INTENTOS DE RESPONDER A ALGUNAS PREGUNTAS BÁSICAS SOBRE LAVIVENCIA DE LA ÉTICA ENTRE JOVENES Francisco Reyes Archila El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va.
Antoine de Saint-Exupery La ética, en pocas palabras, trata precisamente de que el ser humano sepa a donde ir. Pero la tentación o, mejor dicho, el vicio es creer que al saber para dónde vamos, con el riesgo de apuntar mal o estar equivocados, podemos “imponer” la misma meta a los jóvenes. Pero tenemos también una virtud muy propia de la ética que contrarresta ese vicio. La ética procura igualmente ofrecer los criterios, los principios y los procedimientos, para que la personas en el ejercicio profundo de su libertad pueda definir sus propias metas. De cualquier forma voy a intentar hacer un ejercicio que puede sonar contradictorio: que una persona ya instalada en el mundo adulto hable o responda a preguntas sobre la ética y la relación de ésta con los jóvenes. En ningún momento pretendo asumir la voz de los jóvenes. Al contrario, quiero expresar conscientemente el punto de vista de un adulto que quiere ser crítico frente a la manera como los adultos vemos socialmente a los jóvenes y su manera de vivir, y que trabaja con jóvenes como docente. Es “incoherente” que seamos nosotros los adultos quienes hablemos u opinemos sobre los jóvenes directamente, sin cuestionar primero los parámetros adultocéntricos desde donde tradicionalmente hemos “imaginado” a los jóvenes. Ellos y ellas son los que tienen la responsabilidad de hacer oír su voz. A nosotros nos corresponde callar, escuchar y acompañar ese proceso. Es necesario, que nosotros los adultos, hagamos primeramente un análisis crítico de los imaginarios sociales predominantes en nuestro mundo con relación tanto a la ética como a los jóvenes. Nos interesa, por tanto, ver el tema desde el punto de vista de los adultos y específicamente desde el punto de vista que nos corresponde, es decir, como docentes. No en el sentido tradicional de querer seguir viendo a los jóvenes a partir de los parámetros adulto – céntricos, sino en el sentido de revisar nuestros propios imaginarios sobre el mundo adulto. A pesar de lo anterior, necesaria e inevitablemente tenemos que referirnos los jóvenes, aunque sea de forma indirecta, por ser una realidad 1 correlativa a los “adultos” . Voy a valerme del borrador de una entrevista que me hicieron en un programa de televisión local dirigido a los jóvenes en los que se trataron estos temas. Comencemos: 1. ¿Qué entendemos por ética? ¿Qué diferencia hay entre ética y moral?
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Sobre el tema ver un artículo mío: Principios teológicos para una pastoral juvenil. En: Voces del Tiempo, 42, 2002, Guatemala, pp, 45-52.
La palabra ética procede del griego ethos que tiene dos significados. El primero y más antiguo denota residencia, morada, lugar donde se habita. Gradualmente, se pasa de una comprensión de un lugar exterior (país o casa) al lugar interior (actitud). Así, en la tradición aristotélica llega a significar modo de ser y carácter , pero no en el sentido pasivo de temperamento como estructura psicológica, sino en un modo de ser (activo, no estático) que se va adquiriendo e incorporando a la propia existencia. El segundo significado de la palabra 2 ethos es hábito, costumbre . Este segundo significado es el que permea el imaginario de nuestra sociedad con las consecuencias prácticas para la vida del joven y de la sociedad en general. Es bueno aclarar que estas dos dimensiones de la ética son igualmente importantes y complementarias. Pero desde el punto de vista metodológico vamos a poner el énfasis más en el primer significado de la ética como carácter. 2. ¿Cuál es la importancia de esta diferencia? La diferencia que existe entre estas concepciones de la ética es la misma que existe entre una persona que sabe tomar sus propias decisiones y aquella que depende de una norma, un mandato o de una costumbre para “hacer algo”. Por hablar de los extremos. La primera persona se caracteriza porque tiene carácter o una personalidad ética. Depende de sus propias decisiones no solamente para saber vivir bien y humanamente, sino también para darle sentido e identidad ha su vida su vida. Es bueno aclarar que las dos actitudes morales se dan en todas las personas. Sólo que la manera como se relacionan las dos es diferente. Pero hay un costo que pagar si queremos vivir la ética más como carácter: renunciar a la comodidad. La ley, la norma o la costumbre tienen esa característica, cuando se viven como un