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INTRODUCCIÓN AL PROBLEMA DEL MÉTODO EN PSICOLOGÍA Braunstein, N., Pasternac, M. y otros; “Psicología, Ideología y Ciencia”. México, Siglo XXI, 1976. CAPÍTULO 5 El hecho científico es conquistado, construido, comprobado. P. Bourdieu y colaboradores: Le metier de sociologue. Planteo del Problema Nos parece conveniente inaugurar nuestras reflexiones sobre el método en Psicología puntualizando lo que está en juego en la consideración de este tema. En efecto, la postura actualmente dominante en vastos sectores de la enseñanza universitarios, coherente con una concepción epistemológica continuista de la actividad científica, consiste en sostener que una disciplina científica se define como tal según el procedimiento que utiliza. Si el método puede ser calificado de científico se supone, entonces, que sus resultados también deberán serlo. Esta afirmación, implícita o explícita, se halla en el origen de muchos malentendidos, al extremo de creerse que quien pone en tela de juicio la validez de la misma expresa con ese cuestionamiento la renuncia a todo pensamiento científico. Nos atreveremos, sin embargo, a preguntar: ¿Basta que un método pueda ser llamado científico para que su aplicación dé un resultado científico? Y, si no fuera así, ¿cómo reconocer lo que hace de un procedimiento dado un método científico? Sólo se puede resolver realmente la cuestión del método integrándola en la totalidad de la práctica científica. Sólo en el seno de ella un método puede ser reconocido como científico: no es el método el que, por ser científico, da valor de conocimiento a su resultado. Es la estructura compleja de objetos de conocimiento, conceptos teóricos y procedimientos apropiados la que permite asignar a estos últimos el valor de métodos científicos. En consecuencia debemos analizar el proceso del conocimiento para poder ubicar el lugar del método en el mismo. Ello nos permitirá comprender además su relación con procedimientos técnicos no científicos que, sin embargo, producen resultados utilizables en prácticas diversas, científicas o no.
El Proceso Científico Sostenemos la idea de que la fundación de una ciencia constituye una revolución teórica que, partiendo de una realidad preexistente, la práctica precientífica (ideológica en sentido epistemológico) produce una problemática totalmente distinta y abierta a un desarrollo ulterior (con correcciones y reformulaciones siempre posibles).1
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Decimos “ideológica en sentido epistemológico” porque la palabra ideología y sus derivados pueden incluirse en discursos diversos. En sentido epistemológico, el que aquí usamos, ideológico se opone a científico, como la representación o apariencia se opone a conocimiento.
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La revolución teórica que da nacimiento a una problemática científica se produce sobre la base de una experiencia histórica previa. Esta última es una experiencia precientífica. Sin ella es imposible el proceso de esa especie de “acumulación primitiva” que permite la emergencia de una coyuntura ideológica especial en el seno de la cual ciertos individuos pueden consagrarse al trabajo que, utilizando esa materia prima acumulada, permitirá obtener un cambio de formulaciones y con ello la eclosión simultánea de los objetos de conocimiento, los métodos y los conceptos de una práctica científica. En esta concepción se puede ver entonces un combate simultáneo en dos frentes. Por un lado, contra una imagen voluntarista, idealista, en la que el conocimiento surgiría por el mérito de individuos dotados de intuiciones geniales, capaces de originarlas de la nada (discontinuismo idealista). Por el otro, contra la ilusión del hallazgo de una teoría científica surgida al cabo de la simple recolección de experiencias aisladas que le darían emergencia por la simple virtud supuesta de su acumulación ordenada (continuismo). Frente a estas dos imágenes ideologizadas aparece la concepción que, partiendo de la actividad real de los científicos, reconoce en ella un rasgo fundamental: su condición de trabajo humano que utiliza toda la