Ideas directrices para para un psicoanálisis psicoanálisis contemporáneo Desconocimiento y reconocimiento del inconsciente
André Green Amorrortu editores Buenos Aires Aires - Madrid Madr id
Indice Indice general genera l
15 Deudas 19 Prolegómenos 21 Presentación 25 Breve historia histo ria subjetiva del psicoanálisi psicoanálisiss a p artir ar tir de de la Segunda Guerra G uerra Mundial Mundial 41
Primera parte. Práctica
E l trabajo de psicoanálisi psico análisiss 43 1. El 44 La cura cu ra clásica clásica 47 Las psicoterapias psico terapias practicadas practic adas por psicoanalistas psicoanalis tas
50
2. La indicación terapéutica
E ncuadr adree ~ Proce Proceso so 58 3. Encu 58 1. El encuad enc uadre re 65 2. E l proceso 69 3. La transfe tran sferen rencia cia
72 72 76 83 91 93 94 102 108 110 110 111
Transferencia Transferencia
4. Transferencia y contratransferencia
La escucha analítica La transferencia transferen cia La contratransferencia contratran sferencia Conclusión
5. Clínica: ejes ejes organizador organ izadores es de la patología pato logía
1. De la sexualida sexu alidadd al deseo 2. El yo 3. El superyó supe ryó 4. La destruc des tructivid tividad ad hacia ha cia el objeto objeto 5. La destructividad destru ctividad orientada orienta da hacia hac ia el interior inte rior
Indice Indice general genera l
15 Deudas 19 Prolegómenos 21 Presentación 25 Breve historia histo ria subjetiva del psicoanálisi psicoanálisiss a p artir ar tir de de la Segunda Guerra G uerra Mundial Mundial 41
Primera parte. Práctica
E l trabajo de psicoanálisi psico análisiss 43 1. El 44 La cura cu ra clásica clásica 47 Las psicoterapias psico terapias practicadas practic adas por psicoanalistas psicoanalis tas
50
2. La indicación terapéutica
E ncuadr adree ~ Proce Proceso so 58 3. Encu 58 1. El encuad enc uadre re 65 2. E l proceso 69 3. La transfe tran sferen rencia cia
72 72 76 83 91 93 94 102 108 110 110 111
Transferencia Transferencia
4. Transferencia y contratransferencia
La escucha analítica La transferencia transferen cia La contratransferencia contratran sferencia Conclusión
5. Clínica: ejes ejes organizador organ izadores es de la patología pato logía
1. De la sexualida sexu alidadd al deseo 2. El yo 3. El superyó supe ryó 4. La destruc des tructivid tividad ad hacia ha cia el objeto objeto 5. La destructividad destru ctividad orientada orienta da hacia hac ia el interior inte rior
120
6. De los psicoan psic oanálisis álisis y las psicoterapias psicoter apias:: modalidades y resultados resultados
120 1. De los psicoaná psic oanálisis lisis 131 131 2. De las psicoterap psic oterapias ias 134 3. Apreciación de los resu re sultad ltados os 139
Segunda parte. Teoría
141
1. Los L os cortes epistemológicos de Freud Fre ud
159
2. Apertu Ape rtura ra para par a una un a renovación de de la teor teoría ía:: linaje subjeta sub jetall y linaje lina je objetal
174 Conclusión 176 176 176 183 192 192 205 210
3. E l análisis del material mater ial en en sus componentes componentes
1. Las representacion repres entaciones es 2. Los afectos 3. El carác ca rácte ter r 4. Las inhibiciones y las compulsiones 5. Angus An gustias tias de separación, abandono, pérdida pérdid a de objeto, duelos y dolores psíquicos 213 6. Angus An gustias tias de intrusión, intru sión, implosión, implosión, fragmentación fragmen tación 216 7. Desbordes: lo alucinatorio, alucinatori o, la actuación, las somatizaciones 224 8. Los trasto tra storno rnoss del pensamiento pensam iento 227 4. Espacio(s) y tiempo(s) 227 1. Espacio(s) 232 2. Tiempo(s) 255 3. Ligazón y reconocimiento reconocim iento 257 259 260 261 269 273 274
5. Configuraciones de la terceridad
277
6. Lenguaje, palabra palab ra y discurso en psicoanálisis
1. El tercero terce ro analítico 2. Procesos Procesos primarios, primario s, secundarios, terciarios 3. El Edipo 4. Las instanc ins tancias ias 5. El lenguaje leng uaje 6. La terceridad tercer idad
E l trabajo de lo negativo negativ o 290 7. El
290 291 299 303 305 305
X. Del adjetivo adjeti vo al sust su stan antiv tivoo 2. El trabajo de lo negativo en Freud Fre ud y después de él 3. La alucinación negativa neg ativa 4. El narcisismo narcisis mo negativo 5. La sensación de autodesapar autod esaparición ición del yo
309 309 311 311 315 317 318 318
8. Reconocimiento del inconsciente
323
Adenda. Para situar al psicoanálisis en los albores del tercer milenio
1. E l campo del desconocimiento desco nocimiento 2. Factore Fac toress del reconocimiento 3. Retorno Reto rno sobre la curación 4. Las La s formas form as de reconocimiento inconscientes inconsc ientes 5. Malestar en nues nu estra tra cultura
325 1. Referencias filosóficas 326 326 1. Antes Ante s de Freu Fr eudd 336 2. Después Despu és de Freud Fre ud 354 2. El saber científico 354 1. E l pens pe nsam amie iento nto biológ biológico ico:: los modelos neurobiológicos 377 377 2. Los modelos modelos de la antropología antropo logía 384 3. Reflexiones sobre sobr e los dos modelos 386 4. E l inconsciente incons ciente y la ciencia 390 390 5. La posmodem posm odemidad idad 395 395 Conclusiones provisorias proviso rias 399 Bibliografía
It is time that I wrote my will will;; I choose upstanding men That climb the streams until The fountain leap, and at dawn Drop their cast at the side Of dripping stone; I declare They shall inherit my pride,
I leave both faith and pride To young upstandin upst andingg men Climbing Climbing the mountain-side moun tain-side That under bursting dawn They may drop a fly; Bring of that mortal mad Till it was broken by This sedentary trend Now shall I make my soul Compelling Compelling it to study stu dy In a learned school school Till Till the th e wreck of o f body body Slow decay ofblood Tasty delirium Of dull decrepitude. decrepitude.
W. B. Yeats, The Tower, 1926.
Y vemos al verdadero Citra gu g u pta pt a [el escriba] escrib a] su rgir rg ir d e rra rr a mando tinta en una hoja para inscribir en ella los hechos y gestos ges tos de los morta m ortales, les, al tie m po p o q u e Y a m a [el [e l D io s de la Mue M uerte rte ], con co n s im é tric tr ic o m o v i miento pone una hoja sobre una capa de tinta para hacer sab sa b er [. . .] que él es Yama, es decir Kala, es decir a la vez el Tiempo y la Oscuridad.
La L a escritu esc ritura, ra, la línea lín ea de escr es cri i tura, se hace metáfora de los lí mites infranqueables infranqueables fijados po p o r el d e st in o , el tie ti e m p o o la muerte: no hay hombre tan há bil como como para franq uear la lí nea escrita o trazada traz ada por el des tino. tino. Lo que esp anta en la escri tur a no es que sea letra letra muerta, m uerta, sino sin o que sea mortífe mor tífera: ra: como si la línea de escritura fuera por naturaleza una dead line.
C. Malamoud, Le jurn ju rnea ea u solaire, 2002.
Deudas
Este libro libro jam ás habrí ha bríaa visto visto la luz si alguien alguien que fue mi amigo amigo no me hub iera lanzado alguna algun a vez vez esta sugerencia sugerencia —¿o —¿o desafío?—: desafío?—: «¿Y por po r qué qu é no escrib esc ribiría iríass pa p a ra nosotro nos otross un un Esq E sque uem m a del psico ps icoan análi álisis sis ?». La idea fue haciendo camino en mí por ciert ciertoo tiempo tiempo pues la empresa empres a era audaz y saltab a a la vista que no era cuestión de reiniciar lo que Freud ya habí ha bíaa hecho —y —y bien— en 1938 1938.. En E n este principio de mile nio podía ser interesan intere sante te actualizar actua lizar aquel aquello lo que debería re tenerse de los logros del psicoanálisis tanto en la teoría co mo en la práctica. Acostumbrado como estoy a escritos de cierta amplitud, lo más difícil para mí era ser breve. No sé si lo lograré. Por extensa que pueda ser esta obra, seguirá siendo siendo un esquema. Desde entonces, nuestras vías se hicieron divergentes. La de mi amigo de los viejos tiempos respondió cada vez más a su inclinación de siempre: el psicoanálisis literario —que —que no debe confundi confu ndirse rse con el psicoan psic oanális álisis is aplicado aplicad o a las obras litera lit eraria rias—, s—, del cual se se convirtió convirtió en un u n a de las figuras dominantes. dom inantes. Su producció producciónn —tan —tanto to literar liter aria ia com como psic psico o analítica— analítica — fue consagrada consa grada por el éxito éxito hallado en un u n públi púb li co que acep a cepta ta el psicoaná psic oanálisis lisis sólo así as í conc concebi ebido, do, prese pr esenta ntado do y desarrollado: u n psicoanálisis p sicoanálisis «lig «lighht», t», en suma. A mi tu r no, fui ingresa ingr esand ndoo cada ca da vez más en el psicoanálisis. . . psicopsicoanalítico. analítico. Duro camino donde, donde, en su afán de dar da r cuen cu enta ta del psiqu psi quism ismo, o, la leng le nguu a choca siem si empr pree con sus su s límite lím ites, s, muy mu y distintos de los los que se encue en cuentran ntran en la litera tura. tura . Pero no olvido la época en que trabajamos juntos, como tampoco ol vido a todos aquellos que, a través de los años, me dieron la oportunidad opo rtunidad de dialogar con con ello elloss en la sociedad sociedad analítica an alítica a la que pertenezco —la Sociedad Psicoanalítica de París (SPP)— (SPP)— así como como en otras, otras , francesas fran cesas y extranje ex tranjeras. ras. Debo Debo mencionar mencionar muy en particular a Femando Fem ando UrribaUrribarri, a quien quie n le debo debo el el haber habe r sido nombrado nombrad o profesor profesor honora hono ra
rio de la Univers U niversidad idad de Buenos Aires, Aires, y que desde hace al a l gunos años se ha fija fijado do la tare ta reaa de hacer conoc conocer er mis trab tra b a jos en la Arg A rgen entin tinaa contribu con tribuyen yendo do ind i ndir irec ecta tam m ente en te a la pre p re para pa ració ciónn de este est e volumen, volumen , gracias grac ias a un u n a serie ser ie de entre ent revi vist stas as que mantuvimos en 2001. En el momento de escribir este libro me viene a la memo ria la observaci observación ón de u na antigu an tiguaa paciente que mucho mucho tiem tiem po atr a tráá s sintió sin tió curio c uriosida sidadd por leer lee r u n a de mis obras. obras . Con un m atiz en la voz voz que dejaba adivinar adiv inar cierta ci erta decepció decepción, n, me di jo: «¡Usted «¡Uste d sí que qu e no afloja!» afloja!».. O bserv bs ervació aciónn m ás que qu e ju j u s ti ficada, ficada, ya que en su análisis tenía de dónde dónde agarrarme agarra rme p ara ayud ay udarla arla a analizarse. analizars e. A ella, lo lo mismo que a todos mis otros pacie pa ciente ntes, s, y en especial espe cial a los que qu e tien ti enen en poco poco en común c omún con Es quem ema a (1938), les debo el los que menciona Freud en el Esqu haberm hab ermee orientado y guiado, guiado, por mi cuenta cuen ta y riesg riesgo, o, en el laberinto inextricable del análisis contemporáneo. ¡Uno no pued pu edee con co n tent te ntar ar a todo el mund mu ndoo y adem ad emás ás a su propio p a dre! dre! Porque P orque padre p adres, s, sí que tuve: a algunos alguno s los los conoc conocíí en per per sona y a otros a través trav és de la lectura. lectura . ¡Q ¡Que ue descansen desca nsen en paz! paz! Si pude mantener la distancia, fue también gracias a quienes me escucharon y se se interesaro intere saronn por mí a lo largo de los seminarios en los que, si bien con algunas pausas, par ticipé desde 1965, en diferentes lugares pero, sobre todo, en mi casa: el Instituto de Psicoanálisis de París. Tiempo des pués pu és,, algun alg unos os de ellos adqu ad quirie iriero ronn cier ci erta ta noto no torie rieda dadd tan ta n to dentro den tro com como fuera del psicoanálisis, por ejemplo ejemplo en el ámbi ámb i to cultu cu ltural ral.. Pero Pe ro no me olvidaron, o lvidaron, y yo sigo sigo recordándolos. Por último, mi gratitud a los editores que confiaron en mí y me publicaron. Pienso sobre todo en Jéróme Lindon, prim pr im u s interpa int erpares, res, quien qu ien en 1969 1969 asumió el riesgo de abrirme las puerta p uertass de la prestigios prestigiosaa firma firma Editions Editions de Minuit M inuit para la publicación de mi prim p rimer er libro. libro. Y también tam bién en Odile Jacob, amiga de siempre. siempre. Se me perdonará perdo nará que, para pa ra no excederme excederme en los agradecimientos, saltee a muchos otros hasta llegar al último: Michel Michel Prigent, que publi publicó có mi primer prim er trabajo trab ajo de psico psi coan análi álisis sis «puro» «puro» y nun nu n ca dejó de es e s tar ta r a mi lado. Confío en que no se tome por ingratitud el hecho de no nom brar a otros a quienes quienes también debo debo algo algo y tanto agra agr a dezco: amigos, colegas, colaboradores. Gracias también a la infatigable Chantal Nyssen por la ayuda que me aportó aun antes de la definitiva puesta a punt pu ntoo del man m anus uscri crito. to.
Last but not least, desde luego a Litza, quien, como es ha
bitual en ella, me benefició con sus consejos. Y también a Olivier, el de ojos de lince, despiadado con su padre como to do hijo mayor. Croagnes, julio-agosto de 2002.
Presentación
«El propósito de este breve trabajo es reunir los princi pios del psicoanálisis y exponerlos, por así decir, dogmática mente —de la manera más concisa y en los términos más inequívocos—. Su designio no es, desde luego, el de compe ler a la creencia o el de provocar convicción. »Las enseñanzas del psicoanálisis se basan en un núme ro incalculable de observaciones y experiencias, y sólo quien haya repetido esas observaciones en sí mismo y en otros in dividuos está en condiciones deformarse un juicio propio so bre aquel».1Así se expresaba Freud, en julio de 1938, en las primeras líneas del prólogo a una obra que la muerte le im pediría term inar y que es una suma notable que en pocos capítulos reúne lo esencial de sus aportes. ¿Por qué un esquema del psicoanálisis en 2002? Muchos argumentos hablan en favor de esta fórmula. El primero y más evidente es lo que, de común acuerdo, llamamos la cri sis del psicoanálisis. Acuerdo relativo, sin embargo, pues para algunos este «mal momento» no podría durar mucho más, dado que sus propios valores deberían permitir al psi coanálisis salir airoso en un plazo más o menos corto. Pero, como no soy profeta, no me aventuraré a predecir el futuro. Tan sólo me limitaré a decir que, cualquiera sea el destino que el futuro le depare, nuestra tarea presente es combatir por la supervivencia actual y la victoria futura del psicoaná lisis, Uno de los factores menos discutibles del relativo des crédito en que cayó nuestra disciplina es la fragmentación y la dispersión de su saber más allá de lo tolerable, dado que ellas ponen en tela de juicio su unidad y, por ende, su identidad, mostrando a la vez la falta de consenso que existe entre los psicoanalistas. Hay otros factores más, pero mi S- Freud (1938), Abrégé depsychanalyse, «Avant-propos», PUF, 1949.
propósito no es denunciar en forma exhaustiva las causas del problema. De todos modos, si bien la necesidad de un «Esquema» se justifica por la evolución del pensamiento psicoanalítico a partir de la muerte de Freud, esta obra no resumirá el conjunto de las ideas sostenidas desde enton ces. Por supuesto, en la elaboración de los conceptos que me sirven de apoyo está lejos de ser desdeñable el papel cumpli do por las ideas de mis colegas. Ya tuve ocasión de hablar de todo aquello que, a veces con reservas, tomé prestado de las obras de Winnicott, Bion y Lacan. Resulta más exacto pre cisar entonces que el lector encontrará aquí, sobre todo, un esquema de los conceptos que guían mi propio trabajo. Este se apoyará, de manera esencial, en mi experiencia clínica y en lo que aprendí de los demás. En ese sentido, privilegiaré ante todo la forma del condensado sintético, por ser lo que mejor permite sobrevolar las principales ideas directrices que puedan desprenderse de mi trabajo. Este libro no tiene la pretensión de resolver todos y cada uno de los problemas que contribuyen a degradar la situa ción del psicoanálisis y que resuenan en todos los niveles donde está implicada la vida de sus instituciones: formación y enseñanza, intercambios científicos, definición de reglas de la práctica y principios de ética profesional. Espero que nuestra ambición, aquí más limitada, ayude al lector a ver con mayor claridad en la maraña de la literatura psicoana lítica. El estado del psicoanálisis contemporáneo es el resulta do de distintas fuerzas. Dejando de lado el análisis de sus relaciones con los diversos movimientos disidentes que se apartaron de él en el curso de su historia (Adler, Jung y otros), tra taré de definir las contribuciones de autores que han obrado como faro en el seno del psicoanálisis freudiano, entre los cuales el más célebre en Francia es Lacan. Pero no dejaré de referirme a la evolución de algunos subgrupos que se constituyeron como Estados dentro del Estado, si es que puede hablarse de Estado para definir a la institución psico analítica oficial (la Asociación Psicoanalítica Internacional), cuya autoridad se discute muchas veces, no sin razón. En cambio, estos diversos subgrupos producen una literatura —un saber— cuya influencia e irradiación no son limitadas ni limitables, encargándose la edición de difundir ideas no siempre recibidas como personae gratae en el interior de
grupos replegados sobre sí mismos. Y aunque ese saber nos llegue a través de la lectura de autores considerados heréti cos, en todo caso hace pensar. Además, esta gran diversificación de prácticas terminó planteando el tem a de las relaciones entre psicoanálisis y técnicas derivadas, que conciernen en forma más marcada a categorías especiales de pacientes (niños, psicosomáticos, psicóticos, delincuentes) o bien se definen por procedimien tos más o menos alejados de la cura analítica (psicoterapia individual, de grupo, psicodrama, etc.). Sería soprendente que tanta diversificación hubiera dejado intacta la unidad de la teoría. El resultado final agrava una falta de homoge neidad que, en su origen, se debió a la sola evolución de la cura tipo. Todo esto tiene por efecto volver a poner sobre el tapete nuestra relación con Freud y con su obra. Si bien en algunas instituciones, felizmente escasas, está prohibido leerlo (pa ra no desviar jóvenes mentes que podrían volverse reacias a cierta modernidad psicoanalítica), en otras esa misma lec tura sigue manteniendo —aunque cada vez menos— el as pecto reverencial que se le debe a un texto sagrado. La modernidad psicoanalítica tiene dos fuentes. U na la constituyen las contribuciones de autores posfreudianos que, en ciertos casos, fueron erigidas como dogmas y cuyas exégesis nada tienen que envidiar a las de los freudianos or todoxos de una época que considero terminada. Ello se hace visible sobre todo por el lado de movimientos militantes tan alejados entre sí como pueden estarlo, respectivamente, los seguidores de Melanie Klein y los de Jacques Lacan. La otra fuente de modernidad abreva en el horizonte epistemoló gico de nuestros días. Nadie podría subestimar la influencia que ejercieron en la obra de Freud las ideas dominantes desde 1900 hasta 1940, aun cuando esta obra haya abierto brechas notables más allá de lo que el espíritu del tiempo dejaba trasuntar. Hoy los psicoanalistas se dividen en cuan to al uso que convendría dar a los conceptos reinantes en el saber actual, siempre y cuando se los pueda ensamblar en un todo al que echar mano como si se tratara de normas de pensamiento. Es más fácil coincidir en la crítica de las ideas del pasado que en la adhesión a ideas nuevas que aún no han logrado el favor general. Se trata de un a priori que volveremos a en
contrar y que trataremos de dejar atrás basándonos en la experiencia clínica como referencia mayor. Si bien los mo delos surgidos de la biología o la antropología son insosla yables, pues dan siempre al psicoanalista una oportunidad de reflexión sobre su saber, lo cierto es que la exigencia prio ritaria sigue siendo el pensamiento clínico.2 Que a su vez podría armonizar muy bien con el pensamiento hipercom plejo de nuestros epistemólogos más vanguardistas, quie nes, justo es reconocerlo, no sienten por el psicoanálisis esa sospecha y desconfianza que fue usual entre los científicos de la generación de ayer, y también entre algunos de la ge neración de hoy. En este punto, y sin perjuicio de pasarlas por el tamiz de la crítica, no deberían ignorarse las relacio nes del psicoanálisis con la filosofía pasada o presente, ope rando para ello una necesaria (y siempre discutible) elec ción en las fuentes de Freud, algunas de las cuales tienen su origen en la filosofía griega clásica y se prolongan hasta la reflexión contemporánea. La difícil tarea que nos espera es inventariar las ideas directrices de la práctica psicoanalítica contemporánea, so meterlas a examen y proceder a su actualización —esque mática, por fuerza—, tratando siempre de retener lo esen cial.
2 Cf. A. Green, Lapensée clinique, Odile Jacob, 2002.
Breve historia subjetiva del psicoanálisis a partir de la Segunda Guerra Mundial1
Que nadie espere encontrarse aquí con un capítulo de historiador. Más bien se tra ta de una reseña crítica marca da por los avatares de la memoria y redactada por un testigo que no podría evitar las trampas de la visión subjetiva. Para ser más explícito: me entregaré a la tarea de pintar un fres co de la historia reciente del psicoanálisis, ordenando cono cimientos adquiridos fragmento por fragmento, a la ma nera de la elaboración secundaria del sueño, a fin de darles una coherencia que tal vez más tarde pueda resultar artificial o discutible. ¿En qué punto se encuentra el psicoanálisis a fines de la Segunda Guerra Mundial? Voy a centrar mis observaciones en cuatro regiones: Norteamérica, Sudamérica, Inglaterra y, por último, Francia. El continente norteamericano quedó a salvo de las conmociones bélicas. Poco antes de que esta llara la contienda, los Estados Unidos vivieron un período de incertidumbre e inestabilidad. Tuvo vastas repercusio nes el juicio a Reik, im lego perseguido por practicar una disciplina que en ese país estaba reservada a los médicos, y a favor de quien tomó partido Freud, hostil al monopolio del psicoanálisis por parte de aquellos. El conflicto entre la American Psychoanalytical Association y la International Psychoanalytical Association (IPA) terminó en una solución de compromiso que otorgó a la primera el monopolio en la definición de sus propias reglas en materia de formación, fueran o no acordes con las que dictaba la segunda. F rente a una medicalización que excluía al psicoanálisis de las insti 1 Somos deudores de Alain de Mijolla por muchas de las informaciones concernientes a este sobrevuelo histórico. El propósito del capítulo no es tanto describir la historia del psicoanálisis como echar una mirada retros pectiva sobre la que hemos interiorizado. De ahí la cantidad de aproxima ciones y hasta de inexactitudes.
tuciones oficiales, el desarrollo del culturalismo norteame ricano habría de dar nacimiento a una disidencia encabeza da por K. Horney, Fromm, Sullivan y otros, reactivando pos turas sediciosas respecto de Freud y sus ideas en nombre de una concepción impregnada de fuertes tintes socioantropológicos. La emigración, iniciada en la preguerra, de psico analistas de Alemania y otros países de Europa Central que huían del nazismo, modificó el equilibrio demográfico local. Por último, el desembarco en suelo norteamericano, en 1941, de Heinz Hartmann, saludado como el salvador de la tradición freudiana —dado que contaba con el aval del Maestro—, permitió que alrededor de su persona se agru para el denominado psicoanálisis ortodoxo clásico. A partir de ese momento se despliega el pensamiento de Hartm ann, asistido por E. Kris y R. Loewenstein (quien antes de emi grar a los Estados Unidos desempeñó un papel preponde rante en el psicoanálisis francés). Debemos citar también a David Rapaport, importante figura de la psicología. El mo vimiento de la Ego-psychology, como se lo llamó, cobró as cendiente en el psicoanálisis norteamericano, dejando bien lejos a quienes, si bien en número reducido, no estaban de acuerdo con sus teóricos. Martin Bergmann analizó con pro fundidad y exactitud la extensión alcanzada por dicho movi miento, sus avances y sus errores de orientación.2 Para re sumirlo en pocas palabras, recordemos que Hartmann em pezó su obra en la Europa de 1938, mucho antes de emigrar a los Estados Unidos. De manera general, sus seguidores admitían que, siendo el ello incognoscible, más valía focali zarse en el yo. Hartmann defendía la existencia de un yo autónomo no dependiente del ello. Para resumir: el yo autó nomo era cognitivo ya desde antes y se situaba bajo la advo cación de Piaget, considerado sin embargo en Europa como un adversario del psicoanálisis. Se trataba, ni más ni me nos, que de promover una psicología psicoanalítica del yo. Es decir, una Ego-psychology. Si bien no todos murieron por esta causa, quedó un gran tendal de heridos. Entre los que adhirieron al movimiento se cuentan muchos autores cuyas ideas, al contrario de las que sustentaban sus líderes, siguen inspirando al mundo psicoanalítico. Entre otros, citemos a Edith Jacobson, Annie 2M. Bergmann,
TheHartmann Era, Nueva York: Other Press, 2000.
Reich, Greenson, Wálder, Rado, Loewald, H. Deutsch, Valenstein, Spitz. No nos es posible seguir todos los movimien tos internos del psicoanálisis norteamericano en una diver sidad que, pese a su masiva alianza con Hartmann, conti nua siendo importante. Digamos sólo que la obra de este y de sus socios se prolongó en J. Arlow y C. Brenner, quienes por largo tiempo se encargaron de divulgarla, si bien el últi mo se distanció más tarde de la Ego-psychology para pro poner una drástica reducción de la teoría psicoanalítica a la dupla conflicto-formación reactiva. Del lote lograron distin guirse psicoanalistas no médicos más abiertos a un psico análisis que buscaba sus referencias en la fenomenología. Me refiero a R. Schafer y Merton Grill, este último crítico despiadado de la metapsicología freudiana. El momento de la gran revolución llegaría después con Heinz Kohut, quien opuso a la Ego-psychology una Self psychology. Es difícil resumir el pensamiento de Kohut. En una palabra, Kohut pensaba que la teoría freudiana de las pulsiones era una trampa y le atribuía el fracaso de muchos análisis (algunos dicen que, en los dos análisis de M. Z., las iniciales podrían esconder a un tal H. K.). Postulaba un cen trado en el Self, dominado no por fijaciones a las pulsiones sino por formaciones ligadas al narcisismo (idealizaciones, reacciones especulares, grandiosidad), más vinculadas a in terrupciones del desarrollo. Estas ideas fueron bien recibi das por algunos pero despertaron resistencia en muchos otros. Una larga controversia iba a oponer a Kohut con Kemberg, inspirado en Edith Jacobson, alrededor de cierta teoría de las relaciones de objeto. Las ideas de Kernberg ter minaron por imponerse y se expandieron por todo el territo rio estadounidense. Creo que puede hablarse de una escue la de Tbpeka, que marcó a quienes se desempeñaron duran te varios años en la institución dirigida por los hermanos Menninger: entre ellos, Wallerstein, Kemberg, Hartocollis y, más adelante, G. Gabbard. En la costa oeste prevalecie ron las ideas de R. Greenson, considerado un maestro de la técnica centrada en el análisis de las resistencias y que mantuvo fuertes polémicas con los kleinianos. Pero el gran acontecimiento que imprimiría nuevos rumbos al psicoanálisis estadounidense fue la instalación, en Los Angeles, de W. R. Bion, quien sembró discordia en las filas de los psicoanalistas califomianos (Greenson, Rangell,
etc.). Un conflicto local, al que la administración de la Aso ciación Internacional intentó en vano poner fin, desembo có en la creación aquí de una avanzada kleiniana (Masón, Grotstein). Fue el principio de una evangelizacíón del psico análisis norteamericano, ejercida por un kleinismo adapta do a los usos y costumbres del lugar. Mientras tanto, el mo nopolio de la American Psychoanalytical Association llega ría a su fin tras un juicio difícil y costoso que se zanjó con la entrada en la IPA de algunas sociedades abiertas a legos de buena reputación (IPTAR, New York Freudian Society, un grupo kleiniano de California dirigido por Albert Masón, etc.). En adelante, el aislacionismo norteamericano se que braría bajo la presión de quienes querían abrir sus venta nas para respirar el aire fresco del psicoanálisis europeo. La teoría de las relaciones de objeto (según Klein o Fair bairn) ganó terreno sobre la teoría de las pulsiones. Los otros grandes autores del psicoanálisis inglés fueron adqui riendo cada vez mayor derecho de ciudadanía (J. y A. M. Sandler, H. Segal, B. Joseph, etc.). Se vio a R. Schafer con vertirse en portavoz del pensamiento kleiniano en los Esta dos Unidos. De manera general, y pese al escaso número de adeptos ortodoxos de Melanie Klein, la teoría de las re laciones de objeto tendía a imponerse, destronando, por ejemplo, en muchos lugares a la psicología del Self de Kohut (T. Ogden, autor de un pensamiento original), si bien es cierto que bajo su influencia nació el movimiento intersub jetivo cuyo jefe de fila es Owen Renik, acompañado por otras figuras de menor carisma (J. Chused, E. Schwaber, Greenberg y Mitchell, etcétera). Por su parte, el psicoanálisis francés (J. Chasseguet, J. McDougall, J. Laplanche, A. Green) suscitaba en los nor teamericanos un interés mezclado de curiosidad, aun cuan do fueran reticentes a seguir en sus elucubraciones teóricas a colegas según ellos demasiado inclinados a complicar las cosas y que se expresaban en un lenguaje no muy claro. Tal vez porque en los Estados Unidos no hay curso de filosofía al final de los estudios secundarios... Falta decir unas palabras acerca del interesante psico análisis canadiense. Ubicado en un cruce de culturas, poco a poco va logrando que coexistan en su seno analistas forma dos en diferentes países. La influencia anglosajona (inglesa y norteamericana) era dominante fuera de Quebec, mien
tras que la «Bella Provincia» contaba con mía fracción rele gante formada en diversas sociedades francesas rivales. Hubo conflictos sobre todo en cuestiones de formación, en los que se enfrentaron las ideologías anglosajona y france sa. Conviene retener algunos nombres: C. Scott, vinculado a los kleinianos de Londres, Ch. Hanly, un no kleiniano muy influido por el psicoanálisis inglés, A. Lussier, cuya m irada giró hacia Francia aunque se había formado en Inglaterra. En resumidas cuentas, ese melting pot se tradujo en la ex periencia —única en el mundo— de una convivencia de pen samientos surgidos de autores de referencia que pertene cían a distintas tradiciones. La de América latina es una historia menos conocida, y pedimos perdón por brindar de ella una visión tan sucinta. Es clásico recordar la muy general orientación kleiniana del psicoanálisis latinoamericano, sobre todo en la Argentina. E. y A. Pichon-Riviére, Bleger, los herm anos Rasco vsky, Racker desarrollaron teorías interesantes que, en mi opi nión, llevan la marca de un kleinismo hispánico bastante alejado de la meca londinense. Sobre todo, merece destacar se la decisiva influencia de Willy y Madeleine Baranger. Willy Baranger, autor de una obra clásica sobre Melanie Klein,3 desempeñó un papel mayor en la Asociación Psico analítica Argentina, en la que impulsó una corriente de «re tomo a Freud». Por otra parte, los Baranger siguieron en contacto con su patria de origen y se vincularon con sectores lacanianos. Pese a un a fuerte influencia kleiniana, la refe rencia a Freud animaba la corriente central de la APA (Aso ciación Psicoanalítica Argentina). Desde entonces, el con flicto (de amplias repercusiones institucionales) con los klei nianos puros y duros se hizo inevitable (Grinberg), con el resultado de una escisión que dio lugar a la creación de APdeBA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires). A par tir de ese momento, se constituyeron subgrupos en cada una de estas dos sociedades. En el seno de la APA nacie ron los que se inspiraban en el pensamiento de Winnicott, Lacan y los poslacanianos (Aulagnier, Laplanche, McDougall, Green, etc.). Por su parte, APdeBA se divide en klei nianos ortodoxos y moderados. De manera general, en todas 3 W. Baranger, Position et objet dans Vceuvre de Melanie Klein, Eres, 1999.
partes se advierte una creciente influencia del psicoanálisis francés. Citemos, entre quienes se interesan especialmente por este, a M. Baranger, F. Urribarri, R. Serebryanni, Gálvez, Lutenberg, Ahumada. Por otra parte, un movimiento lacaniano significativo (la Escuela de la Causa: J.-A. Miller) procura hoy integrarse en las instituciones oficiales. Por úl timo, señalemos el psicoanálisis institucional (García Badaracco), que figura entre las experiencias más originales en ese terreno.4 La evolución del régimen político acarreó la emigración —sobre todo a España— de muchos analistas argentinos. En Brasil, tras un período de gran entusiasmo bioniano (a través de Frank Philips, en San Pablo), el movimiento se diversificó (kleinianos, winnicottianos, lacanianos, kohutianos), creando cierta impresión de abigarramiento y frag mentando el psicoanálisis local, sobre todo en Río, luego de un caso resonante que puso sobre el tapete problemas de ética psicoanalítica. Un analista en formación de apellido Lobo había sido defendido por Cabernite, su didacta —y a la vez gran manipulador de la Sociedad Río I— luego de que se lo acusara de haber colaborado con las autoridades brasile ñas en prácticas de tortura. Hubo grandes polémicas en las que los adversarios de Cabernite im putaron a la IPA, como mínimo, negligencia y prejuicios. A su vez, en San Pablo se asistía al final de la hegemonía bioniana, lo que abrió cami no a múltiples orientaciones (Kohut, Lacan, etcétera). La situación del psicoanálisis en Europa no nos permiti rá entrar en detalles, dada la multiplicidad de asociaciones y de las influencias que las atravesaron. A Alemania le llevó mucho tiempo rehacerse del período nazi, en cuyo transcur so el psicoanálisis, expurgado de todo aporte judío, se mos tró servil con el nacionalsocialismo. En la actualidad, el psi coanálisis alemán va saliendo de su silencio. Terminada la guerra, dos movimientos principales se repartieron el espa cio europeo. El primero y más fuerte, de origen inglés, se ex pandió hacia Europa del Norte (de los Países Bajos a Escandinavia). El otro, más modesto pero importante, partió de Francia y extendió su influencia a los países francófonos y Europa meridional (Bélgica, España, Italia, Portugal, Sui za), aun cuando en los últimos años las miradas se hayan vuelto más hacia Inglaterra. 4 Agradecemos a Fernando Urribarri por la redacción de e ste pasaje.
