A Alicia Esteban, la madrina.
A
Prólogo
hora q ue se aceleran las mare as del tiempo, ahora que sabe mos, como nos en señó Einstein —y ya con taro n lo s Vedas—, que ese tiempo es solo u na ilusión muy intensa y persistente, ahora que la velo cidad del cambio e stá arra sando con todo lo q ue h ere damos de los ant igu os, ahora que mitos, ritos y liturg ias se est án desmoro nando y aú n no sabemos qu é trae rá el n uevo amanecer, es gozoso en contrar a Jaime Buhiga s ofreciénd ono s su aventura laberínt ica, guián dono s para que avan cemos ha cia no sotros mismos; ahora, cuando todo lo que conocemos está cayend o, como seña la é l en la in trod ucción del libro . Jaime, entre ot ros atribut os, ha lleg ado a esta vida con el don de enseñar , con laédico capacidad los re ojos a ot ros apoyándo se en un saber e nciclop que , da lae abrir manera nacentista (él, que d ice detestar el Re nacimien to), combin a tan tos sab ere s como Vitrub io le pedía a qu ien quisiera llamarse arq uitecto: artista, médico, geómetra, metalú rgico, hábil con l as manos… Como un zaho rí, va buscando las vetas de cono cimien to, las distintas ramificacion es qu e luego se ju ntan en una gran corriente y se vuelven a sepa rar, perfilando un dibujo siempre cambia nte, que siempre es el mismo. Porq ue una es la fuen te, que es la meta qu e él tien e. Jaime nos muestra las pa rtes de l conju nto, ilumina las re lacio nes, los flujo s subterráneos, los camino s ocultos, las encrucijadas mágicas… Unos cree n que solo vivimos un a vez, otros qu e ven imos a la Tierra rep etidas veces, para ir aq uila tando n uestra esen cia hasta reg resar a l Uno, y otros, desde la dimensión cuán tica, que toda s nuestras vidas se de sarro llan simultán eamente en el multiverso
cósmico, fluyend o en la luz, ex perimentando, haciendo el Uno cada vez más gra nde. Sea cual sea el sistema de cree ncias qu e determina nuestra pe rcepción de lo qu e llamamos realid ad, la od isea hu mana va tejien do su tapiz inf inito, ponie ndo én fasis ya sea e n un a zona ya sea en otra, rep itien do dib ujo s y motivos que van evolu cionan do como fractales. Jaime, de sabidyuría, nossucontag entusiasmo con el q ue a dmira é l gua ese rdián tapiz cósmico cumple p rop ia io el p apel en el g ran teatro. Lo cumple de mara villa. Las civilizacion es na cen y mueren según ritmos ine xora bles. Por eso no podemos compre nder la historia del hombre más que con relación a la d uración de los ciclos que rigen la vida en la Tierra. Lo ex plica muy bien la tradición shivaí ta: el primer e stadio d e la Creación es el del e spacio, el del recipient e en el cual el m undo va a po der desarrollarse y que , en e l orige n, no tiene límites ni dimension es. El tiempo no ex iste toda vía más qu e bajo una forma la tente que podemos llamar la e tern ida d, ya que n o ha y medida, no ha y duración, no ha y antes ni d espué s. Un instante no es en sí más larg o ni más corto que un siglo si no es con rela ción a u n elemento de consciencia que permite determina r su d irección y medir su d ura ción. Es la e nergía, por la produ cción d e on das vibratorias que tienen una direcc ión y una lon gitud, la qu e va a d ar lu gar a los rit mos cuya pe rcepción va a crea r la d imensión d el tiempo, la medida del espa cio y, a la vez, las estructuras de la materia . El tiempo percibid o por el hombre corres pon de a una duración puramente relati va, concerniente a un centro de percepción (el ser viv o) en el mundo p articula r que es el mundo terrestre. No es un valor a bsoluto de tiempo. Sin embargo , el tiempo humano es la ún ica unidad de medida que nos es compre nsibl e. Es con relación a él como podemos estimar la duració n
del universo, que no es, desde el pu nto de vis ta de l principio crea dor, más qu e el sueñ o de un día, o bie n la de ciertos mundos atómicos cuya duració n es solo u na fracción d el tiempo que lla mamos infinitesimal. ¿Quedará d e nosotros y de n uestra era d e Piscis la misma memoria d esvaída, perdid a en la s brumas de la leyend a, que n os ha quedado de l esplend de la uno Atláns doce tida? mil Se qu supon qu eaño el cataclismo que la d estruyó ocurrióorhace inienetos s. Por e sas mismas fechas, nut rido desde lo s glaciare s de las montañas de la L una, el lag o Victoria se desbor dó h acia el n orte, dando nacimien to al río Nilo, donde floreció lue go la civilización de la que somos hijos: los sabios grie gos, con Pitágora s y Platón a la cabe za, recono cen qu e su saber lo apren dieron en las escuelas sacerdot ales egip cias. Los judíos bebie ron en las mismas fuentes y lueg o vino el ciclo cris tian o, que en los últimos cien a ños, con la acelera ción vertiginosa q ue está ex perimentando la civilización —aho ra ya globa l y plan etaria—, parece tambié n tocar a su fin. Claro que los seres hu manos actuales miramos con nostalg ia a aqu ella ed ad de o ro atlant e, mientras que lo de aho ra, por v olver a los hin dúes, es el fina l del Kali-Yuga, la ú ltima de las cuatro ép ocas, edad oscura en la qu e e l hombre se a leja d e Dios t anto cuant o es posible, en la q ue la mora l se red uce ha sta no ser más que una caricat ura . Algo nuevo se est á cociendo , un nue vo ciclo empie za, y una b uena cosa es que ya ha sta los más conservado res cientí ficos reconocen que formamos una unid ad con nu estro p lan eta, que nuestra sagra da Madre Gaia y nosotros est amos un idos hasta la médula, y juntos no s adentramos en el tiempo nuevo. Las mitolog ías qu e recorda mos hoy siempre sitúan a lo s dio ses en un plan o sepa rad o de los humanos. Tenemos dioses inalcanzab les,
que jue gan con nu estras vidas po rqu e no s han cread o y somos suyos. Tenemos dioses ú nicos, masculin os y tiránicos, que nos castigan a placer. Tenemos dioses y diosas del amor. También tenemos a unos pocos que nos rec uerd an qu e todo s pod emos llega r dond e llegaro n ellos, que somos chispa s de la misma sustancia d ivina . Tenemos a la Gran El Madre ¡con que tantos ro stros,Déda y siempre labe rinto construyó lo eslademisma! la e ra d e Tauro. Sigu ió Piscis. Nos estamos asomando a Acuario… ¿Qué persona jes po bla rán nue stro lab erinto a partir de aqu í? Lo seguro es que segu iremos celebra ndo lo s ritmos de la n aturaleza y de los astros, seguire mos hon rando el viaje del sol y las f ases de la lun a qu e rige n las mareas del océa no y las de lo s sere s vivos. No habrá Adán y E va, Thot tendrá otro no mbre , el amor crístico qu izá al fin se haga rea lida d… En todo caso, algo sabemos: la g eometría seg uirá siendo el sub lime le nguaje de la vida y los hum ano s, en u n nu evo brazo de la espiral áurea, seguirem os aden trándo nos en el lab erinto. Gracias, Jaime, amigo, hermano. Gracias por el amor, por la aventura, por la a leg ría de vivir. ISABEL VÁZQUE
Introducción
Las leyes del laberinto
E
ste libro es un la berinto. Acabas de e ntrar en é l. Has cruzado el umbra l de la p uerta, ese límite calculad o y taja nte qu e divide a l mundo entero en solo d os po sicion es: dentro o fuera. Y tú ya e stás de ntro. Ahora comienza tu cam ino , que no es otro q ue el camino del hé roe . Todo aq uel qu e en tra e n el labe rinto es Teseo. Y todo lab erin to cuen ta a su vez c on un Mino tauro, y tambié n con un Déda lo, una Ariad na y un soberb io re y Mino s. O dicho de otro modo: un erro r trágico, un secreto pro hib ido , un artificio inge nio so, un ard uo camino y, por supu esto, una mara villosa red ención. La aventura está servida. Es una trama infalible tejida con há bil precis ión, que no en vano viene acompañ and o a la s almas inqu ietas del gén ero h umano de sde qu e este tiene consciencia de su p ropio devenir . Las instruccion es son sen cillas: avan za, siempre avanza. El laberinto est á diseña do para que llegues al cent ro, y luego encuentres la salida por el simple hecho d e avanzar. Algu ien , a medio camino entre hombre se ha reesmera la trayectoria ese modo. embargoy,dios, la primera gla d eldojueengoidea e s rque tú ignore s de el trazado . NoSin temas. Ignora r siempre ha sido la cond ición pre via e ind ispensable de todo apre ndizaje . El misterio so arq uitecto observa su ob ra d esde arrib a, en vertic al p erspectiva divina, y a ti den tro e lla. Lueg o existen dos laberin tos: el suyo, a una d istancia infinita que le otorga una visión cenital e íntegra del conjun to; y el tuyo, desde sus entrañ as pé trea s, fren te a frente, in situ, enred ado en e l alzado d e sus pared es, atrapad o
por tu pro pia e scala . Aquel es el lab erin to qu e se pien sa y se concibe, el q ue se traza y const ruye. El tuyo e s el lab erin to que se toca, que se siente, se suda y se padece: el lab erin to de l hé roe , cuya responsabil idad es recorre rlo, con tus pasos, con tus ritmos, miedos, pensamientos, conjetura s, pre juicio s y todas las lu ces y las sombra s de tu condtúición hu mana. ara héroe alcanzar e l ob jetivo serás mismo. Esa esTu la lún eyico un obstáculo iversal d e ptodo . Dibu jarás con tu esfuerzo toda s las curvas, recodos, vaiven es y demás caprich os de su diseñ o. Recorrerás hasta el ú ltimo pa sillo y culmina rás así su totalid ad, pue s quien entra en el laberint o ha de pasar inex orable mente por todos y cada uno de sus puntos. El arq uitecto ha hecho muy bie n su trab ajo : la línea se convierte en cí rculo qu e se cierra, s e re plieg a en asombro sa armonía para convertirse en casi perfecta unid ad. Tu tesón te guiará con vida hasta el centro de l lab erin to: sanctasanctóru m de tu pro pio templo interio r, atanor de tu alquimia más íntima, tabern áculo intransferib le y recóndito, donde se tendrá q ue o per ar la magia: la tuya, solo la tuya. Allí, el h éro e que ere s tien e que culmina r su ob ra y matar al Mino tauro. ¿Te sien tes capa z? ¿De verd ad quieres entrar e n tu labe rinto? Igno rar siempre ha sido la condición pre via e indispensable d e todo ap ren dizaje. Para d eambular po r los pasillos y corredo res de est e libro, el primer re quisito es pre cisamente desap ren der, es decir, elimina r información , aniqu ilar datos y juicio s pre vios. Solicito en tonces, como arq uitecto de este lab erin to de página s, que aq uel que se atreva a penetrar en e llas, antes de continua r, se entregu e sin concesiones a la más virginal ig noran cia, sea cual sea su bag aje cultura l, intelectual, mora l, social o e spiritual. No ex iste mejo r pru eba para hacer gala de la condic ión h eroica. Desapren der es de héroe s. No te in quiete la
demand a, aunq ue pue da resultar e xtravagante. Créeme, no hay na da que perde r y mucho qu e ga nar e n el a rte de l desaprend izaje. Y nun ca está de más atreverse a cuestiona r lo q ue cono cemos y damos po r hecho. N unca de bemos aban don ar la sospecha de que tal vez no nos hayan dicho siempre la verda d. O que tal vez la inform ación q ue nos facilitaro n no estaba comple ta. Una verd ad a medias siempre ha sido más pe rniciosa qu e una mentira a bsoluta. Satisfecho el re quisito de la ign ora ncia como corre cto punto de partida, el héroe está ante la puerta de entrada al la berinto, bajo un din tel p étreo q ue luce en igmático el relie ve de un toro . En la s jambas apa recen t alladas siet e sentenc ias en u n d escono cido lengu aje cifrad o. Se dispo nen de arrib a abajo, tres en la jamba d ere cha y cuatro en la izquierd a. Son la s leyes del lab erin to. Las observas con atención, las palpas con la m irada, pero n o eres capa z de reconocer ni u no solo de los jero glíficos que las forman. Una voz de fuego, como la q ue escuchó Moisés en e l Sinaí, resuen a ahora e ntre los pasillos del edificio, brotan do de las entrañ as del mismo. Nos descifra el sign ificado de las misteriosas sen tencias. Así cono cemos su conten ido .
La primera ley del laberinto nos dice que este no tiene forma. Puede darse a conocer con m uy diversas aparie ncias, en ocasione s tan insospechad as como una danza, un cuen to, una música, una puesta en escena, un sueñ o, una conversac ión y, por supue sto, un libro . Desde lue go, tambié n pu ede ser un a construcción , un d iseño d e ardín o un dibujo en una servilleta de pap el. Nunca s e sabe. Porque el lab erin to, al marg en del modo en que nos es manifestado, es, por encima de todo , una id ea; o mejo r, una id ea de ide as; más aú n: un
símbolo de símbolos. Cuida do con lo s farsantes: del mismo modo que el labe rinto puede adoptar muy d iversas formas, ex isten multitud de dib ujos, construccion es o idea s que pre tenden ser labe rintos y no lo son. Uno de los primero s obje tivos de e ste recorrido será p recisamente desenmascara lo s Como falsos labe rintos, de perde rnodero s en sus engañosas galer arías. símbolo de antes símbolos, el verda lab erin to vive en una dimensión p oética, metafórica, a medio camino entre universos par ale los. El lab erinto es, por lo tanto, un vehículo, jamás un fin. Sirva e sta con dició n como primera clave p ara detectar suplantaciones. Abrir este libro y comenzar su le ctura es en trar con o sadía de ntro del labe rinto. Pero las mismas pala bra s nunca o bra ron de igua l modo en los lectores difere ntes. Tú, hombre o mujer, ere s el hé roe. Aguard as bajo e l din tel con la cab eza a lta, la mirad a firme y el corazón d ispuesto. Das el p rimer p aso y en tonces, solo e ntonces, el símbolo de símbolos comien za su pro pia y alucina nte metamorfosis: las contun dentes pared es se de splazan p or a rte de magia, los camino s se bifurcan, se cortan, se retuercen; t odo el conju nto se trastorn a en una asombro sa coreog rafía arqu itectónica que recompone la materia pa ra configura r el n uevo re corrido. Acabad a la mágica dan za de lo s elementos de construcción , muro s, túneles, cubie rtas y pavimentos han adquirido una nue va d isposición, adaptándose con asombroso rigor al hé roe que acaba de cruzar e l umbra l. Ya no estás en cualqu ier la berinto: estás en tu laberinto. Único, intran sferible y absolu tamente ajustado a tu ser.
Segunda ley: el laberinto siempre es exclusivo
de quien lo transita. La tercera: el laberinto siempre está habitado. Y la criatura q ue mora en su interior e s única y t an ex clusiva como el héroe que se interna en la aventura. Utilizand o u n concept o ro mano , llamare mos a esa criatura e l gen ius loc i , o genio del lu gar. Es la personificación de las fuerzas naturales y m ágicas que confluyen en esa ex acta po sición d el espa cio y del tiempo. El gen io de l luga r es el cimiento vital y telúrico d e la intrincad a con strucción lab eríntica, el numen local, la esencia nu mino sa del e spacio; una especie de espíritu pro tector del empla zamiento, que sintetiza toda su id entida d. En la iconog ro mana rep del resentarse a depreserp ien te. una ¿Acasorafía la trayect oriasolía dentro la ber intocon noform d ibuja cisamente sierpe? Nada es casualid ad. La versión m ás pop ular d el mito lab eríntico desc ribe a l gen io de l luga r como un h ombre con cabe za de toro , pero pu ede ad optar muchas ot ras apa rien cias. El gen io de l lab erin to te h a visto y ha corrido a re velar su in forme al un iverso. Todos los símbolos que com ponen el sagra do la ber into se ha n aju stado entonces par a po nerse a tu servicio. Univers o y genio han confabula do con éx ito, y te pasan e l rele vo. Ahora te toca a ti, héroe anónimo de tu pro pia aventura. E l lab erin to ha tomado tus dimensiones, y se adapta a tu ex igen cia, a tu ne cesida d. Porq ue todo héroe que p ene tra en u n labe rinto lo ha ce como consec uen cia de u na necesida d: nunca se no s olvide . Pued e pare cer poco ro mántico, pero desde los antiguos sabem os que la necesida d es la madre de la virtud. Y toda necesid ad humana tiene un objetivo común: cambia r.
Cuarta ley: el laberinto es un instrumento de cambio. El univer so es movimiento constante y fluir etern o. Nosotros somos parte de este cosmos cambia nte y, por lo tanto, la tran sformación está en nuestra n aturaleza m ás ele mental, por la simple razón de estar e n sintonía con la Crea ción toda, de la q ue no estamos ex entos. El lab erin to in duce a la metamorfosis opera ndo como hoja de ruta o mapa del tesoro. Es un pla no detalla do, escrup uloso y comple tísimo de todo lo qu e interviene e n cualq uie r proceso mutante y es aplicable a cualqu ier ord en de ex istencia: material, mental, emociona l, espirit ual. Recorre r el la berinto es, en definitiva, comple tar un proceso. Todo pro ceso in dica movimiento, y todo movimiento denota, de modo inex orable, un cambio. Fueron larga s noches de esc uad ra y compás las que p arieron el diseñ o de tu la berinto. El viejo maestro constructor, fiel a su gre mio milen ario , invadió el e nor me pliego de papel con las leyes geom étricas del universo e ntero. Cubos, esf era s armilare s, hip otenusas y nú mero s primos se b atían por impre gnar con sus secret os el tiralíneas de l artesano. No fue lab or sencilla concretar la ex celencia de la forma perfecta. Tormentosa fue tambié n la construcción de la fáb rica, a pie de obra. Andamios, polea s y grúa s crujían incansab les mientras se p icaba la p iedra , se tendían las plom ada s y se apa reja ban lo s sillare s con severa pre cisión , bajo la a tenta mirad a del anciano maestro. El laberinto que transitas, héroe ignoran te, es el result ado de un gran esfuerzo de muchos seres hu manos. Es un le gado de estirpe , ideado y ela borad o po r hombre s, y para ho mbre s.
Quinta ley laberíntica: el laberinto es patrimonio de la humanidad. No es en vano q ue este símbolo d e símbolos ha a compañado al Homo sapiens de sde la s épo cas más remotas de la rea lidad. En su con stante convivencia a lo la rgo de milen ios, ser humano y labe rinto se han mirad o, se han recono cido y se ha n dado forma y signific ado. Como un referente cósm ico, el lab erin to ha recorda do al ho mbre su condición cambia nte como parte del universo, y le h a prop orciona do las claves para la b uena prá ctica, mágica y ritual, del secreto de todo movimien to.
La sexta ley declara que el laberinto está diseñado para salir de él, jamás para quedarse en su interior. Habitarlo es priv ileg io de l gen io, que más que a nfitrión e s prisione ro en su interior . «Lo n uestro e s pasar», dice M achad o. «Pasar p or todo una vez, una vez solo y ligero. Ligero , siempre lige ro» , recalca Leó n Felipe. El labe rinto es patria de p ere grin os: los que a vanzan con el alma enos loslas pies y s ueñ a pbase de ben dito sudor; los que sigue n confiad flechas quane la roviden cia pintó, a través de una mano anónima, en tron cos, piedras, muro s y mojo nes del camino; los qu e miran a la s estrella s para trazar sus pasos en la Tierra . Y la le y del pereg rino d icta, que un a vez alcanzada la Cost a de la Muerte, hay que dar media vuelta y v olver p or d onde se ha venido hasta lle gar al mismo pun to de don de se partió: el ho gar. Hay que en trar en el labe rinto,
lleg ar a su centro y luego salir. Sin la salid a del hé roe , la aven tura lab eríntica care ce de sentido. Solo d ebe ha ber una salida, y esta de be correspon derse con la e ntrada, tenga e l labe rinto forma de d anza, cuen to, música, sueño, idea o, por supuesto, un l ibro. El círculo se cierra c uando el héroe es exp ulsado. Este libro, es como tal,descript hab la de berintos. Sin embargo noun serálaberinto este uny,catálogo ivootros de lablaerin tos históricos, orden ado s cronoló gicamente, para ex hibición púb lica de la erud ición arq ueoló gica de l autor. No. Lib ros tale s ya ex isten; son o bra s meritorias de t odo respe to e in cluso en alg unos casos de ala banza. Cuen to con varias ed iciones desple gadas sobre la mesa mien tras escribo e stas líneas y acudo a gra decido a consult arla s de cuan do e n cuand o, a la caza de datos, fechas e ide as. No ob stante, y con la debid a ad miración a sus autore s, debo h acer una puntualización: son todos ellos libros sobre la berintos, pero n o son la berintos. No es lo mismo. Existen libros sob re cie ncia q ue no son cie ntíficos y libros sob re arte q ue no son a rtísticos. La mitolo gía, que es la vía de cono cimien to que vio na cer el símbolo d el lab erin to, es bue na muestra d e lo q ue quiero ex pon er e n esta in trod ucción y me servirá com o ejemplo de mis planteamientos. Existen infinitos libro s sobre mitolo gía, sobre tod as las mitolo gías. Los estantes de cua lqu ier libre ría están atestados. Cuan do uno se sumerge en sus pág inas no encuentra m ás que una larga enumera ción d e dioses, héroes y batallitas, descritas con mayor o menor talen to y ord enada s con mejo r o p eor criterio , que, en re sumidas cuen tas, tras su lectura, no a portan más qu e un somero entretenimien to intelectual y una leve sensación de ser un poco más culto. Si la edición es cuidad a, al menos se disf ruta de las ilust racione s o las
rep rod uccion es de gra ndes obras maestras de la pin tura . Lo d icho: libros sobre mitolo gía qu e no son mitolo gía. Simple mente pequeñas enciclop edia s para ex céntricos. Toda la in formación a dquirid a en su lectura se olvida e n el mismo in stante en que uno cierra el lib ro. Son demasiados datos, demasiad os nombre s, demasiad as pá ginas. Que no nos alimento transgén para eruico ditos qué enga sirve ñen: cono son cer de memoria e l árboico l gen ealóg depedantes. los A trida s¿De o de la casa d e Tebas? ¿Qué fin tiene saberse d e memoria el n ombre de las nueve musas o pod er e numera r los doce trabajo s de Hércules? ¿Q ué aporta saber cuále s eran lo s atribu tos de tal o cual d iosa, cuáles sus siete hijo s y sus treinta y do s amantes? De poco, fran camente, si la cosa se qu eda en eso. Queda bien , eso sí, en ciert os círculos s ociales, pues la mitolo gía siempre acredita al in tele ctual de tres al cua rto. Puede aportar satisfacción cuand o uno va al Museo d el Prad o y reconoce lo s episodios y personaje s represen tados en lo s cuadro s. Incluso te puede ha cer gan ar even tualmente el q uesito amarillo (o tal vez el marró n, no me acuerdo ) en u na partida d oming uera d e Trivial Pursuit. Poco más. La mitolo gía ja más de bería ser u na simple acumulación de datos. La información es como el tiempo y como el din ero : su valo r depende solo de lo qu e ha gas con e llos, por que en sí mismos son absolutamente inútiles. Da ig ual a cuánta in formación tengas acceso si no sabes cómo emple arla , y sobre todo con qué objeto. La in formación se conviert e en un tesoro en la medida en la qu e no s ayuda a pe nsar, a crear, a comprender, a ser, a estar p resentes. Es un reg alo maravillo so siempre y cuando favore zca la comunicación , el cre cimien to y, en d efinitiva, la felicid ad. Y ser feliz es e l único objetivo común, y seguramente la única res pon sabilidad verdadera d e cada un o de los
siete mil millones de seres humanos que compartimos la Tierra . Al menos ha sta la fecha . Acumular información sin tran sformarla en experiencia viva y fuente de crecim ien to es curio samente lo q ue pro ponen nu estros pre históricos modelo s edu cativos: memorizar pa ra re llenar un test, con el cual conseguir papelelmundo qu e acredita queesa la información memorizada . Perountodo sabe que información,haadqsido uirid a frecuen temente la víspera del ex amen, con siete caf és en el cue rpo y una dosis de e strés importante, se olvida en el mismo instante en que abando na el aula en la que se rellenó el ejerc icio. Todos ob servamos de sde h ace ya d emasiado s año s una tendencia p eligro sa a con siderar la in formación como un re clamo más de nue stro mode lo de vida, que se ba sa en la produ cción desenf renad a y su correspondie nte desenfrenad a necesidad de consumo. Habi tamos el universo d e usar y tirar. Hay mucho de todo en las tien das, en los escapa rates, en los centros comercia les, y hay qu e gastar todo m uy rápido, para arrojarlo a la ba sura y enseguida compra r otra cosa n ueva qu e sustituya a la anterior. Todo menos cuida r. Todo menos acompañar; un ciclo in finito, enfermizo y de co nsecue ncias devastadora s para el p laneta. Y la información es tambié n víctima de esta enfermedad. Usar y tirar. Nunca se ha manejado a mayor escala y sin embargo esta in formación n unca ha servido de tan poco. Nunca han tenid o lo s sere s humanos acceso a tantas «h istoria s» (a través de la litera tura , el cine , la tele visión, intern et…) y nun ca jamás las historias han tenid o menos trascen dencia e n sus vidas. Ni las ficticias, ni la s supue stamente re ales qu e nos trae n cada día los medios de comunicación. ¿Quié n se acue rda de las de sgracias, asesinatos , atentados, matanza s, inu ndacion es, terremotos, hambru nas que nos
contaro n en lo s teled iario s hace seis o nueve meses, cuand o mirábamos insen sible mente la pantalla , embutido s en el sofá y con un sándwich vegetal en e l pla to? ¿Cuántas películas y episodios de serie s tele visivas ha visto un niñ o actual de d iez año s a lo la rgo d e su vida? ¿Cien, doscien tas, mil? ¿Sabemos ex actamente qué rep ercusión h a tenido tan en indiscriminad bombarde o audiovisual en escasa. su crecimien personal, a ras de su ofelicida d? Posible mente muy El extoceso de información es tan terrib le como su carencia. P ero hay una diferencia e ntre ambos desequilib rios: el qu e no tiene in formación e s consciente de su igno ran cia. El qu e tiene d emasiada , no. No ha y que lee r libro s con información sob re mitolo gía, sino libro s mitoló gicos. Y estos solo lo p ueden ser e n la medida en que son capa ces de tran sformar lo s datos en e xperiencias vivas. Ya, ya sé que la tare a es ard ua y privilegio d e un os pocos ins pira dos. Hace falta mucho tale nto, mucha poesía y mucha inteligen cia pa ra escribir u n libro de esas cara cterísticas. Y sobre todo, un pro fundísimo con ocimien to del ser hu mano. Yo me declar o incapa z. Lo han hecho Ovidio y Virgilio, Homero , Hesíodo, Apuleyo, Safo, Píndaro … Pero tambié n Dante, Shakespe are, Cervantes, Victor Hug o, Verne… A pesar de todo, y sin quitarles un á pice de su m érito a los grand es gen ios de la literatura universal, la capacidad de confeccion ar u n libro mitoló gico no es solo respon sabilida d del a utor. Tambié n el lector tiene autoría en la ela boración de la ex perien cia mítica de la ob ra. Este de be a portar sensibilidad , apertura y un cierto senti do ritual. Debe ser sinc ero , constante y s oñador. Debe tene r los ojos y el cora zón muy aten tos, y la mente despeja da. Debe , en definitiva, obra r la magia q ue le correspon de en la transmisión, para qu e la s palab ras, las imágenes y las metáforas de la realidad encerradas en el libro h agan eco en su
alma. Es en la p rofunda interacc ión , en la sublime dia léctica en tre el autor, la obr a y el lector, dond e el verda dero h echo mitoló gico cobra vida. Los que nos ded icamos al teatro en tend emos muy bie n a qué me refiero. En un a rep resentación esc énica, el pú blico es el v erd adero agente or dcasi e la grobra. Obje una Desde funciónun teatpunto ral e sdeuna mentira cread a rtificial, otesca entivamente, su con cepto. vista pro saico, el espect ador no pre sencia más que a una serie de ind ividuos eviden temente disfrazado s, que ha bla n con u n volumen antinatural y un a dicción forzada . Declaman un tex to escrito que han memorizado p revia mente, y se mueven re pro duciend o las accion es y gestos establecid os po r un director de escena. Además, en la mayoría de lo s casos, ilustran situaciones que emula n un a rea lidad a todas luces ficticia e in verosímil. El conju nto reú ne tod os los ing red ien tes para resultar patét ico. Pero g racias al pod er pre sencial del p úblico, y cuand o la técnica de dire ctore s, intérpretes, escenógrafos y guion istas funciona e n su just a combin ación, la gra n mentira se convierte en una fuente de sentimien tos, de pensamien tos, de impactos vivos en la sal a. Es el pú blico el q ue, con su voluntad y su f antasía, hace rea l el traba jo de los cómicos y lo tran smuta, por arte d e pura alqu imia humana, en una experiencia viv a a nivel colect ivo. La gra n mentira ha ce aho ra re ír, y llora r, y estremecerse hasta la s entrañ as. Por alg ún misterio inefable, sentados en un a bu taca, alcanzamos a iden tificarnos no con a quello s ind ividuos disf razado s del escenario , sino con lo q ue rep resentan. E sa es la clave: se han convertido en símbolos. Y hacen q ue padezcamos en nue stra pro pia carne la an gustia de Edipo, la avaric ia de Harpagón o el remord imien to in sopo rtable de lady Macbe th. Eso es mitolo gía viva. Nuestra disposici ón de espectadore s, como agentes activos del h echo
teatral, es capaz de traslada rno s a dimensiones interiore s con consecu encias de termina ntes. El mismo Aristótele s ex plica en su Poética qu e la función de la trage dia e s alcanzar una «pu rificación» (katharsis ) del p úblico. Al salir del teatro, el espe ctador ya no debe ser el mismo: se ha opera do en él un pro fundo a pre ndizaje, y un cambio … ¿No era e sa laha cuarta del siempre lab erin to? El teatro sido yleyserá la herramien ta más po tente para la tran smisión rea l de la mitolog ía como fenómeno vivo. En lo s teatros de Epida uro , Atenas, Corinto o De lfos, los actore s encarna ban a los dio ses y a lo s héro es an te la comunida d. Eran rituales po r, para y con el cole ctivo. El pu eblo, más allá de entretenerse y p asar e l rato (qu e tambié n), vivía la mitolo gía como expre sión metafórica de la e sencia común del ser h umano, y su rela ción con el mundo espirit ual. La Grec ia arcaica, aqu ella que vio na cer lo s mitos, tran smitía lo s rela tos a través del teatro y, en su de fecto, a través de la p ala bra ora l. En ambas vías, el factor humano y ritua l es fundamental: como tien e que ser. Las historias pasaron a los manu scritos mucho después, pero siempre de la mano de poetas, filósofos y artistas: nunca d e mero s investiga dores enciclop edistas. Allí no hub o tediosos diccionario s mitoló gicos qu e acumula n da tos clasificados por ra tones de b iblioteca en rig uro so ord en a lfabético. Allí hubo ver sos, odas y solilo quios. Cantos, ditirambos, danzas rituales y lit urg ias red entora s. Allí hubo celebra ción y encuentro, ala banza y vida: arte, en u na p ala bra , de h umanos para humano s, desde u na concepción d el h ombre y del un iverso que ya nos resulta casi imposible imaginar. Amo la mitología. Y la amo desde la infancia. Mis hermanos y yo tuvimos el p rivilegio d e contar, siendo aún muy peq ueños, con un hada madrina de carne y hueso, que perpe tuan do el leg ado d e la be ndita
trad ición ora l, nos hacía volar con sus pala bra s hasta el universo de los pe rsonaje s homéricos. Supimos an tes sobre el viaje d e Odiseo q ue sobre e l cuento de Cape rucita Roja . Cono cimos la h istoria de la Guerra de Troya mucho antes qu e la de los tres cerd itos. Y por supu esto, jamás ign ora mos qu e Hér cules en rea lida d se lla ma He racles. Gracias a aquella mujer, fundamente familiarizad los mitos que lu ego le í encrecí suspro fuentes srcina les, y más tardo econ estudié conclásicos, ex trao rdin ario s eru ditos. El had a madrina re sultó ser una singu lar y desapercibida em inencia de aq uel gru po de eruditos . La vida me ha o torgad o el privil egio d e ha ber conocido desde un principi o la mitolo gía en su dimensión más hu mana, ritual, mágica y dire cta. Y por que amo la mitolog ía he apre ndido que esta es mucho más qu e simple s relatos fantásticos y árb ole s genealó gicos de intrinc ada endoga mia, imposibles de diseña r: vana in formación que espera ser resucit ada a la vida. Es precis o y urg ente encontrar la rea lida d en las historia s mitoló gicas, que son, como dice Elio The on, «exposicione s falsas que d escribe n lo verda dero» . Picasso decía lo mismo del a rte al de finirlo como «una mentira q ue dice la verdad ». Los andaluces siempre h an e stado do tados de un a sensibilida d muy particula r para asun tos mitoló gicos. Tartessos nun ca murió. La Atlántida tampoco. La mitolo gía e s una vía de cono cimiento y, como tal, no s sirve para conocer p rofunda mente la re alid ad e n la que vivimos y nuestra ide ntidad en ella, tanto ind ividual como colectiva. Malino wski declara : «El mito es, pues, un ele mento esencia l de la civilización h umana: lejo s de ser un a vana fábu la es, por e l contrario, una realida d viviente a la que no se deja de recurrir : no es en modo algun o una teoría abst racta o un d esfile de imágenes, sino una verdad era codific ación de la
sabidu ría práctica». El mito se compone de símbolos. Acceder a la experiencia mitológ ica es convivir estrecham ente con el le nguaje simbólico, muy en desuso en nue stro siglo XXI. Los símbolos ex ige n para su conviv encia con los seres hum anos dos req uisitos indispe nsable s. Uno e s el tiempo. El otro, consecuen cia de l primero , es la in teriorización. Somos pobres e n tiempo. Tremendamente pobre s. Casi miserables. Lo nuestro es correr, hacer, conseguir, llegar, acumular, gastar, consumir… Trab aja r pa ra p agar y pa gar pa ra traba jar… Todo en una espectacular carrera de obstáculos que n os obligan a sufrir cada d ía, sin sabe r muy bien dónde está la meta, pasando por todo, pero solo por encima. Y como la mald ición de Sísifo, al d ía siguie nte volvemos a e mpezar la carrera q ue se pare ce de un modo alarmante a la del día anterior. Y tambié n a la del posterior. Corremos mucho . Todo parece moverse muy rápid o. Pero la re alid ad es qu e casi nad a cambia. Es un movimien to ficticio, un espe jismo, un canto d e sire nas, una huida a ningu na parte; una evasión crón ica pa ra e vitar, precisamente, la ex perien cia interior , que e n sí misma ha de ser le nta y silenciosa, siempre tendente a lo intemporal. Nos res ulta extraño el len gua je d e los símbolos po rque es ajeno a n uestra d inámica vital, al igual q ue lo son las ex periencias pausadas del camino interior. Pertenecem os a generacione s sin pre ceden tes en la pobreza de la prax is simbólica y, por ende, mitológ ica. Y sin embargo , por pura cond ición humana , hay algo en nue stro interior que clama po r ser atendid o, y una volun tad o culta que nos habita est á ávida de leyen das, mitos, metáforas, pará bolas, monstruo s, héroe s y dio ses. Y perseguimos secretamente esas fantasías no p ara entretenern os, sino p ara ser. Hay dimensiones d e nuestra ex istencia
que solo se revela n al contacto con e l mundo simbólico, que g uarda importantes señas de id entida d de todo ser hu mano. Ya has en trad o en el lab erinto, símbolo de símbolos.
Última ley laberíntica: quien lo recorre es siempre un héroe.
No ex iste la berinto sin hé roe , del mismo modo que no e xiste la berinto sin Mino tauro, o ge nio del lug ar. Si alg uno de lo s dos falta, puedes tene r la segu ridad de q ue no e stás en un laberinto, digan lo que d igan las ap arie ncias. Como Teseo, de beremos an dar con mucho cuidad o en las idas y venida s del misterio so recorrido, porq ue e n cualq uie r momento podrá a parecer el monstruo . El hé roe que penetra e n la magia la ber íntica tiene la valen tía de enfrentars e al cambio que le va a supon er transit ar la s gale rías alq uímicas del sobe rbio edificio. Atrever se a cambiar es tare a de los más valie ntes. Aceptar la incer tidu mbre , tambié n. Solo los cobardes esc uchan los aleg atos que se opon en al cambio . En estos días, los maestros de l mied o engord an bajo el cómodo amparo de la coyuntura , que como una sombra fantasmal vag a sobre cada ciudadan o de a pie , escond iéndo se en todos los rinc one s de su rutina . La sombra se llama «crisis», y aunque es tambié n un personaje mitoló gico, el t orp e manejo del len guaje simbólico actual hace que muy pocos lo sepan. El mensaje p reven tivo an te la sombra oscura a capara los titular es de los perió dicos, las portadas de la s revistas y las pr imera s posicion es de los noticieros. El monstruo es voraz, apocalíptico, devastador. Ante la amenaza, los siervos de la torre oscura in crepan con desazón: hay que aferrarse a lo que se teng a, a lo que se sea, a lo que se pu eda . No vaya a ser que se pierd a el
trab ajo , la casa o el coche. No v aya ser qu e te tengan qu e re scatar del infierno d e la p obreza y del f racaso soc ial. Locura colect iva en el g ran teatro d el mundo. Todo con tal d e mantene r a contracorrien te un patrón globa l, un modo de e ntend er la re alidad que , a todas luc es, ya no sirve. La crisis no es más qu e la consecuencia n atural y lóg ica de perpe tuar qu enefermizamente sinfín id eas (yY no susme correspon tes prá cticas) hoy por hoyuyan no sondeválidas. re fiero adien id eas econ ómicas, o social es. Ni siqu iera a ideas mora les o é ticas. La cosa es más pro funda: me refiero a la idea misma del ser h umano, y su lug ar en el u niver so. Eso es lo q ue está en crisis. Todo lo demás es consecuencia. La ide a actual qu e el ser humano tiene de sí mismo, gris y cancerosa, está clavada e n un patíbulo y ruega por ser de capitada. Pero morir cue sta y du ele . Y desde lue go, es bu eno que ocurra. La sombra de la mano negra n o es mala , ni e s la causante de la catás trofe. Solo h a venido a ad vertirno s, pero na die e scucha su s usurro, que dice: «Hay que cambia r». ¡Cambia r, sí! Cambia r como lo ha venid o haciendo la h umanidad mil y una veces en su recorrido vital p or e ste plan eta. Todo pasa. Cayó el Imperio romano y cayó e l Egip to de los fara ones. Cayeron Babilonia y Constantino pla . Cayeron Persia, el t urco y Alejandro. Caeremos no sotros tambié n. Cambia r comien za po r acep tar que lo qu e hay no vale, y que hay que desecharlo, para así construir un nue vo e stadio de ex istencia. Es labor d e h éroes. Héroes que para cambia r se atreven a e ntrar en su pro pio la berinto. El mundo, más q ue nunca, necesit a héroe s. Pero héroe s pequeños, desapercibid os, anón imos. Héro es y he roínas do mésticos, cercanos, efectivos y reales. Héroe s que sabe n que la gra n aventura de la vida no requie re más escena rio qu e su prop io en torno, y no pre cisa de más person ajes qu e las pe rsonas con las qu e comparte el
día a día. Lo diré por cuar ta y última vez: este lib ro es un la berinto, símbolo del cambio , de la tran sformación. Pare ce ad ecuad o y opo rtuno escribir sobre este tema universal en esta singula r época d e crisis. Escribiré entonces desde u na perspectiva op timista y con una volu ntad constructiva. Mi empeño qu e mi lab erinson to sirva pa ra ismos compre nder un poco másescómo se visión cambiadel , cuáles los mecan de la tran smutación . Poco más puedo pre tender. Ya me gustaría q ue fuera este un lib ro mitológ ico, pero tampoco estoy a la a ltura. Este lib ro no es más qu e un anónimo la ber into. Que los dioses acojan esta intención si la considera n noble, y la satisfagan. Apelo ah ora a no sé qué musa, para que me asista en la lab or.
El laberinto de la vida.
EL CA MINO DE IDA
E
1. Los siete laberintos
stás den tro de l lab erin to. La primera galería ha re sultado ser ex cesivamente sen cilla: un pasillo largo y recto, de cómoda pisada e ilumina ción e scasa p ero suficien te. Sin embargo , tus pa sos se han detenido a l dob lar la prim era e squina . Al fondo d el en orme corred or se abren seis puertas que condu cen a seis camino s difere ntes. Talla dos en el pa vimento, a los pies de cada uno de los umbra les, sendo s diseño s laberínt icos custodian el p aso.
Eleg ir es la ún ica regla y el único f in d e este jue go. Tendrá s que elegir solo uno , pue s nadie pu ede transitar po r dos recorri dos a un tiempo. Observa los la berintos con atenció n. Son muy difere ntes. No te pre cipites. No tomes un a decisión apr esurad a. Sosiéga te. Debes ex amina rlos con mayor d etenimien to y atención. Primero an aliza cada uno en su conjun to, y define la sensac ióngeometría, g lobal quelatecomple d espiert a la la composición en función d el con torno, la jidad, armonía, los ritmos, las curvas, el movimiento general… Si lo haces, compro barás cómo un a primera p ersona lida d emana de cada trazado. Luego recorre con minu ciosidad sus interio res, muy atento a tus impre siones, sigu ien do la trayect oria con la mirad a, con el d edo , o con la p unta de un lapicero. Imagina que eres el h éroe diminuto que camina entre sus pa red es y trata de visualizar la e xperien cia. Detecta las sensacio nes: confusión , caos, dificultad… O tal vez tran quilidad, armonía, fluid ez… Según comien ce la danza d e tu trayectoria en su interior , empezarás a sent ir la verdad era ex perien cia q ue celosamente gua rda cada d iseño: un sut il conciert o de sorpre sas, de req uie bro s, de dire ccion es y sentidos qu e despiertan e nergías muy diversas. Es pre ciso entregar e l tiempo oportuno a todos ellos an tes de tomar la última decisión . Cada uno impone tiempos, conflictos y pe nsamien tos difere ntes, a veces contrad ictorios. Concluye todo s los recorrid os. Si lleg as al centro, empre nde el camino d e reg reso ha sta ha llar la salida . Solo entonces haz t u elección. S ola mente puede ser un o. Elige sin mied o. No ha y posibilida d de error. Elige como el hé roe : sin ne cesidad de compre nder a fond o el motivo de la e lección , con soltura y algo d e incon scien cia. Utiliza más la in tuició n que la ra zón; más tu antojo q ue tu lógica.
Cada la berinto prefigura un m und o diferen te con sus leyes particula res. La mímesis, enig mática y p odero sísima din ámica u niver sal, hace que cada héroe se ident ifique con su prop io labe rinto en función de unos pará metros personale s que e n muchos cas os hab itan espacios inconscient es de l ser hu mano . Me atrevo a hora a describir lo que cadaidadiseño spiracapaz, a mí, con a lgoob dejeto osadía toda lalas subjetiv d de lame quein soy s in más qu e ymostrar posibilidades de interpretac ión h umana de cada ejemplo: puede que advirtamos que todo la berinto es en rea lida d un a in tere sante metáfora del modo de camina r en la vida. Quié n sabe … Partiré del análisis objetivo de cada re corrido pa ra finalmente dib ujar un a caricatura, subjet iva y ex age rada, del h éroe que lo transita. Para que el e jercicio resulte más pro vocado r, haré más incide ncia e n los aspe ctos negativos que en lo s positivos. Nadie se ofenda : será re trato inofensivo y desprovisto de toda cred ibilida d. Será como ju gar con los espejo s deformantes de l callejó n del Gato en lo s que Valle-Inclán vio la trag edia de España tran sformada en esperp ento a través de lo s ojos agonizantes de Max Estrella : un p uro ju ego qu e tal vez esconde u na gra n verd ad. Pido disculp as por adela ntado a los más susceptible s: no es este un ju ego psicoló gico (¡q ue Dios me lib re!), sino e xclusivamente teatral. ¡Que cobren rostro los monstruo s del sub conscien te cole ctivo que se e scond en en todo héroe ! Quien teng a o jos, que vea. Quien teng a oídos, que oiga. Que el pa dre d el esperpe nto nos inspire.
El laberinto de la evasión
El primer labe rinto de nue stro jueg o es comple tamente opu esto al concepto de lab erin to simbólico que q ueremos trab aja r en e ste libro . De h echo, si que remos ser ex haustivos, no e s un labe rinto. Muchos se sorpren derán . Los anglo sajone s, que siempre tiene n algo q ue matizar, poseen en su vocabu lario d os palab ras difere ntes para el término «laberinto»: labyrinth y maze . La primera habla del la berinto pro pia mente dicho, objeto de invest iga ción de est e libro . La segu nda, maze , es la qu e sirve para nombra r pre cisamente al tipo de diseño que ahora a nalizamos: perde deros, espacios para confund irse en su interior, en lo s que es difícil o imposible e ncontrar la salida. Una vez encontrad a, se acaba el chiste. Diseño s semeja ntes los encon tramos entre lo s jueg os de multitud de libro s y publicacione s infantiles, o incluso en alg una sección de pasatiempos en los dia rios. Son los falsos lab erin tos de setos que orna mentan ja rdin es ilustrad os y neoclásicos. Los hemos visto en mil cue ntos y pe lículas. Los mazes no suele n tener centro, ni un modo único de ser recorrido s. El eje mplo que presentamos po see u n formato cuadra do y sus tabique s interio res sigue n siempre dire ccion es ortogo nales. Sin embargo , el conju nto es un a mara ña de pasillos, cruces, desvíos y calles cortadas que obligan a retroceder m il veces para e ncontrar
nuevas posibilidad es de avan ce. No hay leyes ni orden en su tránsit o: quien se atreve a pe netrar en sus muro s entra en una dimensión espa cio-temporal sometida a l caos. El caos es, sin du da, quien rige esta composición y la p ala bra clave pa ra a nalizarla. Una vez que se h a entrad o en este territorio, el azar es el ún ico guía para encon trar la salid a. Tal la i ntuición . O tal la su erte. Aparen objetivo provez puesto es encon trarvez la salida , pero no estemente, del todo elcierto. Teniend o en cuenta que se sale p or el mismo lug ar po r el qu e se entra, y que una vez dent ro no h ay un pun to claro al que lleg ar… ¿para qué entrar en tonces? La re spuesta es evidente: para pe rde rse. La ex citación qu e suscita la p érdida delibera da es el verdad ero atractivo de un maze . No ha y normas, no hay trazado s regu lad ore s, no hay trucos pa ra encon trar la salid a. Y si los hay, no intere san. El diseñ o es incompre nsible po rqu e solo busca la c onfusión. Estamos an te una trampa que se p uede conver tir fácilmente en una prisión: no hay ningu na garan tía de salir de él. Su metáfora es el bosque. Como el oscuro bo sque q ue el h éro e sumerio Gilgamesh atravesó con su compañero Enkidu en busca del d emonio Kumbaba, o el pop ular bo sque de Hansel y Gretel en e l que h allar el regreso al hogar resultaba d el todo imposible. O mejor aún: el bo sque mágico y nocturno de El sueñ o de u na n oche de verano , de Shakespeare , escena rio fascinante para amores prohibid os en u n reino de had as de la locura. Allí, en lo s confusos espacios de la espesura fore stal, todo es incertidu mbre , desasosiego y vacilación; perde rse en el b osque es reg resar al cao s en una sutil y voluntaria manifestación de l mismo. Segú n el bardo inglés, el caos es el único m odo de re cupe rar el o rden perdid o; o tal vez el ord en que ya n o sirve. La misma Crea ción surge del caos, segú n mucha s cosmogonías. Establecer u n nuevo ord en
req uie re romper con e l anterior y el pa so inex cusable es sumerg irse en la oscuridad del caos, don de nada es nada . Allí desapare cen las referencias y el entend imien to es inútil. Una le y irracional y aje na a tu alcanc e g obierna en el bo sque tu ex istencia: es la tiranía d e Titania y de Oberón , reyes de la s hada s malé ficas de la n oche. Todo re spira allí un e ternubrimiento o pre sente, senciainmediata, de dire cción , unarinnfinito redesc de una la reau alidad sin lleg unca a ningu na conclusión. El héro e q ue elige este la berinto necesi ta ro mper con un orden que ya n o es válido y que segura mente anhela destruir. Sin e mbargo , acab a siempre reg resando a él. Víctima de una psicolo gía evasiva, este pereg rino fli rtea con la libera ción, pero regresa siem pre al pu nto d e partida q ue le o prime. La e xperien cia evasiva se torn a en tonces inú til. Esto no es un la berinto: es un e scondite de uno mismo. El héroe cree po seer un cierto control de su pro blema, pues tien e en todo momento capa cidad d e de cidir si gira a la derecha o a la izquie rda , si toma el pa sillo de enfren te o si retrocede sobre sus pasos. Pero ese supue sto con trol n o es más qu e un espejismo, una ilusión, una pervers a falacia. La decisión del héroe jamás garan tiza el é xito porqu e es fruto de un a intuición infunda da y estéril. Ningú n pa so previo asegu ra e l camino correcto. El alb edrío es azaroso y alim enta en el corazón d el héro e la a ngu stia de constatar en cada nu evo rec odo que está elig iend o pe rmanentemente la op ción erró nea . Prolo ngar la estancia en est e lab erin to es pelig roso: no se pu ede vivir permanentemente en el caos, y la necesidad de salida se convierte antes o de spués en d esespera da urg encia. ¡Y, pese a ello , el o bjetivo que trajo al h éro e a e sta cárcel era p recisamente perd erse! ¡Qué locur a! Algo muy contrad ictorio, casi en fermizo, se desvela en los
anhelos del infeliz que tran sita este diseño : por un lad o, padece la necesi dad de aba ndo narse al caos, y por o tro, sufre e l terror d e n o encontrar la salida. En él convive el ansia d esmesurad a de libe ración mezclada con el miedo a no recuperar e l orden del q ue se huye: patológic o jue go el de la evasi ón. Nuestro hé roe h a result ado ser un adicto. Sigue el camino d e los que h uyen a n ing una pa rte.
El laberinto del f uncionario
Tiene un centro claro y una estructura absolutamente calculada . Un único camino de ida y el mismo para el re gre so. Es el lab erinto más emblemático de la Roma imperial. Encontramos diseños muy similares, a modo de pavimentos de mosaico, en numero sas villa s romanas a lo larg o y ancho de l imperio, Hispania in cluida. Su contorno e s cuadra do. Está dividid o a su vez en cuatro cua dra ntes, visible mente iguales, casi reflejado s en un d oble eje de simetría. El tenaz delin eante que d ibujó semeja nte ar tificio se e smeró en conclu ir su trazado tran smitiend o solidez, segurid ad y disciplin a. Todo se h izo con escuadra y cartabón y en serie. La p rod ucción masiva de lámina s con la re pro ducción d e este diseño fue im parab le.
Este lab erinto se r ecorre paula tina mente, cuadra nte tras cuadra nte, siguien do u n esqu ema prá cticamente idé ntico en cada u no de ellos: con u n sentido e spiral, siempre a través de án gulo s rectos, alcanz a el héroe el pu nto central de cada cuadran te, y una vez en e l medio, inviert e el sentido de l giro espiral y va creci endo hasta comple recor rido cuad rantete sin y cambia al con tiguo. se entra entarel el e spacio de udenl cuadran habe rrconcluido el reJamás corrido del an terio r. El siguie nte es ex actamente ig ual, e igua l al tercero y al cuarto. Uno tras otro, en ord en in ex ora ble , una vez completado s los cuatro cua dra ntes se con quista el cen tro, que también tiene forma cuadra da, cómo no. Allí el h éro e descansa pru dentemente, enmarcado en su cuadrilátera seguridad , para, acto seguid o, deshac er lo and ado y salir de l conjun to. El resultado es un lab erin to pre decible, raciona l, desmesuradamente ord enado. Es bastante sencillo compre nder su lóg ica y, por lo tanto, reconocerla a medida q ue se avanza en el recorrido . Este lab erin to está subyuga do a la tiranía de l número -ide a cuatro, que , como es sabido , simbólicamente es el nú mero de la materia , de la Cre ación, de l a natura leza. Sus formas ge ométricas asociada s son, eviden temente, el cuadra do (en dos dimensiones) y el cubo (en tres). Es de cir: estabilidad , sere nid ad, rigidez, inm ovilidad , ele mento tierra . Y también poder, control, est rategia, pre caución , sistematización… el p erfecto laberinto ro mano. Quie n transit a esta trama cartes ian a se impre gna de un exceso de sen tido común. No tiene espacio el viaje p ara a mbig üedades ni amor p or la sorpresa. N o hay cabida para la in certidu mbre : volvien do al sueño estival de Shakespeare , este lab erin to es metáfora de Atenas y sus rígid as leyes en o posición a l caótico bo sque d e hada s. El
recorrido es larg uísimo, y algo tedio so po r lo rep etitivo, lue go necesita una dosis importante de fuerza de voluntad p ara completarlo. S olo los persevera ntes, los que se instala n con comodida d en la ru tina , camina n desenfada dos por estos pa sillos. Pero es un esfuerzo sin riesgo, c on meta asegu rad a, fruto del buen hábito, de la sumisión a la ley y laínacep p rogancia ramado. e este lab erin to es un palad del otación rde n yd lae lo const y no Quien es ap toelig para asumir riesgos. Es un vocaciona l de lo corre cto, amante de l trab ajo d iario y bien hecho, eso sí, sin de masiada pasión . Algu nos lo tachan en ocasion es de déspota y de in tran sigente. Desconoce la b elle za del p ensamien to poético. Este la berinto es para héroe s cuadriculad os y cabale s, con temple d e funcionario estatal, pla n de pensione s, seguro de vida y vacaciones en la playa: un ciudada no canón ico qu e se burla de lo s romanticismos fútiles y jam ás se permite la necesida d de huir.
El laberinto de la cigarra
Este diseño huele a Antigü edad. Es un e jemplo de los lab erin tos más viejos de los qu e la r aza hu mana tiene n oticia: los llamados «lab erin tos cretenses». Tiene un diseñ o elemental, inmediato y, ante todo, muy
natura l. Su arq uitecto de bió d e ser un h echicero pre histórico o un chamán vision ario que trad ujo en estas curvas sus más secretas danzas rituale s al compás de los cambio s de estación . Las vueltas del diseñ o son círculo s casi comple tos. Su cla ve es la fluidez y es ligera mente asimétrico: su formato no encaja e n la ley de una forma geométrica . Pertenece, c omoeroelsanterior, al gru de lab erintos «univiarios»,pura es de cir, los verdad labyrinths , aqupoellos en los que e l camino propuesto es ún ico, sin op cione s. Tiene centro y, por lo tanto, un final en el recorrido interior. Sin embargo , ese centro está desprovisto de todo pro tagonismo y pa sa ina dvertido : no se signif ica en superfic ie g lob al. Más que un centro, da la sen sación d e ser un fondo de saco, un callejón sin salida, un pasillo interrum pid o. Es como si nad ie h abitase allí. Es un la berinto sin Minotauro . Quien elige e ste pa trón es un héroe de la espont ane idad, que confía en la pro videncia y qu e, sin miedo y sobre todo sin ob jetivo muy claro, se deja llevar p or las curv as de la vida q ue algún dios ben efactor dib uja pla centero . Y como nuestro d eambula nte pa sajero n o tiene más ex pectativa que la divina sensación de sentirse vivo, el pro ceso univers al de cambio le lleva de un lad o a otro con el único obje tivo de toparse con un límite y dar tranquilamente media vue lta. El recor rido no es muy larg o y no pre cisa de gra ndes fatigas pa ra completarlo. E l centro e stá vacío y no i nvita ni siqu iera a descansar, sino a aba ndo narlo de in mediato, dan zando de n uevo por los anillos concéntric os sin necesidad de compre nder su ló gica. La f alta de centro es la gran mald ición de e ste lab erin to. Mora leja : quien no tien e un objetivo claro, dif ícilmente alcanza resultados claro s. Este laberinto, por primitivo y básico, tien e tambié n alg o inconsistente. Es como si le faltara con ocimiento de su prop io
valor, de su en orme sign ificado. Quien tran sita este laberinto está cargad o de confian za, de sincerid ad, de d esenfado , de frescura . No obstante, le falta con sciencia, sabiduría y reflex ión . Es algo frívolo y desde lue go muy inge nuo. La Fon taine lo tran sformó en cigarra p ara enfren tarlo a la ha cendo sa hormiga y rega larn os con a mbos tan precios a fábula Cualq uie r .resultado es siempre la consecuencia de su correspon die nte proceso pa ra conseg uirlo . Los efectos de transit ar este laberinto son más bie n escasos, más allá , insisto, de d ejarse lle var por las leyes de l un iverso, que en sí mismo no es bala dí y otorga a todo el q ue se somete a e llas una belleza inn ega ble . Pero no basta. Este es el la berinto de los felices irref lex ivos, livianos y c on estrella, guia dos por la mano de Dios. Ciegos de su prop ia realida d, no son capaces de devolv er al u nivers o ni un ápice de sus done s y por e llo result an ingratos . Creen qu e todo les ha de ser da do. Son una especi e de adamitas en e l jardín de l Edén, libres de toda carga , aferrado s a los días de a ntes de la caída, hedo nistas ha sta el de scaro . Pero la ex pulsión del p araíso es un h echo irrebatible y convierte al h éroe de este la berinto en un nómada , un pereg rino crónico, una mariposa qu e va de flor en flor sin más pro yecto que sabore ar las efímera s delicias de cada n éctar. Ni siqu iera huye, porqu e nu nca forma parte de n ada.
El laberinto del mártir
Nos he mos topado con el la berinto de San Omer, en Francia, cerca de l cana l de la Mancha. Actualmente se en cuen tra tras el altar de la catedral, y es una copia n o muy antigua de l srcin al qu e se encontraba en e l pavimento de un monasterio d estruid o du ran te las peo res fiebr es de la lo cura r evolu ciona ria fran cesa. El diseñ o es muy complejo. Como se observa, sobre u n formato cuadra do, una única vía de re corrido se rep liega una y mil veces sobre sí misma, relle nando con dificultad todo el espa cio. El recorrido cam bia siempre d e dire cción siguie ndo án gulos rectos. El resultado es ind iscutible mente arisco, den so, algo ag obian te y poco arm ónico. No ex iste u n diálogo profund o e ntre e l patrón serpen teante del recorrido y el formato cuadra do g enera l: contenido y contine nte no se abr azan. La tend encia a la simetría in terio r es insuficiente y d efectuosa. El camino conq uista in cómodamente la superf icie de un modo algo forz ado , llegand o a dibujar u na cruz en un punto culmina nte de la composición , que ni siquiera es el centro o final del recorrido . Dicha cruz solo es visible para a quel q ue, como nosotros, contempla su diseño, pero e n ningún caso pued e ser sos pechada por el e sforzado camina nte que lo transit a a escala rea l. La sensac ión de recorrer es te labe rinto no e s ni orde nad a ni equilibra da. Los ritmos de l recorrid o son rep etitivos y sin embar go
impre decibles. La articula ción es pe sada y opresiva. Pese a l ap are nte orden que auspic ia el cuadrado contenedor (que no generador), hay un velado caos interno. S i atend emos a la dimensión simbólica de l lab erin to, como metáfora de un pro ceso, este lab erin to resulta antipático y desolad or. Peor aún , incohe ren te: parece ord enado en su facha da,h éroes pero es su pa tránsos sito.agrios, Para mi la berinto gen era saccaótico rificadoens de quegusto, vagaun n sin ning ún así placer por los abruptos v aivenes del d estino. Habitan en su p eregrina r una especie de valle de lá grimas, que atraviesan a tormentados cargando cada uno con su pesada cruz . Los lab erin tos verd adero s, los de un a sola vía, debe n contrarre star su falt a de lib ertad con e l diseño armónico de su recorrido . Para trascender la limitación impuesta por la ex istencia de una única trayectoria , el trazado d ebe convertirse en un bello sistema eurítmico, equilibra ndo sentido s de giro y patrone s de movimiento q ue compon gan una dan za interior h asta lleg ar a l sagrado centro. Nada d e esto ocurre en este ejemplo . En este diseño resulta imposible encontrar medida o prop orción. No hay ley arm ónica que intuir, ni p atrón q ue sospech ar. Es el lab erinto de la sumisión a lo in sensato y lo mediocre , que produ ce un a an ulación absolut a de l ser. El centro e s irrelevante, y ocupa un lug ar secund ario fren te a la cruz tran sitada en el camino . Este diseño se me antoja u n pequeño infierno vest ido d e vía do loro sa para e l lavado d e los pecad os. Un castigo asumido con re signación pavorosa y un a manifiesta perpe tración del senti do d e la culpa: esa culpa que se nutre de l sudor de la fren te y entrega las rien das de n uestra vida a u na mente maquia vélica que se pe rmite juzgar. El héro e que tran sita este lab erin to tien e algo de masoqu ista, de mártir convencido q ue acude al sacrif icio
para purga r las supu estas faltas. Tiene una fe ine xpug nable , aun que no se sabe muy bien en qué. Es fuerte y capaz de aguantar lo intolerab le, hasta la misma destrucción de su pro pia iden tida d. Su recompensa jamás pod rá estar a la a ltura d el pre cio que p aga y eso le hace ser crue l con los demás. Constantemente se lamenta y trata de convencer a todo s de logía dura es la vida,dceon acritud desasosiego . La mitolo estáque abarrotada este tipo dye héro es. Y la espirit ualidad jud eocristiana tambié n. Este pere grino no huye: cumple con voc ación de convicto cada segundo de su pena .
El laberinto del erudito
Un tal Cellier visit ó la catedral g ótica de Reims hace casi quin ientos años y tuvodea bie r una s horas en qu tomar ap untes en cuaderno viajen pe delrde complejo laberinto e dominaba el psuavimento de la n ave central. N o podía imaginar el a rqu itecto que su meticulo so boceto iba a ser el ún ico testimonio pa ra la po sterida d de a quel colosal diseño lab eríntico, pues en el siglo XVIII , un mal pá rroco, av ina gra do e ig nor ante, mandó destruir semeja nte belle za con la e stúpida e xcusa de q ue lo s niñ os lo utilizaban com o jue go, alterand o con sus carreras
el piadoso tran scurso de sus fatigo sas liturg ias. Sin comentarios. La principa l característica del la berinto de Reims reside en los cuatro espa cios octogona les crea dos en la s esquin as, que jun to con el centro (tambié n octogonal, aun que con d imensiones lige ramente más gra ndes) jera rqu izan e l recorrid o. El trayecto por sus pasillos t ran smite una gran dcomplejidad la hora asimilar la lóg ica deessuladiseño. La de aparición e las cuatroapla zas ode centros secundarios causante esta notable característica. El trayecto glob al de l pe reg rino q ueda así interiormente fragmentado e n tramos, atend iendo al pa so obligad o p or cada una de las cuatro pla zas que se sign ifican de u n modo tan rotundo en e l recorrido . Es un camino dividido en etapas secuenciad as, en fases que unida s comple tan el itine rario hasta la meta. Curioso. El result ado es un trazado ard uo e n el q ue e l gen io del lug ar se multiplic a, adoptando cua tro nu evas aparie ncias que h abitan sus correspon die ntes pla zas. Allí el pe reg rino h a de d etenerse, bie n pa ra descansar de l larg uísimo trayecto, bien para o btener instrucción y consejo d el mora dor de cada g uarida . Algun a transmisión esotéric a debe tener lu gar en estos puntos estratégicos que se van a lcanzand o en un o rden que sigue un sentido antihorario. Es el sentido de la espiral inversa, s ímbolo universal d e la in iciación y del camino espirit ual de l hé roe . Solo tras la vis ita a los antros de lo s cuatro sab ios puede el hé roe conside rarse apto para el último en cuentro. El dibu jo srcinal d e Cellier nos desv ela la id entidad de los gen ios del lugar: en las p lazas, los maestros con structores a rmados de escuad ra, compás, plo mada…; en el cen tro, un obispo decap itado, segu ramente San Nicasio mártir, patrón de la ciuda d de Reims. Yo veo al h éro e de este la berinto como un erud ito filósof o: un
amante de la sabidu ría que culmina , con rig or y const ancia, los estadios necesarios pa ra a lcanzar un alto conocim ien to. Su paso es detenido y firme, como lo pre cisan las bu enas artes del e studio. El tiempo se dila ta. No hay lug ar para las prisas. El caminante es aq uí metódico y confiad o. Busca en su p ere grinación lo s cuatro maestros que protar gresusivamente le reyvelarán información p recisa pa ra que comple ap ren dizaje, detienelasu viaje e l tiempo suficiente cada uno de lo s cuatro maestros le d emanda. El nú mero cuatro a barca el mundo: como los pun tos cardin ale s, los ríos del p ara íso, los evan gelistas y los jinetes ap ocalípticos. Platón y su pir ámide de base cuadra da: lo justo (la p olítica), lo bu eno (la re ligió n), lo be llo (el a rte) y lo verda dero (la ciencia). N uestro sabio cam ina nte es ahora un iniciado en todas las disc iplin as, y cono ce po r la ra zón, pero tam bié n por la intuición , y jamás teme que el camino sea la rgo : sabe que es en pequeños frag mentos como se a barca la e tern ida d. Es un ser inspira do y pese a r ode ar re petida mente la s cuatro g uarida s de los maestros, nun ca p ierde de vista e l obje tivo final al q ue se aprox ima con paciencia y v ocación. La ge ometría octogonal e s la que rein a en este laberinto y el héroe sabe aho ra su si gnificado : la sagrada figura de ocho la dos es la suma de do s cuadra dos superp uestos y remite a una natura leza en vías de la trascend encia. El ocho es el n úmero de la resurrección, le d icen sus conocim ien tos de cábala , de a lqu imia, de ex égesis sagrad a. Comple tado el cuadr ado de lo s sabios, el iniciado alcan za el o ctógono del gran maestro, el po ntífice máx imo, cuya pro lífica cabeza ha trascendid o su cuerpo y ya no es de este mundo. Ha lle gado al templo de la sabidu ría. Volviend o la vista atrás, el sabio recuerd a el camino como un gigan tesco proceso, poco arm ónico, intermina ble y algo abrumador. Tanta sapie ncia le h a hecho p erd er la
frescura y la e spon taneid ad. Es ya de masiad o ancian o. Posibl emente no empre nda ja más el camino de reg reso a l mundo de los mortales y s e quede etern amente a vivir en la mora da del gen io d el lug ar. Es el precio del eru dito.
El laberinto del aventurero
Por último nos encon tramos ante otro maze , pero e sta vez dotado d e un cen tro, y con la totalid ad d e sus pasillos adaptados a una composición de anillos concéntricos. Podemos entenderlo como un híbrido entre maze y labyrinth . La sensac ión q ue se de sprend e al recorrerlo e s muy difere nte a la d el primer ejemplo analizado . Allí, la impre sión de pérdid a era casi el ob jeto del tránsit o. Aquí no: el o bje tivo es alcan zaresel incierta centro,yprimero , y salir l labopcion erin to,es, despu Pero la a y trayectoria est á llena de de falsas calleés. s sin salid múltiples modos de alcanzar e l tesoro del espa cio central. El héro e qu e pu lula p or estas calle s advierte con inteligen cia una característica crucial de l re corrido: la curvatura d e las ga lerías desv ela el cará cter cen trípeto de l diseñ o y nos permite sab er en todo momento nuestra o rien tación con re specto al centro. Incluso se pu ede presumir
su cercaní a en función del gra do de curvatura de los muro s. Este dato es fundamental p ara compre nder e ste tipo d e maze : ofrece a l camina nte la leve seg urid ad. Sin e mbargo , esta lig era ayuda en la misión n o es suficiente para elimina r la dificultad d e encontrar las vías adecuad as. Desgraciada mente, el hé roe no cuenta con m ás arma que el y t para al vezno la cometer capa cidad de memorizar lo sveces. luga res yaazar, se halanintuición transitado e l mismo error dos La qu e construcción la beríntica ad quiere e n este eje mplo tintes de gu ard ián , de custodio, de filt ro: todo el conjun to es un e norme obstáculo p ara alcanzar e l codiciado espacio cen tral. A pesar de todo, la misión n o es imposible: deja a bierta la po sibilidad d e logra rlo a aqu el que posea la debid a suerte, aptitud y perseveran cia. Este es el labe rinto de los aventureros, de los que están dispue stos a vencer las adversidad es del camino con tal de consegu ir su ob jetivo. La misión r equiere mucha confian za en uno mismo y muchas ganas de que rer llegar al cent ro, que debe gua rdar un a valiosa recom pensa. La sen sación d e pre mura se ag udiza y el hé roe tran sita el lab erin to a la carre ra: el camino sobra, es ho stil y ene migo y su única función es im ped ir el é xito. Cuanto antes s e supe ren los óbices, mejor. Aquí no h ay danza, ni ritmos, ni g aitas. Aquí no h ay cosmos ni trasc endencia qu e valga n. Esto es una lucha, una pru eba, un desafío. Existe un rie sgo p atente: no llega r jamás al cen tro o jamás encontrar la salida. Eso conviert e el jue go en más ap asiona nte. El héroe de este lab erinto decide el cam ino q ue ha de tomar en cada cruce de su trayec toria , y su gloria o su fracas o dependen comple tamente de él. Esto puede acarrea rle a lgú n que otro sentimien to megaló mano y una ex cesiva autoestima en caso de salir victorioso, y estrictamente lo opuesto en caso d e fracasar. Eso tien e el lan ce y la
aven tura . Estamos en u n camino conceb ido como una carrera de obstáculos, una competición con tra uno mismo, un e xamen permanente que demuestre n uestra valide z. Una vez alc anzado el tesoro h ay que salir del la berinto y la ardua tare a se repite. Pero e l aventurero casi nunca va solo y puede qu e su inseparable ayudante hayad de de pre miguitas de paan, o que un hilo d el vestido blanco e la jado chicaunrurastro bia (siem hay chic ru bia en las pelíc ula s de a ventura s) se ha ya eng anchado accide ntalmente en un clavo de la entrada , y a ba se de de shacer la t ela e n el camino h asta el cen tro, dibu je a hora e l trayecto a la salid a. A los aventurero s les suele n pasar e stas cosas. En cua lqu ier caso , no importa si no es así: un aventurero qu e se prec ie pued e con lo que le echen. Ahora q ue lo pie nso, este héro e es un poco plasta. Es de esas personas que g ustan d e pro pagar sus ex celencias y demostrar a todo aquel que pillan por ban da su interm ina ble lista de virtudes. Es uno de esos jóvene s etern os, aun con cincuenta añ os, cansinos y s onr ientes, con pa ntalón vaqu ero e implan tes capilares, que ha convertido e l reto en su religió n. Segura mente va a u n gimnasio con a siduida d y tiene muy mal perder. Es soberb io y n o se permite el fracaso; cree que todo depende de él, de su actitud, de su intelig encia, de su caris ma, de su intuición , sin deja r ni un solo mérito a la d ivina pro videncia: c arn e de depre sión. Este Indian a Jone s de lo s senderos eng añosos es un uga dor na to, que a rriesga lo q ue sea ne cesario pa ra cons egu ir el tesoro oculto. Huye de lo divino po rqu e en e l centro de l universo únicamente cabe él mismo.
