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Nicholas Kescher Razón v valores en laEra científico-tecnológica
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Introducción de Wenceslao .1. (González
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Paidós I.C.E /U.A.B
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Razón y valores en la Era científico-tecnológica
PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO Colección dirigida por Manuel Cruz T. S. Kuhn, ¿Qué son las revoluciones científicas? M Foucault. Tecnologías del yo N. Luhmann, Sociedad y sistema: la ambición de la teoría J, Rawls, Sobre las libertades G. Vattimo, La sociedad transparente R. Rorty, El giro lingüístico G. Colli, El libro de nuestra crisis K.-O. Apel, Teoría de la verdad y ética del discurso J. Elster, Domar la suerte H.-G. Gatlamer, La actualidad de lo bello G. E. M. Anscombe, Intención J. Habermas, Escritos sobre moralidad y eticidad T. W. Adorno, Actualidad de la filosofía T. Negri, Fin de siglo D. Davidson, Mente, mundo y acción E. Husserl, Invitación a la fenomenología 22. L. Wittgenstein, Lecciones y conversaciones sobre estética, psicología y creencia 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21.
religiosa 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 59.
R. Carnap, Autobiografía intelectual N. Bobbio, Igualdad y libertad G. E. Moore, Ensayos éticos E. Levinas, El Tiempo y el Otro W. Benjamin, La metafísica de la juventud E. Jünger y M. Heidegger, Acerca del nihilismo R. Dworkin, Etica privada e igualitarismo político C. Taylor, La ética de la autenticidad H. Putnam, Las mil caras del realismo M. Blanchot, El paso (no) más allá P. Winch, Comprender una sociedad primitiva A. Koyré, Pensar la ciencia J. Derrida, El lenguaje y las instituciones filosóficas S. Weil, Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social P. F. Strawson, Libertad y resentimiento H. Arendt, De la historia a la acción G. Vattimo, Más allá de la interpretación W. Benjamin, Personajes alemanes G. Bataille, Lo que entiendo por soberanía M. Foucault, De lenguaje y literatura R. Koselleck y H.-G. Gadamer, Historia y hermenéutica C. Geertz, Los usos de la diversidad J.-P. Sartre, Verdad y existencia A. Heller, Una revisión de la teoría de las necesidades A. K. Sen, Bienestar, justicia y mercado H. Arendt, ¿Qué es la política? K. R. Popper, El cuerpo y la mente P. F. Strawson, Análisis y metafísica K. Jaspers, El problema de la culpa P. K. Feyerabend, Ambigüedad y armonía D. Gauthier, Egoísmo, moralidad y sociedad liberal R. Rorty, Pragmatismo y política P. Ricoeur, Historia y narratividad B. Russell, Análisis filosófico N. Rescher, Razón y valores en la Era científico-tecnológica
Nicholas Rescher
Razón y valores en la Era científico-tecnológica
Compilación e introducción de Wenceslao J. González
Ediciones Paidós LC.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona Barcelona - Buenos Aires - México
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Cubierta de Mario Eskenazi Traducción del inglés por Wenceslao J. González y Víctor Rodríguez (cap. 1); Leo nardo Rodríguez Dupla (cap. 2); Juan Carlos León (caps. 5 y (i); y Wenceslao J González tcaps. 3, 4, 7, 8 y 9) Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copvrtgfu, i tajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprogratía y el tratamiento informático, v la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
© 1999 de todas las ediciones en castellano Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona http;//www. paidos .com e Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona 08013 Belíaterra ISBN : 84-493-0747-3 Depósito legal: B. 33.773-1999 Impreso en Novagráfik, S.L., 'Puigcerda, 127 - 08019 Barcelona Impreso en España - Printed in Spain
SUMARIO
INTRODUCCIÓN: «'Racionalidad científica y actividad humana. Ciencia y valores en la filosofía de Nicholas Rescher», Wen ceslao J. González ........................................................................... 1. Tres planos de investigación .................................................. 2. Ciencia y valores: el marco de la ética de la ciencia . . . 3. El enfoque de la racionalidad científica: la primacía de la p r á c tic a ........................................................................................... 4. Trayectoria profesional: la articulación de un kantismo p r a g m á tic o ................................................................................... 5. El presente volumen en el conjunto de sus publicaciones: la producción filosófica de Nicholas R e s c h e r .........................
P resentación, Nicholas Rescher I.
..................................................
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B a s e s t e ó r ic a s d e la p r o p u e s t a : r a z ó n y v a l o r e s
1. Razón y realidad: la infradeterminación de las teorías y los d a t o s ............................................................................................... 1.1. Cuatro consideraciones sobre la teorización científica 1.2. Los datos infradeterminan las t e o r í a s ......................... 1.3. Las teorías infradeterminan los hechos ..................... 1.4. La realidad supera los recursos descriptivos del lenguaje 1.5. La realidad excede los recursos explicativos de la teo rización c i e n t í f ic a .............................................................. 1.6. Lecciones filo só fic a s.......................................................... 2. Sobre la fundamentación de la moralidad en el entendimiento 2.1. El problema de la fundamentación racional de la mo ralidad ................................................................................... 2.2. La obligación ontológica fu ndam ental......................... 2.3. Enfoque a x io ló g ic o ..........................................................
51 51 52 53 54 56 57 61 61 62 64
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RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
2.4. Racionalidad y moralidad ............................................ 3. La objetividad de los valores .................................................. 3.1. Objetividad y valores: el problema de la validez de los v a l o r e s ................................................................................... 3.2. La deliberación racional acerca de los valores: raciona lidad de medios y racionalidad de f i n e s ..................... 3.3. Racionalidad evaluativa: la evaluación racional de fines y de su adecuación .......................................................... 3.4. La valoración sujeta a la razón: la racionalidad de fines y las necesidades h u m a n a s .............................................. 3.5. Objetividad de los valores: la valoración no es un asun to de pura subjetividad .................................................. 3.6. La objetividad de los valores en la ciencia y la tecno logía ....................................................................................... II.
67 73 74 77 79 85 90 93
L í m i t e s c o g n i t i v o s : e l á m b it o d e e s t u d i o y e l id e a l d e C ie n c ia p e r f e c t a
4. E l limitado campo de la ciencia y la tecn o lo g ía ..................... 4.1. La cuestión de ios límites de la ciencia y la tecnología 4.2. El conocimiento: un bien humano entre otros . . . 4.3. El conocimiento científico como una forma de conocer 4.4. La índole autónoma de la c i e n c i a ................................. 4.5. El progreso tecnológico y el problema de la comple jidad ........................................................................................... 4.6. La tecnología y la solución del problema de la comple jidad ........................................................................................... 5. La perfección como ideal regulativo ..................................... 5.1. Escalonamiento t e c n o ló g ic o .................^..................... 5.2. Los requisitos técnicos suponen limitaciones inevitables 5.3. Carácter insostenible del convergentismo de C. S. Peirce ................................................................................... 5.4. La «ciencia perfecta» como idealización que propor ciona un ímpetu productivo y una concepción útil por c o n t r a s t e .................................................................................. 6. El carácter imperfecto de la c ie n c ia ......................................... 6.1. Las características de una ciencia p e r f e c t a .................... 6.2. Imposibilidad de la completitud e r o t é t i c a .................... 6.3. Imposibilidad de la completitud predictiva . . . .
99 100 103 106 114 116 118 123 123 126 129'
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SUMARIO
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6.4. Imposibilidad de la completitud pragmática . . . 142 6.5. ¿Finalización temporal? .............................................. 146 III.
L im it a c io n e s é t i c a s : e l q u e h a c e r c i e n t íf ic o y t e c n o l ó g ic o
EN CUANTO ACTIVIDAD HUMANA
7. Sobre los límites éticos de la investigación científica . . 7.1. Posiciones acerca del control déla investigación cien tífica ................................................................................... 7.2. Los límites éticos están relacionados con diferentes aspectos del conocimiento .......................................... 7.3. ¿Puede el conocimiento, como tal, ser éticamente inapropiado? ................................................................... 7.4. El conocimiento es sólo un bien entre otros . . . 7.5. Coda: marco de reflexión y relevancia del conoci miento ............................................................................... 8. Racionalidad tecnológica y felicidad h u m a n a ..................... 8.1. Tecnología y bienestar h u m a n o ................................. 8.2. La racionalidad tecnológica: perspectivas interna y e x t e r n a ............................................................................... 8.3. Dos formas de «felicidad»: afectiva y reflexiva . . 8.4. Las compensaciones afectivas de la racionalidad . 8.5. La desconfianza en la r a z ó n ................................ 183 8.6. La razón, base para la felicidad r e fle x iv a ....... 186 8.7. Bienestar («calidad de vida») y felicidad personal . 9. E l sentido de la vida en una era de ciencia y tecnología . 9.1. La cuestión del sentido de la v i d a ............................. 9.2. Estableciendo la d if e r e n c ia .......................................... 9.3. El hombre, ¿una m á q u in a ? .......................................... 9.4. ¿Destruye la evolución la finalidad o la intención? 9.5. ¿La ciencia destruye los valores? ............................. 9.6. El sentido de la v i d a ...................................................... índice de nombres ............................................................................... índice a n a lític o .......................................................................................
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Introducción RACIONALIDAD CIEN TÍFIC A Y ACTIVIDAD HUMANA. CIEN CIA Y VALORES EN LA FIL O SO FÍA D E NICH OLAS RESCH ER
Desde distintos ángulos, Nicholas Rescher aborda en el presente volumen un conjunto de aspectos relacionados con la racionalidad cien tífica y la actividad humana, Lo hace dentro del marco general de la relación entre ciencia y valores. Se interesa, de hecho, por tres planos te máticos: (i) las bases teóricas de la relación entre razón y valores; (ii) los límites cognitivos de la ciencia en cuanto capacidad humana; y (iii) las limitaciones éticas del quehacer científico y tecnológico como actividad humana. Cada uno de ellos constituye una de las partes del libro. Son pasos sucesivos, en consonancia con el enfoque general de su pensa miento: primero atiende a las bases teóricas de la racionalidad científi ca y de la objetividad de los valores; después considera los factores es pecíficamente cognitivos de la actividad científica, que concibe como estrechamente vinculados al progreso tecnológico; y, posteriormente, ofrece una la reflexión ética sobre el quehacer científico y tecnológico, momento que — a su juicio— está condicionado por los anteriores. Esos tres planos articulan los capítulos del presente texto, que in tenta esclarecer la cuestión de los nexos entre la razón y los valores en nuestra era, dominada por el quehacer científico-tecnológico. La pers pectiva que Rescher adopta para abordar el problema tiene, básica mente, tres claves de fondo, (i) Tanto la razón, en general, como la ra cionalidad científica, en particular, son acordes con nuestra capacidad cognitiva humana, de modo que la ciencia es nuestra : corresponde a nuestro aparato conceptual y es diferente, por tanto, de la ciencia que pudiera tener un extraterrestre, (ii) Los valores humanos — el conjun to de aquello que, legítimamente, es digno de reconocimiento— y, en tre ellos, los valores de la ciencia, conectan con la actividad humana (es decir, no requieren un «mundo aparte» — al modo platónico— que los fundamente, ni versan sobre un sujeto trascendental o una conciencia pura sino sobre personas — sujetos de experiencia— ) y poseen una ob-
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RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
jetividad que se enraíza en las necesidades humanas, (iii) Entre la ra cionalidad científica y la racionalidad tecnológica hay una relación de interdependencia en la medida en que la ciencia y la tecnología son co mo dos piernas de un mismo cuerpo, lo que afecta, en consecuencia, a la caracterización de los límites cognitivos y al establecimiento de las li mitaciones éticas. Dentro del primer plano temático del libro — las bases teóricas de la relación entre razón y valores— , N. Rescher propone varios elemen tos básicos: a) la relación entre la razón humana y la realidad pone de relieve que la realidad excede los recursos explicativos que aduce la ra cionalidad científica; b) la moralidad — y, con ella, todo valor ético— encuentra su fundamento en el entendimiento , no en la voluntad; c) los valores humanos no son un asunto de pura subjetividad, puesto que pueden ser establecidos de modo objetivo y se relacionan con la racio nalidad evaluativa. Estos elementos temáticos centran la atención de los capítulos 1, 2 y 3. En ellos el autor quiere resaltar que la ciencia y los valores no pertenecen a campos incomunicados sino que, por el con trario, cuentan con un ámbito compartido: tienen sus raíces en la ín dole humana de ambos. Al profundizar en los límites cognitivos del actuar científico — el segundo plano del presente volumen— , Rescher insiste en que la cien cia es un quehacer humano y, como tal, marcado por la finitud'. el suje to humano conoce según una capacidad y categorías que son limitadas. Así, el campo de estudio de la ciencia está siempre circunscrito, aun que esté abierto a un futuro mejor (que nuestra propia limitación no nos permite prever cómo será). Nuestro conocimiento científico apa rece entonces como falible — sometido normalmente a error— y siem pre revisable — nunca como definitivo— , lo que lleva a úna racionali dad científica ajena al ideal de perfección. De este modo, nuestro quehacer científico — la capacidad humana desplegada para conocer la realidad— corresponde a una ciencia siempre imperfecta: no alcanza a plantear todas las preguntas pertinentes (incompletitud erotética), ni puede predecir por completo el futuro (incompletitud predictiva), ni está en condiciones de ser completa desde un punto de vista pragmáti co. Todo ello requiere un examen detallado, a lo que dedica los capí tulos 4, 5 y 6. Atendiendo a la ciencia en cuanto actividad de agentes humanos — que se entrecruza en su enfoque con el quehacer tecnológico— , Res-
RACIONALIDAD CIENTÍFICA Y ACTIVIDAD HUMANA
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eher se plantea el componente ético de la actividad científica. Lo hace dentro del tercer plano del trabajo ahora presentado: las limitaciones éticas. Se fija entonces en la relación de la ética con el conocimiento, en cuanto que puede haber límites éticos de la investigación científica a tenor de factores internos a la propia ciencia. A continuación, consi dera el problema de si la racionalidad tecnológica puede aumentar la felicidad humana, lo que le lleva a distinguir dos perspectivas de la ra cionalidad tecnológica y dos formas de entender la «felicidad». Por úl timo, aborda la cuestión del sentido de la vida, que no considera in compatible con la racionalidad científica, pues piensa que los valores remiten a un sentido que los sujetos dan a la vida, en lugar de ser algo que encuentran . Estos aspectos centran buena parte de los capítulos 7, 8 y 9, Tanto al trazar las bases teóricas de la propuesta— el cometido del primer plano como al desarrollar las cuestiones de las limitaciones éticas del quehacer científico y tecnológico — la tarea del tercer pla no - se aprecia el peso que tiene en Kescher el intelectualismo ético. En su planteamiento filosófico hay, en efecto, un claro predominio de los factores intelectuales — en especial, los cognitivos— sobre los con dicionantes volitivos. Es una muestra bien precisa de la preferencia por la razón , también en el contexto de la práctica. A este respecto, su estudio presenta líneas de investigación marcadamente intelectuaíistas, con la consiguiente preferencia por los componentes internos a la ciencia (o, en su caso, internos a la tecnología). Así, por un lado, ve a la racionalidad inserta en la actividad humana, de forma que conside ra la razón como base para la felicidad reflexiva; y, por otro lado, asu me que la ética de la ciencia engarza directamente con la epistemolo gía (esto es, con el componente cognitivo de la ciencia) cuando se pregunta si el conocimiento puede ser, como tal, éticamente inapro piado.1
1. T r e s p l a n o s d e i n v e s t ig a c ió n
Mediante la articulación de los trabajos en los tres grandes aparta dos mencionados, se aprecia mejor el proyecto general que presenta Rescher al reflexionar sobre Razón y valores en la Era científico-tecno lógica. Porque su estudio se ocupa, en primer lugar, de las bases teóri-
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RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
cas de su propuesta — el papel de la razón y de los valores— ; en se gundo término, traza los límites cognitivos — que le llevan al ámbito de estudio científicQ-tecnológico y al ideal de ciencia perfecta— ; y, en ter cera instancia, señala las limitaciones éticas de la investigación científi ca, la incidencia de la racionalidad tecnológica para la felicidad y el sentido de la vida ante la primacía del quehacer científico-tecnológico. Es un proyecto en plena sintonía con su producción filosófica an terior, que se enumera al final de esta introducción y que adquiere su plena expresión en los tres volúmenes que, publicados por la Universi dad de Princeton entre 1992 y 19b>4, sintetizan su pensamiento. Porque en ellos Kescher condensa sus aportaciones en tres grandes ámbitos te máticos: el estudio del conocimiento hum ano , que enfoca desde una perspectiva idealista de inspiración kantiana; el problema de la validez de los valores, que le lleva a ver los valores humanos desde una óptica pragmática de raigambre peirceana; y la reflexión sobre la actividad f i losófica misma leste es, la investigación metaíilosófica), que le encami na a resaltar que la filosofía es un saber dotado de contenido, en vez de ser un mero quehacer intelectual.1 De esos tres grandes ámbitos temáticos de su producción filosófi ca, los dos primeros conectan de lleno con los tres planos de investiga ción que centran este volumen. Porque el estudio del conocimiento humano y el problema de la validez de los valores son vistos aquí des de el prisma de la ciencia (esto es, desde la incidencia que tiene para sus límites cognitivos y para sus limitaciones éticas), tarea que requie re aclarar el papel de la razón y de los valores en la ciencia y en la acti vidad humana. De esta forma, el presente volumen está en continuidad con otros trabajos del Profesor Rescher, y tiene la misma inspiración «pragmático-idealista» que sus anteriores publicaciones de filosofía de la ciencia y de teoría de los valores. Porque la doble clave kantiana y peirceana — que se aborda después, en estas páginas— sirve de hilo conductor a las reflexiones de este volumen. El libro, sin embargo, no surge inicialmente del diseño de una mo nografía sobre la razón humana y los valores en el contexto científi- 1 1. Son los volúmenes publicados con el título general de A System o f Pragmatic Ide alism, que se desglosan en volumen I: Human Knowledge in Idealistic Perspective, 1992; volumen II: The Validity o f Values: Human Values in Pragmatic Perspective, 1993; y volu men III: Metaphilosophical Inquiries, 1994. Las referencias bibliográficas de los libros de N. Rescher se encuentran al final de estas páginas.
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co-tecnológico, sino que es el resultado de una serie de trabajos que Rescher ha preparado para su exposición oral ante un público de habla castellana. Así, al serle concedido el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), pronunció en 1993 la lección magistral sobre «Razón y realidad», El año anterior, la Univer sidad de Murcia le invitó a dar un curso sobre «Los límites de la cien cia», al que pertenecen los trabajos «La perfección como ideal regula tivo» y «El carácter imperfecto de la ciencia», así como una tercera conferencia publicada posteriormente.2 Después, en 1994, en un curso de verano organizado en El Escorial por la Universidad Complutense de Madrid, pronunció la conferencia «Sobre la fundamentación de la mo ralidad en el entendimiento». Finalmente, en 1995 participó en un Curso sobre «Valores humanos en la Era de la tecnología», organizado por la Facultad de Humanidades de la Universidad de A Coruña (Campus de Ferrol). A tal efecto, el Prof. Rescher envió los trabajos «La objetividad de los valores», «El limitado campo de la ciencia y la tecnología», «Sobre los límites éticos de la investigación científica», «Racionalidad tecnológica y felicidad humana» y «El sentido de la vi da en una era de ciencia y tecnología». Haber asistido a los tres cursos mencionados — el último, como coordinador— , me ha permitido comprobar el interés suscitado por las ideas de Nicholas Rescher. Porque, en cada uno de esos casos — los celebrados en España— , los diálogos tras sus intervenciones han sido particularmente ágiles y las preguntas han tenido, por lo general, gran calado. Fue entonces cuando, tras exponer los textos del curso sobre «Valores humanos en la Era de la tecnología», Rescher insistió en la conveniencia de reunir esos trabajos dirigidos al público de habla cas tellana. De ahí surgió la idea del presente volumen, cuyo título recuer da al curso al que pertencen cinco de los nueve trabajos aquí reunidos. También se concretó entonces la idea de la introducción, de modo que sirviera para presentar el libro y ofrecer también algunos rasgos de su filosofía, propiciando con ello una mejor comprensión del contenido. A este respecto, se acaban de trazar las grandes líneas del libro, que se condensan en los tres epígrafes marco: «Bases teóricas de la pro puesta: razón y valores»; «Límites cognitivos: el ámbito de estudio y el 2, RESCHER, N., «Nuestra ciencia en tanto quo nuestra», Daimun, vol. ó, 1993, págs. 1-9.
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Indagar sobre la ciencia y los valores es un cometido que peilnn ce, en principio, a Ja filosofía de la ciencia, cuya tarea consiste, bastea mente, en reflexionar sobre la justificación, contenido y límites de la actividad científica. A tal efecto, y en la medida en que se ocupa del progreso científico, la metodología de la ciencia contribuye a la empre sa de esclarecer el quehacer científico. La tarea no es sencilla, pues la ciencia es un quehacer complejo que surge, primordialmente, como re sultado de combinar un lenguaje específico (que aspira a la univoci dad), una estructura bien formada (que se plasma en las teorías cientí ficas), y un conocimiento preciso (más riguroso que el ordinario). Estos componentes versan sobre una realidad bien determinada — un objeto— , a la que estudian según un procedimiento establecido — un mé todo— para incrementar ese conocimiento o mejorarlo en su intento de ser cada vez más verosímil. Ahora bien, junto a esos rasgos de la ciencia cabría resaltar otros, que son también relevantes: la ciencia tiene realidad propia — una en tidad como tal— , que surge de una acción social y está dotada de una serie de notas constitutivas que la distinguen de otras actividades, por sus presupuestos, contenidos y límites; cuenta asimismo con fines — ge neralmente, cognitivos— , a los que encamina su labor de investiga ción; y es susceptible de valoraciones éticas en cuanto que es una acti vidad humana libre, valores que atañen tanto al proceso mismo de indagación (honradez, fiabilidad...) como a su nexo con el resto de las actividades de la vida humanad Debido precisamente a su carácter de actividad humana , la ciencia se relaciona con diversos valores humanos y puede ser susceptible de valo ración ética; no sólo por sus consecuencias, sino también en cuanto pro ceso, lo que comporta la atención a sus metas u objetivos. De ahí que, si la filosofía de la ciencia se entiende en sentido amplio, ha de acoger a la éti ca de la ciencia como una faceta más a considerar. En tal caso, la ética de la ciencia ha de acompañar a las otras parcelas que conforman la filosofía de la ciencia, esto es: la semántica de la ciencia — el estudio del lenguaje3
3. Véase GONZÁLEZ, W. J., «Progreso científico e innovación tecnológica: La “tecnociencia” y el problema de las relaciones entre filosofía de la ciencia y filosofía de la tecno logía», Arbor, vol. 157, n° 620, 1997, págs. 261-283; en especial, pág. 265.
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científico— ; la lógica de la ciencia —la indagación de la estructura de las teorías-— ; la epistemología — la reflexión sobre el conocimiento científi co— ; la ontología de la ciencia — la aclaración de su realidad especí fica— ; y la axiología de la investigación — el esclarecimiento de la ciencia como quehacer orientado a fines— . Junto a ellas está la metodología tie la ciencia, que estudia el ámbito del progreso científico y, por consi guiente, trata también de la racionalidad científ ica. Hasta ahora, la caracterización de la racionalidad cientílica y su re percusión para el método científico lia estado entre las cuestiones más estudiadas dentro del campo tic la filosofía y metodología de la ciencia. De un modo u otro, lia figurado -—con distintos matices— en los de bates filosóficos de las ultimas décadas. Así, desde comienzos de los años sesenta hasta los inicios de la década de los setenta, el panorama epistemológico y metodológico estuvo centrado en las controversias entre Karl Popper, Thomas S. Kuhn e Imre Lakatos,“1que aportaron de hecho tres modos distintos ríe entender la racionalidad científica,4567con las consiguientes variaciones en la forma de concebir el método en la ciencia. El impulso dado por estos pensadores a la consideración de la ra cionalidad cientílica, que prosiguió con las críticas del «disidente ofi cial» — P. K. Peyera bend— se transformó, desde mediados de los años setenta hasta bien enfraila la década de los años ochenta, en un debate sobre el progreso científico.' Así, con Larry Laudan, el binomio «racionalidad científica»-«progreso en la ciencia» se puso en un pri mer plano;8 tarea a la que también contribuyeron otros autores, que
4. Uno de los lugares donde se aprecian mejor las diferencias entre ellos es en L a KATOS, I. y Musgrave, A. (com pj, Criticism and the Growth o f Knowledge, Cambridge University Press, Londres, 1970. 5. En rigor, cabe señalar que, para I. Lakatos, el planteamiento de Th. S. Kuhn en The Structure of Scientific Revolutions supone la irracionalidad científica, toda vez que — a su juicio— los cambios de «paradigmas» en Kuhn son irracionales, véase L akatos , I., The Methodology o f Scientific Research Programmes, editado por J. Worrall y G. Currie, Cam bridge University Press, Cambridge, 1980, págs. 90-91. 6. Véase F eyerabend, P. K., Against Method: Outline o f an Anarchistic Theory o f Knowledge, New Left Books, Londres, 1975. 7. Véase GONZÁLEZ, W. J., «Progreso científico e innovación tecnológica: La “Tecnociencia” y el problema de las relaciones entre filosofía de la ciencia y filosofía de la tecno logía», págs. 262 y 278. 8. Laudan, en vez de utilizar la racionalidad científica para hacer inteligible el pro-
RACIONALIDAD CIENTÍFICA Y ACTIVIDAD HUMANA
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también abordaron el progreso científico.910Más tarde, por influjo de ámbitos cognitivos, como la psicología cognitiva y la inteligencia artifi cial, se ha podido percibir un nuevo interés por las revoluciones con ceptuales como claves para la racionalidad científica.lu Durante este periodo de tiempo — el posterior al dominio de la «concepción heredada», que había sido hegemónica por espacio de cua tro décadas— , ha habido también una mayor sensibilidad que en etapas anteriores para tratar la responsabilidad social del científico. Porque la imagen fría y aséptica de la ciencia como puro conocimiento (dotada, además, de una estructura lógica bien formada en sus teorías y de unos enunciados cuyo significado era bien preciso), que tanto entusiasmaba a los filósofos del neopositivismo — los pensadores del Círculo de Viena— y del empirismo lógico,11 dio paso a críticas sobre el «mito» de la ciencia y a una creciente preocupación por los valores de la actividad científica. Temáticamente, esta reflexión sobre los valores ha seguido dos di recciones distintas, como corresponde a las dos perspectivas que cabe
greso en la ciencia — como habían hecho los anteriores pensadores— , consideró que es el
progreso científico aquello que permite dar cuenta de la racionalidad de la ciencia. Véase L audan , L., Progress and Its Problems, University of California Press, Berkeley, 1977. So bre su concepción, véase GONZÁLEZ, W. J., «El progreso de la ciencia como resolución de problemas: L. Laudan», en GONZÁLEZ, W. J. (comp.), Aspectos metodológicos de la inves tigación científica, 2a fcd., Ediciones Universidad Autónoma de Madrid y Publicaciones Universidad de Murcia, Madrid-Murcia, 1990, págs. 157-171. Posteriormente, Laudan ha modificado puntos importantes de su concepción, pero ha seguido manteniendo la prioridad del «progreso científico» sobre la «racionalidad cien tífica», véase GONZÁLEZ, W. J., «E l naturalismo normativo como propuesta epistemológi ca y metodológica. La segunda etapa del pensamiento de L. Laudan», en GONZÁLEZ, W. J. (comp.), El pensamiento de L Laudan. Relaciones entre historia de la ciencia y filosofía de la ciencia, Publicaciones Universidad de A Coruña, A Coruña, 1998, págs. 5-57. 9. Entre ellos, N. Rescher con Scientific Progress, libro publicado en 1978. Sobre este período y la caracterización del «progreso científico», véase GONZÁLEZ, W. J., «Progreso científico, autonomía de la ciencia y realismo», Arbor, vol. 135, nu532, 1990, págs. 91-109. 10. Véase THAGARD, P., Conceptual Revolutions, Princeton University Press, Prin ceton, 1992. 11. Sobre las características iniciales y las sucesivas versiones a través del tiempo de este movimiento intelectual, véase SUPPE, F. (comp.), The Structure o f Scientific Theories, University of Illinois Press, Urbana, 1974 (2a ed. 1977). Las diferencias existentes al prin cipio entre la Escuela de Berlín y el Círculo de Viena se aprecian en GONZALEZ, W. J., «Reichenbach’s Concept of Prediction», International Studies in the Philosophy o f Scien ce, vol. 9, n° 1, 1995, págs. 35-56.
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adoptaren la filosofía de la ciencia: la interna y la externa. Mediante la perspectiva interna se ha estudiado la ciencia en cuanto tal, esto es, co mo lenguaje, estructura, conocim iento... Ahí se ha constatado que puede haber valores propios de la ciencia en sí misma considerada (co mo, por ejemplo, valores cognitivos). Con la perspectiva externa se ha indagado la conexión de la ciencia con el resto de la experiencia hu mana, lo que ha llevado a ver el quehacer científico como una actividad humana entre otras. Esta segunda dirección, de manera más clara que la primera, es la que ha llevado a la introducción de la ética de la cien cia como reflexión sobre la actividad científica (por ejemplo, en casos como la bioética, donde la ciencia aplicada es vista, en gran medida, a tenor de su incidencia para el conjunto de experiencias de la vida hu mana). A través de las perspectivas interna y externa del pensar filosófico sobre la ciencia, se pone de relieve que hay dos modos diferentes de ver los valores en la ciencia. En un caso, éstos aparecen conectados o dependientes de la actividad científica en si misma considerada , de mo do que orientan o condicionan la investigación científica como tal. Hay así unos «valores cognitivos» que modulan una axiología de la investi gación, de manera que el investigador asume unos valores epistémicos cuando amplía el conocimiento científico o lo aplica. Existe también otro caso, donde los valores están engarzados en el contexto más am plio de la libre actuación humana, en una teoría de los valores de cariz ético. Posee, en principio, un carácter más «extrínseco» que la ante rior, en la medida en que enlaza directamente con el resto de la expe riencia humana, en lugar de circunscribirse al dominio específico del quehacer científico mismo, y en cuanto que deja traslucir valores asu midos socialmente. ^ En este segundo caso, que constituye la base primordial de la ética de la ciencia, caben a su vez dos grandes orientaciones: la endógena y la exógena. La primera mira la actividad científica «hacia dentro», con el consiguiente empeño por cuestiones tales como la honradez del queha cer científico (la fiabilidad en la publicación de los datos realmente ob tenidos, la originalidad del trabajo realizado, etc.) o la pertinencia de plantearse ciertos fines o medios a tenor de reglas morales de compor tamiento. La segunda orientación mira, en cambio, la actividad científi ca «hacia fuera», de modo que le atrae el conjunto de problemas que plantean los límites éticos de la investigación científica a tenor de la in-
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cidencia pata las personas y la sociedad humana en general (y el medio ambiente, en cuanto repercute en las personas o en la vida social). Normalmente, el estudio de los valores de la ciencia en cuanto tal se concentra en la indagación de los valores cognitivos, pues se entiende que lo más valorado y evaluable es la ciencia como conocimiento (más que la ciencia como lenguaje o como estructura). Así, cabe atender a los valores cognitivos como lo ha hecho Larry Laudan en Science and Va lues.,12 para ver cuál es su papel a la hora de trazar los cometidos de la ciencia. En tal caso, el centro de atención no está en los valores éticos y en las reglas para la conducta científica, sino en los valores cognitivos y en su repercusión para las pautas metodológicas. Esto comporta estu diar — como, en efecto, hace Laudan— el papel de los valores de cono cimiento en cuanto que afectan a la racionalidad científica,13 de manera que la atención está puesta en cómo influyen los valores cognitivos en la configuración de los objetivos {aims) que deben ser buscados racio nalmente por el científico. De este modo, fijarse en los valores desde una dimensión interna a la ciencia misma contribuye a mejorar la toma de decisiones en el proceso de investigación. Aun cuando Rescher sintoniza con la componente pragmática del planteamiento cognitive de Laudan, hay diferencias desde dos puntos de vista: en primer lugar, a tenor del diferente énfasis que ponen en la cuestión de los límites; y, en segundo término, a instancias de la inter conexión entre las metas cognitivas de la ciencia y el resto de las metas humanas, que es resaltada por el autor de este libro.14 Rescher admite, en efecto, que uno de los valores de la ciencia es la aceptación de la autolimitación del proyecto cognitivo humano, que no descansa sólo en la finitud humana sino también en la complejidad de lo real. Este mayor grado de realismo en su enfoque — el reconocimiento de lo que sucede, guste o no— radica en que es la propia constitución del mundo real (empezando por la Naturaleza, con todo su poder y complejidad) la
12. LAUDAN, L ., Science and Values. The aims o f Science and their Role in Scientific Debate, University of California Press, Berkeley, 1984.
13. Véase LAUDAN, L ., «Una teoría de la evaluación comparativa de teorías científi cas», en GONZÁLEZ, W. J . (comp.), El pensamiento de L. Laudan. Relaciones entre historia de la ciencia y filosofía de la ciencia, págs. 1'55-169. 14. Estas diferencias han sido señaladas por Rescher en una comunicación personal del 27 de agosto de 1998.
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que limita nuestro control cognitivo, de modo que restringe nuestros objetivos científicos y acota el campo de los proyectos científicos que cabe llevar a cabo. Por tanto, la interacción con la naturaleza no está sólo sujeta a limitaciones por parte humana — la capacidad cognitiva en sí misma considerada— sino también — y de una manera decisiva— por la índole misma de la realidad que hay que investigar. Insiste también Kescher en la interconexión entre las metas cognitivas de la ciencia y el resto de las metas humanas, que le lleva a un holismo de los valores que le distingue de Laudan, por cuanto considera que las distinciones entre los valores no permiten su separación. A es te respecto, para argumentar que la distinción entre los valores inter nos y externos de la ciencia no permite una auténtica separación entre ellos, el autor de este volumen se apoya en tres puntos: (i) la estructu ra de las metas y necesidades humanas rebasa el mero campo cogniti vo, de modo que conocer para controlar la realidad es sólo un objetivo humano válido entre muchos otros; (ii) aunque el conocimiento no cu bra todo el campo de las necesidades humanas, es un requisito situacional a tenor del tipo de criaturas que somos; y (iii) los valores inter nos de la ciencia (consistencia, generalidad, adecuación, etc.) son lo que son en la medida en que resultan necesarios para conseguir los o b jetivos prácticos de la ciencia (la predicción efectiva y el control ope rativo), y estos objetivos son relevantes en cuanto que inhieren en la di mensión situacional general de los humanos como homo sapiens. Llega así Rescher a un holismo de los valores: el conjunto de los valores está unido y está al servicio de las necesidades humanas. Esta posición, que presenta como «idealismo pragmático» — el plano ideal, entendido co mo un todo: los valores , directamente enlazado con las funciones de la actuación en la práctica— , difiere del naturalismo pragmatista laudaniano, donde los valores científicos son estudiados como autónomos respecto de otros valores — distintos y separados de ellos— y en don de se destaca que los valores cognitivos en la ciencia suelen tener pre ferencia sobre los valores éticos. Dejando a un lado las diferencias entre Laudan y Rescher, la cues tión de la ciencia y los valores, dentro del marco de la ética de la cien cia, lleva a que, vista la ciencia «hacia dentro», los valores éticos no son ajenos al quehacer científico mismo, como ponen de relieve los exper tos en los valores cognitivos. Porque, como señala Laudan, «los valores éticos están siempre presentes en la toma de decisiones científica y, muy
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ocasionalmente, su influencia es de gran importancia».15 Esto compete sobre todo a la ética endógena de la ciencia, que ha de dilucidar los va lores éticos propios de la actividad científica misma. En cierto sentido, la ética de la ciencia tiene respecto de la filosofía de la ciencia un esta tuto teórico parecido a la epistemología, en la medida en que ambas re miten a un marco más ámplio (la ética general y la teoría del conoci miento), que se concreta en una dimensión específica (el quehacer científico como actividad humana y el conocimiento científico, respec tivamente), dotada de rasgos propios, característicos sólo de ese ámbi to. Así, la ética de la ciencia puede ser una parcela de la filosofía de la ciencia sin dejar de tener conexión con la ética general, de modo seme jante a cómo la epistemología es una parte de la filosofía de la ciencia sin dejar de estar conectada a la teoría del conocimiento. Cuando se plantea la indagación de los valores en la ciencia desde una perspectiva externa, esto es, en cuanto quehacer conectado con el resto de la experiencia humana, aparecen nuevos elementos que hay que considerar. Se amplía, en efecto, la reflexión sobre la ciencia como regulada o regulable por pautas éticas que afectan a la investigación científica como actividad humana, Porque, junto a los valores éticos propios de la actividad científica misma — la faceta endógena— , apa recen entonces los valores éticos de la actividad científica en cuanto que ésta repercute sobre el individuo y la sociedad — la componente exógena— . A través de esta última — la ética exógena — se conecta ha bitualmente con preocupaciones éticas de ámbito general. Así pues, a tenor de la conexión con el resto de la experiencia hu mana, parece claro que, para que el desarrollo científico sea ético, no es suficiente que sea el resultado sin más del quehacer mismo de los científicos. La ética podría servir entonces para trazar límites a la in vestigación, relacionados en un caso con la dimensión interna — los factores cognitivos— y, en otro caso, con la vertiente externa a la acti vidad científica misma. Para que esta ética de la ciencia tuviera una ba se objetiva, haría falta considerar, por un lado, lo que atañe a toda ac tividad humana como actuación libre y, por otro, aquellos rasgos constitutivos del quehacer científico como actividad singular, lo que comporta contemplar también su incidencia para el individuo y la so ciedad. 15. L audan , L .,
Science and Valúes, pág. xii.
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En suma, la ética de la ciencia, en cada una de sus dos vertientes — la endógena y la exógena— , atiende a la racionalidad cuando reflexio na sobre los rasgos específicos del quehacer científico: en un caso — como, por ejemplo, hace en este libro Rescher— se plantea problemas como los posibles límites éticos del conocimiento científico en cuanto tal,16 mientras que el otro caso se fija en cuestiones como las conse cuencias de los usos de la ciencia. Es dentro de este contexto donde hay que enmarcar varios de los textos aquí reunidos (en especial, del apartado I, dedicado a las bases teóricas de la propuesta sobre razón y valores, y del apartado III, que se ocupa de las limitaciones éticas). P e ro hay que resaltar que, para N. Rescher, existe un nexo directo entre la epistemología y la ética de la ciencia, pues las dos son expresión de la racionalidad humana. De este modo, en lugar de ahondar en la quie bra entre la «razón teórica» y «razón práctica», él propone mirar hacia una única racionalidad humana, que es sobre todo racionalidad prácti ca y que origina la racionalidad científica. Así, los límites cognitivos de la ciencia (el apartado II del volumen) son una manifestación de la ra cionalidad científica, que está abierta a los valores, por cuanto el que hacer científico es una actividad humana.
3 . E l e n f o q u e d e LA RACIONALIDAD CIENTÍFICA: l a p r im a c ía d e la PRÁCTICA
Nicholas Rescher propone en estas páginas una racionalidad cien tífica conectada con valores cognitivos y con valores éticos. Su enfoque de la racionalidad científica no deriva directamente,de la tradición de pensamiento de las controversias entre Popper, Kuhn y Lakatos, pues su racionalidad es pragmática en lugar de «teórica», «histórica» o «teórico-histórica». Sin embargo, Rescher comparte con Popper un común sustrato epistemológico racionalista (la preferencia de lo mental sobre lo empírico) y kantiano (la revisabilidad de todo conocimiento, debido a la índole de nuestra capacidad cognitiva); se encuentra en sintonía con la línea inaugurada por Kulm, en cuanto que insiste en ejemplos concretos de historia de la ciencia (sobre todo, de la física); y acepta 16. Véase RESCHER, N., «Sobre los límites éticos de la investigación científica», en este volumen, págs. 154-162.
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además, como hace Lakatos, que el progreso científico está entretejido de historicidad (donde cabe la objetividad en una ciencia siempre abierta hacia el futuro). En cambio, se aleja ciertamente del «anarquis mo» de Feyerabend, pues no cree que «todo vale» cuando se trata de hacer aumentar el conocimiento científico: considera, por tanto, que hay una racionalidad científica y un método científico; y, a diferencia de Laudan, da prioridad a la racionalidad sobre el progreso: son las elecciones cada vez más racionales de los científicos lo que propicia el progreso en la ciencia. Ahora bien, la principal diferencia con estos importantes filósofos de la ciencia o con otros (a excepción de pensadores como H. Put nam), no está tanto en los temas que Rescher analiza ni en cómo los trata sino en el marco a partir del cual los aborda. Porque, como filóso fo en el pleno sentido de la palabra — no circunscrito al ámbito de la fi losofía de la ciencia o a otra parcela filosófica— ,’7 Rescher tiene un sis tema de pensamiento. Así, su filosofía de la ciencia es una parte de ese todo , lo que hace fácil conectar a la ciencia con la ética (y, en conse cuencia, hacer ética de la ciencia). En efecto, al reflexionar sobre la jus tificación, contenido y límites de la ciencia, las coordenadas vienen da das por un marco de pensamiento general, que en su caso está constituido por dos grandes pilares de fondo: la influencia de la teoría del conocimiento de I. Kant y la aceptación de una interpretación pragmática de la acción humana, inspirada en Charles S. Peirce. De ahí el nombre de «idealismo pragmático» (pragmatic idealism) que usa pa ra caracterizar su propia filosofía.1718 Su enfoque de la racionalidad está embebido de práctica — no es una «razón pura»— , y su visión de la ac tividad humana reclama siempre la racionalidad , sea de fines o bien de medios. Su cercanía a uno u otro de los filósofos de la ciencia depende, en última instancia, de la proximidad que puedan tener a un kantismo empapado de pragmatismo. También en su modo de entender los valores en la ciencia presenta esa doble influencia kantiano-pragmática (a la que cabría añadir, en menor medida, la veta racionalista, en la línea de G. W. Leibniz). Por17. Una prueba elocu ente de este talante filosófico — nada (o casi nada) le es a je no— es el elenco de sus publicaciones, recogidas aquí al final de estas páginas. 18. Conviene resaltar que, cuando expone los rasgos de su «idealism o pragm ático»,
A System o f Prag matic Idealism. Vol. 1: Human Knowledge in Idealistic Perspective, págs. xiii-xiv.f/ ''T V ’ . señala com o uno de los com ponentes el axiológico, véase R e s c u e r , N .,
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que Rescher insiste, en efecto, en los valores cognitivos como conecta dos con los valores éticos; ambos pertenecen a un quehacer humano que interactúa con la realidad. Y parece claro que, al tratar los valores éticos, admite la faceta endógena — la actividad científica es susceptible en cuanto tal de evaluciones éticas— y la componente exógena — la ac tividad científica está entrelazada con el resto de experiencias huma nas— , de modo que intenta abarcar todos los factores del problema. Lo hace, además, según la doble línea antes apuntada: como ética de la ciencia , que está directamente enlazada con la filosofía de la ciencia (en concreto, con la epistemología), hasta el punto tie ser una parte más de esa disciplina (junto a la semántica de la ciencia, la lógica de la ciencia o la ontología de la ciencia); y como ética aplicada (o particular), que conecta con una ética que cubre el conjunto de los valores morales de la actividad humana libre. Rasgo común a su axiología cognitiva y a su teoría de los valores de carácter ético, tanto en su dimensión endógena como en su vertiente exógena, es la aceptación de la objetividad de los valores. Se sitúa así en contra de planteamientos subjetivistas o de concepciones de la razón como la propuesta por D. Hume. Esa objetividad no pertenece a un mundo platónico ni a un «mundo 3» popperiano, pues — a juicio de Rescher— la racionalidad no requiere acudir a «mundos de ideas» o de lo puramente objetivo (en el sentido de Popper). Porque es la capaci dad racional humana la que supera los escollos del escepticismo cognitivo y limita el relativismo; de modo que la valoración es un cometi do sujeto a la razón, una vez que las necesidades humanas entran en escena. Las necesidades básicas son, en efecto, universales y, como ta les, superan el angosto campo de lo puramente individual. La raciona lidad nos orienta hacia ese ámbito universal y, al mismo tiempo, pone de relieve que la ciencia no es un absoluto, sino un bien entre otros, de manera que los valores cognitivos de la ciencia no pueden condicionar el resto de la existencia humana. Para Rescher, lo que importa resaltar de la objetividad de los valo res es que las valoraciones han de poderse apoyar de forma válida en consideraciones racionales; esto es, destaca que se ha de poder ejercer un uso consciente a partir de ratificarlas como algo justificado , pero no necesariamente como algo verdadero. Insiste así en que las valoraciones han de estar apoyadas en consideraciones juiciosas y argumentos con vincentes. Por consiguiente, lo que cuenta es que debiéramos ser capa-
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ces de razonar sobre cuestiones valorativas mediante un razonamiento coherente que personas (completamente) racionales han de aceptar co mo sólido y que la gente en general debería asumir como tal. Pero, a tenor de este planteamiento, resulta insuficiente el atender únicamente al quehacer científico: no basta, en efecto, con mirar hacia ios valores como constitutivos de un dominio autónomo, como es la ciencia, pues esos valores conectan con las demás variables que com ponen la actividad humana libre. De ahí que, tras comenzar el libro con consideraciones abstractas sobre la razón en su relación con la realidad y la fundamentación de la moralidad en el entendimiento, y después de reflexionar sobre diversos límites de la ciencia — los cognitivos y los éticos— , Rescher haya querido reflexionar sobre la racionalidad en su nexo con la felicidad y haya terminado el libro considerando el sentido de la vida en la era de la ciencia y la tecnología.
4. T r a y e c t o r ia p r o f e s i o n a l : la a r t ic u l a c ió n d e u n k a n t is m o PRAGMÁTICO
Rescher nació en Hagen (Alemania) en 1928. Llegó a Estados Uni dos cuando tenía 9 años. Sus estudios de Licenciatura los cursó entre 1946 y 1949, en Queens College (Flushing, N. York), y se encaminaron hacia las matemáticas. Después, de 1949 a 1951, realizó los estudios de graduado — el programa de doctorado— en la Universidad de Prince ton, donde se doctoró en 1951. La tesis doctoral versó sobre «Leibniz’s Cosmology: A Study of the Relations between Leibniz’s Work in Phy sics and his Philosophy». La hizo en sólo dos años, presentándola a la edad de veintidós, lo que supuso un record en el Departamento de Princeton, Durante ese período, una vez realizado el Máster (en 1950), dio clases de filosofía en esa Universidad. Tras trabajar como matemático en la Rand Corporation , de Santa Mónica (California), por espacio de tres años (1954-1957), se incorpo ró como profesor de filosofía a la Universidad de Lehigh (en Bethelem, Pensilvania), donde estuvo hasta 1961, año en el que comienza su acti vidad en la Universidad de Pittsburgh, Desde entonces ha permaneci do en la ciudad de los tres ríos, donde ocupa una cátedra desde 1970. Además de ejercer su quehacer como University Professor, ha sido Di rector del Departamento de Filosofía y, durante ocho años. Director
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del Center fo r Philosophy o f Science (donde es actualmente Vice-Chair man). En este centro para investigación en filosofía de la ciencia tuve la oportunidad de estar trabajando con él, desde mi llegada en abril de 1993 hasta mi regreso en febrero de 1994 y, posteriormente, los tres meses de verano de 1996. A lo largo ese tiempo, el Prof. Rescher con tribuyó de manera decisiva a que mi estancia en Estados Unidos, en ge neral, y en la Universidad de Pittsburgh, en particular, fuera extrema damente grata y, a mi juicio, intelectualmente muy fructífera. Desde hace años, Nicholas Rescher es uno de los filósofos ameri canos citados con mayor frecuencia. A ello ha contribuido en gran me dida su amplia producción filosófica, que — como se puede comprobar en el siguiente epígrafe— alcanza en estos momentos los 104 volúme nes: 70 como autor (3 como coautor) y 34 como editor (6 de edición de textos, 3 de coordinación y 25 de compilación). Ha escrito, además, un gran número de artículos, que suman 43 en el apartado correspon diente a la filosofía de la ciencia y filosofía de la tecnología — como se constata después— , y que son actualmente 44 en el contexto de la filo sofía social, ética y teoría de los valores. La mayor parte de los trabajos los ha realizado en la Universidad de Pittsburgh, donde ha trabajado en las distintas ramas de la filosofía, desde la lógica a la ética, pasando por la teoría del conocimiento o la fi losofía de la ciencia. Esta amplitud de horizontes se pone de relieve en los temas abordados en este libro, que corresponden básicamente a una filosofía de la ciencia entendida en sentido amplio, en cuanto que incorpora la ética de la ciencia. Es una publicación abierta a problemas antropológicos — el sentido de la vida y la felicidad humana— y éticos, vistos ambos desde la perspectiva pragmática (desde una teoría de la acción). Así, la reflexión filosófica sobre la ciencia — el ámbito de la ra cionalidad científica— conecta con la actividad humana en cuanto en garzada con los valores (cognitivos y éticos). Parte del prestigio de N. Rescher se debe al hecho de haber sido el editor, por espacio de tres décadas, de una de las revistas filosóficas más importantes de Estados Unidos: American Philosophical Quarterly. También ha sido el editor que fundó la revista History o f Philosophy Quarterly. Y se ha ocupado, asimismo, de los temas sociales, interés que le ha llevado a dirigir otra revista más: Public Affairs Quarterly. Así, cuando le visité por primera vez en la Universidad de Pittsburgh, pude apreciar que era, simultáneamente, el editor de tres revistas de
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pensamiento. Este hecho, junto al ya apuntado de haber publicado se tenta libros como autor, correspondientes a diversas ramas de la filo sofía, produce admiración, que ha debido influir sin duda para la con cesión de los cuatro doctorados Honoris Causa que le han concedido hasta la fecha: dos norteamericanos (Universidad de Lehigh y Univer sidad de Loyola), uno argentino (Universidad Nacional de Córdoba) y otro alemán (Universidad de Constanza). Junto a la tarea de investigación filosófica y de difusión del pen samiento, Rescher ha desarrollado otros cometidos. Así, desde 1970, es miembro del Institut International de Philosophie y, en 1984, fue elegi do para la Acadamie Internationale de Philosophie des Sciences. A esta proyección internacional ha contribuido que sus obras hayan sido tra ducidas a diversas lenguas, como el alemán, francés, castellano, italiano, chino y japonés. También ha pesado el ser, desde 1977, miembro ho norario del College Corpus Christi, en la Universidad de Oxford, y el haber recibido, en 1983, el premio Alexander von Humboldt en Hu manidades, concedido por la República Federal Alemana. Su trabajo también le ha hecho acreedor de importantes becas, como las otorga das por las fundaciones J. S. Guggenheim, Ford y American Philoso phical Society. Su quehacer profesional le ha llevado a ser presidente de la American Philosophical Association (Eastern Division ), y presidente también de otras dos asociaciones filosóficas: la Sociedad Charles San ders Peirce y la Sociedad G. W. Leibniz de Estados Unidos. Actual mente forma parte del comité directivo de la International Federation o f Philosophical Studies, un organismo de la UNESCO. Toda su trayectoria profesional se condensa en la articulación de un kantismo pragmatista. Las líneas principales de esta filosofía ya han quedado, en parte, trazadas en las páginas precedentes. Se desa rrollan en tres volúmenes, que comparten el título general de idealismo pragmático y que han sido publicados por la Editorial de la Universidad de Princeton en los últimos años. En el primero, dedicado al conoci miento humano desde una perspectiva idealista, insiste en que la aporta ción de nuestras categorías mentales es decisiva a la hora de caracterizar el mundo con el que interactuamos. Hay una dimensión teleológica en el conocimiento, que es un conocimiento orientado , nunca pasivo. A este respecto, que la realidad sea como la comprendemos a través de las categorías mentales no supone, para Rescher, que las propiedades reales sean, sin más, las atribuidas mentalmente, pues — a su juicio—
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necesitamos la noción realista de «hecho». De este modo, un enuncia do verdadero puede describir la realidad tal como es. Acepta así la idea de P. F. Strawson: «Los hechos son aquello que los enunciados (cuando son verdaderos) enuncian».19 Al aceptar esta propuesta se pone de re lieve que el idealismo de Rescher — o, mejor, su kantismo— está abier to a contribuciones realistas, cosa que sucede cuando el realismo re sulta compatible con el pragmatismo del estilo propuesto por Peirce. También al tratar de la validez de los valores — el campo del se gundo volumen de la trilogía sobre el idealismo pragmatista: «Los va lores humanos en la perspectiva pragmática»— se aprecia esa com bi nación de kantismo y pragmatismo peirceano, abierta de nuevo a aportaciones realistas. En ese volumen, como en el capítulo 3 del pre sente libro, se ve que el enfoque idealista deja paso a afirmaciones realistas en el campo estudiado: la comprensión de los valores está he cha en relación con nosotros mismos, el mundo en tom o a nosotros y nuestro lugar en él. Así, para dirimir el conflicto entre la ciencia y los valores humanos, hace falta atender a la actividad humana — al tipo de seres que somos— y a que la ciencia es artefacto nuestro. Cualquier valoración de aspectos éticos ha de hacerse de acuerdo con pautas cuya universalidad no puede ser ajena a la realidad de la actividad hu mana: la objetividad de los valores no viene dada por un mundo ideal, sino que está enraizada en las necesidades humanas, que son comunes a sujetos humanos.20 Conectado con los dos libros anteriores, el tercer volumen que sin tetiza su pensamiento de tipo idealista-pragmático se ocupa de las in vestigaciones metafilosóficas. Lo hace para resaltar que la naturaleza del filosofar y la metodología de la filosofía requieren problemas sustanti vos a resolver, de modo que la tarea filosófica versa sobre contenidos , en lugar de quedarse en quehaceres secundarios (como hallar síntesis generales de las contribuciones de las ciencias, desconstruir textos, 19. S trawson ' P. E , «Truth» (II),
Proceedings o f the Aristotelian Society, vol. supág. Human Knowledge in Idealistic
24, 1950, pág, 136. Com enta esta noción en R e s c h e r , N.,
Perspective, págs. 243-244. 20. En este «idealismo pragmático» el homo sapiens es una criatura que está consti tuida de tal forma que la dedicación a los ideales es de gran valor práctico. Esto sucede dentro de ciertos límites, puesto que Rescher considera que, para los sujetos de experien cia —las personas como tales y en su interacción social— , los ideales han de ser humanos: deben reflejar el uso de la sagacidad humana y no deteriorarla cayendo en fanatismos.
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etc.). Hay, a su juicio, «grandes cuestiones» que requieren tratamiento filosófico: cuestiones que atañen a nuestro puesto en el mundo y que afectan al mundo mismo con el que interactuamos. Porque, para el co metido de la ciencia, la filosofía resulta complementaria: abarca ámbi tos de experiencia y niveles de profundidad a los que, por su propia ín dole y modo de investigar, la ciencia no puede llegar. Uno de cuyos campos es precisamente el correspondiente a la teoría de los valores, sobre todo en su componente exógena, pues los valores éticos de la ciencia han de estar relacionados con el resto de valores de la realidad humana. Por lo que atañe al presente volumen — Razón y valores en la Era científico-tecnológica — , cabe resaltar el interés del autor por adoptar un estilo que facilite su lectura a un público amplio. A lo largo de sus páginas se van desgranando algunas de sus tesis filosóficas. Entre ellas están, en primer lugar, la prioridad de la racionalidad a la hora de en focar cualquier realidad humana, como la ciencia, que aparece enton ces como una actividad racional encaminada a la resolución de proble mas. Esa racionalidad científica no se ocupa sólo de los medios sino que también evalúa los fines, de manera que los valores en la ciencia afectan tanto a medios como a fines, y se asume la existencia de objeti vidad en los valores. En segundo término, la racionalidad lleva a la ciencia a autocorregirse al detectar el error en el conocimiento. Y ese mismo falibilism o científico, combinado con la autonomía de la cien cia, hace ver que no podemos trazar ahora límites cognitivos a la ciencia, cuyo progreso se ve potenciado con el avance tecnológico. En tercera instancia, al ser el conocimiento científico un bien humano entre otros, no cabe considerar la ciencia, en general, y la autonomía de la ciencia, en particular, como un valor absoluto: la propia racionalidad científica hace ver que puede haber límites éticos a la ciencia, pues ésta ha de es tar en armonía con el resto de la experiencia humana.
