Prueba jurídica y dialéctica aristotélica | Sandro R. D’Onofrio
PRUEBA JURÍDICA Y DIALÉCTICA ARISTOTÉLICA Sandro R. D’Onofrio Pontificia Universidad Católica del Perú En este artículo pretendemos argumentar, en contraposición con una visión lógicoanalítica, que los hechos que son tomados como evidencia no tienen un estatus de verdades objetivas independientes de la presentación en la que son usados, ni que los razonamientos que se usan en el sistema legal para probar una conclusión (basados en evidencias) pertenecen necesariamente a una lógica deductiva. Queremos sugerir aquí que la forma en que aceptamos las pruebas, es decir, los resultados de las posibles argumentaciones y los hechos utilizados para estas argumentaciones, no son aceptados necesariamente en forma demostrativa, en sentido lógico-analítico, sino que corresponden a una argumentación que busca persuadirnos racionalmente en un modo similar a como Aristóteles usa la dialéctica en su libro Los Tópicos, junto con la retórica. Para tal fin, en primer lugar, explicaremos cómo se han tratado de recuperar tanto la dialéctica como la retórica aristotélicas como modelos de discusión en la praxis argumentativa. En segundo lugar, será necesario explicar cómo deben recuperarse estas artes aristotélicas teniendo en cuenta el cambio del modelo epistemológico del Estagirita, esto es, la búsqueda de la verdad en un universo poskantiano, donde el realismo metafísico ya no impera. Finalmente, sugerimos cómo debe ser modelado el discurso jurídico de la prueba legal, ya sea esta entendida en sentido amplio o estricto, en un ámbito de verdad pluralista, diluyendo las fronteras entre lógica, retórica y dialéctica. Antes de proseguir debemos recalcar lo que ya debe haber quedado claro, esto es, que por prueba jurídica nos referimos tanto a los hechos y su interpretación (como evidencias) como a la argumentación que se da sobre la base de dichas evidencias para llegar a una conclusión. No es que ignoremos esta dualidad de sentido del término: más bien decimos que en ambos casos se debe reinterpretar cómo se aceptan los hechos como pruebas y cómo se aceptan como probadas las conclusiones de los argumentos esgrimidos. Para ello, distinguiremos entre evidencias y argumentos cuando sea necesario. 1. Dialéctica y retórica aristotélica como remplazo del modelo nomológico deductivo en el ámbito legal Desde hace unos 80 años, el estudio sobre dialéctica aristotélica como forma de razonamiento ordinario ha recobrado un vigor extraordinario (Eemeren & Grootendorst, 2006, pp. 23 y ss.). Este renovado interés, como muchos saben, se produjo a raíz de las
críticas a la lógica deductiva, forma de pensamiento predominante desde la Baja Edad Media y que adquirió más fuerza aún con su simbolización en los siglos XIX y XX. Autores como Perelman o Toulmin criticaron la lógica deductiva por su artificialidad y por su incapacidad de representar el pensamiento ordinario. Sin embargo, las formas de pensamiento establecidas durante un periodo de tiempo prolongado son difíciles de ser cambiadas, más aún si se trata de una forma muy exitosa, como lo es la lógica deductiva: gracias a ella podemos estar seguros de que nuestras conclusiones son válidas, y si las premisas son verdaderas, las conclusiones serán necesariamente verdaderas también. No es pues en vano que nuestro sistema judicial (en Perú y en la mayor parte de Hispanoamérica), basado en el derecho romano, haya estado estructurado en forma de razonamiento deductivo, minimizando la interpretación y la jurisprudencia en la medida de lo posible. El papel del abogado, del fiscal y del juez alternativamente ha consistido en obtener las deducciones correctas sobre la base de pruebas o evidencias. En oposición, tanto Perelman (Perelman & Olbrechts-Tyteca, 1989, pp. 35-36) como Toulmin (2007, pp. 195-1981 y 2003, p. 167) aducen que la lógica deductiva no capta la riqueza del lenguaje ordinario para una justificación legal apropiada. La solución para ambos consiste en regresar a un modo de discusión mucho más amplio, supuestamente basado en la dialéctica aristotélica. La dialéctica, según nos dice el propio Aristóteles, es un método a partir del cual podemos razonar sobre todo problema que se nos proponga, a diferencia de la lógica analítica, en la que hay demostración porque parte de cosas verdaderas y primordiales, o de cosas cuyo conocimiento se origina a través de cosas primordiales y verdaderas (Top. 100a 18-21 y 2730). A diferencia de los razonamientos analíticos, los argumentos dialécticos parten de verdades consensualmente aceptadas o supuestos. Debido a esta amplitud en aceptar premisas que no son obvias o demostradas, y al no basarse exclusivamente en la lógica analítica, la dialéctica se nos presenta como una estructura que permite recoger tanto la experiencia del hablante, así como diversas formas de justificar sus enunciados, a diferencia de los silogismos científicos. Se cree, pues, que la dialéctica, aunque no reduce ni anula nuestros razonamientos lógicos deductivos, presenta un lenguaje más flexible, al operar con otros modos de sustentar
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Aquí habla de juicio demostrativo frente a juicio probable.