experiencia preexistente y rompe con su continuidad, integrando sus elementos en una nueva problemática donde lo que hasta allí era noción ideológica pero pasaba por conocimiento ocupa el lugar de lo que debe ser explicado, conocido; el objeto de conocimiento (discontinuismo materialista). Si estudiamos entonces las actividades reales de los científicos veremos que, cualquiera sea la formulación que ellos den de su propia práctica, lo que realmente hacen forma parte de un proceso que se puede reconstruir en sus líneas generales como exponemos a continuación. Toda práctica científica tiene por referencia a la realidad como existencia material (aunque sea mediatamente). En efecto, ¿a qué nos referimos cuando decimos la “realidad”? Y la referencia depende justamente del momento considerado en el proceso de producción de los conocimientos. Al principio llamamos realidad a las representaciones y percepciones de que disponemos. Ellas constituyen lo que solemos denominar como “lo concreto” (sinónimo ingenuo y a veces supuestamente prestigioso de lo real). Preferimos designarlo con el nombre de concreto aparente para dejar en claro sus alcances y sus límites. El concreto aparente se presenta como un conjunto de representaciones, inorgánicas en su apariencia. Es una representación caótica, pero a partir de ella los seres humanos se orientan, encuentran semejanzas y diferencias analizables entre aspectos de la misma. De tal modo, por un proceso de análisis realizado a partir de representaciones múltiples y caóticas se obtienen las nociones que son unidades elaboradas analíticamente en la práctica precientífica (ideología en sentido epistemológico). En general, los sustantivos comunes que utilizamos en nuestro lenguaje cotidiano son ejemplos de esas generalizaciones, producidas por abstracción, que son las nociones. Estas generalizaciones tienen distinto valor. Algunas sirven para designar objetos empíricos de la realidad sin otra pretensión que la de su calificación y diferenciación. Llamar cuchillo, tenedor, cuchara, por ejemplo, a ciertos instrumentos los ubica como útiles para prácticas alimenticias y les asigna funciones o usos. Pero no aspira a ningún valor teórico. En otros casos la designación se ofrece con la apariencia de un simple nombre que encubre un significado teórico ideológico que permanece oculto.
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Veamos esto último en un ejemplo propio del campo de la Psicología. Si un individuo se lamenta diciendo que no puede evitar el experimentar constantemente celos de su mujer, que le asalta constantemente la idea, que a la vez considera carente de fundamento, de un engaño por parte de ella, que acude una y otra vez a rituales para evitarlo, etc., diremos que ese sujeto tiene “ideas obsesivas”. Al darle este nombre hemos aplicado un a experiencia acumulada por la semiología psiquiátrica2 que permite diferenciarlas, designándolas, dentro del conjunto de conductas posibles de los individuos humanos. Identificar este fenómeno, designarlo, no implica sin embargo haberlo explicado; es una elaboración nocional. Hasta aquí hemos obtenido el resultado del trabajo en el seno de una práctica precientífica que, por análisis, llega a descubrir ciertas regularidades propias de lo empírico. Se ha obtenido información sistemática sobre la realidad aparente. El error comienza al considerar este producto como un conocimiento científico. Con ello se cae en lo que podemos llamar el “círculo vicioso” del empirismo positivista que se limita a reproducir lo real especularmente (“realización de lo real”). Pero este error se agrava cuando se le superponen inferencias que le dan apariencia teórica y con ello el ropaje exterior de un discurso abstracto: decir, por ejemplo, que las obsesiones deben ser consideradas como “automatismos ideo-motores mecánicos” (De Clérambault). La formulación en términos “técnicos” parece ser una explicación, pero si analizamos cuidadosamente la misma podemos ver que “automatismos”, “ideo-motores” , “mecánicos” no conducen a ninguna explicación real sino a un simple reemplazo metafórico de lo que estaba ya presente en la descripción de las ideas obsesivas. Insistimos