El séptimo laberinto Escudriñados los seis diseñ os, ya has tomado una d ecisión y te
dispones a e ntrar en la ga lería d el qu e será tu labe rinto. La suert e e stá echad a. Pero e n ese inst ante, solo despu és de hab erte decantado p or uno, apar ece un séptimo la berinto. Está detrás de t i, gra bado en la pared , y no e n el suelo . Cond uce a un pasillo muy estrecho q ue h asta ahora no hab ías advertido. J ura rías que no estaba allí al lle gar. El séptimo a brotado d esus la pied ra p or rte de magia, comoos; su trazado diseño por un ahmano divina: contorn osason suaves y pulid geometría, impecable . Es más gra nde que los otros seis. La galería que lo custodia emana un a ex trañ a luz blan ca, tenue y cálid a qu e acaricia sus muro s de g ran ito. Ahor a son ese lab erinto y ese pa sillo lo s que más te sedu cen. De nuevo te asaltan las dud as: ¿has de con servar tu decisión o , por el contrario, empre nde r los pasos de la nu eva posibilidad ? Vuelves a mirar con atención el diseño que ha bías elegido en u n principio y t e ex trañas al no tar qu e ya no sient es ante él la misma identificación . Sigu e sien do un espe jo de algo muy tuyo, pero alg o in comple to y caduco. C ulpa s a tus preju icios de la d ecisión pre cipitada que tan solo te ha cía ide ntificarte con u na p obre caricat ura de ti mismo. Observas de nuevo el séptimo lab erinto q ue te tran smite novedad , perfección y cambio. En ese la ber into no serás na die. Toda duda se disipa, y, sin da rte cue nta, ya estás de sapare ciendo galería ade ntro, absorbido p or la b lanca espesura de la ú nica y verdadera opción.
C
2. Los mitos
ien figu ras pin tadas murmura n en los frescos de la g ale ría. Se disting uen sus detalles c on dificultad po rqu e la luz es demasiado leve. Las imágenes llena n lo s zócalos, las pare des y hasta lo s techos de los pasillos. Tu mirad a no pu ede abarcarlas toda s y no sabe e leg ir. Representan h ombre s y muje res de otras ép ocas, con miembro s estilizados, rizada mele na negra , grand es ojo s rasgado s y anatomía desnuda d e pie l canela, a veces disimula da p or leves lienzos de u n bla nco in macula do. Pare cen sere s como nacido s en todos los tiempos. Tienen rostro d e máscara teatral y sus post ura s forzada s ex pre san con efectivida d sus sentimien tos más extremos. La luz d ébil y temblo rosa de los cand iles ha vibrar pu susedes contorno y los hacerum p are permaneces ence silencio oír elsincesante orcer d e vivos. sus Si fantasmas: uno s musitan secre tos inconfesab les con ojo s de terror y frío en el alma. Otros claman a los dioses con lo s brazos en alto y las rodillas ensangren tada s. Alguno s aplaud en y danzan a nimand o a tres óvene s atletas que hacen p irue tas sobre lo s lomos de u n enorme toro bla nco d e astas colosales. La mayoría de la s figu ras te observan y habla n de ti, cuchichea ndo sigilosas c uando ya n o la s miras. Son los personajes del m ito del labe rinto. Ahora que no e res nadie, ahora que tran sitas las entrañ as de la ún ica opción verdad era , estás prep ara do para cono cerlos. Los pasillos que se avecinan son la rgo s y te irán desvela ndo la verda dera historia d e Teseo y el Mino tauro, la que e s impre scind ible q ue conozcas antes de lle gar a su mora da. Nadie sabe quién fue el a utor de estas pin tura s. No siempre han estado aquí. Tal vez las iluminó u n héroe ex traviado horas antes de ser devorado por
la bestia. O tal vez son obra del mismo monstruo, que esconde tras su bru tal cond ición el t ale nto anó nimo de un a rtista olvida do. Pido perdó n a Homero. Y tambié n a Ovidio y a Hesíodo . Pido perdó n a Heród oto y a Plutarco, a Baquílides y al pseu do-Apolodo ro que compuso la Biblioteca mitológica . Del mismo modo y en igual gra me disculpo a nte todosmuerte los pintalore s detauro, la Antigüed ueNa h an rep do, resentado a Teseo d ando Mino a Ariadad naqen xos, a Europa a lomos del toro blanco o cualqu ier otr a escena de la saga lab eríntica. Muchos de aquellos artis tas son g enios an ónimos qu e dejaro n su talen to en las figu ras rojas o n egr as de vasos, kílix , ánfora s, hid rias, lecitos y demás tipolog ías cerámicas con nombres dig nos de lo s más altos hé roes de la mitolog ía griega. Atodos ellos, mis disculpa s por empre nder a hora u na labo r qu e se me an toja conflictiva. Beber dire ctamente d e toda s aqu ellas fuentes m e ha enseña do mucha mitolog ía. Pero al sumerg irme en sus obras, gráficas o litera rias, he sacado ante todo una importante conclusión: c ada uno h a descrito los episodi os de forma comple tamente distinta, en a lgu nos casos inclu so contrad ictoria . Este hecho red ime, sin du da, la o sadía d e mi empre sa, que con siste en volver a rela tar e sas viejas h istoria s. Algun os pensarán que son rela tos ago tados u obsole tos, pero la mitolo gía no se atiene a cad ucidad algu na. Se alimenta precisamente del tiempo y de los cambios que este suscita. Se sue le cree r qu e cua nto más an tigu o es un re lato mitoló gico, más se a cerca a la rea lidad del e pisodio srcina l. No es verdad. Posiblemente no ex iste episodio srcin al. Cada gen eración de la Antigü edad tomaba un mismo episodio mitológ ico y lo h acía suyo, tran sformando el arg umento, manipula ndo el dictamen, altera ndo personaje s, datos y acciones en virtud de una construcción nue va, al
servicio de las gen era ciones c ontemporán eas. Porq ue toda o bra d e arte es siempre con temporán ea a su prop ia ép oca. Nadie e scribe p ara la eternid ad, aunqu e ex istan o bra s eternas. El artista crea pa ra el mundo en el que vive, con los pa rámetros, las circunst ancias y las condicion es qu e le ex ige n su con dición, s u lu gar y su tiempo. El Teseo de Ovidioes, por ejetodo mplo,poeta, no esyelescribe mismo con quefine el de Plutarco.yOvidio , romano, an te s estéticos pro pagandísticos en la Roma de César y de Augusto. Plutarco es grie go y un h ombre de mundo, magistrad o, embajado r y sacerd ote de Delfos; gra n cono cedor d e la p sicolog ía hu mana, escudriña la rela ción entre el cará cter del ser h umano y su destino , casi siempre con fines moralistas y tintes he lenizantes. El Teseo de Ovidio resul ta glorioso y perfecto sin más. De hecho , sabe mos mucho de sus accion es pe ro poco de é l. En Plutarco, Teseo se de svela vehe mente, apa siona do y mucho más vulnera ble. Y los detalles de las aventuras del h éro e en ambos escritores di fieren consid era ble mente. Y así podríamos comparar todas las versiones d e todos los au tore s clásicos, que en alg unos casos distan más de ocho siglo s en su red acción . Las historia s srcina les mitoló gicas se pierd en e n la b ruma de los siglos, mucho a ntes de qu e el ho mbre conociera la e scritura para fijar las. Si las version es escritas difiere n, ex cuso de cir cómo serían l as diferencias ex istentes en los tiempos de la tran smisión o ral, de b oca e n boca, a la merced d el g usto, la elo cuencia y la m emoria de cada b ard o. Es respon sabilidad de quien se acerc a a un mito b ebe r de sus fuentes más an tigu as, pero con un solo fin: involucrarse con ella s para actualizarla s. Me ha rto de d ecir qu e la mitolo gía es un con ocimien to vivo, y que vive pre cisamente de su e tern a re visión e in terp retación. Labor ob ligad a de cada generación e s actualizar el mito. Así ocurrió e n
Roma con la mitología griega. Y lo mismo con lo que llamamos mitología clásica en el Ren acimien to, y en el Barro co, y en la época n eoclásica. Cada época ha resucitado los mitos antiguo s según sus pro pios intere ses, con mayor o menor éxito y con mayor o menor in spira ción y tale nto. Los result ados no siempre han sido b rillan tes. Pero la misión ha isfecha: cada. Ygepara neración ha cumplid o con la ineque xcusable taresido a. Essatnue stro turno tan n oble causa, defiendo la s musas declara n lícito in ventar lo necesario , amparad os por una le y universal q ue, como la máx ima de Machad o, asegura aqu ello de: «Se mien te más de la cue nta po r falta de fantasía; también la verdad se inventa». Tomando buenas notas de tan a ltos pre decesore s, invoco ah ora a mi musa a signada de modo circun stancial, Melp ómene, señora de la trag edia, para qu e gu íe mis dedo s sobre el teclado y s epa de spertar en mi en tendimien to la s sing ula rida des con la s que el re lato mitológ ico quiere vestirse en mi mente, particula r y limitada, a día de hoy. Y como no p uede ser de otro modo , debid o a u na impla cable d eformación pro fesiona l con claros last res kármicos, redactaré la narración en clave teatral, que así es como fuero n resucitados dio ses y héroe s, de tard e en tard e, en los esc enario s pétreo s de las polis he len as. Llevemos, pue s, el luga r de la acción a un teat ro cualquiera de u na ciudad cualqu iera de nue stros días . Listo el vestuario y bie n maquillad os los intérp retes, aclar adas las voces de a ctore s y coreu tas, si los instrumentos están bien templa dos, que se a bra ahora el telón. Comienza la trag edia.
Una crónica teatral: Teseo y el Minotauro
Noche d e un sába do de octubre, y el teatro, uno de lo s más céntricos de la ciud ad, está abarrotado. E s el estren o de un montaje muy espera do. Con el p rog rama de mano bie n estudiad o y las ex pectativas muy altas, el respetable público toma asiento al escuchar por la megafonía el último de los tres a visos. Palcos, pla teas, anfiteatros y patio de butacas, ávidos escena murmura chismorreo apagarse le ntamente la sde luces. Una, voz en offn, un tibiaúltimo e impersona l, al rue ga que se d esconecten los teléfono s móviles, rompie ndo la magia emerg ente. Rumor d e bolsos y crujir de butacas en la desesper ada tare a de silenciar la s dichosas máquin as. Oscuro total a e xcepción d e la luz qu e emite el foso de la o rqu esta, dond e lo s esforzado s instrumentos a justan meticulosamente su afina ción. Silencio. Entrad a del director musical, que recibe e l apla uso eleg ante de l aud itorio con la cortesía de su medio cuerpo visible . Alza los br azos, aguarda tres segun dos y con el sua ve giro de sus codos comienza a fluir la música en el e spacio , como si salie ra de sus movimien tos vivos y cade ncioso s. Se ab re el teló n. El pró log o es a modo de escena muda: una delicada pantomima con música orqu estal e n dire cto. El coro, guiñ o eviden te al teatro griego de la Antigüed ad, se despliega e n el espaci o escénico a tono con la orq uesta. Lo compone u n nú mero in definid o de actore s y actrices vestido s con ro pa elá stica de color n egro. Sus cabe zas están cubiertas c on un cap uchón de la misma tela qu e el resto del cuerp o. Sus rostros, pin tados de bla nco, con los ojo s muy pe rfilado s, resul tan alg o fantasmagóricos. Unen siempre a su declamación gestos y movimien tos ad ecuad os qu e facilitan la compre nsión del tex to en la distancia. Comienzan a sí: «Es la nuestra una historia d e amore s prohib idos, que son los que h an dad o causa y raz ón a las más
gra ndes epo peyas de la humanid ad a través de los s iglos». Solo u n personaje es iluminado en el cent ro d el e scenario osc uro, que rep resenta con su máscara al d ios Zeus. Describe el coro : «Zeus e l gra nde, el pode roso, el ab soluto». La máscara , corona da d e olivo, l uce una barb a imponen te y melen a oscura sobre e l ceño frun cido. Torso semide scubierto digdenorayos del cincel d e Fidias o Policleto, mása.qu de Prax íteles. Un haz dora dos en su mano izqu ierd Enesu derecha, una larg a vara a modo de cetro. Toda su p iel re zuma suaves tintes áure os y refleja chispas de purpu rina . Música gra ndilocuen te. El coro ex plica en una marcha temperad a: «Es el dios de d ioses y dueño controla dor de l cosmos; el Zeu s vencedor de los titanes y restaurad or del orde n un iversal; Zeus, señor d el true no y conocedo r de lo s más gra ndes misterio s; aquel que alcanzó la m áx ima sabid uría al be berse, litera lmente, a la acuática diosa Metis, la líquid a vision aria que desde entonces vive en su interior , comple tando un ser de cualida des andró gin as; Zeus es el sober ano ind iscutible de los dioses y de lo s hombre s. El seño r del universo». La música incesante ab raza la perfecta declamación con delica da pre cisión y simbio sis. El público escucha con la máx ima atención. Interpela de súbito el corif eo separándo se del g rupo. Nos advierte: «No es oro todo lo que re luce. Semeja nte dechad o de virtudes e s tambié n la víctima implacab le de una adicción sex ual devastadora , cuya con secuencia e s la const ante corre ría del d ios tras oven citas incau tas en e dad de merecer. Un vicio in cómodo, sobre todo tenien do en cuen ta q ue el d ivino galán tiene esposa legít ima que, para más inri, es s u prop ia h ermana, Hera . Aun así, nada puede detener e l apetito carna l del d ios de los dioses y su adu lterio crón ico y rein cidente. Lo d icho: sex o pro hib ido ». El púb lico acept a sin prob lema
el re pentino tono cómico del monólo go, que el actor continúa con notable tale nto vocal: no importa la cond ición ni la n aturaleza de las fémina s desead as por el dio s, dio sas, nin fas, musas o mortale s. Incluso , en ocasiones, t ampoco le impor ta a Zeus qu e no sean fémina s y lanza los tejo s a alg ún que otro mancebo despistado. Al dio s semental le va todo. Se matiza e en el caso humanas las do ncell as en cuestión sue lenqu o bedecer a undecurioso pe rfil:mortale son exs,tremadamente óvene s, prá cticamente adole scentes, de e stirpe rea l (o , en su de fecto, de buena familia ), monas (cla ro está), un poco simple s y, eso sí, muy fértiles, pues siempre , siempre , se qu edan embarazadas. Y no se de be pasar po r alto la condición más signific ativa: todas ella s están casadas, compro metidas o consag rad as a la virginida d. Eso le vue lve loco a l rey del amor descortés. Patolo gía psicoló gica d e lib ro. Un incierto sect or del público sonrí e. En el ro mance q ue n os ocupa, la don cella y objeto de de seo se llama Euro pa, nuestra Euro pa, que es el segun do p ersona je ilumina do en la e scena, a la izquie rda de Zeus, también en pie , alg o más cerca del pro scenio y sin máscara . Euro pa era muchacha fenicia de sangre azul (como es de re cibo en u n cuen to qu e se pre cie), hija d e los reyes de Agenor y Tele fasa. La actriz que re pre senta el pe rsonaje es una adole scente de u nos quince año s, de p elo castaño oscuro, rizado, suelto y larg o hasta su cintura . Está completamente desnu da, lo cua l parece in comodar a los espect adore s más ran cios que intercambia n miradas de sorp resa. Su anatomía es un d elicadísimo diseño de curvas ex actas y tangencias imposibles que dib uja n un a figu ra ap etitosa pero nada canón ica, de cadera s anchas y pe chos todavía prematuros. Su belleza es c ontenida p ero in discutible. Encaja e n el p erfil de la s víctimas amorosas de Zeus. Se ilumina ahora toda la esceno gra fía. La
acción de este prólogo mudo transcurre e n u na precios a p laya de Tiro, don de Europa juega a la p elota con otras cuatro doncellas que la acompañan, aho ra visibles en el e scenario . Las otras muchacha s tambié n están desnud as. Sus movimien tos son tan ele gantes qu e rea lzan la arm onía de sus cuerpo s juvenile s, en u na d anza lenta y hermosísima, incap de de suscitar escánd alo inclu so en las mentes más conser vado ras de l az patio butacas. El conju nto, perfectamente integ rado con la música, es idílico. Zeus, oculto t ras unas rocas muy bien d ibujad as en el foro, ya ha localiz ado a su objeto de d eseo y acecha a la pú ber Euro pa con a videz. Sigu ien do sus conocidos hábitos metamórficos par a corteja r do ncell as mortale s (jamás sedu ce a una humana si no e s con otra ap ariencia, frecuentemente animal), toma entonces una decisión clave que re sultará crucial para e l relato: adoptar la forma de un toro. Efectos especiale s en vivo y en d irecto. Una ex plo sión d e humo, un estruend o d e platillos en la orque sta, y por arte d e birlibirloque, y a tenemos al fogo so Zeus tran sformado en colosa l semental tauri no, bla nco y lu stroso, potente, imparab le, inmacula do y abr umador. Clamor del pú blico a nte el a lard e escénico. Primer a pla uso. Tal e s el arre sto y la escala de l animal, que la in ocente princesa qu eda estremecida p or la atracc ión q ue le despierta semeja nte prod igio d e la n aturaleza. El bicho ha de sencaden ado e n ella un a impud orosa desaz ón q ue intent a disimula r con gestos de prin cesa Disney perfectamente ensayados y sincron izado s con la melodía emerg ente. Eleva sus manos ab iertas con cara de asombro y luego las lleva a su pe cho, rep itien do esta acción dos o tres v eces, como buen intérprete d e teatro mudo. La reg ia adole scente, en un impulso de primoro sa cursilería, no hace otra cosa que acercarse al bo vino y decorar su c orn amenta con coron as de
flore s, fingie ndo con sus labio s mudos entona r un a canción. Lo q ue hay que ver. El pú blico no puede evitar u na leve risa an te una estampa que ro za lo ridíc ulo . Las amigas, medio en fadadas por la interrupción del jue go, medio temero sas por el e xtrañ o suceso, advierten con gestos viole ntos a la p rotagon ista qu e no se acerque demasiado al misterio semental, qu ne,impudorosa. sin duda, levan ta la enatracción ellas seriae nfermiza, s sospe chas o tal vez lasomisma desazó Pero morb osa y desde lue go in humana (de la qu e volveremos a tene r noticia repe tida s veces en e l drama) ha ce a la be lla esclav a de la bestia. Y Euro pa no solo se acerca a corona r las astas del toro forn ido , sino q ue e n un a rranqu e incont rolado , poseída po r la despropo rcionad a fascinación, aba ndo nan do ah ora todo at isbo de ñoñería, pre sa de un a bru tal feminida d na ciente en su mirad a, irrefrenab le y tórrid a, se sube a sus blancos lom os con las piern as bien abiertas. Zeus ha vencido . Alza de inmediato a la mucha cha y, cargan do con ella, galo pa mar a dentro, hacien do mutis por el foro entre las olas de cartón pied ra torpemente suge rida s en la escenografía. Imagen para la icon ogr afía y para la e tern ida d: una doncella virgen , a lomos de u n inmenso toro bla nco, trotando sobre la s aguas. Símbolo de símbolos. Las aterro rizad as (o celosas) a miga s pierde n de vis ta a la ex traña pa reja y dan do la espalda a l público caen d e rod illas al s uelo, haciendo len tos aspavientos con sus bra zos. La orq uesta culmina una marcha con e cos nupciale s. Oscuro . Una voz en off de clama: «Cruzaron el mar y lleg aro n hasta la ex ótica isla de Creta». Se ilumina e l escenario q ue re pre senta ahora un luga r pa rad isíaco, con un luminoso mar a l fondo, montañas ag restes y una op ule nta vegetación . La velo cidad d el cambio d e escena re sulta inex plicable. En el centr o de l decorado un e norme árb ol de plátano
que da sombra a un le cho florid o, medio oculto por el tupido follaje . Canta el c oro la s ex celencias de la í nsula: «Creta la bella , la solead a, la de pla yas de a cantilados y cavern as arcanas. La Creta qu e fue cun a del pro pio Zeus, escondid o de la s fauces del t itán, amamantado por la cabra Amaltea mien tras di minu tos sere s salvaj es cantab an con sus flau y tamborile s parah ocultar los gem ido sindel divino ne infan te. El gra n dio stas vuelve a su p rimer ogar. Pero no como defenso onato rescatado de la muerte, sino como macho adulto ob cecado en consumar sus instint os más carna les con u na niñ a absolu tamente dispu esta a conver tirse en muje r». Y así lo hace. Entra e l toro bla nco e n escena con la muchacha a cuestas y desapare cen en tre e l follaje que oculta el le cho florido . De in media to el follaje se menea con ritmo y vigor. «El árbo l de p látano q ue d a cobijo a l tála mo nu nca pe rde rá ya sus hojas», relata el coro, «c omo con secuencia d e la impre sión d e pre sencia r tan colosal y mitológ ica cópu la» . El folla je in crementa su ritmo y su vigo r. Gemido s de virg en fenicia d esflorad a armonizan con la marcha lig era de la orquesta. Oscuro . El público e stá, cuanto menos, atónito. Los más escand aliza bles tuercen e l gesto. Los más vanguard istas se que jan po rque no ha qu eda do claro en la pue sta en escena si Zeus posee a Euro pa en forma humana o animal. Que nadie se escandalice por la d uda , pues asunt os de índole semeja nte e incluso más salvaje están por lleg ar e n el rela to. Zoomorfo o antrop omorfo, el coro nos aclara que el dio s hizo suya a la mortal un total de tres veces, y esta, insign e ejemplo del perfil antes descrit o, quedó preñ ada de hasta tres criaturas s emidivinas. Lo dicho: colo sal y mitoló gica cópula . Se e xplica al pú blico a través del off que el interés de Zeus por sus conquistas du rab a ex actamente eso: la conqu ista y la consumación
sex ual. Pero e n este caso algo d ebió de hacer tilín en el corazoncit o del señor de l Olimpo, que no pud o de sentenderse definit ivamente de la dama sin dejarla a ntes bien cas ada y dotada de e xtraordina rios pre sentes. La víctima del matrimonio de con veniencia fue u n tal Asterión, o Asterios, que era el rey de la, hasta en tonces, irre levan te isla de Creta. se convert ía cía), de este modoen enmadre re ina d e tres (condición queLasup rincesa p rop ia san gre mere así como recios y s alud ables varon es: el primogénito fue Mino s. Después lleg ó Radamanto y, por ú ltimo, Sarp edón, todos ellos con la mitad d e su sang re olímpica. Al subir el telón de la tercera escena vemos a tres ho mbre s maduro s y bie n pa recidos en el pr oscenio, dispuestos de frente al público. El qu e ocupa e l centro apa rece lige ramente más ilumina do y en u na p osición d omina nte. El coro e xplica qu e de los tres hijos de Euro pa, el mayor mostró e nsegu ida una persona lidad más acusada y siempre se impuso sobre sus hermanos, que se limitaron a ser un o un sabio le gislado r, y el otro, un notable g uerrero . Pero Mino s era e l hered ero leg ítimo del tron o cretense. En tiempos del r ey Asterión, Creta era una sencilla is la p aradisí aca, próspera y ag radab le, para solaz y retiro de h umanos y dio ses: una especie d e resort olímpico. Sin embargo , bajo e l rein ado de Mino s, Creta se convirt ió e n el centro d e un ex trao rdina rio imperio marítimo que dominab a toda s las islas Cícladas y gran p arte del P elo poneso. Habían pa sado lo s años y ya no vivían ni Asterión ni Europ a. Ahora Cre ta y su capi tal, Cnoso s, era n sinón imo de riq ueza, ambició n y poder. El Nueva York de la Antigü edad. Tras las gra ndes conq uistas de Minos, Cnosos lucía magníficos palacios y construccion es públicas que sobre pasaban la concepción humana. Dicen qu e pa ra pro tege r de p osibles at aques a la isla, Minos
contaba con un autómata giga ntesco dotado d e cuern os de toro y cuerpo metálico, qu e recorría tres veces al día lo s límites de la costa. Cuan do e ncontraba a lgú n intruso, Talos, que era e l nombre d el gig ante, lo e strechab a entre sus brazos, hasta que su torso se volvía incan descente y abrasaba vivo al tran seún te. Al parecer, Talo s fue un ingen io dedejó un tal Dédalo ., y había sido un o de los obsequio s mágicos que Zeus a Europa Mino s es un p ersona je clara mente protagon ista en la escena. El actor q ue lo represen ta es alto, serio y muy famoso: un actor consagra do en plen a madure z de su carrera artística. Pelo muy ne gro que contrast a con la b lan cura de sus patillas canosas. Barb a re cortada con pre cisión . Mele na trenzad a con cintas e hilos purp úre os. Cejas pod erosas que e xage ran la ya v iolenta exp resión de sus ojos que, por cierto, están d emasiad o maquillad os. Viste con sun tuosidad un d iseño asimétrico en tonos cálidos y dora dos. Lujo b arro co en los infinitos comple mentos de su diseñ o de vestuar io, que h a de bid o de costar u na fortuna a la p rod ucción del espect áculo. Se ilu mina el re sto de la escena, que sit úa a lo s personaje s en lo a lto de un acan tilado . Alo lejos se divisa Cno sos y su pa lacio r eal. Abajo, el mar embra vecido rep resentado por las mismas olas de cartón pie dra de la escena anterio r. Mino s, rod eado de una multitud, en lo alto de las rocas, ele va los brazos al c ielo y pron uncia un monólo go g ran dilo cuente. Su voz sorprende por ser demasiado a gud a p ara u n cuerpo tan viril. Minos es soberb io y no le ba sta con ser el rey m ás pod ero so del Mediterrá neo. Tampoco le ba sta con ser el d ueño de u n imperio. La riqu eza y el poder no colman su necesidad de p restigio, su vanid ad, su insopo rtable e go. Quie re d emostrar q ue es más que un hombre , que corre p or sus venas sangre de dio s. ¡Y no de cualqu ier d ios! Solicita de
los inmortales una pru eba de su ascende ncia divina y del favor que estos le deb en p rop iciar. Vanidad de van ida des y juego p elig roso tan viejo como la humanida d. Sus he rmanos, tambié n presen tes, lo sab en y callan, dejan do q ue e l hen chido monarca empre nda el mal camino . Sarp edón y Radamanto siempre odiaro n a su he rmano mayor. Ahora arrodilla do,dcon la mirada en el lostestimonio, astros, Mino clamaro.alQuie mismo Olimpo con evoció n. Pideperdida la prueba, el smilag re cerrar p ara siempre las bocas esc épticas de la n obleza cret ense, siempre altiva y puñetera , como toda s las aristocracia s de la h istoria. Jura el rey en tonces, en el fin de su soliloquio ex agera damente vocalizado , sacrificar al a nimal q ue los dioses le e nvíen en ofrenda divina, para así dar gloria a los olímpicos y jamás a sí mismo. Minos, como buen sob erb io, tambié n era hipócrita. El actor, como corr espo nde, peca d e sobreact uación. Zeus, demasiad o ocupa do e n sus romances, no muestra gran interés por el capric hito d e su n iño, y para no dejarle en ridículo, deleg a la ostentosa performance en su he rmano Posidón, que, como todos los in mortale s, tambié n está re pre sentad o con máscara . El dio s del tride nte, siempre apto para estas lides, hace surgir de su líquido ele mento, entre ola s y mare as colo sales perfectamente simuladas, a un animal fantástico: un descomunal toro b lan co qu e salta pro pulsado desde lo s mare s a tierra firme, en lo alto de l acan tilad o, para asombro de todos los es pectadore s dentro y fuera de l escenario . Segundo g ran efecto e scénico e impresión en el pú blico q ue arranca de nue vo e n aplau so. El en orme toro b lan co es curiosam ente id éntico a Zeu s en su metamorfosis del primer cuadro : una bestia colosal q ue solo p odía venir d e lo s dioses, con la que Mino s acredit a ante sus súbditos su alta filiación. La a ristocracia isleña observa asombra da. El toro se postra
sumiso an te el rey de ján dose acariciar po r su mano , y la chu sma de sangre azul compre nde la natura leza sagra da de Mino s, tan eviden temente favorecido por lo s inmortales. Algu nos se arrod illan y cantan a lab anzas. Otros aclaman a l sobera no con h onore s de dios y dan gra cias a los bien aventurad os por ser s úbditos de tan alto goberna siente por lop srimera su ara vidanro zar la plede nitud. Su ego sente. inflaMinos y c rece h asta límitesvez qu eensep lo humano lo divino. Tras pasada esa frontera in terio r, ya no hay camino de reg reso. Es la terrib le hybris , la soberbia: pecado capit al po r ex celencia de la trag edia grie ga; lo ún ico que ja más perd onan lo s inmortales; lo qu e más les e xaspe ra d e lo s infelices mortale s. Pero los ol ímpicos sab en bien que la hybris siempre conduce al h ombre que la p adece a cometer u n error fatal, que en este caso n o se hace e spera r. Mino s contempla hip notizado al toro y se id entifica con él. Esa be stia d ivina e s el talismán q ue le b rind a la a poteosis, el atributo que le convierte en objeto de ad ora ción. No pue de matar a esa criat ura sub lime qu e le convie rte en d ios. Torp e e incau to, se con vence a sí mismo de que los dio ses será n compre nsivos y renu ncia a l sacrificio de la b estia e n honor de los inmortales. Rada manto y Sarp edón sonríen por den tro a l compro bar cómo su he rmano está cayend o en el p eor de lo s errores. Pese a ser due ño d e un imperio sin preced entes, como bu en sob erb io, Mino s era u n hombre acomple jado, y cuan tos más ho nores re cibía, más se acentuaba la d istancia trau mática e insalvable d e su do ble condición , a medio camino entre hombre y dios. Y quien participa d e esa do ble z irreconciliable e stá destinad o a ser sencillam ente mediocre. Mino s no cumple su pro mesa a los dio ses, y en luga r de l toro marin o, sacrifica en una esperpé ntica pantomima ritual unas cuan tas reses rea les a modo de con suelo . Peccata minu ta. Como si a los in mortale s
les valie ran las medias tintas. Más qu e un error, una tremenda estupide z, ind igna de un emperad or. Afren ta al dio s de lo s mare s y al Olimpo comple to. Mino s ha firmado su sen tencia, que le ju zga cul pable y le abo ca a l infortunio, aunq ue él todaví a n o lo sabe. Los dios es observ an el cuadro desde e l fond o de la escena y susurran en tre ellos. Fin deEllacoro escena . su na rración lle nando así el tiempo n ecesario continúa para e l cambio de la escenografía. Informado del torpe a gra vio de su hijo, Zeus deleg a de nue vo en su acuát ico he rmano para urdir el castigo . Mal asunto: Posidó n es famoso p or su ira incon trolable y su perverso tale nto para diseñ ar veng anzas amarg as, frías y muy, muy pro lon gadas. Y si no qu e se lo d iga n a Odiseo. Pero en este caso no hab ía un regreso al ho gar q ue tornar en éx odo infinito, sino u na mujer ex plo siva y medio tara da a la qu e convertir en o bje to de l escarn io. Y así, de la mano de lo s oscuros plan es de lo s dioses, hace entrada e n escena Pasífae, cuarto per sonaje de la historia , siempre interpretado por u na gran diva, una actriz de est irpe, una gra n da ma de la escena . El pap el lo e xige . De la consorte de M ino s, y por lo tanto reina de Creta, no se ha hab lad o hasta el momento, no p or o misión, sino por estrategia dra matúrgica, que centra ah ora el foco esc énico en la primera dama de la Creta minoica. Pasífae es alta, rotunda y pelir roja como el fuego. Pertenece a ese tipo de mujer es que sin ser g uapas tran smiten en su imperfección física un irre sistible atractivo. Hay alg o masculin o en su mandíbula y en su nar iz. Boca g ran de, ojo s oscuro s y pequeños; pelo de masiado a bun dante. Sin embargo , en e l conjunto, cada pa rte de su rost ro ad quiere n uevas cualida des, y la sensación total es pr ofunda mente sensual. De pie l blanca, fuertes bra zos, pechos prietos y cuello enh iesto, posee una dignid ad en su fi gura que delata
su ascende ncia tambié n divina. Pasífae es hija de Helios, dio s del astro solar. Por ahí le viene de seguro la comple jidad de su temperamento. Medio divin a, medio humana, medio masculin a-sol ar, medio femenina lun ar, apare cen en ella tambié n lo s trau mas vincula dos a las entidad es híbrid as, duales, incomple tas. Como hija d el sol e s fogosa, ardi ente, irascible , caprichosa y egr oísta. Le o de s pies a lapro cabtectora, eza. Como sacerd otisa lun ar y muje mortalUna es ambig ua,loobsesiva, cambia nte y oscura. Ascendente Cán cer. Pasífae (qu e seg ún dicen los que entiend en signif ica «la esplendoro sa») era de todo meno s recatada. El coro ilust ra la apa rición d e la gran señora e n e scena : había tenido una larga p role d e hijos e hijas c on e l rey Minos; Andróg eo, Deucalió n y Glauco e ntre lo s varo nes, y las famosísimas Ariadna y Fedra entre las féminas, todos ello s pro tagonistas de importantes relatos míticos, alg unos de los cuale s formará n parte de la funció n. No obstante, pese a la condición de familia n umero sa, la re lación d e Pasífae con Mino s era nefasta. El rey tambié n debía de ser Leo. Y con ascendente Aries. Como buen hijo d e su p adre, Minos era infiel a su muje r con na tura l asiduid ad. Si el org ullo es condición femenina , en el caso de Pasífae se conver tía en una fuerza de structora sin pre ceden tes, que acomple jaba a la misma diosa Hera . Relata el coro en un aparte cómico que , en una ocasión , lleg ó con sus artes mágicas a lanzar un hechiz o sobre su real cónyuge, hac iendo que cada vez que el rey copula ba con un a amante, al eyacular , en vez de semen, salían d e su falo todo tipo de animales asque rosos y desagrad ables como alacranes, víboras, ciempié s, garrapatas y mantis reli giosas, que hacían las delicias de la s infortunad as concubina s en la zona más eróge na de su ana tomía. ¡Qué dañ o! El púb lico p one cara de dolor y
suena en el pa tio d e bu tacas un sordo lamento colectivo. La gra n actriz suelta una carcajad a gozosa y malign a. El person aje h a sido pre sentado con e fectividad. Se ilumina todo el escenario . Posidón , asesora do por Afrod ita (qu e, como diosa d el a mor, es de larg o a la q ue más ha y que temer), entra e n escena la rein a duer suyalcoba . El diopor s la derrama un fatal mien breb tras aje en e l oído de me la daenma hace mutis derecha. La muje r, en sueñ os, empieza a ja dear y a moverse con lascivia, frotando su cuerp o entre la s sábanas hú medas. Su ex citación va in crescendo ha sta que grita de pla cer, despertando bru scamente, sobres altada por su propio aullido. S u cuerpo suda de modo intenso y su respiración es salvaje . Se siente aturdid a. Solo una imagen viene a su cabe za una y otra vez. Una imagen brutal que le gen era h orror y que Pasífae lucha por elimina r de su mente a toda costa. Cierra los ojo s y hunde los dedos en la ra íz de su pelo de fueg o, que aprieta c on sus puños, intentando aniquila r la terrible visión. La imagen p ersiste y persiste en su mente: es la figur a del g ran toro bla nco, pot ente, encelado , ere cto, que se ab alan za fogoso sobre ella y la monta. Y lo que al prin cipio es una pe sadilla, se tran sforma po co a poco en u n deseo irre fren able. En su fantasí a, la pe netración del an imal le propo rciona un placer desc omuna l, prolong ado , casi div ino, al que no puede ren unciar. La re ina se ha vuelto lo ca. Zeus, Posidón y Afrod ita ríen d esde u n pa lco, escuchan do e l monólo go d el en amora mien to aberra nte de Pasífae. La ven ganza de lo s dio ses no h a he cho más que empezar. ¿No querías toro ? Pues toma toro . Y el rey sin sospech ar nada… En las escenas si guien tes, la rein a no deja d e visitar a l de seado animal en los establos rea les, para admirarlo estremecida, con o jos
lascivos, húmeda y enferma de ex citación. El eró tico ep isodi o de su mente se hace cad a vez más rea l, más de talla do, y lo sueñ a noche y día, despierta y dormida . Lo de Euro pa n o fue na da e n comparación con lo de Pasífae. La s frecuen tes masturb acione s de la re ina pensand o en el an imal ya n o calman sus instintos desv iad os. La pobre muje r está da ano hacer su fantas ía redealida Hasta que nodloel consiga, nodetermina p ara rá. Pero es fácil: en más unad.ocasión , fuera alcanc e d e las miradas, la reina ex hibe su desnude z ante la bestia, contone ánd ose con lasc ivia, en u n intento de ordina ria seducc ión. Pero la natura manda, y el bra vo animal no muestra ni el más mínimo interés por el porno-show de la señora . La reina recuerda en tonces las historia s que lo s rapsoda s relatan sob re lo s amore s del divino Zeus: Leda, Dánae, Antíope, Ganímedes… en todas ella s la barrera entre d ifere ntes natura lezas es s alvada por Zeu s con una falsa aparie ncia. Así que la rein a con templa la o pción del disfraz, a falta de la d ivina capa cidad metamórfica del d ios de los dio ses. La historia siem pre se ha ce eco d e sí misma, aun que en ocasione s solo en ré plicas cutres y adulterada s de u n glo rioso acon tecimien to. Lo de las metamorfosis de Zeu s para sus conquistas era magia d e dio ses. Lo d e Pasífae apuntaba a chap uza. Falta de todo ingen io y dest reza manua l, la reina acude a l viejo Dédalo, que era pre cisamente un in genie ro muy manitas y de g ran rep utación al servicio de su majestad. Déda lo e s el qu into person aje del dra ma. La escenografía de scribe ahora su taller e n pala cio. El inventor es interpretado p or un actor calvo c on b arb a bla nca, de media na e statura y eno rmes manos curtida s. Al comenzar la escena , el viejo confiesa e n un pequeño monó log o no estar e n su tarde m ás creat iva, mientras sobre un tablero de d ibujo an da a vueltas con el dis eño de lo q ue
parece u na máquin a para volar. En ese momento se a bre la p uerta y la rein a Pasífae entra clande stinamente en el taller, de n oche, sola y embozada. El viejo se sorpre nde al d escubrir la ide ntidad d e la visitante. Ella le con fiesa sin pudor sus an sias zoofílicas y la magnitud de su desespera ción. Él la escucha con la calm a de un sabio demasiado para escand alizarse ráp ida menteanciano la a cción oculta de los diosespoenr nada e l mal. Entiende d e su señor a, lo que despierta en él u n atractivo para ayuda rla: desaf iar a los mismos inmortales. Déda lo también padecía de hybris . Transigen te con la atrocida d, para asombro de los espect adore s y de la misma re ina, Déda lo pro pone u na solu ción a su maje stad: construir un a vaca de madera , lo suficientemente or ond a para que la re ina se oculte en su interio r, y lo suficien temente realista par a lla mar la a tención d el semental. Ya nos dijo el h ombre en su monólog o de presentación q ue no estaba en su momento de máx ima inspira ción. Por otro la do, el re to era tan a bstruso qu e no ayud ó a e stimula r demasiado su crea tividad. Dicho y he cho. En el oscuro, sonido s de martillo s clavan do clavos, sierra s cortand o madero s, manos de artesano ensambla ndo pie zas, lijan do tablero s, gra pando pie les. Vuelve la luz y allí está la neuró tica de la rein a, en p elo tas y despatarra da, dentro de un m ueb le-vaca de enormes dimensiones, a la e spera d e ser pen etrada p or el e jempla r taurino más potente de todo e l Mediterrá neo. Qué b arb arida d. Carcajada s en e l teatro q ue enmascara n un secreto pa vor morb oso. El toro e ntra en escena. Los v iolin es de la o rqu esta acusan la tensión. La dama se compone con dific ultad de ntro de a quella s entrañ as de madera de olivo, clavándose tres astillas en la espald a y rasgan do su bla nca pie l con la p unta de alg ún clavo torcido. Todo por la causa. E l
animal ron da a la he mbra, falsa por fuera pe ro verdade ra po r den tro. Entran con veh emencia los in strumentos de percusión . Ella siente muy pró ximo al ob jeto de l de seo, y se estremece, pese a su ya acusada tortícolis. Se arrima el bicho al a rtefacto po r la parte trasera y se colo ca en posición d e embestida . La mujer se a gar ra con fuerza a lo s madero cerrand sin o losa rmonía ojos y abr iendaoy lacae b oca. La o rqu esta estalla en acorde ss,atonales algun ráp idamente el telón. Gritos de e span to en e l público. Unas señora s aba ndo nan e l patio de butacas escandalizad as aferrand o sus abrig os de visón. Otros espe ctadore s, fascina dos por e l atrevimiento escénico, mald icen a l director de la ob ra y le acusan de reprimido p or cort ar el cuad ro en semeja nte momentazo. Nunca ha y pue sta en escena para todos los gustos. Lo del Kama-Sutra hindú deb ió de ser un juego de niños en comparación con lo que sucedió esa noche, a la luz de la luna, en u na pra dera verde de las costas de Cno sos. Pocos lo han advertido , pero al fond o de la esceno grafía se pod ía ver el árbol d el plátano qu e cobijab a el tálamo vege tal y el lecho de flores en q ue Zeu s poseyó a Euro pa varia s escenas atrás. El dire ctor, con in telig encia, ha utilizado el mismo decora do para a mbos cuadro s. Crue l paralelismo. Allí el hombre -toro sed ujo a la fémina. Aquí, la muje r-vaca es la sed uctora de l macho animal. Allí la magia y la fáb ula . Aquí la lo cura y la degeneración. Allí una imagen para la iconog rafía universal. Aquí un acto sórd ido e indescriptible. Sin embargo , son d os caras de una misma moneda. Entona el corifeo su can ción: «De Europ a nació u n rey, a medio camino entre dio s y hombre; de Pasífae nació un monstruo , a medio camino entre hombre y animal: el Minotauro , “ el toro de Mino s” . Los híbrid os siempre tiene n alg o en común, no lo olvidemos. Aquel
humano con cabeza de toro era a un tiempo la veng anza de los dioses y la vergü enza d e los hombre s, que sigue n y siempre seg uirá n siend o muñecos tirad os po r hilo s que manejan los inmortales». El coro toma la escen a, completamente vacía, y recita: «El Mino tauro re cibió e l nombre de Asterión, como su in significante abuelastro. A nin dopsorleslostuvo n adienistas e n cuedenta, siempre fueron maneja dosguno con de de los sdén protago la oybra . Su nacimiento de bió d e causar u n estupor g élido en toda la isla. Primero en la rein a, tras la tortura de un p arto infernal q ue casi le cuest a la vida. Luego en e l rey, que compre ndió en seguid a la intervención de los dio ses en tan horrible acontecimien to. Era la pru eba misma de un acto antinatura l y oscuro auspiciad o por su familia d ivina. Era e l pre cio por la hybris de Mino s. Ante semeja nte aberración, el simple delito de adulterio resultaba b ala dí. El recién n acido Asterió n arroja ba con su bre ve ex istencia una lacra de mald iciones y c omplejo s de culpa sob re el rey y s u rein o en tero». Cambio de cuadro . Interior de l pa lacio de Cnosos. En la escena, Minos deam bula a nsioso de un la do p ara o tro de la alcoba. La reina, desgarrad a en el h orrib le pa rto, yace an émica y medio muerta en la cama, con las manos sobre el ro stro, lloran do. Mino s declara que solo queda una solución: matarlo. Pasífae lanza un gemido desolado r. Mino s continúa su atormentado soliloq uio , en el qu e nace un a sospecha: el asesinato de la criatura pu ede ser malinterpre tado po r los dio ses y convertirs e en una nue va afren ta. No debe sumar e se error a la la rga lista de desprop ósitos de la familia re al. Opta entonces por una segunda opción: es conderlo, encerrarlo de por vida en una mazmorra colosal, sin preced entes, diseña da y construid a especialmente para el monstruo . El re y, como buen sobe rbio, siempre fue coba rde . El actor ya
no sobre actúa. Cae el telón en tre los llantos incontenib les de la rein a. Es el fin d el primer acto. Aplauso discreto. Se anun cia por la megafonía un d escanso de quince minu tos y se enciende la lu z de sala. Muchas person as se levantan ap resurad as para ir a l servicio, abrién dose camino con d ificultad en el e strecho paso en tre b utacas. Otros el solo q uie rende estirar la sTodos piern comentan, as. Algun os ex amina n con curiosidad p rog rama mano. debaten, critican, murmura n… Un señor d e la fil a de lantera e xplica a la que parece su m ujer: «La cárcel del M inotauro es el labe rinto, donde quien entra no encuentra la salida». La b uen a mujer finge d escono cer e sa información para q ue su marid o se sien ta culto. Otra pare ja, sentada dos filas atrás, comenta: «Déd alo , el que hizo la vaca de mentira, es quien va a const ruir e l lab erin to». «No puede ser —dice la chica— . El rey debe de o diar le po r lo qu e hizo» . El chico respo nde qu e a lo mejo r por e so le manda e dificarlo , a modo de castigo . A la chica n o le conven ce el ra zona miento. Un grup o de señore s muy bien trajea dos, canosos y alg o ran cios, intercambian información p rivilegiad a en el pa sillo. Son pro fesores de universida d, y todo lo juzgan contrastando con las fuentes src ina les: «Según Apolo doro —dice el m ás bajito—, el la berinto const ruid o por Dédalo e ra un edificio qu e ha cía eq uivocarse en la salida con sus intrinc ados pa sadizos». El compañero saca d el b olsillo un ejemplar muy sobado de Las metamorfosis de Ovidio , comple tamente anotado. Lo abre por el libr o VII y esgrime leyend o: «(…). Era mansión intrincad a, en un a mora da tenebrosa. Déda lo, famosísimo por su pericia en el a rte de la construcción , rea liza la obra , enmara ña lo s pun tos de referencia e induce a error a los ojos c on las rev ueltas de
múltiples pasad izos (…). Así Déda lo lle na de rod eos los innu mera ble s pasadizos, y ape nas pud o él mismo volver: t an gra nde es la trampa de aquel ed ificio». Cierra entonces la amarillen ta edición. Los t res hombre s, casposos y arru gados, quedan pen sativos. Una señor a, sentada en la in mediata butac a de recha, le pregu nta aresponde su hija deque diezelaños le queja ha g ustado más. iña le viejo qué inventpersonaje or, pero se de lo bre veLa densu apa rición e interroga a su madre con un mar d e pregun tas sobre la obra, que le re sulta desconcertante. La madr e son ríe compre nsiva y una tras otra, responde a cada u na d e las duda s de su hija, en u na pre ciosa y espo ntánea lección de mitolo gía viva que da mucho gusto espiar. La p equ eña beb e las palabra s de su madre hasta qu e suena el aviso: «Señora s, señore s, el e spectáculo va a continu ar» . La niñ a, embelesada con la s ex plicaciones de su m adre, no h a ad vertido q ue casi todo el mundo ya ha o cupad o su lug ar. Los que falt an corren a hacerlo, incomoda ndo con fastidio en su trasiego a los que ya están sentad os. Las luces del patio de butacas baja n lentamente. Últimas toses y carra speo s. Silencio. Suena u n clarín de sde el fos o, interpretand o un a canción le nta y mela ncólica. El coro h ace a parición d anzando en círculos al ritm o del frág il instrumento, trad ucien do su melodía a movimien to corp ora l. Los coreutas, unid os por las muñecas en su dan za, ex plican: «Dédalo diseñó y construyó el la berinto para Mino s, como lu gar don de enterra r en vida a l vástago biforme del rey. El lab erin to era una construcción fantástica y sin p recede ntes que tardó nueve añ os en ser concluida. E l diseño de Déda lo fue tal que na die qu e en trara en e l laberinto podrí a amás en contrar la salid a. Allí, en lo más recón dito de su ún ica sala central, moró el Mino tauro» .
En medio d el o scuro se oye e l grito est ertóreo de una muje r, que sobresalta al pú blico. Luz. De nu evo estamos en la alcoba de los reyes de Creta. Es de no che y la reina se ha d espertado gritando . Ha sufrido otra vez una pesadilla. E stá sola y para lizada del ho rror. El rey en tra e n la alcob a e in tenta calmarla y ella le a bra za lloran do. Solo re pite una y otra lo mismo: «El toro … el torodo ». Pese a que pasado años,vez Mino s se alarma sospechan lo pe or: unahan n ueva locuramucho y ot ros castigo de los dio ses. Sin e mbargo , pronto vuelve e n sí, recobran do la paz al recordar que ya no ha y peligro: el toro b lanco y a no vive en Creta. Tiempo atrás, el mismo rey p ermitió a Hera cles llevá rselo de la isla para completar un o de sus doce t rab ajo s. Sin la b estia ro ndando en la isla, las posibles recaídas de la re ina están controla das. Pero no van p or a hí los tiros. Ella le ex plica su trance: en sueñ os ha visto a su primogénito, el bellísimo príncipe A ndróg eo, morir despeda zado entre los cuerno s del mismo toro b lan co qu e la poseyó. La voz le tiembla al describir con sorpren dentes detalle s la trág ica escena de la bru tal muerte de su h ijo. Mino s le qu ita importancia al a sunto, pero la re ina no puede sosega rse y deambula p or la estancia sin ru mbo pre ciso. Pide ver inmediatamente a Andr ógeo, pero Mino s le ex plica qu e es imposible pu es el p ríncipe n o está en Creta: dejó la isla hace sem anas para p articipa r en lo s juego s de las fiestas pan atenea s en el Ática, como gra n y afamado atleta qu e era . La re ina n o en cuentra consuelo. Tiene u na pre monición . Quie re ver a su hijo. Neces ita ver a su hijo con sus prop ios ojo s, y tocarlo con sus manos febriles de madre aterrada . Pasífae se sien ta en la cama y comien za a llorar. Mino s ago ta la poca paciencia que siempre ha tenid o con la s locura s de su esposa y s e dispon e a a bando nar la alcoba . En ese momento ha ce entrada, por el patio de butacas, un mensajero. Llega corriend o ha sta el e scena rio,
adeante, ex hausto. La re ina se incorpo ra. El rey interrum pe su mutis y pre gunta inq uisitivo al emisario. Este habla azorad o: cartas de Atenas anuncian la muerte del p ríncipe Andróg eo. Minos siente un escalo frío en su pe cho. Pasífae se ap rieta la boca con lo s puñ os. Música de terror. El rey pid e detalles. El príncipe m urió cuand o in tentaba dar caza a l terrib d eión Creta, en laqusecercanías M aratótón, monstruo asolableatoro la reg d esde Heracles de c omple su do trabnde ajoel. Andr ógeo hab ía aceptado el trato del rey E geo de Atena s, que pon iendo a pru eba la fuerza de l atleta, le retó a cumplir tan o sada misión. El cuerp o descuartizado p or las astas de la b estia lleg aba en ese instante al pue rto de Cnosos, en una urna de oro, con las cond olencias del rey de los atenienses. Silen cio devast ador e n la escena. La rein a susurra inmóvil el n ombre de su hijo , una y o tra vez, meciend o enlo quecida su torso y ab razan do su vientre, completamente ida. Minos, con lo s puñ os apretados y la mirad a de sorbitada, repite con frialdad e l nombre d el rey d e Atenas: Egeo, Egeo… Oscuro e n el e scena rio. La voz del rey se solap a con un off que continú a: Egeo… Egeo… Egeo era el ú nico culpab le d e la muerte de su hijo, y con él su pu eblo atenie nse en tero . Ávido de venga nza, Minos lan zó su flota más po derosa a las costas de l Ática y asedi ó Atenas. Imploró el ob stinado rey a su papá Zeus que le secundara en su empre sa, y este envió p lag as y sequ ías sobre el Ática, cuyos hab itantes se viero n ob liga dos a consultar al oráculo d élfico el modo de salvación. La sibila , cosa rara , fue d e lo más ex plícita: solo sometién dose a la voluntad del terrible Mino s viviría Atenas. Se apresuraro n los atenien ses a firmar la paz y a dispon erse a la voluntad de l en emigo . Y como era de espera r, la voluntad del cretense fue tan cruel como retorcida: cada nueve a ños, catorce jó venes a tenien ses, siete
doncellas y s iete don celes, debían ser en treg ados como ofren da sacrificial al re y Mino s, el cua l los confinarí a en la oscurid ad del siniestro la berinto don de servirían de a limento para el Mino tauro. El coro, siempre de negro , se desplie ga e n el pro scenio miran do de fren te al pú blico, en un ambie nte sobrio. U n foco de luz cenit al bla nca apounta a cada u no de curiosamente, catorceDeclaman core utas, marcand dra máticamente las los, faccione s de sus rostros. ahora con le ntitud, informando: «El on ero so tribu to de lo s catorce óvene s se pagó en dos ocasione s. La primera , tras la de rrota de Atenas. La segu nda, al cumplirse los pri mero s nue ve añ os. Pero llegado s los días de la tercera entrega, apareció al f in el h éroe que hab ría de libera r a su na ción: el gran Teseo». Gran momento escénico. La orq uesta se de sata en una sinfonía triun fal d ign a de la e ntrega d e lo s Óscar d e Hollywood. F anfarria s y haces de rayos colorido s. Luces estrob oscópicas, relámpagos centelle antes y una lluvia de confeti plateado se de sparrama en el escenario y en la sala. E n el centro de l escenario se abre una trampilla de la qu e surge e l gran protagonist a de l espect áculo, que es elevado len tamente en una plataforma mecanizad a. El pú blico e nlo quece d e furo r. Pare ce la a poteosis de un acto electoral n ortea mericano . El actor que represent a a Teseo es de una belleza insult ante y s aluda al respet able con su perf ecta dentadura blanca. La en ergía en alza arranca al pú blico de sus butacas, que se pone en p ie, aplau diend o, silband o, gritando. El actor e s joven y principiante en el mundo del teatro. Fue selec cionad o p ara e l pa pel, apart e d e por su b elleza, por su popu larid ad como pro tagonista de u na serie televis iva para adole scentes. Su presencia en el re parto es un tirón comercial. Es un guapito pro fesiona l que q uie re de mostrar ser un act or de verd ad, es
decir, un actor de e scena. Pasad a la euforia, la sala se calm a y reg resa el pú blico a sus as ien tos. El joven pa sea po r el escenario con g arb o y soltura . Lleva u na lig era túnica do rad a, ceñida en la cintura y sin mangas, que le per mite lu cir sus pie rna s y brazos de g imnasio pa ra desasosiego d e las fans del púb lico. La e scenografía se ha red ucido aho ra asuchin na eescas normeque pa ntalla roja sobre la que tan u, los n teatro de sombra nos resume, a modo deproyec flashback antecede ntes del hé roe . Negro sobre ro jo, como en los más antiguo s vasos grie gos (el escenóg rafo está documentado), mario netas pla nas movidas c on e xtrao rdin aria d estreza dibu jan siluetas de in trincado contorn o que ilustran la h istoria . El pro pio actor contempla su pasad o, que el coro re cita ele gante sobre un a melo día como de cuento de hadas interpretada p or un clave: «Cerca de la costa de Trecén, ciudad del Pelopo neso do nde reinab a Piteo, ex istía u na peq ueña isla llamada Esferia , que alb erg aba un pre cioso templo d edicado a la dio sa Atenea. La princes a Etra acudió una maña na a ho nrar a la diosa, pero est a la sumió en un profundo sueño , que fue a provechado p or Posidón pa ra hacer suya a la don cella. Al de spertar, Etra ya h abía con cebido a Teseo, pero no reveló a nad ie su est ado . La cas ualida d quiso que esos mismos días el re y Egeo de Atenas visitara la ciudad de Trecén . Hosped ado en e l palacio real, el padre d e Etra emborrachó en el banquete a Egeo y lo m etió en la cama de su hija . Cuan do Egeo despertó a la mañana siguie nte y se vio e ntre las s ábanas de Etra (q ue segura mente se h acía la dormida) , el a tenien se imaginó lo p eor. La chica, fing ien do un súbito d espe rtar, confirmó la mentira sin p udor y con su más ela borad a cara de mosquita muerta. La trampa estaba tendid a. Antes de aba ndon ar Trecén, en un arreba to d e respon sabilidad , Egeo dejó e n pren da su espada y s us sand alias, que e scond ió bajo u na
enorme ro ca. Mandó e l rey de A tenas que cuand o el fruto de su n oche loca alcanzara la ed ad suficiente para levantar el pe dru sco, tomara los rea les obje tos y se id entificara con e llos ante su pa dre , reclamando sus derechos al t ron o». Infeliz… La h istoria d e nu estro hé roe n o ha h echo más qu e empezar y ya pesan sob re su concep ción toda una urd imbre de mentiras, orá culos, eng años, promesas y medias verd ades. Sin duda, prometedor. Las preciosas s iluetas de las mario netas arti culada s han representado la narración con elega ncia y una refinada estética casi orie ntal. Continúa el coro : «Y el así concebido nació fuerte, sano y hermoso» . Y como en todo s los cuentos, lleg ó con rapidez a la mayoría de eda d, que lege nda riamente es a eso de los diec iséis años, momento en que su b uena mamá le d esveló quién e ra su verda dero papá. No sabemos si le contó la v erd ad a bsoluta (que le ha cía hijo de un d ios) o la verdad a medias (que le hacía hijo de u n rey). Pongamos que las do s. El chico, dueñ o de sus nuevas dos iden tida des, se lanzó a cumplir co n su destino . Una silueta que rep resenta al joven T eseo se apro xima a un a enorme ro ca. Coloca sus f uertes bra zos sobre la pied ra y la empuja con d ificultad. Vibra to ágil d e lo s violine s. Poco a poco la ro ca cede y es movida al son triun fal de la orquesta. El muñeco se a rrodilla y toma en su mano la s sandalias qu e ha descubierto la ro ca, así como la enorme espad a qu e el p ersona je alza vic torio so, en u na e stampa con resona ncias art úricas. El púb lico apla ude. Armado y calzado con su nue va iden tida d, el prínc ipe empre ndió su viaje a At enas, venciendo por el camino a toda suerte de malh echo res y monstruo s. Estas victoria s fueron acreditan do su fama y su prestigio h asta qu e po r fin se presen tó an te su supue sto pa dre
mortal, el re y Egeo. Este no solo no recon oció a l mucha cho, sino que, persuadid o por su mujer, la malvada rein a Medea, envió a Teseo a una misión imposible : dar muerte al toro de Mara tón. Se ilumina a hora el prosc enio desapareciendo la pa ntalla de sombra s chinescas y hace entrada e l gran toro b lan co de escenas anterio res; seamente aba lan coreo za sobre g uapo actordey algo ambos simula nauna lucha, perfect graelfiad a, a ritmo parecido un pasodob le. El actor demuestra su ex celente cond ición física con brin cos y saltos mortales qu e vuelven a estimula r la libid o de las fans. En un singular cuerpo a cuerpo qu e ha de bido d e llevar horas de ensayo, el héro e doblega fina lmente a la bestia artic ulad a. Aplau so y nue va exhibición de la bla nca den tadura del muchacho, en fotogé nica mueca y singu lar p osición fina l. Se hace el o scuro y la pa ntalla de sombra s proyect a ahora una luz azul. Las siluetas de Teseo y el toro dib ujan ex actamente la misma posición que la de los actore s antes de desapare cer. Reempre nde el coro la n arra ción pa ra terminar e l entremés: «Y arrastró al p orten toso a nimal desde Mara tón hasta los pie s del mismo rey Egeo, para admiración y de sconcierto de todo s los que fuero n testigo s del leg endario traslad o. En Atenas, Teseo sacrificó a Posidón el gra n toro blan co, que, como se ha e xplicado , no e ra otro que el toro de Creta, padre biológ ico d el Minotauro; aquel toro surgido de la a guas pa ra muestra d e la soberb ia d e Mino s; el mismo toro q ue montó a la re ina Pasífae y mató a su hijo Andróg eo; el toro que Heracles hab ía sacado d e Creta para completar un o de sus trab ajo s y que aba ndon ó en las llanura s de Maratón, a cuaren ta y pocos kilómetros de Atenas. Sin saberlo , nuestro héroe ya ha bía liga do su destino al de los person ajes de l mito la beríntico». Último cua dro con sombra s chin escas, esta vez sobr e colo r verd e
esmera lda : Teseo sacrificó a la b estia qu e Mino s jamás se a trevió a matar, rind ien do así honores a Posidó n, su padre, con el á nimo de no suscitar su contras tada ira . La hazaña fue celeb rad a por todo lo alto con un g ran b anq uete. Pero la re ina Mede a no se da ba p or venci da, y como villana de una trage dia shakespearia na, derramó un mortífero veneno en la copa a gasajado Teseo. el cielo quraecortar a ntes un de beber, hambrie nto, del el hé roe d esenvain araQuiso su espad a pa ped azo de carne. E geo , que pese a su avanzada ed ad d ebía de tener muy bu ena vista, reconoció e l arma que empuñaba el jo ven. Inmediatamente dirigió su mirada al calzad o… ¡Era él! Medea se q uedó pálida, sin respira ción. El joven, s alvado por su pod ero so ape tito, nun ca llegó a pro bar e l mortal breb aje, pues s u pa dre corrió a lan zarse en sus brazos, llora ndo de emoción. F eliz y glorioso ree ncuen tro. Medea salió p or patas de semeja nte marró n. Ella, que ya era e xperta en este tipo de e scapadas por la p uerta de servicio, solía hacerlo con c onsiderab le talen to, utilizando p ara tal fin carros alado s que la lle vaban por los aires. También ella e ra d e estirpe divina, nieta del titán Helios, el sol, y por lo tanto, sobrina carnal de la re ina Pasífae de Creta… El círculo se sigue cerrand o. Sube con rapide z la pantalla, que se escond e en las profundidade s del pe ine del teat ro. En e l prosc enio el coro vuelve a ocupar toda la posición de frente al pú blico con la luz blan ca cenit al. Todo lo demás es negro . Esta vez son trece coreu tas, falta u no. Un foco arroja su luz vertical sobre un espa cio vacío. Declaman: «Sin embargo , la d icha du ró p oco tiempo. Se cumplían die ciocho años de la paz con el rey Mino s, y Atenas se vestía de lu to para desped ir, por tercer a vez, a las catorce víc timas que morirían e n las fauces d el Mino tauro. Teseo no dudó ni po r un instante y se ofreció voluntario» . El actor g uaperas
avanza y ocupa e l espacio vací o. «El joven, que d espué s de los acontecimien tos n arra dos tenía una autoestima invulne rab le, conf iaba en dar muerte al monstruo , y liber ar así a sus futuro s súbditos de tan vergonzosa situación. Y así se hizo» . Se cierr a el teló n. Las ún icas que aplau den son las f ans. Off: En ellocambio de piciatorio escena , as oscura s, se pertinentes, oye e l soni dopartiero del mar.n las «Hechos s ritos pro y sacrificios naves a Creta, a la patria d el re y Mino s. El viejo r ey Egeo, desconsolado, pidió q ue las velas de la nave fueran de color negro, y que al re gre so de la misma y solo e n el caso de h aber salido su hijo con vida de la hazañ a, se cambiar an p or otras de color bla nco. De lo contrario , el color n egro a nunciaría a A tenas, desde e l momento de divisar la e mbarcación en el h orizonte, la m uerte del hered ero . Así se
acordó». Sube el telón tras un ra pid ísimo cambio de escena . El dire ctor vuelve a utilizar la e sceno gra fía del acan tilado fren te al mar, con el palacio de Cnosos al f ondo. Entre las falsas olas, en pequeña escala para fingir pe rspectiva, un navío con velas ne gra s descansa amarra do. En lo alto del acantilado , a la der echa d el e scenario , vemos a Teseo y los trece figu ran tes qu e hacen de jóven es. Ante ell os, Mino s y su corte. El rey recibe a T eseo con lo s hono res de u n príncipe, aun e stand o seguro d el trág ico destino q ue le a guard a. Ya se sabe qu e el pro tocolo manda, por a bstrusa q ue sea la situación q ue ampara. Teseo, con e sa ausencia de h umilda d que cara cteriza al p ersona je (y al act or), se apresura a encontrar el m odo de impre sionar a los asistentes, pro clamando e n su pre sentación a nte la nob leza cret ense su ascend encia d ivina como hijo de mismísimo Posidó n. El suceso nos resulta tristemente familiar, enmarcado además en el mismo escena rio.
