/ 18
PENSAR
LA HISTORIA
tales definen como tal- si la historia se ha convertido en elemento esencial de la necesidad de identidad individual y colectiva, precisamente ahora la ciencia histórica pasa por una crisis (¿de crecimiento?): en su diálogo con las aIras ciencias sociales, en el considerable ensanchamiento de sus problemas, métodos, objetos, se pregunta si no está perdiéndose.
Primera Parte LA HISTORIA
Los ensayos aquí reunidos aparecieron originalmente en los volúmenes 1, II, Eincludi .
IV, V. VIlI, X, XI, XIII. XV de la Enciclopcdia
.-------------
.. _.,uu~.------
nu:rnu;':.¡.';¡¡":lno-
tnIIB'RfItE.Lnr~;.ij.".. ;rtljiiiíí;rVB
'¡"rus '~i?-;
=1.
.ii;W~¥1Hr'rjfm!'~"P..~~;~,;.',~í:~t;¡II!~~Ü~:
:m¡
!i~{
:ltl!
CA ~~ ~t2c
(ti ~ Q.'O
1~~
u\:
1 'ú'c1 HE.
~G\O~A.
/
Uo%,
A-7QbJ
MOQ.~~.:n>
I
~-e. 1
6.)01-(
1. La historia total y sus enemigos en la enseñanza actual Carlos Martínez-Shaw
«El pensamiento del sabio, por no caer en el error tiene memoria en lopasado, por tomar lo mejor de ello y ordenar lo presente con templanza y contemplar lo porvenir con cordura por tener aviso de todo». (Diego de San Pedro, Cárcel de Amór, Sevilla, 1492)
Es muy alto el grado de consenso logrado con respecto a la fecha de nacimiento de la historia como ciencia. El período de entreguerras introdujo una profunda renovación en el concepto y en los métodos de la historia, de tal intensidad que puso los fundamentos que f?"mitieron otorgar a la disciplina su status de ciencia so( :: L Pierre Chaunu ha señalado gráficamente este mom,:~lto: "La historia, ciencia humana unificadora (fédératrice) de nuestro tiempo, nació entre 1929 yel comienzo de los años treinta: nació de la angustia y la miseria de los tiempos, en la atmósfera dolorosa de una crisis de enormes dimensiones y de repercusiones infinitas» (Chaunu, 1972, pág. 649). El punto de partida de esta auténtica reconstrucción de la historia se encuentra en la reflexión llevada a cabo desde un triple frente: la contestación de la historia positivista académica emprendida por la escuela de los Annales; las exigencias de rigor y aY' "idad predicadas por los economistas y los historiadOle..01a economía, y la aportación teórica y empírica de los estudiosos inspirados en el materialismo histórico. Esta triple corriente confluyó finalmente en una doble convicción, que terminó de articulai'la teoría y la práctica
25
11 ____
del.historiador: la necesidad de una historia total y la necesIdad de entablar un diálogo con las restantes ciencias sociales sobre la base de la unidad esencial de todos los planos de la reaEdad social. Primero, por tanto, historia total. Fue la escuela de los Annales la verdadera creadora de este concepto, que reclamaba la universalidad temática (frente a las escuelas positivistas que sólo se ocupaban de una serie de hechos privi17~~ados:los acontecimientos políticos, militares y diplom~tlCos), la universalidad geográfica (frente al euroc?nt~smo que había dominado toda la producción histor:-0grafi.caen nuestro continente y había hecho de la histona de otros ámbitos tan sólo un apéndice de la historia de Europa, la historia de los europeos fuera de sus fronteras o la historia de la expansión europea) y la universalidad cronológica (frente a la aceptación de barreras artificiales entre los períodos, escindiendo la unidad de la vida del hombre sobre el planeta desde los tiempos más remotos hasta n ue~tros d~as).Con palabras del máximo inspirador de la tf>~na, LucIen Febvre, el objeto de la historia comprend: L <. as diversas actividades y las diversas creaciones de los 1 e nbres de otros tiempos, c:aptadas en su fecha en el marco de sociedades extremadamente variadas y'sin emb~rgo comparables unas a otras (. . .); actividades y creaCIOnescon las que cubrieron la superficie de la Tierra y la s~cesión de las edades» (Febvre, 1970, pág. 40, edición espanola). L~ economí~, una de las ciencias con las que la historia entro más rápIdamente en relación (como hemos de ver más ~del~te), introdujo en el ámbito de la historiografia su eXlgen~la ~e objetividad y su hábito de empleo de métodos cuantItatIvos y del uso de técnicas estadísticas buscando en el análisis de las series masivas de datos ia demostración de las leyes que regían los distintos fenómenos r,hist?ricos. ~e ahí que sus sugerencias pasaron pronto del amblto estncto de la economía a todas las demás áreas que se habían convertido en el territorio de la historia total. Siguiendo a Pierre Chaunu, la historia cuantitativa pasaba a denominarse historia serial, para significar con . este cambio de adjetivación su aplicación al conjunto de
26
los hechos del pasado: la historia serial desplazaba la cuantificación a cualquier tipo de hechos históricos cuyos datos pudieran ser presentados en series homogéneas. Finalmente, el materialismo histórico aportó su concepto de la totalidad social, su reflexión sobre los modos de relación establecidos entre los diversos planos de la realidad social y su concepto de la historia como ciencia que se ocupa de los procesos de constitución, funcionamiento y cambio de las formaciones sociales. En su más delicada elaboración, se trataba del concepto de historia intQgrdora, sugerid.o por Pierre Vilar como un paso más allá en la definición de la historia total: «La investigación histórica es el estudio de los mecanismos que vinculan la dinámica de las estructuras -es decir, las modificaciones espontáneas de los hechos sociales de masas- a la sucesión de los acontecimientos en los que intervienen los individuos y el azar, pero con una eficacia que depende siempre, a más o menos largo plazo, de la adecuación entre los impactos discontinuos y