¿Cómo surge la dimensión individual y el principio de individuación en el sujeto moderno?
Primero trataremos el surgimiento histórico de la dimensión individual en el sujeto moderno. En la sociedad feudal (siglo XI), el espacio privado se reflejaba en dos áreas: una cerrada, el hogar y otra que se desplazaba hacia el espacio público. Lo claro era que una estructura común de disciplina subsumía a todos los individuos y que la independencia era colectiva. La total independencia del grupo, el aislamiento, era relacionado con lo extraño cuando no con la locura. Lo cierto es que la figura del héroe sólo emergía en ese aislamiento, cuando vencía en esa lucha contra múltiples enemigos: esa lucha de unos grupos que intentaban traerlo de vuelta al mundo de la normalidad.
Ya en el siglo XII la autonomía personal va a conquistar ciertos territorios. Varias modificaciones en la estructura económica de la sociedad –entre ellas el fortalecimiento de la moneda en el comercio – van a impulsar la adquisición de riquezas a título personal, con la consiguiente libertad que ésta posibilita. Por otra parte, en el territorio espiritual, se aprecia una modificación del concepto de salvación orientándolo hacia el interior del individuo. La salvación no se obtiene ya en el espacio comunitario sino en la introspección, el viaje al interior del ser. La confección del matrimonio como una unión basada en el consentimiento así como el inicio de la literatura autobiográfica, marcan también este tránsito de una estructura de la sociedad en que el individuo volcado era el loco, el extraño o el héroe hacia una en que es lo habitual. “En todos los planos del edificio social, la tendencia continua
durante la época feudal se dirigió indudablemente hacia la multiplicación y el adelgazamiento de las células de la vida privada”, dijo el autor. Pero esto conducía
sobre todo a individualizar a los hogares, no a las personas. De ahí los próximos pasos que se dan entre el siglo XII y el XIV.
El autor se centra en tres aspectos: los sueños, los monasterios y los juegos de caballería. En el ámbito de los monasterios, retrata las múltiples prácticas en que se hacía posible esa soledad introspectiva. Por ejemplo, en los momentos habituales de lectura, en los de rezo o en los de aislamiento. Pone el ejemplo del abad cisterciense, que se quedaba encerrado en una celda, cumpliendo su deber que era velar en soledad. Sin embargo, el aislamiento del anacoreta era una experiencia común con aquellos otros individuos aislados que estaban de espaldas a la religión: los herejes. El segundo aspecto, el de la literatura caballeresca destaca por poner al individuo en una suerte de sendero individual en el cual debe enfrentarse a pruebas. Aunque la contrapartida de esta soledad, es la corte, donde se reconocen los méritos, la distinción se obtenía en el bosque: en la lucha individual. Aquí hace mención del encuentro sexual como característica de este aislamiento de los individuos: en la oscuridad, la promiscuidad estaba permitida. Este repliegue, el secreto que se instituye en torno a él, y en general esa mecánica lo que hace es generar un precedente de lo que es para nosotros la intimidad. Esto conduce a una reflexión en torno al cuerpo. El cuerpo es entendido siempre en relación al alma, es decir, en torno a un dualismo. El cuerpo es la parte que está sometida a la corrupción, la parte cerrada también, el lugar de reclusión, sin embargo, está agujereado y por ahí es por donde se cuelan los enemigos. Por eso ese rechazo a los olores, al gusto, porque es inmoral debido al motivo ya expuesto. La moral del cuerpo es un requisito esencial para entender los cambios que ulteriormente se darán con el destapamiento del mismo: la valorización de la belleza física y el desocultamiento paulatino de muchas de las hebillas que lo encerraban. Lo cierto es que hemos mostrado varios elementos esenciales para entender el surgimiento de la dimensión individual. La moral del cuerpo que se relaja y rompe muchas de las cadenas de esa cárcel, la irrupción del individuo como sujeto económico independiente de la unidad familiar, la vida en los monasterios y en general una promoción de la introspección en todo el ámbito de la fe, así como el inicio de la literatura autobiográfica y caballeresca son signos que retratan perfectamente algunos puntos de esa escala hasta la dimensión individual de la que gozamos. Algunos de estos elementos se pueden cotejar en la actualidad, presenciando estadios anteriores
de este desarrollo estancados en la actualidad. Por ejemplo, ciertas tribus aborígenes conservan formas de trueque que socaban esa libertad económica de la que hablamos; ciertos grupos religiosos aún tienen encerrado al cuerpo en una celda bien fornida en otros lugares del globo; y ciertas sectas religiosas aún tienen como santo y seña la ceremonia grupal, entendiendo que lo importante no es la relación del individuo con la divinidad sino la comunión de individuos que forman la iglesia. Esto lo que hace no es más que validar los argumentos observados, pero también rechazar que homogéneamente haya surgido una dimensión individual. Más bien se ha generalizado una ruptura con muchas de las rejas que la colectividad plantaba, pero aún en distintos contextos y bajo distintas formas: y sobre todo, subsisten en cierta medida en nosotros mismos.