fin en sí mismas, de crear un mundo “cómodo” porque nos quita el compromiso de tomar decisiones propias con el riesgo que ello implica y nos encierra en la falsa seguridad de que haciendo lo que nos dicen (sea una norma, una ley o la misma costumbre) vamos actuar de una manera justa. Agrego algo más. La ética como carácter supone la libertad y el uso responsable de la misma. Al contrario, la moral basada únicamente en la norma, la costumbre o el deber, corre el riesgo de esclavizarse de esas mismas normas, costumbres o deberes. De hecho la moral tradicional se ha caracterizado más por una serie de prohibiciones, represiones, basada más en el castigo o el premio como motivación para actuar. Estoy hablando de extremos, lo que no siempre es justo, pero si puede ser pedagógico. Hablando humanamente, el ejercicio responsable de libertad es de las cosas más difíciles de lograr. Es más fácil y cómodo renunciar a esa libertad. Por eso, un programa serio de formación ética supone educar a los jóvenes en la libertad. 3. ¿Quiere decir entonces que la ética debería ser el resultado no tanto de una propuesta que le llega al joven desde “afuera” (de la familia, la iglesia, el grupo de amigos) sino el resultado de una convicción personal profunda?
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Tony Mifsud s.j. Talante ético de la espiritualidad ignaciana. Centro de ética de la Universidad Alberto Hurtado. Santiago de Chile. [En red] Disponible en: http://etica.uahurtado.cl/html/index.html
Es el resultado de las dos cosas. Las dos son supremamente importantes. Pero a lo que hay que apostar en primer lugar, desde un punto de vista metodológico, es en la formación ética, o del carácter. Indudablemente es la formación de la conciencia ética, en cuanto convicción interna. Cuando estamos convencidos profundamente de algo eso: 1. Nos va a mover a actuar en coherencia, con pasión. Nos ayuda a actuar en la vida con determinación. 2. Nos lleva a entregarnos a una causa y eso le da sentido a la vida 3. Nos da una razón para vivir o incluso para morir. 4. Proporcionan motivos 5. Nos dan identidad como persona o carácter. 6. Nos marcan la calidad de vida, su extensión y profundidad. Las normas son importantes en cuanto nos ofrecen unos límites claros para actuar. Tradicionalmente el problema, por ejemplo, de las morales religiosas, es privilegiar el movimiento desde la moral hacia la fe3, en el sentido de un cumplimiento para conseguir un premio, o de una obediencia para asegurar la salvación (hacer algo para evitar un castigo o hacer algo para ganar un premio). Este enfoque ha sido frecuentemente generador de un fuerte sentido de culpabilidad (el cumplimiento del deber ser como referente de auto estima religiosa) y de una perspectiva normativo-legalista (el deber ser sin ulterior fundamentación). Además, generalmente se asocia el catolicismo con la dimensión moral del cristianismo. La idea es lo contrario. De la fe o la formación del carácter (lo que supone un convicción interna) deriva en una moral. Es decir, en la medida en que formó bien mi carácter se ha de esperar que lo haga sea bueno. Pero si humanamente no hay una formación de carácter o la personalidad moral, no podemos esperar que se hagan las cosas bien, por más normas o leyes que queremos establecer. Y si a eso se agrega el hecho de que no existe en nuestros países un estado de derecho fuerte que haga cumplir la ley, en el que al menos la gente se vea “obligada” a hacer las cosas bien para evitar un castigo o recibir un premio, no podemos otra cosa que una crisis ética profunda, por decirlo de una manera. Esto explica en parte lo que está pasando en Guatemala y en otros países de América Latina. Es necesario, por tanto, fortalecer el estado de derecho, pero más importante es interesarnos por la formación de la personalidad ética de los ciudadanos. Ya imagina lo que sucedería si se logran estas dos cosas. 4. Entonces, ¿cumplir con ciertas normas sociales no me garantiza que una actúe bien moralmente hablando? Indudablemente, no me garantizan nada el cumplimiento de una norma en sí misma, visita de una manera aislada. Hay que verlas en un conjunto más amplio de un sistema ético, que contemple también el tema de personalidad moral. Para hacer el bien no es suficiente tener una norma o una ley, es necesario tener en cuenta otros aspectos como la convicción o motivación con que se hacen las cosas, el contexto o circunstancias en que de desarrolla el acto moral, las consecuencias de los actos. Pero sin normas caeríamos en una postura 3
Ibid.
