz a, p rec iso es oc ultarlo, y que lo ignore siem pre la qu e m i m al ca us ó. ¡Y cómo inqui eto late mi cora zón p or ella ! Cómo, si n yo sentirlo! ll enó tod o mi s ér! Grabándose en el alma con tan profunda huella, Que apenas co n m i v ida podrá desparecer! L a miro, y de mi pecho turbado y palpitante Desbó rdase impetuosa de am or la co nfesión ; Privado del enca n to de su ideal semblante ¡Cu á n hondo es el vacío que siente el coraz ón! Pero callar es fuerza: si el eco de m i lira. Resuena en sus oídos, tal vez pregun tará: ¿Q uié n es la q ue ta n grande y ardiente amor 1l1sp jra? ...... ¡y no podrá saberlo, y nunca lo sabrá!
Abu Beker. IHSo.
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NUBlA s una mala muchacha, yo la conozco bieu , ta n mala com o hermosa. L os oj os sou duros, de reflejos metáli cos, qu e hieren cuando miran: las ventanas de la nariz son nbiertas, redon das y pa lpitantes como las (] e un p otro d e raza : la boca es peque ña y sensual, el colo r del rostro npiñonndo, y opulenta cabe llera n egra baña el conj u nto semejante á una nube tempestu osa qu e amenazara eu vol ver u na estrella. T oi] os los días la di viso tenel ida en la h am aca, con la falda ele muselina on du lando suavemente, muy .l nrga para ve la r la pierna, dem as iado corta para cubrir el p ie . Uun 11 egl'll, sentada al alcance de la mano, impulsa. la ha maca de cuando en cua ndo, sentada 0 11 el bruñido m ár mol , que reflej a su imagen con los conta m os de una silueta . A veces , Nuhia se duerme, la novela impura que leía cae de su mauo, y la 1101' que prende de sus cabellos suele seg u ir al li bro.... .. Entonces , all á , tras una esbelta colu m n a m orisca , surge otra cabeza negra , qu e inclinándose ca utelosa hacia la sirviente, que canturrea, le p lanta u n beso ru idoso y a rd ien te , qu e la dor mid a 110 escu cha Ó 11 0 qui ere escuehar. . . . . o
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Pero se ñor , ¿esta mos aquí en plena selva africa na..) Tal p reg u n taba yo á la dueña del Hotel donde m e al ojaba, en Nu eva Orlea ns , despu és de quince días de residencia en la pe r la de Mississipí Porque desd e la ven tana da mi cua rto se dist inguía el interior de l sun tuoso palacio d euda aquella adorab le apar ici óu erótica se p resentaba ., luego, cuando los rayos sola res caían en lín eas ob licuas )' lum inosas sobre aquella escena orien tal, ..¡ u bia y la negri ta desaparecían, d ejand o t ras de sí alg o como u na estela volu ptuosa .. ..... L a hostele ra soltó la lengua: -Sí, sí , se ll am a Nub ia , y es u n a crioll a m illonaria. E l pad re mu ri ó de an em ia hace apen as ci nco meses: los m éd icos podían salvarle la vid a siempre que la hi ja se prestase, por medio de
una operación moderna, {L clue su sangre se trasmitiera al cuerpo exangüe del anciano. E sLe amaba la vida con una desesp eración de reptil, quería vivir, vivir ú tod o tran ce, y si su s ojos se cerraban como do s lá mparas apagadas , su cuerpeci llo se erguía por un espasmo nervioso, galvánico, semejante á una araña descabezada qu e palpita en su propia r ed ...... - l'vIiss Nu bia , le d ecía el Doctor de la fam ili a- si vd , sacri ficara algunas on zas de su prop ia sangre, su padre sanaría .. . . .. --Sí, eh? pues q ue se muera . Lo q ue es yo no doy por él, ni por nadie, una sola gota de mi sangre, ni una sola, ¿lo en tendéis? E l vi eje murió, fué llorado, enterrado y olviuad o . U olvidado, llorado y enterrad o, com o ustedes quieran .
