La diacronía en psicoanálisis André Green
Amorrortu editores
Biblioteca de psicología y psicoanálisis Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky La diachronie en psyckanalyse, André Green © Les Editions de Minuit, París, 2000 Traducción, Horacio Pons
Ind ustria argentina. Made in Argentina ISBN 950-518-099-3 ISBN 2-7073-1706-3, París, edición srcinal
150.195 Green, André GRE La diacronía en psicoanáli sis.- la ed.- Buenos Aires 2002. 304:p.Amorrortu, ; 23x14 cm.(Biblioteca de psicología y psicoanálisis) Traducción de: Horacio Pons
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en ju nio d e 2002. Tir ada de esta edición: 2.000 ejemplares.
A aquellos que, con el paso del tiempo, se vieron obligados a aceptar que no estuviera ju nto a ellos mien tras escribía es tos trabajos*
* Debo un infinito reconocimientoa Litza Guttieres-G reenporla ayuda que me brindónela puest a a punto definitiva del ma nuscrito. Agradezco igualmente a Philippe Kocher, así como a C. Bécant, M. C. Pridun y C. Nysse n.
En la noche, en tu mano brilló como luciérna ga mi reloj. Oí su cuerda: como un susurro seco salía de tu mano invisible. Tu mano entonces volvió a mi pecho oscuro a recoger mi sueño y su latido, El reloj siguió cortando el tiempo con su pequeña sierra. Como en un bosque caen fragmentos de madera , mínim as gotas, trozos de ramajes o nidos, sin que cambie el silencio, sin que la fresca oscuridad termine,] a sí siguió el relo j cortando desde tu mano invisi ble, tiempo, tiempo, y cayer on minutos como hojas, fibras de t iempo roto, pequeñas plumas negras.
Yo puse mi brazo bajo tu cuello invisible, bajo su peso tibio, y en mi mano cayó el tiempo,
entonces cayó el sueño desde el reloj y desde tus dos manos dormidas, cayó como agua oscura de los bosques, del reloj a tu cuerpo, de ti hacia los países agua oscura, tiempo que cae y corre adentro de nosotros. Y así fue aquella noche, sombra y espacio, tierra y tiempo, algo que corr e y cae y pasa.
Te oigo y respiras, amor mío, dormimos.
Pablo Neruda, «Oda a un reloj en la noche», en na: Bruguera, 1980, págs. 2235.*
Odas element ales , Barcelo-
El autor cita la traducción francesa de JeanFran^ois Reille.
(N. del T.)
1. La diacronía en psicoanálisis ( 1967)
Entre l as orientaciones teóricas re conocidas en lo que se denomina estruct uralis mo, el psicoaná lisis —sería más jus to hablar de cierta tendencia del psicoanálisis, la de La can— se cita con bastante frecuencia. Esta asimilación genera confusiones; por otra parte, el mismo Lacan la rechaza. El psicoanálisis no puede suscribir la reducción de su srcinalida d en la búsqueda de un denominador común con otras disciplinas. La teoría estructural de Jacques Lacan, a fin de cuentas, como, sólo cobra del movimiento psicoanalítico, por losentido demás,dentro debe suceder en cada una de las disciplinas que presenciaron el surgimiento de una corriente estructural. Lo cual quiere decir que la concepción estructural psicoanalítica, en la medida en que su referencia princip al sigue siendo el pensam iento freudian o, no puede conco rdar con el pens amiento estructur alista sino dentro de límites estrechos. A nuestro parecer, uno de los límites de ese acuerdo se sitúa frente al problema de la historia.1 1 En un t rab aj o prece dente («L a psychanal yse devan t l’oppo si ti on de l'histoire et de la structure», Critique, n° 194, julio de 1963), hab íamos comenzado a abordar la oposición de la historia y la estructura a partir del debate abierto entre LéviStrauss y Sartre sobre la diacronía en sus relaciones con la estructura. Habíamos encontrado en el campo psicoanalítico corrientes de inspiración correspondientes (el llamado psicoanálisis genético versus el psicoanálisis estructural) que reproducían el mismo debate. Nuestra opinión, que veía en ello una ilustración de las cuestiones funda men tales del movimiento contemporán eo de las ideas, parece haber sido confirmada por la gran cantidad de estudios que se le dedicaron y las tomas de posición de los principales protagonistas (cf. «J.P. Sartre ré pond», L’Arc, n° 30: «Una tendencia dominante [de la actitud de la joven gen era ción l, al menos, ya que el fenómen o no es genera l, es el rechazo de l a historia (. . .) Pero el estructuralismo tal como lo concibe y practica Lévi Strauss contribuyó en mucho al descrédito actual de la historia, en la medida en que sólo se aplica a sistemas ya constituidos, por ejemplo los mitos»), Los diferente s estu dios que continuaron con el exam en de la cuestión
Sartre vincula la noción de descentramiento del sujeto al descrédito de la hist oria .2Ahora bien, si la noción de descen tramiento no hace sino encubr ir una reform ulación del pen samiento de Freud, no puede sostenerse, sin caer en la pa
siguiero n distin tas orientac iones. Y a fuera que l os autores contribuyeran a pensar la contradi cció n historiaestructura en los términos de los sistema s teóricos de Sartre y LéviStrauss (cf. Verstraetten, Les Temps Modernes, n" 206207, julioagosto de 1963, y Jean Pouillon, L’Arc, n" 26), fuera que la trataran m ás o menos explícitamente en el marco de un reexamen de l a interpre tación de Marx y el marxismo (cf. Louis Althusser , PourMarx, y la crítica de N. Poulantzas, Les TempsModernes, n° 240), e incluso en el de la her me néut ica religiosa con respecto al mito (c f. Paul Rico eur, Esprit, nueva serie, n" 11, y la respuesta del malogrado L. Sebag, «Le mythe, code et message», Les Temps Modernes, n° 226, marzo de 1965); o bien, para terminar, que en el contexto de una obra sobre la arqueología de las ciencias humanas (Michel Foucault, Las palabras y las cosas) fuera objeto de una elaboración. Esta dispersión da testimonio de la generalidad del problema,vista perosocioantropológico? es más aparente quePor real. ¿Acaso sigue siendo punto de otra parte,susieje la no lingüística fue yelaún es uno de los polos esenciales de la discusión, es porque se la toma como ciencia social (Greimas, «La lingüística, ciencia social si las hay..,»). De la misma manera, el conc epto de historia sigue lig ado a su expresión colecti va: historia de las sociedades, de los modos de comunicación, de las ideas. El rec iente artículo de Greima s, «Structure et histoire», Les Temps Moder nes,n° 246, noviembre de 1966, si bien tiene el interés de abordar el problema frontalmente, muestra con claridad que la confrontación sigue estando limitada a historiadores, sociólogos y lingüistas. Todo sucede como si el impacto de la oposición estructura historia no incumbiera al suje to, a quien en ocasion es, sin duda, es forzoso hacer alusión (en la forma de sujeto «translingüístico», pág. 825 del artículo recién citado de Greimas). El m érito de este último trabajo con siste en no encerrar ya el problema en una oposición irreductible. Es indudable que se deja a los psicoan alistas la tarea de tratar este aspecto de la cuestión, en la que ocupa n una pos ici ón de privilegio. Sin embargo, los psicoanalistas no muestran mucha propensión a participar en el debate. Una reunión reciente (Congrés des psycha Revue Franqaise de Psychanalyse nalystes de langues romanes, 1964, XXX, n° 56, 1966), consagrada al examen del psicoanálisis genético, permitió tomar conciencia de la complejidad del concept o de historia en F reud y de las divergen cias que hoy suscita su interpretació n. Nos parece imposible resumir estas discusiones. Remitimos a los informes presentados por R. Loewenstein y E. y J. Kestemberg. Señalemos una fuente posible de confusión en el texto de e stos últimos auto res: ellos llaman estructuralis tas a los psicoanalistas que reivindican las concepciones de Hartmann, que no tiene n nada que ver con el estructuralismo antr opol ógic o o lingü ístico. 2 «La desa par ición o , como dice Lacan, el “des cen tra mie nto ” del sujeto, (L’Arc, está ligada al descrédito de la historia» n° 30, pág. 91).
radoja, que desacredita la noción de historia. En la medida en que modifica y renueva el modelo de la diacronía, Freud supera la concepción tradicional que asocia el desarrollo histórico individual3 a una actividad de superación gobernada por la vo luntad de un sujeto lúcido, libre en sus elecciones y c onsci ente de su volición: sujeto sin verdadera opacidad, recorrido por contradicciones que, al fin y al cabo, siempre s earchihistoricismo resuelv en.4 Así como no se los recopsicoanalistas nocen en la imagen de un integral, tampoco se reconocen en la de cierto historicismo clásico. Podríamos creer que el esfuerzo de algunas interpretacione s del est ructuralismo5 por superar la dicotom ía entre estructura e historia ayudaría al acercamiento con el psicoanálisis, porque ya sostuvimos que veíamos en él el campo privilegiado en que esa superación se cumplió efectivamente, tanto en la praxis como en la teoría psicoanalíticas. Todavía estamos lejos de esa aproximación eventual a lo que constitu ye la especifi dealaesos posici psicoanalítica sobre la significación quecidad asigna dosóntérminos. 3 Y, hast a cierto punto, colectivo (c f. Sigmun d Fr eud, Tótemet tabou, traTótemy tabú, en ducción de Marieléne Weber, París: Gallimard, 1993 [ Obras complet as,Buenos Aires: Amorrortu editores (en adelante AEí, 24 vols., 197985, vol. 13, 1980], y L’Homme Mo'ise et la religión monothéiste, traducción de Cornélius Heim, París: Gallimard, 1986 [Moisésyal religión monoteísta, e n AE, vol. 23, 1980]). 4 No hacem os sino a sist ir aquí a la reaparici ón del argume nto —que, sin embargo, parecía haber tenido ya su cuarto de hora— según el cual, como el psicoanálisis extrae su material de la observación de la neurosis, lo que deduce de ella sólo tiene significación en el marco de la patología. El neurótico no tiene historia. El hombre normal sí la tiene. El psicoanálisis, por l o tanto , no podría decirnos nada sobre la historia, por l o cual no es sorprendente encontrarlo entre los integrantes de ese movimiento estructu ralista. C omo si la contribución del psico análisis se redujera a su inter pretación de la enferm edad y no apuntara al conjunto d e la actividad psíquica humana. El sueño, el lapsus, el acto fallido, el fantasma, ¿son patrimonio del neurótico? No hablemos del complejo de Edipo, pues Sartre cree haberse librado afortunadamente de él ( Las palabras). V éase André Green , «Des mouches aux mots», en La déliaison, París: Les Belles Lettres, 1992, y Hachette, 1998 ¡nota de 19991. 5 Greimas («Structure et h istoire», ar t. ci t.>: tal vez no se a u na c asu alidad que este autor se sienta interpelado por el problema, visto el importante papel que reserva al psicoanálisi s en su semántica estruc tural, sob re todo en el capítulo sobre los modelos actanciales. Sin embargo, Greimas desea supera r» —argum ento sempiterno— el psicoanálisis freudi ano.
Por todas estas razones y otras, inherentes a las discusiones teóricas que se desarrollan en el seno del psicoanálisis y cons tituyen el objeto de divergencias profun das o malentend idos pe rsistentes sobre el tema de la historia y la llamada perspectiva genética, nos parece necesario volver al concepto de diacronía en Freud.
Los elementos de la concepción freudiana de la diacronía En nuestro trabajo anterior, oponíamos dos tendencias del psicoanálisis: un a que valoraba la historia en desmedro de la e structura, por la importancia excesiva que atribuía a la noción de desarrollo y, correlativamente, a las de fijación y regresión; la otra, que privilegiaba sobre todo la sincronía media nte una referencia dominante al d iscurso y el lenguaje, que s e imponían a sí al punto de vi st a histórico. A nues tro entender, el srcen de la oposición reside en el hecho de que la noción de historia est aba representada, demasiado exclusivamente, por la teoría del d esarrollo de la libido. La sucesión de los estad ios oral, anal, fálic o y genital, interpretada en u na versión simplificad a y de fácil manejo , podía suscitar la impresión de defender una maduración biológica predeterminada. Ade más, l a escala de las fijacion es y regresiones podía sugerir sin confesarlo otr a escala, la de los valores cuyo el psicoanalista, ado de hacer ll egar a suheraldo pa cientsería e al nive l «normal» delencarg estad io genital. Es ta nor matividad implícita era tanto menos justificada cuanto que a priori nada indica que el analista mismo haya alcanzado es a cima de la evolución. No es lícito, s in embargo, hace r poco caso de la teoría del desarrollo de la libido y excluirla de un modelo freudiano de la diacronía.6 El error consistió en identificar totalmente historia y desarrollo de la libid o. Por eso nos empeñamos en oponerle la idea de escansión (Lacan), srcinada en la compulsión de repetición que Freud asigna al funcionamiento de la pulsión. Eros es el fruto de 6 Vé ase Bernard Brusse t, Le développement libidinal, París: PUF, «Que saisje?», 1992. |El desarrollo libidin al,B uen os Ai res: Amorro rtu editores, 1994.)
una conquista arranca da a la pulsión de muerte, que tiende a abolir toda tensió n media nte un retom o al silencio definitivo. Todo el ruido de la vida procede de Eros, dice Freud. Pero esta conquista se paga: vuelve a encontrar, dentro de las pulsiones de vida, una tendencia a la conservación, una resiste ncia al cambio, al progreso, en el seno m ismo de la evolución. Sin lo cual la regresión no hallaría u na explicación a su movimiento arrebatador, ni fijación a su poderlade disfascina ción. Coincidentementé, noslaera preciso señalar tinción entre una progresión qu e va de suyo, impulsa da por su propio movimiento, y una sucesión de figuras que sólo resulta n intelig ibles en el marco de una concep ción del sujeto en la que este nunca ocupa el centro de una organización psíquica, sino que es constantemente desalojado del lugar que inviste, solicitado hacia esa otra parte en la que su división lo llama, lo capta, le hace sufrir los espejismos del deseo. Ese sujeto, por lo tanto, es —lo hemos dicho— sujeto barra do,decir sujeto esquiz de la Entzweiung, sujeto, para lo de la una v ez, ia, delsujeto inconscient e. Ahora bien, el inconsciente, dice Freud, es intemporal. Esta noción de intemporalidad se cuenta entre las que suscitaron menos comentarios. Es indudable que, a primera vist a, Freud quiere destacar la indestructibili dad del deseo, su invulnerabilidad ante la prueba del tiempo, su constancia pese a la experiencia ult erior. El inconsciente no extrae nada de la s leccion es de la vida, perdura dentro de la organización significante del deseo. Pero esa permanencia, esa perennidad d el deseo, no se sost iene sim pleme nte en la continuidad. Para est ar prese nte de manera oscura , para organizar en su trama toda la experiencia consciente —lo que las racionalizaciones procurarán justificar en abundancia—, surge en dos momentos privilegiados. El primero marcará la fase del complejo de Edipo del niño; el segundo, la fase genital del período puberal, que inaugura las elecciones d e objetos del adulto. Es te carácter bifásico de la evolución libidinal será un modo fundamental de la vida sexual. Sólo la investig ación del inconsciente permitirá pon er de manifies to las correspond encias, más allá de las datacio nes cronológicas. Entre esas dos fases de la organización sexual reina la represión que borra, más o menos completamente, las huellas de la primera organización edípica que relega al olvido el tiempo de los primeros amores.
Quien dice olvido dice memoria —justamente por lo que no se olvida nunca—, sistema de retención de las huellas mnémicas, que Freud opone irreductiblemente al sistema perceptivo que registra sin conservar nada. Así, desde las cartas a F lies s (carta 52 )7 afirmará que percepción y mem oria se excluye n. En el momen to de la modificación representada por la introd ucción de la segunda tópica, que susti tuye los anteriorespor sistemas del consciente, y el inconsciente las instancias del yo, el el preconsciente ello y el superyó,8 reconocerá las relaciones entre la parte consciente del yo y el sistema percepciónconciencia. Para Freud, la percepción implica una descarga, un agotamiento, una actualización que a su entender prohíben la retención, la elaboración, la transformación y la combinación con los elementos idénticos o diferentes de lo reprimido prisionero de la represión, custodio de un pasado viv iente y nunca perimido. No se ha señalado lo suficiente que la modificación teórica de la segunda imponía, en pro de del conjunto, que setópica adoptara la hipótesis de la la coherencia pulsión de muerte, que tantos analistas continúan impugnando,9 y también la de las huellas mnémicas hereditarias, es decir, la hipótesis de la filogénesis, igualmente rechazada por los an alis tas so pretexto de que los genet istas —me refie ro ahora a los g ene tista s biológicos y no a los psic ólogos que se remiten a la psicología genética del desarrollo— refutan la transmisión de los caracteres adquiridos. Así, la teoría del desarrollo de la libido y los puntos de vista de la regresión y la fijación que implica, la compulsión de repetición c on sus fenómenos de escansión, la intempora lidad del inconsciente que subraya la permanencia del deseo, la evolución bifásica de la sexualidad que, en la progresión del individuo, hace de las elecciones del adulto otros tantos retornos, sin que él lo sepa, a las elecciones de objeto 7 Carta del 6 de diciem bre de 1896, en La naissance de la psychanalyse, tradu cción de An ne Be rman , París: PUF, 1956. [«Carta n° 52», Fragmentos de la correspo ndenci a con Fliess, e n AE, vol. 1, 1982.] 8 S. Freud, «Le Moi et le (Ja», en Essais depsychanalyse, «Petite Biblio théque Payot», nueva traducción, 1981. [El yo y elelloen , AE, vol. 19, 1979.] 9 Aunque muy recien temen te ciertos descubrimientos (apoptosi s) abogan en favor del suicidio celular. Véase JeanClaude Ameisen, «Le suicide cellulaire ou la mort créatrice», en La sculpture du vivant, París: Seuil, 1999 Inota de 1999],
de la infancia luego del silencio de la represión, la oposición entre percepción y memoria y su enlace, una al sistema consciente, la otra al sistema inconsciente y, por último, la hipótesis de las hue llas m némicas here ditari as, constituyen los diferentes elementos que deberán tenerse en cuenta para establecer un modelo freudiano de la diacronía.
El complejo de Edipo: estructura e historia La pregunta que la Es finge le hace a Edipo, no sólo enigma sino cuestión de vida o mue rte, tiene una virtud paradigmática. El he cho de haber comprendido que es el hombre quien camina en cuatro patas en su infancia, sobre sus dos piernas en la adultez y sobre tres en el ocaso de su existencia, nos muestra que el desenvolvimiento de la vida no es progresivo, un orden extrañamente do. Cuatro, sino dos, que tres:sigue tenemos aquí lo que no existeordenaen ningún sistema sucesivo. La significación metafórica nos hablaría en este caso de una manera de volver a describir la trayectoria del ho mbre, desde su srcen animal h as ta la posición erecta y desde esta hasta el uso de la herramienta. También podríamos decir que el Edipo, en la medida en que insti tuy e la diferencia fundamental de lo s sexos y la separación de las generaciones que un e a los padres y los hijos, se divide para dejar lugar a la diferencia pura (la dualidad) y gene ra un tercero a partir de la simple barra de división que separa los términos de la oposición. Se dirá que estos son jue gos de ingenio; sin embargo, in vita n a p ensa r que la solución del problema de la evolución temporal no pasa en el hombre por los caminos de una sucesividad corriente. Ya hemos mostrado que el Edipo nos parece el modelo que debería reemplazar ventajosamente la idea de un suje to pleno , como suj eto del cogito, para sustituirlo, como Freud y Lacan invitan a pensarlo, por el sujeto dividido, sujet o de la Entzweiung, sujeto de la relación con los progenitores. El Edipo, dijimos, es a la vez estructura, es decir combinatoria, en el juego que une al sujeto a la diferencia sex ual de los padres, sujeto de la relación con lo idéntico y lo diferente y también sujeto de la historia; implica el de sfasa je d e las gene racio nes, ya que cualquier reducción de la d is-
tanda que separa las edades es imposible. Edipo mata a su padre y se casa con su m adre gracias a la reducción de la se paración de las generaciones. De niño, no tiene posibilidad alguna de alcanzar ese resultado. El carácter de esta búsqueda sin fin es la condición trágica del complejo de Edipo. «Cuando yo sea el padre de mi p ad re ...», decía un niño. Los antropólogos reconocieron en el tabú del incesto una condición muy general a la cual un a explic que ma les parece suficiente. Es e tabú seríadan la condi ción deación un siste que permite e l intercambio o el don . Antaño, las teorías que hacían de la presciencia de los inconv enientes de la consanguinidad la causa del tabú eran objeto de burlas. La teoría que no quiere ver en esta regla más que las condiciones de una combinatoria me parece igua lmente criticable, como si la búsqueda de una fórmula que rigiera el siste ma de alianzas pudiera explicar un tabú. Se asigna menos valor a la otra cara de la organización edípi ca, la ilustrada por el tote mismo, llamado «presunto totemismo» por LéviStrauss.10 Sin querer aquí tomar partido en la controversia antropológica, mencionaremos el ritual funerario, esa celebración del padre muerto, del padre desaparecido para siempre, del pa dre cuyo favor se trata de ganar, un favor que da testim onio de la omnipotencia proyectada sobre él en el más allá. Podría decirs e, e n realidad, que si lo reveren ciado es su memoria, lo buscado es su olvido: olvido de las ofensas, las innumerables ocasiones de venganza, los deseos de muerte de los que fue, por su situación de padre, inevitable objeto. Eros encuentra su expresión en la prohibición del incesto; pero la represión borra las huellas de los años que enlazaban en un solo amor a la madre y el hyo, cuyo recuerdo sólo conserva el inconsciente. El interdicto garantizará su imposible retomo. La pulsión de muerte esta rá en acción en el ritual funerario, cualquiera sea la forma que este adopte, to témico o no; ese ritual hará resurgir la memoria del desaparecido. La prohibición del incesto borra la unión con la madre que se conjurará medi ante el mat rimonio con otra; el ritual funerario apaciguará la desunión con la muerte, cuya memoria se celebrará. Vemos aquí, una vez más, l a diferencia radical entre el estruc turalismo y el psicoanálisis. El priCf. Le totémisme aujourd’hui, París: PUF, 1962. actualidad , México: Fondo de Cultura Económica, 1965.] 10
[El totemi smoen la
mero atribuirá un interés excepcional al sistema de parentesco, porque este demuestra una combinatoria indiscutiblemente inconsciente. El psicoanálisis prestará mayor atención a los procesos de borradura y resurrección de las hue lla s, tan to del incesto como del parricidio. En Moisés y la religión monoteísta, Freud dice: «En sus consecuencias, la distorsión de un texto se parece a un asesinato: la dificultad no consiste en perpetrar el acto sino en deshacerse de sus huellas».
El objeto: e l duelo y l a sutu ra El duelo e s la condición de la memoria. El pa so de un objet o a otro —el proceso de sutura en el que se inte res a la lin güística estructural en el estudio de la sintaxis y la gramática— es en psicoanálisis inseparable del corte.suturados, Este no sólo está presente en el espaciado de los términos paus a o detención, como l o marcan la má quina de escribir o la impresora mediante un signo que es necesario pulsar para separar un a palabra de otra. El blanco del que habla el psicoanálisis es el producto de una borradura, una pérdida. Así, la evolución libidinal no sólo está puntuada en su totalidad por eso s blancos de un esta dio al otro: oral, anal , fálico y después, mucho después, genital; los momentos fecundos se elaboran en tom o de un trabajo de duelo. Para que intervenga el principio de realidad, es procuraba necesario —recuerda Freud— que el objeto que antaño la satisfacción se haya perdido. Duelo de la madre o de su pecho. Para que la angustia de castración sea, si no superada, sí al menos enfrentada, el reconocimiento del órgano genital femenino debe implicar el duelo del pene de la madre. Para que se abran las vías de la sublimación, es preciso que el duelo de la pote ncia paterna sea sucedido por el reconocimi ento de la Ley en la cual re sucita el significante fá lico. Cada uno de estos du elos e s el producto de un trabajo, y est e trabajo de sig nificación es en sí mismo el resultado de una pérdida. Por ello, el reencuentro sólo podrá producirse por conducto de mediaciones que hagan intervenir la identidad o la diferencia. Pero esa pérdida es la cond ición de la puesta en jue go de un sistema de transformaciones del significante y el esta-
blecimiento de t odo un registro de significantes, ya sea n del orden de las represe ntaciones de palab ra, de las repr esentaciones d e cosa, de afecto s o de estad os del cuerpo propio. Las estructuras en las cuales se expresan esos significantes: sueño, fantasma, reminiscencia, recuerdo, acto fallido, serán otras tantas formalizaciones de ese sistem a de huellas que podrá descifrarse en pa rte con la ayuda de la combinatoria, lo cualque nunca será suficiente para pues habrá rec urri r necesariam ente asuladilucidación, búsqueda, bajo lo s ves tigi os, de la borradura de la s hu ellas . Así se devela una de las ambigüedades del uso común del término «significante» por los estructuralistas antropólogos y lingü istas por un lado y los psicoana listas por el ot ro. Para los primeros, es un sistema homogéneo del que está excluida cualquier consideración de datación histórica o procedencia y en e l cual e l texto interrogado debe juzga rse como si fuera total, sin elisión ni alusión. Para los segundos, suslaelementos sonnoheterogéneos además, el develamiento de estructura puede hacery,abstracción de lo que fue barrado, censurado, elidido, borrado en ella. Es un texto la cunar, donde la sutura e s a veces m ás e locuente en el plano de sus blancos que en el de su discurso. Cierta orientación del psicoanálisis comparte con el estructuralismo un a concepción del suj eto en l a que e ste deja de asimilarse a quien habla. El sujeto, como dice Lacan, es hablado. Sujeto de la enunciación y sujeto del enunciado no se confunden. Aquí, es el proceso de significación, va le decir, la operación por medio de la cual la sutura de los términos que crean sentido revela el sujeto del inconscient e. Siempre quedará, sin embargo, el foso imposible de llenar de la represión, e sa operación que no es sólo obra de memoria. Esta permite extraer de su fondo los elemen tos de la sutura, pero esconde ta mbién el trabajo del olvido, de lo que se sust rae a la sutura y le falta cuando se constituye el texto del discurso. El verdadero descubrimiento del psicoanálisis no consiste únicamente en haber mostrado que el sueño, el fantasma, el acto fallido, el síntoma y la neurosis tienen sentido o que lo esencial de la vida de un sujeto determinado devela un orden, sino en haber sabido poner de relieve que ese orden, esa organización latente, lleva también la cicatriz de una n ega tiva , un rechazo, una barra. El hecho de que la mediación del siste ma sea el camino para llegar a ese descubri-
miento y que en su le y se confunda incluso con la ley del deseo —la regla—, no hará olvidar que la organización sig nificante se constituyó al precio de una transgresión camuflada, y que también a l precio de una transgre sión (la elimin ación de las resistencias) se efectuó el develamiento.
La historia: ontogénesis y filogénesi s «Lo que ense ñam os al sujeto a reconocer como su i nco nsciente es su historia; va le decir qu e lo ayudamos a perfeccionar la historización actual de los hechos que ya determinaron en su existencia cierto número de “puntos de inflexión” históricos. Pero si tuvieron ese papel, fue ya en cuanto hechos de historia, esto es, en cuanto reconocidos en cierto sentido o censurados en cierto orden».11 Es Lacan quien se expresa así en un texto en el que, sin embargo, se reconoce bast ante solidario del ru mbo estructuralista. En consecuencia, ahora conviene pre gunta rse sobre ese orden que dicta el curso de los acontecimientos inscriptos y de las represiones. No evitaremos aquí las insuficiencias de una posición estrictamente ontogenética. Como ya vimos, esta asigna la preeminencia a lo más remoto, lo más antiguo. Primitivo y primordial son uno. Y se comprende que la fascinación del Ur alemán ( Urszene , Urverdrangung, Urfantasie) haya invitado a esa conjunción. Se comprende, también, que algunos traductores recien tespor prefier an otras denominaciones reemplacen «primitivo» «primordial» para marcar lay difer encia .12Ya tuve la oportunidad de se ñal ar que el proceder ontogenético equivalía siempre, al fin y al cabo, a considerar la fijación oral (la más antigua) como responsable de todos los males, lo cual anulaba el interés de las fijaciones en las f ases ulteriores y abrí a así la puerta a todas las confusiones, en clínica y en teoría .
11 Jacq ues Lacan, «Foncti on et cham p de la parole et du lang age en psy chanalyse», en Ecrits, París: Seuil, 1966. («Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis", en Escritos 1, México: Siglo XXI, 1984.) Vocabulaire de psychanalyse,París: 12 J. Laplanche y J.B. Pontalis, l’UF, 1967. |Dicciona riode psicoaná lisis,Barcelona: Paidós, 1996.1
En una carta a Marie Bonaparte del 16 de junio de 1926,13 Freud desdeña los prototipos anteriores de la castración: nacimiento, destete, adiestramiento esfinteriano. Más exacta mente, subordina el valor de su alcance a la c astración que, sin embargo, los sucede. «Puesto que sólo el pene e s portador de la colo sal investidura narcisista». Esto i nvi ta a reflexionar sobre el orden del que habla Lacan, que no remite, por cierto, ni al tiempo de los relojes ni al del calendario. Freud ya había señalado, además, el valor que atribuía a la noción de fantasmas srcinarios, primitivos (o primordiales), para él adquiridos por herencia. Para nosotros es más importante comprender por qué insis tía en proporcionarles un status semejante que plantea mos s i una transmisión de ese tipo es aceptable o no en el estado actual de la ciencia. El hecho de que Freud haya colocado esos fantasmas primitivos (o primordiales) en posición de «significantes clave» (Lacan), ordenadores de todo el sistema de las represiones posteriores, orden humano. Como a lo largodevela de todasusuconcepción obra nuncadel había negado el papel de la herencia, esa memoria de la especie, a la sazón resul taba necesario que nos pusiera al tanto de la naturaleza de lo que se transm itía. En consecuenc ia, nos enteramos en la ocasión de que esa s huella s m némicas no conce rnían a «tendencias» o «predisposiciones» sino a temas estructurados: a saber, la esc ena prim itiva (o primordial), la esc ena de seducción, la castración.14 De manera más precisa, Freud indica en varias oportunidades en El yo y el ello y más adelante, en las última s obras (Esque ma del psicoa nálisis, Moi -
fe andwork ofSigmund Freud , eva Yo rk: Basic 13 Ernest Jones, The U Nu Books, 1957, vol. 3, pág. 475. (Traducción francesa: La vieet l'ceuvrede Sigmund Freud, traducción de L. Flournoy, París: PUF, 1969 (nota de 1999].) [Vida y obra de Si gmund Freud, Bu enos Aires : H ormé, 1989, 3 vols. ] 14 «Nu estra atenció n debe centra rse, en primer lu gar, en las re percusiones de ciertas influencias que, si bien no se ejercen sobre todos los niños, son no obstante bastante frecuentes: abusos sexuales perpetrados por adultos, seducción por parte de otros niños más grandes (hermanos y herman as) y, cosa que no era de esperar, imp resión producida por la participa cióñ co mo testigo auditivo o visual en las relaciones sexu ales en tre adultos (entre los padres) , y ello en una época de l a vida en que escen as sem ejantes sup uestam ente no suscitan ni interés ni comprensi ón y no se gra ban en la memoria» (Sigmund Freud, Abrégé de psychanalyse, traducción de Anne Berm an rev isada por J. Laplanche, París: PUF, 1978). [ Esquema del psico análisis,en AE, vol. 23, 1980.]
sésy la religión monoteísta), que la f ilogénesis no se lim ita a los contenidos del ello: también el superyó lleva su marca profunda. E l modo en que se forma el ideal del yo, como producto de la espera, de la nostalgia por el padre, germen a partir del cual s e fundan las religiones, debe ponerse en relación con la parte filogenética de un factor cultural que afecta a todos los individuos.15 quetestaru se pretendió por eru-dito,Louna dez de tomar anciano ,16una se reexcentricidad vela ante u nadelectu ra atenta como una exigencia profunda para la coherencia de la teoría. Sabemo s que, de todos modos, un hondo abismo seguiría separando a Freud de Jung. Lo trazado en el ello nunc a se expr esa directamente al margen de los circu itos de la experiencia: es preciso que el yo lo haga suyo y lo viva por sí mismo, a título individual. Pero todo sucede como si, en esos «significantes clave» de los que hablábamos, cuyo poder metaforizante e s considerable, el mínimo de experiencia provocara por sí solo el máximo de efectos. 15 En es te mome nto se debe ac larar que Freud ve en es os con tenidos fil o genéticos del superyó la especificidad de la especie humana. Se niega a atribuir esa especifici dad a la estructura del yo h umano, ta l como podr ía oponérselo, por ejemplo, al ello. La diferenciación yoello no califica al hombre sino a los organismos más simples. En consecuencia, el fundador de lo humano ser ía el superyó humano, srcin ado p or su parte en las experiencias ligadas al totemismo (véase «Le Moi et le Qa», op. cit.,pág. 249 y sigs.). ¿No se puede c omparar aquí est a opinión de Freud con las conclusione s de LeroiGourhan sobre la existen cia de una «rel igión» en el hombre de la prehistoria? Es necesario aclarar, de todos modos, el sentido que Leroi Gourhan asigna a la palabra reli gión (qu e se niega a distinguir de la magia, por falta de datos objetivos): «está simplemente fundada en las manifestaciones de inqu ietudes que parecen trascender el orden materi al» (An dré LeroiGourhan, Religión de la préhistoire, París: PUF, 1964, pág. 5 [Las religiones de la prehi storia,Barcelona: Laertes, 1994)); «testimonio de un comportamiento q ue va m ás allá de la vida vegetativa» (ibid.,pág. 143) . Eso es lo que debería prevenir cualquier crítica de una introducción a priori de eleme ntos esp iritualistas. Se trata, en esencia, de expl icar la c onexión entre el orden material y el orden simbólico. No es una coincidencia, sin duda, que esta «religión» se manifieste sobre todo a partir de los datos que incumben a la muerte y el simbolismo gráfico. El hecho de que este simbolis mo se establezca a parti r de la representación de la diferenci a de los sexos tampoco asombra al psicoanalista. 16 Cf. su correspondencia con Jones sobre el tema y cómo justifica en Moisésy la religión monoteísta el mantenimiento de su tesis a pesar de las invalidaciones de la ciencia.
Ya en 1914 exp resa Freud una idea análoga en s u artículo sobre el narcisismo, e n e l que pone al descubie rto la doble vida de todo individuo, que es en sí mismo s u propio fin y, no obstante, s igue sometido a la cadena de la especie de la que no es más que un eslabón «co ntra su voluntad o al menos sin su concurso». El individuo toma la sexualidad como una de sus metas y, visto desde una perspectiva a otra escala, «alquila sus fuerzas por unaque prima de placer», simplehace vector de la sustancia inmortal durante un momento una parada en él, así «como el primogénito de una familia sólo posee temporariamente un mayorazgo que lo sobrevivirá».17 Si en es ta afirmación apenas hubiera po co más q ue una reflexión trivial sobre la opos ición entre la especie y el individuo, todo esto no tendría mucho interés. En rigor de verdad, Freud quiere señ alar a cualquier pr ecio la insuficiencia de un a perspectiva «evol utiva» estric tament e individual, de estilo ontogenético. mismo es su másvividas severo contradictor cuandoPuesto apuntaque queél las experiencias por el sujeto no se relacionan con sus consecuencias y que, por lo tanto, es necesario darles una explicación que ju stifi que la despro porción entre las causa s y los efectos. Por último, vemos que Freud pone distancia con respecto a cualquier teorización psicológica que sitúe al sujeto en su centro, moviendo los hilos del deseo para lograr sus fines. El individuo est á doblemente sometido , por la naturale za mism a de la sexualidad que, más que padecer, ejerce a título personal, y porque sirve a la especie, «alquilándole sus fuerzas por una prima de placer» en concepto de vector, de hu éspe d receptor cuya función es asegurar la sutura de las generaciones. A decir verdad, lo que Freud establ ece por ese medio, que recuerda el carácter bifásico de la evolución sexual del individuo en la dimensión diacrón ica, es la existenc ia de un cli vaje en e l sen o mismo del m omento sincrónico. Con la oposición de la ontogénesis y la filogéne sis, del indivi duo y la es pecie, Freud introduce en el tiempo del sujeto otro tiempo que no es e l mismo, desplegado en otra parte do nde es inac17 Sigm und Freud, «Po ur introduire le narcissisme», en Essais de psy chanalyse, . op cit.[nota de 1999]. [«Introducción del narcisismo», en AE, vol. 14, 1979.]
cesible: tiempo de la memoria, tiempo d el a sesin ato del padre primitivo y, para terminar, tiempo de l Otro. E se tie mpo del Otro se m anifie sta en e l efecto de barra que atrav iesa al sujeto. En él se puede reconocer la acción de la represión: condena, negativa, renegación, rechazo ante el Otro. Así, el complejo de Edipo del sujeto escapa a su libre disposición, pero es vivido en la contemporan eidad de lo que está en acción en uno de padres frente al hij o,con lo cual se denomina torpemente conlos traed ipo, por analogía la contratransferencia. Se debe recordar además que el contraedipo del padre en el hijo no es en sí mismo más que la escan sión repetitiva de su propio Edipo, el que lo unía, cuando era niño, a sus propios padres.
La intemporalidad del inconsciente Se comprende mejor qué se oculta bajo la expresión «intemporalidad del inconsciente». Intemporalidad, dijimos en primer lugar con referencia a la indestructibilidad del deseo. Pero no es suficiente. Así se explica con claridad lo que no desaparece bajo los efectos del tiempo. Pero frente a esta intemporalidad persiste el interrogante de cómo pudo hacerse temporal a través de la memoria d el inconsciente, a la vez que seg uía calificándose de in temporal. En efecto, si sólo se tratara de la perennidad del inconsciente, Freud habría hablado a Para su r especto i ntemporalidad. hablarde deuna esta,eternidad es precisoy no quedelauna cuestión no interese únicamente al futuro como fin, sino también al pasado como srcen. Por esa razón también aquí es necesaria la hipótesis de las huellas mnémicas para superar las impasses del punto de vista ontogenético. No puede hablarse de un srcen porque, antes de la aparición de un fenómeno, antes de su actualización, el programa diseñado por las hu ellas mnémica s estaba presente, inscripto ya en el dese o de los padres. Pero no puede decirse, sin embargo, que si nos remontáramos en las generaciones llegaríamos a una eternidad abstracta, porque la experiencia de la actualización individual es irreemplazable, necesaria, y tiene un valor, no simplemente revelador, sino verdaderamente fundador. Su efecto se producirá a partir de ella, en el terreno de
la experiencia personal y no por una trascendencia que la haya inscripto como fatalidad. Y el psicoanálisis, sin duda, debe apuntar a lo que el analizante tiene de más propiamente singular. Esta singularidad, sin embargo, coincide con lo universal. No hay forma de hablar de un srcen, porque es te no se confunde con la experiencia, en sí m isma e nmarcada por losalsignificantes clave. No hay que forma legar ese srcen plan o de la especie, puesto sindesureactualización individual no es sino una virtuali dad. Así, la intemporalidad es un concepto que debe su consistencia al hecho de escapar tanto al problema de la destrucción por el tiempo, como al de la creación por el tiempo. La intemporalidad libera del lazo con los orígenes, así como del lazo con los fines. Califica el inconsciente humano porque lo atraviesa de uno a otro lado en la sucesión de los progenitores y los engendrados; estos últimos, a su vez, s e convertirán en aquellos al dar srcen a otros eng endrados. Esto no significa decir que la categoría del t iempo se disuelve e n ella, sino que se pliega a las exigencias de un modelo tan abierto y rico como el del espacio según lo develó la e struc tura, y c uya organización es compatible con la ubic uidad y la heterogeneidad, luga res de pasaje del significante. Tendido entre un lí mi te que no es un srcen y otro que no es un fin, el inconsciente perdura . E stá entonc es «fuera del tiempo» a la vez que es resistencia al cambio. La paradoja consiste en que esta resistencia al cambio como rechazo de la extinción se convertirá, en la cura analítica, en resistencia al develamiento de la organización significante. Lo que desea ser e s, en cuanto es —aun que ese ser lleve en s í el germen de s u propio fin— ser de noser. Vemos por lo tanto que aun en esta duración del inconsciente que rechaza la cuestión de la temporali dad hasta anular sus efectos, damos con una categoría semán tica que escapa al modelo corriente del tiemp o psíquico, pues lo que dura no parece servir aquí más que a su desvanecimiento por el corte con el ser. Constatamos, también, que cualquier discusión concerniente al concepto de inconsciente sólo pue de avanzar si pone enju eg o la dialéctica de las pulsiones de vida y las pulsion es de muerte.
Necesidad y deseo El orden del signi ficante Con frecuencia, si no siempre, la perspectiva ontogené tica estricta va a la par con una perspectiva biológica, que a partir del terreno de las primeras necesidades se esfuerza por explicar la gén esis y el progres o de una e volución hacia lo psíquico. Tomado como modelo fundame ntal, es te rumbo abre una disensión sobre el espíritu de la obr a freudiana. Es sabido que Lacan destacó particularmente la distinción entre necesidad y deseo. Nuestro comentario, sin abandonar el marco que nos fijamos —el estudio de la diacronía en Freud—, inten tará mostrar qu e la falta de coincidenc ia en tre esos dos órdenes es tanto más sorprendente cuanto que están efectivamente liga dos. Dos proposiciones para ilustrarlo: 1. Lo que crea la insatisfacción de la necesidad no se anu la mediante satisfacción. 2. Lo quesu crea la satisfacción de la necesidad no se anula por el hecho de eliminar s u in satisfacció n.18 La meta de la primera proposición no es afirmar que la necesidad siempre es insatisfecha, sino que en esta oportunidad se srcina otro campo. Con el movimie nto med iante el cual se da un impulso —el generado p or la insatisfacción de la necesidad—, se abre un campo que la acompaña, porque aquella , para ser percibida, debe señala rse por medio de signos: gritos, llanto, Al margen, algo delinmed ordeniata del significante s e managitación. ifiesta en ella. La experiencia no los distingue porque parecen soldados uno al otro, pero en realidad constituyen dos campos heterogéneos entre sí y tendrán un destino diferente. Mientras que la respuesta apaciguado ra de la satisfacción la hará desaparecer, los s ignos, por su parte, tendrán un futuro muy distinto: se convertirán en dotación de sentido por el Otro obligado a reconocerlos y responderles. Aquí, el significante no tendrá la función de un lujo gratuito —el excedente de la necesidad— ni la de una trasc endencia indiferente a los hech os; será el agente, el testig o de 18 Las líne as que sigu en desarrollan un pensa mien to centrado en el apuntalamiento, aunque el término no se utilice [nota de 1999).
una organización de otro orden, que va a seguir sus leyes volviendo a recor rer las huella s anteriores, que sólo pueden organizarse si se reconoce ese status de significante como tal; este incluirá categorías tan ajenas a la necesidad como las de la incompletud, la ausencia, la fragmentación, la inversión (en su contrario o contra sí mismo), la duplicación, etc. En todo caso, se situará como derivación con respecto a la experiencia de la como insatisfacción de la necesidad. Pese a haberse constituido camino independiente, el significante ma ntendrá con la necesi dad, no obstante, ciertas relaciones que lo marcarán: el carácter imperativo y la urge ncia que fundan su obligación y dan cuenta de su función, tan fundamen tal en el orden de lo s imbólico como lo es la nece sidad en el orden de la vida. Con la segunda proposición examinamos lo que ocurre cuando se da la respuesta adecuada que elimina la insatisfacción de la necesidad. Esa respuesta no se limita a una aboliciónsede la tensión, en la ocual el sujeto en estado de del repleción impregna porosa esponjosamente del don Otro. Pues en esta oportunidad aparece algo que no estaba invitado a la cita: el placer. En consecuencia, hay aquí un hiato entre la necesidad y el pla cer. Puede pensarse que este último aparece una vez que termina la insatisfacción de la necesidad, y la formulación de Freud a menudo puede hacerlo creer. En realidad, el alivio —la cesación del displacer— es cu alit ativ am en te diferente del placer. Lo importante es que esta falta de equivalencia apa rezca en el momento de su coincidencia. También en este caso los dos órdenes de fenómenos están tan estrechamente soldados entre sí que se confunden. Pero, el surgimiento del placer genera un campo homólogo al del significante, pues con ese placer se abre la virtualidad del deseo. Recordemos la definición que da Lacan del fantasma: lo que hace que el placer sea apto para el deseo, y habremos obten ido así la pu esta en relación del orden del significante con el del deseo. El placer y su deseo posible fundan el yo mediante dos acciones que se producen a un tiempo: por un lado, el yo se revela a sí mismo como formación descentrada: el sujeto está aquí en el movimiento alternante centracióndescentra ción; por el otro, el dese o gene ra una retroacción de la sa tis facción sobre el sujeto. No sólo reúne lo que se vi vió durante la satisfacción, crea el orden por el cual el sujeto va a incli-
narse a esperar, anhelar, aspirar a renovar la experiencia que surge en el psiquismo al margen de su voluntad (el fantasma). La extinción de la necesidad está condenada a su repetición ulte rior indefinida; el placer no puede reducir se a una experiencia consumativa. El placer y el deseo han generado las condiciones de una organización, en la que se corresponden el sujeto y el Otro; la anticipación del sujeto que le se hacdese e demandar al Otro se vive enel la condyici en que aquel a desea nte. Al empalmar signo elón place r, el deseo permite hacer del significante «lo que representa al sujeto p ara otro significante» (Lacan).19 El desenlace de la conjunción entre el orden del significan te y el orden del deseo crea las condiciones de la Entzweiung del sujeto y la constitución a la vez de un yo ideal —núcleo de satisfacción idealizada— y un ideal del yo, instan cia de autoevaluación y exigencia de renuncia p or autosuficien cia narcisista. El campo de la ilusión, campo de lo ideal, es también campo adenuestro las primeras del yo. mostrar la Lo esencial, juicio, ficciones es haber podido solidaridad y la independencia del orden de la necesidad, por una parte, y del orden del significante y el deseo, por la otra. Su relación de sucesión parece hacer que uno derive del otro, siendo a sí que su conexión temporal se caracteriza por la ambigüedad, gracias a lo cual estarán ligados. Pero, como consecuencia, es lo que les otorgará su distinción y aseg urar á el pleno desarrollo de los efectos que caracterizan el orden humano: significante y deseo.
Experiencia y significación Así, nos parece que las relaciones del significante y el deseo s itúa n con claridad el campo donde Freud pretend e ubicarse. Y este se consagró a generalizarlo «más allá» de la histo ria individ ual, a fin de dar a su objetivo un alcan ce más global, cuyos límites se confunden con los de la humanidad. Por freudianos que seamos, no llegaremos al extremo de 19 Dejam os aquí de lado el aspecto mencionado anter iorme nte, s obre la pérdida del objeto de la satisfac ción que, stricto e snsu,hace imposible toda repetición y barra el deseo.
sostener que hay que seguir a Freud contra la biología de nuestro tiempo. Pero a la sazón es preciso, al menos, que nos esforcemos por reflexionar sobre nuestros modelos genéticos, para salir de l os atolladeros en que se estanc a nue stra reflexión. La fuente de inspiración estrictamente ontogenética se apoya sobre una concepción de los fenómenos psíquic os que se interesa su datación en individual. una perspectiva ex cluyente deen todo lo que nohistórica, es de srcen El interroga nte del «¿cuándo?», que ator menta a los inv estiga dore s de es e ámbito, compete al mismo orden de problemas que el «¿dónde?» de los científicos dedicados a se guir los es labo nes de la cadena organización cerebralorganización psíquica. Ahora bien, en el Esquem a Freud insiste en la discontinuidad fundamen tal entre los dos términos de e sa cadena. ¿No podemos pensar aquí que el modelo teórico del inconsciente depende de una experiencia espaciotemporal que debe, tantodiscontinuidad en el caso del semejante? tiempo como del espacio, ser objeto de una Discontinuidad en la relación qu e une al sujeto a la especie, así como discontinuidad de las distintas fases de la experiencia individual. Cuando se afirma, por ejemplo —cosa que resta discutir—, que la ontog énesis recapitula la filogéne sis , no s e nos ocurre preguntar: «¿Cuándo empieza la filogénesis?». Lo importante aquí es el establecimiento de un sistema de correspondencia de valores ligados —que adquieren de tal modo una coherencia reforzada por el elemento de repetición que exhiben— cuya significación sólo se sostiene en la instauración de relaciones. ¿No es la misma relación la que surge entre las vicisitu des de la cura y los sucesos del pasado, insertados unas y otros en un conjunto en el cual una serie se comprende únicamente gracias a la otra? Aun si nos m antenemo s en los límites de una concepción ontogenética, lo que caracteriza la posici ón del psico analista es lo que este decide explicar de ella, sólo susceptible de aprehenderse en la relación repetitiva, que implic a neces ariamente, más que la observación directa, la escucha indirecta. En efecto , lo que está en entredich o no es pat ente a los sentidos sino únicamente al sentido, que es puesta en relación. Así, e l psicoan alista a la escucha del paciente no busca acontecimientos en bruto,.consignados y sepultados bajo la
influencia de la represión. Una lectura atenta muestra con claridad que Freud está a la búsqueda de traumas históricame nte datados —el contenido de los Cinq psychan alyses* nos persuade con facilidad de ello—, pero esto exige una interpretación. En una carta a Pfister escribe lo siguiente:20 «Puesto que t odas las represiones afectan recuerdos y no experiencias; estos últimos serán, a lo sumo, “reprimidos en el
aprés-coup”». motivos, entonces, para recordar la importancia de laHay estructuración nachtraglich —aprés-coup — que escinde el momento de la experiencia y el de la significación. Aun si nos limitamos al registro estricto de la ontogénesis y rechazamos la h ipótesis de las huellas mnémicas en el nive l del ello de las experiencias renovadas de g eneración en ge neración , refugio de los residuos —dice Freud— «de innumera bles yos», podremos reconocer en e l espacio de la vi da de un individuo las huellas dejadas por «innumerables yos como vestigios de los recuerdos de experiencias reprimidasPara en elcoaprés-coup». mprenderlo mejor, ha y que admitir la no conte mporaneidad de la experiencia y l a significación. Lo ilustra remos mediante un desarrollo a partir de dos proposiciones: 1. El momento en que eso sucede no es el momento en que eso se significa. 2. El momento en que eso se significa no se aprehende como momento a ctual sino como retrospección a través de la identidad y la diferenci a. El momento en que eso pasa no brinda nada más que una posibilidad de significarse. Posibilidad cargada sin duda de una anticipación, pe ro la mayoría de las v eces impue sta, sufrida o, si se in viste activamente, efecto que captura al sujeto fijándolo en la s ituación. Pa sa algo. Podría pasar algo distinto. Sin embargo, no podría pasar cualquier otra cosa, porque algo pasa. Pa sa l a posibilidad de pasar a otra cosa. Y, * Edición franc esa que reúne lo s casos de Dora, el pequeño Hans, e l Hombre de los Lobos , el Hombre de las Ratas y el pr esidente Schreber. ( N.
del T. ) 20 Car ta del 10 de ener o de 1910 de la Corresp onda n.ee de S.Freud avec le pasteu r Pfister. 1909-1939,París: Gallimard, 1966, pág. 65. Sobre el tema de la escansión repetitiva, remitimos a nuestro artículo precedente (Critique , n° 194).
de hecho, para que es e algo distinto llegue a pasar, e s preciso que lo que pasó no haya pasa do del todo, que entre lo que todavía pa sa y lo que ya p asa pase algo que no puede ser el adve nimi ento de lo que pasó después —dado que esto borraría por completo el pasado— de lo que pasó del pasado, sino únicamente un adelanto, un pago anticipado a cuenta del pasado; y es preciso, además, que ese pasado permanezca en el pasado, es decir, que haya marcado con su presencia un lugar del cual s e retira designándolo para pasarlo a otr os ocupantes que deben algo a sus antecedentes. Por ello, lo que va a p asar sólo puede s er vivido como deslizamien to hacia e sa borradura por una identidad o una diferencia que tendrán importancia en cuanto no pasó cualquier cosa, sino que ellas significan el pasado retroactivamente. Pero lo que sigu e no es toda diferencia o toda identidad. La primera aboliría el pasado anulándolo, la segunda se confundiría con él. Lo que pasa a continuación entraña, por tanto, la coincidencia la identidad la separación de lalodiferencia que pueden de variar entre unomínimo y un máximo. Pero para el lo será n neces arias varias operaciones de identidad o de diferencia. ¿Entre qué y qué pasa lo que pasa a continuación? Entre identidades y diferencias. Así, esos in numerables yos son constitutivos de la experienci a, y la significación que se les confiere de manera retroactiva no actúa nunca durante la experiencia misma, que no es sino potencialidad de significación. Anticipación, dirán algunos, pero anticipación que carecerá de una mitad de la pareja para que se marques la icación. que Se advierte q ue as í intentamos liberamo designif una impasse es a menudo aquella en que continuo y temporal se confunden. La separación del tiempo de la significación y el tiempo de la experiencia —que se superpondrán con stan teme nte— med iant e el es paciado, el amojonamiento de las etapas, nos instala en lo discontinuo, necesario para la constitución de toda cadena significante pero , adem ás, hace funcion ar en ellas la Iden tidad y la Diferen cia como conceptos y ya no sólo como acontecimientos psíquicos. Se comprende que los esfuerzos de datación de las vicisitudes del desarrollo dejen al margen la cuestión de las r elaciones entre el s ignificante y el dese o. Freud, en una carta a Fliess (n° 125), parece retractarse de su proyecto inicial de poner en paralelo la fecha de un trauma con los diferentes
tipos de neurosis.21 Del mismo modo, ya no resulta pertinente preguntarse si a tal o cual edad un niño puede razonablem ente s er afectado, como lo sostien en los psic oanalistas , por lo que sucede a su alrededor. A menudo, el mome nto de la significación sólo se alcanza plenamente en la cadena signifi cante vivida en la transferen cia que permite una interpretación constructiva22 más que reconstructiva de él. Pues —insiste Freud— no se trata de descubrir lo que está presente, intacto, oculto bajo el manto de la neurosis, sino de construir un sentido hasta aquí jamás salido a la luz en su forma significativa.
El sujeto y la concatenación El hecho de que el sujeto sea aquello que, en la cadena, responde a la constitución p or el movimiento de repre sentación y exclusión, que J.A. Miller reconoció en la lógica del significante ,23 se aplica aun más a la historia. Si esa lógica no es la totalización orgullosa de un sujeto constantemente en posesión de su s medios y amo de sus fines, lo cual va a la par con el dominio de su historia , y tampoco es, a la inver sa, ese vagabundeo incoherente e incluso esa perseverancia en una tradición, sino que se engendra, al contrario, al enunciarse e n la constitución del sujeto en su relación con el discurso, se abre un nuevo campo. Sin hacerla suya, Lévi Str aus s24Señala se v ale la dediferencia la noción de proces o, opuesta de es tructura. entre ambas desde aellapunto de vista del observador: este sólo puede develar la estr uctu ra si se ma ntiene en su exterior, mientras que el pro ceso se 21 «En una primera y g rosera ten tativ a en la época en que procuraba impetuosamente forzar la ciudadela, creía que esa elección dependía de la edad en que se habían producido esos traumas, del momento del incidente [alusión a la carta del 20 de mayo de 1896]. Hace tiempo que abandoné e sta idea» (S. Freud, La naissance de la psychanalyse, op. cit., carta a Fliess del 9 de diciembre de 1899). 2es, 2 Cf.prob Sigm und Freud, «Constructions analyse» (1938), Résultats, idé lémes I,Itraducción de J. Lap enlanche y otros , París:enPUF, 1985. («Construcciones en el análisis», en AE, vol. 23, 1980.] 23 JacquesAlain Miller, «La suture», Cahiers pour l’analyse, n° 1. 24 «La notion de structure en ethnologie», en Sens etusage du et rme structure, La Haya: Mouton, 1967.
ría solidario de la manera como un in dividuo vive m ía te mporalidad en la que, po r lo tanto, est á ne cesariam ente ca utivo. En lo referente al psicoaná lisis, ninguna de esas posiciones es satisfactoria. Si a este respecto puede sernos útil recordar el carácter bifásico de la sexualidad, es porque ilustra de manera ejemplar el pensamiento freudiano. En él encontramos la discontinuidad y el espaciado , la combinatoria y el sistema (dado que es posible establecer una correspondencia entre sexualidad infantil y sexualidad adulta), la insistencia y la escansión (qu e difieren de un ma ntenimiento de tradición o recuperación de un senti do cuya revelac ión se sitú a en e l fin de los tie mpos); y aun el pasaje, para constituir ese bifasis mo, a través de las cadenas en que se r eencuentra la sucesión de los objetos erógenos (pecho, heces, pene). Como en la cadena sintagmática, la causalidad opera en él de la misma manera mediante la represión del sujeto. Aquí se plantea un interrogante: ¿quién reprime y qué se reprime? Se trata, sin duda, de una pregunta a la que debe darse un a resp uesta en el nivel del concepto de represión, es decir, en el nivel de un modelo que tenga en cuenta el inconsciente. Res ulta difícil entend er que el sujeto se co nstituya como producto de una represión aprés-coup, luego de haber sido él mismo reprimido por la constitución de la cadena significante. Sin embargo, es así como hay que entenderlo.
La sobreinvestidura regrediente La no contem poraneidad entre la experienci a y la sign ificación explica el hecho de que entre ambas intervenga la pérdida del objeto, que ult erior mente abrirá el trabajo de la diferencia y la identidad. Pero a esta noción de pérdida del objeto hay que sumar la de la borradura de la huella según las modalidades que Freud le asigna en su breve artículo sobre la pizarra mágica.25 Ya se trate, en efecto, del modelo 25
Al que Jacq ues Derrida consagró u n pen etra nte comen tario (cf.
Quel,n°26). Los términos «espaciado» y «diferencia» que utilizamos en nuestro texto fueron sugeridos por esa lectura.
Tel
freudiano del deseo o del modelo del levantamiento de la represión —y en est e aspecto pod ríamos señalar un montaje aná log o para otros pun to s de cisi vo s de la te or ía freu diana—, lo que sucede al sujeto no se produce nunca por efecto de una primera manifestación, virgen de todo antecedente. Al contrario, la significación surge por el retomo a caminos ya preparados por el efecto de sobreinvestidura de un surco ya trazado. El deseo, como la reminiscencia, e s a nte todo un movimiento hacia, que según una marcha las más de las veces regrediente, tiene srcen en su abrirse paso que vuelv e a pasar sobre huella s anteriores y, en el in stan te mismo de ese registro, posee un doble poder revelador. Es actual porque es es e cambio que se produce ahora, m ediante el cual el sujeto se constituye en la cadena significante —hablada o no ha blada —, y sin embargo inac tual, porque esta actualización reanima algo que ya estaba ahí, a veces desde siempre, si no desde otro tiempo. Hac e coincidir, como por el a juste de una visión binoc ular, lo actual y lo inactual para constituir la mirada. Aun la anticipac ión del fanta sma que parece desp lega rse en la dirección de un futuro deseado puede considerarse —también ella— como de la órbita de una operación de nuevo pasaje por inscripciones trazadas anteriormente. Esta concepción, que liga la experiencia a las huellas y a p resentes y hace hincap ié en el reenc uentro del objeto, la representación, el retomo de lo reprimido, es solidar ia de un proceso que participa tanto de l a percepción conciencia como de la inscripción en el inconsciente. Sólo se manifiesta comoeluna operación de conexión, de enlace, dela sutura, porque registro primero sufre la desconexión, separación, el corte. Freud, en efecto, comprende esta investidura primera como un proceso discontinuo, en el cual la percepción está acompañada por una inversión de pequeñas cantidades de energía periódicamente pulsadas, que pierden de manera gradual su cualidad consciente con la cesación de la percepción actual, arrastrada por el flujo perceptivo, y tra nsm iten su excitación al i nconsciente. Resu lta por ello inteligible que la significación consista en el restablecimiento de la situación inicial por la «trayectoria inversa» de ese recorrido. Si en cada operación se borra la huella de la representación, ¿qué recubre la operación perceptiva? ¿Es imposible sostener que persiste, si no la huella de l a representación, sí
al menos la de la carga? ¿Es necesario preguntarse si esta carga será afectiva (es decir que la elevación o reducción de su nivel de investidura estará acompañada de displacer o placer)? ¿No podemos considerarla e xclu siva men te com o un camino abierto que, tan pronto como se lo recorre, genera la s condiciones de un est ado de preparación o alerta? En ese caso, abriría la puerta al surgimiento de la anticipación que, como puede adivinarse, siempre e s solidaria de una pue sta en relación con un pasado m ás o menos constituid o. La e levación del umbral de ese funcionamiento fraccionado de «pequeñas cantidades de energía», de acuerdo con la expresión de Freud, justificará la desproporción entre un estí mu lo de esca sa importancia y e l extraordinario desarrollo que puede suscitar. Marcel Proust necesita quince volúmenes para recuperar el tiempo perdido, despertado por el sabor de una magdalena. Es preciso recordar, además, que ese tiempo sólo se recupera pa ra perderse definitiva mente con lo que el lector adivina de la muerte cercana del escritor. Digo bien: escritor y no autor. Muerte que sobreviene c uando él empieza a entrever cómo debería escribir la obra que persigue en esa búsqueda, obra sin embargo ya es crita y le ída por nosotros, con lo cual hace coincidir su final con su principio. La represión primitiva es una contrainvestidura. Es un reverso cuyo anverso e s el dispos itivo de la paraexcitación26 que tapona las excitaciones del exterior actuando de manera análoga mediante una barrera contra la irrupción de un reprimido demasiado importante. Pero es también dibujo, trama, e struc tura en la cual se enganchar á, como en una te la de araña , todo lo reprimido de las posr epresiones, de las represiones s ecundarias. E se funcionamiento de ci erre va a desempeñar aquí un papel de atracción y espejo. Pero se trata de un cierre que se abre y se cierra como una pupila que, med iante su contracción, filtra lo qu e llega d esde afu era a imp resiona rla y despertar lo ya inscripto, o lo que desde adentro resurge como si llegara del exterior por la proyecSobre es telas punto alguna artículo s precision pues no sucede así26cuando se ven cosasson de nece cerca.sarias Cf. nuestro «Le es, narcissisme primaire, structure ou état?», L’Inconscient, n°s 1 y 2, París: PUF, 1966 1967 (reeditado en Narcis sisme de ie, v narcissismede mort, París: Minuit, 1983 ( Narcisismo de vida, narcisismo de muerte, Buenos Aire s: Amorrort u editores, 1986]).
ción que impone al sujeto el retorno de lo que est á forcluido en él, revelán dolo esta vez en letras incandescent es. En ese registro, a medida que inscribe y borra al mismo tiempo, pero en dos espacios diferentes, el del inconsciente y el de la conciencia, todo suced e como si cierto campo disperso, e l de la estructura del sujeto, debiera estar preservado, libre de atraer hacia sí las representaciones que, a continuación, desvía hacia su periferia, a ün de quedar disponible para nuev as informaciones perceptivas, pro nto a no refleja r sino la estructur a que solicita el retom o de nuevas inscripciones, a su vez borradas y remitidas a otra parte donde entrarán en relación con una constelación de otras inscripcion es.
Los sentidos y el sentido Esta asignación de la percepción a la conciencia y de la memoria al inconsciente exige en Freud otras observaciones. El proceder que esperara un aumento del rendimiento de nuestro s órganos sensoriales no podría en señ am os nada de esencial. La realidad —tanto externa como interna— nos resultará incognoscible para siempre. En oposición a las percepciones, el trabajo científico, al renunciar a la investigación sensorial del mundo como medio de conocimiento y aceptar, por así decirlo, la discontinuidad entre la experiencia y la significaci ón, del mismo modo que la de los elem entos de significación entre sí, sólo autoriza el descubrimient de conexiones e interdependencias presentes en el mundoo exterior. El mundo interior del pensamiento las refleja o las reproduce de manera más o menos fiel. En el testamento dogmático que es el Esquema del psicoanálisis de Freud podemos leer esas afirmaciones que podrían creerse escritas por la pluma de algún estructur alista. Además, en eso s m ismos años, los del final de su vida, Freud hará un paralelo entre la diferente calidad de la relación del sujeto con la madre y el padr e. Mientras que el testimonio que garantiza el lazo con la madre obra de los deducció permite establec er laesrelación co nsentidos, el padresólo y sulapapel e n lan procreación. Y Freud concluye que la humanidad dio un gran paso hacia la intelectualidad cuando decidió conferir más valor al razonamiento deductivo que al testimonio de
los sentidos. Así, si la relación primera que une al niño con el objeto primordial es la que lo liga a su madre, el padre es ya memoria, está presente en el deseo de la madre, porque el hijo es aquel a quien e lla d eseó recibir de su propio padre (o de s u madre) durante la infancia, e incluso porqu e el p adre sólo está presente como ausencia entre la madre y su hijo, a usencia que establecerá un eco co n la ausenc ia real de la madre que deja al niño para acu dir a su encuentro. De tal modo, su función s e comparará con el efecto de barrera de la represión que instit uye el corte en el s ujeto y lo identificará con el ag ent e de la borradura de la huel la y, más p articular mente, de las ligadas al deseo de muerte que lo apunta, coincidiendo en su expresión con lo siempre presente del ase sina to del padre pri mitivo.
Verdad, asesinato, historia ¿Quién puede permanecer insen sible a e sa paradoja que muestra Freud al final de su obra más discutible, la más arriesgada en su proceder deductivo e incluso la más fantástica en cuanto a los temas que sostiene en ella contra la ciencia de su tiempo,27 la paradoja de erigirse en defensor de la verdad ? Y cuando Lacan opone el saber a la verdad, ¿no nos genera desazón? ¿Qué se trata de proponer aquí? Tal vez menos la defensa de una verdad o el recurso al pi randellismo demasiado en ciertas con cepsu ciones estructurales28 que fácil dice implícito más o menos «a cada uno verdad» y nos re mite a fundar el establecimiento de las condiciones de acceso a la verdad. Acaso sea oportuno decir aquí algunas palabras sobre el mito, tanto más cuanto que esta cuestión fue objeto del debate entr e LéviStr auss , Ricoeur y Sebag. ¿Cómo se situ arí a la explicaci ón psicoanalítica frente a las oposiciones que se nos proponen en este caso, resumidas con claridad por Sebag?29 Hermenéutica y estudio estructural difieren por la 27 S. Freud, L’Homme Moise et la religión nwnothéiste, op. cit. 28 Sebag no asigna valor a la distinción conscienteinconsciente. 29 Le mythe: code et message», art. cit., pág. 1605. Véase también An dré Green, «Le myth e: un obje t tran sitionne l collec tif», reeditado en La déliaison , op. cit . (nota de 19991.
posición del observador: la investigación hermenéutica se sit úa d entro del campo que mide, y «quien la llev a a cabo reconoce como suya propia la ley de su objeto». La comprensión de ese objeto por la interpretación, en sí misma apoyada sobre una tradición, sirve, dice Sebag, «forzando un poco los términos», para ayudar al sujeto a comprenderse a sí mismo. Mediante el método estructural, al contrario, quien lo utiliza se descentra con su lacultura. «ascesis» etnológica conduce'a la respecto abolición,a en mayor La medida posible, de la s ubjetividad del observador. El psicoa nálisis debería situarse entonces entre «pensamiento meditante» (Ricoeur) y ciencia. También se puede ana lizar la función del mito desde otra perspectiva. En el marco del pensamiento meditante, que no oculta sus vínculos con la religión, lo que se espera del mito gracias a su revelación es una construcción del hombre, mient ras que su est udio estruc tural —por obra del des mantelamiento de los «disolver mitos— coincide con el proyecto teórico de LéviStrauss: al hombre». En cuanto psicoana listas, ¿sólo podemos elegir entre un discurso que ap unta a la represió n total (imposible, por otra parte) del significado, lo que nos limita a la mera combinatoria de una lógica inconsciente —que aunque lleve ese nombre está , s in embargo, muy dista nte de lo que Freud entiende por él—, y un discurso en que el saber e stá subordinado a la revelación? ¿No hay ningún lugar entre lo simbólico como siste m a y lo simbólico como hierofanía? En nuestros días se coincide con demasiada ligereza en reconocer al psicoanálisis y a Freud una función desmitifi cadora. Se ha ce creer que la operación freudiana de sa na re ducción, gracias a su vigorosa capacidad corrosiva, permite poner al desnudo un a verdad más dura de aceptar, pero más lúcida. Es cierto, pero en est e punto hay que tomar precauciones. No es difícil comprobar, la mayoría de las ve ces , que en la operación que s igue a e ste reconocimiento de una deu da se procede inevitablemente a la desmitificación del des mitificador, ad infinitum. Est o es b ast ant e notorio en el dominio de los mitos —persona les o colectivos— y sorprende tanto más cuanto que po r doquier se pretende haber renunciad o al punto de vista ex plicativo. El mito es de un orden diferente de la historia, no tiene ningún valor explicativo, y para los estructuralistas
sólo lo tiene en su función de formalización. El pensamiento freudiano —a menudo muy críti co, es verdad , en es te aspecto—, por el contrario, no abandona el punto de vis ta explica tivo. Pero su diferencia esencial con el pensam iento herme néutico es que no busca el sentido del mito en lo que este contiene o afirma, sino en su lazo con el inconsciente. A la inversa , el pensamie nto estructural só lo le presta interé s en la mera disposición de sus elementos, sin referencia al sentido de estos. El psico análisis s e esfuerza por interpretar el mito y s u lógica, a tra vés de lo que parece deformado, omitido, tachado, censurad o. D e tal modo se sa le del dilema s en tido o forma, porque se plantea que uno y otra está n m utila dos, truncados, modificados para enmascarar esa elisión. Es muy posible, entonces, que la verdad del mito no consista en que est e se reconstituye en su totalidad, se reconstruye e incluso se construye —po r primera vez, en el límite—, sino que sea necesario buscarla en el camino que permitió encontrar las vías Aquí, de la deformación, la omisión, la tachadura y la censura. el sentido no podría separarse de sus distorsiones; sería ese mismo ocultamiento, sólo accesible por la operación del develamiento. Eso e s, m e parece, lo qu e sitú a la posición psicoanalític a al margen, fuera del dilema de la posici ón hermenéutica y la estructural. El develamiento sería diferente de la desmitifi cación. La verdad quedaría entonces en suspenso y jamás alcanzada. Sólo podrían recorrerse los caminos que permiten s ituarse en su línea. El principio de identidad fue durante mucho tiempo el terreno sobre el que debía fundarse toda verdad. Con Freud, la no identidad consigo mismo revela la verdad del deseo m ás claramente que el recurso a la mera identida d. El inconsciente revela la diversidad de lo no idéntico a sí mismo. El concepto de castración abraza las formas aparentemente tan alejadas del destete, el adiestramiento esfinte riano o la castración propiamente dicha y pone bajo una mi sm a e nse ña pecho, hece s y pene, como concepto de la «cosita que puede desprenderse del cuerpo». Se descubren hipótesis heurísticas más fecundas que la sacrosanta identidad. Así se perfila la problemática de lo que puede ser un concepto inconsciente en su relación con la verdad. La no identidad consigo mismo tiene valor de máscara, vela el deseo. Corresponderá a la demanda revelarlo me-
diante el a náli sis de los caminos qu e toma en la trans ferencia. Al dirigirse a sí al Otro, revelará en el m ismo mov imiento que, si la verdad es verdad del deseo, es el Otro quien posee su código, que permite descifrarla al propio tiempo que ella descubre el objeto susceptible de responderle. La verdad del deseo del Otro es su ley que, al fijar su regla y sus barreras al deseo, mantiene la sutura de las generaciones. Aquí sedel descubre un horizonte Si la verdad deseo remite al Otropara y el nuestra deseo y reflexión. la ley se corresponden, fijando un interdicto a la satisfacción del primero y no permitiendo más que los rodeos de la demanda, ¿cómo conoceremos el sentido de esa verdad cautiva? Esta sólo constituye al sujeto en el rechazo opuesto a esa renuncia —rechazo de esta barrera, as í como nega tiva a someterse a ella— y nos permite su develamiento por la transgresión. Transgresión de la ley que prescribe los lugares y los territorios en el área familiar. Transgresión del sujeto en el psicoanálisis, que, como Edipo, quiere saber. Y esa es la única condición de posibilidad del saber. Si Edipo no hubiese matado a su padre en Potnia s y compartido el lecho de su madre en Tebas, si no hubiera convocado a todos los que poseían los fragmentos dispersos de aquello de que hablaba el oráculo, nunca habríamos sabido cuál era la l ey de nuestro deseo. La diferencia es eficaz, sólo ella recrea la distancia que nos empujará sin cesar a intentar reducirla por completo. Ese fracaso nos llevará, sin embargo, a los caminos de la verdad.
Sincronía, diacronía Estructura, historia Para terminar, hay que mencionar la nueva reflexión sobre las relaciones entre historia y estructura. Greimas30 hace notar que la posición saussuriana se basa en un denominador común «crónico» que se divide en sincronía y diacronía y ve en una perspectiva acr ónica la solució n que ev i30Algirdas Julien Greimas, Du sens, vols. Iy II, París: Seuil, 19701983. lEn to rnoal sentido , Madrid: Fragua, 1973, y Del sentido II, Madrid: Gre dos, 1989.1
ta internarse en ese callejón sin salida. En ese concepto, la estructura mantiene su sentido sin prejuzgar de su dimensión esp acia l o temporal. La estructura escl arecer ía o gobernaría tanto la sincronía com o la diacronía. Podría postularse que la estructura es siempre el resultado de una inscripción, tanto má s reveladora cuant o que llevará las marcas de las distorsiones del texto. La estructura sería una escritura , como lo dejan las aperturas recientesque de constituiJacques Derrida.31 Estasuponer conservación de la diferencia rá la huella sólo cobrará para nosotros su pleno sentido como huella siempre evanescente, siempre bajo la amenaza de la borradura y siempre, como mínimo, barrada. Que sea también aquí constituyen te de una memoria n os parece importante porque en ella reencontramos la figura del padre muerto: a tal punto ins iste esa memoria para hacerse reconocer en los efectos de escansión del significante. Por ello, será menos la salvaguardia de un texto establecido que el movimiento hacia, el abrirse paso, que permit e no sólo recuperar lo que fue reprimido sino gener ar en s u recorrido el dibujo latente de una escritura que, para ser leída y entendida, espera que una mano y un pensamiento la formulen o simplemente la formen. Está allí, a la espera de su advenimiento. Lo cierto es que quedará sin resolverse la irreversibili dad del orden del rumbo diacrónico: irreversibilidad del orden de las generaciones, irreversibilidad de la sucesión de los objetos del deseo, irreversibilidad de las represiones, aunque se produzcan en el aprés-coup, irreversibilidad, a fin de cuentas, de la progresión humana de la vida a la muerte. Nuestro análisis discursivo de la diacronía en Freud, que nos llevó muy lejos del punto de partida, debe llegar a su término. Si la verdad se encuentr a en la encrucijada de la sincronía y la diacronía, ese cruce revela para el psicoanalista la presencia del sentido (como simbólica y como dirección) en cuanto es tá ligado a la coacción (la represión) que lo obliga a transformarse y disfrazarse. Coacción de la sincronía que indica que el sujeto no está fuera del conjunto que lo constituye en el seno de los lazos que lo unen a sus progeni n Jacques Derrida, De la grammatologie, París: Minuit, 1967. gramatología, México: Siglo JQÍI, 1971.]
[De la
tores. Coacción de la diacronía en el hecho de que nada puede invertir el sentido de la trayectoria desde el nacimiento hasta la muerte, desde la condición de hijo hasta la de padre, más o menos metafóricamente asumida. Hace falta, sin duda, más de una opera ción para que al levantar se la má scara no sólo se revele otra máscara. Si es ilusoria la esperan za de dar algu na ve z con el rostro de la verdad, la sorpresa en la cual se advierte el signo de dicho encuentro será dar, en una de estas etapas, con un espejo que mire al sujeto.
2.Lo srcinario en el psicoanálisis ( 1991)
«¿Sabes siquier a de q uién e res hijo?».1Tiresia s lanz a a la cara de Edipo esta pregunta, repitiendo sin saberlo, años después, las palabras de un ebrio que lo había tratado de «hijo putativo» en la corte de Corinto. De tal modo, Tiresias vuelv e a poner en marcha el prim um movens que por ento nces había hecho que Edipo se precipitase a Delfos para interrogar al oráculo. Es ta pregunta de los orígenes repla nteada por Tiresias se enuncia en el momento mismo en que Edipo espera otra vez l a respu esta de Delfos sobre la causa de la peste de Tebas y el remedio a administrar a la ciudad. Así se nos anun cia ya la sorprendent e constatación: el enig ma de lo srcinario se plantea en la repetición. Pero acaso sea también en el momento en que ciertos indicios hacen presagiar que podría estar a punto de revelarse cuando la cuestión de su misterio engendra el mito más improbable. Enterado por el mensajero de Corinto de la muerte de Póli bo y, al mis mo tiempo, de que no es en absoluto su hijo, Edi po, prematuramente aliviado, entra en trance, se declara hijo de la Fortuna, quizás hijo de Pan e incluso —¿quién sabe?— de Apolo Loxias. La sed de la cuestió n de su s orígenes lo embriaga un instante con el fantasma srcinario, demorando un m omento l a obligación de beber el amargo brebaje de la verdad. El deseo de s aber lo había impulsado a consultar, en Del fos; y el temor a saber en el momento en que presiente que va a encontrar lo que busca lo lleva a inventar se e se srcen divino, ¡cuando en realidad acaba de atribuir a Yocasta la decepción de entera rse de que no es de estir pe real! Sófocles, dialéctico«¡Ese de la día acción trágica, profetizará porará!».2 intermedio de Tiresias: te hará nacer y te aniquil 1 Sófocles, Oadipe-Roi, traducción de Jean y Mayo tte Bollack, Parí s: Mi nuit, 1985. |Edi po Re y,en Traged ias co mplet as,Madrid: Cátedra, 1998.1
¿ Ibid.
