La guerra en Kant.
Del estado de naturaleza a la imposición racional del estado civil Pedro Pablo Serna*
Universidad del Norte, Barranquilla, Colombia
Introducción Frente al debate abierto entre quienes mantienen una visión plenamente pacifista, en la que la guerra debe desaparecer por completo y frente a quienes, debido a la difícil propuesta de los pacifistas, sugieren un control a la guerra mediante la moralidad dándole carácter justo a la guerra en algunas condiciones, aparece Kant con una propuesta alternativa que podríamos adelantarnos diciendo que tiene mucho de la una y de la otra. Sin caer en el fatalismo de los pragmáticos belicistas al decir que la guerra nunca va a desaparecer y que no es posible controlarla; evitando también soñar demasiado pensando que la guerra tendría cómo acabarse con el pacifismo radical de algunos, Kant apunta a proponer unas causas y un modo de la guerra que podemos abordar desde la mirada de la mayoría de edad, desde la edad de la razón. Esto le permitiría a la humanidad dar un paso adelante no solo en el control de las guerras, sino un paso definitivo en la abolición de la guerra como instrumento usado para resolver los conflictos. Se hace necesario aplicar un nuevo tipo de análisis que permita buscar alternativas distintas a las planteadas en la contradicción entre la guerra y la paz como irresoluble, que han venido exigiendo una toma de posición excluyente a favor del belicismo o del pacifismo. La guerra es una realidad humana innegable y como tal hay que abordarla, pero asumiendo que puede ser evitable a largo plazo y que mientras seguimos haciendo la guerra podemos preguntarnos por la clase de guerra que realizamos. *
Licenciado en filosofía (Javeriana), magister en filosofía (U. del Valle) y candidato a doctor en filosofía (U. de Antioquia). Docente de planta de la Universidad del Norte, Barranquilla.
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1.
Concepto de la guerra en Kant
Kant comparte con Hobbes la visión del estado de naturaleza como un estado de guerra; un estado “…en el que si bien las hostilidades no se han declarado, sí existe una constante amenaza. El estado de paz debe, por tanto, ser instaurado, pues la omisión de hostilidades no es todavía garantía de paz”. La guerra ha sido una realidad humana y ha sido tan constante que en muchos casos y por muchos militares, políticos, sociólogos, filósofos, se ha llegado a considerar necesaria para el progreso humano. Desde un punto de vista histórico, Kant reconoce que la guerra ha venido cumpliendo un papel organizador de los estados y es posible que muchas sociedades encuentren en ella la posibilidad de procurarse bienes. Estos elementos son los que le permiten afirmar, en la crítica del juicio que: “La guerra misma, cuando es llevada con orden y respeto sagrado de los derechos ciudadanos, tiene algo de sublime en sí, y al mismo tiempo, hace tanto más sublime el modo de pensar del pueblo que la lleva de esta manera cuanto mayores son los peligros que han arrostrado y en ellos se ha podido afirmar valeroso; en cambio, una larga paz suele hacer dominar el mero espíritu de negocio, y con él el bajo provecho propio, la cobardía y la malicia, y rebajar el modo de pensar del pueblo”.1
En un ejercicio de reconocimiento de los aportes benéficos de la guerra al desarrollo de la civilización, Kant muestra que la guerra ha posibilitado el conocimiento y poblamiento de grandes porciones de tierra2. Reconoce además que la guerra ha obligado a los hombres a definir ciertos niveles de legalidad que le permitan la sobrevivencia, podemos así afirmar que la guerra ha venido siendo un resorte de la cultura; es decir, ha venido cumpliendo un papel civilizador. Pero este papel civilizador no es más que un ejercicio descriptivo del bien que algunas guerras le han procurado a algunos pueblos, pero no por ello se puede afirmar taxativamente que el progreso es producido única y exclusivamente por la guerra. La humanidad siempre quiere crecer y mejorar sus condiciones y si el único modo de desarrollarnos fuera la guerra, sería un imposible desligarnos de ella. Lo que ha producido bien la guerra, lo pueden seguir logrando los seres humanos a partir del interés por crecer y mejorar su situación. Todo lo que la guerra ha producido de bien para el progreso de la humanidad por medio de sus investigaciones bélicas, lo puede lograr la humanidad haciendo uso de sus herramientas racionales a partir de la satisfacción de sus necesidades básicas.