Cuando Freud y su hija decidieron emigrar (se los obligó a dejar Viena en 1938), Inglaterra pasó a ser considerada la capital psicoanalítica de la vieja Europa. La historia del psi coanálisis inglés conoció períodos tumultuosos pero siempre enriquecedores. Las Freud-Klein Controversies 1941-1945,5 editadas por Pearl King y Ricardo Steiner, constituyen a mi entender el más importante documento del psicoanálisis posfreudiano, pues brindan una idea precisa y completa de los desafíos que dividieron al mundo psicoanalítico inglés. Instalada en Londres desde 1926 gracias a la ayuda de Jo nes, Melanie Klein no había visto con buenos ojos la llegada de Freud. Poco faltó para que considerara ese desembarco en sus dominios como una traición de parte de quien años atrás había facilitado su propio traslado al suelo británico. Paulatinamente, siguieron otras emigraciones. La British Society se dividió entre británicos de pura cepa y europeos naturalizados (en su gran mayoría vieneses). Las Contro versies permiten hacerse un a idea de las diversas corrientes que animaron a esa institución. No nos proponemos efec tuar un análisis detallado de los problemas políticos e ins titucionales que desgarraron al grupo. Entre los analistas británicos no kleinianos de gran valía citaremos a los her manos Glover, E. Sharpe, M. Brierley, S. Payne, y luego a P Heimann, todos los cuales sum an a un hondo conoci miento de la obra freudiana una profunda experiencia clínica. En cuanto al fondo de la discusión, recordemos so lamente que, tras la indagatoria, fueron desestimadas las acusaciones de Edward Glover acerca de la investidura y constitución de una fracción kleiniana en el seno de la socie dad. Sin embargo, en la actualidad los hechos han venido a confirmarlas: los kleinianos dominan la British Society y todos los demás grupos, e independientes y freudianos con temporáneos conviven con ellos, aunque no siempre en for ma fácil. De hecho, cada subgrupo vivió su propia evolución. La filiación de Melanie Klein demostró ser proficua: J. Riviére, Herbert Rosenfeld, Harina Segal, Betty Joseph. En su momento, E. Spillius6 señaló los principales cambios que 5 TheFreud-Klein Controversies 1941-1945, en D. Tuckett, P. King y R. Steiner, eds., The New Library of Psychoanalysis, 1991. 6E. Bott Spillius, «Développements actuéis de la psychanalyse kleinienne», Revue Frangaise de Psychanalyse, número extraordinario: «Courants
afectaron a los axiomas básicos, de los que citaré el que me parece más significativo: más allá de las diferentes concep ciones sobre las relaciones cronológicas y estructurales de la fase esquizoparanoide y depresiva, se presta renovada atención al complejo de Edipo, revisado y corregido por la teoría kleiniana. Por su parte, el kleinismo sufrió una mutación impor tante con la obra de W. R. Bion, quien reformuló de punta a punta la teoría kleiniana. Inclusive creo que Bion revirtió las orientaciones del kleinismo, de modo que es la obra de su autora, pero revisada por Freud, la que sale a relucir. De ahí que muchos no kleinianos adhieran a Bion sin por eso ad mitir el corpus kleiniano de base. Resumiré la situación di ciendo que, si bien el conjunto de este movimiento, permitió un avance importante a la teoría de la psicosis y de las es tructuras psicóticas, fue Bion quien logró iluminar mejor ese nuevo campo al aportarle una teoría del pensamiento que estaba ausente en la obra de Melanie Klein; es así como se vuelve a Freud. Es difícil situar a D. W. Winnicott, ya que, si se lo quiere definir como representante del grupo independiente —y lo es de modo innegable—, también puede vérselo como un kleiniano disidente, aunque el kleinismo jamás lo haya ad mitido en sus filas. La gran mayoría de los independientes lo considera como su referente, si bien nunca formó alum nos (¿cómo podría un independiente formar alumnos que a su vez no lo fueran?). Por eso los analistas del grupo inde pendiente no se vinculan en una teoría que les sea común. Aquellos en quienes se detectaron afinidades con Winnicott (P King, Masud Khan, Marión Milner) no pueden ser teni dos por discípulos suyos. C. Bollas se defiende de esto ale gando ser... autónomo. Sobre todo después de morir Anna Freud, el grupo de freudianos contemporáneos fue dominado por los Sandler (Anne-Marie y Joseph), cuyas ideas llegaron a los Estados Unidos. Una vez nombrado en el University College, J. San dler inspiró y favoreció la tendencia psicológica y objetivista en la que se formaría P. Fonagy antes de tomar una vía in-
de la psychanalyse contemporaine», bajo la dirección de André Green, 2001, págs. 253-64.
dependiente. Falta aún citar a C. Yorke, A. Haymann y R. Edgecumbe. Es una gran satisfacción ver que las relaciones entre analistas británicos y franceses se hacen hoy más estre chas, densas y ricas, no sólo en forma de discusión de con ceptos sino de confrontación de experiencias clínicas. Pasemos ahora a Francia. Se entenderá lo difícil que re sulta describir la situación cuando se trata del país natal. La sobreabundancia de informaciones, la necesidad de re ducirlas a lo esencial y el peligro de tener una versión sesga da de los hechos representan verdaderos escollos. Pido in dulgencia por las palabras que siguen, dado que, según las veces, se me podrá acusar de incompleto, parcial o mal in formado. El movimiento psicoanalítico francés registró dos na cimientos. La Sociedad Psicoanalítica de París (SPP) vio la luz primero en 1926 y luego en 1946, pues la guerra había interrumpido su progreso. Un punto a tener en cuenta: Rudolph Loewenstein, psicoanalista extranjero instalado en París, fue el analista, entre otros, de S. Nacht, J. Lacan, P. Male y D. Lagache. Tras hacer la guerra de 1939-1940 en uniforme francés, emigró a los Estados Unidos. El segundo nacimiento del psicoanálisis francés tiene lugar en 1946. A pesar de la presencia de Marie Bonaparte, analizada por Freud y amiga de su familia, en Francia se vuelve relevante la figura de S. Nacht, a quien se le reconoce en forma casi unánime un innegable savoir-faire analítico. Al ir creciendo, la SPP proyectó dotarse de un Instituto de formación del cual S. Nacht se sentía el más señalado para ocupar la di rección. Hay quienes dicen que quería usarlo de trampolín para acceder a una cátedra universitaria. A su vez, D. La gache, egresado de la Escuela Normal Superior y titu lar de un curso de psicología en la Sorbona, acariciaba las mis mas ambiciones. Por su parte, un espíritu original, J. La can, trataba de imponer sus propias concepciones difun diéndolas con cada vez mayor éxito ante un nutrido grupo de jóvenes de formación filosófica y literaria, altamente receptivos a su enseñanza en la SPP, cuya presidencia pasó a ejercer. Fue Lacan quien redactó los estatutos del futuro Instituto en 1953. Por razones en las que no me detendré, se deterioraron las relaciones entre Nacht y sus partidarios (Lebovici y otros) y Lagache, quien dirigía la oposición junto
a los suyos. En cuanto a Lacan, las libertades que se tomaba con la técnica, y que resonaban con fuerza en los futuros analistas que hacían sus análisis didácticos con su direc ción, le valieron la desaprobación de sus pares. De adver tencias a promesas de enmienda por su parte, y al agravar se sus actitudes muy poco respetuosas de las reglas, Lacan se vio forzado a renunciar a la presidencia de la SPP. Se produce entonces la escisión, desencadenada, en ra zón de motivos muy distintos (las ambiciones personales y el autoritarismo de Nacht), por Lagache y su grupo, al que pronto se suma Lacan. Así nace la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, cuyos mentores son Lagache y Lacan. Pero los renunciantes ignoraban el dédalo de formalidades nece sarias para hacerse admitir por la IPA en calidad de grupo disidente. Mientras que Lagache contaba con el apoyo de varios miembros de la dirección, gracias a la estima que Loewenstein continuaba prestándole, no pasaba lo mismo con Lacan, poco conocido en el ambiente de la Asociación In ternacional y menos apreciado cuando se lo conoció. A partir de ese momento se abre un largo período de menguada glo ria para el psicoanálisis francés. De zancadillas a puñala das traperas, en 1963 se arriba finalmente a la creación de un grupo de estudios encabezado por Lagache, y que se transformará en la Asociación Psicoanalítica de Francia (APF). Es el estallido y el fin de la Sociedad Francesa de Psi coanálisis. La Asociación nace sólo cuando Lacan y los suyos rechazan una medida que les impedía hacer anáfisis de for mación, pero les permitía continuar dictando el Seminario. Los que rechazaron la cláusula por solidaridad con el Maes tro no se sumaron a la Asociación Psicoanalítica de Fran cia. En cambio fundaron, bajo la máxima dirección de Lacan («Solo como estuve siempre, fundo»), la Escuela Freudiana de París, que prolifera rápidamente por el hecho de admitir en sus filas a no analistas. En la APF, y rodeado de discípu los de Lacan tales como Granoff, Anzieu, Laplanche y Pontalis, a quienes más tarde se une Rosolato, Lagache crea la novel sociedad, que afinca su línea sobre el «ni-ni»: ni Lacan ni la SPP. En realidad, pronto la influencia de Lacan no ce sará de hacerse sentir. Innovaciones que se pretenden revo lucionarias (la revolución cultural del lacanismo) proponen normas de formación (el pase, donde el analista es juzgado por el analizante) que muchos consideran inaceptable.
Se produce entonces una nueva disidencia. J.-P. Vala brega, F. Perrier y Piera Aulagnier fundan el Cuarto Grupo, desmarcándose así del lacanismo y ubicándose por fuera de la IPA. Lacan prosigue su Seminario. Expulsado de SainteAnne (Lagache y Delay son colegas en el Instituto de Psico logía), emigra en 1964 a la Escuela Normal Superior, donde despierta interés entre los desencantados del maoísmo de la calle Ulm. Años más tarde, invitado a abandonar el lugar, se instalará en la Facultad de Derecho. Tras los acontecimien tos de 1968, se funda en Vincennes el Departamento de Psi coanálisis, que es confiado a S. Leclaire. La influencia de Lacan crece a velocidad exponencial. Sus alumnos ocupan cargos docentes en las Facultades de letras y ciencias hu manas y él hace pie en Editions du Seuil, donde en 1966 pu blica los Escritos J A su vez los Seminarios, editados por su yerno Jacques-Alain Miller, formado en la Escuela Normal Superior, tienen gran éxito (pero despiertan controversias). No obstante, producidos conflictos internos y disuelta la Es cuela Freudiana de París, la Escuela de la Causa Freudiana nace bajo la tutela de J.-A. Miller, quien ya ha logrado eli minar a sus rivales. Ni Leclaire ni Melman forman parte de ella. Dolto está poco menos que excomulgada. Lacan muere en 1981 sin designar sucesor, salvo para la publicación de sus obras, confiadas al cuidado de Jacques-Alain Miller, a quien los otros alumnos del Maestro acusan de malversar su herencia. Los discípulos que no se unieron a la Escuela de la Causa forman un conjunto que, luego de múltiples es cisiones, se fragmenta en una nebulosa de grupúsculos diri gidos —para citar a los más notorios—por Maud Mannoni y P. Guyomard, Ch. Melman. Aislado, S. Leclaire propondrá la creación de un Colegio de psicoanalistas que pretende, matando así dos pájaros de un tiro, federar a los lacanianos dispersos y obrar por la reconciliación general con los gru pos no lacanianos. Será un fracaso. Hoy en día se llevan a cabo diversas tratativas tendientes a reintegrar a los lacamanos en el seno de la comunidad psicoanalítica y hacerlos reconocer por la IPA, otros tiempos denostada por ellos al punto de querer destruirla. Delenda est Carthago , había proclamado Miller, apuntando a la SPP y a la IPA. En la actualidad, ninguno de ellos está lejos de humillarse ante 7 J. Lacan, Ecrits, París: Le Seuil, 1966.
las autoridades de la Asociación Internacional para que se les permita sentarse a la misma mesa de aquellos a quie nes tanto despreciaron en otros tiempos. «¡Abracémonos, Folleville!». A lo largo de todos estos años, la SPP sobrevivió a la par tida de sus disidentes. Antes de declinar, la autoridad de Nacht se reforzó, pero más tarde la antorcha pasó a manos de Lebovici, quien a su vez fue marginado. Con M. Fain, to ma las riendas del Instituto un equipo rejuvenecido (De M’Uzan, David, Green). La diversidad que ofrecía la SPP provocaba esa emulación que fue la principal base de su ri queza. En forma esquemática podemos enumerar el clan de Nacht (Lebovici, Diatkine, Favreau, Benassy, etc.), el de Bouvet (Marty, Fain, Sauguet, Luquet, C. Parat), el grupo de Pasche (con Renard y Mallet). Más tarde, el grupo Lebo vici, Diatkine, Favreau, E. Kestemberg relevará a Nacht, arrojado a la mazmorra por sus discípulos. Un francotira dor, Grunberger, logrará hacerse de cierta aura. Algunos históricos gozarán de una reputación que les valdrá el res peto de sus colegas (Schlumberger, Male). Tras la m uerte de Bouvet en 1960, Marty fundará la Escuela Psicosomática de París (con Fain, De M’Uzan, David). Hoy puede afirmar se que la SPP sigue siendo una entidad de la que surgen personalidades interesantes y que resulta valiosa por la for mación clínica que dispensa, preparando para su oficio a los candidatos a analistas. Tal es el panorama. Pero, ¿cómo definir esta evolución en términos de debate de ideas? A la muerte de Freud, el psicoanálisis se divide entre quienes adhieren a sus conceptos (aunque tal vez no a los de pulsión de muerte y feminidad) y los que quieren prolongar su obra, superándola. Es posible, tal como propone Martin Bergmann, distinguir entre extenders y modifiers. La carac terística principal de la evolución posfreudiana es el mante nimiento dentro de la comunidad psicoanalítica de aquellos miembros que quieren rectificar con mayor o menor profun didad las teorías de Freud o proponer otros conceptos rec tores. No se producirá ninguna escisión fundada en desa cuerdos teóricos. Así vemos al movimiento kleiniano invo car una herencia freudiana que dice prolongar. La teoría de las relaciones de objeto suplantó a la teoría de las pulsiones,
que no obstante fue el basamento del dogma freudiano. En la actualidad, los que siguen invocándola son casi una mi noría en el seno del movimiento psicoanalítico, por más que, a pesar de su ortodoxia, no puedan acusar a los otros de di sidencia. Mirándolo bien, la teoría de las relaciones de obje to se fue volviendo polisémica. Hay muy pocos «fairbairnianos», por mucho que Fairbaim esté en el origen del concep to. La revisión efectuada por Klein reemplazó las ideas de Fairbaim y se convirtió en la referencia implícita de dicha corriente. Kernberg, después de Edith Jacobson, se intere só en ella, aunque sin duda con algunas diferencias, lo mis mo que Bouvet, quien le dio un contenido más amplio que Klein. H asta los Sandler se unieron al movimiento. Parece que en forma progresiva se hubiera ido imponiendo la idea de pareja analítica (two~bodies psychology), así como se ha bla mucho más de reacciones tránsfero-contratransferenciales que de transferencia a secas. Era inevitable que, a la larga, el énfasis en el objeto pro dujera como contrapartida una resurrección de la polaridad ligada al narcisismo. Pero, antes, era necesario que se ex presara insatisfacción respecto del concepto del yo según Freud. Como se lo consideraba insuficiente, se le añadió pri mero el Self (el Sí mismo), aunque con tonalidades distintas en Hartmann, E. Jacobson, Winnicott y Kohut. En realidad, los psicoanalistas se sentían incómodos por no disponer más que de un concepto que, a ojos de Freud, debía romper sus lazos con la psicología clásica y pasar a ser considerado como una instancia que cobraba sentido por su relación con las otras dos: el ello y el superyó. Quien dice yo, está hacien
do casi alusión implícita a un concepto global identificado con la persona, la personalidad, la individualidad, en forma de conjunto portador de la idea de totaUdad singular, con trapuesto a un no -yo vinculado, llegado el caso, a lo real, los objetos, el Otro. En el empleo del término Self hay entonces un retomo subrepticio al yo de la psicología académica como entidad autónoma. De hecho, y como vengo sugiriéndolo desde 1975,8 estaba en gestación una nueva metapsicología cuyo eje eran las re laciones objeto-Self. Tras esta revisión aparecieron en diver 8A. Green, «L’analyste, la symbolisation et l’absence», en Lafolieprivée, París; Gallimard, 1990.
sos autores conceptos adyacentes que conocerían distinta fortuna: yo [/e], sujeto, persona, identidad, etc. Se reforzó la referencia al concepto de narcisismo, eclipsado por la rela ción de objeto. No por nada Lacan se negó a seguir a Bouvet —entre otros, en el capítulo de la relación de objeto—, y Brunberger, por muy distintas razones, quiso completar lo que a su entender dejaban de lado las ideas de Bouvet. En Norteamérica, como ya dije, tras la era de un yo hartmanniano (que, libre de conflictos, escapaba a la influencia de las pulsiones del ello y se pretendía autónomo), se vio re nacer de sus cenizas un narcisismo devaluado, revisado y corregido por Kohut. Creo que el hecho de poner énfasis en el yo sirvió de justificación para todos los estudios sobre el desarrollo (Spitz, Mahler, Stem). Dentro de esa deriva generalizada distinguiré algu nas contribuciones. Ya cité el papel decisivo que desempeñó W. R. Bion con su aporte a la metapsicología del pensamien to (función alfa, capacidad de ensoñación). Le añado ahora la teoría del campo y de los fenómenos transicionales de D. W. Winnicott, sumamente esclarecedora en lo que hace a la simbolización. Por su parte, Lacan se desmarcó del conjunto del movimiento psicoanalítico poniendo el acento en la rela ción del sujeto con el significante, proponiendo una teoría del inconsciente estructurado como un lenguaje, oponiendo lo simbólico a lo imaginario y a lo real, refiriéndose al Nom bre del Padre más que al padre real y, por último, rechazan do por ilusorias todas las teorías del yo. Después de él, Piera Aulagnier y Jean Laplanche prolongaron la teoría lacania na; la primera, con su referencia al pictograma como con cepto psíquico que parece responder a las carencias del con cepto de significante en la psicosis; el segundo, con la pro puesta de una teoría de la seducción generalizada a partir de los mensajes enigmáticos surgidos del preconsciente ma terno. Una y otra teoría pretendían superar esas mismas li mitaciones de la referencia al significante. Ya antes, S. Viderman había pasado la obra de Freud por el riguroso ceda zo de un a crítica sin concesiones haciendo el balance de cer tezas e incertezas, pero dejándonos con las ganas en cuanto a la teoría que debería haberla reemplazado en forma más ventajosa. A partir de 1975, muchos estudios destacaron el carácter epistemológicamente necesario de una teoría del encuadre
analítico (J.-L. Donnet), subrayando a la vez sus límites an te el creciente número de estructuras no neuróticas en la práctica analítica. Por otra parte, hubo que reconocer la notoria deficiencia de la teoría freudiana para dar cuenta de esas mismas estructuras. Los demás corpus teóricos vigen tes no suscitaron unanimidad. Se impuso la necesidad de construir una nueva teoría a partir de la experiencia clínica nacida de esos nuevos cuadros. Por último, se planteó el pro blema de las variaciones de la técnica analítica, e incluso de la práctica piscoterápica analítica, para tratar de salir de los callejones sin salida con que se topaba la clínica. Estos problemas son objeto de controversias en el psicoanálisis ac tual, diversamente formuladas, muchas veces intensas, y en las que se plantea el tema de su porvenir.
Primera parte. Práctica
1. El trabajo de psicoanálisis
No hay capítulo de u na obra general sobre psicoanálisis que haya cambiado tanto como el concerniente a la práctica del psicoanalista. A la vez, sigue siendo sorprendente la actualidad que mantienen los artículos técnicos de Freud (1904-1918, salvo los escritos de 1937). Hasta la década de 1950, el psicoanálisis parecía ser una disciplina de gran ho mogeneidad e innegable identidad cuyo objeto era la cura psicoanalítica stricto sensu. Llegado el caso, los parámetros en que se basaba podían variar un poco, pero descansaban sobre un conjunto de propuestas compartidas por todos aquellos que lo practicaban. Porque en aquella época, lo que luego se denominó, según los países, psicoanálisis ortodoxo clásico (Estados Unidos) o cura tipo (Francia) constituía la actividad casi exclusiva de todos ellos. Con el correr del tiempo, se pasó a considerar el problema de las variaciones técnicas, pero seguía entendiéndose que la actividad a que se dedicaban era la cura psicoanalítica. Sin embargo, desde hace algunos años el campo de nuestra disciplina se diversi ficó, a raíz de la adjunción progresiva de técnicas derivadas (psicoanálisis de grupo, psicodrama, etc.) y de aplicaciones del psicoanálisis (con modificaciones técnicas ad hoc) a di versos tipos de pacientes (niños y adolescentes, psicóticos, psicosomáticos, psicópatas), en su mayor parte practicadas en lugares especializados (dispensario u hospital general, hospital psiquiátrico, cárcel, etc.). Para no recargar la expo sición, y a pesar del interés que presentan las citadas inno vaciones técnicas, me atendré a un campo más circuns cripto. He propuesto distinguir entre:1 — El trabajo de psicoanálisis: es el efectuado en el con sultorio del psicoanalista y se reparte entre análisis propia 1 A. Green,
Unpsychanalyste engagé, Calmaim-Lévy, 1994, pág. 148.
mente dicho, análisis con variaciones técnicas puntuales y, dentro de un capítulo que hoy despierta toda nuestra aten ción, psicoterapias practicadas por psicoanalistas. Agrego la actividad de los centros de psicoanálisis y psicoterapia en los cuales se intenta reproducir, hasta donde es posible, las condiciones de la práctica privada. — El trabajo de psicoanalista: es el trabajo realizado por un psicoanalista fuera de su consultorio cuando se lo requie re para formar parte de una institución no exclusivamente consagrada al psicoanálisis y a las psicoterapias, en la cual colabora con otros aportando su savoir-faire y su saber. — El trabajo de psicoanaüzado: es el trabajo de quien, habiendo emprendido un análisis, no quiso convertirse lue go en psicoanalista pero utiliza lo adquirido en él para su trabajo, que puede estar más o menos alejado del psicoaná lisis e inclusive desbordar del campo de la terapéutica. Aquí nos proponemos tratar únicamente el trabajo de psicoanálisis.
La cura clásica Si bien no es la única en reinar como dueña y señora en la actividad del psicoanalista, es cierto que la cura clásica si gue siendo para todo psicoanalista la referencia innegable para evaluar el tipo de trabajo al que se dedica. Y si su técni ca de referencia se ve relativizada, no es porque las necesi dades de la práctica lo obliguen a considerar límites en su aplicación. En realidad, la cura clásica sigue siendo la vara con que se miden las demás formas terapéuticas. Ahora bien, ¿cómo entender la evolución que llevó a los psicoana listas a moderar sus pretensiones, renunciando a un p uris mo que terminaba convertido en obstinación un tanto mor tífera? Por supuesto, puede seguirse la literatura en forma cronológica hasta descubrir, paso a paso, hechos que ponían de manifiesto un a dolorosa revisión. Pero más interesante me parece echar una mirada retrospectiva y preguntarse a qué responde esa transformación. Recordemos que desde el comienzo de su obra, Freud ex cluyó a las neurosis actuales y a las neurosis narcisistas del campo de aplicación del psicoanálisis. En su opinión, las pri
meras sufrían de una insuficiente elaboración de la libido, que se descargaba en el soma sin que interv inieran los pro cesos de simbolización. Las neurosis actuales ponían de ma nifiesto la ausencia de una verdadera psicosexualidad. En suma, se trataba de una libido que se descargaba en el so ma, lo cual era muy distinto de una libido corporal en proce so de conversión. Por su parte, a las neurosis narcisistas les faltaba la capacidad de la libido para investir objetos que no fueran los de la infancia, y cierta tendencia a retirarse al yo. Pensamos, desde luego, en el apartamiento de la realidad tantas veces observado en los psicóticos. Hoy, estas formu laciones pueden parecemos anticuadas y hasta demasiado dependientes del modelo «hidráulico» que se le reprochó a Freud. En realidad, si lo miramos con detenimiento, corres ponde señalar la preocupación de Freud de brindarle al tra tamiento psíquico su máxima eficacia, casi como si estuvie ra diciendo que es psíquicamente tratable sólo lo que ha si do objeto de «psiquización». Esta psiquización se manifiesta en dos formas: por u n lado, con la adopción de una vía más larga que Ja que lleva a la somatización, corta por excelen cia, y por el otro, con una capacidad de movilización que per mite al sujeto salir de sí y de sus fijaciones pasadas median te una nueva investidura de objetos externos a él, inves tidura libidinal que pone enjuego a la sexualidad y es capaz de desplazarse a otra persona (se trata de la transferencia, donde objetos primitivos de la infancia son reemplazados en forma proyectiva por objetos actuales de la cura). Es muy probable que Freud se haya interesado en las neurosis debi do a que, por su estructura, estas seguían siendo lo que más se asemejaba en el campo de la patología a las condiciones de la vida común. En aquella época había mucho interés en distinguir neurosis y normalidad, por más que Freud ya hu biera concebido todos los intermediarios existentes entre es tado normal y estado neurótico. Determinadas estructuras psíquicas privilegiadas hacían de puente entre sujetos nor males y neuróticos. Por eso, olvidos, lapsus y actos fallidos, es decir, toda esa psicopatología de la vida cotidiana perm i tía abarcar tanto a normales como a neuróticos sin que los distinguiera una separación tajante. Por su parte, Freud no vacilaba en encontrar en él mismo abundantes rasgos neu róticos. Determinadas formaciones del inconsciente eran comunes, además, a neuróticos y normales: el sueño, el fan
tasma y hasta la transferencia, que no estaba únicamente confinada en el psicoanálisis. Con la extensión de los intere ses de este, más el hecho de que los pacientes que consulta ban a los psicoanalistas desbordaban hasta cierto punto los límites de las psiconeurosis de transferencia, la disciplina se vio confrontada con dificultades hasta ese momento desco nocidas. Pasada la década de 1920, se manifestó gran acti vidad entre los psicoanalistas interesados en mejorar resul tados que dejaban bastante que desear. El movimiento se prolongó largo tiempo, sin que nadie se percatara de que las dificultades surgidas en la cura obedecían a que las catego rías de pacientes que recurrían al psicoanálisis se salían del estrecho marco definido por Freud- El mismo había corrido con los gastos en el caso clínico sin duda más apasionante de todos los que relató, y a su vez el mayor fiasco del psicoaná lisis: el Hombre de los Lobos, que le interesó nada más que desde el punto de vista de la neurosis infantil del paciente, pero que hoy la mayoría de los autores consideran un caso límite. En este punto debemos citar la inspirada obra de Fe renczi, que mezcló en forma sorprendente aberraciones téc nicas inaceptables con observaciones de gran profundidad que demuestran su calidad de visionario y precursor de todo el análisis contemporáneo. Como sea, y aunque «Anáfisis terminable e interminable», escrito testamentario de Freud sobre el estado del análisis en vísperas de su muerte, señale con exactitud los problemas que enfrentaba la disciplina en los años previos a la Segunda G uerra Mundial, me parece que sólo alrededor de la década de 1950 se produce un cam bio contundente. Desde luego, ya se habían desarrollado las teorías de Melanie Klein en Inglaterra y las de Hartmann en los Estados Unidos. Pero alrededor de esa fecha se em piezan a proponer variaciones de la técnica.2 En términos generales, con ese cuestionamiento se intentaba mejorar, mediante la adopción de medidas apropiadas más o menos temporarias, el resultado de la cura psicoanalítica sin por ello modificar en profundidad los principios que la regían: transferencia, resistencia e interpretación. Puede decirse que los autores se dividían en dos fraccio nes. En la primera, se conformaban con preconizar determi 2 Cf. A. Green, «Mythes et réalités sur le processus psychanalytique. Le modéle de L’interprétation des reves», Revue Frangaise de Psychosomatique, 19, 2001.
nadas variaciones que no modificaban en profundidad el marco de referencia. En la segunda, se modificaba el marco de referencia: por ejemplo, el análisis kleiniano proponía una técnica harto singular basada en una teoría muy apar tada de la de Freud. Más adelante, otros grandes autores del psicoanálisis propondrían sus propias concepciones, que muchas veces cuestionaban la teoría freudiana. Digamos también que, mientras tanto, el cambio en la población de analizantes había seguido acentuándose. En cierto período se habló cada vez menos de psiconeurosis de transferencia y cada vez más de esa recién llegada al campo psicoanalítico que era la neurosis de carácter, conocida no obstante desde tiempos de Reich. Se distinguió entre neurosis de carácter y carácter neurótico y también se subrayó la importancia de las fijaciones pregenitales (Bouvet). Se creyó proceder en forma correcta haciendo recaer el acento en el estudio del yo. La proliferación teórica siguió manifestándose y cada cual esperó que su teoría resolviera los problemas prácticos que habían hecho naufragar a las demás. Dejo de lado cierto número de etapas y avatares que, gracias a las modas psico:analíticas, habían dado primacía a determinados conceptos en desmedro de otros.
Las psicoterapias practicadas por psicoanalistas Paso ahora a la situación presente. Uno de los mayores problemas de la clínica psicoanalítica contemporánea es el de las psicoterapias. Por largo tiempo estas se consideraron una actividad marginal, de interés sobre todo práctico (el fa moso cobre en contraposición al oro puro), que no podía reivindicar los mismos títulos de nobleza que el psicoaná lisis. Se las destinaba en especial a aquellos casos en los que el psicoanálisis parecía no poder brindar los resultados es perados, y basándose en argumentos hoy muy discutibles (debilidad del yo, importante fijación pregenitai); exigían una actitud que iba más allá de la habitual neutralidad: el psicoanalista debía intervenir en forma activa, invitando al paciente a tomar ciertas decisiones, inclusive fortaleciéndo le el yo y alentándolo a desprenderse de sus síntomas, o de mil otras m aneras que poco tenían que ver con el psicoaná
lisis. Lo supiéramos o no, las psicoterapias nos devolvían a los viejos tiempos de la sugestión. No me extenderé sobre el trabajo de esos valientes pioneros que aceptaban ocuparse de casos que «no merecían»3 el análisis pero que, sin em bar go, necesitaban la ayuda de los psicoanalistas. De todas m a neras, mucho me temo que estos se hayan ilusionado dema siado con el valor empírico y pragmático de la técnica en cuestión, dado que los resultados obtenidos fueron fugaces, parciales y tampoco entrañaron modificaciones profundas. Con toda franqueza, debo decir que no veo cómo obtener re sultados sin un análisis lo más completo posible de las raí ces del conflicto psíquico, análisis que, admito, está muy le jos de ser fácil y en muchos casos lleve quizá bastante más tiempo que la resolución de una neurosis de transferencia en una cura clásica. Pero ocurre que esta cuestión de las psi coterapias no nació sólo de la resistencia de algunos pacien tes al análisis ni tampoco del escepticismo de psicoanalistas mal pertrechados para enfrentar las dificultades de la cura analítica, sino de un cúmulo de dificultades que exigían re visar en forma acabada las ideas en uso. El problema de las psicoterapias se plantea a partir de una multiplicidad de datos que conviene distinguir. Son indicaciones de psicote rapia: 1. Las personas cuya situación material o ubicación geo gráfica no permiten implernentar un psicoanálisis. No to maremos en consideración los casos atinentes a problemas materiales que no ponen enjuego la cuestión de la analiza bilidad del paciente. 2. Aquellas personas cuyos trastornos, por su manifiesta profundidad, extensión y antigüedad, impiden encarar r a zonablemente un análisis. En ciertos casos en que, muy a mi pesar, intenté una experiencia analítica, pude observar en el paciente un estado de extremo desasosiego y profundo desamparo que describí con el nombre de síndrome de de sertificación psíquica .4 Lo que debemos aprender de todo es3 La expresión, hoy obsoleta, estaba vigente en la década de 1950. Ante los fracasos del análisis, se decía también: «Son muchos los llamados y po cos los elegidos». 4 A. Green, «Prólogo» al libro de Frangois Richard et al., Le travail du psychanalyste en psychothérapie, Dunod, 2002, y, en la misma obra: «A propos de certaines tentatives d’analyses entreprises suite aux échecs de la psychothérapie. Le syndrome de désertification psychique».
to es que el encuadre psicoanalítico no es solamente una condición técnica de posibilidad de análisis o un mero con cepto teórico-clínico, sino un incomparable instrumento de diagnóstico clínico. 3. En otra categoría podemos ubicar aquellos casos en los que una cura psicoanalítica o varias de ellas, instrumenta das siguiendo las reglas del oficio, lograron a duras penas cierto alivio parcial de los síntomas debido a que la persis tencia de conflictos no resueltos pesaba mucho sobre el pa ciente y exigía la continuación del trabajo analítico. En la evaluación del número de psicoterapias practicadas po r p si coanalistas se subestim a en exceso la parte correspondiente a resultados parciales o insatisfactorios de un tram o o de va rios tramos de análisis anteriores.
