Dirección de Manuel Aragón Reyes Edición y coordinación de Manuel Gahete Jurado Colabora Fatiha Benlabbah
Este libro se encadena, ampliando su dimensión informativa, con la página web www.lahistoriatrascendida.es
El Protectorado español en Marruecos: la historia trascendida Volumen I
Dirección de Manuel Aragón Reyes Edición y coordinación de Manuel Gahete Jurado Colabora Fatiha Benlabbah
Ignacio Sánchez Galán / Saad Dine El Otmani / Manuel García-Margallo Marfil Manuel Aragón Reyes / José Manuel Pérez-Prendes Muñoz-Arraco Antonio Manuel Carrasco González / Jesús Albert Salueña / Youssef Akmir Mimoun Aziza / Sergio Barce Gallardo / Mohammed Dahiri / Bernabé López García Rafael Domínguez Rodríguez / Víctor Morales Lezcano / Irene González González Francisco Javier Martínez Antonio / Germán Sánchez Arroyo
Dirección editorial Manuel Aragón Reyes Edición y coordinación Manuel Gahete Jurado Colaboración Fatiha Benlabbah Coordinación editorial Montse Barbé Capdevila Diseño Ena Cardenal de la Nuez Fotocomposición y fotomecánica Cromotex Impresión Tf. Artes Gráficas Encuadernación Ramos Edita Iberdrola. Plaza Euskadi, 5 48009 Bilbao ©de la edición: Iberdrola ©de los textos: sus autores Todos los derechos reservados. Sin la autorización expresa del titular de los derechos, queda prohibida cualquier utilización del contenido de esta publicación, que incluye la reproducción, modificación, registro, copia, explotación, distribución, comunicación, transmisión, envío, reutilización, edición, tratamiento u otra utilización total o parcial en cualquier modo, medio o formato de esta publicación. ISBN: 978-84-695-8254-1 Depósito legal: BI-888-2013 Impreso en España / Agradecimientos a las siguientes personas e instituciones / ! Jesús Albert Salueña, Mariano Bertuchi Alcaide, María José Carballo Antelo, Paloma Castellanos Mira, Mohammed Dahiri, Ana de la Fuente González, Boughaled El Attar, Luis Esteban Laguardia, Augusto Ferrer-Dalmau Nieto, Bernabé López García, familia Martínez-Simancas, Pilar Mohedano Torralbo, Luisa Mora Villarejo, Juan Pando Despierto, Almudena Quintana Arranz, Antonio Rubio Nistal y familia Villalba. Archivo General de Ceuta, Archivo General Militar-IHCM, Biblioteca Central Militar-IHCM, Biblioteca de la Escuela de Guerra del Ejército, Biblioteca Islámica Félix Mª Pareja (AECID), Biblioteca Vicente Aleixandre (Instituto Cervantes de Tetuán), Cuartel General del Ejército, Museo del Ejército, Museo de Málaga, Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación y Ministerio de la Presidencia.
Índice
pág. 11
Presentación
Ignacio Sánchez Galán pág. 13
Reflexiones preliminares
Marruecos y España: visiones en un siglo de confluencias Saad Dine El Otmani pág. 13
Por una alianza ambiciosa, duradera y estable José Manuel García-Margallo y Marfil pág. 17
pág. 21
Introducción
Manuel Aragón Reyes pág. 33
La vertiente jurídica
La penúltima “duda jurídica” española José Manuel Pérez-Prendes Muñoz-Arraco pág. 35
El ordenamiento jurídico hispano-marroquí Antonio Manuel Carrasco González pág. 57
pág. 81
La vertiente socioeconómica y demográfica
La economía del Protectorado español en Marruecos y su coste para España Jesús Albert Salueña pág. 83
Marruecos previo a 1912: la injerencia europea entre la exploración etnológica y la intervención colonial Youssef Akmir pág. 109
La sociedad marroquí bajo el Protectorado español (1912-1956) Mimoun Aziza pág. 127
La vida cotidiana durante el Protectorado en la ciudad de Larache Sergio Barce Gallardo pág. 149
La emigración española a Marruecos: 1836-1956 Mohammed Dahiri pág. 175
Aportación a la historia demográfica del Magreb del siglo XX: los españoles en Marruecos Bernabé López García pág. 197
El territorio de Marruecos a comienzos del siglo XX Rafael Domínguez Rodríguez pág. 261
pág. 283
La vertiente científica y educativa
Expansión española, ciencias humanas y experimentales en el norte de Marruecos (1880-1956) Víctor Morales Lezcano pág. 285
Educación, cultura y ejército: aliados de la política colonial en el norte de Marruecos Irene González González pág. 341
En la enfermedad y en la salud: medicina y sanidad españolas en Marruecos (1906-1956) Francisco Javier Martínez Antonio pág. 363
Socialización y enseñanzas. Recuerdos personales. La religión, ¿huella del Protectorado? Germán Sánchez Arroyo pág. 393
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Imagen página anterior:
Leñadoras todavía sin acuerdo Al fondo, la puerta de Bab-el-Nuader. Vintage de Juan Miguel Pando Barrero, Tetuán, mayo de 1949. Legado Pando-Protectorado.
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Presentación
Ignacio Sánchez Galán Presidente de Iberdrola
Es para mí un motivo de satisfacción presentar esta obra, editada por Iberdrola, que aborda la etapa del Protectorado español en Marruecos —sus antecedentes, su contexto, su historia y sus consecuencias— tras cumplirse el centenario de la firma del Tratado Hispano-Francés que condujo a su instauración en 1912. La publicación que el lector tiene en sus manos integra un conjunto de reflexiones sobre este trascendental período histórico y lo analiza desde las más variadas perspectivas: jurídica, política, socio-económica, historiográfica, militar y cultural. Así, trata, entre otros temas, las campañas en Marruecos y la participación de los marroquíes en la Guerra Civil española, la vida cotidiana del Protectorado, la emigración española, las relaciones exteriores entre ambos países, así como las huellas arquitectónicas del legado español o la influencia de Marruecos en las Letras Españolas. Con ello se facilita una exhaustiva visión de lo que supuso este protectorado sobre territorio marroquí y los acontecimientos que tuvieron lugar hasta su definitiva independencia en 1956, tras la entrega de la Administración al Gobierno de Marruecos.
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presentación
La publicación se completa con el estudio de la obra que un ilustrado militar, Antonio García Pérez, dedicó a este país norteafricano, con la que el lector podrá adentrarse en los importantes acontecimientos de aquella época. Y todo ello, de la mano de grandes expertos del derecho y de la historia, prestigiosos investigadores, profesores, diplomáticos y militares. Me gustaría agradecer especialmente la colaboración de los ministros de Asuntos Exteriores y Cooperación de España y de Marruecos, José Manuel GarcíaMargallo y Saad Dine El Otmani, respectivamente. En definitiva, se trata de una obra única y excepcional, que llevará al lector a recordar y profundizar en este interesantísimo período de la historia hispano-marroquí. Por ello, invito a disfrutar de su lectura y felicito a todos los que, de una manera u otra, han colaborado en esta obra y han hecho posible su edición.
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Reflexiones preliminares
Marruecos y España: visiones en un siglo de confluencias
Saad Dine El Otmani Ministro de Asuntos Exteriores y de la Cooperación de Marruecos
Sin lugar a dudas, la iniciativa de elaborar una obra para la Conmemoración del Centenario del Tratado del Protectorado español en algunas zonas del Reino de Marruecos es un gesto académico de gran valor, digno de alabanza. La envergadura científica de esta obra se engrandece con la participación de investigadores de los dos países vecinos, Marruecos y España, para plantear diferentes temas, tanto políticos, económicos, militares, jurídicos y culturales como sociales, referentes al período del Protectorado. De hecho, la elección de un magistrado para supervisar este proyecto es, tal vez, una insinuación a la necesidad de abordar los temas históricos con la lógica de la justicia y el rigor científico, dado que el avance hacia un futuro común nos exige arrojar luz sobre los hechos históricos, con sus dolores y esperanzas, con sus luces y sombras, a fin de poder reconciliarnos con el pasado y convertir la realidad de un simple patrimonio que adorna los museos en un capital de civilización que nos permite comprender mejor nuestro presente e invertirlo en la edificación de nuestro futuro conjuntamente, sin exclusión ni negación. Es harto sabido que la influencia y la influenciación son el secreto de la vida humana, dado que la civilización es acumulativa y no permite la
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Reflexiones preliminares
ruptura entre tiempos y lugares. Esta tesis se confirma aún más cuando se trata de una zona que constituyó un puente entre los continentes y un portal abierto a todas las civilizaciones que se dieron en el norte y el sur de la cuenca mediterránea. De aquí la importancia de que el historiador se deshaga de toda subjetividad, prejuicio o impedimento, con la finalidad de tratar la materia histórica con imparcialidad, objetividad y positividad. Es cierto que la obra trata de la Conmemoración del Centenario del Protectorado español en Marruecos, sin embargo, es de justicia recordar que los primeros signos del Protectorado, tanto español como francés, comenzaron con la derrota de Marruecos en dos batallas principales, que vienen a ser la de Isli (1844) al este de Marruecos contra Francia y la de Tetuán acaecida en el norte de Marruecos en el año 1860 contra España. Después de ello, se sucedieron acontecimientos tales como la Conferencia de Madrid que fue organizada por parte de los países europeos que competían por Marruecos, en el año 1880; luego la declaración de España en 1881 del Protectorado sobre las costas del sur de Marruecos, desde Bojador hasta Cabo Blanco; después, la ocupación de Dajla en el año 1884 y el Tratado de 1904 entre Francia y España para la delimitación de las zonas de influencia a lo largo de las costas del sur del Reino; llegando a la Conferencia de Algeciras en el año 1906 que privó a Marruecos de algunos constituyentes de su soberanía, sobre todo a nivel de sus puertos, hasta la imposición del Protectorado en el año 1912, dejando la ciudad de Tánger como zona internacional dotada de un estatuto legal exclusivo. Hay que arrojar luz sobre este período histórico para revelar todos los aspectos que aún ignoramos. En esta sección, a los historiadores les aguarda una tarea colosal que consiste en la autentificación de los manuscritos y el desempolvo de los documentos de archivo, tanto en formato papel como audiovisual, y ello no debería regirse por ninguna otra regla que la de la epistemología crítica en el planteamiento de todas las cuestiones, incluyendo la implicación de los marroquíes en la Guerra Civil Española (1936-1939), los excesos de la Guerra del Rif, los sucesos de la Batalla de Annual (1921) y otras cuestiones que podrían ser objeto de discrepancia entre los políticos y que, sin embargo, los historiadores tendrían que someter a la investigación y el análisis. No obstante, la historia compartida entre los dos países no se limita a la época del Protectorado, sino que se extiende en la Historia llevándonos hasta la presencia arabo-musulmana en España, que se prolongaba durante ocho siglos y que rebosaba de contribuciones en el ámbito cultural, literario, filosófico, científico y arquitectónico. La Alhambra de Granada no
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Reflexiones preliminares
es sino uno de los testimonios sobre aquella civilización tolerante caracterizada por la convivencia de las tres religiones en una harmonía inusual en aquel período histórico. Además, los apellidos de las familias moriscas migradas forzosamente a Marruecos siguen siendo una evidencia de los fuertes lazos sociales entre ambos países. Si quisiéramos rastrear estos apellidos, hallaremos decenas de ellos; evocaremos aquí las familias Torres, Molina, Mulato, Kelito, Vengero, Aragón, Toledano, Vargas, Brisha, Belinda, Al Mandri, E’shbaily, Qurtubi, Garnatí, Andalucí y muchos otros. La mayoría de estas familias fueron expulsadas forzosamente a raíz de la decisión del rey Felipe III en el año 1609. Del mismo modo, el aspecto cultural se impone fuertemente en lo común entre nosotros, ya sea a través de la poesía, la literatura y la música andaluza o por medio del lenguaje, antaño y hogaño. Los diccionarios de la lengua española abundan en términos de origen árabe que llegan a unas cuatro mil cuatrocientas palabras. Asimismo, alrededor de seis millones de ciudadanos marroquíes hablan el español hoy en día. De igual forma, hay una importante comunidad marroquí en España y otra española en Marruecos. Todo esto constituye el conjunto de elementos de fuerza que debemos invertir en una estrategia de asociación de civilizaciones que transmite la esperanza en un mundo posible donde reinen los valores de convivencia, paz y tolerancia con el otro, a pesar de toda discrepancia con sus opiniones, creencias o cultura. La franqueza histórica es el camino de la reconciliación con la memoria. En efecto, nuestra lectura objetiva, científica y positiva del pasado nos permitirá establecer sobre este rico y compartido patrimonio una base sólida para la construcción de unas relaciones consolidadas de cooperación tanto en el presente como en el futuro.
Saad Dine El Otmani
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Reflexiones preliminares
Por una alianza ambiciosa, duradera y estable
José Manuel García-Margallo y Marfil Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España
La historia compartida a ambos lados del Estrecho de Gibraltar —el Yebel Tareq—, la geografía, la economía, los desafíos transnacionales o los movimientos humanos abocan a Marruecos y a España a un entendimiento creciente, que debe sustentarse en un mayor y más intenso conocimiento del otro, asumiendo nuestras diferencias como algo enriquecedor y superando recelos anacrónicos que han ensombrecido las relaciones bilaterales durante demasiado tiempo, en lo que el estudioso Bernabé López llama la “Historia contra toda lógica” entre nuestros dos países. No cabe duda de que las diferencias han sido tradicionalmente profundas. El viajero, espía, científico y aventurero barcelonés Domingo Badía, más conocido como Ali Bey, describe en un párrafo inicial de sus memorias la impresión que le sobrevino al cruzar en 1803 de Tarifa a Tánger en barco: La sensación que experimenta el hombre que por primera vez hace esta corta travesía no puede compararse sino al efecto de un sueño. Al pasar en tan breve espacio de tiempo a un mundo absolutamente nuevo y sin la más remota semejanza con el que acaba de dejar, se halla realmente como transportado a otro planeta.
Quien haya hecho esa travesía no puede dejar de compartir esta sensación mágica, aunque la convergencia de la realidad económica, social y cul-
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Reflexiones preliminares
tural, tan antigua como evidente, entre Marruecos, España y Europa esté contribuyendo a acercarnos y unirnos, respetando por supuesto las particularidades de nuestras respectivas culturas. Basta un ejemplo elocuente para ilustrar ese vínculo: la existencia milenaria del adouat al Andalus o barrio andalusí en Fez, así llamado tras haber sido poblado por gentes que procedían de Andalucía. Esa misma hermandad cultural se evidencia en tres torres famosas que se inspiran en idénticos patrones arquitectónicos: la Qutubía de Marrakech, la Giralda de Sevilla y la Tour Hassan de Rabat. Es cierto que el descubrimiento de América coloca a las tierras recién descubiertas en el primer plano de actualidad de entonces, pero ello no significa que España se olvide de Marruecos, como lo demuestra el Tratado de Marrakech, firmado por Carlos III y Mohamed III en 1767. En 1912, en un contexto heredado del colonialismo europeo en África, una España, sumida todavía en la estela de la llamada crisis del 98, asumió la tarea de administrar una parte de Marruecos bajo forma de protectorado. Este Protectorado, de cuyo inicio se acaban de cumplir cien años, se extendió en el tiempo hasta la independencia de Marruecos en 1956. Esta prolongada y reciente “hermandad en tensión”, como es denominada por el profesor Mateo Dieste, se ha transformado hoy en una relación de acercamiento, armonización e incluso complicidad, en cuya urdimbre desempeña un papel fundamental el especialísimo y fraternal vínculo existente entre ambas Coronas. La solidaridad de España con el progreso y la modernización de Marruecos se ha encarnado, durante los últimos años, en una Ayuda Oficial al Desarrollo, en unos créditos concesionales y en programas de conversión de deuda por inversiones públicas y privadas, que ascienden a varios cientos de millones de euros. La presencia en nuestro territorio de más de ochocientos mil ciudadanos marroquíes, plenamente integrados en la sociedad española, y la existencia en Marruecos de unos cinco millones de hispanohablantes son sin duda un activo de primer orden, un elemento humano que, por encima de divergencias de opinión, constituye un acicate para profundizar aún más en nuestras relaciones. También la creciente implantación de empresas españolas en Marruecos se configura como un factor que impulsa la necesidad compartida de consolidar una alianza ambiciosa, duradera y estable. España y Marruecos se saben así mismo, por decirlo con palabras de Ortega y Gasset, “un canto rodado del Mediterráneo, pulido durante treinta siglos por el riente mar”.
José Manuel García-Margallo y Marfil
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Reflexiones preliminares
No podemos olvidar además la importancia de las relaciones de Marruecos con la Unión Europea, que siempre han gozado del apoyo de España. La profundización de estas relaciones es sin duda un objetivo estratégico de primera importancia para ambos y al que España dedica una atención muy relevante. El libro que presenta Iberdrola, bajo la sabia dirección de Manuel Aragón Reyes, es un valioso aporte al descubrimiento y conocimiento de las luces y las sombras de un periodo complejo y rico en el que el destino de España y Marruecos se entrecruza bajo la forma jurídica y política del Protectorado, una fórmula hija de una época histórica muy determinada. El acierto de esta obra es doble. Uno, por el tiempo de su aparición, al cumplirse una cifra tan señalada como el centenario y, en segundo lugar, por el enfoque multidisciplinar que recorre los diferentes estudios que la componen y que permite ver este periodo desde ópticas complementarias. El elemento militar, el jurídico-administrativo, el económico o el cultural, entre otros, son aproximaciones a un fenómeno complejo, que permitirán al lector acercarse de manera general a esa época y a sus realizaciones. Además, la presencia entre los autores de los diferentes ensayos que componen la obra de estudiosos españoles y marroquíes enriquece aún más si cabe el valor de este libro que el lector tiene entre sus manos. Estoy convencido de que iniciativas como esta de Iberdrola contribuyen eficazmente a que dos vecinos tan próximos como somos España y Marruecos, con tantos elementos en común, conozcamos mejor nuestro pasado compartido y continuemos edificando un proyecto de acercamiento profundo que beneficie a nuestros respectivos pueblos. Que podamos en definitiva acercarnos a lo que el embajador Alfonso de la Serna llamó “el lejano Magreb de ahí enfrente”. Ese ha sido y es mi empeño al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, el que me ha llevado a Marruecos desde primera hora en varias ocasiones y el que me une, lo sé, con mi colega y buen amigo Saad Dine El Otmani.
José Manuel García-Margallo y Marfil
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Introducción Capítulo I
Título Manuel Aragón Reyes
1. Objetivo y estructura del libro
La idea de realizar este libro surgió el pasado año con motivo de cumplirse el centenario de la instauración formal del Protectorado de España en Marruecos por el Convenio franco-español de 27 de noviembre de 1912. Es cierto que años atrás ya se habían suscrito dos Convenios Internacionales hispano-franceses (de 3 de octubre de 1904 y de 1 de septiembre de 1905, este último complementario del anterior) que tenían por objeto reconocer la influencia de España en diversas zonas del territorio de Marruecos. Sin embargo, tales convenios, por su propia naturaleza y su limitada eficacia, no pueden ser tomados como actos productores del nacimiento del Protectorado. El Protectorado solo nace, en términos jurídicos, como antes ya se ha dicho, mediante el Convenio de 27 de noviembre de 1912, que fue el resultado de la Conferencia Internacional de Algeciras celebrada en los primeros meses de 1906 y que reunió, bajo la presidencia del duque de Almodóvar, a los representantes de los países más directamente implicados en los destinos de África (Francia, Inglaterra, Alemania, España, Bélgica, Italia, Marruecos, Austria-Hungría, Portugal, Rusia y los Estados Unidos de América). Allí se acordó el Acta de Algeciras de 7 de abril de 1906, que establecía, como principios, los de la soberanía de Marruecos, la unidad del Imperio jerifiano y la libertad de comercio en la zona, pero determinando la injerencia extranjera, en forma de protectorado, sobre ese territorio, quedando como países protectores de Marruecos, por sus intereses geográficos, estratégicos e históricos, Francia y España, con el deber, “ante el mundo”, de conseguir el desarrollo político, económico, social y cultural del país protegido para, una vez alcanzado, devolverle su independencia. La delimitación precisamente de las respectivas zonas de tutela y por ello la instauración del Protectorado español, de su organización interna y de los cometidos que se le atribuían fue precisamente lo que se concretó en el citado Convenio franco-español de 27 de noviembre de 1912. Ese dato, el centenario de la instauración formal, por sí solo ya hacía plausible la conmemoración, pero lo que, en realidad, prestaba validez a una obra ambiciosa como la presente es el hecho de que resultaba muy oportuno aprovechar el dato para realizar un estudio cuyo objeto, el Protectorado, bien lo merecía, por la indudable importancia que tuvo, y tiene, para España y Marruecos y para las relaciones entre los dos países; por la carencia, hasta ahora, de una reflexión global y multidisciplinar sobre el mismo, pese al amplio número de publicaciones sectoriales (sobre materias
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concretas o con concretos enfoques) a que ha dado lugar, muchos de ellos, desde luego, excelentes; y, en fin, porque el siglo ya transcurrido desde la instauración del Protectorado y el más de medio siglo desde su finalización (la independencia se adquirió mediante la Declaración conjunta HispanoMarroquí de 7 de abril de 1956, aunque la presencia pública española en el territorio de lo que fue el Protectorado se extendió hasta el 31 de agosto de 1961, fecha en que, acabado un proceso de transición ordenada, las tropas españolas abandonaron aquel territorio, como con buen tino señala Julián Martínez-Simancas en su excelente epílogo al libro) prestaban la suficiente lejanía histórica para acometer una reflexión que evitase los subjetivismos y, por ello, la parcialidad. Con tal propósito, se decidió que la obra a realizar debería tener, como principales características, tres: a) ser un estudio histórico global (lo que no quiere decir, claro está, completamente exhaustivo, pretensión temeraria por su imposible consecución) y, por ello, abordada de manera colectiva e interdisciplinar; b) ser más una reflexión que una investigación científica y, por ello, más encaminada a la divulgación (al público en general, diríamos hoy) que a la erudición, sin merma del alto valor de los estudios, correspondiente con la reconocida solvencia de sus autores; c) ser una obra en la que estén juntos autores marroquíes y españoles. Esas eran, pues, las líneas maestras del libro proyectado, que se han seguido fielmente en el proceso de elaboración. De ese modo, los estudios que se contienen en el libro examinan el Protectorado a través de diferentes perspectivas, que se corresponden con los diversos capítulos en que la obra ha quedado estructurada, que tratan, consecutivamente, de las vertientes jurídica, histórico-política, militar, socioeconómica y demográfica, cultural e historiográfica, científica y educativa, y literaria; con un capítulo último, de muy especial significación, dedicado al examen de la obra sobre Marruecos elaborada en el primer tercio del siglo XX por un militar ilustrado: Antonio García Pérez. El libro se completa con una presentación de Ignacio Sánchez Galán, unas reflexiones preliminares del ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de Marruecos y del ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España, una introducción a mi cargo y un epílogo de Julián Martínez-Simancas. Y junto a la obra escrita, o mejor dicho editada en papel, esto es, junto al libro, se ha elaborado una página web (www.lahistoriatrascendida.es) que contiene, además de diversos datos biográficos de los autores del libro, una amplia y variada bibliografía y documentación, incluyendo textos, mapas, fotografías y demás fuentes de conocimiento relativas al Protectorado. Dicha información
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se presenta, así, no solo como un complemento extraordinariamente valioso de la obra, sino, más aún, como parte muy esencial de la misma. El fruto de la amplia participación de autores, que han alcanzado el número de cincuenta y siete, correspondiente con la también amplia diversidad de enfoques temáticos, ha sido, finalmente, un libro de más de mil páginas, distribuidas en tres volúmenes. A ello se suma, como antes ya se advirtió, una extensa y rica documentación gráfica, literaria e iconográfica incluida en la página web. Una tarea tan compleja, una obra de estas características, solo ha sido posible gracias a las valiosas ayudas que ha recibido y de las que procede dejar constancia. En primer lugar la generosa colaboración institucional de Iberdrola y personal de su presidente, Ignacio Sánchez Galán, que no es, por cierto, la primera vez que patrocinan estudios e investigaciones en materias jurídicas y sociales. En segundo lugar el aliento constante de Julián Martínez-Simancas, auténtico impulsor y cuidador de este libro (mucho más que quien figura como director). En tercer lugar la inteligente y esforzada labor de Manuel Gahete, como coordinador y editor de la obra, cuyo trabajo ha sido impagable. En cuarto lugar la eficaz y decisiva actuación de Fatiha Benlabbah para hacer posible la amplia presencia intelectual marroquí en este libro. En quinto lugar (quinto en orden pero prevalente en mérito) el sabio trabajo de los autores de los estudios, conminados, además, a realizarlos en tiempo breve, todos ellos reconocidos especialistas en sus materias, que son los que, con su colaboración, prestan al libro una auténtica importancia. Finalmente el tiempo dedicado y la capacidad desplegada por Montse Barbé para la ordenación y seguimiento del proceso de preparación y composición de la obra y por Ena Cardenal de la Nuez para la elaboración del diseño del libro y la página web. 2. Los modos y formas de entender el pasado. Una mirada plural sobre el Protectorado
La breve descripción que antes se hizo acerca del objetivo y contenido de la presente obra no es suficiente, creo, para comprender lo que con ella se ha pretendido lograr. Antes he apuntado que se ha querido realizar una historia global. Y ahora me corresponde explicar lo que entiendo por ello, dejando claro, ante todo, que no empleo el término en el sentido de historia universal, por supuesto, ya que el objeto que aquí se trata es un tiempo y espacio concretos, sino en el de comprensivo de las diversas facetas que ese objeto presenta.
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La historia, como se sabe, es una disciplina que contiene, a su vez, distintas especialidades, aunque el historiador de fuste es siempre aquel que es capaz de englobar en su investigación las distintas vertientes sobre las que el saber histórico se proyecta. Esa mirada ampliamente abarcadora y comprensiva es la que cabría denominar, en una primera acepción, historia global, cuyo progreso intelectual se cimenta, necesariamente, en investigaciones históricas especializadas, pero cuyo acierto requiere de una atinada finura para la percepción total del pasado, o de un determinado pasado. Pero ese pasado no puede ser enteramente percibido, creo, sin la colaboración también que puedan prestar determinados intelectuales que no son historiadores profesionales, sino que se dedican a otras artes u otros saberes, sin perjuicio de que al pensar sobre el pasado en sus respectivas materias estén realizando también, a su modo, una reflexión histórica. Escritores, juristas, economistas, militares, médicos, diplomáticos, periodistas, sociólogos, críticos de arte, de cine, de literatura, por citar solo algunos ejemplos (muy pertinentes, por lo demás, en lo que al Protectorado se refiere), aportan así sus “miradas” a unos acontecimientos, a un tiempo y espacio histórico, determinados que resultan muy fructíferas para entender “lo que pasó” y “por qué paso”. Esta amalgama de tan variados enfoques, esta indagación protagonizada intelectualmente por los historiadores, pero no solo por ello, es lo que puede dar un resultando de historia global, tomado ya este término en una segunda acepción, que es, ciertamente, la que ha orientado la realización del presente libro, en el que se intenta reflexionar sobre la compleja realidad del Protectorado, es decir, sobre la totalidad del mismo en sus múltiples facetas (jurídica, militar, política, sociológica, etc.). Historia global significa por ello, al mismo tiempo, historia total, algo muy difícil de hacer individualmente, pero no tanto si se acomete como una labor colectiva e interdisciplinar. Debe advertirse, sin embargo, que este libro no ha pretendido realizar, en un sentido exacto o al menos académico, esa historia total del Protectorado (que ello queda para investigaciones históricas de mucho más calado y de más larga elaboración), ni tampoco presentarse (lo que es parecido pero no igual) como una obra exhaustiva, sino que aspira a ser algo más modesto (pero no carente de ambición): una “aproximación” a dicha visión global o comprensiva del Protectorado. Y la forma divulgadora que, sin merma de su rigor, los estudios presentan, más de ensayos que de trabajos de estricta investigación científica, facilita, sin duda, tal aproximación. John H. Elliot, en su reciente y espléndido libro Haciendo historia, nos alerta (pág. 13) sobre el sentido último de la tarea del historiador. Y así dirá:
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Creo que la teoría es menos importante para escribir buena historia que la capacidad de introducirse con imaginación en la vida de la sociedad remota en el tiempo o el espacio y elaborar una explicación convincente de por qué sus habitantes pensaron y se comportaron como lo hicieron.
Pues bien, sin negar que hacer (escribir) esa “buena historia” es cometido, en primer lugar, de los profesionales que a ello se dedican, y depende de la “capacidad” que tengan para elaborar sobre el pasado una “explicación convincente”, las palabras de Elliot pueden servir también para entender a esa “buena historia” no solo como actividad intelectual a realizar, sino como resultado que obtiene el destinatario de aquella actividad, el lector, de modo que el material que se le ofrezca le permita “introducirse con imaginación” en el periodo histórico estudiado y forjarse una “explicación convincente” del mismo. En ese sentido se acentúa la conveniencia del pluralismo como método en los estudios históricos, con la finalidad de ofrecer al lector una amalgama de perspectivas que le permitan lograr esa comprensión global y equilibrada, es decir, lo más objetiva posible sobre los hechos a que los estudios se refieren. En nuestro libro tal pluralismo es evidente. En primer lugar, en cuanto a la nacionalidad de los autores, pues las reflexiones sobre el Protectorado español en Marruecos se realizan por estudiosos de las dos naciones concernidas: Marruecos y España; en segundo lugar en cuanto a los historiadores especialistas, contándose con historiadores del derecho, de la milicia, de la economía, de la política, de la cultura, de la literatura, de las artes, etc.; en tercer lugar en cuanto a la colaboración entre historiadores y otros profesionales expertos en las materias con incidencia en el Protectorado. De ese modo, el libro pone en manos del lector una serie de estudios que le permiten obtener una comprensión razonable sobre el Protectorado, al ofrecerle no solo una pluralidad de enfoques, “nacionales” y “sectoriales”, sino también una pluralidad de valoraciones sobre la acción española en aquel territorio. Esto último me parece que debe destacarse porque presta al libro un especial interés o, más aún, lo dota de una especial virtud: el lector podrá constatar que en él se encuentran valoraciones bien distintas sobre esa acción española, sobre sus facetas positivas y negativas. Pero tales valoraciones, como no podía ser de otra manera dada la calidad intelectual de sus autores, nunca proceden del prejuicio o el arbitrio, sino de una sólida fundamentación. Solo como consecuencia de ese pluralismo valorativo, de esa diversidad, legítima, de enjuiciamientos, puede ofrecérsele al lector la oportunidad de forjarse con objetividad su propio criterio, es decir, su “comprensión razonable” del relato. Pues justamente eso es lo que este libro pretendía y ojalá que se haya conseguido.