una vez más sobre la indudable utilidad y el valor de orientación que tienen las nociones. Son el resultado de un trabajo sin el cual, en el caso de la elaboración semiológica de las ideas obsesivas que hemos tomado como ejemplo, no hubiese sido posible plantearse la necesidad misma de una teoría de esos síntomas y otros propios de las neurosis, a la que Freud se abocó en su obra. Freud parte, en este caso, de la aceptación de esas nociones pero si le son útiles es porque, lejos de ser tomadas como un conocimiento, lo son como punto de partida para un trabajo que estaba aún por realizar, y ahora en el seno de una problemática nueva, totalmente distinta, la problemática científica. Como habíamos adelantado, en ésta lo que eran nociones del campo precientífico ideológico, pasan a constituir las abstracciones simples, objetos de conocimiento cuyo conocimiento habrá de ser producido por la práctica científica. Pero no es el cambio de designación (de “noción” a “objeto de conocimiento” o abstracción simple) el que produce el cambio de problemática. Es, por el contrario, la producción de un cambio de problemática lo que hace que las antiguas nociones ideológicas ocupen un nuevo lugar en una estructura distinta y dejen de ser nociones para transformarse en abstracciones simples, objetos de una práctica científica que dará cuenta de sus determinaciones. Designamos a esa producción del cambio de problemática, irreductible a un simple artificio de lenguaje, con el nombre de ruptura epistemológica. Antes de operada esta transformación nos hallamos en el terreno de lo ideológico precientífico en el cual, como hemos visto, se trabajan representaciones por medio de recursos lógicos como el análisis y se obtienen resultados, las nociones, que constituyen el efecto de reconocimiento de esa práctica ideológica. La primera condición para poder transformar esta problemática en el curso del trabajo de la ruptura consiste en eludir el obstáculo constituido por la pretensión de hacer pasar ese reconocimiento por un auténtico conocimiento científico, 2
Clasificación de los signos y síntomas que constituyen y diferencian a las enfermedades mentales.
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efecto espontáneo de las condiciones de existencia cotidianas favorecido además en el caso de las llamadas Ciencias Sociales y Humanas por efectos propios de la estructura clasista.. La sociedad dividida en clases explotadoras y explotadas superpone a los mecanismos ideológicos (en sentido epistemológico) el efecto de los mecanismos ideológicos correspondientes a los intereses de la clase dominante. Conviene a ella que ciertas ilusiones espontáneas del “sentido común” no sean puestas en tela de juicio. Es fácil comprender entonces el esfuerzo que implica esta reformulación hecha contra la corriente de lo habitual. Teniendo en cuenta que el discurso científico no puede entonces consistir en la simple reproducción-repetición sistemática de lo real, encubierto a veces en un lenguaje pretencioso, se abre la cuestión de cómo romper con ese campo de evidencias engañosas que se imponen con la fuerza de la facilidad y el apoyo de la estructura que le hace cumplir cierta función social (especialmente la de ofrecer resistencia a las transformaciones que la amenazan). Es indispensable entonces someter a una cuidadosa crítica el arsenal terminológico que corresponde a la región de las nociones ideológicas. Se deben explicitar así las relaciones que mantienen las palabras utilizadas con los referentes empíricos y, muy especialmente, las relaciones que guardan entre sí los distintos términos que la componen para destacar la problemática que constituyen. Por ejemplo, las elaboraciones estadísticas pueden servir, pese a los límites de su validez, en esta tarea de cuestionar las evidencias inmediatas de nuestras impresiones. Si eludimos la actitud empirista que implica esperar que la estadística nos aporte automáticamente por acumulación e interrelación de sus resultados una explicación teórica, podremos disponer en cambio, de un recurso que desgarre el tejido de las relaciones experimentadas en las sensaciones o impresiones “primeras” y haga