4. Quedan, por último, los casos que son buenas indica ciones de psicoterapia y que suplantan en forma adecuada las indicaciones de la cura clásica en la medida en que cons tituyen el sector más inmediatamente cercano a estas.
Está claro que el polimorfismo del conjunto de pacien tes que están en psicoterapia con analistas —y que no tie nen interés en buscar ayuda en quienes no lo sean — consti tuye una población original donde a veces puede hacerse un auténtico trabajo psicoanalítico. Podemos concluir que el aprendizaje de la psicoterapia pract icadci por psicoanalistas es una necesidad nueva en la formación del psicoanalista.
Ante el temor a las amalgamas con las demás psicoterapias y a la pérdida de especificidad que pudiera resultar en lo que hace al trabajo ejercido por los psicoanalistas, cabe pro poner otras denominaciones que marquen la diferencia con la cura clásica y a su vez vinculen estas técnicas con el psico análisis. Se pensó en un «psicoanálisis con modificación de encuadre o de encuadre modificado». En lo que a mí respec ta, con mucho gusto propondría el título de relación psico analítica de encuadre acondicionado. Soy bien consciente de lo difícil que resulta encontrar una denominación contro lada adecuada, pero no creo que dicha dificultad sea sufi ciente para diferir por más tiempo la urgencia de la trans misión en la formación para el ejercicio de una técnica sin gular justificada por los hechos.
2. La indicación terapéutica
Cuando un paciente va al consultorio de un psicoanalis ta, pueden presentarse dos casos. En el primero se trata de un encuentro inaugural pues el consultante nunca vio antes a un practicante del análisis ni tuvo experiencia analítica alguna. En el segundo, el consultante desea emprender una nueva experiencia de análisis porque siente que aún queda trabajo por hacer y piensa, basado en indicios de diverso or den, estar dirigiéndose a alguien que puede prestarle ayu da. Lacan designó al analista en el imaginario del paciente como sujeto supuesto saber. Sin duda, conviene que desde el principio el paciente se figure que la persona a quien se dirige sabe algo sobre el psiquismo y puede esclarecerlo acerca del suyo. Pero esta definición me parece más fenomenológica que apta para dar cuenta de la situación desde el punto de vista psicoanalítico, incluso tratándose de alguien que en el inconsciente del analizante supuestamente sabe. De todos modos, a lo largo de las primeras entrevistas —y ya desde la primera—, por lo general el analista se encon trará frente a dos situaciones distintas. En la primera ten drá frente a sí a una persona con quien el encuentro se desa rrollará al mismo tiempo en varios planos distintos que será preciso articular. Por más que no hable de ello, el paciente reaccionará ante la presencia del analista. De ese analista en particular. En su reacción se mezclarán elementos que ya son de orden pretransferencial y que se combinan con otros relacionados con la personalidad singular del analis ta. A medida que la entrevista avance, el curso de esa pretransferencia, que de hecho ya es una transferencia, se de jará aprehender en una forma cada vez más nítida, que en ocasiones el mismo paciente puede percibir («No sé por qué, pero usted me recuerda a mi tío. . .»). En el seno de esa di mensión transferencial, y aun an tes o después de relatar los síntomas y razones que lo llevan a consultar, el paciente
contará una historia: la de sus orígenes, su familia o sus pa dres, sin que el analista le haya preguntado nada en par ticular. En determinados tramos del relato reaccionará en forma abrupta, lo cual no dejará de sorprenderlo. Por ejem plo, es posible que la evocación de algún hecho banal de su historia infantil le provoque una crisis de llanto inesperada. Desde otra dimensión, el analista estará atento a la fluidez del relato, a la receptividad del consultante con respecto a lo que ocurre en él en forma extemporánea, así como al desdo blamiento que se manifiesta entre quien hace la narración y aquel que —yen un caso así puede tratarse tanto de uno co mo del otro— escucha y registra los efectos que el relato pro voca en él mismo. Todo lo anterior permite al analista adop tar una actitud que, de entrada, se asemeja a la que requie re la situación analítica: retiro silencioso, atención pareja mente en suspenso y neutralidad benévola ante lo que ya pueda ir perfilándose en la asociación libre del paciente. Se abre así un nuevo capítulo que abarca tanto la situación ac tual como los nudos conflictivos que puedan reactivarse en el presente: vida afectiva y sexual, vida familiar, profesional y relaciones sociales. Estos distintos aspectos se entremez clan en un todo indisociable, suerte de fragmento musical donde el analista puede identificar temas, contratemas y variaciones que le permiten esbozar los contornos de un Edipo infantil y hasta de una neurosis infantil. Sólo que muy pocas veces este cuadro ideal resulta ta n armonioso y completo. Por el contrario, en la mayoría de los casos se ob serva que el paciente oculta determinado aspecto de su pa sado o de su vida presente, y hasta puede ocurrir que banalice en exceso algún acontecimiento que él suponga habría podido conmoverlo. Con gran frecuencia, al cabo de una ho ra de entrevista notamos que no mencionó a la figura domi nante de la constelación edípica. En otras ocasiones, nos im presionará la discordancia entre la relativa facilidad del discurso del paciente cuando se trata de determinados as pectos (por ejemplo, los profesionales), en contraposición a otros que lo tocan más íntimamente pero de los que no dice casi nada. Es ilusorio querer pintar un cuadro completo que necesariamente resultaría mítico. Hemos hecho este dibu jo relativamente elocuente de la primera entrevista con el propósito de enfrentarlo con otro, muy distinto, en que la demanda de consulta deja al paciente poco menos que mu
do, atacado de una inhibición mayor, incapaz de expresarse y en un estado bastante parecido al terror frente al analista. Es obvio que, en este último caso, la transferencia que lo ha bita es tan masiva e indiferenciada que él pasa a ser el pri mer sorprendido ante un estado de cosas que le parece in motivado. A menudo tenemos la impresión de que, no bien entra, ya está pensando en irse y, en determinadas ocasio nes, no habrá más alternativa que aceptar esta indetermi nación. Pero antes de llegar a eso, son muchas las oportu nidades en que, si procedemos con habilidad, por pequeñas pinceladas, logramos orientar la entrevista en algún plano, el que sea, donde pueda establecerse la comunicación. Sólo es cuestión de tocar la cuerda más accesible para crear el contacto vincular con el paciente. Lo demás ya vendrá. Una vez instaurada la comunicación, se la podrá enriquecer puntuando y salpicando el discurso del paciente con obser vaciones exclusivamente referidas a lo que se haya dicho. En estos casos, a menudo se hace necesario reiterar las en trevistas (tres o cuatro) antes de llegar a una conclusión y comunicársela al paciente. Insistiremos en dos aspectos que nos parecen de gran importancia. El primero consiste en evaluar la relación que el sujeto mantiene con su propia palabra. Es decir, la rela ción que mantiene entre lo que enuncia en el discurso y su posición subjetiva. Del mismo modo, insistiremos en lo que llamamos indexación, o sea, la manera como el paciente connota el discurso, marcando e indicando él mismo el valor que atribuye a lo que dice y su alcance revelador. El segun do aspecto es la evaluación que hace el analista de lo que el consultante parece esperar del trabajo analítico. Esta apre ciación puede estar revelando los sectores de su vida que el sujeto quiere cambiar, por oposición a otros en los que su narcisismo (o su masoquismo) ha quedado fijado y que él quiere dejar intactos. Es cierto que no podría dárseles de masiado valor a estas aspiraciones conscientes, pero sí apreciarlas con la mayor prudencia. Más vale equivocarse, antes que no hacerse preguntas. Hace algunas décadas, el tema de las indicaciones de psicoanálisis se habría planteado mayoritariamente en tér minos nosográficos (estructuras neuróticas o no neuróticas, fuerza o debilidad del yo, etc.). En la actualidad, son pocos los analistas que deciden en función de criterios tan macros-
copíeos. Ni aun la consideración del nivel de las fijaciones (genitales o pregenitales) basta para fundamentar un diag nóstico de analizabilidad. Se entiende entonces que, cuando debemos decidir una indicación terapéutica preguntándo nos si el paciente podrá o no utilizar el encuadre, no se tra ta sólo de un razonamiento clínico sino de un verdadero examen efectuado por medio de un analizador de analiza bilidad, que debe ser objeto de una evaluación hipotético predictiva basada en sus diversos elementos de aplicación (no visibilidad del objeto, capacidad de soportar la actitud de retiro y espera del analista, interpretación de la resisten cia y de la transferencia, duración limitada y frecuencia de seable de las sesiones, tolerancia a las separaciones, actitud con respecto a la realidad, etc.). De ninguna manera se trata de una simple evaluación empírica. En realidad, la cues tión es saber si el paciente estará en condiciones de demos trar esa «capacidad de estar solo en presencia del analista» (Winnicott, Roussillón) y si además, a partir de esa soledad artificial, podrá instrum entar un funcionamiento mental cercano al observado en el sueño. A grandes rasgos, diga mos que al cabo de dos entrevistas estamos en condiciones de saber si el paciente corresponde a una indicación de aná lisis. Digo dos, porque siempre resulta de interés conocer los efectos de la primera.en el transcurso de la segunda, que su puestamente la completa y tiene por objeto in staurar las condiciones del encuadre. Cuando parecen necesitarse más de dos, es porque en la mente del analista hay alguna duda, causada a menudo por percibir en el paciente reticencias a entrar en análisis o porque él mismo las tiene aunque por otros motivos. Llegamos ahora a la cuestión, tan debatida en la IPA, de la cantidad de sesiones semanales. Si bien la tradición fran cesa considera satisfactorio el número de tres, muchos ana listas de otros países entienden que no puede hablarse de análisis a menos que sean cuatro o cinco. Según pretenden, tres es psicoterapia. En verdad, es una cuestión difícil de zanjar, ya que para algunos se trata de dos procesos tera péuticos distintos. Intentaré responder al problema por me dio de dos argumentos. En primer lugar, considero que exi girle a una persona concurrir cinco veces por semana al con sultorio del analista es ignorar las condiciones de la vida moderna, ya que el tiempo que le insume trasladarse se
agrega al de la sesión. Respetar esa exigencia condenaría al psicoanálisis a perpetuarse como un tratam iento para gen te de recursos, lo cual no me parece deseable. El segundo a r gumento es que creo mucho más en análisis de prolongada duración, aunque con ritmo menos frecuente, que en otros de ritmo casi diario pero de duración más limitada. La expe riencia demuestra que los procesos de cambio requieren mucho tiempo para desencadenarse, instalarse y mante nerse: la neurosis de transferencia es una neurosis y, como tal, presenta u na organización resistente que necesita tiem po para deshacerse. Cuando no se lo puede instru mentar en forma inmedia ta, el análisis se posterga por un lapso más o menos largo. Si se demorara debido a circunstancias materiales relativas a cualquiera de las partes, puede proponérsele al paciente que, en caso de atravesar situaciones difíciles, pida entre vistas en momentos precisos hasta que se produzca el co mienzo oficial del análisis. Tal como ya señalamos, alrededor de la década de 1950 hubo analistas que se interesaron en el tema de las varia ciones técnicas.1 La mayoría de las veces se trataba de mo mentos críticos de un anáhsis que requerían del analista la adopción de una actitud apropiada que favoreciera en ese momento la reactivación del análisis. No nos demoraremos sobre una cuestión debatida en abundancia, pero sí hare mos nuestras las conclusiones de Bouvet de 1957, quien ad mitía como analíticas únicamente las variaciones concu rrentes a «la objetivación más completa posible y luego a la reducción de la neurosis de transferencia en el pleno sentido del término».2En Francia, esta cuestión se planteó con agu deza debido a la técnica implementada por J. Lacan, que su peraba ampliamente el cuadro de variaciones. Su técnica resultaba inaceptable a la gran mayoría de los analistas de su tiempo (sesiones cortas, manipulación de la transferen cia, transferencia negativa no analizada, violencia contratransferencial con los pacientes, actitudes abiertamente sá dicas alternadas con otras de seductora simpatía —sin pa 1 A. Green, «Mythes et réalités sur le processus analytique. Le modéle de L’interprétation des reves», RevueFrangaisedePsychosomatique, 19,2001. 2M. Bouvet, Oeuvrespsychanalytiques, tomo I, Payot, 1967, págs. 28990.
saje al acto sexual—, etc.). El problema de las variaciones desbordaba la situación francesa y también se planteaba en los Estados Unidos, donde el punto principal consistió en definir rigurosamente las condiciones de aceptabilidad para la adopción de un parámetro (K. Eissler). En Inglaterra, el propio Winnicott tuvo que ocuparse del problema en un ar tículo fechado en 1954.3 Sin embargo, en este último caso se trato no tanto de variaciones técnicas puntuales como de constantes acondicionamientos del encuadre analítico por modificación de las condiciones habituales (paciente que se levanta y deambula por el consultorio, donde hay un calen tador de leche a su disposición, etc.). Todo ese período fue precedido por algo que no dudo en llam ar un estallido del molde analítico tradicional, y que en cuarenta años fue lle vando en forma progresiva a las actuales condiciones. Pasemos ahora a abordar las indicaciones de psicote rapia. Acabamos de decir que las razones que abogan en favor de un a psicoterapia y no de un análisis habrán de buscarse por el lado de una más o menos previsible intolerancia del paciente al encuadre analítico. Está muy claro que esa into lerancia se inscribe a menudo en una estructura psíquica distante de la psiconeurosis de transferencia (estructura no neurótica) y que exhibe numerosas variedades (pacientes borderline, narcisistas, de estructura psicótica o perversa, psicosomáticos, etc.). Pero aquí, como en muchos otros ca sos, no cuentan tanto ios criterios nosográficos como otros vinculados al funcionamiento mental del paciente (frecuen te compulsión a la repetición, tendencia a actuar, carencias elaborativas marcadas por excesivas frustraciones, estruc tura masoquista del yo, importantes posiciones destructi vas, regresiones profundas y tenaces, indiferencia ante la propia vida psíquica, etc,). Ibdavía falta hablar del número de sesiones, tema donde todo es cuestión de matices. Según el caso, el analista propondrá encuentros periódicos aisla dos o encuentros regulares cuyo ritmo, a mi entender, no puede ser fijado con rigidez. Con el fin de marcar mejor las diferencias entre psicoanálisis y psicoterapia, muchas veces 3 D. W. Winnicott, «Metapsychological and clinical aspects of regression within th e psychoanalytic set-up», traducción al francés en De lapédiatrie á la psychanalyse, 1954, págs. 205-31.
se contraponen las varias sesiones semanales del análisis con la única sesión sem anal de la psicoterapia. Considero que se trata de un criterio sin fundamento. Personalmente, he recibido pacientes en psicoterapia hasta cinco veces por semana, mientras que mis analizantes disponían de tres o cuatro. Lo esencial es determinar, haciendo pie en la expe riencia, el número óptimo de veces en que pueden o debe rían realizarse los encuentros según las necesidades y la tolerancia del paciente. Todo depende de su estructura, sus resistencias, su demanda y su transferencia inconsciente o manifiesta. Otro argumento que esgrimen los Institutos de psico análisis contra la formación en psicoterapia consiste en afir mar que se trata de una técnica no codificada. Es cierto que la variabilidad de actitudes y de interpretaciones es mayor en psicoterapia que en psicoanálisis. Sin embargo, veo aquí una razón más para formarse en el ejercicio de esta prácti ca, dado que las decisiones del analista serán más alea torias y no responderán a recetas preestablecidas. Además, me gustaría denunciar una idea que en su momento ganó adeptos y según la cual, a diferencia del psicoanálisis, en psicoterapia «todas las jugadas están permitidas». En mu chas oportunidades, quienes echaron a correr este tipo de fórmulas fueron los mismos psicoanalistas que menospre cian lo que consideran chapucerías m anipulatorias pero no vacilan, pervirtiendo en cierta forma el método, en tomarse las libertades que ya hemos señalado con lo que cabe espe ra r de un analista. Son los mismos que se autorizan a hacer lo que se les dé la gana según la inspiración del momento. A decir verdad, no sólo no están permitidas todas las jugadas, sino que preferiría decir que lo difícil es determinar preci samente aquello que se juega en la situación psicoterápica, donde, aun sin hacer análisis, se sigue siendo psicoanalista (Winnicott). No insistiré en algo que ya forma parte del acervo de cualquier psicoanalista, y es que puede hacerse un excelente trabajo analítico frente a frente que a veces lle vará al paciente mucho más lejos que si estuviera recostado en el diván. Creo que el verdadero problema está en deter minar cuál es el encuadre óptimo para el paciente, si el psi coanalítico o el psicoterapéutico, teniendo en cuenta la im portancia de la relación cara a cara, donde el analista es vi sible y ofrece al paciente sus reacciones sin reservas.
Un último argumento consiste en sostener que en psico terapia no hay proceso psicoanalítico. Cuando menos es una afirmación superficial, porque de hecho pensamos que pro ceso hay siempre, dado que en todos los casos se trata de una marcha hacia delante que cobra distintos aires, modos, ritmos y progresiones según se tra te de la cura analítica clá sica o de un a psicoterapia. Después de todo, caminar como un cangrejo también es caminar. Algo que sí me parece im portante es no considerar el saber relativamente codificado de la cura clásica como el único certero en relación con lo que en gran medida sigue siendo un continente negro y fue descubierto por la psicoterapia. En vez de desanimarnos por carecer de un mapa que nos oriente en tierras incógnitas, mejor lancémonos a descubrir territorios poco o mal explo rados en los que hacer valer los derechos del análisis. Estoy convencido de que únicamente los analistas pueden en tender a ese tipo de pacientes (que, por otra parte, sólo quie ren ser ayudados por analistas) y hacerlos progresar en el conocimiento de sí mismos, corriéndose ¡jara siempre de ese lugar de simples recetadores de pastillas al que tantas veces los confina la farmacología psiquiátrica. No ocultaré que es un trabajo largo, difícil y sujeto a decepciones, retrocesos, repeticiones, etc. Pero por poco que el analista esté decidido a aguantar, al cabo.de algunos años de esfuerzo obtendrá re sultados que, sin ser perfectos, dejarán pensar que el pa ciente alcanzó un logro irreversible en lo que cabe llam ar su enfermedad. Y si bien es cierto que, tal vez desalentado por la lentitud de los progresos, el analista no siempre se da cuenta de esto, el paciente sí lo sabe. Más allá de sus ince santes quejas y negaciones, en algún momento la másca ra cae, y es impresionante todo lo que reconoce deberle a la psicoterapia. Además, estoy convencido de que, si no le aportara algún beneficio, la habría abandonado mucho an tes. No es la fidelidad del paciente lo que habría que atribuir al masoquismo, sino la ruptura del tratamiento.4
4 Remito al lector interesado a mi trabajo «Mythes et réalités sur le pro cessus psychanalytique», Revue Frangaise de Psychosomatique, 19 y 20, 2001.
3. Encuadre - Proceso - Transferencia
Es notorio has ta qué punto necesitamos clarificar nues tras ideas acerca de las herramientas conceptuales del tra bajo que realizamos. La dispersión del campo psicoanalítico exige una reunificación. Ya hemos distinguido la cura psi coanalítica clásica, la cura con variaciones puntuales, la cura con variaciones más o menos constantes y, por último, las psicoterapias. Ahora nos falta precisar tres nociones.
1. El encuadre El encuadre fue introducido en psicoanálisis en for ma independiente por dos autores que ofrecieron distintas definiciones. En la Argentina, Bleger, por medio de un en foque muy personal que no trascendió fuera del ámbito lati noamericano, y que lo articuló con la simbiosis. En Inglate rra, Winnicott, cuya concepción fue ampliamente adoptada, al menos en Europa. Observemos que el término que em plea es «setting», que tiene una significación mucho más ex tensa y puede traducirse por «dispositivo». Por mi parte, propuse un término que no figura en la entrada correspon diente del diccionario bilingüe: montaje. Pero digamos que encuadre es suficientemente bueno. Por encuadre se en tiende el conjunto de condiciones de posibilidad requeridas para el ejercicio del psicoanálisis, lo cual abarca las disposi ciones materiales que rigen las relaciones entre analizante y analista: pago de las sesiones a las que el paciente no con currió, coordinación conjunta de las vacaciones, duración de las sesiones, modo de pago, etc. Fijadas desde un primer momento, estas condiciones pasan a ser objeto de un conve nio entre las partes cuya finalidad es suprimir eventuales discusiones en el futuro. Sin embargo, cabe distinguir entre
este encuadre material, que sirve de contrato analítico, y la regla fundam ental, con referencia a la cual las opiniones de líos analistas están divididas. Algunos no la enuncian por considerar que ya tendrán ocasión de hacerle notar al pa ciente sus omisiones y silencios, mientras que otros —entre los que me cuento— prefieren enunciarla como la única exi gencia del analista acerca del trabajo del analizante. Este la aceptará, aun cuando el uso demuestre que es imposible respetarla. Pero además, la regla cumple otro cometido: el de inscribirse como tercero, a manera de ley superior a am ibas partes cuya observancia es necesaria para que haya análisis. Conviene destacar que se trata de un mandato complejo, ya que se le pide al paciente no sólo que diga todo lo que se le ocurra —incluido lo que le parezca más absurdo y contingente— sino además que no haga nada. El respeto de la regla fundamental modifica ipso fado la tópica psíqui ca, dado que invita a un modo de ensueño despierto en se sión. Es el ejercicio de un soliloquio en voz alta dirigido a al guien invisible, que está y no está. En 1973 describí al deta lle las modalidades del diálogo analítico en mi libro Le dis cours vivant 1 (el paciente habla acostado a un destinatario no visible y con aflojamiento de los lazos discursivos). En épocas más recientes propuse distinguir, en el encua dre, dos partes: una matriz activa compuesta por la asocia ción libre del paciente y la atención y la escucha flotantes del analista, impregnadas de neutralidad benévola, que for man el par dialógico donde se arraiga el análisis. Y como se gunda parte, el estuche, constituido por el número y la dura ción de las sesiones, la periodicidad de los encuentros, las modalidades de pago, etc. La matriz activa es la alhaja con tenida en el estuche. Uno de los fenómenos más notables de la palabra analítica es el funcionamiento del paciente en asociación Ubre. Esta, relacionada con la escucha a su vez en suspenso del analista, constituye el par dialógico que ca racteriza al psicoanálisis. Ya en «La position phobique cen trale»2 propuse un modelo de asociación libre que abre ho
1A Green, Le discours vivant, París: PUF, «Le fíl rouge», 197 3. 2 A. Green (2000) «La position phobique centrale», en La pensée clinique, Odile Jacob (primera publicación: 1998; RevueFrangaise dePsychanalyse, 3, 2000).
rizontes sobre el funcionamiento mental en sesión. Pero la asociación libre no basta para definir lo que dice el paciente en forma lineal, arrancando de un principio y llegando a un final. Muy por el contrario, subyacente a esta escucha cons ciente hay otra de distinto orden (preconsciente) que pone en evidencia mecanismos propios de este funcionamiento mental. No existe reflexión sobre el proceso psicoanalítico que no parta del examen de su célula básica: la sesión de análisis. La lectura de los textos de nuestra disciplina nos muestra que, incluso remontándonos a ese átomo psicoanalítico, las diversas maneras de describirlo, entenderlo e interpretarlo nos confrontan desde el primer momento con la falta de con senso entre las distintas agrupaciones que hoy se reparten el campo del psicoanálisis. La misma sesión vista por un adepto a las ideas de la Ego-psychology, un kleiniano, un bioniano, un winnicottiano, un kohutiano o un lacaniano ofrecerá tantas disparidades como las que procura el exa men de las diferentes concepciones del desarrollo psíquico fundadas en la referencia común a la observación de bebés. Por tal motivo, y sin pretender conciliar a todo el mundo, no tendremos escrúpulos en agregar la nuestra. La referencia al trabajo realizado en sesión muestra a las claras que nun ca dejamos de tener en mente la preocupación por seguir, a medida que progresa, la expresión de un proceso de tra ns formación incesante en función de las relaciones entre lo intrapsíquico y lo ínter subjetivo, desde el doble ángulo de la transferencia sóbrela palabra y de la transferencia sobre el objeto. Este juego de transformaciones se cumple con el
auspicio de esas mismas contradicciones. Tal como dijimos, el analizante está dividido entre el deseo de dejar expresar se en él lo que tiene de más íntimo y de menos yugulado por la censura, y el miedo a que su palabra sea objeto de rechazo y hasta de sanción por parte del analista, según ios modelos del pasado que haya interiorizado, dándole así al discurso psicoanalítico toda su dimensión autocontradictoria: captu rado entre el empuje hacia adelante del deseo ya cumplido y el freno que le impide progresar y que hasta en ocasiones le ordena dar marcha atrás. La paradoja más interesante de la sesión es, sin duda, este recorrido de ida y vuelta marcado por un desarrollo temporal orientado hacia su término. Resumiendo: cualesquiera sean las tensiones opuestas que
la animen, la sesión tiene una duración limitada y mar cha siempre hacia su fin, pase lo que pase. Aquí es donde debemos mirar las cosas con atención. Porque, cuanto más avanza la sesión, más cabe suponer que se acerca a su re presentación-meta inconsciente, y a la vez, al estar acer cándose ineluctablemente a su propio fin, más se niega a detenerse. Para decirlo con todas las letras: cuanto más nos acercamos a la meta, más se muestra esta como condensa ción de una satisfacción buscada y del fin de toda posibili dad de satisfacción. Winnicott decía que el paciente vive todo fin de sesión como la repetición de un rechazo por parte del objeto primario. En definitiva, el paciente vive cada se sión como la repetición de un proceso de reunión y separa ción, en el que la separación llega tras un intento de reu nión. Pero aquí es donde entra en juego una alternativa: o bien esa separación que es el final de la sesión desemboca en la esperanza de un nuevo comienzo y en la posibilidad de proseguir, o, de lo contrario, se la vive como un abandono traumático que no sólo no deja esperanza —debido a la falta de anticipación de una sesión futura—, sino que tiene tam bién el efecto de borrar todo lo logrado en el trabajo hecho en sesión. En este punto podemos invocar la capacidad de soportar frustraciones y el dilema bioniano que, por un lado, lleva al sujeto a «elegir» entre reconocer y elaborar la frus tración y, por otro, a evacuarla por excesiva identificación proyectiva. Si de tanto en tanto el analista quiere saber en qué punto está o, mejor dicho, en qué punto está el paciente con él, no tiene nada mejor que preguntarse qué piensa él mismo de la calidad del trabajo realizado en sesión. Mucho más que de progresos de orden externo, o de no sé qué eva luación de las conductas o la vida del analizante, el mejor criterio sigue siendo la fecundidad potencial de la sesión. En otros términos, lo que nosotros llamamos generatividad del proceso durante la sesión. De esta manera se anexan nue vos campos sujetos a grandes vaivenes, pero también se tra ta de una valiosa evaluación puntual, dado que, en el análi sis, es como si calor y frío se necesitaran: cuanto más calien tes estén las cosas, más se confrontará el paciente con un doble deseo contradictorio de enfriar, apagar y hasta frenar el conflicto volviéndoles la espalda a sus propias creaciones, o de aceptar que el sufrimiento conflictivo se reavive para poder ir adelante, analizarlo y superarlo.
Es evidente que, en el cuadro que acabamos de describir, no podríamos cargar todo el peso de la responsabilidad en el analizante. Aquí es donde cobra pleno sentido la situación de paridad que reina sobre el proceso. La actitud del analis ta también es importante para el desarrollo de este, desa rrollo que él mismo puede por igual facilitar, contrariar, es timular o refrenar hasta extinguirlo, No es fácil ni simple decir a qué precio se obtiene la facilitación, pero en todo caso nunca consistirá en requerimientos, incitaciones o apoyos (en cualquiera de sus formas) tendientes a que el paciente tenga el coraje de afrontar el obstáculo, como hacía Freud en los comienzos de su práctica. Tampoco me parece reco mendable adoptar una actitud glacial e indiferente frente a los esfuerzos en ocasiones denodados que realiza el pacien te . Lo importante de alcanzar es esa actitud de neutralidad benévola clásicamente recomendada. Benevolencia y neu tralidad no se contradicen entre sí. La primera consiste, esencialmente, en una actitud de receptividad comprensiva que no debe pasar a complicidad ni dejarse ganar por desa lientos o irritaciones, que en su gran mayoría sólo acrecien tan las inhibiciones del paciente. Receptividad, disponibili dad y humor parejo forman parte, sin lugar a dudas, de la configuración psíquica de un analista ideal que sólo existe en los libros y en la cabeza del propio analista. Y si bien le resulta difícil lograrlos, al menos sabe de qué lado poner to do el esfuerzo. Sin embargo, cuando decimos receptividad y disponibilidad, no nos estamos refiriendo sólo a la simple apertura del analista a las palabras del paciente ni a la re cepción favorable de sus proyecciones gracias a una introyección que favorezca la identificación. Hablamos también de receptividad y disponibilidad del analista para con sus propias producciones inconscientes, que no sólo deberá tole rar sino también entender. A veces, y esta es una nueva pa radoja, resultará menos perjudicial para el proceso permitir la expresión de una reacción transferencial intensa -—así sea negativa— y tener acceso a los movimientos internos que animan al analista; otras tantas pruebas de esponta neidad que contribuyen también a la comunicación psico analítica y más valiosas para el paciente que un discurso seudotolerante convencional que este vive como artificial, como salido de un manual de técnica. Lo sabemos por Ferenczi, quien denunció el carácter muchas veces artificial de
la actitud del analista. Claro que, siguiendo la lógica del péndulo, él tampoco pudo abstenerse de llevar las cosas al extremo opuesto en una forma que le acarreó tantos incon venientes como el que precisamente denunciaba. No cabe erigir como modelo las recomendaciones de uno u otro, ya que cada analista tenderá a pecar según su complexión, su ideología, su moral personal y sus. . . propias perversiones. Es por eso que cada cual deberá encontrar su propia senda. Pasamos ahora a una descripción más detallada del modelo de la asociación libre tal como lo desarrollamos en nuestro trabajo sobre la posición fóbica central.3 Ya hemos descripto fenómenos de reverberación retroac tiva cuando, en sesión, ciertas palabras o ideas evocan par tes del material anteriores a estas y con las que parecen es tar relacionadas a través de vínculos de diversa especie, ta les como semejanzas, simetrías, contradicciones, antagonis mos, etc. En otros casos, lo que el analista escucha son efec tos de anunciación anticipatoria, como si el discurso del pa ciente cumpliera un papel anunciador e invitara al analis ta a esperar la continuación; y, no pudiendo ofrecerle más que ideas borrosas e intuitivas, le hiciera presentir que algo vinculado con ese anuncio aparecerá en el discurso. Rever beración retroactiva y anuncio anticipatorio muestran que detrás de la progresión lineal y en los repliegues del discur so opera, en dos direcciones, una causalidad alternativa mente regrediente y progrediente. Ambos procesos permi ten hablar de irradiación asociativa, ya que en los enuncia dos discursivos las palabras pronunciadas resuenan hacia arriba y hacia abajo. Tales son los efectos irradiantes de la palabra analítica, acerca de la cual en otro lugar dije que es la que desenluta al lenguaje/* En este conjunto de particula ridades reconocemos la originalidad de la producción, signi ficante en sesión, así como la capacidad del discurso para movilizar capas del preconsciente. Ahora bien, ¿pueden es tas particularidades influir directamente en el inconscien te? Si bien debo confesar algunos efectos puntuales, tam bién estoy obligado a admitir diferencias de estructura en tre preconsciente e inconsciente, pues ya se sabe que el pri 3 A. Green, «La position phobique centrale», ibid. 4 A. Green, «Le langage dans la psychanalyse», en Langages, París: Les Belles Lettres. 1984.