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3. La acción de España en Marruecos: el Protectorado entre el pasado y el presente
Como es bien sabido, la presencia española en África, y especialmente en el territorio de lo que después será el Protectorado, se remonta a muchos años antes de que el Protectorado se instaurara. Este libro no ha querido extenderse al examen de la totalidad de aquella presencia (aunque en algunos de los trabajos que lo integran se aluda a ella para enmarcar el tema tratado) sino que se ha limitado, para evitar la dispersión de su objetivo, al estudio del Protectorado, espacio y tiempo en que la presencia española adquirió unas especiales connotaciones. La más genuina e interesante me parece que es la jurídica, al reconocerse la coexistencia, en el mismo territorio (esa era la esencia del Protectorado), de dos autoridades (marroquí y española), de dos organizaciones político-administrativas, de una pluralidad de ordenamientos jurídicos, tanto en materias públicas como privadas, relacionados por puntos de conexión, basados en la nacionalidad e incluso en la religión, que determinaban la proyección sobre la población de ordenamientos privativos en función de esas diferencias y que establecían, por ello, una pluralidad no solo de Derechos aplicables, sino también de administraciones de justicia: la justicia coránica para los marroquíes, la española para los españoles y la sefardí para la población israelita. Por lo demás, y esa es otra connotación importante que debe destacarse, la acción española no solo se proyectó en el ámbito militar, sino también en el educativo, sanitario, cultural, urbanístico (incluida la creación de nuevas ciudades y la expansión de las existentes), industrial, mercantil y, en general, en el plano social de las costumbres, de la vida cotidiana. El profuso tráfico de personas, mercaderías y noticias entre el Protectorado y la Península creó, además, unas relaciones de proximidad que dejaron honda impronta tanto en la vida política y social española como en la marroquí. Hubo, sin duda, una influencia recíproca que marcó de manera importante un pasado e incluso un futuro. Es cierto que la presencia española tuvo, como en general ocurre en todas las situaciones históricas, luces y sombras. Es cierto, también, que los acontecimientos bélicos (las batallas ganadas y perdidas) adquirieron un especial protagonismo en el relato histórico y, por supuesto, en la opinión pública de ambos países; y que ello dejó una amplia huella en la milicia española, muy relevante para el transcurso de los acontecimientos internos de nuestra nación, como la dictadura de Primo de Rivera, la caída de la Monarquía, la guerra civil e incluso el régimen franquista. Pero ni las sombras
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deben ocultar las luces ni los acontecimientos bélicos empañar en exceso las connotaciones sociales, económicas y culturales del Protectorado, máxime cuando la etapa bélica solo ocupó menos del primer tercio de la vida de este, trascurriendo los más de dos tercios restantes de la misma en situación de paz. Esta última etapa del Protectorado, tan larga como interesante, resulta muchas veces minusvalorada en la imagen histórica que sobre aquel se ha venido proyectando. Pero incluso respecto de aquella primera etapa bélica, bien distintas fueron las vivencias de los jefes y oficiales y las de la tropa a su mando. Además, tampoco todos los militares españoles afectados por esa etapa fueron “africanistas” ni estos estuvieron cortados por el mismo patrón: junto a militares inexpertos e incapaces los hubo técnicamente preparados, junto a los de tosca cultura los hubo también ilustrados, junto a los que se preocuparon solo por las acciones de guerra los hubo que también se preocuparon por la organización administrativa del territorio y por el desarrollo social de sus habitantes y, en fin, junto a los que actuaron sin honra los hubo también que actuaron con admirable heroicidad. Y lo mismo cabe decir de los contendientes (marroquíes y especialmente rifeños) en el otro bando. Ni la acción española en el Protectorado, creo, puede ser calificada como un “colonialismo rapaz y exacerbado” (como a veces se ha hecho) ni tampoco como un “colonialismo bondadoso” (como a veces también se ha dicho). Principalmente porque aquella no fue, en sentido estricto, una situación colonial, pero sobre todo porque la labor de España en aquel territorio no cabe entenderla en términos absolutos, esto es, como totalmente execrable o como completamente benéfica. Y es muy difícil negar que sí contribuyó a una cierta modernización administrativa y social de la zona. Que no siempre fuera una acción “protectora” es algo que entra dentro de lo normal si se abandona el “buenismo” a la hora de juzgar el pasado. Como, en casi todo, hacer historia de modo equilibrado obliga a huir de las visiones extremas y de las explicaciones simples. Los problemas históricos del Protectorado fueron complejos y su entendimiento, por ello, también debe serlo. Como se ha dicho, en frase muy feliz y autorizada, “para todo problema complejo hay siempre una solución simple… y equivocada”. In medio virtus no es solo un consejo malsano para fomentar la tibieza, sino, sobre todo, una saludable llamada de atención frente a los radicalismos. Y, desde luego, una razón para sostener la validez del pluralismo interpretativo al objeto de desechar las explicaciones y valoraciones unidireccionales. Creo que todo ello debe ser tenido muy en cuenta a la hora de intentar “comprender” lo que fue, cómo fue y por qué fue el Protectorado.
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Como debe ser tenido en cuenta que no puede mirarse el pasado “con los ojos del presente”, juzgarse “desde los valores del presente”, sino intentar comprenderlo desde los puntos de vista de su tiempo, lo que no impide la valoración, pero sí evita la tergiversación, esto es, el error en la valoración. Ello, claro está, es tarea difícil, cuyo total cumplimiento quizás sea imposible, pero a la que siempre debe aspirarse, para conseguirla aunque solo sea de modo aproximado. Nuevamente John H. Elliot, en el libro al que antes me referí, nos proporciona enseñanzas clarificadoras. Y así dirá: Intentar aprehender el pasado es tarea escurridiza y todo historiador serio tiene una aguda conciencia de la distancia que separa la aspiración y el resultado conseguido. El intento de salvar esa distancia es tan estimulante como frustrante. El estímulo procede del desafío que impone intentar liberarse de las posturas y supuestos previos contemporáneos, a la vez que se reconocen las restricciones que imponen. La sensación, al sumergirse en una época anterior, de tener al alcance de la mano a sus habitantes y estar adquiriendo como mínimo una comprensión parcial de su conducta e intenciones produce una emoción intensa y convierte a la investigación histórica en una experiencia inmensamente gratificadora (Elliot: 2012: 14).
Precisamente porque esa (no intentar mirar el pasado con los ojos del presente) es una de las mayores dificultades que presenta la indagación histórica, el recurso al pluralismo de enfoques y valoraciones puede ayudar también a sortear, en la mayor medida posible, esa dificultad. Por ello, las recomendaciones de Elliot no solo cabe referirlas a los estudiosos del pasado, sino también a los destinatarios de esos plurales estudios, en nuestro caso a los lectores de este libro, a los que ofrecemos una diversidad de “visiones” que puedan permitirles “aprehender” ese pasado, lo que supone, aquí, formarse un criterio equilibrado sobre lo que el Protectorado significó. Pero cosa distinta a la de la proyección del presente en el pasado es la de la proyección del pasado en el presente. La reflexión histórica (no tergiversada, claro está) siempre facilita, al indagar sobre el pasado, enseñanzas útiles para el presente. El Excmo. Sr. ministro de Asuntos Exteriores y de la Cooperación de Marruecos, en su reflexión preliminar a este libro, titulada “Marruecos y España: visiones en un siglo de confluencias”, lo expresa con gran claridad: La franqueza histórica es el camino de la reconciliación con la memoria. En efecto, nuestra lectura objetiva, científica y positiva del pasado nos permitirá establecer sobre el rico y compartido patrimonio una base sólida para la construcción de unas relaciones consolidadas de cooperación tanto en el presente como en el futuro.
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Y en el mismo sentido se pronuncia el Excmo. Sr. ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España en la reflexión preliminar que, como su colega marroquí, también ha puesto a este libro: Estoy convencido de que iniciativas como esta de Iberdrola contribuyen eficazmente a que dos vecinos tan próximos como somos España y Marruecos, con tantos elementos en común, conozcamos mejor nuestro pasado compartido y continuemos edificando un proyecto de acercamiento profundo que beneficie a nuestros respectivos pueblos.
Efectivamente, junto a los objetivos ya señalados, nuestro libro ha pretendido cumplir también este otro: que la reflexión desapasionada, crítica y plural que en él se realiza sobre el Protectorado sea útil no solo para que los marroquíes y los españoles lo conozcan mejor, sino también para fomentar las relaciones presentes y futuras entre nuestros dos países, tan estrechamente enlazados por la historia, la geografía y la cultura.
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La penúltima “duda jurídica” española
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1. La “duda jurídica” en cuanto categoría
La presencia española en los procesos coloniales ha tenido siempre un rasgo que la identifica, sea cual sea el tiempo, el lugar y las circunstancias en que se dio. Ese rasgo es la “duda jurídica”. Dudar, desde su misma raíz etimológica, no significa realmente vacilar. Más bien es manifestar una certeza. Hay avatares históricos en los que ningún camino es más claro que otro. Sana es por tanto la duda, en cuanto somete a juicio y no a emoción la solidez de la decisión tomada en Derecho. Si se aplica a lo que se presenta como lucro o ventaja obtenido con ella, previene sobre la eticidad del primero y la realidad final de la segunda. Si se proyecta sobre lo que aparece como éxito o fracaso de la acción emprendida y/o ejecutada, enseña la transitoriedad y la posibilidad de la inversión de ambos efectos. Los ordenamientos jurídicos esencialmente carentes de la duda, concebida como un ingrediente de su configuración, han degenerado en las peores y más malvadas normativas de Derecho que la Historia conoce, como bien se desprende de los lúcidos análisis de Gustav Radbruch, Eberhard Schmidt, Hans Welzel (1971) y Michael Stolleis (1994) entre otros, acerca del Derecho promulgado por el III Reich alemán, quizá uno
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de los mejores ejemplos acerca de cuántos daños acarrea una ley carente de duda interna alguna sobre su propia licitud. Donde se encuentra históricamente por primera vez la presencia de ese tipo de duda es en la colonización española de América. Colonización escribo, sí, pues colonización hubo, pese a que revistiera un tipo especial, como he señalado en otra sede (Pérez-Prendes: 1989, 15 y ss.). No cabe negarlo argumentando retóricas vacías. Y para ello fue preciso primero invadir y luego extraer recursos y aculturar y por fin inculturar. Ahí, en la hondura y complejidad de esos procesos, tan fáciles de bautizar, pero tan difíciles de analizar con racionalidad, se alojó la “duda indiana”, que tanto ha preocupado a los investigadores y mucho más debiera haber enseñado a los políticos. ¿Cómo sostener esos procesos ante la razón ética? La categoría “duda indiana” (entendiendo “categoría”, ya como una de las diez nociones aristotélicas abstractas, ya como forma kantiana de conocimiento) fue introducida por Luciano Pereña Vicente (1983, 291 y ss.; y 1986, 19 y ss.) en sustitución de anteriores formulaciones como “lucha por la justicia”, usada por Lewis Hanke (1949) o “ética colonial”, aplicada por Joseph Höffner (1957) y las sustituye con ventaja, pues la primera resulta demasiado exterior y descriptiva y la segunda es contradictoria en sí misma. Cosa, al tiempo diferente y al tiempo parecida, sucedió con la “duda marroquí”. Con la implantación del Protectorado ni se incorporaba España a una acción internacional que cupiera considerar como nítidamente ética, ni se iban a obtener demasiados saldos económicos y/o políticos favorables, ni se pretendía modificar las raíces de la cultura invadida. ¿Qué argumentos soportarían entonces la demanda a los españoles de los sacrificios correspondientes? Después de concluir, en 1956 para la zona norte, ese episodio, los últimos capítulos de nuestra historia colonial, en Guinea, Fernando Poo y Sáhara, volvieron a engendrar la misma vacilación y aún siguen haciéndolo. En efecto, la pregunta esencial, pero no la única, que se suscita para cualquier lector de análisis tan lúcidos como el de Jaime Piniés Rubio (2002) era y sigue siendo ¿se descolonizaba o se abandonaba inmisericordemente a muchas gentes a un destino previsiblemente perverso? A partir de esos casos concretos, nos podemos elevar a un nuevo principio general del Derecho: el valor de la idea permanente de la duda jurídica. Esa regla va mucho más allá de los límites de un ordenamiento nacional concreto, alcanzando la jerarquía de las regulae iuris romanas y canónicas, que siempre prevalecerán en el legado del Derecho universal, sea cual fuere el destino de los ordenamientos jurídicos donde se las creó. Más concretamente, ese principio resulta ser, ante todo, advertencia y re-
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fuerzo para la vida del Derecho internacional público. En el territorio conceptual y más aún en el efectivo de esta rama jurídica existe siempre una débil coactividad. Ese talón de Aquiles no se elimina, desde luego, con la conciencia de una necesaria dubitabilidad ante los fundamentos y efectos de las decisiones de los Estados. Pero no es menos cierto que poseerla y practicarla actúa en apoyo de la buena fe real en las decisiones jurídicas que se tomen en el ámbito de las relaciones internacionales, espacio donde es muy necesario contar con ella. De hecho, continuadamente se ha intentado mantener su presencia, como se advierte en el capítulo I de la Carta de las Naciones Unidas o en la importante teorización de Mireille Delmas-Marty (2004-2011) sobre la construcción de una comunidad global de naciones. Añadir a las categorías configuradoras del Derecho que ha diseñado esta autora el valor preventivo de la duda en calidad de rasgo importante es un tópico jurídico, en el sentido que da a la tópica Theodor Viehweg (1997). Ese principio es de origen español, sin que exista chauvinismo ninguno en afirmarlo. 2. Una iniciativa firme y discreta
Un cúmulo de indicios coincidentes permite sospechar que el planteamiento de la “duda marroquí” surgió como fruto de una iniciativa voluntariamente creada y asumida en el seno de la Residencia de Estudiantes de Madrid. Al desarrollarse desde 1912 la presencia protectoral española en Marruecos, dirigía esa casa (Saénz de La Calzada: 2011) y sus actividades (García de Valdeavellano: 1972) el ilustre pedagogo malagueño Alberto Jiménez Fraud (1883-1964), nítido miembro de la más elevada elite intelectual de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) cuya actuación como tal ha sido estudiada desde diversos puntos de vista por varios autores, agrupados al efecto en un volumen especial donde Alberto Martínez Adell se ha ocupado de la labor editorial (1983). Dadas las facultades de Jiménez Fraud en ese cargo y su forma de ejercerlo, tuvo que ser él mismo, y no al contrario, quien sugiriese a Manuel González Hontoria y Fernández Ladreda (Trubia, 1878-Madrid, 1954, en adelante lo citaré simplemente como Hontoria) su intervención sobre el tema dentro del marco de las actividades de la Residencia. Si Francisco Vitoria es la figura que mejor simboliza la “duda indiana”, debe situarse a Hontoria, en un plano análogo, respecto de la “duda marroquí”. Desde luego este autor no llegará a tener el eco universal que tuvo el dominico y no es cosa de extrañarse por ello. Ambos sometieron a consi-
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deración fenómenos muy distintos en su significación para la Humanidad, como fueron las presencias que tuvo España en América y en una parte de África. Pero respetados los oportunos factores diferenciadores que es necesario tener en cuenta, lo cierto es que ambos desempeñaron el mismo papel, en parte crítico y en parte constructivo, ante la realidad que estudiaron. Fue Hontoria hombre de muy evidente estirpe asturiana, mayor por la vía materna que por la paterna. Su padre, José González Hontoria, era un andaluz asturianizado por su matrimonio con María de la Concepción Fernández Ladreda y Miranda y su vinculación profesional a Trubia (García de Paredes y Rodríguez de Austria: 1992). Su familia estuvo marcada por un signo político conservador moderado y tolerante. Se la percibe como de neto contexto liberal, cuando se la compara con las de otros parientes coetáneos suyos. Piénsese en el caso de José María Fernández Ladreda y Meléndez Valdés, químico notable y artillero de prestigio, vinculado siempre a posturas mucho más radicales de un derechismo extremado. Por el contrario, el soporte de Hontoria para su intervención en la vida política fue su adhesión al ideario liberal de Sagasta, sin que adoptase jamás actitudes oportunistas de cambio y permaneciendo fiel a ese marco mental, de voluntad y manifestación durante toda su vida. Por esas mismas razones familiares sostuvo una importante relación con el mundo militar, terrestre y marítimo, pero no se definió por ella. Profesionalmente se distinguió como diplomático y públicamente como político. En la primera faceta de esas dos actividades fue secretario de las embajadas españolas en París y Roma, tuvo presencia en la conferencia internacional que se reunió en Algeciras (1906) y en la negociación del posterior tratado hispano-francés de 1912. Sería también titular de otros cargos en el Ministerio, llamado entonces “de Estado”, como subsecretario (19111913) y jefe del gabinete del ministro, llegando también a ser él mismo ministro de ese ramo durante varios meses en los años 1921 y 1922 en gobiernos presididos por Antonio Maura. Paralelamente, en la vida política alcanzó la condición de diputado por Alicante (Alcoy) en 1913, 1918 y 1919, para desde 1921 adquirir un puesto de senador vitalicio. No hay duda alguna de su actitud pro-monárquica y además claramente constitucionalista. Fue gentilhombre de cámara de la Casa Real con ejercicio, desde 1909; y, para atender a esa función durante los veranos, tomó casa, prácticamente medianera con el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso. Desempeñó el papel de consejero privado del rey Alfonso XIII y, durante la dictadura del general Franco, continuó siéndolo de su tercer hijo, Juan de Borbón y Battenberg, conde de Barcelona, sin
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que pudiera desconocer que nunca alcanzaría el trono. Por lo que se refiere a su actividad profesional privada actuó como abogado de prestigio, trabajando para la Compañía Española de Minas del Rif, S. A., así como para la Casa ducal de Alba y el Banco Hipotecario Español (Lacomba-Ruiz: 1990). Aunque escribió un detallado Tratado de Derecho Internacional en tres volúmenes, publicado en 1928 y reeditado en 1950, y algunas otras importantes monografías sobre historia política y diplomática (especialmente dos tomos de la Historia Universal de Oncken, 1922, además de algún prólogo y textos más breves), su obra, editada por la Residencia de Estudiantes, El protectorado francés en Marruecos y sus enseñanzas para la acción española (en adelante PFM) es quizá la que mejor ha perdurado de entre todas ellas, definiendo su propio pensamiento y, desde luego, sus experiencias. Pero no ha sido, que yo sepa, objeto de una valoración detallada a los efectos que deseo contemplar. Así, por ejemplo, García de Valdeavellano (1972, 29) menciona este libro de González Hontoria, pero no hace mención estimativa ninguna sobre él, cosa curiosa dado que el interés que lo movió fue presentar las formas pedagógicas aplicadas por Jiménez Fraud en la Residencia. Quizá el precipitado y memorístico panegírico que inspiró ese estudio suyo lo privó de la posibilidad de ofrecer un análisis más profundo, yendo más allá de una mera acumulación de datos y adjetivos. 3. Marco y ambiente intelectual
Como acabo de señalar, el libro donde Hontoria expuso sus ideas acerca del Protectorado marroquí se concluyó en 1914, según él mismo nos informa (cfr. nota 1, 330) y apareció en 1915, dentro del programa editorial de la Residencia de Estudiantes de Madrid. Había participado en 1914 en las conferencias para los residentes y al año siguiente se editó su libro en la serie titulada “Publicaciones de la Residencia de Estudiantes” que hasta ese momento no contaba con muchos volúmenes, pero sí mostraba un criterio de selección muy cuidadoso buscando autores de gran calidad y reconocida audiencia. Los nombres de Antonio García de Solalinde, Eugenio d’Ors, Ortega y Gasset, Azorín y André Pirro (conocido musicólogo y organista francés, discípulo de César Franck y especialista en Johann Sebastian Bach), entonces en el apogeo de sus respectivas famas, componen la breve lista de los autores editados (no me refiero a los materiales de uso interno o no publicados aún) donde aparece nuestro autor. La inclusión de Hontoria en esa compañía es muestra de la distinción y estima en que se le tenía por parte de la autoridad rectora de la casa y del
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círculo al que esta pertenecía. Se le vio, pues, capaz de expresarse sobre el asunto “en forma cálida y personal”, como dice el prospecto que presenta las actividades de la Residencia, precisamente en el mismo apartado de “Ensayos” donde quedó incluida la obra de Hontoria. Eso nos lleva a preguntarnos el motivo de ese aprecio y no es cosa difícil responder, pues las razones se hacen muy perceptibles, tanto desde la perspectiva de la personalidad del autor como de las formas de actuación de Jiménez Fraud, en cuanto director de la Residencia. Atendiendo en primer lugar a esos factores personales, resalta enseguida que por tradición familiar no quedaba Hontoria muy lejos de los institucionistas, como apunta el hecho de que el elogio necrológico de su padre en el Congreso de los Diputados se pronunciara por Gumersindo de Azcárate. Por otro lado, en sí mismo era una personalidad cuya opinión sobre cuestiones de política exterior española gozaba entonces de especial aprecio en la vida intelectual en general. Así lo prueba que, en 1916, justo al año siguiente a la aparición de su libro, disertase sobre ello en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación (puede accederse fácilmente a su texto en el enlace http://biblioteca.universia.net). Contaba también mucho, pero ya en particular para la Residencia, el propio talante de Hontoria. Era, en efecto, como ya ha quedado dicho aquí, monárquico y cortesano, además de activo político liberal bajo el liderazgo de Sagasta, pero no era un antiinstitucionista al modo descarnado, ya superado entonces, de un Menéndez-Pelayo. Por el contrario su caso fue paralelo al de Eduardo de Hinojosa y Naveros, el historiador del Derecho, gran amigo personal y mantenedor de prolongados contactos intelectuales con Francisco Giner de los Ríos, sin que por eso dejara de participar en una clara línea de la vida política a la que ni veían con aprecio y menos aún militaban en ella los miembros rectores de la ILE. Por todo eso escapaba nítida y fácilmente a la tacha de heredero del ambiente político de la Restauración, a la que se refiere Trías de Bes (1934, 328) cuando, precisamente escribiendo sobre el Protectorado de Marruecos, alude a la pusillanimité des hommes d’État de la Restauration (1876-1898). Así lo entendieron los dirigentes de la segunda generación de la ILE. Para ellos, mejor que polemizando, se contrarrestaba el impacto social antiinstitucionista generado y difundido por los viejos y trémulos restauracionistas (enemigos declarados de su obra docente o simples asustadizos ante el mero hecho de un cambio crítico, aunque pacífico) si se mantenían contactos de colaboración y respeto con escogidos sucesores de su misma línea socio-política, si eran personas accesibles al diálogo, discrepantes sólidos incluso, pero siempre dentro del respeto al
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diferente, que estuviesen dotadas de un alto nivel intelectual y no adoptasen la beligerancia como regla irracional. En consecuencia, Hontoria encajaba muy bien en la selección de maestros que podía diseñar Jiménez Fraud para ejecutar su conocida intención de mantener continuadamente, en la formación de los residentes, el grado más amplio posible de atención hacia las tradiciones culturales respetablemente estudiadas (son los casos de Antonio García de Solalinde y de André Pirro); no menos respecto de las vanguardias, tanto las estéticas (Azorín, Eugenio d’Ors) como las ensayísticas (Ortega y Gasset); y por fin atendiendo a las innovaciones sociales, políticas y jurídicas más trascendentes en cada momento para toda la nación, en este caso aquella de la que Hontoria podía dar cumplida cuenta. Ciertamente, el entonces director de la Residencia buscaba esos objetivos, pero debe tenerse muy en cuenta que nunca elegía a cualquiera, por experto que fuese, para hacerlos realidad. Por ese criterio selectivo, cuando Jiménez Fraud, obligado por los hechos llamativos de actualidad, hubo de seleccionar entre los protagonistas acreditados en el panorama político para hablar e informar a los residentes del tema marroquí, no solo contó para él esa novedad e importancia temática, sino tanto o más si cabe el talante del autor elegido para comentarlo. Pasando ahora al otro gran factor influyente en el tema, el modo de trabajar que siempre usaron los institucionistas en general y Jiménez Fraud en particular, se descubre la existencia de una motivación adicional, más profunda que el respeto y afinidad en lo personal. Se trata de lo sumamente natural y coherente que era, dados los principios krausistas en los que estaban formadas las mentes de aquel dirigente y las de su entorno, que albergasen una preocupación monográfica concreta, motivada por la irrupción de la idea de “protectorado”, para la que no contaban con demasiados elementos en sus arsenales pedagógicos. En efecto, es muy cierto que en la Enzyclopädie der Rechtswissenschaft in systematischer Bearbeitung de Heinrich Ahrens (1873-1875), elemento central usado en la formación de los juristas por parte de la ILE, según la traducción y anotaciones de Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Augusto González de Linares, Joaquín Costa e Ilirio Guimerá (1878-1880), se destina una especial atención al Derecho internacional público (vol. III, 340 y ss., de esa traducción). Se le concibe como un elemento necesariamente impregnado por una fuerte eticidad, que tiene la misión de fortalecer su debilidad coactiva. Apenas puede el lector avanzar, cuando repasa la exposición que se hace de sus contenidos, sin encontrar una referencia u otra a ese rasgo de impregnación ética. De ese modo, por ejemplo
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se señala como fundamento de esta rama jurídica “el conjunto de las relaciones éticas de los pueblos” (id., 349) y como su “efecto externo”, la obtención de un “equilibrio orgánico-dinámico”, basado en el “organismo ético de los pueblos” (id., 351). Pero resultaba a su vez que el concepto de “protectorado” no aparecía explícitamente señalado en sus páginas —notable es que tampoco aparezca usado más de una vez en el muy posterior tratado internacional de 30 de marzo de 1912, que instituyó el sistema de protección en Marruecos— (cfr., PFM: 24-25). Aunque se pueda sostener que desde antiguo ha existido cierta presencia de la idea en la historia general de los conceptos jurídicos —si bien no serían asumibles científicamente hoy todos los vestigios que han creído encontrar de ella los autores que la han estudiado, especialmente decimonónicos—, verdad es que ese término no contenía el concepto de iniciativa colonial encubierta, que solo llegaría a presentarse tras la Conferencia de Berlín de 1884-1885. Así pues, lisa y llanamente, no existía con ese sentido cuando (1855) apareció la Enzyclopädie en su versión original alemana. En realidad era natural que así fuese. Aunque existiera el término “protectorado”, su concepto de “pseudo-colonia” no figuraba aún en las agendas de los gobiernos. No se había presentado todavía como realidad internacional. Tampoco estaba la idea en el horizonte intelectual de sus traductores y anotadores al publicar su trabajo veintitrés años más tarde. Los proyectos de un acuerdo hispano-francés sobre la cuestión marroquí se esbozarán en 1902 y, solo en 1904, el establecido entre Francia e Inglaterra reconocerá la presencia española en ella. Todo eso era pues posterior a la difusión en España de la obra ahrensiana, que no contemplaba los Estados semisoberanos. Pese a todo eso, no es menos cierto que los institucionistas no estaban dispuestos a renunciar, ni tenían motivo alguno para hacerlo, a la visión del Derecho internacional público contenida en su “libro de horas” jurídico. Allí se señala cómo el “principio supremo” de esa rama del Derecho genera “las condiciones para el desarrollo de las culturas de los pueblos” (Enciclopedia: 350). Además se establece, dentro de la función que atribuye a lo que llama Derecho internacional especial, la necesidad de un tratamiento del “derecho a la religión de los pueblos” (id., 359) que, si bien apunta una cierta primacía en favor de la religión cristiana, considerándola elemento civilizador de culturas diferentes, no por eso deja de reconocer la posibilidad de una convivencia entre religiones distintas. La necesidad de conservar tales ideas explica la tenacidad en manejar ese legado didáctico, en cuanto era válido entonces. Hoy lo sigue siendo y sabemos por eso que sus defensores
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acertaron. Se engañaría quien atribuyera a la teoría krausista general del Derecho el papel de una mera anécdota cultural caducada. Antes al contrario, desde que expuse su visión global (Pérez-Prendes: 1994, 348 y ss.) se han multiplicado los estudios acerca de ella, tanto en general (cfr., Enrique Menéndez Ureña y Pedro Álvarez Lázaro, eds.: 1999) como en particular, y concretamente en el campo de Derecho internacional se ha examinado y reconocido la influencia en nuestros días de su proyecto de una federación de Estados europeos (Querol Fernández: 2000, 449 y ss.). En todo caso lo que no puede desconocerse es que la sensibilidad de Jiménez Fraud no podía dejar de percibir que para el cumplimiento de su ideario tenía necesidad de actuar simultáneamente sobre dos objetivos muy concretos: actualizar los contenidos de la Enzyclopädie de Ahrens modernizando la herencia intelectual krausista en la específica rama jurídica contemplada y formar en esa modernidad a los residentes, con la conciencia de que la instauración del Protectorado español en Marruecos abría un horizonte polivalente donde podrían trabajar buena parte de los titulados que salieran de la Residencia. No de otro modo lo obligaba a actuar el precepto iurisnaturalista establecido por Sanz del Río (1857, 44 y 46): La ciencia de las leyes [léase, la Enzyclopädie de Ahrens, traducida por Giner] es la luz, la de los hechos [léase, el protectorado marroquí, en este caso] el movimiento, aquella es la raíz, esta el fruto (...) sobre la ley escrita está el Derecho natural; aquella muda con los tiempos, el Derecho natural queda siempre para defender a los débiles, los oprimidos, los justos, y condenar eternamente a los fuertes, opresores e injustos.
