Las emociones y la toma de decisiones morales JOSÉ MOYA * Moralia 35 (2012) 155-177 R ESUMEN ESUMEN: Psicólogos, neurocientíficos, filósofos y economistas están mostrando un creciente interés en las emociones y su in- fluencia en la toma de decisiones. Siguiendo a J. J . Haidt y C. Joseph, analizamos las cuatro familias de emociones y sus virtudes asociadas. También analizamos las bases neurales de la emoción en el cerebro mediante imágenes cerebrales. La neurociencia ofrece una pista sobre la importancia de las emociones, ya que ciertas regiones del cerebro están asocia- das con procesos emocionales que están ligados a la toma de decisiones morales.
ABSTRACT: Psychologists, neuroscientists, philosophers, and economists are increasingly interested in emotions and their influence in decision making. Following J. Haidt and C. Joseph, I discuss the four families of moral emotions and the virtues associ- ated with them. The neural bases of emotion in the brain can be analyzed through cerebral images. Neuroscience offers a perspective on the importance of emotions by addressing which brain regions associated with emotional processing are involved in moral decision making.
PALABRAS CLAVE: Ciencias humanas y moral: psicología / emociones / neurociencia / neuroética / antropología. * Profesor del Instituto Superior de Ciencias Morales y Profesor Titular en la
Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.
JOSÉ MOYA
I. INTRODUCCIÓN Desde Anaxágoras de Clazomene, allá por el siglo IV antes de Cristo, se sabe que a toda sensación o percepción, le acompaña una emoción. Las emociones siempre han sido una fuerza, a veces temida, a la que había que controlar; a veces admirada, a la que había que comprender. Todos somos conscientes de que las emociones influyen i nfluyen poderosamente en nuestra toma de decisiones, sin duda, también en la toma de decisiones morales. Según Haidt (2007), en los últimos años, la psicología moral ha experimentado un renacimiento debido a dos cambios fundamentales. En primer lugar, el estudio de la moral se ha convertido en una empresa de la que se han ocupado muchos científicos de una manera interdisciplinar. El problema ético ha estado presente en estudios de filosofía, neurociencia, economía, antropología, biología y amplios sectores de la psicología. En segundo lugar, en la primera década del siglo XXI, los expertos han considerado que la emoción juega un papel esencial en la investigación de la psicología moral. Si analizamos la historia de la humanidad, nos quedamos con la impresión de que los hombres hemos dedicado gran parte de nuestro tiempo a matarnos los unos a los otros, ya sea en guerras a nivel planetario o en pequeñas reyertas entre poblaciones vecinas. Si leemos el periódico o vemos la televisión tenemos la sensación de que nuestro planeta no tiene solución. Cuando se acaba la guerra de Libia para derrocar al sátrapa Gadafi, nos desayunamos con el bombardeo de la ciudad de Homs en Siria. Desde que comenzó la revuelta, han muerto 8.500 personas, otras 70.000 han sido desplazadas dentro del país y 20.000 se han refugiado en el extranjero. extranje ro. El locutor de la telete levisión sigue hablando del robo del siglo en la entidad SEUR. Los ladrones sufren un accidente en su huida y roban otro coche a punta de pistola; en el botín hay joyas, armas y diamantes… y así una larga lista de acciones violentas. Sin embargo, cuando salimos al parque vemos a mamás con sus niños montados en bicicletas, o en sus carritos de bebés, charlando y riendo, jóvenes jugando a la pelota en la hierba o ancianos sentados en los bancos del parque o dando su paseo para mantenerse en forma.
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Si se cae un niño de la bicicleta y llora, enseguida se acercan unas cuantas personas, que no tienen lazos de parentesco con él, a atenderlo, a limpiarle la ropa o a lavarle las heridas. Esto significa que hay una propensión natural del ser humano a prestar atención, a cuidar, a consolar y acompañar a las personas que han tenido un accidente o un problema cualquiera. Las personas normales disfrutamos ayudando, cooperando y comunicando nuestros conocimientos a los demás. Al 95% de los humanos nos horroriza matar, nos sentimos incómodos cuando tenemos que engañar y odiamos a los que roban o abusan de otros, en especial de los niños. Muchos humanos dejan de lado sus asuntos para ayudar desinteresadamente a otras personas que tienen menos medios o se encuentran en situación de emergencia a causa de terremotos, inundaciones, hambrunas, etc. Cuando se le pregunta a los voluntarios de Cruz Roja, Cáritas, Médicos sin Fronteras, y tantos otros que colaboran con una ONG, por las motivaciones de su altruismo, la respuesta suele contener un amplio porcentaje de afectividad, solidaridad y emotividad, junto a los motivos racionales.
II. LAS EMOCIONES ENTRAN EN LA PSICOLOGÍA DE LA MORAL Los primeros estudios sobre moral realizados por Piaget y Kohl berg sólo tuvieron en cuenta los juicios éticos basados en la racionalidad, aunque Kohlberg introdujo un acercamiento a las emociones en la toma de decisiones morales en el último periodo de su investigación, a través del tema de la “vida buena”. Desde la publicación de Inteligencia emocional (Goleman, 1995) han venido apareciendo numerosos estudios en los que la emoción ha ido tomando un cierto protagonismo en los estudios sobre moral. Su influencia ha sido analizada desde diferentes ámbitos: neurociencia, neuropsicología, imágenes de RMf, respuestas a dilemas con aspectos emocionales y no emocionales, etc.