las tendencias de los hechos de masas" (Vilar, 1980, pág. 47). La historia total adquiere así carta de naturaleza, define su objeto, elabora su teoría y reclama la percepción del tiempo como su dimensión esenCÍ .i -,el monopolio del pasado como el auténtico territorio f el historiador. y por ese camino afronta un nuevo reto: la ampliación ilimitada de su campo de análisis le impone la relación con las restantes ciencias sociales, a fin de utilizar sus métodos, pero conservando su irrenunciable especificidad. Son los problemas sabiamente diseccionados por Pierre Vilar; «En la dificil aproximación a la totalidad histórica, puede y debe servirnos toda investigación que se inspire en los métodos 'más recientes de los psicólogos, de los sociólogos y de los economistas. Siempre y cuando el historiador no olvide su propia labor, consistente en establecer síntesis, en distinguir los episodios históricos que forman un todo, en no reducir la historia al largo plazo que deshumaniza ni al corto plazo que impide ver el crecimiento y el probrreso;labor que consiste, en definitiva (. .. ) en el estudio de los mecanismos que relacionan los acontecimientos con la dinámica de las estructuras» (Vilar, 1969, pág. 21). 27
dedad ha dado a los ambientes donde ha establecido su obra» (Gambi, 1973). O a la definición de Philippe Pinchemel: «La geografia puede ser definida -y es última paradoja- como una ciencia humana cuyo objeto de estudio es el hombre. Su originalidad radica en "explicar la huella de la energía humana en la superficie del suelo", como decía Roger Dion" (Pinchemel, 1968). D{~spuésde la Segunda Guerra Mundial nace una nueva ciencia social, la demografia, preocupada desde sus comienzos por la contradicción observable entre la baja tendencia de la natalidad en los países avanzados y la explosión demográfica en los países atrasados. También aquí los intereses de la demograña y de la historia alcanzaron un punto de confluencia. Los demógrafos buscaron en el pasado los orígenes y las causas de la inflexión de la fecundidad en las sociedades europeas; al tiempo que se interesaron por buscar las características demográficas de las soci .(~~.desdel pasado, que compartían con las actualee un 1,a ~ecido nivel de atraso, para aislar las variables sign,fLcativas en la desviación de sus comportamientos. Los historiadores, por su parte, tomaron conciencia de la importancia de la población como una variable básica de la vida económica y como una infraestructura insoslayable de la vida social, antes incluso de ampliar sus observaciones al terreno de los mecanismos reguladores, el control de la natalidad, las estrategias familiares, etcétera. Así se fue creando un terreno común de colaboración, que pasó a denominarse, según el punto de partida del investigador, demografía histórica o historia de lapoblación, al tiempo que esta última rama adquiría carta de naturaleza en el mundo historiográfico yestablecía sus relaciones con los ámbitos especializados de la historia económica, la historia sodal o la historia de las mentalidades colectivas. En palabras de Adolphe Landry, «hay una demografia histórica que es una parte de la historia general, exaetamente igual que la historia política o la historia militar,) (Landry, 1945, pág. 10). Probablemente el más fructífero de los intercambios sea el que se ha venido dando entre la economía y la historia. El punto de partida no fue, sin embargo, muy prome-
tedor. La ciencia económica del siglo XIX manifestó una decidida vocación antihistoricista, especialmente en el seno de las escuelas neoclásica y marginalista, que se definieron por la búsqueda de teorías de 'carácter universal (válidas para todo tiempo y lugar), por la utilización de un lenguaje matemático o altamente formalizado, por la exil!encia de un elevado nivel de ahstracción, por el desprecio hacia la observación empírica y por el rechazo de los fuc.;tares extraeconómicos a la hora de construir sus modelos. Por su parte, la historia positivista ignoraba casi por completo los hechos económicos que no entraban a formar parte de sus estrategias explicativas. Un primer ensayo de aproximación, el intentado por las llamadas primera y segunda escuelas históricas alemanas de economía, no produjo el resultado deseado, . porque la reivindicación de la observación empírica para la elaboración de la teoría económica derivó hacia la aparición de una historia de los hechos económicos aqu~jada del mismo estrecho positivismo que padecía la historia general de la época. Fue preciso llegar, por tanto, i "'ícríodo de entreguerras para que se produjese el def l1 jvo y fecundo acercamiento, por medio de los llamados segundo y tercer encuentros de la economía y la historia. El segundo encuentro se originó por iniciativa de los historiadores, que pidieron a los economistas sus teorías para la correcta interpretación del comportamiento de las variables económicas, y sus técnicas estadísticas, para el correcto análisis de los datos económicos del pasado. La iniciativa fue impulsada por la convicción de que los hechos económicos eran esenciales para la explicación de la evolución social, y de que la teoría económica ayudaba a comprender la compleja articulación de los fenómenos que se gestaban en el campo de la producción y distribución de los bienes. Como efecto derivado, los historiadores experimentaron mayor interés por la cuantificación de los datos masivos y transfirieron esta preocupación a los restantes planos de la realidad social, abriendo la vía a una historia serial que se recreaba en el tratamiento de los hechos que se producían en la vida social, política e incluso cultural. r
\ 30
I
31
J.