En mi particular opinión, ese condicionante intelectual y moral, apuntaba claramente a ejecutar una excelente dimensión didáctica, imposible de no ser percibida y aplicada por un espíritu tan inteligente y fino como tuvo Jiménez Fraud. Lo que se le ofrecía con el tema del protectorado al director de la Residencia era, ante todo, la posibilidad de aplicar a una rabiosa actualidad práctica la idea central de eticidad que el krausismo exigía a toda forma de Derecho nacional —recuérdese la noción del “fluido ético” como alma del Derecho político e internacional, defendida por otro notable institucionista— (González-Posada: II, 48 y ss.). Añádanse a eso otros elementos importantes, pero complementarios y favorecedores, que sin duda se albergaron también en su ánimo, como la vertiente de actualidad política e intelectual y el interés para las futuras profesionalidades de los residentes. Percibiremos entonces que se dio un notable conjunto de impulsos explicativos de las razones por las cuales la Residencia de Estudiantes hubo de ser un espacio sensible a re-
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flexionar acerca del protectorado marroquí que se disponía a ejercer España. Tomada por su director la decisión de hacerlo, la personalidad de Hontoria y su protagonismo en la gestación política del asunto hicieron muy lógico que se le eligiera para hablar de él. 4. La forma del análisis
Organiza Hontoria sistemáticamente el estudio del tema planteado en tres partes, relativas sucesivamente a los antecedentes, especialmente internacionales del Protectorado francés; el ejercicio de su penetración norteafricana bajo la dimensión política de actuación protectora; y, por fin, las perspectivas a tener en cuenta para el ejercicio futuro del Protectorado español a partir de la experiencia acumulada por los comportamientos internacionales, muy especialmente por la relación franco-española y también por la observación de las iniciativas de Francia en la zona marroquí en la que se había asentado aquel país. Escribe siempre con un estilo muy frío, con la precisión técnica de excelente jurista. Su texto, muy conceptualizado y rigurosísimo con el uso y manifestación de las fuentes en que se apoya, requiere un importante ejercicio de atención por el lector. Nunca busca poner el tema tocado al alcance de mentes vulgares, lo que implicaría vulgarizarlo, no divulgarlo, que son dimensiones distintas. Intenta que las mentes de sus lectores se eleven sobre un nivel coloquial e impreciso y puedan entender lo que quiere decirles sin menoscabo de su esencia. 5. La intención central
Perseguiré ahora en estas páginas el objetivo de extraer y mostrar las ideas vertebradoras del juicio determinante que Hontoria poseyó sobre el Protectorado marroquí. Es importante intentarlo, ya que esas ideas apenas son explicitadas en su discurso. Su estilo dialéctico prefiere que el lector las deduzca de la pulcra escritura para juristas que ha elegido redactar. Sin duda, para la exposición directa que realizó en la Residencia, tuvo que disponer de un guion o resumen en el que se perfilara lo esencial que deseaba transmitir de su libro al auditorio, pues su volumen (trescientas veintidós páginas) lo hacía necesario, pero no conozco nada acerca de la conservación de tal síntesis. Así las cosas, lo que interesa es extraerla del texto desarrollado que conservamos. En cambio, ni es posible ni interesa resumir aquí los aspectos de contenido concreto de cada una de las tres secciones arriba mencionadas. No es posible, dado que el tecnicismo constante y la abundante relación de datos con los que Hontoria dejó construido su tex-
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to no permiten resumirlo realmente y un intento de hacerlo solo llevaría a cercenar el contenido. No interesa por eso mismo abordar una labor que se satisface mejor con la lectura directa de la obra estudiada. Como cabía esperar, dados los condicionantes intelectuales arriba expuestos, el elemento esencial latente en todo el pensamiento de Hontoria recogido en este libro no es otro que la búsqueda de la eticidad en las actuaciones político-jurídicas de las potencias que crearon y aplicaron el sistema de protectorado en Marruecos. Señala nuestro autor que esa situación supone para el país que la recibe sufrir una capitis diminutio tanto en su vida interior como en sus relaciones internacionales (PFM: 25) y lo coloca en una condición de “Estado semisoberano” y queda reducido a la condición de “país sometido” (PFM: 31, pero no son las únicas ocasiones en que emplea esas imágenes). A partir de ahí la coherencia lleva a Hontoria a estudiar la eticidad de unas actuaciones que de suyo solo se pueden justificar por el beneficio que, con su implantación, habrían de recibir el sujeto político afectado y la comunidad de naciones organizadas jurídicamente conforme a los principios del Derecho internacional público. La ausencia, o al menos la problemática presencia de esa eticidad, es estimada por Hontoria como una laguna existente en todos los planos en que se movieron las potencias impulsoras, tanto respecto del sultanato como en las relaciones entre ellas mismas. 6. Aplicación de su tesis al sultanato
Concretamente Hontoria acusa sin paliativos a las tres naciones impulsoras principales, Alemania, Francia e Inglaterra, de haber hecho gala de insinceridad cuando por una parte afirmaban como principio fundamental que guiaría siempre su proceder: “respetar la soberanía e independencia de su majestad el sultán” (según decía formalmente el acuerdo de Algeciras), mientras lo que realmente hacían era “menoscabarla más y más” (PFM: 13). Ese despojo, señala Hontoria, no era ciertamente efecto de que se procurara, como se proclamaba, “que el orden, la paz y la prosperidad reinasen” en Marruecos, sino que se motivaba por los deseos de obtener ventajas beneficiosas para los Estados intervinientes, en especial Alemania y Francia. Concretamente escribe (Id.: 14): Francia aspiraba a que quedase sentado el principio de diversas reformas, reservándose el utilizarlo después para su influencia; otros, y sobre todo Alemania, pretendían rodear a toda reforma de garantías e intervenciones tales que no pudiera ninguna potencia apoderarse del ánimo del sultán [y] sacar para sí exclusivamente el fruto político o económico.
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Se fundamentarán en esa apreciación de “aeticidad” (si se me permite tan singular palabra) las manifiestas reservas que Hontoria mostrará a lo largo de su análisis sobre cuanto hicieron las potencias intervinientes desde que empezaron sus pasos primeros hacia la instauración del Protectorado. Queda así establecido desde un principio un criterio general de desconfianza acerca de las declaraciones solemnes de los tratados, convenios y textos análogos sobre el asunto. Esa suspicacia fundamental se desarrollará en dos planos: las relaciones de las potencias impulsoras entre sí y las mantenidas con ellas por España, muy significadamente con Francia. 7. Juicio sobre las relaciones entre las potencias impulsoras
Distingue Hontoria, en este punto, dos aspectos diferentes: las relaciones entre las potencias ajenas a España, especialmente la tensión francoalemana; y las que se dieron entre España y Francia. En ningún caso se aprecia en su exposición otra cosa que no sea la huella notable de un poliédrico recelo. 7.1. La disputa franco-alemana
La búsqueda de lucros, diferentes pero muy concretos, como acabamos de leer, desencadenó una pugna especialmente visible entre Francia y Alemania, dando lugar al nacimiento de una viciada atmósfera de desconfianzas mutuas entre ambas naciones. Hontoria valora críticamente las actuaciones de Alemania, Francia e Inglaterra, pero muy especialmente se muestra distante de las alemanas y de las francesas. No oculta el fracaso del interesado impulso alemán, pendiente solo de obtener rentabilidades en el proceso, algo que —ya hemos visto— considera Hontoria impropio esencialmente de toda iniciativa de protectorado. Pero no menos retrata minuciosamente y califica de perturbador el agobiante impulso galo, lanzado por su parte a la obtención de un protagonismo excluyente. Eso no supone que niegue los aciertos concretos estimables de las iniciativas francesas, pero siempre se percibe, en el relato que hace de ellas, que está convencido de la existencia de una práctica continuada de asfixia político-militar que sobrevuela y en cierto modo ahoga las posibilidades legítimas de intervención que pudieran asistir a otras naciones. Muy ilustrativa de su postura es la visión que ofrece de la penosa relación franco-alemana. Indica cómo, pese a que la negociación entre los interesados avanzó “merced a transacciones sobre cada detalle” (PFM: 14), fue indiscutiblemente Francia y no Alemania quien logró los mayores éxi-
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tos. Con encubierta ironía comenta Hontoria que los metódicos esfuerzos de esta potencia “se volvían contra ella” (id.), precisamente en el único punto que más le interesaba, el económico. En efecto, los alemanes confiaban para obtenerlo en dos medios: la internacionalización del sultanato, que creían poder lograr mediante la intervención del cuerpo diplomático acreditado en Tánger, y el control del Banco de Estado que iba a configurarse. Pero por lo que respecta a lo primero, quedaba su control en manos francesas, pues en ese grupo de diplomáticos los galos dispondrían siempre, en última instancia, según la experiencia acuñada por Hontoria, de los votos de Inglaterra, Rusia y Portugal, como seguros; y los de España, Italia, Bélgica y los Estados Unidos, como muy probables. Respecto del Banco, la sede social se establecería en París y en el capital que se formaba para él, existía, sobre las cuotas reservadas a las potencias, un claro predominio cuantitativo de las empresas francesas que habían acudido al préstamo marroquí de 1904. La realidad de esos datos era tan evidente que cuesta trabajo pensar que la diplomacia germana resultase tan obtusa como para no advertirla. Parece mejor pensar simplemente que aceptó a la fuerza una realidad que no podía evitar, aunque hiciese, cosa lógica, cuanto pudiera por perturbarla. Eso, al menos, es lo que se desprende del relato histórico que Hontoria ofrece de las tensiones posteriores franco-alemanas. En ellas la terquedad recíproca se puso de relieve. Hontoria califica a Francia de acometer “ardorosamente” el sojuzgamiento marroquí, por medio de todas las iniciativas posibles, por otra parte acogidas de bastante buena gana por las autoridades del país destinatario (id., 15-18). Y por otro lado describe con detalle la reacción alemana, patente ya, no solo por vía diplomática, sino también con el amago de la amenaza militar. Así, en 1911, enviaron los germanos el cañonero Panther al puerto de Agadir. El resultado final sería el entierro del principio inspirador del acuerdo de Algeciras acerca de “respetar la soberanía e independencia de su majestad el sultán”, abriendo definitivamente las puertas a la hegemonía protectora francesa. A cambio de unas concesiones territoriales en el ámbito africano ecuatorial, que en realidad carecían de futuro y solo fueron hechas para ganar tiempo desarmando sus bravatas, Alemania accedió al pleno desmantelamiento de la autoridad marroquí, la única pieza efectiva que podía haber usado para rebajar el triunfo galo (id., 19-20). A lo largo de todo ese conjunto de acontecimientos, el Gobierno alemán actuó de forma huidiza respecto de España, interesándose realmente solo en lograr un acuerdo con Francia que estimaba habría de serle
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mucho más provechoso. Para ello se refugió primero en la existencia del acuerdo franco-español de 1904, secreto, pero conocido indirectamente. Su argumento era que, al estar ya concertadas las dos naciones en ese pacto, en nada perjudicaba a España que Alemania pactara a su vez con Francia. Desde esa postura de principio, cualquier reconocimiento expreso de los derechos españoles a intervenir en la fijación del sistema de protectorado para Marruecos se obviaba todo lo posible para no incomodar a los franceses, entendiéndose actitud suficiente la de no negar tales derechos. Con exactitud, Hontoria presenta como “un éxito” que se lograse una declaración del embajador germano reconociendo los derechos históricos españoles y su presencia real en la zona, pese a que no deje de reseñar que la modestia del mensaje se debió al resentimiento alemán por no acceder España al precio puesto por Alemania para realizar una declaración más “solemne, contractual”, contrapartida que no era otra sino el derecho de amarrar en Canarias un cable para Marruecos (id., 248-251; y nota 1, 249). Como corresponde a la prudencia de un verdadero ministro de Estado, Hontoria escribe ciñéndose mucho a los hechos y elude del todo las valoraciones extremadas y menos aún tienen cabida en su estilo ironías ni impertinencias, al contrario de lo que suele hacer cualquier político vulgar cuando ocupa ese puesto. Se le percibe como agente de una política exterior estudiada, sólida, coherente y estabilizada que no sustituye por impulsos personales ni por modas oportunistas. Eso hace muy palpable la más que subliminal presencia de un “intratexto”, delator (por lo detallado) de su secreto regocijo ante el desvalimiento alemán primero y su fracaso final después. Cabe recordar que en su infancia, en 1885, cuando solo tenía siete años, se habían vivido las actitudes alemanas, poco amistosas respecto de España, con el desdichado asunto de las islas Carolinas, preludio clarísimo de lo que sucedería en 1898. Aunque arbitrado por León XIII y abortado in extremis por Bismarck, no dejó el incidente de marcar una amarga consideración hacia Alemania por la opinión española y sobre todo entre los militares y marinos de guerra, dentro de los cuales se encontraban el padre y hermanos de Hontoria, que sin duda le habrían comentado tal episodio con intensidad, reiteración y dolor. Sería quizá en algún momento posterior a los acontecimientos cuando oyera y entendiera esas valoraciones, pero eso ni lo sabemos ni nos importa demasiado; lo que sí interesa es que había ya contribuido indeleblemente a la formación de sus configuraciones mentales cuando tuvo que opinar sobre la cuestión marroquí.
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7.2. El difícil entendimiento hispano-francés
Advierte Hontoria que, una vez llegado el acuerdo franco-alemán de 1909, “las más de las veces (...) el Gabinete de París obraba por sí solo, oponiéndose a la participación del de Madrid en el esfuerzo y en los resultados” (id.: 219). Y enfatiza esa postura añadiendo (id., 240): Y a cada reforma nueva, si no mediaban circunstancias políticas especiales, surgía el mismo incidente: Francia celando a España sus propósitos, no fuera que pretendiera una parte en la empresa. Pretendiéndola, en efecto, no bien se enteraba, y quejándose de la ignorancia en que se la había querido mantener. Los proyectos españoles tropezaban, en los más de los casos, con la oposición francesa. (...) Ni que decir tiene que todo agente español que lograba algún crédito en la Corte jerifiana pasaba por autor de intrigas contra la influencia francesa.
Tal regla general había tenido excepciones que nuestro autor enumera, pero no deja de advertir que siempre fueron anteriores a la fecha citada. Los argumentos esgrimidos para esa actitud obstruccionista general eran dos y venían de lo concertado en el convenio secreto entre ambas naciones de 3 de octubre de 1904, donde España se obligaba, hasta 1919, a pactar previamente con Francia toda acción en su zona de influencia (id., 239) y además ambos países declaraban “estar firmemente adheridos a la integridad del Imperio marroquí, bajo la soberanía del sultán” (id., 12 y 239). Aunque evidentemente esta última declaración tenía como objeto que otras potencias, especialmente Inglaterra, reconocieran a España y Francia “como poseedoras del derecho de velar por la tranquilidad de Marruecos y de prestar su asistencia este país para las reformas (...) que necesitaba” (id., 12), lo cierto fue, según se desprende de la serie de casos concretos que cita Hontoria, que Francia lo transformó continuamente en un mecanismo que le permitiese colocar toda iniciativa española como algo que solo podía ejecutarse bajo el control y aprobación francesa. Tenemos así un primer eje de coordenadas: la desconfianza ante lo actuado, referencia impuesta por la historia inmediata del asunto. Como diré a continuación, Hontoria sostendrá la posibilidad de que el segundo y nuevo vector, que debía introducirse ahora por parte de España, con su actuación en el espacio que se le reservaría, constituyera una innovación de ese estado de cosas. Para lograrlo era imprescindible la búsqueda por parte hispana de la diferenciación respecto de la praxis francesa. Esa tarea requería la necesidad de examinar críticamente la actuación gala para recoger si acaso algunas inspiraciones, pero más intensamente aún para advertir siempre que no existía paralelismo en general y no era adecuado seguir ciegamente la huella de Francia para la perspectiva e intereses que debían guiar a los políticos es-
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pañoles. Veinte años más tarde corroborará literalmente esa premisa básica el, antes aquí citado, catedrático catalán Josep María Trías de Bes (1934, 329). Hontoria señala la existencia de cuatro particularidades esenciales: la diferente extensión de una y otra zona del Protectorado; la contigüidad, en el caso de la zona española, con territorios vinculados a España (“posesiones”) de muy diferente régimen jurídico; la disimilitud entre las tradiciones administrativas de España y Francia; y la carencia española de una burocracia colonial especializada (PFM, 329). 8. El programa de González Hontoria
Así pues, desconfianza e innovación eran las coordenadas rectoras, planteadas por el ilustre diplomático asturiano. Fijado ya aquí el esqueleto mental que provocaba la primera, podemos acceder a las principales particularidades de la segunda que habrían de ejecutarse bajo los criterios básicos (Hontoria los llama “virtudes”) de “tacto, disciplina y economía (...) impuestas con mano de hierro” y deberían afectar no solo al espacio de norte marroquí sino también a una inmediata acción (“de algún modo se ponga mano en ello”) sobre el sur y el espacio entre los paralelos 26º, 27º y 40’. Todo ello es claro en PFM (327 y ss.) desgranándose en una serie de importantes pasos descriptivos, pero cuyo sentido general puede vertebrarse conceptualmente del siguiente modo. a) El requerimiento de una mentalización básica en España acerca de una idea: el problema de Marruecos no se reduce solo a “la evitación de los ataques contra las tropas que ocupan el país”, sino que debe asumirse que “a medida que la ocupación avanza, la organización debe avanzar también”, lo que implica la siguiente serie de consecuencias. b) El carácter de transitoriedad de las actuaciones militares, tal como se venían desarrollando, por ser solo justificables a fin de lograr una organización posterior del territorio protegido en todos los aspectos de su vida pública. c) La creación paralela de una herramienta militar ad hoc, es decir, adaptada al medio, con progresiva participación indígena y regida por una “severísima economía”. Señala Hontoria que la acción militar española “tiene por cimiento un ejército de europeos” y esa cualidad debía ser progresivamente corregida. d) L a construcción de una maquinaria burocrática civil, dotada de competencia en los conocimientos y de ejemplaridad en el ejercicio de las funciones.
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e) La coordinación responsable entre los partidarios de la prioridad del mando militar y los defensores del predominio del poder civil, para lograr un periodo transitorio de “unidad de dirección” mediante la colaboración generosa entre ambos. f) L a fusión progresiva de los esquemas administrativos aplicados en las plazas de soberanía y los que se fuesen introduciendo en la zona correspondiente al sistema de protectorado. g) La utilización racional y potenciación de los centros urbanos menos afectados por las acciones bélicas, lo que llevaría a situar un centro de gravedad a partir de la ciudad de Larache, para explotar las posibilidades de organización, comunicación y vida económica de todo el territorio. Está claro el escepticismo que guiaba a Hontoria sobre la experiencia acumulada y no solo en lo que concernía a lo ocurrido en el plano internacional, donde su decepción ya la hemos visto como eminente. Afectaba también a la acción española y si tenía alguna esperanza en ella era por considerar que, ante lo mucho que existía por desarrollar, una voz de advertencia podía llegar a tener algún grano de fecundidad. No de otro modo se explica que cuando describe una u otra actuación gubernativa o militar concreta, cuando considera esta o aquella ley y cuando propone tal o cual medida monográfica, se nos aparezca, fluyendo subterráneamente bajo la particularidad examinada, el temor, tanto a la corrupción económica, frente a la que pide dura vigilancia, como el miedo a la ineficacia y los particularismos egoístas de los agentes de gobierno. Particularmente firme es su voz pidiendo, como acabo de resumir, la transformación de las anquilosadas e inadecuadas entidades militares actuantes y no menos dura se hace su palabra cuando arremete contra una serie de empleados sin suficiente conocimiento del país, sin objeto que bastantemente justifique su número y sus sueldos, sin facultades deslindadas, disputando con los militares y entre sí sobre el alcance de su cometido (id., 327-328).
Si recordamos su concepto de “protectorado”, explicitado al comienzo de estas líneas, no es extraño su temor a un posible panorama en el cual se contemplasen las obras públicas tardando en construirse, las escuelas y los hospitales como antes de haber créditos para sustentarlos, el comercio local disminuyendo, las ciudades sin mejorar con la rapidez debida, la administración marroquí disuelta y la nueva, creada con nuestra intervención y por nuestro consejo, sin funcionar.
Clara es también su denuncia de la penosa imagen “desprendida de nuestra lentitud en la obra militar” (id., 328) y se inclina en ese punto a buscar al-
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guna semejanza (dentro de las disimilitudes que enumera y reconoce) con el ejército africano de Francia, apuntando incluso a la creación de “una especie de legión extranjera” (id., 300) instrumento que, sin embargo, no llegaría hasta 1920. Sobre todo reclama una estructura económica adaptada a las necesidades reales en personal, acuartelamientos y medios de subsistencia y combate. A eso añade la necesidad de especialización africana, en la oficialidad sobre todo, el estímulo del voluntariado, el cálculo adecuado de los contingentes y una configuración estudiada ad hoc de los contingentes para Marruecos. Por fin conviene destacar un párrafo más encendido de lo que suele ser habitual en el frío estilo comunicativo de Hontoria; en él reclama un espíritu de disciplina y responsabilidad que corrija lo que suele haber para los que se equivocan en Marruecos, una benevolencia especial, nacida de que la empresa es particularmente difícil, de que cualquiera —se piensa— se hubiera equivocado en el mismo caso. Lo cual es contrario a todo principio sano de disciplina: cuando un factor contrario a la seguridad del ejército o al buen resultado de una operación, ha de producir necesariamente sus efectos, se le contrarresta con implacable severidad, porque de otra manera no hay posibilidad de éxito; de donde resulta que el gobierno y la opinión han de exigir estrecha cuenta a los jefes, a fin de que las cosas se realicen con tal precisión que las contingencias y puntualidad en el cumplimiento del plan, que se reduzcan al mínimum el margen de lo inesperado y los desastres parciales (id., 301).
Esas frases son, más allá de lo que afecta al caso concreto del Protectorado español en Marruecos, un modelo perfecto de cómo deben ser las actuaciones cotangentes en lo militar, lo político y lo social, en una democracia digna de tal nombre, no solamente aparente (id., 301). 9. La “duda indiana” y la “duda marroquí”
Cuando apenas habían pasado treinta años de la presencia consolidada por los españoles en América, se expresaba Francisco de Vitoria ante sus escolares encarándose con la realidad socio-económica de aquella invasión y proponiendo nuevos títulos y diferentes modos de comportamiento que ajustasen la teoría hasta entonces existente y las prácticas por ella amparadas a la naciente concepción de un Derecho internacional. Desechaba con ello la envejecida doctrina de la donación de las Indias hecha por los pontífices romanos al amparo de su supuesto dominio universal, invento carente de otro apoyo que no fuera la falsificación documental conocida bajo el nombre de “donación de Constantino”. Pasados cuatro siglos, casi otros treinta años separan la presencia europea en Marruecos, a título de protectorado, de la comparecencia de Gon-
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zález Hontoria ante los universitarios de su tiempo, para declarar dos cosas paralelas a las señaladas por el dominico en el suyo. Primera, la necesidad de reestablecer un concepto jurídicamente viable, a la luz de la eticidad, de la idea de “protectorado” que, para su beneficio y el de los restantes países, puede reducir una nación a la condición de semisoberana, pero no debe transformarla en una colonia y menos aún dar la coartada para encubrir ese paso. Segunda, la corrección de muchos de los rumbos que hasta entonces iba siguiendo la participación española en ese proceso. Con todo, no se me oculta que no hay vestigio alguno, en la obra del segundo reformador, acerca de que fuera consciente de su paralelismo con el primero. Dicho de otro modo, ni consta que Hontoria quisiera expresamente copiar a Vitoria, ni trato yo de equiparar sus palabras haciendo aparecer las del primero como seguidoras conscientes de la estela del religioso. Sé bien que no fueron idénticas ni derivadas. No lo fueron ni en el impacto ni en las motivaciones de superficie o epifenoménicas, si se prefiere llamarlas así. Antes bien, lo que científicamente me interesa dejar señalado es precisamente la espontaneidad que las separa, pues como las analogías entre los dos pensamientos son evidentes si atendemos a la intención final, al arma dialéctica escogida y a los efectos logrados, se muestra con esa espontaneidad la existencia de una forma especial y suprasecular española de contemplar y valorar el Derecho. En efecto, existió, primero en uno y luego en otro de ambos autores, una reiterada manifestación, repito que espontánea en ambos, de la presencia mental del tópico que se ha llamado “duda jurídica”. Añádase que también en los dos analistas se percibe el rasgo común que separa la duda del binomio alternativo, rechazo-aprobación. Se trata de la constante existencia de un cierto aroma de esperanza. Ambos críticos creyeron que, con sus sugerencias, podrían obtener un sustantivo desplazamiento de las teorías erróneas y/o malintencionadas, así como un enderezamiento de los pasos en falso que se habían ido presentando en el acaecer que cada uno de ellos había considerado en su discurso corrector. Lo importante es que se dé esa presencia intelectual dubitativa, cuando no viene forzada por el deseo de continuar las huellas de nadie. De ese modo resulta que, si se nos aparece así, es por estar arraigada y latente en la conciencia colectiva española. Con independencia del éxito práctico que las propuestas de ambos reformadores tuvieron sobre la realidad misma estudiada, que ciertamente quedó afectada por ellas, al menos en parte, lo que sí resulta innegable es la vitalidad secular de una manera ética de entender y difundir el Derecho, superando la torcida e hipócrita finta de
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quienes buscaron y buscan amparo en la legalidad para encubrir un comportamiento que no ampara la decencia. Y esa postura sí que es típica de los científicos españoles del Derecho a lo largo del tiempo, ya tomasen al tomismo o al krausismo como soporte intelectual de su voluntad de pensar hacia el pasado y el futuro. Bibliografía Delmas-Marty, M.: Les forces imaginantes du Droit, París: Le Seuil, 2004-2011 (4 vols.). García de Paredes y Rodríguez de Austria, Paz; “La activa vida de GonzálezHontoria” [en línea], Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, 16(1992)
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El ordenamiento jurídico hispano-marroquí
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Introducción
La instauración de un protectorado en Marruecos supuso un esfuerzo jurídico extraordinario para sustentar la decisión política y los compromisos internacionales adquiridos por España. La colonización, en sus diversas formas, es ante todo un entramado legislativo para vincular el territorio adquirido al metropolitano y diferenciarlo de una simple emigración masiva. Ante estos hechos, los españoles tuvieron que tomar conciencia de las diferencias entre protectorado y simple colonia, establecer una organización institucional que respetase la doble soberanía y establecieses el marco competencial de las diferentes autoridades protectoras y protegidas y, después, organizar un auténtico ordenamiento nuevo; que, en realidad, no era nuevo del todo porque se trataba de una adaptación de las principales normas españolas, pero que en ningún caso significaba una recepción en bloque del ordenamiento español. Las diferencias religiosas y la influencia que esto tenía en algunas ramas del derecho, y el respeto a las diferentes jurisdicciones fueron los principales problemas que se encontró la comisión encargada de elaborar los proyectos de dahíres en los que se basó el nuevo ordenamiento hispano-jalifiano.
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1. La redefinición de protectorado
La Conferencia de Berlín alteró sustancialmente el concepto de protectorado y lo convirtió en una especie de colonia con características propias. En dos preceptos estableció la regla y la excepción. El artículo 34 de su acta final indicaba el camino para crear colonias que todavía no se poseían, mediante un expediente fraudulento como era la creación de un protectorado de acuerdo con los jefes locales. Mientras el 35 señalaba la obligación de mantener una autoridad sobre todo el territorio, es decir, una presencia permanente en lo ocupado que pasaría a ser colonia. De todo lo acordado allí, no hubo nada con tanta trascendencia para la expansión europea en África como esto. El concepto de protectorado era usado desde antiguo. Si acudimos a un clásico en la materia como Frantz Despagnet, profesor de Derecho internacional en Burdeos, podríamos decir que era conocido por los romanos (Despagnet: 1896, 55 y ss.), pero con ciertas reservas si tenemos en cuenta que las nociones de Estado y de soberanía no estaban determinadas porque faltaban las aportaciones teóricas de autores como Vattel o Grocio, y que protectorado está íntimamente relacionado con la cesión de parte de la soberanía de un Estado a otro. Pero sí que existían tribus o reinos tributarios, feudatarios o vasallos, y la institución de la iniquo foedere que presuponía la existencia de reges inservientes o subreguli sometidos a la autoridad romana de un procurador o prefecto. En la Edad Media, la institución se desarrolló de manera habitual y tuvo su mejor marco dentro de los imperios. El protectorado se caracterizaba porque la soberanía del Estado protegido es cedida en mayor o menor proporción al Estado protector. No es un concepto de fácil definición porque presenta muchos modelos distintos. Así podemos hablar de soberanía compartida, de semisoberanía o, mejor, de soberanía usurpada ya que este término es incompatible con la limitación impuesta por otro Estado. Entendía Despagnet que la semisoberanía significaba que era completa en lo interno y estaba mediatizada en las relaciones internacionales (Despagnet: 1896, 20 y ss.). Es decir, se trataba de una limitación de la independencia. Pero, como decimos, el acta final de la Conferencia Berlín trastocó esta noción convirtiendo el protectorado internacional en protectorado colonial, con dos modos de actuación distintos pero encaminados al mismo fin: convertir en colonias los territorios protegidos. Por un lado, en los países que ya tenían un Estado más o menos desarrollado, se autorizó a intervenir en los asuntos internos y no solo como una protección frente al enemigo exterior. Y por otro, de manera aún más clara, se admitió que las potencias firma-
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ran con los jefes locales tratados de protección. Estos jefes firmaban, muchas veces con la huella dactilar, cualquier cosa a cambio de regalos y sin entender lo que decían los papeles que les ofrecían. Era una simple fórmula para implantar posteriormente una colonia y fue sancionado positivamente en la Conferencia de Bruselas de 1890. No era una fórmula de protectorado sino simplemente de colonia (Despagnet: 1923, 38), porque la cesión de soberanía no era ni voluntaria ni parcial; y, con ello, se abría la trampa a las exigencias que el mismo acto establecía para imponer una colonia, ya que, como dijimos, el artículo 35 establecía que, para que la comunidad internacional admitiera la existencia de una colonia, debería haber autoridad efectiva y la presencia permanente en el territorio. El protectorado se convertía no en una forma distinta de intervención, sino en un primer paso hacia la colonización. Con este pseudoprotectorado sobre las tribus indígenas, las potencias coloniales —España lo usó mucho en Guinea— sin ocupar el territorio se otorgaban una especie de reserva frente a otras potencias interesadas en la misma región o, como las llamó Auguste Ribère, unas ocupaciones ficticias. Es decir, en vez de considerar sus territorios como terra nullius, susceptibles de ser ocupados efectivamente para implantar una colonia, se otorgaba a las tribus que los habitaban un status casi estatal y, en consecuencia, eran sujetos de Derecho internacional capaces de firmar convenios válidos y eficaces, y este tratado se convertía en un título oponible a otros países con intereses en la zona (Ribère: 1897, 23 y ss.). El mismo instrumento que ponía condiciones a la colonización contenía la trampa para eludirlas. El protectorado, a diferencia de la colonia y cuando no se convertía en una de estas, implicaba aceptar la existencia del Estado sometido y su personalidad jurídica interna e internacional. Por lo tanto, se evitan algunos de los problemas clásicos de derecho colonial como la consideración o no del territorio colonial como nacional, la existencia de uno o dos ordenamientos jurídicos —colonial y metropolitano— y la consideración de los indígenas como nacionales o no y, en su caso, como ciudadanos o no. El protectorado se veía mejor que la ocupación porque esta última tenía un carácter permanente. Por eso uno de los más acérrimos defensores de la fórmula escribía: El protectorado tal como ha surgido en los últimos tiempos es el mejor sistema de expansión política o colonizadora, representa uno de los medios más perfectos de intervención de un pueblo en otro, es el acatamiento al derecho del débil, representa, en suma, un adelanto o una conquista de la moderna civilización (López Ferrer: 1923, 38).
