POLÍTICA
HEGEMONÍA GRAMSCIANA Y HEG EMON ÍA POPULISTA La concepción que de la hegemonía ofreció Gramsci nada tiene que ver con el intento del neopopulismo de fundarse en ella. Las tesis de Laclau en esa línea son insostenible insostenibles.s. J OR G E Á LVA R E Z YÁ GÜ E Z
E
l retorno del pensador italiano Antonio Gramsci al hilo de la repercusión en Europa de los neopopulismos sudamericanos ha generado no poca confusión. En Europa los intelectuales y los movimientos emancipatorios siempre se habían mostrado muy críticos respecto del populismo. Sin embargo la influencia latinoamericana ha significado en esto un cambio, y llevado a poner en relación directa el proceso hegemónico intentado por el populismo con las ideas del comunista sardo.
La identificación identificación de hegemonía, hegemonía, política y populismo
El teórico argentino Ernesto Laclau ha sido muy influyente en ese giro en la consideración del populismo. El paso ya incoado en el excelente �
libro escrito con Chantal Mouffe (Hegemonía y estrategia socialista, ����) en que se trataba el concepto gramsciano de hegemonía y se tendía a identificar hegemonía y política, facilitaba el siguiente, que Laclau ofrece razón populist populistaa (����)1, donde a la consumadamente consumadamente años después en La razón anterior anterior ecuación de política y hegemonía se le añade ahora el populismo: Política = Hegemonía= Populismo. Por lo que si Gramsci estaba en el origen de un factor de la ecuación (hegemonía) por fuerza no podía dejar de estarlo, se explicitara o no, en el de otro (populismo). Laclau ante los nuevos movimientos que en el mundo sudamericano se levantaron frente al neoliberalismo desbocado no pudo menos de reaccionar hacia la reiterada calificación despectiva de “populistas” por parte de unas clases dirigentes de triste memoria. Su respuesta adoptó la forma de toda una nueva elaboración teórica en la que se venía a decir que aquellos que hacían tal calificación no pretendían desestimar sino la política misma, pues aquello que caracterizab caracterizabaa al populismo populismo definía definía a la política política sin sin más. Así ocurriría con aquello de que más se acusaba a aquél: simplificación, vaciedad vaciedad y retórica de sus discurso discursoss (RP, (RP, ��). Ello por cuanto cuanto el populismo establecería una dicotomía simple entre dos bandos, ambos poco definidos, entre el “pueblo” y la élite, entre los de arriba y los de abajo. Acompañando a lo borroso de los sujetos enfrentados la indefinición y oquedad de sus formulaciones y propuestas, el uso de discursos hueros, llenos de apelaciones a símbolos, y de carga emotiva. En la política o hegemonía heg emonía siempre se trataría de fijar una dicotomía, construir un amplio bloque social dirigido frente a un enemigo. En el proceso proceso hegemónic hegemónicoo se iría aunando aunando un extenso extenso conju conjunto nto social, eso que se denominará “pueblo”; por medio de una lógica equivalencial se se irían articulando las diversas demandas de distintos sectores sociales. En ello jugarían jugarían un rol fundamen fundamental tal los los denominad denominados os “significantes vacíos” (RP, �� ss.), esto es, la expresión de aquellas demandas que se revelan como las que unifican al movimiento, que concitan su general aquiescencia, haciendo que aquella parte que las enarbola se constituya en la parte que representa al todo, justamente la parte hegemónica, el particular 1
E. Laclau, La Laclau, La razón populista, México, F.C.E, 2005, p. 10, (RP). �
que representa el universal. �ue tal pueda ocurrir supone que el significante necesariamente se debilite en su contenido, se vacíe, se vuelva más genérico, de lo contrario se tornaría excluyente en vez de integrador. Tal se constataría, al parecer de Laclau, en la mayor parte de los grandes movimientos sociales revolucionarios, como el de la Re volución rusa en que el significante vacío que impulsó el sector obrero y campesino de “paz, pan y tierra” frente al zarismo es el que habría concitado la unidad y delimitado al enemigo. El agonismo (Mouffe), el conflicto, la división sería algo inherente a la política. Propio de ella sería el saber schmittianamente