la clínica del
gabriel lombardi mlrta la tessa - rafael skiadaressis
ATUEL Pichincha 1901 4o A (1249) Buenos Aires
Composición:
Espacio & Punto A. Alsina 2028 10° J Tel.: 953-4010
ISBN O.C. 987-9006-10-0 ISBN 987-9006-11-9
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ISBN O.C. 987-9006-10-0 ISBN 987-9006-11-9
INDICE Prólogo
G. Lombardi
I.
A.
B.
C.
D.
II.
Un recorr rec orrido ido freudiano de la psicosis psicosis
M. M. La Tessa essa No No retro retroced ceder er ante la psic psicos osis is:: una cons consig igna na freudia freudiana. na. Vigencia de los problemas planteados por Freud. Pertinencia del psicoanálisis para dar cuenta de la psicosis. Los casos de. 1894 y 1896. Verwerfung, proyección: lo rechazado retoma desde el exterior. Escepticismo freudiano sobre la cura psicoanalüica de la psico psicosis sis.. El caso Schreber. Inadecuación del dispositivo analítico. La transferencia en la psicosis. La fórmula del pers perseg eguid uidor or.. La cu cues estió tiónn del padr padre. e. La en enfer ferme medad dad cesa cesa con el trabajo del delirio. Particularidad del síntoma psicótico: las alucinaciones. El mecanismo de producción de síntomas. Introversión de la libido: megalomanía, hipocondría. En las neurosis nar cisistas introversión de la libido sin retomo. Desa Desarr rregl egloo de estru estructu ctura ra en la la ba base del sínto síntom ma. Desanudamiento pulsional en la psicosis. La negación. Génesis de la función simbólica. La posición del analista. De la cura cu ra a la clínica,
G. Lombardi La división del sujeto. El rigor lógico de la psicosis. El hecho psiquiátrico primero. ¿Qué significa curar?
III. ^EI diagnóstico de psicosis: el síntoma en la estructura.
G. Lombardi Una teoría unificada que no explica todo. La confianza en el síntoma. El sujeto de la alucinación. El sujeto como efecto de significación.
IV. La realidad y su pérdida. G. Lombardi La realidad del esquema R. El objeto a, el fantasma y la realidad. El objeto voz. El objeto de la alucinación. El fenómeno de franja. Primeras consideraciones sobre la posición del analista en la psicosis. V.
La cuestión preliminar de Jacques Lacan,
G. Lombardi El desencadenamiento de la psicosis. La transferencia en la psicosis. Las referencias que sí hay en la psicosis. ¿Qué posición para “nosotros”, aquellos a los que el psícótico se dirige?
VI. Consecuencias clínicas de la “cuestión preliminar” de J. Lacan.
G. Lombardi y otros ¿Un texto teórico? El sujeto en la estructura. El psiquiatra concernido. El método de Lacan. El analista concernido.
VII. Introducción al Otro en la psicosis. R. Skiadaressis
histérica para recetar haloperidol, fluoxetina o alguna benzodiaze pina que después de todo, bien repartidos, les hacen bien a todo el mundo. Como consecuencia de esa eficacia los psiquiatras han perdido el interés en lo que el paciente dice, en lo que singulariza su padecimiento. No hay descripción de nuevos cuadros. El farmacólogo ha sustituido al psiquiatra. La inespecificidad el “amplio es pectro” de la acción de los psicofármacos no requiere de tanta ciencia para tratar al paciente. Si en algo han sido eficaces los psicofármacos es en desvanecer el interés en lo que, dice el paciente. La clínica se ha degradado en la búsqueda de la adecuación del síntoma a la grilla clasificatoria de síndromes en que consisten los DSMIII. ¿Qué son esos síndromes?: colecciones de síntomas que quitan al cuadro todo relieve subjetivo, para acomodarlo en ese marco paradigmático de proyección estadística que permite una elección casi automática del fármaco. Dentro de sus criterios diagnósticos para los “somatízation disorder” (ya no se habla allí de histeria, que es un nombre demasiado antiguo), el DSMIII incluye esta divertida cláusula: quejas de al menos 14 síntomas para mujeres y 12 para varones de los 37 síntomas listados abajo (luego viene la lista). Lo que queda de singular en el caso exige tan solo ajustar la dosis y evaluar los efectos secundarios de riesgo (de riesgo para el médico, ya que en el sistema americano que hoy rápidamente se impone el mayor riesgo es el juicio por mala praxis). Así, la “medicación” abrevia la dedicación del médico. Para el psicoanálisis, los parámetros de la eficacia terapéutica son otros, y en ningún caso se alejan de lo que llamamos el deseo del sujeto. De eso hablé en el Prólogo del volumen II de esta colección.
Para la clínica del psicoanálisis no hay signos objetivos que nos permitan hablar de eficacia terapéutica, sólo importan los signos subjetivos, los signos del desacuerdo o del acuerdo del sujeto con su deseo, de su rechazo o de su resignación ante los efectos invasores de un goce confusionante e insoportable, de su cobardía o de su coraje ante un vaciamiento de goce que puede volver árida y triste la vida cuando la fantasía ya no suple esa carencia. Por eso la clínica psicoanalítíca depende irremediablemente de lo que sabe y de lo que dice el sujeto, el único que cuenta en la ex periencia analítica. Y si el psicoanálisis retoma las categorías noso lógicas de la psiquiatría clásica (a falta de haber generado otras más acordes a su discurso), si incluso ha precisado criterios diagnósticos como el de “neurosis obsesiva” (con la sistematización freudiana de ese tipo clínico) o el de “psicosis” (con la Cuestión preliminar de Jacques Lacan), eso no puede constituir sino una primera aproximación, grosera, a lo que se trata de alumbrar con el análisis. Entrar en la subjetividad del delirio, por ejemplo, como propone Lacan, quiere decir ir más allá de los acuerdos globales con lo típico, para buscar el consentimiento del sujeto que resiste a lo general por las condiciones estructurales de su existencia,. ¿Cuáles son esas condiciones estructurales? No vamos a decirlo en general. Pero podemos averiguarlo en cada caso, a partir del modo peculiar en que el sujeto ha accedido al lenguaje, de las pala bras con que sus padres dejaron sentado para siempre (en una memoria inconsciente e indestructible) el deseo o el rechazo que acompañó su llegada al mundo, de los términos en que no se pusieron de acuerdo en esa llegada o en la relación sexual que la produ jo, y también de la posición que el sujeto tomó ante esos “datos”.
Una'posición de rechazo o de adhesión a esas referencias, una posición que con ellas configura la estructura. Esa estructura enmarca y condiciona la vía singular por la que él, en tanto sujeto, se arroja a la existencia en el borde abismal de un cuerpo. De un cuerpo extraño al que debe adoptar como propio, pero al que siempre temerá, porque en él reside la ftiente del horror más extremo y más íntimo. Y cualquier horror extranjero, sea asiático, africano o yugoeslavo, pasado o fantaseado, no tomará “sentido” para el sujeto, si no es en referencia al cuerpo al que está unido “de por vida”. El psicoanalista, en su clínica, no encubre el horror del sujeto ante lo real de su existencia. Por eso una clínica así concebida es correlativa del respeto por el modo en que el sujeto “se cura” {sich besorgt} ya con su síntoma, el síntoma que expresa su protesta on tológica ante las coordenadas que definen su serpara~l amuer te y su serparael~sexo. Pero también el síntoma que diseña la orientación de su camino propio, el único por el que está dispuesto a asumir esa doble y humilde condición del ser en la existencia. Lo que la generalización, la tipificación y la ciencia añaden a esa condición redobla su dificultad, en la medida en que extravían al sujeto respecto de su camino propio, alejándolo de sí por vías más fáciles de andar que de desandar: las que ofrece el mercado universal promovido por la asociación exitosa de la ciencia con el sistema capitalista. Este volumen sobre Las psicosis reúne algunas lecciones que Mirta La Tessa y yo en verdad nunca pudimos desarrollar enteramente ante los alumnos de Clínica de Adultos, porque la brevedad del curso lo hizo imposible. Redactamos entonces en ellas lo mínimo que consideramos que un psicólogo debiera conocer en reía-
ción a la clínica de las psicosis. Añadimos como capítulo VI un tra bajo colectivo que continúa la línea desarrollada en las lecciones previas, y como Vil un artículo de Rafael Skiadaressis que resalta algunas dificultades de la cuestión del Otro en la psicosis. Procuramos aquí seguir con precisión los caminos que Freud y Lacan abrieron o diseñaron para devolver al síntoma su relevancia subjetiva, lo que implica devolver al “loco” una palabra en la que en general nadie se interesa, tampoco el psiquiatra. Y también extraer algunas de las consecuencias de esos dos capítulos mayores de la enseñanza del psicoanálisis en cuanto a la transferencia, la posición del clínico que ella exige, y la concepción misma de la cura en la psicosis. Pero nuestro cometido no sólo tiene un valor teórico o clínico, sino también ético, en esta época en que la segregación del sujeto por los efectos de la ciencia se acentúa. Y tanto más en el caso del “loco”, ese homeless que, para sostener su existencia y su dignidad de sujeto, se margina de una sociedad que no reserva ningún lugar a lo que no responde a las leyes del mercado. Y él, a esas leyes, no responde. Gabriel Lombardi
Un recorrido freudiano de la psicosis Mirta La Tessa
A. No retroceder ante la psicosis: una consigna freudiana Comenzaremos este ciclo de clases sobre la clínica de la psicosis realizando un recorrido por una serie de textos freudianos. Varias son las hipótesis que nos guían, y que nos servirán de mojones para el desarrollo de los temas. Esto quiere decir que estableceremos una relación de ida y vuelta entre nuestras hipótesis, y la lectura que haremos de los textos. La primera de ellas podríamos formularla así: Freud dejó planteada una serie de problemas que respondían a obstáculos que fue encontrando a lo largo de su experiencia, a los cuales no son ajenos los obstáculos y problemas con que tro pezamos hoy en el terreno de la experiencia clínica con pacientes psicóticos. Queremos decir que si bien Lacan recogió el guante e hizo desarrollos importantes en este terreno, las líneas de fuerza de la problemática de la psicosis podemos rastrearlas en el texto de Freud. Desde el principio, entonces, nos oponemos a una idea que cir-
cula Con frecuencia y que encuentra, en el terreno de la clínica de la psicosis una ruptura tajante entre el texto de Freud y los desarrollos de Lacan. Por otro lado, como nos enseña Lacan mismo, una de las tantas virtudes del texto freudiano es que Freud no disimula las preguntas, y leerlo es siempre reconfortante porque implica necesariamente volver a transitar, volver a abrir esas preguntas esenciales. También pondremos en cuestión algunas afirmaciones tales como que Freud diría que no hay transferencia en la psicosis. No es una afirmación correcta ya que achata algo ias posiciones paradójicas a las que Freud se ve conducido. Sí bien es cierto que plantea la falta de disposición a la transferencia en las neurosis narcisistas. No es menos cierto que todo el análisis del caso Schreber está centrado en el análisis de la transferencia con Flechsig. Podemos ha blar de una posición escéptica de Freud respecto de la cura psicoa nalítica de la psicosis, pero no dejaremos de encontrar su fundamento en el corazón mismo del historial de Schreber cuando plantee el trabajo restitutivo que implica el delirio mismo. Tomaremos este escepticismo freudiano y trataremos de encontrar sus fundamentos. Hemos elegido para este trabajo un recorrido por los siguientes textos: Los dos textos de 1894 y 1896 sobre las neuropsicosis de de fensa El caso Schreber de 1910 Introducción del narcisismo de 1914 Más allá del principio del placer de 1920 La negación de 1925. Otra de nuestras hipótesis, quisimos que fuera el título de esta
serie de clases y la formularemos así: no retroceder cmte la psico sis, una consigna freudiana. No retroceder ante la psicosis es ante todo, como Freud nos enseñó, no retroceder ante la palabra. Es también no retroceder ante los problemas que la psicosis plantea al psicoanálisis. Veremos a través de los textos de 1894 y 1896 cómo, desde esa época tan temprana, casi prepsicoanalítica, si consideramos como fundante el texto de la Interpretación de los sueños de 1900 Freud ya establece la pertinencia del psicoanálisis para dar cuenta de la psicosis. Es decir, que desde esos primeros textos la psicosis queda incluida dentro del campo de pertinencia del psicoanálisis. En el caso de psicosis alucinatoria de 1894 nos importa menos la teorización específica del caso de psicosis que podríamos poner en duda como diagnóstico diferencial que la inclusión del mismo en un ensayo de la teoría psicológica que le permite dar cuenta, con el instrumental que tiene elaborado hasta ese momento, de la etiología de la histeria, las representaciones obsesivas y este caso llamado de psicosis alucinatoria. El caso está presentado como una forma de defensa mucho más enérgica en la cual “el Yo rechaza la representación intolerable conjuntamente con su afecto y se conduce como si la representación no hubiese jamás llegado a él”. Además plantea que “el Yo se separa de la representación intolerable, pero ésta se halla inseparablemente unida a un trozo de la realidad” de la cual el Yo se desligaría al separarse de aquella. Si consideramos la solidaridad existente entre la constitución del Yo y ia constitución de la realidad, vemos entonces, que es la realidad misma la que tiene un agujero. Agujero en el cual iría a alojarse o por lo cual se colaría la alucinación. En primer lugar, señalaremos que usa el término de rechazo que
es efque luego tomará Lacan para especificar la forclusión como mecanismo propio de la psicosis. La presencia de esta noción de rechazo en este texto tiene el valor de estar casi en presencia del descubrimiento. Y a pesar de que luego será cambiado por la noción de proyección, ésta encontrará una especificación que le marcará su carácter diferencial del lugar que tiene la proyección en la neurosis. El caso de 1896 ya presenta otra envergadura. Tiene además el valor agregado de ser una paciente tratada por Freud mismo. Recordamos que es una mujer de 32 años, casada, con un hijo de dos años. Los primeros síntomas aparecen seis meses después del nacimiento de su'hijo. Se muestra desconfiada fundamentalmente de los vecinos a los que considera descorteses y que le niegan toda , consideración. Se siente observada por ellos, que le adivinan el pensamiento y la espían por la noche mientras se desnuda. Como método terapéutico es llevada a un balneario, en el que, en realidad, se le agravan los síntomas, presentando alucinaciones visuales de desnudos femeninos y más tarde alucinaciones auditivas, oye voces que comentan sus actos. Oye también amenazas y reproches. Es muy interesante ver descripto por Freud lo que encontraremos en Lacan en el Seminarlo III como certeza. Dice Freud respecto de las quejas de los vecinos: “Poco a poco fueron ganando estas quejas en intensidad, aunque no en precisión. Se tema contra ella algo que no podía adivinar. Pero no le cabía la menor duda de que ‘ todos la desconsideraban y hacían lo posible por irritarla”. Se tenía algo contra ella, aunque no fuera claro de qué se trataba, estaba concernida por esas críticas u actitud hostil, estaba segura que se le • dirigían. Luego de presentar el caso y antes de relatar cómo trabajó con
la paciente Freud nos hace ver el principio metodológico de su accionar. “La etiología se me reveló al aplicar a la enferma, como si se tratase de una histérica, el método de Breuer para la investigación y supresión de las alucinaciones”. Intenta colegir la psicosis usando el instrumental con el que cuenta que es bien poco todavía. Podríamos sintetizarlo: hay inconsciente y es de carácter sexual. Y tiene un método, todavía, de asociación dirigida. Pero lo central que quiero subrayar es que ía etiología sólo se le vuelve inteligible a partir de la aplicación del método. Que hay un entrelazamiento inevitable entre la práctica y la posibilidad del diagnóstico. Entonces, habrá también en la paranoia importantes ideas inconscientes y las representaciones rechazadas serán también de carácter sexual. Pero “únicamente resultaba singular el hecho de que la enferma oía interiormente, a modo de alucinación, los datos procedentes de su inconsciente”. Así, las alucinaciones visuales de desnudos femeninos van conduciendo por cadena asociativa a escenas llenas de pudor y vergüenza hasta desembocar en situaciones de carácter sexual con el hermano en las que la paciente se habría mostrado desnuda sin vergüenza ninguna. Una frase de su cuñada: “en toda familia pasan cosas que deben ocultarse...” le resulta una clara alusión a aquellos hechos. Así es como adquiere la convicción de que su cuñada la hace objeto de un reproche. Se podría decir, entonces, que las alucinaciones visuales eran fragmentos de sucesos sexuales rechazados que retomaban desde el exterior. Las voces, afirma Freud eran más bien pensamientos inconscientes que se habían hecho audibles. Reproducían fragmentos nimios de una novela que había leído la paciente cuya heroína reci bía críticas de los vecinos, que evocaban un temor de la paciente a poco de haberse casado de que los vecinos pudieran oír algo de
sus relaciones amorosas. Las voces reproducían reproches respecto de un suceso análogo al del trauma infantil. Freud postula entonces un fracaso de la defensa y una falta de censura que hablarían de un desarreglo esencial en el aparato psíquico. El reproche a diferencia de la neurosis obsesiva no es autorreproche, sino que le viene de afuera, mecanismo al que Freud dará el nombre de proyección. Vemos entonces cómo Freud utiliza eí instrumental con el que cuenta hasta ese momento para colegir la psicosis. Es decir, que la incluye dentro del campo de pertinencia del psicoanálisis. En este caso la diferencia no aparecerá tanto por el lado de la etiología que gira alrededor de un trauma sexual infantil sino fundamentalmente del lado del síntoma. Es decir, que la diferenciación de la neurosis será realizada a partir de ese modo particular de los síntomas que son las alucinaciones. Es con estos antecedentes que pasaremos a comentar algunas cuestiones decisivas del historial freudiano del caso Schreber.
B. Escepticismo freudiano sobre la cura psicoanalítica de la psicosis Hoy vamos a trabajar sobre el Historial freudiano de Schreber, que data de 1910. Comenzaremos haciendo una reseña del caso extraída de la que realiza Freud en la primera parte del historial. Esto nos permitirá luego, subrayar ciertos hitos del análisis de Freud que creemos constituyen mojones esenciales de la conceptual!zación psicoanalítica de la psicosis.
Breve reseña
Primera enfermedad: transcurre entre el otoño de 1884 y fines de 1885. Es internado en la clínica de Flechsig durante seis meses. Esta primera enfermedad fue considerada como un acceso de hipocondría, Que según el mismo Schreber transcurrió sin incidente alguno de carácter metafísico. 1893: entre el anuncio del nombramiento como presidente del Tribunal de Dresden y su asunción ocurren el sueño de recaída y la fantasía de duermevela: “qué agradable sería ser una mujer en el momento del coito”. El Io de octubre asume. A fines de octubre comienza su segunda enfermedad que comienza con tenaces insomnios e ideas hipocondríacas. Tiene ideas de persecución fundadas en alucinaciones visuales y auditivas. Permanecía horas en estupor alucinatorio, en estado de perplejidad. Estaba tan atormentado que intentó matarse. Flechsig aparece como el perseguidor que quiere asesinar su alma. Es internado en la clínica de Sonnerstein en 1894, y allí se va estructurando su estado definitivo. Weber en sus informes sostiene que Schreber va construyendo un artificioso sistema delirante de cáracter místico religioso, al tiempo que va reconstruyendo su personalidad hasta parecer capacitado para una vida normal. E n 1900 Weber hace un infórme muy favorable. En 1902 se anula su incapacitación. Se le da el alta. Entre 1900 y 1902 escribe las Memorias. En 1903 publícalas Memorias. Freud subraya.dos vías en el análisis: su actitud hacia Dios que es muy singular y llena de circunstancias contradictorias. Y por
otro lado, la misión redentora y la transformación en mujer. La misión redentora será el nódulo de la paranoia religiosa. Sin embargo, Freud subraya que la transformación en mujer fue el delirio primario vivido, al principio» como persecución y daño con un fin sexual, que quedó como enlazado a la misión redentora. Resulta así que la manía persecutoria sexual queda transformada en manía religiosa de grandeza. Y que el perseguidor Flechsig queda sustituido por Dios. Debemos comenzar por señalar que Freud abre el historial planteando su escepticismo sobre el efecto terapéutico de la cura psicoanalítica de la paranoia. Volvemos a insistir, desde sus comienzos Freud plantea la pertinencia del psicoanálisis para dar cuenta de la psicosis. Es decir, que la psicosis queda incluida en el terreno de pertinencia del psicoanálisis. Este sería una especie de primer mojón que encontramos en el texto freudiano respecto de la psicosis. Ahora, desde el comienzo del historial de Schreber, encontramos otro mojón: el escepticismo freudiano respecto de la cura psicoanalítica de la psicosis. Diremos de inmediato cómo leemos este escepticismo freudiano. Lo leemos como una manera de nombrar una inadecuación del dispositivo analítico para el tratamiento de la psicosis. Inadecuación del dispositivo que fue creado a la luz del síntoma neurótico y de un sujeto estructurado a la luz de la estructura que subyace en la base de ese síntoma. Trataremos de desplegar este escepticismo de Freud en todas sus implicaciones. También nos encontramos al comienzo de este historial nuevamente con lo que dimos en llamar la pertinencia del psicoanálisis para dar cuenta de la psicosis cuando Freud plantea la legitimidad de interpretar el texto de las memorias. Y al afirmar al comienzo
del capítulo II Tentativas de interpretación, que estará satisfecho si logra referir el nódulo del delirio a un origen en motivos conocidos y humanos. Al comienzo, entonces, de la segunda enfermedad Schreber es torturado por la idea de ser entregado a un hombre para que abuse de él sexualmente como si fuera una mujer, esta idea es vivida como un agravio narcisista. El perseguidor es Flechsig, aunque su crimen y .os motivos del mismo son indeterminados. Dos son los re proches que Schreber le dirige: que intenta entregarlo a un hombre en posición femenina y que intenta asesinar su alma. Freud va a situar la incubación en la sumatoria que realiza del sueño de recaída y la fantasía de duermevela que une para la inter pretación como una fantasía homosexual que desde el comienzo se refirió a Flechsig. Dirá que esto está motivado por un avance de li bido homosexual que por la vía de esta particular proyección que Freud describe le vuelve desde el exterior como el temor a ser ob jeto de abusos sexuales por parte de Flechsig. Tal como decía en 1896 “la enferma oía a modo de alucinación los datos provenientes de su inconsciente”, dirá acá que hay una verdad en el texto del delirio que no está escondida como ocurre en la neurosis. Es decir, que podremos ver algunas cosas como am pliadas como si las viéramos a través de una lupa. Un ejemplo de esto es la fórmula que Freud nos da de las relaciones con el perseguidor. Dice que se trata de una persona de máxima importancia afectiva para el sujeto, una relación marcada por el amor. Luego esta importancia afectiva es proyectada como poder exterior y el tono sentimental es transformado en su contrario: odio. Si observamos esta sencilla fórmula más de cerca veremos que lo que ella misma está desnudando no es otra cosa que el mecanis
rno propio de la transferencia. La transferencia por lo menos, en su cara más sugestiva no es otra cosa que el poder que una persona que tiene importancia afectiva para un sujeto, el poder, decimos, que ejerce sobre él. Luego Freud produce un giro absolutamente genial realizando la siguiente pregunta: ¿por qué Flechsig ocho años después? Una pregunta ineludible, al mismo tiempo que sorprendente. Y no tarda en responder: porque se trata de un subrogado del padre. Y es así, como la cuestión del padre pasa a estar en el centro del análisis de Freud de la psicosis schreberiana. Flechsig es reemplazado por Dios, un Dios que se multiplica reinos anteriores de Dios, reinos posteriores de Dios, etc.. Luego, también se va produciendo un viraje por el cual Schreber se va reconciliando con la idea de su transformación en mujer. Idea que deviene en que él será la mujer de Dios según lo manda la “ordenación del universo” y así dará origen a una nueva humanidad... Y así es como llegamos a otro gran hito de la teorización freudiana. Nos dice Freud: el Yo que había sufrido el agravio narcisis ta se compensa con la manía de grandeza. Y la fantasía de su transformación en mujer se desplaza a una realización asintótica del deseo, será la mujer de Dios... próximamente, en un futuro próximo aunque 110 inmediato. Y en este punto nos encontramos con una afirmación fuerte de Freud: con esta fantasía de realización asintótica la lucha y la enfermedad cesan. Es decir, que la “curación” se daría por la vía del trabajo del delirio que luego de un largo período de sufrimiento indescriptible y de eclosión de sintoma tología psicótica logra, este trabajo de delirio estabilizar la fantasía de realización asintótica que permite a su vez estabilizar a Schre ber.
Cabe destacar que tal como lo señalamos ya desde los artículos de 1890 y pico, Freud usa los mismos operadores teóricos del psicoanálisis. Estamos lejos de decir que trate del mismo modo a la neurosis que a la psicosis, lo que afirmamos es el uso de los mismos operadores conceptuales. Esto nos hace recordar, cuando Lacan en la Apertura de la Sec ción Clínica en 1976 afirma que los cuatro operadores de los discursos, Sj> S2, $, a, son también los que permiten conceptual izar el sujeto psicótico. Es decir, las mismas categorías en la clínica para dar cuenta de la diferencia en la estructura. Volviendo al historial hemos afirmado que el análisis de Freud toma como eje la cuestión del padre. Así dirá que constituyen una serie Flechsig, Dios, y el padre, se podría agregar el Sol, etc. Hay entre estos personajes la misma mezcla de sometimiento y rebeldía que caracterizaría la relación con el padre. Sin embargo Freud no dejará de señalar un desarreglo estructural en esta función paterna. Es justamente a partir de señalar cómo en este caso la función del padre no funciona que encontramos en el texto de Freud estas coordenadas: Si el padre es quien perturba la satisfacción sexual incestuosa, en Schreber nos encontramos con una falla radical de esto que aparece en el delirio bajo ía forma de la voluptuosidad a la que se entrega. Si el padre es el agente de la castración, y es a partir de ella que se organizan las posiciones sexuadas, vemos en el texto del delirio una alteración radical de esta función bajo la forma de la transformación en mujer. La culpa proyectada por los deseos incestuosos retorna en el delirio bajo la forma del asesinato del alma.
“Por último, y como consecuencia de la segunda tesis planteada, la posibilidad de tener hijos también organizada a partir de la castración y la diferencia de los sexos aparece en el delirio procreando como mujer. Podríamos decir, que a pesar de que la teorización freudiana de la función paterna deberá esperar dos años hasta Tótem y Tabú, y que los textos sobre eí Edipo se ordenan más allá del 20 alrededor de la Organización Genital infantil del 23, sin embargo, en este historial podemos ver colocado en el centro la cuestión del padre con una falla estructural que parece hacer estallar las relaciones que en la neurosis son reguladas por el Edipo y la Castración, Es decir, que no se trata simplemente de una falla en la función paterna, ya que ésta siempre está marcada por la falla. Encontramos en este texto, que Freud está ubicando un desarreglo verdaderamente más estructural y fundante de la función paterna. Es decir, una falla de estructura, de estructuración del sujeto que inevitablemente marcará una diferencia con lo que ocurre en la neurosis. Es esta diferencia la que hará más tarde resaltar Lacan cuando, profundizando esta vía, hable para la psicosis de forclusión del Nombre del Padre. C. Particularidad del síntoma psicótico: las alucinaciones Estuvimos en la clase anterior trabajando sobre el historial freudiano de Schreber, recorriendo cuestiones esenciales que se plantean en los dos primeros capítulos. Hoy vamos a intentar articular un eje del planteo freudiano que parte del capítulo tres y encuentra un desarrollo en el texto de Introducción del narcisismo del ‘14.