El protectorado internacional se caracterizaba hasta entonces por su origen convencional, es decir, voluntario. Era un pacto o tratado entre un
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país débil y otro fuerte que se encargaría de su defensa, en su origen, contra los enemigos militares y después de la organización y el orden interno. Pero a este tipo de tratado se llegó en el norte de África en una situación en la que los países —Túnez y Marruecos— estaban en quiebra y no podían atender sus obligaciones financieras. La deuda era tan grande y los intereses tan desorbitados que el país acreedor impuso sus condiciones políticas que consistían en la instauración del protectorado. Los países protegidos aceptaron sin duda por miedo a una intervención militar que acabara en guerra. La colonización africana fue la consecuencia de una serie de tratados bilaterales entre las potencias. Los países se fueron repartiendo las áreas de influencia y ocupación según antecedentes históricos o derechos más o menos tangibles. Para eliminar conflictos entre europeos hubo que contentar a todos. Pero el grueso de las negociaciones las llevaron Francia e Inglaterra. A Italia, que aspiraba a Túnez, hubo de conformarla con Libia y Etiopía. Y Francia obtuvo Marruecos a cambio de renunciar a sus derechos en Egipto y Sudán que quedaban para Gran Bretaña, según la Declaración Franco-Inglesa de 8 de abril de 1904. Por último, a Alemania se le ofrecieron ventajas comerciales en Marruecos y territorios en África subsahariana mediante la Convención de Desinteresamiento de 7 de noviembre de 1911. La intervención francesa en Marruecos quedó así despejada. En la Declaración Franco-Inglesa de 1904 encontramos la génesis del Protectorado español. Para evitar que un solo país tuviera el control de las dos orillas del estrecho de Gibraltar, Inglaterra impuso una zona española en el norte de Marruecos, entre los ríos Muluya y Sebú, y Francia la internalización de Tánger. En el artículo 7 de esta declaración se recoge que la zona española estaría sin fortificar, aunque respetando las posiciones españolas existentes en la época. Se reconocían así los intereses comerciales y estratégicos españoles pero debían concretarse en un convenio posterior que se firmaría entre España y Francia en Madrid el 27 de noviembre de 1912, una vez firmado el Tratado del Protectorado Franco-Marroquí de 30 de marzo de ese mismo año. En este convenio no se habla de Protectorado español sino de zona de influencia, que es como siempre la denominaron los franceses, lo que plantea el problema esencial sobre si el Protectorado español lo era con plenitud o solo era una zona de administración española en un único Protectorado francés, un subprotectorado o delegación. Esto tenía gran importancia en asuntos como las relaciones exteriores. En el Tratado Hispano-Francés se admite que le correspondía solo a Francia; en su artículo 5, se señala que el residente francés era el único intermediario del sultán cerca de los representantes extranjeros y en las relaciones de estos con el Go-
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bierno marroquí. Pero España tenía una actividad consular y protegía a los marroquíes de su zona, por lo que algunos autores entendieron que España también tenía competencias en la materia (López Ferrer: 1923, 30). La tesis de subprotectorado, muy querida por los franceses, se basaba en la unidad de Marruecos, en que el estado protegido era solo uno, y en la literalidad del tratado de instauración. Sin embargo los autores españoles, singularmente Cordero Torres (1942-I, 67 y ss.), defendían la existencia de dos protectorados basándose en la independencia de hecho de ambas zonas y la autonomía del jalifa frente al sultán. Esta fue la tesis oficial del Gobierno español y es cierto que Francia no se inmiscuyó nunca en la organización española. 2. Constitución del Protectorado español en Marruecos
El Tratado de Protectorado de 30 de marzo de 1912 (Cordero Torres: 1962, 92 y ss.) está firmado exclusivamente por Francia y Marruecos y, en su artículo 1, señalaba que “el gobierno de la República se concertará con el gobierno español respecto de los intereses que este gobierno tiene por su posición geográfica y sus posesiones territoriales en la costa marroquí”. España no intervino originariamente en las bases del Protectorado que consistían, según ese mismo artículo, en instituir un nuevo régimen que implique las reformas administrativas, judiciales, escolares, económicas, financieras y militares que el gobierno francés juzgue útil introducir en el territorio marroquí. Este régimen salvaguardará la situación religiosa, especialmente la de los habices. Implicará la organización de un Majzén cherifiano reformado.
Nuevamente sin alusión a España. Y autorizaba a Francia a ocupar militarmente el país, con información previa al sultán, a ejercer acciones de policía, a prestar apoyo al sultán y sus sucesores en el trono. El Majzén no podría tomar dinero a préstamo sin la autorización del Estado francés. Y por último, las medidas necesarias —se entiende que legislativas— se promulgarían por el sultán a propuesta del Gobierno francés. El Protectorado no era solo frente al enemigo externo sino que el Gobierno francés se encargaría de casi toda la administración y legislación, de la policía y el orden público y de las relaciones diplomáticas. Solo quedarían, para los marroquíes, pequeñas cuestiones domésticas de administración, religión y justicia. Francia estaría representada por un residente. En realidad, en la práctica, el Majzén se convirtió en un estado títere sin funciones importantes ni autoridad. González Hontoria (1915, 119) lo vio en el primer momento:
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Que el Majzén no trabaja; que no administra; que no toma la iniciativa de las reformas; que, cuando más, ilustra con su experiencia al Contrôle francés sobre las dificultades que tal o cual paso tendrá, nadie lo ignora. En casi todos los negocios, los ministros marroquíes son, no ya ejecutores dóciles de los deseos franceses, sino simples nombres puestos al pie de las disposiciones, o negociadores necesarios, a veces, para que las medidas se entiendan más claramente o se acepten con menos repugnancia por los naturales.
La abstención francesa en la zona española está reconocida en el artículo 1 del Convenio Hispano-Francés de 27 de noviembre de 1912: El gobierno de la República Francesa reconoce que, en la zona de influencia española, toca a España velar por la tranquilidad de dicha zona y prestar su asistencia al gobierno marroquí para la introducción de todas las reformas administrativas, económicas, financieras, judiciales y militares de que necesita, así como para todos los reglamentos nuevos y la modificación de los reglamentos existentes.
Este artículo y los siguientes establecen las reglas generales de administración española: 1. H abla expresamente de zona de influencia y no de protectorado. No se quisieron reconocer dos protectorados, pero el uso del término zona de influencia es muy inexacto. La zona era, hasta entonces, una especie de hinterland de posesiones ocupadas y significaba que podría ser ocupada en el futuro y que las potencias no debían competir por ese territorio (Malvezzi: 1928, 137-138). Aunque los españoles siempre hablaron de dos protectorados, en la literatura francesa se recoge solo un Protectorado de Marruecos con una zona de influencia española no muy bien definida. 2. P or otra parte se refiere solo a reglamentos y no leyes. Esto estaba en la mejor tradición colonial española y francesa en la que no se admitía ningún tipo de autonomía y las colonias se gobernaban de manera férrea y con reglamentos que garantizaban a los gobiernos metropolitanos el control de la situación. En Marruecos, estos reglamentos tomarían el nombre árabe de dahír, aunque también existían los decretos visiriales y los bandos de las autoridades indígenas. Señalaban Lampué y Rolland (1940, 193 y 194) que “la decisión del soberano local aprobada por el residente constituye la ley del país protegido. Puede regir para todos los habitantes del Protectorado, sea cual sea su estatuto”. Aunque admitían la posibilidad de que el legislador metropolitano se inmiscuyera con normas de derecho público que organizaran los servicios coloniales. Pero, en general, eludían la reserva de ley metropolitana para legislar gubernativamente. De todas formas,
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en el ordenamiento español faltó siempre una ley de delegación del legislativo al ejecutivo en materia colonial, como lo hicieron los franceses mediante senadoconsultos, o una ley orgánica competencial. Se recordaban los derechos españoles sobre el territorio de Ifni, que se reconocieron por el sultán tras la paz de Wad Ras en 1860, y una franja de Protectorado en el sur, entre el río Draa y la frontera norte del Sáhara español. La localización de Ifni es polémica porque se duda de que correspondiera a la antigua fortaleza de Santa Cruz de Mar Pequeña de la que solo se sabía que estaba en la desembocadura de un río. Posiblemente estuviera en Agadir o Puerto Cansado, pero Ifni convenía mejor o estorbaba menos a marroquíes y franceses. Fue ocupada pacíficamente en 1934. La zona sur de Protectorado correspondía al hinterland norte de los territorios españoles del Sáhara, entre el paralelo que se fijó de frontera artificial en el Tratado de Paris de 1900 y el límite indubitado del sur del imperio, es decir, se trataba de una tierra de nadie en la que unas veces mandaba el sultán y otras las tribus saharauis. En esta zona se situaba Tarfaya en la costa —llamada Villa Bens en la época— y Tan Tan en el interior. Se obligaba a respetar la libertad de cultos; lo que tenía una trascendencia legislativa, ya que tanto los musulmanes como los judíos tenían una justicia con un gran componente religioso. T ambién estaba reconocida la autonomía impositiva y presupuestaria (artículo 10), aunque debía contribuir a la amortización de la deuda marroquí, respetando los acuerdos tomados en la Conferencia de Algeciras de 1906. Y la autonomía administrativa, ya que protectorado implicaba la existencia de dos administraciones. I nstauración de una justicia basada en la legislación propia. Para establecerla fue necesario acabar con el régimen de capitulaciones. Mediante ellas, los cónsules extranjeros eran los encargados de juzgar a sus nacionales aunque los delitos se cometieran en Marruecos. Este régimen se extendió, aprovechando la debilidad del Majzén, a los judíos y después a los nacionales marroquíes puestos bajo su protección. El sistema en su origen trataba de excluir a los cristianos de la ley islámica, pero derivó en un considerable abuso al extenderlo a súbditos marroquíes que eludían la dura ley del país. El sistema se copió del existente en el Imperio otomano, se trató de limitar en el Tratado de Madrid de 1880 y solo se consiguió que las potencias renunciaran a sus privilegios tras la intervención colonial. Normalmente esta renuncia se contenía en la misma Declaración de reconocimiento del Protectorado.
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3. La génesis del ordenamiento español en Marruecos
El embrión del ordenamiento hispano-jalifiano estaba contenido en el Convenio Hispano-Francés de 1912. Durante algún tiempo fue la norma constitucional, pero no era suficiente. Se necesitaba una estructura jurídica que regulara las relaciones que iban a tener lugar en la zona. En realidad, habían empezado a tener lugar porque algunas partes del Marruecos español ya estaban ocupadas al amparo del acta final de la Conferencia de Algeciras de 1906, que permitía la explotación económica de las zonas bajo la autoridad del sultán y por una interpretación amplia de lo que González Hontoria (1915, 239) llamaba el “mandato de policía”. Para garantizar la seguridad contra los ataques a trabajadores españoles y franceses, España ya había ocupado a partir de 1909 la península de Tres Forcas en la parte oriental del país. El artículo 112 del Acta de Algeciras señalaba que las minas y canteras se concederían mediante un firmán del sultán y se regularían según la legislación interna de cada Estado con intereses, en el caso español el reglamento minero. No obstante, los gobiernos francés y español prepararon, tras un largo proceso de acuerdos, un reglamento minero marroquí, aprobado por las potencias signatarias de Algeciras, que debería regir a partir de 1910 (Madariaga: 1999, 143 y ss.). Pero los desacuerdos de los países signatarios, la caótica regulación marroquí y los intereses de empresas y poseedores de denuncias impidieron una norma única y hubo que esperar a que se dividiera el país para tener dos reglamentos claros (Ponte: 1915, 145). El asunto es interesante porque es la única concesión soberana en Marruecos que, al no tratarse de una colonia, no era sometida a la usurpación de todas las tierras consideradas res nullius para luego concederlas a los colonos, sino que se respetaba la propiedad local aunque se admitía la expropiación por causa de utilidad pública. Las concesiones mineras en el sur de Melilla provocaron la reacción en contra de las cabilas locales que no entendían la diferencia entre suelo y subsuelo, y que se veían perjudicadas por las decisiones de los extranjeros. Esto dio lugar a la guerra de 1909 a 1913. En la parte occidental, los españoles ya tenían Tetuán; y, en 1911, desembarcaron en Larache y tomaron Alcazarquivir para evitar que fuera ocupado por los franceses. Aunque todavía no se habían trazado las fronteras entre zonas, un tratado secreto de 1904 señalaba que el río Lucus sería la frontera sur de España en Marruecos. En las colonias solo había un ordenamiento jurídico que era el impuesto por el Estado colonizador. En todo caso se discutía si era parte del ordenamiento nacional o no. En un protectorado la cosa se complica. No solo
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existe el ordenamiento del Estado protegido y el del Estado protector dado para la nueva situación. En el caso de Marruecos hay que añadir normas de Derecho internacional, como los reglamentos contenidos en el acta final de la Conferencia de Algeciras y los Tratados de 1912, y considerar la vigencia de ciertas normas internas españolas. Aplicación que Cordero Torres (1943, 83) reconocía que “por la fuerza de las cosas se refería” a servicios públicos, a bienes del protegido o a su carácter supletorio. Además se reconocía el valor jurídico de las normas islámicas contenidas en el Corán, la Charaa y la tradición, las normas consuetudinarias bereberes y las normas judías que actuarían como derecho estatutario personal para los miembros de esa comunidad en algunas materias de Derecho privado. No es posible delimitar exactamente los campos de competencia de las normas del protector y del protegido. Pero sí que puede decirse que a partir de 1912 la mayor parte del derecho marroquí fue derecho hispano-jalifiano, es decir colonial, lo que resultaba lógico si tenemos en cuenta que el protectorado no es sino una fórmula suave de colonización, y que al Majzén apenas le quedaba un campo muy reducido para legislar sobre relaciones familiares y algunas cuestiones religiosas como cultos, cofradías, etc. El ordenamiento básico se promulgó en un mismo día por diversos dahíres publicados en el recién aparecido “Boletín Oficial de la zona de influencia española en Marruecos”. Se adaptó la legislación española, como señalaba el tratado hispano-francés de 1912, a las peculiaridades de la zona y la creación de tribunales “inspirados en sus legislaciones propias”. La adaptación de las principales leyes españolas se hizo por una comisión que trabajó calladamente en una ingente labor. Estaba formada por Pablo Martínez Pardo, Edelmiro Trillo, el Marqués de Cerverales, Francisco de Asís Serrat, Adolfo Vallespinosa y Juan Potous (Ponte: 1915, 13). Los trabajos culminaron con la publicación el 10 de junio de 1914 de diez dahíres que aprobaban otras tantas leyes que constituyeron el primer ordenamiento colonial: Reglamento de Minas, Código Penal, Código de Comercio, Código de Obligaciones y Contratos, Código de Procedimiento Criminal, Código de Procedimiento Civil, Condición civil de los extranjeros, Adjuntos de los Juzgados de Paz, Registro de Inmuebles, Bases Orgánicas para la implantación de los Tribunales Españoles y Notariado. A los que se añadió al día siguiente el Dahír de Arriendos de Propiedades del Majzén. Es cierto que el tratado francés establecía el mandato de organizar la legislación jalifiana de la misma manera que la española, pero un ordenamiento nuevo no podía crearse de la nada y se utilizó la fórmula más sencilla y que era, a la vez, la que mejor encajaba el nuevo sistema en el del país protector facilitando los
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mecanismos del poder y la administración española en Marruecos. Podemos decir que el colonialismo en África, igual que el de los romanos muchos siglos atrás, dejó dos grandes herencias: la lengua y el derecho. Pero la mayor potencia de la acción francesa ha borrado casi en su totalidad estos legados de España en Marruecos. La autoridad española, que estaba superpuesta a la marroquí y que debía ayudar e intervenir las decisiones de esta, era en realidad la única autoridad en los asuntos de Estado. Las autoridades y funcionarios locales tenían un papel secundario o limitado a pequeñas cuestiones locales y religiosas. Para ello utilizó un sistema de administración indirecta, es decir, se mantenía la estructura del Majzén, pero se sobreponía otra que la controlara. Esta manera de colonizar era más propia de Gran Bretaña que de Francia o España, pero al establecerse un protectorado debía admitirse. La justificación de la intervención era la decadencia del Estado marroquí, su incapacidad para mantener el orden, cumplir con sus obligaciones internacionales y acabar con la anarquía social y económica. La administración bicéfala era desigual, y su rama local estaba sometida a la del protector. Al frente de la organización figuraba nominalmente el jalifa y de hecho el alto comisario. El cargo de jalifa ya existía antes del Protectorado y designaba a los funcionarios nombrados como sustitutos del sultán en grandes ciudades o zonas apartadas. Sin embargo, la figura del jalifa era puramente simbólica. Por un lado, debido a su carácter delegado del sultán (artículo 4 del Tratado Franco-Español de 1912), que era el auténtico soberano; por otro, porque su actuación estaba intervenida totalmente por el alto comisario español. Su función principal era la legislativa y ejercía el derecho de gracia. Los actos del jalifa no podían ser recurridos ante el alto comisario porque la intervención de este lo hacía copartícipe en las decisiones y porque el alto comisario no era superior orgánico del jalifa. Es decir que ningún acto del jalifa se publicaba sin la previa aceptación del alto comisario. La delegación no podía serle retirada sin el consentimiento del Gobierno español, aunque esta no es una doctrina pacífica (López Oliván: 1931-II, 49), porque algunos autores islamistas criticaron esta característica al considerar que la autoridad del sultán procedía de Dios y que, por tanto, no podía ser delegada. El carácter del jalifa también fue discutido porque era elegido por el sultán, pero entre los dos candidatos presentados por el Gobierno español; no tenía que ser de la familia real cherifiana y actuaba independientemente del sultán. No era en su actividad propiamente un delegado, porque no se sometía a las instrucciones del sultán y el gobierno del sultán no respondía de los actos del jalifa (artículo 8), sino más bien
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un virrey que actuaba como rey en el territorio. Pero un virrey títere de los españoles a cuyo frente estaría un alto comisario (artículo 6). En su nombre se dictaban los dahíres de la zona española. Sin embargo, el jalifa tenía tratamiento de alteza imperial y los delitos contra él en la zona se equiparaban a los cometidos contra el rey de España. El carácter simbólico de su figura como personificación del Majzén y delegado del sultán se evidenciaba en los actos religiosos, por ejemplo en el protocolo seguido en su visita a la mezquita los viernes. Como personificación simbólica del Majzén, el jalifa contaba con una casa y una administración. Su casa estaba a cargo de un caíd el mexuar y contaba con una guardia jalifiana; mientras que la administración, el resto de Estado marroquí en la zona que no estaba en manos de autoridades españolas, tenía al frente al gran visir que mantenía la potestad reglamentaria mediante los decretos visiriales, intervenía en el nombramiento de las autoridades y funcionarios y estaba al frente de la administración regional de bajás, caídes, etc. La intervención española de sus actos se realizaba por el director de intervención civil. Además había una autoridad superior en materia de justicia islámica —el cadí el kodat—, un administrador general de los bienes y rentas del Majzén —mudir amlac ua mustafadat el majzén el am—, y un administrador general de los bienes habices que eran una especie de fundaciones pías —mudir amlac el habbus el am. Señalaba López Oliván (1931-II, 29) con acierto que el gobierno de la zona era esencialmente autocrático y sin participación de los administrados, salvo la representación indirecta en los municipios. Eso significaba que aunque los españoles de la zona gozaban de los mismos derechos que sus conciudadanos, la autoridad podía limitar o suprimir tales derechos. En el Protectorado español no se contemplaba la existencia de una cámara o asamblea de representantes, ni siquiera con carácter consultivo. El alto comisario era la autoridad superior y, al igual que el residente francés, era militar. Ello se justifica en el importante papel del ejército en la vida del Protectorado porque, como la seguridad exterior no estaba en peligro, se dedicaba a labores internas de policía y de administración territorial. El alto comisario, por ser militar, era la cabeza natural de una organización civil y militar en la que incluso la civil estaba muy militarizada. La Segunda República quiso cambiar el sistema nombrando a un diplomático, pero fracasó rotundamente al sustituir a los interventores territoriales militares por civiles. Quizás porque los interventores eran la élite militar, preparada y acostumbrada al país, conocedores del idioma y la idiosincrasia local; y sustituirlos por civiles ajenos a los problemas del territorio y recién llegados
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de Madrid no dio resultados positivos, sin juzgar la intención renovadora y civilista de los nuevos gobernantes. No hay que desdeñar tampoco la importancia simbólica de un militar en las cabilas que conservaban también una estructura militar para defenderse de cualquier enemigo. El residente francés, jefe del ejército de ocupación, tenía además para la actividad civil una oficina diplomática con funcionarios diplomáticos; otra política, con funcionarios destinados a la elaboración de informes y una secretaría general; y una amplia administración territorial. El modelo quiso ser seguido en el Protectorado español, aunque hubo diferencias. Como era habitual en la colonización española, la figura del alto comisario no aparece con claridad en ninguna norma. Su potestad es tal que parece que le está permitido todo lo no expresamente prohibido. En España no existía una ley orgánica colonial que estableciera claramente el ámbito competencial de cada cargo. Y por otro lado, el alto comisario dependía como militar del Ministerio de la Guerra y como cargo ultramarino de la Presidencia del Gobierno a través de la Dirección General de Marruecos y Colonias o de la Oficina de Marruecos creada por Primo de Rivera en 1924. Pero el carácter internacional de los pactos de instauración de protectorado y la acción misma de ayuda a un país extranjero entraban de lleno en las competencias del Ministerio de Estado. Y cada ministerio debía concurrir a las tareas de su ramo, por ejemplo nombrando funcionarios y auxiliando a los servicios marroquíes. La figura del alto comisario quedó regulada por el Real Decreto de 27 de febrero de 1913, durante el gobierno de Romanones, y dos órdenes ministeriales de 24 de abril de 1913, lo que evidenciaba su doble dependencia de Estado y Guerra. El Real Decreto de 1913 tenía una amplia exposición que ayuda a comprender la configuración jurídica de la Alta Comisaría. Esta organización no podía llevarse a cabo sin la ratificación del Tratado de 1912, pero el legislador español lo veía próximo y se dispuso a completar el dibujo de la organización. Por eso, provisionalmente, se nombró alto comisario al comandante general de Ceuta. El decreto insistía en que la autoridad única en lo civil y militar era la garantía de poder llevar a cabo la misión de ayuda en Marruecos. El decreto confesaba la voluntad de crear una organización pequeña, con los funcionarios indispensables, para huir de los excesos coloniales. Pero la reacción indígena en el Rif impidió esa tendencia y obligó a usar un ejército de ocupación numeroso y potente para someter la región. El decreto recogía el aumento de la partida presupuestaria Acción en Marruecos, verdadero pozo sin fondo de dinero nacional. En realidad, el sometimiento de las regiones de la zona española a la autoridad del Majzén, representada por España, fue la verdadera obra realizada por
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España a favor del Estado marroquí paralela a la que Francia emprendió en el Atlas. Ya que, al llegar la independencia, las tensiones regionales contrarias al poder central estaban casi anuladas, y el nuevo rey pudo encontrarse un país pacificado sin necesidad de guerra civil. Pero fue una tarea ardua, costosa, dolorosa y sangrienta. Tras la ratificación del tratado, ya pudo organizarse definitivamente el Protectorado español. Se hizo mediante el Real Decreto de 24 de enero de 1916 que aprobaba el Reglamento General Orgánico para la Administración del Protectorado español en Marruecos. Al igual que sucedía en Guinea, se opta por una norma reglamentaria para legislar sobre una materia tan importante. Así se destaca la importancia de la autoridad gubernativa y el férreo control que se tenía sobre la vida colonial. El texto de 1916 denomina residente general alto comisario, tal vez por influencia francesa, a la máxima autoridad española en la zona. Tenía rango de ministro del Gobierno, según el Real Decreto de 25 de enero de 1919. El cargo suponía la máxima representación española y eso significaba que era el jefe superior de autoridades y funcionarios, intervenía al jalifa autorizando mediante decreto los dahíres y era el intermediario entre este y los gobiernos extranjeros en la zona española y sin intervención francesa. La modificación que introdujo el Real Decreto de 18 de enero de 1924 aclaró aún más la figura: dependía de la Presidencia del Gobierno, se le atribuían amplias facultades para disponer del presupuesto, ya que España debía contribuir con cantidades anuales para equilibrar el presupuesto local y ejercía la inspección del ejército de ocupación. La amplitud de sus funciones, que nunca se llegaron a concretar en ningún otro reglamento, significa la importancia de su autoridad. El cargo era de la máxima confianza del presidente del Gobierno y en esa confianza se fundamentaba la autoridad casi total del alto comisario. La pérdida de confianza supondría el cese. El régimen colonial era autoritario y jerarquizado y a ello contribuía el carácter militar de la máxima autoridad. Como militar, ejercía el mando del Cuartel General del ejército de ocupación, hasta la reorganización de 1918, llevada a cabo por el Real Decreto de 11 de diciembre de ese año que se modificó levemente por el de 1 de septiembre de 1920. A partir de entonces se organizó militarmente la zona en las Comandancias Generales de Ceuta y Melilla. Los comandantes generales dependían del alto comisario en lo que se refería a la actuación militar en el Protectorado pero los trámites referentes a reclutamiento, organización, administración, asistencia de tropas y servicios del ramo debían despacharlos con el Ministerio de la Guerra con la previa venia del alto comisario. Era pues, una autori-
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dad omnipresente y todopoderosa con una amplísima autonomía que ejercía como gobierno en la zona salvo instrucción en contrario o veto del presidente del Consejo de Ministros. Su función representativa era también importante y se rodeaba de un protocolo estricto y lleno de gestos, símbolos y colorido que representaba el poder colonial sobre el pueblo marroquí. La Administración protectora se organizaba en una Secretaría General, con funciones de coordinación administrativa y sustitución del alto comisario, y tres grandes departamentos estructurados en el Real Decreto de 1916: Delegación de Asuntos Indígenas, Delegación de Fomento (que luego se denominaría de Obras Públicas y Comunicaciones) y Delegación de Asuntos Económicos, Tributarios y Financieros (de Hacienda a partir de 1931), a las que se añadiría en 1927 la de Colonización que sería en 1931 de Economía, Industria y Comercio. Además existían intérpretes, inspectores de sanidad, enseñanza o aduanas, y funcionarios de las mismas categorías que en la metrópoli. Lo que singularizaba la burocracia española en Marruecos eran los departamentos que tenían por objeto la política indígena. Al frente de la misma se encontraba el delegado de Asuntos Indígenas, personaje de especial importancia dentro de la Alta Comisaría y nombramiento que recaía en personalidades de la época como Tomás García Figueras. Era el encargado de relacionarse directamente con el Majzén jalifiano y con las jefaturas de cabila, llevando una importante labor de información. Se le encomendaba el mantenimiento del orden público interior. Dependían de él el delegado de Seguridad y la Mezjanía. Era el supervisor de la justicia islámica, judía y bereber. Y era el alto inspector de las escuelas de la zona dedicadas a los marroquíes árabes y judíos, y de los cultos y bienes de estas confesiones cuya administración correspondía al jalifa. La importancia política de las relaciones con la población local lo hacían el colaborador indispensable del alto comisario y su mejor fuente de información. Mientras los otros dos delegados se limitaban a ejercer funciones de dirección de la administración, la acción puramente política correspondía al delegado de Asuntos Indígenas. Y para ello contaba con una eficaz red de colaboradores territoriales, que eran los interventores, encargados de las relaciones directas con la administración municipal de las ciudades del Protectorado. La política colonial se organizaba en el territorio a través de los interventores. En Marruecos se quisieron introducir algunas de las grandes instituciones coloniales francesas en Argelia: los bureaux árabes, las columnas móviles, la Legión, etc. Los bureaux árabes fueron la gran creación del general Bugeaud. Con ellos trataba de controlar políticamente el territorio ocupado y ejercer sobre él la acción colonial. Pero no se podían entender
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sin la presencia de un fuerte ejército de ocupación que pacificara el país previamente. En Argelia se actuaba con las grandes columnas móviles que ideó Lamoricière y que operaban sobre el territorio con muy pocas bases fijas pero tremendamente eficaces por su estrategia de tierra quemada que sometía a la población de grado o por la fuerza de los hechos. Una vez ocupada una región, los bureaux trataban de llevar la civilización francesa y organizar la administración colonial pacíficamente. Los españoles quisieron copiar el sistema creando las intervenciones territoriales de carácter militar para instaurar una administración colonial, pero no siguieron la estrategia militar porque el general Silvestre prefirió la dispersión de centenares de pequeños puestos en unas operaciones que acabaron con el desastre de Annual, desechó las operaciones con columnas móviles, y su fracaso hizo que hasta 1926 no se ocupara todo el Rif y se pudiera actuar sobre el territorio. La organización de este sistema sufrió constantes modificaciones en los primeros tiempos, “que ponen de manifiesto la imprevisión y la falta de objetivos y de una política claros al respecto” (Villanova Valera: 2006, 47). Pero, una vez creadas las intervenciones, se puso a su frente a los oficiales más preparados, una especie de élite dentro del ejército de África. Como señalaba un publicista del colonialismo: Lo esencial para el buen desempeño de este importante cargo es la posesión del idioma árabe, sin este elemental requisito no se podrá nunca lograr el sano rendimiento que debe esperarse del que ocupa un puesto político-militar cuya principalísima misión es inculcar los principios del progreso y la civilización (Amigó: s. a., 12).