III. ¿ES LA MORAL UN MECANISMO INNATO? Entorno al lenguaje humano, se desarrolló un gran debate dentro de la psicología, allá por los años 1950. Skinner defendía que el len-
JOSÉ MOYA guaje se aprendía como cualquier otro conocimiento siguiendo las reglas del condicionamiento, mientras que a Chomsky se le atribuye la teoría que sugiere que las normas gramaticales están en el cableado del cerebro y se manifiestan sin que hayan sido aprendidas, por tanto, son innatas. Posteriormente, muchos investigadores han intentado descubrir si otras capacidades mentales también están ligadas a algún tipo de cableado del cerebro como una disposición innata. En el campo de la moral, Hauser (2006) ha publicado un estudio con un enfoque científico, en el que se aborda el problema de si el juicio sobre nuestras acciones morales es innato o aprendido. Para ello, analiza el juicio moral desde perspectivas multidisciplinares: la neurociencia, la psicología evolutiva, la biología evolucionista, la antropología, la primatología, etc. Su argumento fundamental es que los seres humanos hemos desarrollado un instinto moral universal, en parte inconsciente, que nos empuja a hacer juicios sobre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, independientemente de la educación, la cultura, el género o la religión, aunque la cultura y la educación pueden modelar nuestras acciones morales, dándoles una orientación distinta a la que sería nuestra tendencia original. Durante cientos de años, los moralistas han argumentado que el hombre nace con bajos instintos, heredados a través del pecado original, y que deben ser cambiados mediante el raciocinio y la voluntad para hacer lo correcto, según los dictámenes de la sociedad, la religión, o la ley. Esta perspectiva ha generado la creencia de que la psicología moral se fundamenta en la experiencia y la educación, desarrollándose lentamente el sentido moral de acuerdo a la cultura en la que uno crece. De acuerdo a esta visión, Hauser (2006) (Director del Cognitive Evolution Laboratory de la Universidad de Harvard) explica en el prólogo de su obra, que a los padres nazis les resultó fácil convertir a sus hijos en pequeños monstruos concienzudos. En algunos países, los varones jóvenes son educados para creer que tienen la obligación moral de matar a sus hermanas que han sido violadas o que han tenido relaciones sexuales fuera del matrimonio. Hay muchos ejemplos espeluznantes que sugieren que la moralidad es una cuestión de edu-
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cación, no de la naturaleza. Sin embargo, Marc Hauser sostiene que nacemos con reglas abstractas o principios que, cultivados, establecen los parámetros y la guía hacia la adquisición de unos sistemas morales particulares. Al igual que Noam Chomsky demostró que, por lo menos en el lenguaje, aprender a generar oraciones gramaticales no es cuestión de aprendizaje por condicionamiento, Hauser se replantea el origen de nuestras ideas sobre la moral. Lo mismo que los niños aprenden con rapidez a generar oraciones que nunca han oído, también son capaces de generar pensamientos sobre si las acciones y los juicios morales son correctos. ¿Está bien matar a una persona perfectamente sana, pero moralmente despreciable, para sacarle sus órganos y salvar la vida de cinco personas buenas que necesitan un trasplante de órganos? ¿Se puede ahogar a un niño que llora para evitar que 20 personas escondidas sean descubiertas por los soldados que las matarán a todas? Marc D. Hauser afirma en su obra Moral Minds que la facultad moral es un mecanismo inconsciente e innato con el que juzgamos situaciones susceptibles de ser catalogadas como morales. Desde edades muy tempranas, los bebés son capaces de distinguir entre situaciones en las que alguien hace algo malo intencionadamente y aquellas en las que el que lo hace no es consciente de que es perjudicial para otra persona. Pueden, asimismo, comprender la actitud de terceros imparciales que valoran estas acciones. El mecanismo innato de estos niños precede a sus emociones y a las razones con las que juzga un acto como moralmente aceptable o rechazable. Por tanto, según Hauser, esta facultad precede a nuestro nacimiento, al de nuestros padres, al de los padres de nuestros padres, y así sucesivamente hasta un pasado muy lejano. Surgió por evolución a lo largo de millones de años de supervivencia en sociedad. También se encuentran rudimentos de comportamientos morales entre nuestros parientes primates, en especial en los chimpancés. De forma convergente se ha desarrollado también, hasta cierto punto, en otras especies sociales, como los vampiros. Otro autor que pensó que la moral es de naturaleza innata fue Edward Westermarck (1862-1939), contemporáneo de Freud.