mero puede resguardar fenómenos de lenguaje, mientras que —al menos en la concepción freudiana— no ocurre lo mismo con el inconsciente. Esta es una de las limitaciones de la teoría lacaniana, que por mucho tiempo intentó hacer nos creer lo contrario. Dado el papel capital de la asociación libre y de la escucha parejamente en suspenso (respuesta correspondiente a la palabra enunciada en asociación übre), propongo caracterizar la situación analítica con el nombre de asociación analítica. De este modo se condensa en una única expresión algo que por costumbre llamamos alianza terapéutica, concepto de amplia aceptación pero que nunca me convenció del todo por el exagerado optimismo que com porta. La asociación analítica reúne a las dos partes para lo mejor y para lo peor. Porque «asociación» hace pensar en «disociación», así como disociación evoca asociación. Esta mos otra vez en presencia de un funcionamiento dialógico. Ahora bien, mi tesis es que tanto el psicoanálisis (cura clásica) como la psicoterapia psicoanalítica comparten mu chos rasgos de la matriz activa pero difieren sobre todo en cuanto al estuche que la encierra. E n efecto, los objetivos de ambos son los mismos y en ambos casos se tra ta de llevar al paciente a reconocer lo que su inconsciente le dirige y que él ignora, pero quiere seguir ignorando por medio de la re sistencia. El proceso se apoya en la transferencia y en la interpretación. Desde luego, resistencia, transferencia e in terpretación difieren en mucho en estas dos situaciones. Pe ro si bien son de apariencia y naturaleza distintas, persi guen el mismo objetivo y tienen igual función. Entonces ya no puede oponerse el oro puro al cobre, sino reconocer su heterogénea naturaleza metálica, cualesquiera sean las va riedades de la aleación de ambos. En esta oportunidad cabe preguntarse lo siguiente: si atribuimos tanta importancia al concepto de encuadre an a lítico, ¿qué pasa cuando en psicoterapia se lo modifica tanto que puede llegarse a afirmar que desapareció? La respuesta no es fácil de dar, pero existe. Si la cura psicoanalítica per mite instrumentar un encuadre «encarnado», el propio en cuadre no está ausente de la relación psicoterápica. Aquí hay que apartarse de una interpretación demasiado realis ta, ya que, como sabemos, el encuadre sólo vale como metá fora de otro concepto (modelo del sueño, prohibición del in cesto y del parricidio, cuidados maternos, etc.). En psicote-
r&pia* Ia ausencia de un encuadre análogo al del psicoanáli sis obliga al analista a remitirse a un encuadre interno. Es decir, al que él mismo internalizó en su propio análisis y qUe, aun ausente del trabajo analítico en psicoterapia, no deja de estar presente en su mente, rigiendo el límite de las variaciones que autoriza y llevándolo a salvaguardar las condiciones necesarias para proseguir los intercambios. La noción de encuadre interno es un logro esencial del análisis de formación, que debe entonces velar por el mayor rigor a ¡fin de que se cumpla el proceso de internalización.5
2. El proceso Es notable que una expresión tan en boga en nuestros días como proceso psicoanalítico no figure en la obra de Freud. Como muchas otras veces, cuando en la literatura posfreudiana se impone una idea, se le buscan genealogías y;ancestros por lo general más imaginarios que reales. De ahí que, para inducir la certeza de que el proceso psicoana lítico obedecería a un curso natural, se busquen en Freud citas que lo comparen con el desarrollo de un embarazo. Lo que así pretende decirse es que el análisis progresa a un rit mo propio y que debe diferenciárselo de la evolución trans ferencia!, tal como se distingue entre el fondo y la figura. En realidad, donde sí aparece la noción de una «historia natu ral del proceso psicoanalítico» es en la pluma de Meltzer. La pregunta que nos creemos habilitados para formular es si el proceso psicoanalítico será igual según se trate de un análi sis freudiano, kleiniano, winnicottiano, kohutiano, lacaniano y ahora renikiano. Lo que en todo caso puede afirmarse és que la idea de una evolución natural comparable a la marcha de un río que nace y sigue un curso inalterable has ta su estuario, para terminar, como todo río, en el mar, no puede sostenerse con validez, salvo respecto de indicaciones de análisis perfectamente adecuadas y concomitantes con la iclea de que el analista «acompaña» esta evolución y siempre 5 A. Green, «Le cadre psychanalytique, son intériorisation chez l’analys,te et son application dans la pratique», en A. Green et al., L’avenir d’une désillusion, París: PUF, «Petite Bibliothéque de Psychanalyse», 2000.
con el principal afán de que su contratransferencia no im portune la marcha del tratamiento. Inútil es decir que el análisis de las formas vinculadas a estructuras no neuró ticas está lejos de mantener esa velocidad de crucero. La cuestión del proceso no es simple porque no tiene igual con tenido según los autores, por ejemplo en Sauguet6 y Meltzer.7 En efecto, es concebible que el motor del tratamiento sea un a marcha subterránea. Y se puede oponer el proceso neurótico, que sin demasiada dificultad se encamina hacia su conclusión —rebus bene gestis, como dice Freud—, a for mas caóticas estancadas y repetitivas o, cual el trabajo de Penélope, a estructuras no neuróticas. Ahora bien, ¿esta oposición no refleja la propia historia del psicoanálisis freudiano, que condujo a su creador a modificar en 1920 la teo ría de las pulsiones y a cambiar la primera tópica en 1923? Más adelante retomaremos en detalle estas cuestiones, pero está claro que tanto la reacción terapéutica negativa como la compulsión a la repetición fueron factores decisi vos en lo que se dio en llamar «el giro de 1920». Sin embargo, nada de ello le impidió recomendar a los psicoanalistas, en el Esq uema , que se interesaran por los enfermos psíquicos «evidentemente muy próximos a los psicóticos a fin de ha llar las vías por medio de las cuales “curarlos”».8 En conclu sión, distinguiremos el proceso psicoanalítico como modelo ejemplar del psicoanálisis, paradigmático en cada uno de sus puntos y que debe ponerse en perspectiva con las varie dades comprobadas en los procesos psicoterápicos, cuyas características quedan aún por definir y que son objeto de interés para los psicoanalistas. Si queremos buscarle alguna coherencia al concepto de proceso, tenemos que recordar que, según Freud, en su ori gen el análisis descansa sobre un trípode: psiconeurosis de transferencia, neurosis de transferencia, neurosis infantil. Todo esto es fácilmente perceptible cuando se examinan los comienzos de la obra freudiana. En la actualidad, yo pro pondría otro trípode, constituido por la coherencia de las re 6 H. Sauguet, «Introduction á une discussion sur le processus psychanalytique», Revue Frangaise de Psychanalyse, 33, París: PUF, 1969. 7 D, Meltzer (1967) «Le processus psychanalytique», traducción al fran cés de J. Bégoin, París: Payot, 1971. 8 S. Freud, Abrégédepsychanalyse, versión francesa de A. Berman, revi sada y corregida por J. Laplanche, 9a edición, pág. 41.
liciones que unen encuadre, sueño e interpretabilidad. En efecto, tal como ya mostré en otro lugar, si bien Freud no teorizó el modelo del encuadre, es posible encontrar su justificación en el capítulo VII de La interpretación de los sueños . Vale decir que el encuadre reproduciría un análogo délos procesos psíquicos que rigen el sueño. Y así como este último puede interpretarse a través de las asociaciones que revelan el trabajo del que es sede, lo mismo la relación ho mogénea encuadre-sueño desemboca en una interpretabili dad óptima. Quien finque su reflexión en ese trípode llegará por eso mismo a considerar el proceso como efecto de dichas relaciones. En los últimos años, la experiencia surgida de anáfisis difíciles y de estructuras no neuróticas puso al des cubierto la necesidad de referirse al funcionamiento mental teorizado por Marty. Son las diferencias, y a veces las caren cias del funcionamiento mental en los pacientes psicosomáticos (irregularidades del preconsciente) las que al mismo tiempo permiten entender los lazos entre las organizaciones sintomáticas y su sensibilidad a la intervención analítica. Como vemos, se introduce aquí la cuestión del tratamiento psicoterápico, al tiempo que quedan expuestas las diferen cias entre uno y otro. Quienes, en general de manera esque mática, pretenden oponer psicoanálisis y psicoterapia, sostienen que en esta últim a no habría proceso psicoanalítico situable y teorizable. Me parece una opinión discutible, no porque yo niegue las diferencias que separan al proceso psicoanalítíco clásico de los diversos procesos de psicotera pia, sino porque si el primero es identificable con un modelo, los otros representan variaciones más o menos extensas que pueden entenderse sólo con relación a ese modelo. En ver dad, es difícil entender que una relación terapéutica, cual quiera que sea, pueda no dar lugar a la consideración procesual. Por otra parte, si consideramos la evolución que marcó los pasos de Freud a partir del giro de 1920, con el que intro dujo en la cura la compulsión a la repetición y la reacción te rapéutica negativa, vemos que la marcha tranquila del pro ceso psicoanalítíco quedó ipso fado relativizada. Baste pen sar una vez más en el triste caso del Hombre de los Lobos para comprobar los efectos intermitentes y alternados de la resistencia, las regresiones reiteradas y la compulsión a la repetición. Sin embargo, cuando cuenta del caso, Freud pa rece no haber tomado conciencia de los problemas del pa-
cíente con relación al proceso. Desde luego, la negligencia freudiana no justifica nada, pero no deja de ser cierto que, viéndolo con ojos contemporáneos, el proceso psicoanalítico del Hombre de los Lobos está lejos de seguir un curso na tu ral, y que, aunque no queramos, hay «proceso», es decir, marcha o procesión. Enfocadas así las cosas, debemos con cluir que lo que nos interesa en un ejercicio psicoanalítico contemporáneo para evaluar cualquier relación terap éuti ca, es la idea que tiene el analista de la marcha procesual del tratamiento. Si esta no obedece ai curso considerado na tural, el analista deberá preguntarse por la naturaleza de las fijaciones, la posible afectación del yo y la estmctura no neurótica del paciente, todo lo cual le exige una atenta, vigi lancia del funcionamiento mental. «Lo que llamamos proceso psicoanalítico es la creación de una ‘‘realidad segunda” nacida de una mirada sobre los intercambios producidos en el correr de las sesiones, y que se pregunte cómo evaluar el desarrollo de las relaciones en tre la conjetura —en perpetua modificación— sobre lo que debería conocerse y sobre lo que, en cambio, pudiera hacer de la interpretación un elemento capaz de desencadenar efectos perturbadores que es preciso conjurar».9 Dicho de modo trivial: ¿no es ese el significado de la expresión cami nar pisando huevos? El proceso psicoanalítico descansa so bre el modo en que el paciente respeta y se aplica a sí mismo el pacto analítico, cuyo eje principal es la regla fundamen tal. Las divagaciones procesuales pueden ser acreditadas al análisis del trabajo de lo negativo y de la resistencia. Que da claro que el verdadero peso del proceso jamás podrá evaluarse si no se tiene en cuenta la red en que se inscribe. La práctica de psicoterapias y las cuestiones que suscita —abordadas a menudo en forma polémica—han dado lugar a una reflexión que por ahora está lejos de agotarse.
9 A. Green, «Myth.es et réalités sur le processus psychanalytique», Revue Frangaise de Psychosomatique, 19, 2001, pág. 72. Para mayores detalles sobre el tema, remitimos al lector a este artículo.
3. La transferencia Se abre aquí un amplio debate sobro la naturaleza y fun ción de la transferencia. Por ahora, limitémonos a afirmar que también a ella se le aplica lo que acabamos de decir del proceso. Y esto porque, tanto su evolución como su legibili dad y su rol —a la vez de resistencia y de motor de la cura—, permanecen dentro de los lím ites del «campo de juego» (Freud) en la cura analítica clásica, para adquirir formas mucho más caóticas en las psicoterapias indicadas por lo ge neral para estructuras no neuróticas. Es notable comprobar que en estos últimos casos el paciente se muestra mucho más sordo y reticente a reconocer e identificar la naturaleza transferencia! de las manifestaciones que presenta en el tratamiento. Existe muy a menudo una defensa radical con tra el reconocimiento de la transferencia, aunque puede ce der por momentos, como en el caso de ciertas comunicacio nes indirectas (notas o llamadas telefónicas, etc.). Hay una observación que confirma la exactitud de la posición freu diana según la cual las manifestaciones transferenciales de las estructuraciones no neuróticas están infiltradas de des tructividad (las más de las veces masoquista), al punto de ocultar las expresiones de la libido. En estos casos, el trata miento suele durar mucho más que un análisis. Bajo pro mesa de volver al tema, agregaremos que, en la perspectiva contemporánea, el problema de la transferencia no se abor da sino acoplándolo a su contrapartida en el analista: la contratransferencia.10 No obstante, hay que hacer una dis tinción entre contratransferencia según la versión freudia na de obstáculo al análisis de la transferencia, y otra, más reciente, que le confiere funciones y significaciones mucho más extensas que hasta llegan a invocar la precedencia de la contratransferencia sobre la transferencia (M. Neyraut, 1974).
10 A. Green (1998) «Démembrement du contre-transfert», epílogo de: Inventerenpsychanalyse. Construiré et interpréter, de J.-J. Baranes, F. Sacco et al., Dunod, 2002.
Llegamos ahora al punto que nos permite extraer algu nas conclusiones, teniendo presentes los principales datos de nuestra indagatoria. Recordemos entonces: 1. el valor diagnóstico (analizador de analizabilidad) de las previsiones referidas al encuadre y a la capacidad del paciente para someterse a las condiciones de este; 2. la existencia de un proceso de hecho cuyo modelo, la cura clásica, es sólo un paradigma a confrontar con otros modos de progresión; 3. las formas caóticas que adopta la transferencia y que ponen a prueba la contratransferencia del analista, quien a menudo no puede evitar caer en las provoca ciones agresivas del paciente. Sin embargo, una vez más, lo importante es aguantar. Acerca de esto vamos a agregar algo. Cuando enumera mos los componentes de la m atriz activa, no hicimos alusión a la transferencia. Fue porque quisimos considerarlos úni camente desde el punto de vista de las características psí quicas del funcionamiento mental. Pero es evidente que la transferencia forma parte de esos componentes elementales en la medida en que moviliza el trabajo asociativo.11 Lo esencial es tener siempre presente que todo trabajo analítico tiende al mismo objetivo. A saber, no tanto a la to ma de conciencia, según se acostumbra a decir, como al reco nocimiento del inconsciente. Reconocimiento, porque surge sobre un fondo de desconocimiento. La distancia que separa a ambos términos de esta pareja es ampliamente función de eso que hemos llamado trabajo de lo negativo y que tendre mos oportunidad de retomar. Al fin de cuentas, todo lo que acabamos de decir cobra sentido sólo dentro de una concep ción del psicoanálisis que reconoce en él la existencia de un pensamiento c lí n i c o . Esto significa que no debemos ver en la clínica un conjunto de datos empíricos en los que la teoría se conforma con precipitarse (en el sentido químico), sino formas del psiquismo que comportan un modo de pensa miento causal que le es propio y que el analista debe detec tar y no perder nunca de vista, Al contrario, sólo por tener 11 Fue Evelyne Seychaud quien atrajo mi atención sobre este punto. 12 A. Green, Lapensée clinique, Odile Jacob, 2002.
siempre en mente la originalidad y la primacía de ese modo de pensamiento, es capaz el analista de contribuir al saber, sin sacrificar nada de la complejidad de los fenómenos que se propone estudiar.
4. Transferencia y contratransferencia
La escucha analítica «¿En qué estado mental me encuentro al comenzar una sesión de análisis como para responder a lo que la situación me exige? Creo estar en posición de analista cuando, ha biéndome esforzado en mantener todo lo posible la atención libremente flotante —ya veremos que no es fácil y choca a veces con serias dificultades—, escucho las palabras del analizante desde una doble perspectiva. Por un lado, in tento percibir la conflictividad interna que habita en ellas y, por el otro, la examino atendiendo al hecho de que se dirige, implícita o explícitamente, a mí. La conflictividad a que me refiero no involucra los conflictos dinámicos particulares pasibles de ser despejados por la interpretación, sino la for ma alternada en que el discurso se acerca y se aleja de un núcleo o de un conjunto de núcleos significativos que tratan de abrirse paso a lo consciente. No hace falta tener una idea acabada de aquello que activa, o, por el contrario, frena o desvía la comunicación, para percibir el movimiento que tan pronto la lleva a u na expresión más explícita o precisa, como la aleja de la verbalización de aquello que está buscan do transmitirse. E s t a s v a r i a c io n e s se pueden percibir por intuición, sin conocerse la naturaleza exacta del foco alre dedor del cual gravitan y que se presentará en forma más o menos repentina —a veces con total claridad y otras de ma nera accidental— durante el trayecto discursivo. En este úl timo caso, la atención flotante cambia de estado para vol verse agudeza investigativa ha sta tanto se reorganice lo que se deslizó bajo la fluidez de la recepción “en suspenso” del discurso en asociación más o menos libre del analizante. En esta descripción no se tra ta sólo de nombrar la resisten cia tal como la encontramos ante la cercanía de momentos transferenciales activados. Me refiero al estado de fondo
contra el que aparecen los movimientos del discurso que espera ser escuchado, o a la oscilación básica de todo uso de la palabra que haga el analizante, palabra insegura de su aceptabilidad tanto para la conciencia del emisor como para la de aquel a quien se dirige. Un movimiento convergente —pero que aún está lejos de ser sincrónico— hace entonces evolucionar el pensamiento del analista desde su identifica ción de la posición transferencial del analizante en ese pre ciso instante, hacia una imagen más global de su conflicti vidad, tal como permite aprehenderla el flujo discursivo, o bien hacia aquello que, en determinado momento, da tes timonio, por un lado, de la activación de un conflicto singu lar y, por el otro, de la forma en que este cobra momentáneo relieve en una configuración de conjunto. Así se ponen en perspectiva las condiciones generales de la verbaliz ación, compartida entre lo que pretende satisfacerse a través de la expresión y lo que traduce un temor a hacerlo sin trabas. En otras palabras: estamos ante una doble relación. Por el lado del analizante, un conflicto local singular remite a un a conflictividad más general, apreciable en las relaciones que mantienen entre sí las partes del discurso y en la manera como la presencia del objeto excita o inhibe sus figuras. Par el lado del analista, un examen del alcance significativo del momento actual evaluado en función de la conflictividad ge neral de la vida psíquica, tal como esta se traduce en la rela ción analítica. Relación analítica tomada entre el ideal de una comunicación libre de toda censura y las vicisitudes de un deseo de decir contrarrestado por el miedo imaginario y sus consecuencias, que dejan pensar que el decir ha perdido, en parte, distancia con el hacer. »Cuando, al cambiar de ángulo, oigo lo que es dicho en di rección a mí, someto lo que acabo de oír a una iluminación donde la conflictividad interna encuentre, en su tentativa de externalización a través de la palabra, un retomo reflexi vo al sujeto que la pronuncia, transformación producida por esa publicación del pensamiento que, dirigiéndose a otro, engendra retroactivamente el eco de sus palabras en aquel que habla según un efecto favorecido por el encuadre. La singular alteridad de la relación analítica engendra ta m bién, simétricamente, la idea de que la causalidad que go bierna la palabra de quien habla modifica el estatuto del destinatario del mensaje. Este, imputado como testigo o cp-
mo objeto de demanda, es cambiado en e] mundo interno y, sin que el analizante lo sepa, se vuelve causa, del movimien to que anima su palabra. Eso es precisamente lo que yace en el fondo de toda transferencia. Invisible en la situación ana lítica, el destinatario, replegado, por así decir, sobre el movi miento de habla, se funde en ella para ser en adelante inter pretado según un doble registro. Si bien en su origen se lo definió conscientemente como aquel a quien se le dirige el discurso —cuyo modo singular él mismo ha fijado— para que intente acercarse al universo íntimo del paciente, in conscientemente esa condición de receptor del mensaje muta a la condición de inductor de este. De esa manera se transforma en el provocador de ese mensaje por la presen cia de movimientos internos surgidos tanto de lo que Je es dirigido como de lo que movió al analizante a emitir esas pa labras. Cae entonces para el inconsciente la separación en tre los movimientos internos —afectivos— del sujeto y la ob jetivación de estos a través del discurso dirigido a un terce ro. Llegamos así a un punto en que los dos hacen uno: el ob jeto al que se dirige ese discurso —es decir, aquello que la demanda, la búsqueda y la esperanza del paciente esperan del otro— y su fuente subjetiva inconsciente, pero también pulsional, se vuelven más o menos intercambiables a espal das de aquel que habla. En ese nivel, el destinatario de la puesta en palabras de los movimientos internos está sepa rado apenas por un hilo de la tendencia a verlo como agente causal de estas. De esa causa se esperan consecuencias, y el discurso se esfuerza por despertar una respuesta en aquel a quien el discurso se dirige. Se espera, en forma tácita, no sólo que su respuesta satisfaga la demanda a él enviada —demanda inherente a la actitud misma de emprender un análisis—, sino singularmente que esta revele a aquel a quien se la formula un deseo que se corresponda con la bús queda de la que es objeto».1 Escribí estas líneas al comienzo del informe que presen té en el Congreso de la IPA de 1999, y me parece que ofrecen una descripción bastante acertada de la atmósfera general de la sesión y de los procesos de pensamiento que se desa1 A.Green, «Sur la discrimina ti on et rindiserimination affect-représentation», RevueFrangaise de Psychanalyse, 1, 1999; retomado en Lapensée clinique, Odile Jacob, 2002.
en ella. Hasta aquí, me interesó sobre todo describir el espectro de las situaciones en que prosigue el trabajo psi coanalítico. Tras haber considerado la gama de posibilida des (o al menos de las principales posibilidades) de que el analista puede disponer, vuelvo ahora al paradigma que re presenta la cura en psicoanálisis, donde se puede acceder a la mejor legibilidad posible de los procesos psíquicos que ca racterizan a este campo. Es notable que, en pleno 2001, a más de cien años del na cimiento del psicoanálisis y a más de sesenta de la muerte de Freud, la IPA haya sentido la necesidad de poner como tema general del Congreso de Niza (posterior al de Santia go): «El psicoanálisis, método y aplicaciones». Es un hecho revelador que demuestra cierta incomodidad ante la disper sión de conceptos de referencia que permitan definir cuál es hoy la esencia del psicoanálisis, como si se nos invitara a mi rar restrospectivamente aquello en que se ha convertido, tratando de despejar su esencia. Ese fue el hilo que siguió J,-L. Donnet2 en su informe previo, y a él remito al lector. Con su habitual precisión, el autor deconstruye el método señalando los nudos y contradicciones que lo atraviesan. El método postula un yo sujeto capaz de algún desdoblamien to para dejar venir a su conciencia eso que, originado en el inconsciente, llega a la superficie de su discurso. Mientras que, con todas las dificultades del caso, otra parte de ese mismo yo puede observar lo que ocurre en él. Ya en el pasa do Donnet había consagrado penetrantes reflexiones a la función de la regla fundamental3 obrante aquí. Y que el autor prosigue apoyándose en la función tercerizante (A. Green) que subyace en la dinámica de los procesos. Uno de los puntos importantes de su contribución consiste en poner en claro que el método se confunde con el objeto mismo del análisis. En cierta forma, puede decirse que la meta de este se alcanza cuando el analizante logra aplicar este método a sus propias producciones psíquicas y el analista puede es cuchar el material producido con una receptividad y sensi bilidad que le hagan eco. Esto permite que salgan a la luz acontecimientos psíquicos tan imprevistos como sorpren rroHan
2 J.-L. Donnet, «De la régle fondamentale á la situation analysante». In forme previo al Congreso de 2001, Revue Frangaise de Psychanalyse,, 1, 2001, págs. 243-57. 3 J.-L. Donnet, ibid.
dentes y vinculados a la transferencia. Podemos también agregar que la transferencia es el resultado de la aplicación del método, o, en forma inversa, que una transferencia «lo suficientemente buena.» es la condición inmediata de la aplicación del método.
La transferencia Más adelante veremos que un haz de argumentos, algu nos de los cuales conciernen a la transferencia misma, con vergen para explicar el famoso «giro de 1920». En efecto, so metida durante mucho tiempo a un cuestionamiento que llevó a puntos muertos y donde primero la transferencia fue vista como resistencia, para luego convertirse en motor de la cura, Freud le dio su calificación definitiva como resulta do de la compulsión a la repetición. Cualquiera sea su forma —positiva o negativa—, la transferencia proviene de un fac tor compulsivo que tiende a repetir una constelación origi nada en la infancia y que, a menos que sea analizado, tende rá siempre a reproducirse en forma espontánea. Pero lo im portante en esta mutación es la idea de que la repetición no sólo se hace en nombre del principio de placer sino también, en lo relativo a ciertas formas matriciales, para repetir un displacer. Freud está entonces «más allá del principio de placer». Y es interesante seguir ese recorrido que, partiendo de las indicaciones electivas de la cura psicoanalítica, es de cir, de las psiconeurosis de transferencia, las concibe como psiconeurosis con transferencia, capaces de movilidad li bidinal (de lo somático a lo psíquico y de un objeto a otro), y que desemboca finalmente en la compulsión a la repetición. Esto quiere decir que algo que en un principio fue un movi miento que hacía prevalecer un punto de vista dinámico (¿acaso no se llama «Dinámica de la transferencia» uno de los artículos de Freud?) se transforma poco menos que en un automatismo. Durante mucho tiempo se dijo «automatismo de repetición» por «compulsión a la repetición». Aquí la di námica se vuelve coerción y el movimiento, en lugar de abrir la posibilidad de extender el campo de las investidu ras, m uta a una restricción esterilizante de naturaleza com pulsiva (com-pulsiva).
En su oportunidad dije que habíamos asistido al momen to en que una transferencia de pensamiento daba lugar a un pensa m ie n to de transferencia. La gran modificación, a la que tendremos ocasión de volver muchas veces, es el pasaje de un movimiento deseante (primera tópica) a la descarga de una pulsión en acto (agieren). Este cambio de referente hace pasar lo observado en la cura de un modelo en cuyo centro hay una forma de pensamiento (deseo, anhelo), a otro modelo sostenido en el acto (pulsión como acción inter na, automatismo, actuación). Se ve hasta dónde queda sub vertido el perfil general de la cura analítica, en la medida en que ahora el analista debe enfrentarse no sólo con el deseo inconsciente sino con la pulsión misma, cuya fuerza (empu je constante) es sin duda la principal característica capaz de subvertir tanto el deseo como el pensamiento. En la última parte de la obra freudiana, la concepción de la transferencia ya se encuentra afectada por lo que acaba mos de decir. Es notable que los escritos técnicos de Freud se detengan en 1918, antes de la formulación de la última teoría de las pulsiones y de la segunda tópica. Deberá pasar un largo intervalo, durante el cual desempeñarán un rol nada desdeñable los avatares del análisis del Hombre de los Lobos, hasta que, con sus dos artículos de 1937 —«Análisis terminable e interminable» y «Construcciones en el aná lisis»— Freud vuelva a problemas de técnica analítica, esta vez reinsertados en una puesta a punto generalizada. En ese momento puede entenderse mejor el lugar que otorga a la pulsión de muerte en la cura. Es sabido el desconcierto provocado por la publicación de ese artículo, que sembró el desaliento en las filas analíticas y dio lugar a reacciones ofi ciosas con circulación interna de escritos que respondían al pesimismo del maestro (no es otro el sentido del artículo de Fenichel sobre el tema).4 Hoy no puede decirse que los he chos hayan desmentido a Freud, pese a que se discuta el va lor de su explicación de una pulsión de muerte que pone en aprietos a más de uno y merece una profunda reflexión, la cual tal vez implique modificar el concepto propuesto por él.5 Me parece que podríamos interpretar la dispersión, si 4 O. Fenichel, «A review of Freud’s analysis Tbrminable and Intermi nable», Int.. Rev. Psycho-Anal., 1974, págs. 109-16. 5 A. Green, «La mort dans la vie», en L’invention de lapulsión de mort, editado por J. Guillaumin, Dunod, 2000.
no la fragmentación, del pensamiento psicoanalítíco en tan tas teorías opuestas (Ego-psychology, kleinismo, lacanismo, pensam iento bioniano y winnicottiano, kohutiano, entre otros) como ensayos encaminados a proponer una solución a las limitaciones de los resultados de la cura clásica. Algunas escuelas de pensamiento (que adhieren a la teoría de las re laciones de objeto) han presentado una idea de considerable importancia. Esta consistiría en demostrar que el análisis sólo es eficaz cuando el analista restringe sus intervencio nes a la formulación de interpretaciones de transferencia. Pese al gran prestigio de que goza en Inglaterra, sobre todo en los medios kleinianos, no me parece que esta concepción carezca de riesgos. Dos inconvenientes se desprenden de ella: 1. una limitación de la «respiración analítica», lo cual fa vorece una atmósfera de confinamiento perjudicial para la libertad y la espontaneidad discursivas; 2. un peligro de retorno subrepticio a la sugestión en for mas disfrazadas. A diferencia de la escuela inglesa, que sólo cree en las virtudes de las interpretaciones de transferencia, la escuela francesa sigue otra dirección. Hace un a distinción entre las interpretaciones en la transferencia y las interpretaciones de transferencia. Sea como fuere, todas ellas se sitúan en el marco de la transferencia, aun cuando no hagan alusión ex presa a esta. Y sólo tienen sentido al ser reubicadas en ese contexto, debido a lo cual algunos analistas son muy critica dos por ceder a la facilidad de interpretaciones fuera de en cuadre, es decir, fuera de las condiciones que rigen su prác tica. En cambio, las interpretaciones de transferencia se co rresponden con aquello a que alude la escuela inglesa. Debo decir que, para mí, lo que está en debate es el reconocimien to de la transferencia en su ligazón con el inconsciente. Esto quiere decir que el discurso del analizante puede seguir un recorrido quebrado o incurvarse en múltiples meandros an tes de llegar a un momento fecundo en el que la transferen cia se muestre en su plenitud. Cuando digo esto, no quiero dar a entender necesariamente que deba ser ruidosa o pa tente. Al contrario: puede ser muy discreta y sin embargo hacerse identificable y reconocible como tal en su valor de
repetición, con una connotación específica que permita reco nocerla. Puede decirse que, desde esta perspectiva, el acento re cae de manera predominante en la transferencia del pa ciente, mientras que el examen de la contratransferencia se limita al mínimo o, en otros casos, se traduce en manifesta ciones deslumbrantes que no pueden ignorarse. Muchas ve ces se reprochó a esta postura un defecto que todo el mundo reconoce en el análisis de Freud: el de presentar una con cepción en cierta forma solipsista que subestima los efectos de una situación en la que están inmersos los dos términos de la pareja. Todo lo anterior condujo a que se hablara de una two-bodies psychology, o bien, y esa es la expresión que prefiero, de una situación dialógica. Es cierto que esta si tuación dialógica que pone frente a frente a un analista y un analizante y que está presente en todas las modalidades que hemos ido examinando, es identificable de diversas ma neras. ¿Acaso no era esa la idea de Freud cuando negaba a las neurosis narcisistas el beneficio de un tratamiento psieoanalítico? Y aunque hoy sepamos que la transferencia no está ausente en los pacientes psicóticos, siempre será nece sario distinguir entre transferencia y transferencia. Porque a nadie se le ocurriría confundir la transferencia de la cura clásica de un neurótico —que sirve de base descriptiva para estudiarla— con aquella otra, disimulada detrás de sus ma nifestaciones más ruidosas, de un paciente esquizofrénico, ni con la más' trabajosa de interpretar: la transferencia de un paciente depresivo, perverso o psicosomático. La idea que intentaré despejar a lo largo de esta obra corresponde a conceptos enfocados en relación con un gradiente en el seno de un espectro cuya estructura básica es preciso descompo ner. Parafraseando el conocido aforismo según el cual todos los pacientes presentan transferencias, pero algunas son más transferenciales que otras, considero indispensable in troducir estos matices. Lo esencial es, entonces, establecer en cada caso el espectro relativo de los diversos componen tes en el cuadro final. En esta oportunidad reaparecen algu nas preguntas tradicionales. ¿En qué medida todo aquello que se desarrolla en la cura proviene de la repetición de lo antiguo, y en qué medida con cierne, no a lo que fue repetido sino, al contrario, a algo que nunca se vivió? (Viderman).
¿En qué medida la oferta del analista constituye una invitación implícita a la transferencia, dado que las dem an das del analizante le son secundarias? ¿En qué medida el propio dispositivo analítico, o sea, el encuadre, no participa en la producción de la transferencia? Esta última pregunta es muy importante y se resuelve a condición de saber a qué responden las exigencias del en cuadre. Y por último, tal vez, la pregunta más importante de to das: ¿puede considerarse a la transferencia como la expre sión espontánea y unipolar de una situación caracterizada por un intercambio entre dos polos? En muchos aspectos, esta pregunta puede ser una trampa. Por una parte, es ab solutamente evidente que tanto la cura como el encuadre ponen en relación dos polos, como en toda situación de co municación o, para ser más precisos, como toda relación de lenguaje. El punto de vista epistemológico moderno insiste mucho en la dimensión de la relación, que debe prevalecer sobre la concepción de la definición de un objeto considerado en sí. Sin embargo, y ahí es donde conviene sortear la tram pa, debe insistirse en la dimensión asimétrica de la rela ción. En efecto, el objetivo del encuadre es favorecer una re gresión tópica, como bien lo recordaron César y Sára Bote lla. Esa regresión tópica pone en conexión el discurso del analizante que se esfuerza por obedecer la regla fundamen tal, con la regresión que se instala espontáneamente en el sueño. Por nuestra parte, ya establecimos un paralelo deta llado de las relaciones entre el funcionamiento mental en sesión y las características del modelo del sueño tal como lo construyó Freud6 en el capítulo VII de La interpretación de los sueños (1900).7 Si ahora nos remitimos a la polaridad co rrespondiente del lado del analista, es decir, a la atención parejam ente en suspenso, no es difícil advertir que la regre sión es aquí mucho más limitada. Resumiendo: en el canal de la comunicación analítica, el discurso está organizado en una serie de nudos: 110
— en un extremo, el sueño en el marco de la regresión del dormir; A. Green, «Le silence du psychanalyste», en Topique, 1979, y La folie, privée, GalEmard, 1990. 1 S. Freud (1900) Uinterprétation des reves, traducción de I. Meyerson y D. Berger, PUF, 1967. 6
— la regresión tópica en el estado de vigilia en sesión; — la atención parejamente en suspenso en la escucha del analista; — el pensamiento reflexivo, movilizado por la escucha, en el analista. Es visible cómo esta cadena que podríamos llam ar cade na de la relación discursiva\ está constituida no sólo por una serie de rasgos organizados sino también por otros tantos pares cuya distancia diferencial se observa a partir de lo más inconsciente hasta lo más consciente (inconsciente del sueño-regresión tópica en sesión por parte del analizante, y escucha con atención parejamente en suspenso de parte del analista, pensamiento reflexivo). De todo esto resulta que la transferencia no puede ser tenida por un bloque uniforme, ni tampoco examinarse a través de una definición que sub raye la repetición del pasado en el presente, sino que debe abordársela por medio de un análisis espectral. En 1984, mientras reflexionaba sobre el lugar del len guaje en el psicoanálisis,8 presenté la idea de una doble transferencia. Según esta concepción, deben articularse: — una transferencia sobre la palabra: es el fruto de la con versión de todos los acontecimientos psíquicos en discur so. Esto nos hace decir que, en el anáfisis, las cosas ocu rren como si el aparato psíquico se hubiera transforma do en aparato de lenguaje. Esta dimensión intrapsíquica, dado que permite elaborar elementos psíquicos no pertenecientes ai lenguaje como elementos discursivos, es también intersubjetiva, puesto que el lenguaje supone un enunciador y un co-enunciador; — una transferencia sobre el objeto: desde luego, el objeto está necesariamente incluido en el acto de habla, pues casi no hay palabra que no se dirija a alguien que su puestamente la escucha. Sin embargo, la id ea de una transferencia sobre el objeto implica que la transferen cia comporte dimensiones que el discurso no puede con tener. 8 A. Green, «Le langage dans la psychanalyse», en Langages, Les Belles Lettres, 1984.
