La Perla de Arabia Emma Wildes
Los Hermanos del Club de la Absenta - 01
EC - traducción y edición: Maite
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Argumento
A Robert St. Claire, como invitado de un príncipe extranjero, le es ofrecida una hermosa esclava para que lo complazca. Dejando a un lado esa poco corriente costumbre, se encuentra en un terrible dilema. La esclava no solo es inglesa, sino que además es la hija de un amigo. Si quiere rescatarla de su cautividad debe usarla como si fuera cualquier chica del harem, de todos los modos posibles… Lady Celia Davenport ha sido secuestrada, vendida como esclava y ahora se encuentra en la cama de un lord infiel. Si ella lo complace sexualmente con servil entusiasmo, hay un rayo de esperanza en su futuro. Ansiosa por escapar de su esclavitud, encuentra que quizás la servidumbre sexual no es la prisión que había imaginado. Por otro lado cada vez que satisface a su amante, recibe una extraordinaria y valiosa perla como recompensa. Un lord inglés y su encantadora esclava descubren que las circunstancia y el destino les echan una mano, concediéndoles esas extraordinarias perlas de Arabia…
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Prologo Londres, 1817
— Es una idea fascinante, ¿no? Jonas Maxim vertió agua cuidadosamente sobre el colador y observó como el terrón de azúcar se disolvía. El verdoso liquido de su vaso se enturbio lentamente. La habitación privada de uno de los clubes más exclusivos de Londres se quedó absolutamente silenciosa tras su escandalosa proposición. — ¿Develar nuestra hazaña sexual más atrevida?, — su hermano Colín, que estaba cómodamente despatarrado en una silla de piel con sus largas piernas extendidas respondió finalmente con una risa baja. — Solo a ti podía ocurrírsete una idea semejante. Aunque en realidad, cuenta conmigo. — Todos somos viejos amigos, — señalo Jonás con sentido practico, — y ya que nos reunimos aquí cada mes para disfrutar de nuestra mutua compañía y de unas copas, pienso que sería un entretenimiento interesante. Gavin St. John, rubio y delgado, levantó las cejas. — También somos hombres y supongo que a todos nos gusta una buena historia que trate de uno de nuestros temas favoritos, el sexo, quiero decir, creo que la idea tiene merito. Levantando su vaso, Ross Benson, el Vizconde Winterton, dijo secamente. — Creo que todos sabéis que estoy dentro, ya tengo una historia en mente para cuando me toque el turno. El Duque de Bellingham parecía divertido, como era de esperar. Su hermano más joven, Christian, también sonrió. Sentado a la mesa, el Conde de Grayson sostenía el vaso perezosamente entre los dedos y sonrió hidalgamente. — Me parece bien, de hecho, si al resto de vosotros no os importa me gustaría ser el primero, creo que tengo una historia que capturará vuestro interés. Jonas se reclino en su silla. — Creo que somos todo oídos.
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Capítulo 1
La habitación donde lo recibieron era grande, un débil y exótico aroma a tabaco y especias flotaba en el aire. Robert St. Claire inhaló despacio y trató de parecer completamente tranquilo y relajado aunque la situación lo había dejado un poco desconcertado. No era que no estuviera acostumbrado a la formalidad y la opulencia del palacio, simplemente no estaba seguro que se esperaba de él en este encuentro en particular. La política era complicada entre dos países tan diferentes, y el cielo sabía que no quería meterse en profundidades y causar daño. El era un invitado, y no un embajador de Inglaterra. — Milord Grayson. El hombre le hizo una reverencia, y él imitó el educado gesto. — Siento el retraso, — dijo Abdul, el cónsul del sultán, — por favor, siéntese. — ¿Deseaba verme acerca de alguna clase de tratado entre nuestros países, ministro? — Robert dijo indagando con cautela, y sentándose otra vez. — Me temo que no soy un diplomático, y por lo tanto no estoy autorizado para hablar en nombre de mi gobierno en ningún tema. El otro hombre sonrió. Era delgado, con el pelo oscuro, y sorprendentemente no vestía el traje típico de su país. En su lugar iba ataviado de manera similar a la suya. El vestir ropas europeas era sin duda una deferencia hacia su huésped, para hacerlo sentir menos extranjero y fomentar las buenas relaciones. Abdul negó con la cabeza levemente. — Usé esa excusa para obtener una audiencia privada con usted, perdóneme, por favor. Es amigo del hijo de mi señor, pero también es inglés, y por eso es por lo que deseaba verlo. Todavía desconcertado, Robert se preguntó por qué el hombre que manejaba los asuntos políticos del poderoso sultán querría verlo. — Ya veo. ¿Por qué el subterfugio, si puedo preguntarlo? Abdul habló lentamente, con sus ojos negros fijos en él. — Usted conoció a Alí en Cambridge, y allí, ustedes dos, tan diferentes pero al parecer intelectualmente compatibles, se hicieron grandes amigos, ¿es así? Son de la misma edad y ambos de sangre noble. La familia de Alí ocupa una posición más elevada, pero su país es más poderoso. En resumen milord, los dos son príncipes, por título y riqueza. El sultán lo aprecia porque su hijo lo tiene en gran estima. Los oscuros ojos de Abdul lo miraron de forma especulativa. En respuesta a sus observaciones, Robert dijo con mesura. — Alí tenia un pequeño problema con el críquet, y como no es alguien que acepte perder a causa de la ignorancia, lo ayudé un poco con su bateo y los lanzamientos, y supongo que
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dejando aparte el color de nuestra piel, reconocimos el uno en el otro nuestra naturaleza competitiva, y así creció la amistad entre nosotros. El ministro juntó las manos en su regazo. — Y lo invito a venir aquí. — Me llevo unos cuantos años poder aceptar, pero estoy muy honrado por su hospitalidad. — Quizás la mano de Alá intervino en la elección de la fecha. Robert levantó la ceja en una interrogación silenciosa, asiendo su taza. Halló el dulce y caliente café un poco empalagoso, pero una vez más, estaba en un lugar muy diferente de las verdes colinas inglesas. — Mi señor desea ofrecerle un presente, — dijo Abdul con brusquedad, — una mujer para llenar sus noches de placer mientras esté con nosotros. Ha sido comprada recientemente y destinada a su harén, pero me temo que me tomé la libertad de sugerir que usted sentiría una particular debilidad por una pálida y rubia mujer de su país natal. Robert se estiró ligeramente, sus botas se movieron sobre la alfombra de vivos colores bajo sus pies. — ¿Hay una mujer inglesa aquí? El otro hombre asintió, su taza de café permanecía sin tocar en la delicada mesa de marquetería que había entre ellos. — No tuvimos parte en su captura, entiéndalo, hay depredadores a lo largo de toda esta costa, hombres que toman prisioneros y los venden, especialmente mujeres hermosas. Cuando las traen aquí, si son atractivas y puras, mi señor, si le agradan, las compra. — Abdul sonrió sucintamente. — Piensa que es algo bárbaro, su cara lo muestra, pero no es muy diferente de la manera en que su sociedad vende a sus jóvenes hijas en matrimonios de conveniencia por la dote y la posición social. Un poco diferente, alegó Robert en silencio, mostrando en su cara una expresión impersonal, pero quizás no tan diferente si uno lo pensaba bien. Y comentó. — No estoy aquí para juzgar sus costumbres, ministro ¿Desea que hable con Alí, para ver si puede pedir a su padre que libere a la chica? — De ninguna manera, — la respuesta fueenfáticamente cortante. — Ya he hablado con su alteza, contándole que la mujer proclama ser de alta cuna, y que su familia tiene influencia y dinero y que desearan su libertad, incluso si eso significa que los barcos de guerra ingleses arriben a nuestras costas. El cónsul inglés tiene espías aquí y tarde o temprano descubrirá que está recluida en el palacio, es solo cuestión de tiempo. — ¿Quién es ella? — Dice que es la hija del Duque de Rushton.
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Robert digirió la información con consternación. Buen Dios. La hija más joven, recordó. Estaba considerada la joven más bella de la sociedad de Londres. Nunca habían sido presentados ya que ella era una ingenua debutante y él había estado de viaje mucho tiempo, pero su nombre había aparecido en la sección de sociedad de los periódicos que su madre le enviaba regularmente. ¿Como demonios, se preguntó, había caído en las manos de criminales errantes en busca de mujeres para vender ilícitamente en el mercado del sexo en esta remota parte del mundo? — Conozco a su padre, — dijo Robert, — y ella puede estar en lo cierto, tiene una gran influencia en recuperar mi país, y también pagaría para a su hija.es muy rico, quizá debería pedir un rescate por ella, su padre — Desafortunadamente, mi señor no necesita el dinero, y no entiende que una mujer pueda tener tanto valor como para que un país pueda emprender una guerra para liberarla. — Abdul añadió pacientemente. — No es nuestra manera de ver las cosas. Las mujeres son propiedades ¿entiende? Mi señor no es cruel, y Alí es básicamente un buen hombre, pero ninguno de los dos atenderá su petición de liberar a una simple mujer. Para ellos, ella es insignificante. — Ya, — replico Robert, la intención de la conversación quedo clara. — Estudié sus costumbres a fondo antes de venir. — Yo soy un poco diferente, mi madre era de su raza, el sultán descartó la amenaza de una posible represalia, pero yo no estoy tan seguro. — Abdul titubeó jugando con el asa de su taza. — La sugerí a ella como el presente que desea ofrecerle, eso es algo que él entiende. La declaración que usted preferiría una mujer de su propia raza es algo que tiene sentido para él. Ya que nunca le habían ofrecido a otro ser humano como regalo, Robert difícilmente podía decir nada. Abdul siguió con la explicación. — Después de generaciones de autoridad absoluta, no cree que nadie pueda amenazar su poder, pero yo conozco el mundo exterior. Hay países ahí fuera, incluido el suyo, que pueden causarnos mucho daño y vencernos en una guerra. Considerando que la armada británica era la mejor de la tierra, Robert simplemente asintió. — Veo porque deseaba contarme esto. Aceptaré su petición y haré los arreglos de inmediato para que ella regrese a Inglaterra. — No, no es tan simple. Ella es un regalo, un homenaje. — La expresión de Abdul era grave y adusta. — Por eso inventé a razón de hablar cara a cara con usted, para que no cometiera un tremendo error en este asunto. Debe honrar el regalo que se le ofrece, es un motivo de orgullo para el sultán que usted disfrute de ella durante su estancia. — ¿Disfrutar… de ella? Robert sopesó las implicaciones del asunto. El ministro asintió vehemente.
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— Le es ofrecida para complacerle sexualmente, no importa quien diga que es, ahora que esta aquí no es más que un cuerpo cálido y una cara hermosa. Si no lo complace, será reemplazara por alguna otra, una más complaciente. Me han dicho que no acepta el cautiverio y ya ha sido cruelmente castigada, y será peor para la hija del Duque si no se somete. Si es relegada al harem, se perderá para siempre, más allá de su ayuda o la mía. Solo su férreo control evitó que Robert contestara sin rodeos que eso no solo era bárbaro, sino incomprensible, catalogar a la mitad de la población en una categoría que los situaba solo un poco por encima de ser tratados como animales. Por otro lado criticar el modo de vida de una problema. civilización tan antigua no ayudaría a la joven que, de repente, se había visto envuelta en este Inclinándose hacia delante, Abdul dijo persuasivamente. — Ayúdela ¿Qué son dos semanas en su cama, en comparación de un vida entera de sumisión sexual? Ella es hermosa, con el cabello del color del brillante sol. Lo complacerá, debe complacerlo. No puedo insistir lo suficiente. Alguien los observará secretamente mientas se acuesta con ella, y juzgara su disfrute y la docilidad de ella. El sultán insiste en que su honrado huésped tenga el mejor trato que pueda recibir y se asegurará que ella atiende sus necesidades masculinas. Sería un grave insulto ofrecerle una mujer que no fuera apasionada y obediente. Debe decirle que no se resista, y al final de su estancia, y si Alá esta de su lado, los dos podrán regresar a Inglaterra. — Abdul se levanto e hizo una reverencia. — Confío en su honor para mantener esta conversación entre los dos. *** La mujer llamada Lela se deslizó silenciosamente a través de los brillantes azulejos de la estancia como una especie de ave de presa, sus vestiduras de seda realzaban las sartas de perlas que rodeaban su cuello. Los largos y brillantes collares atraían la mortecina luz que atravesaba las altas e inalcanzables ventanas que estaban situadas muy por encina de ella. Un cuarto de esclavos, pensó Celia Davenport con resentimiento. Aunque la habitación era lujosa, una cama repleta de almohadas de seda, un arcón con un elaborado tallado, y los suelos brillantes, era sin duda una prisión, las ventanas estaban tan arriba que apenas podía ver nada más que la débil luz del sol que iluminaba el espacio. — Levántate, — ordenó Lela tendiéndole una mano. Celia obedeció, saliendo de la bañera, con el vivido recuerdo de todas las repercusiones de su último desafío. La habían encadenado a la cama, sin comida ni bebida durante dos días, con la vejiga apunto de reventar. Su mente estuvo cerca del delirio antes que la liberaran. Lela tomó una toalla y secó su cuerpo desnudo mientras Celia se mantenía quieta y dócil, sin sobresaltarse siquiera cuando la toalla frotó sus expuestos pechos y entre sus piernas. Cogiendo la mujer empezó a peinar su espeso cabello arrastrándolo con suavidad a través deun suscepillo, largos rizos.
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Se sentía… profanada. No violada, eso vendría más tarde, cuando el sultán la llamara a su cama, pero su cuerpo había sido tocado, invadido, afeitado, perfumado y tratado como si fuera un objeto y no una persona. — Eres preciosa, aunque la mirada de enfado en tus ojos es inaceptable, — dijo Lela con una suave advertencia. — Debes complacer a tu señor esta noche, y no enojarlo de manera intencionada. La mujer esta hecha para complacer, para ser un recipiente para la semilla del hombre. Hacia tres días, Celia habría replicado con altivez, ahora simplemente se mordió los labios en silencio, hasta casi hacerse sangre. — Se te ha concedido el gran honor de ser enviada a un hombre al que el sultán admira, lo avergonzaras si fracasas, y las consecuencias de ese fallo no serán agradables, no tengas la menor duda. A su pesar, Celia trago con dificultad. No el sultán mismo… bien, por lo menos era algo. Durante su único y breve encuentro, cuando había ordenado que la desnudaran y había examinado detenidamente su cuerpo con la mirada de alguien que esta valorando ganado o admirando un cuadro, había visto que era viejo, por lo menos tenia setenta años, y estaba gordo. El hombre que él admiraba puede que no fuera mejor, se recordó tristemente. Su estomago se contrajo ante el pensamiento de tener que soportar que alguien que ni siquiera conocía la tocara, y encima pretender que disfrutaba. — ¿Quién es? — No te esta permitido preguntar, — después que deslizara una túnica sobre sus hombros, le ofreció una taza. — Bébete esto, te hará más receptiva a sus necesidades, cuando él obtenga su placer, debes estar preparada y deseosa de hacer cualquier cosa que te pida. No quería estar receptiva. Celia quería despertarse de esta pesadilla viviente ¿Qué clase de lugar aceptaba un sistema que permitía secuestrar mujeres para complacer a los hombres y lo consideraba aceptable e incluso normal? Las mujeres no estaban dispuestas, pensó ácidamente, preguntándose cuantas de las chicas del harem deseaban de verdad estar allí. Lela interpretó con sagacidad su expresión y le ofreció otra vez la taza. — ¿No deseas disfrutar esta noche tanto como sea posible? Esto te ayudara, preciosa. Celia estiró la mano y tomó la taza que se le ofrecía. El líquido estaba caliente, como un vino con miel, y bebió unos sorbos, con la fatal resignación traspasándola hasta los huesos. Era una cautiva, e iba a ser ofrecida a un completo extraño que usaría su cuerpo cruelmente y que pensaba que no era más que un práctico recipiente, una forma de desahogar su lujuria. — Bébelo todo, — la urgió Lela, su cara era hermosa a pesar de su edad, su fuerte personalidad no era exactamente cruel. Celia había aprendido que sus captores eran
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despiadadamente rígidos, las reglas no podían ser desobedecidas, pero si cooperaba la trataban bastante bien. Lela parecía ser una especia de administradora del harem, la que imponía obediencia, y la que decidía qué mujer sería reservada para ser examinada por el sultán. Hablaba inglés, por lo cual, Celia sospechaba, era por lo que la había atendido ella misma. Cuando Celia terminó el brebaje, la cogió de la mano. — Vamos, es la hora. Se dejó guiar, vestida nada másdel quelaberinto con la túnica de seda que una envolvía y llegaba hasta sus rodillas, a través de pasillos, hacia parte sus del hombros gran palacio que nunca había visto antes. Había guardias a intervalos que mantenían la mirada al frente, pero estaba segura que podía sentirlos mirándola una vez que pasaba. Cuando se detuvieron ante una puerta, Lela tocó suavemente y la abrió cuando una voz masculina autorizó la entrada y le susurró una ultima advertencia con inconfundible autoridad. — Recuerda todo lo que te he dicho, atiende sus necesidades y serás recompensada, preciosa. Oh, Dios, pensó Celia con las rodillas temblando y el corazón latiendo frenéticamente. Si no lo hacia, si no se sometía dócilmente, seria castigada de una manera que haría que su anterior reclusión pareciera sublime. De alguna manera, simplemente no podía pensar que su vida transcurriera en esta locura. Empujándola adentro, Lela la siguió, haciendo una reverencia. — Milord, aquí esta.