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KANT Immanuel, Critica del Juicio. Madrid: espasa . Trad. Manuel García Morente, 1999, P. 206-207 KANT Immanuel, La paz Perpetua. Madrid: tecnos, 1989, P.36. 2ª Ed.
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2. La guerra como una forma específica de conflicto La guerra sólo es un modo de conflicto. Toda guerra es un conflicto, pero no todo conflicto es guerra. Podemos constatar que los que hace crecer una cultura y dinamizar la economía y el deseo por aumentar nuestras posibilidades de vida no es necesariamente la guerra pero sí el conflicto y esta disposición para el conflicto, que es absolutamente natural en el ser humano, es la que motiva y lleva al crecimiento personal y colectivo. Kant se adhiere a la concepción Hobbesiana de estado de naturaleza; por lo menos en la concepción de un estado de guerra de todos contra todos y comparte la visión del egoísmo humano como el motor de los enfrentamientos y sentimientos de amenaza constante. Esta situación de guerra, que incluye el temor o la amenaza que el otro representa, solo puede ser superado cuando hay un tercero que, como juez, media y resuelve los posibles enfrentamientos. Mientras no esté este tercero habrá guerra constante. La legislación y el ordenamiento normativo al que como comunidad civil hemos llegado, se convierte en la reguladora de todas las acciones de la comunidad para permitir la convivencia y con ello la sobrevivencia de todos y cada uno de los individuos que hacemos parte de este colectivo que llamamos Estado. Este hecho transforma las anteriores guerras entre individuos en el estado de naturaleza en conflictos que pueden ser dirimidos por la autoridad constituida en el estado civil, que se hace necesaria en la medida en que reconocemos en el individuo una disposición natural a buscar la satisfacción de su egoísmo sin tener en cuenta las necesidades y la libertad de los demás. El ser humano cuenta con la herramienta de la razón como posible conductora de su quehacer constante, pero no está condicionado por ella y puede hacer el mal. Si lo correcto no lo hace motivado por la razón o, por decirlo kantianamente, de acuerdo a la mayoría de edad, debe hacerlo por temor a las sanciones que proporciona la ley. Siempre, en el estado civil se cuenta con la herramienta de la ley que coacciona al ciudadano y que en un enfrentamiento realiza su fin dirimiendo el conflicto, resolviendo las amenazas y planteando los límites de los intereses de los ciudadanos o grupos involucrados. La ley cumple así un papel preponderante en el mantenimiento del orden entre iguales y la implementación de instrumentos tendientes a la solución de las tensiones entre los ciudadanos. Tales tensiones entre instancias que no tienen un poder superior que sirva como juez puede lleva a extensas e intensas guerras que han originado un altísimo desangre y han llevado al reconocimiento de la dignidad humana a sus más bajos niveles. La guerra, que es un modo como se presenta un conflicto, nunca resuelve las causas que la originaron; solo posterga el momento final del enfrentamiento, porque el vencido, por débil que sea, siempre será una amenaza. El modo como se han asumido los conflictos no ha sido lo suficientemente inteligente como para evitar el inmenso desangre que muchas guerras han implicado en toda la historia de la humanidad. Pero aunque se hayan manejado mal los conflictos 225
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debido a la exacerbación de las pasiones, o, por decirlo kantianamente, no hacer uso debido de la razón, no por ello podemos afirmar que siempre tenga que ser así. Los conflictos son parte de la naturaleza humana. El conflicto es lo que nos permite crecer y mejorar indudablemente tanto las relaciones personales como las institucionales y las que provocan el verdadero desarrollo y progreso de la humanidad y es en el conflicto donde cabe la competencia y la posibilidad de querer ser, tener y saber más que el otro; pero no siempre esta competencia tiene que llevar al enfrentamiento armado entre dos individuos o estados. El conflicto es necesario en la vida personal y estatal, no así el recurso a la violencia. 