Prueba jurídica y dialéctica aristotélica | Sandro R. D’Onofrio conclusiones, como son la inducción, la analogía, el entimema, la ampliación del enunciado o la disimulación de la conclusión, etcétera2. Muchas de estas formas son propias de la dialéctica y no de la retórica, como se podría pensar. Al acercarnos a la dialéctica, no obstante, lo primero que debe quedar claro es que la lógica deductiva o analítica sigue siendo una manera de presentar nuestros razonamientos. El emisor —quien sostiene una tesis—, en la medida de lo posible, debe tratar de exponer sus pensamientos de modo tal que estos lleven al asentimiento racional del oyente —quien pregunta—. ¿Dónde está la ventaja de recurrir a la dialéctica, entonces? El dialéctico sabe que (a) no todo puede ser afirmado en forma deductiva y que (b) las bases de las premisas del razonamiento deductivo no pueden ser ad infinitum otras premisas derivadas3. Así, Aristóteles nos dice que la dialéctica se encarga de esclarecer «las cuestiones primordiales propias de cada ciencia» y, además, que esta trata de discusiones que parten de «razonamientos plausibles». En traducción de Marta Spranzi, los razonamientos plausibles son propiamente «opiniones reputadas» (2011, p. 15, n. 28). ¿Qué son estas opiniones reputadas? Según la interpretación de Spranzi, no son opiniones plausibles, ni probables, sino más bien premisas que son aceptadas racionalmente por ambas partes. En este sentido, la autora intenta recuperar el punto de vista perdido de la dialéctica que consistiría en sacar conclusiones necesariamente aceptables, en la medida de lo posible, desde las premisas dadas. La dialéctica sería un esquema de reglas y procedimientos que obligarían al oponente (o a un público determinado) a aceptar «racionalmente» las premisas y luego los resultados de un buen razonamiento (Top. 157b 34-158a 3). Así, la dialéctica parecería distinguirse del procedimiento de la analítica al ampliar su metodología 2
«Ahora bien, esto es propio o exclusivo de la dialéctica: en efecto, al ser adecuada para examinar
(cualquier cosa), abre camino a los principios de todos los métodos» (Top. 101b 3-5). «No solo los razonamientos dialécticos y demostrativos se forman a través de las figuras explicadas sino también los retóricos y, sin más, cualquier argumento convincente y con cualquier método» (Anal. Pri. 68b 10-12). 3
«Son verdaderas y primordiales las cosas que tienen credibilidad, no por otras, sino por sí mismas (en
efecto, en los principios cognoscitivos no hay que inquirir el por qué, sino que cada principio ha de ser digno de crédito en sí mismo); en cambio, son cosas plausibles las que parecen bien a todos, o a la mayoría, o a los sabios, y, entre estos últimos, a todos, o a la mayoría, o a los más conocidos y reputados» (Top. 100b 18-24).
operativa, pues no ganamos nada basando nuestros juicios exclusivamente en la estricta lógica deductiva —a pesar de la certeza apodíctica del resultado—. Sin embargo, se pretende lo mismo que en la lógica, esto es, el asentimiento racional, pero dando espacio a los razonamientos no silogísticos: La proposición (premisa) demostrativa difiere de la dialéctica en que la demostrativa es la asunción de una de las dos partes de la contradicción (pues el que demuestra no pregunta, sino que asume), en cambio la dialéctica es la pregunta respecto de la contradicción. Pero no habrá diferencia ninguna en lo relativo a la formación del razonamiento de cada uno de
: en efecto, tanto el que demuestra como el que pregunta razonan asumiendo que se da o no se da algo unido a algo (Anal. Pri. 24a 23-28). Es decir, tanto el razonamiento demostrativo (lógica analítica) como el dialéctico pretenden lo mismo y tratan de convencer (probar) mediante pruebas (evidencias)4. Pero, para Aristóteles, el origen de esas pruebas (evidencias) y el reconocimiento de su procedencia hacen del método dialéctico una manera en cierto modo distinta de justificar los enunciados. En la crítica acaecida después de mediados del siglo XX, pensadores como Perelman y Toulmin buscaron una aproximación al razonamiento dialéctico que diera cuenta de formas de asentimiento racional que no estuviesen ancladas en la lógica deductiva. Perelman creyó que el convencimiento se producía cuando la dialéctica se aproximaba a la retórica, esto es, al margen de una «demostración» o prueba en sentido estricto. El convencimiento «racional», si es que se puede llamar así, termina siendo fruto de una persuasión, y por eso los elementos y las figuras de la retórica son los elementos esenciales de la dialéctica. El problema que podemos notar en esta postura es que, junto con la identificación de dialéctica y retórica, ocurre una propuesta de orden epistemológico, esto 4
«Toda enseñanza y todo aprendizaje por el pensamiento se producen a partir de un conocimiento
preexistente. Y eso evidente a los que observan cada una de esas ; en efecto, entre las ciencias, las matemáticas proceden de ese modo, así como cada una de las otras artes. De manera semejante en el caso de los argumentos, tanto los que mediante razonamientos como los que mediante comprobación; pues ambos realizan la enseñanza a través de conocimientos previos: los unos, tomando algo como entendido por mutuo acuerdo; los otros, demostrando lo universal a través del ser evidente lo singular. De la misma manera convencen también los retóricos: pues, o bien convencen a través de ejemplos, lo cual es comprobación, o bien a través de razonamientos probables, lo cual es razonamiento» (Anal. Post. 71a1-12).