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Capítulo 2
La hija del Duque estaba envuelta con una túnica ceñida al cuerpo, con la mirada baja, como cualquier ofrenda del harén, mientras entraba en sus habitaciones. Robert se volvió, mirando a la mujer mayor, de pelo oscuro y vestida con una túnica larga y suelta, que sujetaba su ofrenda con una mano. La instó a adelantarse y con la otra mano la despojó eficientemente y con un veloz movimiento de la ropa que la cubría, dejándola desnuda. — Vea, — susurró, — lo que mi señor le envía como señal de su amistad, ¿no es deliciosamente hermosa? Lo era, eso estaba fuera de duda. Largos y sedosos rizos se derramaban sobre sus hombros desnudos. Su piel era tentadoramente perfecta y tersa, y sus voluptuosos pechos firmes y coronados con rosados pezones. Le habían depilado todo el cuerpo, por lo tanto el vértice de sus muslos brillaba al descubierto, la abierta exposición de su sexo era algo nuevo e intrigante. Era esbelta, a excepción de sus turgentes pechos y esa extravagante cascada de pelo rubio. No podía apreciar el color de sus ojos, ocultos como estaban por sus parpados entornados y las largas pestañas. Que el cielo lo ayudara, pensó, de verdad que no quería tomar parte en esto, pero su cuerpo ya estaba reaccionando. Su verga había empezado a endurecerse, casi en contra de su voluntad. — preciosa, — estuvo acuerdo, diciéndolo de verdad. VioEscomo la cabeza de lade chica se alzaba levemente al reconocer el familiar acento. No era sorprendente que no hubiera reconocido al instante que era inglés. Llevaba una holgada bata de seda negra, su pelo era oscuro y su piel estaba bronceada de su reciente viaje por África. La mujer llamada Lela también notó su pequeña reacción y frunció el ceño, desaprobadora. — Lo complacerá, — dijo con firmeza, — nunca ha conocido varón, pero en previsión de esta noche, rompí su himen hace dos días con un instrumento diseñado para eso, milord, no habrá dolor que lo distraiga de su disfrute. Trato de imaginar a esta privilegiada joven, criada con todo mimo, soportando el procedimiento que técnicamente la desvirgaba, para que no pudiera perturbar sus necesidades carnales, y se sintió un poco culpable simplemente por el hecho de ser un hombre. Estoy seguro que será muy que satisfactoria, — dijoa sin alterarse, insegurosexual. de cómo tratar con — una joven e incierta doncella se enfrentaba su primer encuentro Y también estaba el hecho que, si ella de alguna manera no actuaba como si quisiera agradarlo, o trataba de resistirse, seria castigada.
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Y se perdería, había dicho Abdul, en los prohibidos confines del harén. Infiernos, pensó Robert tristemente.
— Ve a la cama y tiéndete, — ordenó la mujer. Durante un segundo la chica vaciló y sus hombros se pusieron rígidos como si fuera a negarse, pero obedientemente caminó los pocos pasos que la separaban de la gran cama colocada en un estrado, cubierta de suaves y lujosas vestiduras y con un montón de almohadas apiladas en una esquina. Subiendo los escalones de mármol, se tumbó en el medio. Su erección aumento ante el significado de esa suplicante pose, levantándose contra la seda de su bata. Con una maldición interna, intentó detener la rebelde respuesta de su cuerpo. La chica yacía muy quieta, sus pechos desnudos, turgentes y opulentos y con esas fascinantes y rosadas cimas, se agitaban levemente. Mientras Lela sacaba un pequeño frasco del bolsillo de su vestido, le explicó con su suave acento inglés. — Todavía debe estar sensible y su pasaje es muy estrecho. Esta crema facilitara su entrada y también incrementara su placer. Se aproximó a la cama y ordenó enérgicamente. — Ábrete para mí. Otra vez lo notó, el ramalazo de rebeldía que apareció y desapareció antes que abriera lentamente las piernas. Mientras observaba, la mujer abrió el frasco y metió los dedos dentro sacando un poco de crema que frotó entre las piernas de la chica, apartándole los labios e introduciendo los dedos en el interior de su vagina, su mano se movía mientras la extendía. Le aplicó más loción antes de retirar la mano y cerrar el frasco. — Ya me voy, vendré a buscarla por la mañana, — y con eso Lela atravesó silenciosa y elegantemente la habitación y se deslizó fuera, cerrando la puerta tras ella. Habrá alguien observando mientras se acuesta con ella… la advertencia de Abdul resonó en su cabeza. Si rechazaba a la joven hija de Rushton, estaba condenándola. Y no podía sentarse tranquilamente y explicarle la situación. Descubrió la pequeña rendija en la pared de la cama, ingeniosamente disimulada en el relieve del mosaico, y quienquiera que estuviera allí, no solo podría verlos claramente, sino que estaba seguro que también podría escuchar todo lo que dijeran. Se consideraría un insulto a su anfitrión si le explica que solo hacia esto forzado por las circunstancias. La situación era insostenible, pero tenía poca elección. ¿Era una violación si ninguna de las partes estaba deseosa de realizar el acto? Bueno no exactamente poco deseoso, se recordó a si mismo irónicamente, estaba casi completamente erecto, y mientras se aproximaba a la cama sintió que se endurecía todavía más. La preciosa mujer desnuda que lo esperaba allí no era algo que un hombre pudiera ignorar. Ella lo miraba con las pestañas todavía bajas, y pudo notar el rápido golpear de su pulso en la garganta.
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Él le sonrió mientras se sentaba en el borde de la cama y extendía la mano para acariciarle la mejilla. — ¿Cuál es tu nombre? — Celia, — la respuesta fue un murmullo casi inaudible. Si, eso era, ahora lo recordaba, Lady Celia Davenport. — Eres preciosa, — le dijo. Sus dedos dibujaron suavemente la llena curva de su labio inferior. Su boca era rosa y perfecta y él la alentó a sentarse enfrente de él. Su largo pelo se arrastraba sobre sus delgados hombros. — No te haré daño, — le prometió, inclinándose sobre ella y acariciándole la boca con los labios. Ante ese acercamiento, sus ojos azules y profundos, simplemente lo miraron. La besó otra vez, suavemente, probándola. — ¿Dime, de donde eres?, — pregunto para su indeseada audiencia. El leve movimiento de su cabeza le indicó que obviamente había sido instruida para que guardara silencio acerca de su procedencia. — Ya veo, — murmuró, sin tocarla de ninguna manera excepto por el movimiento de su boca sobre su mandíbula, — ¿puedes hablar conmigo? — Si me pregunta, milord, responderé si me esta permitido. Inhalando su delicada fragancia, Robert deslizó sus brazos alrededor de su cintura y la acercó, abrazándola. Sus pechos se presionaron sobre su batín entreabierto y pudo sentir la calidez de su suave y flexible piel, susurrándole en el oído, esperando que pareciera como si fuera a continuar con su gentil seducción y tratando de calmar sus miedos, le dijo. — No reacciones de ninguna manera a lo que te voy a decir, por favor, pero conozco a tu padre. Espero que me hayas oído. Para merito suyo, no mostró ningún signo externo de reacción, pero él lo sintió, su corazón se aceleró y su respiración cambió ligeramente. Movió la boca hacia su cuello, presionándola sobre ese acelerado latido, antes de deslizarla hacia arriba otra vez. Delicadamente mordisqueó el lóbulo de su oreja, disimulando el movimiento de sus labios en su sedoso pelo. — Estoy tratando de liberarte, pero debemos hacer esto. Si me comprendes, rodéame con los brazos. Ella le deslizó los brazos en la cintura. — Y tienes que someterte por completo o te quedaras aquí para siempre.
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Esperó haber sido el único que oyó el pequeño ruido que hizo ella, un sollozo en el fondo de su garganta. La hermosa hija de Rushton tenía coraje, descubrió cuando dijo con una ronca voz que envidiaría cualquier mujer del harén. — Es muy apuesto milord, espero complacerlo por completo, todo lo que desee, será un placer dárselo. *** En un segundo su pesadilla había cambiado. Celia sentía, casi ausente, la cálida estela que la boca del dejaba mientras se movía bajandocontra por su unión con el hombro. Loshombre besos eran suaves y sus brazos la sujetaban su cuello pecho. hasta Debíalahaber alguien vigilándolos si temía que pudieran oírlos, aunque solo fuera un susurro. Esa idea era perturbadora, pero estaba acostumbrándose a no tener ninguna privacidad; deseaba que pudieran hablar libremente, pero al parecer, no podían. No importaba, la palabra libre le calentaba la sangre como un encantamiento mágico. Ahora estaba loca de curiosidad por el hombre que la sostenía entre sus brazos. Decir que estaba tremendamente aliviada por su apariencia física era quedarse corta. En lugar de viejo y gordo, era apuesto, alto y atlético, con el pelo negro y rasgos finamente cincelados. Su pecho se sentía muy sólido mientras se apretaba contra él y su toque era tierno y realmente muy agradable. ¡Era inglés! ¡Conocía a su padre y estaba intentando liberarla! Pero la realidad penetró en su jubilo; todavía estaba desnuda entre sus brazos, en su cama, y por lo que acababa de decirle, iba a usar su cuerpo igual que cualquier otro hombre lo haría. serie de confusas en sensaciones se agitaron en su interior, complicadas el hecho que él Una la instaba a tumbarse la cama, por lo cual estaba en un posición que lapor hacia sentir sumamente vulnerable. Cuando la cubrió con su largo cuerpo pudo sentir, a través del material de sus vestiduras, crecer una inconfundible longitud de rígida carne sobre su estomago. Lela le había explicado gráficamente la excitación sexual masculina, pero Celia no tenía ni idea que un pene erecto fuera tan grande. Sofocó un sentimiento de pánico y se obligó a relajarse. Sumisión, había dicho él, y cuando su boca encontró la suya, le deslizó los brazos alrededor del cuello en señal de súplica, como si le diera la bienvenida a su beso. Su boca era firme y cuando su lengua acaricio el borde de sus labios, ella los abrió, adivinando lo que quería, y él saboreo su boca en una lenta exploración, rozando con su lengua cada rincón. — Sabes como el cielo, como la miel, — dijo suavemente, besándola otra vez. Recordando la los poción que le dado, Celia ahora estaba agradecida. porComo eso se sentía tan rara, pezones le habían cosquilleaban cuando se presionaban contraQuizás su pecho. si él pudiera leer su mente, se movió, corriéndose hacia abajo, cubriendo sus pechos con
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ambas manos, sosteniendo la dúctil carne como si juzgara el peso y la forma. Su pulgar rozó el endurecido pico y ella jadeó, el inesperado placer la cogió por sorpresa. — Tu cuerpo me responde, mi dulce virgen, — murmuró el inglés, — mira como se aprietan tus pechos, los pezones se endurecen cuando los toco. Bajando la cabeza empezó a succionar su tensa carne y a trazar círculos con su lengua. Celia yacía de espaldas y dejó que continuara el tierno asalto, consciente y asombrada al notar que tenía razón, estaba respondiendo; un traicionero serpenteo de excitación se desplegó por su interior, de hecho, verlo a él, con las largas pestañas sobre las mejillas mientras succionaba y acariciaba sus pechos la hizo desear tocarlo. Tímidamente levantó la mano y deslizó los dedos a través de la suavidad de su oscuro pelo y la tensa fuerza de su cuello. Él se movió otra vez, lamiendo un sendero hasta su estomago. Contuvo el aliento cuando le ordenó con suavidad: — Abre las piernas, quiero verte. Sumisión
Recostándose en la mullida cama, bajó un poco los parpados y obedeció, abriendo sus muslos con dificultad y con la cara roja de vergüenza. — Más, quiero verlo todo. Obedientemente, las abrió del todo, reprimiendo las ganas de protestar mientras su mano se deslizaba entre sus piernas y la tocaba íntimamente, apoyado sobre un codo, su batín abierto mostraba su musculoso pecho, y miraba su expuesto sexo, recorriendo con los dedos sus labios suavemente, haciéndola sofocar un gemido. — Me gusta así, desnudo, — le dijo, con una sonrisa oscura, casi provocándola, como si eso fuera posible en las presentes circunstancias, — puedo ver lo femenina que eres, — usando sus largos dedos, lo sintió apartar sus labios, exponiendo la tierna y protegida carne que había debajo, manteniendo su hendidura abierta, — tan rosa y suave, como seda húmeda y caliente ¿te has tocado aquí alguna vez, Celia? Sus dedos jugueteaban muy suavemente sobre la parte más sensible de su cuerpo y ella sofocó un gemido, la sensación era única y exquisita, cada lugar que tocaba, vibraba. — No, — se las arreglo para admitir. Cuidadosamente le volvió a apartar los labios y ella sintió el frescor del aire en la parte que él mantenía tan expuesta. — Deberías. Hay un pequeño botón aquí, — sus dedos se deslizaron hacia arriba mientras hablaba, — es el equivalente femenino de mi órgano sexual masculino; cuando es estimulado, sientes un intenso placer y alcanzas el orgasmo. Déjame que te lo muestre. Sus dedos se movieron, tocando un lugar que ella no era consciente que existía, y gritó involuntariamente. La sensación era físicamente muy agradable. Se arqueó mientras la
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acariciaba otra vez, con los dedos haciendo círculos, haciendo que cerrara los ojos asombrada de la respuesta de su caprichoso cuerpo a esa hábil y carnal tortura. — Te estas poniendo muy húmeda, — murmuró, — y tu capullo se hincha bajo mis dedos, eso es bueno, quiero que estés preparada para mí cuando entre en ti. Apenas oía sus palabras, su mundo solo era el casi doloroso placer que sentía entre las piernas mientras él continuaba acariciándola, aumentando la presión ligeramente. — Oh, — respiro profundamente mientras sus caderas se movían involuntariamente y su cuerpo temblaba. — Te excitas con facilidad, mis dedos están empapados. De hecho, — dijo con la voz ronca, — creo estas casi ahí. Donde, pensó desenfrenada mientras empezaba a estremecerse, olas de éxtasis atravesaron su cuerpo mientras se retorcía ante la caricia de sus dedos. Se sintió tan sublime que por un momento dejo de importarle estar en la cama con un misterioso extraño, y no le preocupó que algún desconocido mirón pudiera ver su abandono. Solo fue consciente de la exquisita pulsación del placer. Apenas se dio cuenta cuando retiro su mano y se levantó. Su cuerpo todavía zumbaba mientras el desconocido inglés que le había hecho esa cosa tan increíble se deshacía de la ropa. Sus ojos se abrieron un poco cuando vio de verdad su verga, erecta y rígida sobre su estomago. Parecía más grande de lo que había imaginado, pero en lugar de estar asustada, estaba inexplicablemente intrigada. No iba a ser virgen mucho tiempo más. *** Un hombre debería ser un santo, y Robert no estaba cualificado para ello, para no sentir una profunda anticipación ante la vista de una hermosa mujer, ruborizada todavía por su reciente clímax, con las piernas extendidas y dispuesta para su placer. Entre los pálidos muslos, su desnuda hendidura brillaba con los fluidos de su excitación sexual, sus labios estaban visiblemente húmedos y ligeramente hinchados. Sus magníficos pechos se elevaban y descendían mientras respiraba rápidamente, y su encantadora cara estaba teñida de rosa, con la boca entreabierta y los ojos como platos mientras le miraba su manifiesta y erecta lanza. Había alguien observándolos, recordó de repente, e increíblemente, casi lo había olvidado. Por otro lado, ella lo había hecho bien. Volvió a la cama, asentándose entre sus piernas, apartándolas más con sus rodillas, y mirándola a los ojos, dijo: — Necesito estar dentro de ti. Tal como esperaba, ella se dio cuenta rápidamente que quería que aceptara en voz alta, en beneficio de los que escuchaban.
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— Te quiero dentro de mí, milord. Le tendió los brazos y él la cubrió, plantando un suave beso en su dulce boca antes de colocarse para penetrarla. Tanteando su abertura con la punta de su inflamado pene, empujó, ensanchándola, mirando su cara para ver si mostraba dolor. La verdad era que habían llegado demasiado lejos, pero no estaba seguro de poder seguir si realmente le hacia daño, con castigo o sin él. Su pasaje se sentía pequeño y eso no era inesperado, pero le recordó que hasta este momento había estado intacta, y sintió una punzada de culpa. Los instintos de caballero a veces eran desafortunados, y esta era una de las veces, se dijo irónicamente, sosteniendo su mirada, mientras la sensación de un calor húmedo y apretado, lentamente envolvía su rígida polla extendiéndose a todo su cuerpo. Tuvo que controlarse para luchar contra la urgencia de simplemente de hundirse y saquear su cuerpo con despiadada necesidad. Se movió hacia delante y hacia atrás con cortos impulsos, ensanchando su pasaje en el proceso, sintiéndose triunfante cuando sus caderas empezaron a moverse instintivamente al mismo ritmo. — ¿Te hago daño?, — preguntó entre dientes. — No, milord, — dijo ella sin aliento, — se siente solamente… muy grande. Una risa reprimida fue lo único que pudo responder. Una vez que estuvo totalmente enterrado en su interior, estuvo cubierto de sudor y casi frenético por alcanzar la liberación. Empezó a moverse dentro y fuera con largos y medidos embates, lentamente en consideración a su ignorancia. — Eres deliciosamente estrecha, — le dijo, notando el retorno del rubor a sus mejillas. — Levanta las piernas y colócalas alrededor de mi cintura. Cuando obedeció, fue capaz de empujar más profundamente, su ritmo se incrementó en contra de su voluntad, preguntándose si todas las vírgenes eran tan fascinantemente placenteras. Oyó sus pequeños suspiros que se volvieron gemidos casi sorprendido, notando que ella se aproximaba al clímax otra vez, sus músculos internos se apretaron alrededor de su cada vez más rápida penetración. Gritó su satisfacción al mismo tiempo que él empujaba tan profundo como podía y se quedaba rígido sobre ella a la vez que eyaculaba con tanta fuerza que dio un grito ahogado ante la ardiente ola de placer que recorrió su cuerpo, estremeciéndose una y otra vez mientras la inundaba, palpitando en su pasaje. Un hombre con experiencia como él, se maravilló ante la intensidad de su orgasmo mientras se colapsaba a su lado y la atraía hacia si. La hija del Duque también parecía embelesada, sin fuerzas y aturdida. Sosteniendo su delicioso cuerpo entre sus brazos, recreándose en el sedoso pelo que se desparramaba sobre su pecho, se preguntó si no iba a disfrutar más de la cuenta las próximas dos semanas.
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Y cómo, exactamente, si era capaz de llevarla a casa, iba a explicárselo a su padre. *** Las velas se habían apagado, la habitación no estaba iluminada, el lugar olía diferente de los cuartos del harem, más masculino, a especias en vez de dulce. — Si le complace decírmelo, me gustaría saber su nombre. Celia lo dijo suavemente, atisbándolo por debajo de sus pestañas. Se preguntaba si ya que habían completado la relación sexual dejarían de vigilarlos. Habían estado en silencio bastante rato, tumbados encima de las mantas, acurrucados. Era extraño yacer tan íntimamente con alguien que acababa de conocer, y a quien ni siquiera le habían presentado. Debía pensar que seguían siendo observados porque murmuró: — Soy el séptimo Conde de Grayson, mi nombre es Robert, pero prefiero que te dirijas a mi como lo has hecho hasta ahora; debes llamarme milord. Podría haber sido humillante, si no fuera porque vio un indicio de disculpa en sus ojos. Eran de un color inusual, un gris claro, casi plateados, y yacía desnudo sobre las almohadas de la cama. Su piel bronceada fue una sorpresa, y pensó que había estado en el exterior a menudo sin camisa. Debajo de su cintura, notó tan cómoda como estaba entre sus brazos, estaba blanco, sus piernas eran largas, el cuerpo delgado y musculoso, los hombros anchos, su pelo negro caía atractivamente sobre su frente mientras la miraba con atención, olía a lino limpio con un pequeño toque de tabaco. Sin erección, su sexo todavía era impresionantemente largo, encuadrado en el vértice de sus muslos, entre una mata de pelo negro. — Si, milord, — dijo mansamente con esfuerzo, recordándose que estaba tratando de ayudarla. — Tu belleza me complace, — le dijo recorriendo con la mano la curva de su cadera, — eres muy deseable, Celia. — Estoy contenta que piense eso, — respondió, tratando de sonar como una esclava sumisa. — Dime, ¿cómo es que una bella inglesa se encuentra aquí?, — preguntó, enviándole un mensaje con los ojos. No hubiera sido natural que no mostrara curiosidad, se dio cuenta. De hecho la pregunta había sido prevista y había sido entrenada para eludir cualquier cuestión sobre su pasado. Siguiéndole el juego, murmuró como le habían ordenado. — ¿Cómo es que un apuesto inglés se encuentra aquí, visitando al sultán? La diversión apareció es esos ojos plateados ante su falta de respuesta. — Soy amigo de su hijo, Alí, que fue educado en Inglaterra.