«In my beg inning is my end», reiterará veinticinco siglos después T. S. Eliot. Eso es lo que nos hace comprender que el fant asm a de los orígenes no sólo es el retom o al comienzo. Concierne también a nuestra relación con la muerte. Como se sabe, el complejo de Edipo marca, con la cuestión de los orígenes de la neurosis, la de los orígenes del psicoanálisis. Al nacer, este da con la seducción, en su sentido más fuerte, puesto que se trata nada menos que de la amenaza incestuosa.3 La acusación paterna es pesada. Y para Freud s e ex tien de h as ta su propio padre.4 ¿Con el único propósito de disculparlo decide entonces que es demasiado —¡no todos los padres puede n ser perversos!— y opta por otra hipótesis? Al enfocar el proyector en la sexualidad, Freud quiere reconocer con claridad el accidente de la seducción —el trauma—, no la perversión generalizada. Bu sca en otra pa rte la caus a de esa generali zación: e n el fan tas ma de seducción. Lo que no se dice entonces es el porqué de la elección del fantasma como soporte de la generalización. Eso quedará para má s adelante. Aclar émoslo ensegui da: los pasajes que sue len citarse sobre el aban dono de la neurótica no significan el abandono del trauma como causa eventual de la neurosis sino de la teoría traumática, a saber, de la presencia de etiología traumática en todos los casos. Alo largo de toda s u obra, Freud no dejará de repetir, cada ve z que recuerde su famoso viraje de 1897, que sería erróneo, sin embargo, concluir de ello que la invocación del trauma está siempre desprovista de fundamentos. Al contrario, es mucho má s frecuente de lo que se sospecha. Resumámoslo con una palabra: el trauma es lo coyuntural, lo accidental, lo aleatorio; el fantasma es lo estructural, lo regular, lo constante. El trauma puede existir más frecuentemente de lo que se cree; en ese caso, «realiza» el fantasma. Volvamos a Edipo: si la tragedia es el efecto del trauma en el aprés-coup ,5 el mito será pues, en el plano colectivo, el 3 En los Estudios sobre la histeria, Freud disculpa en varias oportunidades al padre atribuyendo la seducción al tío, lo cual rectificará en las ediciones ulteriores. 4 F. Gantheret, «Habemus Papam!», Nouvelle Revue de Psychanalyse, n° 38, págs. 6170, cartas del 8 y el 11 de febrero de 1897. 5 En la pieza de Sófocles, los crímenes (parricidio e incesto) ya se han producido; además, su teatralización sobre el escenario remite al espectador a una historia supuestamente verdadera, o que lo fue en los tiempos heroicos.
correspondiente del fantasma6 en el plano individual. En cuanto al complejo, es la teoría, o sea el conjunto articulado, pensado, que se encama de manera más o menos completa en los albures de una historia singular. Una vez más, el paradigma edípico habrá sido útil. Volveremos a encontrarlo en e l resto de nue stra exposici ón. No es sólo una ilustración. Ejemplar de una problemática de los orígenes, inaugura una mutación. Después de Freud, lo que queda definitivamente modificado es el status del sujeto. En lo sucesivo ya no es posible hacer referenc ia a un cogito trascendental, basam ent o último e ina liena ble de la subjetividad. Todo sujeto se define necesariamente por la relación con sus imágenes parentales «srcinarias»: está unido a quienes le dieron la vida y e star á ligado a ellos por los lazos del incesto y el parricidio, de la sexualidad y la muerte. Por su sexualidad s e m anifiesta el deseo de repetir el acto que le dio srcen; por su deseo de muerte, desecha el obstáculo que podría impedírselo pero que lo hace caer bajo la am enaz a de aquello an te lo cual no retrocede su deseo. Para la biología de hoy, sexualidad y muerte van de la mano; la diferenciación sexuada condena a l individuo a la muerte. P one fin a la perpetuación indefinida de una monosexualidad escisípara, pero instaura en cambio el régimen de la alteridad por la diferencia. Lo que la biología modeló en la espec ie y el psiquism o re escribe a su manera y por su propia cuenta, la reflexión lo sufre de contragolpe, luego del psicoanálisis. «Yo»{«je»]sólo es definible en la relación con sus orígenes y po r eso mismo con lo srcinario. Una relación semejante, ya lo veremos, no es concebib le más que en el aprés-coup y pone al descubie rto, como dice Freud, que todo individuo fue «en germen» un Edipo en su infancia. Por eso lo srcinario es tam bién y n ecesari amen te relación con l o que es potencialidad y cumplimiento, y plantea la cuestión de los caminos que unen una al otro. Origen del sujetosrcen del deseo. Y sin embargo, volviendo al caso de Edipo, la materia del trabajo de Sófocles no era —ahora lo sabemos mejor gracias a Marie Del court—7 más que un conjunto de mitemas esparcidos que no estaban unidos por ningún vínculo necesario. En un 6 El mito es una historia que circula en la colectividad y no es sino el objeto de suposiciones: «Se cuen ta que. . l du conqué rant , Droz, 1944. 7 Oedipeou la égende París:
principio, nada presagiaba que ese montón formaría la leyenda más célebre de la a ntigua Grec ia. Cuando el saber intuitivo de un trágico se apoderó de él, justificó esa celebridad popular y creó también, más allá del espectáculo, una obra para el pens am ient o —una teoría «en germen»— re sis tente a las numerosas inconsistencias lógicas que podrían descubrirse en infinito. ella, para alcanzar una teo verdad,8 de s un com entario Mito, tragedia, ría y vefuente rdad: eso son los protagonistas que no vamos a dejar de encontrar en el resto de este examen de los fantasmas srcinarios.
Advertencia Cuando expongo este cuestionamiento en tomo de los fantasmas srcinarios, siento me cierta turbación. La reflexióna que presidió esta redacción empujó constantemente uno y otro de los polos entr e los cu ales se divide. Tan pronto se trata de datos relativos a la experiencia aportada por el psicoanálisis infantil o la observación de niños, como de los producidos por el psic oan álisis de adultos, uno y otro con stituyentes del fondo común de la experiencia clínica, fuente irreemplazable de la teorización. Pero pronto se suman, a unos conocimientos relativamente consolidados que cualquiera puede verificar (para enriquecerlos o impugnarlos), hipóte sis inverificables que suscita n controver sias muy previsibles. Más aun: para establecer la relación entre los datos clínicos y las hipótesis sostenidas, es necesario, cuando se acude al tex to fundador, srcinario, de Freud, anali zar el ra zonamiento freudiano, sus sobrentendidos, sus presupuestos epistemológicos. Siendo así, es c onveniente opo ner a e ste conjunto lo que nuest ra experiencia contemporán ea agrega a la de Freud. Po r eso mismo, esta actitud es susceptible de relativizar las tomas de posic ión de este último. De igual modo, no podría sostener se que, en el estado actual de nu estros conocimientos (clínicos y científicos), estos dejan intactas las tesis de Freud, ni que su epistemología sigue siendo la nuestra . Hay que señala r además los aspectos teór icos de divergencia. Pero ¿por qué esta referencia a Freud —esta 8 A. G reen, «Oudipe, Fr eu d et nous», en
La déliaison, op. cit.
reverencia, dirán algunos— como preámbulo a cualquier exposición? Vale la pena plantear la pregunta con respecto al tema de los orígenes. Nuestra relación con el corpus freudiano es la que mantenemos con nuestro srcinario de pensamiento. Diremos: ¿con nuestro fantasma srcinario? No habría motivos para ruborizarse, puesto que el mismo Freud calificaba su metapsicología de fantasmatización.9 Pero demasia das vec es s e ha criticado cierto aspecto, cercano a la actitud con referencia al dogma r eligioso, de la rela ción de los ps icoana listas con Fre ud, para qu e nos a bsten gamos de detenemos allí. Ya tuve la oportunidad de explicar la triple ca racterística de la relación de Freud co n el psicoanálisis. Freud es tá en el srcen del psicoanálisis. Es el fundador de la disciplina que ant es de él no existía. E s también su pensador más srcinal, aquel cuya coherencia, profundidad e invención teóricas siguen siendo las más vigorosas hasta hoy. Por último, lo esencial de su pensamiento funda un sistema de explicación, m ediante la referencia a un pasado consid erado, en e l aprés-coup, como lo srcinario del sujeto, de su deseo, de la psique, etc. Esto s tres aspectos pesan mucho sob re la posteridad de Freud y e l porvenir del psicoanálisis. A menudo s ucede que una disciplina existe antes de ser oficialmente denominada. Su nacimiento no constituye más que una toma de conciencia de su objeto y una delimitación de las metas que se pondrán de relieve a lo largo de su desarrollo. La marck bautiza la biología, no la crea. Su s sucesores tampoco lo conside ran como el mayor biólogo. Hoy, pocos psi coa nalis tas discutirían a Freud el título del más grande de lo s psicoanalistas. La mayoría de las veces, aquel a quien se tendrá por «el más grande» sólo nace cuando la disciplina ya existe desde cierto tiempo atrás. Reconocido por su valor, no es «srcinario», sino que ocupa el lugar de un eslabón en la cadena, sin duda decisivo, pero poco más que un eslabón. El caso de Freud es, po r tanto, singular. De todas maneras, ele gir a un biólogo como «el más grande», se trate de Darwin, Claude Bemard o Pasteur, no significa empero que se siga adhiriendo a sus tesis. El reconocimiento se aplica aquí al 9 Sigm und Freud, «Analyse avec fin et ana lyse san s fin», en Résultats, idees, problém es I ,traducción de J. Laplanche et al.,París: PUF, 1985. [«Análisis terminable e interminable», en AE, vol. 23, 1980.1
adelanto que permitieron sus trabajos, no a una adhesión eterna. ¿Cuál es la razón, entonces, aunque se reconozca a Freud como «el más grande», de que aún se encuentren freudianos que llevan la fidelidad al maestro al extremo de creer que sus ideas siguen siendo íntegramente verdaderas? Aun cuando se tenga a bien admitir el carácter discutible e incluso caduco de ciertas concepciones de Freud, al continuar no obstante adhiriend o a ella s s e rinde homenaj e al sentido de la complejidad del fundador del psicoanálisis, a pesar de dejar de lado algunos aspectos de detalle. El ejemplo de lo srcinario lo ilus tra ba sta nte bien. La teoría de los oríg enes d e Freud sólo se aclara cuando se la reincorpora al conjunto del que es parte integrante, conjunto en s í m ismo muy contradictorio (teoría del desarrollo, intemporali dad del inconsciente, aprés-coup, compulsión de repetición, huellas mnémicas filogenéticas, etc.). Hoy se comprueba, por un lado, que este conjunto no es tá sometido a un a exége sis suficiente. No dio lu gar a una teorización de sus diferentes componentes, ni a un examen de las articulaciones de estos, ni a su actualización. Además, una tendencia (el punto de vista evolutivo) ganó la mano a todas las demás y se inclina de hecho a presentars e como teorización neces aria y suficiente de la problemática temporal en psicoanálisis. Se suprimió la riqueza semántica y epistemológica de las contradicciones heurísticamente fecundas del corpus freudiano en favor de un em pirismo psicológico. «Si quieren resolver el problema de los orígenes, examinen su aparición en la cronología d el desarrollo». Vale decir: va yan a la fuen te y no se conformen con lo que el adulto les cuenta a posteriori sobre la infancia. Remóntense mediante la observación hasta donde ninguna inscripción de ese pasado permitirá jamás recuperarlo por la memoria. De e se modo tendrán de su lado las posibilidades de la exa ctitud, se oye decir. Para nosotros, el examen de lo srcinario estará fundado en un proceder reflexivo que, en la medida de lo posible, s e esforzará por si tuarse a la altura de la complejidad del objeto de estudio, con el riesgo de pasar por alto una veros imilitud que sólo encuentra su criteriosobre de verdad con respecto la racionalidad de los testimonios lo observable o lo aque se infiere de ello, cuand o en realidad la hipótesis del inconsciente declara la caducidad de lo obtenido mediante el exa men de los datos sensoriales.
Acaso ahora se comprenda mejor por qué esta cuestión del fantasma de los orígenes nos hace oscilar entre el examen de los hechos más inmediatamente comprobables por cualquier psicoanalista y las especulaciones más aventuradas que los científicos rechazarán sin apelación. Retomada en ese nivel teórico, la discusión nos arrastrará a la oposición de las perspectivas más razonablemente aceptables y las construccione s dialécticas más frágiles, pero tal vez m ás verdaderas que las que se pretenden verosímiles porqu e intent an enunciar u na mayor cant idad de parámetros qu e no aparece en la superficie.
Teorías s exu ales infantiles y novela familiar En l a linde de e se campo teórico, ha y coincidencia entre lo que apare ce en primer lugar en la obra de Freud, lo que se deja observar más inmediatamente por la mirada que el psicoana lista echa sobre la infan cia y lo que se s atisface con una explicación que cualquier conocimiento del niño permite constatar, sin especulaciones inútiles. Esta mos aquí en el dominio propio del fantasma de los orígenes, que debe distingu irse del fantasma originario. Poco des pué s de la publicación de los Tres ensayos de teo ría sexual, el a nálisis del pequeño Hans sum erge a Freud en la frescura siempre asombrosa del cuestionamiento infantil sobre el mundo y los seres. Los padres, en especial las madres, conocen desde siempre la edad del «¿por qué?», que posterga indefinida mente el seudoesclarecimiento apo rtado por cada tentativa de respuesta del adulto. Lo que toca descubrir a Freud es el objeto principal de la curiosidad infantil: «¿de dónde vienen los niños?», con los corolarios que se derivan sobre la diferencia de los sexos, la concepción y el nacimiento. Esto le brinda entonces la oportunidad de describir las Teorías sexuales infan tiles (1908). ¿Será descubrir la pólvora hacer notar que el niñ o de las teorías s exu ales debe esperar de hassíntesis ta llegar a la edad en que sefantasmática? adquieren las La capacidades imaginaria y lógica teoría sex ual, por lo tanto, no es asimilable a un a actividad fantasm ática espontán ea que surja del funcionamient o pulsional. Sin discutir que pueda estar precedida por una acti-
vidad psíquica de ese tipo, la edad de las teorías sexuales (que es ta mbién la del Edipo) implica el acceso a una concepción balbuceante de la causalidad. Podría decirse que la adquisición de esa capacidad, que quizá se benefició con el aguijón constituido por esos cuestionamientos, se desloma por aplicarse a un dominio en e l que falta la claridad. ¿Para qué servirían las mencionadas teorías si no fuera pa ra buscar la causa de los enigmas atesorados por los padres? Freud tiene razón, a buen seguro, al denominarlas «teorías», porque su función es tranquilizar al psiquismo contra el peligro de incoherencia, es decir de caos, de incomprensibilidad, de imprevisibilidad. Pero ¿por qué temer semejantes peligros? A causa, sin duda, del misterio y la m entira pa rental. De todas maneras, si esta fue más marcada en las generaciones anteriores, los padres más instruidos (y los de Hans ya lo eran) dan a las preguntas insistentes de los niños una s re spues tas que son menos increíbles per o que, a la luz de un examen atento, revelan muchas ambigüedades, más o menos calculadas. El ejemplo más célebre, para atenem os a él, es el de la madre d e Hans. Madre: «¿Qué miras de ese modo?». Hans: «Sólo miro si tienes un pipí». Madre: «Por supuesto. ¿Así que no lo sabías?». Aquí nada se disimula. La mentira t ambién es tá allí, pero por omisión. Nadie puede dudar que Hans quiere decir implícitame nte: «un pipí como el mío». Por ell o, la resp uesta de la madre, que tendría que haber sido: «sí, pero no como el tuyo», significa: «somos iguales» y constituye una renegación de la diferencia de los sexos. Ese pasaje comentado con tanta frecuencia está disociado del inmediatamente precedente, cuando Hans pregu nta a su padre si tiene u n pipí. Y la réplica: «pero sí, claro». Casi no se presta atención a la reacción del niño: «pero nunca lo vi cuando te d esvistes ». En suma, frente a ese problema de la diferencia de los sexos que activa s u intelecto , Ha ns no puede contar con la percepción. Cuando debería ver el pene de su padre, no lo ve (alucinación negativa del niño o disimulo del padre), y cuando debería constatar la falta de misma pene depregunta su madre,a duda de paesa inexistencia porque hace la los dos dres sin poder contar con lo que ve con su s propios ojos. En otras palabras, el referente «pene» no se deja aprehender simp lemen te por los sentidos. La atribución de un pene a to-
dos los seres fue cuestionada por los autores que quisieron destacar los caminos propios de la sexua lidad femenina. No obstante, parece que, en el caso de la niña, la especificidad de su desarrollo la lleva sin duda a concebir la ex istencia de ese pene femenino quizá más tardíamente y a partir de la búsqueda de la explicación de su falta. En consecuencia, se trataque en susta ncia de una eoría» reletroac tiva. poco habitual esté ausente, aun«tcuando punto de Es partida y el momento de aparición seán diferentes. Pues la cuestión planteada por la diferen cia de los sexos es la del srcen del sexo femenino; no se plantea ninguna con respecto al sexo masculino, tal vez debido a su visibilidad. El fantasma de castración da la respuesta, sobredeterminada por la fuente de placer encontrad a por el niño gracias al pen e o el clítoris. De modo que la teoría de la castración es la que «explica» el sexo femenino. También es el enigma de la sexualidad femenina (e incluso maternal) el que empuja a la construcción de las teorías sexuales relativas a la concepción. Concebir es el verbo común a engendrar y comprender. Comprender es captar cuál es la causalidad ac tuante en el nacimiento de las cosas y los pensamientos. Engendrar es poner esa causalidad en acto. Sentiríamos la tentación de r elacionar las teorías s exu ales de los niños con las teorías «antisexuales» de los adultos (cigüeña, repollo y sus versiones modernizadas, «semillas», que para un niño están completamente al margen de la sexualidad), si no fuera porque algunos ejemplos —el hijo de Melanie Klein que prefería la teoría de la cigüeña expuest a por la vecina a l as explicaciones pormen orizadas de su madre, lo que no dejó de encolerizar a esta— hacen pensar que la necesidad de esclarecimient o de los niños va de la mano con un temor a la aclaración y un a preferencia por las explicaciones de los cuentos. Así, la escena primitiva se interpreta con una constancia sin excepción como un acto de violen cia y ag resión, y n unca de amor. ¿No es porque no hay nada más intolerable para el niño (de ambos sexos) que el goce de la madre por otro, y sobre todo de una manera que no está a su alcance ni comprender ni provocar? No es fácil aceptar que alguien sea más amado por la madre que uno mismo, y aún más difícil concebir esa forma de amor. Cues tionamiento análogo con respecto al nacimiento. Se sabe
ha sta qué punto las explicaciones sobre la entrada del b ebé al cuerpo de la madre suscitan perplejidad en cuanto a su salida. Si la defecación es la solución más frecuente (cf. Hans), otras se fundan en una analogía imaginaria (entre los pechos, bajo la axila, por el ombligo, etc.). Además, la teoría rectal tiene efectos retroactivos: si el nacimiento es como la defecación, concepción seríaa la como la alimentación. Aquí, la teoría lasexual concierne estructura del cuerpo femenino. E s la pre gunta del varón con respecto a su madre. ¿Y la niña? ¿Se plantea los mismos problemas? De otra manera, sin duda, pero casi no escapa a la interrogación sobre la ausencia de pene materno y menos aún, puesto que está directamente interesada en ellos, a los enigmas de la concepción y el nacimiento de los niños. El tríptico descripto por Freud: atribución de un pene a los humano s de ambos sexos, escena primitiva y concepción según el modelo del coito sádico, parto por el ano, tiene una vigorosa coherencia. He aquí, entonces, en qué consisten esos fantasmas de los orígenes: designa n el dominio centr al de lo desconocido y escla recen su papel movilizador para el intelecto (diferencia de los sexos, concepción y nacimiento); conciernen a la sexua lidad propia del sujeto con relación a la sexualidad parental, en una relación implícita de generación histórica; efectúan una reducc ión de los fantasm as posibles a un pequeño número, que se articulan entre sí, unidos por un sentido conexo; tienen, a través de la fantas matizac ión, un val or etio lógico: son te orías sobre los orígenes; constituy en una mezcla de verda d y falsedad. La verdad radica en el descubrimiento de lo que está en cuestión: la sexualidad; la falsedad s e asocia a la elaboraci ón fantasmática por insuficiencia de los datos de la realidad y desarrollo apenas contenid o de las creencias imaginarias e n relación con el principio de placerdisplacer. Como tales, ponen e n escen a una anatomía, una fisiología y una psic ología imaginarias, pero hacen intervenir mecanismos lógicos (causalidad del embarazo y el nacimiento, así como de la diferencia de los sexos, castración y renegación de la vagina, etcétera);
son la matriz de soluciones perversas, neuróticas y psi cóticas por las elaboraciones defensivas que provocan y que no escapan tampoco a la lógica: renegación, denegación, represión, forclusión, etcétera. Los fantasmas de los orígenes constituyen modelos de explicación histórica: dicen «porera qué», a laPuede manera de los mitos que dicen también «cómo antes». comprenderse cómo llegan es as teorías a fundamentar la concepción de la «primacía del falo» defendida por Freud. Pero me parece que su valor estriba sobre todo en el hecho de que la causalidad de los orígenes es y no puede ser más que una fantasmática del cuerpo sobre el cuerpo y los cuerpos, entre los que se incluyen los de los padre s que son nuestro srcen . Fantasmática del cuerpo, a causa del placer sentido al poner en actividad la sexualidad, sobre el cuerpo, a partir de las pregunt as rela tivas al surgimiento de su propio placer, y por último sobre los cuerpos, por alusión a lo femenino y lo masculino encarnados por los padres. Lo vivido, lo percibido y lo imaginado convergen en la construcción del pensar, fuente de toda teorización. Con el placer propio del niño se articula la cuestión implícita del placer parental (¿igual?, ¿diferente?) y el juicio de los padres con respecto a l placer in fantil. La observación apo rta su cuota a esta f antasmática. Pero hem os podido consta tar que la percepción del niño es taba a menudo sometida a su deseo (o a sus angustias). Más que resolverlo, la percepción estimu la el enigma. Pone en movimiento la búsqueda psíq uica. Que el niño crezca en el vie ntre de su madre es algo que puede aceptarse con facilidad. Sin embargo, el analista siempre se sorprende ante la amnesia referida a los embarazos de la madre correspondientes a los hermanos y hermanas menores. Per o ¿cómo entra y cómo sale el niño de allí? En suma, sucede aquí lo contrario de los manuales de ajedrez: sólo pueden teorizarse las apertur as y lo s fina les de partida, muy poco el medio juego; en el caso de las teorías sexuales infantiles, los más problemáticos son las aperturas y los finales. El status de la sexualidad es uno de los más ambiguos. No se puede más que insistir en la fuerte coloración que la analidad impone a esas teorías. La hipótesis de la posesión de un pe ne por la mujer, pene que ella habría perdido, indu-
ce a concebir la escena primitiva como castración de la madre por el padre, sin duda, pero también como una p enet ración ana l (de allí la frecuencia de las representaciones a tergo), así como se supone que el alumbramiento se produce por el ano. Las otras concepciones del parto parecen atribui bles a represiones secundarias o desplazamientos. e sta activida de teoriz se llevalasa observaciones cabo un enorme En trabajo psíquico,d que poneación en relación concernientes a la desnu dez del cuerpo femenino, a s us modificaciones en la pubertad y eventualmente en el embarazo, a lo que pudo percibirse o adivina rse de las relacion es s exuales de los padres, etc. Pero una actividad semejante requiere sobre todo una elaboración de los datos de la obse rvación, una síntesis de lo visto, lo oído, lo sentido en el propio cuerpo, lo imaginado, lo racionalizado, cercana a lo que se capta intuitivamente y que critique las insuficiencias o las contradicciones insostenibles del discurso parental. Esas teorías so n ya un a actividad intelectual, que abreva no obstante en las fuentes fantasmáticas y pulsionales. Lo cierto es que aun en ese nivel se plantea una pregunta. No dejemos de ser niños; preguntemos: ¿por qué? ¿Por qué, en efecto, la abundancia de los fantasmas permite alinearlos detrás de algunos de ellos, que parecen tener la propiedad de organizar al resto? ¿A qué atribuir su poder de atracción? No todas las teorías sexuales se refieren a los orígenes, así como no todo lo que compete al srcen se expresa a través de una teoría sexual. Es lo que sucede con la novela familiar, que no puede no asociarse al fantasma de los orígenes, porque impulsa a atribuirse otros padres, en general más ilu stres. Freud analiza su razón de ser co n fineza y penetración. Si bien el motivo más frecuente está en la búsqueda de consuelo frente al sentimiento de la pérdida de amor, a raíz de la severidad de un padre, la novela familiar también puede desculpabilizar algunos d eseos modificando la relación de parente sco ma ntenid a con un objeto parental. Pero, ¿cuál puede ser la novela familiar de un príncipe? Mientras que en las teorías sexuales el misterio tiene que ver con las func iones corporales y el erotismo asociado a ellas, en la novela familiar son las identidades sociales las que constituyen la materia del fantasma. En las primeras, el cuerpo es el teatro donde se repre senta n los actos de la s exualidad imaginaria. Y esas «escenas», cuando la represión
provoque un cortocircuito en ellas, darán lugar a la conversión histérica. La calidad «social» de las personas afectadas por la teoría sexual infantil no juega ningún papel. Sólo cuen ta lo que vincu la el cuerpo del niño al de los padres. En ese sentido, la teoría sexual es más «fundamental» que la novela familiar. Esta es una fábula: en ella, los personajes se definen por sus atributospríncipe legendarios: rey padre, reina madre, princesa hermana, hermano, etc., míticos con respecto a la realidad cotidiana. La intriga amorosa o ambiciosa extrae sus peripecias de esa calidad. Las teorías sexu ales ancla n el cuerpo del niño en el de los padr es; la nove la familiar int ent a realizar el destino del héroe alejá ndolo de su hogar en busca de nueva s aventuras. Se diría que las teorías sexuales infantiles hablan de un tiempo en el que aún no había reyes, reinas, príncipes y princesas. Un tiempo verdaderamente srcinario, prehistórico. Tiempo, acaso, de una historia natural que nada sabe de las distinciones del orden social. Esa sería la causa, puede decirse, de la poderosa mar ca que la narrat iva «artística» imprime en la novela familiar, mientras que la actitud explicativa científica domina las teorías sexuales infantiles. Dialécticamente, Freud mostrará que la meta secreta de la novela familiar es restable cer la idealiza ción de los padres primitivos «srcinarios» cuando está en trance de instaurarse una apreciación más realista de ellos. En suma, la desidealización impulsaría un cambio reidealizante. Se ve con claridad, entonces, que los fan tasm as tiene n una función d e regulación temporal, anuncio de la gran cesura de la adolescencia que abandonará los despojos de la novela para inaugurar el nuevo capítulo de la desilusión de la adultez. Los fanta smas de los orígenes se despliegan en dos direcciones, probablemente porque contienen ambas: por un lado, la teor ía, e s decir, la búsqueda de una explicación articulada, razonada, que precisa recurrir a la imaginación para dar respue stas más satisfactorias; por el otro, la novela —o el romance—, o sea, la narratividad que es quizás el modo de causalidad propio de la historia. La causalidad de las teorías sexuales sería más sincrónica, y la novela familiar, más diacrónica. Teoría y novela serían, por lo tanto, las dos fuente s del fa ntasm a —de todo fantasma—, del que l os fan tasmas de los orígenes no representan sino una modalidad ejemplar. Repitámoslo una vez más: si Freud comprende la
dependencia de la metapsicología con respecto a la fantas matización, si reconoce la parte de ficción o novela que hay en s u teoría, es porque la novela no se utiliz a aquí por su poder distractivo o seductor, sino porque su puesta en acción nos devela su función esencial para el psiquismo. Si la teoría es novelesca, e s porque la novela también tiene u na función teórica. Y si los dos afluentes, teoría y novela, vierten sus aguas en el río del fantasma, el recurso a este nos brinda la posibilidad de remontamos hasta las fuentes de la actividad psíquica. Freud creía haber descubierto un «Caput Nile» [«nacimiento del Nilo»]. Quizás el análisis del fantasma nos permita el de un psiquismo srcinario en condiciones de dam os las claves de lo que determina el pensamiento de los orígenes, a fin de constr uir las teorías adultas del ps iquismo. Hasta aquí, el examen de la cuestión de los orígenes no nos había hecho remontar el curso del tiempo más allá del momento en que el niño comenzaba a interrogarse sobre las cuestiones más serias de la existencia. Prácticamen te no era necesario ir más lejos. Pero ya asoma el cues tionamiento del espíritu ávido de explicaciones: «¿Por qué todos los niños se interrogan? ¿Por qué coinciden en las mi smas hipóte sis fundamen tales?».
Realidad psíquica Si bien son fácilmente detectables en el niño, las teorías sexuales infantiles no siempre se encuentran con facilidad en el adulto. Las más de las veces sucumben a la represió n y se deducen de los retornos de lo reprimido. Al integra rse a lo reprimido, cabe imaginar que ejercen influencia sobre las represiones secundarias y producidas en el aprés-coup y que desempeñan un papel en la organización de la atracción de lo reprimido preexistente. En otras palabras, los acontecimientos reprimidos se modifican y participan en la construcción de cadenas o redes mnémicas constituidas alrededor de los ejes que representan. Por esa razón, las teorías sexuales infantiles, una vez reprimidas, asumen nuevas funciones. Por un lado, al integrarse a los recuerdos, adquieren una «realidad» tomada de la realidad de estos; por el otro, al modelarlos y someterlos al orden que esas teorías
contribuyen a constituir (de acuerdo con los ejes de la diferencia de los sexos, la concepción y el nacimiento), pueden intervenir en su deformación. Las teorías se xua les prefiguran , en el nivel de la ontogénesis, las propiedades que más adelante Freud atribuirá a los fantasmas srcinarios de fuente calificada de filogené tica. Volveremos a(realidad) ello. Sin embargo, las funciones postu-no mas «realización» y «deformación» (fantasma) hacen más que plantear de la manera más aguda la cuestión de la verdad o la ficción postulada en 1897 a propósito de la seducción. Las teorías sexuales infantiles y la novela familiar inventadas entre 1905 y 1910 sólo darán respiro a Freud durante algunos años. En 1914 va a abrirse una segunda etapa. Su nacimiento es complicado. La primera redacción del an ál isi s del Hombre de los Lobos dat a del invierno de 19141915 pero, debido a la guerra, el texto recién llega a manos del editor en 1918. Entretanto, algunos de los problemas suscitado s por est e an álisis s erán tratados en las Conferencias de introducción al psicoanálisis (19151917), sin referencia al material que sirve de punto de partida a sus reflexiones. Es tas s e agregarán a la versi ón ulterior d el «Hombre de los Lobos». Por otra parte, la primera mención de los fantasmas srcinarios es la de «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica». Todo hace pensar que la concepción filogenética de Freud cobra forma entre 1915 y 1917, que son también los años de la redacció n de la Metapsicología (que sin embargo casi no habla de ella). Pero esa concepción está precedida por la de la realidad psíquica. Aunque no se la mencione, lo que se en cuentra en el inicio de la teoría es la realidad material de los hechos in vocados por el pacie nte a lo largo de la cura, es decir, la de la ficción o la verdad de las experiencias infantiles traumáticas a las que perman ecería fijada la libido. ¡Vuelta al casi llero anterior a 1897! Freud concluye que no son exclusivamen te reale s ni exclusivam ente imaginarios. Lej os de constituir u na razón para recusa r su valor (pensemos en la modernización de este debate en términos de falsabilización y en la conclusión esteril izante a la que llevaría), esto obliga a Freud a modificar su idea de la realidad. La oposición realidadficción pasará a ser realidad materialrealidad psíquica. De hecho, esta conclusión se imponía desde el momento
en que Freud rec hazó la hipótesis de la simulación en la h is teria o la de la inexistencia real de los síntomas histéricos, juzg ado s con la vara de la causa lidad o rgánica y neurológi ca. La «realidad» que se asocia a los acontecimientos ficticios pose e s u forma de verdad, porque el enfermo cree a pies ju nt illa s en ella. El papel del an alis ta no con siste en recusar la —una pérdida de tiempo, por otra parte— sino en a na lizarla; la rectificación se produ ce espontánea mente t ras el desmembramiento de la construcción psíquica. Tanto en el mundo de la neurosis como en el del arte, lo decisivo es la realidad psíquica. También en la infancia, probablemente porque esta constituye e l srcen de esos dos mund os. De todas m anera s, en e ste problema como en muchos ot ros, a diferencia de los psiquiatras de su época obsesionados por la idea de ser engañ ados por sus pacientes y prestos a cambiar su sombrero puntiagudo de médicos por el quepis del policía, Freud nunca desmiente el discurso de sus analizantes. Ya se trat e de un sín toma histér ico, obsesivo, paranoico o de cualquier afección, adopta siempre la misma actitud. Si el paciente m anifiesta con vigor su creencia , es preciso que esta te nga una razón. Y también es necesario buscar su «cau sa» a trav és de desplazamiento s, disfraces, distors iones. En el ombligo de la formación psíquica siempre se descubre un «núcleo de verdad» que es como el parásito en to mo del cual se aglomera el nácar de la perla para ai slarlo y neutraliza rlo, con lo que srcina lo que constituir á el valor de una alh aja. No se ha señala do con insist enc ia sufic iente que los dos casos que sirvieron como punto de partida de la tesis de los fantasmas srcinarios son una paranoia y una estructura psicótica: Schreber y el Hombre de los Lobos. En lo que se refiere al más srcinario de los fantasmas srcinarios, la escena primitiva, es poco frecuente que los pacient es afirmen haber prese nciado el coito de los padres. Al contrario, cuando esto parece indud able ajuic io del ana lista (por ejemplo cuando el niño durmió en el cuarto de los padres hasta una edad avanzada), el analizante no conserva ningún recuerdo de ello. Simplemente aparecen indicios en los sueños, los fantasmas, etc.los El recuerdos Hombre deencubridores, los Lobos confesará a Karin Obholzer10 10 Entretiens avec l’Homme aux Loups, traducción de Romain Dugas, saciones con el Hombre deosl Lob os. Un París: Galiimard, 1981. [Conver psicoanálisis y las consecuencias, Buenos Aires: Nueva Visión, 1996.1
su escepticismo con respecto a la escena primitiva, cuando en realida d había recibido con un encogim iento de hombros las dudas que sobre el particular asaltaron a Freud en un momento del análisis. Así, el impacto de la realidad no obedece al recuerdo de la escena real o a su naturaleza fantasmática que s e hace p asar por real, sino que se deduce de la capacidad deevocarlos esos fantaasmas de de serlas estimulados por lo que a veces puede partir percepciones menos significativas en sí mismas, pero que, por asociación o resonancia, los reaniman hasta hacerlos cobrar una significación explosiva. Eso es lo que permite sospechar su natur aleza traumática. No porque se refieran a lo que habría pasado realme nte, sino porque es como si hubiesen dejado en la p sique cicatrices indelebles y aún sensibles, prontas a desenca denarse como señales de alarma a la menor oportunidad. Me parece que esta facilidad de activación es uno de los elementos que llevó a Freud a atribui rles el status de una inscripción registrada en la memoria de la especie. Una huella mnémica semejante explicaría un haz de rasgos: el carác ter gen eral de los fant asmas de escena primit iva, la constancia con la cual se los encuentra, no pueden explicarse, a juicio de Freud, por la mera alusión a la expe riencia adquirida que varía según los casos; la capacidad de resonancia co n las constelaciones que los evocan en lo real, por analogía, es tan grande que la experiencia individual en un nivel mínimo produce efectos desproporcionados con lo que los provoca; el índice elevado d e realidad psíquica que son susceptibles de adquirir; importa poco la referencia al recuerdo —sie mpr e sospe choso de deformación— o a l fanta sma ; lo que cu enta es, por as í decirlo, el «poder disuasivo» del c ontenido del aconte cimiento psíquico; su capacidad organizadora en la psique (com o las teorías sexuales infantiles) hace de ellos marcadores temporales de gran poder de apropiación cultural (temas míticos, folclóricos, oníricos, etcétera). Quedan, no obstante, muchas cuestiones pendientes: la de su relació n con las teorías sexua les in fantiles o, d e mane ra más general, la de su paso de la latencia a la efectividad.
Vale decir, el modo como las experiencias de la vida permiten efectuar su «precipitación» (en el sentido químico) en el individuo, con la forma de un fantasma secundarizado. Me parece impl ícito que p ara Freud esas huella s mnémi cas filogenéticas no son únicamente los vestigios de un pasado caduco y olvidado de la especie humana. Su acción equivale trazado de uny destino quecaminos seña lizadelasu trayectoria de la vidaalde cada cual dibuja los porvenir.
Heterogeneidad del psiquismo y remisión al sujeto Con los primeros abordajes de la problemática de los fa ntasmas srcinarios, hemos entrado definitivamente en las conjeturas menos firmes. Mencionamos algunas de las razones que llevan a defender una hipótesis s emejante. Antes de someterla a más pruebas, debemos señalar que la cuestión de los orígenes abarca un campo muy extenso. Tres polaridades permiten agrupar esta s perspectivas.
1. El polo científico Se extiende desde el srcen del cosmos hasta el srcen del hombre. Hasta hace poco,separadas, física, biología antropología eran disciplinas claramente cada yuna con sus propios objetos. Situación que sigue vigente en gran medida; hoy, sin embargo, una obra que se ocupe del problema del psiquismo humano dedicará una amplia extensión al punto de vista evolucionista. Se remontará así al srcen de los homínidos. De allí, la teoría de la evolución la llevará a los orígenes de la vida . Después, desde ese escalón, el lector ascenderá hasta el srcen del cosmos. Esta visión se apoya en e l ejercicio del modo de pensam iento científico, cuya s adquisiciones suscitan admiración por su exactitud y fidelidad.
Una preocupación apenas diferente y que precedió a la ciencia dio vida a las cosmogonías míticas y religiosas, que traducen la misma inquietud por reconstruir los orígenes. Si bien las cosmogonías difieren de acuerdo con los contextos religiosos y c ulturales, creo que o hay sociedad se haya preocupado por fundar los ncomienzos: srcenque delno grupo social, de la cultura, de la humanidad o del mundo. Nos encontramos en el dominio de lo divino, lo mítico, el pensam iento simbóli co que se expresa e n las obras del género humano.
3. E l polo in div idua l ontogenético Las teorías sexuales infantiles y la novela familiar nos mostraron el interés que despiertan estas cuestiones y las resp uesta s que se le s dan en la infancia de cada h ombre. Primera observación: estas tres polaridades responden a tres modos de ejercicio del espíritu humano, que reúne todas l as propiedades que permiten el desarrollo particular de cada una de las tres. Todo srcinario remite a un referente único: el psiquismo humano que lo piensa. Este es en sí mism o la encrucijada (heterogén ea) de srcen de la que parten y a la que llegan esas construcciones. No existe hasta hoy ninguna concepción unificada que explique las potencialidades del espíritu humano en la diversidad contradictoria de sus producciones: científicas y no científicas, colectiva s e individua les. En otras pala bras, ninguna concep ción de conjunto de la causalidad puede abarcar las relaciones entre esos tres campos de lo psíquico. Las relaciones que exist en entre los tres campos sólo son pacíficas en apariencia. Una conflictividad sorda o ruidosamente expresada empuja a las diferentes perspectivas a combatirse en nombre de la verdad. El error consiste en creer que una cualquiera de ellas puede, por sí sola, responder las cuestiones planteadas por atodas las demás. responde Esto requiere, al contrario, comprender qué exigencias cada una de ellas con respecto al lugar común de su ejercicio: la activ idad psíquica del hombre. La resis tenc ia a lo desconocido puede ser simplemente pasiva, por el mero hecho
de la ignorancia, o activa, para mantener oculto lo que se considera intolerable. En es te punto la polaridad individual tiene más incumbencia que las otras dos. Ya no se trata aquí de cuestiones metafísicas, angustiantes sin duda, pero que sólo afectan a la distancia al investigador. El srcen de los mundos, de la vida, del hombre, se perfila m uy por detrás de un másr eso personal: los orígenes cuestiona dormisterio mismo. (Po la Esfinelgedehace a Edipo ladelpre gunt a que lo remite a ella. ) Si hoy se admite que las re sistenc ias al reconocimiento de los fantasmas de los orígenes obedecen a la represión de la sexualidad infantil, podemos preguntamos si las resistencias a la tesis de los fantasmas srcinarios no se explican porque es humillante pensar que, si existen organizadores de ese psiquismo humano capaz de tantos desempeño s admirables , son de naturale za sexua l. La dificultad para presentar argumentos convincentes sobre el origenhuellas de esosdepositadas, supuestos organizadores se debe a la ausencia de de inscripciones susceptibles de revelarse que formen un corpus. En el dominio del psicoanálisis, el material se presenta con la forma de palabras flotan tes que sólo recoge la memoria aproxim ada e insuficiente del analista . Si bien el pensamiento de los mitos es vecino al de los fantasmas, por lo menos puede estudiarse a placer, oralm ente o por escrito. Y cons tituye incluso el objeto de una exégesis incesante, un comentario sin fin: teológico, escato lógico o simplemente científico. La es tela del relato del analizante se cierra en la me moria del analis ta tan rápidamente como la que deja detrás de sí el curso de una nave. El fantasma nace donde falta el saber; ¿dónde falta más el saber que en la infancia? Pero, ¿qué memoria más infiel que la de la infancia, qu e agrava aún má s la falta del saber sumán dole la del olvido del recuerdo, no de la realidad, sino del fan tas ma mismo que le da forma? Sin embargo, siempre persiste esta incansable orientación regrediente de conocimiento de los orígenes: «¿Desde cuándo est ás aquí? ¿Dónde estabas antes? ¿Y antes de antes? ¿Por qué viniste? ¿Cómo llegaste aquí?». Preguntas alternativamente dirigidas al otro y a uno mismo. Es te movimiento hacia lo src inario, nacido de la nece sidad de saber qué hubo antaño, «en el comienzo», de asignarle un punto de partida si no una fecha, de describir la evolución de sus acontecimientos, cancela inevitablemente
la proyección hacia atrás del conocimiento del presente, al atribuir a esa asignación retrospectiva un valor causal. Pero todo vuelv e siempre a comenzar y todo c onverge hacia mí, fuente y matriz del cuestionamiento, de lo que me hace ser yo. Nunca hay ni puede haber coincidencia entre lo srcinario y el pensamiento de los orígenes. Lo que fue nunca puede aprehenderse, segú n la expresi ón analítica, sino en el aprés-coup. Tal vez nos encontremos aquí frente al caso de una relación de incertidumbre fundamental, atrapada entre la necesidad de una restitución fiel del pasado y, para hacerlo, la de contar con la creatividad inevitable del presente. Sin creatividad no es posible ninguna restitución, pero toda restitución depende de una creatividad a la que le cues ta lim itars e a copiar —si est o es concebible— lo que fue. ¿No hay contradicción entre la representación, la concepción, el pensamiento de los orígenes y la representación, el concepto, el pensamiento srcinario, que no pueden, justamente porque son srcinarios, tener ni representación, ni concepción, ni pensamiento, circunstancias todas que exigen cierto grado de desarrollo? Cuando estos (representación, concepción y pensamiento) estén en condiciones de ejercer sus capacidades, lo srcinario ya estará lejos. No podría ser otra cosa que una constru cción e incluso una f antasía que se to mará por un recuerdo. Hablo aquí, desde luego, del psiquismo srcinario.
Carácter primario, aprés-coup , organización En su Leonardo, Freud escribe: «Con frecuencia, los recuerdos infantiles de los hombres no tienen otro srcen; no se fijan en absoluto, como los recuerdos conscien tes de la madurez, a parti r de la experiencia vivida para luego repetirse, sino que sólo se exhuman más adelante, ya pa sada laalinfancia r eso estánulteriores, modificados aumentados, puestos servicio, ydepotendencias de, manera que, en general, no se dejan distinguir rigurosamen te de la s fantasías. Acaso no p ueda explicars e mejor su naturaleza que si se piensa en la manera en que nació la
historia escr ita entre los pue blos antiguos. Mientras era pequeño y débil, el pueblo no soñaba con escribir su historia; trabajaba el suelo del país, defendía su existen cia contra lo s vecinos, procuraba ganar territorios a expensas de ellos y enriquecerse. Vivía en un tiempo heroico y no histórico. Luego llegó ot ro tiempo en que s e puso a reflexionar, se sin tió rico y poderoso, y surgió entonces necesidad deLa saber de dónde había venido y cómo había la evolucionado. historia escrita, que había empezado por consignar día por día las experiencias del tiempo presente, lanzó también una mirada hacia atrás, en dirección al pasado, acopió tradiciones y ley endas, interpretó las supervivencias de los tiempos antiguos en los usos y las costumbres, y cre ó así u na historia de las épocas arcaicas . Era inevitable que esta prehistoria fuera más la expresión de las opiniones y los deseos del presente que un reflejo del pasado, porque muchas cosas habían sido eliminadas de la memoria del pueblo, y otras deformadas; más de una h uella del pasado se interpretó en sentido contrario según el espíritu del presente y, además, no se escribió la historia, por cierto, bajo el impulso de una avidez objetiva de saber, sino porque se ambicionaba ac tuar sobre los contemporáneos, estimularlos, elevarlos o mostrarles un espejo. La memoria consciente que tiene e l hombre de las experiencias vividas de su madurez es, por ello, totalmente comparable a esa historia escrita, y sus recuerdos infantile s corresponden en verdad, en lo tocante a su g éne sis y su fidelidad, a la historia de la edad srcina ria de un pueblo, adaptada tardía y tendenciosamente».11 Esta cita, un poco larga, tiene el mérito de informamos sobre los preconceptos de Freud. En ella volvemos a encontrar la insistencia, que siempre le fue característica, en poner en paralelo desarrollo colectivo y desarrollo individual. La historia del individuo recapitula la de la s ociedad as í como la ontogénesis r ecapitula la filogénesis. El testimonio de la memoria, tanto social como individual, es una deformación idealizante del pasado: la imaginación triunfa sobre el recuerdo. Es te h a absorbido el fantasm a a t al punto que ya 11 S. Fr eu d, Un sou venir d’enfancede Léonard denci, Vi traducc ión de J. [Un recuerdo infantil Altounian et al.,París: Gallimard, 1991, págs. 912. de Leonardo da Vinci, en AE;~vol. 11, 1979.1
no lo reconoce debajo del disfraz de la memoria; pretendido archivista, pone sus producciones al servicio de las preocupaciones del presente. Pero enuncia sobre todo mía aporía de la marcha histórica colectiva o sin gular. Sólo hay memoria de lo ya vivido. Por definición, aquella e s retr ospectiv a y, como tal, necesariamente infiel. Los pueblos, al igual que los individuos, construyen en el aprés-coup la visión de su pasado, cuando conquistan los medios de pintarla y se les concede el tiempo libre necesario para mirar atrás. Antaño est á siempre, en mayor o menor medida, el tiempo bue no. Si algun as produccio nes del psiquismo son dictadas por la necesidad, otras, al contrario, exigen liberarse de ella. Son como la expresión de un lujo que goza de todos los embellecimientos con que se beneficia la mirada distante. La situación sería apenas medio molesta si la deformación sólo se refiriera al contenido de los orígenes. Lo más lamentable para el conocimiento del psiquismo humano es que la imagen que se forma de los orígenes e stá gobernada por una racionalidad que no es s ino la del present e; faltan en ca ntidad los indicios para conocer el tipo de causalidad en acción en los acontecimientos considerados en el aprés-coup. Aquí es grande el riesgo —ya se lo llame antropomórfico o adulto mórfico— de tomar por razón lo que sólo merece el nombre de racionalización. ¿O razón srcinaria? Lo menos que puede decirse es que existe má s de una versión en los escritos de los historiadores de las épocas antiguas, de los mitólogos y de los antropólogos. Así nacen los mitos que se consagran a rehacer, además de la historia de los hombres, la del mundo. Marcel Detien ne, en L’invention de la mythologie ,12 creo, no quita l a razón a Freud, al m enos en lo que concierne a Grecia. De e ste modo, por lo tanto, nacen los recuerdos infan tiles sobre las hu ellas de un pasado largamente sepultado. Pe ro este es el punto en que rumbo científico y enseñanza de los mitos entablan relaciones oscuras. Si los mitos tienen algo que ver con la historia, sólo se retendrá de ellos la deformación que le imprimen, recordando llegado el caso la raíz común al mito ynen la mistificación. O bienlejanas se sostendrá los mitos tiemás que relaciones con la que historia y quenoson 12 Marcel D etie nn e, L’invention de la mythologie, París: Gallimard, 1981. |La invención la demitología, Barcelona: Península, 1985.)
más portadores de los efectos de la estructura. No se prescinde pese a ello de pensar el sentido de la causalidad histórica, muy particularmente en la deformación que parece consustancial a ella. Las categorías del «espíritu» que se ma nifiesta n con referencia a la estructura no podrí an considerar accidental la deformación; al contrario, esta parece estructural. Tal vez sea eso lo que impulsa a investigar a trav és de los disfraces de la deformación esta verdad srcinaria sepultad a bajo la m entira de los siglos. Ese fue ha ce un tiempo el tema de un simposio realiz ado en Urbino y en el cual tu ve e l honor de participar, donde se enfrentaron las escu elas de Roma, bajo la direcci ón de Angelo Brehlich, y de París, conducida por JeanPierre Ver nant. Y cuando Marcel Detienne dijo en la ocasión que «el mito comía el acontecimiento», ¿cómo habría podido un p sicoanalista no darl e la razón y a l a vez mantenerse fiel a la inquietud de no borrar la historia detrás de «las historias»? Es que Freud no consideraba contingente la verdad histórica de los mitos, as í como el fantasm a distaba de ser para él sólo un vapor del espíritu que se debía disipar pa ra despertar a la verdad. «A pesar de todas las deformaciones y todos los contrasentidos, e sta s [las leyendas, tradiciones e interpretaciones pr oporcionadas por la prehistoria de un pueblo] representan, no obstante, la realidad del pasado; son lo que el pueblo constituyó a partir de sus experiencias srcinarias, bajo el influjo de mo tivos otrora poderosos y hoy toda vía eficaces; y sólo bastar ía que pudiéramos , gracias al conocimiento de todas las fuerzas en acción, anular esas deformaciones, paira est ar e n condiciones de descu brir la verda d histórica detrás de e se mate rial legendario». 13 Freud, como vemos, no estaba animado por el mism o es cepticismo o la misma prudencia que desde entonces ganaron a historiadores y psicoanalistas. Los fantasmas de los orígenes, a través de las teorías sexuales de los niños, son a la infancun iaaindivi dual qued» losque mitos sonone a las c ulturas. Encierran «parte de lo verda prop a nuestro tr abajo de in terpreta ción un a tar ea i ncan sable mente reiniciada. 13 S. Freud,
Un souven ir d'enfance de Léonard de Vinc i, op. .,citpág. 93.
Fan tasm as de los orígenes, f antasm as srcinarios Henos a quí en un momento de inflexión en nuestro abordaje del problema de lo originario. El mo mento en q ue la articulación de l os efectos de la estructura y la histo ria se im pone tanto más cuanto que pone obstáculos a su desciframiento. En fan lo sucesivo deberá resultarque evidente opondremos los tasm as de los orígenes remitenque a las teorías sexuales infantiles (y a la novela famil iar) y los fan tasmas srcinarios, que se comprenderán como esquemas organizadores —o, en el sentido de Freud, filo genéticos— cuya acción sólo se explica por su conjunción con la experiencia individual del sujeto. Hasta 1910, con las teorías sexuales infantiles y la novela f amiliar, Fre ud se ma ntenía en una perspectiva estrictamente ontogenética. Lo encontrado por la investigación se limitaba a separar los roles respectivos de la ficción y la verdad. Los fantasmas de los orígenes explicaban los enigmas relativos a la sexualidad. Pero, ¿cuál era la explicación de es as explicaciones? En otras palabras, ¿por qué esas ficciones se hallaban con una regularidad y una cons tancia tan grandes? En 1897, Freud había optado por el fanta sma contra el trauma porq ue asignaba a l primero un status de mayor generalidad. En 1915 optó por los fantasmas srcinarios contra los fantasmas de los orígenes (teorías sexuales infantiles y novela familiar), es decir, por el srcen filogenético contra el srcen ontogenético, porque suponía que fundar ese carácter en lade herencia biológica, implicaría superar las srcinario contingencias lo accidental, est o es , de la historia particular de un indivi duo. En suma, elegía, aparentemente, la estructura contra la historia. Esta apreciación es muy aproximada. En efecto, ¿cómo comprender que haya escrito el caso del Hombre de los Lobos ju sta m ent e para oponerse a Jun g? En él, Freud dice lo siguiente: «En lo que se refiere a reconocer esa herencia filogenética, estoy totalmente de acuerdo con Jung (La psychologie des processus inconscients, 1917, escrito que ya no podía influir en mis Conferencias), pero tengo po r inexacto, e n cuanto al método, el recurso a la explicación por la filogénesis antes de haber agotado las posibilidades de la ontogénesis; no veo
por qué se pretende impugnar con obst inación en la p rehistoria infantil una significación que se atribuye con premu ra a la prehistoria ancestral; no puedo desconocer que los motivos y producc iones filogenético s nece sitan en s í mismo s la dilucidación que, en toda una serie de casos, puede corres ponderles a partir de la infancia individual; y, para terminar, me sorprenderá que el mantenimiento las mismas no condiciones en el individuo haga resurgir de orgánicamente lo que estas crearon antaño en tiempos prehistóricos y transmitieron por herencia como predisposición a la readquisición».14 Señalémoslo: Freud no defiende una concepción que asigne a la filogénesis una primacía casi trascendental, como lo sos tiene J ung. No hace aquí sino retomar un eje teórico que desde siempre (o casi) fue el suyo. Así como incorporaba a s u sconc epción etiológica lo fantasmático lo realidad traum ático, cuyo efectos s e mezclaban para fundirse eny la psíquica, lo filogenético y lo ontogenético forman del mismo modo una serie complementaria. Lo filogenético llena las lagunas de la ontogénesis pero, en compensación, esta —repitiendo circu nstanc ias análo gas— será neces ari a para actualiza r la filogénesis. E sta e s «disposición a la readquisición» y no deus ex mac hina. Si retomamos las Conferencias de introducción al psicoanálisis aquí citadas, encontraremos e l esquem a complejo de la etiología de las neurosis, que sólo puede comprenderse como encaje repetido de series complementarias: infancia y adultez, efecto de la disposición a la neurosis procedente de la primera combinada con un factor accidental traumático producido durante la segunda, disposición conformada en sí misma a partir de la constitución sexu al y los sucesos de la infan cia. Como se advierte, el problema es ante todo epistemológico. En este aspecto, la estrategia teórica abordada consiste en fundar la causalidad a la vez en una complementariedad y, en cierta medida, una contradicción. Esta pone al descubierto el conflicto en la teoría. N o sólo el conflicto tal como se lo capta en
compl etes, Pa 14 S. Freu d, «A partir d’une névr ose infantile», en Oeuvres rís: PU F, vol . 13, pá g. 95, pa rte agregad a por Freud en 1918. [De la histo ria de una neuro sis inf antil',en AE, vol. 17, 1979.]
el individuo, sino también en función de las fuerzas opuestas de la causalidad que sin duda actúan como sinergia y ta l vez en parte, igua lmente, como antagonismo. Por esa razón, hay complementariedad entre lo que se srcina en la experiencia individual y lo que puede provenir de la organización hereditaria. Lo que tiene su fuente en la interrogación de la y lo que los tiempos. Eninfancia Freud hay, por procede lo tanto, del unafondo visióndecompleja del fantasm a srcinario. Por ci erto, e ste posee propi edades que ha cen de él el equivalente de las «categorías filosóficas» y, sin duda, de los a priori kantianos; pero la experiencia individual es indispensable para la inteligibilidad de la causalidad. Son Szenen, Urszenen, y además esquemas: ¿«esquemasescenas»? Más bien esquemas que se precipitarán en escenas. Volveremos a ello. Se plantea entonces la cuestión de la articulación entre teorías sex ual es infa y fantasm as srcin arios . Las prisemeras conciernen al ntiles pene como órgano común a los dos xos, la concepción —es decir, el coito parental—, el nacimiento producido en el cuerpo materno. Los segundos se refieren a la seducción, la castra ción, la escen a primitiva, a las cuales Freud agregará el retomo al pecho materno y el Edipo. La ontogénesis n os confronta con las cuestione s de la in fancia y las respuestas que se proponen; la filogénesis —segú n Freu d— explica, en cierto modo, la predestin ación de esas respuestas: lo queelda cuenta, por así decir,freud de su constancia. Para ir hasta final del razonamiento iano, es preciso recordar además que el fantasma srcinario representa para él el esquema interiorizado de acontecimientos reales —actos— que se habrían producido en la prehistoria de la especie. Disociemos hoy esta explicación referida a la prehistoria del fantasma srcinario y no reten gamos de la hipótesis más que su valor clasificador de las experiencias individuales, lo que hace de ella una matriz simbólica. Podremos comparar entonces teorías sexuales infantiles (ontogenéticas) y fantasma s srcinarios (filogené ticos). Un as y otros tienen un factor común: la esc ena primitiva. Las teorías sexuales infantiles entrañan, además, la generalización del atributo pene y la s concepciones del na cimiento. Los fantasmas srcinarios abarcan la seducción y
la castración, as í como el reto mo al pecho matern o y el Edipo. Escribamos estas relaciones:
Se comprueba de inmediato que el fan tasm a edípico originario de castración corres ponde a la universalidad del pene antes del complejo de castración. Del mismo modo, se puede trazar un paralelo entre las teorías del nacimiento y los fantasmas de retomo al pecho materno. Queda, por el lado de los fantasmas srcinarios, la seducción. Se puede adoptar la hipótesis de Laplanche sobre la teoría de la seducción generalizada,15 pero esta es una consecuencia del fantasma srcinario de seducción. No hay fantasma srcinario de la seducción generalizada. Propondremos incorporar al conjunto de las teorías se xuale s infantile s la hipótesis de la concepción oral que corresponde, retrospectivamente, al nacimiento anal. Por último, diremos que los fantasmas srcinarios tienden hacia el Edipo como articulación que les da un sentido global; mientras que las teorías sexuales infantiles se ven amena zadas por la regresión hacia una pregenitalidad que retrocedería ante la organización «intelectual» embrionaria que ellas representan. ¿Se puede considerar, como se inclinan a hacerlo Laplanc he y muchos otros, qu e la hipó tesis de los fantasmas srcinarios, discutible en numerosos aspec15 Sin concordar nec esar iam ente con sus corolar ios. El inco nve niente de esta teoriza ción es que no hace ninguna distinción entre la seducción materna (por otra parte, ya descripta por Freud: la madre es la primera seductora del niño, dice en el Esquema) y la seducción como trauma, q ue pone en juego, entre otras coáas, el punto de vísta económico.
tos, es inútil y que las teorías sexuales infantiles son una respuesta suficiente a los problemas teóricos planteados? Habría que postular ante todo ciertos ejes teóricos para comprender qué existe en el fondo de la cuestión.
Prima summ a Así pues, ha y en Freud , en to mo de las relaci ones entre ontogé nesis y filog énesis, una problemáti ca implícita histo riaestructura que constituye un complejo. Puede pasarse por alto la idea de que la filogénesis m antiene p rese ntes las huellas de la evolución histórica de la especie; Freud sólo considera su acción desde la perspectiva de una «disposición» que, de todos modos, habrá que volver a adquirir indi vidualmente. Esta observación no suscitó la reflexión que merecía. Son nuestras preocupaciones ideológicas actuales las que nos impulsan a interpretar el pensamiento de Freud. Problemática implícita o latente cuyos desarrollos recientes muestran con claridad su fecundidad en otros ámbitos del saber. Georges Dumézil resumió con acierto las relaciones estructurahistoria, con referencia a la cuestión de los orígenes, y s eñaló de paso —prueba de que tenía clara conciencia de su pertinencia much o más allá de los contextos espe cializados que fueron el teatro de esas oposiciones— que dichas relaciones podían tener algún interés para el filósofo. Para el psicoanalista, en todo caso, casi no ha y duda de que lo tienen. Cuando se aborda el dominio que va «de la prehistoria a la protohistoria», en el que faltan los hechos que puedan permitir el establecimiento de datos suficientemente sólidos, diversas actitudes se reparten el favor de los historiadores. Para unos, se trata de determinar el or igen de los el ementos que participan en la composición de su obje to de es tudio. La determinación de eventuales estructuras es secundaria en todos l os aspectos, y a menudo ellas son el fruto de encuentros azarosos o que fue preciso conciliar. Sólo se presta un interés limitado al valor inteligible de la estructura. Para otros, el modelo de una continuidad que constituye la sucesión de una nada, un nacimiento y un crecimiento
progresivo tiene su srcen en una esquematización. Al contrario, dicen, estam os frente a una complejidad inicial en la cual los elemen tos s e prese ntan con una forma ya organizada, articulada, compleja: es la visión estructural. Sin duda, en este caso se pone en primer plano la inexactitud de un punto de vista que traduce una posició n pasiva del espíritu humano , que sufre el desarrollo de los hechos y los acontecimientos. «En todas las épocas, el espíritu humano intervino en las se cuencias, al marg en de las secuenc ias que se le imponían, y a menudo fue más fuerte que ell as; ahora bi en, est e espíritu es ese ncialm ente organizador, sistemático, se nutre de múltiples simultaneidades, de modo que en todos los tiempos, independientemente de los complejos secundarios que se explican por aportes sucesivos de la historia, existen com plejos primarios, que son tal vez más fundamentales en l as civilizaciones más v ivaces».16 En lo que se refiere al srcen de eso s complejos primeros, ¿hay que considerarlos innatos? ¿O no podemos imaginar, en una historia cuyo srcen se remonta a la noche de los tiempos, que cobraron fuerza como agentes inductores, gracias a un a organización qu e los articuló y les confirió estab ilidad, sin alineamos pese a ello con la hipótesis de una forma innata de organización psíquica? La cuestión no compete únicamente al historiador, sino que interesa a la formación de las estructuras y su srcen. Al parecer, la opinión que se declara discutible aquí es la de una génesis que procede mediante la designación de un srcen simple, seguido de una acumulación progresi va de la experiencia que, presuntamente, tiene por sí misma una virtud explicativa autosuficiente. Estamos en presencia de un meca nicismo históri co o de una histo ria mecánica, como se prefiera, que se satisface perfectamente con el ordenamiento de elementos reducidos a su más simple expresión. Ahora bien, Dumé zil ata ca un problema que no puede dejar indiferente a quien se interese de una manera general en 16 Georges Du mé zil, Les dieux des Indo-Européens, París: PUF, 1952, dioses de los ndoeuropeos i pág. 80 (las bastardillas son nuestras). [Los , Barcelona: Seix Barral, 1970,1
los orígenes. El del dios primero. Lejos de ver en él un dios srcinario, es decir, en e l srcen de la seri e que va a seg uir, lo considera el dios de los comienz os s in que le incumba la se cuela: un dios que no es r esponsable , diría yo, del engen dramiento de la posteridad de los acontecimientos. Pero no es menos inte resa nte el hecho de qu e ese dios con el que tropezamos en diversos contextos míticos (Vayu, Jano) sea un dios ambiguo, misterioso, portador de los valores de lo desconocido. Es mucho menos figur a del Uno srcinario que de una dualidad bid ireccional hacia adelante y ha cia atrás, bicéfala o bifronte, que contiene valores, opciones morales del bien y del mal en contextos paralelos. Dios srcinario, pero de un srcinario indeterminado, diádico. Lejos de imaginar est a d ualidad como un desdoblamiento del Uno, el carácter srcinario se traduce de entrada en una estructura dual de opuestos, un «par contrastado», como diría Freud. Gracias a ese dios «primero», en referencia a «la primera cosa», que no es ni l a mejor ni la más grande, va n a oponerse otros valores divinos. Que no proceden de él pero se imponen a nte é l e indepen dientem ente de él. Así, para h ablar de divinidades conocidas, tomemos a Júpiter con respecto a Jano. El dios Geminus, el dios de los Prima, de los Initia, de los Primordia, el dios iniciador que es un dios de la dualidad e incluso de la multiplicida d, y e n cierta medida de la confusión y el caos, va a ser sucedido (pero sin que proceda de él) por un principio de orden JúpiterVarrón, retomado por san Agustín, que sitúa el problema: «Los Prima son menos importantes los Summa puesto quemás , si los Prima está antes por el que tiempo, los Summa están arriba por la ndignidad».17 Por extraño que parezca, no es difícil transponer al psicoanálisis los debates generados por la oposición Prima Summa. Acaso se considere sorprendente la posibilidad de un paralelo semejante. Pero esto es menos asombroso de lo que parece a primera vista, porque se trata de dos actitu des opuesta s del e spíritu que encont ramos en muchos ámbito s. En psicoanálisis existe un momento llamado de psicoanálisis equivalen te al de nuestros rece sos genético, de las estructuras, convencidos de historiadores las virtudes de unlorumbo que se esfu erza por partir de los oríg enes y que da la 17 Citado en ibid.,pág. 95.
imagen de un desarrol lo acumulativo que e xplica sin vana s especulaciones una evolución ontogenética. A estos ya casi no les viene bien hablar de las estructuras que son los fantasmas srcinarios de Freud, sobre los cuales otros se apoyan para defender una concepción estructural. Si falta la historia, con el sistem a de huella s sobre el qu e reposa y que permite la nos datación cronológica del y labeneficio sucesión de los acontecimientos, congratularemos procurado por la observación y consignación, a me dida que ocurren, de los sucesos y los cambios que ocasionan. Es inútil in sisti r mucho en la s objeciones a es te modo de ver, tanto en lo que se refiere a la cuestión de las seña les ordenado ras de la interpretación co mo a las cuestiones de las modalidades de recorte de las secuencia s y los a contecimient os, o los tipos de clasifi cación de las experienci as; en sínte sis, de los referentes de es ta histor ia que, al pa recer, prescinde de las estructuras. A esta inspiración, que es con frecuencia la de los psicoanalistas de niños y de distintos investigadores (psicoanalistas o no) que se consagran al estudio del desarrollo psíquico, hay que oponer la de los psicoanalistas de tendencia estructuralista. Mientras que los primeros —siempre un poco embriagados por la impresión de asistir in statu nascendi al srcen de las construcciones significativas normales o patológicas— parecen conf ormarse con las herr amientas conceptuales que les ofrecen la referencia al srcen y la continuidad del desarrollo, como si lalos sucesión fuera misma una causalidad autosuficiente, segundos, queenlasí mayoría de las veces trabajan además sobre el material presentado por los adultos, se sorprenden por la multiplicidad y diversidad de las experiencias singular es que se oponen a la forma como estas se someten a una codificación significativa que permite su comprensión. Y es notable que esos principios no sean los de un pensamiento de los orígenes, aun cuando nos refiramos a lo srcinario. Así, con las t eorías sexu ales in fantiles, nos conformaríamos con de unapostular visión no ontogenética,hipotéticas sino que nos pensara esassólo organizaciones com-displejas llamadas srcinarias, que intervienen en el desarrollo como conjuntos articulados. En un trabajo que hizo época, «Fantasme srcinaire, fantasme des srcines, srcines
du fantasme» (1964),18 Laplanche y Pontalis hacen notar que los fantasmas srcinarios se refieren de hecho a los orígenes, los de la sexualidad (seducción), la diferencia de los sexos (castración) y el nacimiento del sujeto (escena primitiva). Pero de ese modo hacen decir a Freud lo que ellos mismos piensan. Con seguridad, la seducción no es para Freud el srcen de la sexualidad, y en cuanto a la escena primitiva, no se deduce que el sujeto relacione di rectamente con su n acimiento lo que se deriva de ella. Estas observaciones son más filosóficas —por otra parte, así termina su artículo— que psicoanalíticas. Laplanche rechazará más adelante sin apelaciones la tesis filogenética, para conformarse con las teorías sexuale s infant iles. Ahora bien, los fantasm as srcinari os se p resenta n como estructuras complejas de geometría variable. Por ejemplo, puede sostenerse que escena primitiva y seducción funcionan de acuerdo con modalidades reversibles, e incluso que aquella escena y la castración tienen una relación de causa a efecto. Además, que la castración es la sanción de la seduc ción, etc. Eso es lo que quiere decir la expresió n «matriz sim bólica» al suponer la reverberación mutua de los diferentes fantasmas srcinarios. Puesto que resulta claro, como lo hacen pensar Laplanche y Pontalis, que es necesario recurrir a un conjunto más grande para comprender el sentido de los fantasmas srcinarios. Estos autores señalan que el complejo de Edipo ser ía algo a sí como el lugar geométrico en que se sitúan. Pero, ¿de dónde viene el complejo de Edipo? ¿Laplanche y Pontalis van a llevarnos a esa concepción «genética» del Edipo o nos remitirán a la tesis estructural que fue uno de los caballitos de batalla de Lacan? ¿No es esta concepción estructural del Edipo lo que el mismo Freud defiende en el caso del Hombre de los Lobos? Al ocuparse de esos esqu ema s de srcen filogenético, «precipitados de la historia cultural de los hombres», escribe: «El complejo de Edipo, que engloba la relación del niño con los padres, forma parte de ellos; más aún, es el ejemplo más conocido de es ta especie».19 El camino seguido por Freud, en
Fantasme srcinaire,ant fasme eds 18 Jean Laplanche y J.B. Pontalis, srcines,srcinesudfantasme,París: Hachette, 1985 (publicado srcinalmente en 1964). 19 S. Freud, Oaivresom c pletes,
op . cit.,vol. 13, pág. 117.
consec uencia, es aquel cuyo trayecto propicia: consideración de los datos de la prehistoria individual con las teorías sexuales infantiles, encuentro de sus límites epistemológicos, invocación de las estructuras filogenéticas, dialectización de las relaciones entre ontogénesis y filogénesis. Entonces, si el pensa miento de los orígenes ne cesita tiempo para c onstituirse —las cuestiones que plantea se sitúan de entrada en el aprés-coup —, hace falta aún más tiempo para darse cuenta de que un pensam iento de lo ori ginario es necesario y hasta indispensable, y que en el límite sólo tiene pocas relaciones con el de los orígenes. En efecto, el pensam iento de lo srcinario no traduce en modo alguno un cuestiona mien to sobre los orígen es. No e s el fruto de la curiosidad del niño. Procede, por el contrario, del exam en de los dat os proporcionados por el adulto para explicar la regularidad de ciertos temas. Es indudable que interroga el srcen de esta regularidad y la c ausa de s u poder ordenador y responde a esa cuestión mediante la idea de un fondo srcinario que estaría en los albores de todo desarrollo. Pero el srcen del cual se tra ta aquí es el que remite a la historia de la especie. Los fantasmas srcinarios son los vestigios, o las huellas mnémicas, del relato de los orígenes. En lo sucesivo, distinguiremos dos cuestiones en el examen del problema de los fanta smas originarios: su vincula ción al fantasma y su relación con lo srcinario.
¿Fantasma? ¿Originario? La referencia al fantasma como soporte de lo srcinario responde a lo que podríamos llamar el trasfondo especulativo del pensamiento freudiano. Propiamente hab lando, no se trata de la teoría psicoanalítica sino, antes bien, de sus fundaciones implícitas. Así como los autores de nuestro s días que se interrogan sobre el psiquismo se remontan al srcen del cosmos, Freud nos legó un manuscrito, «Vue d’ensemble sur les névroses de transferí»,20 en el cual se expresa libremente su gusto por la fantasía. Aquí podemos hacer, entonces, una consta20 Ibid., pág. 293 y sigs.
tación: el pen sam ient o de los orígen es adopta de buen grado la apariencia del fantasma. Esta libertad de expresión no llegará a la publicación. Freud se limitará a comunicar su contenido a Ferenczi, gran aficionado al género. «Puede tirarlo o guardarlo», escribe a su corresponsal, como prueba del valor muy relativo que asignaba a e sa nov ela metabioló gica en que el ensueño freudiano relaciona la constitución de las neuro sis con los estadios de la humanidad prehistórica y pone en jue go los efectos del p eríodo glacial, la ma tanza de los recién nacidos por falta de alimentos, la restricción sexual, el desarrollo del lenguaje, la castración realizada por el padre celoso, l a rebelión de los hijos y el parricidio. En este fresco, a cada uno de esos sucesos corresponde el establecimiento de una neurosis. Como vemos, a un las neurosis se transmiten en función de una herencia de la especie, mientras que su srcen individual responde a otra causalidad. Las «constituciones arcaicas» retornan en los nuevos individuos, se combinan con las reivindicaciones del presente y facilit an la g énesis de la neur osis. La concepción de la filogénesis de Freud se apoya en la idea de que los acontecimientos y los actos importantes o repetidos con frecuencia se transmiten por la herencia y se modifican de generación en generación: esos hechos de la realidad material, esas acciones —en el comien zo era la acción, dice Freud con Goethe— se interiorizan. Se trata, en parte, de la explicación de la naturaleza pulsional de los basamentos del psiquismo (las pulsiones habrían sido antaño acciones). Pero las pulsiones, si bien representan un a forma de memoria, no transmiten contenidos o historias. Freud sostiene entonces que si existen formaciones psíquicas heredadas análogas al instinto de los animales , eso constituye el núcleo del inconsciente.21 Es probable que apunte a los fantasmas srcinarios. Al final del caso del Hombre de los Lobos, en el que se expone su pensamiento, Freud defenderá una opinión similar.22 De todas maneras, allí se trata menos del fantasma srcinario que del «saber instintivo» de los animales. Otra forma de decir que ese mismo saber instintivo estáen bajo la influencia del fantasma Freud insiste la estructura imaginaria de lossrcinario. fantasmas 21 Ibid.., pág. 233. 22 Ibid., pág. 117.
srcinarios como «Urszene». Sin embargo, cuando utiliza la palabra «escena» en los orígen es de su obra, la aplic a de manera indiferente a un acontecimi ento vivido, un recuerdo e incluso un fantasma. La «Urszene» típica será la del coito parental. No es ese, empero, el sentido que da Freud a la ex presión en las cartas a Fliess, en las que no se trata sino de las escen as srcinaria neurosis. parec e que la nominación de escenas de se la refiere sobreMe todo, además dedesu alusión a lo srcinario, a la forma en que los sucesos psíquicos se presen tan a la men te: puesta s en esc ena (como el ata que histérico que será su equivalente), representaciones. Para Freud, lo srcin ario se pr esenta sin duda con la forma de un fantasma, de un guión elaborado, transmitido como tal y activado por indicios perceptivos que prenden fuego al montaje hereditario. Pero ¿qué es entonces la escena primitiva? ¿Una escena realmente vivida por el niño? ¿Una es cena él imag ina (el hecho d een que siempre se lahipótesis)? rememore enque la posición a tergo aboga favor de esta ¿Un esquema del encuentro íntimo del padre y la madre, lo masc ulino y lo femenino? Todo esto, e n efecto, de la v ersión más presuntamente realista a la más abstracta. Puesto que, para Fr eud, la te sis del predominio de la realidad psíqui ca remite a una realidad material de otr o tiem po, a un fanta sma del tiempo presente, a un esqu ema de todos los tiemp os. Y esa s esc enas, por otra parte, no se dan en la forma de recuerdos; deben adivinarse, construirse «paso aNopaso y laboriosamente a partir de una suma de indicios». s e debe llegar a l a conclusión demasiado apresurada de que su srcen es más fantasmático que mnémico. Sea como fuere, ¿el fantasma no e s el v estigio de una memoria olvidada? Soñar también es rememorar. El fantasma inconsciente, como las escenas, también debe deducirse, construirse, adivinarse a partir de indicios. ¿Las escenas srcinarias son fanta smas srcinarios, vale de cir, guiones imaginarios here dados filo genétic amente? Y, por último, ¿los esque ma s srcinarios se expresan por fuerza con la forma de fantasmas? Constantemente se plantea la cuestión de lo primero (prima), pero, como hemos visto, se trata de una cuestión ambigua, confundida con la de lo más importante, es decir, lo que tiene el poder de seleccionar, clasificar, categorizar, jerarq uizar (summa). Esta confusión pesa sobre el término
«originario»; es primero lo que e st á al principio y lo que es tá a la cabeza por su rango. Hemos v isto que lo originario se relaciona con la hipótesis seg ún la cual exis ten en la psique fo rmaciones que el individuo trae con él al nacer y que actúan en sinergia con la experiencia individual para clasi ficar las experiencias y servir de organiza a la construcción psíquica, gobernando un esquema dedores desarrollo tal que orienta un destino general e impone un freno a las variaciones, carencias e irregularidades de la v ida individual frente al destino común. Se sabe que la elección de esta traducción para el prefijo alemán «Ur» prevaleció en francés. En un primer momento se lo tradujo como «primitivo» o «primario». La posible confusión con datos relacionados con un punto de vis ta ontogenético hizo que se prefiriera «srcinario».23 Por mi parte, propongo disociar por completo la exigencia factores epistemológica, que hace necesaria la hipótesis teóricael de con el papel de organizadores que expliquen carácter general de ciertos temas, no obstante las particularidades de su historia, y la teoría filo genética, que da cuenta del srcen d e es as formaciones. Por eso, ahora propongo denominar esquemas pri mord iales al conjunto al que se da el nombre de fantasmas srcinarios: seducción, castración, escena primitiva, retomo al pecho materno, complejo de Edipo, para liberarnos del lazo de es as formaciones, a la ve z con el fan tasm a y con el srcen filoge nético. Lasa:opiniones de Freud n e n desacuerdo concala cienci todos los gene tista sestá rechazan la herenciatotal de los racteres adquiridos. Más aún, es discutible que la herencia se transmita en la forma de guiones imaginarios. Sin embargo, es necesario hacer notar que no se advierte cómo puede la ciencia demostrar el carácter erróneo de las ideas de Freud. Si bien nada las prueba, es difícil demostrar lo contrario, o sea, su inex istencia. De todos modos, la ex igencia epistemológica persiste. Se puede atribuir la organización del deseo humano a una mutación. Est a podría traducirse por la presencia de esquema s sensibilizados por con fi23 Aunq ue en el caso de Piera Aulag nier la concepció n de lo srcinario se refiere claramente a las formas primitivas del desarrollo psíquico, con el pictograma.
guraciones perceptivas. Cuando se demostró la existencia de los I.R.M. (estímulos innatos de desencadenamiento de Tinbergen y Lorenz), se generó el apego de ciertas aves al hombre al remedar este, aunque fuera groseramente, el comportamiento global asociado a la forma general de un espécimen animal adulto, y se supo qué impulsaba a otras especies desepájaros a huir frente a un de tomar presa; elestas reacciones asociaron a esquemas. Así,ave para último caso mencionado, el pájaro que escapa al ave de rapiña de manera innata no conse rvó en s í la esc ena de la devo ra ción de sus ancestros por un depredador, del mismo modo que no reconoce de entrada al águila, el gavilán o cualquier otro rapaz. Lo que lleva en su sen o es el de sencadenamiento del reflejo de fuga ante la configuración «ojos juntoscuello corto». Tampoco reconoce a su madre al nacer, sino que inviste como objeto madre cualquier forma que exhiba vagament e la apariencia de su anda r. Los fant asm as srcinarios podrían deducirse de la órbita de una organización esquemática de ese tipo. El encuentro de esas configuraciones perceptivas y de las percepciones nacidas de la experiencia individual daría srcen a las formas simbólicas modeladas por el imaginario, que las dotaría del status que Freud describe como «fantasma» srcinario. E ste se enriquecería con una narratividad creada por la estructura «fantasma srcinario», y entonces y sólo entonces adquiriría la calidad que hace de él un guión. En suma, el único sustrato «filogenético» se relacionaría con el esquema sens ible (configuración perceptiva desencadenante); toda la secuela (fantasmatización, dramatización escénica) deriva del encuent ro entre el esquema y la experien cia. Por sí sola, es ta últim a sería insuficie nte para explicar el alcance significativo. E l esquem a daría cuenta de él, pero no sería más que una abstracción vacía si la experiencia no le proporcionase la materia «prima» apta para estimular la imaginación y la forma discursiva asociada a la narración. En el epílogo de Le discours vivant, de 19701973, nos interrogábamos sobre lo estructurable, la estructura en potencia y la potencia de estructuración, y concluíamos: «Los fantasmas srcinarios no son representaciones y menos aún contenidos, sino mediaciones. Contrariamente a cualquier expectativa de las reglas de la lógica tradicional, son aquello po r lo cual suceden representaciones y conteni-
dos».24 Son inductores que promueven la actual ización bajo la forma de fantasmas, investidos de un fuerte coeficiente de realidad psíquica. En la escritura general de los fantasmas, se leen aparentemente como los otros, pero están impresos en negrita. Así, lo coyuntural aleatorio de la experienci a individual recibiría el refuerzo y la marca de lo estructural regular para que el sentido se imprima co n el sello de lo que es significativo. Más aún, ninguna referencia a lo srcinario desaparece por completo, porque los esquemas primordiales desem peñan el papel de marcad ores temporale s. Asigna n a los acontecimientos histórica mente datados un alcance que los introduce en la escala temporal, puesto que n o se lim itan al momento de su aparición. Su relación co n las teorías sex uale s in fantile s contribu ye a la pues ta en orden de los orígenes y ya no únicamente a lo que es primordial: srcinario. Gracias a ellos, se ayuda al pasado a convert irse en pasado; este se c onstitu ye como tal. Los esquem as primordiale s condensan en sí mismos un sistema de resonanc ias armóni cas tal que se comunican entre ellos y se explican retroactivamente —de m aner a c ausa l— lo que ya fue, de igua l modo que s us redes estarán prontas, en el futuro, a despertar a las experiencias que mantienen algunas relaciones imaginarias con ellas o con las formas anteriores a su manifestación.