Prueba jurídica y dialéctica aristotélica | Sandro R. D’Onofrio es, que los argumentos no son aceptados por convicción racional alguna, sino tan solo por su fuerza persuasiva: no hay argumentos verdaderos o falsos, sino más convincentes o menos convincentes. En contra de lo que propone el propio Aristóteles, la dialéctica no sería el arte de buscar el mejor argumento (el que tenga más «razón») sino el más convincente por persuasión para un auditorio (Spranzi, 2011, pp. 164 y ss. y Frogel, 2005, pp. 119 y ss.). Toulmin, por otro lado, desmontó la estructura del silogismo aristotélico e incluso la estructura de la lógica analítica del siglo XX le pareció demasiado estrecha como para ser la responsable del asentimiento racional. En él encontramos una aproximación más cercana a los propósitos de la dialéctica aristotélica, pero las reglas que puso resultaron demasiado complejas y ciertamente nosotros no razonamos de un modo tan complejo como él sugiere que debamos hacerlo5. En el ámbito jurídico se puede encontrar algunas veces justificaciones que cumplen con lo propuesto por Toulmin, aunque son menos frecuentes de lo esperado y, por lo general, no se cumple a cabalidad con su propuesta. Ahora bien, desde un punto de vista histórico ¿qué es lo que proponía Aristóteles respecto de los juicios dialécticos comparados con los analíticos?, ¿veía también él la ventaja que le atribuyen Toulmin, Perelman y muchos otros contemporáneos?6 Para el Estagirita, contrariamente a lo que se piensa a veces por descuido, a veces por sobrevaloración de la Tópica original, los juicios dialécticos eran juicios de «menor» calidad argumentativa. En efecto, Aristóteles estuvo muy entusiasmado en una primera etapa de la construcción de la Tópica, cuando buscaba un método universal para ganar cualquier disputa racional, y enfrentarse así a los métodos sofistas, megáricos y cínicos, entre otros. Pero se entusiasmó más aún con el descubrimiento del silogismo categórico y su certeza apodíctica.
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Sobre este punto, Eemeren y Grootendorst dicen que «Dejando de lado algunas objeciones teóricas
importantes a las ideas de Toulmin, vale la pena señalar que su modelo es difícil de aplicar al discurso
argumentativo de la vida real. En primer lugar, la distinción crucial entre evidencias y garantías solo queda realmente clara en algunos ejemplos bien escogidos. En la práctica cotidiana, al tratar de aplicar sus definiciones, los dos tipos de proposición no se pueden distinguir. Esto reduce el modelo, en la práctica, a una variante del silogismo —o del entimema, en caso de que la garantía permanezca implícita—» (2006, p. 24). 6
Para un estudio de la dialéctica y la retórica aristotélicas, sus relaciones y su uso actual véase Eemeren y
Houtlosser (2002).
Para Aristóteles la dialéctica seguía el mismo curso que la analítica en cuanto procedimiento, pero era indudablemente menor porque sus fundamentos no eran evidentes ni indemostrables, sino solo «opiniones reputadas» o supuestos. También su metodología quedaría viciada por el uso de juicios hipotéticos, abducciones, analogías y entimemas. Cuando se trata de hacer ciencia, esto es, de decir la verdad conforme a la realidad, nada compite con el silogismo. Como dijimos previamente, esta ascendencia de la lógica analítica se consolidó a lo largo de la historia antigua, medieval y moderna cuando la dialéctica se tomó como una introducción a las ciencias, perdiendo su carácter de invención del argumento persuasivo, y en el Renacimiento cuando se alejó de la retórica (Mortara Garavelli, 1988, pp. 52 y ss.). Debemos ver qué es lo que cambió en la filosofía del Estagirita para que su dialéctica haya pasado a ser el modelo de discusión actual en contraposición a la lógica analítica, tal y como la han asumido muchos pensadores en el siglo XX. Este cambio no ocurrió en la metodología de la argumentación, sino más bien en nuestra concepción ontológica: se trata de la caída del realismo metafísico. 2. El fundamento de nuestros juicios: la concepción del mundo sin un realismo metafísico dogmático El punto fundamental que sostiene a la lógica analítica por encima de la dialéctica no es precisamente el modo de construcción de los argumentos, sino más bien el fundamento de los mismos. Una primera aproximación a la dialéctica hace pensar que son los entimemas y las abducciones las que —efectivamente— hacen de la dialéctica una lógica menor en Aristóteles. Pero lo que socava los juicios dialécticos no es su forma sino su fundamentación: se basan en verdades consensuadas u opiniones reputables7. La ciencia, por otro lado, se basa en premisas evidentes y se desarrolla deductivamente mediante los silogismos de la analítica (Viano, 1971, p. 70). Según Aristóteles, nuestros conceptos captan representativamente la realidad, la naturaleza. Eso hace que los principios de la filosofía (o de la ciencia) sean evidentes por sí mismos y que de ellos se derive la ciencia con certeza. La fuerza de las premisas del silogismo científico se basa en un realismo metafísico expresado en el conocimiento de las esencias
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Aristóteles sabía que no siempre se puede emplear el silogismo y, por otro lado, recomienda su uso en la
dialéctica cuando sea posible.