L a anemia es un dolencia general en los climas tropicales: las naturalezas más privilegiadas pi erden su vitalidad, lentamente, como una especie de d alce tormento; no hay sensación dolorosa , propiamente dicha, y s in embargo , el sér h umano se aniquila, se va aniquilando como u na ll ama falta de combustible . . .... Precisamente en el segundo período de esa de caden cia físi ca se hallaba Florencio ¡oh ironía terrible de los 110m b res propi os!-novio de la gen til Nub ia , un mes antes de los esponsales. La . últ ima vez q ue ell a lo había visto , á orill as d el lago P ortchartrain, el pobre j oven tenía los oj os encer rados en un círcu lo neg ro, ese dev.il de l'áme, como le llama R ei ne. E l en fermo , dorm itand o en su lech o de muerte, reclamaba también el d erecho d e vivir, de vi vir po r aquella á qu ien amaba . - E s necesa rio la trasfusión d e la sa ngre, de una sangre joven y rica ca glóbulos-e-decía UJ1 médico en con sulta con elotro . E n 10 más solemne y lú gubre del silen cio cuando las sombras de los doctores, proyectadas por la l ámpara.de r eflej os violáceos, danzaban en
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el ciclo raso de la habi tación , el estruendo de un car ruaje q ue hacia te m blar las vidrieras de las ve ntallas , se dotouia {t la pue r ta . E ll a , N ub iu, entraba como u u Iorbelliuo hasta la est ancia del agoni zan te, y arrojand o el som -
brero y quitándose los g uantes, levantó su manga de en cajes, y toudicndo su b razo escultura l á los maravillad os h om bros de cie nc ia, díj ules, lJarodiaudo in volu ntariumcu Le ú Cristo: -¡Esta es mi sang ro! tomadl a!
A d o lfo (; a l'r i ll o .
AZ UL PALI DO Ya com ienza á vagar entre las frondas ese vago, uzuloso vaho que de sci end o d e lo alto de las uioutuñas, en los atardecores de nu estro sereno inv ierno .-En el h ogar, el té hier ve en bo rbotones bu ll ic iosos ; el teclado prelud ia la serenata y la abuela recita su viejo cuento de ~avidad-lle muchas :Nuvidad es!-Se pi ensa sin querer, en nu estros muertos, en los amad os viaj eros cuyos retratos parecen conte m plar con mirada dulce y tierna la velada.- ¿Por qué en estas noch es de horas len tas y recogi das se va el espíritu á los q ue n os han abandonad o? Ay er nos dieron su adiós , n os ap retaron suavem ente la mano, no s bañaron en 01 último des tello de luz que ani mó sus ojo s: los v imos perderse lentamente, tristem ente en la som bra, se desvanecieron en la t iniebl a, y aho ra en cada n oche de invierno, mientras el fuego ond u la locamente en la amplia ch ime nea y el leño t ran sid o de frío, cr uje y estalla en extraños chasquidos, la q uerida vis ión viene ll amar á nuestras almas.-jO h bien venido tú , m es de los ensueños , de las largas veladas y de los seres idos! Eres la promesa de esa llueva palp itación de v ida q ue comi enza en la muerte.
al sol. Y recou struis aq uell a ép ica epopeya de un pueblo san o y fuerte , q ue ni! d ia, un a manecer rad ioso y claro, ro m pe sus li gudu ras y se impregn a del a i re (le :;¡¡ S m o nta ñas, .lc la a l ti vez
de sus b osqu es, y ele la g ra n d ios idad
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La R cri .s!n 1,h l l l'Ull lple
de edad , es casi una señor ita . l la s ido esta ruuit u el e ojos 00101' de cielo ni ñn .mimadu por la fortunu : 11 iju de padres pob res pero honrados, mallos ca riñusas le h an ay udado {\ dar los primeros pasos del ca m ino de la v ida . Próceres d istin g ui dos se han acercado (\ ell a y v ertido en sus páginas caudal de inn ú mera r iqueza. Gracias por nosotros! 1'\0 , gracias por ell a! P erque ella es de vosotras, pUl'que os corresponde, porqu e la que re mos todos, porque ella n os une má s, porque siendo n uestra parece q ue somos más unos de otros. y ahora, elevad vuestras al mas, ensan chad vuestros espíritus: os trai go una sorpresa, yo el postrero de vosotros, el recluta , vengo á anunciar la buena n ueva: la semana entran te insertaremos en las columnas el último poema de Justo Si erra: "EL BEATO CALA sAN ~ .»-Es el r ico presente del Maestro á la pequeña nu estra, á esta pequeña que tanto lo ama!