Alternativa a la hipótesis hereditaria Hemos vist o que la teoría misma del fantas ma srcinario es susceptible de considerarse como una fantasmatización. La metapsicología —esa hechicera, según Freud— se alimen ta de fanta smatizac iones para progresar. Y no sólo es el más allá de la psicología, también es lo que la conecta a sus orígenes biológicos. El «antes» de la psicología es una especie de psicobiología o biopsicología imaginaria. Freud no querría abandonar la cohorte de los biólogos, pero estos re24 And ré Gr een , Le discours vivant, París: PUF, 1973, pág. 316. Esta obra se presentó como un informe titulado «L’afFect» ante el Congrés des langues romanes de 1970 y fue publicada al año siguiente en la Revue Franfaise de Psychanalyse. [El discu rsop i d o :una oc ncepciónpsicoanal íti ca del afecto , Valencia: Promolibro, 1998.]
chazan su juramento de fidel idad y lo conf inan entre los a utores de ficción. En consecuencia, la metapsicología, contrariamen te a l a intención de su creador, no remite a la biología sino a una disciplina t ambién imaginaria: la metabiolog ía. Si Freud pone mucha biología en su psicología, se puede sostener igualmente que pone mucha psicología en su biología. ¿Hay alguna aposibilidad de prescindir por entero de cualquier remisión la filogénesis? Aquí es preciso distinguir entre nuestra ignorancia y nuestros prejuicios. Cuando tantos hechos que antaño se interpretaban como resultados de la acción del medio se ponen hoy en la c uenta de un determ inismo genético, nos encontramos con la falta total de datos qu e expliquen una transmisión genétic a en el dominio psíquico. S i bien s e sigue invocando una causalidad genética para las enfermedades psiquiátricas, se ignora todo acerca de lo que puede constituir una herencia individual o colectiva. La cultura mantiene su patrimonio mediante un a tr ansmisión repetida en cada genera ción, lo cua l da srcen a una verdadera herencia social (Lacan). La existencia de sociedades llamadas primitivas plantea la cuestión de un estado, si no prehistórico, al menos protohistóri co, aunque nadie teng a dudas de que la historic idad no está ausente de la evolución de dichas sociedades. Pero aquí la teoría se apoya tal vez sobr e bases menos frágiles. Hoy se rechaza la calificación de primiti vas para las sociedades sin escritura, y ha y que elogiar, por cierto, el deseo de term inar con lo que es a calificación podía ten er de degradante o condescendiente. Pero ¿existen otras razones para el abandono de la fórmula? ¿No podemos dudar de la s i nte nciones que llevan ho y a tener por comparables esa s sociedades y las nuestr as, a l parecer sólo separadas po r algun as diferencias? Lo as í suprimido, ¿no es siempre la sospe cha que designaría al inferior, el no evolucionado, el salvaje? ¿No será tam bién que al desembaraza mos de lo primitivo eliminamos al mismo tiempo lo basal, lo fundamental, en resumen, lo primordial, y procuramos de ese modo enmascarar el poder que tendrían esas sociedades de revelamos los parámetros psíquicos cuyo valor organizador sería aquí más aparente y visible, pero en los cuales nos cuesta aceptar el peso capital y la perennidad que su resonancia aun en nosotros y nuestr os días permite adivi nar?
No es que e stemo s autorizados a pensar qu e ese primordial puede aprehenderse mediante expresiones directas inmediatamente descifrables, porque aquí, como en otras partes, sólo es perceptible a través del velo de los disfraces y las mediaciones. Ninguna transparencia nos ahorra los efectos de la represión. Pero lo más esclareced or es la re laciónque entre e saasello mediaciones y las hipótesis Muchos que las antro explican, sin p ese se apoye en evidencias. pólogos despliegan una abundancia de medios intelectuales para tratar de mantenerse insensibles a ella. Cuando nos situamos en el campo mitológico o sociológico, lo que nos permite pasar de una perspectiva ontogenética a un cues tionam iento ontológico es la existenc ia de producciones sus ceptibles de circunscribirse, tocarse, analizarse, que son otras ta nt as formaci ones simbólicas, de proyecciones —con densadas, desplazadas, dramatizadas— de lo que podríamos llama r lo implícito o potenci al en la base del desarrollo ontogenétic o. Enton ces se revela a quello que, visto desde la perspectiva de la ontogénesis, puede estar presente pero permanece invisible, únicamente pensable en la forma de una latencia. La ontogenia individual, a través de las producciones míticas y sociales, se refleja en una ontogénesis social, es decir, en lo que se adivina al considerar la evolución de un individuo, desde el nacimiento hasta la adquisición de una identidad dentro del grupo social. Los mitos relatan también la génesis de la sociedad a través de la historia de su s héroes, de los mismos a quienes se atribuye ha ber contribuido a la instauración de un orden social. La naturaleza social del objeto, su generalización, le confieren la legibilidad de aquello que, en un individuo e incluso en una seri e o una colección de individuos, puede caer bajo la s ospe cha de lo aleatorio, lo accidental, lo continge nte. Lo social da espesor, consistencia y desubjetivación a una subjetividad que parece disolverse en la colectividad. En ello, la narrati vidad cuenta menos una historia que una condensación de historicidades fusionadas, individuales y sociales, reales y míticas. Esta cuasi garantía de credibilidad ofrecida por la expresión desindividualizada acaso conformarse má ssocial fácilmente con una hipótesis caupermita salista que atribuye el resu ltado a la articulación de un conj unto de fan tasmas y afectos elementales, que proporcionan a la elaboración de la obra cultural (mito, rito, cosmología) los signifi-
cantes clave que constituyen su material de base. Aquí, diremos, l a visibilidad de l trabajo de la obra basta para fundar por su par te el rumbo causal; se supone que la remis ión a la ontogénesis sólo suministra la base inicial. Pero cuando acudimos al individuo y se transforman en indirectas las referencias socioculturales, ese cuerpo de mediaciones permite constatara en el aprés-coup qué hizo el espírituque humano y analizar cambio su estructura después de que haya dado a luz esas producciones consisten tes, ¿a qué podemos r ecurrir? En e ste punto se p lantea la hipótesis de lo srcinario para inscribirse en el hueco que separa la s producciones ontogenéticas individuales y sociales. Por una parte, para fun dar la consistencia de lo ontogenético, y, por la otra, para i nte ntar explicar su poder de proyección en el nivel colectivo que, no lo olvidemos, cimenta las relaciones entre individuos y crea un orden propio. Por esa razón un antropólogo puede escribir con toda tranquilidad lo siguiente: «No creemos, en efecto, que en la sociedad como tal persista una memoria filogenética, poseedora de u na infancia colectiva reprimid a de la que el grupo busque aún hoy liberarse: la infancia sólo puede s er individual, y su huella en los psiquismos adultos permite su reformulación en términos sociales y evolutivos».25 Sin embargo, el mismo antropólogo postula un estrato semántico y simbólico presocial para dar cuen ta del mito y el rito. ¿Cuál es la organización de ese estrato? La cuestión se deja en manos del psicoanalista, de quien se espera que prescinda del recurso a la filogénesis. En todo caso , la filogén esis siempre e s de hecho retroactiva y está construida sobre la base de las insuficiencias de una ontogénesis. No sobre una memoria únicamente lacu nar sino, al contrario, sobre el exceso de senti do que desborda la vero similitud de una experiencia adq uirida por apren dizaje. Ese es el exceso que se trata de recobrar mediante una organizaci ón sign ificante mínima. La filogénesis no es el recurso a una abundancia temática que agregue algo a la experiencia individual sin o, más bien, la ten tativ a de deter25 Bernard Juillerat, Oedipe h casseur,versune ontol ogie, París: PUF, 1992. Mencionemos de paso la gran coincidencia de puntos de vista que compartimos con el autor, quien, hecho rarísimo entre los antropólogos, cree en el diálogo entre la antropología y el psicoanálisis [nota de 1999],
minación de lo que permite ofrecer el modelo de su reducción posible. His toria del individuo, historia de la soc iedad e historia de la vida y el universo no sólo encajan unas en otras sino que dan srcen retroactiv amente a categorías im plícitas que pueden desprenderse de la verdad narrativa; est a rev ela en su desarrollo el desfasaje de los universos que engloba. Hoy estamos acaso mejor preparados para captar la riqueza y compleji dad de los ordenamientos sign ificantes, de su transmisión interpsíquica, intersubjetiva e intergeneracional; ¿no podemos suponer que a tra vés de l a educación de los niños por parte de los adultos se comunican mensa jes ordenados de acuerd o con significantes clave que trans miten silenciosam ente, de una generación a otra , esos organizadores que yo llamo esquemas primordiales? El carácter primordial no provendría entonces de una hipótesis de biologíaficción, sino que se retransmitiría, recomunicaría y, por así decirlo, «transvasaría» a cada ser humano en cada generación. Freud, al oponer lo adquirido a lo que no podía serlo, seguía mostrándose demasiado cautivo de una concepción de la comunicación de la experiencia que se limitaba a efectos explicitables. En la actualidad estaríamos en condicione s de exp licam os e l carácter invisible y silencioso de lo que se transmite dependiendo de estructuras organizadoras y de comprender a la vez los efectos de esa tr ansm isión por la constitución de redes de comunicación que mantienen bajo su control formaciones secundarias o derivadas. Es ta visión empírica que ahorra las especulaciones de Freud se apoya en hipótesis cuya audacia no es inferior a las de los fantasmas srcinarios. Las variaciones culturales que producirían una multiplicidad de for mas de educación anularían sus diferencias en tomo de lo primordial respecto de las cuestiones fundamentales de la diferencia de los sexos y las generaciones, la co ncepción, el nacimiento, el alumb ram ient o.. . y la muerte. Eso es lo que sostienen algunos antropólogos. ¿Podemos decidir verdaderamente hacia qué lado deben inclinarse nuestras preferencias? Todo lo que puede decirse es que una concepción semejante cuadra mejor con nuestro horizonte epistemológico, pero que difícilmente sea más segura. Lo mejor sería concluir como Freud:non liquet. Otra cuestión no planteada. ¿La experiencia adquirida desde Freud confirma la limitación de los fantasmas srci
na n os a los que él describió, o imp ulsa a proponer otros? Me parece, en efecto, que la exigencia epistemológica requiere la concepción de «esquemas organizadores de la desorganización», por decirlo de algún modo. En otras palabras, modelos de base a partir de los cuales puedan desarrollarse las formas múltiples y variables de destructividad. La experiencia de los casos fronterizos en que esta cumple un papel tan grande permite inferir esas matrices simbólicas de la destructividad, que conciernen a la relación con el objeto, los límites de la psique y el yo, el interior de la psique, su relación con lo externo y, por último, la muerte parcial o total del yo. Me parece, además, que los lazos de esos esquemas primordiales de la destructividad con los fantasmas srcinarios ponen de relieve entre ellos formas de oposición o de simetr ía que permiten dar toda su magnitud al conflicto psíquico.
Alegato por unos conceptos transicionales El pensamiento de Freud está siempre habitado por el del niño S igmun d que no deja de preguntar por qué y sólo s e detiene cuando ha encontrado el equivalente adulto de las teorías sexu ales infantiles que le recuerda el pequeño Hans. Hemos reconstituido el fresco teórico —del cual los fantasmas srcinarios son sólo una parte— que daba a Freud el alivio de tener una respuesta satisfactoria para su curiosidad, y no nos costó reconocerle el status de ficción biológica. Pero no pudimos, sin embargo, liberamos de esos cuentos de hadas científicos porque, como las teorías infantiles, responden a una necesidad lógic a. Lo que llamamos la e xigencia epistemológica no desapareció, empero, con la crítica científica. La parte de especulación que conlle van e sas teorías tiene al menos el mérito de tomar en serio los problemas planteados por la organización psíquica. Ya lo hemos dicho: la teoría del fantasma srcinario se convirtió en un fantasma srcinario. Manten gámon os enton ces, e n cuanto a lo srcinario de lo psíquico o de lo social, en e l marco de la irreprochable visión científica. Hoy se admite que la prohibición del incesto asume el status de una «regía de reglas», que constituiría una
línea de demarcación entre naturaleza y cultura. Freud ya lo había comprendido mucho tiempo atrás. Pero el eterno niño pregunta: «¿por qué?». Y si hu biese vivido lo s uficie nte para conocer la explicación de un LéviStrauss, que da cuenta del fenómeno mediante la necesidad de establecer modalidades de intercambio, a buen seguro habría visto también allí una de las formas disfrazadas de una nueva mentira parental: u na fábula de la cigüeña para cientí ficos. Hubo que espe rar el transcurso de una g eneración para que Maurice Godelier propusiera una interpretación más cercana a la de Freud: la proh ibición del incesto sería la etapa n ecesaria para la creación de la socie dad. Sin embargo , la tes is freudiana pasaba por ser el prototipo de la explicación no científica. El cuestionamiento sobre lo srcinario es productor de fantasmas srcinarios. La teoría de los fantasmas srcinarios susci ta sin duda la i mpresión de ser un fantasma, pu esto que, lanzada a la investigación del pasado del indi viduo, no puede deteners e y se remonta a sus orígenes, vale dec ir, a la generación que le dio nacimiento, a la que la precedió y así sucesivamente hasta el agotamiento de las genealogías reales e imaginarias. En u na discusión sobre las concepciones de Piera Aulag nier,26 yo señalaba hasta qué punto es insostenible el concepto de srcinario en psicoanálisis. Hacía notar que la idea de un srcinar io únicame nte relativo al individu o era iluso ria, ya que es e srcinario aludía a un a situación simbiótica madrehijo, pareja indisociable, conexión del aparato psíquico del niño con el de su madre, y hacía depender la construcción del primero de los intercambios que se desarrollaban con el segundo. Se pasaba así del srcinario del Uno a la adultez del Otro, también portador de un srcinario (lo srcinario del Otro) dependie nte de la relación con su propio ascendiente , etc. Desde el momento en que hay transm isión intergeneracional —y es el caso ineludible del ser humano—, ya no hay srcinario sino por convención. La que fija más o menos arbitrariamente, por razones prácticas, un límite, más arbitrario que lógico, a la teoría. 28 André Green, «Réponses á des questions inconcevables», n° 37, págs. 1130.
Topique,
¿Otros esquemas primordiales? En la obra de Freud, los fanta smas srcinarios datan de la primera tópica. La invenció n de la segun da los dejó inta ctos. Vale decir que siempre se limitaron a ser de la sola incumbencia de la sexualidad. Podemos asombrarnos, entonces, de queningún la introd ucciónsignificativo de la pulsióna de uerte noCon hayela generado cambio su m respecto. riesgo de suscitar e l reproche de que agravo aún más la vertiente de especulación que implica la teoría, propondré adju nt ar otra serie de esq uem as primordiales. Los primeros, los propuesto s por Freud, te nía n un valor organizador de la sexualidad. Los segundos, a los que quie ro referirme, e sta rían en e l fundamento de las desorganizaciones debidas a la pulsión de muerte. Propongo, por tanto, considerar los siguientes fantasmas srcinarios (para prolongar la terminología en uso) desorganizadores: fantasmas de separación y pérdida', tien en que ver co n todas las angu stias que surgen en opor tunidad de la separación yoobjeto y que en los casos más extremos e ntrañan la ame naza de la pérdid a de objeto, amenaz a prese nte en germen, sin embargo, en las separaciones apenas momentáneas; fantasm as de penetración destructiva-, son relativos a la efracción de todos los límites del cuerpo, del yo y de la psique: rompen las barreras protectoras e introducen toda clase de ag entes destructores invasores en un espa cio que en lo sucesivo es vulnerab le; fantasmas de expulsión y vaciamiento', expresan el temor de una evacuación de los contenidos internos que vacíe el espacio psíquico de su s pose siones y contenidos; fantasm as de autonomía y autólisis; representan una medida desesperada de amputación p arcial de uno mismo o de autoaniquilamiento (suicidio). Estas formas de autodes trucción responderían a la destructividad pura no entremezclada que Freud postuló al final de su vida. Se a socian a la función desobjetalizante cuya existencia h e planteado . La transmisión intergeneracional exige tomar en consideración dos series caúsales: la de lo srcinario individual
del infans y la del «discurso» parental —que pasa por la relación con el cuerpo de la madre—, que resu ena del propio infans que fue la madre al infans ahora salido de ella. Los límites de lo srcinario individual son desbordados por todas partes. No podríamos encontrar una solución si nos limitáramos a la referencia exclusiva a la madre como punto de srcen. Puesto que este «srcen», a su tumo, impulsa a buscar el suy o propio remontándose a la relación con la m adre de la madre. No obstante, esta incesante búsqueda de las f uen tes no basta para suprimir la proble mática de lo originario. Pero est a depende menos del hallazgo de una fuen te única que de referencias que son otros tantos mojones o signos de lo que debe considerarse como primordial. No hay punto de srcen sin marcadores srcinarios. Desde que el psicoanálisis surgió como una disciplina que destacaba el papel, silenciosam ente actuan te en los niveles subterráneos de la psique, de los sucesos del pasado, tuvo frente a s í una tarea inmensa: la de construir una temporalidad psíquica sobre la base de los hechos novedosos que eran los síntom as como reminiscencias, los recuerdos encubridores, la amnesia infantil, lo reprimido, etc. Con la sexualidad infantil, que se negó con mucha eficacia durante milenios, Freud ponía de manifiesto —a despe cho de la am nesia de los analizantes y de la desestimación de los adultos (padres, educadores, etc.)— un factor dinamógeno del desarrollo, un inductor de la actividad psíquica, un agente polarizador de la experiencia. Debido a la presencia del difasismo sexual, se ponía en t ela de juicio el carácter de contin uidad que se atribuía tradicionalmente a la temporalidad. El corte de la la tencia rompía el hilo de Ariadna que habría podido llevar, tan lejos como lo hubiese permitido la memoria, hacia los orígenes del placer erótico. Esta orientación regrediente de la erogeneidad hac ia el pasado de la infancia más rem ota27 tropieza con el descubrimiento de una causalidad que no es la de la historia y funda otro rumbo, el de un srcen imag inario, como respuesta a las preguntas que se hacen los hijos 27 V éase la carta del 21 de diciembre de 1897 de Freud a Fliess: «Hemos descubiert o una esc ena d atada en la época pri mitiva (antes de los veintidós meses) que, prof undamente se pultada deba jo de to dos los fantasmas, satisface toda mi exigencia y en la cual desembocan todos los enigmas aún no resueltos», en La naissance de la psychanalyse, traducción de A. Ber man, PUF, 1956, pág. 272.
de los hombres. Las teorías sexu ales in fantiles respondían a la necesidad de causalidad de la infancia frente a los enigma s de la vida. La teoría psicoanalítica de scubría sus a ntepasados en ellas; ahora bien, esas teorías eran fantasmas con pretens iones teóricas. Por lo tanto, la teoría, en su movimiento r egrediente, debía tener en c uenta la teorización como consecuencia del desar . Elpodía niño revelaba a síque su capacidad teorizadora. Y si larollo teoría no ser más un fantasma, el fantasma, a la inversa, estaba habitado por una teorización. Freud necesitará todo el camino que ha de llevarlo a «Análisis terminable e interminable» para reconocer con claridad el lazo entre teoría y fantasma. Esa es, en efecto, la paradoja a la cual e l psicoa nálisis difícilmente escap a: cua ndo la teoría recon oce el lugar y la función del fantasma, y se esfuerza a continuación p or elaborar la teorí a de e ste y llevarla ha sta sus últim as consecuencias, se ve obligad a a preguntarse: ¿la teo ría no es a s u vez un fantasma? Se m e responderá que la ciencia toma preca uciones, ju stamente, contra tales confusiones. El problema es que la ciencia —d ebido a sus propia s limitaciones— se mues tra in capaz de proporcionar una teoría científica del fantasma. Hemos intentado s alir de este dilema atribuyen do más o menos lugar al fan tasma en la cuestión de los or ígenes; más exactamente, sólo lo hacemos intervenir luego del encuentro con la experiencia. Postulamos el concepto, aún más originario, de esquemas primordiales. La función de estos es aportar marcas a lo que preside los desarrollos ulteriores y actua r como organizadores de temporalidad, porque permiten a la vez pensar en el aprés-coup lo que fue y no reconocer en la previsión del futuro sino lo que cae bajo el peso de la misma problemática. Propusimos, como admisión de lo in decidible, dos versiones posibles, una que compete a la herencia biológica; la otra, a la herencia social. En vez de resolver apresuradamente lo que no es posible decidir, podemos reconocer la exigencia epistemológica de los esq uema s primordiales y suspender cualquier juicio sobre el srcen de ese srcinario. Para ello, propongo la creación de una nueva categoría: los conceptos transicionales. Estos conceptos estarían dotados de una «capacidad negativa» (Keats citado por Bion): se asociarían al área inte rmed ia de Winnicott, es decir que la oposición verdaderofalso no
les sería aplicable. Su status se parece al de las hipótesis, pero est as son som etida s a prueba y, en consecuencia, adm itidas o rechazadas tras ello. Esos conceptos transicionales se crearían únicamen te en funció n de las exigencias lógicas rela tiva s a l grado de complejidad del objeto al que se ap licaran. En e l caso considerado, explicarían la forma en que los esquemas primordiales se organizan en categorías de signos que acompañan el desenvolvimiento del tiempo y contribuyen a estructurarlo.28 Con frecuencia s e critica el reduccionismo psicoanalítico. Ahora bien, todo saber es reductor. Lo importa nte es l a e lección de los parámetros reductores a fin de que el objeto de estudio no sea mutilado por una deformación que lo achate y que, en cambio, s u «modelo reducido» siga dando test imo nio de la complejidad que lo constituye. Hoy se habla sin complejos del srcen de l cosmos, el srcen de la vida, e l origen del hombre. Pero es más turbador hablar de los orígenes del psiquismo. Se prefiere entonces ocultar la ignorancia confundiendo psiquismo y cerebro. En nuestros días es difícil, sin embargo, imaginar cómo puede el estudio del cerebro esclar ecem os en la problemática de lo srcinario vist a desde la pers pectiva de los esquem as primordiales. Pero ¿de dónde procede esa turbación, como no sea del hecho de que el examen de una problemática semejante debe hacer coexistir modos de funcionamiento psí quico tan diversos, que ponen en juego tanto los aspectos más rigurosos como los má s libres, lo s objetos mejor definidos como los má s i ndeter minados y los modos de pensamiento más racionales como los más... fantasmáticos? ¿En el comienzo sería... el fantasma srcinario?
28 Me parece, sin est ar seguro, que el concepto de pregnancia recienteme nte defendido por Rene Thom podrí a encontrar un eco en ellos.
3. Repetición, diferencia, replicación Una relectura de
(1970)
Más allá delprincipio deplacer
«Mira en tu espejo, d i al rostro que ves : ha llegado la hora de que este rostro forme otro, cuya bella condición debes reno var, pa ra no engañar al m und o dejando sin bendición a al guna madre. »Pues, ¿dónde está la muy bella de inconquistado seno que desdeñe los cuida dos de tu l abranza? ¿O quién es aque l que, tan indulgent e, q uiera ser tum ba de su am or propio, pa ra detener la posterid ad? »Tú eres el espejo de tu madre, y ella evoca en ti el amoro so abril de su juventud: así verás, a través de los cristales de tu edad , a pes ar de las arrugas, tus años de o ro. »Pero si vives para no ser recordada, has de m orir sola y tu imagen morirá contigo». Shak espe are , «Soneto III»*
«Entre un punto a y un punto b, ya se a en el tiempo o en el espacio, entre a y b de bo decir no: no, no quiero pertenecer al diablo, no quiero ir al infierno, no quiero ser su amante. Entre esos puntos a y b, sea que no logre decir no porque una persona en mí que dice no acepta en mi lugar, se a porque no tuve tiempo, sea porque no pude conseguir decir no, en es e momento, que es u na fracción de segundo, un seg undo después de ese momento en que acepté ser del diablo, empiezan un tormento y un remordimiento espantosos, espantosos, espantosos. Para reparar la falta hay que suprimir el tiempo, lo llamo entropía negativa porque no existe, entonces hay que rehacer el mismo gesto, volverse a poner * Traducción de la versión nal inglés. (N. del T.)
francesa de P. J. Jouve, cotejada con el srci-
en l as mis mas condiciones al revés y decir de nuevo: “No, no quiero ser del diablo”. Me digo, para que eso quiera decir no, para que se borre, hay que volver a empezar con el mismo gesto en las mismas condiciones, cosa que nunca consigo. Piense que por el microscopio se llegan a ver diferencias... nunca se logra rehace r el mismo gesto, decirlo de igual ma ner entonces vuelvo en a empezar sin descanso la mis masólo cosa, a; trato de ponerme las mismas condiciones, pero mi obsesión me dice, mi angustia me dice, pero no, no era para nada lo m is m o .. .». Por medio de este preludio comenzó el discurso de una obsesiva, en el cual puede advertirse la compulsi ón de repetición. Compulsión, es decir, coacción; repetición, es decir, retorno a lo mismo anterior para abolir el tiempo, que para nosotros e s e l tiempo de l deseo prohibido. Proyección del tiempo del en el espacio de los objetos,dos enpuntos la trayectoria que unedeseo dos objetos del mundo exterior, de un espacio libidinizado. Sexualización de los objetos de pensamiento que la negación debe desexualizar. Resurgimiento de la diferencia, imposib le de borrar, en el esfuerzo que a punta a aboliría. Si también nosotros no tuviéramos el tiempo contado, habríamos podido mostrar que en el centenar de minutos que duró la entrevista se pusieron de relieve tres repeticiones sucesivas. En primer lugar, el tiempo del síntoma, exposición de la compulsión de repetición. En segundo lugar, el tiempo deselosrepiten temas los de una novela dignadel de fantasma, Queneau, exposición en los cuales términos de la temática obsesiva (la posesión por el diablo). En tercer lug ar, el tiempo de la histori a, en el cual vuelven a encontrarse los temas del síntoma y el fantasma , y el diablo aparece con las figuras del padre, el marido y el hijo: en realidad, del poseedor del falo que falta en la paciente. La repetición, por lo tanto, cobra aquí la significación de la repetición de la falta y la obsesión por su objeto. El concepto de repetición está desde siempre en el horizonte de la investig ación psicoa nalítica. A partir del momento en que afirma que la histérica sufre de reminiscencias, Freud sabe que a través del síntoma algo se repi te. E ste surgimiento de la repetició n no es la característica exclu yente de la neurosis, sino que está ligado a la estructura
mism a de los mecanism os psíquicos. En la c arta 52 a Flies s, Freud escribe: «Como sabes, trabajo en la h ipótesis de que nuestros mecanismo s psíquicos se formaron mediante un proces o de est ratificación: el material presente bajo la forma de huellas mnémicas se somete de cuando en cuando a un reordenamiento seg ún las nu evas circunstan cias: a una retranscripción. Así, lo esenci alme nte novedoso en mi teoría es la te sis de que la memoria n o e stá presente u na sino varias veces y que se deposita en diferentes especies de signos».1 La repetición, por lo tanto, es parte integran te de la constitución del recuerdo. Al repetir el recuerdo en el síntoma, este reproduce su constitución memorística y sigue efectuando, en un estilo diferente, nuevas transcripciones; persigue el proyecto de inscribir adentro y afuera lo que corresponde a un no dicho, y en consecuencia siempre por decir. Las diferentes espec ies de signos mediante la s cua les lo reprimido expresa su retomo las vemos en el repetir, el rememorar y el reelaborar.2 A los signos intrapsíquicos se suma el registro del acto en ese texto. En 1937, «Construcciones en el análisis» indica rá una vez más las diferentes e species de signos que se repiten en el material analítico, como productos exhumados de una realidad psíquica a cuya vitalidad perdura a través de las huellas que saca a la luz. Así, ningún signo es legítimamente srcinario y único; sea cual fuere, es el producto de una repetición, a la cual no puede atribuirse ninguna génesis absoluta. Su manifestación repetitiva, su insist encia, nos indican el proc eso de una repetición cuya fuente es in útil buscar en una h uella primera. Lo que subraya es que hay repetición, que ya la hubo y que volverá a haberla.
1 Carta del 6 de diciembre de 1896, véa se La naissance de la psychanalyse,traducción de A. Berman , París: PUF, 1956. 2 Sigmund Freud, «Remémoration, répétition et élaboration», en La techniq ue psycha nalytique,traducción de A. Berman, París: PUF, 1953. [«Recordar, repetir y reelaborar», en AE, vol. 12, 1980.1
El jueg o del carretel: primera lectura Por eso, si examinamo s ahora el juego del niño y el carretel, tras h aber evocado algunos de los textos precursores de la repetición, lo hacemos menos para establecer su srcen —srcen e n la obra de Freud o e n la vida del niño— que el paradigma de su manifestación: lo que alertó a Freud sobre la prese ncia de la repetición y lo i ncitó a darle su importancia conceptual. Los innumerables comentarios a los que dio lugar no serán un obstáculo p ara que les sumem os los nuestr os.3 In sistamos ante todo en las circunstancias del juego. Es la a ctividad de un niño común, que no se disting ue en modo alguno por una inteligencia precoz o excepcional.4 Si bien nada lo hace digno de un interés especial, la trivialidad de su caso retien e la a tención en la m edida en que remite a un «orden de coscuyo as» que es e l dehalasido infancia. Sel; trata, en efecto, de un niño desarrollo norma fue criado , alim entado y atendido por su madre. Esta observación nos parece importante. El señ alam iento del valor si gnificativo d e la repetición exige una organización de lo simbólico preservada de una alteración demasiado importante del desarrollo por efecto de un traum a destacable. Es muy probable que un niño abandónico o afectado de hosp italismo no hubiese jugado de ese modo. En lugar de lanzar un carretel para luego recuperarlo uniendo el grito al gesto, tal vez se habría balanceado sin mover se de su l ugar o golpeado la cabeza contra la pared de manera estereotipada. El niño del carretel, dice Freud, admit ió, justa me nte gracias al amor materno, la necesidad de la renu ncia pulsional, es decir, el carácter inevitable de las pérdidas temporarias de su madre cuando ella se ausentaba. Podríamos decir que simbolizaba en función de su sometimiento a la necesidad. Logos y Ananké se mue stran aquí, en la pluma de Freud , inseparables. 3 Habría que citar íntegramente el texto. Nos remitimos a la traducción de Laplanche y Pontalis. Cf. Sigmund Freud, Au-delá du principe sir, en Essais depsychanalyse, «Pe tite Bibliothéque Payot», 1981, pág.de 51plaiy á del prin cipio deplacer sigs. [Más all , en AE, vol. 18, 1979.] 4 Aunque al respecto pueda señalarse una denegación de Freud para afirmar la trivial idad de la situación, con vistas a defender un mecanismo que no tiene nada de excepcional.
Sin embargo, pese a la sumisión a la renuncia pulsional la rela ción con «ese hecho de la vida»— , el juego se instau ra, por un efecto imprevisto, como estructura representativa analógica inconsciente. Decimos «estructura» porque la simbolización que surge une solidariamente tres categorías de fenómenos: una proyección motriz (el lanzarrecoger); una actividad perceptivarepresentativa (el verno ver el carretel); una «interjección» de lenguaje (ood-da por fort-da).5 De lo precedente va a desprenderse que esta simbolización aparece dentro de un dispositivo que justifica la precisión minu ciosa con la cual Freud efectúa la descripción completa del juego.
5 Dic e el Littré de la interjecci ón: «Términ o de gramática. P arte de l discurso que ex presa las p asion es, como el d olor, la ira, la alegría; palabra que se arroja, que se lanza, por así decirlo, pese a nosotros mismos, y que las pasiones nos arrancan». Señalemos aquí el lazo con el afecto. El Robert: «(siglo XIII, del lat. gram. interjectio, «intercalación», de jacere, «arrojar»). Gramática: «Palabra invariable susceptible de utilizarse aisladamente y com o tal insertada (lat. interjectus) entr e dos térm inos del enun ciado (. . . ) para traducir de una manera viva una actitud del sujeto hablante» (Ma rouzeau). «Por lo tanto, la interjección propiamente dicha, lo menos intelectual posible, siempr e clara gracias a las circu nstancias y al ton o, est á en cierto modo desprovista de forma. Pero mediante el estudio de las interje cc io ne s pu ed e ve rs e e l pa sa je de l gr ito al sig no , el pa sa je de l reflejoani mal al lenguaje humano » (Brunot y Bruneau, Gram m. historique,§ 418). Empleamos aquí este térm ino pese al rechazo d e Freud, quien acl ara que esto, « según la opinión compartida por la madre y el observ ador, no era un a inte lecc ión» debid o a su valor signif icativ o. Pero acabamo s de ver que este valor no está a usen te de la interj ecci ón. Con Freu d, acentuaremos e se va lor significativo y simból ico, y daremos al término un sentido aún más ampli o. A nuestro juicio, se trata sin duda de una inter jección porq ue une significativamente al niño y la madre con el carretel. En la relación que lo une a e se juguete, el primer o aúna el grito al gesto y a la a paricióndesaparición del objeto. La interjección representa el análogo vocal del lanzamient o del car retel (su proyección) y de la acción que lo devuelve, de igu al modo que es te análogo acompaña la co mprobac ión de la ausenc ia y la presenc ia del obje to. La jaculac ión se arroja entre esa s operaciones, lo mismo que entre el niño y su entorno, al que él pone como testigo de la actuación cumplida.
Ese dispositivo incluye, por un lado: un carr etel de madera (el objeto); una cuerda atada a ella, suficienteme nte larga p ara que, por lejos que se lo arroje, el carretel pueda volver al niño (el lanzar de la pulsión); una cama con cortinas, de borde suficiente mente alto para que el niño deje de ver el carretel una vez que lo lanza (la panta lla que separa adentro y afuera). Por otro lado, un niño dotado de: una ma no; ojos; voz, más un testigo no directamente implicado en el juego: Freud, el abuelo. Dos ideas sirven de base a nuestro análisis de esta descripción. La primera es que el conjunto del dispositivo realiza un montaje cuyos elemento s son interdependientes y se agrupan en un ensam blaje funcional. La segunda e s que es te ensamblaje constituye el producto de dos mitades complementar ias: u na correspondiente al niño; la otra, a los e lementos inerte s del ensamblaje, vale de cir, los instrumentos del jueg o.6 Ahora tene mos que abordar la interpretac ión de este último. Esa interpretación suscita una serie de respue sta s de diferente nivel y plantea dificul tades conceptuales crecientes. De entrada, Freud se plantea una cuestión. La repetición es repetición de una situación dolorosa: «¿Cómo conciliar pues con el principio de placer el hecho de que repita como juego una experiencia penosa?». Es conocida la respue sta que viene a la mente, e n la cual Fre ud, sin embar go, no se detuvo: el niño transforma una situación pasiva, padecida, impuesta, en situación activa, dominada, querida. Mueve los hilos que ponen en acción el carretelmarioneta.7 6 Pero lo propio de esta unidad funcional es que la multiplicidad actúa en ella en todos los niveles: multiplicidad de los elementos de montaje, de las partes en cuestión (el niño y el carretel, la relación del niño con los adultos que recogen sus jugu etes y con l a madre) , de las situaciones evocadas (el juego como juego y como figuración de las idas y vueltas de la madre). 7 «El se resarc ía, por así decirlo, poniendo en e scena, junto con los obje tos que podía tomar, la secuencia misma de desapariciónretorno» (Más allá del principio deplacer,capítulo II).
Esta «abreacción» vuelve a encontrarse en el caso de experiencias indiscutiblem ente desagradables, com o en el ju ego del doctor,8 lo que Ann a Freud describirá como identificación con el agresor. Si prolongamos esta interpretación desde la óptica de Melanie Klein, la m eta del juego no ser ía únicamente defenderse de una situación dolorosa, sino permitir la descarga de pulsiones agresivas. Se trataría entonces de la expresión disfrazada de una venganza con respecto a la madre, a quien se mata y resucita un número infinito de veces. Pero todas estas interpretaciones tienen, precisamente, el incon veniente de pasar por alto lo que el juego im plica de específico: la repetición. Freud se asombra por el carácter indiferenciado de esa repetición, que repite tanto lo agradable como lo desagradable. Los niños repiten y hacen repetir a los adul tos las mismas historias, ya les haya n impresionado agradable o desagradablemente, y exigen el respeto escrupuloso del más mínimo detalle, corrigiendo cualquier diferencia con respecto a una versió n anterior. Es indudable que est a repetición pued e ser en sí m isma objeto de placer. Pero la trans formación del displac er en placer, ya no ligado al tema sino a la repetición en sí misma, asigna a est a u na función que es proble mática. Por sí solo, el juego no puede demostrar la tes is de la compuls ión de repetic ión como más allá del principio de placer, bajo los auspicios de la pulsión; serán necesarios otros ejemplos (la neurosis traumática, la transferenci a). Es preciso, sin embargo, que volvamos al juego para abordarlo en otro nivel de interpretación, que es el implícitamente señalado por Freud. El juego se presenta aquí como un análogo del funcionamiento pulsional. Acabamos de recordar que la repetición es para Freud la esencia de la pulsión o, como dice Pasche, «el instinto del instinto». En la experiencia del lanzam iento del carretel y de su retomo, podemos descubrir una metáfora de la actividad de la pulsión que, en su movimiento, apunta al objeto que no puede alcanzar y susc ita la angu stia de su pérdida, pronto superada en s u r ecuperación generadora de placer. Estasenprimeras reflexiones nos llevan ahora concen-del tramos otro nivel: el de la determinación, pora medio 8 Abreacción comprobad a en el ana lizan te que escapa a la situac ión penosa de la transferencia mediante la tentativa de real izaci ón del deseo de convertirse, a su turno, en analista.
ju eg o, de la s re la ci on es sujet oo bjet o. No s en co ntr am os frente a un objeto doble y, de hecho, dos veces doble. Es tá el carretel y está la madre. Cada uno de estos dos objetos se desdobla, el carretel perdido y recuperado, la madre que se marcha y regresa, lejos y aquí ifort-da). La posición del objeto en esta organización simbólica nos hace decir que es importante, paraonal, parafrasear a Winnicott cuando objeto transici que el carretel sea y no sea la habla madre.del El objeto es aquí objeto de clivaje: clivaje carretelmadre que remite al clivaje objeto parcialobjeto total. El objeto parcial, el carretel, vale por el objeto total, y est e se representa ín tegro en aquel. La parcialidad presenciaausencia inviste todo el objeto. Ese clivaje se reproduce en el interior de cada lino de los términos, el carretel ause nte y presente, la madre lejos y aquí. Los dos términos de esta correspondencia son mediatizados por la percepción y la representación (objeto visibleinvisible) y el lenguaje ifort-da como ooo-da), cada uno de los cuales repite el acto motor remedándolo y cliván dolo de sus expresiones en otros planos. Plantearemos un paralelo entre ese status doble y cliva do del objeto y un status doble y clivado del sujeto. Aquí se oponen dos interpretaciones de este último. En la interpretación clás ica, el sujeto es el niño como polo activo del juego, como su agente. Es él quien escenifica el juego, es él quien lanza el carretel y lo r ecoge, es él quien comprueba la au sen cia o la presencia del objeto y es él, por último, quien enuncia sus fa ses m ediante la emisión d el fort-da. E l niño, por lo tanto, e s el sujeto como yo [Je]. Si pudiera hablar, diría: «Yo (el niño) juego con el objeto. Yo juego a hacer que mi madre desaparezca y reaparezca». Pero quien lo dice no es el niño sino Freud, pues aquel, si pudiese decirlo, ya no nece sitaría tal v ez la captación por medio del juego. En realidad, un s ujet o sem ejan te no pued e ser sino el sujeto de la conciencia. El jueg a a hacer desaparecer y reapare cer a la madre, mie ntras que ella lo jueg a en su a usencia. El sólo juega en la me dida en que lo juega n, cualquiera sea la proeza que realice para invertir esta situación de pasividad y transfo rmarla en actividad. Henos aquí frente a la interpretación moderna del sujeto. E ste ya no es aquí el agente sino aquel que , gracias a una coyuntura, sólo puede sostener la pretensión de manifestarse en ella como tal pasivando su actividad. Lo cual no significa que sufra la situación sino que debe hacer
suya esa pasivación9 y exteriorizarla en el plano de un tercero situado e n posición de observador. El sujeto es pasivado por un a sit uació n que lo domina y lo obliga: el deseo d el objet o en la falt a que sigu e a su pérdida. Es a coacción lo fuerza a una interpretación y una deformación que engendran el juego . Por un lado, la constitució n de la se cuen cia est able cida poa; r ele stjuego lig aahora los efectos difusos de lasersituació de ausenci a queda incluida en una ie cuyanpropi edad esen cia l e s l a capacidad de reproducción. Por otro lado, es a inclusión deja margen para cierto juego: el que permite inscribir con varios alca nces la serie, en el c ual el drama de la ausencia se convierte en diversión pero, dentro de esta distracción, vuelve lo que el juego procuraba desviar. ¿Por qué ese júbilo ante el retomo del carretel? El juego no es sólo creador de ilusión, sino que ilusiona en sí mismo por alusión. Hemos destacado las condiciones de posibilid ad del ju ego (niño normal, renuncia pulsional), el papel del equipamiento, del montaje y, por último, el circuito realizado por aquel, puesto que se trata de un juego circular: la reaparición del carret el exige otra vez su desaparición, a la que si gue una nu eva reaparici ón, gracias a las posibilidades brindadas por el dispositivo. Pero conviene subrayar la importancia de la ausencia, de la negatividad. Es preciso que la madre est é perdida para que el niño tenga que repetir algo mediante e l juego. Est a dimensión de ausencia obli ga al sujeto a man ifest arse , así como la ause ncia de al imen tos y el hambre fuerzan al lobo a salir del bosque. E s preciso, además, que esa negati vidad se m antenga en los límites tolerables de la ausencia, entrañe la esperanza del regreso y no sea un desastre (porque entonces no provoca otra cosa que la reacción catastrófica). Desde esta óptica, la manifestación del sujeto ya no es simp lemen te la creación activa del juego. El sujeto es el proceso que incluye todos los elementos del dispositivo. Proceso consti tuido por el conjunto que es su precondición: la mano, los ojos, la voz, pero también el carretel, la cuerda, la cama, el espacio quee sa loscircularid rodea y elad, circuito que se crea él. Elción sujeto nace de que compren de laen proyec 9 Salvo er ror , es la primera vez que introduzco est e término en mi vocabulario teórico [nota de 1999].
acompañada de la interjección en el movimiento oscilatorio «desapariciónretomo», lo cual ocasiona la introyección retroactiva del juego. Ese sometimiento a los elementos del dispositivo comple to, e sa construcción de un equipamiento, constituy en un análogo del apar ato psíquico que se pone al servicio de la tendenc ia a la extinci ón de una tensión. El su jet o se define entonces por medio del conjunto de los elem entos articulados en el proceso constituido por la repetición que agota una tensión. Puesto que no basta para ello una únic a operación del aparato. La circulación, el recorrido del circuito, exige su reproducción para estabilizar el proceso. La huella dejada por una sola operación solicita sin cesar un nuevo paso por ella, necesario para la constitución del sujeto. Jugado una vez, el juego no tiene significación alguna; cuando lo ve rep etirs e, Freud concluye en s u función de abolición de la falta de la madre. El sujeto se constituye en la repetición que marca el pasaje renovado por huellas anteriores. Un ya huell quesólo no espuede srcinaria si no únicamen te antecedente de la acual hablarse en oportunidad del recorrido que vu elv e al llam ado inscripto por ella, donde aparece aprés-coup como signo insis tent e, revelador de una huella devuelta a la vida, borrada en el acto y ahora apta para desempeñar el papel de nueva huella en la cual la antecedente suprime su novedad. En el material de nuestras curas, una constelación psíquica sólo es significativa cuando se repite; esa es n uestr a mejor señal. Por eso puede deci rse con Lacan: el Uno se engendra en la repetición. emosde allí, sujeto del inconsciente opuesto alTen sujeto la entonces, conciencia.al Sujeto doble, a fin de cuentas, srcinado en el clivaje conscienteinconsciente. En efecto, al adherir a la interpretac ión del sujeto como agen te activo del juego , renunciam os a la especificidad de la posición incon sciente del sujeto atrapado en la red de las operaciones que más padece que ejecu ta. Para muchos psicoanalistas, el su jeto no podría ser sino el sujeto de las pulsi one s y los deseo s que lo habitan, aun sin saberlo. En es te enfoque puede cuestionarse la existencia de un sujeto semejante como sujeto intencional. Para nosotro s, tanto el sujeto como la significación surgen en el aprés-coup como resultado de la efectuación del proceso. El niño ignora a qué juega efectivamente cuando juega; si lo supiera, no jugaría y e l juego no lo atraparía como lo hace. El descubrimie nto aprés-coup de la posi-
bilidad de que el juego sea investido por la significación muestra al sujeto como yo [je]a partir del juego , que es proceso de la ausencia.10 Será tentador entonces colmar la brecha de ese clivaje mediante el fantasma inconsciente. Este sería el prim um movens del juego. ¿El fantasm a es constitutivo, organizad or del juego?11 En verdad, se debería decir que el jueg o con stituye retroactivam ente el fantasma. Es te es inconsciente, no sólo porque se oculta «detrás del juego», sino en cuanto se con stitu ye por él. En un inicio hay, en efecto, tant o dese o como germen de fantasma, pero sólo la concreción del juego permite que el fantasma se estructure. El juego es en primer lugar proyección de la pulsión, moción de fantasma. Moción de la que la representación retroactiva es e l fanta sma inconsciente, para ligar el displacer de la falta o la ausenci a de la madre. Ante todo, el juego reproduce, repite esa matriz de la pérdida y el reencuentro del objeto, aquí solidariamente anudados en una sola operació n de dos fases, la se gunda de las cuales deriva de la pri mera. Al construirs e, al estruc turarse, el fantasma permitirá efectuar diversas combinaciones por medio de un sistema de permutaciones variables, como lo muestra el ejemplo de «Un niño es golpeado».12 Así, el carretel será tanto la madre misma como la criada que sus titu ye a la madre y el pad re; el niño como tal no es sujeto sino término que entra en la relación con los otros términos de un conjunto al cual e stá sometido y que sólo puede pensar se en cuanto conjuntque o. Elfunciona resultado del juego con siste instituir ese conjunto, como un análogo deen la situación de pérdidareencuentro de la madre y d e las operaciones del aparato psíquico. El niño propio es término 10 Habrá q uien es nos objeten que lo que hace posible el juego es el hecho de estar investido de significaci ón, y que en buena l ógica esta no puede decirse aprés-coup. A lo sumo podrí a soste nerse que la significación inconscient e sólo puede d evelarse de manera dif erida . Pero ¿es eso seguro? ¿ No somos p risioneros de u na tradición reflexiva? ¿ Y si la significación no fu era más que la por justificación del fantasma? fantasma mismolanoinvestiestá condicionado la significación? Se verá¿Y queelsólo concebimos dura significativa del fantasma con posterioridad a su constitución. 11 Puede evocarse la frase de Cocteau: «Como esos misterios nos superan, finjamos ser sus organizadores». 12 O «Pegan a un niño », segú n el título habitual.
parcial (objeto parcial); la totalidad (provisoria) no tiene otra significación que el conjunto (abierto) de las relaciones institu idas entre los términos vincu lados.13 La repetición se da aquí en un doble aspecto. La repetición mis ma del juego: el incansable reinicio al que este se consagra, y el juego como repetición, como simbolización de lo que ocurre en otra escena. Pero el resultado sobrepas a la realización. E l resul tado es e l relanzamiento e n un espacio dist into del que cons tituyó el juego. Para aprehender est a repetición en la cadena que form a con experiencias similares, no hay más que abrevar en la obra del propio Freud. ¿Acaso una de sus primeras formas no se encuentra en ese otro juego, descripto en Inhibición, síntoma y angustia, en el cual la madre, delante del hijo, oculta el rostro entre las m anos y lo descu bre repetidamente; juego sobresignificante en la medida en que el rostro oculto evoca también una expresión de tristeza, mientras que su reaparición está acompañada por una mímica de regocijo en quien instaura el juego a la vez que remeda las reacciones del espectador al que est á destinado? Dispositivo reducido aquí al extremo , pero que requiere de todos modos la panta lla constituida por las manos de la madre . Otro juego señalado por Freud, siempre en Más allá del principio de placer, el niño, tras haber descubierto el modo de desaparecer, suprimía su imagen agachándose por debajo de l borde infe rio r de un espejo. Ad vir tam os que se ría erróneo pensar que en est e caso sólo se enfrentan dos términos: el niño y su imagen; e s preciso, en cambio, un dispo sitivo que incluya el espejo como superficie reflectante y el pedazo de pared por debajo de él como superficie no reflectante. Sin e ste último, ningún juego es posible.14 13 De he cho, la com pulsión de repe tición tien e una función ambigua con respecto a la totalidad. En la medida en que tiende a reconstituir el conju n to qu e re pi te , lo pr opo ne com o to ta lid ad . Pe ro , j u st a m e n te po rqu e lo repite, le niega la interrupción, la estasis por la cual la totalidad estabilizada s e opone al cambio del deveni r. La totalidad sólo puede exp resar se como totalización en curso en el proceso. Eso indica el juego. Más adelante advertiremos las razones de esta ambigüeda d en su laz o con la unidad. Cada unidad repetida s e da a la vez como memoria y como comienzo absoluto. Cada una de estas dos po sici ones está d estinada a encontrar su límite en la otra. 14 Esto debería alertar sobre el papel del espejo en el narcisismo como instancia tercera entreel o los personajes que se miran y su o sus
El niño provoca su desaparici ón en el juego, as í como el jueg o del c arretel le perm ite clivar se como agen te del juego y ele mento del proceso que est e constituye.
E l prototpsíquico ipo mítico del juego d el carretel y e l aparato La significación del j uego consiste, por tanto, en ofrecer un análogo visible del funcionamient o del aparato psíquico. Entre los textos de Freud referidos a este último, dos parecen especialmente indicados para sostener esa comparación: la «Nota sobre la “pizarra mágica”» (escrita durante el otoño de 1924) y «La negación» (escrita en julio de 1925). Es tos dos artículos están íntimamente ligados. Si «La negaci » enra íza funci del juicio encolocado l a vida pulsional, puedeónhacerlo en la tanto laón «Nota» había anteriormente los jalones que señalaban que el trabajo del pensamiento debía aprehenderse a través de las estructuras de un aparato psíquico. Cuando Freud, en «La negación», se detiene en la función del juicio de atribución y s u relación con el yo placer originario, define sus propiedades: lo que es bueno o útil debe comerse, llevarse adentro de uno mismo (introyectarse), lo que es malo o nocivo debe escupirse, mantenerse fuera de uno mismo, proyectarse.15 Eros marca el primero de estos tiempos, mientras que las pulsiones de destrucción (la negación) sirven de base al segundo. Al igual que en la construcción metapsicológica de Freud, el niño del carretel distingue adentro y afuera; sus límites se duplican en esa segunda frontera que es el borde de la cama con cort inas. Mediante e sta comparación pretendemos subrayar que la distinción adentroafuera no se limi
imágenes. Si el niño se da vuelta hacia la madre que l o tiene e n brazo s mientras lo mi ra, y proc ura atrapar su imagen, es preciso tener en cuenta esta superficie necesaria para la creación de esa situación de señuelo y copia de la realidad. 15 U lter ior m en te prop use el térm ino «excor porar se» (en oposición a «incorporarse») para describir la situación [nota de 1999J.
ta a la del yo y el mundo exterior sino qu e, en la i nterpretación del juego como estructura y proceso, esta primera distinción se retoma en el seno del adentro y se relanza a otro espacio que es un afuera en el espacio interno, distinto del afuera del mundo exterior. Por así decirlo, en esta primera aproximación del adent ro hay en su espacio un adentro y un afuera. El juego permite instaurar un afuera que dejaindede confundirse con la «lejanía» indefinida, esa otra parte finidamente desplazada más allá, para convertirse en el lejosallí del cual el carretel puede retomar. Aquí está implicada toda la teoría de la representación, pe ro a través de ese paradigma se comprende que es menos la evocación estátic a del objeto que el momento de un pasaje. Aquel retom o c alifica el aden tro, en cuanto es te ya no se opone a un afuera de exclusión, sino que vuelv e a incluir est a exclusión en el seno del adentro. No s e tra ta de que de tal mod o el afuera se reconquis te por completo; sub sis te como campo de una posibilidad que debe determinarse ulteriormente. Mediante esta interiorización, un fragmento del pasado de ese afuera reprobado encuentra su lugar al designarse como un futuro en espera. El corte se desplaza a sí del espacio q ue comparte para orientarse hacia e sa otra part e cuya nueva destinación mue ve la frontera de lo que habrá de delimitarse ahora entre el s ujeto como agente del juego y el juego como constitutivo del sujeto en proceso. Por lo tanto, al hace r volver el objet o que es y no es la madre, e l juego r etiene en su red al s uje to como trayectoria mucho má s allá de su intenc ión lúdi ca, y no sólo lo determina como deseante de la madre, sino también como a utorizado a desearla y a salvar al deseo de la ruptura de los lazos que amenazan la relación. Arrojar el carretel no es únicamente sufrir la pérdida de la madre; es arrojar lejos, afuera, el sust itut o de la ma la ma dre e inclu so del pecho malo. Hacerlo volver es recuperar el pecho bueno, el que est á a nuestro alcance, a nue stra disposición, el que podemos usar como nos plazca e introyecta mos y conservamos. En otro tiempo, se perderá y recuperará alterna tivam ente la madre como objeto total, en la posición depresiva que implica el del duelo del como objeto.acto Yade hemos mencionado la interpretación juego vengan za con respect o a la madre. El juego del carretel es re petitivo, no porque se reitere de manera indefinida en el acto, sino porque el acto mi§mo simboliza la concreción de la si-
tuación pasivamente sufrida de la pérdida del pecho. A la vez que simboliza activamente, el juego captura al niño en esa simbolización en la que ya sólo figura como uno de los términos, desplazando al sujeto de su seudo actividad al conjunto del proceso de la estructura. El acontecimiento mítico de la pérdida del pecho es la matriz de la simbolización, en la m edida en que cliva en dos el objeto bueno y malo y, correlati vame nte, el yo de la introyección y la proyección. Debido a ello, el juego encuentra una respuesta a la ausencia. Contrariamente a Melanie Klein, Freud separa de manera radical las dos cualidades: buen o y malo no est án juntos como las dos mitades de una sola unidad. Lo malo está perdido (como el objeto que lo engendra), rechazado, excluido y ha st a puede decirse que forcluido.16 Lo malo ser á la matriz de lo reprimido (malo para el sujeto o malo en la mi rada del Otro). En ese concepto, la represión circunscribe con claridad el inconsciente, pues aun lo que es bueno para el sujeto pero malo a los ojos de la madre sufrirá esa suerte. Yo y objeto, en consecuencia, se clivan en dos mitades separadas, lo cual asignará a la simbolización la tarea de repetirse en la búsqueda de la falta de una parte siempre perdida. La concepción del objeto perdido —aunque sea la de un suceso mítico o aprehendido como tal a po steri ori — , ta n 16
Como contrapar tida, si lo malo est á perdi do, el objet o se encuen tra,
porque Freud asigna su nacimiento al hecho de qu e no esté disponible para el sujeto. El objeto se conoce en el odio: a menudo, esta expresión de Freud fue, a nuestro juicio, mal interpretada. Lo que quiere decir, creemos, e s que g racias al odio el obj eto es conoci do en lo suce sivo como o bje to distin to del yo y deja de esta r a su disposición, y no que el objet o así conocido est á inv estido de odio . Est e aparece porque dich o ob jeto es ahora una noposesión del niño, primer indicio de la separación sujetoobjeto. Por el contrario, tamb ién aquí prosigue el clivaje entre el odio, «co ndi ción determin ant e de l conoc imiento del obj eto», y es e objet o. Pue s e l objeto co noci do debe introyectarse necesariamente y, por eso, no puede ser un objeto de odio que es preciso vomi tar. Just am en te debido a que el odio vue lve, pe se a la introyección del objeto, lo que fue excluido afuera deberá serlo nuevamente portodo obralode la la represión. En del ese objeto momento no sólo se reprimirá eladentro odio, sino que investidura implica de indeseable, la violencia sexual al igual que el odio. Así, este último encarna aquí un prototipo de la violencia que se denunciará en todos los registros en los que no pueda contenerse, vale decir, tanto en las expresiones de la libido erótica como en las de la libido destructiva.
fuertemente marcada en Freud, queda minimizada en Melanie Klein, quien la condena, en definitiva, a desaparecer de su teoría. Pues si bien la f alta del objeto es sin duda, dice ella, la ca usa de lo malo, to do está presente, positivo, coexis tente, sin pérdida; bueno o malo comparten el espacio psíquico. En Melanie Klein, toda la posición depresiva —y es conocida la importancia estructurante que esta autora le atribuye— tiene por meta prevenir la pérdida definitiva, que en Fre ud se postula como una exigencia aporética para la insta urac ión del principio de realidad. M elanie Klein postu la u na conciliac ión progresi va del instinto y lo real. Freud interpone entre ellos un corte que hará de la «pérdida del objeto que an taño brindaba l a satisfac ción»17 un a esp ecie de conjunto vacío susceptible de recoger todo el trabajo elaborado a raíz de esa separación irremediable, oportunidad de una reparación interminable. Reparación no sólo afectiva sino conceptual, en el sentido más amplio de la palabra. Pues to que, dice Freu d, el juicio de existenc ia permite un a reconstitución que p reviene e sta pérdida: «El pensamiento posee la capacidad de llevar una vez más al encuentro del e spíritu lo que ya se perdió una vez , reproduciéndolo como una presentación sin que sea necesario que el objeto exterior deba estar aún allí».18 En otras palabras, la representación es una reproducción, una repetición de la actividad perceptiva; del mismo modo, agregaremos por nuestra parte, la representación de palabra es una repetición (diferente, sin duda) de la representación de cosa. Cada una de estas operaciones pone en jueg o otros dos factores además de la repetición: la interpre tación y la transformación (o la deformación). Cada repetición provoca una nueva elaboración, una diferencia debida al aspecto conjetural de la interpretación, y por lo tanto necesariamente una deformación. De allí la importancia del pasaje de la identidad de percepción (esfera de las imágenes) a la identidad de pensamiento (esfera del lenguaje). Ambas recuperan el objeto, la primera por la captación im a17 «La négation», en Résultats, idees, problémes, vol. II, traducción de J. Lap lanche, PUF , 1985. («La negación», en AE, vol. 19,1979.] 18 Notemos en esta traducción literal la idea de reproducción.
ginaria,19 la segunda por las relaciones entre las condiciones de posibilidad de los objetos para el pensamiento. El paso de la teoría freudiana a la teoría kleiniana, entonces, se revela problemático, sin duda debido a que en Freud la introducc ión del model o genético susceptible de explicar las operaciones correlativas al funcionamiento fundamenta del inconsciente infiere,psíqui aunque empre e xplícita s us ml odalidades , un aparato co no delsique , de he cho, Melanie Klein prescinde. Como si esta autora descontara que surge implícitamen te de los mecanismos primitivos que le tocó poner de manifiesto. Bion parece haber tomado conciencia de ello. La intervención de un aparato para pensar los pensamientos se esfuerza por darle una respuesta. Sin embargo, la audacia teórica de Bion no retrocede ante los límites epistemológicos que Freud se impuso o se le impusieron. Pa ra Bion, lo que se «piensa» para apaciguar el ha mbre no es el pecho ausente; lo prim ero en pensar se e s el «no pecho», qu e a continuación puede ser e l objeto del proceso de pensam iento. Nues tro propio rumbo teórico coincide con e l intento de articulación de las obras de Freud y Melanie Klein que constituye la obra de Bion. El concepto de alucinación negativa como anverso, cuyo reverso es la realización alucinatoria del deseo, permite evaluar el campo de las inflexiones y va riaciones de la relación faltaausencia, pero refiriéndolas siempre a un análogo cuya función de exclusión e s el móvil y el motor d e los efectos de relanzamiento de la estructuración, que por su parte no se lim ita a d esplazar la problemática, sino que la abre a nuevos registros. Así, e l trabajo del pensam iento e s u n trabajo reconstruc tor: reencuen tro del objeto, repetición de las coordenadas re 19 «Un compo nente esen cial de est a exper iencia de satisfacció n es una percepci ón particular (la del amam antamiento en nu estro ejempl o) cuya image n mném ica quedará asoci ada a conti nuación a l a huella mnémica de la exc itación produci da po r la necesidad. La próxima vez qu e aparezca e sa necesidad surgirá de inmediato, gracias al lazo establecido, un impulso psíquico que procurará reinvestir la imagen mnémica de la percepción y reevocar la percepción misma, es decir, restablecer la situación de la satisfacción srcinal. U n imp ulso de ese tipo es lo que llamam os deseo; la reaparición de la percepción es el cum plimiento del deseo» (Lainterpretación seo se produce en oportuni dad de una experiencia de repetición debida al nuevo paso por una huella, un pliegue. El trayecto de es e pliegu e e s repr oduc ción del surco primi tivo po r reinvestidura, d estinada a produ cir la identidad de percep ción . Señalemos la repetición en este texto: reinvestir, reevocar, restablecer.
de los sueños). Así, el de
lacionales de la experiencia y norecuerdo imaginario recuperado, aunque siempre sometido a la deformación; búsqueda de una mitad faltante, perdida para siempre, que obliga al desplazamiento. La compulsión de repetición es función de es a pérdida irrevocable. De l pecho al rostro de la madre, del rostro a la madre en su totalidad, de la madre al carretel, del carretel al espejo, del espejo a la identidad. El niño del carretel, en consecuencia, vuelve a jugar [representar] sin descanso no sólo l a au sencia de la madre, sino la desaparición de su rostro y la pérdida del pecho. Una madre, precisa Freud, que se ocupó de alimentar al niño. Con su actitud, e st e no deja de simbolizar esa pérdida. La desap arición de su imagen especular nos muestra que más allá de la captación imaginaria por la imagen del semejante en el espejo, actúa la implicación de la relación entre la imagen percibida, el yo que percibe y e l sujeto del proceso al m argen de toda percepción, en esa ausencia de sí mismo en la cual constituye una percepción para el Otro. Puesta en relación entre la continuid ad de la identidad en el espejo y la discontinuidad que permite fundar al sujeto fuera de toda percepción de sí mismo. El pasaje de la identidad de percepción a la identidad de pensam iento nos induce a hacer do s observaciones. En primer lugar, ese pasaje se realiza con respecto al mismo objeto. Podemos decir, entonces, que la identidad de pens am ien to repite la experiencia de la identidad de perce pción. Es la mism a experiencia retomada en otr o nivel, repeti da. En segundo lugar, identidad de percepción e identidad de pensamiento presuponen que es as operaciones se funden en pro piedades diferentes: plasticidad del mundo sensible de las imágenes compatibles con la continuidad (transformación de un a forma perce ptiva en otra vecina mediante deformaciones progresivas) y fijeza (relativa) del mundo inteligible de las palabras que reclaman la discontinuidad (oposición de los fonemas).20 20
En su
Diccionario depsicoanálisis, Laplanche y Pontalis hacen
notar
que no se insiste lo suficiente en que la meta ú ltima de la i dentidad de pensamiento es recuperar la identidad de percepción. Esto es innegable. Pero lo que se concreta al rizar el ri zo es, just am ent e, u na disociación de efectos entre la meta y el proce so. El cumplimiento del result ado buscado se vue lve mucho menos importante que la manera como se efectúa ese cumplimiento. Parafraseando a Eraud, diríamos que el camino secundario (el
Pero lo que Freud dejó en blanco en ese reencuentro es que también entraña una pérdida. Las repeticiones que afectan las distintas especies de signos nunca recupe ran intacto el objeto primitivo, sino únicamente las coordenadas que permiten inferirlo de manera deductiva; se pierde todo lo que connota el sistema de la identidad de percepción que apunta ba a ratificar la presen cia del jeto, es decirencon, toda la sensualidad que era su correlato. Esaobsensualidad trará refu gio, en parte, en lo que movilizará al fantasma, retomo del principio de placer al seno de los dominios donde impera la soberanía del principio de realidad; pero sólo en parte. Se inv estirá en esa n ueva actividad funcional y tam bién c ambiará de natur aleza , s in duda, por el encuentro con el nuevo objeto al cual se aplica (la identida d de pen sam iento que no sólo permite reconocer el objeto, sino que se convierte a su vez en objeto del pensamiento). La reducción energética que trata las «pequeñas cantidades» entr aña como contrapartida la investidura del siste ma secundario cuyo nivel se eleva. Investidura en sí misma susceptible de volver a sensualizarse, cuando la separación que la escinde de las investiduras se toma demasiado importante; la se xualización del pensa miento e n el obsesivo lo testimonia. Lo que constituye un obstác ulo a est a resexualiz ación es el relanzamiento incesante efectuado por la puesta en serie del trabajo del pensamiento.21 El obsesivo, en un primer momento, tra ta de detener e se relanzamiento, para lo cua l len tifica el desplaz amiento refirié ndolo al detalle in significante. El fracaso de ese proceder tiene como consecuencia la reinvestid ura sex ual de la actividad d e pensamien to contra la momificación del desplazamiento. Aq uí, el obsesivo plantea, ante todo, el problema del fracaso de la respuesta del Otro en el plano del pensamiento, como lo indica el fant asma incorporado a la actividad de pensar. El objeto de pen samiento, por tanto, se inscribe doblemente en el n ivel de los
desvío) ha cobrado una importancia fundamental. La introducción del retom o en la comunicación cambi a no sól o la estructura de esta sino su sig nificación, y abre un nuevo campo ante ella. El valor heurístico de ese resultado obedece menos al «progreso» alcanzado que al conflicto dialéctico así posibilitado entre identidad de per cepci ón e identidad de pensamiento. 21 Sobre la pue sta en serie, cf. Gilíes Deleuze, Logique du sens, París: ica delsentido, Barcelona: Paidós, 1989.] Minuit, 1969. [Lóg
procesos secundarios, por un lado como proceso de relanzamiento indefinido, conjunto vacío que se despliega en la multiplicidad, y por el otro, como relación conjuntivadis yun tiva con el proceso primario mediante l a cópula del fantasma: juego del pensam iento in stituido com o medio y fin a la vez. En el caso opuesto, el del esquizofrénico, si las fuerzas destructivas no pueden aniquilar una realidad (externa e interna) odiada, al menos les queda el poder de afectar el despertar a ella: el individuo confunde la mirada del Otro con el proceso de destrucción que él m ismo puso en acción. A cambio, el fantasma de omnipotencia que servía de base a su objetivo result a transmutado, deja de converti rse en un fantasma para ser un hecho , y los pensamientos s e someten al artificio de una concreción que comprime en vez de condensar y fusiona en lugar de articular «cosas en sí» (Bion). Todo nos invita entonces a partir, no de esta aglomeración de estructuras constituyentes sino, por el contrario, de su despliegue diferencial, que nos remitirá al trabajo cuyo funcionamiento inverso nos muestra el proceso psicótico. Aquí es preciso que retrocedamos unos meses, hasta el otoño de 19 24, mome nto de la redacción de la «Nota sobre la “pizarra m ágica”». No re petiremos la descripción min ucios a del pequeño aparato, tan minuciosa como la del juego del carretel, que sorprendió a los comentaristas por su precisión.22 Recordemos solamente que dicho aparato combina las v entaja s de la capacida d receptiva ilimitada (como la pizarra) y de la durabilidad de la tra za (como el papel); Freud les añade la inscripción múltiple. La actividad de repetición, que exige la reinscripción sucesiva, es sustituida aquí por su inscripción única que, de una sola vez, da simultáneam ente diversos tipos de trazas. Con un solo gesto, el e stilo marcador produce una tri ple tra za conjunta, un modelo (conservado en cera ) y sus dos copias (una visible en la hoja de papel ence rado, la otra invisible en la lá mina de celuloide). Del mismo modo, un único movimiento basta para borrar las dos copias y conservar el modelo mediante una operación de separación y disyunción. Esta operación de ins22 Cf. Ja cqu es Derr ida, «Freud et la scé ne de l’écriture», en L’écriture et la différence,París: Seuil, 1967 [La escritura y al diferencia, Barcelona: Anthropos, 19891. (Este texto fue presentado por primera vez en mi seminario del Institut de Psychanalyse en 1966 [nota de 1999].)
cripción y borradura recuerda las fases alterna ntes del jue go del carretel. Lo que era el rechazo de lo malo, lo hos til, lo ajeno, ya sólo afecta aquí lo perecedero. Su hu ella e n la cera perdura. La repetición y el tiempo están ligados. La discontinuidad, necesaria para la repetición, se realiza por la intermiten cia de la investidura del aparato receptivo, lo cual induce a Freud a concluir que el modo de trabajo discontinuo es el fundamento de la representación del tiempo. En es ta discontinuidad necesariá para su constitución, la repetición aporta la reaparición en la sucesividad de lo que se daba en la simultaneidad. Es te pasa je da testimonio de una preocu pación continua en Freud desde la carta 52 an tes citada, en la que escribe: «Así, lo esencialmente novedoso en mi teoría es la tesis de que el recuerdo no se p resenta de una vez por t odas s ino en varia s ocasiones, y que se deposita en diferentes especies de signos». Tanto en 1896 como en 1925 encontramos afirmaciones idénticas: variedades de las especies de signos inscriptos, variedad de los m ateriales que sirven para insc ribirlos. Dos fechas, 1896 y 1925, y dos acentuaciones opues tas: suc esiv idad en la carta a Fliess, simultaneidad en la concepción de la «Pizarra mágica». Lo cual se explica por el hecho de que se t rata, en e l primer text o, de los efect os de contragolpe d e una inscripción y, en el segundo, de la s propiedades del apa rato inscriptor. En realidad, podemos preguntarnos si la conjunción de estos dos escritos no puede deberse al hecho de que las propie dades del sistem a incluyen ant es que nada la heterogeneidad material de las diversas partes del aparato. La inscripción está condenada a repetir esta heterogeneida d con la forma de un reordenamiento y, sobre todo, de una retranscripción. Cada transcripción ulterio r inhibe l a precedente y arrastra fuera de ella el proceso de excitación disponible para una nueva retranscripción, entre los períodos de revisión. Estemos alertas al hecho de que Freud dará a entender que la represión puede producto dede un error de traducción,23 facilitado porser laselcondiciones 23 En est e momento de su pensam iento, lo que denomina compulsión es el placer que se debe inhibir.
legibilidad de las huellas, que obedecen al material en el cual s e registran. La estructura de la pizarra mágica implica, por lo tanto, la heterogeneidad material de los elementos que la componen. Si Freud compara las diferentes piezas del Wunderblock con los distintos sistemas que componen el aparato psíquico, nécesario señalar entonces que los mas estáneshechos de una materia diferente. La tres cerasistees la «sustancia» del inconsciente, la hoja de papel encerado la del preconsciente y l a lám ina de celuloide la capa «endure cida», «mortificada» de la paraexcitación. Cada capa tie ne sus propiedades específicas ligadas a las del material que la constituye, cera o resina, celuloide y, entre ambos, papel encerado transparente. Freud nos ens eña entonces que el pro blema de la escritura no depende únicamente de la superficie y la discontinuidad, sino también de las propiedades m ateriales del soporte que es recoge las inscripciones. El aparat o psíquico una cons trucción teórica y nadie tiene la ing enuidad de creer que la pizarr a mágica responde a otra cosa que a un a esp ecie de «preocupación por la figura bilidad» del concepto. Pero no carece de importancia que Freud marque la a usencia de uniform idad en la textu ra de las partes que lo constituyen. Si el destino d e la huella e stá en función de sus reinscripciones sucesivas, también está en función del sitio en que se inscribe. Ante esta disparidad de las superficies de inscriptibili dad, preguntémonos ahora si no será ventajoso, en vez de buscar en la vida psíquica misma la hipotética unidad a partir de la cual pueda pensa rse l a disparidad, cambiar de horizonte y orientar nuestra investigación hacia las condiciones en las que se inscriben las huella s en la materia viva.
La replicación2 4 «Con respecto al mundo, el acto de la generación aparece como la clave del enigma». Schopen hauer, «Metafí sica del amo r», en El m und o como voluntad
y representación
La biología molecular no'retrocede ante la complejidad de los hechos, y sus teorías muestran una notable convergencia de problemas que no pueden deja r indiferente al p sicoana lista.25A nuestro jui cio, esta problemática general implícita se sitúa en la encrucijada de tres tipos de investigaciones: 1. El problema de la transm isión hereditaria en la reproducción: estudio del código genético. A saber, cómo se perpetúa un plan de trabajo común para la construcción de un nuevo organismo en la generación, y mediante qué mecanismos es posible la fabricación de un individuo (indiviso) a partir de otros dos. 2. El problema de la trans misió n del programa somático; modalidades de elaboración de la materia viva en la construcción del organismo y reparación de los daños que puede sufrir: estudio de la s ínte sis de la s proteínas. 3. El problema de la determinación orgánica de la acumulación de la ex periencia indi vidual: estudio de los mecanismos del almac enamiento de la información y su ulterior utilización. Este último problema sigue siendo misterioso. El interés de este campo de investigaciones para la teoría psicoanalítica nos parece evidente. ¿Cómo disociar por completo, en una perspectiva freudiana, el problema de las consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre 24 Solicito la indulgencia del lector con formación científica, pidiéndole tener en cuenta que las páginas siguientes fueron escritas en 1970 [nota de 1999], 25 En la coyuntura actual, el riesgo del error de interpretación parece menor que los peligros de la ignorancia sistemática. Dichos errores pueden representar, al menos, la oportunidad de una rectificación fecunda, mie ntras el s ilencio de que son objet o esos trabajos contribuye en gran medida a las espec ulaciones no confesadas que ni si quiera tienen el mérito de apoyarse en hechos científicamente estableci dos.
los sexos de los mecanismos más fundamentales de la sexualidad? Si bien la noción de sexualidad sig ue siendo oscura y m uy controve rtida en su unidad, parece indudabl e que el s exo genético y el sexo en el cual ha sido criado el individuo representan las dos formas extremas más determinantes, si s e da por descontado que una serie de eslabones, cuyo papel es más difícil de evaluar, se interponen entre esos límites. Podemos resumir así el nudo de las cuestiones que un psicoan alista podría verse obligado a plantearse: ¿cuáles son las relaciones dialécticas que anudan la unisexualidad anatómica del adulto a la bisexualidad psíquica descubierta por Freud, si se t ien e en cuen ta que la primera (por ser obra de la reproducción bisexuada) deja hue llas del sexo g ené ticamente no marcado en el ser humano, ese animal dotado de lenguaje? Considerar la reproducción bisexuada es aludir implícitamente a otras formas de reproducción, al margen del hombre y los vertebrados. Los mecanismos de transferencia genética en las bacterias nos muestran que el cort e efectuado, en los organismos pluricelulares superiores, entre crecimiento y reprod ucción no exis te de manera tan tajante en los microorganismos.26 Las operaciones presentes (transformación, transducción y conjugación) permiten afirmar que «la reproducción es correlativa del crecimiento».27 Pongamos de relieve, por lo tanto, que el corte entre el germ en y el soma se desdibuja pero no llega a desaparecer, y que no parece extraño que los mismos aparatos intervengan en el nivel de la transmisión del programa de la síntesis de las proteínas. Coincidimos aquí con nues tra observación sobre el papel genérico de la memoria. Salvo error, los hechos de la bio 26 Cf. M. Aron, R. Courrier y E. Wolff (eds.), Entretiens sur la sexualité (Colloque de Cerisy, 1965), París: Plon, 1969. En Más allá del principio de placer, Freud menciona la opinión similar de Darwin. Señalemos que en ciertas especies se advierte la posibilidad de que algunas células somáticas se conviertan en células germinales. 27 E. Wollman, en ibid.,pág. 10. Señalemos que en ese nivel los descen dientes de una cepa recepto ra adquieren las propi edades inherentes a una cepa diferente por ciertas propiedades hereditarias. En 1964 se demostró la posibilidad de observar mecanismos de recombinación genética en las bacterias, que se creía reservados a las especies de reproducción sexuada. No se debe olv ida r, sin embargo, que una célula de mamífero contiene mil vece s m ás ADN que una baéter ía.
logia molecular pueden categorizarse de la siguiente manera:28
1. La s estructura s m emorísticas fijas La fijeza es la condic ión de la estabilidad del sistem a e specífico que tie nen por misión transm itir de manera absoluta. Se trata de las estructuras del código genético, íntegramen te bajo la dependencia del ADN. Pero esta fijeza tie ne e l contrapeso de dos propiedades: a. la transmisión sólo afecta a la mitad del patrimonio genético, lo cual implica una separación seguida de la recombinación genética con la otra mitad correspondiente al reproductor de distinto sexo; b. el carácter aleatorio de la recombinación.
