[Publicado en Debates Debates y combates, nº 8, año 5, 2015]
La hegemonía y el el movimiento. Apuntes Apuntes para un debate
Eduardo Maura y Germán Cano 0. Introducción
Las transformaciones políticas efectivas también suponen una transformación de los modos de entender y de hacer política. En España, la singularidad de su reciente escenario tiene que ver con la adopción de una política en clave hegemónico-popular a partir de la confluencia de sectores de los movimientos sociales (sin resortes institucionales de actuación) y clases medias “desplazadas “ desplazadas de su lugar” (descontentas, pero no organizadas políticamente). Este “nuevo” modo de hacer política no encaja en las formas de hacer de la política institucional profesionalizada, pero tampoco en las de los movimientos sociales, con los cuales mantiene algunos puntos en común, pero también diferencias. En este texto pretendemos dar cuenta de la irrupción de Podemos desde un determinado sesgo: el de los puntos de conexión y las diferencias con las herramientas políticas utilizadas por los movimientos sociales más recientes en el ámbito español. 1. Crisis de régimen
No es difícil encontrar indicadores socioeconómicos elocuentes sobre la situación padecida actualmente por los países del sur de Europa. Por ejemplo, España tiene una tasa de más del 55% de desempleo juvenil. Un estudio reciente señala que más de 700.000 españoles han dejado el país por motivos económicos, con incrementos dramáticos de la tasa de exilio económico entre personas de entre 35 y 44 años [1], un dato que anuncia periodos de ausencia, según señala el informe, mucho más prolongados. En este sentido, no son pocas las voces que hablan de una "generación perdida". A pesar de su formación y su gran aptitud profesional para afrontar los retos presentes, esta generación se halla en la encrucijada de un país económicamente potente (cuarta economía del euro), pero cuyo modelo
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económico, crecientemente desigual, precario e ineficiente, se muestra incapaz de ofrecer alternativas de futuro a sus fuerzas más vivas. Por otro lado, las políticas de austeridad aplicadas en España España han sido igualmente torpes torpes a la hora de identificar y afrontar los problemas del sur, tanto estructurales como coyunturales, provocando incrementos brutales de la deuda pública y privada, así como agravando la situación, en ocasiones cercana a la exclusión social, de unas clases medias cada vez más desorientadas. El pinchazo de la "burbuja inmobiliaria" no solo ha puesto en España al desnudo el frágil esqueleto de un modelo económico muy coyuntural y ciertamente poco responsable en términos sostenibles, sino que ha terminado desinflando las expectativas que estas clases medias habían depositado en su futuro próximo. Si en las décadas anteriores se había impuesto el tránsito organizado de la "sociedad de proletarios" a "la sociedad de propietarios", en los últimos tiempos hemos asistido en España al desplazamiento acelerado de la "sociedad de propietarios" a una "sociedad de precarios". En este peculiar orden caótico de desempleo, corrupción y austeridad, las élites económicas y políticas españolas no han dejado de ganar posiciones económicas y de imponer su discurso de repliegue de los derechos sociales. Es elocuente que, en 2015, la tasa de pobreza relativa en España sea del 20,4%, [2] mientras que, al mismo tiempo, el porcentaje de nuevos millonarios se haya incrementado del 24% con respecto al año anterior. [3] En torno a este malestar ciudadano, que afecta por igual a estudiantes, trabajadores por cuenta ajena, autónomos o pensionistas, en España se han desplegado desde 2006 diversos ciclos de movilización social que han transformado paulatinamente la manera de comprender los problemas sociales y económicos del país: V de Vivienda, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), Juventud Juventud Sin Futuro o las distintas "mareas", como la blanca (sanidad), verde (educación) y granate (exilio económico). Algunos se originaron con el 15-M. Otros ya operaban antes y contribuyeron en parte a que millones de personas formaran parte de aquellas movilizaciones, que tuvieron lugar de primavera a otoño de 2011. Por todo ello, no parece exagerado definir la situación española en los términos gramscianos de "crisis orgánica". Aunque no puede decirse que la crisis económica haya producido por sí misma todos los acontecimientos fundamentales, fundamentales,
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sí que ha creado un “terreno más favorable a la difusión de ciertas maneras de pensar, de plantear y resolver las cuestiones que hacen a todo el desarrollo ulterior de la vida estatal” [4]. Gramsci acuña el concepto de "crisis orgánica" para referirse a un proceso largo y complejo en el que es necesario distinguir "lo orgánico" de "lo coyuntural", y fundar a partir de ello las opciones de la iniciativa política. En estos términos lo ocurrido en España revela una crisis de los modos habituales con que se había constituido desde el 78 el pacto entre clases dominantes y dominados. De ahí la constatación de una situación de des-agregación masiva de la vida estatal. La clase dominante ya "no sólo no se expande sino que se disgrega; no sólo no asimila nuevos elementos sino que se desprende una parte de ella misma (o al menos los desprendimientos son enormemente más numerosos que las asimilaciones)". Este agrietamiento, sin embargo, no ha de conducir necesariamente a un nuevo planteamiento hegemónico, sino que puede dar lugar a una recomposición de la dominación. En esta encrucijada nos encontramos hoy. Todo este malestar volátil explica tanto la aceleración del tiempo político que se está produciendo en España como el hecho de que el debate mediático pivote cada vez más sobre el eje "vieja" y "nueva política" y menos sobre la alternancia bipartidista entre los dos partidos mayoritarios PP, PSOE. Buena nota de estos desplazamientos han tomado las elites políticas y económicas más atentas, cuyos movimientos están empezando a orientarse a contener y dar forma a este potencial de cambio conforme a sus intereses según el esquema gramsciano de la "revolución pasiva" o "hegemonía por neutralización". Por tal se entiende una situación en la que las demandas que en principio desafían el orden hegemónico son recuperadas y absorbidas por el sistema existente, satisfaciéndolas de un modo que neutraliza su potencial subversivo. En este contexto se inserta claramente la operación de Ciudadanos, la formación política liderada por Albert Rivera, cuyo proyecto pasa por desideologizar la política y superar los “obsoletos” antagonismos, redibujar la frontera que constituye la sociedad y afirmar el valor marca España contra el Estado y los políticos, identificados con la ineficiencia y un paralizante enfrentamiento. En esta línea, la imagen de la coronación de Felipe VI, con una comitiva real, invisible, huyendo hacia adelante por las calles vacías de la Gran Vía