Por decirlo de otra manera: la cadena discursiva está li gada a las instancias de io consciente y lo preconsciente en la primera tópica y pertenece al yo y al superyó conscientes y preconsci entes en la segunda, m ientras que la cadena transferencia! sobre el objeto se liga al inconsciente de la primera tópica, y a! ello, el yo y el superyó inconscientes de la segunda. Así se hace valer al mismo tiempo la parte capi tal de la lengua en el discurso del analizante y en la inter pretación del analista, reconociéndose que esta dimensión es desbordada de punta a punta por aquellos elementos psí quicos que no pueden válidamente echarse a cuenta del lenguaje. Poner en conexión la resonancia respectiva de los acontecimientos que tienen lugar en una y otra cadena per mite hacerse una idea más precisa de la naturaleza, la fun ción y la significación de la transferencia. Debe señalarse —véase nuestro trabajo de 1984— que las dos cadenas es tán unidas a una célula central: la del yo-sujeto, mientras que cada una de las cadenas forma con esta célula un circui to de acción y reacción; también se indicará que están regi das por procesos diferentes (secundario para la transferen cia sobre la palabra y primario para la transferencia sobre el objeto). La denominada célula central del yo-sujeto posee la autorreferencia.9 Tales nos parecen ser las exigencias de una puesta al día actualizada del problema de la trans ferencia, cuyo carácter, siempre extrañamente asombroso, está sin embargo muy vivamente presente en el espíritu de todo analista. Como tantas veces lo señalamos, Freud, a quien mucho no le gustaba implicarse personalmente en la relación terapéutica ni tampoco dar lugar a que sus pacien tes descubrieran cosas que lo involucraran, defendió tiempo más tarde una concepción que se consideró demasiado monopolar, desestimando así todos los efectos de la relación dialógica instaurada por el análisis. El problema no es simple. Freud estaba justificado para constituir el zócalo de su concepción en la vida pulsional, que al mismo tiempo es lo más primitivo y lo más solipsista de la psiquis y no conocería otro principio que el ello. Pero en realidad, e incluso adoptando ese punto de vista, y como ya sostuvimos en 1984, la pulsión revela la existencia del obje 9 Este modelo general se inspiró en un esquema análogo utilizado con otros fines por Heinz von Foerster.
to apto para satisfacerla tanto como a su vez el objeto es el revelador de la pulsión. Así las cosas, terminó por entablar se una contienda injustificada entre los partidarios de la teoría de las pulsiones y los defensores de la relación de ob jeto. Ya abordamos los desafíos que entrañaba toda esta cuestión,10 llegando a la conclusión de que resulta insos layable articular el punto de vista intrapsíquico (donde el componente pulsional del psiquismo está en primer plano) con la perspectiva intersubjetivista (cuyos fundamentos se remontan a la teoría de las relaciones de objeto), ya que en adelante el par indisociable es el que forman pulsión y obje to y que constituye la base del psiquismo. Pero con eso no basta. No podemos aceptar que, en nom bre de un genetismo ingenuo y simplista, se nos encierre en una relación dual más o menos condenada a la circularidad. La terceridad —teoría que C. S. Peirce fue el primero en presentar— desem peña el rol de una función dinám ica esencial que nos sensibiliza a la influencia del tercero en la teoría psicoanalítica. Está aquí en juego no sólo la triangu lación edípica, sino una superación del famoso futre and 11010 (aquí y ahora) por medio de la referencia siempre implícita a la tercera dimensión (otro lugar y tiempos pretéritos) que cumple funciones de dimensión tercera, en todo momento marcada por la ausencia, se trate del presente o del pasado y, por supuesto, a fortiori, del porvenir.
La contratransferencia Para completar el cuadro debemos volver a la situación analizante de Donnet.11 De manera muy general, puede de cirse que hoy los analistas se muestran sensibles a la impor tancia de la contratransferencia- Sin embargo, esa sensibili dad no excluye una gran variedad de opiniones en cuanto a la manera de teorizar el fenómeno. Como sabemos, la con tratransferencia es una reacción a la transferencia debida a 10 A. Green, L’intrapsychique et l'intersubjectif en psychanalyse. Pulsionsettou relations d’objet, Lanctót Ed., 1998. Incluido en La pensée cli nique, Odile Jacob, 2002. 11 J.-L. Donnet, loe. cit.
los efectos de resonancia y rechazo que el discurso del anali zante provoca en lo que fue poco o mal analizado en el ana lista, y que lo lleva a entender en forma parcial y fragmen taria —por no decir sesgada— lo que el analizante tra ta de transmitir. Con la contratransferencia se abre el capítulo —amplio y persistente— de la patología del analista, con los efectos de lo que quedó en él sin analizar y que es capaz de perturbar un trabajo de análisis que exige sentido de la perspectiva y sangre fría. Esta concepción de la contratransferencia si gue siendo válida; es objeto de preferencia! atención en las supervisiones que son parte de la formación del analista y sigue afectándolo en su práctica hasta mucho después de haber sido aceptado en la comunidad analítica. En líneas generales, se presentan dos posibilidades. En una, los efec tos puntuales de la comunicación del analizante terminan por llamarle la atención y, tras recurrir a un autoanálisis, empieza a darse cuenta de lo que se juega en determina do momento de determinado análisis. Reconocer su propio inconsciente puede ayudarlo a desanudar la situación y a reactivar el proceso. Hubo un tiempo en que era de buen to no imputar todos los atascos del proceso analítico a una con tratransferencia difícil. La otra posibilidad es que la situa ción no se desanude o, lo que es peor, tienda a agravarse multiplicándose en otros analizantes, ya que muchos de ellos le dan al analista oportunidad de precipitarse a fre cuentes puntos muertos en las curas. Si es un caso aislado, le queda siempre el recurso —el mejor al fin de cuentas— de hablar con algún colega (jotra vez el tercero!). Muchas ve ces, unas pocas entrevistas bastan para levantar la barrera. Pero si la situación se repite con demasiada frecuencia, no le quedará más que emprender un nuevo tramo de análisis, isobre todo si la contratransferencia lo llevó a pasar al acto! ¿Acaso Freud no recomendaba la práctica periódica de tra mos de análisis? Es cierto que les asignaba unas pocas se manas de duración, como el servicio militar vigente aún hoy en algunos países. Fue Ferenczi quien tuvo un papel preponderante en el cuestionamiento de la contratransferencia. La lectura de su Diario clínico 12 resulta instructiva por partida doble. Por 12 S. Ferenczi, Journal clinique (enero-octubre de 1932), traducción de S. Achache-Winitzer et al., París: Payot, 1985.
un lado, muestra hasta qué punto un aspecto tan descuida do cobra considerable importancia en la cura de pacientes difíciles, de estructura no neurótica o neurótica grave. En ese aspecto, Ferenczies sin lugar a dudas el precursor del análisis moderno. Y por otro, también muestra que puede producirse una verdadera alienación del analista en el pa ciente cuando el deseo de reparación pasa a primer plano y lo lleva a ponerse bajo el signo de una vocación sacrificial que considero inapropiada e ineficaz. La lectura de algunos conocidos pasajes de la correspondencia Freud-Ferenczi, así como la célebre controversia surgida entre ellos a propósito de la técnica ferencziana (todo el mundo conoce la famosa carta del beso fechada el 13 de diciembre de 1931), resumen muy mal la verdadera apuesta del debate. En cambio, el Diario clínico da una imagen mucho más completa cuando muestra a Ferenczi dándole un tiempo equivalente a su pro pio análisis y al análisis del paciente. De más está decir que este ejercicio escolar teóricamente concebible para un pa ciente, se vuelve agotador y artificial cuando se lo practica. Pero a su vez nos enseña que, lejos de brindar siempre los resultados esperados, es decir, una mayor lucidez del pa ciente, más bien excita su sadismo, permitiéndole desculpa bilizarse («Ya ve.. fue usted el que.. porque como usted mismo confesó. . .») agarrado del cable que el analista le tiende con su invitación a martirizarlo. Sin embargo, debe reconocerse la .exactitud de algunas de las críticas de Fe renczi, no tanto aquella que lo hizo célebre y que fue cuestio nar la actitud fría y distante del analista, como algunos re proches dirigidos a Freud y su teoría por preocuparse más de la coherencia intelectual que de entender fielmente la complejidad del cuadro que presentan los pacientes, donde la racionalidad debe estar a la altura de esa complejidad. En 1950 se produjo un giro notable gracias al célebre ar tículo de Paula Heimann.13 Por primera vez se defendía la idea de que la contratransferencia era consecuencia de un deseo inconsciente del paciente de comunicarle al analista afectos que sentiría pero no podía reconocer ni verbalizar y, por lo tanto, sólo podía inducir en el otro. Al preguntarse por sus propias reacciones, Paula Heimann tomaba conciencia P. Heimann, «On countertransference», International Journal of Psycho-Analysis, 31, 1950. 13
de esa comunicación por procuración. En cierta forma, es como si el paciente alquilara el aparato psíquico del analista para hacerle llegar mensajes que no puede autorizarse a reconocer y descifrar por sí mismo. Más adelante, la esfera contratransferencial se extendió al conjunto de los procesos psíquicos que experimenta el analista, incluidas sus lectu ras e intercambios con otros colegas. Y hasta se llegó a sos tener la precedencia de la contratransferencia respecto de la transferencia (M. Neyraut), posición lógica, ya que un analizante empieza su análisis con un analista en un mo mento dado y en el punto en que el analista está en relación con su propio inconsciente, relación nunca del todo ajustada y que continúa en él a través de constantes modificaciones. En este caso se enfrentan dos posiciones: la de Freud, preci sa, circunscripta y limitada, y la actual, difusa, englobante y de límites bastante imprecisos. En realidad, hay otra forma de concebir el problema si se lo encara desde el punto de vista de una posición de princi pio. En ella, y conforme a lo que propugna la epistemología moderna, la relación entre dos términos es algo más que la suma de los atributos de cada uno de los objetos que entran en la composición de la relación. Algo más y algo distinto. Esto es lo que caracteriza a la sesión en el transcurso del proceso: estar impregnada de una cualidad indefinible que escapa a cualquier descripción, no sólo porque nos referimos a una cualidad afectiva indecible sobre la naturaleza íntima del intercambio, sino también porque aquí, en cierta forma —y como ocurre en la relación de incertidumbre de Heisenberg—, nos resulta imposible definir al mismo tiempo el corpúsculo y la onda. Si focalizamos la atención en el cor púsculo, perturbamos el movimiento de la onda y no pode mos definirla, y si pensamos nada más que en la onda, sacri ficamos la definición de los corpúsculos. Esa es la paradoja del analista que puede lamentar en sesión la presencia del paciente, pues si este no estuviera él podría volcar en el pa pel los importantes y fecundos pensamientos que la situa ción le prohíbe consignar. Y, cuando al fin está solo para dar cuenta de lo sucedido inclusive en una sesión reciente, la menta que el paciente no esté para estim ular sus recuerdos y darles esa viva calidad que su presencia les otorgaba. En los Estados Unidos se expande hoy, como una epide mia, un movimiento que sólo mencionaremos al pasar: el
intersubjetiv i s t a . Lo forman múltiples ramas distintas unas de las otras, que nacen unas de las otras y a veces se oponen unas a las otras. Por eso es difícil dar al res pecto una visión unívoca. Digamos, para clarificar las ideas, que el movimiento intersubjetivista resulta de una reacción contra la corriente que predominó en ese país: la Ego-psychology, objeto de vivos reproches por sus actitudes autori tarias y su falta de autocrítica, sumadas a cierta tendencia al objetivismo demasiado ligada a la medicina y sus crite rios. Ya Hartmann había atentado contra la coherencia de las ideas de Freud cuando quiso agregar el Self a ese yo freudiano que consideraba insuficiente para cumplir sus funciones. Más adelante florecerían múltiples concepciones del Self. Era ya un retomo subrepticio de la psicología del yo académica y prefreudiana. Deseoso de acentuar su diferen cia, tiempo después Kohut llevaría la teoría del Self hasta los límites hoy conocidos. ¡Pero siempre habrá alguien que doblará nuestra apuesta! Y así fue como después de Kohut se desarrolló el movimiento centrado en la intersubjetividad. Pueden reconocérsele a esta tendencia otros ascen dientes, menos directamente perceptibles, del lado de los partidarios de la relación de objeto. Además, y me parece que es un hecho confirmado, cuando en psicoanálisis se desarrolla de manera excesiva la dimensión del objeto, en un plazo más o menos largo nace algún otro movimiento que se plantea como adversario del anterior esgrimiendo una dimensión a la vez complementaria y antagónica. Me refie ro a las concepciones centradas, entre otros, en el narcisis mo, el Sí mismo, el sujeto, etc. Ese es el sentido de lo que lla mé impugnación intersubjetiva. No es nuestra intención hurgar en los detalles de un movimiento cuyo representan te más renombrado es Owen Renik. Si quisiéramos exten demos más largamente sobre las características teóricas de las tesis que postula, chocaríamos de pleno con una mezcla de ideas basadas en la fenomenología, elaboradas en fun ción de modelos científicos en boga ajenos al psicoanálisis o inspiradas en un pragmatismo indiferente a la coherencia teórica y con los evidentes rasgos de esquematización utilizables por el psicoanalista lambda. Ante todo, subrayemos que en todas ellas la consideración de la contratransferen cia se ubica en primer plano. Sin embargo, se trata de un ti po particular de contratransferencia que, centrada en la m o v im ie n to
enacción, sostiene
sin mayores problemas que, del lado del analista, la toma de conciencia va siempre precedida de al guna manifestación de conducta. En esta concepción se ex trema la simetría entre analista y analizante, dado que, se gún se dice, «al fin de cuentas, ningún analista puede cono cer el punto de vista del paciente; un analista sólo puede co nocer el propio».14 Prevalece la idea de que el analizante sa be tanto sobre sí mismo como el analista. Las actitudes téc nicas resultantes desbordan la habitual e indispensable re serva del análisis: no retroceden ante el análisis pragmático del comportamiento de los pacientes ni tampoco ante las re comendaciones activas, la intervención de otros terapeutas, etc. Hay una marcada insistencia en la necesidad de que el analista parezca «real». De hecho, estamos frente a un neo psicoanálisis. Una mirada retrospectiva permite descubrir cierta lógica en esta deriva. Se empieza por negar o recusar el concepto de pulsión, por considerárselo demasiado bioló gico y además mítico. ¿No lo confesó el propio Freud? Por lo tanto, volvamos a la teoría de las relaciones de objeto. Nue vo movimiento. El objeto, sí, está bien, pero se olvida el nar cisismo, el Self, el sujeto, y así sucesivamente. Vayamos em pujando el objeto hacia la salida. U n sujeto es mejor que un objeto, pero sería todavía mejor si le trajéramos un compa ñero para que no se aburra. Entonces vamos a ten er dos su jetos unidos por una intersubjetividad. Ahí está la solución: enterrar a la pulsión cada vez más hondo para que de una vez por todas deje de salir a la superficie. ¡Y viva la psico logía! En el futuro se presentan tres posibilidades: o después de algún tiempo el anáfisis intersubjetivista dejará de es ta r en boga, como tantas otras modas psicoanalíticas, o bien irá conquistando terreno en el análisis norteamericano (en Europa parece ser de bajo impacto) hasta eliminar a sus ri vales. No es imposible, ya que los analistas de ese origen lo ven como una posibilidad de recuperar el espacio perdido atrayendo a los pacientes que ahora desertan de sus diva nes. O que, como tercera y última posibilidad —y para mí la más probable—, tras una etapa de entusiasmo el análisis 14 O. Renik, «Analytic interaction - Conceptualizing techniqué in light of the analyst’s irreducible subjectivity», Psychoanalytic Quarterly, 72-4, 1993.
intersubjetivista recobre su lugar en el damero psicoanalíti , agregando un movimiento más a los ya existentes. ¡A la larga, se verá! En un trabajo anterior15 propuse una concepción de la contratransferencia derivada de un modelo general fun dado en el par pulsión-objeto según la visión de Winnicott. Suponiendo una situación que hiciera las veces de modelo, como por ejemplo en el niño la investidura del objeto por el ello, deberemos concebir esa investidura salida de la moción pulsional, como un movimiento en dirección al objeto, ani mado por un empuje, es decir, por una fuerza. Sin embargo, tenemos que evocar otras dos situaciones. En la primera, la investidura desemboca en la satisfacción; la experiencia de satisfacción crea una constelación psíquica que implicará el deseo de reencontrar esa experiencia con el placer que le está asociado cuando la investidura logra su fin. Pero este modelo simplificado forma parte del espíritu solipsista que ya se denunció: que el objeto tenga un rol inerte y pasivo y se deje investir sin que se tome en consideración el aporte que pueda hacerle —o no— al resultado, o sea, a la experiencia de satisfacción. En u na perspectiva winnicottiana, se m an tiene la investidura del pecho por parte del niño y el mo vimiento que lo lleva hacia el objeto de satisfacción. Pero a esa polaridad subjetiva el objeto va a responder anticipando el deseo del niño, adelantándose en la búsqueda, a través de su tolerancia a la agresividad y su disponibilidad, entre otras cosas. «El sentido estaría ligado a la anticipación de su reacción ante la cercanía del objeto y en el trayecto que lo lleva a él, gracias al mantenimiento y la transformación de la fuerza actuante creadora de lo que espera. En suma, quiere decir que el fantasm a de la respuesta del objeto en sus proximidades precede y adelanta el paso sobre lo que se rá su reacción objetiva o, más exactamente todavía, que la relación entre la espera de la respuesta del objeto y esa mis ma respuesta se transformará en modelo del par anticipa ción-realización, creadora de acuerdo o desacuerdo».16 Co rno es sabido, los casos en que la respuesta no coincide con la espera son más frecuentes que los otros; vale decir que cq
15 A. Green, «Démembrement du contre-transfert», «Post-face» á Inveníer enpsychanalyse. Pulsions et/ou relations d’objet, Lanctót Ed. Incluido en La penseée clinique, op. cit. 16 A. Green, ibid., pág. 152.
la realización es muchas más veces inarmónica con la anti cipación que lo contrario. A esta segunda situación aludía mos antes. Pero todo depende entonces de saber si el suj eto puede conjurar tal distancia (con el equilibrio) y suplirla gracias al fantasma, o si al contrario, por razones que hacen tanto al niño como a la madre, la distancia se transforma en un abismo insalvable. Es por eso que Winnicott no habla de madre buena sino de madre «suficientemente buena». Según el caso, el niño (o el sujeto) puede echar mano a su objeto psíquico interno para construir un polo subjetivo que responda a su espera y constituya el núcleo de un yo-placer purificado. Con el propósito de colmar las omisiones de la teoría la caniana en cuanto a los datos de base que presiden la orga nización del significante, Julia Kristeva propone la idea de una chora, receptáculo materno necesario para recoger im presiones, sensaciones, afectos, a la manera de tantas otras preformas concurrentes a la elaboración de la función sim bólica: «espacio matricial, nutricio, innombrable, que, an terior al Uno, a Dios, desafía por consiguiente a la meta física».17 A través del ejemplo que acabamos de dar se ve hasta qué punto este modelo es generalizable a una teoría funda da en la búsqueda de satisfacción y que puede extenderse a los diferentes registros de satisfacción libidinal, desde los más elementales hasta los más evolucionados. También se observa que salimos del solipsismo, ya que desde el inicio hacemos intervenir el par pulsión-objeto. Del mismo modo, nos damos cuenta de que seguimos concibiéndolo asimétrico y de que su valor funcional reside en la capacidad del niño para recuperar distancia con el equilibrio, propulsando la actividad psíquica fantasmática a fin de compensar las de cepciones de la experiencia. De esto depende la creación de objetos transicionales. En cambio, en otros casos el modelo permite aprehender reacciones de desborde, pánico e im potencia, movilizando defensas cada vez más desesperadas para hacer frente a la situación traumática. Me refiero a reacciones capaces de llegar a la desorganización y disgre gación de un yo desamparado ( Hilflosigkeit ) y sin recursos. 17 J. Kristeva, Les nouvelles maladies de Váme, París: Fayard, 1993, pág. 302.
En esos casos, la contratransferencia del analista debe despertarse y descubrir, a través de una receptividad hipersensible, las huellas que tales experiencias dejaron en la in fancia. Estas experiencias fueron después superadas y sólo siguen siendo perceptibles sus cicatrices, que pueden rea brirse en cualquier momento. Con su invitación a abando nar los mecanismos de control, más la ayuda de la regre sión, la situación analítica puede reavivar el trauma rea briendo heridas que, si bien parecen cerradas, están bien a flor de piel. Esas situaciones límite (R. Roussillon)18 que en frentamos hacen que el analista deba tomar decisiones que lo obliguen a renunciar al encuadre analítico para optar por otro donde se mantenga la percepción del objeto. No se trata sólo de que en el marco de la psicoterapia el analista encar na en forma más directa la realidad, sino sobre todo de que la percepción entraña u na modificación de la economía psí quica, ya que muchas veces estos pacientes presentan per turbaciones en sus funciones de representación. En otros términos, está afectada en su totalidad la función fantas mática —y, por supuesto, la proyección—. Esta es con fre cuencia masiva, no demuestra capacidad de perspectiva y rectificación, y se insensibiliza a la interpretación. La pro yección carece de ciertos rasgos para ser analizada; a veces se percibe como una realidad indudable alternada con la represión: se trata de la alucinación negativa, que golpea con fuerza h asta afectar los procesos de pensamiento del pa ciente. Más adelante volveremos a este punto con mayor de talle.
Conclusión El examen del par transferencia-contratransferencia nos permitió diseñar nuevos modos de encarar la cura ana lítica y de concebir la función del encuadre. No podríamos terminar este capítulo sin hablar de una forma de transfe rencia y contratransferencia a la que hoy se alude cada vez más: la transferencia y la contratransferencia sobre el en cuadre. En otros términos, se tra ta de analizar la forma en 18 R. Roussillon, Paradoxes et situations limites en psychanalyse, París: P U F , 1991 .
que el analizante y el analista viven el encuadre y su fun ción inconsciente. Desde luego, aquí vuelve a aparecer la asimetría por el hecho de que el analista ya fue analizado. Tenemos que preguntarnos si el análisis le permitió abordar las condiciones de esta experiencia en lo que hace a su signi ficación. Sabemos que Freud no se sintió motivado para teo rizar ese encuadre que inventó con tanta genialidad. Como dije, establecí un paralelo entre las condiciones del encua dre y las del sueño, descriptas en el capítulo VII de su obra maestra de 1900. Pero después tomaron la posta otras in terpretaciones que no habían sido anticipadas en su mo mento, en las que se comparaba la situación analítica con la prohibición del incesto y del parricidio, e incluso con una metáfora de los cuidados maternos. Seguimos pensando que nos parece más pertinente el modelo del sueño. Pero siempre y cuando recordemos que hoy se tiene al sueño por un aspecto más de la vida psíquica del durmiente. Porque si bien los sueños de angustia pueden ser vinculados a la fun ción onírica general, ya no es ese el caso de la pesadilla. Hay otras modalidades que merecen toda nuestra consideración por ser paradigmáticas: la pesadilla, los terrores nocturnos, los sueños de estadio IV, los sueños blancos, el sonambulis mo, etc. En todos estos casos hay, a la vez, quiebre de la fun ción onírica y, con gran frecuencia, imposibilidad del encua dre para servir de experiencia facilitadora en beneficio mu tuo del analizante y del analista.
5. Clínica: ejes organizadores de la patología
Al igual que en lo referido a la técnica, si se compara la situación actual con la existente a la muerte de Freud, la clí nica psicoanalítica es un campo que se ha enriquecido y modificado mucho. Las razones son múltiples, pero la causa principal de este enriquecimiento es el interés de los psico analistas por estructuras patológicas que en un primer mo mento Freud había excluido de las indicaciones de psico análisis. Al cotejar las indicaciones que proponía al comien zo de su obra con aquellas que enunció en el artículo para la Enciclopedia británica (1926), es visible la amplitud que al canzó la lista. Y hay aquí un hecho paradójico, pues si bien hasta cierto punto Freud parece entusiasmarse y conside rar que el psicoanálisis puede aportar resultados interesan tes a cierto número de estados no neuróticos, por otra parte acaba de describir la compulsión a la repetición y la reacción terapéutica negativa (1920). Por los motivos que sea, sobre todo después,de él y con las contribuciones de Melanie Klein y sus alumnos, el campo de las indicaciones terapéuticas se extendió en dirección a las no-neurosis. Es cierto que M. Klein no se hacía demasiados problemas por las considera ciones nosográficas, y que allí donde Freud la había precedi do, ella se encargó de revisar sus ideas subrayando aspectos regresivos en los que no había reparado, como por ejemplo el caso del Hombre de los Lobos. Entre 1960 y 1970 apare cieron trabajos notables, en su mayoría surgidos de la es cuela kleiniana, que suscitaron la admiración de los lecto res. En ellos se daba cuenta de emprendimientos terapéuti cos audaces e incluso aventurados realizados en pacientes con quienes pocos analistas habían tenido el coraje de en frentarse. H erbert Rosenfeld, Hanna Segal, Betty Joseph y W. R. Bion, entre otros, fueron los héroes de esta epopeya en pos de tierras incógnitas. Tengo la sensación de que, si bien la aventura valía el viaje, puesto que nos enseñó mu
cho acerca del funcionamiento psicótico, los resultados qui zá no siempre hayan estado a la altura de las expectativas. Pero en realidad todo el psicoanálisis se vio beneficiado por estas exploraciones que permitieron entender mejor el ba samento psicótico de muchos pacientes que no presentaban signos manifiestos de psicosis. Junto a esos intentos innova dores, la evolución de la patología en la población habitual de analizantes llevó a los analistas a investigar formas casi siempre ignoradas por la generación anterior, salvo honro sas excepciones. Así fue como se renovó el interés por la neu rosis de carácter, descripta por Reich mucho antes, con éxito efímero, a la vez que se intentaban experiencias en terrenos tales como la psiquiatría, la llamada medicina psicosomáti ca y la delincuencia. Hoy necesitamos reunir nuestros conocimientos y ar ticularlos con alguna coherencia. Este capítulo no se ocupa rá tanto, pues, de recordar hechos por todos conocidos como de definir terrenos de organización patológica con el objeto de establecer su significación y sus articulaciones. Digamos de entrada que este procedimiento confirmará mi acuerdo con la últim a teoría freudiana de las pulsiones y con los fun damentos de la segunda tópica. Nada de esto presupone que iré a respetar algún tipo de ortodoxia, sino que intentaré al canzar la mayor coherencia que me sea posible. Distinguiré varios sectores: — la sexualidad; — el yo; — el superyó; — las desorganizaciones provocadas por la destrucción orientada hacia el exterior; — la destrucción interna en las formas princeps del narci sismo negativo y del masoquismo primario.
1. De la sexualidad al deseo Cuando se decidió que el tema principal del Congreso de Barcelona (1997) fuera «La sexualidad en el psicoanálisis contemporáneo», un colega del otro lado del Atlántico co mentó la novedad expresando cierta sorpresa: «¡Yo creía que
ya habíamos superado todo eso!». Por extraño que pueda parecerle a un psicoanalista francés, una observación de esa índole es moneda corriente en determinados ambientes psicoanalíticos internacionales. En los Estados Unidos, no son pocos los que consideran que la sexualidad viene muy por detrás de una serie de trastornos de diversa índole. Se invo ca el papel del yo (en la neurosis), del Self y muchos otros datos que alejan el interés del psicoanalista de su objetivo primero tal como Freud lo concibió. En Inglaterra, sobre todo por influencia de Melanie Klein, el acento recae en la destructividad, con lo cual el interés por la sexualidad que da eclipsado. De ahí que la sexualidad deba entonces afron tar los ataques combinados de la psicología del yo y del Self, de la intersubjetividad y también la perspectiva de las re laciones de objeto. El psicoanálisis francés puede enorgulle cerse de que, más allá de sus divisiones (entre lacanianos y no lacanianos), todas las corrientes concuerden en recono cer un rol mayor a la sexualidad, aun cuando se lo interpre te en diferentes formas. En lo que a mí respecta, ya antes del Congreso de Barcelona atraje la atención acerca de la desexualización en la teoría psicoanalítica.1 Son muchas las razones que impulsan a los psicoanalistas franceses a con siderar que la sexualidad es un terreno fundamental del psiquismo, no sólo patológico sino también normal. ¿Debe remos evocar la tantas veces olvidada distinción freudiana éntre genitalidad y sexualidad? El lazo que une sexuali dad y placer es el fundamento de lo sexual en psicoanálisis. La sexualidad es «el placer de los placeres», tanto como la prohibición del incesto es «la regla de las reglas». A partir de Fairbairn, se quiso reemplazar el teorema freudiano de la actividad psíquica concebida como pleasure seeking (en bus ca de placer), proponiendo en su lugar y en forma progresiva 1 Véase A. Green, «La sexualité a-t-elle un quelconque rapport avec la psychanalyse?», Revue Frangaise de Psychanalyse, 60, 1996, págs. 840-8. Esta conferencia fue inicialmente presentada en Londres en ocasión de una Sigmund Freud’s Birthday Lecture. Para mi gran sorpresa, pese a que no hice más que recordar ciertas verdades para m í evidentes, la ponencia fije recibida como si aportara importantes innovaciones. Más tarde, pre senté mi informe previo en el Congreso de Barcelona, titulado «Ouverture á une discussion sur ia sexualité dans la psychanalyse contemporaine», Revue Frangaise de Psychanalyse, 61, 1997, págs. 225-32, que retomé en obra Les chaines d’Eros. Actualité du sexuel, Odile Jacob, 1997.
otra idea más inocente y menos fastidiosa: la actividad psí quica en forma de object see.king (en busca de objeto). Ade más, la idea freudiana del principio de placer-displacer se radicalizó en la expresión de su polaridad negativa. El dis placer cedió lugar a formas mucho más desorganizantes (dolor psíquico, amenaza de aniquilación, angustia catas trófica, sufrimiento martirizante, temor al derrumbe). En forma opuesta, la búsqueda de placer se vio desbordada por un concepto de mayor radicalidad, observado en el terreno de las transgresiones sociales y de la sexualidad criminal, donde el cumplimiento del acto transgresor se acompaña menos de placer que de un esfuerzo por poner freno a una amenaza de desorganización del yo que llega hasta la des personalización, y por luchar contra el terror interno (C. Balier). Lacan prolongó el pensamiento de Freud propo niendo el concepto de goce para caracterizar esas formas extremas que pueden englobar, a su vez, formas clínicas del masoquismo. De todo lo anterior puede concluirse que, cuando eligió la neurosis y ubicó en el centro de su teoriza ción la experiencia de satisfacción y el principio de placerdisplacer, Freud se interesaba por los valores medios que el análisis podía trabajar. Dejó de lado la experiencia del dolor o de otras formas más extremas de placer, quizá por pensar que escapaban al trabajo del análisis. Pero a partir de ahí, y con las modificaciones que acompañaron a la creación de la segunda tópica, tuvo que admitir formas inconscientes mu cho más brutas donde la pulsión en acto hace sentir su pre sión sobre el psiquismo y engendra manifestaciones clínicas y síntomas. Para mantenernos en el terreno habitual del psicoaná lisis, digamos que la sexualidad debe considerarse como fuente de placer, ya que por intermedio de las zonas erógenas proporciona al sujeto las satisfacciones que busca. Para evitar reiteraciones fastidiosas, no repetiremos los conoci dos estadios del desarrollo libidinal (oral, anal, fálico y geni tal). Sin embargo, hay que entender el múltiple interés que estos presentan: — dan testimonio de la presencia y la importancia del cuer po como cuerpo erógeno; — en esas regiones, la envoltura del yo-piel se prolonga a través de los orificios mucosos;
Ü." estos orificios ponen el interior del cuerpo del sujeto en contacto con el exterior. por'elementales que puedan parecer, estos datos no de’an de suponer una organización sumamente elaborada. Así como ya insistimos en el valor fundamental del par pulsión-objeto, ahora subrayaremos, con Piera Aulagnier, el rol del par objeto-zona complementaria. De llevar más lejos la comparación, será, fácil entender que, éntre las funciones corporales, la sexualidad es la que, por apuntar al placer, busca u n objeto para satisfacerse. El autoerotismo de los primeros tiempos está obligado a ceder espacio al objeto de satisfacción, situado fuera de los límites del sujeto. Pero ya el hecho de que este último sea capaz de tomar como objeto una parte de su propio cuerpo es indica tivo del rol altamente sustituible del objeto en materia de sexualidad infantil. La sexualidad evoluciona a la vez hacia su coronación, desde el período infantil hasta la organiza ción edípica y, más allá, hasta la elección de objeto definitivo en la pubertad, que muchas veces desemboca en la genitalidad. Vale decir, en definitiva, que la sexualidad posee una riqueza sin parangón con las demás funciones corporales. No olvidemos nunca que hablamos de psicosexualidad, es decir, de una complejización de la organización psíquica destinada a hallar el objeto capaz de procurar satisfacción, justificando de ese modo la definición freudiana de pulsión. Es más, aun por otras razones la sexualidad-placer de sempeña ese papel mayor en el psiquismo, dado que la falta, o sea, Ja búsqueda de un objeto capaz de asegurar la satis facción del placer no inmediatamente accesible, abre a la di mensión del deseo. Aquí es donde debe rendírsele homenaje a Lacan, quien, en un momento en que el conjunto del múñ elo analítico daba la espalda a esa orientación, supo recordar el lugar del deseo, ya percibido en el pasado por muchos filó sofos; pero —con el correr del tiempo— soberbiamente ol vidado por los psicoanalistas. Con la dimensión del deseo tocamos la esencia de la antropología. Lacan desarrolló este punto cuando mostró que lo que se busca no es sólo el deseo smo eJ. deseo del deseo del otro, afirmación difícil de discutir. Sólo encuentra límites frente a ciertas organizaciones pato lógicas que no parecen e star en condiciones de alcanzar esa reflexividad que es, no obstante, signo de la condición hu
mana más general. Freud postuló que la neurosis es el ne gativo de la perversión. Con esas palabras hacía alusión, a propósito de la normalidad, a la perversión polimorfa del niño, que aspira a la satisfacción de las múltiples zonas de su cuerpo nacido en forma prematura. Durante la evolución de la sexualidad infantil, las fijaciones crean puntos de atracción particulares que se vuelven ocasión de «afinida des electivas». El niño se ve entonces llevado a buscar con ahínco, en forma más particular y repetitiva, el placer liga do a determinadas fijaciones. Más adelante, frente a situa ciones conflictivas difíciles de superar, tenderá a volver a puntos de fijación anteriores (regresión). Cuando se consi dera la teoría freudiana de la sexualidad, su coherencia y profundidad causan asombro. Incluso al sentir la necesidad de presentar su última teoría de las pulsiones, Freud proce dió —aspecto al que no se presta la debida atención— a mo dificaciones en el polo del Eros, donde estaba englobada la sexualidad. Hay una frase que acapara nu estra atención por su peculiar riqueza: «Lo mejor que sabemos sobre Eros, o sea sobre su exponente, la libido, se adquirió por el estu dio de la función sexual, la cual en la concepción corriente —aunque no en nuestra teoría— se superpone con Eros».2 El Eros, concepto metafórico, es desconocido como tal e in cognoscible en forma directa: — se debe recurrir a la libido, que desempeña el rol de indi cio (la traducción inglesa dice exponento exponente); — este indicio remite a la función sexual. Metáfora, indicio, función. El Esquema enuncia un cambio notable. La teoría de las pulsiones trata de dos pulsiones fundamentales: Eros y la pulsión de destrucción. A su vez, la sexualidad es una fun ción no directamente vinculable con la teoría de las pulsio nes. Se entiende que, al interesarse en las neurosis, Freud quería dilucidar, valiéndose del análisis del inconsciente, las formas patológicas más cercanas a la normalidad. Quie re decir que su campo de investigación —la neurosis— se 2 S. Freud (1938) Aé rele dePsychanalyse, traducción de A. Berman, re visada y corregida por J. Laplanche, 9a edición, 1978, PUF, pág. 11.