2. Las estructuras m emorísti cas de programa diferenci ado Dependientes del ácido ribonucleico (ARN), cuya condición de producción es el ADN: a. las células no neuronales, cuyo programa tiene por meta la construcción y reparación de la materia viva a través de la síntesis de las proteínas, especie de capital renovable; b. las células neuronales, de capital fijo, cuyo programa sólo parece incumbir, en el estado actua l de nuestros conocimientos, a las adquisiciones psí quicas. Cualesquiera sean las diferencias celulares, la composición fundamental del ARN en las distintas tareas que le atañen es la misma. Sin embargo, desde el punto de vista psíquico, el estudio del condicionamiento muestra que el ARN desem peña un papel específico en cada experiencia en que se ha demostrado su influencia. El ARN intervendría 28
Es evide nte que no tomo aquí en consideración para aclarar l a discu -
sión más que las estr ucturas m emorísticas, y dej o de la do aspectos fundame nta les de la organización bio lógi ca: organizadores, receptores, enzima s, mediadores, hormonas y muchos constituyentes regula dores. Más recientemente se pusieron de manifiesto las relaciones del núcleo y el citoplasma, que cuestionan la idea de una total idad genética [esta últ ima frase es de 1999],
en la facilitación de un condicionamiento, pero sólo de uno. Si se estableciera definitivamente, ese hecho confirmaría lo que ense ña la experiencia psicoan alítica: la intransmisibili dad de la experiencia singular.29 Las estructuras memorís ticas antiguas (hipocampo, fómix, cuerpos mamilares) son áreas de almacenam iento del ARN. Señalemos que este s istema guardaeuna estrecha relación con lascumplen estructuras ri nencefálicas hipotalámicas que también un papel fundamental en los procesos de la vida emocional y la sexualidad.30 La situación del sistem a nervioso en el organi smo humano, tal como aparece en e se contexto, esclarece los m ecanismos de la estruc turación psíquica: ademá s de que podría tener que transm itir hereditariamente (sobre lo cual no sabemos casi nada en el estado actual de nuestros conocimientos) en el plano del germen o del soma, el sistema nervioso debe transmitir sobre todo sus propios elementos adquiridos. Pero hoy se c omienza a advertir que las relacio nes problemáticas entre la actividad cerebral y el psiquismo, lejos de encontrar su solución en la uniformación de esos dos campos, obligan a considerarlos separados por una discontinuidad fundamental; se dilucidan mejor cuando nos remon tamo s a los datos que condicionan la actividad nerviosa. Vale decir que el código genético cumple e l papel de un a cópula 29 Problema que debe distinguirse de los caracteres adquiridos, habida cuen ta de que las poten cialidades adq uiridas serían el obje to de una apropiación por parte del individuo a través d e la exper iencia singular. Lo que podría facilitarse es la transmisión de condicionamientos homólogos. 30 Sin embargo, du rante mucho tiem po se consideró que la regulación de los proces os sexu ales dependía, a fin de cuentas, de las estructuras nerviosas. A l a luz de los trabajos recien tes, parece nec esario inver tir el orden de los procesos : C. Ar on cita los trabajos de Bar iassov «que establecieron con absoluta certeza que en los días siguientes al nacimiento se asiste a una sexualización de las estructuras hipotalámicas que determinan la actividad de la hipófisis» (en Entretiens sur la sexualité, op. cit., pág. 342). H. Chamiaux Cotton recuerda que « los animales tienen un sexo antes de te ner un sistema nervioso». Esta afirmación cobra mucho más interés cuando se sabe que en algunos invertebrados en los cuales trabaja esta autora, la investigación la lleva a suponer que las secreciones de la glándula an drógena no son esteroides sino probablemente proteínas (ibid.,pág. 343). Para las relaciones entre la vida emocional y la sexualidad, cf. J. de Aju riaguerra y C. Blanc, «Le rhinencéphale dans l’organisation cérébrale», e n Les grands activités du rhinencéphale, París: Masson, 1960, págs. 297336.
entre la sexualidad y el fenómeno de la memoria. A su turno, esta úl tima se desplieg a en los distintos planos a los qu e la convocan sus t areas, desde las coacciones de los determi nismos más estrictamente fijos de la herencia hasta los límites del juego tolerado en la elaboración de las experiencias psíquicas. finaldebe del capítulo VIen desu Más allá del principio de pla cer,Al Freud detenerse elaboración de los lazos de la repetición y la sexualidad. «La ciencia nos e nseñ a ta n poco sobre la aparició n de la se xualidad, que podemos comparar este problema a una noche oscura en la que ni siquiera ha penetrad o el rayo de luz de un a hipótesis». La contradicción con la que tropieza es la sigu iente: ¿cómo conciliar la idea de una compulsión de repetición (que Freud vincula en su pensamiento a una reducción de la excitación) con el fundamento de la sexualidad que consiste en la fusió n de u na «célula» con otra que a la vez «se le parece y difiere de ella»? En este punto es preciso que suprimamos de manera provisoria el corte que el mismo Freud introduce entre pulsión sexual y sexualidad, sin perjuicio de volver a él, si no queremos desarraigar la vida sexual de sus fundamentos biológicos, y e sto no para proceder a su amalg ama, sino para percibir con más claridad la relación de conjuncióndisyun ción que las vincula. La biología molecul ar nos ense ña que entre los co nstituyentes del cromosoma sólo el ADN representa el material genético. Es te e stá constituido por moléculas polímeras cuyos monómeros son desoxirribonucleótidos compuestos: de un ácido fosfórico; de una pentosa: l a desoxirribosa; de una base orgánica p úrica (adenina, guanina) o pir i mídica (citosina o timina), que da cuatro tipos posibles de nucleótidos. La especificidad de estas cuatro bases es tal que la adenina siempre está ligada a la timina, y la guanina, a la citosina , y sólo puede diferir el orden de su ubicación en la molécula. Los nucleótidos se agrupan de a tres y forman un triplete o codón.
Por autorreproducción, el ADN genera una copia de sí mism o e n el nive l del n úcleo31 y produce luego, por diferenciación, el ARN.32 En los procesos que inte rvie nen e n la s íntesis de las proteínas, una de esas copias de ADN sirve de modelo, necesario para la constitución de un nuevo modelo, el del ARN, sim ilar y diferente del ADN, que migra hacia el citoplasma (ribosoma) con la idéntica forma decon ARN mensajero. reproducirse este de manera otra forma, el Al ARN de transferencia, transmitirá el programa de fabricación de los aminoácidos.33 El ADN tiene la clave de esa fabricación, debido al juego de correspondencias existente entre la posición d e las bases en las cadenas polipep tídicas y la de los aminoácidos en la s proteínas. Aquí nos interesa el mecanismo de autorreproducción, en la medida e n que puede aclarar el concepto de repetición. En efecto, si un cuerpo químico tien e la facultad de reproducirse de manera absolutamente idéntica, tenemos con ello, sobre todo si se trata de un mecanismo fundamental en la base de la transmisión del patrimonio más fijo (el que actúa en el nivel de la especie), un esquema que puede inspirar nues tra reflexión. N o buscaremos tanto la transición de una forma de organización a otra, sino que desplazaremos el problema al nivel de las operaciones en cuestión. Debemos a Watson y Crick el descubrimiento de la estructura de los ácidos nucleicos en 1962.34 Estos investiga-
31 Se ha discutido si e l ADN se autorreproducía o si daba srcen al ARN que, este sí, se autorreproducía (ARN mensajero, ARN de transferencia) en la síntesis de las proteínas. Trabajos recientes demostraron la autorreproducción en el caso del ADN. 32 El ADN difiere del ARN por su ubicación (m ientras que el primero e stá situado en el núcleo, el segundo se encu entra en el rib osoma ), su composición (la pentosa del ADN es la desoxirribosa, mientras que la del ARN es la ribosa) y una base (la timina del ADN es reemplazada por el uracilo en el A RN); po r último, a la est abilidad del AD N se opone la mayor velocidad de renov ación del ARN. 33 A raíz de los trabajos de Delbrück, Luria y H ershe y sobre los fagos y los virus, y la dilucidación del código genético por Nirenberg, Khorana y Hollberg, parece cada vez más evidente que estamos frente a un sistema de información unive rsal que se aplica ta nto a los microorganismos como a los macroorganismos. 34 La importan cia de es te de scubrimiento obedece a que fue el fruto de la inventiva, el rigor y la imaginación de investigadores que no eran «especialistas» en esos temas; en todo caso, que estaban mucho menos especia
dores propusieron un modelo de doble hélice que gira en sentido inverso. Cada semihélice se separa de la otra por ruptura de sus u niones hidrogenadas y capt ura, a través de cada cadena polimérica, los nucleótidos presentes en el medio, conservando la correspondencia. Así, la autorrepro ducción se produce por reemplazo de dos mita des s ucesivas ; cada nueva mitad toma en un segundo tiempo su mitad comple mentaria, y así sucesivamente. «La hipóte sis de Watson y Crick aportó una solución e leg an te a un problema que durante mucho tiempo careció de una resp uesta satisfactoria. La autorreproducción del material genético, de todas maneras, sólo puede considerarse como un proceso de copia de una e struc tura parental. Ahora bien, si e se proceso res ulta del juego de las correspondencias esté ricas entre configuraciones moleculares, no debe dar srcen a un a réplica idéntica del mode lo sino a u na réplica complementaria, una especie de negativo de la estructura parental. E sta dificu ltad se disipa si se considera a est a e structura como constituida por dos partes complementarias asociadas. En el momento de la autorreproducción, cada una de ellas sirve de matriz para la reconstitución de la otra».35 Por un lado, los hechos referidos aquí sitúan el conocimiento de la sexualidad mucho más allá de las «células» germinales de 1920, en un nivel mucho más general; por el otro, se refieren a un sistema universal de información; por último, crean los datos de orden sexual y los de orden no sexual una entre relación de conjuncióndisyunción. De hecho, lo que suscita nuestra atención es el modelo así construido. La vacilación ante el riesgo de que se nos acuse de antropomorfismo debe ceder paso a la estimulación reflexiva. No procuremos saber qué quiere decir un modelo semejante, veamos qué dice: la autorreproducción es reproducción de lo idéntico. Se requiere una copia del srcinal antes de cualquier nueva tiza dos que muchos de sus colegas . V éase Jame s Watso n, La double hélice, París: Laffont, 1968. 1 La doble hélice: relato personal del descubrimiento de la estr uctura del AD NMadrid: , Alianza, 2000.) 35 Máxime Lam otte y Philippe Lhéritier, Biologiegénérale, París: Doin, Deren et Cle, 1968. [Biología general ,2 vols., Madrid: Alhambra, 1982.]
operación de decodificación. ¡Magnífico ejemplo de lectoes critura! de todas maneras, la reproducción de lo idéntico no se hace por medio de una operación única de duplicación simple. Eí srcinal se escinde en dos, cada una de sus mitades se reconstituye asociándose a su complemento; a su tumo, est e sfabricar e deshar la á de la mitad parental a laAsí cuapues, l est áloacop lado para réplica exacta de ella. idéntico sólo se alcanza a través de un doble dos veces invertido; la copia del srcinal sirve de mo delo para diferentes tareas. La producción de lo semeja nte (ARN), a la vez idéntico y diferente, s e hace a partir de una pequeña difer encia, una negativación36 y un lugar diferente de fabricación, en las actividades en la s que interviene el código genético, sin que ellas estén ligadas a la reproducción sexuada. La distancia diferencial se conserva después en la producción de una copia de lo semejante, que constituye aquí otro idéntico, cuyo papel es leer la información inscripta en la copia de la cual surge. Así, la diferencia se inscribe entre dos identidades. La primera para producir ulteriormente diferencia, pero a partir de una «reproducción» según el modo de la identidad; la segunda para restablecer la identidad debido al advenimiento de la nuev a identidad. En cambio, la identidad sólo se cons tituye por el clivaje de dos complementarie dades y su reunión mitad tras mitad. En suma, la identidad dependería de un mecanismo intradi ferencial (entre dos mitades de ADN), y su realización es susceptible de con cretarse en ciertos casos según un modo interdiferencial (entre ADN y ARN); la combinatoria actúa de acuerdo con dos modalidades por la ubicación de las bases en los tripletes o codones de la cadena de ADN y, aleatoriamente, en el crossing-ouer durante la recombinación genética con otro cromosoma, en sí mismo separado por una diferencia (X o Y) que rige los fenómenos de la reproducción sexuada humana. Intervienen además las permutaciones entre el orden de bases sobre los tripletes y la situación de los aminoá cidos en la sín tesis de En las proteínas, la información contenidayen el ADN. este tipo desegún operaciones, las sustituciones desplazamiento s son sorpren dentes. 36 En el sentido fotográfico.
En cambio, la combinatoria depende de mecanismos de regulación genética de efecto inductor o inhibidor cuya intervención se puede inferir tanto en el nivel de la generación (inhibición de uno o dos cromosomas X o Y en l a fec undación) como en la diferenciación celular. Desde el punto de vista epistemológico, se desprende una e nseñ anza capital concerni ente al orden de la vida, cuyas implicaciones podrían modificar nuestra reflexión en el orden simbólico: la noción de unidad debe reconsiderarse por completo. E n el orden de la vida, la unidad sólo s e aprehende por la mediación de dos mitades complementarias. Lo problemático aquí no es únicamente la unidad sincrónica, sino su correlato diacrónico, porque la sustitución mitad por mitad de la réplica faltante requiere dos tiempos pa ra recuperar una «estructura parental» que se ocupe del reemplazo de los dos términos de la diada que constituye. Pero cuando llega, ese tiempo conjuga dos mitades de «edad» una de las ya es, si no la progenito ra, sí al diferente, menos e l ancestro decuales la ot ra. Con referencia al códi go genético y la sín tesis de las proteínas, se ha hablado de un alfabeto y luego de una gramática, lo cual es menos asombroso de lo que se supone, si se recuerdan nuestras observaciones sobre la triple función memorística del germen, el soma y la psique. Pero el lenguaje, si bien no ba sta para caracter izar la mutación huma na, la marca profundamente. Ocupémonos de él, entonces, ateniéndonos en un principio exclusivamente a la semántica.Replicación: acción de duplicar, duplicación. Duplicar significa: agregar una cosa a otra del mismo valor, aumentar un a vez otro tanto , multi plicar por dos. Aquí se conjugan los efectos de la suma y la multiplicación. ¿Qué pasa con la concatenación? ¿Actúa por adjunción o por multiplicación? En eso radica toda la ambigüedad del doble: parece ser un añadido y es de hecho un producto, vale decir, el resultado de una multiplicación37 (a veces con la salvedad de una pequeña diferencia). Doble y mitad son solidarios. ¿La mitad no es acaso la proporción particular se gú n la cual el término que ella constituy e s e p iensa a la vez como unitario y como complemento 37 O de una división, como en el caso de los gemelos.
necesario y suficiente de un equiv alente, con vis tas a formar otra unidad? Desde e sta perspectiva, la unidad no se concibe como mínimo indivisible sino que, por el contrario, debe poner se frente a su otro (seudo mitad) unitario que le refleja su equiva lente faltante. Las propiedades tradicionales de l a unidad se transferirían más bien a la virtualidad del trazo que marca esta reunión y separación. Pero esa unidad no pre exi ste a la combinación potencial, as í como no puede captarse cuando esta se produce, porque su señalamiento requiere que se la siga durante el trayecto en que su acción se renuev a median te la repetic ión. Se debe renunciar entonces a buscarla en su recorrido para consagrarse a la única vi sualización por la cual se aprehende: la reflexión en que s imetría e inversión presiden las operaciones. Si la unidad se refiere más al si stem a de las operac iones que a sus términos inasibles en la sucesión de las transformaciones en las cuales intervienen, puede instalarse una diferencia sin arruinar el sistema. de lecturadel genera aberraciones ca-la tastróficas, peroElenerror el despliegue proces o se requiere diferencia mínima.38 Como si el rasgo diferencial virtual que regla la simetría y la oposición39 se redoblara encarnándose por el reemplazo de uno de los términos cuya cooptación obligada con su pareja constituía la primera diferencia. Como si la diferencia tuviera que ser englobada en el sistema, por así decirlo, y este la retuviera cuando ella se materializa mediante la sustitución de un término, a fin de poder atribuir todo su peso a la única expresión de la diferencia de las situaciones por su la réplica relación deresultante los términos entre sí, por unocupadas lado, y por comple mentaria, por el otro. La distinción crucial es aquí la que separa el sistema y los términos; una diferencia entre estos últimos no influye de manera decisiva sobre aquel para descomponer su funcionamiento en la marcha normal del proceso. La producción del dob le (inversa y simétrica) es la puerta de entrada de la diferencia, e n tan to se la puede calif icar de tal sin que, pese a ello, deje de serle aplicable la identidad. Punto de tensión extrema en el cual el sistema está íntegramente 38 Pensamos aquí en la sustitución de una de las bases del ADN en el ARN, la timina por el uracilo. A esta diferencia «normal» se oponen las anomalías graves resultantes de los errores de lectura del código genético. 39 El que sep ara los dos grupos de base s púricas y p irimídicas.
presente en sus funciones, pero también punto de ruptura posible si la diferencia no se contiene en los límite s que se le asignan. Volvamos a la replicación. El verbo replegar significa plegar lo que s e h abía desdob lado y también volver a poner bajo el pliegue lo que se había desplegado (desplegadodes doblado), expue sto a la vist a. El seg undo sentid o nos recuerda que el pliegue no e s ajeno a una relación de ocult amiento y develamiento. Si regresión significa volverse hacia, replegarse sobre, y el deseo es, como inducen a pensarlo los tex tos freudianos, nuevo pasaje so bre las hu ellas, no s tien ta la idea de reunir aquí la huella, el doble y la regresión, que implican la repetición. Las relaciones de la compulsión de repetición con la regresió n son complejas. Parecería lógico decir que la se gund a es l a man ifestación cuyo ord en categorial es la primera. En el plano categorial, no se trata sino del papel fundamentalmente conservador de lasun pulsiones nivel deinvertida, la manifestación, lo cual implica procesoen deelmarcha de tal modo que casi podríamos afirmar que, como el desarrollo ontogenético se produce de manera habitual en el sentido ineluctablemente progresivo, la regresión es su réplica compl ementaria. Pero esto sólo puede decirse si se postula como eje de referencia, no la progresión, sino la compulsión de repetición. En ese sentido, Pasche disocia con toda legitimidad compulsión de repetición y pulsión de muerte, y Laplanche y Pontalis parecen considera r —si adivinamos su pensamiento— que la primera es el fundamento de la fijaci ón. Por lo tanto, desde el lugar en que la hay, la repetición nos lleva hacia adelante y hacia atrás. En el momento en que aparece la innovación, la repetició n desig na s u relación con lo esencial significat ivo, señalado as í de pasada por el la. Remisión hacia atrás, la repetición marca el tiempo — más sugerido que claramente indicado— en el cual lo que se repite supone un más acá contenido por la conexión favorecedora de la pu esta en se rie progred iente. La repetición invita al enlace de sus análogos: de aquellos cuyo retomo teme y de los que prefigu ra por anticipación. Tanto por su conte nido como para la constitución de la secuencia, la fuerza y el sentido, que se han vi sto obligados a la repetic ión, velan por su redistribución en la ramificación reticular y abren el
camino a una puesta en circulación hacia otros teatros de operaciones.
La causa ausen te 4 0 y el pensamiento analógico había tropezado, pues, obstáculos en lademarchaFreud para fundar sus hipótesis en elcon modelo científico su tiempo, y esto cuando escribía: «La célula germinal debe encontrar fuerzas —e incluso la condición necesaria— para cumplir esta función en su fusión con otra célula que se le parece y a la vez difiere de ella». Tras poner de relieve la función del desvío en la verdad, se vuelve hacia el mito, utilizado por la filosofía. Freud se apoya en el texto de Platón con el ú nico fin de apuntalar su hipótesis de la necesidad de restablecer un estado anter ior, pero sólo lo hace ofreciendo su sacrificio a una idea fundame ntal de aquel: la b úsqueda de la complementari edad, ya sea de lo Mismo o de lo Otro. No podemos explorar aquí todos los recursos del mito. ¡Qué extraño parece, sin embargo, el ocultamiento de Freud sobre la función del corte! Para hacer añicos la arrogancia de los primeros humanos, Zeus, «después de ha ber se roto la cabeza con el asunto», se propuso cortarlos en dos, no sin amenazar con duplicar esa división si más la primera era suficiente. preciso, ade , que la medida ví ctim a no recordar a es a acciPero ón: «eera l hombre que tuviera siempre bajo su mirada la división sufrida sería más moderado». La inscripción de esa falta en la carne humana aguijonearía la búsqueda infinita que aspira a la reconquista de la unidad perdida para restaurar la condición primitiva. Hoy, la continuación de la lectura del mito nos hac e coincidir con la ciencia: «Entonces, cada vez que una de las m itades moría y la otra seg uía con vida , e sta última buscaba otra y se urna con ella al azar del encuentro» (Banquete , 1916, Belles Lettres). 40 El concepto de cau sa au se nt e fue propuesto por J.A. MilJer. (Eco del seminario de Lacan en la Ecole Nórmale, al que sin embargo dejamos de asistir a partir de 1967 [nota de 19991.)
Recién en un último tiempo, por desplazamiento de las partes sexuales desde atrás hacia adelante, la complemen tariedad necesa ria para la generación per mitirá la unión de las diferencias sexuales.41 No creemos abusivo el paralelo que esbozam os, por encim a de Freud, entr e Plató n y Watson y Crick.42 Podría ser, únicamente, que el entendimiento prefigurara las figuras cons titutivas con las que procede de manera¿No intuitiva, trabajo de lo imaginario. sería dedeformándolas interés fundarpor unelproceder apuntalado en la analogía, e n el que la compulsión de r epetición habitara la s formas que en gend ra y que sólo puede producir introduciendo en ellas deformaciones y diferencias? Pues sería un error pensar que consideramos el modelo de la biología molecular como una verdad ú ltima de carácter explic ativo, que anula a sus precursores. Muy por el contrario, ese modelo constituye una prueba complementaria de que se debe 41 H. CharniauxCotton, en Entretiens sur la sexualité, op. cit., págs. 30515 , recuerda que «sexo » deriva probablemente del la tín secare: cortar, separar. En efecto, si es cierto que la recombinación gené tica carac teriza la sexualidad, esta presupone la mitosis y la fecundaci ón, qu e con stituyen el cicl o unive rsal de la repr oduc ció n sexuada. Ahora bi en, la mitosis es una sucesión de dos divisiones celulares a partir de una célula diploide (vale decir, que contiene un par de cada cromosoma de la especie). La segunda divisi ón se produc e después de una m itosis normal (nueva divis ión) cuyo resultado final es la t ransf ormación de l a célula dipl oide ( 2 x n crom osomas) en cuatro células haploides (de n cromosomas genéticos) y no entraña más que una sola replicación del material genético. De modo que en todas las etapas encontramos la serie : división, desdoblamient o, reconstitución de un nuevas partir adelauna mitad, decodos mitad es, a de unidades, las cua lessea «seaparece otramisma y difiere de sea ella», mo ocurre durante la fecundaci ón. Un icamente en este últi mo estadio, y gracias al juego del crossing-over, se produce la combinatoria aleatoria por intercambio de segmen tos entre cromoso mas análogos de 2 x n células haploides especiales, los gametos masculinos y femeninos. Señalemos, para terminar, que el hermafroditismo aparece como un avatar de la diferenciación sexual (en los invertebrados) para desaparecer a continuación en los vertebrad os (al marge n de los caso s patológi cos). Al fin y al cabo, la sexu alidad parece poder definir se por e l encuen tro de la separación-división y la recombinación genéti cacuya alegor ía proporci ona el mito platónico. Aclaremos, sin embargo, que en Platón el mito es mucho más complejo y que sólo citamos la parte que concierne a nuestro trabajo. 42 Señalemos aquí que lo que devela la verdad científica es, por decirlo de algún modo, más mítico que el mito. La intuición del mito se complejiza más allá de lo que habría producido la imaginación intuitiva. Al menos en Platón. Habría que remontarse a Empédocles y Heráclito para ver el mito situado aquí en el nivel de la ciencia.
tener por sospechosa y obstaculizante la idea de la unidad en la vida psíquica que el psicoanálisis por su lado, y antes que la biología molecular, había estremecido tan vigorosamente. Después de Freud y contra los psicoanalistas genéticos, es decir, quienes se apoyan en una concepción histórica de la génesis psicológica del desarrollo, Melanie Klein advirtió la función de est a propiedad funcional de la diada. Mientr as los primeros se obstinaban en situa rse únicam ente en el nivel de la madre y el niño, Klein comprendió que lo que estructura la organización psíqui ca e n la relación vivida por el niño con la falta de la madre es la dicotomía pecho bueno pecho malo, que debe referirse —y con ello sobrepasamos sus propias observaciones— al fantasma del padre combinado, precursor o heredero del fantasm a de la e scen a primitiva. Escena primitiva y unidad primitiva están ligadas en cuanto son, en su aprehensión m isma, e l objeto de un dob le clivaje: identifica ción y d eseo alternados con respecto a los dos padres en la e scen a primitiva y cl ivaje de la unidad del sujeto por mediación de la relación del objeto con el yo. Sin embargo, est a reconstituci ón de la unidad primitiva en la relació n con los dos progenitor es (el conocimiento o desconocimiento de la d iferencia de los s exos no tiene aquí ninguna importancia ) va a contrapelo de la separación. Al limit ars e a los efectos de lo obser vable, el punto de vist a genético omite por completo la vocación del destino sexual. Parafraseando a Maijorie Bríe rley y Serge Lebovici, diremos que e l destino sexual se inviste antes de ser percibido, cosa que saben todos los seres humano s (salvo los psicoanalistas, al parecer). El cumplimiento de ese destino pasa po r las alternancias de las asunciones sucesivas y simultáneas de las posiciones psicosexuales bajo el efecto de las vicisitudes pulsionales (deseo e identificación). El Edipo es el momento en el cual se forma «el pliegue de lo que se había desplegado», distribuyendo separada y contradictoriamen te los deseos eróticos y agresivos acoplados con la doble identificación masculina y femenina. Mediante el Edipo, el sujeto43 se anticipa a su función de generación. En consecuencia, repite aquí de an43 Ut ilizam os aquí la palabra sujeto por comodidad, en su sentido tri vial. Más ade lante nos tocará aludir una vez m ás a él con la misma acepción.
temano. No se trata en absoluto de q ue lo prevea. Sería más ju st o decir que lo ac tu ali za pa ra te ne r que olvidar lo. En efecto, ¿quién podría sostener que el Edipo se desarrolla sin relación con la curiosidad sexual? Pero no sólo repite «antes», repite tamb ién por la intimación de su relación con los objetos preedípicos,44 de los que no se limita a hacer el balance. Los evalúa reevaluándolos, refractándolos de acuerdo con el so espectro de laazando castración. Más aú n, la re presión Edi po se stiene disfr las metas genitales edípieasdel y recurriendo a su expresión pregenital. Es e trayecto no puede dej ar de esta r marcado por la es cansión de la compulsión de repeti ción; pero lo que justifica esa compulsión es e l papel del corte, instaurado esta v ez en tre el sexo y el sujeto. En est e punto el psicoanálisis pue de afirmar los derechos que ha adquirido. Y si la memoria es en efecto la propiedad esencial común a la organización biológica y psíquica, a l parecer sólo la s egunda tuvo el poder de con stitui r una mem oria fundada en el «olvido», en el s entido que los griegos daban a est a palabra. Pu es no bas ta con decir que una memoria puede ser también anticipadora: lo que importa es el destino del olvido, diferente del aniquilamiento, de la pu esta fuera de juego de lo per ecedero, lo rehusado, lo rechazado. La organización psíquica, en consecuencia, no sólo debería su fecunda complejidad a los efectos de una pura combinatoria, sino a su capacidad, en la cual la re presión de sempe ña el papel protag ónico, de transformar lo indeseable en causa ausente. La represión sólo silencia el ruido de la vida. El r etom o de lo reprimido nos permite sacar a la luz su función, que consis te en mante ner en secreto el ca rácter intemp estivo de ese exceso de vida. Pero reduc ir al silencio lo indese able no es equivalente a trabajar en silencio: es lo contrario. Como si e se m ido a reducir por el silencio no pud iera sino remitirnos a es a pr otesta contra el silencio que es el rui do. En Más allá del principio de placer, Freud llega a una conclusión que trastoca sus hipótesis anteriores. El principio de placer ya no se considera como la referencia última que explica e l func ionamiento del principio primario. La actividad que hace posible ulteriormente, en un segundoligativa tiempo,eslalodominación del principio de placer; 44 O, más precisamente, pregenitales.
anuncia la transferencia de soberanía al prin cipio de realidad. El más allá del principio de placer está, por lo tanto, en la oposición que pone frente a frente la ligazón y el silencio mediante el cual Freud caracteriza la actividad de la pulsión de muerte. ¿Hasta dónde podemos ahorramos este último concepto planteado por Freud? La clínica podría prescindir muy bien de él, se afirma. Nosotros no estamos tan seguros. No pensamos en las suposiciones hipotéticas que inferimos frente a los comportamientos mortíferos, en los cuales siemp re es posible decir que el concepto de pulsión de muer te acude en auxilio de nuestras insuficiencias. Es necesario dar cuenta, además, de los efectos de una potencia que se encarniza con la organización psíquica, en las formas más extremas de la alienación. La concatenación es atacada aquí, ya no en el aspecto multiplicador de su actividad (la productividad psíquica, de la que el delirio puede considerarse rlo como quenjuzga comuna o unsubversión, producto), aun sinocuando en su esttambién ructur ahaya vin cula te, efecto del simple encadenamiento del trabajo asociativo. En suma, ya no se trata aquí del olvido en el sentido de la sustracción (de l o indeseable) sino de la división en el niv el de lo que se mantiene unido. Subversión del corte, que se aplicaría a términos que este desune y reúne, pero que se corta de sí mismo para convertirse en el objeto de su propia operación. La sección ya no pasa entre el yo y el sexo ni dentro del mis mo yo,45 sino en el interior del poder de est ruct uración delscorte. Aquí, causa ausente ya no sedepercibe sus efecto derivado s: s la e convierte en ausencia causa. en El cuadro no es ya el resultado del ordenamiento de las conexiones que conforman una estructura: esta pasa a sus conexiones y claudica, sucumbe a toda conformación. Así, la compulsión de repetición sólo puede apreciarse desde una doble perspectiva: e n cuanto preserva un a célula de sentido, aun modelada por las deformaciones, y en cuanto es u n proceso de ligazón, independiente del sentido que vehiculiza y constituye a la vez. En e ste segundo signif icado, lo que repite es el acto de la concatenación, pues su adquisición, aunque sufra una mutación, está siempre bajo la amenaza de 4r’ No podemos entrar aquí en los detalles que implicaría exponer el problem a de la psico sis. ''"
una destrucción inmanente. Este segundo aspecto podrá man ifestars e cuando el cumplimiento del destino sexual su pere las po sibilidades de la concaten ación que es su prerre quisito. «Todos hemos pasado por la experiencia de que el mayor placer posible, el del acto sexual, está ligado a la extinción momentánea de vina excitación llegada a un alto grado. En cuanto a la ligazón de la moción pulsional, sería u na función preparatoria que debe poner la excitación en condiciones de ser fina lmen te suprimida e n e l placer de la descarga».46 La tendencia a la descarga del proceso primario ya es, por lo tanto, repetición con respecto a esa función preparatoria; en ese sentido, debe concebirse como un nuevo cues tionamiento de la capacidad ligativa de la moción. Contrariamente a lo que haría suponer una lectura demasiado ligera texto, el proceso se refiere término de de la operación del (descarga) sino a sunoreinicio. El almovimiento la energía pulsional movilizado por la moción (así com o inmovilizado por la vectorización que determina su orientación) ret om a má s allá de la captación de esta en el nuevo prob lema a resolver: dejar que las mociones se expresen en el estad o ligado o no ligado de los procesos de excitación. Como si la moción sólo hubiese fijado la parte que era susceptible de domestica r con vis tas a la extinción momentánea. No s ería ilegítimo pensar , entonce s, que ese exceso de excit ación, no fijado por la moción, intervendrá en el momento en que la ligazón o la noligazón, en cuanto transformaciones de las propiedades de la energía libidinal, requieran además una transferencia de funciones a otra esfera de actividades durante la interv ención del desplazamiento. La concepción freudiana del desplazamiento condensa una pluralidad de sentidos y modalidades. A veces es a náloga, sea a una sustitución, sea a la investidura de una parte que asume por sí sola un valor inicialmente otorgado a un conjunto, y otras veces indica un reemplazo, por recubrimiento. Es tas posibilidades no se limitan al trabajo efectuado sobre términos (representaciones), sino que conciernen 46 S. Fre ud, Au-delá du principe deplaisir, Essais depsychanalyse, «Petóte Bibliothéque Payot», nueva traducción por A. Bourguignon et al., cap. 8, pág. 113.
también a cantidades (de afecto): la energía se desplaza o desplaza la actualización de los medios de expresión de los términos cons titutivos del sentid o. El desplazamiento constat a, por lo tanto, el retom o a la vez de la actividad ligativa y de lo que lo obliga a traslad arla más allá del punto en que s e hab ría efectuado. El principio de placerdisplacer, que ordena la s transformaciones de la ligazón, no hace sino remitim os con may seguridad que procuraderepetirse en su ligazón. Sólo esorcaptado poralalocompulsión repetición en la medida en que esta no obedece al principio de placer. «Nuestra concienc ia hace que nos lleg uen d esde adentro no sólo las se nsacio nes de placer y di splacer, sino también la de una te nsión particular que, a su vez, puede ser placentera o displacentera. ¿Nos permiten esas sensaciones percibir la diferencia de los procesos energéticos ligados y no ligados? ¿O bien hay que relacionar la sensación de tensión con la magnitud absoluta que de lalainvestidura y eventualmente con la su nivel, mientras serie placerdispl acer indicaría modificación de la ca ntidad de investidura e n la u nidad de tiempo?».47 Est as observacio nes de conclus ión son de una dificultad extrema. Oponen sensaciones a una tensión, para hablar luego de una «sensación de tensión» en la que la serie placerdisplacer aparece como el resu ltado de un calibrado por la u nidad de tiempo . Freud no apunta a un «otra parte» o un «al margen» del principio de placer, sin o a un «más allá». Lo que inst au ra la compulsión d e repetición es la captura de esa m agnitud absoluta de la inv estidura ante s de cualquier calificación propiamente psíquica. La compulsión de repetición no está ni al margen ni dentro del principio de placer. Concierne a la inclusión de la tensión en una secuencia, cuyo resultado es la calidad de placer y displacer. Hasta ese punto de su obra, Freud ligó el par displacerplacer al par tensiónalivio. Como prefiguración de lo que iba a aceptar explícitame nte en 47 Ibid. (Ulteriormente volver é sobre la importan cia de estas observaci ones en mi trabaj o «Sur la discrim ination et l ’indiscrim ination affectr epré sentation», informe ante el XXI Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional, Santiago de Chile, en Revue Frangaise de Psychanalyse, LXIII, 1999, págs. 21772 (nota de 19991.)
«El problema económico del masoquismo» algunos años tarde, en 1924, sobre su independencia — aunque es ta fuera solamente relativa—, sale al paso para atribuir una precedencia teórica al postulado fundamental del Proyecto de psicología que as igna a l aparato psíquico la tarea de desembarazarse de las cantidades en exceso. A ese postulado se asocia toda la teo ría de la complicación interna del aparato psíquico, la función secundaria de la comunicac ión, la n ecesidad del desvío de la meta, la operación del desplazamiento, las transformaciones energéticas, etc. A partir de allí, todo sucede como si la compulsión de repetición representara el anticipo de la desolidarización de los pares displacerplacer y tensiónalivio. La función t eórica de la compulsión de repetición es hacer visible e sa movilización de la tensió n e indicar las transformaciones q ue exige. Mediante la ligazón, libera a la cantidad del aniquilamiento, a la vez que se opone a su huid a hacia un cambi o incesa nte que bomás
rre estabilización de la ligazón. Entonces cambio asumirálasu sentido al inscribirse frente a frenteelcon la repetición. El efecto de la ligazón de la moci ón consiste en retener la fuerza errante. Aquí la tenemos dotada de una vección, establecida en una secuencia. Pero, al mismo tiempo, por un fenómeno de resonancia interna, la contrapartida de esta vección afecta retroactivamente aquello a partir de lo cual se srcinó. Si, por antinomia, se dirige a la sombra de la fuerza que la vección permitió constituir, el acto de la ligazón se refleja productoen de la es ta porseuninternó caminolarecurrente que duplicae nlaeldirección cual fuerza. Es a cons tatació n, poder de reflexión del resultad o adquirido sobre sí mismo, se constituye como proposición: posición para y posición hacia. Para y hacia otras ligazones, en la medida mism a en que el acto de ligaz ón acaso deba su éxito únicam ente al abandono de la búsqueda d e una solución integral y definitiva y la pu esta en reserva de la fuerza no capturada, de la que vendrían los relanzam ientos ulteriores. La investidura de la ligazón por el principio de placer tendrá otra contrapar tida en s u relegación parci al en e l olvido. Por un lado, la ligazón s e identifica as í con la fuerza no capturada y, en cierto modo, se alia con ella. Pero, por el otro, se libera de ella y apela a otras ligazones marcadas con el sello de las transformaciones por las cuales retornará.
Aquí, la repetición no se mantiene más que con el designio de engañar a la repetición misma. La ligazón srcinal no sólo conduce a otras ligazones, sino que constituye los lazos de una ligazón de otra naturaleza, una ligazón virtual entre las ligazones. El olvido es de alguna manera su aval. Pero ha y que tene r el cuidado de no simplificar. El olvido no es unívoco. La latencia que implica está abierta a destinos contradictorios. En su s eno se adiv ina un nuevo destino. Si el alejamiento del olvido puede brindar la oportunidad del retomo, por el camino de las deformaciones y disfraces que se imponen, el olvido entraña una radicalid ad inheren te e n el poder de olvidar. Aquí, el olvido se olvidará de sí m ismo en cuan to olvido. El poder de separación, que lo man tiene apartado, permanece en la oscuridad y no em ite ningún signo por el cual se delate algún indic io de su presencia que pueda identificarlo como olvido, por no denunciarse a sí mismo, enunciándose de tal modo, y develarse como causa aus ent e. Freud, a nuest ro juicio, no afirma otra cosa cuando se v e forzado a decir, contra cualquier uso científico que reclame pruebas de lo que se propone, que todo el raido de la vida viene de Eros y las pulsiones de muerte trabajan e n silencio. Podemos evitar la pulsión de muerte si reintegramos a la pulsión sex ual las características qu e Freud le atribu ye. Pe ro tendremos en poco, salvo que hagamos aún mucho más mítica la pulsión sexual, el poder de separación de la pulsión de muerte. El hecho de que esta separación pueda servir emás aen Eros no cambiade endónde nada el fondosudel problema, quead consiste preguntarse extrae fundamento la actividad de separación. Y será lícito plantearse la cuestión de saber si es heurísticamente más provechoso situar las propiedades de la separación y la recombinación dentro de la unidad de la pulsión s exua l o en el se no del conflicto de es ta con el yo, o bien, por último, a dmitir la concepción freudiana. Nos parece que Fre ud es más fiel a su te sis de la irreductibilidad del conflicto cuando sitúa separación y recombinación en dos campos opuestos. lo cierta referente a nuestros hábitos defuerza pensamiento, hay sin En duda renuencia a asign ar a la un status se mejante. Quien dice fuerza implica un objetivo, una meta. Lo que nos ens eña el pensam iento de Freud es muy distinto. La ambición de la fuérza no es otra que la abolición de sí
misma, su separación del fondo sobre el cual surge. La fuerza se man ifiesta por medio de una falta, per o sólo la revela al intentar colmarla. Lo que encuentra de ese modo en su trayecto no es la ausencia de su objeto, sino su noobjeto, aquello con lo cual procura confundirse mediante esa no existencia. Cualquier figuración de esta última (vida intrauterina, paraíso perdido) no hace más que circunscribir su recuperación hipotética. Pero esta noexistencia no puede llegar a su agotamiento como no sea por una salida; al buscar un desenlace, constituye su camino. En esta trayectoria lleva al objeto de una noexistencia a otra existencia. La mediación que conduce a ella es la operación de la ligazón efectuada con vistas a la salida, como si esta se convirtiera en el objeto de la fuerza. Por des plazamiento, la falta que está en el srcen de la expres ión de la fuerza se transf iere al espacio de la salid a mediante la figuración de otra ligazón complementaria y opuesta, que da cue rpo a una a use ncia de objeto en la cual objeto seentonces inviste con la fuerza que escapó a la ligazón y se el manifiesta como ausencia de esta. Ausen cia má s acá de ella, po r la fuerza no capturada, ausenc ia más a llá de ella, en la medida en q ue constatar la ligazón implica también constatar la falta que n o se sitúa ya en el niv el de la fuerza, sino de la respue sta que brindó la ligazón a su demanda de salida. Poder de recombinación que vue lve a poner enjue go los procesos de ligazón que convocan al objeto a la existencia con la forma de ausencia, como para hacer que la ligazón de la fuerza conserve su falta. falta estimula un proyecto de apropiación través de Esta nuevas transformaciones, cuando sobreviene ela avatar de la pérdida. La fuerza, entonces, al desplegarse desde el lugar donde surge, se esfuerza por reinvestir la huella de ausencia, y la ligazón calca la configuración del objeto. El objeto es «encontrado» gracias a esta resurrección. Pero si «sale» a su turno de la ausencia, es para entrar en una virtualidad en la que, al ir y venir como la fuerza, los movimientos por los cuales m anifiesta su vida prop ia ates tigua n la posibilida d de perderse en ese recorrido donde puede s ucumbir bajo la acción de la represión que acaba más fácilmente con la representación que con la potencia pulsional. El deseo hace el sacrificio de una resurrección plena para salvar el surg imiento me diante el cual la salida d e la fuerza, capturada esta vez por las huellas del objeto, remodelará
sus réplicas en los nuevos contextos que exijan su testimonio. A medida que se las llama a interven ir, las repeticiones (repetición de las liga zones, repetición de las figuras del objeto , repetición de la s transfor maciones de los contextos en los cu ales participa el objeto y repetición de las transform aciones de las ligazones) producen la reflexión de su actividad sobre sí mism a, como si la marcha progr ediente del proceso tuviera que tocar contradictori amente su punto de partida por medi o de una contraefectuación de su s mom entos sucesivos, lo que su progresión mis ma prohíbe, para ofrecer a cambio la solución de la simultaneidad que cliva el movimiento en acto y mirada puesta en el acto.
Retom o al juego del carretel: segunda lectura «Sólo el juego del artista y el del niño pueden aquí abajo crecer y perecer, con stru ir y d estruir con inocencia. Y es así, cual el artista y el niño, co mo se jue ga el juego etern am ente activo que construye y de stru ye con ino cencia; juego que el Eón jueg a consigo mismo. A l transforma rse en tier ra y en agua, ju n ta com o un niño monton es de ar en a a orillas del mar, lo s eleva y l os destruye y de cuando en cuando vuelve a comenzar su juego . Un ins tan te de saciedad y lue go, la necesidad fuer za al a rti st a a crear. No e s un orgullo culpable sino el instinto del juego desp ertado sin c esar el que saca a la luz nuevos mundos. El niño arroja a veces su juguete y enseguida vuelve a tomarlo por un inocente capricho. Pero, cuando constru ye, une, a rm a y modela las formas según un un estricto ordenam iento int erno».
a ley y de acuerdo c on
Nietzsche, La Philosophie á l ’époque de la tragédie grecque (1872)
El hecho de que Freud hay a tenido que detene rse por la ignorancia de la ciencia de s u época en cuanto al srcen de la sexualidad nos llevó a interrogar a la biología molecular. Prestamos atención, sobre todo, a las relaciones que esos trabajos permitieron establecer entre repetición y replica ción. En ellas, la estructura no parece poder asegurar su permanencia como no sea por la repetición más rigurosa, pero sólo se cumple gracias a la reconstitución de su mitad faltante. Admite la diferencia a condición de que la repetición vuelva a englobarla; la salvaguardia del sistema se
adela nta a la em ergencia del término diferen cial introduc ido. Parece que, cuando se aborda el plano de la actividad psíquica, las propiedad es del sis tem a pasan de la rigidez repetitiv a a la búsqueda de la cons ervación mínima de la inte ligibilidad de una célula de sentido, que no cede en absoluto a la necesidad de una determinación tan detalladamente establecida como sea posible, y brinda en cambio a la repli cación una amplitud de las más grandes para expresarse. En sum a, todo sucede com o si la diferencia, en vez de situar se entre dos replicaciones, jugara con sus posibilidades máxim as e n el campo mismo de la replicación. Por ello, importa quizá menos la diferencia que parece revelar la repetición en la compulsión mediante la cual se manifiesta, que el ensanchamiento de las posibilidades de la replicación, en los límite s c ompatibles con la preserv ación de la inteligibilidad de la célula de sentido que el sistema defiende. Si toda organización supone una articulación, esta a la vez que fija un lím a los desplazamientos de los fragmentos articulados, es ite al mismo tiempo una invitación a hacer «jugar» la ar ticulación a l máximo de sus posibilidades. Ahora bien, lo srcinal de la actividad psíquica podría ser que ese desplazamiento articulatorio se produce gracias a operaciones de borradura y recubrimiento que modifican, sin altera rla en lo funda menta l, la función de réplica que deben cumplir los productos de reemplazo.48 El mito en el cual se reúnen diferenci a y repetición es el de la gem elidad y e l doble. El paciente y cuidadoso análisis de Rank nos muestra doble de las producciones literarias y mitológicas es que casi el siempre la mitad simétrica e inversa de su modelo. Las cualidades que los oponen deben suscitar menos atención que la oposición misma. Sus efectos distributivos importan más que lo que ella divide. 48 E. Be nve nist e, en «Le jeu comme structure», Deucalion, n° 2, 1947, págs. 1617, muestra que el mito y el rito dislocan la unidad de la operación sagrada: «Podrá decirse que ha y juego cuando no se ejecuta m ás que una mitad de la operación sagrada, traduciendo el mito sólo en palabras o el rito sólo en actos. Además, lo característico del juego es recomponer de manera ficticia en cada una de sus dos formas la mitad ausente: en el ju eg o d e la s pa la br as ha ce m os com o si tu vi er a qu e de du cir se un a re al ida d de hecho; en el jueg o corpor al hacem os como si lo motivara una realidad de razón ». Citado por J. Ehrm ann en su exce lente e studio «L’homm e en jeu», Critique, n° 266, págs. 599607.
El mito del doble es el del clivaje absoluto entre la separación y la recombinación, como si se reprochara a la naturaleza, maliciosa o maligna, haber separado lo que debería habe r estado unido, y como si la recombinación sólo pudies e efectuarse en la muerte. Acu sación contra la sex ualidad pa rental que se delata en la generación de indivisos, por el hecho de que dicha generación implicaba la indivisión del par de partenaires cuya reunión excluía al sujet o. Si bien s eñaló en especial el lugar del narcisismo, Rank no fue ajen o a la dualidad fundamental de la vida y la muerte. La tocó muy de cerca, al analizar la aparición del Diablo a Iván Ka ramazov: «La idea del Diablo se convirtió en la primera ema nación re ligio sa del miedo a la m uerte. Al adoptar la forma de una an gustia, la creencia en el alma no sufrió únicamente una transformación de su significación, sino también un desplazamiento en el tiem »A1 principio, elpo. Doble es un Yo idéntico (sombra, reflejo), como conviene a una creencia ingenua en una supervivencia personal en el futur o. Más adelante r epresenta t ambién un Yo anterior que contiene, junto con el pasado, la juventu d del individuo que est e ya no quiere abandona r sino, por el contrario, conservar o recuperar. Por último, el Doble se convierte en un Yo opuesto que, tal como aparece con la forma del Diablo, representa la parte perecedera y mortal separada de la personalidad presente actual y repudiada».49 Yo idéntico proyectado en el futuro, Yo anterior que prolonga e l pasado, Yo opuesto en lo actual. Rank nos indica de es e modo el papel del desfasaje históricoes tructural cuyo s equivalentes pueden encontrarse en todos los nudos esenciales de la teoría psicoanalítica. En el juego del carretel estaríamos en presencia de un desfasaje semejante. Cuando inferimos que es repetición de la pérdida del pecho pero también, y ya, identificación con el 49 Ot to Ra nk, Don Juan, une étude sur le double, traducción de S. Laut man, París: Denoél, pá g. 104; Ste ele, ed. |El doble, Bu enos Aire s: Agalma , 19951. Vé ase nuest ro e stud io «Le doubl e doub le», en La déliaison. Les Be lles Lettres, 1992, y H achetté Littérature, 1998 .
Otro que se marcha, el cual tiene el poder de alejarse y regresar, suponemos que el juego es el lugar de las distintos figuras de la s que habla Ran k. El niño del juego e s quien silencia su pesar y su tristeza, qui en se venga m ediante el carretel, solución mucho más preñada de consecuencias que la de dar libre cu rso a la ira: al hacer desde ya suya la renu ncia, el niño prefigura, much o más allá de lo que la madre pudo signifi abandono ue, incesto a su tum o, élenleúltimo har á sufrir para obedcarle, ecer elelmism o tabúqdel que, aná lisis, es el elemento al cual se asocia su partida.50 Sin embargo, como lo hicimos notar, ese juego resulta posible en cuanto es incon scien te, en cuanto en el nivel del decir, lo que aparece y desaparece e s e l carretel. El carretel para el niño y la madre para Freud, o sea, su hijamadre. Iba a ser preciso el desvío del nieto preferido de aquel, él mismo el preferido de s u madre, para que Freud, m atando dos pájaros de un tiro, prosiguiera su auto análisis y analizara s u teoría para icarla en consecue ncia. ElFreud, Otro ces omaquel o testigo sariorectif del juego, cuyo lugar ocupa quenece puede advertir su significación desde el punto donde lo observa, a través del producto de su generación. Desde el punto donde, mediante ese movimiento regrediente, coincide con su propia infancia que huye de él. Pero ese movimiento regrediente e stá ya en el acto de la ligazón del juego que, a medida que se constituye , se refleja so bre sí mismo. De igu al ma nera como su salida a la esc ena del mundo cl iva el juego del movimiento interno mediante el cual cobró forma, su surgimiento en lo real provoca una nueva distribución de funciones que pone la posici ón reflexiva en una zona de extraterritorialidad donde puede instalarse el observador. Pero con ese vaiv én del carretel s e perpetúa otro juego, más allá de todos los ya jugados. El juego pulsional de la afirmación incorporadora y de la negación ex pulsora (excor poradora [agregado de 1999]). Sin embargo, todo el juego ya es en sí «salida» de la fuerza hacia los objetos, exposición, y en ese sentido reitera el movimiento de borradurasepa ración de la pizarra mágica. Lo que veríamos repetirse, entonces, es cómo el acto de la ligazón expulsa de sí todo lo que Recordemos que Freud indica en una nota de u na edición tardía de La interpret ación de slosueños que el niño pone en escen a un juego análogo la víspera de la partida de su padre hacia el frente. 50
pudo escapar a su captura, como su mitad faltante. Cómo vuelve e n la separació n de la a usencia esta mitad exc luida. Y cómo, por fin, se transmuta la ausencia en olvido por la captación presente del juego. Esta «presencia» del juego borra la dime nsión histórica del pasado para constituirse e n un «desde siempre» intemporal, porque el acto de la ligazón es el requisito previo para la evocación de la anterioridad. Nos parece imposible limitamos, como hace Lacan, al solo efecto de lenguaje como elevación del deseo a una segunda potencia, y disociarlo de las otras esferas del juego —el arro jarrecoger y el verno ver el carretel— en la obtención de ese resultado.51 Pue s todas la s formas del juego, en el sen tido más amplio (el juego pulsional, la afirmación incorpora dora y la negació n exp ulsora, la inscripción apropiadora y la borradura que tacha, el paso del movimiento de extemali zación al retom o de la intemalización y de la invisi bilidad por la pue sta fuera de juego del carretel al juego de su reencuentro), son otras tantas connotaciones de la emisión de palabra que la desbordan por todas partes. Además, no s e s eñaló lo suficiente que el o y el da no ocupan posiciones equivalentes en el juego. Ante todo, el o del fort es mucho má s prolongado. Freud lo escribe óod, como si la palabra acompaña ra al carretel en su trayecto y se amoldara al recorrido pero, notémoslo, como si esa prolongación absorbiera por sí sola el afecto sin darle derecho de ciudadanía (¿era esa la decepción, la ira, la resignación?), mientras que el da breve e st á marcado por un placer nad a dudoso: un regocijo. Adem ás, el Óod connota la ausencia, ausenc ia de la madre y ausencia de manifestación afectiva explí cita o des cifrable, abre una cuestión, invi ta a la interpretación que se proporcionará en e l aprés-coup, a partir del afecto de regocijo de l da. El d a único y acompañado de una s atisfacció n in dudable denota la presencia del carretel; redobla esa presenci a y sólo dice algo de ella al conectar la alegría que causa con el tiempo que se l e opone: el de la ause ncia. Por eso, y pese a s u referencia a lo opuesto se lo puede califi car de índice, mientras que el o merecería el título de símbolo. El juego del carretel expresa la ges ta de la simboli zación. Lo expresa ta l vez mejor que teorías ac tuales de la cultura, en las que se oponen unalas concepción tradicional y una 51 J. Lacan, Ecrits, op. cit., págs. 31320.
concepción moderna del símbolo. El símbolo como tésera [tessére]: encuentro de dos mitades del objeto roto,52 abarcó por extensión el mantenimiento de la relación de un signo con una ausencia que lo evoca por medio de otro signo. En nuestro s día s, la acepción clásica su ele caer en el descrédito. La vaguedad de la definició n, que s e extendió de la «arbitrariedad» del símbolo a todo lo que s e libera de la pre senc ia del signo, se denuncia parcialmente, porque el lazo de las partes de la tésera se revela a la vez demasiado apretado y demasiado flojo, demasiado próximo y demasiado lejano. La mediación del símbolo está refrenada en exceso por el vínculo con su sopor te, mientr as que a la inversa, pero al mism o tiempo, es demasiado abierta; la nebulosidad de esa relación (quizás herencia de su empleo en lo sagrado) deja en suspe nso n uestr a inquietud por un conocimiento de los me dios operatorios del símbolo mediante la delimitación o el cierre que perm ite su captación. Se te rminó por preferir, en consecuencia, el rigor de una concepción del símbolo ligada a las relaciones interdependientes de los términos de un conjunto. El límite operatorio fijado por los términos queda compensado po r la multiplicidad de la s combinaciones que su ordenamiento deja leer. Paso de la simbólica a lo simbólico. El juego de l carretel podría ay udam os a prolongar esta reflexión. Por una parte, el símbolo (en una acepción cercana a la concepción tradicional ) s e pos tular ía con respecto a un índice como lo que no es: el óoo frente al da. Pero, debido a ello, la ausencia cambia de status. Estaba bien presente en el índice, pero con referencia a su opuesto carecer ía de una limitaci ón a su dispersión. No es que sea «ausencia de ausencia» por el enigma que plantea, sino a usencia de una captaci ón de la a usencia. El vacío que ahonda por la neutralidad afectiva aparente de la fase de desaparición, que contrasta con el regocijo manifiesto de la reaparición, sólo fija su incertidumbre por estar vinculado al índice como su inverso y su simétrico, que requiere la articulación de los dos tiempos. Por añadidura, 52
Es el térm ino que em plea Plat ón: «Ca da uno de nosotro s, en conse -
cuencia, es fracción tése ra bre» 191<¿). (Banquete, tessera y de homuna [El término provienecomplementaria, del latín designa pieza cúbica o una tablilla con inscripciones, utilizada por los romanos como contraseña militar, insig nia honorífica o p renda de un pact o. El significado gen eral es el de «contrase ña» (N. del T.).J
volvería mos a encontrar la concepción moderna del símbolo si s e considerara la secuen cia completa. El símbolo vuelve, entonces, en el conjunto del juego (y ya no exclusivamente en la oposición fonemática); la función de la repetición es escandir los diversos tiempos y subrayar su articulación. Así, si el límite fijado por el índice no puede decir nada distinto sobre sí mismo, su transporte al juego completo le asign a el papel de u na replicación que incita a la búsqueda de su mitad faltante. En ese momento, el conjunto ofrecido por el juego se inscribe en un doble registro interpretativo. Sea el del índice: relación entre la desaparición y el retom o del carretel y la ausenciapresencia de la madre; sea el del símbolo como sis tem a de virtualidades, por la polisemia de un término opuesto a la m onosemia del qu e se le enfrenta y que remite a la pluralidad de los análogo s del juego, sean o no de naturalez a lúdica. Cada uno de estos se convierte en poseedor de la mitad fa ltante que constituye el lugar común de los otros. Su puesta en relación sólo puede captarse, en tonces, e n el proceso en el cual derivan unos de otros y se sitúa n unos con respecto a otros, es decir, en el movimie nto de pasaje en que cada uno acaece co mo ligazón de sus momentos. E sta ligazón le otorga el valor de un a replicación sobre la cual e l modelo se mantuvo en silencio en tod o lo que la l igazón ocultó por olvido, represión o denegación. Así, la replicación pondría un límite al vagabundeo indefinido, la reverberación perpetua de las cuestio nes de la polisemia . Pero su efecto n o se lim ita a eso. La constitución retroactiva del fantasma transmuta la relación de oposición en relación de cliva je por su mant enimiento en el estado i nconsciente. El modelo descripto por Freud abre nuevas perspectivas a la simbolización, gr acias a la introducción del concepto de clivaje. Este no se limita a separar u oponer, sino que hace coexistir lad o a lado dos siste ma s de pensam iento no homogéneos y h as ta contradictorios. N os parece que el juego del carretel puede interpretarse de acuerdo con un doble clivaje: clivaje (I) entre el juego y el fanta sma que est e cons tituye en el aprés-coup, y clivaje (II) que opone un índice (da) y un símbolo ooo. El campo de inversión simétrica del símbolo con respecto al índice se extiend e, por su valor más connota tivo que denotativo, a una polisemia que engloba los análo-
gos, lúdicos o no, del juego. La articulación del clivaje (II) con el clivaje (I) da al jueg o s u valor de replicación con referencia a los análogos por una parte y al fantasma por la otra. La «ausencia» del fantasma exige una nueva replicación me diante la interpretación del juego, que const ituye la réplica de la ligazón por la cual el juego determ ina la a use ncia del objeto como su mitad faltante. La función completa del símbolo aparece en su doble efecto: efecto de deriva hada otro espacio y efecto de creación reflexiva en ese nuevo lugar. Ya sea que ese efecto de creación capte a quien lo experime nta o a quien es s u testigo por la insist encia de la repetición o el advenimiento de la diferencia que parece instaurar, en ambos casos lo que permanece silencioso es el valor de replic ación procesal que se desprende de e sta alternativa. La retroacción del efecto de creación se señala por su reverso: la repetición. Esta puede dejar adivinar la diferencia en el e stado en que se manifiesta; lo que se enmascarará e s el pasaje por el cual la ligazón tuvo que dotarse de la diferencia para manife starse como repetición. La insiste ncia de la repetición tiene la función de testimoniar en favor de la falta subrayada por su reiterac ión. La repet ición es e l cumplimiento de ese pasaje, como si la constitución efectiva de la ligazón —en las asociaciones, el sueño, el fantasma, e l acto— fuera la condición necesaria de su reflexión regre diente. Los caminos así ofrecidos a la experiencia del placer, en el cual falta siemlapre la plenitud de ladesatisfacción, anclan transformando indeterminación la «falta delasatisfacción» en la figura invertida o simétrica (inversión contra sí mismo o en su contrario, desplazamiento o proyección) del acontecimiento del placer. La compulsión de repetición está más allá del principio de placer en la medida en que las operaciones de separación y recombinación lo superan. En cambio, es tas sólo se ins taura n en la activid ad psíquica para servirlo. Y lo sirven tanto mejor cuanto que lo que se le escapa se r econstituye por conducto del fantasma. La diferencia impondonde erse baj o la form a de est ade a parición del placer,puede en el lugar estaba el displacer la falta. Pero entonces, ¿por qué se repite el placer si afirma únic ame nte el dominio del displacer? ¿Lo hace sólo para celebrar la victoria de este? ¿O para hacer asomar en él la fun-
ción de detención del yo que apela al testimonio de la pulsión y del circuito que la liga a su objeto sobre lo que se le escapó en la transformación de lo padecido en obrado? Señad, también, de lo que exige la repetición en materia de traslado a otras operaciones en campos a abrir. Indice de que el desplazam iento efectua do hacia el movimiento d e s alida s ellado por la ligaz ón debe ahora volverse al interior de los término s unidos por ella y partir de ellos. La ügazón deja de ser el puente tendido hacia e l objeto, y se convierte en el objeto de las modalidades de desplazamiento, como repli cación de la operación fundadora que presidió su instauración, formadora en el srcen de nuevas categorías objetales. ¿La meto nimi a de la act ividad psíquic a como condición de la metáfora? Sin duda, pero est a primera ligazón de la moción, ¿no es ya metáfora de la organización corporal?
Diferen cia y re petición en el complejo de Edipo La hipótesis que propusimos sobre la reflexión de la moción sobre sí m isma, concomitan te de la ligazón, enc uentra aún más crédito si se la asocia al hecho de que una moción forma un par sea con una moción contraria, sea con la reacción opuesta que duplica la búsqueda de la satisfacción espe rad a.53 El ad venim iento del período edípico permite un despliegue de esta concentración de posibilidades. No sólo porque las imágenes pulsiones parentales, de amor y odio fijan electivamente en las dos sinoseporque cada imagen debe admitir, a título recesivo, el sen timiento que, de ma nera dominante, atribuyó a la otra. Esta competencia de los deseos se duplica además con la compe tencia de las identificaciones (masculina y femenina) que se presentan como negativaciones del deseo y, por ende, como una forma potencial de inversión simétrica. Además, puede decirse que cada identificación se coloca en una situación de «mirada» hacia el deseo que sustituye, aunque esa mirada esté com53 «Es interesa nte que, en contraste con las que suceden más adelante, todas las experiencias que se produjeron tempranamente persistan, incluidas desde lu ego las que son sus con trarias. En lugar del juicio que más tarde ser á la salida» . S. Freu d, «Résu ltats, idees, problémes », en Résultats, idées, roblémes p II,traducciSri de J. Laplanche et al.,PUF, 1985.
pletamente absorbida por la existencia de la identificación misma. Los diferentes componentes del conflicto edípico, en sus aspectos negativo y positivo, sufrirán la recombinación en una figura compuesta, pero lo importante será que la red anterior se fijará , s e cristalizará en un esquema único, cuya coherencia se deberá a la relación de las fuerzas que contenga. D e e st e modo, si e l Edipo no se deja reducir por completo a uno de su s aspectos, positivo o negativo, si no puede resumirse tota lmen te e n uno u otro, la figura que asu ma tendrá un valo r decisivo. Importa poco saber quién dec ide y s i h ay alg uien que lo haga . Todo lo que podemos decir es que e l resultado tiene fuerza de decisión. Por el Edipo acaecen el sujeto de la repetición y el sujeto de la diferenc ia. Sujeto de la repetición en cuanto debe unirse a la generación. Puesto que el Edipo se estructura en la castración por el objeto de la generación, el pene. Se so spech a que el órgano del goce no procede del órgano de la generación, pero debido a la amenaza de su pérdida el sujeto se sitúa como producto de aquella en la relación que lo une a sus progenitores, con es e nuev o complemen to, la m utilación de lo que lo define en s u identidad sexual. Así se ubica en el linaje de la generación; lo engendrado no es la generació n diferida para más adelante, sino la relación con la generación, que se fun da, a trav és de la significación de la cast ración, en la repe tición diferencial de todos los precu rsores de es ta ú ltima que la prefiguraban sin develar su sentido, aprehendido por retroacción. Lasa experiencias separación dan todo su sentido la diferencia.anteriores Diferenciade srcinari a que separa por completo al n iño de s u madre por la pérdida del pecho; diferencia mutuamente consentida, matriz de la renuncia pulsional que afecta al niño exclui do del cuerpo de la madre, mientras esta restituye al padre aquello que, para ella, repara a posteriori la falta de cumplimiento del deseo de un hijo dado por uno de su s progenitores. Difere ncia de la pos esió n y la noposesión de lo s productos del propio cuerpo, media tizada por la analidad que da «l a cosita separa da del cuerpo» contra el orgullo del señuelo del sacrificio, sin otra contrapartida que el amor perecedero y aleatorio de la madre. D iferenc ia, por último, bajo la primacía fálica, el órgano del goce «faltante en su lugar» (Lacan). Freud atribuye a la castración el papel decisivo en la destrucción del complejo
de Edipo. Pero omite decir que aquella sig ue s iendo el motor más poderoso de estructuración del Edipo. En efecto, antes de que el cr istal se quiebre, es preciso que se forme. La cas tración es justamente lo que precipita esta «consideración en masa» de los dos aspectos de la configuración edípica en la decisión, an tes de que esta aparezca, ya no como posibilidad susceptible de conjurarse, sino como amenaza (para el varón) o como promesa (por la envidia del pene en la niña). El «poder» de la castración como acontecimiento instaura dor de la diferencia de los sexos en ese «momento fecundo», bajo la primací a fálica, consiste en llevar la masculinidad y la femineidad a la posición de réplicas complementarias la una de la otra y en constituir las oposicio nes y alternancias de que pueden ser objeto en cada cual, mediante una interiorización de lo que fue la relación en espejo, pues la experiencia enseña que en cada sexo, lo que se recusa en uno mismo es el sexo del Otro, aun de manera no excluyente. Se efectúan entonces la separación y la recombinación que dan testimonio de las relaciones entre el destino sexua l y el des tino psíquico, que asocian repetición y diferencia. La diferencia se redobla en el Edipo: la castración ha constituido el rasgo pertinente de la diferen cia de los sexo s y se remontó en el tiempo para encontrar el desarrollo sucesivo de todos sus análogos, per o en la simultaneidad reconoció la diferencia de las generacio nes. La atribución de un lu gar al falo no lo hace más disponible: no puede sino seguir siendo un objeto de codicia cuyos poderes exceden las posibilidades de apropiación del deseante. Esas diferencias, por tanto, se repiten entre sí. ¿Se las puede englobar en una diferencia única de la que sean los avatares? Esa diferencia única no podría ser sino lo contrario de sí misma: la generación cuyo signo es, a fin de cuentas, la repetición. La generación que exige, para que se produzca la repetición, la separación y recombinación de la diferencia. La generación engendra un producto que es la cepa de una generación futura; pero los engendradores mismos son los productos de las cepas de sus propios engend radores. Es ta sucesión de tres generaciones5 4 es esc andida en 54 G. Rosolato, «Trois gé né rat ion s d’hom me s da ns la généa logie» , en Essaissur le sym bolique,París: Gallimard, 1969. [Ensayos sobre lo simbóli co, Barcelona: Anagrama, 1974.]
cada fase por la replicación: el niño lleva a menudo el nombre de pila del abuelo. Así suce de con la vida psíqu ica, en la cual cada momento sólo surge de su ante cedente para constituirse en réplica su peradaolvidadareprimida del tiempo anterior al momento postulado como srcinario. En Moisés y la religión monoteísta, Freud atribuye a los traumas una doble influencia, positiva y negativa. Por su efecto positivo, tienden a reconverti rse en efectivos a trav és del recuerdo, el afecto o el acto. Constituyen lo que llamamos la fijación. Los efectos negativos siguen el camino opuesto, se man ifiestan al contrario por toda clase de impedimentos e inhibiciones. «En lo fundamental, s on tanto fijaciones a los traumas como sus opuestos, con la salvedad de que son fijaciones con metas contrarias».55 Su unidad se realiza, a fin de cuentas, en la compulsión a la repetición. Pero ese acoplamiento sugiere, una vez más, la naturaleza replicativa de launa repetición. Pues el aspecto exige implícitamente inhibición potencial cuyapositivo huella debe encontrar la reiteración, así como la inhibición, al tropezar con el obstácu lo, designa u n excedente más a llá del cumplimiento permitido por su levantamiento. Del mism o modo, cuando Freud hace notar que la ma nera en que se m anifies ta la compulsi ón de repetición se experimenta como extrañamente inquietante, descubre enseguida que esa extrañeza está ligada a lo más famili ar y que un cambio de signo transforma la nostalgia lasciva del vien tre espanto ante los genitales femeninos.materno La meraentransformación en órganos lo contrario o la inversión del valor no bastan: es la relación mutua de los términos l a que determina su inteligibilidad; es también el hecho de que cada uno se aprehende por separado, suscitando la evocación de lo ausente y permitiendo el señalamiento de una diferencia no aislable tal como está, sino en la relación de complementariedad virtual que debemos restablecer sin cesar en todos los lugares en que ella desplaza sus efectos durante el proceso. Compulsión de simbolización, dirá Groddeck, que extender á a l infinito el campo abierto por Freud; y sin duda ig55 S. Fr eu d, L’Homme Moise et la religión monothéiste, traducido por Cornelius Kleim, Gallimard, 1986.
noramos los lím ites del dominio de la simbolización. Tal vez sería necesario imaginar que sus diferentes sectores entran por sí mismos en relaciones de replicación, en las cuales siempre habrá lugar para la d istancia interpretativa. A medida que repite, el sujeto recomienza incesantemente , pues cuanto más se abre camino en medio de las for mas que atraviesa, más olvida, como si esa fuera la condición de su ma rcha progrediente: ten er que ignorar lo que debe llevar a cabo. Más olvida, y má s ahonda su diferencia y llama en su auxilio a la repetición para anularla e instituir una n ueva. La prima de difer encia radica, a fin de c uentas, en el mantenimiento de términos separ ados y distintos, postulados en conjunto y recombinados en su relación. La diferencia choca c on su lím ite en la medida de la distancia, condición determinada económica y simbólicamente del proceso de una diferencia eficaz (la del proceso primario, la de la interpretabilidad). La función última de la repetición, en su relación de conjunción y disyunción con la diferencia, es sin duda asegurar este relanzamiento mediante la replicación. La teoría e s l a replicación de la clínica, pe ro también replicación de una teoría «parental» cuya posteridad prolonga. En este aspecto, nuestras observaciones, un poco especulativas, podrían comprenderse como la réplica complementaria de Más allá del principio de p lacerá
56 Al ma rgen de los trabajos psicoanalíticos modernos, el lect or p odrá remitirse a los comentarios de J. Derrida («Freud et la scéne de l’écriture», en L’écriture et la différence, Parí s: Seuil, 1967 ) y de Gilíe s D eleuze ( Diffé renceet répétit ion,París : PUF, 1968, págs. 26 30 y sob re tod o págs. 12853 {Diferencia yrepetición,Bueri oS Aires: Amorrortu e ditor es, 20021).
4. El tiempo muerto (1975)
En 1895, y con ref erencia al proton pseudos, Freud descubre la primera me ntira histérica —que, desde luego, nun ca es la primera—, una modalid ad particu lar de la est ructu ración del ti empo que tomar á el nombre de «apréscoup» en la teoría psicoanalítica. El trauma no está donde cabría esperarlo. No muest ra un a relación directa con el tiempo del acontecimiento (al menos cuando se trata de la realidad psíquica), est á e n su evocación a posteriori. D esde el comienzo, aun ante s de descubrir el psicoanálisis, Freud nos habla de un tiempo en latencia. Cuando en un cuerp o transformado por la pubertad —cuando lo presexual sufre la mutación que lo hace llegar a lo sexual— , el efecto de algún incidente re sue na con lo que por analo gía podríamos llamar pretrau ma o, mejor, trauma presignificativo, el tiempo detenido retoma su curso, aunque con otra apariencia. El simple retom o del pensam iento inconsciente al pasado reaviva lo q ue fue y convierte el pretrauma en trauma. El trayecto que, en el sentido progredien te, daba un salto po r encima del tiem po (la latencia), en sentido inverso, parece descubrir y apropiarse de todo lo queregrediente, en apa riencia hab íareignorado en la indiferencia, entre pretrauma y trauma. El psicoanálisis, elaborado a partir de la histeria, procurará durante décadas llenar los agujeros (de memoria) que nos muestra la histérica: salto de lo psíquico a lo somático (conversión), memoria fragmentada (amnesia), rupturas en la continuidad del comportamiento (crisis), discurso en el cual faltan elementos indispensables para la inteligibilidad (lagunas). La h istérica era el sujeto de ele cción del enigma y el psicoanalista era en mayor o menor medida un detective. En realidad, se trataba de otra cosa: de la metáfora. ¿Qué metáfora temporal est aba en juego aquí? «El enfermo padece reminiscencias», dice Freud. Esta frase ser á retomada, con un alcance much o más general, al
final de su obra, en «Construcciones en el análisis» . Ya no se trata entonce s de un rasgo que sea el privile gio de la histéri ca, pues el delirante, pero también quien no es ni neurótico ni psicótico, son semejantes a ella en este aspecto. En verdad, la construcción tampoco es patrimonio del psicoanalista. Ya est á presen te en la formación del síntoma: parálisis histérica o sistema delirante. Aparece en la elaboración del mito personal, esa versión fabricada de los acontecimientos de una vida que se conoce sin esfuerzo por la confidencia de otro. Se la encuentra, de igual modo, en el fan tas ma o el recuerdo encubridor. Est á en el su eño de cada noche, del cual se olvida, desde el momento en que se coincide en reconocerle un sentido oculto, que su contenido manifiesto también cumple un papel. El contenido manifiesto, e sa construcción edificada grac ias a la seudológica de la elaboración secundaria, tiene efectos fascinantes, hipnotizadore s. El r elato del sueño e s como el objeto brilla nte que mue stra el hipnotizador para dormir ade aquel a quien seAlpropone sumergir en el sueño suspensivo la hipnosis. transformar tanto lo que procede de adentro como lo que viene de afuera, no dejamos de construir, es decir, de llenar nuestros espacios psíquicos. Así como en el espacio exterior, el mundo —a su tumo— padece de esas construcciones gigantescas, lo cual indujo al más espiritual de nuestros humoristas1 a exigir la protección de los espacios vacíos. El vacío está de moda. O, mejor, vuelve a estarlo. Ante todo en la cultura, por la fascinación extremooriental. El psicoanálisis ya noque es revivamos la solución.laMás vale elde ashram. La desposesión hace promesa una nueva aurora religiosa cuando el cristianismo muestra señales de sofocación. Las ideologías políticas han sido una decepción. Queda la esperanza del nir vana. N i siquiera el psicoanálisis ha escapado a ello, tras haber procurado llenar los agujeros del fantasma con Melanie Klein o los del significante con Lacan. A su tumo, se plantea la cuestión del blanco (sueño blanco de B. Lewin, relación blanca de los psicosomáticos —P. Marty—, self blanco de Giovacchini, psicosis blanca de Donnet y Green), de la capacidad en negativo (Bion), del vacío (Winnicott). Caemos en la cuenta, quizás un poco tarde, de lo que hay entre los términos, más importante que 1 Raymond Devos.
los términos mismo s. Notable reevaluación de la es tructura de la actividad psíquica que produjo teorías cuya fecundidad es indiscutible y cuyo filón dista de est ar agotado. Un a sombra en el cuadr o, sin embargo. Parece que a e stos exploradores de los grandes abismos les resultó más fácil formular sus ideas en términos de espacio que de tiempo. Del tiempo, los analistas, que están constantemente s umergidos e n él (duración de la sesión , ritmos de la cura marcados por sus interrupciones regulares, análisis más prolongados), tienen llamativamente poco que decir. Paradoja sorprendente, porque el objeto mismo del análisis, «predicción del pasado», es sin duda la búsqueda de e se tiempo perdido. Arcaico es una de las palabras má s trilladas del aná lisis. Se habla de ello tanto más fácilmente cuanto que se ignora todo al respecto. Se construye con mucha más soltura una prehistoria, puesto que nada seguro puede convalidar esa génesis hipotética. Digamos, para evitar el malentendido, posición pretende ser como puramente sincrónihic etlanunc ca, el que queque se nos propuso solución de recambio, es aún má s insostenible. El pasado es imposible de eliminar. E l problema del tiempo analítico no debe buscar se en e l retroceso de los límite s del pasado atestiguable. Re sta elaborar una concepción específi camente a nalítica del tiem po. El aprés-coup nos h abía proporcionado una de su s m odalidades. Resulta evidente que no es la única. Se debe decir con claridad que el psicoanálisis la había descuidado un poco. Lacan nos la recordó, en un momento en que la simp lificación concepción psicoanalítica del tiempo se había difundide do la entre los psicoanalistas. El status teórico del tiempo en la teoría freudiana está preso de una contradicción. Por una parte, la regresión remite implícitamente a la noción de desarrollo (de la libido, del yo). Si la metapsicol ogía s e centra por ese lado, no se consigue otra cosa que transfor mar el psicoanálisis en psicología psicoanalítica (del yo), es decir, distanciarse de lo que aquel podría aportar de srcinal a la idea de tiempo, al reducir la abundancia desincronizada del discurso al orden del tiempo de los relojes. El punto de vista genético conduce entonces a la búsqueda de las etapas, los momentos, un desarrollo y una maduración linea les, cualquiera sea su complejidad. Pue de suced er incluso que la mirada se v uel va h acia Piaget.