JOSÉ MOYA Cuando Freud intenta explicar el origen de la moral, se remonta a las hordas primitivas que matan al padre y tienen relaciones sexuales con las hembras que habían pertenecido al padre en exclusividad. Después de este pecado sienten remordimiento y hacen la promesa solemne de no volver a matar nunca más al padre, y de no volver a tener relaciones con su madre. De aquí, dice Freud, nacen los dos primeros mandamientos: la ley del incesto y la ley del res peto a la vida. Por la misma época, en Gran Bretaña, Edward Westermarck pro puso que el tabú del incesto tiene su origen en la biología, no en la cultura. Ya en 1891, ofreció una explicación de cómo podría haber surgido esta norma moral. Dado que la endogamia conduce al debilitamiento y posterior extinción de la especie, los seres humanos han desarrollado un mecanismo cuya función es evitar tener hijos con parientes cercanos. Este mecanismo provocaría aversión a tener relaciones sexuales con aquellos con quienes han pasado mucho tiempo durante la infancia. La tesis fundamental de Westermarck es que los individuos que han crecido juntos, independientemente de la relación de parentesco, tienden a quedar insensibilizados el uno por el otro, y no desarrollan más tarde una atracción sexual. La hipótesis ha sido confrontada en distintos estudios: como el caso marroquí analizado por el propio Westermarck, o el sucedido en los kibutz israelíes, en los que se criaron juntos niños no emparentados. Éstos entablan a menudo una amistad para toda la vida, pero muy raramente se casan (Shepher, 1983). Otros autores han estudiado el matrimonio entre primos libaneses (McCabe, 1983), y las bodas taiwanesas con chicas de adopción (Wolf, 1995), donde los matrimonios no eran sólo raros, sino sin éxito. Fraley & Marks (2010) ponen en cuestión la tesis de Westermarck en un intento de remplazar su modelo con una explicación semiFreudiana. En el sumario de su artículo exponen: “las teorías psicológicas evolutivas asumen que la aversión sexual hacia parientes es desencadenada por un mecanismo no consciente que calcula la relación genética entre sí y otros”. Sin embargo, Debra Lieberman et al (2011), en respuesta a Fraley & Marks, concluyen que el estudio de estos autores es enteramente congruente con la posición de Westermarck. En
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todo caso, estos autores abren vías interesantes para el estudio de la selección de la pareja humana y la evitación de consanguinidad.
IV. ¿TENEMOS MÓDULOS ÉTICOS EN EL CEREBRO ? Un modelo que ha sido muy utilizado para comprender el funcionamiento del cerebro es considerarlo como un ordenador de propósito general (General Purpose Computer ). Lo mismo que los ordenadores no tienen módulos especiales para las matemáticas o para el procesamiento del lenguaje, tampoco los cerebros tendrían zonas específicas para el comportamiento ético o para la confección de un discurso político. Esta visión del cerebro tenía un fundamento neurológico en los estudios de Karl Spencer Lashley (1931) y sus conceptos de acción de masa y de equipotencialidad . Sin embargo, en la actualidad, muchos autores consideran que el cerebro humano tiene una estructura de tipo modular, y sostienen la existencia de módulos especializados para algunos de los procesos más importantes. Según Vygotsky (1934), el cerebro es capaz de crear nuevos órganos funcionales, lo que haría que algunas zonas tuvieran una especialización mayor. Para probar la teoría de la modularidad de las emociones y su conexión con áreas específicas del cerebro, los investigadores han utilizado fundamentalmente la Resonancia Magnética Funcional (fMRI) con personas normales y con personas que padecen lesiones en el cerebro. En el primer caso, el análisis consiste en presentarle a las personas normales imágenes emocionales con contenido moral y otras sin contenido moral. En un estudio llevado a cabo por Moll et al (2002a) se les presentaba a los sujetos fotografías con contenido moral (p.ej. escenas de guerra o ataques físicos) y fotografías con contenido no moral (p.ej. un accidente de coche, leones, tigres, etc.). Durante la proyección de fotografías con escenas morales se activaba la región Ventromedial del Córtex Prefrontal (VMPC), en especial el córtex orbitofrontal medial derecho y el giro frontal medial. Comparado con la condición de escenas neutrales, las condiciones morales y no morales activaban zonas diferentes del cerebro. Las escenas no morales activaban la amígdala izquierda y la parte lateral
JOSÉ MOYA izquierda del córtex frontal y varias regiones del córtex visual ventral (lingual, la parte inferior occipital y el giro fusiforme). En la condición moral se activaba la parte medial izquierda del Córtex Frontal (OFC) (giro recto y el giro orbital medio), el polo temporal izquierdo, y el córtex del Surco Temporal Superior (STS) cercano al giro angular. Otros estudios han utilizado relatos o descripciones de acciones moralmente relevantes (Moll et al. 2002b). Cuando se utilizaban relatos fuertemente vinculados con la moral se activaba el VMCP, en especial el córtex orbitofrontal medial (p.ej. Le disparó a bocajarro y lo mató), frente a relatos no morales (p. ej. Vino una ola y lo golpeó contra las rocas). Otra forma de investigar la implicación de determinadas áreas del cerebro en las emociones morales es presentarle a las personas normales dilemas que tienen un alto contenido emocional por su implicación personal en la solución, y dilemas sin contenido emocional. Por ejem plo (dilemas con bajo contenido emocional): Una máquina de tren va a toda velocidad, sin control, por la vía. Si no se hace nada matará a cinco trabajadores que están en la vía, pero si se acciona una palanca el tren se desviará y matará sólo a un trabajador. O bien (dilemas con alto contenido emocional): Una máquina de tren va a toda velocidad, sin control, por la vía. Si no se hace nada matará a cinco trabajadores que están en la vía, pero si empujas a la vía a una persona corpulenta que está en la plataforma, su caída hará que el tren se detenga, le causará la muerte a esta persona desconocida, pero salvará a cinco. Accionar la palanca es un acto neutro, mientras que empujar a una persona para que lo mate el tren tiene un alto contenido emocional. En el caso de tener que accionar la palanca para salvar a cinco personas, la gente está más dispuesta a hacerlo, mientras que en el caso de tener que empujar a una persona a las vías para detener el tren la gente no está dispuesta a hacerlo. Empujar la palanca y empu jar al hombre son acciones semejantes, sin embargo a muchas personas les parece aceptable lo primero, pero no lo segundo. También les parece inaceptable matar a una persona sana para extraerle cinco órganos que podrían ser trasplantados a cinco personas enfermas y salvarles la vida. Para Joshua D. Greene (2001), la respuesta emocional es la clave para interpretar estas dos conductas, pero, añade,