reconocibles relaciones o regularidades escondidas. Es en este sentido como la estadística ayuda a la tarea de la ruptura. Esa técnica que, sin la actitud de desconfianza ante las apariencias, produce la simple “realización de lo real”, reduplicación de lo percibido, prisionera de la ilusión de su evidencia (“!creo lo que veo¡”), se vuelve, utilizada críticamente, un instrumento que puede trabajar en lo ideológico para la ruptura, reemplazando, como dice Bourdieu, los hechos que se aceptan sin discusión (“evidencias”) por hechos indiscutibles (probados) o, al menos, discutibles. A condición de tener siempre presente que sus resultados son sólo materia semielaborada para un trabajo científico ulterior y no un producto científico, de valor conceptual. No se trata de valorar un método y hacer de él el criterio de validez o de cientificidad ni tampoco de rechazarlo sino de tener presente que el método es ideológico-precientíficoencubridor o, por el contrario, científico-productivo-esclarecedor según la problemática en que esté incluido y no por su virtud supuestamente intrínseca. La estadística no es -ni deja de ser- científica. Simplemente puede ser -o no- un instrumento científico. Si rompemos con el dogma absoluto que consiste en investir un determinado método de la virtud abstracta de ser intrínsecamente científico, se vuelve imprescindible relacionarlo con el objeto de conocimiento y los conceptos teóricos con los que constituye una unidad. Ello implica una actitud de alerta sistemática sobre las condiciones de selección y aplicación de un método particular en la coyuntura especial de una ciencia dada. Bachelard designa esta actitud como de vigilancia epistemológica y la caracteriza en tres grados diferentes de aplicación: vigilancia epistemológica a la primera, segunda y tercera potencia. 1 - La vigilancia simple, de primer grado, es la ejercida directamente en el campo de lo empírico. Consiste en permanecer alerta ante los fenómenos empíricos para esperar lo
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esperado, y también para esperar lo inesperado, por paradójico que parezca. Sólo después de la ruptura epistemológica se pueden “esperar” realmente los hechos científicos. No es la manzana que cae sobre Newton (suponiendo la veracidad del mito) la que da origen a la teoría. Es la búsqueda teórica, el estado de alerta “armado” el que permite interpretar la situación. Newton, diríamos, estaba esperando que la manzana cayera. 2 - La vigilancia al cuadrado, de segundo grado, consiste en vigilar la vigilancia, conscientes de la necesidad de que el método sea aplicado con rigurosidad, correcta técnica y adecuación. Es el caso de Piaget, por ejemplo, quien trabajando con niños flexibiliza el método de la aplicación de tests y cuestionarios. Lejos de prestigiar la estandarización, Piaget le reprocha falsear la orientación del niño investigado. Paradójicamente propone renunciar a todo cuestionario fijo e ir haciendo variar las preguntas en función del desarrollo de la relación. 3 - La vigilancia al cubo, de tercer grado, consiste en supervisar no ya la aplicación correcta de un método, sino su selección misma. Implica rechazar todo dogma metodológico, toda aplicación mecánica de un recetario de métodos para discutir su validez según el lugar que ocupa en la estructura de la práctica científica. Es sobre todo en Freud en donde podemos observar cómo esta vigilancia progresiva, alerta, permite dar frutos de otro nivel. Alerta ante lo inesperado (vigilancia a la primera potencia) Freud modifica sus métodos atendiendo a la particular circunstancia en que le toca trabajar. Así, la inesperada queja de un paciente que reivindicaba su decisión de hablar sobre los temas que le vinieran en ganas y no sobre aquellos propuestos por su terapeuta, sugirió a Freud un cambio técnico cuyo desarrollo contribuyó al origen de la regla de las asociaciones libres. Pero esta modificación se incluyó en un proceso complejo de la ruptura epistemológica con una reelaboración compleja de los problemas enfrentados y sus articulaciones con conceptos producidos en función de ellos y así, como resultado de esta aplicación de la vigilancia de tercer