En el lado opuesto, los partidarios de la ortodoxia freu diana no dejaron de recordar que el inconsciente ignora al tiempo. Y de destacar vigorosamente el papel de la compulsión de repetici ón, etiq ueta de los fenómenos inconscientes. Contra la marcha ineluctable del tiempo, ha y algo que se repite, sin que el sujeto l o sepa o a su pesa r, fundamen talmen te rebelde a cualquier supera ción. La neurosis de destino es su paradigma, pero no hace falta esta r afectado por ella para constatar el retorno periódico de esas constelaciones marcadas, perceptibles a veces a partir de rasgos ínfimos. Se advierte que el aprés-coup se sostiene entre esas dos con cepciones, sin obedecer ni al principio de la simple sucesivi dad ni al de la pura repetición. En lo que concierne al tiempo, los psicoanalistas sufrieron una limitación que agobia la teoría: la concepción so lipsi sta del sujeto. En efecto , si bien Freud está en el srcen de la revolución epistemológica que sitúa el clivaje del sujet o e n posición ordenadora y denunc ia la ilusió n de l a concienc ia unitar ia, no por ello deja de describir a un niño hipotético que se desarrolla de manera casi autónoma, apenas apoyado en el objeto que, no obstante, lo constituye. Esto se debe, sin duda, a que en Freud el referente es más la pulsión que su objeto; est e, por otra parte, es tá incluido en el mo ntaje p ulsion al. Ahora bien, si se adopta la idea de que al clivaje del sujeto responde una organización en pareja (con el objeto), se puede plantear la hipótesis de que el tiempo mismo está clivado en un tiempo del sujeto y un tiempo del Otro, y que una heterocronía confli ctiva va a vincular es tas dos polaridades por la diferencia de potencial que las separa. Así coexisten simultánea mente tiempos difere ntes. El trabajo analítico repartido entre sus dos protagonistas produce un efecto de simultaneidad en el encuentro de estos en la paus a. Hipotéticamente tendríamos, por un la do: el tiempo de la pulsión ten dido hacia la descarga media nte la acción, tiempo de la pura repetición, que parece reducir a cero la capacidad de diferir; el tiempo del inconsciente, también tendi do hacia la descarga, aquí psíquica, que sólo realiza el deseo gracias a la condensación de los tiempos, vale decir, gracias a la
transformación de la sucesividad en simultaneidad, con su corolario, el aprés-coup. El inconsciente ignora el tiempo; el tiempo del yo, tiempo de la dila ción y de la acción a diferir; el tiempo po r venir, sometido a las conminaciones del superyó y del ideal del y o, de los cuales se sab e que tiene n su fuente en el ello, cerrando así el recorrido que vincula las instancias. Y por el otro lado: el tiemp o del Otro, formado por los mis mos com ponentes pero regulado de otra manera. Los elementos pertenecientes a la pulsión y el incon scient e no actúan en é l a cara descubierta. Este tiempo está dominado en cambio por el presente y vectorizado por el futuro, pero subtendido por una identificación con los elementos temporales más rebeldes al desarrol lo y la sucesividad. Entre esto s dos tiempos tal vez haya que hacer un lugar aparte al tiempo del fantasma, en cuanto este es apto, gracias a la formación compuesta que constituye, para desin cronizar el orden natural. Ese fantasma compone una estructura srcinal, intemporal po r el deseo que expresa, tem poralmente reordenada por la forma de relat o que c onstitu ye. Freud lo compara con la mezcla de sa ngre imperceptible a simple vista. El reloj del fantasma no está en hora. Ese tiempo fantasma seríacuando el que están regulaseparad los intercambios entre eldel niño y la madre, os. Ya no se trata entonces exclusivamente del fantasma del niño o del fanta sma de la madre, sino de su diferen cia fantasmática. A cada cual su fantasma. Ese par asimétrico está en desequilibrio crónico. Es un ámbito de intercambios transaccionales. El niño sólo entra en contacto con el objetomadre por un movimiento progre diente de identificación que anticipa la demanda. El objeto madre sólo e ntra e n contacto con el niño por un movimiento regrediente de identificación con su deseo, que remite a su propio deseo regresivo. Pero ambos esfuerzos no se anulan; la diferencia pe rsiste para asegurar la vectori zación hacia el futuro. Es tos intercambios son a premiantes, obligan a cada uno de los dos partenaires a sali r de su propia temporalidad:
el niño, de sus placeres pasados; la madre, de sus placeres venideros. De e sas transacciones puede resul tar, para la relación comú n y discontinua, un nuevo tiempo, m enos srcinario que srcinal: el tiempo transicional. Este tiempo estará fuera del tiempo; tiempo potencial que se instaura, como dice Winnicott, en el ins tant e ina ugural de la separación con respecto a l objeto, transforma da por él en reunión potencial. Sin embargo, ese tiempo fuera del tiempo se circunscribirá a momentos privilegiados no sólo en el límite del afuera y el adentr o, sino también entre d espertar y sueño: en el adormecimiento y el despertar, en los cuales fenómenos y objetos transicionales se animan con una vida efímera. A ese tiempo transicional opondré el tiempo muerto, equiva lente crónico del espacio vacío. Aquí est á en acción el poder suspensivo de la desinvestidura. No hay, por un momento, «más tiempo». El «más», en sentido aumentativo, se convierte «nunca omás» tiempo. NoYestampoco el privilegio exclusivo deen loselmísticos los visionarios. el tiempo de excepción de los momentos de angustia previos a la muerte. Pueden mencionarse los estados que indican su acercamiento: el tedio, la espera en la que no se espera nada, el abandono de la lucha. Estos afectos anuncian la depresión o la suceden. Es cierto que el mundo depresivo es inmóvil y que en él el tiempo, como lo describieron los feno menólogos, está coagulado. Hay melancolías sin angustia, frías, dom inadas sobre todo por una enorme inhibición. Melancolías culpaestuporo ni autoacusación. Melancolías cros de la sin muerte, sas. Pero algo trabaja ensimulaellas: el duelo. Lo terrible del duelo es que se sabe que algún día todo se habrá olvidado. Es sin duda lo que hiere a Marcel, más allá de la pena de haber perdido a Albertine. Es e mov imien to de desinvestidura, que el yo efectúa entre un ello destructor y un real hostil o cómplice, se vive como un hado. Lo sigue una redistribu ción inmediata en la que el tiempo muerto es sucedido por la voz de un superyó persecutorio. La retirada se vive, de hecho, como si un tercer objeto desalojar a al sujeto de la escen a. No soy yo quien se ausent a; no quieren que esté allí. Me expulsome expulsan. El tiempo muerto es tiempo de la muerte dada o recibida. Esos tiempos son tiempos de crisis, que rompen la uniformidad de lo cotidiano,,En otras estructuras, como lo
mu est ra Winnicott, los retornos periódicos de un te mor a la catástrofe pueden relacionarse con algo que no se produjo. El trauma, a la inversa de la significación que adopta en Freud (la seducción sexual) o en Ferenczi (intrusión de la sexualidad adulta que habla el lenguaje de la pasión en la sexualidad infantil, que presuntamente no conoce más que el lenguaje de la ternura), es, en esas circunstancias, un traum a negativo: una es pera frustra da. La realización alu cinatoria del deseo no es seguida por ningún efecto: no sucede nada. Más a llá de cierto tiempo, las posi bilidades de diferir la satisfacción esperada quedan superadas. El objeto muere. A continuación, ya esté presente o ausente, será un objeto muerto, e s decir que, de allí en má s, el pa ciente in vis te la ausencia como ausencia de esperanza. Si la ausencia oscila entre la presencia y la pérdida potenciales, si es expresión de lo virtual, ahora va a cambiar de status. El tiempo potenc ial se convierte en tiem po muerto. Ya no hay p aus a ni suspiro que secontinuidad intercalen en el tejidoede una vida.loAntes bien, una larga uniforme ilimitada, que Bion llamó la m uerte psíquica . Esta mortificación de la psique tiene la venta ja de prevenir contra las a ngus tias im pensables, las torturas de la agonía. La muerte ya no se teme, porque ha sido captura da en l a red de la vida. Ya no es nec esario hacer el duelo d el objeto, pues e l afecto del duelo se disue lve e n el tr anscurso de la cotid ianidad. En su hermoso libro Les mains du Dieu vivant ,2 Marión Milner cuenta cómo, al cabo de nueve años de análisis, tuvo la se nsac iónesencial. de que, De en el traba jo con su paciente, un fragmento todos modos, terminó por falta tenerbaacceso a él gracias a la mediación que le ofrecían los dibujos de Suzanne. El círculo le abría la puerta del descubrimiento. Menos un cercado que un agujero. En otras palabras, menos el cerco que el espacio que este aprisiona, protege o guarda. El círculo como agujero es tanto el agujero en el conocimie nto como en l a vive ncia corporal, o en e l afecto. Algo o algu ien falt an ,3 «dejando un blanco, un vacío». De se osa de llevar siem pre e l simbolismo a la experiencia de l cuerpo, la tentó ver en el círculo una emanación, una evocación de la 2 Marión Milner, Les mains du Dieu vivant, traducción de R. Lewinter, París: Gallimard, 1974. 3 Según la expresión de C. David.
boca vacía de la que se ha retirado el pezón. Coincidía así con la hipótesis de Bouvet, quien, en su trabajo sobre la despersonalización, había comprendido ese fenómeno como el resultado de una suspensión temporal consecutiva a ese brusco estado de falta. Pero hay que ampliar la perspectiva pa ra tener acceso al concepto. Marión Milner escribe: «De tal modo, mi atención se concentró gradualme nte en la idea de que uno de los aspectos del círculo, cuando estaba vacío, podía est ar en relación con la pulsión hacia lo indeterminado, un estad o que puede sentir se como todo y nada a la vez; y que esto debía tomars e en cuenta como la contrapa rtida necesaria de la pulsión de ser algo, la pulsión de diferenciarse del todo. Llegué también a pensar que tal vez no fuera sorprendente que es e est ado de no dife renciación pudiese, en ocasiones, identificarse con la muerte, habida cuenta de una que era una borradura de todas las imágenes sí mismo, oscuridad consumada que puede generarde el sentimiento de no ser nada, un estado que, para el espíritu muy atareado en proyectos, puede parecer semejante a la mue rte y, por consig uiente , algo de lo que hay que defenderse constant emente».4 De ese modo, el concepto de pulsión de muerte resulta más inteligible que en el caso de la formulación freudiana del «retomo a lo inorgánico». Pero, en cambio, Marión Milner sos tienedel que los mom entos de conducir muerte psíquica son par te integrante proceso que debe a un nuevo nacimiento. Ese tiempo muerto será acaso necesario para el establecimiento de la discontinuidad indiv iduadora entre el niño y su madre. Lo encontraremos igualm ente con una forma apenas perceptible no sólo en los blancos del discurso, sino también en su puntuación. Estas estructuras psicopatológicas no resumen, por lo tanto, las figuras del tiempo mu erto. No lo raptan en las redes de la consunción. Todo el mundo conoce esa puntuación del tiempo bajo el efecto de ciertos acontecimientos que in stituyen un corte en el curso de las cosas, interno o extemo. ¿Qué situaciones movilizan una desinvestidura temporal 4 M. Milner,
Les mains du Dieu vivant, op. cit., pág. 313.
semejante? La experiencia psicoanalítica muestra que ese sistema opera cuando series diferentes coexisten simultáneamente en el acontecimiento y generan un choque frontal: el fantasma y lo real, sin duda, pero también el adentro y el afuera, e l pasado y el pres ente —represen tados por situaciones u objetos—, más allá de la inquietante extrañeza, en el registro de una enemistad del azar. Se hace el vacío cuando los tabiques se derrumban y los límites se deshacen. Uno e stá estupefacto, sin reacción ni afecto. No sólo se d eshabita un lugar, también se desvanece un tiempo. Es ese tiempo muerto que podrá volver en lo ya visto, ya oído, ya contado. Esta alucinación negativa del tiempo, sin movimiento, in situ, crea el espacio necesario para el tiempo del recuerdo encubridor. El psico análisis creyó durante much o tiempo que el an álisis del recuerdo encubridor, su descomposición, provocarían el levantamiento de la amnesia infantil, en su totalida d. Vista la i mposib ilidad de alcanzar esesma resultado, la e speranza empezó a depositarse en el fanta inconsciente. En otro lugar, una combinatoria sincrónica considera, a su vez, reducir el tiempo a sus maternas. Hace poco, Bion no temió recomendar a los analistas que buscaran un estado sin memoria ni deseo, estado de lo incognoscible, fuente de lo cognoscible. Lo intemporal e s requisito previo a cualquie r idea de temporalidad. Sin embargo, en el pensamiento de Bion, sería erróneo creer que el analista debe aspirar a un estado anobjetal. Muy por el contrario, se trata de coincidir, en en que permita queen tienlademedida a ello, con el estloado del obla jetocurva comoasintomática noúmeno, cosa sí. Símbolo de la verdad absoluta, sin pensamiento, porque «sólo el mentiroso necesita un pensamiento». De hecho, se trata de un objeto sin atributo, es decir, sin diferencia. Desde esta perspectiva, por lo tanto, el tiempo muerto es el infinito. La fascinación por lo ilimitado se une a la fascinación por la eternidad. Si tenemos que tender a ello, no hacemos más que acercarnos. Se puede discutir que sea es a la actitud de fondo que debería buscar el analista. No puede dudarse que en ciertos momentos el insight no nace más que del sus penso del tiempo. El psicoanálisis debe hacer el duelo de una restitución ad integrum de un tiempo perdido para siempre. Es más probable que tiempos muertos, h uellas de la simultaneida d
borrada, queden sin memoria, puntuando la infinita sucesión de los acontecimientos psíquicos y de los discursos que emitimos sobre ellos.
5. El niño modelo (1979)
A Francis Romain
¿Ciencia objetiva o ciencia interpretativa? Los psicoanalistas de nuestros días están divididos en cuanto a las referencias fundamentales que deben decidir qué es s eelpreferirán en el futuro. Llegado a essobre te punt de suopcion historia, movimiento psicoanalítico vacila el o camino a seguir. En lugar de machacar con las divisiones que todos conocen —ya se trate de disputas de escuelas (el kleinism o, el lacani smo, etc.) o de diferencias de origen (médicos o laicos)— y de enumerar las divergencias sobre cuál debería ser el acceso más privilegiado al inconsciente, me parece más fructífero intentar circunscribir una oposición teórica más general. La cuestión es señalar, en la masa de los conocimient os actua les, una disciplina fundame ntal (se gún oposiciónclínicas») en medicina entre «ciencias fundamentales» yla«ciencias en condiciones de servir de paradigma a la teor ía psicoanalítica. En efecto, es ta teoría —que debería ser esa misma ciencia fundamental, con resp ecto a sus aplicaciones (terapéuticas o no)— nos fue legada por Freud con una ambigüedad considerable, expuesta a una polisemia que no fue posible mantener sin cambios. Tal vez porque los s ucesore s de Freud no pudieron tolerar adaptarse a su s incertidumbres que, fecun das para él, se convirtieron en motivos de oscuridad para ellos. Por eso, todas las fraccio del movim iento psicoanalítico, in spiradaasser porporlos líderes nes teóricos que sucedieron a Freud, llegaron tadoras de implicaciones epistemológicas que constituy en el fondo de muchos debates.
En un momento en que se suscitan interrogantes sobre la identidad de los psicoanalistas, los mejores de ellos no parecen escuchar. No con respecto a qué es un psicoa nalis ta —cosa que puede defini rse med iant e criterios empíricos o intuitivos—, sino con referencia al terreno en que un psicoanalista puede sentirse en su casa o su negocio, cuando no se trata de su propia morada, su propio campo. Dime con quién an d a s. .. Esta cuestión las relac s de vecindad no es contingente. Puesto quede lo implíc ito ione de las referencias del psicoanalista se vue lve explícito a su respec to. Es cierto, hay psicoanalistas celosos de su singularidad que rechazarán la discusió n sobre la base que propongo aquí. En los h echos, aun cuando hagan profesión de no tener ninguna al margen del psicoanálisis, su s referencias apar ecen en la se lección mism a de los conceptos y su utilización , en la valor ación que asignarán a tal o cual de ellos e incluso en la omisión de tal otro y la interpretación que le da rán. Pu es el psicoanálisis, comohoy es la inevitable, evoluciona, cambia; nadie a puede sos tener pretensión de una fidel idad integral Freud; el horizonte epistemológico se modificó, voleas nolens. Lo cual se vio con claridad en lo que se llamó en Francia el « retomo a Freud». No sólo no hubo nunca un verdad ero retomo a Freud —a lo sumo, un recordatorio de algunos parámetros de su pensamiento— sino que, además, ese retomo no sirvió sino de estandarte para conducir a un pensamiento muy alejado (el de Lacan, ¿hace falta aclararlo?) de lo que se puede extraer de una lectura contemporánea de la obra freudiana. Por otra parte, en el seno del movim iento psicoanalítico no hay ninguna fracción que no reivindique abiertamente su filiación —siempre considerada como la más legítima— con el pensamiento de Freud. Todos pretenden prolongar el psicoanálisis freudiano, pero nadie concuerda sobre la ma nera adecuada de proceder para realizar ese programa. Esa es la razón por la que conviene ir más lejos y buscar los referentes imaginarios aporéticos que nunca se encarnan totalmente en la producción teórica, pero en los cuales se adivina la sombra proyectada sobre ella. No se trata, para mí, más que de intentar poner de reli eve orientaciones, y no de circuns cribir constelaciones teóricas inm ediatam ente identificables en el discurso de los trabajos psicoanalíticos. La oposición que propoogo aquí, para hacer inteligibles las
apuestas teóricas, es la de las ciencias objetivistas y las ciencias interpretativas. Los psicoanalistas coinciden en decir que la cualidad más fundamental del psicoa nalista es la búsqueda de la verdad. Esto en un momento en que el concepto de verdad es el más cuestionado, tanto por la filosofía como por la ciencia. El problema se complica debido a que, s i bien e l mism o Freud proclamó est e valor: «el amor a la verdad», ente ndía con claridad que esa verdad sólo era de la in cumben cia de la ciencia. Preocupado por el porvenir del psicoanálisis, quería protegerlo de la doble influencia de los sacerdotes y los médicos. En la religión, Freud no impugnaba únicam ente la función i lusoria sino también el dogmatismo y el papel de censura de la libertad de pensamiento. D e la medicina, se sabe que tenía motivos para quejarse, porque en ningu na otra parte en contró una oposición más viva al inconsciente, más desconocimientos con respecto al cuerpo libidinal y más falsa s certezas sobre la subordin ación del psiquismo al cerebro. En suma, el psicoanálisis estaría atrapado entre la mistificación del alma y la reducción a una maquinaria neuronal. La opinión de Freud se siguió de diversas maneras. Si el psicoa nálisis no sucumbió a la influencia religiosa —pese a las tentativas frondosas de algunos sacerdotes—, experimentó en cambio claramente la apropiación por parte del cuerpo médico. La consecuenc ia fue que, donde la m edicina se convirtió en la ún ica vía de acceso al psicoanálisis, cierta idea de la c iencia construyó principios que procuró imponer a la teoría psicoanalítica. Digo: cierta idea de la ciencia, pues la frecuentación de científicos en los puestos avanza dos de la ciencia los muestra mucho más abiertos, si no al psicoa nálisis, s í al menos a la incertidumbre. Debido a ello, esa duda acondiciona un lugar posible par a el psicoan álisis. Y no es una casualidad, por cierto, que esos científicos, enfrentados a problemas de orden ético, reclamen en lo suc esi vo a grito pelado el auxilio de los especialistas de las ciencias hu mana s para pedirles que resuelvan —de he cho para que los liberen— las cuestiones espinosas por las cuales se sien ten desbordados. Record emos el ejemplo de Ei nste in al recurrir a Freud —que no podía más— para que respondie ra a la s preocupacion es de la Socieda d de las N aciones sobre los medios de impedir las guerras futuras.
Esta idea de la ciencia que est á en trance de convertirse en la ideología dominante en el grupo más importante de la comunidad psicoanalítica internacional genera reacciones que permiten reconocer el otro gran polo de la discusión, el her me néut ico.1 En el extremo opuesto del polo de la cientifi cidad objetivista, la hermenéutica hace descansar el progreso psicoanalítico sobre ejes teóricos totalmente contrarios de a los guían a los «científicos» delprefieren psicoanálisis. En vez los que parámetros físicos y biológicos los parámetros culturales y, en la cultura, privilegian la ideología y las producci ones míticas y religiosas (aunque no se proclamen de ning una fe religiosa). En vez de la psicologí a del desarrollo prefieren la enseñanza de la historia; en vez de la psicología de la conduct a, la semiología. Más que a la ciencia «cientificista», dan su adhesión a la interpretación epistemológica. De manera que la cuestión no es la de la observación —¿qué puede hacer entonces un psicoanalista en situación analítica, sea «observar puesto que, si el ojocomo oye, no el oído ve?—, sinopor la la deescucha», la observación indirecta, mediata. Hay en ello una orientación an tirreduccioni sta, en la medida en que la ciencia elige deliberadamente serlo. Es cierto, todo saber es reductor y lo que debe cuestionarse son las opciones que imponen la reducción más que el principio mismo de la reducción. En realidad, la elección de las disciplina s que se oponen a la inspir ación científica objetivista no está guiada por una posición anticientífica. En su opinión, se justifica orientarse hac ia el exam en de la cultura, el simbolismo o el lenguaje y sus producciones porque en ellos los hombres revelan mejor lo que son y el cuadro que dibuja la ciencia no devela más que un esquem a sin espesor ni densida d, en el que falta tod o pensa miento metafórico. Que el hombre e stá atrapado entre lo biológico y lo social es una evidencia.2 En la adultez, la interacc ión y la imbricación de esos dos órdenes de factores crean organizaciones tan complejas que cuando se las analiza sólo se puede verificar su entrelazam iento dialéctico, sin lograr distinguir con claridad lo correspondiente a cada una de las serie s en cu es tión. Aparece entonces la gran tentación de pensar que, de 1 Herm enéutica re sueltam ente atea; ¿hace falta acl ara rlo? 2 Véase André Green, La causalité psychique, París: Odile Jacob, 1995 Inota de 19991.
remon tarse el curso de la vida, el niño proporcionará un m aterial de estudio en el que la separación de los factores podrá leerse con más facilidad. La idea acaso no sea del todo falsa. No obstante, se sigue siendo víctima del prejuicio de que hay que ir de lo complejo a lo sim ple para lograr dilucidar, medi ant e la complicación progresiva, la complejidad oscura del punto de partida. La ilusión se basa aquí en una acumula ción de errores de juicio. 1. El estu dio del niño se funda en la idea de que la complejidad de este sería reductible, si no a elementos simples, sí al menos a elementos más simples que en el adulto. 2. Ese estudio permitiría circunscribir los elementos de esta simplicidad suigeneris, evitando el adultocentrismo; el adulto dejaría de estar prisioner o de sus categorías me ntales, al descubrir las propias del niño. 3. Sería susceptible de dar la clave de las categorías del adulto, que podrían pues das como producto de la evolución de lascomprenderse del niño, considera enun s í misma s. 4. En la medida en que la modif icación en el tiempo est á intrínsecamente ligada a su status, ese estudio tendría la ventaja de construir una génesis temporal capaz de salvar el abismo entr e e l adulto y e l niño, y explicaría la comple jidad del primero. Así, el niño gozaría del privilegio de hacer visible lo que es invisible en el adulto, por ser «pasado». La finalidad del estudio del niño es la estra tegia teórica electiva que permite construir la estructura del adulto. ¡Cuando en realidad es este último quien construye la manera de pensar la estructura del niño! Estos prejuicios son tan evidentes que no es necesario extenderse en la crítica de su ingenuidad. La «simplicidad» del niño es un embuste; la puesta de relieve de las categorías que hacen in teligible su ser nace siempre de la reflexión del adulto, y no puede ocurrir de otra manera. Las categorías del adulto no sólo no son comprensibles mediante las presuntas categorías delorniño, que—estas siempre salen de aquel, que, e n e l mej de lossino cas os val e de cir, el del psi coanálisis—, hizo en primer lugar en e l diván analítico el camino desde su adultez hacia el niño «perdido» que fue. Bus-
car al niñ o directamente equivaldría a negar que an te todo es preciso que haya algo reprimido para saber qué debe reprimir la represión. Ahorrarse es e recorrido es el te stimo nio de un desconocimiento del desconocimiento que cree poder hacerle artimañas al inconsciente, pretendiendo pescar al vuelo lo que va a ser inconsciente en el momento mismo en que va a serlo. Ese espejismo se refleja en el postulado del rumbo «evolutivo» que, mediante la multiplicación de las etapa s de la investigación, espera restablecer una continuidad falaz, sie ndo a sí que carece de los recursos teóricos para comprender el curso y el sentido de los cambios. Sin hablar de lo que se sustrae, por definición, a la investiga ción, si em pre comportamental: los procesos intrapsíquicos y sobre todo los procesos primarios. La ascensión a los orígenes, como proceder explicativo con el niño como guía, no es sino una teoría sexual más que el adulto elabora sobre su concepción del sujeto. La crítica de estas posiciones salta a la vista. Ya puedo escuchar las protestas de mi quienes aducirán que caricaturizo su pensamiento. Pero en opinión se trata menos de dar una representación fiel de lo que se hace o se dice en la materia, que de poner de manifiesto una laten cia teórica, que en muchos casos ya salió de su latencia y r eivindica con estrépito su carácter de portavoz del rigor científico. Ahora bien, las limitaciones que se impone la ciencia pueden hacer que pase por alt o lo ese ncial en lo referido a la condición humana en sus aspectos psíquicos. Y es en nombre de la ciencia que un Chomsky estigmatiza las ciencias del comportamiento (behavioral sciences). Desde el momen to en q ue la psicología o la sociología adoptan como referencia el comportamiento, se condenan a una inadecuación funda menta l. Y cuando en ciertos círculos psicoanal íticos se habl a de la psicología del yo como una eta pa impor tante del psicoanálisis —en la cual es de rigor la referencia a Pia get—, podemos pregun tam os qué fue a hacer el psicoanálisis en ese berenjenal.3 Las críticas con respecto a la psicología también proceden de los epistemólogos. En un artículo muy oportuno, Canguilhem destacó los peligros ideológicos 3 Se enco ntrará u n bue n es tudio de l as rel aciones entre Piaget y el psicoanálisis en el apéndice de G. Cobliner a René Spitz, De la naissance á la parole, traducción de L. Flournoy, París: PUF, 1968, págs. 23371. 1 El pri mer año de la da vi del ni ñoMéxico: ] Fondo de Cultura Económica, 1985.]
del enfoque psic ológico.4 No s e apunta ex clusivam ente a la psicología, sino a todas las disciplinas que adjuntan el prefi jo psico a su campo: psicosociología, psicopedagogía, psico lingüística, psicofisiología, etc., en la medida en que sig uen siendo psicologías de la conciencia. Podemos ver el problema desde una perspectiva muy distinta. Desde el nacimiento hasta la adolescencia, el niño es, se dice —pbiológica ero ¿es tanque seguro?— dependnaturalista, iente de un a organización exige unmás abordaje pero hay que corre gir en el acto esta afirmación e insis tir en que todo el aprendizaje del estado adulto s e basa e n datos de orden cultural, vale decir, srcinados en la relación con los padres y sus sustit utos , en la medida en que estos est án profundamente incorporados a la cultura. Es preciso, además, comprender los medios p or los cuales se tra nsmi te la c ultura: ¿se trata de influencias «psicológicas» o «sociológicas»? ¿O bie n el trabajo de incorporación a ell a pa sa por mediaciones simbólicas? Este es el punto en que la hermenéutica tiene algo que decir, con el hincapié que hace en la palabra, el simbolismo, el mito (personal o colectivo, consciente o inconsciente), los ritos (siempre los hay, y sobre todo ritos de pasaje), la tradición, la historia, las costumbres, las ideologías y, desgraciadamente hoy, lo que se transmite por los medios de comunicación. Todo ese ámbito compete a una ciencia de la interpretación. La historia, ayer, pretendía ser científica. El economicis mo marxista l a acunó en e sta ilusión. La «nueva historia» se dio cuenta —como el marxismo, por otra parte, ¡y con qué demora!— de que el imaginario social tenía, tanta importancia como la geografía histórica, la demografía, las relaciones de clase, la economía, etc., si no más. En el caso del niño ocurre lo mismo: la observación directa o longi tudin al, el enfoque natura lista, la evaluación d e las relaciones familiares, carecerán siempre de la dimensión esencial, a saber, la deducción del funcionamiento intrapsíquico, única que podrá decir, no cómo vivió el niño tal situación o tal acontecimiento, sino cómo interiorizó e interpretó el ambiente humano que le era propio. Esa e s la verdadera ciencia del suj eto a la que puede contribuir el psicoanálisis. Razón por la 4
Georges Cang uilhem , «Qu ’estce que la psychol ogie?», en d'histoire etdephilosophiedes scienc es, París: Vrin, 1968.
Etudes
cual nuestra crítica omitirá el psicoanálisis de niños —que es una aplicación del psicoanálisis como cualquier otra, con su diferencia y su especialidad—, di stinguiéndolo del trabajo realizad o por los psico ana lista s con los niños, que tie ne su necesidad pero es periférico al psicoanálisis mismo. Esto, por supuesto, con la condición de que los psicoanalistas de niños r enuncien de una vez por todas a pretender restablecer La unautilidad visión «realista» del psiquismo infantil. de las actividades ejercidas por los psicoanalistas de niños no está en cuestión. Lo discutible son las inferencias teóricas o p ráctic as que sienten la tentación de h acer a partir de ima experiencia que no pueden dejar de considerar como una vía de acceso privilegiado al conocimiento del psiquismo humano.
E l niño, la norma y la norma de la teoría Conviene preguntarse cuáles son las implicaciones políticas de estas actividades. En nuestros días, a menudo se reprocha al psicoanálisis su carácter normativo. Se reprocha aún más a los psicoanalistas que trabajan en las instituci ones — sobre todo psiquiátricas — por dar una ma no a la ideología es tat al y el poder. La defensa de los psicoanalistas deseos os de aportar su competencia al alivio del sufrimien to humano no car ece de fundamentos, y es igualm ente valede ra para los psicoanalistas de niños. Pero entre el niño y el adulto hay una gran diferencia. El adulto, aunque esté sometido a las coacciones de la sociedad y el poder, siempre puede defenderse de ellas. Cosa que, por lo demás, no deja de hacer. El niño, por su parte, no tiene defensas; o, mejor, no es más que defensa. Incapaz debido a su condición de modificar la realidad que lo rodea, no tiene otro recurso que modificar su realidad psíquica, estableciendo en ella defensas que la mutilan gravemente. La noción de «falso self» de Winnicott expresa esta situación. Lejos de ver en él un aspecto únicamente psicopatológico, Winnicott reconoce que el falso se lf es un producto inevitable de la educación —Freud diría: de la civilización— y, en cierta medida, indi spensable para las relaciones sociales civilizadas. Pero si e sta pres ión normal se transforma en presión normativa, ejer
dda por una madre que no puede aceptar sus propias pulsiones reflejadas en su hijo bajo una amplificación macroscópica inquietante, el resultado es el falso seZ/mutilador de la realidad psíqui ca. En m ateria de cuida dos, la cuestión s e invierte: no sólo conduce a apreciar los efectos patógenos de ese falso self sino a preguntarse hasta qué punto la acción terapéu tica puede libera r de é l al niño. En psicopatolo gía infantil impera el ideal del «justo medio», y la virtud armo nizadora del desarrollo, bajo lá dependen cia de reglas cultu rales. Es cierto, todos estamos sometidos a est as reglas, ta nto niños como adulto s, pero cuando nos ocupamos de los primeros, velamos por su respeto, mientras que en el caso de los adultos, como el establecimiento de las estructuras del superyó es con má s frecuencia un obstácul o que un parapeto, e l an alist a no tie ne que preocuparse por ellas , o sólo tiene que hacerlo cua ndo el superyó ya h a sido víctima de un a regresión patológica cuyos efectos de sufrimiento sobre el sujeto se hacen sentir con toda claridad. Por su parte, el niño sig ue por necesidad los canales que los adultos abriero n para él, obe dece las reglas que ellos decretaron en su lugar, introyecta el saber que decid ieron enseñarle y re speta el código definido por el adulto. ¿En su i n terés? ¿O en inte rés del Estado que quiere buenos ciudadanos aptos para cumplir las metas que él mismo ha definido? Y, si queremos mantenernos en la teoría psicoanalítica sin superar sus límite s, diremos que para el niño es muy difícil abstraerse de los ideale s de los padres, que siempre está , en mayor o menor medida, encargado de realizar.5 ¡Qué cuadro más noparaíso! hay queEsquejarse tanto, la infancia siguenegro! siendo¡Vamos, un verde cierto. Pero, ¿por qué? Porque el niño tiene un extraordinario potencia l de vitalidad, una plasticidad, una adaptabilidad que el adulto a menudo ha perdido, y porque hace frente, con * Ni siquiera M elanie Klein, tan preocupada por perm anecer en el campo de la estricta interpretación analítica, con la neutralidad que implica, está completamente liberada de las referencias normativas. No hay más que remitirse a La psychanalyse des enfants (1932), traducción de J. B. Boulanger, París: PUF, 1959, pág. 24, n. 1, y pág. 41, n. 2 [El psicoa nálisis 2, Barcelona: 1987). No debe s e lo reprocharemos, porque lacomplet cuestión sería, antes bien: Paidós, visto que el niño de niños,e n Obras as,vol. vivir en un medio cultural determinado que necesita para poder crecer y habitarlo ulteriormente, ¿es acaso posible evitar ser «normador» con él, aunque uno se niegue a ser norm ati vo?
una fuerza asombrosa, a las vicisitudes más apremiantes. Porque es tá animado por un amor a la vida 6 alime ntado por el amor de los padres, l os hermanos y hermanas, los su stitu tos parentale s, y porque encuentra en la actividad, en el ju ego, en la ocasión de placer que le brindan los hechos más anodinos, una esperanza sin medida. Beneficio de la ilusión: el niño «encaja bien». Pero más adela nte, en la a dole scencia, toma quetodo no fue —en granquisieron parte— sino lo que losconciencia adultos —ydeante sus padres— que fuera. Debe hacer el difícil duelo de ello y luego encontrar la forma de vivir en sociedad, a la vez que resguarda sus investiduras libidinales a fin de poder extraer de ellas una satisfacción que se mantenga dentro de los límites del conflicto tolerable. Las sublimaciones se ponen entonces a prueba. Estas observaciones nos llevan necesariamente al problema de la adaptación: problema descuidado por el psicoanálisis francés por estar demasiado cargado de resonancias ideológi cas. En e ste aspecto, el psicoanálisis e s parecido a la mujer del César. Pero no se deshará del problema negándolo, y tampoco encontrando en el psicoanálisis norteamericano un chivo expiatorio. El papel adaptativo del psicoanálisis debe considerarse co n lucidez, pues la adaptación no es u na norma, es un hecho. Ser inadaptado es una forma de adaptación, e n el m ismo concepto que la sobreadaptación conformista. El verdadero problema está en otra parte: el adulto puede escoger —en la medida en que se lo permita su inconsciente— la inadaptación; el niño, no. Puesto que la inadaptación de los niños nunca molestó a la sociedad. La de los adultos le pla ntea un proble ma muy distinto que las instituciones penitenciarias o asistenciales no logran resolver. La inadaptación del adulto puede ser positiva y promover, en el marco de «cierta anormalidad», como dice Joyce McDougall, un funcionamiento srcinal, creativo. Con frecuencia, e l art ista no es tá «adaptado» a la sociedad, y el milita nt e revolucionario aú n menos: e sto cae por su propio peso. La inadaptación adulta puede ser un factor de cambio positivo; el inadaptado es a menudo el precursor de lo que será mañana una nueva norma que, en el momento oportuno, deberá ser a su vez superada. La inadaptación del niño es 6 Es notable que en l a literatura del psicoan álisis de niños haya tan pocos estudios sobre el estado amoroso.
mucho más grave para él y le hace pagar un gran pre cio. Le cierra más posibilidades de la s que l e abre y achica progresi vam ente su margen de man iobra. De allí la ambigüedad del «psi» de niños. En la medida en que se a «educador», actuará en armonía con el deseo del Estado; en la medida en que sea analista, procurará obrar en a rmonía con el deseo del s ujeto pero, aun en e ste último caso,delseEstado verá obligado a trabajar de conformidad el deseo que quiere ciudadanos productores,con y reproductores. En ambos casos existe el riesgo de que el «psi» de niños no pueda contribuir a formar, cualquiera sea el régimen de que se trate, más que niños modelo. La cuestión que nos plantearemos ahora es la de si e l niño, en cuanto mod elo para el psicoa nalista , puede esca par al molde del niñomodelo. Se podrá objetar que en la práctica las cosas no suceden así y que todos los psicoanalistas se consagran a una fruición de cuidado, esforzándose por conseguir que el niño «esté mejor», al margen de cualquier otra consideración. Acusar al psicoa nalista de niños de estar en componen das con el Estado sería buscar una disputa sin fundamento que pretende sembrar sospechas sobre el objetivo específico de esos profesionales. Significaría retomar una vez más los temas de un pe nsamie nto anarquizante que hace poco caso del sufrimiento y sólo tiene en vista una política de lo peor. Y lo cierto es que no se debe volver a cometer el error de Reich, quien, cuando propone una teoría más global de la relación padrehijo, califica al primero de educador y olvida con ello que es ant e todo objeto de deseo e identificación y que, sin su amor, el niño no puede, indudablemente, garantizar su avance en la vida. Pero esa es toda la cuestión . F rente a l niño, el adulto está siempre atenazado: es inevitablemente objeto de apuntalamiento, de amor y odio, de identificación (vale decir, de alienación e individuación) y, no obstante, inevita blem ente educador. Por eso, y debi do a es a mism a intrincación, hay que procurar separar al máximo el psicoanálisis de niños —destacando su especificidad, que es sin duda la del mundo interior de la infancia— de los demás abordajes «psicoterapéuticos», familiares, educativos, pedagógicos, sociales, etcétera. Separación que no siempre se hace: hay psicoanalistas de niños, animados de las mejores intenciones, que salen de
su especificidad a nalít ica sin que nada los obligue a hacerlo. Además, la separación no basta. También hay que buscar, en e l campo específico del psicoanálisis de niños, lo que pue de dar una mano a las desviaci ones tan tentad oras del psicoanálisis de extensión. Y es en la teoría donde debe manifesta rse est a vigilancia. Pue sto que la prá ctica, por su parte, siemp re s erá solicitada:7 el niño sa be, como el psicótico, obligar al anal ista a sa lir del encuadre, haciendo de las vicis itudes de su condición un arma al servicio de sus def ensa s, que no son menos exigentes que las del adulto. ¿Qué psicoanalista de niños no se vio nunca enfrentado con la manipulación que el niño ejerce sobre su s padres? ¿Qué niño no ut ili zará como palanca los medios de que dispone para multiplicar el número de quienes deben atenderlo: médicos, reeducadores, apoyos pedagógicos y otros, número cuyo objetivo es fragmentar, diluir y neutralizar su tratamiento? ¿ Qué niño no jugará con la culpa de echar mano a su s padres de un a u otra forma para proseguir la cura? Se trata de problemas que tambié n se pl ante an con el adulto, pero de otra manera, y s e analizan , pues la relac ión analistaanalizante no tiene otro tercero que el Tercero Ausente, referencia simbólica. De modo que el status del psicoanálisis de niños debe definirse del lado de la teoría, cont ra las contingencias ins osla yab les de la práctica. Psicoa nálisis de niños: ha y que elegir entre la infanc ia y el psicoa nálisis.8 ¿Cómo separar enton 7 Acudamos una ve z m ás a Me lanie Klein, p orque pretende ser purista en la materia. La p retensión de que el psicoanálisis de niños es un psicoan álisis ta n «puro» com o el de adu ltos n o resist e un examen. Para convencers e de ello, basta rem itirse a los primeros dos capítulos de El psicoanáli Melanie Klein se m anifie sta clam orosamente. Pero, ¿en qué condiciones? La lectura (pág. 39 de la traduc ción frances a) nos muestra a una analista deseosa, en un primer momento, de apaciguar la angustia de una niña, de tranquilizarla, de ju g ar con el la . D es p u és la ve m os j ug ar so la mi en tr as de scr ibe lo q ue ha ce a la niña espan tada. Acuesta a una mu ñeca, anuncia que va a darle de comer (temas de la sesión precedente), invita a la niña a elegir la comida hipotética y luego a chuparse los dedos como para dormirse. A sugerencia de la analista, la niña se tiende en el diván, mientras aquella sigue jug ando c on las muñecas. N o sólo l os juegos de la niña ocup an el lugar de sus asociaciones libres, sino también los juegos de la an alista, que participa en
sis de niños ,en los cuales el genio interpretativo de
los juegos enel material los cuales lahasta niña el no pued edeintervenir a su gustia, induciendo extremo introducidebi r eldo pene delanpadre. 8 No se equivocó el conj unto de la comunidad psicoa nalítica al re chazar la eventuali dad de un statusautón omo de psicoana lista d e niños, distinto del que corresponde a psicoana lista a secas. La decisión era tanto m ás dif í
ces la paja del trigo, en el plano de la teoría, para preservar el pens amie nto psicoanalítico? Proponemos aquí una hipótesis. Todo lo que en la teoría psicoanalítica se in spira e n una concepción evolutiva del aparato psíquico, todo lo que hace de la ontogénesis una referencia cen tral, todo lo que sitúa la infancia como eje fundamental de la teoría, todo lo que se apoya en esa marca teórica para intensificar, por todos los medios disponibles, el estudio longitudinal del niño, todo lo que reemplaza el método indirecto del psicoanálisis por el estudio sistemático de las manifestaciones observables —no sólo la observación directa s ino la del niño ubicado en su contexto familiar y , más allá, en el conjunto de las e structura s que deben tenerlo en c uenta (pedagó gicas, judiciales, hospitala rias, etc.)—, empuja al niño hacia el lado de la p sicología, de la pedagogía, de las relaciones con la ley o la medicina y tiende, a fin de cuentas, hacia la «ortogenia». Sentim os el mayor de los respetos por el t rabajo de los psicólogos, pedagogos, especialistas en delincuencia infantoju venil, pediat ras y psiquiatras infantiles . Su esfuer zo es útil, necesario, cualquiera sea la reserva que pueda plantearse sobre ciertas orientaciones que el Estado trata de dar a los organismos que dependen de s u jurisdicción.9 Pero es preciso saber que esas disciplinas no t ardarán en i mponer su s visiones «científicas» o pragmáticas al psicoanálisis de niños. Animados por un deseo de eficacia e incluso d e evang eliza ción, los ps icoana listas de niños corre n el serio riesgo de verse obligados a ponerse a tono con los partidarios de esas otras disciplinas que, al fin y al cabo, no dejan de ambicionar domesticar al psicoa nálisis mediante su «asimilación». Hay que efectuar entonces una inversión estratégica. Sólo hay salvación para el psicoaná lisis de niños por el lado de lo que el psicoa nálisi s implica por entero irreductible a la visión presuntamente «realista» o seudo científica que inspira a las disciplinas limítrofes. Puesto que las relaciones de vecindad son seductoras e inclinan a los analistas a creer que los territorios contiguos son otros tantos ámbitos donde cil cuanto que la opción «psicoanálisis de niños» era sostenida por la hija del fundador del p sicoanálisis. 9 Vé ase la recie nte reacción emocional susc itada en los medios psiquiá tricos por l a ley sobre los discapacitados.
el pens amie nto psicoanalític o puede penetrar y convertir a poblaciones que no esperan otra cosa que la buena palabra, cuando en realidad asistimos las más de las veces —y en ocasiones en los mejores casos— a un descomedimiento desenfrenado de los conocimient os psicoanalíticos, explotados por los nuevos usuarios con una impunidad t otal y a veces lina incompetencia culpable, en niños indefensos. Hay que ir más lejos y poner en duda, dentro propioteórica psicoanálisis, todo lo que pretenda modificar sudel axiología y hacer del niño la fuent e privilegiada del conoc imiento del inconsciente, cuando no es en absoluto un m aterial priorit ario para un estudio semejante. Ahora bien, las cosas son así y el pensam iento evolutivo domina hoy má s que ningún otro la teoría ps icoanalítica.10 10 Se dirá que exagero. Para no tomar más que un e jemplo, con súltese el onal Rev iew ofPsychoanalysis sumario del último número de The Internati (5, 4,1 97 8). De seis artículos, ci nco tienen en su título las palabras «desarrollo» o «evol utiv o». R efirámonos al número correspond iente del Interna tional Journalof Psycho-Ana lysis: un artícul o de Emm anuel Peterfreund, «Some critical comments on psychoanalytic conceptualization in infancy» (Int.J. of Psycho-Anal. , 59, 4, 1978, págs. 42742), no se anda con chiquitas; en sus conclusiones se lee lo siguiente: «He intentado demostrar que muchas de las d efinici ones típicas del psicoa nálisis sobr e la primera infancia no tienen ningún fundamento lóg ico , se apoyan en bases e strechas en materia de observac ión y carecen de verdadera utilidad para teoría alguna sobre el mundo del niño ». El autor concluye que las teorizaciones psicoana líticas concernientes al niño, en la medida en que se insertan en el marc o psicoanalítico general, no tienen ningún sentido en otros marcos de referencia, a saber , los de la neurofisiología, la biología, la teoría de la evoluci ón o los modelos informacionales. E l autor las tacha de adultom orfismo y p a tocentrismo. Desde una perspectiva semejante, Margaret Mahler es una peligrosa especuladora. Es inútil decir que el autor cree que la salvación vendrá de las disciplinas recién citadas. Hay un deslizamiento del inconsciente al « continuum evolucionista» y el paralelismo psicofísico, es decir, la refe rencia al sistem a nervioso centra l. De a llí el camino a se guir: la neurofisiología, la etología y, desde luego , «la s teorías de Pia get y la psicología contemporán ea en general». (Desde la redacción de ese artículo, la situación se agravó con el aumen to del conting ente de los «cient íficos» [nota de 1999].) Peterfreund dista de ser el único en su género. Los trabajos de D. Freedman y S. Furst, para no citar más que a dos autores, van en el mism o sentido. Pero lo que se debe desta car es su poder de cont aminación. Así, Blum, que dirigió con tolerancia y apertura el coloquio sobre la formación del símbolo en el congreso de la Asociación Psicoan alítica In terna ciona l de 1977 en Jerusalén , en el cual Guy Rosola to y Hann a Sega l expusieron respectivame nte un punto de vista lacaniano y ot ro kleiniano sob re el tem a, pu blica en el m ismo .numero un trab ajo sobre el simbolismo:
Puede alimentar los aportes más ricos e imaginativos de Winnicott, de los discíp ulos de Me lanie Klein o del equipo de Serge Lebovici y René Diatkine, las observaciones más enamoradas del rigor del grupo de la H ampstead Clinic de Londres, de los centros de Yale o Nueva York, donde se elaboran las teorías de Margaret Mahler. También puede, hay que decirlo, nutrir concepciones teóricas que reflejan un em pobrecimiento inquietante delnpensamiento cuyos repres entante s se sitúa del lado de unpsicoanalítico, biologismo ingenuo apoyado en un psicologismo simplista que mata dos pájaros de un tiro: el niño es la norma de la teoría que quiere futuros adultos conformes a la norma.
Expost facto
11
Lo inobservable del anális is —lo que llamo el antaño y el otra parte— o tiene, a unEs pensamiento reali sta, que un valornde vacíofrente a colmar. preciso entonces quemás los agujeros del discurso, le jos de constituir una falta g enera tiva, productora del relanzamiento asociativo, estén despro
«Symbol ic processe s and symbo l forma tion », en el que dom inan el punt o de vista evolutivo, la autonomía del yo y la noción de adaptación. También aquí Piaget sup le lo q ue supuesta me nte falta en Freud y da test imonio de una perspectiva menos realista: «Before tuming to some important psy choanalytic developmental stu dies, I shall refer to the very valuable work of Piaget (1951) on the srcins of symbolism» [«Antes de abordar algunos importantes estudios psicoanalíticos evolutivos, me referiré a la muy valios a obra de Pia get (1951) sobre los orígenes del simboli smo»] (art. cit., pág. 461). Sin que se haya planteado por nada del mundo la cuestión previa de la com patibi lidad de los sistema s teóricos d e Freud y P iaget. La concordancia va de suyo, aunque existan algunas divergencias, en tanto que se subraya la discordancia entre Lacan, Rosolato y Freud. Sin embargo, habr ía que poder criticar a Lacan encontrando un mejor aliado que Piaget. Y si por fin se solicita el auxilio de Winnicott, es sobre todo para precisar la cronología: el símbolo winnicottiano nacería en el segundo semestre de vida, la negación gestual se presenta según Spitz a los quince meses y la nominación de los objetos, a los dieciocho. La cronología sirve aquí de protección contra cualquier i magin ación teórica, con el aval de una ciencia de la observaci ón —cuyos límites jamás se indican— s iempre más creíble que una conceptualización metafórica. 11 Expre sión utiliza da por Freud p ara designar la dilucidación psicoana lítica.
vistos de toda función teórica. No son más que placas de oscuridad que es necesario iluminar con toda rapidez, para suprimir los efectos de estimulación imaginativa que puedan nacer de ellas, refrenar cualquier pensamiento que desconfíe de una conciencia sólo esclarecedora de lo que autori za a salir a la luz y remediar a cualquier p recio ese in sulto a la razón que es e l inconsciente . Como si dejar trabajar la falta permitirle engend rar un pensamiento que denunciepara la raciona lización representara un peligro insostenible. Pues ese es el riesgo que siempre se corr e cuando se privilegia todo lo que depend e de la conciencia observadora. La imaginación, aun teórica, sigue siendo la «loca» que ha y que desalojar de la «casa» psicoanalítica. Lo que no parecen habe r comprendido los buscadores de lo sens ible —de lo vis ible y lo audible; en sum a, de lo observable— es que, si la aus encia es la fuente principal de la imagina ción del analista —aunque sea en sus aproximaciones más intrépidamente discutibles—, esta se encuentra sometida a las leyes que permiten darle un valor de inteligibilidad: no es puro desenfreno del pensamiento. Y si vagabundea, ese mismo vagabundeo oculta una estructura. Ese fue el caso de Melan ie Klein. El hecho de que pueda pensarse que se equiv ocó —como ta mbién se equivoca Lacan— no impide que es te mos obligados a reconocer el extraordinario impulso que una y otro dieron al pensam iento psicoanal ítico. De ta l modo, e ste avanza a fuerza de ho cicadas teórica s que la obra de los sucesores rectifica, corrige y afina, modificando a veces gradua lmente las ideas básicas (como Winnicott lo hizo con Melanie Klein, que también procedió así con Freud) para lleg ar por fin a un equilibrio teórico en el cual el pe nsa mie nto psicoanalítico de una época puede reconocerse, esto es, hacer de los conceptos instrumentos teóricos que permiten pensar la práctica. Es ta engendrará nuevos conceptos, y a sí sucesivamente.. . En nuestros días, la fecundidad teórica se inscribe, a mi entender, a contrapelo del pensamiento evolutivo. Está, en su oriente opuesto, del lado de la comunicación, del lado de las estructuras, en cuanto ellas están agujereadas, nunca cerradas, y las trabaja un desequilibrio fecundo. Todo lo que compete a los conceptos de falta y ausencia ocupa en ellas un lugar privilegiado, pues la función de esta negatividad no es poner enjueg o el deseo de pre caverse mediante la bús-
queda de las piezas que permitan po r fin llegar a una tot alización. Al contrario, la falta y la ausencia son los lugare s por los cuales se esta blecen correspon dencias entre estructuras abiertas, por la reverberación de estas entre sí, y a pertenez can a una mism a temporalid ad o a temporali dades diferentes. Gracias a la ausencia se tienden los puentes entre estructura e historia, y resultan inteligibles la repetición y el aprés-coup, y esa dimensión jánica del ser humano que tiene e l poder de mirar simultáneamente hacia adelante y ha cia atrás, sin ver nada en un principio, pero para comprender exp ost fac to por «recurrencia sustraída».12
La representación Preceptos de desconfianza, un llamado a la vigilancia e incluso una invitación a privilegi ar otros ejes teóricos no son suficientes. En efecto, para protegemos de esta «infantiliza ción» del psicoanálisis, no eliminamos el problema si nuestra única pretensión es limitar ciertos excesos. ¿Qué hacer con este niño que Freud nos dejó en los brazos? ¿Suprimir de un plumazo la particip ación de los ana listas de niños e n la cohorte de los «psi» de la infancia? ¿Proscribir la observación directa? Eso significaría pr ovocar una inevita ble regresión. Más vale proponer otra visión teórica. Que todo lo que s e hace por el niño siga haciéndose. Que todo lo que se pien sa sobre él vuelva a pe nsarse. Acaso d ebamos empapamos en definitiva de la idea de que nunca se habla del niño. Porque los adultos que hablan de é l todavía llevan en su seno su infanci a, sobr e la cua l la enseñ anza del psicoanálisis mostró que jam ás p asa con el tiempo, s ino qu e 12 En su libro Le champ des signes (París: Hermann, 1978), Roger Cai llois sostiene que uno de los componentes m ás notables del espíritu cie ntífico es la afición , si no la búsqueda, de verdades inverosímiles o eviden cias sustraíd as, «las que parecen ante todo desafiar el sentido común y las opiniones autorizadas. Entre la verosimilitud y la evidenci a siempre debe imponerse esta última, deci sr,loamá fin sde cuentas, la coherenci a bienengañ esta blecida de un conjunto dees dato amplio posibl e. Si una razón ada o una lógica engañosa se escandalizan por ello, tendrán que reformarse. La inve rosimilitud no es c iertamente indi cio de verdad, p ero nunca debe malversarla» (pág. 38).
se m antie ne intacta en el adulto . Es e niño omnipresente en el adulto y que dicta sus puntos de vista aparentemente más objetivos no es el niñoenelmundo, como tampoco el niñoenlafamilia; es e l niño interiorizado, el niño que se in terioriza a s í mismo desp ués de haber introyectado las ima gos parentales que son constitutivas de su realidad psíquica. El psicoanálisis debe renunciar a la búsqueda del niño «enadulto sí», no que porque sea icaduca nacces ible, sino porqu e es una óndel supone su infancia. Ahora bien,ficci la re volución psicoanalítica mostró que la presunta caducidad de la infancia es un mito. Existe n muchas fijaci ones infantiles que imponen regresiones más o menos masivas. Pero esas fijaciones y regresiones no atestiguan en quienes las padecen el apego a su infancia sino, antes bien, su rechazo. La «curación», cuando tiene posibilidades de producirse, no consiste en superar esa infancia sino, al contrario, en hacerla propia internalizándola. ello, tareapalabras, del psicoanálisis node es reconstitución la representación del Por niño; enlaotras el intento del mundo tal como se le aparece o se le apareció en el pasado; sería, antes bien, la infancia como modo constitutivo de la representación. La infancia como representación, en el sentido en que Schopen hauer hablaba del «mundo como representación». En cuanto tal, la infancia entra en la esfera de la representación y los parámetros que gobiernan su inteligibilidad deben buscarse en las categorías de las que esta d epende. En consecuenci a, el in terés que despierta el niño en nosotros no se debe a que está menos sometido a la realidad o a su p res unta inferioridad con respecto al adulto sino, por el contrario, a que es el paradigm a más deslumbrador de un mundo con el carácter exclusivo de objeto de representación, en el cual é l mismo no figura sino como representa ción simbólica del deseo de sus padres. El niño tiene ya desde siempre una infancia q ue es la de s us padres, que d ebe interiorizar en la ardua tarea de ser adulto. Est a función de representación que implica la existenc ia no sólo de lo representado sino de representantes conduce por fuerza al doble status de estos últimos: a los ojos del niño, los padres son representante s, a sí como él mismo lo es a los ojos de ellos. Y su gran tar ea es representar: repres entar a los ojos de los otros y representar a sus propios ojos. Se comprende enton ces que. todo lo que es del orden de lo s en -
sible en la investig ación del niño no pued a sino desempeñar, a lo sumo, el papel que cumplen los restos diurnos en la consti tución de un sueño. Así como el trabajo del s ueño sólo se construye en el aprés-coup, l a infancia sólo puede decirse en pasado. Y esto s in un srcen discemible. Así, el mejor uso que podemos hacer de todo lo que aprendemos sobre el niño es soñarlo. Todo lo que nos llega detalareflexión infancia no e s evale sencia teoríaen psico pe ro es sinol para en la la medida queanalítica, incita a pensar, y lo que proporcione como alimento a nuestra estimulación teórica dependerá siempre de la mirada previa del en ten dim iento de quien s e consagró a su estudio. Vale decir, de quien no temió, delante del niño, escucharlo y dejar hablar al niño que hay en él. En la actualidad, algunos psicoanalistas han comprendido que debían superar sus prejuicios objetivistas. La contratransferencia, durante mucho tiempo objeto de sospechas, se convirtió en un instrumento indispensable de lade elaboración psicoanalítica. La interpretación se despojó sus limitaciones racionales para abrirse a la dimensión paradójica. Por ser tentación de objetivación, el niño se presta a la maquinación que hace callar en él al sujeto. Pues él es sujeto de la representación que, por definición, escapa a la aprehensión directa de lo sensible. Tan fuerte es la tentación de objetivación que, aun cuando las descripciones del analista que da cuenta de su experiencia nunca puedan aspirar en absoluto a ese título, él ve en lo que informa la prueba, la evidencia m isma de su teoría . Lo cual, desde lu ego, sólo convence a quienes están convencidos de antemano pero necesitan fabricar pruebas para los demás. Hay que escoger entre lo sensible y las apariencias por un lado, y lo ima gina ble y deducible por el otro, aunque e st a distinción ya esté conceptualmente perimida en la medida en que lo sensible «puro» no existe más. Digamos que hay que escoger entre las limitaciones impuestas por la objetivación y el inevitable «complemento» aportado por la hipótesis heurística de base. El primer proceder, que aspira al rigor, es en última instancia mudo en su deseo de no inferir nada; de todas maneras, si es coherente consigo mismo, no puede más que renunciar a toda comprensión de la representación psíquica. La segunda actitud, que tomará la represen tación por objeto, aceptará con toda lucidez se r conje-
tural, como lo es por definición aquella. Puesto que la especificidad de la representación consiste justam ente en que no est á obligada por las exigencias limitantes de lo real y tiene en cambio como cualidad esencial la de hacer que lo posible suceda, gracias al mero juego de la psiqu e. En cuanto a su carácter conjetural, lo es por esencia , como lo es y lo será n ecesariam ente la teoría que la exp lique. Asíeldefinid as l a reflexi ónespsicoanal íticadey sus teóricas, psicoanálisis ya no sospechoso una metas finalidad adaptativa o de obediencia normativa. Como su dominio es el de la organización del mundo intrapsíquico en cuanto este no es el reflejo de la realidad sino del estudio del poder de transformación de esta en la infinidad de los mundos posibles, ya no tiene que incurrir en el reproche de su solidaridad con quienes forjan lo real. No tal como es «realmente» sino tal como esta concepción les permite imponerlo a los otros. Agreguemos que la infancia no es el lugar, ni único ni privilegiado, de la infinidad de posibilidades. No es ella la que contiene el poder de tr ansformación de lo real en posible. La ficción no es de su pertenencia exclusiva, ni mucho menos. E sta gobierna el mund o en su ex tensión, da forma al pasado que construye como historia, impone los objetivos del futuro, orienta la vis ión d el presente. Liberar al niño de la responsabilidad d e la ficción es deja r de hacerlo respo nsab le de todas nue str as de sdi ch as ,13 así como de encargarle la ejecución de la ficción que está en nosotros. Es asimismo volver al inconsciente no sólo en cuanto es intemporal sino también en cuanto es atópico. Es, por último, aceptar que no hay visión de lo humano que no sea adultomorfa y antropomorfa, e incluso que el humano no hace jam ás callar el sueño de la criatura de h ombre que sueñ a en el hombre y que él mismo sueñ a sobre la cri atura de hombre que está en el hombre, etc.; nunca termina de representar.
13 Pu es to que «infantil» se aso cia al bien má s precios o: «Lo juro por mis hijos», y es también el estigma del atraso: «Vaya manera infantil de comportarse».
¿Qué modelo para el psicoanálisis? Ha sta el día de hoy, nada contradice la valid ez del modelo freudiano. Si la aplicación de sus datos constitutivos puede cuestionarse, su estructura general sigue siendo valedera. En la his toria de la teoría freu diana, el señ alamien to de los tiempos fu ertes, el momento de bal anceo que signifi can, son mucho más el estudio, longitudinal —aimportantes, la manera deque Jones— de la por vidaasí y ladecirlo, obra de Sigmund Freud. Sin la valorización de esos tiempos de «ruptura interpretativa», nada es inteligible, como nada lo es en la observación directa del niño sin el corpus de hipótesis teóricas que esclarece sus datos. La captación de las relaciones entre hip ótesis de base y datos de la observa ción en psicoanálisis requiere que se les aplique la misma referencia psicoanalítica, a saber, el inconsciente. En otras palabras, tanto el corpus de hipótesis teóricas —las «teorías sexuales» del analista— son como el funcionamiento psíquico del analistaobservador inconscientes. Su formulación consciente es siempre aprés-coup. Sin duda es este apréscoup el que funciona en el analista teórico cuando se propone hacer consciente lo inconsciente de la teoría freudiana. Pu es an te todo hay que conocerla por completo —desde l a A hasta la Z— para señalar, comprender e integrar a posteriori lo que son, lo que significan los tiempos fuertes de la ruptura interpretativa. Es e tratamie nto de la obra freud iana b ien puede proseguir en la teoría posfreudian a, pero en otra relación en que la primera cumple el papel de lo reprimido por la segunda. Así, la adopción casi general de un punto de vista evolutivo es la señ al de una ru ptura interpre tativa con Freud, con respecto a lo que este nos legó de impensable antes de él, de apenas pensado con él. Al elegir los ejes teóricos más fácilmente asimilables (el punto de vista evolutivo), los teóricos posfreudianos no han hecho sino seguir el camino del principio de placer teórico y evitar el displacer de tener que pensar lo impensab le. Afortunadamente, aun en esta orientación general lo reprimido de la teoría freudiana retoma disfrazado en las preocupaciones actuales: en Bion, en Winnicott, en Lacan. Es paradójico que en l a obra de esto s innovadores encontre mos e se reprimido de lo impensado freudiano. El psico análi sis «evolutivo» no teorizó al «niño deFreud»: sólo hizo su h a -
giografía inge nua. De manera que el retorno de lo reprimido no se manifiesta en la oposición al niñomodelo, sino en la aparición de otro sta tu s teórico de la infancia en esos autores. En efecto —es preciso señalarlo—, en los tres el niño e stá presente. Aun en Lacan, que emprendió su vuelo teórico con el est adio d el espejo, trabajo que no deja de pesar sobre su elaboración posterior. Al preferir al pájaro en mano los ciensin volando, abandonó al infans aenvolver beneficio significante; embargo, se vio obligado a él del al final de su trayectoria, con «lalengua», que no sería abusivo descomponer en lambdacismos:* lengua del deseo por y de la madre, aunque s ea en Nombre del Pad re. Debería haber otr as soluciones viables al m argen de ese matricidio al que nos inv ita la problemática lacaniana del falo. Bion, explícitamente, y Winnicott, implícitamente, derivan de Melanie Klein. Y sin duda en ella hay una ambigüedad —no menor que en Anna Freud— en lo referente al sta tu s deldeniño. Nadie dotó más que al elladescribir al niño de una estructura pensamiento categorial, a un bebé
que, pese a ser absolutamente mítico, resuena a veces con acentos verídicos en los adultos en busca de su infancia trágica. Y nadie s e obstinó más que ella en la paradoja de querer legitimar a cualquier precio a ese niño mítico como niño real, al pretender incluso datar cronológicamente la sucesión de las posiciones esquizoparanoide, depresiva y edípi ca. Por haber intentado pensar lo impensado de Freud, inten tó ne gar e l parricidio que efectuaba s in quererlo. Al proponer esa referencia a la cronología, a la cual Freud nunca se entr egó, tr ataba de no romper los pue ntes con lo que persiste aún de realismo en el pensamiento freudiano. Cada uno a su manera, Bion y Winnicott modifican el modelo kleiniano. Pero no lo hacen en nombre del realismo cronológico. Bion se cuida muy bien de enmarcar tempora lmente su «grilla», mientras que Winnicott, si bien aún conserva una concepción del tiempo bastan te linea l, no da indicaciones temporales muy precisas. No desdeña la observación, pero esta es, por decirlo de algún modo, muy indirecta, eje rcid a a l aza r o sol ici tada por la sing ular idad ocasi onal del acontecimiento. * Pron unciac ión defe ctuo sa de la letra «1». El srcin al francé s, lallations, procede del latín tallare, verbo onomatopéyico para designar el lalala con que las nodrizas arrullaban a lós niños. (N. del T.)
¿Cómo procede? En su artículo «L’observation des je un es enfants dans une situation établie» (1941),14 su mirada es mucho menos la mirada de los «observadores directos» que la de Freud m ientras mira a su nieto jugar con un carre tel. Por otra parte, entre ambos trabajos hay evidente s anast omosis. Si la descripción es minuciosa, la identificación del psicoanalista con el bebé suple en abundancia el carácter triv ialcomo de losun hechos de scriptos. Es notable no actúe observador pasivo, retiradoque de Winnicott la situación, sino que ponga enju eg o su propia participación, intentando introducir la espá tula e n la boca del niño. Es te no es observado aisladamente, sino junto a su madre. Pueden señalarse las mismas cosas con respecto a otro trabajo sobre «el cordel», en lo que se refiere a las conclusiones metapsicoló gicas que Winnicott saca de él. La afirmación es aún más pertin ente en e l caso del estudio del más común de los comportamie ntos del niño, l a decisión y elección del objeto tran siciona l, observación crucial (com o lafenómenos experienc ia del iciona mismo nombre) para describir un grup o de trans les que se producen en un campo cuyo valor heurístico da acceso a una teoría del simbolismo y el área cultural. La creación de nuevos conceptos es atribuible a la libertad de Winnicott, a la idea preconcebida de implicarse en la s itu ación, al riesgo calculado de introducir su propio inconscie nte por el juego del squiggle. De todos modos, Winnicott sólo asigna un valor limitado a la técnica del squiggle, que le sirve para establecer contacto, apostando al encuentro del preconsciente del niño con el preconsciente del analista. El tiempo fuerte de la consulta terapéutica segu irá siendo el moment o en que el niño pu eda contar un sue ño que est a vez dice algo del inconsciente; su eño que no podría habe rse abordado sin que el niño vivier a la búsqueda de su relato como una intrusión, si esos preliminares no hubiesen facilitado su acceso. Esta toma de posición aparentemente incidental es capital en la distinción implícita hecha por Winnicott entre squiggle y sueño. El
diatrie a la psycha nalyse, 14 Ree ditad o en De la pé traducción de J. Kal manovitch, París: Payot, 1969, capítulo XXI, pág. 269 [ Escritos de pedia tría y psicoa nálisis,Barcelona: Paidós, 19991. La traducción de set situa tioncomo «situati on éta blie»(«sit uación e stableci da»] no transm ite la re ferencia conceptual implícita. Set situation evoca el setting analítico, generalmente traducido en francés como «cadre» [«encuadre»].
squiggle es un juego cruzado y recíproco de proyecciones e spontáneas e inmediata s que entrañan u n mínimo de trabajo psíquico. E l sue ño e s todo lo contrario. La aus encia sólo cobra sentido por ser el tiempo de la ela boración psíquica. Es el tiempo de trabajo del inconsciente. Par a conocer es e trabajo —en el aprés-coup — hay que esp erar la proyección o la reproyección de las formaciones del inconsciente. Bion y Winnico tt tienen en común el hecho de comprender al niño en relac ión con el adulto: a partir del aná lisi s de los psicóticos en el caso del primero y de los borderline en el del segundo. El niño proporciona la teoría retrospectiva de la psicopatología del adulto.15 Para que sea posible una influencia analítica, escribe Freud en su prefacio al libro de Aich hom , Jeunesse á l’abandon, hacen falta condiciones muy precisas que pueden resumirse con la expresión «situación analítica»; esta exige el desarrollo de ciertas estructuras psíquicas y una actitud particular para con el analista. Cuando esas estructuras falta n —como en el caso de los niños—, «debe utiliza rse algo distinto del análisis». De modo que el niño carecería, para ponerse en «situación analítica», del desarrollo de ciertas estru ctur as psíquicas . Lo cual quiere decir, en realidad, que la eclosión de est as permite compren der mejor el estado en el que se encuentran e n germen, y no lo contrario. Freud n o se va le del procedimiento consistente en ir de lo simple a lo complejo, más bien cree que sólo el análisis de lo complejo permite ver la complejidad oculta de lo que se muestra en un estado de seudo simplicidad. Gracias al advenimiento del yo, se puede inferir en el aprés-coup desde el lugar en que «estaba el ello» y no lo contrario. Todo esto pla nte a el problema de la construcción en aná lisis. Si gracias a Serge Viderma n aprendimos a cuestionar la validez de nuestras reconstrucciones, que concebimos como construcciones aprés-coup ,16 esto no invalida el valor de nuestras teorías. Pues la pregunta es: «¿qué pretendemos construir?». Y así desembocamos necesariamente en 15 I bid pág. 316. 16 Expuesto in extens oen D. W. Winnicott, La consultation thérapeutique et l'enfant , traducción de C. Monod, París: Gallimard, 1971, pero ya descripto en 1953; cf. «Le respect du symptóme en pédiatrie», en De la pédiatrie á la psychana lyse,op. capítulo 22.
una discusión cuyos términos definió Anna Freud: ¿el niño «real» es el construido o reconstruido por el psicoanálisis? Responderemos sin equívocos: no. Pero lo haremos para afirmar a cambio que el papel del psicoanálisis no consiste en recon struir al niño real. Más bien al niño mítico, la infancia míti ca de un niño real que, por su parte, se ría el objeto de la psicología infantil. En consecuencia, opondré el niño verda del psicoanálisis —en sentido enpsicología. que Freud habla dedero verdad histórica— al niñoelreal de la Por encim a de ellos, el niño de la verdad material no po dría ser más que el de la conjunción entre el niño real de la psicología y el niño verdadero del psicoanálisis. El psicoaná lisis no e s el único que habla del niño verdadero. Los mitos n os dicen mucho sobre él, y tam bién la no vela. ¿Quién no sien te que ha y más verdad en el relato que hace Marcel Proust del beso al acostarse que en la ma sa de observaciones directas con pretensión científica? ¿Quién no advierte, asim ismo, hay unay mayor proximque idadentre entreelel universo infantil de que Winnicott el de Proust pensamiento del primero y el de Spitz, por ejemplo?17 Cuando Winnicott se esfuerza por pensar al niño, no puede sino recurrir a la paradoja, lo que hace de él u na e spe cie de Lewis Carroll del psicoanálisis. Y cuando Bion, a su turno, nos transmite su concepción del niño, le reconoce atributos que competen a la filosofía, la matemática moderna y el pensamiento lógico. Ninguna relación con el modelo del tubo digestivo caro a los pediatras, aunque esté dotado de una inteligencia elemental llamada sensoriomotriz según Piaget. Hág ase lo que se hiciere , el modelo del niño en psicoanálisis es y seg uirá siendo del ord en del mito indispensable de la ontogenia más que de la ontogénesis. Y es bueno que así sea, para que no se pueda aplicar al psicoanalista de niños la anécdota del hombre que busca su llave bajo el farol, cuando en realidad la ha perdido en la acera de enfrente, ¡porque al menos allí hay más luz! 17 En cuanto a Me lanie Klein, no parece hacer en El psicoanálisis de ni ñosninguna diferenci a estructural entre instintos, fantasma inconsciente, ju eg o y su eñ o. Cf. La psychanalyse des enfants, op. cit., pág. 23, donde el relato de un sueño de Trude (de tres años y nueve meses) no suscita ningún comentario particular con respecto a su valor transferencia! en términos de funcionamiento psíquico. Aquí, la autora se muestra preocupada sobre todo, hecho sorpren dente, por la relación del niño con la realidad.
Con referencia al niño, hay que repetir el gesto inaugural de Freud. A partir de la clínica de las neurosis, descubre el inconsciente, a cielo abierto. Recobra para Fliess, «científico» reticente, los elementos teóricos que permiten explicar la totalida d de lo visible; es el Proyecto de psicología y su fracaso. Freud comprende entonces que quiere ver con demasiad a claridad. S e encierra en el mundo nocturno del sueño, de sus prop iosinfiernos. sueños, del que regresa cada mañana tras su descenso a los Analiza e l sueño d espués de haberl o soñado, después de haber sido su héroe, su espectador, ignor ante de lo que hace. Indirectamente, vuelve al sueño por el recuerdo que conserva de él, que ya no es e l sueño mismo sino el sueño rememorado. Lo despedaza, busca los restos diurnos, los pensamientos l ate nte s y se entrega, por medio de las asociaciones, a la reconstrucción del trabajo onírico, que le p ermite de scubrir al ausente del sueño: el deseo infantil reactivado por la transferencia a una escena actual. Encuentra entonces el fantasma del dese o. Con el modelo del sueño podremos construir un modelo más gener al en el cual se inscribe la infancia. Se trata de un modelo e n varios tiem pos y discontinuo. Tenemos lo organizado: el compl ejo percep tivo fan tasmático. Como se advierte, ligo percepción y fantasma en la simultaneidad, uno enmascara al otro. Ese conjunto está organizado. Tiene un sentido y e se sentid o es consciente; el sentido inconsciente del fanta sma es tá oculto, pero activo. El trab ajo de lo negativo deshace esta organ ización. Aquí se ubican todos los modos de negatividad descriptos por Freud dentro de la categoría de la represión, pero en la cual distinguimos hoy represión, negación, renegación, denegación, forclusión; la lista no está cerrada; la investigación deja abierto e l campo. El efecto de ese traba jo de lo negativo1 8 con siste en constituir otra positividad: la del inconsciente reprimido, 18 Es una lástima que Lacan no haya podido seguir el mismo camino, debido a las distorsiones a las cuales sometió el encuadre analítico. Esas distorsiones que el neurótico puede aceptar e incluso anhelar de manera masoq uista son in tolerables en los casos fronterizos o en los psicóticos, q ue reaccionan muy brutalmente con la ruptura del encuadre o del análisis, cuando no pueden constituir un «falso selfanalítico», cosa que ocurre con frecuencia.
que es una organización estruc turada, per o de diversas maneras de acuerdo con el modo prevaleciente de la negativi dad en cuestión (represión, renegación, denegación, etcétera). La organ ización inconsc iente ret om a a lo organ izado de donde habíamos partido, y que ya no es igual, dado que pasó el tiempo. Se libra entonces el combat e por su m ante nimien to un en aestado inconsciente. o, dis frazada, se logra abrir brecha, el se ntido deCuand lo organ izado se de sorganiz a para hacer l ugar al sentido aprés-coup que modifica el resto de las operaciones. Se inicia entonces el confli cto entre la organización del yo y la organización del inconsciente que remite a la inorganización de las pulsiones, cuyos compromisos ilustran los diversos cuadros clínicos. Somos bien conscientes de que sólo recordamos datos clásicos, pero lo hacemos justamente para destacar ese núcleo duro cons istente de la teoría freudiana q ue es su modelo de base, tanto para el sueño como para el fantasma, el síntoma, la transferencia y el niño. Pues ese modelo sigue funcionando durante toda la vida. Lo cual significa que la visió n diacrónica no puede más que subordinarse a la perspectiva estructural. Estructura abierta, estructura que lo aleatorio modifica dentro de ciertos límites, pero que en su constitución permanece intacta. Pues el inconsciente es constitutivo. Por motivos de esquematización, hemos excluido de esta descripción el papel del objeto. Reintroducirlo no haría más que complicar el esquema, pero sobre todo en un sentido, a saber, que el Otro tiene la misma estructura, en u n niv el diferente de funciona miento. Cuando en un tiempo ulterior —el último para la constitución de la teoría— Freud acomete la sexualidad infantil, no la observa o hace algo más que observarla, construye al mismo tiempo las hipótesis de lo inobservable: el a puntalamiento, por ejemplo, que ninguna observación permite deducir pero que un pe nsam iento puede construir. E introduce sobre todo la discontinuidad esencial de una sexualidad hu mana presente desde los orígenes, reprimida o convertida en lat en te y luego renacie nte en plena floración. Vidamuerte (aparente) y renacimien to. Ese es el modelo que se debe tene r pr esente para el niñom odelo a fin de evitar hacer de él un niño modelo. Un amor de niño, como dicen su s padres,
cuyo amor constituirá para é l el elem ento esencial de supervivencia. Para que pueda vivir y ya no sobrevivir, este ser tendrá que dejar de ser el niño modelo y conocer la naturaleza prohibida de las consumaciones de ese amor. Deberá conocer el objeto en el odio y transformar ese «odienamora miento» (Lacan) primordial para dirigirse a otra parte, no sóloeso hacia otros toda objetos hacia de otras nes no. de objeto. En c onsiste la sino dificultad serrelacio del huma
6. Memoria A. LA REMEMORACION: ¿EFECTO DE M E M O R O ( 1990)1 TEMPORALIDAD EN ACCION?
Rememoración y toma de conciencia se consideran como dos acontecimientos psíqu icos distintos, mientras que en el psicoan álisis de los orígenes la rememoración de los recuerdos reprimidos coincidía con la tom a de conciencia. Se debe decir que, con el paso de los años, resultó cada vez m ás ne cesario distinguir los dos tiempos de ese proceso. Mi hipótesis es la siguient e: el psicoanáli sis sól o se interesa relativamente poco en la rememoración; su verdadero objeto es la temporalidad. Un ejemplo no psicoanalítico, tomado de Proust, serv irá para comprenderlo: En busca del tiempo perdido s e identifica, para cualquiera que tenga el m ás mínimo con ocimie nto de l libro, con la descripción fabulosa, a l comienzo de la obra, de las impresiones suscitadas por la magdalena de Combray mojada en el t é o el tilo.