Prueba jurídica y dialéctica aristotélica | Sandro R. D’Onofrio de las sustancias, obtenido —para el caso de las ciencias naturales— mediante la epagogé. Esta estructura ontológica de la realidad y su posibilidad de ser conocida dogmáticamente aseguran la verdad de las premisas en las que se basa la ciencia. En un primer momento (quizás una etapa más platónica), Aristóteles admite el uso de la dialéctica para hallar los principios de la ciencia (Top. 101a 35), pero luego estos se encuentran de forma evidente e indemostrable (Anal. Post. 72a 15, Met. 1003a 26-32)8. Este realismo metafísico se mantuvo hasta (prácticamente) el siglo XX, a pesar de la doctrina crítica kantiana. Y aunque la lógica formal se desarrolló por su cuenta, independiente de las cuestiones metafísicas, se mantuvo la esperanza de que nuestro lógos calzara, de algún modo, con la realidad, en la medida en que esta se pudiera conocer9. Así pues, si nos acercamos a la dialéctica aristotélica como han hecho muchos contemporáneos, debemos tener en cuenta los cambios operados en el ámbito ontológico, que hacen que la interpretación del mundo requiera ya no una lógica, sino una dialéctica aristotélica: con excepción de las ciencias puramente formales (y aun así no en todas ni en todos los casos), los principios no se pueden fundar con el rigor que pretendía el Estagirita. Este cambio en la fundamentación de las premisas se puede encontrar, grosso modo, en los estudiosos de la filosofía de la ciencia. Realistas contemporáneos como Susan Haack, por ejemplo, consideran que el conocimiento científico se deber concebir como un crucigrama, donde las evidencias empíricas garantizan en mayor o menor medida nuestro conocimiento del mundo (1998, p. 47). Los científicos, nos dice, no buscan «la verdad», aunque la búsqueda de verdades sea su meta (2007, pp. 136 y ss.). Alberto Cordero, defensor del realismo contemporáneo, admite que ningún realista actual piensa seriamente que pueda haber una justificación completa de 8
Fabián Mié sostiene que esta interpretación del abandono de la dialéctica para los primeros principios es
incorrecta, pues corresponde a una lectura fundacionalista y empiricista de la ciencia aristotélica (2009, pp. 34 y ss.). Su interesante y documentada investigación descansa, erróneamente para nosotros, en los diversos pasajes de los libros de ciencias particulares (Ética a Nicómaco, Física, De caelo) en los cuales Aristóteles reclama un tratamiento más dialéctico para la búsqueda de los principios de las mentadas ciencias. No creemos que el problema radique en una mejor propuesta de la dialéctica para tratar con los principios, sino en que el propio Aristóteles concibe muy esperanzadoramente que esos principios se pueden hallar mediante una intuición intelectual —y ese es el origen de la ciencia como tal—. No tenemos espacio aquí para discutir esta tesis en su totalidad. 9
Este era el proyecto de los filósofos de la ciencia hasta antes de Popper.
nuestras teorías científicas, aunque con ellas conocemos algunas parcelas «noumenales» de la realidad (2013, pp. 80-81). El punto es que, debido a la subdeterminación de las teorías científicas, la empresa del realismo se ve en la necesidad de rechazar cualquier realismo metafísico dogmático y debe formular conjeturas refutables como explicación de la realidad (2001)10. Este cambio de concepción sobre la fundamentación de nuestros conceptos lógicos por un realismo metafísico dogmático, que actualmente puede parecer una perogrullada, ha pasado muchas veces desapercibido al tratar de retomarse la dialéctica como herramienta argumentativa. Este cambio concierne a ambas maneras de entender la noción de prueba; es decir, en la admisión de los hechos como pruebas (Brown, 1998, caps. 6-7 y Chalmers, 2000, caps. 1-4)), por un lado, y en la metodología empleada para probar nuestros argumentos, por otro, se pueden utilizar la dialéctica aristotélica, pero ahora con un punto de vista distinto, en el cual no se contrasta con una lógica analítica —basada en un realismo metafísico ingenuo—. Este punto de vista es explícito en el modo en que los científicos contemporáneos justifican las teorías científicas11. La silogística aristotélica, con su ontología esencialista, no puede representar más la realidad como pretendió su autor. Es así que, para la admisión de las pruebas como premisas (hechos como evidencia), recurrimos a un sistema argumentativo que, en el mejor de los casos, es respaldado por evidencia empírica, pero que por sí solo no es indemostrable, porque ya no es evidente (es decir, captado por epagogé). Al mismo tiempo, como ya todos sabemos, al ser un conocimiento inductivo tampoco es «demostrable». ¿Cómo se aceptan las teorías, entonces? Según Haack, debido a un complejo control de calidad producido por la comunidad científica: Las ciencias de la naturaleza han conseguido superar —por lo general, en su conjunto y a largo plazo— las parcialidades individuales por medio de un compromiso con el examen crítico y la comprobación, por otros, de una persona o de un grupo de trabajo, y mediante la competencia entre partidarios de planteamientos rivales (1998, p. 50). Como se puede notar, la aceptación de nuestra representación de la realidad no está respaldada exclusivamente por la justificación empírica, sino que esa justificación es
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Sobre subdeterminación y los límites del realismo, véase Stanford (2013).