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ésta es una respuesta psicológica no filosófica, y afirma que su conclusión es descriptiva más que prescriptiva. Lo que está meridianamente claro es que hay diferencias sistemáticas en la implicación de las emociones en el juicio moral. Un tercer grupo de estudios sobre el cerebro y la conducta moral se ha llevado a cabo con personas que tienen alguna lesión en zonas concretas del cerebro. Uno de los estudios más citados es el realizado por Damasio y otros colaboradores (Koenigs, 2007) Damage to the prefrontal cortex increases utilitarian moral judgements. Esta investigación muestra cómo seis pacientes con daño bilateral focal en la corteza prefrontal ventromedial (VMPC), una región del cerebro necesaria para la generación normal de emociones y, en particular, de las emociones sociales, produce un patrón anormalmente utilitario cuando se enfrenta a sentencias sobre dilemas morales que presentan convincentes consideraciones de bienestar asociado a comportamientos emocionales altamente aversivos (por ejemplo, tener que sacrificar la vida de una persona para salvar varias vidas). Sin embargo, en otros dilemas morales, los juicios de los pacientes VMPC eran normales. Estos hallazgos indican que, para un conjunto selectivo de dilemas morales (altamente utilitaristas), el VMPC es crítico para sentencias normales sobre lo correcto y lo condenable. Sus hallazgos apoyan un papel fundamental de la emoción en la toma de decisiones morales. Es claro que las emociones siempre están presentes en cualquier tipo de actividad neuronal cerebral, ya sea el pensamiento, la sensación o la percepción. Pero el problema que se plantean los psicólogos es si las emociones son sólo acompañantes necesarias de la cognición, o si también tienen una relación causal sobre los juicios morales. Para investigar esta relación causal entre emociones y cognición moral, los neurólogos han estudiado la activación de determinadas zonas cerebrales en personas con deterioro en las áreas que vinculan lo cognitivo y lo moral. Los científicos se han interesado fundamentalmente en determinar hasta dónde los procesos emocionales conducen a cogniciones morales deterioradas, y, por tanto, si los procesos emocionales normales son necesarios para la cognición moral nor-
JOSÉ MOYA mal. Los estudios con pacientes con déficit en el comportamiento moral y cognitivo han mostrado que éste está típicamente asociado con disfunciones emocionales. Koenigs et al. (2007) han examinado a un grupo de seis pacientes con lesiones focales bilaterales de VMPC, producidas en la edad adulta, para determinar si el procesamiento emocional que se activa en VMPC es de hecho necesario para un juicio moral normal. En este estudio, los pacientes evalúan una serie de escenarios morales. Algunos presentan actos ilegales “impersonales”, relativamente de bajaemoción, como amañar un currículo para mejorar las perspectivas de su carrera; mientras que otros tenían un contenido altamente emocional aversivo, con daños “personales”, como ahogar a un bebé que está llorando para evitar ser descubiertos y asesinados por los soldados enemigos. Los pacientes con lesiones en la región VMPC respondieron normalmente a los escenarios morales impersonales, pero en los escenarios morales personales, los pacientes VMPC fueron significativamente más propensos a infringir un daño emocionalmente aversivo cuanto mayor fuera el número de personas que se beneficiaban de él (lo que estos autores denominan respuesta utilitarista). Según estos resultados, los “fines” tienen un peso mayor en los juicios morales de los pacientes VMPC, sin que les importen demasiado los “medios” para conseguirlos. Un segundo estudio de la lesión confirma esta conclusión básica (Koenigs et al 2007; Ciaramelli, et al 2007). En conjunto, estos estudios sugieren que las emociones sociales mediadas por VMPC son realmente necesarias para ciertos tipos de juicio moral. También Liane Young, del Departamento de Psicología de la Universidad de Harvard, y Michael Koenigs, profesor del National Institute of Neurological Disorders and Stroke, National Institutes of Health (Estados Unidos), concluyen que, considerados en su conjunto, estos estudios indican que las emociones no sólo están implicadas en la cognición moral, sino que las emociones, en particular las que están mediadas por VMPC, son de hecho críticas para la moralidad humana (Young, 2007). Otros estudios, como el llevado a cabo por Borg et al (2006) confirman la influencia de las emociones en la toma de decisiones mora-
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les. Borg concluye que (1) Los escenarios morales que implican sólo una elección que tiene como consecuencia diferentes cantidades de daño provocan actividad en áreas similares del cerebro de modo similar a análogos escenarios no morales; (2) En comparación con análogos escenarios no morales, los escenarios morales en los que la acción o inacción resulta en la misma cantidad de daño provocan más actividad en áreas asociadas con la cognición (tales como la corteza prefrontal dorsolateral) y menos actividad en áreas asociadas con la emoción (como la corteza orbitofrontal y el polo temporal); (3) En comparación con escenarios análogos no morales, el conflicto entre el objetivo de minimizar los daños y abstenerse de acciones perjudiciales provoca más actividad en áreas asociadas con la emoción (corteza orbitofrontal y polo temporal) y menos en las áreas asociadas con la cognición (incluyendo la circunvolución angular y la circunvolución frontal superior); (4) En comparación con los escenarios morales que implican sólo un daño involuntario, los escenarios morales que implican daños intencionales provocan más actividad en áreas asociadas con la emoción (corteza orbitofrontal y polo temporal) y menos actividad en áreas asociadas con la cognición (incluyendo la circunvolución angular y la circunvolución frontal superior). Estos hallazgos sugieren que diferentes tipos de juicio moral se apoyan preferentemente en sistemas definidos del cerebro.
