Orden jerárquico de Eduardo Goligorsky A Carlos y María Elena Abáscal lo perdió de vista, sorpresivamente, entre las sombras de la calle solitaria. Ya era casi de madrugada, y unos irones de niebla espesa se ad!erían a los portales oscuros. "in embargo, no se in#uietó. A $l, a Abáscal, nunca se le !abía escapado nadie. Ese in%eli& no sería el primero. Correcto. El C!olo reapareció en la es#uina, allí donde las corrientes de aire !acían dan&ar remolinos de bruma. 'o alumbraba el cono de lu& amarillenta de un %arol. El C!olo caminaba e(cesivamente erguido, tieso, con la rigide& arti%icial de los borrac!os #ue tratan de disimular su condición. Y no !acía ning)n es%uer&o por ocultarse. "e sentía seguro. Abáscal !abía empe&ado a seguirlo a las oc!o de la noc!e. 'o vio baar, primero, al sórdido subsuelo de la Galería G*emes, de cuyas entra+as brotaba una m)sica gangosa. 'os carteles multicolores prometían un espectáculo estimulante, y desgranaban los apodos e(óticos de las coristas. l tambi$n debió sumergirse, por %uer&a, en la penumbra cómplice, para asistir a un monótono des%ile de !embras aburridas. 'as carnes %láccidas, aadas, #ue los re%lectores acribillaban sin piedad, bastaban, a uicio de Abáscal, para so%ocar cual#uier atisbo de e(citación. -or si eso %uera poco, un tu%o en el #ue se me&claban el sudor, la mugre y la %elpa apolillada, impregnaba al aire rancio, ad!iri$ndose a la piel y las ropas. "e preguntó #u$ atractivo podía encontrar el C!olo en ese lugar. Y la respuesta surgió, implacable, en el preciso momento en #ue terminaba de %ormularse el interrogante. El C!olo se encuadraba en otra categoría !umana, cuyos gustos y placeres $l amás logr lograr aría ía ente entend nder er.. iví ivíaa en una una pens pensió iónn de /eti /etiro ro,, un conv conven enti till llo, o, meo meorr dic! dic!o, o, compartiendo una pie&a min)scula con varios comprovincianos reci$n llegados a la ciudad. est e stía ía mise miserab rable leme ment nte, e, incl incluso uso cuand cuandoo tení teníaa los los bolsi bolsill llos os bien bien %orrad %orrados0 os0 cami camisa sa des!ilac!ada, des!ilac!ada, saco y pantalón pantalón andraosos, mocasines mocasines trainados trainados y cortaeados. cortaeados. Era, apenas, un cuc!illero sin ambiciones, o con una imagen ridícula de la ambición. 1til en su !ora, pero peligroso, por lo #ue sabía, desde el instante en #ue !abía eecutado su )ltimo trabao, en una emergencia, emergencia, cuando todos los e(pertos de con%ian&a con%ian&a y responsables, responsables, como $l, como Abáscal, se !allaban %uera del país. -or#ue )ltimamente las operaciones se reali&aban, cada ve& más, en escala internacional, y los viaes estaban a la orden del día. /ecurrir al C!olo !abía sido, de todos modos, una imprudencia. Con plata en el bolsillo, ese atorrante no sabía ser discreto. Abáscal lo !abía seguido del teatrito subterráneo a un piringundín de la 23 de Mayo, y despu$s a otro, y a otro, y lo vio tomar todas las por#uerías #ue le sirvieron, y manosear a las coperas, y darse importancia !ablando de lo #ue nadie debía !ablar. 4o mencionó nombres, a%ortunadamente, ni se re%irió a los !ec!os concretos, identi%icables, por#ue si lo !ubiera !ec!o, Abáscal, #ue lo vigilaba con el oído atento, desde el taburete vecino, !abría tenido #ue rematarlo a!í nomás, a la vista de todos, con la temeridad de un principiante.
4o era sensato arriesgar así una organi&ación #ue tanto !abía costado montar, amena&ando, de paso, la doble vida #ue $l, Abáscal, un verdadero t$cnico, siempre !abía protegido con tanto celo. Es #ue $l estaba en otra cosa, se movía en otros ambientes. "us modelos, a#uellos cuyos re%inamientos procuraba copiar, los !abía encontrado en las recepciones de las embaadas, en los grandes casinos, en los salones de los ministerios, en las convenciones empresarias. Cuidaba, sobre todo, las apariencias0 ropa bien cortada, restaurantes escogidos, starlets trepadoras, licores %inos, autos deportivos, vuelos en cabinas de primera clase. -or eemplo, ya llevaba encima, mientras se desli&aba por la calle de /etiro, siguiendo al C!olo, el pasae #ue lo transportaría, pocas !oras más tarde, a Caracas. 'eos del cadáver del C!olo y de las suspicacias #ue su eliminación podría generar en algunos círculos. En eso, el 5octor !abía sido terminante. Matar y es%umarse. El n)mero del vuelo, estampado en el pasae, ponía un límite estricto a su margen de maniobra. 'ástima #ue el 5octor, tan e(igente con $l, !ubiera cometido el error garra%al de contratar, en ausencia de los aut$nticos pro%esionales, a un rata como el C!olo. A!ora, como de costumbre, $l tenía #ue ugarse el pelleo para sacarles las casta+as del %uego a los demás. Aun#ue eso tambi$n iba a cambiar, alg)n día. l apuntaba alto, muy alto, en la organi&ación. Abáscal desli&ó la mano por la abertura del saco, en dirección al correae #ue le ce+ía el !ombro y la a(ila. Al !acerlo ro&ó, sin #uerer, el cuadernillo de los pasaes. "onrió. 