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Harris (1991), también Bolaños Guerra (2002). Sobre la aplicación al derecho, véase Bex (2011).
Prueba jurídica y dialéctica aristotélica | Sandro R. D’Onofrio examinada y contrastada con el corpus de la ciencia y es aceptada o rechazada por la comunidad científica. Esto hace que los hechos aceptados como pruebas fundamenten premisas aceptadas consensualmente o como opiniones reputables. En todo caso, lo que tenemos como fundamento de las pruebas (como evidencia), como dice Walton, son posturas probabilísticas, presumibles (presuntivas) y revocables12. Desde este punto de vista, ya no existe la diferencia considerada por Aristóteles entre dialéctica como argumentación probable y analítica como argumentación científica necesariamente válida. No se ha abandonado, debe quedar claro, la posibilidad de conocer el mundo y de representarlo (en sentido amplio del término): se ha llegado a una postura de opiniones reputadas que descansan en el respaldo de la comunidad científica. Esto es lo que lleva a Haack (2007, pp. 306-310) y a Cordero a sostener, respectivamente, modestos realismos naturalistas: «The suggested DAC realist stance is a fallible, empirical conjecture, subject to scientific standards of acceptance and rejection. More work is needed on the matters involved, of course, but I think the above proposal shows promise» (2013, p. 80). Hasta aquí con la prueba en tanto se fundamenta en la evidencia empírica. Sin embargo, hemos visto, con las interpretaciones contemporáneas de la dialéctica aristotélica, un cambio en la manera de argumentar, de probar o de sostener nuestras conclusiones mediante premisas probables o reputables. De allí que, siguiendo el espíritu de la crítica de Toulmin, muchos autores han propuesto un marco más flexible para la estructuración de nuestros juicios, en el que también se recurre a los elementos de la retórica como ayuda para la presentación de los argumentos, aunque de fondo permanezca como meta el asentimiento racional. Como dice Shai Frogel, debido al contexto actual de nuestros conocimientos y a la crisis de la fundamentación de la racionalidad moderna, podemos dejar de lado la creencia de que existe una verdad última; no obstante, en la búsqueda de soluciones racionales, debemos asumir que hay «una» verdad a la que se quiere llegar, si no queremos que nuestros diálogos resulten ociosos y vacuos (2005, p. 35). Además, en el contexto judicial, es preciso que se llegue a un punto final para tomar decisiones, a
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Walton (1997, pp. 102, 120, 228, entre otras, para ver esta definición del tipo de argumento de autoridad).
verdades substantivas, y no aceptamos que ese punto sea tan solo una buena argumentación persuasiva13. Esto nos lleva al siguiente dilema: si los fundamentos de mis premisas son solo meramente probables y reputables, y no hay una verdad última ¿hasta qué punto debo llevar la convicción de mis argumentos? ¿Cuánta racionalidad puedo exigir a mis argumentos basados en estas premisas? Como sosteníamos antes, Spranzi no cree que la aceptación de mis argumentos dependa simplemente de la aceptación de premisas plausibles o probables en la dialéctica: el asentimiento racional debe ser casi necesario en la conclusión del debate, y las premisas, también, deben ser aceptadas con un grado de fuerza mayor al presumible. Pero si hemos aceptado que el modelo deductivo no es el único que puede justificar conclusiones, entonces debemos pensar que la aceptación racional de argumentos se puede dar por medio de analogías o gracias a inducciones, por ejemplo, entre otros métodos de justificación. Además, si descartamos el realismo metafísico como fundamento de la verdad, no nos queda sino argumentar partiendo de premisas plausibles, aceptadas, y muchas veces solo probables. Nuestros juicios podrían adquirir la forma deductiva que tanto se utiliza en las cortes, pero la sustentación de las premisas sería muy pocas veces deductiva. Todos nuestros argumentos resultan ser, hoy en día, argumentos dialécticos. 3. La dialéctica, la retórica y la lógica aristotélica como medios de argumentación: una perspectiva actual Nos encontramos, ciertamente, en un dilema: queremos un asentimiento racional, pero nuestras premisas son posturas probabilísticas, presumibles (presuntivas) y revocables, aunque sean aceptadas como opiniones reputables. Ahora bien, es cierto que lo que pretende la prueba como argumento en forma dialéctica es lograr el asentimiento racional, nos dice Spranzi (2011, pp. 36-37)14, en contraposición a la mera persuasión de la retórica. Por eso, como dijimos previamente, Aristóteles creía que también la dialéctica no solo podía sino debía hacer uso de la lógica analítica en la medida en que le fuera posible (Viano, 1971, pp. 97-100). El propósito de la dialéctica como técnica argumentativa consistía en llevar al «adversario» a una contradicción, usando los métodos de la lógica, de modo tal que se logre el rechazo o el asentimiento racional de la tesis opuesta (Stump, 1989, pp. 21 y ss.): 13
«La meta de la investigación científica es la verdad, significativa y sustancial (substantial)» (Haack, 1998, p.
49). 14
Véase también el texto de la nota 4 de este artículo.