Mal augurio. Ante semejante fanfarronería, Mino s, que conoce bien esos ademanes y se identif ica con e l héro e, ex ige u na p rue ba, y arro ja al mar un anillo de oro p ara q ue e l supu esto hijo d e Posidón se lance a las agu as y lo traig a de vuelta, pro bando así su estirpe . Ni corto ni perezoso, el act or corre hasta el fina l de la p lataforma que simula el acan y sesotira de cabe El público, asombra es testigo el ce salto tilado, en rig uro direct o, y deza.cómo el gu apera s teledo, visivo desap dare trag ado po r el suelo d el escenario , entre las falsas olas de cart ón piedra . «Segu ro q ue hab ía u na trampilla», ex plican algun os, aun estando impre sionad os por el ex trao rdin ario e fecto, que casi pro voca un infarto a las fans. Todos ag uarda n en la costa con impaciencia y gra n expectación. Los m inu tos tran scurre n y no se ve salir al muchacho de las ag uas. Música de su spen se. Pasa e l tiempo suficien te para que cualqu ier mortal se h ubiera aho gado, y Teseo sigue sin salir. Pare ce eviden te qu e el p ríncipe h a ido demasiado lejo s esta vez, pero, por otro la do, el actor es demasiado famoso p ara morir a estas altura s de la obra. Mino s dibuja en su rostro u na sonrisa de desprecio, y justo cuando se dispone a declarar la muerte del o sado p ríncipe, ocurre el pro dig io: de e ntre las más altas ola s surg en, como en un estallido de agua, dos preciosos delfine s plateados que a lzan sobre sus lom os la figu ra sobe rbia d el hé roe . Tal es el brin co de los anim ales sobre la mare a, que pro pulsan a Teseo p or lo s aires. Este, haciend o un doble mortal, vence sin esf uerzo, ágil y volado r, la altura d el acantilado donde todos los cretenses m iran el espe ctáculo , y clava sus pie s ante ello s con los bra zos en cruz y la b arb illa b ien alta. Asombro so. Digno del mejo r rep ertorio d el Circo de l Sol. Aplau so mere cido d el p úblico boquiab ierto. El efecto supe ra con creces al de la salida d e las agu as del toro en el pr imer a cto. Aquello era u n claro p resagio . Rescatado d e
la a gua s, Teseo n o solo lle va en su mano dere cha el a nillo solicit ado, sino tambié n una corona de perlas y magníficos corales con lo s que, según las pa lab ras de l hé roe , la misma re ina de los mare s, su madrastra Anfítrite, le ha agasajad o en su p ala cio de las profundidade s. Colosal a poteos is, digna de un favoreci do por los dio ses. Teseo en trad triunf a nte el en , dejan do s,bien claro q ue seráhuace n firme canadid atoala ro mper la emigo maldición . Mino que no es nin gún novato, se teme lo p eor. Cambio de escena visto. El acan tilad o se d esliza a la d ere cha hasta desapa recer de la embocad ura . Las olas del mar y el na vío hacen lo pro pio en sentido opuesto. Al retirarse los elem entos, se ve al fondo u na rica esc enografía qu e evoca el int erio r de un p ala cio. El conjun to, sobre u na plataforma baja , se ade lan ta mecanizad o ha cia el pro scenio. Actore s, actrices y figu ran tes simula n un sucule nto ba nquete en el pala cio rea l. A la mesa, pre sidie ndo, el rey Minos y su invitado de honor. A su izqui erd a, la re ina Pasífae. La que en el primer a cto se mostraba a ltiva y dichara chera, desde el in feliz alu mbra miento de Asterión es la sombra de sí misma: un a muje r silen ciosa y re servad a, que aun cargad a de jo yas y embutida en los más ricos atuend os, pasa desapercibid a. Comple tan la distribución , a un lado , los desgraciad os ovencitos atenie nses, segura mente con p oco a petito, y al otro la do, los infantes e in fantas de la casa re al. Entre ello s llama la atención u na adole scente de ojo s brillan tes y tez inmacula da, llamada Ariadna. Es una chica rubia , pálida y de masiado delga da. Su pe lo e s lacio, y lo lleva re cogido en un moño mal compuesto. Su lang uid ez contras ta con la viveza d e sus ojo s húmedos y eno rmes. La actriz no es muy conoci da, pero su ap ellido la acredit a como la nue va gene ración de una gran saga d e cómicos. Ariad na no le q uita ojo a Teseo. Todo le
parece a tractivo en su pe rsona : su insultan te au toestima, sus gro tescas carcaja das, su pró dig o apetito, su olo r a hombre , sus impro visadas impertine ncias… Y sobre todo e l relato, sin dud a ex agera do y gra ndilocuen te, de sus vale rosas ha zañas. No nos eng añemos, Teseo era insop ortab le. Pero esa extrema seguridad en sí mismo, esa autocomplacen ese, por despliegu e de egocentris es siempre irresistible p ara cia, quien el cont rario, t iende a nomoq uererse demasiado . Además, el mozo es gu apo a rab iar y tien e un cue rpa zo de escánd alo que ex hibe sin reparos, unido a un ad emán algo canalla, de castigad or mediterrán eo, que d errite lit era lmente a la muchacha . Lo que nace e n Ariadna no es ni a mor, ni u n flechazo a primera vista. Nada de eso. Es, como vien e ocurrie ndo en este rela to, atracción fatal, a la que se le une la ne cesidad im periosa de la muchacha por salir corriend o de semeja nte casa de lo cos. La cort e de Mino s emana angustia y tortura . Acomple jad os po r horrib les culpa s, los miembro s de la familia viven e n la amarg ura d e un a rea lida d insopo rtable, hastiad os de una riquez a y un poder que e n nada puede liberarl es de s u oscurid ad. Sere s acartonad os con disf raz barr oco, en su interior n o pueden d ejar d e escuchar lo s gemidos inf ern ale s del Mino tauro, que mald ice su vida y los culpa a todo s de su crue l encierro . Ante semeja nte cuadro , la p resencia lu mino sa de l ap olíneo Teseo, tan libre , tan optimista, tan falto d e tormento o conflicto interio r, se torn a en fascina nte objeto de d eseo. Fedra, una h ermana meno r de Ariad na, escucha con diversión lo s comentario s que esta le cuchichea sobre e l príncipe. Teseo tambié n despierta un a fuerte atracc ión sobre Fedra. Pero ella no es como su he rmana y acepta de b uen grado que Ariadna acapare e l desesperad o enamora mien to, que de tan eviden te, se hace incómodo para los comensales. ¡Cómo le mira, cómo le escucha , cómo recorre
cada u no de los detalles de su f ísico con su mirad a babosa, la bo ca semiab ierta y los oj os como platos! Nadie entien de cómo Minos no lo advierte. Teseo, sin em bargo , se da cuenta e nsegu ida. Lo s seductore s compulsivos poseen una sensibilida d muy agu da para de tectar con rap ide z la presen cia de u na víctima. Rela to tras relato, batallita tras batallita, el pe lmazo Teseo se pasalalapasión escende a halosblasoliloquios ndo de sídel mismo. Los bue nos vinos dede Creta acentúan héroe y el fervor de los sentido s de Ariadna , que, acabado el convit e, está decidida a entregarse e n cuerp o, alma y circunstancia al p ríncipe atenien se. A pesar de todo, es difícil que a quel id ilio p rospere , sobre todo tenien do en cue nta que , al día siguien te, lo más seguro es que su príncipe azul muera d evorad o por su hermanastro b iforme. No ha y opción: lo primero qu e ha y que ha cer es salvar la v ida de aqu el dios hecho h ombre. Qué listo Teseo … Cambia la escena. Ayudad a por Fedra , Ariad na encuentra el m odo de meterse en la alcob a del príncipe, a median oche . Él, creído como es, ni siqu iera finge sorpresa. En furtivo encue ntro, a lo Ca puleto y Montesco, la chica le pro mete amor eterno y le ha ce jurar qu e si le ayuda a ven cer al monstruo , se la lle vará con él a Atenas o a l fin del mundo si fuer a pre ciso. En nin gún momento de l diálo go e lla se int ere sa por averig uar si su amor es recíproco, por que, como buena mujer con la estima por los suelos, en el fondo sabe q ue es impro bab le. Las muchacha s inteligentes s e dan perfec ta cuenta de cuán do una historia n o e s de amor. Don Juan acep ta el trato. Doña Inés se pone en marcha . Ni siquiera hay beso de final de e scena. Un hor ror. Ariadna necesita ayud a y acud e, como su madre, al re calcitran te Déda lo, siempre dispue sto a servir con su inge nio las intencione s más sospech osas d e sus mecen as. Estamos ahora, tras u n cambio de
escena vertiginoso, en el taller del inventor. Entre el p úblico, la n iña de die z años sentada dos butacas a la dere cha sonríe y agarra fuerte la mano de su madre. En escena, el anciano ex plica a la p rincesa que el pro ble ma no es tanto matar a Asterión, como encon trar el ca mino de salida de l labe rinto. El prop io arq uitecto confies a ha ber tenido serios pro bleTeseo mas par a salir de uilad sus intrincado vez termina obra. h abía aniq o al toro des pasillos Creta enuna Mara tón, y bie nda la podría acaba r con su hijo, el M ino tauro. Pero salir d e la mara ña de pasillos era cosa qu e req uería más inge nio q ue fuerza bru ta, y en eso Déda lo e ra e l mejor. No tien e la prin cesa que insistir de masiado para que el g enio en contrara la solución. El ancian o se acerca a la da ma y le susurra un as pala bra s, mien tras le hace en treg a de un e norme ovillo de la na b lan ca. La lu z desapare ce lentamente ha sta lleg ar al oscuro. El pú blico e stá nervioso: s abe que el momento culmina nte de la o bra está a punto de lle gar. El sigu iente cuadro rep resenta al f ondo u na p laya al amanecer. En primer término , la entrad a al mítico la berinto: un monumental d intel de p iedra luce un bajo relieve que rep resent a las ast as de un toro. La enorme bo ca del ed ificio está flan queada p or muro s ele vados con ciclóp eos sillares. El hue co de la p uerta de ja ver un p asillo qu e se hunde en la oscurid ad del interior. Es el día del holo causto. Al fondo, Teseo y sus compañeros de i nmola ción h acen los ritos pertinen tes en la playa d e Cnosos para qu e su act o de sacrificio sea bie n recibido p or los inmortale s. Canta el coro u na melodía ritual. D anzan lo s actore s en corro, desnudo s, entreg ando su d estino a la volun tad d e lo s olímpicos. Secretamente, Teseo pide ayuda e in tercesión a su pa dre , para consegu ir su ob jetivo con éx ito. La chica, mien tras, se ha escapado ya d e palacio y en tra e n
escena. Agua rda a las víctimas de l tribut o escondid a en las mediacione s de la e ntrada al la berinto. Acabad a la da nza, cuand o llegan los atenien ses al u mbral del laberinto, entre sus piros aho gad os y pala bra s de desconsuelo, Ariad na llama a Teseo en secreto. Él se acerca. Segundo encuentro cland estino de los amantes. Ella le hace entreg rme pala ovillobra de slaque na,elsiguien dono la salcan instruccion es de Déda lo,a de y lel eno susurra pú blico za a escuchar. Teseo compre nde el ard id al instante y, tomando el ovillo, vuelve con e l grupo . Al llegar a la en trada del la berinto, ata un extremo de la lana a una ja mba de la p uerta. Vuelve su rost ro p ara seducir un último instante a la chica, que lo encuentra más irresis tible que nunca: desnud o, tenso, llen o de vigo r, camino de la muerte o de la gloria. Y así, el h éro e se interna en el la berinto. Tras él, la comitiva de vírge nes, ello s y ella s, que sollozan com o pla ñid era s. Pron to desapa recen e n la oscurid ad del pa sillo. Sus gemido s tard an algo más en desvanecerse. Ariadna espera sola, en pie y en silenci o, el regreso d el hé roe. De nuevo la luz se de svanece muy len tamente hasta el oscuro. La siguie nte escena es de tal intensidad d ramática qu e na die recuerd a lo s detalles de la e scenografía. Estamos en el in terio r de l lab erinto. Música d e ré quiem. La luz es escasa y los actores se distingu en con dificultad. Teseo manda callar tax ativamente a sus compañeros, que ja dean aterrorizado s. Necesita silencio tot al p ara intentar percibir la pre sencia d el Mino tauro. Avanzan len tamente, con dificultad e incertidu mbre . Primero un giro a la derecha. Lue go dos a la izquierd a. De súbit o u na larga galería curv ada que parece n o terminar y desemboca en otro g iro r adical. Y lue go otro, y otro más… Es imposible r ecomponer mentalmente el camino andado. Paso a paso, el ovillo q ue lleva e n sus manos red uce su volum en. Giro tras giro, el h ilo
que lleva hast a Ariad na va trazand o fielmente la an dadura de lo s pereg rino s del labe rinto. Teseo vuelve de vez en cua ndo su rostro para comproba r que la lana sigue tensa y no se ha qu ebrad o. Y de nue vo re clama e l silencio pro fana do en otro a rrebato de desesperan za po r la masa ju venil. El calor e s intenso. La humedad sofocante. Lágrimas y sudo se confunde n encon la sancarn es dey sus cuerpo s, que se aferra n losruno s a los otros siedad violencia. La re spiración de l grup o es pesad a, sólid a, casi pétrea . Algu nos se trop iezan, incorporá ndose con ra pide z. Todo menos que darse solo s. Teseo encabeza la infausta comitiva ah ora ya ne rvioso y algo contraria do. ¿Dónde e stá la b estia? ¿Por qu é tard a tanto en apare cer? Pero el la berinto no da respue stas, sino más interroga ntes a cada paso. Un tambor, grave y p esad o, marca desde la orqu esta el ritmo fúne bre d e la p rocesión. Teseo cede el o villo de lan a a u no d e los muchacho s, que lo acepta confundid o. Y doblan otra esquin a y otro recodo y otro meandro. La luz es cada vez menor, y los de sdichados camina n ya medio a tien tas, palp ando los muro s de p ied ra con sus manos temblorosas. Sien ten que se acerca el fina l. Se detien en y compru eban que Teseo ya n o está con ello s. Lo han perd ido . El tambor detiene su anda nza. La p osibili dad de salvac ión h a de sapa recido sin pre vio aviso. El pá nico ha ce que los lamentos sean ya in controlable s, desfigu rad os, patéticos. Se empujan como animale s salvaj es, gritan el nombre de su ú nica esperanza, pero no reciben respuest a. Aunq ue el príncipe no está lejo s. Premeditadamente se ha separa do d el g rup o. Sabe qu e ha de e nfrentase al pe ligro a solas, lejos de la masa descontrola da d e adolescentes histéricos que e ntorpecerían la m isión con sus llantos de h orror. La lucha deb e ser un duelo cuerpo a cuerpo, fren te a fren te, ho mbre a… monstruo . Teseo ya lo ansía, lo busca, lo
necesita. Y en ese momento, dob lando una última arista, se encue ntra con el e nemigo. Ha lleg ado al cent ro d el lab erinto. La orq uesta desgarra con violencia un acorde disonan te ante la image n colosal del Mino tauro, que alza sus bra zos fren te a Teseo, qu e se queda in móvil y de espald as al p úblico. Baja súbitamente el teló n. ojo s de los sdeespectadore de laLaimpre sión. Rigidedez len todosLos los miembro sus cuerpo ss palpitan para lizados. im age n fugaz Minotauro en sus retinas no pue de borrarse, y pese a e llo, no han disting uid o con clarida d el a specto de la be stia. La lu z era d emasiado tenue, y el recuerdo es vago, como la imagen d e un sueño cuand o un o acaba de d espertar. Era gig antesco y dobla ba e n altura al h éro e, era tan rea l y sin embargo … tan ind escriptible . Era como si sola mente hubie ra estado he cho de e moción, como si cada espe ctador hu bie ra proyec tado su p ropia fantasía e n la oscuridad de la escena , dando forma a su pro pio monstruo . Por e so ni u n solo espectador e s capaz de volverse a l compañero de butaca p ara comentar la e scena. Es preciso que darse congelad os para retene r en la mirada la terrible vis ión. Silencio b rutal e inhu mano ha sta qu e un sollozo rom pe d esde la escena la rea lida d de tenida . Es la respiración convulsa de u n ho mbre que emerg e desde la oscurid ad, a medio camino entre el lla nto y el ahogo. El teló n ha subid o in advertida mente en la oscurid ad. Un recorte de tímida lu z dorada ilumina a l hé roe en el suelo del e scena rio, tumbado junto a un enorme bulto osc uro . Es el cadá ver de l Mino tauro, que tampoco aho ra se disting ue con clarid ad. Se le re conoce po r las dos astas inmensas que sobre salen in clinada s en el e norme contorno impre ciso. El héro e pa rece de spertar azorado de u n estado de incon scien cia. Poco a p oco se activan en él lo s pensamien tos, y
tambié n la s sensacion es de su prop io cuerp o. Sien te una enorme debilida d y un d olo r intenso en sus ex tremida des. Está cubie rto de sangre, no sabe si propia o a jena. La lucha ha de bido d e ser larga y horrible . Un violonchelo subraya su lam ento de sde la orq uesta, lento, gra ve y circula r. Se in corpora el h éroe con mucha len titud. Está muy mare ado a alcanzar e quilibrio. S emuro apoya con lashamanos la p are d, yy le sincuest volv er e l rostro el a trás, palpa el cóncavo sta en encontrar el hu eco de la salida . Siente una necesidad imperiosa de aba ndo nar e l escena rio de l crimen, y una fobia repen tina q ue se tran sforma en náusea . Entre espa smos, vomita san gre . El cell o aviva su lamento. El cuerpo desnudo de Teseo e stá ardie ndo pe se a qu e siente terrib les escalof ríos. Comien za a sudar con viole ncia y las p iern as apenas le sost iene n. Su debilida d es alarmante. No se atreve a mirar e l cadáver d e la b estia. Tiene que alejarse d e allí cuanto antes, y lo hace de un modo torpe y dramático. Como un alma en pena, va cho cándo se de pared en p ared, dand o tumbos laberinto ade ntro al compás de la melo día pa tética del violo nchelo . No pu ede deja r de llora r. Por p rimera vez en su vida, T eseo se sien te pequeñ o, desprotegid o e insignific ante. Cae a l suelo abatido e intenta re tomar n uevos bríos. En ese instante, oye los grit os de sus compañ eros que llegan de algún pasillo c ercano. Teseo se incor pora y corre h acia e llos. Les llama, les busca, les necesita. Ellos escuchan el e co de su llamada y lo confund en con la lleg ada de la b estia. Intentan salvar su vida b uscando inútilmente la salida en la oscuridad , golpeánd ose entre ellos, pisándose, ara ñándose y grit ando como cerdo s en e l matadero . Teseo a lcanza a uno de ellos, aga rrándo le d e un tobillo. El muchacho cae al suelo y entre a larido s, viendo su muerte in minen te, asesta una lluvia de patadas al hé roe , mien tras intent a arrastrarse e n dirección opuesta
clavando las uña s en la p ied ra. Teseo a guanta la e mbestida y grita: «¡Soy yo! ¡Soy yo!». El mucha cho recono ce la voz y se d etien e. Teseo continú a: «Soy yo… soy yo…», entre g emido s descompuestos cada vez más con moved ore s. Teseo suelta a l mucha cho, qu e ya no huye. El príncipe p ermanece tirad o en e l suelo, ahogado en lá grimas, ado ptand ospoco a pdosición fet al sin de re sollozar. muchacho rodeaanpoco a e seunser esconocido. Lesdec jar uesta conocerLos al flamante hé roe q ue le s guiab a ho ras atrás en ese ho mbre e xánime, recubie rto de coágu los de sangre , que llora compulsivamente, como si fuera u n re cién n acido. Él confies a el asesinato. Todos se ab razan y lloran jun tos. El tiempo se vuelve a d etene r. Silen cio sepu lcral en el auditorio. El teatro se ha torna do u n espa cio sagrad o. Supe rado el ree ncuent ro, Teseo pre gun ta por e l ovillo de lana. Una de la s muchacha s confiesa hab er en contrad o el hilo e n medio de l pán ico y para no perde rlo, ha atado el ex tremo a su muñe ca izquierd a. Todos se cong ratulan y em pre nden e l camino d e re gre so. La joven encabe za la comitiva, segura y competente, avanzan do palmo a p almo sobre el hilo red entor, que va de slizándose en sus manos. Teseo avanza en segun do lugar, confiando sin obje ción la tarea a la mucha cha. Todos los de más continúa n la h ilera, en silen cio total, agarra dos de sus manos o sus muñecas, como en una danza sagra da. Así desdibuja n toda la trayec toria por los corredo res del edificio. Según se acerca la salida, la luz aum enta y con e lla la velo cidad d e lo s tran seúntes. Incluso lleg an a correr en alg ún momento. Doblan un último re codo y al final d el túnel d ivisan la salida . Pero no se suelt an de la mano. Un pa cto tácito les aferra. Com ple tan el rito u nido s corrie ndo hasta la luz en tre lág rimas, esta vez de júb ilo. Ariad na está en pie y sostien e ella misma el otro e xtremo del h ilo.
Le cuesta re conocer a Teseo cuand o este sale de las tinieb las. Él se acerca a la prin cesa y se arro dilla a nte ella, abrazand o con fuerza s u cintura y manchand o de sangre la pre ciosa ga sa blan ca de su ves tido . Ella aprieta la cabeza del héro e en su reg azo, hun diend o los dedo s en sus cabello s empap ados. Entonces la be lla, sin p erd er u n in stante, le recuerd a alnobhello su proBaja mesa:el«Llé supue sto, ay beso. telón.vame con tigo a Atenas». Por El púb lico no e s capaz ni de aplau dir. Aguard a silencioso, conmovido, tran sformado. Algo ha ocurrido en ese escenario que no se puede ni n ombra r. Algo q ue h a he cho olvidar la farsa para con vertirla en una re alida d aplastante. Eso es el verdad ero teatro: una mentira que dice la verda d. La id entificación h a sido tot al, rayand o la esquizofrenia: t odos ha n sido Teseo y han dado muerte a Asterió n. Lo son aún . Supe rados po r el p ode roso hechiz o d el a rte teatral, los espectadore s aguarda n, anónimos y unido s, que la función les devuelva una identidad ya pe rdida. Las em ociones s e confunden con sensacio nes físicas. La mente ya no dicta pe nsamien tos. Si la obra acab ara en este momento, jamás se levan tarían d e la butaca: están a miles de kilómetros de ella , concretamente en la p uerta del lab erin to, llorando e n el regazo de A riadna. El coro a cude a nuestro re scate y continúa el re lato: «Siempre hay un personaje secundario, chismoso y efectivo, que se ad ela nta a da r las mala s noticias. Algú n funcionario trep a y anó nimo, alg ún vigilante pelotero y opo rtunista, o algú n cotilla de tres al cuarto, de esos que revolotean en torn o a los po derosos, como moscas en el e xcremento, corrió a a nunciar a Mino s la salida victorio sa de lo s atenien ses de lo s intestino s del lab erinto, y la muerte de Asterión». Se levanta e l telón y allí está el chivato an te el rey, en medio d e su
salón d el trono. La rea cción de Mino s es contrad ictoria : por un lad o, su orgullo de tirano castigado r se ve vulnerado, pero, por o tro, una libera ción sutil y lumino sa se instala en su alma. La muerte de l Mino tauro la va en p arte un castigo, cometido p recisamente por ese orgullo visceral que tanta desgraci a le había acarreado . La reina Pasífae, sin embargo , siente profun da conmoción. Aunque bestial biforme, Asterió n era su hijo: un lo haabía gestado dura nte nu eve meses eny sus entrañ as, lo había amamantado con e l sufrimien to de sus pecho s desgarrad os y, por lo tanto, era una prolo nga ción de su pro pio ser. Al descubrir el fatal de senlace, la rei na se levan ta y, silen ciosa, hace mutis por la de recha. La act riz no volverá ya a escena. Mino s manda llamar a los supervivientes , que enseguid a apare cen en e scena. Se les ha o bsequ iad o con ricos v estido s y los más ela borad os ad orn os. Hermosos y renacido s, se pre sentan ante el rey con Teseo a la cabe za. Tambié n Mino s percib e el cambio que se ha efectuado en el p ríncipe de Atenas. Su belleza y su apostura están intactas, pero su a ctitud e s más comedida . Mino s esper aba re cibir a un héroe victorioso, en ple na crisis de van ida d, que le h umillara pública mente con su sonri sa jactanciosa. En su lu gar, se alza u n hombre sereno y simplemente firme, care nte de toda preten sión. Lib era do de su altanería, Teseo se com porta con pru dencia y sus palab ras den otan un a desconocida sab iduría. Dice muy pocas c osas. Expre sa sus condolencias an te el rey po r la muerte del monstruo so infante, y declara a su pu eblo libe rad o del on ero so tributo. Acto seguid o, pide p artir de inm ediato a su t ierra , pues nad a, arguye, le retiene ya e n Creta. Su templa nza, que ra ya la frialdad , sorpren de a todos los asist entes, especialmente a la in fanta Fedra, qu e es la ú nica en echa r en falta a su h ermana mayor.
Mino s, que ve en Teseo u n po sible usurpa dor d e su tron o, satisface de bue n grado los deseos del héroe y dispon e lo necesario para su i nmine nte pa rtida. Entre vítore s y aclamacion es de la chu sma cretense, que g rita entre caja s, los atenien ses salen d e palacio y rinden público t ributo a los dioses , interpretando una danza sagrad a en gru hpo. Cogid dibuja os por nlavueltas, s muñecas y cons yTeseo e nselque ex tremo desula sierpe umana, recodo espirale e vocan viaje en e l seno de l labe rinto. Los actore s bailan a cámara le nta, al compás de u n pand ero , dos platillos y una flauta de pico. El pú blico lo recib e como un encan tamien to, un in stante de estética y amable liturg ia que agrad ece. Una voz de m ujer se alza en el cuadro, pidiendo al dios Posidón su divina aquie scencia an tes de la travesí a. Toda Creta aclama a Teseo. Semeja nte ex hib ición d e popula rida d con firma en Mino s la urg encia de sacar a ese ho mbre de la isla. F in d e la escena. El coro re cita: «Al atarde cer zarpó e l na vío de velas ne gra s rumbo al puerto de l Pireo , en Atenas. Con la emoción y las an sias del reg reso, nadie recordó cambia r las velas p or otras blan cas. Mino s y su corte despedían la nave sin sos pechar q ue la princesa A riadna se encontrab a en dicha embarcación , oculta en tre lo s equip ajes. Solo la infanta Fedra reparó en a que lla ausencia de su herm ana, pero n o dijo nada. Al fin se cumplían lo s sueños fugitivos de Ariadna , que salió d e su escondite en e l momento just o para ver desap are cer en e l horizon te la isla qu e la había visto nacer. Se sorp ren dió al n o sentir ni el m enor atisbo de mela ncolía, pero fingió una le ve tristeza a l no tar q ue Teseo se acercaba. É l, sin decir un a sola p ala bra , pasó su brazo po r la espald a de la muchacha y la a pre tó contra su c uerpo . Para Ariad na ese fue, sin duda, el instante más he rmoso d e toda su vida, hasta ese momento». Los jóven es a ctore s rep resentan este cuadro fina l con
delicadeza e inspiración, com o re pentinos maestros de la e scena. Oscuro. La obr a hu ele a final. El de senlace se pe rcibe inmine nte. No obstante, algo n o ha cuaja do e n la dra maturgia y clam a por ser equilibra do. El teatro tiene un as leyes universale s que esta ob ra aú n no Inconscient el pú blico sabe que algo trág faltahaposatisfecho. r lleg ar, y ha quedadoemente, silencioso, enferm o de desconfian za,ico al oscure cerse el ú ltimo cua dro . En el cambio de escena , la voz en off ex plica qu e el n avío se detuv o en la isla de Día, que en verdad era un gig antesco laga rto al que Zeus mató de u n flechazo cuando este intentó traga rse a Cre ta (muchos au tore s cometen e l erro r de confundir en el relato est a isla c on la de Nax os, que apa recerá en escena más tard e). Para u nos, el g rieg o y la cret ense pasaro n en la isla su prim era y única no che d e amor apasionado. Para otros, simplemente descansaron. Consecuen cia de la f ren ética actividad sex ual de primeriza tardía, o con secuencia d el ló gico a gotamien to por todo lo acaecido las jorna das previas, lo importante del a sunto es que la manceba se q uedó p rofunda mente dormida . Se abre e l telón. Ariadna yace en la are na d e una playa desiert a, semide snuda y al bord e de l ron quido . A la de recha, la orilla d el mar y la nave de velas ne gra s prepa rad a para zarpar e n primer término . Ala izquierd a, una espe sa vegetación e xótica y colo rida . El galá n aprovecha e l sopor d e la fugitiv a pr incesa y embarca sigiloso con sus compañeros. Caminan de puntillas y Teseo pid e silen cio con e l de do índice en la b oca. Una vez a bord o, la na ve se de splaza desapare ciendo por la d ere cha. Ver p ara creer. Plan tada y sin novio. Se con firma el pronóstico: esta no era historia de amor. En el e scenario Ariadna e stá a p unto de despertar y alg uien entre
el púb lico manda callar, desvaneciend o los chismorre os y teorías de l patio de b utacas que ha suscitado el inesperad o ab and ono de Teseo. La actriz se despere za con rea lismo e interpreta las siguien tes accion es de u n modo impecable. Mira a su a lred edor e xtrañ ada, y se pone e n pie . Entonces divisa a lo le jos las velas negra s del barco d el traidor. Su rostro duplica p alidez.aSus ojo s se n. Su respiración se q uie bra y lacomienza temblar. Endesbo ning únrdamomento pie nsa qu e es un erro r, y no ha ce ni ad emán de llamar al p ríncipe a zul. Solo compre nde, con el corazón detenido y el rostro d esencaja do. El temblo r es ahora descontrola do y cae e n el suelo de ro dillas. La a cción destila u na teatralidad magistral. Su mirada sigue firme hacia e l horizonte, y se llena a hor a de lág rimas y pequeñas venas rojas. Comienza e ntonces a insult ar a l traid or con toda la furia qu e nunca se había pe rmitido ex pre sar. Es súbitamente una furia. Una cosa era la certidumbre de que él no la a maba. Otra muy diferente era encontrarse tirad a, sola, sin más equ ipaje que lo p uesto, en una isla inde seable , ex iliada de su familia y de su falso am ado. Eviden temente, no po día volver a trás. Y el futuro inmediato p intab a muy mal. No se p odía caer más ba jo. Un fracaso d e escala mitoló gica, sin luga r a dudas. Arrod illada en la p laya, miran do al h orizonte ya vací o, la chica bra ma, llora, bla sfema, jura, se da de bofetadas y se tira de los pe los hasta arran cárselos, por tonta, incaut a, inge nua, torp e, confiada y dormilon a. El pú blico est á cong ela do de atención a nte la e fectividad del monólog o. «Te lo d ije», resuena en e l interio r de la chica la áspe ra voz en off de su cornu da madre. A lo la rgo de su vida, Pasífae se ha bía afana do p or en señar a sus hijas a desc onfiar de la na turaleza t raidora de todo varón. «Te lo dije », «Te lo dije» , «Son todos igu ale s…». Y al ha cer una pausa bre ve, con la in tención de retomar la
autoflag ela ción cua nto an tes, y con más bríos si cabe , Ariadna escucha alg o que la d etien e. Es una música tribal , rítmica y muy pe gadiza q ue parece acercarse. Flautine s, pífanos, crótalo s, caramillos y tamborile s, entremezclad os con voces ag udas y chirrian tes son emitido s por seres que con toda seguridad no son humano s. La p rinces a se incorpora y vuelve el rostvro hatación, cia interio de la faunos isla. Frente elladeretas , entre,lasilenos ex ube rante ege aparrecen c on apan danzan tes y mil pa jarracos tan color ido s como exóticos. Para sorpresa del púb lico, el p asillo de l pa tio d e butacas se ilumina . Decenas de seres ex trañ os, como abor ígenes de u na tierra jamás descubierta, flan que an u n pre cioso carro de monumentale s rue das en espira l, tirad o por lin ces gigan tes y pan tera s. Dos tigre s descomunales a bre n el camino , cabalg ados por nin fas qu e hacen sonar mil campanillas al mover sus bra zos y cadera s. Muje res de larg os cabello s albo rotados y púb eres amane rados giran en dan za continua haciendo volteretas y beb iendo néctares olorosos que derraman sobre sus cuerpos descubiertos. Todos alzan lo s brazos y lan zan uvas y hojas de parra a su alre dedor. El público se e ntusiasma. Presid ien do e l carro , recostado entre pie les de felino s salvajes, resplan dece la figu ra de u n ho mbre d e pro porciones giga ntescas. Dos cañone s de luz hacen su seguimiento. La piel de su cuerpo comple tamente desnud o es oscura, tatuada , cargad a de colla res de plu mas y dien tes de animal, sortijas , pulseras de cuero y anillos c uajad os de piedra s preci osas. Lleva en la cabeza una corona d e hojas de hied ra de la qu e salen dos robust as y descomunale s astas d e toro . Los e spectadore s, impre sionad os, dan palmas al compás de la danza. De vez en cua ndo, el gig ante, sensual y ambiguo , prueb a un sorbo d e un licor dora do e n un cuerno de vaca que sostiene con e l bra zo izquierd o, y ríe con len to placer. Es el dio s
Dionisos, que tal y como habían pro nosticado los eru ditos, se persona ante la muchacha para h acerla suya. El de sfile salva e l foso de la orq uesta y se compone en el pro scenio, ante la mísera Ariad na, cuyo aspecto n o pued e ser más deplo rable: mirada ojerosa llena de lág rimas, el p elo e nmara ñado, sangre en la comisura de los labio s, uñas y vestido s rotos su po cuerp o. Esto excita a Dion isos,y visible siempres señale atraídospdeormaltrato fémina sen en todo trance, seídas o en ple na ex hibición de sus instintos más oscuro s. En un a pala bra : la típica muje r Almodóvar. Ariadna era la bacante más hermosa que jamás había conocido. Con su de sinhibición característica, el d ios del vino (y de mucha s más cosas) baj a atlético de l carro , y alza a Ariadna en sus bra zos muscula dos. El hombre es en orme y la chica se sien te volar. Entre la aclamación desenfren ada de los hist éricos acom pañantes, la sube a la carroza, don de la b esa salvajem ente. Ella n o se re siste. Todos gritan. Baja el telón. E l pú blico est á eufórico y aplau de liber ando la la rga tensión a cumulada. El coro can ta cómo los nue vos amantes viajaron por arte de magia a la isla de Nax os (ah ora sí) y allí mismo el dio s la hizo suya. Y viceversa. Unas cuantas veces la hizo suya . Y viceversa. El corifeo e xplica: «El dios tomó a Ariadna como compañera, y ella seguram ente no volvió a ded icarle n i un solo ápice de su pensamiento al mortal Teseo. Alcanzaba ahora el ra ngo de diosa, amante de semeja nte po rtento del p lacer y el é xtasis. Qué lejos quedaban los oscuros dí as de Creta. Qué lejos los e nfermizos consejos maternos. Final feliz para la n iña d e los ojo s respland ecientes: apoteosis y etern a consagra ción. Bien p or la d ama de l labe rinto. Larga vida a la diosa Ariadna ». Antes de a brirse el t eló n el coro p rep ara a los espect adore s: «No pasó lo mismo con Teseo y es de justicia que no fuera así. Antes de
lleg ar a Atenas, se detuvieron de nuevo, esta vez en la isla de De los. Allí volviero n a r end ir ho menaje a los dio ses, señal in equívoca de que no tenían la con ciencia muy tran quila. Ofrecie ron sacrificios rituales y bailaron la da nza llamada de la s grullas , que la tradición si túa al llega r la primavera , cuan do estas aves migratoria s regre san del sur, anunciando así el re nacimien to de la dn eaturaleza. I ncluso n un temple te improvisado para la estatua la dio sa Afrod ita arm qu earo la misma Ariadna había roba do de Creta en su hu ida. Desde lueg o, la terrible Afrod ita ha bía sido favorable a la muchacha , que ah ora g ozaba en lo s bra zos de su esposo inmortal, mien tras qu e los atenie nses mendig aban a temorizado s el be neplácito de todos los dio ses posibles. Sin embargo , ellos ya no sentían ni el más mínimo interé s por Teseo y sus compañ eros y res ervaban al h éroe una traged ia q ue, por o tro lad o, se veía venir. De Cre ta habían partido enfermos de éx ito. De la isla d e Día zarparon apresurado s y sigilosos para no despert ar a Ariad na. Y de Delos segura mente saliero n an siosos por lle gar al ho gar. Total que , por una cosa o p or la o tra, en n ing una de las tres ocas ion es repara ron en cambiar la s dichosas v elas neg ras por las blancas». Se abre por última vez el teló n. Estamos en el puerto de l Pireo, con el b arco recién atr acado a la derecha del cuad ro. Al fond o se dib uja la vieja acrópo lis de Atena s. El escenario está desierto. La ciudad no ha salid o a recibir a lo s supe rvivien tes del Mino tauro. En medio de la desang ela da estampa, dos o tres figu ran tes, vestidos como trabaja dores de l pu erto, entran en la e scena y se qu eda n estupe factos al ver baja r del b arco a los cat orce jóvene s. Corren a avisar a sus familias. Teseo compre nde entonces que todos les cree n muertos, desde qu e divisaro n ho ras atrás las velas ne gra s del na vío. Preg unta entonces a un muchacho desgarba do p or e l viejo rey de At enas. El
chico baja la cab eza. Él insiste, aga rrán dolo con fuerza de la camisa, ex igien do una re spuesta. Pero el muchacho rompe a llo rar. Teseo le suelta y mira a los de más trab ajad ore s del puerto. Todos le observan detenidos, con ojos d e lá stima. Como buen mensajero de fina l de traged ia, el joven de sgarba do, ahora d e rod illas en e l suelo, c on e l rostro miran la pied en tre sollozos,al arra nca de suber alma un esforzado mdo onóalogo q uerahyiela la sangre pú blico: al ha recibido noticia días atrás del f únebre n avío que par ó en Delo s, y cree r muerto a su que rido h ijo, Egeo, deliran te y senil, se arrojó d esde lo a lto de l acantilado al mar, ponien do fin a su dolo r y a su vida. N i siquiera fueron los marin ero s capaces de re cupera r el cadá ver de su re y, que ap are ció días después hincha do, desfigur ado, putrefacto y cubierto de a lgas, entre la s rocas del pu erto. Estúpido desenlace p ara tan alto monarca. Larga vida a l re y Teseo. Todos los act ore s permane cen rígido s con sus miradas postrad as. El cua dro es estático, frío y, pese a tod o, be llo. Teseo no pue de ni llo rar. Todos se po stran ante él. Repiten con voz gra ve: larga vida a l rey Teseo . Baja definitivamente el teló n. Apla usos rotundos y la sala e n pie cuan do los artistas acude n a recibir la recompensa y el be neplácito del re spetable. Palmadas vigorosas, espont áne os bravos y algún que otro silbido de l gen eroso auditorio. Muchos g ritos de «¡Guapa!» en el saludo de Pasífae. Menos en el de Ariad na. Frenesí de aullidos femeninos en el salud o de Teseo, que en sordecen e l abu cheo d e los ex pertos. Como de costumbre , nin gún homenaje significativo ni a la o rqu esta ni a su dire ctor. Tres o cuatro subidas y bajad as de telón e xtra, que prolon gan los aplausos de la sala, ant e la falsa sorpresa d el ele nco que vuelve a recibir orgulloso e l alimento de su vanida d. Alguno s ya han salido de la sala. La ob ra ha sido muy larga.
Comentario s de todo tipo en los pa sillos, escaleras y vest íbulo d el teatro. Los vet ustos do centes universit ario s se afanan por segu ir ala rde ando d e sus vastos cono cimien tos mitológ icos. Según discuten, el re sto de la vida d e Teseo estuvo p lag ado de más y más despropó sitos. Sus esposas, embutida s en sob erb ios ab rigo s de p iel, no están stas a a guantar másos erucon dición g ratuita, y viendo horas del dispue relo j reclaman a sus marid lúcidas ex cusas y los las arra stran a ser invit adas a un bu en re stauran te, perpe tuan do u n tópico machista. La salid a del teatro es un colapso d e corrillo s y conversac ion es. En un a esqu ina , al lad o de las taquillas cerrada s, están la muje r y su hija d e diez año s. Hay que acercarse m ucho a ellas, con d isimulo, para oír los comentarios de la madre a su hija , hambrienta de mitolog ía. La niña sigue d ecepciona da, pues su pe rsonaje favorito, el viejo Déd alo, prá cticamente no ha vuelto a salir. La madre la tran quiliza, advirtien do u n cartel pu blicitario b ajo e l epígrafe de «próx imamente en este teatro» . La niña mira con e xpectación y lee e l título d e la o bra q ue h a de estren arse en poco menos de do s semanas: «El vuelo de Ícaro». N o en tien de. La madre le e xplica que Ícaro es el hijo d e Déda lo, y la niñ a se q ued a a tónita: «¿Tenía un hijo?» . Sabien do q ue d os semanas era de masiado tiempo p ara a pla car la curiosidad d e su hija , la madre se lan za al rela to, justo cuan do u n hombre d e median a ed ad la s llama de sde un viejo a utomóvil apar cado en doble fila. Estas acude n ra udas y se meten e n el coche, que se pie rde en e l tráfico urba no. Las escaleras de l teatro e stán ya despejad as y se apa gan las luces de la marq uesina lumino sa. Comienza a llo ver. La ciud ad se dispo ne a pasar su eterna noche en vela, al son de lo s garitos nocturn os, los ronqu ido s de lo s vagab undos y el camión d e la basura. S e prepara obe diente para su rutina.
C
3. Los símbolos
inco cart as te espe ran e n cinco nichos horad ados en el muro , como cinco altares de pie dra . Cada hueco está ilumina do por un a peq ueñ a lámpara d e ba rro que descansa junto a su c arta correspon die nte. Todo está colocado con d elib era da sedu cción . Observas que la mecha de los candile s es aún larg a: no h ace mucho que ha n sido pre ndido s. Puede q ue e l maestro de ceremonias de est a esceno grafía in esperada te esté observ and o sigiloso desde un pun to ina dvertido d e la sala. H as llega do a esta estancia subterrá nea con cierta dificultad, desc endie ndo por rampas empin adas, escale ras de altos pelda ños y túnele s demasiado estrechos. El lug ar e s gran de, húmedo y circula Está de comple tamente aboved en ado,lascomo si fuera templo . Solo la lu zr. tibia las cinc o la mparillas pa red es arrounja un poco de calor e n el espaci o, sin llega r a iluminar el suelo oscuro, que se ad ivina resbala dizo. El aire e s húmedo y hue le a tumba. Enfrente, un arco ap untado custodia e l comien zo de una escalina ta ascend ente, que anu ncia esperanzadora la conti nua ción del camino. Debid o al p avimento deslizante, te acercas c on dificultad a l primero de los altare s, arre batándole su misiva. La a pro ximas a la luz del candil pa ra ob servarla con d etenimien to an tes de ab rirla. No tien e sobre. Es un pe dazo de perga mino b ien d oblad o que sujet a sus pliegue s gracias a un sello lacrado en negro . En el d iseño apa recen rep resentada s las astas de un toro. En la pa rte de lan tera d el pa pel, con p equeñas letras ne gra s muy bie n trazada s, se lee : «Primera carta al hé roe », y debajo, en color rojo y c on le tras gran des: «Mino s o el muro». Te quedas pen sativo y tratas de compre nder la relación . Antes
de abord ar la le ctura de la carta, te acercas a los otros nichos y lee s en el mismo color rojo sobre cada p erg amino : «Egeo o la p uerta»; «Déd alo o el camino »; «Asterió n o e l centro» ; «Ariad na o el reg reso»… Tu curio sidad crece p or momentos. Apoyado en el muro , rompes con cuidad o el lacre de la p rimera misiva. Desplieg as el pa pel con meticulosida d, disfrutan do de su firme conTeseo sistencia, su tacto y su o lor a enigma. Comien zas la lectura: «Querido …». Un repentino inconv enien te te obliga a de tene r la lect ura: chorrea n ahora las pared es ríos de a gua que comien zan a in undar la estancia. El frío se ha vuelto de vastador y tus piern as están tembla ndo desde qu e te has detenido a profanar el p rimer a ltar. El espacio h a re sultado ser u na trampa. Debes continu ar tu a ndanza. Tomas un a de la s lámparas y te apresuras a re scatar el re sto de la s cartas de sus nichos, antes de que el agu a ap agu e el fueg o de lo s candiles. De un lado a otro de la enigmática sala , tus pie s chap otean con e strép ito mien tras consigu es los cinc o perg amino s. Guarda s los cuatro q ue permanecen cerrado s, y escale ras arriba te dispon es a reempre nder la le ctura d el primero sin dejar e n ningún momento de camina r. Oyes entonces las pisad as sobre el agua de alg uien qu e también pa rece aband ona r la sala con rapide z. Sus pasos agit ados se pierde n en el eco de una galería desconocida.
M inos o el muro Dond e se hab la de l fina l de la vida d e Mino s. Lo secreto, lo ina ccesible y proh ibid o. El límite y la prisión. E l espa cio sagrad o frente al espacio profano. Lo esotérico frente a lo exotérico. El falso esoterismo. Muros mitoló gicos. El límite y el h éroe.
E
«Así te quiero, en límites pequeños, aquí y allá, fragmentos, lirio, rosa, y tu unidad después, luz de mis sueños». GERARDO DIEGO, «Sucesiva»
nterado de la complicidad de Déda lo e n el triun fo de Teseo, así como de su perversa colabo ración e n la const rucción d e la vaca de madera para Pasífae, el iracund o Minos mandó hacer prisione ros al anciano y a su hijo , que se lla maba Ícaro . Como cad a mañana, el carcele ro se dispuso a llevar la com ida a los prisionero s en la celda d el lab erin to. Debió q uedarse tan p asmado como el prop io re y Minos al enterars e de la desapa rición d el pad re y del hijo. S in dud a, roda ron cabezas ese día en los pasillos del pala cio de Cnosos. Ante tanto fracaso , Mino s juró venganza y par tió en busca de l inven tor. Todo el odio de Minos, toda su furia a pun taba a u n ún ico ser hu mano y emprend ió un viaje de sesperad o por todo el M editerráneo e n bu sca del ge nio . Astuto como era, en cad a para da ofrecía una enorme recompensa pa ra a quel qu e pudiera resolver un com plicadís imo eje rcicio de in genio: se trataba d e en hebra r un hilo finí simo en la s espirale s interiores de un a diminu ta concha marin a: ex trañ a pru eba donde las haya, carg ada en sí misma de sign ificante simbología. Para sorpresa d el re y de Creta, su cole ga siciliano , el re y Cócalo, le de volvió
en muy poco tiem po el ro mpecabezas resuelto: alg uie n había atado el hilo a u na d iminuta horm iga q ue re corrió si n pro ble ma la espira l, enh ebran do así la concha. M inos sabí a q ue solo Dédalo era capa z de alcanzar tan a rdu a solución , y reclamó a su prisione ro. Cócalo, dándole la rga s, hospedó a l cretense y le colmó de a gasajos. Cuan do el rey de Creta disponía satisfacción porseree ncontrara da al finrse al un ob baño jeto decaliente, su venghenchido anza, las de hijas del rey Cóc alo de rramaron sobre el hijo d e Zeus un caldero de agu a hirviend o. Mino s murió e scald ado, habie ndo pa gad o la re compensa pro metida . Patético. Pocas veces lo s tiranos alcan zan una muerte digna. Casi nun ca se cuenta e l fina l de la vida del mítico rey de Creta, que no hace sino confirmar el temperamento vehemente y tirán ico de l hombre q ue e ncerró a l Mino tauro en el lab erin to. Mino s es el orgu llo vincula do a l po der. Hijo de d ios y castigad o por lo s dioses, se apre sura a esconde r la pru eba vivien te de sus imperdo nables faltas ante los dio ses. Tiene mied o. Sin e mbargo , no es capaz de acaba r con la vida del que , en rea lidad , ni siquie ra e s su hijo. Más allá d e la sinie stra concepción de Asterió n, el rey siente la ex istencia de l monstruo como un castigo d irecto a su person a. El Mino taur o re pre senta para su re gio pad rastro u na espant osa culpa qu e p urgar, inseparable ya de su identidad. La hu manida d e ntera cono cerá al e nge ndro como «Mino tauro» , es decir, el toro de Minos, y no p or el verdad ero nombre de la criatura. Sign ificativo. Y por eso e l sobera no de Creta no acaba con él. Ti ene demasiado miedo , por lo q ue, en vez de asesinarlo , lo alimenta. La soberb ia y la cobard ía siempre h an hecho bu enas miga s. Y al a limentar a l monstruo en la o scurid ad, Mino s prolon ga su pe cado, lo dilata, lo hace desmesurado. El Mino tauro es un secreto a gri tos.
Odio sa incongru encia, y arq uetipo d e la cond ucta hu mana: el org ullo , único pe cado verdade ro d el qu e todos los dem ás son consecuencia, alimenta su monstruo sidad, hacién dose esta cad a vez más gra nde, más horrib le y, pese a e star afanosamente oculta, más evid ente. El Minotauro ex iste, pero n adie lo p uede ver, lo cual le da una pro yección mayor ex oscura istencia,imaginación, pues se desarro lla sin de tas loa en lo s y campos fértiles de alasu más al amparo secreto lo misterioso. Segura mente la acción más car acterística d el rey Mino s, aqu ella qu e mejor de fine su arque tipo, es el hecho d e en cerrar al Mino tauro, configur ando a sí la verda dera le yenda . No result a tan grave que, c onsecuencia de una ena jenación, la reina h ubiera copulado con u n toro y parido un h íbrido, c omo qu e ese en gen dro se esconda en lo más ina ccesible de una con strucción imposible y se alimente pe riódicamente de seres humanos. El rey en cierra y salvagu arda el precio de su pe cado y al hacerlo c rea a l verdad ero monstruo . Muerta la be stia, tambié n hace p rision ero a Déd alo y a su hijo . El re y Mino s de Creta nos prefigura el p rimer gra n símbolo que encontramos al a borda r el tema universal de l lab erinto: Mino s rep resenta el m uro . Atendien do a su d efinición arq uitectónica, el muro no es más qu e un elemento constructivo que nos aísla de u n espacio al qu e acota y pone límites, y marca la separa ción en tre e l interior y el e xterior de un recinto. A aquel que se encuen tra fuera de l recinto dib uja do p or el muro le re sulta imposible acceder a él: todo lo que hay detrás del m uro se torn a a nu estros sentidos desconocido , pro hibid o pa ra nu estra mente, e in finitamente atractivo. No ha y como proh ibir o impedir un objetiv o p ara q ue este se conviert a e n u n deseo irrenu nciable, cien veces más fascina nte qu e cuand o era accesible. El Mino tauro genera
fascinación. Al comenzar la a ndadura de este lib ro-la berinto, decíamos que el desconocimiento es la p remisa para el a pre ndizaje. El muro pone de manifiesto nuestra ig noran cia, puesto que, ante su p resencia, apare cen do s grand es preg untas sin respu esta: primero , ¿qué e s lo que seimposibilidad esconde tras de él?fran S egundo, consigue misma quear el¿cómo muro se para a lcanzartraspasarlo su espa cio? La interior no s obliga a desear e se obje tivo con desesperación. El muro genera siempre d uda y despierta en q uie n lo ex perimenta un a multitud de sensaciones incon scientes, como energ ías telúr icas nacidas de lo más ba jo d e lo s abismos, que se a pod era n sutilmente d e nuestro pensamiento: deseos descon ocido s, nuevas fantasías, sueñ os imposible s, frustracion es, interro gantes… Las pre guntas enton ces se multiplic an: ¿qué hay detrás? ¿Q ué esconde? ¿Por qué está escond ido? ¿Cuál e s el sec reto? ¿Qué hay que hacer pa ra p ene trar en ese e spacio? ¿Q uié n me lo impid e? ¿Por q ué me lo impide n? Florecen d e ig ual modo las conjeturas : seguro q ue yo pue do; segu ro que hay algo para mí; seguro qu e si está tan bien protegido es po rque se trata de alg o mara villoso… Y así el muro comple ta su primera función: desen caden ar un a activación d esafora da d e fuerzas mentale s que dormían en ind efinido le targ o hasta toparn os con él. E ste es el primer paso para la tran smutación : solo a l encontrarn os con un límite se desencaden an las posi bilidade s de algo nue vo. Por otro lado , no d ebemos olvidar qu e el muro tiene u n do ble punto de vista: desde e l ex terio r y desde e l interior . El muro pro tege el mundo interio r. Es un límite defensivo, que aporta seg uridad, estabilid ad, permanencia. El mied o es la ra zón d e ser de l muro . Mino s fue un hombre asustado. Pero , de ig ual forma, el muro pre figura la
cárcel. No se pu ede salir d el e spacio amura llad o del mismo modo que no se po día en trar. Lueg o nuestro símbolo re pre senta tambié n la imposibilidad de salida, la frustración del Mino tauro: eterno convicto que ag uarda p asivo a ser alimentado a cualqu ier pre cio. En su interior está seg uro , pero e s un p risionero . Pare cen estos dos conceptos parale los, toda casi sinó que no un s devuelven un a en señan universal: segunimos, rida d implica encarcelamiento. De nuzaevo un a ley de cambio: no p uede h aber movimien to verda dero si hay ex cesiva seguridad. También Déd alo es prision ero de l lab erinto. El rey, que necesita del ing enio del a tenien se, no osa darle muerte y opta por e l encierro. Necesita la grand eza del ingen io de l arqu itecto para acredit ar su sobera nía. Resulta eviden te pe nsar que cualq uie r otro súbdito que hubie ra in fligido tan solo la mitad de semeja ntes agravios al rey ha bría pagado con su vida. P ero Mino s tien e miedo a lo s que son mejo res que él: es un a comple jad o. Su debilidad le hizo n o sacrificar al toro de Posidón . Su miedo a lo s dioses le hizo pe rdo nar la vida al Minotauro . Y por último, su vacilación hizo q ue tampoco matara a Déda lo cuand o tuvo oportunid ad. Y cuan do este huyó, toda su frustración vit al se convirtió en rabia dirigida a u n único ser. Pero al ab and ona r su trono y su reino a murallado , entregándo se a la d esesperad a venga nza, no halló más que una indign a muerte. Nadie sabe d ónd e descansa el gran rey de Cret a. El muro guard a y secuestra. Custodia y de tien e. Abriga y alej a. Es la h erramienta básic a p ara el espacio segregad o, o dicho d e otro modo: el espacio s agrad o. No resulta bala dí recorda r que los vocablo s «segrega do» y «sagrad o» tienen un linaje e timológico com ún segú n alg unos espe cialistas. A mí se me antoja evide nte. Lo sag rad o es por
natura leza segreg ado, esto es, separa do, diferenciad o. Aparece aq uí otra dua lidad que es inh ere nte a la const itución simbólica del muro . Cualq uie r elemento divisor g enera dos op uestos, dos polos: espacio sagrad o frente a su ge melo insepa rab le y complementario espacio profano, aqu el qu e no está segreg ado , y que, por lo tant o, no albe rga al ente espirid eltual. Y así a otro asociad con la simbología muro : la llegamos p rofanación , esconce de cir,pto la inclave, cursión de lo po rofano en lo sag rad o. En la mitolog ía romana, Rómulo asesin a a su g emelo Remo cua ndo este pro fana con menosprecio lo s límites de la ciudad que, en teor ía, ambos iban a gestar. Por motivos ind esea ble s, aquello que deb e permane cer fuera d el recint o sacro est á ahora en su in terior y todas las leyes c ósmicas que han posibilitado la e xistencia del espacio pre servado ha n sido tran sgredid as, vulnera das, violada s. La consecuencia e s siempre la misma: el ge nio abandona el lu gar, el espacio sag rad o desapa rece. Sin e nte espirit ual qu e custodiar, el muro carece de validez y t ambién se de struye, proclam and o el triun fo de lo pro fano. Solo e n un célebre eje mplo simbólico la d esapa rición de l muro como límite del espacio sag rad o provoca ex actamente lo contrario : en e l momento de la muerte de Cristo, al ra sgarse e l velo que pro tege el santo de lo s santos del Templo de Jerusalén , la d ivinidad se escapa de su cárc el y se ex tiende por e l espacio prof ano , dotando d e trascendencia a la humanid ad entera . Esa es la revolución e spiritual cristian a: el n uevo templo es el cuerpo de todo ser hu mano . Otras veces es el elem ento sagrad o el que derriba el muro d e lo profano, como en la con quista de Jericó po r par te de Josué y s us hue stes en e l Antigu o Testamento: al rod ear la ciud ad con e l Arca de la Alianza a cuestas, en medio de son idos de trompas, cánticos y ora cione s de los sacerd otes levit as, las mura llas de Jericó se de sploman, entregan do
así su primera conq uista al pu eblo ele gid o. La pre misa de tod o espacio sag rad o es su límite, su frontera con lo pro fano, su muro . Este es el motivo po r el cua l el muro como símbolo ha adquirido desde siempre un carácter sagra do en sí mismo. Como consecuencia, el const ructor d el muro posee un ran go superio r, un estatus divino n pu nto de eilum o. Su rela con elgía geno nios d el lugar q ue va aopurotege r deb serinad est recha. La ación ntropolo enseña que las ciudad es se confi guran comenzando por la construcción ritual de su mura lla, que suele ser lo p rimero en levan tarse. La mitolog ía lo constata, confirmando a su vez la d ivina cond ición d e los artífices de d ichas mura llas. Los muro s de Troya, po r eje mplo , fueron construid os por los dioses P osidón y Apolo p ara el re y Lao medo nte, que al no p aga r los hono rarios c onvenidos desat ó la ira de los inmortales. Casi le cuest a al incauto de l rey la vida de su hija, que a puntito de ser mere ndada por u n monstruo marin o, fue rescatada por Hera cles. Algo semeja nte ocurre e n la mitolo gía nórd ica, en la q ue se nos rela ta qu e los muro s de Asgard fueron levantado s por un g iga nte anónimo, al que los aesir hab ían p rometido po r su construcción un triple h onora rio: la luna , el sol y la diosa Freija. Cas i na da. Los ast utos dio ses aceptaron el trato creyend o qu e el giga nte jamás alcanzarí a a completar la labor en el red ucido t iempo que planteaba el a cuerdo . Lo que no sabí an es que e l gigante c ontaba con la ayuda de un caballo mágico de nombre Svadilfari, capaz de mover con absoluta ligere za los más colosales sillares de pied ra, y por lo tanto cumplir lo s plazos de la, a todas lu ces, imposible construcción . Al ver la maestría de Svadil fari y aterrado s por p oner e n rie sgo el con trol sobre los dos ast ros (así como la b elleza y los e ncantos de la Afrod ita vikinga), los dioses t ramaro n un
sabotaje muy curioso: convencieron a Loki para que, metamorfoseado en atractiva yegua , sedujera al flamante corcel m ágico y le ale jara así de las tare as constructivas. Dicho y hecho . El gig ante perd ió la apuesta, los dio ses no perdie ron sus bien es, y el colo sal muro , igua l que nu estro acue ducto de Segovia, quedó eterna mente incon cluso. Lo que nadyielasuele el dr esenlace del. Puede tórrido rom caballo falsacont yeguara.esMejo no sab erlo que aance ra ízen deltre el episodio se de spertara n los malign os instintos que de spués harían de Loki un d ios tan impopular y de nostado . Yo lo entiend o. Viaja mos ahora a Beocia, la fascinante ciuda d de Tebas, que contaba una lege ndaria mura lla d otada d e siete pu ertas. Semejan te bastión , dice la leyend a, fue levantado por do s gemelitos semidivinos hijos de Zeus y Antíope, cuyos no mbre s era n Anfión y Zeto. Ambos era n primoro sos, corre ctos, bien educad os, monos y, cosa r ara , se lle vaba n muy bien entre e llos. Un ho rror. Sin e mbargo , no era n ig uales en todo . Zeto, ducho en las artes manuales, cargó con e sfuer zo sobreh umano blo ques de e normes pied ras para cimentar la e norme mura lla teban a mien tras qu e su de licado gemelo , tocado por las virtudes musicale s de Euterpe, c on tan solo rasga r las cuerda s de su lira y entonar be llas armonías, hizo q ue los pe sados b loqu es p étreos, súbitamente ing rávidos, volaran por sí mismos ap are jánd ose e ntre ello s con pre cisión inge nie ril. Indudablemente, es este un ejemplo hermoso de l etern o mito del e ncan tamien to de la materia a través de la música, que tantas leyendas ha suscitado a lo larg o y ancho del p lane ta. En gene ral, calificamos a u n espacio como sag rad o cua ndo contien e una pre sencia divina o trascenden te. Eso sí, la esencia espirit ual que hab ita el espacio sac ro lo hace con u nas condici one s pre establecidas que posibilitan su pe rmanencia en un espacio material
y en un tiempo concre to. El muro , o límite, responde a unas leyes compositivas implacables y difere ntes en cad a caso. Por poner el ejemplo más conocido, en el Antiguo Testamento, Yahvé da instruccion es precis as sobre el d iseño d el Arca de la A lianza qu e ha de contener las sagrad as Tablas de la L ey; hace lo prop io con el Tabern áculo que dhalosdep contener Arcadiseño y, por údel ltimo, dicta conTemplo aún de más exhaustivida ormenoreels del mismísimo Salo món, que será la versión definitiva y pe rmanente del Tabern áculo. Arca, Tabern áculo y Templo apa recen revelad os con u na larg a lista de número s, medidas, pro porcion es, materia les e i nstruccion es de montaje absolutamente pre ciosas. Arca, sanctasan ctóru m y templo era n los respec tivos contenedo res gradua les en los que el dios de los patriarcas consint ió en hab itar entre lo s hombre s, delimitando con ex trao rdinaria meticulosida d la forma y los límites de cada ele mento. Yahvé nu nca se caracterizó por d eja r cab os suel tos. Así, el Arca d ebía construirse de m adera d e acacia ne gra , revestida p or de ntro y por fuera con lámina s de o ro pu ro y medir en su ex terior 2 ,5 codo s de lon gitud y 1,5 de ancho y alto. Ni más ni menos. El kode sh ha -koda shim, sanctasanct óru m o san to de lo s santos de l Templo de Salomón, en cuyo seno ib a a estar u bicada el Arca de la Alianza, deb ía medir ex actamente 20 x 20 x 20 cod os, es decir, que configurab a un espacio cúbico perfecto. El resto del mítico edificio tambié n re spon día a u nas instruccion es y límites rig urosos. Incluso su ub icación era absolutamente determinada: el monte Moriah, sobre la mismísima piedra e n la que e l Padre d el Pueb lo ( Ab : «padre» , Ram: «pueblo») casi de scuartiza a su primogénito en perver sísima alab anza de l Altísimo Yahvé. La misma pied ra e n la que Jacob soñ ó con la e scala que unía cielo y tierra : un lu gar ele gido de la, a su vez, tierra p rometida, donde
el Arca, hasta entonces erran te, de bía en contrar su de finitiva mora da. Concreto, todo muy con creto, que es la característica más rep resentativa de las trad icion es y costumbre s jud ías: sin cabo s sueltos. La primera condición de un e spacio sagrado es, por consig con torndivin o, su límite ado, ido o lo, qpre ueservad es lo o, mismo:uie su nte, murasulla,estricto su muro . Lo o ha de calcul ser p roteg custodiad o (e ncarcelad o) con e stricta pre cisión . Por establecer o tra definició n, el muro delimita el frag mento con creto de e spacio (y tiempo) capaz de alberga r un en te espirit ual (ge nio de l lugar) y pres ervarlo del resto del mundo. Dentro de l recinto sagra do, impenetrab le o de difícil acceso, toda exper iencia a dquie re u n carácter e sotérico, es decir, reservado e xclusivamente a aqu ellos privilegiad os capaces de traspa sar e l muro , primer símbolo laberíntico. En con trap osición , las ex perien cias ex ternas al muro serán ex otéricas . Conviene reflex ionar sobre la diferencia. P ara que una vivencia, en la forma qu e adopte (revelación, estudio, meditación, apr endizaj e, etc.), sea re almente esotérica pre cisa, en p rimer lug ar, de u n espa cio segreg ado-sagra do en virtud de un límite. Luego no pue de ser esot érico a lgo q ue no pre senta barre ras, que está in discrimina damente al alcance d e cualquiera. N o pu ede ser esotérico un libro qu e de scansa en la estantería de cua lqu ier libre ría o e n la tien da de la esqu ina , del mismo modo que no p ued e ser esot érica ningun a pá gina web, revista o periód ico d el mund o accesible con el mero requisit o d e e ncender un ord enador. Volvemos a un a re flex ión con ocida: pued e que toda s esas ofertas ha ble n de asuntos esotéric os, pero n o son esotéric as. Todo lo que es accesible s in nin gún tipo d e condición es ex otérico, con «x ». La palab ra «e sotérico» si gue causando estragos en nuestros
días y mucho s la asocian erróneamente con magia, fenómenos paran ormales, cono cimientos enig máticos y ciencias o cultas. Y cuan to más oscuro , más espiritista y más sob renatura l, más «esotérico» nos quiere n vend er e l asunto en cuestión . Pero se trata, con toda segurid ad, de u n falso esot erismo qu e no s invade desde ha ce ya demasiados y que suele rezado connos concept adulterado saños de relig ion es orienvenir talebien s. Porade alg ún motivo, han os convencido de que las trad iciones orien tale s acreditan con su ex otismo el pe so de una sabid uría arcana y milen aria . ¡Como si no hubie ra h abid o tradición y cono cimien to en Occidente! En genera l, este esoterismo de mentira n o prop one más que prácticas incon sistentes con las que llenar in útilmente el terrible hue co espirit ual que ha dejad o en n uestras tierra s la na tura l desestructura ción de u na re ligió n trad icion alista, obsoleta y mal enseñ ada. Curiosamente, los adora dores de l esoterismo artificial son lo s detractores más ex acerba dos d e la s institucione s católicas y sufren visiblem ente de un ren cor antic lerical patológ ico que, en el f ondo, delata la invalidez de su supue sta alterna tiva espirit ual. El do loro so recuerd o, por pa rte de varias gen eraciones, de u na e ducaci ón re presora vinc ulada a la Igle sia es de termina nte en el con flicto. Por otro la do, mucho s de lo s que hoy abrazan e l esperpé ntico esoteris mo fueron e n su día bu enos óvene s par roq uian os de guitarra y convivencia pastora l. En rea lida d, siguen necesitand o una relig iosidad fanática. Y entre u nos y otros crece sin tasa el nú mero d e los que ni sienten ni pa decen y hace mucho qu e ha n ren unciado a una concepción t rascend ente de la vida. La o rfand ad e spiritual g ene ralizada es un he cho indisc utible en nuestro primer mundo y, una vez más, ante el gra n abismo de un vacío espir itual, Occidente, hed onista y ocioso, enferm o de tibia a postasía y
soberb io a teísmo, mira con desesperación a Oriente pa ra b eber d e su siempre fiab le re lació n con lo místico. No es nu evo: ocurrió e n el siglo VI a.C., y en e l Imperio romano. Ocurrió cuan do las cruzad as, los templa rios y las ór denes mendican tes. Lo malo es qu e Oriente, a día de hoy, y por ese fenóm eno glob alizado r qu e prop ician los medios de comunicación, a b ase d e imitar e n todo a lo peor d e Occidente, s e ha conver tido en una caricatura de sí mismo en cuan to a misticismo se refiere. Y esa caricat ura , ele vada h oy a ren table ne gocio, es la qu e consumimos los frívolo s occide ntalitos para red ención d e nuestra concie ncia capitalista y entreteni miento chic con tintes de crecimien to personal. La cosa raya en lo gro tesco. Queda fenomenal, viviendo en ple na meseta ibé rica, decirse bu dista, sufí, o irse a h acer re tiros espirit uales a un ashram de la India. La imagen social, y en ocasiones la íntima, adqu iere e ntonces una p lusvalía, una nueva dimensión qu e acredit a que la p ersona e n cuestión tiene inquietudes espirit uales. ¡Como si el camino espirit ual no fuera e sencia de todo ser humano! ¡Y como si lo s campos de Ca stilla no hubie ran parido místicos! Pero no: hay que ir a la India, o al Tí bet, o a China , ahora tan de moda. La fiebre de la h istrión ica New Age y sus deg ene rad os sucedá neos han sido importantes respon sables de l de spropó sito. Han a limentado la peligr osísima moda esotérica, indocumentada y hortera , acerca de materias tras cende ntes, que ha monopolizado y pe rvertido importantes ramas de conocimiento, para per juicio d e los verda deros maestros, los auténticos sabios y los gu ard ian es del valiosísimo esoterismo real. Buen ejemplo de este male ntendido crón ico no s lo muestra la mal llamada medicina na tura l o a ltern ativa (q ue es la más trad icional d e todas). Vivimos en el boom de la medicina p ara mentes «e sotéricas» y ya todos ha bla mos de chakras, auras y flore s de Bach con insultante
natura lidad de sobremesa. Pero ¿sabemos rea lmente en qué consisten esos concep tos y tratamien tos? Afloran las tera pia s ex travagantes y los sanad ore s frikis con teorías ro cambole scas sobre el funcionamien to del cuerpo hu mano . ¿Dónd e qued aron los benditos curand eros de toda la vida qu e jamás ex plicaba n en qu é consistían sus artes? El result ado es la urla y rechazo deafianzan los más escépticos, con a critud losbcharla tanes y se en su recalcitque randesprecian te trad icionalismo. Los a gurús (de a deptos sospechosamente burg ueses) se reafirman a nte los conservadore s como románticos incompre ndido s en su p osición marg ina l, siempre y cuando les siga salien do r entable. La ciencia es para ellos pe rniciosa: ¡viva la magia! Los ad ictos a la q uímica farmacéutica de re ceta in stituciona l se ind ign an reforzando su fe en lo s análisis, las ecografías, los TAC y la todo poderosa cirug ía: ¡viva la medicina científico-tecnoló gica! El patético tira y afloja no tien e solució n. En el fondo, son todos lo s mismos extremistas que están sembra ndo un mal campo de acción para lo s poq uísimos qu e, de verdad , son conoced ore s de las gran des sabidu rías esotéricas. Es pre ciso rescatar de esta ab surda g uerra el concep to rea l de esoterismo. A decir verd ad, lo esotérico solo tien e que ver con lo reservado . La enseñ anza esotérica es la qu e se establece como consecuencia de un e ntrenamien to pre vio que d emuestra un a ap titud glo bal de la p ersona . Nada más. De este modo, los únicos que alcanzan e sta ap titud son lo s que pu eden re cibir la inf ormación reservada . De lo contrario, es a in formación será in útil (si la aptitud es intelectual) o in cluso pelig rosa (si es de o rde n mora l o é tico). Para adquirir esa inform ación tiene q ue haber un filtro, un muro . Pongamos una metáfora : un niñ o que apenas sabe multiplic ar n o está prepara do para cursar una asignat ura d e cálculo d iferencial o
álg ebra line al d e primer curso de in genie ría. Estas disciplina s son p ara el n iño «proh ibida s». El muro , en este caso, es la f alta de conocimien tos y la caren cia de madure z intele ctual para p oder a similar la in formación q ue configura e l pro gra ma de esas asigna tura s. ¿Son el cálculo y el á lge bra disciplina s mágicas, paran ormale s y ocultas? No, son ifíciles, sin dnuda, perosatisfactorio rigu rosamente ra cionale s y alcanzab Los dque alcance un nivel d e matemáticas, podrá n les. accede r a las mismas. Será n los «inicia dos», que disfrutará n de la información reservada . ¿Qué ocurre si le da mos esa in formación al niñ o de quinto de prim aria ?: en este caso, nada d e na da, más que desinteré s, aburrimiento y segu ramente rechazo por esas disc iplina s. Ahora in tentemos en riquecer la mirada y utilizar u n prisma más amplio: el ser hu mano no se compone solo d e intele cto. También es emoción, sentimiento, intuició n, espíritu… ¿Y si a las ap titudes intelectuales necesarias para re solver ecua ciones dif ere nciales les añadiéra mos ap titudes emociona les o éticas? ¿Y si ade más de saber matemáticas hub iera que ser, por eje mplo , una persona equilibra da, pru dente y atent a con lo s demás pa ra domina r esos conocimientos? ¿Y si hubie ra q ue tener ciertos i deale s, valores, prin cipios? Entonces esas disciplina s continuarían siendo pro hib ida s, pero de un modo más pleno , más en consonan cia con la na turaleza pro fund a d el iniciado. Serían en toda re gla e sotéricas. «Proteged me de la sab idur ía que no llora , de la filos ofía que no ríe», dice Gandhi. Ala lu z de lo e xpuesto, si en el mundo en el q ue vivimos se hubie ra contempla do u n verdad ero e soterismo, los ingen iero s genéticos, por eje mplo , serían no solo b ellísimas personas, sino tambié n auténticos místicos de la ciencia , ascetas de l a tecno logía, amantes de smedido s de la n aturaleza y del ser hu mano, almas
inq uietas e ilumina das en con sona ncia con lo s comple jísimos secretos natura les que maneja n; secretos todos ellos de consecuencias espeluznant es si no son mane jados de sde la d ebida calidad humana . Y así, los gra ndes econo mistas serían justos, los a rtistas lib res y lo s políticos simplemente ho nra dos y trab ajadores. En todos ello s resid en altísimas respon sabilida des porqu maneja n in formación p rivilegiad que afecta muy dire ctamente a todoe el colectivo de humanos qu e a habitamos la Tierra. ¿ Cómo separa r sus cualida des intelectuales de las mora les, éticas, espirit uale s? ¿No e s eviden te que unas sin o tras carecen de validez real? La a ptitud in telectual h a de estar un ida a la aptitud glo bal como ser h umano . Esa es la clave d e la iniciación esotérica. Los antigu os no po dían en tenderlo de otro modo. Lo llamaban virtud. El ho mbre virtuoso era el q ue reu nía todas las ex celencias, equilib rad as, armonizadas, equ idistantes: sabio, just o, bueno, fuerte, sano… En una palab ra: el hé roe . Mino s no fue virt uoso. Déda lo tampoco. Por eso nin guno d e los dos f ue h éro e. El símbolo del muro sab e bien de lo que hablamos. Él no te mira con otros ojos que n o sean los de la verdad . De he cho, el muro a ctúa en p arte como espejo p arcial de un b loque o pro pio: la ba rrera qu e te detiene, que te impid e el paso, ere s tú. Esa es la mayor b elle za de este símbolo. Cuen ta la le yenda que, cada nueve año s, el re y Mino s se encontrab a con su pa dre , el d ivino Zeus, en la o scurid ad de la misma leg endaria cueva q ue había visto nacer al d ios. Allí, como Adán en el ard ín del Edén , el hombre y el dio s dep artían amistosamente en misterio so y esotérico e ncue ntro. Nadie más qu e Mino s tenía acceso a la ep ifanía. Evaluad os los nueve año s de re ina do, Zeus ent reg aba a su hijo las l eyes con las que go berna r a su pue blo e l siguiente
period o. Imposible a hora n o evocar a Moisés en el Sinaí y su esotéric a iniciación com o leg islador d e un pueblo erra nte. Curiosamente, eran tambié n pe riod os de nu eve añ os los que dist anciaban los tribu tos de los catorce jó venes atenie nses. El número nueve e s símbolo de fina l de pro ceso. Su id ea nos invita a conclui r, a cerrar, a comple tar, a po ner cota s de u naque re alida d supe nueva. vediez. es la Pitágora cifra de l s límiteen y dearal ex tremo anuncia la rior p leny itud delEpel nue rfecto lo lla maba «el a lfa y el o mega». Nueve son la s jerarqu ías celestiale s que completan e l mundo e spiritual y llevan al dio s, según el Areopa gita, y nueve los com pone ntes de la sagrad a «en éad a» egipcia, que pre cede a l gran Horus, en la cosmogonía de Helióp olis. El nueve es el n úmero del camino esotérico. Mino s es quie n marca e l prin cipio y el final de la d ramática historia del lab erin to. El muro , su símbolo, es quie n anuncia la imposibilidad de un camino qu e ya no condu ce a ningu na p arte. La necesi dad de cambio se impone. Del otro lado de la pa red está el templo e n el qu e se opera rá la gra n tran sformación. Comien za la siempre esotérica vía de la transmutación . Quie n no se estrella con tra su pr opio muro jamás conocerá la posi bilidad de u na nu eva vida.
Primera carta al héroe Querido Teseo: Yo sé bien por qué te ha s detenido. Deberías haber sospechado q ue la senda qu e ele giste tal vez no iba a ning una pa rte. Ahora llora s frustrad o a los pies de un a muralla de piedra que llega hasta e l cielo. Has fracasado antes de emp ezar tu misión. Ya no lo re cuerda s, pero fuiste tú mismo qu ien , poco tiempo atrás, alzaste tan colosal b arre ra, preso de l terro r a tus pro pia s sombra s. Como si los fant asmas obe decieran la materia… C omo si una montaña de g ranito pudiera separa rte de ti mismo… Deja ah ora de lament arte. Pareces un rab ino golpea ndo eterna mente su frente an te la santa pa red . Eleva tus ojo s: el templo está del o tro la do y te espera. Solo el Dio s que hab ita tu cárcel te revelará la continuación de la senda. Por lo demás, es bu eno tu fracaso. Ú nicamen te se cambia cuan do se en cuentra un límit e y uno se choca de bru ces con él.
Egeo o la puerta Donde se habla de Egeo y la po sibilidad. La pu erta y el pu ente. El guard ián de la p uerta. Animale s custodios: híbridos, s erp ientes y dra gones. La Gran Diosa del la berinto. La d esnud ez como lla ve. El precio del guardián de la puerta.
«Ante algunos visitantes, las esfinges cierran los ojos y los dejan pasar. La cuestión que hasta ahora nadie ha podido aclarar es: ¿por qué precisamente a unos sí y a otros no?». M ICHAEL E NDE, La historia interminable «Yo soy la puerta.