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El tenor T amagno contin úa su campaña de triunfos en el Nacional. La otra noche le oí el (Guillermo T ell. » Se siente un soplo de libertad, 1I11 himno gigante que se eleva de este altar de la naturaleza y se esparce y vibra. Se ama á la Patria con el ardor que un cie go debe amar
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PetitBlen.
• LA REVISTA
12 y ME DIO CS .2 APARTADO DEL
NUMERO SUE LTO , PROGRESO NUM .
AZUL APAR E CER A TODOS LOS DOllIINGOS .-
PRECIO DE s u nSCRl P CIO N ME NSUAL
050.
P AR A TODO PEDIDO , DIRIG IRSE Á LA ADM IN IS TRA CI ON , CA LL E DEL COR R EO NUM.
309.-
y A LA DEL "PARTID O LIBERAL ."
INDICE TO~10 1
ABU BEKER. Celos, (poesía.) 393. Sicut nubes, CLADEL (Ler.n.) imágenes versicol ores, 362 Mi secreto, (pcesfas.) 409. COLLADO (e. del) Desear y poseer (pocsta] ALBA (R.) Soneto, 323. 387. • ARCINIEGr\S. (Ismael Enrique.) El majar can COPPEE ( F ra ncisco) En pleno día, 151 Madarne ro, ]82. Carnot, 189. ARENE (Paul) La hoja de laurel, :332 COSMES (Francisco G) A la muert e ( tll;eto) ARMAS (Augusto de.) "Rimes Bizantincs.« La 3:'7. rime, (sonnet.) 365 COURTELINES (Jorge) La Escalera . 117. , BALART. (Federico.) Recuerdo. (soneto) 29. DARlO (Rubén} Impresiones y sens .cc iones: Semper et ubique (poesía.) 186 Silnguina, 191. La marea, 195, E l reb año de BANVILLE (Teodoro de .) Baudelaire, 47 Hugo, 282 Claro de luna (poesía) 32:1. BAUDELAIRE (Ca rlos.) El loco y la Venus 167. DÁVALOS (Balbino.) Augural (poesía) !=' FragBERGERAT (Emilio.) El escarabajo, 20tl. mento ( poesía) 63. Cristal marino (poesf.i ) 142. BOLET PERAZA (N.) Godoy, el ríncipe de La caída de las estrellas (poesía) 228. A través los porteros, 147. Justo Sierra, 311. Mal por de Jean Lahor, 280. La tristeza del ídel o, 30S. bien, 343 . «Lourdes," 367. DAUDET (Alfonso) El abanderado, 22 . BOURGET (Paul.) Leconte de Lisie, 229. Por las DELGADO (Rafael.) El jardín de Orizaba 325 calles, 271. DEROULEDE (Paul) Chanson, 53. BUSTILLOS (José M~) Nocturno de estío (poeDELGADO (JuaTJ 13) Al amanecer (SOllCtO .) 70. sía.) 37. En el álbum de la Sríta, María Frías Fcrnandez CABALLERO (Manuel.) Licd, ( poesía,) 35 I 2i6. Estrella matutina, (soneto) 32¿l. En la fráCAMPOAMOR (Ramo n de) Cabeza y corazón, gua, 379. Humoradas n. Humoradas, 286. CARRILLO (Adolfo.) Nubia. 41l. DI AZ DUFOO (Carlos.) Quince años de clown, CASAL (Julian del.) Cromos españoles, 103. Es2. La pereza (himno en prosa) 27. Catalépsia. quivez, 173. I nquíetud, (soneto) 292. La agonía 3.5. Leyendo á Tolstoi, 53 El primer esclavo, 70 de Petronio, 375. "Dcgenerescencia," 83. Salammbó 99. Esbozo: CASTILLON (J. A. Castillón.) El campanero, El sainete español, 116. Amor que mata, 132. 