5. E l p r e s e n t e v o l u m e n e n e l c o n ju n t o DE SUS PUBLICACIONES: la PRODUCCIÓN FILOSÓFICA DE NICHOLAS R e SCHER
Dentro de la amplia producción bibliográfica de Nicholas Reseller, destaca su tarea de autor de libros en los principales campos de la f ilo sofía. Así, han sido tema de estudio en sus monografías tanto la lógica
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como la filosofía de la lógica.21 Su investigación en el ámbito de la filo sofía y la metodología de la ciencia es central en su pensamiento, como se pone de relieve en las publicaciones al respecto.22 Buena parte de ellas conectan directamente con cuestiones de teoría del conocimien to,23 pues con frecuencia el eje de su reflexión sobre la ciencia es el epis temológico (en lugar del semántico o el lógico). Pero también se ha ocu pado de la metafísica,24 y ha prestado atención asimismo a la filosofía social.25 Enlazando con frecuencia con ésta última, la reflexión sobre los temas de la ética y de la teoría de valores ha tenido en él un puesto rele vante.26 También ha abordado diversas etapas de la historia de la filo sofía, que van desde el pensamiento árabe, comparado con frecuencia 21. Al ámbito de la lógica pertenecen sus libros An Introduction to Logic, 1964; The Logic o f Commands, 1966; Many-Valued Logic, 1969; y Temporal Logic, 1971. La filosofía de la lógica se trata en los libros Topics in Philosophical Logic, 1968; Studies in Modality, 1974; y The Logic o f Inconsistency: A Study in Nonstandard Possible-World Semantics and Meinongian Ontology, 1979. 22. Dentro del contexto de la filosofía y metodología de la ciencia se encuentran, entre otros, sus libros Scientific Explanation, 1970; Scientific Progress: A Philosophical Es say on the Economics o f Research in Natural Science, 1978; The Limits o f Science, 1984; Scientific Realism: A Critical Reappraisal, 1987; A Useful Inheritance: Evolutionary Epis temology in Philosophical Perspective, 1989; Studien zur naturwissenschaftcn Erkenntnis lehre, 1996; Priceless Knowledge? An Essay to Economic Limits to Scientific Progress, 1996; y Predicting the Future, 1998. 23. De la teoría del conocimiento se ha ocupado, entre otros libros, en The Cohe rence Theory o f Truth, 1973; The Primacy’ o f Practice, 1973; Dialectics: A ControversyOriented Approach to the Theory o f Knowledge, 1977; Cognitive Systematizationx 1979; Scepticism, 1980; Empirical Inquiry, 1982; Rationality: A Philosophical Inquiry into the Na ture and the Rationale o f Reason, 1988; Cognitive Economy: The Economic Perspectives o f the Theory o f Knowledge, 1989; Baffling Phenomena and Other Studies in the Philosophy o f Knowledge and Valuation, 1991; y Objectivity, 1997. 24. La metafísica es el campo de Conceptual Idealism ,'1983; A Theoiy o f Possibility:
A Constructivistic and Conceptualistic Accounts o f Possible Individuals and Possible Worlds, 1975; The Riddle o f Existence: An Essay in Idealistic Metaphysics, 1984; Process Methaphysics, 1996; y Complexity, 1998. 25. Al entorno de la filosofía social pertenecen los libros Distributive Justice: A Cons tructive Critique o f the Utilitarian Theoiy o f Distribution, 1967; Welfare: The Social Issues in Philosophical Perspective, 1972; Pluralism. Against the Demand for Consensus, 1993; y Public Concerns: Philosophical Studies o f Social Issues, 1996. 26. El estudio de temas éticos y de teoría de valores se halla en Introduction to Value Theory, 1969: Unselfishness: The Role o f the Vicarious Affects in Moral and Social Theory, 1975; Ethical Idealism, 1987; Moral Absolutes: An Essay on the Nature and Rationale o f Morality, 1989; Human Interest: Reflections on Philosophical Anthropology, 1990; y Luck, 1995.
RACIONALIDAD CIENTÍFICA Y ACTIVIDAD HUMANA
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con la filosofía griega,27 hasta autores contemporáneos.28 Entre esos dos momentos históricos se encuentran los filósofos modernos por los muestra particular predilección: G. W. Leibniz e I. Kant.29 Aquí, en el presente volumen • — Razón y valores en la Era científi co-tecnológica — , se pone de relieve la variedad de registros del pensa miento de N. Rescher. Porque, aunque sea un trabajo que entra dentro de la esfera de la filosofía de la ciencia, lo hace en dos direcciones dis tintas: por un lado, una de carácter epistemológico y metodológico — que ocupa sobre todo la parte II, dedicada a los límites cognitivos— ; y, por otro lado, otra de raigambre ética — la reflejada en la parte III, que versa sobre las limitaciones éticas de la ciencia y la tecnología— , donde se abordan problemas que no son habituales en libros de filoso fía de la ciencia. Junto con esas dos direcciones hay una previa — la parte I, que pone las bases teóricas de la razón y los valores— que tam bién combina consideraciones epistemológicas y reflexiones éticas. Se trata, por tanto, de un trabajo «no estándar» dentro de la filosofía de la ciencia. Sin embargo, refleja bien el modo de pensar del autor, que sintetiza y amplía en estas páginas preocupaciones de libros escritos hace tiempo (como Introduction, to Value Theory , Scientific Progress, The Limits o f Science o Rationality) y de intereses intelectuales más re cientes (como Objectivity o Complexity). Late así en todos estos textos ahora compilados la combinación de kantismo y de pragmatismo que ha sido resaltada anteriormente y que le ha hecho acreedor de una fi losofía de sello personal. Si el conjunto de trabajos aquí reunidos pone de relieve la ampli tud de registros filosóficos del autor, como corresponde en parte a las 27. Sobre el pensamiento árabe versan algunos de sus libros de la primera época:
Studies in the History o f Arabic Logic. 1963; Ik e Development o f Arabic Logic, 1964; AlKindi; An Annotated Bibliography, 1964; Temporal Modalities m Arabian Logic, 1966; Stu dies in Arabic Philosophy, 1968: y The Refutation by Alexander o f Aphrodisias of Galen’s Treatise on The First Mover, 1970. 28. Entre los trabajos sobre autores contemporáneos se encuentran Peirce’s Philo sophy o f Science, 1978; y American Philosophy Today and Other Philosophical Studies, 1994. 29. Al primero le dedica los libros The Philosophy o f Leibniz, 1967; Leibniz: An In troduction to his Philosophy, 1979; Leibniz’s Metaphysics o f Nature: A Group o f Essays, 1981; y, en gran medida, Essays in the History o f Philosophy, 1995. Sobre el segundo pen sador, que es fuente fundamental para su filosofía, versa el volumen Kant’s 'Iheory o f Knowledge and Reality: A Group o f Essays, 1983.
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RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
invitaciones iniciales que dieron origen a estos textos, su tarea como editor refleja bien esa doble faceta de variedad de temas en el dominio intelectual y de asunción de compromisos diversos en el ámbito profe sional. Kescher es, en efecto, un prolífico editor de libros filosóficos. Es, de hecho, editor en tres sentidos diferentes: en primer lugar, en cuanto que se ha ocupado de la edición de textos filosóficos, con la presentación del trabajo y las pertinentes notas y, en su caso, con la traducción del texto mismo anotado; en segundo término, en cuanto que ha coordinado la elaboración de trabajos relacionados directa mente con un tema o un autor; y, finalmente, por compilar o reunir una serie de estudios con motivo de temas concretos de actualidad, ciclos de conferencias, etc. Como se puede apreciar en el apartado bibliográfico dedicado a Rescher como editor, su tarea de edición en el primer sentido de los se ñalados se centra en los textos de pensadores árabes — cuya lógica es tudió en los primeros años de profesión— , en G. W. Leibniz y en F. P. Ramsey. La segunda acepción — la edición como coordinación— res ponde, básicamente, a dos funciones diferentes: la presentación de tra bajos relacionados directamente con un tema — la lógica de la decisión y de la acción— y los Festschriften para filósofos representativos, como C. G. Flempel o A. Grünbaum. Y, finalmente, su labor de compilación ha estado vinculada a la publicación de la «biblioteca filosófica» de la revista American Philosophical Quartely y a la preparación de las series del Center for Philosophy o f Science, que dan a conocer al público ci clos de conferencias u otras actividades académicas del Centro de F i losofía de la Ciencia de Pittsburgh. Tras su trabajo como editor, en la bibliografía ahora recogida, se enumeran los artículos que N. Rescher ha publicado en el contexto de la Filosofía y metodología de la ciencia, por ser ése el tronco principal de donde surge eFpresente libro. Ciertamente, con esa bibliografía no se cubre la totalidad de la amplia producción filosófica del Prof. Res cher — en especial, en el ámbito de los artículos— , pero sí se pueden apreciar sus líneas de investigación más representativas, principalmen te en los campos de su pensamiento aquí abordados. La lista bibliográ fica está actualizada hasta el momento de redactar estas líneas, pues su capacidad de trabajo hace que su producción filosófica ejemplifique el «principio de propagación, de cuestiones» de Kant, de modo que cada tema abordado suscita nuevas preguntas, que requieren igualmente una
35
RACIONALIDAD CIENTÍFICA Y ACTIVIDAD HUMANA
re s p u e s ta . L a im p o r ta n c ia d e su p e n s a m ie n to h a lle v a d o a q u e o tr o s r e f l e x i o n e n s o b r e s u s c o n t r i b u c i o n e s . D e 'e s o s
ficos
libros
y n ú m ero s
monográ
d e r e v i s t a s s e d a n o t i c i a a l t é r m i n o d e la p r e s e n t e b i b l i o g r a f í a .
3 . 1. Libros de Nicholas Kescher como autor —
Studies in the History o f Arabic Logic,
U n iv e rs ity o f P itts b u r g h P r e s s , P it t s
b u rg h , 1 9 6 3 . —
The Development o f Arabic Logic, b u rgh , 1964.
— — — —
U n iv e r s ity o f P it t s b u r g h P r e s s , P i t t s
3
An Introduction to Logic, S t. M a r t i n ’s P r e s s , N u e v a Y o r k , 1 9 6 4 . Hypothetical Reasoning, N o r t h - H o lla n d , A m s te r d a m , 1 9 6 4 . Temporal Modalities in Arabian Logic, R e id e l, D o r d r e c h t , 1 9 6 6 . The Logic o f Commands, R o u tle d g e an d K e g a n P a u l, L o n d r e s , y D o v e r,
N ue
va Y o r k , 1 9 6 6 . —
Distributive justice: A Constructive Critique o f the Utilitarian Theory o f Dis tribution, B o b b s - M e r r i l l, I n d ia n á p o lis , 1 9 6 7 (r e im p r .: U n iv e r s ity P r e s s o f A m e ric a , W a s h in g to n , 1 9 8 2 ) .
— — —
The Philosophy o f Leibniz, P r e n t i c e H a ll, E n g le w o o d C lif f s , 1 9 6 7 . Temporal modalities in Arabic Logic, R e id e l, D o r d r e c h t , 1 9 6 7 . Topics in Philosophical Logic, R e id e l, D o r d r e c h t y H u m a n itie s P r e s s ,
N ueva
Y o rk , 1 9 6 8 . —
Studies in Arabic Philosophy, U n iv e rsity Introduction to Value Theory, P r e n t i c e
•
e d ic ió n : U n iv e rs ity P r e s s o f A m e r ic a , W a s h in g to n , 1 9 8 2 ).
—
—
o f P itts b u r g h P re s s , P itts b u rg h , 1 9 6 8 . H a il, E n g le w o o d C lif f s , 1 9 6 9 (n u ev a
Essays in Philosophical Analysis: Historical and Systematic,
U n iv e rs ity o f
P itts b u r g h P r e s s , P it t s b u r g h , 1 9 6 9 ( r e im p .: U n iv e r s ity P r e s s o f A m e r ic a , W a s h in g to n , 1 9 8 2 ) . — — — —
Many-Valued Logic, M c G r a w H ill, N . Y o r k , 1 9 6 9 (r e im p .: G r e g g R e v iv a ls, A ld e rs h o t, 1993). Scientific Explanation, F r e e P re s s , N . Y o rk , 1 9 7 0 . Temporal Logic, Springer, N. Y o rk , 1 9 7 1 (c o a u to r : A Ja s ta ir U r q u h a r t). The Refutation by Alexander o f Aphrodisias o f Galen’s Treatise on The First Mover, P u b lic a t io n s o f th e C e n tr a l I n s t it u t e o f I s la m ic R e s e a r c h , K a r a c h i, 1 9 7 0 (c o a u to r : M ic h a e l E . M a r m u r a ).
—
Welfare: The Social Issues in Philosophical Perspective,
U n iv e rs ity o f P it t s
burgh P re ss , P itts b u r g h , 1 9 7 2 . —
The Coh erence Theory o f Truth,
C la r e n d o n P r e s s , ( I x f o n l , 197 3 ( r e im p r e
sión: U n iv e rsity P r e s s o f A m e r ic a , W a s h in g to n , 1 9 8 2 ).
Conceptual Idealism, B la c k w e ll, O x f o r d , P ress o f A m e rica , W a s h in g to n , 1 9 8 2 ) .
197 3
I r e im p t e s io n : U n iv e rs ity
36 —
— —
RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
The Primacy o f Practice: Essays towards a Pragmatically Kantian Theory o f Empirical Knowledge , B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 3 (tr a d , c a s t.: La primada de la práctica , M a d r id , T e c n o s , 1 9 8 0 ) . Studies in Modality , B . B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 4 . A Theory of Possibility: A Constructivistic and Conceptualistic Accounts of Possible Individuals and Possible Worlds, U n iv e r s ity o f P it t s b u r g h P r e s s , P itts b u r g h , 1 9 7 5 ; y B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 5 .
—
Unselfishness: The Role o f the Vicarious Affects in Moral and Social Theory, U n iv e rs ity o f P itts b u r g h P r e s s , P it t s b u r g h , 1 9 7 5 .
— ■ —
Plausible Reasoning: An Introduction to the Theory and Practice ofPlausibilistic Inference, V an G o r c u m , A m s te r d a m , 1 9 7 6 . Methodogical Pragmatism , B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 7 ; N e w Y o r k U n iv e rs ity P ress, N . Y o rk , 1977.
—
Scientific Progress: A Philosophical Essay on the Economics o f Research in Na tural Science, B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 8 ; U n iv e rs ity o f P itts b u r g h P r e s s , P i t t s
—
Dialectics: A Controversy-Oriented Approach to the Theory o f Knowledge,
—
Peirce’s Philosophy o f Science,
b u r g h . 1 9 7 8 . (H a y tr a d u c c ió n a le m a n a y fr a n c e s a .) S U N Y P r e s s , A lb a n y , 1 9 7 7 . (H a y t r a d u c c ió n ja p o n e s a .) U n iv e rs ity o f N o tr e D a m e P r e s s , N o tr e D a m e ,
1978. —
—
Cognitive Systematization: A systems-theoretic approach to a coherent ist The ory o f Knowledge, B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 8 (tra d , c a s t.: Sistematización cog noscitiva, S ig lo X X I , M é x ic o , 1 9 8 1 ). Leibniz: An Introduction to his Philosophy, B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 9 ( r e im p re s o : U n iv e rs ity P r e s s o f A m e ric a , L a n h a m , 1 9 8 6 ; G r e g g R e v iv a ls, A ld e r s h o t, 1 9 9 3 ) .
—
The Logic o f Inconsistency: A Study in Nonstandard Possible-World Semantics and Meinongian Ontology, B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 9 ; R o w m a n a n d L i t t l e
—
Scepticism,
fie ld , T o to w a , 1 9 7 9 (c o a u to r : R o b e r t B r a n d o m ) . B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 8 0 ;
Skepticism,
R o w m a n an d L it t l e f ie l d ,
T o to w a , 1 9 8 0 . —
Unpopular Essays on Technological Progress,
U n iv e rs ity o f P it t s b u r g h P r e s s ,
P itts b u r g h , 1 9 8 0 . —
Induction. An Essay on the justification o f Inductive Reasoning ,
B la c k w e ll,
O x f o r d , 1 9 8 0 . (H a y t r a d u c c ió n a le m a n a .) — —
Leibnizs Metaphysics o f Nature: A Group o f Essays, R e id e l, D o r d r e c h t , 1 9 8 1 . Empirical Inquiry, R o w m a n a n d L it t l e f ie l d , T o to w a , 1 9 8 2 ; A t h lo n e P r e s s , L o n d res, 1982.
— —
Risk: A Philosophical Introduction to the Theory o f Risk Evaluation and Ma nagement, U n iv e rs ity P r e s s o f A m e r ic a , W a s h in g to n , 1 9 8 3 . Kant’s Theory o f Knowledge and Reality: A Group o f Essays, U n iv e rs ity P re s s o f A m e r ic a , W a s h in g to n , 1 9 8 3 .
RACIONALIDAD CIENTÍFICA Y ACTIVIDAD HUMANA —
The Riddle o f Existence: An Essay in Idealistic Metaphysics,
37
U n iv e rs ity P r e s s
o f A m e r ic a , W a s h in g to n , 1 9 8 4 . —
The Limits o f Science, U n iv e rs ity o f C a lifo r n ia P r e s s , B e r k e le y , 1 9 8 4 . (T ra d , Los límites de la ciencia, T e c n o s , M a d r id , 1 9 9 4 . H a y ta m b ié n t r a d u c
c a st.:
c ió n a le m a n a e ita lia n a .) —
Pascal’s Wager: A Study o f Practical Reasoning in Philosophical Theology,
—
The Strife o f Systems: An Essay on the Grounds and Implication o f Philosophi cal Diversity, U n iv e rs ity o f P itts b u r g h P r e s s , P itts b u r g h , 1 9 8 5 . (T ra d , c a s t.: La lucha de los sistemas, U n iv e rs id a d N a c io n a l A u tó n o m a d e M é x ic o , M é x ic o ,
—
Fjhical Idealism: An Inquiry into the Nature and Function o f Ideals,
U n iv e rs ity o f N o tr e D a m e P r e s s , N o tr e D a m e , 1 9 8 5 .
1 9 9 5 . H a y ta m b ié n tra d u c c ió n ita lia n a y a le m a n a . ) U n iv e r
sity o f C a lifo r n ia P r e s s , B e r k e le y , 1 9 8 7 . — —
Scientific Realism: A Critical Reappraisal, R e id e l, D o r d r e c h t , 1 9 8 7 . Forbidden Knowledge and Other Essays on the Philosophy o f Cognition,
R e i
d e l, D o r d r e c h t , 1 9 8 7 . —
Rationality: A Philosophical Inquiry into the Nature and the Rationale o f Re ason, C la r e n d o n P r e s s , O x f o r d , 1 9 8 8 . (T ra d , c a s t.: La racionalidad, T e c n o s ,
—
Moral Absolutes: An Essay on the Nature and Rationale o f Morality,
M a d r id , 1 9 9 3 . H a y ta m b ié n tr a d u c c ió n a le m a n a e ita lia n a .) P e te r
L ang, B ern a, 1989. —
Cognitive Economy: 'The Economic Perspectives o f the Theory o f Knowledge,
—
A Useful inheritance: Evolutionary Epistemology in Philosophical Perspecti ve, R o w m a n a n d L it t le f ie ld , S a v a g e ( M D ) , 1 9 8 9 . (H a y t r a d u c c ió n a le m a n a .) Human Interest: Reflections on Philosophical Anthropology, S t a n f o r d U n i
U n iv e rs ity o f P itts b u r g h P r e s s , P it t s b u r g h , 1 9 8 9 . (H a y tr a d u c c ió n c h in a .)
—
v e rsity P r e s s , S t a n f o r d , 1 9 9 0 .
—
Baffling Phenomena and Other Studies in the Philosophy o f Knowledge and Valuation, R o w m a n a n d L it t le f ie ld , L a n h a m , 1 9 9 1 . A System o f Pragmatic Idealism. V o l. I : Human Knowledge in Idealistic Pers pective, P r in c e t o n U n iv e rs ity P r e s s , P r i n c e t o n , 1 9 9 2 . A System o f Pragmatic Idealism . V o l. I I : The Validity o f Values: Human Va lues in Pragmatic Perspective, P r i n c e t o n U n iv e rs ity P r e s s , P r i n c e t o n , 1 9 9 3 . Standardisin'. An Empirical Approach to Philosophical Methodology , U n iv e r
—
A System o f Pragmatic Idealism.
— — —
sity o f P it t s b u r g h P r e s s , P it t s b u r g h , 1 9 9 3 . V o l. I l l :
Metaphilosophical Inquiries,
P r in
c e to n U n iv e rs ity P r e s s , P r in c e t o n , 1 9 9 4 . —
Pluralism. Against the Demand fo r Consensus,
C la r e n d o n P r e s s , O x f o r d ,
1993. —
American Philosophy Today and Other Philosophical Studies, L it t le f ie ld , L a n h a m ( M D ) , 1 9 9 4 .
—
Satisfying Reason,
K lu w e r, D o r d r e c h t , 1 9 9 5 .
R ow m an and
38 — —
RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
Essays in the History' o f Philosophy, A v eb u ry , A ld e r s h o t, Luck, F a r r a r , S tra u s y G i r o u x , N u e v a Y o rk , 1 9 9 5 . (T ra d , destino. Aventuras y desventuras de la vida cotidiana, E d .
1995. c a s t.:
Suerte, azary
A n d ré s B e llo , S a n
tia g o d e C h ile , 1 9 9 7 , H a y ta m b ié n t r a d u c c ió n a le m a n a .) — —
Process Methaphysics, S ta te U n iv e r s ity N u e v a Y o r k P r e s s , A lb a n y , 1 9 9 5 . Public Concerns: Philosophical Studies o f Social Issues, R o w m a n a n d L i t t l e fie ld , L a n h a m ( M D ) , 1 9 9 6 .
—
Studien zur naturwissenschaften Erkenntnislehre,
K ö n ig s h a u s e n un d N e u
m an n, W ü rzb u rg , 1996. —
Priceless Knowledge? An Essay to Economic Limits to Scientific Progress, U n iv e rs ity P r e s s o f A m e r ic a , S a v a g e , M D , 1 9 9 6 .
—
Objectivity: The Obligations o f Impersonal Reason,
U n iv e rs ity o f N o tr e D a
m e P r e s s , N o tr e D a m e , 1 9 9 7 . —
Profitable Speculations: Essays on Current Philosophical Themes ,
R ow m an
an d L it t le f ie ld , L a n h a m , M D , 1 9 9 8 . — —
Predicting the Future, S ta te U n iv e rs ity N e w Y o r k P r e s s , N u e v a Complexity. A Philosophical Overview , T r a n s a c tio n P u b lis h e r s ,
Y o rk , 1 9 9 8 . N ew B ru n s
w ic k , NT, 1 9 9 8 . —
Communicative Pragmatism and Other Philosophical Essays on Language, R o w m a n a n d L it t le f ie ld , L a n h a m , M D , 1 9 9 8 .
5 .2 .
L ib ro s de N ich olas R esch er com o ed ito r
Su tarea como realizador de ediciones críticas de libros — la pri mera acepción de «editor»— se refleja en diversas publicaciones: -r- Al-Farabi. An Annotated Bibliography,
U n iv e rs ity o f P it t s b u r g h P r e s s , P i t t s
b u rgh , 1962. —
Al-Farabi’s Short Commentary on Aristotle’s «Prior Annalytics»,
t r a d u c c ió n
c o n in tr o d u c c ió n y n o ta s , U n iv e rs ity o f P itts b u r g h P r e s s , P it t s b u r g h , 1 9 6 3 . —
Al-Kindi: An A nnotated Bibliography,
U n iv e rs ity o f P it t s b u r g h P r e s s , P i t t s
b u rg h , 1 9 64. —
Galen and the Syllogism: An Examination on the Claim that Galen Origina ted the Fourth Figure o f the Syllogism in the Light o f the New Data from Ara bic Sources (in c lu y e el t e x t o á r a b e y la t r a d u c c ió n a n o ta d a d el tr a ta d o Sobre la cuarta figura del silogismo d e I b n a l-S a le a h ). U n iv e r s ity o f P it t s b u r g h P r e s s , P it t s b u r g h , 1 9 6 6 .
—
Frank Plwnpton Ramsey: On Truth,
e d ic ió n d el t e x t o e n c o la b o r a c ió n c o n
U lr ic h M a je r , K lu w e r, D o r d r e c h t , 1 9 9 1 . —
Leibniz Monadology: An Edition fo r Students, P it t s b u r g h , 1 9 9 1 ; R o u tle d g e , L o n d r e s , 1 9 9 1 .
U n iv e rs ity o f P itts b u r g h P r e s s ,
RACIONALIDAD CIENTÍFICA Y ACTI\ IDAD HUMANA
39
Los trabajos como editor-coordinador — el segundo sentido de «editor»— han dado origen a varios libros: —
The Logic o f Decision and Action,
P it t s b u r g h U n iv e rs ity P r e s s , P it t s b u r g h ,
1967 — —
Essays in Honor o f Carl G. Hempel: A Tribute cn the Occasion o f his SixtyFifth Birthday , R e id e l, D o r d r e c h t , 1 9 7 0 . Philosophical Problems o f the Internal and External Worlds, U n iv e rs ity o f P itts b u r g h P r e s s , P it t s b u r g h , 1 9 9 3 (e n c o la b o r a c ió n
con Jo h n E arm an ,
A lle n I . J a n i s y G e r a ld J . M a s s e y ).
Hay, finalmente, una amplia tarea de edjtor-co'tnpilador, que co rresponde a la tercera forma de entender la función de «editor». Se desglosa en dos períodos: desde 1968 hasta 1982, qi*e es la etapa de las colecciones de la revista American Philosophical Quarterly, y la fase a partir de 1983, cuando coordina las series del Centér f or Philosophy o f Science. — Studies in Moral Philosophy , B a s il B la c k w e ll, O x fo r d , 1-968. — Studies in Logical Theory, B a s il B la c k w e ll, O x fo r d , 196»8 — Studies in the Philosophy o f Science, B a s il B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 6 9 . — Values and the Future: the Impact o f Technological Cha'ni e on American Va lues, F r e e P r e s s , N u e v a Y o r k , 1 9 6 9 . E n c o la b o r a c ió n c o n K u r t B a ie r. — Studies in the Theory o f Knowledge, B a s il B la c k w e ll, O x fo r d , 1 9 7 0 . — Descartes’ Philosophy o f Nature, B a s il B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 1 . — Studies in the Philosophy o f Mind, B a sil B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 2 . — Studies in Ethics, B a s il B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 3 . — Studies in Epistemology, B a s il B la c k w e ll, O x fo r d , 1 9 7 Y — Negation and Non-Being, B a s il B la c k w e ll, O x fo r d , 1 9 7 '6 — Studies in Ontology, B a s il B la c k w e ll, O x f o r d , 197 8 . — Introduction to the Philosophy o f Mathematics, B asil B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 9 . — ■Rational B elief Systems, B a s il B la c k w e ll, O x fo r d , 1 9 7 9 • — Value and Existence, B a s il B la c k w e ll, O x f o r d , 1 9 7 9 . — Knowledge and Scepticism, R o w m a n a n d L ittle fie ld , T
N J ., 1 9 8 2 . — The Nature o f Knowledge, R o w m a n an d L ittle fie ld , T o 'to w n , N J ., 1 9 8 2 . — Scientific Explanation and Understanding , U n iv e rsity P: >c ss o f A m e ric a , L a n ham , 1 9 8 3 . — —
The Limits o f Lawfulness: Studies on the Scope n>nl Nattpw o f Scientific Know ledge, U n iv e rs ity P r e s s o f A m e r ic a , L a n h a m , J9 8 3 . Reason and Rationality in Natural Science, U n iv ersity I ’h c s s o f A m o n e n . I,m i ham , 1 9 8 5 .
'ID
RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
The Heritage o f Logical Positivism,
U n iv e rs ity P r e s s o f A m e r ic a , L a n h a m ,
1985.
—
Current Issues in Teleology, U n iv e rs ity P r e s s o f A m e r ic a , L a n h a m , 1 9 8 6 . Scientific Inquiry in Philosophical Perspective, U n iv e rs ity P r e s s o f A m e r ic a ,
—
Leihnizian Inquiries. A Group o f Essays,
—
Lanham , 1987. U n iv e r s ity P r e s s o f A m e r ic a , L a n
ham , 1 989. —
Evolution, Cognition, and Realism: Studies in Evolutionary Epistemology, U n iv e rs ity P r e s s o f A m e ric a , L a n h a m , 1 9 9 0 .
—
Aesthetic Factors in Natural Science,
U n iv e rs ity P r e s s o f A m e r ic a , L a n h a m ,
1990.
5.3. Artículos de Nicholas Réscher sobre filosofía de la ciencia y la filosofía de la tecnología — « M r. M a d d e n o n G e s t a lt T h e o r y » ,
Philosophy o f Science,
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44
RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
Cabe señalar, finalmente, que Nicholas Rescher publicó en 1983 su autobiografía, titulada Mid-Journey: An Unfinished Autobiography, que amplió y completó tres años después: Ongoing Journey: An Autobio graphical Essay. Posteriormente la ha actualizado: Instructive Journey: An Autobiographical Essay (University Press of America, Lanham, 1996). Ahí se encuentran algunas claves para entender su trayectoria intelectual, que se incrementa con esta aportación para el público de lengua castellana. A él se debe la idea de hacer este libro, cuya estruc tura y contenido ha supervisado. También fue iniciativa suya el que hi ciera una introducción y que me encargara de los trabajos de edición del volumen. Todo lo cual ha resultado una grata tarea, por la disponi bilidad del Prof. Rescher para tratar de los distintos pormenores y por su actitud receptiva ante cuantas sugerencias le he ido haciendo. W e n c e s l a o J. G o n z á l e z
Ferrol, 8 de septiembre de 1998 Universidad de A Coruña
PRESEN TACIÓN
En sus Tesis sobre Teuerbach , Karl Marx señaló que los filósofos habían intentado comprender el mundo pero ahora debíamos tratar de cambiarlo. El presente estudio invierte efectivamente esta perspec tiva, pues adopta como posición que, si bien la ciencia y la tecnología han cambiado el mundo de muchas formas — querámoslo o no— , la tarea de los filósofos consiste en tratar de comprender este fenómeno e interpretar el sentido que tiene para nosotros. (La acción adecuada es una misión que no es específica de los filósofos, puesto que atañe a todos.) Veamos brevemente la dimensión histórica del asunto. La cuestión de la realidad y relevancia del progreso ha sido debatida desde la con troversia, al final del Renacimiento, entre los antiguos y los modernos respecto de la importancia relativa de la sabiduría de la Antigüedad clásica comparada con el aprendizaje moderno. En los albores de la ciencia moderna, en el siglo XVII, las figuras representativas, desde Ba con a Leibniz, adoptaron todas ellas una visión marcadamente opti mista. El conocimiento humano estaba a punto de entrar en una nueva era, y sus circunstancias y condiciones de vida serían, en consecuencia, transformadas. Consideremos un pasaje característico de Leibniz: «Creo que una de las grandes razones para esta negligencia [de la ciencia y de su apli cación] estriba en la pérdida de la esperanza de mejorar las cuestiones y en la opinión, muy mala, que abriga respecto a la naturaleza huma na... P ero ... ¿no sería más conveniente dar, al menos, una prueba de nuestra capacidad antes de perder la esperanza de tener éxito? ¿Acaso no vemos cada día nuevos descubrimientos, no sólo en las artes sino también en la ciencia y en la medicina? ¿Por qué no cabe conseguir una considerable disminución de nuestras dificultades? Se me dirá que durante muchos años habían estado trabajando infructuosamente. P e
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RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
ro, considerando la cuestión más de cerca, vemos que la mayoría de aquellos que se ocupan de las ciencias se han copiado meramente unos de otros o se han divertido entre ellos. Es casi una desgracia para la na turaleza [humana] que tan pocos hayan trabajado verdaderamente pa ra hacer descubrimientos; nosotros debemos casi todo lo que conoce m os... a un puñado de personas... Creo que si el gran monarca pudiera hacer algún esfuerzo poderoso — o si un número considerable de individuos que tengan capacidad fueran liberados de otras ocupa ciones para emprender la labor requerida— podríamos obtener gran des progresos en un corto espacio de tiempo e, incluso, nosotros mis mos disfrutaríamos de los resultados de nuestra labor».1 Esta perspectiva tipifica ia creencia del siglo XVII en el potencial del pro greso científico y tecnológico para realizar mejoras rápidas y sustancia les acerca de la condición humana. Durante el siglo XIX la esperanza de mejora había definitivamente empezado a decaer. Las líneas de pensamiento abordadas por Malthus y Darwin introdujeron un elemento nuevo de competición, de conflic to, y la presión del hombre contra el hombre en una rivalidad para conseguir las maravillas de la Naturaleza. La idea según la cual el pro greso científico y tecnológico traería como resultado un reforzamiento de la satisfacción humana y la felicidad llegó a estar seriamente cues tionada. Escribiendo en torno a 1860, el perspicaz filósofo alemán Hermann Lotze señaló: «Los innumerables pasos individuales que in dudablemente se han dado, tanto para el progreso del conocimiento como para la capacidad de producción y de gestión de bienes externos, no han sido combinados por ahora en modo alguno para que constitu yan un avance en la felicidad de vida... Cada paso de progreso, con el incremento de fuerza que trae consigo, también comporta un aumento de la presión».12 Así, hace más o menos un siglo, mentes privilegiadas estaban empezando a dudar de que el progreso tecnológico del hom bre pudiera proporcionar una ruta expedita hacia la felicidad. Y algu nos de esos aspectos están aún en duda.
1. LEIBN IZ , G . , Opuscules et fragments inédits, edición de L. Couturat, Alean, París, 1903, págs. 332-333. Traducido al inglés en: Leibniz: Selections, edición de P. P. Wiener, Scribner, Nueva York, 1951, págs. 584-585. 2. L o t z e , R. H., Microcosmus, traducción de E. Hamilton y E. E. C. Tines, 2 vols., T&T Clark. Edimburgo, 1885-86, II, pág. 396.
PRESENTACIÓN
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El impacto de la tecnología sobre la vida humana es un tema que me ha interesado desde hace muchos años. Unpopular Essays (1980) aborda la índole dual del progreso tecnológico como una fuerza que tiene un lado positivo y otro negativo. Scientific Progress (1978) resalta la dependencia tecnológica respecto del progreso cognitivo en la cien cia de la Naturaleza y el consiguiente fenómeno de escalonamiento de costes y disminución de los beneficios.3 Complexity (1998) mantiene que ese progreso científico-tecnológico presenta problemas que cons tituyen retos porque concierne a nuestro modus operandi intelectual, económico y moral en la vida, donde la senda de la siempre creciente complejidad trae consigo retos tecnológicos cada vez de mayor alcan ce. Y esta relación ciencia-tecnología impone sobre la ciencia, en cuan to proyecto cognitivo, ciertos límites y limitaciones que he explorado en Cognitive Economy (1989) y The Limits o f Science (1984). Así, en la medida en que se relaciona con la ciencia y la tecnología, plantea di versos retos a la razón humana. Esto suscita cuestiones sobre el proce so racional que he explicado en varios libros: en particular, en Ratio nality (1988), Objectivity (1997) y The Validity o f Valúes (1993). Con estos antecedentes, la preocupación del presente libro por la dimensión humanística de la tecnología se alinea con la tendencia ge neral de mi obra en este punto, en la que se ha argumentado desde di versos puntos de vista que la tecnología nos enfrenta a una paradoja. Por una parte, sólo ella es capaz de proporcionarnos los requisitos pa ra hacer posible la vida humana dentro de las condiciones del mundo moderno. Por otra parte, la tecnología misma hace que, de muchas ma neras, la vida sea más complicada, menos agradable y más peligrosa. La razón contemporánea tiene una relación de amor-odio con la tecnolo 3. Tanto el giro «progreso cognitivo» corno los usos que se den a esa expresión se apoyan en la caracterización de cognitivo que hace el Diccionario de la Real Academia en la última edición (1992), donde aparece como «perteneciente o relativo al conocimiento» y directamente asociado a la cognición — «acción y efecto de conocer»— , mientras que el término «cognoscitivo» figura sólo en la acepción de capacidad o potencia para conocer. De este modo, «cognitivo» remite a cognitio — contenido y proceso de conocer— y «cog noscitivo» engarza con cognoscere, en cuanto que se presenta como posibilidad de cono cer. Estos matices sugieren que «cognitivo» presenta una mayor cercanía al uso que N. Rescher hace del término cognitive. Por eso, a lo largo del presente volumen, tanto para la exposición de su pensamiento como para la traducción do sus trabajos, so ha seguido el criterio de emplear la expresión «cognitivo», por considerar que plasma mejor su con cepción filosófica, donde prima la primacía de la práctica [N del a »up 1
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RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
gía. Ni podemos vivir de una forma cómoda con ella ni cabe confort al guno sin ella. Es una de las grandes ironías de nuestra época que la tec nología, con su enorme potencial para mejorar las condiciones de vida, sea también un instrumento que ha contribuido grandemente al incre mento del sufrimiento humano. Sea como fuere, en cuanto que las condiciones operativas del mun do moderno requieren la mediación tecnológica del pensamiento y la práctica, estamos seguros de que existe un nexo profundo entre la ra cionalidad, la tecnología y los valores humanos. El cometido central de mi libro consiste en poner estas relaciones de una manera más clara, Mi obra filosófica en esta área ha estado siempre basada en dos tesis clave: 1) que la racionalidad no sólo incluye razonamiento correcto si no también evaluación adecuada; y 2) que la praxis — la efectiva pues ta en práctica del pensamiento en la acción— es, en última instancia, el criterio de evaluación. Y el presente libro argumenta, en consecuencia, que el progreso científico y tecnológico no sólo impacta sobre el modo en que gestionamos los asuntos de la vida sino también sobre la forma en que nos conducimos en las cuestiones del pensamiento, reorganizando el modo en que nosotros, los humanos, vemos el mundo y nuestro lu gar dentro de él. Debo aprovechar esta oportunidad para reconocer mi gratitud por las iniciativas de mi amigo filosófico y colega el Prof. Dr. Wenceslao J. González, Catedrático de la Universidad de A Coruña. Organizó la in vitación a pronunciar [buena parte] de las conferencias aquí presenta das, fue mi anfitrión durante su presentación, trasladó la mayor parte de ellas al castellano e hizo los acuerdos para su publicación. El libro literalmente no existiría sin su apoyo al proyecto desde el principio hasta el final. Deseo dejar constancia de mi aprecio por el excelente trabajo realizado como editor de este proyecto, que en modo alguno era sencillo. N ic h o l a s R e s c h e r
Pittsburgh, 27 de agosto de 1998 Universidad de Pittsburgh
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SIN O PSIS 1) La complejidad del mundo real plantea retos a la razón humana que ésta nunca puede afrontar de una manera plenamente satisfactoria. En cada fase de la investigación, los recursos de la razón dejan infradeterminadas las realidades efectivas de la Naturaleza. 2) De manera específica, los datos reales que están a nuestra disposición cognitíva nunca excluyen la posibilidad de teorías alternativas. 3) Partiendo de las teorías en sí mismas consideradas se aprecia, asimismo, que infradeterminan los hechos reales. 4) La realidad excede los mecanismos descriptivos del lenguaje. 5) Y, por consiguiente, también excede los recursos explicativos déla teorización científica. 6) La lección de estas reflexiones es que resulta inviable e ilusoria la idea de llegar una cien cia de la Naturaleza completa o perfecta.
1.1. Cuatro consideraciones sobre la teorización científica Es un hecho inevitable que la indagación humana, en su intento de obtener una comprensión adecuada de la Naturaleza, se encuentra con dificultades sustantivas. Mis comentarios considerarán las implicacio nes de cuatro consideraciones fundamentales con respecto a la situa ción de la teorización científica:
1. Versión ampliada del texto leído con motivo de la concesión del 1)ocloi‘»ulo Mu noris Causa por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), neto celebrado el ). de marzo de 1993. La traducción ha sido preparada por Víctor Rodríguez y lia sido cumple t-ada y revisada por el compilador del presente volumen.
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BASES TEÓRICAS DE LA PROPUESTA: RAZÓN Y VALORES
• Los datos infradeterminan ( undertermine ) las teorías • Las teorías infradeterminan los datos • La realidad supera los recursos descriptivos del lenguaje • La realidad supera los recursos explicativos de la ciencia Analizaremos sucesivamente cada una de estas consideraciones. Parece claro, no obstante, que continúan enseñándonos una importan te lección de carácter general: que la complejidad de lo real podría plantear retos a la razón humana que ésta nunca sería capaz de afron.tar de una manera plenamente satisfactoria. Nosotros no tenemos nin guna alternativa realista salvo el considerar como conjeturales y provi sionales nuestros esfuerzos investigadores. La idea de una ciencia perfecta — la realidad plenamente sometida a las exigencias de la razón humana— es, en última instancia, irrealizable.
1.2. Los datos infradeterminan las teorías Una de las lecciones más básicas de la epistemología moderna es que los datos observacionales disponibles infradeterminan las teorías, ya que las observaciones son siempre discretas, finitamente enumera bles y episódicas. Ellas tienen que ver con episodios específicos pro ductores de información que acontecen en localizaciones espacio-tem porales particulares. Las teorías, por otra parte, son generales y no finitas: expresan cómo ciertos rasgos de tipo genérico caracterizan si tuaciones de una cierta clase en todo momento y en todo lugar. Las teorías superan los datos y se extienden más lejos que ellos, de tal mo do que hay siempre una laguna entre las pretensiones de una teoría y los hechos particulares que proporcionaron los datos que la sustentan. (El ajuste de una curva continua a los puntos discretos es una analogía tal vez demasiado simplificada.) Las teorías — como Pierre Duhem ya resaltó— 2 se encuentran más lejos de la posibilidad de ser confirmadas definitivamente por los datos. Por eso, siempre habrá varios modos alternativos de acomodar los datos dentro de teorías generales. Los datos, por sí mismos, no pueden 2. El autor se refiere al libro de D UH EM , P., La théorie Physique. Sou object, so struc ture, M. Riviere, París, 2a ed., 1914 (T ed., 1906). Trad. ingl. de P. Wiener: The Ann and Structure o f Physical Theory, Prólogo de L. de Broglie, Princeton University Press, Prin ceton, 1954. [N. delcomp.\.
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nunca forzar soluciones teóricas únicas. Los datos observados son fini tos; las hipótesis posibles son infinitas; y lo finito no puede forzar lo in finito. Las realidades concretas de las que tenemos experiencias obser vables son siempre, basta cierto punto, ambiguas. En principio, admiten siempre racionalizaciones teóricas alternativas. Las realidades sobre las cuales tenemos experiencia determinan y canalizan la activi dad de la razón en su tarea de teorización, pero no pueden imponerle soluciones únicas. En suma, las teorías están siempre infradeterminadas informativamente por los datos.3
1.3. Las teorías infradeterminan los hechos Cualquier teoría formulada de modo preciso (formalizada lógi co-matemáticamente) admite una variedad de realizaciones concre tas: las teorías formalizadas siempre pueden ser representadas por una variedad de realizaciones o modelos diferentes. Como muestra el célebre Teorema de Löwenheim -Skolem :4 cualquier conjunto de proposiciones expresado en el lenguaje formal de las Matemáticas (esto es, de la lógica y la teoría de conjuntos) puede ser ensamblado con un modelo puramente matemático; más específicamente, en un complejo de relaciones meramente aritméticas. Siempre puede en tenderse que presenta, simplemente, un conjunto de tesis acerca de los números naturales. Así, ninguna teoría de este tipo puede tener un contenido sustantivo suficiente para forzar una concreta inter pretación física. El ajuste de una teoría empírica formalizada a la realidad que se propone caracterizar no puede nunca hacerse tan estrictamente como para excluir representaciones alternativas, igualmente válidas en áreas de discurso totalmente diferentes. Ninguna teoría puede prescribir su 3. Sobre ia infracleterminación de las teorías por los datos disponibles cabe citar la amplia especulación actual en campos como la cosmología o, dentro de las ciencias socia les, la especulación acerca de las causas de las catástrofes (depresiones, hundimientos de las bolsas...) o, en el caso concreto de la historia, las consideraciones sobre las motivacio nes de los líderes que «convulsionan la Tierra», tales como Cesar, Napoleón o Hitler. 4. Este teorema es particularmente importante: muestra que cualquier sistema for malizado de modo adecuado puede ser representado dentro de la aritmética (esto es, apa rentemente la física axiomática puede ser leída simplemente como una cuestión de mate mática pura). Un referencia clasica a este respecto es Kl.EE.NE, S. C., An Introduction to Mctaniatbemattcs, Van Norland, Princeton, NJ., 1952.
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propia interpretación. En suma, las teorías formalizadas no pueden nunca ser adecuadamente específicas respecto de los hechos; siempre tienen un aura de ambigüedad, que deja abierto una serie de alternati vas con relación a las realidades que intentan capturar. Por lo tanto, así como los hechos infradeterminan las teorías, también las teorías infra determínan los hechos.5
1.4. La realidad supera los recursos descriptivos del lenguaje Nuestro conocim iento con respecto a las cosas del mundo está siempre volcado en un sistema de referencia lingiiístico-sistemático. Entonces, en este contexto, es necesario distinguir entre una verdad y un hecho. Una «verdad» es algo que debe entenderse en términos lingüísticos: es la representación de un hecho a través de su enun ciación en algún lenguaje real. Cualquier enunciación correcta en algún lenguaje real formula una verdad. Un «hecho», por otra par te, no es una entidad lingüística en absoluto, sino una circunstancia real que existe objetivam ente por sí misma: un aspecto del estado de cosas del mundo. Las teorías están acotadas por el lenguaje, pe ro los hechos exceden estos límites lingüísticos. Y una vez más, fun ciona el mismo principio: los enunciados son enumerables; los h e chos son, en cam bio, potencialm ente no enumerables. Y, para dar más énfasis, lo más pequeño no puede imponer determ inaciones a lo más grande. Lo real, con toda su complejidad, es demasiado rico para ser re presentado adecuadamente por medio de las propiedades recursivas y enumerables de nuestro lenguaje. De este modo, las entidades, tal como las describe la teoría, no son nunca más que toscas aproxima ciones a las entidades que contiene el mundo real. Además, es preci so reconocer que el proceso en marcha de adquisición de inform a ción que interesa en ciencia es un proceso de innovación conceptual, que siempre deja ciertos hechos completamente fuera del rango cog-
nitivo d e Jos investigadores en cualquier p e r ío d o particular. César no conocía • — y en la situation cognitiva existente entonces no podía haber conocido— que su espada contenta tungsteno y carbono. Ha-
5. Sobre este terna véase MoSTKRlN, J., «El mundo se nos escurre entre las mallas d nuestras teorías», Teorema, vol. 12. 1982, págs. 181-194.
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brá siempre hechos acerca de una cosa que no conozcamos porque no podamos siquiera concebirlos dentro del orden conceptual vi gente. El concepto biológico de «emergencia» puede quizás ser empleado para elaborar este punto. Pero lo que está en cuestión no es una emer gencia de las características de las cosas, sino una emergencia dentro de nuestro conocimiento acerca de ellas. La sangre circuló en el cuer po humano con bastante anterioridad a Harvey; las sustancias que con tienen uranio fueron radioactivas antes de Becquerel. La emergencia en cuestión se relaciona con nuestros mecanismos cognitivos de conceptualización, no con los objetos de nuestra consideración en sí mismos y por ellos mismos. Los objetos del mundo real deben ser concebidos como lo que son con anterioridad a cualquier interacción cognitiva; co mo simplemente siendo allí: «pre-dados» [vorge funden), como señaló Edmund Husserl.6 Todos los cambios o innovaciones cognitivas, por otra parte, deben ser conceptualizados como algo que ocurre en nues tro lado de la transacción cognitiva, y no del lado de los objetos con los que tratamos.7 Como indican estas consideraciones, la realidad excede los recur sos descriptivos del lenguaje. Aun cuando Wittgenstein estuviese en lo correcto, y los límites del conocimiento fueran los límites de nuestro mundo,8 no serían, sin embargo, los límites del mundo actual en sí mis mo considerado. Reconocemos y debemos reconocer las limitaciones
6. Véase HUSSERL, E ., Logische Untersuchungen, M. Nierneyer, Tubinga, 3 a ed., 1928, libro VI, see. 3. (trad. cast, de M. García Morente y J. Gaos: Investigaciones lógicas, Alianza, Madrid, 1985, vol. 2, págs. 747-761.*[N- del comp ] 7. Aquí debe evitarse una posible equivocación. Para aprender acerca de la naturale za, debemos interactuar con ella. Y, así, para determinar una característica de un objeto, puede darse el caso de que debamos efectuar algún impacto sobre él, que perturbase al guna condición que podría obtenerse por otros medios. (El principio de indeterminación de la mecánica cuántica proporciona un ejemplo bien conocido de esto.! Debería quedar
la tesis de la indiferencia ontológica en cuestión aquí. 8. Véase WITTGENSTEIN, L., Tractatus Logico-Phtlosophicus, edición bilingüe ale mán-inglés, con traducción inglesa de C. K. Ogden y F. P. Ramsey, Roulledge und Kegan Paul, Londres, 1922 (reimpreso en 1971), n. 5.62. (Hay nueva version inglesa lieclui por D. F. Pears y B. F. McGuinness, en Routledge and Kcga Paul, Londres, 1961, reimpreso en 1981). Traducción castellana de E. Tierno Galván en Revista de Occidente, Madrid, 1957; Alianza, Madrid, 1973. [N del comp ]
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de nuestra actividad cognitiva. No podemos, de modo justificable, equiparar la realidad con lo que puede, en principio, ser conocido por nosotros; ni cabe equiparar la realidad con lo que pudiéramos, en prin cipio, expresar mediante nuestro lenguaje. Y lo que es verdadero aquí para nuestro tipo de mente es también verdadero para cualquier otro tipo de mente finita. Cualquier tipo de ser cognitivo físicamente facti ble puede conocer sólo una parte o aspecto de lo real.
1.5. La realidad excede los recursos explicativos de la teorización científica Mediante las anteriores consideraciones se constata que la realidad rebasa los recursos descriptivos del lenguaje; permiten ver que esos re cursos nunca lograrán dominar el campo completo de su complejidad. Pero esto dista de ser el final de este asunto, pues también podemos ver que la realidad excede los recursos explicativos de la teorización científica. Esta idea gira sobre dos consideraciones: • La explicación científica procede en el nivel de la generalidad. Expone generalizaciones que tienen la forma de enunciados que ex presan cómo se comportan todas las instancias de una clase natural particular. Nunca desciende por debajo del nivel de las clases natura les mínimas (las especies ínfimas) para considerar el comportamiento de los individuos. • Las cosas concretas siempre tienen características particulares in dividualizadas (Aristóteles las llamó «accidentes»),9 que nosotros po demos contrastar con la experiencia, pero no podemos captar en una ciencia que se consagra solamente a generalidades. ^ Se sigue claramente, a partir de estas dos consideraciones, que las particularidades concretas que encontramos en la experiencia siempre tienen características específicas y detalles particulares que la ciencia no pone a nuestra disposición, La ciencia propone los reglas genera les, pero el. juego concreto de ajedrez que la Naturaleza juega en su dominio incluye detalles que no están completamente suministrados 9.
Una buena explicación de este planteamiento se encuentra en R o ss, W. D ., Aris
totle, Methuen, Londres, 5“ ed., 1949. Véase también BARNES, J . , Aristotle, Oxford Uni versity Press, Oxford, 1981.
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por las generalidades en cuestión. El aspecto particular-experiencial de lo real — su carácter concreto: cómo se muestra concretamente en nuestra interacción espacio-temporal con él— siempre exhibirá ca racterísticas que eluden la captación explicativa de la ciencia de lo ge neral. Este estado de cosas lo pone ante nosotros de un modo vivo la mo derna teoría cuántica. Ya que la teoría cuántica brinda un espectro de posibilidades estructurado de forma probabilística-estadística, cuyos detalles concretos no están en modo alguno establecidos por las leyes físicas sino que quedan abiertos al resultado contigente de los procesos históricos de desarrollo de la Naturaleza. Las experiencias reales con cretas que suministra el curso de la Naturaleza (las observaciones cuánticas que hacemos) incluyen un nivel de particularidad al que la teoría cuántica es renuente e incapaz de descender. (Una «concreción de las posibilidades estructuradas en términos probabilísimos» es, sim plemente, una caracterización no desafortunada del «colapso del pa quete de ondas».) La lección filosófica aquí es que los estados de cosas reales de la Naturaleza tienen características que no pueden ser captadas de modo descriptivo por la teoría cuántica, ni expresados de forma de explicati va mediante los recursos de esa teoría.
1.6. Lecciones filosóficas En suma, las reflexiones precedentes permiten suscribir varias lec ciones filosóficas importantes: • La primera es que la conclusión que deberíamos extraer no es el escepticismo (el decir que no podemos obtener ningún conocimiento provechoso acerca de la realidad), sino más bien el falibilismo: que qualquier información, tal como nosotros podemos obtenerla, es siem pre imperfecta y mejorable en algunos aspectos. • La segunda es que en nuestros esfuerzos por obtener el conoci miento del mundo no se puede esperar la perfección. Es preciso ser conscientes de que nuestros sucesores en el campo científico, que presu miblemente se apoyarán sobre nuestros hombros, podrán hacerlo mejor. • La tercera lección es la índole insostenible de un idealismo ro busto. Debemos reconocer que la realidad, como tal, excede el alean-.
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ce de nuestros esfuerzos imperfectos, y que no podemos ahora ( ¡ni nunca!) identificar la realidad, como tal, con la realidad como nosotros la pensamos. ® Una cuarta lección crucial es el pragmatismo. Puesto que esta mos obligados a aceptar nuestra visión de lo real como defectuosa e imperfecta, tenemos que evaluar la adecuación teorética comparativa de nuestras teorías científicas en términos de su capacidad para pro ducir éxitos en el dominio de la predicción y control sobre la Natura leza. Además de estas lecciones específicas, se puede extraer una con clusión más amplia y también más «ideológica»; la realidad y la idea a la que está asociada — el mundo real— es, en cierto modo, equívoca. Porque no tenemos mucho que hacer con la realidad en sí misma con siderada como realidad, sino más bien respecto de sus modos como: • realidad tal como tenemos experiencia de ella (experience it), in cluyendo las «ilusiones ópticas»; • realidad según pensamos que ha de ser juzgada cuando toda su riqueza esté presente; • realidad como será efectivamente tratada una vez que toda su ri queza esté presente. Nuestra imagen del «mundo real» abarca alternativas tales como la imagen-del-mundo de la experiencia subjetiva, la ciencia de hoy en día, la ciencia perfecta a tenor de nuestra estimación actual y la ciencia per fecta en cuanto tal. En cuestiones de teorización científica debemos tener en cuenta el principio cardinal de G. W. F. Hegel: que solamente la totalidad con tiene la verdad; que las pretensiones de verdad definitiva requieren evi dencia completa e información total.10 Porque, en rigor, nuestras pre tensiones de verdad, en el nivel de generalidad y precisión que figuran en la ciencia teórica, están siempre basadas en evidencias incompletas e informaciones parciales. En las ciencias exactas lo que nosotros esti
lo. Este planteamiento se encuentra en HEGEL, G. W. E, Wissenschaft der Log (1812-1816), reimpreso en HEGEL, G. W. F., Werke, Surhkamp, Francfort, 1969, vol. 5, 6 y 7 (trad. cast, de A. y R. Mondolfo: Ciencia de la lógica, Hachette, Buenos Aires, 1956 [N delcotnp .]). Véase a este respecto el capítulo final sobre «la Idea absoluta».