E
Aquel que entra a través de mí seráJsalvado…». UAN 10, 9
l rey Egeo es la pue rta de l labe rinto. Es el encargado de elegir a los infortunad os que , atravesando su muro , se ade ntrarán e n el inh óspito edificio. Él po sibilita la fatal en trad a. Paga un in cierto pecado : la muerte del h ijo d e Mino s. Cada nueve a ños, silencioso y hum illado , Egeo sortea la trage dia de catorce jóvenes que serán pa sto p ara el Mino tauro. El rey de Atenas es po r consig uie nte un ser sumiso, obe diente, anclado a su d esgrac ia, que cum ple con rigor el brutal tributo de Mino s. De su historia re scatamos otro ep isodio que ide ntifica al re y con el símbolo en cuestión. En su ju ventud, antes de abandonar Trecén, Egeo oculta sus sandalias y su espada bajo una ro ca. Ellas serán la lla ve de la id entida d de Teseo. Ellas será n el re quisito qu e abrirá an te el h éro e las pue rtas de su linaje y del tron o de Atenas. De
nuevo Egeo es el age nte posibilit ador, el qu e permite el acceso a a lgo privilegia do: eje cuta la n orma qu e ha de sele ccion ar al e leg ido . Eso, y no otra cos a, es el sí mbolo de la p uerta. Para entrar e n el labe rinto, venciendo su muro , antes de n ada hay que de scubrir la en trad a, y esto supo ne e ncontrar la pu erta. La puerta elemdimensión, ento mágico-simbólico qued. capacita o no al pe a entraresenel otra en otra rea lida La p uerta, como el reg murorino , es tambié n límite y ex pre sa una polarid ad entre d os universos enfren tados. Pero el símbolo en este caso se co mplica : no solo e s la fron tera entre do s realida des, sino tambié n, y sobre todo , la p osibilida d y la condición para p asar de una a otra. En este sentido, el sí mbolo d e la pu erta present a un gemelo insepa rable: el pue nte. Un pue nte une d os terre nos separa dos por un río o un foso. El ele mento divisor e s un muro simbólico qu e impide la con tinu ación del camino . El puente se manifiesta como objeto mágico qu e religa dos mundos segreg ados y hace posible e l trán sito de uno a o tro. Creo q ue no es necesario recorda r la importancia de los pue ntes como ele mentos estratégicos y decisivos en b atalla s, conq uistas, pereg rina ciones e intercam bios comerciales a lo la rgo de la historia de la humanidad . Su carácter benefactor le valió a este elemento arq uitectónico atributos divinos: dioses, santos y pro fetas han habitado multitud de puentes en forma de talla o imagen pre sidiend o el pun to central d el p aso. En nuestro madrileño puente de Toled o, todavía se alzan pro tectore s San Isidro y su muje r, Santa María d e la Cabeza, en senda s horna cinas barrocas. La d ivinidad p rotege e l símbolo y lo habita. El pu ente medieval se caract eriza po r la p resencia d e altare s en su pun to de mayor cota o b ien po r la ex age rada p end iente de su trazado, que a comoda do al g ran a rco q ue lo sustenta, ex presa la
metáfora de la ascensión y el descenso como din ámica espiritual p ara vencer e l ob stáculo. Herm osos eje mplo s son los pu entes de Puente la Rein a, Cang as de Onís o de la bellísima Estella. El arco d e pied ra, «materia que se vence a sí misma», es también símbolo de esta familia. En lo s castillos de la Edad Media , el pue nte y la p uer ta se combin aban en perfecta simbioy memoria sis arquitect ónica yasimbólica e resuen a en nes, nuestra fantasía colectiva través d equ in finitas ilu stracio cuen tos, relatos y películas. La mitolo gía no s hab la tambié n de esta eterna convivencia. Por p oner u n famoso e jemplo, en las trad iciones nórdicas, Heimdal es el nombre d e un gig ante qu e gu ard a el a rcoíris, puente qu e da acceso a las pue rtas de Asgard, mora da d e los dioses. En lo más alto del fabulo so arco est á el pa lacio de l gig ante, que, con su espad a y su trompa, pre viene d e las invasione s de los giga ntes de escarcha. Aparece así un gra n protagon ista del símbolo d e la puerta/puente: el gu ard ián . Siempre h ay un cust odio a nte el pa so. Aunque no lo vea s. Su la bor es vigilar con celo la e ntrada y no p ermitir el a cceso a quien no reú na las creden ciales. Tampoco pe rmite salir a quien no deb a hacerlo. Solo se pu ede atravesar la p uerta c on su beneplá cito. Y recuerd a: aunque u no cruce el um bra l de la p uerta, si el gua rdián no ha d ado su consent imiento, en verdad u no no ha e ntrado. La verdad era puerta es él, no el dintel y las jam bas. ¡Cuán tas veces creemos que estamos dentro, y no es así! El vigilan te de la p uerta ag uarda p aciente e int erro ga, desafía, pone en cue stión . Desde su po sición de p oder, la impre sión qu e genera e s siempre fría, hie rática, solemne. Es un ser muy an tigu o que purga con su oficio u n p ecado in efable. Ti ene algo de ermitaño , de asceta y de sobera no: como el Rey Pescador q ue pro tegía el Grial;
como el taciturn o Egeo. Lleva e n el mismo puesto toda la e tern ida d y ese lug ar le p ertenece. La pu erta es él mismo y su prop io ar que tipo . Exige un pre cio, como Caronte. Un pre cio muy concre to: sin falsas palab ras, sin ambig üedades. No ha y nego cio posible. O tiene s lo que pid e o n o lo tiene s. No ha y concesion es. El gua rdiá n es silencioso, parco nada a migo d e conversación. La su acred itación q to, ue aun te solicita puedeyresultar, sin embar go, críptica en pla nteamien que sabe s que la respu esta ha de ser tan concre ta como firme. Ahí está la belleza del juego que p ropon e. El enigma del po rtero pu ede a dqu irir mucha s formas: puede ser u na frase e n el din tel (como en la Acade mia de Platón: no en tre e n la Academia q uie n no sepa geometría), un acertijo (como el de la esfinge de Edipo) o una prueb a de valor (Lancelot del Lago o do n Suero de Quiñones en e l puen te de l Paso Honro so). Tal vez el gua rdiá n no sea más que un picapo rte insole nte, que, como en Alicia en el País de las Maravillas, nos reclama la llave maestra que ha de abrir el p aso. A veces la pru eba es simple mente llevar consigo los atribu tos ade cuado s, como la s sandalias y la espad a en el mito de Teseo. Es preciso qu e el hér oe id entifiqu e al gua rdiá n para e nfrentarse así a su de stino : solo cuand o es reconocido como hijo de Egeo y he red ero del tron o atenien se, Teseo a sume la responsabilidad de internarse en el labe rinto. Egeo es quien le brinda la o por tunida d, muy a su pe sar. Siempre hay algo doloroso e n quie n custodia una frontera: nun ca será un héroe . Cerbero e s el gua rdián por e xcelenc ia d e la mitología griega . El can tricéfalo vigila concienzudo la puerta de l Had es. Su símbolopuente asociad o es Caro nte, que con su barca a traviesa la Es tigia condu ciendo por ella la s almas de los dif untos. La la guna e s el muro . La cond ición d e e ntrada en las cavernas del Hade s es haber muerto.
Quie n atraviesa ese um bra l ya nun ca pue de reg resar. No ha y condición de salida. Cerbero custodia a sí, no ya una simple fron tera , sino todo un ord en universal, un cosmos interdim ension al. Gara ntiza que vivos y difuntos no se mezclen en caótica y fatal con fusión. Sus tres cabezas ape lan al nú mero d el just o e quilibrio, de la razón, de la logosOrfeo rela grieg yo:Hermes dos opue stosron unido porsuuncustodia. tercero. Más Heración, cles,del Odiseo, logra venscer tard e también Enea s y Psique . Todos ell os se convirtiero n en personaje s de culto pa ra los gran des iniciado s en cono cimien tos esotéricos: catábasis y anáb asis, bajad a a lo s infiern os y resurrección. Como Cástor y Pólux , como Gilgamesh, como Lázaro… Pero nosotros aún no hemos traspasad o la pue rta de nuestro laberinto. Esperamos impacientes ante e lla y, al fin, el misterioso
guard ián apa rece. En un primer in stante nos sobrecoge su aspect o vetusto y a rcano. En una seg unda mirad a lo intuimos como algu ien familiar: despie rta una sospechosa cercanía, aunq ue, evidentem ente, amás lo hemos visto. No o bstante, lo cono cemos, y sobre todo, él nos conoce. H uele a n uestra p rop ia e stirpe . Su mirad a no s pene tra con demasiada facilidad , como flechas que se clavan en nuestra n uca. Sabe algo de nosotros. Tal vez muchas cosas. Tal vez todo. Es una figura de pod er. Igual que en El mara villoso ma go de Oz , la apa riencia del custodio de la pu erta es diferente para cada hé roe. En la obra srcinal de L. F. Baum, el gurú impostor de la Ciu dad Esmera lda se desveló como una h ermosa do ncella a nte el espan tapája ros, una be stia espeluznant e an te el d escorazonad o ho mbre d e ho jalata, una bo la de fuego a nte el cobard e leó n y fina lmente como un a gig ante cabeza volado ra an te la n iña Doro thy. Curiosas relacione s de cad a un o con
sus falsos sueños. El mago es la pu erta qu e ha de devolver a Doro thy a su gris y añora da Kansas. El gua rdián de la pu erta pued e ser un ser un a nimal, un ser fantástico o un hombre . Lo cono cemos en forma de esfing e, de leó n, de toro alado , de caballero a nda nte, de sant o barbad o, de rey o de simple cerradura . Sea quien es el de de las llav es De verdad eraas nimada del lu gar, como Sansea, Pedro e ndula eño puerta los cielos. hecho, es el mismo genio del lu gar, que adopta su pri mera forma. Con frec uencia, el g uardián de la pu erta, el amo de las llaves, es de natura leza híbrida, c omo toda criatura f ron teriza. Lo e ra Cerb ero y tambié n los toro s ala dos antrop océfalo s que custodia ban po r pare jas los pala cios asirios. Lo fue la céleb re e sfing e de Tebas, la q ue interrogó a Edip o, que, según Apolod oro , era «monstruo con rostro d e muje r; pecho, patas y cola de leó n y alas de p ája ro» . Hesíodo hace a la esfinge hermana de Cerbero, c onsolidand o a sí un pe queñ o g remio familiar. Toro s y leo nes alad os son p arte in ex cusable del tetramorfos cristian o y símbolo de los e vang elistas Lucas y Marcos re spectivamente. Los otros do s, el á guila d e Jua n y e l ho mbre de Mateo, también son pie zas del p uzle d e toda esfinge , tal y como son descritos en el Apocalipsis y en la s alucinóg enas pro fecías de Ezequie l. Los Evange lios son, sin dud a, la pue rta a la salvaci ón en el día de l Juicio, y custodian al Pantocrátor rom ánico en todos los rin cones d el Occide nte medieval. La a rchiconocida esfing e de Giza quie re p roteger, silenciosa y sobria, el acceso a las pir ámide s. Lamenta su fracaso: y a no sab e impedir qu e ho rda s de irreveren tes turistas profanen el espa cio sagrado con sus guías, sus chan clas y sus cámaras de vídeo. Triste fina l el de su ex istencia. En el templo de Amón en Karn ak custodian el paso soberbias esf inges con cabeza de carnero y c uerpo de león.
También los dra gones, como sierp es ala das, son sere s híbridos y custodios de puertas simbólicas a lo larg o y an cho de l pla neta. Cadmo, el h ermano de Europa , mata a l drag ón que vigila un a fuent e sagrad a en el mismo solar donde habrá d e funda r la ciud ad de Tebas. En este caso, el gua rdián protege el agu a sagrad a, símbolo de vida y cono cimien que po de sibilita asen tamien de una civilización. Cólquide, el to, V ellocino Oroelcolgaba de unto roble custodiad o p orEnu nla dragó n. La mágica piel d el carnero d orado , que consiguió Jasón gra cias las art es he chicera s de Medea, simboliza aq uí el po der y la gloria, que e l héroe alcanz a en su int eracción con u na fuerza femenina . Es muy común encontrar u na muje r-diosa in volucra da en la eterna lu cha de l héro e contra el dra gón. En ocasione s, la da ma es pre cisamente el objeto custodiad o por el monstruo o incluso la víctima que ha de ser re scatada de la muerte, como en los mitos de Andrómeda y Perseo, o San Jorge y su princesa Sabra. Innumera ble s cuentos de hadas insisten e n esta trama. Ladón era e l nombre d el dra gón qu e custodiab a el ja rdín de las Hespéride s con sus manzan as dora das, reg alo de b odas de la Madre Tierra, G ea, a sus nietos Zeus y Hera. Aquellos frutos mágicos otorgab an la inmortalidad a quien alcanzara a pro barlos. La comarca d el Bierzo , en L eón, atesora la memoria subconsc ien te de haber sido el mítico jard ín de la s Hespér ides, y Ladón yace sepultado b ajo su vecina sierra Culeb ra. Vaya usted a saber. No muy lejo s de a llí, en e l Fin de la Tierra , un dra gón demoníaco impedía a lo s esforzado s Atanasio y Teodoro a lcanzar el lug ar p rop icio para d ar sep ultura a su maestro, Santiago apóstol. La tambié n híbrid a y hechicera rein a Lupa le s hab ía tend ido la trampa mortal. Otra vez un objetivo (la tumba), un g uardián (el dra gón) y una oscura f uerza mágica y femenina (la re ina ). Cambia ndo de e scenario, Tolkie n,
haciéndo se eco de infinitas leyend as medievales, describe, en El hobbit , a Smaug, último drag ón de la Tierra Media q ue guard a el tesoro de Thorin, Escudo de Rob le. Es evidente la const ante rela ción qu e todos estos rela tos manifiestan entre el d rag ón y el o ro (Vellocino de Oro, manzana s de oro, tesoro con objetos y monedas de oro …). El oro es el metalde más cioso ymilenario se crea dene las trañas de la Tieque rra,para comolos resultado unpre p roceso alq en uimia ge ológica, antiguos en cerra ba los misterios de la s fuerzas telú ricas y ctónicas de la Gran Madre Tierra. De ah í que la figura femenina siempre esté pre sente, tanto en el símbolo de l lab erin to como en el d e la p uerta, estrechamente vincula da, por lo ge neral, a sus atributos mágicos. Gea, la gran Gaia, crea la s manzana s dora das con el mismo sagrad o metal con el qu e un día forjó en su seno la hoz que castró a Urano, el c ielo. El mito no tiene desperdicio: la m adre, para poder pa rir a sus hijos, gen era e l arma con la que el hijo castra al p adre y se hace con su poder. Estoy convencido de que Freud siempre leyó a Hesíodo con fervor y divertimento. Drag ón también debió de ser la ser pie nte Pitón, a la qu e Apolo da muerte en la trad ición dé lfica, aprop iánd ose así del santuario q ue antes pertenecí a —¡oh, casualid ad!— a la d iosa Gea. De hecho, la serpie nte no h a muerto: vive sepultada b ajo e l trípode d e la Pitia. El alie nto eterno y latente de la sierpe sepultada en las rocas embria ga a la vide nte provocand o su tran ce oracula r. Apolo no hace más que usurpa r con su cult o la sab idu ría del vientre de la Magna Mater. En el mito de l lab erinto, la mágica Magna Mater tiene dos nombre s: Ariad na, que agu ard a en la p uerta, y Pasífae, madre tanto de la prince sa como del monstruo . Pasífae, hechicera hija del sol, es fecund ada por e l toro del mar, y enge ndra a sí al h íbrid o. Es sabido que
Creta, el rein o de Pasífae, era un lugar d e muy primitivos cultos a la Magna Mater. Sus famosas cuevas sagradas, como la de Gortyna, han sido de positaria s de ídolos, figu rillas y ex votos rela cionad os con rit os de fertilidad y ab und ancia. La cueva siempre h a sido u n lu gar p ropicio para la e pifanía de la Gran Diosa. En el Museo Arqu eológico d e Heraklion se se pued e ver como una figurilla las tes»: af uerarepderesenta Cnosos que conoce «la dioencontr sa de la ada s serpa ien a un a mujer con g ran des pechos desnudo s, aunque ricamente ataviad a, que ab re los brazos s ujetand o con sus manos sendas culebra s. Otras figu rillas semeja ntes han apare cido e n el e ntorno. Es, sin dud a, una pru eba más de l culto femenino en Creta; un culto vincula do a una dio sa ctónica, señora de la s bestias ( Potnia The ron ), en este caso serpie ntes, como seres qu e surg en de la tierra y rep resentan los secre tos y misterios d e la Magna Mater. Serp ien te y muje r fecun dadora están siempre mitoló gica y simbólicamente unid as. Nuestra tradición relig iosa ha red ucido e l clásico bino mio serpiente/muje r a in terp retacion es simplificada s, como es el caso de Eva y la serpien te del jardín d el Edén, o de la mismísima Virgen María, que ap lasta en multitud d e rep resentaciones con su pie a la serp ien te, símbolo e n ambos casos de l mal o del pe cado. Le ctura s apa rte, el origen simbólico e s ciertamente común, y el vínculo de ambos símbolos nos acerca a la s fuerzas secretas y pro fundas de la Madre Tierra desde tiempos inmemoriales. Egeo deposita su arma (metal) y su calzad o, y los sepu lta bajo una ro ca (tierra ), custodiada por Etra, la madre d el futuro héroe y rey. De nue vo una fémina (e n este caso, además preñ ada po r un d ios) es la q ue g uarda y custodia. En la trad ición artúrica el G rial d el Rey Pescador siempre a parece en la s manos de un a pre rrafaelit a do ncella
pelirroja. A riadna agu arda a Teseo en la pu erta del labe rinto con e l hilo salvado r. La esencia femenina n o es el gua rdián , pero e stá pre sente en la puerta y cumple una misión de terminan te en lo s ritos de entrad a, así como en el centro del la berinto. Pero d e todas las leyend as vinculad as con p uertas, guard ian es y fuerzas femeninas, la máschermosa, indu dable bri ndan mitos sumerio s y acadios, on el pre cioso relatomente, d e la dnos iosalaInna na los (Ishtar aca dia) y su descenso a l inframundo. La historia se re sume así: la e xultan te Venus mesop otámica de cide visitar a su he rmana Ereshkigal , seño ra del País sin Re torn o o mundo de los muertos. Ishtar, dio sa del a mor, de la gu erra , de la fertilidad , conscien te del pe ligro de su viaje, ord ena a su sirvien te Papsukkal avisar a l resto de lo s dioses en caso de que ella no regrese de l más allá. El criado da su palabra . La diosa e ntonces adorn a su ya e xquisita anatomía con las más ricas galas: manto de seda púrpu ra e hilos dorado s, corona de piedra s pre ciosas y collar es de perlas, are tes, sortijas… Ishtar, más ra diante que nunca y decidida a impre sionar con sus irresis tible s encantos a lo s súbditos de su siniest ra h ermana, golpe a con ro tundid ad la primera puerta de los infiernos. El astuto gua rdiá n sale a su e ncuen tro y se queda estupefacto ante semeja nte visión . Ella, altiva y desafiante, pide que su llega da sea anu nciada. E l gua rdián, ant es de d ejarla p asar, corre a avisar a su señora , la d iosa Ereshkigal, at ravesand o veloz las siete pu ertas que sepa ran e l mundo d e los vivos del corazón d el mundo de los muertos. La oscura sobera na, al sabe r las intencione s de su hermana, susurra a l oído de l gu ard ián u nas instruccion es secretas. Él reg resa e ntonces ante Ishtar y la in vita amablemente a cru zar la primera puerta. La dio sa, con ge sto victorio so, da un paso ad elan te y en el momento de cruzar e l umbra l, la coron a qu e adorna su cabeza le
es arre batada por a rte de magia . Ella se sorpre nde y, airad a, pide ex plicaciones. El gua rdiá n, parco en pa lab ras, ale ga: «Es ley de los infiernos, s eñora ». Ella, hosca, acepta contrariad a el desplan te sin dirig ir ni un a mirad a al lacayo que la in vita compla ciente a continu ar su descenso. Llegan a la segu nda pue rta del inframund o. Al pa sar b ajo su esapa recen de sustaorejas los m El agníficos aretes de da iamantes. La arco diosadse detiene y protes de n uevo. gu ardián vuelve dar la misma lacónica e xplicación: «Es ley de lo s infiernos —rep ite— y voluntad de su maje stad, vuestra hermana». Ishtar entien de entonces el p recio d el de scenso: en la tercera pu erta se le arreba ta su collar de perlas y en la cuarta, el sostén que re alzaba sus pechos. Y más tard e, el cinturón de pie dra s preciosas, sus anillos y sort ijas, hasta que, por fin, al llega r a la séptima puerta a la d iosa solo le queda el manto. Se resiste a pen sar que también hab rá d e perderlo. E l gua rdián la invit a a cruzar la última puerta, la única qu e ya la sepa ra d el trono d e su hermana, en la matriz de mundo de las tinieb las. Ishtar a vanza firme y pasa bajo el e norme dintel. Nota en ese instante que la temperatura baja b ruscamente, y un h álito de vacío la e nvuelve. S ien te un escalo frío en todo el cuerp o. Desliza la s manos por su torso, pero sus de dos ya no tocan ning ún tejido , sino únicamente su p iel d esnud a. Es como si amás hu bie se estado desnud a hasta entonces. Por p rimera vez en su ex istencia, una incómoda sensación d e pudo r, casi de verg üenza, despier ta en su mente. Ereshkigal , cruel e impasible , se bu rla d e su hermana desde su trono d e calavera s pétrea s. Ishtar p rocura n o perde r la dignidad , pero su herm ana la sigue ex polian do con s u mirada de desprecio , con sus pa lab ras de structivas, con su sarcasmo, con su frío cinismo. Desarmada de sus a tributos, la d iosa del amor y la guerra , la da ma de la fertilida d y de la s estrellas no es aho ra más que
una mujer ind efensa e insegura: E va ex pulsada del paraís o. Ereshkigal ord ena apresar a la in cauta y colga rla de un g arfio metálico, como un vulga r trofeo d e caza. Ishtar n o es capaz de defenderse, consciente ah ora d e su insignific ancia. Día de triun fo pa ra el re ino d e las sombra s: la máx ima re pre sentante de la luz y de la vida cuelg a desnuda e lasdparedes infello erno, et ernadeconde na. carece de Sin dd iosa el a mor edelntre s, elenmundo los vivos entusiasmo y ard or: macho s y hembra s ya no se b uscan, caren tes de l apetito sex ual que los atraiga. Ya no hay pasión, inst into ni placer. No hay fuego en la p iel n i sentimien to en el alma. Tambié n lo s dioses padecen la b rutal abst ine ncia y, desesperad os, buscan solución. Papsukkal, el ob edien te siervo de la dio sa, al compro bar la tardan za de su señora , informa a los inmortales c umplien do con su e ncargo . Enki, el h acedo r, el sabio rey de las agu as primord iale s, persuade a Ereshkigal d e que le conced a la libertad a su he rmana, y el cosmos regresa a la no rmalidad . La belleza del poe ma de la bajad a de Isthar a los infiernos es incue stionable. Sus interp retaciones, ilimitada s. Nos que daremos con esta: pue rta y d esnud ez se re claman en el mito. La respue sta al gua rdián u nivers al de la pue rta no es otra que la más desnuda verdad . El pere grino h a de present arse ante el um bral de la pu erta en un acto de rotunda sincerid ad, sin atribu to algun o que lo en mascare . Teseo tambié n entró desnu do a l lab erinto. Ante el umbra l de su p uerta no ex isten role s, personaje s, pre tensiones, at ribu tos, artificios… Lo único que cuen ta e s la desnude z y la verdad , por terrible q ue estas sean : son el únic o contene dor válido en el que opera r la gran transformación. Recordan do d e nuevo a Edipo, la respuest a al enigma de la
esfing e era el hombre: el ser humano en su dimensión más un iversal. El hombre canón ico y, por lo tant o, desnud o. La verda dera p uerta de l lab erin to solo se atrav iesa con la verda d. Tras pasar la pu erta del G ran Enig ma, Atreyu, el hé roe de La historia interminab le , se en fren ta a la puerta d el Espejo Mágico. Así la describe el viejo Énguivuck:
Se de de un cristal gran espejo o de algo así, aunque estátrata hecho ni de metal. De qué, nadie hano podido decírmelo. En cualquier caso, cuando se está ante él, se ve uno a sí mismo… pero no como en un espejo corriente, desde luego. No se ve el exterior, sino el verdadero interior de uno, tal como en realidad es. Quien quiera atravesarlo tiene que —por decirlo así — penetrar en sí mismo.
El viejo rey de Atenas acabó con su vida a l creer q ue su amado hijo había muerto. Sin sabe rlo, estaba precipit ando el traspaso de su corona y su rein o a su leg ítimo he red ero . Egeo es de n uevo una puerta, pues posibilita que su hijo se convierta en re y. Fue el o lvido de no cambiar las velas negras por blancas lo qu e p rovocó e l male ntendid o y pre cipitó al an ciano a las rocas del a cantilad o. Y sin embargo , hub o alg o de cierto en la supu esta eq uivocación del monarca: ya no era su Teseo el q ue volvía en aquella nave. Aquel oven ya ha bía muerto y las velas ne gra s hacían justicia al d uelo . El Teseo q ue re gre saba e ra un hombre n uevo cuyo de stino in media to era ser rey. Egeo ya n o tenía luga r en el n uevo orde n. Nunca olvidem os que los persona jes de un mito son símbolos, aleg orías, metáforas… La figu ra p aterna, arqu etipo un iversal, ha d e negarse a sí misma para comple tar la e xpansión d el ind ividuo a l que ama: etern a maldición d e
todo progenitor, que tanto cue sta asumir en nuestros días. Egeo, gua rdián de la pue rta, ha d e desapa recer c uan do e l hombre nu evo sale d el la berinto y ret oma la s riend as de su vida. Su misión e ra posibilitar la corre cta metamorfosis: una vez comple tada su e xistencia no tiene ya razón d e ser y no le q ued a más que an ularse para da r paso nusido eva satisfecha, rea lidad , simbolizad a pod er ella nu evo rey. Cuan doelsu tare a ayalaha el gu ard ián p uerta muere tras Mino tauro. De algún modo, siempre sospechó qu e el é xito del hé roe era su pro pio final. En la teogon ía grie ga, Urano , celeste go ber nador del primer o rde n universal, f ue castrad o a manos de su hijo , el titán Crono s, que a su vez fue d erro tado po r su hijo Zeus, sucediénd ose así los tres en el con trol d el cosmos. Toda figura patern a es una puerta para e l hijo : lo crea , lo id entifica, lo cap acita, lo po sibilita, y una vez que lo ha puesto en el camino a decuado , se desvanece y pierde su función vital. Es el prop io h ijo el responsable y el a gen te de e sa aniqu ilación. Solo la madre sobre vive. Esta etern a mald ición de estirpe e stá enquistada en la esen cia humana de sde su componente más bioló gico hasta el más espirit ual. José Hierro nos e videncia e ste le gado aterrado r en su ex traordina rio poe ma «El niño» :
(…). Y mientras trepan, brazo arriba, mis ojos hasta fondear en otros ojos que los miran,caigan los reconozco la voz que escucharé cuando años, hirviente de palabras rencorosas. Reconozco la voz que aún no ha sonado en esta voz de niño, en el cuerpo del niño que sonríe ante mí.
La voz que un día me dirá: «Voy a matarte con mis propias manos» en este instante suena con desamparo y lágrimas, y las palabras aún no hieren: «Aúpame, quiero coger esa hoja verde». Alzo en mis brazos, para que no llore, a mi asesino.
Segunda carta al héroe Querido Teseo: El guard ián de la pue rta te espera de sde hace una eternida d. Tú le conoces. Se pare ce a tu pad re. Su única misión e s asegu rarse de q ue sabes quién e res. Nada más. Permitir tu en trad a sin satisfacer e sa pre misa es en treg arte a la locura o a la mue rte. No te lo pe rmitirá. Ahora dudo de que estés preparado. Cuando visitaste el gra n templo d e Apolo, en el santuario de Delfos, leíste en la pie dra del u mbral: «Conó cete a ti mismo». No e ra u n consejo, era u na condición. P or e so, jamás en tendiste el mensaje d e la Pitia. Esta n oche tendrás que rendir cuen tas al gu ardián de tu la berinto. Ya sabe s que la re spuesta a sus enigmas no ere s más que tú. Me pre gunto si sabrás respond er con acierto. Cada pen samiento, c ada emoción , vicio, defecto, sueñ o y anh elo q ue te conf igura talla con p recisión lo s dientes de la llave mágica que ab re el cami no. Un pe que ño secreto o u n pre juicio inad vertido pu ede n invalidar el precioso instrumento. Descuida: si logras pasar el ansiado umbral, j amás volverás a v er al bue n gu ardián , pues siempre mue re con tus pasos. Una vez t e aconsejé ir lige ro de equ ipaje. Me equivoqu é: es desnudo como se nace y s e mue re. Es en tu desnude z como te recon ocerá e l custodio de l camino . No
importa si t e avergüe nzas o no de ti mismo: la clav e es que jamás te escondas. Suerte.
Dédalo o el camino Dond e se ha bla de Dé dalo y Perd ix. El vuelo d e Ícaro . Caminar o andar. El centro como objetivo. Sole dad y locur a. El amo r cortés y los caba lleros an dantes. El misticismo del camin ante y su ritmo. Lo femenino e n la peregrina ción.
«Dichoso aquel que olvida el porqué del viaje y, en la estrella, en la flor, en el celaje, deja su alma prendida». A NTONIO M ACHADO «No lleven nada para el camino: ni bolsa, ni alforja, ni pan, ni pecunia, ni bastón». AN
P
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RANCISCO DE
SÍS,
A
Regla, cap. XVI
ocas veces se cuen ta, pero el viejo Déda lo, el ap are ntemente afable in ventor, fue un asesin o y un fug itivo. Su delito cap ital fue motivado por la envidia y se consumó la nzand o al vacío a su prop io sobrino Perd ix , desde lo alto del tem plo d e Atenea e n la a crópolis de Atenas. Casi nada . Y todo porq ue el sobrin o-a pre ndiz resultaba ser, pese a su insult ante juven tud, aún más inge nio so e iluminad o qu e el tío-maestro. El mucha cho h abía aportado a la humanida d inventos tan brillan tes como la sierra y el compás. A Dédalo se le r evolvían la s entrañas c ada vez que el inge nuo chavalí n llega ba a l taller con algun o de sus flamantes ha llazgos. El pre stigio y repu tación del an ciano no estaba n en juego , pero lo estaban su vanida d y su soberbia (¡ hybris !), pecado s ambos harto di fíciles de satisf acer. Nadie podía hacerl e sombra a Dédalo. S u nombre g rabad o con letras de oro e n la gloria d e
la eternida d se vería ensombre cido por e l de aq uel odio so niñato. El viejo no pud o sop ortarlo más y plane ó la muerte del jo ven. Precipit ado desde lo alto d el ed ificio, el inc auto Perdix halló, un segu ndo antes de estamparse contra el terre no, la misericord ia de la patron a del templo en cuestión, la virginal Atenea, que, a la velocidad del ra yo, tran sformó al en su de na las peralturas. diz, aveEla ra s de suelo q uede ja más volvería loschico pe ligro flagran te intento homicidio fuea cat ar advertido y denu nciado . El consagra do artífice de tantos ingen ios fue dep ortado de por vida, aun a cuenta de perde r Atena s los ben eficios de su ex cepciona l inteligen cia. Este Leonardo da Vinci de la mitolo gía dejab a tras de sí inventos c omo la d oble ha cha ( labrys ), la le zna, la escuadra , el n ivel de brú jula, la ba rren a, la vela, as í como un sinfín de autómatas qu e pasmaban al a tenien se más pin tado. Y ese e s el motivo por el cual, en el m ito del lab erin to, nos encontram os al an ciano e n la isla de Creta. Expulsado p or e l rey Egeo, Dédalo b uscó la pro tección del en emigo más fero z y pode roso d e lo s atenien ses: el rey Mino s. Sin embargo , el mismo rey que le dio cob ijo fue e l que más tard e lo persig uió para darle muerte. En efecto, tras la victoria de Teseo , Mino s, entera do de la huida d e su primogénita y de su com plicidad en la victoria de los atenien ses, buscó re sponsab les. El rey sabía qu e Teseo era capa z de matar al Mino tauro, pero nadie, absolu tamente nad ie pod ía ser capa z de salir del lab erinto a e xcepción d e su arq uitecto. El anciano ing eniero fue de tenido y encerrad o con su oven císimo hijo Ícaro en una celda remota, en l o más alto del mismo edificio la beríntico qu e él mismo había con struido. Allí recibían a limento y no contaban más que con un as vela s para ilu mina r la no che. La mazmorra estaba situada a gran altura y t enía una amplia ventana abierta que daba al mar, con un a caída de decenas de metros hast a el
pie del acantilado , que hacía imposible la h uid a. A pesar de todo, el astuto inventor no t ard ó en idea r un p lan p ara e scapar. Con las plum as de las aves que se acerc aba n a robar alimento a la celda, estratégicamente pegadas gracias a la cera calien te de la s velas, construyó d os pa res de enormes ala s articulada s que les pe rmitirían salir la ventana . Y así ocurrió. D édalo a su hijo yvolan segudo idapor mente las suyas. Saltó e l mucha cho aacopló l abismolasenalas primer lug ar. Al prin cipio volab a con torp eza y casi c ae al p recipicio, pero enseguida , siguien do las inst rucciones pre cisas que le h abía da do su padre , comenzó a d ominar el vuelo . Déda lo siguió a su h ijo. Se ale jaro n ráp ida mente mar ad entro y pro nto perd iero n de vista la isla de Creta. Todo funciona ba según los plan es del a nciano . Pero Ícaro empezó a ex perimentar una sensaci ón de libe rtad y de gran deza qu e le embriagó, y quiso subi r más y más, para sen tirse p odero so, ing rávido, cas i inmortal: como un dio s. Déda lo le a dvertía del pe ligro , a gritos, desde abajo . El chico no hacía caso, y pron to la d istancia en tre ambos fue demasiado gra nde. Ícaro reía y gr itaba de entusiasmo. Veía el mundo a sus pie s, gig ante y diminuto a un tiempo, y se llen aba de gozo. Ningú n hu mano ha bía ex perimentado jamás algo ig ual. El pad re intentó segu ir al insensato para salvar su vida , alzand o el vuelo . Los rayos de Helios, cada vez más cercanos, fund ían la cera y arran caban paula tina mente la s plumas de l artefacto. Ícaro nunca se p ercató. Su mente estaba muy lej os de allí y su alma se in tegrab a con los astros. Cerró los ojos y agit and o sus delga dos brazos c ontinuó crey end o que subía y sub ía hasta el centro mismo del disco solar. No era así. La temperatura de l aire a lcanzó tan altas cotas que el chico perd ió e l cono cimien to. Un volumen informe de cera líqu ida , plu mas apelmazada s y carne humana se p recipit ó cielo a bajo h asta el ab ismo
en muy pocos segun dos y fue devorado por las ag uas del mar, ante lo s ojo s inútiles del viejo. D édalo n i siquiera se mole stó en ir a b uscar e l cadáver de s u hijo, que d ebió de que dar sepult ado e n las profundidade s del gran azul. El an ciano siguió su viaje cruzand o el mar h asta Sicilia, don de continu ó su. La vidafama y sude vocación inventor ién dose al servicio rey Cócalo Déd alodele pre cedía,pon y Cócalo lo acogió conde l agrad o y eno rme interés , protegiendo incluso la vida de l gen io de las iras de l rey Minos, como ya se ha narrad o. Dédalo , etern o supe rviviente, fue sie mpre compla ciente y zalamero con aq uellos a los que sirvió. Su vida fue un esforzado camino de trab ajo y supera ción para convert irse en un d ios del ing enio. Por su cuerpo corría la s angre de Hefesto, dios trabaja dor, inventor y a rtesano . Dédalo llevó su tale nto a lo más alto, y el p recio po r ello fue vivir en una constante hu ida . Falso siervo de los pode rosos, en re alid ad siempre fue esclavo de su prop ia ambición. D édalo e l apá trida , el pe rseguid o, el desterra do, fue e l único hombre cap az de llevar a cabo el diseñ o casi divino de l terrib le lab erin to. Pare ce entonces oportuno b uscar las relacion es entre el mítico arquitecto y el símbolo del camino. Vamos allá. La trama verda dera de l labe rinto, aquello qu e lo id entifica como tal, es, sin lug ar a dudas, el re corrid o interior del mismo. Todos los espacios sagra dos poseen los ele mentos simbólicos del m uro y de la puerta. Sin e mbargo , solo el la berinto es due ño d el complejo recorrido interior a través del cual el e dificio mágico adq uiere su definición. Apolodo ro e scribe : «(…). Un ed ificio que hacía equivocarse en la salida con sus intrincado s pasadizos». «Mansión intrincada, en u na mora da tene bro sa», describe Ovidio, que « (…) indu ce a erro r a los ojo s con las revue ltas de múltiples pasad izos (…). Así Déda lo lle na de
rod eos los innu mera bles p asadizos, y ape nas pud o él mismo volver: tan grand e es la trampa de aqu el ed ificio». Las mencionad as desc ripciones de l labe rinto n os habla n d e un diseño confuso de pasillos y requie bro s, en lo s que lo s tran seúntes s e pie rde n sin remisión. Me duele constatar que el la berinto al qu e se refieren s clásicos eraía pre un maze , es eje mplo dsendo e aq uella tipo log qu ecisamente no es técnicamente (o decir, un simbólicamente) u n lab erin to. Nadie se sorpren da. No ha ya decepción : el símbolo del la berinto es el rela to mismo, y no la con strucción q ue llevó a cabo Dédalo a ojos de e stos autores . Para nosotros, Dédalo es el camino porqu e es el artífice conceptual de l diseño labe ríntico. Cual monje-g eómetra de artes arcana s, el viejo de Atena s, vision ario e ilu mina do, dibuja con a stucia el trayecto del h éro e, sus ida s y venidas, sus curvas, aristas, tangencias, volúmenes. Concibe e spacio s y perspectivas, puntos de fuga y trampantojo s inadvertido s. Dédalo , arq uitecto con structor, maestro mayor de obra, apa rejad or d e sillares m alditos por la soberb ia de los hombre s, calcula con p recisión ritmos y distancias, cotas y ale jamien tos, encajand o po co a poco las piezas de u n rompecabezas que compone la vía sacra h asta el Minotauro. Misógi no, envidio so, zalamero y desconfi ado, el padre conceptual de l labe rinto partic ipa rotunda mente de la contrad ictoria condición humana : mediocre y genia l, oscuro y brilla nte, pra gmático y soña dor. Dédalo es la intelig encia misma, tan poco romántica, tan poco po ética. Pero solo un ser de estas cara cterísticas es capa z de semeja nte in venció n. Tal es la magnitud d e la obra que se convertirá e n prisión de su mismo artífice. La vida de Déda lo fue un constante éx odo. Proscrito, salió zumbando de Atenas y acabó en Creta, de donde también salió
huyendo en singula r viaje a ére o, hasta la Magna Grecia. Es nómada, tran seún te. Su día a día e s hacer, hacer, hacer, esclavo de sus manos virtuosas y de la e xtrao rdina ria lu cidez de su mente. Es idea dor, pero tambié n artesan o, como lo son lo s artistas verda deros, los de las manos sucias y el cora zón d espie rto. Como el Dios qu e can ta la «Misa campesina», esnte, a rqu inge niemecán ro, carpintero, albaro,ñil,matemático, armado r… Y tambié n dibuja pinitecto, tor, herrero, ico, costure ceramista, talla dor… Con rigu rosa d isciplina , Dédalo pasa sus dí as y sus noches tram ando, trazand o, ensambla ndo y concibiend o. Su férre a volun tad no conoce descanso. Es bien co nsciente de sus méritos y sus virtudes, y pon e en ofren da a lo s dioses, como voto perp etuo d e sacerd ote consagrad o, su más dolo rosa soleda d. Ha renu nciado a muchos placere s a lo la rgo d e su vida . Nadie le recuerd a joven : es como si siempre hubie ra sido anciano. Ha parid o lo s ingen ios más asombro sos de todas las civ ilizacione s cono cidas, y pese a ello , el éx ito no colma sus ob jetivos. La fama tampoco le llena . Dédalo quiere gloria, quiere inmortalidad, quiere ser el d ios del ingen io, el parad igma de los cread ores, Atenea y Hefesto en un solo hombre . Y esa o scura soberb ia, esa clara afrenta a los inm ortales, es la q ue le mantiene en vilo en la s madrug adas de su taller , la qu e le entreg a al trab ajo ex tenu ante e infi nito. Dédalo no pued e parar. Dicen a lguno s erudit os que a Déda lo se le atribuy e la posición «camina nte» d e las estatuas monumentale s. Nos conviene el d ato. Déda lo como «camino » es la rep resentación sim bólica más clara d el movimien to, del tránsito, y por ello , la esencia p rofunda de esta parte del labe rinto. Es el «viaje infinit o», la p ere grin ación ja cobea , el camino de baldo sas amarillas ; el é xodo del pue blo e legido y los tres mago s detrás de la e strella; el v iaje d e los argo nautas y el etern o reg reso de
Odiseo; es la dio sa Isis viuda y erran te, Perceval y Gala had en busca del Grial y Alicia en su ab struso re corrido por el País de las Mara villas; Bilbo Bolsón , Nils Holge rsson, Gulliver y Marco Polo . Todo Julio Vern e, la monja Egeria y el in fatiga ble Tintín. Y por encima de todo s ellos, el ingen ioso hidalgo de la Mancha y Caballero de la Triste Figura vagan dodpor el de desierto manchego . El camino es elmitos símbolo q ue en los subyace etrás los miles d e cue ntos, leyen das, y relatos que e l héroe aba ndona el hogar y s e entr ega a la prov idenc ia de un viaje iniciát ico. Un itine rario in cierto pla gado d e sorpre sas, peligros, adversida des, vicisitudes, obstáculo s, confusion es y sueños imposible s. Ya no me acuerdo de si es San Isidoro d e Sevilla qu ien nos ex plica en sus Etimologías la dif ere ncia entre «an dar» y «camina r». Andar e s desplazarse a p ie. Camina r es an dar ha cia una meta. Aquel que simple mente anda se mueve, pero n o tiene la certez a de lle gar a nin gún lug ar concreto, establecido a p riori. Aquel qu e camina sigue una dirección determina da y alcanza an tes o d espué s el ob jetivo. El camina nte sigue in dicaciones y llega r a u na meta es el motor que le activa, que le p one en marcha, que d espierta en é l la voluntad de avan zar, de continu ar, de llevar el e sfuerzo ha sta el límite de lo p osible. La volu ntad es, sin dud a, la virtud p rincipal de l pere grin o, como la d e Dédalo. Sin o bje tivo no hay camino. Por le jos qu e esté, por in alcanzab le que pare zca. Los casi 800 kilómetros que sepa ran Roncesvalles de Compostela p arecen in abarcables para la escala de un sencillo paso de ser hu mano. Sin e mbargo , el sign ificado del lug ar, su evocación e n nuestros an helos, sueño s, fantasías y deseos, gene ran la fuerza q ue se precis a para la proe za. Teseo se pierde en el labe rinto porque quiere matar al Mino tauro y consagra rse como el más gra nde de lo s
héroe s. Siempre hay dos o bjetivos: el ex terio r, que es la pro eza e n sí, y el interior, que es lo que la proeza causa en el h éroe. La ha zaña de los pereg rino s jacobe os del Medievo era lle gar vivos a Santiag o. La motivación in terio r era la salvación de sus almas y el perd ón de los pecados. Dédalo consiguió inventar pr odigiosos au tómatas y art efactos increíble Interiormente glor ia dsu e un dios. aria Estápsíquica, claro que cuand o els.ser hu mano esbuscaba capaz dela desear, maquin emociona l, física y espirit ual se p one en marcha jun to con e l un iverso entero para ha cer el deseo realidad, c onfigurando u n nu evo ser humano que será capa z de sop ortar las inclem encias y fatigas de cualq uie r camino. Coelho y su alq uimista. El camino es ad emás intran sferib le e n su e xperiencia íntima. Se pue de caminar jun to a u na o cien p ersonas, pero nad ie pue de caminar por ti. La soleda d, acompañ ada o n o, es cond ición de pereg rinos, poetas, místicos y cread ore s, como Dédalo . Cada camina nte tien e su pro pia percepción d el camino, incomparab le a la d e los de más. Así, el viaje se con vierte siempre en una proyección d e un o mismo, y cada paso es el result ado de ex presar a g olpe de pisadas, pen samientos , sentimien tos, recue rdo s, trau mas, miedos, sueñ os, ide ales y de más componentes, siempre desmesurados, de la recalcitrante cond ición humana. Lab or de humanos es el camino , como híbridos que somos, tran seúntes espirit uales en una vida encarnad a. Machad o, siempre sólido maestro, describe e n su p oema «Un loco» :
Por un camino en la árida llanura entre álamos marchitos a solas con su sombra y su locura va el loco, hablando a gritos.
Sole dad y locura siempre se dan la mano. Conviene n o olvida r que la locura com partida ya no es tal, como nos recuerd a Una muno. Por o tro la do, Erasmo nos advierte qu e la locura p uede ser materia de elo gio, pue s en sus dolo rosos camino s encuen tra a veces el a lma un respiro d e divinidad . Don Antonio termina sus versos diciendo :
No porerrante una trágica amargura estafue alma desgajada y rota; purga un pecado ajeno: la cordura, la terrible cordura del idiota. La locura e s alimento para el h éro e. Tambié n para el a rtista y para el creador . Locura d e la que seca el cerebro y de spierta el corazón. Locura qu e rompe la baraja y reescribe las leyes de lo s hombre s. La locura d e don Quijo te, que embellece el m und o con su mirad a, o la d e Ícaro , que se funde , en incontenible ascenso, con el astro solar. Bendita locura que encarna espejismos, perfilan do con detalle lo más inverosí mil de la re alida d. La santa lo cura q ue mira triun fante horizontes nu evos, lejos d e la miserable rutina, tan cabal, tan poca cosa. El loco r ebasa sin complejos lo s límites de la razón y solo así pue de entrega r su nue va cordura a otras cualidad es más elevadas del alma. El pre cio de jug ar a la lo cura e s muy alto: puede costar la ide ntidad e incluso la vida. I ncompre ndido y rechazad o, el loco es víctima de escarn ios, mofas y castigo s por su imperdo nable subord inación . Los verd ugos, siguien do la metáfora quijotesca, son los curas, duquesas, estudia ntes, amas, sobrina s y barbero s que monopolizan e l funcionamien to de la p obre ru tina y su falsead a realidad . No pued en consent ir la loc ura po rque p one e n tela de juicio sus prop ios cimientos, su au toridad y su pod er: «Carne triste y espíritu
villano» . Pero otras veces el r iesgo asumido tran sforma al iluso en dio s: Teseo re nace victorio so de la s agua s, corona do y con el an illo de Mino s. Sald rá tambié n del la ber into, dueño de una victoria sobre sí mismo. «Soy ven cedor de mí mismo, que es la mayor victoria que se pue da desear», dic e Alonso Q uijano a p ocos días de regresar derrotado su alde ala.hAteniense o manchego sisura, eleen vada locura f undaamenta éroe y lo capacit a p ara, una la ando dad su de búsqued a interior de l Mino tauro. Fracaso o é xito son do s cara s de la misma moneda. El amor cortés qu e cantaro n trovado res y jugla res po r media Euro pa resucitó del subcon scien te colect ivo la figura d el caba llero andante, símbolo in divisible del pr opio símbolo d el camino. Andante es el qu e anda . Hablamos de rela tos de caballeros que and an, que se mueven, qu e están en movimiento, y cuyo cab allo, también símbolo notable, no e s más qu e una ex tensión d e ellos mismos. Estos centaur os de armadu ra y yelmo se ab and ona ban a la providencia evangélica de San Mateo en busca de actos sublimes con los qu e honrar e l amor q ue les ins piraba una dama ina lcanzable: una d ama que en o casiones nunca lleg aban ni a ver. A ella van d irig ida s, como exvotos metafísicos, toda s las grande s hazaña s que de parab a el d estino a los caba lleros. De nu evo el d oble ob jetivo del camina nte. Es este bu en eje mplo para ilustrar la fuerza qu e el ob jetivo prop orciona al camina nte: sin el a mor de la dama, matar dr agones, captura r villan os, romper hechizos o conqu istar p lazas, carece de todo sen tido . En el colmo de la ele vación del alma, el caba llero a ndan te e s capa z de cont inuar sus anda nzas incluso t enien do la certez a de que jamás posee rá a su amada. Su amor tien e un sentido in mediato y absoluto en cada p aso de l recorrido . Y aunque la a nsía, no p recisa más recompensa que el saberse dig no d e
ella . Claro trastorn o obsesivo-compulsivo, o no toria mente un tipo de locura. Incluso sabien do q ue ja más lo logra rá, no cesa el caballe ro en su intento. Es como entrar en e l lab erin to tenien do n o la d uda, sino la certeza de no encontrar su centro. P ero el a mante cortés sabe que en el mismo proceso está el fin. D e nuevo el maestro Macha do: se ha ce el camino a l an dar. ¿Nogestado e s esa uen na elexverd traordina este espíritu sublime or en ria laslocura? fértiles cHerederos ampiñ as de borgo ñonas fueron siglo s después el Dante c on su Beatriz y don Alon so con su Dulcinea , aunque en escenario s bien d ifere ntes. Dante pereg rinó p or las alego rías paga nas del m ás allá, caba llero an dan te de su prop ia salvación cris tian a. El Quijo te ja más fue una burla de los libro s de cab alle ría, sino su mejo r repre sentante. Solo u n ge nio p udo actualizar tan elevad o mito en marcánd olo en lo s secarrale s de la p eor mediocridad castella na. El hilo de Ariad na, como el de la p arca, se desplieg a le ntamente según se avanza e n el camino . Este es un p ara digma de la esencia lineal: su fluir e s pau latino , secuen cial y continu o. Como el tiempo: pasado , pre sente, futuro ; antes, ahora , despué s. No ad mite cortes, quieb ros o salt os. El hilo con ductor se va desen trañ ando y dibuja en su trayectoria e l testimonio fiel d e nuestra andanza. Sin trampa ni cartón , es un plano fidedig no de nue stras huellas. El ovillo gira y gira, sincron izado con la velocida d de nuestro a vance. Sus vuelt as son nuestros p asos. El ritmo que se genera es atractivo, hipn otizante. Es el único destello de certidumbre en el caos de l lab erin to. A una vue lta le seguirá otra, y otra. Como la s cuentas de un rosario, la rue da de un molino o la oscilación d e un pén dulo: s obrio y pred ecible. Para e l héro e, concebir el recorrid o en su conjun to es ang ustioso y cond uce a la locura o e l aba ndo no. Es preciso ab and ona rse al
instante, al más inmediato a hora. Hace ya mucho s pasillo s que Teseo ren unció a re componer mentalmente la trayectoria glo bal de l recorrid o camina do. El arte desespera do de la orie ntación espacial se t orn a inú til, absurdo, balad í, en e l interior de l labe rinto. Sin embargo , en el caos glob al e s posible concentrarse en ese fluir inm ediato y constante de de tiempo: pro pioens pasos. las vueltas l ovillo . La fraggotas mentación de lo tus a bsoluto infinitosComo pe dazos semejadentes humaniza la ex perien cia trascend ente. Vuelves a ser e l héroe por un momento. Camina s concentrad o. El tempo d e las pisada s y la rotación de l huso se conf unden ah ora con las pulsacione s de tu corazón . La respiración se a copla le ntamente al conjunt o. Eres ahora u n pe que ño u nivers o ord ena do a escala humana: microcosmos en movimien to que tran sita entre p are des lab erínticas. El pe nsamien to ha desapa recido y ahora solo ere s la sencilla percepción d e un a armonía silenciosa. Desapare cen el sufrimiento y la an gustia. Se evapo ran anhelos y sueñ os. Todo es pre sente. El despla zamiento po r el lab erin to ha adquirido sen tido e n sí mismo: amor cor tés. El ab andono a la sedu cción de los ritmos ab re u n camino nuevo, pero esta vez interio r. Es el verd adero viaje , el único, el camino que se h ace a l an dar. Machad o era u n asceta. Una n ueva sensació n se d espierta e n medio d e semeja nte trance r ítmico, tan delicado, t an frág il en su eq uilibr io: la intuición, jam ás la ra zón, te hacen compro bar qu e las vueltas y recodos del la berinto tambié n gozan d e un ritmo, de u na pauta qu e se re pite. Sístole y diástole geométricas, hay un pa trón red undante de g iros y distancias que sugieren a lgo p arecido a u na dan za. Ahora percibes el osc uro e dificio como un baile lu minoso, circula r y macrocósmico, semejante a l de los astros e n sus ciclos infinitos. Todo está orqu estado en sutil mecán ica
universal, desde lo más pe queño , que son tus lat idos y tus pasos, hasta lo más gra nde, que es el cosmos comple to. En una dimensión intermedia reside e l labe rinto, conciliador d e los opu estos en un a misma pieza r ítmica. Lo d e arrib a es como lo de abajo , dictan la s tablas esmera ldina s: el lab erin to es ahora un templo . Las pulsaciones de todo lo q ue h abita u niversoes, combina n sus difere intensidad es yelduracion hasta completar unntes profrecuen dig ioso cias, silencio glo bal. La música de las esfera s. Un repen tino tropezón y el héroe se da d e bruces contra las enormes losas frías del suelo . Le san gra la na riz y siente el dolo r de las contusiones en las rodillas. No sabe bien lo qu e le ha p asado, pero vuelve a e star e n el valle d e lá grimas, perdid o y solo, ent re e normes pared es de piedra que confunde n e l espacio. Oscuridad incómoda . Cercen ada la fugaz escapa da mística, Teseo vuelve a ser el e sforzad o héroe que avanza lleno d e duda s, con el cuerpo entumecido y la mirad a alerta. La faceta artesana del hé roe reclama ahor a su tiempo. Así es el and ar de l pereg rino, que tan pron to en cuentra el arre bato trascende nte de la vía interior a rmonizada con e l un iverso entero , tan p ron to vuelve a ser un a lma en cerrada en u n esforzado cuerpo qu e se tortura voluntario para alcanz ar el final d e la etapa . Como Déd alo, el camina nte pad ece con e special rotundid ad la contrad ictoria con dición h umana. Decíamos en la in trod ucción d e este libro que ex isten d os lab erin tos. El de Teseo, que lo transit a, y el d e Déd alo , que lo diseña y construye. Ambos son el mismo pe ro experimentado desde difere ntes puntos de vista qu e pro vocan u na a paren te du alida d. El primero e s el camino del hé roe , tal cua l lo estamos de scribie ndo. El segu ndo es la visión del conjun to d esde un a perspectiva aérea , digna de la mirada
de un dio s. Déda lo, el au tor, conoce p erfectamente la ley que gobie rna los ap are ntes caprichos del lab erin to. No son tales. Como sospecha el héroe en sus ataque s de intuición ple na y fusión con e l cosmos, el lab erin to está secretamente o rde nado. Las mil vueltas de su re corrido lo son en virtud d e comple tar un trazado integrad or qu e en su conjun to configu una gra ny ritmos, forma geométrica El arq uitecto maneja en el diseñrao tiempos cadencias, sagrad fugas ya.contrap untos: un e jercicio casi musical, cósmico, armónico, que de be ser velad o para quien , en microscópica escala, recorre el o tro la berinto. En algú n otro lu gar de este lib ro tal vez demos cuenta de lo s pormenore s del diseño de un lab erinto mítico, en a ras de ensalzar la maestría y el mérito d e los gra ndes constructore s de a rqu itectura sacra. No es t iempo ahora . Baste aquí con seña lar q ue el segu ndo lab erin to, el del a rtífice, no es azaroso n i caótico: ha d e poseer siempre una sutil armonía. De todas formas, el arq uitecto, guard ián d e su prop ia ob ra, debe ensordecer la música de sus pasillos y permitir qu e el p ere grin o desciend a a los siempre hostiles pa isajes de la in certidu mbre . Solo así se ab andonará el héro e a sí mismo y empre nderá el camino interio r, del que las curvas lab erínticas son metáfora . Adquier e ahora Déd alo dimensión d e sacerd ote, de p ontífice. El viejo inven tor sie mpre tuvo u n tufillo clerical . Únicamente un a cosa salva al hé roe d e su desespera ción: el camino del lab erinto e s único, no o frece o pcione s. El arq uitecto ha sido compasivo. Casi cond escendie nte. No e s de ex trañ ar: él tambié n es humano . La e xistencia de una única ví a posible que recorre t odo el espaci o del lab erinto ge nera e n un p rincipio un a sensac ión claustrofóbica e n el caminan te, que , no o bstante, paso a paso, se conviert e en tran quilizadora . La vía ún ica evita al hé roe la decisión y, por lo tanto, el po sible erro r. En el verda dero lab erin to no ex iste la
posibilidad de equivocarse: el visitante es litera lmente guiad o, conducido po r un singu lar recorrido o bligatorio. El ún ico modo de no lleg ar a l obje tivo fina l es detener se o volver a trás. La vida misma. Fuera de esas opc iones pe rsona les, el h éroe dep osita la validez de su trayectoria en u n en te ajen o a él: un genio del luga r en el qu e se ve obligad o a creer. Porun finalactopalabra mágica:avan creer. el lab erin es, además de todo, de fe. Teseo za, Tran avansitar za siempre , to confian do e n qu e en el momento op ortuno, la mente qu e ha concebid o el p étreo artif icio y ha gu iad o sus pasos, haga apare cer a Asterión . Es la falta de con fianza, de fe, la qu e nos pa raliza y no s detiene. E s la falta de fe la qu e no s hace coba rde s y nos arra stra a volver sobre n uestros pasos. El pere grin o jacob eo sigu e a ciega s un ra stro infinit o de flechas amarilla s que ap are cen inde fectibles cuando la du da a rrecia. Por momentos, las flechas d an la impre sión d e desapare cer y el e jercicio de la fe se impone en el camina nte. Pasado un tiempo de ausencia, la senda que presumía correct a lle ga a un cruce de caminos. La incer tidu mbre , veloz y fulmina nte, devora entonces su ánimo. Abatido , usto cuan do decide da r media vuelta pa ra volver sobre sus pasos, allí, tras un matorral, pint ada sobre una piedra lisa o en el reverso de una señal d e tráfico, apare ce la ansiad a flecha a marilla q ue d eshace su pesar. Da en tonces gra cias al cielo y al alm a genero sa que tuvo a b ien , anónima y desinteresada , pin tar e n ese lu gar remoto la flecha d e la salvación. ¡Benditos sean todo s los volu ntarios de las asociaciones de Amigo s del Camino! Quie n ha sido pe reg rino ja cobeo sabe d e qu é estoy ha blan do y comparte mi gratitud. La p enínsula entera está salpicada de millon es de flechas jacobe as que miran a Compostela . Desde Barcel ona a Sevilla . De Vale ncia a Lisbo a. Y así la Mancha, Extremadura , Arag ón, Andalu cía… El corazón se detiene un instante,
cuando en calidad de visitante o turis ta d omingue ro, un ex pereg rino se topa con la flecha am arilla en cualqu ier capital de pro vincia. Es la llamada del hé roe. La intuición y la fe le dicen a Teseo q ue el camino es el correct o, además del único. Ya solamente le resta enfrentarse a sí mismo, a sus ciclos tivos odedeiluminación y desán a la crist s subida y bajad ass de su alterna en tusiasmo su ab atimien to. Sonimo, reflejo alinos de las ida y venida s de lo s pasillos que dib ujó e l arqu itecto. Déda lo, ide ador y eje cutor de l labe rinto, vivió un a vida lab eríntica, y como metáfora d e sí mismo fue encerra do en su pr opia obra. Pasó de ver el la berinto desde la s alturas del creado r a estar entre las lóbre gas pa red es de su materia. Cono ció los dos lab erin tos. Pero Déda lo no fue un héroe y no se at revió a t ransitar su prop ia ob ra. Él mismo con fesó a Ariadn a haberse p erd ido en sus recodos al termina r la construcción. La a stucia y la cobard ía suelen ser he rmanas. Inepto para h undirse en la b ruma de la in certidu mbre , Déda lo ab razó la h uida . Huir fue e ntonces s u etern o destino . Pero el q ue h uye viaja apresurad o po r miedo a ser descubierto y en la pre mura h ace mal el equ ipaje y algo ab and ona e n pren da e n la cárc el que deja a trás. El fugitivo no sabe cumplir con los sagrad os ritos de la d esped ida y, por consiguiente, no p asa las página s del libro d e la vida, las deja toda s abiertas. El pre cio de la e tern a huid a de Déd alo es su hijo, Í caro. El viejo nun ca lo compre ndió . El mito de Ícaro necesita ser re scatado de las ga rras op resoras que lo utilizan p ara la ex altación de la p ruden cia y la prevención de la desobed ien cia filial. Para muchos esclav os de la corre cción , el hijo de Dédalo es simplemente el símbolo de la in sensatez juven il y de sus nefastas consecuen cias. No pueden estar más e quivocado s. La caída
de Ícaro e s una de las muertes más glo riosas y poétic as de la humanida d. La image n del muchacho alad o que ex perimenta tal g rado de libertad que prefiere lle var su arre bato de misticismo hasta sus últimas consecuencias, antes qu e seg uir con una vida mediocre a la sombra de su p apá, me resulta espera nzado ra. Sepultado e n el fondo del que yaaelossuna gloderiosa , elfeliz. cadá ver de Ícaro sonríe aún,mar, diciendo tibios l plasepu neta:ltura yo fui Ícaro a nsiaba la libert ad. Pero n o la de su p adre, que preso o n o, siempre fue un esclavo de su ego . Ícaro a nhe lab a la libe rtad interior, la del espíritu, la de l alma. Su pa dre n unca lo entend ió po rqu e pa decía un e xceso de cordura : la terrib le cordu ra de l idiota. Mil veces debió , en los años post erior es, contar la hist oria d e su desc ere bra do h ijo pa ra ale ccion ar a jo vencitos obe dien tes y hacer vale r la sumisión pa tern a. Pobre ciego. Dédalo es de los que q uieren vivir a cualquier precio. Ícaro, por e l contrario , era un poeta. Ambos, padre e hijo, simbolizan a la perfec ción la polarida d qu e de be e xperimentar todo transeúnte del camino la beríntico: por un la do, el pe reg rino d ebe pe rsevera r, aguantar y esforzarse en el sacrificio del la rgo recorrido . Por otro lad o, debe también gozar, descubrir, penetrar e n la belleza in mediata de cada p aso, en la trasc end encia del hecho de estar e n movimiento: «Dichoso aq uel q ue olvida el po rqué del viaje, y en la e strella, en la flor, en el celaje , deja su alma pren did a». Solo en la ju sta medida de ambas ex per iencias encontrará la arm onía el vianda nte. Y antes de a ban don ar las div aga ciones sobre el inab arcable símbolo del camino, detengámonos un momento en la figu ra del hilo que nos acompañ a fiel en el trance de l viaje e terno, aque l que la prin cesa cretense agua nta desde su ex tremo en la s puertas del lab erin to. Hay una versión del mito en la que el há bil filamento
pro porcionad o po r Ariad na n o ex iste. En su luga r, la prin cesa en treg a al hé roe u na d iad ema o coron a mágica, cuya refulgen te esencia arro ja luz y pe rmite ver e n la oscurid ad. Si hacemos caso a este mito, el laberinto no e ra un lugar d e intrincados pasadiz os que ind ucían a la pérdid a, sino simple mente un lug ar carente d e toda luz, absolutamente oscuro . Ariad na, de ojorciona, s brillanlates, replaresenta a sí, eny por forma objeto mágico quela propo luz en oscuridad ellodel la posibilidad de trán sito en el ed ificio. Hermosa versión d e in terp retación ex cesivamente fácil: Ariadn a es la luz de Teseo que le a bre el camino sacro. Como Medea con Jasó n, la fémina amante prop icia con sus poderes, o simplemente con su ard id, el éx ito del h éro e. Será este el que, por descontado, s e lleve la p alma. Lejos de alcan zar la gloria , en los ejemplo s citados ambas fémina s amantes acaba n litera lmente en la estacada. Pero lo importante es la pre sencia femenina , lun ar y pra gmática, de la mujer, en los pa sos firmes, solares y her oicos de l ho mbre . Solo en la combin ación de ambas facetas en cuentra éx ito la empre sa, que, en el fond o, es común. Teseo lleva consigo el ra stro de lo femenino, que en la versión altern ativa del mito incluso ilu mina sus and anzas. Es divertido imaginar al machote a tenien se, viril y forn ido , con una primoro sa diade ma de b rillan tes en el t orra do y un ovillo de la na pla tead a en el p uño: dos míticos atribu tos femenino s hasta la sacied ad. Teseo es revestido así de mujer para re correr su itinera rio hermafrodita. La unión de opuestos, el a ndróg ino alq uímico, es la clave para alcanzar la pie dra filosof al. Únicamente con la unió n de d os sabidu rías, la de Salo món y la de la rein a de Saba, se hizo realid ad e l Templo d e Jerusalén . La n egra rein a ab isinia tambié n fue p ere grin a. Todo camino es un re gre so a la Unid ad.
Tercera carta al héroe Querido Teseo: No sé si será s capaz de leer estas líneas sin detene r tus pasos. Dicen q ue si cierras los oj os al camin ar, sientes el ritmo de tus pisada s y de tu aliento en trecortado como si fuera una oración… ¿Es cierto? Dédalo te enseñó a caminar mir and o al suelo, para n o trop ezar con las pie dra s y no d etenerte jamá s. Te dijo q ue sudarías s angre , que e stallarían todas tus ampo llas, pero que al caer el sol s iempre llegarías a un bue n techo. Ícaro te en señó a caminar mirand o al cielo, dejando volar tu espíritu, respiran do la b endita luz que da ra zón al sende ro. Dijo qu e llora rías de be lleza, que te fundirías con los astros y que algún día verías el fin del mun do. La go ta de sudo r y la lágrima de e moción se parecen. Cada n uevo paso de rrama una de la s dos ens eña nzas. En su justa altern ancia reside e l bue n camino . No te olvides. Hoy te han visto pasar solit ario por la lla nura. Ibas cantando u na le tanía. Creo q ue si cierro lo s ojos te oiré . Ahora sé que llegarás a tu destino. Suerte.
El M inotauro o el centro Dond e se ha bla de la ino cencia del Min otauro. El ser híbrid o. El chivo expia torio. Los sacrificios ritua les. El espacio místico. La id entificación del h éroe . La dimensión mat erial de lo trascend ente.
«Por los campos de Dios el loco avanza. Tras la tierra esquelética y sequiza, rojo de herrumbre y pardo de ceniza, hay un sueño de lirio en lontananza. Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! ¿¡Carne triste y espíritu villano!? No fue por una trágica amargura esta errante ajeno: desgajada y rota; purgaalma un pecado la cordura, la terrible cordura del idiota». A NTONIO M ACHADO, «Un loco» «Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión». A POLODORO, Biblioteca, III, I «¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—.