delimitar el enemigo. Solo en una sociedad plenamente reconciliada, sin escisión, no existiría esta lucha por establecer las fronteras divisorias, por lo mismo, esa sería una sociedad de mera administración, sin política. Lo que se achaca, por tanto, al populismo, su simplificación divisoria y de vaciedad en su operación constitutiva sería, entonces, algo consustancial a la hegemonía, algo inherente a la política misma. Hegemonía no sería sino dicotomía y vaciedad. El mismo proceder aplica Laclau al criticado uso retórico de los populistas. No hay empleo de discurso que no sea figurativo, aunque solo fuera por la opacidad de lo real, no hay empleo del lenguaje que no esté sembrado de metáforas, metonimias, tropos múltiples, y menos en un campo como el político en el que está en juego la constitución subjetiva de los agentes. En el terreno discursivo la racionalidad adopta una amplitud mayor que la que le traza la estricta lógica, las reglas de la argumentación; y sus significantes van enlazados con cargas afectivas que suscitan emociones, no dejan de estar vinculados al campo del inconsciente y sus pulsiones (RP, ��� ss.). Se precisan relatos generadores de sentido, marcos narrativos que orienten la acción y movilicen. Por otra parte, ningún significante por vacío que fuere podría suturar realmente la brecha entre lo particular y lo universal que se da en el proceso hegemónico, por lo que se hace más necesario todavía, si cabe, un discurso figurativo, que opere de otro modo que el estrictamente conceptual, pues se trata de designar lo indesignable. La función significativa de este discurso sería catacrética, esto es, caracterizada por el tropo en que la metáfora llega a ser sustitutiva �
Jorge Ál varez Yágüez
por que no existe otro término, como cuando hablamos de los brazos de un sillón. El populismo no sería, por tanto, ninguna excepción, no haría por fuerza sino lo que todo discurso político. Laclau no olvida hablarnos de la figura del líder, pues sabe bien que es una de las características constantes en cualquier tipología del populismo, y piensa por su parte que es un elemento esencial y coherente dentro de la lógica del mismo. El líder encarnaría los significantes vacíos vueltos hegemónicos, en su persona se harían visibles y cobrarían una nueva operatividad. Por lo que su presencia en los movimientos se desprendería naturalmente de la constitución de una hegemonía. Laclau, consciente del peligro de esta figura, acude al Freud de Psicología de las masas para sugerir la posibilidad de líderes más cercanos, menos narcisistas y autoritarios, posibilidad que se abriría cuando en los sujetos no hubiere gran distancia entre el yo y el ideal del yo. Laclau significativamente deja a un lado tres observaciones freudianas: la tendencia, en todo caso, de las gentes a dotar de un sobrepoder al líder; la posibilidad de un “líder secundario”2, esto es, subordinado a unas ideas, referente crítico de su misma labor por parte de los demás; y lo que Freud señala como algo a explorar: la posibilidad de una sociedad sin líderes, lo que Laclau, muy llamativamente, contempla como signo de una sociedad reconciliada y en consecuencia sin política. No se puede ser más coherente, si se había hecho la ecuación previa de política = hegemonía = líder, la consecuencia de la ausencia de líder y la inexistencia de la política va de suyo. El resultado de todo este planteamiento laclauiano es, en realidad, la disolución de la especificidad del populismo, pues por esta vía todo fenómeno político lo sería. Acaso la única débil diferenciación que podría quedarle ya no sería sino de grado, de énfasis (RP, ��, ��). Con lo que el problema solo se habría desplazado, pues ahora todo el quid estaría en saber si en el grado no se juega todo. Pues, según esto, la heteronomía generada por un líder caudillista sólo representaría una diferencia cuantitativa respecto de un líder momentáneo, que pone las bases para su misma desaparición; y de grado sería la diferencia entre demagogia y racionalidad. 2 S. Freud, Psicología de las masas, trad. López -Ballesteros, Alianza, Madrid, 1969, p. 66 . Véase: J. L. Villacañas, Populismo, La Huerta Grande, Madrid, 2015, pp. 66 y ss.