Comienza Freud el capitulo III: “Hemos examinado hasta ahora el complejo paterno dominante en el caso de Schreber y la fantasía optativa central de la enfermedad. No hay en todo ello nada característico de la paranoia, nada que no podamos encontrar en otros casos de neurosis y no hayamos encontrado realmente en ellos. La peculiaridad de la paranoia reposa en algo distinto, en la forma singular de los síntomas, de la cual no habremos de hacer responsa bles a los complejos, sino al mecanismo de la producción de síntomas o al de la represión”. ¿Qué insiste en subrayar Freud al comienzo de este párrafo? Que la estofa de este mundo schreberiano no es diferente de aquella con la que se construye nuestro neurótico mundo humano. Pero al mismo tiempo centra el eje de la diferencia, diferencia que parece insistir como interrogante para Freud desde sus primeros traba jos: la forma peculiar de los síntomas, fundamentalmente, las alucinaciones. Y el verdadero interrogante es, entonces, por la particularidad del mecanismo de producción de síntomas. No puede resultarnos curiosa esta insistencia freudiana si simplemente recordamos que fue el síntoma lo que estuvo en el origen de su interrogación y que además, fue la estructura del síntoma la que condujo tanto a conceptualizar la estructura del sujeto como también ía de la experiencia analítica misma. Es decir, que desde los comienzos hay, para la neurosis, una solidaridad estructural entre el síntoma, el sujeto y la práctica misma del análisis. Es este tercer capítulo que aparece con insistencia la pregunta por la particularidad deí mecanismo de producción de síntomas en la paranoia. Aclaramos, entonces, que por mecanismo de producción de síntomas entendemos una pregunta estructural que nombraría al sujeto comprometido por ese síntoma como también a las
particularidades del dispositivo analítico mismo. Creemos además que esta pregunta queda abierta y que va siendo respondida tentativa y parcialmente por Freud a lo largo de años para encontrar una resolución en la teorización lacaniana que logra ubicar ese desarreglo de estructura que llamó la forclusión del Nombre del Padre. En el historial freudiano aparece ese complejo concepto de proyección a travéc del cual los pensamientos inconscientes, eso interiormente rechazado retorna desde el exterior a modo de alucinación. Hablará de ese desarreglo estructural que nombra como su catástrofe interior. Al hundimiento de su mundo subjetivo le corresponde el derrumbe de las coordenadas de la realidad. La vivencia de fin de mundo será la proyección de su catástrofe interior. La tentativa de curación intentará reconstruir el mundo con su delirio. Todo lo cual, nos introduce de lleno en el texto Introducción del narcisismo, que no es sólo uno de los textos importantes dentro de la obra de Freud, sino también uno de los muy complejos. Se entrecruzan en él distintos hilos temáticos, se resuelven algunas cuestiones, se abren o amplifican otras. Ejemplo de esto es la polémica con Jung, una definición del amor que se articula con la de Psicología de las Masas de 1921, un cuestionamiento de la oposición pulsional, una conceptualización del ideal del Yo y del Super yó, una definición de la sublimación diferenciándose de la idealización, etc. Nosotros haremos un recorte del texto, siguiendo el hilo temático que nos ocupa que es la conceptualización freudiana de la psicosis. En este sentido, lo tomaremos casi como un capítulo de continuación del historial de Schreber. Comienza con una primera aproximación al concepto que luego se irá complejizando a lo largo del texto: narcisismo seria tomar al
propio cuerpo como objeto sexual. Se trata de una localización de la libido que ocuparía un lugar en la evolución sexual. Inmediatamente Freud confiesa su apremio por ocuparse del narcisismo como un intento de comprender la psicosis conforme a la teoría de la libido. Nos desentendemos explícitamente de las finas cuestiones nosográñcas. Encontramos en la psicosis dos rasgos esenciales: E l delirio de grandeza o megalomanía El apartamiento del interés del mundo exterior, de las personas y las cosas. Es evidente la solidaridad entre ambas condiciones, la libido se retira del mundo exterior y recae sobre el Yo. Aún antes de desarrollar más detalladamente esta cuestión, Freud se apresura a afirmar que esto constituye uno de los motivos esenciales por el cual estos pacientes parecen substraerse al influjo por medio del psicoanálisis. Tampoco tarda en aclarar que también en el neurótico se produce una introversión de la libido pero con características bien diferentes. En este caso la libido alimenta las fantasías, pero esto 110 implica que se hayan levantado las relaciones eróticas con las personas y las cosas. En cambio, en el parafrénico parece como si realmente hubiera retirado su libido de las personas y las cosas del mundo exterior sin haberlas sustituido por otras en su fantasías. En este sentido me parece muy claro el comentario de Freud sobre el movimiento de la introversión, escrita en una carta a iung del 23 de mayo de 1907: “No es que yo piense que la libido se retíre del objeto real para arro jarse sobre la representación fantástica sustitutiva, con la que em prende luego su juego autoerótico. Con arreglo al sentido del voca blo no es, desde luego, autoerótica, en tanto tiene ún objeto, ya sea
éste jeal o fantaseado. Creo que por el contrario, que la libido abandona ia representación del objeto, la cual, precisamente por ser des pojada de la ocupación, que la ha caracterizado como interior, es tratada como una percepción y puede ser proyectada hacia afuera”. Esta cita nos conduce, además, por otra vía que la que estamos desarrollando ahora, nos conduce sobre esa expulsión -Ausstossung~ que hay detrás de la negación y que constituye la génesis de ía configuración de una exterioridad. Lo retomaremos cuando tra bajemos el texto de La negación para tratar de pensar desde Freud ese desarreglo estructural que Lacan llama forclusión del Nombre del Padre, con la consecuencia que conlleva que lo forcluido en lo simbólico reaparece en lo real. Volvemos a retomar la cita para subrayar la idea de la introversión de la libido. Es la megalomanía la que le va a permitir hablar de esta particular forma de introversión de la libido que se concentra en el Yo. Y es esta observación la que permitirá postular el narcisismo secundario como nombre de ese mismo movimiento. La posibilidad de esta vuelta de la libido sobre el Yo implicará para Freud la necesariedad de afirmar la existencia de un narcisismo primario como una ocupación libidinal del Yo originaria, que en parte se cede a los objetos, pero que persiste también en el Yo. Es en este punto que desarrolla la metáfora de la ameba. El narcisismo primario es entonces, un postulado que se construye a partir de la existencia del narcisismo secundario ejemplificado en este movimiento de introversión de la libido en el Yo. Si bien Freud afirma que el valor que asume el trabajo sobre el narcisismo está en parte determinado por el intento de comprender a la psicosis desde el punto de vista psicoanalítico, en este momento del desarrollo del texto la introversión de la libido sobre el Yo
descripta en la parafrenia le permite precisar el concepto de narcisismo a partir del postulado del narcisismo primario y de los movimientos del narcisismo secundario. No debemos olvidar que en el ‘14 la teoría pulsional que Freud maneja es la de la oposición pulsiones del Yo o de autoconservación y pulsiones sexuales. Mencionamos sólo al pasar el problema teórico que se le plantea con la carga libidinal del Yo que parecía implicar la disolución de la oposición pulsional. En este mismo sentido se desarrolla la polémica con Jung explícita en el texto. Y encontramos a Freud defendiendo a ultranza y como puede la dualidad pulsional. Para esto produce una operación de importancia. Mantiene el postulado de la existencia de las pulsiones yoicas, por un lado. Por otro, produce dentro de las pulsiones sexuales una división afirmando la existencia de una libido yoica y una libido objetal. El antagonismo entre la libido yoica y la libido objetal se produce según un movimiento de acumulación y defecto. Si aumenta una, disminuye la otra. Así, los ejemplos extremos son el enamoramiento como acumulación de libido en el objeto. El engrandecimiento del objeto se hará a costa de un empobrecimiento yoico. En el otro extremo la vivencia de fin de mundc de los paranoicos que implica la concentración de libido en el Yo y el retiro de libido del mundo de los objetos. Antes de terminar el comentario de este primer capítulo de introducción del narcisismo diremos que Freud ubica este narcisismo que acaba de definir dentro del desarrollo de la libido. El Yo es a construir pero las pulsiones autoeróticas existen desde el principio. Es necesaria una nueva acción psíquica para que se produzca el pasaje del autoerotismo al narcisismo. Esta nueva acción psíquica será la identificación.
Podemos decir en este punto, que la identificación que da lugar a la constitución del Yo sería la identificación narcisista. A condición de no desconocer que la identificación narcisista implica necesariamente al primer tiempo de la identificación que es la identificación primaria. Esta cuestión nos introduce de lleno en la cuestión central que vamos a subrayar del capítulo siguiente. Allí, para continuar conceptualizando el narcisismo Freud plantea tres vías de aproximación al concepto: La enfermedad orgánica La hipocondría La vida erótica de los sexos. Para continuar con nuestro recorrido tomaremos únicamente lo que se desarrolla alrededor de la hipocondría. Afirma Freud que efectivamente en la hipocondría no faltarían las modificaciones orgánicas. Si entendemos a éstas como modificaciones en la eroge neización del cuerpo. También en la hipocondría se trataría de una introyección de la libido, pero esta vez la misma se realiza sobre el órgano. Hay una retracción de la libido de los objetos del mundo exterior que se concentra sobre el órgano. Esta libido de órgano nos habla de un fracaso de la identificación. La pulsión funciona de una forma más ligada al autoerotismo. Hasta ahora encontramos entonces una insistencia de Freud en el concepto de introversión de la libido. Presentado a su vez, bajo dos formas, la megalomanía y la hipocondría. Este estancamiento de la libido yoica produce en la megalomanía un engrandecimiento del Yo, lo cual nos habla de la eficacia de la identificación. En cambio, en la hipocondría, la libidinización del órgano demuestra el fracaso de la identificación. La introversión de la libido, entonces, se presenta como una
fractura radical, como un desarreglo estructural y económico. Fractura radical decimos, que nos habla de la imposibilidad de que la salida pueda plantearse en términos de una vuelta a ningún estado anterior. Puede haber intentos de recatectizar el mundo exterior, pero luego de esta fractura, ese intento tendrá ía forma de una restitución delirante. Abandonamos el texto no sin antes retomar una pregunta que Freud formula y que nos parece de suma importancia. Es al mismo tiempo la que guiará la última parte de nuestro desarrollo: ¿qué hace que se traspase el narcisismo y se ubique libido sobre los objetos?
D* Desarreglo de estructura en la base del síntoma Dejamos planteada en la clase anterior una pregunta nodal que Freud plantea en este texto y que retomaremos hoy: ¿qué hace que se traspase el narcisismo? En distintos momentos de su obra podemos encontrar distintas tentativas de respuesta. En la época del Proyecto... es la indefensión estructural del sujeto la que lo lleva a engancharse al otro, nombrado como la necesidad de la asistencia ajena. En la Conferencia 26 la respuesta se plantea en el terreno económico: ‘'Diríase que la acumulación de la libido narcisista no puede ser soportada por el sujeto sino hasta un determinado nivel, y podemos además suponer que si la libido acude a revestir objetos es porque el Yo ve en ello un medio de evitar los efectos patológicos que produciría un estancamiento de la misma”.
Pero la respuesta la encontraremos a partir del Más allá...: lo que presiona y fuerza al Yo es ia pulsión. Para desarrollar esta tentativa de respuesta y como último tramo del recorrido vamos a tra bajar algunos puntos del texto La negación. El empuje de la pulsión es la vía estructural de abandono del narcisismo, siendo necesario aclarar que es la vía de la estructura neurótica. En cambio, en la psicosis hay un desanudamiento pulsional que trataremos de ubicar a partir de este texto. Voy a subrayar la idea de Freud de que este narcisismo particular que él nombra como introversión de la libido no tiene vuelta, implica una ruptura que no permite un camino de retorno, lo cual tiene fuertes consecuencias para la cura, obligándonos a redeflnir a todos y cada uno de los componentes del dispositivo analítico. Decir que es una fractura radical que no permite un camino de retorno implica que a partir del desencadenamiento de la psicosis no se trataría de restituir un estado anterior. No creo necesario insistir en el valor fundamental del texto La negación, allí Freud se propone realizar el estudio del surgimiento de una función intelectual a partir de las mociones pulsionales primarias o el modo en que el aparato psíquico inscribe un juicio a través de la dinámica de las pulsiones. La función intelectual surge, entonces, a partir de este acto de? juicio que es constitutivo del sujeto. Para explicarlo haremos una referencia mítica en tanto lo plantearemos como una suerte de génesis de la instalación de la función simbólica. Esta sería una com plicación agregada al problema que nos ocupa, nos estamos refiriendo al establecimiento de esta función en el sujeto sabiendo al mismo tiempo, que lo simbólico lo preexiste. Se trataría, entonces, de una referencia al nacimiento del pensamiento que no sería posi ble sin la puesta en juego de esta particular negación que Hyppolite
caracteriza como la actitud de la negación para diferenciarla de la negación interna al juicio. Como afirma Freud en el texto, la función del juicio sólo es posible por la creación del símbolo de la negación. Símbolo que permite al pensar una relativa independencia de los resultados de la re presión, es decir, usar los contenidos de lo reprimido. Aquí podríanlos ubicar los ya clásicos ejemplos que se emplean en el texto. Ese “no es mi madre” por ejemplo le asegura a Freud la presencia de una ocurrencia del paciente, la presencia de un pensamiento re primido que sólo emerge bajo la condición de que se deje negar. El símbolo de la negación será un certificado de origen de la represión al tiempo que nos permite tomar conocimiento de lo reprimido, sin que por ello implique de ninguna manera una aceptación de lo re primido. Enseguida nos dice Freud que la función del juicio debe tomar dos decisiones: adjudicar o negar a una cosa una cualidad; conceder o negar a una representación la existencia. Así surgen el juicio de atribución y el juicio de existencia. El juicio de atribución regido' por el principio del placer implica la constitución de las primeras afirmaciones: lo bueno es mío, lo malo es exterior. Acá podemos ubicar un comienzo mítico... Había una vez aquel que luego advendrá un sujeto para el cual no había todavía nada extraño. La distinción entre lo extraño y él mismo se realiza mediante una operación que es la expulsión. Operación de expulsión determinada por la pulsión de muerte. Esta es la operación en la que se funda el juicio de atribución. Sin esta operación la introyección no tendría sentido. F1 juicio de existencia a diferencia del juicio de atribución que se ubica en el mundo de las representaciones rige las relaciones
entre la representación y la percepción. Una cosa es que el sujeto reproduzca sus representaciones. Pero para decir que algo existe se tratará de si puede o no volver a encontrar su objeto. Este esfuerzo por reencontrar el objeto se ubica siempre en un más allá del principio del placer. La insistencia en volver a encontrar acentúa la puesta enjuego de la repetición., es decir, el intento de reencuentro con lo radicalmente perdido. La primitiva operación de expulsión constituye una exterioridad que se encuentra luego con el juicio de existencia. Es decir, que así como para la realización del juicio de atribución el acento recae sobre esa primitiva operación de expulsión que constituirá una exterioridad, habrá necesariamente un encuentro con el juicio de existencia para el cual el acento recae sobre la repetición como modo de constituir su objeto a través de la insistencia de la satisfacción pulsional. En la psicosis, la defusión pulsional por retracción de los com ponentes libidinaies constituiría una expulsión que no se encuentra con la repetición. Si ahora retomamos la idea freudiana de que la función del juicio está posibilitada por la creación del símbolo de la negación podemos ubicar esa falla en la simbolización que haría que en el psicótico la alucinación se ubique en el lugar en el que falta esa función de la negación. El Otro habla en las voces marcando la falta de la atribución subjetiva que la función de la negación posibilita. Esta sería una manera freudiana de nombrar lo que Lacan formula como lo forcluido en lo simbólico reaparece en lo real bajo la forma de alucinación. Y sería también una manera de plantear ese desarreglo estructural del sujeto que está en la base de este síntoma particular que son las alucinaciones. Problema que, como vimos,
interroga a Freud desde los primeros textos en que se ocupa de la psicosis y que recorta un eje que insiste: la forma particular de constitución de ese síntoma privilegiado que son las alucinaciones. Esta diferencia estructural implica la necesidad de redefinir cada uno de los elementos del dispositivo analítico. Partimos del síntoma para establecer la diferencia, pero tampoco la posición del su jeto ni la del analista son semejantes a las de la neurosis. No lo son tampoco las características de la transferencia ni las particularidades de las intervenciones posibles del analista. Esa ruptura de la trama libidinal que Freud nombra como introversión de la libido nos ubica de lleno en el corazón del problema. Una imposibilidad del camino de retorno, salvo bajo la forma de la restitución delirante. Y acá se subraya una diferencia fuerte con la neurosis que se cura por la vía de ia transferencia porque es estructuralmente transferencia!. En las neurosis narcisistas falta la posibilidad de ese camino de ida y vuelta en el sentido en que no hay homología entre la “causa” de la enfermedad y su “curación”. Justamente por esa im posibilidad del camino de retorno las estrategias de la cura o siguen la vía de la suplencia de la forclusión del Nombre del Padre o la de los remiendos. ¿Por qué no pensar que las posiciones posibles para el analista ser testigo, tomar testimonio del discurso del psicótico, o acompañarlo en el trabajo de su delirio están metaforizadas por la posición freudiana respecto de Schreber? Acoger su testimonio, “escuchar” su delirio, tratar de establecer las coordenadas de su discurso. Y quizás, de no haber trabajado con un texto, acompañar al sujeto en el trabajo restitutivo de su delirio, tratando de favorecerlo y pro piciarlo para lograr una estabilización.
^ manera de cierre subrayaremos algunos puntos de este recorrido por la posición freudiana. En primer lugar, la instalación de la psicosis en el campo de pertinencia del psicoanálisis. Y, al mismo tiempo, el escepticismo freudiano respecto de la cura psicoanalítica de la psicosis. Leimos este escepticismo como una inadecuación del dispositivo analítico, construido a la luz del síntoma neurótico, para abordar la cura del sujeto psicótico. Inadecuación que obliga a redefinir cada uno de sus elementos esenciales: posición del sujeto, posición del analista, síntoma, transferencia, interpretación. Hicimos lugar a esa particular introversión de la libido que Freud plantea como una fractura radical sin retorno, y que por lo tanto, impide pensar la cura como la restitución de un estado anterior. Como ocurre con Schreber esa ruptura radical es muchas veces contemporánea de la aparición de las alucinaciones en el desencadenamiento de la psicosis. Luego de esta brutal emergencia de la sintomatología psicótica, encontramos al síntoma como causa del trabajo restitutivo que el sujeto psicótico realiza frente a la irrupción de lo real. Por último, intentamos acoger la posición de Freud con Schreber como una metáfora de una posición posible para el analista: “escuchar” el discurso del paciente, tratar de establecer sus coordenadas y acom pañar el trabajo restitutivo del paciente hacia una posible estabilización.
Be la cura a la clínica
:: La clínica de la psicosis no fue inventada por el psicoanálisis, es previa a él. La introdujo la psiquiatría, especialmente en el siglo XIX y en la primera mitad del nuestro, cuando los psiquiatras tenían la oportunidad de hablar con sus pacientes prolongadamente, y a veces a lo largo de años, sobre los síntomas más manifiestos pero también sobre los fenómenos más sutiles. Luego, el advenimiento de los psicofármacos y su utilización masiva y eficaz eficaz al menos en la supresión de los matices subjetivos del síntoma quitó a los psiquiatras la posibilidad de efectuar esos estudios tan finos. Pero queda el testimonio de autores como Séglas, Kahlbaum, Kraepelin, Sérieux o de Clérambault, que nos dejaron sus enseñanzas plenas de matices, enseñanzas que pintan con exquisito detalle los síntomas de la psicosis. Sin embargo sabemos que algo añade el psicoanálisis a la clínica que hereda de la psiquiatría. Añade lo que Freud introduce y que ya fue revisado en las clases de Mirta La Tessa. Vamos a ocuparnos en estas clases de precisar lo que agrega la enseñanza de Lacan a la
clírüca de las psicosis, para luego reflexionar sobre lo que eso abre como perspectiva en relación a la posición del analista ante el paciente psicótico, y a lo que el paciente psicótico puede esperar del analista. Intentaremos dar algunas respuestas firmes a la pregunta: ¿qué puede el analista ante la psicosis?, y también a la otra, ¿qué debe el analista ante la psicosis? Vamos a partir del hecho de que a la psiquiatría, para explicar los avatares de la posición subjetiva del psicótico que sin embargo a veces describe tan bien, le falta una noción adecuada de sujeto, que es lo que el psicoanálisis aporta, sobre todo a partir de Lacan ya que la noción de sujeto es una noción lacaniana, y no freudia na. Freud habla de sujeto en sus escritos, introduce al sujeto por la operación de desciframiento que ideó, pero el sujeto es un término al que no define. Define al yo, al superyó, al ello lo que configura ya una división de la “persona” o del “individuo” psicológico pero no define al sujeto. Es un término que usa sin definir, sin darle el estatuto de operador teórico y clínico que tendrá a partir de la enseñanza de Lacan.
La división del sujeto Lacan, por su parte, no concibe una aproximación clínica sin considerar el hecho psicoanalítico primero, que consiste en introducir no el sujeto, que puede ser reducido a una noción lingüística o filosófica, sino el sujeto dividido. La división del sujeto, eso es lo primero que busca la clínica psicoanalítica. Hay nombres freu dianos para la división del sujeto, uno de los cuales tal vez sea el conflicto. Lo primero que buscamos en las entrevistas preliminares
a cualquier tratamiento posible es la división dei sujeto que se evidencia en el conflicto. Otro nombre ffeudiano de la división del su jeto es el síntoma. El síntoma en el sentido analítico, en la neurosis, en la perversión o en la psicosis, se reconoce porque es una formación de compromiso entre un goce que el sujeto conserva, y un deseo que exige desembarazarse parcialmente de ese goce. Allí está la división primera del sujeto, la primera que encontramos en el acercamiento de nuestra clínica dialogada con el enfermo. Por eso si el sujeto está conforme con su padecimiento, si ese padecimiento lo satisface suficientemente apoyado en los beneficios primario y secundario que describió Freud y no quiere saber nada con que alguien lo ayude a aliviarse de él, a eso no podemos llamarlo estrictamente síntoma, no desde la clínica del psicoanálisis. En Lacan, que escribió textos tales como Subversión del sujeto, Del sujeto por fin cuestionado, La metáfora, del sujeto, y El equívo co del sujeto supuesto saber, encontramos una concepción muy elaborada de lo que es el sujeto, una concepción que parte de que el sujeto es efecto del significante. No hay sujeto concebible si no es como efecto del lenguaje. No hay sujeto para el psicoanálisis si no es en cierto tipo de ser viviente que se especifica por hablar. El su jeto es lo que el significante representa, lo que cada significante re presenta para otro significante cualquiera. La idea de la filosofía de que el lenguaje sirve para referirse a las cosas, de que las palabras representan cosas, sirve de muy poco en psicoanálisis. Lo que cuenta es que cada significante que interviene en un síntoma, en un sueño, en un lapsus, o en la asociación libre, cada significante re presenta al sujeto, y no representa a nada más que a él aún si alude a otras cosas. El primer paso de Freud fue el de reconocer en las
formaciones del inconsciente una representación del sujeto, allí donde la razón sólo encontraba incoherencia o contrasentido. Esa definición no vuelve al sujeto sin embargo un operador manejable sólo a partir de allí, de que se trata del sujeto al que el significante representa para otro significante. Porque ese sujeto introducido en lo real por obra y gracia del lenguaje, debe acomodarse a una situación particular de su ser en el mundo: que está atado a un cuerpo, y a un cuerpo viviente, que es un lugar de goce. Ese es su pecado original y es su infierno en el más acá. Un sujeto surgido del lenguaje debe acomodarse a ía situación de ser además un sujeto del goce, por estar como sujeto del lengua je insertado en un viviente que padece los efectos de ese lenguaje: eso lo divide irremediablemente. Cada vez que intente unificarse por lo que el significante dice que él es (y que hace de él un sujeto ideal), como sujeto del goce va a expresarse inadecuadamente. Si desde los ideales del significante se plantea como un Quijote, desde el goce es un Sancho Panza incorregible. Porque representación ideal la representación siempre es ideal, representación ideal y goce se excluyen, se rechazan, son incongruentes una respecto del otro. Desde el punto de vista del significante, el sujeto del goce es un objeto a, vale decir, un desecho. Y lo que debemos considerar cada vez que decimos que hacemos clínica, es la polaridad inherente al sujeto, polaridad que lo divide, de ser a la vez sujeto del goce y sujeto que el significante representa para otro significante. Además de los textos de algunos psiquiatras y de los de Freud y Lacan, tenemos como referencia otro escrito muy riguroso sobre el tema: las Memorias de Schreber, que constituyen un testimonió extraordinariamente riguroso sobre la subjetividad en la psicosis. En las Memorias se puede leer muy bien la división constitutiva del
sujeto en la psicosis, por ejemplo cuando Schreber explica, en el cap. V, que Dios no conoce al hombre viviente, y para nada necesita conocerlo, porque de acuerdo con ei orden cósmico (que es el orden impuesto por lo simbólico) Dios tiene que tratar sólo con cadáveres. El Otro de Schreber, que es ante todo el Otro del lenguaje, ese Otro que no cesa de hablarle, lo reconoce solamente a titulo de representación, de sujeto ideal, cadaverizado, restituido a su inercia de operador lingüístico, pero no lo reconoce como viviente. Las Memorias constituyen el testimonio desgarrador de un sujeto que debió confrontarse sin mediación alguna con un Dios de esas características, un Dios que sólo admite una mitad suya, y descarta por completo la otra. A Dios se le ocurría que él debía ser mujer, y bueno, que se las arregle como pueda con su sexualidad anatómica, incluso con su goce acostumbrado de varón. Por eso, cuando nos planteamos una clínica psicoanalítica de la psicosis, debemos también preguntarnos: ¿Tenemos alguna manera de no ubicarnos en una posición parecida a la del Dios de Schre ber? ¿Hay algo mejor que él que podamos hacer, a partir de que confiamos en el testimonio del psicótico, a partir de que creemos que el saber clínico que nos interesa hemos de encontrarlo en lo qué él dice? Porque tal vez ese saber que se dispensa en su palabra o en su escrito, ese saber del que él detenta en parte los resortes, sea lo único que desde el punto de vista clínico vale la pena conocer. Tal vez eso nos acerque a la posibilidad de ayudarlo en aUo, mucho más que nuestros preconceptos sobre cómo “curarlo”. Cuando digo que hay un saber del que el psicótico detenta los resortes no quiero decir que él sea consciente de ese saber que lo afecta. No me parece decisivo ese fenómeno de la conciencia. Uno nunca sabe si la conciencia ilumina u oscurece las cosas. Por eso
Freud nos enseñó a confiar no en el saber consciente, sino en el saber inconsciente. Hay un saber en el delirio, así como hay un saber en el sueño, un saber que el psicótico padece, que lo padece en carne propia, en su cuerpo, en donde ese saber pisa, invade, duele, mortifica, y si lo que introduce es un goce, ¡ay!, es un goce más allá de los límites de lo placentero. Y es un saber que en parte él desconoce, aun cuando lo determina y io afecta. Por eso la pregunta ética esencial del psicoanálisis ante la psicosis es la de si el discurso psicoanalítico tiene algo para ofrecer en la dificultad del psicótico para alojar su división subjetiva. Sobre esta pregunta debemos volver una y otra vez en estas clases, y también cuando charlamos con un psicótico.
El rigor lógico de la psicosis En su Presentación de las “Memorias " del Presidente Schreber, Lacan afirma que la facilidad, la desenvoltura, la soltura con que; Freud habla de dichas Memorias surge simplemente el introducir en;: su lectura algo decisivo en la materia; el sujeto. Lo que quiere decir no juzgar al loco en términos de déficit ni de disociación de funcio nes, añade. Durante muchos años Lacan sostuvo una actividad de enseñanza tradicional en al psiquiatría que consistía en la presentación de un enfermo, en la que él preguntaba y el paciente respondía. Existen algunas desgravaciones de esas presentaciones. Llama la atención que a pesar de la extensión de las mismas solían ser muy prolongadas los comentarios de Lacan después de la presentación eran escasos, unas pocas líneas en la desgrabación. En esa activi-
dad el que enseñaba propiamente era el psicótico, con toda precisión en algunos casos. Enseñaba los detalles, los matices más sutiles de su relación con el significante y de su posición de goce. Lacan simplemente hacía preguntas, pero el que aportaba las precisiones era el paciente, literalmente el que padecía el saber del que se trata, un saber que no es teoría, sino saber operando efectivamente en lo real del cuerpo, un saber articulado en el pathos. Lacan se hacía corregir por el enfermo si no había situado bien la cuestión, si sus términos no eran los que efectivamente operaban en el síntoma, y se ve muy bien que los pacientes se sentían autorizados a hacerlo; porque el saberhacer de Lacan pasaba en esa ocasión por no poner en juego sus prejuicios, sino en confiar la palabra al llamado “enfermo”. Allí, casi tanto como en las Memorias de Schreber, se hace evidente que hay en particular un prejuicio que Lacan dejaba de lado. El prejuicio según el cual se piensa a la psicosis como incoherencia, como locura. El psicótico puede ser loco pero no necesariamente incoherente. E incluso puede estar bastante menos loco que cualquiera de nosotros. De Cantor se puede decir que fue psicótico pero no que fue incoherente, no más que nosotros, se los aseguro. En la teoría de los números transfinitos que él ideó posiblemente el adelanto más importante de las matemáticas en los últimos 150 años se pueden detectar contradicciones lógicas, pero hay que decir que no cualquiera las detecta. Fue necesaria la concurrencia de otros dos lógicos para descubrir una contradicción en la teoría de los números ordinales, conocida como la paradoja de BuraliForti en honor a ellos. ¡Pasaron a la historia por encontrar una contradicción en las elaboraciones de un psicótico! Y Cantor mismo encontró otra contradicción en su teoría, esta vez dolos números cardinc
les,' que es conocida como la paradoja de Cantor. ¿De dónde partió Cantor?, de una premisa que Aristóteles había prohibido, la premisa de la existencia del infinito actual. Aristóteles consideraba a eso absurdo, álogos. Cantor demuestra al mundo la potencia explicativa de aceptar como premisa válida esa idea delirante, la del infinito actual. El prejuicio según el cual al psicótico le falla la lógica es un prejuicio del sentido común. Y el sentido común, como no cesa de demostrarlo la ciencia, es, él sí, una falla lógica. Y es precisamente allí donde reside la fortaleza lógica del psicótico, en el hecho dé que como no comparte nuestros fantasmas el sentido común no lo detiene en sus deducciones lógicas. Eso hizo que Lacan considerara a la psicosis, en especial al polo paranoico de la psicosis, como un ensayo de rigor. Es notable cómo a partir de algunas premisas extraídas del caos de sus primeros padecimientos propiamente psi cóticos (relatados en ios caps.IV a VII de las Memorias), Schreber se las ingenia para reconstruir el orden cósmico merced a una lógica rigurosa, que no se debilita porque los vecinos opinen diferente en la materia. Del progreso de esa lógica con la cual emerge del caos inicial hacia el orden que instaura el trabajo de la psicosis, testimonian los capítulos posteriores al VIL El no presta atención más que a lo que le hace signo desde lo real y eso no es fantasía ni irrealidad, lo toma como premisa, y a partir de allí deduce lo que puede, mucho más ceñido que el neurótico a las reglas de deducción de la lógica. Lacan discernió un déficit en el polo metafórico del lenguaje en el psicótico. Con eso explica, en el Seminario III , los trastornos del lenguaje del psicótico, del tipo de los neologismos, trastornos que se sitúan exactamente en el lugar de la metáfora ausente. Ese défi-
cit es para Lacan consecuencia de la ausencia de la operación del padre como metáfora. Ahora bien, se ve que ese déficit no imposi bilita que el psicótico pueda atenerse al rigor discursivo que exige una lógica digna de ese nombre. La lógica es el arte de producir una necesidad de discurso, se dice desde la antigüedad. Y en eso no encontramos un déficit en el psicótico, sino más bien una tendencia más exagerada que en el hombre común. Por eso el verdadero científico se parece más. a un psicótico que a un neurótico. Cada vez que en la ciencia se descubre algo auténticamente nuevo, eso resulta chocante al sentido común y a la filosofía natural con que la religión pretende legitimar el fantasma colectivo. Freud por su parte respetaba a tal punto la cientiñcidad de las ideas de Schreber, que concluye el historial que le dedicó escri biendo: “...puedo aducir el testimonio de un amigo y colega en el sentido de que yo he desarrollado la teoría de la paranoia antes de enterarme del contenido del libro de Schreber. Queda para el futuro decidir sí la teoría tiene más delirio del que yo quisiera, o el delirio, más verdad que el que otros hallan hoy creíble.” Impresionante, ¿no?, Freud disputa la autoría de su teoría de la psicosis con eí propio Schreber. Lacan no solamente considera al psicótico sujeto del lenguaje, sino que estudia a la psicosis a partir de no considerarla locura, sino un proceso que tiene coordenadas lógicas precisas, a las que el sujeto adhiere sin vacilaciones a diferencia de lo que ocurre con el neurótico, insisto, que suele adherir a aquello que lo descoloca de su posición real en la estructura. En este sentido se podría decir que si el neurótico necesita al analista es porque se contradice todo eí tiempo, y ni siquiera se da cuenta de que se contradice. El psicótico en cambio no tiene ese proble-
ma, no necesita al analista para que revele lo que se le oculta, sus propias contradicciones que desconoce. El psicótico, por la manera en que con el delirio trabaja a partir de su síntoma, no necesita que venga otro a decirle que en tal punto de la lógica de su discurso se ha equivocado, porque su relación con lo inconsciente es distinta. El psicótico puede testimoniar de un inconsciente al que no afecta ninguna Iatencia, y hasta puede rigorizar las leyes de lógica blanda del inconsciente que según Freud desconoce la contradicción, a la manera en que lo hicieron Cantor, Schreber, y tantos otros.