V. RACIONALIDAD Y EMOCIONES El argumento principal de los que defienden la primacía de la emoción es que la emoción es una respuesta innata, lo que implica que nuestro cerebro ya debe estar “cableado” para dar respuestas emocionales ante problemas morales. Estas conexiones habrían surgido como adaptación al medio, como mecanismos de supervivencia evolutiva. La cohesión del grupo social favorece el intercambio social y la cooperación del grupo, también favorece el rechazo de los tramposos y de los que no colaboran. La apuesta principal de esta teoría es que a la gente le interesan principalmente las interacciones sociales, no la búsqueda de la verdad. Este pensamiento ha ido madurando hasta convertirse en una teoría más amplia: la Teoría de los Fundamentos de la Moral . Al igual
JOSÉ MOYA que Rokeach (1973) y Schwartz (1992) midieron una amplia gama de posibles valores que se agregaban a través de un análisis factorial hasta conseguir un conjunto más pequeño de valores fundamentales, la teoría de los fundamentos Morales (Haidt y Graham, 2007; Haidt y Joseph, 2004) también trata de reducir el abanico de valores, pero con una estrategia diferente: la búsqueda de los mejores vínculos entre las explicaciones antropológicas y evolutivas de la moralidad. Estos autores suponen que las intuiciones morales innatas se derivan de mecanismos psicológicos que han evolucionado junto con las instituciones y prácticas culturales (Richerson y Boyd, 2005). Estos mecanismos innatos, modificables a lo largo del tiempo, constituyen los “Fundamentos morales” (Marcus, 2004). Para encontrar los mejores candidatos como fundamento de las emociones morales, Haidt y Joseph (2004) analizaron listas de virtudes de muchas culturas y épocas, junto con las taxonomías de la moralidad en la antropología (Fiske, 1992; Shweder et al, 1997), la psicología (Schwartz & Bilsky, 1990), y las teorías evolucionistas sobre la sociabilidad de los humanos y los primates (Brown, 1991; de Waal, 1996). Estos autores buscaron coincidencias entre las preocupaciones morales que se encuentran en muchas culturas y descubrieron que la obsesión humana con la equidad, la reciprocidad y la justicia encajan bien con las observaciones de etólogos sobre el altruismo recíproco de muchos animales (Trivers, 1971). También generalizaron la tendencia al cuidado y la protección de personas vulnerables que tiene su correspondencia con la empatía (de Waal, 2008) y el apego en los animales (Bowlby, 1969). Estos dos emparejamientos son la base de la lealtad/reciprocidad, por una parte y la de daños/atención, por otra. En cierto sentido tienen su correspondencia con la “ética de la justicia”, estudiada por Kohlberg (1969) en los varones, y la “ética del cuidado” estudiada por Gilligan (1982) en las mujeres. Haidt y Joseph (2004) encontraron otros tres grupos de virtudes: Los primeros dos tienen su correspondencia en el mundo animal con la jerarquía en los primates (de Waal, 1982): a) la lealtad, el patriotismo y la abnegación; b) la vigilancia de los traidores. Un tercer grupo, las virtudes de la pureza y la santidad, desempeñan un papel
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importante en las leyes religiosas, y se emparejan con la sensibilidad, la repugnancia y la contaminación (Rozin, et al, 2000). Sin embargo, estos fundamentos no pueden ser considerados valores o virtudes. Son sistemas psicológicos que educan mediante sentimientos a los niños y a las intuiciones a través de historias locales, prácticas y argumentos morales que hacen más atractivo pertenecer al grupo durante el proceso de educación. Haidt y Joseph consideran los sistemas morales como conjuntos entrelazados de valores, prácticas, instituciones, y mecanismos psicológicos de desarrollo, cuya función es suprimir el egoísmo. Estos fundamentos son los principales “mecanismos psicológicos evolucionados” que forman parte de un “primer borrador” de la mente moral. En otros estudios, describen con más detalle el papel de la narrativa, la construcción social y la construcción personal en la creación de identidades adultas morales e ideológicas (Haidt, Graham, y Joseph, 2009; Haidt y Joseph, 2007).