extiende en dos direcciones: una hacia la patología (otras neurosis, perversión, psicosis, etc.); la otra hacia la normali dad. Esta situación desemboca en un notable aflojamiento cié las categorías, en la medida en que patología y normali dad dejan de estar separadas por una frontera estanca. "“"Sin embargo, la descripción de todos los componentes del campo del Eros nos permite comprender —como ya he sostenido — que es preciso reemplazar la visión centrada en ün elemento particular, cualquiera sea su importancia, por el concepto de una cadena erótica que empieza por la pul sión y sus mociones pulsionales, se prolonga en lo que se manifiesta en forma de placer y displacer, se despliega en el estado de espera y búsqueda del deseo alimentado por re presentaciones inconscientes y conscientes, se organiza en forma de fantasmas inconscientes o conscientes y se ramifi ca en el lenguaje erótico y amoroso de las sublimaciones. Tal como puede verse, todo esto remite a la cuestión esencial de las relaciones entre la sexualidad y el amor, relaciones que aún hoy despiertan muchos interrogantes. Aquí obra un doble movimiento que tan pronto tiende a confundirlos co mo a disociarlos. La riqueza de la contribución freudiana a este problema constituye el núcleo duro del psicoanálisis. La necesidad de considerar estados situados más allá de la neurosis no suprime el papel capital de la sexualidad enfo cada desde el punto de vista antropológico. Al final de este libro, cuando examinemos las referencias antropológicas modernas, podremos comprobar el reconocimiento, tardío pero esencial, del papel de la sexualidad humana en la de fensa y producción de la organización social. Los avances de la reflexión posibilitaron elaboraciones que muestran hasta qué punto el imaginario social se alimenta de fantasmas re lativos a la sexualidad, así se trate de la reproducción, la fi liación o las creencias que intervienen en la concepción cor poral de lo sexual o de los valores de la relación amorosa. Es sabido que Freud partió de la teoría de la seducción, idea que más tarde abandonaría parcialmente (1897). Lo importante en ella, aparte de la transgresión que implicaba, era la excitación prematura de las zonas erógenas desperta das por el adulto seductor. Así fue como Freud optó por el fantasma en detrimento del trauma. De hecho, a lo largo de su obra volverá cada tanto a la seducción ejercida en la in fancia por algún adulto. Pero en cierta forma esta era una
variable, mientras que la teoría del fantasma era una cons tante. Al final de su obra asumió una posición matizada y precisa. Rn Moisés y la religión mon oteísta hay valiosas in dicaciones sobre el rol traumático de la seducción. Sin em bargo, en Esquem a del psicoanálisis, cuando describe la si tuación más normal en las relaciones madre-hijo, Freud ya ha descubierto sin dificultad una relación de seducción. Es entonces cuando afirma que la p rimera seductora del hijo, a través de los cuidados que le brinda y de la actitud general que tiene hacia él, es la madre. Y ya son varias las ideas que se intrican en este punto. 1. Como en la primitiva teoría de la seducción, al dispen sarle sus cuidados la madre despierta en el hijo zonas erógenas. Pero se trata en la madre de pulsiones inhibidas en su fin, al contrario de la seducción traum ática. 2. Esta relación erótica se inscribe en un contexto neta mente marcado por el sello del amor. Madre e hijo están enamorados uno del otro, a tal punto que puede haber com petencia entre las pulsiones en juego en el amor de la madre por el hijo y las que forman parte de la relación amorosa ge nital de la mujer con el padre. 3. Es visible que esta situación atribuye al otro un rol esencial en el despertar de las zonas erógenas (perversión polimorfa). Por lo demás, n ada impide que se constituya un autoerotismo donde el hijo, al vivir una experiencia de falta, pueda hallar el objeto en su propio cuerpo. 4. La inscripción de las huellas de esta experiencia se conserva en el inconsciente para no desaparecer nunca. Pe ro, sin embargo, cambiará de naturaleza y de forma después de la pubertad. Y aquí es donde se abre la vasta cuestión de lo sexual presexual que Freud abordó en sus primeros traba jos y a la que nunca volvió en detalle. Este cuadro descripto por Freud dio lugar a revisiones importantes en la evolución de la teoría posfreudiana. Si bien la relación madre-hijo fue objeto de múltiples estudios que movilizaron el interés de los psicoanalistas, es sorpren dente comprobar, hasta en los mejores, la desaparición de esa dimensión erótica vinculada a los intercambios entre una y otro. Esto es notable en la lite ratura anglosajona por múltiples razones, con las que tiene mucho que ver el pun*
tanísmo. Como si las madres anglosajonas no hicieran el amor. Por un lado, y bajo la influencia de Melanie Klein, la atención pasó a centrarse en las vicisitudes de las pulsiones destructivas. Por el otro, y en el extremo opuesto, el yo atrae hacia sí todo el interés de los investigadores que valorizan los aspectos no eróticos de la relación (capacidad de soportar frustraciones, necesidad de sentirse seguro, etc.). La teoría freudiana de las pulsiones fue objeto de una verdadera re presión por parte de psicoanalistas siempre dispuestos a evitarla en cuanta ocasión se presentara. A su vez, Jean Laplanche defendió una teoría de la se ducción generalizada donde acentúa que la madre envía al hijo mensajes enigmáticos —tanto para ella como para el niño— que salen del preconsciente materno y se conver tirán en objeto-fuente. Está claro que Laplanche intenta soslayar el papel de la pulsión, o en todo caso restringirlo lo más posible al objetar el carácter soüpsista de la construc ción freudiana. Sin embargo, de admitirse, tal como propon go, que la solución del problema no está sólo del lado de la pulsión ni del lado del objeto, sino que no debe perderse de vista en ninguna de las etapas el par pulsión-objeto, me pa rece que estamos mucho mejor situados para dar cuenta de la clínica. Más aún, cuando se basa en la denominada carta 52, del 6 de diciembre de 1896, para hacer valer su teoría de la seducción, podría hacérsele notar a Laplanche que en esta misma carta Freud considera superestructura! esa idea y necesita asentarla en fundamentos orgánicos. Equi vocado o no. Una vez más notamos que la constante preocu pación de Freud por articular el orden psíquico con el somá tico queda de lado en el psicoanálisis moderno, que gira ca da vez más hacia un a teoría psicológica o, si se quiere, exclu sivamente psíquica, acentuando el hiato ya existente en tre la participación del soma y la del psiquismo. Ue igual manera, con referencia al objeto (el otro), un movimien to complementario perfecciona la minimización del rol pulsional, tenido por fuente de errores tendientes a biologizar lo psíquico ignorando la dimensión vincular. Aquí tampoco cabe oponer lo que proviene del Sí mismo y lo que pertenece al Otro. Sí mismo y Otro tienen también una com plementan edad que impone a la vez distinguirlos y articu larlos. Observamos la persistencia de esta confusión en las denominadas teorías intersubjetivistas, donde la relación
entre dos sujetos lleva aún más lejos la tendencia a que el polo vincular prevalezca por sobre cualquier otro. De paso señalo que la mayor paradoja de esta teoría es no esclare cernos en lo más mínimo sobre la concepción del sujeto en que se basa. Cualquiera sea el tema abordado, reaparecen todas las contradicciones que el análisis contemporáneo despliega ante nosotros sin ser consciente de ellas. Esto con firma nuestra idea de que, pese a sus carencias y a través de una apropiada puesta al día, la teoría freudiana sigue sien do la que mejor reconoce dichas contradicciones.3
2. El yo El yo es un concepto que ha padecido incesantes avata res en la teoría psicoanalítica. No retomaremos su estudio detallado y complicado. En cambio, sólo insistiremos en al gunos de sus aspectos particulares.4 Los exégetas de la obra freudiana reconocen en su autor la existencia de dos teorías del yo. La primera es anterior a la formulación de la segun da tópica y lo presenta como instancia global, no muy distin ta de la concepción académica, salvo en lo que hace a la in sistencia de Freud en señalar su papel antagónico respecto de la sexualidad. Antes incluso de la teoría del narcisismo, el yo es presentado como concepto relativo a la afirmación de sí. Freud deja sobrentendido que un segmento de los afectos de odio podría estar vinculado con el yo. Citemos su aguda observación de que en la neurosis obsesiva el de sarrollo del yo precedería a la sexualidad. Sin embargo, el concepto de yo adquiere relieves novedosos en la segunda tópica. El propio título de su obra de 1923, El yo y el ello (que curiosamente omite al superyó), muestra claramente el lu gar central que Freud le asigna. Pero antes de llegar ahí, la gran mutación, decisiva y temporaria al mismo tiempo, es la creación del concepto de narcisismo en 1914. El cambio se debe a que ya no basta con la anterior oposición entre pul3 Las ideas presentadas en este capítulo retienen únicamente lo esen cial de un desarrollo más completo que el lector interesado encontrará en nuestra obra Les chames d’Eros. Actualité du sexual, Odile Jacob, 1997. 4 Le vocabulaire de la psychanalyse, J. Laplanche y J.-B. Pontalis, comps., propone un excelente resumen de la problemática del yo. PUF, 1967.
gion.es de autoconservación y pulsiones sexuales. Y si bien üo se estila calificar de segunda teoría de las pulsiones al período comprendido entre 1913 y 1920, antes de formular la última, que opone pulsiones de vida y pulsiones de muer te., creo que esa denominación estaría bien justificada. En adelante, Freud opondrá pulsiones del yo y pulsiones objé tales. Es el nacimiento del narcisismo, en nuestro criterio uno de los más ricos conceptos freudiano?, presente en for ma embrionaria ya desde el principio (sobre todo en la deno minación de una categoría de neurosis: las neurosis narcisistas). Me parece de capital importancia esa etapa de 1914, en la que Freud propone una oposición categorial, el yoobjeto, que hoy corre por el campo de la neurobiología para llegar con distintas acepciones a la filosofía, remitiendo a un fondo axiomático constante. El escrito de Freud sobre el narcisismo pertenece a esa categoría de trabajos que siem pre resulta provechoso releer. El concepto de narcisismo recubre los variados terrenos de la perversión, la psicosis y la vida amorosa, para no salimos de los límites del psico análisis. Pero lo más notable son los eclipses y los cambios que sufrirá en el psicoanálisis posfreudiano. Como ya hici mos notar, la propia formulación freudiana de la última teo ría de las pulsiones relega el narcisismo a un segundo pla no, o sea, al de investidura libidinal de las pulsiones de au toconservación, sólo por recordar la definición de Freud. Por ün lado, esta concepción restringida del narcisismo lo diluye ein el seno de un Eros del que es apenas una parte y, por otro lado, no dice nada del impacto que la teoría de las pulsio nes de muerte ejerce sobre él. Uno no puede menos que im presionarse ante lo que aparece en Freud como una asom brosa negligencia, quizás atribuible a que estaba demasia do ocupado en revisar fenómenos psíquicos que ya había descripto en el marco de la última teoría de las pulsiones. Después de Freud, la teoría de las relaciones de objeto, promovida por Fairbairn y Melanie Klein, hizo práctica mente desaparecer al narcisismo del mapa de la teoría psi coanalítica. Habrá que esperar hasta 1971 para que un kJeiliiano, Herbert Rosenfeld, le devuelva su importancia dan do de él una versión centrada en la destructividad.5 A su 5 H. Rosenfeld, «A clinical approach to the psychoanalytic theory of the Ufe and death instincts: An investigation to the agressive aspects of narpissism», Int. J. Psycho-Anal., 52, 1971, págs. 168-78.
vez, el psicoanálisis norteamericano puso enjuego en algu na medida el narcisismo a través de Hartmann, quien, por encontrar demasiado sucinta la noción freudiana del yo, propuso adjuntarle el Self, que englobaba un campo teórico más vasto donde se reconocía el lugar del narcisismo. Pero ni siquiera así fue suficiente y se asistió a una nueva muta ción psicoanalítica proveniente de Kohut. El Self kohutiano hacía estallar las teorías hartm ann iana y freudiana relegando una vez más a las pulsiones a un rol secundario. Conocemos las intensas controversias que enfrentaron a Kohut y Kernberg, quien, inspirándose en Edith Jacobson, abogaba por una teoría de las relaciones de objeto que reco nociera la incidencia de las pulsiones eróticas y agresivas antagónicas al narcisismo- Semejante resurrección de este último no dejó de sorprender a los psicoanalistas franceses, que desde siempre conservaban un vivo interés por este concepto. La obra de Lacan sería incomprensible si falta ra la referencia al narcisismo, según lo demuestran y con firman el estadio del espejo y la concepción lacaniana del amor. Después de Lacan, Grunberger desarrolló una visión personal que convertía al narcisismo en una instancia. Por mi parte, propuse una concepción dual donde oponía un narcisismo de vida vinculado al Eros, que aspiraba a la uni dad del yo en detrimento del objetp, y un narcisismo de muerte, que sigo llamando narcisismo negativo, como mani festación de la pulsión destructiva, tendiente al nivel cero de excitación y que apunta a la propia desaparición del yo. Esta concepción fue bien recibida por dar cuenta de fenóme nos clínicos difícilmente explicables.6 De todas maneras, y a pesar de los avatares del narcisismo en su teoría, Freud nunca abandonó la categoría de las neurosis narcisistas. Sin embargo, y aun cuando en la fase inicial de su obra es tas últimas englobaban a las psicosis, en 1924 debió reser varle esta denominación a la melancolía (y a su doble inver tido: la manía). Por entonces, Freud consideraba a las psico sis, excepto la maníaco-depresiva, como expresión de un predominio del accionar de las pulsiones destructivas. Con sidero justificada esta última rectificación porque, inclusive saliendo de los límites de la psicosis, el examen de la depre sión en general invita a reconocer en ella el rol predominan6 A. Green, Narcissisme de vie, narcissisme de mort, Minuit, 1983.
del narcisismo. En forma más general aún, ya que esto líos lleva al terreno de la normalidad, el propio fenómeno del duelo perm ite hacer la misma comprobación. Por otra parte, es sabido que muchas estructuras no neuróticas de jan transparentar un duelo interminable, en la clínica con temporánea, cuyo papel es más marcado que las angustias que puedan observarse en ellas. La clínica de los estados límite condujo a prestar mayor atención al papel del yo y al concepto mismo de límite en las afecciones epónimas. Describí dos formas de angustia que hallamos con particular frecuencia en el estudio de los casos límite: la angustia de separación, abundantemente tratada en la literatura analítica, y su simétrico opuesto y comple mentario, la angustia de intrusión, de cuya importancia el primero en hablar fue Winnicott. Se entiende así que, blan co de ambos peligros, el yo del borderline viva bajo la perma nente amenaza de ser abandonado por sus objetos y/o por la intrusión que estos hagan en su individuación subjetiva. En esas condiciones, su dependencia del objeto y de la distancia que mantiene con él reduce fuertem ente su libertad de mo vimientos. Propuse considerar ambas angustias como co rrespondientes, en el nivel del yo, a lo que en el plano libidinal son, respectivamente, la angustia de castración en el hombre y de penetración en la mujer. Por desgracia, la segunda tópica fue causa de grandes malentendidos. Es sabido que, con la psicología del yo, dio lugar a simplificaciones y esquematizaciones nocivas para el pensamiento psicoanalítico. En los Estados Unidos es fre cuente oír decir que Freud inventó la psicología del yo con su segunda concepción topográfica del aparato psíquico, la mal, por influencia de Hartmann, Kris y Loewenstein, se transformó en la concepción estructural de dicho aparato. Afirmaciones como estas dejan atónito al lector francés, quien en general considera a la psicología del yo como una alteración tan profunda del corpus freudiano que merece el calificativo de interpretación abusiva del pensamiento de su autor. Es cierto que una lectura superficial de Freud puede prestarse, si no a dicha interpretación, al menos a un cam bio de rumbo de su pensamiento. Y en efecto, Freud no es del todo inocente de aquello que se le imputa. Pero no debe mos llevar el paralelo m ás lejos. La idea de un yo de distinto origen que el ello y de una energía libre de todo conflicto, de
nominada autónoma, está muy lejos de la inspiración freu diana. En El yo y el ello hay una sola alusión a la idea de una energía neutra, a propósito de la transformación del amor en odio, en el capítulo sobre los estados de dependencia del yo. En todo caso, nada que justifique introducir un nuevo concepto que sin embargo fue muy bien recibido en los Esta dos Unidos. La cuestión era minimizar la influencia de las pulsiones, para lo cual se hizo costumbre afirmar que, como el ello es incognoscible y el yo es el paso obligado para abor darlo, más vale focalizar toda la atención en él. Me parece que la reflexión sobre esta concepción topográfica del apara to psíquico —que más adelante analizaremos desde el pun to de vista teórico— desconoce la relevancia de aquella afir mación freudiana según la cual una porción muy signifi cativa del yo, cuyo alcance Freud está lejos de limitar, era concebida como inconsciente. Esa nos parece ser la mayor enseñanza y la justificación de la segunda tópica. No cerraremos este capítulo sin antes indicar cuánto su frió el estudio del yo después de Freud. Eso porque, o bien los psicoanalistas buscaron retomar a la acepción anterior al psicoanálisis, renunciando de ese modo a la originalidad de sus propias concepciones con el fin de hacerse enten der mejor por los defensores de concepciones académicas no psicoanalíticas, o bien, al contrario, el estudio del yo carga con una suerte de interdicto de pensar promulgado por La can con el pretexto de no caer en los yerros anteriores. En efecto, tras la publicación, en 1936, del trabajo de Anna Freud —muy probablemente supervisado por el padre— so bre el yo y los mecanismos de defensa, gran parte de los ana listas se lanzó por la misma senda. En Inhibición, síntoma y angustia (1926), el propio Freud se ocupó de los mecanismos de defensa, distinguiendo los correspondientes a la histeria y los correspondientes a la neurosis obsesiva. De todas ma neras, debe destacarse que lo que a veces se describe en la Metapsicología (1915) con el nombre de «destino de las pul siones», es reformulado más tarde en el capítulo titulado «Mecanismos de defensa». Los analistas, en particular los norteamericanos, encontraron en esto material de gran utilidad que no se privaron de desarrollar. El psicoanalista norteamericano R. Greenson se transformó en el heraldo del análisis de las resistencias.7 A partir de ese momento, 7 R. Greenson, Technique et pratique de la psychanalyse, PUF, 1977.
pudo verse el riesgo que entraña desplazar el acento del análisis de la transferencia al análisis de las resistencias, con el inconveniente de hacer de la situación analítica una relación de fuerzas que recuerda los problemas que acarreó la sugestión durante el período hipnótico de los inicios del análisis. Esa fue una de las razones del éxito de la moda intersubjetivista, que defendía la opinión contraria. Pero te ner a veces más razón que otros no significa tenerla siem pre. Parece que toda esta evolución y los cambios a que dio lugar desconocen la innovación freudiana según la cual el yo es inconsciente de sus propias defensas. La verdadera pre gunta es esta: ¿es similar la técnica para hacer al yo cons ciente de sus propias defensas y resistencias que la técnica de interpretación del contenido? Y si la técnica del análisis de las resistencias puede ser criticada, ¿cuál es la alternati va para promover este reconocimiento? Me parece que este problema sigue estando a la orden del día. Tal vez lo hayan aclarado mejor las últimas contribuciones de Bion y Winni cott, quienes se abocaron a analizar los procesos de pensa miento y a definir la función de la transicionalidad. Sin em bargo, el anatema de Lacan no tan desacertadamente pro nunciado en contra de la Ego-psychology de ningún modo nos autoriza a desentendemos de examinar el concepto de yo, cuyas perturbaciones clínicas son evidentes. Y nunca agradeceremos a Lacan el haber desalentado todo estudio al respecto. Como es sabido, para Lacan el yo es cautivo de las identificaciones imaginarias del sujeto, teoría que casi no admite críticas. Pero nos preguntamos si con eso basta para dar cuenta de todas las manifestaciones comprobadas en el campo clínico y que se vinculan con el yo. No olvidemos que para el propio Freud la clínica de las psicosis ponía al yo di rectamente sobre el tapete. No debe asombrarnos entonces que los casos límite involucren lo que podemos llamar la pa tología del yo. Me parece imposible seguir ocultando ese la do flaco de la teoría lacaniana, a menos que neguemos la pertinencia —muy generalmente admitida, sin embargo— de la noción de estado límite. Pero la negación de la clínica dura poco tiempo, y hoy ese tiempo ya se agotó.
3. El superyó En estos ejes organizadores de la patología debemos es tablecer la parte correspondiente al superyó. Sus efectos son bien conocidos y van desde el sentimiento de culpa en sus formas más generales, hasta la angustia de culpa o an gustia del superyó. A su vez, todos ellos desembocan en el misterioso sentimiento de culpa inconsciente, que es uno de los argumentos señalados por Freud a propósito de la exis tencia del afecto inconsciente. Por lo demás, él mismo con fesó su preferencia por la fórmula «necesidad de autocastigo». El superyó puede manifestarse sólo en forma de tensión interna o de un malestar más o menos impreciso. Freud le consagró muchas reflexiones al final de su obra, y fue al es tudiar el masoquismo originario cuando reconsideró su pa pel. En esa oportunidad descubrió la coexcitación libidinal y a partir de ese momento nunca dejó de estudiar las relacio nes del placer con el dolor. Hubo un hecho que se le presen tó con gran fuerza: el masoquismo no podría ser reducido a una reversión del sadismo. Pero antes debemos dar cuenta de otras distinciones. Sobre todo las concernientes a las re laciones entre superyó e ideal del yo, definidas según la fór mula: el superyó heredero del complejo de Edipo, el ideal del yo heredero del narcisismo primario. La culpa es el signo patognomónico del primero y la vergüenza el del segundo. Una nueva distinción dice que el superyó es la forma ligada de la pulsión destructiva, que encuentra una salida en la culpa y debe ser separada de la destructividad difusa en el conjunto del aparato psíquico («Análisis terminable e in terminable»). La primera puede encontrarse en forma de compulsión a la repetición, siempre descifrable y que deja adivinar su sentido, mientras que la segunda parece estar desprovista de intencionalidad. Una de las transformacio nes más notables del pensamiento freudiano es el desliza miento de la culpa, que en su origen se relaciona con el in terdicto en relación con la sexualidad, hacia el rol prevalente de la agresividad y de Ja pulsión destructiva. Es ese un punto que ha sido raramente resaltado. Pero lo que no po dría minimizarse es el rol antropológico de la culpa , funda mento de todas las religiones y participante activa de la más común constitución del superyó. Esto se debe a que la culpa está fundada en la identificación. En el camino que va de
Freud a Klein, la culpa se transformó en reparación, conse cuencia del acceso a la fase depresiva en que el niño expía el mal que hizo sufrir a sus objetos durante la fase esquizoparanoide e intenta repararlos. De todo lo anterior se despren de un importante desafío referido a la resolución del com plejo de Edipo. Para Freud, esta lleva la marca de la culpa y el análisis permitirá al sujeto liberarse de su sexualización excesiva en el masoquismo, dado que este resexualiza la moral. Para los kleinianos, en cambio, el trabajo de repara ción, jam ás acabado, condena al sujeto a una expiación per petua. Por mi parte, creo que el objetivo del análisis está más del lado de la posición freudiana que de la teoría kleiniana de la reparación. De hecho, la sucesividad de las fases esquizoparanoide y depresiva ha suscitado grandes discusiones en los círculos kleinianos. Si bien para Melanie Klein ambas se suceden, más tarde esta óptica fue criticada, como si se prefiriera h a blar de una oscilación permanente entre las dos. En parte, ;esta modificación responde al hecho de que en algunos pa cientes se observa una actividad psíquica propiamente per secutoria de las funciones ligadas al superyó. Un superyó que, más allá de los aspectos caricaturescos y hasta irriso: ríos que puede alcanzar en la neurosis obsesiva, está total mente desprovisto de sentido e impide cualquier actividad de pensamiento (Bion) y de desarrollo psíquico capaz de ser elaborado. Pero hay un dato teórico al que Freud dio gran impor=tan da y que, sin embargo, no encontramos tan claramente expuesto en los demás autores. La génesis del superyó de pende de un fenómeno de escisión (término que Freud no ; emplea) entre una parte del yo y otra, fuertemente ideali zada, que desempeñará el papel de evaluador, de censor, de crítico, de examinador, etc. Como es sabido, en un primer momento Freud no distingue con nitidez entre ideal del yo y superyó. Sea como fuere, el superyó embrionario se formará a imagen y semejanza del superyó (y no del yo) paren tal. Este es un importante avance de la teoría freudiana: la identificación no se hace con un a parte «concreta» de los ob jetos parentales relativos a la persona real del padre y de la madre, sino con una entidad abstracta y metafórica que existe in absentía. Por lo tanto, es a partir de esta escisión interna, y según la forma en que ambas partes logren co
existir, e inclusive vivir en buen entendimiento, como se aprecia la función del superyó, función que evolucionará hacia un total anonimato. Ya abordé las complicadas rela ciones entre masoquismo y narcisismo en la relación tera péutica negativa,8 Un último punto que señalar para con cluir: el superyó es una absoluta novedad de la segunda tó pica pues no tiene equivalente alguno en la primera.9 En nuestros días, la cuestión se va extendiendo al terreno del superyó cultural.
4. La destructividad hacia el objeto Volvemos a la última teoría de las pulsiones para consi derar los fenómenos relacionados con la destructividad. No tenemos necesidad de extendemos mucho más sobre la va riedad de las conductas destructivas en dirección al objeto. Por tal motivo nos ocuparemos más de una precisión que nos parece relevante. Es indispensable distinguir la agresi vidad de la destructividad. Tal como se sabe desde los pri meros tiempos del psicoanálisis, la agresividad está ligada al sadismo y se vincula con los estadios de evolución de la libido: los estadios sádico-anal y sádico-oral. En el primero, las torturas y tormentos infligidos al objeto son expresio nes del dominio ejercido sobre este para asegurarse de su control absoluto y confirmar esta dominación en un goce sólo igualado por sus aspectos invertidos en el masoquismo. Cuando nos encontramos con una destructividad orientada hacia el objeto, es habitual confundirla con el sadismo, dado que no resulta fácil disociarlos. Al contrario de lo que ocurre en el sadismo, creemos que la destructividad no implica el goce inconsciente de la polaridad complementaria. En otros términos: el sádico goza inconscientemente del masoquismo de su objeto por identificación. En cambio, en la destructivi dad prevalece la dimensión narcisista: el destructor anhela aniquilar el narcisismo de su objeto. Es decir: se trata más 8 A. Green, Le travail du négatif (véase infra, nota 11). 9 Para un estudio profundo y extensivo de la cuestión, véase J.-L. Donnet, Surmoi (I): «Le concept freudien et la régle fondamentale», Monogra phies de laRevue Frangaise de Psychanalyse, París: PUF, 1995.
de omnipotencia que de goce, ya que puede haber omnipo tencia no forzosamente acompañada de goce. Con el nombre de analidad prim aria 10 hemos descripto una forma clínica singular en que el narcisismo del sujeto está en prim er pla no, lanzado en una lucha sin fin contra un objeto interno al que está sometido en virtud de una organización masoquista sólidamente anclada, cuyo objetivo es mantener una de pendencia encaminada a la no separación. A partir de Winnicott, sabemos que la destructividad no necesariamente implica contacto con el objeto. Todo lo con trario: la desinvestidura del objeto puede comportar la sa tisfacción de destruirlo haciéndole sentir que no existe. Ha cerle sentir a alguien que no existe puede transformarse, en la indiferencia estratégica de que son capaces estos sujetos, en un arma más mortal que cualquier despedazamiento.
5. La destructividad orientada hacia el interior En este caso, lo que domina es el odio a la propia per sona, lo cual dificulta distinguir el narcisismo del maso quismo.11 El encierro en conductas repetitivas de carácter masoquista puede llevar a plantear la cuestión del goce in consciente. En mi opinión, el encierro narcisista propio de la compulsión a la repetición parece predominar sobre el goce que pudiera extraerse de ella. Volveremos a todos estos problemas cuando estudiemos la función desobjetalizante. Puede verse que en estos dos últimos capítulos resurge una vez más la cuestión de los avatares del narcisismo. Es difícil saber si, tal como lo piensa Freud, la orientación de la des tructividad es siempre primero interna, o si en sus comien zos se dirige al exterior. La definición de estos ejes organizadores se vincula evi dentemente a la concepción del aparato psíquico freudiano. Nos parece que la patología del superyó se reparte según los 10 A. Green, «L’analité primaire», en La pensée clinique, Odile Jacob, 2002, pág. 79 (primera publicación en Monographies de laRevue Franqai• sedePsychanalyse: «La névrose obsessionnelle», 1993). 11 Véase A. Green, «Masochisme(s) et narcissisme dans les échecs de I’analyse et la réaction thérapeutique négative», capítulo 5, Le travail du négatif, Minuit, 1993.
cuatro campos individualizados por la sexualidad y el yo. Como es sabido que el superyó hunde sus raíces en el ello (sexualidad y destructividad) y que además el ello resulta de una división del yo en dos partes, para ofrecer una visión global deberemos referirnos al concepto de trabajo de lo ne gativo, donde la escisión adquiere un espacio especialmente relevante. Pero, por el momento, conformémonos con men cionar la neurosis de despersonalización descripta por Bouvet.12 En líneas generales, la despersonalización es un sín toma que afecta al yo dividiéndolo en dos partes. Una de ellas ve con angustia que van operándose transformaciones en su sensación de unidad, en su coherencia y en su familia ridad consigo misma, lo cual con frecuencia libera una ima gen marcada por infiltraciones pulsionales que el sujeto vi ve como muy peligrosas. El temor a una transformación de sí y del propio comportamiento por medio de pasajes al acto evoca en el paciente una amenaza de locura, aun cuan do por ese lado no haya nada que temer, dado que el yo con serva su integridad al margen de esos estados transitorios —penosos pero temporarios— que sólo el sujeto considera psicóticos. La literatura está sembrada de descripciones de esa índole, que en algunos casos se han vuelto célebres. Así ocurre con el Horla de Guy de Maupassant, uno de los más extremos ejemplos, como también con obras de la literatu ra fantástica centradas en el tema del doble. Una parte del yo vive su propia transformación en forma angustiosa —¿quién podría escapar a la angustia viendo los cambios que afectan a Gregorio Samsa?—, al tiempo que la otra asis te como espectadora impotente a lo que le sucede a la prim e ra. Se trata de una patología cuyo tema explícito es la alie nación. En lo concerniente a esta última, puede invocarse su centralidad conceptual, mucho más allá y también de es te lado de la despersonalización. En efecto, si bien en la nor malidad, y más aún en el curso de todo análisis, pueden so brevenir episodios transitorios de esa naturaleza, y de ca rácter efímero, algunos analistas, como por ejemplo Michel de M’Uzan, les atribuyen un papel central en el proceso psicoanalítico. No obstante, agreguemos que la despersona lización puede, a su vez, pasar a formar parte de cuadros dramáticos en casos de esquizofrenia. 12 M. Bouvet (1960), «Dépersonnalisation et relations d’objet», en La relation d’objet. Oeuvres Completes, tomo I, Payot, 1967.