El hecho psiquiátrico primero Por eso Lacan dice, en el Seminario III, cap. X, que el psicótico es un mártir del inconsciente (mártir quiere decir “testigo” en griego), del inconsciente que es efecto del lenguaje, y precisa que el del psicótico es un testimonio abierto, mientras que el del neurótico es un testimonio cubierto, que es necesario descifrar. A partir de que se ha considerado esa distinción se puede llevar a su justo alcance la afirmación de Lacan que se encuentra en la misma página de ese capítulo: “el psicoanálisis aporta al delirio una sanción singular, porque lo legitima en el mismo plano en que la experiencia analítica opera habitualmente”, el plano de los mecanismos de lenguaje del inconsciente. Es la razón por la que Lacan afirma que cualquier apoyo que tomemos sobre la “paite sana” del yo no nos permitiría ganar un milímetro sobre la parte manifiestamente alienada. Eso ya lo sabían los buenos psiquiatras, y por eso Lacan llama a eso “el hecho psiquiátrico primero”: que el apoyo sobre la parte llamada sana no conduce a nada.
Ese hecho psiquiátrico primero lleva a abandonar toda esperanza de curación por ese bies. La escasa operatividad de las propuestas “resccializantes”, laborterapia, etc. se fúnda en eso que Lacan llama el hecho psiquiátrico primero. Si la laborterapia, como su nombre lo indica, aborta antes de alcanzar terapia alguna, es porque su propuesta es genérica y no tiene en cuenta, no la parte sana, sino la otra, enferma o como se le llame, que es donde se juegan las líneas de la estructura, que son particulares para cada sujeto, y no admiten por lo tanto recetas generales. Recuerdo mi sorpresa cuando uno de mis primeros pacientes psicótico s, un esquizofrénico de 21 años con delirio paranoide que jamás había permanecido más de 10 minutos en el taller de 1aborte rapia, comenzó a dedicarse durante muchas horas por día a la pintura, a solas en su cuarto. Durante un tiempo no mostró a nadie esas cartulinas, sólo a mí, al único a quien confiaba sus delirios después de años de catatonía y mutismo. Esa actividad no salía de la parte sana del yo, sino que era una consecuencia directa de su delirio, una forma de expresión nueva, más creativa y tranquilizadora de su síntoma. Con la pintura él lograba tranquilizar la mirada que cotidianamente, durante años, había destruido su deseo bajo la forma de una alucinación muy elemental: veía puntitos, nada más que puntitos, puntitos que no podía describir, que no teman tampoco sentido alguno. Era simplemente la evidencia descarnada del rasgo unario, del significante en lo real. La presencia de la alucinación, por esa vía sublimatoria hay gente que tiembla cuando escucha hablar de sublimación o de deseo en la psicosis, pero evidentemente no es mi caso, fue atenuándose, hasta hacer su vida soportable. Durante años había estado casi permanentemente encerrado en el cuarto de aislamiento de diver-
sas clínicas, por los frecuentes ataques de excitación que le provocaba la visión atroz de la mirada pulverizada en puntitos. Cuando pintaba, el objeto mirada se recomponía, por decirlo de algún modo, se velaba, desaparecía. “Tengo miedo, decía a veces, me parece que voy a ver puntitos, pero no estoy seguro”. La certidumbre del síntoma había encontrado una mediación que lo hacía más soporta ble. Esa actividad artística, por más precaria que fuese a los ojos de los demás no era precisamente un talento, se articulaba bien en su delirio. Se comparaba con otro psicótico, Van Gogh algo que podría hacer cualquier pintor en sus momentos de exaltación creativa pero además se sentía destinado a tener a través de la pintura una participación más importante que la de Van Gogh en la historia de la humanidad. Era su manera de explicar el enorme sacrificio que se le había impuesto al enfermar. Un daño tan enorme como el que había sufrido, sólo podía explicarse por una causa enorme. Es un razonamiento aceptable hasta para el sentido común, ¿no? Era inútil incitarlo a realizar actividades que no tuvieran para él relación directa con su síntoma o con su delirio. No le interesaban y no movía un pelo para hacerlas negativismo, diría el psiquiatra Mi intervención se redujo a escucharlo, a mirar sus cuadros sin muchos comentarios, y a no entorpecer sus razonamientos y sus pro pósitos con mis prejuicios. A veces compartíamos la lectura de alguna página de la Biblia donde él buscaba ayuda para responder algunas preguntas que se hacía en tomo a sus padecimientos, su deseo y su destino. Otro paciente, un paranoico que habíaencontrado sus perseguidores precisamente en su trabajo eran sus clientes más importantes, había recibido como consejo de varias personas, incluido al-
gún psiquiatra, mal psiquiatra, que cambiara de trabajo. No entendían que a él sólo le interesaran esos clientes, sus perseguidores. La dificultad estaba puesta, en su elaboración delirante, en cómo precaverse de esos personajes. El sentido común no entiende que tener de quién precaverse, con nombre y apellido, es ya una defensa contra lo intrusivo del goce, que puede presentarse de un modo mucho más deslocalizado, de un modo tal que no haya forma de precaverse. Para hacerlo, para precaverse de esos perseguidores, mi paciente no encontraba nada mejor que visitarlos a menudo, estudiar sutilmente sus movimientos, sus comentarios, sus decisiones de com pra, sus facturas, y estar muy atento ante cualquier indicio que permitiera comprender sus designios. El estaba en la más absoluta certeza de que lo que ellos hacían o decían le concernía. El hecho de compartir conmigo el detalle de esos signos lo aliviaba, pero en ningún momento descentró su atención de ellos. Ese tratamiento duró varios años, hasta que consideró que podía arreglárselas solo con ellos sin gastar tanto dinero en análisis, con ellos que seguían siendo sus mejores clientes, ¡quién sabe con qué oscuro pro pósito! En ninguno de estos dos casos se trataba de un lógico de la talla de Cantor, ni siquiera de un erudito con los dones intelectuales de Schreber, pero no había ninguna propuesta terapéutica articulable desde el psicoanálisis si no se tenían en cuenta las vías propuestas por lo que Colette Soler llama el trabajo de la psicosis es decir, el trabajo de elaboración que el psicótico tiende a realizar" espontáneamente en la medida en que extrae las consecuencias, por lo general extremadamente pesadas de sobrellevar, que implica su síntoma Cuando ese trabajo permite al psicótico alguna veta creativa,
la cura debe dejarse llevar en ese sentido. Suele proporcionar un enorme alivio. Pero ...iQué significa curafl Cura es la traducción latina del griego terapia, y ambos quieren decir: cuidado, solicitud, entrega, actividad por la que se atiende cuidadosamente algo. También es: esfuerzo angustioso realizado con el fin de cuidar(se). En psicoanálisis, y sobre todo cuando se trata de la psicosis, es fundamental recuperar esa dimensión originaria de la cura, cuando la cura no significaba alcanzar la salud que es un ideal que sólo existe en lo simbólico, y no en lo real™. Hoy en día, cuando existe una Organización Mundial de la Salud, es ya difícil de creer que la salud es nada más que un ideal. Sin em bargo, en el caso de la psicosis veremos que la salud es sólo un ideal, un ideal nocivo. Y no sólo para el psicótico esto es así. ¿Quién de nosotros esta sano?, ¿quién está seguro de estarlo? Aquel de vosotros que esté sano que tire la primera piedra. ¿Quién no necesita curarse diariamente?, y para ello estudia, trabaja, se preocupa, hace actividades innecesarias, habla con otra gente. Heidegger supo hacer de esa inquietud, de esa cura incesante del hombre, su ser mismo, su serahí mientras vive. La Sorge heideggeriana no es otra cosa que la recu peración del sentido originario de los términos de los que derivan el griego terapéutica y su traducción latina que es cura. Jubilarse, literalmente, significa regocijarse. Tal vez la jubilación sea una meta ansiada para muchos. Pero lo que se constata es la rápida decadencia física y psíquica de los jubilados que no se reservan ninguna actividad interesante para hacer; sobre todo en el caso de los hombres, porque las mujeres suelen aguantar más, sostenidas como suelen estar en las actividades domésticas, en el diálogo con otras mujeres, o en molestar a los hijos. Tal vez por eso en
promedio vivan más. Sólo por una incesante actividad es como se manifiesta el hombre, dice Fausto; por una actividad que prolonga y atenúa su síntoma, añado yo, ya que el síntoma es el modo particular que cada uno llene de gozar del inconsciente en lo posible sin excesos insoportables. Freud cita a Heine, quien se divierte imaginando al artífice del mundo en estos versos: “Enfermo estaba; y ese fue de la creación el motivo: creando convalecí, y en ese esfuerzo sané. ” ¿En efecto, qué necesidad podría tener Dios de crear un mundo imperfecto, disparatado y horroroso como el nuestro, esta suerte de mancha de dimensiones múltiples, si no fuera porque estaba enfermo y necesitado de sublimación? Freud ya había entrevisto esta línea de pensamiento, que va a permitimos concebir la posición correcta del analista ante el psicótico. Dice en el historial sobre Schreber: “Lo que nosotros consideramos la producción patológica, la formación delirante, es, en realidad, el intento de restablecimiento, la reconstrucción”. El trabajo del delirio es curativo en sí mismo, porque es un trabajo. Esto no quiere decir que haya que alentar al psicótico a delirar. Para eso por lo general no necesita aliento alguno. Lo que necesita es tener a quién dar su testimonio, y no le es fácil encontrar quien lo escuche, porque en general la gente comprende al psicótico, pero no lo escucha. Comprender, apiadarse, ser caritativos, incluso ponerse en lugar del enfermo, son actitudes que por su nocividad nada tienen que ver con la ética del psicoanálisis. Volveremos sobre esto. Puede parecer que comienzo por eí final, porque en mi primer clase sobre la clínica de la psicosis estoy hablando de la cura de la
psicosis. Quiero indicar globalmente a dónde hemos de llegar para que s'e entienda mejor de dónde debemos partir. Con Shakespeare podemos decir que hay método en la psicosis, y debemos estudiar en cada caso ese método antes de decidir cualquier tipo de intervención. Por que ese método es ya cura, y es el que indica la vía posible de la ayuda que podemos aportar. Los que repiten como los loros que el analista no debe retroceder ante la psicosis, la famosa y enigmática frase de Lacan, descuidan muchas veces el hecho de lógica elemental de que no retroceder no implica avanzar. Quienes avanzan manipulando prepotentemente lo que desconocen, no pueden sino causar estragos peores que los propóleos de la psico farmacología, que al mismo tiempo que tranquilizan, estupidizan. El deseo del psicótico puede ser diferente del nuestro, sí, pero 110 por eso hemos de exterminarlo. No al menos en los numerosos casos en que con su psicosis no molestan a nadie. Los tratamientos de la psiquiatría actual no suelen tener en cuenta la cura del psicótico más que en términos estadísticos (extenuaciones, eliminación de los síntomas, etc.) que sirven a la pro paganda de los laboratorios para convencer a los médicos sobre los beneficios que sus productos aportan al psicótico. Yo no digo que no sean de utilidad en dosis adecuadas. Pero cuando el psicótico es “curado” exclusivamente por esos medios, suele pasarla muy mal, y si alcanza la tranquilidad, puede ser al precio de ía abulia, ese estado de no querer nada, de muerte del deseo que suele caracterizar a los esquizofrénicos después de algunos años de evolución y de malos tratamientos. Ya nada queda en ellos de la cura en el sentido de la solicitud, de la inquietud del deseo que caracteriza al Dasein heideggeriano y al sujeto del psicoanálisis. Así se despeja muy bien la importancia de la clínica como mo
mentó previo a toda terapia, a toda cura, a todo esfuerzo angustioso del analista en favor del psicótico. Porque lo que el analista puede hacer por lo general no va más allá de lo que indica el trabajo de la psicosis como orientación de la cura. El analista ante eí psicótico no tiene otra opción que plegarse a una orientación que preexiste a su entrada en escena. No hay otra dirección de la cura posible, aún cuando haya mucho para inventar a nivel de la táctica de la intervención. En ese sentido no retroceder no implica avanzar, si no es a sabiendas de que se acompaña al psicótico en las coordenadas de la que el analista ya se ha informado bien por haberlo escuchado un tiempo suficiente. Las advertencias de Lacan respecto de que no se debe comprender demasiado rápidamente van en ei mismo sentido. Lo que hay que escuchar no siempre es dicho en primer lugar por el paciente. El psicótico, acostumbrado como suele estar a que nadie lo escuche, y en particular los médicos, opone cierta resistencia al diálogo, resistencia a ía que suele llamarse reticencia es un término de ios psiquiatras. Esa reticencia es su protección contra la posibilidad de que se comprenda demasiado rápido, banalizando aquello de lo que ellos intentan por todos los medios testimoniar. El primer desafío. para él clínico es el de no colaborar con la resistencia comprendiendo antes de tiempo. En sus presentaciones de enfermo Lacan parecía no comprender, siempre pedía una nueva precisión; todo el mundo entendía, pero él no. Parecía animado de un deseo de saber que no se consigue a la vuelta de la esquina. Tal vez por eso decía que su edad mental era de 5 años. Es la edad en que ios niños quieren saber, antes de que la represión y la tontería de los adultos terminen con sus “¿por qué?”. Cuando en la más conocida de las presentaciones de
enfermo que realizó está publicada en castellano el Sr. Primeau dice que tenía la impresión angustiante de encogimiento del sexo, Lacan lo interroga detalladamente para que aclare hasta qué punto se sentía transformado en mujer, si era una experiencia o una esperanza, etc., y Primeau termina confesando que se vio mujer solamente en sueños. Pero Lacan no suspira aliviado, así: ¡Aaaahhh!. El no comprende. Y le pregunta entonces a continuación: ¿qué entiende Ud. por “sueño”? Para Lacan el significante es opaco, no significa nada si no es por su referencia a otros significantes. El toma siempre al pie de la letra que el significante es lo que representa al sujeto para otro significante, y que entonces conviene averiguar cuáles son esos otros significantes. Eso es especialmente interesante en el caso de la psicosis porque esos otros significantes no siempre existen. En el caso del significante neológico, diríamos que ese significante representa al su jeto, sí, pero por más que preguntemos, no vamos a escuchar que el psicótico nos responda cuál es el Otro significante. El neologismo no remite a nada, se cierra sobre sí mismo en el trabajo de significación, y por eso produce un efecto de significación que no es relativa, que no es relativa como siempre es lo que significa el significante en el orden simbólico. La significación del significante neo lógico es absoluta, es una significación enorme que no dice nada m e faltan las palabras para explicarlo. Pero lo que me interesa subrayar en este momento es la potencia clínica de ese método de Lacan, de interrogar al sujeto sobre su síntoma, con la seguridad de que el significante del síntoma representa al sujeto, aún si no se encuentra el significante “para”, el significante para el cual representa. La potencia clínica del método está a la vista cuando uno lee sus presentaciones de enfermo. Es una
clínica sutil, á lafrangaise, que se inscribe en la tradición de Sé glas, Chasiin y de Clérambault. Pero en su caso más que en ningún otro se ve que no es mero gusto por él detalle y por el blabla b l a s i n o que revela de un modo admirable las línea de fuerza por las que el síntoma revela la estructura. Y el síntoma revela la estructura mucho más claramente, cuando se permanece en el registro de la no comprensión, cuando se deja lo imaginario afuera. Porque entonces el diálogo se desplaza en el píáno de la intersección de lo simbólico con lo imaginario sin mediación imaginaria. Y ese es el registro propio del síntoma en el sentido analítico del término. Para responder a la cuestión que introducimos hoy, la de cómo aproximarnos a la posición desde la cual el analista está en condiciones de plegarse a la cura del psicótico, al trabajo de la psicosis, debemos tener en cuenta sobre todo que el fantasma vela lo real, no permite escuchar, impide una clínica precisa, una clínica que sitúe las coordenadas que definen la posición del sujeto en lo real, una clínica que atienda a la configuración de los significantes en su relación con lo real del goce. Ustedes no ignoran que en la psicosis, lá ausencia de la metáfora paterna condiciona la ausencia de la significación fálica. Es decir que en la psicosis los significantes no significan lo mismo que en la neurosis, donde el fantasma permite entender todo en los términos de la significación fálica. El fantasma, en la neurosis, explica qué me quiere el Otro en términos que incluyen la significación fálica traspolada al registro oral, escópico, etc. ¿Qué me quiere el Otro?, me quiere como un ti po chancho, una asquerosa rata hinchada, que es el equivalente del falo esa es la respuesta fantasmática que da el Hombre de las ratas, Es curioso que en el fantasma lo asqueroso, lo espantoso, etc.
puedan equivaler a lo maravilloso, ai falo que requiere el Otro. Pero es así. Dora por su parte pensaba que el falo es la lengua, o algo que entra en relación con la boca. Y entendía todo lo relativo al deseo y al goce es decir, lo importante en la vida en esos términos, como testimonia el historial que le dedicó Freud. ¿Qué sucede cuando algo no entra cómodamente dentro de la matriz de nuestro fantasma? En la medida de nuestra neurosis, lo descartamos como “raro”, o como “loco”, lo desterramos de la Re pública de nuestros pensamientos, como hizo Platón con ios poetas. El fantasma es lo que da el marco a nuestra realidad, nuestra realidad psíquica, que solemos tomar por lo real. Pero en las próximas clases, cuando comparemos la realidad del psicótico con la del neurótico tal como las sitúa Lacan en los esquemas l y R respectivamente, tendremos oportunidad de medir qué diferente es la realidad para uno y el otro. Nada más inepto que un neurótico para acercarse clínicamente al psicótico. Por eso el psicoanálisis, para constituir una clínica nueva de la psicosis, introduce la necesidad ética de no considerar que lo que a mí se me impone como “la” realidad necesariamente sea la realidad del otro, en particular la del psicótico. Es en ese sentido que el analista, aunque no actúe estrictamente como tal con el paciente psicótico ya discutiremos eso, está sin embargo preparado para atenderlo mejor que nadie. En la medida en que para acceder a la pos5 ción de analista ha debido, en su propio análisis, atravesar su f: tasma, ya sabe en carne propia que el sentido común no conduce a lo real, que el sentido común engaña, que quien se ata al sentido común permanece en la realidad de los fantasmas compartidos, los más comunes, los más banales, los más estériles. Para escuchar a alguien que, como el psicótico, testimonia de su relación con lo
real más allá de toda realidad, es necesario extraerse del fantasma, abandonar toda creencia y toda esperanza. Esa es la ventaja del analista, cuando lo es auténticamente. Por haber concluido su análisis, él no se horroriza por salir del infierno de la realidad cotidiana de la que otros hacen su confort, su confort culpable, y siempre un poco deteriorado por el malestar en la civilización. Hipócrates introdujo como principio primero de todo tratamiento médico ía exigencia de favorecer, o al menos de no perjudicar. Antes de dispensar tratamiento alguno es decisivo saber qué sería favorecer, o al menos investigar qué es lo que no habría que perjudicar. De allí ía insistencia que ponemos en el momento clínico, el momento mismo en que se sitúa Lacan cuando escribe, no un artículo sobre el tratamiento de la psicosis, sino Sobre una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la. psicosis. Ese artículo es á mi juicio el más importante, por lejos, de cuantos se hayan escrito sobre la psicosis. Es de difícil lectura, en el estilo de Lacan, quien pensaba que dar a comprender muy rápido hace mal a la gente. Los tranquiliza, los atonta, y les permite evitar lo decisivo, que pasa por las vías de lo que no se comprende intuitivamente. Es de tan difícil lectura, parece, que muchos ni siquiera se enteran de cuál es exactamente la cuestión preliminar que anuncia en su título. Seguramente porque nunca llegaron hasta la última página, donde Lacan lo dice explícitamente. De allí partiremos en nuestra próxima clase, en que nos ocuparemos de la confianza en el síntoma que destila ese escrito fundamental para una clínica psicoanalítica de las psicosis. Intentaré mostrarles la fecundidad de esa confianza, que se sitúa en el polo opuesto a la alianza terapéutica con la parte sana del yo. Partiremos ■de allí para volver sobre el tema del analista y la cura del psicótico,
tema que hoy parece desesperado. Porque están los que curan sin saber ^qué curan, y también ios que se dicen analistas y dicen que el analista no puede nada ante la psicosis, que por lo tanto no es a título de analistas que se encuentran cotidianamente con su psicótico. Como dice Mefistófeles a propósito de la alquimia, “aquello que no se sabe es cabalmente lo que se quiere utilizar, y lo que se sabe no puede utilizarse”. Hemos de considerar si las coordenadas lacanianas abonan efectivamente esa situación desesperada del analista, o si, bien entendidas esas coordenadas, permiten una apertura activa y eficaz del discurso psicoanalítico a la cura de la psicosis. La medicina hipocrática urdió cuatro metas posibles para todo tratamiento médico: la salud, el alivio, la salvación, y el decoro ala vista de los demás. Un analista no se plantearía la salud como meta, a falta de poder extraerla del reino de los ideales. Sí el alivio, claro está, tan buscado por el psicótico, y también el decoro, por qué no aunque no se desviviría por ello. ¿Salvar ai psicótico?, ¿en qué sentido? Intei-vención sobre la transferencia no es solamente un escrito sobre Dora y la transferencia, trata esencialmente sobre el sujeto. Allí Lacan, criticando la cosificación del ser humano que promueve la psicología, habla del valor de salvación de la iniciativa ffeudiana. En la traducción ustedes encuentran eso com pletamente diluido, porque dice “valor saludable”. No, Lacan habla de salvación, no de salud, dice valeur de salut, que quiere decir va lor de salvación , valor de salvación del sujeto de] deseo. Salut es salvación , mientras que salud en francés es san té. Eso es lo único que a mi entender justifica un análisis, la salvación del sujeto del deseo, hundido como suele estar por la perfecta coordinación de su neurosis con la civilización del consumo y de la nada. No se trata
evidentemente de la salvación eterna, más bien todo lo contrario. El psicoanálisis salva ai sujeto del deseo, al extraerlo de la eternidad en que la repetición mantiene al neurótico como si el tiempo no pasara, sometido a la tiranía de la memoria. Si la vida no es más que la repetición de sucesos de la infancia, el neurótico puede considerarse imperecedero. La psicosis no es la repetición de sucesos de la infancia. Lacan mostró que a diferencia de lo que ocurre en la neurosis, no hay una psicosis infantil que condicione esa temporalidad ilusoria que hace dei neurótico su propio doble, indeterminándolo. ¿Podemos extender entonces eí valor de salvación del psicoanálisis hasta el terreno de ia psicosis? ¿ Antes aún, podemos hablar de deseo en la psicosis, o debemos limitarnos en todos los casos a la pobreza conceptual y la comodidad ética con que se repite, como objetivo del tratamiento de la psicosis: “hay que acotar el goce”? ¿Son el alivio, y tal vez eí decoro, las únicas metas que podemos concebir para el tratamiento de la psicosis? ¿O una clínica mejor definida permitiría una apertura diferente del analista a la psicosis? Son preguntas que enmarcan nuestro programa.
El diagnóstico de psicosis: ES síntoma en la estructura Gabriel Lombardi Es común hablar de ía psicosis en singular. Los psicoanalistas muchas veces lo hacemos» dejando de lado momentáneamente la diversidad ciínica de las psicosis. Esto deriva en en parte del del hecho de que el psicoanálisis parece haber encontrado, con la forclusión del significante paterno, un unaa teoría teoría “unificada” de la etiología etiolo gía de las psicosis. Pero ni Lacan ni los lacanianos hemos explicado suficientemente la diversidad clínica que resulta a nivel de la clínica, aunque todas las psicosis dignas de ese nombre sean consecuencia de dicha forclusión.
Una teoría unificada que no explica iodo Sin embargo, el elemento que consideramos crucial en el diagnóstico de psicosis se verifica en cada caso, se trate de una paranoia, de una forma paranoide de la esquizofrenia, o de una melancolía: nos referimos al punto señalado por Lacan de inercia dialéc-
tica en que se encuentra el sujeto sujeto cuando el significante de su síntoma está en lo real, como un significante que no se liga a nada. Allí encontramos un punto asegurado para el diagnóstico de la psicosis, incluso de la prepsicosis. En ese punto de inercia dialéctica inconmovible, el síntoma se articula en la estructura con una nitidez incomparable. En eso el neologismo es paradigmático. No definimos al neologismo como lo hacen los lingüistas o los psiquiatras (una palabra que no existe en el léxico compartido por una sociedad). Para el psicoan psic oanalis alista ta el ne neolo ologism gismoo del psicótic psic óticoo es un signif sig nifica icante nte indefi ind efinible, un significante absolutamente resistente a la operatoria de la definición, ya que no se relaciona con otros términos al modo del diccionario, no se articula a ellos en un saber de diccionario, aun si se trata de un término que para el resto de los hispanohablantes está en uso. Es inútil en algunos casos buscar el elemento fonemátíco mínimo que permita distinguir el neologismo de la palabra aceptada en el grupo, como haría el psiquiatra. Porque hay casos en que no se diferencian en los fonemas: un paciente decía que se le metían los maricones en el ano y para tratar de evitarlo se rodeaba con toda clase de trapos. El término “maricones” figura, en singular, en el diccionario de María Moliner, donde es definido como un insulto grosero a partir de un diminutivo de María (Marica). Pero para pa ra ese paciente paci ente no era así, pa para ra él era un término térm ino indefinib inde finible, le, no se asociaba con nada por fuera de esa frase en que el sujeto se sentía concernido sin poder explicar más, y que repetía siempre con gran angustia: “¡se me meten los maricones!”. Ese significante es un neologismo para nosotros, sin que lo sea para un lingüista. Ese significante adquiere adq uiere un uso neológico en el decir decir del paciente. Al mismo tiempo el neologismo suele ser un término que está
sintácticamente bien articulado en la frase en que se incluye, porque no es ése, el de la sintaxis, el nivel en que se sitúa el trastorno del lenguaje al que llamamos neologismo. La sintaxis se juega en el nivel de la composición de significantes que ocupan lugares contiguos pero diferente en la cadena. El neologismo no es un trastorno de la sintaxis, sino del polo en que los términos se pueden sustituir uno's a otros, en un mismo lugar de la cadena: el polo metafórico. Por ejemplo podemos decir “el lucero vespertino” en lugar de “Venus”, para retomar un ejemplo de Russell. El neologismo es un término tal, que no se puede sustituir por ningún otro. Esa es la definición más precisa que encontré de neologismo. Denota entonces un déficit en el polo metafórico del lenguaje. Son las relaciones paradigmáticas de Ferdinand de Saussure las que están afectadas en el neologismo, pero no las sintagmáticas. El paciente paci ente del qu quee les hablo pod podía ía construi cons truirr algunas frases gram gr amat atiicalmente correctas con ese término, pero no podía en cambio definirlo, porque la operación de definir se juega en el plano de las relaciones laciones paradigmáticas: consiste cons iste en sustituir el definiens por el de fini fi nien endu dum m , o en yuxtaponerlos. Eso produce el efecto de aislamiento del término neológico, que siempre está como fuera de contexto, como un significante extraído de lo simbólico, sin valor semántico, sin significación, una especie de adoquín en medio de la cadena. Es un significante que a pesar de conservar en muchos casos un aspecto de corrección formal, sintácticamente bien situado, sin embargo tiene un peso de ruptura de la significación que permite ilustrar muy bien lo que Lacan llamaba significante en lo real Cuando el significante perdió sus lazos semánticos con otros significantes, sus lazos de producción de significación, se trata de una intersección pura de lo simbólico con
lo real, sin esa mediación imaginaria a la que llamamos significación. El neologismo no significa nada, nada en particular. Puede tener para el sujeto una significación enorme, pero nada en particular. El neologismo es un buen ejemplo de inercia dialéctica, pero no es el único. Cuando la melancolía llega a la psicosis, el punto de inercia dialéctica no es por lo general nada que parezca un neologismo, sino ia certeza por ejemplo de no servir para nada, de ser un desecho, o de deber morir. La inercia dialéctica por lo general se traduce subjetivamente como certeza, y eso en cada tipo de síntoma propiamente psicótico. Se trate de un neologismo, de una intuición delirante, o de una alucinación. El término de esquizofrenia, rechazado por Freud y por Lacan, es de uso tan masivo que ya parece inútil resistir. Freud lo consideraba inadecuado porque etimológicamente quiere decir “la sede del alma, dividida”, y eso es válido también en el caso del neurótico; por la existencia misma del inconsciente, la sede del alma está siempre dividida, aunque no siempre de la misma manera. Para la psiquiatría la mayor parte de los psicóticos merecen ese rótulo. ¿Hay certeza en la esquizofrenia? Muchos psiquiatras y analistas parecen creer que no, en función de que el delirio del esquizofrénico suele ser muy variable, móvil cual pluma al viento. Sin embargo debemos objetar que la certeza no necesita ser duradera para ser cierta. Si es verdad lo que dice Lacan, que para el esquizofrénico todo lo simbólico es real (lo dice en su Respuesta al comentario de Jean Hyppolite), entonces no un significante, sino cada significante está en lo real, cada significante es opaco desde el punto de vista de la significación, cada significante está extraído de lo simbólico, descontextuado, cada significante es dialécticamente inerte.
Es decir que no hay para el esquizofrénico, como en el caso del paranoico, un significante en io real que produce la certeza de estar .referido a él, sino que al parecer cada significante está en esa situación, tal vez porque la noción misma de “uno”, lo que “uno” tiene de unificante o de individualizante, no funciona bien. Entonces allí “un” significante no quiere decir nada. El sujeto esquizofrénico es el sujeto que no es “uno”. Es habitual en los servicios de internación encontrar casos en que “se entiende” muy poco de lo que el paciente dice, porque el neologismo es permanente, en el lugar de cada término lexical hay uno de uso neológico. Ese sujeto, a diferencia del neurótico que no se entera, sabe que el significante no representa otras cosas sino que lo representa a él, habla de él, convocándolo incesantemente a la superficie de lo audible o de lo visible lo que suele ser intolerable para el psicótico es precisamente esa imposibilidad de ocultarse, de tacharse, de desaparecer, como testimonia el Sr. Primeau ante Lacan en su presentación de enfermo. Lo que diferencia a grandes rasgos el polo paranoico de la psicosis del polo esquizofrénico, es que el primero tiene éxito en alcanzar una organización discursiva donde se ordenan los fenómenos elementales. Se ordenan en “ese universo siempre parcial al que se llama delirio” dice Lacan en ese mismo texto, donde opone explícitamente esquizofrenia y paranoia. Para el polo esquizofrénico tal vez sería mejor retomar el término kraepeliniano de demencia, ya que lo que no se ordena discursivamente deja al sujeto en la imposibilidad de ordenar tan siquiera sus órganos en una unidad llamada cuerpo. Cuando la pérdida de los límites es tan brutal, el sujeto se ve ante el caos de sus propios órganos y de las funciones que les adjudica el lenguaje sin la ayuda de ningún órganon, de ninguna lógica.