.,
cuesta histórica para determinar :el momento y la causa de la aparición del «espíritu del capitalismo», que encontró, como es bien sabido, en la formación de la ética protestante. Otros dos sociólogos, ambos convencidos del carácter diacrónico de toda ciencia de la sociedad, ejercieron una influencia directa sobre los historiadores que estaban consiguiendo el sta.tus científico para su disciplina: Émile Durkheim inspiró primordialmente a los investigadores de la escuela de los Annales, mientras que Franc;ois Simiand haCÍa lo propio con aquellos otros que se movían en las coordenadas del materialismo histórico. Al mismo tiempo, naturalmente, los historiadores acudían a la sociología para el aprendizaje de sus métodos y para apoyar la reivindicación del carácter de ciencia social que debía asumir la nueva historia que estaban construyendo. Una historia que cada vez se empeñaba más en explicar las cuestiones recientemente compendiadas por Peter Burke: «.. .la historia de las relaciones sociales, la historia de la vida privada, la historia de las solidaridades sociales y los conflictos sociales, la historia de las clases sociales, la historia de los grupc',';ociales ... " (Burke, 1987, pág. 35). t A partir de ahí, la sociología y la historia fueron declinando su actitud de concurrencia y privilegiando la complementariedad de sus investigaciones. Es el ideal formulado por Georges Gurvitch: «La sociología y la historia se complementan en el terreno de la explicación (. .. ) La sola salida de la crisis, en la explicación sociológica, reside en una colaboración fraternal, en la cual toda reserva mental, imperialista, sería excluida tanto de un lado como del otro» (Gurvitch, 1956, pág. 3). Y corroborado, desde la otra orilla, con más énfasis aún, por Fernand Braudel: «Sociología e historia constituyen una sola y única aventura del espíritu» (Braudel, 1968, pág. 115). También la antropología ocupó, desde su mismo nacimiento, un espacio deshabi (-'1 clopor las demás ciencias sociales y CO~l una firme ve:.-' .... :1 de definir su objeto contra la historia. Así, las corrientes funcionalistas se ocuparon de las sociedades exóticas, esencialmente extraeuropeas (y abandonadas, por tanto, de una historia eurocentrista),
Por su parte, los economistas dieron también un paso adelante, protagonizando el tercer encuentro. A esta acción se vieron empujados por la necesidad de contextualiz~r ~o~fenómenos económicos dentro de su «perspectiva hlstonca», porque el pasado ofrecía toda una serie de antecedentes y paralelos significativos, y porque los procesos que se daban en el terreno de la economía s610 podían ob. s~rvars~ a largo plazo si se querían extraer leyes de funClOnamlento a partir de las regularidades o las discontinuidades apreciadas. Del mismo modo, los hechos económicos se ve~ afectados por una serie de factores que se generan en dIferentes campos, pues así como las condiciones materiales influyen en el curso de los acontecimientos políticos y sociales, muchas acciones o procesos extraeconómicos tienen su repercusión directa o indirecta en el terreno de la economía. . De esta forma, las posiciones acabaron por confluir. r ~~ d.e la historia, Vitorino Magalhaes-Godinho podía a fi r. na' que «la historia económica es, en el fondo, la ecor10rr~i'.lP?lítica de los sistemas y de las formas que han desaparecIdo» (Magalhaes-Godinho, 1951, pág. 52). Y desde la e:onomía, ~ohn Hicks llegaba a la conclusión de que «hay hilos que dIs~urren de la economía a otros campos sociales, a la política, a la religión, a la ciencia y a la tecnología: se desarrollan allí y regresan al campo de la economía» (Hick.s, 1969, pág. 167). En síntesis, con palabras de Jean Bou':,er, «la eco.nomía es el estudio de los hechos de producclOn y cambIO en el tiempo» (Bouvier, 1977, pág. 11). . No menos radical fue durante el siglo XIX la separaCIón entre la sociología y la historia. Ambas disciplinas se negaban el reconocimiento de modo recíproco y se contentaban con establecer un «Yalta» que repartiese entre ellas los objetos de análisis: el presente para la sociología y el pasado para la historia. Sin embargo, esta situación cambiaría esencialmente en el siglo XX ~ac~as al esfuer,zo de un grupo de sociólogos ~on.alm~ d~ ~Istonadores. ASI, Werner Sombart adoptó la optIca histonca, remontándose a los orígenes para llevar a cabo su análisis de la burguesía y del capitalismo. Por su parte, Max Weber también hubo de proceder a una en-
i 32
I l
33
"
mientras que las corrientes estructuralistas reclamaban la sincronía como única dimensión de unas «sociedades frías», es decir, estancadas, sin evolución. Y de este modo, en palabras de Maurice Godelier, la antropología pasaba a ser «el cubo de la basura de la sociología y la historia». Sin embargo, también en este caso los antropólogos iniciaron su acercamiento a la historia a partir de dos comprobaciones: la inexistencia de sociedades completamente estáticas (de sociedades «sin historia») y la necesidad del análisis de largo plazo para detectar las repeticiones periódicas que constituyen las estructuras de funcionamiento. De este modo, era posible la colaboración, en el. sentido que explicaba E. E. Evans-Pritchard: «los historiadores escriben historia, por decirlo así, hacia adelante, y nosotros intentamos escribirla hacia atrás» (Evans- Pritchard, 1974, pág. 61). Por su parte, los historiadores tuvieron conciencia de que los métodos empleados por los antropólogos para el eo;,ldio de las sociedades atrasadas del presente podal1 a )1" ..:arseal estudio de las sociedades del