3 El conflicto se convierte entonces en un generador de posibilidades. Esta situación de conflicto no interfiere para nada en el proyecto de paz perpetua que Kant tenía delimitado. No es la ausencia de conflicto sino la ausencia de la guerra la que puede ser un indicador de paz. El conflicto es connatural al ser humano, la guerra solo ha sido el modo como se han desarrollado los conflictos. Obviamente para Kant, no el mejor modo. Ahora bien ¿Es posible solucionar algún conflicto sin recurrir a una instancia superior? Indudablemente, pero esto solo es posible en un mundo con individuos ilustrados que confían más en los principios morales derivados de la razón que en la imposición de la ley. Entre más ilustración haya, menos recurso a la violencia y mayor confianza en la ley, por eso una liga internacional de los estados haría desaparecer la guerra, en la medida que se constituiría una instancia neutral que, a partir de normas y tratados internacionales, definiría las víctimas, los victimarios y las sanciones necesarias. Un estado que quiera evitar las guerras con otros países no puede hacer sino lo que hicieron los ciudadanos cuando formaron el estado: reconocer un poder supremo que asegure sus derechos y, en igualdad de condiciones, el derecho del otro estado. Sólo así puede haber un conflicto con solución. Se puede acudir al argumento de que yo tengo la razón; soy la víctima y por lo tanto tengo derecho a la legítima defensa; pero no podemos ser juez y parte, porque solo habría defensores en todas las líneas de combate. 4 Es así como Kant reconoce y confirma la importancia y la inevitabilidad de las diferencias entre los ciudadanos y también de los Estados entre sí, porque la realidad es dialéctica y nos lo confirma en su texto de la Paz Perpetua, cuando dice: “Quien suministra esta garantía es, nada menos, que la gran artista de la naturaleza (natura daedala rerum) en cuyo curso mecánico brilla visiblemente una finalidad: que a través del antagonismo de los hombres surja la armonía, incluso contra su voluntad”5.
La armonía tan sólo puede venir de la contradicción que genera nuevas realidades; por ello la sociabilidad y el estado, las leyes nacionales y el derecho in 5 3 4
KANT Immanuel. Ideas para una historia universal en sentido cosmopolita. Madrid: tecnos, 1994. P. 8. KANT. La paz. Opc. Cit. p.57 -58. Ibidem, P. 31.
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ternacional, solo pueden ser validados frente a la insociabilidad humana, porque es en este enfrentamiento y en los conflictos generados cuando se da una nueva sociedad y una nueva posibilidad para la paz mundial. No a pesar, sino a partir de los conflictos originados en la misma naturaleza humana. Con seguridad existirán los conflictos mientras existan los antagonismos, los intereses distintos y las voluntades entre seres humanos. Pero tal antagonismo es el que nos permite afirmar que la guerra tiene su justificación y legitimidad en la naturaleza humana (ver insociable sociabilidad). Kant parte de este principio. Esta disposición al conflicto es parte fundamental de nuestra naturaleza; por ello no se puede hablar de paz perpetua partiendo de la naturaleza misma porque implicaría un cambio imposible, en el cual el ser humano pasaría de ser egoísta naturalmente a bueno; por ello se hace necesario imponer la paz desde un ámbito distinto, como la ley que da origen a la vida civil y a la posibilidad de regulación de la guerra.
3. La guerra entre naciones En la definición del concepto de Guerra par Kant es importante acudir primero al estado de naturaleza en el cual se identifica con Hobbes, cuando define el estado de naturaleza como un estado de guerra, que cuenta con el recurso a la violencia para afirmar el derecho6. Esta situación de guerra en el estado de naturaleza que se ha resuelto en la constitución de un estado civil, solo se repite y se da cuando un estado se enfrenta a otro por un interés de cualquier tipo o cuando se siente amenazado. Si hubiera un derecho internacional que regulara las relaciones no habría amenaza o temor constante frente al otro por asuntos económicos, políticos o militares; sólo habría conflictos que el derecho resolvería. Por ello solo la voz profética de Kant nos permitiría entender que sin la existencia de un poder neutral que tuviera suficiente autoridad legítimamente establecida y con el poder suficiente para establecer límites, no quedaría sino la guerra o la renuncia a ella por el temor a las consecuencias. El derecho y la libertad de un estado no se pueden dejar a la voluntad y libertad de otro, atrincherado en su poder económico y militar7. Kant, hace una descripción cercana al abuso de las potencias de su tiempo sobre otras naciones y de los risibles argumentos que usaban para justificar sus acciones.8 La situación que critica Kant de las naciones potentes y su política exterior no ha cambiado mucho. Frente a esta situación, que puede generar guerras entre estados, nada puede hacer el derecho internacional mientras no haya un poder establecido que obligue y realmente coaccione9.
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Ibidem P. 10. Ibídem 22-23. Ibidem 28. Ibidem 23.