En ese caso es difícil hablar de estructura, es difícil delimitar algo en particular como síntoma. Parece más bien tratarse de una disgregación de la estructura, de un desencadenamiento a veces irreversible, sin que nada consiga hacer un nuevo encadenamiento, un nuevo anudamiento de los elementos que componen la estructura (llámeselos real, simbólico e imaginario, o como se quiera). Y allí hay un límite para el poder explicativo del psicoanálisis, J.A.Miller dice, en su excelente artículo Esquizofrenia y para noia, que para Freud se trata de saber cuál es la parte susceptible de explicación, qué es lo que hay de paranoico en la demencia. Recuerda allí que el título que elige Freud para su articuló sobre Schreber es Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de para noia (Dementia parañoides) descrito autobiográficamente . Es efectivamente notable que Freud, en 1911, después de la ó° edición del Tratado de Kraepelin con su enorme influencia, haga equivaler paranoia y dementia paranoides forma paranoide de la demencia precoz. Lo que Freud se siente en condiciones de explicar, es la parte paranoica de la demencia paranoide. El va a hablar en ese escrito, efectivamente, del mecanismo paranoico, no del mecanismo de la demencia. La demencia parece ser una mecánica de desarticulación, tan inaccesible a la explicación como lo es la entropía para los físicos. Entonces, cuando hablo de psicosis, me refiero básicamente a la paranoia, o al polo paranoico de la demencia precoz. Entendido de esta manera, hay una unidad, o al menos una orientación unitaria del campo de las psicosis, tanto a nivel del síntoma (inercia dialéctica, certeza, significación absoluta) como a nivel de la operación estructural y transfenoménica de la que depende (forclusión del significante del nombre del padre, significante en lo real). Porque
no hay metáfora, el significante no se encadena en el eje paradigmático, fracasa la sustitución. Consecuentemente, me limitaré a hablar de aquellas psicosis en que existe un trabajo de la psicosis, es decir una elaboración que alcanza a determinar límites, y que por lo tanto permite al sujeto encontrar espacios tabicados donde guarecerse, y alguna tierra firme donde apoyar su actividad. Me refiero a lo que en la terminología de entrecasa suele llamarse ‘"tela”. Que un psicótico tenga tela, es una manera autóctona de describir su aptitud para tolerar alguna consistencia lógica, es decir, una relación con lo real mediatizada por el discurso, o al menos por el delirio.
La confianza en ei síntoma El analista instaura ante su paciente, sea éste neurótico o psicótico, una distribución subjetiva que es específica del discurso analítico. Lo primero que cumple el analista con su acto, es la cesión de la posición de sujeto al paciente. Ese solo gesto autoriza la transferencia, ya que la transferencia implica que el sujeto no reconoce en quien lo escucha a otro sujeto, sino que lo toma como objeto. El analista, al dejarse tomar como objeto, abre la puerta al desarrollo de la transferencia. Para que esto sea así, no es necesario esperar cuatro meses, porque tiende a producirse ya en la primera entrevista, si es que el analista cede decididamente la posición de sujeto. ¡Pero qué enigmático suena: ceder la posición de sujeto! ¿Qué es la posición de sujeto, y cómo cederla? Es el misterio mismo del psicoanálisis, es lo que se aprende en el final del análisis, en ese cambio de posición al que Lacan llama destitución subjetiva. Para
no contentarnos con la oscuridad, podemos adelantar que la posición del analista no se sostiene si de su parte no hay una destitución subjetiva operando. Sólo un sujeto que acepta resignar sus títulos, sus significantes, su decir de sujeto del inconsciente, al menos transitoriamente, sólo él puede tolerar que cuenten únicamente, durante toda la entrevista o la sesión, los títulos, los emblemas, los significantes que representan a otro sujeto, al paciente. La posición del analista ante el psicótico no puede ser otra. Ese es un sentido en el que debe entenderse que el analista no debe retroceder ante la psicosis. Si el analista no tolera ceder la posición de sujeto al psicótico, no merece llamarse analista no al menos en relación a ese paciente. Y ese es el punto preciso en que entra el psicoanálisis en el terreno de la psicosis. Por eso Lacan comienza el tercer parágrafo del cap.I de su artículo sobre la psicosis, con un ejemplo clínico del que destaca que lo que se obtuvo como hallazgo en una presentación de enfermo la confesión por parte de una paciente de un fenómeno bastante sutil que permitía precisar el diagnóstico, lo que allí se obtuvo es ei precio de una sumisión completa a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo . Merced a esa sumisión Lacan evitó fomentar la reticencia del paciente, y facilitó la confesión del síntoma elemental. Quiero decir que no es que venció la reticencia, sino que evitó engendrarla él mismo. En psicoanálisis nunca hay nada que vencer, porque no es el discurso del amo. Los que hablan de vencer la resistencia del neurótico, o la reticencia del psicótico, terminan en los senderos de la sugestión, y se apartan así del psicoanálisis. Una vez eso establecido, una vez bien situado el paciente como único sujeto que cuenta, llama la atención el clima de intimidad que se logra en la entrevista. Sobre todo llama la atención cuando
se logra ante algún público, como en el caso ele la presentación de enfermo. ¿Cómo es que el público no excluye la intimidad? En el polo opuesto se puede situar el caso de una paciente mía que nunca logró intimidad suficiente con ningún hombre» aun estando a solas con él. El análisis revela en ese caso que la mirada celosa del padre está presente, más presente por cierto que el partenaire al que no se entrega. ¿En qué consiste la intimidad de un encuentro entre dos? Es el encuentro del sujeto con su objeto, su objeto interno, encarna ;■ do por un partenaire. Puede ser un encuentro ilusorio, fantasmático, / pero la condición es esa, que el sujeto encuentre un “semblante” de su objeto en el partenaire. Como esa presencia es suficientemente ; cautivante, el público pasa completamente a un segundo plano, co mo para los enamorados en la vereda. Tomen esto como una antici ; pación, porque tenemos que volver en detalle sobre el problema de la posición del analista en el tratamiento de la psicosis. Hay mucha v gente que dice que ante el psicótico la suya no debe ser una posición de objeto a como con el neurótico. Se tejen diversas conjetu . ras, y a todas ellas se las hace derivar de la enseñanza de Lacan. Centremos por ahora nuestra atención en el síntoma de la psicosis. La posición de Lacan puede sintetizarse en lo que hace unos años se transformó en una consigna: la confianza en el síntoma. Recuerdo el impacto que produjo en Córdoba, en 1987, la conferencia de Eric Laurent donde traía esa propuesta en las Jornadas preparatorias del Encuentro sobre psicosis que se realizó el año siguiente en Buenos Aires. ¿Qué quiere decir confiar en el síntoma en el caso de la psicosis? En primer lugar tomemos algunas de las razones por las que se puede desconfiar del síntoma. La primera es la que encuentran los analistas de la Í.P.A., sobre todo los adscritos a la psicología del yo. Se puede sintetizar su po
sición en que prefieren tomar como referencia segura, e interlocutor válido, a lo que ellos llaman la parte sana del yo. En cambio el síntoma, eso no es normal, uno no puede entenderse con eso. En los Estados Unidos cada vez se habla menos de síntoma. Eso pertenece al pasado. Ahora se habla más bien de disorder , es decir algo que se aparta del orden. No crean que eso ocurre muy lejos nuestro. Es difícil substraerse a la comodidad de la apelación al orden y la cordura, a lo que el sentido común llama cordura. Es más fácil no escuchar más que lo que uno ya conoce,, es decir a la gente como uno. Y en el psicótico suele haber una parte que es . como uno, entonces lo comprendemos a partir de ahí. Pero nada más alejado de la clínica psicoanalítica que eso. La segunda razón para desconfiar del síntoma se basa en que el síntoma no es confiable porque engaña, nos presenta un significante en lugar de otro, y además, en la neurosis, no se sostiene sin las fantasías, etc. La mayor parte de los analistas después de Freud, y aún de Lacan, pensaron que el síntoma era lo manifiesto, y que por lo tanto no era lo importante. Entonces los tratamientos pasaban rá pidamente al análisis de las fantasías, descuidándose por completo el síntoma. A tal punto esto suele ser así, aun actualmente, que los analistas muy frecuentemente no pueden situar cuál es exactamente el síntoma que padece su paciente cuando consulta, y mucho menos cómo se va transformando durante la cura. Ya hemos hablado de la posición de Freud y de Lacan en cuanto a la neurosis: el síntoma es para ellos una brújula en el análisis, es un motor del que depende no sólo la orientación sino también la posibilidad misma de que el análisis avance; y además hay un elemento incurable del síntoma que se encuentra en el final del análisis, elemento que no necesaria-
mente es un mero impedimento, sino que puede ponerse al servicio de la actividad más creativa del sujeto menos conforme al sentido común. En relación a la psicosis, la confianza de Lacan en eí síntoma se podría decir que es mayor aún. En el cap.I de su Cuestión prelimi nar , al final del punto 4, se opone a considerar ai síntoma como el índice de un proceso oculto. Por el contrario, dice que en ninguna parte el síntoma, si se lo sabe leer, está más claramente articulado en la estructura misma que en la psicosis. Y esto es así en función del testimonio abierto que da el psicótico cuando se lo escucha convenientemente. Se puede decir que en su síntoma no hay ninguna verdad que develar', nada sobre todo del orden del ocultamiento y la develación en el registro de lo metafórico don de siempre queda algo bajo la barra, latente. Su síntoma participa en cambio de un trabajo de cifrado activo, de construcción, que espontáneamente tiende a realizar la psicosis, a partir del cual debe orientarse el analista. Se trata más bien de atender a las coordenadas lógicas que de descifrar lo oculto. En la psicosis no hay nada oculto en el sentido de la represión freudiana. Y lo forcluido no oculta nada, arroja más bien al significante en lo real, desde donde retorna abiertamente en el síntoma.
El sujeto de la alucinación. Vale la pena preguntarse por qué Lacan comienza su Cuestión preliminar revisando la doctrina clásica de la alucinación, la monótona teoría de la alucinación en la psiquiatría. Se puede decir que en general, salvo excepciones, los psiquiatras nunca definieron a la
alucinación de una manera distinta de la que lo hizo Esquirol en. 1838: es una percepción sin objeto. Incluso Henri Ey, que escribió un Tratado de las alucinaciones de más de 1500 páginas, y que parece atisbar por momentos otra manera de pensar la cosa la alucinación consiste en percibir un objeto que no debe ser percibido, dice en uno de sus párrafos más lúcidos no escapa finalmente del prejuicio ingenuo de que “la alucinación es una percepciónsinob jetoapercibir’\ en sus términos. Lacai. discierne en esa definición tan ampliamente aceptada, el efecto persistente de la lenta decantación filosófica de un prejuicio psicológico “cocinado"’ durante siglos, que para dar cuenta del conocimiento concluye en la teoría abstracta de las facultades del su jeto que Uds. estudiaron en el colegio y en esta Facultadaunque la psicología de nuestra época ya prescinde de ella, motivada como está por la informática y las nuevas formas de la inteligencia La inteligencia, la voluntad, el afecto, etc., eso no es un invento del siglo XIX, eso se prepara ya desde Platón y Aristóteles. En cierto sentido estaba ya preparado en la antigua Grecia, aunque luego es condimentado y revuelto por la escolástica. Lo que llega a la psiquiatría como teoría son ya refritos de guisos cocidos hace tanto tiempo, que es imposible que adquieran alguna funcionalidad res pecto de lo que Lacan en la primera página llama efectos subjeti vos , efectos que en la era de la ciencia moderna exigen otro tratamiento. ¿A qué efectos se refiere? A los que Freud reveía en el alba de nuestro siglo, en un descubrimiento tan original que no debe nada a ninguna psicología, Freud aparta con gesto decidido el viejo guiso que ya huele decididamente mal, a pesar de los tratamientos bro matológicos que la ciencia anglosajona le ha efectuado, y a pesar
también de los condimentos franceses, que saben atenuar el gusto de los alimentos un poco pasados. Freud elige tomar en cambio las fuentes antiguas de la omrocrítica, también las de la exégesis talmúdica, y los avances de la neurología de su época, para centrar todo su empeño en lo que ya no será el ser humano el alma infundí da al humus, sino el sujeto que es efecto del lenguaje, el que se incluye en el desciframiento de los textos para volverlos legibles. El sujeto que padece en la neurosis, en la perversión y en la psicosis, no es el ser humano que “conoce” bien o mal a su objeto, sino que es el sujeto que el fuego frío del significante inscribe en la carne, el sujeto que allí se desgarra entre goce y ausencia. Ese sujeto, que la psicología siempre ignoró, despierta con el descubrimiento freudiano, y emigra desde la zona sagrada de la locura donde solía manifestarse sin que nadie lo advierta, hasta la de la extraña racionalidad del discurso analítico que lo distribuye en la neurosis, la perversión y la psicosis. Extraña racionalidad, sí, donde neurosis, perversión y psicosis son tres formas normales del deseo, según dirá Lacan 60 años después de la Traumdeutung, en algunas lecciones sobre las que deberíamos volver. Es precisamente el problema de la subjetividad en la psicosis lo que lleva a Lacan a considerar en primer lugar la alucinación en la Cuestión preliminar. Parte allí del hecho de que la psicología presupone como correlato de lo percibido (Lacan escribe en latín perceptum en lugar de “lo percibido”, para destacar que esos términos provienen, a lo menos, de la escolástica), presupone como correlato del perceptum un percipietis, un sujeto que percibe unificado, único. Es eso a lo que la psicología de nuestro siglo llama con total desparpajo: "individuo” que literalmente quiere decir: no dividido. Suponer que a lo que se percibe corresponde un individuo que
lo percibe, podría no pasar de ser un juego de palabras. En todo caso es uña petición de principio. Es ei ideal de la relación sexual puesto en términos de la fenomenología de la percepción más ingenua qiie se pueda concebir. El hombre asi “conoce” a la mujer, em píricamente. A todo objeto en el perceptum corresponde un sujeto individual como percipiens , que viene a ser su media naranja epistemológica. Lo percibido puede incluso ser erróneo, pero el perci piens es indiscutiblemente unívoco para el psicólogo. La pregunta que introduce la alucinación en verdad es esta: ¿qué clase de percipiens hay que suponer a un perceptum sin objeto? La psicología responde que se trata de un percipiens que no se atiene a “la” realidad, el loco padece un trastorno a nivel sensorial» cree ver u oír donde no hay nada para ver ni para oír. El psicólogo y el psiquiatra se resguardan así de la locura. Para ellos está claro que hay “la” realidad, única, objetiva, abordable “científicamente”, y ellos encuentran sus referencias en esa realidad. Entre ellos y la locura (y también entre ellos y las mujeres) hay un muro de contención, una valla de protección elaborada y resguardada por el saber universitario. ¿Qué locura pensar, como hace el psicoanálisis, que no hay tal “la” realidad! Pero antes del psicoanálisis, ya un clínico de genio, LSéglas ha bía conmocionado la teoría clásica de la alucinación con un descu brimiento sutil y sorprendente. En su célebre libro Des troubles du langage chez les alienés {Los trastornos del lenguaje en los aliena dosA publicado por primera vez hace 100 años, en 1892, introduce una precisión decisiva para toda consideración clínica o psicopato lógica de la alucinación. Séglas parte de una posición novedosa en su época, diciendo que va a abordar el estudio de la alucinación en sus relaciones con
la función del lenguaje. Despejado así el prejuicio de que las alucinaciones son sensoriales, introduce el dato clínico fundamental de que muchas alucinaciones supuestamente auditivas son acompaña das por musitaciones, movimientos fonatorios esbozados, movimientos de articulación del lenguaje (lo cual nos hace sospechar que el sujeto que escucha no se reconoce en la emisión que sin em bargo lo implica). Las alucinaciones psicomotrices verbales pueden ser verbales sin ser auditivas, sin ser audibles tampoco. A veces el enfermo escucha voces, pero de adentro del cuerpo, no de afuera, en una suerte de “emancipación del lenguaje interior”, dice Séglas. Por otra parte, las alucinaciones auditivas pueden serlo pero como en eco de la actividad del pensamiento: por ejemplo en el caso de las alucinaciones psicosensoriales en que “el sujeto no puede pensar sin escuchar su propio pensamiento netamente formulado en sus orejas”. Comentando ese descubrimiento de Séglas, Lacan extrae de él las consecuencias más urgentes para la clínica psicoanalítica. Al final del punto 2 del cap. I de la Cuestión preliminar afirma que el sensorium, la sede de una facultad perceptiva, es indiferente en la producción de una cadena significante. Y que por eso mismo la cadena significante puede imponerse por sí misma al sujeto en su dimensión de voz, sin necesidad de que intervenga ninguno de los órganos de los sentidos. Es el mismo significante lo que se impone como voz equívoca. Por eso, más que denotar un perceptum erróneo, es al sujeto más bien a quien la alucinación plantea como equívoco: ¿el sujeto es el que emite o el que escucha en la alucinación psicomotriz ver bal?, ¿es el que piensa, el que escucha, o el que habla en las orejas del enfermo en la alucinación psicosensorial? ¿En este último caso,
es el mismo sujeto que piensa el que habla desde el exterior al sujeto que escucha? Hay casos en que la atribución subjetiva en juego en la alucinación es polifónica, como un coro de múltiples voces. La tesis de Lacan es que la estructura propia del significante determina esa atribución subjetiva que, regularmente, es distributiva. La voz no es originariamente una percepción, sino que es un efecto del significante, uno de esos desechos arrojados al mundo por la existencia del significante a los que llamamos objetos a, y que son el soporte del sujeto. Esto que en el siglo pasado podía parecer una abstracción, hoy en día, por la existencia de las cintas o los discos grabados, encuentra una materialización evidente. La voz puede envasarse. El significante ha llegado a producir eso, la voz envasada, la voz de Míchael Jaekson destinada a ser procesada por Manli ba. Lo verdaderamente interesante para nosotros, es que ese desecho del significante pueda ser soporte de un sujeto, de un sujeto que no tiene otra substancia que la que le presta ese soporte. Eso es lo que lleva a Lacan a decir que el sujeto es inmanente a su alucinación verbal lo dice en el Seminario XI, pág. 265. El sujeto se sostiene en esa cosa, en la voz, hasta el punto de ser inmanente a ella. No hay otra sustancia más que el objeto a para soportar una parte del sujeto. Lo que especifica a la psicosis alucznatoria, es el hecho de que eso se haga evidente. Dejo de lado ahora el tema del objeto a en las psicosis, del que me ocuparé en la próxima clase, para volver sobre la enseñanza fundamental respecto de la clínica del sujeto que deja el primer ca pítulo del texto de Lacan, referido a la alucinación. Es lo que encontramos en el pasaje del punto 2 al 3 de ese primer capítulo de la Cuestión preliminar. Así concluye el punto 2: “la estructura propia
del significante es determinante en esa atribución (subjetiva) que, por regla, es distributiva, es decir a múltiples voces, y que entonces plantea al percipiens , pretendidamente unificante, como equívoco” . Y comienza el punto 3 anunciando el famoso caso de una presentación de enfermo (el de la alucinación injuriante: ¡marrana!), donde lo que en esencia va a referir, es la respuesta que obtuvo de la paciente a la pregunta de qué se había dicho ella misma antes de escuchar el insulto de su vecino: ella, con una sonrisa, concede haber dicho: “vengo del fiambrero...” A la manera, dirá Lacan, en que en los diálogos amorosos un dulce insulto, “¡ratoncito!” por ejemplo, responde a un “¡te como I” del partenaire, en el intento por atrapar ese objeto que es la sustancia del sujeto más allá de los significantes que, representándolo, lo idealizan y lo ausentan. Lacan sintetiza esa enseñanza clínica en estas palabras que ya he citado: “tal hallazgo es el precio de una sumisión completa aún si no es inocente a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo”. A esa clínica sutil, la del sujeto, no se accede sin esa sumisión, que es la propia del analista como clínico. Pero lo que me interesa más que nada destacar ahora, es que Lacan no habla de la posición subjetiva del enfermo, sino de las posiciones subjetivas, en plural. El significante se impone en su dimensión de voz, dimensión en que habita el sujeto, pero sin que eso garantice ninguna individuación, ninguna unificación operada por una sustancia única. Por el contrario, el significante en su dimensión de voz hace estallar al sujeto distribuyéndolo' entre el oyente, el emisor, aquél al que el enunciado alude, etc., pero sin que eso nos autorice a hablar de varios sujetos. Es más ajustado a la estructura decir que el sujeto se escinde, se distribuye. Si en cambio hablamos de varios sujetos, eso se presta
inmediatamente a ia idealización psicologizante de la intersubjeti vidad. Es'crucial para el analista evitar eso porque abre la tentación de ocupar alguna de las posiciones subjetivas del psicótico. El analista no puede decir: ¡total, como tiene tantas, me puede prestar una! Eso daría algo del tipo de una fol fo l ie a deu d euxx. El significante ambiguo de la alucinación, que suele llevar esa tonalidad burlona, alusiva, irónica, incluso injuriante para el sujeto, oculta con su ambigüedad dice Lacan en el punto 4 la duplicidad del per p erci cipp ien ie n s, la escisión del sujeto que percibe ese significante. En psicoanálisis entonces, como ya Séglas lo había advertido, lo esencial de la alucinación es el fenómeno de lenguaje, el único que permite perm ite cern ce rnir ir la posición o las posicion pos iciones es del sujeto. El fenómen fenó menoo encuentra en el lenguaje sus coordenadas de estructura. El sujeto se concibe entonces como una un a estructura vacía, sin contenido contenido ni significación, que es representado por el significante del enunciado, pero que participa al mismo tiempo del emisor y del receptor en la enunciación del significante. Así se entiende que el escuchar y eí hablar sean el derecho y el revés del mismo acto, el acto en que el pe rson onaa era más sujeto se distribuye entre las “personas” (en latín pers cara) que pueblan el fenómeno alucinatorio. No ha hayy qu quee creer, sin emba em bargo rgo,, qu quee esas esa s máscar má scaras as son so n de lo imaginario. Eso puede creerlo el psicólogo, que comprende sobre todo lo imaginario no hay más que lo imaginario para comprender. Esas personas que pueblan la alucinación son, antes que nada, el efecto de d e atribuci atribución ón subjetiva que induce indu ce el significante en lo real, el significante que no significa nada. Más que en ningún otro tipo clínico, en la psicosis es evidente que lo subjetivo no entrará jamás jam ás en la realid rea lidad ad del psicó p sicólog logoo que compre com prende nde antes inclus inc lusoo de escuchar, escuchar, porque porqu e la subjetividad subjetividad es algo algo que se encuentra en lo real, real,
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más allá de la realidad que se comprende. El sujeto es una criatura que el significante introduce como efecto en lo real, y que parece diferenciarse de los elementos de lo real que estudia la física los fotones, los quarks, que no significan absolutamente nada por ser un efecto efec to de significación. El sujeto no es otra cosa que un efecto de significación, efecto de significación en lo real, si es cierto que el significante representa al sujeto para otro significante. ¿Qué quiere decir que el sujeto es u l efecto de significación en lo real? ¿De qué modos diferentes esto se verifica en la neurosis y en la psicosis?
El sujeto, efecto de significación Deberían parecerles contradictorias dos afirmaciones que acabo de hacer: una es que el sujeto es un operador estructural vacío de significación. La otra es que el sujeto es efecto de significación. Si ustedes unen a esto el hecho de que el significante que produce ese efecto de significación llamado sujeto es el significante asemántico [asemántico = sin significación], pueden pensar entonces que desvarío. Pero creo que no es así. Voy a explicarlo. A decir verdad al psicoanálisis sólo le interesa lo asemántico del significante. El desciframiento analítico en la neurosis no brinda al final del trabajo una significación, sino un punto preciso de falta de significación al que Freud imagina en el sueño como un ombligo, donde el significante linda con lo real que resiste a la com prensió pre nsión. n. En la psicosis 110 es necesario en cambio el desciframiento interpretativo, ya que el analista encuentra lo asemántico casi ínme
diatamente, sin interpretar. En cierto sentido allí no hay nada que descifrar.vEn la neurosis en cambio los significantes significan en relación a otros significantes, y lleva mucho tiempo todo un anális is is llevar al neurótico hasta el punto en que ha de reconocer reconocer que el significante, pa p a ra salir sa lir del de l reino del de l fan fa n tasm ta smaa y alca al canz nzar ar lo real, debe paga pa garr el precio de una pérdida pérd ida completa comp leta de significa significación. ción. Lo real y la significación se excluyen mutuamente. Es decir que desde este punto de vista, que es el de Lacan, el neurótico logra recién al final del análisis lo que para el psicótico está en cierto sentido ya dado desde el comienzo sólo en eso los comparo, no estoy diciendo que el final del análisis psicotice a nadie. En la neurosis la metáfora es fuente de significación, pero ustedes ya saben la marca que lleva esa significación por la operación de la metáfora paterna, la significación lleva la marca fálica, es significación fálica. En el dominio de la neurosis entonces el significante parece representar al falo en vez de representar al sujeto. Y es así como se detecta la posición subjetiva en la neurosis, allí donde en lo inconsciente el sujeto se identifica al falo. El análisis le muestra en cambio que en el lugar preciso en que él se identifica al, falo, significante del goce, él no es más que un sujeto, es decir un efecto del significante sin valor de goce ni significación. Eso es la castración. Se S e puede definir definir a partir de ella entonces negativamente al sujeto, sujeto = no es el falo. Esa desilusión tiene su ventaja, y en eso la ética del psicoanálisis aprovecha lo que se constata en la experiencia: si el sujeto se identifica al falo está neuróticamente sujeto a la inminencia de la castración. Sólo por eso la angustia del neurótico es angustia de castración, angustia que desorienta. Cuando esa identificación tonta del sujeto al falo se pierde, no hay ya ninguna castración que te-
mer, ninguna castración que no haya ya operado. El final del análisis permite constatar que uno ya perdió lo suficiente, que no es necesario perder más, que se puede adquirir y usar lo que a uno le queda, que no es tanto. En la psicosis, en cambio, el significante no significa nada, y es a ese precio que se descubre al sujeto como eso que viene al lugar de la significación sin tenerla. El psicótico es entonces un sujeto al que la significación fálica no sustituye, no enmascara. Es precisamente por eso que Lacan mismo puede fechar, en su último gran escrito L ’é t o u r d i t el momento preciso en que introdujo al sujeto como efecto de significación en su enseñanza: el 11 de abril de 1956. Se refiere a la clase del Seminario III que lleva por título: El significante, como tal , no significa nada. Lacan da una precisión más en L ’étourdit. En la página 14 (Sci licet, vol.4) dice: el sujeto, como efecto de significación, es res puesta de lo reai En otros términos, aproximados sin duda, el sujeto es lo que en lo real responde como significación a la intrusión del significante asemántico. En la neurosis en cambio, lo que res ponde a la intrusión del significante en la realidad (es decir en el fantasma, que tapa lo real) es la significación fálica. Eso se traduce en el hecho de que en las psicosis las coordenadas clínicas son incomparablemente más puras, allí la clínica del psicoanálisis encuentra el testimonio abierto de las posiciones sub jetivas sin el velo pegajoso e intrincado de la significación fálica, que hace tan largos los análisis. Y esto nos permite leer de una manera más precisa la frase de Lacan que ya he comentado, de que en ninguna parte como en la psicosis el síntoma (que define la posición del sujeto) se articula tan claramente en la estructura. Cierto tipo de alucinación en el psicótico puede darnos el para
digma del significante asemántico: es el del síndrome de pasividad,, el pequeño automatismo mental de de Clérambault. Este psiquiatra francés, el único al que Lacan reconoció como su maestro, caracteriza a los fenómenos de ese cuadro clínico por ser intrusiones de “anideísmos” diversos en el pensamiento es decir significantes sin idea, sin significado, en nuestros términos del tipo de los juegos verbales, sanas de palabras, interjecciones, absurdidades, entonaciones bizarras. Esos fenómenos intrusivos del significante que se presenta como cadena rota en el pensamiento se caracterizan p o r' no ser audibles, ni objetivos, ni individualizados, ni temáticos. Ese tipo de síntomas corresponde, dice de Clérambault, al período de incubación de las psicosis alucinatorias crónicas. Con frecuencia el síntoma que irrumpió en el pensamiento se sonoriza luego gradualmente, tomando el aspecto de voces objetivables, con un significa ■ do o una temática añadida. En el polo opuesto a ese tipo de alucinación encontramos a los llamados fenómenos intuitivos, del tipo de la interpretación delirante, en que el sujeto experimenta un sentimiento de significación invasivo, desmesurado. Algo “le hace signo”, como dicen por aquí* un auto rojo, una palabra en el periódico, una frase en la T.V., y se sienten concernidos e invadidos por un sentimiento de significación que los involucra por completo. Esa significación sin embargo no remite a nada. Como la significación del neologismo, no es dia lectizable. No es una significación relativa, sino absoluta, desligada de todo. Cuando nos detiene e interpela un policía de tránsito en un idioma extraño, si sabemos qué falta cometimos, la significación de lo que nos dice se vuelve relativa: el semáforo rojo me representa para el código vial alemán, por ejemplo. Pero es muy diferente cuan
do no sabemos qué falta cometimos: entonces sabemos que lo que él dice nos concierne, sabemos que significa algo, tal vez mucho, sabemos que en ese momento es él y no nosotros quien conoce nuestra situación; ese lenguaje gritado significa, pero no sabemos qué, no lo sabemos en absoluto. El significante vociferado, y para nosotros asemántico, ha adquirido significación de significación, pero no una significación en particular. En la senda abierta por Séglas, Lacan dice en el último punto del capítulo I que los fenómenos erróneamente llamados intuitivos de la psicosis, son un efecto del significante* Son efecto del lengua je, pero un efecto tal que se caracteriza porque en ellos el efecto de significación se anticipa al desarrollo de la significación. Se antici pa tanto que ese desarrollo no ocurre. En los llamados fenómenos intuitivos el significante se cierra sobre sí mismo, no remite a otro, y desde su opacidad produce significación de significación, es decir nada asible, nada que se pueda explicar, ninguna significación concreta. Y la significación de significación se traduce en la psicosis como lo que los psiquiatras llaman autorreferencia: cuanto más inasible es la significación, cuanto más asemántico es el significante, tanto mayor es la certeza del sujeto de que le concierne íntimamente, que su ser depende enteramente de esa significación absoluta y desconocida. Se ve entonces en la psicosis, y se lo ve con la mayor crudeza, que el sujeto coincide con esa significación plena (como en el neologismo o en la interpretación delirante) o vacía (como en los estri billos, o en las alucinaciones intrapsíquicas anideicas), esa significación que es efecto del significante. Eso es lo que el significante “significa” : esa significación diversa y vacía a la que llamamos su jeto. Y esto verifica una vez más la justeza de la definición de La
can: el dignificante es lo que representa al sujeto. El sujeto es el efecto de significación del significante. Él hecho de que el sujeto sea efecto del significante no quiere decir sin embargo que sea meramente un espejismo, juego de pala bras, o la representación de algo ausente. Porque una vez’creado por el lenguaje, el sujeto entra en lo real del goce del cuerpo. Y entra allí por la función del síntoma. Ya que el síntoma puede definirse como aquella parte del goce del cuerpo que resiste a la civilización que le impone el discurso, aquella parte del goce que no se adapta al lazo social es el principio por el cual no podría existir un sujeto asintomático, y es también el motivo por el cual ninguna psicoterapia, ni siquiera la analítica, tendrá jamás un éxito completo y duradero en la curación del síntoma. Por eso el significante del síntoma no es un significante cual; quiera, sino que desaloja a los otros significantes de la representación del sujeto, cuando éste deja de ser solamente el sujeto del significante para ser también el sujeto del goce. Y hasta se puede decir que el síntoma es el nombre auténtico del sujeto, su nombre de goce, su auténtico representante. Es allí, en ese campo del goce, donde puede nacer la libertad del sujeto, la libertad de elegir y de rechazar, de satisfacerse y de desear, esa libertad limitada, definible incluso por sus límites, en que se funda toda ética y toda práctica no alienada.