relativista o anarquista. Las normas son importantísimas para ayudar a formar el carácter o la personalidad, siempre y cuando la norma cumpla con ciertas características. 5. ¿Cuál es entonces el papel de las normas, obligaciones, mandatos y las costumbres en el acto moral? Primero, la norma debe ser un puente mediador entre el valor moral objetivo y el comportamiento concreto. La norma pierde su función y sentido al desligarse del valor moral que le dio origen. Al convertirse en un fin en sí misma. Al perder el sentido original, que es lo sucede normalmente. Por tanto, se cae en un legalismo. Algunas normas o leyes fueron creadas como una forma de garantizar la solidaridad con las víctimas de discriminación, por ejemplo, pero con el correr del tiempo y en unas circunstancias diferentes, la misma norma puede usarse para justificar un nuevo tipo de discriminación. Segundo, la norma debe expresar el contenido del valor concreto que se espera, proponiendo la forma de un comportamiento idea l. Es decir, la norma tiene que ser clara y concreta. Tercero, las normas deben tener un contenido pedagógico, es decir, debe conllevar un aprendizaje que ayude al sujeto moral a crecer como ser humano o, como lo hemos afirmado a aprender el difícil arte de vivir humanamente y en libertad. Por la norma entonces pasa en gran medida la educación moral. Especialmente en la niñez. Cuarto, en cuanto al aspecto formal de la norma, es preferible la formulación positiva a la negativa, la formulación motivada a la categórica, la formulación orientadora a la casuística, la formulación abierta a la cerrada. Si pasamos por estos criterios el sinnúmero de “normas” que están regadas por los pasillos de las instituciones, incluidos los mismos centros educativos, no podríamos considerarlas propiamente como normas éticas. Podríamos llamarlas prohibiciones. Por ejemplo: “No fumar”. Desde todo punto de vista diríamos que fumar no es bueno y que la prohibición tiene sentido. Pero en su formulación deja que desear, es negativa, categórica, casuística y cerrada. Si cumplimos con estas características, podemos esperar que las normas puedan ayudarnos a nuestro actuar ético para que éste sea más consciente y a aprender el arte de vivir bien. No sólo a nivel personal sino social. De ahí que en toda sociedad, independientemente de su pluralidad religiosa, política, social, debe generar un mínimo de normas que nos permitan convivir en paz. Cuando no existe ese “mínimo” o cuando no hay los medios para hacerlo cumplir se cae precisamente en un “caos social”, como el que podemos vivir.
Por otra parte, resulta evidente la necesidad de lo normativo como primera etapa en el crecimiento de toda persona, porque, en términos psico-sociológicos, el principio de realidad pone límites al individuo a favor de la convivencia y contra el simple principio de placer o del capricho (heteronomía). 6. ¿Cuál es la vivencia ética específica del joven?
En abstracto podemos decir que es el paso de una ética heterónoma, impuesta o propuesta por la familia, la iglesia, la sociedad o el estado; a una ética más autónoma en la que el joven va forjando a partir de su propio interés o necesidad su “propia” ética. Pero en concreto hay que tener en cuenta las circunstancias concretas como posición social, etnia, historias personales. El problema en nuestros países de América Latina es que la misma ética heterónoma o moral social es muy débil, está en crisis o está mal orientada. Que es lo que normalmente se entiende cuando se habla de crisis de valores. Ahora, si esta moral social es débil, ¿qué podemos pedirles a los jóvenes? Llamamos ética heterónoma cuando desde “afuera” se “impone” la obediencia a un principio que también es exterior: sistemas morales obligacionistas, legalistas, tabuísticos, y otros. Estamos de nuevo en uno de los extremos, pero lo hacemos para poder expresar mejor lo que queremos decir. La realidad es que el joven ya no puede estar bajo la tutela de estos sistemas morales heterónomos como lo hacía cuando era niño, a costa de pagar con su propia realización como ser humano. Genera entonces una rebeldía que esencialmente es normal y que bien encauzada debería ser buena. Pero las actitudes pueden ser diferentes. Además las condiciones sociales y la manera como la sociedad adulta enfrenta esta realidad no es la mejor. Generalmente se encausa de una manera negativa y destructiva. La actitud más positiva, es la de aquel joven que cuestiona el sistema de valores vigentes (a nivel social, de género, racial) pero lo hace con razones y con el objetivo de crear su propio sistema de valores o, mejor dicho, de asumir como propio y con convicción un sistema de valores. La segunda es una actitud más destructiva (ética de signo nihilista) y que se expresa en la realidad de violencia, en la rebeldía sin causa. Que es lo que ocurre con mayor frecuencia en nuestra sociedad. Hay una tercera actitud, y es seguir bajo esa tutela, sumiso (algún día revienta esa realidad), obediente y cumplidor del deber. 