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4. Guerra y naturaleza humana Son distintas los argumentos que sostienen la natural disposición de los seres humanos para hacer la guerra. Presentan esta situación como si fuera un destino que no podemos eludir o cambiar.10 Kant va a acudir constantemente a lo que se puede constatar en la naturaleza humana y que ha hecho que la guerra parezca un fenómeno no solamente natural sino necesario11. La satisfacción de todas nuestras necesidades y la búsqueda de la seguridad predisponen nuestra vida y nuestra historia para la guerra. A esto se le suman las diferencias de religión, regiones y partidos políticos, que de algún modo amplifican, de manera desproporcionada e irracional, nuestro egoísmo, irrespeto y exclusión. Este es el germen de odios y por lo tanto de guerras. Esta es la crítica de Kant a todos aquellos que siguen considerando como absolutamente natural la guerra entre los hombres. Esta disposición natural, como vemos puede ser simplemente un argumento audaz de quien lo necesita para su beneficio. No obstante, este argumento no es solo de los políticos y, efectivamente, se puede constatar la disposición del ser humano para el conflicto; pero a pesar de que acudamos a la violencia para resolver nuestros conflictos de intereses, no podemos afirmar que siempre tenga que ser así. La naturaleza humana es conflictiva. El conflicto es una condición de crecimiento. Si no hay oposiciones, la vida sigue igual y se mantendría aburrida y se aplicaría aquello de lo que Kant habla en la crítica del Juicio cuando hace referencia a la pereza mental de un pueblo a partir de una larga paz. Los seres humanos necesitamos del conflicto. El conflicto, la confrontación; el enfrentamiento de visiones e intereses entre las personas puede generar un crecimiento continuo cuando este enfrentamiento se lleva respetuosamente. Los intereses enfrentados son los que originan el conflicto y la posible guerra. La racionalidad atraviesa estos conflictos y los aprovecha para el crecimiento de todos en la medida que la dialéctica propia del conflicto, que es la que lleva realmente a cualquier negociación, posibilita reconocer que la petición y necesidad del contrario (llámese en la guerra enemigo) no es algo irracional. Allí surge la armonía. Cuando hablamos de armonía hacemos referencia al fruto del enfrentamiento entre posiciones distintas. El conflicto es el que nos posibilita confrontar nuestra posición con la del contrario y manifestar nuestros intereses en una situación determinada. En la descripción que Kant hace del estado de naturaleza presenta la tensión o amenaza constante como la característica fundamental de este estado hipotético. Por el conflicto que se puede desatar con los demás surge la tensión y la guerra, que debe ser resuelta con el establecimiento del estado civil; por ello el estado de
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Ibidem P. 36. Ibidem P. 8.
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paz, es menos natural que el de la guerra y debe ser instaurada. Se puede afirmar que los Estados buscan su autopreservación como los individuos que se la posibilitan mediante la racionalidad del contrato que da paso a la civilidad. Lo natural y que hace progresar la humanidad es el antagonismo natural de los seres humanos, al que hace referencia en ideas para una historia universal en sentido cosmopolita.12 Uno de los elementos que marca a la humanidad es su egoísmo. Esta es la causa última de las diferencias con los demás; pero esta realidad, adversa a la relación con los demás, es la que lleva, en últimas, a la constitución de su contrario. El egoísmo es la posibilidad de mi sobrevivencia en un estado de naturaleza, pero también es la causa de la amenaza; por ello, fundados en la razón, los individuos alcanzan acuerdos que les permita la sobrevivencia por medio del control de la avaricia egoísta. “Llega entonces la naturaleza en ayuda de la voluntad general, fundada en la razón, respetada pero impotente en la práctica, y viene precisamente a través de aquellas tendencias egoístas, de modo que dependa sólo de una buena organización del Estado (lo que efectivamente está en manos de los hombres) la orientación de sus fuerzas, de manera que unas contengan los efectos destructores de las otras o los eliminen: el resultado para la razón es como si esas tendencias no existieran y el hombre está obligado a ser un buen ciudadano aunque no esté obligado a ser moralmente un hombre bueno”13.