140. Nirvana (poesía ) 406. Cuadro de género, 149. Sub 1umine sernper, 180. CHAVETTE (Eugemo ) El cobarde que pega á Gounod - Gcethe, 193. Los "Rantzau," 214. las mujeres: La cólera, 200. Foie g-ras, 244. Fragmento, 285. Noche de ReCHOCANO (José S) Los molinos (soneto) 392. yes' 292. Una duda, 307. El Barbero de Seví-
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INDlCE
Ha, 323. El periodism o por dentro. 340. Un problema fin de sigl o, :l56 . Los tristes, :l85 . DOMI NI CI (Ped ro César) Armonía, 312. DU Q UE J O B ( El ) A l píe d e la escal era, 1. Vien· do volar golondrinas, 8 1. El bauti smo de la lo R evi sta A zu l," H7. La red oma encantada, 113. L a mu erte de S adi Ca r not , 129. L a vid a artificial, 177. El mú sico de la murga, 209. El " Al· manaque Mexicano de A rt e y Let ras ," 25 3. El Rafad de Lamartine, I y JI, 2fí8 Y273 Los ni ños tristes, 313 . El du elo, 35:~. C u ento s color de humo: Juan el org a ni..ta, 8(j9 y 39~ L o que nunca volverá, 401 ECH E GA R A Y (J osé d e) E l N at ura lismo, la B eIleza.1 22 EST E L RICH (J ua n Lui s ) Est ío (poesía) 158. E STEV A ( Ad albert o A) Am orosa, (so neto) 159. Las naves (poesí a) 181. E YSSETE (Da niel.) Caprich os nid os y sue ños , 59 . F ltRNr\ND EZ GU A R DI A ( R ica rdo) E l cuarto d e h or a, 87 F ERNA~ DEZ B R EMON (José) Fá b ula en p ru , ·t
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F E RN ANGRt\NA (Em ique F e rna ndez G ra nad us.) E n la mu ert e de Lu is G ~)l'''l. aglt O rtiz, (son etu. ) I ,m De Ca rJ u rc i (so neto ) 168. P rima vera y amor , Noc t ur no . :126. En un a ighsia gó. ti ca ( p oesfa ) 35fl. F LAMl\IA R ION (Ca m ilo ) Las es t re llas er ra ntes 317 FLORES ( D cc tur M a uu el.) A lb um de V iaje, Ve n ecia d e noch e, 2 .) . V c n e cia d e día, :38. FORTOUL (.I usc G il.) N utas pe rdidas, 220. GAMBOA {F dcrlc u .) De mi D iario íntimo, ¡ '2. De " L a ú ltima campa ña ." (esce na), 42. GA t« ÍA (T eles furo ) L ourdcs, zsu, O t\l\.CI A C ¡ SNEROS (Franc isco )Flordc1 b ou leva rd , 187 . Bes o á Puc k, 268. GAUTIER (T c ófil o ) E l fest ín d e la s armaduras, , "9 GJBBON ( E ,' u ard o A.) Tick tick : Brochazo azu l ce n iz a , 254G IN ISTY (Pau l.) E l último papel, 22i .
.
GO NZA L EZ OB REGON (L u is ) " Ba gatelas ," 2!) ~ .
GONZA LE Z (El o )' G ) P ro rnc t ao, 269. GO ST K O WS KI (G)A Jcanne. - Un soir d 'opera . (sonnet,) 150. El etern o fem enin o, 337.