P
El Minotauro apenas se defendió». JORGE LUIS B ORGES, La casa de Asterión
ocos han abo rdado al pe rsona je de Asterión con la a ltura d e Borg es. Pocos han reflex ion ado sobre el símbolo d el la berinto como él. Resulta siempre atractiva la id ea de cambiar las torn as y compre nder la historia desde u n punto de vista opuesto. Para Borg es, Asterió n es el
pro tagonista del cuen to: una criatura sensible y lúcida q ue vive con pro fundo dolo r su de stino prisione ro, sin sab er, sin compre nder, únicamente esperan do la re dención de la muerte. El Minotauro se tran smuta, con la varita mágica de Borg es, en un nuevo Segismundo, amorfo y hermoso, poe ta y bárb aro , príncipe y convicto, que e spera la venida ansiedad , y por es o, cuando le Pero lleg ano la ho apenasdel sehé de roe fien con de. Brillan te actualización del mito. serára,la nuestra, por tent ador q ue nos resulte, si bien e l maestro ar gentino no s brinda en su o bra d e arte varias c laves con las que a prox imarnos humildemente a o tro sag rado símbolo: el centro. El Minotauro fue a toda s luces inocente. C omo el lo co de la poesía de Machado, purga ba un pecado ajeno y se convirt ió e n e l chivo ex pia torio de los desórde nes mino icos. Asterió n aleg oriza la imperfección , lo incompleto, aque llo que se detuvo a medio camino de la metamorfosis; un erro r en el p roceso creativ o que cae e n la degeneración, y crece ex agera do, sin fren o, hasta la monstruo sidad. Los griego s no son am igos de seres híbrid os, y menos cuando un a parte del enge ndro p ertene ce a la e levada condici ón hu mana. Les pasa a los cent auros, que , salvo Quiró n, son sinónimo de ba rba rie, alcoh olismo y malísima educación . Les pasa a las siren as y a las a rpías, a las esfing es y a la gorgo na Medusa, todas ella s criaturas malditas y agentes de la d esgracia. A diferencia d e muchos pa nteone s contemporán eos de la Antigüed ad, los gran des dioses de la mitolo gía grie ga son canó nicamente antropomorfos, y por ello ple nos, armónicos, áureo s, íntegros, eur ítmicos, clásicos… El Mino tauro es barroco por lo patético, cubista por lo biforme, ex pre sionista por lo gro tesco y da dá por lo pu eril. Su torp e du alida d de svela la falta de arm onía en los opuestos, la in válida p rop orción, el aju ste imposible y la na tura leza
contraria : un aborto de sem idiós, que no lleg a a ser ni toro n i ho mbre . Por si esto fuera poco, el mito lo convier te inespe rad amente en antropóf ago para aña dirle, de un modo algo forzado, at ributos maligno s a la criat ura. En e l fond o, nada pue de sorprendern os de semeja nte ad efesio. Si hu bie ran aleg ado costumbre s aún más sórdida s del monstruoni, las hab ríamos creído. o nocaniba era pre ciso; alimenticios quitan ni p onen. El repLueg entino lismo fuesus u nhábitos in tento perverso y vano de encasillar a l malo de la p elícula , en estricta oposición a l hé roe , siempre bueno y virtuoso: sucia la bor d emagógica de algú n escritor p roa teniense y maniqu eo, que quiso red ucir el mito a simplificado cuento d e niño s. Asterió n fue u na criatura infortuna da e in ocente, comiera o no comiera per sonas, as esinara o no a los visitantes de su siniest ra morada. Jamás eligió su de stino. Fue siempre un instrumento: primero de los d ioses con tra Mino s, y lue go de Minos contra Atenas. Arma arro jad iza, títere de la veng anza y terro r de los humanos, cuya única culpa fue nacer. «El delito mayor d el h ombre es ha ber nacido» , lamenta el príncipe caldero nia no d esde lo s ecos de su torre sombría en La vida es sueñ o . El pecado de Asterión es su prop ia existencia, jamás sus accion es. Por eso es inocen te, que es la cond ición inex cusable de toda víctima. Asterió n es instinto pu ro, supervivencia bioló gica q ue solo se doble ga a nte la ley natural. O tra vez Machad o: «La ú nica ley de la vida es vivir como se p uede». Su cab eza, puen te entre el cue rpo y el alma, es la de un a nimal. El resto de su cuerpo , don de habitan las em ocione s y los mied os, es hu mano. De ambas condicione s sacó e l pe or partido . Mejo r hub iera sido u n cuerp o de toro con cab eza de h ombre . Su comportamien to es bru tal, salvaje , viole nto, rotund o y visceral como su
cerebro bovino impera. Sus sentimien tos son gr aves, dolorosos, contrad ictorio s y traumáticos, como su cor azón humano dicta. El conjun to es pura contrad icción y ex travaga nte au tenticidad. En la mente animal no hay culp a, porqu e no hay albe drío, no hay más que sumisión al prop io ser. Por la s venas de Asterión corre , mezclad a con la humana, sangre de ytoro , criatura que encarna de la fuerza sex ual fecund adoranuminosa , de la potencia vital y deloslomisterio s más s pro fundos deseos de la p arte más oscura de la p sique: la mazmorra del alma, catacumba p agana de ritos proh ibido s, en d onde n acen a oscura s todos los monstruo s de la caja d e Pandora. El toro es an imal dio nisíaco, hie rofan te zoomorfo en los misterios de la vida y de la muerte, en la noche oscura d el solsticio de un astro d esconocido y reb eld e. En sus lóbre gos sortilegios, el terror y el placer se confunde n. El toro desentrañ a un misticismo orgiástico y bru tal, corpó reo y den so como su san gre derramada en el sacrificio. La sangre del toro alim enta a la Magna Mater, la pre ña, la nu tre de inmortalidad . La h umanidad siempre h a sentido la n ecesidad d e acercarse a este mito: escond ido en el vien tre de la caver na p rimord ial, el dio s Mitra deg üella al t oro sagrado y pone e n marcha un nue vo orde n en la Crea ción. En los mitreos p ersas y más tarde romanos, se sacrificaba n toro s en u n ritual mimético que perpe tuaba la cosmogonía universal. Platón de scribe en Critias qu e lo s reyes de la Atlántida sacrificaban toro s consagrad os a Posidón desde lo a lto de una columna de mágico oricalc o, en la que estaban graba das las leyes de los habit antes de la mara villosa isla. La sang re d e lo s animale s caía a b orb otones surcando, caliente y espesa, las hen did ura s de lo s relieves esc ritos, impre gnándolos así de nueva vida y act ualizando su validez. Entre los ritos mistérico s del culto a la dio sa frigia Kybéle (Cibe les) de stacab an
los «tau rob olio s», es de cir, sacrificios rituales de toro s sagrad os, cuya sangre se f iltraba en e l suelo horad ado , para empapa r con ella el cuerpo de snudo d el celebrante principal, que recibía el líquido con devoción y éx tasis, en u na cámara subterrá nea del templo . Empapado, malo lien te y cubierto de coágu los, el ofician te, o archigallus , era rescatado delavientre la Madred eTierra re dimido puro. El culto Cibeles,d eaunque src en, como frigio,neonato f ue a doptado cony gra n éx ito por la Roma imperial. Ya en tiempos repu blicano s, dur ante las Guerras Púnicas, se mandó traer a Roma desde Pesinu nte (Frigia ) la famosa Pied ra Negra símbolo de la Magna Mater, por ex pre sa petición o racular. Los templos d e Cibe les (o kybelion es), donde se pra cticaban taurob olio s, se multiplic aro n sin tasa po r todo e l imperio. Las pro vincias hispana s no fuero n ex cepción. Los indómitos pen insulares llevaba n grab ado a fueg o el recuerdo subconsc iente del antiguo culto taurin o. El cataclismo no lo gró borrar lo s gen es atlantes . La Kybéle d e Anatolia encontró un cam po fértil don de echar raíces. Mien to: las raí ces ya existían y tal vez fueron el o rige n verd adero del culto a la Gran Diosa, que reg resaba miles de a ños de spués a su cuna srcinal. Lo cierto es q ue Iberia, retomando sus más olvidad os misterios, se pla gó d e kybelion es. Muy cerca de Lugo, aún podemos visitar u no. Ahora se llama iglesia de Santa Eulalia de la Bóveda . Podr ía ser pe or. Basta con visitar el templo para compre nder q ue el espacio e s tan pagano como in aprop iad o para la liturgia católica. Es fácil, sin embargo , imagina r entre sus muros y su do ble altura el bautismo caliente y gra nate de l archigallus g alle go. Galicia, Leó n, Castilla, Andalu cía y Extremadura debie ron de conocer m uchos de estos eje mplo s. Hay quien pie nsa qu e in cluso la Mantua de los carpetanos, o
sea, Madrid, nació com o san tuario a la Gran Diosa, y alb erg ó un kybelión . Supongo q ue e staría ubicado e n el muy pío solar do nde ho y se alza e l desprop ósito catedra licio de la Almudena . Esto sí que no podría ser peo r. El sacrificio ha sido e l pu nto de máx ima catarsis litúrg ica en los rituales sos de a,medio a lo de la rgo d e la historia la Américareligio pre colombin hacemundo p oco más quinientos añ os,. En todavía arrancaban de cuajo el corazón a un individuo voluntari o, como ofrenda al a stro sol p ara que este siguie ra su curso. Al pa recer, el desafortunad o volun tario se sentí a ho nra dísimo de pr otagon izar semeja nte carnicerí a. Los sacrif icios humanos de biero n de ser un a prá ctica común en las religio nes del mundo entero , eso sí, algu nos miles de a ños antes. El eco d e los sacrificios hu manos resu ena en mitos como el de Ifige nia o Isaac. En algú n momento de renovado ánimo evolutiv o, posible mente con la glo balización neolítica, se cambió en los altares pétreos al Homo sapiens po r otra especie a nimal, a ser po sible de la familia b óvida. Y así, duran te decena s de siglos, hechicero s, santon es, magufos, chamanes, nigr omantes, aug ure s y demás actore s del sacerdo cio han sajado vacas, deg olla do ternero s, destripa do bueyes, descuartiz ado oveja s y despeña do g ritones chivos desde los altares del ho locausto. La ga nadería, entonces arte nacien te, era la base de la n ueva econ omía y principal fuente de sustento. Sacrificar la crème d e la crème d e lo s establos locales signific aba honra r al altísimo de turno y tene rle cont ento, para que así siguiera propiciando el pa n nue stro de cada día. La g ana dería llegó a la par q ue la agricult ura, madres ambas del sed entarismo, y como con secuen cia, se llenaron tambié n los altare s de frutos de la tierra y primera s cosecha s, que ard ían e n pira humeante, ascendie ndo así hasta la mora da d e los
inmortale s. Es fácil sorp ren der en el Génesis a Adán, Caín, Abel, Noé o Abra ham acometien do pantomimas semeja ntes par a apla car los terribles antojos de su irascible Yahvé. Todos los hér oes griegos, antes y después de sus nob les empre sas, rind en cue ntas o pid en la aprob ación de los olímpicos con o fren das y sacrificios. No olvid emos que la gra n fue a frenta de Minos, error trágic o desencadenan te d e todo arg umento, pre cisamente negarse a sacrificar un toro sagrad o. Ele l asunto no ofrece esc apatoria: alg o de be ser en treg ado, ofrecido , sacrificado , para q ue la p roviden cia se perpe túe; algo deb e morir pa ra que algo nue vo renazc a. ¿Ley univers al? L a cosa no p arece t an loca. Hay algo pro fundamente vera z y justo tras el a cto sacrificial e n estado metafísico: un equilibrio casi cósmico. Otra cosa son las para noias, las espectáculos gore y la ordin aria parafernalia , pocas veces sublime, que los hombre s hemos inven tado para dar forma al símbolo sacrificial. No olvidemos qu e Cristo, cord ero de Dios, murió sacrificado. Con todo , Asterió n sigu e sien do ino cente, como corre spond e a su condición d e chivo ex piatorio. P ero e n este caso, el corde ro qu e qu ita los pe cados de Creta estaba envuelto en una trama doble y mimética, en una re d de crímenes y castigo s, sobre los qu e se con struye tan intrincad o laberinto. En términos de sacrific io ritual, el mito se p odría sintetizar a sí: Mino s no in mola al toro marino y agra via a l os dio ses. Como castigo nace el Mino tauro, qu e tampoco es inmola do, sino encerrado de p or vida en el lab erin to. Minos pu rga a sí, en p arte, su afren ta a los in mortale s. El rey culpa a Atenas de la muerte de Andróg eo y ex ige u n tributo en form a de sacrificio. Por u n extrañ o mecan ismo, la víctima se con vierte e n verdu go, pue s el Mino tauro devora a los cat orce jóvene s, ahora chivos ex pia torio s, que salvan con su sangre el pe cado d e Atenas. Teseo, volu ntario atenien se para el
holocau sto, se convierte, sin embargo , en h ero ico matarife de l Mino tauro, purg and o así los presun tos delitos de su p atria. Desconcertan te. Aquí todos pe can, todos culp an, todos matan, salvan y redimen. Esto haría la s delicias de René Girard : pura ensalad a de mímesis y sacrificios ex pia torios, adere zado s con mucha violencia, antes arqu etipos y unloschorrit o de ra nciolos psicoaná lisis balsámico.bast Agotador. No son e stos der rotero s por qu e qu eremos and ar e n nuestro lab erinto, pero conviene tene rlos present es. Nosotros salvaremos, par a nu estro eq uip aje d e ex plo rad ore s, la magia del símbolo tau rino, el con cepto d e sacrificio ritual y, por supuesto, el bin omio mímesis-ex pia ción. Tal vez semeja nte ba gaje sea de utilida d a nuestro ob jetivo, que es abo rda r con éx ito el símbolo de l centro. El centro e s la mora da del Mino tauro. El lab erinto clásico, el verdad ero , debe siempre tener un centro. El centro es p recisamente lo que no es el recorrido , y pese a ello, da a la const rucción su verda dero objeto: llega r hasta él. Un lab erinto sin c entro carece de sentido re al, carece de razón d e ser. El centro rezuma in timida d, y es prá cticamente el único espa cio comple tamente sacro d e la composición laberíntica. Según el sup uesto Hermes Trismegisto, Dios es « un enorme círculo cuyo cen tro está en todas partes y su circunferencia e n ning una»: Dios es el c entro absoluto. Toda la trad ición d e la Geometría Sagrad a establece como formas más ele vada s aqu ella s que son cen tralizada s, es de cir, que se disponen conforme a una circunferenci a o riginada por un centro: trián gulo equ ilátero, cuadra do, pentágo no reg ula r… El centro geométrico coin cide siempre con e l centro simbólico en los verdad ero s lab erin tos. En la mitolog ía grieg a se cuenta qu e Zeus, querie ndo sabe r ex actamente cuál era el centro de l mundo, soltó dos águ ilas desde lo s
ex tremos de la Tierra , que volaro n ha sta cruzarse en el q ue sería un santo lug ar: Delfos, centro indisc utible de la espirit ualida d he lena . Como testimonio d e ser el centro del mundo, el santuario de Apolo custodiab a el cono cido omphalos o pie dra q ue simbolizaba el o mblig o del plane ta. El centro s siempre oder: es don de manifiestan la deivina Unid uadn ylulagar unde iónp de losallí op uestos. Es se el sanctasanct óru m del Templo de Salo món, el sag rario de la catedral, el Arca de la Alianza, el c ubo de la Kaaba , el Betel del sueñ o escalo nado de Jacob: el lu gar donde se u nen cielo y tierra , y por lo tanto, TODO es posible . Es tambié n la fosa d el taur obolio, el útero d e la Magna Mater, el vientre d e María, siempre puro, siempre virgin al, tan ex tremadamente vacío que puede albe rga r el TODO. El centro e stá presidido por el a ltar de los ho locaustos, donde se qu ita la vida a la víctima sacrificial pa ra entreg arla como ofren da a lo s dioses. Allí espera Asterión su pro pio sacrificio. Teseo será e l sacerdote. ¿ Qué pecado viene a purg ar? Algu nas fuen tes, litera rias y pict óricas, describe n al héroe armado con espada, puña l o h acha, que Ariadna le prop orciona pa ra rematar la gesta. Nosotros preferim os qu edarn os con la versión más cruda : Teseo mató al Minotauro a puñetazos. Y acabó estran gulán dolo. Nada de armas blancas : lo asesi nó a puro g olpe, en u n iné dito cuerpo a cuerpo . No ex iste la causalidad en el re lato mitoló gico. El hé roe se enfren ta al monstruo desde su ab soluta desnud ez y le da muerte sin más armas que sus pro pia s mano s, que su prop io cuerp o de snudo . Reseñ a mitoló gica: en e l primerísimo de sus do ce trab ajo s, Heracles s e en fren tó al le ón d e Nemea, cuya pie l era in vulnera ble a las armas. Gracia s a su fuerza d escomunal, el hé roe apretujó a l animal entre sus bra zos hasta de jarlo tieso. Acto seguid o, el muy bru to desoll ó
al felino , y gua rdó la p iel, no com o trofeo, sino como oportuno comple mento de su red ucido vestuario. La iconog rafía rind e amplia cuenta de l atribut o característico del supe rhé roe : la cabe za y la p iel de l leó n. El símbolo mitoló gico d el h éro e que mata a la bestia d ebe analizarse con cuidad o y con la mente muy aleja da d e la maniqu ea pandemia audiovisual hollywoodie nse. Metafóricamente, no se trata de la destrucción del enemigo . El monstruo mitoló gico es un ser fantástico y simbólico. Y un símbolo no puede morir, simplemente se asimila, se vive, se incorp ora . Pongamos otro e jemplo : cuando Edip o resolvió e l enigma de la esfing e que custodiab a la s pue rtas de Tebas, esta desapa reció. La esfing e era e l enigma mismo. Y la respu esta al famoso acertijo e ra e l ho mbre , único an imal q ue al a manecer camina con cuatro p atas, al mediod ía con dos y con tres al atard ecer. Edipo es el hombre : la respu esta es él mismo. La temida esfing e pre guntaba por él. Años después, el rey t eban o buscó con d enu edo , para la liberación d e su ciudad , al a sesino de su p adre, protagonizando la o bra maestra d e Sófocles. Pero el crimina l que exigía el o ráculo re sultó ser él mismo, que años atrás dio muerte al rey Layo sin conocer su ide ntidad. La respue sta de Edip o vuelve a ser él. Después de su primer trabajo , Heracles es el nue vo león de Nemea. El hijo de Zeus a simila la dimensión solar, maje stuosa, masculin a, ex trovertida, s oberb ia, gen ero sa, violenta, energ ética y activa d el símbolo-león. Octavio Paz dice: «El monstruo es la pro yección del otro qu e me ha bita» . Heracles es el león , igu al qu e Teseo e s Asterión. Solo hay un medio para matar a los monstruo s: asumirlo s. Teseo , al «matar» simbólicamente al Mino tauro lo sublima y lo hace pro pio , dotándole d e perfección : el h íbrid o se transmuta así en un ser comple to e íntegro. Se ha pasado de la imperfección dual a la
perfección u nitaria; del vicio a la virt ud; de la culpa a la red ención; de la vergü enza al éx ito; de la oscuridad a la lu z. Teseo re nace con la muerte de l Mino tauro, y restablece un nuevo ord en en sí mismo, como hombre comple to. Igual q ue Edip o, la re spuesta al conflic to era él. Vencer al Mino tauro supon e alcanzar u na dimensión h umana más ple trascendie (jamás de La struyend o) todo el carácter simbólico delna, hombre -toro ando medio hacer. potencia, el vigo r, la fue rza, el impulso, la ex celencia d el símbolo fecundad or d el toro sagra do viven ahora e n el h ombre d e na tura leza plen a, y no h íbrid a; íntegra, y no frag mentada. Asterió n debe morir para que nazca un nuevo Teseo. En el h éro e, las dos mitades del monstruo se funden en una nueva condición humana . Asterió n vive en «el más allá del ho mbre , dentro de l hombre », citando de nuevo a Octavio Paz. Es el archigallus bau tizado en sang re; el re nacimien to del cosmos mitraico; la colum na viva de lo s viejos reyes de la Atlán tida . La muerte de Asterión es el e pisodio místico po r ex celencia d e la saga lab eríntica. Y estoy hab lando de un misticismo real, comple to, no idealizado. P or algú n error e n la p ropia p ercepc ión de nosotros mismos, solemos pla ntear la e xperiencia mística como un hecho ex ento de todo com ponente material o corpo ral: una espe cie de arre bato ilumina do como consecuencia de la abstracción mental y espirit ual, consecuencia a su vez de la negación de l cuerpo . Entendid o así, estamos ante lo que se con oce como «ascetismo»: vía trascend ente que considera el cuerp o como un mal lastre, una prisión d onde h abita el alma y de la q ue se tiene q ue libe rar a b ase de a bstinencia, negación y sacrificio. A veces inclu so a base de tortura física. Ya es momento de cambiar esa a ctitud, que hace de todo lo físico algo erró neo o poco elevado . Una cosa es purific ar e l cuerpo , y otra muy
diferente e s castiga rlo. Los cát aro s se equivocaban . Los órfic os tambié n: el cuerp o no es la cárcel de l alma. El cuerp o humano es el nuevo templo , levan tado al tercer d ía, como profetizó Jesús de Nazare t. «¿No sabéis qu e sois templo de Dios y que el espíritu de Dios ha bita en vosotros?», ex pre sa con clarid ad San Pablo en su tercera Carta a los por sulopharte, nos de el cuerp o como «la Corin bella tios. túnicaSan d elMacario, a lma». Otros an dicho d escribe otro modo: el cuerpo es el tron o del a lma. Imposible n o trae r a la memoria esas mara villosas imágenes románicas de l a Virgen Madre como tron o, litera lmente, del niñ o. O lo que es igu al: Isis como tron o de Horus (el símbolo je rog lífico de la Magna Mater eg ipcia e s precisamente el tron o). De nu evo María y el Arca de la Alian za: la materia pu rificada cap az de contener e l espíritu, en u na divin a simbio sis, un comple mento absolu to y pe rfecto, una plenitud, una unión de o pue stos. El Apocalipsis , que contrariam ente a lo q ue pien san todos los que no lo h an leído, es un libro que acaba bien , nos habla e n su despedid a de una Jerusalén celeste, es decir, una materia tras cendid a, perfeccion ada, habitada con ple nitud por la d imensión espirit ual, en u n cosmos ab solutamente estructura do y plen o: un cielo e n la Tierra , hecho de materia al fin y al cabo . El mismo cristianismo vaticina la resurrección de la carne. ¿No es el divino cuerpo de Cristo lo q ue se comparte en la mesa e ucarística? Platón nos hizo creer q ue el alma quiere h uir de la materia, y volver al mundo d e las idea s al qu e pertenece. La lect ura que hizo el cristianismo de lo s postula dos pla tónicos s e convirt ió en una de monización d el cuerp o, en a ras de libe rar a l alma de todo lo sensoria l, para a lcanzar su pe rfección. Si considera mos pern icioso al mundo sensible p ara la s cualida des del alma, el cuerpo se convierte entonces en sust ancia de desecho y
contene dor del pecado. De ahí a considerar lo carnal como a lgo vergon zoso o malign o, no hub o más un pa so. Menu da faen a no s hicieron los santos pad res de la Igles ia y su larga proge nie d e rep rimido s sex uales. Todavía vivimos con secu ela s de e sta pa ran oia ina dmisible. El sobre valorad o voto de cast ida d es una opción demasiado contada s almas iluminad as sondecapa ces de utilizar e narrie su psgada rop io ,bque eneficio. Para la e norme mayoría lo s que abrazan la abstinencia carnal, el esfuerzo es una condena o una tortura in humana, y como tal, un g rave p erju icio a la vida e spiritual. Las consecuencias de ne gar o considerar pe rjudici al a lgo q ue forma p arte de nuestra natura leza más ele mental son, sin duda, demole doras. No se puede neg ar una realidad sin que el result ado forzoso sea la creación d e un monstruo : una visión de formada y pe rversa de lo prohib ido, que, al no desaparecer (pue sto qu e ex iste), se degen era, se atrofia, s e vue lve oscuro y enfermo. Es Mino s quien crea al monstruo encerrándo lo, no Pasífae parién dolo. En su provocado r libro Matrimonio del cielo y del infierno , Willia m Blake e scribe : «El hombre no tiene un cuerpo distinto de su alma; el a sí llamado cuerp o es una porción de l alma qu e los cinco sentidos, prin cipales an tenas del alma en esta edad, perciben ». Si alma y cuerpo son tal vez u na misma cosa , el misticismo en estado puro debe tener un componente ab solutamente físico. No olvidemos que el la berinto de l héroe es el que se de spliega ada ptánd ose a las dim ensiones de su escala corp ora l, el que se recorr e en sus entrañ as físicas. Teseo camina d esnud o po r sus anillos concéntricos y desnudo asesina a la bestia. No es solo una metáfora . Lo corp ora l entra en e l jueg o de l arre bato transc endente de un modo ro tundo e impre scind ible. Y si no que se lo digan al corazón perforado d e Santa Teresa o a las llaga s
abiertas de Francisco de Asís. Somos seres de cuerpo pre sente, que debe estar en absolu ta sintonía con lo s muy diversos com ponentes de nuestra re alid ad multidimensional. N o caeré en la torpeza d e intentar nombra r los componentes de u n ser h umano, o d e enumera rlos: ya ex iste quien lo h ace usan do término s como «cuerpo físico», «cuerp o astral» demásestas clasificacion es de dudosa, «cuerpo acreditacetérico», ión . Por lo«pa gentrón eracetérico» l, los que yutilizan termino log ías ilustran estos mismos con ceptos con dib ujos muy feo s, que pre tend en d ar un a dimensión algo más real a sus delirios. Mal asunto esa m anía compulsiva de quere r catalo gar lo incataloga ble , nombra r lo in efable y rep resentar lo in visible. Acto de sobe rbia y de locura, que siempre está abocado al rid ículo o al fana tismo. Estamos he chos a imagen y semeja nza d e algo etern o, por e so tenemos infinitas pa rtes y componentes. Ponerles etiqu etas es vulgarizarlo s. Volcar n uestra voluntad y n uestro trab ajo en solo alg unos es torp e y mala política. El trab ajo espir itual sin su corre spon die nte trab ajo mental y emocion al, y por supu esto físico, genera una deficien cia. Y hablo de espíritu, mente, emoción y cuerpo porqu e entiendo que son términos asequibles y que todo hijo de vecino p uede compartir, aunque comprendo que tene mos mucho s más componentes en n uestra e sencia qu e ni po demos ni d ebemos no mbra r. Cualq uie r ex periencia mística, trascendente, supon e alcanzar un estado de plenitud con la Unida d, con lo más gran de y con lo más pequeño. Es participar po r un in stante de la sintonía ab soluta de l cosmos. «Con Él y en Él», pro nuncian inconscien tes tantos sacerd otes: la e xperien cia mística es una fusión, una asimilación d e la integrida d de n uestra rea lidad como símbolo de la integrida d de l universo; es descubrir el todo en la p arte, sin perde r la consciencia de l ser pa rte de
un todo . «El ho mbre supera infinitamente al ho mbre », escribe el g ran místico y poeta sufí Rumi. Puede parecer que hablamos de l misticismo como de algo reservado , prá cticamente ina lcanzable y ap to solo p ara unos pocos seres de luz, santos de votísimos o almas elegida s. De nuevo, error. Todos s. Con todacon segurid ad, todos tenido con y lo tendre somos mos eseeleinegido vitable d uelo la in finitud, conhelomos a bsoluto, más trascendente. Prue ba de ello son el nacimien to y la muerte. Alumbra miento y defunción tien en por necesida d algo de místico. Y hab lo en la d imensión fi siológica, pero lo ha go ex tensivo a la p sique, a la mente, al entendimien to, al corazón y, por supu esto, al espíritu. Estoy alu dien do a l proceso iniciát ico que transf orma a cualq uie r ser humano en u n ser nuevo. Hablo de las mil oportunidade s que nos rega la la vida p ara morir y nace r de nuevo e n una constante metamorfosis. Me refiero a lo s mil labe rintos a los qu e po demos acceder p ara efectuar ese a cto de crea ción, en cuyo centro se op era el g ran misterio . No se puede nacer sin morir pre viamente. Cambia r implica a sumir un a destrucción: algo tiene que dejar d e ser para da r paso a una nue va ex istencia. Aquello q ue ya no va a seguir siend o es lo qu e muere, y con su muerte posibilit a la a parición de lo nu evo. Por e so en la traged ia grieg a el héro e de be morir: no es un ind ividuo, es la alegoría de u n ord en d e ex istencia cadu co. Ese es el verd adero y único act o sacrificial. Y esta divina catarsis pa sa ind efectiblemente por la ex perienc ia de lo eterno. Teseo ya no era el mismo cuan do cayó al suelo a pla stado por e l cadáver d el Minotauro . Despué s, a todo s les costó re conocerle , por más qu e gritara: «¡Soy yo!». «Yo soy el q ue soy», fueron las pa lab ras de la zarza ardie nte ante Moisés, cuand o el desconcert ado patriarc a
pid ió a su dios qu e se id entificara. El ho mbre nuevo se sabe siempre más verda dero. Y, por último, deb emos de jar muy clara una idea: el cen tro n o permite ser ha bitado . El hé roe d ebe aba ndo nar el sant o lug ar con pre mura , una vez que el re lámpago d e lo d ivino ha ya atravesado su ser. El cora zónmde l espacio sagrad ede ser hog de dio ses, de locos o de onstruo s, que son lao ssolo trespu categorías a lasarque pueden acog erse los ge nio s del lu gar. Pero jamás sere s humanos. Allí, al recóndit o centro, deb e acudir nu estra raza de cuand o en cuan do p ara ex perimentar de modo fugaz la etern ida d, enfren tándose a la verd ad su misterio sa y trau mática natura leza h íbrid a, par a enseguid a abandonar el sitio. Quedarse es insopo rtable y altamente peligro so. El pre cio pue de ser la lo cura o la muerte. La vida de l ser hu mano se construye siempre , y ex clusivamente, en el espacio pro fano: allí don de se en cuentra con las de más pe rsonas y com parte con e llas sus dí as; allí donde come, donde du erme y trab aja , donde sueñ a, desea y obra; allí dond e transcurre su vida a pre ndien do a amar, en la tierra pro metida d e la eterna y fiel Ariad na.
Cuarta carta al héroe Querido Teseo: Hay un lug ar en e l interior de todo ser humano q ue n o le p ertenece. A llí te envío esta carta sin espe ran za alg una de que llegues a leerl a. No sé si saldr ás victorio so. Te pareces de masiad o a tu propio Minotauro y no sabrás cómo acabar con él. Siempre nos dijeron que h abía que venc er el miedo, que h abía que ser valientes. Mintiero n. Al mied o no se le vence jamá s: simpleme nte se le a ma. Dile al mon struo que ya es tard e, que ya pa só su tiempo, que deseas s er u n h ombre nuevo y en trégate a su mirad a. Tal vez así alcances miseri cordi a. Me asusta imag ina r cómo será e l último encue ntro. Si vences, por favor, no tard es en reg resar. No te de tengas ni un seg undo má s ante la a troz contempla ción. Muchos no han regresado po r hacerl o. Y cuand o estés de vuelta, no me cuen tes nad a. Recuerda que solo es verdad lo qu e no se dice. Suerte.
Ar iadna o el regreso Donde se habla d el hilo de Ariadna . La e spera. Lo in verso como apren dizaje. El espacio ha bitable. Regreso ha cia la luz. Ariad na y la espera nza. Reafirmac ión y reg reso a la Unida d. Ariad na y Dion isos: la unión de los opuest os.
«Yo sé bien que te acercas. Debía salirte al encuentro, preguntarte si vienes cansado del largo camino… Pero yo estoy mirando en las aguas el cielo, ya roto, mi imagen, ya rota, y temo que tú, así, comprendas que es rotos como hay que manos mirarnos, en nuestras, el tiempo, cayendo a otras quehuyendo no son las para ver la alegría madura y saber que el destino se cumple». JOSÉ H IERRO, « El recién llegado»
A
riadna , fiel al eterno f emenino , agu arda al héro e en la pue rta de l lab erin to, sola y en p ie. El tiempo siempre se de tien e para los qu e permanecen, y se vue lve de nso, pesado , sólid o. La p rincesa se siente como la re ina de Ítaca, en su espera in finita del n áufrago esposo. Penélo pe, anclada a su tela r, destejía de n oche lo que du ran te el día había urdid o, esclava de un ritmo vital y tirán ico que la gu ard ara duran te veinte año s del desalie nto. Artesana de la espera nza, entre sus dedos ágiles el hilo de la paciencia compactaba un tapiz imposible de d iseño mutante, a golpe de id as y venida s de la canilla e ntre la urdimbre.
Ariadna está quie ta, firme, rígid a como una esfing e. Se ha convertido e n la gua rdiana de la pu erta de salida. S us dedo s se aferran a l filamento bla nco qu e de sde su puñ o cerrad o vuela firme y tenso perd iéndo se en la oscuridad de la primera g alería de l laberinto. Le consuela pensar q ue el lig erísimo corde l la con ecta frágilmente con el héroene,mano, a cienteje tos de metros de inetrincada distancia. el que, huso como Penélop la u rdimbre pétreaEsd eTeseo lo s anillos concéntric os, enhebra ndo con cada n uevo paso las f alsas puertas, las rampas, los túnele s y pasadizos. Muerta la be stia, de shará la primoro sa tela d e a raña, en meticuloso orde n, punt o p or p unto, desanda ndo el ex acto camino , pisand o con rigo r cada un a de sus pro pias hu ellas. El hilo a segura la única t rayectoria: la que en su conjun to recorre lo s intestino s del ro mpecabe zas, el ra stro de Teseo , la suma de espacio s residua les en tre muro y muro y, por lo tanto, el ne gativo del d iseño de Déda lo. Si los muro s desapare cieran y que dara el h ilo de Ariad na nada más, este re velaría el traz ado del verda dero la berinto, y sus verdad era s leyes de composición . La le y del labe rinto lo advertí a: el camino d e reg reso ha d e ser el mismo que el d e id a, pero inverso. El lab erin to es un espacio in habitable. Ya lo hemos dicho: s olo los dio ses o los monstruo s pued en habitar un e spacio sagrad o. Jamás los hombre s, a ex cepción d e los locos. Y cuand o hablo de habitar, lo ha go desde e l significado pro fund o de la palab ra: habit ar es asunt o de hábitos, de costumbres, de d iná micas humanas, de pro yección en el espacio que da cobijo y hog ar. Ivan Illic h, lúcido y siem pre certero , nos recuerd a que habitar, arte ex clusivo de seres hu manos, es «imprimir e n el en torno la hu ella de la vida». E l hombre q ue hab ita conoce, recono ce, convive, construye y compre nde el pe dazo de mundo que le
ha sido otorga do y hace suyo. El espacio se convierte así en una ex tensión de su ser, sensible a los procesos del h abitante, y se hace susceptible, testigo y reflejo de su camino vital, con sus éx itos y fracaso s, penas y aleg rías. Habitar es, de este modo, materia de espa cios pro fanos, sujetos al ord en d e cia la nsagrad aturaleza ho mbre y, puntual, sus rutinas. La . Se ex perien a hay aldedevenir ser, pord elelcontrario ef ímera alimenta de lo e xtrao rdin ario y, por consiguien te, admite una pru dente frecuen cia, pero ja más una pro lon gada continu idad . El espacio sacro lleva la esencia h umana al límite de su con trad icción ex istencial, ex primien do sus posibilidad es, en u n marco de tensión insopo rtable, agotador y muy pe ligroso. Teseo jamás sintió tanta frag ilidad como en el in stante seg uido a dar muerte al Mino tauro. Permanecer un segun do más en a quel e spacio turb io y numino so hab ría supu esto la lo cura o la propia muerte. Despué s de a rder e n u n chispazo d e eternida d, el hombre n ecesita na cer, ser parid o, ex pulsado a u n un iverso line al y hab itable. Pued e que no sea Teseo q uien, s iguien do el hilo con sus manos, desanda el camino , sino Ariad na la q ue, tirand o con fuerza de su ex tremo, arrast ra a l hé roe a la salida. Ella, parturienta de un hombre naciente, es la a rtífice de l alu mbra mien to. Él, débil y bañ ado en sangre , es el in iciático ne onato, archigallus resc atado de la s profund idade s de la Tierra. Ariad na es la lu z y la vida: la resurre cción del ho mbre nuevo. Sus ojo s claro s y brilla ntes limpian al h éro e de su noche oscura , de su bajad a a los inf iernos. El hilo de la p rincesa es la u nión con la vida, el vínculo sutil y quebrad izo que nos permite continua r la ex istencia e n el mundo habitab le, supera do el tran ce de la metamorfosis. Al cruzar el umbra l de la salid a, Teseo se aferra lloroso al vien tre de la mujer,
abrazand o la ex istencia natural, la dimensión ha bitable de la rea lidad. En ese momento, ella es más diosa- madre que mujer-amante, y respon de a l ge sto con calma y tern ura . Ariad na es el amparo d e un nuevo ord en, el campo fértil y primaveral d onde la bra r un n uevo pre sente: la tierra prometida q ue mana leche y miel. Etern o femenino . de Ariadna era za, huirsedeconsume Cre ta y de su familia po seída la culpEla.deseo Ella, símbolo d e pure ahogada entre la s por sórdida s intriga s palaciega s. Sangra su a lma con la n ube de rep roches, puñaladas, sarcasmos, sospecha s y medias verda des que respira Cno sos. La corte hu ele a po drid o. Es el alien to de Asterión el que en venen a a todos de remord imien to, de d uda, de d esidia y pris ión . Desde e l na cimiento de l monstruo nadie volvió a sonreír c on el corazón en Creta. Una sombra veló todas las miradas, infectando los ojo s con humore s ácidos de amarg ura y resentimien to. La riqu eza se volvió ex ceso y la b elle za, máscara . Los días, viciad os y lentos, se repetían con una rutina b arroca. Lo e xótico se tornó vulgar, deg enera do y chusco. Ella sabía qu e aquel n o era su lu gar, que lo más significativo de su ser no p ertenecí a a aq uel hervidero infernal. Le gust aba sentirse como u na inadvert ida ex traña, una intrusa que , por error d el d estino, ugaba un papel en tre todos aq uellos títere s amorfos. El na cimien to de su hermano biforme la sorpren dió con po cos años, siendo aún muy niña. D esde entonces soñaba cada noche qu e sus pad res no eran en rea lida d su p adres, y que un reino muy distinto, lumino so y libre, le aguarda ba impaciente más allá del mar q ue cercaba la isla. En Creta se sentía tan p risionera como el mora dor de l lab erin to. Ariadna es la esperanza en m edio de la deg radación qu e se nie ga a cambia r. Hay una ine rcia enferm iza en e l ser hu mano que
hered amos de nu estro pad re Adán cuan do fue desped ido de l jardí n del Edén: la ob sesiva afición por conservar lo cad uco, por resist irno s con veh emencia a la tran sformación. Agarrarse a lo malo conocido, temero sos de lo bu eno por cono cer: pecado cap ital qu e imposibilita la ley un iversal d el cambio . La condición humana permite con ex cesiva facilidad lo desfasado perdu re sino razón e ser, macerandedolosu ine vitableque d escomposición, impid iend la puedsta en marcha nuevo. Y el cadá ver de lo a nticuado se ro dea entonces de u n ejé rcito de a ves de carroña que , en n ombre de una tradic ión inqu ebran table, se afanan p or salvagua rda r viejos us os, pulir preju icios, conservar mied os y repe tir ha sta la enfermedad erro res confi rmados po r un a eviden te infelicida d. Lo s ministros d e la trad ición, casposos, gordo s, calvos, se aferran a q ue todo pasado otorga identidad, pero olvidan que la vida es et erno present e. La lu z de Ariad na e s aquella qu e sobre vive milagro samente en medio d el a gua estancada y putrefacta. Es la cert eza d e la invalide z de lo obsoleto c uan do todos a su alrededo r defienden con u ñas y dient es lo contrario. P or e so Ariadn a es marg ina l, oje rosa, alérgica, pálida y desnutrida : es una supervivient e. Pero ese continen te flaco y desabrido es en verdad re licario d e u na fuerza lum inosa qu e e stalla en los ojos de la prin cesa. Los muertos en vida n o la compre nden y les resulta incómoda. Ariad na sue ña con e ncontrar el pa raíso pe rdid o donde brota la fuente de esa magnífica luz que la h abita y alimenta su pie l láctea, tersa, in macula da. Ella, como el alma en Platón y como el rabino galileo, s abe que su verdad ero rein o no es de est e mund o. Teseo no es su amor: es su medio para huir y su salvación . Le atrae d el h éro e su re solución, s u impertinen cia, su falta de escrúp ulos y su cará cter e mine ntemente activo. Ariadna, por el co ntrario , tiene la
pasividad d e qu ien viv e ag uan tand o, soport and o, esperan do, desean do. Una e nergía muy distinta al ímpetu vora z y a la impla cable ex troversión de l de Atena s. Pero a mbas energ ías deb en u nirse pa ra comple tar e l milagro . El camino de ida será masculin o. El de reg reso será femenin o. En esa justa unió n de opuestos se comple tará la metamorfosis. b aja dsolitario l Hades, pero gre sa (casi)Jasón con Eurídice, por inOrfeo tercesión e la muya femenina dio sarePerséfone. llega a la Cólquide liderand o un a mana da de machotes argoná uticos, pero reg resa a Yolcos de la m ano sensual y asesi na d e la a pabullan te Medea. Perseo marcha solito a de gollar a la Medusa, y en e l camino de vuelta salva a Andrómeda de ser mere ndada por e l monstruo marin o. Penélo pe, esposa y madr e, agu ard a con stante a Odiseo, cuy o viaje de reg reso e stá marcado por la fuer za femenina de Circe y de Calipso. El hogar de reg reso, el espa cio hab itable, es patrimonio de l símbolo femenino , por mucho que les escueza admitirlo a la s obsesivas mentalidades feministas más trasno chad as. El verdadero feminismo ha de ser el q ue re scata y valoriza las c ualidad es profunda s y ex trao rdin aria s de la mujer, y no e l qu e disfraza a muje res de hombre s, en p os de un a igua ldad supe rficial y grot esca qu e escond e el p eor d e los machismos. Femenino es el ho gar, como femenina fue la diosa que se veneró cuan do lo s seres humanos pasaron d e nó madas a seden tario s. Femenina s son las catedrale s góticas, las qu e lle van e n su no mbre a María, y que eran el símbolo mismo de la ciuda d, parad igma d e la comunida d que hab ita u n lu gar. Por p reservar su luz, Ariad na huye con Teseo, pero lo suyo no es vaga r. A la primera de cambio , es ab andonada por el muy cantamañana s, que opta por g astar e l resto de su vida mortal corriend o tras mil glo rias fallida s. Ella se queda. La imagen de Ariad na dormida
es un arq uetipo de la icon ografía clásic a y constata su caráct er e stable, constante, perp etuo, confiado . En la Roma antigua, era frecuen te que los rec ién de sposado s recibieran entre los regalos de b oda una figu rilla q ue rep resentaba a Eros do rmido , como amule to para conservar el am or en su rela ción. Ariad na d uerme po rqu e le espe ran muchos más altos pue stos trotamundos de medio pelo.que ser el p egote pere grin o de un h éro e Dionisos recoge y desposa a la d ama, que alcanza a sí categoría divina, c on con stelación e stelar p rop ia incluid a en la do te. La apoteosis de Ariad na confirma sus viejos sueño s de in fancia, ex plica su desarraigo crónico y la sit úa en el lug ar q ue de algún modo siempre supo q ue debía ocupa r. El cruel ab andono d e Teseo n o fue más que una etapa necesaria d e su ascenso al O limpo. El pe rsonaje de Ariad na es tan ro tundamente simbólico qu e trasciende su dimensión h umana en el p rop io rela to y hab ita su estado trascendente, metafísico. Santarcang eli d ice de la prin cesa: «Nada h umano le e s ajeno , y vive, sin embargo , en perpe tua rela ción con lo divino» . Vario s altare s fueron levant ado s en su hon or en la Antigüed ad, y fue objeto de pop ular venera ción por su pasad o mortal. Cualq uier d iosa venera da re sulta más acces ible cuand o acredita cond ición h umana en su currículum. Cuestión de facilitar la mímesis. Divina p ara los humanos y hu mana para lo s divino s, Ariad na siempre fue esa de ida d mixta, de do lor y ale gría, luces y som bra s. Estos ra sgos d uales, ambival entes, son distintivos de Dion isos, cuyo mismo nombre de nota dualida d: el na cido dos veces. Ariadna tambié n nace dos veces: en Cre ta como muje r, en Nax os como diosa. Homero quie re d eja r muy claro e ste aspecto de la cretense, y en la versión que escribe del mito, hace q ue la muchacha sea sacrif icada p or Artemisa en la isla de su aba ndono. Dion isos la
resucita lu ego de entre los muertos para convertirla e n biena venturada, y consagra su unión con una constelación en el firmamento: Aridela, Coro na Bore al o de Ariad na. La tesis se confirma. Dionisos f ue un dios con atribut os taur inos. Plutarco nos re cuerda que entre los helen os fue a dorad o con cabeza o cuernos de toro, y mucho s debicorn sus ap tanlaexmitolog plícitosía:como: , toro a cornudo, e, elativos etc. Iron son ías de por a cara yuda de r a toro da r muerte su hermano-toro, Ariad na acaba desposand o a un marid o-toro. El src en d e Dionisos, como dio s de la vegetación y de la fecund idad , debemos buscarlo en la Tracia de lo s órficos y en la Frigia d e la Magna Mater Cibe les. Dios subversiv o y ácrata, encaja ba mal en cualqu ier ord en establecido, incluido el olímpico. Nac ió dos veces: primero de una mortal, Sémele, quien muere chamuscada antes de culmina r la gestación, que Zeus, el p apá de la criatura , comple tará insertando el pre maturo fet o en su p iern a. Su seg undo nacimien to es ya divino. Como el de Ariadn a. Lo dionisí aco es el re verso tene broso de lo a políneo , segú n la inmortal d icotomía que defien den Plutarco, N ietzsche, Jung , Mann y Hesse, entre otros. Toda la saga mitológ ica de l lab erinto re zuma impulsos dion isíacos: Euro pa caba lga ndo al toro , Pasífae y su locura zoofílica, el terror de Mino s, la sen suali dad de Teseo , la complicid ad fratricida de Ariad na… Como en la vida misma, nad a ni na die escapa a su part e o scura, ni pu ede ex tinguir sus s ueñ os prohibid os, que pro lifera n sin tasa en lo s desvanes perd idos de l subconscien te, pese a estar cerrados con mil cerro jos. Dion isos tiene todas las lla ves, y a su paso la caja d e Pandora revien ta da ndo a lu z todos los mino taur os en la n oche d e la lo cura. No de bemos olvidar qu e tambié n este es un camino de trascendencia. Existe una espirit ualida d de lo org iástico, de
lo salvaj e y lo in stintivo tan potente y efectiva como la espir itualid ad apolínea d e la luz y la arm onía. Segura mente en la justa prop orción entre a mbas nace la más plen a experien cia trascendente. En nuestra Península Ibérica tuvimos ha ce mucho tiempo un gra n maestro de este equilibrio : se llamaba Prisciliano . Pero la in quisitiva her encia d e una moral castran impidvicio e a los hijo shay del catolicismo acercarn donde os a estas vías, ya te qunos e vemos d onde éx tasis y perversión hay parox ismo de la s fuerzas nat ura les. Sobre la ide ntificación del sex o con la culpa ni h abla mos. De la ceg uera n ace mied o, y este degenera con rap ide z en o dio y dest rucción : el gra n maestro de Iria, a la vez druid a y ob ispo, sacerdo te de la dio sa y siervo de Cristo, fue decapitado sin pie dad. El priscilian ismo no fue un a here jía, sino e l mayor logro espirit ual que ha parido nue stra tierra. Muchos s e sorprend en al estudiar que el archipop ular santuario de Apolo e n Delfos lo era también de Dionisos, que tomaba posesión de tan pre ciada cátedra d ura nte casi la mitad del añ o, mien tras su germánico álter eg o marchab a de visita hip erb óre a al p aís de lo s ario s. Las cariátides danzarina s que se conservan en e l museo d el santuario son las tíades , sacerd otisas del Dio nisos d élfico. En el tímpano del oeste del g ran templo de Delfos se esculp ió e l tiaso , liturg ia qu e reu nía a lo s fieles de l dio s. Delfos fue otro eje mplo inmortal de l de licado equ ilibrio de la polarida d dionisí aca-apolí nea . Cortázar, en Los reyes, inventa una A riad na d ionisíaca, encendid a de p asión po r su he rmanastro biforme, que de spierta en ella u na atracción sex ual salvaje e incestuosa. En el relato, la ard ien te doncella espera que sea Asterió n, y no Teseo, el q ue salga victorio so del labe rinto. Solo entonces pod rá e ntregarse a su infame deseo: ser poseída por el Minotauro . La tesis es fascina nte si sale de la p luma de
Cortázar, pero erró nea en mi op inió n. La prin cesa jamás tuvo madera de bacante. Deseó al toro -dios, jamás al monstruo mortal e incomple to. Ariad na y Dion isos simbolizan un a unión parad igmática de opuestos comple mentarios ele vado s a la categ oría de inmortale s. Ella, la p rud ente y espera nzada nie ta de l sol, la de los ojos lum ino sos, es el contrap e él, señoiniciado r de la s fuerzas pasionale divino deunto las ap poolíneo tenciasd ctónicas, en los misterio s des,latoro vida y de la muerte. Dicen que en sus místicos de sposor ios, el dio s-toro coronó a Ariad na con ramas de mirto, planta que pre viene la embria guez. Nunca d ebemos olvidar que el cosmos no es más qu e una posibilid ad del caos. El Eros de estos amantes tan contrari os continú a dormido.
Quinta carta al héroe Querido Teseo: Ya sé que no e ntiende s lo qu e te ha ocurrido en e l vientre d el lab erinto, pero ti ene s por d elante t odo un camino de vuelt a pa ra ello. S olo comprende el que regresa. Sabes que Ariadna te espe ra incon diciona l y su canto es el hilo que te muest ra la salid a. Pase lo q ue p ase, no lo sueltes y, sobre todo , no te quedes de ntro, ido , dueño de ning una pa rte. El Minotauro no necesita más duelo q ue tu propio nacimiento. El camino e s ahora un espejo de aqu el otro rec orrido que an duviste con tesón y galla rdía. Tú ya no ere s aquel pobre héroe. Te costará reconocer el reflejo inverso de tus propios pasos, pero están ahí, marcados a fuego sobre las losas de mármol. Poco imp orta ya: al volver a pisarlas, t us viejas huella s desapare cen, y pro nto no ha brá testimonio d e ti en el lab erin to. El hombre nuevo jamás t ien e pa sado. No temas: es la madre q uien empu ja con fuerza anima al feto en el alu mbramie nto. Déjate na cer. Y cuand o salg as, déjate que rer. Solo a sí se hab ita en nuestro mun do d e ag ua y de tierra . La luz es he rmosa aq uí fuera. Ya lo verás. Hasta entonces, sobre todo, no sueltes el hilo de la vida. Suerte.
EL CENTRO
L
o present ías cercano, pero un a curva ine sperada te ha alejado súbitamente de alcanzar e l centro d el la berinto. Es una falsa a larma: pro nto el camino desdice sus pasos y t e arroja a la última puerta del recorrido de id a. Al pasar ba jo su dintel est ás en la mora da d el Minotauro. Allí te aguarda , detenido, silen cioso, etern amente alerta. Una vez lleg ado al e spacio central, el e ncuen tro con Asterió n es inevitable. No hay salid a. No hay vuelta atrás. La primera sensació n es como un relámpago: limpio, certero y cega dor. Dura solo un instante. Un fragmento mínimo de tiempo absoluto. Ya está ante ti, Teseo. No lo habías advert ido . Al Minotauro nunca se le ve de lejos, en la distancia. Es el monstruo de lo inmediato, de lo etern amente presente. Una última vuelta cerra da y te lo has encontrado fren te a fren te, como cua ndo te miras ante un espe jo: tu misma imagen pero con rostro b estial. Mírate. Estupor y aliento aho gado. Su figu ra se dibu ja gra cias a la lu z tenue d e un d iminu to cand il de a ceite, en a lgún lug ar de l espacio. Su aspe cto es horrib le y fascinan te a un tiempo. Rotundo, muy verd adero . Estremece el a lma y el cuerpo . Está desnud o y es gig ante. El ab undan te vello negro de su cuerpo se hace más den so a la a ltura del torso, hasta convertirse en un tapiz de osc uridad en e l punto en e l que deja de ser hombre p ara con vertirse en toro. Un latigazo de sang re se dispara por todos tus miembro s al o ler su pr esen cia. El monstruo vomita su aullid o, voraz, metálico, inmenso, con ecos d e grávido lamento. Su grito ha ce desapare cer el tiempo, que ya n o existe. Ahora n o hay más que eternida d y sudor e n la s manos. Te ab ala nzas y golpe as descontrola damente a la bestia en una tormenta de puñetazos, patadas y codazos que se mezclan con tu grito de furia , y con u na
fuerza taurina q ue b rota desde tu int erio r como nu nca an tes hab ías ex perimentado. Estás poseído d e ra bia, de odio, de a nimalida d. Para tu sorpresa, el m onstruo no se de fien de. Te detien es, ex hausto, perple jo. Sangre de hombre -toro baña tus dedo s, tus piern as, tus manos toda s, tu cue rpo. Asterión sigue en pie, lastimado, y te observa desde unha a posición de jamás. incompre sosiego . Su mirad a te traspasa. Nadie te mirado así Es nsible la mirada de quien cono ce absolutamente todo sobre ti: tus mied os escond ido s, tus de seos pro hib ido s, tus flaquezas y tu mediocrid ad más ab errante. Pero tambié n tu luz, tu ex celencia, t u verdad . ¿Quié n es? Su mirad a cambia algo en ti. El instinto d e destrucción ya no hace mella en tu á nimo. Su mirada lo ha aniqu ilado y por prim era vez ent iende s que la bestia pide red ención. Ahora lo sa bes: el Minotauro quie re morir. Anhela su muerte. Solo q ueda u na o pción: te acercas al s er ex trao rdin ario y aprie tas su cuello b ravo en tre tus bra zos, con toda la fuerza de la q ue e res capaz, en un a bra zo absolu to y letal. Tiene s tanto mied o como se pu ede lleg ar a sentir. Tu corazón se d ispar a, fren ético, estalla ndo sus pulsacion es en cada centímetro d e tu cue rpo . O tal vez no sean las tuyas. Tal vez sean las de tu víctima. Estás tan cer ca de él, qu e por un instante alcanzas la a ngustiosa sensación d e convertirt e tambié n en un mino tauro. Toda la fuerza de tu cue rpo se concentra en tus bra zos, que , llenos de tensión, apriet an hasta la ex tenu ación el soberbio cuello d e la b estia, ex actamente en el lug ar fron terizo do nde sus dos esen cias, hombre y toro , se en cuen tran . El dolor de tus miembro s es insoport able. La bestia d evuelv e el ab razo en una fusión espe luznante. Tal vez te esté matando y no lo estás ad virtiendo. Tal vez este dolo r ex tremo que sientes ah ora en todo tu ser sea la m uerte. Una luz repe ntina, bla nca, cegad ora , impre gna el e spacio inf inito de
rea lida d. Los senti dos te abandonan. Y tambié n el pe nsamien to. Y hasta la pro pia con sciencia. T u volun tad y las fuerzas de tu cuerp o han llegado al límite. El último alien to del monstruo es titánico, sord o y de color ne gro . Caéis abra zados, como dos amantes conde nados a no despega rse nu nca jamás. Se ha colmado la unión atroz. Febril y den sa. Olor a vida . Olor muerte. Se ha derrumbaros tu roa stro impacta concon la sumado p ied ra dlael unión suelo ,imposible dura y . Al resbaladiza, abrien do una brecha e n tu mejilla. La bestia se ha desplomado , inerte, sobre ti. El cadá ver es colosal y p are ce qu e sin vida triplic a su p eso. Su in abarcable volumen te apla sta con tra la pie dra . Apartas la mole hacia un lado con en orme dificultad y respiras, por primera vez, aire n uevo. Todo es hú medo, cálid o y o scuro : el útero mismo de la Gran Diosa. S uena ahora tu alien to, acelerad o, fren ético, pro fanando el silencio in sonda ble y atemporal. Vuelve e l tiempo imagina rio. La g raveda d se impone. Brutal corpore ida d. Insopo rtable materia , que de tanto serlo metamorfosea en espíritu: espíritu de hombre n uevo, muerto el toro qu e lo h abitaba. Unión d e op uestos. Teseo es Asterión.
EL CAMINO DE REGRESO
E
4. La voz de la diosa
s tiempo de reg resar. Ponte en pie y empre nde el camino . Da igual lo a turd ido que estés. No intentes c ompre nde r: huye de todo ju icio. Tampoco escuche s demasiado tus sen timientos: escapa tambié n de tus emociones. En el primerísimo instante de tu concep ción, en el útero del lab erin to, ni tus pen samien tos ni tus emocione s son en rea lidad tuyos, sino de la bestia asesinad a qu e yace inerte s obre la p ied ra. Asterió n todavía tiene los ojos abie rtos que te observan d esorbitado s desde el otro lado de la vida. Su sangre derramada se ex tiende poco a poco, calentand o espesa las losas m armóre as de su gu arid a. No ha y tiempo que perde r. ¡Corre ! Corre para empezar a ser. Y sobre todo no mires atrás. Orfeohracia escató a su Eurídice muerte,Jamás pero vue la pelvas rdiótue rostro. n el camino la luz poesposa r de sobe decer lade la única condición q ue le fue impuesta en el Hade s: no volver la m irad a. En el libro d el Géne sis, al huir de la matanza de Sodoma y Gomorra, la muje r de L ot quedó convertida en e statua de sal po r girar su rost ro para contempla r el a troz apo calipsis de las urbe s depra vadas. No cometas tú el mismo error. Orfeo ya n unca pu do borrar de su mente la mirada perdid a de su espos a, que ara ñab a el aire con sus m ano s tendida s hacia é l mientras lentam ente una fuerza invis ible la a rrastrab a hacia atrás , hasta desvanecerse en la o scurid ad del ab ismo. Las rocas de la cavern a en el Hade s, como los oídos del poe ta, entonan a ún e l eco de su gemido lle no d e horro r y reproche . La muje r de L ot, milenio s después d e su metamorfosis, aún refleja e n su mirad a pétrea lo s gritos de las madres sodomitas que aprietan en sus pechos los c uerpo s crujientes de sus hijos calci nados por la ira de Yahvé. Las víscera s
salinas de la que contempló e l ho locausto alimentan a ún con su amarg ura la pestilencia d el mar Muerto. Sus lág rimas ni siqu iera pueden bro tar a nte tanto espanto. Hay cosas que ja más deb en ser contemplad as por un humano, pues trascien den la capa cidad d e nuestros ojos y los desangra n ha sta secarno s el alma. No quie ras gua rdar e n tuen retsu inaimagen e l cadáver de lo que fuiste oputrefacta te encerrarás eternamente habitando su carne y estéril. Agarra con fuerza el hilo b lan co que te resc ata y avanza ba jo su guía, seguro y firme. Con cad a paso qu e de s en dire cción con traria al centro del labe rinto recupe rará s nuevos brí os, nue vo alien to, nueva form a. Pron to volverás a ser algu ien . El camino de regre so es un ca mino femenino , de cono cimien to revelad o. Palmo a palmo del h ilo d e la vida, comenzarás a e scuchar voces qu e arroja rán más y más luz sobre los pa sos que estás deshaciendo e n el laberinto. Deja que pen etren e n ti sus palabra s. Los monumentale s blo ques de pie dra , desnudo s y sabios, son ah ora lo s que murmura n, musitan, confiesan, aclara n… Cierra los ojo s para escucha rlos mejo r. Camina ciego por e l laberinto. No temas: aprieta fuerte el h ilo e ntre tus manos y déj ate lle var po r él, como si fuera tu más fiel lazarillo. Es tiempo de comple tar la verdad.
lasurgió Gran Diosa Yo, Gaia , la MadreHabla Tierra , la que del caos prim ige nio para ser srcen y albergue d e la vida; l a qu e en gend ró de su materia virginal a Urano , el cielo, y lo con virtió e n su e tern o amante y pa dre de todas las criatura s; la qu e guardó con tormento en su fecund o vientre a los titanes, a los cíclope s y los gig antes de cien b razos y cincue nta cabezas ; la qu e forjó c on el fueg o de sus ent rañas la h oz de o ro qu e
otorgó e l pod er a Crono s, el pa rricida; la qu e sirvió de secret a cuna a su hijo Zeus, salvador d el u niverso y regu lad or d el cosmos; yo, la eterna n odr iza, la velada hechicera p rimord ial, la carne y el alm a de l pla neta que os sustenta y hace po sible vuest ra e xistencia, alzo de nuevo mi voz, hijos mortale s, para alimentaro s una vez más con mis palabras. Hablo a hora a lo s pocos hombre s y muje res que a ún son cap aces de escucharme. Hace ya de masiado s año s que os ha béis tran sformado en una raza ignora nte. Desde qu e aque l dios meno r os mode ló con el polvo de mi piel o scura , jamás he dejado de comunicarme con vosot ros, sangre de mi sangre , pero no siempre lo habéis advertido . La ceg uera de vuestra sobe rbia os impid e da ros cuenta de q ue, en d efinitiva, no sois más qu e una ex tensión d e mi na tura leza. Antes o de spués, necesitaré is acudir a mi llamada, que , a día de hoy, se de svanece solitaria e n el viento, entre la s molé culas de la atmósfera azul qu e me abraza. Pero el mío es un a mor d e madre, incondiciona l e in vulnera ble , y no deja ré ja más de ofrecéro slo, hijos míos. Nunca he d ejado de selecc ionar d e entre vosotros a los elegido s que pueden descifrar mis mensajes. Ese fue mi compro miso con vuestra estirpe . Ellos fueron , son y será n seres hu manos ilumina dos por la luz de mis misterio s, a quie nes otorg o el magnífico do n de la sen sibilidad para advertir mis manifestacione s. Ellos d escifran con astucia mis códigos hechos de a gua , de árbol, barro y arena. S on los sabios, pro fetas, vide ntes y sacerdo tisas que distingu en mi susurro en las cuevas, los manantiales, los bo sque s y las pie dra s. Mi piel metamórfica, cubierta de océan o y roca, est á cua jad a de accide ntes, cicatrices y relieves s obre los que os abro las puertas que cond ucen al centro mismo de mi vien tre, donde nacen todas las fuerzas de la materia . Es en
esos pun tos sagrad os de l suelo vivo que os sustenta donde mi alma se ele va y conect a con mis hermanos los ast ros, que danzan en frág il equilibrio cósmico, la música d e las esfera s. En esos luga res secretos de mi an atomía nace un a escala invisible de in finitos pelda ños que u ne todas las dimensiones de lo crea do, desde mi seno hasta la s estrella s. Por ella a scien mis ded hasta l rostro rmoso y frío de Urano , mi graden n amor, queos,aún lloraacariciar solitarioesu bru talhecastración, desterra do e n el e xtremo infinit o de l universo. En la d ivina po sibilidad de nuestro con tacto furtivo reside el e nigma de la Creación: el secret o de la ún ica materia p rimigenia y el regreso an helad o a la Unidad. Yo os lo he re velado . Es por ello que únicamente en los lug are s habitados con la magia telúrica d e mis víscera s ígneas pod éis los hombre s catar la in mortalidad , al ver p or u n seg und o mi rostro enamora do q ue a lza la mirad a a la le jan a bó veda celest e. Solo entonces, como ecos de mi tran ce, sois capaces de ex perimentar con vuestro cue rpo , vuestra mente y vue stra alma, los límites de la vida y de la muerte. Allí, en los recó nditos pa rajes de mi epifanía, los ele gidos han señ ala do mi cuerp o y os ha n traído a mi pre sencia. Allí, en valles y pro montorios, en p layas, acan tilados, cuevas y pra deras, los ho mbres habéis tatuado mi anatomía alzand o megalitos, elevand o menhire s, oscuro s dólmenes y colosa les círculo s de pie dra . Todo con tal de jamás olvidar lo s lug are s que custodian la s ex pre siones de m i alma entreg ada al Eros primord ial. En ellos siempre bro ta el ag ua más pu ra, que es la sang re y el cauda l vivo de mi intelige ncia. En ellos mi voz se cobija a l amparo d e un árbo l rey, altivo y org ullo so, que atraviesa viole nto mis entrañ as con sus raí ces para ascend er con su s ramas en una noble conqu ista vertical de los rayos solare s. Pero casi siempre , en esos venera dos lugar es, mi mora da se esconde en la h úmeda
oscurid ad de una sima in accesible, y solo allí, en el e co de las estala ctitas, musitan mis labi os cancio nes de e tern ida d. Desde mis lugare s de pod er hab lé en el pasado a sibilas , pro fetisas, viden tes y zaho ríes. Alimenté los tran ces convulsivos de la pitonisa de Delfos y produje la sabidu ría arcana de la ho rrible hechicera d ecele Cumas, y amarg gu ard ian aromerías de la pu erta a los infiern os. Se brarosolitaria n en torn o a misasantuarios y festejos, rituales de vida y fertilidad, dan zas bacanale s y gozosas pereg rina ciones n octurn as. Acudíais todos a mis mora das para curar vuestras enferm edades con la s agu as de mis pozos, los ba rros de mi sudo r y los e lix ires destilad os de mis pla ntas más insólitas. Yo os hice compre nder qu e las enferm edades de vuest ros cuer pos lo era n ciertamente de vue stras almas, y que solo e n la íntegra con templa ción de vuestra comple ja n aturaleza e ncontrarí ais sanación. Pero los megalitos qu e colo caron mis fieles sacerdo tes para seña lar mi pre sencia fue ron pron to sustituid os po r templo s macizos, después po r iglesias eleg antes y más tard e por sobe rbia s catedrale s. Y tanta ha sido vuestra n ecesidad de ala rde ante vosotros mismos qu e, con el pa so de los s iglo s, ign ora da la sabidu ría de mis ele gid os, ya no sabé is por q ué vuestras magníficas obr as tien en sus cimien tos en lugare s tan seña lados de mi cuerpo. A ún no he descubierto en qué punto de la h istoria comenzó vuestro ab struso d istanciamiento. Todavía no habéis compre ndido, hijos m íos, que alejaro s de mí es ha cerlo d e vosotros mismos. La gruta n atural e n la que os hab laba antaño se trans formó con vuestra técnica e n cripta aboveda da de firmes sillares. E l sobe rbio árb ol re y se re dujo a una fina escultura po licromada. El manantial, aún vivo, yace sepultado b ajo e normes losas de piedra en algún pun to
ind etermina do del pa vimento de toda s las catedrale s. Mi vago recuerd o entre vosotros se limita a la p osible in spiración q ue pro duce e l rostro oscuro d e un a talla d e muje r, que guard áis con ven era ción en vue stros incómodos altares. Llamáis a la imagen María, pero en rea lida d soy yo. Otros me han bautizad o con nombres como Isis, Innana, Ishtar, Astarté, Artemisa, Proserpina, Cibeles, Tiamat, Freija, Dana , Ninhursag, Mahimata,Deméter, Durga, Kali, Pachamama… Siempre fuisteis muy pró dig os en imagina ción, y he d e confes ar qu e en o casion es incluso lleg ué a re conocerme en a lgú n sembla nte de las imágenes portadora s de todo s esos nombre s. Debo ser todas ella s a la vez, y ning una. ¡Qué iron ía! ¡Como si toda m i esen cia cupiera en un muñeco d e madera , pie dra o metal! ¡Como si yo n ecesitara templo s que nacen d e mi prop ia carne! Pero no me quejo. Respeto vuestro cam ino , vuestros erro res y vuestra torp e in gra titud. Hubo un tiempo en que a mis elegid os los llam asteis dru ida s. Duran te una larga sucesión d e siglos f elices, los dru idas fueron mis más fiele s sacerdo tes y supiero n guarda r con celo y muy bu en pro vecho lo s más íntimos secretos que jamás he revel ado a los mortales. Los mejor es de entre todo s los druid as solían reu nirse e n la leg endaria Beauce, o «Tierra d e los Santos», donde mora ban las tribus de los carnut os, o «gua rdiane s de la p iedra» , en e l coraz ón verde d el p edazo de mi tierra que lla maro n Galia Lu gdunense. Allí tuve una de mis más po derosas mora das para los ho mbre s, pro tegida por la inex pug nable muralla de los espes os bosques de robles milenarios, aguerrid os y feroces, que me ser vían de impertérritos custodios. En determina das noches, mis pred ilectos hechicero s formaban enormes círculos hum anos en el viejo cerro, en torno a un primitivo do lmen que cientos de g ene racione s atrás hab ían levant ado sus antepasados
siguien do también mi mand ato. La ex trao rdin aria construcción alberg aba en su interior un pozo na tural de l que mana ba mi sang re inmaculad a y transpare nte. Esto solo ocurría en las no ches señala das por los ast ros adecuados, cuando la lu na llena corona ba e l albor de la primavera o el ocaso est ival se c omple taba bajo la constela ción de la Virge en formaestancia de agua pa clara re bosaba grie tan.deEntonces mi pie l, emiinesencia undab avit la almegalítica ra festejo y la devoción de mis iniciados. El astro lu nar siempre ha eje rcido u na potente activación de mis sentimien tos más profun dos. Bajo el n ombre de Belin, mis druida s alaba ban también a Uran o, mi ún ico y verdad ero amor, al q ue le conferí an la ap arie ncia de un carnero o, en su defect o, de un hombre con en ormes cuerno s pla teados. A mí me llamaban Belisana , o Carmelle, «la portado ra de la pie dra », y celebra ban mi virginal fecund ación p or e l espíritu in material de Belin en las mágicas noches de lo s equin occios. El cerro sagra do en el bo sque de los carnutos , sobre el q ue se construyó el venera ble dolmen, fue duran te siglos el m ayor centro de p ere grin ación d e la civilización que, tiempo despué s, los ro manos llamaro n celta. La fuerza de mi manifestación e n aquel p ara je e xcepciona l se trad ucía tambié n en la abu nda nte pre sencia de serpientes que surgían d e mi seno por todas partes , e incluso t rep aban con a gilida d po r los negro s tron cos de los árboles que protegí an el sagrado promontorio. La profus ión d e sierpes h a sido siempre una importante señal para detectar mi pre sencia y en clavar mis santuarios. La serpien te, mi animal por ex celencia, se arrast ra sinuo sa sobre mi cuerpo , acariciand o la p ied ra o surcando la hie rba , par a ocultars e veloz y pre cisa en los resquicios de mis grie tas. Entonces, el a nimal regresa a mi útero primordial, don de se impregna de mi energ ía, se fund e con mi esen cia y absorb e mi más
oculta sabid uría. Por e so doté a e se ben dito animal d e un elix ir mágico que gu ard a en sus fauces y que pu ede otorgar tanto la v ida como la muerte. No tard é en re velar su ciencia a mis eleg ido s, que pron to supiero n que todo el vene no de mis serp ientes podía ser t ambién utilizado como antídoto o medicina con tra la s enfermedades. Uno d e mis resnas sacerd osebrillan lla marteAsclepi o, fundó en lasa la tierramejo s leja de laotes, Argóhaciénd lida e l más santuario d edicado sanación de los ho mbre s. Permitió in cluso que los pe reg rino s, que acudían a millones en busca de curación, le rindieran hon ores divinos . Su símbolo fue sie mpre la vara de madera de roble y mi serpi ente enrosc ada en e lla. Dicen q ue e n las est ancias don de p asaban la noche los convalecientes , decenas de sierpe s deambulaba n libre mente po r el suelo . Aún h oy dibu jáis a mi sagrad o re ptil en los letreros que anuncian los pue stos don de comerciáis c on remedios curativos. Y segu ís sin sab er por qué. Los druid as carnu tos vieron en mis serp ien tes la manifestación de mi voluntad y las adora ron b ajo e l nombre d e woivre . Supiero n que n o eran más que advert encias que an unciaban la presencia subt erráne a de importantes corrie ntes telú ricas, de cambio s bru scos del magnetismo de mis rocas, de auténticos ríos energ éticos que hacían bro tar en mi pie l las mejores mara villas d e mis frutos veg etale s. Todos estos movimien tos interno s generad os por mi pulsación vital, por lo s latido s trau máticos de mis víscera s de fuego, alimentaro n la metáfora d e los dra gones, de las tarascas y melu sinas, como cria tura s fantásticas qu e vivían en mi seno y gua rda ban mi ide ntidad. La mitolo gía un iversal se hizo eco d e toda s aque llas best ias. Para mis druida s sigu iero n siend o sencillamente woivre . Una maña na d e verano sorprend í a un joven apren diz de druida
tallando con una p equ eña h oz la tierna made ra de u n tronco de pe ral. El mucha cho, pe lirro jo y barbilampiñ o, era artista: sabía tran sformar mi materia pa ra d otarla de nuevos sign ificados. Al principio no supe q ué forma qu ería el joven rescat ar de aquel made ro. Con e l paso de las horas, según la hie rba se iba cubrien do d e virutas, vi surg ir la siluet a desdibuja da dcióe losuqrostro, ue p arey más cía untard a figu mana. r. Luego ap are e unraahu suave ex Era pre un sióna muje reflejada en él. El muchacho no detuvo e n nin gún momento su labo r, concienzudo y absorto en lo q ue con siderab a una alta misión. Perfiló con un a pe queña na vaja las arist as y los plieg ues, frotó toda la superf icie de la ob ra con u na p iedra seca hast a conseguir un a tex tura amable y tersa. El resultado fue deslumbra nte. La imagen virtuosa mostraba a un a hembra encinta, con la s manos sobre su vientre cóncavo y los pechos he nchido s de vida. Estaba sentada sob re lo q ue parecía una roca, con las piern as medio ab iertas y la mirada perdid a en e l infinito. Tras su cabeza sobresalían do s pequ eños cuerno s que no eran sino los ex tremos de u na oculta lun a creciente s obre la qu e descansaba. Su mele na se de rramaba por encima de sus hombro s y cubría gran parte de su an atomía, hasta tocar el sue lo. Entre sus pies se deslizaba con sensualid ad y armonía una enorme serp ien te. El muchacho con templó su ob ra y pron unció solo u na p ala bra : woivre . Esa misma noche, los v iejos e nnegrecieron la talla con e l humo de una p equeña hoguera en la qu e hab ían arrojado h ierbas secas, musgo s y plantas aro máticas, cuyas esencia s pen etraro n para siempre en la carne vegetal de la pre ciosa escultura . Entonces fue cuand o el dru ida más anciano tomó la imagen y gra bó sob re su ba se una inscripción . Aquella no era costumbre de los magos celtas. Siempre hab ían d espreci ado el arte de la escritura q ue traían los pueblo s
invasores, pues solo creían e n la dimensión d ivina d e la tran smisión ora l. Pero sabían qu e el fin d e su civilización no e staba lejo s. Las leg ione s romanas eran demasiada s y superio res en fuerza, en medios y en estrategia. S u universo de natura leza y magia tenía los días contados, y por eso trat aro n de perpe tuar su sabiduría. Fue curiosamente in vasor, el id ioma eleg ido para la inscripción e nella latín, negralengu figuraa.del Con mano temblo rosa y poca d estreza, ante lo s ojos aba tido s de su comunida d, aque l vetusto sacerdo te de la dio sa escribió: VIRGINEPARITURAE. La virgen q ue parirá. Aque l acto fue a la vez una rendición y una esperanza; una traición y un elogio ; un p ecado y una salvac ión . La víspera d el día final e ntregab a así el sacerd ote a la eternida d la síntesis de todo s los misterio s de su re ligión en a quella h umilde image n, para qu e tal vez el en emigo viera e n ella una luz y el sagrad o culto a la dio sa sobreviviera . Un a mbicioso y brilla nte ge neral r omano, de nombre Julio César , fue e l primero e n escribir aque llo de q ue « los druidas t enían un lu gar de re unión en u n pa raje de l bosque carnuto», en sus c élebre s escritos sobre la conqu ista de la s Galia s. Solo a través del leg ado literario d e aquellos sangrie ntos invasores que se esf orzaron con singu lar denuedo en e xting uir la cult ura d ruídica, conocéis hoy los hombre s las pocas cosas de mis pred ilectos ad ora dores. Ya no re cuerdo qué insulso legio nario en tró po r primera vez en e l dolmen d e los carn utos después de la matanza. Debió de bebe r sin rev erencia algu na del agua sagra da d e mi pozo pa ra satisfacer su ordina ria ne cesida d o tal vez limpió con e lla sus manos manchad as de sang re. Segura mente entonces se topó con la imagen de madera de p era l, perfumada y oscura , que po rtaba una inscripción la tina e n la base. Tal vez la pisó. Tal vez se tropezó con e lla. La imagen q uedó dañada p ara siempre .