grado, se producen la emergencia de un nuevo método para un nuevo objeto de conocimiento y nuevos conceptos que configuran en conjunto una ciencia nueva. Al cabo del proceso de la ruptura epistemológica, en suma, se ha producido un cambio cualitativo de problemática. Se han producido las condiciones para pasar de una serie de procesamiento de informaciones sobre acontecimientos empíricos a otro terreno, el de la elaboración cognoscitiva. En el seno de esta nueva problemática las abstracciones simples, que antes de la ruptura funcionaban como nociones ideológicas y pasaban por un cierto saber, habrán de servir, como hemos dicho, de materia prima para un proceso de transformación que dará como resultado el efecto de conocimiento. Para ello se han utilizado medios de producción que constituyen el método teórico propiamente dicho. Nos encontramos en pleno terreno de la abstracción trabajando con generalidades. Antes de la ruptura se partía de lo empírico o de su representación para producir una abstracción. Después de la ruptura trabajamos generalizaciones (las abstracciones simples), objetos de conocimiento, aplicando medios de producción teórica, instrumentos teóricos, conceptos, operaciones lógicas y obtenemos una nueva generalización teórica que constituye el objeto formal abstracto de la ciencia que ha emergido de la ruptura. Al fin de esta fase del proceso cognoscitivo disponemos, como dice Marx, de un concreto de pensamiento que aparece aquí plenamente diferenciado del concreto aparente. Diferenciado pero no divorciado de él. Porque el concreto de pensamiento nos da
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acceso al conocimiento del concreto real y lo hace al dar cuenta, en primer lugar, de por qué ese concreto real se nos presenta bajo esas formas del concreto aparente y, en segundo término, a la vez, del origen de las concepciones ideológicas que se construyen al no tomar con esas apariencias la distancia que instituye la ruptura epistemológica. Por otra parte debe quedar bien claro que el concreto de pensamiento da acceso, como hemos dicho, al conocimiento del concreto real, pero no es el concreto real. Afirmar lo contrario sería deslizarnos a una postura idealista para la cual el pensamiento es lo real. El concreto de pensamiento “teoría de los síntomas” no se confunde con un síntoma dado pero nos da acceso a la realidad concreta de los síntomas, explicando por qué se presentan del modo en que lo hacen en las representaciones que de ellos tenemos. Conviene diferenciar entonces entre objetos empíricos, objetos de conocimiento y objetos teóricos. Los objetos teóricos (conceptos de las ciencias) permiten productivamente obtener el efecto de conocimiento. Los objetos de conocimiento son la materia prima sobre la cual se trabaja en esa práctica científica. Los objetos empíricos son las formas sensibles directas de aparición de la realidad material. Aplicando recursos técnicos analíticos se obtienen a partir de los objetos empíricos abstracciones racionales que pueden ocupar tras la ruptura el lugar de los objetos de conocimiento. En un ejemplo, las manifestaciones de un paciente (celos incoercibles reconocidamente injustificados según el mismo sujeto) son los hechos empíricos, la designación “ideas obsesivas” constituye la noción psiquiátrica semiológica, su consideración como “síntoma neurótico” es en el seno de la práctica científica psicoanalítica el objeto de conocimiento, la teoría de los síntomas sirve para trabajar sobre ese objeto en la situación analítica y producir una interpretación que constituye el efecto de conocimiento del objeto en cuestión. Es decir que una vez abierto el campo de la problemática científica es posible en ella desarrollar las preguntas y hacer variar los problemas diseñando experiencias que respondan a las mismas y pongan a prueba la validez y el alcance de las afirmaciones científicas. Y en este proceso ulterior a la ruptura epistemológica es donde pueden ser incorporados instrumentos diversos de los que la teoría se apropia para utilizarlos dándoles una nueva función de jerarquía científica al colocarlos en un lugar nuevo, en una problemática antes inexistente.