La realidad y su pérdida
Hemos hablado del sujeto de la alucinación, sujeto al que la psicología mantiene en su estatuto de individuo, definiendo a la alucinación como percepción sin objeto. Debimos oponer a esa concepción io que la alucinación muestra desde que se la estudia como fenómeno de lenguaje, como comenzó a hacerlo Séglas en el siglo pasado. La individualidad del percipiens se revela entonces como ilusoria (pensar al sujeto como individuo siempre es ilusorio), y de bimos hablar más bien de distribución del sujeto en la psicosis. No hay que creer sin embargo que eso sea una particularidad exclusiva de la psicosis. Bien por el contrario la clínica del psicoanálisis muestra, para cada caso y en cualquier tipo clínico que se sitúe, que la distribución del sujeto no exige ser reunida en un único cuerpo. El sujeto es una noción que, como el electrón en la mecánica cuántica, requiere ser concebido pasando por dos lugares diferentes al mismo tiempo para sostenerse. Y es decisivo que no se confunda eso con dos sujetos, y mucho menos dos sujetos que dialogan entre sí, porque allí se termina la clínica que se ocupa de lo
real y se vuelve a¡ reino de la ficción, a la ilusión del hombre que conoce'a la mu jer, que se entiende con el prójimo, que se prepara para su encuentro final con Dios, o con la felicidad. Eso es ilusorio porque el síntoma es justamente aquella parte del sujeto que rechaza esos ideales, que no se adapta a los ideales de felicidad, que se niega a esperar el encuentro con Dios, y que no se contenta con el encuentro satisfactorio con una mujer. Hoy vamos a tratar otra dificultad, que se sitúa en el polo opuesto de aquélla del sujeto, pero que surge también de considerar a la alucinación como una percepción sin objeto. Es una afirmación i que al psicólogo y al psiquiatra les resulta cómoda. Como el psicó logo no ve nada de lo que realmente interesa en el núcleo libidinal: del sujeto, entonces concluye: sin objeto. La alucinación: sin objeto. La angustia: sin objeto. Lo hace en nombre de una concepción de la realidad inadmisible en el siglo XX, en que el estado de la ciencia física debería hacerles sospechar que hablar de una única “la realidad” está un poco pasado de moda. “En eso reconozco al docto señor dice Mefistóíéles ante el em perador, aquello que no comprendéis, para vos no existe; aquello que no calculáis, creéis que no es verdad; aquello que no pesáis, no tiene para vos peso alguno”. La clínica del psicoanálisis debe interrogar los puntos ciegos de la psicología que “orientan”, sí se puede decir así, al sentido común partiendo por ejemplo de la idea freudiana que fue también una idea de Kierkegaard de que la angustia es angustia ante algo. Hoy no vamos a ocupamos de la angustia, pero sí del objeto de la alucinación, o al menos de las preguntas: ¿ante qué es la alucinación?, ¿podemos hablar de un objeto de la alucinación?
La realidad del esquema El tema del objeto de la alucinación exige una extrapolación en el texto de Lacan Una cuestión preliminar a todo tratamiento po sible de la psicosis , porque en la fecha de su primera publicación, 1959, Lacan no había elaborado aún su teoría del objeto a. Felizmente, el mismo Lacan hizo esa extrapolación, ya que en la versión incluida en los Escritos, que es de 1966, incluye una larga nota donde sitúa al objeto a en el esquema R (ro). Voy a comentar, aunque sea brevemente, ese esquema. Eso requerirá de Uds. un ejercicio de lectura, conviene que lean al menos el cap.ílí del texto de Lacan, porque necesitaremos conocer la ela boración de ese esquema R para entender de qué manera Lacan plantea la transformación de la realidad en el caso de Schreber, cómo pasa del esquema R al esquema / (iota). El esquema R es una extensión a su vez del esquema L (lambda). En el L Lacan muestra la supremacía de lo simbólico sobre lo imaginario, la preeminencia de la relación del sujeto S con el Otro A en el eje de lo simbólico, sobre la relación del yo a ’ con el otro imaginario a. El yo es la resultante de las identificaciones imaginarias del sujeto a lo largo de su historia. Observen que el esquema L (los tres esquemas se encuentran en el texto) no considera lo real, sino solamente la supremacía del eje de la relación del sujeto con lo simbólico sobre la relación imaginaria del yo con su imagen especular. Ninguno de estos esquemas, elaborados en los años ‘50, incluye al objeto a , objeto que participa de lo real, y que no es lo mismo por lo tanto que el otro imaginario a incluido en los esquemas del texto que estamos comentando. Ese otro imaginario, en los años ‘60 será notado por Lacan i(a)t es decir imagen del otro, mientras que el yo
será, correlativamente, i ’(a)> justamente para diferenciarlos del ob jeto a que está como envuelto u ocultado por ellos. La diferencia más importante entre el esquema L y el R es que en este último se incluye la realidad. En el esquema R encontramos engrosado el eje imaginario, engrosado hasta formar el campo de la realidad, que tiene forma cuadrangular. En el R están incluidos los mismos términos que en el L, que son S, a, a ’y A, pero distribuidos en tres zonas que son las de lo imaginario, lo simbólico, y la realidad entre ambas. Además, por fuera del esquema encontramos algunas precisiones de notación. P, el significante paterno,, es el significante que regula al Otro A como lugar del lenguaje, proporcionándole una legalidad: se puede decir también que, por la metáfora paterna, P sustituye a A.- La operación del significante paterno re percute también en lo imaginario, donde induce la presencia del falo
jeto con la madre degradación que ha tenido sus fervientes instigadores no sólo en la psicología, también en el psicoanálisis mismo Los que se ocupan de la parte sana del yo trabajan en esa línea. El yo a ’ también tiene una estructura serial, porque va desde el yo m como resultado primitivo de la identificación especular, hasta la identificación paterna / del ideal del yo (que también es .un elemento de lo simbólico). El campo de la realidad se inscribe entre los dos triángulos de lo simbólico y de lo imaginario. Lacan explica que el esquema R, que es el esquema déla realidad: “representa las líneas de concliciona V miento del pereeptum , escribe, dicho de otro modo del objeto, en tanto que esas líneas [de lo simbólico y de lo imaginario] circuns criben el campo de la realidad”. Vale decir que allí, dentro de esa zona trapezoidal R en la figura, deben situarse los objetos del mundo, los objetos perceptibles. Esas líneas definen el límite de lo visi ble y de lo audible. Eso indica que la realidad no es lo real. La realidad es lo que es : tá en lugar de lo real por la textura que lo simbólico y sus efectos imaginarios imponen a la percepción. Hay sin duda infinidad de cosas que no son visibles ni audibles, como el sonido de los silbatos para perros, el caballo alado, los agujeros negros en el espacio, el chirrido de las ruedas del carro de Febo, y sin embargo no podemos asegurar que no sean reales. Tampoco nos interesa demasiado, a decir verdad, que lo sean o no. No influyen demasiado en nuestra existencia cotidiana. Si un nuevo descubrimiento de la física prue ba que la teoría de los agujeros negros era errónea, que hubo un error de cálculo al pesar la materia del universo, a ninguno de nosotros nos cambiaría demasiado el estado de ánimo. Nuestra sensi bilidad no llega tan lejos.
Hay otro objeto en cambio que es decisivo que permanezca afuera cíe la realidad limitada de lo perceptible. Para nadie es lo mismo que se manifieste o no. Una característica fundamental de ese objeto es que no pertenece a la realidad, no es un objeto de la percepción, está fuera del alcance de los sentidos.
El objeto a, el fantasma y la realidad Así, fuera de la realidad, Lacan presenta al objeto a en la nota en que comenta su inclusión en el esquema /?, nota que comienza así: “Situar en este esquema R al objeto a es interesante por esclarecer lo que él aporta sobre el campo de la realidad”. Para ir al grano digamos que lo que el objeto a aporta a ese campo es la constitución de la realidad misma, a partir de que él se extrae de ella. “El campo de la realidad no se sostiene sin la extracción del objeto a, que sin embargo lo enmarca”, dice allí Lacan. No es tan complicado como puede parecer a primera vista: la realidad, lo que se perci be, no es un caos informe, sino que es algo estructurado. Como la ventana, tiene un marco, un marco que no se ve mientras uno contempla el paisaje a través de la ventana. La realidad desde el punto de vista de lo visual tiene esa estructura, donde el marco de lo visual está dado por ejemplo por el borde de nuestros párpados lo que implica que no podemos ver todo al mismo tiempo. La mirada tomada como objeto libidinal, como a, necesariamente queda afuera del campo visual así delimitado; mientras vemos, no podemos ver a nuestro propio ojo mirando. Para ver nuestro propio ojo necesitamos del Otro que eventualmente puede ser reemplazado por un espejo, pero entonces ya no se trata de la mis-
ma mirada, porque ahora la mirada es del Otro ~lo que nos aleja de lo pulsional de la mirada. La mirada como objeto pulsional no es visible en las condiciones habituales. Y la fantasía no debe confundirse con lo pulsional Sólo por la fantasía la mirada que cuenta es la del Otro, y no la pulsional que no podría ser auténticamente del Otro. El esquema R es finalmente una ampliación de lo imaginario. En el R lo imaginario no incluye solamente la relación especular como en el esquema L, sino que amplía su espectro viene al caso decirlo así para incluir el fantasma, que es lo imaginario inconsciente. La fórmula $ 0 a designa la identificación en lo inconsciente del sujeto con el objeto a imaginado en el Otro, identificación que le permite desconocer la pérdida del objeto a, su pérdida de la captura de los sentidos. Cuando hablamos de pérdida del objeto no decimos que falta, o que no está. Puede estar, pero hiera de la captura de los sentidos, como objeto anestésico, que escapa a la percepción y a la consciencia. En lo inconsciente, en cambio, tiene un lugar organizador. Extraído de la realidad perceptiva el a puede funcionar como causa del deseo, y precisamente porque donde está es irremediablemente irrecuperable. El .fantasma lo sustituye por objetos “truchos”, visi bles, que son accesibles en determinadas condiciones que tienen profundamente que ver con el erotismo de cada sujeto. Así se crea la realidad tal como la libidiniza el neurótico, tapando el agujero dejado por ía extracción del a. Por eso Lacan dice que es la pantalla del fantasma lo que permite funcionar a la realidad. Sin esa pantalla que vela el agujero dejado por la extracción del objeto, no hay realidad. Freud postulaba una realidad psíquica que oponía a una realidad objetiva. Lacan dice, más bien, que no hay otra realidad
que la realidad psíquica, es decir, lo que vemos sobre la pantalla del fantasma. Todos los objetos imaginarios que vienen luego a poblar esa realidad pintada sobre el velo del fantasma, no toman su valor Ubi dinal si no es por la delegación que hace sobre ellos el objeto auténtico e inolvidable, por el que siempre se pena, al que siempre se busca, el a. Sólo imaginariamente el sujeto se identifica a él en el fantasma, siguiendo la línea descripta por Freud de identificación con el objeto perdido. La manera típica del neurótico de recuperar ese objeto perdido de la realidad consiste en suponer que está en el Otro. Sacrifica su vida a la mirada que supone en el Otro y el narcisismo no es otra cosa que ese sacrificio. O al cumplimiento del mandamiento, la misión que supone que el Otro le reserva: y así cree encontrar el objeto perdido de la pulsión fundamental, la pulsión invocante, la del misterioso objeto voz. ¿Qué sucede cuando lo pulsional de la mirada se introduce en el campo de lo visible? Tenemos un ejemplo en El hombre de arena de Hoffmann, al que Freud toma como paradigma de lo siniestro: el sujeto, fascinado por la imagen de su amada, alcanza el clímax de su orgía escópica cuando advierte que ella es un autómata que lo mira con sus propios ojos que le fueron arrancados. El fenómeno del doble, tan común en la psicosis, se funda en esa percepción im posible de la mirada en el centro del campo visual, donde no debería estar. A partir de que ese a se introduce en la realidad visual, el sujeto ya no ve ninguna otra cosa, porque eso acapara por completo su libido. La película El inquilino de Román Polansky es una magnífica recreación del tema. El sujeto ve, precisamente a través de la ventana, y en un descuido total de las otras cosas perceptibles del
mundo, ve su mirada que lo incita a un goce transexual al que pone fin con un suicidio doble y atroz. Allí se ve bien que el objeto pul sional no es el del fantasma, que cuando el objeto puisional se inmiscuye en la realidad, suele ser insoportable hasta ese límite en que se impone el pasaje al acto para volver a extraerlo".
El objeto voz Lo que acabo de decir vale no sólo para lo que la realidad tiene de visual. También para lo que tiene de audible, aunque es más difícil de describir, más ajeno a la intuición. De todas maneras les acerco el tema un poco, con la advertencia de que para entender qué es el objeto voz y en qué consiste su extracción no basta con estudiar ni con escuchar lo que otros dicen, es necesario también haber avanzado suficientemente en el propio análisis; haber avanzado hasta el punto en que el superyó y la necesidad de castigo que caracterizan a la neurosis se revelan como una versión fantasmática del objeto voz, se revelan como la puesta del sujeto al servicio de la voz del Otro, como masoquismo moral. SacherMasoch, el personaje del que deriva el término masoquismo, hacía contratos por los que se sometía, en apariencia al menos, completamente al deseo del Otro. Era un perverso, lo hacía abiertamente. El neurótico, como su nombre lo indica, no es un perverso, sino que su fantasía inconsciente reproduce imaginariamente algo parecido a lo que el perverso realiza. Por eso hablamos de masoquismo moral en el neurótico, y no de perversión. A pesar entonces de la dificultad que puede acarrear el tema, in
tentó acercarles algo, menos que un susurro, un poco de silencio. Les propongo escuchar el silencio. Podemos escuchar los significantes que estructuran nuestro mundo a condición de que la voz se silencie, de que la voz aporte ese marco de silencio que se intuye por ejemplo en los fonemas consonándoos. Observen que el fonema p de papá es un corte, un silencio que precede o sigue a la vocal, y que a diferencia de la vocal no puede pronunciarse de manera continuada. Es un fonema que se reduce a un corte, un corte bilabial del sonido que nos sale de la laringe, del corazón, o quien sabe de dónde. Esto nos permite acercarnos a la idea de que la voz como objeto pulsional no es sonoro, es silencioso como lo dijo Freud de la pulsión™, no es audi ble. La voz es ese marco de silencio que, como efecto del significante, estructura la realidad auditiva. Sin el silencio cortando el sonido de las vocales, podría haber grito, pero no llamado, podría ha ber alarido, pero no solicitud. Heidegger dice, en palabras muy bellas, que el hombre es alcanzado y llamado por una voz cuya resonancia es tanto más pura, cuanto más silenciosamente pasa a través del ruido de Jas palabras. Afinarse como se dice de los instrumentos musicales al sonido del silencio, pone al sujeto a tono con lo inconsciente, con el núcleo pulsional y silente del inconsciente. Esta es otra manera de formular lo que Lacan llama el deber de ubicarse en la estructura. El neurótico anda desafinado por la vida: por no perder el objeto, por no renunciar al sometimiento inconsciente a la voz del Otro, porque encuentra un goce inexplicable en escuchar los gritos del superyó. Pierde así su vocación, es decir lo que podría llevarlo a hacer de su actividad y de sus días algo que no es una pesada y obligatoria
carga, sino una vía de satisfacción pulsional directa por la vía de la acción a condición de aceptar una pérdida, la del objeto en el Otro, la del objeto del fantasma.
El objeto de la alucinación ¿Qué sucede cuando ese objeto silencioso o invisible, pulsional y no fantasmáíico, la voz o la mirada, excluido de la realidad, retorna a ella? Eso da lo que llamamos alucinación: la desorganización de la realidad por la intrusión del objeto que no debía ser percibido. La alucinación no es entonces percepción sin objeto, sino la percepción del objeto que no debería ser percibido. Como para confirmar que ese objeto no es propio de la percepción, la semiología psiquiátrica muestra una notable variedad en cuanto a las vías por las que el objeto penetra en el campo de la realidad en las psicosis, ¡y esas vías muchas veces no pasan por los llamados órganos de los sentidos! : Baillarger, en 1846 describió lo que llamó “alucinaciones psíquicas”, en las que el enfermo se ve invadido por voces interiores, voces secretas, voces sin ruido, palabras intelectuales que se le im ponen con la mayor extrañeza. Algunas décadas después Séglas llamó “alucinaciones psicomotrices verbales” a la variedad en que el sujeto no escucha palabras, sino que las emite, en voz baja o en voz alta, a veces sólo con movimientos esbozados de los labios, a penas perceptibles, pero en todos los casos sin que el sujeto se reconozca en la enunciación. Esa emisión se le impone, no es voluntaria, jamás admite esas palabras alucinatorias como propias. tyíu chas veces ni siquiera se emiten desde la boca, sino desde otíos ór-
ganos el hígado, el cerebro, etc.. De Clérambault por su parte describió numerosos fenómenos en que la alucinación no es estési ca: eco del pensamiento, intrusión de pensamientos extraños, absurdos, adivinación del pensamiento» intromisión de sentimientos intelectuales o de veleidades vacías, etc. Si añadimos a éstas la amplia variedad de alucinaciones en que el sensorium interviene más claramente, porque el sujeto las escucha, las ve, las huele, podemos ver que lo que retorna lo puede hacer por cualquiera de los bordes de la realidad. Schreber, en el cap. XV de sus Memorias, pone en evidencia la necesidad de una topología para explicar la relación del sujeto con el objeto en la psicosis. Allí explica que las expresiones, preguntas y giros que se le im ponían (tales como 4ilos malditos jugueteos con los hombres”, o “¿qué será esta maldita historia?”), no surgían en su cabeza, sino que se los pronunciaba dentro de ella desde afuera . En una nota del cap.IX Schreber explica que estamos acostum brados a pensar que todas las impresiones que recibimos del mundo externo se nos transmiten por los así llamados “cinco sentidos”. Pero resulta ser que él recibe sensaciones lumínicas y sonoras proyectadas en su interior por los Rayos (que para Lacan son los significantes), por una vía distinta de los cinco sentidos» vía a la que llama sus “ojos espirituales”. La voz es audible y la mirada es visible aún cuando sus orejas y sus ojos estén completamente obturados. Cuando el objeto no perceptible efecto del significante, efecto estructurante de la realidad estésica, el objeto que debe permanecer fuera de la realidad, retorna a ella, se produce el crepúsculo de la realidad, incluso su pérdida. Eso fue entrevisto por Freud en su famoso artículo La pérdida de realidad en la neurosis y en la psi cosis. Hay que hacer valer en este punto el hecho de que Freud no
diga “la pérdida de contacto con la realidad”, sino “la pérdida de realidad”. Hasta Lacan, nadie parece haber entendido eso, que es la realidad misma la que se desdibuja, se desarma, se pierde, cuando el verdadero objeto libidinal retorna a ella. Muchos posfreudianos adhirieron a una inconcebible psicología prekantiana según la cual la realidad no sería cuestionable, o más precisamente: criticable. Bien por el contrario, todo el problema se sitúa para ellos en el me jor o peor contacto que el sujeto establece con esa realidad de la que el analista daría la medida de la adecuación. Por eso Lacan escribe un capítulo al que llama “Después de Freud” en Una cuestión preliminar..., capítulo en el que se refiere al modo en que algunos posfreudianos entendieron la enseñanza'de Freud sobre la psicosis y la realidad. Y es precisamente en el capítulo siguiente, al que titula “Con Freud”, donde propone el esquema R. Allí el campo de la realidad, enmarcado por el corte que pasa por los puntos M ~ I ~ m ~ i, e s un campo vacío, que existe solamente por tomar la forma dictada, cada vez, por ese corte en el que se conjugan lo simbólico y lo imaginario para velar lo real. Ese corte es el buen corte si deja la realidad suficientemente li bre de goce, vacía de goce; el corte es el bueno si ha dejado afuera al objeto a que condensa el goce, y se lo lleva consigo al lugar fuera de lugar, a lo real, de donde no puede recuperarse, cual Eurídice para Orfeo, sino a condición de aceptar no verlo, de dejarlo fuera de la captura de lo simbólico y de lo imaginario. Eso no sucede en la psicosis, donde lo alucinatorio traza el trayecto de retorno del objeto, y desarma más bien la realidad. Suele ser el trabajo del delirio el que con el tiempo logra crear una realidad nueva, completamente diferente de la anterior al desencadena-
miento. Para mostrar las líneas de fuerza estructurales de esa nueva realidad en el caso de Schreber, Lacan diseña el esquema /, que sustituye al R de la realidad del neurótico. Lejos de poder afirmar entonces que la alucinación es una percepción sin objeto, concluimos en primer lugar que la alucinación suele no ser una percepción, y en segundo que es difícil sostener que es sin objeto, porque la alucinación es la presencia misma en el campo de la realidad del objeto no perceptible, que condiciona la subsistencia de la realidad. En cierto sentido la alucinación es la percepción del auténtico objeto, del que no es ilusorio, del verdadero efecto del significante en lo real.
El fenómeno de franja Lacan, por su parte, más que describir la variedad clínica de las alucinaciones, prefiere explorar los límites de la realidad, y por eso da tanta importancia a los fenómenos de franja, es decir esos fenómenos en que se hace visible o audible lo que linda justo con el borde de la realidad, pero que está fuera de ella. La alucinación suele instalarse en el centro de la realidad, desorganizándola. El fenómeno de franja en cambio es un efecto que ocurre en su borde, y es especialmente apto por lo tanto para estudiar la relación de la realidad con lo que la estructura desde “afuera”. Se puede comparar también a la realidad moldeada por el fantasma con un escenario. El sujeto capturado en la realidad fantas mática es el espectador. El clínico en cambio, para serlo, no puede ser mero espectador, no debe sentarse a ver el espectáculo, sino que ha de que escrutar lo que el escenario tiene de real más allá del
efecto ilusorio que produce en el espectador. Debe meterse entre los bastidores, estudiar la construcción real de las imágenes de cartón, investigar la posición de los reflectores que desde lo oculto definen lo visible y lo invisible. Si algo sale mal, el espectador nada puede hacer, porque lo decisivo no se juega entre la realidad del escenario y el espectador, sino entre el escenario y lo que está detrás el director, el iluminador, incluso el apuntador son allí figuras de lo simbólico™. Si por ejemplo de un borde del escenario salen extrañas fulguraciones y humo que permiten presumir un incendio, uno real, no ficticio, eso, como fenómeno de ítanja, hace perder el interés del es pectador en la imagen central del escenario. El espectador atiende entonces, ahora sí, a ios bastidores, antes de salir corriendo por la puerta real, adonde la angustia por lo general lo conduce con rapidez y eficacia, aun si las llamas están todavía lejos suyo. En la clase del 8 de febrero de 1956, correspondiente al seminario sobre Las psicosis , Lacan dice que cada vez que Schreber se sustrae al delirio de dos que mantiene con Dios, cada vez que retorna al momento previo a la alucinación incluida ya en el delirio, surgen los fenómenos de franja, “mucho más alucinatorios” que esos fenómenos de lenguaje en que consiste el diálogo ininterrumpido con Dios. ¿Por qué dice que los fenómenos de franja son mucho más alucinatorios que las alucinaciones mismas? Porque dan cuenta de una condición estructural anterior a las alucinaciones, y es que lo real se estructura antes de toda dualización de los fenómenos del lenguaje, antes del surgimiento del Otro. Trataré de explicar esto. Los fenómenos de franja son situados por Lacan con toda precisión en dos momentos estructuralmente definibles: el de la prepsi
cosis antes de que “el Otro tome la iniciativa”, que es la fórmula del desencadenamiento mismo que da Lacan en el Seminario III , y el del alejamiento o la desaparición del Otro durante la psicosis ya desencadenada. Hay que tener en cuenta que el Otro del delirio no está desde el comienzo de la psicosis, y que además su presencia es discontinua. Por eso el fenómeno de franja, en la medida en que ataca la trama del delirio, lleva al psicótico a la experiencia más aguda, más desgarradora también, de lo real que desborda los límites de la realidad cuando ningún Otro (delirante o no) viene a mediar. Esos fenómenos en el caso de Schreber son el milagro del aullido que surge de sus entrañas, los gritos de socorro que “surgen de la totalidad de la masa de los nervios divinos que se desprenden” (en palabras de Schreber, cap.XV de las Memorias ), el levantarse viento en las pausas de su pensamiento, y tantos otros fenómenos que se producen en su cercanía. Los más evidentes fenómenos de franja son las creaciones milagrosas que se producen, dice Schre ber, “cerca de mí” : moscas, arañas, mosquitos y otros insectos, también pájaros. Esas creaciones milagrosas son creaciones ex-nihilo, como todo lo creado por el significante, y se producen justo por fuera de su campo visual. El neurótico no se entera de cómo la estructura del significante, recrea cada vez la realidad. Habitualmente no percibe esos indicios tan convincentes en que consisten los fenómenos de franja. Schreber en cambio dice: “podrían no ser vistas por mí, si no fuera porque cada vez que aparece un insecto de los géneros mencionados, se realiza al mismo tiempo en mis ojos el milagro de la orien tación de la mirada , por el que los Rayos hacen ver sus propias creaciones”. Por esa peculiar orientación de la mirada el psicótico
ve lo que está por fuera de la realidad, un poco más allá de su marco: el efecto creativo permanente que tiene el significante sobre los objetos del mundo. El significante es como Dios para Malebran che, un filósofo parisino del siglo XVII que sostenía que Dios necesitaba volver a crear permanentemente el mundo para evitar que desapareciera. Ese cerca de mi pero fuera de la captura de los sentidos que caracteriza a los fenómenos de franja, se traduce en las psicosis en una rica fenomenología que comprende las alucinaciones llamadas extracampinas (el sujeto “ve” algo por detrás suyo, fuera del cam po visual), y que para Lacan incluye también las “perturbaciones” de las que hablaba Schreber, “eclosiones próximas en la zona oculta del campo perceptivo, en la habitación vecina, en el pasillo, y otras manifestaciones que, sin ser extraordinarias, se le imponen al sujeto como concerniéndole”, como producidas a propósito suyo. Para Lacan, el hecho de que esos fenómenos se produzcan precisamente cuando el Otro del delirio es acallado, muestra “la espa cialización previa a toda dualización posible del lenguaje”. Es decir que antes de que el sujeto encuentre en el delirio al Otro que le responde o que le habla, la estructura del significante (que es la estructura del uno en lo real, incluso cuando no hay Otro) ejerce ya sus efectos creativos, crea a partir de la nada. La dualización del lenguaje, la aparición del Otro del delirio, es lógicamente posterior. ¿En qué consiste esa espacialización previa (a toda dualización posible del lenguaje)? Es la de la topología del significante en lo real y sus efectos sobre lo .imaginario, topología que antecede a la constitución de realidad alguna. Como lo pensó Freud, la realidad es secundaria, requiere la separación de la percepción y el significante. La experiencia del placer, la satisfacción, se caracteriza en
cambio por ia coincidencia o la confusión de la percepción y el significante (la representación, dice Freud). Vale decir que el espacio donde se extiende la realidad no es necesariamente algo ya dado para el ser hablante. Bastante antes de Freud, Kant consideraba que el espacio y el tiempo no existen ob jetivamente. El pensaba que constituyen contribuciones específicas del espíritu, intuiciones a prior i, previas a toda experiencia empírica. Esas intuiciones constituyen esquemas, el espacio y el tiempo precisamente, que dan forma a nuestras percepciones. Lacan plantea además la necesidad de algo que está fuera del espacio, más allá ( trans) o más acá de él, para que la realidad sensible se constituya. En ese transespacio real no sitúa al.espíritu, sino al significante, allí donde se diseña por ejemplo la extraña trayectoria de los nervios para Schreber (entran desde el exterior hacia el interior por la parte posterior de su cráneo). Eso vuelve vana la tarea de situar clínicamente al sujeto, al sujeto que exsiste más allá o más acá del yo, y al objeto que exsiste más allá o más acá de la realidad, es vana la tarea de situarlos en la realidad. Están en lo real, en ese transespacio donde el clínico debería llevar su escucha, sumiso a las posiciones subjetivas del enfermo. Escuchar el significante inconsciente hasta reconocer en él al significante en lo real, desligado de todo valor de realidad y de todo sentido, esa es la tarea del clínico. Porque es sólo allí, en lo real, donde se encuentra el sujeto.