Ahora nos dedicaremos a explicar el principio de individuación en el sujeto moderno. Vernant empieza haciendo mención a la teoría de Dumont. Dumont tenía como punto de referencia a dos formas opuestas de individuo: el individuo fuera del mundo y el individuo en el mundo. Mientras que el primero tiene como prototipo a la India, centrándose en la renuncia del mundo: el abandono de la comunidad a la que se pertenece; el segundo es el hombre moderno que vive y afirma su individualidad en el seno mismo del mundo. Entiende Dumont, por ende, que los inicios del individualismo se encuentran o bien en el individuo fuera del mundo o en el individuo en el mundo. Según su punto de vista, la concepción mundana será inundada paulatinamente por la extramundana. Pero el autor del texto, Vernant, quiere examinar esta hipótesis de Dumont. Eso es lo que trataremos de ahora en adelante.
La primera falla se encuentra en Grecia donde el individuo comienza a surgir no como renunciante sino como agente político, de derecho y persona privada. La segunda se admira en torno al concepto de individuo e individualismo. Después de exponer la concepción de Foucault, el autor se centra en su propia concepción a través de la cual se aprecian las problemáticas que chocan con el concepto de Dumont presentado al principio. Distingue entre un individuo en sentido estricto, el sujeto y el yo. Para comprender los tres planos se refiere a los géneros literarios. Al individuo le corresponde la biografía, al sujeto la autobiografía o las memorias y al yo las
confesiones.
Primero habla del individuo. Para él, el individuo no tiene porqué surgir a partir del rechazo del mundo, de la ubicación fuera de este. Pone el ejemplo de Aquiles, que se distingue de los demás por su heroicidad, pero que desarrolla esta heroicidad en el mundo o al menos con vistas al mundo, y no a través de un rechazo de este. También expone el ejemplo del mago por el mismo motivo; es excepcional y conformo su individualidad en este sentido, pero no se constituye por su rechazo para con el mundo. A continuación habla de la esfera privada, y luego del dominio público. Allí vemos instituciones que han hecho emerger al individuo en algunos de sus aspectos. Un caso paradigmático es el del derecho. Se rompe con el crimen entendido como miasma, como contagioso, hacia una noción de derecho centrada en el individuo singular. En el testamento también se aprecia este cambio, de la inexistencia de posesiones del individuo entendidas como trasladables más allá de la muerte, a la aparición de la posesión y herencia de las propiedades individuales. Luego se centra en la concepción de Platón, tratando de explicar que el “pienso, luego existo”
característico del sujeto moderno aún no está presente en Grecia. El alma, que es lo que constituye al individuo, no es singular, sino que por ser inmortal se define más bien en relación a esa aspiración de fundirse con un todo.
Por último termina hablando del hombre santo, donde encuentra el punto de partida de la persona y del hombre moderno. Estas son sus palabras: “ Con el surgimiento del
hombre santo, del hombre de Dios, del asceta, del anacoreta, hace su aparición un tipo de individuo que no se ha separado de lo común, desentendido de lo social, sino para iniciar la búsqueda de su verdadero yo, un yo desgarrado entre el ángel guardián que le prolonga hacia lo alto y las fuerzas demoniacas que marcan, hacia abajo, las fronteras inferiores de su personalidad. ” Por tanto, la tesis del autor tiene que ver con que el individuo moderno no nace del aislamiento hindú del que hablaba Dumont, pero si con la toma de conciencia, con el repliegue hacia sí mismo del individuo. Finalizará señalando como clave, por ende, a la toma de conciencia.