Hegemonía gramsciana y hegemonía populista
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Otras veces Laclau parece inclinarse a tomar el populismo como un conjunto de herramientas, de recursos que la acción política suele utilizar (RP, ���, ���), y que como tal podría emplearse en una dirección u otra3. Lo que nos confronta con el problema capital de la política: la relación entre medios y fines, una reflexión clamorosamente ausente en su libro. Estaría dando por válido que los mismos recursos pueden ser vir a fines heterogéneos, incluso opuestos, que los medios son neutros, uno de los errores mayores de toda la tradición emancipatoria; y, al tiempo, echaría por tierra la mejor tradición del pensamiento crítico, entre otros la de Gramsci. La concepción gramsciana de la hegemonía
La orientación con la que Gramsci concebía el proceso de construcción contrahegemónica del proletariado y las clases populares no podía ser más distinta de la del populismo. En primer lugar, hay que decir que no basta que se dé una articulación de demandas o cadena de equivalencias y una disposición dicotómica de la misma frente a otro grupo social dominante para que podamos hablar de hegemonía en un sentido cabal. Al respecto Laclau, en sus trabajos sobre el populismo, adelgaza el concepto, en una línea discursivista y política. Diríamos que aquellas son condiciones necesarias pero no suficientes, pues tal fenómeno podría percibirse a menudo, y observarse cómo las articulaciones se deshacen con la misma rapidez que se forman y cambia el sentido de su oposición. La hegemonía es un proceso más hondo, que comporta ante todo una dimensión cultural, en el sentido amplio del término. Cuando Gramsci pensaba en la hegemonía solía contemplar el modelo de la burguesía. Como clase social había sabido superar su interés cor porativo para asumir, aunque fuere de modo subordinado, los intereses de otras clases, adoptar entonces una posición de Estado, y, al tiempo, servirse de todo un amplio conjunto de intelectuales en sus distintos rangos y campos para asentar sus valores y toda una 3 F. Ovejero lo considera un recurso irremediable en el juego político real. Ver “El populismo inevitable”, Claves de Razón Práctica, 244, pp. 50-57. �
Jorge Ál varez Yágüez
cosmo�isión acorde con su perduración como tal clase dominante4. Con
el tiempo esa cultura habría calado y coagulado en el siempre heteróclito sentido común, y aun en el folclore. Es de ese modo que se asienta un sistema de dominación. Es así como se conforma un bloque histórico de
perfecto entrelazamiento entre la estructura y las superestructuras, entre los intereses corporativos de cada sector social y un orden administrativo y legal, una autoridad aceptada, unos valores compartidos. Siendo esto así, es evidente que las clases subalternas no podrían aspirar a establecer una contrahegemonía de dimensiones semejantes, pues eso exigiría la disposición de los resortes del Estado. Ahora bien, eso no significaba esperar hasta el hipotético momento de “ocupación del poder”. Al menos en Occidente, en sociedades complejas, de capitalismo desarrollado ni siquiera ese momento revolucionario podría tener éxito si no se hubiera dado antes toda una labor, de largo aliento, de construcción hegemónica, de logro de un conjunto propio de intelectuales, de consecución de una gran influencia a través de una tupida y heterogéne a red social, y de galvanización del Estado y sus instituciones. Sólo una vez destruidas o intensamente debilitadas las “fortalezas y casamatas”, las “trincheras”5 tras las que se parapeta el viejo poder se haría posible no ya solo la “conquista del poder”, que no sería sino de su centro más determinante, sino la esperanza fundada de éxito en la fase posterior. En eso consistía para Gramsci el cambio estratégico que propulsaba de la guerra de mo�imiento a la guerra de posición (M, ���). Pero es aun más relevante otro punto, de capital importancia en la definición del populismo: el tipo de liderazgo, el nexo entre las organizaciones dirigentes y las gentes, el tipo particular de educación que ese contacto entraña. Ahí convergen muchos de los rasgos distintivos del populismo: la constitución del sujeto colectivo “pueblo”, el tipo de discurso empleado, etc. Es en esta verdadera médula de la hegemonía donde podemos apreciar la diferencia entre una hegemonía y otra. Para 4 A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, trad. J. Aricó, B. Aires, Nueva Visión, pp. 57-58. (M) 5 A. Gramsci, Pasado y presente, trad. M. Macri, B. Aires, Granica, p. 220; M,101