pasado, que ernn a r "lsadas por definición. De esa forma, la historia introdl:~oentre sus preocupaciones una serie de temáticas que le habían sido reveladas por la antropología: las sociedades rurales, las cuestiones de parentesco o linaje, las formas de la contestación primitiva o el inmenso universo de las manifestaciones que, bajo el nombre genérico de «cultura popular», rebasaban el estrecho marco de la cultura dominante que hasta allí había mantenido su exclusividad como objeto de investigación. Tal confluencia puso incluso las bases para la aparición de algunas de las ramas que en los últimos tiempos han conocido un desarrollo más espectacular como campo privilegiado de la investigación historiográfica: la historia de la cultura material, la historia de la vida cotidiana o la historia de las mentalidades, que ya no puede ser concebida, en palabras de Michel Vovelle, «comoun territorio extranjero, exótico, sino como la prolongación natural y el punto final [la fine pointe] de toda historia social» (Vovelle, 1985, pág. 19). De ese modo aparecía un territorio de frontera que muchos han llamado «antropología histórica», Sobre todo, se 34
generaba una actitud tendiente a abolir esa misma frontera, en el sentido señalado por Maurice Godelier, que predicaba la necesidad de {,una sola ciencia, que será a la vez teoría comparada de las relaciones sociales y explicación de las sociedades concretas aparecidas en el curso irreversible de la historia; y esta ciencia, combinando historia y antropología, economía, política, sociología y psicología, será ni más ni menos lo que los historiadores entienden por historia universal (historia total, diríamos nosotros), o lo que los antropólogos intentan y ambicionan ~on la denominación de "antropología general"» (Godeher, 1976, pág. 295). La historia tradicional se ocupaba esencialmente de los acontecimientos de la vida política, pero reservaba un espacio apendicular para inventariar los hechos ocurridos en otros campos que se considera~an dignos de ser recordados. Así nacieron una serie de especialidades, como la historia del arte, la historia de la literatura, la historia del pensamiento o la historia de la ciencia. Ahora bien: estos apéndices, que se incluían al final de la narración histórica realmen~:; ;mportante, no dQjaban de ser sino fatigosos repertoric e obras y de autores, que más de una vez suscitaron las vehementes arremetidas de Lucien Febvre: «Ya tenemos también a Courbet tratado de la misma manera que la máquina de vapor. Títulos, telas y fechas, fechas, telas y títulos. Mañana, el joven Durand, de Mende, que jamás vio un Courbet (ni tampoco un re calentador Farcot), y el joven Dupont, de Béziers, que está bien dotado para la historia (dotado de una memoria caballuna, se defiende mal en francés, en filosofia, en latín, en griego y ni se aclara en matemáticas, lo que irremediablemente le consagra a CHo,ese ganapán de quien nadie quiere saber nada), futuros "historiado~es" ambos, leerán, releerán, repetirán en voz alta, con fUrIOSO celo, esos ocho títulos y esas ocho fechas» (Febvre, 1970, pág. 154). Por su parte, los cultivadores de estas ramas no hacían mucho por mejorar la situación. Limitándonos a una de ellas, la crítica de arte nació, en efecto, al margen de toda J~'
preocupación histórica, ya que se trataba de formular va. 35
.'
loraciones o de establecer categorías estéticas atemporales sobre obras que parecían creadas en un limbo, a salvo de todo contacto con el ámbito social donde habían sido concebidas y ejecutadas. Así, la crítica de arte no era más que filosofia del arte, mientras que la historia del arte no superaba los estrechos límites del más descarnado positivismo. La confluencia fue posible, una vez más, mediante la aparición de nuevas escuelas, que trataron de explicar la obra de arte en conexión con las corrientes culturales de su tiempo o con las exigencias sociales de los diversos grupos y de las diversas épocas: la historia social del arte o las nuevas interpretaciones de los seguidores' de Aby Warburg abrieron una vía para el entendimiento. Por su parte, los historiadores renunciaron a considerar a la obra de arte como una creación autónoma que no merecía más qUAuna mención en el catálogo final, para pasar a into.gI Ú ~l arte como uno de los elementos que configuran h re ü dad social. En palabras de un estudioso de la histor:~_ del arte, Ranuccio Bianchi Bandinelli, en este caso, «más que de interdisciplinariedad, deberemos hablar de estrecha colaboración en una única materia de investigación: la historia» (Bianchi Bandinelli, 1976, pág. XXVII). Y de este modo la nueva historia, la historia científica, la historia total, pasaba a hacer a las creaciones artísticas, pero también, naturalmente, a las literarias, las filosóficas o las científicas, objeto de un tratamiento dialéctico. Por una parte, empezaba a considerarlas fruto de unos condicionamientos económicos, sociales, políticos y culturales, mientras que por otra intentaba determinar su influjo sobre las acciones y los sueños de los hombres de su tiempo. De esta manera, la creación cultural pasaba a explicarse dentro de un contexto histórico y a explicar la evolución de esa misma sociedad. En conclusión, cabe afirmar que a partir del segundo tercio del siglo XX la historia adquirió su status definitivo corno ciencia social. Y que esta consideración está estrechamente vinculada a la elaboración de los conceptos de totalidad social, historia total o historia integradora, así como, en consecuencia, a la incorporación de todos los di-
36
r
~'
i)J I !