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Alargó una mano y acarició los duros planos de su estomago y dijo, en lo que esperaba que fuera un tono seductor: — Espero que se quede aquí un largo tiempo. — ¿Eso significa que deseas compartir mi cama durante mi visita? ¿Ese era el precio de su libertad? Se preguntó. — Si, — acepto de inmediato. Su virginidad se había ido. Quizás si se acostaba con este lord inglés, no estaría disponible para nadie más, por otro lado lo que acababa de ocurrir no había sido tan terrible como esperaba, sino gloriosamente placentero. — Yo también lo deseo, — le dijo, sonriendo ligeramente— ¿te abrirás de piernas para mi siempre que quiera? Tuvo que luchar para mantener su expresión neutral, criada entre algodones, protegida y mimada, su grosera pregunta era escandalosa, pero de todos modos, lo que acababan de hacer era escandaloso, su secuestro y cautividad eran más que escandalosos. No había duda que la petición era para probar su sumisión a su audiencia, pero aún si era una promesa difícil de hacer, cuando se lo preguntaba de una manera tan franca. Tragándose el orgullo dijo: — Con placer, milord. Sus manos se movieron hacia arriba un poco y la turgencia de su seno derecho descanso sobre ellas. — Tus pechos son abundantes para alguien tan esbelto, parecen deliciosas frutas, firmes y maduras. Sus pestañas descendieron con anticipación mientras lo sentía acariciar su suave carne, jugando son su pezón. La acariciaba con esas manos de largos dedos cálidas y diestras, incluso en su inexperiencia sentía la delicadeza de su toque. Mientras masajeaba sus pezones, sintió un remolino de excitación en la boca del estómago, también sentía algo más. Sus ojos se abrieron de repente, su lanza estaba engrosándose, levantándose desde la unión de sus duras caderas, alargándose ante su fascinada mirada. — Esta vez, quiero sostener tus esplendidos pechos mientras te poseo, — dijo en un tono surcado de masculina necesidad, — ponte de rodillas. Era demasiado pronto, pensó mientas acataba esa autocrática orden ¿y era necesario? había hecho todo lo que le había pedido, seguramente había sido lo bastante obediente para escapar al castigo. Sin entender porqué, él la empujo hacia delante, hasta que quedo apoyada sobre las manos y las rodillas, y lo sintió colocarse detrás de ella, alargar las manos y sujetarle los pechos al mismo tiempo que algo duro tanteaba su abertura.
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— Separa las rodillas, — musitó en su oreja, — hará mi entrada más fácil, todavía estas resbaladiza con mi semen, esto no te dolerá. Por el contrario, descubrió mientras él empujaba con lento e inexorable ímpetu en su pasaje desde atrás, no solo se sentía decadente, sino muy placentero, que sus pechos fueran acariciados mientras su cuerpo era estirado e invadido. Cuando él empezó a moverse dentro y fuera, cerró los ojos ante la deliciosa fricción, y su respiración se volvió irregular. El deseo de él por su cuerpo le otorgaba una especie de poder, por pequeño que fuera, y empezó a impulsarse hacia atrás cuando él empujaba hacia delante, oyendo sus rápidas inhalaciones mientras se hundía hasta la empuñadura, sus propios y suaves sonidos llenaban a habitación. Cuando él firmemente agarró su pecho e incrementó el movimiento, sintió crecer una bienvenida tensión, sus profundas incursiones la hacían jadear, su pelo se balanceaba ante sus ojos mientas la empujaba hacia delante y la mantenía en su sitio sujetándole los pechos con las manos. Rindiéndose a la avalancha de sensaciones, dio un pequeño grito mientras alcanzaba el clímax, que quedó amortiguo cuando sus brazos resbalaron y quedo con la cara apoyada en una de las almohadas de seda. Pequeñas contracciones de éxtasis atravesaron su vagina, estrechándose alrededor de su pujante verga, sus manos inmovilizaron sus caderas mientras se sujetaba para un último y profundo empujón, y los calientes y apremiantes chorros de su orgasmo rociaron su tembloroso útero. Cuando se retiro, notó brevemente como su polla se ablandaba y se deslizaba fuera, su cuerpo se sentía usado y saciado, pero la sensación no era ni mucho menos lo que ella había temido con cada fibra de su ser. De hecho, cuando él se dejo caer de espaldas a su lado, con su musculoso pecho agitándose todavía con rapidez y le sonrió, ella le devolvió la sonrisa poco asombrada. — ¿Te ha gustado?, — le preguntó mirándola con sus plateados ojos y la voz ronca e intencionada. — Si, — contesto tímidamente pero con sinceridad. — Tu hermoso cuerpo esta hecho para el amor. Puede que fuera verdad, pero realmente él todavía era un extraño en casi todos los aspectos y la avergonzaba haber disfrutado de lo que había pasado entre ellos. Las mejillas le ardieron cuando recordó el modo en que había gritado cuando alcanzó el clímax. — Lo que importa es haberlo satisfecho, milord. Como si supiera lo mucho que le costaba decir esas obsequiosas palabras con semejante recatado tono, se inclinó hacia ella y la besó suavemente, entonces le susurró contra sus labios en un tono casi inaudible. — Lo has hecho muy bien, Celia.
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Con la cara presionada contra la pared, Lela sonrió triunfal mientras atisbaba por la mirilla. Los amantes eran hermosos juntos, decidió mientras miraba la manera en que se movían con total compenetración. El alto hombre inglés había aceptado el regalo con verdadero entusiasmo, y no había duda que había sido bien servido, con completa y total aquiescencia en sus deseos. Mientras ella miraba, él empujó con fuerza entre las piernas abiertas de la mujer que yacía bajo él, y se quedó quieto mientas su apuesta y morena cara se contraía en el momento de su orgasmo y su esbelto cuerpo se estremecía ligeramente cuando alcanzó la cumbre de su placer otra vez. Momentos en dormidos las revueltas ropasdede cama sexuales. descansaban juntos, abrazados íntimamente,después, ambos casi después los laexcesos Las cosas no podían haber ido mejor. Aunque había albergado dudas sobre la obediencia de la testaruda infiel, la chica había sido increíblemente cooperadora para alguien tan joven y orgullosa, más que eso, Lela había oído sus gemidos de completo abandono mientras su cuerpo era usado, disfrutando obviamente del acto sexual ya que también había alcanzado la satisfacción. Reprimiendo un bostezo, Lela se retiró, confiando en que ahora se dormirían. Era muy tarde, pero el invitado del sultán era obviamente un hombre muy viril, con un considerable apetito sexual. Su señor estaría muy complacido.
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Capítulo 3
La luz del sol brillaba sobre sus parpados cerrados, sin desear abandonar la comodidad de su sueño, Celia se removió a regañadientes, vagamente consciente que una mano presionaba su hombro desnudo. — Vamos, debemos irnos. Haciendo un esfuerzo, se sentó. a su laalrededor mientasbajo unalaaturdida conciencia invadía su mente. La habitación, tan Miró diferente noche anterior luz de docenas de lámparas, era grande y espaciosa, los aposentos de un príncipe o un huésped honorable. La cama, donde todavía yacía enredada entre las sabanas, era enorme y estaba sobre una tarima de mármol, y las altas ventanas dibujaban cuadros de luz en brillante el suelo. Notó que estaba desnuda, y cuando recordó la noche anterior, el calor cubrió su cara. — Tengo preparado un baño tibio, — Lela tiró de ella hasta ponerla de pie, — déjame que te cubra y volveremos a tu cuarto. — Si, — asintió levantándose sumisa mientras Lela ponía una bata alrededor de sus hombros y la cerraba entorno a ella. Después de desplazarse a través del montón de corredores, Celia estaba agradecida de verdad de estar de vuelta en su propia habitación, el agua en la bañera de mármol era muy atrayente. Lela dijo con dulzura mientras le deslizaba la bata por los hombros. — Estás cansada, es comprensible, lo hiciste bien, preciosa, y él te deseo enormemente, mírate, hay tanto esperma dentro de ti que todavía se escurre por tu cuerpo. Era verdad, sus muslos estaban pegajosos, y había más filtrándose entre sus piernas. Celia se rió débilmente. — Estoy bastante dolorida. — Al baño, eso te ayudara. Lela la urgió a entrar en el agua. Celia cerró los ojos mientras se hundía en la bañera, era verdad, el agua tibia aliviaba las punzadas que sentía entre las piernas. — No deberías haberle preguntado su nombre, de todos modos, estoy complacida. El sultán también estará muy satisfecho de saber que has complacido a su huésped por completo.
¿Era Lela quien los observaba? Celia deseo atreverse a preguntar, pero no lo hizo.
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— Tu lord inglés es gentil contigo, si, y tiene una magnifica asta, tan dura y audaz, — Lela le frotaba el cabello, enjabonándoselo con sus relajantes dedos, — debes sentirte honrada que quiera poseerte otra vez. Medio dormida gracias al efecto relajante del agua, Celia se dejó bañar y secar, ni siquiera protestó cuando Lela insistió en depilarla otra vez, y aunque el deslizamiento de la hoja sobre sus labios vaginales la hizo estremecerse, estaba demasiado cansada para protestar. Cuando la mujer sacó el tarro de ungüento, dejó que sus piernas se abrieran por completo, y parte de las molestias se aliviaron mientras lo aplicaba en su vagina. Se durmió en el mismo momento en que cayó sobre su cama. *** La yegua árabe era magnifica, blanca como la nieve y pequeña, estaba parada con las orejas erguidas hacia delante, sus líquidos ojos parecían seguir cada uno de sus movimientos. Alí le ofreció un terrón de azúcar y ella lo mordisqueo delicadamente de la palma de su mano, sus modales de dama parecían casi cómicos. — Deberías ver a su padre, es tan rápido como el viento y todavía más educado, podríamos hacer una carrera, tu y yo, escoge una montura de mi establo y veremos si te impresionas con la velocidad y la resistencia de mis caballos. Alí tenía el aspecto físico de la mayoría de su raza, menudo y enjuto, con una estructura de huesos delicada y la piel de color café con leche. Si, aunque el hijo del sultán era más bajo y menudo, Robert había aprendido años atrás que el fiero espíritu competitivo de su amigo era una fuerza muy poderosa, y dijo riéndose. — Estoy seguro que estaría tragando polvo todo el rato, amigo mío. — Quizás, — dijo el príncipe sonriendo, — estas demasiado cansado paradesafiarme, me han dicho que la inglesa todavía duerme. — Parece que no hay secretos, — Robert contesto tomándose un momento, no queriendo demostrar que sabia que habían sido vigilados, — incluso en un sitio tan grande como el palacio de tu padre. — Es un palacio grande, pero un mundo pequeño. — Ya veo. — Mi padre esta complacido que disfrutaras con ella. — Yo estoy complacido de haberla disfrutado. Riéndose entre dientes, Alí murmuro: —rubia El harem es un ylugar de cotilleos, pocotúmás hacer, un la pálida chica es inusual, por eso atrae tantolaslamujeres atención.tienen También eresque diferente, lord que se adapta a nuestras maneras, aunque sea por poco tiempo y una esclava… juntos sois fuente de mucho interés.
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Robert dudó, acariciando el suave morro de la yegua. — ¿Tu padre dejará que me la lleve cuando me vaya? Alí alzó una ceja. — ¿Qué le contaras al estimado Duque, su padre, cuando la lleves a casa? Cuando lo miró rápidamente con sorpresa, Robert vio la evidente diversión en los ojos de Alí. — ¿Has sabido siempre quien es? — Si, — la cara de Alí se ensombreció ligeramente. — Lela me contó lo que decía ser, y de acuerdo con mis informes, no solo es bella, sino bien educada, y nada fácil de entrenar para la sumisión, lo cual tenía sentido si decía la verdad, y supongo que de acuerdo a tus extrañas costumbres occidentales, estas pensando que debería haber hecho algo para liberarla, pero debes entender que mi padre es de otro tiempo, el de una generación en decadencia, para él las viejas costumbres perviven y las leyes son inviolables. No tenemos parlamento, ni casa de los lores para debatir la ética del asunto, no podría cuestionarlo, desde luego no por una mujer y menos por una infiel, no tendría sentido para él enviarla a su casa, y definitivamente no entendería que su padre pudiera tomar represalias. Has hecho algo sensato, aceptarla en los términos de mi padre es la única manera posible. Los hechos habían quedado claros en la explicación de Abdul, por lo tanto Robert no discutió. — Entiendo, — le dio a la yegua una última palmadita, — pero mi pregunta sigue en pie, ¿crees, ya que es un regalo que me complace tanto, que me permitirá llevármela conmigo? — Quizás deberíamos conservarla. Por lo que parece, ella gritó de placer mientras la poseías y la mantuviste despierta toda la noche, — la sonrisa de Alí se desdibujó al ver algo en la expresión de Robert y alzo unaceja. — Ah… el viento sopla por ahí, ¿noes así? Tienes una mirada posesiva en los ojos, tan pronto. Era una broma por supuesto, al menos de mi parte, no sé si el regalo es solo mientras dure tu estancia y mi padre quiere conservar a la inglesa o si te permitirá llevártela a casa, mientras tanto ella continúe complaciéndote, lo honras a él. — Ella parece entender que su futuro es incierto y colabora lo mejor que puede, — Robert sonrió recordando su total abandono la otra noche, — para ser virgen o es una rematada actriz o ha nacido para disfrutar los primitivos placeres de la vida. Tengo que decir que estoy encantado, por su innegable belleza y por su pasión. — Tu relación con esa mujer no va a traerte más que problemas una vez que estés en casa — Alí le advirtió. — Todas las mujeres tienen lo mismo entre las piernas, amigo mío. Si mi padre se niega a dejarla marchar, te estará salvando de un profundo dolor. No todas las mujeres son iguales, pensó Robert, recordando una dulce boca y un seductor y receptivo cuerpo, al menos al hablar con Alí sabia que su propósito había tenido éxito, el
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sultán sabia que había obtenido placer y estaba complacido, y Lady Davenport no sería castigada y confinada en las inaccesibles entrañas de harem. En vez de eso, adornaría su cama esta noche otra vez. *** Lela debía ser una bruja, decidió Celia, o sino, las sanadoras propiedades del sueño habían hecho milagros, por que se sentía bien, quizás un poco sensible, pero definitivamente ella misma. De hecho, por primera vez desde que había llegado al palacio, se sentía esperanzada. — Veo que estas lista, y puede que un poco ansiosa, preciosa. Celia se volvió y vio que Lela entraba por la puerta silenciosamente, levantando las cejas, la mujer preguntó. — ¿Estas desnuda bajo la túnica? ¿Estas dispuesta para él? El rubor cubrió las mejillas de Celia. — Si. — ¿Y tu conducto femenino, esta todavía dolorido por el uso que él le dio? Era un tema indiscreto e incomodo, pero Celia admitió. — No tanto como pensé que estaría, la loción ha hecho efecto. — Si, puede ser milagrosa. Lela se deslizó graciosamente a través del suelo como siempre hacia y le tendió una pequeña caja. — Esto es para ti de tu señor, el sultán, incluso su ilustre hijo, nuestro príncipe, dijo que el lord inglés esta loco de deseo por ti. Curiosa, Celia alzo la tapa, descubriendo en el interior forrado de seda una pequeña bolsa. — Mira adentro, — Lela la apremió sonriendo. Cuando vertió el contenido en la palma de su mano, Celia se quedo mirando fijamente, cuatro perlas perfectas, con una calidad que nunca había visto, que brillaban sobre su piel. — Son preciosas, ¿Por qué me las da, si me considera una esclava? Se atrevió a preguntar, ya que en este momento Lela parecía complacida con ella. — Una por cada vez que el inglés encontró satisfacción en tu interior, — respondió Lela sencillamente. señor generoso y una perlas vez me los mismos presentes, — se— tocoNuestro ligeramente lasessartas de brillantes queobsequió rodeabancon su cuello. — El lord infiel es especial, creo, un símbolo de nuestra creciente conexión con tu raza, nuestro avance en el mundo moderno.
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Guardando las joyas dentro de la bolsa y colocando esta en la caja, Celia cerró la tapa, un poco temerosa y avergonzada, pero ya que no tenía nadie más con quien hablar, preguntó sin rodeos. — ¿Podré aceptar que… me posea? Esta mañana estaba bastante dolorida. — Querrá montarte, los hombres son insaciables, — los ojos de Lela brillaron por un momento, — y si, no experimentaras demasiada incomodidad gracias a la crema, y también porque ese hombre se toma interés en prepararte, asegurándose que estas bien húmeda y receptiva, es un amante extraordinario, preciosa. Recuerda, haz cualquier cosa que te pida. — Lo haré, — dijo Celia bajito. Si la libertad me espera al final, desde luego que lo haré. Una genuina excitación bullía en su estomago mientras seguía a Lela por los intrincados corredores, lo cual era un marcado contraste con el terror de la noche anterior. Cuando oyó su voz respondiendo a la llamada, tuvo que sofocar un pequeño estremecimiento ante el sonido de su voz. Lord Grayson obviamente la esperaba, parado al lado de la cama con la misma bata que envolvía su alta y musculosa silueta. Esta vez Lela no hizo más que empujarla suavemente dentro de la habitación y cerró la puerta. No estando muy segura que hacer dio unos vacilantes pasos hacia delante, se paró cerca de él y bajó la mirada en un acto de tácita deferencia. — Acércate a mi, — le pidió, y ella dio unos pocos pasos más y sintió sus manos en los hombros mientras la desnudaba. — Creo que te has vuelto más hermosa desde anoche, — murmuro, y poniéndole un dedo en la barbilla se la levantó y bajó la cabeza para besarla concienzudamente, sus manos se deslizaron sobre su piel mientras sus bocas se unían. Cuando rompió el beso, su mirada sostuvo la suya durante unos momentos. — Me muero de hambre por ti, ve y tiéndete en la cama. El autoritario tono de su voz subió de volumen, obviamente creía que estaban siendo observados otra vez, y por su anterior conversación con Lela, Celia no tenía ninguna duda que era cierto. Obedeció, subiéndose a la cama y acostándose de espaldas, su corazón latía rápidamente y pudo sentir como sus pechos se endurecían anticipando lo que vendría a continuación. Mientras se quitaba la bata, noto que él también reaccionaba a la presencia de su cuerpo desnudo, que lo esperaba en la cama. Su erección ya estaba totalmente henchida, alzándose contra su estomago y cuando se unió a ella sintió el sedoso acero rozar sus muslos. — Así, — dijo. Para su sorpresa le cogió las manos y le puso los brazos sobre la cabeza, y antes que pudiera entender lo que estaba haciendo le envolvió las muñecas con un cordón de seda y la ato a la cama, tomando una almohada se la deslizo debajo de la cabeza y los hombros para mantener la parte superior de su cuerpo ligeramente alzada.