Este requisito idiomático se completaba con otros requisitos en la selección y formación; y, después de la Guerra Civil —en 1946—, se creó una Escuela de Interventores por donde debían pasar los que aspiraban a ocupar este cargo, lo más parecido a una escuela colonial que tuvo España. El conocimiento del país, empezando por el idioma, evitaba la dependencia de intérpretes que podían dar una información errónea o inexacta, intencionada o casualmente. Las intervenciones suponían el triunfo de la administración indirecta, es decir, dejar el gobierno local en manos de los marroquíes superponiendo unas estructuras de control e inspección (Mateo Dieste: 2003, 63 y ss.). No era el sistema colonial francés ni español, pero era el que mejor se adaptaba al Protectorado por la coexistencia de dos estados en la administración. Las labores del interventor eran muchas y de variada índole, pero quedaron recogidas y sistematizadas en un manual que editó en 1925 la Inspección General de Intervención y Fuerzas Jalifianas: “Manual para el
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servicio del oficial de intervención en Marruecos”. Además de las cuestiones de política y administración ordinaria, el interventor era el encargado de la tranquilidad y seguridad del territorio, ejerciendo en su circunscripción un contacto directo y frecuente con las autoridades locales (caídes o jueces, chiujs o jefes de cabila y mokkademines o policías), tenía a su cargo las fuerzas de intervención, empezando por la recluta, el desarme de los últimos rebeldes reducidos y la información que obtenían de los áscaris, autoridades, confidentes, etc. Debían mantener la seguridad usando las fuerzas que mandaban y con una labor constante con las personas influyentes y la vigilancia de sospechosos, zocos, cafetines, cruces de caminos, romerías… Y todo ello mediante el reparto de sumas de dinero para mantener la adhesión de las tribus que, en ocasiones, se hacía de manera arbitraria dando lugar a conflictos. La regulación quedó completada con el Decreto del alto comisario de 31 de diciembre de 1927. Por lo demás, tenían una amplia función gubernativa con poder sancionador, velaban por la recta aplicación de justicia, fiscalizaban la administración de bienes públicos, coadyuvaban en la exacción de impuestos y atendían a la sanidad, enseñanza y fomento en su región. El interventor era los ojos del Estado en el ámbito rural y la personificación del protector en todo el territorio. Por eso su actividad de información era tan importante que no solo se centraba en lo político sino, como señala Villanova (2006, 113), también en aspectos culturales, folclóricos, antropológicos, religiosos o geográficos. En este punto son notables los escritos sobre cánones rifeños o vivienda tradicional dejados por el interventor Blanco Izaga. El Protectorado llevó una amplia regulación del régimen municipal. También en esto se optó por un sistema de administración indirecta, eligiendo el modelo francés observado en Túnez (Yanguas: 1915, 275 y ss.). Se organizó en Juntas Municipales bajo la autoridad de un bajá y unos vocales que se repartían entre musulmanes, europeos y judíos, que estaban controladas por un interventor español y sometidas a la inspección de la Delegación de Asuntos Indígenas. Estas juntas funcionaban de manera similar a los ayuntamientos españoles y se sostenían con impuestos locales. Su reglamento era de 1931, modificado en 1942. Las entidades menores, como cabilas o aduares, se organizaban en Juntas Rurales creadas en 1942. Estaban sometidas a las Interventoras Territoriales, de las que dependían económicamente. Estas controlaban también la acción de yemáas o asambleas de cabila, que estaban presididas por caídes o chiujs según fueran de toda la cabila o de una fracción. Tanto los bajás como los caídes podían dic-
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tar bandos, “ya para divulgar determinadas disposiciones del Majzén o de las Juntas de Servicios Municipales, ya para regular determinadas materias que afectan de un modo particular al territorio donde ejercen su autoridad” (López Oliván: 1931-II, 117). Los españoles dotaron a la zona de una amplia legislación especial en montes, minas, colonización, ferrocarriles, expropiación forzosa, contratos administrativos, propiedad intelectual, caza, etc. Especial importancia, por su carácter, tuvo la regulación de la colonización agrícola. El Dahír de 3 de junio de 1929 tuvo especial cuidado de no usurpar propiedades privadas ni considerar bienes nullius ninguna propiedad pública o comunal. El dahír citado organizaba la actuación en los llamados “perímetros de colonización” que comprendían tierras incultas o insuficientemente cultivadas. Si eran del Majzén se sacaban a concurso en propiedad y si eran privadas se imponían unas condiciones para explotarlas convenientemente. En ambos supuestos se aportaba ayuda técnica y económica (Llord: 1952, 171). Era también importante la legislación sobre inmigración y la de personal al servicio de la administración; y una norma que unificaba el procedimiento administrativo en el Protectorado, incluso antes que en España, el Reglamento aprobado el 17 de febrero de 1943. 4. El ciudadano frente a la ley
El Código Penal se promulgó, como todas las leyes importantes, por Dahír de 1 de junio de 1914 y fue elaborado por la misma comisión que las otras normas de esa fecha. Seguía el articulado del Código español de 1870 mejorado técnicamente con algunas de las novedades del proyecto de Silvela de 1885 y otras que, a juicio de la citada comisión, se adaptaban a la nueva estructura territorial. Se modificaron algunos agravantes o atenuantes, se redujeron las categorías de penas de privación de libertad, se eliminó el delito de juego de azar y se incorporaron artículos procedentes de otras leyes españolas como la ley de Condena Condicional, la Ley de Jurisdicciones y la Ley de 1894 de Represión de Delitos Cometidos con Explosivos. El Código Penal del Protectorado sufrió muchas modificaciones a lo largo de los años (Plaza: 1941, 65-69; Rives Martí: 1921, 14), aunque su contenido esencial siguió siendo el mismo. La disciplina jurídica donde podría observarse más nítidamente la posible diferenciación personal ante la ley es el derecho penal porque las diferencias de tipificación y pena establecerían auténticas diferencias de la persona por su raza, religión o nacionalidad. En las colonias africanas era
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costumbre diferenciar las normas aplicables a indígenas de las que se aplicaban a europeos, se admitía la vigencia de la costumbre penal y se constituían los tribunales de raza. No se hizo así en Marruecos, lo que significa una diferencia más entre protectorado y colonia y que llevó a algún autor como Rodríguez Aguilera (1952, 221), corrigiendo a Puig Peña, a escribir que era “un derecho derivado del régimen protector y de las soberanías jalifiana y española. En ningún caso puede atribuírsele, como se ha pretendido, el carácter de derecho penal colonial”. Sin embargo, se admitió una excepción. Los individuos protegidos por los consulados europeos mediante el sistema de capitulaciones siguieron gozando del privilegio de ser juzgados por tribunales consulares y con arreglo a las leyes del país que los protegía hasta que renunciaron a este sistema, generalmente en el tratado de reconocimiento del Protectorado. Así, por ejemplo, se exceptuaban los delitos de traición (artículos 105 y 106), que se juzgarían por la ley más benigna, o el de comprometer la paz o la independencia del Estado (artículo 115). Pero la jurisdicción consular para protegidos no era la única especialidad del derecho hispano-jalifiano. Aunque la ley era igual sin diferenciar razas o religiones, no lo era la manera de aplicarla en los tribunales. La mayor complicación del derecho hispano jalifiano la constituye el derecho procesal. Es en ese aspecto donde las diferencias personales ante la ley cobraban mayor relevancia porque, aunque la ley fuera única, no lo era ni la costumbre ni el juzgador. Y es en este aspecto donde el derecho del Protectorado tenía más conexiones con el derecho colonial en general. Existían en la zona cuatro órdenes jurisdiccionales: 4.1. Tribunales españoles
Los españoles establecieron una audiencia en Tetuán, tres juzgados de 1ª instancia en Tetuán, Nador y Larache, y seis de paz en Tetuán, Nador, Larache, Arcila, Alcazarquivir y Villa Sanjurjo (Alhucemas). El sistema era similar el español tanto en funcionamiento interno como en nombramientos y reglas de actuación. Estos tribunales eran competentes en el ámbito penal en los delitos cometidos por españoles y protegidos de España, mientras esta categoría estuvo vigente, y de los cometidos por súbditos marroquíes no protegidos contra españoles o naturales y protegidos de potencias europeas. En materia civil lo eran cuando, en el litigio, una de las partes, al menos, fuera española o protegida; y también en lo relativo a inmuebles, cualquiera que fuese la naturaleza de las partes, siempre que este estuviera inscrito en el registro de Inmuebles.
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4.2. Tribunales musulmanes
Existía una justicia meramente religiosa, la del cadí, que en un principio era única y universal en territorio islámico (López Oliván: 1931-II, 228-229) pero que fue siendo limitada paulatinamente hasta llegar a la situación del Protectorado. Junto a esta jurisdicción religiosa encomendada a cadíes se fue abriendo paso la de funcionarios civiles como el caíd y el bajá, que entendía de los asuntos mercantiles y los civiles relativos a estatuto personal, derecho sucesorio e inmuebles. En general, estos tribunales eran competentes en los litigios entre marroquíes no protegidos, salvo la competencia de tribunales islámicos o consuetudinarios. El cadí seguía un procedimiento escrito, muy formal y lento, mientras que el caíd y el bajá juzgaban sin normas de procedimiento, ex aequo et bono; y, si surgían dificultades jurídicas en el litigio, lo remitían al cadí. Esta justicia fue organizada definitivamente por el Reglamento de 12 de febrero de 1953. Sería necesario diferenciar la justicia majzeniana de la puramente coránica. La primera se encomendaba a los bajás y, sobre todo, a los cadíes nombrados por el sultán, que debían ser “de una moralidad irreprochable y de una ciencia experimentada” (Pita Espelosín: s. a., 6). Los caídes juzgaban según las fuentes del derecho musulmán, es decir, el Corán, la tradición, la jurisprudencia y la analogía. Se basaban en la charaa o sentido de la ley divina según la revelación y la tradición, interpretada según la jurisprudencia secular que en Marruecos seguía la escuela malekita (Viguera Franco: 1949, 36 y ss.). La justicia musulmana culminaba con el tribunal de Charaa, que podía considerarse como el tribunal supremo de la justicia coránica. Estaba regulado por el Dahír de 19 de octubre de 1938 y se completaba con el de 1 de junio de 1939 relativo al estatuto de su personal. Revisaba los fallos de los cadíes en un procedimiento que estaba entre la apelación y la casación (Viguera Franco: 1948, 20 y ss.). En las cabilas bereberes aún persistía un derecho consuetudinario en algunas materias y los pleitos se dirimían ante las autoridades tradicionales. 4.3. Tribunales judíos
La imposibilidad de que los israelitas acudieran a los tribunales musulmanes hizo que crearan su propia jurisdicción rabínica. Era una justicia eminentemente religiosa que fue regulada por el Dahír de 20 de marzo de 1928, que contemplaba su composición, procedimiento y otras cuestiones como la de los notarios.
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4.4. Tribunales consulares
Esta jurisdicción residual tenía su origen en el sistema de capitulaciones del imperio otomano que se adaptó a Marruecos en los tratados bilaterales de amistad y comercio firmados por ese reino en los siglos XVIII y XIX. Por ser la justicia del cadí eminentemente religiosa, se sustraían a ella los comerciantes extranjeros. Después, sus empleados; y, más tarde, los que negociaban con ellos en un número variable. Era un verdadero privilegio para el súbdito marroquí llegar a la categoría de protegido de una nación europea porque, además de tener esta jurisdicción dependiente de los cónsules, también tenía otras ventajas como las fiscales. 5. El Derecho privado
El Derecho colonial tenía dos grandes órdenes legislativos uno referente al estatuto personal de colonos y colonizados y otro relativo al régimen de tierras. En Marruecos las cosas se complican. Por un lado por la convivencia de ordenamientos y la igualdad de ciudadanos y, por otro, porque no se iba a proceder a un reparto masivo de tierras entre colonos. El colono del Protectorado no era plantador, era un agricultor que compraba o era un comerciante que aprovechaba las ventajas de inversión para extranjeros en el territorio. Los españoles gozaban en la zona de todos los derechos civiles que las leyes les reconocen en España; y la ley nacional de españoles y extranjeros regiría el estado civil, la condición y capacidad legal y los derechos y deberes de familia, según los artículos 1 y 2 del Dahír de 1 de junio de 1914. De esa misma fecha es otro dahír, es decir, un decreto jalifiano que aprueba la norma básica del derecho civil del Protectorado, el Código de Obligaciones y Contratos. Se trata de un verdadero código civil una vez excluidas las normas sobre personalidad. Contenía cuatro libros con ochocientos treinta y cinco artículos. El texto era copia del código español con algunas especialidades que resumía Castán (1922, 24). Añadía la obligación de mantener las ofertas en los contratos, muchas reglas tradicionales sobre arrendamientos rústicos y prestaciones de servicios. Introdujo instituciones desconocidas en nuestro derecho como la compraventa con cláusula de opción. Y tomó algunas otras del derecho musulmán relativas a las cosas que podían ser objeto de compraventa, la ilicitud de ciertas sociedades, la nulidad del interés en el préstamo entre musulmanes y la compraventa selem por la que una de las partes le da a la otra una cantidad de dinero para que en un plazo convenido se le entregue una cantidad deter-
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minada de mercancías y que Rodríguez Aguilera (1952, 167) calificaba de figura especial intermedia entre el préstamo y la compraventa. La propiedad no tuvo una regulación específica en Marruecos porque, como ya dijimos, el Estado protector no usurpó las propiedades tradicionales. Pero sí que fue una novedad en el reino magrebí la instauración del Registro de la Propiedad mediante otro dahír de la misma fecha que los anteriores. Se trataba de dar mayor seguridad jurídica y favorecer el crédito hipotecario. La propiedad se transmitía en Marruecos generalmente sin contrato o testamento escrito y se acreditaba mediante testigos ante el adul o kadí que redactaba un documento llamado mulkía. Este sistema daba lugar a muchos fraudes. Y el conjunto se complicaba con las adquisiciones de tierras de unas cabilas ganadas por otras en guerras internas, la existencia de dominio estatal, de propiedad comunal y de bienes religiosos administrados por funcionarios o clérigos cuyos frutos debían solventar necesidades de los más desfavorecidos. Esta falta de documentación hizo que la inscripción se pudiera practicar mediante cualquier clase de documentos o testigos, que fuera voluntaria, pero prevalecía su publicidad frente a terceros (Gambra: s. a., 22). El Registro fue un gran avance para la seguridad en la propiedad, aunque en los primeros años apenas se inscribieron las fincas adquiridas de manera tradicional. Para organizar la institución se optó por el modelo Torrens pero en la modalidad aplicada por Francia en Argelia y Túnez. Para ello se dio singular importancia al deslinde, reconocimiento y levantamiento de plano aunque moralizado —quizás equivocadamente— por el sistema de principios de nuestra legislación hipotecaria: la limitación a terceros de los efectos de la publicidad (De la Plaza: 1941, 16). El deslinde inicial lo realizaba el registrador mediante la publicación de edictos en el Boletín Oficial del Protectorado y que se pregonaban también en los zocos (artículo 15). Tras el periodo de oposición se procedía o no a la inscripción definitiva. El sistema supuso una mejora aunque, al decir de los críticos, era lento y caro (Marina Encabo: 1935, 12). También de 1 de junio de 1914 es el dahír que aprueba el Código de Comercio del Protectorado español. El concepto de sociedad era muy diferente en derecho musulmán malekita, “se asemeja a una situación de comunidad”, una especie de combinación de mandatos que no hacía desaparecer la personalidad de los socios (De la Plaza: 1941, 43). Ni diferenciaba la sociedad mercantil de la civil. El nuevo código trataba de regular estas figuras, la cuasi sociedad o comunidad de bienes, y de excluir en la medida de lo posible otras arcaicas que subsistían en las zonas rurales del país. Eran asociaciones agrícolas o ganaderas para la explotación en común, el pasto-
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reo o los riegos. Pero estas tenían tanto arraigo que se contemplaron bajo la denominación de sociedades particulares en el artículo 705 que remitía su regulación a la costumbre local, aunque dentro del Código de Obligaciones y no en el de Comercio. El Código de Comercio es también una transcripción literal del español con algunas especialidades. Por lo tanto, introdujo una novedad importante en la regulación de las sociedades anónimas o la suspensión de pagos. 6. Modificaciones
La legislación marroquí sufrió las modificaciones normales en todo ordenamiento, aunque hay que reseñar que otras modificaciones más substanciales respondían a los cambios políticos de la época, que fueron muchos y radicales (Cordero Torres: 1942, 154 y ss.). Durante la Dictadura de Primo de Rivera se cambiaron algunas disposiciones orgánicas y de estructura militar y, sobre todo, se promulgó el Reglamento General de los Servicios de la Alta Comisaría de 12 de julio de 1924 que reorganizó la estructura administrativa en Marruecos y precisó ampliamente los poderes del alto comisario. La llegada de la República impulsó nuevos y profundos cambios. Se buscaba reducir la presencia de los militares en la estructura política del Protectorado y se procedió a nombrar un alto comisario civil, quien dictó el Decreto de 29 de diciembre de 1931 para someter las fuerzas militares a su autoridad. Intentó cambiar, mediante Decretos de 5 de enero y 5 de noviembre de 1933, la administración con medidas como la sustitución de los interventores militares por civiles; sistema que no debía ser mejor o peor pero que fracasó por la mala elección de los nombrados que ni conocían el país ni el idioma, lo que los ponía en inferioridad de condiciones que los militares sustituidos. Estas reformas fueron casi completamente abolidas en la época de Franco mediante la Ley de 8 de noviembre de 1941 que reorganiza la administración española del Protectorado y vuelve a la tradición rota por la República, aunque extiende los órganos de la Alta Comisaría. También aprovechó para reforzar el papel del ejército y reformar algunas cuestiones poco desarrolladas por las leyes anteriores como el régimen municipal. Bibliografía: Amigó, E.: Marruecos. Ideario político militar, Tenerife: Imprenta de J. Bethencourt Padilla, S. A. Anónimo: Manual para el servicio del oficial de intervención en Marruecos, Madrid: Talleres del Depósito de la Guerra, 1925.
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La economía del Protectorado español en Marruecos y su coste para España
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1. Preámbulo
El día 27 de noviembre de 1912, fecha de la firma del Tratado francoespañol sobre Marruecos, la Hacienda española asumió, además de la responsabilidad de administrar los territorios marroquíes encomendados por el tratado, gran parte de los costes de la misma. Sin menospreciar las obvias diferencias en superficie, población y posibilidades económicas entre las zonas marroquíes asignadas a cada signatario, la mayor dificultad para España era organizar, partiendo de cero, una administración que permitiese gobernar su zona de influencia. Por su parte, Francia podía apoyarse en la estructura tradicional del estado marroquí, el Majzen, que, si distaba de ser una administración moderna, constituía una base de partida que requería mejoras y modernización pero que, cuando menos, existía. Desde un punto de vista teórico, la tarea de crear una administración desde la nada podía parecer una magnífica oportunidad para erigir un sistema modélico, sin las lacras y defectos inherentes a las estructuras ya establecidas. En la práctica, esta posibilidad, que debió ilusionar a muchos funcionarios españoles de la época, se vio frustrada por las dificultades para el
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establecimiento real del Protectorado, que requirió más de quince años de sangrientas y costosas campañas militares. El objetivo de este trabajo es hacer una breve aproximación a las posibilidades económicas del Protectorado y a su comercio exterior, a sus finanzas públicas y a los costes que para España supuso lo que, en la terminología de la época, se denominaba Acción de España en Marruecos. 2. Antecedentes
Antes de comenzar con la tarea propuesta parece necesario recordar algunos aspectos específicos sobre la economía y comercio de Marruecos y sobre su sistema de finanzas públicas, anteriores al establecimiento del Protectorado. Durante la segunda mitad del siglo XIX la economía de Marruecos sufrió un acelerado proceso de decadencia. Por una parte, la llegada de los europeos al centro de África drenó las corrientes comerciales que desde el centro del continente atravesaban Marruecos en su ruta hacia el Mediterráneo, privándolo de los pingües beneficios que su papel de intermediario le proporcionaba. Por otra, los enfrentamientos con Francia y España y los tratados comerciales con Gran Bretaña forzaron a Marruecos a abrir sus puertos a los productos europeos, lo que en poco tiempo arruinó las posibilidades de los productos artesanales marroquíes, incapaces de competir en precio. La combinación de estos factores empobreció a Marruecos y originaron una profunda crisis en su hacienda pública, forzando a los sultanes a una espiral de solicitud de préstamos y de subidas de impuestos que terminó con la bancarrota de Marruecos, una inestabilidad generalizada y, finalmente, la guerra civil. En el Imperio de Marruecos la autoridad del sultán se ejercía a través de un gobierno denominado Majzen, dentro del cual se disponía de un visir o ministro, el Amin-el-Umana, encargado de la gestión de la hacienda. Para estas tareas era auxiliado por el Amin-ed-Dehal, encargado la recaudación de impuestos; por el Amin-ex-Xacara, encargado de los pagos y por el Aminel-Harsob o inspector de tributos. Son bien conocidas las dificultades que los sultanes tenían para recaudar cualquier tipo de impuestos en muchas cabilas rebeldes a su autoridad. Las regiones habitadas por estas cabilas se denominaban Bled-es-Siba o tierra de rebelión, frente al Bled-es-Mazjen o regiones sumisas a su autoridad. En el Marruecos anterior al Protectorado existían tres clases de impuestos: los religiosos o coránicos, los denominados de soberanía y los administrativos.
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Entre los primeros se encontraban el zekat, impuesto del dos y medio por ciento sobre el capital, bestias de carga y tiro y mercancías, y el achur, impuesto del diez por ciento sobre los frutos y cosechas. Ambos podían pagarse en metálico o especie, dedicándose a atender obras de caridad con enfermos y menesterosos. Otro impuesto coránico era la yezia, impuesto de capitación que deberían pagar los marroquíes no musulmanes. Otros impuestos eran exigidos solo en tiempo de guerra, en ocasiones implicando prestaciones personales. Estos últimos afectaban a las cabilas denominadas guich, que en compensación quedaban exentas de exacciones económicas. Los impuestos de soberanía eran los no coránicos, recaudados con el respaldo de la autoridad política del sultán. Entre estos destacaba la naiba, pagado por tribus que no proporcionaban contingentes militares permanentes. Finalmente, los impuestos administrativos: derechos de aduanas; portazgos o derechos de puertas; meks, un impuesto sobre determinadas transacciones comerciales; fondak establecido para gravar las mercancías expendidas desde la ciudad de Fez, que constituía un recurso para que las tribus del Bled-es-Siba pagasen algún tipo de impuesto y, finalmente, el tertib. A partir de la Conferencia de Madrid, en 1880, como consecuencia de los problemas económicos marroquíes y de las presiones de las potencias extranjeras, el sultán estableció una nueva contribución, denominada tertib, que gravaba las tierras de cultivo, árboles frutales y ganado. Este impuesto era de difícil valoración y recaudación y sumamente impopular, al considerar los marroquíes que no era legal, de acuerdo a los preceptos coránicos. Otro aspecto particular de la hacienda marroquí consistía en la dificultad para diferenciar el tesoro del Majzen de los bienes propios del sultán, quien empleaba el dinero recaudado tanto en atender las obligaciones del Estado como en sus propias necesidades y caprichos. Debe reseñarse que los gastos del Estado, en comparación con los de los países europeos, eran muy reducidos. Se limitaban al pago de las unidades militares o mehalas, a un mínimo servicio diplomático y a los pagos a un reducido número de funcionarios. Poco o nada se dedicaba a enseñanza, sanidad, etc. Parte de estas necesidades se cubrían, parcialmente, con los fondos provenientes de otra institución económica de carácter islámico denominada Habús. El Habús estaba constituido por los denominados bienes habices, procedentes de donaciones piadosas y que se empleaban en atender las necesidades del culto, obras de caridad y mantenimiento de las escuelas coránicas y medersas.
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En definitiva, la implantación de una administración moderna con su correspondiente hacienda pública iba a suponer una completa novedad para la anquilosada sociedad marroquí. Gran parte de los territorios asignados a España eran habitualmente parte del Bled-es-Siba, condición variable en el tiempo y que dependía de la firmeza con que los sultanes ejercían su autoridad y la respaldaban con fuerzas militares. Al implantarse el Protectorado, la zona asignada a España se veía revuelta por agitadores y pretendientes que habían desorganizado cualquier asomo de estructura de gobierno. Este desorden era latente incluso en las regiones occidentales de la zona, consideradas habitualmente Bled-es-Mazjen. Hasta el final de las campañas de pacificación, no se ejerció una administración efectiva del Protectorado, toda vez que su organización periférica no llegó a implantarse totalmente, hasta el verano de 1927. Hasta ese momento la acción de Gobierno español se había ejercido solo en las ciudades (Tetuán, Larache, Xauén, Arcila y Alcazarquivir) y en las cabilas próximas a las mismas o a las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. 3. Posibilidades económicas y comerciales
Al tratar sobre el Protectorado español en Marruecos, es norma habitual olvidar que de acuerdo al Tratado franco-español, la parte de Marruecos asignada a España comprendía dos zonas situadas en los extremos norte y sur del Imperio. En este trabajo prescindiremos de la zona sur, unos veinte mil kilómetros cuadrados, que se extendía entre el Sáhara Occidental y el río Dra. Los motivos son tanto su escaso valor económico y reducida población, como el hecho de que España administró, habitualmente, este territorio junto con Ifni y el Sáhara Occidental en un conjunto denominado África Occidental española. Centrándonos en la zona norte, en 1912, sus posibilidades económicas eran reducidas. Sus veinte mil kilómetros cuadrados se extendían desde las costas mediterráneas entre los límites fijados por los ríos Muluya al este y Lucus al oeste hasta las altas montañas del Rif. Su clima y flora eran equivalentes a las de Andalucía, con páramos desérticos en el Rif y zonas de alta pluviometría con espesos bosques en las montañas de Yebala. Su población, según los datos más fiables, en 1912, debía rondar los seiscientos cincuenta mil habitantes, se distribuía entre las pequeñas ciudades de su parte oeste y setenta cabilas con un hábitat sumamente disperso.
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A pesar de la pobreza de la zona, la densidad de población era relativamente alta, superando la de España en esos años. En las ciudades, cuya población oscilaba entre los tres mil habitantes de Arcila y los dieciocho mil de Tetuán, declinaba una clase artesanal cuyos productos eran expulsados del mercado por los artículos europeos. Junto con los musulmanes convivían colonias hebreas cuyos miembros controlaban el comercio y acabarían convirtiéndose en los mayores beneficiarios de la presencia española. El resto de la población de la zona practicaba una economía de subsistencia, basada en cereales, hortalizas, legumbres, miel, ganadería, etc. El comercio, frecuentemente por medio del trueque, se desarrollaba en los “zocos”, mercados celebrados en las diferentes cabilas en días determinados de la semana. La vida de estos marroquíes rurales no tenía otros elementos externos que un reducido número de productos exóticos al país (té, azúcar, velas, etc.) que a lo largo de los años, junto con las armas de fuego y las herramientas metálicas, se habían convertido en indispensables para los marroquíes. Para adquirir estos productos importados, los campesinos marroquíes estaban forzados a una mínima monetización de su economía doméstica. En todo caso, las posibilidades de la zona como mercado eran limitadas, tanto por lo reducido de su población como por sus exiguos recursos. En su conjunto, la producción agrícola de la zona no era suficiente para cubrir las necesidades de la población, problema que se acrecentó con la llegada de los españoles. Este déficit alimenticio, junto con las importaciones de productos manufacturados, ocasionaron una permanente balanza comercial negativa durante toda la existencia del Protectorado. Importante en la vida económica del Protectorado era la emigración temporal de numerosos rifeños que pasaban a Argelia para las faenas agrícolas de la siega o la vendimia. Los salarios percibidos por estos emigrantes suponían una importante entrada de recursos monetarios a la zona, permitiéndoles la adquisición de productos europeos. El haber más interesante de la zona española consistía en sus ricas menas de hierro y en menor medida de plomo. Ya antes de 1912, compañías privadas habían comenzado su explotación en las cercanías de Melilla. Sobre las riquezas mineras del Rif se había construido el mito de sus existencias incalculables lo que dio lugar a una carrera para reclamaciones de yacimientos, con la competencia de empresas españolas, francesas, inglesas y alemanas. Entre estas últimas destacaban las de los hermanos Mannesmann, cuyos manejos tanto contribuyeron, en esos años, a agitar el norte de Marruecos.
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Aparentemente, las posibilidades del llamado Marruecos español no cumplían las expectativas normales en una relación de tipo colonial. Ni Marruecos constituía un mercado interesante para los productos españoles, ni las materias primas del territorio eran necesarias para las industrias de la metrópoli. En la práctica, el Protectorado hacía la competencia a los productos españoles, tanto por sus producciones agrícolas como por sus exportaciones de hierro y plomo, productos tradicionales entre las exportaciones españolas. Finalmente, Marruecos había sido forzado por las potencias europeas a la apertura de sus puertos y a la reducción de sus aranceles aduaneros. Esta situación había sido aceptada en la Conferencia de Madrid de 1880 y ratificada, en 1906, por los acuerdos de la Conferencia de Algeciras. Por los mismos, se implantó la política de “puertas abiertas”, por la que todos los países disfrutaban en Marruecos de libertad de comercio, sin más limitación que unas reducidas tasas aduaneras comunes. El resultado de esta política era que Francia y España no podían convertir sus respectivos protectorados en mercados exclusivos para sus producciones nacionales. 4. Fases en la evolución económica del Protectorado
El Protectorado español en Marruecos se extendió durante cuarenta y cuatro años. Es normal que un periodo tan prolongado de tiempo abarcase varias fases, fundadas en las variaciones de la situación internacional, de la interna de España y de las propias agitaciones del territorio. En consecuencia, podríamos establecer las siguientes fases: 4.1. 1ª Fase: 1912 a 1918. Caracterizada por los intentos de penetración pacífica, pero con el respaldo de las fuerzas militares, y afectada por las perturbaciones y variaciones de tipo económico y político, consecuencia del conflicto mundial. En estos primeros años de Protectorado, el Gobierno español constató la necesidad de sostener al Gobierno del Majzen con recursos económicos proporcionados por el Tesoro español. Ya en 1913, varios ministerios españoles (Estado, Fomento, Guerra, etc.), con sus propios créditos, debieron apoyar al neonato Gobierno jalifiano. Para el año 1914, este elaboró un presupuesto de doce millones y medio de pesetas de gasto. Por su parte, los ingresos se reducían a poco más de cuatro millones. El Gobierno español sostuvo este presupuesto con subvenciones que, finalmente, llegaron a los siete millones de pesetas. El carácter deficitario de la administración jalifiana y el apoyo del Tesoro español serían norma hasta el final del Protectorado.