! f f
¡
versos planos que componen la realidad social como objeto de estudio. Por último, la historia :::ientífica,que ha renunciado al monopolio del tiempo -su dimensión más característica- en favor de su colaboración con las restantes ciencias sociales, reclama para sí el monopolio del pasado. De este modo, la única historia posible es aquella que se define como la ciencia que estudia todos los hechos del hombre en el pasado, aquella que quiere ser, en palabras de Fernand Braudel, el compendio de «todas las ciencias sociales en el inmenso campo del pasado» (Braudel, 1968, pág. 116). O aquella que, siguiendo ahora a Pierre Vilar, «debería ser reconocida como la única ciencia a la vez global y dinámica de las sociedades; en consecuencia, como la única síntesis posible de las otras ciencias humanas» (Vilar, 1974, pág. 122). La nueva historia, la historia científica, la historia total, ha ido abriéndose camino en la enseñanza en todos los niveles, desde la escuela y los institutos hasta la universidad. No quiere ello decir que no sup-~j~tan también, en todos los niveles, bolsa..~cdEl en$~fi-ª!r;,:positivista, la cual I predica todavía ui,íá'historia narra ~.Iasin c~ítica de los datos:uña-hIst~~i;"d~" acontecimieI~~os (évenementielle gustaba decir Lucien'Febvre), una historia limitad~ a ,!,':~,~~hq~pqH~icos, una historia que se propone éomo producto a adquirir mediante el mero ejercicio memorístico. Este primer enemigo de la historia actual es, sin em, bargo~üii'residuo del pasado, un fruto de la falta de prepa\ ra£i~?-,~~.~ii~~ª~a"ac6mpaií!ldade la falta de voluntad de , actualización, de la ausencia de lecturas y de reflexión sopropia~ateria y la propia función conlo"clocente.Su acción sólo es atribuible a la negligencia, y su remedio únicamente puede provenir de la toma de concieiiCía'ú de la presión del entorno profesional. Por ello, no es necesario proceder a una argumentación sistemática, ya que, carente de fundamento teórico, sólo sobrevive en la práctica. Los enemigos que se oponen a la enseñanza de una historia adornada con todos los requisitos de una ciencia social se justifican teóricamente por la imposibilidad de conciliar las cualidades y los contenidos de dicha historia con las exigencias de la didáctica. Y,de este modo, admiten un
como
brela
37
..
ca. Por poner ejemplos sencillos, nadie creería posible entender la explosiva situación andaluza en el siglo XX sin referirse allatifundisr;. .':: la desigual distribución de la tierra, fenómenos am¡Jdci que tuvieron origen en el modo en que se desarrolló la reconquista cristiana del territorio, entre los siglos XlII y XV, Y en la forma en que se realizó la desamortización de la tierra a lo largo del siglo XIX. Tampoco nadie creería posible explicar la corriente fundamentalista que barre al mundo islámico ante nuestros ojos sin tener en cuenta la doctrina de Mahoma, la consolidación del dogma religioso musulmán o la controversia entre shiísmo y sunnismo, cuestiones, todas ellas, que se remontan al siglo VII de nuestra era. Porque, como decía Marc Bloch, «la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado" (Bloch,
d.~~Q!c.i.QJmtrelap!.~c~i~~.4q~5'!P.:te, Qpr.p.Il.lªQQ..YJª teor.í~.y la investigación históricas, por el otro: los historiadores háC"eñ uña histOna;-pe'rofos docentes-Úenenque enseriar otra muy" C4~tmti-Ahoraoiei1:li5 primero que hay que decl):esque esas dos historias no son términos comparables, porque mientras la primera es la única historia realmente científica, la segunda nos retrotrae a los tiempos de la historia positivista, fragmentada y ensimismada de antaño que entre todos nos hemos esforzado en olvidar. r..... Los tres enemigos fundamentales pasibles de ser aislai dos pueden ser etiquetados inicialmente, para mayor col modidad, como el presentismo, el localismo y el reduccionismo. El primero -aceaw.-;-sobre todO,"eñ-fas instlmcias éWcativas ofiCiales; el segúndó vivé-acantonado princi-;;¡.lmente-eñlü-s niveles inferiores de la eñseñañz3., y el ~e cero-esta -iñfiltrado en particular én-los niveles meóos r mperiores._. _. ..' --.---El~p¡ésentismo.puede definirse como la tendencia a limitar lii--enséii~~a de la historia sólo a los períodos más recientes-o Sus razánes soúgroseiamente'utilltaristas. Por un lado, se trata preveniref fra-¿;s~ escolar comprimiendo los contenidos, ya que los programas están muy sobrecargados. Por otro, la historia sólo se concibe como guía para orientarse en_etmE!i.«fo a~ua[ po;:'Ío que las referencias a épocas remotas sólo pueden ser entendidas como un lujo cultural~algó- ~úiícoiño"híadquisición de unos rudimentOs-de -hebreo para ~ntenaer mejor la Biblia traducida al castellano, o el aprendizaje de la geografía física del país cuyas playas vamos a visitar el próximo verano. /Por tanto, el profesor ha de sacrificar los tiempos lejanos " en aras de un mejor conocimiento de los tiempos posterio'¡ res a la Segunda Guerra Mundial por parte de los estu-