Prueba jurídica y dialéctica aristotélica | Sandro R. D’Onofrio El propósito de este estudio es encontrar un método a partir del cual podamos razonar sobre todo problema que se nos proponga, a partir de cosas plausibles, y gracias al cual, si nosotros mismos sostenemos un enunciado, no digamos nada que le sea contrario (Top. 100a-165b 8). Este asentimiento racional que Aristóteles nos pide, entonces, es el mismo que ocurre en una demostración lógica a través de silogismos: cuando ocurre la deducción, debo asentir. Ahora, si tomamos en cuenta que Aristóteles pensaba de esa manera en el marco de un realismo metafísico ingenuo, ¿en qué se diferenciaría la dialéctica de la lógica hoy? Para Aristóteles, como vimos, la diferencia fundamental estaba en las premisas. Una vez que consideramos a todas las premisas fundacionalmente iguales, todos nuestros juicios serían dialécticos. No obstante, nos serviríamos aún del asentimiento racional. El problema parece resuelto, pero no lo está, porque las técnicas empleadas en la dialéctica no tienen necesariamente el rigor de la lógica analítica. Así, para aceptar la dialéctica aristotélica como un método adecuado para la argumentación, no basta solo dejar de lado el realismo metafísico, sino que, además, hay que dejar de lado la pretensión de que nuestros argumentos, para tener aceptación racional, deban estar formulados necesariamente con las reglas de la lógica analítica o del silogismo. No obstante, y contrariamente a lo que el propio Aristóteles hubiese pensado, si regresamos a las técnicas dialécticas —y por lo mismo a las retóricas— no debemos abandonar nuestra meta, esto es, el asentimiento racional. De ahí que, junto con la fundamentación de las premisas en forma de opiniones reputables, se debe desmontar la diferencia existente entre asentimiento racional y persuasión. Este es el punto fundamental de este artículo: hay una lógica analítica privilegiada que logra el asentimiento racional (en condiciones normales)15; pero los juicios dialécticos no son exclusivamente deductivos, sino que utilizan una amplia gama de estrategias argumentativas para lograr el asentimiento racional del receptor, entre las cuales se encuentra también la deducción. La diferencia entre persuasión y asentimiento racional se debe diluir junto con la desaparición del realismo científico y de la exclusividad de la lógica deductiva para tratar de justificar nuestros argumentos, tanto en la ciencia como en la corte.
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En ciertos ámbitos culturales donde las pasiones políticas y religiosas imperan, por ejemplo, no hay lógica
deductiva que valga.
Se podría pensar que, en el ámbito judicial, no se pueden aceptar ni pruebas (evidencias) ni argumentaciones que no sean exclusivamente deductivas, porque no habría certeza para probar los casos en cuestión. Sin embargo, si ya vimos que la certeza ha sido desterrada del ámbito científico, no vemos cómo pueda conservarse en el ámbito judicial. Si hasta ahora persiste, es como un eco de la filosofía aristotélico-medieval que pretendía hacer ciencia mediante silogismos fuertemente enraizados en un realismo metafísico, retransmitido por el cientificismo y el positivismo de los últimos dos siglos. ¿Cuál es la característica de nuestros fundamentos ahora? Ese es precisamente el punto de encuentro entre la dialéctica aristotélica y la prueba jurídica. Los hechos y las evidencias deben ser «sustentados» antes de ser admitidos como partes de la prueba jurídica. La aceptación de cada premisa resulta ser una labor de persuasión (y de allí el uso de la retórica) sin dejar de lado el asentimiento racional. Una vez aceptada la prueba como una premisa del argumento, recién podría darse el trabajo de la elaboración de argumentos judiciales. Pero esos argumentos no se deben reducir necesariamente a deducciones lógicas, porque en muchos casos tanto lo que se asume como «prueba», y como el modo de utilizar dicha prueba en la argumentación, depende de estructuras ajenas a la lógica analítica tradicional: They cannot be considered as «proofs» if we identify «proof» with «demonstration (‘apodeixis’)» as Aristotle mostly does. However, if we give a more liberal rendition of what constitutes a «proof», one that allows a proof to provide provisionally justified conclusions, then indeed the expression «dialectical proof» would be a possible and appropriate way to describe one of the main purposes of Aristotle’s dialectical arguments in their disputational form (Spranzi, 2011, p. 38). Luego de aceptar las pruebas (evidencias) fundamentadas por argumentos dialécticos, debemos probar (argumentar) nuestras conclusiones del mismo modo: sobre la base de persuasión y aceptación racional. Van Eemeren (2012, pp. 154 y ss.) y Walton (Walton & Godden, 2007, pp. 6-7, 10-11) consideran un uso práctico de la dialéctica aristotélica al establecer reglas tanto para la aceptación de las premisas dialécticas (endoxa) como opiniones plausibles y refutables, esto es, presuntivas y revocables, y también conciben a la dialéctica como una técnica en la que los razonamientos son aceptados racionalmente según su poder de convicción al interior de una argumentación dialógica. Ambos combinan el uso de la dialéctica con la retórica. En otras palabras, estas reglas no son aceptadas por «necesidad» en todos los casos, por obligación de reconocer sus resultados