La búsqueda de gloria, de recursos y de poder han sido las causas más continuas de las guerras entre los hombres; pero también es cierto que sin la insatisfacción natural humana la guerra sería un imposible. Buscamos porque estamos siempre insatisfechos con lo que somos y tenemos. Las pasiones siguen y seguirán cumpliendo un papel fundamental en la búsqueda de nuevas posibilidades para la historia individual y colectiva de los seres humanos, porque estas pasiones se han convertido en los instrumentos utilizados por la suprema sabiduría para que la naturaleza realice sus propósitos.14 El ser humano así alcanza nuevos modos de ser y de hacer. Se requiere la sociabilidad humana ligada con la insociabilidad. Del enfrentamiento entre estas dos situaciones de afecto y desafecto; de cercanía y de distancia, surge toda ley. Aquí es donde nace un nuevo tipo de sociedad y un estado cosmopolita, fruto del paso de la animalidad a la humanidad; es el crecimiento del paso definitivo del hombre que pone el instinto en un segundo plano para seguir el camino de la razón y de la libertad. Este desarrollo histórico sólo es posible por el dinamismo propio de la conflictividad de la insociable sociabilidad. Este es el carácter dinamizador de la evolución histórica, científica, política y jurídica de la humanidad. “Así se dan los auténticos primeros pasos desde la barbarie hacia la cultura (la cual consiste propiamente en el valor social del hombre)…”15. KANT. Ideas Opc cit. p. 8. KANT. La paz, Op. Cit. p. 38 14 KANT. Ideas, Op. Cit.. p. 10 15 Ibidem. 12 13
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El ser humano ha venido aprovechando este antagonismo para diseñar y realizar nuevos modos de ser y de pensar y con ello busca la instauración de un tipo de sociedad en el que pueda regularse la tendencia insociable pero pueda satisfacer también sus deseos y necesidades. El ser humano busca un estado de tranquilidad y de paz. Su razón se lo impone. El ser humano busca la seguridad que en medio de la guerra no puede tener, por más fuerte que sea y por más armas que tenga. Las guerras son la expresión más clara de la insociable sociabilidad y por ello Kant les da tanta importancia y constata que han sido, hasta ese momento, motor del desarrollo histórico. La pregunta que cabe entonces es si la guerra es la única posibilidad de que la humanidad mejore. Y esta pregunta es necesaria porque parece un contrasentido el que busquemos la paz con la imposición de la guerra. La guerra ha servido para que la humanidad avance en varios ámbitos, pero los costos, en términos de humanidad, de vidas, de infelicidad, de pobreza para muchos, han sido muy altos; tan altos, que la humanidad ha sufrido retrocesos en algunas guerras, si no en todas. La segunda guerra mundial es una prueba de ello. El al filósofo de Konigsberg comprende que el caos de la guerra es simplemente parte del proceso hacia un futuro de paz y armonía. Es contrario a la razón considerar que lo seres humanos mantendremos la guerra como el instrumento común de resolución de conflictos; pero también sería contrario a ella pensar que la comunidad humana completa optará por la paz sin enfrentarse al dolor y la barbarie de la guerra. Por eso Kant afirma que solo después de haber llegado a una cultura plenamente desarrollada podríamos hablar de una paz perpetua. ¿Dónde?, ¿Cuándo? ¿Cómo? No sabemos. Bástenos, por ahora decir que la ley se encarga de controlar todos los efectos negativos de la insociabilidad, en la medida que obliga al individuo a respetar, mediante la coacción, los derechos de los demás.