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mamos como verdadero es siempre una sombra de la verdad. En con secuencia, la idea misma de conocimiento científico es, en sí misma, una idealización. Porque la indagación científica es la búsqueda de un ideal inalcanzable: el ideal de una ciencia perfecta,11 que nos permite una versión verdadera y completamente adecuada de cómo funcionan las cosas en el mundo. Nos damos cuenta claramente de que este ideal es inalcanzable, No tenemos seguridad a priori sobre la base de princi pios generales de que la aventura cognitiva tendrá éxito; podemos so lamente suponer esto a la luz de nuestro compromiso con un ideal, un compromiso cuya justificación viene solamente ex post facto a través de su demostrada utilidad. La condición epistémica del homo sapiens es muy parecida a nues tra condición moral. Estamos destinados en ambos aspectos a lo que es, a lo sumo, una vida de «esfuerzo y lucha». Ser un buen indagador, como ser una buena persona, no es un problema soluble y alcanzable com pletamente sino un desafío y una oportunidad que ofrece la prospecti va de una búsqueda interminable; pero también de una búsqueda cuya recompensa es potencialmente interminable.
11. Sobre los diversos aspectos tie este problema versan, en el presente volumen, el capítulo 5, «La perfección como ideal regulativo», y el capitulo h, «I I
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II SO BRE LA FUN DAM ENTACIÓN D E LA M ORALIDAD EN EL E N T E N D IM IE N T O 1
SIN O PSIS 1. ¿Puede darse a la moralidad un fundamento que le dé validez ante las personas razonables del mundo moderno? 2) Una respuesta coherente descansa aquí en el modo en que los agentes se ven a sí mis mos en cuanto tales, en la imagen que tienen de ellos mismos en cuan to [seres] racionales. 3) Por motivos de consistencia racional, tales agentes deben valorar también en los otros los rasgos que valoran en sí mismos. 4) En consecuencia, deben valorar y respetar la personalidad de los otros agentes racionales libres. Y esto supone que deben tratar los también con el debido respeto y con la atención debida hacia sus intereses, es decir, que ellos mismos deben comportarse moralmente en relación con los otros.
2.1. E l problema de la fundamentación racional de la moralidad Se puede hablar gramaticalmente sin saber gramática. Se puede ser una persona piadosa sin saber teología: la lides rustica es algo real y ad mirable. Y se puede, sin duda, ser una persona moral sin preocuparse por la teoría de la moralidad. Sin embargo, el problema de la fundamentación racional {rationalgrounding) de la moralidad tiene profun das ramificaciones cognitivas. Aquí intervienen el conocimiento, el en tendimiento e incluso la ciencia. 1. Texto perteneciente a la conferencia de Rescher en El Escorial, en un curso de ve rano organizado por la Universidad Complutense de Madrid. Su intervención tuvo lugar el 2 de agosto de 1994. El texto original se terminó el 22 de abril de 1994 y ha sido revi sado en septiembre de 1996. La traducción castellana y los epígrafes son de Leonardo Ro dríguez Dupla.
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En un trabajo clásico, de una cosecha algo anterior a la primera Guerra Mundial, H. A. Prichard sostuvo que en realidad no tiene sen tido preguntar: «¿por qué debo ser moral?».2 Alegaba que, una vez se reconoce que un acto es lo moralmente adecuado, en realidad no ha lu gar ninguna pregunta ulterior acerca de por qué deba hacerse. «Porque hacer eso es lo moral» es, automáticamente, razón suficiente por su misma naturaleza. La pregunta «¿por qué hacer lo correcto ?» es similar a la pregunta «¿por qué creer lo verdadero ?». En ambos casos la res puesta es, simplemente: «precisamente porque es, por hipótesis, co rrecto (o verdaderoj». Una vez se ha concedido la corrección o la ver dad, en realidad no se necesita ninguna razón ulterior. La pregunta «¿por qué debe uno cumplir su deber?» es simplemente obtusa: el de ber, como tal, constituye un imperativo moral convincente para la ac ción — automáticamente, como si dijéramos— , por su misma naturale za. Reconocer que es el deber de uno hacer algo y luego seguir preguntando por qué deba hacerlo, es simplemente poner de manifies to que no se ha entendido lo que implica el concepto de «deber». Pero está claro que esta línea de reflexión, aunque perfectamente co rrecta, es argumentativamente estéril por lo que hace a problemas de contrastación y validación. La autovalidación tiene sus limitaciones co mo justificación legitimadora. Sigue planteada la cuestión: «¿qué hace que las razones de adecuación moral sean buenas razones?»; «¿por qué debo ser la clase de persona que acepta las razones morales como válidas en las deliberaciones propias?». Si ser moral es, de hecho, lo adecuado, debe haber alguna clase de razón para ello, es decir, debe haber alguna línea de argumentación, no completamente interna a la moralidad mis ma, que haga razonable que la gente sea moral. Hemos de seguir bus cando una solución plenamente satisfactoria a la pregunta: «¿por qué ser moral?»; una solución que sea mejor que la respuesta cierta pero estéril: «porque es lo (moralmente) correcto». ¿Pero dónde hemos de buscar? 2.2. La obligación ontológica fundamental La perspectiva más prometedora es atender al deber ontológico de autorrealización que concierne a todo agente racional sin distinción: la
2. P richard, H. A., «Does Moral Philosophy Rest on a Mistake?», Mind, vol. 21 1912, págs. 21-37.
SOBRE LA FUNDA MENTACIÓN DE LA MORALIDAD
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obligación fundamental de tratar de aprovechar al máximo las oportu nidades que uno tiene de realizarse tan plenamente como sea posible; deber que, en la medida en que uno se lo «deba» a alguien en absoluto, se lo debe nada menos que al mundo en general y a uno mismo. Pues to do agente dotado de razón está, por esto mismo , sujeto a la obligación de usar su razón para sacar provecho de sus oportunidades para el bien. El ímpetu de semejante obligación ontológica se funda en el principio de que alguien que desperdicie sistemáticamente sus oportunidades pa ra la realización de su potencial (por ejemplo, teniendo una imagen de sí demasiado bája y un nivel demasiado bajo de expectativas para él mismo) está siendo menos de lo que puede y debe ser y, de este modo, incumple el más fundamental de todos los deberes, la obligación onto lógica de aprovechar al máximo las propias oportunidades para el bien. Tal obligación ontológica no es una obligación ex officio (como la pro pia del capitán de barco o el marido) sino una obligación ex conditione (como la corespondiente al padre o a la hermana); inhiere en lo que uno es y no en lo que uno ha emprendido. Y al violar deliberadamente esta obligación ontológica de autodesarrollo, uno está haciendo algo que no sólo es imprudente, sino, de algún modo, perverso, realmente malvado. Lo que cuenta para nosotros los humanos no es simplemente el tipo de criatura que somos, sino el tipo de criatura que nos pensamos y cree mos llamados a ser — y, por ello, el tipo de criatura que nos proponemos ser— . Como sostuvo Kant,3 nos consideramos agentes racionales libres y, en consecuencia, debemos asumir los compromisos y obligaciones in herentes a tales seres. Como seres inteligentes, los seres racionales no te nemos excusa adecuada para evitar las preguntas: «¿qué clase de cria tura soy? ¿qué posibilidades y necesidades engendra esto? ¿qué debería hacer para convertirme en el que debería ser? ¿cómo puedo realizar mi potencial máximo?». Por su misma naturaleza, como tal, un agente in teligente que tenga la capacidad y oportunidad de realizar valores de bería realizarlos. El principio en cuestión es conceptual, implícito en la idea misma de valor. No sería apropiado llamar a algo valor si ese algo no fuera de tal clase que un agente racional debiera optar por ello cuan do quiera que esté disponible a un coste razonable.
3. Véase KANT, I., Kritik der reinen Vernunft, edición al cuidado de R. Schmidt, F. Meiner, Hamburgo, 1956, A8I4/ B8-42 (trad. cast, de IJ. Ribas: ('.ritica de h Rozón Pura, Alfaguara, Madrid, 1978). [N. delcom p ]
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Los humanos podemos vernos, nos vemos y debemos vernos a noso tros mismos como agentes racionales libres. Y, como tales, somos en una medida sustancial responsables de nuestro ser: somos el tipo de criaturas que somos en virtud de los tipos de aspiraciones que tenemos, el tipo de criaturas que vemos que somos o aspiramos a ser. Aquello a lo que aspira mos es, después de todo, un aspecto importante de lo que nos hace lo que somos: en parte somos lo que somos debido a lo que afirmamos ser y lo que deseamos ser. En particular, nos clasificamos como miembros de la ca tegoría especial de personas — agentes racionales— . El homo sapiens es tma criatura capaz de construirse a sí misma, al menos parcialmente; capaz de hacer de él mismo el ser que (considerado ontológicamente) debería ser, dadas las oportunidades que se le ofrecen en el curso de los sucesos del mundo. A este respecto, todo desperdicio resulta moralmente malo. Nuestro lugar en la estructura del mundo — nuestro status como criaturas que se proclaman a sí mismas racionales— imprime en nosotros la obligación, ontológicamente fundada, de enfrentarnos a cues tiones de autodefinición y autodeterminación, de sacar el mayor provecho de nuestras oportunidades de realizar el bien. En tanto que agentes racionales «nos debemos a nosotros mismos» — y, derivada mente, «al mundo en general», en virtud de nuestro lugar en él— realizarnos como el tipo de seres que somos y adoptar el lugar adecuado en el esquema de cosas mundano. Entorpecer el potencial ontológico de uno mismo mediante la propia acción o inacción deliberada es fun damentalmente incorrecto. Vivimos sólo una vez, y dejar escapar las oportunidades de hacer el bien supone un desperdicio vergonzoso — lamentable por igual desde el punto de vista de los intereses del mundo y de los nuestros propios— . «Sé el mejor que puedas ser — ¡conviértete en el que deberías!— », así reza estedmperatívo ontoló gico para que un agente racional haga el máximo/mejor uso de sus oportunidades en este mundo para cultivar su potencial para el bien.
2.3. Enfoque axiológico Claramente, la moralidad no exige simplemente la realización del potencial humano como tal, sin más ni más. Pues toda persona tiene un potencial tanto para el bien cuanto para el mal (en principio, de pende de uno el convertirse en santo o pecador). El discernimiento de nuestras buenas potencialidades exige considerar el bien del hombre:
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SOBRE LA FUNDAMENTACIÓN DE LA ¡MORALIDAD
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una antropología filosófica normativa. Es claro que, ceteris p arib u s , es mejor estar sano, estar contento, entender lo que pasa, etc. La cuestión central es qué proporciona a la vida dignidad y valor: cuáles son las condiciones de una vida que compense y valga la pena. Este problema de la plenitud humana implicará inevitablemente cosas como: — usar la inteligencia propia — desarrollar (algunos de) los talentos y capacidades productivas propias — hacer una contribución constructiva al trabajo del mundo — promover el potencial bueno de otros — alcanzar y difundir la felicidad — atender a los intereses de otros Las buenas potencialidades, en suma, son exactamente aquellas cu yo cultivo y desarrollo deparan a un agente racional autosatisíacción reflexiva, aquellas que más plenamente nos ayudan a realizamos como el tipo de ser que idealmente deberíamos aspirar a ser. La clave está en la cuestión del cultivo de los intereses legítimos. Y no podemos hacer esto para nosotros mismos sin el debido cuidado o cultivo de aquellas cosas que son inherentemente dignas. De modo que este enfoque de la deontología funda últimamente la obligatoriedad de los mandatos morales en consideraciones de valor. Nos embarcamos aquí en un enfoque ampliamente económico, pero que procede en términos de una teoría del valor generalizada que apunta a una «economía de los valores» generalizada, desde cuyo pun to de vista los valores económicos tradicionales (los costos y beneficios económicos estándar) son simplemente un caso bastante especial. Seme jante enfoque axiológico ve la racionalidad moral como un componente integral de esa racionalidad más amplia que exige el empleo efectivo de recursos limitados. (Obsérvese que semejante enfoque deontológico contrasta marcadamente con la moralidad utilitarista en que esta últi ma hace depender la moralidad de 1a felicidad o «utilidad», mientras que la primera la hace depender de la promoción de valores.) La obligación moral inhiere en último término en esta obligación ontológica del cultivo de los valores en el propio modo de vida. Ser una persona moralmente buena es parte del cultivo del bien por parte de un ser racional. La obligatoriedad de la moralidad enraíza a última
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hora en un imperativo ontológico de realizar valores con respecto al yo y al mundo, imperativo al que están sujetos los agentes libres como ta les. En esta perspectiva ontológica, la base última del deber moral en raíza en la obligación que como agentes racionales tenemos (hacia no sotros mismos y hacia el mundo en general) de aprovechar al máximo nuestras oportunidades de autodesarrollo. Así que, en defmtiva, uno debería ser moral por el mismo tipo de razón por la que uno debería hacer uso de las oportunidades vitales en general — la propia inteligencia, por ejemplo, o los demás talentos constructivos de uno— . Pues al dejar de hacer esto, malgastamos opor tunidades de hacer algo de nosotros mismos contribuyendo al bien del mundo, y con ello dejamos de realizar nuestro potencial. De este m o do, la violación de principios morales está coordinada con las sancio nes aparejadas a cualquier desaprovechamiento pernicioso. Lo crucial no es tanto la autorrealización cuanto la autooptimización. Pero, por supuesto, si la justificación última del ser moral reside en un imperativo ontológico de esta clase (¡realiza las oportunidades para el bien que sean relevantes en tu situación!), entonces también nos vemos sujetos a la obligación colateral de entender la naturaleza de nuestra situación y de sus oportunidades. Y, de este modo, nuestra obligación moral conecta con otros aspectos de nuestra obligación on tológica que tienen que ver con cuestiones cognitivas. En particular, merece subrayarse que nuestra obligación con la moralidad — condu cir adecuadamente nuestros asuntos interpersonales atendiendo al in terés de otros— no es de ningún modo nuestra única obligación onto lógica. La obligación epistémica de conducir apropiadamente nuestros asuntos cognitivos — de investigar, de ensanchar nuestro conocimiento, de perseguir la verdad creyendo sólo las cosas que deberían (merecen epistémicamente) creerse en esas circunstancias— es otro ejemplo, y el imperativo kantiano de desarrollar (al menos algunos de) los talentos propios, otro más. El alcance de la obligación ontológica es, de este mo do, sustancialmente más amplio que el ámbito de la sola moralidad. Además, el tipo de relación que se da entre la moralidad y la ciencia está íntimamente vinculado al principio kantiano de que deber implica poder} Pues esto conlleva, por contraposición, que no poder implica no
A Kant aborda este asunto en el apéndice 1 de Zum ewigen Frieden, de 1795 (trad, cast.: Kant, I., L j paz perpetua, 'léenos, Madrid. 1985). [.V del comp.]
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deber, que la incapacidad anula la exigencia. Pero la cuestión de lo que podemos y no podemos cumplir en este mundo — cuáles sean los límites de la capacidad humana— es inevitablemente, en alguna medida y en algunas de sus dimensiones, una cuestión fundamentalmente fáctica y científica. Por tanto, la moralidad no puede estar totalmente desconec tada de la ciencia. De hecho, los valores relativos a lo correcto, lo bue no y lo verdadero son todos ellos componentes de una economía del va lor global y coherente que caracteriza a la situación humana como tal. Así que la moralidad estriba en último término en la axiología — en la teoría generahde la estimación— . Pues es la metafísica del valor — y no la teoría moral per se — lo que nos enseña que el conocimiento es mejor, en igualdad de condiciones, que la ignorancia, o el placer que el dolor, o la compasión que la fría indiferencia. Y lo que en último tér mino justifica nuestra consideración moral de los intereses de los de más es precisamente este compromiso ontológico con la promoción del valor, compromiso inseparablemente ligado a nuestro propio valor co mo agentes racionales libres. 2.4. Racionalidad y moralidad El imperativo ontológico de aprovechar nuestras oportunidades para el bien nos retrotrae al problema principal de la antropología fi losófica, la concepción de los que el hombre puede y debe ser. «¡Sé un auténtico ser humano!» viene a traducirse en: haz todo lo que puedas para convertirte en el tipo de criatura racional y responsable que una persona humana, en el mejor de los casos, es capaz de ser.3 La morali dad — tratar a las demás personas como querríamos ser tratados— es parte de esto.56 Estamos, de hecho, ante una metafísica de la moral. 5. Immanuel Kant retrataba la obligación en cuestión en los siguientes términos: «En primer lugar, es deber de uno el elevarse cada vez más por encima de la crudeza de su naturaleza — por encima de su animalidad (quadactum)— hacia la humanidad, sólo por la cual es capaz de ponerse fines. El deber (señero) del hombre es (...) proporcionar se mediante la instrucción lo que le falta de conocimiento, y corregir sus errores (...) Este fin (es) su deber para que pueda (...) ser digno de que la humanidad more en él», K ant, I., Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, Akademie, vol I. W. de ( iruyter, Berlin, 1%8, pág. 387. 6. Un buen tratamiento de las cuestiones relevantes se ofrece en el ensayo MORRIS, H., «Persons and Punishment», The Monist, vol. 52. I%K p.igs •17') SOI Véase lamhirn DOWNTE, R. S. y TELLER, E., Respect for Persons, Schocken books. Nueva Yolk. I'U'O
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Cruzamos aquí la frontera entre un es sin más (concretamente, un «es» de tipo axiológico) y un debe. La obligación de ser moral, como la obligación de ser racional, enraíza en datos ontológicos. El dogma de que no es posible transición alguna de premisas en indicativo a una conclusión en imperativo, es exactamente eso: un mero dogma. Si uno es, de hecho, racional, debería (por esa misma razón) hacer uso de su racionalidad. Y si uno es un agente libre y racional, debería (por esa misma razón) comportarse moralmente, teniendo en cuenta los intere ses de otros agentes semejantes. Pues si puedo (racionalmente) enorgullecerme de ser un agente racional, debo estar dispuesto a valorar en otros agentes racionales lo que valoro en mí mismo; esto es, debo esti marlos dignos de respeto, cuidado, etc., en virtud de su status de agentes racionales. Lo que está en juego no es una cuestión de reciprocidad , si no de autocoherencia racional. Para verme a una cierta luz normativa, debo, si soy racional, estar dispuesto a ver a otros a la misma luz.78Al vernos como personas, nos vinculamos ipso facto a cuidar unos de los intereses de los otros.* Si realmente somos el tipo de criatura (racional) que, por su misma naturaleza, está comprometida a apreciar algo (respeto reflexivo de uno mismo, por ejemplo), entonces esa conducta, en virtud de ese mis mo hecho, asume el status de algo que estamos obligados a reconocer como valioso — como algo que exige ser valorado por nosotros— . Aquí se funden hechos y valores. Si somos criaturas que pueden reali zar ciertos bienes, deberíamos, por esa misma razón, trabajar por su realización— cuando esto no implique renunciar a oportunidades me jores aún en otro lugar— .9
7. Compárese el estudio de Alan Gewirth del «principio de coherencia genérica» en
G ewirth, A., Reason and Morality, University of Chicago Press, Chicago, 1978. 8. En la práctica, desde luego, podemos «abdicar» de la comunidad de seres racio nales, abandonando todas las pretensiones de ser más que «meros animales». Pero éste es un paso que uno no puede justificar, no hay fundamentos racionales para darlo. Y esto es algo que la mayor parte de nosotros advierte instintivamente. La adecuación de reconocer a los otros como agentes responsables siempre que sea posible es válida también en nues tro caso. 9. De lo que se trata aquí no es de la «falacia de Mili» (véase Mill, J. S., Utilitarianism, en Mill , J. S., Collected Works, edición de J. M. Robson, University of Toronto Press, To ronto, vol. X. 1969, cap. 4, «Proof of the Principle of Utility», n. 3), que pasa de ser valora do a ser valioso, sino del paso, nada problemático, de ser adecuadamente valorado por una criatura de cierta constitución a ser algo que objetivamente tiene valor para esta criatura.
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Un agente racional está obligado ex officio a la opinión de que va lorar algo le compromete a uno a ver ese algo como valioso, como dig no o merecedor de ser valorado (por él o por cualquiera que sea como él en los aspectos relevantes). No hay nada impropio en que a uno le gusten cosas sin razones para ello, pero valorarlas (racionalmente) im plica considerar que poseen valor de acuerdo con criterios impersona les. De modo que para ver valor en mi status y en mis acciones de agente racional, debo estar dispuesto a reconocerlo en otros también, pues la razón es inherentemente impersonal (objetiva) en el sentido de que lo que constituye una buena razón para que X crea o haga o valore algo constituiría automáticamente una buena razón para cualquiera que es tuviera en la piel de X (en los aspectos relevantes). De modo que si es toy justificado para valorar mi racionalidad (para apreciar mi status co mo agente racional) y en considerarlo como fundamento para exigir el respeto de otros agentes, entonces debo — por simple autocoherencia racional— estar dispuesto a valorar y respetar la racionalidad en otros. Puedo desear respeto (provenga éste de mí mismo o de otros) por todo tipo de razones, buenas, malas o indiferentes. Pero que yo merez ca respeto, esto ha de ser por buenas razones. De seguro, el respeto no me llegará porque yo sea yo, sino únicamente porque tengo algún tipo de rasgo que evoque respeto (por ejemplo, ser un agente racional y li bre), rasgo cuya posesión (por mi parte o, para el caso, por cualquiera ) me hace acreedor al respeto. Y esto significa que todos los que tengan este rasgo (todos los agentes racionales) merecen respeto. Para recla mar para mí mismo el ser digno de respeto, debo reconocérselo tam bién a todos los otros que estén adecuadamente constituidos. La idea de «nosotros» y de «nos», en primera persona de plural, que proyecta la propia identidad en una comunidad más amplia de afinidad, es un fundamento decisivo de nuestro sentido de dignidad y autoestima. La dignidad que nos reconozcamos a nosotros mismos depende de la que atribuyamos a otros que sean como nosotros. Y así, al degradar a otras personas de pensamiento u obra, nos degradamos automáticamente a nosotros mismos. Al sostener que algo (vida, libertad, oportunidad) es de valor — que no es simplemente algo que uno desea , sino algo cuya persecución es racionalmente acertada — , los agentes racionales debemos reconocer su valor genérico y reconocer que también otros están justificados para perseguirlo. Y si la capacidad de ser un agente racional — de obrar por
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razones que yo mismo creo buenas y suficientes— es algo que respeto y valoro en mí, entonces estoy racionalmente obligado, por simple co herencia, a respetarlas y valorarlas también en otros. El carácter vincu lante de la obligación está inextricablemente conectado con su racio nalidad. Decir que X debe (moralmente) hacer A es comprometerse con la tesis de que hay buenas razones del tipo adecuado — a saber, buenas razones morales — para que X haga A. La empresa moral es in herentemente racional y se apoya en razones de un tipo característico: las fundadas en el valor inherente de la personeidad. Cuando alguien se comporta inmoralmente conmigo — me tima o me engaña o algo por el estilo— , no sólo me enfado y me indispongo porque mis intereses personales se han visto perjudicados, sino que también siento «justa ira». No sólo el ofensor no me ha reconocido co mo persona (congénere racional con derechos e intereses propios), si no que, por su propio acto, se ha mostrado como alguien que, aunque congénere mío en tanto que agente racional, sin embargo no nos da a los agentes racionales lo que se nos debe, y con ello degrada al grupo entero. Al daño ha sumado la ofensa. Y esto es válido de forma más ge neral. Uno se indigna al presenciar a alguien que se porta inmoralmen te con otro de un modo parecido a la vergüenza que uno siente cuando una metedura de pata es cometida por un miembro de la propia fami lia, pues el propio sentido del yo y la autoestima está mediado por la pertenencia a ese grupo y se ve comprometido por su comportamien to. Nos ha «dejado mal». El resultado de estas consideraciones es que dejar de ser moral es socavar nuestras propias intenciones y desperdiciar nuestras oportu nidades mitológicas. Sólo reconociendo la dignidad de los otros — y, por lo tanto, lo adecuado de la debida consideración de sus intere ses— podemos mantener nuestras pretensiones de respeto y dignidad propios. Y de este modo advertimos que debem os obrar moralmente — en todos y cada uno de los casos, incluso donde las excepciones se an ventajosas a otros respectos— porque en la medida en que no lo hagamos, ya no podremos considerarnos a una cierta luz, una luz cru cial para nuestro propio autorrespeto en el modo más fundamental. La actividad moral es un requisito esencial para la autoestima adecua da de un ser racional. Fracasar a este respecto es dañarse a uno mismo donde más duele y donde más debe doler: en la imagen que uno tiene de sí mismo.
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xAJgunos teóricos consideran la esencia de la moralidad como una cuestión de salirse enteramente del marco de nuestros intereses orien tados hacia nosotros mismos. Frente a esto, el enfoque presente regre sa a la antigua perspectiva griega de fundar la moralidad en el interés lúcido por uno mismo, en el logro de la eudaimonía. Pues la discusión presente considera la cuestión a una luz mucho más personal y orien tada a uno mismo, a saber, la de la pregunta: «¿cómo he de comportar me para sacar el máximo partido de mis oportunidades de convertirme en la clase de persona que debería ser — la clase de persona que deseo ser en mis mejores momentos— ?». Desde esta perspectiva, lo que está en el corazón de la moralidad no es un «se» impersonal, sino un yo muy personal.10 Nadie nos está tan próximo como nuestro propio yo iegomet mihi sum proximus), y la que es acaso la más fundamental y bá sica de las obligaciones (e intereses) que tenemos es la de estar en bue nas relaciones con nosotros mismos. El imperativo ontológico de plena realización de nosotros mismos y los imperativos racionales y morales que trae consigo son simplemente parte de este ímpetu y mandamien to ontológico fundamental de ser fiel a uno mismo como el tipo de criatura que uno estima la mejor. (Y adviértase el vínculo decisivo en tre «yo» y «nosotros», que evita que este enfoque orientado hacia uno mismo degenere en un enfoque egoísta ). Al basar el compromiso con la moralidad en tal obligación ontológica, su justificación última viene a ubicarse fuera del proyecto moral mismo, tal como observamos al comienzo de esta sección que debería ocurrir. A este respecto, nuestro refrendo ontológico de la moralidad se parece ciertamente al de varios teóricos que hacen depender la jus tificación de la moralidad de algún factor externo a la moralidad, como la costumbre, la utilidad social o el provecho individual. Pero la dife rencia crucial es que el recurso ontológico está en plena consonancia con la naturaleza inherente de los valores morales, mientras que las al ternativas no. No hay problema en ubicar el ímpetu último de la mora
10. Thomas Nagel escribe: «La pregunta básica de la la/ún practica, mu la tgie to mienza la ética, no es “¿qué haré?”, sino “¿que debe hacer esta persona' '», en N u.l l . Th., The Views ofhtowhere, Oxford University Press, ( Jxtoi J , I Wth, pag I V» I cío, huí embargo, puede considerarse la cuestión básica o de paríala, pero es , y combina asi la referencia a uno mismo de la pregunta 1 de I liornas Nagel i
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lidad en una obligación inherente a las criaturas racionales como tales. Por otra parte, es profundamente problemático ubicarlo en la ciega costumbe, la ventaja social o el interés craso. Pues la moralidad se des truiría como el tipo de cosa que es si su fundamento último fuera de esta naturaleza; si se basara en valores completamente disjuntos de los que están en juego en la moralidad misma. Sus «credenciales» serían en último término incoherentes. Pero está claro que no es esto lo que ocurre con una justificación que enraíza la moralidad en la ontología de la condición humana.
Ill LA O BJETIV ID A D D E LO S VALORES 1
SIN O PSIS 1) La búsqueda de la objetividad en cuestiones valorativas no re quiere en modo alguno poner a un lado los propios valores, lo que, en cualquier caso, sería humanamente imposible. Se ha de analizar la va lidez de los valores que tenemos. 2) El problema de la objetividad de los valores lleva a la cuestión de si es posible una deliberación racional acerca de los valores. Las demandas de la racionalidad ponen de relie ve que, además de las deliberaciones sobre medios eficientes respecto de fines establecidos, hay también una racionalidad de fines. 3) Los pensadores de la tradición humeana mantienen que no es posible la de liberación racional sobre los valores, de modo que toda valoración (va luation ) es, simplemente, un asunto de deseos, de gustos y preferencias de la gente. Pero esta postura es, en verdad, muy dudosa. Porque sien do los humanos la clase de criaturas que somos, tenemos intereses que, en cuanto tales, controlan la validez de nuestros gustos y preferencias. 4) La valoración es claramente algo sujeto a la razón una vez que las ne cesidades humanas entran en escena. 5) La adecuación (appropriate ness) del razonamiento sobre los valores comporta que la valoración no es un asunto de pura subjetividad. 6) Los valores desempeñan un pa pel central en la ciencia, y este cometido no es algo arbitrario o adven ticio, sino que es inherente a su estructura orientada a fines, que es de finito ria de la ciencia como búsqueda racional.
1. Texto leído en el curso «Valores humanos en la era de la tecnología» de la Facul tad de Humanidades (Campus de Ferrol), Universidad de A Coruña. La versión original es del 21 de abril de 1995 y ha sido ampliada en agosto de 1998. La traducción castellana ha sido realizada por Wenceslao J. González.
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B A S E S T E Ó R I C A S D E LA P R O P U E S T A : RA Z Ó N Y V A L O R E S
3.1. Objetividad y valores: el problema de la validez de los valores ¿Exige la objetividad el dejar a un lado los propios valores? Esto depende, en gran medida, de cómo se entienda la idea de «valor». Un valor es un rasgo de cosas o personas o estados de cosas en virtud del cual llega a estar justificada (warranted) una actitud positiva hacia ellas.2 Con frecuencia se dice que los valores son una mera cuestión de inclinaciones o de gustos, de puras predilecciones personales. Si esto fuera verdad, entonces la objetividad podría demandar, sin duda, que aquéllos quedaran al margen. Pero, ¿es esto así? La pregunta lleva a si las explicaciones normativamente convincentes están siempre a mano en asuntos evaluativos. Algunos filósofos han perdido la esperanza en esta cuestión.3 Ahora bien, esto es altamente discutible. Los gustos, según se entienden habitualmente, representan prefe rencias y predilecciones no razonadas y, en consecuencia, no hay dispu ta acerca de ellos: de gustibus non disputandum est. Si yo prefiero F a G, entonces eso es todo. Sin embargo, los valores son algo completa mente diferente. No sólo se relacionan con lo que preferimos sino tam bién con lo que estimamos preferible, esto es, lo digno (worthy ) de pre ferencia. Y la preferencia por lo que tiene mérito {;worthiness ) es algo que siempre se puede tratar y discutir. Para mantener de una manera sensata y razonable que F es preferible a G, debo estar en una posición de apoyar mi afirmación con razones. Este limitarse-a-razones, por parte de las valoraciones sensatas, las lleva fuera del ámbito de las me ras cuestiones de gusto. La persona que no está preparada para apoyar la opción F en lugar de G mediante razones sólo muestra una prefe rencia, pero realmente no realiza una valoración en modo alguno. Las afirmaciones de valores, por su propia naturaleza, caen dentro del do minio de la razón. En consecuencia, la racionalidad y la objetividad que la acompaña no requieren poner a un lado los propios valores. Un enunciado es ob jetivo (u «objetivamente válido») si su validez puede ser establecida 2. Esta cuestión es tratada en detalle en R e s c h e r , N., Introduction to Value Theory, Prentice Hall, Englewood Cliffs, 1969 (nueva edición: University Press of America, Was hington, 1982). 3. Compárese con el tratamiento que hace Crispin Wright de lo cómico-divertido en WRIGHT, (7, Truth and Objectivity, Harvard University Press. Cambridge iMA), 1992, págs. 7-12.
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como un asunto de hecho impersonal, de modo que podamos decir que es como es y no meramente cómo nos parece que es a nosotros o a un grupo.4 La objetividad no es una cuestión de disconexión de va lores: es un asunto de adecuación (appropriateness ) valorativa. Pide proceder de tal modo que los valores apropiados al contexto del que se trate se tengan en cuenta de una manera racionalmente adecuada. Y, en la medida en que hay buenas razones para sustentar las valora ciones que hacemos — como, sin duda, debería ser— , entonces la ob jetividad tiene qna parte importante y legítima que desempeñar en el dominio de los valores. Es así un error grave pensar que no se puede razonar acerca de los va lores; que los valores son una simple cuestión de guslos y, por mulo, lúe ra del alcance de la razón, puesto que «sobre gustos no se razona». I d he cho de que valores válidos se lleven a cabo y dependan de nuestras necesidades e intereses pertinentes supone que una crítica racional de los valores no sólo es posible sino incluso necesaria. Porque los valores que impiden la realización de ios mejores intereses de una persona son clara mente inadecuados. Los proyectos a los que nos lleva nuestra naturaleza (el proyecto médico, por poner un ejemplo, o el proyecto alimenticio, o el cognitívo) comportan sucesivamente ciertos compromisos de valor en su desarrollo. Un esquema de prioridades que sólo establezca deseos so bre necesidades reales o ponga a un lado importantes objetivos para evi tar inconvenientes insignificantes es, por tanto, profundamente defec tuoso. Incluso grandes valores han de dar paso a otros mayores. (Algunas cosas son justamente más queridas por nosotros que la vida misma.) De acuerdo con esto, la gente no puede — no debe— dejar de ha cer valoraciones. Las hacemos y debemos tenerlas en cuenta, pero po demos y debemos hacerlo de modo apropiado. Porque, con lo razona ble y su consiguiente objetividad, el principio cardinal es: procede como lo haría una persona racional o razonable en esas circunstancias. Así, la objetividad no da pie a dejar los valores a un lado. Si los valores fuesen meros gustos personales y preferencias, entonces la objetividad recla maría incluso dejarlos fuera de la explicación. Pero éste no es el caso. Para ser objetivos en contextos valorativos, no se han de suprimir las propias valoraciones sino, en todo caso, hacerlas conformes a los re
4. Esta cuestión se trata extensamente en Res ».ili.it, N . ( ibn\hvt<\ I be < o f Impersonal Reason, University of Notre Dame Press, Noire I ),ime, I')')/
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quisitos de la razón, No hay motivo por el que no pueda haber juicios valorativos adecuados en un contexto impersonal, es decir, libres del ímpetu distorsionado!- de la predisposición, del prejucio, etc. En asun tos de valoración, o en cualquier otro, la racionalidad es un factor crí tico y la objetividad es algo que acompaña en su despliegue. El hecho es que los valores están al fondo, pero no de una manera electiva. No dependen de los deseos sino de las necesidades. Porque nosotros los humanos, siendo la clase de criaturas que somos, tenemos intereses que, en cuanto tales, deberían controlar — en la medida en que somos racionales— la justificación de nuestros deseos y preferen cias. Para nosotros, los humanos, dar validez a las valoraciones no es ni puede ser una cuestión de pura subjetividad. Así pues, en el caso cognitivo, en particular, hay dos categorías de valores: aquellos que se emplean en la indagación racional en su con junto, como contrapuestos a lo diferenciador — los deseos, anhelos o preferencias— de individuos concretos o grupos.
Valores genéricos que se emplean en la indagación racional Verdad Precisión Cuidado debido Verificabilidad Economía racional
Valores de auto-promoción que influyen en individuos y grupos Influencia Poder Prestigio Enriquecimiento personal La crux de la objetividad es que requiere un compromiso con los valores del primer elenco (que realzan una actuación), como contra puestos a la segunda clase (que aumentan el status), aun cuando, por lo general, el ethos de la comunidad científica tiende a poner juntas am bas al coordinar el status con las contribuciones. El asunto no está en el tipo de dedicación a los valores como tal sino, más bien, en la clase de valores a los que uno mismo se dedica. Después de todo, la objeti vidad misma puede y debe servir como un importante valor cognitivo.
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3.2. La deliberación racional acerca de los valores: racionalidad de medios y racionalidad de fines El problema de la objetividad de los valores nos conduce a la cues tión de si es posible una deliberación racional acerca de los valores. Las demandas de la racionalidad suelen ser vistas desde las deliberaciones sobre los medios que son eficientes respecto de los lines establecidos. Sobre esta cuestión, en un pasaje de la Ética a Nicómaco que es citado muchas veces, Aristóteles había escrito que «nosotros no deliberamos acerca de fines sino sobre medios. Así, el médico no delibera sobre si curará, ni el orador si persuadirá, ni un político si logrará la ley y el or den, ni lo hace cualquier otro el deliberar sobre su fin. Asumen el fin y consideran cómo y por qué medios se puede alcanzar; y si parece que se ha de llevar a cabo por varios medios, consideran cuál de ellos lo ha ce más fácilmente y mejor; mientras que, si lo consigue sólo por uno, entonces considerarán cómo lo conseguirán con él y mediante qué me dios se alcanzará éste , hasta llegar a la causa primera, que en el orden del descubrimiento es la última».3 Aquí tiene presente Aristóteles un tipo de pensamiento sobre la deliberación acerca de medios eficientes para llevar a cabo fin es prees tablecidos que es, sin lugar a dudas, importante en asuntos humanos. Es del tipo de: «Necesito una mesa; para fabricar la mesa necesito un martillo y una sierra; puedo pedir prestado un martillo, luego iré y compraré una sierra». Los ejemplos del propio Aristóteles sobre el ra zonamiento práctico son precisamente de esta índole común y familiar (y, en su modo de presentación, son bastante plausibles).56 Sin embargo, no todo razonamiento deliberativo es razonamiento del tipo medios-fines. Es verdad que el médico no delibera acerca del tratamiento de la enfermedad de la gente; que la elección ha sido ya he cha, incluida como una parte de la decisión personal de llegar a ser mé dico. Pero una persona joven puede muy bien deliberar, en primer lu
5. ARISTÓTELES, Ethica Nichomachea, editada con traducción de H. Rackham, Har vard University Press, Cambridge, 1934, libro III, 1112b 12-20. 6 . Véase ARISTÓTELES, Metaphysics, editada y traducida por W . D . Ross, Clarendon Press, Oxford, 1924, 1032bl7-22; y ARISTÓTELES, De Motu Animalium, editada y tradu cida por E. S. Foster, Harvard University Press, Cambridge, 1945, 701al8-20. Una guía útil para la teoría aristotélica del razonamiento práctico es DAHL, N. O., Practical Reason, Aristotle, and the Weakness o f the Will, University of Minnesota Press. Minneápolis, 1984.
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gar, sobre si hacerse médico. Puede entonces reflexionar acerca de si sería bueno para ella, dadas sus habilidades, capacidades, intereses, opciones, etc. Y esta clase de deliberación no es, en absoluto, un asun to de medios relacionados con fines preestablecidos. En resumidas cuentas, hay dos tipos diferentes de deliberaciones : de liberaciones cognitivas respecto de materias de información (que acom paña a la cuestión de la eficacia de los medios) y deliberaciones evaluativas respecto de asuntos de valores (que abarcan el tratamiento del mérito de los lines). Si ciertos medios son o no adecuados para fines dados es una cuestión cuya solución debe ser abordada en la primera forma, en la deliberación de orden informativo. En cambio, si los fines han de ser adecuados como tales, si conllevan mérito , es un asunto que ha de ser en marcado en la segunda forma, la deliberación de índole evaluativa. Merece particular énfasis que el cultivo de la objetividad epistémica no requiere ciertamente enviar al exilio los valores del dominio de nues tros asuntos cognitivos y prácticos. Muchos teóricos mantienen hoy en día que, contrariamente a las posiciones más tradicionales, la ciencia no está libre de valores sino imbuida de valores. Y, por supuesto, están en lo correcto. En primer lugar, el tema de cualquier investigación científi ca es algo que investigadores individuales (y, en consecuencia, la entera comunidad) debe elegir, y debe elegir dando preferencia respecto de otros, como la inversión de tiempo, esfuerzos y recursos. Esto, desde lue go, no puede hacerse sin la incorporación de una elección preferencial, esto es, de valores. Más aún, la conducta de investigación está sujeta a las influencias de diversos valores, tales como el compromiso con la veraci dad, la debida diligencia, la precisión y la objetividad misma. Todos es tos son valores genéricos que caracterizan el proceso científico en cuan to tal, y deberán suscitar la dedicación de quienes lo practican. La racionalidad juega un papel crucial aquí. Porque nuestra situa ción humana es tal que ha de limitarse a ciertas necesidades que tene mos, y la racionalidad requiere su reconocimiento. Más aún, un agente racional ciertamente no puede decir: «yo adopto F como un fin {goal) mío, pero soy indiferente respecto de la eficiencia (efficiency) y la efi cacia {effectiveness) de los medios en relación con ese fin». Pero tam poco una persona racional puede decir: «Yo adopto F como mi fin, pe ro soy indiferente respecto de su validez; no me preocupa la cuestión de más calado de su adecuación como tal». Ambas cuentan: la eficacia de los medios y la validez de los fin es ; son aspectos esenciales de la ra
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cionalidad práctica. Específicamente, la cuestión de racionalidad de fi nes libremente adoptados no puede ser evitada de una manera justifi cada por alguien que está afectado por las exigencias de la racionalidad en cuanto tal.7
3.3. Racionalidad evaluativa: la evaluación racional de fines y de su adecuación El problema de la objetividad de los valores está entretejido con la cuestión de si es posible la deliberación racional de valores. El primer paso para resolver este asunto está — como se acaba de señalar-— en el reconocimiento de la existencia de una racionalidad de fines, que es dis tinta de la racionalidad de medios y la acompaña en la toma de decisio nes. Y el segundo paso requiere profundizar en esa evaluación racional de los fines y en cómo establecer su adecuación, de modo que se aclare el campo de la racionalidad que evalúa el ámbito propio de los valores. Frente a este planteamiento sobre la racionalidad evaluativa se al za David Hume,8 que estableció un profundo contraste entre la «ra zón» (construida en sentido restringido), que sólo atiende a los medios y es completamente inactiva respecto de los fines, y otra, muy diferen te, que es la razón desligada de la facultad de la motivación, que se ocupa de los fines (ends), principalmente de las pasiones. Y consideró estas pasiones motivadoras como fuerzas autónomas que han de ope rar fuera del ámbito de la propia razón; la razón nada tiene que hacer
7. Acerca de la racionalidad de fines, véase N atha NSON, S., The Ideal of Rationality, Humanities Press, Atlantic Highlands (NT), 1985. Los aspectos científico-sociales de la cuestión son tratados en BENN, S. I. y MoRTIMQRE, G. W., Rationality and the Social Sciences, Routledge and K. Paul, Londres, 1976, en especial, el apartado II, titulado «Rationality in Action». Como señalan estos autores, los científicos sociales están cogidos por el dilema entre el peso del influyente argumento weberiano (véase WEBER, M., «Der Sinn der "Werfrciheit” der soziologischen und öko nomischen Wissenschaften», en WEBER, M., Gesammelte Aufsätze zur Wissenschaftslehre, J. C. B. Mohr, Tubinga, 1922, pág. 489-540), que lleva a que las ciencias sociales han'de estar libres de valores, y la idea según la cual los cieniilicos sociales deben ser capaces de proceder prescriptivamente y proporcionar consejo para la actuación pública {palay). Ciertamente una cosa es informar a los clientes sobre corno obtener lo que desean v, otra, aconsejarles acerca de dónde residen sus intereses reales. 8. Véase H u m e , D., A Treatise on Human Sature I Taylor. I omite. 1740, libro 111. parte i, sección 1.
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con ellas, pues se hallan fuera de su dominio. Estimó que un ímpetu que se encamina hacia un objeto o bien que tiende a alejarse de él (es to es, un deseo o una aversión) es, simplemente, una clase de cosas que es impropia del un ser racional o sensato; es como si se encontraran fuera del ámbito racional en su conjunto. Aparte de las cuestiones formales de la lógica y la matemática, la razón — tal como vio I). Hume— sólo se ocupa de la información des criptiva acerca del estado de cosas del mundo y las relaciones de causa y efecto. Consecuentemente, la razón es [en su planteamiento] estric tamente instrumental-, puede informarme acerca de lo que debo hacer si yo deseo llegar a cierto destino, pero sólo la «pasión {passion)» — el deseo o la aversión— puede hacer que algo sea destino para mí. Cuando uno pregunta qué ha de hacerse, la razón como tal no tie ne instrucciones; es por completo una cuestión [fáctica] de lo que acontece: es, sin más, aquello que uno quiere. La razón es así en Hu me «esclava de las pasiones». Su modus operandi es estrictamente con dicional: dispone hipotéticamente que, si aceptas esto, entonces tú no puedes (sin ser una total incoherencia) dejar de asumir eso otro. Pero, todo esto es un asunto del hipotético si-entonces. El categórico «¡acepta esto!» nunca es un mandato de la razón, sino de aquella fa cultad extra-racional de «las pasiones», que dicta el otorgamiento in condicional de la lealtad de uno. La razón, por sí misma, esta intrínse camente sometida a condiciones: ella no dice lo que se debe (o no se debe) elegir, sino que sólo señala aquello a lo que uno está compro metido de manera consecuencial si uno ya está comprometido con al guna cosa. Plume insistió en su postura en contra de una racionalidad de fi nes, de modo que no consideró que fuera posible upa evaluación ra cional de la validez de los valores. Afirma, a este respecto, que «no re sulta contrario a la razón preferir la destrucción del mundo entero a la herida de mi dedo. No es contrario a la razón, para mí, el elegir mi rui na total... Como tampoco contraría a la razón el preferir incluso un bien que, según mi propio reconocimiento, es menor a otro bien que para mí es mayor, y [cabe] tener un afecto más ardiente por el primero que por este último».q Todo esto resulta claramente extraño. Si así es,9
9. H u m e , D.. A Treatise on Human Sature, libro II, parte iii, sección 3. Para Hume, los únicos deseos impropios son aquellos que dependen de creencias irracionales.
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en verdad, cómo trabaja la razón de Hume, entonces pocos de noso tros estamos llamados a seguirle. En cualquier postura plausible sobre esta materia, la razón no puede simplemente dejar de considerar la validez de los fines. Nues tras «pasiones» motivadoras pueden seguramente, como tales, ser ra cionales o de otro modo. Son, en conjunto, racionales aquellas que nos impulsan lejos de las cosas que son malas para nosotros y nos in clinan hacia las cosas buenas. No podemos divorciar la racionalidad de la atención por los mejores intereses de la gente (esto es, los «rea les» o «verdaderos»). La razón puede deliberar — y debería hacer lo— no sólo acerca de lo que se desaconseja creer (porque, proba blemente, es contrario a la verdad), sino también sobre lo que se desaconseja estimar (porque, probablemente, está reñido con nues tros intereses). Dada la naturaleza de la condición humana, estamos impelidos (en la medida en que somos racionales) a apoyar nuestros propios valores y pre ferencias. La gente está segura de tener valoraciones cuya variación expe rimentan al igual que t ienen creencias que también varían de una manera evidente.10 La razón, después de todo, no es sólo una cuestión de compa tibilidad o coherencia respecto de compromisos dados previamente, sino [que es asunto] de la justificación (warrant) que existe para emprender ciertos cometidos en primer lugar. Hay así una racionalidad evaluativa , que nos informa de que ciertas preferencias son absurdas (preferencias que, sin motivo, violan nuestra naturaleza, perjudican nuestro ser o dis minuyen nuestras oportunidades); una racionalidad que, afortunada mente, descansa dentro del repertorio humano. La necesidad de una evaluación racional de fines y su adecuación indica que, también en este dominio, la distinción entre objetividad y subjetividad puede encontrar aplicación. No lleva a limitar el compor tamiento de la razón al asunto fáctico de sentir las necesidades y los de seos como indiscernibles de las fuentes normativas de sus mejores in tereses. Porque la gente puede claramente tener deseos (de dañar a sus rivales) o necesidades (de drogas de las que tiene dependencia) que 10. Para ser coherente desde un punto de vista estricto, un riguroso humeano habría de mantener, por analogía, que también la razón cognitiva es sólo hipotética, que «sólo nos dice que ciertas creencias deben ser abandonadas si sostenernos otras, y que ninguna creencia es contraria a la razón como tal, puesto que no es contrario a la razón pensar que el propio dedo es más grande que la Tierra en su conjunto».
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van contra sus intereses reales. El aspecto evaluativo-normativo sim plemente no se reduce sin resquicios al fáctico-descriptivo. El hecho crucial es que hay no sólo una razón inferential («lógica») sino también una razón evaluativa («axiológica»). Del mismo modo que la gente sólo cree aquello que es digno-de-ser creído por alguien en unas circunstancias, así también sólo se valora lo que es digno-devalor: aquello que merece ser valorado. Y la determinación de la dignidad-del-valor requiere la aplicación sensata de estándares apropiados; en suma: precisa de razonamiento. Porque la quintaesencia de la acti vidad de razonar es el determinar qué clase de cometidos son raciona les (conformes-a-la-razón) y cuáles no. (Y esto es así si los «cometidos» en cuestión son de creencias o de valoraciones).11 Sólo cuando realiza mos un cometido evaluativo contrario a los requisitos de la razón es tamos, de ese modo, entrando en el ámbito de lo subjetivo.112 Como indica esta perspectiva, la racionalidad incluye dos tipos de cuestiones: la correspondiente a los fines y la específica de los medios. La racionalidad de medios sólo es un asunto de información empírica (de la clase de movimientos y medidas que llevan eficientemente — effi ciently— a los objetivos). Pero la racionalidad de fines no es un asunto de información sino de legitimación. No está establecida únicamente por la indagación empírica, sino que incluye apreciación (appraisal ) y un juicio de valoración [la evaluación]. Y en el amplio esquema de las cosas, los dos aspectos se necesitan: los fines sin el requisito de los me dios son lustrantes; los medios sin fines adecuados son improductivos e inútiles. En consecuencia, la racionalidad tiene dos vertientes: una axio lógica (evaluativa), que se ocupa de la adecuación de los fines, y otra ins trumental (cognitiva), que se interesa por la eficacia (effectiveness .) y la eficiencia {efficiency) en su cultivo. La concepción de la «racionalidad» fusiona estos dos elementos en un todo integral e unificado.
11. Sobre la cuestión de tines racionales frente a los fines irracionales, véase Baier, K., The Moral Point oj View, Cornell University Press, Ithaca, 1958; y G ert, B., The Mond Rules, Harper and Row, Nueva York, 1973. Un desarrollo de la racionalidad de fines se encuentra en RESCUER, N., The Validity o f Values: Human Values in Pragmatic Perspective, Princeton University Press, Princeton, 1993. 12. Algunos teóricos podrían cambiar «contrario» por la frase «por encima de o más allá de». Pero, por los argumentos antes indicados, esto sería inapropiado. La razón no es autosuficiente respecto de todo ser y de todo fin.
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Argumentos evaluativos que siguen la línea de «Rodríguez es egoísta, desconsiderado y paleto» no yacen fuera de la esfera de la indagación ra cional (no porque ese asunto pretenda aseveraciones como «la conducta que es egoísta, desconsiderada y paleta va contra los altos intereses del pueblo»). El tema de la acción adecuada a las circunstancias en que nos en contramos es central para la racionalidad. Al tratar cuestiones de creencia, acción o evaluación queremos (es decir, a menudo hacemos y siempre de beríamos desear) hacerlo lo mejor que podamos. Porque no se puede ser racional sin el debido cuidado por la deseabilidad (desirability) de lo que uno desea (el plano de su alineamiento con nuestros intereses reales, como distintos de los presuntos intereses o los meramente aparentes). La acertada sintonía de medios con fines, que es característica de la racionalidad, reclama un adecuado balance entre costes y beneficios en nuestra elección entre modos alternativos de resolver nuestros problemas cognitivos, prácticos y evaluativos. La razón, consecuentemente, deman da la determinación del valor verdadero de las cosas. Del mismo modo que la razón cognitiva, al determinar lo que hemos de aceptar, requiere que juzguemos las pruebas empíricas en favor de ellas en su valor venia dero, también la razón evaluativa nos pide estimar los valores de nuest i as opciones prácticas en su verdadera valía al determinar lo que liemos de elegir o preferir. Y esto reclama un adecuado análisis de coste-beneficio. Los valores deben ser manejados como una «economía» general, con un modo racional de conseguir armonizaciones y optimaciones de tipo general. (La racionalidad económica no es la única clase de ra cionalidad que hay, pero es un aspecto importante de la racionalidad glo bal). Alguien que rechace tales consideraciones económicas (quien, en ausencia de cualquier ventaja compensatoria a la vista, deliberadamen te comprase con millones los beneficios que él reconoce que son del va lor de unas pocas pesetas) simplemente no es racional. Es tan irracional como permitir que los esfuerzos de uno en la búsqueda de objetivos ele gidos incurran en costes que rebasan su verdadero valor; como también lo es dejar que las creencias propias estén al margen de los hechos. Economistas, teóricos de la decisión y filósofos utilitaristas man tienen, en general, que la racionalidad descansa en el inteligente culti vo de las preferencias de uno.13 Pero esto es en extremo problemático.
13. El lugar clásico donde se aborda (y critica) la prcTercncia militarism es Altiu iVí, K., Social Choice and individual Values, J. Wiley, Nueva York 1 1 .
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Lo que quiero o meramente pienso que es bueno para mí, es una cosa; lo que necesito y realmente es bueno para mí, es otra. Para moverme desde las preferencias e intereses constatados hacia beneficios genuinos e intereses reales, debo estar preparado para conseguir incorporar una crítica racional de fines; para examinar, a la luz de estándares ob jetivos, si lo que yo deseo es deseable, si mis fines actuales son fines ra cionales, si mis presuntos intereses son intereses reales. La persona ge nuin ámente racional es aquella que procede en situaciones de elección preguntándose a sí misma no la cuestión introspectiva: «¿qué prefie ro?», sino la pregunta objetiva: «¿qué ha de considerarse preferible? ¿que debo preferir sobre la base de mis mejores intereses?».14 El com portamiento racional no requiere únicamente desear satisfacción; de manda también desear encauzarla. La cuestión de la adecuación es cru cial. Y este es un aspecto en el que la gente puede ser — y, a menudo, es— irracional; no ya descuidada sino incluso perversa, auto-destructi va y disparatada. Al buscar lo que nosotros mismos deseamos, la acción no se transforma automáticamente en racional por este simple hecho. El asunto crucial es el evaluar el deseo mismo: determinar si el objeto deseado es realmente deseable, algo digno de deseo. (Desear puede ser suficiente para explicar una acción, pero no es, por eso mismo, suficiente para calificarla como «racional».) En condiciones iguales, es racional buscar lo que uno quiere. Sin embargo, las condiciones no son por lo general iguales. En lo principal, la clave no está en lo que queremos sino en lo que deberíam os querer; no en lo que dese amos sino en «lo que es bueno para nosotros». Y cuando éstos [lo deseado y lo deseable] difieren, la racionalidad y el deseo apartan sus caminos. (Desde una perspectiva racional* es contraproducente buscar los deseos a expensas de las necesidades e intereses reales.) Ser deseado no hace que algo sea automáticamente deseable; ni ser valorado lo convierte en valioso. Lo decisivo es cómo cuenta lo que debe ser. Ciertamente los fines de la gente y sus propósitos no serán validos objetivamente de modo automático. Podemos ser en cada instante tan
14. Una buena exposición de la postura opuesta, en el sentido de mantener que la va lidez económica no es asunto de preferencia o acomodación, se halla en SCHICK, E, Having Reasons: An Essay in Rationality and Sociality, Princeton University Press, Princeton, 1984.