Hemos definido los grandes dominios en que se organiza la patología. Ahora debemos reconsiderar algunas de las no ciones generales que los atraviesan. En lo que hace a la sexualidad, ya hemos citado y justifi cado las razones de ser tanto de la fijación como de la regre sión, lo mismo que la relación que ambas mantienen con la perversión polimorfa del niño. De manera general, puede decirse que estos mecanismos, raras veces observados en estado puro, salvo en ciertas neurosis muy bien estructura das, en su mayor parte acompañan a ataques más o menos superficiales al yo, obligado así a instrumentar defensas de carácter anacrónico que persisten mucho más allá de la fun ción coyuntural que cumplen. En la neurosis, el conflicto en tre ello y superyó es investido con intensidad, pero las con secuencias, es decir, los síntomas y las defensas entendidos en términos de deseo y de prohibición, quedan confinadas a una parte del psiquismo y no implican ninguna regre sión patente del yo. Desde luego, esta afirmación debe ser matizada cuando se trata de neurosis graves, como puede ser la neurosis obsesiva, que tiende a invalidar al yo y lo obliga a multiplicar indefinidamente sus defensas, trans formándolas en un síntoma fuente de goce inconsciente, etc. No obstante, al contrario de los casos límite, no se obser van trastornos perceptibles del funcionamiento yoico. Las fijaciones pregenitales, inductoras de las correspondientes regresiones, pueden explicar la resistencia a la curación que exhiben muchos pacientes, pero de todas maneras sigo pen sando que es importante distinguir entre esas neurosis gra ves y las estructuras no neuróticas, como ya lo demostré en El trabajo de lo negativo. Bouvet ha dado indicaciones muy útiles acerca de la oposición entre las fijaciones genitales y pregenitales. En estas últimas, la transferencia cobra for mas tormentosas, la proyección es más masiva y la agresivi dad brinda muchas veces un cuadro clínico que obstaculiza el surgimiento de la transferencia erótica. Cuando esta se manifiesta, se tratará con frecuencia de formas eróticas po co o difícilmente analizables y semejantes a la descripción —ya evocada por Freud— de la transferencia amorosa que no quiere saber nada con la interpretación o que toma la for ma de eso que Lacan bellamente llamó hainamoration (odio-enamoramiento). Estos son algunos de los aspectos disfrazados de la reacción terapéutica negativa. En el otro
extremo están los pacientes que parecen ser incapaces de entender la natu raleza transferencial de sus reacciones ante el analista y ven ninguna relación entre un pasado muy defendido y un presente apenas defendido, fenómeno este que Freud ya había observado. Puede decirse que estas manifestaciones psíquicas resistentes al análisis han perdi do el carácter transicional de los procesos psíquicos descriptos por Winnicott. De hecho, con esto ya estamos acercándo nos a un pensamiento «delirante» que sólo se escucha a sí mismo. Y eso es lo que suele pasar, cuando no hay transfe rencia erótica asociada, con muchos pacientes que no sopor tan la interpretación ni quieren oír de boca del analista otra cosa que paráfrasis que confirmen la razón que les asiste. Se ratifican así sus pensamientos conscientes como los úni cos válidos y nada los aparta de la versión elaborada por sus propias defensas yoicas. Hay una sola versión verdadera de la historia que cuentan y es la que ellos acaban de dar; tiene valor de realidad indiscutible y, por lo tanto, es ininterpre table. Ya hicimos notar la carencia de una escala de desarrollo relativa al yo comparable con la que tenemos para la se xualidad. El trabajo de Ferenczi sobre la evolución del acce so a la realidad no fue consagrado por la vox populi psico analítica. En cuanto a las descripciones de base teórica ge nética fundadas en la observación de los niños, no podrían servirnos en lo que esperamos de una concepción como esa. Además, parecería que debiéramos introducir aquí concep tos más específicos. Por ejemplo, en su artículo «Lo omino so», Freud introduce la noción de «superación». Más que re primir contenidos, temas o deseos displacenteros, el yo no superó fases de su desarrollo anteriores que, llegado el caso, pueden resurgir en condicionéis favorables. Ahora bien, nin guna fase se supera definitivamente. Siempre que las con diciones lo permitan, tal como lo indican los ejemplos cita dos en el mismo artículo, la veremos reaparecer aunque no perturbe profunda y verdaderamente el funcionamiento del yo. Como es fácil de entender, los referentes no son los mis mos que para la sexualidad, y es muy probable que vayan desde la omnipotencia del pensamiento hasta un cómodo acceso a la realidad. Pero, aun así, nada justifica apelar a dogmas sobre esta última, todo lo contrario. Tal como sostu vo Bion, se trataría más bien de que la capacidad negati110
ya13(Keats) m uestra un alto nivel de diferenciación. Esa ca pacidad es la que permite soportar misterios, dudas y enig mas y coexiste con ellos sin irritaciones. Y cabe también que enrolemos al humor dentro de esas formas de funciona miento del yo altamente evolucionadas que exigen impleinentar distancias con el Sí mismo, cierto relativismo hacia los acontecimientos que afectan la vida psíquica y obligan a mantener —contra viento y marea— una risueña ironía. Al fin de cuentas, ser capaz de dar un paso atrás para tomar perspectiva forma parte tanto de la capacidad negativa co mo del humor, y es la mejor disposición posible para recibir la interpretación. En lo relativo al humor, es muy fácil per cibir las relaciones que mantiene con el superyó, tal como Freud lo vio en su momento. Ese humor del cual él mismo, autor de El chiste y su relación con lo inconsciente , estaba ri camente dotado. Ese célebre humor judío del que fue un re presentante acabado, ¿no es acaso una respuesta a la suma de desgracias que soportó el pueblo al que pertenecía y cuya capacidad de ironizar sobre sí mismo hizo notar él una y otra vez? Para terminar, nos falta considerar otros mecanismos que proponemos llamar desbordes del inconsciente. . César y Sára Botella analizaron en la obra freudiana la función de lo alucinatorio, que está marcada por dos períodos. Uno de ellos, presente desde el primer momento, adquiere ya una función de referencia en La interpretación de los sueños. El descubrimiento de lo alucinatorio por vía del sueño tiene importancia capital, no sólo porque Freud ya había enten dido que los sueños tienen un sentido —cosa sabida desde la más alta Antigüedad e ilustrada en diversas formas por to das las culturas—, sino porque le permitieron describir el trabajo del sueño, que es el más decisivo de sus aportes. Es frecuente olvidar su observación de que los procesos prima rios tienden a lo alucinatorio. Por mi parte, y tal como ya lo señalé, diré que es una aptitud extraordinaria del aparato psíquico la de ser capaz de crear, a través del sueño, una realidad segunda, realidad en la que creemos tanto como en la vida de vigilia. «Crear esa realidad, con intermitencias y sin ayuda de percepción externa alguna, creer en ella por to 13 John E. Jackson, «Capacité négative», en Souvent dans l’étre obscur, J. Corti, 2001.
do el tiempo que estemos en ella inmersos y despertarnos considerándola a distancia y con indudable interés, nos da una idea de la plasticidad de nuestro aparato psíquico y de su tolerancia hacia nuestros retiros de la realidad externa, para volver a ella cuando despertamos y a través de una in creíble capacidad creativa que se extiende mucho más allá del fenómeno onírico propiamente dicho».14 Más tarde, Freud tomaría distancia del modelo del sueño que descubrió en 1900, pero sin dejar de interesarse por el fenómeno, in cluso aun después de proponer otro modelo vinculado a la segunda tópica: la moción pulsional y su accionar. Sin em bargo, hacia el final de su vida, en 1937, vuelve a lo alucinatorio en «Construcciones en el anáfisis»,15 donde subraya el interés que tienen las manifestaciones de esa índole produ cidas en sesión, diciendo que corresponden a u n retorno de lo reprimido relacionado con traumas anteriores a la edad de 2 años, es decir, anteriores a la adquisición del lenguaje, que permite fijar los recuerdos como tales. Surge a las cla ras entonces que la famosa proposición inicial según la cual «la histérica sufre de reminiscencias» no sólo es cierta para la histérica, ya que Freud asimila lo alucinatorio (cuyas ma nifestaciones se extienden mucho más allá) a una forma de reminiscencia. Junto a ese desborde por vía alucinatoria pueden des cribirse otras dos formas opuestas entre sí. La primera, de orientación más profunda e interna, es la somaiizacióri. Aquí se abre ante nosotros el amplio registro de la psicoso mática, en el que dominan las descripciones e ideas de Pie rre Marty. Aunque no siempre estemos de acuerdo con él, debemos reconocer la importancia de una obra16 que a tra vés del tiempo ha sido la única en oponer las más serias ob jeciones a la teoría lacaniana. Los límites de conceptos como significante o inconsciente estructurado como un lenguaje aparecen en la obra de Marty con total nitidez. Desde luego, de ninguna manera se trata de darle la razón a este autor 14 A. Green, «Mythes et réalités sur le processus psychanalytique. De YAbrégédepsychanalyse á la clinique contemporaine», art. 2, RevueFrangaise de Psychosomatique, 20, 2001. 15 S. Freud (1937) «Constructions dans l’analyse», en Résultats, idées, problémes, tomo II, PUF, 1985. 16 P. Marty (1976) «Les moments individuéis de vie et de mort», (1980) L’ordre psychosomatique, París: Payot.
en detrimento de Lacan, o a la inversa, sino de mostrar que el campo de ejercicio de los psicoanalistas debe incluirlos a los dos. Pero todavía falta decir de qué manera. Las impre sionantes descripciones de los psicosomaticistas obligan al psicoanalista a reflexionar sobre las limitaciones y la perti nencia de su teoría ante tales fenómenos. Esta aboga, a su vez, en favor de una mayor diferenciación que asigne su lu gar a cada territorio, sin englobamiento ni exclusión recí procos. Por último, ahora que acabamos de tocar el plano más interno, es decir, el soma, ubicado incluso «más profunda mente» que el inconsciente, y en total coincidencia con la idea de Freud («los procesos psíquicos están anclados en lo somático y constituyen ya lo psíquico en una forma descono cida para nosotros», según lo expresa una fórmula que nun ca recordaremos lo suficiente), la actuación, en cambio, se sitúa en el polo más extemo. Es decir que, así como la somatización implica una descarga hacia la más inaccesible de las profundidades, en la actuación la descarga se realiza en dirección al mundo extemo, fuera de la psique. Mucho se ha criticado el modelo freudiano de la descarga —que es uno de los caracteres principales de la teoría pulsional—, tildán doselo irónicamente de «hidráulico». Por mi parte, tengo la impresión de que, una vez más, la crítica freudiana superfi cial se funda en una visión psicoanalítica reduccionista que cuestiona un modelo mecánico porque piensa sólo en pa cientes que no muestran con claridad esa forma de alivio y descompresión. ¿No es esto decidir que la reflexión sobre el modelo surgido exclusivamente de las clásicas indicaciones psicoanalíticas —que desde luego no ponen en un visible primer plano los mecanismos de descarga, e incluso presen tan muchas veces actitudes contrarias de inhibición— bas taría para impugnar una visión general del psiquismo naci da de la pluma de Freud? Voy a hacer dos observaciones. La primera es que, tal como lo implica la actuación (acting-out), el concepto de descarga no se limita al caso de las descargas pulsionales y demás actos vinculados con ellas. Ya Bion ha bía hecho observar que en las estructuras psicóticas sigue prevaleciendo el modelo del acto aun cuando en las man i festaciones psíquicas más diversas no se perciba ninguno. A
criterio del autor, en estos casos el fantasma y el discurso también obedecen al modelo del acto, dada la función eva-
euadora que revisten y que para Bion es más expulsiva que integradora. En los últimos años, algunas concepciones psicoanalíticas quisieron proponer el tema de los esquemas de acción (Widlócher,17 M. Perron-Borelli).18Aun sin estar seguros de la veracidad de una posición que erige el esquema de acción hasta niveles de generalidad que pretenden reemplazar al de pulsión, nos gustaría señalar que, para nosotros, el cam po del acto supera en mucho al de las actuaciones realiza das. Es evidente que en estas habría descarga en el caso del afecto (según lo expresa la propia definición), lo mismo que en la representación de cosa y hasta en el ejercicio de la pa labra. En todas estas situaciones tiene lugar una descarga más o menos consumidora de energía pero que, no obstante, implica una transformación, un modo, un trabajo psíquico que exige la presencia de esta característica. Recientes estudios han enriquecido en forma conside rable nuestros conocimientos gracias a procedimientos de atención terapéutica implementados en las cárceles para criminales de alta peligrosidad. Las observaciones resul tantes (provenientes de C. Balier y colaboradores)19 desta can los vínculos entre actuación pulsión al y despersonali zación coexistentes con una actitud caracterial cercana a la paranoia. Aun reconociendo la importancia de factores am bientales (carencias afectivas y educativas del medio parentai, vida en centros urbanos más o menos delincuenciales, escolarización deficiente, miseria y taras parentales poten ciadas, pobreza de las identificaciones con padres afectados de alcoholismo, prostitución, descenso del nivel social, etc. el resultado final en el plano individual sigue siendo esa marca traum ática del funcionamiento psíquico que le da to da su especificidad. Asimismo, esta última merece que nos ocupemos de conocer mejor y más profundamente los resor tes esenciales del funcionamiento mental de estas personas. Digamos sin más que lo que puede verilearse en todas ellas es consecuencia, no de la angustia, sino de un miedo pánico lindante con el terror, que obliga al sujeto a adoptar compor17 D. Widlócher, Les nouvelles caries de la psychanalyse, Odile Jacob, 1996. 18 M. Perron-Borelli, Dynamique du fantasme, PUF, 1997. 19 C. Balier, Psychanalyse des comportements sexuels violents, PUF, 1996.
táinientos activos para escapar del riesgo de volver a sufrir y revivir el trauma, ya que en su infancia estos criminales fueron muchas veces víctimas de maltratos y violaciones por parte de adultos. La segunda observación es esa misma paradoja, que ta n tas veces hemos puesto de relieve, entre la opinión corrien te de psicoanalistas cada vez más volcados a minimizar el valor del concepto de pulsión, y la evolución paralela de un mundo donde salta a la vista que, en todos los niveles, la vi da pulsional se lleva la parte del león. El malentendido pasa a ser total. No se entiende muy bien cómo una teoría desinteresada a tal punto del entorno y que sólo hace prevalecer ideas surgidas del mero encuadre analítico, puede merecer interés dentro de los actuales co nocimientos. Un psicoanálisis que disocie hasta ese punto todo aquello de lo que es testigo en el mundo, y lo que está obligado a conocer dentro del marco analítico, se vuelve lite ralmente esquizofrénico. Se entenderá entonces de qué modo esas tres formas de desborde que son lo alucinatorio, la somatización y la actua ción pueden ser extrapoladas hasta remitirnos a las tres for mas de segregación de la vida social. Sus moradas respecti: vas son: el hospital psiquiátrico, el hospital general y la cár cel. Así, cierta coherencia permite encontrar alguna unidad en el estudio del psiquismo, de sus formas desviadas, sus : desbordes y su destino.
6. De los psicoanálisis y las psicoterapias: modalidades y resultados
Poner en un mismo rango la psicoterapia y el psicoaná lisis no significa confundirlos en una sola y misma nebulo sa. Repitámoslo para evitar malentendidos: para nosotros, el modelo es y sigue siendo el psicoanálisis, mientras que las psicoterapias resultan, esencialmente, de la imposibilidad de implementar una situación que respete las exigencias del modelo. Pero la referencia es siempre el psicoanálisis. Empecemos entonces por la cura psicoanalítica, admitiendo desde ahora, sin embargo, que el uso del plural es más con veniente: el modelo es la abstracción a la que remiten diver sas realizaciones.
1. De los psicoanálisis No pretendemos dar en este capítulo una descripción detallada del procedimiento que, llamado en otro tiempo cura tipo, recibe cada vez menos esta denominación. En parte debido a que, por muy precisa que sea, ninguna des cripción podría aspirar a resumir las características esen ciales de una cura, tan variado es el polimorfismo de las ma nifestaciones que se observan en ella, y en especial porque lo que allí se expresa es, ante todo, la singularidad de la ex periencia propia de un sujeto único. Por otra parte, y tal como Freud lo hizo notar en su momento, con la cura psicoanalítica pasa como con el ajedrez: sólo pueden describirse las aperturas y los finales de partida. Lo que sucede entre unas y otros, es decir, lo esencial de los intercambios, no es susceptible de ninguna generalización y ello en razón de la complejidad y multiplicidad de las configuraciones posibles* En la década de 1970, S. Viderman procedió a una meticulo sa crítica de los postulados y axiomas de la cura, en la que
cuestionaba los principios teóricos básicos de la técnica •freudiana. Y si bien las ideas de este autor hicieron mucho ruido al publicarse su principal trabajo, titulado La cons truction de l espace analytique,1 es de lamentar que nos ha ya abierto el apetito para después dejarnos con las ganas cuando hubo que decidir con qué teoría debíamos reempla zar aquella otra, tan pobre, de Freud. Me parece que Vider man chocó con dificultades insuperables cuando quiso pro poner como alternativa un cuerpo teórico lo más coherente y completo posible. Hoy pienso que hasta es dudoso que las aperturas y fina les de cura puedan ser objeto de una generalización, por lo cual nos conformaremos con bosquejar algunas observacio nes. La idea de una doble transferencia, de la que hablé an teriormente, puede ayudamos a avanzar. Al distinguir en tre transferencia sobre la palabra y transferencia sobre el objeto, intentábamos echar luz sobre una configuración que se dejaba conocer mal a través de la idea de una transferen cia indiferenciada o incluso diferenciada por sus particula ridades nosográficas (transferencia de las estructuras geni tales y pregenitales: Bouvet). Al precisar la transferencia sobre la palabra, intentábamos dar cabida, a nuestra mane ra, a las propuestas de Lacan, quien no sólo esgrimió la idea de que el inconsciente estaba estructurado como un lengua je, sino que también y sobre todo subrayó la importancia de la relación del sujeto con el significante. De todas maneras, tras haber puesto de relieve lo que nosotros llamamos hete rogeneidad del significante —es decir, la idea de que el sig nificante psicoanalítico, no idéntico al significante lingüís tico, comporta géneros y tipos que van de la representación de palabra a la pulsión (representante psíquico de la pul sión, representación de cosa y de palabra, afectos, estados del cuerpo propio, actuaciones, representaciones de la reali dad, etc.)—, dedujimos que sólo es posible una evaluación del análisis cuando se toma en cuenta la m anera en que el discurso del sujeto circula por los diferentes niveles, del Cuerpo al pensamiento, y según la flexibilidad de comunica ción entre los registros y el valor indexatorio del discurso. Tal como otros autores lo han reconocido, es evidente que, 1S. Viderman, La construction de l’espace analytique, Denoél, «La psy.chanalyse dans le monde contemporain», 1970.
con su mayor o menor carga de afectos, el discurso adquie re un valor distinto de aquel otro animado apenas por una seudocoherencia intelectual racionalizante que excluye toda relación con el cuerpo, como es el caso de algunas for mas obsesivas y narcisistas caricaturescas. De modo opues to, un discurso cargado de potenciales actuaciones por algu na insuficiencia de los mecanismos de contención, y en con secuencia de elaboración, tiende a hacer abortar los inten tos de construir sentido y de esquematizar la complejidad resultante del juego de los procesos psíquicos. La otra vertiente es la transferencia sobre el objeto . Aquí es útil retomar algo que la literatura psicoanalítica ha tra tado y desarrollado en abundancia, la mayoría de las veces en el sentido de la relación de objeto. La transferencia sobre e] objeto consiste en la proyección sobre el analista durante el transcurso de la sesión, dado que este parece presentar una superficie relativamente neutra (se sabe que es una meta irrealizable, pero esta no es una razón para recusarla) de pulsiones, deseos, fantasmas, anhelos, angustias, temo res y terrores que la experiencia transferencia! puede reac tivar o inspirar. ¿Se trata de una repetición del pasado o de una experiencia nueva? Es imposible dar una respuesta unívoca. Si, al menos en parte, no estuviera ligada a una ex periencia del pasado más o menos coercitiva con tendencia a repetirse en el presente también en forma más o menos masiva, la transferencia no tendría razón de ser. En cambio, si el pasado tuviera la posibilidad de repetirse tal cual fue sin que vinieran a mezclársele elementos pertenecientes a diversos períodos, e incluso creados en tiempos recientes, la transferencia sería un automatismo y una experien cia original. Por lo tanto, ya es posible ir concluyendo que, cuanto más nos enírentemosi a formas de alta regresividad, más indiferenciado será el rol de la compulsión a la repeti ción, que a su vez impedirá el surgimiento de algo nuevo y hará de pantalla al aporte de la interpretación. E cambio, cuanto más cerca estemos de una experiencia neurótica, más flexible será la estructura y más se enriquecerá con da tos del presente y del mundo externo, permitiendo de ese modo interpretaciones matizadas y sutiles. Porque ese es el malentendido. En sus discusiones analíticas, los analistas se lanzan argumentos cuyo objeto parece ser la destrucción de los argumentos del adversario, sin ver que no hablan de 110
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loS mismos pacientes. Por
otra parte, nada de esto impide q u e , incluso a propósito de los mismos pacientes, semejante diversidad de concepciones psicoanalíticas sesgue la escu cha orientando la interpretación hacia campos semánticos distintos. La experiencia reciente ha permitido advertirlo ante la comprobación de mi estrechamiento cada vez mayor del campo de la sexualidad. No sólo porque el lugar que esta ocupa se redujo por la intervención de otros factores (narci sismo, destructividad), sino porque, aun cuando el material sexual estaba presente en forma perfectamente identifica dle, el analista se negaba a atribuirle importancia con el pretexto de que se trataba de una defensa. Escuché a uno de mis propios pacientes calificar de artefacto a un sueño de manifiesto contenido homosexual. Ahora nos toca tra tar de conjugar transferencia sobre la palabra y transferencia sobre el objeto para ver si las reúne algún factor común. Porque, en la práctica, no son nunca otra cosa que el anverso y el reverso de una misma moneda. Mi propia experiencia me enseñó que lo primero que el ana lista tenía que escuchar en el discurso del analizante era el movimiento que lo animaba. Esto no es más que una mane ja de formular aquello a lo que estábamos aludiendo en la descripción del funcionamiento en asociación libre. Porque ahí está el movimiento que pasa de una asociación a otra y progresa o retrocede —es decir, avanza en forma progreaíente o retrocede en forma regrediente—, define la marcha del análisis y da, en sus avances y sus retrocesos, una idea del proceso en función de los deseos que lo animan y de las resistencias con que tropieza. Escuchar el movimiento es, con frecuencia, lo más difícil de hacerle entender a un joven analista en supervisión. Pero es también, cuando la idea ha sido integrada, lo que abre las más bellas perspectivas y permite esperar de estas las más bellas promesas, por ha ber vuelto inteligible algo que en un principio parecía no serlo. Propusimos la idea de procesos terciarios para definir aquellos cuya principal función consiste en ligar entre sí procesos primarios y procesos secundarios, porque sólo el juego de vaivenes entre unos y otros permite la fecundidad del discurso psicoanalítico. Se entiende que dichos procesos no tienen existencia material propia, sino que se circunscri ben a las ligazones que pueden establecerse entre los prime
ros y los los segundos segundos para p ara hacer surgir surg ir una un a mejor legibil legibilidad idad del deseo deseo inconsciente. inconsciente. Por Po r eso eso es fructífero fructífero añadir, añ adir, a la liga' zón zón y desligazón freudianas freud ianas,, la religazón religazón.. Como lo señalaron todos los autores, el perfil zig zagueante de la evolución de la cura posibilita encontrar una célula trinitaria, ya señalada por Bouvet: resistencia transferen trans ferencia cia - interpretación. El simple simple enunciado de esta tríada tría da pone en claro claro que su término medio medio —la trans tra nsfer feren en cia— condiciona a los otros dos. Resumiendo: la resistencia es sobre sobre tod todoo una un a resistencia a la transferencia, mientras que la interpretación interpretación apu nta a la transferencia porque porque esta últim úl tim a reún re únee en forma actual actua l los elementos elementos del conf conflic licto to.. De todos modos, la exclusividad de las interpretaciones de la transferenc trans ferencia ia no es es tan simple simple.. En E n este punto podríamos podríamos re re cordar las primeras prim eras distinci distinciones ones que que hace hace Freud Freu d en su aná a ná lisis del caso Dora, y que más tarde abandonará, tal vez la s transferencias y la erróneamente. Es decir: oponer las transferencia, sostener en suma que las transferencias transferencias sal pican pic an en form fo rmaa per p erm m anen an ente te el discurso disc urso psico p sicoana analítico lítico y que su figura principal, o sea, la transferencia, aparece en el tra yecto de manera dominante, a la vez más significativa y más condensada. condensada. Esta E sta situación situación no no es propia de la transfe transf e rencia y me parece que tenemos el derecho de deducir una regla común, según la cual dentro de un contexto general pued pu edee h a b e r u n eleme ele mento nto p artic ar ticul ular ar que ocupe el lu l u g ar de repres rep resen entan tante te del conj conjunt unto. o. Voy a dar un ejemplo que trasciende las fronteras del psicoan psic oanális álisis. is. Los mitólogos de la Grecia Greci a antig an tiguu a se asom aso m bra b rann de la g ran ra n impo im porta rtanc ncia ia que los psic p sicoa oana nalis listas tas a trib tr ibuu yen al mito de Edipo Edipo,, cuando en realidad es uno más entre muchos muchos otros otros dentro den tro de una un a abunda abu ndante nte producció producciónn mítica. mítica. Entonces discuten en términos de legitimidad esa relevan cia que le asignan asig nan los psicoanalistas, psicoan alistas, acusándolos de u sar sa r la mitologí mitologíaa con con fines fines partidis par tidistas tas ajenos ajenos a su s u espíritu. e spíritu. Al Al mar m ar gen de que el examen del mito de Edipo contenga singula ridades que justifican el particu pa rticular lar interés que le consagran los psicoanalistas, es posible considerar también que viene a ocupar u n lugar lug ar de element elementoo representante rep resentante de la dimen sión antropológica antropoló gica de todos los los otros mitos. Como Como si hubier hub ieraa sido necesaria una producción mítica abundante para que un solo mito lograra decir lo esencial sobre la subjetividad humana. Tal vez sea un razonamiento análogo el que nos
empuja a defender la distinción entre las transferencias y la transferencia. Pero tampoco tampoco aquí hay uniformidad en cuan cuan to a la transferencia. La transferencia ideal es esa «rosa ausente aus ente de todo todo ramo» ramo» de que hablaba hab laba Angelus Silesius. En En efecto, no hay transferencia ideal, y si a alguien se le ocu rriera rrie ra describir alguna, hab ría que empezar a sospechar en él alguna obcecación. Toda transferencia es más o menos impura imp ura y también tamb ién incluye incluye en en su seno seno elementos elementos que des natur na turaliz alizan an su función. función. Sin embargo, embargo, es muy cierto cierto que las modalidades de la transferenc transfe rencia ia dependen de su adecuación adecuación al marco de las estructuras psicopatológicas. Aquí llegamos analizab le que la clínica a esos límites de lo analizable clínica moderna mod erna no de ja de inte in tenn tar ta r definir. Tal com comoo seña se ñala laro ronn los epistemólogos, el límite es un conce concepto pto que permite perm ite describir, describir, a par p artir tir de él, él, lo que está es tá de un lado y de otro otro (o (o, si se se quiere, en un u n ter t errit rito o rio definido definido com comoo su interio inte riorr desde adentro aden tro o su exterior exterio r des de afuera). Pero cuando nos instalamos en su seno, es tam bién lo que qu e perm pe rmite ite ver ver al mismo tiempo de un lado la do y otro de la fronter fro nteraa que ese límite representa repres enta.. Como omo indiqué en otro lugar, lugar, obser observem vemos os de paso paso hast ha staa qué punto está presente prese nte en Freud Fre ud el concepto concepto de límite,2 lím ite,2 en razón de que afecta a las de limitaci limitaciones ones entre entr e las instancias. instan cias. Freud F reud precisa que no de bemos esp es p erar er ar enco en cont ntra rarn rnos os con figuras figu ras simila sim ilares res a las que delimitan a los países en los mapas, sino, al contrario, con zonas-tapón dotadas de un rol transicional. Incluso en los fundamentos mismos de la teoría te oría psicoanalítica psicoanalítica el límite límite está prese pr esente nte en la l a definición definición de la pulsión (conc (concep epto to límite entre ent re lo psíquico y lo somático). somático). Esto equivale e quivale a decir que la decisi decisión ón de optar opta r a favor o en contra c ontra del inic inicio io de una un a cura cur a psic ps icoa oana nalít lític icaa o de d e ind in d icar ic ar u n a psico ps icoter terap apia, ia, es a leat le atoo ria ri a y queda sometida a la apreciación del analista. Además de cualquier consideración consideración de las denominadas deno minadas objetiva objetivas, s, aquí a quí interviene la evaluación del analis an alista ta acerca de las capacida des del paciente para afrontar los riesgos previsibles de la empresa. Sea como como fuere, fuere, y para par a volver volver a la cura cu ra clásica, clásica, es ta quedar qu edaráá marcada, ma rcada, sesión sesión tras sesió sesión, n, por la actualización actualización de los conflictos del paciente. Es muy difícil dar indicaciones detalladas sobre el arte de interp int erp retar ret ar y sobre lo que justifica la interpretación. interpretación. En La folieprivée, Gallimard, 2 A. Green (1976) «Le «Le concept concep t de limite», en La 1990.