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madrileña, también resulta elocuente de la reacción llevada a cabo por las elites españolas. La en cierto modo adelantada abdicación de Juan Carlos I puede interpretarse así como un movimiento forzado hacia adelante, toda vez que no se produjo en el momento ideal, sino tras el funesto resultado electoral cosechado por el bipartidismo, cuya erosión producía por vez primera desde la Transición la impetuosa entrada en escena de un nuevo actor político como Podemos. Además de la dimensión cuantitativa de su voto (cinco eurodiputados), esta irrupción modificaba la antigua correlación de fuerzas y de regímenes mediáticos de atención. El impacto mediático despertado, los feroces ataques defensivos por parte de los partidos del régimen y de sus ideólogos, o la instalación de nuevos significantes en el vocabulario político ("casta") expresaban una emergencia cultural al menos tan relevante como la electoral. Ante este telón de fondo, no es extraño que el campo de fuerzas abierto por el 15M se haya convertido en un importante objeto de discusión y de disputa hermenéutica. Por ejemplo, los movimientos 15-M han sido leídos en demasiadas ocasiones como algo que ocurrió en las plazas de Madrid, Barcelona, Valencia y otras ciudades. Esto es, como el resultado de una crisis económica brutal que “causó” que miles de personas se lanzaran a las calles y otros espacios públicos a enfrentarse con el sistema capitalista y a reinventar la democracia. Otra interpretación, algo diferente, pero en la misma línea, subraya que el 15M es el "resultado" final de una larga acumulación de fuerzas surgida desde los años noventa en enclaves en principio tan distintos como el movimiento antiglobalización, "okupa", "hacker", las movilizaciones contra la guerra o la especulación inmobiliaria. Esta lectura reduccionista, de alguna manera "economicista", es, a nuestra entender, poco atinada. Aunque no puede ignorarse que estos movimientos tuvieron cierto protagonismo en las plazas, dicha lectura es insatisfactoria como pauta general de comprensión. En realidad, pensamos que debería hablarse de "dos" movimientos 15-M, diferentes, aunque no por ello desconectados: uno en las plazas, ya descrito, y otro en los hogares, un espacio no siempre suficientemente atendido por las lecturas "movimentistas" a tenor de que involucra otras mediaciones, como es el caso de los medios de comunicación.
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Desde una lectura en clave gramsciana, el 15M revelaba la presencia de un potencial popular contrahegemónico dentro de la sociedad civil que, pese a su situación de subordinación por no estatal, y a ser poco relevante en cuanto condensador de cambio por mera acumulación de fuerzas y luchas, sí cuestionaba con sus acciones y discursos las posiciones de poder y los automatismos que las clases dominantes trataban de establecer entre Estado y sociedad. Estos impulsos contrahegemónicos dibujaban el posible paisaje de una "guerra de posiciones" que podía modificar la correlación entre las fuerzas del Régimen del 78 y desplazar sus puntos de equilibrio. El enorme potencial del 15-M, aunque también la sensación de que había pasado sin modificar el equilibrio de fuerzas electorales, provenía de que una parte sustancial de su influencia tenía lugar lejos de las plazas en un marco político muy diferente del activismo y de los movimientos sociales . Las plazas decían “que no nos
representan”, pero mayoritariamente querían decir “que no nos represente nadie”. En muchos hogares, sin embargo, la crisis no era tanto de representación, en general, sino de una determinada y específica representación: la propia del sistema democrático nacido de la Transición española (“ellos no nos representan”). Cabría resumir esto en tres ideas: 1. Con el 15-M cristalizó la transformación progresiva de lo individual en políticocolectivo, del ensimismado yo neoliberal a gramáticas del "nosotros" . Lo que antes se
vivía como algo puramente personal e incluso humillante (el desempleo, la posibilidad de perder la vivienda o no poder pagar la luz o la calefacción) se constituyó poco a poco en problema político. Esto desafiaba la lógica neoliberal dominante, definida por individualizar los riesgos y los efectos de la crisis y por "contener" el malestar, bien convirtiéndolo en acicate para el despliegue del "capital humano" -la crisis como oportunidad creativa-, bien en queja victimista. Aunque no modificara el equilibrio electoral o el balance de fuerzas económicas, políticas y mediáticas, este desplazamiento se antoja retrospectivamente como fundamental: alteró el marco vigente de sentido común. Lo que era natural, al menos hasta 2011 (la alternancia, el relato de que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”), y lo que era vergonzoso pero inevitable (la
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corrupción, el mal gobierno), dejó de ser “natural”, es decir, de alguna manera inmutable, para mostrar todas sus grietas. Lo que no quedaba del todo visibilizado bajo las numerosas e interesadas fotos fijas que trataban infructuosamente de hacerse con una instantánea apresurada del acontecimiento -la de "los indignados" como sujetos victimistas aislados del humus social, por ejemplo- era una lectura del 15M en términos de un campo de fuerzas en proceso de recomposición, una descripción de sus diversas y plurales tendencias en liza. Para ello era necesario ir más allá de la idea de que esta emergencia se planteaba solo los problemas que estaba en condiciones ella misma de resolver internamente y ver aquí un escenario político más abierto, donde se estaba anunciando algo nuevo que anticipaba y llamaba a una construcción hegemónica de futuro en virtud de un potencial de sentido común mayoritario. Si algunas lecturas mediáticas han sido decepcionantes o se han convertido en clichés que no terminan explicando nada es básicamente porque no han sabido advertir qué lo importante del 15M no era tanto una foto fija, sino ese desplazamiento de placas tectónicas que señalaba respecto al Régimen del 78. 2. La “indignación” de los llamados indignados no fue una cuestión moral, sino un afecto politizante, de puesta en equivalencia de los dolores individuales , de