primeras consideraciones sobre la posición del analista en la psicosis Es su carácter de anterioridad al Otro lo que hace de los fenómenos de franja aquello que con más derecho puede oponerse al lazo social. Surgen precisamente cuando el Otro se retira. Lo que es curioso, es que en determinados momentos del análisis en que el analista se hace sentir como presencia, esa presencia semeje bastante un fenómeno de franja. Una presencia justo más allá del borde de lo perceptible, cuya creación milagrosa es la interpretación —que también suele transformar la realidad si es efectiva. Esta comparación, burda por el momento, alcanza sin embargo un interés genuino cuando se trata de considerar la posición del analista ante el sujeto de la psicosis. ¿Cuáles son, en el análisis del neurótico, las coordenadas en que se hace sentir la extraña presencia del analista a la manera de un fenómeno de franja? Ya lo hemos estudiado a partir de la lectura que hace Lacan de aquella nota al pie de página en que Freud habla del cese real de las asociaciones, en La dinámica de la transferencia. Podemos hoy precisar que esa extraña presencia se hace sentir, justo en el borde de lo fenoménico, a la manera de la angustia, en el momento en que se llega a un significante que por el momento no remite a nada. En ese momento el analista hace sentir su presencia como objeto a. Ese punto de inercia dialéctica sin embargo no es inconmovible, Freud mismo índica allí que se puede inducir al paciente, por simple pedido de asociaciones, a asociar con algo relativo a ese significante cualquiera S2 que pasa a encarnar el analista. Hay que destacar allí que el analista mismo cambia de registro como efecto de su intervención: de encarnar el a casi con la evi
ciencia y la prcscncia de un fenómeno de franja, pasa a estar como ausente, sustituido por el signifícame S2. La Interpretación juega en ese pasaje de la función de relanzar la dialéctica. Eso vale para el análisis dei neurótico, pero no para el de! psicótico. Ya que la inercia dialéctica en la psicosis no es revocable por ser francamente nocivos para el sujeto. Ei pedido de asociaciones para ei psicótico, tanto como para el neurótico, en determinados contextos equivale a una interpretación el simple enunciado “¿que se leocurre?” después de que alguien comete un lapsus es una interpretación, ustedes lo saben. Y nunca se puede predecir completamente el alcance efectivo de una interpretación, sobre todo en la' psicosis. Debemos diferencial' muy bien la situación del sujeto psicótico de la del neurótico en cuanto a su posición respecto del objeto a. Es decisivo hacerlo si tenemos en cuenta que ese objeto es el núcleo libidinal del sujeto, la parte perdida del cuerpo sobre la que se ha desplazado la posibilidad de ia satisfacción el pecho, las heces, la mirada, la voz. El neurótico, como no encuentra al objeto en su realidad, supone que está en ei Otro, en ei Otro que sabe, que le acerca ese lazo que es ei S2 para encadenar ei Sj en el discurso. Supone que ei Otro sabe, y que sabe también capturar, retener y manipular el objeto a que para el Otro no sería un objeto perdido. Por eso se io pide, porque cree que el Otro io tiene. Eso es el principio de la creencia del neurótico, incluida la de la transferencia. En efecto, la operación más importante de la transferencia es el transporte del a inaccesible al Otro transporte que es consecuencia de la suposición de saber, la consecuencia decisiva. El análisis le ha de mostrar lo fal
so de su creencia, ya que el a está perdido también para el Otro, y lo que él creía ver en el Otro no eran más que falsos objetos, posti zos, zo s, sustitutos ilusorios, ilusorios, del tipo dél d élos os objetos imaginarios imaginarios i(a). El psicótico, en cambio, al menos mientras alucina o padece un fenómeno elemental, no tiene razón alguna para pensar que ese ob jeto je to está es tá en el Otro. Otro. El objeto obje to se le prese pre senta nta allí, allí, en su cerc c ercaní anía, a, incluso en el interior de su cuerpo, en toda su extrañeza, pero como al alcance de la mano. Y el Otro en principio no tiene nada que ver con eso. La suposición de que hay Otro que dispuso las cosas así para joderlo, para hacerlo gozar, para probar su hombría, para destruirlo, para hacer de él el salvador de la humanidad, etc. es en general secundaria, producto del trabajo del delirio. Es el delirio el que aporta el Otro a la psicosis, que en el momento del fenómeno de franja o del fenómeno elemental no lo tiene. En el encuentro con el analista el neurótico es ya analizante en potencia, pote ncia, en la medida en que q ue ese transporte trans porte del a al Otro se produce en él espontáneamente, a menudo en una o en no muchas entrevistas, por poco que el entrevistador no se resista a encarnar ese objeto que el neurótico le adjudica, por poco que muestre alguna habilidad interpretativa situado desde el buen lugar que es el de semblante de objeto a en el discurso analítico. En cambio ni el psicótico ni el perverso sitúan espontáneamente el a en el Otro, y tampoco les pasa naturalmente en el encuentro con el analista. El perverso porque se presenta él mismo como ob jeto je to a, e intenta, como siempre lo hace, ubicar al Otro en el lugar de sujeto sujeto pa p a ra angustiarl angustiarlo, o, o para hacerlo go goza zar r El psicótico porque el fenómeno de franja o la alucinación le aporta aporta el el a antes de la intervención de ningún Otro.
Por eso Lacan da una indicación preciosa, aunque formulada al pasar, y tal vez por eso jam j amás ás citada cita da po porr los lacaniano lacan ianoss que hab hablan lan de las psicosis, en su clase del 10 de enero de 1963, correspondiente al seminario de La angustia. Allí dice, así lo entiendo yo, que la maniobra del analista, la que instituye la transferencia, consiste en la incorporación por parte del analista de ese cuerpo extraño, el a, que en el caso de la psicosis no se produce espontáneamente. Como no se produce espontáneamente, el analista debe incorporarlo de algún modo. Lacan no explica cómo se hace eso allí, en ese seminario, pero tal vez porque ya lo había explicado en su texto so bre la Cuestión Cuestión preliminar prelimina r , es verdad que un poco herméticamente. Vamos a retomar esto, que Lacan en ese texto llama “la maniobra de la transferencia en en la psicosis”. psicosis” . Esto no va a llevarnos al optimismo en relación al análisis de la psicosis. psicosis . Tampoco al pesimism pesim ismo, o, que no es una virtud que q ue se pueda sostener del discurso analítico, porque el pesimismo encubre siem pre la esperanza, esperan za, la espera esp eranza nza frustra fru strada da po porr ejemplo, ejemplo , pero no po porr eso perdida. Está de todos modos el problema planteado por el hecho de que el analista no cuenta en el caso de la psicosis con la herramienta de la interpretación, sobre la que en otros casos apoya la inducción de la transferencia. No dejemos pasar de todas maneras las tres preguntas que se esbozan en la trayectoria que hemos realizado, preguntas que no vamos a tratar en esta clase, pero sí en las próxima próx imas. s. En primer lugar, si el analista puede incorporar el objeto a sin el apoyo de la función de la interpretación; en segundo, si ia posición del analista se reduce a la del intérprete; y en tercero, si en el tratamiento del psicótico el semblante del objeto es, como en el del neurótico, la posición adecuada para el analista.
En la práctica, tenemos este dato de la experiencia de todos los días en el trabajo con pacientes psicóticos: que cuando alucina se aparta del lazo con el entrevistador, y que inversamente cuando hay un buen lazo las alucinaciones pasan a un segundo plano, a veces ceden por completo. ¿Se puede plantear, como lo hice hace ya más de 10 años, con más juventud y audacia que ahora, que el analista compite con la alucinación por el lugar de a!¡ Si así fuera, habría que explicitar cuáles son los medios con que cuenta para esa com petencia. Volveremos también tamb ién sobre sob re esto. esto. Si tenemos en cuenta lo que ya decía Freud, que la alucinación es un modo de satisfacción en que la percepción coincide con la re presenta pre sentación ción,, y que es lo intol in tolerab erable le de esa e sa satisfacción satisfac ción lo qu quee lleva al psicótico a tratar de quitársela de encima, o al menos a tratar de elaborarla, sería de gran importancia encontrar la manera por la cual el analista puede desalojar a la alucinación del lugar de objeto sin interpretar™. Si el analista pudiera constituirse, como para el neurótico, en una suerte de fenómeno de franja civilizable por el vínculo analítico, un Otro que acepta encontrar ya mismo su destino de desecho, su destino de objeto a , se alcanzaría tal vez el éxito parcial de introducir una mediación entre el sujeto y su goce intrusivo. Si así fuera, deberíamos precisar la estructura, los matices y el alcance terapéutico de ese lazo en el terreno de las psicosis. Para responderlo, exploraremos las claves que nos dejó Lacan en el artículo en que plantea su Cuestión Cuestión preliminar.
La cuestión preliminar de Jacques Lacan Gabriel Lombardi Quiero esbozar hoy un comentario sobre el más importante texto cié Lacan sobre la psicosis y su tratamiento. Me refiero al artículo De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psi cosis, publicado por primera vez en 1959, que fue incluido luego en los Écrits, y que marca un hito fundamental y una discontinuidad en la concepción psicoanalítica de las psicosis. En efecto, la cuestión preliminar que introduce Lacan es la concepción de la forclusión del significante del nombre del padre y de sus consecuencias para la clínica. Con ella se inicia una nueva época en la elaboración psicoanalítica de las psicosis y en la idea que pueden hacerse los analistas en relación a cómo abordarla en su ex periencia concreta. En primer lugar porque produce una demarcación clínica neta de la psicosis, en la medida en que permite acotar esa etiqueta nosográfica que ya tiene una larga historia en la psiquiatría y en el psicoanálisis a aquellos casos en que se verifican clínicamente los efectos de la forclusión del nombre del padre. Brevemente, esos efectos son el déficit en el polo metafórico del lenguaje, los trastornos del lenguaje que de allí derivan, la conse-
cuente ausencia de significación fálica en el decir del psicótico, pero sobre todo la inercia dialéctica que caracteriza al significante que viene al lugar de la metáfora cuando no hay metáfora. Esa ina movilidad dialéctica permite diferenciar al síntoma de la psicosis del síntoma de la neurosis: en la psicosis el síntoma es definible a partir de allí como un significante en lo real, que no remite a nada, que queda fuera del juego de lo simbólico. Además, y esto es lo que nos interesa, esa cuestión preliminar a todo tratamiento posible “introduce la concepción a formarse de la maniobra, en ese tratamiento, de la transferencia5’ según dice el texto en la última página. No es poca cosa, si es verdad que la introduce. Intentaremos chequear eso, de qué manera el texto introduce la concepción a formarse de la maniobra de la transferencia en el tratamiento de la psicosis.
El desencadenamiento de la psicosis Lacan abre el cuarto capítulo, de título proustiano (Du cóté de Schreber), proponiendo entrar en la subjetividad del delirio de Sch reber. Da así el primer paso de un método que va explicitando en acto con su singular lectura de las Memorias: el método que consiste en entrar en la subjetividad del delirio. Este paso es decisivo, ya que implica una disposición, incluso una acogida de la transferencia del sujeto de la psicosis, a la que la subjetividad del lector o del terapeuta no podrían hacer más que espantar encontrando el destino de rechazo (forclusión) que desencadena o agrava l£ psicosis. Les recuerdo el adagio de Lacan, de que la transferencia refuta la ¿ntersubjetividad.
Esto implica una posición ética de la que Lacan testimonió no sólo en su enseñanza de seminario o en sus escritos. También en sus presentaciones de enfermo resultaba admirable para el público la intimidad que lograba en el diálogo con el paciente. En el primer capítulo de este artículo nos dio ya una clave de esa intimidad, o de cómo superar la reticencia: por “una sumisión completa a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo”. Es a condición de no contar para nada como sujeto que el analista logra franquear sin gran dificultad la reticencia del paciente, permitiéndole hacer ex plícitas sus posiciones subjetivas. Ese cuarto capítulo comienza con la introducción de la fórmula de la metáfora paterna. Y lo que propone a continuación es lo siguiente: “Intentemos concebir ahora una circunstancia de la posición subjetiva en la que, al llamado del N ombredelPadre responde...la carencia del significante mismo”. Luego explica que en el punto en que es llamado el NombredelPadre “puede responder un puro y simple agujero”, un agujero en lo simbólico determinado por la forclusión de ese significante. Si además tenemos en cuenta que la operación sustitutiva de la metáfora paterna en lo simbólico tiene como efecto la inyección de significación fálica en lo imaginario, se puede entender que la carencia del efecto metafórico provoque un agujero en el lugar de la significación fálica. Rechazado el padre, nada se entiende ya (desde la perspectiva de la significación fálica). Ahora bien, cuando en ese momento de la apelación al significante paterno responde un agujero, eso deja al sujeto en la situación clínica de la prepsicosis: el sujeto que está ante ese agujero dejado por el significante que falta no puede siquiera preguntar nada ante la enormidad de la respuesta, entra en la perplejidad; y los
fenómenos de franja preludian el crepúsculo de la realidad por la puesta en cuestión del conjunto del sistema del significante, tal como lo hemos comentado en un artículo llamado Algunas cuestiones sobre la prepsicosis. Pero eso no basta para llegar a la psicosis, hace falta un hecho estructural más, que para Lacan siempre se encuentra en el comienzo de la psicosis propiamente dicha. Se trata de la presencia de un padre real, dice Lacan en la página 559 de los Escritos //, un padre que viene a terciar pero que es rechazado a lo real (ya que no figura como mediador en lo simbólico, falta como principio de la separación). En la misma página añade una recomendación clínica: “Búsquese en el comienzo de la psicosis esta coyuntura dramática. Ya se presente para la mujer que acaba de dar a luz en la figura del esposo, para la penitente que confiesa su falta en la persona de su confesor, para la muchacha enamorada en el encuentro del padre del muchacho, se lo encontrará siempre, y se lo encontrará más fácilmente si uno se guia por las situaciones en el sentido novelesco del término”. Buena parte del peso de la Cuestión preliminar se sostiene de ese hallazgo clínico de Lacan, el del padre real que con su presencia inaugura la debacle. Ya que precisamente entonces comienza “la cascada de reacomodaciones del significante de donde procede el desastre creciente de lo imaginario”. ¿Quién encarnó esa instancia del padre real para Schreber? La lectura de las Memorias no deja lugar a dudas. Me refiero al capítulo ÍV, donde Schreber explica que la psicosis comenzó en la noche misma que siguió a su encuentro con el Prof. Flechsig después de 8 años sin verlo. De ese encuentro relata: “el profesor Flechsig desplegó una elocuencia sobresaliente, que no dejó de producir un profundo efecto sobre mí . Habló de los progresos que había hecho
la psiquiatría desde mi primera enfermedad, de los somníferos recientemente descubiertos, etcétera, y me dio la esperanza de que toda la enfermedad [remitiría] mediante un solo sueño prolongado../’. Con ironía, voluntaria o no, Schreber cuenta que después de eso no durmió más. La psicosis comenzó, lo simbólico se desentramó, a la manera en que se desteje un suéter: uno no tiene luego más que un montón de lana revuelta e imposible de reacomodar de la misma manera que antes. Freud postula, con toda clase de precauciones, pero también con firmeza, que la psicosis de Schreber se desencadenó a consecuencia de la transferencia sobre Flechsig de la libido que antes estaba dirigida al padre. Cf. Obras completas (Amorror tu, 1986), vol. XII, pág. 44. Lacan no desmiente esa hipótesis, aunque la lleva en un sentido un poco diferente al de Freud. Porque si se trata de una transferencia, no es de un significante a un significante, sino que es sobre un padre real; es sobre un elemento de lo real que recae el peso de la transferencia. ¿Y qué es lo real en la ocasión? No es fácil de explicar desde la letra del texto, pero es seguro que para Lacan ese real está ligado a lo que se rechaza (verwerfe) por la impostura del personaje. En efecto, Lacan explica hacia el final del Post-scriptum, págs. 560 a 564, que los efectos más devastadores de la figura paterna se observan con particular frecuencia en los casos en que el padre tiene realmente la función de legislador, o él mismo se la adjudica. Y el padre de Schreber cumple holgadamente con ese requisito, ya que se propone siempre como modelo de virtud desde una posición pedagógica que llega hasta la inhumanidad es decir que desconoce lo que la educación tiene de imposible, que es la saludable cas-
tración pára un pedagogo. Un pedagogo que quiera llevar la educación hasta sus últimas consecuencias se vuelve el agente de esa especie de máquina de picar carne en que consiste el discurso pedagógico si se lo deja funcionar solo, sin modular de acuerdo a las peculiaridades del sujeto como está tan bien pintado en la película The wall-. Lo fundamental que ha de enseñar un padre al hijo es que es im posible educar por completo, que la justicia del hombre es siempre falible y nunca del todo justa, que un padre nunca puede ser el padre perfecto, y que es sobre la base de esas limitaciones, de esos imposibles, que surge la dimensión humana y ética de lo que es ocupar una función de padre, de educador, de juez, de gobernante, de analista, etcétera™. El padre que no toma distancia deí ideal, no transmite a su hijo la castración en sentido lacaniano ~es decir la operación simbólica que ha de pasar a su hijo como el legado más valioso. Ese padre cae en la impostura de creerse y hacer creer que él es El padre, El educador, El médico, etcétera, es decir que se presenta como encarnando un Ideal. Es la razón por la que nunca, jamás, por estructura salvo en el más horrendo de los sistemas totalitarios, podrá dejarse por completo esas funciones en manos de una computadora: ni la justicia, ni el gobierno, ni la enseñanza, ni la cura. Es eso lo que Schreber “manda a pasear” ( verwerfe ) del modo más desembozado en el momento del comienzo de la psicosis, cuando Flechsig, con su “grandilocuencia” y con sus promu,as de remisión total de la enfermedad, no hace otra cosa que representar para el sujeto un padre impostor, que describiendo una nueva realidad ideal encama realmente una función fuera de la medida de lo posible, y que entonces el sujeto no puede sino rechazar al lugar
del que no debió salir, el de lo imposible. En otras palabras, lo rechaza a lo real, Hiera del discurso, allí donde las voces le restituyen una dimensión más adecuada a lo humano, gritándole: ¡¡Pequeño Flechsig!! Un detalle clínico más, que no está en el texto de Lacan, pero que es sin embargo evidente a la luz de su enseñanza posterior y de la clínica de todos los días: la apelación al nombre del padre no se produce en cualquier momento, sino sólo cuando el sujeto se ve comprometido por su deseo en un acto, tal como el acto de asumir la paternidad, o el acto de hacerse cargo de una función codiciada donde el sujeto se ve confrontado con lo imposible como Schre •ber en la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de Dresde, Las esquizofrenias ni siquiera requieren de un acto de esa magnitud para desencadenarse, basta con que el sujeto comprometa su deseo en un simple acto sexual con un partenaire amado. La confrontación con lo imposible es condición estructural del acto, aún del acto sexual. A diferencia de lo que sucede en la fanta sía, donde todo es posible, no hay acto que no implique esa confrontación con lo imposible; y por eso es en el acto donde la referencia paterna es requerida, donde el nombre deí padre es invocado, donde es decisiva la manera en que el sujeto ha reprimido o ha rechazado la triangulación del Edipo, o la ha resuelto asumiendo la castración que alguien le pudo transmitir. Schreber no pudo cometer el acto de asumir y sostener su función de presidente porque a la invocación al padre como referencia para confrontarse con lo imposible respondió en su caso un vacío: el padre no le había trasmitido nada de lo imposible, era sólo un ideal que ahora, a la hora del acto, no puede sino ser rechazado a lo reaL
Debemos interrogar entonces de qué manera ha de concebirse la transferencia en la psicosis a partir de la “cuestión preliminar” de Lacan y del modo en que ella permite leer las coordenadas estructurales del comienzo de la psicosis. Ese momento es el momento del octo, el momento en que lo real y el ideal o la fantasía™ se diferencian, el momento en que se verifica si el padre es una referencia de lo real como imposible, o si es realmente un impostor. Un impostor que no hizo más que hacer pasar el ideal por algo real, no pudiendo hacer más que confundir al sujeto. Me engañan y me mienten, dice una paciente psicótica a la que todas las referencias le han sido negadas de la manera más despiadada.
La transferencia en la psicosis ¿Pero de qué modo la cuestión preliminar, la de las coordenadas del desencadenamiento, introduce la concepción a formarse de la maniobra de la transferencia? Antes de intentar una respuesta articulada, les propongo leer la Carta abierta al señor consejero puya do, profesor doctor Flechsig , que Schreber le envía junto con un ejemplar de las Memorias. Allí dice: “No me cabe la menor duda de que el primer impulso para lo que mis médicos han considerado siempre meras alucinaciones pero que para mí representa un trato con fuerzas sobrenaturales consistió en un influjo procedente del sistema nervioso de usted y ejer cido sobre mi sistema nervioso. ¿Dónde podría encontrarse la ex plicación de este hecho? Me parece verosímil pensar en la posibilidad de que usted (movido, como de buen grado quiero suponer, en un primer momento por fines terapéuticos), haya mantenido con
mis nervios, y por cierto estando espacialmente separado, un trato de hipnosis, sugestión o como haya de llamarse [los subrayados son de Schreber]”. Schreber, el agudísismo clínico de su propia enfermedad, en el que tanto confiaron Freud y Lacan más que en el mismo Kraepe lin para seguir las líneas de la estructura de la psicosis, Schreber explica que todo comenzó con un influjo sugestivo eficaz proveniente de Flechsig. Ustedes ya saben lo que es la sugestión: es el uso del poder que la transferencia confiere a la palabra del Otro. Allí comenzó todo, en un influjo proveniente de Flechsig, quien ya lo había tratado en su primera enfermedad, un episodio prepsicóti co y no propiamente psicótico de aspecto hipocondríaco. En ese encuentro al que ya aludimos Flechsig desplegó una elocuencia sobresaliente, que no dejó de producir un profundo efecto sobre Schreber según sus propias palabras, y encarnó entonces a ese Unpadre que el sujeto no pudo sino rechazar a lo real, al precio de la catástrofe psicótica. A partir de allí el significante se desencadena, y como significante en lo real toma la iniciativa que para el su jeto se traduce en la vivencia alucinatoria y delirante más caótica, la que describe en los capítulos V a VII de las Memorias. Esa es precisamente la maniobra de la transferencia que ei analista ha de evitar, evidentemente. No es recomendable por ejemplo la intervención en nombre del padre, en nombre de la ley dei padre, la interpretación basada en el esquema del Edipo que el psicótico rechaza a un precio que a veces es excesivamente alto, porque para el psicótico no hay ya padre que no sea impostor. Tampoco es recomendable una elocuencia sobresaliente de parte del analista, eso es precisamente lo contrario de la sumisión com pleta a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo de la que
hablaba Lacan. En el seminario sobre Las psicosis Lacan previene sobre ei riesgo de tomar prepsicóticos en análisis: “eso produce psicóticos”, dice. Claro está, eso produce psicóticos si se generan ciertas condiciones que son las dei desencadenamiento en el diálogo con el paciente. No cualquier intervención ni cualquier pregunta fuerza al psicótico a la actualización transferencia! de la forclusión la que se traduce en el rechazo de ese uripadre. Ese rechazo es e! resultado de una configuración particular que toma la transferencia de la psicosis cuando, como dice Freud, e! su jeto ha encontrado en el médico al padre. Debe tenerse en cuenta que para Lacan la transferencia no tiene su único campo de des pliegue en la referencia al padre. Por el contrario, el eje de la transferencia es concebido cada vez más como excéntrico respecto del padre. A partir de su seminario sobre La angustia no es un significante ni siquiera el del nombre del padre el núcleo de la transferencia, sino el objeto a, que el analista está llamado a encarnar para el sujeto. Por eso no hay que creer que el analista deba cerrar la puerta de su consultorio ante la menor sospecha de que el sujeto que lo viene a consultar sea un prepsicótico al borde del desencadenamiento. No creo que sea así. Su propio análisis ha enseñado al analista a tolerar ese más allá del padre al que el análisis lleva des pués de cierto trayecto, a tolerar ese más allá como para no sentii la ‘ obligación de imponerle al prepsicótico o al psicótico que comparta la interpretación edípica del deseo. Las coordenadas para él son diferentes, y por lo general basta con saber respetarlas para no ser nocivo. Hasta tal punto Lacan con el tiempo relativizó el carácter de ca rretera principal de la referencia paterna, que llegó a decir que la psicosis es una de las tres formas normales del deseo, junto a la
neurosis y perversión. En sus presentaciones de enfermo se constataba su fidelidad a semejante apertura en la concepción del deseo. Yo no lo encuentro delirante, dijo a propósito de un caso de automatismo mental, el Sr. Primeau, que sin lugar a dudas le parecía normal es decir según la norma de la estructura en la psicosis. La cuestión preliminar de Lacan tiene como resultado entonces esa enseñanza, la de las consecuencias nefastas que tiene para el psicótico ser forzado a. apelar a una. referencia con la que no cuen ta. Lo que vuelve decisivo atender a las referencias de las que sí dispone. Por muy colaterales que parezcan respecto de esa “carretera principal” que sería la referencia al padre, esas otras referencias suelen bastar para sostener la estructura estable en el caso de una psicosis sin desencadenar; está también el otro caso, el de la psicosis ya desencadenada, donde el sujeto, como Schreber, ha de elaborar sus propias referencias merced al trabajo de la psicosis . Para continuar nuestro comentario del texto, nos centraremos en estas últimas.
Las referencias que sí hay en la psicosis El capítulo IV de la Cuestión preliminar está dedicado a un tema que me parece fundamental; las referencias que no hay y las que sí hay en el caso paradigmático de Schreber. Esto es lo más importante de la cuestión que plantea el texto, ya que intervenir apoyándose en referencias que no existen puede llevar al terapeuta a hacer desastres, mientras que por el contrario el analista cuenta, para sostener su intervención, con las referencias que hay en el sujeto a tratar. De ellas dependerá la “tela” del psicótico, su aptitud para
avanzar más o menos en el trabajo de la psicosis, e incluso en la realización de su deseo por alguna vía que no sea para él completamente desestabilizante. Después de introducir la metáfora paterna y el tema de la for clusíón del nombre del padre, Lacan pasa allí a considerar la estructura de la psicosis a partir de la trama del delirio tal como quedó plasmada en las Memorias. “Es en la forma más desarrollada del delirio con la cual el libro se confunde, donde nos ocuparemos de mostrar una estructura que mostrará ser semejante al proceso mismo de la psicosis”: así dice Lacan seguir el ejemplo de Freud en la confianza prestada al texto, ya que considera que lo que el texto permite articular como sus líneas de fuerza y su organización interna, son las mismas que ordenaron al delirio en su desarrollo. además, se propone referir la posición del sujeto sobre el esquema R de la realidad que ya comentamos brevemente, lo cual no puede hacerse si no es sobre la base de la transformación sufrida por ese esquema como resultado del agujero dejado en el triángulo de lo simbólico por la ausencia del nombre del padre lo cual es notado por Lacan como P0, y del déficit correlativo de la significación fálica en el triángulo de lo imaginario que escribe
0: falo subíndice cero. Eso da la matriz de un nuevo esquema, al que llamará /, y que ustedes deben escudriñar hasta en sus más minimos detalles a medida que leen el texto si pretenden entender de qué manera concibe Lacan que está estructurada la psicosis, y a partir de qué referencias el trabajo de la psicosis consigue crear un nuevo orden del sujeto. Una vez reconocido ese déficit, y evidenciado en todo su dramatismo por la cascada de remanipulaciones del significante que desarman la realidad previa al desencadenamiento, hay un nuevo
punto de partida que está dado por el poder creador de la palabra. Sólo la palabra crea ex nihilo , crea de la nada. Exactamente como en el Génesis, en ese nuevo principio para Schreber está el logas, el significante, que puede crear de la nada, es decir tíacer aparecer efectos del lenguaje en lo real, del tipo de lo que él llama ‘'creaciones milagrosas”. Los rayos divinos son la hipóstasis, la materialización sensible del significante. Por el significante entonces surgen Criaturas de la palabra que no sólo se sitúan en ese borde de lo simbólico con lo real, sino que también dan consistencia a uno de los tres pies de una trinidad con que lo simbólico forma el contorno del agujero dejado por la for clusión del significante paterno; los otros dos son el Creador y el Creado. En el esquema, el Creado I asume el lugar dejado vacante por la ley en P, y el lugar del Creador se designa en el dejar plan tado que, en ausencia de la referencia paterna, permitió una simbolización primordial M de la Madre. Entre uno y otro, están las Criaturas de la palabra por las que el segundo ejerce su influencia continua sobre el primero. Se diseña así en el seno del delirio una trama que no sustituye, sino que suple la referencia paterna ausente, mediante el ideal. Una suplencia no es metáfora, porque el significante que falta no está reprimido, sino que literalmente no está. En el texto de Schreber se ve muy bien que el ideal del sujeto de ser el garante del orden cósmico sella la imprompta de la vía de suplencia que le es peculiar. La segunda serie de apéndices que acompañan a las Memorias termina en estas palabras, verdaderamente concluyentes y demostrativas de la posición ideal de Schreber: “Todo lo acontecido, pues, resulta de un grandioso triunfo del orden cósmico, el cual, en modesta parte, creo poder también atribuirme. Aún en el orden cósmico,
como en cualquier otro aspecto, tiene vigencia la hermosa máxima de que todos ios intereses justos son armónicos entre sí”. Después de esa alteración catastrófica del orden cósmico que se abrió en el momento del desencadenamiento, esta reconstrucción de lo simbólico que va efectuando el delirio trae como consecuencia un reordenamiento en lo imaginario por el que la ausencia de la significación fálica es también suplida: “a falta de ser el falo que falta a la madre que es la posición inconsciente del neurótico, le queda a Schreber la solución de ser la mujer que falta a los hom bres”, dice Lacan. Es el sentido que, como consecuencia del traba jo del delirio, adquiere ese fantasma surgido en el período prepsicótico: “sería muy grato ser una mujer que es sometida al coito”. También en la psicosis se verifica que el fantasma aporta un sentido para el síntoma, tornándolo más soportable. Llegar a ser la mujer de Dios justifica y da una finalidad a todo sufrimiento. Ante tanta bienaventuranza en el horizonte todo padecimiento se transforma en una prueba y hasta en una parte de lo que vendrá. El goce se vuelve así más tolerable, civilizado por una causa final. Schreber dice esto con todas las letras, especialmente en los últimos capítulos de las Memorias. Por el peso de su incidencia, ese fantasma basta para reordenar el campo de lo imaginario y para detener el abismo de sinsentido que se había instalado en él. Por eso Lacan sitúa otra tríada, sobre la hipérbole de lo imaginario curva elegida entre las de la geometría analítica sin duda por sus virtudes asintóticas, tríada que consiste l.en él goce trcinse xual , que en la medida en que es condición de la copulación con Dios, ha de resultar en una prole de criaturas schreberianas, por las que 2. la imagen de la. criatura, y 3. su futuro, se ordenan. La ausencia de la significación fálica como común medida pue-
de hacemos pensar en que todo en la psicosis es sinsentido. Y es verdad que no se encuentra en ella sentido común. Sin embargo el psicótico también puede estabilizar un campo de significación a partir del delirio, sólo que es un campo de significación con el que no compartimos las referencias, porque de hecho son otras. Eso no lo hace más delirante que nosotros. Todo lo contrario, la inestabilidad de la significación así alcanzada por una “metáfora delirante” que es lo que en la psicosis viene al lugar de la metáfora, sin serlo, suele mantener al sujeto psicótico, y muy particularmente a Schreber, en una relación de logificación de lo real incomparablemente más, activa que la que permite la metáfora paterna a quienes la tienen como referencia. Aunque subsisten muchas oscuridades para mí en la construcción del esquema, aceptemos la disculpa de Lacan cuando advierte sobre “el exceso (del que el esquema I participa) al que se obliga toda formalización que quiere presentarse en lo intuitivo”. Subrayemos sin embargo algunas de las consecuencias que su construcción permite despejar. En primer lugar, el esquema es propuesto por Lacan para mostrar, en sus propias palabras, que “el estado terminal de la psicosis no representa el caos coagulado al que lleva un terremoto”, sino más bien la puesta a la luz del día de las líneas de eficiencia que dan una solución “elegante” como les gusta decir a los matemáticos cuando encuentran una solución que no implica rodeos muy intrincados, de las líneas que dan una solución elegante al problema planteado por el desencadenamiento. Schreber, desde el verdadero caos que describe en los capítulos V a VU de sus Memorias, avanza en la elaboración de su relación con el significante hasta la estabilización de una nueva realidad.
