José Antonio Pardo Oláguez. Introducción (abstracto) al libro: Hegel, la filosofía analítica y liberalismo.
Existen en particular dos tradiciones en las cuales la reputación de Hegel es pésima, a saber: dentro del ámbito de la llamada filosofía analítica y en el ámbito del pensamiento liberal. Para muchos filósofos analíticos la obra de Hegel sigue siendo un dechado de obscuridad y charlatanería. Para muchos pensadores y filósofos liberales la filosofía hegeliana es la simiente tanto del fascismo como del estatismo soviético. Resulta que yo soy una persona que se formó “analíticame nte”, y que además estima que el estilo analítico de hacer filosofía es el óptimo. También soy una persona que considera que la clase de arreglo institucional que suelen recomendar los liberales para las sociedades debe ser defendido y promovido. Pero simultáneamente soy una persona a quien muchas de las tesis de Hegel le resultan especialmente convincentes. Me parece innecesario documentar la existencia de esta mala fama, pues creo ésta es suficiente bien conocida. Empero, no me resisto las ganas de citar extensamente el delicioso testimonio de Terry Pinkard (2002): Hegel es uno de esos pensadores de los que toda persona culta cree saber al go. Su filosofía fue la precursora de la teoría de la historia de Karl Marx, pero a diferencia de Marx, que era materialista, Hegel fue un idealista en el sentido de que pensaba que la realidad era espiritual en última instancia, y que esta realidad se desarrollaba según un proceso de tesis/antítesis/síntesis. Hegel glorificó también el Estado prusiano, sosteniendo que era obra de dios, la perfección y la culminación de toda la historia humana: todos los ciudadanos de Prusia le debían lealtad incondicional a su Estado, que podía disponer a su antojo de ellos. Hegel desempeñó un gran papel en la formación del nacionalismo, el autoritarismo y el militarismo alemanes con sus celebraciones cuasi-místicas de lo que él llamaba pretenciosamente “lo Absoluto. Prácticamente todo lo que se dice en el párrafo anterior es falso, salvo la primera frase. Pero lo más chocante es que, pese a ser clara y demostrablemente falso, y a que desde hace tiempo es conocida su falsedad en los círculos académicos, este cliché de Hegel continúa repitiéndose en casi todas las historias breves del pensamiento o en las cortas entradas de un diccionario. Existen razones por las cuales resulta comprensible que se sigan reproduciendo tan chocantes falsedades. Una de ellas, digámoslo con toda franqueza es que la mala prosa de Hegel, o bien aleja a los posibles lectores, o bien les obstaculiza la comprensión de las tesis que quiere defender. Sobre la prosa hegeliana hay discusiones encendidas. En contra de mi juicio de que la prosa de Hegel es mala, intérpretes con mucho mayor autoridad que la mía lo han elogiado. […] El lenguaje de Hegel viola las reglas de la gramática, sencillamente, porque tiene cosas inauditas que decir, cosas que la gramática anterior a él no brinda asidero (Bloch, 1949, p. 21).
Por más que esto sea cierto, lo único que me interesa subrayar, es que el estilo de escritura de Hegel contribuye muy poco a que se entienda bien qué es lo que dice: con frecuencia sus frases son innecesariamente rebuscadas, abusa de la jerigonza, el uso de varias expresiones fundamentales no es regular y las concesiones pedagógicas al lector casi no existen. Otra razón es que la mayoría de los escasos intérpretes que se han esmerado por ser claros, de hecho ofrecen unos retratos de Hegel ostensiblemente distorsionados. Pero son precisamente esta clase de comentarios de los que depende el contenido de ese montón de falsedades e imprecisiones denunciadas por Terry Pinkard. En buena medida han sido las opiniones de Bertrand Russell las que han definido la recepción de la filosofía hegeliana dentro de la tradición analítica. Dichas opiniones son severísimas. Russell califica a Hegel como un filósofo “ignorante” y “estúpido” (Russell, 1956, p. 14) y a la filosofía de éste la describe como un “fárrago de confusiones” (p. 12). Empero, es fácilmente documentable que los juicios de Russell sobre Hegel son infundados, que se deben a veces a un mal manejo de fuentes bibliográficas y a veces a las puras ganas de difamar. Las violentas aseveraciones de Russell se dan dentro del contexto de algunas discusiones sobre la filosofía de las matemáticas. Pero Russell alude a una “Encyclopedia of Logic”, que corresponde a la primera parte de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas, y en la cual “ni siquiera esta esbozada la filosofía de las matemáticas de Hegel” (Pinkard, 1981, p. 452). La exposición de ésta aparece en la Ciencia lógica, libro que nunca es citado por Russell. Sucede que Russell le atribuye a Hegel algunas tesis que éste no solamente no suscribe en ningún lado, y de las