configuración de un marco colectivo de solidaridades, lo que en terminología de E. P. Thompson, llamaríamos una "economía moral", esto es, una articulación política, no una simple agregación de conductas expresivas aisladas o meramente naturalizadas. Ya no se reaccionaba individualmente ante la desgracia de la crisis, como si ésta fuera un fenómeno meteorológico impersonal e imposible de vencer, sino que se reaccionaba ante las élites financieras y políticas vistas como un todo con intereses comunes y opacos. En las plazas se gritaba “Que (ellos) no nos representan”, y se sabía quiénes eran aquellos que no representaban a los presentes. Pero aquel “que no nos representan” dejaba completamente abierto el campo del “nos”. Estaba claro quiénes eran “ellos”, lo cual no es poca cosa, pero nada se decía del “nosotros”. Pese al interés de las corporaciones políticas y mediáticas en encasillar a Podemos como “el partido de la ira” o el “desprecio”, mera consecuencia reactiva y, por tanto, "bárbara", de un conglomerado de expectativas e intereses
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provisionalmente defraudados por la crisis económica, lo que está en juego aquí es algo cultural y políticamente más decisivo y constructivo. Nada menos que un inédito retorno de la política y la capacidad de influir desde la ciudadanía en la toma de decisiones. La incapacidad o la comodidad de los diagnósticos que se limitan a analizar Podemos desde la ilusión óptica de un fenómeno reactivo de descomposición de un sistema político agarrotado y superado por los nuevos tiempos no advierte un dato importante: la entrada en escena de una nueva composición sociológica que está transformando la geografía social desde abajo y que, harta de los cantos de sirena de la distinción neoliberal y su reinvención continua –“todos emprendedores”-, se resiste a dejar de decidir sobre su derecho al futuro. En esta crisis de régimen no puede dejarse de lado en qué medida su derrumbamiento de naipes también terminó arrastrando a la Izquierda clásica y algunas de sus inercias. No tanto por error de cálculo como por su exceso, una actitud que le impedía dar un paso atrás y abrirse a una complejidad que requería una renovación de algunos modelos de comprensión social e histórica procedentes del marxismo. En la incapacidad de transmitir adecuadamente ciertas "verdades" y luchas, por otro lado correctas, y más preocupada en pensar en la demarcación urgente de posiciones que en las zonas ambiguas donde se albergan fuerzas de resistencia volátiles a la espera de su activación y las ilusiones políticas de las masas, esta Izquierda chocaba una y otra vez contra un muro de incomprensión justo por no trabajar en los territorios más movedizos e irregulares del descontento social. Ejemplos como la PAH, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, ponían en cambio de manifiesto hasta qué punto resultaba ilustrativo políticamente la construcción de prácticas o gramáticas que no confiaban tanto la oportunidad en seguir automáticamente el movimiento de la realidad y el desarrollo inmanente de sus contradicciones y luchas como en la construcción colectiva de redes de protección que ofrecieran sentido colectivo a gente común, incluso no politizada; mallas que “recogían” estas urgencias y necesidades en proceso de caída libre. Por decirlo en otras palabras, “con lo que estaba cayendo” –expresión de resignación en la que se condensa el éxito hegemónico neoliberal-, no se trataba de acelerar la caída de la gente o de despertar y actualizar desde ahí automáticamente su
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conciencia social de clase, por ejemplo enfatizando la condición miserable del desahuciado (óptica miserabilista y de pauperización frecuente en otras épocas); ni tampoco de abogar por el “cuanto peor mejor”; se trataba de sostener antes que dejar caer , de crear desde ahí espacios abiertos a nuevas experiencias de lo común
y de resistencia. Quizá por ello nada se mostró más contraproducente que resistir al shock neoliberal con políticas de movilización por aceleración o solo orientadas a nadar a favor de la crisis. 3. En torno al 15-M se visibilizó y configuró una crisis de régimen . Crisis de régimen significa algo diferente, y algo más, que crisis económica, social o de legitimidad. Significa que los consensos y explicaciones tradicionales de las cosas ya no servían para justificar la situación o para comprender lo que ocurre en la sociedad. Es asimismo una crisis de los equilibrios tradicionales entre los actores políticos. Significa también que el lenguaje y los sentidos tradicionales ya no funcionan como antes, que las expectativas y criterios han cambiado, y que las etiquetas que antes servían para el reparto de las posiciones sociales y políticas (por ejemplo, izquierda/derecha, o nacionalista/no nacionalista) pierden eficacia o incluso dejan de tener efecto. En España, “Régimen del 78” es el marco que definía lo posible y lo imposible, lo permitido y aquello de lo que no se debía hablar en una democracia plural europea. Los pilares del Régimen del 78, cuya crisis es evidente, pero también su capacidad para retorcerse y tratar de sobrevivir un poco más, fueron la seducción y el convencimiento, por un lado, y el horizonte del miedo al retorno del franquismo o de una guerra civil, por el otro. Por lo que respecta al miedo, la amenaza de un golpe de Estado militar, que sobrevolaba continuamente la escena política como espada de Damocles, fue conjurada y usada como refuerzo del Régimen a la luz de la intervención del monarca tras el golpe del 23F. No obstante, el miedo al "guerracivilismo" siguió actuando como factor importante en determinadas generaciones. Si hoy asistimos a un nuevo paisaje político es, entre otras cosas, porque el miedo ha dejado de tener esa importancia como cemento de cohesión social. En la España de los años setenta se hacía mucha y muy buena política, pero también había mucho miedo al pasado. Hoy no estamos exento de