La cuestión preliminar de Lacan se propone así como la demostración" de que la psicosis no es sinrazón. En esas líneas de eficiencia que supo reconocer en la solución schreberiana está en obra la razón, dice, ya que es en la relación del sujeto con el significante donde se sitúa el drama. Cualquier consideración sobre cómo tratar la psicosis no podría desconocer por lo tanto que “la única organi cidad que está interesada en este proceso es la que motiva la estructura de la significación”. Es decir que no hay en la psicosis otra or ganicidad que la que proporciona el órganon , el instrumento lógico que elabora el trabajo de la psicosis a partir de la relación del significante con lo re al En el nuevo esquema el campo de la realidad ha quedado enmarcado entre las dos hipérboles, dando una idea rápida de “la concepción subordinada que debemos formarnos de la función de la realidad en el proceso”. No voy a hacer por hoy más comentarios sobre la realidad en la que entran todos los bizarros fenómenos que ^1 significante trae desde lo real hasta lo imaginario. Quiero en cambio comentar dos curiosas frases que Lacan incluye en el esquema I. Ambas están entre paréntesis y dicen: “se dirige a nosotros”, y “ama a su mujer”. Ambas se inscriben en el trayecto S ~ a a5 A, que se mantiene en el esquema I, y que sim boliza, escribe Lacan, “la opinión que nos hemos formado por el examen de este caso, de que la relación con el otro en tanto que es su semejante, así como la amistad en el sentido aristotélico en tanto hace a la esencia del lazo conyugal, son perfectamente compatibles con la salida de su eje de la relación al Otro”. Lacan destaca así que hay un lugar para nosotros en el discurso schreberiano, para nosotros sus lectores, por lo general analistas, los únicos en interesarnos en las Memorias, así, amontonados en el
plural de ese “nosotros”. En este escrito que es de 1958 la interpretación de Lacan nos da un lugar de semejante. ¿Cuál es el lugar de ese nosotros ai que Schreber se dirige si lo interpretamos desde otro Lacan, el que a fines de los años ‘60 concibe un discurso analítico en que la relación al Otro está también allí salida de su eje? Dedicaremos la última parte de esta clase a tratar esta pregunta. Pero antes quiero destacar que la elaboración del esquema / marca la etapa constructiva de la Cuestión preliminar , en la que Lacan no pone el acento en el déficit sino en los elementos con que el sujeto se reconstruye, y que constituyen los elementos con los que puede concebirse toda operación discursiva del psicótico, incluido el trato que pueda tener con un analista un analista que no lo requiera allí donde él no tiene chances de responder. Así, el psicótico que no puede ser exigido desde el sentido común, que no puede ser confrontado con la castración de la que el padre sería el agente porque para él no lo ha sido, puede sin embargo afrontar su deseo en la medida en que se sostiene del intervalo entre su Ideal y su destinatario (ver ese intervalo en el esquema I).
¿Qué posición para “nosotros”, aquellos a los que el psicótico se dirige? Demasiado luminoso, el texto de Lacan, como el sol de febrero, ha ejercido un efecto de parálisis sobre muchos analistas que intentan seguir sus indicaciones. A tal punto que algunos se vieron obligados a diagnosticar las psicosis como locuras histéricas para atreverse a hacer algo. En todo caso es un hecho que se conoce la Cuestión preliminar por la contribución teórica de la forclusión del
nombre del padre, y por la frase final, a la que se considera “la parle práctica”, que es un verdadero mazazo en la cabeza de las buenas intenciones: “Pues usar de la técnica que Freud ha instituido, fuera de la experiencia a la cual se aplica, es tan estúpido como agotarse remando cuando el navio está sobre la arena”, concluye Lacan. Hay que tener en cuenta que la lección de Lacan en ese texto de 1955 estaba dirigida a lo que los analistas hacían y producían en esa época en el contexto de la International Psychoanalytic Asso ciation, en particular aquellos que pretendiendo ir más allá de Freud habían regresado a la etapa anterior a Freud. Puede sonar contradictorio que el mismo Lacan diga unos años más tarde: “el analista no debe retroceder ante la psicosis”, pero tal vez no haya tal antinomia. Es necesario ver de qué manera se salva esa contradicción, que tal vez sea sólo aparente. Para salvarla, muchos lacanianos han entendido que es el analista en tanto terapeuta el que no ha de retroceder, pero no en tanto analista. A quienes dicen eso yo les pregunto entonces: ¿Cuándo Lacan promovió terapias no analíticas?, ¿no se lanza uno en un sin sentido mayor sosteniendo semejante áilogos, el del analista en tanto no analista? ¿Y cómo explicar la eficacia del encuentro regular del psicótico con el analista, que a menudo permite tratamientos sin internación, estabilizaciones cada vez más prolongadas con dosis de psicofármacos sensiblemente menores? Por otra parte, el analista no se confunde en la psicosis con posiciones que tampoco para el neurótico corresponden al psicoanalista. Si comenzáramos por decir lo que el analista no es, nos resultaría evidente que no lo es para el sujeto de la psicosis, pero tampoco para el de la neurosis: el analista no es el padre como agente de
la castración, tampoco se identifica al ideal, no es el amo ni prohi bir ni ordenar llevan muy lejos no es el sujeto en actividad para ser analista es necesario no ser sujeto, no al menos en actividad. Ya se sabe adónde conduce al psicótico el analista que desaloja de la posición de sujeto en actividad a su paciente: lleva a la eroto manía. Tenemos un acceso casi experimental a eso por la propuesta de un psicoanalista francés que promovía una inversión de los lugares como maniobra inicial de la transferencia, es decir que el analista era el sujeto y el paciente el objeto a. Se producía entonces una “erotomanía de transferencia”, en términos de nuestro colega. Pero modificó su posición en ese respecto, ante la evidencia de las derivaciones mortíferas de esa erotomanía producida artificialmente. Histeriquear con el paciente psicótico es riesgoso y no sólo para el paciente. Conviene ser cauto con las “vacilaciones de la neutralidad”. El analista tampoco es el sujeto supuesto saber. Contrariamente a lo que se dice por aquí, desde una perspectiva clínica precisa, el analista no se confunde con el sujeto supuesto saber, ni siquiera en el análisis del neurótico. Por eso Lacan destaca que el sujeto su puesto saber es una instancia que viene a ubicarse en posición tercera entre el analista y el analizante, haciendo de enlace de amor entre ambos, como el Espíritu Santo entre el Padre y el Hijo en la mitología cristiana. Si en la psicosis el sujeto supuesto saber tiende a realizarse en el partenaire, es en la medida en que fracasa la función del intervalo, es decir en la medida en que falta ese ínter, ese entre analizante y analista que permitiría alojar al sujeto supuesto saber en posición tercera. Por eso la función del amor, del amor al saber que constituye una mitad de la transferencia, no es el fuerte del psicótico en análisis.
¿Es el analista el otro imaginario para su paciente psicótico? Hay eminentes analistas que a veces lo plantean así, actualmente. Y pueden basarse en la Cuestión preliminar , ya que allí Lacan parece ver con buenos ojos la relación del sujeto con el semejante (“se dirige a nosotros...”) y con el cónyuge al que lo une la filia aristotélica (“ama a su mujer”). Pero, lamentablemente, las relaciones imaginarias no fundan lazos suficientemente inertes una vez que la psicosis ha desencadenado. Y si esos lazos son fuertes, suelen virar hacia la tensión agresiva, conforme a lo explicado por Lacan en La agresividad en psicoanálisis, texto incluido en los Escri tos I. Por eso, por exhaución, podríamos conjeturar que no hay posición mejor para el analista ante su paciente psicótico que la posición...de analista, es decir la que se define como'semblante de ob jeto a, que es la única que permite una “sumisión completa a las posiciones subjetivas del enfermo”. El analista a veces no cuenta más que por su presencia silente, a veces no es más que el depositario de los papeles garabateados por el sujeto que dice entregar “poemas”. Otras veces es la oreja, o el ojo, testigo silente de la desventura y de la gloria alternadas o simultáneas de su paciente. Tam bién está el analista secretario, el que guarda los secretos del alienado, y que verdaderamente es una suerte de tarro de basura, y que sin embargo causa algo en el sujeto. Lo menos que puede decirse de él es que estimula el trabajo de la psicosis. Pero a veces eso va claramente más lejos. El analista logra a veces causar el deseo del psicótico. “¡Pobre Dr., está cachuso, tiene el pantalón hecho un acordeón!”, decía un paciente, muy divertido mientras relataba ese comentario de su madre, que él repetía. Luego de esa sesión, pudo
continuar con su actividad sublimatoria, ia pintura y la redacción de cuentos. Es necesario explicar la eficacia causal del analista en la cura del psicótico, y en ese caso tal vez sea el médico cachuso quien con su mirada causa los dibujos que ese paciente le muestra semanalmente, o quien sostiene con su oreja el decir de sus nuevas ela boraciones delirantes es al único a quien se las cuenta actualmente, o quien io invoca también en el camino de la reducción ál mínimo de esas elaboraciones; el mismo que hace ya 13 años le permitió salir de una fase de catatonía casi ininterrumpida que había durado 7 años de penosa internación, fase en la cual los psicofármacos y los cuidados psiquiátricos se habían revelado inoperantes. Y es un hecho ya suficientemente constatado, que un psicótico en análisis por lo general no requiere de esos cuidados, ni necesita internación. ¿Pero cómo, se me puede objetar con justa razón, no es la inter pretación del analista (que define su posición desde el lugar de la verdad) nociva para el psicótico? ¿Y puede uno ser llamado analista si no interpreta? ¿No podría decirse que si no interpreta no es analista, ya que la interpretación es lo que él tiene para decir, y su posición de semblante de a se sostiene desde la Iatencia del medio decir del saber en el lugar de la verdad (a/S2)? ¿Si el analista es el intérprete, cómo sostendría entonces su posición sin la interpretación, la que lo sitúa en posición de al El semblante, dice lacan, es la función primaria de la verdad, ¿cómo sostener el semblante de a en el discurso sin la función de la verdad? El lema que hay que hacer valer antes de dar una respuesta a esa objeción es que para el psicótico la verdad como desocultamiento no tiene función alguna, porque en la psicosis no hay Iatencia; de bajo de la barra no hay nada que buscar, porque no hay barra. Allí nada se oculta; aun lo que por el momento no se ve no implica esa
dimensión de ocultamiento que es la de la verdad. En consecuencia no hay goce reprimido. Interpretar en la psicosis equivale a inyectar un goce que no tiene para el sujeto ningún correlato de verdad, y que, por la impostura y el desconocimiento que implica, tiende a reproducir la situación del desencadenamiento. El intérprete puede alcanzar así una homología estructural con ese Unpadre que precipitó la psicosis. Mi respuesta a esas objeciones es que no es la interpretación el soporte último ni el único de la posición del analista. Lacan mostró que en los límites del discurso es el acto del analista lo que da el marco del trabajo analítico. Cito aquí algunas palabras suyas, extraídas del seminario El acto analítico : “interpretación y transferencia están implicadas en el acto por el que el analista da a ese hacer soporte y autorización. Está hecho para eso. Aun si el analista no hace nada» hay que dar sin embargo algún peso a la presencia del acto. Pues esta distribución del hacer y del acto es esencial al estatuto mismo del acto”. ¿No hay que reconocer esa presencia del acto del analista en la “sumisión completa alas posiciones propiamente subjetivas del enfermo” de la que habla Lacan en el texto De una cuestión prelimi nar'] ¿No es evidente que cuando el analista cede la palabra al sujeto psicótico no lo hace desde una posición de amo, ni de examina dor, ni de histérico, sino que acepta encarnar el efecto a del discurso de su paciente, incluso si no alude a ello en la interpretación porque a ello ya alude el paciente? ¿Saben por qué los psiquiatras hablaron de risas inmotivadas en la psicosis? Porque nunca se enteraron de que sus pacientes se reían de ellos, de la pinta de objeto a que a veces tomaban en el “campo perceptivo” de su pacientes. Aquí toma todo su valor la indicación que da Lacan en el semi-
nario de La angustia y que ya he comentado aquí. En la psicosis, el analista debe incorporar el objeto a y el objeto que es efecto del decir de su paciente. A esto responde una constatación clínica.de mi experiencia más corriente: cuando se entabla con firmeza el lazo dialógico con el psicótico, psicót ico, al cabo de un u n tiempo más o menos breve las alucinaciones tienden a desaparecer, o se esfuman por completo durante períodos más o menos prolongados. Eso me lleva a suponer, lógicamente, que algún extraño vaso comunicante hay entre las voces y el analista, que con su presencia eficaz produce la extracción del objeto a retomo aquí lo desarrollado en clases anteriores Por otra parte, por su estructura, el acto analítico es para el psicótico una garantía contra el acto y sus riesgos, ya que lo confina al hacer analítico de la asociación que no es acto, sino trabajo, tarea. Esto es así por la distribución subjetiva que produce el acto analítico, distribución por la cual el acto corresponde al analista en posición de a, la tarea al analizante en posición de $. Por eso lo verdaderamente difícil no es concebir el comienzo del análisis de un psicótico, sino su conclusión, donde él quedaría solo, con la responsabilidad del acto de su lado y no ya del lado dell anal de an alis ista ta En efecto, el acto acto del analista pone pone en en suspenso suspe nso la dimensión del acto del lado del analizante, y por eso mientras dura el análisis toda acción que tiene el aspecto de un acto, de una decisión del analizante, es sospechoso de poder subsumirse en la tarea, en el hacer propio del analizante. La vida psicoanalizante es una vida donde la responsabilidad última parece no recaer sobre ei sujeto, sino sobre su analista al que la opinión pública responsabiliza con justa jus ta razón: cuando cuand o algo anda muy mal en la vida de un analizante, analiz ante, la gente piensa en su analista como responsable. respon sable.
Además, el efecto del acto del analista no puede ser nunca otro acto. No hay acto del acto. El acto supone una ruptura de la cadena causal, decía el lógico inglés L L. Austin. No existe el acto que sea efecto de otro acto. Cada vez que se comete un acto se produce un retomo a un tiempo cero, es un nuevo comienzo que no es efecto inmediato de un acto anterior. Por eso Lacan afirmó que aun el acto analítico concluido deja al sujeto en la puerta del acto, pero no lo comete por él. él. Hay que tener en cuenta también que el analista, por poco que respete las coordenadas clínicas que le proporciona su escucha, nunca debe ir más allá, en su intervención, de lo que admite la “tela” estructural de su paciente. Con esa salvedad se puede afirmar entonces que el acto del analista es una garantía contra el acto nocivo, el acto que es dañino para el sujeto porque su estructura no lo tolera. Y si se puede pensar en el final del tratamiento del psicótico, es sobre la base de que el sujeto esté ya advertido de sus posibilidades estructurales, de lo que para él es viable y lo que no, los lazos sociales que puede establecer, establecer, etc. etc. Otra cuestión. Me gusta una expresión que utiliza Colette Soler en su artículo ¿Qué lugar para el analista?. Allí habla de una “vacilación de la implicación forzosa del analista”, refiriéndose a un caso en el que ella intervino al menos de tres maneras divesas, de las que aquí destaco dos: como testigo silencio, abstención de interpretar, y como orientación del goce sugestión negativa o prohibición, y positiva de apuntalamiento del ideal. Se puede ver muy bien de qué manera se inscriben esas dos intervenciones en el esquema / de Laca Lacan. n. El testigo es el “nosotros” al que el psicótico se dirige desde su posic po sición ión de goce, “no “nosot sotros ros”” que q ue pa parec recee en una prim pr imera era ap aprox roxim imaa-
ción equivaler al semejante, al otro imaginario. Sin embargo en el “nosotros” al que el sujeto se dirige debe reconocerse el estilo, que es más que algo del registro imaginario. El estilo es el hombre , dijo Buffon, al que uno se dirige , precisó Lacan. A modo de ejercicio dejemos ese primer tipo de intervención inscripto: en la línea horizontal superior del esquema /. Por otra parte el ideal apuntalado por la analista en el segundo tipo de intervención, ideal que cumple una función de límite al goce del Otro del Otro que abusivamente quiere hacerla trabajar no puede pued e ub ubica icarse rse sino en e n I, es decir en el extremo de la línea horizontal inferior, línea que parte del amor por el ideal que caracteriza al psicótico. psicótico . Se ve entonces que lo que Soler llama la vacilación de la implicación forzosa del analista lleva a éste a hacerse fuerte en las dos líneas desde donde se sostiene la realidad del psicótico, es decir, lo que hace de suplencia del intervalo que no hay. Ahora bien, si el analista analista puede oscilar oscilar entre esas dos posiciones opuestas, opuestas, de testigo testigo silente y de demanda que sostiene el ideal, es porque no coincide enteramente con ninguna de d e ellas. ellas. Si tenemos en cuenta que esas dos posiciones son además antinómicas, se oponen por su forma y por su lugar estructural, se deduce que el lugar del analista no reside exactamente en ninguna de las dos. El lugar del analista es el que sostiene el intervalo entre una y otra, la posibilidad misma de que esas dos líneas no se colap sen una sobre la otra. Es la causa a del deseo lo que el analista logra así ahuecar, extraer, en lugar del objeto a del goce que resulta así extraído por su intervención. Por precaria que sea su estabilidad, la causa del deseo del psicótico puede ser encarnada por el analista. Y no hay que temer hablar de deseo del psicótico. En la
psicosis, Como lo ha dicho Lacan, encontramos una de las tres formas normales del deseo, por más precaria o delirante que le parezca esa forma a los que miden la normalidad con los parámetros de su fantasma. La función notoria de pacificación que induce el analista en el sujeto de la psicosis depende de eso, de que la ubicación del objeto a en el analista como causa del deseo del psicótico hace posible un alojamiento precario y alternante de la división del sujeto que por un lado se aliena en el ideal, y por el otro goza como un cerdo, precario pero alojamiento al fin. Si el discurso del analista es el principio del cambio de discurso, no debería sorprendernos que legalice y dé ei marco más adecuado que sea posible a tales alternancias antinómicas. Sólo para un analista no es del todo incompatible el goce transe: xual de Schreber y el sostén del orden del universo que él mismo se arrogaba. Me refiero a un analista que lo sea, es decir que pueda destituirse como sujeto para encarnar con algún entusiasmo al ca chuso que causa el deseo del psicótico. Nadie mejor más aliviada mente que él podría hacerse cargo del lugar de inmundicia desde donde puede volver a crearse un mundo, abrir el ser al deseo.
Referencias:
1. Jacques Lacan. Escritos II (Siglo XXI, Bs. As., 1985), pp. 513-564. 2. Ibid., Pág. 558-9. 3. Freud, S. Obras Completas (Amorrortu, 1986), vol. XII, pág. 44. 4. Cf. las clases del 13 y 20 de junio de 1962, que son las dos últimas del semi nario de J. Lacan sobre La identifica ción. 5. C. Soler. Estudio s sobre la s psicosis (Manantial, Bs. As., 1989).
Consecuencias clínicas de la cuestión preliminar Autores: Carola, Aliieri Vega, Pedro Pablo Casalins, Adriana Domínguez, Alejandro Gretz, Alberto Grunfeld, Rosana Larraza, Mirto La Tessa, Gabriel lumbar di, Claudia López, R oberto M atzuca. El trabajo fue redactado por G. Lombardi, y forma parte de uno más amplio, presentado para la jornada sobre la Pertin encia de la p siqu ia tría en el Cam po Freud iano, realizada en París el 16 de julio de 1994. El relator general del trabajo en esa oportunidad fue Rafael Skiadaressis.
1. ¿Un texto teórico? Los analistas toman pacientes psicóticos en tratamiento. Es un hecho. A menudo, en Buenos Aires, se puede constatar también que esos tratamientos tienen consecuencias, y no solamente en la desaparición o en la atenuación transitoria de los síntomas. El encuentro del psicótico con el analista, a veces una vez por semana o con una frecuencia aún menor, suele tener una eficacia que no sólo opera en el plano terapéutico sobre los síntomas, sino que también abre posibilidades de lazo social y de actividades sublimatorias o creativas en las que el psicótico puede aprovechar la libertad que le regala la estructura pero que por lo general le vale también el rechazo de la sociedad. Sin embargo, la eficacia de esos análisis no suele fundamentarse
sobre el texto D'une question préliminaire a tout traitement possible de la psychose (en adelante QP). Es considerado más bien un texto teórico, que puede contribuir a la clínica en el plano del diagnóstico, pero no en el de la orientación de la cura. Muchas veces se interpreta también que este texto se inscribe dentro del “pesimismo” ñeudiano en cuanto a las chances de aplicación del psicoanálisis a la psicosis, entendiéndose en este sentido la famosa frase final del texto: Lacan diría que ocuparse analíticamente de la psicosis es como remar cuando el barco está en la arena. Algunos autores llegan aún más lejos, cuando dicen por ejemplo que el texto de Lacan abona la tesis de que no hay en la psicosis transferencia analíticamente aprovechable. Y lo que se dice de este texto fundamental suele decirse de la enseñanza de Lacan sobre la psicosis. No pensamos lo mismo. Consideramos por el contrario que el texto de Lacan no sólo permite una precisión diagnóstica mayor, sino que también enseña sobre el síntoma en la psicosis, sobre el su jeto que es inmanente a ese síntoma, sobre la posición del analista ante el sujeto de la psicosis, y que sugiere además indicaciones valiosísimas sobre la orientación posible de la cura. Todo eso es elaborado a partir de la crítica de la posición del psiquiatra, ya presente desde el primer capítulo. ¿Cuál es la cuestión preliminar que plantea Jacques Lacan? Es la de las consecuencias de la forclusión del nombre del padre. Creemos que en esto hay un amplio consenso entre sus lectores. Sin embargo dejar la respuesta allí es insuficiente. Conviene, y so bre todo en psicoanálisis, tener en cuenta las consecuencias que comporta un discurso, extraerlo del plano de la especulación pura, y considerar qué implica en lo real de la práctica a la que concierne. Tanto más en este caso si se tiene en cuenta que el mismo La
can lo hace, al final, cuando escribe: “dejaremos aquí por el momento esta cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis, que introduce, como se ve, la concepción a formarse de la maniobra, en ese tratamiento, de la transferencia” (el subrayado es nuestro). ¿Se ve, sin embargo, cómo la introduce? Es un texto que preserva especialmente ese poder de ilectura que Lacan tanto respetaba, a fin de no dar a comprender prematuramente lo que en el terreno de la psicosis tiene consecuencias más inmediatas y pesadas que en otros: el psicótico ha sido, históricamente, el sujeto más fácil de segregar, y también a partir de que se lo “comprende”. Sería necesario entonces ir paso a paso, tratando de echar alguna luz para ver , para ver lo que Lacan propone sin reducirlo a esas fórmulas que simplifican al tiempo que confunden y que en este caso tuvieron el valor ambiguo de cerrar un camino que Lacan quiso dejar abierto, o de obligar a transitarlo con anteojeras. Sin embargo, no podremos llevar a cabo esa tarea en el marco reducido de este artículo. Nos limitaremos entonces a subrayar algunas de las consecuencias que se desprenden del texto en cuanto a la clínica de la psicosis, a las posiciones del psiquiatra y del analista, y al beneficio ético y terapéutico que este último logra si se atiene a su posición que implica respetar las posibilidades estructurales del sujeto en cuestión. Consecuencias que no consideramos solamente virtuales o teóricas, sino efectivas, ya que la enseñanza de Lacan cambió la práctica de muchos analistas y psiquiatras en el terreno de la psicosis, más allá de la desconexión teórica que media entre esas prácticas y el discurso que las transformó. El efecto que se propaga de un discurso supera con frecuencia la posibilidad de articulación de quienes se hacen sus agentes.
La primera consecuencia de la QP es que la psicosis es una cuestión de sujeto. Sua res agitar , en tanto “el drama de la locura se sitúa en la relación del hombre con el significante”. Hay sujeto en la psicosis, y de una subjetividad de la misma vena que la del científico, incluso la del psiquiatra: la que el significante crea e introduce en lo real. El nivel en que “esa subjetividad entrega su estructura verdadera es aquél en que lo que se analiza es idéntico a lo que se articula” por la presencia del significante. El desencadenamiento de la psicosis debe ser considerado por lo tanto “una circunstancia de la posición subjetiva”. También el estado terminal de la psicosis sólo puede concebirse a partir de la “restitución de un orden del sujeto”. Entre ambos términos, todo el capítulo IV de la QP está consagrado a “la subjetividad del delirio dé Schreber”, es decir el despliegue lógico de las líneas de fuerza que organizan el trabajo del delirio desde el único punto de vista que interesa en la clínica psicoanalítica, el del sujeto. Ese capítulo además muestra, al par que elabora el grafo I de la realidad delirante de Schreber, no sólo la operación simbólica que falta y sus consecuencias subjetivas, sino también aquellas referencias que permanecen a pesar de esa falta. Tales referencias que sí quedan son decisivas, ya que definen las coordenadas que enmarcan y sustentan la realidad delirante, y constituyen los elementos mismos con los que se puede contar en un tratamiento posible y a los que el analista debería atenerse para no forzar al sujeto más allá de sus posibilidades estructurales. Definen entonces la “tela” estructural del psicótico. La psicosis no es para Lacan el resultado de un trastorno bioló-
gico, tampoco es una experiencia inefable. Conviene entonces "‘escuchar a aquel que habla, cuando se trata de un mensaje que no proviene de un sujeto más allá del lenguaje, sino de una palabra más allá del sujeto”. Por esa palabra el sujeto resulta incluido en el síntoma de un modo inadmisible para la psiquiatría. Desde el punto de vista de la clínica psicoanalítica tampoco se trata en la psicosis de un sujeto más allá del síntoma, ya que “en ninguna parte como en la psicosis el síntoma, si se lo sabe leer, está tan claramente articulado en la estructura misma”. Es el síntoma lo que para Lacan define una estructura, como lo precisó en su seminario La lógica del fantasma. Eso se explica por lo innecesario de la revelación de una estructura latente en la psicosis. Entre el síntoma y la estructura no media allí ninguna latencia. Lo que también constituye una referencia importante para el que pretende ayudar al psicótico a soportar su condición. “El sujeto es inmanente a su alucinación verbal”, afirmó Lacan en su Seminario XI. Lejos de plantear un sujeto más allá del síntoma, la enseñanza de Lacan muestra claramente que, si se lo sabe leer, es en y por el síntoma que el sujeto se manifiesta, se articula, se hace un lugar en la estructura. Lo cual abre la brecha insalvable que separa el discurso analítico del de la psiquiatría que, como veremos, segrega al sujeto por la dilución de su síntoma en colecciones de signos objetivables: síndromes o disorders-.