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irracionales en la adopción de fines como en cualquier otra elección. Los intereses aparentes no son los reales de una manera automática. Conseguir lo que uno quiere no es necesariamente lograr el beneficio propio: las metas no se transforman en válidas por su mera aceptación. Los fines de la gente pueden ser autodestructivos, impedimentos con traproducentes para la realización de sus verdaderas necesidades. La racionalidad reclama un juicio objetivo: pide una estimación de preferibilidad más que la pura expresión de una preferencia. La raciona lidad de fines, su adecuación racional y su legitimidad es por consi guiente un aspecto crucial de la racionalidad. Lo que está en juego con la racionalidad es más que la cuestión de la estricta instrumentalidad (la mera efectividad de buscar los fines sin importar en qué medida puedan ser inadecuados). Cuando ponemos en nuestros fines un peso y un valor que ellos de hecho no tienen, buscamos la mera voluntad de lo volátil. La evaluación descansa así en el corazón mismo de la racionalidad. Porque la racionalidad es un asunto de equilibrar costes y beneficios, de servir a lo mejor de nuestros intereses generales. De este modo, la cuestión del valor nunca está para ser eliminada de los pensamientos de una mente racional. La racionalidad de fines es un componente in dispensable de la racionalidad en su conjunto. La racionalidad de nuestras acciones descansa de una manera decisiva tanto en la idonei dad de nuestros fines como en la adecuación de los medios por medio de los cuales buscamos su desarrollo. La racionalidad consiste en la búsqueda inteligente de fines idóneos. Así, los dos factores — medios adecuados y fines apropiados— son ambos necesarios. Hacen falta, en consecuencia, tanto la solidez cognitiva — la «búsqueda inteligente»— y la finalidad normativa — los «fines apropiados»— , de modo que esos dos componentes son, por igual, esenciales para una racionalidad ple namente desarrollada.
3.4. La valoración sujeta a la razón: la racionalidad de fines y las necesidades humanas ¿Qué es lo que está en los intereses reales de una persona o en sus mejores intereses? En parte, hay sin duda un punto de encuentro: las necesidades que, de modo universal, tienen en común las personas (sa lud, funcionamiento satisfactorio de la mente y del cuerpo, recursos
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suficientes, compañía humana y afecto, y así sucesivamente).15 En par te, es también un asunto del papel particular que uno juega: los hijos cooperativos favorecen el interés de su padre; la fidelidad del consu midor corre en favor de los intereses del vendedor. Es asimismo, en parte, una cuestión que a uno le sucede porque quiere. (Si José ama a Isabel, entonces atraer la atención de Isabel y sus afectos redunda en interés de José; algunas cosas son del interés de una persona porque, sencillamente, ella pone interés en ellos. I Pero estos intereses relacio nados con el querer son válidos sólo en virtud de su relación con inte reses universales. La aprobación de Isabel es en interés de Juan sólo porque «tener el consentimiento de alguien que amamos» es en interés de alguien (anyone ). Eada interés válido específico debe caer dentro del ámbito de justi ficación de un principio adecuado de cobertura universal de legitima ción del interés. (La ampliación de mi colección de sellos es de mi in terés sólo porque es parte de mi afición, que constituye una distracción para mí y «asegura un conveniente relax y un entretenimiento respecto del estrés que conlleva la vida ordinaria», es algo que va en interés de alguien.) Un interés específico (concreto, particular) de una persona es válido, como tal, si puede estar subordinado a un interés general, por tener una base en las necesidades legítimas de la gente. Seguramente, los «intereses adecuados» de una persona tendrán un componente importante de relatividad personal. Sólo en el nivel más abstracto y genérico mi necesidad será exactamente igual que la tuya. El ideal que tiene una persona (self-ideal ), configurado a la luz de su propia estructura de valores, será diferente, de modo por completo correcto, al que tiene otra. Más aún, qué clase de intereses tenga una persona dependerá, en gran medida, de las circunstancias y condicio nes particulares en las que ella misma se encontró, incluyendo sus de seos y anhelos. (En ausencia de cualquier consideración que sirva de contrapeso, conseguir lo que yo quiero es mi mejor interés). Siendo las circunstancias iguales, hay una cantidad considerable de intereses rea
15. Este tema se retrotrae a la especificación de lo «básico» (principia) del bien mano en la Academia Media (Carnéades): cosas como la solidez y conservación de las par tes del cuerpo, la salud, los sentidos, el liberarse del dolor, el vigor físico y el atractivo tí sico. Compárese con CICERON. De fimbus , V, vii, 19. (Carnéades, filósofo escéptico, desconfiaba de los sentidos y del poder de la mente para alcanzar la verdad. Vivió entre el 214 y 137 a. C. [N del l .].»
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les que la gente tiene en común (por ejemplo, los englobados en los es tándares de vida — salud y recursos— y de calidad de vida — oportu nidades y condiciones— ); y, en última instancia, el sostenimiento y en riquecimiento de estos factores de vida son los determinantes de la validez de los intereses individualizados. Ambos tipos de interés — el idiosincrático y el general— tienen un papel determinante en las ope raciones de racionalidad. La racionalidad de fines inhiere en el simple hecho de que noso tros, los humanos, tenemos diversas necesidades válidas; que no sólo requerimos eLalimento y la protección contra los elementos para con servar la salud, sino también información («orientación cognitiva»), afecto, libertad de acción, y muchas otras cosas más. Sin lal variedad de bienes, no podemos crecer (thrive ) como seres humanos; no pode mos conseguir la condición humana de bienestar que Aristóteles llamó «florecimiento».Kl La persona que no pone en estos múltiples desidera ta el cuidado debido — quien llegue incluso a fustrar su realización— claramente no es un ser racional. Estos diversos bienes no son, sin más, medios instrumentales de otros bienes, sino aspectos o componentes de lo que es, en sí mismo, un buen fin, quintaesenciado en relación a nosotros: el florecer huma no. Lo que esto incluye y cómo se particulariza en la concreta situación de individuos específicos es algo complejo e internamente abigarrado. Pero es este desideratum omniabarcante lo que da validez al resto. F lo recer como humanos, según la clase de criaturas que somos, es obvia mente un bien intrínseco para nosotros (aunque, sin duda alguna, no sea necesariamente el bien supremo). Estamos así situados que nuestra posición de ventaja (y ¿quién más puede sei' decisivo para nosotros?) es claramente algo que debemos ver como un bien. No necesitamos de liberar sobre él; no necesitamos empezar a pensar sobre el a puilir de otras premisas; para nosotros, llega de forma directa, en cuanto que es algo «dado», inevitable. Ahora bien, ¿qué sucede con los «meros antojos v las liuilnsias» ’ Si tengo un vivo deseo de comer hierbas silvestres ¿llevarlo a cabo no st ria un «interés» mío perfectamente adecuado' Si, lo es, Peto solo pm que está bajo un interés general perfectamente coherente, a saber: «ha
J6. Véase AiUbTOTkLES, Ethicj Xicbowacbea, libio A’ Ve.isr H w ;\l s, / . , l/;\ A , Oxford PnivtTiirv Press, Oxford, 1981.
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go lo que noto que me gusta hacer en circunstancias en donde no hay ni perjuicio para uno ni daño para otros». Este es uno de los principios de nivel superior que constituyen los factores de control desde el pun to de vista de la razón. Y entonces, al estimar la racionalidad de las acciones no podemos mirar sólo a los motivos personales, sino invocar también los valores adecuados de modo universal. El hecho de que X quiera A permanece como mero motivo de su acción de buscar A (como contrapuesto a la razón) hasta que ese momento, tal. como es, sea racionalizado a través del hecho de que X reconoce que A tiene el rasgo deseable R, que no es precisamente algo que X quiere, sino que es algo que cualquier per sona (razonable) querría en las circunstancias en cuestión.17 (Obsérve se que, cuando X quiere «casarse con Isabel», éste permanece sin ra cionalizar hasta el momento en que es «cubierto» por el desideratum universal de «casarse con una persona a la que uno ama profundamen te».) Sólo con una legitimación de este tipo, sub rationi boni , en cuan to parte de un desideratum umversalmente coherente, podemos racio nalizar una valoración (valuation ) o, en su caso, una elección o preferencia que se deriva a partir de ella. Los propósitos estrictamente personales sólo proporcionan m oti vos y no razones: únicamente consideraciones universales pueden pro veernos de un adecuado rationale para la acción. «X quiere A.» ¿Por qué? «El quiere a B y ve que A se encamina a B.» Pero, ¿por qué quie re a B? Con un querer racional podemos extender este regreso hasta que alcancemos algo que es deseable irrestrictamente (universalmen te); algo que, al quererlo nosotros — los que preguntamos— vemos que tiene sentido, que lo valoramos, y que pensamos que todos debieran hacer lo mismo, y consideramos inútil e innecesario.suscitar ulteriores preguntas. Sólo cuando X hace lo que nostros mismos vemos como «normal y natural» para la gente, en general, dejamos de pedir poste riores explicaciones especiales. Algunos autores, como Jean Paul Sartre,18 ven las consideraciones proporcionadoras-de-razones en la esfera práctica como bloqueadas en 17. Desde luego, no podemos definir «lo racional» como «lo que cada persona ra cional (razonable) podría querer», puesto que esto sería circular. Pero eso no excluye, por supuesto, al argumento en cuestión de especificar una necesaria relación. 18. Véase SARTRE, J. P., «La transcendence de l ego. Quisse d’une description phénoménologique». Recherches philosnphiques, vol. 6, 1936-37, págs. 58-89.
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un regreso, potencialmente infinito, que sólo puede ser roto por una última llamada a «razonadas» sinrazones que descansan en el dominio de las decisiones de juicio y en los actos de voluntad. Pero esto es pre cisamente cómo no van las cosas en la explicación y la justificación de acciones. Aquí, el regreso de las razones (/I porque B porque O puede y debe terminar automáticamente y de modo natural con cualquier ra zón universal válida (un interés que es propio y adecuado para cual quiera , siendo iguales las otras cosas). Yo quiero este bocadillo porque tengo hambre, y deseo detener la sensación de hambre (esto es, aliviar esos alfilerazos del hambre) porque es molesta. Ahora bien, no tiene sentido ir más lejos, y no hay necesidad de ello. Cuando se alcanza un universal, no se precisa una ulterior elaboración. (Es en estas circuns tancias que se dota al asunto de la justificación racional de toda su im portancia.) Para proceder racionalmente, debemos cuidar no tanto de la efi cacia (efficacy ) de los medios cuanto del valor de los fines (ends). El hombre no es sólo horno sapiens sino también homo aestimans. El jui cio más básico que hacemos, incluso respecto de desarrollos mera mente hipotéticos, es si hay o no «algo bueno». Ser racional incluye procurar hacer bien (inteligentemente) lo que debemos hacer por na turaleza; y una valoración es, sin ningún genero de dudas, una parte de esto. Considérese el contraste entre: — querer manifiesto : lo que digo o declaro que quiero o prefiero; — deseos sentidos : lo que yo (realmente) quiero o prefiero; — querer real (o apropiado): lo que el espectador razonable (im parcial. bien informado, con buena intención, comprensivo) po dría pensar que debo querer sobre la base de lo que constituye «mi mejor interés». Es este último aspecto el decisivo para la racionalidad, principal mente lo que es mi interés «real» o «mejor». La racionalidad no es tan to una cuestión de lo que queremos (si esto fuera así, ¡sería bien simple de conseguir!); es un asunto de hacer (racionalmente) lo que debem os , dada la situación en la que nos encontramos nosotros mismos. Los pa sos iniciales — el querer manifiesto y los deseos sentidos— son, sin du da, subjetivos. Pero, con el tercero, comienza a operar la racionalidad
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como elemento determinado objetivamente. Porque los deseos son ra cionales precisamente en la medida en que en ellos inhieren las propias necesidades y se armonizan con ellas en su conjunto.
3.5. Objetividad de los valores: la valoración no es un asunto de pura subjetividad, La objetividad requiere que limitemos el ámbito en el que satisfa cemos nuestras predilecciones y preferencias; pide que veamos aquello que, dentro de unas determinadas circunstancias, es lo mejor, en vez de mirar hacia aquello que nos gustaría más a nosotros o lo que deseamos. Después de todo, nada hay automáticamente adecuado (dejando apar te lo sagrado) acerca de nuestros propios fines, objetivos y preferen cias. Para la racionalidad, la cuestión crucial es la concerniente al ver dadero valor del ítem en cuestión. Lo que cuenta no es la preferencia [preference) sino la preferibilidad lpreferability ): no lo que la gente quiere, sino lo que debería querer; no lo que la gente realmente quiere, sino lo que la gente sensata [sensible) o bien pensante (right-thinking ) debería querer dadas las circunstancias. El aspecto normativo es ineliminable. Existe una conexión indisoluble entre el verdadero valor de algo (el que sea bueno o correcto o útil) y el que sea racional el elegir o pre ferir esta cosa. Y así, la cuestión crucial para la racionalidad no es esa de qué preferimos, sino aquella otra, ya señalada: ¿qué redunda en nuestro mayor interés? Esta pregunta no indaga simplemente qué po demos desear de hecho , sino qué es bueno para nosotros, en el sentido de contribuir a la realización de nuestros intereses reales. La búsqueda de lo que queremos sólo es racional en la medida en que tenemos razones fundadas para juzgar qué es lo que merece-ser-querido. La cuestión de si lo que preferimos es preferible, en el sentido de merecer la preferen cia, es siempre relevante. Los lines pueden y, en el contexto de la ra cionalidad, deben ser valorados. No se trata meramente de que las creen cias puedan ser estúpidas, desaconsejables e inapropiadas — es decir, irracionales — , pues los fines también pueden serlo. Nosotros los hu manos podemos buscar (y, lamentablemente, a menudo lo hacemos) fi nes que son contraproducentes, autodestructivos o viciosos. Con una respuesta subjetiva — las cuestiones de gusto, por ejem plo— id individuo concreto es. sin duda, el árbitro final. Si te gusta o
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disfrutas o apruebas una experiencia particular o una clase de cosas es pecíficas es cosa tuya: chacun a, son gout. En tales asuntos de inclina ción y de reacción personal reina la subjetividad. Ahora bien, si algo
merece gustar (o ser disfrutado o ser aprobado!, si a una persona sen sata debería gustarle (o disfrutarlo o aprobarlo), ya no es ciertamente una cuestión de gusto. Es un asunto objetivo-, un asunto de la raciona lidad y de lo razonable. Porque si algo es disfrutable (o agradable o trágico o cómico) no es cosa de realismo personal, sino un tema de ra zón: una cuestión de si hay una explicación convincente por la que gente sensata pueda encontrar que esta clase de cosas es disfrutable (o agradable o trágica o cómica). En ausencia de una explicación con vincente que objetive normativamente, la caracterización de lo agra dable (o de lo disfrutable o lo trágico) no será aplicada de manera apropiada. Para la racionalidad como tal, es esencial la racionalidad de fin es : no vale la pena el correr, aunque sea velozmente, hacia un destino cu yo alcance no reporta beneficio alguno. Es inútil establecer «una con sonancia racional» con lo que creemos o hacemos o valoramos si estos objetos, con respecto a los cuales relativizamos, no son racionales en primer lugar. Los principios de racionalidad relativa carecen de senti do en ausencia de principios de racionalidad categórica. Lo querido per se (el querer no examinado y no evaluado) puede muy bien pro porcionar motivos que impulsen a la acción, pero no constituyen, en consecuencia, buenas razones para la acción. Sin duda, entre nuestras necesidades está el tener cumplidos algu nos de nuestros deseos.19 Pero es la necesidad la que es determinante para nuestros intereses, no los deseos como tales. Los verdaderos inte reses de una persona no son aquellos que ella tiene sino aquellos que debería tener , si condujera adecuadamente (sensatamente, apropiada mente) su tarea indagadora y su quehacer evaluador. El bienestar de una persona está, con frecuencia, mal atendido por sus deseos , que
19. Ante el problema que se plantea de si hay valores afectivos objetivos, habría que señalar lo siguiente: teniendo la gente que amar y agradar, constituyen desiderata huma nos perfectamente «objetivos» el ser amado y el ser agradado, pues están en interés de al guien. Desde luego que sólo pueden ser concretados por amar a x y ser agradado por v. Estas relaciones específicas, en cuanto tales, no son objetivas sino de persona. Pero, al igual que «pasar el tiempo con alguien divierte», hay unos desiderata universale:, que tie nen sólo especificaciones personales.
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pueden ser en conjunto irracionales, perversos o patológicos.20 Esta distinción de la adecuación a lo real , como opuesto a lo simplemente aparente — el querer y los intereses— , es crucial para la racionalidad. Esto segundo versa sobre lo que meramente acaece al querer en el tiempo; mientras que lo primero se ocupa de lo que deberíamos querer y, por tanto, «lo que deberíamos querer si» (si todos nosotros sólo fué ramos «seres inteligentes» respecto de la conducta que la vida de cada uno requiere: prudentes, sensatos, concienzudos, bien considerados, y otras cualidades semejantes).21 Lo que convierte en una empresa racional la evaluación es el hecho de que los valores son objetivos en uno de los sentidos del término al menos, principalmente en que la evaluación está sujeta a los estándares de adecuado-inadecuado o correcto-incorrecto. Porque sólo a través de estándares podemos alcanzar esa índole impersonal y la generalidad de aplicación que es crucial a la objetividad. Lo que separa a las valo raciones de las meras preferencias es que aquéllas incluyen estándares. Al valorar apuntamos a criterios en virtud de los cuales las ideas en cuestión son clasificadas como buenas o malas, superiores o inferiores, justas o injustas, etc. Valoraciones que, en cuanto tales, habrán de estar apoyadas por la razón articulada en términos de las normas relevantes; normas que inhieren en la arquitectura de nuestras necesidades. Para llegar más lejos que el nivel de valoración-de-medios (esto es, de estimación de la eficiencia en la realización de fines de otro modo no eva luados), debemos entonces tener también criterios de inherente carácter positivo que proporcionen estándares para la evaluación de fines. Y, en el caso de nosotros, los humanos, éstos deben basarse al final en si los obje tos en cuestión operan de alguna manera para servir a genuinos intereses nuestros; es decir, que funcionen de un modo conducente a propiciarnos un crecimiento como seres humanos. La objetividad de la evaluación ra cional se enraíza, en última instancia, en la naturaleza de nuestros intere-
20. Véase KESCHER, N.< Welfare. University of Pittsburgh Press, Pittsburgh, 1972. Véase R aw ls , J ., A Theory o f Justice, Harvard University Press, Cambridge, 1971, pág. 421. Rawls traza esta orientación de pensamiento volviendo a Henry Sidgwick. 21. El contraste vuelve a la distinción de Aristóteles entre el deseo como tal y la pre ferencia racional (véase ARISTOTELES, Ethica tsichomachea, libro VI). Muchos de los aspec tos de la teoría ética de Aristóteles resultan útiles para el presente estudio. A este respec to, un adecuado tratamiento se encuentra en Aristotle, de Jonathan Barnes, el libro que publicó en 1^81 Oxford University Press dentro de su colección de maestros del pasado.
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scs reales. Ciertamente, esta cuestión de los intereses reales es, en cuanto tal, normativa en parte. Pero este factor no establece un círculo vicioso: simplemente refleja el hecho de que el dominio del valor está autocontenido en términos probativos; que descansa en la naturaleza misma de las cosas el que, en el razonamiento coherente acerca de valores, no podemos alcanzar conclusiones evaluativas sin inputs evaluativos. La racionalidad de fines es un componente indispensable de la racionalidad en su conjunto por dos razones, (i) Los fines valorados ra cionalmente deben ser aquellos que son adecuados en términos eva luativos. A este respecto, si adoptamos fines inapropiados no estamos siendo racionales, al margen de cuál sea la eficiencia y la eficacia con la que los buscamos, (ii) No podemos proceder racionalmente sin consi derar el valor relativo-al-fin de nuestros medios. Hemos de indagar si el coste de aquellos medios (los recursos que estamos gastando a través de ellos) está en consonancia con los valores que supuestamente se es tán realizando mediante los fines. De ahí la pregunta: «Si los costes están incorporados en los medios, ¿merecen realmente la pena los fines?». Sin valoración racional , la racionalidad práctica llega a ser inviable co mo proyecto dotado de sentido, con las consecuencias fatales para la racionalidad como un todo, dada la unidad sistemática de la razón. Así pues, Ja lección de la cuestión de la objetividad de los valores es clara. Una vez que el asunto de la racionalidad de los fines se acepta como dotado de sentido, la objetividad de la valoración es algo que se sigue inmediatamente en su despliegue. Lo que importa, por tanto, de la atención prestada aquí a la objetividad es que las valoraciones han de ser apoyadles válidamente en consideraciones racionales; que se pueda hacer un caso consciente a partir de ratificarlas: como algo justificado, pero no necesariamente como algo verdadero , de modo que las valo raciones estén apoyadas por reflexiones juiciosas y argumentos con vincentes. Lo que cuenta es que deberíamos ser capaces de razonar so bre cuestiones valorativas mediante un razonamiento coherente que personas (completamente) racionales han de aceptar como sólido y que toda la gente, en consecuencia, debería asumir como tal.
3.6. La objetividad de los valores en la ciencia y la tecnología La capacidad para la racionalidad es nuestra característica definitoria como seres humanos. Y, como ser inteligente, el homo sapiens hace
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RASES I'l.oUH.AS DE LA PROPUESTA: RAZÓN Y VALORES
sus elecciones mediante razones. Este asunto de proporcionar razones para las elecciones es la razón-de-ser de los valores. En consecuencia, los valores entran en acción a través de todo el campo de la actividad humana, incluidas, sin duda alguna, la ciencia y la tecnología. Sin embargo, los valores mismos tienen su razón de ser. El mejor modo de comprender lo que la valoración es consiste en proceder a examinar lo que la valoración hace. Este aspecto intencional de la eva luación proporciona una parte de la empresa pragmática, y la parcela, en cuanto que deja espacio para una deliberación sobre el valor dentro de la esfera de la racionalidad práctica. Esta circunstancia general se aplica con especial fuerza y propiedad a la situación de la ciencia. Presenta la teleología de la ciencia dos sectores. De un lado, están los objetivos (aim s J internos: ampliar nuestro conocimiento y respon der a nuestras preguntas acerca de cómo funcionan las cosas en el mundo; y, de otro lado, se encuentran sus objetivos externos y de apli cación: desarrollar tecnología, extendiendo nuestro control sobre la Naturaleza, y reforzar el ámbito de nuestra acción en el mundo. Respecto de la ciencia, los valores funcionan en consonancia con esto según varios modos diferentes: a) Objetivos de la ciencia, Ciertos factores de valor representan los
cometidos de la investigación científica en sí misma considerada: en concreto, la descripción efectiva, la explicación, la predicción y el con trol de la Naturaleza. En cierto sentido, son los objetivos de la ciencia como empresa de indagación racional. b) Valores de la ciencia en cuanto teoría. Ciertos factores de valor representan los desiderata de las teorías científicas. Estos incluyen los rasgos de coherencia, consistencia, generalidad, comprensibilidad, simplicidad, exactitud, precisión y otros semejantes. En este ámbito también encontramos los valores incluidos en la gestión del riesgo cognitivo, en especial en los estándares de prueba y de rigor, en las consi deraciones que sirven para determinar cuántas pruebas empíricas [evi dence) se requieren para justificar la aceptación de afirmaciones científicas. No pedimos a los científicos sociales el mismo criterio de ri gor que se autoimpone el matemático. el Valores de la ciencia en cuanto proceso de producción {science producer values). í '.umtos [actores de valor representan los desiderata del tralhifo científico v de amenes lo realizan. Estos incluyen rasgos ta
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les como perseverancia y persistencia, veracidad y honradez, actuación a conciencia y cuidado por el detalle. En este ámbito también se en cuentran los valores afectados en el problema de la elección: los asun tos particulares y las cuestiones a las que uno dedica sus esfuerzos. Y éstos también están incluidos al gestionar un sistema de incentivos y premios. d) Valores de la ciencia en cuanto aplicación. Ciertos'factores de valor representan el beneficio de los productos de la ciencia. Estos están relacionados principalmente con la aplicación de la ciencia a las venia jas de los desiderata humanos tales como el bienestar, la salud, la Ion gevidad, la comodidad, etc., en medicina, ingeniería, agricultura ... Aquí también encontramos los modos a través de los cuales los valores impregnan la aplicación de la labor científica a la tecnología: al evaluar el carácter deseable o no de las diversas implementaciones tecnológi cas; al preguntar: ¿es deseable (moralmente y éticamente) realizar ma nipulación psicológica de individuos, organizar grupos [de presión] para orientar la opinión, desarrollar armas de destrucción masiva, etc.? De nuevo, la misma clase de cuestiones se plantean en diversas áreas de la biomedicina: la clonación y el aborto son sólo dos ejemplos. La puesta en práctica de la investigación médica (el consentimiento infor mado; la duración de las pruebas ciegas ante los indicadores de la efi cacia del tratamiento) proporciona otros casos. Ahora bien, en este contexto es importante observar el papel contro lador del elemento inicial: los objetivos [aims) de la ciencia. Porque los ítemes b) y c) tienen efectivamente un estatuto instrumental desde el pun to de vista de la valoración. Su adecuación se sigue de un hecho: que los valores en cuestión son tales que la teoría y la experiencia indican igual mente que su búsqueda conduce a la realización efectiva de aquellos ob jetivos que la rigen, aquellos objetivos fundamentales que están en liza en el elemento a). Y, respecto de d), está claro que una aplicación eficaz en l.i puesta en práctica de los beneficios humanos es, en sí misma, en parte (la parte que es, en efecto, más básica y significativa) uno de los objetivos definitivos de la ciencia: el logro del control sobre la Naturaleza. Con estos antecedentes, se deja ver entonces que los valores de sempeñan un papel central en la ciencia y que ese cometido no es arbi trario o añadido, sino que es inherente a la estructura de lines que es definitiva en la ciencia como búsqueda racional. Dadas nuestras neec
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BASES TEÓRICAS DE LA PROPUESTA: RAZÓN Y VALORES
sidades de comprensión y de acomodación al mundo natural que cons tituye el entorno de nuestras vidas, la ciencia es un proyecto con el que estamos comprometidos como criaturas racionales; un compromiso que, a su vez, trae consigo un complejo [conjunto] de valores. La lección general que se obtiene a partir de estas deliberaciones es entonces clara. Tanto la conducta racional como el uso que aplica el trabajo científico incluye una serie de cuestiones evaluativas y, con fre cuencia, también morales. No hay cabida para el intento de separar la ciencia respecto de cuestiones de evaluación y de ética. La única cues tión es si estos asuntos han de ser planteados explícitamente, de una manera detallada y racional, o si han de ser dejados, en su caso, a la mera tendencia a la compasión [mercy) de personas no reflexivas y a prejui cios e inclinaciones no evaluados. Porque el hecho es que esa reflexión rigurosa y detallada acerca de las cuestiones sobre el valor — en suma: la teoría de los valores— es una materia interdiscipíinar por derecho propio. Atrae las considera ciones de la filosofía, la sociología, la psicología, la ética, etc., por no decir nada de las consideraciones específicas de su dominio (sea medi cina o matemáticas o el cuidado del medio ambiente) que llevan a las cuestiones de decisión y de acción que se suscitan en este campo de re flexión. Sobre esta base, los estudios sobre el valor son una disciplina técnica y no hay razón para pensar que una conjetura aleatoria obten drá conclusiones sensatas acerca de las cuestiones que se suscitan aquí en mayor medida que resulta probable que lo haga en otros campos de la indagación racional.22
22. CHER, N.,
El presente capítulo recoge y amplía una línea temática desarrollada en R e s -
Rationality: A Philosophical Inquiry into the Nature and the Rationale o f Reason,
Clarendon Press. Oxford, 1988, y la conecta directamente con las reflexiones realizadas en R e s c h e r , N., Objectivity: The Obligations o f Impersonal Reason, University of Notre Dame Press, Notre Dame, 1997.
Seg u n d a
parte
LÍM ITE S C O G N ITIV O S: EL Á M BITO D E ESTU D IO Y EL ID EA L DE CIEN CIA PERFECTA
IV EL LIM ITA D O CAMPO D E LA CIENCIA Y LA TEC N O LO G ÍA '
SIN O PSIS 1) La ciencia — en especial, la que estudia la Naturaleza— y Ja tec nología no pueden ir lejos la una sin la otra. Los límites del progreso científico y tecnológico son interdependientes y, en última instancia, no son tanto teoréticos cuanto prácticos, 2) Cuenta, además, con una limitación fundamental el progreso científico y tecnológico: el conoci miento es, después de todo, sólo un bien humano entre otros. Porque, además de bienes específicamente cognitivos , existen otros que tam bién están relacionados con la calidad de vida personal y comunitaria: el bienestar físico, el compañerismo, el atractivo del medio ambiente, la armonía social, el desarrollo cultural, y otros. 3 ) Incluso en el domi nio específicamente cognitivo, el conocimiento científico es sólo un ti po particular de conocimiento. Se dan otros proyectos cognitivos: la experiencia inmediata, la estima afectiva, la simpatía y empatia huma nas ... 4) Estas otras empresas no están en condiciones dz competir con la ciencia dentro del ámbito de sus tareas propias: su orientación es muy diferente. Dentro de su propia parcela cognitiva, la ciencia man tiene su supremacía. No tenemos ningún otro lugar a donde ir: no hay alternativa alguna salvo volver a la ciencia de hoy en día, para cualquier cosa que queramos saber acerca de los componentes del mundo y sus modos de comportamiento. 5) Ante la percepción del progreso tecno lógico como simplificador de la vida humana, hay que contraponer la complejidad que comporta la ampliación de la gama de elecciones y1
1. Texto correspondiente al curso «Valores humanos en la era tie la tecnología» de la Facultad de Humanidades (Campus de Ferrol), Universidad tie A Coruña. I,a versión original es del 27 de octubre de 1994 y ha sido ampliada en agosto de 1W8. I a inultu t ion castellana ha sido realizada por Wenceslao J. González.
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oportunidades que trae consigo la innovación tecnológica. A este res* pecto, los ordenadores no consiguen eliminar la complejidad: mejoran notablemente el procesamiento de la información, pero no contrapesan la adquisición superrápida de información. ó) Ahora bien, la tecnología también contribuye a solucionar el problema de la complejidad. Sin em bargo, el progreso tecnológico trae consigo nuevos problemas con el consiguiente «principio de propagación de cuestiones»: hay nuevos problemas tecnológicos cada vez que se resuelven los ya conocidos.
4.1. La cuestión de los límites de la ciencia y la tecnología Las ciencias de la Naturaleza y la tecnología — nuestros esfuerzos por extender nuestro control cognitivo y físico acerca de la Naturale za— van juntas como dos piernas de un mismo cuerpo. Ninguna pue de ir lejos sin la otra. Por un lado, los recursos transformadores de la tecnología utilizan y explotan (exploit ) nuestra comprensión científica de los procesos del mundo. Pero, por otro lado, resulta que la ciencia no puede progresar sin la tecnología. Porque únicamente al estar inter actuando con la realidad podemos obtener información acerca de ella,' Sólo podemos teorizar de forma efectiva acerca de la Naturaleza en la medida en que podemos detectar sus procesos (vía «observación») y manipular sus fenómenos (vía «experimentación»). Desde un punto de vista general, la tecnología es ciencia aplicada: consiste en hacer operativa nuestra comprensión científica para la crea ción de un instrumental práctico (aviones, ordenadores, etc.). Sin embar go, a veces los recursos tecnológicos preceden a la comprensión de los principios científicos (en casos como la máquina de vapor, que precedió a la termodinámica); e incluso hoy existen diversos recursos técnicos, co mo sucede en la hipnosis y en la acupuntura, cuya operación no se capta (todavía) sobre la base de principios científicos. En estos casos la tecno logía invita al desarrollo ulterior de la ciencia, en vez de ser lo que aplica la ciencia ya desarrollada. Pero, en general, ambas se mueven juntas. Entre una y otra la relación es especialmente íntima, porque la ciencia necesita a la tecnología: las situaciones experimentales que cre amos en la ciencia (por ejemplo, las bajas temperaturas) y las situacio nes naturales que observamos en orden a tener datos científicos (por ejemplo, los telescopios) requieren en sí mismas de la tecnología: sin
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tecnología nueva, siempre en desarrollo, el proceso de descubrimiento en la ciencia teórica podría pararse de una manera brusca. El cambio tecnológico es un proceso en marcha, de carácter pene trante, que modifica constantemente las condiciones en las que vivimos a través de su impacto sobre el ámbito material y el modus operandi de las vidas de las personas. Ese cambio es la consecuencia de la innova ción y la invención. El descubrimiento que representa la introducción de la novedad hace que no se puedan anticipar los detalles futuros me diante un pronóstico {forecast). (El impacto en detalle de las nuevas tec nologías de la información no puede ser predicho por nosotros en ma yor medida que lo fue el impacto de la imprenta en la época de Gutenberg. ) Por esta razón, la realización de una ciencia social viene a ser indefendible, en la medida en que se considera un requisito de una ciencia articular las leyes que describen la fenomenología en cuestión a través de una generalización segura que hace posible la predicción. Cuando se cultiva la investigación científica, se examina a la natu raleza a tenor de fenómenos interesantes. Entonces andamos a tientas en cuanto a las regularidades explicativas útiles que puede sugerir la investigación. Como proceso básicamente inductivo, la teorización pi de diseñar la estructura teórica menos compleja que sea capaz de aco modar los datos disponibles. En cada nivel, intentamos encajar los fe nómenos y sus regularidades en la estructura explicativa más simple (cognitivamente más eficiente) capaz de resolver nuestras preguntas acerca del mundo y de guiar nuestras interacciones en él. Pero, paso a paso, conforme avanza el proceso, nos vemos llevados hacia ulteriores exigencias, cada vez más grandes, que sólo pueden ser abordadas con una tecnología más poderosa de exploración y manejo de los datos. La búsqueda de las ciencias de la Naturaleza,2 tal como las conoce mos, nos embarca en una tarea para mejorar el ámbito de la interven-
2. Se insiste aquí en las ciencias de la Naturaleza, debido a que, por diversas razo nes, en buena parte vinculadas al problema de la predicción de las realidades humanas y sociales, resulta dudoso que sea posible una ciencia respecto de los fenómenos sociales, si se entiende la «ciencia» en la acepción usual. Para que sus recursos intelectuales sean real mente efectivos, hace falta una serie de instrumentos matemáticos adecuados (probabili dad, teoría de juegos, etc.* así como métodos para la adquisición y procesamiento de da tos a gran escala. A este respecto, hay técnicas que hacen posible la realización de predicciones sociales, pero sólo de forma limitada. Véase RESCHER, N., Predicting the Fu ture, SUNY Press. Nueva York, 1998.
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ción experimental electiva, literalmente sin fin. Porque sólo al operar bajo nuevas condiciones, inaccesibles hasta el momento, de sistemati zación observacional o experimental (para llegar a la temperatura, pre sión, velocidad de partículas, fortaleza de campo, etc., extremas) po demos ser conscientes de situaciones que nos permiten poner a prueba el conocimiento que amplía las hipótesis y las teorías. El enorme poder, sensibilidad y complejidad desplegados en la ciencia experimental de hoy en día no han sido divisados por ellos mismos, sino que, más bien, se ha movido la frontera del investigador hacia un área donde esta so fisticación es el requisito indispensable para un posterior progreso. En la ciencia, como en la guerra, las batallas del presente no pueden ser li bradas de forma efectiva con armamento del pasado. Como ha señala do correctamente un agudo observador, «la mayor parte de los experi mentos críticos planeados hoy [en física], si hubieran de verse en la necesidad de utilizar la tecnología de hace sólo diez años, se encontra rían en un serio compromiso».5 Puesto que sólo podemos aprender acerca de la Naturaleza inte ractuando con ella, la tercera ley de Newton — el contrapeso entre ac ción y reacción— se convierte en un principio fundamental de la epis temología. Todo depende precisamente de cómo y con qué fuerza podamos proseguir al enfrentarnos a la naturaleza en situaciones de in teracción observacional y de detección. Como ya vió F. Bacon,^la Na turaleza nunca nos dirá más que lo que podamos extraer de ella a la fuerza, a través de los medios de interacción a nuestra disposición. Y lo que podamos ser capaces de extraer con pruebas sucesivamente más profundas está destinado a lidiar con un aspecto cambiante de modo34
3. B r o m l e y , D. A. E l AL. (National Research Council), Physics in Perspective, Na tional Academy of Science Publications, Student Edition, Washington, D. C , 1973, pág. 16. Véase Ibidem, pág. 13. Véase también HOLTON, G ., «Models for Understanding the Growth and Excellence of Scientific Research», G ra L'BARD, S. R. y HOLTON, G. (comps.), Excellence and Leadership in the Democracy, Columbia University Press, Nueva York, 1962, pág. 115. De este problema se ocupa RliSCIü-R, N., Priceless Knowledge? An Essay to Economic Limits to Scientific Progress, University Press ol America, Savage, MD, 1996. 4. Véase Baco.M, E, Novum Organum site indicia vera de inlerpretatione naturae et regno hominis, Londres, 1620, libro I, secc. 3. (Edición inglesa al cuidado de J. Spedding, R. 1. Ellis y D. D. I learh en: Haci E, Works, Robertson, Londres, 1905. Trad. cast, de C. ! 1. Balmori, con estudio preliminar y notas de R. Frondizi: Novum Organum, Losada, Buenos Aires, LUO ! ,\ del t |.)
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continuo, porque operamos en nuevas circunstancias donde no cabe esperar que las antiguas condiciones puedan prevalecer y donde las re glas antiguas no se aplican ya más. Sin embargo, la realidad de la situación es que la Naturaleza pone unas barreras de resistencia cada vez mayores, tanto intelectuales como a la penetración física. Consideremos la analogía de extraer el aire al crear el vacío. El primer 90% sale bastante fácilmente. El siguiente 9% , es en efecto, tan difícil de extraer como todo lo que ha salido an tes. El posterior 0,9% es, proporcionalmente, tan difícil como lo ante rior. Así sucesivamente. Cada paso sucesivo en el orden de magnitud incluye un coste masivo para un menor progreso; cada inversión suce siva de esfuerzos de tamaño fijo produce un beneficio sustancialmente decreciente. En último término, los límites del progreso científico y tecnológico no son teoréticos sino prácticos. No es el límite de la mente humana sino el límite de nuestros recursos ílos límites de tiempo, de energía y de poder) lo que resulta suficiente para establecer límites, hasta el punto de que el progreso científico y tecnológico son posibles para nosotros. La realidad de la finitud humana es crucial aquí. Pero es nuestra limi tación (limitedness ) interna más que nuestra limitación intelectual la que constituye, en último término, el factor decisivo. Surge, a este respecto, otra consideración importante. Porque no son la ciencia y la tecnología las únicas que están limitadas como em presas intencionales (purposive enterprises) al tratar una serie particu lar de cuestiones, que lleva a la exclusión de otras que, tomadas en sí mismas, no nos afectan en menor medida. Pero, aun cuando se consi dere a la ciencia y la tecnología en relación con su objetivo caracterís tico y su misión propia, hemos de llegar al convencimiento de que es algo cuyo cumplimiento sólo puede ser conseguido hasta cierto punto.
4.2. El conocimiento: un bien humano entre otros En épocas pasadas, los filósofos criticaron con todo fundamento la visión de la Naturaleza ingenuamente antropomórfica. En nuestros días, cuestionan con frecuencia una perspectiva del hombre naturalizada en exceso; critican así la asimilación exagerada de las actividades del hom bre y de la sociedad humana a procesos del dominio de desarrollo prehumano. También lamentan a menudo que la racionalidad de medios
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técnicos y de fines — la alardeada neutralidad de valor [value neutrality) de la ciencia— nos «libere» de valores y preocupaciones humanas de una forma que, a veces, amenaza con deshumanizarnos, al embotar nues tra comprensión y valoración de fenómenos característicamente huma nos. Atacar el antropomorfismo está bien y es saludable, pero esta acti tud tiene sus límites cuando nos ocupamos del hombre y sus obras. La desaprobación del enfoque completamente científico del hom bre se encuentra a la base de buena parte de la críticas recientes a la perspectiva científica. Se nos dice que la «razón» científico-tecnológica se circunscribe a problemas meramente técnicos, y que deja de reco nocer de modo adecuado los valores humanos. Nuestra inteligencia científica y tecnológica da cuerpo a una racionalidad del proceso antes que a una racionalidad del producto, y tiende a sustituir las considera ciones sobre los modos y los medios por un interés evaluativo respecto de los productos y los resultados. Ahora bien, este tipo de dicotomía es demasiado ligera. Para em pezar, la ciencia, como otras actividades humanas, es por sí misma un lugar de valores: los relacionados con el conocimiento y control del curso de los sucesos de la Naturaleza; los valores concernientes a bie nes cognitivos y materiales. Además, la distinción entre hecho y norma no representa una división absoluta e irrebasable, porque la búsqueda de conocimiento está, en cuanto tal, gobernada por normas con la idea de «establecer bien una afirmación», que figura como eslabón de enla ce entre lo cognitivo y lo normativo.5 Nuestras afirmaciones lácticas descansan, como tales, en un dere cho o en un título de cierto tipo: el derecho a mantener algo bajo la égi da de reglas epistémicas fundadas. La consideración decisiva es, aquí, que sea correcto, conveniente y adecuado que alguien, en ciertas cir cunstancias epistémicas, ratifique cierta tesis. La aceptación racional es un acto cognitivo gobernado por estándares normativos apropiados, de modo que la investigación misma puede y debe ser vista como una forma de actividad práctica: como una praxis cognitiva gobernada por normas y criterios. Más aún, incluso el problema de qué es importante para la ciencia es, en gran medida, una cuestión de consideraciones de
5. Hay interesantes comentarios acerca de esta cuestión en PUTNAM, II., Reason, Truth, and Histary, Cambridge University Press, Cambridge, 1981, que resalta que la
aceptabilidad de enunciados fácticos está en sí misma mediada por normas.
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valor; y el progreso científico puede ser tambiéd un asunt0 de le o llentación de valor [value-reorientation ). (Por ejem]0 ° ’ e re^ ente au£e e la cosmología refleja, en una medida apreciable, una vue ta a Pensar e nuevo «cuáles son las cuestiones importantes».) No obstante, dicho esto, debe reconocerse' ^ue e oí^ re no \ive sólo de conocimiento. Hay otros quehacerés umanos egítimos¡ e importantes, y éstos delimitan la significación . a c^enc^a en tl° e la esfera de nuestros intereses. Aunque el co n oc*m*ento ie Presenta> en efecto, un aspecto importante del bien, no es en m o, 0 a § uno un aspecto que predomina sobre los demás y resu *a e ma|s c estaca °Porque es únicamente un elemento en la con’° ‘"S™ n° s pueden ayudar, con frecuencia, las intuiciones P10Porc^ona as P01" a ciencia; pero que, en cuanto tales, caen no o P stante ^uera c e su ° ’ m ín io -
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Aun cuando el cultivo del conocimiento f ea' en ac >so 0 un proyecto humano valioso entre muchos otros e s’ s*n em al^ °’ un Pro' yecto que reviste particular importancia. El cc¿nochniento es un com ponente clave del bien per se , debido a su ade cua ° elacaíe entro en la economía general de las normas. Buscarlo c'omo un ‘en’ e n*n8u' na forma entorpece el cultivo de otros bienes e^ dmos> a ^on^rai^°> ayuda y facilita su persecución, adquiriendo p<01 tant0 un va 01 insl1u~ m ental , que se suma a su valor como bien abs^° ut0 Por eiec ° Pro’ pió. Cualesquiera sean los otros proyectos que' P ia r n o s tener a a v^s' ta (justicia, salud, atractivo ambiental, el c iJ dvo e as r e a c i° nes humanas, etc.), es poco menos que inevitable Hue su lea izac*°n se vtü facilitada por el conocimiento de los hechos t é evantes- SL aunque a búsqueda del conocimiento no sea nuestra ú rdca taiea a ecua a>es no obstante un quehacer cuyo nivel normativ70 es a to’ Porclue e co" nocimiento sirve para facilitar la realización d
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4.3. El conocimiento científico como una form a de conocer El conocimiento es únicamente un bien humano entre otros, y su bús queda es sólo un objetivo (objective) válido entre otros. Rebasado este pun to, debe reconocerse asimismo que, incluso en el estricto dominio cognitivo, el conocimiento científico es sólo una clase de conocimiento: aparte del científico, hay otros proyectos epistémicos e intelectuales válidos. La autori dad epistémica de la ciencia es grande, pero no lo abarca todo. Y, desde lue go, esto vale también para la tecnología. Puesto que en las condiciones del mundo real, la realización de nuestro querer y necesidades deben estar me diadas en gran parte por técnicas. El saber hacer técnico constituye así par te del bien humano, aun cuando, de nuevo, sólo sea una parte de ese bien. La ciencia de la Naturaleza es un quehacer orientado hacia una mi sión, con su estructura de fines constituida a tenor del cuarteto tradicional: descripción, explicación, predicción y control de la Naturaleza. Indaga qué clases de cosas hay en el mundo y cómo funcionan en el nivel de la ge neralidad gobernada por leyes, centrándose primordialmente en el modus operandi legal de los procesos naturales que caracterizan a los componen tes de la naturaleza. Dada esta misión, el cometido de la ciencia está — y debe estar— en lo que atañe a la imagen pública de las cosas: en sus face tas objetivas. Se esfuerza por resultados reproducibles\ su enfoque se cen tra en aquellos rasgos objetivos de las cosas que cualquiera puede discer nir (en circunstancias adecuadas), al margen de su particular constitución o su acumulación de experiencias. La ciencia deja deliberadamente de la do la dimensión de la experiencia relativa al observador. El filósofo inglés F. C. S. Schiller señala el punto crucial con admi rable claridad: «Gran parte de los senderos de la experiencia real están sumergidos y son excluidos para poner la atención científica sobre los aspectos de la experiencia seleccionados y preferidos, que se juzgan adecuados para revelar la realidad objetiva... Así, las diferencias entre las experiencias de los particulares, aun cuando no se nieguen de una manera rotunda, se supone simplemente que son irrelevantes para los propósitos científicos, y son ignoradas como tales. Es a tenor de esta única suposición por lo que la ciencia está capacitada para entender el mundo común de la comunicación intersubjetiva, o “realidad objeti va”, que diferentes observadores pueden intentar explorar».0
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S , Mir./ Philosophers Disagree'. Macmillan, 1amdves,
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Los «hechos» a los que la ciencia se dirige como tal son, en conse cuencia, aquellos que surgen de la observación disponible intersubjeti vamente en vez de la sensibilidad personal. Sus datos son los universa les accesibles al hombre qua hombre, en lugar de aquellos que, en alguna medida, son subjetivos y personales (accesibles sólo a gente de esta o aquella particular formación o condicionamiento experiencial — experiential — ). Así, la ciencia desatiende la dimensión individual — afectiva y ligada a la persona— del conocimiento humano: simpatía, empatia, sentimiento, intuición y «reacción personal». Los fenómenos que ella toma como datos para la proyección y comprobación {testing) de teorías son públicamente accesibles. La apreciación de valor — cómo afectan las cosas a las personas en el contexto informativo de sus experiencias personales (y, tal vez, idio sincrásicas) o su trasfondo sociocultural (condicionado por el gru po)— es algo que la ciencia deja de lado: se concentra en los rasgos de las cosas medibles de modo impersonal. Esta orientación cuantitativa de nuestra ciencia de la Naturaleza supone que se pasa de largo ante la vertiente cualitativa, afectiva, evaluativa del conocimiento humano. Nuestro conocimiento de la dimensión de valor de la existencia — nuestro reconocimiento como tal de estos rasgos de las cosas, en vir tud de los cuales las consideramos hermosas o deliciosas o trágicas— queda fuera del ámbito de la ciencia. Lo crucial no está en la sensibili dad experiencial, sino en la comprensión teórica. De acuerdo con esto, la ciencia omite de su registro de hechos lo que es merecedor de ser tomado en consideración a primera vista: todo el aspecto afectivo, emocional y orientado a sentimientos de nuestra vida cognitiva. Estas cuestiones aparecen en la ciencia como problemas que hay que ex plicar, en lugar de como bloques para construir la interpretación; son vistos como parte del problema, en vez de como su solución: como objetos de es tudio y explicación, no como datos. El tipo de experiencia que trasciende a la información que se encuentra a la base de normas y valores (la receptivi dad afectiva, por ejemplo) queda fuera de su ámbito. La conciencia (awa reness) científica no nos enseña a disfrutar y apreciar. Las cuestiones de eva luación y apreciación no son asuntos que haya de resolver la investigación científica dentro de las vías de la Naturaleza, que nos enseña el porqué y el origen de las cosas, pero no nos instruye acerca de su valor. Así pues, por más que hagamos avanzar la ciencia en los frentes fí sico, químico, biológico y psicológico, hay cuestiones sobre el hombre
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y sus obras que seguirán siendo inabordables por medios científicos; no debido a que la ciencia sea impotente en su dominio, sino porque caen fuera de éste. Siempre tendremos preguntas sobre el hombre y su lugar en el esquema del mundo que quedan fuera del cometido de la ciencia. Por otra parte, en las ciencias de la Naturaleza investigamos lo que es y lo que puede ser respecto de las leyes de la Naturaleza. Las regio nes más remotas de la posibilidad, los reinos más imaginarios de lo que podría ser y de lo que podría haber sido, quedan fuera de nuestro al cance en la ciencia de la Naturaleza. Ella, después de todo, no se ocu pa de construcciones puramente imaginarias y posibilidades hipotéti cas. Prácticamente por definición, la ciencia de la Naturaleza se orienta hacia lo que existe realmente en la Naturaleza, y no se ocupa del do minio especulativo de lo que no es, pero podría ser. Su cometido está en el ámbito de la realidad ( actuality ); el reino de lo imaginativamente hipotético queda fuera de su esfera. El aspecto artístico e imaginativo de la creatividad humana — la proyección de la forma abstracta en el arte o en la música— queda así fuera de su campo de intereses. La poe sía, el teatro, la religión, la sabiduría proverbial, etc., llevan mensajes que no se pueden transmitir mediante el discurso científico. Los lími tes de la ciencia son inherentes a los límites de su misión y cometido cognitivo: la representación ( depiction) y racionalización «desinteresa da» del hecho objetivo. s „ El «conocimiento» de la ciencia es descriptivo en vez de normati vo, mientras que el conocimiento tecnológico presenta una dimensión claramente normativa, que acompaña a una vertiente cognitiva des criptiva. Porque hay dos aspectos en el tipo de conocimiento práctico: por un lado, está el saber hacer (know how) o cóhno conocer (how to knowledge ), que es condicional («tal y cual cosa es un modo eficiente y eficaz de hacer X », lo que quiere decir: «si tú quieres haóer X, enton ces tal y cual es un modo eficiente y eficaz de hacerlo»); y, por otro la do, se encuentra el saber si (know whether ), esto es, si hacer X es algo razonable dadas las circunstancias concretas. Estas dos formas de co nocimiento práctico son tecnológicas, en sentido amplio. La primera — cómo conocer— es claramente descriptiva, mientras que la segun da — el saber si— es esencialmente normativa-evaluativa. Y el saber hacer, aunque es técnico en su carácter, generalmente está enraizado en el conocimiento científico.
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Desde el momento en que el conocimiento científico es descripti vo en lugar de normativo, la cuestión de la apreciación evaluativa sensible — qué clases de cosas merecen la pena (w orthw hile )— sim plemente queda a un lado. Sin embargo, por cargada de valor (valueladen ) que esté la búsqueda del conocimiento científico, en el aspecto del contenido sigue siendo neutral respecto al valor. Considerada de modo sustantivo, la ciencia está «libre de valores» (value-free)-, su en foque de la caracterización de los fenómenos está, simplemente, priva do del elemento de la evaluación personalizada. La ciencia de la Natu raleza procura el dominio de la Naturaleza: busca controlarla tanto física como intelectualmente. Hace así abstracción de la tarea de apre ciar la Naturaleza. El lado afectivo, apreciativo y de evocación emocio nal del conocimiento humano, los modos intuitivos y no razonados de conocer los mecanismos por los que, habituaimente, comprendemos a otras personas y sus productos quedan fuera del ámbito de intereses de la ciencia, Sin embargo, también el sentimiento es una forma de cono cer, aunque, dada su impureza de tipo afectivo, caiga fuera del ámbito de la ciencia, por ser insuficientemente «objetivo». Gracias a su exclusión de las cuestiones normativas y valorativas, la ciencia enfoca a las gentes como objetos de estudio: como cosas y no como personas. El tipo de «conocimiento» de la persona en el que se mueve no es el propio de un amigo o compañero, basado en el interés inherente a la interacción mutua, sino el conocimiento despegado e «impersonal» de un médico, biólogo o sociólogo — el conocimiento de la observación en vez de la participación unitiva— . Se pierden los as pectos de reconocimiento mutuo y reciprocidad interactiva; y los mo dos cognitivos como la simpatía y la empatia se dejan a un lado. El modo científico de comprensión ( understanding ) toma la ruta externalizada de la explicación causal, y no la senda internalizada de la interpreta ción afectiva. El enfoque cognitivo de la ciencia para la comprensión del hombre por el hombre deja, de modo deliberado, el elemento de reconocimiento como un igual — el pertenecer al mismo género huma no— , que es característico de todas las relaciones genuinamente hu manas entre personas. Muchas personas sienten un escalofrío de temor cuando la ciencia dirige su mirada fría y objetiva al hombre y sus obras (como si, de algu na manera, nuestros valores humanos más profundos estuvieran siendo puestos en peligro). Temer a la ciencia en cuanto antitética (en vez de
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simplemente indiferente ) a los valores e intereses humanos, no sólo es incómodo: es irracional e inapropiado, ya que se basa en un profundo malentendido respecto de lo que trata la ciencia. El hecho de que un ser humano sea un conglomerado químico, un complejo de carne y hueso que ha evolucionado a partir de las criaturas del limo primigenio, no es razón para que no pueda ser también un amigo. Objetivamente, tocar el violín no es más que rascar las cuerdas; el brillo de una puesta de sol no es más que una ducha de radiación. ¿Les estorba eso para alcanzar cum bres de la belleza transcendente? Hablar de conflicto aquí supone estar inmerso en una confusión entre diversas perspectivas de consideración, entre diferentes niveles de pensamiento e investigación.7 La ciencia no se opone a estos intereses, pues es inelevante para ellos; sencillamente no los tiene en cuenta: tienen otra leña que cortar. De acuerdo con esto, como ha insistido siempre la tradición «idea lista» de la Filosofía alemana, desde Hegel a Heidegger,8 es correcto afirmar que la búsqueda de conocimiento científico es, simplemente, un proyecto humano entre otros. Esta tradición reacciona también contra la postura griega de la supremacía de la episteme , y reemplaza la antigua doctrina teológica de que la f e trasciende el conocimiento [or dinario y científico], que ha sustituido por la variante más reciente en la que la sensibilidad (.sensibility j trasciende al conocimiento. Tal posi ción puede ser recomendada por muchos motivos. La ciencia tiene, pues, sus limitaciones; y es obvio que también la tecnología tiene sus limitaciones. En su caso, los límites son tanto de carácter físico (por ejemplo, no podemos hacer viajar a las cápsulas es paciales a la velocidad de la luz) como de índole cognitiva, lo que cier tamente no es menos importante. Es a tenor de este segundo aspecto, esto es, en función de los límites cognitivos de nuestra comprensión científica de la Naturaleza, como limitamos nuestra habilidad tecnoló gica de intervenir en la Naturaleza de manera satisfactoria.