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incertidumbre como país, pero hay menos miedo, o al menos no esa clase de miedo. En cuanto a la seducción, esta giró en torno a la idea del consenso como alguno bueno en sí mismo, así como en torno a una idea de la Transición entendida, sobre todo, como un trabajo generoso por parte de las élites. Estas, en un gran ejercicio de tolerancia y responsabilidad, habían sido capaces de invertir la tendencia histórica española al cainismo y, por fin, sentarse a dialogar. Esta ficción omite prácticamente toda alusión al enorme malestar social, a los movimientos populares y a la dura crisis económica de la época. Por último, y no menos importante, se estableció una lógica de equivalencia radical entre democracia y “modernización”. Todos los problemas se resolvían “modernizando”, en general, y toda otra posibilidad o matización era bien marcada con el estigma de "cavernícola", bien inaceptable democráticamente. [5] Dicho esto, sin embargo, "Crisis de Régimen" no equivale a crisis de Estado. Los servicios públicos y los instrumentos estatales pueden seguir funcionado, como de hecho ha ocurrido, pero ello es perfectamente compatible con la desafección, la distancia con la política en tanto que gestión, con el debilitamiento de las identificaciones con el marco institucional, etc. Debemos tener en cuenta, por otro lado, para comprender la idiosincrasia de Podemos dentro del espacio mediático español, que, por diferentes razones, la izquierda mayoritaria o lo que así se ha llamado en las últimas décadas (PSOE) solo fue capaz de construir una hegemonía política efectiva al abrigo de un modelo de liberalización económica y de ciudadano consumista que hoy muestra grandes fisuras. De este modo no hizo sino allanar el camino al gobierno con más voluntad hegemónica del Régimen del 78, el de José María Aznar, cuya "revolución conservadora" guiada por el Think Tank del instituto FAES consolidó e impulsó hacia la derecha más conservadora ese modelo previo. Asimismo, si algo ha caracterizado a los partidos de la "izquierda" no mayoritaria desde el Régimen del 78 fue su absoluta incapacidad hegemónica para trabajar y articular sentido común con y desde estas gramáticas mediáticas. En este sentido, la versión oficial de la Movida madrileña y los actores que han sido agrupados -con mayor o menor fortuna analítica- en torno al sintagma “Cultura de la Transición” (CT) impulsaron un modelo decididamente no popular e incluso
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antiplebeyo, un modo de neutralizar desde los valores en alza de la distinción y la "modernidad" no pocas prácticas culturales y simbólicas subalternas. Podríamos decir que, paralelamente a la aparición cinematográfica del llamado “destape” frente a la censura anterior, el nuevo horizonte de presuntas libertades en los medios generó la construcción de un nuevo espacio público definido por la contracción de los espacios de socialización que la oposición al franquismo había habitado con tenacidad durante la clandestinidad, el desarrollo de formas efectistas de hacer política, una tendencia al personalismo carismático de los líderes políticos y una apuesta acrítica por las ilusiones de la homologación con los valores de la entrada en el espacio europeo. A la luz de estos rasgos, la CT ampliamente entendida generó un espacio público de “consenso” donde escasos medios constituyeron para muchos ciudadanos la única fuente de información y socialización política. Su aparente pluralidad en realidad escondía una profunda homogeneidad de contenidos. La historia de la izquierda en la Transición se explica atendiendo a su ausencia objetiva de espacio mediático de masas, así como de su propia incapacidad o reticencia para introducir formas mediadas de relación con la sociedad en un contexto ya por lo demás hostil. El consenso mediático de la CT, que ya había condenado a la exclusión a cualquier posición crítica, fue doblemente asumido y reforzado por esta cultura de oposición al hacer muchas veces de necesidad virtud, despreciando y subestimando la importancia de este enclave hegemónico respecto a los espacios antagonistas donde el conflicto se expresaba de forma directa. 2. La hipótesis hegemónico-popular. Del 15-M a Podemos
Es habitual vincular la fuerza política Podemos, sobre todo en el nivel europeo y norteamericano, con las luchas contra la austeridad en Europa y, más recientemente, con Syriza y el nuevo gobierno griego presidido por Alexis Tsipras. Hay similitudes, qué duda cabe. Sin embargo, hay que resaltar diferencias enormes entre un país y otro (la economía española desempeña una función mucho más decisiva que la griega), así como entre el ADN de una fuerza política declaradamente transversal y de regeneración democrática como Podemos, y otra,
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como Syriza, que ha sido capaz de conformar un polo de agregación popular desde una posición claramente de izquierdas. Una de las ideas más repetidas entre la intelligentsia de izquierdas europea es que la posibilidad de un movimiento popular y ciudadano como Podemos es más difícil en Francia o Reino Unido porque en estos países no se han alcanzado las cotas de movilización social de España y Grecia. Se mencionan las huelgas generales,
las
manifestaciones,
etcétera,
como
si
la
fuerza
política
institucional fuera resultado de un proceso enorme de acumulación de fuerzas en lo
social.
Muchas
voces
interpretan
que
Podemos
traduce
las
movilizaciones sociales al lenguaje institucional, en el sentido de que asume la forma de partido político, y también al lenguaje electoral. Sin embargo, en España todo aquel magma social era imposible de representar, y Podemos no lo representa de esa manera. No es el 15-M organizado como partido. De hecho, cuando surgió Podemos, el ciclo de movilizaciones sociales estaba bastante estancado, o al menos no en su punto más alto. Cuando algunas voces críticas procedentes de los movimientos sociales destacan que la cuestión pasa por decidir sobre qué terreno se quiere jugar, si el de un supuesto y regenerador "corto plazo" o el más complejo de la formación de sujetos sociales; el "puré indiferenciado de las clases medias" o una fuerza social acumulada en la práctica, se olvida que esta diferenciación carece de sentido una vez que la premisa ha de partir de un escenario de alta fragmentación y asincronía social .