7. ¿Hasta dónde el joven es responsable de esta situación? Esa es una respuesta que no la podemos dar nosotros solamente. Pero valga la pregunta para puntualizar algo importante. No podemos echar la culpa a los jóvenes de lo que está pasando. Ellos y ellas son los que sufren las consecuencias de esta crisis ética, tal como la describimos anteriormente y ésta no es más que la expresión acumulada de una vieja tradición. Para nosotros, los adultos, la salida más cómoda es trasladarles nuestra responsabilidad. Tenemos que asumir nuestra propia responsabilidad como sociedad adulta. Ese sería uno de los primeros pasos si queremos enfrentar esa crisis ética. 8. ¿Qué podemos hacer para encausar esta rebeldía normal del joven? Es dejar que ellos asuman su propio protagonismo como sujetos morales. Pero como el protagonismo es algo que tenemos que aprender, especialmente en esta etapa de la vida, es necesario comprenderlo como un proceso. Como adultos lo que podemos hacer es acompañarlos en este proceso. Orientarlos cuando sea necesario o cuando ellos lo pidan. Se necesita mucha comprensión, tolerancia, crear las condiciones humanas y sociales que permita construir conjuntamente alternativas éticas viables y saludables. Es lo que intenta hacer la universidad y otros espacios juveniles. Pero la realidad para la mayoría es que no encuentra estas alternativas, sino lo contrario. Entonces, ¿qué podemos esperar de nuestros jóvenes? Más rebeldía. En ese sentido es importante la formación de la conciencia ética de
toda la sociedad especialmente de aquellos actores sociales que pueden influir en el comportamiento ético de los jóvenes: familias, docentes, etc. Pero no como imposición externa, sino como resultado de una convicción interna profunda y de un diálogo social que incluya a los jóvenes en la construcción de una ética mínima que nos permita convivir como sociedad. Ahora, la pregunta debe apuntar a nosotros como adultos y a las instituciones sociales que representamos. ¿Qué estamos haciendo nosotros? Nosotros heredamos imaginarios y costumbres de generaciones anteriores y las repetimos de manera casi mecánica. Los primeros que tenemos que cuestionarnos somos los adultos y la sociedad que conformamos. ¿Estamos creando las condiciones sociales para que esta rebeldía se encause bien? ¿Estamos generando una formación realmente ética en nuestras familias e instituciones como escuelas, colegios y universidades? 9. ¿Qué principios y criterios debemos tener para tomar la mejor decisión ética posible? Hay diferentes posturas o justificaciones. Mencionaré primero tres que son las comunes en la sociedad. La que influye hoy con mucha fuerza es una ética que podemos llamar utilitarista. “Cuando tienes cuanto vales”. Es el uso del otro para mis propios beneficios.
Pone el énfasis en el tener. Está muy unida a una justificación ética que llamamos hedonista, basada en el disfrute y el placer individualista. Es bueno lo que me genera placer. Lo que no me causa placer o gusto es aburrido, por tanto no es bueno hacer. Otra justificación contraria a la anterior es aquella que está centrada en el deber. Si haces lo que debes hacer, es de esperar que el resultado sea bueno. Esta es manera como normalmente el mundo adulto quiere mantener esa dependencia de los jóvenes, pues somos lo adultos los que al final definimos el contenido del “deber”. Son éticas centradas en el uso, el placer o el deber. No quiere decir esto que en sí misma estén equivocadas. Es humano, normal y bueno, buscar un bienestar, gozar de la vida o seguir un deber. El problema está en absolutizar estos valores o, lo que es peor, negarlos a costa de la propia felicidad de la persona o del bien común. Para quienes tenemos una fe, que puede ser profundamente humana y/o creyente, centramos la ética en el amor bien entendido. El amor en una doble dimensión: como eros y como ágape. Eros como la fuerza o el movimiento centrípeto del amor. El amor a mí mismo (ensimismamiento, autoestima, proceso de personalización o individualización). Y el ágape como el movimiento centrífugo del amor, el amor como autodonación, como éxodo (salir del ensimismamiento). De ahí se derivan otros valores y principios. El más importante, el otro, mi “semejante”, su dignidad, se torna en un criterio ético fundamental.