1952, pág. 38). Pero, además, en segundo lugar, la propia actuación en el mundo de hoy viene condicio".,::'da por nuestro más amplio o más estrecho conocimien \. del pasado. N o es necesario recurrir al viejo concepto ckJroniano de la historia como magistra vitae para comprender que ésta es capaz de responder a muchas de las preguntas que el hombre se formula constantemente. Es una noción que estaba presente entre los propios fundadores griegos de la historiografia, como se comprueba en Tucídides: "La falta de color mítico de esta historia parecerá un tanto desagradable, pero me confonnaría con que cuantos quieran enterarse de la verdad de lo sucedido y de la verdad de las cosas que alguna otra vez hayan de ser iguales o semejantes según la ley de los sucesos humanos, la juzguen útil".2 O como apuntó más tarde Polibio: "Si de unas circunstancias similares pasamos a considerar las nuestras, obtendremos indicios y previsiones con vistas a averiguar el futuro; esto nos capacita, unas veces, para preservarnos, y otras, para manejarnos con más confianza ante las dificultades que se presenten, siempre que establezcamos un paralelo con
id'lantes.
I
Ahora bien: tal concepción reposa sobre la insostenible pretensión de que el conocimiento de los hechos es posible sin atender a su densidad temporal. Por el contrario, es bien sabido, en primer lugar, que el pasado y el presente formag_~ .contJ.1}l:l_um indisoluble, es decir que la réalidad actual es una consecuencia de lo acontecido en el pasado y no se la entiende si no se recurre a una explicación genéti-
38
I
l
2 'fucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, libro 1 (ed. de RodríguezAdrados, Madrid, 1967, pág, 107).
39
.. los hechos pretéritos».3 En suma, incluso si reducimos el alcance general de las frases de los grandes maestros helénicos citados, privándolas de su generoso aliento humanístico, no cabe duda de que el conocimiento de la historia otorga facultades para enfrentarse en mejores condiciones con las propias circunstancias. Es lo que creía el ilustrado inglés Samuel Johnson: «El actual estado de cosas eE consecuencia del anterior; y es natural preguntarse cuáles fueron los orígenes del bien que disfrutamos o del mal que sufrimos. Si obramos únicamente para nosotros mismos, no es prudente inhibirse del estudio de la historia, y no es justo si se nos ha confiado el cuidado de otros» (Johnson, 1991). y es, por último, la conclusión de Lucien Fpbvre: «La historia responde a las preguntas que el hom]. ti:' de hoy se plantea necesariamente. Explicación (le s ,í:, laciones complicadas en cuyo ambiente el hombre !'le dr.¡)atirá menos ciegamentf::lsi conoce su origen» (Febvre, 1965). Pero, en tercero y último lugar, sólo el conocimiento del pasado permite conocer la verdad del presente. En un cuento de fantasmas de Henry James, «La esquina alegre», el propietario de un inmueble se lo muestra a una acompañante, pero con ciertas reservas, ciertas restricciones: «Le dejó ver sólo el presente, mientras paseaban por las grandes habitaciones vacías, desocupadas y sin muebles». Es decir, le ocultó el pasado y, por tanto, una parte imprescindible para el conocimiento de la realidad, pues los hechos que habían ocurrido en un momento anterior, hechos que mantenían su fantasmal virtud, condicionaban la actualidad del edificio. Al margen del magnífico testimonio literario, se pueden aducir incontables ejemplos de nuestros días. El presidente Ronald Reagan avanzó especiosas y siempre diferentes razones para su agresión contra Nicaragua, para la intervenci6n en Granada o para la invasión de Panamá, como si cada una de sus injustificables acciones militares respondiera a un móvil particular. Sin embargo, la contexI 3
Polibio, Historias, libro XII (ed. de M. Balasch Recort, Madrid,
1981, pág. 503).