3. El psiquiatra concernido Una vez situada la cuestión preliminar “que da a la psicosis su condición esencial’1, Lacan, en lugar de concluir su texto, redacta un Post-scriptum. El curioso designio de ese último capítulo es el de dar cuenta de por qué no irá más allá. Escribe Lacan: “este discurso (...) prosigue su dialéctica más allá: lo detenemos sin embargo aquí, vamos a decir por qué. (//) Es en primer lugar que con nuestro alto {halte } vale la pena indicar lo que se descubre”. Y lo que se descubre, es la apertura que proporciona a los objetivos del tratamiento el acto de restituir a los fenómenos de la psicosis el relieve subjetivo que merecen, con la consecuencia adicional que ello implica: no considerar más delirante la realidad del psicótico que la del psiquiatra o la del analista. Para ello Lacan emprende el tour de forcé de situar la psicosis propia de “la subjetividad que el sabio en ejercicio en la ciencia comparte {partage} con el hombre de la civilización que la soporta”. Esa psicosis social toma sus coordenadas: de lo imaginario de un discurso sobre la libertad al que califica de delirante; de un concepto de lo real en el que el deterninismo es una coartada para encubrir el plano en que se juega una causalidad real en el campo del azar y la fortuna; y finalmente del juego de lo simbólico por el que la creencia encuentra en occidente su referencia cardinal en la figura de Papá Noel (es decir esa veta en la que la metáfora paterna se constituye en una metonimia de la castración, con un efecto francamente estupidizante). Si esa psicosis es compatible con lo que se llama el buen orden, argumenta Lacan, eso no autoriza al psiquiatra, ni tampoco al psicoanalista, “a confiar en su propia compatibilidad con ese buen or-
den para creerse en posesión de una idea adecuada de la realidad a la que su paciente se mostraría inadecuado”. Y aquí se aloja, en el seno de la QP, lo que en el Petit discours auxpsychiatres dirá más explícitamente: el psiquiatra está “concernido” en su relación con el loco por compartir la misma subjetividad, con el añadido angustiante para el psiquiatra de que el loco tiene el objeto de su lado. El sujeto psicótico, inmanente a su aluci nación verbal , “tiene” el objeto, por eso no se lo demanda al Otro. Como resultado de lo cual, el sujeto que se encuentra con el loco, sea o no psiquiatra, tiende a quedar ubicado en posición de sujeto dividido; y eso angustia. Lacan definirá la angustia como la sensación del sujeto precisamente ante la presencia de ese objeto que el psicótico puede venir a encarnar para el psiquiatra “concernido”. Y por ello el psiquiatra se resguarda de encontrarse con el psicótico, permanece en las coordenadas de su realidad, compatible con el buen orden, etc. Es preciso destacar que el término “concernir” tiene en la enseñanza de Lacan un estatuto casi conceptual. Lo utiliza cuando se trata de la relación del sujeto con algo que viene de lo real, por ejemplo cuando en el Seminario III discute la causa de la certeza del psicótico. Allí Lacan explica que no es en la realidad de la alucinación donde se funda la certeza del psicótico, sino en algo que le concierne: un significante que viene de lo real, materializado por ejemplo en la voz. Y a la luz de su enseñanza de los años ‘60, si algo concierne al sujeto, es el objeto a, que es el objeto de la angustia y de la certeza subjetiva. Sabemos sin embargo que la certeza subjetiva es rechazada por la ciencia. Eso tiene como resultado, para el psiquiatra que trata de ser “científico y objetivo”, que quien está en la certeza es el loco,
mientras cjue él se resguarda de ella. Encubre con sus veleidades de “objetividad” su propia indeterminación subjetiva, no quiere saber nada de la certeza que nace en su angustia y le concierne del modo más intime en su deseo (¡por algo se dedica a esa profesión a la que él mismo suele calificar de insalubre, que requiere ir al hospicio, aunque más no sea a dirigir el Servicio!). ¿De qué modos se resguarda de ese “concernimiento”? En primer lugar y básicamente protegiéndose de la presencia de ese objeto que el psicótico tiene de su lado. Por eso la QP comienza con una crítica de la teoría decimonónica de la alucinación en que el psiquiatra apoya su convicción de que la alucinación es una percepción sin objeto. Lejos de ser sin objeto, la alucinación es para Lacan la encarnación clínicamente más evidente de lo que luego llamará objeto a. En ese primer capítulo de la QP Lacan pone todo el acento en que lo erróneo no es el perceptum , sino que la alucinación es un perceptum que no deja un sentido unívoco al percipiens interesado concernido por ese perceptum. Si el psiquiatra se angustia y prefiere sostener; ¡sin objeto!, es en la medida en que él mismo está sujeto a la presencia organiza, dora del campo del deseo de ese objeto para él encubierto que el psicótico mismo encarna. Como el perverso para el juez o el académico, la presencia del loco desordena y molesta al psiquiatra, porque le exige en todo caso ponerse en regla con ese campo de los deseos que el objeto a organiza o desorganiza según la perspectiva de su incidencia, dicho de otro modo según la posición subjetiva. Hay sin duda más objetos entre el cielo y la tierra que los que reconoce el psiquiatra en su realidad adecuada. Desde esa perspectiva todos los demás “recursos” del psiquiatra para desvanecer su “concernimiento” se ordenan. El chaleco anti
guo, de loneta, o el químico, más moderno, tienen la función doble de atrapar y silenciar a un sujeto al que Lacan califica de “libre”, precisamente por “tener” el objeto a su disposición. Está esa otra muralla que son las relaciones de comprensión. A su manera, evita finalmente también el encuentro libidinal con ese objeto. Si Lacan reconoció en de Clérambault a su único maestro en psiquiatría, fue justamente porque de él aprendió a orientar la interrogación del enfermo a partir de 3o que no se entiende, del elemento “anideico” que de Clérambault supo destacar aunque fuéra por su ideología mecanicista. La ubicación de lo que no se entiende, es decir el significante del síntoma en su presencia insensata pero estructurante de la relación del sujeto con lo real, conduce directamente a la ubicación del objeto éxtimo que concierne y angustia. Comprender, permanecer en el registro de la significación, es un modo de evitarlo. También se puede eludir ese “concernimiento” tomando al psicótico como objeto de estudio. “Ponemos barreras, murallas, decía Lacan, los consideramos mucho más como objetos de estudio que como punto de interrogación a nivel de la relación del sujeto con ese objeto extranjero, parasitario, que es esencialmente la voz”. Sólo sobre la base de ese tour de forcé se abre la dimensión clínica en que el psicoanálisis puede desplegar una eficacia ética y terapéutica diferente. Porque la posibilidad misma de una clínica de pendiente del discurso psicoanalítico se abre a partir de lo que Lacan llamó “una entera sumisión, aun si ella es advertida, a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo”. Ocuparse verdaderamente del loco exige esa posición, para la que no preparan ni la naturaleza, ni la universidad, ni la “experiencia” por sí sola. La destitución subjetiva del analista que esa posición implica es algo que
sólo la conclusión de un análisis puede facilitar. Por eso Lacan es peraba que alguna vez se ocupe del loco alguien analizado. Lo que hace el psiquiatra es otra cosa. El no se destituye como sujeto, sino que disimula su angustia detrás de la máscara profesional que asume en su sórdida realidad. Y es precisamente a partir de la crítica de su postulación de la realidad que Lacan en el Postscriptum considera oportuno pasar al tema del “objetivo de! tratamiento” de la psicosis. Podemos conjeturar entonces que cuando Lacan hablaba de “retroceder ante la psicosis”, se refería a lo que hace el psiquiatra.
4. El método de Lacan Pero la importancia de la crítica lacaniana de la posición de* psiquiatra no debe situarse tanto en los efectos que pueda producir en el discurso de la psiquiatría, que avanza según sus propias reglas y su interacción con la ciencia y el mercado. La importancia ética de esa crítica se sitúa en relación al analista, que corre el riesgo de caer en la posición psiquiátrica, más fácil de sostener. “¿Por qué es precaria la experiencia del psicoanálisis con el psicótico?”, se preguntaba Lacan en el Petit discours. Y da esta res puesta: “porque está el psiquiatra; cuando ustedes salen del psicoanálisis llamado didáctico retoman la posición psiquiátrica”. Inversamente, destaca el “progreso capital que podría resultar del hecho de que alguien psicoanalizado se ocupe un día verdaderamente del loco”. Y en ese sentido se puede entender que la QP es la del analista concernido. Concernido en la maniobra de la transferencia en la
psicosis. Antes de pasar a ese punto debemos sin embargo hacer una referencia decisiva al método en la enseñanza de Jacques Lacan, en los siguientes puntos: 1. La enseñanza de Lacan tiene una estructura tal que tiende a poner en acto aquello de lo que habla, haciendo coincidir (en acto, justamente) enunciado y enunciación. La enseñanza para Lacan es tesis, pero tesis que no olvida que en lo puesto { thésis} puede o no estar el poner {títhemi} que lo inscribe en lo real. Es lo que diferencia un enunciado vacío, a la manera del discurso universitario, de un enunciado que desencadena sus consecuencias: de enseñanza en este caso. 2. Eso no solamente en su discurso hablado; también busca ese efecto de transmisión en sus escritos. En 1969 fundamentó explícitamente el poder de ¿lectura [pouvoir d ’illecture} que supo mantener intacto en sus escritos en razón de que “dar demasiado a com prender es propiciar la evitación”. En esto la enseñanza de Lacan es coherente con la experiencia analítica misma: “es más bien por la ubicación de lo que no se comprende afirmó también que puede producirse algo ventajoso en la experiencia analítica”. Si algo llama la atención en las desgrabaciones de sus presentaciones de enfermo, es hasta qué punto se basaba en lo que no entendía, lo tomaba como referencia para avanzar en la interrogaci ón clínica. O n lo cual enseñaba también cuánto más lejos se llega en la aprehensión clínica si se deja en suspenso esa satisfacción ética y científicamente precaria en que consiste el sentimiento de comprender (el aha-Erlebnis del que habla en los Écrits). 3. La QP es un texto de 1958, es decir de la época en que Lacan trataba de situar con un vigor metodológico inédito en la historia del psicoanálisis, la critica de aquellos que, por ir más allá de
Freud, se extraviaron. Sin embargo la prudencia de Lacan de 110 ir más allá de Freud no se limita solamente a esas coordenadas históricas. En su seminario sobre La ética del psicoanálisis explica su opinión al tema: “Uno no va más allá de Descartes, Kant, Marx, Hegel y algunos otros, en tanto que marcan la dirección de una investigación, una orientación verdadera. Uno no supera a Freud tampoco. Uno no hace tampoco ¿qué interés puede tener? la evaluación, el balance. Uno se sirve de él. Uno se desplaza en el interior. Uno se guía por lo que nos han dejado como direcciones”. La QP es un ejemplo de cómo orientarse a partir de Freud y del caso que él eligió como referencia mayor en ía psicosis: las Memorias de Schreber. Enseña a orientarse a partir de Freud para mostrar qué horizontes diseñan los límites y los obstáculos con los que él tropezó, y de los que dio cuenta con una enseñanza incomparable. 4. Los obstáculos en una práctica o en una elaboración conceptual son para Lacan las respuestas de lo real con que la estructura responde según la forma y la vía en que se la interroga. De allí el cuidado extraordinario con que emprendió el estudio de los extravíos y fracasos de los posfreudianos y de los psiquiatras en la concepción y eí tratamiento de ía psicosis. En La dirección de ¡a cura había escrito: “ la coherencia revelada en el error es el garante de la falsa ruta efectivamente practicada” . De un modo equivalente, en la QP plantea, en el momento de “llevar nuestra mirada al objetivo del tratamiento”, “medir el camino que nos separa de él”. Y para hacerlo, propone evocar “el cúmulo de retardos con que sus peregrinos lo han jalonado”. Jalonar {jalonner } es plantar mojones, puntos de referencia, hitos.
5. Se dibuja así el gigantesco diseño de la enseñanza de Lacan a partir de esa exaltación kierkegaardiana de la discontinuidad que la caracteriza y le da su valor ético extremado. Un registro clínico nuevo se abre donde el respiro interrumpe el hacer para sublimarlo en acto, donde la tensión de la cuerda subjetiva revela su materia y su estructura justo en el límite en que reordena sus fibras antes de romperse, donde el sutil acto de callarse es el único en que el sujeto es su propia enérgeia. Ese registro nuevo es el que permite, luego de la exhaución del material significante, o incluso en su camino, dar el salto necesario que permite al analista fundar la práctica analítica en un acto que durante más de medio siglo de psicoanálisis pasó desapercibido. Es precisamente el acto que Lacan esperaba de **&!guien analizado que se ocupe verdaderamente del loco”.
5. El analista concernido Es necesario entonces dar todo su valor a lo que en su Petit discours Lacan llamó " propos d'arrét p a r a d o x a l literalmente “discurso de detención paradójica”, eso mismo que lo lleva a fundar las consecuencias prácticas de su QP en una halle. Consideremos ahora “lo que ella descubre”. ¿En qué consiste la psicosis? En el resultado estructural del rechazo (Verwerfimg) por parte del sujeto: del padre fraudulento, del padre impostor, del padre schreberiano que pretende encarnar la ley sin estar afectado por ella. ¿Cómo se desencadena efectivamente la psicosis? También en esto Lacan es freudiano. Por una transferencia. Por una transferencia de ese rechazo ( Verwerfung) del padre sobre un nuevo impos-
tor, ese Flechsig que viene “a suplir el vacío súbitamente advertido de la Verwérfung inaugural” En sus Memorias Schreber cuenta que en una noche previa al desencadenamiento tuvo una larga conversación con Flechsig. En ella, escribe Schreber, “el Prof.Flechsig desplegó una elocuencia sobresaliente, que no dejó de producir un profundo efecto sobre mí”. Habló de los progresos que había hecho la psiquiatría desde mi primera enfermedad, de los somníferos recientemente descu biertos, etc., y me dio la esperanza de que toda la enfermedad [...] mediante un solo sueño prolongado...”. El resultado fue irónicamente relatado por Schreber a continuación: a partir de ese momento no pudo conciliar más el sueño, los somníferos recientemente descubiertos no hicieron ningún efecto. Hizo en medio de la noche un intento de colgarse, y en el cap.IV de las Memorias comenta sobre ello: “Me dominaba por entero el pensamiento de que a una persona a la cual ya nunca será posible proporcionar el sueño aun con todos los recursos del arte médico no le queda finalmente más que quitarse la vida” (los subrayados son nuestros). Es entonces cuando Schreber “manda a pasear (verwerfe) la ballena de la impostura”, aunque sea al precio catastrófico del desencadenamiento de la psicosis. Evidentemente, en tal contexto de la cuestión preliminar planteada en los términos de estructura, no se podría esperar que Lacan nos dé la receta de los últimos adelantos del arte analítico. “Decir lo que podemos hacer sería prematuro, porque sería ir ahora más allá de Freud ”, escribe Lacan, es decir avanzar hacia el terreno donde ya no está el analista, sino el impostor. Tal es precisamente la consecuencia de la cuestión preliminar para el analista, y lo que justifica la cautela del título del texto de Lacan.
El analista no podría aplicar una técnica sin caer en la impostura. Es analista aquél que se rehúsa al conocimiento y a la aplicación de una técnica en favor del acto por el que actualiza una ética. Desde el punto de vista de la ética del psicoanálisis, aplicar una técnica es hacer como si uno fuera analista, es hacer como hace el otro, es abandonar el acto del que únicamente puede surgir una ex periencia verdaderamente analítica. Y en tal sentido “decir lo que podemos hacer” siempre será prematuro para el analista, tanto porque su acto implica que el hacer quede del lado del analizante, como porque su acto exige que lo que es del orden del hacer sólo se llegue a saber a posteriori con lo que ello requiere de invención permanente. Queda así ilustrado en acto, por esa halte, que para ocuparse verdaderamente del loco, la maniobra de la transferencia ha de evitar toda posición ideal de poder o de saber en el estilo del psiquiatra. Ya que esas posiciones podrían inducir la actualización de ese rechazo ( Verwerfung) con que el sujeto responde al desconocimiento que le viene del Otro. Sostener en cambio el ser del analista en el nivel en que se interroga la experiencia del inconsciente, es decir en el no saber ni comprender, para así resaltar el elemento que no se entiende, abre las puertas de la palabra del sujeto ante alguien que finalmente escucha. El análisis encuentra su eficacia causal en “una entera sumisión a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo”, y que sin embargo no es pasividad. Bien por el contrario, la escucha del analista es más bien actividad pura, como la del primer motor inmóvil de Aristóteles, actividad que es un corte en el movimiento, un punto de ruptura en la cadena causal. Cuando es operativo, ese corte
tiene el poder benéfico de hacer cesar en ese punto el autómaton infernal dé la repetición, para dar lugar a la fortuna de un nuevo encuentro. No debe sorprender entonces que en muchos casos el encuentro periódico del psicótico con su analista tenga el efecto “milagroso” de hacer cesar las alucinaciones. Bien por el contrario, cuando el acto queda del lado del analista, el sujeto se ve aliviado de esa li bertad de tener al objeto de su lado que caracteriza su posición. Pero sólo cuando el analista ha incorporado ese desecho con aptitud causal, el objeto a, sólo entonces está a salvo de la impostura. Desde allí puede no sólo ayudar al sujeto a “cagarse en todo el mundo” como lo hace desde siempre, sino también a restablecer algunos lazos, y realizar algún deseo con la mira en el horizonte de lo social; a partir de que hay en el Otro alguien analizado que se ocupa verdaderamente de él, y que le permite entonces limitar el alcance de su rechazo. Ese alguien analizado está exento ya de toda esperanza. Dejar vacío el lugar de la causa final es lo propio del discurso analítico. ¿Qué sería después de todo curar al psicótico, en el mensaje freu diano interpretado por Lacan en la QP7 Que el poder de la cura está en el sujeto mismo. Y si el analista puede ubicarse en posición causal respecto de lo que Coiette Soler llamó el trabajo de la psicosis, sólo será desde aquella posición en la que asume precisamente el lugar o el semblante de lo que la estructura del significante rechaza, pero donde reside la causa de la vitalidad del deseo: el objeto a Quedaría por explicar aquí cómo se articula efectivamente, sin la ayuda de la interpretación, el deseo del analista en la estructura de la psicosis. “Pobre Dr. X., tiene el pantalón arrugado, está cachuso”, bro-
meaba uno de nuestros pacientes, justo antes de entrar en una nueva fase de su vida en que la pintura y la escritura desplazaron al síntoma alucinatorio anideico que hasta entonces lo alejaba de todo contacto social. La reacomodación del “doctor” transformó el cam po de la invocación, las alucinaciones cesaron o se volvieron poco prevalentes, el sujeto pudo consentir al llamado de un deseo que lo orienta hacia el arte y allí no cuenta para nada la opinión que pueda tener el doctor sobre la precariedad manifiesta de las aptitudes artísticas del sujeto en cuestión. El presunto “pesimismo” freudiano ante la psicosis puede ahora ser revisado. Para Lacan, Freud no era pesimista, era solamente, como él, “antiprogresista”. Es decir que no compartía algunos pre juicios con el burgués, el neurótico, o el psiquiatra de su época. Ellos no pensaban que lo mismo que es bueno para mí le convenga umversalmente a todos. No sobre todo al psicótico, al que “todos” segrega, y que a “todos” rechaza.
Referencias:
1. Jacques Lacan (1959). ”D’une quesüon preli.mi.nare á tout traitement. possible de la psychose”, Écrits íSeuil, Paris, 1966), p. 574. 2. lbid.t p. 576. 3. Ibid., p. 557. 4. Ibid., p. 557. 5. M f p. 574. 6. Ibid., p. 537. 7. J. Lacan (1967). Seminario La Logique du fa n ta sm e (Inédito). Clase del 14.6.67. 8. J, Lacan (1964). Le séminaire, livre XI (Seuil, Paris, 1973). p. 232. 9. J. Lacan. Écrits , p. 576. 10. J. Lacan. Le. sé min aire, livre XI, p. 232. 11. J. Lacan (1956). Le séminaire, livre III (Seuil, Paris, 1981), p. 88.
12. J Lacan (1967). P e t i t d is c o u r s d e J a c q u e s L a c a n a ux p s y c h ia t r es. Conferencia dictada el ÍOde noviembre de 1967. 13. J. Lacan (1967). Petit discours... 14. J. Lacan. Écrits, p. 534. 15. I b u’ i p. 576. 16. J. Lacan. Petit discours... 17. J. Lacan (1969). “Compte rendu” del seminario sobre el acto analítico. Omicar?, vol. 29, p. 24. IB. J. Lacan. P etit discours ... 19. J. Lacan (1949). “Le stade du miroir comme formateur de la fonction du Je”, É crits , p. 93. 20. J. Lacan. Seminario La logiqu e du fanta sm e (inédito). 25. J. Lacan. Écrits, .582. 22. D. P. Schreber (1902). M em orias d e un enfe rm o nervio so (Lohlé, Bs. As., 1979), cap. 4, p. 43. 23. Ibid., p. 581. 24. Ibid., p. 583. 25. Ibid., p. 583. 26. J. Lacan (1963). Le séminaire, livre X (inédito). Clase del 30,1.63, 27. i. Lacan (1960). Le séminaire, livre VII (Seuil, París, 1986), p. 245, .
Introducción a! Otro en la psicosis Rafael Skiadaressis
Una manera de comenzar a situar esta cuestión es utilizar la noción de comunicación intersubjetiva, que tiene un desarrollo en la enseñanza de J. Lacan. De esta noción nos dice J. A. Miller: “en ella encuentran su lugar todas las piezas del juego, de aquí se decidirá el poder de la cura, con qué oreja escuchar el inconsciente, qué formación dar a los analistas”. Además a partir de ella Lacan sitúa al psicoanálisis como ciencia conjetural criticando a su vez al positivismo. Aquí podemos articular varias vertientes del Otro, a saber: Otro de la pala bra, Otro de la ley, Otro de la buena fe, Otro garante de la verdad y teoría del deseo (como deseo de reconocimiento) en el Otro del deseo. De eso Lacan dio una fórmula: “El emisor recibe del receptor su propio mensaje de manera invertida”, curiosamente una fórmula que recibió del otro, de Claude LéviStrauss. Pero a poco de andar Lacan percibió que la misma no le iba a dar todas las satisfacciones esperadas, ya que no se podía aplicar su funcionamiento en dos cuestiones fundamentales, el fin de análisis y la psicosis como lo destaca en el capítulo 3 dei Seminario III. Lacan podría haber dejado las psicosis fuera del psicoanálisis o de
ia comunicación intersubjetiva, pero sostuvo su deseo de ir siempre un poco más allá, no conformarse con el “análisis interminable...” sino dar una vuelta más al problema freudiano. Además los conceptos de fin de análisis y psicosis tienen cierto parentesco por lo menos en relación a la inexistencia del Otro. Siguiendo la enseñanza de Lacan vemos como a él le preocupa rever la cuestión de Schreber y más adelante cómo resolver la cuestión del sujeto que con forclusión del nombre del Padre, James Joyce, consiguió no hacer ninguna manifestación de una psicosis clínica, logrando una posición que es la misma que hubiese sido la mejor que se hubiese podido obtener de un análisis. Esta es una afirmación fuerte que dicen que Lacan dijo, ya que no está escrita, pero J.A. Miller retoma en Lacan avec Joyce. Esto plantea toda una serie de articulaciones: en el fin del análisis el síntoma como sinthome (homofonía de santo hombre) articulado a la destitución del sujeto supuesto saber, articulado al atr avesamiento del fantasma, articulado a la separación del objeto a del ideal del Yo» articulado a la falta fálica en el Otro, articulado a la subjetivación de la muerte en el “tú eres eso”. Lacan aplica la noción de comunicación intersubjetiva a la psicosis conjuntamente con un viraje de Jaspers a de Clérambault, es decir de la noción de comprensión a la noción del fenómeno elemental como anideico, y sostiene desde su tesis de doctorado Las psicosis paranoides y sus relaciones con la personalidad hasta el Seminario so bre Joyce que “inevitablemente hay que suponerle una personalidad” al psicótico. De esta manera puede conectar la teoría dei yo que viene de S.Ereud y la estructura del sujeto como sujeto de la palabra, en relación al Otro, la palabra y la comunicación intersubjetiva. Así la forclusión está en el centro del concepto del Otro de la pa-
labra y Lacan cuando utiliza el ejemplo “vengo del fiambrero” sostiene el mensaje alucinado “marrana” y nos presenta a la frase “vengo del fiambrero” como la que alude a la cuestión del sujeto. De este modo la primera parte de la fórmula de la comunicación intersubjetiva: “el emisor recibe del receptor su propio mensaje...” no varía, y la psicosis lo pone en evidencia, ya que sólo el sujeto neurótico puede ilusionarse con ser el dueño de sus propios mensajes. La vacilación no recae en el “propio mensaje”, sino en... “de manera invertida” que es el plano de la enunciación, siendo esta inversión una inversión en el juego entre lo falso y lo verdadero. Aquí tenemos el ejemplo del chiste que nos cuenta S.Freud: “Para qué me dices que vas a Lemberg, para que yo piense que vas a Cracovia, cuando realmente vas a Lemberg”; donde lo verdadero se invierte en falso, esta inversión se juega en el plano de la enunciación y nos lleva a la paradoja del mentiroso donde se invierte la mentira en verdad. Hay una diferencia en los ejemplos de “Tú eres”: tú eres mi mujer o tú eres mi amo ; por ejemplo en tú eres mi mujer hay inversión del atributo posicional del pacto, pacto que por otra parte introduce asimetría, ya que no hay pacto si al tú eres mi mujer se responde de la misma manera. El atributo posicional en la asimetría es importante y debemos situarlo en la Bejahung o afirmación primordial y en el juicio de atri bución en su anticipación lógica al juicio de existencia como lo indica S. Freud en su artículo La negación en relación a la posición del sujeto, o más exactamente en relación al ser del sujeto. Este atributo es posicional porque ningún sujeto podría situarse en un atributo como no sea en relación a otro atributo, este es un efecto del significante y como nos dice Lacan sólo desde el significante
puede establecerse la diferencia “mujer marido”; esta diferencia no es semántica, es diferencia significante. Esta diferencia simbólica es lo que nos permite establecer que no hay signifícame que no se defina, sino por su diferencia con otro significante (Sj S2); esto nos permite utilizarlo más allá de la diferencia saussuriana en la articulación de la constitución y estructura del deseo y para diferenciar y articular goce y deseo. Retomando la cuestión de lo verdadero y lo falso debemos tener en cuenta que el Otro siempre se afirma como garante de la verdad, y por eso la mentira no lo afecta. En relación a la temporalidad en Función y campo de la palabra... Lacan nos dice que el futuro anterior “habrá sido” aparece en un segundo tiempo en relación a la aceptación de un pacto, pero que no funciona si hay forclusión. Así la atribución posicional no confirma el pacto mismo, por eso podríamos decir que hay diferencia entre el Otro del pacto y Otro garante de la Verdad; en ese sentido la cuestión de la Verdad es importante por la relación del sujeto con el Otro porque de esta manera puede realizar up pacto y situar una posición subjetiva, lo que es pro blemático en la psicosis. Por eso cuando Lacan introduce el “tú eres...”, lo hace como invocación, como intimación de la palabra en sentido jurídico; y por eso debemos recordar la inimputabilidad de las psicosis. Pero con este “tú eres...” en el Seminario III y con el ejemplo “vengo del fiambrera...” comienza a haber un cambio en Lacan donde ei término mensaje es reemplazado por el término demanda; de esta manera situar a la demanda como mensaje nos permite articular el mensaje como demanda del Otro. Por eso la intimación de la palabra, la palabra plena, es insoportable y produce la división subjetiva, lo
que se manifiesta en un síntoma, correlato de la represión del atributo. Recordamos que “tú eres...” {tu ¿5 }es homofónico en francés con “matado” {tué}t por ello, podríamos decir que el sujeto es asesinado, barrado en su propia demanda.' Además si pensamos la demanda como mensaje, debemos pensar también en su articulación con el Nombre del Padre, ya que esto nos presentará una clínica totalmente diferente se trate de neurosis o de psicosis. Ahora bien en el Seminario Le Sinthome Lacan nos dice “ahora corrijo mi fórmula: el emisor recibe del receptor un mensaje interrumpido en ‘tú eres.,.’, con puntos suspensivos”. Podríamos decir que el “tú eres...” proviene del Otro, nos interpela constantemente y habla libremente en la psicosis. ¿Qué es lo que encontramos en este “tú eres...”?, no otra cosa que el superyó. Lacan nos dice que éste aparece en las frases más sencillas del discurso, y da el ejemplo de Schreber cuando éste decía: “no cederé a la primera incitación”; en esta sencilla frase Lacan sitúa al superyó funcionando en Schreber. Amplía esta cuestión con el ejemplo de Isakower. Se trata de un experimento que se realiza en un crustáceo, que mientras crece, y para mantener el equilibrio, se coloca unas arenillas en los conductos semicirculares del oído; esto le permite tener equilibrio y orientación. Isakower no tuvo mejor idea que reemplazar esta arenillas por limaduras de hierro y acercar al crustáceo un imán, bueno, ustedes imaginarán los trastornos de equilibrio y orientación que el crustáceo sufría cuando al acercársele el imán producía una fuerza incontrolable so bre su ser. Bien, eso es tomado por Lacan para ejemplificar la acción del su peryó sobre el sujeto: el superyó como significante es un cuerpo extraño que opera como voz, voz áfona en la neurosis, voz fónica en las
psicosis (alucinación auditiva); es un significante que interpela al sujeto. Ahora bien, deberemos ser cautos, ya que el significante en lo real no define por sí mismo psicosis, y los fenómenos elementales, nos dice .Mean “son en todo comparables con los fenómenos de que nos da testimonio el psicótico, salvo que el sujeto (neurótico) no cree que se los envíe una suerte de emisor de parásitos” . Esto es muy interesante porque el fenómeno elemental en sí mismo tampoco define psicosis, es decir que necesitamos algo más, algo que establezca una particularidad para que funcione como tal en las psicosis. Este operador aparece en el Seminario llí y es tratado por J. Lacan con el concepto de superyó, siendo éste un operador de palabra que interpela. Aquí es donde debemos establecer diferencias entre neurosis y psicosis, ya que esta interpelación produce distintas respuestas según se trate de una u otra estructura. Es decir que la respuesta del sujeto neurótico y la del sujeto psicótico al “tú eres...” serán que el primero preguntará ante la áfona voz del superyó “¿quién soy?”, podríamos decir a manera de ejemplo “¿quién soy para que me suceda lo que me acontece?”, mientras que en el segundo caso Lacan hace un rodeo y toma como ejemplo a la Virgen María. En efecto si pensamos en esta mujer que concibe por obra y gracia dei Espíritu Santo, aceptando esto dado, no nos encontramos allí con un sujeto que se pregunta “¿quién soy V , sino con un sujeto que dice: “hágase tu voluntad”. Este “hágase tu voluntad”, es lo que decíamos, necesita el fenómeno elemental para funcionar de pleno derecho en las psicosis, es decir un no poder escapar a la voluntad interpelante del Otro, ante el que se debe responder (en las psicosis en forma delirante).
De esta forma nos encontramos con la respuesta a la palabra intimidante, palabra a elaborar; nos encontramos frente al superyó como palabra y mandato de goce. Así i. A. Miller nos dice: “lo forcluido en lo simbólico como el "Nombre del Padre, retoma en lo real como goce del Otro”. Esto podemos vincularlo con UnPadre como produciendo una inter pelación de goce. Es decir que aquí nos encontramos con un elemento muy importante en relación a la clínica diferencial de las psicosis; un elemento que al funcionar como un operador particular nos permite establecer a partir de esa interpelación si se trata de una inyección de goce o mandato de goce, recordando que lo que es del orden de la inyección de goce aparecería en relación a la voz sonorizada e interpelante desde lo real en ía alucinación ante la que el psicótico responde “hágase tu voluntad” es decir acata, se somete, no puede escapar. Mientras el mandato de goce en la neurosis con las respuestas del “¿quién soy?” abre su vía particular de elaboración de lo obsceno y feroz del supeiyó. Me parece que es un elemento importante a tener en cuenta en la clínica diferencial para precisar un diagnóstico, indispensable para el análisis del sujeto.
Bibliografía: lndart, J.C. Jornadas preparatorias al VEncuentro internacional del Campo Freudiano. Buenos Aires, 1988 Lacan, J. “ L'instance de la lettre dans l'inconscient ou la raison depuis Freud”. Ecrits ( Seuil, Paris, 1966). Lacan, J. Seminario III (Paidós, Bs. As., 1987). Lacan, J. Joyce avec Lacan (Navarin, Paris, 1987). Lacan, J. Seminario le sinthome (inédito). Miller, J. A. Maternas I (Manantial, Bs. As., 1987).
1ir. preso en Gráfica Chamo rro en el mes de mayo de 2012 Dardo Rocha 1860. Ciudadela