Salió raudo del antro el legionario pa ra ex hibir su i nesperad o tesoro ante sus pro saicos compañ ero s, que jug aban d ivertido s a de speda zar con sus armas los cientos de serpie ntes que bro taban ex citadas de todo s los rincones de aque l ex traño para je. Aque llos hombres eran demasiado ign ora ntes como para iden tificar en la imagen una dio sa conocida y mucho menos fueron capaces de e ntende r el texron to. por ello Simple mente iden tificaron los caract ere s latinos y considera a la talla digna de no arder e n la hog uera que habrí a de calent arles esa no che. Al ver la imagen, el centurión , confundido por la e xtrañ a icono gra fía y todavía más de sconcertado por la misteriosa in scripción en su prop ia len gua la tina, dud ó si se trataba de Venus, de Cibele s o incluso de Proserpin a. En ningú n momento pron unció Gaia. Fuera cual fuera el nombre d e la d ivinidad hallada , demostraba q ue a que l era un lug ar de culto, y como tal, hab ía no solo q ue respetarlo, s ino tambié n aprovecharl o, como dictaminó e l correspo ndien te tribuno. Roma siempre fue más práctica qu e trascend ente. El latín salvó a la virg en neg ra de los carnutos . Tuvo qu e ser la t eolo gía cristiana que divulg ó el imperio la q ue siglos despué s arrojara luz sobre e l críptico mensaje de la talla druídic a. Para sorpresa d e todos, «la virgen que habrá de parir» se ada ptaba como un guante a la concepción ex traordina ria de Cristo en el seno de la Virgen María, por o bra d e lo q ue la nueva religión llamaba Espíritu Santo. El milagro estaba servido : ¿cómo era posible que años antes del mismo nacimien to de Cristo, alg ún pro feta iluminado de la Galia más paga na representara a la nazarena Madre de Dios? El fenomenal suceso f ue interpretado como providen cial pa ra consolida r la cristian ización d e aq uella s tierra s, aunque, a de cir verdad, el univers o ro mano nunca d ebió de sorpren derse de masiado
de e sta falsa no vedad teoló gica. El arqu etipo de la casta do ncella qu e se qued a preñad a sin conocer v arón era p ara Roma una importac ión orie ntal de lo s antiguo s cultos persas, en los que se relataba que Mitra, hombre -dio s, nació de una virgen . Para más datos, lo h izo en torno al solsticio d e invierno, f ue ado rado por pastores en una cueva, donde bro un manantial, cerca de e selas cuajó de bajas frutos.del La religtaba ión mitraica se ex tendió conunra árb pid ol ezqu entre c lases imperio con u n éx ito asombro so, facilitand o, iróni camente, el posterior triunfo d el cristianismo. En la tierra d e los carnut os aque lla idea recurrent e de la inmaculad a concep ción se correspon día con mi antigua advocación d e Belisana , fecund ada de modo virgina l po r el espírit u del astado Belin . Todos mis ele gid os a lo larg o y ancho de l plan eta han sab ido can tar la virtud de mi fecun did ad primord ial a través de metáforas semeja ntes. ¿No era yo misma la que desde mi soled ad engendré a mi amado Urano ? ¿Y no fue po r su inspiración, etérea e incorpo ral, que pa rí a todas las criaturas qu e me habitan? Todo era lo mismo y, sin embargo , cada religión , cada cult ura y cada Iglesia se af anó en defender la ex clusividad de su interpre tación. ¡Qué torpe s podéis lleg ar a ser los hombres! Vario s templos crist iano s se sucediero n sobre el cerro d el bosque de los carn utos. Los incendio s y las incursiones de los vikingos, adora dores de Odín, arra saron pe riód icamente el sagrad o ed ificio de turn o, que volvía a ren acer a l po co tiempo, cada vez con mayores dimensiones. Y la creciente riqu eza de la fábrica se correspon día en cada nueva con strucción co n la importancia p olítica de l sumo sacerd ote de l templo , cuya mitra y bá culo también crecían e n oro, orn amento y suntuosidad. En torno a la iglesia e piscopal ya se ha bía
formado un a pe que ña p oblación a la q ue todos llam aban Cha rtres. El tiempo fue cambia ndo el a specto de la talla de madera de p era l. Tambié n su d esconocido nombre : ahora la lla maban «Nue stra Señora de bajo tierra». La inscripci ón latina ya no se le ía a sus pies. La desnude z de la h embra fue cubrién dose pau latinamente con mantos, túnicas y velos como e un enfermizo pu dor ciente . que hacía de vue stracon carnsecuencia e, y por lod tanto la mía, materia d enapecado Algú n artista obedie nte comple tó la imagen de la d ama colocan do un niño entre sus brazos y una corona e n su cabeza, que o cultó para siempre la sutil presencia d el a stro lu nar. El niñ o, oron do y con cara d e viejo , le qu itaba clara mente el protagonismo a la muje r. No me importó demasiado. Los pereg rinos jam ás dejaron de llegar a mi morada para beb er de la s agua s curativas del que ahora lla maban « Pozo de lo s Fuertes» y que seguía ab ierto en la cripta de l templo . Algu nos de lo s camina ntes era n descendie ntes leja nos de lo s druida s carn utos. Temero sos de la eviden te in tran sigencia in stituciona l, jamás confes aban a nadie su herético linaje . Cumplían con corrección los ritos y liturg ias qu e la católica sede catedralicia dict aba , si bien musitaban palabra s en u n idio ma inin teligib le cuand o na die le s escuchab a. Su sangr e bu llía de modo espe cial cuando, estremecidos, ora ban duran te larg as hora s nocturn as en la cripta. Se da ban cita en los eq uino ccios para presenciar la inundación de l subterráneo, que los c anó nigos considera ban acciden tal. Sonreían con complicidad siempre que, entre el po zo y el altar de la virge n ne gra , sorpren dían el tránsit o fugaz y silencios o de un a pequ eña serpien te. Cerraba n en tonces los ojos y rep etían e n voz baja : woivre . Pron to, uno de los insigne s obispos de la todaví a discreta
catedral lleg ó a ser canonizado p or Roma: se lla mó San L ubino , y aunque casi nad ie lo supo , tambié n po r él corrí a sang re dru ida . Por eso se apre suraron a llevarle a los alt ares, para no levant ar sospec has y normalizar sus t urb ios milag ros de hechicero pagano. Su sep ulcro fue colocado en la cripta c atedralicia, m uy cerca de la imagen de la virgen negra . Mien tras la al h eré re cupera ba cada vez más suhasta sangrquee dru ídica, la catedr de tica arribcript a gaanaba e n fama y reputación, se convirtió p eligro samente en pu nto de a tención de los reyes f ran cos. Uno de ellos, nieto del g ran Carlomagn o, tocayo de su a bue lo y como él emperad or g ermánico, pre sidió en una ocasión la más ex trañ a ceremonia q ue ha conocido Chartres. Era u na misa de consagra ción de la n ueva catedral, reconst ruid a tras una razia vik ing a. El de voto monarca qu iso agasaja r la sede ep iscopal ha ciendo e ntrega al tem plo de u na b end ita reliquia que acredit ara a la nu eva catedral com o el primerísimo lu gar de culto a María en todo el imperio. La r eliqu ia e n cuestión h abía sido u n re galo qu e la e mper atriz de Bizancio, la legen daria Irene de Atena s, hab ía e ntregad o a Carlomagno duran te las neg ociaciones de sus bodas con el e mperad or. El an siado matrimonio que hub iera unido los imperios de Orien te y Occidente, reconstruyend o así el g lorio so pasado de Roma y cambia ndo para siempre la historia, jamás tuvo lu gar. Pero la re liqu ia, obseq uio dip lomático en forma de dote nup cial, viajó de Constantino pla a Aquisgrán y de ahí a Notre Dame de Cha rtres. Cuan do, en medio d e la maje stuosa ceremonia, el re y Carlos II sacó el p recia do tesoro de su arca re licario, se escuchó u n podero so rumor e n la catedral. El venerable objeto no era más que un gran trozo de pañ o amarillent o, arruga do y húmedo, que el rey de splegó en toda su magn itud ante la chusma en ard ecida qu e pla gab a el templo. El obispo e xplicó que
aquella san ta tela era la mismísima pre nda que la Virgen María ha bía portado en el momento del n acimien to de Cristo, en la cueva pe rdid a de Belén de Judá, ochocien tos setenta y seis añ os atrás. Se oyeron ala rido s de d evoción. Los carden ales y obispos inv itados se santiguaro n ap retand o los ojos y lanzaron pró digas alaba nzas. Nobleza, clerecía y pu eblo llanoentre continuaron un gos. a largEna secuencia de fervor osas manifestaciones, lágrimascon y aho medio de semeja nte éx tasis comunitario , el re y alzó la p ren da, e hizo en treg a oficial d e la misma al ob ispo de Chartres, el cual, en u na encendid a homilía, no tardó en pro clamar a su sede episcopal como pala cio terre stre d e la reina del cielo, y el lu gar de culto maria no más alto de Occiden te. Tuvieron a bien llamar a la pre nda «Santa Camisa», y cometieron e l error d e ex hibirla en la capilla mayor de l templo , donde los pere grin os comenzaron a lleg ar a miles para postrarse an te semeja nte mara villa. El re y Carlos, poco de spués, fue apo dado el Calvo por tonsurar su cráne o como seña l de sumisión a la autorid ad de la Iglesia de Rom a. Ni un o solo d e los asis tentes a aq uella reg ia pan tomima b ajó a que l día a la cripta de la virgen neg ra. Yo no daba créd ito. ¿Qué tenía que ver aq uel trap o con migo ? ¿De dó nde venía ese obje to usurp ador y mentiroso? ¿Qué lu gar dejab a pa ra mi sagrad o culto? Podía consen tir qu e me adorara is a través de una imagen negra de mujer encinta, que me sustituyerais po r aqu ella ide a univers al qu e parieron mis buenos druida s. Pero ¿por una camisa? Mi inquietud fue en aumento: ¿qué malformación en vue stra sensib ilidad os lle vó a confun dir a María, mi más hermosa metáfora, con una re ina en el cielo ? Ahora e ntendía la metamorfosis de mi representac ión e n la talla: aquella corona y el niño con cara d e viejo.
Estabais arra ncand o a María de mis entrañas pa ra catapultarla a las estrellas, inventan do su fantástico re ina do celestial. Hicisteis de María una consorte c rística, una virgen bla nca, para colocarla ju nto al lumino so y masculino Padre en lo más alto de la b óveda celeste. La enfermiza teolog ía de vue stros falsos erud itos os hizo cree r qu e había que elevar la m irada al cielo pa do ra evuestros ncontrarse la divinidad. desde en tonces seguís volvien ojo cs on a las nub es, al Ya ire y a los astros cuando rezáis, sin percat aro s de que es el suelo qu e os sustenta vuestra mejo r y más efectiva vía trasc endente. Soy yo la que puede hacer vola r más alto vuest ra alma. ¿A qué en tonces coro nar una rein a celeste? Si la Gran Madre de Dios ya no habitaba la Tierra…, ¿quién e ra yo para vosot ros? La traición y la fama de la Santa Camisa pro speraro n y los nu evos pereg rino s bajaro n cada vez c on meno s frecuen cia a la cript a, al po zo y a la virgen neg ra, que dán dose arrodillado s ante aquel lien zo custodiad o en una urn a de oro y cristal. Por supu esto, los habitantes de la villa no duda ron e n sacar t ajada comercial de la in signe antigüe dad, qu e fue un reclamo turístico de primera magn itud, y pronto los alreded ores de la p eque ña catedral fueron tomado s por mesones, alb erg ues, casas de pereg rino s, hospitale s, tiend as y demás establecimientos a f avor de una visita obliga da a la r eliqu ia, avala da por la misma re ale za. Yo me in dig né y decidí abandonar aq uel lug ar pervertido, neg ando a aquellos hombre s mi pre sencia gen ero sa. Al fin y al cabo, s eguía hab iend o millone s de p ara jes en mi geo gra fía do nde continu ar manifestando mi esen cia. Como con secuen cia, el Pozo d e los Sabios no volvió a m anar ag ua e n los equ ino ccios. Solo lo s hered ero s de los druid as advirt iero n mi hu ida del cerro d e lo s carn utos. Se lamentaro n y lloraro n mi ausen cia. Pero no se d ieron por vencidos y
comenzaron a tramar secretamente mi regre so. Fue un hombre brilla nte, de nombre Fulberto, quien , como el Bautista, allan ó las senda s con la mejor astucia p ara mi retorno al cerro carnuto. Formado en las escuelas catedralicias de Re ims, Fulbe rto lleg ó a Chartres c on la firme in tención d e transformar la pró spera villa episcopal el centro de ado estudios másble impor tante de Francia. Yd elo consiguió .eEln qu e fue llam «venera Sócrates detoda la a cademia Chartres» c oncibió y reda ctó una novedosísima liturgia e n torno a la figu ra d e María, y con ella rea ctivó el valo r teológ ico de la Magna Mater de los cristiano s, en la a ntigua mora da de la Magna Mater de los paganos. Fulberto siem pre supo cuál e ra e l suelo q ue pisaba . Él fue tambié n uno de mis eleg ido s. El sabio clérigo, pro fesor d e medicina e introduct or d el a strola bio en Euro pa, era perfectamente con sciente d e que e ra yo quie n estaba d etrás de todo lo que h abía oc urrido en a que l lug ar p rivilegiad o, y en mi no mbre purificó mi ho gar p ara pre parar mi retorno. Fulberto llegó a ser o bispo, y la Escuela d e Cha rtres el centro de estudios cient íficos y humanistas qu e in spiró la creación d e lo que siglos despu és serían las gra nde s universidad es. Yo siempre he amado los cent ros de e rud ición, y no he d eja do ja más de ale ntar con mi presen cia los benditos luga res don de lo s hombre s os hab éis entreg ado al conocimien to. Fue vuestra sed de sabidu ría la que me hizo reg resar a Chartres. Poco me importaba ya la camisa; tampoco la virgen n egra. El pozo volvió a m anar a gua fresca, pero con u na pru dente mesura. Fulb erto lo compro bó y sintió la sat isfacción d e la misión cumplida. El bue n obispo vi o destruida por u n incendio la catedral de entonces y vivió para pro mover un a nueva reconst rucción . Nada era casualida d. Ahora lo pu edo confesar: era yo quien provoc aba la
constante de strucción de los templo s, insatisfecha de vuestros sucesivos artificios. Fulberto murió, pero no sus enseñ anzas ni su mara villosa escuela catedralicia. C hartres se convirt ió p ara aquellos siglos en sinónimo de con ocimien to, de e studio, de p rofundo apren dizaje, y es o me agra daba sobremanera . Viví entonces en la incógn ita pre sencia de lasdeaula inspiranydo con a mor pensamientos filosóficos lo s s, maestros estudian tes los qu e no cesab an de elabo rar idea s que cambiarían e l mund o; un mund o en el qu e volveríais a mi ser; un mundo en el que me devolverías mi lug ar en vuestro corazó n y vuestra alm a, hijo s míos. Aún hice a rde r la catedral una vez más, para q ue se levantara e l templo definitivo en el qu e habitaría pa ra sie mpre . Y así lo h icisteis. En esa qu e hoy llamáis catedral d e Cha rtres establecí de nuevo mi hogar, esta vez de finitivo. Ya no estoy en la cripta que con struyera Fulberto, junt o al pozo, la virgen n egra y el sepulcro de San Lu bin o. Tampoco en la lu josa capilla absidial q ue guard a la intolerab le Santa Camisa. No. Mi ser ha bita aho ra e n las curv as pétr eas que serpent ean sobre el pavimento de la nave central, ilumina do p or los chorros de luz c olor eada q ue vuelcan sobre mí cien en cendid as vidrie ras, bajo e l peso d escomunal de las más be llas bó veda s góticas. Mi nueva mora da es el más pro dig ioso d e los labe rintos en e l seno de un p ortentoso ed ificio de cris tal y piedra . Todo el secreto de mi invocación y el p oder de mi fuerza pr imigen ia se condensa ho y en los hum ano s que recorren con silencio y des nud ez el sofisticado camino que lleva h asta el cen tro d el lab erin to, lugar d el d ios astado , desde don de sube la e scalera invisible de infinitos pelda ños. Nunca creí que un artefacto ideado p or vosotros, hijos míos, rep resentara con tal e ficacia mi más alta lit urg ia y la posibilidad del mejo r ab razo qu e ja más os pud e da r. Pero lo habéis conseg uid o.
Fueron los siglo s de sabid uría viva que h abitó en Cha rtres los que die ron con la fórmula infalib le del mejor de mis símbolos. El lab erinto salvó a la catedral de mi de stierro . Pase lo que pase, siempre que uno de vosotros tran site mis curvas y recodos, estaré con él. Nunca olvidéis qu e el trazado del laberinto una el suelo. Los druidas erro dey los carnutos es s igu ensierpe vivos sobre y recorre n mi nu evo ho gardel conc e moción respet o, sabien do q ue lleg ado s a la piedra central, al pron unciar discretos la pa labra woivre , sentirán e n su cuerpo la p reciosa ene rgía de mi ascensión in finita ha sta el amado.
5. Historia de un diseño «La fuente de toda creación es la divinidad (o el espíritu); el proceso de creación es la divinidad en movimiento (o la mente); y el objeto creación es nuestro el universo físico (del de cualla forma parte cuerpo)».
N
DEEPAKC HOPRA
o le quedaba mucho tiempo al geómetra y, sin embargo , no era capaz de de spegar la nariz de aque l libro es crito en len gua h ebrea . Los maestros de ob ra ag uarda ban impacientes el diseño d esde h acía meses y el pa vimento de la enorme catedr al mostrab a en medio de su nave más an cha u n enorme hueco, como un cráter de silencio. E l sabio había venido d esde muy lejos, recomendado p ese a su juven tud, solo para trazar un dibujo que nun ca a cababa de tomar forma: el diseño d e un labe rinto. Chartres respiraba sabidu ría. Platón y su Timeo pasaban de a tril en atril, inflamand o la s ideas de aqu ella g ran escuela del conocimien to. Trivium y Quadrivium dialo gaban sin estorb o en las a ulas catedralicias: fabula ban sobre una concepción del mundo como modelo de e jemplares pa rad igmas geométricos, resucitand o los más pro hib ido s secretos pitagóricos. Pero n ing ún sólido pla tónico, nin gún poliedr o arqu imedia no, número , pro porción o acorde m usical logr aban dar cuerpo al imposible t razado d el labe rinto qu e debía ser superior a todos los e xistentes. Era d e no che y las got as de llu via golp eaban intermitentes el
ventanu co. La estancia era peq ueñ a y lúgub re, y estaba hab itada por decenas de figura s geométricas de madera y cristal q ue colg aban d el techo : esfera s armilares, pirámide s huecas, polied ros incon clusos. Tres velas bost ezaba n menguantes en sus palmatorias proyect ando las sombra s cósmicas de la s figu ras en las estanterías cuaja das de lib ros. El trazar est abalimpio, vestidovacío, con un pliego nuevo e suavelapa pel detablero Játiva, de completamente deshabitado. El dcompás, escuadra y la plu milla a guard aban malh umora dos las manos virtuosas que los ob ligara n a danzar sobre la lámina desierta. Pero el maestro continu aba le yendo , inmóvil, con los ojo s desorbitado s y la b oca semiab ierta, mien tras su de do se de slizaba constante p or las líneas de aqu ellos párrafos escritos de derecha a izquierda . Llevaba horas en la misma postura. Una gra n revelación cobrab a forma en el alma del lector. El arcano tex to cab alista desgran aba paso a paso el mismísimo orige n del un iverso. El joven maestro bebía las p alab ras y las imágenes:
Antes de la Creación del mundo, Dios llenaba todo el espacio con su luz absoluta: Ein Sof. En el primer tiempo, cuando Dios quiso crear el mundo, interrumpió un instante su hálito, retirando momentáneamente su luz, que en un fragmento mínimo de eternidad regresó a Él. Fue la primera contracción, Tsimtsum, que abrió un espacio residual limitado, Reshimu, consecuencia de la fugaz ausencia luminosa. Este fue el primer marco de realidad habitable para lo creado e imperfecto, en oposición a la
perfección del Ein Sof.
En un segundo tiempo, Dios emanó sobre la noche de vacío creado por el Tsimtsum un nuevo rayo de luz divina. La nueva presencia luminosa se filtró en el Reshimu en una disminución gradual producida por once nuevas contracciones. Fue la Creación del mundo de los círculos concéntricos, Ugulim, o Mundo Caótico. Cada anillo fue habitado por una manifestación del hilo de luz divina, en orden escalonado de intensidad. Son las oncesefirot del Árbol de la Vida: Keter, Jojmah, Binah, Daat, Jesed, Guevurah, Tiferet, Netzaj, Jod, Iesod y Maljuth.
En el tercer tiempo, Dios comprobó que la luz de su presencia divina tenía una intensidad desmesurada
en relación a la capacidad de las once casas concéntricas y produjo una rotura, una fragmentación de los recipientes: Shevirat Hakelim. La descomposición universal comenzó por la acción del número cuatro que emanó del centro en forma de cruz… El maestro a bandonó de súb ito la lectura y se precipit ó sobre la mesa d e dibu jo. Armado únicamente de compás ejecutó con la destreza de un ex perto el trazado de doce circunfere ncias concéntricas, como si fueran la s órbitas de los ast ros reale s e imagina rios que d anzan alre dedor de la Tierra. U tilizó para ello la s distancias y pro porciones que su estética natura l e intuitiva le dict aba. Contó inmediatamente los once an illos de fuera h acia a dentro, uno, dos, tres, cuatro… hast a llegar con su de do al círculo cen tral: doce. Respiró . Tomó en tonces la escuadra y cruc ificó la figura asegu rán dose que lo s dos ejes s e cortaran coinci diend o con el agujero p roducido por la ag uja del compás al d ibuja r la s circunfere ncias. Se sentía el crea dor del universo. De algú n modo lo era .
El ge ómetra d etuvo su la bor. Observó con cautela el cosmos qu e había surg ido del p apel. Volvían ahora a su cabeza las mil enseñ anzas
pitagóricas que duran te seis largos m eses llevaba e scuchan do con obsesi ón en las aulas de Chartres: el sagrado círculo era para los neoplatón icos la forma geométrica más elevad a, la más alta rep resentación de Dios manifestado, sensible, lue go con un componente imperfecto, como el Tsimtsum de la cábala. La circunfere nciaprimera e xiste sin p rincipio final. Escon equloilibra da, justa, etern Es la Unid ad y última, y nosniconecta imperecedero, lo a. sublime, lo a bsoluto y lo inmutable: la pied ra filosofal d e la geometría. Los verdad ero s geómetras, aqu ello s sacerd otes consagra dos al dio s Thot en Heliópolis , enseña ban que la Creación se pu so e n marcha a través de la división de la Unid ad, por acción y ef ecto de lo s número s sagrad os. «Todo está hecho seg ún e l nú mero », recuerda Platón sobre el p rofeta de Samos. El ex celso círculo p rimige nio se de sgajó en partes por acción del número. Nuestro dib uja nte ob servó con in teré s su const rucción : primero los once a nillo s que frag mentan el círculo inicial. Lueg o la solemne cruz grieg a que con quista el con junto, multiplic ando los frag mentos. «La cruz —rec ord ó el artista evocando al q ue fue su primer maestro— es el símbolo del eq uilib rio a lcanzado contrad ictoria mente de sde la dualida d. Sus componentes son dos rectas, símbolo cad a una de ellas de la p artición , de la más violenta división ra dical d el e spacio. Sin embargo , cuand o uno de estos tajo s del un iverso se contrarrest a con un igual, pero siguien do direcc iones ex tremas en su opo sición, apa rece la s agrad a pe rpend icularidad de la cruz. El punto de intersección d e las rectas es ah ora un centro y, por lo tanto, la posibilidad de la pre sencia divina: el regre so a la Unida d. Por ex tensión d e sus cuatro bra zos, como lo s ríos de l jard ín del Edén, la santa cruz mensura e l espa cio infinito en cua tro mundos, cuatro
palab ras, cuatro rein os…». De nue vo detuv o su mirad a de ján dose impre gnar de las sutiles emana ciones q ue brotaban del dibujo . Frunció el ceño. Algo no colmaba al espect ador. Largo s años de estética natural, apren did a en una pro long ada infancia c ampestre, le ad vertían d e un e xceso imperdo nable en late,composición: la cruz sobre lo s en anillos era to. Por demasiado eviden ex cesivamente pro tagonista el conjun su causa, el dib ujo inspirab a rigid ez, tensión, quietud, ya que aprision aba las sutiles vibra cione s de los círculo s concén tricos. Eliminó entonces el dibu jante alg unos tramos de la tiranía perp endicular. El círculo más peq ueño, futuro centro de l lab erin to, qued ó así pre servado de su partic ión cuatern aria y, vacío, entabló d e nuevo su diá log o con la forma glob al p rimige nia , el g ran círculo, que siempre ha de pre valecer. Ahora e l centro volv ía a ser un a metáfora de la Unid ad primera . Tres de los once anillos f ueron también liberado s a golpe de borrad or, dejan do un ritmo tern ario d e do s anillos frag mentado s por un o libre .
La consecuencia in mediata: el tiempo habitó en tonces la construcción . La cruz continu aba presente, pero suge rida , integrad a
con e l todo circular e n una equitativa simbio sis. El maestro con templó el resultado de su ju sta decisión , y como Yahvé al término de cada uno de los primero s seis días de la Creación, v io qu e estaba bien y sonrió p or dentro. Aquel microcosmos era ahora más ag rad able, más fluido y armónico. Volvió a r ecorda r al viejo pro fesor d e su ju ventud, cuand o en las primeras su eformación las de costas de Sicilia advirtió: «La semanas geometríadesurg de la dináenmica contrarrest ar le la s decision es qu e se van tomando en el p roceso. Es pura dia léctica. En eso consist e el camino hacia el e stado del cosmos qu e queremos imitar» . Las enseña nzas más pro fundas regre san u na y otra vez a nosotros cobran do en cada encuentro un n uevo signif icado . La matriz del eje rcicio ya estaba comple ta. El lab erinto en contrab a al fin su referente divino. E ra e l momento de la nzarse a la segun da parte de la a ventura . Ahora h abía qu e humanizar la revelación , y eso significaba ro mper su pe rfección. El lab erin to es un camino que ha de ser tran sitado por el hombre , criatura imperfecta. Era preciso a brir puertas entre lo s anillos para posibilitar su comunicación. La le y lab eríntica era tax ativa: solo p odía ha ber una vía; un ú nico recorrido que incluyera t odo s los anillos y que cone ctara el ex terior con e l centro. Nuestro Déd alo de Chartres s abía que este punto de la misión tenía algo de doloro so. Introducir la d imensión hu mana del camino interio r suponía pervertir la cósmica filig ran a geométrica, tan simétrica, tan ord enada , tan perfecta. Pero ahí estaba el mérito de la e mpre sa: consegu ir q ue el defecto fuera mínimo; apro ximar lo más po sible e l recorrido int erior a la matriz idea l que estaba aho ra en el pa pel, para que esta no dejara d e manifestarse, aun estando vela da p or la imperfección fina l. El concepto de perfección quebr ada para posibilitar
la vida humana le recorda ba inevitablemente al Tsimtsum caba lístico. Y aún más: al re memorar sus leccion es de mitolog ía antigu a descubr ió que la misma id ea e staba latente en e l ab razo imposible de los dioses egipcios Geb y Nut, tierra y cielo, qu e, separa dos por e l celoso Ra, alb erg aban e n la trau mática distancia de sus cuerpo s añora dos la posibilidad de fluían nuestra e xistencia mortal. s y idad , ahora pensamientos e ntremezclad os en elLos río recuerdo d e su creativ desborda do y pod ero so. Querer empre nder un a misión imposible le recordó también los infinitos sabios que a lo la rgo d e los siglos buscaron resolv er la cuadrat ura del círculo, sabien do que nun ca alcanzarían la just a solución, sino tan solo la e xcelencia de u na aprox imación cada vez mayor. Es imposible cuad rar un círculo con escuadra y compás. ¿Por qué entonces esa ob sesión de los ge ómetras del pasad o po r resolver lo irresolub le? Sencillo: en e l intento infinit o está la trascend encia; en el camino está la sal vación , siempre que este siga la dirección h acia lo más alto, hacia lo in alcanzable . ¿No era e so mismo lo que tenía que hacer con el cam ino interior d el la berinto, aju stándolo lo más po sible a la g eometría perfecta? ¿No era pre cisamente la tend encia ex trema a lo divino , la vocación de quien entreg a su vida a Dios? ¿No era e sa precisam ente la misión de un templo catedralicio: hacer sensible lo sup rasensible ? Todas la p iezas encajaban veloces en su cabeza, más rápido de lo qu e era capaz de asimilar. Necesitaba acción inmediata y se a rmó con sus he rramientas para cont inuar el dibu jo. La misión e ra clara y pron unció en voz alta: «Humanizar la sacra composición in trod uciend o la send a». Habría que alcanzar el centro como consecuen cia de u n re corrido fí sico, paso a pa so, siguien do una trayectoria definid a, por lo s intestino s del d iseño. Lo primero era
determina r un p unto de e ntrada, para lo cua l era p reciso romper la forma perfecta de la circunfere ncia e xtern a. Del mismo modo, la lle gada al centro ne cesitaba un acceso, lue go tambié n había que romper el círculo in terior. Evidentemente, la vía de entrad a al lab erinto no p odía coincidir c on la vía de acceso al centro, lueg o dib ujó d os vías para lela s en la parte inferior l ejege verti calsdel to. con De un e insostenible, las dodes vías mela agulab arderin aban su modo violen forzado ta re ctitud el momento de fundirse con el e ntorno, pu es su p resencia impuesta resultaba visiblemente ho stil al conj unto. Sin ser de masiad o conscien te, el maestro estaba ya jerarq uizand o el d ibujo , pues a partir del t razado de estas dos vías, todas la s asimetrías (imperfeccion es) n ecesar ias para a lcanzar el ob jetivo del recorrid o comple to se acumula rían e n la parte inferior de la ob ra, reservand o la p ure za simétrica a la p arte supe rior. Esta característica solo fue advertida d ías despu és.
Al mirar el trazado , una lluvia d e imágenes bíblicas s e volcaro n súbitamente en su imagina ción. Aquellas dos columnas verticale s del
dib ujo le re cordaro n a las columnas del Templo de Salomón, Jakim y Boaz, aquellas que jamás suje taro n ni arco, ni dintel, ni a rqu itrab e. Hirán, el legen dario arq uitecto, las fundió e n el mejo r bron ce y las colocó flan queando la e ntrada d el santuario com o símbolo de l equilibrio dual qu e pro picia el rect o camino h acia la pe rfección. Una era masculin y la otra , como lalasjusta callescalle pa rale las dePensar l árb ol en sefirótico queaguard anfemenina en su o posición central. la sagrada dua lidad p rimigenia le llevó a evocar la im age n de los padre s de la humanida d, Adán y Eva. Pare cía verl os sin dificult ad, costado con costado, en e l lug ar d e la s colu mnas, en medio del pró dig o Edén circula r dividido por los cuatro rí os. El Géne sis asegu ra que, en a quello s días felices, Adán de partía de spreocup ado con el mismísimo Yahvé, del mismo modo que las columnas alcanzaban sin pro ble mas el sag rado círculo cen tral. El maestro son rió sorpren dién dose de todo lo q ue u na simple con strucción g eométrica podía despe rtar e n una imagina ción libre y poé tica como la suya. Dejó que las imágenes siguie ran sucedié ndose con total alb edrío en su mente. Surg iero n entonces, como una revelación , los do s árbo les qu e pre sidían el pa raíso: el Árbo l de la Ciencia y el Á rbo l de la Vida, uno pro hib ido y el otro im pre scind ible p ara p ermanecer eterna mente al lad o de l Crea dor. Allí estaban en e l dib ujo, erg uid os, rectos, firmes, espera ndo el fatídico momento en que la serpie nte se enro scara sibilina en tre sus tallos enh iestos. Cualq uiera de lo s dos llevaba al hombre h asta Dios. Ambos era n el p uente a la ex celencia de l Creado r y todas sus potes tades. Le pareció e n aquel momento oír el susurro de una voz melo sa y prof unda, como de sirena , que le incitaba a recorrer con sus dedos las dos colu mnas parale las, palpa ndo con pla cer la tex tura sinuosa de l pap el ha sta hund irlos en el cent ro…
El maestro volvió e n sí. Se había quedado dormido un instante y el peso de su cabeza ine rte cayendo hacia dela nte le hizo reaccionar . La lun a ha bía seguid o su curso veloz y ya no se veí a de sde el ventanuco. Había pasad o más tiempo de lo q ue se po día p ermitir. Su fantasía se disparaba con facilidad en las horas no cturnas, pero e sa madrug ada no podía con caerviolen en la cia, trampa. de yu abr n bostezo de sencajado su rostro agitóDespués su cabe za iend o bien lo s ojos se, frotó concentró de nue vo en la const rucción in acabada . La image n de la sierpe que le ha bía hecho de spertar le recordó al maestro qu e los múltiples anillos y secciones de an illo qu e ah ora e staban sepa rad os necesitaban conectarse p ara el movimien to interno, ob tenien do como resultado un único pa sillo transitable. Ref lex ionó un largo rato sobre cómo quebra r las curvas del m ejo r modo posible sin alterar d emasiado el eq uilibrio. La cruz velada que segu ía present e en el diseño ap ortó la clave de la o peración, que fue a la vez s encilla y arrie sgada : los tabiqu es de separación de l eje ho rizontal fuero n de splazado s una posición a la de recha, desapareciendo así dos de ellos (los que no aba rcaba n dos pasill os contiguos) y que dan do un total d e seis. La cruz segu ía manifiesta, pero los ritmos interio res de spertaro n.
Dichos tabiques, así como los del eje ve rtical, fueron entonces convertido s en los pun tos de a cceso en tre an illos contigu os. Los
pasillos se conectaro n a través de giro s viole ntos que pro ducían sensacio nes serp enteantes. El maestro compro bó cómo el diseñ o empezaba a fluir en su interior , en una sua ve mare a de múltiples direcc iones qu e comenzaban a dar a l dibu jo u n caráct er h ipnótic o. Todo pare cía demostrar que las de cisione s estaban siendo correctas.
Pero había que cumplir el re quisito de la ú nica vía, la ley del verdad ero la berinto, y solo e ra po sible incorpo ran do a l movimien to los
dos pasillos parale los que cortaban la composición en su parte inferior . ¿En qué punto de su lon gitud vertic al d ebían ser conect ados? ¿A la altura de qué anillos? E l maestro volvió a de tenerse y se qu edó pensativo an te la lámina . Faltaba la a plicación d e un último cono cimien to qu e resolviera el prob lema. Hizo memoria. Cerró con fuerza s, mente intentando a inspira ción ne cesaria . Dejó pasaranlosp ojo or su el ecoin dvocar e lo sun libros, de los teoremas y las leyesqu e geométricas que desde ha cía tantos año s habían conq uistado sus mejo res hor as de estudio. Acudiero n en un desfile fugaz an te sus ojos postula dos y diag ramas con trián gulos rectángulos, apotem as, áreas, mediatrices y arcos de circunfere ncia qu e se a trop ella ban con número s irraciona les, pro porciones y esc ala s. Y en medio d e aquella tormenta de ángulos y sólidos de m il aristas, apare ció un p aré ntesis de silencio. Era como una diminu ta luz que alu mbra ba una sen cillísima construcción g eométrica, pequeña, ele mental y pre ciosa.
Abrió el maestro lo s ojos y miró a su alre dedor bu scando alg o. Se aba lanzó s obre u na torre de libros que se lev antaba orgu llosa al lado
de la mesa y empezó a lanzar viejo s ejempla res de un lado a otro h asta dar con el título que necesitaba . En la tormenta litera ria, una palmatoria cayó y casi pren de e l fuego a uno de los libros arroja dos al suelo . El sabio n o lo a dvirtió. Por fin en contró el lib ro an siado y lo aga rró fuert e entre las manos. Era una antigu a copia manuscrita de los Elementos , de Euclid es. abriótas el tex empezó a penasar n velocidad la sTomó páginasiento, as amarillen quetod yespren dían su co t rasiego olo r a hu medad y a olvido. S e de tuvo en u na y recono ció la preciosa construcción geométrica que hab ía brillado en su mente. Leyó con atención e l tex to que acompañ aba a la image n y acto seguid o d ejó caer el libro al suelo pa ra regre sar raudo a su puest o an te el tablero de dibujo. —Dividir u n seg mento en media y ex trema razón —musitó concen trad o—, la divina p rop orció n —comple tó, mien tras construí a sobre su com posición la imagen d el libro , adaptánd ola a las medida s de las dos colum nas parale las de la construcción . El sagrad o nú mero d e oro le dio la respu esta y la solu ción a todo el p rob lema lab eríntico. Al calcula r la sección á ure a de la a ltura de la calle d e e ntrada al lab erinto, obtuvo un pun to q ue coincidía ex actamente con e l comienzo d el q uin to anillo . Allí fue donde el maestro cone ctó la calle con e l an illo. El recorrido gira ba entonces a la izquierd a d esde su en trada por la vert ical, a la a ltura del quinto nivel, para inmediatamente reg resar po r el sex to y conectar de nuevo con la recta ascende nte, que continuab a su avance ha sta el n ivel decimoprimero . La vía de acceso al lab erinto ya est aba enla zada con el fluir d e los círculo s concéntricos.
Pese a q ue e l maestro hizo severos esf uerzos por impedirlo, le fue ine vitable no evocar de n uevo a Adán y Eva. Siguió con un d edo el
camino d e en trad a al la berinto. La colu mna d e en trad a era el Árbo l de la Ciencia, pero su direcc ión a scend ente se queb raba en e l quinto anillo, lug ar qu e asoció con la tent ación d e la serpie nte. En ese pu nto, nuestros primero s padre s se aleja n de l recto camino g iran do a la izquierd a. Sigue la d irección de la curv a hasta topar con u n tabique del eje hortaizontal, el de la materia. Allí, ene l aquel iro d ye Eva cien to ochen grad os, imaginó el maestro lug ar dprimer onde gAdán proba ron el fruto prohib ido, para intentar después volv er a l ascenso vertical, reg resand o po r el sex to nivel. Pero cua ndo continúan su ascensión p or la columna, se encuen tran ante Yahvé, en el n ivel decimoprimero ; este le s cierra las pu ertas del E dén y son e xpulsados, conde nados a vagar e tern amente en tre las pen uria s de la sub sistencia hasta la muerte. Es el luga r de l áng el con la espad a de fuego , el gua rdián d el jardín. En ese pu nto de l laberinto, sabiendo que el ansiado centro est á allí mismo, del otro lad o de la p are d, el pere grin o comien za su viaje p or la mare a de pasillo s curvos y recodo s. Su esperanza será encontrar el Á rbol d e la Vida y gan ar con él la inmortalidad. Faltaba un último paso na da más: integrar la vía dere cha, la que daba acceso al centro. Ese sería el an siado Árbol de la Vida . La opera ción se antojab a sencilla: tan solo ha bría que hacer lo mismo que en la vía de e ntrada a l labe rinto, pero saliend o de l centro como pu nto de partida. Es decir, todo ig ual, pero in verso, cambian do el p unto de vista al recinto central. Contó de sde a llí cinco anillo s y en el q uinto conectó la recta. Igual q ue había ocurrido anterio rmente, pero de modo simétrico, el recorrido reg resaba a la recta por e l sex to nivel, y continu aba por ella hasta cone ctar con e l anillo más ex terio r.
Compro bó sigu iend o con la mirad a aquel tramo final de sde la base de la colu mna. El camino ascend ía hasta el centro, pero se veía
interrumpido y obligaba a segu ir a la de recha em prend iendo la qu e sería la última gran curva del la berinto. Lle gaba entonces al últ imo giro de ciento ochent a gra dos en el eje horizont al, y regresaba un nivel más alto de nuevo ha sta la vía ascend ente, que culmina ba en el centro. Esta vez solo u n persona je b íblico ocup aba su p ensamiento: su Señor Jesucristo, adyymuerte, vida . Cristo era eal aÁrbo de la Vida. Su última curvacamino fue su p, verd asión su bajad los linfiernos pa ra red imir el pecad o src inal, y ren acer al tercer día para g loria y salvación d e la humanida d. La ú ltima curva de l lab erin to se correspon día con la p rimera , en la e ntrada, la de nue stros padre s Adán y Eva. Pero era inver sa, y su efecto en el diseñ o con trarrestaba los efectos de la p rimera . Jesús era el n uevo Adán que rescataba la inmortalidad . Cuando todo s estos pe nsamien tos le sob reviniero n, el maestro no pu do conten er la emoción y comenzó a llo rar. Dejó e ntonces c aer al suelo todas sus herra mientas de trabajo , claudican do a nte la evidencia de u n trab ajo q ue p are cía termina do. Su corazón la tía con fuerza, las pie rna s le tembla ban y sus ojos est aban inu ndados de lá grimas. Apoyó con respeto las m anos sobr e el p apel, flan que ando la imagen. El sonido d e su respiración retum baba e n el dib ujo. Habían p asado ya muchas ho ras. Hacía mucho que había dejad o de llover y la primera lu z del día se filtrab a po r la ventana, trayen do el son ido del alb a. Tampoco el maestro lo advirtió. Su mirada se hab ía pe rdid o en las curvas del lab erin to, que re corría con ex trema len titud, casi con d evoción, c ompro bando la eficacia d el d iseño. Era la humanida d en tera la que camina ba con sus ojos, en b usca de la salvación eterna. Sintió po r primera vez la a rmonía del recorrid o completo. Sus ritmos, su danza, sus cambios armónicos le resultaban sorpren dentes. Lleg ó con calma hasta el centro y cerró lo s ojos.
Pron unció un a oració n silen ciosa, movien do los lab ios mudos. Volvió enseguida a a brir los ojos y em prend ió e l camino de regreso. La armonía era ex acta pero inversa. El camino de retorno resultaba conocido y a la vez nuevo. Pasado s los segundos lleg ó a la salid a, pero no despe gó la s manos del pa pel. Seguía contempla ndo la comple del dib ujole, re que cad a ,momento le parecía Aquellajidad construcción sultaba pese a todo, ajen a,menos como sisuyo. tuviese voluntad p rop ia. Tenía algo de eterna, como si siempre hubie se estado allí. Comenzó en tonces el maestro a asimilar co n una enorme paz qu e aqu ella no era su ob ra: él no ha bía sido más que el instrumento de u na fuerza mayor qu e ha bía guia do sus pasos. Había recorrido su pro pio laberinto. Cuan do los viejo s maestros de o bra llamaro n a la puerta, él estaba dormido sobre su dibujo. Tuv ieron que golpe ar con vehemencia hasta qu e el joven d espertó at urd ido , con los dedo s manchado s de tinta y la tex tura del sayal de su mang a dere cha gra bada en su mejilla. No s e la vó la cara. N i siquiera hizo ad emán de poner un p oco de o rde n en aquel caótico antro. Se limitó a a brir la pue rta y sin decir una p alabra dejó que los irac und os viejos ent raran murmura ndo. El deán y uno de sus sicario s acompañaban a la comitiva. Sortearon con in dign ación los muchos ob stáculos ha sta detenerse ante el t ablero d e dibu jo. Antes de caer ren dido por e l sueño, el joven hab ía retoc ado el dibujo definit ivo, curvando las parede s en los recodos y c orona ndo el ex terio r con cien to die z pequ eña s ex edras, como diminutos bast ione s de una legen daria muralla. J amás ex plicó a nad ie la funci ón de aquellos nichos y nadie se a trevió a p reg untarle directamente. Dotó al centro d e seis casas a modo de nichos semicircular es y, por ú ltimo,
alineó el eje de la columna de lleg ada con el cent ro de la composición. Cuando le pre guntaron p or los seis nichos , el joven sabio re spon dió sin emoción a lgu na: «Son los seis días de la Cre ación» . Nadie osó contradecirlo.
Todos se qu edaro n atónitos . La imagen e ra pro verbial y apen as hicieron comentarios, pue s emple aro n toda su atención e n segu ir
hip notizados las curvas del la berinto más he rmoso q ue jamás ha bían contemplado. Pasado s los meses el joven reg resó a su patria y en Cha rtres amás se volvi ó a saber de él. Los const ructore s plasmaro n en pied ra aquel diseño del an ónimo maestro con e scrup ulosa fidelida d. No fue fácil coníansemeja nteInsertaro pr ecisiónn las mármol cla ro yun oscuro que cortar compon e l puzle. en lo el sas gra ndeespa cio central relie ve en bro nce en e l que se veía la imagen d e Teseo d ando muerte al Mino tauro. Fue la última volu ntad d el diseña dor antes de p artir. El diá metro de l gra n la berinto se aju staba sospechosamente a l diá metro del ro setón de la fachada oeste que lo iluminaba en los largos atardecere s. La a ltura d el suelo a l rosetón y la dist ancia desde la pue rta d e la catedral al lab erinto eran ex actamente iguale s, pero pocos lo ad virtieron . Aquel ge ómetra jamás respond ió a nin guna d e las preg untas con que el cabildo le acosó al a nun ciar su inm inente partida. Las autorid ades de la Escuela de Chartres necesitaban compre nder los pormenore s conceptuales de aqu el diseño q ue intuí an pa rad igmático, pero q ue no sabían raciona lizar. En ausencia d el crea dor, las mentes más eruditas se la nzaro n a inven tar complejísimas teorías que ex plicaran hasta el último detalle de l monumento: elabo raro n arg umentos astron ómicos sobre los ciclos de la luna que justificaban los ciento diez nichos ex terio res; hicieron conjeturas pro féticas sobre la mágica flor d e seis pétalos que orn amentaba el e spacio central y establecieron cien tos de du dosas rela ciones entre el núm ero d e anillos y los pla netas, el número de giros y los salmos, el número de pie dra s y las palab ras de no sé cuántas ple garias. Incluso llega ron a establecer a fortunad ísimas correspon dencias entre los pu ntos del
recorrido labe ríntico y los persona jes bíblicos que ha bitaban lo s vidrios del rosetón de p onien te, gemelo vertic al de l diseño . Todas aqu ella s teorías era n verd ad y mentira a un tiempo. Y lo sigu en siendo : esa e s la virtud de un símbolo universal. El día de su pa rtida, an tes de subir a l caba llo, el joven maestro renun ció conaed a l saco moneexdas quedeluncabildo. canón igo apresuraba haucación cerle llegar , porde o rden presa E l se deá n, mole sto an te lo q ue con sideró u n acto de soberb ia, intentó arra ncarle alg una última información sobre la ob ra, a lo cual e l sabio respo ndió: «Quedad con Dios, ex celencia, y no perdá is la pa z por mi silencio: todo cuanto debá is saber del la berinto lo hallaré is, sin duda , al recorrerlo». El de án, altivo y de sconfiado , decidió no seguir jamás aqu el consejo .
6. El laberinto y la danza «Cuando bailan los pájaros, son intérpretes de sí mismos». A NÓNIMO «Luego el ínclito cojo grabó allí un lugar para la danza, como el que construyó Dédalo hace ya tiempo en la muy espaciosa Cnosos, para Ariadna, la de hermosas trenzas. Los mancebos y vírgenes por las que dan muchos bueyes de las manos cogidos danzaban y se divertían; ellas iban vestidas con telas sutiles de lino, y ellos con túnicas muy bien tejidas y brillantes de aceite; dagas de oro y tahalíes de plata llevaban los jóvenes; en redondo, con ágiles pies, se movían a veces como el torno al cual el alfarero, sentado, la mano ha aplicado y da vueltas por ver si funciona corriendo; y otras veces, separadamente, en hileras dispuestos. Un inmenso gentío admiraba este baile y gozaba contemplándolo. En medio cantaba el aedo divino y tocaba la cítara y cuando se oía el preludio, dos danzantes, en medio de todos, hacían cabriolas». H OMERO, Ilíada, libro XVIII, VV. 590-606
R
ompen lo s tamboriles el silencio de la n oche con un ritmo airoso. Pífano s y pand ero s se suman al trote de la música etern a bañada de lun a. Sere s humanos reun ido s por decen as invoc an con su pre sencia nocturn a a todos los elem entos del cielo y de la tierra . Las palmadas de sus manos curtida s alientan la magia d e lo s árbo les circundantes. Alguno s animales brotan de la o scuridad acercándose al calor de las
pequeñas hog ueras incand escentes. Ríen lo s humanos ex citados, se contagian y crea n en comunida d. Pron to un primer d anzante brinca desde su sitio al cen tro d el círculo, pañuelo e n mano, poseído p or e l ritmo de la música qu e ah ora p are ce emanar de l interio r de su cuerp o. Las palmas se ha cen más intensa s con los gr andes movimien tos ág iles de su torso d esnud delos susojo piesscerra descalz meleen naasuelta. el joven al prin cipioo,con dos,oslosy su brazos lto y elDanza alma en puro trance. R ind e su ser al universo con cada cen tímetro de su cuerpo . Saltos, giro s y flex ion es hacen volar en su mano al ex tenso pañ uelo, c omo u n espíritu d e color p úrpura que revolot ea ingrávido alre dedor de l hechicero. A bre e ntonces los ojo s y detien e sus vueltas salpicand o la tierra de sudor. Se acerca con dos saltos virtuosos a un a muchacha d e ojo s brillantes que espe ra de rod illas en el suelo . El hombre ofrece con eleg ancia un e xtremo del pa ñuelo . La música se rep ite una y otra vez. La joven toma fuerte la tela con su mano izquierd a y se incorp ora . Entonces ot ra muchacha coge a la primera por la muñeca q ue le queda libre. Y a esta, otra y otra y otra más, hasta configurar un a giga nte cadena humana guiad a por e l único danzant e varón, que empre nde un re corrido circular . El en orme cord el d e doncellas comien za a dib ujar u na espiral g iga nte al compás de mil peq ueñ os saltos de p ies desnudos s obre la hie rba. Con cada paso sacan a la luz lo más hon do de su ex istencia. La música se a lza vigorosa. E l varón cambia súbitamente el sentido del giro generan do en la figu ra el primer meandro. Y lue go otro, y otro más. La sierp e humana gira e n sen tidos e ncontrado s y curvas para lela s, siempre alrede dor de un centro vacío q ue nunca se o cupa, como siguiend o anillos concéntricos. Utilizan pie dra s en e l suelo com o guía para los cambio s de sen tido más forzados. El conju nto hi pnotiza a lo s
espectadore s, que no deja n de dictar e l ritmo con sus manos entreg adas. Ante sus mirada s llena s de vida se cruzan las siluet as gráciles de m ujeres hilvanadas qu e se d ejan arrastrar po r la fuerza de un conjun to impar able. Compon en un único ser. No ha y canciones ni palab ras. No ha y pensamien tos ni ide as. Solo hay cuerpo s en movimien de espejo al unoniverso. Cuan, sino do elquh ombre conqu istatopoque r finsirven el e spacio cent ral, se detiene e ree mpre nde la trayectoria in versa qu e le cond ujo h asta allí. Las danzantes desdibu jan ahora len tamente toda esta cósmica coreog rafía recorrien do a l revés todas y cada u na d e la s curvas. El bo sque e s esa noche un san tuario; las muchacha s configuran e l divino hilo de Ariad na que forma una obra de arte viva, cuya materia se com pone únicamente de seres hu manos. Un mundo poderoso y carg ado de divinidad nace del movimien to del cuerp o del h ombre o la muje r. Ese mundo se conviert e en universo cuando la da nza es ejecut ada por u na comunida d, que sint oniza en sus figur as móviles c on lo más pe queño y lo más gra nde de la ex istencia. El grup o se convierte en tonces en Unid ad, ex pre sada po r el fluir de un e quilibrio d iná mico y continu o, que sugie re casi el inf inito. Para Walter F. Otto, la d anza «es el momento en que la cria tura vivien te suelta las atadura s de lo cotidiano p ara d ejar se seducir por las caden cias len tas o rápida s, sostenida s o ap asiona das de lo s movimien tos primord iales, si bien son g ran des y solemnes. Lo que significa: ser un o y lo mismo con la vida del un iverso, deja r de ser ind ividuo o p ersona para convert irse en el ser hu mano como criatura src ina ria, que ya no se enfrenta a lo s avatare s cambia ntes, sino qu e forma pa rte de l todo univers al». Creo q ue n adie lo ha e xpresado mejor.
Los danzantes busc an e n su arte v erd ad y pure za, y se funden en su obra con los núm eros div inos que o peran con rigor en el fond o de todas las cosas. Esa matemática de la a rmonía se hace visible cuan do las figuras de los cuerp os logran alcanz ar u na perfec ción en sus formas. Danzar es en ese momento el mayor acto de viven cia espiritual posible, de la cert de lodge y absolut o, desde la re velación del o rdendessuperior po eza r acción e lanuino volunt ad de los hombres. No hay ning una danza q ue se llame «laberinto», y sin e mbargo , la d anza es la forma más pu ra q ue puede alcanzar est e símbolo. No ha ex istido ning una re ligión mistérica de la Antigüed ad sin dan za, y esta apare ce impla cablemente en la s mejo res pá gin as de la mitolog ía. En el p asaje de la Ilíada qu e abre este capítulo , Homero asegu ra que Dédalo const ruyó para A riadna u n «lug ar para la dan za» ( choros ) en lo s dominio s palaciego s de Cno sos. Continúa e l poe ta con un a somera d escripción d el ba ile y de sus pro tagonistas, que recue rda e n todo a la s danzas rit uales de cualq uier in iciación e n lo s misterios de la Antigüed ad: virginale s adole scentes, túnicas de b lanco lino ungid as de óle o sagra do, orn amentos de o ro y plata… El pa saje pe rtenece a la muy ex tensa de scripción q ue e n el canto XVIII Homero hace de lo s orn amentos con q ue e l dios Hef esto (el « ínclito cojo» ) eng ala nó e l célebre escudo de Aquiles en la G uerra de Troya. El preciad o ob jeto fue labrado en bronce e n la olímpica fragua del d ios art esano, por petición de sesperad a de la n ere ida Tetis, madre de l hé roe , que jamás pie rde ocasión en la mitolo gía de re pre sentar con creces el más recalcitran te arq uetipo de la mamá superp rotectora . El divino escudo, más apto para p ieza de museo qu e pa ra pro tección e n la ba talla , desplegab a en la famosa écfrasis un vast o prog rama icono grá fico que inclu ía un au téntico microcosmos de la vida cotidia na en tiempos
homéricos. Las escena s cívicas, agra rias y pastoriles se comple mentaban en su superfic ie con los gra ndes astros y las constela ciones, todo ello enmarcado por un río circular q ue rep resentaba el o céano . Y en medio d e tal concurren cia, Homero destaca la be llísima de scripción d e la d anza cretense, que ad quiere e n semeja en torn oelunpoeta ca rácter cósmico.nteAdemás, aludeevide abientemente rtamente simbólico a Dé dalo ey incluso a Ariadna. Nadie más que Homero hace refere ncia a e sta pista de ba ile, construid a en h onor y beneficio de la prin cesa mino ica. Las dudas afloran a cualq uie r estudioso de lo s lab erin tos al leer el f amoso pasaje : ¿por q ué nad ie más menciona e sta danza? ¿Por q ué una simple ex planada para e jecutar dan zas habrí a de ser diseñada por una mente tan gen ial como la d e Déda lo? ¿Dibujó a caso sobre e l suelo el patrón d e las curvas que de bían seguir los dan zantes? ¿Fue e sa la primera imagen inspirad ora del labe rinto? ¿O tal vez el labe rinto mismo? El llamado vaso François pue de que sea la crátera m ás célebre del arte a rcaico griego por su p ródiga iconog rafía. En el cuello de la cerámica apare ce dibuja da u na cade na d e ho mbre s y muje res cogido s de la mano en actitud d e empre nder un a da nza. Son lo s jóvene s atenien ses que se d ispone n a celebra r el triunfo sobre el Minotauro al compás de un baile ritual, antes de subirse a la nave qu e ap arece en la izquierd a y q ue les llevará victorio sos a Atenas. El episodio está pre sente en casi todas las versione s del mito. En el e xtremo opuesto de la composición , iden tificados con sus respe ctivos no mbre s, están Ariadna, su no driza y el mismísimo príncipe Teseo con u na lira entre sus mano s. Las princesa porta un ovillo q ue parece e ntregar al a tenien se. La interpretaciones se disparan : ¿es el o villo que sacará a Teseo d el
laberinto y es tamos en rea lidad e n la dan za previa a la en trada de la mora da del Mino tauro? ¿O acaso es el ovillo qu e de sentrañ a el h ilo con el q ue se d anza el ba ile ritual po sterio r? El hilo como ele mento de unión p ara lo s danzantes no es ningu na fantasí a. En otras rep resentaciones arcaicas de la danza, los partic ipa ntes apare cen sujetand uncoreog hilo cond uctor,Decenas que dejadeuna mano libre movimienotos ráficos. baile s pop ulapa resradelostodo el Mediterrá neo, aún en nuestros días, se llevan a cabo con un a larg a cuerda como ele mento de unión . El mito sue le in cluir a demás otro ba ile, si cabe más sona do: el que Teseo y sus victoriosos compatriotas llevar on a cab o en la isla de Delos, antes de lle gar a Atenas. Ofren daron en aqu ella ocasión sus contoneos a u na estatua d e la dio sa Afrod ita, que la misma Ariad na hab ía rob ado en su fuga del pa lacio de Cnosos y que hab ía sido ela borad a, cómo no, por Dé dalo . Todo queda en casa. Varia s fuentes aseguran que la image n de la peligro sa divinidad del amor fue instala da en un altar impro visado , construid o con cuerno s de toro. Y se matiza: solo cuerno s izquierd os. En torno a aquel a pre surado tabe rnáculo óseo ba ilaron los at enien ses la danza qu e rep roducí a sus sufrimientos lab erínticos, como lo a a su supe rvivencia y canto a l vencimien to de la muerte. Aunque nadie lo pone por escrito, todo parece ind icar q ue Afrodita n o d ebió de recibir con m uy buen os ojos aquella pan tomima coreog rafiada, tenie ndo en cuen ta que la p rincesa que había aportado su imagen al culto había sido cruelm ente abandonada p or el falso a mante po cos días antes. Muy mala política la del atenien se para con la d iosa de l amor. Lo cierto es que, en conmemoración de aqu el rito d esesperad o, que e n n ada ben efició a l desastroso d e Teseo en su futuro a corto, medio o larg o plazo, una vez
al añ o se org anizaba e n Delos una danza ritual semejan te. El evento tenía lug ar corrien do el mes de a nesterió n (e ntre febrero y marzo) y siempre e staba amparad o po r la oscurid ad d e la n oche. Lo sabem os por tex tos de Calímaco y Plutarco. Este último señ ala a su vez qu e la famosa d anza era llamada géranos o «da nza de las grullas ». Lo de la s grullas no debcon e confund llevarnoshan por lidiad f alsas interpretaciones sim bólicas las qu e irnos vario nis autores o, sin sacar g ran cosa en claro. La g rulla ti ene su p ropio y conocido simbolismo en diversas c ulturas, claro e stá, pero para el caso q ue nos ocupa , estos a nimales migra torio s deb en rep resentar sencillam ente los cambio s de e stación y especialm ente la lleg ada de la primavera. El fina l de l inviern o siempre ha sido motivo de cele bra ción y regocijo para el ser hum ano desde q ue este habita en el plane ta: es el reg reso de la vida, el ren acer de la natura leza y del calo r, de la luz, de los frutos y alimentos qu e emana genero sa la Madre Tie rra. Toda fiesta celebra da entre marzo y abril tiene in discutiblemente un orige n agrario, y está vincul ada a la Magna Mater. Todas las rel igio nes cuentan en su calen dario litúrg ico con su pro pia a daptación. Y la ansiada prim avera viene siem pre p recedid a de señ ale s variopin tas que anuncian su inm ine nte llega da; son ala rmas naturales, cuyos agentes, al ser po rtadore s de tan buena nueva, alcanzaro n fácilmente desde tiempos remotos una categoría simbólica o in cluso sag rad a. Es el caso d e las aves migratoria s y, en particula r, de las gru llas en la Grecia ant igua. Aque llos grupos de grullas que hab ían a ban don ado la Hélade en torno al equ inoccio de otoño para p asar el inv ierno en la s cálidas tierra s del Alto Nilo regre saban a hora pro clamando e l rena cer de la vida y levantado la veda p ara la multitud de a ctividade s humanas que traía el bu en tiempo: cosechas, pre paración de los campos,
traslado d el ga nado, etc. Las danzas rit uales en h ono r de la s grullas eran dan zas de invocación o celebra ción de la re surrección d e la na tura leza, cumplido su ciclo invernal. S e lle vaban a cabo en el tiempo en q ue estas aves pobla ban lo s cielos con su retorno . Sus instintivos ritos de apare to sirvieron claramente de inelspiración ararepre la famosa coreogamien rafía de Delo s. Bajo este prisma, lab erin top es sentado ya no solo com o el p atrón de la danza de lo s jóvene s y guía de sus pasos, sino más aún como aleg oría de la estación in vernal: largo re corrido que hay que atravesar con firm eza y determ inación para cele bra r a su salida la n ueva vida . En lo más crud o de l crud o inviern o es cuando tiene lugar el acto mágico en las prof und idade s de la Tierra, donde la Magna Mater gu ard a el secreto de la vida y de la muerte. El hé roe , forma temporal d el e tern o espíritu universal, penetra e n la s entrañas de la dio sa y entreg a su alie nto a la g ran semilla de la materia viv a, el huevo primord ial, matriz virginal y pura d e la q ue re nacerán todas las criaturas. Todas las mitolo gías del p laneta se ha n alimentado de este concepto, pla nteand o leyend as y trad iciones s obre la fecund ación anual de la Gran Diosa: Venus y Adonis, Cibele s y Atis, Ishtar/Innana y Tammuz/Dumuzzi, Isis y Osiris… En todas ellas, el varón, que siempre suele ser hijo o her mano, ade más de amante fecund ador, muere y resucita por acción de la Gran Da ma. Todos ello s, etern os adole scentes, her mosos, bien dotados y con vocación cazadora o pastoril, cometen siempre un erro r trágico qu e le s desacredita an te la fuerza femenina . El Mino tauro e s el peso de lo cadu co y degenerad o, la a lego ría del mismísimo error trágico, que ha de claudicar p ara permitir el nu evo ren acer, en el q ue lo masculin o vuelve a p reñ ar a lo femenino e n el ciclo eterno de la natura leza.
La Pascua es la a daptación , primero judía y lue go cristiana , de estos mismos mitos. El cristianismo conmemora la muerte y celebra la resurrección de Jesús de Nazaret al llegar la p rimavera, en ba se a un calend ario mix to, lun ar-solar , que rea firma el o rige n ag rario d e la fiesta, que , por o tro la do, se acomoda sin p rob lema a la n ueva lectura teológica: soloAdonis, re nacecomo la materia , sino también el espíritu. Cristo debe morirnocomo Osiris, como Tammuz, como Krishna, como el mismo Mitra, baja ndo al la berinto de los infierno s para vencer en su seno a la muerte y salir de él, rena cido, victorioso e in mortal. Todo en aras de otorg ar a los simple s mortale s un ejemplo, un camino , una luz, una redención. Vida , muerte y Magna Mater son la e sencia tambié n de la Semana Santa, especia lmente en Andalu cía, don de la figu ra de María alcanza un pro tagonismo sospechosam ente pa gano en el sinfín de procesione s calleje ras. En ellas, las imágenes salen a la calle y empre nden sus propio s recorridos lab erínticos por el e ntramado urb ano, como una gra n danza cósmica arra strad a por la multitud y el bullicio. La Gran Diosa siempre campó a sus an chas en la vieja Tartessos, cuya espiri tualidad jamás ren unció a su vena folclór ica con tintes d ionisíacos. Hasta hace re lativamente poco, la tarde del doming o de Pascua las muje res de Gasturi b ailab an entrelazad as un a rítmica da nza ritual con a ires de lab erin to, como nos recuerd a el emperad or Guillerm o II en el libro Recuerd os de Corf ú . En Mégara , las muje res pro tagonizaba n tambié n hasta tiempos recien tes un baile similar, esta vez e l lunes de Pascua. Era p recisamente en Pascua cuan do los canón igo s de la s catedrale s góticas fran cesas llevaban a cabo su partic ula r «d anza ritual», utilizando los labe rintos de pied ra e n el pavimento del templo como gu ía pa ra el b aile , entonando h imnos y lan zándo se pelotas u
ovillos de lan a entre los pa rticipantes. Intentar h acer u n seg uimiento secula r de los infinit os vínculos qu e lle varon la s danzas prim averale s de las grullas (o géranos ) en la s islas y prade ras de la a ntigua Grec ia hasta lo s ritos pascuales de los canón igo s en catedrale s medievales resulta sob recoge dor, prá cticamente imposible . Ahora bien : ambos eventos laberinto.part icipan de un patrón cuy o re flejo e stá en la idea del Adolescencia, sensualid ad e instinto son las pau tas de la danza lab eríntica en h onor d el triunf o de la vida . La p rimavera trae tam bié n el celo y el ap are amien to, base de la concep ción de inmortalidad más antigua en e l ser hu mano. Homero n os recuerda q ue lo s danzantes rep resentado s en el escudo d e Aquiles eran « mancebos y vírge nes por la s que dan muchos bu eyes», es decir , muchacha s casade ras con una gran dote. La dan za parecí a e ntonces est ar relacionad a con ritos matrimoniale s, que, como es bie n sabido , en la Antigüed ad era n ex tremadamente similares a los ritos fúne bre s. El mito de Perséfone y Hades es el mejor testigo d e esta semejanza y se rela ciona tambié n con el o rigen de las estaciones. Danza sagra da y laberin to se miran en u n espejo a temporal, y la primera gu arda h oy gran part e de la ide ntidad p erdida d el segu ndo . Resulta impre scindib le ha bla r de da nza en u n libro -lab erin to. En la danza todo re sulta tan e lemental q ue raya lo dio nisíaco. Pero no olvidemos que Ariad na es el contrapun to luminoso d el dio s de las bacanales y s u hilo, el pro pio recorrido o rdena do: la dan za también es ord en, es cosmos y número , y por consigu ien te guarda una esencia apolínea. En la justa medida de ambos ex tremos reside la magia de la danza: abandono y pau ta, tran ce y pre cisión, individua lidad y colectividad. Y todo a un tiempo. La p rincesa d e Cre ta, verd adera dama
del lab erinto en quien se funden todas las diosas de la vida y de la muerte, fue la pro pie taria del «lug ar p ara la da nza», jamás lo olvidemos. Muchos seres hum anos ya no nos acord amos de que danzar tambié n pued e ser u na ora ción, una e xperien cia mística. La más ele taldel vezcont . En inente la a ctualida d nos lo recuerd los habvada itantes afr icano , que llevan laandacon nzasencillez en la sangre, en la pie l, en los gen es y se hacen u no con los rit mos del u niverso en la n aturalida d de lo cotidia no. El movimiento compartido de la d anza ritual africana convierte a cada b ailarín en p arte fundamental de un todo supe rior, en el q ue tanto el ind ividuo com o el colectivo potencian hasta el límite su esencia sin con vertirse en con ceptos op uestos. Del movimien to sincero y en treg ado del cuerp o a su llamada in terio r surge la e ner gía vital d e la manifestación humana en estado de gracia. Toda forma de espiritualidad debería contar en sus prácticas con la danza sagrad a en comunida d, libre d e teorías, de dogmas, de pensamien tos y uicios. Así es en alg unos rincone s del mund o y lo fue en todos ha ce ya demasiado tiempo. El diseñ o la beríntico pla ntea u n cosmos hu manizado en forma de sucesión de ritmos, giro s, vueltas y sentido s que pro porcionan una sensación du al contr aria: por u n lado, desorient ación y ap arente pérdida; por otro la do, armonía, número s y patron es rítmicos. Son los dos laberintos : el de l héro e y el de Dédalo. N o hay duda : el lab erinto es, ante todo, una danza. De nuevo es en la ju sta medida entre a mbas sensaciones donde se encuentr a el estado de trascend encia en el qu e los opu estos ya no se en fren tan, sino q ue completan la Unida d. Cuen tan varia s leyend as africanas que los hombre s pierde n su alma cuan do se olvidan d e la d anza. Debe de ser cierto. Pero no
habla mos aqu í de la danza de la ex hib ición y del t eatro musical. No la danza- ballet de la tortura física, del cód igo estético y las pa lab ras frances as. Ni siquiera la da nza de la e vasión de senfrenad a entre e l bullicio alcohólico, el hu mo y la elect ricidad d e un antro discot equero. No: habla mos de la danza de la comunidad que celeb ra sencillam ente la La da nzaaborígen de todaseslasentribu s del mundo, d e los nó madas el vida. d esierto y los la selva, la de lo slahechiceros y todoen su pue blo alred edo r de un a giga ntesca ho guera amarilla en m edio d e la noche frí a. La da nza que ha sobreviv ido en el folc lore p opu lar en miles de pue blos por todo el plane ta. Esa es: la qu e nos devuelv e al esplendor de la fuerz a vital qu e n os habita; la q ue nos conect a n o con nosotros mismos, sino con nuestro lu gar en el mund o; la qu e nos po ne los pies en la tierra , el espírit u en el cielo y en am bos lug are s al dios que llevamos den tro; la que n os hace a todos igua les ante el eterno pre sente y no s recuerda , como nuestro a mado la ber into, que el universo es movimien to en estado puro.