«Un poco de tiempo en estado puro» Al releer e ste episodio tan rico de En busca.. ., advertí algo que no suele subrayarse. La rememoración milagrosa alcanzada gracias a la magdalena sigue a la evocación de las escenas del momento de acostarse, cuando mandan al pequeño Marcel a la cama a las sie te de la tarde. Esas escenas resu me n por sí sola s «todo Combray» en la me moria del n arrador, en razón de su significación afectiva. De hecho, antes de que resurgieran los recuerdos liberados por la magdalena , todo eso, dice Marcel, estab a muerto para él. Pue s la 1 El mater ial clínico exp uesto durante la presentac ión ora l se eliminó de la versión definitiva. E s indudable que est e trabaj o sufre una gran pérdida con esa amputación que lo priva de medios de demostración. No por ello son menos prioritarias las exigencias de la ética profesional.
muerte, por el olvido o por la cesación de la vida, es la clave de la obra. Así como cada acostarse es una agonía, cada noche e s un sepulcro para el pequeño Marc el. El movimiento de la memoria susc itado por la magdalena, que todos tene mos prese nte, es una resurrección debida a un azar accidental, imprevisto e imprevisible. En la riqueza de las impresiones resucitadas, ningun a es más fue rte que esa sens ación de invulner abilidad, de inde structibilidad, de felicidad profunda del yo, «de la mi sma forma que actúa el amor».2 El amor y la vida triunfaron sobre el amortajamiento del olvido, signo de muerte. Olvido, pérdida del recuerdo, como dormir del espíritu, pérdida de la madre. ¿Reencuentro o búsqueda de la verdad? Más bien esto, en efecto. Titánico trabajo psíquico hasta la puntuali zación mnémica del recuerdo de la tía Léonie. Para u n p sicoanalista, la detección de los desplazamientos es insoslayable. La tía Léonie ocupa el lugar de la madre y la magdalena mojada en el té cubre con una panta lla el pecho nutricio. No lo digamos en voz demasiado alta, la gente de letras se r ese ntir ía con nosotros por es ta «reducción». El recuerdo es lo que perdura más allá de la muerte de los seres «sobre las ruinas de todo el resto». La memoria de Proust es afectiva, sin duda, pero sobre todo asociativa; lo veremos mejor dentro de un instante. En efecto, si las flores jap one sas nos hacen imagin ar todo Combray encerrado en el sabor del bocado de magdalena3 que se despliega una vez mojado en el té o el tilo de la tía Léonie, recién sabremos ver dader amente qué quiere decir el narrador, y él con nosotros, al finid de El tiempo recobrado. Por el momento, conformémonos con seña lar que con la evocación del «drama del d es vestirse», precursor de la pérdida de la madre y de esa defunción psíquica temida cada noche, a punto tal que el niño se despierta en medio de la oscuridad, el «todo Combray» de la desesperación va a ser reemplazado por el «todo Combray» de la felicidad que devuelve la sal de la vida. Es muy abusivo citar aisladamente ese fragmento anto lógico. Según confesión del propio narrador, resta descubrir 2 Marcel Proust, A la recherche du temps perdu, París : Gallimard, 1954, tiempo perdido, «La Pléiade», vol. 1, pág. 43. [En busca del vol. 1, en Por el camino de Swann, Madrid: Alianza, 1966.) 3 Ibid., pág. 47.
su sentido, que recién se revelará al final de la obra, en El tiem po recobrad o. Pu esto que en este volumen la asociativi dad desborda el marco inicial y relaciona el pedazo de magdalena evocador de Combray, la irregularidad del empedrado del patio del hotel de Guermantes —que recuerda la del sue lo de la ba sílica de S an Marcos en Venecia—, el ruido dema la rtillo cuchara contra el ario platoco—resonancia que provoca el de un ferrovi ntra la rueda del de un tren d etenido—, la servilleta almidonada de la biblioteca donde hacen esperar al narrado r y con la cual se seca los labios d espués de haber comido petits-fours y bebido naranjada, que trae a la conciencia el hotel de Bal bec. Desencadenado al tomar una infusión que lo hace retomar a la infancia, el proceso asociativo, de etapa en etapa, concluirá con otro placer alimenticio que cierra su recorrido mediante la alusión muda a la s mu chac has en flor, distracción cuyo rigor esconder á el vagabundeo. A quí, la infancia ya no est á sola, s e vincu la a episodios más tardíos que, en conjunto, generan sentido. Y de esta puesta en perspectiva surge la toma de conciencia, como es lógico, en el aprés-coup. Todos esos momentos de dicha son arrancados al tiempo y ya no le obedecen. Vale decir que la memoria voluntaria es impotente para evocarlos, mientras que la asociación los hace salir de su sepultura y emerger del reino de las sombras. Sobre est a rememoración involuntaria Proust nos dice, en realidad, que cuenta menos como recuerdo de lo que significa como relación con el tiempo. En efecto, en lo concerniente a la asociación, tenemos a cada insta nte mil oportunidad es de poner en contacto una impresión actual y otra, pasada, con la cual aquella se junta. La selección que relaciona unas con otras inserta cada una de ellas en una cadena. De manera aislada, su significación es limitada y hasta engañosa. Puestas recíprocamente en perspectiva, revelan lo que tienen en común y emiten señales, diciendo con medias palabras qué son para el inconsciente, término que Proust utiliza. Hace falta la gracia de un estado de ánimo permeable para que resucite el recuerdo. Y pasado y presente coinciden, en el verdadero sentido del término, al situars e fuera del tiempo (Proust habla de un extratemporal, tal como es el inconsciente según Freud). Así pues, lo imprevisible se produce en est a singular pr opiedad de surgim iento que lo hace escapar de la muerte.
El recuerdo tiene la virtud de poner fin a la a ngu stia de muerte y s uscita la sensación de inmortalidad, asociada a la dicha que procura el goce de las cosas. Si el goce sexual se califica de «pequeña muerte», el de l recuerdo es, de hecho, el de una intemporalidad sinónimo de eterni dad. Lo que vu elve no e s e l pasado, sino «algo que, común al pasado y al presente, es mucho más esencial que ambos».4 Para manifestars e, la im aginación, que es e l medio de gozar de la belleza, quiere la ausencia. En el caso considerado, la imaginación trasciende esta condición y se pone en movimiento, haciendo que el pr ese nte se corresponda con su doble inhumado: el pasado. El ser obtiene entonces —en la brevedad de un relámpago— «lo que no aprehende jamás: un poco de tiempo en estado puro».5 El hecho de que este se en cam e por la vía de los sentidos más aún que por la vía de la imaginación nos acerca a su familiaridad no proclamada con la sensualidad, más que con la sensibilidad. El recuerdo, por su forma asociativa, no sólo es reencuentro, e s creación. Pero como la conmoción que es ta causa es demasiado inte nsa, su goce corre el riesgo de convertirse en pasmo (otra síncopa comparable a la de la interrupción de la vida) y es raro, fugaz, ev anescente. Esta relación con el Tiempo es e l proyecto de En busca... Con el Tiempo, no con la memoria, ese tiempo que no es sólo el fundamento de la elaboración de Proust, sin o cuya obra es t oma de conciencia tanto más acuciante cuanto que, a fin de cuentas, siempre se instalará el olvido, en un plazo más o menos largo. En
busca del tiempo perdido se cierra con esta revelación fundamental. El inconsciente, Proust dixit, es «el libro interior de signos desconocidos»; no se reen cuentra tanto a sí mismo como es llamado a m ani fest ars e por un acto de creación que, a partir de lo que denominé lo increable,6 también es relación con el Tiempo. Durante la recepción matinal en casa de la duquesa, al ver al duque de Guermantes levanta rse de su asiento, el na rrador toma súbita conciencia de que los hombres «ocupan un lugar tan considerable en comparación con el tan restringido que se les reserva en el espacio, un lugar, al con4 Ibid., vol. 3, pág. 872. 5 Ibid. 6 Cf. A. Green, «La réserve de l’incréable», en N. Nicolaídis y E. Schmid té et/ou sy'rriptóme, París: ClancierGuénaud, 1982. Kitsikis, Créativi
trario, prolongado sin medida —pues, como gigantes hundidos en los años, tocan simultáneamente épocas tan distan tes , entre las cuales han transcurr ido tantos días— en el Tiempo».7 Decir esto es reconocer que la vejez de un hombre no es única mente el tiempo pasado de su vida, t odo el trayecto recorrido por su cuerpo en su despliegue antes de achaparrarse y luego apagarse, del nacimiento a la muerte, sino la acumulación en él, por obra'del recuerdo, no sólo de lo que conoció, vivió y acopió personalmente, sino también de su s lazos con los otros: contemporán eos, asc endientes y descen dientes, e sa cadena de vid as que une a sus muert os y a quienes saldrán de su cepa, esa cadena que ya no genera en quien toma conciencia de ella la sensa ción de no ser más que un despojo. El Ser es tiempo porque el ser, al incorporar el ser del otro en su relación con él , se ac recienta con su vida , sea por la forma como imag ina proceder de él, s ea al sit uarse en posición de donante o interlocutor, para sobrevivirse. En cierto modo, si nuestros hijos son nuestra memoria, nuestros recuerdos son también algo así como seres a los que damos l a vida y que sobreviven a la pres encia concret a tanto de nosotros en ellos como de ellos en nosotros. Me abstendré aquí del comentario que tanto me habría gustado prolongar sobre esta obra que a veces habla de sí misma como si no estuviese escrita, como si estuviera por escribirse, para decir que la escritura, o sea la huella que permite retener el Tiempo o crear su propia temporalidad, puede ta mbi én ll evar cab o su qprop borrde aduconciencia ra. Iré directam ente al grano, paraaafi rmar ue laiatoma no es otra cosa que la conciencia del Tiempo.
Rememoración e insight 8 en Freud Ha sta el final de su obra, Freud no renunció nunca a sus intuiciones del comienzo concernientes a la meta del análi7 M. Proust, A la recherche. . ,,op. cit., vol. 3, pág. 1048. 8 Son conocidas la s dificultade s para traducir la palabra insight , que no se confunde con la toma de conciencia. «Introspección» tiene un sentido preciso que no convien e a lo que quiere significar est e término. «Vis ión interna» es una exp resión pes ada e «introv isión» no existe . En consec uencia, me quedo con insight.
sis: l evantar la a mne sia infantil para ha cer desaparecer lo s anacronismos de la vida psíquica. «La intención del trabajo analítico, como es sabido, es inducir al paciente a levantar las represiones de los comienzos de su desarrollo (la palabra represión se toma aquí en el sentido más amplio) para reemplazarlas por reacci ones que correspondan a un estad o de madurez psíquica. Con ese fin, el paciente debe recordar ciertas experiencias y las mociones afectivas susc itadas por ellas, un as y otras olvidadas en la actualidad (...) Lo que deseamos es una imagen fiel de los años olvidados por el paciente, imagen completa en todos sus aspectos esenciales».9 No costaría mucho encon trar afirma ciones similare s en los Estudios sobre la histeria, con unas poca s variantes, y en todo caso desde los Tres ensayos de teoría sexual. la mente de Freud hay una sucesión lógica que es másEn o menos la siguiente: síntom a = retom o de lo reprimido, compromiso entre deseo y defensa, que remite a: represión = contraínvestidura para evitar el disp lacer, que remite a: reprimido = reserva de representaciones inconscientes y afectos, que remite a: recuerdo de experiencia s que hubo que reprimir. De ello se deduce que: material analítico recuerdo sueños, trabajo onírico, ideas incidentales en=relación conde experiencias reprimidas, mociones afectivas reprimidas, índices de la repetición de los afectos, actings y, por último, relación de transferencia, lo cual re mite a: resiste ncia como repetición de la represión, que remite a: interpre tación (o construcción), que remite a: levantamiento de la re presión e insight, que remite a: reacciones en relaci ón con la madurez psíq uica = curación = fin del análisis. 9 «Constructions en analyse», en Résultats, idées, problémes, vol. II, traducción de E. R . H awelka, U. Huber y J . Laplanc he, París : PUF, 1985, pág. 270. [«Construc ciones en el análisis», en Obras complet as,B uenos Aires: Amorrortu editores (AE%24vols., 19781985, vol. XXIII.]
Es ta s ucesión de proposiciones es tá subtendida, com o se ve, por una lógica que parece ser evidente por sí misma. U n examen un poco atento mostraría, por el contrario, que sólo es inteligible en la m edida en que se cumplan ciert as condiciones. Por ejemplo, que el síntoma sea en todos los casos, y no sólo en la neurosis, un compromiso entre deseo y defensa; que lo que se dice de la rep resión pueda extenderse al caso del clivaje, la renegación, etc.; que la interpretación esté regularmente acompañada por el levantamiento de la represión y, por último, que una vez levan tada e sta s e ins tau re la «madurez» psíquica. El cues tiona mient o de esta lógica, si bien puede enc ontrars e de manera patente en sus sucesores, resulta cada vez más perceptible en el propio Freud, a medida que desarrolla su pensamiento, fruto de la experiencia. Habrá que hacer algunos retoques al esquema director un poco idea l que hem os construido. D esde «Recordar, repetir y reelaborar»,10 Freud sabe que, si bien la meta sigue siendo «colmar las lagunas de la memoria», es necesario agregar además que, psicoanalíticamente hablando, no es fácil definir la memoria, porque la amnesia verificada en análisis no es asimilable al olvido. Eso es lo que el paciente nos hace comprender cuando afirma: «Siempre lo supe, pero no pensaba e n eso». Una declaración semejante liga, de manera indisoluble, am nesia y negación o , en un lenguaje más actual, a mn esia y trabajo de lo negativo. Con frecuencia, la cura, hacia el final, deja su lugar a una analizante no ha recobrado la memoria en ladecepción. medida enEl que lo esperaba. Más aún, los recuerdos recuperados se revelaron a menudo como recuerdos encubridores. En cuanto tales , y en la medida en que supues tam ente se refieren a acontecimientos de la historia real, demue stran la poca fe que conviene otorgarles. En cambio, señalan el poder ince sante men te transfor mador del espíritu que no escatima medios, no sólo para disfrazar sino también para significar a través del disfraz. Pues el recuerdo encubridor 10 «Rem émoration, rép étition et élaboration», en De la technique psychanalytique, traducción de A. Berman, París: PUF, 1953, pág. 110 [«Recordar, repetir y reelaborar», en AE, vol. XIII. Desde hace un tiempo, «reelaborar» [«perlaborer»\ reemplazó a «elaborar», porque vierte mejor la dimensión durcho through.
es más revelador que el simple recuerdo. Freud le reconoce el poder de contener tod o lo esencia l de la vida infantil. La función de pantalla del recuerdo suscita d istintos co mentarios. Lo que surge en el primer momento es la existe ncia, en el seno mismo de la rememoración, de una persistencia de la represión que impide el acceso a la evocación clara, no unívoca, de un acontecimiento pasado. Si el olvido se cancela, no es para dar acceso a una resurrección de la historia antigu a reapareci da en la desnudez de una simplicida d que demuestra su persistencia intacta en la psique. Al contrario, e sa memoria recupe rada revela que la yuxtaposición de elementos pertenecientes a diferentes épocas, a la vez que preserva el poder de significación de la psique, no sólo la presen ta a tr avés de una deform ación —cosa que sería posible advertir en algunos casos— sino que hace de la misma producción mnémica u n balu arte contra lo que parece deber mantenerse inaccesible, con lo cual allana el camino a la idea de que la significatividad debe pagar un tributo a lo inaceptable y renunciar a la integridad o neutralidad del sentido tal como lo oculta el pasado. Paralela mente, la rememoración tiene dificultades par a adaptarse a un status de dobl e desfasado de un real sep ulta do. Y se sabe qué partido se sacó en la discusión epistemológica sobre los fundamentos del psicoanálisis —esto ya desde Jung— de la incertidumbre esencial que afecta lo «recobrado» de esta disciplina, que implica la posibilidad de restitución de una realidad conse rvada en un estado que sería para lo psíquico lo que es la congelación para loque físinues co. Pero, dehecho, ¿no había anunciado el mismo Freud tra re flexión sobre la relación con el pasado era muy insuficie nte? En efecto, no es el recuerdo, y ni siquiera el recuerdo encubridor, lo que pone en jue go el trabajo de la psique. La hi sté rica padece de reminiscencias. La reminiscencia no es la rememoración. Es difícil saber qué es, por otra parte, dado que en este caso Platón casi no nos sirve de ayuda. Nos extraviaríamos, a buen segur o, si no viéramos en ella má s que una forma atenuada de la rememoración. Y si sentimos la tentación de considera rla desde de vista del mayor o menor grado de conciencia queellapunto acompaña, p asam os por alto su dimensión princ ipal que es, en un contexto semejan te, la pos ibilidad de hacer sufrir, lo cual quiere decir, de manera más general, quebrantar el aparato psíquico, asaltar-
lo, interrogarlo, no sólo de ma nera poco clara y a vec es dolo rosa, sino sobre todo misteriosa , como lo harí an las alm as de los muertos, deseosos sus espectros de recordar a los vivos alguna falta impune o alguna deuda impaga. Pues a menudo su excepcional vivacidad, su poder de ocupar la escena psíquica a expensas de cualquier otra consideración, pueden un carácter casi alucinatorio y asombran esas asumir manifestaciones mnémicas. En verdad, Freud no en abandonará nunca est e punto de mira cuando, e n medio de su obra, s e pregunte sobre el déjá vu, el déjá entendu, como formas de una memoria atormentada que deberá cada vez menos al recuerdo. La posibilidad de una distinción entre recuerdos (más o menos filtrados por pantallas) y fantasmas ha sido puesta en duda. De manera que es lícito preguntarse si existen en aná lisis recuerdos que no sean encubridores y s i los recuerdos encubridores pueden distinguirse por completo de los fantasmas, con los cuales estarían en absoluta oposición. Sin embargo, Freud tiene interés en mantener esa oposición, porque a su juicio los fantasmas son actos «puramente interiores», mientras que los recuerdos (encubridores o no) remiten a una exterioridad, es decir, a la dimensión del acontecimiento. A decir verdad, es comprensible que todas esas sospechas sembradas sobre el recuerdo no puedan, en mi opinión, lleva r a concluir que es in útil referirs e a él, dado que el recuerdo es el representante de una categoría que remite a la realidad. En este aspecto, hay que distinguir entre la referencia a la realidad , aun cuando no tengamos medio alguno de afirmar con certeza en qué consiste, y nuestra capacidad de dar la prueba ¡preuve] (y no la muestra [épreuvé\) de la realidad de un suceso psíquico que sigue siendo de los más conjeturales. En suma, lo real es una aporía inso slayable. La familiaridad de la experiencia que lo construye es el primer paso indispensable hacia lo que permite interrogarlo. Pero lo que ha de interrogarlo, lejos de conformarse con buscar su apoyo, pondrá lisa y llanamente en duda la manera como nos sentimos englobados por ella. Mucho deberá quedar para la deducción sobre la natura leza de su ser, pero a su vez esta deducción sólo puede tener lugar en su seno. «Recordar, repetir y reelaborar» invalida en muchos aspectos la concepción clásica del recuerdo. Más adelante, en
«Construcciones en el análisis», experimentamos algunas dudas cuando Freud afirma q ue una s ensación de familiaridad del anal iza nte con respecto a lo que propone la in terpretación del analista basta para remediar la ausencia de recuerdos. La sugestió n no está lejos, y Dios sabe si Freud desconfiaba de ella. Pero la adquisición más fundamental de «Recorde dar.una ..» rememoración e s la exis ten ciacon de una memoria amnésic a, es decir, la forma de acontecimientos no m ném icos.11 Es la repetición, en la que el acto repet ido hace las v eces de recuerdo. ¿Qué consecu encia para la c ura? Si la función de recuerdo del acting extiende e l campo de la rememoración, en cambio hace aún más difícil el insight. Pero no podría ignorarse, una v ez má s, la experienci a ga nada sobre el funcionamiento psíquico. Ya sabíamos que el recuerdo podía no ser, en realidad, más que un montaje o un collage de recuerdos de épocas diferentes; admitíamos que la demarcación entre recuerd o y fantas ma daba lugar a dudas. Ha sta a llí nos manteníamos e n el mundo interno, en lo que permanecía en los límites del dominio psíquico; pero ahora la memoria también se extiende al acto, a la vez que oculta la función rememoradora de este, de su significación o su contenido. Se ve que a cada paso la extensió n del dominio de la memoria e s de hecho un reconoci miento de los recursos de la resis tencia y la indiscutible contradicción de un rechazo de la apariencia de lo real en el seno mismo de lo que nos enraíza en él y nos obliga a volver.
Rememoración o resistencia, la psique es ante todo transformación ¿La compulsión de repetición será otra forma de memoria? Para Freud, la respuesta es sí, con la condición de extender el dominio de lo rememorado a la filog énes is, porque las pulsiones, a su juicio, fueron antaño actos en la historia de la especie. Su transformaci ón en el estado de pulsiones se debería a una interiorización. Para nosotros, la repetición es con seguridad una forma de memoria y por lo tanto una 11 Cf. «Temps et mé moi re» , Nouvelle Revue de Psychanalyse, 1990, págs. 179205. Cf .infra.
propiedad de la vida; s u conformación ontogenétic a plante a problemas complejos que modifican su sentido. En lo suce sivo, sin embargo, la rememoración, que se invocará más adelante en «Construcciones», se apoya en la interpretación de un ma terial que, co mo hemos visto, dista de limitar se al recuerdo. En el a rtículo citado, Freud explic a el paso del es ta do de recuerdo al de acto (que hace las veces memoria) mediante la intensidad de la transferencia o sude tonalidad hostil. Todo se basa, entonces, en un factor cuantitativo que afecta, corresponde decirlo, la transfere ncia, lo cual obliga a incrementa r la defensa po r el lado de la resistencia. Es ta in dicación se refiere implícitamente al funcionamiento mental. Pues puede decirse que esas transferencias marcadas por la compulsión de repetición consisten menos en evocar mném icamen te (y psíquicamente) el pa sado que en actu alizarlo. Recuerdo, de paso, que Arthur Valenste in describió la afectivización como modo de actualización de la transferencia. Esta exageración no es más que el refuerzo del estado normal de las cosas, pues Freud recon oce que tiene que tratar la enfermedad del paciente «no como un acontecimiento del pasado sino como una fuerza que actúa e n el presenta». De allí se deduce, en vez del insight que sería de esperar, la posibilidad de un agravamiento que se desea temporario. Des de ese momento, Freud insi ste e n un nuevo dato. Apela al coraje del paciente a fin de que fije la atención en sus sín tomas. El insight dista de darse por sentado con la sola rememoración. La conclusión de Freud es del mayor interés. Tras haber señalado las agitaciones de la transferencia que pueden provocar, como dice con cierta ligereza, «desastres pasajeros», y la actitu d del médico que debe esforzarse por man tener los sucesos en el dominio psíquico, concluye, como un Winnicott av an t la lett re : «La transferencia crea una espec ie de dominio intermedio entre la enfermedad y la vida real, dominio a través del cual se efectúa el paso de una a la otra».12 Más precisamente aún, la Standard Edition calificará ese dominio de playground, «terreno de juego», mientras francesa odirá «arena», uia. lo que remite más que bienlaa traducción los juegos circenses la tauromaq
12 «Remémoration, répétition et élaboration»,
op. cit., págs. 1134.
La cuestión se desplaza para convertirse entonces en el tópico de las relaciones entre rememoración, repetición y transfe renci a como terreno de juego d e la reelaboración. En otras palabras, el insight no depende de la rememoración sino de la calidad de la transferencia. La elaboración de las resis tenci as es la heredera de la abreacción.
Rememoración y transferencia sin
insight
El artículo en el cual acabamos de demoramos data de 1914, año del fin del tratamiento de Serguei Constantino vich Pankejeff , al ias «el ruso», alias e l Hombre de los Lobos, ese caballo de desfile del psicoanálisis, según la expresión de Michel Schneider. No hay caso más dramáticamente demostrativo para invalidar la idea de que el insight se debe a la rememoración. En efecto, ¿no es en ese texto donde Freud lleva más lejos la exploración de la «época srcinaria»? ¿Cómo leer hoy s u frase escrita en 1918: «En es ta h is toria de un tratamiento, me es preciso señalar además que tuvimos la impre sión de que con el dominio de la esc ena de Grouscha, primera experiencia vivida que él pudo rememorar efectivamente sin suposición ni intervención de mi parte, la tarea de la cura se había cumplido. A partir de allí ya no hubo resistenc ias y no quedó más que reunir y reco mponer»?13 La duda es lícita cuando se conoce lo que siguió, no sólo gracias a los a nál isis ulteriores sino por lo que quedó en los recuerdos del paciente al escribir su propia historia o responder las preguntas de la periodista Karin Obholzer.14 ¿Qué insight atribuir al Hombre de los Lobos cuando lo vemos encerrarse en e l doble vínculo y hacer caer a Freud en la trampa de s us paradojas? Pues es él mismo quien mira a Freud con desprecio cuando a este lo asaltan las dudas sobre la realid ad de la e scena primitiva y sugiere i nterpretarla, tal vez, como un fantasma retroactivo. ¡No obstante, es
Oeuvres complet es, 13 «A partir de l’histoire d’une névrose infantile», París: PUF, vol. XI II, pág. 92. («De l a historia de una neu rosis infantil», en AE, vol. XVII.l 14 K. Obholzer, Entretiens avec l’Homme aux Loups, traducción del alemán de R. Dugas, prefacio de M. Schneider, París: Gallimard, 1981.
él, otra vez, quien contará a Karin Obholzer que le resulta imposible creer en u na esc ena semejante, que por otra parte «no aparec e en su sueño»! Prueba de que nunc a adquirió el insight sobre la naturaleza del psicoanálisis, pese a que Freud dilucida su neurosis infantil y recuerdos que se remontan a cuando tenía dieciocho meses. Poco antes de su muerte,Sea: Serguei no que cre emás másde que ende la nosotro transfe-s rencia. est aPanke e s u najeffya posición uno aprobaría. Por desdicha, es para decir esto: «O bien no hay transferencia y entonces el tratamiento no sirve para nada, o bien la transferencia se produce, y entonces uno corre el riesgo de ponerse en manos de otros y no decidir ya por sí mismo».15 ¡Retomo al casillero de partida de la sugestión! No olvidemos que fue a su respecto que se describi ó la famosa Verwerfung (que Lacan denominó «forclusión» y Laplan che traduce ahora como «reyección»). En otras palabras, la rememoración más completa no vale gran cosa si la represión to ma l a forma de l a reyección. Los recu erdos reaparecen, es cierto, pero se tr ata menos de un lev antamie nto de la represión que de un retomo de ellos, retomo afectado por una forma de clivaje que les quita todo alcance convincente. La propia transferencia queda atrapada en la misma im passe lógica. Cosa que llamé, a propósito del Hombre de los Lobos, la «bilógica». Me tomo el atrevimiento de citarme: «Las pulsiones s e clivan entre sí y son globalmente clivadas del objeto por una parte, y del intelecto por la otra. El intelecto hereda la bisexualidad y la ambivalencia, de allí la bilógica».16 En el fondo, Freud comprende desde esta época que la eliminación de la am nesia, así como el reconocimien to de lo reprimido co mo una aceptación puramente int elec tual no bastan para generar el insight. Dicho de otra manera, que la recuperac ión de la amnes ia y lo reprimi do depende de categorías del juicio que van más allá de la simple oposición síno y exige una convic ción sentid a y una in ves tidura de objeto del ana list a, pero que debe ser moderada y no impedir pensar por sí mismo. En «Recordar, repetir y reelaborar», el acting se explicaba por la intensidad de la transferencia. En el caso del 15 Ibid., pág. 176. 16A. Green, «Tr avai l psych ique et travail de la pe nsée» ,fleuue de Psychanal yse,XLV, 1982, pág. 425.
Franqaise
Hombre de los Lobos, se puede imputar el fracaso a una transferencia bloqueada en un funcionamiento basado en una dependencia parasitaria. Este nuevo dominio de la patología, advertido por Freud —pensemos en el primer capítulo de El yo y el ello, «Los estados de dependencia del yo»— , develado por Ferenczi y ple nam ente desarrollado por Winn icott, parece relativizar mucho el valor en de la la arememoración. En él, la transferencia está atrapada ctualiza ción. Así, cuando Winnicott dice que en tales casos el analista no representa a la madre sino que es la madre, no sólo alude al enviciamiento de la simbolización; su observación concierne igualmente a la temporalidad. Pues no es infrecuente ver al analizante reaccionar así ante una interpretación del analista: «Eso no tiene nada que ver con mi infancia o mis padres, sólo incumbe a mi relación con usted y a ninguna otra cosa. Usted me esquiva remitiéndome a mi pasad cual aprueban, con mucha a, los rios deo».laLo técnica del hic et nunc. Aquí ligerez se infiere la pa nortidaexistencia de la transferencia que adop ta la máscara de una resistencia de transferencia. Pero la renegación de esta es la renegación de las relaciones entre lo repetido y lo repr imido, la renegación de la remisión a la histo ria y su forclusión por la exaltación del presente, cuya absoluta novedad sólo se reivindica con vistas a vina absoluta neutralización del pasado.
La amnesia permane nte Como se sabe, el Hombre de los Lobos inauguró el psicoanálisis de los casos fronterizos. Se convirtió en el caso de referencia de todo un sector de la población analítica. Los integrantes de esta distan de gratificamos con una memoria comparable a la del ruso, que nos permita describir una neurosis infantil tan esclarecedora como la del Hombre de los Lobos. Una pregunta, empero, bastante irreverente: ¿a quién se debe la luz que irradia de la exposición del caso: a Serguei P ankejeffo a Sigmund Freu d? Sucede, además, que el primero imita a la perfección el estilo del segundo cuando escribe sus memorias; la prueba es que ciertos pasajes di-
ríanse pertenecientes a la pluma misma de Freud. ¡Y no contienen c asi nada sobre su an álisis con él!17 En las estructuras borderline con las cuales te nemos que lidiar, lo sorprendente sería más bien la ausenc ia de recuerdos de infancia. Litza GuttieresGreen describió incluso un síndrome d e am nes ia dolorosa, en la cual el dolor prohíbe el recuerdo to mauna el l ugar de lo que nolapuede remem Su trabajyo abre discusión sobre significac iónora delrse.1 agu-8 jer o neg ro fr ec ue nt em en te invo cad o por es o s pa ci en te s. Muy a menudo, el análisis se inicia tras la evocación de determinado caudal de recuerdo s surgidos en un contexto típico. Estos constituyen una reserva mnémica preciosa, sin que de su evocación se extraiga la más mínima significación. Ningún lazo permite tampoco comprender su selección, sus conexiones, su archivado. Con frecuencia, el análisis de la transferencia consistirá durante mucho tiempo en referir el material del aquí y ahora a uno de los elementos de la reserva aludida. Av eces , una nu eva interpretación or iginada en la transferencia permitirá considerar una nueva ver sión del recuerdo por conducto de interme diarios. Así, ion sueño reciente remitirá a un sueño antiguo que se haya puesto e n relación con un recuer do o un fantasma. Más aún: mientras que en una sesión pueden forjarse vínculos (Bion) que hacen inteligibles el presente y el pasado y susc itan un afecto de reconocimiento (en los dos sen tidos del término), a la vez que el analista guarda una impresión favorable sobre el trabajo llevado a cabo, en la sesión sig uien te se derrumba el castillo de naipes de la ilusión de un trabajo analítico exitoso. Sin embargo, durante la sesión anterior la impresión de insight era clara. No sólo por la aceptación de lo propuesto por el analista, sino también por la producción de las asociacio nes del pacie nte, piedra de toque, según el Freud de «Construcciones en el análisis», de la exactitud de la interpretación. Se diría que la interrupción de la relación analítica al final de la sesión tuvo más realidad que l a sesió n m isma o que, para el paciente, est a se 17 L’Homme aux Loups par ses psychanalystes et par lui-méme, textos reunidos y presentados por Muriel Gardiner, traducidos del alemán y el inglés por Luc Weibel, París: Gallimard, 1981. [El Hom bre delos Lobos el Hombre delosLobos, B uenos Aires : Nu eva Visión , 1976.] 18 L. G uttieresG reen, «Problématique du tran sfer í douloureux», Revue Franqaise de Psychanalyse,LIV, 1990, pág. 407.
por
presentó com o una ilusión, dado que la presencia del ana lista ya no puede recibir, acoger, drenar, distribuir, orientar, repartir, dar sentido a lo que pasa. Freud hablaba de de secación del Zuyderzee con referencia a la reconquista tra s la s invasiones del ello; hay que agregarle otra comparación, la de la tela de Penélope. Lapresta rememoración remite al a la amnesia infantil. Pero no se suficientese atención hecho de que la amnesia se refiere a menudo a sucesos m ás o menos recientes. Estos pueden incumbir a acontecimientos de la vida adulta, muy notables y a menudo muy traumáticos y , justa me nte por esa razón, olvidados. A vec es son hechos mu y cercanos que no s e evocan espontáneamente en la sesión. No obstante, pueden recuperarse gracias a las asociacione s que aluden a e llos de manera inconsciente. La interpretación de las derivas asociativas que les sirven de pantall a vuelve a llevarl os a la superficie. ¿Se trata de represión? En parte, sin duda, pero la impresión dominante es que esos acontecimientos o, mejor, su recuerdo, se mantienen en un segundo plano de las asociaciones y, a la vez, s iguen siendo inaccesibles, com o si e stuvieran interrumpidos todos los lazos semánticos que les confieren un sentido. Podría hablarse entonces de am nesia perma nente e n el m ismo sentido en que Trotski hablaba d e la revolución permanente. Pero, en el fondo, ¿no encubren ambas expresiones la misma idea? Para Trotski, el pasado siempre tiende a reconstituirse, de allí el esfuerzo permanen te para impedir su reinstaurac ión. En el caso de los paciente s en cuestión, ¿no sucede en parte lo mismo? Pero en los dos casos hay un mismo pensamiento: no se gana nada bueno conservando esas antiguallas. Así, ya sea que el Hombre de los Lobos llegue a Freud con una rica cosecha de recuerdos (directos o indirectos) o que ciertos pacientes no puedan ofrecer al a nalista más que el desierto de su memoria, el éxito o el fracaso de la cura no pueden depender exclusivam ente de la rememoración. Consideraríamos, más bien, que la memoria o la rememoración no son sino signos del funcionamiento de la temporalidad como soporte de un a verdad histórica. Pienso en algunos p acientes que afirman durante lar gos períodos no haber retenido nada de la ses ión anterior. (Aunque no se les preg unte, nunca s e olvidan de decirlo.) Se trata a menudo de los mism os que reivindican una especie de sor-
dera a las interpretaciones, como para expresar un desafío al acercamiento de su analista, que de tal modo los hace inaccesibles. Lo que percibe el a nalist a es la índole peligrosa del insight. Como si e ste significar a la pérdida de las i lusiones, la inm inencia de una sanción, el riesgo de un rechazo o un abandono. El anal ista e s provocado y su s afa nes s e anonadan, lo que no impide un s entimie nto de profun da gratitud por el esfuerzo psíq uico intenso que hace para pers everar en dar sentido a lo que se desarrolla en el intercambio analítico. Pues la impres ión domin ante qu e tienen est os pacientes ante el enunciado de su discurso es que es te carece de significación, y la ún ica que puede ex traerse de él es la necesidad de convencer al ana lista de que casi no hay causalida d temporal en acción aquí, ni un vínculo entre antecedentes y consecuencias, en tre causa s y efectos y, en última instancia , entre sujeto y objeto. La escucha del material de esos pacientes, que con frecuencia sufrieron traumas importantes y sobrevivieron a ellos, suscita en el analista una extraña impresión. La sesión parece desenvolverse en un presente muy pesado p ero poco significativo; pues no se entiende qué causa la angustia ni los afectos penosos a los que aluden los pacientes. La cosa carece de sentido, así como de representaciones. Sin embargo, a fuerza de llevar esos afectos a la transferencia y relacionarlos con la reserva disponible de representaciones y recuerdos, se termina por obtener detalles que arrojan luz sobre las circunstancias actuales que reabren las viejas heridas. Detrás de la queja concerniente a las angustias destructivas , s e adivinan la rabia, la fur ia, la impotenci a, la envidia, el deseo de destruir todo: retornos de afectos pasados que a veces algunos recuerdos encubridores, escasos, permitieron asociar a un contexto de la infancia. De todas maneras, la supre sión de toda alusión a las causa s desen cadenantes recientes apunta a ma ntener en el aislamiento el pasado que los arrastró a reacciones catastróficas. En ocasiones, la relación planteada por el sujeto en el pasado entre ciertos tal yvez causados por razonesacontecimientos completamente traumáticos, independientes, algunos deseos prohibidos o viole ntos, empuja a mante ner e incluso a reforzar el aislamiento de los recuerdos. Además, cualquier reactivación del deseo lo hace portador de una amenaza desor-
ganizadora contra la cual se propone una estrategia defensiva, destinada a lograr que ese deseo sea imposible o dependa de condiciones materiales que no permiten su realización. Las construcciones a las cuales puede recurrir el an ali sta tropiezan con el inevita ble «no me acuerdo». Así como las interpretaciones de transferencia sobre lo que suce de an tereunirse la ses ió nbajo provocan el ritual: comp ». Todo dur parece la autoridad del«No «no sé».rendo La célula «y o.. . n o .. . » indica una de las f ormas par ticularme nte malignas del trabajo de lo negativo, del que la amnesia sólo es la parte más superficial. La cualidad transferencial de lo que pasa es mucho más notable, pues el sujet o muestr a una extrema fidelidad a sus sesiones. No se asiste aquí a una huida fóbica en el ausen tismo. El ana lista debe vivir el mis mo sentimiento de caos o incomprensibilidad que el sujeto vivió antaño. En realidad, esas estructuras, quesino sufrieron no sólo el tratamiento amnésico de las defensas una verdadera desorganización diacrónica, me parecen siempre ligadas a fijaciones maternas alienantes en que el sujeto tiene la impresión de haber vivido para servir las necesidades de la madre más que las suyas propias, con muy pocas esperanzas de que esta respondier a a lo que él esperaba de ella. No obstante, esos reproches dirigidos a la imago materna coexisten con un amor casi delirante por ella, verdaderamen te sacrificia l, mientra s que de manera paralela el sujet o desvaloriza le y paterna más elbien , l a cliva con r especto a la fijación la materna. En lao,niña, padre sólo aparecerá como un pá lido comparsa de la madre, m ás o menos c onfundido con ella. En el varón, la palab ra paterna suscitar á la a mbivalencia y hasta la desvalorización total de que es objeto por parte de la madre. Lo cual ocasionará, para compensar la oposición ma nife stad a con respecto al padre, la necesid ad de provocar la intervención de una autoridad paternal simbólica: jefe en el trabajo, agente de policía, inspector de impuestos, etcétera. estaque situación haría per der esperanza a mástatide uno,Ahay oponerque la constancia de lala actit ud interpre va y la fe inqueb rantable en e l efecto positivo de la comprensión analítica, aun cuando el paciente haga todo lo posible para hacer creer en la.ijjutilidad del análisis.
Puesto que, con la ayuda del análisis, luego de un largo tiempo se as iste a notables modif icaciones: una d esinvestidura re lativa de la omnipot encia materna, con la aparición de una imago más «hu mana» y verosímil; una nueva investidura d e la auto ridad paternal , en la cual transferencia la un búsqueda de la la ayuda que puedepaterna aportarseelmodifica ana lista por al dar sentido a lo que se desarrolla en la psique del paciente , e n vez de recurrir a los actings nocivos p ara e l yo; la resurgen cia de recuerdos de un carácter más n ítidamente edípico, marcados por la conciencia de los deseos de transgresión y la aparición de sentimientos de culpa que exigen un a utocastigo y no una sanción pr ocedente del ext erior. La reconstitución de una memoria va a la par con un movimiento hacia la organización edípica, y est a da un se ntido temporal a lo que ya no lo tenía. Debido a ello, la rememoración asigna al sujeto un lugar en la sucesión de las generacio nes y un género con respe cto a la diferencia d e los sexo s, permitiéndole el acceso a un tipo de causalidad histó rica representada por su afiliación a los linajes paternos y ma tem os, con sus efectos cr uzados, en sí mismo. En esas condiciones, la cura asume una nueva significación. Las separaciones (al final de ca da sesión, así como en oportunidad de las interrupciones cortas o largas de las v acaciones) rompen la continuidad del proceso. Esos «interruptores» detie nen la corriente del anális is y s e convierten en destructores de sentido que actúan contra la conservación y el almacenamiento de los sucesos del análisis bajo la forma de memoria transferencial. Sólo los afectos y los actos pueden cumplir ese papel de manera disfrazada, sin conciencia de su función de rememoración. Estos datos confirman, según creo, mi hipótesis de que el psicoanálisis tiene poco que hacer con la rememoración y todo con la temporalidad, de la cual aquella no sería sino el intercesor e indicador de las relaciones entre causalidad psíquica e historicidad. Suele sostenerse que la destructividad impide la asocia tividad. También es preciso, empero, pronunciarse sobre lo que desencadena la destructividad. Para comprenderlo, conviene oponer a la estr ateg ia contraasociativa del paciente una contratransferencia asociativa, ref erida a los sus titu -
tos de la asociación que a menudo se expresan con la forma de afectos dolorosos. Por supues to, e s crucial no confundir temporalidad y cronología histórica o perspectiva evolutiva. Se trata de algo muy dis tinto. La temporalidad es la condición del insight. Si la ausencia de rememoración no facilita el insight, su presen cia no bast a para hacerlo surgir. La rememoración refleja el funcionam iento efectivo de la temporalidad, pero esta se adq uiere por una insta uració n que depende menos del ordenamiento de los recuer dos que de su significación histórica en lo tocante a la diferencia d e las generaciones. Pa ra decirlo con mayor claridad, lo que la rememoración de stac a de su vínculo con la temporal idad, es la relación que esta mantiene con la causalidad. El insight consiste entonce s en la visión interna, la introvisión de aquello que, en el lenguaje del adulto, sostiene el discurso del niño con referencia a otro, adulto, con respecto al cual los deseos que se experimentan, deseos inconscientes de amor o de odio, limitados por el contexto de la infancia, no pueden realizarse en ningún caso. Tener insight es reconocer esos deseos y la repetición de su imposible realización; reconocer en la transferencia, por lo tanto, lo que hay en ella de ya vivido y de radicalmente nuevo. Es también anali zar las diversas funciones del re cuerdo, el recuerdo encubridor, el f anta sma y e l obrar como imposibilidad de realización de deseos a c ausa de la transferenci a. La temporalidad, entonces, es tá claram ente ligada a la transferencia como eterno r etomo de un tiempo jam ás caduco que el anális is volverá a poner en su órbita. Todos los analizantes pueden hacer suyo el verso de Hamlet: «Time is out ofjoint».
El seudo -insight Hasta ahora no hemos distinguido entre el insight en la cura, que sucede a la interpretación, y lo que es su definición stricto sensu, a saber, la visión interna obtenida por el analiza nte, de sí mismo, por sí mismo y para sí mismo. Una circunstancia s emejante sobreviene gracias a un proceso de intemalización. Resta'saber si los insights no se apoyan en
un movimiento depresivo o por lo menos nostálgico. Después de todo, ¿qué me fuerza a ver má s claro en mí, si no el fracaso de mis defe nsas y la persistencia de mi sufrimient o? Volvemos a encontrar aquí a Melanie Klein, quien sost iene, creo, la solidaridad del insight con la posición depresiva. Y sin embargo... Es cierto que, si el insight se ve favorecido poraellibera movimiento el verdadero insight contribuye rse de él.depresivo, En es te punto intervi ene tal vez el placer: el de ver claro en uno mismo. Se comprende que su condición previa sea el mantenimiento de la capacidad de placer, lo cual equivale a decir que la depresión en cuestión no puede ser melancólica . El caso de la melancolía es muy instruct ivo, tanto para el insight como para la rememoración. En efecto, el insight siempre es retrospectivo: «Ahora entiendo qué hice, qué he sido, quién fui, lo que en mí sigue siendo y actuando como antes». Si el aprés-coup estructura ese sentido, aquel es la ese nc ia mis ma de la «visión binocular» (Bion) que efect úa la actualización entre presente y pasado con el fin de alcanzar una adaptación en el futuro. ¡El melancólico reivindica la revelación de sí mismo gracias a la crisis que ha atravesado y que está acompañada de una rememoración inesperada! «Soy un criminal impenitente porque robaba tortas en la pastelería cuand o sa lía de la escuela a los siete año s». D es plazamiento de una reparación probable, diría un kleiniano sobre el robo del interior del pecho materno lleno de bebés que debido a ello padecen hambre. En sentido contrario, la revelación del delirio entraña un sentimiento de extra lucidez del orden del outsight, como esa paciente anticuaría de gran e scaparate que decía ser foto grafiada por los servicios secretos israelíes, a causa de una aventura que ni siquiera habría tenido con un ci udadano de ese p aís, a fin de efectuar un montaje de fotos pornográficas para desacreditarla. El outsight ten ía el valor de una contrainvestidura de su homosexualidad inconsciente que no tardó en aparecer en su delirio. La proyección, aquí literal, la salvaba de una culpa que había sufrido el desplazamiento. No obstante, la convicción delirante la arrinconó hasta llevarla al suicidio. Lo cierto es que el caso del melancól ico que se acus a a s í mismo sigue siendo perturbador. En Duelo y melancolía, Freud escribe al respecto: «Estamos sin duda obligados a confirmar de inmediato y sin reservas algunas de sus ale-
gaciones. Está efectivamente ta n desprovisto de interés y es tan incapaz de amor y actividad como lo asegura. [Freud lo interpreta como consecuencia del trabajo de la melancolía.] También nos parece que tiene razón en algunas de las demás quejas contra sí mismo, y que no hace sino comprender la verdad con más agudeza que otras personas que no son melancólicas. Cuando en su autocrítica describe como mezquino, egoísta, insincero,exacerbada incapaz de seindependenc ia, como un hombre cuyos esfuerz os no tiende n sino a esconder las debilidades de su naturaleza, bien podría e star, a nuestro juicio, pasablemente cerca del conocimiento de sí mismo, y la única pregunta que nos hacemos es por qué debe empezar por enfermarse para tener acceso a una verdad semejante. Pues es indudable que qu ien se descubre de ese modo y expresa ante los demás esa autoevaluación, una eva luación como la que el príncipe Ham let reser va para sí y para todos los otros,19 ese está enfermo, ya diga claramente la verdad o se muestre más o menos injusto consigo mismo». En suma, lo enfermizo es dejar que esas ideas lleguen a la conciencia y decirlas en voz alta a alguien, se tra te de uno mismo o de los otros. Verdadero o falso, e sto contrav iene las reglas de las costumbres urbanas, sobre las cuales Winnicott nos dice que implican el falso self indispensable para cualquier vida social civilizada. En ese caso, es entonces la presencia de un testigo lo que excita el deseo de una satisfacción exhibic ionista , contrapunto de la sat isfacció n voyeu rista del insight. Tambié n puede pensarse que el yo, tras h aber perdido el objeto e identificándose con él, mata dos pájaros de un tiro. La crítica del objeto será también autocrítica; como ya no hay inves tidura de objeto, esto equiv ale a una especie de conocimiento de sí. La paradoja del conocimiento de s í de la melancolía es que el yo no puede hacer nada, porque está identificado con el objeto perdido y ese conocimiento se revela como un simulacro cuyo discurso apunta de hecho al objeto. Por lo tanto, el yo no puede utilizar nada de lo que dice de sí mismo, pu es una conciencia oscura comprender en realidad se que trataesdel objeto. En suma,deja aquel escapa a laque revelación de lo porque hay 19 «Use every manter af his desert and who should escape («Si tratarais a todos los hombres según su mérito, ¿quién escaparía al látigo?»), Hamlet, acto II, escena 2.
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un equívoco, un error en cuanto a la persona. Ese yo pantalla sólo tiene existencia como sustituto e intermediario del objeto, términos en sí mismos inadecuados porque el yo, identificado con el objeto, no tiene ninguna perspectiva que permita la interposición de una mediación cualquiera. Otra versión de la paradoja del actor: lo que dice el melancólico se dirigeiaalalpersonaje y no a él mismo. Pero es un actor sin existenc margen del ti empo en que representa su papel, no un personaje en busca de un autor, sino un rol en busca de un intérprete . De ta l modo, el autoconocim iento del melancólico, que en sí mismo sería exacto, tiene igual resultado qu e el desconocimiento de sí, pues ese conocimiento no se dirige a su verdadero destina tar io sino al doble del objeto. Eso expli ca que, durante la curación, el yo haga como si no se hubiese dicho nada a su respecto sino con referencia al objeto, liquidado con el fm del duelo. Para volver a un enfoque clínico más inmediato, conviene señalar que la pérdida de objeto se convierte en condición de acceso al conocimiento de sí, como si la investidura objetal dependiera de ese conocimiento: «Soy a sí no porque ese s ea m i ser íntimo, sino porque mi amor por ti m e hace ser de ese modo; sacrifico incluso todo amor propio por tu amor: nada tiene que ser visible para ti salvo el amor que te profeso (y que me salvará de mí mismo)». Lo cual significa no contar con el odio que es su sombra. Hay por lo tanto una paradoja de la transferencia en el hecho de ser repetición amorosa y exigencia de un conocimiento de sí que debería mostrar su verdadero rostro. La solución de la eliminación del testigo es imposible, salvo que la organización narcisista excluya el obj eto de la trans ferencia. ¿Cuál es el beneficio, entonces, del conocimiento de sí autodespreciativo? Ese conocimiento, el de un yo desnudo, que su bsi ste en caso de pérdida, es todo lo que queda por investir. ¿Por qué no la autosatisfacción? Esta existe a míni m a. La de decirse que, porque uno es «consciente» de ello, es superior a quienes se engañan. La lucidez es el consuelo que se otorga la autoestima cuando el amor es traicionado por abandono o pérdida, aun cuando la autocrítica del yo se vuelva despiadada. Pero, ¿es otra cosa que una forma de amor a sí mismo? El insight no es eso. Aparece cuando el deseo de ser am ado por el objeto adopta la forma de la conciencia de separa-
ción con respecto a él y de la prohibición que lo marca, cu ando el sujeto ha renunciado a satisfacer los deseos edípicos. De todas maneras, la herida narcisista del insight entraña una represión inmediata. No es una estocada en el agua; a menudo la sig ue u na modificación en las investidur as de obje to s exter iores y un a aceptac ión de l as inve stid ur as diferentes del analista que ponen fin a la pretensión de ser su único objeto. Sin embargo, el insight sigue ligado al superyó. De hecho, sus relaciones son complejas. Si para Freud el superyó es el resultado de la división del yo, la parte que se escinde del resto —no digo: se disocia— y observa al otro, se trata pues de un agente de vigilancia interna que supuestamente percibe incluso aquello frente a lo cual el yo está ciego, como lo muest ra el ejemplo de la neuros is obsesiva . Pero, por otro lado, puesto que hablamos de enceguecimiento, el ciego Tiresias, que sabe, disuade a Edip o,er, el viden te ir y futuro cieg oy que se ignora, no sabe y q uerría sab de segu buscando, lo incita a desviar su camino de esa espantosa visión interna q ue lo espera. «Acaso el rey Edipo ten ga un ojo de más», escribe Hólderlin, subray ando el dolor del espectáculo al reconocer lo que es. Cuando los ojos del viden te s e abran, no le dejarán otra salida que volver a cerrarlos al punto, con su propia mano, para siempre. A decir verdad, la vis ta es la materia mism a de la que es tá tejido el inconscie nte. E l desvío por la palabra lo muestra. «Yadoy veo» es sinónimo «ya entiendo», comprendo», me cuenta », dondedeentra e nju ego la«ya pulsión escopo fíli«ya ca vuelta sobre sí misma. Así pues, el insight es sin duda relación con la repre sentac ión de objeto o de cosa, relación con la representación y relación con el objeto. Pero la reflexión, en todos los sentidos del término, el reflejo del espejo y la meditación sobre un o mismo, ap enas son tolerables durante mucho tiempo y Ha mlet se soporta tan poco que su deseo de autodestrucción no encontrará otra salida que inducir a Ofelia al suicidio, en su lugar. ¿Cómo es so steni ble el insight en la cura, entonces?
El tiempo del insight Cuando tras varios años de aná lisis un paciente nos hace el don de una sesi ón en la cual, por fin, sucede lo que el analista espera desde hace mucho tiempo, a saber, que aquel pueda dar pruebas de lucidez con respecto al sentido de sus síntom as, susobre comportamien to y su ma lo nera , cuand o ses reve la apto todo para descubrir quedeseser ocult a detrá de las producciones de su inconsciente: sueños, fantasmas, recuerdos, actos fallidos, cuando su discurso se refleja literalmente en sí mismo y muestra sus intenciones secretas, cuando percibe, por último, lo que se reproduce y se repite en la transferencia, y logra vencer las res istenc ias a la comprensión de lo que se desarrollaba en ella, el analista supone que se trata de un momento tan decisivo que tiene derecho a esperar una curación cercana y puede entrever el puerto la travesía analítica. En ladesesión sig uiente, est e feliz encuentro ya ni siquiera es má s que un recuerdo borrado a medias. E s cierto, no todo es como ante s, pero henos aquí de vuelta, ta n pronto, en una comarca conocida, donde los viejos hábitos distan de haber sido destronad os. ¿Quiere decir que no pasó nada? Eso ser ía falso. ¿Quiere decir que ya no pasará nada? Tampoco. Si durara, es e mom ento de gracia de la toma de conciencia podría generar una depresión. Al contrario, aun después de un largo trabajo analítico, el insight jamás toma la forma del eureka, a despecho de las llamadas interpretaciones muta tivas. Entonces, ¿qué pensar del insight ? Tras habe t impu gnado el papel de la rememoración, ¡he aquí que ponemos en duda el insight mismo! De hecho, así como hemos considerado la rememoración como un índice del funcionamiento psíquico necesario, pero no suficiente, para provocar el in sight, consideramos que es te es una función necesaria pero no suficiente para llegar a la resolución del análisis. En cuanto a su papel benéfico, es inseparable de su destino. Pue s toda la cuestión es esa: ¿en qué se va a convertir el in
sig ht ? En realidad, se revelará fecundo en el aprés-coup, cuando se produzcan modificaciones en la forma de la tra ns ferencia. E n otras palabra s, un a vez producido el insight, el objeto de la transferencia se percibe como representante proyectado de una función psíquica: la de la transforma-
ción, vista desde el sillón. En suma, el insight es una función externaliza da en el anali sta, homologa de la función in ternalizada en el analizante, que efectúa en su propio discurso transformaciones interpretativas de acuerdo con su realidad psíqu ica. La capacid ad interpretativa del an alista es el eco invertido de la que obra sin decirlo en el esp íritu del analizante. La toma de conciencia se convierte aquí en refle xión, e spejo reflectante de la imagen, ella misma reflejada desde otro espejo. Reflexividad.
Representación y asociación Queda por comprender es e mom ento y por qué e s posible el an álisis l hacer en el papel d e las transformaciones, que. Ason otrashincapié tantas deformaciones, descubrimos que las inter preta cione s no son correcciones de exper iencias o de recuerdos deformados. Pues ninguna narración lineal puede poner en evidencia qué transforma la transformación; en otras palabras, qué se ha transformado, a partir de qué, por qué. Sólo la ruptura de la continuidad narra tiva pone de m anifiesto en el discurso las repeticiones, los subrayados, los paréntesis , las comillas, la sintax is m isma del deseo inconsciente. Sin la asociatividad, es mu y posible que el discurso sea circular o tautológico. Ningún discurso es menos susceptible de conducir al insight que el que llamé narrati vorecitativo, especialidad de los narcisistas. El ejemplo de Proust muestra que, sin conocimientos psicoanalíticos, había comprendido este aspecto por experienci a y e staba más cerca del inventor del psicoanálisis que del inventor de la introspección, e se Bergson con quien tanta s veces fue comparado. Lo que resta explicar es el fenómeno asociativo mismo, su naturaleza o sus orígenes. Para hacerlo, invocamos con ju sta razón el preconsciente. Me gustarí a ir má s lejos. En una intervención sobre un informe de Alain Gibeault acerca de la simb olización,20 cité un pas aje de Freud, tom a20 A. Gibeault, «Destins de la symbolisation», Congrés des psychanalys tes de langue frangaise des pays romans, París, 1989, Revue Frangaise de Psychanalyse, 53, 6, págs. 1é l 7618 .
do de su obra sobre la afasia, que sostien e la idea de que en el psiquismo no se puede separar la representación de la asociación. Más precisamente, que no se debe imaginar la representación e n un lugar (del ce rebro), y lo que se l e a socia, en otro. La representación y la asociación se dan jun tas. Y es factible dudar incluso de la posibilidad de una representación pura, estática, aislada, que noUn esté automáticamen te contenida en una red asoci ativa. a representación sin asociación no puede ser más que el producto de un a detención del proceso psíquico, vale decir, de una resistencia. Ahora bien, si s e admite que la red asociativa se h a construido y no deja de enriquecerse con el paso del tiempo, la represent ación asociativa es enton ces, y necesariamente, un nudo temporal. De todas maneras, e n razón de la ine xis tencia del tiempo en el inconsciente, el nudo temporal rea grupa, como en el recuerdo encubridor, elementos pertenecientes a experiencias temporales distintas. Además, la ausencia de referencia al tiempo que pasa hace de esos nudos temporales formas de puro presente (aunque se evoquen en pasado) y, en consecuencia, como dice Proust, momentos de extratemporalidad o «tiempo puro». Pero ese tiempo «puro» también es negación de la continuidad.
Otra temporalidad ¿Cómo actúa el análisis en esas estructuras de memoria vacilante? Para comprenderlo, hay que tener perspectiva. Desde los Estudios sobre la histeria, Freud señalaba, casi con un tono de excusa , que sus his toria s de casos se le ían como novelas. Pero quien hablaba aquí era un lector del siglo XIX. ¿Diríamos entonces que nuestras h istorias de casos se leen como la «nueva novela» [«Nouveau Román» )? ¿No rompió est a con la organización t emporal ordenad a del relato de su antecesora? Habrá que matizar la respuesta. Digamos entonces que el discurso del neurótico, aun cuando acepta respeta r la regla fundam ental, sigue gobern ado por una na rratividad organizada que permite seguir las significaciones aunque la asociación libre parezca progresar a lo largo de un recorrido desordenado. De hecho, a la discontinuidad del relato del analizante —que a menudo se disculpa
por saltar de un tema a otro cuando es eso, justamente, lo que se espera de él— responde el restablecimiento de esa continuidad en la mente del analista. Este permanece disponible y s igue siendo capaz de enlazar la multiplicidad de los temas presentados por el analizante, tejiendo un hilo que logra mant ener unido el collar de perlas de las palabras aparentemente de su paciente. Loss yblancos del discurso, la adeshilvanadas usencia de elementos conjuntivo la falta de enlaces lógicos no molestan demasiado al analista, que es capaz de restablecer la secuencia significativa, según la lógica inconsciente hipotética. La interpretación se sitúa bastante cerca del discurso del paciente, como si contenido manifiesto y contenido latente se mantuvieran en relaciones de compatibilidad. Yo definí esas relaciones según la «generatividad» de la producción discursiva del analizante y atrib uí fa regulación de esa producción a la distan cia út il y la diferencia Enía.otras palabras, la memoria del paciente est á baeficaz. jo garant Presentimos que no suceden así las cosas con las estructuras en las cuales la amnesia está extendida. En ellas, la falta de inteligibilidad va a la par con la masividad de los recuerdos y su escaso valor ordenador de la narratividad. La asociación libre es tan floja que su discurso se v uelve i ninte ligible. Las relaciones internas al desarrollo discursivo no son «legibles» para la escucha. Hasta el momento mencionamos la carencia de organización temporal. Pero sería erróneo quedeellos defecto únicamente en la extr em a creer flojedad lazos, radica como siaquí los blancos de la organización narrativa hubiesen ocupado un lugar excesivo e invadido la cadena del discurso hasta «comerse» el tejido, a la manera de las polillas que devoran los puntos de una prenda de lana. Es a no es más que la apariencia. Cr eo, en efecto —y mu chas ses ione s me lo indican— , que el discurso d el analiz ante «amnésico» está constituido, en realidad, de elementos sobrecondensados, efectivamente unidos unos a otros por los lazos alsignificante parecer incomprensibles. Pero esta sobrecon densación permite comprender que la falta de organización temporal obedece a una carencia de los mecanismos de descondensación, como si las palabras tuvieran que apretar su textura, congrega r significaciones m ante ni-
das e n e strecha unidad y reunirse de acue rdo con lazos que ya no tien en nada que ver con la lógica preconsci ente. En la neur osis, lógica consciente y preconsci ente coexisten pacíficame nte. E n otras situaciones, la cualidad explosiva del discurso implica, además de una vigilancia excesiva de est e —el superyó vigila—, medidas de c ontención significante, comosesi enlazara fuera necesario impedir que las palabras respiraran, n con fanta sía o airearan el discurso dejándolo desplegarse a sus anchas. Fa ltas de apoyo memo rístico, faltas de enraizamiento antiguo en la lengua de los recuerdos y como si cualquier aflojamiento de los lazos del lenguaje amena zara con provocar una hemorragia de las representaciones de cosas que las palabras contienen con gran esfuerzo, las formas del d iscurso se acurrucan en el carácter compacto de la angustia bajo la amenaza de su desencadenam iento. Pa ra circunscribir su misteriosa in teligibilidad, es preciso entonces que el an alist a abandone su relación con la lógica consciente preconscien te —apoyada en una memoria que crea sentido— y oiga la resonancia traumática de las palabras a fin de vincular sus significantes a una lógica má s inconsciente, en la vecind ad de un ello en el que supuestamente faltan, o sea, más cerca del funcionamiento pulsional. Es el testimonio de una elabor ación imposible. Así se podrá ayudar al sujeto a dar a luz su lógica, la que se oculta detrás de la amnesia y se ha convertido en el último recurso para una angustia sin nombre, esto es, sin lenguaje, que ya no conoce, como hecho da discurso, más que el del acto loco o de la herida del cuerpo enfermo, o los dos a la vez. Por tanto, el analista escucha ese discurso desarticulándolo, para luego rearticularlo de otra manera —pero no al modo de una decodificación significante, siempre un poco irrisoria en est as circunstancias—, a f in de liberar al fantasma prisionero del cascarón de las palabras. Al hacerlo, descubre otra man era de escribir la historia. F alta de recuerdos que recuerden sus proezas y tengan l a virtud de conf inarla dentro de las fronteras del pasado, esta forma de llevar con uno mismo la propia historia —sin recuerdos, por lo tanto sin lím ites claros entre el pasado y el presente, pero con una potencialidad de obrar o de alucinación— constituye una maner a de hacer comprender que la repetic ión actua lizante es el medio de asegurarse de que uno siempre está íntegra-
m ent e allí, siempre presente, y que el p asado no est á muerto ni ha desaparecido; como si asignar lím ites a ese pasado, conservarlo en reserva e n los recuerdos , fuera tan peligroso como la obligación en que s e ve una madre de dejar a su bebé enfermo en el hospital y aceptar perderlo de vista para poner su destino en manos de desconocidos, es decir, de hecho, resignarse a darlo por muerto. El enfermo amnésico nos enseña, en consecuencia, que su amnesia es otra forma de vivir el presente. Pero si el análisis sigue invistiéndose, es sin duda porque hay una secreta esperanza de vivir de otra manera. Y toca al analista mostrarse apto para descubrir lo que es tá oculto en una historia cons tituida pero q ue tamb ién puede co nstituirse de acuerdo con un tipo diferente de historicidad, siempre en trance de volverse angustiante por su permanente reactualización. Es cierto, todo está siempre allí. Pero esa reactualización vuelv e a dar vida a las amenazas de antaño, superadas. De ahí pensamiento acrobático delnunca analista para percibir la el actualidad de ese pasado en el presente más inmediato. A ese precio se establec e la colisión de las derivas inconscientes, de tal manera que el choque preconscienteinconsciente resulte mediatizado. Para el analista resulta entonces sumamente sorprendente escuchar al a nalizan te recuperar rec uerdos muy a ntiguos que ya no tenía esperanzas de ver v olver a la superficie. En el análisis de los casos fronterizos, en los que el «hojaldr ado»la(P.atribución Marty) no de permite, nte el retorno de lo reprimido, sentidodura coherente al material, el sentido se construye cuando llegan a superponerse, en la mism a sesión, los significante s reverberados de una proble mática tempo ralmente ramific ada. El probl ema ya no es en tonces poner de relieve una significación por medio de una interpretación, sino llegar, a raíz de un proceso interpretativo, a u na «estrella de sentido» que ponga en evidencia las resonancias de varias situaciones clave (separación de la madre, separación de las h eces del cuerpo —sentimien to de intrusión, arrancamiento renegación odio y ruptura deldecontacto, culpa y forzado, vergüenza, pasividaddel intolerable, actividad reactiva omnipotente, impotencia proyectada en el otro—, posición victimaría e inconsciente de una actitud de represalia, condensación de fantasmas individual-
mente ligados a épocas muy diferentes del desarrollo y la historia, etcétera). Allí radica sin duda la razón de ser de la transferencia. Lo que importa no es tanto la repetición como esta avidez temporal siempre a la búsqueda de una reactualización posible y un despliegue significativo ilimitado, porque sabemos que el a nálisis no tiene la exclusiv idad d e la transferencia, sino que se esfuerza únicamente por establecer las mejores condiciones para su analizabilidad. La rememoración y el insight son tiempo puro y están fuera del tiempo; repetición pasada y absoluto presente, sólo son apreciables con respecto a la transferencia como potencialidad temporalizante, a la búsqueda permanente de reactualización. Pero la transferencia misma debe apreciarse en su valor de terreno de juego, como decían Freud y Winnicott. A saber, que de vez en cuando uno m ismo tiene que ponerse en la línea de banda. Nos encontrábamos en e l terreno de la acción, cautivos del par tido, atra pados en el conflicto de los equipos adversarios, pasando del jueg o con la m ano a l jueg o con el pie y alternand o los Unes, los serums y los tries convertidos o no. Y despu és res ulta que somos reemplazados por otro, miramos el partido desde el banco de suple ntes y vemos de otra manera lo que no podí amos ver de él, como aquellos que, al no encontrarse en el campo de juego sino entre los suplentes, no podían vivir el partido jugado en el terreno debido a la distancia. Versión lúdica de la relación de incertidumbre de Heisenberg. No hay insight aislado. Hay una visión en perpetua adaptación, vista desde adentro, desde afuera, binocular o monocular, así como hay circulación entre el adentro, el afuera, el pasado, e l presente , el yo y e l objeto. E n la comunicación analítica nada puede subsumirse en la autoridad del Uno. Si hay unidad, es variable, móvil, oscilante, precaria. Una resultante teórica mucho más que un dato inmediato. Pero, si la asociatividad es cosa de la temporalidad, ¿a partir de qué referentes son decodificables las asociaciones? Lo cual equivale decir: ¿sobre qué fundamentos funciona el insight ? En el atranscurso de los bellos años del estructu ralismo, el debate de ideas oponía estructura e historia.21 21 Véase supra,capítulo 1.
Los partidarios de la estructura no tardaron en seña lar que la historia era apenas descifrable sin referencia a una estructura. El debate es demasiado amplio para hacer aquí otra cosa que me ncionarlo. Si la m emoria remite a la his toria y esta al tiempo, ¿cómo se da este último a nuest ra in teligencia? Sólo puedo encontrar respuesta a esta cuestión recurriendo, como Freud, a los fantasmas srcinarios. Estos no siempre convencen a los psicoanalista s, debido a sus presupu esto s filogenéticos. En lo que a mí respecta, pro pondré una e strate gia provisori a consistente e n aceptar su valor o rganizador y suspender el juicio en cuanto a su srcen. De t odas maneras, a esta matriz estructurante del inconsciente agregaré una grilla de srcen consciente que se encuentra con la primerá, para darse forma recíprocamente. Esta grilla consciente estaría constituida por los acontecimientos notables de cualquier vida humana desde una perspectiva cíclica; es decir que la serie se puede poner en march a desde cualquie r punto del ciclo. Adoptemos la má s sim ple, a unque nunca se nos da en e se orden, porque debe ser pensada y el pensamiento requiere cierto grado de desarrollo. No s e tra ta aquí de nomb rar épocas o mojones en el tra yecto de una existencia , sino de marcar en el continuum de una vida tiempos fuertes significativos que son el equivalente de las matrices simbólicas: marcadores del acontecer. Tales son el nacimiento, el Edipo y la escena primitiva, la separación familiar efectuada por la sociedad, la adolescencia, la entrada en la vida por la elecció n de una profesión o un compañero, la procreación y la paternidad, la madurez que desemboca en el inicio de la declinación, la abuelidad y, por último, la muerte. La toma de conciencia está siempre en relación con los elementos de esta grilla consciente, estructurados por la grilla de los fantasmas srcinarios. Ella permite situarse en la historia personal, familiar y social descubriéndose en esta como sujeto. Concluiré con un ejemplo al que ya tuve ocasión de referirme. Es conocida la admiración que Freud profesaba por Don Quijote, cuya lectura recomendaba a Martha durante su prolongado el pasajes hidalgo?más La muerte de Donnoviazgo. Quijote es¿Qué parareconocía mí uno deenlos bellos de la literatura universal. En su lecho de muerte, tras haber convocado al cura y algunos amigos, el héroe dice: «Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don
Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino».22 Lo más gracioso es que, al escucharlo, los amigos del hidalgo creen en principio estar frente a una nueva locura de Don Quijote, antes de aceptar ese cambio. Así, la locura nos persigue hasta nuestro lecho de muerte, y en esa hora postrera consentimos en reconoc erla. Nos vemos obligados a hacerlo porque, como dice Don Quijote, «en tales trances como este no se ha de burlar el hombre del alma». Y entonces abrimos los ojos lo suficiente para decir: «Yo fui loco, y ya soy cuerdo».23
Don Quichotte, París: Gallimard, «La Pléiade», pág. 1050. [El ingeni oso hi dalgo oDn Quijote de la Ma ncha, Buenos Aires: Eudeba, 22 Cerva ntes,
1969, vol. 2, pág. 911.] 23 Ibid., pág. 1052 [pág. 912|.
El psicoa nálisis nació en y de la medicina d e fines del s iglo XIX. En la tradición médica que lo precede, la historia está entonces prácticamente ausente. La enfermedad es una afección o un desarreglo q ue sobreviene en un momento dado sin estar relacionados con la condición anterior del enfermo, lo cual no hay que confundir con la idea de terreno. El único tiempo que se tom a en consideración es el del curso de la enfermedad. Ahora bien, paralelamente a es ta práctica se desarrollan ya concepci ones globales en las que la temporalidad se encuentra e n primer plano. En psiquiatría, de la cual proviene Freud, la teoría de la degeneración de Mo rel concibe la enfermedad como la consumación de un phy-
lum que sen e remonta a varias generaciones. Más cercaJack de él y situadas su modernidad, las ideas de Hughlings son, con las que Freud se aline a audazmente en su interpretación de las afasia s (1891), pre sentan u na concepción fisio patológica de las desorganizaciones del sistema nervioso fundada en el tiempo. Por últ imo, más allá de ese contexto, Darw in, en biología, y Herbert Spencer, en filosofía, proporcionan el marco general de pensamiento. Si bien es indudable que no fue esa la única fuente de inspiración de la teoría freudia na, no e stab a en contradicción con otras.24 La ve ta historiza nte que recorre todas las concepciones de Freud tiene la srcinalidad de ser, de hecho, un precipitado de la hist ori a biológica del hombre, último brote de las e spe cies , y de su histo ria cultur al movida por el proceso civilizador. Los efectos intrincados de una y otra dan srcen a una causalidad psíquica atravesada por la temporalidad, la cual, a su tum o, incitará a precisar el papel de estructuras —pr oductos fijos y dados como tales— salidas de una filogénesis 24
Así, l a referencia habitua l a la influenc ia directa de Brentano no sue le
mencionar este, contrariamente a muchos otros espíritus eminentes de la época,que respetaba a D arwin a pe sar de sus convicciones religiosas. Cf. Peter Gay, Freud: A Lif e of Our Time Nueva , York: Norton, 1988, pág. 29 vi de nuestroemp tio, lFreud: una da Barcelona: Paidós, 1990). La influencia de Feuerbach podría explicar cierto heg elianism o laten te de Freud que se expandirá en la pluma dé'Lacan.
recapitulada por la ontogénesis. A su vez, esas estructuras se somete rán a la prueba de la experi encia, que or a será gobernada por su intervención, ora las «revelará», en cierto modo, al hacerlas pasar de la latencia a la manifestación. Este escorzo introductorio muestra hasta qué punto la concepción de la temporalidad es en Freud un nudo en el que se enlazan los hilos de varios discursos. En efecto, más allá de las relaciones entrepara lo normal y lo patológico (digamos el sueño y la histeria, ser breves), la causalidad psíquica según Freud —¿y cómo podría liberarse de todos los lazos con la temporalidad la idea misma de causalidad?—, desde la teoría de la reminiscencia hasta la de los esquemas filogenéticos, es una creación srcinal. Esta resulta de los efectos combinados de la organización de un aparato psíquico independien te —pero inconcebible sin él— del sistema nervioso del hombre como culminación de la evolución animal y de la transmisión de una historia, sedimento me morable de un acontecer ; unopor y ottiempos ro es tá n afectados, en el continuum de su cultural desarrollo, fuertes —¿simbolizadores o simbolizados?— que son otras tan tas marcas de inteligibilidad cuyo s entido, sin embargo, no se revela con facilidad debido a la heterogeneidad de los «mundos» así puestos en relación mutua. Sólo consideramos aquí el problema de la memoria.
Memoria y psiquismo Ha y un punto sobre el cual Freud no cambió: la cura ps icoanalítica debe tener por meta el levantamiento de la amnesia infant il. Si la meta s e mantuvo constant e, el conteni do de la proposición no fue inmutable. En su correspondencia con Fliess, Freud comprueba que la rememoración tropieza siempre con un límite: las escenas primitivas25 no pueden rememorarse. U na larga práctica le mostraría, a fin de cuenta s, que no sirve de nada encarnizarse con tra las resistencias: el paciente no recuperará íntegramente la memoria de los primeros años. No hablamos —cosa que Freud ja m ás esperó y n adie creyó nunca posible— de la rememo25 La expresión aún no tomó aquí su significación definitiva.
ración de la totalidad de los recuerd os infantiles sino, al m enos, de los fragmentos cuya recombinación permitiría formar una «imagen completa en todos sus aspectos esenciales»26 de los años olvidados de la infancia. Desde luego, como esto se demue stra imposible d e realizar, es lícito pre guntarse si la construcción de Freud —o sea, una vez más, la imagen que él mismo se forma del ordenamiento de los aspectos esenciales— dudosa. Dosotra argumentos den a esa duda. Porno unes lado, ninguna «imagen»responpropone una concepción más convincente de lo esencial en el pasado del niño, cuyos efectos sea n todavía percept ibles en el presente del adulto; por el otro, el hecho de que la rememoración no se produzca no implica que la memoria esté ausen te de las manifestaciones que sólo parecen deber su ex istencia ahpresente del tiempo en el cua l se evocan. Estamos , en consecuencia, frente a tres cuestione s distintas: 1) la reconsideración de la función mnémica, que las reflexiones de Freud contribuyeron a promover; la pertinencia de su referencia a en la mucho memoria manifiesta 2) como fundamento de la causalidad psíquica; 3) por último, el interrogante sobre la referencia a lo sexual como clavija maestra del lazo psiquememoria, piedra angular del desarrollo tan to en su s formas más corrientes como en sus creaciones más innovadoras. Sobre el primer punto, parecen existir pruebas de lo que en un primer momento se llamó «sistema memoria» (para oponerlo al «sistema percepción») está siempre claramente en acción en la actividad psíqu ica, pese a la persisten cia de la amnesia, con la condición de ampliar su espectro. Esa es la enseñanza a extraer de «Recordar, repetir y reelaborar» (1914). Al soste ner la idea de que el pac iente repite en vez de acordarse, Freud se ve , en realidad, en la necesidad de afirmar que, al repetir ciertos actos, se acuerda s in saberlo. Ese cortocircuito de lo psíquico que pone directamente en relación la es fera de l a pulsió n con la del acto —lo cual no quiere decir, sin embargo, que el obrar sea la expresión directa de la pulsión— llevará a Freud a pasar del dominio de lo accidental (aun cuando haya que incluirlo en el capítulo de lo defensivo) a lo estructural. El pasaje al acto como pasaje al 26 S. Freud , «Const ructions en analyse» , en Résultats, idées, problémes II, op. cit. [«Construcciones «B el análisis», en AE, op. cit.1
lím ite s e convertirá en la ilustración de una propi edad fundamental de la pulsión: la compulsión de repetición que signa siempre un fracaso de la elaboración psíquica. En efecto, s i uno de los argumentos propuestos para inferir su existencia se basa en los sueños repetitivos de la neurosis traumática, es sin duda porque estos están «más allá del principio de placer» y, por lo tanto, no pueden aspirar a man tener se aenpensar el marco la rea lización d e deseo. Freud se ve inducido quedetales sueños representan formas de descalifica ción psíqu ica. Son e ntonces nu estra aproximación más íntima a un funcionamiento pulsional en bruto. Así aparece el verdadero sentido de la funció n mnémic a propiamente dicha. Frente al funcionamiento repetitivo de la pulsión como memoria ciega asociada al equivalente hum ano del instinto animal, la psique no se limita a reproducir descargando, sino que «retiene». Con esta forma, la retención va a la par con la contención [retenue]: el psiquismo se convierte la red quealsealivio interpone entre e l de cuerlapo«conteny lo real contra la en inclinación (la inversión ción») gracias a la descarga. La grilla r eticulada qu e lo constituye distribuye las energías, las reparte, las concentra en ciertos nudos, abre pasajes, posibilita derivas, procede al cambio de orientación, etc., porque la reticulación e s indiso ciable de la atribución de sentido y , como respuesta, est a ú ltima se halla acompañada por la búsqueda de un control que permita al s ujeto la visión de conjunto, la perspectiva. Esa era en efecto la idea de F reud: el levanta miento de la amnesia infantil no se limitaba a la supresión de una tensión —la catars is h abía dado pruebas de la índole muy parcial y temporaria del alivio que proporcionaba— sino que, gracias al descubrimiento de la causalidad que había presidido la amnesia, permitiría dominar los recuerdos perturbadores. Tener acceso al nivel psíquico, por lo tanto, es al mismo tiempo recon ocer la paradoja inherente a e sta condición. Por una parte, los fenómenos psíquicos legitiman la esperanza de un control posibilitado por la puesta en evidencia del niv el pulsional. Así, como los fenómenos conside rados se liberan del automatismo que caracteriza la compulsión de repetición, se abre ante ellos una salida: dejar de est ar condenados al destin o que sólo los libera por la descarga. El psiquismo sólo resulta «controlable» porque ya no se descarga de manera automática. Por otra parte, la red com-
pleja que supu esta men te pone fin a sus vagabundeos puede ofrecer, por los sutiles equilibrios que regulan su funcionamiento, otras tanta s posibilidades de «evasi ones» que a ve ces contrarrestan la finalidad del dispositivo. De tal modo, la am nesia es a la vez u na obligación —a fin de log rar que el aparato psí quico se a apto para reco ger impresiones siempre nuevas que le permitan no verse obstaculizado por la presencia de las huellas de nar, las experiencias anteriores—, una necesidad, para sel eccio entre las h uella s de las inscripciones pasadas, aquellas que, en parte o en su totalidad , van a interv enir en el dibujo esquemático que permite dar sentido a lo que se registra, una salvaguardia , para evitar el displacer ligado a ciertas evocaciones desagradables (que no pueden ser aceptadas por el sujeto o por el otro cuyo amor este quiere conservar, según la idea que se hace de sus exigencias), y, para terminar, un accidente, cuando el deseo de tener a su disposición algunas de esas huellas choca con unaPuede imposibilidad o una advertirse que,resistencia. al menos en análisis, la «mnesia» es indisociable del aspecto del siste ma «psi» relativo al se ntido. Ya sea e ste un sentido inscripto y depositado, a la es pera de su cumplimien to ulterior, o revelador de un aprés-coup en lo concerniente a la memoria psicoanalítica, lo que importa es la función organi zadora de la psique, no por la me ra consideración de las relaciones memorizaciónrememoración, sino también por la del par amnesiarememoración. Pues to que se admite como deseable y normal que la rep resión se haya producido, y de manera eficaz, para que prosiga inconscientemente un trabajo subterráneo de elaboración y en los productos ulteriores de la evolución aparezcan retoños de la memoria, a veces inconscientes de su srcen memorístico, a fin de que el aparato psíquico sea capaz, mediante la s transformaciones necesarias, de b rindarse las sa tisfac cione s posibles. Ejemplo: la elección de objeto de la s exualidad adulta. Nos encontramos, naturalmente, bastante lejos de las concepciones tradicionales de la memoria, que implicaban las nociones de inscripción de las informaciones, su conservación (acompañada o no de cambios de estado), movilización de las huellas y evocación de recuerdos. La gran novedad, contemporánea del descubrimiento del psicoanálisis pero también de la experiencia subjetiva de los escrito-
res, los filósofos y los psiquiatras, fue la idea de memoria involuntaria, reminiscencia, ecmnesia. Esto enriquecía las ideas tradicionales, menos por la impugnación de una visión demasiado in telec tual ista de la memoria q ue por la dependencia de esta de fuerzas internas de las cuales no gobernaba tan to su curso como sufría sus efectos. La exhu mación de recuerdos olvidados parecía incrementar el potencial de determin aciones deláunoleada compor nto oinvocadas una acción programada. Aumentaba detamie razones para demostrar lo bien fundado de una empresa, una opinión, una argumentación. El auxilio de la memoria era un refuerzo de las resoluciones de la conciencia. Con la memoria involuntaria, la tendencia se invierte: la conciencia ya no es más que el corcho que flota en la superficie de las aguas agitadas por los movimientos srcinados en los abismos inconscientes. Pero antes de Freud se estaba lejos de descubrir la sistemática de las corrientes que generaban esos movimientos. D e allí la idea, con traria a las relaciones de la memoria y el tiempo, de que todos somos amnésicos con respecto a nue stra infancia y que el inconsciente ignora el tiempo. El tiempo está perdido y a la vez es inmóvil, ha volado y jam ás transcurrió. D e allí la idea, tam bién, de que a fin de cuentas nada es menos apropiado que la memoria para hacemos comprender qué es el tiempo. Pgro que, en cambio, es necesario pasar efectivamente por el tiempo para aprehender la causalidad psíquica. En realidad, la génesis de esta depende en gran parte de los efectos mutuos de dos sujetos, recíprocamente necesarios para que dicha causalidad pueda producirse y separados por un gran intervalo, el de un a generación. La causalidad aquí invocada sería indi sociable de la interiorizaci ón de esa relación , desde la per spectiva de aquel intervalo, uno de cuyos destinos s erá la re ducción y a ve ces la reproducción.