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— Me gusta esto, — dijo, con una oscura sonrisa en su bien dibujada boca mientas miraba detenidamente su cuerpo, — levanta tus pechos y realza su abundancia y perfección, he viajado por el mundo y he tenido mi cuota de amantes, pero pocas mujeres tienen una piel tan cremosa, una figura tan firme y grácil, y tus pezones son de un raro y delicado color rosa. Ella contuvo el aliento esperando que tocara los temblorosos montículos de carne que se exhibían con tan generosa exposición, pero para su decepción él situó las manos sobre su liso estómago. — Me daré un festín con ellos después, — le prometió, en voz baja, con un toque jocoso, — puedo ver la necesidad en tus ojos,pero primero quiero saborear otra cosa. Se movió hacia abajo, deslizando las manos por la curva de sus caderas, y le levantó las piernas, separándoselas y doblando las rodillas para colocar las plantas de sus pies sobre la cama, por lo que su sexo quedó tan expuesto como la parte superior de su cuerpo. — Ya estas llorando por mi, dulzura, mira. Lo sintió recorrer con los dedos su sexo y la ligera presión le trajo una vertiginosa punzada de placer, levantó los dedos y vio que tenía razón, brillaban de nacarada humedad. Un apagado dolor empezó a crecer entre sus piernas, una punzante necesidad que borró cualquier vergüenza que pudiera sentir, simplemente tragó saliva y lo miró mientras se movía para colocarse entre sus separados muslos, mirándolo fijamente cuando se acomodo con la boca a escasos milímetros de su pulsante centro. Incrédula ante sus escandalosas intenciones, jadeó ante el primer roce de su lengua que sondeo su hendidura y se deslizo sobre la sensible carne, el calor y la deliciosa sensación eran increíbles e instantáneamente sintió un chorro de liquido caliente correr por su vagina. Dios del cielo. Mantenida inmóvil por las ligaduras, echo la cabeza hacia atrás, sin darse cuenta que había hablado en voz alta, hasta que lo escuchó reírse, su boca presionó su húmedo y dolorido sexo y su lengua lo saqueó con implacables golpes, lamió su abertura, introduciéndose y ella gimió de gusto, abriendo desvergonzada las piernas todo lo que pudo para darle más acceso, sin preocuparse de nada más que del inexorable aumento de su placer. Alternativamente, se deslizaba entre sus labios lamiendo y acariciando y después invadía su vagina imitando el acto del amor, la condujo a un apogeo casi frenético, y cuando separó sus pliegues y succiono el pequeño botón que le había tocado la noche antes, se hizo añicos con un pequeño grito, retorciéndose contra las ligaduras. La cúspide de su orgasmo fue tan intensa que sintió como la atravesaban los estremecimientos una y otra vez. Cuando pudo respirar otra vez, abrió los ojos y vio que Robert la miraba, todavía en la misma posición, sus cálidas manos en la temblorosa parte interna de sus muslos manteniéndoselos separados. — Los hombres, — dijoque consoportar la voz un ronca, y losfunciones ojos brillantes con evidente excitación, — no tienen laspoco inconveniente corporales que son necesarias para tener hijos, pero el cuerpo de la mujer tiene un ventaja sobre el nuestro,
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mientras que a nosotros nos lleva un rato recuperarnos del clímax sexual, las mujeres pueden correrse una y otra vez ¿quieres que te lo demuestre? El quería decir…oh Dios, no podía evitarlo, su cuerpo estaba tan vívidamente excitado que cuando él cubrió su hinchado botón con la boca otra vez, ella se sacudió de inmediato y un total y verdadero éxtasis controlo su cuerpo. El siguió ahí, besando la parte interna de sus muslos un momento mientras la sensación disminuía y después una vez más lamió ese pequeño y erótico botón y la puso al borde del orgasmo otra vez. Y otra vez — Por favor. Pare, — le suplicó débilmente, — quiero complacerle, milord, pero estoy sin aliento. — Muy bien. El se irguió, levantando una ceja mientras se movía sobre ella con una sonrisa malvada y sensual y sintiendo la presión de su enorme erección empezando a estirar su resbaladiza y húmeda entrada. — Encuentro tu carnal abandono muy placentero, querida, pero creo que no puedo esperar más, pero después, — añadió, bajando la voz mientras penetraba en su cuerpo, distendiendo las paredes de su vagina para acomodar su necesidad, — te correrás para mi otra vez, te lo prometo. Atada en esa pose sumisa, cerró los ojos y sintió el deslizamiento de su sexo dentro y fuera, la punta golpeaba contra su todavía tembloroso útero con cada embate antes de retirarse, su ritmo se incrementó, su pecho rozaba sus enhiestos senos mientras él se inclinaba sobre ella. Cerró los ojos y de repente se quedó quieto mientras su orgasmo hacia erupción en su interior, con el cuerpo rígido mientras se sostenía con los brazos. Celia pudo sentir los espasmos en sus paredes internas durante lo que pareció una eternidad. El abrió los ojos y la miró. — Eres una joya poco común. Dulce Celia, y me inspiras una gran pasión. Por la manera de hablar supo que era a beneficio de los espías del sultán, yaciendo allí, atada y empalada, dijo suavemente: — Y usted es…maravillosamente talentoso en el arte del placer, milord. El se rió entonces, saliendo fácilmente de su cuerpo y cayendo a su lado. — ¿Cómo lo sabes? Eras virgen hasta ayer y solo me has conocido a mí. — Crecí en una sociedad donde no es frecuente que las mujeres satisfagan diligentemente los derechos conyugales de sus maridos solo para engendrar un heredero, la mayoría de ellas expresan su desagrado poraunque el actoestaba del sexo. — Celia conhablaban cuidadode desunopropia mencionar directamente a Inglaterra, segura que élhablaba sabia que clase social, la moderna alta sociedad, donde a menudo los matrimonios eran asuntos de conveniencia y dinero más que del afecto. Ella sonrió yañadió con una nota maliciosa, — por
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lo que no puede ser posible que todos los hombres sean capaces de ofrecer tanto placer en el lecho ¿O si? A su lado en una pose cómoda y descuidada, se veía grande e irresistiblemente masculino. — O quizás no todas las mujeres son lo suficientemente apasionadas como para disfrutarlo ¿no crees? Tú tienes una sensualidad poco común, dulzura. Frunció el ceño ¿era apasionada? Su deber era casarse con quien su padre deseara y desde luegosununca contemplado la posibilidad si disfrutaría o no relaciones sexuales con futurohabía marido, y aquí estaba, desnuda yde atada a una cama ende unlas exótico palacio en un lejano mundo y arrancada de suyo, enredada en los más eróticos actos con un perfecto extraño… y encontrando un escondido paraíso de sensaciones carnales que nunca se hubiera imaginado que existían. — No puedo evitarlo, mi cuerpo disfruta mucho cuando lo toca. — Eso esta bien, me gusta tocar tu cuerpo, — sus manos se alzaron cerniéndose sobre sus erguidos pechos, — ¿Te duelen los brazos? Si es así te destaré. — Estoy bien, — mintió. Estaban empezando a protestar un poco al estar estirados sobre su cabeza, pero toda su atención se enfocaba en sus grandes manos, anhelando su toque. Era una desvergonzada, pensó mientras el empezaba a acariciar ligeramente la cima de sus pechos y un suspiro de deleite escapó de sus labios, pero ya que no tenía más elección que estar aquí complaciéndolo, descubrió que su propio placer era una especie de compensación. — ¿Sabes que el sultán te ofreció como un regalo para mi?, — preguntó tocando su pezón con el índice y haciendo círculos delicadamente sobre la aureola. — Pensó que apreciaría tu esplendida belleza y tu suave y blanca piel, y estaba totalmente en lo cierto. Sin saber exactamente que quería él que dijera murmuró: — Me hizo un honor, soy afortunada al honrar su cama, milord. — Solo estaré aquí diez días más, —su voz estaba surcada de pesar, — me temo que no es suficiente tiempo para disfrutar por completo de todos tus encantos, aunque voy a intentarlo, dulce Celia, te lo advierto, — su sonrisa de volvió voraz y depredara, — no serás pura nunca más, y no estoy al corriente de sus costumbres en este asunto, pero quizás el sultán comprenda mi pasión por ti y me permita llevarte conmigo cuando me vaya. Eso lo explicaba todo, le había extrañado que conociendo su identidad, de todos modos la hubiera aceptado en su cama. Desde que supo que conocía a su padre se había preguntado como podría justificar honorablemente haber aceptado sus favores sexuales, aunque hubiera sido un regalo de su bárbaro anfitrión. Diez días más, registro su mente, distraída por los deliciosos círculos que hacia alrededor de su erguido pezón. En diez días más quizás pudiera empezar su camino de vuelta a Inglaterra.
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Pícaramente, otro pensamiento penetró en su mente. Durante diez días pasaría las noches en los brazos de lord Grayson, y ambas ideas eran extremadamente placenteras, dócilmente dijo: — Eso me gustaría, milord. *** Estaba punto de amanecer, una vaga luz oscurecía las altas ventanas de su habitación. Robert yacía de costado mirando a la mujer que dormía a su lado, su pose relajada se oponía directamente hecho que estaba completamente su polla estaba tan dura como piedra y casialdolorosamente erecta, la dilatada excitado, cabeza palpitaba al mismo ritmo queuna su corazón. Jesús, parecía un adolescente cachondo, pensó con irónica diversión. Puede que fuera la fantasía de la situación y el entorno, por que a cualquier hombre le gustaría la idea de tener a un hermosa esclava sexual para servirlo de cualquier manera que desease. Solo que esta particular esclava, se recordó a si mismo, no era precisamente una dispuesta chica de harén, pero dejando eso a un lado, lady Celia parecía haber aceptado la idea del coste de su liberación y la manera en la cual tenia que obtenerla. Pocas veces había conocido una amante tan receptiva, y considerando su inexperiencia, era a la vez sorprendente e infinitamente fascinante. Infinitamente. Llevaba despierto una hora, y había escuchado los suaves sonidos de su respiración en la oscura habitación, el almizclado olor de sus relaciones sexuales se mezclaba con su propia fragancia floral. Hacia un rato había se haba quedado dormida en sus brazos, exhausta y saciada, y su propio cuerpo ansiaba el reposo. Pero ahora estaba despierto, totalmente despierto. Y deseoso. No habría nadie vigilándolos ahora, se dijo a si mismo, la había poseído una y otra vez y seguramente la mujer llamada Lela sabría que Lady Davenport lo había complacido. Lo cual significaba que los habría dejado solos. El caballero que había en él recordó que podría tenerla otra vez esta noche y que dejarla dormir era lo más cortés que podía hacer ahora. Pero otra voz, una que surgía de su egoísmo, lo urgía a despertarla y aprovecharse de su suave y tentador cuerpo. Después de todo ella era su… regalo. También era una persona, no un simple objeto para su placer. Maldición.
Pero el cuerpo de Celia, le decía la insidiosa voz en su interior, no mentía, no importaba si la hija del Duque sabía que tenia que actuar como una sumisa cortesana o no, no había duda
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que se excitaba sexualmente y alcanzaba el clímax en sus brazos, su ferviente respuesta a sus caricias se apreciaba en la traicionera humedad entre sus muslos y los marcados cambios en sus turgentes y sublimes pechos. De hecho le gustaba cuando la follaba, racionalizó Robert. Y la quería ahora mismo. Celia yacía de costado, con una mano debajo de la mejilla, con sus labios rosas suavemente separados. Su abundante y sedoso pelo dorado cubría las almohadas y se derramaba porveteado su tersapor y grácil espalda. dormía con manifiesta naturalidad, su esbelto cuerpo la creciente luzDesnuda, del amanecer. Rindiéndose a su innoble tentación, levantó una mano y la tocó, sumergiendo su mano cuidadosamente en la unión de sus delgados muslos que descansaban juntos. Estaba caliente y deliciosamente suave, sus piernas eran ágiles y tersas. Moviendo la mano muy despacio hacia arriba encontró los húmedos pliegues de su sexo, sintiendo la resbaladiza mezcla de su esperma con los fluidos de ella, empezó una sutil invasión con los dedos, acariciándola ligeramente mientras se despertaba, sus dedos acariciaban la resbaladiza y satinada hendidura, siendo recompensado cuando murmuró algo ininteligible y moviéndose inquieta, se puso de espaldas. Con una sonrisa triunfante, siguió su movimiento, continuando el tierno asalto a su cuerpo, sus dedos de introdujeron fácilmente entre sus piernas, su pasaje, descubrió mientras le deslizaba un dedo cautelosamente en la vagina, estaba llena de semen, las paredes eran tan suaves y acogedoras que tuvo que reprimir una ola de súbita excitación que hizo que su verga se estremeciera y palpitara con anticipación. Entonces ella gimió, sus muslos se separaron empujados por su indagadora mano y sus pestañas empezaron a revolotear, mientras empezaba a ser consciente de lo que le estaba haciendo. Necesitaba tomarla pronto, su impaciencia no era normal, especialmente después de dos noches de excesiva indulgencia sexual. Añadiendo otro dedo a la ya hábil penetración, continuo rítmicamente hasta que vio que estaba completamente despierta y sus caderas se arqueaban con cada golpe de su mano. — Oh, — gimió. Con satisfacción sintió el aumento de su humedad y retiró la mano para sustituirla por su rígida erección. Su grito y la repentina apertura de sus ojos demostró que estaba verdadera y definitivamente despierta, entró en ella al mismo tiempo que las manos de Celia abrazaban sus hombros y sus dedos lo sujetaron con fuerza. — Te necesito ahora mismo, — le explicó lacónicamente, — haré que sea bueno para ti, te lo prometo.
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Todos los pensamientos de hacer el amor lenta y seductoramente volaron a la luz de la fuerza con que apretaba su enloquecida erección y su propia e inusual falta de control. Se movió con feroces embates, respirando afanosamente, sus pequeñas manos se clavaban en sus rígidos músculos y en pocos segundos eyaculó en un río de turbulentas sensaciones, el placer caía en oleadas sobre su cuerpo mientas se flexionaba y empujaba en su interior. Cuando estuvo saciado y relajado se separó con suavidad. Y tomándola entre sus brazos murmuró sobre su sedoso y fragante pelo con indudable asombro. — Siento que estoy bajo algún tipo de exótico hechizo. Este lugar, esta situación… y tú. El aliento de Celia era suave sobre su pecho, su cuerpo blando y perfecto entre sus brazos. — ¿Cómo crees que me siento yo? De repente cautiva y… sin esperanza, — susurro solo para sus oídos. — No puedo imaginarlo ¿es el destino? ¿Me trajo aquí solo para encontrarte? — Milord, — suspiro suavemente, — eso espero. *** Ellos hablaban algunas veces en voz baja, palabras que ella no podía captar, sería prudente castigar a la chica por ello, pero puede que eso contrariara a su huésped. De hecho, Lela estaba segura que le desagradaría si su regalo era castigado. Había algo más también, Lela lo sabía, mientras fruncía el ceño y caminaba a lo largo de los corredores hacia su habitación. Había algo en la manera en que el lord infiel miraba a la dorada chica inglesa que era casi perturbador, la intensidad en su expresión, eso no estaba previsto. Lela creía en el amor, aunque no lo había conocido personalmente. Oh si, ella le había dado al sultán un hijo y adoraba a su hija, el amor maternal no era un misterio para ella, pero por otro lado la devoción a su señor estaba basada en el deber y las expectativas, y sus sentimientos nunca habían sido tomados en consideración por él. Lo que habían compartido era lujuria y también un poco de afecto, durante un tiempo ella lo había complacido más que cualquiera de las otras que podía elegir. ¿Pero amor romántico? El concepto era sorprendente, seguramente era demasiado pronto para que los dos extranjeros sintieran semejante cosa, por que aunque hubieran sido amantes en todos los sentidos, solo habían pasado dos noches juntos. ¿Qué ocurriría, se preguntó con inquietud, si su estimado huésped realmente no quería dejar atrás a la chica?, después de todo ella proclamaba ser de sangre noble ¿era posible que se conocieran de antes de encontrarse en el palacio? No, rápidamente se tranquilizo a si misma, su encargo había sido virgen, ella misma había tocado su himen.
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A pesar de sus recelos se encontró a si misma sonriendo de repente ante la idea de un asunto de amor en un lugar donde lo normal era una sencilla y fría transacción y que a menudo los hombres usaran a la mujer insensiblemente y después se iban. Aunque fuera complicado, ella de repente deseo que esta situación en particular no siguiera ese camino.