5. Del mandato de la razón de acabar con la guerra Para Kant, como para Hobbes, La paz y la seguridad derivadas de un tratado civil son una imposición de la razón, no de la naturaleza. Es una imposición de la razón la búsqueda de salidas al problema de la amenaza constante que implican los demás en un estado de naturaleza. El miedo, la inseguridad; las pocas posibilidades de sobrevivencia los lleva a negociar, aún con quien consideran enemigo pequeño pero que no deja de ser una amenaza. Esto es lo que les permite a los seres humanos pasar de un estado de naturaleza a un estado civil. Lo contrario sería la aniquilación o el temor constante de que ello suceda. ¿Quién impone esta solución? Podríamos decir que la razón les impone como medio de sobrevivencia la negociación. Estamos en el nivel del imperativo hipotético, en el que no estamos pensando moralmente. Sólo tenemos un fin: la sobrevivencia; y la razón nos im-
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pone un medio que es la negociación y con ello la constitución de un estado civil, que regulado por leyes y dirigido por un soberano, resuelve los conflictos entre los ciudadanos de una manera pacífica, fundamentalmente porque conviene: “Esta necesidad que constriñe al hombre –tan apasionado por la libertad sin ataduras- a ingresar en ese estado de coerción, es en verdad la mayor de todas, esto es, aquellas que se infligen mutuamente los hombres, cuyas inclinaciones hacen que no puedan coexistir durante mucho tiempo en salvaje libertad. Sólo en el terreno acotado de la asociación civil esas mismas inclinaciones producirán el mejor resultado…”16
La salida del hombre del estado de naturaleza tiene muchas implicaciones positivas para la humanidad, en la medida que permite la coexistencia pacífica; pero además inaugura la posibilidad de actuar de una manera distinta a la imposición de sus tendencias naturales. El ser humano así entra al imperio de la razón, sin renunciar necesariamente a la satisfacción de sus necesidades personales, pero sí al modo como lo consigue. Este es el comienzo de la solución al problema de la guerra. El estado civil se convierte en la regulación que posibilita la vida en sociedad en la medida que constriñe la libertad individual y por ello permite al individuo alcanzar sus fines y mantener su sobrevivencia, sin afectar los fines y la libertad de los demás. Lo único necesario es tener claras las reglas de juego. Esta situación ejerce cierta violencia contra el individuo en la medida que limita su libertad para evitar que le haga daño a los demás, pero a la vez le permite alcanzar sus fines y garantiza la libertad propia con la fuerza de la ley. “Una constitución que permita la máxima libertad humana de acuerdo a leyes que establezcan que la libertad de cada cual pueda coexistir con la de los demás (no de la máxima felicidad, pues ésta ya vendría por sí misma como consecuencia), es por lo menos una idea necesaria que tiene que servir de base, no sólo en el primer proyecto de una Constitución del Estado, sino también en todas las leyes”17 Aquí nace el estado de derecho y la posibilidad de la coexistencia pacífica entre los individuos que ya harían parte de una comunidad civil y los convierte en ciudadanos, cobijados bajo una misma ley. Estamos hablando de una ley positiva, que regula a una comunidad concreta, históricamente determinada y que valida lo que esa comunidad considera importante validar. Lo único universal es la necesidad de sobrevivencia, pero las leyes no son de carácter universal. ¿Cómo llegar a construir una legislación que tenga carácter universal? Se hace necesario dar el paso hacia la moralidad que es la que permite universalizar cierta normatividad; pero también, podríamos decir que es universalmente válido el que la humanidad quiera alcanzar los fines para los que fue creada. La consecución de estos fines solo
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KANT. Ideas Opc. Cit.P. 11. KANT Immanuel. Crítica de la Razón Pura. Buenos Aires, losada, 1960, p. 61.
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es posible mediante la vida en comunidad; en un estado civil. En este sentido se convertiría al estado civil no sólo en un medio, sino en un fin en sí mismo que le garantizaría al ser humano las condiciones favorables para que alcance su felicidad y su libertad máxima sin oponerse necesariamente a la libertad y felicidad de los demás. Así se construye no sólo una constitución civil, sino una comunidad de personas con un objetivo común. Salir de la guerra propia del estado de naturaleza es una imposición de la razón, porque es contrario a ella el pensar que haya alguien que no quiera alcanzar su felicidad y que no quiera realizar en él el mandato natural de la libertad. El estado civil es la unión de la moralidad y de la felicidad humana y ello la convierte en un fin en sí mismo.18 El reino de los fines, es así, el Estado de derecho y proteger este Estado es proteger las condiciones de la realización humana. Si el estado civil es el que garantiza las condiciones para realizar plenamente la humanidad, es un imperativo de la razón su realización. Esto no quiere decir que obligatoriamente tendrá que se realizada para que tenga validez, sino que racionalmente no hay otro modo de buscarla; es decir hablamos de una libertad personal en concordancia con la libertad de los demás. Este hecho es universalmente posible. Es universalizable racionalmente. Así como hablamos de la imposición de la razón de un pacto que