tor dramático 1, Y 1 I. ;~ :~ y 4;). Gloria , á J listo Sierra , 49 Salmo d e la v ida, (poes ia ) 72. El lag o de Pát zcu aro, obert ura , 14 'i 1\1 edallones femen no s; Carm en R omero Rubi o d e D taz , 16 1 Leconte de Lisle, 203, Leco nte d e Li-le, 231. Asu nció n, 241. El cru za mien to e n literatura, I 289. El Pa d re, 30,j . Mi último artic ulo , 321. C ue nt os. color de hum o. R ip-Rip, el a pa re cido,
347. HER EDI A (]os ~ M"} Sui vau t Pet ra rq ue (so nn et) 29 . H ER RER A (Darío .) P r€ lud io de in vi ern o (poesía)
294 IC A Z A ( Frl1nsisco A . de) De las "Efíme ras: " Paisaj " (poesía ) 180. La ley en da del beso (po e sía) 297 . LARRANAGA PORTUGAL (Manuel) Frinea (soneto) 20.1. LECONTE DE LISLE . Les yeux d: or de la n uit,94<. Ephipha nie, 169. A un pacte mort, (son net ) 20~. R equies, 167 J.JEMAITRE (Ju lio ) La nodriza, 1:38. Nausica, 2:35. A mistad, 3 S9. LOPEZ (Ca rlos)' En el Cement erio ( po es ía) 2', 9 . LOPEZ Pl<::NHA ( A b ra ha m Z.) Mariposas, Rond el ( poesí a) ;-{ 51. Espectra l (poes ía) 3:17 . LO TI (P ed ro) E l S ultá n de Marruecos, 135. Las muj eres j a po nesa s, 30 2 LLONA (Numa P) S ombras y Lu z A l verla pasar (so netos) 28 7 . La E spada (sonetu) 380. LLORENTE (Tuod oro) Fausto (-le G oethe) poesía, 831. MAIZ I~ROY
( R ené) V ille d' Amour . Recuerdo de Venecia, 2 '4 .
MARISCAL (I gnacio) Thanatopsis (poesía) 403. :Y1ARTÍ (josé. ) Para Ce ci lia G u tié rr cz Nsjéra y Maillcfert (p usía) 2iJ2 Del" Ismaeli llo:" El prin cipe e na no, Musa travi esa, :3 58. MA X NORD A U. E l arte y la moral, 408 • MENDES (Cátu lo .) A ve nt u ra Ca balleresca , 168. D espués del D uelo , ::lHG. ME NDEZ DE CUEN C A ( L a ura ) F e (so n eto ) 168. Cu arto men gua nte. :1 18 . Mesa lina [poc s ia) 315 l\1 E N E N DE Z PE U\YO ( Ma rcelino) Neera, id ilio de A nd r é C hé nie r, 230
GUTIERREZ N A J ERA(Ma llue l)N on orn u is m e riar (poesía,) 8 El vestido blanco, 17. A · V ic ~ n ·
M I C ROS ( l\ n !!el de Campo ) Una tarde de nor t al g ia , 8 Ca rto nes : j.apone rfa . Al pasar, ~9 Na . t u ralezas mu er ta s, 44 Ca rt ones. Marcos Solana, 90 Ro m a na , 123 E l inocen te, 156 E l fusi l/Id o,
te Riva Pala cio (poesía) 27, Perez Gald6s, au
170 . E l cue nto de la Ch ata fea 24<5 A lm as bl an -
INDICE
cas , 2!H E l g rito, ;~II;. Las e.icl avas, 350. Dp. ROMÁN (j os é Anton io) Una Jura . 382 . "Cosas vista s:" El ch íqu itito 376. RUGBY ( D octor ) Un conc ierto de Ru binste in, MONAGUILLO (Ca rlos Díaz Duf,)!) ~ El p rimer 2RO revolcón, 265 "L~ Verdad II peri ódico i rn posi- . RUEDA (S a lvad or .) El m antón de Manila, (poed .l.) Si,. Escalas, (poesía) 17fl. El anochecer, hl c,33.). Palique, 287 . (so ne to ,) 2'i3 . Sinfonía del año, (poesía,) 262. 1.3 NER VO (A mad o) Ritmos 2:¿() pareja de mar ip osas, ~27. La paleta, (poesfn ) NU ÑEZ DE ARCE (G a s par). j ul ieta r Rvme o 342. El aguac erll de oro, ?6G Pesadilla, (son et o.) (so neto) 25;{ :j9 ¿. OL:\GUIIH:L (Francisco .\1. ) Primavera (poe:::;CHOLL (Aurel iano ) Ln lectura de la histos ia, sía ) 8il Provenc d, (so neto ) 21 (j 102 O, :I-IOA (José María) Acuarela (soneto .) 