r
tualizaci6n en el tiempo permite comprender que todas ellas se enmarcan en una actuaci6n sistemática tendiente a afirmar la hegemonía de Estados Unidos en el área en un claro ejercicio de voluntad. imperialista, ya que si nos adentramos en el pasado veremos que las acciones bélicas contra sus vecinos vienen de lejos y constituyen una nítida expresión de lo que llamaríamos «regularidad histórica», como demuestra la mera secuencia de los hechos: Cuba y Puerto Rico en 1898, Guatemala en 1953, Santo Domingo en 1960, etc. El presidente Ronald Reagan puede mentirle a la opinión pública, siempre que sea un fenómeno generalizado la ignorancia de la historia. En suma: elm:.~-ª!lJltiªmº j;rnpiClt:l el cOllQCÍmieJ}to de la total~
t 41
40
bargo, los re3ultados han sido en gran medida decepcionantes, cuando no francamente negativos. En primer lugar, el «pensamiento concreto» parte de una conc~pción falsa y pesimista-oel universo mental infantit~El.niño tiene témprano ácceio"a información sofprendentemente amplia, que ensancha sin cesar el campo de sus intereses, el cual raras veces se identifica en forma automática con el entorno inmediato. Máxime en un momento de extremada facilidad de acceso a los mensajes prodigados desde los medios de comunicación de masas, preferentemente audiovisuales. Es decir que si ya en nuestra generación el Corsario Negro podía despertar nuestra atención de modo más vivo que la problemática doméstica, hoy día, Batman o Luke Skywalker tienen en elllniverso infantil una existencia mucho más real que l,')S personajes de la mitología estrictamente local. No hay qüe s( n renderse, como señalaba hace unos años un pedagüg0 ca~:ilán, de que los niños dibujen antes leones ojirafas que perros o gatos. En segundo lugar, la enseñanza cimentada en tales bases no s610corre el riesgo de caer en la trampa del neoposi~ tivismo, sino que ya ha caído en ella. Así, si en la geografía del entamo ya es un hecho la sustitución del recitado de los afluentes del Amazonas por la enumeración de los productos agrícolas del Bergueda sin omitir el más mínimo guisante, en la «historia local» se ha llegado a reemplazar l~ lista de los reyes godos ~or la de los alcaldes del pueblo, sm que en algunas ocaSlOnes parezca haberse ganado mucho con el cambio. Para no alargar más el comentario de una consecuencia demasiado evidente, en muchos casos no se ha hecho otra cosa sino volver a la vieja historia évenementielle, intensificando incluso el proverbial aburrimiento de épocas pretéritas mediante la observación exhaustiva de un espado microscópico, en un ejercicio parecido al del nouueau roman francés. En tercer lugar, la acumulación de datos sobre un ámbito concreto o sobre una realidad puntual, por definición específica e irrepetible, produce resultados intransferibles, que no admiten su integración en un marco general de referencia. La mera percepción de unos datos no supo-
I
ne una auténtica comprensión de la realidad si la información recogida no es interpretada a la luz de un utillaje conceptual. El conocimiento así adquirido es irremediablemente discontinuo y fragmentado, carente por t::mto de capacidad para «reconstruir el mundo». Es más: sin reconocer el valor metodológico del distanciamiento no es posible alcanzar las categorías -sumando árboles no se llega a la noción de bosque. Por último, last but not least, el estudio del medio ha servido de _~ºªrtªgªjI~te~ectual paraefdespHeguede las másestr~~.g!l,~ ..!~.~dencias-iUlcionalÍstas o regionalistas. La fáÍta d~_Í?:t~~l!~~QjijleJ(isdatos en marcos de referencia il!illi:aºr~s._p~ITIlitea<::entuarlos rasgos particulares o los'«hechos diferenciales» frente a las características comp~g~~9"freñte-aiasco!'rÍentes universale$ en que natural~.e!?:~~s~eI,lc.y'adran. Las consecuencias más deplorables de tal aproximación son el provincianismo o la cortedad de horizontes, la autocomplacer.cia o la pérdida de capacidad de autocrítica, el aislamie':¡. 1 y la desconsideración hacia el extramuros del propio :Dl1iverso. En resumen: l~ .~plicación de los principios analizados supone abrirlas puertasa1"'neopositivismó.,-fefómar a la histoIi~~i?iJli~~~!.i!!e.ªe:'geríerar una visió~~i;~p~~ iragmen~_~~~dªlª_r~ª1jdad y amparar reflejos parliculanstas de arrogancia, de insulandad y de falta de solidaridad. Un movimiento bien intencionado puede producir efectos negativos si se pierden de vista los avances recientes de la teoría y~.-deJareflexión históricas. El-..ieJlg.~~iº!l:is.IJ.1o'.se apoya igualmente en considera. ciones 4~"C!.r.g~J}pedagógico, plucfamañdü la historia total como mero d~siderátüm;-i'-;oTe"'de at!,!nd~:r: en la prác- 1 tic~~£óJrqi~~=sl~J9~d.ocen~(~..;. 8ólo_se puede explicar una parte de la :materia histórica, previaméíite'seleccionada conforme_aytit~rios que varían según el medioy el nivel: JI «hecho_s_:~!~vlUltes», «ejes expl~_(;a~ivos», «perfil de la époc~~~_,Labor:ª~_ selección y de red~<;:G,i911 de la materia que es, naturalmente~-responsabilidad del docente. Tampoco en este caso el principio general parece discutible, puesto que no sólo la enseñanza de la historia en el marco de un proyecto docente, sino cualquier explicación
¡
una
--'-,
1
43
42 ;"