le permita a los individuos convertirse en ciudadanos y buscar conjuntamente las condiciones de felicidad y libertad, del mismo modo podemos afirmar que a la razón se le manifiesta como un imperativo el resolver de una vez por todas los conflictos a nivel interestatal de una manera razonable y mediada por la ley. Cuando los seres humanos tuvieron acceso a otros territorios y poblaciones y con ello a otros bienes y placeres, surgió la guerra entre los pueblos; entre las comunidades constituidas legalmente. Con ellas se afectó la economía y la tranquilidad de los estados que encontraron en la guerra su posibilidad de crecimiento en distintos ámbitos, pero también fue minando la seguridad de los pueblos y la estabilidad de los gobiernos; afectó la libertad individual y con ello la consecución de su felicidad; el sometimiento y el embrutecimiento de las costumbres y de los hombres fueron también razones importantes para entender que la guerra sí es un mal, totalmente dañino para la humanidad. Los adelantos científicos que se hacían cobijados por el manto belicista terminaron afectando más directamente la población civil; aumentaron las muertes y generaron mayor inseguridad de manera masiva; haciendo que aún los países más fuertes temieran el poco poder de los débiles. Esta situación representativa de un estado de naturaleza entre países individuales y soberanos, en la que existe una amenaza constante sin poder encontrar quién dirima por un modo distinto al de la fuerza un conflicto cualquiera, es la que ha llevado en los último
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KANT Immanuel. En torno al tópico: “Tal vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica”. Madrid: tecnos, 1986, p. 11
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siglos a mejorar la diplomacia y el derecho de gentes. Esta necesidad latente es la que ha dado origen a la sociedad de naciones y a lo que representa la Organización de las Naciones Unidas para el mundo. Acabar con la guerra es un imperativo de la razón; pero a pesar de ser un mandato de la razón, a muchos no les conviene a largo plazo. Algunos países se benefician de la guerra en el corto plazo: las ventas de armas, nuevos impuestos y dispositivos económicos, el monopolio y el dominio de unos países sobre otros; el posicionamiento geoestratégico, etc. Pero todas estas medidas son las mismas que tomaría un individuo que, en el estado de naturaleza, temiese constantemente a sus enemigos. Esta situación, propia del estado de naturaleza, solo se da cuando no hay un poder soberano que legitime acciones punitivas contra aquél estado que ha violentado ciertas normas de convivencia internacional. No es racionalmente aceptable que la humanidad quiera vivir en una situación en la que si un país se siente con el derecho y la fuerza suficiente para aprovechar los recursos y para imponer sus condiciones comerciales, lo pueda hacer. Yo puedo querer hacerlo si mi país tuviera la fuerza, pero no puedo querer que todo mundo lo haga; como no puedo querer que todo mundo o cualquier país lo haga, se me impone a la razón que la guerra debe acabarse y que nos debemos regir de acuerdo al derecho formulado por los miembros de una sociedad, llámese civil (al interior del estado), llámese de naciones (entre estados soberanos). El único modo de dirimir cualquier conflicto comprensible entre estados, es cuando hay una normatividad clara, fruto de la negociación de todos los miembros de tal sociedad. El derecho es el garante de que la humanidad puede alcanzar los fines trazados por ellos y por la naturaleza. Cuando el ser humano anula toda posibilidad de regulación mediante el derecho, anula la posibilidad de consecución de sus fines y con ello la realización de su felicidad. Kant, en la conclusión de la doctrina del derecho,19 propone la deseabilidad de la paz y por ello es normal que se le imponga a la razón el mandato de acabar con la guerra. Los horrores propios de la guerra, la pobreza generalizada, la muerte, la devastación, la pérdida de la libertad, se convierten en los argumentos fundantes de tal mandato, además del daño cultural generado cuando los súbditos son obligados a realizar cosas ilegales e injustas propias de la guerra (asesinatos, mentiras, amenazas). Sin compartir la visión de los pacifistas radicales, Kant promueve el sentido de la paz en la medida que sostiene que la humanidad debe oponerse a la guerra y pactar la paz definitiva. Para ello comienza desmitificando o abandonando la alternativa de la guerra justa, porque legitimar algún tipo de guerra es ponerle trabas al camino de la paz. Acabar con la guerra es simplemente un mandato de la razón y por ello no puede ser fruto de la imposición del más fuerte. Esto haría una paz muy frágil que funcionaría hasta que alguien se considere suficientemente fuerte y afectado y quiera asumir la violencia de la guerra nuevamente.
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KANT Immanuel. La metafísica de las costumbres. Santafé de Bogotá: editorial Rei Andes Ltda., 1995. p. 194 -195
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Independientemente de las posibilidades reales de concreción en la historia de su ideal de paz perpetua, “la razón práctico – moral expresa en nosotros su veto irrevocable: no debe haber guerra; ni guerra entre tu y yo en el estado de naturaleza, ni guerra entre nosotros como Estados”20.
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20
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