250. S IER RA (Sa nt iago.) E l mes de Sep t iem b re, ao I. ORTEGA MUN I LLA IJ osé .) Acuarela Ll ueve ! S I ER RA (Justo.) D e los «Trofeos" d e H cred iu: 108 . Los «Conquist ad or es» E n las m on ta ñas d iviORTIZ (Luis Gonzagu ) U h im os versos , 92. R o nas. " E l Ba nco d e Co ra l " Pleamar. " L a m uerte SIlS y Perl s, (sonetos .) HG d«l ag uila- (sonetos) ] 15, 1:31: Lu is Gnnzélga O T r'JON (Manu el j os é.) Angel es Dorniní, (suneOrtiz (sonetos) H·4, A Leconte de Lisie (sonetos .) 243. Ocaso, (soneto, 29 :? to) 2:¿5 OYUE LA (Calixto. ) De Giaccorno Leopardi, S I L V A (J osé A .) Transposiciones, 358. (poesía.) 25('. . SILVA (Carm en, Reina de Rurnania. ) Cuentos PA LMA (C lem en te ) El am or, (poes ía .) 312. de una reina: La madre de E steban el Gran PA GA ZA (J oaquín A rc ad io ) Al amanecer, En de iJ80. la noch e, (so ne to s .) 19 TABLADA (J os éjuan )Del" F lor ilegio" (poesía) rALLA RES (J aciuto.) Jesucristo y el arte lite t.. La Poseid a (so n et o) 45. Onix ( poesía ) 9!1. ra rio, (frag me n to de un discurso,) 197 El despertar de la «M usm é.« 120. Abanico Luis P E O N y CO N T R E R AS (José ) Cantares, 398. XV, 245. PEON DEL V AL L F (J os é ) Ornnia pulvis, (poe - TEJERA (Diego V.) Líed (poesía) 3~0 sía,) 90' N o volvió, (poesía,) 272. TOLSTOI (Leen) L a m uert e sobre el campo de P~~R EZ BON ALDE (J A ) Enfermo, (poesía.) batalla, 333 . 205. TORO (Lu is del) Hojas de un libro, 219 Post " EZ A (Juan de Di os). En la mu erte de la Sra. nubila F cebus (poesía) 344 . Ma rg a ri ta del Collado de Alvear, (poesía,) 59. TURGUENEFF (Ivan.) Una travesía, 174. El Res p ues ta, (poesía,) 163.' Flor de luna,,, pró !o reino de 10 azul, 329. go al poema d e es te nombre de Manuel Larra- TREJO (Juaquín) Ella (poesía) 77. ñuga P ortu g al, 182 . H oja de alburn: A . Eva Ce URBI N A (Luis G. ) Tardes opacas, 4. Ve á la esbail a s, ( po cs ía.) 195. cuela, 20. Almas solas y casas vacías, 4G. No. P I M E NTEL (Ernilio.) Los Hugonotes, 250. tas de arte: M irtos y Margaritas, 109. Hojas de PRA DO (Miguel Eduardo,) Rosa la florista, 267. alburn (poesía) 126, Caprichos: Caricias lejanas, PREVO S T ( Ma rce lo.) Nuevas cartas de mujeres, 154. Caprichos: El artista de hoy, 404. 39 UHRBACH (Carl os Pío.) Primavera (s . neto) 70. PRI E T O (Guillermo) A mi hija María de edad URBANE]A ACHELrOHL (Luis M.) F.stival, de diez años , 196. Medio día criollo, 216. RAB A S A (Emilío.) Fragmentos de Rolla. (poe- URUETA (Jesús) Del Caballete, 5. Dura ley, 61, sía,) 133. Viñetas; Colibri, Cantárida. 108, Al espíritu de R EB E L L (Hugo.) El fin de una ciudad, 283. ella, 120. La tentación, 163. Rara avis, 276. RE IB RAC H (Juan .) El tío Tomás, 187. VALBUENA (An onio de) Ipandro Acaico, 371. REN Á N (Ernesto ) Plegaria en la Acrópolis, 22G. VALENZUELA (Jesús E.) El festín de Clauaio REYR O L S ( Raoul de) A lt a rnira no, (poesía,) 306. (poesía) 61. Nih il (soneto) 151. El Rey Negro, R'CH ~PIN (Juan .; La obra maestra del crim en, Luzbel (so netos) 167. Anúbadas (poesía) 346. 5 5 y 73. 1:.'1 paja húmeda de los calaboz os, 248. VEGA SERRANO (José de la ) Blanco y azul, RIV A S FRADE (F .) Roudcl , (poesía, 329. 392. ROA BA R CE N A (José M) Romeo y Iulieta, IGLESIAS CALDERÓN (Fernaudo) A Jub, (poesía,) 339. (poesía) 396.