Empiristas e Intuicionistas. En esta exposición hemos intentado responder a la vez a los aspectos vinculados con el método y con la especificidad y la articulación de las distintas prácticas. La experiencia docente nos ha revelado la existencia de una dificultad para percibir a la vez estos dos matices coexistentes. Se tiende a polarizarlos de tal modo que la valoración de la especificidad teórica es interpretada como una desconexión de lo concreto (entendido ingenuamente y sin las diferenciaciones que aquí hemos formulado) que permanecería de esta manera en una abstracción vacía y alejada de la “realidad”. Correlativamente la práctica técnica desvinculada de una concepción teórica, así desvalorizada, se vuelve un recurso que sólo puede reproducir lo real sin dar cuenta de él ni permitir fundar sus transformaciones posibles. Bachelard se ha ocupado selectivamente del enfrentamiento con posiciones metafísicas que pretenden ejercer su dominación pontificando sobre lo que la ciencia debe ser según esos dictados dogmáticos. Tal imposición se hace en un contexto dominado por las
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postulaciones positivistas a las que ya nos hemos referido y que se hallan a nuestro juicio en la raíz de la dificultad para reconocer lo específicamente teórico a que hemos aludido.. Con esas posiciones positivistas los científicos creen fundar sólidamente la ciencia en los hechos “positivos” (reales, útiles, verificables) sin percibir que con ello traicionan lo que hacen realmente, inconsecuencia que procede de la confusión entre el dato sensorial (lo “real” para la postura positivista) y el hecho científico, construcción teórica sometida ulteriormente a experiencias y comprobaciones. Generalmente quienes han criticado estas posiciones positivistas han incurrido en el error simétrico: imponer una metafísica idealista a la tarea científica sosteniendo que, dado el carácter engañoso de las experiencias sensoriales, el hecho científico sólo resultaría aprensible rompiendo con las apariencias... y entregándose en cambio a una intuición capaz, según esta concepción, de ofrecernos la “verdad” directamente. Siendo integrantes de lo humano-social (el universo que estudiamos) ello nos permitiría, se argumenta, al conocernos como integrantes conocer asimismo a ese universo del que formamos parte. Como se puede ver el dilema parece estar planteado en los siguientes términos: 1) Aceptar la chatura de los datos positivos (lo que algunos creen justo designar como “la práctica”) y reduplicar como en un espejo lo percibido bajo la forma de generalizaciones triviales. Realización de lo real. 2) Lanzarse al relativismo de quienes nos imponen sus intuiciones dándoles categoría de conocimientos. Racionalización de lo racional. Bachelard considera esta forma de oposición esquemática y simplista como un desplazamiento y una inversión de la verdadera cuestión que no consiste en imponerle a las ciencias lo que deben hacer sino en estudiar lo que los científicos hacen para reconocer en esa tarea real la jerarquía de los actos científicos productivos. Si partimos de este cambio de perspectiva encontramos abierto el paso a una comprensión de esa especie de diálogo que se establece en la práctica científica entre lo racional y la práctica de lo real. La práctica científica efectiva se caracterizó siempre por no responder a esta dicotomía. Hay en cambio en ella un diálogo entre lo racional y lo real, pero no se trata de interlocutores simétricos: la realidad, dice Bachelard, sólo puede responder si se le pregunta y la pregunta sólo puede proceder de la elaboración teórica que desde su sistematicidad permite, deduciendo hipótesis, construir experiencias que podrán obtener respuestas, verificando el sistema al ponerlo así a prueba. Y este sistema verificable, se elabora alejándose de lo sensible. No en lo sensible, ni sin lo sensible sino lejos de lo sensible para volver de este distanciamiento racional produciendo la realización de lo racional.