Hegemonía gramsciana y hegemonía populista
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el sardo la “relación de hegemonía es necesariamente una relación pedagógica”6. Para Gramsci el partido y las organizaciones del proletariado en su conjunto debían operar como intelectuales. En ellas sus miembros habrían de formarse y ayudar a formar a los demás, para lo cual eran básicos la deliberación compartida, el acceso a la complejidad de los pro blemas, el intercambio entre los papeles de enseñante y enseñado, en que el guía es también guiado (MS, ��). Todas sus observaciones respecto de la organización del partido, que hoy obviamente habrían de generalizarse rebasando los modos restrictivos del comunismo de la época, ponían en cuestión el autoritarismo, las formas de dirección mecánica, en que se limitaba la participación de las gentes y se desconfiaba de su espontaneidad. Gramsci consideraba que no debía ocultarse la complejidad de los problemas o la verdad de la situación. El ejercicio de la parresía (hablar franco) que había caracterizado a la democracia en sus orígenes griegos era para él una constante, recordemos su dictum “en la política de masas la verdad es una necesidad política”7. Son significativas al respecto las discusiones en la revista de L´Ordine Nuo�o, cuando él la dirigía, acusada de excesiva complejidad, de nivel elevado, y cómo Gramsci defendía la necesidad de situarse siempre un paso por encima del lector para elevar su nivel formativo8. El filósofo debía saber enlazar con el buen sentido, ese núcleo racional del sentido común, en esta función pedagógica. El fin no era otro que el democrático-republicano ser capaz de gobernar y de ser gobernados. Había que prepararse para ese momento, y ello debía iniciarse desde ahora, en un proceso en el que la emancipación fuese de las clases subalternas mismas. Su concepto de libertad, también en la senda republicana, suponía una articulación de autonomía individual y autonomía colectiva. Esto era lo que la educación en las organizaciones habría de promoverse, el autodominio de cada individuo 9, su capacidad
de sobreponerse a sus inclinaciones primeras, su capacidad, diríamos también, de transformar en la deliberación con los otros sus preferencias y el orden de las mismas, y su capacidad de ejercer un papel activo en el trabajo colectivo. El tipo de relación que se establecía en el proceso he gemónico habría de regirse, pues, por un tipo de educación que sig nificase contravenir el modelo que caracterizaba a la Iglesia (MS, ��), en la que el nexo entre educador y educado llevaba a una reproducción permanente de esta dualidad, en que los fieles nunca saldrían de su heteronomía, de seres permanentemente guiados. Si hubo una enseñanza fundamental en el pensador sardo fue su preocupación constante por que el fin estuviera presente de algún modo en los medios, que en las organizaciones emancipatorias se anticipase ya el futuro, por eso era tan importante que se generase una capacidad autónoma en las gentes, que ellas fuesen autoras de su liberación. En las organizaciones en que esta dirección estuviera presente debía prepararse ya el nuevo Estado. El momento constructivo de la revolución no podía dejarse completamente a la fase posterior al asalto final, comenzaba ahora. Esa fue la gran lección que el había extraído de los consigli di fabbrica que había promovido con tanta esperanza en el Turín de ����, y que no dejaría de desenvolver en sus reflexiones de la cárcel recogidas en los �uaderni. Acaso en ninguna otra parte como aquí se haya reflexionado tan a fondo sobre ese nexo entre fines y medios que debía regir el proceso hegemónico; solo una preocu pación semejante puede encontrarse en otros dos espíritus heterodoxos, en Albert Camus y Hannah Arendt. En los Cuadernos, que forman continuidad con su obra anterior, se elaboró un modo de entender la hegemonía radicalmente distinto al modo populista. �
6 A. Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce,trad. I. Flambaun, Nueva Visión, B. Aires, 1973, p.32 (MS) 7 A. Gramsci, �uaderni del carcere, Torino, Einaudi, 1975, t. II, p. 700 8 A. Gramsci, “Cultura y lucha de cla ses”, en Antología (a cargo de M. Sacristán), México, siglo XXI, 1970, pp. 41-43. 9 A. Gramsci, “Socia lismo y cultura”, en Antología, op, cit. p.15.
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Jorge Ál varez Yágüez
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