Llegados a este punto, ¿cómo surge Podemos? En primer lugar, del reconocimiento de que aquel “nosotros” incierto y difuso al que “ellos” no representaban, no podía contenerse dentro de los movimientos sociales, las sucesivas manifestaciones o protestas sociales en las calles, etc. Pero tampoco con identidades preconcebidas, bastante o muy politizadas y coherentes, por muy plurales que estas fueran [6]. Según esta interpretación, los españoles, a causa del desempleo, la corrupción, la mala gestión y los múltiples abusos padecidos, se habían hecho "activistas" o de izquierdas por alguna clase de mecanismo “lógico”. Frente a esta hipótesis, a estas alturas parece cada vez más claro que el “nosotros” que estábamos construyendo en España era muy diferente, más plural, contingente e imprevisible que el “nosotros” propuesto directa o indirectamente por el activismo y los movimientos sociales. Es esta la principal razón por la que
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Podemos se veía obligado por la disciplina de la nueva coyuntura a hablar más el lenguaje de la hegemonía que el de la ideología: no se trataba de llenar el hueco causado por la crisis del sistema político tradicional con otra identidad perfectamente determinada, sino de articular una mayoría social nueva desde y con materiales aparentemente no conjugables. En eso consiste el lema “convertir la indignación en cambio político”, en recoger y reconfigurar elementos diversos de los procesos sociales, en generar nuevos equilibrios semánticos y políticos a partir de los dos 15-M, no solamente de las plazas. En términos políticos, esto implicaba hacerse cargo definitivamente de una consecuencia muy concreta que, no por conocida, había sido suficientemente explorada en la práctica, a saber, que junto al hasta ahora rol protagonista de la clase trabajadora y su función histórica en la lucha social debían ser tenidas en cuenta otras emergentes fuerzas sociales, también críticas incluso en un sentido no muy definido en términos ideológicos. Por fuera de los espacios de trabajo cabía vislumbrar otras alianzas potenciales con fuerzas transformadoras no convencionales desde un discurso ortodoxo de izquierda clásica. De ahí el interés por revisitar, en un nuevo contexto histórico -la hegemonía neoliberal y su crisis-, la lectura gramsciana y su lúcido diagnóstico tras la derrota de la izquierda en manos de las nuevas fuerzas de repliegue, en ese momento histórico fascistas. En un momento de crisis orgánica, cuando, por repetir una vez más la célebre cita, lo viejo no termina de morir, y lo nuevo no termina de nacer, resulta políticamente inoperante buscar demarcaciones claras y distintas de sectores y fuerzas de la topología social. Frente a esta tentación, es preciso trabajar tentativamente con composiciones complejas y ambiguas o, como escribe Gramsci, "morbosas”. Aceptando en tiempos de crisis esta lógica de la "hibridación" frente a la de la "depuración" -la crisis como momento de autentificación de comportamientos- o "segregación" -demarcación de identidades impuras-, se imponía así la necesidad de una política comunicativa más experimental que prescriptiva, así como una mayor sensibilidad a los fenómenos psicosociales de masas. Estas nuevas herramientas habían sido ya testadas en espacios universitarios y cooperativos en años anteriores y eran fruto de procesos de aprendizaje políticos diferentes. Con estos mimbres, la insolencia política de Podemos, su estatuto de "hijo ilegítimo", por así decirlo, en relación con las otras formaciones políticas, radica en
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que no entra en escena desde la "necesidad" del hecho consumado o desde la consigna de "concentración" de los espacios sociales dados o potenciales. Lo hace, por un lado, en la contingencia de una urgencia muy concreta y, por otro, desde una voluntad de articulación muy amplia de demandas y frustraciones sociales aún por desarrollar y construir, una apuesta que se introduce preferentemente en las fisuras de los espacios ya normalizados. Un dispositivo de hibridación donde la confluencia de diversas fuerzas críticas dentro de la universidad, asociaciones de estudiantes, Juventud sin Futuro o espacios televisivos alternativos como La Tuerka, genera una lógica política y una nueva sensibilidad militante diferentes. Podemos ha abierto, por tanto, la posibilidad de articular un proceso de cambio político que no se deduce de la situación social (porque de una situación social en la que las clases medias son golpeadas pueden emerger movimientos políticos contradictorios, tal como atestiguan el auge del Frente Nacional en Francia y UKIP en Reino Unido) ni se basa en las identidades previas de los ciudadanos españoles (tal como eran antes del proceso político en cuestión). Una de las preguntas que Podemos ha puesto sobre la mesa es si los límites de la militancia y del activismo político, por importantes que estos sean y hayan podido ser, son los límites de la acción política. Hoy los espacios de la politización no pueden ser solo, por relevantes que hayan sido y aún sean, las fábricas, los centros sociales y las plazas. Por influyente que sea, tampoco el dispositivo tecnológico democratizador de las redes sociales es capaz por sí mismo de generar todo el sentido político, como se mostró en el resultado del Partido X en las últimas elecciones europeas en España. Por decisivo y necesario que sea el "empoderamiento" desde abajo, esta fuerza por sí sola es ciega si no se acompaña de un marco hegemónico suficientemente pregnante como para adecuarse a la coyuntura. Estas ideas han sido patrimonio de la Izquierda activista y de los movimientos sociales. Con ellas han hecho un trabajo importantísimo de resistencia a la ideología neoliberal, pero también han conducido a una ilusión óptica: sobrestimar la fuerza social y subestimar las tramas mediáticas que dan sentido a la vida de las sociedades contemporáneas, por definición fragmentadas y plurales, escindidas. Una estructura organizativa que no dispute los significados, política y culturalmente, con el poder mediático, también en el bar, la peluquería y el salón de estar, corre el
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riesgo
de
arrinconarse
y
dispersarse,
aunque
se
comprenda
como
insobornablemente horizontal y democrática. 3. Qué decimos cuando decimos que Podemos