La realidad histórica y los objetos mnémicos La epistemología y la ciencia modernas recusaron el esquema tradicional: inscripción, almacenamiento, reevocación. Se negaron a admitir durante más tiempo que lo que no se considera en calidad de presente pueda ser tenido po r
conocido o siquiera por cognoscible en calidad de pasado. Posición tan fuerte como discutible, pues es probable que el tiempo siguiente de una tesis semejante consista probablemente en saber si lo que se invoca en carácter de presente puede sostener la pretensión de ser conocido. También se mostró de manera muy c onvincente que l o que se hacía p asar por memoria dependía de la organización perce ptiva del momento y el contexto.2 Se trata, en su stancia, de prudentes rectificaciones de las 7simplifi caciones esquematizadoras que constituyen el fondo de nuestras reflexiones, a menudo sin que lo sepamos. Sin embargo, esto no podría suprimir la categoría de la memoria. Así como no podría concebirse la idea de un aparato psíquico atorado por todas la s hu ellas mnémicas e incapaz de deshacerse de ellas (Borges describió esa triste condición en «Funes el memorioso»: lucidez de la ficción). A la inversa , no se puede imaginar un psiquismo que viva en un presente perpetuo. Y enmemoria este punto hay poner en duda la confiabilidad de una que se que autoproclame como prueba de lo que propone, pretensión que plantea todos los interrogantes referidos a la ilusión, la confusión entre fantasma y recuerdo, la estructura de pantalla del recuerdo, etc. Parece entonces que, al margen de sus miras adaptati va s evi dente s —lo que Freud llama las «exigencias de la vida»— , la referencia a la memoria se funda en la invocación de una realidad no limitada por el presente, que se estab lece en una continuidad significativa, vale decir, histórica. No importa saber aquí si la historia (con h mayúscula o minúscula) tien e un sentido o no lo tiene, sino recono cer la ne cesidad de que lo tenga para la conciencia, como respu est a a los desafíos lanzados desde el inconsciente, tanto e n cuanto a la continuidad como a la coherencia de ese sentido. No ha bría que sostener con demasiada ligereza el carácter ilusorio de esta realidad histórica, porque la culminación de un psicoan álisis no cons iste en concluir en la incoherencia o la inexistencia de la historia, sino más bien en el descubrimiento de una coherencia histórica distinta de aquella en que se creía antes del análisis, pero que exige su mantenimiento para garantizar la comparación. El beneficio de la 27 I. R ose nfi eld , L’invention de la mémoire. Le cerveau, nouvelles données,traducción de AnneSophie Cismaresco, París: Eshel, 1989.
operación no radica únicam ente en el reemplazo de una h istoria que sólo era coherente de manera aproximada o fa laz por otra cuya cohe rencia s ea apen as un poco mejor. H ay que agregarle el reconocimiento de aquello que, en un aparato psíquico semejante, exige ese ordenamiento histórico. En consecuencia, s e tra ta ante todo de postular un real — aun que sea para impugnarlo—, apoderarse de la dimensión histórica su contradicción conrepeticiones las otras dimensiones del psiquismoy (urgencia del deseo, incoercibles, prese ncia del pasa do en e l pres ente, etc.) y, por últim o, abordar una concepción de la causalidad psíquica, que siempre debe abrirse un camino entre las seducciones de las racionalizaciones y los dogmas de la reificación doctrinaria. Desde u n punto de vis ta psicoanalí tico, esas operaciones esta rán e n la raíz de la experiencia que funda la cura co mo actualización para otr o a través de la diversidad y la heterogeneidad de la s formaciones mnémicas y con respecto a las formaciones, no mnémicas, de la retrospección comodedoble de la introspección actualizadora, y la dependencia los factores apremia ntes no ligados a la historia. La srcinalidad de la posición psicoanalítica exige una categorización de los objetos mnémicos, porque estos no pueden definirse únicam ente por su califica ción con respecto a la memoria explícita. Hay motivos, entonces, para distinguir: los recuerdos designado s como tales : conscientes, recuperados por el psicoanálisis, incluidos los recuerdos encubridores, más o menos mezclados co n los fantasm as, etcétera; los derivad os m nésicos , como los elementos contextúales en la periferia del contenido de los recuerdos (como los mencionados por Freud en «Construcciones en el análisis»), los sueños, los delirios, las alucinaciones, etcétera; la memoria amnésica, la compulsión de repetición, los estado s de despersonalización o somatización, et c. Esto s fenómenos difieren de los precedentes por la intensida d de la actualización, en tanto que la referencia los sitúa menos del lado del recuerdo que como equivalentes de este, a menudo connotados por una cualidad alucinatoria alejada de la figu rabilidad de l a representació n. Aquí, la prioridad corresponde a la expresió n máxim a de un sentid o mínimo, y el recurso
a lo figurable se sacrifica a una función que se acerca más a la señal que al significante. Gracias a esta atribución de sentido en los límites del sinsentido, se mantiene un mínimo de circulación intrapsíquica que rompió sus lazos —a diferencia de la función significante— con el aspecto intersubjetivo de la comunicación y la comunicación intrapsíquica consigo misma. Estos fenómenos son más «para sí» que «para el otro». Los correlatos de la angustia intentan salvar aquí una autonomía amenazada, cuyos lazos con las referencias a la castración están rotos, dado que se trata sobre todo de conflictos relacionados con la separación (temida o deseada), la intr usió n (rechazada o anhelada) , el influjo (por captación o solicitación), el negativismo (paralizante o destinado a impedir el goce del otro) fundado en una obsesión por la desapropiación (desposesión posesiva); en síntesis, esta nome moria, no ignora como se encarnizaque en negarlo, se tanto levansu ta srcen sobre mnémico una posic ión subjet iva demasiado desnarcisizada para admitir que ese psiquismo pueda dirigirse a otro históricamente anterior. En es ta últi ma categoría de o bjetos mnémicos, la a mne sia, lejos de definirse con referencia a la infancia, concierne al pre sente de la r elación transferenci al. Es decir que se da en ese ncia como una agnosia de la actualización de la trans ferencia. En el caso de esos analizantes, cuanto más se acent úa la cualidad de rep etición, menos se trata de utilizar el auxilio de las interpretaciones del analista para reconocer, más allá de su cualidad repetitiva, la na turaleza tr ansferencial de los fenómenos psíquicos (vale decir que estos son historia e merge nte de su actualización reeditada — con las inevitables deformaciones que los cambian— por el encuadre), y más se trata de vivirlos como un puro presente autosuficiente. Esta concepción de los objetos mnémicos deriva de las últimas observaciones de Freud, las que presenta en «Construcciones en el análisis». Si bien se reconoce en general que este escrito puede considerarse como un codicilo, en el capítulo de la terapéutica psicoanalítica, del testamento de Freud —«Análisis terminable e interminable»—, no carece de consecuencias el hecho de que su tema se refiera aún y siempre a la am nesia infantil. Y si el crea dor del psicoanáli-
sis acepta, sin renuncia alguna al rigor de la experiencia psicoanalítica, proponer la idea de que construcción equivale a rememoración , ha y que tomarlo menos como un indicio de que pone a mal tiempo buena cara que, por el contrario, como un avance significativo del problema de las relaciones de un sujeto con su pasado. Lejos de resumirse en una resignación ante la imposibilidad de levantar la amnesia infaada ntilsin —ob servac presente desde las a Flies reforz duda porión el mán tenimiento de cartas su validez l ues,go de cuare nta años de práctica psicoana lítica—, se tra ta de una última modificación de las relaciones que anudan los depósitos mném icos —reprimidos o disponi bles, tot alme nte inconscie ntes o convertidos en preconscientes— encargado s de la ta rea, no sólo de la rememoración, sino sobre todo de la toma de conciencia por medio del Durcharbeiten, en la actualización de la transferencia. Cuando el psicoanálisis se encontraba aún en sus primeros balbuceos, Freud había comp y psiqueseson indisociabl es entre sí y, lorend queido esque más,memoria que la primera basa en un sistema múltiple de hue llas que se reinscriben periódicamente, y se «retraducen» gracias a nuevas circunstancias.28 El valor heurístico de la metáfora fue aco gido de manera ta n favorable que nadie se preguntó demasiado cómo puede una concepción sem ejante ser compatible c on la de un inconscien te que ignora el paso del tiempo. Esa es, en efecto, una de las pruebas de que las teorías de Freud sólo son esclarecedo ras y se esclarece n por medio de un pe nsamiento dialéctico que intenta enfrentar sus contradicciones aparentes. Por otra parte, porque las niega y pretende que son enteramente descifrables por la mera razón analítica, Freud da lugar a interpretaciones diversas y mutuamente contrastadas, unas que sólo se consagran a sus formulaciones explícitas (analíticas) y otras que exhuman su fondo implícito, supuestamente enterrado o desconocido por el creador de este nuevo pensamiento. En realidad, la única solución a esta disputa teórica consiste en sostener su demostración sin proponer una imagen del pensamiento de Freud presuntaS. Freud, carta del 6 de diciem bre de 1896 a W. Fl ies s, en La naissance 1956. Esta carta es el documento princeps de cualquier estudio sobre la concepción freudiana de la memoria, como J. Laplanche lo comprendió con claridad. (Véase nuestro análisis detallado en Les chaines d’Eros |Las cadenas de Eros, en AE\.) 28
de la psychanalyse, París : PUF,
mente iluminado por otro pensamiento que le sea ajeno y con el cual él ha ya negado cualquier parentesco (aun si ese mismo rechazo compete a la interpretación).29 Si se quiere defender una visión implícita que vaya más allá de su expli citación sin caer bajo el peso de una arbitrariedad hermenéutica a la que siempre será fácil oponer otra interpretación, se debe asumir una actitud diferente: la que inserta, entre lo explíc lo impl ícito, las implicaciones de la s contradicciones deitoloyexplícito. Se hace necesario pues inferir que los nuevos registros ,de los siste ma s anteriores de huella s no se efectúan, co mo lo haría suponer una intuición inmediata, para introducir el cambio sino para eludirlo. Una retranscripción reciente de acontecimientos y a registrados —y que debi do a ello const ituye un molde del pasado (y n o sólo la imagen de una copia perdida)— absorbe lo nuevo, por así decirlo, mejor que si lo anulara. Entonces, ante la fuerza del presente, la simple anulación el riesgo dedel verpasad sucum bir o hundirse constituidacorre por las h uell as o. A l cont rario, si la la red absorción se prefiere al rechazo, su novedad será tanto mejor acogida, y el cambio advertido tanto más tenido en cuenta en su efecto «rejuvenecedor» si es adoptado según las normas del sistem a existente, que se pr eserva así de la amenaza de desaparición que representa lo nuevo. Pues ese sistema es depositario, no sólo del pasado, sino de la organización preformadora del presente. Quiero decir que lo es al orientar la forma del presente de acuerdo con las preformaciones dejadas por el pasado, que integran ese presente en las mallas de una grilla inconsciente constituida por la herencia de este pasado sin ningún carácter propiamente mnémico. Entonces, el sistema existente ve en la novedad un aporte de flamante s investidura s aptas para con solidarlo cuando parecen asimilarlo, antes de eliminar de esa novedad los elementos perturbadores. Eso es en parte lo que Freud q uiere decir cuando pone en primer plano el carácter conservador de las pulsiones. Lo que no se advierte e n es ta 29 Aludo aquí a las teorías que, tomando a Fr eud al p ie d e la letra, conciben la represión exclusivamente como «traducción», a lo cual él jamás adhi rió. La defensa de e se punto de vista omite el contexto d e esta compaLes chalnes d'Eros, ración que relativiza mucho su alcance, (cf. A. Green, París: Odile Jacob, 1998 [nota de 19991). \Imí¡ cadenas de Eros. Actualidad de lo sexual, Buenos Aires: Arirorrortu editores, 1998.1
visión de Freud es, e n consecuencia, el carácter cons ervatorio de las retranscripciones. Cuanto más cambia la cosa, más se parece a sí misma. No obstante, el beneficio de la operación está en otra parte, y consiste en permitir la pue sta en evidencia de la pieza maestr a del nuevo pensamient o: la represión. Más aún, una represión dinámi ca que no actúa de una ve z por todas, sino que debe renovar p eriódicamente susEl efectos . D edea la llí teoriza las retranscri pciones.r esulta notorio. La alcance ción, entonces, memoria ya no es aquí solamente un asunto de conservación u olvido, fidelidad o distorsión; se convierte ante todo en un testig o, d esde el punto de vis ta psíquico, de organización y no únicamente de adaptación. El «sentido» de esa organización e s la p uest a en esc ena del con flicto entre oculta miento y develamiento, con el sostén de una imagen de sí, refuerzo de las fuentes de placer y de las posibilidades de satisfacción. Esto, de la adaptación en el niv el biológico a la adaptación en elLa nivel psíquico, que incluir apareceencomo criterio común a ambos. nomemor ia debe el nivel más elevado lo que en el nive l precedente no pa rece ser más^ju e un fallo, el olvido como desadaptación. En el nivel psíquico, el olvido se integra en función del cambio de exigencias. Lo que se trata de armar de la mejor manera posi ble para cumplir las misiones que debe afrontar ya no es únicamente la vida; lo que está e n cuestión es el sujeto en su relación con sigo mismo y con el otr o, y en e se caso el olvid o resu lta a v eces más útil que perjudicial. Con respecto a este punto, las referencias a las cartas a Fliess e incluso al Proyecto de psi cología no bastan para hacernos admitir que estaríamos aquí frente a una implicación necesaria de lo explíci to. Pero sucede que por entonces, en es a época, lo explícito de la teoría de la memoria de Freud no entraña referencia alguna a esa memoria amn ésica que él postularía más adela nte.30 Y el destino de una teoría semejante de la memoria es s in duda no poder comprender en un primer momento la necesidad del olvido por la represión, como no sea , diría yo, en relació n con el decoro y la civilidad, lo cual sólo lo explica a m edias. La visión trág ica del inconsciente en Freud, el carácter determinista de su edificio conceptual, sólo saldrán a la luz 30 Es dec ir, desp ués de l a elaboración de la última teoría de las pulsiones y la segun da tópica .
cuando la idea misma de inconsciente s ea r eemplazada p or la hipótesis de los efectos n o mediatizados de la pulsión . Es decir, cuando el inconsciente no sea ya el último relevo de una memoria no memorizabl e y ese papel corres ponda a la compulsión de repetición como carácter fundamental del funcionamiento de todas las pulsiones; la pulsión de muerte representa la consumación absoluta de esta repetición am nésica y generadora d e amnes ia. ¿La pulsión misma no era aju ici o de Freud la memoria interior izada por la espec ie de antiguos actos transformad os por la filogénesis? • «Verdaderamente, ust ed es incorregible. Habíamos partido de los fenómenos más corrientes de la vida psíquica: el recuerdo, el olvido, la reminisce ncia, aquellos que, por decirlo así, tejen las relaciones de la vi da, en sus aspectos más familiares, y el psicoanálisis, donde este m uestra su conexión con aque lla y reúne la experiencia viva de la existencia, sus resonancias con el saber y la cultura, sus vicisitudes en la enfermedad, portadoras de losyfermentos permiten te-n, ner espera nzas e n la curación el reto mo que al destino comú y he aquí que usted nos arrastra a las especulaciones más discutib les que desmienten lo que usted supuestam ente representa como recurso y esperanza». ¿Qué responder a esto, como no sea que se debería perder la memoria de cien años de experiencia psicoanalítica para no ver que esas ideas, introducidas en 1920, son su producto? Y, desde luego, aunque todavía no se impongan como certezas, es preciso señalar, no obstante, que su impugnación no produjo como solución de recambio (desde ha ce al menos cincuenta años) nada que, a mi juicio, merezca considerars e. En la actualida d, es la misma teoría psicoanalítica la que parece proceder, con respecto a Freud, a una vasta operación de olvido so pretexto de obsolescencia.
Regrediencia y novedad: relato de un acontecimiento Uno de los efectos más inevitables e ingenuos del deseo de hacer progresar la teoría psicoanalítica de la memoria consistió en recolectar las observacion es de un «seguimiento» sistemático en el niño.'Puestos en condiciones de ser tes-
tigos del desarrol lo de los acontecimientos de la vida infantil y de las transformaciones psíquicas observables, íbamos a saber mejor de qué se hablaba. El artículo de Kris, «Souve nirs retrouvés par la psych analyse», fue un clásico en deter minada época . D esde entonces lo reemplaz aron los estudios minuciosos de los investigadores norteamericanos que consideraban que su formación «psicoanalítica» o su pertenencia adelas instituciones podían servir aval suficiente oficiales para quedel suspsicoanálisis ideas se integraran al corpus doctrinario de la disciplina e incluso s e prese ntaran como pruebas indiscutibles de la necesidad de reformar la teoría. Hemos criticado lo suficiente esas ilusiones, desde Spitz hasta Mahler y desde Mahler hasta Stern,31 aun cuando alegaran contar con el sello del reconocimiento de muchos de nuestros colegas —sobre todo en América del Norte—, para volver a unos argumentos con respecto a los cuales hay que admitir que no siempre bastan para apartar a los psicoa nalista s de la atracci ón que ejercen los estudio s psicológicos que circulan bajo la enseña psicoanalíticp, por la extraordinaria simplificación que proponen para la solución de p roblemas complejos. Voy a dar parte, entonces, de una secuencia de vida de una niña de la que fui testigo ocasional, para dar una leve idea de lo que quieren ignorar los métodos fundados en la observación. Una joven madre, hija de psicoanalista y en psicoterapia, queda encinta, en un segundo emb arazo deseado. E ste se m ant iene en secreto durante un t iempo, a caus a de un intento precedente frustrado poco después de su comienzo, algunos meses antes. A los dos meses y medio de gestación, y al sentirse menos disponible para su hija de veinte meses debido a su estado, la joven se preocupa —en una medida completamente razonable— por la situación. Visto que —est o corresponde a mis reflexione s, sin que nadie a ludier a a ello— la reticencia a seguir llevando en brazos a la niña —en razón de la an terior interrupción— hace eco a un a circunstancia vivida seis meses antes del embarazo precedente, e s decir, cuando la criatura tení a alrededor de un año. La 31 Para lim itars e a lo más reciente, cf. Da niel Stern , Le monde interpersonnel du nourrísson. Uneperspecti vepsychanal ytique et dévelop pementale, París: PUF, 1989. [El mundointerpersonal delfante, inBuenos Aires: Paidós, 1992]
madre, que por entonces había sufrido una operación en el pie, cam inaba con mule tas, por lo que no podía ni debía cargar a su hija. Se preocupaba a la sazón por la repercusión, no de su incapacidad temporaria, sino de ese cambio en la relación con la niña, debido al carácter incomprensible que para est a t enía el hecho de que dej ara de llevarla en brazos durante varias sem anas . Como ahora debe empezar a infor mar a sus íntimos razones madre prefie re quedel suembarazo hija sea lapor primera en materiales, saberlo, antelas de que, por negligencia, la ponga al tanto de ello el personal de la guardería a la que la niña as iste con mucho gusto. Dice enton ces a la niña: «Sabes, vamo s a ten er un bebé». La niñ a emp ieza a gritar «¡bebé, bebé!», mie ntras busca a su alrededor como si quis iera e ncontrar a un compañero de jueg os designado efectiv amente con ese nombre en su propia familia y que vivió con sus padres en la casa durante alg ún tiempo. La madre le aclara: «El bebé est á acá», seña lando s u vient re que, desde luego, a los dos me ses y medio no exhibe ningún cambio perceptible. La niña va entonces a buscar una de sus muñeca s y la pone sobr e el vientre de la madre. Lu ego, más o menos una hora después según la madre, encuentran a la niña escondida en un armario y chupándose el pulg ar, cosa que ya nunc a hace. La madre la interpela suavemente: «¿Qué haces ahí?», y la saca del armario. La niña reclama entonces su chupete, que ya no usa en absoluto , y sus tituy e con él el pulgar. Lo conservará todo el día. Ni siquiera se lo sacará durante la comida, salvo p ara llevarse el alim ento a la boca, y lo usa rá entre un bocado y otro, incluso al ma sticar. Al día sig uien te sig ue con el chupete en la boca y va nu evamente a jugar al armario, pero esta vez pide a su madre que la acompañe para encerrarse con ella. Interrumpo aquí el relato de este suceso porque basta por sí solo pa ra plantear una se rie de cuestiones. Aseguro al lector que su s consecuencias durante el resto del emba razo y luego del parto n o son menos ricas de sentido y atest iguan una prosecución de la actividad simbolizadora y memorísti ca. Recogí es te relato, en parte, por la descripción que me h izo de él la abuela de la niña —también psicoanalista—, completada por la de su propia hija. Como ya lo aclaré, suscitó en mí asociaciones (sobre la operación en el pie) que no se habían mencionado. La abuela, por lo demás, me haría notar que la hija tenía en ese momento su misma edad
cuando quedó emb arazada de ella, y que su niet a de veinte mes es tenía la edad d e su hija cu ando ella esperaba su tercer hijo. Estas «reverberaciones» mnémicas, amnésicas, no podrían considerarse al margen de los acontecimientos pero no pueden más que deducirse, y nunca inferirse directamen te del suceso, aunque ejerzan un gran pe so sobre su significación. Sonejemplo muchoscom losointerrogantes que genera la exposición de un este. Un a reflexión encarada con un poco de rigor obliga a admitir que es imposible distinguir: lo que habría que at ribuir a una memoria inconsciente que se ma nifiesta aquí por las conexiones que dej a suponer entre el discurso de la madre, sus inducciones fantasmáti cas y el «recuerdo» de la relación de la niñ a con el pecho y el vientre de la madre, cosa que ningún límite asignable podría objetivar; lo que p uede inter pretarse de manera exclusi vamente fantasmática, con el único marco del presente de la coyuntura sin ning una relación con el pasado; * lo que sería comprensib le como mezcla inextricable de los dos casos precedentes, para poner en la cuenta de una simbolización que puede ejercerse de dos maneras: como efecto de ligazón sobre los acontecimientos psíquicos considerados de manera sincrónica (por su propia condición de acontecimientos) y como efectos de desborde del pasado sobre el presente, dependientes de una temporalidad que se manifiesta por delante y por detrás del presente que la solicita; lo que remite a las inscripciones, tanto del pasado com o del presente, movilizadas por la expectativa fantasmática, en que la virtualidad sólo puede inscribirse si reactiva las estructuras de sentido que la hacen «pensable» y que, para hacerlo, se empalman por fuerza con el sis tem a de inscripciones del otro. Esto último implica la referencia —aquí, no sólo inferible sino a testiguable — de un equilibrio entre in scripciones reavivadas y evocadas, o sólo implícitamente activadas e incluso reducidas al silencio a pesar de la activació n. Todo este a entra enrecuerdofan resonancia con la pu esta en movimiento deslaistem constelación tasma (o fanta smarecuerdo) doblemente inductora de sus armónicos pasados y por venir.
Al margen del recu erdo y el fantasm a, también h ay que tener en cuenta, en la comunicación simbolizadora, a un age nte de de stinos abiertos: la alusión, portad ora de transformaciones laten tes, que se cierne sob re el tiempo. Sólo ella puede sobrevolarlo mientras r eúne los diferentes modos de conjugación que presiden la operación transformadora del prese nte en actualización, a sa ber: el tiempo de la manifes tación que,deenlos e l otro casosde lo consciente, responde al actua presente, en el caso s istem as s e convierte en lo liza ble bajo las formas diversas del recuerdo (proyectado en el pasado) o del deseo fantasmático (anticipado en el futuro). Las categorías de la conciencia pasadopresentefuturo que dan al tiempo su especificidad hacen de él ese hilo continuo en el cual las fases de la sucesión se vuelven indelimitables, lo que conduce a la indiscemibilidad de los tiempos. El carácter intemporal del inconsciente encuentra en ellas un cómplice que echa una mano a la negación del tiempo que pasa y se escurre inexorablemente hacia la muerte. Sin em bargo, en el curso de los acontecimientos, las repercusiones recíprocas de los sistem as de signos no se limitan a la reflexión de estos entre sí, sino que entrañan la inclusión d el sis tema de signos del otro. Las reverberaciones, repeticiones, rememoraciones, actualizaciones, reminiscencias y reviviscencias no dejan por eso de ser escandidas por la diferencia de las generaciones (y, como consecuencia, la de los sexos), aportando, gracias a esta discontinuidad fundamental, el complemento de la continuidad temporal, que sostiene la ilusión de un tiempo inmóvil que el inconsciente tendría el poder de detener para que el deseo no viera jamás suspender la potencialidad de s u realización. Si en la vida e sa visión de la temporalidad se adivina en vez de percibirse, a pesar de breves tomas de conciencia del carácter «pasajero», la extensión de las miras de una insurrección seme jante contra la exti nción de las causas (e n sen tido jurídico) de la infancia se aprehende en la cura y, más precisam ente, por el anál isis de la transfer encia. El an álisis apela. En otras palabras, la amnesia testigo del conflicto es tambi én el ag ente más eficaz contr a su toma de con ciencia, en tanto ella se convierte en amnesia no sólo de lo que habría que olvidar sino del hecho de que habría motivos para el olvido.
Situación de los fa ntas mas srcinarios En otro trabajo sobre la memoria ,32 mostra mos q ue, a lo largo de toda la obra de Freud, la rememoración fue el e spe jo de colores del psicoaná lisis. Y que, ironía, fue el caso princeps que iba a significar el reencuentro del acontecimiento srcinario en todos sus aspectos —la esce na del mismo nombre delconstituir Hombre el detestimonio los Lobos—, que, de desdichadamente, debía máselclaro que la solución del problema de la toma de conciencia no se encon traba allí, porque nadie se mostró má s rebelde que S ergu ei PankejefF, alias el Ruso, como lo llamaba Fr eud, a la inteligen cia de la causalidad psíquica tal como el psicoanálisis la había revolucionado. La cuest ión de la rememoración quedó un poco eclipsada por dos tendencia s del psicoaná lisis contem poráneo. Si, como acabamos de verlo, este, por decirlo de algún modo, fue tomado por eldel estudio de la constitución de los recuerdos al enrevés el examen desarrollo, no por eso dejaba de persis tir un h iato entre l a problemática de la rememoración en l a cura de adultos y el estudio evoluti vo de la memorización. Otra corri ente vio en la ex istencia de la amn esia infa ntil un falso problema. Al radicalizar los puntos de vista de Freud, Melanie Klein y sus epígonos consideraron, por así decirlo, a despecho de la apología del hic et nun c de las interpretaciones de la transferencia, que en la cura todo era rememoraci ón, pero remem oración de fantasm as arcaicos o angustias precoces e incluso, como decía Melanie Klein, de memories in feelings, con lo que aclaraba que la formulación en términos imaginarios de sus temas teóricos no reflejaba sino la necesidad de traducir en lenguaje adulto —p ara matar dos pájaro s de un tiro y ha cerse compre nder por sus ana lizantes y sus colegas— afectos que en otras circunstancias serían incomunicables. Todo el análisis kleiniano puede considerarse, por lo tanto, como un análisis de la rememoración de los procesos psíquicos fundamentales, a los que ha y que dotar de conten idos verbales a fin de darles un sen tido que no susci te e l reproche de la abstracción sino que, en rigor, se esfuerce por traducir mediante la palabra formas 32 véase
«La remem oración: ¿efecto de mem oria o tem por alida d en acción?», capítul o.
supra, parte A del prese nte
primitivas caducas de la v ida mental, preverba les, vuelt as a la vida gracias a la neurosis y la transferencia . Es legítimo que esta actitud pretenda inscribirse en la continuidad del pensamiento freudiano, salvo por un aspecto, pero de magnitud. Pasemos por alto, en efecto, la extensión dada aquí al valor memorístico de la casi totalidad de los fenómenos aparecidos en el campo de la transferencia. El hecho Freud, por su parte, circunscriba más elde campo dede losque objetos mnémicos no constituye un motivo desacuerdo. Pero dond e Freud y Melanie Klein se separan sin compromiso posible es en la cuestión de los modelos de referencia. Pues Klein borra —con seguridad no es la única— lisa y llanam ente l a clave de bóveda del d esarrollo teórico de Freud: los fantasmas srcinarios. El desborde del campo de los objetos mnémicos mediante la introducción de la compulsión de repetición como expresión del funcionamiento pulsional explicaba, al menos en parte, la amnesia. Si los recuerdosno—indiscutiblemente pertenecientes al sistema psíquico— se revelan tan frecuente y completamente disponibles, es sin duda a causa de la represión. Pero, ¿por qué la represión se mue stra t an rigurosa con respecto a fenómenos psíquicos que, además, pertenecen al pasado? La compulsión de repetición implica, de hecho, u n poder de actualización —en el doble sentido de hacer presente y de manifestarse con una forma obrada (o activa)— que siempre e s susceptible de reavivar los rescol dos del inconsciente. La exten sión de la esfera de influencia de las pulsiones, el poder jam ás extinto de las mociones pul sionales que toman, en l a segun da tópica, el relevo de lo s deseos inconscie nte s de la primer a como fondo de la actividad psíquica, es tan grande que en ese nivel, aquel en el cual el inconsciente se comunica con el ello, toda distinción entre recuerdo, fantasma, deseo, moción y obrar es precaria. Cada uno de esos elementos corre el riesgo de franquear los tabiques que, por sí solo, mantiene con esfuerzo el estado ligado de la conciencia. Sin duda es eso lo que muestra un aspecto de la clínica contemporánea de los analizantes no neuróticos. El analista comprueba con sorpresa que la cuestión de la amnesia desborda la infancia. Acontecimientos tardíos —traumáticos, es cierto— pueden ser objeto de una amnesia total durante varios años antes de su reactivación por la cura. Más
aún, la amnesia afecta el desarrollo mismo del proceso psicoanalítico: el analizante parece creer que su deber es invocarla en casi todas las sesiones sin trauma particular notable («me olvidé todo lo que dijimos la vez pasada...»). Es difícil saber si se queja de una verdadera imperfección, si se va nagloria de su capacidad de anulación o bien si lan za al analista la advertencia de que su palabra, ni bien pronunciada, e st á condenada a la aniquilaci ón para desale ntar cualquier intención interpretativa ulterior. Por fortuna, lo que demanda de manera inconsciente es que no le crean. Pero, por su parte, el deber d e am nesia que alim enta de h echo su se ntim iento de culpa es com o una solicitud de amnis tía por no cometer el asesinato de su pasado. Es efectivamente esta infiltración de la teoría por fuerzas que actúan en los límites del sentido (y por lo tanto del sinsentido) la que Freud creyó necesario legitimar con la memoria pulsio nal de la compulsión de repetición que debía obligarlo, yo diría que de ma nera compensatoria, a contrabalancear esta modificación mediante el recurso a los fantasmas srcinarios como estructuras psíquicas intemporales, clasificadoras de las ex periencias y directoras de la temporalida d. Por un lado, un poco má s de fuerza para lastrar el sentido; por el otro, un poco más de sentido para significar la fuerza. La cuestión de los fantasm as srcinarios perturba al psicoanálisis. Si, a ca usa del contex to en que Freu d sitú a la noción —a saber, su n atura leza filogenética—, decide prescindir de ellos para no ser sospechoso de hacer prevalecer sus presup uestos por encima de la ciencia de su tiempo, debe rá demostrar también que, si se articula una concepción lo más precisa posible de la ontogénesis con mecanismos temporales srcinales ( aprés-coup , modificaciones de las huellas mnémicas, etc.), se puede igualmente dar cuenta de lo que Lacan llamaría en otro momento significantes clave, denominación más al gusto de la hora que esos fantasmas primordiales asociados a un m isterioso e hipotético srcinario. Siem pre qu edará por explicar cómo la singula ridad y la variedad de los destinos individuales permiten encontrar de una manera casi general —par a evitar deci r universal— algunas formaciones organizadoras relativas a la diferencia de los sexos y l as generaciones, a l a separación y la reunión, a la sex ualidad y la destructividad, que parec en constituir a la vez encrucijadas semánticas mediante las cuales se co-
munican entre sí, y nudos que se interconectan e influyen en el curso de los acontecimientos psíquicos; lo que llamé matrices simbólicas. En oposición a la visión ontogenética estricta se sitúa la concepción arque típica cara a Ju ng, que empuja a la contingencia la s particulari dades de la historia prop ia de tal o cual para sumergir la búsqueda de lo categorial en la generalidad, invocandoque la emanación de una en especie de espíritu trascendental no podría afectar, su carrera completamente trazada, las vicisitudes de una trayectoria cuyo plan general no serían capaces de modificar los accidentes del recorrido. En ocasiones se dice que, en este aspecto, sólo un hilo suele separar a Freud de Jung. Nos parece que eso es minimizar sus diferencias. Jung, que cree en potencias espirituales sobrehumanas, no puede sino restringir el alcance del tiempo humano, s in otra funci ón que la de e ncarnar el efecto de esas potencias trascendentales, suspendidas sobre las épocassiylalosexperiencia territorios.temporal Para Freud, por el contrario, es como individual —o be di en te a un es qu em a ge ne ra l ba st an te vag o, el de cualquier evolu ción marcada p or los tiempos de la e xist encia— diera a luz, a medida que su desplieg ue la hace tropezar con situacion es más complejas, formas que remiten a los ejes directores que gobiernan su curso, los únicos que las hacen inteligibles. Un individuo no puede aprehender a priori esos ejes, que tampoco están dados. Se forman y cobran consistencia en la efectividad de las revelaciones del cuerpo y los partenaires que convocan para realizar sus potencialidades, organizando conjuntos cuyo funcionamiento dará srcen a esas estructuras organizadoras que, en vez de regir el tiempo, lo hacen nacer de procesos sin los cuales no se lo podría pensar. Lo que convierte a esta interpretación en menos abstracta de lo que parece es que esa autoorganización (Atlan), difícil de concebir como tal, se vuelve mucho más inteligible cuando se la considera el resultado de estructuras temporales heterócronas, como lo implica necesariamente la relación intergeneracional, a priori de cualquier desarrollo. Los fantasmas srcinarios —por prescripción, nin gun a cues tión sobre su srcen est á planteada o puede plantearse— tendrían un status comparable a las preformas del lenguaje, que nunca puede adquirirse si e sta s no son activa das por la incitación a hablar bajo
el efecto de la palabra de otro ser hablante, en un período determinado del desarrollo. La eficacia de esta incitación es muy limita da, tanto ante s como después de ese período preciso de activación externa. Lo precedente permite comprender que las concepciones contemporáneas de la memoria re lativicen mucho las ideas tradicionales de almacenamiento y utilización de las reservas mnémicas, en provecho de los eleme actuales y contextúales. Vale decir que la atribución dentos sentido se adelanta a la visión simplificadora de la rememoració n de los recuerdos. Por lo demás, como ya lo su gerimos, no puede tratarse de una problemática del atesoramiento y e l ga sto (involuntario y voluntari o) cuando el olvido concierne a un acontecimiento reciente y su imposible rememoración. Por el contrario, todo hace p ensa r que la me moria se basa de hecho e n un fenómeno de anticipación p erceptiva. A saber, que la movilización de una configuración actual se pone en relación, sin precauciones suficientes —esto e s, «entr si n «form n tapón con aconte cimiento s que no logran ar enació laten cia» y»—, cuya presencia es una amenaza en los portillos de la conc iencia. Esos acontecimientos, en carne viva, por así decirlo, corren entonces el riesgo de cargarse de una potencialización que no podría calificarse simplemente de afectiva y de la que sólo es posible dar una idea por referencia a las mociones pulsionales. Estas últimas parec en investirse de una carg a expl osiva que es n ecesario desactivar mediante un presunto olvido. Lo que se efectúa es , en realidad, una des conexión del presen te de los elementos contextúales con los cuales entabla una relación demasiado mediatizada para no temerla. El olvido es aquí la máscara de un reconocimiento inconsciente que, ni bien cumplido, debe negativarse para salvar el funcionamiento psíquico y el objeto que es su destinatario. La cuestión se convierte en la de la aceptabilidad de lo inteligible, es decir, de las formas admitidas y agradables mediante las cuales los elementos aislados o reunidos pueden significarse para una organización psíquica, sin poner en peligro sus parámetros fundamentales: el sujeto, e l objeto, la transferencia. Es a e s s in duda la raz ón por la c ual, en ciertos cas os, corresponderá al objeto transferenc ia! llev ar a cabo el imp osible trabajo de revelación a sí mismo que se e s pera de un anális is, cuando est e se e ncuentra más seguro de sus indicaciones. La interpretación, en los casos de los que
hablamos, deja entonces de ser la simple dilucidación de un inconsciente vac ilante entre su irrupción en la conciencia y su mantenimiento en un estado reprimido, para convertirse en una prueba de la temporalidad, que se hace cargo de enfren tar el riesgo del fin del tiempo. Se ve con claridad, entonces, que se tra ta menos de levantar la amnesia infantil que de autorizar a la infancia a constituirse como memor ia fíccional.
Sucesiv idad secuencialidad La consideración de un tiempo T2, que sólo puede plantea rse con respecto a u n TI anterior, tiene como consecuencia en el psiquismo que, cuando T2 está en condiciones de concebir un hipotético T3, TI ya no es el mismo que era a ntes de la aparición de T2. La única importancia de T3 es como figura de gener ación temporal, lo que le confiere el poder de retroacción sobre sus antecedentes, aun aquellos con los cuales no tiene ninguna relación directa, como TI. A raíz de ello, T I no sólo cambia por el paso del tiempo que lo aleja de su estado inicial sino, de hecho, por una «ascensión del tiempo» que, con el advenimiento de T3, atribuye a este acontecimiento el efecto de haber modificado TI, no sólo a distancia sino también al revés. Así, el más afectado por el cambio producido por la aparición de T3 no resul ta ser ne cesariamente el antecedente másenjugar cercano. Más aún, estey antecedente más cercano puede el efecto de T3 encauzarlo hacia su propio antecedente, cuya «resistencia» se ve debilitada por el alejamient o de la zona de investidura que se d esplazó del espacio T2T3. Si T I ya no s e concibe de la m isma manera, también puede modificarse la concepción que nos hacemos del término más distan te, s egún la modifi cación de los afectos de irradiación que figuran con anter ioridad y que van a tener que ver con la a scensión de T2 a TI. Irradiación, difusión, reparto y fragmentación pueden no hacer intervenir má s que aspectos limitados de T2 hacia TI o T3. A la larga, los efectos de propagación de T2 hacia términos de la serie que superan T3 cambian la consideración de este último, si no se ma ntiene algún elemento de la relación que los términos entablan entre sí.
Nos vem os entonces en l a necesidad de postular la relación T0T1 como tiempo srcinario. Esto no significa decir que un TO tenga el valor de un patrón absoluto, srcen sin anterioridad, sino más bien que cumple el papel de un refe rencial convencional q ue «sostiene» la serie, sin esta r representa do como tal, a la ma nera de TI , T2, T3, etc. No obsta nte, es algo má s que una mera conven ción, porque se le otorga una potencialidad generad ora (de la que él mismo e s producto) y será necesario para plantear la cuestión de la nat uraleza de T. Se p lantea aquí, entonces, la posición de un T cualquiera, pues es la posición de la legitimidad de la segmentaci ón: no hay en el tiempo psíquico nada cuyas propiedades sean comparables, por ejemplo, a las de los números enteros. Así puede comprenderse que la posesión de unidades definidas no sea indispensable para una concepción del tiempo psíquico. Se plantea incluso la cuestión del interés de una ho mogeneización la e xperiencia del tiempo po r intermedio de unidades fijade s, constantes. En es ta última perspec tiva, desde el punto de vista de la causalidad psíquica, TI es: el primer término de una ser ie; el término precedente modif icado por el desarrollo de la ser ie con l a forma TX; el término mediante el cual se pre cipi tan los términos anteced entes para constituirlo c omo primero de la serie (T0T1); el término del qu e pueden enco ntrarse cie rtos elemen tos en la suc esión o en alg unos de los otro s términos producidos por la serie; el té rmino irreconocible bajo la forma de términ o primero de la ser ie mezclado con los demás términos de esta. Así, en la c ausalidad psíqu ica, la operación de la sucesi vidad se convi erte en secuencia lidad. Lo cual implica la liberación de la sucesividad, de sus connotaciones en términos de unidades, homogeneidad, dirección. Esto permite concebir el tiempo psíquico como yuxtaposición y palimpsesto de temporalidades diversificadas que ponen en relación los armónicos de un siste ma temporal desco mpuesto y la s resonancias de sistemas temporales coordinados o desordena-
dos, cuya resultante deja ver las relaciones del tiempo del sujeto y el tiempo del Otro;33 lo esencial de la inscripción temporal debe obed ecer a las coacciones aleatorias de la in teligibilidad sem ántica, de acuerdo con parámetros que no dependen exclusivamente de lo consciente sino también de su relación con lo preconsciente. Es ta inteligibili dad procesal s e circunscribe a veces en la diversi dad,amplitud por el recorte de u n subconjunto quepara refleja con suficiente la complejidad del conjunto servir de muestreo , a pesar de lo que sacrifica de la intelig enc ia total del conjunto en beneficio de la ejemplaridad. Si la naturaleza de T sigue siendo misteriosa —y acaso deba seguir siéndolo, como la función alfa de Bion, para que el sistema funcione—, es posible suponer al menos que el pasaje de uno cualquiera de los T a otro ulterior pone de manifiesto una latencia activa que trabaja el intervalo, donde podrían señalarse de manera retroactiva, en la deducción de los fenómenos subyacentes a la continuidad un juego de analogías y diferencias (Freud yasuperficial, decía: de condensaciones y desplazamientos), de marcas erráticas unas veces muy cercanas a las significaciones que «pegan», otras mantenida s a distancia de ella s (con la función de avisadores para cualquier ligazón futura) y otras, por último, a malga madas de manera indistinta en los signos que supuestamente marcan has ta e l momento en que se produce la mutación de TI en T2. U na vez ocurrido ese cambio, los procesos que condujeron a la transformación se vue lven vi sibles, pero sólo en ese momento. Desigualdad de las secuencias, ritmos amplios o precipitados, ampliamente reiterativos, retroacciones, la suc esió n de los tiempos obedece a un recorte, análogo al que la escucha proce de a efectuar de manera espontánea, pero no forzosamente desde la primera vez, y que reúne con regularidad ciertos componentes durante el despliegue de su trayectoria. Dichos componentes toman la apariencia, si no de constan tes, al menos de referencias, identificables po r una duración determinada, al conjunto de los T. Del mismo modo, la naturaleza de T dejará adivinar en ciertos intervalos de la secuencia modalidades extrañas e incluso contrarias a la marcha d e la sucesividad (estasis, repeticiones, es tiramientos in situ y enmascaramiento regresivo, variacio33 A. Green, «El tiempo muerto», véase
supra,capítulo 4.
nes ten sio na les de la con flictividad, etc. ), que inducen a postular la existe ncia, junto a u na aprehensión temporal vecto rizada, de un trabajo opuesto a la «revolución» (al e stado de lo que está caduco [révolu ] para siempre), en el cual s e dejan presentir los efectos de una sobredet erminación en cuanto a las reacciones de la causalida d psíquica frente a un empuje intern o operador de su propia producción, que in vi ta a concebir la temporalidad agotamiento de la energía de lo viviecomo nte euna n su resistencia conflicto coal n el sentido y el pensamiento, sólo compatibles con un régimen de menor estiaje (las «pequeñas cantidades» de Freud).
U n modelo de la memoria e n psicoanálisis La memoria habrá sido la oportunidad de una reflexión que ve enenelelejerc icio de su de funciona miento la pu esta nifiesto, aprés-coup, los haces de sentido quedesemaorganizan en matrices simbólicas, las cuales sólo remiten al pasado porque gobiernan el conjunto de la experiencia humana, desde el nacimien to hasta la muerte. Lo que deben al pasado es la imposibilidad de su develamiento desde el comienzo o su dilucidaci ón total, en el transcurso mismo de su desarrollo. Ninguna información previa, ninguna predicción, pueden ahorrarse la confiscación por una verdad retrospectiva. Esta sólo adquiere la calidad de una experiencia respetable —algo que sería más que un saber, sin atreverse a aspirar al status de una sabiduría— cuando los resortes del lazo humano y a han actuado y sólo pueden «ca ptarse» con una m irada hacia atrás. Propiamente hablando, en consecuencia, se tr ata menos de memoria que del cambio indefinible que afecta a aquel que, presente, se considera en pasado. Y, así como la memoria como tal no sale intacta de esta retrospección, el presente ya no es el mismo luego de ella. Psicoa nalíticamente , se puede conside rar como prese nte todo lo que en el psiquismo se asocia a la experiencia en curso que es vivida. Es presente incluso lo q ue no es perceptible para quien se interroga aquí y ahora, pero que lo sería para otro espacialmente localizado en otra parte: por ende, tanto lo que devuelve el reflejo del inconsciente como lo que afecta otra mirada copresente. Memoria y percepción sólo
se opusieron en los orígenes del psicoanálisis para distinguir un tiempo de lo actual absorbido en la apreciación del momento y un tiempo transactual que, debido a ello, sería verd ader ame nte psíquico. Pero la evolución de la problemática psicoanalítica debía conducir a discutir esta e xtratem poralidad de lo actual, cuyo estado muchas circunstancias mostraban que no podía considerarse como el testimonio de una neutralidad porióelnecesario trabajo de de laexexperien cia. Por esoexigida me parec darregistro una mayor tensión al concepto de alucinación negativ a cuya importancia había presenti do el mismo Freud, sin llegar ha sta el fondo de sus "propias observaciones. Sin embargo, al final de su vida, esta s debían hacerse más insi sten tes (del fetichismo al clivaje del y o), sin redundar en las proposici ones que era lícito esperar de ell as. Freud segu ía atrapad o entre un a concepción innovadora de la imaginación como trascendencia espaciotemporal y u na teoría embrionaria del pensam iento, acaso demasiado de su deuda conunirse la abstracción, que tropezaba c onprisionera muchas dificultades para a la teoría de las pulsiones. No obstante, la solución de los problemas que no había podido resolver el levan tamiento de la amnesia infantil tuvo que elaborarse, sin duda, en tomo de una teoría de la ligazón (en su relación con la desligazón). La percepción, por ello, ya no podía definirse solamente por su relación con el presen te y la presencia —cercana en esto a su concepción filosófica o exclusivamente fenomenológica—, intocada por su lazo con una concepción de la memoria profundamente revolucionada. Tendría que haber podido fundarse en una concepción de la ligazón institu yente , en contraste con una concepción de la psique como desligazón instituida, tiempo previo a un a religazón que fenomenológic amente no es una síntesis secundaria, sino la manera como se nos aparecen las producciones psíquicas para someterse al análisis. La concepción psicoanalítica de la memoria es un caso particular de esa operación de religazón a partir de la desligazón perceptiva. Por eso, ninguna de las críticas que puedan hacerse a la reconstrucción o la concepción del pasado a la que da lugar el an álisis hará la más mínima mella en la necesaria relación del sujeto en análisis con el nopresente en el que el antaño es la otra modalidad del «otra parte». Cualquiera sea la vanidad déla empresa, la meta no puede, sin
renegar de sí misma, desviarse de la memoria en proceso expresada por el acto psíquico. Se hace inevitable, entonces, proponer un modelo de la memoria adaptado al psicoanálisis. En él habrá que reencontrar los constituyentes de toda organización mnémica, pero deberán tenerse en cuenta, no obstante, esas formas amnésicas de memoria. Por eso, estaremos obligados a efectuar un a reducción generalizado ra para definir l os ele mentos cuya secu encia s e escribe así : alteración, perdu rabilidad, resurgencia. La alteración es lo que determina un cambio de estado en la psique, perceptible inmediata o retrospectivamente, sin tener en cuenta el srcen o la naturaleza, considerado iónicamente a partir del efecto que traduce la modificación. Es aquello que, en el aprés-coup, constituirá la huella de lo histórico en lo historizable, susceptible de contemplarse según distintos puntos de vista (evolutivos o de maduración, ambientales, interactivos, del acontecer, etc.), lo que provoca un entrelazamiento de causalidades que no deben tomarse en consideración en la perspecti va donde nos s itua mos, la cual la s s ubordina a la de la secuencia aquí tratada. La perdurabilidad es lo que permite comprobar la no desaparición de la alteración (pero no necesariamente su conservación en las mism as condiciones), según la s características de la tópica psíquica en la cual se la considera, de tal modo que basta con percibir indicios de ella (por constatación, inferencia o deducción) en uno de los subespacios tópicos para tomarla en cuenta. Aquí habrá que considerar dos factores: la significatividad, que justifica la perennidad de la alterac ión y a menudo permite reconocerla en el apréscoup, y las operaciones que afectar on la conservación y son parte integrante de la matriz mnémica que combina entre sí, a fin de hacerlos indiscernibles, el ocultamiento y el develamiento de la alteraci ón. La resurgencia'. la condición que puede hacer refluir la significatividad de la alteración a lo largo de sus dos tiempos ante riores, o bien presen tars e como único indicio supervivi ente de la serie, implicando a los otros por la mera s en sación de resurgencia, aun cuando los términos sugeridos en el aprés-coup sean diferentes de los términos del proceso
que haya conducido a ellos. Se supondrá entonces que no son contingentes, sino que resultan de las modificaciones de la s ignifícatividad del ti empo anterior. La resurgencia a te stigua que la perdurab ilidad no está contenida en una duración inerte sino, al contrario, móvil; la reproducción que se verifica en ella no remite necesariamente ni a la alteración ni a la perdurabilidad, pero puede adquirir, en el momento en que adopta la forma de la resurgencia, características con respecto al estado precedente. nuevas Las consecuencias producidas por la resurgencia en los sistemas de inscripción de las alteraciones modifican las relaciones de lo que est á inscripto y lo que no lo está, y las re laciones de los soportes de lo que es susceptible de inscribirse y lo que no lo es, y ponen enju ego los mecanism os de ligazón, con su notación, su movilización, su conversión en otros sistemas, su potencialización, su capacidad de trastocar las relaciones tópicas, dinámicas, económicas, etcétera. No son únicam laserdurabi diferentes formul aciones sa la secuenc ia alteraente ciónp lidadr esurgenc iadada la s que le confieren su validez psicoanalítica, sino en e special la m anera como un dispositivo semejante se r evela sensib le a parámetros que el psicoanálisis toma más pa rticularmente en consideración. Esto, a la v ez en la intercalación dentro de su tiempo medio (antes y de spués de él) y en el encuadramien to de los tiempos inicial y terminal.
Factores intercalados Coloco aquí, entre la alteración y la perdurabilidad, la asociación. En su obra sobre la afasia (1891), Freud hace una observación de importancia fundamental. En ella sostie ne la idea de que no se debe concebir de maner a separada la sensación y la asociación (en el resto del texto, «sensación» será reemplazada por «representación»), ya que ambas s e localizan e n sitios diferentes.3 4 Representación y aso ciación sólo pueden aprehenderse juntas y, si nos vemos obligados a considerar la una sin la otra, se debe a una resistencia y no a una observación «natural». La atracción por lo reprimido preexistente se consideró de manera indebida como un fenómeno «tardío», cuando en realidad lo reprimido no se da con esa forma y la represión 34 S. Fr eu d, Contribu tion á la once c ption des aphasi es, traducción de Claude Van Reeth, París: PUF, 1983, pág. 106.
primordial y srcinaria no es un dato de la experiencia sino una deducción epistemológica, lo mismo que los fantas mas srcinarios. Para el psiquismo, la modificación nunca e scapa del todo al destin o de s u absorción por una producción de relaciones asociativas que se tejen y aglomeran en tomo de ella y permiten deducir en el aprés-coup —por la continuación que se les asigna— la semántica de la alteración que, llegado puede triunfar de su red ucción al estado terior a elsucaso, advenimiento. La determinación de los efectosande la alteración no se limita a la comprobación de los cambios producidos, sino que se define por la evaluación de las metas y las con secuencias, concordantes o discordante s, entre los acontecimientos ocurridos (intrapsíquicos e intersubje tivos), la acción de lo real, el ma ntenimie nto de la constancia de la organización psíquica bajo la sacudida de las significaciones movilizadoras, etcétera. Entre la perdurabi lidad y la resurgencia situa ré as im ismo implícitamente presente ens la asociacilaóntransformación que acabamos de tomar en cuenta. En esa circunstancias , e s m ás pasiva que activa; vale decir que, a partir de la e xisten cia de la asociació n, se producen transformacione s que resultan de las combinaciones establecidas anteriormente y que¿ en cierta medida, determinan los destinos particulares del proceso de la resurgencia. Esta sólo interviene si las modificaciones ocurridas entrañan un desequilibrio suficiente men te pronunciado para hacer necesario un nuevo acontecimiento psíquico. Esta situación debe darse de tal manera que el acontecimiento no comp rometa en demasía las relaciones entre los diferentes aspectos de la matriz mnémica. Lo cual llega hasta el punto en que la resurgencia puede aparecer en estado aislado, a saber, que la psi que se limita a la sazón a tomar en cuenta el aspecto de retomo (verdadero o falso) de lo que se desarrolla en ella, sin saber qué es lo que retoma en lo sucedido (déjá vu, ya vivido, etc.). La resurg encia e s uno de los destin os pos ibles de la matriz mnémica, pero es el que nos interesa aquí. El destino de la perdurabilidad puede cumplirse mediante el pasaje a ciertos subsistemas que es factible agrupar, en particular, bajo tres encabezados:
a. el mantenimiento (e incluso el intento de supresión) en el estado latente: inhibición de la resurgencia;
b. la sa lida hacia u na «ubicación» inse rta e n el orden cultural, que constituye una desapropiación psíquica individual en favor de una reapropiación colectiva (resurgencia en una forma sublimada); c. el aislamiento por una desconexión con respecto al orden cultural (alienación). modos, hay aquí dos parámetros en competencia De o entodos sinergia: la representación o la realización . Las vacilaciones que pueden surgir acerca de las relaciones entre asociación y transformación debe rían disiparse g racias a la justific ación que damos de la función esen cial atribuida a la segunda. E sta es la condición indispensable para el cumplimiento de la resurgencia. Una flecha de doble sentido une asociación y transformación.
Dispositivo de encuadramiento Suselhipótesis se sitúa n a lpor princip io y alencia, final del ocesor. En lugar representado la resurg un pr carácte indispensable para esta es su reconocimiento como tal. Lo cual no significa reconocerla como memoria explícita sino como repetición, cuyas modalidades quedarán por determinar. Es e reconocimiento puede referirse sólo al fenómeno de la resurgencia, como lo hemos dicho, o a su lazo con la alteración. No obstante, la r esurgencia no podr ía pensar en n ingún caso el estad o anterior a la alteraci ón, sino únicame nte construirlo a posteriori de acuerdo con modalidades a veces contradictorias. El reconocimiento de la resurgencia como tal produce efectos cuyo cur so puede remontarse desde la intervención de la alteración: en quien lo constata o puede constatarlo, el reconocimiento resulta indisociable de una posición subjetiva que se remonta más acá de su tiempo. La totalidad del proceso está marcada por un a toma de posición en térm inos de aceptación o rechazo de lo que resurge. Estas decisiones actúan retroactivamente sobre la percepción del estado de late nci a anterior a la resurgencia. (Así, el sujeto no es sólo el del reconocimiento de la resurgencia sino el del Cogito.) Esta observación no carece de consecuencias sobre el testigo eventual que la situación de resurgencia puede abarcar, lo cual crea una determinación complementar ia de esa resurgencia reconocida como tal. La puesta en relación de este
efecto testigo en el reconoci miento de la resurgencia gener a una segunda obligación de reconocimiento que desdobla el objeto de est e, es decir, de la posición subjetiva. En efecto, se reencuentran e n ella el objeto de la resurgencia y el testigo objetivante gracias al cual el fenómeno del reconocimiento escapa a la pura determinación subjetiva para entrañar el reconocimiento de este reconocimiento por el tercero incluidoelenstatus él. Esto constituirá un punto que de inflexión decisivo para de la posición subjetiva debe objetivarse con respecto a uno mismo y a otro semejante, como otro sí mismo. Todo el proceso de reconocimiento permite entonc es reformular de este modo la cuestión: «¿Quién dice s í o no, a qué o al reto mo de qué, con respecto a quién, reconocido o no, en lugar de cuál otro?». El estado anterior a la alteraci ón debe consi derarse heurísticamente como un desconocido,35 aun cuando aparezca como término de otra fase (resurgencia). Este desconocido depende de la manera que se lo considerar a través de la alteración queen condensa enpuede él el estado de cambi oy su sustrato, donde el cambio se postula, por hipótesis, no sólo como iniciación sin o como inicial. Su significación de d esconocido justifica que el proceso sólo pueda considerarse a partir del estado de cambio, como puesta en movimiento (y por lo tanto posibilidad de aprehensión) de un acontecimiento psíquico en proceso, e incluso procesal. Al igual que la experiencia psicoanalítica, esto sólo es pensable a partir de la existe ncia de la transferencia, desde la cual se construye aquella, aun en lo que se refiere a l estado precedente a la instauración de e sa transferencia. El contenid o de lo que se prestaba a ser alterado y su perennización son el resultado de una acción invisible de la que no se puede hablar sino a partir de sus efectos, para inferir entonces la existencia de una perdurabilidad como fenómeno central de la matriz mnémica e invitar a tener en cuenta efectos de ir radiación o resonancia de la causalidad psíq uica, en las relaciones per cepciónmemoria, y viceversa.
35 Evoca mos aquí, por sup ues to, l a relación de desconoc ido de G. Rosolato.
Este conjunto sólo aseg ura s u coherencia cua ndo se consideran las relaciones en el conflicto entre su vectorización general y las retroacciones que se producen en su seno: 1. de la alteración a la resurgencia y de esta a su reconocimiento; 2. dede lasinterferencia in terrupcionde es de camino yvectorizado por los efectos la ese asociación la transformación; 3. de las retroacciones entre transformación y asociación y entre reconocimiento de la resurgencia y construcción retrospectiva de lo desconocido previo a la alteración. El trabajo producido por el desarrollo de ese proceso no debe situarse suspendido en la memoria sino como resurgencia, aparecida, por su parte, en el momento de la creaciónconstrucción del concepto de memoria en psico análi sis, resultado de la convergencia de múltiples fuentes de experiencia, verdadera «memografía» que es a la memor ia lo que la historiografía es a la histori a. La memoria como proceso
Alteración -
-►Perdurabilidad
Asociación (semanticidad)
x anterior a la ^ alteración
-► Resurgencia
Transformaciones (metas y órdenes, realización, representación) Reconocimiento de la resurgencia como resurgencia
Puntuación del tiempo Las c uestione s plantea das aquí a propósito de la memoria nunca son otra cosa que un capítulo del tratado de la problemática histórica de las relaciones entre la gran Historia (¿o ahora hay que hablar en plural?) y la dimensión histórica de la condición humana, a la cual el psicoanálisis añadió unfue, factor deuno complejidad complementario. Freud creo, de los primeros en observar que una sociedad no hace inmediatamente «Historia». Ante todo, debe alca nzar cierto grado de desarrollo para echar, sobre lo que sólo entonces aparece como su pasado, una mirada hacia atrás, siempre impregnada de idealización retrospectiva. Freud sólo hacía la observación para destacar en ese punto la identidad de las posiciones que marcan la historia individual y la historia de los pueblos. En cambio, hoy es más fácil hacerse una idea menos deformada de lo que se describía inicios dedeuna sociedad oretrospectivamente un grupo humano acerca que dede la los prehistoria un individuo, a pesar de las ilusiones de la psicología. Esta no parece darse cuent a de que su s descripcion es dejan escapar la esencia misma de la historicidad, a saber, la manera en que un individuo sufre o modela la temporalidad y, en todo caso, no puede hacer otra cosa que construirla. Las sospechas sembradas sobre la historicidad según Freud nos enseñaron, por cierto, a ser más prudentes en nues tras suposiciones y más crític os con respecto a nuestra s evidencias. Hicieron avanzar muy poco nuestras concepciones de la historia personal o individual pues, al tener que reconocer el lugar de la construcción, no se dice nada sobre el plan (o la ausencia de plan) de lo que se construye; sobre las restricciones impuestas, el margen de las variaciones autorizadas, las diferencias entre lo que puede pensarse y lo que se viv e y el papel que desem peña en ello, no la ficci ón —cosa de la cual nos convenc emos con facil idad— sino la verdad. Es más fácil poner en duda la verdad que eliminarla lisa y llanam ente de una investigación, sin que est a caiga bajo la férula del es cepticism o m ás absoluto (pero, ¿por qué entonces comenzar siquiera a investigar?). ¿No basta esforzarse por alcanzar solamente un poco de exactitud? Detrás del proyecto grandioso de Freud y su fresco imponente estaba, en el fondo y ante todo, esa meta. Es indudable que hoy
todaví a no estam os e n condiciones de proponer conclusione s definitivas. Quizá debamos esperar que el tiempo nos apremie aún má s para ver con mayor claridad. La relación co n el nopresente que hemos intentado d ilucidar no hizo, sin duda, plena justicia a nuestra capacidad de gozar de lo nuevo, escollo de cualquier estudio centrado en los efectos persistentes del pasado en el presente. De hela c uestión se lim ita a la la aprec iació n de novedad, ychnio,siqu iera a lano discusión sobre existe ncia dela una posibilidad semejante. Detrás de ella se perfila también la posibilidad de poner al descubierto, en lo que se adorna con los rasgos de lo absolutamen te nuevo, la facultad de modelar lo que todavía no es y sólo se concibe como enigma del porvenir. Es t an difícil, en realidad, hace r propio el carpe die m sin inquie tudes ni reticencias, que en princi pio ni siquiera ser ía necesario enunciarlo: a tal punto su puesta en aplicación debería ser evidente por sí misma. Sobre todo después de que Freud le diera suselcartas, si no de a, sí a l de menos de acreditación para pensamiento connoblez el principio placerdisplacer. La liberación de u n pasado considerado como pesado y embarazoso nunca es tan liberadora como cuando el nopresente se mantiene en la discreción de una latencia en la cual, más que hacer se olvidar, espera el advenimiento de nuev as normas en la s que pierda tod o poder o, a la inversa, pueda retomar majestuoso. Así puede suponerse que a la psique le resulta absolutamente necesario disponer de una «segunda vida», que no sirva sólo de depósito de lo indeseable sino también de reserva para su propia posteridad. Sería entonces rescatable la posibilida d de dejar act uar, en el momento oportuno, la transformación de ese indeseable en reanimación apta para satisfacer las nuevas normas del deseo en las cuales lo antiguo pasará inadverti do, repudiando si e s preciso sus orígenes. Desprov ista de sent ido, la vida psíquica no podría sobrevivir, pero ojalá viva la polisemia para asegurar nuestra huida... en el tiempo. Queda por último un aspecto sobre el que no podemos callar. Para un psicoanalista, la s reflexiones sobr e el tra nscurso del tiempo o la impugnación de las distinciones entre pasado, prese nte y futuro, si bien conocen un eco indiscutible en torno de las tesis del inconsciente, dejan de lado un punto al que aluden de mejor gana quienes se ocupan de la materia tempor al desde ^ perspect iva del arte que , salvo
error, desde la perspectiva de la ciencia. La continuidad de la experiencia temporal o su reversi bilidad apenas s e preocupan por un nudo con el que tropieza todo psicoanálisis: la posibilidad, ya sea a trav és de la repetició n o, por el contrario, la em erge ncia (ve rdadera o ilusoria) de lo nuevo, de densificar el presente enlazándolo al eco que suscita o se crea por el hecho mismo de esa densificación. Gracias a ella, la en ladiferente p sique el del papel un poría lo de ymemoria siem preocupa vivo, muy qu de e ocupa en atracción un esp acio que sólo estuv ier a lleno de espectros. Gracias a ella, además, se tejen en tom o de la memoria las mil y un a circun stancias que constituyen el objeto de conmemoraciones secretas o compartidas con exigencias de renovación. «Many happy returns...», dicen los ingleses para celebrar un momento de origen: el nacimiento. No h ay historicid ad pensa ble sin es e sentim iento de una per petuación del presente en el horizonte, sin embargo desconocido, del porvenir. Lo que subsiste misterio no era es tanto qué estará mañana?de » como la man en que«¿de el presente llevahecho en suelse no los gérm enes de aquello qu e lo desalojará de su s ituación de ocupante de lo actuad. Y también es por eso que el movimiento no s e deja percibir de manera sencillam ente natural como el recorrido del torrente que cae desde la mon taña h acia el valle o la carrera de las nube s empujadas por el viento, sino como el fruto de una oposición de voliciones que parecen modeladas por voluntades y contravoluntades a la vez incoercibles e ignorantes, en el fondo, de lo que las pone en movimiento. El psicoanálisis recibe del tiempo su mejor aval para no comprender sino en el aprés-coup el conjunto articulado de las determinaciones. Si bien no todas se m antuvieron secr etas, jamás habrían pod ido ser captadas en su trenzado de motivos dispersos, ya fuera debido al azar, ya a causa de los distintos contextos que nada permitía reunir para formar la imagen coherente de un sentido que ellos no acarrean t ant o consigo como contribuyen a dejarlo adivinar una vez que todo se cumple. ¿Todo? «El tiemp o que todo lo ve ha vuelto a encontrar te», dice el coro a Edipo.36
36 Sófocles, Oedipe-Roi, traducción de J. y M. Bollack, París: Minuit, 1985, verso 1212.
7. Vida y muerte en el inacabamiento (1994)
In memoriam N. R. P. «¡Nada mej or que ahonda r en m i tema co n suav idad y pa ciencia, d ejando descansar fi ebres e i nqu ietudes como d u rante los antiguos meses de encantamiento! No hace más que esbozarse, resplandecer y tornasolar, demasiado bello, dem asiad o interesa nte; no hace más que ce rnerse, de masia do ri co en su plenitu d y con demasiado p oco para da r y p a gar; no se presenta sino demasiado adm irable y vivamente, dem asiado recto, terminante, vivaz co mo una pequeña Ac ción orgánica y eficiente». Henry James, Cuadernos de notas
Acabar es terminar, con un matiz liberador, sobre todo cuando se alcanza una meta. La tarea proyecta da se ha realizado acuerdo con lo previsto paraelsu cumplimiento, ya no hay de nada que agregarle, ha llegado momento en que su objetivo, por fin, existe por sí mismo y la sensación de «terminado» que suscita es una fuente de felicidad. Pero el lenguaje tiene extraños cortocircuitos, porque acabar también quiere decir matar. La misma palabra significa el acceso a la existencia plena, madura, autónoma, y signa el tiempo del pasaje fuera de este mundo. La idea de acabamiento, por lo tanto, se entien de s ea como terminación de un pro ceso de crecimiento, que equivale a un nuevo nacimiento, se a como interrupción existencia. Podríaindistinta creerse que la idea de finaldefinitiva es neutrade y slae aplica de manera al trabajo de la vida o al de la muerte . Lo cual sería, en el caso del primer sentido, m inimiz ar el hecho de que acabar va a la par con un sentimiento de plenitud consumada, exaltante,
que es e l fondo mismo de ese estado, mientra s que, en el otro caso, ha y que apreci ar en toda su m agnitud un silencio que cae como una cuchilla, entregando a la nada lo que hasta ese momento estaba animado de una potencialidad de ser. No s e trata, en consecuencia, de simples connotaciones con textúales sino de resonancias contradictorias intrínsecas que no pueden reducirse a un punto focal único. Consideremos por un momento el inacabamiento como interrupció n de una obra que no llegó al fina l de su carrera. Esa suerte puede encontrarse en distintas circunstancias. La primera, evidente, se deberá a la muerte del obrero: el Esquema del psicoanálisis interrumpido por la desaparición de Freud. La segunda , mu y diferente, es u na interrupción voluntaria, decidida por el autor, a raíz de un sentimiento de insatisfacción ante el resultado ob tenido, aunque est e ma raville a otros: el Cartón de Londres de Leonardo da Vinci. Es e cartón ocupa su lugar en una se rie de representaciones del tem a de las Metterzae (las «Santa Ana como tercera», según la expresión propuesta por Jean Laplanche), en su mayoría conservadas en e stado de bosq uejos que culminarán en la solución definitiva del cuadro de santa Ana del Louvre. Sin embargo, el Cartón de Lond res dista de presentarse como un simple esbozo: de hecho, la obra está muy adelantada. Exhibe, no obstante, huellas patentes de inacabamiento. La opción definitiva, la Santa Ana del Louvre, atestigua que Leonardo adoptó otras soluciones pictóricas para el tema que se proponía tratar. Esta última, aunque mucho más avanzada que la precedente, también estaba, a su juicio, inacaba da. Por eso la tuvo consigo hast a su muerte. Freud tenía razones para pensar que si el inacabamiento era efectivam ente un s íntoma de Leon ardo, ese te ma nos daba un acceso privilegiado a la comprensión de su inhibición. En efecto, si la obra del Louvre, a pesar de su logro, aún espe ra algo del pincel de Leonardo, la de Londres es un dibujo al carbón, en g ener al preparatorio de un cuadro, que nunca dará lugar a su transposición en una obra pintada. Está inacabada y, a la vez, parece desautorizada por Leonardo. Este inacabamiento compete a una explicación que no es la de la Santa Ana del Louvre. La obra fue aband onada, en mi opinión, porque dejaba traslucir con demasiada claridad los fantasmas inconscientes de Leonardo en rela-
ción con sus te orías se xua les inf antil es.1 El aná lisis pictóri co me perm ite descubr ir en ella un extraño efecto de óptica, verdadero acto fallido de su creación, que suscita la ilusión de un miembro que sale entre dos piernas muy separadas, atribuidas por e rror a s anta Ana, complemento de lo que s e deja interpretar como un pubis. Es te desliz del inconsciente de Leonardo —así es al menos como yo comprendo esa curiosa impresión— se v e favorecido por la posición de la Virgen sobre las rodillas de santa Ana, quien, además, tiene una expresión m asculina, muy diferente de sus otras representac iones en los e studios que Leonardo le consagró o de la que tiene en el cuadro del Louvre, y contrasta inten sam ente con la dulzura del rostro de la madre de Jesús. Otros indicios encaminados en e l mismo sentido sugieren que la teoría sexu al sobre la existe ncia del pene materno se abr ió camino ha sta la obra. E so es lo que nos hace comprender que el acabamiento de un a obra no consiste en exponer todo lo que ha bita su creador, envida alcanzar un equilibrio entrelalovisión que esde necesario parasino darle y hacerla sug estiv a y m isteriosa, y lo que conviene, de acuer do con la esté tica de la época, callar o por lo menos velar.2 Hay por lo tanto casos de «ultraacabamiento» que pueden ser una ame naza para la obra. En realidad, esta no está ni inacabada ni acabada en exceso; simplemente es fallida. El inacabamiento del Cartón, cuya belleza todos reconocen —algunos incluso la juzg aron superior a la de la Santa Ana del Louvre—, no es más que la m áscara que impide ver lo «dema siado percibido», la representación inconsciente interna pa rasitar la obra. Leonardo es un hombre queque nollega sabea«quedarse en su lugar». Su curiosidad y su creatividad, que no son únicamente pictóricas, lo interpelan sin cesar. Pero si es en su pintura donde nos sorprenden su lentitud e inhibición, es porque ella compromete la visión que tiene de sí mismo. Si bien se a tre ve a abrir el cuerpo de los muertos pa ra hundir su mirada en él, dib uja mal los genitale s de la m ujer obs erv abl es a sim ple vi st a y ape na s se in te re sa en la cosa men tale que sus ojos ven más acá de su proyección en la tela. 1 Vé ase André Green, Révélations de l’inachévement, París: Flamma rion, 1991. 2 Ha ns Bellm er se hab ría regoci jado con esta inadver tencia. Pero lo cierto es que la habría provoca do.