7. Sin duda, el cometido del trabajo científico en algunas áreas supone no sólo un
precio, sino también riesgos. Pero sólo la ciencia misma puede proporcionarnos la infor mación necesaria para calcular éstos de modo inteligente. Nada de lo dicho aquí está en conflicto con la idea de que el cultivo de la ciencia tiene sus costes, que han de ser sope sados junto con otros. 8. Véase HlíDI'XXí HU, M., Sein und Zeit, Max Niemeyer, Tubinga, 1927. (Trad, cast.: Ser y tiempo, F.C.E., México, 1962, n. 32. La versión utilizada en el original es: Being and Time, edición de J. Macquarrie y L. Robinson, Routledge and K. Paul, Londres, 1962 [N. d el /.].)
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No puede la ciencia ser capaz de todo y de finalizar todo: no pue de contestar a todas las preguntas que nos importan. Pero estamos tra tando aquí de la limitación de un ámbito de intereses como tal, y no de una limitación de capacidad dentro de ese ámbito. Las «limitaciones» en cuestión son, simplemente, intrínsecas a su misión. La ciencia tiene, de suyo, una misión determinada: racionalizar los hechos empíricos objetivos; y aquí, como en cualquier parte, determinación es negación: puesto que la ciencia es cierta clase concreta de quehacer, hay también cosas que la ciencia no es. Estas otras aventuras cognitivas no son al ternativas a la ciencia, porque su orientación cognitiva mira hacia otras direcciones. No son modos diferentes de hacer el mismo trabajo, sino que tratan de hacer tipos de trabajos por completo distintos. Y así, es tos otros proyectos cognitivos no están en condiciones de competir con la ciencia en su propio dominio; de hecho, no es un problema de com petición, ya que son distintos los objetivos en cuestión. Los que juegan a juegos diferentes no compiten entre sí. Se debe resaltar, por tanto, que aquí estamos tratando con algo que no es un defecto o deficiencia. Es una incapacidad ( disability ) impues ta por los objetivos {aims) de la empresa; los objetivos que caracterizan a la ciencia en cuanto la cosa que es. La tarea cognitiva característica de la ciencia es la descripción y explicación de los fenómenos: la respuesta a nuestras cuestiones cómo y por qué acerca del funcionamiento del mundo. Las cuestiones normativas de valor, importancia, legitimidad y similares, quedan simplemente «fuera del tema» en este proyecto. El que haya problemas fuera de su dominio no es un defecto de la ciencia de la Naturaleza, sino que es un aspecto esencial de su naturaleza co mo quehacer concreto con una misión propia. No es más defecto de la ciencia el dejar de ocuparse de las belles lettres que lo es el que un den tista no se ocupe de reparar muebles. No es una deficiencia del destor nillador el que no haga el trabajo del martillo. La incapacidad inherente al dominio de la ciencia a este respecto — el tener una misión finita y determinada— es algo que los cultiva dores de la ciencia harían bien en tener presente. Exagerar las preten siones de la ciencia hasta el punto de mantener que tiene «todas las res puestas» sobre la condición del hombre, el sentido de la vida o los asuntos de política social, es dar un paso peligroso. Porque siempre es imprudente hacer afirmaciones exageradas que rebasan lo que puede ser logrado. Esta visión hinchada de las capacidades invita al escepti
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cismo y a la hostilidad, como secuela de la frustración de las expectati vas, que es su consecuencia inevitable. El resultado tendrá que ser el lamentable fracaso en garantizar el crédito adecuado para los benefi cios, inestimablemente grandes, que obtengamos de la ciencia dentro de su propio dominio. El teórico que mantiene que la ciencia lo es todo y finaliza todo (aquel que no está en los manuales científicos no es digno ser conoci do) es un ideólogo con una doctrina distorsionada y peculiar de su co secha. Para él, la ciencia ya no es, por más tiempo, un sector del que hacer cognitive, sino una imagen del mundo que lo incluye todo. Ésta no es la doctrina de la ciencia , sino del cientificismo {scientism ). Adop tar esta posición no es celebrar la ciencia, sino deformarla arrojando el manto de su autoridad sobre cuestiones a las que nunca pretendió atender. Ludwig Wittgenstein escribió sobre este asunto: «nosotros senti mos que, aun cuando todas las preguntas científicas posibles fueran respondidas, el problema de nuestra vida no se habría tocado. Por su puesto que no quedaría entonces ninguna pregunta y, precisamente, ésa es la respuesta».9 Adopta así una postura austera que gira sobre la perspectiva según la cual los problemas científicos son los únicos que hay; que allí donde no haya ninguna cuestión científica para tratar, no queda nada que decir, y que la información fáctica es el término de la línea cognitiva. Sí se adopta esta posición, las cuestiones relativas a problemas normativos y evaluativos sobre la importancia, el significa do y la validez (cuestiones relativas a la belleza o el deber o la justicia, por ejemplo) pueden todas reducirse a cero. Semejante respuesta re suelve, de hecho, los «problemas de la vida», pero sólo porque los arroja a las tinieblas exteriores {outer darkness). Este positivismo científico es, en verdad, antipático con respecto a los valores humanos. Como ha observado L. Kolakowski, [esa doctrina] «es un intento de consolidar la ciencia como actividad autosuficiente, que agota todos los modos posibles de asimilar el mundo de forma in telectual. Según esta concepción positivista radical, las realidades del 9. W it t g e n s t e in , L., Tractatus Logtco-Philosophicus, edición bilingüe alemán-in glés, con trad, inglesa de C. K. Ogden y F. P. Ramsey, Routledge and K. Paul, Londres, 1922, n. 6.52. (Esta edición, en su reimpresión de 1933, es la utilizada en el original, en lu gar de la nueva versión inglesa de D. F. Pears y B. McGuinness: Routledge and K. Paul, Londres, 1961 [N. d elt .].)
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mundo — que pueden, desde luego, ser interpretadas por la ciencia de la Naturaleza, pero que, además, son objeto de la extremada curiosidad del hombre, fuente de temor o desagrado, ocasión para el compromiso o el rechazo— , si han de ser abarcadas por la reflexión y expresadas en palabras, pueden reducirse a sus propiedades empíricas. El sufrimien to, la muerte, el conflicto ideológico, las clases sociales, los valores anti téticos de todo tipo, todo ello es declarado fuera de los límites, cuestio nes sobre las que sólo podemos callar, en obediencia al principio de la verificabilidad. El positivismo así entendido es una escapatoria a com promisos, escapatoria disfrazada de definición del conocimiento...».10 Pero no hay nada en la ciencia o sobre ella que demande semejante deshumanización de nuestra sensibilidad. Tomar esta postura no es so lemnizar la ciencia sino distorsionarla. La ciencia no se ocupa de cuestio nes que no entren dentro de la esfera de problemas que forman su come tido: el dominio del hecho natural. Por ejemplo, la ciencia, como tal, no trata de los valores en tanto que realmente asumidos, sino que los man tiene a distancia como objeto de escrutinio descriptivo. Pero tales restric ciones en su dominio, que resultan de la limitación (finitude ) de los pro blemas que forman el cometido de la ciencia, difícilmente sirven como base para el rechazo como sin sentido de cuanto caiga fuera de su esfera. No tiene la ciencia derechos exclusivos sobre el «conocimiento», su territorio es mucho más estrecho que el campo de la razón indaga dora en general. Incluso entre los «modos de conocimiento», la ciencia % sólo representa uno entre otros. Está conectada al uso de la teoría pa ra hacer conjeturas razonables (o estimaciones) en orden a responder a nuestras cuestiones. Así, a partir de la experiencia objetivamente observacional, busca contestar nuestras preguntas acerca de cómo fun cionan las cosas del mundo. Pero hay muchas áreas en las que tenemos un interés cognitivo, áreas completamente ajenas al campo de la cien cia. En efecto, el hombre es miembro no sólo del orden natural de las cosas, sino también del orden específicamente humano. Hay más en la realidad que lo contemplado por la ciencia; en la dura pero estimulan te escuela de la vida, se nos examina de problemas para cuya solución los cursos de la ciencia, por sí solos, no nos preparan.
10. K o l a k o w s k i , L., The Alienation o f Reason, trad, de N. Guterman, Doubleday, Garden City, 1968, pág. 204. (En la versión original, en polaco, el título del libro es: Filozofiapozytywistyczna [N. delcomp.].)
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4.4. La índole autónoma de la ciencia Hemos de volver al problema del alcance explicativo de la ciencia. ¿Está la ciencia tan limitada que ciertas preguntas lácticas respecto a la naturaleza de las cosas simplemente se hallan fuera de su poder? La respuesta es aquí claramente negativa: nada de lo relacionado con pro blemas tácticos sobre el mundo y su modus operandi ha de situarse, en principio, fuera del alcance de la ciencia de la Naturaleza. Los objetos posibles de explicación científica exhiben una variedad enorme, más aún: sin fin [endless). Todas las propiedades y estados de cosas, todos y cada uno de los acontecimientos y eventos, el comportamiento y las ac ciones de la gente — en suma: todas las facetas de «lo que sucede en el mundo»— pueden considerarse como objetos adecuados de escrutinio y explicación científica. Ningún aspecto de la realidad natural queda, en principio, fuera de este ámbito. El terreno de la ciencia está lejos de incluirlo todo, pero en su propia provincia la ciencia conserva la supremacía. Paul Feyerabend sostiene en Against M ethod que la ciencia no es más que una forma de ideología y que haríamos bien en reemplazarla por un pot-pourri anarquista, de acuerdo con el cual «todo vale» (anything goes). Las pretensiones de la ciencia de proporcionar información objetiva y útil sobre el mundo no son mejores — a su juicio— que las del mito o la especulación ociosa.11 Pero es más fácil decir este tipo de cosas que probarlas. ¿Dónde están las disciplinas informativas, rivales de la ciencia corriente, que abarquen los modos alternativos de medicina, ingeniería, etc., capaces de igualar en eficacia las aplicaciones de la ciencia estándar? ¿Dónde están los siste mas teóricos rivales que pueden acercarse a la ciencia en capacidad de aplicación y predicción? Lo importante no es, desde luego, que las es tructuras alternativas de creencia sobre el mundo sean teóricamente im posibles o sin atractivo evaluativo; se trata simplemente de que, en com paración con la ciencia ortodoxa, [esas posibles alternativas] son desesperadamente ineficaces [ineffectual). La situación es simple y clara. Si queremos saber sobre los elemen tos de este mundo y sus leyes operativas, hemos de volvernos a la cien
11. Véase F eykrabend, P. K., Against Method, New Left Books, Londres, 1975. Ju to a su libro Contra el método, véase también F eyerabend, P. K., «Flow to Defend Society Against Science», Radical Rhtiosophy, vol. 11, 1975, págs. 3-8.
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cia (y, en la práctica, a la ciencia del momento). Cualesquiera que sean sus defectos y limitaciones, la ciencia es «el único juego disponible» con respecto a nuestra mejor imagen posible de las leyes de la Natura leza. No hay ningún otro sitio al que ir por información que merezca nuestra confianza. (La lectura de las hojas del té, la numerología, el oráculo délfico y similares no son alternativas serias.) Si queremos es tar informados sobre los componentes del mundo y sus modos de com portamiento, no hay ningún otro lugar donde ir. Dentro de su propio campo, la ciencia no tiene ningún desafío efi caz ni competencia seria. Cualesquiera que sean sus limitaciones y su falta de completitud (completeness ), la ciencia de la Naturaleza es ple namente autosuficiente dentro de su dominio propio de explicación y predicción de fenómenos naturales. Y esto es cómo debe ser, dado el hecho crucial de que la ciencia es autónoma. Las correcciones a la cien cia deben proceder de la ciencia misma. La ciencia está inexorable mente «completa» respecto a su autosuficiencia. El punto clave fue consignado hace mucho en la Phänomenologie des Geistes de H egel.12 No podemos poner límites a nuestro conoci miento (científico) de la realidad, porque toda relación del cono cimiento con la realidad ha de venir de dentro de ese conocimiento mismo. El pensamiento investigador no puede salir fuera de sí mismo para comparar sus resultados (deliverances ) con «la verdad real». No hay un criterio externo viable por el que puedan estimarse los resulta dos de la ciencia. No tenemos otra opción que seguir a la ciencia a don de nos lleve. No hay ningún otro recurso cognitivo externo a la ciencia para supervisar sus operaciones. Las deficiencias del trabajo científico sólo se pueden poner de manifiesto a partir del ulterior trabajo cientí fico. Los defectos de la ciencia sólo pueden ser eliminados por poste riores resultados de la ciencia. La aceptabilidad de las propuestas científicas es una cuestión que se ha de dirimir por completo en el nivel de las consideraciones inter nas al quehacer científico. Una «ciencia» sujeta a criterios de correc ción externos simplemente no se hace acreedora de ese nombre. Las 12. H e g e l , G. W. E , Phänomenologie des Gastes (1807), edición de J. I loflmeister, Hamburgo, 1952, págs. 63-66. Trad. cast. Wenceslao Roces: i a Venomenologin del Espíri tu, F.C.E., México, 1965, nn. 73-76. (En el texto original se menciona la traducción ingle sa de A. V. Miller: The Phenomenology o f Spirit, Oxford University Press, ( )xíord, 1977 [N. delt.Y)
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afirmaciones científicas, si se las corrige, deben ser corregidas por nue vas tesis científicas. Este hecho fundamental es la roca viva que pro porciona la única base sobre la que la doctrina de la ¿«/o-suficiencia (self-sufficiency) déla ciencia puede encontrar su asidero firme. Así pues, aun cuando haya también otros sectores de la esfera cognitiva y la ciencia de la Naturaleza sea sólo una disciplina cognitiva en tre otras, el hecho se mantiene: dentro de su dominio ella es soberana. Dentro de la esfera de su jurisdicción propia, la ciencia es, por así de cir, suprema, puesto que está sola y no tiene rival. Cualesquiera que sean sus limitaciones, la ciencia teórica y su proyección tecnológica constituyen nuestro único recurso para tratar adecuadamente las cues tiones que conforman el dominio propio de sus cometidos.
4.5. El progreso tecnológico y el problema de la complejidad Generalmente tendemos a pensar que el progreso tecnológico ha ce la vida más fácil. Es más rápido y resulta preferible atravesar los océanos por avión que navegando en barco. Pero, aun cuando todo es to sea verdad en gran medida, hay también otra cara de la moneda. Las acciones individuales están a menudo simplificadas a costa de compli car los procesos más abarcantes. El progreso tecnológico hace que la vida sea mucho más complicada al ampliar la gama de elecciones y oportunidades; incrementa, por tanto, la complejidad operativa de los procesos en torno a nosotros. Porque, en su despliegue para propor cionarnos más tiempo para hacer cosas, no es sólo la mejora en efi ciencia lo que el progreso tecnológico trae consigo, sino que también aumenta de modo muy apreciable el campo de las cosas que han de ha cerse e incrementa el carácter intrincado de los medios para su reali zación. Pensemos, por ejemplo, en el transporte y en la comunicación, donde los recursos modernos hacen que lleguemos a estar ligados a una red incesantemente creciente y de elecciones complejas. En cuanto que los medios se convierten en más eficientes, los pro blemas de elección y de decisión llegan a tener un nivel de elaboración mayor. Con el progreso tecnológico, hay cada vez más senderos que se distancian dé nosotros, dejándonos solos en los caminos de la vida. Hay incluso que elegir más veces, y son más las rutas que han de ser de jadas de lado. Nos vemos conducidos, inexorablemente, hacia regiones de mayor complejidad.
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Al principio, en los estadios menos sofisticados del progreso tec nológico, la dinámica del cambio operacional es menos problemática, y resulta fácil a la gente saber qué está sucediendo: pueden ver claro el camino de lo que se necesita hacer. Pero, con la creciente complejidad, ca da vez son menos los que pueden abarcar el proceso en cuestión y las implicaciones de innovación que comportan para su manejo por parte de la ingeniería social. Raras son, sin duda, las circunstancias en la que podemos tener una imagen clara de cómo funcionarán los cambios propuestos en los procesos y en los procedimientos para el manejo de la complejidad, tanto en lo que respecta a la sociedad en su conjunto, como en lo que atañe a ellos mismos y aquellos en los que tienen inte rés. Las sociedades tecnológicamente avanzadas presentan problemas de diversidad social, diferenciación política y disonancia económica que dan como resultado una complejidad del proceso que hace la pre dicción difícil y conduce a que sea virtualmente imposible un control efectivo a través de interacciones deliberadas. El aumento de la complejidad es una faceta que está presente por igual a lo largo del ámbito humano artificial del dominio físico y de la in geniería social. Y los límites a los que nos enfrentamos aquí están im puestos por los límites de nuestra capacidad para tratar con la compleji dad. Pudiera pensarse que la tecnología informática proporciona una mejora respecto de aquélla. Después de todo, ¿no son los recursos cognitivos que los ordenadores nos ofrecen los que compensan los proble mas de la complejidad? No realmente. En primer lugar, hay que recono cer la ayuda de los ordenadores, pero sólo respecto del procesamiento de la información, pues no contrapesan la índole negativa de la adqui sición superápida de la información. Así, sigue siendo válido el dicho clásico: en la medida en que funcionan los recursos de computación, entra basura (garbage) y sale basura. Persiste, además, el hecho de que los ordenadores hacen exac tamente aquello para lo que han sido programados. Los niveles de ma nejo de la complejidad que son capaces de conseguir están determi nados a tenor de los niveles de ingenuidad de sus programadores y, por tanto, están limitados por ellos. Se da también el problema de la inte racción imprevista e imprevisible entre los procesos que operan en el funcionamiento del ordenador. Estos «virus» pueden llevar a un mal funcionamiento operacional en las actividades del ordenador, que pue den producir accidentes en otros sistemas operacionales. Los ordena
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dores no resuelven tanto problemas de complejidad cuanto que gene ran problemas de complejidad ellos mismos. Tomado todo en consideración, tenemos entonces que persiste el hecho de que, a pesar de las enormes ventajas que los ordenadores ofrecen para procesar nuestro pensamiento, cuando abordan cuestio nes relacionadas con el manejo de la complejidad no consiguen, sin embargo, eliminarla. Más aún, no la eliminan ni pueden hacerlo, pues to que sólo desplazan a esta esfera las dificultades que encontramos en todas partes. Desde la perspectiva del problema de la complejidad, los límites característicos de la tecnología llevan a dos tipos de cuestiones. Por un lado, hay unos límites de capacidad debidos a la posibilidad física (p. ej., sólo podemos controlar las temperaturas para bajar a los cero grados Kelvin o acelerar las partículas a la velocidad de la luz); y, por otro lado, hay unos límites de gestión debido a la complejidad gerencial — complexity management — ip. ej., el control informático de los pro cesos incluidos al manejar probabilidades, estimaciones y aproxima ciones). Más aún, es un hecho que los sistemas de ingeniería de todos los sistemas artificiales intencionales (sean aviones u ordenadores o sis temas de control financiero) están todos sujetos a averías. Cada tecno logía que tiene una función posee también su mal funcionamiento; los límites y las limitaciones de esta índole son inherentes a la tecnología. Y, en la medida en que la tecnología se hace más compleja, el funcio namiento defectuoso resulta más difícil de predecir, de controlar o, in cluso, de detectar. (Cuando el accidente de un avión ocurría en los años veinte, era fácil hacerse una idea del motivo; en los años noventa, resulta mucho más difícil.)
4.6. La tecnología y la solución del problema de la complejidad Además de ser parte del problema de la complejidad, la tecnología contribuye a ser parte de la solución. Porque mientras el progreso tec nológico siempre plantea nuevos problemas en el procesamiento de la información y en el control de los procesos operativos, también ayuda a resolver cuestiones de este tipo. La ingeniería relacionada con la se guridad en sus diferentes formas (la previsión redundante, los sensores detectores de fallos), junto con la automatización «cibernética» de los mecanismos de control y, sobre todo, el uso de ordenadores en el pro
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cesamiento de la información y de la puesta en práctica de las decisio nes, pueden proporcionar recursos poderosos para la resolución de problemas en contextos tecnológicos. Resulta particularmente intere sante que la electrónica en el automóvil actual cuesta algo así como dos mil dólares más que el acero utilizado para producir el coche mismo. Permanece, sin embargo, la cuestión crucial acerca del ritmo com parativo: ¿qué crece más de prisa con el progreso tecnológico: la serie de problemas que han de ser resueltos o el alcance y capacidad de nues tros instrumentos para la solución de problemas? Puede parecer que la tecnología compleja siempre supone una ventaja para solucionar pro blemas, pero el hecho es que, en la medida en que los sistemas tecno lógicos llegan a ser más complejos, su operación se convierte en más complicada. Y, con el paso del tiempo, la complejidad de gestión {ma nagerial) deja generalmente detrás al crecimiento de la sofistificación funcional. Porque al añadir complejidad siempre se impone una nueva dificultad en cuestiones de proceso y procedimiento. A este respecto, las concatenaciones de procesos siempre crecen a un ritmo más rápido que los procesos mismos. A la larga y a la corta, la complejidad de procesamiento mediante ordenadores no removerá los obstáculos a la efectividad en la gestión debido, precisamente, a que los problemas de complejidad crecen más deprisa que los medios para su solución. Los ordenadores — los ins trumentos que potencian nuestra capacidad de gestión respecto de la complejidad— amplían el ámbito del campo de acción y, por eso mis mo, aumentan la complejidad a la que hemos de hacer frente. Está fuera de duda que la solución de problemas mediante el uso de ordenadores es una de las maravillas de nuestra era: los ordenado res permiten hacer volar a los aviones, enviar módulos a la Luna, ganar torneos de ajedrez y desarrollar pruebas matemáticas. Dadas estas cir cunstancias, hemos de afrontar lo que podríamos llamar efecto Hidra , a tenor del monstruo mitológico que hizo crecer varias cabezas para que tomaran el puesto de cada una de las que habían sido cortadas. Hay una simbiosis de retroalimentación entre problemas y soluciones que opera de tal modo que el crecimiento de los primeros deja atrás sistemáticamente a las segundas. En consonancia con esto, la informa ción sofistificada y la tecnología de control no resuelven tanto los pro blemas de complejidad cuanto aumentan su dominio mediante la ge neración, por su parte, de problemas de complejidad. A pesar de las
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ventajas enormes que proporcionan a nuestros esfuerzos intelectuales para gestionar la complejidad, los ordenadores no pueden ni podrán eliminar sino sólo desplazar y ampliar las dificultades que encontramos a lo largo y ancho de este campo. Este efecto Hidra está estrechamente vinculado al principio de pro pagación de cuestiones en asuntos de investigación empírica. El fenóme no del «nacimiento» continuo de preguntas fue resaltado primero por Immanuel Kant, quien escribió que «la solución dada a cualquier cues tión empírica (científica) suscita ulteriores cuestiones que han de ser re sueltas».15 Esta apertura a preguntas nuevas y más profundas en el cur so de nuestras indagaciones en el campo de los hechos empíricos es un fenómeno que está tan bien establecido empíricamente como cualquier otro descubierto en el ámbito de estudio de la Naturaleza misma. En la medida en que la historia de la ciencia tiene lecciones que darnos, sos tiene de manera poderosa este principio de propagación de cuestiones en la investigación empírica. Y merece que sea resaltado que esta cir cunstancia de escalonamiento de la diversidad y amplitud de los proble mas se mantiene en los dos grandes casos: los prácticos y los cognitivos. Así pues, a la larga y a la corta, los recursos tecnológicos que am plían nuestros poderes en el plano de la resolución de problemas no sólo no se las arreglan para reducir el tamaño global del ámbito de pro blemas que afrontamos, sino que, en realidad, lo que hacen es ampliar los. El progreso tecnológico genera lo que podríamos caracterizar co mo el efecto de «bola de nieve», porque la complejidad alimenta más complejidad a través de la creación de problemas de situación de los cuales sólo puede sacarnos una capacidad tecnológica adicional. Con el progreso de la ciencia, la tecnología y, en general, de los artefactos humanos, la complejidad es auto-potenciadora ya que genera complica ciones del lado de los problemas que sólo pueden ser atendidos ade cuadamente mediante una ulterior complicación del lado de los pro cesos y procedimientos. El incremento de la sofisticación tecnológica nos enfrenta con una retroalimentación dinámica de interacción entre problemas y solucio-13
13. K a n t , L, Prolegomena zu einer künftigen Metaphysik (1783), n. 57. K a n t , I. Werke, vol. 4, ed. Akademie a cargo de Benno Erdmann, Walter de Gruyter, Berlin, 1968, pág. 352. (Trad. cast, de Julián Besteiro: Prolegómenos a toda Metafísica del porvenir, Da niel Jorro, Madrid, 1912 [iY delcomp.].)
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nes que, en última instancia, transforma cada solución sucesiva en ge neradora de nuevos problemas. Y estos efectos retroalimentadores operan de tal modo que no todos los intentos y enfoques para incre mentar el ritmo en el dominio de los problemas quedan continuamen te por detrás de nuestra capacidad de proporcionar soluciones. Tanto nuestros problemas como nuestras soluciones se hacen más complica dos al hilo del progreso tecnológico, pero la crux del asunto descansa en el peso comparativamente más grande del incremento en el lado de la complejidad de los problemas. Hoy hay un gigantismo en la maquinaria que gestiona la ciudad contemporánea, la corporación industrial o la Universidad, y no es por accidente. Diseñada para controlar mejor los cada vez más complejos problemas, la maquinaria administrativa de esas organizaciones queda siempre bastante por debajo del punto de eficacia en la actuación.14 En la medida en que la capacidad funcional de tales instituciones se am plía bajo la presión del progreso tecnológico, el espectro de las opera ciones de gestión se expande de manera explosiva. Con la moderna tecnología de comunicación y de gestión de la información, la buro cracia está asociada al crecimiento, al margen de las tareas operativas concretas para cuya administración se instituyó la burocracia.15
14. Puede pensarse a este respecto en la Ley de Parkinson, que se examina en PAR C. N., Parkinson's Law, Houghton Mifflin, Boston, 1957. 15. Del interés por estos temas queda constancia reciente en RESCHER, N., Com plexity: A Philosophical Overview, Transaction Publishers, New Brunswick, NJ, 1998. En el presente estudio, se recoge y amplía la línea de trabajo que se refleja en RESCHER, N., The Limits o f Science, University of California Press, Berkeley, 1984. KINSON,
V LA PERFEC C IÓ N COM O ID EA L REG U LA TIV O 1
SIN O PSIS 1) La investigación de la realidad física en las ciencias de la Natu raleza se desarrolla a través de pasos sucesivos en la sofistificación de la tecnología correspondiente a la observación y la experimentación. 2) Esta dependencia de la ciencia respecto de la tecnología establece lí mites estrictamente tecnológicos al desarrollo de nuestro conocimiento teorético. Esto supone que la ciencia física debe evolucionar mediante etapas sucesivas de sofisticación del «estado del arte» tecnológico, i) V aquí lo último no es lo de menor entidad: los descubrimientos de los estadios recientes no son menos significativos e informativos que aque líos de la fase anterior. No está funcionando un proceso de convergen cia. 4) Por esa razón, la prospectiva de completitud de una ciencia peí fecta es radicalmente problemática. Lo que se aborda aquí no es mut idea realista sino meramente una concepción regulativa.
5.1. Escalonamiento tecnológico Los físicos señalan a menudo que el desarrollo de nuestra com prensión de la Naturaleza atraviesa sucesivos estratos de sofisticación teorética.12 Pero es claro que el progreso científico depende en no menor
1. Texto perteneciente al curso sobre «Límites de la ciencia», impartido en la Facul tad de Filosofía de la Universidad de Murcia. La versión inglesa corresponde al 26 de fe brero de 1992 y ha sido revisada en septiembre de 1996. La traducción castellana ha sido realizada por Juan Carlos León. 2. «M irando atrás, se tiene-la impresión de que el desarrollo histórico de la descrip ción física del mundo consiste en una sucesión de estratos de conocim iento, de generalidad creciente v de profundidad mayor. Cada estrato tiene un cam po bien definido de validez;
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grado de las continuas mejoras en sofisticación técnica. La adquisición humana de conocimiento acerca de las obras de la Naturaleza es un asunto de interacción-, una transacción en que ambas partes, hombre y Naturaleza, tienen un papel crucial. La mayor parte de quienes tratan sobre los límites de la ciencia se ocupan en especial de la parte humana, y enfocan la cuestión como resultado — ante todo y en primera instan cia— de fallos y deficiencias humanas {sean en el intelecto, la capacidad de aprendizaje, la memoria, la imaginación, la fuerza de voluntad, etc.J. Se ignora con demasiada facilidad que también hay «límites» al progre so científico que residen en las limitaciones físicas que nos son impues tas por la Naturaleza del mismo Universo físico. La perspectiva que nos proporciona un modelo de exploración re sulta útil en conexión con esto. El progreso en la ciencia de la Natura leza ha sido antaño relativamente fácil porque se exploraba la Natu raleza de nuestro propio entorno: no ya de nuestros alrededores espaciales, sino de nuestro entorno paramétrico formado por un ámbi to de variables físicas como las de temperatura, presión, radiación, etc. Aquí, gracias a la herencia evolutiva de nuestro aparato sensorial y cog nitive, hemos podido operar con relativa facilidad y libertad. Pero, a medida en que nos apartemos más y más de nuestro campo base hacia fronteras más remotas, la innovación científica se hará más y más difí cil, y costosa. Sin un desarrollo permanente de la tecnología de la experimenta ción y la observación, el progreso científico se detendría bruscamen te. Los descubrimientos de hoy no pueden conseguirse con la instru mentación y las técnicas de ayer. Para obtener nuevas observaciones, para detectar nuevos fenómenos y para comprobar nuevas hipótesis, se necesita una tecnología de investigación cada vez más potente. A lo largo y ancho de las ciencias de la Naturaleza, el progreso tecnoló
hay que traspasar los límites de cada uno para llegar al siguiente, el cual se caracterizará por leyes más generales y abarcantes y por descubrimientos que supondrán mayor penetración en la estructura del Universo que la alcanzada en estratos anteriores», A m a o d i , E.. «The Unity ot Physics», Physics Today, vol. 261, n° 9, Septiembre, 1973, pág. 24. Véase también WlGNER, E. P., «The Unreasonable Effectiveness of Mathematics in the Natural Sciences», Communications of Pure and Applied Mathematics, vol. 13, 1960, págs. 1-14: al igual que WlGNER, E. P., «The Limits of Science», Proceedings o f the Ame rican Philosophical Society, vol. 93,1949, págs. 521-526. Compárese también el capítulo 8 de MARGEN’AL, H., The Nature o f Physical Reality, McGraw Mill, Nueva York, 1950.
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gico se presenta como requisito crucial para el progreso cognitivo. Estamos embarcados en un empeño sin fin de ampliación del rango de la efectiva intervención observacional y experimental. Sólo cuan do operamos bajo condiciones nuevas y previamente inaccesibles — alcanzando casos extremos de temperatura, presión, velocidad co r puscular, fuerza de campo, etc.— podemos hacernos cargo de cuáles son las circunstancias que nos permiten comprobar nuestras hipóte sis y teorías. Esta situación apunta hacia la idea de que hay un «nivel tecnológi co» correspondiente a cada estadio de desarrollo de la tecnología de investigación con respecto a la generación y proceso de datos. Esta tec nología de investigación se divide en niveles relativamente distintos o fases de sofisticación, en correlación con las «generaciones» sucesiva mente posteriores de instrumentación y maquinaria m an ip u late. G e neralmente, esos niveles se distinguen entre sí por mejoras sustanciales (más o menos en orden de magnitud) en el control de parámetros in formativos tales como la exactitud de medición, el volumen de proce so de datos, la sensibilidad de detección, altos voltajes, altas o bajas temperaturas, etc. El aspecto clave de esta situación es que, una vez alcanzados los ha llazgos fundamentales accesibles a determinado nivel de tecnología de datos, el logro de mayor progreso en esa área de problemas requiere ascender a un nivel más alto en la escala tecnológica. Cada nivel de tec nología de datos está sujeto a saturación de descubrimientos : el cuerpo de hallazgos científicos significativos obtenible a cualquier nivel es f i nito (y, en verdad, no sólo finito sino también relativamente pequeño). Dentro de una particular área de problemas y en relación con un de terminado nivel de tecnología de datos, se ve uno abocado a una situa ción de eventual agotamiento, obteniéndose así una versión local de la teoría del progreso que se basaba en el modelo de descubrimiento pro pio de la exploración geográfica. Pero, desde luego, el agotamiento de fenómenos por descubrir a un cierto nivel tecnológico no hace que el progreso se paralice. Siem pre llegan a ser alcanzables nuevos hallazgos fundamentales en cuanto se asciende al siguiente nivel de sofisticación en la tecnología de datos relevante. La necesidad de nuevos datos nos fuerza a mirar más y más allá del «campo base» familiar para el hombre, dentro del espacio pa ramétrico de la Naturaleza. En ciencia jamás se nos pide que sigamos
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haciendo lo mismo que se ha hecho antes. Una tarea todavía más desa fiante es la planteada por las demandas en constante escalada de nue vos datos que sólo cabe obtener en nuevos niveles de sofisticación tec nológica. Así, aunque el progreso científico siempre es posible en principio — no existen límites absolutos o intrínsecos para descubri mientos científicos significativos— , la realización de esta permanente posibilidad exige un continuo mejoramiento de la capacidad tecnoló gica de extracción y explotación de datos. En la ciencia, como en la guerra, no pueden librarse las batallas del presente con las armas del pasado. Nos vemos, por así decirlo, en situación de carrera de arma mentos tecnológica contra la Naturaleza.
5.2. Los requisitos técnicos suponen limitaciones inevitables Aunque podemos anticipar fundadamente que nuestra tecnología científica verá un permanente mejoramiento en respuesta al continuo derroche de esfuerzos, nunca podremos esperar que llegue a la perfec ción. No hay razón para creer que alguna vez alcanzará, o incluso que pueda alcanzar «el final de la línea». Siempre habrá más por hacer: ca da uno de los sucesivos niveles de capacidad técnica tiene sus propios límites, cuya superación comienza en otro nivel todavía más sofistica do. Siempre pueden aumentarse en teoría las presiones y temperatu ras alcanzables, los experimentos a baja temperatura acercarse más al cero absoluto, las partículas acelerarse a velocidad más cercana a la que tiene la luz, y así sucesivamente. Cualquiera de esas mejoras en el dominio práctico trae consigo (según nos enseña la experiencia) nue vos fenómenos, así como una mayor capacidad de comprobación de hipótesis más avanzadas y de discriminación entre teorías alternativas conducentes a la profundización de nuestro conocimiento de la Natu raleza. Pero aunque siempre quede algo por hacer, su realización es cada vez más dificultosa. Y los recursos materiales a nuestra disposición son limitados. Tales límites restringen inexorablemente nuestro acceso cognitivo al mundo real. Siempre quedarán interacciones con la Natu raleza aún sin realizar, de tan gran escala (en cuanto a energía, presión, temperatura, velocidad corpuscular, etc.) que su realización requeriría más recursos que los que podemos empeñar. Y donde haya interaccio nes a las que no tenemos acceso, existirán (presumiblemente) fenóme
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nos que no podremos discernir. Sería muy poco razonable esperar qui la Naturaleza limitara la distribución de fenómenos cognitivamente significativos a Jos ámbitos que caen bajo nuestro alcance. Seguro que los griegos de la antigüedad eran tan inteligentes como nosotros; y tal vez incluso más. Pero teniendo en cuenta la información tecnológica del momento, no es ya improbable sino realmente inconce bible que los astrónomos griegos pudieran haber proporcionado una explicación del fenómeno del acercamiento al rojo, o los médicos grie gos de la transmisión bacteriológica de alguna enfermedad contagiosa. Los tipos de datos relevantes que se necesitan para que tales fenóme nos caigan dentro del ámbito cognitive simplemente quedaban más allá de su alcance. Considerando la instrumentación existente en aque llos tiempos, los griegos (por muy capacitados que estuvieran mental mente) no tenían form a alguna de alcanzar física o conceptualmente los fenómenos relevantes. El progreso de la teorización en esas direcciones quedaba impedido, de forma no permanente pero sí entonces y allí pa ra ellos , por una barrera tecnológica en relación con la obtención de datos: una barrera tan absoluta como las barreras tecnológicas que ha bía entonces para desarrollar el motor de combustión interna o el telé grafo sin hilos. El historiador de la ciencia danés A. G. Drachmann cierra con la siguiente observación su excelente libro The Mechanical Technology o f Greek and Toman Antiquity. «Preferiría no buscar en los factores so ciales la causa del fallo de cierta invención, hasta no estar totalmente seguro de que no se encuentra en las posibilidades técnicas de la épo ca».3 La historia de la ciencia , al igual que la historia de la tecnología , está condicionada crucialmente por la naturaleza limitada de «las posi bilidades técnicas de la época». Y esto se aplica a nosotros tanto corno a los antiguos. El progreso sin nuevos datos es posible, desde luego, en varios campos de estudio e investigación. El caso de la matemática pura, por ejemplo, muestra que pueden hacerse descubrimientos e n u n área d e investigación que opera sin datos empíricos. Pero ello difícilmente re presenta un planteamiento factible en ciencias de la Naturaleza. La d e pendencia explícita de datos adicionales - -el aspecto empírico indi
3. DRACHMANN, A. G.. The Mechanical Technology ni ( I n r i am! Rinnan Aiifh/tnív, Munksgaard y University of Wisconsin Press, ('openlugiie-Miulisou, l lIM, p.ig;, J./ I JAI
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minable de la disciplina— es exactamente lo que sitúa a las ciencias de la naturaleza como algo aparte no sólo de las ciencias form ales (lógica y matemáticas), sino también de las ciencias hermenéuticas que, como las humanidades, buscan incesantemente la reinterpretación y re-reinterpretación imaginativa de los viejos datos a partir de las nuevas pers pectivas conceptuales. En consecuencia, hemos de conformarnos con el hecho de que no podemos esperar con realismo que nuestra ciencia — sea cual sea el es tadio de su desarrollo real— llegue a estar en posición de ofrecernos un control sobre la Naturaleza que no sea más que muy parcial e in completo. Porque la consecución del control sobre la Naturaleza re quiere no sólo instrumentaciones conceptuales (conceptos, ideas, teo rías, conocimiento), sino también, y de forma no menos importante, el desarrollo de recursos físicos (tecnología y «poder»). Y ios recursos fí sicos a nuestra disposición son restringidos y finitos. Se sigue que nues tra capacidad de control está destinada a permanecer imperfecta e in completa, quedando siempre sin hacer gran parte del reino de lo agible. Nunca seremos capaces de llegar tan lejos como quisiéramos por este camino. En cada etapa del progreso científico, podremos ciertamente com prender y explicar fácilmente lo que ocurrió antes. Siempre podremos decir: «Sí, por supuesto, dado que las cosas están así, es perfectamen te comprensible que antes, cuando llegamos a ellas de tal o cual forma, obtuviéramos tal tipo de resultados, aunque fueran erróneos». Pero, desde luego, esta sabiduría es sólo de vista atrás. En ninguna fase ten dremos la posibilidad de usar una pre-visión que prediga lo que queda por delante en el proceso de discernimiento de datos. La imposibilidad de prever los nuevos fenómenos que acompañan al progreso tecnoló gico significa que en ningún momento podremos prejuzgar lo que se encuentra por delante en el camino exploratorio. Así pues, tanto por lo que refiere a las regularidades observables en la Naturaleza, como por lo relativo a sus constituyentes discernióles, emer gen resultados muy diferentes en los diversos niveles del arte observacional. Y en cada fase nos ocupamos de un orden o aspecto diferente de las cosas. Pero no podemos «llegar hasta, el fondo» en lo que se refiere a la Naturaleza. La Naturaleza tiene siempre ocultas reservas de poder. La dependencia tecnológica establece límites tecnológicos , primero en cuanto a la adquisición de datos y, después, en cuanto a la provee-
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ción de la teoría. Las limitaciones de capacidad física suponen limi taciones cognitivas para la ciencia empírica. Donde hay fenómenos inaccesibles, ha de haber también inadecuación cognitiva. A este res pecto, es obvio que los empiristas estaban totalmente en lo cierto. Só lo los racionalistas más fanáticos podrían sostener que la capacidad del intelecto puro compensa la carencia de datos. La existencia de fe nómenos inobservados significa que nuestras sistematizaciones teoré ticas pueden muy bien ser incompletas (y presumiblemente lo son). En la medida en que ciertos fenómenos no sólo están sin detectar, si no que son inaccesibles por la misma naturaleza del caso (aun cuando sólo sea por las razones meramente económicas antes sugeridas), nuestro conocimiento teorético de la Naturaleza debe presumirse que es imperfecto. De esta forma, los rasgos fundamentales inherentes a la estructura de la investigación interactiva del hombre sobre el mundo son algo que conspira en favor de la incompletitud de nuestro conoci miento. Y, en este dominio, la incompletitud lleva a la incorrección. La formación de una teoría científica es, en general, cuestión de discerni miento de una regularidad local de fenómenos en el espacio paramé trico, que después se proyecta «más allá de la barrera», manteniéndo la globalmente. Pero las afirmaciones teoréticas de la ciencia nunca tienen carácter local: no son ni espacio-temporal ni paramétricamen te locales. Especifican cómo son las cosas siempre y en todas partes. Así pues, no hace falta un conocimiento estadístico sofisticado para percatarse de que la proyección inductiva que se hace en la ciencia es invariablemente asunto de riesgo. Tampoco hace falta un conoci miento sofisticado de la historia de la ciencia para percatarse de que nuestros peores temores casi siempre se cumplen: nuestras teorías ra ramente sobreviven intactas, si es que alguna vez lo hacen, tras una ampliación de nuestro acceso a sectores del espacio paramétrico de observación y m o v i m i e n t o . D e s p u é s d e t o d o , Ja h i s t o r i a d e Ja c i e n c i a es la historia de los sucesivos episodios de superación de conclusiones erróneas.
ß j . Carácter insostenible del convergentismo de C. S. Peirce Puede que resulte tentador sustituir la idea de un estado final de completitud en la ciencia por la idea de aproximación convergen
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te propia de Charles Sanders P eirce.4 Se trata de representarse una situación en que la ciencia, con el paso del tiempo, se aproxime a una configuración final y definitiva, discernible como tal en la me dida en que los resultados alcanzados sean cada vez más concor dantes y los productos obtenidos en los sucesivos estadios de desa rrollo de la materia sean cada vez menos diferenciados. Ante tal sucesión de cambios de trascendencia cada vez menor, podríamos llegar a mantener que el mundo no es realmente como la ciencia ac tual dice que es, sino más bien como lo afirma esa ciencia-lím ite ca da vez más claramente emergente. La trascendencia del cambio que se da en cierto momento queda disminuida, porque los cambios en cuestión son cada vez menos importantes con el transcurso del tiempo. Nos aproximamos de forma creciente a una imagen esen cialmente estable. Esta perspectiva es en verdad teoréticamente posible. Pero ni la experiencia histórica ni consideraciones de principio general nos dan razón para pensar que esa posibilidad sea real. ¡Todo lo contrario! Cualquier teoría acerca de una convergencia en la ciencia, por muy cui dadosamente articulada que esté, queda hecha añicos ante la innova ción conceptual que trae continuamente a la palestra conceptos cientí ficos enteramente nuevos y radicalmente diferentes, y que conlleva una continua y total revisión de Ins «hechos establecidos». «¿Cuál de los cuatro elementos (aire, tierra, fuego, agua) es e l 'ark h é ’ supremo, la clase de materia fundamenta] a partir de la cual se ori gina la entera realidad?», se preguntaban los primeros milesios. Ellos contemplaron esas cuatro alternativas, junto con la quinta posibilidad de una materia neutral e intermedia. No se les ocurrió pensar que to da su investigación estaba abocada al fracaso por basarse en una erró nea concepción de los «elementos». Tampoco parecía ser algo realista, para aquellos físicos de finales del siglo XIX que investigaron las pro piedades del éter luminoso, el que no pudiera existir en absoluto tal medio de transmisión de la luz y el electromagnetismo. Los investigadores de una etapa aún más anterior no sólo no sabían lo que era la vida me
4. Véase R e s c h e r , N., Peirce’s Philosophy of Science, University of Notre Da Press, N. Dame, 1978. «La verdad es ese acuerdo (accordance>de un enunciado abstracto con el límite ideal hacia el que tendería la investigación sin término para traer la creencia científica», PtaRCE, (i. S., Collected Papers. vol. 5, edición de
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día del californio, sino que tampoco hubieran entendido este hecho aunque se les hubiera explicado. En la investigación fáctica sobre el mundo, no puede hacerse nada mejor que plantear cuestiones y sondear las alternativas actualmente visibles. Pero las cuestiones que podemos plantear están limitadas por nuestros horizontes conceptuales. Y las respuestas que podemos vis lumbrar quedan también limitadas por la situación cognitiva, (Los griegos no podían plantearse interrogantes sobre el desplazamiento de los continentes; los romanos no podían ni pensar en explicar las ma reas partiendo d éla gravitación.) Y, por supuesto, todo el proceso de búsqueda de respuestas puede llegar a fracasar a causa de que la mis ma cuestión que se esté planteando se apoye sobre suposiciones insos tenibles. El continuo progreso científico no consiste simplemente en ganar exactitud con unos cuantos decimales más en los números que compo nen nuestras descripciones de la Naturaleza, por lo demás estables. El progreso científico significativo es genuinamente revolucionario al im plicar un cambio fundam ental de mentalidad acerca de cómo acaecen las cosas en el mundo. El progreso de este calibre generalmente no es cosa de ir sumando hechos adicionales — como si se tratara de rellenar un crucigrama— , sino de cambiar la estructura misma. Y esto bloquea la teoría de la convergencia. En cualquier proceso convergente, ser más tarde es ser menor. Pero ya que el progreso científico en asuntos de importancia funda mental es, generalmente, cuestión más de sustitución que de suplementación, no hay motivo para ver las cuestiones más tardías en la ciencia como cuestiones menores en cuanto a su importancia en rela ción con la ciencia como empresa cognitiva; eso sería pensar que la Naturaleza siempre está dispuesta a desentrañar sus principales se cretos más pronto, y a no reservarse más que lo relativamente insig nificante para más tarde. (Y tampoco parece razonable pensar que la Naturaleza es perversa, al hacernos caer en una decepción cada vez más profunda en la medida en que procede la investigación.) Un efecto de escala muy pequeña — incluso uno que caiga muy lejos, ca si en los extremos del «rango exploratorio» en términos de tempera tura, presión, velocidad, o algo semejante— es algo que puede forzar una revolución tie gran alcance y tener profundo impacto en cuanto a revisiones leorétieas fundamentales. (Piénsese en la relatividad es-
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pedal, en relación con la experimentación sobre el desplazamiento del éter, o en la relatividad general, en relación con el perihelio de M ercurio).5 Sobre esta base, se llega a una visión del progreso científico como un proceso continuado en el que las sucesivas etapas fundamentales en la evolución de la ciencia entrañan innovaciones de interés e impor tancia global y no disminuida. Nos vemos forzados a rechazar el convergentismo como una posición que carece de apoyo, no sólo por parte de consideraciones de principio general, sino también de realidades de nuestra experiencia en la historia de la ciencia,
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3.4. La «ciencia perfecta» como idealización que proporciona un ímpetu productivo y una concepción útil por contraste Las razones de principio general y las posibilidades prácticas se combinan de la forma descrita para impedirnos el poder llegar jamás a una completitud en las ciencias de la Naturaleza. Sencillamente, la per fección no es una meta realista dentro del dominio de la cognición científica. No es algo realizable sino, en el mejor de los casos, una con cepción útil por contraste, que pone en su lugar a la ciencia real y nos ayuda a sensibilizarnos respecto a sus imperfecciones. El valor de esta idealización no reside en su futura realizabilidad sino en su permanen te utilidad como ideal regulativo, que proporciona un contraste con lo que realmente tenemos: algo que destaca sus limitaciones más sobresa lientes. La ciencia ideal no es algo que tengamos a mano aquí y ahora. Y hay que subrayar que tampoco es algo hacia lo que avancemos siguien do las líneas asintóticas y aproximativas concebidas por Peirce. La 5. La presente crítica del convergentismo es, pues, bien diferente de la crítica de \X’. V. Quine. El sostiene que la idea de «convergencia hacia un límite» está definida con res pecto a números, pero no con respecto a teorías, de forma que hablar del cambio científi co como algo que lleva a una «convergencia hacia un límite» no es sino una metáfora en gañosa. «Se hace un uso imperfecto de una analogía matemática cuando se habla de límites de teorías, pues la noción de “límite” depende de la noción de “más cerca que”, la cual está definida para números pero no para teorías», QUINE, XC. V., Word and Object, M.I.T. Press, Cambridge, 1960, pág. 23. Las presentes deliberaciones se proponen aplicar a las teorías la metáfora de las diferencias sustanciales o insignificantes, pero quiero negar expresamente que, como cuestión de hecho, el curso de la innovación de teorías científi cas deba descender finalmente al nivel de las trivialidades.
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ciencia existente ni tiene ni tendrá nunca la perfección. Los ideales cognitivos de completitud, unidad, consistencia y finalización definiti va representan una aspiración y no una realidad por venir, son un telos idealizado y no una condición realizable. La ciencia perfecta queda fuera de la historia, y sirve como elemento de contraste que no puede alcanzarse en este mundo imperfecto; aunque sí resulte útil al enfren tarnos con una idealización que hace que nunca quedemos satisfechos con lo realmente alcanzado. Hablando de las aspiraciones morales de la voluntad humana, Kant escribió lo siguiente: L a p e r f e c c ió n [d e la v o lu n ta d m o r a l] es a lg o d e lo q u e n in g ú n s e r r a c io n a l e n el m u n d o s e n s ib le es c a p a z e n n in g ú n m o m e n to . P e r o ya q u e se r e q u ie r e [d e n o s o t r o s ] c o m o a lg o n e c e s a r io e n la p r á c t ic a , s ó lo p o d r á e n c o n t r a r s e e n e l in t e r m in a b le p r o g r e s o h a c ia e sa c o m p le ta id o n e id a d ; es p r e c is o a su m ir, b a s á n d o s e e n lo s p r in c ip io s d e la p u ra R a z ó n p r á c t ic a , q u e e se p ro g re s o p r á c t ic o es e l o b je t o re a l d e n u e stra v o lu n ta d ... L o ú n ic o p o s ib le p a ra un s e r ra c io n a l p e ro íin it o es el c o n tin u o p r o g r e s o d e s d e lo s e s ta d io s m á s b a jo s a lo s a lto s d e la p e r f e c c ió n m o r a l.6
Con certeza, casi lo mismo cabe mantener respecto al perfecciona miento cognitivo del conocimiento humano. La contrapartida epistémica de nuestro compromiso con los ideales morales es nuestro com promiso con el ideal de una ciencia perfecta en su búsqueda de una inalcanzable completitud sistemática. Ello refleja el afán por alcanzar los fines racionales de completitud, totalidad y finalización sistemática; un afán no menos noble por no ser finalmente alcanzable. Si la obra de la investigación racional en la esfera de las ciencias de la Naturaleza fue ra completadle, sería algo totalmente trágico para nosotros, ya que po dría significar el final de uno de nuestros más nobles esfuerzos. La idea de «ciencia perfecta» es el focus imaginarius cuya búsque da canaliza y estructura nuestra investigación. Representa el telos final de la investigación, el destino idealizado de un viaje incompletable, un Grial que podemos perseguir pero no poseer. El ideal de perfección
6. KANT, I., Kritik ¿er praktischen Vernunft, Ed. Akademie (vol. 5), W. de Gruyter, Berlin, 1968, libro 2, cap. 2, secc. 4; pág. 122. (Fue traducida por Emilio Miñana Villagrasa y Manuel García Morente: Critica de la razón práctica, Victoriano Suárez, Madrid, 1913, reimpresa en Círculo de Lectores. Barcelona, 1995 [.V del comp.].)
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desempeña así una función fundamentalmente regulativa que resalta el hecho de que la realidad no cumple nuestras aspiraciones cognitivas; su papel es afín al de aquel funcionario que recordaba al emperador romano su carácter mortal, pues nos recuerda que nuestras pretensio nes cognitivas siempre resultan vulnerables. Es mil en este contexto tener en cuenta la distinción entre meta e ideal. I Ina meta es algo que esperamos y confiamos alcanzar. Un ideal es meramente un atisbo ansiado, un «sería estupendo que», algo que fi gura como aspiración más que como expectativa; atendemos a lo que nos estimula en el presente más que a su realización en el futuro. Una meta tíos mueve a luchar por alcanzarla; un ideal motiva y alienta. Lo primero ejerce una atracción a fronte, lo segundo un empuje a tergo. Un ideal no nos plantea un destino que tengamos expectativas de al canzar; es algo cuya real consecución ni siquiera esperamos, pero cuya contemplación nos vuelve insatisfechos con lo que tenemos. Es en este sentido en el que la «ciencia perfecta» es un ideal. La contemplación de este ideal nos recuerda que la condición humana está suspendida entre la realidad de un logro im perfecto y el ideal de una perfección inalcanzable. Abandonar esta concepción — rechazando la idea de una «ciencia ideal» como la única que pu diera afirmarse que ofrece una comprensión definitiva de la reali dad— supondría abandonar una intuición que configura de manera crucial la visión que reclamamos de la Naturaleza y status del cono cimiento. Si la abandonásemos, dejaríamos de estar obligados a de cir que nuestra visión de las cosas es meramente aparente y presun ta. Estaríamos entonces tentados a caer en la falta de realismo que supondría considerar nuestra imagen de la Naturaleza como real, auténtica y definitiva: un estrato que nos damos cuenta, en el fondo, que no merece. Aquí, como siempre, hemos de aceptar que existe una brecha en tre aspiración y logro. En la esfera práctica — en la artesanía, por ejem plo, o en el cuidado de la salud— podemos esforzarnos por lograr la perfección, pero nunca podremos afirmar que la hemos alcanzado. La situación en el terreno de la investigación es totalmente paralela a la que nos encontramos en esos otros dominios. El valor de un ideal, aun cuando no sea alcanzable, no reside (obviamente y ex hypotbesi) en los beneficios que acarrea su consecución, sino en los que se derivan de su búsqueda. Un ideal inalcanzable puede ser enormemente productivo
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si, al afanarnos tras él, nos percatamos en grado sustancial de las ven tajas que ello comporta. Y así, la legitimación del ideal de la «ciencia perfecta» se encuentra en su ímpetu productivo hacia el continuo me joramiento de la investigación. En este campo, llegamos a una postura que tal vez parezca extraña, pero que, sin embargo, es sumamente jui ciosa, consistente en la invocación de la utilidad práctica para la vali dación de un ideal,"7
7. Es re texto se basa en KESCHER, N., Scientific Progress, Blackwell, ( Jxford, 1^78, y conecta con lo expuesto en R e s c h e r , N., Priceless Knoii'leJ^e-' An bssjy to lii.ononuc Li mits to Scientific Progress University Press oí America, Sa tage, MD, W (i
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VI EL CARÁCTER IM PER FEC TO D E LA C IEN C IA 1
SIN O PSIS 1) Para ser considerada como perfecta, una ciencia debería cum plir una serie de condiciones especiales: completitud erotética, completitud predictiva, completitud pragmática y finalización temporal. 2)-4) Las tres primeras son, a la vez, problemáticas desde un punto de vista teorético e inviables desde una perspectiva práctica. 5) Asimismo, la dinámica interna de la conexión entre el progreso científico y tecnoló gico hace inalcanzable la finalización temporal.