En los últimos años, cuando se paraba un desahucio en España, bien por vías legales, bien interponiendo los cuerpos entre la policía y la familia afectada, se coreaba “sí se puede”. “Sí se puede” significa y no significa lo mismo que “Yes, we can”. Hay algo más, por tanto, en el origen del mismo nombre “Podemos”, algo muy difícil de traducir y que nada tiene que ver con Barack Obama. Precisamente por ese plus de significación política, y porque cada vez hay menos miedo al pasado y al futuro, las cosas podrían ser diferentes. Por eso nuestro horizonte ya no es el de lo siempre igual, o el de una actualización más digna de lo que ya hay (un Régimen del 78 con rostro humano), sino el de un cambio social sin necesidad de los adjetivos a los que estamos acostumbrados (cambio sí, pero “sensato”, “cambio razonable”, etc.) No hay por ello que entender en absoluto el “podemos” de Podemos como un voluntarismo suspendido sobre las determinaciones económicas y sociales. No faltan en la actualidad las apelaciones a ese sujeto flexible, fluido, sin gravedad social, porque ha sido la ideología neoliberal quien mejor ha hegemonizado esta ilusión en el campo social individualizando ese malestar, bien reduciéndolo a queja privada, bien como acicate para el buen emprendimiento. Ahora bien, fue justo ese rotundo “yo puedo” eufemístico de cariz estoico el que reveló sus fracturas en las protestas del 15M. Fue la estela de la consigna “Sí se puede” la que nos mostró un desplazamiento de ese espejo inexorable que nos mostraba el horizonte bipartidista, pero poniendo de manifiesto un tipo de fuerza política diferente del dispositivo neoliberal. De ahí que el “podemos” de Podemos surja más bien del encadenamiento colectivo de muchos dolores que hasta ahora, por diversas razones, no encontraban una gramática política. Dentro de un cuerpo social fragmentado y herido por la crisis este encadenamiento de malestares se entiende así más bajo la imagen de una “sutura” de muchas impotencias y pasividades de distinta naturaleza que como una agregación de potentes demandas ensimismadas o de comportamientos
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individuales atomizados –versión liberal de la construcción del sujeto; más como un proceso de formación tentativa y de aprendizaje político desde el que, de modo performativo, los discursos dan sentido a los intereses y los intereses abren el camino a los discursos que como una intervención oportunista en la realidad y en sus grupos sociológicamente constituidos. En este sentido, una parte importante de lo que ocurre en España en nuestros días tiene que ver con el problema político de la identificación, otra de las claves fundamentales para entender qué es una crisis de régimen. Por un lado, lo que antes no identificábamos como problemático o insoportable ahora sí se percibe como tal (esto quiere decir que los poderes han perdido la capacidad para decidir qué es relevante y qué no, qué se puede y qué no se puede tolerar, qué nombres le damos a las cosas que nos preocupan y qué nombres no les damos, qué es una explicación y qué no lo es…). Nos une en ese sentido una percepción negativa, la imposibilidad de identificarnos con esos problemas y esas explicaciones que, sin embargo, siguen siendo moneda corriente y portada de los periódicos). Por el otro, hay que resaltar que muchas de las personas partícipes del proceso de desnaturalización antes descrito, que no se identificaban entre ellas hasta ahora, hoy pueden aspirar a construir juntas un proyecto político en los muchos niveles en los que se articula un movimiento político popular y ciudadano (desde la implicación colectiva más intensa hasta la interrelación más virtual, desde el voto en unas primarias abiertas hasta el RT que hacemos a tal o cual contenido en Twitter, desde un nuevo sentido común, abierto e imperfecto, a partir del cual conducimos nuestras conversaciones cotidianas en el trabajo o en casa, conversaciones que nunca hubiéramos tenido hace cuatro o cinco años). Que esta articulación sea posible es, en pocas palabras, la política. Podemos ha transformado la manera en que se hace política en el sur de Europa. A este respecto, cabe destacar tres ideas: 1. Esta nueva política no tiene solamente que ver con lo que se dice, sino también con lo que se hace. En un país asolado por la corrupción y por políticos que terminan sus días cómodamente sentados en consejos de administración de grandes empresas o moviéndose sin rubor en las "puertas giratorias" de la administración pública y los monopolios privados, Podemos propone una nueva
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ética de la política : revocabilidad de todos los cargos, elecciones primarias abiertas
a
toda
la
ciudadanía
para
escoger
todos
los
cargos
internos,
cuentas transparentes, autofinanciación sin recurrir a los bancos a través de crowdfunding y microcréditos ciudadanos, etc.
2. A tenor del reconocimiento de nuestra pedregosa orografía de lo social, Podemos se toma en serio la comunicación política: reconoce que la interpelación ha de realizarse a personas muy diversas y construye su discurso en torno a demandas muy transversales (transparencia, eficiencia, regeneración democrática, la igualdad como motor de la prosperidad, la recuperación de la soberanía frente a los poderes financieros que gobiernan sin presentarse a las elecciones, la lucha contra la corrupción y el fraude fiscal, entendidos no como casos aislados, sino como algo sistémico). Ninguna de estas demandas puede asociarse del todo con la izquierda o la derecha, pero sí pueden enmarcarse (en el sentido de darles un framing) como demandas democráticas , y convertirse en los ejes de la articulación
de un discurso agregador de mayorías sociales. Igualmente, Podemos parte del reconocimiento del desplazamiento que han
experimentado
algunas
de
las
palabras
clave
del
régimen
anterior: "democracia", "deuda", "corrupción", "desahucio", "consenso", etc. Las claves del discurso de Podemos tienden siempre hacia la cuestión democrática, lo cual permite interpelar a sectores de la población que, golpeados por la crisis e indignados por la corrupción de sus representantes, entienden perfectamente que una de las claves de la crisis es precisamente el secuestro de las instituciones para ponerlas al servicio de los intereses de unos pocos. 3. El sábado 31 de enero de 2015 tuvo lugar la Marcha del Cambio, una manifestación convocada por Podemos a la que asistieron simpatizantes de diferentes partidos, además de Podemos. Colapsó las calles de Madrid y supuso un golpe de efecto importante en la coyuntura política española. El lema decía simplemente “Es ahora” y no iba acompañado del logo del partido. Ningún portavoz del partido marchó en la cabecera, sino que lo hicieron con el resto de los participantes. No se reclamaba nada ni se protestaba contra nadie. Se señalaba simplemente que, en España, el cambio político no debe esperar, que las medidas