7. El laberinto y el Camino de Santiago «BUFÓN: ¿Estás triste, señora? ¿Cuáles son tus penas? INFANTINA: No tengo penas. Solo tengo recuerdos y quiero olvidar. BUFÓN: No se olvida cuando se quiere. INFANTINA: Dicen que hay una fuente… BUFÓN: Esta fuente está siempre al otro extremo del mundo. Para llegar a ella hay que caminar muchos años. INFANTINA: Pero ¿se olvida al beber sus aguas? BUFÓN: Se olvida sin beberlas. Es el tiempo quien hace el milagro, y no la fuente. Cuando una peregrinación es larga, se olvida siempre…». V ALLE-INCLÁN , La cabeza del dragón
E
l caminante de tiene su andar. A sus pies, el acantilad o se abre ante la profundidad del ún ico océano capa z de tragars e al sol en cada ocaso. Ya no es posible d ar n i un paso más en la d irección que el astro dictó. Solo se pu ede pre senciar s u len ta ag onía, que se refleja en la s turb ule ncias del líquido e lemento como pin celada s roja s que ba ilan sobre el mar d e plomo. El océa no es tan oscuro y agitado como la s rocas en la s que se estampa. El pre cipicio e s el límite pa ra lo humano. Más all á únicamente está el caos. Allí, en el Fin de la Tie rra, todo es muerte e infinitud. Algo en el vien to, en la s pied ras mojad as y en el o lor a salitre red uce a l ho mbre a su más minúscula con dición. Pese a todo,
el camina nte se de tiene altivo ante el a bismo. Una fuerza sobre natura l le susurra qu e aq uel n o es su lug ar y que le q ued a po co tiempo d e contemplación . El pe reg rino lo sabe y lo asume alzando la cabe za an te semeja nte cataclismo. Nadie le p uede arre batar el ú ltimo rayo solar que brillará ya po r siempre en su mirad a. Ese es su silencioso t riun fo y su ún Hace ico prefrío mio. en el fin d el mundo. Las piern as le tiemblan y ya no siente el dolo r de las ampollas y las rozadu ras que torturan sus pies desde ha ce semanas. Atrás que daron los millone s de p isadas qu e atravesaro n reino s y cond ados, montañas, valle s, cúspid es y otero s, sin más he rramien ta que la re petición infinit a de una ridícula medida : la d e su pa so. Atrás qu edaro n la s fatigas, los sueño s y las espera nzas. Mueren ahora las pa lab ras, las mentiras y las c ulp as. Ergu ido sobre la nada, el camina nte sabe qu e ya no e s aquel hombre d e ayer, obstina do en a vanzar, obsesiona do por acercarse dí a a día a un a meta imposible. La sola contempla ción d el o céano , negro y embra vecido , le ha despojad o de su pa sado más inmediato. Tambié n del leja no. Desnudo de tiempo, el ab ismo le h a hecho u n hombre nuevo. La enorme bola de fueg o se ah oga definitivamente en la h orizontal. Todo es entonces c aos y ceniza. El viento s e apodera d el e spacio con la rab ia y la viole ncia de u n tirano re sucitado. Los estallid os de las olas ex plo tando e n las pun tas vivas de la s rocas se ha cen insopo rtables y anuncian la lle gada del reino de la oscurid ad. Ya no ha y límite preciso entre las agu as superio res y las inferio res, que se confunden en u na mare a agre siva y de nsa qu e arrastra consigo a todo s los elementos: es el prin cipio y el fina l del un iverso. Salp ica en el rost ro de l pere grin o el mied o a lo inson dable , lo pro hib ido , lo p rimige nio. Una voz s inie stra y atractiva que vien e de ning una pa rte invita al caminan te a a rroja rse al
vacío, entreg ándose para siempre a la d ivina tempestad que le a bra za con avide z. Tentado, el hombre duda por un in stante, pero e nsegu ida retroced e. Todo se ha cumplido. Es hora de dar marcha atrás y, como Orfeo, jamás volver la mirada. Solo así el último re splan dor de l sol mora rá e n lo s ojos del hé roe par a siempre . El camina nte da la espald a al final d eque lo s tiempos y recompone con susalpasos una nueva Amedida avanza en sentido contrario q ue le lle vó ha stacreación. allí, la luz de su mirad a in unda p or d entro todo su ser . Sabe entonces que la decisión es correct a y au menta la intensidad de su marcha, decidid o a vivir. El abismo se aleja tras sus p isada s. El hombre nuevo tambié n ha de construirse, paso a pa so, y a fuego le nto. Reconocerá en las pró ximas semanas todos y cada u no d e los paisaje s que le vieron pasar no hace tanto tiempo, con otra canción e n lo s labios y ot ra lu z en la mirad a. Ahora todo será silencio y ob servación . Ahora todo será p az. Podrá incluso visua lizarse a sí mismo lle gando de fren te por e l mismo camino q ue ahora tran sita al revés. Y en cad a paso de reg reso, el corres pon diente paso de ida borrará su hue lla en la calz ada , sublimado, redimido , hasta no dejar rastro de su trán sito en el camino . En aquellos días pasad os, su ob jetivo fue e l fin del mundo. Ahora, el objetivo es el hog ar, único escenario d onde transc urre la verd adera vida de los humanos. Junto con la danza, la forma más au téntica de lab erin to es, con toda seguridad, la pereg rinación. Y de toda s las grand es peregrina ciones de la cristian dad, nuest ro Camino de Santiag o brilla siempre con un a fuerza y una luz espe cial sobr e las demás, es de cir, las pereg rina ciones a Rom a y Jeru salén. No ha y que ex trañ arse: la podrid a Jerusalén , santa para las tres gran des religion es mono teístas del pla neta, ya fue maldita po r el Mesías nazareno y tras sus mura llas
no se conserva m ás qu e el en fermizo culto a un patíbulo, el relicario dorad o de una roca d esvirtuada y los peligro sísimos lamentos eternos de miles de ra binos an te un muro . Da mied o. Y a la vez, es apasiona nte: es la p erfecta re pre sentación del manicomio h umano en su máx imo esperpento, tan surre alista, tan teatral… Pero , para ser ex e n Galilea , y no e n Jerusalén anduvo sobre lasactos, agu as,fuedonde multiplic ó panes y peces,, donde donde Jesús cantó las bie naventura nzas y donde se dio cita con sus disc ípulos una vez resucitado. Jesús brilla en Galilea , jamás en Jerusalén . Por otro lad o, fue La Meca, y no Jerusalén , la q ue vio nacer a Mahoma, la qu e guardó y guarda la meteórica piedra negra , la qu e ex pulsó al profet a pa ra ser conqu istada poco despu és a fuerza de espad a y sangre . Es La Meca, y no Jerusalén, la c iudad de la pereg rinación obliga da en el islam. Y para completar el d esprop ósito, ya no hay en Jerusalé n Arca de la Alianza que coro ne la p ied ra d el monte Moriah , ni Tablas de la L ey, ni báculo d e Aaró n, ni sumo sacerd ote, ni Templo de Salomón reg entado por ex haustivos lev itas. Hace mucho que la tierra pro metida a Abra ham no mana leche y miel, sino acritud, violen cia y gu erra . Jeru salén fracasó en todo y pa ra todo s hace ya muchos siglos. Su genio d el lu gar vaga por e l mund o en tero b uscand o po sada , y nadie le q uiere ya hospeda r. No ha y pereg rino s en la ciudad tres veces santa. Solo hay turistas espiritual es, que no es lo mismo. Roma tambié n da mied o. La cúpu la d e Migu el Ángel n o alcanza a tapar tanto oro , tanto poder ni tanta magnificencia. Semejante ex ceso material at urd e a cualqu ier bro te de espiritualida d humana q ue siempre ha pre cisado, sea cual sea su credo , de austerid ad y mesura. Hay de masiad a riqu eza e n Roma: materia l y mental. Ya sé que es un comentario tópi co y estéril, que complace a u nos y crispa a los otros sin
nin guna espera nza de conciliación en tre a mbos. Que todos me perdo nen , pero ¿no fue Jesucristo p obre? ¿No lo fueron el poverello de Asís y la be ata Tere sa de Calcuta, sin duda los más altos ejemplos de espirit ualidad católica? Ala Santa Sede siempre le p esarán los ecos de las voces imperiale s y glob alizado ras qu e, a fuerza de armas, levantaron enespírit la Antigüed ad los s, las calzadas y elde Panteón, gra cias a ese u ambicio so foro y absolutista qu e hizo Ro ma la capital d el mundo. El Vaticano r ezuma aires de p oder terre nal. La cátedra d e Pedro re cuerda al trono del césar. Es lógico: aún viven allí los artífices del sueño universal ro mano, aunq ue en otro escenario . César, Octavio Augu sto y Trajan o pasea n hoy en su salsa en tre la s barrocas colum natas de Bern ini a taviado s con sotana y alzacuello s. Tambié n Mesalina , Agrip ina y Flavia: ahor a visten atuend o de carden al o de a rzobispo, pero siguen conspiran do e n cónclaves secretos los destino s de la s almas de su vasto imperio. Roma no es un p ara dig ma de espirituali dad, ni mucho menos. Es otra cosa, lo que n o le quita ni un ápice de interés: es un a pabu llante museo con la s más altas c imas de la historia del arte; el o jo d el huracán de las firmes jera rqu ías terre nales de una Iglesia d os veces milen aria ; una sede social de la teologí a católica; un colosal esc enario para el despliegu e de lo s más altos es pectáculos rit uales de la cristian dad; un carísimo y gig ante re licario ha bitado por ho mbre s de ro jo, mujere s de negro y solda dos de todos los colo res; un domicilio para el sucesor de Pedro, primero de los pa pas, cuyas reliq uias, junt o con las de Saulo, siempre o cupa n un lugar secundario e n la p uesta en escena ; un re ino feudal y litera lmente amura llado dentro de un Estado mode rno , que cuen ta con su rey, su no bleza, su bu rgu esía, su pueblo llano… Eso sí, todos ellos ilustres miembro s de la más sele cta clere cía. Pero seamos
sincero s: son tambié n turistas espiri tuales, y no pereg rinos, los qu e abarro tan la p laza d e San Pedr o. Esa misma tarde se les pu ede ver haciéndo se fotos en el Coliseo y t iran do moneditas a la Fon tana de Trevi, que, dicho sea de p aso, es un h ábito estúpido , consecuencia d e la p erversión de un rito an cestral d e carácter marcada mente pagano. Ni Roma Jerusalé dig an lodeque diggrin an ación. sus mora visitantes, son ni verda derosn,centros p ere Y esdores qu e loo sus más importante de l lab erin to (e s decir, de la pe reg rina ción) no es su centro (es de cir, su destino) , sino pre cisamente e l re corrido hasta llega r a este. Centro, meta o d estino son con secuen cia de l camino , y solo a través de él adq uieren significado . ASantiag o de Compostela lleg an los pere grin os a p ie, despué s de larguísimos días de meritorio esfuerzo y acumulación d e vivencia s ex trao rdin aria s. Alo la rgo de las muchas jorn adas de camina ta que ex ige e l recorrido , los pere grin os cambia n todos sus háb itos cotidiano s y se ex ponen a un a din ámica vital ab solutamente ren ovado ra: aflora en cada un o una sorpren den te relación c on su propio cuerpo, bas ada en la con scien cia, el re speto y el cuidad o del mismo; se prod uce u n despert ar de los sentidos ante el de spliegu e de una n aturaleza esplendoro sa, una comida sana y un a ire pu ro; surgen espon táneamente en cuentros personale s cargad os de frescura y verdad ; se prod igan larg as hora s de silencio y meditación cautiv ados por el ritmo con stante de los pro pio s pasos… D ura nte la marcha, cada pereg rino dirige su and ar movido por una creen cia o po r una in tuición de lo que en contrará e n la meta, pero, en el f ondo, el sepulcro, la reliquia o la pro mesa no es más que la ex cusa funcional qu e dispon e al camina nte a la verd ade ra aven tura : el pro pio a ndar. Hace mucho q ue el Camino de Santiago no es mono polio católic o.
Puede que jamás lo ha ya sido . Ya en su ap ogeo estuvo po blad o de masones, fraile s, magos, monjas, constructores, alq uimistas, caba listas, astrólogos, obi spos, templarios, príncipes, reyes y mendig os. Hoy está atestado de a gnósticos, parroquian os, apóstatas, ateos, budistas, esotéricos, ex otéricos, de primido s, motivado s, locos y en fermos deportivos vestidotuvo s devoca lo s pies cabeza dalefin Decathlon. ví a somos acob ea siempre ciónaelacuménica: y al ca bo,Latodos hijos de Dios. Esa diver sidad es la mejor y mayor g arantía de la eficacia de la p ere grin ación compostela na, que trascien de los límites de una sola fe, porque ape la a lo más prof und o d e la condic ión h umana global. Yo no sé si Santiag o Zeb edeo, el hermano del d iscípulo a mado y primo hermano de Jesús, se paseó por la península hace dos mil añ os con á nimos evang elizado res. No sé tampoco si su cad áver d ecapitado fue trasla dado vía marítima de Jerusalén a Padrón po r arte celestial, ni si fue enterra do milagro samente por sus disc ípulos en un bosque cercano al río Sar. Me suscita algu na duda que un ermitaño ra dical, de nombre Pela yo, y un obispo o portunista, de no mbre Teodomiro, encontrara n por in tercesión divina el mítico en terra mien to tran scurrid a la friolera de ochoci entos años, y que los huesos del d ecapit ado de Compostela sean hoy, a ciencia cierta, los de l apóstol que acompañó a Cristo en el Tabor, en la a gonía y en la re surrección d e la h ija d e Jairo. La cosa es muy fuerte y huele a invenció n. Y me encan ta. Porq ue es invención de la bue na, la creativ a, la simbólica, la medieval, la inteligen te, la hu mana y la culta. Y lo mejo r de todo es que, aun que la versión oficial del culto jacob eo resulta com ple tamente increíble, na die puede gara ntizar q ue sea falsa. La cosa es fascina nte. Y lo más ge nial es que nada de todo eso importa. No son lo s supuestos hue sos de un
pescado r pale stino d e la épo ca romana los que h an const ruido el Camino d e Santiago , sino las ex perien cias de los millon es de seres humano s que, c reyendo u na cosa u o tra, han atrav esado a lo largo de más de mil años un mismo recorrido para alcan zar Compostela. Poco importa qu e aq uel sea o no e l apó stol, si los pereg rino s lo creen . La clave pro digiolasarumetamorfosis queespaexdece el pere lagrinmisma o po rque el hechoesdelarecorrer ta ja cobea , que actamente les ocurría a a quello s que muchos siglos an tes de Cristo transit aro n esas mismas sen das. Sí: lo que hoy con ocemos como Camino de Santiago ya fue u na vía de pereg rina ción mucho a ntes de la romanización peninsular y, por lo tanto, de l cristian ismo. Desde tiempos inmemoria les, en el cabo de Finist erre hubo un ara solis , un a ltar de l sol, al qu e pe reg rino s paganos de o rígenes muy divers os acudí an a honra r al a stro mayor e n su d eclive, implo ran do su eterna re surrección . En las cercanías de Fin isterre se encue ntra e l monte Pind o, autén tico Olimpo celta de la p enínsula , cuyas rocas de gr anito lucen lo s más antiguo s pe trog lifos, tallad os segu ramente por druid as, ermitaños o ilumina dos venido s de tierras leja nas. Desde la Costa de la Muerte pudo tal vez la hu manidad acceder antaño a la mítica Atlán tida, y una vez desapare cida la isla-continente, la a ntigua p uerta al más allá fue objeto de pe reg rina ción y ree ncuen tro de lo s escasos supervivientes o tal vez de sus ado ctrina dos descendie ntes. Puede q ue e l que hoy llamamos Heracles f uera u no de aquello s «atlantes » y en su Camino de Santiag o, sigu ien do el sag rad o disco sola r, comple tara en Galicia varios de sus famosos y simbólicos trabajos. Tal vez ese mismo descendie nte recibiera el n ombre de Osiris, y Finisterre fuera la entrad a a su rein o de lo s muertos. O tal vez su no mbre verdad ero fuera Hermes, o Mercurio, dio s camina nte y psicopompo (que cond uce a las
almas), que re úne en su iconog rafía los atributos ide ale s de todo pereg rino atemporal: cayado , alforja y sombre ro d e ala a ncha. Otros, mucho más divert ido s, asegu ran que no es el ap óstol d e Cristo quien descansa en el Campus Stella e, sino e l tambié n decapitado Prisciliano , ilustre ga llego y prim er he reje q ue pag ó con su vida por ser el líder espirit ual de la religió n más auténtic jamásdehaloscono cido la península . Con él, Roma abrió la vedaaque secular crímenes heréticos, y aún hoy le cuest a a la Cuid ad Etern a limpia r tanta san gre reseca qu e oscure ce sin solución la cátedra d e Pedro. Sin e mbargo , los priscilianist as nu nca d eja ron de visitar la tumba de su maestro. Osiris, Hermes, Hércul es, la Atlántida, Santiago o Priscilian o… ¿Qué más da ? Lo que importa es que , con un a excusa o con otra, el camino ha sido siempre el mismo para todos. Lo único certero es qu e tenía qu e ser en ese lu gar, en esa vía, en esos send ero s y con la misma dire cción . Toda justificación , leyend a u o rige n de la sag rad a pereg rina ción tiene alg o de verda d y de mentira a u n tiempo. Todas son in verosímiles y mara villosas po r el simple hecho d e estar abord ando u n símbolo un iversal: el camino -lab erin to. Si algo es irrefutable e s que la Madre Tierra se ex pre sa con misteriosa ro tundida d en el famoso pa rale lo 4 2 que cruza de este a oeste la pen ínsula ib érica y que coin cide con la r uta jacobea del mítico Camino Francés. La Gran Diosa siempre está presente en un lab erin to. El viejo cam ino , reflejo a su vez de la Vía Láctea en las no ches estrella das, une toda un a serie de p untos geo grá ficos de ex trao rdin aria re levancia po r sus ene rgías telú ricas y numinosas, según los en tendid os en esas artes . Alos qu e no tenemos la sensibilidad de apr eciar esas manifestacione s nos bast a con u nir lug are s de a ntiguos cult os pag anos, posterio rmente cris tian izados po r
órd enes religio sas, para componer el itinerario a Compostela : templa rios en Euna te, Torres de l Río, Villa lcázar d e Sirga y Ponferrada; antoniano s en Ca stroje riz; cistercienses en Sobrad o dos Monxes; benedictino s de Clun y en Sahag ún d e Campos, donde tambié n fundó conven to el gran dísimo San Fra ncisco de Asís. El camino pasa po r las catedrale s de Burg os y León , ambas del siglo XIII y dedicada s a Magna Mater Santa María, por no hablar de templo s de resona ncia griálica como San Juan de la Peña u O Cebreiro. En suma, dea mbular por el Camino d e Santiag o es trazar un itine rario in falib le po r los lug are s más mágicos de España , culmina ndo en el crisol y ad alid de toda la ide ntidad mitoló gica pe nin sular: Galicia. Lo q ue en contrará cada pe regrino a l final de su vi aje será la consecuencia de su proceso, ex clusivo, diferente, personalizado . Jamás será algo que ex istía a priori: como la vida misma. El metafórico cuerpo d el ap óstol se construye con c ada pa so del per egr ino, y tien e por ello infinitas formas, infinitos cuerpo s y rostros: uno por cad a pereg rino . Y quien de verd ad siente el impulso tran sformador d el camino no detiene sus pasos en Compostela, sino q ue, una vez alcanz ada la tumba del a póstol (que es la suy a propia), reanuda la marcha, y duran te tres jorn adas más, camina hasta el fin del mundo, verdad ero y ún ico final d e la ru ta ja cobea . Allí, en la Costa de la Muerte, observa la p uesta de sol y compre nde que no ha hecho más que la mitad de su viaje. Queda el re gre so, parte tanto o más importante qu e el p rop io camino d e lleg ada. Esa es la pereg rina ción comple ta: Ariad na o el reg reso. En el Medievo esto re sultaba evide nte: el pe reg rino del siglo X o del siglo XII sabía qu e su pere grin ación, en ara s de salvar su alma y
consegu ir el perd ón d e todos sus pecado s, no termina ba n i en Compostela ni e n Finisterre . Una vez ab razado el san to, rezadas sus reliq uias y contemplad o el a bismo de l Fina l de la Tierra , no le quedaba más remedio q ue volver p or d onde hab ía venid o, con su certificado compostela no bajo el b razo, que le a creditaba como un alma exenta de todalasmácula. Y reg resar a l hos ygar signific aba a someter a todas in clemencias, peligro adversidad esvolverse de l camino. Pero era absolutamente preciso, y en e se largo pro ceso de re torn o, se fragua ba la solide z y el na cimien to terre no d el verda dero ho mbre n uevo. Hoy en día los m eritorios pere grin os llega n a Santiag o, recogen su «compostela » en la o ficina de la rú a do Vilar con su no mbre en latín, acude n a la misa del p ere grin o en la catedra l y, tras una copiosa comida surtida de m anjare s galleg os (entre los que n o faltan un os buenos pimien tos de Padrón y queso d e tetilla), toman el tren o el a vión de vuelta p ara su casa. Espeluzna nte. En el mejo r de los casos, si alg ún a nónimo y rico be nefactor lo conced e, habrá n visto funcionar e l botafumeiro , pasmo y asombro tanto de pereg rino s como de jap oneses y demás turistas acciden tale s. Tal vez ni siqu iera se hayan podido estremecer a nte la visión apocalíptica del Pórtico de la Gloria , siempre oculto tras los and amios de una etern a re stauración. Y ahí se acabó todo. El mes de camina ta que separa ba su pun to de salida de la ansiada Compostela se contrarrest a con u nas pocas horas en a vión, en tren o en automóvil, y por arte de tecnolog ía, el que hace u nas horas reinaba e n la plaza del O brado iro con el org ullo de su hazaña se encue ntra sent ado en el sofá de su casa, revisando las fotos de la cámara digital o contest ando a las de cenas de correos ele ctrón icos recibido s en su au sencia. Aterra dor. Solo u nos pocos de los pere grin os que a lcanzan Com postela ,
gra cias a e star dotados de más po esía, más intuició n o simple mente más días de vacacion es, continú an sus andanzas ha sta Mux ía o Finisterre, par a con templa r la mítica pu esta de sol e n el océa no. Algo les dice que e l verd adero final de l camino se cierra con e sa impre sionante con templación. Pero al día sigu ien te también toman un bus rtotes, de sus Lavacolla que leses devolv a sus hoga res, a sus trab al ajoaes, ropue sus gen conversacion de sieerá mpre … ¡Craso e rror! ¿Cómo se lle va un o a casa la visión del fin d el mundo? ¿En qué maleta, mochila o saco se gua rda la sencillez y la ho nestida d de la vida de l pereg rino , cuyo día a día se red uce a la s bend itas labo res de camina r, comer y do rmir? ¿Cómo se e nvían a casa lo s divino s atard ecere s, la pro funda relación con tu cuerp o, la conviv encia con tus más sincero s pensamientos, la p az de l justo ritmo de tus pasos, la seg urid ad de la pro videncia y la belle za anó nima de cada rin cón de la ruta? ¿C ómo llevar al hoga r al h ombre n uevo qu e ha nacido para transformar el mundo? La re spuesta es rotund a: regre sando a pie, tal y como se h a lleg ado . Ese es el verdad ero par to. De lo contrario , el h ombre nuevo solo será un pro yecto, una id ea, una revela ción efímera e inconsistente. El camino es y debe ser do ble : ida y regr eso. Sola mente ex perimentando el camino de vuelta traere mos con no sotros la e sencia y la verdad d e lo apre ndido en el pro ceso. El regre so cataliza todas las impre siones, pen samien tos, conclusion es, misterios y certezas qu e nos ha descubierto el cam ino, para asimilarlo s e integrarlo s de u n modo ple no e n nuestro p rop io h ogar. Si no se re corre el cam ino d e vuelta, lo apren did o se d esvanece con los días, se dilu ye, se difumina hasta convertirse en u n b onito re cuerdo, en un sueñ o e vasivo, en un a efímera ex periencia, rom ántica y estéril, que ide aliza un pro ceso que,
en definitiva, no ha tenido ningu na consecuenci a re al e n nuestra ex istencia. Y volvere mos muy pron to a vivir n uestra misma vida anterior, frecue ntar l os mismos lu gares, hab lar de las mismas cosas, trab aja r con la misma actitud y alimentar los mismos pensamientos erróneos. No habrá habido metamorfosis, transmutació n, movimiento, cambio. El camino estéril. ¿Qué ndo habría rrid o si Teseo se hubie ra-laberinto q ued adoserá etern, pues, amente con templa a suocu víctima? La infantina d e Valle Inclán, en esa pe queña jo ya teatral q ue se llama La cabez a del d ragón , desea olvidar u n amor imposible qu e la conde na al sufrimien to. Su amado es el caballe ro a nónimo que días atrás la salvó de pe recer en la s fauces del drag ón, dan do muerte a la bestia. Acto seguid o, el misterio so pa lad ín la con dujo h asta la corte de su pad re, el rey, y allí, a la s puertas de p ala cio, desapare ció para siempre . Desde e ntonces, perdid a toda espera nza de volver a verlo, la prin cesa solo an hela bo rrar al caba llero d e su memoria . Oyó decir que muy lejos, en la o tra p unta del mundo, ex istía una fuente de la q ue brotaba u n agua milagrosa qu e b orraba los rec uerdo s dolorosos . El bufón d e la corte, astuto y colorido , le ex plica qu e no es la fuente la que pro duce el milagr o, sino el larg o tiempo q ue se ne cesita pa ra alcanzar e l lug ar d onde mana. Es el tiempo tran scurrid o en la pereg rina ción el qu e ha ce olvidar: el tiempo re al qu e colma sus frag mentos de ex perien cias, sucesos, anécdotas, personaje s, sensaciones, deseos y pasione s; es el camina r el que nos colma de ina dvertido s apren dizajes; es el viaje el qu e no s devuelve la vida. En la escena , la amarga infantina aún no lo sabe , pero el qu e ella cree ser un bufón es, disfrazado , su príncipe salvado r. Solo necesita un larg o camino interior d e re greso pa ra d arse cuent a.
8. La música del laberinto «Todo se hizo según el peso, el número y la medida». P ITÁGORAS DE S AMOS «La arquitectura es música inmóvil».
S
GOETHE
uen a u na melodía en el pe núltimo corredor del laberinto. La pre cede u n ritmo suave de tam bor que rep lica desde varios pasillos atrás el fluir de tus pa sos. La melo día se en sarta en l os frag mentos de tiempo que in sinúa el ritmo, como una hebra continua y fluctuante qu e rep ta sinu osa p or la firme urdimbre del telar. Es una voz de mujer la q ue dib uja la línea meló dica. No es un a voz he rmosa: es simple mente sincera , y tan corpóre a que casi se pu ede tocar. Brota de las losas bla ncas del suelo y t ien e alg o de anciana, de cansada , de frágil. Es una voz vestida de seda ra ída, gris y az ula da. Se la oye tan cerca qu e se diría qu e la enigmática cantan te está ju nto a ti. Y, sin embargo , no hay nadie . La melod ía no es muy larga , pero se re pite una y otra vez, en un e tern o ciclo ilimitado. Pare ce estar carga da de palabr as imposible s de compre nder. Es la can ción d el la berinto, el ú ltimo aprendiz aje del h éroe. Si la arq uitectura es música in móvil, las le yes de ambas artes, arq uitectura y música, son las mismas y tan solo se diferencian en su dimensión temporal. La primera es etern a y la seg unda efímera . Y a pesar de tod o, el lab erinto, arq uitectura de la metamorfosis, es el escenario donde ocurre la acción heroica, que, com o la música, muere en el tiempo. El verdad ero labe rinto no e s el pétreo, s ino el hu mano: ahora e mpie zas a en tenderlo. El hilo d e Ariad na se acab a de convertir
en una melod ía. Es la diosa qu ien canta, revela ndo con sus s onid os el último secre to del la berinto: sus nú mero s. Pron to ocurrirá lo qu e hasta ahora e ra imposible: como héro e compre nderá s las leyes del trazado del camino . Isis se de svela rá a la razón. Los núm ero s sagrad os hará n compre nder a Teseo e l pa trón de giro s y curvas que han forma trayectoria ya n o erel sultará azarosa n i secreta. Por dado p rimera vez,a asupocos metros, que de cruzar umbra l de la salida , los dos lab erin tos, el d el h éro e y el d el maestro con structor que lo diseñó , serán u no. Ocurrirá e n el momento en que el camina nte visualice la imagen cenital d e sus an danzas y desc ifre e n su mente lo s código s numéricos que h an g uia do sus pasos y dado forma al h ilo de Ariad na. Esa será la red ención d el viejo maestro. Si la condición pre via para entrar en el lab erinto era ignora r, la condici ón in dispensable para salir d e él es comprender. Es como cuan do miramos atrás e n nuestra vida y, por arte d e pura perspectiva, compre ndemos lo s motivos, las causas y las relacion es sistémicas que n os han hecho pro tagonizar una u otra ex perien cia. Casi toda s las cosas que nos ocurren a los seres humanos solo las entende mos a po sterio ri, cuand o el p eso de los años y el ben eficio de la ex perien cia son capaces de a rrojar luz sobre las c ircunstancias particulares que a lbe rga ron lo s hechos: cond ena terrib le, como la d e Epimeteo (l itera lmente, «el q ue ve después»), que a cepta inocente a la h ermosa Pandora como espo sa cuand o esta, enviada po r los dio ses, se presenta ex ubera nte con su fatal dote bajo e l brazo: l a caja de la qu e saldrá n todos los males de l mundo. El último reto del la berinto es la compre nsión de sus número s, de sus propo rciones y por consigu iente de su música y su arq uitectura . Cuando Teseo ab and onó el labe rinto asimiló el p atrón d el recorrido y
eso le pe rmitió de spués repro ducirlo en da nzas rituales que conmemora ban su victoria. Es el turn o de la Divina Geo metría, que, como para digma del con ocimien to transv ersal e integrad or d e artes y ciencias, participa de igu al modo de poesía y pr osa, de física y metafísica, de ló gica y ana log ía, de ra zón, intuició n e ilu minación. El tes quepasillos avisa no traidor: nos sometere te los siguien de es e ste la berinto a las leyesmos deldu anran álisis lóg ico y cuan tificable. Nos lan zamos, pue s, a medir espacio s, a contar ele mentos, a comparar distancias y propo rciones en un ejer cicio casi matemático qu e otorg ará al rey de los labe rintos un gra do de ex celenc ia sin paran gón , esta vez desde la ob jetividad de lo computable.
Ante todo hay que dejar b ien claro que el recorrido del lab erinto
de Chartres no e s ex clusivo de esa cated ral. Encon tramos el mismo diseño en el pe que ño laberinto del a trio de la catedral de San Martino, en L ucca, y en el dibu jo de Villard de Honn ecourt en su cuadern o de apu ntes del siglo XIII. Dos siglos a ntes, el mismo esqu ema apare ce rep resentado e n un a copia manuscrita de la s Etimologías de San Isidor o, en e l monasterio d e Santo Doming o de Silos.
Laberinto de Villard de Honnecourt. Penetremos aho ra e n el diseño con un a nueva mirad a y, sobre todo , con una nue va mente ade rezada con una pulcra voc ación analítica. Seamos p or un momento como ing enieros técnicos. T ratemos de pormenorizar los f actore s que e labo ran la le y rítmica que org aniza el trayecto, en función de la secuen cia de lo s niveles po r los que se tran sita, el sentido d e los giros y su lon gitud . Advertiremos, de entrada, estas características: Debido a la pre sencia de la cruz griega en la composición, los tramos curvos de los an illos pre sentan solo dos tipo s: tramos de cuarto de circun fere ncia o tramos de media circunfere ncia. Jamás se recorre un anillo comple to de una sola vez. Cada nivel del lab erinto tiene un senti do d e giro a sociado, al marg en del cuad ran te en el qu e nos en contremos. Así, en los niveles pares, el sentido de g iro es hora rio, y en lo s impares, es a ntiho rario. Es fácil compro bar esta característica recorri end o el labe rinto de n uevo con el dedo o la mirada.
Salvo en las calles rect as de entrad a y de salida, la trayectoria d el recorrid o pa sa siempre d e un nivel al inmediatamente superior o i nferio r. En dichas c alles (la de e ntrada al lab erinto y la de llegada al centro) hay respect ivamente dos saltos: desde la entrada al nivel 6 alunda. 11 enEstos la primera n ivel a l 6, y del 7 5,al y1 del 2 ennivel la seg saltos,, ay del pesar de 1pro ducir un efecto compositivo asimétrico, son la clave pa ra que el recorrido lab eríntico se culmine con é xito. Como se sugirió en el rela to ficticio de la g énesis del d iseño, simbólicamente rep resentan el Á rbo l de la Ciencia (con la caí da d el ho mbre ) y el Árbo l de la Vida (con la red ención de l hombre ), atendie ndo a una in terp retación medieval d e lo s mismos.
Ahora diremos ex actamente lo mismo, pero de otro modo. Aunque no lo p are zca a primera vista, el dia gra ma que pre sentamos a continu ación o frece otra manera de rep resentar el m ismo re corrido d el lab erin to de Chartres.
Que n adie se asust e. La correspon dencia en tre las curvas del diseño lab eríntico y el dia gra ma es sencilla. De izquierd a a d ere cha, la línea de pun tos desc ribe e l recorrido desde la entrada ex terior ha sta el cent ro d el lab erinto. Los niv eles o a nillos del lab erinto son aqu í las
fran jas horizontales num era das de l 1 (el a nillo más ex terio r) al 11 (e l más interio r y pró ximo al espa cio cen tral). Como hemos dich o y se ind ica al principio d e cada franja , en lo s niveles impares el sent ido d e giro de la curva es ho rario , y en lo s pares, antiho rario . Para facilitar este dato, las fran jas de impares se repre sentan con fondo blan co y las pares con fsenta ond oun gris. Cada tramo pu ntode señalad o enconcre el recorrido deunlacuarto línea roja repre a curva, l camino, tamente de circunfere ncia, en su nivel correspon dien te. Cuando las curvas son más lar gas (media circun fere ncia) , simple mente se colo can d os pu ntos contigu os en el mismo nivel. Los salt os de nivel en línea recta, al prin cipio y al f ina l de l recorrido , están señala dos tal cual. En la parte inferior del d iag rama, se indica el núm ero d e cuadr ante en q ue se encuentra cada curv a del lab erinto. Para compro bar qu e el dia gra ma es corre cto, deb emos recorrer len tamente con un láp iz el diseñ o src ina l, y compro bar paso a p aso el nivel y el cuad ran te de cada curva a lo larg o de todo el trayec to, comparán dolo con la sec uencia de p untos del diag rama. Esta manera de sin tetizar los porm enore s del recorri do laberíntico en una gráfica no es simple mente un cap richo. Nos pe rmite sab er e n cada p unto lo s pará metros de su ub icación en el conju nto, es de cir, el nivel, el cuad ran te y el sentido d e giro , de u n modo claro y rápido que facilita el an álisis. Este tipo d e re pre sentación se p uede llevar a cabo con la berintos s emeja ntes. Por otro la do, siempre que veamos un o de estos dia gra mas, debemos cerciorarno s de que cumple las siguien tes condiciones: En todos los niveles ha y cuatro p untos (lo q ue significa qu e
los cuatro cuad ran tes de cad a an illo se completan). Cada punto del mismo nivel p ertenece a un cuadra nte distinto. Estas do s condicione s gara ntizan que todos los tramos de l laberinto sean cubiertos en el recorrido y se llegue al cent ro comple tando toda la supe rficie d el mismo. El diag rama es, pues, representat ivo del d iseño srcinal y se corresponde con él. El nu evo look de l famoso re corrido de Chartres f acilita para nosotros el desc ubrimiento de no tables singu larid ades del diseño, segura mente el más armónico y per fecto de los lab erin tos de l mundo. Las podemos re sumir así: La secuen cia de curvas c ortas (de cuarto de circ unfere ncia, que llamare mos C) y curvas larga s (de media circunfere ncia, que llamaremos L), nun ca supera la relación d e 2 a 1 en la secuencia, es decir , nunca se recorre n más de dos curvas cortas seguid as y viceversa. Esto genera un ritmo intern o agrad able y equilibrado que pod emos cifrar así : C-C-L-L-C-C-L-C-L-C-L-C-C-L-C- L-C-L-C-C-L-C-L-C-L-CC-L-L-C-C Si a C le otorga mos el valor de un tiempo (un a negra) y a L el valor d e dos tiempos (una b lan ca), obtendre mos una elemental partitura rítmica del lab erinto, que fácilmente se puede trasformar e n pasos de ba ile. Pero aún podemos llevar e ste ju ego de correspon dencias más lejo s: si ade más
asociamos cada nivel a un semitono de la escala cro mática musical ( que se compone de los do ce semitono s de la escala temperad a occidental), obtene mos la que puede ser una partitura del laberinto de Chartres, que ha sido objeto de numero sos estudios e in cluso se h a con siderad o como herramien ta para la meditación.
Aserie la vista de laasecue ncia rítmica r observamos e s igual su inversa: se leeanterio igu al de izquierd a a qu e la derecha que de derecha a izquierda . Esto signif ica q ue el camino d e entrada al lab erinto (de l ex terior al centro) y el de salida (de l centro al ex terior ) describe n ex actamente el mismo patrón de giros, sentido s y niveles. La cara cterística anterior ha ce que e xista un punto de la secuencia (la L m arcada en n egr ita) qu e es el centro de
simetría de la serie . Si nos fijamos, desde esa L central l a secuencia hacia la de recha es ex actamente igual a la de la izquierd a. Podemos ide ntificar con facilidad ese p unto tanto en e l diag rama como en el pro pio la berinto: está en la pa rte superio r del eje vertic al, coincidiend o con el pu nto medio de l sex to nivel. Las cara cterísticas an teriore s justifican que si gir amos el dia gra ma, dándole la vuelta, el dib ujo d e la línea roja sea e xactamente igu al, no varí e en absolutamente nin guno de sus pun tos. El segun do centro d el lab erin to es el centro d e simetría polar d e la línea ro ja.
Luego lleg amos a una conclusión f ascinan te sobre n uestro famoso la berinto: posee d os centros; el primero (el punto central), que marca el final de la ida y el principio de l regreso, y el segun do (el pu nto medio d el sex to nivel e n la parte supe rior), que marca la simetría rítmica de cada uno de lo s dos caminos, el de ida y el de regreso. La ex istencia de e ste segund o centro es una de la s grandes peculiaridade s que h acen de l de Chartres un lab erinto paradigm ático. Curiosamente, el sex to nivel, per o en la p arte baja , es el ún ico que comparten las do s calle s en las qu e se pro ducen lo s saltos, es decir, es
el nivel qu e marca la «im perfección » ne cesaria p ara e l diseño lab eríntico. Insistiremos e n esta característica más a delan te. El segu ndo cen tro marca u n punto muy significat ivo de nuestro recorrido labe ríntico y lo divide en dos partes. Si no s fijamos en el dia gra ma, en la primera parte el recorrid o completa lo s anillos m ás peq ueñlaos,segunda los que ocupan niv eles del ,6por al 11. Pasado e los l segund o centro, parte delos l camino b arre el contrario, niveles de anillos más gra ndes, del 6 al 1 (como es evidente, no e stamos contando en ambas partes los saltos de las calle s de en trad a y llega da al cen tro). Esto sign ifica que, aunque los ritmos, nivel es y giro s son simétricos con respecto al segu ndo centro, la lo ngitud del trayecto no es igua l en la p rimera y la segun da p arte del cam ino . Luego, en virtud de esta cara cterística, el seg undo centro tiene un carácter d e «centro desplazado », tan clásico, tan del gusto gr iego . Para no abandonar el simbolismo cristian o medieval, es convenie nte ex poner que la p rimera p arte del camino , al estar asociada a la caída de l hombre y su ex pulsión de l para íso, simboliza teológ icamente las andan zas de la hu manida d (o del « pueb lo ele gido ») en el Antiguo Testamento. El segu ndo centro, pun to clave del recorrido , represen ta el a dvenimiento d el Mesías, el Nuevo Adán, el Cristo en carnad o, aque l qu e ha brá de salvar todas las alm as. La segun da parte del camino es, por tanto, una metáfora del Nuevo Testamento, como segu nda parte de las Sagra das Escrituras, hasta la pasión, muerte y resurrecc ión de Jesús, simbolizadas e n el Árbo l de la Vida . La interpretación glo bal es cuanto m enos tentadora . Recorrer e l lab erin to desde la entrad a ha sta el cen tro e s construir u na metáfora viva de la h istoria del hombre en su dimensión un iversal, que se correspon derá con el cam ino d e la vida d el ho mbre e n su dimensión
individual c uan do el h éroe-p eregrino recorra la v ía de regreso: pura liturg ia cósmica. La lleg ada al g ran espacio central repre senta la resurrec ción d e Cristo. Le qued a ah ora a l indivi duo desanda r todo el lab erin to re plicand o lo s pasos del S alvado r (pu es ya hemos visto que el camino d e ida es simétrico al d e reg reso) pa ra consegu ir su pro pia resurrección la vida la aterio pocalíptica celeste: el finay alc l deanzar l camino de reeterna gre so,e eln ex r de l labeJerusalén rinto, es el mundo e ntero trascendid o. Sería fácil ilust rar e sta interp retación simbólica con p asajes claves de la Biblia qu e se pu dieran corresponde r con pun tos concret os del recorrido . Ya hay vario s estudiosos que lo han he cho con e xcelente intuición . Insisto en mi punto de vista sobre cua lqu ier a nálisis simbólico: nada es verda d ni es mentira, pue s todo símbolo está sujeto a infinitas interp retacion es y jamás debemos conside rar u na sola como válid a. El símbolo se alimenta pre cisamente de la abundancia d e sus lect ura s; necesita ser u n depósito de pensamientos, reflex ion es, imaginacion es, fantasías, ex perien cias y puntos de vista del variad ísimo género humano. Quie n recibe u na in terp retación sob re un símbolo no debe pon erla en dud a: solo d ebe comproba r si la ex plicación despiert a alg una chispa en su interior, si algo re suena en su mente o e n su alma, si las pala bra s, siempre falsas, le sirven d e puente ha cia lo in efable, lo metafísico, lo divin o, que es la tierra verdadera del símbolo. En e l peq ueñ o re lato d e ficción que pasill os atrás nos narrab a la hipotét ica no che en la qu e un anó nimo geómetra da ba a luz el diseño del labe rinto de la cat edral de Cha rtres apare cía un a construcción geométrica clave p ara el p roceso. La const rucción era esta:
Dicha con strucción respon de al céleb re e jercicio ge ométrico de partir un segmento (AB) según su den omina da sección áu rea , que se corres pon dería en e l esquem a con e l pun to señalad o con la letra grie ga Phi: Φ. Un eje rcicio semeja nte para dividir un segmento da do con el mismo resultad o lo encontramos en los Elementos de Euclides bajo el curioso tí tulo : «Dividir una recta finita dada en ex trema y media razón» (Elementos , libro VI, pro posición 30). En re alid ad, el o bjetivo de dicho ejercic io es intr odu cir en una magn itud la razón áurea o e l número de oro . Luca Pacioli ba utizó esta ide a como «la divina p rop orción» en su importantísimo ensayo g eométrico d el siglo XVI. Para qu ien no lo
sepa, este po pular nú mero -razón-p rop orción (la s tres cosas respon den al mismo con cepto, pero con a plicaciones d ifere ntes) es u n número -ide a, al qu e se suele llamar Phi, que está presente de un modo asombro so y reinciden te en la natura leza y en la s artes. Su valor es 0,6180 33… con infinitos de cimale s, por pe rtenecer a la familia d e lo s número s llamados aleans.tePitágo los de nominó «in conmensura ble irracion s». Phi es todo ras e l número que aparece infinit as veces en la composición ge ométrica de cualq uie r canon del ser humano y, como con secuen cia, en lo s mejores ejemplo s de p intura , escultura y arqu itectura de la historia del arte. Por ha cer un rá pido recorrido por la manifestación de este número sacro, Phi e s, en el ser humano, la pro porción entre la altura t otal de un a pe rsona y la alt ura de su omblig o; es la prop orción e ntre las fala nges de los ded os; entre la mano y el antebrazo; ent re la a nchura de la boca y la de la na riz; la altura y la anchu ra d e la cab eza… Phi está pre sente en toda flor de cinco pétalos, en las estrella s de mar, en la disposición de las ho jas en una planta, en la s espira les de la s conchas marin as, en la re lación entre lo s ciclos solare s y lun are s… Y, por supuesto, al ser e l arte imitación de la n aturaleza, P hi e stá en la génesis geométrica del Parten ón de Atenas, de la Gran Pirámide de Keops, Notre Dame de París, el Taj Mahal, San Loren zo de El Escoria l, el Co liseo y el Panteó n de Roma, entre o tros miles de edificios sagrad os. Se encue ntra e l mismo número en la Gioconda de Leo nardo y en s u Hombre de Vitrubio , en Las Menina s de Velá zque z, en casi todo Dalí, en Dure ro, Cara vagg io, Rembra ndt y Picasso… Y, cómo no, en las e scultura s de Fidias, Policleto, Praxíteles, y también Miguel Ángel, Bernini, Rodin… Es además el n úmero Phi e l qu e siempre está presente e n el eje rcicio imposible de la cuad ratura de l círculo, cuya in alcanzab le solución se
aprox ima in finitamente en virtud de este número de oro . La cuadra tura del círculo, que h a ocupad o la s mentes de los más gran des sabios y pensado res de la h istoria , es mucho más qu e un ejercicio imposible: es un símbolo. Phi tambié n lo es. Son famosos los an álisis geo métricos de los pla nos de la catedra l de queedral , debid a su cter musical (p ues las no proChartres, porcionesen delos la cat guoard ancará las relacione s armónicas), falta la p resencia d el d ivino nú mero Phi. Es, por tanto, lógico pensar q ue una composición geo métrica de la categoría del g ran labe rinto de Cha rtres cuente en su morfología con la sagrad a sección áu rea . Y así es. De las muchas op ciones qu e nos ofrec e n uestro d iseño laberínt ico para ex presar sus relac iones áurea s, destacamos las dos prin cipales, que serán objeto de interpretación. La primera es esta:
Como puede apreciarse en la ilu stración, s i dividimos la a ltura total de l lab erin to (e s decir, su diámetro) según la sección áurea ,
encontramos el p unto que marca l os límites del e spacio ce ntral. Dicho de otro modo: la rela ción en tre e l diá metro total del lab erin to y el diá metro d el círculo central e s precisamente Phi. Esto otorg a al dise ño de Chartres un carácter compositivo con p rop orcione s humanas, al ser Phi, como se ha visto, el nú mero clave de la composición del cano n del hombre. Vitrubio, tratad ista romano del sigl o I, nos recuerda en el pr imer capítulo de su tercer libro d e arqu itectura , que «( …) si la naturaleza compuso el cue rpo del ho mbre de manera que sus miembro s tengan propo rción y corres pon den cia con todo él, no sin c ausa los antiguos establecieron tambié n en la construcción de los edific ios una ex acta conmensuración d e cad a una de sus part es con el todo. Establecido este bu en o rde n en toda s las obras, lo ob servaro n prin cipalmente en los templo s de lo s dioses, donde suele n permanecer e tern amente lo s acier tos y errore s de los artífices». En el pasaje e ntero (cu ya lectura se recomien da vivamente) se ex plica con t odo rig or p or q ué e l templo debe tener rela ciones n uméricas y geo métricas similares a las de l ser humano, pues el ed ificio sacro de be ser p royección tanto del cue rpo humano (microcosmos) como del cosmos e n su totalid ad (macroco smos). La euritmia y la a rmonía del can on humano se han de correspon der con las del tem plo , para, a su vez, hacer corre spond er este con el u niverso. El templo es así el e spejo en que dioses y hombre s se miran y se recono cen. La p resencia de l número Phi de un modo tan eviden te en la composición del la berinto d e Chartres c onvierte inmediatamente a nue stro diseño en un espaci o sagrad o, dedic ado a establecer el vínculo q ue une al ser humano con e l universo en tero . Esa es ex actamente la misión q ue debería satisfacer todo templo : ex per iencia
trascendente del espa cio sacro. Pero eso no es todo. Llevemos el an álisis geo métrico un p oco más lejo s. Si en vez de calcular la sección áu rea del diá metro total de l lab erinto, lo hacemos de su rad io (e s decir, la mitad de l diá metro), obtenemos el siguie nte result ado :
En el rad io in ferio r, la a ltura de la sección áurea marca con precis ión la separación e ntre los niveles 5 y 6, que señala el pu nto ex acto en el que la recta ascend ente de en trada al labe rinto se ve interrumpid a, configur and o la s dos primera s curvas del que hemos llamado Árbo l de la Cie ncia. Pero más aú n: el simétrico a di cho p unto, es decir, sección á ure a enaelelrad io supecentro rior, nos el luga sexto nivella dond e se localiz segundo delind labica erinto, quer del hemos de scubierto en el a nálisis del diag rama asociado. ¡M agn ífico! Una misma razón numérica n os dicta, por un lad o, la re lación humana entre e l centro y el conjun to, y por otro lado , nos resuelve los puntos clave del recorrid o: primero el pu nto don de localizar la «im perfección » que ro mpe la simetría axial y po sibilita el recorrid o en el esque ma geométrico, y segun do, el p unto que supon e la simetría in tern a de ritmos y giros den tro d el p atrón g enera l; el p rimero en la p arte inferior , «impura» , y el segundo en la superio r, «pura ». Es la divina pro porción la q ue, un a vez más, une lo s opu estos, pues po sibilita funcione s opuestas de la composición (asimetría-equilibrio) con un mismo número: Phi. Entiendo que no e s este libro el marco idóne o para d esarrollar un estudio g eométrico exhaustivo de l magnífico diseño de Chartres, lab or especi alizada que re que riría la ex tensión de u na pu blicación entera. Esa empre sa no forma parte de nuestro camino . Lo aquí ex puesto no son más que le ves pin celada s con las cuales se qu iere sug erir el maravillo so y comple jísimo ejercicio d e Geometría Sagra da que sup one el famoso dib ujo, en la q ue e l número d e oro vuelve a intervenir en multitud de opera cione s, y con él lo s más importantes ele mentos de la Geometría Sagra da, como son las tres gra ndes raíces sagradas, la vesica piscis , los trián gulos áure os, la flor de la vida, la serie d e
Fibona cci, el teorema de Pitágora s… El la ber into de Chartres es un auténtico crisol d onde los pa rad igmas ge ométricos en cuentran siempre lug ar. Muy a mi pe sar, detenemos en este punto nuestro somero análisis para, antes de concluir n uestro trán sito por estas últimas ga lerías cargad as de grá ficos, abord ar do s cuestion es concep tuales sobre el diseño lab erin e result con trovertidas y conviene a clarar antes ded el alcan zar to la qu salida. M ean refiero a la r elación q ue e xiste en tre el lab erin to y las ideas de mandala y de espiral, que tanta confusión parece suscitar. Intentaré ser lo más claro p osibl e al respe cto. Hay quien asegura q ue e l laberinto es un m and ala; o un mánd ala; o una mánd ala o una mand ala… (puede que toda s sean válidas, vaya usted a sab er). Para quien no lo teng a muy claro, un mandala (a p artir de a hora lo lla mare mos así y que pe rdo nen los puristas) es, según el d iccion ario de la RAE: «Un dib ujo comple jo, generalmente circular, que rep resenta las f uerzas que reg ula n el universo y que sirve com o apoyo de la meditación». Prosaico y clarito: como manda la Academia. Los pad res de la le ngua puntualizan además qu e estos «d ibujo s comple jos» se a cotan en el marco d e acción d el hind uismo y del budismo. Completan la in formación apu ntand o que la pa labrit a e n cuestión viene del sánsc rito, y litera lmente pare ce que puede traducirse com o «círculo» o «disco». Buen pun to de partida. Para desarrollar un poco el concepto pod emos decir que los mandalas son composicion es liga das a las leyes de l a Geometría Sagrad a. Como tales, su funció n es sugerir o servir d e metáfora d el ord en del un iverso, es decir, el cosmos, bajo la influencia y la acción de los n úmeros sag rad os, manifestado s como formas geométricas pu ras. Estos diagramas geométricos son sie mpre centralizad os y están
dotados de una fuerte simetría. Establecen las rela ciones en tre el macrocosmos y el microcosmos, poniendo de manifiesto leye s universale s de composición natura l. La intersección de las figu ras geométricas utiliz adas en el mandala gener a fragmentos de superfic ie que se colo rea n con tonos, por lo g eneral, muy vivos. Esta dimensión cromática y se a l tratar de mantener udenal mandala armonía es y unfundamental, e quilib rio con la con redstruye geométrica. Frecuentem ente se in trod ucen en la composición del mand ala ele mentos figu rativos qu e rep resentan dio ses, animale s u o tros ele mentos alegóricos o simbólicos. Este rasgo es típico del mandala budista. Por e l contrario, en lo s den omina dos yantra hind úes, la composición se limita a g eometría pura . El objeto d el mandala n o es ornamental, sino con templa tivo. Es un instrumento para la meditación. La palabr a yantra se pue de traducir literalmente como «instrumento» en len gua sán scrita. La geometría y los colores ad quiere n e n el mand ala una dimensión superior , metafísica, y acercan a l ind ividuo a las gra ndes leyes de la Crea ción, y a conceptos tan e levados como la a rmonía, la eu ritmia, la pro porción , la analo gía, la simetría de l orde n un iversal. La visualización pro lon gada de estas figu ras provoca e n lo s orantes est ados de trascendencia sut il y lumino sa. A fuerza d e tiempo, entreg a y mucha concen tració n, la divina com posición a bre sus entrañ as ante los ojos del e spectador ex hibiend o un a da nza de relaciones y de o cultas corresponde ncias, semeja nzas, oposicion es, inver siones, homotecias… Figuras an tes imperceptible s se manifiestan, cobran do cuerpo y presen cia y aña diend o nue vas sensaci one s al p rodigioso espejis mo. La ex perien cia colma un imposible: utilizar lo sensible p ara e xperimentar lo supra sensible. C omo buena herramien ta trascendente, un mandala
amás deb e darse po r de finitivamente observado . Para una mentalid ad occiden tal, la cosa suen a a pitagórica. M e resulta imposible al revisar el párra fo an terio r no p ensar en los sólidos pla tónicos y la m úsica de la s esfera s que pro ponía el maestro d e Samos: la divina Un ida d fragmentada con armonía, a través de un estético eq uilibr io de pe rmanecen interrela sugiriendo el todo. E nsus reapartes lidad, la, que hu manida d e ntera lleva hcionad aciendoas este tipo de diagra mas en todo s los rincones del p laneta a lo larg o d e todas las épo cas. La geometría es patrimonio ya n o de la humanida d, sino del univers o entero. El culto a los discos sola r y lunar re veló en todo el plan eta desde la más remota Antigü edad la sacralid ad de la forma circula r. Sus particiones en gen draron los polí gono s regulares: cuad rados con dia gonales cruciformes, pentágon os áure os, trián gulos equ iláteros, perfectos hex ágonos en pro lon gada re tícula, como los pan ales de la colmena. Estas son l as formas qu e utilizan no solo l os mandalas de Orien te, sino toda la arq uitectura sagrad a del mund o. Pero a causa d e esa pe rversión que es la espirit ualidad de con sumo, ahora resulta más atractivo pe nsar que semeja ntes construccion es son patrimonio hin dú o budista. Ya lo h abíamos advertido: frivolizar con espir itualid ades ajena s es un valor en a lza en los tiempos que corren. Lo q ue desconocen lo s asidu os a las modas espirit uales es lo que los verdad ero s hin duistas y los verd adero s bud istas debe n pe nsar de l mal uso qu e estamos haciend o de sus trad iciones. Supongo q ue se de ben de reír o, simple mente, apro vecharse de nuestra pre tensión y cort edad. Y más cuando de scubren q ue cua lquie ra de los cien tos de catedrale s que inund aron Europa en los s iglos XIII y XIV , y que sigue n en pie en tantas ciud ades euro peas, lucen u nos espectaculare s mandalas
pétreo s, colorea dos primoro samente con ex quisitos vidrios policromados. Pero los lla mamos rose tones y eso no tiene glamour oriental. Tambié n son espe ctaculare s mandalas las mara villosas bóvedas de mocárabes que cubren e spacios s agrad os o p rofano s en la a rqu itectura islámica. ¿Se puede no sentir un arrebato de misticismo al contempla r laes bóese vedadedlirio el salón d e Abencerraje s en la comple Alhambra Gran ada? ¿No g eométrico una de las más tasd e metáforas d el ord en cósmico u niver sal? Yo no tengo duda. Y lo mismo diría de la b óveda de la sala de la s Dos Hermanas, del techo d el salón de Comare s o de cualq uier a licatado estrella do e n los zócalo s de nuestro sueñ o na zarí. E igu almente de las bóved as nervada s de la catedral d e Segovia o d e la s celosías pétreas de la s ventana s pre rrománicas de Asturia s… La pre gun ta es: ¿son mandala s? Desde lue go. Aunque no necesitan e se nombre . En el b uen eje rcicio de la Geometría Sacra tod as las pa rtes de la composición tien en una estrecha corre spond encia intern a, y el conju nto potencia la sensación de Unida d. Todo templo q ue se precie es un mandala en tres dimensione s. Los conceptos qu e el romanísimo Vitrub io o los ren acen tistas Palla dio , Albe rti y Filare te utilizan e n sus tratad os sobre armonía y eu ritmia p ueden ser p erfectamente aplicable s al diseñ o de cualquier mand ala oriental. Un lab erin to es, sin embar go, otra cosa, aunque participe en gra n medida de la e sencia d el mand ala. La conf usión viene p or la propia génesis del diseñ o laberíntico. Como hemos visto, el ge ómetra d el lab erin to clásico, en la p rimera fase de l diseño , deb e utilizar un mandala, es de cir, una composición geométrica centrad a, equ ilibra da y armónica que surge como con secuencia d e la división simétrica de una forma pura . En el caso de l labe rinto de Cha rtres, el mandala g enera dor
del diseño son lo s once anillo s concéntricos sobre e l espacio cent ral con la cruz dividie ndo lo s espacios (v éase ilustración de la p . 233). Si ese sencillí simo esquema se colo rea ra d ebida mente, bien podría ser un simple eje mplo de yantra hindú . Pero la segu nda parte de la génesis laberíntica precisa, como hemos visto, romper ese e quilib rio rigu roso,e para a daptarlo a usvanece. n tránsitoLointerior d eulanacomposición. es dond el mand ala se de que era metáfora d elY ahí cosmos, a modo de revelació n de los dioses a lo s hombre s, se conviert e ah ora e n un a vía, en un cam ino d el ho mbre e n bu sca de los dio ses, o sea , de la trascend encia. Es decir, ex actamente lo contrario . Lo in tere sante del asunto es llega r a pe rcatarse de q ue la vía hu mana utiliza en u n p rincipio u n patrón divino (mand ala) p ara su d iseño . No obstante, la ne cesida d line al de l recorrido , con prin cipio y fin, pone e n aque las leyes sagra das de la simetría, y la perfección g eométrica se subyuga entonces a la imperfección humana. Pura teolog ía aplicada . Por e so un la berinto jamás será un mandala. Precauc ión: que no nos den gato por liebre. I gua l que hay que tener cuid ado con los falsos labe rintos, hay que hacer lo mismo con los falsos mandalas. Las pub licacion es al re specto han pro lifera do como hongos en la p odred umbre . Se llama mandala a cualq uie r cosa con alg o de ord en geométrico y muchos colorin es satura dos. Incluso algun as edit oriales lanzan cuaderno s con diseños de mand alas si n colorea r para q ue sean ilumina dos por niño s y mayores ut ilizando p ara ello , eso sí, cualqu ier tono d e la g ama que o frecen lo s rotulad ore s o las ceras del estuche escola r: pura metafísica… Hasta he lleg ado a ver libro s de mandalas para chavales en lo s que e l motivo figurativ o era un Mickey Mouse dib uja do en las cuatro dire ccion es de l espacio. Ver para creer. Un librito de colore ar, que ya en sí mismo es per nicio so y
antiped agógico para e l desarrollo artístico del niño , jamás pued e contener mandalas reale s. Una cosa es hacer u n ejercicio in fantil de cromatismo libre , con pausa y con centración , y otra muy difere nte e s meditar. El mandala de be estar confecc ion ado desde u na sabidu ría sutil y pro lasajust leyesado de com posiciónela deborad la naotura El equs ilibrio d el colorfunda ha d deeser y simbólico, po leza. r artesano ex pertos en trad icion es sagradas e icon ografía específica. El artista de l mandala ha de ser sacerd ote y ge ómetra, místico, delin eante y pin tor. Debe entender muy bie n las leyes de sus múltiple s oficios y a la vez mantener una línea directa con la s musas y su más de scara da inspi ració n. En el caso de contar con imágenes figu rativas, estas de ben ser ide ntificadas y compre ndida s por el espectado r contempla tivo, para que su mente y sus asociacione s entren tambié n en armonía con e l conjun to sensoria l. Todo de be respirar coh ere ncia y unida d. Si no es así, aquello jamás será un manda la. Elevo a hora mi profundo e ino por tuno lamento y mi más aira da queja : ¡ya está bien de imágenes descontex tualizadas y horteras, con filigran as dor adas sobre lu stroso p apel satina do! ¡Ya vale de coleccion es de imágenes sacras en lujo so formato de oferta en el VIPS! Basta ya d e floripon dio s multicolor es, bro ches con arcáng ele s de a las purpú rea s y diseños para p rimoro sas vajillas ex óticas realizado s en Photosho p! ¡Un re speto, por favor! La e stética visual de l esoterismo frau dulen to es espe cialmente infame y está alcanzan do las más altas cimas de l mal g usto: tien e una tendencia a l pe or b arro co mezclad o con alg o psicodélico, sin renun ciar por ello a l naturalism o ide alizado ; un horror. Y no conten tos con h acer n efastos diseñ os ge ométricos a los que bautizan como mandalas, los intrus os de l arte sac ro lo s llenan de
colores e stride ntes, con auras tornasola das y e fectos d igitales, que alimentan u na con cepción de l mundo e spiritual dud osa y a todas luces infantil. Y así, con semejantes armas, representan impíamente chakra s y cuerpo s energ éticos, auras y jerarqu ías celestiales, sin ning ún pudor, con la estética y los más fantasmagóricos efectos espe ciale s del p eor cine d e cien . Es un inmanipu sulto a lado los arrestistas de lo sagiluminad rad o. ¡Basta de falsos gurúcias,ficción de perversos o patéticos os que arrastran a sus multitudes hacia tant o desprop ósito y que ponen a sus huestes a meditar en la po sición d el lo to dela nte de u na mala copia cerámica del labe rinto de Chartres c olga da en la p are d! Eso sí, musitando mantras al son d e un gong tibetano. ¡S i el Déd alo de Chartres levantara la cabe za! Cambian do d e tercio, y para n o de jar cabo s sueltos en el a nálisis técnico de l diseño lab eríntico, es absolu tamente básico hablar d e la relación entre el labe rinto y la espiral. Hay quien considera q ue u na espiral tam bié n es un la berinto. La cosa en este caso es alg o más comple ja. Si no s para mos a observar una espiral corriente (e s decir, una espiral de Arqu ímede s, en la que la d istancia entre cada vuelta es constante), compro baremos ensegu ida que dib uja un r ecorrido interior, el cual n os condu ce de sde e l ex terio r hasta el cen tro. El mismo recorrido en sen tido con trario n os devuelve a la salid a. Hasta aq uí la cosa parece irre futable: la espiral es la forma más ele mental d el lab erin to clásico.
Espiral de Arquímedes.
Pero algo se resiste en nuestro in terio r al q uerer ide ntificar espiral y labe rinto. La clave de l rechazo no s la da rá el la berinto más primitivo de l qu e tenemos no ticia en la h istoria : el diseñ o cretense. En cualq uier a de sus version es, el diseñ o de l labe rinto cretense obe dece a la yux tapo sición de la cruz griega con línea s curvas a su alrede dor en q uesus cone ctan los exEltremos la lacruz con pun tos o se án ha gulos simétricos c uadrantes. centroded el berinto siempre lla en uno de lo s ex tremos de la cruz. Para compre nde r con mayor efectividad la con strucción, conviene dib uja rla p artiendo de su matriz, como in dica e l siguie nte eje rcicio:
Construcción de un laberinto cretense. Recorrer el la berinto cretense (¡qu e es el p rototipo d e lo s más antiguo s de la hist oria !) nos prop orciona la clave para d etectar la característica que lo d istingu e de l recorrido q ue p rop one la espiral. La clave de la d iferencia e stá e n la variación en el sent ido d e lo s giros en torn o al centro: en la e spiral e l sentido d e giro e s siempre el mismo. Esta divergen cia pro duce sensaciones casi opu estas. En el caso de los lab erin tos cretenses, la alterna ncia en lo s sentido s de g iro pro duce un efecto de eq uilibrio, de balan ce, de unió n de op uestos, en torno a la ide a de unida d qu e simboliza el cent ro. En estos labe rintos ex iste un ritmo y un a armonía como con secuencia d e la oscilación, que otorga al recorrid o la dimensión d e danza. El culmen de esta virtud se manifiesta en lo s laberin tos de las cat edrales, que alcanzan u n gra do máx imo de ex celencia a rmónica y las do tan de cualida des musicales, como ha quedad o ex puesto arriba. En la espiral, por e l contrario, el sentido d e giro ú nico y constante no pro duce sensación e quilibrad a ni eu rítmica. Más bien al contrario: despiert a obsesi ón e induce a l mareo. En los viejos lab erintos creten ses ya estaba sembra da la semilla que hab ría de brotar decenas de siglos después para lo s diseños de las grande s catedrale s: la b úsqueda del recorrido arm ónico; la pra xis de un camino rítmico, un trán sito orde nado y cadencioso que sugiera la unida d por e l eq uilibrio de sus componentes. Si volvemos a re tomar la idea d e la do ble na turaleza laberínt ica (una para q uien ve su dis eño en e l pap el; otra para quien , a escala hu mana, lo recorre ), lleg are mos a la conclusión de que la armonía visual de la p rimera está al servicio de la a rmonía espacio-t emporal d e la segun da. Esa armonía es la qu e deshace la du alid ad. El verd adero la berinto, por lo tanto, es la
combin ación d e fuerzas opuestas que , encontrán dose en un a justa y medida pro porción, se comple tan mutuamente p ara beneficio de la sagrada Unidad , en a ras de llegar al cent ro en u n estado d e eq uilibrio y armonía. De ah í que , en la mayoría d e sus mejo res ejemplo s, el lab erin to cue nte siempre con u na cruz en su g énesis, símbolo p or ex celenc de la n deeonpuestos. Nadaia de esounió ocurre la espiral, que e s repetitiva y unilateral. Su recorrido interior es un fluir cont inu o y reinciden te, care nte de equilibrio , tenaz, perturb ador y sometido a un a ide a fija. La e spiral es igu al a sí misma en todos sus pun tos y no tien e orie ntación ni frag mentación. Se alcanza el cen tro sin n ingu na sensación de equilibrio . La e spiral es inc onmensurable , sin parte de arrib a o pa rte de a bajo, iz quierd a o d erecha, para q uien se ade ntra en sus paredes. Por eso no s atrevemos a enu nciar el po stula do d e qu e la e spiral no comparte la e sencia íntima del lab erin to y no d ebe ser considera da como tal, más allá de su evide nte ap arie ncia. De hecho , la espira l es un símbolo en sí mismo y como tal tien e sus propia s interpretac iones y lect uras, que en nad a se p arecen a las del laberinto. La espiral representa la in finitud y la eternidad del univers o: nunca tien e fin, es susceptible d e ser inde finid amente pro lon gada, hacia fuera (e n todos sus ejem plo s) y tambié n hacia de ntro (en el caso de las espirale s loga rítmicas). No se sab e dónde empie za y dón de acaba , pero se sabe cómo es su comportamiento e n el p roceso, que se basa en la re petición const ante de un mismo patrón de crecimien to/decrecimien to. Una buena metáfora es el tiempo: no podemos abar carlo en su t otalidad , nadie sabe cuánd o empezó ni cuán do termina rá. A pesar de todo, per cibimos su pa so gra cias a la rep etición inde finid a de sus frag mentos en forma de segu ndos,
minutos, días, semanas, meses, años, siglos… Los fragmentos no dan respuesta metafísica al src en y el fin del tiempo, pero con ocer su din ámica no s permite rela cionarn os con la e tern ida d. Una vez más: hacer sensible lo supras ensible. Puede que la espiral sea e l motivo orn amental más frecuen te de la h istoriaad , pues aresce prá cticamente las culturas Antigüed y en ap todo losenrincones del p lantoda eta. sAtendie ndo adelo la ex puesto, las difere ntes civilizacion es le han otorgad o interpre tacione s rela cionad as con la in mortalidad , la ree ncarna ción, la eternida d, los ciclos de la n aturaleza, la fec undida d, etc. Los que habitamos tierra s célticas o celtibé ricas tenemos los mejo res eje mplo s del u so de la espiral, en f orma de trisquel o d e lau buru. Los druida s de toda Europa se iden tificaron de tal modo con la e spiral, que la convirtiero n casi en un leitmotiv de su cultura y su visión de la n aturaleza. E n lo s conjun tos de petroglifos más an tiguos, los de la Costa de la Muerte o de Val Camonica, apare ce la figu ra de l labe rinto cretense junto con espirale s y círculos concéntricos, lo qu e no s hace pen sar que ning una de las tres cosas, círculo s, espirales y la berintos, poseían ni el mismo signi ficado , ni la misma in tención.
9. Historia de una idea: la voz del laberinto «CREÓN: Solo es verdad lo que no se dice». JEAN A NOUILH , Antígona «JULIETA: ¡Solo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no Montesco! ¿Qué es Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni parte alguna que pertenezca a un hombre. ¡Oh, sea otro nombre! ¿Qué hay en un nombre? ¡Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquiera otra denominación!». WILLIAM S HAKESPEARE, Romeo y Julieta
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uando ab ro mi bo ca para habla r, mi voz resuen a lú gubre mente en el vacío, sin nadie que la escuche … Me sien to solo y fracasado . Hace ya mucho tiempo que los sere s humanos no tran sitan los do minio s de mi universo simbólico. Pron uncian mi nombre como el eru dito qu e habla con de sdén d e algo demasiado conocido . Y, sin embargo , no saben quién soy. Pron uncian con ind ifere ncia e l mismo nombre que más de mil años atrás causaba escalo fríos na da más con ser susurrado . Hasta hace no tant os decenio s, cualqu iera d e mis aparie ncias garan tizaba en los ho mbre s una atracción inelu dib le, casi mágica. Me observaro n con de voción las mentes más gran des de la humanidad , y no h ubo niño n i anciano q ue n o sintiera un profundo respeto al recorrer c on ilusión las curv as qu e le s prop onía mi camino . Pero ya no saben quién soy. No le s intere so. No soy más qu e una
leve sombra, una h uella p oco profunda, un eco lejan o y frágil de un pasado q ue súbitamente ya no tien e ning una vigencia. E l ho mbre se ha vuelto a in ventar a sí mismo y esta vez no h a con tado con migo para hacerlo . ¿Qué sentido tien e entonces mi ex istencia? L os símbolos somos inmortale s, pero únicamente existimos en virtud de la proyección de los seres manos como en nosotros. lo stierra hombres tenemos contine nte y hu vagamos náufragoSins sin e n elnoocéan o de la s ide as vacías. A ese trágico fina l apunta hoy mi de stino . Y por eso solo deseo mirar hacia atrás y recorda r. No pod ría aseg ura r quié n fue e l primer ho mbre e n pe nsarme. Supo ngo que fueron muchos a la vez y lo hicieron po rque ya h abía llegado mi momento. Todas las ideas tenemos nuestro momento, y cuand o este se pre senta, no h ay fuerza en el u niverso c apaz de detenerlo. Aparecí en la mente de miles de humanos la p rimera mañana de primavera tras el in vierno más crudo que ja más ha bía azotado el pla neta. Era lu na nueva. Pero muy po cos tenían la capacida d de darme forma con el b arro , la roca o la p ala bra , y los que era n ap tos tard aro n de cenas de ge neracione s en h acerlo. H acía falta más que inspiración para materia lizarme. Hacía falta técnica y oficio, y en a quel en tonces, en e l albo r de la s civilizacion es, estos eran d os valores po co frecuen tes. No soy capaz de re cordar con clarid ad cuá ndo na cí a la materia. Sé que lo hice pa ra e star a l servicio de lo s sere s humanos y que ellos mismos me dieron cuerpo. Esa fue para siempre mi con dena. Sé, además, que en mis primeras ap aricione s mi rostro se dib ujó siempre con ig ual fisonomía y simultán eamente en mucho s lug are s del pl aneta a la vez: desde el fren te Atlán tico a la India, del n orte de Euro pa al norte de África, y América de norte a sur.