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El lugar del Método Hipotético-deductivo. Desde la concepción positivista se afirma que las ciencias tienen un único método, el hipotético-deductivo. Este método consiste, tal como lo expresa Musso3, en el cumplimiento de ciertas reglas resumibles del siguiente modo: 1) Formular las ideas (conceptos, juicios) de modo de poder, a partir de ellas, deducir hipótesis tales que permitan prever la observación de hechos. 2) Verificar si efectivamente en esas condiciones se producen las observaciones previstas. 3) Considerar válidas esas ideas solamente si se han obtenido esas observaciones. En una primera aproximación podríamos pensar que se trata en este caso de una formulación afín con la que hemos desarrollado en este capítulo. Tiene con ella, en efecto, algunos puntos de contacto. Por ello mismo podemos decir que la oposición con el método hipotético-deductivo es falsa en la medida en que éste representa el proceso que se realiza a partir de la producción de las hipótesis. Pero, quienes lo defienden como el método de la ciencia omiten, en general, situarla en el conjunto de la práctica científica y colocan la hipótesis en un continuo sin saltos que va del hecho o “afirmación empírica básica” a la teoría. Una vez presupuesto que el conocimiento está en los hechos se trataría, para los positivistas, de observarlos, de registrarlos cuidadosamente, permitiendo su acumulación a través de observaciones cuyas relaciones permiten inferir conceptos, pudiendo su relación constituir leyes estructuradas en teorías. Hechos
Observaciones
Conceptos
Leyes
Teorías
Klimovsky dice, por ejemplo, que las regularidades que los hombres de ciencia descubren se condensan en hipótesis, afirmaciones y enunciados que constituyen sistemas y teorías.4 Podemos ver en este esquema cómo el científico parece descubrir regularidades sin tener aún disponible la teoría y que ésta aparece por condensación de esos hallazgos previos en los que estos autores designan como el “contexto de descubrimiento” del conocimiento científico. La analogía con nuestra exposición es sólo parcial y, sobre todo, secundaria porque aquí se supone que el científico “conoce” desde el principio y sólo se trataría de purificar, al parecer, ese conocimiento para separar la ganga por un lado y obtener, por el otro, la pepita de oro del conocimiento. Por eso Klimovsky sostiene que la base empírica epistemológica de “todo tipo de disciplina científica está dado por las entidades que la práctica cotidiana ofrese directamente a nuestro conocimiento” [sic], es decir por objetos físicos accesibles por datos de la percepción. Estas observaciones serán luego resumidas en proposiciones singulares empíricas (de primer nivel) cuya extensión llevará a enunciados generales empíricos (de segundo nivel). La teoría (tercer nivel) que los científicos imaginan para sistematizar y explicar las regularidades halladas constituye para estos autores, como vemos, un paso ulterior a un conocimiento (impuro, lo reconocen) del que ya se dispone. Allí comienza el “contexto de justificación” en que se deducen hipótesis derivadas que habrán de ser contrastadas por observaciones y experimentos oportunos. 3
Musso, J. R.; “Los Métodos de Investigación en Psicología”, en D. Ziziemsky (editor), Métodos de investigación en psicología y psicopatología. Buenos Aires, Nueva Visión, 1971. 4 Klimovski, G.; “Estructura y Validez de las Teorías Científicas”, en Ziziemsky D.; op. Cit.