VI. MÓDULOS DE LA TEORÍA DE LOS FUNDAMENTOS DE LA MORAL La Teoría de los fundamentos de la Moral fue creada por un gru po de psicólogos sociales y culturales (Ravi Iyer, Jonathan Haidt, Sean Wojcik, Matt Motyl, Gary Sherman, Jesse Graham, Sena Koleva, Pete Ditto) para comprender por qué la moral, aunque muestra tantas diferencias entre culturas, conserva tantas similitudes y temas recurrentes. En resumen, la teoría propone que seis sistemas psicológicos (o más) innatos y universalmente disponibles son los pilares de la “ética intuitiva”. Cada cultura construye virtudes, narrativas e instituciones sobre estos cimientos, creando todas las morales que vemos por el mundo, aunque con demasiados conflictos dentro de las distintas naciones. Estos módulos son los siguientes (Haidt, 2009): 1. Daño/Cuidado: Preocupación por el sufrimiento de otros, incluyendo las virtudes del cuidado y la compasión. 2. Equidad/Reciprocidad: Preocupación por tener un trato justo y evitar el engaño. Vinculado a nociones más abstractas de justicia y derechos.
JOSÉ MOYA 3. Endogrupo/Lealtad: Preocupaciones relacionadas con las obligaciones de pertenencia al grupo, como la lealtad, auto-sacrificio y la vigilancia contra la traición. 4. Autoridad/Respeto: Preocupaciones relacionadas con el orden social y las obligaciones de las relaciones jerárquicas, tales como la obediencia, el respeto y el cumplimiento del papel basado en funciones. 5. Pureza/Santidad: Preocupación por el contagio físico y espiritual, incluyendo las virtudes de la castidad, salubridad y control de los deseos. El módulo de Daño/Cuidado tiene que ver con las neuronas espe jo que tienen tanto los seres humanos como los animales. Cuando vemos las muecas de dolor en otra persona, automáticamente se disparan nuestras neuronas correspondientes a esas muecas que vemos en el rostro de otra persona, lo que produce en nosotros los mismos sentimientos. Estas respuestas se integran en la corteza fronto-temporal anterior y posterior, lo que nos permite experimentar sentimientos tan complejos como la compasión. Moll et al (2007) proponen el siguiente ejemplo. Si uno va a un orfanato y ve la cara triste de un niño, evalúa automáticamente el futuro que va a tener este niño. De modo que la activación de estas áreas cerebrales puede evocar mentalmente el concepto de desesperanza, soledad, etc. La compasión y el cuidado consecuente es provocada por la percepción de sufrimiento o dolor en otra persona. La compasión parece existir también fuera de los mamíferos, ya que cuenta con ventajas evidentes como un mediador del altruismo hacia los parientes (Hoffman, 1982). La gente puede sentir compasión por los extraños, aunque es más fuerte y más fácilmente sentida hacia los parientes y aquellos con los cuales uno tiene una relación más cercana (Batson y Shaw, 1991). El módulo de la Equidad/Reciprocidad se ha estudiado fundamentalmente a través del juego del Ultimátum. En este juego, dos jugadores tienen que dividir una suma de dinero; un jugador propone una división (por ejemplo, quedarse él con el 90% y darle al otro el 10%) y el otro puede aceptarla o rechazarla. Se ha analizado cómo respondieron los jugadores a las propuestas que consideraban justas e injustas. Las ofertas desleales provocaban actividad en zonas cere brales relacionadas con la emoción (ínsula anterior) y cognición
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(corteza prefrontal dorsolateral). Además había mayor actividad en la ínsula anterior para ofertas desleales rechazadas, lo que sugiere un importante papel de las emociones en la toma de decisiones (Sanfey et al. 2002). La solución económica estándar para el juego del Ultimátum es ofrecer la menor cantidad de dinero posible y el respondedor debe aceptar esta oferta, ya que es razonable aceptar cualquier cantidad monetaria a no obtener nada. Sin embargo, una considerable investigación indica que, independientemente de la suma monetaria, se suele ofrecer alrededor del 50% del importe total. Existe, sin embargo, la posibilidad de que un 50% de ofertas consideradas demasiado bajas (alrededor del 20% del total) sean rechazadas (Henrich, et al. 2001). Este hallazgo experimental, bastante sólido, muestra que existen circunstancias en que las personas están motivadas para rechazar activamente la recompensa monetaria que consideran injusta. Suelen rechazan la oferta injusta después de una reacción de enojo ante una oferta percibida como desleal (Camerer, 1995). Luchar contra la injusticia parece ser un mecanismo adaptativo fundamental para castigar a una persona desleal o aprovechada. Las ofertas injustas en el juego del Ultimátum provocan conflictos entre la razón (aceptar la oferta) y los motivos emocionales (rechazar la oferta). Lo racional sería aceptar cualquier suma de dinero, ya que algo es mejor que nada. El estudio de Henrich et al, (2001) ha identificado un área del cerebro que relaciona la equidad y la injusticia en los procesos cognitivos y emocionales para la toma de decisiones. Estas áreas cerebrales más directamente implicadas en la equidad son la ínsula anterior y el Cortex Prefrontal dorsolateral (DLPFC) que representan las demandas de la equidad en la tarea del juego del ultimátum, el objetivo de la emoción es oponerse a las injusticias y a la meta cognitiva de conseguir dinero. Otro elemento importante para el rechazo de ofertas injustas es la testosterona (Burnham, 2007; Eisenegger et al, 2011; Bos et al, 2010). Niveles elevados de testosterona producen bajos niveles de generosidad, mientras que un nivel alto de oxitocina suele ir acom pañado de mayor generosidad y de más intercambio entre los humanos. (De Dreu et al, 2010; Kosfeld et al, 2005, Zak et al. 2007), de