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En esta fase, España trató de extender su control sobre el territorio marroquí de forma pacífica, sobre todo por medio de la “acción política”, consistente en comprar la benevolencia de los personajes notables de las cabilas por medio de la asignación de cuantiosas pensiones. Por lo escaso de la documentación conservada resulta poco menos que imposible realizar una estimación del coste total de estas pensiones pero, sin duda, dados los numerosos beneficiarios y los prolongados periodos en que se pagaron, debió ser elevado. 4.2. 2ª Fase: 1919 a 1927. Iniciada por el nombramiento de Dámaso Berenguer como alto comisario, con el inmediato comienzo de grandes operaciones militares y finalizada con la pacificación total del territorio. Como factor externo debe señalarse la inestabilidad política en España, que motivó la implantación de la dictadura de Primo de Rivera. En esta fase, la encarnizada resistencia a la presencia europea llegó a poner en cuestión la viabilidad del Protectorado español. La actuación de Abd-el-Krim obligó a España a un gigantesco esfuerzo militar que llevó a tierras africanas a más de ciento cincuenta mil hombres y exigió el empleo de cuantiosos recursos económicos. Paradójicamente, esta fase de duras campañas supuso un impulso económico para el Protectorado. Las necesidades militares, la construcción de cuarteles y pistas militares, los numerosos transportes, la llegada de población española que dio gran actividad al sector servicios, la construcción de viviendas para la población europea, etc. incrementaron la actividad económica, tanto en el Protectorado como en las ciudades de Ceuta y Melilla, que tuvieron un notable aumento de población y gozaron en esos años de gran prosperidad. 4.3. 3ª Fase: 1928 a 1935. Primera fase de paz, que permitió el establecimiento, en todas las cabilas, de las Oficinas de Intervención, que constituían la estructura periférica del gobierno del Protectorado. En estos años se llevaron a cabo los primeros intentos de mejora de las posibilidades económicas del territorio. Las Oficinas de Intervención, a pesar de sus reducidos medios materiales, supusieron un gran impulso para la dinamización de la economía en el medio rural marroquí. La construcción y acondicionamiento de zocos, pozos, fuentes, puentes, granjas modelo y ambulatorios, que eran pequeñas obras, pero con gran utilidad e impacto para las cabilas. Junto a estas obras, la repoblación forestal, la distribución de semillas y la actuación de médicos y veterinarios contribuyeron, en gran medida, a la definitiva pacificación del territorio y a una rápida metamorfosis del campo marroquí.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Otra tarea de los interventores, no tan bien vista por la población local, consistió en el establecimiento de bases de datos que permitiesen la recaudación del impopular impuesto del tertib, al que muchos expertos consideraban como la piedra angular del sistema fiscal del Protectorado. Durante las operaciones militares, en 1923 y de nuevo en 1925, el Gobierno de la dictadura aprobó sendos presupuestos extraordinarios para obras de infraestructuras, parte de las cuales se ejecutarían en Marruecos. En 1928, finalizadas las operaciones militares, se aprobó un plan de obras públicas exclusivo para el Protectorado, dotado con ochenta millones de pesetas. Este plan alivió la disminución de la actividad económica motivada por el fin de las operaciones militares y la repatriación de numerosas tropas. Sin embargo, la crisis de 1929 y la llegada de la República en 1931, con nuevas disminuciones de tropas y recortes de gastos en Marruecos, agravaron la situación económica. A ello no fueron ajenos ni la caída en la cotización de la peseta a finales de la década de los veinte ni la crisis mundial, con una disminución de la demanda de hierro y la caída de los precios del mineral. 4.4. 4ª Fase: 1936 a 1939. La guerra civil descubrió el valor del Protectorado como fuente de reclutamiento de duros soldados marroquíes para el ejército de Franco, pero también sus limitaciones económicas y su carencia de industrias. La división de España en dos bandos, uno de los cuales, el de Franco, disponía de la mayor parte de los recursos agrarios del país, permitió a este disponer de abundantes recursos alimenticios, por lo que el tradicional déficit alimentario del Protectorado pudo enjugarse con productos de la metrópoli, sin necesidad de importaciones de otros países. Por primera vez, los cereales y el azúcar consumidos en el Protectorado provenían de la Península. Las especiales circunstancias económicas de la guerra civil dieron lugar a una incipiente industrialización de sustitución tratando de suplir la carencia de importaciones motivada por la falta de divisas e incrementada por el cierre de la frontera entre ambos protectorados. Durante la guerra civil la Compañía Española de las Minas del Rif alcanzó el máximo de producción de toda su historia, con exportaciones que superaban el millón de toneladas anuales. En esos años se fundó la empresa Fosforera Marroquí, comenzaron su actividad varias pequeñas industrias conserveras, se agilizó la explotación maderera con talas programadas, se regularizó el aprovechamiento del corcho en los alcornocales de Yebala y Gomara, etc. Desde el punto de vista de la gestión económica se estableció el Comité Económico Central. Su cometido era gestionar la vida económica con cri-
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
terios dirigistas, asignando las divisas y los limitados recursos, en especial los energéticos, a las áreas económicas consideradas claves para el bienestar de la zona. Este sistema era un remedo o, más bien, una anticipación del sistema autárquico que regiría la economía española en los siguientes veinte años. 4.5. 5ª Fase: 1940 a 1945. Sin duda, los años más duros en la historia económica del Protectorado. La reducción del comercio internacional, las dificultades para la navegación, la escasez de materias energéticas y fertilizantes y el desmesurado aumento de la guarnición militar dieron lugar a una hambruna similar, e incluso superior, a la padecida en la metrópoli. Los problemas que España experimentó en esos años se reflejaron en el Protectorado agravados por notable déficit alimenticio y por la necesidad de emplear recursos para mantener un numeroso ejército que, si bien ayudó a alejar la guerra de la zona, supuso una pesada carga económica. A principios de los años cuarenta, el Gobierno aprobó varios presupuestos extraordinarios para reactivar la economía en el conjunto de España. Fondos de los mismos se asignaron a obras en Marruecos. Los resultados fueron limitados por la escasez de carburante y cemento empleados prioritariamente en obras y fortificaciones militares. 4.6. 6ª Fase: 1946 a 1956. Esta última fase puede considerarse la época dorada de la presencia española en Marruecos. La mejora de la situación económica en España y los cambios en la situación internacional permitieron una bonanza para la zona, que en algunos aspectos llegó a superar la calidad de vida de la metrópoli y que, desde el punto de vista económico, casi llegó a cumplir las expectativas de una relación de tipo colonial tradicional. Conscientes de lo limitado de los recursos económicos corrientes para la realización de grandes obras públicas, los gestores españoles del Protectorado aprobaron un gran plan de obras públicas a financiar por varios presupuestos extraordinarios, basados en empréstitos con emisión de obligaciones. Este plan de obras públicas, independientemente de sus ventajas a medio y largo plazo, estimuló el mercado de trabajo y dinamizó la economía de la zona. 5. Organización de la administración del Protectorado
Una de las consecuencias del pequeño tamaño del Protectorado español era lo reducido tanto de las propiedades inmobiliarias como del número de sujetos a gravar por vía impuestos. El problema, incrementado por la
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pobreza general de la zona, daba lugar a exiguas recaudaciones. Por otra parte, para el gobierno de un territorio de unos 20.000 km2, habitado por setecientas mil personas, y lo que equivalía a un par de provincias españolas de tamaño medio, se estableció una estructura semejante a la que Francia creó en su zona de protectorado, veinte veces mayor en superficie y casi diez en población. El Gobierno del Protectorado o Majzen mantenía la ficción de la administración indirecta, según el principio enunciado por García Figueras de que “los moros solo deben estar mandados por moros”. Se articulaba en dos áreas: Jalifiana y Alta Comisaría; inicialmente con un reducido número de ministerios y delegaciones, con campos bien delimitados. Con los años, estos aumentaron, superponiéndose y duplicando responsabilidades. El Gobierno jalifiano asumía las responsabilidades que, por razones religiosas, debían quedar en manos musulmanas (enseñanza y justicia islámica, Habbus, etc.) y la Alta Comisaría, gestionada por funcionarios españoles, asumía obras públicas, sanidad, enseñanza y justicia no musulmanas, asuntos indígenas y hacienda. Es decir, las funciones propias de un Estado moderno. 6. El comercio exterior del Protectorado
La balanza comercial del Protectorado español fue deficitaria a lo largo de sus cuarenta y cuatro años de existencia. Sin embargo, a partir de la década de los cincuenta, si bien continuó siéndolo respecto al territorio aduanero español (Península y Baleares), comenzó a ser ligeramente positiva respecto al resto del mundo. Esto significaba que el Protectorado aportaba a España una pequeña cantidad de las tan necesarias y siempre escasas divisas. Sin embargo, el déficit alimentario nunca llegó a equilibrase. En el texto La obra de España en África. La acción material, que glosaba las motivaciones y objetivos de los planes de obras públicas comenzados en 1946, se decía: La consecuencia de todo lo expuesto es que Marruecos no forma un conjunto económico armónico, pues existe un desequilibrio entre la producción insuficiente y las necesidades de consumo, lo que origina una necesidad de importar alimentos y productos manufacturados, con el consiguiente desequilibrio de su balanza comercial y de pagos. La producción fundamental de alimentos, cual es la agrícola y ganadera, parece que siempre será insuficiente, pues son limitadas las posibilidades que hay de aumentarlas, y no llegarán a poder producir lo suficiente para alimentar su población, también creciente.
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93
950,7
915,8
984,2
1953
1955
933,9
1952
1954
629,9
808,4
1950
1951
572,4
502,2
1948
1949
446,3
526,2
1946
133,9
416,6
1936-1940
1941-1945
1947
94,3
70,2
1926-1930
92,1
1921-1925
1931-1935
25,5
38,1
1912-1915
1916-1920
Total
Periodos (medias anuales) y años
519,3
516,8
600,8
630,6
526,9
478,2
363,7
411,2
379,2
367
191,7
88,4
23,1
44,6
60,8
30,3
6,7
De España (1)
Importación
464,9
399,0
349,9
303,3
281,5
151,7
138,5
161,2
147
79,3
224,9
55,4
47,1
39,7
31,3
7,8
18,8
Del resto mundo
748,7
622,2
627,5
571,5
300,5
361,7
253,5
206,4
168,2
147,7
96,3
48,1
18,1
24,7
11,5
10,4
3
Total
159,8
172,8
125,1
157,8
82,3
84
57,9
32,5
36,2
36,6
26,7
4,5
14,2
24,4
10,9
8,1
1,1
A España (1)
Exportación
588,9
449,4
502,4
413,7
218,2
277,7
195,6
173,9
132
111,1
69,6
43,6
3,9
0,3
0,6
2,3
1,9
Al resto mundo
-235,5
-293,6
-323,2
-362,4
-507,9
-268,2
-248,7
-366
-358
-298,6
-320,3
-85,8
-52,1
-69,6
-80,6
-27,7
-22,5
Total
-359,5
-344,0
-475,7
-472,8
-444,6
-394,2
--305,8
-378,7
-343
-330,4
-265
-83,9
-8,9
-20,2
-49,9
-22,2
-5,6
Con España (1)
Saldo Comercial
+124,0
+50,4
+152,5
+110,4
-63,3
+126
+57,1
+12,7
-15
+ 31,8
-55,3
-1,9
-43,2
-49,4
-30,7
-5,5
-16,9
Con resto mundo
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Comercio exterior del Protectorado (en millones de pesetas) Fuente: Último Anuario Estadístico. Zona de Protectorado. 1957. (1) Península y Baleares.
Cuadro nº 1
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Cantidad en miles de Tn,s
Periodo (media anual) y años
Valor en pesetas por cada 1.000 Tn,s
Importe total en miles de pesetas
1914-15
47
9,4
440
1916-20
270
13,2
3.567
1921-25
317
11,3
3.585
1926-30
872
11,0
9.590
1931-35
634
14,1
8.957
1936-40
1.050
23,2
24.338
1941-45
641
51,3
32.882
1946-50
894
76,8
68.660
1951
967
108,3
104.703
1952
970
232,3
225.305
1953
915
297,6
272.264
1954
793
283,1
224.473
1955
1.000
297,6
297.650
Cuadro nº 2 Exportación mineral de hierro Fuente: Último Anuario Estadístico. Zona de Protectorado. 1957.
Tal como se expresaba en el texto, el aumento de la producción agrícola no seguía el ritmo al que aumentaba la población que, en 1956, superaba el millón cincuenta mil habitantes, habiendo crecido más de un sesenta por ciento desde 1912. El déficit de alimentos implicaba la necesidad de importar considerables cantidades de artículos básicos en la dieta de los marroquíes, en especial, azúcar y cereales. Por otra parte, la presencia de ciudadanos españoles, muchos con una aceptable capacidad de compra, y las reducidas tasas aduaneras del Protectorado favorecieron la importación de productos manufacturados en proporción más elevada que en la propia España. Finalmente, la falta de recursos energéticos era otra de las grandes carencias de la zona. La construcción de una presa y una central hidroeléctrica en el río Lau proporcionó suficiente energía eléctrica para Tetuán y gran parte de la zona occidental. El resto de la electricidad se generaba por centrales térmicas, con carbón importado, como también lo era la totalidad de los carburantes necesarios para automoción. Ya se ha comentado que el principal recurso de interés económico en la zona española eran sus minas de hierro. La principal compañía minera, la Sociedad Española de Minas del Rif, disponía de ricos yacimientos de mena de hierro de alta calidad, con modernas instalaciones de extracción y muy próximos a su puerto de embarque en Melilla, lo que las hacía muy rentables.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Los continuos esfuerzos para mejorar la economía lograron que, desde el punto de vista económico, otras producciones comenzasen a ser interesantes, destacando la pesca y la explotación forestal (corcho y madera). Durante los años cincuenta, momento en que los intercambios comerciales y el sistema económico del Protectorado podían considerarse consolidados, los principales apartados de mercancías exportadas, atendiendo a su valor, eran “minerales”, con casi un treinta por ciento del valor total; “productos de la pesca”, con algo más del veinte por ciento; “productos farináceos”, con alrededor del quince por ciento; “animales y sus despojos” con casi el diez por ciento; y “maderas” y “frutos, tallos y filamentos para la industria” con alrededor del cinco por ciento cada uno. En lo referente a las importaciones, los apartados destacados eran “artículos diversos”, incluyendo aparatos eléctricos, fotográficos, etc. con cerca del veinte por ciento del valor total; “géneros coloniales”, con algo más del quince por ciento; “farináceos” con cerca del quince por ciento; “trabajos en metal” con cerca del diez por ciento; “aceites y jugos vegetales” con poco menos del ocho por ciento; “piedras, tierras y combustibles minerales” con alrededor del seis y medio por ciento; y, finalmente, “tejidos”, con poco menos del seis por ciento. En conclusión, en lo referente a los alimentos, aunque las exportaciones de productos farináceos (granos y harina de cebada) compensaban las importaciones de los mismos (granos y harina de trigo), las importaciones de géneros coloniales (azúcar, café y té) y de jugos y aceites vegetales constataban la dependencia de las importaciones en este campo. Además, los trabajos en metal, los artículos diversos y los tejidos evidenciaban el atraso industrial de la zona. Finalmente, las importaciones de piedras, tierras y combustibles minerales eran consecuencia de las carencias energéticas. 7. Las finanzas públicas del Protectorado
El mantenimiento, con unos reducidos ingresos, de la voluminosa estructura de gobierno del Protectorado significó que el déficit presupuestario fuese una constante. El déficit limitaba las inversiones reales en el territorio, dificultando la modernización que España se había comprometido a realizar en Marruecos. Lógicamente, desde la Alta Comisaria se trató de que las cargas impositivas a introducir en el Protectorado rindiesen más y fuesen semejantes a las vigentes en España, aunque respetando las limitaciones religiosas musulmanas sobre impuestos. Con esta premisa y habida cuenta de la
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
pobreza general de la zona, el lograr la autofinanciación de Protectorado resultaba imposible. En el primer presupuesto elaborado por los técnicos de hacienda de la Alta Comisaria, en 1914, no se preveían contribuciones directas. Toda la recaudación se obtenía de la renta de aduanas, del canon del monopolio de tabacos, del beneficio de los servicios de Correos y Telégrafos y de las rentas de las propiedades del Majzen. En el presupuesto de 1915 se ya introdujeron, tímidamente, las contribuciones directas. Se incluyeron dos conceptos: tributación minera y ensayo del tertib, primer intento de introducir en la zona este impuesto y del que, en ese año, se pensaban obtener, ciento veinte mil pesetas, menos del uno por ciento del presupuesto. Poco a poco, se introdujeron nuevos gravámenes. En el número extraordinario de la Gaceta de África de 1935, el delegado de Hacienda de la Alta Comisaría, Arturo Pita do Rego, hacía una comparación entre los ciento veintinueve impuestos existentes en España con los tan solo cuarenta y tres vigentes en el Protectorado, que además tenían unas cuotas mucho más benévolas que las de la metrópoli. Pita do Rego, optimista sobre la situación y condiciones de vida del Protectorado, no lo era al valorar las posibilidades de su hacienda pública. Es en vano que queramos de pronto convertir un pueblo pobre en potentado. Ha de hacerse con trabajo. Con la explotación de las riquezas y con una buena administración. La zona de Protectorado de España en Marruecos ha entrado recientemente en vía de progreso y hoy puede igualarse en carreteras, abastecimientos de aguas, enseñanza, beneficencia, etc. en todo lo que constituye la vida moderna, a cualquier población europea. Pero a poco que meditemos, vemos que sus ingresos propios no son suficientes para sostener estos gastos. En los último años del Protectorado, los ingresos del Majzen se habían diversificado y aumentado, pero sin llegar a la autofinanciación. Se había introducido plenamente el tertib y el incremento de lo obtenido por este concepto demostraba la eficacia de las oficinas de intervención. Entre las contribuciones directas, que suponían el veinticinco por ciento de lo recaudado, el tertib aportaba más del cuarenta por ciento, seguido por los impuestos sobre sueldos, que gravaban, sobre todo, a los funcionarios y trabajadores españoles, y por el impuesto de patentes, en ambos casos, rondando el veinte por ciento. Las contribuciones indirectas recaudaban un sesenta por ciento del total, siendo fundamental en estas aportaciones la renta de aduanas con cerca del sesenta y cinco por ciento. Otro treinta y cinco por ciento provenía de:
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Otros impuestos directos 5%
Patentes 5% Impuestos sobre salarios 5%
Tertib 10%
Renta de aduanas 39%
Monopolios, rentas Majzén, etc. 15% Impuestos especiales, timbres, etc. 21%
Cuadro nº 3 Distribución de impuestos Fuente: Elaboración propia a partir de Anuarios estadísticos. Zona de Protectorado.
impuestos especiales, timbres y transmisiones, patentes de circulación de automóviles e impuestos transitorios. El restante quince por ciento de los ingresos se obtenía de los epígrafes: monopolios, servicios y propiedades del Majzen. En definitiva, el sistema fiscal en los años finales del Protectorado era casi homologable con el español del momento. La gran diferencia era que su hacienda no podía asumir, sin apoyo del Tesoro español, sus obligaciones. En lo referente a las obligaciones, y teniendo en cuenta los numerosos cambios orgánicos y de denominación de los conceptos de gasto, puede resumirse que el mayor porcentaje del presupuesto del Majzen se empleaba en su estructura periférica, las Intervenciones; en las Fuerzas Jalifianas (mehalas y Mezjanía); y, ya a partir de los años cuarenta, en las Delegaciones de Educación y de Obras Públicas o Fomento. En conjunto estos gastos suponían más del sesenta por ciento del presupuesto. La parte dedicada al área jalifiana (Palacio del jalifa, Gran Visiriato, Habús, Enseñanza, Justicia, etc.) habitualmente no superaba el diez por ciento del total. El principal inconveniente del gasto de ministerios y delegaciones radicaba en que la mayor parte de sus asignaciones se empleaba en gastos corrientes (personal, gastos generales y material no inventariable) y muy poco en inversiones reales.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Al estudiar los presupuestos del Protectorado se constatan los déficits permanentes en sus cuentas. Ya para equilibrar el presupuesto de 1914, el Tesoro español debió aportar una “subvención” que suponía más del cincuenta por ciento del gasto previsto. Esta tónica siguió durante los cuarenta y dos años restantes, con la única variación de que, desde los años veinte, el término “subvención” se cambió por el de “anticipo reintegrable”, quizás con la ingenua idea de que alguna vez la hacienda jalifiana estaría en condiciones de devolver las cantidades traspasadas por el Tesoro español. La ficción de esta hipotética devolución se mantuvo hasta el fin del Protectorado, aunque la deuda nunca se abonó, ni total ni parcialmente. En 1956, la deuda acumulada superaba los tres mil millones de pesetas de la época, siendo una carga asumida por el Tesoro español sin compensación, toda vez que el teórico préstamo no estaba gravado por ningún interés ni existían plazos para su amortización. En la mayoría de los cuarenta y cuatro años de Protectorado, el “anticipo reintegrable” superaba el cincuenta por ciento del presupuesto jalifiano, lo que evidenciaba la completa dependencia de la hacienda del Protectorado de la ayuda española, así como la inviabilidad económica de la zona. 8. Los costes de la acción de España en Marruecos
Ya antes del establecimiento del Protectorado, los diversos departamentos españoles se habían visto obligados a considerables gastos extraordinarios en Marruecos que, en 1909, llegaron a la cantidad de 65,12 millones de pesetas. En 1913, primer año del Protectorado, los fondos para la instalación y funcionamiento de su embrionaria administración salieron de los créditos de los ministerios españoles con responsabilidades en Marruecos. Los ministerios más implicados (Estado, Guerra, Marina, Gobernación y Fomento) gastaron 108,62 millones de pesetas, cantidad que se incrementaría en años sucesivos. Pronto se hizo evidente de que la hacienda del Protectorado iba a requerir que, además de las “subvenciones” o “anticipos reintegrables”, los ministerios españoles siguiesen aportando considerables cantidades para sufragar gastos ocasionados por la presencia española en Marruecos. Estas cantidades comenzaron a agruparse en las Cuentas Generales del Estado español bajo el concepto Acción de España en Marruecos. Los créditos de este concepto se gestionaban por los ministerios responsables, pero incluidos en sus capítulos específicos. Se consideraba un gasto indepen-
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Periodos anuales (media) y años
Ingresos Recursos Propios Protectorado Impuestos
Anticipo reintegrable (AR)
Presupuesto total del Protectorado (PTP)
% AR/PTP
Indirectos
Otros recursos
1914-18
4.166,8
180,8
2.961
1.024,8
7.492
11.992,6
62,47%
1919-25
6.694,6
259,2
4.5112
2.073
8.859,3
16.836,4
52,61%
1926-30
18.246
1.831
13.540
2.875
30.143
48.389
62,29%
1931-35
26.305
4.205
14.554
7.546
27.659
53.964
51,25%
1936-40
27.503
4.999
14.860
7.644
85.133
112.636
75,58%
1941-45
101.627
17.768
50.328
33.531
83.939
185.566
45,23%
1946-50
121.982
33.259
66.937
21.786
103.146
225.128
45,81%
1951
138.899
35.300
81.160
22.439
141.500
280.399
50,46%
1952
168.844
40.000
104.720
24.124
210.000
378.844
55,43%
1953
165.094
36.250
104.720
24.124
213.750
378.844
56,42%
1954
220.242
60.000
1347.440
22.802
250.000
470.242
53,16%
1955
282.631
70.170
169.314
43.147
353.263
635.894
55,55%
Total
Directos
Cuadro nº 4 Ingresos del presupuesto del Majzén Fuente: Elaboración propia, a partir de Anuarios Estadísticos del Protectorado y Boletines Oficiales de la Zona de Protectorado español en Marruecos. Datos en miles de pesetas. Debido a la irregularidad de los presupuestos en esos años las cifras correspondientes al periodo 1919-25 son aproximadas por defecto.
diente, como un capítulo más de los presupuestos, al mismo nivel que el de los ministerios. En las cantidades de la Acción de España en Marruecos se incluían los “anticipos reintegrables”: sueldos y gratificaciones de los funcionarios destinados en Marruecos no pagados por el Majzen; subvenciones a las navieras que atendían las comunicaciones con Ceuta y Melilla; gastos para cubrir las necesidades de los españoles de la zona (hospitales, escuelas, iglesias, viviendas para funcionarios, etc.); mejoras en los puertos y otras comunicaciones de las ciudades de Ceuta y Melilla; gastos del ejército y de la armada resultantes de las operaciones en el territorio: incluyendo las pagas, la alimentación, el vestuario, la construcción de cuarteles, la munición, los combustibles, etc. Más adelante, se incluyeron también, dentro de este concepto, los costes de adquisición de materiales cuya compra se consideraba exigencia de las operaciones en Marruecos: ganado, material de fortificación, aparatos ópticos y de transmisiones, artillería, ferrocarriles de campaña, camiones, carros de combate, aviones, guardacostas, barcazas de desembarco, etc. Este material no se usó exclusivamente en el Protectorado. En conclusión, bajo el capítulo Acción de España en Marruecos estaban incluidos numerosos gastos sufragados por el Tesoro español, consecuencia
Jesús Albert Salueña
99
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
de la implantación del Protectorado pero que poco mejoraban las condiciones materiales de los nativos de la zona. De un estudio anual de las cantidades gastadas por España en este capitulado y de su comparación con el global de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) se aprecia que estos gastos representaban un porcentaje notable de los gastos anuales del Tesoro español. 9. Presupuestos extraordinarios para Obras Públicas
Los permanentes déficits de la administración del Protectorado demostraban que la mejora de las infraestructuras de la zona requerían presupuestos extraordinarios que garantizasen las necesarias inversiones a medio plazo. En esta línea, un primer intento fue el presupuesto extraordinario del Estado español contemplado en el Real Decreto de 7 de noviembre de 1923, que asignaba un total de cincuenta y cuatro millones de pesetas para obras públicas en el Protectorado. En el decreto se especificaba que la cantidad tendría el carácter de anticipo reintegrable y que se desembolsaría a medida que lo requiriesen las obras. Tres años después, por Real Decreto de 9 de julio de 1926, el Gobierno de la dictadura aprobaba un amplio programa de obras públicas para el conjunto de España, a ejecutarse en un plazo de diez años. El programa incluía 43.735.096 pesetas para obras públicas en Marruecos a desembolsar entre 1926 y 1932, más otros 2.000.000 de pesetas en diez anualidades, a emplear en la construcción y mejora de escuelas. También en este caso, las cantidades asignadas tenían la consideración de “anticipo reintegrable”. En ambos casos, dado que los “anticipos reintegrables” nunca fueron devueltos, estas cantidades fueron asumidas por la Hacienda española. Tras la pacificación de la zona, en 1928, se promulgó el Real DecretoLey de 22 de mayo y el correspondiente Dahír jalifiano de fecha 1º de junio, que ordenaban la ejecución en el Protectorado de un nuevo programa de obras públicas. Para su financiación no se recurría a los “anticipos reintegrables”. El Gobierno del Majzen emitiría un empréstito de ochenta y dos millones de pesetas, que tendría la garantía del Estado español y que descontados los gastos de intermediación permitiría disponer de ochenta millones de pesetas para obras. El empréstito se emitiría en cinco fases sucesivas, según las necesidades de las obras, estando prevista la última emisión en 1932. Las obligaciones del empréstito con un interés del cinco por ciento y un plazo de amortización de ochenta años, resultaron poco atractivas
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100
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
para los inversores, por lo que las emisiones no cumplieron los plazos previstos, debiendo elevarse el interés del tramo de obligaciones emitidas en junio de 1932 hasta el seis por ciento. Las dos últimas emisiones lo fueron durante la guerra civil, con un interés de tan solo el tres por ciento. Tras la guerra civil, como muestra de los propósitos regeneracionistas del nuevo régimen, por Ley de 21 de junio de 1940, se aprobó un presupuesto extraordinario de 1.200.977.000 pesetas dedicado a obras públicas. En el mismo se asignaban al Ministerio de Asuntos Exteriores 11.200.000 pesetas, que, nuevamente, con el carácter de “anticipo reintegrable” se emplearían en obras públicas en el Protectorado. Sucesivos presupuestos extraordinarios, de este tipo, por cantidades crecientes, se aprobaron hasta 1946. En ese año, ya acabada la Segunda Guerra Mundial, el alto comisario general Varela ordenó la elaboración de un amplio plan de obras públicas. Este plan preveía una duración de cincuenta años, divididos en diez fases quinquenales y contemplaba inversiones en comunicaciones (carreteras, ferrocarriles y puertos), energía (presas dedicadas a la generación de eléctrica), agricultura (con canales y presas para regadío), repoblación forestal, urbanismo, etc. Para la puesta en ejecución de la primera fase quinquenal, se promulgó la Ley de 27 de abril de 1946, denominada de Revalorización Económica de la Zona, refrendada por el correspondiente Dahír de 10 de junio. La financiación se haría por medio de un empréstito de doscientos sesenta millones de pesetas, cubiertas por la emisión, por el Majzen, de obligaciones al cuatro por ciento de interés con la garantía del Tesoro español. El plazo de amortización llegaba hasta el enero de 2031. Esta circunstancia y el tipo de interés convertían la emisión en poco atractiva. En 1952 se promulgaba la Ley de 7 de abril, ratificada por Dahír de 11 de junio, para la ejecución de la segunda fase quinquenal de obras públicas en la zona, siguiéndose el mismo procedimiento de financiación. Finalmente, el mismo año 1952 vio la promulgación de la Ley de 15 de julio, ratificada por Dahír de 24 de diciembre, por la que se aprobaba un nuevo presupuesto de ciento treinta millones de pesetas a emplear en obras para el aprovechamiento del río Muluya. Este nuevo proyecto, consecuencia del convenio hispano-francés de 1950, contemplaba las obras necesarias (presas, canales, centrales eléctricas, etc.) para producción eléctrica y regadíos. En 1954, una vez agotado el crédito, se aprobaba un nuevo empréstito de ciento veintitrés millones de pesetas para la continuación de las obras. Como en los casos precedentes, el empréstito, a cargo de la hacienda del
Jesús Albert Salueña
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Empréstitos con obligaciones Conceptos
Marroquí 1910
Obras Públicas 1928
Importe del empréstito
101.124.000
82.000.000
260.000.000
260.000.000
250.363.000
3.000.694.602
Total emitido
101.124.000
81.962.500
260.000.000
260.000.000
140.363.000
3.000.694.602
5%
6%,5%,4% y 3%
4%
4%
4%
Sin interés
1.756.929 (1)
3.515.037
2.337.000
NADA
NADA
15.687.656
1º octubre 1985
1º enero 2011
1º enero 2031
1º enero 2006
1º enero 2010
—
79.625.500
78.447.462
257.663.000
260.000.000
140.363.000
2.985.006.945
Interés Total amortizado Plazo máximo amortización Total por amortizar
De revalorización De revalorización económica 1946 económica 1952
Para obras del Muluya
Préstamos del Estado español (Total de los anticipos reintegrables)
Cuadro nº 5 Deuda pública de la zona de Protectorado de España en Marruecos a fecha 31 de diciembre de 1955 (en pesetas) Fuente: Elaboración propia a partir del Anuario Estadístico del Protectorado de 1955. (1) Cantidad amortizada correspondiente a la zona española.