Prueba jurídica y dialéctica aristotélica | Sandro R. D’Onofrio «intuitivamente». Si son aceptadas racionalmente, en general, lo son por una combinación de persuasión y asentimiento racional16. Creemos, también, que la recuperación de la tópica aristotélica como un juego de reglas para el discurso tiene de fondo una inspiración de necesidad que concuerda con su visión de ciencia y con su realismo metafísico. Todos los razonamientos, según Aristóteles, tratan de parecerse al silogismo analítico, que es la mejor manera de razonar o convencer: De la misma manera convencen también los retóricos: pues, o bien convencen a través de ejemplos, lo cual es comprobación, o bien a través de razonamientos probables, lo cual es razonamiento (Anal. Post. 71a 9-12). Pero nuestra búsqueda de una forma de razonar más amplio no debe seguir a Aristóteles al pie de la letra y reducirse a un esquema lógico-analítico. Lo que proponemos, siguiendo a Walton y a Van Eemeren, es que nuestros juicios deben ser de un carácter más presuntivo y revocables, yendo más allá de lo que pensaba el Estagirita. El retorno a la dialéctica debe guiar el camino, mas no imponerse como estructura fija: debe combinarse con la retórica. El punto es que ahora sabemos que, tanto en el discurso ordinario como en el discurso legal y científico, el papel de la convicción no se logra por el reconocimiento de «la verdad» sino, más bien, por una aceptación racional que depende del contexto dialógico en el que se inserta el discurso. En el ámbito legal esto significa entender que (a) no hay hechos como pruebas o evidencias puras, sino que todo hecho es interpretado e instalado como parte de un discurso, mediante persuasión y aceptación racional. Y (b), aunque la tendencia del derecho haya sido la de formular sus casos en forma deductiva, esta no es la única manera en que se argumenta para convencer a alguien de nuestro punto de vista, porque el convencimiento y la aceptación racional no se logran exclusivamente por demostraciones analíticas. Debemos insistir en que cuando hablamos de convencimiento racional y persuasión nos referimos a que es imprescindible el uso de la retórica junto con nuestros argumentos racionales: «Rhetoric uses arguments to persuade a target audience, to negotiate, or to carry out other goals that dialectical argumentation is needed to achieve» (Walton, 2011, p. 13). Como mencionamos anteriormente, no creemos que el resultado de un juicio sea pura persuasión retórica, pero
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En ambos autores se puede encontrar una serie de reglas que, como en el caso de la dialéctica aristotélica,
obligan a los dialogantes a la aceptación racional, sin dejar de lado por ello la persuasión.
sí creemos que la sola presentación de la evidencia o de la argumentación racional no resulta ser suficiente para lograr el asentimiento y la convicción del oyente, sea este un público general o determinado, un jurado o un juez. Una objeción podría ser que no es lo mismo persuasión que convencimiento racional: esto implicaría que la persuasión sea una especie de hechizo a la voluntad de un individuo en contra de la «verdadera» racionalidad o evidencia17. La retórica se entiende, muchas veces, como una convicción falsa, que se provoca y se produce por medio de argucias discursivas. No obstante, a la luz de cómo se debate actualmente en filosofía y de los cambios de justificación racional ocurridos en la ciencia, no vemos cómo sostener la diferencia entre ambas actitudes: estamos persuadidos cuando aceptamos racionalmente los argumentos con los que se nos prueba una conclusión. No hay nada evidente de por sí, sino evidente para nosotros. ¿En qué se distingue esta posición de lo expuesto por Perelman? En que no hemos renunciado a la búsqueda de una verdad: la que más nos persuade o convence racionalmente (Beuchot, 1994, pp. 315-316). No es que la verdad sea válida para un auditorio: es que «el» auditorio competente que juzga la verdad es el punto final de nuestras verdades. Creemos, siguiendo a Kuhn, que «[…] los miembros de una comunidad científica dada constituyen el único público y son los únicos jueces del trabajo de la comunidad» (2004, p. 318). No hay solamente verdades dependientes de los auditorios, como sostiene Perelman: se trata de una audiencia o auditorio ideal que concuerda con lo «real». No se trata de cualquier audiencia, sino de la «mejor» audiencia posible (p. 318). Hay verdad, pero esa verdad es refutable, y sostenida y producida por la comunidad científica reconocida18. Y la consideramos verdadera porque no hay nada más que nosotros mismos para contrastarla, aceptarla o refutarla.
17
Esta es la imagen que se genera de la retórica desde el Renacimiento, cuando la dialéctica se fundió con la
lógica y la retórica quedo solo como forma. Si a eso se le añade el viejo prejuicio platónico de que la retórica es sofística (prejuicio que revivió durante el Romanticismo), es lógico que aún se piense en la retórica como mera argucia y no como una herramienta de valor argumentativo. 18
Podemos ver que hasta los pensadores considerados racionalistas o lógico-empiristas están de acuerdo en
que las decisiones últimas sobre las teorías científicas son tomadas por la comunidad científica (por convención) y que la discrepancia entre estos y Kuhn radica en el mayor o menor papel que esta comunidad científica juega para esta determinación (Popper, 1980, pp. 43 y ss. y Lakatos, 1975, pp. 217 y ss.).