Consideremos otro caso: cuando es imposible proseguir la obra comenzada. E sa s erá la sue rte de El sentido del pa sado de H enry Jam es.3 La novela inacabada, cuyo título es significa tivo (el héroe es un historiador), fue comparada por Jam es con una de su s últimas novelas cortas p ublicadas, El rincón encantador. De hecho, el trayecto entre lo acabado y lo inacabado es más sinuoso de lo que parece. La entrada del 9 de agosto de 1900 en los Cuadernos de notas alude a un verdadero callejón sin salida en la concepción de El sentido del pasado, que James habría querido «tan simple» (!) como Otra vuelta de tuerca. Valdría la pena, sin embargo, ahondar en el para lelo entre ambos títu los. La clave de bóveda de la obra debía residir en el efecto de «terror» revelado que ha ce del héroe mismo que lo sufre una fue nte de terror, reve lación mucho más importante que la anterior. Corremos el riesgo de equivocarnos si comprendemos esa relación en términos de una sucesividad: aterrorizado, el personaje se volvería a terrorizante. Puesto que James dice con claridad que el personaje es esa fuente de terror. La situación se r etomará seis o siete años después , y e sta vez se llevar á hasta el final, aparentemente sin dificultades, en El rincón encanta dor\4 Lo que Jame s no ha bía podido desarrollar en el marco del viaje hacia el pasado, que habría puesto a su héroe efectivamente en relación con su familia de ancestros ingleses de casi un siglo antes, al parecer pudo llevarlo a cabo en cir3 Henry James,
Le sens du passé, traducción de John Lee, París: Edi
tions la Diñerence, James escribió los tres 1899 yde1900 y el cuarto1991. en 19141915, poco antes de primeros su muerte.libros Léonentre Edel considera que la obra está impregnada de autobiografía. Y John Lee agrega: «Cualesquiera sean las relaciones que puedan establecerse con el hombre Henry James, es indudable que el escritor dotó a sus personajes de una problemática y un enfoque similares a los suyos» (pág. 23). ¿No se podría invocar una «contratransferencia estética» cuando el artista ve salir de su obra al hombre que esta no puede sino contener pero que debe fundirse en e lla o dispersarse, se r en todos los aspectos y todos l os sentido s de la palabra, irreconocible. . . incluso para él? 4 Henry James, Histoires de fantómes, traducción de L. Servicen, París: AubierFlammarion, 1970. En esta edición, la novela corta lleva el título de «Le coin plaisant» [«El rincón placentero»]. Hemos preferido mencionarla con el título más habitual con que se la conoce, «Le coin charmant» i«El r incón encantado r»]. Cf . págs. 13 9y 1457 . Véa se nuestro a nális is, «L e ion,bajo la dirección de Jean Guillau double fantóme», en Corps et créat min, Lyon: Presses Universitaires de Lyon, 1980, págs. 13955. Este texto anuncia una continuación aún no aparecida.
cunsta ncias diferentes por medio de un encuentro aterro ri zador con el espectro de un antepasado que asedia la casa heredada por el protagonista. El héroe de El rincón encan tador vuelv e a los Es tados Unidos luego de un exilio voluntario. Ese espectro suscita angu stia y espanto, menos por s u pertenencia al reino de los muertos que por el hecho de ser la repres entac ión de lo que el héroe imagina como su posible destino si se hubiese quedado entre los suyos en vez de exi larse: ser un hombre rico, poderoso, agresivo. El espectro, sin embargo, tiene marcas de sufrimiento y amputación. Podríamos atribuir es a «superación» al hecho de que e l otro es aquí una figura ostensiblemente paterna, fuente posible de identificac iones, con una preservación de la diferencia de generaciones e ntre la aparición y el héroe. Mientras que en El sentido del pasado, a l final del libro II, redactado durante el primer intento de 1900, esa distancia está suprimida. El protagonista observa una pintura cuya figura parece en principio eludirel su mirada yderetirarse «al el interior delcircula cuadro». Al final, personaje la tela deja cuadro, por la habitación y enfrenta al visitante mostrándole un rostro que, «para su confusión, era el suyo».5 Es notable que James vuelva a su novela estancada, siendo así que interrumpe otra obra que tampoco llegará a terminar: La torre de marfil. En 1914, al meditar una vez más sobre su proyecto, recuerda que en el momento de escribir El rincón encantador había tenido la impresión de que saqueaba el tema, en esa época sólo demorado, de El sentido del pasado y que acaso más adelante iba a lamentarlo. Por otra parte, el objetivo deEl sentido del pasado tiene otras ambiciones: mostrar la doble conciencia —tras la fusión de las identidades del narrador y el retrato ancestral 5 H. Ja m es, Le sens du passé, op. cit., pág. 107. En el libro II, el parentesco de las dos obras es indiscutible. Si bien James trata en varias ocasiones el tem a de la relación entre el modelo y su traducción pi ctórica, en ningun a parte le su ma, como aquí, el tópi co de un retroceso en el tiempo. La estad ía de James en Estados Unidos en 1905 despierta en él el deseo de volver a sus años de juventud. «Es preciso saber qué quiero hoy y qué necesidad tengo de volver al pasad o». Véase Henry Jame s, Carnets, presentados por O. Mat thie ssen y K. B. Murdoc h, traducción de L . Servicen, París: D enoél, 1954, entrada del 29 de marzo de 1905, pág. 353 [Cuader nos de ot nas (1878-1911), Barcelona: Península, 1989]. Según Edel, la idea de «El rincón encantador» data de principios de agosto de 1906, un año después de su regreso.
encam ado— de cada uno de los protagonistas, la conciencia de ser a la vez el otro y él mismo, junto con la impresión pro ducida en los demás, que perciben confusamente esta anomalía. D e hecho, Jame s abandona el mundo liter ario de los espectros para desemboc ar en el de la posesión alienada. El tema de las relaciones entre la persona del autor y la del escritor no es nuevo, y se complica singularm ente cuando se le agrega l a dimensión histórica del pasado qu e vuelve a cobrar vida, con el riesgo de la alienación, pues el héroe está atormentado por una historia que no es la suya sino la de su s antepasados. En realidad, el viaje al país de los orígenes es iniciáti co; causa de es e re tomo a la cuna de la fami lia: el alejami ento, en busca de aventuras, e s la exigencia de una viuda para poner a prueba a su pretendiente, demasiado pasivo. La larga nota de los Carnets en 1914 muestra explícitamente el deliberado parentesco de espíritu de las dos obras: la novela breve terminada y la novela imposible de llevar a su fin.6 Lo que expone esados nota delata error. Pues las comparaciones entre las obras no un permiten constatar en ningún momento ese triunfo, ni siquiera temporario, sobre el alte r ego e n lo inacabado. Para recuperar la hue lla de una situación semejante, h ay que acudir al relato de la pesadilla de la Galería de Apolo, narrada en la autobiografía del autor7 con acentos tr iunfalistas. Si bien se conoce la fecha de la redacción de la obra (1911), al retomo de un viaje a Estados Unidos luego de la muerte de William, James no aclara cuándo tuvo la pesadilla. Esta podría haber puesto fin a un período depresivo. suponeseque data de 1910, justamente en la época en la Edel cual James propondría, a posteriori, situar la acción de El sentido del pasado cuando volviera a traba jar en e lla en 1914. En vano inten taría retomarlo todo según un plan detallado en 1917, cuando hacía tiempo que ya no escribía relatos ni novelas. No logra6 H. James, Carnets, ,op cit.,pág. 406. «Mi idea más secreta es que la aventura de mi héroe invierta la situación, como creo haberla llamado, al despavorir a un “espectro” o lo que fuere, una aparición que lo visita o lo asedia, por otra parte calificada para espantarlo; y así mi héroe obtendrá una especie de victori a al a tribuirse la apariencia o la evidencia de haber impresionado a ese personaje o presencia aún más terribleme nte de lo que él m ismo se sintió afectad o. En e sto consiste la anal ogía ». El reverso de la medalla es un sentimiento de extravío, soledad, exilio... 7 H. James, Mémoires d’unjeune garlón, traducción de Christine Bou vart, París: Rivages, 1990, pág. 274 y sigs.
ría vencer el obstáculo. La víspera de la enfermedad que ib a a arrebatarlo y deb ido a la cual pasó por momentos de confusión y delirio, todavía trabajab a en e sa novela. No todo inacabamiento es el signo de la interrupción del trabajo creador. Sin duda s e produce lo contrario en las primeras etapas de una creación. Entonces, en un estado de ánimo libre de toda molestia, el artis ta trabaja deliberadamenteno deaspiran una manera borradores, esbozos y bocetos sino aprovisoria: proyectar ideas (literarias, pictóricas, musicales, etc.) a fin de explorar el motivo, dejar el campo libre a la espontaneidad, ponerse a prueba, «para ver». Esos intentos podrán recoger la materia preciosa de un sur gimiento cuyo secret o no siempre recuperará la ob ra terminada. Pero ¿no se producen esos pequeños milagros gracias a una relativa liberación del artista? Durante mis primeras reflexiones sobr e est e tem a —que no eran del todo las primeras, ya que había es crito al respecto sobre Leonardpodría o—, meremitir dije que «inacab amiento », a sí como «inconsciente», a la idea de un trabajo de lo negativo y habría podido incluirse en la obra que yo había dedicado a la cuestión.8 Esto supone tener en cu enta la d istinción entre lo no acabado y lo inacabado, comparable a la que existe entre lo no consciente y lo inconsciente. Cuando se habla de inacabado, prácticamente no se piensa en aquello a lo cual se hace referencia al mencionar el inconsciente. La connotación negativa con respecto a lo consciente es, en este caso, encubierta con amplitud por el contenido positivo del conce pto de inconscient e. Antes de Freud, el i nconsciente —excepción hecha de algunas intuiciones románticas bastante vagas— sólo designaba lo que no era consciente y resurgía de vez en cuando para presentarse a la conciencia. Podría ser, entonces, que hubiese que distinguir del mismo modo un no acabado como simple contrario de lo acabado y un inacabado como forma lat en te pre ñada de un acabamie nto potencial, acabamie nto cuyo término, tan incognoscible como desconocido, daría, por hip óte sis, u n resultado que no podríamos identificar con el del acabamiento, tal como se lo puede suponer a partir de indicios recogidos en lo no acabado. En ese concepto, un esbozo es A. Gree n, Le travail du négatif, París: Minuit, 1993. negativo, B ueno s Ai res: Amorr ortu editores, 199 5.] 8
[El trabajo de lo
inacabado, pero su acabamiento, inconcebible. Su virtualidad hace que cualquier hipótesis sobre su consumación sea aleatoria. El trabajo de lo negativo, cuya hipótesis planteo, tendría el interés, por lo tanto, de no considerar lo inacabado como un simple estado, sino como el tiempo de una elaboración cuyo desenlace no e stá determinad o. Si s e exceptúa el caso en que el proyec to es interrump ido por la muerte, se advierte que l os demás deben eva luarse a la luz de los sentimien tos de placer o displacer q ue susc ita la obra. Cuando aparece el displacer, la explicación que suele darse es la decepción causada por la disco rdancia entre la s «intenciones» del artista —que sólo existen en estado virtual— y su realización . Pero en rigo r nos damos cuenta rápidamente de que la partida se juega entre dos estados de él mismo. Por otra parte, cuando la obra alcanza el acabamiento, la s atisfacción es de corta d uración. Ningún artista considera nunca su obra siquiera cuando ha alcanzado el punto máscomo alto acabada, de su arte.niShakespeare no se detiene después de Hamlet, ni Watteau después de El embarque par a Cíteres, ni Berg después de Wozzeck. Es que el acabamiento o el inacabamiento conciernen menos al resulta do del trabajo, el opus, que a la sed de crear de su autor. Hacer una obra no es únicamente llevar hasta el final un trabajo, por difícil que sea; es asignarse la tarea de poner cierto orden en la confusión del mundo y el desorden del s er (aun cuando uno se proponga transmitir un eco de ellos). Y como estos son menos un estado de cosas a modificar que un estado de ánimo a alimentar, mientras la agitación se renuev a sin cesar, ningún acabamiento es posib le salvo que se cancele esa inquietud, y ningún inacabamiento puede cumplir dura nte mucho tiempo el papel de un puerto donde hacer un alto para tomar aliento. Cualquiera sea el resultado al que se haya llegado, la creación sólo se interrumpe con la mue rte del creador, salvo ago tami ento de la fue nte o deserción deliberada (Rimbaud). Ya no estamos frente a lo inacabado, pues todo se ha consumido. Y a veces has ta renegado . Hay por lo tanto un e leme nto de imprevi sibilidad en lo inacabado, pero no lo hay menos en cuanto al destino de la creación cuando esta alcanza el acabamiento, porque existen pocas posibilidades de que quien ha p erseguido est a quimera a lo largo de su vida, pue -
da descansar alguna vez en sus laureles cuando conoce el éxito. Estos estados no se definen según criterios fijos sino en función de un intercambio entre el creador y los productos creados, generador de efectos que no escapan a lo inesp erado en razón d e las relaciones entre las fuentes inco nscientes que anim an la obra y el trabajo consciente que les impone sus elecciones formales, más o menos en concordancia con el tratamiento reservado a de ellas. Así, la enel la búsqueda del cumplimiento la obra se persistencia apreciará por lado de la dinámica pulsional y los estremecimientos que provoca. Lo que la obra nec esi ta para nutrirs e tambié n puede envenen arla, así como lo que teme encontrar pue de, para prevenir su angustia, retener la savia nutricia indispensable para su animación. El inacabamiento, que sigue a la coacción al abandono por displacer, se produce como desviació n de la s condiciones que lo presidían, en cuanto estímulo a la prosecución de la búsqueda de el la resultado creación por ¿A qué asociar oese lanceo? Que de laplacer. obra esté «acabado» nobaes menos importante que la sensación, la idea de haber ido «más lejos». Pues una obra, esté aún en proceso de elaboración o haya llegado a un estado que se juzga m uy consum ado, puede suscita r en s u autor la idea de que todavía contiene reservas, cosa que sus admiradores no siempre sospechan. El d isplacer que surge es el de un desacuerdo consi go mismo. Es el signo de la presencia de un conflicto al que no es posible aproximarse más y que no puede ser objeto de un compromiso ni oc ultarse. Lo que se interp reta como signo de impotencia o condición fatal (nada que no pertenezca a los dioses puede alcanzar jamás ese destino de acabamiento) ahoga e n es ta generalidad el confl icto que habita toda creación, dividida entre lo que dice develar para llegar a la novedad y aque llo que, en la s fue ntes de la creación, se codea con lo que no puede salvar la barrera del silencio. En suma, el verdadero criterio es el del movimiento que exige consentir para proseguir el diálogo con el objeto del trabajo y el de la resistencia que se opone a ese comercio consigo mismo q ue tiene s us raíces en el inconscient e. En el límite, Braque terminará por apartarse a un de lo que fue el centro de su fervoroso interés, el objeto cuyas propiedades exploró indefinidamente, para no interesarse ya más que en el espacio del que surge su aparición.
Decir del inconsci ente que carece de fondo, de lím ites , de forma, impide aplicarle las categorías de lo acabado y lo inacabado. D e todas man eras, no se puede olvidar que sus m anifestaciones están animadas por un deseo que quiere ver plenamente satisfechas s us demandas. Si la pul sión está a la búsqueda de satisfacción y sólo se detiene cuando la ha obtenido, si —como lo sostiene Freud— es «exigencia de trabajo», cuando ese trabajo llega la m eta buscada, ¿noense puede hablar de acabamiento, aunatemporario? Esa es, efecto, la paradoja del concepto de pulsión, porque en él se encuentran dos aspectos: la idea de una exigencia tanto más f uerte cuanto que se la supone proced ente de una fuente ciega (la excitación end osomática) y la que también ve en ella el producto de un trabajo. La exigencia de la excitación se transm uta en la medida de la exigencia de tr abajo, y e ste relaciona dos dimensiones heterogéneas entre sí, la del estremecimiento procedente del cuerpo o los sentidos y la del de trabajo del espíritu, las funciones que lo la unenmodo al cuerpo. Se advierte que esen preciso compatibilizar exigencia corporal sensible que quiere ser obedecida y la regulación implícita de su partenaire que la traba ja. Est as reflexiones pueden aplicarse a la actividad c readora, que está, sin discusión, animada de un mismo sentimiento de exigencia interna pero debe, cuando esta «cobra forma», traducirse por la medida de la exi genci a de trabajo entre el origen de la necesidad de crear y su traducción en el lenguaje propio del arte, que implica el traslado a otro universo. Es má s o menos sencillo concebir separadame nte los dos aspectos. Lo que se sust rae a una captación teórica es la relación entre ambos. Cualquier demanda de satisfacción definitiva es, en consecuencia, una búsqueda ilusoria de acabamiento total, porque el deseo no tardará en reaparecer. La pérdida del objeto primario permi te explicar en el aprés-coup la causa de la búsqueda emprendida con la espera nza de recuperarlo; toda satisfacción se evalúa con respecto al fantasma de la que habría habido si la edad de oro, supuestamente anterior a esa pérdida, no hubiera sido interrumpida. Ese espejismo impregnado de nostalgia es una construcción mítica retrospectiva. Podemos encontrarlo en el fondo de esa sed de absoluto que atormenta la creación. Tengamos la precaución de no querer disiparlo de prisa, porque sirve de aguijón para franquear la barrera que separa de una liber-
tad sin límites. Al desviar su rumbo, modificar sus metas, desplazar los objet os de su deseo, aceptar entr ar en e l campo de las actividades socialmente valoradas, lo cual es apenas poco más que un pasaporte para autorizarse a explor ar un c uestionamient o relativo al mund o o a sí mismo, e l sujeto acepta las compensaciones que le ofrecen los productos de su búsqu eda y que recogen de pasada una prima de placer. Pero el fantasm deinconscient que algún día po dríalaalcanzarse eta sigue activo ena el e y anima contin uacilaónmde la búsqueda, para bien o para mal . Lo que vela por la ne cesidad de inacabamiento es la oscura sensación de que el acabamiento de la obra podría coincidir con el final de toda creación y ya no dejar al creador otra salida que la desecación o la muerte. Has ta aquí no tení amos en men te más que el model o de la creación artística. Pero otros pueden suscitar n uest ra reflexión, por ejemplo el de lay ciencia. Cuando mide ladel extensión de nuest ra ignorancia el cará cter tan limitado saber, ¿cómo no ha de s er e l científico sen sible a todo lo que lo separa de una explicación total del mundo? Pero esa meta se abandona por de finición. Si la ciencia pue de no est ar d emasiado descontenta de sus conqu istas, es justam ente porque s e asign a como objetivo resolver sólo problemas li mitados, susceptibles de control y verificación. Este avance a pequeño s paso s le perm itió adquirir el enorme capital de conocimientos del que se enorgullece. El científico de nuestros días sólo puede afirmar su trabajo si practica el clivaje. Sabe que su enfoque de lo real no puede má s que ser parcial, incompleto. E incluso e xtrae de ello algún título de gloria porque, por esa razón, ha renunciado a los sistemas explicativos globales que, en mayor o menor medida, son de esencia religiosa. Y cuando se mantiene apartado de esas tentaciones, se felicita por haber aceptado el sacrificio de una Weltanschauung para asignar prioridad a su necesidad de exactitud o rigor. De todas maneras, si bien parece aceptar lo inacabado, no lo hace igual que el artista. Se somete a ello pero no le otorga confianza alguna. No espe ra nada, no aguard a ningún mensaje de ese má s all á. Se e nfren ta a lo desconocido, un desconocido opaco y mudo, no a lo inacabado. Para él, no hay inte rmediario e ntre la ignor ancia y el saber. Cualquier fragmento arrancado
a la i gnorancia debe, por el contrario, ser objeto de un conocimien to completo. Cuando es te no es posible, debe implicar al m enos el in ventar io de lo que queda por conocer. El ina cabamiento nunca puede ser aquí una fuente de esperanza, una promesa de riqueza futura. Ver las cosas de otra manera significa exponerse a grandes rie sgos. Ning ún teorema se demostraría, ninguna e xperiencia se verificar ía, ningún razonamiento podría generalizarse. Acabamiento y objetivación son complementarios. Al considerar la cuestión desde un punto de vista diferente, se comprende que objetivar es desubjetivar. Hay que asociar al sujeto, sin duda, la pos ibilidad de concebir el inacabamiento de otra manera que como una insuficiencia, reconociéndolo como un atributo positivo del infinito. ¿No podemos aducir que la ciencia contemporánea ha superado ese prejuicio al introducir en la descripción de un fenómeno el papel del observador? As í tomaríamos e n cue nta u na variable que habría que asociar al sujeto . De hecho, el sujeto en cuestión sólo se considera en la medida estricta ment e reducida en que intervien e en el marco de una experiencia dependiente de parámetros controlables.9 Ese es el punto al que nos lleva un a reflexión sobre las relaciones e ntre el sujeto y el acabamiento. Aquel no está ni acabado ni inacabado, pero tiene la propiedad de cerrarse o permanecer abierto, en función de las situaciones relativas a las tareas que se propone cumplir y el horizonte que permite situarla s. Eso e s lo que posibilita comprender que sólo importa la perpetuación del movimie nto impreso por el impulso al trabajo y que este puede valerse de cada etapa , cualquiera sea su conformidad a los cánones de su disciplina, para alimen tar el p lacer de ir más lejos, hacia el infinito. Ocurre de es e modo desde que la creación dejó de estar confinada en el dominio que antaño la encerraba. No es que haya que entonar el himno de la creativi dad general; sólo se trata de to mar conciencia de que crear es una propiedad esencial de la actividad psíquica. Es probable que acabamiento e inacabamiento alternen sus efectos de euforia en la creación artística. Puede sorprendemos el hecho de que la ciencia, para el detalle, y la 9 En cambi o, la epistemología científica n o dejará de plantear los problemas relativos al efecto de cierre. Véanse los trabajos de F. Varela.
religión, para la total idad del conocimiento, persigan el m ismo idea l de acabamiento. No basta reconocer que la diver sidad de las actividades hum anas aprovecha alternadamente la meta del acabamiento y el inacabamiento. Lo que hay que adoptar es menos la idea de una unidad complementaria que la que nos alerta sobre todas las oportunidades que se ofrecen a una deriva permanente de sus estrategias. Pues mucho falta paraCuand que laoética a scética iento reine sin compañía. se apartan dedel las conocim condici ones medias de la experimentación, son muchos los científicos que expresan en voz alta su adhesión a tal o cual siste ma religioso, que no es forzosamente el que se les transm itió en la infancia. Y quienes proclaman su convicción distan de represen tar la totalidad de quienes piensan de e se modo. ¿Tienen los nuevos parámetros introducidos para pensar de otra manera las relaciones del acabamiento y el inacabamiento la finalidad de intentar colmar la brecha entre el pensamiento científico y la especulación epistemológica?10 La idea de hipercomplejidad se esfuerza por mostrar el carácter prematuramente cerrado de ciertos procederes.11 En otro ámbito, ciertas religiones hacen valer, con respecto a otras, la necesidad de rechazar algunas limitaciones —que, sin embargo, ape nas son percibidas como ta les por quienes creen en ella s— relacionadas co n el carácte r demasiado restringido, tal vez demasiado antropomórfico de las religiones occidentales, y de amp liar aún más n uestra in tuición del infinito. ¿No será e sa un a explicación de la difusión actual del budismo en los países de tradición cristiana? Falta en n uestra reflexión una dimensión que nos mu estre que no podemos conformarnos con los pens am iento s que nos haya n inspirado el arte y la ciencia . E sa dimensión es la de la clínica, porque esta, mejor que cualquier otro rumbo, nos erigirá en testigos de la relación de la psique consigo misma; más precisamente de la manera en que, al no tener ya escapatoria, queda cautiva de su propio tratamiento. 10 A. Green, «Méconnaissance de l’inconscient», en L’inconscient et la Science, bajo la dirección de R. Dorey, París: Dunod, 1991, págs. 140220. [El inconcienteaycilencia, B uen os Ai res: Amorrort u editores, 1993, págs. 167257.] 11 Véan se Les théories de la complexité: autour de Vceuvre de H. Atlan, bajo la direcci ón de F . Foge lman Soulié, París: Seu il, 1991, y Ed gar Mori n, Introduction á la pensée complexe, París: ESF, 1990. | Introducción al pen samie nto complejo,Barcelona: Gedisa, 1994.]
Algunos casos en los cuales los problemas del inacabamiento se presentan al analista nos servirán de ejemplos. An tes de examinar los cuadros que col ocan el inacabam iento en el primer plano, ¿no podemos recordar que est e e stuvo, de manera implícita, en los orígenes del psicoanálisis? La histeria se ocultó durante mucho tiempo detrás de la cortina de hum o de la exu beranci a de su patología. «La tira», comovíctima se dice ho odo es llamado otroharía y es tede se élprecipita él, dey.laTilusión del deseoal que el objetoen que falta a la completu d, al acabamiento de la histérica. Sin embargo, después de Freud, Lacan dirá justamente: «La histérica es deseo de deseo insatisfecho». Y con razón: para la histéric a, cuando se terminó es que no hay más que hacer, y si no hay más que hacer, quiere decir que el deseo está muerto. La conversión se produ ce cuando se trata de impedir que un fantasma vaya hasta el final de su carrera. El afecto «estrangulado», las ne uros is actu ales, son el producto del estancamiento de un proceso. Pero casos aún más ejemplares. ¡Qué sorprendente —y quéhay constante su sinto matología— es el cuadro de la n eurosis obsesiva (que Freu d fue el primero en describir como neurosis constituida; has ta entonces sólo se conocían las obsesiones)! Cuando hoy se propone la denominación de neurosis de coacción, se marca el aspecto de fuerza que sirve de base a las ideas obsesionan tes, más allá de los rasgos atribuidos al caráct er del obsesionado: la indecisión o el aplazamiento. Quien recuerda las famosas observaciones de Esquirol, Von Gebsattel o Freud —reunidas por un parentesco que supera las diferencias de épocas y sistemas explicativos—, siente claramente que el a paciguamiento esperado, po r la s ensación del deber cumplido o de la medida de protección adoptada, es rigurosamente imposible de alcanzar. Los rituales de verificación contra toda clase de peligros (la intoxicación, el contagio, el accidente, la muerte, a fin de cuentas) nunca terminan. Cualquier actitud de un tercero —padres o cónyuges que conside ran que «ya basta»— que impida ejecutar esos r itua les desencadena una angustia insuperable. Los religiosos mandan al psiquiatra a sus catecúmenos demasiado escrupulosos que no acaban nunca con su interminable confesión. Aquí, el inacabamiento no podría disociarse de las cuestion es re lativas a la agresividad y la muerte. Lo que lleva a pensar, y Freud term ina por comprender, que las de fen-
sa s s ecundarias de los obsesivos, lo s ritos sin fin destinados a apaciguar su superyó despiadado, son en realidad la expresión de satisfaccio nes disfrazadas. Aquellas cuya expresión pulsional directa está prohibida encontraron refugio bajo ese disfraz. Sin llegar a la constitución de una neurosis obsesiva (o de coacción) organizada, el inacabamiento puede paralizar cualquier tarea cuya consumación represente una satisfacción de orden edípico o narcisista. No queda entonces más que el placer, inconsciente, del masoquismo. Y. es investigadora. Mientras hace una psicoterapia, logra aprobar su te sis de tercer ciclo, que había interrumpido. El resulta do e s t an prometedor que le aconsejan pub licarla, para lo cual deberá hacer algunas modificaciones, más de forma que de fondo, a fin de convertirla en un libro. Sobrevien e el fracaso más desesperante. Y o tení a en verdad algunas ideas sobre las razones que le impedían con cluir. Habíamos visto que ese trabajo asumía un valor simbólico, a la vez reparador de su image n y ofensivo co n respecto a s us colegas. Ese libro era, sin distan cia metafórica, una im agen de ella misma. Además, debía demostrar a los otros que Y. no era tan inútil como parecía, e incluso convertirse en un arma en la que se adivinaba sin esfuerzo que eran los demás quienes tenían que sentirse lamentables. En las sesiones —cara a cara— desg ranab a l as mism as quejas indefi nidamente repetidas , sin que nada permit iese entrar en el d etalle d e lo que pasaba entr e m i paciente y s u obra. Por fin pude darme cuenta de que nada podía acabar porque ella sometía su texto a la peor de las torturas, de manera estéril. Anhelaba mejorar su forma, pero ninguna forma la dejaba en paz. Escribía «Parece que. ..» y enseguida lo tachaba para escrib ir encima «Al par ece r...». Es in útil decir que en una corrección ulterior «P arece q u e ...» volvía a s er preferible. Cuando conseguía avanzar un poco, al instante la embargaba la idea de que al ritmo que iba, el inte rés de su libro desaparecería, porque su contenido ya no sería de actualidad. Me hacía re sponsa ble de haberla inducido a confiar en la concreción de su proyecto. No faltaban los recuerdos relativos a un adiestramiento esfinteriano, particularmente conflictivo y erotizado en sumo grado por la madre. Pero en e se caso me par ecía est ar fren te a una forma de analidad primaria cuyos conflictos re-
miten a algo muy distinto de la clásica relación anal.12 En ella, el nar cisismo desem peña un papel much o más grande. Cuando la paciente aceptaba decir un poco más sobre las angustias que la asaltaban mientras trabajaba en su obra, se podían señalar dos grandes situaciones. La primera se relacionaba con la idea de que, si tenía éxito sola, corría el riesg o de perderme. En e l transcurs o de una ses ión me dijo: «Ayertriste pudeporque a vanzano r enlolatenía redacción Pero es taba detrásde deun mícapítulo. y ya no podía imaginarme que usted me soste nía y me alentaba diciendo: ¡vamos, adelante, está bien, continúa, avanza!». Angustia de separación y a ngus tia de pérdid a son fácilme nte identifi cables aquí, pero también angustia de autonomía, libre de toda autoridad. De todos modos, no habría que subestimar, detrás de las apariencias de relación dual, la triangulación que pone en jue go ese tercero q ue es el trabajo entre el analizante y el analista. La identificación con el padre únicamente hacerse en labien modalidad del fracaso. ElEnotro tipo depodía angustia era más de tipo persecutorio. ella estab a pre sente l a madre con la forma de quien no l lamaba a su hija más que para acaba r con las t areas d isplacenteras. En su propio trabajo, mi paciente velaba celosamente por sus ideas y su expresión escrita, siempre preocup ada por las maniobras oscuras de colegas deshonestos y explotadores, que sólo pensaban en despojarla de él o sumar de manera indebida su nombre a una publicación cuyo mérito correspondía exclusivamente a ella. Y. me recordaba las aves de presa que, tras haber capturado un animal, afirman su propiedad sobre el cuerpo de la víctima poniéndole la pa ta en cima, pero que nunca empiezan a deleitarse con él antes de haber escrutado los alrededores para asegurarse de que no hay ning ún otro rapaz en la zona, listo a arrebatar su presa al efímero vencedor. Una vez más, se a divina aquí la an gustia de pérdida, pero en un sentido diferente. Lo que corre el riesgo de perderse es lo que acaba de ganarse. La ganancia expone a la pérdida, mientras que, si no se posee nada, casi no hay riesgo de ser desposeído. De l mismo modo, cuando no se esp era nada, no se puede sufrir por ningu na falta, ningu 12 A. Gre en, «L’ana lité primaire da ns la relati on anale», en La névrose obsessionnelle, «Monographies de la Revue Franqaise de Psychanalyse», 1993, págs. 6183.
na decepción. Como se se ntí a inacabada en todos los planos, Y. se atrinch eraba detr ás del deber del acabamie nto de todo. Siempre hay algo que corre el riesgo de perderse: el objeto del que uno depende y al que vincula su propia existencia, o aquel al cual uno mismo dio existencia. En ambos casos, lo am enaz ado es una unida d en pareja: la pareja en la que se ocupa el lugar de aquel que, capaz de consumar su separación convirtiéndose de una tareaelque se debe acabar, consuma con en elloel ysujeto al mismo tiempo objeto del que apenas acaba de distinguirse; o el lugar de quien, al dar srcen a un objeto separado, lo condena a ser acabado por terceros. Entre sus recuerdos de infancia, Y. decía haber sufrido mucho cuando, al lleva r a cabo una t area —a menudo un in cordio— a pedido de sus padres y tener alguna dificultad para terminarla, estos, cuando el trabajo estaba casi concluido, le decían: «déjalo, voy a hacerlo yo», suscitando así en ella,todo al relevarla en lasrealizado, últimas etapas, la impresión anular lo que había para erigirse ellos ende los galardonados por su cumplimiento. En suma, el (dis)placer preliminar, vitalicio. Lo más notable era sin duda su absoluta inc omprensión de lo que quería decir el verbo asociar. «No puedo hacer dos cosas a la vez, pens ar y hablar». Es que asociar «libremente» significaba para ella la pérdida del dominio y el control que ejercía sobre sí misma, para no dejar lugar a una libertad que la delataría. Salvo en muy contados momentos en que lo hacía espontá neam ente, sin darse cue nta. Para ella só lo era determina nte e l carácter agr adable o que sent ía como desa gradable de la interpretación que yo me veía en la necesidad de proponerle. Debo añadir que había venido a verm e luego de leer una de mis obras sobre el narcisismo, que era el único libro de psicoanálisis que, decía, le había resultado elocuente. En ese aspecto, nunca expresó abiertamente envidia hacia m í —nada m ás que un a admiración un poco trist e, que le hacía apreciar qué lejos se sentía de alcanzar un resultad o c omparable— pero, ¿cómo no pens ar que su fracaso doloroso tenía relación con la envidia? Doloroso fracaso, sí: sin duda, el calificativo que conviene más que cualquier otro; ¿acaso no me contó muchas veces que, frente a su sentimiento de impotencia —podía pasarse horas y horas buscando la palabra ju sta , s in lograrlo—, lloraba entonce s día y
noche? Lo que no puede dejar de interpretarse como un sufrimiento por no poder estar a la altura de su Ideal del Yo tiene como contrapartida una total inconciencia con respecto a un placer de sufrir ofreciéndose como víctima expiatoria de un objeto sádico cuya presencia no permite delimitar huella alguna; negatividad que le otorga, por así decirlo, una existencia intemporal. Puede adivinarse aquí que el acabamiento no está relacion ado ni con la necesidad lle gar a una meta, ni con el mantenimiento del empujedeque abre nuevos campos de búsqueda o investigación. Llegué a preguntarme, incluso, si en est e caso la inhib ición era interpretable únicamente por el desplazamiento de una acción prohibida, por la que cualquie r realización se concebía como transgresora. Tenía la impresión, antes bien, de ser testigo de una especie de duelo a muerte en el único ámbito de su existencia en que Y. atestiguaba una actividad orientada hacia el futuro. Excepción hecha de su psicoterapia, todo el resto parecía afectado de inmovilidad o confinado en obligaciones estrictamente codificadas. Lo cual me demostraba hasta qué punto los compromisos más personales estaban amenazados por esa sombra de muerte que se adivinaba en los fantasmas relativos al trabajo. Acaso, justamente, porque no hay actividad de verdad creativa que no implique la aceptación de un duelo: el de la identidad del creador y su criatura. Pero esta visión clínica también nos muestra, con respecto a esa apuesta que no siempre es tan transparente, que cualquier tarea susceptible de recibir una investidura importante es constantemente solicitada por corrientes imprev isibles y exige, a cambio, toda clase de m aniobras para intentar conjurar la catástrofe o, al menos, controlar su trayectoria, que puede salirse de su cauce en cualquier momento. Los lazos que unen la neurosis obsesiva a la melancolía están bien establecidos desde Abraham. ¿Quién no conoce esos duelos que se eternizan, en los cuales la vida sólo r etoma su curso normal mucho más allá de lo que es común observar? Asimism o, ¿no nos acostumbró en de masía la clínica psicoanalítica contemporánea a enfrentar esos casos en los cuales, mientras que los síntomas superficiales no ponen de manifiesto nada que se le refiera, la transferencia revela la existencia de una herida nunca cicatrizada? ¿No se puede oponer a esas figuras del inacabamiento otras que sean lo
contrario? ¿No logra el paranoico, en su delirio, a lcanzar ese acabamiento tras el cual corre el obsesivo? La sistematización de su construcción intelectual podría hacerlo creer pero, ¿cómo no ver, en ese esfuerzo titánico por mantener vigen te la coherencia d e la visión delirante, un intento de ses perado de colmar las fallas del yo, conjurar el retorno de esos «momentos fecundos» del delirio en los que lo real vacila —sobre los cuale s Lacan in sis tía con razón— y rechazar lo más lejos posible esa sensación de fin del mundo que abre bajo los pie s del delira nte los abismos del anon adamiento? Y si no todos llegan hasta ese punto, recordemos los aullidos que profería Schreber y que hablan con suficiente elocuencia del basamento carcomido sobre el que se levantaba su delirio. Al considerar las diversas situaciones de inacabamiento que permite observar la creación, ya hemos señalado que asum en un sentido diferente de acuerd o con la connotación de o displacer que las acompaña. La psicopatología nosplacer hace testigos de situaciones en las cuales ese displacer lleg a hast a el sufrimiento, sin que se desencadenen siquiera las seña les de a ngustia , que previenen el do lor psíquico. En este aspecto, podemos recordar que Freud opuso la inhibición al síntom a y la angus tia, pues, cuando ese fenómeno se mantiene dentro de límites moderados, sólo se manifiesta bajo la forma de un impe dimento que ev ita e l conflicto con el superyó, por la falta del movimiento que empuja a satisfacer el deseo. ¿Con qué herramienta s pens ar el inacabamiento en ps icoanálisis? Ya hemos mencionado la referencia al inconsciente como fuente inagotable de deseos que aspiran a cumplirse, vale decir, al acabamiento de la insatisfacción, aun cuando se trate de un fanta sma que tiene muy pocas posibilidades de realizarse. Lo cierto es que esta situación general puede complicarse y agravar el sufrimiento. ¿Por qué razones? La más fácil de evocar es la fijación. Cuanto más fuerte sea esta, más tentadora será la regresió n que encontrará refugio en ese punto de detención, y más difícil la reanudación del movimiento evolutivo. Sin embargo, no por ello hay que concluir con demas iada ligere za que la alusión a la fijación y la regresión implica necesariamente una visión normativa
de las cosas. El acceso al nivel edípico va a la par con una mayor libertad de elección, de orientaciones, de perspectivas. En tanto que la fijación anal, por ejemplo, restringe las posibilidades e incrementa la coacción. Neurosis de coacción, neuros is que pone en primer plano la obligación de actuar, de pensar de tal o cual manera, siempre impuesta, y que exige como represalia la duda esterilizante. Hay otros aspectos en cuestión, que hemos señalado de pasada. Entre ellos, el narcisismo. Es sabida la importancia que tienen en el narci sista las consideracione s relativas a la idea de la totalidad perfecta, acabada, autosuficiente. La bella forma es un ideal a alcanzar que ejerce sobre el espejo del narcisismo la atracción de un imán. Esa es su versión más clásica. Empero hay otra más sutil y de expresión aparentemente contraria. Para algunos sujetos narcisistas, lo amenazante es el acabamiento. En efecto, llegar a él es al mismo tiempo circunscribir una forma establecida de una vez por todas y, po r ello, hacerla finitiva y com nte identific able por sus contorno s y,de por lo tanto, máspletame expuesta: como un blanco a destruir. Así, cuando uno muestra qué es y cómo es, se expone a ser captado, agarrado, interrogado, puesto en cuestión y tal vez aniquilado. También traza sus fronteras y dice que no es más que esto, ni más ni menos. Borges hab laba de lo intolerab le que es ser sólo lo que se es. Quedan por último formas más perniciosas, que no fueron reconocidas de entrada. Naciero n cuando Freud se deci dió a admitir la existencia de la pulsión de muerte, que condena al sujeto a transformar la admirable Penélope en proyec to ciegamente destructorsuperchería de sí mismo.de Todas las configuraciones sintomáticas que hemos mencionado se producen en un contexto en el cual domina la idea de que el acabamiento del act o es el desplazamiento de la ejecución de l a «acción específica», prohibida. El inac abamiento es el testig o de un comp romiso entre el deseo de realizar el anhel o prohibido y su proscripción. Entr e el anhelo y la tendencia a actuar completamente el deseo se despliegan todos los jalones que pueden frenar su trayectoria. Cuanto más pronunciada sea la propensión al acto, como en la neurosis de coacción, más fuerte será la expresión del conflicto revelado por el inacabamiento. Sin embargo, Freud debía, más allá del principio de placer, mantener una hipótesis audaz: la que impone la obser-
vación de fenómeno s que no evitan el displacer pero parecen no interrumpirse por su aparición, e incluso buscarla. Es el caso de la compulsión de repetición. Ahora bien, el análisis de las situaciones en las que esta ejerce su influjo hacen pensar que la recurrencia de la repetición podría interpretarse como el resultado de una falta de agotamiento de su núcleo causal. Hace mucho tiempo, Lagache comparó la transferencia con elexplicar efecto Zeigamik, descripto psicología, que inten taba la rep etición de las taen reas inconcl us as .13 Si bien es cierto que la transfere ncia es u n fenómeno mucho más misterioso, el inacabamiento, en este caso, nos señala que nunca podría superarse íntegramente nada de lo que marcó nuestra inmadurez. Como si estuviéramos condenados a revivir nuestros deseos no saciados, a chocar con las mis mas causa s de fracaso, a buscar en vano la s ati sfacción de los mismos deseos fundame ntales e intentar, día tras día, curarnos, tanto de su incansa ble resurrección como del sufrimiento sentirnos impacientes,Notan obstinados y, pordeúltimo, tansiempre difíciles tan de conformar. sólo nacemos inacabados, pasamos la vida siéndolo a fin de tener un motivo para tender la mano h acia atrás, en busca de nuestro inaccesible origen. Acabamos de dar con el alcance ontológico del inacabamiento, tan notori o en la actitud de lo s seres hum anos ante la muerte. Es inaceptable que un ser querido desaparezca para siempre, que ya no sea, definitivamente. Esto basta para explicar el carácter casi indispensable de todas las ideas religios as concernientes a la vida después de la muerte. En oposición, esos destinos singulares que nos muestra el inacabamiento de la psicopatología. Señalemos que los dos principales ejemplos en los cuales nos hemos apoyado, la neuros is obsesiva y la melancolía, ponen a la muerte e n el centro de su problemática. Acabada o inacabada, una tarea puede va ler tant o por una como por la otra de es ta s dos posibilidades, pues lo que cue nta no es el punto donde el proyecto se interrumpe, sino aquel desde el cual volverá a ponerse en marcha. En ambos casos, lo q ue no se d etiene es la vida, en s u indeterminación. En cambio, aquello que, inacabado, está destinado a perm anecer siempre así porque ha desertado de 13 D. Lag ache , «Le probléme du transf erí», Revue Franqaise de Psychanalyse, XVI, 1952, pág. 102.
él el movimiento de la vida, está muerto y bien muerto. Al parecer, el inacabamiento es, en efecto, una de las modalidades del trabajo de lo negativo. Pues to que, ya se pie nse en su incidencia biológica o en la larga dependencia de la criatura humana en comparación con las crías de los animales, siempre es tá vige nte la idea de que es necesario un complemento de trabajo para alcanzar un estado que pueda considerarse a la madurez. Sinno embargo, que obsta a nuestro llegado acabamiento de humanos es sólo lalodependencia de algunas de nuestras funciones vitales con respecto a la asistencia del otro, sino también el hecho de que esa asistencia sólo cobre sentido al ser amorosa. Lo que comprobamos es que llega un momento en que esa dependencia deja su luga r a una autonom ía pero, en cambio, el amor no alcanza etapa alguna que permita prescin dir definitivamente del prójimo. ¿Se reflexionó de manera ad ecuada en la sinonim ia propuesta por Freud: pu lsion es de vida o de amor? Si la r azónentonces de ser deldisoci am orarestá est e inacabamiento, no es posible est een último de una elaboración permanente que ligue pasado y porvenir, expectativa de supervivencia y esperanza de abolir toda incompletud. Es una vez más la idea de un trabajo que hemos recordado al mencionar la definición de la pulsión. Y cuando abordamos la cue stión de la sintomatología, no nos costaría encontrar en la neurosis obsesiva, detrás de la idea de coacción, la obligación de un incesante trabajo de defensa contra la ang ustia y la destructiv idad. En el caso de la melancolía será aún más evidente: trabajo del duelo. Y, como dice Freud, el delirante construye un mundo que no es mejor, pero al menos puede vivir en él. Sea, pero ¿por qué lo negativo? Lo negativo es u n dato i nsoslayable del psiquismo porque, si la vida pulsional es su fundamento, lo que percibimos de ella en la existencia corriente sólo la deja subsistir filtrada por la represión y las defe nsas , cuyo papel es poner fin, a su manera, a una reiv indicación inaceptable. La visión que tenemos de nosotros mismos se da, por tanto, en estado negativado y sólo puede restablecerse en su positividad si imaginamos cómo seríamos si se an ulara toda represión; lo cual es ta n inconcebible como ima ginar el acabamiento de un inacabado. En el mejor de los casos, el deseo se alinea del lado de la vida, tras optar por la esperanza de una satisfacción, aun incompleta, que
los procesos primarios tienen la misión de realizar y la sublimación de relevar; lo esencial está asegurado por el mantenimiento de las investiduras, vale decir, la prosecución del movimie nto de apropiación de las fue nte s de placer, de la partición que las divide y multiplica, y de las conexiones a cargo del yo, tarea intrínseca a su propia actividad. Hay otros casos de figura en lo s cuales lo negativo del interdi cto oesdelaceptable, impo sibletoda nunca s e supera,esena los queintoleningún consuelo frustración la vez rable e inolvidable y, por una extraña inversión de valores, sólo lo negativo es re al (Winnicott). Como consecuencia, y de manera completamente inconsciente, la psique sufre una imantación irresistible por lo negativo. Con la ayuda de la compulsión de repetición, negativo e inacabado se convierten en sinónimos, porq ue el inacabamiento será la solución gracias a la cual todo acabará por fin. El inacabamiento, convertido en lo corriente, ya no es el estado que sólo impide avanzar: se vuelve anticipación de unasemejante, caída irremediable. Ante el sentimiento de una maldición se concibe la tentación de cortar el nudo gordiano. Lo que «cargará» con la tran sfere ncia se rá es e doble movimiento por el cual el empuje pulsi onal procura aún realiza r lo incumplido en él y, simultáneamente, lo que trabaja de manera negativa la estructura inco nscie nte y puede llegar a subvertir por completo el proyecto de Eros. El suicidio es el paradigma del inacabamiento, porque impulsa a decidir retirarse de la vida antes del término fij ado por la naturaleza o el destino. Todo lo que se ha desarrollado, argumentado, sostenido, no agota su misterio. Se adivina que, en el momento de cometer el acto terminal, el suicida es presa de la noche más impenetrable y está sometido al peso de la visión más irrevocablemente implacable de su situación. Su sufrimiento es tal que, al no imaginar ningún respiro ni esperar alivio alguno, hace coincidir su sentimiento de clausura apremiante con la trayectoria de su vida. Es muy probable que haya aquí mot ivo para sospe char un asesinato psíquico. Los estudios psicopatológicos de que ha sido objeto señalan el lazo del suicidio con el sentimiento de un tiempo detenido, desanimado , mucho antes de que la muerte arrebate al sujeto. Pero también esto puede interpretarse como una defensa. Detener el tiempo es dominar lo indominable, impedir que el dolor se agrave, que la
imagen de sí mismo se vuelva aún más aborrecible. Poner fin al tiempo es frenar una inmersión en los abismos, peor que la muerte, y oponerse a un a decadencia sin remedi o. El suicidio sería entonces el acabamiento del tiempo para conjurar e l es pant o de lo peor. ¿Qué es peor, más temible que cualquier otro peligro? No es posible imaginar todas las agonías que pueden asaltar a quien . En interrumpe este caso se su mevida ocurren dos ideas. El análisis interminable, por lo tanto indefinidamente inacabado, se debería, según Freud, al rechazo de la femineidad en los dos sexos. Si interpreto hoy el sentido de una afirmac ión semejan te, lo comprendo asociando a lo femenino la idea de l a pa sividad —aunque estos térm inos disten de ser sinónimos—, y la precisión aportada por Freud: «en los dos sexos», se aclara por el hecho de que ambos tienen por objeto primero una mujer, la madre, de la que dependen absolutamente. El rechazo de la «pasividad» podría significar entonces el temor al retorno a un a situación de total dependencia mate rnal.14 Lo cual sería el colmo de la regresión, la antesala de una especie de aniquilación de toda voluntad personal. Así, lo que otrora evocaba el paraíso perdido de la infancia toma aquí un color infernal. ¿Se tra ta de evita r la abolición de todas las iniciativas de actividad mediante las cuales un sujeto se pone a prueba frente a la imposición de la sola voluntad materna? ¿O de alejarse del peligro de vivir una relación que pudo sen tirse como excesiv amente mala? ¿Debemos pensar, al contra rio, que es te temor a ir tan lejos en la regresión coincid e con el de ver repetirse lo q ue tal vez se su 14 R esu lta claro que «pas ividad » se traduce m ejor como Hilflosigkeit. Creo, sin embargo, que si Freud prefiere destacar la pasividad, es porque la Hilflosigkeit puede superarse con el desarrollo. La pasividad que se da en situa ciones en las que aquella ya no interviene deja perfi lar su imagen. Un a vez m ás, Freud prefi ere la referenci a a una con stante —aunque haya que tener en cuenta importantes modificaciones— a invocar una causa «srcinaria» que es activa en un solo estadio, por precoz que este sea. Asimismo, las ideas recientes sobre la actividad del bebé desde el nacimiento impugnan esa pasividad inferida por Freud, así como la posibilidad de un estado narcisista primario. Lo cual significa, en verdad, hacer poc o caso de la situación de impotencia srcinal, cuyo correlat o es el inaca pasividad y pasibamiento. (Desde entonces precisé las relaciones entre vación,situación de impotencia ligada al desamparo impuesto al niño. é-passivation, Véas e Passivit de próxima aparición Inota de 1999].)
frió a continuació n, dura nte la separación del objeto primario y el abandono experimentado en el momento de su pérdida? ¿O bien, última hipótesis, estamos aquí frente a una colosal contrainvestidura que negativa las dichas más extremas que jam ás haya sido dado vivir? Cuestiones abiertas. La otra idea que se me ocurre es la siguiente. En su artículo sobre «La crainte de l’effondrement» [«El temor al hundimiento»],15 Winnicott que la catástrofe temida ya se h a prod ucido (sinargumenta llegar has ta e l final) y que es su retorno lo que, de hecho, se teme, vale decir, el sentimiento prevaleciente en la época en que ningú n objeto podía ser confiable ni «sostener» al niño que se hu ndía en el vacío. Las hipótesis de Freud y Winnicott me parecen coincidentes. Asignan al inacabamiento un nuevo sentido, pues lo que se t rata de demorar e incluso de c ompensar es e se tipo de desen lace , con la ilusión de poder decidir uno mismo, impedir un desastre o escapar a él. Empero, por una inversión de laserelación de am fuerzas desesperación, lo que acaba, just ent e ainducida c ausa depor un la acto q ue decreta de manera definitiva la suspensión de cualquier continuación posible, t iene por resultado pref erir el inacabamiento de la vida (identificada aquí con el desamparo), poniéndole fin an tes de tiempo. El suicidio s ería la repetici ón de esa sit ua ción que frena el precipitarse en la falla abierta de una t ierra que, luego de haber temblado, se entreabre para tragamos. P. era hijo de un médico de gran reputación que h abía alcanzado notoriedad gracias al tratamiento, no psicoanalíti co, de los histéricos, a quienes curaba de manera autoritaria, como era hab itual en la época. Tenía amigos que hab ían dado el paso que separa la medicina d el psicoanálisis. D e niño, P. recuerda haberse sen tido profundamente impres ionado al ver entrar a su casa, donde también estaba el consultorio médico, a enfermos transportados en camillas que, cuando se iban, lo hacían caminando. Nacido durante la Ocupación, su madre se había visto obligada a ocultarse de los alemanes en provincias, debido a su srcen. En consecuencia, P. sólo había visto a su padre de manera fugaz e in termite nte durante su primera infancia. A continuación, las 15
D. W. W inn icot t, «La cr ain te de l’effo ndr eme nt»,
Psychanalyse , 11, 1975, págs. 3544.
Nouvelle Revue de
desa ven encia s entre sus padres no habían d ado de aumentar, lo cual generaba discusiones violent a en las que el padre llegaba a util izar argumentos ra cistas contra su esposa. Cuando P., ha st a enton ces hijo único, cumplió diez años, la madre llevó a la casa a un varón huérfano de su familia cercana, que le mostraban como un ejemplo en todos los temas. Siendo P. ya adolescente, su padre empezó a exhibir los signo s tiempo de un esta esivode , atendi do sinque éxito te mucho condolosdepr medios la época, a laduranlarga reveló ser la m anifestación inicial de una enfermedad de Al zheimer de evolución lenta pero con los resultados más catastróficos, una lamentable decrepitud y una impotencia creciente. Más aún, lo internaron en una c asa de reposo en el extranjero, donde su familia sólo lo visitó de manera intermitente hasta su muerte. P. había conservado un buen recuerdo de su padre en los años de infancia, aunque s us re laciones fuesen bastante distantes. A veces lo acompañaba a cazar ycon experimentaba plicidad él. Por eso, elentonces recuerdoundesentimiento su padre endelacomdecadencia física y psíquica mientras caminaba ayudado por una enfermera no dejaba de suscitarle la más angustiosa impresión . Sin atr avesar un períod o típico de duelo, se sintió muy afectado por esa pérdida. Era muy inteligente pero, en la universidad, empezó a mostrar conduc tas de fracaso y renuncia. Un día, en un e xamen de filosofía, quiso entregar la hoja en blanco y dejar el aula prematuramente. El ayudante que supervisaba la prueba y que lo conocía lo alcanzó, y lo obligó a sentarse y completar el examen. Sacó una exc elente nota, po r supue sto, pero no siempre es posible beneficiarse de circunstancia s tan afortunadas. Su padre le había dejado una herencia que le permitió disponer de mucho dinero. P. demostró se r incapaz de t ener una profesión y tuvo una conducta disipada, relacionada con un alcoholismo que distintas terapias no lograron eliminar. Consultó a varios psicoterapeutas, a quienes dejaba al cabo de algunos m eses. Esos profesionales eran recomenda dos por un psicoanalista amigo de la familia que, por conocerlo demasiado, no podía atenderlo. Pronto fue mi tu mo , designado por ese colega que habí a sido mi maestro. Después de haber establecido con P. una relación que me parecía me jor qu e las relaciones que él ha -
bía tenido hasta entonces, y de haberlo sentido interesado en lo que sucedía en la terapia, me arriesgué —cosa que sin duda no haría hoy— a propon erle tenderse en el diván, a la vez que le garantizaba una presenci a interpretat iva sos tenida. Pude presenciar entonces el despliegue de una transferencia hom osexua l muy negada y la apari ción, en s u rela ción con la joven con quien salía, de unos celos patológicos. Muy se una volvió tan insoportable que lapronto, mujer su concomportamiento la cual vivía tuvo aventura con otro hombre, en el extranjero, y a partir de allí dividió su tiempo entre los dos amantes, a la vez que seguía muy apegada a él y muy afectada por la intensidad de su angustia. Por otra parte, se intensificaron los conflictos con su madre; sus relaciones no dejaban de recordar las que el padre había tenido con ella. Cuando empecé a atenderlo, P. ya es tab a divorciado de una mujer que llevaba las marcas de una elección edípica, y era padre de una niña a quien quería enormemente. Para su gran perjuicio, se veía obligado a confiar la educación de esta niña a su propia madre, lo cual suscitaba en é l el se ntim iento de que su hija sufri ría los mismo s errores de los que P. se consideraba víctima. Pronto, las faltas a las sesiones se hicieron cada vez más frecuentes y terminó por interrumpir la cura. Tras un intervalo de dos años, volvió a verme en un estado que me pareció más grave. Le aconsejé prosegui r su tratamiento con otra person a. E ra un grosero error —ahora lo veo con claridad—, sin duda debido, en gran parte, a mi c ontratransfer encia y, por otro lado, a las circunstancias que no me dejaban otra opción. El no insistió. Siguió en contacto conmigo y me telefoneaba de vez en cuando, a las horas más insólitas, en ocasiones incluso en mitad de la noche, sin duda víctima de fuertes angustias: «¿Green? Soy P. ¿Cómo está? ¿Qué es de su vida?». Seguía una conversació n basta nte general. Cuando yo ten ía la posibilidad y sentía que él me lo «demandaba», lo invitaba a venir a verme y le fijaba una cita lo más cercana posible. Consta taba s u deterioro progresivo. Tenía la mir ada vidriosa y la tez amarillenta, y encendía un cigarril lo con la colilla del anterior. Me decía: «no fumo, chupo». Luego de un g rave accidente le quitaron la licencia de conductor y lo internaron para som eterlo a una desintoxicació n. Se comprobó a la sazón la existencia de signos que hacían pensar en una polineuritis. Vino a verme al salir del hospital, con un estilo
seudo amistoso y rechazando cualquier forma de terapia continua; creo que me englobaba entonces en ese rechazo. Segu ía sin tener ningu na actividad p rofesional, a un tiempo que a través de amigos cercan os testimon iaba cierto interés por el teatro de vanguardia, aún capaz de pronunciar discursos brillantes y deshilvan ados sobre el tema. Me puso al tanto de u na decisión. Si en e l futuro se veía imposibilitado de camin a raíz de laestab eclosi y ex tensión dearece la por.lineuritis que loar, amenazaba, a ón resuelto a desap No so portaría en ningún caso, me dijo, volver a depender de su madre, tal como imaginaba que sucedería. Comprendí que tenía el fantasma de quedar reducido a la condición de un bebé. Podía aceptar verse bebiendo como si fuera una criatura tomando el biberón, pero con la condición de conservar su autonom ía, ir y venir. ¡Pero volver a ser p resa de los cuidados mat em os, eso nunca! Yo estaba atento, desde luego, a la sobredeterminación que lo empujaba a esta salida. ¿Cómo no ibaaapasito pensars yenenlamanos deme ncia terminal de su padre, con su andar de sus enfermeras, evoc ación trágica de aquel que, en la infancia de P., había encarnado la ima gen del cazador, el taumaturgo y el mago que hacía levantarse a los agonizantes y les devolvía la facultad de moverse? «¡Levántate y anda!». Luego de lo revelado por la tran sfere ncia acerca de su ho mosex ualidad, ¿cómo no iba yo a relacionar su parálisis fantasmática con la de los pacientes de su padre? Pero todas esas causas me remitían, como en una línea de puntos, a su dependencia incoercible y sin remedio con respecto al alcohol, su incapacidad de gozar de autonomía, su enganche con el objeto, sólo comparable con la manera como él emprendía la fuga, cuando no provocaba la del otro. En el fondo, todo sucedía como si las conductas patológicas anteriores hubiesen tenido un carácter de inacabamiento, ha sta llegar a lo que iba a provocar el final de su recorrido regresivo. Un día, mientras iba caminando, un auto lo chocó ligeramente . P. interpretó est e acciden te como el resultado de una pérdida de reflejos de su parte. Creyó entonces que la polineur itis se apoderaba de él. Fue a una armería y compró un fusil «para caza mayor»; entró en una taberna, sin duda para tomar una última cerveza, con su fusil en vuelto en papel de diario; se encerró en el baño y se pegó un tiro en la boca. Interrumpió así el proceso .regresivo que lo devolvía a los
primeros tiempos de su vida mediante un gesto simbólico que condensaba varias significaciones. ¿Detención del tiempo? Sí. Pero hacia atrás más que ha cia adelante. El inacabamiento puede remediar lo peor, cuando este consiste en revivir los comienzos como último acabamiento. Hemos recorrido loscocampos de la creación artística, el descubrimiento científi y la psicop atolo gía, y luego vimos en la transferencia un a figura ontol ógica del inacabamiento y en el suicidio —tal vez más allá del horizonte de la clínica— su d esenlace más paradójico. Nad a estar ía má s alejado de nuestra intención que concluir oponiendo un inacabamiento saludable, prometedor y abierto a un inacabamiento síntom a de impotencia. Aun cua ndo, a primera vista, las cosas puedan presentarse así en la superficie, no es posible clasificar de esta manera las manifestaciones del inacabamiento, Ni salvo si sefijo les ni niega cualquier análisis un poco meditado. estado entidad aislada, la simple evocación de la palabra mue stra con claridad que el in acabamiento es una noción que debe eva luarse por su relación con el movimiento del tiempo. Indisoci able de la ide a de una m eta a a lcanzar o un término hacia el cual tiende un proceso, ¿cómo pensar el inacabamiento independientemente de ese horizonte, más allá de sí mismo, aun cuando permanezca en el estado de pura virtu alidad? La manera co mo llenamos el futuro que no habrá sido retroactúa entonces sobre lo inacabado. En suma, el inacabamiento no puede mantenerse en las fronteras en que se detiene el curso de aquello que, de una u otra manera, a ún tenía frente a sí la trayectoria de lo posible. Por ello, el problema deja de ser el del mero inacabamiento para convertirse en el problema de las relaciones entre est e y el a cabamiento. Cualquier calificación positiva o negativa puede invertirse; por eso, en vez de limitarme a los casos e n que presenciamos el deslizam iento de uno sol o de los términos hacia su opuesto, preferiré la reflexión que se obliga a eval uar s u relación. ¿Qué debe decirse? Sin duda no es necesario conclui r en un relativismo escéptico que induzca a pensar que es posible todo y su contrario. Eso es lo que podría sugerir la defensa de la idea de que el inacabamiento, lejos de ser el síntoma de una incapacidad, sería, por el contrario, el signo de una disponibilidad infini-
ta, preocupada por no cerrar nunca —siempre demasiado pronto— la acogida de lo que todavía debe ser, y que, a la inversa, los valores tradicionalmente atribuidos al acabamiento, lejos de signar la culminación de un trabajo fecundo, empujarían a ver cerrarse sobre él un discurso que aún tie ne algo que decir; terminaríamos inmóviles en l a incerti dumbre siempre temerosa de comprometerse en una conclusión quesusceptibles uno y otro de de adelanlos términos de lacualquiera. alternativaMe sonparece siempre tarse a su opuesto. Las relaciones de la pa reja así puesta de manifiesto no son simples. No se trata de un trivial par de opuestos que se ponen en juego haciendo hincapié a veces en uno y a vece s en el otro. Como tampoco habría que concebir su relación segú n el modelo de los pares contrastados de Freud. Pues lo que esta relación determina —lo vimos de mil man eras— es su relación co n el tiempo. Si en la concepción psicoanalítica del tiempo quedan muchas insuficiencias, una cosa,lineal sin embargo, segura: una conce pción exclusiva mente del desarresollo temporal no podría responder en ning ún caso al cuestionamiento. Pero no se le puede dar lisa y llan amen te la espalda. La difi cultad reside en que esa experiencia existe realmente y —¿hace falt a aclararlo?— es la primera aprehensión in tu itiva, y la más resistente al examen, de las manifest aciones psíquicas conscientes. Los problemas comienzan cuando se trata de concebir las relaciones que ligan esa constatación de la vida consciente con todo lo que nos enseña además la investigación del psiquismo —al cual se puede asociar la alternativa acabadoinacabado—, que pone de relieve la exis tenc ia de otros mode los de funcionamiento ( aprés-coup , repetición, intemporalidad del inconsciente, etc.). Habrá que postergar para otra oportunidad la exposición de una concepción que represente todos estos aspectos.16 Sin embargo, en lo sucesivo se los puede abarcar desde el punto de vista del camino del desarrollo orientado por la flecha del tiempo, del que forman parte tanto el acabamiento como el inacabamiento (de hecho, aquí sólo se debe tomar en consideración el primero; el inacabamiento no es más que un ejemplo). Se lo opondrá a otra concepción que supera este 16 V éa se A. Gre en, Le temps éclaté, París: Minuit, 2000. [El tiempofrag mentado, B ueno s Air es: Amo rrortu editores, 2001. ]
objetivo marcado exclusivamente por su orientación hacia un fin presentándose de muy otra manera, superadora de las limitaciones de la vectorización precedente. A mi juicio, eso permite considerar el par progresiónregresión, me recedor de que se lo conciba en toda su extensión. En un principio fue defendido por Freud, a propósito del sueño, en el modelo del capítulo VII de la Traumdeutung. Recordémoslo: durante el dopreparándose rmir, algunas para id easconvertirse tratan de avanzar el polo motor, en actos.hacia El cierre de este polo obliga a esos pensamiento s a regresar para adoptar las formas de rec uerdos visuale s. E n vez de experimentar el cumplimiento que les daría su acceso a la motri ci dad —acabamient o de la actividad consciente—, erigen en virtud su inacabamiento y, tras sufrir el trabajo del sueño, realizan u na forma diferente de cumplimi ento y obedecen a otras e xigencias que no son la de la vida consciente. Aunque los psicoanalistas conocen bien esto, no atribuyen toda su importancia de que el punto de p artida del sueño se encuentre enallahecho negativa de cierta cantidad de excitaciones a abolirse en la regresión del yo, lo que deja un resto, un residuo de excitaciones ligadas a fantasma s de deseo reprimidos durante el estado de vigilia, del que no se libera el dormir. Ahora bien, por eso mismo, durante el estado de vigilia, es decir, en pleno régimen de progrediencia, algunos elementos serán, en el aprés-coup, portadores de un a disposición a la regrediencia. La dualidad de progrediencia y re grediencia no puede limitarse a la oposición vigiliadormir. La vigilia admite en su seno formaciones discretas, y no identificadas como tales , que van a organizarse más adela nte segú n un modo regrediente, y el dor mir entrañará igu almente tend encias progredientes —tampoco susceptibles de ser reconocidas como tales—, capaces de vehiculizar ideas hacia el destino que, en el estado de vigilia, se consideraría como el final de su itinerario: ideas consumadas en actos. De allí la noción de que, en el par inacab amientoacaba miento, cada uno incluye e n sí mismo una parte de lo que es constitutivo del otro. Y como lo decía al principio, sin duda por esa razón no se pueden considerar los dos sentidos de acabar —llegar a la madurez y morir— como simpl es de termin an tes afectados a un término neutro (el final), sino como integrantes de su naturaleza intrínseca. De la misma manera, acabamiento e inacabamiento deberán pensarse si-
multáneamente. Una consecuencia de importancia capital es que, si se admite, como acabo de sostenerlo, la solidaridad de los dos elem entos del par, s e le asocia la natura leza básicamente complementaria de estos (lo cual no quiere decir que es té n en proporciones igua les , pero ved a cualquier idea de componentes indemnes de su opuesto) y se la somete a la categoría de un tiempo dividido, bidireccional, cabe esperamás, r salir la impasse reflexión. una vez la de estructura en que par acecha no debelaimplicar la Aquí, idea de una neutralización recíproca de los dos elementos, que bloquee s us interrelaciones. Est a forma apareada deber ía dar lugar a interesantes relaciones contrarias, si no contradictorias. D e igua l modo, la defens a de un tiempo bidireccional no remite en modo alguno a un tiempo inmóvil. No basta con sust itu ir e l tiempo orientado por el tiem po bidireccional; lo importante es no perder nunca de vista que se trata de una relación con flictiva entre la temporalidad orient ada s egún la flecha delintiemp o y la yotrcuya a, la fidel tiemp o, intemporal que actúa en el consciente gura dialéctica di buja el sueño. Más aún, esa conflictividad es tanto la expresión de las relaciones entre ligazón y desligazón com o entre creación y destrucción. En ella, p ues, la referencia a la vida y la muerte es indirecta, porque se trata ante todo de vida y muerte de la actividad psíquica. Y cuando en ciertos casos está en juego la muerte física, por ejemplo en las enfermedades psicosomáticas, nos asombran las semejanzas que comprobamos con algunas organizaciones psíquicas marcadas por procesos asociativos intrapsíquicos mortinatos que, por otra parte, pueden ser compatibles con una actividad creativa, preservada por clivaje. Así, es necesario estar atentos al hecho de que los organizadores de lo viviente están sometidos a la irreversibilidad de la flecha del tiempo, pero que el psiquismo humano puede sustrae rse a ella debido a la existe ncia del inconsciente. No rompe pese a ello sus ataduras con lo que lo liga a los sist em as vivien tes, pero supera ciertos lím ites para crear fen ómenos srcinales. Al considerar el dominio de la creación, dejamos de lado los casos de inacabamiento debidos a la muerte del autor. Sin embargo, cuando dirigimos nuestra mirada a la muerte de ciertas grandes figuras del patrimonio cultural, desaparecidas a una edad aún temprana, no podemos eludir la impresión de que algunas de ellas pagaron un pesado trib uto a
la temeridad de su esfuerzo exploratorio. Por un razonamiento simplifícador, el hecho de que dispongamos hoy de medios científicos y médicos capaces de prevenir la muerte nos hace atribuir la que sorprendió precozmente a esos creadores a causas patológicas médicas que habrían acortado su vida. No nos atrevemos a pe nsar que murier on por algo distinto de la sola acción de causas letales conocidas. También imaginarse que en ellos nada consiguió oponerse puede a un trabajo de la muerte que los entregó a todoyalo que acrecienta los batallones fúnebres. Y cuando, a continuación, evocamos los casos sufridos o escogidos de inacabamiento, supusimos que era imposible comprenderlos al margen del conflicto subyacente a los sentimientos de placer y displacer. En el fondo, el estado de displacer, cuando está acompañado por el inacabamiento creador, apenas difiere del estado de displacer neurótico. Sólo cambian las relaciones de esos afectos con el carácter central del conflicto inconsciente y sus mediaciones. «En el fondo» no os quiere decir que son idénticos , sino que competen a los mism procesos, o rganizados de otra manera. Tomamos conciencia, en particular, de que la creación no constituye una actividad cuya progre sión avance o se detenga sin motivo, sino que es en todo momento una actividad de riesgo, aleatoria, cada una de cuyas etapas puede generar una regresión que estanque e incluso interrumpa el proceso. Dicha actividad adopta la forma de un juego en el que el avance, mientras resuelve ciertos problemas formales, puede tropezar, sin saberlo en absoluto, con el nudo conflictivo17 que se opondrá a cualquier elaboración ulterior de aquello que, con mucho, deja surgir la creación, a partir de las me zclas oscura s entr e fuerzas pulsionales, fantasmas inconscientes, recuerdos reprimidos, de todo lo que los asemeja a esos restos diurnos dotados de capacidades regresivas y semánticas que estarán en el srcen de la construcción del sueño. ¿Qué decir entonces de quienes hagan del inacabamien to una línea de conducta? Quienes tuvieron la ocasión de frecuentar a los artista s no pueden ig norar que su an gustia fundamental —ninguna otra, aunque sea mucho más debilitante, resulta más temible— es la de constatar el agota17 Hemo s inten tado analizar est e núcleo en Proust, en relación con un núcleo m aterno. Véa se A . Gre en, «L a reserve de l’incréable», en La déliaison, op. cit.
miento de su capacidad creadora. Poco importa aquí el sentido inconsciente que oculte est a angustia; conform émonos, por el momento, con subrayar que es su preocupación esencial; aun cuando su trabajo no llev e marca a lguna de doble gamiento, los acucia su evaluación de lo que producen. ¿Es preciso sorprenderse de que use n de ardides con el peligro y se impongan una línea de conducta estética que va en ese sentiduna o? Alreserva actuarde dedeseos, tal modo , lo esenc e s para atesorar comp arar laialasoci aciónellos entre el carácter finito de una obra y el fin posible de toda creación. Pues existe la tentación permanente de presenciar el deslizamiento que da a la idea de lo que se acaba el sentido que la acerca al fin, señal del agotamiento del poder creador. El desenlace, entonces, será este: hay que querer el inacabamiento. Este ardid puede ser tan eficaz que los productos inacabados a los que estos creadores dan vida pueden ge nerar la ilusión de un acabamiento aún m ás consumado. Esto, por que el trabajo, inacabamiento o seotra refiere a una a te r-o mina r su sino quen es manera denega mirartiva la obra de dejarla ver, para transferir el sen tido de su cum plimiento a aquel a quien s e dirige. Man tenerse más acá de todo cumplimiento, en reserva, es ahorrarse la angustia de incurrir en la sa nción m ás imperdonable, la que sólo puede imputar se a uno mismo. A lo que uno es , m ás que a lo que uno hace. Para am arse, ya no queda sino la prud encia que evita la caída cuando se ha corrido el riesgo de poner todo lo que uno tien e en l a balanza, porq ue puso su fe en su proyecto. Es lo que el creado r vuelve a hacer cada vez, y nunca de una vez por todas, con el deseo no sólo de terminar sino también de conjurar la sombra de lo que teme: haber terminado para siempre con la posibilidad de proseguir su búsqueda. Y cuando los mismos que defienden el inacabamiento llevan al extremo la preocupación por acabar lo que producen, ¿no es como si estuviéram os delante de una hybris latente, en la cual aparece el temor a desencadenar la ira de un dios? Y como sabemos que ha y estruc tura s psíquicas «más allá del principio de placer» y que el analista interpreta algunas de ellas como la búsqueda de un placer inconsciente de sufrir, cosa ferozmente negada por los interesados, ¿hay que asombrar se de la actitud que se impondrá el inacabam iento como una meta confesa, escogida, elegida, que desvía por es e medio la conciencia del sufrimiento y cierra los ojos ante
la angustia? ¿No hay en ello cierto resabio de superstición? Puesto que ningún creador, lo hemos dicho, tiene jamás por acabada su tarea. Y casi n o necesita una teoría, y ni siquiera una justificación cualquiera , para encon trar motivos que le hagan proseguir su trab ajo. De sde el momento en que experimenta la necesidad de fetichizar, lo que está en el fondo mismo de su actitud creadora —reconocidas todas las explicaciones de orden artístico— es, sin de de alguna amena za, acaso inseparable delduda, r umbelo merodeo transgresor la creación. La posibilidad de la deriva puede recaer entonces tanto sobre el inacabamiento, al punto de hacer sentir los efectos de una parálisis dolorosa, como sobre el acabamiento, una vez que la labor sale insidiosamente de los senderos fascinan tes y peligrosos en los que se había aventurado, para no ser ya m ás que la sombra d e su intención o su caricatura. La problemática del par acabamientoinacabamiento no debe llev a cometer el error de que confun dir elen acto con am eseos par con el movimiento lo lleva su relacionado seno, lo su pera, le sobrevive. Entre el movimiento y el acto se tejerán sut iles intercambios. Pero lo que el inacabamiento deja pre sentir ya no es más que una relación indirecta con el acto: progrediencia y regrediencia no existen sin el movimiento que hace agita r el se ntido.18 ¿Pueden sacarse de estas reflexiones algunas indicaciones sobre la vocación de los escritos de los psicoanalistas? Es forzoso comprobar que la producción psicoanalítica ve florecer un gran número de géneros, del más poético al más prosaico. Sólo se impone un examen a ese respecto porque las divergencias de opin ión, entre l os psicoan alistas, conducen a veces a tomas de posición que no siempre escapan a una especie de prescripción moralizadora sobre lo que es conveniente pensar o a qué teoría se debe adherir, cuando 18 Fra ncisc o Var ela, Connait re P. Lavoie, París: Seuil, 1988 [Conocer
les sc iences co gnitives,traducción de las ciencias cognit ivas,tendencias y perspectivas. Cartografía de las ideas actuales, Barcelona: Gedisa, 1990], hace notar que los únicos organismos que ti enen un sistem a nervios o son los que están dotados de motricidad. Podríamos extender est a observación a la existen cia de un p siquism o que haya interna lizado la motricidad y , por último, plantear la hipótesis de que el psiquismo del hombre ha adquirido la propiedad de deshacerse de los límites del tiempo irreversible mediante la atribución de la bidireccionalidad a los movimientos representacio nales.
no se dicta la forma «verdaderamente psicoanalítica» de expresarse. Limitemos aquí nuest ras observaciones a la cues tión que nos ocupa. Es indudable que, en el seno del movimiento psicoanalí tico, existen escritos dogmáticos procedentes de grupos militantes. No hace falta discutir demasiado el contenido o la forma de las ideas que vehiculizan; su estilo b asta para con denarlas. .. aun tengan razón,laporque el verdad veneno que de la militancia no cuando podrá sino destruir parte de pueden contener, pues su movimiento sólo consiste en alimentar su fe. Se trata, en efecto, de sistemas acabados. La teoría psicoanalítica tiene a la ve z algo de la creaci ón, del saber cien tífico (aunque el psicoanálisis no sea una ciencia) y de la clínica. La coexistencia de estos tre s órdenes de conocimiento pondera cada uno de ellos por separado y confiere al conjunto una perspectiva necesariam ente abierta. Es creación debido a la existencia de la diferencia teóri copráctica que construye esas ideas, de los he-se chos que siempre son registrados poraladistancia conciencia pero comprenden según las coordenadas del inconsciente. Esta creación, sin embargo, debe distinguirse con claridad de las creaciones artísticas que, pese a ser abundantes en cierto conocimiento del inconsciente, no pueden hacer más que encauzamos hacia este, porque la comprensión que exigen depende de una correspondencia intuitiva o una sensibilidad a s u verdad, pero no de un conocimiento y ni si quier a de un reconocimi ento del inconsciente. D e hecho, la intelig encia necesita poner de relieve sus fuentes, sus metas, su empuje, su objeto, todo lo que exigió la construcción de un aparato (teórico) psíquico, como ficción prometida al trabajo que supera el simple efecto de resonancia. Actualmente, muchos estiman que este lenguaje es en realidad nocivo para el psicoanalista por sus peligros de esclerosis. Me cuesta ver cómo desatar el nudo que liga el avance del conocimiento con un conjunto organizado de ideas. De la ciencia, el psic oana lista no adopt a ni los procedimientos ni los m étodos, pero acaso sea necesario no dejar de pensar en ella, para poner lím ites a la arbitrariedad posible de la imaginación creadora de la acción psicoanalítica. Es demasiado cierto que su práctica lo acerca al arte; por eso debe atenerse con firmeza a un mod o de pensamiento que se re siste a la seduc ción formal y los encantos misteriosos de la lectura o la es-
cucha, para proponer al rumbo intelectual de las ideas una consistencia y una conceptualización rigurosa cuya articulación da una imagen coherente y convincen te del funcionamiento psíquico. Por último, el trabajo del psicoanalista necesita la referencia a la clínica, pues no escapa, lo mismo que el del artista o el científico, a esos bloqueos o «ultran zas» (los ultraa cabamientos) y esa s derivas de los cuales es tamos muy mal protegidos. También en este caso, esa ponderación entre los rumbos artísticos, científicos y clínicos debería impedir que el psicoanalista cayera en el exceso de unilateralidad. No podríamos silenciar que en el movimiento psicoana lítico actual existe un movimiento antiteórico inclinado abierta o insidiosamente hacia una fenomenología psicoanalítica. Nada se resiste entonces al efecto incomparable de esta m anera de dirigirse a la mente de aquellos a quienes se habla, a los c uales se ofrece una versió n «adornada» de lo que la aquí conciencia psicoanalista en percibió, y evocó. Hablo de unadel fenomenología sentidosintió amplio, más allá de la signific ación filosófica. Lo que designo de e se modo refleja una actitud desconfiada con respecto a las ideas, siempre sospechosas de sellar lo que enseña la escucha psicoanalítica o ejercer una tiranía de la abstracción. «Eso no impide existir», escuchó Freud. Se olvida agregar que hay un codicilo a ese juicio: «¡Si al menos conociéramos lo que existe!». Lo criticable no es esta prevención sino, a mi entender, lo que se prefiere a ella. A las ideas hegemónicas se preferirá, para el discurso del inconsciente percibido a través de aclarar las palabras del analizante, otra manera de decir. Es ta «otra manera» no es m enos portadora de ideología, aunque se proponga enmascarada. Una teoría falsa se refuta y puede ser en mendada, rectificada, reemplazada. Una ausencia de teoría, que prefiere a ella un estilo determinado, no compete n i al acabamiento ni al inacabamiento. Está, en sustan cia, fuera de l tiempo y sus producciones no conocen más que el prodigio del instante, logrado o fallido y, en todo caso, desvanecido apenas terminado. No dejan de destacarse las profesiones de fe de Freud, desconfiado de los sistemas demasiado globales. Si bien es cierto que el exam en del inconsciente sólo puede ser de det alle, Freud nunca faltó al deber de la puesta en orden lo más
completa posible de sus descubrimientos. ¿En qué trabajaba en el mo mento de su muerte? En un a obra cuyo poder de síntesis nos deja atónitos en un hombre de su edad: un Es quem a del psi coanálisis en el que cada línea sólo cobra sentido al insertarla en su conjunto, cuya meta es evidentemente construir un modelo reducido y acabado del psicoan áli sis . ¿Y cuándo lo interrum pe la enfermedad? En el momento en que, redactarexterior, un capítulo particularmente sustancial sobretras el mundo Freud se prepara para pone mos al ta nto del progre so de los con ocimientos acerca del mundo interior. Creo que aquí se trata claramente de inacabamiento, porque me parece que las formulaciones que se disponía a presentar, por el hecho mismo de la novedad de la extensión desusada del capítulo precedente, entrañaban algunas proposiciones desconcertantes para los lectores acostumbrados a conocer sus ideas.19 ¿Qué mejor que concluir recordando la definición del psicoaná lisis en treBritannica s partes que mismo diodos en primeras el artículoson de de la Encyclopaedia deél1922? Las un esti lo límpido y su contenido es evidente : s e refieren a su status de método y a su aplicación terapéutica. La redacción de la últim a es particularmente conten ida. En cuanto a nosotros, no creemos que haya u na mejor conclusión: el psicoaná lisis también es, por lo tanto, el nombr e de «una serie de puntos de v ista psicológicos adquiridos por es te camino que crecen progresivamente para reunirse en una nueva disciplin a científica».20
19 De lo cual encuen tro una h uella en un tex to tam bién inacabado, «S o me elem entary le ssons on psychoanalysi s», en el que menciona el caráct er cada vez más alejado del sentido común de los conceptos psicoanalíticos. Me parece que se trata de una anticipación de Freud. Véase A. Green, La folie privée, París: Gallimard, 1990, cap. 1. [De locuras pri vadas,Buenos Aires: Amorrortu editores, 1990, cap. 1.1 s comp letes, op. cit.,XVI, pág. 183. [«Dos artículos de 20 S. Freud, Oeuvre enciclopedia: “Psicoanálisis” y «Teoríá 3e la libido”», en AE, vol. 18, 1979.1
Referencias de la primera publicación
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«La diachro nie en psychanal yse» [«La diacron ía en psicoanáli sis»] a pare ció e n Critique, n° 238, mar zo de 1967, págs. 359-85 (con el títul o «La diac hron ie da ns le freudisme» [«La diac ron ía en el freudi smo»]). «L’ori gin aire da ns la psychanalyse» [« Lo src inario en e l psico análisis»] apareció en La narrazione delle origine, Sagittari Laterza, 1991, págs. 133-79. «Répétition, différence, replication» [« Repetición, diferencia ,
replicación»] se publicó en la Revue Franqaise de P sychanaly se, XXXIV, 1970, págs. 461-501. • «Le tem ps mort» [«El tiemp o muerto»] aparec ió en la Nouuelle Revue de Psychanalyse, 11, 1975, págs. 103-11. • «L’enf ant modéle» [«El niño modelo»] se publicó en la Nouvelle Revue de Psychanalyse, 19, 1979, págs. 27-49. •
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«La rem ém orati on: effet de mém oire ou tem por alité á l’ceuvre?» [«La remem oración: ¿efe cto de m emoria o tem pora lidad en ac ción?»] se publicó en la Nouvelle Revue de Psychanalyse, 59, 1990, págs. 947-72. «Temps et mémoire» [«T iempo y memoria» ] ap arec ió en la Nouvelle Revue de Psychanalyse, 41, 1990, págs. 179-206. «Vie et mort dan s l’inachév eme nt» [«Vida y m ue rte en el in ac a bamiento»] apareció en la Nouvelle Revue de Psychanalyse, 50, 1994, págs. 155-84.