épocas épocas pasadas, pasad as, era costumbre afirmar afirm ar que la trans transferenc ferencia ia debía interpretarse sólo si se transformaba en resistencia. Hoy, ese tipo de afirmación puede ser cuestionada. Pienso que la única ú nica indicaci indicación ón válida acerca de la interpretación interpre tación es sentir que llega en el momento óptimo, cuando la configu ración dé los elementos del material es lo suficientemente inteligible y exig exigee la intervención del analista, analis ta, com como si esta per p erm m itie it iera ra reap re apod oder erar arse se,, en un mome mo mento nto significativo signifi cativo,, de elementos hasta ese momento dispersos que además reco bra b rará ránn su curso m ás o menos men os frag fr agm m entar en tario io desp de spué uéss de d e pro pro ducida. Desde luego, no debe esperarse que la interpre tación genere efectos fulgurantes de tipo Eureka. Muchas veces ocurre que incluso no reconociéndosela actúa en for ma subterránea sobre el material, procediendo a una inte gración silenciosa. Es frecuente que se elogien los méritos de la interpreta inter pretación ción m utati ut ativa va (Strachey). (Strachey). Debo Debo confesar que pocas poca s veces tuve tu ve ocasión de obse ob serv rvarl arla. a. Pero Pe ro lo que no se recomienda es bombardear al paciente con interpretaciones cuyo único resultado será solidificar y endurecer sus resis tencias. A p artir ar tir de Winnic Winnicott ott,, parece esencial esencial que la inter int er pretac pre tación ión conserve conserv e su valor valo r transic tran sicion ional, al, como si se la debie debi e ra formular en forma tal que sobrentienda lo que ella mis ma no dice (indexación) con expresiones tales como: «Podría ser que. . . o: Es posible que. .. o bien: Podría Po dría pensar pen sarse se que» que».. Sé que algunos reprocharán a estas fórmulas no dirigir se directamente al inconsciente del analizante. Pero la necesidad que tiene el analis ana lista ta de un compromi compromiso so subjeti subjetivo, vo, sobre todo en las curas difíc difícililes, es, nunca nun ca debe virar vira r a afirm a firma a ciones dogmáticas. Aunque dé la impresión de que el pa ciente la acepta, acep ta, una un a afirmación de ese orden sól sóloo puede fa vorecer la implementación implemen tación de defensas masoqu mas oquistas istas y de un estado de dependencia dependencia a la palab pa labra ra del analista. En el caso caso opuesto, un silencio silencio exc exces esiv ivoo somete al paciente pacien te a un estado de desamparo que, pese a todo, no sería lo peor que le pue de ocurrir. Más grave sería que el paciente «se organizara», respondiendo a ese silencio con una indiferencia narcisística que lo pusiera pu siera fuera fu era del alcance alcance del del analista. Pero repi to: es inaceptable que el analista espere, por parte del pa ciente, ciente, la resp uesta ue sta que el intérpr inté rprete ete quiere oí oír. Esa es la co co lusión transferencial que Winnicott denunció hace ya mu cho cho tiempo. No obstante, obsta nte, el analis ana lista ta sabe que un a nálisis nális is se desenvuelve por largo tiempo progresando, aunque sea pa
so a paso y volvie volviendo ndo repetidas repetid as veces al casillero casillero de partid pa rtida, a, sin que se logren abo rdar rda r los los conf conflic lictos tos más fundam fun damentales entales.. Cuando las etapas del análisis de la transferencia están bien avan av anza zada das, s, se ve des d espp u n tar ta r el momento mome nto en e n que qu e el an ana lista encare la posibilidad del fin del análisis. Si bien esta ocurrenci ocurrenciaa no es ni la más frecuente ni la más má s fáci fácil,l, se tra ta de una un a eventualidad even tualidad que el analista ana lista no pierde pierde de vista. vista. En todo todoss los demás casos, casos, deberá deb erá pregunta preg untarse: rse: si duran du rante te el desarrollo desarrollo del del análisis no se le habr ha bráá esca pado algo que qu e ha h a y a estad es tadoo p rese re sent ntee desde desd e la indicación indic ación misma; 2. si no habr ha bría ía sido sido preferible introduc intro ducir ir algun alg unaa variación y, en ese caso, caso, de qué qu é índole y por cuánto cuá nto tiempo; 3. si no habr ha bría ía sido sido mejor plante pla ntear ar de entrada entrad a una un a psicot psicote e rapia. E n algunos casos casos,, el analista an alista propone la prosecu ción ción y el fin fin del tratam trata m iento ien to frente a frente. Si una un a vez terminado el análisis análisis el analizante vuelve porque por que reap re apar arec ecie iero ronn algun alg unos os de sus su s antig an tiguo uoss sínt sí ntom omas as o debid debidoo a la aparición de otros nuevos, nuevos, el anali an alista sta deberá debe rá de cidir: a) si convi conviene ene aceptar su demanda dem anda y proseguir el tra bajo o si es mejor der d eriv ivar ar al a l pacie pa cient ntee a otro anal an alis ista; ta; 6) si co co rresponde seguir según el modo anterior (nuevo tramo de análisis) análisis) o si convendría convendría p asar as ar a otra o tra modalidad modalidad terap éuti éu ti ca (frente a frente con él o con otro analista, u otra terapia de tipo psicoanálisis de grupo o psicodrama). El espacio analítico es ante todo un espacio de libertad. jQué bueno!, p ensa en sará ránn algunos. algu nos. Sí, cuando cuan do se consid con sidera era el hecho hecho desde afuera afu era y con relación relación al eventu e ventual al benefi benefici cioo re r e sultante. Pero, en realidad, realidad, una u na libertad liber tad de este tipo tipo angus ang us tia al analizante, que empieza a tener más miedo cuanto menos seguro está de su estabilidad estructural. Cuanto más descifrable es la neurosis en términos de configur configuración ación edípi edípica, ca, mayor es la libertad y más má s enriquecedora la apu es ta del análisis, análisis , lo lo cual abre campo a una un a creatividad creativida d psíqui ca de notables efect efectos. os. En cambi cambio, o, cuanto más m ás se aleja el su su jeto de la configura con figuración ción edípica par pa r a acercar acer carse se a est e stru ruct ctuu ras ra s prege pre genit nitale ales, s, a est e stru ruct ctuu ras ra s límite lím ite u organizacion organ izaciones es narcisí narc isíssticas —a grandes rasgos, estructuras no neuróticas— ma yor es el peligro de regresión y más difícil vencer el control defensivo. Esto, porque la amenaza no es ya sólo la regre
sión dinámica de la sexualidad, sino más bien un a desorga nización del yo por regresión. Cuando se abordan franca mente los confines de la psicosis, la regresión puede cobrar aspectos aspectos inquietantes, inquietantes , y a menudo más para pa ra el paciente que que pa p a r a el ana a nalis lista. ta. Es frecu fr ecuen ente te que el aná a nális lisis is choque contra contr a u na roca debido debido a que el el analiza ana lizante nte no puede confiar en que el analista m antenga un holding de de la situación analítica que le permita afrontar una regresión que anteriormente no pudo llegar hasta el final (Winnicott: temor al derrum be).3 E n mom m omento entoss tan ta n difíciles es cuando cuan do surge sur ge el problem pro blemaa de adoptar o no alguna variación más o menos temporaria (pasaje del diván al sillón, aumento del número y la dura ción ción de las sesiones). Con respecto respec to a las la s variaciones, variac iones, concor concor damos dam os con Bouvet, C. C. Pa P a r a t y Winnicott: Winnicott: el objetivo objetivo es favo favo recer la expansión, expansión, la interpretación interpretació n y la liquidación liquidación (a tér mino) de la neurosis ele transferencia. Al igual que Winni cott, cott, consideramos que la variación debe esta es tarr en correspon dencia con el nivel de regresión. Adelantán Adela ntándos dosee a su s u tiempo, tiempo, ya en 1954 1954 Winnicott Winnicott se hab h abía ía ocupado ocupado de este fenómeno.4 fenómeno.4 En lo que a mí concierne, cuando considero necesario proced pro ceder er a un u n a varia v ariació ciónn en el intent inte ntoo de sal s alir ir del d el atoll a tollade ade ro, ro, no es seguram ente con con la perspectiva perspectiva de orientar orien tar la rela ción ción hacia una un a indicación psicoterápica. psicoterápica. Por lo tanto, no se se trata ni de proponer la adopción de medidas tendientes a lograr log rar un u n reasegu re aseguro ro positivo positivo o un apoy apoyo, o, ni tampoco tampoco de pro pu p u g n ar salid sa lidas as de la n eutr eu tral alid idad ad que le den de n al pacie pa ciente nte la sensación sens ación de ser se r querido querid o o aceptado. Todas Todas estas medidas med idas se just ju stifi ifica cann en la ten te n tati ta tivv a de impl im plem emen entar tar algo que contrib con tribu u ya a destr de strab abar ar un u n proceso proceso bloque bloqueado. ado. Y no porque tenga ten ga en ráenos ese tipo de actitud, sino porque no creo que la «bon dad» (Ñachi) del analista baste para superar realmente la prueba pru eba-- En E n cambio, un u n a atenc at ención ión sosten sos tenida ida,, el inter int erés és por p or el el paci pa cien ente te,, el cuida cu idado do por po r s o sten st enee rse rs e con firm fi rmez ezaa a n te las prue pr ueba bas, s, la actit ac tituu d in i n terp te rpre reta tatitivv a m atiza at izada da y, por po r sobre to do, la disponibilidad disponibilidad sin fallas por parte pa rte del analista ana lista,, me pa recen los factores más propicios para que el analizante se La crainte de l’effo ffondrernent et autres situations 3 D. W. Winnicott, La cliniques, traducción de J. Kalmano K almanovitch vitch y M. M. Gribinski, Gallimard, Gallima rd, 2000. 4 D. W. W. Winnicott, «Les aspee ts métapsych m étapsychologiques ologiques et cliniques cliniqu es de la réré De¿apédiatrie á lapsycha gression au sein s ein de la situation analytique», analytique», en D nalyse, París: Payot, 1969.
contenido, incluso durante una regresión difícil de sopor oportar. tar. Debe tener te nerse se siempre en cuen cu enta ta que, debid debidoo a las angustias y los peligros que presiente, el paciente busca provoca provocar, r, a trav tr avés és de un u n pas p asaj ajee al acto a cto irrevocable, irrevoca ble, la l a mu m u e r te del proceso, ya sea como consecuencia de sus propias actuaciones (por ejemplo, mediante intervenciones exter nas de su famili familia), a), o logrando logrando una un a respu re spuesta esta contratransfeco ntratransferencial violenta de parte del analista. Seamos honestos: es ta última eventualidad no siempre es evitable, porque es importante reconocer que, por muy analizado que esté, el analista no deja de ten er u na capacidad de de tolerancia limi limi tada. En este último caso, lo importante es que pueda reco noce nocerr ante el paciente pacien te habe ha berr tocado tocado ese límite y no no sentirs se ntirsee ya capaz capaz de llevar a cabo cabo el trabajo analítico. analítico. En E n esa e sa forma, en vez vez de que el divorc divorcio io tenga teng a un u n solo solo responsab respo nsable, le, la culpa estará compartida. Todo analista sabe que, sin excluir una empatia que de por sí no es suficiente, suficiente, la actitud actitu d a pres p reserv ervar ar e s la impavidez (Bouvet). De todas maneras, repitámoslo por si es necesari nece sario: o: impavid imp avidez ez no quier qu ieree decir d ecir indiferen indi ferencia, cia, que que sí sería la peor peo r de las culpas. Impavidez signifi significa ca que el analista confía en su s u método lo suficiente suficiente com comoo para par a arro a rros s trar tempestades arremetiendo contra mares embraveci dos, huracanes y corrientes peligrosas. En situaciones así hay que cont c ontar ar con las cualidades cualidad es del método (Donnet) (Donnet) pero también con las del piloto piloto.. Es en vano preten pret ende derr en todo todo mo mento lograr el control: lo importante es que la nave no vuelque y zozobre. zozobre. Ahora nos falta considerar cons iderar el caso en que la indicación de de análisis prevé desde el primer momento una tolerancia al encuad encuadre re tan limitada limitad a que el el margen de maniobra man iobra del ana ana lista se ve notablem not ablemente ente reducido. Porque de m aner an eraa cróni ca el paciente soporta mal ma l el tratam trata m iento ien to con aplic aplicación ación del del método. Y sobre todo porque, de entre todas las exigencias de este, soporta sopo rta mal m al la conjunci conjunción ón de la invisibilidad y el si lencio del analista, que condena al sujeto a un estado que podría defin de finirs irsee como como la revivis rev iviscenc cencia ia en la l a edad e dad a d u lta lt a del desamparo desamparo infantil infan til (Hilflosigke.it). En tales circunstancias, el analista analis ta debe debe renun ren unciar ciar a dejar deja r que el paciente paciente viva viva expe riencias que terminarían mostrándose más esterilizantes que fecundas y a través de las cuales el análisis se volve ría crónicamente crónicamente traumático. En caso casoss así adquiere todo su senti sentido do eso eso que Nacht Nach t y Viderman llamaron acertadam acertad amente ente
la «presenci «presencia» a» del analista. analista . En E n lugar lug ar de favorecer favorecer un estado estado de ausencia supuestamente encaminado a que aparezca el deseo, ese mismo estado, cuya variante describimos con el desertificación ión p síquica,5 síquic a,5 lleva nombre de desertificac lleva al al analista ana lista a ha cer u n a apuesta. a puesta. Porque en ese momento momento se plantea plan tea el pro pro blem bl emaa de jug ju g arse ar se el todo por po r el todo en pos del m ante an teni nim m ien ie n to de la situación analítica ana lítica o de su abandono por p or otra. Y co mo no no hay receta re ceta que m arque el cam camin ino, o, el analista ana lista deberá deberá tomar partido y elegir en cada caso la solución que le pa rezca mejor. Es decir: decir: o cambiar cam biar de encu e ncuadre adre o acondicionar el que existe. Ahora bien, ¿en qué consiste el acondiciona miento? Algunos Algunos dirán dir án que se las arreglan arreg lan cambiando de lu gar el sill sillón ón para pa ra que, que, sin tener ten er que darse vuelta, el paciente paciente se asegure aseg ure de la presencia prese ncia del anali an alista sta con con sól sóloo m irar ira r de co cos tado, de modo que, si necesita verlo, esta percepción esté a su alcance. Pero no siempre es necesario cambiar el sillón de lugar. En otros casos, el analista deberá dejar que el silencio se instale en forma demasiado angustiosa. In tervendrá entonces puntuando las palabras del analizante, haciéndoles eco y, si fuera necesario, comentándolas y con firiéndoles el hipotético sentido preconsciente que es plau sible otorgarles. En esas condiciones, las interpretaciones del inconsciente, se refieran a las relaciones de objeto del pacie pa cient ntee o a la l a tran tr ansf sfer eren enci cia, a, debe de berá ránn des d estil tilar arse se con la ma m a yor prudencia, en forma progresiva y siempre de modo tal que nunca adquieran visos autoritarios. Muchas veces las interpretaciones cobrarán forma de comentarios y el ana lista tra tr a tará ta rá de darles darles esa dimensi dimensión ón transicional transicional que el el pa ciente es incapaz de brindar brin darles, les, renuncian renu nciando do así as í al rol rol de in térp rete que machaca verdades intangibles intangibles a m anera de oráculo. Al contrario, el analista presentará su interpre tación como una propuesta que puede ser puesta en duda. Además, ante interpretaciones que puedan llegar a provo car el vivo vivo rechazo rechazo del paciente, siempre es bueno recordar que esa es la manera de ver las cosas que tiene el analista, que puede ser errónea y que nada lo obliga a aceptarla. Al gunos guno s incluso añade añ aden: n: «Tal «Tal vez esto le parezca pare zca más m ás claro de aquí aqu í a un tiemp tiempo» o».. 110
5 A. Green, Green, «Le «Le syndrome de désertificatio déser tificationn psychique», en Fran?ois Ri al., Le travail dupsychanalyste psychanalyste enpsychothérap psychothérapie, ie, Dunod, 2002. chard et al.,
2. De las psicoterapias Las observaciones anteriores prepararon el terreno para que abordemos las psicoterapias. La indicación de psicote rapia es resultado de una apreciación del analista ¡según i a cual el paciente no podrá soportar las dificultades del en cuadre, por lo que es preferible considerar desde un primer momento otra situación de trabajo, sin perjuicio de que más adelante se llegue o no a instalar un encuadre clásico. Pero ésto, sólo después de un período suficiente de experiencia. Ya en otro lugar6 describimos las particularidades y hasta la metapsicología, podríamos decir, que subyace en la rela ción psicoterápica frente a frente. Sin embargo, en momen tos de tensión nos damos cuenta de hasta qué punto es en gañosa esa percepción del terapeuta, es decir que en tales ocasiones el paciente proyecta masivamente sus emociones en el analista. Aquí nos apoyamos en la visibilidad de este, y sobre todo en expresiones de su rostro que reflejen apro bación o reprobación, satisfacción o irritación, etc. También mostré que en estos pacientes lo inconsciente se relacio naba con una experiencia prim aria de satisfacción, sino que llevaba la marca de una experiencia interna de terror, lo que explicaba la necesidad de una percepción que contrainvjj&tiera el estímulo recibido. Vemos entonces que está faltando aquello que normal mente asegura la función del sueño, es decir, el rol de una mirada interna sobre los procesos psíquicos cuya existencia estraducida por el proceso onírico. Digámoslo ya mismo: no hay manera de contradecir esas proyecciones ni de corregir esas percepciones erróneas. Si bien para el desarrollo de un proceso terapéutico es indispensable la percepción del ana lista, eso no quiere decir que tal percepción asegure el acce so a lo real. Se entiende que desempeña aquí el rol que la re presentación no puede tener en el análisis. En otros térm i cos: más fácil resulta cuestionar una representación que forzosamente es subjetiva, pero no puede hacerse lo mismo eon una percepción que supuestamente recibe lo real. Lo único esperable es que, a la larga, el paciente se pregunte 110
®V éas e A. Green, «Mythes et réalités sur le processus p sy eh an aly t. iq u e.
De YAbrégé de psychanalyse á la clinique eontemporaine», art. 2, Revue fyangaise de Psychosomatique, 20, 2001.
acerca de lo que percibe. En «L’analité primaire»7 describí esos comportamientos masivamente proyectivos sobre un objeto persecutorio en el centro de un conflicto anal y narcisístico. Es impresionante ver cómo invade al paciente el impulso destructivo, llevándolo a pisotear y hacer añicos al objeto analista. Desde luego, el pretexto es la indiferen cia de este ante su sufrimiento, el goce que le provoca verlo angustiado, la incapacidad de ayudarlo, la malevolencia, la hostilidad, etc. Lo que estos pacientes reclaman al analista es, sobre todo, que actúe. Para ellos es tan claro como el agua que las palabras son impotentes para remediar el es tado que padecen y que el analista tendría que resolverse (oh, manes de Ferenczi) a salir de su reserva y abrazarlos, consolarlos, acariciarlos, mimarlos, etc., todo eso sin la me nor intención subterránea de una relación sexual, que sólo sería un fantasma del analista del cual el paciente ni si quiera puede plantear la hipótesis, y menos aún aceptar la interpretación. De hecho, dado que en todas estas situacio nes domina la percepción, detrás de una proyección que muchas veces puede alcanzar caracteres casi alucínatenos vemos instalarse la alucinación negativa. Alucinación ne gativa de lo que es percibido en el analista y que queda recu bierto por las proyecciones, en calidad de alucinación nega tiva, de las propias emociones, afectos y hasta pensamien tos del paciente. De manera general, con frecuencia las psicoterapias es tán marcadas por la compulsión a la repetición; se asiste en ellas a un verdadero trabajo de Penélope que supera incluso el que aparece a veces en el análisis, donde cada intervalo entre las sesiones se usa para deshacer todo lo que pudo te jerse a duras penas en el transcurso de estas. Y es necesa rio que el analista se resigne, ya que tendrá que sufrir, so portar, sobrevivir a la destructividad del paciente y seguir trabajando con él, es decir, seguir pensando. Fue Winnicott quien mejor esclareció esta situación en su artículo sobre la utilización del objeto.8 Es obvio que en esos casos la transfe rencia se presenta en forma difícilmente interpretable e in cluso soportable, y que su carácter masivo lleva a ignorar el 7 A. Green, «L’analité primaire dans la relation anale», ibid. 8 D. W. Winnicott, «L’utilisation de l’objet et le mode de relation á l’objet au travers des identifications», en Jeu et réalité , Gallimard, 1971.
valor de repetición que impregna sus manifestaciones; o, por el contrario, puede quedar sistemáticamente oculta por gue el paciente es requerido en forma total por las situacio nes extremas de las que habla y donde sigue viviendo esce nas con personajes importantes de la infancia que la evolu ción no supo relegar al lugar que les cabe, que es el de los dramas del pasado. Así, la familia, pero por sobre todo la madre, ocupa siempre un lugar destacado en los tormentos y las desventuras del sujeto. Y no se tra ta tanto de reconocer la objetividad de las quejas que expresa como de observar de qué manera siguen acaparándole la mente hasta impedir le tener satisfacciones en el presente. En esos casos parece que la sensación de no haber sido amado por la madre como él habría deseado es una herida que nunca cicatriza y está siempre pronta para reabrirse ante el menor acontecimien to que lo retrotraiga a la situación de la infancia. No hace falta decir que el Edipo es borroso, mal estructurado, difícil mente identificable y está ampliamente infiltrado por fija ciones pregenitales. ; Cuando no son propuestas para la rápida resolución de algún conflicto poco organizado y no muy alejado de lo cons ciente, y pueden evitar la instauración de un proceso analí tico y sus exigencias, es decir, cuando no se deben ni a con diciones materiales que hagan impracticable el anáfisis ni tampoco a conflictos fácilmente superables, las psicotera pias son una empresa de largo aliento, mucho más largo en promedio qué el psicoanálisis. Las psicoterapias soportan interminables períodos de estancamiento, de resistencia y de incesantes retornos a comportamientos inasoquistas de sorganizadores que, por así decir, casi no permiten el in sight. Por lo tanto, la pregunta es si así y todo valen la pena. Mi respuesta es un rotundo sí. Porque, cuando se dan prue bas de paciencia, tolerancia, tenacidad, confianza en el mé todo, y además se está animado de un real interés por los pacientes, term inan por producirse modificaciones que de muestran que «algo» se integró de esa relación psicoanalíti ca. El sujeto empieza a entender que, cualesquiera hayan sido los factores externos que pesaron en su destino (carác ter y estructura de los padres, circunstancias históricas ge nerales o personales, entorno más o menos desfavorable), de lo que en definitiva se trata es del sujeto, y no sólo del pa pel que pudo haber tenido en la organización de su propia
desdicha, sino que todo eso que vivió como llegado de afuera debió haber sido remodelado en su interior por él mismo y por tal motivo le pertenece por lógica a él y sólo a él. Esta es sin duda la cosa más difícil de adm itir cuando algunos suje tos fueron verdaderamente víctimas de circunstancias o vi cisitudes provenientes de su entorno. Al fin de cuentas, des pués de un largo trabajo analítico, el sujeto acepta a la vez el hecho de que los objetos que lo rodearon hicieron lo que pudieron, dado que ellos mismos fueron víctimas de sus pro pios conflictos, y, además, que, como ya dije en otro lugar, «todo lo que está en m í forma parte de mí. Tbdo lo que fue puesto en m í fue reapropiado por mí. Todo lo que está en mí, al fi n de cuentas, es mío. Mío, es decir, posesión de mi yo y no injerto o parásito de algún organismo ajeno a mí».
3. Apreciación de los resultados Cuando las experiencias psicoanalíticas, con variaciones o sin ellas, o las psicoterápicas pueden llevarse a cabo de co mún acuerdo entre paciente y analista, los resultados com parados con los de otras técnicas deben ser examinados con matices. Desde ya digamos que, en las curas con fuerte po tencialidad regresiva, una vez que la situación se ha insta lado y que la transferencia se estableció en una forma sufi cientemente confiable, sean cuales fueren las vicisitudes circunstanciales que esta transferencia pueda atravesar, el paciente se acomoda a la situación terapéutica y muchas ve ces hasta puede aprovecharla, dada la novedad que es para él el hecho de ser escuchado, entendido, no desaprobado (pero tampoco aprobado) y ayudado en la comprensión de lo que le sucede. Así las cosas, al cabo de algún tiempo nos da mos cuenta de que su miedo a progresar se relaciona con el temor de que su progreso sea sancionado con el abandono por parte del analista, quien podría querer desentenderse de él alegando esa misma mejoría para invitarlo a volar con sus propias alas. De ese modo, el paciente navega entre dos escollos. Por un lado, teme ser abandonado cuando siente que el analista no lo ama porque no progresa, y por el otro, teme que el analista considere que sus progresos lo vuel ven apto para arreglárselas sin él. Por eso mantiene algu
nos síntomas que justifiquen la continuación del tratamien to, así como el interés y la esmerada atención del analista. £sa es la trampa que este último debe interesarse en desba ratar, diciéndole al paciente que no necesita seguir estando enfermo para tener el permiso de continuar su psicoterapia y así conocer mejor sus conflictos. Porque, en efecto, aun en eí seno de la normalidad son variadas las razones para ins trumentar bloqueos y encontrar limitaciones, inhibiciones y conflictos residuales que requieren ser analizados. Vemos entonces que el estado de enfermedad no es en absoluto una justificación suficiente para un analista, cuyo juicio se ex tiende más allá de sus fronteras hasta llegar al seno de la «normalidad». Sin embargo, lo que incrementó la tendencia a las psico terapias e incitó a extender estas indicaciones es no sólo que parecen menos constrictivas que el encuadre psicoana lítico, sino también que, a la larga, terminó por plantearse una relación entre las exigencias del encuadre y la calidad de los resultados que ofrece el psicoanálisis. Ya hemos visto de qué manera el movimiento intersubjetivista norteameri cano dio para esta situación una respuesta que no nos satis face casi nada. Pero finalmente se produjo un cambio, las lenguas se aflojaron y los analistas se expresaron sobre la forma en que apreciaban sus propios resultados. Siempre pensé que la evaluación de los resultados del análisis no podía fundarse en un estudio presuntamente ob jetivo con parámetros que pudiesen sesgar las conclusio nes. En cambio, creo también que un relev amiento permiti ría reunir las opiniones de los propios psicoanalistas, quie nes podrían brindar en forma anónima valiosas indicacio nes sobre los resultados obtenidos. Subrayé asimismo que una importante proporción de psicoterapias estaba consti tuida por fracasos o logros parciales de tratamientos psicoanalíticos. Hoy considero urgente que los psicoanalistas se expresen sobre sus resultados, puestos en conexión con fac tores como, por ejemplo: carácter excluyente o parcial de la práctica psicoanalítica del terapeuta, antigüedad del ana lista en la profesión, estructura del paciente, etc. Ya no sería posible fiarse del mero carácter de tolerancia o intolerancia del paciente al encuadre analítico señalado a posteriori, es decir, después de que el intento de llevarlo a la práctica hu biese fracasado. Desde luego, este problema es hoy discuti
do en todas las asociaciones psicoanalíticas, pero no según criterios comunes. Para resolverlo, hace falta una reflexión incesante que no se hará con grillas o patrones de lectura, sino mediante un esfuerzo de armonización autocrítico de los modos de pensamiento psicoanalítico. La situación fue lo suficientemente preocupante en la IPA como para que el anterior presidente en ejercicio, Otto Kernberg, propusiera no sólo una profunda reflexión acerca de las relaciones entre psicoanálisis, psicoterapia psicoana lítica y psicoterapia de apoyo,9 sino además la creación de una comisión encargada de examinar el tema en detalle. De esas primeras investigaciones surgieron observaciones dig nas del mayor interés. Entre ellas figura el hecho de que du rante mucho tiempo los analistas respetaron una suerte de conspiración de silencio (término que no debe considerarse demasiado fuerte dado el precio que seguimos pagando has ta hoy) sobre los resultados de un psicoanálisis cuya idea lización se subraya retrospectivamente. En realidad, algu nos autores se habían pronunciado abiertamente. Pienso que Winnicott asumió valerosamente ese rol unos cincuenta años atrás, cuando denunció colusiones transferenciales y alertó acerca de sobreseimientos analíticos que permitían llevar determinadas experiencias hasta el punto en que analista y analizante decidían separarse en medio de una insatisfacción m utua explícita o tácita, las más de las veces. Conocemos la extendida práctica de tramos de análisis que tiene lugar cuando un analizante considera no haber llegado al final de sus posibilidades y decide recomenzar con el mismo analista o con otro. Lo que no se conoce es la pro porción de pacientes que recurre a tramos de análisis con el mismo analista o con otro y cuál es el resultado definitivo. En mi práctica, siempre me llamó mucho la atención que acudieran a mí en busca de ayuda analítica analistas que se consideraban necesitados todavía de trabajar con un colega y me proponían venir a verme por períodos variables y a la vez muy laxos, pero al mismo tiempo se negaban a cual quier sugerencia de emprender un tramo de análisis conmi go o con otro profesional. En muchos de estos casos, me pa9 O. Kernberg, «Psychanalyse, psychothérapie psychanalytique et psy chothérapie de soutien: controverses contemporaines», Revue Frangaise de Psychanalyse, número extraordinario: «Courants de la psychanalyse contemporaine», bajo la dirección de A. Green, 2001, págs. 15-36.
recio estar frente a una disociación entre el analista y el análisis, debido a que, si bien el analista había dejado muy buen recuerdo de sí, por lo general el analizante había vivi do mal la experiencia y consideraba que había resultado de poca ayuda. Como es de prever, se trata de una situación en cierta forma sorprendente. Sería deseable que llegáramos a una armonización entre los sentimientos respecto del objeto de la transferencia y el análisis de esta. Por decirlo en otros términos: a u na evaluación coherente del análisis según el encuadre analítico clásico o modificado. Expuesto así mi razonamiento, se habrá comprendido que me he visto llevado a defender la necesidad de formar a los analistas en la psicoterapia psicoanalítica, pues cons tituye, a mi juicio, un modo de extender el campo del psico análisis. No hace falta precisar que la idea es formar a los analistas, y sólo a ellos, en una psicoterapia lo más cercana posible al análisis y cuyas metas no difieran mucho de este: sólo cambiarán los medios puestos en práctica. De no ser así, el psicoanálisis deberá enfrentar dos peligros. El prime ro es el de ver encogerse las demandas de análisis como una piel de zapa, debido tanto a las exigencias que implica como a la restricción de las indicaciones en las que caben razona bles expectativas de éxito. El otro peligro sería dejar el cam po de las psicoterapias en manos de no analistas, que ejerce rán su actividad siguiendo principios no analíticos pero que quizás ofrezcan condiciones más atractivas para los pacien tes, y ello pese a que tales condiciones puedan poner en ries go los resultados. Por fin, última posibilidad, los psicoana listas mismos aceptarían asumir estos tratamientos psicoterápicos sin haberse formado de un modo riguroso en su ejercicio; dividirían entonces su actividad entre el oro puro del análisis y el más vil de los metales (más vil todavía que el cobre o el plomo), autorizándose a hacer prácticamen te cualquier cosa con el pretexto de que el rigor no está a la orden del día y de que, en todo caso, con pacientes como esos.. . Hubo un tiempo en que se consideraba —fue Lacan quien lo dijo— que en psicoterapia «todas las jugadas están permitidas». No creo que esto sea cierto en el presente, y en cambio compruebo que todas las jugadas están permitidas para los lacanianos, incluso cuando practican el psicoanáli sis (sesiones cortas, manipulación de la transferencia, vio lencia hacia los pacientes, chantaje, intimidación, etc.).
Todo esto, a despecho de grandes declaraciones que no se privan ni del disimulo para dejar su práctica a salvo. ¿Se trata de un resto cínico de la moral revolucionaria, dispen sada de rendir cuentas a la moral burguesa? ¿Reivindica la práctica lacaniana una moral revolucionaria? No cabe duda de que nuestros ex maoístas no tardarán en darnos una res puesta dialécticamente montada.10
10 Me explayé sobre este punto en dos artículos aparecidos en Revue FrangaisedePsychosomatique (2001): «Mythes et réalités sur le processus psychanalytique». En el fondo, lo que allí sostengo es que toda la situación actual se remonta a mucho más atrás de lo que se piensa, es decir, al perío do que va de 1920 a 1923, cuando Freud decide cambiar el modelo de la pri mera tópica por el de la segunda. Quiere decir que las claves del problema pueden encontrarse sólo en el nivel teórico-práctico.
Segunda parte. Teoría
1. Los cortes epistemológicos de Freud
Para tener una idea exacta de la teoría freudiana es in dispensable reconocer varios cortes epistemológicos en su recorrido, por usar una expresión hoy consagrada. En ge neral, incluso tratándose de una historia que conocen bas tante bien, los psicoanalistas se conforman con destacar los hechos sin sentir la necesidad de justificar los argumentos que impulsaron a Freud a modificar su opinión. Describire mos las principales etapas de ese trayecto acentuando en especial una decisiva y famosa mutación conocida como «el giro de 1920». Es necesario mostrar en qué forma se preparó y en qué forma juega ese giro como piedra angular esencial para la comprensión del pensamiento freudiano una vez culminado. Agrandes rasgos, puede decirse que el recorrido de Freud constituye por sí mismo un resumen del recorrido total del psicoanálisis: Como es sabido, en un principio Freud intentó aplicar el método hipnocatártico, cuyas justificaciones son amplia mente conocidas: papel del traumatismo, yugulación de los afectos, levantamiento del obstáculo a través de la suges tión hipnótica y liquidación del trau m a a través de la ca tarsis. A esta fase introductoria de duración relativam ente breve le sigue, en 1897, el abandono de la teoría de la seduc ción. Tal como lo hemos venido recordando, las posiciones de Freud en cuanto a la seducción no siempre son muy cla ras. Hasta el final seguirá refiriéndose al traumatismo, que renacerá, en una forma modificada, enriquecido con nuevos trazos en la pluma de Ferenczi. Por las razones que sea, si la teoría del fantasma suplanta a la anterior es a causa de su valor general. Esto quiere decir que, si bien no todos los pa cientes fueron seducidos por un familiar o un adulto per verso, todos, hayan conocido o no una real experiencia de se ducción, armaron una organización fantasmática conscien te e inconsciente cuya presencia se advierte en la totalidad
de ellos. Si el analista no puede ponerla en evidencia es por que está frente a una represión de excepcional poderío, in cluso de una forclusión, lo cual no es un argumento a favor de la normalidad. Más tarde, la teoría fantasmática desem bocó en la primera tópica. Muchos analistas conocedores de la obra freudiana no tendrán dificultad en admitir que su obra principal —y es sobre todo en este caso cuando se ha bla de corte epistemológico— es La interpretación de los sue ños. En efecto, en ella se asiste al verdadero nacimiento del pensamiento psicoanalítico propiamente dicho y al de la pri mera tópica. Con todo rigor son definidas las tres instancias del aparato psíquico: consciente, preconsciente, inconscien te. Durante más de veinte años esta teoría sirvió de referen cia para la comprensión del psiquismo normal y patológico. La prueba está en que cuando Freud decide abandonarla y proponer la segunda tópica, muchos psicoanalistas siguie ron refiriéndose a la primera, dado que a criterio de ellos no cabía considerarla obsoleta. Si bien algunos, entre ellos yo mismo, estimamos que la segunda tópica representa un progreso decisivo con relación a la anterior, muchos otros consideran que deben conservarse las dos y utilizar una u otra de acuerdo con las circunstancias. Aun reconociendo la utilidad de la primera tópica, nos interesa sobre todo de mostrar los puntos en que esta segunda concepción del apa rato psíquico se acomoda mejor a la evolución de la clínica. Desde luego, en la primera tópica debe señalarse la dife rencia entre preconsciente e inconsciente, diferencia que para Freud responde a que el preconsciente es esa parte del inconsciente que puede hacerse consciente, lo cual le está vedado al inconsciente. El inconsciente se manifiesta a través de sus activaciones temporarias, productoras de for maciones que, una vez analizadas, revelan la existencia de este o bien permiten deducir sus características (lapsus, ac tos fallidos, olvidos, sueños, fantasmas, síntomas, transfe rencia, etc.). Pero, para evitar cualquier malentendido, y tal como lo revela un examen riguroso de los escritos freudianos, repitamos que el inconsciente sólo puede ser deducido e hipotetizado pero nunca revelado por la observación. Más aún, del inconsciente sólo puede hablarse aprés-coup. Es de cir: cuando pueda pensarse, a posteriori, que algún fenóme no se explica por una activación del inconsciente. En cam bio, el preconsciente representa la parte del inconsciente ve-
ciña a la conciencia, capaz de atravesar la barrera de la re presión y presentarse en lo consciente según formas más o menos disfrazadas. De ahí la afirmación de que el precons ciente forma parte del sistema Cs-Pcs, mientras que el Ies constituye un dominio aparte. Aquí se enfrentan dos concepciones que dividen a los psi coanalistas. Para los franceses, la separación entre preconsciente e inconsciente no admite discusión. Hay un verdade ro corte, un cambio de régimen que separa dos instancias que difieren en muchas de sus características. En cambio, para los norteamericanos (Wallerstein), ta n radical escisión debe reemplazarse por la idea de un continuum que, sin hiato alguno, va de la conciencia al inconsciente. Para noso tros, este último punto de vista, que supone etapas g radua les hacia el inconsciente, presenta el inconveniente de disol ver la originalidad de la teoría freudiana y sería mucho más apropiado para caracterizar las relaciones entre consciente y preconsciente, por lo cual hemos impugnado la idea de continuum} Pasemos ahora a otra teorización que procede a una unificación abusiva, fundada en diferentes bases teó ricas. Cuando se considera el preconsciente, se observa que Freud estaba listo para reconocer su naturaleza intrínse camente contradictoria. Escribe en el Esquema : «El interior del yo, que abarca sobre todo los procesos cognitivos, tiene la / cualidad de lo preconsciente. E sta cualidad es característica > del yo, le corresponde sólo a él. Sin embargo, no sería correc to hacer de la conexión con los restos xnnémicos del lenguaje vla condición del estado preconsciente; antes bien, este es in dependiente de aquella, aunque la presencia de esa cone xión permite inferir con certeza la naturaleza preconsciente del proceso».2 Como se ve, estas líneas contradicen la idea anticipada por Lacan según la cual el inconsciente estaría estructurado como un lenguaje, y, más aún, que sea len guaje. En suma, la inclusión en el sistema de la palabra no es condición del estado preconsciente, que se define de otra manera aunque pueda identificarse como preconsciente el proceso condicionado por la palabra. Lo que Freud trata de 1A. Green y R. Wallerstein, en Clinical and Observational Psychoanalytical Research, «Monograph Series of the Psychoanalysis Unit University College London and The Anna Freud Center Monograph», n° 5. 2 S. Freud (1938) Abrégé depsychanalyse, PUF, 1950, pág. 25.