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No se debe desdeñar los esfuerzos que autores como Klimovsky y Musso realizan llegando a vislumbrar que la teoría no aparece como simple resultado final sino como un momento de un proceso que, como acabamos de ver, exige ulteriormente observaciones que validen las hipótesis derivadas. Pero ellos consideran a esta deducción de hipótesis contrastables como la única característica del método científico descuidando la radical novedad que constituye la problemática científica producida por ruptura con la problemática ideológica preexistente que precede a la deducción de las hipótesis. Observemos, en efecto, las consecuencias que tal concepción determina. Klimovsky cree encontrar, por ejemplo, en Freud la aplicación del método que él describe pues, según sus palabras, Freud se refiere primero a sucesos protocolizados de casos singulares (observaciones), luego generaliza lo observado extendiéndolo a todos los casos y obtiene así leyes de la conducta manifiesta, de la formación y aparición de síntomas, etc. Estos enunciados de segundo nivel, como los denomina Klimovzky, o “generalizaciones empíricas” afirmarán la presencia o ausencia de una propiedad (relación o correlación) e incluyen las leyes científicas. Klimovsky encuentra que Freud desarrolla luego explicaciones de lo que ocurre introduciendo entidades hipotéticas de carácter teórico como “libido”, “superyó”, etc. Klimovsky sostiene, en suma, que Freud emplea “un estilo de exposición que sin duda [sic] refleja un método de investigación” que seguiría la citada secuencia en tres tiempos. Vemos así constituida la doble ceguera que impide a los empiristas ver la realidad del proceso de producción de conocimientos: por un lado, confunden el proceso de la exposición con el de la investigación, lo que les permite creer que Freud va de la conducta singular a la teoría de modo continuo y uniforme y, por otro lado, sobre todo, conciben a la teoría como una generalización de lo singular. Eso se nota muy claramente en el ejemplo utilizado por Klimovsky pues para él la formación de los síntomas y su aparición habrían sido conocidas por Freud como resultado de la generalización de lo empírico. Y justamente la generalización mencionada nunca hubiera podido producir la teoría de la formación de los síntomas. En el mejor de los casos hubiese reproducido la experiencia psiquiátrica semiológica que produce la designación y reconocimiento de los síntomas como delirios, fobias, etc., pero nunca las leyes de la formación de los síntomas. En cambio en el proceso real de la investigación freudiana los fracasos sucesivos de las concepciones ideológicas sobre los síntomas fueron elaborados permitiendo la producción de una teoría de la formación de los síntomas (formaciones de compromiso) solidaria de una teoría científica más amplia (del aparato psíquico, de los procesos inconscientes, del conflicto, etc.) que posibilitó trabajar (con esos medios de producción científicos) en ocasión de cada caso o síntoma singular y producir no sólo su designación sino su explicación.. Claro está que cuando Freud expone los resultados de su trabajo opera a la inversa: ilustra primero con casos singulares y desarrolla lo teórico “después” pero no debemos confundir, insistimos, este método expositivo con el de la investigación. La absolutización del método hipotético-deductivo origina otras contradicciones. Considerado como único método que caracteriza a las ciencias (que “se diferencian por sus objetos... y se unifican por su método, el hipotético-deductivo)5 nos sorprende luego al ser presentado como un procedimiento utilizado en cualquier forma de demostración, aun notoriamente no científica. En definitiva, lo que antes fue calificado de único método científico es, a la vez, el que todos los “hombres normales” (la expresión es de Musso) usan 5
Musso, J.R.; op. Cit.
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para defender sus ideas ante la crítica. Pero... entonces, ¿qué diferencia al método científico del banal razonamiento cotidiano? Pues, simplemente una diferencia de grado. Los no científicos, dice Musso, “son poco cuidadosos en el control de las condiciones en las que obtienen sus observaciones”. Sabemos que ello no es así y que la depuración de los controles de la observación de las apariencias no puede dar otra diferencia que la que va de una percepción grosera a un error sutil; sólo se perfecciona una ilusión o un engaño sin producir un ápice de conocimiento científico. Desde nuestro punto de vista, entonces, la respuesta es clara: el método hipotéticodeductivo lo pueden usar científicos y no científicos, astrónomos y astrólogos, médicos y curanderos, epistemólogos y charlatanes. En ello tiene razón Musso: todos usamos el método hipotético-deductivo como Monsieur Jourdain habla en prosa. Eso no hacía de él un literato ni de nosotros investigadores científicos. Lo que da carácter científico a ese método es la problemática en que está incluido. Cuando una problemática ideológica a sufrido el proceso de la ruptura epistemológica y es reformulada en términos de una problemática científica, la estructura integrada de objetos de conocimiento, objetos teóricos (conceptos) y métodos (y técnicas) incluye sin contradicción alguna la utilización de hipótesis derivadas que permiten programar observaciones y experimentos cuidadosamente planteados, capaces de comprobar hechos científicos y de contrastar las teorías que permitieron construirlos. Pues como citábamos en el epígrafe: “el hecho científico es conquistado, construido, comprobado”.
Marcelo PASTERNAC