3.1. Se está construyendo una familia Los días de Lidia transcurrían tranquilos después del sobresalto inicial de tener a alguien a su cargo, a su lado, las 24 horas del día. Se estaba convirtiendo en madre. Hasta entonces había sido muchas cosas, hija, amiga, estudiante, decoradora, compañera y ahora recorría el camino de ser madre. Se tenía que reconstruir en sus nuevas funciones, en su rol recién adquirido y lo mismo le ocurría a Mikel, el padre de Eneko, quien además de compañero estaba descubriendo que se estaba convirtiendo en padre. La casa había dejado de acoger tan solo a dos personas. Su ocio, su día a día había girado hasta entonces en torno a ellos solos y en cambio ahora, las necesidades de Eneko estaban por encima de sus apetencias. La casa se transformaba para facilitar los cuidados de Eneko. La cuna y el moisés ocupaban espacios, sin encontrar una funcionalidad clara, hasta entonces no habían sido usados, y Mikel sospechaba que serían definitivamente arrinconados. ¿Pero cómo privar a Eneko del contacto con su madre? Solo había que mirarlo mientras dormía o lactaba para admitirlo y saber cuál era su lugar. El calor, el olor, el roce materno le proporcionaba el cobijo ya conocido en el útero donde las paredes uterinas lo envolvían. El cuerpo de Lidia era su hábitat natural. Eneko y Lidia comenzaban a adaptarse a su nuevo estado. A Lidia le encantaba tener a Eneko sobre su abdomen –piel con piel– y sentir sus ligeras y rítmicas respiraciones. Por segundos, que parecían alargarse infinitamente, las respiraciones, los latidos de ambos se sincronizaban. Ella respiraba con Eneko y Eneko con ella, una respiración, un corazón. El espacio y el tiempo se dilataban. Lidia se adaptaba a los ciclos de Eneko y dormía cuando él dormía. Eneko tenía la costumbre de siestas cortas y tomas frugales que se repetían sin ser fáciles de predecir prede cir.. Lidia se colgaba de los ojos de su hijo, mientras Eneko se colgaba de los ojos de su madre. Sin mediar palabras el uno y el otro se exploraban, se sentían. Si Lidia sonreía Eneko sonreía, si Lidia se sobresaltaba, Eneko también. A veces a Lidia le costaba reconocerse a sí misma, dónde habían quedado sus aficiones o sus gustos. Su vida personal parecía desvanecerse. Entonces no tenía más que mirar el descanso apacible de Eneko para saber que lo que estaba haciendo era lo que tenía que q ue hacer.