I NDICE
ITU A R T E (Alherto.) La cantorcilla (poesía) 3S!). Z ARA GO Z A ( An t onio.) A nte el mar, (poesía) 370. ZA RA TE (Eduard o.) El príncipe Indio, H 4. Ja lapa (páginas de un libro) 2f.O ZA V A S EN RIQU E Z (Rafael.) E stío , (soneto,) 45 A cocal ípsis (p oesía.) 14:3 . P oem as nahoas: Tlahuicol e ( po esía ) 212. ZO L A (E m ilio .) Jorge Saud 94, DE LA RED AC CIO N Impresiones literarias . A d án y E va, 9·l . Ju sto S ierra. - J osé Ma. He... re d ia , \ 24. B rlc á brac , 344. PETl T B LE U . A zul p álido: 1fi , 3 1,48,64, 7 9 ,96 ,
271, 288, 004, 319, 335, 351, 363, 383, 399, Y 4,12.
1mpresiones y pensamientos de E. y F. de Gon court, Tain e, Alfr ed .. de Musset, Paul Bourget, H. d e Ba lza c, Francisco Coppée Emilio Zolá, Clarí n, Alfonso Karr, Julio Favre, Núñez de Arce, M ey erbeer, R. de Carnpoamor, Max, Nord au Gceth e, Victor Cherbuliez, A. Dumas, Edmund o A bo ut , Beranger, Manuel de Palacio, Fene ló n: Arsenio H oussag e, i..amartine Julio Nori ac,7 2 1. 241 , 36, 47, 5 6,60 , 69 , 77,82,86, <1.: ! )S 1,1;" 107,112, 128,148,1;)5, 173,176, 2 '7.2 13,2 15,242,266 ,270 , 279,28 5,298, 3 11, 3 14, 32'2, 3·12 , 364, ~93 , 402 Y 409.
111 , 127,144, 159,174:, 192,207,224,239,256 .
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Seg ún 10 habíamos ofrecido, acompañamo s á este número un Iotozrabado hecho en los talleres del Sr . Ortiz Monasterio. o
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s u alegre d es perta r ele esposa! Su vuelta de una noche d e de l ici u, en (Ille sint ió , cua l rápido a leteo la cobarde op resión d e la caric ia CIne ape nas pal pa y huye-e-tem er osa soná mbula d el p úd ico d eseo.-
Yal recordar sus g oces juveni les , cay ó como una fiar en negro r ío 11 na g ota de In iel en la d an tesen co r r- ien te acibarada d e su h astí o, .v te mb la ron sus sen os con la írescu sensaci ón de un salpique el e rocío:
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R ector Dr. Jorge Carpizo Secretario Ge ne ral Dr. José Narro Robl es Secretario General Académ ico Dr. Abe lardo Villegas Secretario Gene ral A d m inistrativo C.P. José Romo Díaz Secretario Gene ral A uxiliar Lic. Mario Ruiz Massieu Abogado Ge ne ral Lic. Manuel Barquín Alvarez Coordinador de Difusión Cultural Mtro. Fernanclo Curiel Director de Literatura Lic. Jorge von Ziegler Jefe de la Unidad Editorial Julieta Arteaga Ti jerina Ed itor Alejand ro Toledo
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Esta edición se t er minó de imprimir en los taller es gráfi cos de PREMIA editora de libros, s.a., en Tlahuapan, Puebla, en el segundo semestre de 1988. Los señores Angel Hernández, Serafín Ascencio, Rufino Angel y Donato Arce tuvieron a su cargo el montaje gráfico y la impresión de la edición en offset. El tiraje fue de 1,000 ej emplares más sobrant es para reposici ón.