Mi primer re cuerdo de infancia me lle va a u na enorme ro ca de gra nito, cerca de la ald ea q ue lu ego se llamó Mogor, donde un oscuro artífice me dio forma a la lu z del cre púsculo de hace tres o cin co mil años. Qué importan los nú mero s. Aquel visiona rio pertenecía a una estirpe de artesanos del metal cuyo gre mio ha bía llega do no hacía muchas ge neracione s hasta la Costa la Muerte, enee ntonces l ex tremo occide nte, fin de l mundo con ocido. Losdeherre ros eran consid era dos como hechice ros de artes misteriosas y sacerdotes de mi madre: la Gran Diosa Tierra . Conocían los secretos de sus entrañ as, cuyas rocas fund ían al calor de un intenso fuego primigenio para dar forma a objetos prec iosos de un a dureza incomparab le q ue otorgab an a los ho mbre s fuerza y po der. Solo un instrumento forjad o por un maestro metalúrgico pu do ro er aq uella roca impenetrab le pa ra gra bar mi primerísima imagen en la p iedra. Al princip io, el in tento de talla rme acabó en un diseño de círculos c oncéntricos, a modo de cazoletas, con los que aquel hombre pobló varias rocas cercanas. El artista quedó pensativo mientras meditaba ante lo s diag ramas circulare s. El espa cio entre los anillos le inspiró la p osibili dad de un recorrido int erior, semeja nte a lo s túneles y las gale rías de las grutas don de su estirpe artesana solía lab rar lo s metales. Aquel h ombre se afanó en el traba jo y dio con la forma definitiva que habría de convertirse en mi primer avatar u niversal. Cientos de vis ion ario s en todos los rinc ones del pla neta plasmaban sin croni zado s aquella misma figur a en ese mismo instante, sin que n ing uno supie ra de los demás.
Laberinto de Mogor. Petroglifo (3000-2000 a.C.), Pontevedra. El diseño tatuado sobre la roca moja da tuvo é xito, y pro nto él mismo y otros miembro s de su cla n reprodujeron mis surcos en p ied ras semeja ntes de o tros pe que ños macizos de la mágica costa galle ga.
Comprobé que aqu ellas moles de g ranito qu e me daba n cuerpo eran lug are s sagrad os dond e mi crea dor y sus camara das pasab an la rga s horas de pro lon gado ritual da nzante, mientras v eían cómo el sol desapare cía en el océano. Mi presencia s e extend ió pro nto a decenas de luga res sagrad os en las tierra s íber as y tartésicas, tan favorab les a lo n umino Entreso. mis mejo res ep ifanías de aq uella mágica sincron ización , aparte de en la Costa de la Muer te en la Galicia atlántide, v i la lu z de un modo entrañab le e n un valle d e lo s Alpe s italian os llamado Val Camonica, donde la ex trañ a comunida d de los camunni sembró de petroglif os las parede s arenisc as del valle, dejando un soberbio leg ado de cientos de siglos de antigü edad. Entre las miles de figuras que aún cub ren los rup estres mura les asoma todavía mi pr imera figu ra. Los ozieri de Cerd eña me plasmaro n del mismo modo con fina y pro funda escisión en la tumba caliza que llaman Casa de las Hada s, en la agre ste Luzzana s, y dos eje mplo s contiguos de la misma tipol ogía apare cieron en Rocky Valle y, Corn ualles, no lejo s de Tintagel, don de miles de años despu és ele varía su castillo e l rey Arturo. Siempre el mismo motivo. Siempre el mismo diseño: también en Irlanda, Laponia, Escandin avia e Islandia .
Laberinto de Val Camonica, Italia. Los hombres era is muy difere ntes en a quellos días a como sois ahora . Vivíais con la intensidad de una re volución vit al qu e cambia ba de raíz vuestras costumbre s, vuestro modo de sobrevivir y, sobre todo, vuestra re lación con lo s dioses. Todo era d escubrimien to y po sibilidad , y entendisteis al fin q ue era tan importante ad ora r al astro sol qu e os daba luz y calor, como a la Madre Tierra de la q ue nacía toda vida. Os volvisteis sede ntario s y descubristeis el be neficio de vivir en comunida des más gra nde s. Los d ioses os eran entonces f avorab les y os enseña ron los oficios, la agricultura, las prim era s leyes… Solo entonces pud e ex istir para vosotros. Siempre fui trazado por manos de sacerd otes o he chicero s, al amparo de u na liturgia n atural y rodead o de una religiosidad ex trema. En mucha s ocasione s, admiré vue stras intermina bles dan zas en torno a mi figura, cuyas curvas servían d e patrón a vuestros pasos de baile. En aquellos días el concepto de artista y de mago eran sinónimos. La pre historia del ho mbre también fue la mía: aqu el p rimer diseño universal er a tosco y rudi mentario pero a la vez infinitam ente atractivo. Aún no conocía la delicia de ostentar u n diseño a rmónico, pero me impre sionab a la mirad a de los sere s humanos que , ale ccion ados por el gurú, me re corrían con e l de do para con firmar la efectividad d e mi diseño . Intuitivamente compre ndiero n la rea lida d simbólica qu e guard aba mi esen cia, si bien faltaba mucho tiempo para q ue esta se ex pre sase en toda su po tencia. Yo sé qu e no entendían a fondo mi signi ficado , pero no importaba . Los símbolos no somos esclavos de la razón. Bastaba con que aquellas prim era s persona s intuyeran en mis recodo s la revela ción d e un camino único, como su d estino, y que sintieran mi movimiento y mi ritmo como el suyo y e l del universo entero .
No hacía falta más para a ceptar qu e yo les habla ba d e lo sagra do. Y eso me hacía tan feliz… Aquien sí recuerd o con p recisión es al bu en e scriba q ue trab aja ba e n la bella ciudad de Pylos, en el pa lacio de l rey Nés tor, en las he rmosas costas de l sur de Grecia . Es la primera fecha que puedo recordar con un p oco recisión;tomaba en t orno al en añ otablillas 12 00 ade.C.a rcilla Diariamente, aque l bude enphombre no ta fresca de toda la mercancía que e ntraba o salía de la corte palacieg a. Aquel día compro baba con ab urrimien to las en treg as de cab ras cuan do yo volví a aparecer e n su mente. Ya lo había he cho más de doce veces en la s últimas semanas. El escriba no perdió la n ueva oportunida d de plasmarme, armado como estaba de tablilla y pun zón. Sin medio rep aro y apro vechando un a au sencia en los aba stos, dio la vuelta a las entregas de cabras y s obre la arcilla virgen d el reverso m e dib ujó a pre surada mente. Yo qu edé sorpren did o de la n ueva forma qu e aquel ho mbre me otorg ó, pues cambió mi an tigu a apariencia curva p or un conjun to cuad rad o de calles rect as. Nunca h abía ocurrido antes. El esque ma de composición era el mismo, pero la sensación n o. Sona ron a quella tarde las campan as en la torre d e la bah ía, avisando d el de sembarco de un e jército en emigo. Desde qu e el rey Néstor a compañara a l cornud o Menela o a d estruir Troya, la pa z había desapare cido en Pylos y este tipo d e alarmas era frecuen te. La ciuda d fue asediada primero y conq uistada después po r aq uellos anó nimos invasores de l mar. Pren diero n fueg o al pa lacio. Los s ótanos abo veda dos que gua rdaba n las tablillas de los esc ribas s e convirtiero n en un h orn o pe rfecto. La cocción a ccide ntal de la tablilla del lab erin to fue impecable y mi image n sob revivió a l pa lacio, al esc riba y a los siglos.
Tablilla de Pylos (1200 a.C.). La estirpe de aq uel bu en escriba era srcin aria de la isla de Creta, por lo que me lle vaba más en la sang re q ue en la mente. La bahía de Pylos había sido p arte del Imperio mino ico que gobernó duran te siglos los de stino s de medio mar Mediterrá neo desde la fabulosa Cnosos. Aún hoy, mela ncólico y acaba do, pronu nciar e l nombre de Creta me lle na de emoción y evoca mis recuer dos más hermosos. Creta fue mi cuna conceptual, el verda dero labo ratorio d e mi ide ntidad, la t ierra donde pude plan tar mis raíces más profund as. Los hijo s de Mino s me configuraro n pa ra la eternid ad, trascendie ndo un a simple imagen. Me dotaro n de bendita mitolo gía, y a partir de e ntonces mi no mbre estuvo u nido para siempre al d e la pre ciosa isla. La Madre Tierra siem pre se ha ex presado con rotundidad en las montañas cretenses que e stán p lag adas de cue vas, simas, cavern as y gru tas mara villosas. Estas fueron el escenario donde la leyend a situó el n acimien to de Zeu s, o lo s místicos en cuen tros de este con su hij o, el rey Mino s, pasados los cic los de nueve a ños. Sabios he rrero s, alq uimistas de l metal y sac erd otisas de la Gran Diosa ofic iab an en las entrañ as de la tierra cretense secretos ocultos de vida y muerte. Todos ello s compre ndiero n qu e aq uella era tambié n mi mora da, que aq uellas infinitas gale rías que con ducían a ocultos santuarios en el seno de la Tierra gu ard aban la id entida d de mi esencia, y allí, en la o scurid ad d e la más profunda de la s galerías subterráne as, en la que llamaban cueva de Gortina, fui b autizado. Mi no mbre recordaba a u na palab ra lidia: labrys o hacha de doble filo, que los grieg os llamaro n pelekis y los ro manos bipennis . El labrys siempre fue i nsign ia de la casa re al de Cre ta, así como emblema de los trab ajad ore s del metal y los adora dores de la d iosa. Sí, soy hijo
de la Tierra y hermano de lo s camino s oscuro s que atravies an sus entrañ as. Aquella era mi verda dera y única familia. En Cnosos el re y Mino s levantó su de scomuna l pala cio a modo de caótica aglo meración de in finitas estancias, pasillos y galerías. Algu nos criticaron que la inspiraci ón de aqu el ed ificio de tan intrincada pla nta venía donundem cientos ón Amenemhat levantde ó enEgipto, Hawara ausoleode regaños io enaneltes quele fara da r sepult ura a su III estirpe. El fara ón concib ió un trazado complica dísimo en dos nivele s, donde las estancias, las escalera s y los corre dores se multiplic aban sin tasa, para así hacer más difícil la pro fanación de las sagrad as reliq uias. Estrab ón, Heró doto y Plinio cantaro n y d escribier on semeja nte pro eza arq uitectónica qu e, según ellos, supera ba a las mismas pirá mide s de Giza. En sus ob ras, estas tres emine ncias cometiero n el error trág ico que de sencade nó mi peo r mald ición: le pu sieron a a quel complicado edificio mi nombre , contaminá ndolo para siempre.
Laberinto egipcio de Hawara.
Al descubrir las ruina s del pala cio de Cnosos en Creta en el siglo pasado, los más románticos estudiosos pen saron que aquella comple jísima construcción h abía sido la p risión d onde Mino s había encerrado al Mino tauro y el e scenario prin cipal de l mito. Querían ide ntificar el pala cio conmigo , igua l que hab ían h echo lo s tres erud itos viajeros con eenl mausoleo de Hawara. erroicios r sedis p rop no hab itaba aque llos pret encios osEledif eñaagaba. dos pa Mi ra espíritu ex traviar a sus visitantes. ¡Yo no tenía nad a que ver con aq uellos monstruos! Mi espíritu moraba exclusivamente en e l mito. No compre ndiero n en tonces, como no compre nden a hora: la traged ia de l hombre -toro y de su muerte a manos del h éro e no era más que una nueva d imensión q ue entonces cobré a nte los ho mbre s. La mitolo gía me ha bía da do u n nu evo cuerpo en forma de narración lege nda ria.
Planta del palacio de Cnosos. Todo el malentendido vino p orque en u no de los epis odios de aquella h istoria de pasión, vida y muerte, los clásicos describieron un edificio siniest ro e intrinc ado, en el q ue todo visitante se p erd ía, y que fue la morada del Mino tauro. Allí comenzó la g ran confusión , pues a partir de e se momento los hombre s me habéis ide ntificado con e se espaci o imagina rio de l que solo se po día salir c on e l hilo d e Ariadna . Pero yo no soy aque l ed ificio de fantasí a. Yo no soy la ob ra d e Déd alo: soy el mito entero. ¿Cómo hacer qu e lo entendáis? Cuand o lo s sumerios me otorg aro n su dimensión mitoló gica no cometiero n el mismo error. No p ensaron que yo fuera e l caótico bosque de cedros que Gilgamesh y Enkidu atravesaro n con la mayor d ificultad p ara matar a l demonio Humbaba. Sí supiero n, sin embargo , que mi esen cia estaba en la bajad a de Gilgamesh a los inf iern os en bu sca de la inmortalidad . No es lo mismo. ¿Me entendéis ah ora ? Tan pro funda es la hu ella que de jé e n mi amada Creta, que se acuña ron en la isla monedas con mi efigie sob re e llas. Aún hoy, cuand o se ab ord a una de mis más an tigu as manifestaciones, como la de los petrog lifos rup estres, el adjetivo que acompaña a mi nombre es «cretense», aunq ue muchas de estas imáge nes sean miles de años anterio res a la cultura minoica.
Moneda cretense (350-200 a.C.). Cretense es mi rostro en Mogor y en Val Camonica. Creten se es mi diseñ o en Luzzana s y en Pylos, aunque con formato rectang ula r. Mi imagen cretense, la ele mental, la clásica, como recorrid o de vía única y siete anillos c on un centro, nun ca ha d ejado de re present arse a lo largo de la h istoria d el ho mbre. Incluso en é pocas en las qu e los hombre s me habéis otorgad o de modo genera lizado otro aspect o, mi rostro clásico ha asomado furtivo en pared es, vasija s o templo s, como un recordat orio perenne de un srcen. Recuerdo al joven a rtista e trusco q ue dibujó en el cont orno de una ja rra mi rostro cretense pa ra a sombro de las gen era ciones. Era
osado e inex perto, pero se ex presaba e n imáge nes con la frescura y el en canto de quien acaba d e en contrar su voc ación. En el ex traño dib ujo, tres persona jes no ide ntificados (el prim ero d e espa lda s al grupo ) encabezan una p rocesión de siet e soldados a pie que d an paso a u n hombre con u n cayado y dos jine tes. Tras el último jin ete apare yo,deinemí, xplicable mente, ntre mis curvas.zco Tras dos pare jas encon plelanapala relabra ciónTRUIA sex ualescrita y una eúltima figu ra vestida que observa atónita am bas cópula s. Desconcertante. Nadie jamás ha sabido esclare cer el signific ado del conju nto, y menos aún mi presen cia. Yo tampoco. Los inve stiga dores más con cienzud os se atreven a ide ntificar TRUIA con Tro ya, y la misterio sa procesió n con los ludus t roianu s. Siempre han querido relacio narme con la mítica ciudad de Príamo y yo sigo sin en tenderlo.
Jarra etrusca de Tagliatella.
Detalle de la jarra de Tagliatella. Recuerdo también al h ijo d e Marco Lu crecio, el rico po mpeyano, que no mucho a ntes de la catástrofe me dib ujó sob re el re voque de u n pila r de su casa, a modo de grafito, junto c on una in scripción: LABYRINTHUS HIC HABITAT MINOTAU RUS . Dicen q ue e l bue no d e Lucreci o se afana ba p or dar un a esmerada cultura he lena a sus hijos, aun que todo s murie ron sepultado s por la s iras del Vesubio . Igual que en Pylos, solo yo sob reviví.
Laberinto de Pompeya. Grafito en la casa de Marco Lucrecio. Roma y su imperio me adoptaron con g ran deza y esplend or. Fueron tiempos apare ntemente bu enos para mí, que ab andonab a al fin mi ex istencia un tanto marg inal y ese cará cter secre to como obje to de materia oculta reservad a a los inicia dos. En la gra n Roma me convertí en mosaico de lab oriosa y cara fact ura que cubría ex tensas superfic ies de ntro de las gra ndes mansiones pa tricias. Adquirí al fin u n estatus social y coha bité con la espe cie hu mana en el seno más íntimo de su hogar. Pron to compre ndí que los romanos, pese a su ind iscutible valía, padecí an un ligero complejo de inferioridad que ex plicaba mi pre sencia en tre e llos. La civilización q ue hizo po sible miles de kilómetros de calzad as por toda Euro pa, puentes monumentales, acue ductos, circos, teatros, una lengua común y las mejo res leye s para los hombre s, se sintió siempre poca cosa al lad o de la vieja ex celencia de la Grecia clás ica. Los romanos hicieron todo p ara a bsorbe r las gra ndezas de la cult ura h elé nica, importand o sus órd enes de arq uitectura , sus cáno nes del cuerp o humano, su mitolog ía y hasta su relig ión. Pero fue inú til. Lo suyo era la conqu ista, la ing eniería, el sentido prá ctico y la d emagogia. Grecia e ra la metáfora de la inspi ració n, la armonía, el arte pu ro y la filosofí a. Roma producía estandarización , Grecia e xcepción. Rom a puso en marcha la maquin aria de u n nuevo mundo q ue Grecia solo supo soñar. Pero todo sueño conserv a siempre un grado de perfec ción al qu e su materialización d ebe ren unciar. Un ped azo de todo ro mano soña ba secretamente con ser grieg o y tal vez po r eso los patres familias de l imperio p avimentaban con esplendor lo s tablinum de sus villas y domus , rememorando mitos griegos, ahora romanos, como créd ito de su cultura y lucim iento de su
imagen social. De entre todas las leyend as grie gas, la d e Teseo y el Mino tauro fue la más recurren te y estos pe rsonaje s ocuparo n con asiduid ad el cen tro de mi composición. Mi imagen romana fue sob erb ia, pero bastante dura . No cayeron los maestros del mosaico en con fundirme con n ingú n perd edero y siempre varon de tránsito, si bien el con jun to y resultabaconser pesado , rígidmioúnica y algovía agobian te. Perd í las líneas curvas todo en mi formación fuer on ángulos re ctos. Mi recorrid o se frag mentó en cuad rantes que completaba n a su vez un gra n cuadrilát ero g lobal. Tambié n mi cen tro adoptó esa forma. Me resultaba ex cesivo, y pro nto descubrí que aqu ella e xhibición de mi ser era también una cárcel. Tardé a lgo más en repara r en qu e para algun os de aqu ellos seño res no fui más qu e un orna mento sup erficial. En mucha s ocasione s, colocaba n muebles sobre el p avimento que me daba alb erg ue, ensombre ciendo mi pre sencia con sillas y triclinios en a ras de una comida , una re unión o una simple siesta. Me sen tí ofendid o. Temí habe r caído e n las mortecinas garra s de la decoración políticamente correct a hasta que una tarde espié e n una villa portuguesa la convers ación qu e e l señor d e la casa mantuvo con una ine sperad a visita. Cuan do le p reg untaron p or el curioso m osaico del vestíbulo, el anfit rión a seguró que mi función era pre venir la e ntrada de los malo s espíritus y pro teger d el mal d e ojo y los male ficios. Por e so, arg uyó el terra teniente, en t odos los rincone s del imperio solían colocarme en aquel p unto del h ogar. Creían tambié n que mi pre sencia alejaba de la casa la amena za de la muerte, que antes de pe netrar e n la mansión, se perd ía en la mara ña de mi diseñ o. La visit a pare ció muy satisfecha p or la ex plicación y asegu ró qu e mandaría colocar uno semeja nte en su recién construid a villa de Mérid a. Yo estaba perple jo.
Toda mi esen cia simbólica se red ucía ahora a ser u n misera ble guard ián , un amule to apotropa ico cont ra la más ba rata superst ición, un portero geométrico que dier a caza a los fantasmas locales y aleja ra a la p arca. Aquel día compre ndí que la e spiritualida d de l imperio e staba bajo mínimos y pre ferí re nunciar a toda ambició n y conformarme con mi facetaYde corativa, espe ranalg do ún tiempos mejores. estos lle garon . Por misterioso mecan ismo político y social , el cristian ismo se convirtió en relig ión o ficial en ple na d ecade ncia de l Imperio ro mano. La secta ju daizante que pocos años atrás engro saba con sus mártires las list as de las más atroces pe nas capitale s era a hora el corpu s espiritual pa ra todo ciuda dan o de las vastas fron tera s del imperio. Los p adres de la Igle sia, estresado s y sesudo s, se ro mpie ron la cabeza pa ra d ar u n cuerpo sólido y unificado a las prá cticas relig iosas de la n ueva fe glo bal. Pero e l imperio era d emasiado g ran de y Roma nunca ha bía sido muy eficaz err adicand o los miles de cultos locales cont enidos en sus dominio s. La consecuencia fue qu e las herejías y las heterodo xias flore cieron con toda facili dad en el campo de la s nuevas doct rina s, que resultaban , a gra n escala, alg o forzada s. Y no tuvieron más remedio los sant os pa dre s que pactar con las trad icion es paganas que me habían visto nacer. Eso sí, laván doles la cara y ada ptando sus mensajes a los nue vos pro tagonistas de la mitología católica. Y así fue como me sacar on de los salo nes de la s villas pro vincian as y me lle varon a los templo s urba nos de aquel catolicismo naciente y ambig uo. Teseo y el Minotauro se convirt iero n por ar te de teología e n Cristo y el demonio. Mi recorrid o era a hora u n símil de la bajad a a lo s infernos del M esías, que pu rga dos los had os y aplastado el Malign o, resuc itaba al tercer día, c omo re cordab a el evang elio
apócrifo de Nicodem o. La cosa me re sultaba novedo sa y algo maniqu ea, pero me ag rad ó, sobr e todo tenien do en cuenta mi reciente pasado d e vulgar pe rro gua rdián. Algo d e aq uella interpret ación encajaba muy bien con m i esencia, si bien aquellos nue vos per sonaje s mitoló gicos me resultaban ex trañ os e infantiles. San Repa ratus en Arge San Omer e n Fran cia son b uen os eje mplos d e la que fue mi nue valia,función.
Laberinto de San Omer (sigloVIII ), Francia. La Roma de los emperad ore s cayó, pero no la de los pap as. Los bárba ros del n orte q ue tomaron el rele vo d el po der temporal
perpe tuaron sin rechistar los rit os cristian os. Ellos tambié n habían sido ciudad anos de Roma. Mi involun taria infiltración en las igle sias cristian as pre servó así mi existencia y me pre paró p ara la época más hermosa de mi historia, salvand o lo s días felices en Creta. Tard ó alg unos siglo s en g estarse, a fuego lento, ent re e l silencio y el secret o scriptoria de las bibte.liotecas de losAlta mona sterios quecomo plaga Occiden Muchosyhlosablan de aquella Edad Media deron una época de o scurid ad e ign ora ncia tras la caída d el Imperio romano. Para mí no fue así. Solo fue el entierro de un mundo enfermo y la gestación de uno nue vo: mi prop ia esencia est aba en aqu el p roceso. El cono cimiento n o puede desapare cer tan fácilmente. Se re plieg a y busca g uarida s donde sobreviv ir al a mparo de seres hum ano s que lo custodian con le altad, disc reción e inteligen cia. Antes de volver a
flore cer, la sabidu ría debía madura r y en contrar nuevas vías de ex pre sión. En aq uellos año s de invasiones y turb ule ncias, fui secretamente dibu jad o en multitud de perga mino s por monjes virtuosos que componían fab ulosos códices y manuscritos. Aquello s sabios de tonsura y há bito intuyeron que tras mi forma se e scondía un pro fundo significado y no cesaron hasta encontrarlo. M ien tras el mundo ex terio r se en treg aba al vacío, los est antes de las bib liotecas monacales se cargaron con copias de tex tos en len gua s lejanas y ant iguas que aportaban aire fresc o a la visión de l universo qu e en tonces teníais los hombre s. Nadie sup o muy bien cómo lleg aro n aque llos tex tos a las bib liotecas, pero a llí estaban. Los símbolos eternos cobra mos aq uellos añ os un a energía vital y renovada con la q ue los hombres pud isteis reint erpretar la rea lidad y vencer al caos. Yo, especialm ente, adq uirí una pre sencia nu eva e n la s mentes de aquellos frailes tac iturn os qu e sup iero n ver e n mí una
herramienta espiritual y no solo un a metáfora de la lucha entre e l bien y el mal. La lectura d e lo s filóso fos gri egos y los compendios mitoló gicos se mezcló con e l estudio d e ciencias desconocidas de src en o rien tal: cábala hebre a, alqu imia egipcia, ast rolo gía ba bilón ica, sufismo islámico… Las correspo ndencias entre un as y otras se multiplicar on y convirtiero n los monasterio en au ténticos hervideros idea s quemie n cualq uie r momento podían sestallar. Yo iba cambia ndo de lentamente aspecto en cada n uevo dibu jo, ali mentado po r cada nu eva ref lex ión de los eru ditos ilus trad ore s según sus lectura s: con lo s Diálogos de Platón y la Poética de Aristótele s cambiaban la forma de mi centro y mi contorn o. Con San A gustín y e l Beato de Lié bana modificaban la lon gitud d e mi re corrido. E l Corpu s Hermet icum fijaba el nú mero de mis recodos y el Talmud el número de mis vueltas. Vitrubio y Euclid es aju staban mis propo rciones. Todavía se me puede ver en las pág ina s de algu nos códices que han sob revivido al tiempo y certifican mi len ta metamorfosis secular com o crisálid a de mi pro pia ide a. Supe rado el final de l milenio, ll egó la ho ra de salir a la luz después de siglos de prepa ración. El pa rto n o fue sencil lo y hub ieron de pasar do s siglo s de honesta desn udez románica, sombría y mística, para q ue yo volviera a h abitar en la piedra d e los grande s espaci os sagrad os en todo mi esplen dor. Mi reino fuero n las gran des catedrales gótic as que e n po cos años ocupa ron por centenas t oda la geogr afía cristian a. Muchos aú n se sorprenden d e tan rep entina pro eza, que e n realidad era el result ado visible de larg os siglos de secreta ge stación. Ya lo dije antes: cuand o a una idea le lleg a su hora, no hay f uerza en el un iverso que la p ued a detener. Súbitamente, el siglo XIII trajo cons igo un a ho rda de anónimos y diversos pro fesiona les que p or arte de magia ad quiriero n
los comple jísimos cono cimien tos ne cesario s para llevar a cab o aquellos colo sales edific ios pétreos, en los que la luz y la pied ra se convertían en materia tras cende nte. Las catedrale s eran absolutas máquin as de perfección técnica al servic io d e una espirit ualidad como nunca a ntes se había con cebido . La Magna Mater, aquella e n cuyo seno me bauticé de yaños atrás, ocupó sumaba mere cido lu gar aquellas ar cas demiles cristal pie dra . Ahora se lla María. Y enensu seno, en e l pun to más notable d el p avimento, en medio de aquel bosque geométrico de esbeltos pilare s, arcos ap untados y majestuosos rosetones, tuve yo mi mejor morada. Sens, Reims, Amiens, Cha rtres… Nunca he disfrutado d e tan alto ran go. La lu z tamizada p or la s vidrie ras esparcía sus colores cálido s en la pie dra femenina de mis losas perfilada s, bañándome de poesía y misterio. Era como si mi materia se hiciera espíritu.
Interior de la catedral de Chartres. Los pere grinos que entraban en el templo me entregab an su tiempo con d edicación y sole mnid ad. Paso a paso, recorrían mis entrañ as de mármol musitando con la mayor d evoción la rga s oracione s latina s. Al sentir sus pisada s sobre mis pied ras fui con scien te de los ritmos sutiles y arm ónicos qu e mis curvas y vaivene s incitaban en su alma. Mi diseño, copia fiel d e los dib ujo s en los códices, había alcanzad o un talan te casi musical. Los pereg rino s que pe netrab an e n mi juego cadencios o se entregaban a un a da nza contenida y meditativa en torn o a un centro qu e en alg ún momento siempre conqu istaba n. Allí, postrad os de hin ojo s hacia e l altar mayor, abriga dos por el cosmos pé treo de los nú mero s perfectos y teñida s sus espa lda s con la lu z multicolo r de l rosetón d e la fachad a ponie nte, hacían suyo el universo y dibu jaba n con su corazón el rostro d e Dios. Sien to demasiada emoción al re cordarlos. ¡Fueron tantos! Mucho s de ellos me llamaro n «Camino de Jerusalén» , pues con su tránsit o en mi cuerp o creían reemplazar los c ientos de jornad as que les sepa raban de la ciudad del Santo Sepulcro o la Compostela del ap óstol Santiago . Una invisible autoridad le s había prom etido que emprend er a que llas pereg rinaciones y llegar a los santos lugares gara ntizaba el perd ón d e todos sus pecad os y la salvación d e su alma. Ellos lo creyero n y la pro mesa se hizo rea lida d. Pero para a quellos qu e po r motivos de eda d, pob reza o incapaci dad no po dían e mprend er tan largo y fatigo so camino , yo fui su re dentora a lterna tiva. Cuando lo supe , me sentí pro fundamente ho nra do, casi indig no de tan a lta responsabil idad. Compre ndí la cau sa de tan to fervor, tanta lágrima y tanta libe ración e n los rostros de aq uellos sere s humanos en el corazón d e mis piedra s.
Otros días, gru pos de n iño s inconsc ientes y llenos de vida correteaba n in solentes en m is calle s blancas intent ando no pisar jamás las pie dra s neg ras qu e limitaban los camino s. Sus chillidos reb otaban como pelotas en tre la s arcada s del triforio de la catedral. Sus risas se mezclab an con su sudor y con el re picar de sus pie s descalzos en el mármol, hasta que. Siuncierro clérigo dopuedo los repescucharlo ren día y provocaba su divertida fuga los malh ojo s,umora todavía s. En las vísperas de Pascua, el cabi ldo al comple to se daba cita en torn o a mi figu ra y llevab a a cabo una misterio sa ceremonia q ue siempre fue guard ada en el más celoso secret o. El de án tomaba una pelota de cuero e n su mano izquier da y pen etraba e n mis calles danzando al son del Victima p aschali lau des, que e ntona ban los demás asistentes, cogid os de las manos en el perímetro d e mi contorn o circula r. Cuan do el d eán alcanzaba el centro, los cant antes empre ndían un baile a mi alred edor sin interrum pir la música qu e el órg ano catedralicio acom pañab a con majestad. El de án la nzaba súbitamente la p elota a a lguno de los canó nigos qu e la intercept aba con un salto p ara devolv erla d e in mediato al p ersonaje centr al. Luego la pe lota era lan zada a o tro, que igu al la d evolvía. Y lue go a otro, y a otro más, estableciend o la s reglas de tan ex trañ o ritual. Acabad a la secuencia de laud es y antífonas, el ju ego finalizaba y t odos los participantes s e re tirab an a compartir un a suculen ta cena acompañados por los notable s de la ciuda d, mien tras desde el p úlpito o la cátedra obispal se pro nunciaba el sermón correspondie nte. Las campanas mayores d e las torre s anu nciaba n entonces las ví speras. Aquel d eporte litúrg ico en forma de danza no me sorp ren día. Me recorda ba a las mismas dan zas sagrad as que aquellos hombre s antiguo s practicaban a la lu z del ocaso en la Costa de la Muerte,
imitand o las curvas de mis petrog lifos. O a aquellas viejas da nzas grie gas llamadas «de la s gru llas», o géranos , que re alizaba n al aire libre hombre s y muje res al a lbor de la p rimavera. Eran homenaje s a aquellas aves s imbólicas que en su retorn o migra torio desde la cálida Abisinia a nunciaban cada añ o la resurrec ción d e la naturalez a, siempre torn o a la p yrimera lu na lletesnagriego d e la ps rimavera. Los, sin duda , canón igoe sn medievales los danzan celebra ban una misma cosa. Mien tras esto ocurría en e l corazón de Fra ncia, muy lejo s de allí, en las frías tierras de los escan din avos, mi imagen en forma creten se pro lifera ba sob re el yeso de la s pared es de las iglesias c ristian as. La fe católic a había hecho mella en las tierra s vikingas de Odín, pero lo s dio ses del Asgard n unca fueron o lvidado s del todo. Eran e llos los que, conoced ore s de mi ex istencia primitiva, dibu jaro n aquellas figura s de líneas roja s y azules qu e me hacían pre sente en lo s rincones m ás insospechad os del interior de las parro quias, como testimonio d e la audaz supervivencia de lo p agano. Los dibujo s era n siempre p rimitivos y algo toscos. Los dioses nórd icos nunca se caract erizaron por su destreza manual. Pero aquellas an ónimas ap aricione s gráficas despertaban e n los feligre ses el misterio d e un a ide ntidad sot erra da y eterna, y recorrí an mis curvas con e l rab illo d el o jo, mien tras en tonaban fervor osos el « Tantum erg o».
Laberinto escandinavo dibujado en rojo sobre la pared del campanario de la iglesia de Horred (Suecia). Los viejos de aquellas tierra s defendían q ue mis imágenes venían
de los dioses antiguo s y que tenían po deres mágicos prot ectore s. Les recorda ron que desde la más remota Antigüed ad diseño s similare s apare cían en las costas, sobre las pla yas, formados po r pie dra s y guijarro s que dibu jab an mi forma. Los llamaban trojeborg y su escala era muy gran de, pues estaban con struid os para ser re corridos a pie , como enaú la sncatedrales. Yo tambié fui a quello s trojeborg que se cuentan po r centenas en las cnostas de Suecia, Norue,ga, Finland ia, Estonia y Rusia. Nadie sabe con certez a cuáles fueron construid os po r los ho mbre s y cuáles po r los dio ses. Nadie con oce su eda d. Pero los jóv ene s hiperbóre os siguen dan zando e n sus calles. Recuerdo a una anciana de la isla de Got land sent ada en u na enorme playa en tre a cantilad os mien tras observaba org ullo sa a sus cinco nie tos corre r entre las pied ras del viejo trojeborg. Eran en todo parecidos a aqu ello s chiquillo s de la catedral. Los niñ os siempre h an sido mis mejo res alia dos y han encon trad o en mí desconcertantes posibilidad es de diversión. Al caer el sol, ex haustos por el jue go, acudi eron a refugiars e en el regazo de su abuela llenando el atardecer con sus preg untas y su sed d e le yenda . Para ex plicar mi pre sencia en a quella s rocas colocad as por los dioses, la muje r de estirpe p escadora re lató a los niñ os una vieja hist oria : no e ra otra que la vers ión h iperbó rea del a ntiguo mito g riego. La in tensa brisa de la marea ensordecí a sus palabra s y obligaba a lo s chiquillos a p one r toda su atención, mientras se acur rucab an más y más en las gru esas carnes de la mujer para sen tir su calo r. Teseo se llamaba en sus palab ras Egeas. El Mino tauro d e Creta e ra con ocido como el Onocentauro, c on torso y cabeza h umana y cuerpo de asno. Ariad na era la hija d e un tal rey Sold an y yo recibía el nom bre d e Völlund ar hús o casa de Völlund . Este no era otro que un herrero mitoló gico,
constructor de l inge nio : Déda lo.
Trojeborg en la isla de Gotland (Suecia). Volví a confirmar aqu ella tard e encantado ra que los ho mbre s sois todos igua les en todos los luga res del mund o. Que todos creé is en las mismas cosas e inventáis las mismas historias y a los mismos dioses. Solo cambiá is el no mbre de los pe rsona jes. Y que precisamente ese carácter u niversal de vuestro e spíritu es el qu e hace q ue los símbolos tengamos sentido. La Edad Media tran scurrió como un paraíso terrena l pa ra e l mundo simbólico y en espe cial para mí. La peligro sa modern ida d lle gó con ese g ran frau de que tanto adm iráis los hum ano s y que lla máis Renacimien to. Para mí fue el p rincipio d el fin. Procla máis con o rgu llo que fue u n red escubrimien to de la vieja cult ura clásic a, pero no es verdad . ¡Maldita sea! ¡La cult ura clásica nun ca hab ía desapa recido, simplemente estaba en poder de unos pocos! Vosotros la p ervertisteis en aquellos siglos de ex trovertida divulga ción de l conocimien to y mi esenci a fue en tonces c arne para la ex travagancia de las clases intele ctuales. Gutemberg y su infern al artefacto no ayuda ron . No fui olvid ado, pue s mis raíces clásicas gar antizaban mi supe rvivencia, pero caí en manos de todo a que l que quería ver en mí una pro yección de sus concepcione s persona les. Con e l Rena cimien to nació la enferma ex altación d el ind ividuo. Aflora ron lo s supuestos gen ios, que de tanto abarcar competencias, no p rofundizab an en ning una. Escasos ilumina dos se salvaron de este defecto. Me sentí desgaja do, roto, convertido e n cien ide ntidade s difere ntes al gu sto de l nob le artista de turn o. Unos me colocaro n en el jard ín de sus intolerab les villas italian as, sembra ndo la semilla d e lo q ue siglo s despu és sería mi más patética ex istencia. Otros qu e se llamaban arquitectos utilizaban distintas versione s de mi trazado para pro yectar fortalezas y c iud ades
utópicas que no era n más que cast illos en el a ire. Hasta a u n no ble d e Mantua no se le o currió o tra cosa q ue encajarme como techo artesonado de una estancia de su petulant e palacio du cal. Se difund ió la moda de utilizarme como elemento aleg órico pa ra emble mas heráld icos y blasone s nobilia rios. Yo odia ba a quello e specialmente. Lo hizo el poPére der oso deabrie l emperad orpu Carlo Gonzalo z, y secretario tras él se me ron las ertass, aeltconverso odo el imperio a través de catálo gos forn idos de emblemática ilustrad a con cita latina incluida . Cambia ron a mi Minotauro por centauros ab iga rrad os, por cortesano s con rop a de d iseño o in cluso po r arbo litos orna mentale s. Cada uno interpretaba el collage a su g usto. Pero era pura imagen, pura p ublicidad, pura p retensión. C aí en el p ozo de lo tópico. Ya no importaban mis números, ni mi armonía, ni mi música. Lo único que importaba era mi nombre y mi olor a enig ma, a secreto y a misterio. Vuestro a dorad o Ren acimien to arruin ó mi gra ndeza, arreba tó mi red entora función espiritual y m e en sució d e intelect ualida d y sórd ida energ ía mental. Lo críptico despertaba fascina ción e n los ar istócratas maquin adore s del Quattrocento y e n los vampiro s conceptualist as de l Cinqu ecento, c omo si u n ser humano fuera más interesante p or e l hecho de guard ar secret os. Yo era la máscara visible de aquellos secretos que detrás no guard aban más que vanida d y megalo manía.
Emblema de Gonzalo Pérez. Solo la literatura supo ren dirme ho nores en aq uellos días doloro sos. Un tal Dante, sombrío po eta flore ntino, había pr epara do bie n el camino e n aquel último aliento medieval qu e fue su Divina comedia . Sus pa sos en bu sca de su p rop ia a lma, que tenía nombre de muje r, le hiciero n atravesa r infiern o, purg atorio y pa raíso, y compuso en su pere grin ación u no de mis más valiosos av atares lit era rios, igu al q ue lo hab ían sido en la Antigüed ad La Eneida de Virgilio, el Eros y Psique de Apuleyo y todos los m itos de bajad a a los infierno s. Francesc o Colon na fue un o de lo s hered ero s ren acentistas de todos ellos c on su hermosísimo Sueño de Polifilo . Al menos alg uien sup o compre nder mi esencia. Por lo d emás, el Ren acimien to alimentó su de generació n descontrola da y fui ven dido a muy mal p recio, cayend o en manos de todo hijo de vecino con alg una inq uie tud esotérica. Véase: magos y magufos, alq uimistas de salón , mason es confesos, v ide ntes ap ren sivos y taro tistas orientale s. Mi imagen se divul gó en tratad os con ilustracione s enigmáticas que me re laciona ban con signos zodiacale s, embru jos caba lísticos y amagos de pie dra filosofal. De n uevo pu ra pro paganda. Me hiciero n ad alid d e la confusión, del camino imposible, cuand o po r otro lado m e rep resentaba n con mi mejo r versión u niviaria. Incompre nsible. Nadie e ntendía na da, pero todo el mundo me utilizaba. Yo, que había sido ga ran tía de trascendencia, era ah ora sinónimo de lo contrario: obst áculo in salvable, como el pe rro g uardián de las casas romanas. La sobe rbia de la moda clásica mostró en todo momento un desprecio v erg onzoso po r el pasad o gó tico de Occiden te, al qu e considera ron b árb aro . El Barro co, lóg ica deg enera ción manierista de l
delirio de l Renacimiento, apare ció sin sorpre sas y por aña didu ra, con su po mpa insopo rtable, su exceso orna mental y su fals a teatralidad . Acompañaba a una espirit ualidad igu almente artificial, amanera da y malo lien te. No tard aro n los nue vos canón igo s del esperpe nto en elimina rme de l pavimento catedralicio aleg ando u n intolera ble paganismo evidendeciaba su igncia oraen ncia atroz Todo smehab ían olvid ado yaque el motivo mi presen losmás templo s. .Unos rela cionab an in justamente con el cat álo go d e he rejes que u tilizaban m i imagen en sus pu blicacion es sectarias. Otros simple mente me veían como un orna mento cad uco y de mal g usto, hijo d e la vacuid ad del oscuro pasado. E igua l qu e Adán y Eva, fui e xpulsado d el pa raíso, para ser tristemente adoptado por otro tipo d e jard ín mucho más prosaico. No sé ex actamente qu ién fue el p rimer culpa ble de mi peo r pro stitución. Arran caron con la ide a algun os ricos italia nos de fina les del XVI que que rían e nga lanar los jardines de sus v illas de re creo aplicando a la veg etación las leyes de A lberti y de Pallad io. Los ingleses, bajo el p seudónim o d e turf maze , ya ha bían ge stado mi pe or aborto dibu jan do mis formas trad icionale s con césped y peq ueños matorrales do mésticos, en ocasione s sin p osibilida d re al d e que pudie ra ser recorrid o. Pero debió de ser u n re y fran cés, ya no me acuerd o qué Luis, el que tiempo después me instituyó d efinitivamente como pasatiempo vege tal entre la s diver sas atraccione s ofrecida s en sus asque rosas fiestas cortesan as.
Villa d’Este en Tívoli, sigloXVI.
Corría el siglo XVII , y entre la sang re azul eu ropea se empezaban a estilar las pelu cas de la rga mele na rizada . Los gra ndes palacios de la o ciosa aristocracia se m edían más po r sus jardin es qu e por sus estancias. Los jard ines, a su vez, se medían por su despropo rcionad a ex tensión, por la ab und ancia de sus surtidores monumentale s, y por el ex tremado rigo r geométrico de sus parterres. La arq uitectura esclavizó arb ustos, setos, flores, hierbas y enred adera s. Jardine ros y paisajistas hacían d e la vegetación un a continu ida d de las leyes com positivas del edificio, proyect ando volúmenes y perspect ivas que habrían d e ser e jecutadas sometiendo a la escuadra y el compás las leyes m ismas de la natura leza. Los pla nos de los jardin es pa recían pro yectos urba nísticos del pe or ra cionalismo y se ejec utaba n sin piedad p or la gracia del ars topiaria . Supongo q ue a quellos insensat os creían ver en sus esplen dorosos desprop ósitos el triun fo de l hombre sobre la naturalez a, que se subyugab a con humillación a l capric ho de una geometría vana y ex clusivamente ornamental. Qué ridículos pod éis lleg ar a ser los s ere s humanos en ocasione s. Y en medio de tanto atrop ello , testigo de semeja nte tortura morfoló gica, conscien te de la imperdo nable cu rsilería, no faltaba mi pre sencia . Sien to verg üenza al recor dar. Mis caminos estaban a hora flan que ados por pa red es de tejo , de mirto o de boj. Una e scrup ulo sa poda semanal mantenía las ra mas y los b rotes a raya, con milimétrica pre cisión . Mi diseñ o se vol vió tan a bsurdo como sup erficial. Me cargaro n de vías, de cruces, plazoletas y calle s cortad as. Colo caron mi centro en cualqu ier sitio, o en ning uno. Me amuebla ron con b ancos tallad os en pie dra y fuentes de vasos esc alo nados. Chorro s de agu a impertine nte bro taban de unas lascivas esculturas con form a de dioses
romanos qu e ap enas podía ide ntificar. Estaban tallados y situados con el albedrío de los ig noran tes. Yo mismo no recon ocía mi aspecto, tan caro, tan cursi. Por increíble que me resultara , yo fui e n aquellos ard ine s el contrapun to de la trama line al y encorset ada qu e goberna ba la s leyes del jard ín y de la cort e. Fui el p aré ntesis de cao s, la debles e vasión, pehuir rmitida lo s taque en medio depolassibilidad intermina fiestaslanetravesura cesitaban de plaara e tique cortes ana.
Laberinto de Versalles, sigloXVII. Y llegó el XVIII . Aque llas marion etas humanas de labio s pintados de ro jo y falso luna r en la mejilla e mpezaron a g astar en tonces pelucas bla ncas tan e mbadurna das de talco como su prop io rostro ine xpre sivo. Cuan do a cudían lo s invitados al château , antes de en treg arse al desborda nte ban quete, el an fitrión d el convit e los impre sionab a guian do un comple to re corrido turístico por su para íso partic ula r de fuentes, estatuas y parterre s floridos. Al lle gar a mi presen cia, me anunciaba como si fuera la guinda del pa stel y advertí a con malicia de l peligro d e pe rde rse en el ju ego de mis entrañ as. Todos sonreían con hip ocresía. Pero solo pro nunciar mi no mbre despertaba b ajo sus pelucas las fantasías más pro hibida s y comenzaba n silen ciosamente a tramar cuá l sería el momento id óneo de la sobre mesa en el q ue acudir ina dvertido s a mis espa cios secretos. Y así ocurría. Los niños pe queños y las damiselas más bob as eran los primero s en aven tura rse a mi conq uista tras los po stres. Jamás en contrab an la salida y el jue go acaba ba siempre con lá grimas y vómitos, hasta que un viejo lacayo acud ía al rescate. Entrada la tarde, pen etraban los male ducados mancebos, ham brie ntos de carne, t ras las d oncellas de prie tos y apetit osos pechos a p unto de salirse de l escote. Con la peluca torc refugia ida y lasrse enaenguas hú medas, sus gritos escándalo mis galerías confingían toda lacon in tención dedeser intercept ada s para e ntregarse sin repa ros al sex o y la lujuria. La música del b aile en el p ala cio impedía que sus gemido s fueran advertido s. Otras pa reja s más pu dorosas se pe rdían e n mi in terior a la luz de la lu na, hast a alcanzar una de aqu ellas placi tas de b anco y surtidor, donde el g alán cortejaba a la inocent e le yend o p asajes de la Fedra de Racine. En ocasione s, la muchacha aceptaba sonroja da el
anillo qu e él ofrecí a arro dilla do, en u n cuadro tópico como de figurillas de porcelana . Muchas mañanas ampar é con resigna ción lo s chismes y las comidillas de las go rda s madamas qu e in suflab an con sus int riga s un p oco de vida a aquella corte de vampiro s danzarine s. Sus preju icios cambia ntes dictaban cada temporad a la s leyes y el ele nco de la a lta socied ad. Entre misras tupido tabiquyesa vegetales di cob dida ijo a sadulterios insensatos , a conju nobsiliarias am arg as despe de amore s imposible s. Yo era el marco p erfecto para cualq uier tipo de a ctivida d siempre que esta fuera clande stina . En eso me había convert ido : en u n escond ite, en un refugio de la pa sión, un ho gar d e la conspiraci ón, un involun tario secuaz de lo ilícito, de lo inmora l, lo p roh ibid o y lo perversamente secret o. Y a la vez en un estúpido jueg o para infantes y petimetres. Fueron demasiado s año s de depra vación , de con stante ex hib ición de la miseria hu mana y entre aqu ellos set os perd í la espe ranza y la fe en vosotros, los ho mbres. Lo que vino d espué s ya no tenía rem edio. Mi no mbre estaba mancillado sin remisión y los siglos q ue continu aro n me rea firmaro n en la imagen fatal. Para siempre sería ya sinón imo de con fusión , de obstáculo, de pérdid a, de caos. Plinio , Estrab ón y Heródo to me habían gan ado la pa rtida. Pero, por si f uera poco, al error se le aña dió la calumnia, y fui también sinónimo de secre tismo, de evasió n, de sed d e lo p roh ibido y de ocultis mo de libe rad o. Qué a leja do este destino d e mi verdadera misión . ¡Cuá nto ha sido mi fracaso y mi decade ncia! ¿Qué validez tien e un n ombre cuan do n o signif ica ya al ob jeto nombra do? ¡Yo ya no soy al q ue los ho mbre s llamáis lab erinto! Y con e sa pa lab ra adu lterad a ha béis perpetuado mi erróne a concepc ión en novelas, relatos, cuen tos y películas cinematográficas, todos ello s hered ero s de mi más san gra nte frustració n.
Creí en a que llos jardin es fran ceses que n o po día caer más bajo . Me eq uivoqu é. Ahora sobre vivo sepu ltado en el olvido y s uplan tado por un farsant e al q ue le otorgáis mi nombre . Pero a quel usurp ador no puede daro s lo qu e es mío y os per tenece. No os conforméis, os lo suplico. supuest oSoy queun sigo e xistiendo ; noelpue doque d ejarosdha e hacerlo, parte Por de vosotros. símbolo y como alma bita, soy soy inmortal. Pero de poco me sirve si no me reconocéis, si no me advertís en las espon táneas manifestacione s que de tanto en tanto algú n artista inspirad o aú n me reg ala sin sabe rlo. La culp a la tiene m i nombre . ¡Dad me otro! ¡Reb autizadme para mi salvación ! Pero por Dios…, ¡no me dejéis solo más tiempo! Os daré la pista: soy yo cuan do sentís que las curvas de vue stros pasos en la vida están dirig idas; soy yo cuando in tuís una armonía en vuestro pe reg rina r diario ; yo, cuand o un sagrad o centro es v uestra meta; yo, cada vez que la ú ltima curva p are ce qu e os aleja del ob jetivo; yo, cada vez que morís en vida y volvéi s a ren acer. No puedo ha cer que lo en tend áis. Las últimas pa lab ras de esta voz son casi imperceptibles a tu oído. De hecho, jamás recorda rás hab erlas escuc hado. Tus pasos no han cesado de continuarse de sde qu e acep taste camina r a ciegas por e l lab erin to, guia do únicamente por e l be néfico cordel, m ucho tiempo atrás. Pero solo ah ora sientes dolo r en tus piern as fatigada s, cuand o una brisa cálida bañ ada de luz de p rimavera go lpea lentamente tus párpa dos cerra dos invitándolos a despertar. Llevas dem asiado tiempo con los ojos c erra dos y tus pup ilas tard an u nos segundos en adaptarse a la nu eva visión e n la qu e un d iminuto rect ángulo lumino so pre side el centro de la inh óspita oscurid ad. Al fondo del último pasillo
se ab re al fin, como fragmento recortado del astro sola r, la puerta de salida. El hilo bla nco que sigues apre tando e ntre tus ded os con lo s bra zos tendido s hacia dela nte se pro yecta en perfecta ho rizontalidad hasta el univers o luminoso e in definido que se adivina en el fondo d el túnel. Es como si el filamento fuer a un rayo de sol, reb eld e y osad o, que se hubie Tus ra internado ariamente en lapa oscuridad tu rescate. zancada svolunt se precipit an a hora ra lleg ar soña ha stando la vida. Pocos metros an tes de alcan zar la sal ida, una silue ta de muje r se interpon e en tre las jambas de la puerta, recortada po r el chorro lumino so que penetra e ntre los espacios res idu ales. Su contorno es impre ciso porqu e la lu z es de masiado intensa. La m uje r tira con fuerza del ele mento q ue os un e. Su delicado vigor se transm ite con efectividad a través d el h ilo, y de este a tus manos, a tus brazos, a tus hombro s, propu lsand o a sí tu cuerpo entero hacia d elante. La distancia qu e o s separa se consum e con rap idez. La brisa cargad a de olor a hierba fresca abra za aho ra tus miembro s, arra ncand o de tu pie l el ra stro d e las tinieb las. Al detenerte contem plas lo s ojos re spland ecientes de la dama del lab erin to que te ob servan emociona dos. El cielo es de u n azul in sultante. La muchacha , ex hausta, deja caer a l suelo el o villo y, temblo rosa, te tien de sus manos tibias.
Última carta al héroe Querido Teseo: La última curv a d el lab erinto e s la más peligrosa. Muchos han lle gado h asta ella y, confundid os, se han d ado la vuelta, sin jamás alc anzar la salid a, condenados a vaga r etername nte en las gale rías oscura s del misterio so edific io. Es la misma curva qu e te sorpren dió pocos metros antes de alcanzar e l centro, ¿recuerda s?: tu camino parecía ya vencido y sin embargo el p asillo rect o giró ine sperad amente a la derecha, alejándo te con d esconciert o de un final q ue presuponías inmediato. ¿Nunca has advertido esa última curva en tu pro pia vida? ¡Cu ántas veces has creí do estar a punto de alcanzar un objetivo, una tarea o un sueño, cuand o in stantes antes de consegu irlo, un último obst áculo, una última cont rariedad inesperada se ha interpuest o en la misión! Entonces, las du das se apoderaron de ti y creíste que todo el en orme esf uerzo que te había llev ado hasta allí se hab ía echa do a perde r en u n instante. Abatido y furio so, tal vez tiraste la toalla p ara lamen tarte sin consuelo el re sto de tu vida. Esa es la curva f inal del lab erin to: inopo rtuna, impía y de cidida a acabar con tus últ imos ánimo s, justo cuand o estás más ex hausto y anh ela s con más ansias el fina l. Pero no debes temer a esta última pru eba: tambié n ella e s ley del lab erinto. Con ella e l recorrido comple ta su perfección. Si ella no estuviera, no sería un laberinto verdad ero el q ue transit as, y por lo tanto no sería el t uyo un
proceso de verdadera metamorfosis. La prueba final que te depara este viaje es una cuestión d e fe. La últim a curva del labe rinto se vence en un a cto de confian za: parece qu e te aleja d e la salida, pero p ronto se do bla sobre sí misma y reg resa a la vía re cta que culminará tu viaje. Solo tenías que ser un p oco más paciente. Muy pron to estará s fuera d el laberinto. Allí te espera una nueva vida, la tuya, la que te correspon de a ti nada más. Es la vida p ara la cual h as vuelto a nacer. Una vez qu e hayas divis ado la luz, busca en primer lugar a Ariadna , que te ag uard a en pie, con e l hilo de tu salvación entre la s mano s. Ella e s tu tierra , tu hogar y tu lugar e n el mundo . Abrázala con f uerza y deja q ue te lleve a casa. Has est ado mucho tiempo erra nte. Ámala: ún icamente así podrá s recupe rar las fuerzas perdida s e invent arte de nuevo con toda la in formación q ue h as traído de tu experiencia en el lab erinto. Ella transformará e n realidad práctica y buenos hábitos lo que ahora solo son ideas de tu mente e impresion es de tu corazón. A riad na e s la Mad re Tierra sobre la que has de e char raíc es si qu iere s dar frutos. Es tiemp o de detene r tus pasos y c onstruir. El rey Dav id, guerrero y nómad a, no pud o ser quie n construyera e l Templo de Yahvé en Jerusalén , pues se pa só la vida libra ndo ba talla s en todo s los confine s de la tierra prometida y tenía sus manos manchadas de sangre. Fue su hijo Salo món, litera lmente «e l pa cífico», el que , sabio y sede ntario, pudo hacer realida d la casa d e su d ios. Ariadna fue p ara é l una reina d e tez oscura llegada de las et íope s
praderas de Saba. La hermosa mujer puso a prueba la sabidu ría de Salomón y después le entregó los materiales preciosos con los que se levantaría el gran templo. En la mística unió n de ambos mona rcas estaba el secreto de la construcción . Paz, sabid uría, riqu eza y tierra son las cualida desdesde de todo de nu realida des. Solo la parquitec az se putoede y seevas de be construir. Detente, pereg rino . Encuen tra el sosiego y no sigas caminan do. Ya no busque s: haz. Apre nde ahora lo s oficios necesarios para realizar la gran o bra. Ha llega do e l tiempo de le vantar tu prop ia catedral. Las disciplin as que n o consigas dominar para la const rucción hab rás de encontrarla s en tus herma nos. La arq uitectura e s arte de comunid ades, jamás de ind ividuos, no te olvides. Tu lu gar en e l mundo está an te todo conf igurad o por los seres humano s que te rodea n, buenos o malo s, sabios o igno ran tes. No impo rta su e dad, su clase o su con dición: s on los que corre spond en a tu nu eva exis tencia y con lo s que tien es que e dificar la re alida d. El espacio sacro del lab erin to se re corre inexc usablement e e n soleda d, pero los pa isajes profanos del que habita la vida se construyen con el colectivo. Es hora de volver a convivir con la raza hu mana . Aquí, a la luz del sol, lejos de la mística guarida del Minotauro , tu in dividua lidad es estéril. Igual q ue hiciste con Ariadna, únete a tus compañeros de vida, abrázalos a todos y compa rte con ello s la lab or, distribu yendo con ju sticia las tarea s en función de las habilidade s de cada u no. No espere s de ellos lo qu e no son. Ellos tambié n son pa rte de ti.
Juntos construiré is una nueva catedral, más alt a y más luminosa que todas las que ha h abido antes en e ste minúsculo rincón de l plane ta qu e te ha corres pon dido habitar. Esa es ah ora tu misión . Y como todo en el u niverso es movim iento, llega rá e l día q ue vuestra flamante cat ya nocuánto os sirva. Da igu al lo heenrmosa que la concibáis . Daedral lo mismo empeño entreg asteis a su causa. La sombr a de la mue rte se ceñirá sobre lo s arcos de vuestro templo y en tonces ya no os identificaré is con él. Os resultará a jeno, extrañ o y farsante. Solame nte el tibio p eso de la costumbre que ap ren disteis de Ariadna hará que volváis cada mañana a adecentar el polvoriento edificio, sin más atractivo que la nostalgia de lo que fue. Cuan do todo e sto ocurra , cuand o en tu rostro ya no brille la lu z del fin de l mund o y los días no sea n la tierra prometida que hay que conquistar; cuando adviertas que tu imagen se conviert e e n una caricatura en el e spejo; c uan do ya n o e stés apren diend o n ingún oficio; cuan do te e scuches rep itien do los mismos comen tario s, juzgan do los mismos hechos y durmiend o siempre las mis mas horas; cuand o de tanto ha bitar hayas c onvertido tu hog ar en tu pro pia cárcel y tu catedr al en u na o ficina; cuand o te qu eje s en vez de llorar con el alma ; murmure s en vez de can tar; supongas en vez de cree r; y simpleme nte quie ras en vez de a mar; entonces, solo e ntonces, tendrá s que volver a mí. Dejarás at rás el mundo entero pa ra volv er a cruzar solitario mi umbra l. Ariad na te esperará e n la pu erta,
asegu rán dose de tu regre so. Volverás a ser el pere grin o que avanza, con la cabeza a lta y el corazón dispue sto, hasta el cen tro del abismo. Volverás a sumergirte en mis gale rías, ignoran do mi trazado, para a brazar el ritm o de tus pasos lentos y constantes. Habrá llega do la hora de morir de nuevo. s profundo d e mis solitario,Enteloagmá uarda rá siempre otroentrañas, Minotauro.paciente y Que así sea.
Epílogo a modo de cuento
Un laberinto español
É
rase una vez una rein a qu e de cidió const ruir en los jardines de su palacio dos labe rintos: uno falso y otro verd adero . El laberinto f also era p equ eño y estaba alejado del p alacio. Pertenecí a a lo q ue lo s cortesano s llamaro n «ja rdine s de recreo» y generó mucho in teré s entre los f recuen tes invitados de la re ina . Era u n lab erin to he cho con s etos fron dosos que dib uja ban calles c urvas, cruces de camino s y plazoletas interio res. Niños y mayores de la más refinada aristocracia local juga ban en el fals o lab erinto a perde rse y a encontrar la salida, y así pasaban las larga s tard es de vera no, entre risas y divert ida s pe rsecucion es. El verda dero la berinto, por el contrario , era e norme y vivía integrad o en los grandes jardines de p rotocolo que estaba n rep letos de fuentes y surtidore s monumentales. En ellos se rep resen taban pre ciosas escultura s de dio ses clásicos y escena s de la mitolog ía gre colatina . Sin embargo , el verdad ero la ber into pasaba in advertido porqu e e neló re alidad estabadeoculto. Esa fuelaberinto la voluntad de más la reina , queos solo desv la ex istencia l verdadero a sus allegad confide ntes. La re ina lo recorrí a an torcha e n mano en las noches de luna llena, o bie n e n alguno s amaneceres, cuando el sol marcaba la misma dura ción de l día y de la noche. Para descubrir el itinera rio secreto del labe rinto verd adero e ra pre ciso conocer el s ign ificado pro fundo de lo s mitos repre sentados en a lgu nas fuentes y unir con astucia aq uellas que com ponían en su secuencia un a historia
fabulosa, la verda dera historia d e todo lab erin to verdad ero : el camino del héroe.
Jardines de La Granja. El héroe del lab erinto secreto y verdad ero d e la re ina era el dios Apolo, señor de Delfos y pa trón de las nu eve musas de l Parn aso. El recorrido del verdad ero lab erinto atravesaba episodios y pers ona jes vincula dos con la vida del dio s, como metáfora d el trán sito del alma humana en busca de la inmortalidad . La rein a siempre fue amante de la Antigüed ad y muy especialm ente de las gra ndes religio nes mistéricas: Delfos y Eleusis. Así, el misterioso laberinto imitaba en su trazado las grande s procesiones rit uales que en a que llos lege nda rios santuarios se llevab an a cabo, según la s propia s investiga ciones de la reina. Aquella gra n muje r se llamó Isabel d e Farne sio, y fue la sobe ran a más culta que ha tenido la h istoria de España . Muy cerca de la ciud ad de Segovia, a lo s pies de la vertiente norte de la sierra de Guad arra ma, se encue ntran el p ala cio y los jardin es del Rea l Sitio de San Ildefonso. Amodo de un pequeño Versalles, para retiro y evasión del mela ncólico y desequ ilibrad o Felip e V, primer Borbón en el trono madrileñ o, su segun da muje r despleg ó toda un a corte de a rqu itectos italian os y ard ine ros fran ceses para llevar a cabo semeja nte conjunto monumental. Ronda ba el siglo XVIII . Lo q ue aquí ha comenzado como un cuento, no e s tal;senmitológ los mara rdinhoy amien os deel fuentes y personaje icos,villosos ex istenajaaún los tos, dos cuajad lab erintos: verdad ero y el falso. El falso lab erin to es precisamente el que, aún hoy, todos sigue n llamando la berinto de La Granja. D iaria mente se pierd en e n él los turistas y paseantes, para d esgracia de los gua rda s del lug ar, quien es, minu tos antes del cierre de los jardin es de l Real Sitio, tiene n que ir al rescate de l os últimos visitantes despistado s, incap aces de encontrar la
salida del in trincado recorrido. El verdad ero lab erinto est á olvidado , pero sigu e allí. Pocos son los que saben de su ex istencia. Su obje tivo es, como el de todo lab erin to qu e se precie, alcanzar su c entro, que se corre spond e con lo que hoy se llama la p laza de las Ocho Calles. Desde un punto de partida secreto, camino a dicha ve ,interrum pid o por la pre sencia de uelna fuen tedire concto cuatro dragplaza onesseque como custodios de lo sagrado , obliga n al transeúnte a em prend er el re corrido iniciático, indir ecto y pro longado. Como buen itiner ario mistérico, este tien e dos version es: la masculin a y la femenina, Delfos y Eleu sis.
El verdadero laberinto de los jardines de La Granja de San Ildefonso. Siguiend o e l sentido d e u na espiral invers a, el recorri do masculin o del hé roe evoca en su p rimer tramo la juventud de l dios Apolo, rep resentada p or su ansiosa persecución de la n infa Dafne, primer y desdichad o amor del dios. Preside esta etapa del camino la escultura de la Fama, como sue ño anhelad o por e l espíritu fogoso e ine xperto de la p rimera ju ventud. Lle ga e l camina nte, que en carna simbólicamente al dio s, fren te a la fuen te de Diana, su he rmana gemela , rep resentante aqu í de la p arte femenina que comple ta la integrida d de l héro e, ponie ndo definit ivamente fin a las livianda des de la primera ju ventud, y capacitándole pa ra en contrar s u verda der a ide ntida d y su misión vital. El trayecto cambia entonces de d irección y alcanza la siguie nte fuente, que rep resenta a Le tona, madre de los gemelo s Apolo y Diana . Una mald ición d e familia le es revelad a al héroe en ese momento: la terrib le serpie nte Pitón, enviada p or la celosa Hera, qu e atormentó a su madre tras el p arto de los he rmanos, debe morir a manos de l dio s para comple tar la venga nza y limpia r así el oprob io qu e mancha su sangre . La e stirpe y solo la est irpe e s la qu e gua rda siempre la ide ntidad del h éroe clásico. En eseP pu del recorrid o el h eéro e sabe q uién es y asume reto épico. eronto antes de e nfrentars a la gig antesca sierpe , deb su e cambia r de n uevo su dire cción para con segu ir sus armas. Estas le son otorgad as po r los dio ses en la s fuentes llamadas de la Taza Baja y de la Taza Alta: la p rimera , símbolo d el aprendizaje materia l y la ex celencia corpo ral, y la segunda símbolo de l apre ndizaje mental y espir itual. El trayecto en e spira l inver sa, típico d e las liturg ias ini ciáticas, se comien za a cerra r sobre sí mismo. Prep ara do para culmina r su
misión , el héroe se topa con la fue nte de los Cua tro Dra gones, la misma que interrumpió e l camino in icial, pero aho ra d esde un nue vo p unto de vista: el d el héro e armado. Las armas de la Taza Baja matan a los primero s cuatro drag ones, mitad de la terrib le Pitón. El camino continú a hasta lle gar a un punto crucial. De frent e, los cuatro restantes. la dere la Fama, el obje tivo de l ansiadodrdagones e la juventud. A la Aizquie rdacha, , el templo y laaqu trascendencia alma. Los últimos cuatro drag ones que comple tan la Pitón no se vencen con la materia y no es por lo tanto pre ciso lle gar físicamente hasta ellos. La batalla para aniqu ilarlos c onsiste en decidir: derecha o izquierda. Fama o trascen dencia. Gloria o inmortalid ad del alma. Las armas de la Taza Alta, la sabid uría y la gra ndeza d e espíritu, encuen tran ahora su función. Sabio y certero, el héro e da la espald a a la Fama y accede triunfal a l templo. El recorrid o femenino del hé roe parte desde el mismo punto secreto que e l masculin o, pero siguien do u na d irección p erp endicular. Llega hasta una estatua del d ios pat rón del la berinto, Apolo, girando a la d ere cha pa ra a travesar t oda la superfic ie d el mismo en una monumental vía recta custodiad a por la pre sencia de las nu eve musas del monte Parn aso. El recorrid o pasa p or e l centro del labe rinto ha sta alcanzar u n punto concreto do nde esta vía sacra f emenina se cruza con el recorrido masculino , justo enfrente de la imagen de la madre d e Apolo y Dian a, la dio sa Le tona. Simbólicamente ese cruce signi fica la unión mística de los op uestos en su dimensión carn al, tras la cual la comitiva femenina reg resa a l centro de l lab erinto. Su camino ha concluido y deb e esperar allí, como Ariad na, como Penélo pe, a que el héroe masculin o concluya sus hazañas, y se una con ella e n el a cto de trascendencia final.
Templo de La Granja (plaza de las ocho calles). En el centro d el la ber into todo es equilib rio y pre cisión . El espacio está limitado por ocho arcos que alberg an una divinidad diferente, que se corresponde n con los ocho drago nes ases inado s que compon ían la Pitón. Cuatro dio ses y cuatro d iosas hab itan las ocho casas en dos
cruces superp uestas. Cada gru po, en oposición dia metral, cuenta con dos dio ses jóvene s, y los otros dos pertene cen a un a ge neración mayor. Son Atenea, Hércules, Deméter, Posidón, Niké (la Victoria ), Ares, Cibele s y Hades. El ex trao rdin ario equilibrio simbólico y geo métrico de los luga res que o cupan estos dioses c onfigura el espa cio sacro octogonal, re centro nacimien Unidos dalanmística vida a la metáfora d eletern héroo esímbolo plen o. dEnelel d elto.octógono, rep resentación de Eros, el a mor, y Psique , el alma univer sal, que ayuda da p or Hermes, dio s de la unión d e los opu estos, asciend e a lo s cielos en singu lar a poteosis. En ese conjunto se une n el cielo y la tierra : es un axis mund i , árbol d e la vida que funde la re alidad toda en una sola cosa, viva y etern a. Ni yo ni n adie sabremos nun ca si la rein a otorga ba e ste significado (u otro similar) a la sucesión de fuentes y es cultura s que , sin duda, trazan e n La Gran ja de San Ildefonso uno de lo s mejor es eje mplo s de la berinto simbólico. Resulta inse nsato y casi insul tante pen sar q ue la colocac ión de la secuencia ic ono gráfica en las fuen tes, tan ro tunda, tan coh ere nte, sea po r el contrario f ruto de la casualid ad. Yo no lo puedo creer. Clío, musa d e la Historia, fue en la Antigüedad una de las artes y jamás una cien cia. Afortun adamente no he escrito este libro como historiador, sino como cre ador y artista: soy dire ctor de escena . Me resulta apa siona nte imagina r, en un ejercicio de fantasí a absolutamente libre y antiacadé mico, a la o ron da de la Farnesio sorpren diendo a sus invitados más sele ctos con e sta bellísima metáfora de las procesione s rituales mistéricas de la Antigüed ad que ella tanto amó. Más aú n: la imagino comple tamente absorta, como en un arrebato de misticismo, recor riendo ella misma su laberinto e sotérico, para alcanzar un a ex perien cia tran sformadora y sublime, dig na d e los
gra ndes arq uetipo s mitoló gicos. A la re ina humanista, altiva y genia l, siempre le g ustó hacer ga la tanto de su erud ición como de su megalomanía. Lo cierto e s que gracias a ella e l labe rinto secret o y verdade ro de La Gran ja e stá ahí, eterno, rot undo e ina dvertido, a disposición d e cualquier nón leimometamorfosis. qu e qu iera adDoy entrarse enpoder sus enty eficacia rañas y si sometersehéa roe su inafalib fe de su se camina sin prisa y m ucho silencio, a ser p osible en una fría tarde de otoño, cuando la espect acular arb ole da d el conjun to se viste de tono s cálidos y el aire pen etrante y gé lido d e la sierra d e Guadarram a despierta podero so su murmullo . Tan solo h ay qu e caminar decidido y muy aler ta para seguir la correcta secuen cia de e sculturas y desc ubrir en cada una de ellas los sut iles mensajes de sus mirad as, postura s y gestos. Entonces uno sabe que el g enio de ese lug ar sigue vivo, y que el de stino d el hé roe se cumple. Ahí queda ese reg alo secreto para q uie n se atrev a a vivirlo. Buen camino .
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ÍNDICE Prólogo, por Isabel Vázquez Introducción. Las leyes del laberinto EL CAMINO DE IDA 1. LOS SIETE LABERINTOS El laberinto de la evasión El laberinto del funcionario El laberinto de la cigarra El laberinto del mártir El laberinto del erudito El laberinto del aventurero El séptimo laberinto 2. LOS MITOS Una crónica teatral: Teseo y el Minotauro 3. LOS SÍMBOLOS Minos o el muro Primera carta al héroe Egeo o la puerta Segunda carta al héroe Dédalo o el camino Tercera carta al héroe El Minotauro o el centro Cuarta carta al héroe Ariadna o el regreso
Quinta carta al héroe EL CENTRO EL CAMINO DE REGRESO 4. LA VOZ DE LA DIOSA Habla la Gran Diosa 5. HISTORIA DE UN DISEÑO 6. EL LABERINTO Y LA DANZA 7. EL LABERINTO Y EL CAMINO DE SANTIAGO 8. LA MÚSICA DEL LABERINTO 9. HISTORIA DE UNA IDEA: LA VOZ DEL LABERINTO Epílogo a modo de cuento . Un laberinto español Bibliografía