6.1. Las características de una ciencia perfecta ¿Qué lejos podrá llegar la empresa científica en su avance hacia una comprensión definitiva de la Naturaleza? ¿Puede alcanzar la cien cia un punto de completitud reconocible como tal? ¿Es genuinamente posible la consecución de una ciencia perfecta, aun cuando sea sólo en teoría, si dejamos de lado todos ios obstáculos «meramente prácticos», en tanto que dificultades en cierto modo incidentales? Son preguntas estimulantes; y nada sencillas de responder. ¿Cómo sería una ciencia perfecta ? ¿Qué tipo de especificaciones ha bría de satisfacer? Desde luego que habría de completar totalmente la eje cución del mandato o misión característica de las ciencias de la Naturale za. Pero, ¿cómo lograr justamente eso? Es claro que la estructura de los
1. Texto perteneciente al curso sobre «Los límites de la ciencia», impartido en la Fa cultad de Filosofía de la Universidad de Murcia. La versión original está fechada el 26 de lebrero de 1992 y ha sido revisada en agosto de 1996. La traducción castellana ha sido realizada por Juan Carlos León.
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distintos fines de la investigación científica cubre un vasto campo; es algo diversificado y complejo, que se extiende tanto al sector cognitivo-teórico como al sector activo-práctico. P o r q u e a b a r c a e l c u a r t e t o tradicional for mado por descripción, explicación, predicción y control. De e s t e modo, tenemos dos sectores principales que atender: el teorético y el práctico. El sector teorético tiene que ver con cuestiones de caracterización, explicación, justificación y hacer inteligible; dicho brevemente, con cuestiones puramente intelectuales e informativas. En contraste, el sec tor práctico tiene que ver con la dirección de acciones, la canalización de expectativas y, en general, con la consecución del control sobre nuestro entorno que se requiere para una satisfactoria conducción de nuestros asun tos. El primero, pues, se relaciona con aquello que la ciencia nos permi te decir, mientras que el segundo lo hace con lo que nos permite hacer. Parece, pues, que para poder afirmar que nuestra ciencia ha alcan zado un estado perfecto, tendría que satisfacer (al menos) las siguien tes condiciones: a) Completitud er o tética-, debe responder, de cualquiera de las for mas posibles en principio, a todas aquellas cuestiones descriptivas y explicativas que ella misma considera legítimamente planteabíes y, en consecuencia, debe explicar todo lo que juzgue explicable. b) Completitudpredictiva: debe proporcionar la base cognitiva para la exacta predicción de aquellos acontecimientos que, en principio, son predecibles (es decir, aquellos que ella misma reconoce como tales). c) Completitud pragmática : debe proporcionamos los medios cognitivos precisos para hacer todo lo que es factible para seres como no sotros en las circunstancias en que trabajamos. d) Finalización temporal (la condición-omega): no debe dejar lugar para la pretensión de realizar futuros cambios en el estado existente del conocimiento científico. Cada uno de esos modos de completitud merece consideración de tallada. 6.2. Imposibilidad de la completitud eroté tica /Podría alcanzar la ciencia realmente alguna vez la completitud erotética: la condición de ser capaz de resolver, en principio, todas
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m
nuestras cuestiones (legítimamente planteables) acerca del mundo? ¿Podríamos encontrarnos realmente alguna vez en esta posición?'2 En teoría, sí. perfectamente que cuerpo científica disponible fuese tal que respondiera a todas las cuestiones
Es
concebible
el
delainformación
que él mismo permite plantear. Pero, ¿en qué medida sería significati vo este modo de completitud? Un planteamiento sobrio del tema debería hacer que nos percatá r a m o s d e q u e la c o m p l e t i t u d e r o t é t i c a d e u n e s t a d o r e a l d e la c i e n c i a n o
es, necesariamente, un signo de su comprehensividad o suficiencia, sino que, pbr el contrario, podría reflejar la pobreza del rango de cues tiones que somos capaces de contemplar, siendo muestra de escasa imaginación, por así decirlo. Cuando el rango de nuestro conocimien to es lo suficientemente restringido, su completitud erotética reflejará meramente ese empobrecimiento más que su intrínseca adecuación. Es posible, aunque improbable, que la ciencia pudiera alcanzar un equili brio puramente fortuito entre problemas y soluciones. Bien pudiera sei que, en algún momento, estuviera «completa» en cuanto a que pío porcionara respuesta a toda cuestión que se planteara apropiada)nenie en el estado de conocimientos entonces existente (aunque aun nnpei fecto), sin que por ello fuera completa en el sentido más amplío de íes ponder a las cuestiones que se suscitarían con sólo sondear la Nanita leza un poquito más profundamente. De esta forma, nuestro /n >1« conocimiento científico podría ser erotéticamente completo y, sin un bargo, permanecer fundamentalmente inadecuado. Asi p u e s , aun cuando se diera, el modo de completitud erotética no resulta ser pai ticularmente significativo. (Ciertamente, esta discusión se ha desaí ro liado a un nivel de suposiciones contrarias a los hechos. El Bored miento de nuevas cuestiones a partir de las antiguas — el principio kantiano de propagación de las cuestiones— supone la imposibilidad de alcanzar nunca la completitud erotética.) Las consideraciones precedentes ilustran una circunstancia más general. Cualquier pretensión de realización de una ciencia de la N a turaleza teoréticamente completa nos habría de ofrecer «una teoría uni ficada completa y consistente de la interacción física, que describiera
2. Nótese que esto es independiente de la cuestión siguiente: ¿querremos alguna vez hacerlo así?, ¿querremos alguna vez responder a todas las cuestiones predictivas sobre no sotros mismos y sobre nuestro entorno, o nos encontramos más cómodos en la situación en que «la ignorancia es bienaventurada»?
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todas las observaciones posibles».3 Pero, para comprobar que el esta do de la física reinante en verdad cumple esta condición, necesitaría mos conocer con exactitud qué interacciones físicas son ciertamente posibles. Y, para tener garantizado que el uso del estado actual de la fí sica es una buena base para responder a esta cuestión, tendríamos que asegurarnos antes de que su visión de tales posibilidades es correcta; y, en consecuencia, tener ya preestablecida su completitud. La idea de una completitud erotética consolidada naufraga ante la imposibilidad de encontrar una manera significativa de controlar su consecución. Después de todo, cualquier juicio que podamos hacer sobre las le yes de la Naturaleza — cualquier modelo que podamos idear de cómo funcionan las cosas en el mundo— es asunto de triangulación teoréti ca a partir de los datos disponibles. Y nunca debemos tener una con fianza injustificada en el carácter definitivo de nuestra base de datos ni en la adecuación de la forma en que la explotamos. La observación nunca nos permitirá establecer definitivamente cuáles son las leyes de la Naturaleza. Pues, en teoría, diversos sistemas de leyes pueden tener un mismo producto observacional: como recalcan los filósofos de la ciencia, las observaciones no determinan las leyes. Independientemen te de lo comprehensivos que sean nuestros datos, y de lo grande que sea nuestra confianza en las inducciones que basamos en ellos, la posi ble inadecuación de nuestras afirmaciones no puede quedar descarta da. No cabe nunca sentirse decisivamente seguros a la hora de rubricar una investigación con un finis, si ello se hace sobre la base de conside raciones puramente teoréticas. Podemos estimar razonablemente la cantidad de oro o de petróleo todavía por descubrir, porque sabemos cuál es la extensión de la Tierra y cabe entonces establecer una proporción entre lo ¿jue ya hemos ex plorado y lo que no. Pero no podemos estimar de manera comparable la cantidad de conocimiento aún por descubrir, porque ni tenemos ni podemos tener ninguna forma de relacionar lo que sabemos con lo que no sabemos. En el mejor de los casos, lo que sí podemos es considerar la proporción de cuestiones actualmente planteadas que, de hecho, so mos capaces de resolver; cosa que no pasa de ser un procedimiento in satisfactorio. Porque la misma idea de límites cognitivos tiene un aro-
3.
Véase HAWKING, S.
lletin, vol. 32, 1981, págs. 15-17.
V '.,
«Is the End in Sight for Theoretical Physics?», Physics Bu
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ma paradójico. Sugiere que tenemos conocimiento de algo que está más allá del conocimiento. Pero (por recordar a G. W. E Hegel),4 con respecto al reino del conocimiento, no estamos en posición de trazar una línea entre lo que cae dentro y lo que cae fuera, dado que no tene mos acceso cognitivo a esto último. No se puede hacer un reconoci miento de la extensión relativa del conocimiento y la ignorancia sobre la Naturaleza, salvo que nos basemos en alguna concepción previa de la Naturaleza; o sea, salvo que estemos dispuestos a tomar los pronuncia mientos de la ciencia existente como finales y definitivos, lo cual es in mediatamente recognoscible como una suposición inapropiada. Este proceso, por el que juzgaríamos la adecuación de nuestra ciencia ba sándonos en lo que ella misma nos cuenta, es lo mejor que somos ca paces de hacer; pero no deja de ser un modo de proceder esencialmen te circular y consecuentemente inconclusivo. En resumidas cuentas, no existe una base cognitivamente satisfactoria para mantener la completitud de la ciencia de una forma racionalmente convincente. Para juzgar sobre la completitud teorética de la ciencia, necesita mos en consecuencia algún control acerca de la adecuación de nuestro teorizar que sea externo a la teoría; algún principio proporcionado por la realidad misma y ajeno a la teoría que sirva como criterio de adecua ción. Nos vemos así llevados al abandono de la senda de la pura teoría y a internarnos en la de los otros fines de la empresa. Lo cual concede especial importancia y urgencia al sector predictivo y pragmático.
6.3. Imposibilidad de la completitud predictiva Se encuentran profundas dificultades cuando se intenta utilizar la predicción como criterio de completitud de la ciencia de la Naturale za. Por un lado, sólo podemos hacer predicciones, hablando en térmi nos generales al menos, sobre lo que cae dentro de nuestros actuales horizontes cognitivos. Newton no era más capaz de predecir los ha llazgos de la teoría cuántica que de predecir el resultado de las recien tes elecciones presidenciales americanas. Sólo cabe hacer predicciones sobre aquello de lo que se está enterado, de lo que se toma nota, de lo que se juzga digno de consideración. A este respecto, se puede estar 4. Véase Hegel, G. W. E , Wissenschaft der Logik , Nuremberg, 1812, parte 1: «Die objektive Logik», secc. 2: «Die Lehre von Wesen». (Trad. cast, de A. y R. Mondolfo: Cien cia de la lógica, Hachette, Buenos Aires, 1956 [N. del comp.].)
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miope, ya sea por no darse cuenta, ya por pérdida de visión de sectores significativos de los fenómenos naturales. Más aún, la ciencia misma establece límites a la predictibilidad, al insistir en que algunos fenómenos (como, por ejemplo, los procesos estocásticos que se dan en la física cuántica) son inherentemente impre decibles. Y esto es siempre, hasta cierto punto, problemático. Lo más que se puede pedir razonablemente a la ciencia que haga es predecir lo que ella misma ve como en principio predecible, responder a toda cuestión predictiva que ella misma acepta como apropiada. Y hemos de reconocer aquí una vez más que cualquier estado particular de la ciencia podría haber enfocado las cosas erróneamente desde diversos puntos de vista. Con respecto a la predicción, puede aplicarse de for ma no problemática la idea de mejoramiento, de progreso. Pero carece de sentido contemplar el logro de la perfección. Porque su realización es algo que punca podría establecerse por ningún medio practicable.
6.4. Imposibilidad de la completitud pragmática El arbitraje de la praxis — no del mérito teorético sino de la capa cidad «aplicada» y práctica— nos proporciona el mejor criterio de ade cuación disponible para nuestros procedimientos científicos. Pero, ¿podremos estar alguna vez en posición de afirmar que la ciencia ha quedado completada sobre la base del éxito de sus aplicaciones prácti cas? Desde este punto de vista, la perfección de la ciencia habría de manifestarse en la perfección del control: en la consecución de una perfección tecnológica. Pero, ¿cómo hemos de proceder aquí? ¿Po drían alcanzar las ciencias de la Naturaleza una perfección manifiesta en cuanto al control sobre la Naturaleza? ¿Podría asegurarnos en al gún momento que contamos con una tecnología recognosciblemente perfecta? El tema del «control sobre la Naturaleza» envuelve una compleji dad mucho mayor que la que parece a primera vista. Pues, ¿cómo ha de entenderse este concepto? Es claro que en términos de dirigir a vo luntad el curso de los acontecimientos, de alcanzar nuestros fines den tro de la Naturaleza. Pero esta inclusión de «nuestros fines» pone de relieve la prominencia de nuestra propia contribución. Por ejemplo, si somos desordenadamente modestos en nuestras demandas (o escasa m e n t e imaginativos), puede que logremos un «control completo sobre
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la Naturaleza» en el sentido de estar en posición de hacer todo lo que deseamos hacer, aunque habremos alcanzado tan feliz condición de una forma que revela muy escasa capacidad real. Ciertamente que se podría invocar la idea de omnipotencia, e in terpretar que una tecnología «perfecta» sería aquella que nos permi tiera hacer literalmente cualquier cosa. Pero tal planteamiento condu ciría de inmediato a un tipo de dificultades ya familiares a los escolásticos medievales. Ellos se enfrentaban al reto siguiente: «Si Dios es omnipo tente, ¿puqde aniquilarse a Sí mismo (en contra de su naturaleza de ser necesario ), ó puede hacer actos malos (en contra de su naturaleza de ser perfecto ), o puede hacer que los triángulos tengan cuatro ángulos (con trariamente a su naturaleza definitiva)?». Muy juiciosamente, los esco lásticos se inclinaron a resolver esas dificultades manteniendo que un Dios omnipotente no necesita ser capaz de hacer literalmente cualquier cosa , sino más bien cualquier cosa que a El le es posible hacer. De manera similar, no podemos explicar la idea de la omnipoten cia tecnológica en términos de una capacidad de producir cualquier resultado, sin cualificación alguna. No podemos pretender la produc ción de un perpetuum m obile , ni de naves espaciales con una «hiperpropulsión» que íes permitiera alcanzar velocidades translumínicas, ni de instrumentos de medición que predigan exactamente procesos estocásticos tales como las desintegraciones de átomos transuránicos, ni tampoco de un émbolo que nos permita establecer independientemen te los valores de presión, temperatura y volumen de una masa de gas. En suma, no podemos pretender una tecnología «perfecta» que nos permitiera hacer cualquier cosa que se nos pasara por la cabeza, sin im portar lo «ilusoria» que pudiera ser. Todo lo que podemos razonable mente esperar es una tecnología perfecta que nos capacite para hacer todo aquello que es realmente posible para nosotros ; y no lo que pcnsa sernos que podríamos hacer, sino lo que real y verdaderamente pode mos hacer. Una tecnología perfecta sería la que nos capacitase para hacer todo lo que posiblem ente puede hacer una criatura en circunstancias como las nuestras. Pero, ¿cómo entender la concepción central del «puede» que está aquí en cuestión? Es claro que sólo la ciencia — la ciencia re al, verdadera, correcta, perfecta — podría decirnos lo que, en verdad, es realistamente posible y lo que, en verdad, es ineludible e inalterable. Cuando nuest ro «conocimiento» resulte ser insuficiente en este aspee-
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to, bien puede que «pidamos lo imposible» por vía de exigencia (por ejemplo, naves espaciales con «híperpropulsión»), y nos quejemos en tonces de nuestra incapacidad de alcanzar un control de modos que, en realidad, colocan injustas cargas sobre esta concepción. El poder, en palabras de E Bacon, consiste en «efectuar lo posible» — en lograr el control— ;5 y ése es claramente el estado de la cuestión cognitiva en la ciencia, la cual, cuando nos enseña los límites de lo po sible, ella misma se convierte en el agente que debe modelar nuestra concepción de este punto. Toda ley de la Naturaleza sirve para estable cer el límite entre lo que es genuin amente posible y lo que no; entre lo que podemos y lo que no podemos hacer; entre las cuestiones que pro piamente podemos plantear y las que no. No podemos determinar de forma no problemática la adecuación y completitud de nuestra ciencia basándonos en su capacidad de efectuar «todo lo posible», porque só lo la ciencia puede informarnos acerca de lo que es posible. En la medida en que la ciencia crece, se desarrolla y cambia, plan tea nuevas situaciones de poder y control, reformulando y remodelando aquellas demandas cuya realización representa «control sobre la natu raleza». Pues la ciencia misma nos pone ante la vista posibilidades va riantes. (En el momento adecuado, la idea de «disgregación del áto mo» ya no parecerá una contradicción en sus mismos términos.) Para ver si un determinado estado de la tecnología cumple la condición de perfección o no, tenemos ya que disponer de un cuerpo de ciencia per fecta que nos diga lo que, en verdad, es posible. Para confirmar la pre tensión de que nuestra tecnología es perfecta necesitamos preestablecer la completitud de nuestra ciencia. La idea funciona de tal modo que las declaraciones válidas de control perfecto sólo pueden apoyarse sobre una ciencia perfecta. \ Al intentar recorrer la ruta practicalista hacia la completitud cogniti va, nos hemos visto atrapados en un círculo. A menos que dispongamos de una ciencia supuestamente perfecta, no podemos decir cómo sería una tecnología perfecta, y no resulta así posible determinar la perfección de la ciencia en términos de la tecnología que ésta nos garantiza. 5. Véase B a c o n , E, Novum Organum site indicia vera de interpretatione naturae et regno hominis, Londres, 1620, libro I, secc. 2. (Edición inglesa al cuidado de j . Spedding, R. L. Ellis y D. D. Heath en BACON, R, Works, Robertson, Londres, 1905. Trad. cast, de C. H. Balmori, con estudio preliminar y notas de R. Frondizi: Novum Organum, Losada, Buenos Aires, 1949 [IV. delcomp.}.)
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Más todavía, aunque (per impossibile) se llegara a un «equilibrio pragmático» entre lo que podemos y lo que deseamos hacer en ciencia, no podríamos estar fundadamente seguros de que tal condición per manecería inalterada. La posibilidad de que «justo a la vuelta de la es quina» todo sufriera un desbarajuste nunca puede eliminarse. Aunque «se logre un control» efectivo, no se puede estar seguro de no perder nuestro dominio del mismo: no ya por una pérdida de poder, sino a causa de cambios cognitivos que produjeran un ensanchamiento de la • imaginación y una comprensión más amplia de lo que implica el «tener control». De acuerdo con ello, el proyecto de alcanzar el dominio práctico nunca podrá ser evaluado de forma racional satisfactoria. La cuestión es que el control depende de lo que queremos, y lo que queremos está inevitablemente condicionado por lo que creemos posible, lo cual es algo que a su vez depende crucialmente de la teoría: de nuestras creen cias acerca de cómo funcionan las cosas en este mundo. Y, en con secuencia, el control es algo profundamente afectado por la teoría. Nunca podremos pasar con seguridad de la adecuación aparente a la real con respecto a esto. No podremos asegurar con propiedad que la apariencia de perfección sea algo más que eso mismo. No nos queda así otra alternativa que la de presumir que nuestro conocimiento (o sea, nuestro pretendido conocimiento) es inadecuado en esta fase y, cierta mente, en cualquier otra fase particular del juego de la completitud cognitiva. Hay, sin embargo, un punto importante acerca del control que de be notarse cuidadosamente. Las constricciones negativas precedentes son todas relativas al alcance del control perfecto : de estar en posición de hacer todo lo posible. Esos problemas no afectan al tema del mejo ramiento: al de hacer algunas cosas mejor y mejorar nuestro control so bre ellas. Tiene perfecto sentido el uso de sus aplicaciones tecnológicas como criterio de avance científico. Podemos determinar cuándo hemos conseguido aumentar nuestro dominio tecnológico, pero no podemos decir significativamente lo que sería perfeccionarlo. Con respecto a la perfectibilidad técnica, debemos reconocer que (i) no hay razón para esperar que su realización sea posible, ni siquiera en principio; y (ii) no es evaluable: aun cuando la hubiéramos logrado, no podríamos afirmar el éxito con fundada confianza. Las limitaciones inherentes a la tecnología, impuestas por sus límites en cuanto a la ca-
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pad Jad y por los límites del tipo de complejidad gerencial (complexity management)? tienen como resultado que la idea de perfección tecno lógica es inoperante. Y, por consiguiente, la perfección pragmática de la ciencia se considera de imposible realización. 6.5. ¿Finalización temporal? La intrínseca vinculación del progreso científico al progreso tec nológico hace que el cumplimiento de la finalización temporal sea completamente irrealizable. El hecho de que nosotros podamos mejo rar siempre sobre la base de nuestra tecnología de observación y de ex perimentación — la correspondiente a la obtención de ios datos y su procesamiento— supone que, en principio, podemos ampliar siempre la profundidad y la sofistiíicación de nuestra comprensión de la Natu raleza. Sin duda, la mejora tecnológica en cuestión llega a ser incluso más difícil y cara en el curso del progreso científico. Y esto comporta que la limitación, esencialmente económica, de nuestros recursos (ta les como tiempo, energía o ingenuidad) impone límites sobre lo que podemos llegar a realizar. Pero aun cuando nosotros nunca podemos perfeccionar nuestra actuación en este punto — siempre quedan cosas por hacer— , siempre podemos mejorar sobre esa base, tanto en teoría como en la práctica. De cuando en cuando, los científicos dan rienda suelta a conside raciones escatológicas y nos dicen que la aventura científica se aproxi ma a su fin. Es perfectamente concebible , desde luego, que las ciencias de la Naturaleza lleguen a un punto final, y que lo hagan no como con secuencia de un acabamiento de la vida inteligente, sino en el sentido más interesante, debido a C. S. Peirce,* de una terminación del profe. Véase Resc HER, N., «El progreso tecnológico y el problema de la complejidad», apartado 4.5 del presente volumen, pigs. 11 fe-118. 7. Este sentir estaba ampliamente difundido entre los físicos de la época/?'« de siécle de 1890-19U0. (Véase B a d a s H, L., «The Completeness of Nineteenth-Century Science», Isis, vol. fe3. 1072. pigs. 48-58). Y hoy está volviendo a ponerse de moda tal sentir. Véase H a w k in g , S. W., «Is the End in Sight for Theoretical Physics?», Physics Bulletin, vol. 32, 1981, pigs. 15-17. 8. Véase KESCHER, N ., Peirce's Philosophy o f Science, University of Notre Dame Press, Notre Dame, 1978, pigs. 19-21. Obsérvese la siguiente cita de Charles S. Peirce: «Podemos tomar como cierto que la raza humana seri, en última instancia, extermina da... Pero, por otro lado, podemos considerar como cierto que otras razas intelectuales
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yecto científico: por alcanzar en cierto momento una situación tras la cual ni siquiera la continuación indefinida de la investigación en curso produciría ningún cambio significativo, ni podría , desde luego, produ cirlo la misma naturaleza de las cosas, porque la investigación habría llegado al «final del camino». La situación resultaría análoga a la que se plantea en la historia apócrifa del Comisionado de Patentes de los E s tados Unidos de mediados del siglo pasado, que dimitió de su puesto porque ya no quedaba nada que inventar.*9 Eso es posible en teoría. Pero tampoco puede nunca llegar a cons tatarse como real. Porque no es posible validar en la práctica la afirma ción de que la ciencia ha alcanzado su finalización temporal: la pregun ta: «¿es el estado actual de la ciencia, ó, el final?» nunca podrá recibir una legítima respuesta afirmativa. Las posibilidades de futuros cambios en S nunca podrán excluirse viendo que no hay modos probables de ir más allá: «No tenemos actualmente en S ninguna razón de peso para pensar que cambiará». Ver S en la perspectiva de la finalización es pre suponer su completitud. No se trata, simplemente, de tomar la postura relativamente no problemática de que aquello que S atestigua ha de en tenderse que es verdadero, sino de ir más allá de ello, para insistir en que todo lo verdadero se encuentra dentro de S. Este argumento, con secuentemente, subsume la finalización en la completitud , y al hacerlo así salta por encima del dominio de lo creíble. Sostener que si algo es de cierta manera, entonces S lo explica correctamente, es mantener una concepción de S tan descaradamente ambiciosa (e incluso megalomaníaca) que el tema de la finalización casi parece un apéndice inofensivo. Más aún, igual que una situación de equilibrio erotético o pragmá tico puede ser el producto de la estrechez y la debilidad, otro tanto puede ocurrir con la finalización temporal. Podemos creer que la cien cia es incambiable simplemente porque hemos sido incapaces de cam biarla, pero eso no es ninguna buena razón. Aunque la ciencia llegue a lo que parezca un punto final, nunca podremos estar seguros de que tal
existen en otros planetas; si no en nuestro sistema solar, en otros; y también que innume rables nuevas razas intelectuales han de ser aún desarrolladas. P or tanto, en conjunto, ca be concebir como lo más seguro que la vida intelectual en el Universo nunca desaparece rá», PEIRCE, C. $., Collected Papers, vol. 8, edición de Arthur W. Bucks, Harvard University Press, Cambridge, MA, 1958, n. 8.93. 9. Véase JEFFREY, E., «N othing L eft to Invent», Imonalo f the Patent <>/h< .■ Sd, a t i , vol. 22,1940, págs. 47 9 -4 8 1.
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cosa ocurre por estar al «final del camino», y no por estar nosotros to talmente agotados. Nunca podremos determinar que la ciencia ha al canzado la condición omega de la completitud final, puesto que la po sibilidad de nuevos cambios «justo a la vuelta de la esquina» nunca podrá excluirse final y decisivamente; con independencia de lo final que parezca la posición alcanzada, la posibilidad de que se desbarajus te tan sólo con un último esfuerzo nunca puede ser excluida. La cien cia futura es inescrutable. Nunca podremos establecer como cierto que la ciencia ha alcanzado de una vez por todas una estructura rígida e inmodificable. No tenemos otra alternativa que la de proceder bajo la su posición de que la era de las innovaciones no ha terminado: que la ciencia futura puede ser y será efectivamente diferente .10
10. Rescher reconoce explícitamente que «el asunto del carácter imperfecto de nuestras investigaciones acerca del comportamiento de la Naturaleza es el tema de varios de mis libros: Scientific Progress, Oxford, 1978; Empirical Inquiry, Totowa, N. J., 1982; i he Limits o f Science, Berkeley y Los Angeles, 1984 y Scientific Realism, Dordrecht, 1987. Ill aspecto ideal de la investigación es resaltado en Forbidden Knowledge, Dordrecht, .1987. La utilidad de los ideales irrealizables se argumenta en Ethical Idealism, Berkeley y Los Angeles, 1987, RESCUER, N., A System o f Pragmatic Idealism, vol. I: Human Know ledge in Idealistic Perspective, Princeton University Press, Princeton, 1992, pág. 76. En el presente caso, su exposición aparece directamente relacionada con parte del capítulo 6
Human Knowledge in Idealistic Perspective (N. del comp.).
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er cer a parte
LIM ITA CIO N ES ÉTICAS: EL QUEH ACER C IE N T ÍFIC O Y TE C N O L Ó G IC O EN CUANTO ACTIVIDAD HUMANA
VII SO BRE LO S LÍM ITES ÉTIC O S DE LA IN V ESTIG A C IÓ N C IE N T ÍFIC A 1
SIN O PSIS 1) Ante el problema de los límites de la investigación científica aparecen varias posturas contrapuestas: la máximamente reguladora tparirégulation), la completamente liberarizadora (laissez fa ir e ) y la op ción intermedia (m iddle-ofthe-roadism ). 2) Los límites éticos atañen a diferentes aspectos del conocimiento: la información como tal, los te mas de investigación y los métodos de indagación. 3) No cabe descartargueebe qqpcim ien tQ, ci ept ífi c o pueda, en cuanto tal, resultar ética mente inapropiado en supuestos concretos. 4) El conocimiento es sólo un (importante) bien entre otros, de modo que no puede ser tomado como un absoluto. 5) Cualquier intento de limitar la investigación científica ha de ser realizado con sumo cuidado, puesto que la libre in vestigación es de valor inestimable.
7.1. Posiciones acerca del control de la investigación científica El presente estudio considera la adquisición, difusión y aplicación del conocimiento científico en su dimensión específicamente ética.1 2
1. Texto leído en el curso «Valores humanos en la era de la tecnología» de la Facul tad de Humanidades (Campus de Ferrol), Universidad de A Coruña. La versión original es del 31 de marzo de 1995 y ha sido revisada en agosto de 1998 La traducción castella na ha sido realizada por Wenceslao J. González, que ha preparado también la sinopsis. 2. Del papel de las consideraciones éticas en el trabajo científico se han ocupado di versos pensadores: BARNES, B ., Interests and the Growth o f Knowledge, Routledge and K. Paul, Londres, 1977; F e YERABEND, P., Against Method. New Left books. Londres, 1975; Körner, S., «Science and Moral Responsibility». Mind, vol 7 L l*>M. pugs lol 1 7 2 . 1,1 Vl, I., «Must the Scientist Make Value liidgineiusr'», fo tirnn f of l'h t !o \o jt h \. vol 57, I960.
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Explora diferentes aspectos de la idea según la cual puede haber lími tes éticos o morales de la investigación científica; que cierto tipo de cuestiones están simplemente «fuera de los límites» (off-limits ) de la in vestigación éticamente legítima. Los tres enfoques, básicamente diferentes, de la cuestión de los lí mites éticos de la investigación científica que están, en principio, dis ponibles siguen las siguientes líneas: a) Panregulación (.panregulation ). Una «necesidad de saber», públi camente establecida como válida ( validated ), condiciona cada una y to das las investigaciones apropiadas. Saber es poder y el uso del poder en una comunidad debería siempre estar controlado y regulado. Más aún, el conocimiento pertenece a esa especial categoría ética de cosas que requieren un tratamiento particular, y debería estar regulado con sin gular rigor. Y las diversas clases de conocimiento deberían, en su con junto, ponerse sencillamente «fuera de los límites». Lo que tenemos aquí es, en efecto, un enfoque del conocimiento to talitario, una posición que tiene reminiscencias de 1984 , de George Or well, al tomar el conocimiento como un objeto de control social, presu miblemente a través de un mecanismo de licencias legales de algún tipo. Esta posición contrasta diametralmente con otra muy diferente: b) Dejar hacer [laissez faire). unca es adecuado restringir o regular el conocimiento o la información. Porque es algo sagrado o sacrosanto. Pertenece a la especial categoría ética de cosas que, como la vida o li bertad, están sujetas a un derecho fundamental que es inalienable. vSobre la base de esta perspectiva, no habría restriccción alguna para la investigación humana. La industria del conocimiento, en to dos sus componentes, debería ser liberada de todas y cada una de las regulaciones y controles. En particular, aquellos que establecieran constricciones a la ciencia y a la investigación serían vistos como in tolerantes y charlatanes, que encajarían en el nivel de Lysenko, Go ebbels y los perpetuadores de la censura del pensamiento (Thought
Police).
págs. 345-357: KESCHER. N., «Moral Limits of Scientific Research», en Kescher, N., For bidden Knowledge, Reidel, Dordrecht, 1987, págs. 1-16; y RUDNER, R., «The Scientist qua Scientist Makes Value Judgments», Philosophy o f Science, vol. 20,1953, págs. 1-6. Sobre este tema versa también KESCHER, N ., The Validity o f Values: Human Values in
Pragmatic Perspective, P rinceton
University Press, Princeton, 1993.
SOBRE LOS LÍMITES ÉTICOS
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Contra estas dos posiciones extremas, que ven el conocimiento co mo un caso muy especial del todo o nada con respecto a trabas ética mente restrictivas, se halla todavía otra, un tipo de postura más relajada: c) Centrismo u opción moderada \middle-of-the-roadism). Uno no debería tratar el conocimiento como un caso especial de cosas de cier to tipo, sino simplemente como un bien entre otros. Su búsqueda de bería, por consiguiente, estar sujeta a la misma clase general de condi ciones limitadoras (por motivos sociales) a las que nosotros sometemos otros bienes y metas. En esta postura la investigación y la adquisición de conocimientos son vistas como empresas humanas, básicamente como cualquier.otra actividadJiumanar Y, desde luego, nosotros regulamos en todas partes. Lo hacemos con un ojo puesto en el bien general, en cómo la gente lle va sus empresas: cómo utilizan sus automóviles, practican sus profe siones, realizan sus actividades de negocios, o construyen sus casas. Por consiguiente, ¿por qué no cómo llevan a cabo sus investigaciones? La adquisición de información es, simplemente, un proyecto humano más entre muchos otros. Sus operaciones pueden estar subordinadas de forma adecuada a consideraciones fundamentadas éticamente de in terés general. Exactamente como sucede con otras actividades, el inte rés público es una fuente potencial de constricciones adecuadas. Estos tres enfoques compiten para lograr nuestra adhesión. Ellos requieren — y merecen— un examen más detenido. Es fácil deshacerse del primero. Porque, claramente, el enfoque de la panregulación va de masiado lejos. Concedamos que saber es poder. Pero, en cada comuni dad humana de organización, hay una gran cantidad'de poder deambu lando, lo que no hay es una buena razón por la que una clase particular de poder, que está en cuestión con el conocimiento, debiera estar suje ta a controles más rigurosos o más amplios que cualquier otro poder. Ahora bien, la posición del dejar hacer (laissez faire) se encuentra en el otro extremo. Con frecuencia, es hoy en día considerada como el Evangelio; se ve generalmente como una de esas verdades autoevidentes que personas bien pensantes han mantenido siempre y en todas partes. Olvidamos cómo recientemente ha evolucionado esta actitud, que es, en realidad, una criatura de la Ilustración del siglo XVIII, la «Era de la Razón». El gran matemático Maupertius (un prematuro sucesor de Leibniz como presidente de la Real Academia de las ciencias de Berlín) proporcionó una expresión bastante drástica de esta posición.
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Él mantuvo que fue meramente una locura no ilustrada permitir que ciertos sentimientos, que no deberían ser estimados, estuvieran en el camino del progreso, por no llevar a cabo nuestra experimentación ini cial en prisioneros condenados a muerte. En un escrito de 1752 urge a que «uno no debería quedar disuadido ldetened) por la apariencia de crueldad que este tipo de cosas pueda evocar. Un simple hombre no es nada en relación con la especie entera, un bellaco criminal (criminal miscreant) es incluso menos que nada»/ El avance del conocimiento llegó a ser visto como un supremo {pa ramount) bien que no debería permitir interferencia alguna del senti miento moral. Sin duda, los pensadores ilustrados, a pesar de su gran énlasis en las afirmaciones del desarrollo del conocimiento, no vieron el asunto de su difusión como algo comparativamente apremiante. In cluso Voltaire y Kant consideraron la indagación racional como una ta rea de una elite, que no tiene que ver con la gente corriente. No obstante, el dejar hacer es también inaceptable. El hecho es que tenemos demasiado en juego en la conducta de indagación científica y en sus resultados como para, simplemente, dejar ir esto por libre sin ningún interés por motivos éticos en la materia. Como la guerra, es de masiado importante como para dejarla a los científicos y académicos sin efectuar, en todo momento, chequeos y balances éticos. El dejar ha cer va también demasiado lejos. Consideremos, por tanto, más estre chamente los méritos —y el preciso carácter— de lo que cabría estimar como una versión plausible de la tercera postura, la alternativa centris ta u opción moderada (middle-of-the-road ). 7.2. Los límites éticos están relacionados con diferentes aspectos del
conocimiento Debe resaltarse, desde el principio, que las prohibiciones éticas con respecto al conocimiento pueden relacionarse con tipos de asun-3
3. Maupertius, Essai de Cosmologie, Amsterdam, 1752. Texto citado en la pág. 201 trabajo de Daele, W . V an DEN, «Legitimationsprobleme der Naturerkenntnis», en RäPP, F. (ed), Naturverständnis und Naturbeherrschung, VC'. Fink, Munich, 1981, págs. 186-213. Para profundizar en esta temática, es de interés consultar el número, de primavera de 1978, de Daedalus: Journal of the American Academy of Arts and Sciences, vol. 107, que se dedica expresamente al tema de «Limits oí Scientific Inquiry». De esa cuestión también se ocupa Rl m MLR, N.. The Limits of Science, University o! ( alifornia Press, Berkeley, 1984.
SO BR E LOS L ÍM IT E S É T IC O S
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„|;o§ completamente distintos. Tres son de particular importancia: i) los conjuntos organizados de datos: la información empírica como tal; ii) los temas de investigación; y iii) los métodos o procedimientos de in dagación. Considerémoslos por turno. Una ejemplificación particularmente llamativa de la idea de datos ofuentes de información éticamente contaminados lo proporcionan los experimentos llevados a cabo en los campos de concentración nazis. Estos experimentos determinaban las respuestas humanas a las altas o bajas presiones del aire y a las bajas temperaturas. Después de la gue rra, se convirtió en una política sistemática, por parte de la comunidad médica occidental, el no hacer uso de esos datos; una posición incues tionablemente motivada por razones éticas. La gente no quería crear una situación donde algunos hallazgos pudieran, de alguna manera, contrapesar la negatividad del horror nazi por tener un bien que emer gía del mal inenarrable. Reviste interés que hubo una respuesta completamente distinta en relación con la experimentación sobre productos químicos tóxicos y gases mortales por parte de los japoneses durante los años de la Se gunda Guerra mundial, Su establecimiento para experimentación, «Unidad 731» de Pingfan, cerca de Mukden en Manchuria, llevó a ca bo investigación en prisioneros de guerra sobre los efectos de agentes químicos y bacteriológicos usados en la guerra bioquímica. Después de la guerra, el ejército de Estados Unidos hizo, según parece, un trato con aquellos [científicos] envueltos en estas operaciones para negociar la entrega de sus hallazgos a cambio de inmunidad. Mucha de la iniormación habitual acerca de los efectos de estos viejos instrumentos de guerra química y biológica se basa, al parecer, en esos despret inblrs rs perimentos japoneses. Cuestiones de este estilo están llamadas a general nun irspm sin ambivalente. Está claro que segmentos impoitantes d e la un d n mu mn derna descansan en información adquirida mediante medios mm dh cutibles. (Los famosos experimentos de sífilis de Tiiskeggí, en !•»•< qu» víctimas de color que tenían la enfermedad hieron dejadas niii nata miento, constituyen sólo un ejemplo.) Podemos nei tummle estiu mal aconsejados para abandonar tales casos corrompidos de
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de desarrollar la información a otras fuentes, éticamente contamina- í das, de apoyo para su desarrollo. La controversia sobre proyectos académicos y científicos financia- \ dos por el reverendo Moon o el último Shah de Irán proporcionan un j ejemplo. La clase de argumentos utilizados aquí tienen un sello fami- . liar. Los partidarios de este argumento razonan así: «Si estamos ha- ¡ ciendo algo valioso, qué importa quien paga. Pecunia non olet. Deje- i mos al diablo pagar por tales empresas (ventures ); no dañan a nadie, Mejor es que use sus recursos de este modo que perpetuando algo perverso». Aquellos que están contra este argumento replican: «No le j concedamos el beneficio del prestigio y la legitimidad adquirida a par tir de una mala causa. Proceder bajo la tutela o el patrocinio de un pa gador inicuo es tanto como colaboración. No dejemos que un indivi duo o una institución nefanda brille con el reflejo de la gloria de un esfuerzo meritorio». En tales casos, como en otras muchas situaciones de la vida humana, no hay a menudo respuestas fáciles. Podemos, sim plemente, hacer lo mejor que podamos para nivelar afirmaciones con trapuestas. Veamos ahora la segunda esfera de sanciones éticas: la idea según la cual hay\temas de investigación éticamente inadecuadps. Pues pue de haber razones sólidas de moralidad contra el desarrollo de ciertos cuerpos de conocimiento. En concreto, éste podría ser el caso cuando el conocimiento rápidamente se preste a aplicaciones que impedirían la capacidad de la gente para mantener la vida, la libertad, y la bús queda de la felicidad. La idea general tratada aquí es que ciertas clases de investigaciones tienen como resultado productos cuyo uso para fi nes perversos es tan fácil — y, por tanto, probable— que quizá sea me jor no embarcarse en absoluto en esa direccióri. Cualquiera que sea el beneficio por conocer, puede terminar en que el camino de la com prensión abstracta esté oscurecido por la perspectiva predecible de aplicaciones.censurables. La difusión de la información sobre ciertas cuestiones puede tam bién probarse como éticamente problemática. Considérese, por ejem plo, la cuestión del pronóstico del fin del mundo en pocos años, debi do al impacto de un gran meteorito de alta velocidad. O considérese un ejemplo de ciencia ficción, de alguna manera más implausible: una máquina de predicción a la que pudiéramos preguntar acerca de la fe cha de nuestra muerte o sobre la duración de nuestro matrimonio. No
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hay razón para pensar que no puede haber hechos cuyo conocimiento puede dañar los intereses de la gente; y que, en consecuencia, uno puede argüiblemente estar bien aconsejado, de modo prudente y ético, para situar tales materias «fuera de los límites». Tal vez la investigación en la racionalidad humana hasta el trazo subliminal pueda caer dentro de esta categoría. O el. “hágalo, usted m ismo” con superbombas yJ a guerra bacteriológica. Es demasiado fácil — demasiado tentador— po ner tal conocimiento en usos nocivos. De nuevo, hay otras clases de conocimiento que la gente no puede manejar, que desestabilizan hasta el punto de que allí el conocimiento destruye o mina su habilidad para funcionar efectivamente. Aquí sería imprudente para el individuo adquirir este conocimiento; y puede ser inmoral que otro le fuerce a ello. No fue sólo la exposición a las enfer medades de los europeos recién llegados lo que diezmó la civilización amerindia, sino también la exposición a su conocimiento. (iMás aún, uno no puede enteramente suprimir el sentimiento que, en tales casos, nada hay impropio acerca de tal conocimiento per se\ los problemas surgen sólo cuando éste se aplica para un uso no inteligente.) Finalmente, está la idea dé procedimientos de investigación ética mente inadecuados o cuestionables. Los ejemplos plausibles abundan: — experimentación sobre sujetos humanos no consentida, o inclu so experimentación consentida que inflige dolor o peligros evi tables; — engaño en la experimentación social. Colocar a sujetos no cons cientes en situaciones experimentales que son molestas o inclu so degradantes para ellos; — el infligir excesivas o evitables incomodidades o dolor a anima les en el laboratorio; — experimentación sobre materiales genéticos de humanos o en fetos de abortos; y — continuar con «un grupo control» de placebos, tras la eficacia de ciertas drogas o procedimientos médicos que está bien esta blecida, simplemente para adornar la seguridad estadística de los hallazgos propios. Tales casos señalan un hecho muy simple y fundamental. Algunos de los modos para adquirir información son claramente inadecuados
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desde un punto de vísta ético. (La violación de la intimidad de nues tros sujetos experimentales no está más justificada que el abrir el co rreo de nuestros colegas, aun cuando se pueda probar que los resulta dos son útiles.) Al investigar, como en cualquier otro sitio, los buenos fines ( ends ) no justifican medios malos. En aquellos casos donde una investigación puede ser sólo proseguida poniendo a la gente en condi ciones peligrosas, desagradables o injustificables éticamente, la mora lidad urge a que hagamos lo posible para dejar esas cuestiones aparte. La búsqueda de metas inherentemente apropiadas no repara la con ducta inmoral. Si los únicos medios habitualmente disponibles para in vestigar un determinado asunto son reprensibles desde un punto de vista ético, entonces las consideraciones morales conducirían a indicar que nuestra atención debería dirigirse en otra dirección. De nuevo, la adopción de ciertos procedimientos particulares o programas de investigación puede conllevar, posiblemente, riesgos pa ra el bienestar de la gente que no son de valor corriente. En los prime ros años de la aventura de recombinar el ADN había preocupaciones serias en esta línea con respecto a la investigación. O considérese el ca so peculiar de la investigación de si «hay vida extraterrestre inteligen te», un tema que ha llegado a ser un tópico después del libro de Cari Sagan, Contad. Hasta ahora, el único modo factible para proceder en la investigación era mediante la búsqueda activa del establecimiento de comunicación. Pero esto puede ser en extremo peligroso. Porque el contacto con el extraño «superior» podría probablemente amenazar nuestra cultura y, posiblemente, incluso nuestra misma existencia. En tales instancias nos embarcamos en programas de investigación que co rren el riesgo de poner en libertad el genio maligno de la botella de la Naturaleza. Cuando estamos investigando la Naturaleza de un modo científi camente serio, puede también suceder que, como un niño jugando con un equipo químico, sea demasiado peligroso proceder en un estilo des cuidado de «¿qué pasaría si hacemos X ?». Es digno de consideración, sin embargo, el énfasis en la dificultad para aplicar el principio de «evi ta desarrollar conocimientos que puedan tornarse peligrosos en sus aplicaciones o en sus. implicaciones». Porque es muy notoria la dificul tad para hacer predicciones en el dominio científico. En cierto comentario, realizado poco después de la publicación de las especulaciones de Frederick Soddy sobre las bombas atómicas en
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su libro de 1930 Science and L ife , Robert A. Millikan — galardonado con el Nobel en Física— escribió que «la nueva evidencia nacida del ulterior estudio científico ha de tener el efecto de que sea altamente improbable que haya una apreciable cantidad de energía subatómi ca disponible para utilizar».4 En el pronóstico (forecasting ) científi co, el historial de incluso los más cualificados practicantes es pobre. Sobre todo, es muy duro pronosticar qué innovación saldrá; en par ticular, predecir las aplicaciones de las innovaciones científicas y tec nológicas. El caso del buen Dr. Guillotin — el inventor de la guillo tina— aparece ante nosotros como un ejemplo intimidatorio. Al querer prevenir la crueldad de las manchas al decapitar, el bien in tencionado doctor inventó su conveniente mecanismo mecanismo inhábil para la prueba. Había sido un bien intencionado humanita rio, pero podría haber reaccionado con justificado horror si hubiera imaginado el uso de su invento en el período del Terror durante la Revolución francesa. Es, por tanto, fácil ver por qué la búsqueda del conocimiento sin trabas puede aparecer como una cosa potencialmente mala desde el punto de vista ético. Porque el conocimiento puede estar divorciado de la tecnología. Y es con todo sencillo encontrar aplicaciones de co nocimiento que tengan consecuencias moralmente inaceptables. (El impacto del automóvil en la ética sexual en Estados Unidos es un ejem plo.) Allí claramente puede haber — y, a veces, sin duda habrá— cir cunstancias en las que la investigación irrestricta milita contra lo con siderado por todos como el mejor interés de la comunidad en sentido amplio.
7.3. ¿Puede el conocimiento, como tal\ ser éticamente inapropiado? Esta línea de pensamiento lleva a la pregunta siguiente: ¿puede haber elementos de conocimiento tales que fuera moralmente erróneo para nosotros el tenerlos? No se trata ahora de la adquisición inade cuada de conocimiento o del abuso potencial de nuestro conocimien to. La cuestión es: ¿puede la mera posesión de conocimiento como tal
4. MILLIKAN, R. A., Science and Lite, The Pilgrim Press, Boston, MA, 1924. Este tex to está citado en /hieJalus journal oj the American Academy at Arts and Sciences, vol. 107, 197«, pag.24
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— en sí mismo y por sí mismo— ser impropia desde un punto de vista ético? Nosotros ahora damos un paso más lejos de la consideración según la cual puede haber muy bien algunos elementos de información cuya posesión sea inadmisible prudencialmente — conocimiento que sería demasiado doloroso— ; conocimiento que, probablemente, desestabi lice también nuestro equilibrio psíquico. ¿Pueden nuestras relaciones con nuestros amigos y familiares sobrevivir (survive ) a una capacidad de «leer sus mentes»? ¿Puede nuestra habilidad de funcionar efectiva mente sobrevivir al conocimiento anticipador de la hora demuestra muerte? El conocimiento puede ser unajuente.no sólo de conocimien to, sino también de gran dolor. (Proteger a la gente contra un desen mascaramiento de sus ilusiones puede ser un acto de amabilidad pa ternalista no desemejante a proteger a alguien contra el conocimiento de un pasado lejano y la ruptura de confianza, profundamente lamen tada, por parte de un amigo íntimo.) Se puede argumentar a lo largo de estas líneas que hay obstáculos prudenciales para acceder a ciertas clases de información. Pero ¿qué decir del conocimiento que sería éticamente erróneo después de todo? Obsérvese, para empezar, que cuando los únicos medios abiertos para nosotros para adquirir cierto conocimiento son moralmente inapro piados, entonces este conocimiento llega a ser algo que, ciertamente, no debería poseerse (aunque sólo sea por esa misma razón, y no a cau s a de lo q u e e s t á e n c u e s t i ó n c o n e s e conocimiento como tal).
De lluevo, algún conocimiento es de tal índole que, virtualmente, que Walpole estuviera en lo correcto y que «todo hombre tiene un precio».5 Con todo,cuna ciencia q u e n o s p e r m i t i e r a m e d i r e s e p r e c i o s e r í a p r o f u n d a m e n t e problemáti
in v ita al a b u s o . S u p o n g a m o s , p o r e je m p lo ,
ca, Ningún hombre tiene derecho a saber el precio de otro, y pocos po drían confiar en tal conocimiento. O supongamos que toda persona wen-« víxv v\rvxo
5. Robert Walpole, estadista del S. XVIII, es la persona a la que se arribuve la frase «todo hombre tiene un precio». Esta frase, hoy de uso común, ha tenido tamo o más éxito que el humanum est errare. atribuido a Séneca.
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esto es porque este tipo de información es demasiado fácilmente ma lentendida o usada mal, y no porque haya algo moralmente malo [amiss) en el conocimiento en cuanto tal. Este tipo de cosas puede su ceder en el propio paso también. Schopenhauer dijo que el versículo del Padrenuestro, «no nos dejes caer en la tentación» en realidad quie re dqcirf-«p,ermíteme no dar con la clase de persona que yo realmente soy»>$in lugar a dudas, virtualmente para cada uno de nosotros, hay un umbral (threshold ) de la tentación: un punto de ruptura más lejos del cual no podemos resistir. Sin embargo, su localización exacta es, ciertamente, un elemento de información que ninguno de nosotros po demos tener a nuestra disposición. Cierta información no es segura para nosotros; no porque haya al go erróneo con respecto a su posesión en abstracto, sino porque es del tipo de cosa que no estamos bien equipados para hacer frente. Hay di versos tipos de cosas que, simplemente, no debemos saber. Si no tuvié ramos que vivir nuestras vidas en medio de una niebla de incertidum bre acerca de un rango entero de materias que son realmente de interés fundamental e importancia para nosotros, no sería por más tiempo un modo humano de existencia lo que estaríamos viviendo. En cambio, llegaríamos a ser de otro tipo, quizá angélicos, tal vez como máquinas, pero ciertamente no humanos. Hay, sin embargo, una cuestión que es mucho más profunda y pro blemática. ¿Existen límites éticos a la posesión de información per se? ¿hay cosas que no debemos saber, sobre la base de la ética? Aquí la di ficultad es pensar en algunos ejemplos plausibles, aparte de aquellos que caen dentro del ámbito de los casos antes mencionados.6
A este respecto, parece que los.bienes.eognitivos difieren funda mentalmente de los bienes materiales. Con los bienes materiales hay alg u n a s c o s a s cu y a p o s e s ió n es
ipso ja c t o
é tic a m e n t e in a d e c u a d a : c ie r ta s
cosas sobre las que la g e n te no debe, en absoluto, tener el derecho de posesión, in d ep en d ien tem en te d e có m o llegan a e l l a s o d e c ó m o /es puede afectar el usarlas. (El ejemplo paradigmático es, por supuesto, [la posesión de] otras personas.) Pero con bienes cognitivos esto no es así.
6. Véase SCHOPENHAUER, A., Parerga el Paralipomena <1851), F. A. Brockhaus, Leip zig 1891 (Las obras completas de A. Schopenhauer han sido editadas por Arthur Hübs cher en siete volúmenes: Sämtliche Werke, Brockhaus, Weisbaden, 1946-50, reeditadas posteriormente [N. del comp.l.)
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Ahí parece que no hay conocimiento cuya posesión sea moralmente inadecuada per re. En tal caso, la inadecuación descansa sólo en el mo do de adquisición o en la perspectiva de su mal uso. Con la informaCÍóht su posesión considerada por sí misma — con independencia del asunto de su adquisición y utilización— no incluye inadecuación moral Otra cuestión se suscita al llegar a este punto: los estándares de apoyo empírico í evidential ) en relación con temas que plantean un riesgo moral comparativamente mayor. Está claro, a este respecto, que uno debiera levantar el umbral de evidencias hasta el correspondien te nivel elevado al que atañe, sólo que, cuando se acepta esto, se sigue un mayor riesgo práctico. Aun cuando pidamos apoyo empírico de peso antes de aplicar remedios apremiantes, debemos imponernos un alto nivel de prueba (proof) anterior; por ejemplo, cuando procede mos a pensar mal de nuestro compañero o colega. Y así surge la pre gunta: ¿existen algunos casos donde el peso de la prueba debería, so bre bases éticas, ser puesto tan alto que nada pudiera alcanzarlo? ¿Hay algunas afirmaciones tan horrososas, desde el punto de vista moral, que debiéramos recharzar el creerlas a pesar del peso de la evi dencia en su favor? Esta es una cuestión difícil y, tal vez, dolorosa para ser abordada. Un ejemplo plausible puede ser el que sigue. Supongamos que, con trariamente a los hechos, nosotros los humanos fuéramos meras ma rionetas bajo el control de un poderoso ingenio maligno cartesiano (que nuestra vida mental estuviera desplegada en una forma pre-programada, tanto como la representación del movimiento realizado por los dibujos animados pre-diseñadosl tal que esa voluntad libre, res ponsabilidad y actividad genuinamente autónoma fueran meras ilusio nes. Por supuesto, sería un «infortunio moral» que esto pudiera ser así — lo que es trivialmente verdad— . Pero también destruiría nuestra ca pacidad de funcionar como agentes morales. (La demanda más fun damental de moralidad es, después de todo, que debiéramos vernos a nosotros mismos como agentes éticamente competentes.)
7.4. El conocimiento es sólo un bien entre otros No se debería perder nunca de vista el hecho que el conocimiento es sólo un bien humano entre otros. El hombre no vive sólo del cono cimiento, existen otras empresas humanas legítimas e importantes, y
SOUKIi LOS I,IM1l i s I l l m s delimitan el significado (significance) de la ciencia denlio de la eslna
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el Vivimos en un m undo «gris», de p o co s blancos y negros. Y, p o r eso, hemos de hacer acuerdos, realizados para aminorar los daños, equilibrando 1as propuestas de la libre investigación frente a otros infeicses humanos, válidos e importantes.