'uego, sus dedos encontraron las cac!as estriadas de la 'uger, las acariciaron, casi sensualmente, y se cerraron con %uer&a, apretando la culata. El orden erár#uico tambi$n se mani%estaba en las armas. l !abía visto, !acía muc!o tiempo, la !erramienta predilecta del C!olo. 6n pu+al de %abricación casera, cuya !oa se !abía encogido tras in%initos contactos con la piedra de a%ilar. 5os sunc!os apretaban el mango de madera, incipientemente res#uebraado y pulido por el manipuleo. -or supuesto, l C!olo !abía usado ese cuc!illo en el )ltimo trabao, deando un sello peculiar, incon%undible. 7tra ra&ón para romper allí, en el eslabón más d$bil, la cadena #ue trepaba !asta c)pulas innombrables. En cambio, la pistola de Abáscal llevaba impresa, sobre el acero a&ul, la noble&a de su linae. Cuando la desarmaba, y cuando la aceitaba, proliamente, pie&a por pie&a, se complacía en %antasear sobre la personalidad de sus anteriores propietarios. 86n gallardo 9unker9 prusiano, #ue !abía pre%erido dispararse un tiro en la sien antes #ue admitir la derrota en un suburbio de 'eningrado: 87 un lugarteniente del mariscal /ommel, muerto en las tórridas arenas de El Alamein: l !abía comprado la 'uger, ustamente, en un &oco de ;ánger donde los mercac!i%les remataban su botín de cascos de acero, cruces gamadas y otros tro%eos arrebatados a la inmensidad del desierto. Eso sí, la 'uger tampoco colmaba sus ambiciones. Conocía la e(istencia de una artillería más per%eccionada, más mortí%era, cuyo maneo estaba reservado a otras instancias del orden erár#uico, !asta el punto de !aberse convertido en una especie de símbolo de status. A medida #ue $l ascendiera, como sin duda iba a ascender, tambi$n tendría acceso a ese arsenal legendario, patrimonio e(clusivo de los poderosos. Curiosamente, el orden erár#uico tenía, para Abáscal, otra cara. 4o se trataba sólo de la %orma de matar, sino, paralelamente, de la %orma de morir. 'o espantaba la posibilidad de #ue un arma improvisada, bastarda, como la del C!olo, le !urgara las tripas. A la ve&, el
c!icota&o de la 'uger enaltecería al C!olo, pero tampoco sería su%iciente para $l, para Abáscal, cuando llegara a su apogeo. 'a regla del uego estaba cantada y $l, %atalista por convicción, la aceptaba0 no iba a morir en la cama. 'o )nico #ue pedía era #ue, cuando le tocara el tumo, sus verdugos no %ueran c!apuceros y supiesen elegir instrumentos nobles. 'a brusca detención de su presa, en la bocacalle siguiente, le cortó el !ilo de los pensamientos. -robablemente el instinto del C!olo, a%inado en los montes de 7rán y en las emboscadas de un no importaba #ui$n> !abía cercenado el )ltimo cabo suelto, producto de una operación desgraciada. -rimero !abía sido necesario recurrir al C!olo, un malevito marginado, venal, #ue no o%recía ninguna garantía para el %uturo. 5espu$s, lógicamente, !abía sido indispensable silenciar al C!olo. Y a!ora el círculo acababa de cerrarse. 9=irmamos contrato9 signi%icaba #ue Abáscal !abía sido recibido en el aeropuerto de Caracas, en la escalerilla misma del avión, por un proyectil de un ri%le . 6n %usil, se dio el 5octor, #ue Abáscal !abría respetado y admirado, en ra&ón de su proverbial entusiasmo por el orden erár#uico de las armas. 'a li#uidación en el aeropuerto, con ese ri%le y no otro, era, en verdad, el m$todo %avorito de la %ilial Caracas, tradicionalmente partidaria de ganar tiempo y evitar sobresaltos in)tiles. 6na p$rdida sensible, re%le(ionó el 5octor, deando caer el cable sobre el escritorio. Abáscal siempre !abía sido muy e%iciente, pero su intervención, obligada, en ese caso, lo !abía condenado irremisiblemente. 'a orden recibida de arriba !abía sido inapelable0 no dear rastros, ni ne(os delatores. Aun#ue, desde luego, resultaba imposible e(tirpar todos, absolutamente todos, los ne(os. l, el 5octor, era, en )ltima instancia, otro de ellos. A continuación, el 5octor recogió el voluminoso sobre de papel manila #ue su secretaria le !abía entregado unto con el cable. El matasellos era de 4ueva York, el membrete era el de la %irma #ue servía de %ac!ada a la organi&ación. Dabitualmente, la
llegada de uno de esos sobres marcaba el comien&o de otra operación. El código para desci%rar las instrucciones descansaba en el %ondo de su caa %uerte. El 5octor metió la punta del cortapapeles debao de la solapa del sobre. 'a !oa se desli&ó !asta trope&ar, brevemente, con un obstáculo. 'a inercia determinó #ue siguiera avan&ando. El 5octor comprendió #ue para desci%rar el mensae no necesitaría ayuda. Y le sorprendió descubrir #ue en ese trance no pensaba en su muer y sus !ios, sino en Abáscal y en su culto por el orden erár#uico de las armas. 'uego, la carga e(plosiva, activada por el tirón del cortapapeles sobre el !ilo del detonador, trans%ormó todo ese piso del edi%icio en un campo de escombros.