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Capítulo 4
Celia podía sentir los latidos en su garganta mientras se aproximaba a la habitación de Robert, era como si estuviera avocada a una previsible reacción y su cuerpo reconociera esa puerta como la promesa de un placer sexual desenfrenado. El ruido de la llamada de Lela hizo que el rubor se propagara por su piel. ¿Qué le depararía la noche?, se pregunto. Después de seis noches de darle su cuerpo a lord Grayson, sabia que no solo era incansable y apasionado, sino también ingenioso. No era como si se le subiera encima y bombeara en su interior hasta que encontrara satisfacción, variaba la forma en que hacían el amor. Solo recordar algunas de las posiciones que habían usado la hacían ruborizar. En la cuarta noche que había acudido a él, incluso había penetrado su ano con el dedo, mientras mordisqueaba su hendidura, la sensación terriblemente exquisita de la doble posesión, la de su boca y la escandalosa invasión de su dedo la había hecho estallar en una temeraria liberación, con las piernas totalmente abiertas para su asalto oral y balanceándose contra ese perspicaz dedo, gritando ante el puro y decadente disfrute. Era vergonzoso; era sorprendente, pero había descubierto en si misma una sensualidad que había sido liberada o bien por el hecho que no tenia más elección que dejarlo usar su cuerpo, o bien porque Robert era un amante excepcional, o quizá ambas. Unadesnuda vez dentro de la inmediatamente estaba cuando oyóhabitación, a Lela cerrar la habitación. se desató la túnica y se la quitó, ya — Eso me complace, — dijo su profunda voz, — que estés tan ansiosa de estar desnuda y disponible para mí. Robert estaba recostado en las almohadas de la cama, con la bata abierta hasta la cintura. Sus rápidos latidos se incrementaron ante su vista, yaciendo allí como una especie de príncipe exótico y con una evidente promesa carnal en sus plateados ojos. A punto de olvidar su pretendida sumisión, camino hacia él lentamente. — Tus pechos se balancean cuando te mueves, — le dijo estrechando los ojos, — es hermoso ver el peso de tu carne en tan gracioso movimiento, son como una oferta para mi, tan altos, orgullosos y generosos. Celia casi pudo sentir el calor de su ardiente mirada caldeando sus pechos y sus pezones se erizaron al instante, volviéndose duros y tensos capullos. — Quiero jugar con ellos ¿me dejaras? La suave y guasona pregunta la hizo contener el aliento.
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— Por supuesto, milord — le dijo, escuchando la nota de necesidad en su voz, pero incapaz de evitarla. Se subió a la cama y fue acercándose hacia donde estaba sentado, de rodillas con el pecho hacia él y sus desnudos y elevados pechos expuestos y dispuestos para sus caricias. — Pareces impaciente, — murmuro con gran regocijo, — eso me gusta, eres un placer, tan receptiva, tan deseosa de abrirte para mi, ofréceme el paraíso perfumado de tu cálido cuerpo, Celia. — Te serviré en todo lo que desees, milord, — acepto, ansiando que él la tocara. Cuando lo hizo, deslizando las manos por la redondez de su trémula y ansiosa carne, saboreo la sensación, la cabeza se le cayó hacia atrás y su largo pelo se derramó por sus hombros y la parte trasera de sus piernas. — Seria interesante, sin duda, ver como de cerca puedo llevarte al clímax usando solo estos, — le sujeto ambos pechos y los elevó sosteniéndolos con sus grandes manos. La idea la excitaba, y él lo sabía, arrodillada allí con las palmas de sus manos acunando su temblorosa carne, esperando y casi sin aliento a causa de la expectación. No quedo decepcionada. Al principio solo la acarició, suaves y ligeras caricias que la excitaron. Sus dedos moldearon y comprobaron la maleable naturaleza de su piel y su carne, sin tocar sus pezones, solo rozándolos de pasada hasta que ella se mordió los labios aguardando el comienzo. Cerrando los ojos permaneció quieta y tranquila, el mundo no era más que esas manos en sus pechos y el sordo dolor de su enorme deseo. Cuando por fin se inclinó para recorrer con su lengua ligeramente uno de los apretados y tensos picos, no pudo controlar el leve sonido que quedó atrapado en su garganta, ni el calor y la humedad que surgió entre sus piernas. — ¿Debería chuparlos?, — preguntó, su voz revelaba su propia y emergente necesidad. — Si, — dijo con un suspiro, y cuando sus labios se cerraron sobre un tembloroso pezón, le recorrió le pelo con los dedos, sujetándolo contra ella. Y él lo succiono al interior su cálida boca y empezó a amamantarlo con fuerza. Celia, con los ojos cerrados, encontró difícil de creer que pudiera existir una sensación tan exquisita. El otro pecho le dolía, insatisfecho, hasta que Robert le transfirió su atención, chupando, lamiendo y tocando, llevándola a un trémulo nivel de excitación. — Estas temblando, dulzura, — murmuro Robert sobre su rosa y henchido pezón, — puedo oír tu respiración ¿estas cerca? Estaba cerca, notó, las palpitaciones en su entrepierna eran intensas. — Te quiero dentro de mí, — dijo, sin recordar que debía ser una obediente sierva. — Ahora. Estuvo de espaldas en un momento, las manos de Robert engancharon sus piernas por debajo, alzándole las rodillas, y sus caderas se separaron de la cama, sintió con una especie de
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asombroso júbilo la gruesa punta de su erección mientras la obligaba a abrirse con su impetuosa entrada. Alcanzó el clímax casi enseguida, apurada y frenéticamente, mientras él obtenía su propio placer, su vagina se tensó alrededor del deslizamiento de sus rítmicos embates, las olas del éxtasis consumieron su mundo y a duras penas fue consiente de cómo él se sumergía en ella una y otra vez hasta que se derramó con un juramento en voz baja, sus caderas se apretaron con fuerza ser el vértice de sus piernas abiertas y sintió como si fueran un solo ser capturado en una tormentosa tempestad de pasión. *** Si no la había follado hasta dejarla medio muerta, pensó Robert perezosamente mientras yacía allí, con los dedos deambulando por la longitud de su sedoso pelo, estaría sorprendido. Celia se reclinaba a su lado, hacia un rato que los dos permanecían en silencio, desde su última y tempestuosa unión. La habitación estaba silenciosa y débilmente iluminada por parpadeantes lámparas, la dorada luz enfatizaba la pura perfección de su figura, sus encantadores y suaves hombros, esos opulentos y lozanos pechos, su plano estomago y sus gráciles caderas… Su trasero también era perfecto, redondo y blanco en lo alto de sus largas piernas, adoraba la manera en que esos cremosos montículos llenaban sus manos, tan firmes como sus pechos, pero al mismo tiempo suavemente femeninos y atrayentes. — Tienes, — rompió el silencio con su susurro, — un bonito culo ¿te lo he mencionado? El uso de la ordinaria palabra la hizo levantar la mirada, con los ojos abiertos y asustados. Bajó los ojos y los músculos de su garganta se movieron ligeramente mientras tragaba. — Si eso es un cumplido, milord, se lo agradezco. Amasando su cadera, tocó la curva y apretó la mano ligeramente. — Gírate sobre tu estomago, déjame mirarlo. Después de casi una semana de iniciación sexual en su cama, solo dudó un segundo antes de obedecer. Robert contuvo el aliento mientras ella se volvía boca abajo, la elegante curva de su columna y sus largas piernas eran una lección de la belleza de la figura femenina. No todas la mujeres disfrutaban de la penetración anal, lo sabía, y ella era demasiado pequeña y demasiado delicada para que él la tomara de esa forma con su polla, pero… le había prometido que la compensaría por despertarla de su profundo sueño la otra mañana y satisfacerse a si mismo con demasiada celeridad, a ella le había gustado cuando él le había metido un dedo en el ano y después había alcanzado el clímax veloz e intensamente. Había sentido el néctar de sus jugos sexuales fluir en su boca en el mismo momento que la había tocado en ese sensible y prohibido lugar. Poniéndose rodillas, desnudo trasero suavemente, sus dedos trazaron el pequeño plieguededonde sus recorrió glúteos sesuunían con sus muslos. — Tan perfecto, — dijo deslizando las manos por sus caderas.
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Celia yacía muy quieta, baca abajo, inmóvil, pero de alguna manera sintió crecer la excitación en ella. Era casi como si estuvieran tan sintonizados sexualmente que podía adivinar lo que la excitaba. Separando ligeramente sus glúteos, examino la profunda grieta de sus nalgas, mirando el pequeño y fruncido agujero con un destello de intima excitación. Era tan pequeño, pensó con asombro, aunque esos nervios eran muy sensibles. Dejando resbalar el dedo por su grieta, se detuvo en la delicada abertura, empujando ligeramente con la yema del dedo, la sintió tensarse. — Relájate, — le dijo con dulzura. No se movió, boca abajo, con su dedo apoyado en tan vulnerable lugar y el pelo derramándose sobre sus hombros, su cuerpo era el símbolo de la sumisión femenina. — ¿Te gustó, — le pregunto, aplicando un poco más de presión pero sin penetrar la estrecha abertura, — cuando lo hice antes, o no? Se le escapó el aliento, su trasero se elevó un poquito. — Si usted lo dice, milord. — No lo digo, lo pregunto. — Me gusto. No estaba seguro si simplemente estaba siendo obediente o lo decía de verdad, pero le puso las manos en los muslos y se los separó, se coloco entre ellos, dejándola boca abajo y con los brazos a los lados, las piernas completamente abiertas y su trasero incitadoramente expuesto delante de él. Arrodillándola, le puso la mano entre las piernas y busco su sexo con los dedos de la mano derecha, deslizándoselos en la vagina y cubriéndolos con los fluidos de su reciente intercambio. Ella suspiró levemente mientras se retiraba de su resbaladiza entrada, solo para contener bruscamente el aliento cuando le separo los glúteos y sus lubricados dedos sondearon su pequeño agujero. Le susurró. — No te resistas. Es casi parecido a un doloroso placer, la sensación es única, creo que te gustara, mi dulce y apasionada Celia. El empezó a penetrarla, deslizándose muy despacio en la increíble estrechez de su ano. Su cara estaba oculta, pero su cuerpo se tensó ligeramente, y mientras profundizaba un poco cada vez, emitió un pequeño quejido que se convirtió en una exclamación entrecortada cuando se introdujo hasta los nudillos. Estaba caliente, los músculos de su recto se apretaron en torno a su invasión, y empujó un poco más, hasta enterrar los dedos tan lejos como pudo. Celia gimió cuando él empezó a retirarse y cerró los puños sobre las sabanas. Saco sus dedos casi por completo y después inexorablemente la jodió con ellos otra vez, esta vez el acceso fue más fácil, sus húmedos dedos se deslizaron, los hombros de Celia se alzaron y descendieron indicando su veloz respiración. Continuando el proceso imitó suavemente el acto del amor usando los dedos en su ano, dentro y fuera, lentamente, notando que ella
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estaba empezando a gemir intermitentemente. Con la otra mano acarició primero la parte interna de sus muslos y después su sexo, localizando su clítoris, la doble estimulación la hizo gritar de repente y empezó a empujar contra su invasor dedo, las caderas se alzaron contra su mano, y los pequeños sonidos de su garganta se volvieron frenéticos. También él estaba muy excitado ante la erótica vista de sus piernas abiertas, el suave trasero expuesto para su uso y sus dedos moviéndose dentro y fuera. Cuando empezó a jadear y temblar casi estuvo al borde él mismo, sus minúsculos músculos sujetaron sus dedos con frenética necesidad y su cuerpo se estremeció mientras gritaba y se arqueaba hacia atrás. Despacio, liberó su dedo y colocó las manos sobre sus caderas otra vez, cayendo sobre las manos y las rodillas detrás de ella. Usando esos suaves montículos, froto su palpitante pene entre ellos, la fricción era deliciosa y en pocos segundos estuvo listo para estallar, retrocedió lo suficiente para ver mientras eyaculaba como su semen salía a chorros sobre su blanca piel, como un caliente y mojado río que rebosando su grieta corría entre sus piernas Ahora mismo, esto era un espectáculo inexplicablemente excitante , pensó, su espeso esperma en su trasero, corriendo en decadentes riachuelos sobre las suaves curvas. Respirando pesadamente, deslizó un poco de la cremosa sustancia hacia abajo, a su hendidura todavía húmeda. — No te muevas, — le dijo. Se levantó y atravesó la habitación en busca de una jofaina y una toalla situadas en la esquina, enjuagó sus manos y regreso para limpiar su descarga de su trasero y lanzando descuidadamente el trapo usado, volvió a la cama. Suavemente la puso boca arriba y usó las rodillas para apartarle las piernas mientras se colocaba entre ellas, como si no acabara de tener un orgasmo. Se sentía plenamente excitado y deseoso y la besó profundamente mientras entraba en ella. Esta vez su forma de hacer el amor fue tierna y lenta, se detuvo a menudo para presionar con su boca sus suaves y cálidos labios, susurrarle al oído y acariciar sus pechos, ella llegó al clímax dos veces antes que él se rindiera al orgasmo. Después la abrazó posesivamente, sujetándola contra su cuerpo y sintiéndola deslizarse casi exhausta en el sueño. — ¿Qué me haces?, — murmuro en alto, mirándola a la cara mientras yacía en sus brazos, su mano se levantó y acarició la curva de su mejilla. Era algo más que bella y apasionada, notó, mirando las largas pestañas que descansaban sobre sus mejillas y la vulnerable curva de su esbelto cuello. ¿Cómo demonios podría a llevarla a Inglaterra y no tocarla nunca más?
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Capítulo 5
El viento del desierto le azotaba la cara y la estimulante sensación de velocidad era increíble. Robert se inclinó sobre el cuello de su montura y espoleó al semental de Berbería a un veloz galope, sintiendo las crines del caballo azotar su cuello y su boca. No se irguió en la montura hasta que alcanzaron las afueras de la ciudad, sonriendo y controlando al encabritado caballo con un hábil manejo. Alí llego un momento después, su montura despidiendo arena bajo sus cascos mientras se detenía. Robert dijo: — Gané. Sin aliento pero riéndose Alí replicó: — El que gano fue él, amigo mío. — Es magnifico, míralo, todavía quiere correr, después de lo lejos que hemos ido ¿nunca se cansa? Sintiendo los músculos debajo de él moverse con ansiosa energía, mientras el caballo bailaba aun lado y a otro, Robert tensó las riendas. — Nunca. — Alí volvió su caballo hacia las puertas de la ciudad, y golpeando su grupa dijo con simulada lastima. — Bien hecho, Hazan, lo hiciste bien, pero nadie puede derrotar al negro, aunque su jinete sea un patoso infiel. Robert se rió entre dientes. Había nacido prácticamente montando a caballo y sabía que era un diestro jinete, pero la habilidad en el manejo de los caballos de la gente de Alí, estaba más allá de cualquier comparación. Espoleando al semental para ponerse al lado de su amigo, dijo: — Tanta velocidad… es excitante, casi primitivo, como… — ¿El sexo?, — Alí concluyó, sonriendo. — Quizás, — Robert rió. — Es ciertamente un torrente de sensaciones físicas. — ¿Qué preferirías tener, amigo inglés, tengo curiosidad, el negro, mi mejor caballo, o la chica? — La chica. Las finas cejas de Alí se alzaron. — Sin dudar, eso es alarmante. — Ella es… cautivadora.
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— Una cautivante cautiva, que idea más extraña, quizás deberías protegerte de involucrarte demasiado con ella, Robert. Las mujeres solo sirven para una sola cosa, usar su cuerpo, pero por lo demás no te vuelvas tolerante con ella. Se temía que era demasiado tarde. Con curiosidad, Robert preguntó. — ¿Alguna vez has considerado la idea que algún día podrías encontrar a la mujer que no solo satisfaga tu cuerpo sino que también te fascine de otras maneras? Alí negó con la cabeza, alzando los ojos teatralmente al cielo. — Alá, protege a mi amigo de las ideas sentimentales que evidentemente alberga en su sangre inglesa. Debes perdonarlo porque es de una raza que escribe sonetos sobre el color del pelo de una mujer, y compone música para complacer sus oídos. Una de las cosa que más le divertían de la compañía de Alí, era su sorprendente y mordaz ingenio. Divertido, levantó una ceja. — Lo digo en serio ¿nunca? Alí rió. — ¿Quién sabe? No soy mi padre, que ordena a sus mujeres que no hablen mientras obtiene su placer, pero tampoco me veo a mi mismo con una única mujer para siempre, todo lo que puedo decir es que si existe, no la he encontrado todavía. Robert no estaba seguro que pudiera decir lo mismo. Llevaba en el palacio doce días y su visita estaba apunto de acabar. Durante ese tiempo había pasado los días con Alí, descubriendo una fascinante ventana a un mundo diferente, cabalgando por el desierto, comiendo comida exótica, contemplando la arquitectura de antiguas ciudades y civilizaciones perdidas. Por la noche, había explorado un mundo diferente, un mundo de sensualidad y placer en los brazos de una hermosa, desinhibida, e increíblemente receptiva amante. Habiendo hecho las mismas cosas con otras mujeres en el pasado, no sabía porque era diferente con Celia, pero lo era. Su intenso deseo por ella era alarmante, pero parecía incapaz de controlarlo. Y todavía más alarmante, era la innegable certeza que si el sultán decretaba que deseaba conservar a su preciosa rehén, sería incapaz de abandonarla. El como conseguir su libertad, si se daba el caso, era un autentico dilema. Alí interrumpió sus pensamientos mientras atravesaban las macizas puertas y entraban en las abarrotadas calles de la ciudad, el palacio era una inmensa edificación en el centro. — Siento que no te veas capaz de cenar conmigo esta noche, le expliqué a mi padre que como el cónsul francés estará allí y ya que vuestros dos países están en guerra, no te sentirías cómodo compartiendo la comida con un enemigo jurado. — ¿Lo entendió y no se sintió insultado?