JOSÉ MOYA modo que cuanto más frecuentes eran los intercambios recíprocos entre individuos no pertenecientes a la misma familia, más equitativas eran las ofertas. Las emociones morales de la reciprocidad son la simpatía y la gratitud (como emociones positivas), y el desprecio, y la cólera (como reacciones ante la falta de reciprocidad de los otros), y la culpa y la vergüenza (como reacción ante la falta de reciprocidad por nuestra parte). El desprecio surge ante actitudes o comportamientos que no están a la altura de lo esperado de alguien que tiene un papel que jugar en la sociedad; mientras que la cólera acompaña a comportamientos que están claramente en contra de la reciprocidad. La ira está motivada por conductas corruptas, engañosas, o que atentan contra la confianza depositada en una persona, y suele estar acompañada de la venganza. La simpatía y la gratitud son emociones ligadas a intercambios placenteros y ayudan a que haya más comunicación. La culpa y la vergüenza son causadas cuando descubrimos que hemos sido tramposos y nos han descubierto. El módulo del Endogrupo/Lealtad hace referencia al grupo social en el que se desenvuelve la mayor parte de los intercambios sociales. Los seres humanos hemos desarrollado a lo largo de la evolución (lo mismo que otros animales) la percepción de ciertas características por las que reconocemos con rapidez si algo es peligroso para nuestras vidas o no. La información entrante suele discurrir por los siguientes pasos: primero llega al tálamo y a continuación por las áreas de procesamiento sensorial, y finalmente llega a la corteza frontal. Sin embargo, hay un camino más corto que pasa por la amígdala y que responde a patrones asociados con señales de peligro. Algunos estímulos del ambiente producen miedo, otros no. La diferencia en nuestros cerebros deriva de la capacidad de los estímulos temibles para activar una parte antigua de nuestro cerebro medio llamada la amígdala. El miedo no aprendido se manifiesta a menudo cuando los animales se quedan paralizados (“congelados”) para ver lo que viene y determinar los riesgos. Este miedo, que podemos llamar innato, depende de un grupo de células del núcleo central de la amígdala. LeDoux (1996) y sus colegas de la Universidad de Nueva York han demostrado que el miedo aprendido depende del almacenamiento de
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un rastro emocional de la memoria en una parte diferente de la amígdala, la parte lateral. El miedo aprendido se desarrolla cuando estímulos emocionalmente neutrales y ambientes neutrales (los que en situaciones normales no producen miedo) se asocian a experiencias desagradables o dolorosas. De modo que los animales y los humanos hemos llegado a aprender qué situaciones son potencialmente peligrosas, extrayendo señales del medio. Normalmente los cachorros de león no tienen miedo a los leones adultos, excepto cuando un macho nuevo ha tomado posesión de las hembras, después de derrotar al macho anterior, y muestra su agresividad enseñando los dientes o con conductas de persecución. Los humanos hemos aprendido a crear alianzas con otros individuos y con otras familias para defendernos de los peligros que nos vienen de fuera de la especie, y también de otros grupos peligrosos de nuestra propia especie. El grupo que forma nuestra primera alianza es el genético (la familia con la que compartimos más genes), pero nuestra familia está emparentada con otros miembros más lejanos, y también éstos formarían parte del grupo al que pertenecemos. El gregarismo propio de diversas especies es también muy fuerte entre los seres humanos, por eso, no es de extrañar que se valoren tanto virtudes como la lealtad, el patriotismo y la abnegación para el grupo, junto con una vigilancia extrema de los traidores, (Kurzban, et al., 2001). Las principales virtudes derivadas de la vida en común en comunidades endogrupales son: la confianza mutua, la cooperación, la lealtad, el patriotismo, el heroísmo y el sacrificio. El módulo de Autoridad/Respeto . El respeto es una virtud de los subordinados (es decir, obediencia y respeto a la autoridad), que está emparejada con las virtudes propias de las autoridades (como el liderazgo y la protección). Estas virtudes han sido descritas con minuciosidad en los primates que guardan una jerarquía estricta y en los lobos (de Waal, 1982). En relación con ellos, se ha estudiado tam bién las formas en que los seres humanos manejan la jerarquía y la obediencia a través del consenso y la elección (Boehm, 1999). El módulo de Pureza/Santidad. Todos los organismos vivos han desarrollado anticuerpos como un medio de defenderse de las agre-