Prueba jurídica y dialéctica aristotélica | Sandro R. D’Onofrio No se convence solo por persuasión retórica; se convence por una argumentación racional que pretende probar una conclusión sobre la base de evidencias (pruebas) que, a su vez, han sido aceptadas como puntos de partida de la discusión racional. Sin embargo, es también en el orden del discurso en el que encontramos los elementos de la convicción racional. Y ese orden del discurso es, en el mejor de los casos, un evidente razonamiento deductivo; pero si no lo es, debe ser —cualquiera sea la forma del argumento que se use— capaz de persuadir racionalmente al auditorio que lo evalúa. Las reglas dialécticas y retóricas que lo limitan y lo hacen funcionar también están sometidas a criterios de funcionalidad y productividad. Pero eso es materia de otra discusión. 4. Conclusiones En la argumentación racional propuesta por la recuperación de la dialéctica a mediados del siglo XX hay un rasgo común: el abandono de la lógica analítica como medio exclusivo de argumentación. Este abandono coincide con la recuperación de la dialéctica aristotélica. Pero esta dialéctica está concebida y valorada de un modo distinto al del propio Estagirita. Para Aristóteles la silogística había superado a la dialéctica como herramienta argumentativa. La característica fundamental de esta valoración radicaba en la fundamentación de las premisas, antes que en los métodos de la dialéctica para defender sus conclusiones. Tanto la dialéctica, como la silogística o la retórica podían (y debían) utilizar los mejores métodos para sustentar sus conclusiones. La diferencia entre dialéctica y analítica no estaba en los métodos argumentativos, sino en la fundamentación de las premisas: y eso cambió una vez que se puso fin al realismo metafísico aristotélico, a la confianza en llegar a verdades últimas en los principios de las ciencias. Muchos de los autores que promueven el uso de la dialéctica, así como de la retórica, no son conscientes del cambio operado en el ámbito metafísico ni de sus consecuencias en el campo epistemológico. Así, en esta época poskantiana, nuestros argumentos resultan ser todos dialécticos porque las pruebas (evidencias) en las que se basan sus premisas ya no son intuidas (epagogé), sino «sustentadas» por medio de justificaciones racionales, presuntivas y revocables. Sobre estas premisas debemos construir nuestros argumentos y probar nuestras conclusiones en forma dialéctica. Sin embargo, junto con la disolución del realismo metafísico ingenuo, proponemos la eliminación de la diferencia entre «asentimiento racional» y «persuasión». En efecto, si todos nuestros juicios son dialécticos porque ya no hay una fundamentación en sentido
fuerte, de lo que se trata ahora es de persuadir por medio de argumentaciones racionales. Es decir, si nuestras pruebas (evidencias) para fundamentar nuestras premisas son aceptadas por medio del consenso y la autoridad respectiva, nuestra prueba (argumentación) de los argumentos también debe ser construida de modo tal que, cuando no se pueda utilizar la fuerza de la deducción analítica, se utilice una argumentación dialéctica que busque persuadir y lograr el asentimiento racional. No se debe concebir, pues, a la dialéctica, la analítica y la retórica como métodos excluyentes o con límites rígidos, sino que debemos construir argumentaciones racionales que utilicen, simultáneamente, las tres disciplinas. Bibliografía Aristóteles (1982). Tratados de lógica (Órganon). Traducción de Miguel Candel Sanmartín. Volumen 1. Madrid: Gredos. Aristóteles (1994). Metafísica. Traducción de Tomás Calvo Martínez. Madrid: Gredos. Aristóteles (1995). Tratados de lógica (Órganon). Traducción de Miguel Candel Sanmartín. Volumen 2. Madrid: Gredos. Beuchot, Mauricio (1994). Filosofía y retórica en Chaim Perelman. Endoxa: Series Filosóficas. Revista de la UNED, 3, 301-316. Bex, Floris J. (2011). Arguments, Stories and Criminal Evidence. Dordrecht: Springer. Bolaños Guerra, Bernardo (2002). Argumentación científica y objetividad. México: UNAM. Brown, Harold I. (1998). La nueva filosofía de la ciencia. Madrid: Tecnos. Chalmers, Alan (2000). ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Tercera edición. Madrid: Siglo XXI. Cordero Lecca, Alberto (2001). Realism and Underdetermination: Some Clues from the Practices-Up. Philosophy of Science, 68(3), Supplement, S301-S312. Cordero Lecca, Alberto (2013). Naturalism and Scientific Realism. En José Ignacio Galarsoro y Alberto Cordero (eds.), Reflections on Naturalism (pp. 61-84). Boston: Sense Publishers. Eemeren, Frans H. van & Peter Houtlosser (eds.) (2002). Dialectic and Rhetoric. The Warp and Woof of Argumentation Analysis. Dordrecht: Kluwer Academic Publishers. Eemeren, Frans H. van & Rob Grootendorst (2006). Argumentación, comunicación y falacias. Segunda edición. Santiago: Universidad Católica de Chile. Eemeren, Frans H. van (2012). Maniobras estratégicas en el discurso argumentativo. Madrid: Plaza y Valdés. Frogel, Shai (2005). Rhetoric of Philosophy. Filadelfia: John Benjamins Publishing Company. Haack, Susan (1998). Defendiendo la ciencia, dentro de la razón. En «Filosofía actual de la ciencia». Suplemento 3 de la revista Contrastes, 37-56. Haack, Susan (2007). Defending Science. Nueva York: Prometheus Books. Harris R. Allen (1991). Rhetoric of Science. College English, 53(3), 282-307. Kuhn, Thomas (2004). La estructura de las revoluciones científicas. México: FCE.
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