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— Si hay una cosa que mi gente entiende, es el odio a los enemigos. Míralo de esta manera, — Alí se rió guasón, — si tomas la cena en tus habitaciones, podrás pasar más tiempo con la encantadora hija del Duque. — En realidad, — murmuro Robert, — ya se me había ocurrido, ya he pedido que la traigan antes y así poder cenar juntos. — ¿Deseas cenar con ella? — No parezcas tan sorprendido, es encantadora, y hay otras cosa que admiro en ella, aparte de su indudable esplendido cuerpo, quiero conocerla en más sentidos que solo en el carnal. Su compañero dio un pequeño resoplido de desdén. — Eres un tonto romántico, Robert. ¿Qué hay que conocer acerca de cualquier mujer que no sea la cantidad de placer que puede darte en la cama? — De donde yo vengo, Alí, algunos hombres se casan por amor, — señaló Robert, y añadió secamente, — y no es que yo lo haya imaginado para mi mismo alguna vez, pero para ser completamente honesto, siempre he dudado un poco de la existencia de tan esquiva emoción. — Esta es una dolencia más seria de lo que pensaba, — Alí se mostró cómicamente alarmado, — espero que te des cuenta que has mencionado las palabras amor y matrimonio en la misma frase. Demonios, lo había hecho. *** Las manos de Lela eran hábiles mientras masajeaban el perfumado aceite en la espalda de Celia, la habitación olía a azucenas y jazmín. Con dedos diestros y eficientes, la mujer mayor volcó la botella y esparció la densa sustancia suavemente, masajeándole la parte baja de la espalda, bajando las manos y haciendo lo mismo con sus glúteos, separando sus glúteos para cubrir cada redondeada curva, incluso su raja y su ano, le dio el mismo tratamiento a cada pierna, amasando sus muslos, pantorrillas, tobillos y la planta de los pies. Acostumbrada al procedimiento, Celia ya no se sentía mortificad y degradada por ser tocada de semejante manera. En su lugar, descubrió que disfrutaba el hábil y experto masaje. Cada tarde era preparada de la misma manera, la bañaban, rasuraban, la cubrían de aceite y la perfumaban, su pelo era lavado y enjuagado con agua perfumada, sus largos mechones cuidadosamente secados y peinados. Aunque estaba claro que la alta posición de Lela en esta parte del palacio significaba que podía delegar sus funciones en cualquier otra, siempre lo hacia ella misma, por lo cual Celia estaba agradecida. La modestia no tenía lugar en el harem, pero si alguien tenía que tocarla, prefería que fuera Lela, las dos habían alcanzado una especie de cautelosa amistad. La mujer mayor se sentía visiblemente orgullosa de la forma en
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que el inglés la deseaba y usaba su cuerpo y ya que complaciendo al conde, el sultán se sentía complacido, convivían de común acuerdo. — Vuélvete, precisa. Tendida boca abajo en la mesa que usaban para este proceso, Celia se dio la vuelta amablemente. Esparciendo el aceite sobre su pecho, la mujer mayor empezó a ungirlo sobre las curvas de sus pechos. — Que esplendidas esferas de mujer, — la elogio mientras sus dedos trabajaban, — tan abundantes, y jóvenes, tu no lordpuede los admira, — las levantó uno mientras masajeaba la pero partefirmes inferior, — mucho, mantener manos y laligeramente boca lejos de ellos. — Me hace consciente que soy una mujer, — admitió Celia. — Y usa cada parte de tu cuerpo para su placer, dime, — los ojos de Lela se abrieron con curiosidad— ¿fue verdaderamente placentero cuando atravesó tu otra abertura con su dedo? — Todo lo que me hace es placentero, — admitió honestamente. Sin temer más el castigo por su curiosidad, Celia preguntó con cautela— ¿Por qué nos observas? — Es mi deber asegurarme que nuestro honorable huésped esté bien satisfecho, incluso ahora si de alguna manera lo contrarias, serás reemplazada inmediatamente por alguien más dispuesto. Espero que lo entiendas, no soy la única que mira, debo dormir, pero estoy hablando demasiado. — Si, — le aseguró Celia a toda prisa. — Lo entiendo. Vestida con sus habituales túnicas de seda, Lela levantó una ceja y sonrió. — No te desagrada demasiado entregarte al lord infiel ¿no es así, preciosa? Oigo tus gritos de placer cada noche y estoy contenta que hayas encontrado alguien tan habilidoso y bien dotado, es un hombre excepcional, su masculina lanza es de un tamaño impresionante y es incasable, te posee una y otra vez, llenando tu pasaje femenino con su semilla. Cuando regresas cada mañana siempre estas tan llena del liquido de la vida, que se escurre por tus piernas. Era difícil olvidar la manera en que se sentía cuando Robert alcanzaba el clímax en su interior y la cálida fortaleza de sus brazos. Lela se rió, con sus manos todavía deslizándose por sus pechos. — ¿Has visto como te pones solo de pensar en él?, tus pezones están rosas y apretados mientras tus pechos se hinchan de deseo. Estas hecha para hacer el amor, chiquilla. El le había dicho lo mismo, y puede que fuera verdad. No había duda que ella se deleitaba con lo que Robert le hacia a su cuerpo, y aunque trataba de no pensar mucho en ello, tenía demasiado tiempo libre,conseguía por lo quesuno podía evitar pensar las complicaciones que ya podían surgir. Si Lord Grayson libertad, iba a ser difícilenvolver a su antigua vida, no era la inocente joven que una vez había hecho furor en la temporada, la mayoría de las cortesanas no habían hecho las cosas que había hecho ella.
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La mitad del tiempo deseaba volver atrás en el tiempo y cambiar el pasado, no haber rogado a su padre que le permitiera hacer el viaje a Italia para visitar a su tía. Era allí donde había sido secuestrada de su habitación una noche, después que los tratantes de esclavos que la habían secuestrado la hubieran visto en una feria local, su pelo brillante y rubio era valioso, le contó uno de ellos mientras ella le suplicaba, tremendamente aterrada, que la liberase. La otra mitad del tiempo, se preguntaba si habría conocido tan licencioso y delicioso placer si el destino no hubiera alterado su vida. Lela se movió hacia su estomago, derramando más aceite, asegurándose que estaba suave y dulcemente perfumada. Primero la parte interna de sus muslos y luego el resto de sus piernas. Ya estaba acostumbrada, tan acostumbrada que ni siquiera se inmuto cuando Lela sacó otro tipo de aceite y lo aplicó primero a sus pezones volviéndolos más brillantes y suaves, y después a sus labios vaginales con el mismo propósito. Abriendo las piernas sin protestar, dejó que Lela se la frotara en su hendidura. — Desea que te unas a él para cenar, — anunció Lela retirándose y frunciendo el ceño, — es poco habitual, pero vosotros dos sois tampoco sois lo habitual, tan hambrientos el uno por el otro. Sorprendida pero encantada, ya que el completo aburrimiento era lo peor de su confinamiento, se sentó en la mesa. — ¿Esta noche? — Si, y no debes olvidar que no puedes hablar de tu vida pasada, — Lela la advirtió, — eres una sierva en la gran casa del sultán, esa es tu vida y el propósito de tu existencia, deja que el lord infiel te hable si lo desea, pero no lo molestes con parloteos. Ya que de todos modos Robert St. Claire sabía quien era ella, simplemente asintió. — Volveré a vestirte dentro de un rato, quizás deberías tumbarte y descansar. Una vez que Lela se fue, caminó nerviosa a través de la habitación, todavía desnuda. A última hora de la tarde la luz del sol se colaba por la altas ventanas y a menudo la habitación se volvía demasiado cálida, por lo que había adquirido el habito de no molestare en ponerse la ropa, y eso era otra cosa, se dio cuenta cínicamente divertida, se estaba acostumbrando a pasar desnuda la mayor parte del día, y desde luego toda la noche. De hecho, descubrió, le gustaba sentir las sabanas sobre su piel desnuda. Y siendo honesta, le gustaba que su desnudez la hiciera estar siempre disponible para su insaciable amante. Él quería cenar con ella, e indudablemente, mucho, mucho más. Y sonrió con anticipación. *** Era ridículo estar tan impaciente, pero Robert se dio cuenta que caminaba ansioso por la habitación, esperando la suave llamada y podía jurar que cada vez que la oía, su erección crecía.
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Los sirvientes habían dispuesto una pequeña mesa rodeada de almohadones para que pudieran sentarse mientras comían. En lugar de estar rodeado de obsequiosos criados, había pedido una comida fría de carne con especias, arroz, pan y frutas. Una botella estaba colocada cerca de dos vasos y encontró que le gustaba el implícito símbolo que representaba, que ese intimo encuentro entre él y la adorable Celia representaba una especie de intercambio de algo diferente del intenso placer sexual. La suave llamada que esperaba lo hizo detener su impaciente paseo. — Adelante, — pidió. Se quedo sin aliento mientras Celia entraba recatadamente en la habitación. Siempre estaba exquisita, pero siempre la había visto con la fina túnica de seda que ella se quitaba casi al instante de llegar. Esta noche su esbelta figura estaba envuelta en un ceñido vestido similar a los que usaba Lela, y esa vista lo golpeó inexplicablemente por su delicada feminidad y su fascinante belleza. El dúctil tejido era azul, del color exacto de sus ojos, y su rubio pelo siempre espectacular suelto y cayendo sobre sus hombros desnudos, había sido trenzado con cintas que hacían juego con su vestido. Alrededor de su grácil cuello llevaba una sarta de perlas que resplandecían contra la tela y su perfecta piel. La puerta se cerró silenciosamente tras ellos y se quedaron solos, aunque estaba seguro que serian vigilados cada minuto que pasaran juntos. — Estas preciosa, — le dijo con sinceridad. — Gracias milord, — lo miró a través de sus largas pestañas. — Estoy contento que te unas a mí para cenar. — Estoy agradecida que me haya honrado con su invitación. El levantó una ceja y murmuro. — También me complacería que te unieras a mí después, para satisfacer una clase diferente de necesidad física. Pero primero, siéntate, por favor y déjame servirte una copa de vino. — Si es su deseo, milord — se movió elegantemente hacia la mesa, y se sentó en uno de los cojines, con las piernas a un lado, ocultas por sus largas faldas. Adoraba la forma en que esas largas piernas se enredaban a su alrededor mientras se movía dentro de ella. La presión de sus muslos mientras protestaba sin palabras ante sus retiradas, la estrechez de sus músculos cuando se hundía en su interior… Si no dominaba sus deseos, se dijo irónicamente, no cenarían nunca. Sirvió un vaso del ambarino líquido para cada uno y se lo tendió. — Es una bebida local bastante potente, hay que acostumbrarse a ella, pero ha empezado a gustarme. Celia tomo un pequeño sorbo.
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— Es dulce, pero no empalagosa. — Tome algo parecido a esto mientras estuve en Escandinavia, — comentó mientras se sentaba, mirando la delicada manera en que ella probaba la bebida, — también era un brebaje embriagador, pero los nórdicos de esos países beben sustancias todavía más fuertes, comprendí que así combaten el frío de esos largos y oscuros inviernos. Son feroces guerreros y poco expresivos. Pasé un verano en una ladera cerca de un fiordo, que es como llaman a las profundas ensenadas que atraviesan sus heladas montañas. El escenario te dejaba sin aliento y el sol nunca se ponía del todo. — ¿Ha viajado mucho, milord? — Si, — admitió, — vuelvo a casa de vez en cuando para atender los asuntos de mis posesiones, pero quería ver mundo, no he pasado mucho tiempo en Inglaterra últimamente. — por lo cual, añadió silenciosamente, me he perdido el conocerte antes, si lo hubiera hecho, también pensó con convicción, nunca podría haberlo olvidado. La poderosa atracción de Celia Davenport era memorable. — Cuando regrese, — continuó, tomando un trago de su copa, — tengo intención de establecerme en el modo de vida para el que he nacido. Mis ansias de conocer mundo han quedado satisfechas, y estoy listo para una existencia tranquila. — Estoy segura que echa de menos a su esposa. Lo dijo tan suave que casi no la oyó, la miró sobresaltado, y se dio cuenta que a causa de su falta de libertad para hablar de nada personal ella conocía muy poco de él aparte de su nombre. — No estoy casado, — respondió sin alterarse, — todavía no. Durante un largo momento simplemente se miraron el uno al otro y Robert creyó ver un breve brillo de lágrimas en sus ojos antes que buscara su vaso de vino y tomara un rápido sorbo. — Espero que estés hambrienta. Por favor, comamos. Mientras compartían la comida, Robert trato de mantener la conversación enfocada en los asuntos de los que ella podía hablar, revelándole de si mismo tanto como era posible ya que seguramente habría más cuestiones que ella querría saber pero que no podía preguntar. Era frustrante no ser realmente capaz de hablar con ella libremente y bajo su servil actitud sentía la misma emoción subyacente en ella. La habían advertido otra vez, adivinó, que no revelara nada de si misma. Claramente ni Lela ni el sultán sabían que era consciente de su identidad real. Y ya que el sultán había dejado su vida en sus manos, Robert no quería hacer nada que perjudicara la oportunidad de conservar su extraordinario regalo. Por lo tanto, era mejor que hablaran lo menos posible y pasaran el tiempo ocupados de otra manera.
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Con un poco de suerte podrían hablar en el viaje de vuelta a Inglaterra *** — ¿Te gustaría tomar más vino? La cortes pregunta hizo que Celia levantara la mirada. Robert la miró con la botella levantada, y una oscura ceja voló hacia arriba. Era irresistiblemente apuesto vestido como el típico inglés, una holgada camisa blanca abierta informalmente en el cuello, pantalones oscuros y pulidas Hessians. Su espeso pelo, normalmente suelto sobre los hombros siempre quehuesos lo veía,de estaba recogido en su nuca en una coleta que enfatizaba la elegante estructura de los su cara. Ella negó con la cabeza. — Estoy muy satisfecha, milord. — ¿De vedad? Yo no, — se rió bajito. — Bien, — dijo significativamente, — he comido suficiente, pero todavía no estoy… satisfecho. Como podía ruborizarse después de todas las noches que habían pasado juntos era asombroso, pero sintió que le ardía la cara ante esas sugestivas palabras. Y su entrepierna se lleno de una clase diferente de calor. Y quizás lo peor era que él conocía la clase de efecto que producía en ella. Su sonrisa era completamente masculina y llena de pura seguridad sexual. — Vamos, vayamos a la cama, déjame desvestirte. A la cama, por supuesto, después de todo para eso estaba aquí. Fue fácil olvidarlo bajo la influencia de su encantador intento de hacer que su relación pareciera otra cosa y no la de una esclava y su amo. El resentimiento rivalizó con la excitación, pero no era forzosamente contra él, sino contra esta insostenible situación. En Inglaterra, si él hubiera querido cortejarla, las cosas habrían sido completamente diferentes, habría habido flores, dulces palabras y románticos valses a la luz de la luna… se habría enamorado de él por las razones correctas, su cortesía, su inteligencia y esa devastadora y atractiva sonrisa. Pero no estaba en Inglaterra, y no tenia necesidad de cortejarla. De echo era todo lo contrario, y tanto como había disfrutado su cena intima, en retrospectiva había sido una mala idea por que había recordado su casa, pero el hecho es que era una prisionera, una esclava sexual enviada para servirlo de cualquier forma que deseara. No tenia ni idea de si podía bailar con gracia, o que flores escogería para enviárselas, pero sabía exactamente como levantar las caderas para que su polla se deslizara profundamente en su interior, pensó sardónicamente, y que posiciones eran las que más le gustaban mientras hacían el amor. Si no conocía su otra parte, el refinado y culto cortesano, por lo menos disfrutaría la parte que podía tener. — ¿Celia? Se levantó ante esa orden, y se quedó quieta mientras le soltaba el fajín de la cintura y lo dejaba caer. Sus largos dedos la despojaron del vestido y la tela se deslizo de su cuerpo
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amontonándose a sus pies, debajo estaba desnuda y pudo sentir la traicionera tensión de sus pechos mientras él, parado allí, la miraba. Con mucho cuidado le sacó el collar de perlas del cuello y lo colocó aun lado. — Ahora, — dijo suavemente, — tú me desvestirás a mí. Con una tensa obediencia, considerando la confusión de sus emociones, tendió la mano en busca de los botones de su camisa, desabrochándolos uno a uno, revelando su ancho pecho. Sacándosela de los pantalones, se la deslizó por los hombros y la hizo a un lado. El seguía de pie, inmóvil, mientras le desabrochaba los pantalones, liberando su erección, que saltó enorme e hinchada, y Celia pudo ver una gota de semen escurriéndose del agujero su palpitante punta. — Tócalo, — ordenó con una pesada mirada en sus ojos plateados. Durante un momento dudó, a pesar de todas las veces que él había puesto su pene en su interior, ella nunca lo había tocado con las manos. Tímidamente envolvió con sus dedos la rígida longitud de su erección, sintiendo su poderío y sus latidos con sorpresa, la dura carne se sentía viva y caliente en la palma de su mano. Suave, mientras recorría con sus dedos toda su largura, y también dura, como una mano de acero bajo un guante de seda. En su base, sus bolas estaban apretadas bajo su erección, pesadas y llenas por la excitación, rodeadas de un nido de oscuro vello púbico. Un poco envalentonada por la copa de vino que había bebido, Celia las sostuvo en sus manos y se vio recompensada cuando Robert dejo escapar el aliento con un siseo. — ¿Se siente bien, milord?, — pregunto un poco jadeante. — Si,de aunque si unlahombre alguna vez de se mi siente vulnerable, es cuando pelotas están al cuidado otro. Son parte más sensible cuerpo, — su voz salió unsus poquito irregular. — Se sienten llenas y apretadas, — ella sopesó el peso de cada una, descubriendo su tamaño y dándoles forma explorándolas con los dedos. — No por mucho tiempo, lo predigo. Ven, déjame acabar con esto. Se sentó en la cama y se quito las botas, y después los pantalones. Le hizo un seña con la mano para que se acercara, y ella fue, su cuerpo ya se sentía cálido y expectativo, sus pechos pesados y su hendidura rezumaba humedad. Robert se tumbo de espaldas, la rampante polla que acababa de tocar, erguida y rígida. — Tómala en tu boca, — le dijo susurrando bajito, — lámela y chúpala de la misma forma en que yo te doy placer con mi lengua entre tus piernas. Sentada su lado, sintió que se le abrían los ojos y él se echo a reír. — No tienes que intentar tragarla toda. Tómala tan profundo como puedas sin ahogarte.
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Si eso lo complacía la mitad de lo que la complacía a ella que él le pusiera la boca entre las piernas, entonces quería hacerlo. Celia se puso de rodillas, se inclinó y lamió la brillante punta, saboreando su salada humedad. Un pequeño jadeo escapo de sus labios, su lanza se sacudía ante el más mínimo toque, complacida por su reacción. Lo lamió otra vez y lo tomó lentamente en su boca, recorriendo con la lengua la caliente cabeza, saboreando el fluido que salía de ella. Succionando suavemente, deslizó su polla profundamente en la boca, y lo oyó gemir quedamente. Era una embriagadora sensación de poder, ella lo complacía, si, pero normalmente era porque él usaba su cuerpo para su propio disfrute. Siempre dominaba el juego sexual, nunca era el objeto que era tocado y seducido, era el seductor. Empezó a moverse arriba y abajo, lamiendo y chupando alternativamente, apoyo las manos en la cama y su erección ya enorme, creció más mientras se deslizaba dentro y fuera de su boca y el sonido de las respiraciones entrecortadas llenó la habitación, inclinada sobre él sintió que le ponía las manos en el expuesto trasero, acariciándoselo arriba y abajo mientras se movía. — Dios, — susurro. — Que bueno es esto. Celia se movió hacia abajo, tan lejos como pudo, tocando con la garganta la punta de su polla. Los dedos de Robert se movieron también, buscando su sexo desde atrás, explorando su abertura y metiéndole los dedos siguiendo el mismo ritmo, retirándose cuando se deslizaba hacia arriba y penetrándola cuando volvía a tomar su lanza profundamente, por lo cual empezó a moverse más deprisa a medida que crecía su propia necesidad, arriba y abajo, con sus dedos invadiendo su pasaje en sincronía. Lo sintió tensarse de repente, deslizándole los dedos del cuerpo. — Para, que me corro, — le dijo con la voz entrecortada. Se movió rápidamente y la puso de espaldas, separándole las piernas bruscamente mientras se acoplaba entre ellas. Su entrada fue enérgica y se introdujo en su pasaje profundamente con los ojos cerrados mientras daba un grito apagado y explotaba. Los chorros en su interior fueron calientes y feroces, y los músculos de sus brazos estaban tensos y definidos mientras se sostenía sobre ella. Cuando unos momentos después salió de su cuerpo, vio que todavía respiraba pesadamente y poniéndose de espaldas le dijo con una voz impregnada de humor. — Te he dejado insatisfecha, dulzura, lo siento, pero me llevará unos cuantos minutos recobrarme del… er… excepcional vigor de este orgasmo, tienes una boca muy talentosa. Estaba insatisfecha y necesitada, excitada por las caricias de sus dedos y por sentirlo en su interior. — Siempre me complaces, milord, — dijo diligentemente.