JOSÉ MOYA siones del exterior. Estos anticuerpos atacan y destruyen a los potenciales enemigos que se han introducido dentro del organismo. Los anticuerpos son proteínas producidas por el sistema inmunitario del cuerpo cuando detecta sustancias dañinas, llamadas antígenos. Los antígenos pueden ser tanto microrganismos (tales como bacterias, hongos, parásitos y virus) como sustancias químicas. A este fenómeno se llama intolerancia del organismo a algunos agentes patógenos. Algunos pacientes tienen un trastorno autoinmunitario. Su sistema inmunitario no puede establecer la diferencia entre tejido corporal sano y los antígenos, dando en consecuencia una respuesta inmunitaria que destruye los tejidos corporales normales. Los seres humanos aprendemos con la experiencia que algunas sustancias pueden provocar infecciones. Sentimos repugnancia y deseos de vomitar ante ciertos alimentos que presentan un estado de descomposición. La larga historia de los seres humanos ha ido seleccionando algunas cosas que son inofensivas y otras que pueden producir enfermedades o muerte. Las primeras son sanas, las segundas son sustancias prohibidas. Así, por ejemplo, en el libro del Deuteronomio se dice, “Y el cerdo, aunque tiene la pezuña dividida, no rumia; será inmundo para vosotros. No comeréis de su carne ni tocaréis sus cadáveres” (14,8). ¿Por qué está prohibido comer carne de cerdo? Una posible respuesta es que la carne de cerdo puede desarrollar en un ambiente cálido la bacteria botulínica (Clostridium Botulinum), una proteína que, en relación a su peso, posee el nivel más alto de toxicidad de todas las sustancias, ya sean naturales o no. Según esta explicación, las muertes a causa del botulismo llevaron a la prohibición del consumo del cerdo. Algo parecido debió de ocurrir con la rata, que podía ser portadora de la bacteria que producía la peste negra. Incluso entre los seres humanos, hemos construido separaciones basadas en el temor a la contaminación como sucede con las castas en la India. La separación por castas impone cierta disciplina en la sociedad y asigna a cada uno su lugar y la imposibilidad de relacionarse con otras castas para no contaminarlas. Algunos de los elementos contaminantes de otras personas son los fluidos corporales relacionados con la muerte, el sexo, o la en-
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fermedad (pus, esputos, flujo menstrual, etc.). También se consideran contaminantes la deformidad física, o algunas formas de hiperplasia (excesivo crecimiento), como la elefantiasis, etc. Otra forma de contaminación consiste en utilizar ropa o instrumentos que han pertenecido a personas que han cometido crímenes contra la sociedad. Finalmente, también resulta repugnante lo que puede considerarse una ofensa moral, como por ejemplo, la violación de los derechos humanos, el hacer trabajos de esclavos u ocupar un sitio sagrado que no le pertenece a un individuo concreto. En este módulo se encuentran también los ritos de consagración o separación de algunos objetos, personas, o lugares para determinadas funciones (iglesias, mezquitas, personas consagradas, etc.).
VII.CONCLUSIÓN Los grandes avances en la tecnología para leer directamente el cerebro (técnicas de imágenes del cerebro, estudios de lesiones cere brales, recogida de datos de una única célula) han posibilitado ver qué zonas del cerebro se activan ante escenarios morales con alto contenido emocional y ante escenarios neutrales. En los escenarios con alto contenido emocional, se ve implicado de modo especial el OFC (cortex orbitofrontal), que procesa la información que nos llega del exterior y le otorga valores afectivos y subjetivos, que son determinantes fundamentales en la toma de decisiones. La interacción de esta región con otras áreas del sistema límbico, en especial la amígdala, permite a esta región tener una representación actualizada de los valores que pueden influir en un comportamiento adaptativo. En términos generales, podemos decir que las habilidades superiores del ser humano, su capacidad para tomar decisiones en el reino de la moral, en las relaciones sociales, y en la economía, están relacionadas con procesos emocionales. El estudio de personas que tienen algún tipo de lesión en la parte prefrontal de su cerebro ha mostrado que la emoción juega un papel integrador, y que cuando existe un procesamiento emotivo anormal se muestran también, y de forma sistemática, juicios morales anormales.
JOSÉ MOYA Por otra parte, los módulos en la Teoría de los fundamentos de la moral hunden sus raíces en las emociones que comparten los seres humanos a través de estructuras cerebrales como las neuronas espejo. También las expresiones corporales ligadas al sistema simpático, como el rubor, la vergüenza, la angustia o la repugnancia, nos ayudan a tener conductas que están de acuerdo con la solidaridad, la justicia, la cooperación y el hacer el bien a los demás. La importancia de las emociones en el juicio moral y en la acción ética descansa en una serie de argumentos específicos. En primer lugar, la moral actúa como una intuición moral (Haidt, 2003), por tanto es más rápida que el razonamiento cognitivo, y juzga automáticamente si algo está bien o si es malo dentro de dominios morales específicos. Las emociones, por ejemplo, juzgan si algo debe ser alabado o castigado, o cómo distribuir unos recursos escasos (Damasio, 1994; Haidt, 2007). En segundo lugar las emociones pueden motivar la realización de ciertos comportamientos morales. Por ejemplo, la vergüenza guía el juicio sobre la violación de unas determinadas reglas sociales. La visión de la violación de una regla moral activa la emoción del rechazo social y el deseo de castigar al delincuente (Haidt, 2001).
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