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UMITA« lONT.S ÉTICAS
Aun cuando las propuestas de la investigación libre de trabas son sustantivas, no hay. en principio, razón para pensar c|tie swwpre preva lecerán. Pueden darse argumentos sólidos para decir que el hombre no debe encargarse de
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cender al fanatismo. La libertad académica no es un absoluto. Aquí, como en cualquier parte, la libertad de uno puede y debe estar circunscrita por el derecho de los otros. Un tema fundamental en la moralidad de la indagación gira sobre una pregunta: ¿a quién se pone en situación de riesgo en la conducta de la investigación científica? ¿Son los investigadores mismos, o sus su jetos experimentales, o algún grupo particular de individuos afectados, o la comunidad en su conjunto? La cuestión «¿quién asume el riesgo?» es crucial aquí. Es, sin duda, éticamente correcto y adecuado que aque llos a quienes se pone en una situación de riesgo tengan algo que decir sobre este asunto. Desde un punto de vista ético, los riesgos inherentes a la investigación científica son los mismos que los riesgos generados a través de cualquier otra actividad humana. Aquellos que son afectados tienen el derecho de ser informados y de ser consultados, y han de to mar parte en la toma de decisiones. La libertad de los investigadores debe incluir a la comunidad ge neral en su conjunto. Las pretensiones del conocimiento han de ser contrapesadas frente a otras propuestas. De igual modo que en la in versión de nuestros recursos económicos, hemos de reconocer que la empresa cognitiva es sólo una entre otras; también en la inversión de la atención ética debemos reconocer este mismo punto fundamental. La autoridad y las pretensiones de la ciencia son grandes y profundamen te legítimas, pero no absolutas. Como toda autoridad y todas las pro puestas, han de tener sus límites. 7.5. Coda: marco de reflexión y relevancia del conocimiento Este estudio ha estado encaminado a resaltar qu£.debe haber — y hay— límites éticos a la investigación científica. La reflexión ha esta do dirigida exclusivamente a la situación correspondiente a la inves tigación propiamente dicha, es decir, a la ciencia teóncq más que a la ciencia aplicada. Las aplicaciones de la ciencia y la tecnología pre sentan un cuadro diferente, puesto que hay en ellas más cuestiones involucradas que el mero aumento del conocimiento. En efecto, la tecnología, en cuanto tal, es esencialmente instrumental, y los instru mentos, como sucede con los cuchillos, pueden ser usados para ayu dar o para hacer daño. La aplicación tiene de suyo un cometido dife rente [al puro incremento del conocimiento!; y son esos fines los que
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son ahora determinantes (por ejemplo, al tomar drogas, ya que éstas pueden ser utilizadas para curar a la gente o bien para eliminarla u oprimirla, como fue el caso en las prisiones psiquiátricas de la antigua Unión Soviética). Antes de concluir, resulta conveniente llamar la atención sobre un rasgo relevante del conocimiento humano, en general, y del conocimien to científico, en particular: su valor en cuanto tal. Porque, aun cuando sea sólo un proyecto humano valioso entre muchos otros, el cultivo del conocimiento es, con todo, uno singularmente importante. Por eso, / nuestra gran apuesta en favor de su comprensión debe recibir el énfasis debido. El homo sapiens es un animal racional. La vida de la mente es es pecial. El conocimiento es algo especial. Nuestro interés liega tan al fon do como a la vida misma. Cuando estamos desorientados cognitivamente — cuando no conocemos nuestra situación— difícilmente podemos funcionar de modo efectivo. No podemos operar en este mundo sin una adecuada acomodación cognitiva. Nuestra mente necesita cada porción de información tanto como nuestro cuerpo necesita alimento. E l co n ocim ien to d esem p eñ a, sin d u d a, un p a p e l m u y e sp e c ia l en
los asuntos humanos. En particular, cualesquiera que sean los otros proyectos que podamos tener en perspectiva — justicia, salud, belleza del medio ambiente, el cultivo de las relaciones humanas, etc.— es bas tante inevitable que su realización venga facilitada por el conocimien to de hechos relevantes. Así, aun cuando la búsqueda de conocimiento no sea nuestra única tarea apropiada, es no obstante una empresa cuyo estándar normativo es alto, ya que el conocimiento sirve para facilitar la realización de cualquier otro bien legítimo: todos y cada uno de esos bienes son cultivados de modo más efectivo por alguien que busca su realización cognitivamente. Sin duda, el enfoque del dejar hacer , delineado al principio de este ensayo, es en último término inaceptable. Con todo, conlleva un im portante grano de verdad, porque hay una muy poderosa presunción en favor del dejar hacer. Las pretensiones de una investigación libre de trabas son sustanciales. Tienen suficiente peso y son lo suficientemte válidas como para que nunca debieran ser dejados de lado por algo fal to de peligro claro y actual. Es por esta razón por lo que la idea de «lí mites éticos» debería siempre ser puesta en práctica (implemented ) con cuidado. La libre investigación es una planta delicada y vulnerable, que debería ser alimentada y protegida todo lo más que podamos. A
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ese recurso humano de inestimable valor no se le debería estorbar a la ligera, causándole un daño fatal. El resultado es, entonces, que hay límites éticos a la investigación y que pueden legítimamente ser puestos en práctica en algunos casos. Pe ro' debemos ser conscientes que hay que obrar así sólo cuando se pon gan en situación de riesgo otros intereses vitales. La idea de «conoci miento prohibido» nunca deberíamos aplicarla a la ligera, aunque decir esto no equivale del todo a afirmar que nunca debiera ser aplica da en absoluta,
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VIII RACIONALIDAD TEC N O LÓ G IC A Y FELIC ID A D HUMANA 1
SIN O PSIS 1) La tecnología produce un fuerte incremento del bienestar hu mano. Sin embargo, las fuentes de infelicidad no parecen disminuir. Hay así entre tecnología y bienestar humano una relación compleja — y, a veces, conflictiva— que conviene afrontar. 2) Por un lado, hay una racionalidad en la tecnología, la racionalidad interna a la tecnología; y, por otro lado, existe una racionalidad acerca de la tecnología, la racio nalidad externa de la tecnología. El problema que se plantea es: ^apor ta la racionalidad tecnológica un beneficio en términos de felicidad? 3) Además de reflexionar sobre la racionalidad tecnológica, hace falta aclarar qué se entiende por «felicidad». A este respecto, debemos dis tinguir entre formas de felicidad: afectiva (psicológica) y reflexiva (de juicio). Hemos de diferenciar así entre el placer emotivo y el contento judicativo {judgmental) de la mente. Porque la racionalidad mantiene una relación directa con el segundo, pero no con el primero. 4) Con to do, aunque la racionalidad no sea, por lo general, un factor promotor de felicidad afectiva en su forma positiva , puede sin duda alguna dis minuir en gran medida — vía ciencia y tecnología— la infelicidad afec tiva del dolor y del sufrimiento. .5) ¿Es la racionalidad fría, desapasio nada e inhumana? ¿es un obstáculo que se encuentra en el camino de la felicidad humana? ¡De ninguna forma! La razón misma está por completo preparada para reconocer la validez de los múltiples factores enriquecedores de la vida, aquellas actividades no reflexivas que re
1. Texto correspondiente al curso «Valores humanos en la era de la tecnología» de la Facultad de Humanidades (Campus de Ferrol), Universidad de A Coruña. La versión original es del 27 de octubre de 1994 y ha sido ampliada en septiembre de 1996. La tra ducción castellana ha sido realizada por Wenceslao J. González.
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quieren poco ejercicio racional, si es que necesitan alguno. 6) A tenor del nexo entre racionalidad e inteligencia, la razón sirve de fundamen to para la felicidad reflexiva. 7) El vínculo entre bienestar y felicidad es enormemente más complejo y sutil (y, desafortunadamente, bastante más remoto) de lo que parece a primera vista.
8.1. Tecnología y bienestar humano No cabe duda que la tecnología produce una fuerte intensificación del bienestar humano. Sus contribuciones a nuestra salud y comodi dad, a nuestra esperanza de vida y al bienestar material, han propicia do la puesta en práctica de unas condiciones de vida manifiestamente superiores a cualquier otra etapa anterior. Sin embargo, al mismo tiem po, ha traído consigo la constatación de enormes peligros y amenazas. La polución ambiental, la fuerte presión de las poblaciones sobre los recursos de la Tierra, la difusión de la adicción a las drogas, por muy negativas que puedan ser, son sólo pequeños cambios en comparación con el potencial destructor de una guerra nuclear. La moderna tecno logía militar puede destruir en pocos días lo que la tecnología produc tiva moderna ha levantado a lo largo de muchas décadas. Ahora bien, a pesar de estar mucho mejor la gente en determina dos aspectos (aun cuando sean incuestionablemente pocos), la socie dad contemporánea se enfrenta a un estilo de vida en donde hay es pacio para la infelicidad y la ansiedad, que son todavía, como han sido siempre, impresionantemente grandes. Todos estamos familiari zados con algunos rasgos de este fenómeno, tal vez menos fácilmente cuantificables: el iuerte y, en muchos casos, amenazante ritmo del cambio tecnológico y social; la despersonalización de la vida bajo condiciones de masificación urbana y congestión; la polución huma na y la destrucción de su medio ambiente natural; la cada vez más es tridente voz de los medios de «comunicación»; las angustias vitales al socaire de la amenaza atómica; el avance acelerado del alcoholismo y de la drogodependencia; las siempre cambiantes, aun cuando siem pre presentes, manifestaciones de discriminación social y económica y de pobreza; el declive del clima moral y el incremento de la pornogralía, las enfermedades venéreas y los casos de ilegitimidad. Así, a pesar tie la mejora sustancial en sectores significativos de las condi
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ciones de vida, las fuentes potenciales de infelicidad — que son mo dificadas o reducidas aquí o allí— muestran poca o nula tendencia a la desaparición. El hecho es que la tecnología y la felicidad humana están trabadas en una relación de amor-odio, a menudo amistosas, pero a veces amar gamente hostil la una con la otra. La situación resultante es tal que su pone un reto para la gente sensata el llegar a aclarar la cuestión de có mo se relacionan ambas. Y se hace patente que la relación entre ellas resulta bastante compleja, de modo que se han de indagar cuestiones que no sólo son interesantes e importantes sino también conflictivas. Para enmarcar el problema, cabe preguntarse: ¿es el progreso cien tífico y tecnológico un instrumento efectivo para el incremento de la felicidad humana? En otras palabras: ¿supone nuestro progreso cientí fico y tecnológico un beneficio en términos de ventaja para este aspec to clave de la condición humana? Este tema requiere considerar, en primer lugar, las deliberaciones filosóficas acerca de la racionalidad tecnológica; y, en segundo término, reclama una caracterización de la felicidad humana, a partir de la cual se pueda abordar adecuadamente la relación entre la tecnología y la felicidad humana.
8.2. La racionalidad tecnológica: perspectivas interna y externa Entendida de modo general, la racionalidad consiste en la búsque da inteligente de objetivos apropiados. Así, la racionalidad tecnológica, en concreto, trata de conformar esos principios a la materia de la tec nología. Aquí hay dos tipos de cosas involucradas: por un lado, hay una racionalidad en la tecnología, la racionalidad interna a la tecnolo gía; y, por otro lado, existe una racionalidad acerca de la tecnología, la racionalidad externa de la tecnología. La racionalidad de la tecnología es asunto de eficacia (efficacy) y eficiencia (effectiveness ) en la búsqueda de metas. Porque está claro que la tecnología es intrínsecamente ideológica y está orientada a fines. Sea un procedimiento metodológico o un artefacto material, un ítem de la tecnología es siempre teleologista y está dirigido hacia un fin: es un recurso instrumental'para la obtención de uno u otro objetivo. Y es te objetivo puede ser bueno o malo, inteligente o tonto. Las armas de destrucción masiva y las «drogas de diseño» son, en cuanto elementos, recursos tan técnicos como lo son las medicinas y la luz elect rica. El lie
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cho es que muchos de nuestros recursos técnicos son completamente ambiguos a este respecto. Los cuchillos pueden ser usados para ali mentar o para clavárselos a las personas; las drogas pueden ser utiliza das para curar o para matar. Así pues, en cuanto que la racionalidad es una cuestión de com portamiento inteligente en la búsqueda, eficaz y eficiente, de los fines {ends) apropiados, tiene así dos dimensiones: la práctica (la «búsqueda inteligente») y la evaluatíva (los «fines adecuados»). La racionalidad tecnológica es un componente crucial y característico de la primera, el ámbito práctico de la razón. Lo que se debate aquí es la cuestión del desarrollo y la utilización eficiente y efectiva de los medios para llevar a cabo nuestros fines. Y, sin duda alguna, la técnica aquí se convierte en tecnología. Porque, en este punto, el desarrollo de la tecnología — el despliegue de la ciencia aplicada— llega a ser crucial. Desde el punto de vista de la perspectiva interna , la racionalidad tecnológica es neutral en lo concerniente a los fines. Su naturaleza y misión consiste en hacernos capaces de encontrar los medios eficaces y eficientes para alcanzar nuestros fines, cualesquiera que estos fines puedan ser. Por esto mismo, no es más que una parte o un sector de la racionalidad en su conjunto. Porque la racionalidad de medios debe ser complementada con una racionalidad de fines.2 Y, a tenor de nues tro compromiso humano con la «búsqueda de la felicidad», la cuestión concreta de qué trae consigo esto vuelve al primer plano. Para ello hay que atender a la perspectiva externa de la racionalidad tecnológica. Un aspecto clave de ser racional en lo relativo a la tecnología con siste en evitar las esperanzas exageradas y las expectativas irreales res pecto de lo que és el progreso tecnológico. Y es aquí donde entra de lleno la racionalidad externa. Porque la gente es racioríal en lo relativo a la tecnología cuando la usa sabiamente (es decir, cuando la emplea para potenciar los intereses humanos). Lo que la tecnología hace es proponernos oportunidades para el bien. Nos permite hacerlo al inter venir en el curso de la Naturaleza, que iría de otro modo, para propor cionar y potenciar la calidad de vida de las personas. No obstante, mucha gente parece preparada para dar la espalda a la tecnología. Por citar un libro popular, que lleva significativamente
2. Sobre este punto se ha insistido en KESCHER, N., «La objetividad de ios valores», en este volumen, en especial, págs. 77-85. [¿V áelcomp ]
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por título La ciencia es una vaca sagrada , escrito por Anthony Standen: «La vida moderna en este país es altamente antinatural. Las máquinas, los teléfonos, las radios, las pastillas con vitaminas, los metros, los co ches, los trenes, los aviones, los ascensores, las inyecciones, los televi sores ... son todos productos de la ciencia, y todos ellos buscan ayu darnos individualmente, pero colectivamente nos aceleran día y noche y nos conducen a las úlceras de estómago o la atención psiquiátrica».3 En los años 20 y 30 de este siglo, gente bien pensante y con preo cupaciones sociales vio la ciencia y la tecnología como las mayores es peranzas del hombre y sus mejores amigos. Exactamente el mismo tipo de gente podría hoy rechazar sin duda alguna esta posición, por consi derarla completamente ingenua. Más aún, la ciencia y la tecnología son vistas como «el enemigo» de todo lo que es bueno y humano. Incluso un pensador tan informado como el distinguido biólogo René Dubos, en su libro El despertar de la razón , traza el contraste entre el pasado, cuando el hombre estaba amenazado por fuerzas naturales que él no podía controlar, y el presente, cuando nuestros miedos más poderosos están motivados por los efectos malignos (o efectos secundarios) de la ciencia y la tecnología.4 Seguramente se vislumbran los grandes peligros que hay por de lante en este camino. La ciencia, la tecnología y la educación, en gene ral, representan para el país una factura enorme de recursos humanos y materiales. En la medida en que la gente mantenga la ilusión de que puede lograr una carretera expedita para la satisfacción humana, la factura la pagará de buena gana. Pero ¿qué sucede si esa desilusión al canza proporciones serias, no tanto acerca de la ciencia y la tecnología sino respecto del ámbito completo de la vida intelectual? Ante los pesimistas, habría que resaltar dos aspectos complementa rios: de una parte, reconocer que la racionalidad tecnológica no es una condición suficiente de la felicidad humana; y, de otra parte, que no ca be excluirla como condición necesaria del bienestar humano. Porque no podemos crear un marco adecuado de vida sin las contribuciones de la tecnología, aun cuando su presencia no nos garantice la felicidad.
3. STANDEN, A., Science is a Sacred Cow , Dutton, Nueva York, 1950, pág. 205. Una buena parte del anticientifismo es analizado en DlXO.W B ., What ¿s Science for?, Penguin, Harmondsworth, 1976 (Ia ed., 1973). 4. Véase D U B O S, R., Reason Awake , Columbia University Press. Nueva York, 1970.
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Quizá merece más la pena ocuparse de los peligros de una infla ción de expectativas acerca de la tecnología. A lo largo de la historia de Estados Unidos, cada generación se ha enfrentado a la vida sobre la ba se de una premisa: las condiciones y circunstancias de sus hijos sería mejores que las suyas. Nuestra fe en el «progreso» late de una manera profunda. ¿Qué será de la vida cuando se abandone o, incluso, se in vierta esta expectativa? Cambiar las expectativas de nuestro entorno en un mundo de crecimiento cero no es una cuestión fácil. Será muy difícil encontrar gente que, habiendo sido educada en que cada día, en cualquier sentido, las cosas van a ir mejor y mejor, vaya a aceptar la idea según la cual el milenio no está a la vuelta de la esquina. No hay necesidad de dar detalles sobre el cuadro completo de quejas, descon tento, búsqueda de escapes de salida, extremismo político, etc., que subyacen a esta orientación. Algo semejante al principio de conservación de la negatividad pa rece estar operativo en los asuntos humanos. Es un hecho cruel de la vida que el logro del progreso real no necesita ir acompañado de nin guna satisfacción medible. Y nada hay de perverso en esto: es todo muy natural. El hombre, al menos el que conocemos en Occidente, tiende a ser una criatura descontenta. La meta inminente, una vez con seguida, simplemente eleva el nivel de expectativa y empuja hacia arri ba para alcanzar el nuevo fin con el aguijón del descontento renovado. Un resultado de esta tendencia — un resultado que, de modo apro piado, cabe ver como desafortunado— es lo que puede ser caracterizado como el fenómeno del descuento hedónico (hedonic discounting). Se pue de explicar con una analogía. Es un lugar común, bien conocido, que el mercado no responde a los hechos económicos actuales sino a las antici paciones del futuro. Al hacer presente la parte de posibles incrementos económicos futuros (o de disminuciones), el mercado ya ha descontado de antemano cuanto llega a ser realidad y, por eso, actúa menos ante los logros más importantes cuando ocurren o, incluso, los ignora. Un fenó meno paralelo acaece en el contexto de las mejoras previsibles de la con diciones de vida: hay una infravaloración semejante de los logros obteni dos l.en la vida humana] a tenor de las expectativas previas. Teniendo la expectativa de tanto (o, generalmente, de más), sencillamente rehusamos valorar los logros reales auténticos ante su verdadero valor. Cuando se ha conseguido el progreso, empieza a ser descontado en cuanto es considerado respecto de su contribución real a la felicidad:
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hemos ya «elevado la mirada» en anticipación de los que vendrán lue go. Las reflexiones del tema aquí tratado llevan a la conclusión irónica de ver que los avances que realizamos en el pasado, a pesar de promo ver un aumento en las expectativas, pueden ser autorrefutantes desde el punto de vista de la promoción de la felicidad. El progreso que ha tenido lugar, aun cuando sea real, tiende con todo a traer una ola de disminución de la felicidad general de la gente, en vez de un aumento de su felicidad. Parece que deberíamos ser conscientes, más con pena que con en fado, que es unu vana esperanza tener la expectativa de [confiar en] que el progreso tecnológico hará una contribución importante a la fe licidad humana, tomada ésta en su dimensión positiva. No obstante, como acontece con frecuencia con los problemas filosóficos, el asunto central no está tanto en el examen de los hechos cuanto, sobre todo, en la aclaración de los conceptos y de las cuestiones planteadas. Porque la pregunta sobre el nexo entre racionalidad — en especial, la tecnológi ca— y felicidad depende críticamente de la propuesta sobre cómo en tendamos la idea de «felicidad».
8.3. Dos form as de «felicidad»: afectiva y reflexiva Dentro del presente contexto, «felicidad» debe entenderse como la abreviatura de felicidad percibida , aquella que está en liza cuando una persona se pregunta: «¿soy feliz en estos días?» Esto incluye dos consideraciones: i) una estimación de los estados de humor (esto es, una media del tono afectivo de la decepción/euforia en el pasado re ciente y en el futuro previsible); y ií) una evaluación intelectual de las condiciones y circunstancias del presente modo de vida con la visla puesta en el contento o descontento. Los dos ingredientes - -el aspec to de tono afectivo y el componente de satisfacción— son factores que hay que tener presentes al abordar la felicidad humana. Estas distinciones respecto de la felicidad deben ocupar aquí un puesto importante, pues nos encontramos ante dos alternativas ra dicalmente distintas: la felicidad en un sentido afectivo (affective ) y la felicidad en un modo reflexivo ( reflective >. En el primer caso con cebimos la felicidad como el estado psicológico de un sentimiento subjetivo, mientras que en el segundo caso se trata de una cuestión indicativa \judgemental) >de apreciación racional y de evaluación re
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flexiva. Esta distinción entre felicidad afectiva y felicidad reflexiva — entre euforia y contento , por así decir— requiere una considera ción más atenta. Puesto de modo figurado, la felicidad afectiva depende de las visce ras, y la felicidad reflexiva, del cerebro. La diferencia gira en torno a si uno responde a las cosas de modo positivo, por medio de una reacción emotiva o psicológica — algún tipo de cálida sensación interna afectiva— , o si responde a ellas mediante una estimación favorable racionalizada, a saber: con un juicio intelectual deliberado de la situación de las cosas. En cuanto estado psicológico, la felicidad afectiva es un asunto de có mo uno se siente [feels) en relación a las cosas: es una cuestión de estado de ánimo o de sentimiento. Gira primordialmente sobre lo que común mente se llama «diversión» o «placer». Es la clase de estado psíquico o condición que, en teoría, podría ser apreciado con un medidor de euforia (euphoriometer ) y que representa el tipo de condición, generada de modo fisiológico, que podría — y, en rigor, puede— ser provocada por drogas o por la bebida. (Piénsese en la «hora feliz» en los locales de copas.) Por contraste, la felicidad reflexiva es una cuestión de cómo uno piensa acerca de las cosas. Se plasma en la apreciación y el juicio, en có mo uno estima (assesses ) o valora (evaluates) la situación ordinaria, en vez de consistir en una reacción emocional, afectiva o psíquica. No es, en absoluto, un estado psicológico de un sentimiento, sino una postu ra intelectual de evaluación positiva reflexiva. Es una cuestión de estal lan adaptado a las circunstancias que el estado de uno mismo se valora con un juicio de aprobación. El eje es la satisfacción (satisfaction ) ra cional más que el placer; lo que Aristóteles llamó eudaimonía en con traste con he doné? La felicidad en este segundo sentido consiste en el contento reflexivo de quien «piensa de sí mismo como afortunado» por una razón buena y suficiente. Su punto central no es el «placer» sino el «contento (contmentment) de la mente». De acuerdo con esto, las dos formas de «felicidad» tienen también cualidades temporales muy distintas. La felicidad afectiva (placer) es, por lo general, algo pasajero y de corta duración: una cosa de disposi ciones de ánimo y de antojos, de sentimientos del momento. Por con traste, la felicidad reflexiva (contento racional) es, generalmente, algo
5. Véase B arnes, J., Anstelle , <)xford University Press, Oxford, 1981, y también W. D., Aristotle. Methuen, I omites, T ' ed., PU9.
ROSS,
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de suyo más profundo y menos fugaz: es una cuestión de comprensión más que de sentimiento, algo dotado de estructura estable en vez de un estado transitorio. Cuestiones muy distintas están, pues, en liza. Las personas pueden encontrar satisfacción -— por completo legítima— en acciones y aconte cimientos que, como las tareas kantianas del deber, no les proporcionan en absoluto «felicidad» en un sentido afectivo del término; más aún, puede incluso que tengan un coste a este respecto. De ahí no se sigue que el individuo que mejore en felicidad o en bienestar sea, por tanto, superior en «calidad de vida». (Podemos volver al tajante comentario de John Stuart Mill: «Es preferible ser Sócrates insatisfecho que un cer do satisfecho»),0 Y nuestra actitud hacia estos temas tiende a ser muy diferente. Podemos sentir una cierta envidia de las personas o de las na ciones que tienen — incluso en abundancia— los componentes de la fe licidad afectiva, pero nuestra admiración y respeto nunca la podrían ga nar apoyándose sólo sobre esta base. Esas cuestiones son judicativas (judgemental ) y, por consiguiente, descansan en la felicidad reflexiva. Al reconocer que hay dos maneras muy diferentes de interpretar la idea de «felicidad», debemos señalar que, según sea la posición adop tada, marcará toda la diferencia en la cuestión de cómo se interrelacio nan racionalidad y felicidad. Si la felicidad se entiende en el sentido re flexivo , como satisfacción racional, entonces la racionalidad es, en verdad, un medio para una felicidad mayor. Porque, en primer lugar, las personas que proceden racionalmente son aquellas que, gracias a su racionalidad, van a incrementrar las posibilidades de que las cosas les resulten favorables para la promoción de sus intereses reales. Y, aun cuando las cosas puedan ir mal — como, sin duda, ocurrirá a menu do— , la persona racional tiene el consuelo de la racionalidad misma, cuenta con el reconocimiento de haberlo hecho lo mejor que ha podi do. Porque la persona racional estima (prizes ) la razón misma y en cuentra una satisfacción racional en el hecho mismo de haber realiza do lo que demanda la razón. Incluso cuando los asuntos van mal, debido a que «las circunstancias escapan a nuestro control», el agente racional tiene que contentarse con el consuelo de «haber hecho lo me-6
6. Véase M IL L , J. S., Utilitarianism, publicado originalmente en Fraser’s Magazine, Londres, 1861. Este libro, reeditado muchas veces, está compilado en M i l l , J. S., Collec ted Works, edición de J. M. Robson, University of Toronto Press, Toronto, vol. X, 1969.
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jor que sabe al enfrentarse a lo inevitable», algo que era altamente apreciado por los antiguos estoicos. Siendo consciente de los límites de sus capacidades, la persona ra cional evita lamentaciones inútiles y recriminaciones vanas, consi guiendo el respeto propio y la autosatislacción justificada, que acom pañan a la constatación de que uno ha hecho todo lo que podía. Consideraciones de este tipo se combinan para indicar que « l a felici dad se entiende en términos del propio contento reflexivo respecto del estado de cosas, juzgado por medio de la valoración intelectual, enton ces hay ciertamente una buena razón para pensar que la persona racio nal, en virtud de esa misma racionalidad, podrá sin duda alguna enca minarse mejor en la búsqueda de la felicidad. Por otra parte, si la felicidad es vista como una condición psíquica afectiva — una cuestión de acumulación de puntos en el medidor de euforia— , entonces la tesis según la cual la racionalidad propicia la fe licidad resulta ser muy discutible. En primer lugar, está el que pode mos lograr un,rápido acceso a la euforia mediante vías que no están es pecialmente apoyadas por la razón. Por poner un ejemplo: existe la posibilidad de drogas y de manipulación psíquica. Otro ejemplo: el mismo hecho de poder hablar de «placeres inofensivos {harmless)» in dica que hay también otros dañinos, aquellos que la razón tiene que desaprobar. Por su misma naturaleza, la razón está engarzada, no con nuestro placer, sino con aquello que nos interesa más, y así no hay fun damento para pensar que hacer caso de los dictados de la razón nos adelantará en la búsqueda del placer afectivo.7
7. Es útil observar el estrecho paralelismo de estas ideas con los debates en las es cuelas postaristotélicas de la filosofía griega. La distinción entre felicidad afectiva y lelicidad reflexiva corre paralela a su distinción entre el placer o el disfrute (hedvné), por una parte, y el genuino bienestar ieudaimonía), por otra. Y si uno identifica la racionalidad con aquello que los antiguos llamaban «sabiduría» (Sofía). entonces su insistencia en que la sa biduría era una condición necesaria (aunque no necesariamente suficiente) para el logro de la verdadera felicidad lbienestar=e«í/d/;»o«w=florecer humano) se asemeja a nuestra conclusión aquí: que la racionalidad tiene que facilitar la felicidad reflexiva. Los debates de esos moralistas clásicos son particularmente relevantes para nuestras deliberaciones aquí, y apuntan hacia resultados situados, en gran medida, dentro de la misma tendencia general. (Allí donde está por medio la sabiduría en lugar del «saber-como» (know hiño), no hay desfase tecnológico). Un tratamiento informativo e interesante de las cuestiones relevantes se encuentra en Ge isLING, J . ( 1. B.y T w i . i *R, ( C W , The ( Ireeks on Pleasure, Clarendon P r e s s , ( K l o r J 1 9 X 2
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Alguien puede objetar: «Ciertamente las personas racionales son más felices por su racionalidad., incluso en el modo afectivo de felici dad, porque su inteligencia es también capaz de sacar provecho a este respecto». Si esto fuera así, sería sin duda muy bonito. Pero, lamenta blemente, no lo es. Porque, mientras la inteligencia puede llevar a al guien hacia el agua, no puede asegurar que beber produzca cualquier efecto que merezca la pena {worthwhile). Las personas son lo que son; no hay razón alguna para pensar que conducir sus asuntos de manera inteligente^les beneficie en términos específicos de incremento de feli cidad afectiva. Está, sin duda, el hecho de que las personas racionales son las más «conocedoras» (know ledgeable ), esto es, tienen más capacidad para conocer y entender las cosas. Tratan, en principio, sus asuntos cogito citivos y prácticos con mayor éxito al intentar realizar sus objetivos [ob jectives). Pero, con todo, esto no supone mucho para su lelicidad espe cíficamente hedonista. Porque la experiencia ensena que, por lo general, las personas no se convierten en más felices de modo afectivo por «conseguir lo que quieren». Esto depende, en gran medida, del ti po de cosa que busquen. Y aun cuando estén tras las cosas que la razón aprueba, esto no les ayudará mucho cuando esté en cuestión la felici dad afectiva o hedonista. Desde luego, la gente que proceda de modo racional se decepcio nará menos a menudo de lo que podrían hacerlo caso de actuar de otra forma. Cabe esperar que su racionalidad pueda plausiblemente evitar les diversas sorpresas inesperadas. Pero, en la misma medida, es posi ble asimismo que la racionalidad sea ocasión de algún dolor y disgusto para sus poseedores. Porque la previsión (foresight) racional y el cono cimiento previo puede llevar también a aprensiones dolorosas y presa gios pesimistas con respecto a cosas que, probablemente, irán mal (de las que la vida ha de proporcionar muchos ejemplos). Hay todavía otro aspecto de la cuestión, menos obvio. El compor tamiento (comportment) racional es un asunto del uso inteligente de los medios para realizar los fines adecuados. El ámbito donde se pruebe (prove) que es productivo será aquel donde quepa esperar que la ac ción inteligente dé buen Iruto. Pero la felicidad en su sentido hedonis ta no es un buen ejemplo de esto. Porque la lelicidad afectiva es algo demasiado efímero y capí idioso paia sei apto para la manipulación efectiva por medios rat tonales lliiduso \ qui/.a especialmente— la
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gente que «tiene todo» puede fracasar en ser feliz; nada hay, en abso luto, que sea paradójico o incluso inusual acerca de alguien que dice: «Sé que en estas circunstancias debería ser feliz, pero no lo soy».)8 La felicidad afectiva es, en gran medida, una cuestión de disposiciones de ánimo y de estructuras mentales , y se frusta con facilidad por el aburri miento o mediante la predecibilidad. Es una ironía de la condición hu mana que la felicidad afectiva sea intrínsecamente resistente al manejo racional. ¡Juzgue esto a partir de su propia experiencia! Entre la gente que usted conoce, pensándolo bien, ¿son las personas racionales — las in teligentes, sagaces y prudentes— de algún modo más felices, en térmi nos afectivos , que sus paisanos más irreflexivos y que se dejar llevar por la suerte (bappy-go-lucky )? En su mayor parte, probablemente no lo son. De aquí podría seguirse que una disposición acomodadiza y el sentido del humor cuentan más para la felicidad afectiva que la inteli gencia y la racionalidad. Podría pensarse, en una primera aproximación, que la búsqueda eficiente y decidida de la felicidad afectiva está llamada sin duda algu na a proporcionar un mayor placer a largo plazo. Pero los hechos de experiencia enseñan lo contrario. La descripción que hace John Stuart Mill de su propia experiencia es instructiva a este respecto.9 Cabe afirmar que lograr lo que deseamos de forma ingenua y sin hacer valoraciones puede ser un negocio ruinoso. Y, de forma irónica, cuando se busca la felicidad afectiva de modo hedonista, aunque sea de una manera racional e inteligente, ésta tiende a desaparecer, (Ésta es otra vertiente más en la que se enfrenta a dificultades sustanciales in trínsecas el proyecto de «la búsqueda de la felicidad».) Porque, como indican las deliberaciones de Stuart Mill en su Autobiografía , la racio nalidad misma nos enseña — en la escuela de la amarga experiencia— acerca del vacío final de este tipo de cosas; esto es, su incapacidad pa ra propiciar, en el asunto crucial, el contento real mediante la felicidad reflexiva. Consideraciones de esta índole se combinan para indicar
8. Recordemos el poema de Edward Arlington Robinson acerca de «Richard Co rey», el hombre que «tenía todo para hacernos desear estar en su lugar» y, sin embargo, una noche «fue a casa y se metió una bala en la cabeza», véase R O B IN S O N , E. A . , Collected Poems, Macmillan, Nueva York, 1921. 9. Véase S t u a r t M i l l , J., Autobiography, edición de J. J. Cross, Nueva York, 1929, págs. 99-101.
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que, cuando la felicidad se entiende en términos hedonistas de euforia afectiva o de placer, empieza a no ser plausible mantener que el hom bre racional es el más feliz debido a su racionalidad.10
8.4. Las compensaciones afectivas de la racionalidad Hay, no obstante, un aspecto ulterior de la cuestión, de singular re levancia, de la relación de la racionalidad con la felicidad en su dimen sión afectiva. Porque nuestras consideraciones hasta este momento han pasado por alto una importante distinción. El dominio hedonista tiene, en realidad, dos caras: la positiva, que pivota sobre la felicidad afecti va o placer, y la negativa, que gira sobre la infelicidad afectiva o dolor. Un beneficio afectivo orientado de modo negativo lleva a modificar o disminuir algo malo. (Ilustra esto la caricatura del cuento del hombre al que le gustaba golpearse la cabeza contra la pared, porque así se sen tía mejor cuando paraba.) Por su parte, un beneficio afectivo orienta do de forma positiva consiste en que incluye algo que es agradable por sí mismo más que por contraste con una alternativa dolorosa. Esta distinción afecta de forma importante a nuestro problema. Porque no hay duda de que el estado del bienestar humano ha mejora do en gran medida — y puede mejorar aún más— mediante el uso de la inteligencia — en el área de la ciencia y la tecnología— hacia beneficios orientados de modo negativo: la reducción de la miseria humana y del sufrimiento. Considérese sólo unos pocos casos: la medicina (la pre vención de enfermedades infantiles, por medio de la inoculación; los anestésicos; la cirugía plástica y la rehabilitación; la higiene; la odonto logía); la recogida de basura y los servicios de saneamiento; el control de la temperatura (la calefacción y el aire acondicionado); el transpor te y la comunicación; y así sucesivamente. Sería fácil multiplicar los ejemplos de este tipo. La inteligencia puede, sin duda, sernos útil para erradicar las causas de la aflicción y el aburrimiento. Puede mejorar enormemente la «calidad de vida». Pero permanece el hecho de que, mientras el mundo da vueltas, esta disminución de lo negativo no trae necesariamente consigo re
10. Queda, sin duda, el hecho de que las personas racionales estarán ciertamente en mejores condiciones — en términos reflexivos— en lo que atañe a la racionalidad: han de ver que tienen que encontrar placer en la racionalidad misma.
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percusiones positivas para la felicidad afectiva. Aumentar el bienestar no significa incrementar la felicidad afectiva: una disminución del su frimiento y de la taita de comodidad no produce un efecto positivo, co mo placer, alegría o felicidad. Porque el placer no es la mera ausencia de dolor, ni la alegría es tampoco la ausencia de pena. Quitar lo afecti vamente negativo no crea de suyo una condición positiva, aun cuando elimina, sin duda, un obstáculo en el camino de lo positivo. Por eso, el inmenso potencial de la ciencia y la tecnología para aliviar el sufri miento y el malestar no las cualifica automáticamente como una fuen te tie felicidad afectiva. El hecho desagradable Iharsh) de esta cuestión es que la racionalidad tecnológica carece relativamente de poder (rela tively ¡towcrlcss) como promotor de felicidad hedonista en su dimen sión positiva. Está claro que la inteligencia técnica puede incluso proporcionar intensificadores de lo afectivo positivo, tales como las bebidas alcohó licas o las drogas. Pero hay algo injustificado que favorece lo placente ro en estos casos. El placer afectivo de esos propiciadores de euforia llega a estar erosionado por la rutina. El hábito rápidamente mina lo placentero de estos «placeres», de modo que poco, si es que algo, del pla cer real procede de su «disfrute» meramente nominal. Al final, no es el placer del desenfreno sino la incomodidad de su falta lo que viene a prevalecer. Los mecanismos naturales, psicológicos y físicos, pronto transforman de un carácter positivo a uno negativo los «beneficios» en cuestión de estos propiciadores de euforia, ideados de acuerdo con la tecnología. Diseñados para el aumento del placer, su potencial es pron to reducido a la disminución del dolor. Qué duda cabe de que la racionalidad beneficia. Pero la ironía de la condición humana es que, en cuanto atañe a las dimensiones afecti vas, la utilidad de la razón es mucho más eficaz para erradicar hechos infelices que para propiciar la felicidad en su aspecto positivo. La racionalidad tecnológica es un instrumento de la satisfacción del querer. Es un medio para conseguir nuestros fines de modo efi ciente y eficaz. Según esto, la cuestión de su relación con nuestra fe licidad se retrotrae al nexo entre satisfacer-el-fin y la felicidad. Y apa rece aquí la distinción entre lo que queremos »aun cuando sea etéreo) y lo que nos llevará a nuestra felicidad, construida del modo adecuado. Si lo que queremos es el mero deseo de satisfacción, entonces icon in dependencia de los méritos de aquello que deseamos) la lacionahdad
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tecnológica puede, sin duda, aparecer ahí. (Si lo que queremos es la eu foria de las drogas, la racionalidad tecnológica puede señalar el cami no), Resulta así patente que sólo en la medida en que tenemos presen te la distinción entre el querer y las necesidades, entre lo que queremos de hecho y aquello que realmente sirve para nuestro mejor interés, po drá llevarnos a la felicidad el ejercicio de la racionalidad tecnológica. Esto es algo que puede hacer y que hará sólo bajo la guía orientadora de la racionalidad evaluadora.
8. X La desconfianza en la razón Una profunda desconfianza (distrust) en la razón es un leit-motiv constante de la filosofía española que va desde Francisco Sánchez (15301623)“ y Baltasar Gracián (1601-1658)112 a Miguel de Unamuno, ya en nuestro siglo. Lo que estos pensadores españoles tienen en contra de la razón es que dirige las personas hacia ciertos tipos de fines (ends); en es pecial, fines «razonables» y «sensatos»: fines paternalistas que pueden ser objetivamente validados (validated ) mediante la aprobación de otros (los expertos). Pero la búsqueda de tales fines no hace feliz a la gente. «¡Sé razonable!» es el eterno grito de la desilusionada edad adulta con tra el entusiasmo de la juventud. Y este eterno grito está destinado a quedar eternamente sin validez, porque la juventud es consciente, de modo instintivo y correcto, de que el sendero para la felicidad no va en esa particular dirección. La razón pretende alcanzar lo que es i lato, lijo y seguro. Suyo es el camino del zoológico bien ordenado, no el semino de la jungla. No encaja bien en el vibrante desoideti de la vida humana La perspectiva española de estos pensadores combina una vision de sentido común í common-sensical) de la buena vida con un proliin 11. S án ch ez , K, Opera Omnia, publicada en Genova en 1766, reimpresa en 1985 pul la editorial alemana Georg Olms, Hildesheim. Su libro mat, representativo es: S a.Ni i ll./., K, Quod nihilscitur, edición y traducción al castellano de S. Rábade,). M. Arfóla y M. E Pé rez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1984. Había sido traducida como: Que nada se sabe, Emecé Editores, Buenos Aires, 1944. Hay también versión ingle sa: That Kotbing is Known, Cambridge University Press. < ambridge, 1988. [N. del comp.) 12. Sus libros más influyentes son: G ra< IAN, B ., Arte y agudeza del ingenio, edición e introducción de Evaristo Correa. Castalia, Madrid, 1969; y GRACIÁN, B., El criticón, edi ción e introducción de Evaristo Correa Calderón, Espasa Calpe, Madrid, 1971. Su pro ducción so encuentra en GRACIÁN, B.. ( )bras completas, estudio preliminar y edición de A. del I lovo, Aguilar, Madrid, Y ed., 19(77. [X del comp..
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do escepticismo sobre que pueda llevarnos allí la razón. Porque el mundo —y, en particular, el mundo social en el que vivimos los huma nos— es cambiante, caótico, irracional. Los «principios generales» son de poca ayuda; las útiles lecciones de la vida son aquellas que las per sonas aprenden en la escuela de la amarga experiencia. La razón, como tal, no es una guía adecuada para una vida satisfactoria. Así lo resaltan los españoles mencionados. Todo esto reviste una plausibilidad superficial. Pero incluso en un mundo difícil, aquellos que no lo examinan racionalmente — y rehúsan beneficiarse de saber explotar la experiencia de otros, guiada por la ra zón— se crean dificultades innecesarias a sí mismos. No cabe duda que hay otras guías para la decisión humana distintas de la razón misma (la costumbre, el instinto, la experiencia, y la inclinación espontánea, en tre otras). Pero sólo un examen razonado puede enseñarnos acerca de su uso adecuado. En la crítica que hacen estos pensadores españoles a la razón re sulta particularmente irónica su inevitable alianza con la razón misma para su justificación. Puede que sea verdad que la razón tiene sus lími tes como guía para la obtención de una vida satisfactoria (satisfying ). Pero sólo la razón misma puede informarnos acerca de esto: única mente un escrutinio racional y una investigación del asunto, guiada por la razón, pueden informamos de modo fiable sobre cuáles son esos lí mites. Al desarrollar el caso de las limitaciones de la razón, aquellos sa gaces españoles se vieron (inevitablemente) constreñidos a hacer uso de los recursos de la razón misma. A pesar de todo, ¿no socava la racionalidad la parte del hombre emocional y afectiva (la parte no calculadora, no egoísta, abierta, aco modaticia y relajada, que no es menos importante, en el conjunto ge neral de los sucesos humanos, que la austera empresa de «buscar nuestros fines»)? ¿No resulta defectuosa la razón por insistir unilate ralmente en el aspecto «calculador» de la naturaleza humana? En ab soluto. Hay buenos fundamentos para que la razón no niegue las pre tensiones de la parte emocional y afectiva del hombre. En efecto, ¡la vida es más amplia y rica de esta forma! La razón, después de todo, no es nuestra única directriz. La emoción, el sentimiento, y la vertiente afectiva de nuestra naturaleza tienen un lugar perfectamente adecuado y altamente importante dentro del esquema humano de las cosas; no menos importante que el esfuerzo activo por f i n e s (ends) y o b je t i v o s
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[goals). En la medida en que existan otras empresas humanas válidas, hay un buen motivo por el que la razón pueda (y deba) reconocerlos y admitirlos. Insistir en razonar como la única y omniabarcante actividad en los asuntos humanos no es racionalismo sino hiperracionalismo , que va contra la racionalidad en cuanto tal. Afirmar que la razón debe por naturaleza ser fría, distante e indi ferente respecto de los valores humanos es entender muy mal la racio nalidad; es concebirla como pura cuestión de medios para fines arbi trarios, comprometida con el enfoque de «vayamos hacia los objetivos, pero sin importar cómo, sin preocuparnos de quién o qué puede que dar herido en nuestro camino». Pero esa visión «mecánica» de la ra zón, aun cuando lamentablemente esté muy difundida, es por comple to inapropiada. Descansa en esa falacia familiar de ver la razón como un mero instrumento , que no está en posición de mirar críticamente a los fines para cuya obtención está siendo empleada. Rehúsa conceder a la razón lo que de hecho tiene como característica definitiva: el uso de la inteligencia. Ahora bien, la razón es perfectamente capaz de advertir que la «amable racionabilidad (reasonableness )» no aparece en todas las cir cunstancias, y que es capaz de reconocer que puede haber ocasiones para indignarse y, en su caso, para el desmán. Asimismo, apenas cabe duda que, como propone un escritor reciente, «uno puede causar da ño a valores humanos importantes por insistir en exceso en los valores teóricos y cognitivos».1’ No obstante, admitir esto en modo alguno mi na las pretensiones de la razón. ¡Al contrario! Es la razón misma la que demanda que reconozcamos el lugar limitado de las virtudes del cono cimiento, la investigación, y el lado cerebral de la vida. Una explica ción adecuada de la racionalidad debe resaltar correctamente su im portancia y primacía, al mismo tiempo que reconoce que las virtudes intelectuales abarcan sólo una parte de la imagen general relacionada con la vida buena. Como hemos visto, la razón requiere el cultivo inteligente de fines apropiados. Y, en la medida en que las diversas actividades «arracio nales» (a-rational) pueden, de hecho, tener un valor para nosotros, la13
13.
N A T H A N SO N , S . ,
The Ideal o f Rationality ,
H u m a n itie s P r e s s , A tla n tic H ig h la n d s ,
N J, 1985, pág. 157. E ste libro contiene una buena presentación del tema que nos interesa a q u í.
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razón misma está preparada para reconocer y aprobar esto. En la vida de la razón no todo es cálculo, planificación, esfuerzo. Porque para no sotros, humanos, una parte importante de ella es descanso, recreación y disfrute. En consecuencia, la razón está muy deseosa de delegar una participación adecuada de su autoridad a nuestras inclinaciones y ne cesidades psíquicas. Va contra la razón decir que el cálculo racional debería impregnar (pervade ) todas las facetas déla vida humana. La ra zón no insiste en correr con todo el trabajo por sí misma; no está ciega ante sus limitaciones de ser simplemente un recurso humano entre otros. Como se ha resaltado desde el principio, la racionalidad es una cuestión de búsqueda inteligente de fines (ends) adecuados. Y sería ab surdo pensar que esto es algo que puedar resultar de dudosa conve niencia.
8.6. La razón, base para la felicidad re flexiva El resultado de estas consideraciones acerca del comportamiento de la racionalidad respecto de la felicidad está suficientemente claro, aunque se encuentre sujeto a varias distinciones complejas. Si enten demos la felicidad del modo más reflexivo, como una cuestión intelec tual de contento mental, entonces la persona racional ha de ser lo me jor, por medio del incremento de las oportunidades para la felicidad. Pero si la felicidad se concibe a la manera afectiva, como un asunto de placer o euforia, entonces no hay buenas razones para pensar que la ra zón es beneficiosa Iprofitable I para la felicidad en su aspecto positivo (aun cuando tenga a este respecto el mérito de ser capaz de ayudar a evitar la infelicidad afectiva). La última palabra respecto de la cuestión de las pretensiones de la racionalidad de ser un apoyo para la felicidad queda sin decir. La respuesta dependerá, fundamentalmente, de cuál sea la concepción de felicidad que nos propongamos adoptar. De acuerdo con esto, las consideraciones expuestas llevan a un re sultado que, quizá, no sea del todo sorprendente. Dado que la racio nalidad es una cuestión de inteligencia — del uso efectivo de la men te— , es tanto natural como esperadle que la racionalidad pueda ser adecuada para la felicidad reflexiva y un apoyo para ella, siendo la mente el árbitro final acerca de la forma judicativa (judgemental) de fe licidad. Pero, por ser lo que es, la racionalidad no necesita ser no-inte ligente KuninU'lhgents acerca de ella misma, y no pasa por alto la im-
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portancia que tienen, para nosotros, los valores situados fuera del do minio intelectual. Debe aceptarse que la ciencia y la tecnología no van a hacer que el millenium sea realidad. En un mundo de recursos limitados no se puede reducir a cero los problemas de la vida. Reconocer que la ra cionalidad científica no es una condición suficiente para la felicidad humana es un aspecto, y constituye una apreciación verdadera. Sin embargo, rechazarla en cuanto que no constituye una condición ne cesaria del bienestar humano sería un error de bulto. Carece de sen tido asociarse con el culto a la anti-razón. dando la espalda a la cien cia y la tecnología. El mal trabajador siempre se queja de sus instrumentos; pero, en este contexto, las dificultades no radican en los instrumentos sino en nuestra capacidad para usarlos de modo in teligente.
H.7. Bienestar ( «calidad de vida») y felicidad personal Parece como algo obvio, autoevidente, mantener que el objetivo de las medidas para promover el bienestar de la gente (o para «m ejo rar su lote», por así decir) es hacerlas más felices. Se habla del bienes tar social de un grupo con una perspectiva referida primariamente a la amplitud en que sus miembros disfrutan de ciertos requisitos a los que, generalmente, se les reconoce como propios de la lelicidad: salud (física y mental), prosperidad material, educación, protección ante los avatares comunes de la vida, y otros semejantes. I I vínculo cu tir ble nestar y felicidad parece casi tautológico: al igual que cuando se da un incremento en la situación de la economía de una persona niejoia su condición cara ala riqueza, así también un aumento en m i nivel de bie nestar debe mejorar — al menos así parece a primera vista su cornil ción cara a la felicidad. Pero la cuestión no es tan simple como eso. El nexo del bienestar con la felicidad no es sólo más sutil y complejo sino que — lo que es peor— es más remoto. Hay, como veremos en breve, al menos un fac tor importante que puede ser un obstáculo entre bienestar y felicidad y que puede proporcionar incrementos en el primero que son insigni ficantes para mejorar la segunda. El hecho es que el bienestar es un asunto de condiciones objetivas, pero la felicidad no lo es. I a valoración (assessment) de un individuo
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acerca de su felicidad es una cuestión de su percepción, personal e idiosincrática, del grado en que las condiciones y circunstancias de su vida cumplen sus aspiraciones y deseos. Y aquí entramos en el área de «sentir como suficiente» y de «sentir que no es suficiente». Por un la do, una persona puede decir con pleno sentido: soy consciente de que, a tenor de los estándares usuales, no tengo ninguna buena razón para ser feliz y estar satisfecho con mis circunstancias actuales, pero, estan do todo igual, soy completamente feliz y estoy muy contento. O, por otro lado, él puede decir de manera creíble (y, tal vez de forma más plausible): «sé perfectamente que tengo razones para ser feliz, pero, sin que cambien las cosas, me encuentro muy descontento y no estoy sa tisfecho». Dentro de este contexto, uno puede volver la mirada a la vieja pro porción de la Escuela de Epicuro, en la Antigüedad:14 el grado de satisfacción = lo obtenido/las expectativas El hombre cuya visión personal de la felicidad requiere yates y ca ballos para jugar a polo estará descontento en circunstancias que mu chos de nosotros consideraríamos como idílicas. El que pide, si acaso, un poco estará dichoso en circunstancias modestas. Todo es cuestión de qué alto llegue uno en términos de expectativas y aspiraciones. Sobre esta base resulta posible dar una explicación, rápidamente in teligible, para el fenómeno — a primera vista sorprendente— de este creciente descontento en la presente era de mejora de la prosperidad personal y de aumento de la atención pública para [conseguir] el bie
14. Uno de los pocos casos de estudios empíricos de los que tengo conocimiento que giran en torno a esta parcela de la filosofía especulativa dedicada a la relación entre ex pectativa y logro (probable* es THOMSEN, A., «Expectation in Relation to Achievement' and Happiness», journal o f Abnormal Social Psychology, vol. 38, (19 4 3 ), págs. 58-73. Otras indagaciones relacionadas con esto y referencias ulteriores se dan en MARCH, J. G. y SIMON, H., Organizations,]. Wiley, N. York, 1958; CYERT, R. M. y MARCH, J. G., .4 Be havioral Theory o f the Firm, Prentice Hall, Englewood Cliffs, NJ, 1963; y COSTELLO, T. y ZAF KIND, S., Psychology in Administration, Prentice Hall, Englewood Cliffs, N J, 1963, en especial, en la parte II; «Needs, Motives, and Goals». No carece de interés que uno encuentre a menudo «aspiración» en lugar de «expec tativa» en el denominador de la proposición básica. La diferencia es importante y sutil. La persona emprendedora puede aspirar a más de lo que ella espera realizar; y el emplearse a fondo optimista puede esperar llevar a cabo más de lo que él aspira hacer.
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nestar privado. Lo que tenemos delante es una escalada en las expectati vas, una elevación en los niveles de expectativas, con los consiguientes incrementos de las aspiraciones, de las exigencias que la gente hace so bre las circunstancias y las condiciones de sus vidas. Con respecto a los requisitos de felicidad, estamos en medio de una «revolución de eleva ción de expectativas», una revolución que no sólo afecta al hombre si tuado abajo sino que opera en todas partes, hasta llegar «a la cumbre». Como pone de relieve nuestra proporción epicúrea, cuando se in crementan las expectativas quedan atrás los logros reales (e, incluso, logros significativamente crecientes), y el resultado es un neto descen so de la satisfacción. Una importante lección está oculta en este hallaz go. a saber: que las consideraciones que atienden sólo a la felicidad idiosincrática de unos miembros de una sociedad dan una medida in suficiente de los logros en el campo del bienestar social. Sólo sería una buena medida en una sociedad cuyas expectativas se mantuvieran más o menos constantes dentro de una pauta gradual que no pudiera caer automáticamente fuera de los logros crecientes. Estas consideraciones tienen importantes implicaciones desde el punto de vista del bienestar social. El reforzamiento de los estánda res de vida de la gente mediante el progreso tecnológico no es capaz de proporcionar felicidad a la gente en cuanto tal, pero incrementa en grado sumo la accesibilidad de ciertos requisitos d e felicidad am pliamente reconocidos, de modo que trae así mejoras en el «clima de vida». Pero, dadas las mismas circunstancias, permanece abierto un hueco potencial entre el bienestar público y la felicidad personal. Permanece el panorama de una sociedad en la que muchos o la ma yor parte de sus miembros consigue lo que la gente en general con sidera como requisitos básicos de la felicidad, [pero donde] la ciu dadanía puede todavía — y en gran número— no conseguir ser feliz. Desde el presente punto de vista, consiste en mejorar los estándares de vida de la gente sin, de hecho, hacerla más feliz de alguna mane ra; es una posibilidad particularmente intensa cuando la gente es «irrealista» en sus exigencias acerca de la vida. En cualquier caso, el vínculo entre bienestar y felicidad es enormemente más complejo y sutil (y, desafortunamente, bastante más remoto) que lo que parece a primera vista. Cabe resaltar, como corolario de estas reflexiones sobre raciona lidad tecnológica y felicidad humana, que uno de los cometidos prin
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cipales de la tilosofía es ayudar a orientar nuestro pensamiento en las direcciones sensatas y evitar los malentendidos mediante la aclaración de ideas. Y esta tarea requiere a menudo que tracemos distinciones, necesarias para evitar la perplejidad y la confusión. Este texto ha ilus trado este fenómeno. En concreto, ha servido para mostrar que, para lograr el objetivo de un juicio ecuánime sobre los resultados del pro greso tecnológico para el bienestar humano, debemos tratar con tino distinciones tales como aquellas que se dan entre: — placer y felicidad — placer afectivo y reflexivo — bienestar y felicidad A no ser que se esté preparado para afrontar el reto filosófico de conseguir un claro dominio de tales distinciones, se nos escapará ine vitablemente la perspectiva de una comprensión adecuada de los efec tos del progreso tecnológico sobre la condición humana.15
15. Este trabajo amplia y complementa una de las líneas arguméntales expuestas en Rationality, Clarendon Press, Oxford, PASS
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IX EL SEN TID O DE LA VIDA EN UNA ERA DE CIENCIA Y TEC N O LO G ÍA '
SIN O PSIS 1) La vida tiene sentido precisamente porque nos ofrece el poten cial para establecer una diferencia en el mundo, tanto para nosotros como para los demás. 2) Pero ¿el sentido de la vida no es destruido por el hecho de que el hombre es una máquina? En absoluto. Porque si el hombre es una máquina, lo es de una clase tan única que el valor per manece. 3) Tampoco nuestra índole evolutiva destruye la finalidad o la intención. Porque si nosotros aparecemos por evolución, entonces también lo hacen nuestros valores y fines que surgen con ella. 4) Ni la ciencia ni la tecnología destruyen el valor; se relacionan con dimensio nes diferentes de la existencia humana. 3) El «sentido de la vida» no es Tanto algo que encontramos cuanto algo que damos.