10. ¿Mis decisiones sobre lo que bueno hacer de que dependen, del uso o utilidad que me pueden ofrecer, del placer que genera, de la obediencia a un deber externo o del amor? En mi modo personal de comprender la ética, depende esencialmente del amor, comprendido como un equilibrio entre el eros y el ágape. Pero no sólo de él. El mismo significado de eros incluye el placer y el beneficio propio. Así que la clave está en saber
integrar estas motivaciones y lograr un equilibrio sano. El resultado que se esperaría sería una mejor convivencia entre los seres humanos y la realización humana de cada una de las personas. Hoy por ejemplo se habla de la necesidad de formar un “Marco ético-moral ecológico”4. La propuesta es bien interesante, pues se propone un modelo psico educativo integral basado en tres dimensiones: la primera es la llamada inteligencia emocional que incluye todo el aspecto subjetivo del ser humano, entre estos, el placer, las emociones y el gozo. La segunda es la vinculación con uno mismo, con los demás, con la naturaleza. La tercera es la dimensión trascendente de la existencia. Se aspira a que esta propuesta pueda aportar elementos que orienten la tarea formativa del educador en la cotidianidad. Es una propuesta integral. Las decisiones éticas, dentro de esta propuesta, sería el resultado de la integración de estas tres dimensiones. La ética comienza a cojear cuando falta una de estas tres dimensiones. 11. ¿Frente a los dilemas éticos que normalmente se nos presentan, qué se puede o se debe hacer? A diario se nos presentan muchos dilemas éticos… qué tengo que hacer frente a… es bueno o malo hacer esto… cuáles son las consecuencias de mis actos… El problema es que la respuesta no es meramente racional sino esencialmente emocional. De ahí que sea importante no sólo educar la razón con los argumentos, sino educar las emociones como hablamos anteriormente. De ahí la importancia de educar las emociones desde muy pequeño. Que los niños y los jóvenes puedan expresar sus emociones, que puedan ponerle nombre, que puedan aceptarlas, y, sobretodo, que puedan crear mecanismo para orientarlas bien. Con esto estaríamos colocando una de las columnas fundamentales sobre las que va a descansar la personalidad ética. Pero que quede claro que el desafío debe ser también del adulto. No podemos pedirle que los jóvenes sean emocionalmente expresivos si nosotros no lo somos. En el despertar del joven, hormonalmente hablando, tiene mucha fuerza las emociones y los deseos. Aunque la razón nos diga “no hagas”, las emociones nos dicen “hazlo” o viceversa. El dilema se hace muy complejo. De ahí que para las instituciones educativas sea tan importante formal integralmente al estudiante. Esto implica dedicar tiempo a la formación del carácter, de la personalidad, de las emociones, de los valores, de la creatividad y de la imaginación. En pocas palabras, dedicar tiempo y recursos a la formación humana. Esa es precisamente una de las carencias del sistema educativo centrando más en un paradigma cognitivista donde lo que más importa es la formación del pensamiento. Insisto, la necesidad fundamental es la formación del carácter dentro del cual se incluye el pensamiento. Si formamos bien al estudiante en la línea del carácter, podemos tener una mayor seguridad de que tendrá las herramientas necesarias para tomar las mejores decisiones éticas. 4
Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús, Comisión de Espiritualidad. La gestión emocional ecológica. Tema 2 del plan de formación de jesuitas y laicos.