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cosméticas que los partidos viejos proponen pueden estirar la situación actual un poco más, pero no van a resolver nada. Entre los cientos de miles de participantes se encontraban muchas personas de entre 50 y 70 años. Algunas de ellas señalaban que les parecía estar viviendo algo parecido a la ilusión que se vivió en los setenta en pleno proceso de transición a la democracia. Esta sensación de que existe una nueva oportunidad para hacer bien lo que en el 78 no pudo hacerse bien es un factor político fundamental. Permite pensar que el voto a Podemos no es tampoco generacional, aunque sus dos figuras más visibles (Pablo Iglesias e Iñigo Errejón) ronden los treinta y cinco años. Permite pensar que para muchas personas la regeneración democrática no puede partir de dentro del sistema político, que la oportunidad de algo nuevo es la única manera de enfrentarse hoy al declive de lo viejo. Cabe pensar que en España la única manera incluso de mantener las cosas que funcionan del modelo vigente es precisamente afrontar un proceso de transformación que ni Partido Popular ni Partido Socialista son capaces de asumir. Hemos pasado de la lógica gatopardista de “cambiarlo todo para que nada cambie”, típica del socialismo español, a la lógica de Podemos, según la cual “deben cambiarse algunas cosas fundamentales para que merezca la pena conservar lo que deba ser conservado”. 4. Antagonismo y transversalidad
Una de las claves de Podemos es la construcción de un tipo de antagonismo (en torno a un "nosotros" popular) capaz de disputar el sentido común, es decir, el conjunto de marcos de sentido e identificaciones agregadoras que puedan sostener en el tiempo un proceso de cambio que, por intensidad y extensión, vaya más allá de una mera recomposición desde arriba del régimen. En este sentido hablamos de transversalidad. La transversalidad es fundamental en la disputa por el sentido común. Apunta hacia una construcción en torno a demandas "desclasadas" y desenfocadas en términos de identidad, así como de izquierda y derecha: transparencia, solvencia, rendición de cuentas, etc. Ninguna de estas demandas forma parte, al menos no centralmente, de las tradiciones de izquierda y de los movimientos sociales, pero gozan de considerable apoyo y consentimiento por parte de la
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ciudadanía. Máxime en una situación coyuntura de crisis económica, donde la ofensiva neoliberal parece renunciar ya incluso a postulados razonables de la tradición liberal . Estas demandas, al mismo tiempo, son perfectamente aceptables y reivindicables de cara a un proyecto de cambio de signo popular. La transversalidad es asimismo clave para deshacer un malentendido: la hipótesis hegemónica no pasa por rebajar la carga de los contenidos transformadores, ni por un hipotético "giro al centro". Apuesta, al revés, por modificar gradualmente los marcos para que estos cambios se acepten como formas de sentido común. Partiendo de la experiencia boliviana en el año 200, Álvaro García Linera ha definido el concepto de "efecto de gravedad fuerte" [7] como la capacidad de "curvar" el espacio político, esto es, la fuerza política que puede acreditar una propuesta en términos hegemónicos para anular o superar −temporalmente− otras alternativas políticas discursivas convirtiéndolas en satélites de un determinado eje o vórtice gravitacional. En la medida en que el MAS en Bolivia pudo imponer, anulando el espacio semántico de la derecha, una nueva fuerza de gravedad política, produjo un corrimiento al "centro'”: desde él todas las propuestas políticas dejaron de cuestionar la nacionalización o la participación de las organizaciones sociales, y simplemente comenzaron a hablar de "ajustes" en torno a este único núcleo discursivo. "Que el MAS ocupe el centro político -escribe García Linera- no significa que se hayan abandonado propuestas o principios; al contrario, significa que esos principios y propuestas de izquierda se han convertido en un 'sentido común', en un horizonte de época unánime −con tanta fuerza de atracción, que a los que tenían posiciones de centro o de derechas, no les queda más que cambiar de posición 'izquierdisándose'−, y al hacerlo, ha convertido a su vez a la izquierda en el 'centro' de gravedad política" [8]. Prolongando esta idea hacia el caso español, si quisiéramos mantener el eje izquierda-derecha como punto de referencia, no explicaríamos la estrategia diciendo que nuestro objetivo es "girar al centro", porque el "centro" no existe sino como resultado de una correlación de fuerzas. En nuestros días, el centro está mucho más a la derecha que en la Francia de Mitterrand o la democracia cristiana de los sesenta. De acuerdo con esta metáfora espacial, la hipótesis hegemónica pasaría por desplazar el centro a la izquierda, no por girar uno hacia el centro.
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Dicho esto, ¿puede la hipótesis hegemónica sostenerse en clave exclusivamente antagónica? Ciertamente, la dinámica política de nuestra época de incertidumbre hace necesario incorporar otros elementos: el más importante de todos, mostrarse como opción viable de gobierno, en pocas palabras, disputar también el terreno de la solvencia. En terminología de Laclau, existe una polaridad fuerte entre la lógica del populismo, que opera en términos de equivalencia, y la capacidad institucional para recoger demandas plurales e incluso contradictorias en una “lógica de la diferencia”. Aunque no cubre toda la superficie del problema, aquí el factor clave es incorporar estrategias que funcionen desde la lógica de la equivalencia. Por ejemplo, construir propuestas programáticas "de sentido común", entre las cuales quepan diferencias de enfoque y de alcance: aportaciones de "expertos" para resignificar la deriva tecnocrática de lo político, propuestas de la sociedad civil organizada, recuperación de aspectos fundamentales de la legalidad vigente que no se han cumplido, etc. Sin embargo, no es extraño que los lenguajes tradicionales de la izquierda (defensa de los derechos sociales, por ejemplo) y de la derecha (privatización de los servicios públicos) compitan a veces de facto en un terreno de juego sustancialmente ya hegemonizado por posiciones neoliberales, según las cuales lo público se caracteriza por ser una estructura ineficiente e insostenible. Un enfoque este que, además, en condiciones de pertenencia a la Unión Europea y a la moneda única, hace más difícil, si cabe, reivindicar formas tradicionales de soberanía. Frente a él, parece más fructífero plantear una propuesta de marco institucional que, respondiendo a una pluralidad de demandas, muchas de ellas ajenas al campo popular, despliegue la capacidad de reconfigurar el lenguaje del campo rival y atraerlo hacia el propio. Decir que las políticas de austeridad no son solamente desiguales e injustas, sino ineficientes, responde a esta lógica de manera clara y eficaz. Decir que los corruptos no son solamente indignos de la confianza ciudadana, sino malos gestores por definición, abunda en la misma lógica. En ambos casos, la capacidad de ruptura no se mide programática o retóricamente, sino por la capacidad de las fuerzas políticas para operar en un campo de fuerzas en el que, independientemente de las posiciones ideológicas de partida, si las hubiera, las estructuras de sentimiento no son necesariamente rupturistas. Raymond Williams señala que estas “estructuras de sentimiento” se