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— Estos me dicen otra cosa, — alargó la mano y acunó uno de sus tensos pechos. — Necesitas alivio, déjame ver si tus manos tienen tanto talento como tu boca. Creo que te quedaras sorprendida de cuanto placer puedes darte a ti misma. Le cogió la mano y se la colocó entre las piernas. Celia pudo sentir su humedad y el resbaladizo semen en su desprotegida carne. Un poco incomoda e insegura, simplemente se quedo quieta sin saber que hacer. — Puedo esperar por ti, Milord. Quieropicara. mirar mientras te complacerte a ti frotar misma,con — susurro levantando ceja bien y cony una—sonrisa — Ahora, solo tienes que los dedos, se sientelamuy descubrirás por ti misma donde tocar. Hizo lo que él le decía, dejando las advertencias de obediencia de Lela a un lado. Su tutela sexual siempre la había complacido, y para su sorpresa, estaba en lo cierto; cuando empezó a acariciarse en su grieta, deslizado los dedos entre sus húmedos pliegues, sintió una creciente excitación en la boca del estómago, allí la piel era muy suave, como seda. Sondeó la abertura de su cuerpo deslizando un dedo dentro, sintiendo como se apretaban las paredes con la penetración. Cada vez menos consciente que él la observaba atentamente, exploró su propio cuerpo, descubriendo el botón que Robert le había contado que existía, sintiéndolo empezar a dilatarse y crecer mientras hacia círculos cada vez más rápido. Aumentó la tensión de su cuerpo que buscaba la liberación y se arqueó de repente, llegando a esa maravillosa cúspide que llenó sus dedos instantáneamente con los fluidos del orgasmo y su útero palpitó al ritmo de su corazón. Y mientras yacía, ahíta con las piernas todavía separadas en un sexual abandono, sintió a Robert tomar sus manos y besando sus dedos, los lamió suavemente. — No pienses, mi dulce Celia, que ya no me necesitas. Ella rió débilmente. — Siempre te necesitare, milord. — Siempre, — gruñó, mordiéndole juguetón la yema de un dedo— ¿Es eso una promesa? — Si, — contesto en un tono repentinamente apagado. — Estoy contento de oírlo, para mi tú también eres especial. La ternura que vio en sus ojos la tranquilizo y la alarmo a la vez. — ¿Partirá pronto, no?, — adivinó, completamente indiferente a si podían oírla o no, la idea del castigo de repente dejó de tener significado, sintió la garganta ardiente y oprimida — ¿Robert… por favor… cuando? — Mañana es mi último día aquí, Alí y yo viajaremos a ver las ruinas de una antigua ciudad, que ha permanecido completamente cubierta por la arena, acamparemos allí y
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cabalgaremos de vuelta por la tarde, mi barco parte a la puesta del sol. Déjame corregir eso, nuestro barco parte a la puesta del sol. Estaba claro que Robert esperaba que el sultán le permitiera llevarla con él. Pero ya que no le había dicho que era una certeza, era evidente que no estaba seguro de lo que ocurriría. — Esta puede ser nuestra última noche, — murmuro, con indeseadas lágrimas llenándole los ojos. Ella abrió los brazos y Robert se refugio en ellos, besando sus húmedas mejillas y después su boca y otra vez que pudo que la pasión resplandecía entre sus ellos. Cuando entró en una su cuerpo ella hasta se maravilló consentir la sensación de su fuerza y su deseo, piernas se separaron más, queriendo que profundizara todo lo que fuera posible levantando sus caderas para sus acompasados embates, sintiendo un arrebato de felicidad absoluta cuando él se tensó y eyaculó duro y ardiente en su interior. Era imposible, pensó después, todavía acunada gentilmente en sus brazos, que no pudiera volver a verlo, no sentir su toque nunca más. Cuando se movió para retirarse, lo mantuvo allí, sujetándole con las manos su firme trasero. Y finalmente lo sintió endurecerse otra vez, estrechando su vagina con todo su tamaño, y una necesidad febril creció y se inflamó, en una respuesta salvaje y desenfrenada. Robert parecía compartir la misma ardiente urgencia en las horas que siguieron, poseyéndola una y otra vez, besándola dulcemente mientras recobraba las fuerzas, acariciando sus pechos, los hinchados y húmedos pliegues de su entrepierna, su errante mano recorriendo todo su cuerpo, y explorando cada milímetro de su piel. Le susurró palabras al oído mientras le hacia el amor, diciéndole que su belleza lo embelesaba, y que nunca había sentido tanta pasión por una mujer. El sol estaba a punto de salir cuando Celia se quedó dormida, con el cuerpo saciado y el corazón apesadumbrado.
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Capitulo 6
Robert aguardaba tratando de no parecer expectante y tenso, aunque así era como se sentía exactamente. Había sido difícil buscar el momento apropiado para hacer su petición. Esperaba no haber cometido un error táctico al esperar tanto en solicitar una audiencia formal, pero ya estaba listo para partir y su barco zarparía en unas cuantas horas. El sultán hablaba suavemente, sus negros ojos eran herméticos. Los hombres a su alrededor asentían mostrado su acuerdo, pero eso era lo que hacían siempre. No estando muy versado en el dialecto local, Robert miro a Alí, su amigo parecía sosegado, traduciendo amablemente. — Mi padre dice que ya esta al corriente de tu deseo por conservar a la chica inglesa. — ¿Lo está? — Oh, si. — ¿Y? El sultán murmuró algo más, levantando despreocupadamente las manos, su frente se arrugo levemente. Alí se aclaró la garganta. — También dice que nunca ha sido tan importunado a causa de un asunto tan trivial como una insignificante esclava y eso esta empezando a fastidiarlo. Parece que no solo yo le exprese mi opinión que debería dejar el regalo a tu cuidado. Lela, la mujer que una vez fue su favorita, se que dirigió él y le solicitó lo mismo. Sus ministros también están de acuerdo que seria mejor te laallevaras cuando partas. — ¿Se les permite a las mujeres pedir?, — pregunto Robert con una pizca de humor, inseguro de si el tono de la conversación era a su favor o no. El sabía que Celia y Lela se habían encariñado la una con la otra, de una manera cautelosa. Tanto como un guardián y su prisionero podían estarlo. — No, no se les permite… pero la verdad es que Lela es algo más favorecida que las otras mujeres y parece que sus sentimientos son intensos sobre este tema. La boca de Alí se arqueó con un resignado regocijo. Sentado en un pequeño estrado el sultán habló otra vez. — Dice que sus ministros son tontos y que yo tengo el corazón blando en lo que se refiere a los infieles, — Alí lo informo estoicamente. Un golpe de pánico agudo le oprimió el estomago. Por favor Dios, rezó, no sentencies a Celia a una vida de cautiverio y esclavitud . Con un esfuerzo aclaró la garganta.
— Dile que nunca me han entregado un regalo que valore tanto como el que él me dio cuando llegue aquí.
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Alí habló deprisa, las melodiosas palabras fluían. Su padre simplemente lo miraba impasible, asintiendo con la cabeza mientras respondía. Alí se rió entre dientes. — Dice que tú también tienes el corazón blando y que es una debilidad estar tan apegado a una mujer. Pero también comprende que tu raza es inferior y cree que no puedes evitarlo, por eso te concede la chica. Puedes quedarte con ella. Robert sonrió de oreja a oreja y levantándose de su asiento en señal de respeto, hizo una reverencia. casa.— Di que me hace un honor y que siempre recordaré las horas que pase en su esplendida El sultán levantó sus canosas cejas, mirando a su hijo y hablando rápidamente. — Dice que por lo visto eres un semental entre los hombres, y que tu mujer inglesa puede parecer pálida pero es, por lo que todos dicen, una fiera hembra que grita cuando la montas. Quiere saber si esas historias son verdad. — Cuéntale, — dijo Robert serenamente, — que copulamos tan ferozmente como los caballos salvajes en el desierto y su pasión es como el ardiente viento de verano caliente e implacable. Alí se rió otra vez. — Le contare lo que dices, — y entonces agrego con un audible suspiro. — Estas en problemas, amigo mío. Intente avisarte. — Lo se, — agrego Robert, — pero al menos este es un problema de lo más agradable. *** Mientras miraba las pequeñas joyas en su mano, Celia deseo sentir más placer ante su iridiscente brillo y su belleza natural. — Demasiadas perlas para una noche, — dijo Lela con inconfundible triunfo, — todo lo que pudo hacer fue cabalgar entre tus piernas. Intentando controlar su ansiedad, Celia se volvió para ocultar las lágrimas que bañaban sus pestañas. Con un doloroso nudo en su garganta dijo con desesperación. — Él se marcha. — Pero desea llevarte con él, preciosa. Hablé con el sultán yo misma en tu favor. Creo que lo permitirá. Celia parpadeó y se dio media vuelta. — ¿Hablaste con él? La sonrisa de Lela era casi nostálgica, y sus oscuros ojos tranquilos.
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— Es más que deseo lo que el lord inglés siente por ti, niña. Lo veo tocarte cuando duermes, recorriendo con sus dedos tu hermoso cabello. Acariciándote la mejilla. Te susurra palabras que no puedo oír, muy silenciosamente, con mucha ternura. La manera en que te besa en la boca y te abraza tan dulcemente… si, hay una gran pasión entre los dos, pero también hay algo más. El puede poseerte sin pensar en más, pero te hace el amor. Tu apuesto lord no puede esconder sus verdaderas emociones, — añadió suavemente. — No puedes esconder el modo en que te entregas a él, tan libremente, tan deseosa. Y tú también sientes esa misma ternura que sucede a veces entre un hombre y una mujer, o nunca te habrías sometido voluntariamente. El es tu amante, pero siento que tú también lo amas. Aquí, en esta habitación que podría ser su prisión para toda la vida, Celia se preguntó si seria verdad. Era difícil de decir, considerando el hecho que no habían podido hablar libremente el uno con el otro y su único contacto había sido en el dormitorio. ¿Era incluso posible que dos personas se enamoraran en esas circunstancias? Desde luego sus sentimientos por Robert St. Claire eran confusos, pero de lo que no había duda, estuviera su libertad colgando de un hilo o no, es que estaba desolada ante la idea de no volver a verlo nunca mas. Una suave llamada a la puerta interrumpió sus pensamientos y Lela se deslizó, elegantemente como siempre, para contestar, hablando en voz baja con una joven sirvienta. Cuando se dio la vuelta, sonrió ampliamente. — Voy a vestirte, tu partida es en menos de una hora. El alivio hizo que le temblaran las rodillas y Celia respiró profundamente para tranquilizarse. — Gracias a Dios. — Alaba a Alá y a la grandeza de tu señor, el Sultán, — la corrigió Lela severamente, y después se echo a reír. — Me pregunto si decidió dejarte ir porque sino ibaa tener que enviar a los pescadores de perlas a buscar más ¿tú que crees preciosa?
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Capitulo 7 Inglaterra 1809
Robert estaba de pie, parado ante la ventana y contemplaba la fina llovizna deslizarse por los cristales, en el exterior, el jardín estaba verde y fresco. Era bueno estar en casa, pensó distraídamente, pero deseó poder concentrarse. Si consideraba por un momento la pila de correspondencia de su escritorio, desde luego que no estaría allí de pie, cavilando. El problema era simple. La hija del Duque de Rushton estaba de vuelta atendida con esmero y al cuidado de su familia. Y nunca más al suyo. Habían navegado primero a Italia, donde se habían hecho los arreglos inmediatamente por la tía de Celia para su viaje de regreso a Inglaterra. La pobre mujer temiendo padecer el peso de las repercusiones del secuestro de su sobrina había viajado con ellos, como si devolviendo al Duque, su hermano, su amada hija, pudiera ser absuelta de lo que había pasado. Robert había navegado en el mismo barco, pero no había visto a Celia a menudo. Celia se mareó terriblemente. Cuando habían abandonado el palacio del sultán ella se lo había contado, excusándose, le dijo lo había descubierto en el viaje de ida. Ataviada con el vestido azul que él admiraba tanto, esbelta y cubierta con el velo. Podía haber sido una nativa del país de Alí, y no llamó la atención cuando abordaron el barco. No lehacia había recordó irónicamente, estadopara enferma del camino la mentido, costa italiana, pero se las habíahabía arreglado hablarcada con pulgada ella un poco, descubriendo como había sido capturada. Ese viaje a Italia había sido un regalo de su padre, algo que siempre había anhelado hacer. El Duque no quería que fuera, admitió, prefería que aceptara una de las muchas ofertas por su mano que habían seguido a su debut en sociedad. Robert quería preguntarle que le iba a contar exactamente a su familia, pero parecía tan pálida y enferma, yaciendo en la estrecha litera de su camarote que había odiado molestarla con la dura realidad que tenían por delante. En vez de eso, se aseguro que estaba bien cuidada por la mujer que había contratado como dama de compañía y la había dejado con su suplicio. Su tía se había ocupado de ella en el viaje de vuelta a Inglaterra. De vez en cuando subía a cubierta en busca de aire fresco, y donde cada vez que se encontraban el uno con el otro ella le agradecía profusamente con lagrimas en los ojos el haber rescatado a su sobrina, él había pasado por alto los detalles de lo que había pasado en realidad y simplemente había contado que cuando estaba de visita en el palacio del sultán había oído que había una chica inglesa allí y ya que era amigo del príncipe, el sultán la había dejado marchar con él. No era precisamente la verdad, pero la verdad haría que la robusta matrona que era la tía de Celia de desmayara por completo. Por otro lado, había dejado que fuera Celia la que
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decidiera si le contaba a su padre la perdida de su virginidad o no. No estaba seguro de cómo se sentiría ella cuando mirara atrás y comprendiera que, aunque ninguno de los dos tuvo mucha elección, él, desde luego había sobrepasado los límites de lo que era necesario para liberarla y había ejercido libremente su intenso deseo por su adorable cuerpo. La había perdido, pensó con aire taciturno, mirando fijamente la lluvia que goteaba por los tejos, todo el asunto parecía como una especie de colorida fantasía. Ni siquiera estaba seguro de qué había sido real entre ellos. Si, los dos eran jóvenes, liberados de la censura y animados a explorar su sensualidad en un remoto y exótico palacio, por lo que no era sorprendente que hubieran alcanzado tanto placer el uno en los brazos del otro. ¿Pero se habían enamorado? — Señor, esto llegó para usted, y es urgente. El mensajero espera su respuesta. Sacado de su ensueño, se volvió hacia la puerta abierta de su estudio y vio allí a un joven lacayo con un sobre en sus manos. Agradeciéndoselo, le echo un vistazo con resignación. Estaba sorprendido de no haber sido convocado todavía por el Duque de Rushton, pensó con cinismo. Aunque ya había recibido una carta formal agradeciéndole profundamente su parte en el rescate de su hija, el Duque había expresado indirectamente no solo su gratitud sino la esperanza que como caballero, Robert no soñaría con revelar la verdad a nadie. La verdad. Si el Duque supiera la verdad, pediría su cabeza. Cruzó hacia su escritorio y redactó la contestación, aceptando la invitación. *** Celia estabalas doblada, los ojos se llorosos la palangana había al ladoEradeuna su cama. Cuando arcadascon remitieron, recostósobre sin fuerzas contraque las almohadas. manera horrible de empezar cada día, pero afortunadamente, mejoraban y para mediodía estaba realmente hambrienta. En el barco pensó que era simplemente el movimiento del barco el que hacia que su estomago no pudiera retener nada. Ahora que estaba en casa, parecía obvio que era una clase totalmente diferente de estado y no el mareo lo que la aquejaba. No era ningún misterio que estuviera embarazada, reflexionó, en medio de las lujosas sabanas de su propia cama, en su familiar y reconfortante habitación. El porqué ni siquiera había considerado esa posibilidad era un signo de su protegida educación, había sido su propio padre, claramente incomodo, el que había acudido a verla el día antes y le había dicho que su doncella le había contado sus constantes indisposiciones mañaneras. Le había preguntado tan delicadamente como era posible si había alguna posibilidad que estuviera esperando un hijo. Teniendo en cuenta la longitud de la sarta de perlas que ahora descansaba en el cajón del fondo de su joyero, las posibilidades de concepción eran muchas. Había admitido que la había, pero no había dicho nada más, sintiéndose un poco culpable ante la acongojada expresión de su cara.