Majzen, tenía el respaldo del Tesoro español y las obligaciones lo eran al interés del cuatro por ciento. Con fecha 2 de febrero de 1956, el Gobierno español aprobaba un Decreto-Ley por el que se autorizaba al Majzen a aprobar un III Plan de Revalorización Económica a financiar por un empréstito de cuatrocientos millones de pesetas. La independencia de Marruecos impidió que este empréstito se hiciese realidad. 10. La independencia y el final del apoyo financiero
En 1956, la deuda del Protectorado se componía de los empréstitos para financiar los presupuestos extraordinarios de obras públicas y de los “anticipos reintegrables” aportados por el Tesoro español. Tras la independencia, el Gobierno marroquí se hizo cargo de los empréstitos destinados a financiar los presupuestos extraordinarios de obras públicas, así como del denominado Empréstito Marroquí de 1910, emitido por el Banco del Estado de Marruecos y cuyas cargas financieras fueron asumidas por las tres zonas (francesa, española y Tánger) en que quedó dividido el Imperio de Marruecos después de 1912. Los “anticipos reintegrables” sumaban cerca de tres mil millones de pesetas, y finalmente fueron condonados por el Tesoro español. La cantidad era considerable para la época, suponiendo casi el siete por ciento del total
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
de los créditos definitivos de los Presupuestos Generales del Estado para ese año. Si se considera que esa deuda total de tres mil millones se había formado con las cantidades aportadas por el Tesoro español desde 1913 y habida cuenta de la inflación acumulada desde ese año hasta 1956, el valor real del esfuerzo económico español fue aún más grande de lo que aparentan las cifras. 11. Valoración del esfuerzo económico del Tesoro español
Es evidente que, cuando en 1904 franceses y británicos firmaron el acuerdo por el que se garantizaban mutuamente sus intereses en Egipto y Marruecos, reservando para España la ocupación del norte de Marruecos, echaban sobre la Hacienda española una pesada carga. Dejando de lado las decenas de miles de vidas perdidas en las campañas de pacificación o los muchos otros soldados vueltos a España mutilados o aquejados de enfermedades crónicas contraídas en Marruecos, o la inestabilidad social y política ocasionada por las impopulares campañas militares, los costes económicos de la presencia de España en Marruecos fueron considerables. Para su evaluación es necesario recurrir a datos sobre las finanzas públicas, tanto del propio Protectorado como del Estado español. La información sobre los presupuestos del Protectorado se encuentra en el Boletín Oficial de la Zona de Influencia Española en Marruecos, título que, en 1918, cambió a Boletín Oficial de la Zona de Protectorado Español en Marruecos. La información se ha completado con el Anuario Estadístico de la Zona de Protectorado Español, publicado por el Instituto Nacional de Estadísticas con periodicidad casi anual de 1941 a 1957; con el Anuarioguía oficial de Marruecos: zona española; comercio y turismo, publicado entre 1922 y 1926 por la Editorial Ibero-Africano-Americana; y por las Estadísticas del comercio exterior en la Zona del Protectorado Español, que, con pequeñas variaciones de título, fueron publicados por la Alta Comisaria entre 1934 y 1956. Los datos sobre las finanzas públicas españolas se han obtenido de los tomos I, II y III de Cuentas del Estado Español, de los dos tomos de Datos Básicos para la Historia Financiera Española. 1850-1975, en ambos casos publicados por el Instituto de Estudios Fiscales, y del II tomo de Estadísticas históricas de España, de Albert Carreras y Xavier Tafunell, publicado por la fundación BBVA.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
A partir de 1950, el capítulo Acción de España en Marruecos desaparece de los Presupuestos Generales del Estado para integrarse en Acción de España en África, que englobaba los gastos, tanto en el Protectorado como en Ifni, Sáhara y territorios de Guinea. Dado lo reducido de sus gastos respecto a los del Protectorado, las cantidades de los cuadros son las de Acción de España en África. De la información reseñada se constata que, especialmente en los primeros años del Protectorado, el capítulo Acción de España en Marruecos, independientemente de su valor absoluto, representaba un elevado porcentaje del total de los Presupuestos Generales del Estado. Esos años son los de máximo esfuerzo económico español en Marruecos, lamentablemente a causa de las circunstancias, casi el noventa por ciento de lo empleado lo fue en gastos militares. De todos modos, debe considerarse que una parte de esos gastos militares beneficiaron a la economía marroquí al aumentar la demanda y que muchas obras militares redundaron en beneficio de la zona. Las pistas militares, los puentes, los tendidos telefónicos, las captaciones de aguas, la construcción de puertos y aeródromos, los puestos sanitarios militares supusieron un claro impulso a la economía de las zonas rurales. Como ejemplo, los actuales núcleos de población de la parte este del antiguo Protectorado (Nador, Alhucemas, Montearruit, Ben Tieb, etc.) tienen su origen en los primitivos campamentos militares españoles. A partir de 1928, año en que se dan por finalizadas las operaciones de pacificación, las cantidades incluidas en Acción de España en Marruecos, disminuyen sensiblemente, tanto en valor absoluto como en el porcentaje que representan sobre el total de los Presupuestos Generales del Estado (PGE). En las tablas no se han incluido los años de la guerra civil, por las especiales circunstancias económicas sufridas tanto por el Protectorado como por España. Durante la Guerra Mundial, aumentaron los créditos consignados en Acción de España en Marruecos, así como su porcentaje sobre el total de los Presupuestos Generales del Estado. También dentro del capítulo aumentó el porcentaje de gasto militar, algo coherente con el esfuerzo defensivo de España en Marruecos en esos años. Sorprende que, a partir de 1951, acabadas las tensiones militares y sin amenazas para España ni para su régimen, aunque los Presupuestos Generales del Estado acusan un notable descenso del porcentaje dedicado a Acción España en Marruecos, la parte de este capítulo dedicado a gasto militar supera el ochenta y cinco por ciento, aumentando también su valor absoluto.
Jesús Albert Salueña
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Periodos (Medias anuales) y años
Total Presupuestos Generales del Estado (PGE) A
Total de gastos en Acción de España en Marruecos B
% de gasto Acción España en Marruecos sobre PGE B/A
Total del gasto militar en Acción de España en Marruecos C
% de gasto militar sobre Acción de España en Marruecos C/B
1913-18
9.917.314,55
841.096,36
8,48 %
760.446,9
90,41 %
1919-27
34.943.086,48
3.469.085,59
9.92 %
3.113.626,68
89,97 %
1928-35
34.475.846,50
1.700.203,11
4,93 %
1.337.650,88
78,67 %
1936-39
—
—
—
—
—
1940-45
55.420.303,19
2.920.259,06
5,26 %
2.502.503,64
85,69 %
1946-50
80.401.314,91
3.808.489,88
4,73 %
3.014.484,8
79,15 %
1951
21.944.735,29
990.937,35
4,51 %
741.364,27
74,81 %
1952
24.290.713,94
978.573,59
4,02 %
860.493,36
87,93 %
1953
26.450.555,19
957.837,58
3,62 %
864.910,66
90,29 %
1954
30.073.549.01
1.133.481,46
3,76 %
988.021,14
87,16 %
1955
34.444.866,88
1.144.355,60
3,32 %
991.377,40
86,63 %
1956
43.839.189,84
1.353.144,57
3,08 %
1.189.410,63
87,89 %
1957
47.234.151,19
1.557.014,25
3,29 %
1.354.434,06
86,97 %
Cuadro nº 6 Valoración relativa de los gastos en el Protectorado español en Marruecos Fuente: Elaboración propia a partir de datos de Estadísticas Cuentas Generales del Estado Español, Instituto de Estudios Fiscales, Anuarios Estadístico Zona de Protectorado Español en Marruecos y Boletines Oficiales de la Zona de Protectorado Español en Marruecos.
Periodos (Medias anuales) y años
Mº Estado / Presid. Gobierno DGMC
Ministerio Guerra /Ejército
Ministerio Marina
Ministerio Aire
Educación Nacional
Ministerio Fomento / Obras Públicas
1913-18
8.215,83
124.925,74
1.815,41
-—
26,82
3.699,44
1919-27
31.986,58
341.074,07
4.884,45
—
—
3.842,84
1928-35
42.367,98
165.635,24
1.571,12
—
—
219,59
1940-45
62.312,60
405.735,52
1.049,02
10.299,40
659,58
261,70
1946-50
144.644,87
589.297,70
1.520,66
12.078,60
909,00
1.857,20
1951
230.477,83
722.354,88
1.793,29
17.216,10
1.072,60
3.287,00
1952
94.334,78
837.997,61
1.890,44
20.605,31
1.702,80
4.662,00
1953
90.128.,37
842.070,31
1.905,44
20.934,91
1.702,80
4.662,00
1954
114.566,83
962.468,61
2.267,71
23.284,82
2.106,80
5.912,00
1955
127.813,08
965.824,87
2.267,71
23.284,82
2.106,80
5.912,00
1956
130.239,29
1.156.357,95
3.063,23
29.989,45
2.369,60
5.498,66
1957
166.404,54
1.316.604,62
3.737,59
34.091,85
2.893,67
5.525,28
Cuadro nº 7 Distribución del capítulo de los PGE: Acción de España en Marruecos / África (en miles de pesetas) Fuente: Elaboración propia a partir de datos de Estadísticas Cuentas Generales del Estado Español, Instituto de Estudios Fiscales y Anuarios Estadístico Zona de Protectorado Español en Marruecos.
Jesús Albert Salueña
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
12. Conclusiones
Del notable esfuerzo económico realizado por España en Marruecos, solo en un pequeño porcentaje se rentabilizó en beneficio del pueblo marroquí. La mayor parte de este esfuerzo se empleó en gastos militares que, justificados en los años de las campañas de pacificación e, incluso, en los años de la Segunda Guerra Mundial, no parecen coherentes a partir de 1950. Muchas de las cantidades incluidas en el capítulo Acción de España en Marruecos correspondían a gastos motivados solo circunstancialmente por la presencia española en Marruecos. La mayor parte de las obras públicas realizadas en el Protectorado se financió por la emisión de obligaciones de los presupuestos extraordinarios de 1928, 1946 y 1952. Desde 1956, las cargas fueron asumidas por el Estado marroquí, liberando a España de cualquier responsabilidad. Las condiciones de las obligaciones, por sus tipos de interés y plazos de amortización, en años de grandes presiones inflacionistas para la peseta, resultaron un pésimo negocio para los inversores, en su mayoría españoles, que las subscribieron. El resto de realizaciones, de una u otra, fue sufragado por el Tesoro español. Estos gastos limitaron las inversiones en territorio nacional en el que amplias zonas estaban tan necesitadas de infraestructuras como Marruecos. Aunque el funcionamiento de la administración del Majzen solo fue posible por los “anticipos reintegrables”, también lo es que gran parte del presupuesto del Protectorado se empleaba en el pago de las fuerzas jalifianas y gastos de personal. Solo un reducido porcentaje se empleaba en inversiones reales. Sin duda, el mayor beneficio para los marroquíes, del esfuerzo realizado por España, radicó en el trabajo de miles de funcionarios civiles y militares (interventores, médicos, veterinarios, maestros, arquitectos, ingenieros, economistas, etc.) que durante largos años trabajaron en beneficio de Marruecos y de su pueblo. En 1956, la mayoría de ellos regresaron a España y continuaron sus carreras en la administración española, pero siempre con la añoranza de los años pasados en Marruecos “al servicio del Protectorado”. Fuentes y bibliografía Anuario Estadístico. Zona de Protectorado, Instituto Nacional de Estadística, Ediciones de 1941 a 1957. Anuario-guía oficial de Marruecos: Zona española, Editorial Ibero-Africano-Americana, Ediciones de 1922 a 1926.
Jesús Albert Salueña
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Acción de España en Marruecos: la obra material, Alta Comisaría de España en Marruecos, 1948. Boletín Oficial de la Zona de Influencia Española en Marruecos, Alta Comisaria de España en Marruecos, 1913 a 1919. Boletín Oficial de la Zona de Protectorado Español en Marruecos, Alta Comisaria de España en Marruecos, 1919 a 1956. Estadística del comercio exterior en la Zona del Protectorado Español, Alta Comisaria de España en Marruecos, Ediciones de 1934 a 1956. Cuentas del Estado español, Instituto de Estudios Fiscales, 1971-89. Datos Básicos para la Historia Financiera Española. 1850-1975, Instituto de Estudios Fiscales, 1976, tomos I y II. Vademécum Zona española. Alta Comisaria de la República español en Marruecos. 1931. Carreras, A. y Tafunell, X.: Estadísticas históricas de España (Siglos XIX y XX), Fundación BBVA, 2005. Cordero Torres, J. M.: Organización del Protectorado español en Marruecos, Instituto de Estudios Políticos, 1943, tomos I y II. García Figueras, T.:, Marruecos. La acción de España en el norte de África, Fe, 1941. Pita do Rego, A.: “La Hacienda del Protectorado”, La Gaceta de África, Tetuán, números extraordinarios de diciembre de 1935 y 1936. Sánchez Soliño, A., Rivas Cervera, M. y Rico Félez, Á.: “La financiación de las obras públicas en el Protectorado español en Marruecos”, Revista de Obras Públicas, noviembre de 1998, nº 3.381, pp. 51-63.
Jesús Albert Salueña
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Marruecos previo a 1912: la injerencia europea entre la exploración etnológica y la intervención colonial
Youssef Akmir
Introducción
Entre 1880 y 1912 Marruecos experimentó profundas transformaciones que influyeron en los diferentes sectores de la vida política, social y económica. Desde la fecha de la Conferencia de Madrid hasta el establecimiento del Protectorado, un conjunto de fuerzas externas motivó la modificación de la realidad tradicional haciendo que el destino del país dependiera de los acuerdos entre las grandes potencias extranjeras. Se trataba de un choque históricamente anacrónico entre dos modos de producción desiguales, uno arcaico con limitados recursos y otro sofisticado y poderoso. Los acontecimientos sucedidos durante estos treinta y dos años originaron una gran crisis que acabó conduciendo al establecimiento del Protectorado hispanofrancés. Ambas potencias dedicarían interés particular al estudio de la mentalidad marroquí, subvencionando expediciones exploratorias a diferentes lugares de Marruecos. Se trata de disponer de un conocimiento exhaustivo sobre las fuerzas internas que promueven la dinámica sostenida en la política, la economía, la sociedad y la cultura marroquí. La etnología desempeñará en este aspecto, un papel clave y sus respectivas conclusiones serán fundamentales para establecer el dominio hispano-francés sobre Marruecos.
Youssef Akmir
109
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
1. El interés colonial hispano-francés por Marruecos y el ejemplo de la investigación etnológica
A finales del siglo XIX y principios de XX, cuando la competencia internacional sobre la cuestión de Marruecos indicaba la ruptura de su statu quo, las dos potencias más interesadas en tomar posición en dicho país enviaron allí expediciones de carácter exploratorio. El propósito consistía en justificar sus pretensiones colonialistas y adquirir una idea general sobre el estado político, social y económico de Marruecos. Francia financiaba las expediciones que partían desde Argelia, dirigiéndose hacia el Imperio vecino. España lo enfocaba del mismo modo, desde la Península, Ceuta y Melilla, enviaba a expedicionarios contando al mismo tiempo con el esfuerzo de sus instituciones africanistas. A partir de entonces, las editoriales francesas sacaron a la luz pública las primeras obras sociológicas sobre Marruecos. En este contexto aparecieron Étude sociale, politique et économique sur le Maroc (Gustave: 1907); Dans le Bled Siba, explorations au Maroc (Gentil: 1906); y la famosa obra Le Maroc inconnu (Moulieras: 1895). España también mostró su predisposición a seguir el modelo francés. Fruto de ello es la divulgación sostenida por las instituciones estatales y extraoficiales sobre la necesidad de crear un gremio experto en el tema marroquí. El resultado de esta propaganda fue efectivo y rápido: Estudio geográfico, político, militar sobre las zonas españolas del norte y sur de Marruecos (Donoso Cortés: 1913); Marruecos, su suelo, su población y su derecho (León y Ramos: 1907); Marruecos, política e interés de España en este Imperio (Caballero de Puga: 1907); Descripción geográfica del Imperio de Marruecos, Mogreb El Aksa (Mínguez y Vicente: 1907); y Observaciones militares políticas y geográficas sobre Marruecos (Cervera y Baviera: 1884), fueron algunas de las primeras investigaciones realizadas en este campo. A pesar de sus cuantiosos volúmenes y de sus interesantes aportaciones, el contenido de estas obras queda expuesto a la crítica. Por lo que corresponde a los estudios franceses, después de varios años iba a resultar que el famoso libro Le Maroc inconnu contenía ideas inverosímiles y poco fidedignas. El mismo Moulieras tenía contratado a un argelino llamado Muhammad-BenTayeb que viajaba por Marruecos para recabarle información. Esto quiere decir que Moulieras dedicó dos grandes tomos al estudio de las costumbres de Marruecos sin ni siquiera haber pisado su suelo (Donoso Cortés: 176). En lo que se refiere a los estudiosos españoles, nadie puede negar sus aportaciones en este campo. Sin embargo, la fragilidad metodológica, la superficialidad interpretativa y los prejuicios históricos son factores que ponen
Youssef Akmir
110
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
en cuestión el interés científico de sus obras. En 1884, un teniente de ingenieros llamado Julio Cervera y Baviera visitó Marruecos en una misión de tres meses. Su trabajo se limitaba a realizar estudios geográficos y cartográficos; pero su atracción por la vida marroquí hizo que su estudio incluyera también temas políticos, sociales y culturales. La introducción de su voluminosa obra hubiera podido servir de lección metodológica para todos los que posteriormente realizaron estudios sobre Marruecos. Julio Cervera y Baviera decía: Para estudiar con exactitud y propiedad a un país, es necesario conocerlo en su vida íntima, en sus costumbres, en sus detalles más insignificantes, que dan idea muchas veces de las condiciones precisas de su manera de ser; y esto ha de estudiarse sobre el terreno en el país mismo (Cervera y Baviera: 1884, 5).
Sobre la misma cuestión, Julio Cervera y Baviera hacía otro comentario más significativo aún: En algunas descripciones de viajes al interior [de Marruecos] me consta que sus autores las han escrito en Tánger, población que en nada se parece a las demás del Imperio, y que en realidad tiene más de europea que de marroquí. De aquí [provienen] las muchas faltas y errores que los conocedores del país notarán en dichas obras (Cervera y Baviera: 1884, 7).
La afirmación del autor es cierta. Los errores son frecuentes en muchas obras de esta época. La visión subjetiva de estos escritores les hizo rechazar todo lo que no fuese europeo y cristiano. Eduardo de León y Ramos es un caso paradigmático; en su estudio sobre Marruecos hacía una interpretación de la cultura y la sociedad marroquí desde el bando opuesto, empleando tópicos para criticar duramente la religión de este pueblo. Así, comentaba que los marroquíes, “como todos los mahometanos, [son] muy retraídos y nada comunicativos. Son indolentes, de limitada inteligencia. [Su religión es la de un] pueblo ignorante, está plagada de supersticiones y conserva huellas de diversos cultos” (León y Ramos: 1907, 43-45). El objetivo del autor aparece en las últimas páginas de su obra. León y Ramos no dudó en recomendar a su país una acción civilizadora en Marruecos. De este modo España podría someter a los marroquíes que “solo por temor tolerarán esas manifestaciones de cultura” (León y Ramos: 1907, 78). En 1906 una editorial madrileña publicó Descripción geográfica del Imperio de Marruecos, Mogreb Aksa, escrito por Manuel Mínguez y Vicente, que trataba los principales aspectos de la geografía natural y humana de Marruecos, con estadísticas y mapas. No obstante, los datos que ofrece pierden credibilidad cuando Mínguez y Vicente considera su obra como guía colonialista para la ocupación española de Marruecos. Esta desordenada interposición entre la ideología y las ciencias sociales lo confirma cuando dice que
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España debe emprender nuevos derroteros y si hemos de ir a Marruecos a ejercer nuestra influencia y nuestro comercio, necesario es que antes conozcamos al país; su geografía nos dirá donde hemos de poner los pies, y su historia, donde hemos de poner la cabeza (Mínguez y Vicente: 1906, 7).
En definitiva, los diferentes estudios etnológicos que mencionamos, comparten la paradójica intercalación entre métodos científicos y finalidad ideológica. La pobreza de las hipótesis y la fragilidad de las conclusiones es algo que se observa en todas estas investigaciones. El hecho de permitirse el uso de juicios de valor, imágenes estereotipadas y toda clase de concepciones racistas da a entender que el objetivo primordial de dichos autores era alentar los planes colonialistas de sus respectivos gobiernos y legitimar sus decisiones. Y es que tanto España como Francia estaban dispuestas a financiar cualquier proyecto encaminado a revelar el hermetismo que rodeaba aquel desconocido Imperio. Cualquier dato que aportaban estos exploradores, por muy insignificante que pudiese ser, les resultaba útil para apresurar la deseada intervención colonialista. 1.1. La etnología europea ante el estado sociopolítico del Marruecos precolonial: la tesis española como modelo
Tratar de resaltar la particularidad metodológica o temática de los estudios etnológicos que los españoles realizaron sobre Marruecos es una tarea bastante ardua, sobre todo porque dichos estudios no han conseguido concretar un marco de investigación independiente y han estado siempre ligados a las aportaciones francesas en este contexto. No obstante, la referencia francesa no siempre había sido paradigmática, dadas las particularidades sociales y culturales entre las zonas meridional y septentrional de Marruecos. En definitiva, nadie puede menospreciar las valiosas aportaciones de escritores como Ángelo Ghirelli y Ricardo Donoso Cortés. Ambos intentaron conocer desde cerca a las tribus del norte de Marruecos, contando con fuentes de primera mano. Dicha tarea, aunque les permitió subrayar ciertas particularidades de la zona estudiada, no los salvó de arriesgadas generalizaciones. En lo referente a la relación entre el poder central y el norte de Marruecos tribal, los estudiosos españoles sostuvieron la típica dicotomía de Siba y Majzén. Ángelo Ghirelli distinguía entre dos diferentes conceptos: Bled el Majzén, gobernado directamente por las autoridades Xerifianas, comprendía en general todas las ciudades y algunas cabilas llamadas tribus del Majzén; que a su vez se subdividen en tribus Guich y tribus Naiba. De éstas, las primeras formaban verdaderas colonias militares, funda-
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das por diferentes sultanes e integradas tanto por árabes como por beréberes y hasta por negros. Todas estas tribus, organizadas militarmente, constituían el principal elemento de lucha del gobierno marroquí contra las cabilas independientes. Se les daba, en recompensa a sus servicios, terrenos conquistados sobre las poblaciones rebeldes y estaban exentas de todo tributo a excepción de los impuestos coránicos (Ghirelli: 1926, 125).
El mismo autor señalaba que las cabilas del norte de Marruecos nunca habían sido guich o colonias militares sultanianas. Las muy pocas tribus del noreste gobernadas por el sultán pertenecían a Naiba; y no suministraban contingentes militares “a excepción del caso de proclamación de la guerra santa o de llamamientos extraordinarios de contingentes para una determinada campaña” (Ghirelli: 1926, 125). La colaboración de las tribus naiba con el soberano marroquí era de suma importancia. Gracias a los impuestos que pagaban se cubrían otras necesidades del país. El segundo concepto subrayado por Ghirelli fue el de Bled Siba. Las cabilas que formaban este universo se gobernaban independientemente del Majzén, acatando la autoridad del sultán sólo desde el punto de vista religioso, y aún así muy vagamente. En realidad eran territorios independientes gobernándose por sí mismos y que pertenecían al Imperio marroquí sólo nominalmente, geográficamente, y apenas religiosamente (Ghirelli: 1926, 126).
Según Ghirelli, a excepción de algunas pequeñas tribus en la región de Tetuán, Tánger y otras en la región extremo-oriental, la mayoría de las cabilas de Marruecos septentrional pertenecían a Bled Siba. Los sultanes nunca habían tenido un dominio efectivo en dicha zona. Allí, las “cabilas se han regido formando unas pequeñas repúblicas cuyos núcleos estaban compuestos por fracciones. Algunas veces, para una empresa determinada, varias cabilas llegaban a federarse, bajo el mando de una junta de notables”. La unión entre las cabilas de Siba era efectiva solamente en casos de finalidad guerrera o política, y raramente desde el punto de vista administrativo. Las cabilas se unían solamente cuando surgía alguna amenaza exterior. Se trataba, según el autor, de un entorno independiente que rechazaba toda intervención gubernamental y que “no aceptaba otras leyes que la de Yemáa o su gobierno local” (Ghirelli: 1926, 126). En cuanto a la opinión de Ricardo Donoso Cortés, dicho estudioso explicaba la conflictiva relación entre el Gobierno y las tribus subrayando las principales características del universo cabileño. El inaudito concepto de la libertad que defendían los cabileños y las violentas reacciones del sultán habían dificultado la comunicación entre ambos. Las cabilas estaban extremadamen-
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te apegadas a la independencia y con una decidida aversión a toda influencia exterior. “A tal extremo llevan la noción de su libertad incondicional, que ni siquiera se avienen a someterse a reglas colectivas dentro de sus mismas independientes agrupaciones” (Donoso Cortés: 1913, 162). Se trataba, de unos verdaderos Estados independientes, muchas veces conquistados pero nunca sometidos, y desde hace muchos siglos libres de todo yugo invasor. Estas tribus, principalmente beréberes, desconocen en su mayor parte la autoridad del sultán y la influencia del Estado, en sus diferentes aspectos político, social, administrativo, jurídico y militar. No comprenden ni aceptan la tutela de un organismo oficial (Donoso Cortés: 1913, 166).
Donoso Cortés atribuía la insumisión cabileña al duro comportamiento del poder central marroquí. La crueldad del sultán atizaba los recelos de las cabilas e imposibilitaba su obediencia. Así lo explicaba: Claro es que este perpetuo estado de rebeldía debiese principalmente al despotismo no menos bárbaro de las instituciones de Gobierno. Éstas, lejos de amparar los derechos y satisfacer las aspiraciones del pueblo le explotan y atropellan, hiriendo en sus sentimientos y perjudicándole en sus intereses; descuidan su educación y su cultura, y en cambio dejan que se fomenten sin freno alguno sus instintos, sus vicios y sus pasiones; en vez de administrar justicia, ejercen crueldad; carecen de los elementos necesarios para proteger al débil amenazado y castigar al fuerte agresor; el poder en esta forma resulta un verdugo más que un protector (Donoso Cortés: 1913, 166).
La definición dicotómica de Bled Siba y Bled el Majzén, sostenida por Ángelo Ghirelli y Donoso Cortés, es muy relativa. En primer lugar, la palabra Siba, aunque fue sobradamente utilizada por la etnología colonialista francesa y española, muy raras veces la podemos encontrar en la documentación marroquí. Esto aumenta más las dudas sobre el contenido y el uso de dicho término. En segundo lugar, es totalmente falso afirmar que la rivalidad entre el sultán y las cabilas se remontaba a tiempos de antaño. Según la documentación marroquí, ninguna de las regiones septentrionales había estado en permanente conflicto con el sultán. Prueba de ello es la dependencia del aparato organizativo tribal, de las ordenes del Majzén. Este, sin privar a Yemáa de su autonomía, hacía que estuviese sujeta a las decisiones del Estado en todo lo que se refiere al pago de los impuestos y el reclutamiento de soldados cuando el sultán los necesitaba (Ben Mlih: 1990, 113). La historiografía marroquí se opone rotundamente a la tesis que divide Marruecos en Siba y Majzén. Durante toda la época precolonial, los lazos de concordia entre el sultán y las tribus son patentes en numerosa documentación. En 1860, el sultán nombra a Mohammad Slaoui, caíd sobre las tribus de Anyera, Wadras, Beni Mesuar, Beni Yeder, Beni Harach, Beni Uemras, Beni Aros y Yebel Lahbib. La misión de dicho caíd consistía en
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velar por la paz y las buenas relaciones no solo entre las cabilas y el sultán, sino también entre las mismas cabilas (Daoud: 1979, 298-299). Las cabilas yeblíes también mostraron su buena voluntad hacia el sultán. En la Guerra de África de 1860, gran número de los combatientes marroquíes fueron cabileños voluntarios que procedían de Anyera, Beni Zerual y otras tribus marroquíes. En 1911, la cabila de Beni-Hassán colaboró activamente en la campaña militar dirigida por el representante del sultán en el norte de Marruecos. Los cabileños hassaníes se incorporaron voluntariamente a las filas del ejército xerifiano (Archivo Mohammad Daoud [en adelante, AMD], 1911, BJ13). En el mismo sentido cabe aludir a la participación de Wadras y Anyera en la campaña militar sostenida contra los bandoleros de Beni Yeddir, tras haber secuestrado a varios comerciantes judíos. Todo esto confirma la simpatía que guardaba la población de Yebala al soberano marroquí (Archivo Real de Rabat [en adelante, ARR], 1902, carpeta 574). En cuanto a la relación del soberano con las cabilas del Rif, la limitada influencia del sultán en dicha región respondía solamente a su incomunicación con el resto del Imperio. Se trata de una comarca montañosa de difícil acceso y cuyos habitantes permanecían apegados a sus milenarias costumbres. Es cierto que el sultán no tenía una representación extensa en el Rif, pero esto nunca impidió a los rifeños mantener un especial trato con el soberano marroquí. El sultán exigía a las cabilas el pago de los tributos y el envío de reclutas a las filas de su ejército. Y las tribus rifeñas exigían del sultán el establecimiento del orden y la protección militar cuando había alguna amenaza extranjera. Como es sabido, y dada la pobre producción agrícola de las tierras rifeñas, las cabilas solían abstenerse del pago de los tributos. Para compensar estos impuestos no cobrados, el soberano marroquí exigía de las tribus la cesión de sus hombres al ejército. En 1889, cuando las tropas del sultán realizaban una campaña militar en la zona septentrional, el soberano reiteró su proposición, que fue totalmente rechazada por las cabilas rifeñas. Este rechazo nada tiene que ver con la imagen insumisa que difunde la sociología española sobre los habitantes del Rif. Durante aquel verano los rifeños no podían enviar sus hombres a las campañas militares porque los necesitaban para recoger la cosecha de cereales, alimento básico de la región (Ayache: 1986, 205). Aunque la relación entre el Rif y el poder central pasó por algunos momentos de hostilidad, hubo también momentos de aprecio y solidaridad. En 1847, tras los continuos roces entre Mtiua y Guemara, el sultán encargó a su representante reconciliar a ambas tribus y advertir a Mtiua que respetara a las cabilas vecinas. En 1860, cuando se declaró la guerra entre España y Marrue-
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cos, muchos rifeños se incorporaron a las filas del ejército sultaniano. Aunque la guerra de África no afectaba a su región, las cabilas del Rif se sentían orgullosas de defender el honor del país y de la religión (Ayache: 1986, 208). El pueblo rifeño nunca había negado al sultán su legitimidad política y su sagrado vínculo religioso. En 1896, los notables de varias cabilas rifeñas enviaron una carta al soberano marroquí, expresándole su “absoluta obediencia a sus órdenes y su predisposición a colaborar con sus campañas militares para que reinara la palabra de Dios en todo el Imperio” (ARR, 1896, Carpeta, 4, Época Azizi). Bastaría con señalar que, en tiempos de sequía, los rifeños creían que no llovía porque el sultán estaba enfadado con ellos. En definitiva, el estudio de la relación entre el poder central y las tribus del norte de Marruecos, nos permite deducir que la tesis de Bled Siba y Bled el Majzén es una dicotomía bastante aventurada. La realidad política, social y cultural de Yebala y Rif fue mal interpretada por la sociología colonial. Es exageradamente subjetivo considerar a Siba como sinónimo de la anarquía cabileña contra las autoridades estatales. Los organismos tribales, aunque eran muy originales, no rechazaban mantener vínculos con la autoridad del sultán aunque fuese de modo nominativo. Siba no es la negación total del poder central, sino una expresión política y administrativa de unos grupos étnica y culturalmente homogéneos. Es una manifestación concreta frente a las transformaciones que estaba conociendo el Estado y la sociedad marroquí a finales del siglo XIX y principios del XX. Las reformas judiciales, la aplicación de nuevos tributos, las presiones internacionales ejercidas sobre el sultán y la ambición expansionista en torno a Marruecos son cuestiones que explican la verdadera significación de los términos Siba y Majzén. Después de haber tratado la relación entre el sultán y las tribus del norte de Marruecos desde el punto de vista de la etnología española, cabe subrayar algunos objetivos que divulgaba. Al considerar al poder central como órgano violento y a los cabileños como tribus bárbaras, sugería que Marruecos necesitaba “una acción civilizadora” capaz de establecer el orden; y España era el país con más “derechos históricos” para llevar a cabo dicha acción. La opinión que citamos a continuación refleja el mensaje ideológico que envolvían estos estudios: Por muy bárbaros que éstos sean, cuando llegan a ser bien gobernados y regidos olvidan sus tradicionales instintos y se someten por propia conveniencia (...). La influencia europea, obrando activamente sobre el sultán y ofreciendo inmediato amparo a las vidas, haciendas y derechos de los indígenas a ella acogidos, ha logrado que una parte muy importante de los que habitan las regiones N. y O. de la península de Yebala dulcifiquen su carácter, modifiquen sus costumbres, refrenen sus instintos y alienten sus sentimientos (Donoso Cortés: 1907, 167).