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componen de impulsos, restricciones y tonos, de “elementos específicamente afectivos de la conciencia y las relaciones, y no del sentimiento contra el pensamiento, sino del pensamiento tal como es sentido y el sentimiento tal como es pensando; una conciencia práctica de tipo presente dentro de una continuidad viviente e interrelacionada” [9]. A efectos prácticos, esto significa que ninguna ruptura puede ahorrarse recorrer y retorcer las continuidades que halla en su camino, tales como las preguntas por la solvencia o la conservación de su statu quo familiar o individual que muchísimas personas se hacen cotidianamente. Gritarle "¡ruptura!" a dicha estructura de continuidad no es rupturista, sino una forma de repliegue político, es decir, de catenaccio conservador de las propias posiciones de partida. Remite, hasta cierto punto, a una concepción deslumbrante de lo político que aspira a desvelar el velo de la mistificación ideológica, esto es, que concibe lo político emancipador en términos de "conciencia correcta". Al contrario, la alternativa hegemónica, en sus diferentes declinaciones, permite pensar un campo de fuerzas vivo en el que los elementos de ruptura se combinan y resignifican mutuamente, por ejemplo vinculando una buena gestión con la democracia, por ejemplo, y no con la eficiencia neoliberal, con resultados quizá más inciertos, pero también más pregnantes y operativos. 5. Conclusión
“¿Es posible -escribía Gramsci- que una nueva concepción se presente 'formalmente' con otra vestimenta que la rústica y confusa de una plebe? Sin embargo el historiador, con la perspectiva necesaria, llega a fijar y a comprender que los inicios de un mundo nuevo, siempre ásperos y pedregosos, son superiores al declinar de un mundo en agonía y a los cantos de cisne que éste produce”. [10] Resulta tentador definir el momento español, a tenor de lo aquí expuesto, como la hora de la lucha entre una nueva política emancipadora, de contornos aún no nítidos, pero con paso firme, y los cantos de cisne del Régimen del 78, cuyo agotamiento hoy se expresa en una proliferación de actitudes defensivas, pero también en una sintomática sofisticación teórica. El hecho de que se esté reduciendo el espacio de entendimiento entre estos dos paradigmas parece convertirse en un signo de nuestro tiempo, pero también que, en este espacio de
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incertidumbre sin garantías, florezcan propuestas de regeneración desde dentro, como la de Ciudadanos, orientadas a absorber el malestar apuntalando el statu quo.
Tan hondo también ha sido el abismo abierto en la historia reciente de España entre el lenguaje de las elites políticas de la Transición y sus representados y tan replegada en su burbuja programática la posición de la Izquierda tradicional que hoy, en el siglo XXI, de nuevo -como, salvando distancias, en escenarios históricos anteriores como la Weimar de los años treinta, toda iniciativa política transformadora que se considere realista de un modo no ingenuo ni oportunista, está obligada a rebajarse, balbucear y hacerse entender en un lenguaje emancipador más elemental y experimental, pero también menos identitario. Es una condición básica si no quiere volver a repetir el error de regalar a los bárbaros de la derecha social el monopolio de la comunicación con este mundo desintegrado y la posibilidad de que esa rabia y ese malestar se deformen autoritariamente bajo formas neofascistas o de resentimiento antipolítico. Entrar como avanzadilla “en campo enemigo” para destensar y neutralizar esa posibilidad requiere ser más sensible, y menos apocalíptico, respecto a las lógicas de la sociedad de masas, pero también abrazar una nueva reflexión sobre las dinámicas "populistas" -ese fantasma de nuestro tiempo- que conduce a extraer no pocas lecciones políticas de las experiencias latinoamericanas. En esa encrucijada, el proyecto de Podemos ha emergido en España como herramienta de la ciudadanía y medio de transformación social y cultural. Será el tiempo el que ratifique si la propuesta contenía elementos susceptibles de reconfigurar de raíz la fisonomía política del país, o se trataba de una expresión epidérmica de la crisis del Régimen del 78. En este artículo, sin embargo, hemos defendido que la posición hegemónico-popular nos ofrece una cartografía más afinada para dar cuenta de los procesos de sedimentación de las transformaciones sociales, de sus inercias y de sus marcos de subjetivación, sin mistificaciones, en torno a un poder popular que ha de ser más objeto de renovada construcción política que de simple recuperación o elevación desde otro lugar. Un "podemos", en definitiva, que no se entiende al margen de los fracasos históricos; más concretamente, de la derrota sufrida ante la ofensiva neoliberal desde la década de
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los setenta, pero que, pese a todo, se mantiene fiel a las pasiones democráticas y al deseo de emancipación. NOTAS [1] http://www.falternativas.org/laboratorio/libros-e-informes/zoom-politico/lanueva-emigracion-espanola-lo-que-sabemos-y-lo-que-no (consultado el 31 de enero de 2015). [2] http://www.fundacionsistema.com/Info/Item/Details/3288 (consultado el 31 de enero de 2015). [3] http://cvongd.org/info/4468- (consultado el 31 de enero de 2015). [4] A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y el Estado moderno , Buenos Aires, Nueva Visión, 1980, p. 74. [5] Cfr. I. Errejón, “¿Qué es Podemos?”, http://www.attac.es/2014/07/16/que-espodemos/ (consultado el 1 de febrero de 2015, traducción inglesa en https://podemoslondon.wordpress.com/2014/10/28/podemos-irruption/),
así
como la conferencia del mismo Iñigo Errrejón sobre la cuestión constituyente en mayo de 2013: http://youtu.be/AEOqn818sto?t=56m26s (consultado el 1 de febrero de 2015). [6] Entendemos por identidad coherente aquella que se articula a partir de un conjunto amplio de posiciones subjetivas mutuamente deducibles entre sí. Por ejemplo, si un individuo está en contra de los recortes, entonces está en contra de muchas otras cosas que se deducen automáticamente de esa posición subjetiva, y, por tanto, puede deducirse cuál será su posición sobre todos los demás conflictos políticos nacionales e internacionales: está en contra del artículo 135 de la Constitución, está en contra de la política exterior israelí, en contra del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, en contra de la reforma laboral, etc. [7] Cfr. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=191717 [8] Ibíd. [9] R. Williams, Marxismo y literatura, Buenos Aires, Las Cuarenta, 2014, p. 181. [10] A. Gramsci, Introducción a la filosofía de la praxis , Barcelona, Planeta, 1986, p. 37.
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