9.1. La cuestión del sentido de la vida El asunto que está en la mente de las personas cuando se preocupan por el sentido de la vida parece, por lo general, estar mejor representado por una cuestión diferente: ¿tiene la vida humana un valor?d Y un punto de vista ampliamente defendido, especialmente popular entre filósofos de12
1. Texto leído en el curso «Valores humanos en la Era de la tecnología» de la Facul tad de Humanidades (Campus de Ferrol), Universidad de A Coruña. La versión original es (.leí 27 de octubre de 1994. La traducción castellana es de Wenceslao J. González. 2. Futre los escritores recientes, Robert Nozick ve este punto más claramente. Él es cribe: «El sentido incluye tanto trascender límites como conectar con algo valorable (valu able), el sentido es un trascender los límites de tu propio valor, un trascender tu propio valor limitado. El sentido es una conexión con un valor externo», NOZICK, R., Phüoui/'I’k ,il / KpLnuUions, 1larvurd University Press, Cambridge, 1981, pág. 610.
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orientación naturalista, se centra consecuentemente en la insignificancia de la gente. «La vida de un hombre — escribe David Hume— no es de ma yor importancia para el Universo que la vida de una ostra».3 Bertrand Rus sell sugiere que, amour prope aparte, no hay buenas razones para vernos a nosotros mismos como superiores a la ameba.4 Y hay claramente algo de justicia en tal perspectiva. En el vasto esquema cósmico de las cosas, noso tros — los humanos— somos englobados, según todas las apariencias, en el estado de un miembro insignificante de una insignificante especie. En la es cala astronómica, no somos más que oscuros habitantes de un oscuro pla neta. Nada somos o hacemos en nuestra pequeña esfera de acción, dentro del inmenso Universo que alcanza el espacio y tiempo, que establezca dife rencia sustancial alguna a largo plazo. Las glorias de Grecia y la grandeur de Roma se han esfumado en gran medida como las nieves del año pasado. Tal vez el refrán exagere al defender que «todo será igual dentro de 100 años». Pero, al final, el último vestigio de nuestros débiles esfuerzos desaparecerá sin duda bajo los estragos del tiempo, completamente arrolladores. Hay una justificación más que suficiente para reconocer que nosotros los humanos sólo desempeñamos un papel menor en el estado cósmico de las cosas. No es implausible decir que nosotros no contamos; que nada de lo que hagamos realmente importa en el gran diseño del mundo. El espa cio es terriblemente extenso; el tiempo, pasmosamente largo; la causali dad, interacción de fuerzas impersonales. El Universo que retrata la cien cia moderna no es un lugar muy agradable. Incluso aquí, en la Tierra, la con uñas dientes alrededor de nosotros. las per sonas mismas tienen demasiado a menudo una mezcla de fobias y neurosis, con el homo sapiens como su peor enemigo, siempre dispuesto a destruir las buenas cosas que, de alguna manera, puedan surgir. Con todo, esto difícil mente es el final de la cuestión. %
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9.2. Estableciendo la diferencia A la luz de las consideraciones precedentes, aparece como una cuestión evaluativa el asunto que la gente tiene, por lo general, en men3. H u m e , D„ «Of Suicide», en H u m e , D„ Essays Moral, Political, and Literary, edi ción a cargo de E. F. Miller, Liberty Fund, Indianapolis, 1985. Uno se pregunta cómo in formaba el Universo a Hume de las cosas. 4. Esta idea figura en R U S S E L L , B., «Current Tendencies», en R U S S E L L , B., Our Knowledge o f External World. Allen and Unwin, Londres, 1923, págs. 1-21. CS. del 1.1
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te al plantear la cuestión del sentido de la vida. Dada la imperfección de los seres humanos y la impermanencia de sus logros, y dada nuestra insignificancia en el inmenso panorama cósmico de las cosas, ¿cuál es precisamente la clave de nuestra existencia? ¿Contribuye, en realidad , a establecer una diferencia en lo que hacemos con nuestras vidas} Esa es, en términos generales, la cuestión crucial. ¿Qué es lo que, en el fondo, nos importa? Pero, qué le importa a quién. Un abanico de posibilidades siempre ampliables se nos abre aquí: nosotros mismos, los nuestros más cercanos y queridos, el grupo de nuestro entorno (colegas, paisanos), nuestra nación o civilización, nuestra especie, los seres inteligentes en general (incluidos potencial mente aquéllos de otros planetas), el espíritu del mundo (Dios). Ya desde el principio, uno debe resistir la tentación de pensar que lo que hacemos sólo importa realmente si importa descender hasta el término final de esta serie. Se debe rechazar el terrible y profundo engaño de sostener que una diferencia real requiere establecer una gran diferen cia. Tamaño y escala no son, desde luego, las únicas medidas de signi ficación (significance ). Cuando algo importa incluso sólo de modo local — meramente para nosotros— , eso le confiere un valor perfectamente apropiado y de importancia por sí mismo. Lo que es central para la cuestión del sentido de la vida es si lo que hacemos puede importar — y, de hecho, en realidad importa— no necesariamente a Dios o al Universo, sino a nosotros mismos. Es sin duda eso (es decir, el impor tarnos a nosotros) lo que cuenta para nosotros , puesto que eso es lo que somos. El punto crucial para la posesión de sentido está entonces, no en establecer una gran diferencia, sino en propiciar una diferencia real. Aquí lo que importa es fijar altos niveles para uno mismo y realizar eva luaciones de lo propio en términos de criterios impersonales que, de forma visible, pongan en práctica esas pautas. Porque entonces el valor de lo que hacemos dentro de nuestra esfera de la actuación (agency ) y de la acción es algo que, aun cuando «de miras estrechas», está allí ob jetivamente para ser visto por todos. La razón para mirar hacia pautas objetivas que indiquen la posesión de sentido de la vida no está en ob tener la aprobación de otros — aun cuando sea la de Dios— , sino en asegurar que esa aprobación (valoración) por alguien , uno mismo in cluido, es apropiada. Y la pauta por la que debemos juzgar el valor de la vida no es, ciertamente, las opiniones personales de alguien subjeti
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vamente fundadas, sino la cuestión objetiva de si vivir ofrece una pers pectiva (prospect ) de realizar buenas cosas.56Una vida que es satisfacto ria (satisfying) para uno mismo y constructiva vis-a-vis para otros es de valor en virtud de estos mismos hechos. Y esta circunstancia, que sin duda importa para su portador, debería también importar para los de más, que permanecemos como observadores. Tiene un sentido que es tá ahí para cualquiera que lo lea.
9.3. E! hombre, ¿una máquina? Pero, ¿es este tipo de apreciaciones realmente suficiente para con ferir sentido a la vida? ¿no está el valor de la vida humana decisiva mente menoscabado por el progreso que ha desplegado la ciencia — por el proceso en marcha de descubrimiento— de que el hombre (homo sapiens ) es simplemente una máquina , una mera parte de los me canismos de la Naturaleza? En 1748, Julien Offray de la Mettrie publicó en Leiden su llamati vo tratado L Hom me m achinef dando una vivida expresión al natura lismo, que íue parte integrante y ámbito de la atención desmedida a la «razón» que caracterizó a la ética intelectual de la época de la Revolu ción francesa. Por muy absurda que pareciera la postura de la Mettrie en un tiempo en que las máquinas más complicadas eran aparatos de relojería y molinos de viento, ciertamente lo parece menos en una épo ca de «máquinas pensantes» electrónicas, programadas para desplegar «inteligencia artificial». ¿Quizá, después de todo, el hombre no sea más que una máquina? E] efecto d e choqu e d e Ja i d e a d e ser el hom bre una máquina se ba sa en la impresión, muy falaz, de que esta circunstancia podría de al guna manera cambiar lo que el hombre es de hecho. Porque tendemos a pensar que esto supondría que el hombre quedaría de este modo devaluado, que la vida humana dejaría entonces de tener sentido. Pero, ¿cómo se sigue eso? Si se acepta que nuestros cuerpos constan de ele mentos químicos, principalmente agua, cuyo valor de mercado no es
5. ¿Qué clase de cosas buenas? Las hay claramente de muchos tipos: felicidad, crea tividad, moralidad y así sucesivamente. 6. M e t t r i e , J . L. de la, L’Homme machine, Leiden, 1748, Traducido .ti inglés por Mary 'X'hiton ( lalkins: Man a Machine, Open Court, Chicago, 1912.
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sino de unos pocos dólares, ¿tiene esto algunas implicaciones par nuestro valor como personas? ¿Por qué debería tenerlas? Conforme s mira más de cerca, la razón resulta menos clara. Ahora bien, ¿si el hombre fuera una máquina, no supondría este que no tiene alma? Bueno... ¿lo supondría? ¿Qué es «un alma (soul)» en cualquier caso? Sin duda no es nada del mismo tipo que un compo nente físico, como el riñón o el hígado. Presumiblemente, un alma hu mana es lo que ella hace; su ser reside en la capacidad de una persona para pensar, sentir, aspirar, amar y otras actividades semejantes. Inclu so si el hombre fuera una máquina, esto no supondría que las personas carecen de alma. Por el contrario, la consecuencia sería, simplemente, que las máquinas pueden tener alma. Si el ser de un alma descansa en lo que la criatura con alma ( besouled ) puede hacer, entonces si las má quinas pueden realizar lo que la gente puede hacer, ellas también ten-, drán alma. Si un hombre fuera en verdad una máquina, el efecto neto no sería deshumanizar al hombre sino producir un cambio drástico en nuestra comprensión de la naturaleza de las máquinas, por humanizar totalmente (al menos) a algunas de ellas. La gente puede, a veces, sentirse amenazada por el argumento: 1)
El hombre es una máquina. 2) Las máquinas no pueden hacer X (no pue den tener sentimientos, voluntad libre, etc.). Por tanto, el hombre no puede hacer X (no puede tener sentimientos, voluntad libre, etc.). Sin embargo, mantener 2) supone, en efecto, hacer una petición de principio si antes se afirma 1). Todo lo que podemos decir es que las máquinas típicas no se comportan de ese modo. Ahora bien, un ser humano, incluso A fueva. vuva no «säxyä. vw.v wúi, quina típica. El valor de choque de sostener que las personas son má quinas procede de la circunstancia de que es demasiado fácil dar el salto falaz desde la premisa «el hombre es una máquina» a la c o n c l u sión «el hombre es una máquina típica». Pero, por supuesto, esto no se sostiene en mayor medida que, partiendo de «el hombre es un ani mal», llegar a la conclusión implausible de decir: «El hombre es un animal típico». Generalmente, los diccionarios definen «máquina» en términos ta les como: aparato operativo mecánica o electrónicamente, diseñado pa ra realizar una tarea predeterminada. Dado este tipo de especificación, los hombres y los animales no son obviamente máquinas. Pero este des cubrimiento no resulta particularmente interesante para el tema deba
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tido, porque excluye, desde el principio, cualquier posibilidad de con siderar la idea de que uno puede ser una máquina. Dejando aparte ese asunto verbal de fuerza mayor, la cuestión continúa: ¿es el hombre una máquina, aunque orgánica o biológica en vez de mecánica o artificial? Para abordar esta cuestión inteligentemente, haría falta, en primer lugar, proporcionar una especificación bastante precisa de lo que es exactamente una máquina. Y esto no es ciertamente fácil de conseguir. El vertiginoso desarrollo moderno de las capacidades y complejidades de las «máquinas pensantes» es tal que hace posible contemplar el ser del hombre como una máquina, sin la absurda incongruencia de tener también que costamos un seguro dominio intelectual sobre lo que ha de ser una máquina. Nadie ha proporcionado aún una clara y coheren te explicación de lo que es «una máquina» en el actual esquema de las cosas. Y, en ausencia de esa explicación, la cuestión «¿es el hombre una máquina?» plantea un asunto imponderable. Con todo, si al final se llegara a que es apropiado categorizar al hombre como una máquina, este resultado en absoluto surtiría el efec to de deshumanizarnos. Aun cuando el hombre fuera una máquina, se ría entonces, sin duda, una máquina muy peculiar: que es orgánica, in teligente, capaz de sentimientos, de sufrir, de amar, etc. Si el hombre es una máquina, en tal caso las máquinas pueden hacer algunas cosas que suenan bastante a no maquinales. El resultado sería revolucionar no sólo la idea corriente de hombre sino también nuestra idea ordinaria de
máquina. A veces los teóricos tratan de dar vuelta a esta cuestión de otra for ma. Por ejemplo, ¿podrían hacerse seres humanos artificialmente, sin tetizados de alguna manera en el laboratorio? Pero aun cuando esto se pudiera hacer, desde luego no demostraría que somos máquinas. Sim plemente llegaría a demostrar que el rango de cosas que se pueden re alizar en el laboratorio incluye no sólo productos químicos y máquinas, sino también (quizá más sorprendentemente) personas. En resumen, no hay una buena razón para pensar que nosotros los humanos somos simplemente máquinas. Pero incluso si lo fuéramos, se ríamos máquinas de un tipo inusual — cosas que, en principio, no son en modo alguno teóricamente imposibles— , a saber: máquinas provis tas de voluntad libre; máquinas no diseñadas y programadas por otros agentes, sino efectivamente desarrolladas de un modo que las pone a ellas a cargo de lo que ellas mismas hacen. Ser el hombre una máquina
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no degradaría el valor de la vida humana, sino que podría dejar sin afec tar el valor y nivel de algunas máquinas (ciertamente no estándar).
9.4. ¿Destruye la evolución la finalidad o la intenciónP Una explicación evolucionista de los procesos físicos incluidos en las operaciones mentales no es en modo alguno reductiva (o eliminadva) de la dimensión interior {inner) de la intencionalidad y el significa do. Al tratar el tema de las condiciones físicas y procesos que generan (esto es, producen causalmente) aquellas operaciones mentales relacio nadas con tenerla intención de, proponerse, significar, etc., no se dice na da, por su misma naturaleza, respecto de su carácter fénomenológíco, que puede ser dominado sólo «desde dentro». Un enfoque evolucio nista productivo-causal se desarrolla desde el ángulo de la perspectiva del observador , mientras que el contenido sustantivo de estos procesos tiene, por necesidad, que estar dominado desde dentro de la posición ventajosa de la perspectiva de un realizador. Y, por supuesto, la prime ra explicación — científica, evolucionista, neurofisiológica— de los procesos de pensamiento nada hace para eliminar o disminuir el as pecto de contenido del significado y la intención, que sólo pueden apreciarse desde el punto de partida «interno» {internal) del realiza dor. Pero la incompletitud es una cosa, y su índole defectuosa es otra, completamente distinta. La primera explicación (evolucionista) en mo do alguno es deficiente o defectuosa porque falle para proporcionar una explicación para la otra (la fenomenógica o hermenéutica); esto es imposible, en principio, debido a los diferentes niveles de considera ción que están en cuestión. La intencionalidad (los objetivos y los propósitos, y similares) for ma parte de la maquinaria de pensamiento de los pensadores, del mis mo modo que lo hacen los objetos matemáticos tales como triángulos y esferas. Ellos no se desarrollan en la Naturaleza, pero vienen a caracte rizar las operaciones de mentes (suficientemente sofisticadas) que in tervienen en la interacción social. Cómo aparecen las mentes y llegan a adquirir sus talentos y capacidades es una cosa, qué hacen con ellos es otra. La evolución biológica tiene que ver con lo primero; la intencio nalidad, con lo segundo. La evolución opera con respecto al funciona miento de la mente — con sus procesos— ; la intencionalidad es una cuestión de sus productos. No hay y no puede haber incompatibilidad
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entre ellas, viendo que son diferentes los asuntos implicados: la evolu ción biológica, en un caso, y la evolución cultural, en el otro. Todo lo que razonablemente podemos pedir a una consideración evolucionista biológica de las operaciones mentales es que debería ex plicar la emergencia de las capacidades y procesos de pensamiento. La fenomenología interna del pensamiento se encuentra más allá de ese rango, no debido a sus deficiencias, sino por el simple hecho de tratar cuestiones por completo diferentes. No podemos tomar como defec tuosa una explicación evolucionista del origen de la mente porque fa lle al estipular que ningún enfoque causal de ésta pueda posiblemen te pronunciarse sobre lo suyo propio: el acceso cognitivo a lo interior (inner ), la naturaleza fenomenológica de la experiencia mental. La na turaleza del aparato de pensamiento no restringe la sustancia de nues tro pensamiento. Un enfoque darwiníano del desarrollo de nuestras capacidades de operación mental deja abierto el ámbito para la inten ción y el significado, porque no cierra — y, por su misma índole, no puede cerrar— la puerta a cuestiones de las que, sencillamente, no se ocupa. Y, sin duda, no cabe considerarlo defectuoso porque pase por alto una cuestión (a saber: la naturaleza de la comprensión y la inten cionalidad) que se halla enteramente fuera del rango de sus intereses causales. Está claro, pues, que una explicación evolucionista de la mente se funda sobre la base de una posición «materialista», cuando ve la men te como poseedora de una base crucial para sus operaciones en los pro cesos del cuerpo (y, en particular, del cerebro).7 Pero este tipo de ma terialismo de origen causal no es en absoluto incompatible con un idealismo hermenéutico (hermeneutical idealism ), que mantiene que comprendemos varios de los procesos del mundo en términos de con ceptos y categorías trazados desde la experiencia «interna» de la autoobservación de la mente. La «mecánica» de la evolución, la explicación causal de nuestras experiencias de actuación de acuerdo con fines e in tenciones, no está en modo alguno reñida con el aspecto experienciado interiormente de estos fenómenos. La primera cuestión pertenece al dominio de la explicación causal de la experiencia de los sucesos en el
7.
Para una buena panorámica tic las cuestiones lilosnlicas ni cetarias, véase I 111'I« \i.ith r .inJ ( .ouscmusui \ M i T Press, i am l u iil¡re i Mass 1, I 'W-\ l a i n . ion revi sarla, I9KK)
1 AND, 1’.,
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mundo físico, la segunda corresponde a la fenomenología de nuestras experiencias como fenómenos en el mundo del pensamiento.8 El eminente biólogo inglés J. B. S. Haldane en una ocasión expre só su protesta: «Si mis opiniones son el resultado de procesos químicos que tienen lugar en mi cerebro, entonces están determinados por las le yes de la química, no por las leyes de la lógica».9 Pero este argumento es seguramente problemático. Si el proceso cerebral incluido en la for mación de opinión llegara a estar (hasta cierto punto) alineado, vía evolución, con las leyes de la lógica, entonces claramente llegaría a ser posible tenerlo de los dos modos. Podría no haber conflicto aquí. Mientras la química (o la neurofisiología) pueden explicar cómo traba ja el cerebro, la «lógica», en cuanto operativa a través de las intencio nes y los fines, puede explicar lo que hace con estas capacidades. Un enfoque darwiniano del origen de la mente no entra — y, por su propia naturaleza, no puede entrar— en conflicto con la intenciona lidad y la finalidad, porque están en cuestión cosas diferentes. Con todo, desde luego, sería simplemente absurdo negar el poder originante del proceso evolutivo. Decir que un ser intencional no puede aparecer por evolución en un mundo que, anteriormente, ha carecido de fines, es tanto como decir que un ser visible no puede surgir por evolución en un mundo de suyo carente de visión o que un ser inteligente no puede presentarse por evolución en un mundo que, como tal, no posee inteli gencia. Un compromiso con el espíritu del darwinismo puede muy bien impedir la aceptación de la finalidad de la Naturaleza, pero clara mente no impide ni puede impedir la aceptación de la finalidad en la Naturaleza a través de la emergencia, dentro de la Naturaleza, de seres que, en cuanto tales, tienen propósitos, intenciones, metas, etc. Sin du da, la selección natural de Darwin encaja mal con el antropomorfismo de la Naturaleza, pero esto ciertamente no excluye el antropomorfismo del
hombre. El estado general de cosas en la aceptación de un enfoque evolu cionista del origen y operaciones de la inteligencia humana deja un am plio ámbito para el significado, el valor y la intención en el dominio de 8. Algunas de estas cuestiones son tratadas en gran detalle en Rescher, N., Concep tual Idealism, B. Blackwell, Oxford, 1973. 9. Hl texto de |. B. S. Haldane está citado en PüPPER, K.( The Open Universe: An Ar gument for Indeterminism, Koutlcdge. Londres, 1988, pág. 82 (Ia ed., Hutchison, Lon dres, 1982)
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nuestro quehacer humano y nuestras relaciones. Si no lo hiciera así, su propia adecuación llegaría a estar en cuestión. Pero seguramente sería a la vez ingenuo y erróneo pensar que la esfera normativa de la valora ción (assessment ) humana está, de alguna manera, disminuida o nega da por una explicación que ve nuestra actuación en este dominio como enraizada en capacidades que la humanidad ha adquirido a lo largo de su desarrollo, en el curso natural de los sucesos evolutivos. Después de todo, ni nuestra lógica ni nuestra matemática están menguadas por otra cosa qué por la capacidad de desarrollar estas disciplinas, que es algo que ha acompañado nuestro camino en el curso evolutivo de las cosas. Hay dos cosas diferentes que están en cuestión aquí. La primera es la causal — y, por tanto, el origen evolutivo de nuestras capacidades— ; y la segunda es la correspondiente a sus usos: los resultados para cuya obtención se emplean [esas capacidades]. Y, desde luego, los resulta dos [logrados por las capacidades humanas] pueden ser muy distintos: la mano que evoluciona para alimentar puede producir una espada o una pluma; la boca que evoluciona para alimentarse puede cantar can ciones; ... El origen de la facultad no está seguramente reñido con la manera de realización de una operación o el valor de sus productos. 9. 5. ¿La ciencia destruye los valores? A pesar de todo, si el mundo es más o menos como la ciencia física lo pinta actualmente, ¿no priva esto a la vida de significado y valor? ¿No deja la ciencia sin espacio alguno para el valor en el esquema de las cosas del mundo? Pero, ¿cómo se podría hacer eso? La ciencia físi ca nos narra una historia causal, ella describe la mecánica de cómo fun cionan las cosas en el mundo. No menoscaba el valor de la vida, por que no trata en absoluto cuestiones de valor. El sonido de un violín puede no ser más que el movimiento de las ondas del aire causado por la vibración de cuerdas de tripa de gato secas. Ahora bien, ¿qué ha de conseguir hacer con la belleza de la música o con su cacofonía? Lo que importa para el valor no es la dimensión causal del proceso, sino la di mensión experiencial (experiential) del producto en cuanto que reper cute en el curso de nuestras vidas. El tema de la posesión de sentido de la vida es una cuestión de valor. Y esto es algo en lo que la ciencia no afecta de modo negativo, La ciencia no está ni puede estar reñida con
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el valor, porque las cuestiones de valoración están entre aquellas que ella no trata en absoluto. En el análisis final, la ciencia tiene que dejar el mundo tal como lo encuentra; su misión es examinar y explicar lo real, no aniquilarlo. Al explicar cómo es que la gente gira en torno a cosas que valora, la cien cia no muestra que el valor es, de alguna manera, irreal (más que ex plicar la visión del color, la ciencia muestra que el color es en cierto modo irreal). La atribución de valor, como la atribución de color, está enraizada en la experiencia. Y mientras que la ciencia puede presumi blemente explicar la experiencia, no muestra ni puede mostrar que es de alguna manera irreal o insignificante. Es la misión caracterizadora de la ciencia de la Naturaleza la que nos permite explicar los procesos y resultados del mundo, y hacer esto de mo do que podamos poner a prueba la adecuación de nuestras explicaciones por medio de la intervención tecnológica efectiva. Pero explicación y comprensión son una cosa y experienciar, otra. (Podemos explicar cómo los murciélagos vuelan ciegos, pero no podemos experienciarlo.) Y los valores aparecen en el sector de la experiencia. Explicar cómo la gente los tiene, es una cosa; poseerlos realmente, es otra cosa. La prueba del valor es la prueba de la experiencia: conducir una vi da que procede según esas bases. La evaluación, como la investigación, es una cuestión de inferencia desde los datos de experiencia. A este res pecto, los dos son semejantes. Pero tratamos con información, por un lado, y con apreciación, por el otro. Las diferentes dimensiones de la experiencia están en liza. Y es esta diferencia de dimensión temática la que advierte de cualquier posibilidad de choque. No hay razón, en principio, por la que no podamos validar juicios de valor en un mundo constituido como sostiene la ciencia de hoy; y esto incluye juicios sobre el valor de la vida misma.
9.6. E l sentido de la vida «¿Tiene sentido la vida?» no es, de este modo, una cuestión del mismo tipo que «¿tiene Brasil depósitos de petróleo?». No vamos a re solverla mediante algún tipo de búsqueda observacional. flay que rea lizar reflexión teorética. La cuestión, en último término, viene a ser és ta: «¿Podemos dar un sentido mejor que, de otro modo, pudiéramos dar del mundo y de nuestras vidas en él, procediendo mediante la su
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LIMITACIONES ÉTICAS
posición de que la vida humana puede ser una cosa de valor?». Y, de forma bastante interesante, esta cuestión de la valoración es una medi da significativa, una medida de autosatisfacción. Podemos dotar a la vi da de sentido y valor al proceder sobre la base del supuesto de que es tas cosas le pertenecen. «¿La vida es portadora de sentido?» es una cuestión de alguna manera semejante a «¿es la gente amable?». De la misma forma que a menudo podemos representarnos a las personas amablemente al verlas y tratarlas como amigas, así podemos hacer a la vida portadora de sentido al verla y tratarla como tal. A la vida se la puede hacer portadora de sentido viviendo el tipo de vida (¡un tipo que tiene muchos casos! ) que cualquier persona sensata encontraría que tiene.sentido [meaningful), porque es al vivir nuestras vidas en una cierta manera que podemos hacer que ellas se encuentren entre las cosas de valor.1" A la vida se le puede dotar de sentido — para cualquiera y en todas las circunstancias— a través del cultivo del autorespeto racionalmente merecido. Así pues, en última instancia, la cuestión del sentido de la vida no tiene la forma pasiva «¿podemos encontrar el sentido a la vida?», sino una activa: «¿podemos dar sentido a la vida?». El asunto realmente debati do es éste: ¿podemos convertirnos a nosotros mismos en la clase de personas cuyas vidas pueden ser consideradas plausiblemente como portadoras de valor por alguien — nosotros mismos incluidos— , que usa criterios que califica razonablemente como apropiados? Los «existencialistas» están en lo cierto a este respecto; al final, la cuestión del sentido de la vida es, en último término, no un asunto de encontrar sentido en ella, sino un asunto de darle un sentido: de pro curar vivir nuestras vidas de tal modo que una persona razonable pue da verlas adecuadamente como poseedoras de sentido. La cuestión «¿tiene la vida sentido?» viene a ser, en definitiva: «¿Tengo la posibili dad de vivir el tipo de vida que está dotado de sentido, desde mi pun to de vista, cuando me tomo la molestia de examinar la cuestión racio nalmente?».
10. Obsérvese, sin embargo, que a la vicia no se le da sentirlo mediante lótnmlns mis terrosas, aprendiendo y suscribiendo afirmaciones del tipo «el sentido de la vida es » Una cosa es reconocer que cierta dase de vida tiene valor una vida «llena y product! va», se puede decir, o una vida «dedicarla al sei vu 10 de los demás» . pelo eso es muy di ferente que vivir tal clase de vida.
EL SENTIDO DE LA VIDA
203
El punto capital es que la vida tiene sentido porque la persona hu mana es, en sí misma, un ítem de valor. Porque el valor inhiere en lo que las personas son; un valor que, a su vez, está determinado por lo que las personas hacen; principalmente, comprender, actuar y anhe lar. La vida humana, en su conjunto, tiene un sentido precisamente porque las vidas individuales pueden ser de valor al proporcionar a sus portadores una oportunidad para la obtención o incremento de bue nos resultados. Se tenga éxito o se fracase en los esfuerzos personales, se puede al menos tratar de promover la realización de valores. Y es precisamente ahí -^en la posibilidad de esfuerzo, de aspiración y lu cha, de éxito y fracaso— donde se encuentran los valores y, por consi guiente, la posesión de sentido de la existencia humana. No es en los logros de la humanidad donde reside el valor de la vida, sino en su irre primible determinación de desarrollar sus esfuerzos en su empeño de evitar la nada.11
11. Es imposible escribir sensatamente sobre este tema sin sonar a sermoneador. Los filósofos contemporáneos parecen querer seguir los dos caminos. Considérese a David Wiggins, que nos informa, en el párrafo final de una de sus publicaciones, de que la ex plicación que él defiende se acomodaría a la «intuición de que ver un aspecto en el vivir de alguien ha de ser tal que él pueda considerarlo como en sí mismo» y, poco después, ci ta con entusiasmo una consideración de F. H. Bradley: «Si mostrar interés teorético por la ética y la religión es entendido como colocarse uno mismo como profesor o predicador, dejaría entonces esos temas para quienquiera que piense que tal papel le va». A los filóso fos, como al resto de la gente, también les gusta tener las ventajas de algo sin tener las des ventajas que lo acompañan. (El trabajo de D. Wiggins al que se alude aquí es: «Truth, In vention, and the Meaning of Life», Proceedings o f the British Academy, vol. 62,1 9 7 6 ,págs. 21H 2*15; reimpreso en WIGGINS, D., Seeds, Values, Truth, Clarendon Press, Oxford, I'W/, págs H7 1V/. La cita de F. H. Bradley se encuentra en la página 137. [N. del't ].)
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INDICE DE NOMBRES
Almeder, R., 43 Amaodi, E., 124n. Anderson, G ., 41-42 Aristóteles, 77, 87, 92n., 176 Arrow, K., 83 n. Artola, J. M., 183n. Atreya, J. R , 41
Cohen, R. S., 42-43 Coomann, H., 43 Correa, E., 183n. Costello, T., 188n. Couturat, L., 46n. Currie, G., 18n. Cyert, R. M., 188n. Czermak, H., 42
Bacon, F., 45, 102, 144 Badash, L., 146n. Baier, K., 82n. Balmori, C. H., 102n., 144n. Barnes, B., 176n. Barnes, J., 56n., 92n., 15ln. Baumrin, B., 41 Becquerel, A. H ., 55 Benn, S. L, 79n. B esteiro,J., 120n. Bottani, A., 43 Bradley, F. H., 203n. Brandom, R., 36 Bromley, D. A., 102n. Brown, B., 43 Burks, A. W., 147n.
D ahl.N . 0 .,7 7 n . Dahlstrom, D., 42 Dannenberg, 1 42 Darwin, Ch., 46 De Broglie, L., 52n. Del Hoyo, A., 183n. De Maupertius, P. L. M., 153154n. Delaney, C., 43 Devaus, R , 41 Dixon, B., 173n. Dowrnie, R. S., 67n. Drachmann, A. G., 127 Dubos, R., 173 Duhem, R , 52
Calkins, M. W., 194n. Carneades, 86n. Churchland, R . 198n. Cicerón, 86n.
Earman, J., 39 Ellis, R. L., 102n., 144n. Epicuro, 188 Erdmann, B., 120n.
206
RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTO ICO-TECNOLÓGICA
Feigl, H ., -40 Feuerbach, L. A,, 45 Feyerabend, P. K., 18, 25, 114, 151n. Foster, E. S., 77n. Frondizi, R., 102n., 144n. Gaos, J., 55n. García Morente, M., 55n., 133n. Gert, B., 82n. Gerwirth, A,, 6Sn. Ginev, D., 43 González, \Xr. j. , 5, 7, 17-19n., 21n., 44, 48, 52n., 73n., 99n., 151n., 169n,, 191n. Goodman, D., 43 Gosling, J. C. B., 178n. Gracian, B., 183 Graubard, S. R., 102n. Grünbaum, A., 34 Guillotin, J. I., 159 Gunnarson, L., 43 Guterman, N., 113*n. Haldane, J. B. S., 199 Hamilton, E., 46n, Hartshorne, C., 130n. Harvey, NX'., 55 Hawking, S. W., 140n., 146n. Heath, D. D,, 102n., 144n. Hegel, G. W. E , 58, 110, 115, 141 Fleidegger, M., 110 Hellsten, S., 43 Helmer, ()., 40 Hem pel, (7 G., 34 Hirsch, G., 42 Holton, ( ¡ , I02n.
Hoyningen-Huene, P., 42 Hübscher, A., 16ln. Hume, D., 26, 79-80, 192 Husserl, E., 55 Janis, A. F, 39 Jeffrey, E., 147n. Joynt, C. B.. 40-41 Kant, I., 25, 33, 63, 66n,-67n., 120, 133 Kekes, J., 43 Ketner, K., 42 Kleene, S. C,, 53n. Kolakowski, L., 112-113n. Körner, S., 15ln. Krausz, M., 42 Krimerman, I., 40 Krüger, H. R , 43 Kuhn, Th. S., 18, 24 Lakatos, L, 18, 24 Laudan, L., 18-19n., 21-23n., 25, 42 Leibniz, G. W., 25, 27, 29, 33-34, 45-46n., 153 Leon, J. C., 123n., 137n. Levi, L, 15ln. Lotze, R. H., 46 Macquarrie, J., llOn. Majer, U., 38 Maltbus, Th. R., 46 Mandelbaum, M., 41 March, J. G., I88n, Margenan, 11., LMn. Margolis, |., 4 3 Mann 11ra, M F. , 33
ÍNDICE DE NOMBRES
Marsonet, M., 43 ¿Marx, K., 45 Massey, G. J., 39 Maxwell, G ., 40 Mcconnell, T , 43 Mcguinness, B. E , 55n., 112n, Meiland, J., 43 Mettrie, J. L. De la, 194 Mill, 1. S .,68n ., 177, 180 Miller, A. V , lí5 n . Miller, E. E , 192n. Millikan, R. A., 159 Miñana Villagrasa, E., 133n. Mittelstrass, J., 42 Mondolfo, A. y R., 58n., 141n. Morris, EL, 67n. Mortimore, G. W., 79n. Mosterin, J., 54n. Musgrave, A., 18n. Nagel, E., 41 Nagel, Th., 71n. Nathanson, S., 79n., 185n. Newton, L, 102 Nozick, R., 191n. Ogden, C. K., 55n., 112n. Oppenheim, R , 40 Orwell, G., 152 Parkinson, C. N., 12ln. Pears, D. R, 55n., 112n. Peirce, Ch. S., 8, 25, 29-30, 129130, 132, 146-147 Pérez, M. R, 183n. Pill, J., 42 Popper, K., 1 8 ,2 4 ,2 6 , 199n. Prichard, 11. A , 62
207
Putnam, H., 25, 104n. Quante, M,, 43 Quine, W. V., 132n Rabade, S., 183n. Rackham, H., 77n. Radnitzky, G., 41-42 Ramsey, R R , 34, 55n., 112n, Rapp, R, 154n. Rawls, J. A., 92n. Rescher, N., 5, 7, 11-16, 19n., 212 2 ,2 4 -3 1 ,3 3 -3 5 ,3 8 ,4 0 ,4 3 -4 4 , 61n., 74n.-75n., 82n., 92n., 96n., lO ln , 102n„ 121n., 130n, 135n, 146n„ 148n., 152n. 154n„ 172n„ 190n., 199n. Ribas, R , 6 3 n. Robinson, E. A., 180n. Robinson, E., 1 lOn. Robson, ]. M., 177n. Roces, Mr., 115n. Rodríguez Dupla, 61n. Rodriguez, V., 51n. Ross, W. D .,56n „ 176n. Rudner, R., 152n. Russell, B., 192n. Sagan, C., 158 Sanchez, R, 183 Sartre, J. R , 88 Schäfer, L., 43 Schick, R , 84n. Schiller, F, C. S., 106 Schopenhauer, A., 161 Seibt, J., 43 Séneca, 160n. Shusterman, R., 42
208
RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓCiICA
Siegel, H., 43 Simon, H. A., 4 1 , 188n. Skyrms, B., 41 Sócrates, 177 Soddy, F,, 158 Sosa, E., 43 Spedding.J., 102n., 144n. Sprigge, T., 43 Standen, A., 173 Starr, M. K., 40 Strawson, P. E , 30 Suppe, E , 19n. Taylor, C. C. W , 178n. Telfer, E., 67n. Thagard, R , 19n. Thomsen, A., 188n. Tierno Galván, E., 55n. Tines, E. E. C .,4 6
Unamuno, M., 183 Urquhart, A., 35 Van den Daele, W., 154n. Voltaire (F. M. Arouet)., 154 Walpole, R., 160n. Walton, D., 43 Weber, M., 79n. Weingartner, R , 42 Weiss, R , 13On. Wiener, R, 46n, 52n. Wiggins, D., 203n. Wigner, E. R , 124n. Wittgenstein, L., 5 5 ,1 1 2 W orrall,J., 18n. Wright, C., 74n. Wüstehube, A., 42-43 Zalkind, S., 188n.
INDICE ANALITICO
Acción: — humana, 25, 83-84 — social, 17 Acomodación cognitiva adecua da, 166 Actividad: — autosuficiente, 112,116 — científica, 1 2 -1 3 ,1 9-20,23, 2526 — humana, 16, 17, 20, 23-27, 28, 30, 9 4 ,1 6 3 ,1 6 5 ,2 0 0 — tecnológica, 12-13 Actos de voluntad, 89 Adecuación: — a lo real, 92, 145 — aparente, 145 — de fines, 79 — de la ciencia, 140, 145 — de medios, 85 — moral de la información, 162 — racional, 84, 85 — valorativa, 75 Adquisición de conocimientos, 153 Agente: — libre, 63, 68, 69 — moral, 162 — racional, 62-70, 177-178 Alcance: — de «nuestros fines», 142-143
— de la razón, 76 — de nuestros instrumentos, 119 Alma humana, 195 Alternativas a la Ciencia, 111, 114-115 Ampliación: — de problemas cognitivos, 120 — de problemas prácticos, 120 — del campo de acción, 119 Anarquismo, 25 Antropología filosófica normati va, 65, 67 Aplicaciones censurables de la in vestigación, 156 Aproximación convergente, 131, 152 Aspecto: evaluativo normativo, 81-82 láctico descriptivo, 81 -82 intencional de la evaluación, 93 Aumento de dominio tecnológi co, 145 Autodesarrollo, 66 Autoestima, 69, 70 Autolimitación, 21 Autonomía de la Ciencia, 3 1 ,1 1 5 Autooptimización, 66 Autorrealización, 66, 69-70
210 RAZON V VALORI'S MN LA MRA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA Autoridad epistémica de la cien cia y de la tecnología, 106 Autosatisfacción racional, 65, 176-177,202 Autosuficiencia de la ciencia, 116 Autovalidación, 62 Axiología de la investigación, 18,
20-21 Barreras: — de resistencia a la penetración física, 103 — de resistencia intelectuales, 103 Beneficio!s), 83, 85, 134, 169, 181 Bien(es), 63, 64, 163, 164 — cognitivo, 99, 104, 161 — humano, 99 — material, 161 Bienestar, 91, 177, 181-182, 187, 190 — material, 169 — social, 187, 189 Bioética, 20 Búsqueda: — de conocimiento, 106, 163, 164, 166 — de información, 16 — de la felicidad, 172, 180 — de la verdad, 16 — de objetivos elegidos, 83 — racional, 90 Cambio: — cognitivo, 145 — de mentalidad, 131 — tecnológico, 170 Capacidad mayor de comproba ción de hipótesis, 126
Centrismo (Middle o f the roadism), 151,153 Ciencia(s), 11, 14, 17-1.8, 20, 2427, 30-32, 51, 56, 93-96, 100, 102, 106-108, 111, 114-116, 130-134, 137-138, 140-141, 145, 164, 172-173, 181-182, 187, 191, 195,200-201 — aplicada y/o tecnológica, 20, 100, 101, 102, 165 — autosuficiente, 115-116 — como actividad humana, 16 — como conocimiento humano, 19-21,28 — como estructura, 20 — como forma de ideología, 114 — como imagen del mundo (cientifismo), 112 — como lenguaje, 20 — como lugar de valores, 105 — como proyecto valioso, 105, 106 — como un quehacer cognitivo, 112 — completa, 115, 139, 142 — de la Naturaleza, 101, 106, 109, 111, 113, 114-115, 124, 1 2 8 ,1 3 7 ,1 3 9 — de la Naturaleza teoréticamen te completa, 139 — experimental, 102 — extraterrestre, 20 — física, 200 — futura, 148 — ideal, 1.33-134 — imperfecta, 58 — perfecta, 14, 16, 51-52, 59, 133-134,137
ÍNDICE ANALÍTICO
— social, 101 — teórica, 58, 101,144 — formal (es), 128 — hermenéutica(s), 128 Círculo de Viena, 19 Complejidad autopotenciadora,
120 — creciente, 117 — de la gestión, 119 — de lo real, 99-100 — de procesamiento, 119 — operativa, 116 Completitud: — cognitiva, 147 — como fin racional, 113 — de la ciencia, 113, 141, 146 — erotética, 12, 137-138, 139 — pragmática, 137-138, 142 — predictiva, 12, 137-138, 141 — teorética, 141 Comprensión: — afectiva (internalizada), 109 — de la naturaleza, 51, 52, 123, 137,146 — teórica de la ciencia, 109 Concepciones de la razón, 26 Concepción heredada, 19 Conducta de investigación, 163164 Conocimiento, 52, 115, 134, 165 — científico, 59, 106, 108-109 — como bien entre otros, 151, 162 — como bien humano, 105, 106, 154 — como bien instrumental, 105 — como interacción (hombre-na turaleza), 124
— — — — — — — —
211
de la Naturaleza, 128,129 descriptivo, 108-109 éticamente erróneo, 159 humano, 14 inapropiado, 155, 157-158 insuficiente, 144 normativo, 108-109 peligroso en sus aplicaciones, 157 — práctico descriptivo, 108-109 — práctico normativo-evaluativo, 108 — tecnológico, 108 Consideraciones racionales, 27 Contenido de la ciencia, 25, 30, 109 Control: — de la investigación, 151 — incompleto sobre la Naturale za, 128 — perfecto sobre la Naturaleza, 143,144 — perfecto, 145 Coste(s), 63, 83, 85, 103 Coste de medios, 93 Creencias, 82 Criterio(s): — de adecuación, 140, 141 — de corrección externos, 115 — de corrección internos, 115 Darwinismo, 198, 199 Datos: — objetivos, 106 — subjetivos, 106 Deber, 62-63, 66-67, 177 Decisión (es): — de juicio, 89
212
RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO- Tic Ni »LOCK A
— racional, 164 Defectos de la Ciencia, 115 Dejar hacer (Laissez faire), 152154,166 DeliberaciónAes), 163
— de la ciencia, 113
— cognitívas, 77
— d e los v a lo res, 6 5
— p rá ctico , 145
E co n o m ía :
— de las normas, 105
— evaluativas, 77
— de medios, 16
Demanda constante de datos, 126 DeorvioVogia, 66 Desarrollo: — científico, 24, 25 — de la información, 164 — de la tecnología de investiga ción, 125 — pragmático, 24 Descuento hedónico, 174 Deseabilidad, 83, 85 Deseable irrestrictamente, 88 Desear, 69, 76, 90, 179 Deseo(s), 8 0 ,8 1 ,8 4 ,8 7 , 91 — objetivos, 89 — sentidos, 89 — subjetivos, 89 Determinación de las leyes de la Naturaleza, 140 Dignidad, 6 5 ,6 8 ,6 9 ,7 0 Digno: — de deseo, 84 — de respeto, 69 — de valor, 82 Dimensión: — causal, 200 — experiencial, 200 — teleológica, 29 Discriminación mayor entre teorí as alternativas, 126 Disposición cognitiva, 51 Dominio:
— general, 82 — racional, 76 Educación, 174 Efectividad de la gestión, 121 Eficacia, 82, 89, 93, 171 Eficiencia, 82, 92, 93, 171 Elecciones, 94, 116 Emergencia, 55, 198 Empirismo lógico, 19 Empiristas, 129 Enfoque axiológico, 64-65 Enfoque económico, 65 Entendimiento, 27 Epistemología, 23-24, 26, 102 Equilibrio: — erotético, 147 — pragmático, 145,147 Era: — de la ciencia, 27, 191 — de la razón, 153 — de la tecnología, 27, 191 Escepticismo, 184 — cognitivo, 26 Estándares normativos, 92, 104, 163 Estructura rígida de la ciencia, 148 Ética aplicada, 26 — de fines, 22, 23-25, 26 Ética de la ciencia, 17, 21-22, 2326, 28
ÍNDICE ANALÍTICO
•de la ciencia: orientación en dógena, 22, 23-25, 26
213
— de la tecnología, 16 — instrumental, 80, 83
— de la ciencia: orientación exógena, 22, 23-25, 26, 31
— social, 32
Ética general, 1 3 ,2 3 , 2 4 , 2 5 ,3 2 ,162 Eadaim onía , 71, 176
Finalidad, 191,197,198-200
Evaluación, S3, 8.5,92, 109, 115-
Finalizado rv.
176, 192-19) , 26) — biológica, 197 — cultural, 198 — de la ciencia física, 123 — del deseo, 84 — racional de fines, 79, 81, 92 — racional de medios, 82 Evolución, 197, 198, 199 Existencia humana, 26, 191-192 Existencialistas, 202 Experiencia: — causal (externa), 109, 198 — humana, 20-21, 2 3 -2 4 ,2 6 Explicación: — evolucionista, 197-198 — fenomenológica, 197-198 Extensión relativa del conoci miento, 141 Factores racionales de control, 88 Falibilismo, 3 1 ,5 7 Felicidad: — afectiva o hedonista, 169, 175176,179-182 — humana, 14, 27, 65, 156, 169, 1 7 0 ,1 7 3 -1 7 8 ,1 8 1 , 183-190 — reflexiva, 169-170, 175 Filosofía, 30, 31, 34 — de la ciencia, 16-18,20, 2 3 ,2 5 2 6 ,2 8 ,3 3 — de la lógica, 32
Filósofos de la ciencia, 25, 140 — n o rm a tiv a (fines a p ro p ia d o s), 85
—
£d ) j ?
J4 S
— temporal de la ciencia, 138139, 146, 148 Fines, 18,90, 184, 191 — adecuados/apropiados, 17, 91, 179, 185 — buenos, 158 — de la investigación, 137 — inapropiados, 93 — perversos, 156 — racionales, 84, 183 — válidos, 84-85 Finitud humana, 21 Florecimiento, 87 Fundamentación de la moralidad, 2 7 ,6 1 ,7 1 Gigantismo en la gestión, 121 Grado de satisfacción, 187,188 Gustos, 73-74 Hecho(s), 30, 53-54, 68, 83, 105, 107,175 Herencia evolutiva (aparato sen sorial y cognitivo), 124 Hiperracionalismo, 185 Flistoria de la ciencia, 24, 120, 130, 133' Historicidad, 25 Holismo de los valores, 22, Véase también Sentido de la vida
Mn
UA/ÓN V
VALORES
EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
Metodología: — de la ciencia, 17, 21, 31, 33 — de la filosofía, 29 Misión racionalizados de la cien cia, 111 Modos de conocimiento, 113 Moralidad, 70, 71 — de la indagación, 165 — utilitarista, 65 Motivos, 88, 91 Naturaleza, 104, 120, 134, 199 — de las máquinas, 195 Naturalismo pragmatista, 22 Necesidades: — humanas, 2 1 ,2 6 , 81, 82, 85, 91 — reales, 75 — válidas, 87 — verdaderas, 85 Neopositivismo, 19 Neutralidad de valor de la cien cia, 104 Niveles: — de pensamiento distintos, 110 — tecnológicos, 125 Norma(s), 92, 104
Obligación: — epistémica, 66 — moral, 65, 66-67, 70 — ontológica, 62-64, 65-66 — racional, 70 Ontología de la ciencia, 26 Orden: — humano, 113 — natural de las cosas, 113 Orientación: — cognitiva de la ciencia, 111 — cuantitativa de la ciencia, 107 — endógena, 20, 23-24, 26 — exógena, 20, 23-24, 26, 31 Panregulación, 152, 153 Pasiones, 79 Perfección: — cognitiva del conocimiento, 133 — como aspiración de la volun tad, 133 — inalcanzable, 134 — moral, 133 — pragmática de la ciencia, 146
— tecnológica, 126,143,146 Persona humana, 22, 23
Objetividad:
Perspectiva:
— de la evaluación racional, 78 — de los valores, 11-12, 26, 30, 7 3 ,7 6 ,7 9 ,8 1 ,9 0 ,9 2 -9 4
— d e la f i n a l iz a c ió n , 1 4 7
— epistémica,78
Placer:
— y racionalidad, 73-75
— afectivo, 190
Objetivos: — de la ciencia, 94 — prácticos de la ciencia, 22 Objetos de explicación científica, 114
v
— española, 183,184 — p ra g m á tica , 2 8
— reñexivo, 190 Poder, 6 6 ,7 6 Posición materialista, 198 Positivismo científico, 112 Pragmatismo, 25, 30, 3 3 ,5 8
ÍNDICE ANALÍTICO
Praxis, 142 Preferencias, 83, 84, 90, 92 Preferibilidad, 84, 90 Preferible, 90 Predicción, 58 Pretensiones del conocimiento, 165 Principio(s): — de propagación de cuestiones, 34, 1 0 0 ,1 2 0 ,1 2 1 , 139 — de verificabilidad, 113 — generales, 184 Problemas: — científicos, 114 — de elección y decisión, 116 — normativos y evaluativos, 114 Proceder racional, 89 Procedimientos de investigación éticamente inadecuados, 157 Procesamiento de la información, 117 Proceso(s), 17 — de investigación, 21 — impredecibles, 141 — inductivo, 101 Progreso, 174-175 — científico, 19, 23-25, 100, 105, 119, 126, 131-132, 137. 171 — menor, 103 — sin nuevos datos, 129 — tecnológico, 100, 116-117, 120-121, 125, 137, 146, 171,
189-190 Promoción: — del bien común, 164 — del valor, 66 Psicología cognitiva, 19
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Querer, 91-92 — manifiesto, 89 — real, 89 Racionalidad, 16, 65-67, 81, 8485, 90-94, 171, 172, 175, 177178,184-186 — axiológica (evaluativa), 79-80, 82 — categórica, 65, 91 — científica, 12, 13, 17, 18, 21, 2 4 -2 5 ,2 8 ,3 1 ,1 8 7 — como cultivo de las preferen cias, 83 — de fines, 25, 3 1 ,8 1 -8 3 ,8 4 , 87, 91-93, 172 — de las acciones, 88 — de medios, 25, 3 1 ,7 9 , 82, 172 — del proceso científico, 104 — del producto científico, 104 — económica, 83 — evaluativa, 172 — histórica, 24 — humana, 24 — moral, 65 — práctica, 25, 79, 9 4 ,1 7 2 —
p ra g m á tica , 2 4
— relativa, 91 —
te cn o ló g ica , 12, 14, 1 7 1 , 1 7 5 ,
—
te c n o ló g ic a e x te rn a , 1 6 9 , 171
182-183, 189 — tecnológica interna, 169, 171
— teórica, 24 Racionalista(s), 24-25, 129 Razón(.es), 11, 13-14, 24, 26-27, 53, 80, 81, 83, 91, 93-94, 170, 177,183-185, 195 — evaluativa (axiológica), 82 83
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RAZÓN Y VALORES EN LA ERA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA
— indagadora, 113 — inferencial, (lógica), 82 — instrumental, (cognitiva), 80, 83 — práctica, 24 — pura o teórica, 24, 25 — universal válida, 89 Razonable, 75, 89 Razonamiento: — coherente, 93 — deliberativo, 77-78 Realidad, 12, 17, 22, 26-27, 30, 52, 55 -5 6 ,5 8 , 108, 115 — física, 123 — humana, 31 — objetiva, 106 Realismo, 21 — personal, 91 Realización: — de fines, 92 -— de necesidades, 106 — de valores mediante lines, 93 Recursos: — económicos, 165
— financieros, 163 — físicos, 128 — humanos, 163 Reflexión: — sobre la ciencia, 2 3 — sobre los valores, 2 1 — teorética, 201 Relación ciencia-moralidad, Oí» Relativismo, 26 Respeto, 69 Restricciones a la libre investiga ción, 163 Retroalimentación (problemas y soluciones), 121
Satisfacción racional, 65, 176-177 Saturación de descubrimientos, 125 Sector: — práctico, 138 — pragmático, 141-142 — predictivo, 141-142 — teorético, 138 Semántica de la ciencia, 26 Sensibilidad, 111 Sentido: — común, 183 — de la vida, 27, 191, 201, 202, 203 Serles): — inteligentes, 193, 199 — intencional, 199 — racional, 87, 89, 133 Sistema de pensamiento, 14, 15, 2 5 ,29-30, 32-35 Situación: — de conflicto, 164 — de riesgo, 165 Sociedad, 23-24, 163, 170, 189 Sofisticación: - técnica, 124 teorética, 123 Solidez cognitiva (búsqueda inte ligente), 85 Si »Ilición: de problemas, 118, I 19 parcial de la complejidad pol la tei nologia, I 18 Subjetividad de los valores, 26, 82, ‘>0 9| Superación de com histones ru n ticas, 129 Supremacía de la ciencia, 99, 1 p>
ÍNDICE ANALITICO
Sustrato: — epistemológico, 24 — kantiano, 24 Tarea cognitiva de la ciencia, 112 Tecnología, 12, 93-94, 100, 106, 170, 172, 173, 181-182, 187, 191 — como proyecto valioso, 106 — en la resolución de problemas, 118 — informática, 117 — perfecta, 142-144 Teleología, 29 — de la ciencia: objetivos exter nos, 94 — de la ciencia: objetivos inter nos, 94 Temas de investigación, 155, 156 Teorema de Löwenheim-Skolem, 53 Teoría: .— cuántica, 56 — de la acción, 28 — de los valores, 20, 26, 28, 3132, 65, 96 — del conocimiento, 23, 25, 28, 32 Teóricos de la decisión, 83 Toma de decisiones, 165 Tradición: — «griega» sobre la ciencia, 110 — «idealista» sobre la ciencia, 110 I lindad de la razón, 93 I hiiveisu!, HO I fails):
219
— de la ciencia, 17 — de las capacidades, 200 — inteligente de los medios, 179 — no inteligente, 157 Utilidad práctica como validación de un ideal, 135 Utilitaristas, 83 Validez, 74, 183 — de la moralidad, 62 — de los fines, 81 — de los valores, 14, 30, 80 — del interés, 87 Valioso, 83 Valor, 63, 70, 73, 83, 93-94, 95, 1 6 7 .2 0 2 .2 0 3 — de la persona, 70 — de la vida humana, 191-194, 1 9 7 .2 0 2 .2 0 3 — de los fines, 90 — del conocimiento científico, 166 — verdadero de las cosas, 83, 90 Valoración (es), 17, 73, 74, 187, 1 9 3 ,2 0 0 ,2 0 2 — de fines, 90 — de medios, 92 — intelectual, 174 — racional, 26, 88-89, 93-94 Valores, 14, 17-18,26, 2 7 ,6 8 , 7374, 75, 78, 80, 82, 93-94, 191, 203 — adecuados, (universales), 88 ■ — antitéticos, 113 — cognitivos, 20-21, 22, 24, 26, 28, 185 — de autopromoción, 76 — de la ciencia, 21, 22, 2 3 ,2 4 , 25
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dt* l:i cient iu cn cuanto aplicacion, 95 cíe la ciencia en cuanto proceso de producción, 94-95 de la ciencia en cuanto teoría, 94 epistémicos, 2 0 -2 2 ,2 4 , 26, 28 éticos, 20-21, 22, 24, 2 6 ,2 8 externos de la ciencia, 22 genéricos, 76 humanos, 30, 111, 113
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intelectuales, 187 — internos de la ciencia, 22 — propios, 73, 74 — sociales, 20, 21, 2 2 ,2 4 ,2 6 ,2 8 — teóricos, 185 — válidos, 74 Verdad, 5 4 ,5 8 , 62, 7 6 , 1 1 5 Vida, 156 Virtudes intelectuales, 185 Voluntad libre, 196
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