Recordando a Velasco (Publicada en Hildebrandt en sus Trece, 31/10/2014) Por Carlos León Moya Cuarenta y seis años después de que tomó la Presidencia, solo se alude a Juan Velasco Alvarado para vituperarlo. Hoy nadie recoge su legado y es comprensible, porque muchas de d e las cosas realizadas por su gobierno en dictadura son inaplicables hoy. Pero otras fueron realmente democratizadoras, a pesar de ser hechas en dictadura. Y silencio. A Velasco nadie lo defiende. Velasco debe ser la figura más solitaria y triste de la política peruana. Traicionado por su Primer Ministro, sus continuadores políticos –el Partido Socialista Revolucionarioapenas consiguieron seis escaños después de su muerte. Terminaron unidos a una izquierda que lo combatió y lo llamó fascista, solo para darse cuenta después que uno de sus grandes errores históricos fue pelearse con el militar que los hizo crecer como nunca. Los movimientos armados se cruzaron también con Velasco. La reivindicación de Túpac Amaru fue casi una política del d el gobierno de Velasco, como últimamente recuerda Charles Walker. Un Túpac Amaru omnipresente que derivó en una imagen popular, presente después en billetes y láminas. El MRTA, imbuido también por los tupamaros de Uruguay, terminó dándole un matiz completamente distinto al líder rebelde. Se la arrancharon a los militares. A la vez, el bicentenario de la Gran Rebelión, 1980, es ahora vinculado al inicio de la lucha armada de Sendero Luminoso. La quema de ánforas en Chuschi y los perros colgados de postes dejan en un interesado segundo plano otra acción de Sendero: lanzarle dinamita a la tumba de Velasco.
Acabó solo, sin una pierna, traicionado, deprimido. En la última entrevista que le concedió a César Hildebrandt, hay un extracto triste y poderoso entre Velasco, su esposa (Consuelo Gonzáles Posada) y el entrevistador. Velasco empieza: -Mira lo que he ganado; una pierna menos, enfermo... -Pero todo tiene sus compensaciones. Usted ha ganado... -¿El amor de la gente?, pregunta llena de ironía, doña Consuelo. -No diría eso. ¿No cree usted que ha ganado, más allá de las pasiones y cuando las esencias se sedimenten, digamos, un puesto en la historia? -La gente más ingrata no puede ser, dice Consuelo. Después de tantas amarguras, ¡un puesto en la historia! Ahora incluso parece peor. Hace buen tiempo que “velasquista” es un insulto, pero hubo alguien que qu e lo recibía feliz y sonriente hasta hace poco: Ollanta Humala Tasso. Del Humala de polo rojo cuyos afiches mostraban también al espectro de Velasco, pasamos al Humala cuyos ministros bien podrían tildar de “velasquista” a otros. Humala, al igual que Francisco Morales Bermúdez, dijo alguna vez que se guiaría por Velasco para hacer totalmente lo contrario. Aunque esto no es precisamente nuevo, me llama ahora la atención ahora por lo siguiente. Tal como están las cosas, el de Velasco no parece un gobierno sino un paréntesis, un breve hiato en nuestra historia republicana. Siete años de reformas – adecuadas o no- que generaron efectos que marcaron el derrotero a los siguientes gobiernos, al menos hasta 1990. Allí vino Fujimori y creó el camino para el Perú que vivimos ahora y que es su legado: el Perú de hoy es esencialmente fujimorista. Entonces, si Fujimori viene (tristemente) siendo el vencedor, y junto a él vienen venciendo también la pandilla tecnocrática y
una derecha elemental pero atractiva, ¿se cumple el viejo y gastado adagio de que la historia la escriben los vencedores? Estrictamente, no. La historia, como disciplina, tiene una valoración bastante matizada y rica del gobierno de Velasco, y la trabaja más bien desde varios ángulos. Además, los lo s vencedores en el Perú difícilmente puedan escribir alguna historia, pero sí transmiten una narrativa de varias formas. Los medios de comunicación es seguramente la principal. En medio de un sentido común favorable al mercado, le crean un enemigo: no es la informalidad ni la l a explotación laboral ni el abuso de las grandes empresas, sino Velasco, y todo lo anterior es una reminiscencia por un Presidente que dejó el poder hace casi cuarenta años. Es una narración idiota pero efectiva. No han escrito una historia pero sí un cuento de ficción en donde toda invocación a cierta justicia hoy es, en el fondo, un deseo absurdo por volver a un horrible ayer. Y ese ayer es un militar solo, triste y sin una pierna, a quien dinamitaron su tumba t umba y ahora le intentan dar un lugar en la historia, pero no el que se merece.