cuales obviamente no hay respaldo documental, sino que rechaza explícitamente. Russell lea acusa de elaborar una interpretación filosófica sobre el análisis infinitesimal que negligentemente ignora el remplazo de los infinitesimales por los límites. Esto también es fal so: ya existe desde hace años una buena monografía en que se documenta con suficiente solvencia que Hegel conocía perfectamente bien los trabajos de Lagrange y Cauchy, pero además demuestra cómo de hecho la obra de este último influyó directamente en la interpretación filosófica que del infinito matemático hace Hegel (Wolff, 1986, pp. 197-263). Por lo demás, después del desarrollo del smooth infinitesimal analysis de Robinson, resulta impertinente despreciar una interpretación filosófica de las matemáticas sólo porque ésta admite el uso de infinitesimales. Por último, es interesante resaltar algunas de las conclusiones de Pinkard, las cuales bien pudieron haber sido reconocidas por Russell si éste hubiera adoptado una postura más flexible, pero también más honesta, en relación con la obra d Hegel, a saber, que “Hegel estuvo por lo menos cerca (aunque sería fatuo decir que lo logró) de definir los números como clases de clases” (1981, p. 460). Por otro lado, las opiniones de Popper sobre Hegel retratan con bastante nitidez la postura que en general adoptan los liberales en relación con la filosofía hegeliana. A ésta la llama “historicismo histérico”, y la describe como “una mezcl a de payasadas y de pretensiones intelectuales deshonestas”. Pero además le atribuye el ser “el fertilizante gracias al cual el moderno totalitarismo debe su veloz crecimiento” (Popper, 1945, p. 56). Walter Kauffman (1959) en su momento se hizo cargo ya de todas estas difamaciones, las cuales atribuye tanto a un deficiente manejo de las fuentes como a sesgos emocionales. Me
gustaría en cambio, dar cuenta de algunos hechos interesantes que ya han sido notados anteriormente. Por ejemplo, Franz Hinkelammert se extraña de tanta inquina de Popper contra Hegel, siendo el caso que el argumento que aquél, que toma de Hayek, en contra de la posibilidad de la planificación central de la sociedad, es “pura dialéctica hegeliana” (Hinkelammert, 2002, p. 24). También, por ejemplo, Andy Denis Sugiere que la metodología usada por los economistas de la escuela austriaca, punto en el cual se distinguen de los economistas neoclásicos, es dialéctica (Denis, 2008, p. 151). A pesar de lo anterior, cumple reconocer que tiene ya algunos años que la mala reputación de Hegel dentro de los círculos mencionados va cediendo progresivamente1. Sospecho que esto se debe a varios factores. Uno es que, después de la publicación del libro de Peter Strawson, The Bounds of Sense (1966), la filosofía kantiana ha ido ganando una recepción más favorable dentro de las facultades, departamentos e institutos de investigación en que se enseña y hace filosofía analítica. A veces esta novedosa hospitalidad de los filósofos analíticos en relación con Kant ha logrado extenderse a quienes fueron los herederos inmediatos de la filosofía kantiana: a saber los filósofos idealistas alemanes. Otro es el que el desarrollo de las lógicas paraconsistentes, como las de Newton da Costa y Marconi (1988), la de Graham Priest (2006) o las de Lorenzo Peña, han contribuido eficazmente a derrumbar algunas de las sospechas y reticencias clásicas en relación con el pensamiento dialéctico en general, tales como las de Popper o Bochenski. Importantísimo ha sido también el influjo de la obra de Robert Brandom (1998), quien recupera e incorpora positivamente un montón de tesis hegelianas dentro de su discurso. Es indudable que mucho del nuevo interés despertado por la obra de Hegel en ciertos lugares se debe exclusivamente al impacto de la semántica inferencialista de Brandom. Robert Brandom se sitúa dentro de la tradición pragmatista y normativa propuesta por Wittgenstein y se postula a mitad de camino entre la filosofía analítica y la continental. Por último, no puede dejar de señalarse el magisterio y la publicación de trabajos monográficos como los de Robert Stern (2009) en Sheffield; de Keneth Westphal (1989), en Estambul; de Terry Pinkard (1988), en Georgetown; de Robert Pippin (1989), en Chicago: o de Charles Taylor (1977), en Oxford y McGill, pues se trata de obra elaborada por filósofos de formación analítica que decidieron incursionar en el estudio de la obra de Hegel. Mención aparte merecen las monografías de Dieter Wandschneider (1995) y de Pirmin Stekeler-Weithofer (1992), por tratarse de trabajos que ofrecen interesantes reconstrucciones en clave estrictamente analítica de buena parte de la filosofía especulativa hegeliana, aunque por desgracia poco conocidos fuera del ámbito de la filosofía germano-parlante.
1
Tom Rockmore, Hegel y los límites del hegelianismo analítico.