histórica, exige la selección de los hechos verdaderamente significativos, entresac~d;s'c~~~~~o ~uidado-aelocéano delosdatos anecdóticos e irrelevantes. Es ésta, precisamente, la principal labor del historiador, que-ha'de-sei~-nel a los'héchos pero liádeTntrodüCifilliprincipio de orden en el maremágnum de datos del pasado de los que ha quedado testimonio. Pues, como dijo Marc Bloch, «si se olvidara ordenar racionalmente una materia que nos es entregada en bruto, sólo se llegaría, en fin de cuentas, a negar el tiempo y, por ende, la materia misma» (Bloch, 1952, pág. 114). Noción que sería completada y perfeccionada por Edward Hallett Carr, para quien incumbe al historiador «la doble tarea de descubrir los pocos datos relevantes y convertirlos en hechos históricos, y de descartar k.[ muchos datos carentes de importancia por ahistóri.x~s» \~'n, 1972, pág. 20). Sin embargo, la práct~~_
de íos
44
mo modo, la elaboración previa (se ha hablado incluso de «masticación» previa de la materia histórica)puede convertirse en la vía para el dogmatismo interpretativo, para la tergiversación deliberada; an suma, para la manipulación de la historia. El engafio ahora no reinaría en la calle o en los medios de comunicación, sino que se produciría ya desde las propias aulas. Por último, la práctica del reduccionismo implica, casi sin excepción, el predominio de la historia tradicional sobre los nuevos desarrollos de la moderna investigació~, ya qué'los .liechós'sacnficados son los más recientemente in- . \ corporados'poriósestüdiosos, desde la historia de las mujeresodelas clases marginadas hasta la historia de la vida-.cotidjana, de la 'cultura popular o de las mentalidades coleéHV:~s: Y no sólo porque son menos conocidos, sino porque son considerados menos relevantes, por muy evidente que sea la trascendencia que para una colectividad tienen las fiestas, el amor, el sexo, el mie, ::h. el sentido de la muerte, la religiosidad o la falta den.iJ)osidad, los múltiples fantasmas que pueblan la imaginación colectiva. .En definitiva, los excesos del reduccionismo constituyen la vía para la desvirtuación, la mutilación e incluso la manipulación de la realidad, cuando no la coartada ideal para el inmovilismo y la exclusión de las más actuales conquistas de la ciencia historiográfica. La historia total no sólo consiente su perfecta inserción en los moldes pedagógicos, sino que además es la única que permite una enseñanza correcta, completa y crítica de nuestro pasado. Los historiadores han definido la esencia de su objeto, que no es otro que el estudio de las sociedades humanas en el pasado: su estructura, evolución y cambio en todos los lugares, en todos los tiempos y en todas las dimensiones. y los historiadores saben también que sólo el mantenimiento de estas exigencias en la escuela, el instituto y la universidad hace posible que la historia cumpla las funciones que se ha trazado en su voluntad de servicio a los hombres y las mujeres de hoy. Porque la historia universal es una necesidad en un mundo que se siente recorrido por pulsiones y corrientes que actúan en todo el planeta, ya sea en el ámbito de la 45
r :
,
'~
"
economía, la política o la vida cultural. Porque la historia total es una necesidad de una sociedad que trata de conocer el pasado para intervenir en el presente, y de transformar el presente para participar de alguna forma en la construcción del futuro. Porque la historia es una necesidad y casi un requisito indispensable para el ejercicio cotidiano de la ciudadanía y la libertad.
I
.
2. Memoria, historia e identidad. Una reflexión sobre el papel de la enseñanza de la historia en el desarrollo de la ciudadanía Alberto Rosa Rivera
J, \
¡:,
¡ l' i
l'
I
I li
I 46
t
Memoria colectiva, historia e identidad son palabras que se refieren a conceptos centrales en la vida individual y colectiva. Puede decirse que apelan a algunas de las grandes preguntas que nos hacemos de manera recurrente cuando reflexionamos sobre nuestra vida individual o colectiva. En lenguaje llano, podríamos decir que la memoria es lo que nos permite plantearnos de dónde venimos; la identidad nos conduce a la pregunta sobre qué es lo que somos, mientras que la hü: ,c"Ía nos hace reflexionar sobre adónde apunta nuestro i:J-~stino,hacia nuestro futuro, al mismo tiempo que vincuÍa tres regiones temporales -el pasado, el presente y el futuro- en las que se despliega nuestro ser individual y colectivo. ,Nuestro propósito aquí no va a ser aventurar respuestas sustantivas a estas grandes preguntas. Nuestro intento va a ser mucho más modesto: vamos a tratar de refle-' xionar sobre las preguntas mismas, y lo vamos a hacer situándonos en la encrucijada entre la psicología, las ciencias sociales, las humanidades y la filosofía; y ello no sólo con la intención de deslindar conceptos abstractos, sino guiados, además, por un ánimo práctico: iluminarnos en el intento de educar para una ciudadanía responsable. Con este propósito, vamos a desarrollar un recorrido en el que examinaremos estORtres conceptos (memoria, historia e identidad) a la luz de lo que la ciencia contemporánea nos dice, para aventurar, al final, algunas conclusiones que nos puedan orientar ante el desafío de formar a las nuevas generaciones en la participación activa en la vida pública. Una vida pública en la que los entornos de participación de los ciudadanos están sufriendo modifica-
47