12. ¿Cuál es la importancia, como jóvenes, de aprender a discernir éticamente? Podemos querer hacer algo bueno… pero terminamos haciendo algo malo o viceversa. Por otra parte, se puede estar consciente de la hay necesidad de tomar una decisión ética pero no se tiene las herramientas para tomarla de la mejor manera. O lo que es más complejo, se tiene a la mano un abanico de posibilidades, de criterios y principios éticos, en una sociedad que es pluralista, que hace que el acto de discernir no sea tan fácil. Tomamos muchas decisiones que tienen repercusiones éticas pero no hacemos un discernimiento previo que nos ayude a tomar la mejor decisión. Actuamos y después pensamos. Y generalmente tenemos que arrepentirnos de lo que hacemos. Entonces el joven tiene que aprender a tomar decisiones propias, pensar antes de actuar. En otras palabras, tiene que aprender a hacer un uso responsable de su libertad. La cuestión es si tiene las herramientas necesarias y se dan las condiciones necesarias para tomar sus propias decisiones. Es necesario por tanto aprender a discernir antes de tomar una decisión. Pero el discernimiento tiene unos pasos, una metodología que es necesario aprender. Por consiguiente, el ejercicio del discernimiento tiene una importancia decisiva en la vida ética, pero también resulta indispensable tener una comprensión correcta de él. 13. ¿Qué diferencia hay en la intención de hacer algo y el resultado de la misma? Lo primero que hay que hacer es diferenciar en acto moral entre la intensión del sujeto moral, el acto en sí mismo y las consecuencias del acto. Además de tener en cuenta las circunstancias y la situación concreta en que se realiza el acto moral. Esta variedad de elementos a tener en cuenta hace que el juicio ético que emitimos sobre los actos morales sea un poco complejo. El vicio normal que afecta los juicios morales, sobre todo en la moral tradicional, es ver el acto moral en sí mismo. Pero eso no hace justicia del todo. Hay que tener en cuenta los otros elementos. Eso hace complejo el juicio moral. Un acto moral puede ser bueno por la intencionalidad de quien lo realiza pero las consecuencias pueden ser malas desde un punto de vista ético. Igual ocurre al contrario. Esto ocurre mucho en todas las etapas de la vida, pero entre los jóvenes esto es bien perceptible. Hay la intención de hacer algo bueno o por lo menos de no hacer algo malo, por ejemplo, pero las consecuencias del acto pueden ser negativas o malas éticamente hablando. O Al contrario. De ahí que sea importante aprender a medir y a analizar las consecuencias de los actos (el daño que nos podamos hacer o que podamos hacer a otros) en la medida de lo posible. Por tanto, aprender a asumir la responsabilidad de los mismos es parte esencial del arte de aprender a vivir. Pero igual, es importante aprender a ser conscientes de sus propios actos. 14. Además de lo que ya se ha hablado, ¿Cuál es la importancia de la ética hoy, dado la “descomposición” social existente?
La ética tiene que ayudarnos a construir horizontes de sentido (utopías) para toda la sociedad y para las personas dentro de ellas. Lo que llamamos ética de máximos propio de las grandes tradiciones religiosas o seculares. Por otra parte puede ayudarnos a generar un consenso “mínimo” a nivel ético, que nos permita colocar “límites” a esa descomposición. Es un tema de tiene que ver con el jurídico. La ética vista así, en está doble dimensión o tensión entre lo “mínimo” y lo “máximo”, puede ayudar a crear los mecanismos, los procedimientos para resolver los conflictos éticos que se presentan en una sociedad. Este ha sido un aporte de la ética dialógica que se ha desarrollado en las últimas décadas. Entre los principios procedimentales propuestos por una ética dialógica están el respecto a ciertos valores como la autonomía, la igualdad, la solidaridad, el respeto e la imparcialidad. Igualmente la reivindicación los derechos de los participantes a hablar, a ser escuchado, a informarse y a formarse. A nivel personal la ética nos puede ayudar no tanto a decirnos qué hacer (en cuando nos dice que es lo bueno o lo malo) sino a discernir qué es lo bueno o lo malo en una situación donde exista un dilema ético. Quiero terminar con una frase que expresa muy bien el sentido de nuestro trabajo como docentes, especialmente cuando el tema es la ética. “Nosotros no necesitamos sólo animar decisiones morales sanas y bien pensadas de parte de aquellos a quienes aconsejamos, sino también debemos ayudarlos a discernir la fragilidad humana que acompaña toda toma de decisiones”5. Gracias.
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P. Charles M. Shelton, S.J., Dirección Espiritual, Consejería Pastoral y Terapia, en CEI Cuadernos de Espiritualidad Nº 145; Santiago de Chile.