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No implicaría a Robert, se juró ferozmente a si misma. Cualquier cosa que hubiera pasado entre los dos, no era como si el la hubiera seducido deliberadamente. Lo que había hecho era elegir el único camino posible para liberarla de una vida que no quería ni imaginar, introduciéndola con fabulosa destreza e infinita ternura en los deleites carnales entre un hombre y una mujer. Si su padre lo supiera, exigiría que Lord Grayson se casara con ella, y si Lela tenía razón y Robert sentía algo por ella, era una cosa, pero por lo que sabía, él no deseaba casarse y tampoco hijos y quizás solo había sido arrastrado por las circunstancias igual ella, sin otra elección que disfrutar sus noches y esperando liberarla. La puerta de su habitación se abrió y su doncella entró acarreando una bandeja con una tetera y una tostada. — Buenos días, Milady. Con las mantas hasta la barbilla, Celia se aclaró la garganta intentando eliminar el ácido sabor de su boca. — Buenos días. Mirando el repleto bacín, la joven chica sugirió tímidamente. — Déjeme servirle un poco de té caliente, la ayudara con su malestar. Eso requeriría algo más que té, pensó Celia un poco de divertida. No estaba segura de porqué no estaba más disgustada por su actual aprieto, pero no lo estaba. De hecho todo lo que sentía era un cierto asombro ante la idea que una vida nueva estaba creciendo en su interior. — Gracias, —le dijo y aceptó la humeante taza, resignándose a la curiosa mirada de reojo. Ya que nadie sabia que había sido raptada, vendida como esclava y rescatada por un apuesto lord, suponía que los sirvientes pensaban que había sido seducida por algún gallardo italiano y había vuelto a casa embarazada. Con un suspiro ante el inevitable escándalo, tomó un sorbo de té, por mucho que hubiera sido la más solicitada de entre todas las mujeres de Londres, con los ricos y jóvenes con titulo arrodillados a sus pies ofreciéndole matrimonio, eso era inevitable. A la luz de toda una vida de esclavitud en una tierra extranjera y no volver a ver a su familia otra vez y no ver a Robert nunca más, eso parecía una pequeña catástrofe. Robert. Pensativamente se preguntó donde estaba y que estaba haciendo. Lo echaba de menos. Por la noche suspiraba por él y descubrió que su despierta sensualidad la dejaba vacía e insatisfecha. ***
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El Duque de Rushton parecía más que un poco infeliz. Robert aceptó un vaso de brandy, aunque no era ni siquiera mediodía, y se preguntó sombrío que asunto requería un licor tan fuerte para ser discutido. ¿Le había contado Celia la verdad a su padre? No, decidió, tomando un trago de su vaso, si fuera eso, dudaba que Rushton estuviera tan deseoso de compartir una bebida con el. El estudio del Duque era grande, revestido de paneles de brillante roble y las paredes llenas de estanterías concomo libros,elelsuyo. escritorio era magnifico y desde luego nopaseaba estaba lleno de montones de papeles En lugar de sentarse el Duque nervioso, llevándose el vaso a la boca con brusquedad una y otra vez. A pesar del hecho que eran los últimos días de verano, un pequeño fuego chisporroteaba en la chimenea para mantener a raya la humedad, y era lo único que se oía en la habitación. — Espero, — empezó el padre de Celia, — que recibieras mi nota de agradecimiento. Es apenas suficiente… ¿Cómo le agradece un hombre a otro la vuelta de su hija? Sin lugar a dudas, el Duque no lo sabía. Muy neutral, Robert dijo. — No es la más fácil de las situaciones. — No, — agregó Rushton, con la cara sombría y crispada. Era alto y tenía una fuerte cabeza coronada de pelo gris, su cara era tan curtida como delicadas eran las facciones de su hija. — Eso es por lo que te pedí que te reunieras conmigo… yo, bien, creo que necesito tu ayuda vez, me ni parece pormadre mi parte pedírtelo pero estoy completamente perdidootra y no tengo idea deplorable que hacer. La de Celia, — añadió pesaroso, — murió cuando tenía doce años y ella es la luz de mi vida. — ¿Mi ayuda… como?, — pregunto Robert cautelosamente. — Tu padre era un buen amigo del mío. La directa evasiva a su pregunta no era muy tranquilizadora. — Si, — agrego Robert. Desde su posición en una silla al lado del escritorio, observaba los bruscos movimientos del otro hombre, el agitado estado del Duque era visible en la posición de su boca y en el temblor de sus mejillas. — Con eso en mente, y el hecho que te he visto crecer hasta convertirte en un excelente joven, voy a confiar en que mantengas esta conversación y cualquier otra cosa que sepas de la terrible experiencia de mi hija para ti mismo. El hombre estaba angustiado, se recordó Robert, y le llevó un momento decir sin alterarse. — Si no hubiera tenido en el corazón la mayor consideración por lady Celia, ella no estaría aquí ahora.
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El Duque se detuvo ante su escritorio, pareciendo de repente completamente agotado. — Lo siento, no he querido decir que cuestione tu honor, Grayson. Supongo que estoy demasiado preocupado por ella y he hablado sin pensar, — con una audible inspiración, pregunto rotundamente. — Necesito saber lo que le sucedió allí. — ¿Señor?, — preguntándose cómo exactamente iba a responder a esa pregunta, tomó un trago de su vaso, y después de un momento preguntó en voz baja, — ¿Qué le ha contado ella? — Nada, — el Duque suspiró. — Todo lo que dice es que fue raptada y vendida, un la harén hastaa que la para descubriste y usaste tu influencia obtenerque su rescate, yguardada después,enque llevaste Italia devolverla al cuidado de mipara hermana, la trajo derechita a casa. — Es una versión resumida, estoy seguro, pero hasta donde yo sé, verdadera. — ¿Por qué entonces, — pregunto el padre de Celia, — de repente duerme… sin ropa? — Se ahogó con las palabras mientras las farfullaba. — Su doncella vino a verme y me lo dijo ¿Que mas?, niega haber sido maltratada durante esa… catástrofe. Y en lugar de eso parece realmente considerar toda la experiencia como una aventura y no la ruina de su vida. — El padre de Alí, el sultán, no es un hombre cruel, — Robert aventuró, un poco distraído por la declaración del Duque que ella prefería todavía dormir desnuda. El recuerdo de su suave y servicial cuerpo en sus brazos lo perseguía todas las noches, — pero su cultura es muy diferente. — No puedo entenderlo, vuelve a casa después de ser violada y mantenida cautiva y no esta preocupada en lo más mínimo por su futuro. A pesar de su determinación de mantenerse inexpresivo las cejas de Robert se dispararon. — ¿Violada? ¿Ha dicho eso? — No exactamente, pero esta gestando un hijo, no lo niega. — Rushton dijo con la voz rota. — Mi propia hija fue deshonrada y embazada por algún bárbaro déspota que pago por su cuerpo. Querido Dios. No puedo pensar por lo que ha tenido que pasar, y mucho menos entender como ocuparme de esto. ¿Celia esperaba un hijo suyo? Robert había considerado ese… acontecimiento, por supuesto, era posible, más que posible si se contaban el montón veces que se habían atareado en el acto que a menudo tenía como resultado un embarazo. Y se había preguntado como se sentiría ella si realmente ocurría. Iba a ser padre, pensó con sorprendente regocijo. — Podemos casarnos, — ofreció sin entonación, — y eso resolverá la mayoría de las dificultades. Eso hizo que el Duque de Rushton se detuviera en seco, su vaso, ahora vacío, pendía de sus dedos y sus espesas cejas se elevaron con incredulidad.
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— ¿Qué? Te he pedido tu opinión, no otro favor. Creo que ya has hecho bastante en nombre de la amistad, Grayson. ¿Considerarías casarte con una mujer arruinada que lleva encima el hijo de otro hombre? — No tengo ni idea, — contestó Robert sinceramente. Le llevó un momento caer en la cuenta. El hombre mayor parpadeó, su expresión cambió, ensombreciéndose. — ¿Qué estas diciendo? Cristo, me estas diciendo que… que… — farfulló. Pareciendo incapaz de soltar las palabras. — Le estoy diciendo que si Celia esta embarazada, no hay duda que el hijo que espera es mío. Y le aseguro que no fue violada de ninguna manera. — ¿Tuyo?— bramó el Duque, y después pareció desinflarse de repente, frotándose la cara con las manos murmuro, — ¿Qué demonios? Si estaba confuso antes, ahora lo estoy del todo. — Entonces, déjame explicártelo. El sonido de la suave voz los hizo tensarse. Celia estaba de pie en el umbral, recatada y adorable con un suave vestido que se ajustaba a sus perfectos pechos y caía hasta el suelo en pliegues de blanca tela. El corpiño estaba bordado con minúsculos ramilletes de lilas, y su brillante cabello dorado recogido en la nuca en un arreglado moño. Parecía joven y dulcemente bonita. A Robert se le oprimió el corazón de mientras educadamente se ponía de pie, su mirada se dio un festín con cada rasgo de su cara, desde sus tentadores labios a sus ojos azul oscuro rodeados de largas pestañas. Parecía pálida, decidió, y tan arrebatadoramente hermosa que casi dolía mirarla. Por Dios, la había echado muchísimo de menos.
Con una firme y franca mirada dirigida a su padre y la barbilla en alto, habló con claridad. — Robert tuvo poca elección, padre. El sultán me compró, y luego me ofreció como regalo a su honorable huésped durante el tiempo que durara su estancia. Sé que suena espantoso, pero ellos no piensan que haya nada malo en eso. Estaba horrorizada ante lo que iba a sucederme, solo para descubrir que Robert no era… lo que esperaba, — sus mejillas se colorearon levemente mientras se ruborizaba, pero sus ojos siguieron firmes. — Si se hubiera negado a acostarse conmigo, hubieran supuesto que lo había contrariado y hubiera sido castigada cruelmente. Más aun, si yo lo complacía, quizá podría llevarme con él cuando su visita hubiera acabado; los dos sabíamos que era mi única oportunidad. Cuando cada noche fui a su cama, fui con mucho gusto. El Duque pareció enmudecer y se volvió buscando a tientas la botella de brandy. — Me alegro que no haya sido la horrible experiencia que había imaginado, pero sigo diciendo que si fuera un caballero no debería haberte tocado.
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Gruñó las palabras, vertiendo el líquido sin ningún cuidado en el vaso. — Éramos vigilados, — dijo simplemente, — y hay actos que no se pueden simular sin hacerlos de verdad. Las relaciones sexuales son uno de ellos. Es franca declaración de su, una vez inocente hija, hicieron que el Duque vaciara la mitad del vaso la garganta abajo. — Buen Dios, — se atragantó. — He oído más que suficiente. — No, no he terminado todavía. Por favor comprende que no lo haré, — Celia declaró con tranquila dignidad, — no lo obligaré a casarse conmigo, con niño o sin él. Me dio no solo esta vida que crece dentro de mí, sino que me devolvió mi vida. No es justo pedir más. Ese era el espíritu que él siempre había admirado, que era evidente en la forma en que mantenía el cuerpo y en la mirada orgullosa de su cara. Robert dijo arrastrando las palabras. — ¿Quién esta forzando a nadie?, — entonces ordeno en voz baja— Celia ven aquí. *** El tono de su voz era tan familiar que ella automáticamente obedeció esa orden dicha en voz baja, caminando a través de la rica alfombra del estudio de su padre. Robert parecía muy alto, sus ojos grises brillaban divertidos y la comisura de su boca se curvaba. Estaba increíblemente apuesto vestido con la típica ropa formal inglesa y su corazón empezó a latir deprisa, su díscolo cuerpo respondió a su proximidad. Cuando estuvo lo bastante cerca, la agarró por la cintura, y sin importarle que su padre estuviera mirando, la beso. Difícilmente era un gesto de cariño, su ardiente boca poseyó la suya y su abrazo la apretó hasta que estuvo totalmente contra su delgado y alto cuerpo y los brazos de Celia se enroscaron en su cuello mientras respondía con igual fervor. Su sabor, su olor... ella sintió un júbilo casi de vértigo por el simple hecho de ser tocada otra vez por él. Cuando levantó la cabeza, le sonrió con esa socarrona curva en los labios que recordaba tan bien. — Bien. ¿Sigues pensando que estoy siendo obligado? Deseo casarme contigo y estoy encantado por ese niño que viene en camino. Su padre carraspeó ruidosamente. — Esto… bien… esto resuelve las cosas. Le diremos a la gente que os encontrasteis en el viaje de vuelta, después que Celia visitara a su tía en Italia y… — Esto no resuelve las cosas, — negando con la cabeza, dio un paso atrás fuera del abrazo de Robert— ¿podemosdiscutir Robert antes y yo estar unos minutos cosas que necesitamos que acceda a nada. a solas, por favor? Hay unas cuantas Pareciendo todavía decididamente desequilibrado, su padre frunció el ceño.
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— No creo que sea apropiado… — Es un poco tarde para preocuparse acerca de la propiedad ¿no te parece?, — respondió Celia en una clara indirecta. Finalmente se fue, diciendo ásperamente antes de cerrar la puerta. — Tienes quince minutos, Grayson. — Danos media hora, — contesto Celia firmemente. Después que se fuera, Celia fue hasta la puerta y la cerró con llave. Mientras daba la vuelta vio a Robert que seguía allí de pie, con una ceja levantada como preguntando. Rezó para que Lela tuviera razón y la luz de sus ojos fuera algo más que lujuria. — Quise decir lo que dije. No creas que estas obligado a casarte conmigo a causa del bebé. El le dedicó esa devastadora y tierna sonrisa otra vez. — Bien, considerando que no puedo comer, dormir, ni hacer ninguna de las docenas de cosas que tengo pendientes desde mi retorno, porque todo lo que hago es estar sentado y pensar en ti, creo que casarme contigo es lo mejor que puedo hacer. Es mi salud lo que esta en peligro si te niegas a casarte conmigo. — ¿Eres sincero?, — el alivio casi la hizo derrumbarse. — Absolutamente. — A mi me pasa lo mismo, — confesó, — pienso en ti constantemente. — ¿Entonces me aceptas, mi dulce Celia? Ese tono de voz la hizo rememorar un millar de recuerdos, recuerdos de gozoso placer. Sus pechos, más llenos a causa de su embarazo, empezaron a palpitar. — Acepto con una condición. — ¿Cuál es? Camino despacio hacia él y dijo sin aliento. — Te necesito Robert… ahora. He estado deseándote. Suspirando por tus caricias. Estoy contenta que me enseñaras a satisfacerme a mi misma, pero no siento lo mismo que cuando estas dentro de mi. — ¿Aquí?, — su protesta se desdecía por el súbito y sensual ardor de sus ojos. — ¿Estas loca, mi vida? Tu padre esta justo ahí fuera. — Mira estos, casi duelen, — desatando rápidamente su corpiño y su camisa, dejo que sus pechos libres, su estaban ansiosos por ysus caricias, su boca. las solo faldas, recorrió saltaran con los dedos desnuda hendidura sofoco un gemido. — Levantando Estoy húmeda por estar cerca de ti.
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Con las faldas por encima de la cintura, Robert pudo ver que estaba desnuda de cintura para abajo, y ella lo oyó tomar aliento rápidamente. — He descubierto que no puedo llevar toda esa ropa interior tan restrictiva, — le contó con voz ronca, — mira que… disponible estoy, Milord. Sus seductoras palabras tuvieron un efecto previsible, ella pudo ver como crecía el bulto entre sus largas piernas mientras la miraba, su plateada mirada estaba fija en la unión de sus muslos desnudos. — Infiernos, condiciones, dijo levantándola en brazos y llevándola a la alfombra frente alacepto fuego. tus — Jesús, ya estoy—duro. La tumbo y se desabrocho los pantalones, liberando su polla, tenía razón. Estaba rígido e hinchado y todavía se alargó más bajo su atenta mirada. Abriendo las piernas en clara invitación, Celia sintió la familiar emoción de dicha y vehemente deseo, que fue satisfecha cuando se posicionó entre sus muslos y la penetró. El placer tocó cada nervio, las paredes de su pasaje estaban suaves y maleables, deseosas mientras lo aceptaba. Su cuerpo lloró de excitación, cubriendo su invasora erección mientras el empezaba a empujar con un ritmo que recordaba muy bien. — No puedes gritar, — le advirtió con la voz entrecortada cuando gimió demasiado alto. ¿Seria capaz de reprimirse? Se pregunto vagamente, capturada en una vorágine de placer. Robert se movía entre sus piernas, hundiéndose dentro y fuera, cuando su clímax la asaltó velozmente, dejó salir un pequeño chillido, sofocado por la boca de Robert que cubría la suya. Él la siguió momentos después, enterrándose profundamente, moviéndose con fuerza en su interior con el intenso orgasmo que recordaba tan bien. Después la besó suavemente, sosteniéndose sobre los codos y sonrió. — Ha sido un poco impetuoso, he estado esperando antes de venir a verte, intentando darnos un poco de distancia para ajustar nuestras vidas y ver como nos sentíamos. Creo que no debería haberte hecho esperar tanto, mi vida. Celia levantó las caderas ligeramente, rebosante todavía de extasiada satisfacción. — Yo puedo decirte como te sientes, — dijo con una picara y burlona sonrisa, — te sientes… enorme. — ¿Ah, si? — Si. — ¿Cómo te sientes tú? La pregunta tenia una seriedad subyacente que se reflejaba en sus ojos grises. — Feliz de verte otra vez, — levantó la mano y tocó su boca, una ligera caricia de su dedo en su labio inferior, — más de lo que puedo decir. El sonrió.
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— Creo que me gustaras embarazada, tus pechos son aun más grandes. — Solo deseo complacerte, Milord infiel, — dijo con fingida sumisión y lo miró intensamente a los ojos. — ¿Esto es amor?, — pregunto asombrada, se le oprimió la garganta, — te quiero tantísimo… todo el tiempo. Admiro tu honor, tu caballerosidad, la manera en que te preocupaste por mí y me rescataste incluso cuando éramos prisioneros de unas circunstancias increíbles, — pestañeo para contener las lágrimas que parecían brotar con facilidad, — creo que me hubiera quedado allí para siempre si hubiera sabido que estarías conmigo cada noche. — Siento el mismo desconcierto, la misma necesidad, — le respondió él, su boca se acerco a la suya, rozándola, — y si, creo que esto es exactamente amor.
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Epílogo Londres 1817
— Celia lució las sartas de perlas en nuestra boda. Cuando un altiva matrona le preguntó, señalándolas imperiosamente, que donde había obtenido tan brillantes joyas, le respondió que sealrededor las habían una ypor una, con comouna unlenta regalo muy especial. Robert St.esClaire miró deregalado, la habitación añadió sonrisa. — Y así — caballeros, como conocí a mi esposa. Jonas Maxim fue el primero en romper el silencio con una amplia sonrisa, dando palmadas con las manos es un lento y deliberado aplauso. — Grayson, tengo que decir que la historia ha excedido mis expectativas. Un relato desenfrenado, y a la vez atrevido e ingenioso. — Bravo, — Colin se hizo eco del sentimiento, su rubio pelo capturaba la débil luz del fuego— ¿Es todo verdad? — Oh, si, — confirmó Robert con total seguridad. — He conocido a tu condesa, y es despampanante, — murmuro Gavin St. John, — no me extraña que estuvieras cautivado y decidido a liberarla. Cualquiera de nosotras habría hecho lo mismo con mucho gusto. Ross Benton se llevo perezosamente el vaso a la boca. — Puedes estar seguro. Lady Grayson es una rara joya ¿crees que hay más como ella ahí fuera? He estado pensando en hacer un viaje por el norte de África. Ahora me has dado un incentivo. Parece un sitio tremendamente agradable. — Lo fue, — agrego Robert cómodamente, — pero ahora mi hogar es lo que mantiene mi interés ¿he mencionado que Celia esta esperando otra vez? — ¿Estamos sorprendidos?, — se rió Colin entre dientes. Christian Foster añadió. — Felicidades milord. — Gracias, — Lord Grayson parecía ligeramente pagado de si mismo, de una forma puramente masculina. Jonas le echo una mirada al reloj cuando empezó a sonar con unas lentas y pesadas campanadas.
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— Es tarde para todos. Creo que esto concluye el encuentro de los Hermanos del Club de la Absenta. Ha sido una noche fascinante, estoy seguro que estamos todos de acuerdo ¿hasta la próxima vez? Todos levantaron los vasos mostrando su acuerdo.
Fin
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