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En definitiva, poner la sociología al servicio de la colonización fue una típica estrategia utilizada por todo el colonialismo occidental. El estudio de los fenómenos sociales en los países periféricos implicaba la finalidad de facilitar la intervención colonial a dichos países. España, aunque no era una potencia colonialista de primer orden, se vio involucrada en el asunto de Marruecos. Su limitada tradición expansionista en África le exigió seguir el modelo francés, a pesar de su incompatibilidad. Los estudiosos españoles se limitaron a difundir una versión de la sociedad tribal marroquí bastante propagandística y superficial. Adoptar una metodología poco dinámica, causada por la unidimensionalidad de referencias, los condujo a conclusiones subjetivas y de escaso valor académico. 2. Injerencia europea en los asuntos económicos de Marruecos
Desde finales del siglo XIX y principio del XX, y en plena competencia entre las potencias occidentales, aparecieron los indicios de una inminente ruptura del statu quo marroquí. Las ambiciones internacionales involucraron a Marruecos en el juego de las estrategias. Las consecuencias fueron muy graves; la competencia entre las grandes potencias presionó al Imperio magrebí hasta hacer posible su ocupación. Un estudio histórico de las injerencias europeas en los asuntos de Marruecos y de cómo estas fueron capaces de metamorfosear las estructuras económicas y sociales durante los años que anteceden a 1912 puede explicar las profundas causas de la crisis marroquí que acabó cediendo la tutela del país a Francia y España para el establecimiento de un protectorado. La pretensión de sacar ventaja a la situación que vivía el país fue la clave de la competición internacional. Para ello, se puso en marcha un proceso de preparación que contaba con métodos muy eficaces. Las instrucciones y sugerencias políticas sobre la colonización de Marruecos, el despliegue del capitalismo mercantil europeo, el continuo incremento de la comunidad extranjera dedicada al comercio y al espionaje, y la utilización de personajes con mucha influencia social para preparar a las cabilas a una futura colonización formaron los principales componentes de la injerencia europea en los asuntos de Marruecos. Por ello, hemos de plantear la siguiente pregunta: ¿cómo y en qué circunstancias se desarrollaron estos componentes? El objetivo de la nueva expansión mercantilista estaba bien claro: realizar una atracción económica que convirtiera a Marruecos en un país dependiente del capitalismo occidental. La invasión comercial fue paulatina pero bien planificada. Entre 1895 y 1900, el valor de las importaciones
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y exportaciones subió desde 63.030.049 a 89.162.765 de pesetas (Statistique du commerce et de la navigation aux XIX y XXème siècles, Annuaire 1903; Mínguez y Vicente: 1906, 53). Durante la segunda mitad del siglo XIX, el puerto de Tánger fue el más visitado del país por buques procedentes de todos los lugares del mundo. A partir de 1900 la competencia comercial europea cambió de rumbo dirigiéndose hacia el litoral atlántico. Casablanca se convirtió, en menos de diez años, en el mayor centro comercial internacional de Marruecos. Su puerto enorme estaba preparado para acoger a los barcos de grandes compañías mercantiles. De Francia venía la Compagnie Paquet y de Gran Bretaña, la For Wood y la Oldenbourg-Portugiesche. Dichas compañías contaban con la intermediación de los comerciantes marroquíes. La minoría sefardí y una élite de ciudadanos fasíes (originarios de la ciudad de Fez) se encargaban de atender la demanda y la oferta entre Marruecos y los mercantes extranjeros. En poco tiempo, este núcleo de comerciantes consiguió grandes fortunas, incorporándose a la clase más adinerada del país. La intensa actividad comercial de la ciudad originó un caos urbanístico y un aumento demográfico descontrolado. Solo en los tres primeros años del siglo XX la población que residía en Casablanca superó las veinticinco mil personas (Ayache: 1985, 65). Los puertos de Casablanca, Safi, Sauira, Yadida y Larache se convirtieron en grandes almacenes de mercancías. Gran Bretaña era la potencia que más monopolizaba la balanza del comercio marroquí con el extranjero. En 1900, importó productos por una cantidad de 21.064.000 de pesetas y exportó por 18.897.395. Durante el mismo año, Francia importó por valor de 11.827.060 de pesetas y exportó por 8.188.145. España alcanzó también una cifra de 3.078.000 en importaciones y 9.968.000 en exportaciones. En cuanto a Alemania, sus negocios mercantiles con Marruecos llegaron durante el mismo año a 3.369.605 de importados y 6.108.740 exportados (Mínguez y Vicente: 1906, 54). Los productos importados de Marruecos eran almendras, cera, habas, huevos, lana, pieles de cabra, alpiste, bueyes, aceite de oliva y gallinas. El arroz, algodón, tejidos de seda, velas y cristalería eran los productos principales que se importaban del extranjero. Pero los más solicitados eran el té y el azúcar, cuya comercialización fue totalmente monopolizada por las compañías inglesas y francesas, dada su creciente demanda y sus seguras ganancias. Entre 1855 y 1900 la importación del azúcar a Marruecos subió desde 240.000 kilos a 17.000.000 de kilos (Ayache: 1985, 65). Entre los métodos de injerencia frecuentemente sostenidos estaba la cuestión de los residentes extranjeros en Marruecos. Los problemas que sufrían estos ciudadanos fueron uno de los pretextos más utilizados para
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acelerar la ruptura del statu quo en Marruecos. Misioneros, funcionarios de las legaciones diplomáticas, empresarios y comerciantes fueron los principales miembros de esta comunidad. Desde 1881, el número de extranjeros fue creciendo sucesivamente. Muley al-Hassan permitió que se instalasen en el país más de nueve mil residentes de diferentes nacionalidades y los obsequió con títulos imperiales. La prensa europea editada en Tánger dedicó, durante esta época, un espacio específico para la compra y alquiler de propiedades. En 1906, los países participantes en la Conferencia Internacional de Algeciras aprobaron una nueva ley que favorecía los intereses de extranjeros residentes en Marruecos. Los artículos de dicha conferencia facilitaban la adquisición de propiedades inmobiliarias a ciudadanos extranjeros (León y Ramos: 1907, 131-133). Estos últimos se dedicaron a lucrarse aprovechando la corrupción de la administración marroquí y la debilidad del poder central (AMD, 1910, carpeta 7, BJ51). El sultán se veía incapaz de frenar la nueva invasión de la comunidad extranjera mientras los funcionarios del Majzén se mostraban cada vez más generosos ante sus apetencias (AMD, 1910). En pocos años los diferentes cargos de la administración se convirtieron en representantes de la clase más adinerada de la sociedad marroquí, consiguiendo grandes fortunas a través de métodos ilícitos. El crecimiento de dicho fenómeno fue bien plasmado en los documentos marroquíes de la época. En marzo de 1903, el representante de las legaciones diplomáticas instaladas en Tánger envió al gobernador de la ciudad una nota en la que le expresaba su agradecimiento por haber concedido a las comunidades extranjeras una parcela de ocho mil metros para la construcción y el acondicionamiento de un cementerio (Temsamani Khalouk: 1987, 49). En 1905, los ministros marroquíes de Exteriores y de Hacienda compraron por cuenta propia plata de una sociedad mercantil europea y la vendieron a la Casa de la Moneda marroquí (AMD, 1905, carpeta 5, TR 61). En 1906, los cabileños de Beni Mahdan enviaron una nota al exgobernador de Tetuán acusándolo de haber vendido ilegalmente a un residente alemán una parcela de usufructo comunal que pertenecía a dicha cabila (AMD, 1906, carpeta 6, BJ9, 1906). Las sucesivas adquisiciones convirtieron algunas regiones en propiedades extranjeras y provocaron la indignación del pueblo que ya se sentía colonizado. El 20 de agosto de 1900, Muley Abd-el-Aziz envió una carta a su representante en Tánger, comentándole las denuncias que le habían sido presentadas por los habitantes de dicha ciudad. Según el sultán, los propietarios marroquíes se quejaban de las comunidades extranjeras por haberse anexionado algunas tierras que les pertenecían. El soberano ordenaba a su repre-
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sentante arreglar inmediatamente “este problema según el registro oficial de la superficie que medía cada parcela” (Temsamani Khalouk: 1987, 48). Los extranjeros aprovecharon también los traspasos y ventas de propiedades del Estado que ofrecían los caídes insumisos. Raisuni, por ejemplo, se había dedicado varias veces a vender los bienes públicos, contando con la colaboración de algunos funcionarios corruptos de la administración marroquí. La ilegalidad con que se gestionaban estas ventas fue denunciada por el sultán y sus representantes. En una nota con fecha del 25 de junio de 1906, el gobernador de Tánger transmitió al juez de dicha ciudad su indignación tras la colaboración de este último con Raisuni en la venta de propiedades del Majzén a los extranjeros. En la misma carta, el juez de Tánger fue avisado de las negativas consecuencias que le supondría su ayuda a un bandido rebelde. Las autoridades marroquíes advirtieron también a los caídes insumisos para que renunciaran a sus negocios ilegales. El 6 de julio de 1906, el representante del sultán en Tánger envió una carta a Raisuni manifestándole sus protestas por haber vendido a un ciudadano francés una parcela que pertenecía a los bienes del Estado. La misma correspondencia denunciaba la ilegalidad de la oferta que hizo Raisuni a los extranjeros en la región del Hafs (Abdelaziz, Temsamani Khalouk: 1987, 49). En definitiva, el continuo incremento de la comunidad extranjera tenía repercusiones sociales y políticas inmediatas. Las compras ilegales de propiedades motivaron la aparición de un nuevo grupo social marroquí. Los protegidos y los grandes caídes aprovecharon sus contactos comerciales con los residentes extranjeros para conseguir grandes fortunas. Estos daban préstamos a los propietarios arruinados y les presionaban para renunciar a sus propiedades a cambio de lo que debían. Con su ilícita riqueza, la sociedad marroquí se vio dividida en dos clases: una minoría adinerada y otra mayoría hundida en la miseria. Las circunstancias en las que se encontraba el país dieron lugar a un ambiente marcado por la xenofobia y el resentimiento. La población culpaba a los cristianos de sus males y a menudo sostenía campañas de violencia contra ellos. En octubre de 1901, fue asesinado en Fez el inglés David J. Cooper. Las agresiones contra la ciudadanía extranjera no iban a cesar a lo largo de la primera década del siglo XX. Las potencias internacionales vieron en este asunto un adecuado pretexto para apresurar el establecimiento del Protectorado. 2.1. Consecuencias sociales y económicas de la injerencia europea en Marruecos
El desequilibrio cualitativo y creciente entre los artículos importados y exportados se dejó notar en los diferentes puertos del país. Frente a la de-
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manda sobre el cordero australiano y la ternera española era imposible poder comercializar el ganado marroquí. En una de las correspondencias que el soberano recibe en 1907 de los funcionarios de la aduna portuaria, se le notifica que el ganado de ternera marroquí expuesta a la exportación estaba agonizando de hambre sin que ningún comprador se mostrase interesado por ella. (ARR, 1907, carpeta 620, Época Hafidí). La artesanía, uno de los importantes sectores de la economía marroquí, se vio amenazada por la incontrolable comercialización de artículos de fabricación extrajera con los que era imposible competir. La falta de protección fiscal que dicho sector había sufrido en 1907 causó su quiebra y suscitó entre el gremio de los artesanos consternación y disgusto. En nueve mercados, los dueños de los pequeños talleres y tiendas de artesanía se resistieron a pagar los impuestos como señal de protesta y desacuerdo con la política fiscal del Majzén (ARR, 1907, carpeta 620). 2.2. Crisis social y reacción cabileña contra los extranjeros
La escasez en el mercado de varios productos para la alimentación suscitó la especulación y el alza de sus precios. La sociedad marroquí, cada vez más, era incapaz de soportar el descontrolado encarecimiento de los principales alimentos de subsistencia. El estado deficitario en que se encontraban el poder adquisitivo marroquí y la renta per cápita iba a provocar hambrunas en diferentes lugares del país. En 1900, escasearon de modo alarmante la carne, el aceite y la mantequilla, lo que ahondaría más la crisis y desataría la penuria social. En 1902, el sultán, en primera persona, tomó cartas en el asunto ordenando a sus ministros importar desde el extranjero los productos que escaseaban en el mercado marroquí (ARR, 1902, carpeta 573, Época Azizí). El mismo año, un representante del Majzén en la ciudad de Mequinez dio la voz de alarma, advirtiendo al ministro Mfedal Gorret de que las velas y el azúcar desaparecieron del mercado (ARR, 1902, carpeta 574, Época Azizí). La crisis de alimentos causó un profundo malestar social. El pueblo achacaba sus penas a la intromisión de extranjeros en los asuntos del país y al Majzén que los protegía. En el medio rural, el hambre y la penuria se apoderaron de los cabileños que no dudaron en manifestar su indignación en actos de anarquía y vandalismo. En las zonas colindantes a la ciudad de Tánger, varios ciudadanos europeos fueron atracados y saqueados (ARR, 1900, carpeta 245, Época Azizí). En 1902, el representante del sultán, Mohammed Torres, informó al soberano de las campañas de hostigamiento y agresión que sufrió Tánger por parte de las cabilas cercanas. Los cabileños
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del Fahs atacaron la ciudad, cometiendo varios actos vandálicos y causando robos, destrozos e incendios (ARR, 1902, carpeta 736, Época Azizí). En Beni Yeddir, los cabileños se sublevaron contra el Majzén y controlaron la ruta cercana a la aldea, una de las más transitadas por la mercancía extranjera (ARR, 1902, carpeta 573, Época Azizí). El rechazo hacia el poder central del Majzén, la carencia de elementos básicos de vida y la xenofobia hacia los extranjeros motivaron la extensión de un conocido fenómeno de delincuencia. Se trataba de la piratería, actividad ejercida por las tribus del litoral rifeño y principal fuente de ingresos económicos para muchos cabileños. Fue autorizada religiosamente por los santones y considerada como uno de los mejores actos de la guerra contra los extranjeros. La aparición de la piratería respondía a las actividades mercantiles que empezó a conocer el Mediterráneo marroquí a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Los barcos europeos se dirigían hacia la región del Rif con sus mercancías, aprovechando el descontrol aduanero y la fuerte demanda de los nativos sobre algunos artículos que se comercializaban en esta región. Uno de los negocios de mayor rentabilidad era la venta de las diferentes clases de armas, por ejemplo. La forma ilegal en que se gestionaban estas operaciones fue condenada varias veces por el sultán. En noviembre de 1896, el Gobierno marroquí transmitió a la Legación inglesa en Tánger su protesta contra los productos de contrabando, procedentes de Gibraltar y vendidos en el Rif. La protesta no tuvo ningún efecto (Ayache: 1986, 209). En 1897, el representante del sultán en Tánger recibió órdenes sobre la necesidad de extremar la vigilancia marítima y de embargar todos los buques extranjeros que ejercieran el contrabando en el litoral rifeño. (AMD, 1897, carpeta 5, TR29). Toda la mercancía extranjera vendida en la región de Alhucemas estaba sometida al monopolio comercial de los cabileños de Bocoya. Estos compraban los artículos para distribuirlos en el resto de las cabilas. El trato comercial entre los rifeños y los comerciantes europeos no fue siempre bueno, puesto que había timos y estafas por ambas partes. En este ambiente de prejuicios y recelos recíprocos, apareció un grupo dedicado a atracar los barcos mercantes, secuestrar a sus pasajeros y solicitar grandes sumas de dinero para indultarlos. A finales del siglo XIX los actos de piratería en el Rif se intensificaron. En octubre de 1896, un buque español tuvo que intervenir para apresar a una barca “tripulada por moros que llevan prisioneros a cinco franceses” (Archivo General del Palacio Real [en adelante, AGP], Madrid, Cª 13.104/3, 1896). El 14 de agosto de 1897, “dos botes con once moros de Cebadilla, Ca-
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bila de Bocoya, asaltaron un barco italiano llamado Rictar con cargamento de madera” y apresaron a sus tripulantes (AGP, Cª 13.104/3 1897). Trece días más tarde fue asaltado en las mismas “costas de Cebadilla el barco Rosita de Faro portugués procedente de Orán por cuatro botes con moros del pueblo de Tiamit Bocoya, apoderándose de ropas y un bote lancha y llevándose al capitán Juan Rosendo y cuatro marineros” (AGP, 1897). En octubre de 1898, el barco mercante francés Prosper Coren fue también asaltado por los rifeños, que secuestraron a toda su tripulación (AGP, Cª 13.104/3 1898). La reacción del Gobierno marroquí ante los actos de piratería fue contundente. En 1897, su representante en Tánger recibió la orden de dotar la flota marítima con ejército y armamento para castigar a la cabila de Bocoya (AMD, 1897, carpeta 5. TR29). Pese a la buena voluntad del sultán, los asaltos y secuestros produjeron altas dosis de tensión a nivel internacional. Las legaciones extranjeras en Tánger se mostraron muy preocupadas por la inseguridad en las aguas rifeñas. Algunas potencias acudían a negociar directamente con los rifeños el indulto de sus ciudadanos; otras preferían la mediación del sultán. Incluso, hubo quien experimentó las dos opciones a la vez. Fue el caso de España que negoció el rescate de sus navegantes con el Gobierno marroquí mientras solicitaba a sus espaldas la colaboración de los notables rifeños. Ambos métodos fueron comentados por la correspondencia diplomática de la época. El 6 de noviembre de 1897, el ministro plenipotenciario de España en Tánger comunicó al ministro de Estado “la llegada de un sargento de Tiradores a Rif de cuenta natural de Bocoya que se encargar(ía) de la negociación con su tribu” (AGP, 1897). El 13 de octubre de 1898, el ministro de Guerra comunicó al de Estado que “el moro llamado Mohan Hamadi se encuentra en Alhucemas a disposición de la autoridad marítima” para colaborar en el asunto de los rehenes españoles (AGP, 1898). España exigió del sultán grandes indemnizaciones por lo que estaban sufriendo sus ciudadanos en el Rif. El 26 de diciembre de 1896, el ministro plenipotenciario de España en Tánger hizo llegar al ministro de Estado la siguiente información: Hoy, se ha completado el pago de las ciento veintiséis mil trescientas setenta y cinco pesetas convenidas con Bricha como indemnización por asesinatos, agresión y saqueo de la barca María Luisa. La suma queda depositada en el Banco de España (AGP, 1896).
La posición de otros países no fue menos intransigente que la española. Inglaterra exigía su presencia en todos los actos diplomáticos relativos al tema de la piratería. Francia no solo se conformó con presionar al sultán,
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sino que intervino directamente en el proceso de rescate e intercambio de cautivos provocando grandes complicaciones a nivel internacional. En octubre de 1897, los representantes de la diplomacia italiana, portuguesa, española e inglesa denunciaron al representante de Francia en Marruecos por haber hecho fracasar las negociaciones de rescate en el Rif alegando que “el agente francés se ha presentado a fin de sostener su aserto de que queden los rehenes en Bocoya” (AGP, 1897). La actitud francesa ante el problema de la piratería fue condenada también por el sultán, quien presentó un acta de protesta a los representantes de España y de Gran Bretaña (AGP, 1897). En la correspondencia que envió el ministro plenipotenciario de España en Tánger al ministro de Estado, le informaba que: El ministro de Gran Bretaña y yo acabamos de recibir una nota de Muhammad Torres solicitando canje por rifeños presos en Alhucemas y aquí por cautivos de Bocoya. (...) El ministro de la Gran Bretaña y yo en vista del reciente telegrama del Comisario marroquí en Bocoya en que el rescate estaría ya efectuado si no lo hubieran hecho fracasar las gestiones de agentes franceses. (…) Somos de opinión que el canje en estas circunstancias además de ser contradictorio al principio establecido por ambos Gobiernos, redundaría en desprestigio de Europa y en beneficio exclusivo de la influencia francesa en el Rif (AGP, 1897).
En definitiva, si la piratería fue considerada como actividad rentable y lucrativa por los habitantes del litoral rifeño, no lo fue menos para las potencias interesadas en romper el statu quo de Marruecos. Las agresiones que sufrían los barcos extranjeros en el Rif se estaban convirtiendo en una valiosa moneda de cambio para presionar el sultán y sacar mayor provecho de la delicada cuestión marroquí. Conclusiones
El interés de la etnología hispano-francesa por Marruecos responde a la extrema necesidad de justificar la alteración del statu quo y la injerencia europea en los asuntos soberanos del país. El hecho de enfatizar en dicotomías como la de Siba-Majzén partía de una tesis preconcebida. Se trata de concluir a la errónea síntesis de que Marruecos ya se encuentra en un estado de anarquía; estado que permitiría a Francia y España intervenir para ocupar el país, en nombre de la protección, el orden y la civilización. En cuanto a la economía marroquí, el choque de dos modos de producción completamente anacrónicos, uno capitalista mercantil y otro arcaico, no era casual. Se trata de un proceso muy bien premeditado que refleja el pragmatismo agudo del imperio del capital en la era del darwinismo social y económico. Se sabía que dicho choque hundiría al mercado marroquí,
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provocaría diferencias abismales entre una élite adinerada y una masa popular expuesta al hambre y la limosna. Parece sorprendente que las mismas potencias dedicadas a hundir el mercado marroquí con sus mercancías, desafiando el control fiscal y aduanero, se dirigieran al Gobierno para denunciar el comportamiento de sus clientes rifeños. Así que las quejas contra la piratería eran simples pretextos utilizados para convencer al soberano de que la mejor forma para mantener el orden sería aprobar el establecimiento del Protectorado en Marruecos. Fuentes y archivos Archivo General de Palacio. Archivo Mohamed Daoud de Tetuán. Archivo Real de Rabat. Bibliografía Ayache, A.: Al-Magrib wa-l-istihmar / Le Maroc Bilan d’une colonisation, Maroc: Dár Al-Kutaibi, 1985 (traducción al árabe de Chaui Abdelkader y Saoudi Nordin). Ayache, G.: Dirasat fi Taarij al-Magrib / Estudios sobre la Historia de Marruecos, Casablanca: 1986. Ben Mlih, A.: Structures politiques du Maroc colonial, Paris: Éditions L’Harmattan, 1990. Caballero de Puga, E.: Marruecos, política e interés de España en este Imperio, Madrid: Imprenta de Eduardo Arias, 1907. Cervera y Baviera, J.: “Observaciones militares políticas y geográficas sobre Marruecos”, manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, 1884. Daoud, M.: Tárij Titwán / Historia de Tetuán, Rabat: Al-Mátbaha Al-Malakía, 1979, tomo 8. Donoso Cortés, R.: Estudio geográfico, político, militar sobre las zonas españolas del norte y sur de Marruecos, Madrid: Librería Gutemberg, 1913. Ghirelli, A.: El Norte de Marruecos. Contribución al estudio de la Zona del Protectorado español en Marruecos Septentrional, Melilla: Artes Gráficas, 1926. Gentil, L.: Dans le Bled Siba, explorations au Maroc, Paris: Masson et Cie, 1906. Gustave, J.: Étude social, politique et économique sur le Maroc, Dijon: Imprimerie Jacquot et Floret, 1907. León Y Ramos, E.: Marruecos, su suelo, su población y su derecho, Madrid: Tipografía de los hijos de F. Marqués, 1907. Mínguez y Vicente, M.: Descripción geográfica del Imperio de Marruecos, Mogreb El Aksa, Madrid: Ricardo Fe, 1906. Moulieras, A.: Le Maroc inconnu, Paris: Librairie colonial et africaine, 1895 (Première partie, Exploration du Rif –Maroc Septentrional–). Statistique du commerce et de la navigation aux XIX y XXème siècles, Annuaire 1903. Temsamani Khalouk, A.: “Mi-at watiqa gayr manchura hawla Tanya fi niháyat alqarn al-tasih achar wa bidayat al-hichrin” / “Cien documentos inéditos sobre Tánger a finales del siglo XIX y principio del XX”, revista Dar al-niyaba, núm. 13, Tánger, invierno 1987, pp. 45-63.
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La sociedad marroquí bajo el Protectorado español (1912-1956)
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Introducción
Se trata en este texto de seguir la evolución de la sociedad marroquí durante el Protectorado español en Marruecos de 1912 a 1956. Procuraré analizar las consecuencias de la implantación del sistema colonial sobre las estructuras socioeconómicas en el norte marroquí. Medio siglo de presencia española tuvo seguramente un impacto considerable sobre las estructuras sociales, económicas, demográficas y espaciales, y fue también un factor fundamental de las transformaciones de la sociedad marroquí durante la primera mitad del siglo XX. Con el fin de apreciar esos nuevos cambios, me parece imprescindible seguir la obra de España en los sectores sociales, económicos, urbanísticos, etc. La instalación de más de noventa mil españoles a finales del Protectorado facilitó la difusión del estilo de vida español en varias ciudades norteñas como Tetuán, Larache, Nador, Villa Sanjurjo. La política urbanística seguida por las autoridades españolas favoreció la relación entre las dos comunidades. A diferencia del modelo francés, que promovió la creación de villes nouvelles separadas de los núcleos tradicionales de población, las autoridades españolas apostaron por ensanchar las antiguas medinas, lo que favoreció la interacción con la
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población autóctona y alimentó un imaginario positivo y de proximidad hacia lo español. Muchos marroquíes adoptaron el estilo de vida español. Según M’hammad Benaboud: Los marroquíes estaban al tanto de este desarrollo y algunos cambiaron su estilo de vida, su manera de pensar, sus gustos, sus valores, y hasta sus ideales. Sin embargo, los que no adoptaron el nuevo estilo de vida español reaccionaron contra él y trataron de desarrollar un estilo propiamente marroquí, diferente al estilo tradicional porque se trataba de un estilo moderno (1999, 174).
1. El marco geográfico, económico y social del norte marroquí a principios del siglo XX
El origen del Protectorado español en Marruecos se remonta a finales del siglo XIX. España, en aquella época, atravesaba una grave crisis económica y financiera tras perder en 1898 sus últimas colonias que eran Cuba, Puerto Rico y Filipinas. De ahí que recurriera al clásico medio de proyectar la tensión hacia el exterior. Al mismo tiempo el Imperio jerifiano era objeto de una rivalidad entre las principales potencias coloniales: Francia e Inglaterra. España permanecía alerta a la evolución de la situación política en Marruecos. Consideraba que la vecindad, la posesión de los “presidios” y su coexistencia de casi ocho siglos le conferían derechos específicos sobre el país norteafricano y una misión que cumplir. También estimaba que su futuro estaría en peligro si Francia e Inglaterra se instalaban en Marruecos. Según Germain Ayache (1981, 145), el Protectorado español en Marruecos solo pudo ser posible gracias a las presiones inglesas sobre Francia. Los británicos no confiaban en dejar manos libres a los franceses en el suroeste del Mediterráneo, frente a su colonia de Gibraltar. El 30 de marzo de 1912, el sultán de Marruecos Mulay Hafid firma con Francia el Tratado del Protectorado. El primer artículo de este tratado estipula que Francia se concertará con España a propósito de los intereses que esta tiene en el norte de Marruecos. Mediante el Tratado Hispano-Francés del 27 de noviembre del mismo año, Francia reconoció a España el territorio de la zona norte de Marruecos, estableciéndose allí el Protectorado español, con capital en Tetuán. Se trata de una estrecha banda, bastante pobre y eminentemente rural, dominada en gran parte por el sistema montañoso rifeño. Limita al oeste con Tánger y al este con el río Muluya (próximo a la frontera argelina), con una extensión de 22.790 kilómetros cuadrados. A fin de evitar repeticiones, denominaré a la región indistintamente el Rif, la zona norte de Marruecos o la zona del Protectorado español.
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Francia ocupaba las regiones más ricas del país, cuando a la zona española era muy pequeña; su superficie comprendía unos veinte mil kilómetros cuadrados, lo que representa solamente una vigésima parte de la zona francesa. Una zona montañosa y pobre donde no había casi nada que pudiera interesar al capital hispano. El espacio agrícola representaba solo el quince por ciento de la superficie total. Los únicos intereses capitalistas dignos de tenerse en cuenta se limitaban fundamentalmente a las minas de Beni Bu Ifrur en la región de Nador, conocidas como minas del Rif. Las autoridades españolas decían con frecuencia que: “los franceses han cogido de Marruecos la carne y no les han dejado más que las muestras”. El 6 de enero de 1919, el diario El Porvenir de Tánger escribía: “nos han dejado la zona más árida e insumisa, la de la tribus más guerreras y también más pobres”. Dada la escasez de los intereses económicos de España en Marruecos y la pobreza del territorio rifeño, algunos ideólogos del colonialismo español, especialmente los oficiales africanistas, intentaron presentarlo como una acción original, netamente desmarcada del resto de las demás potencias: un protectorado “desinteresado”. En 1930, Ruiz Albéniz escribía: Tras de abandonar la parte indudablemente rica y merecedora de un impulso colonizante, como era la Orania, no quedaba a nuestro país sino la perspectiva bien poco halagadora, de los arenales y los riscos de la las poco gratas tierras que rodeaban nuestras Plazas fuertes, aquellas llamadas “presidios”.
En la zona del Protectorado español vivían setenta y seis tribus, de origen bereber. Pertenecían todas a cuatro grandes familias instaladas cada una en un sector del conjunto rifeño. Dos de estos agrupamientos ocupaban cada una de las mitades de la vertiente atlántica, los senhaya, al este, y los yeblíes, al oeste. En cuanto a la vertiente mediterránea, su mitad occidental estaba poblada por los gomara y la oriental por los zenetes (Ayache: 1981, 95). El retrato de la sociedad rifeña antes de la penetración española, tal y como se representa en los escritos coloniales, no traduce la realidad histórica y sociológica. A la población se le atribuyen ferocidad, aislamiento y hostilidad hacia los europeos. Sobre este tema, el arabista francés Auguste Moulieras escribía en 1895: “los rifeños, nueve veces de cada diez, degollarían fríamente al infortunado europeo que cayera en sus manos” (Moulieras: 1895, 132). Los escasos datos que poseemos sobre la vida material de la población de esta región, en el periodo que precede a la ocupación española, se los debemos a los viajeros franceses, tales como R. de Fréjus (1670), quien la cruzó de norte a sur en 1666; Foucauld (1888), que recorrió una parte del suroeste del
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país; Duveyrier (1887-1889), que intentó emprender un viaje al interior del Rif en 1888; y Segonzac (1903), que viajó de Fez a Melilla en 1901. Los conocimientos de los españoles sobre esta parte de Marruecos permanecieron limitados, durante buena parte del siglo XX, a las regiones limítrofes de Ceuta y Melilla. Los trabajos de la Real Sociedad Geográfica, dedicados desde el principio del siglo a la zona de la influencia española, tenían un carácter descriptivo y general, y aportan pocos datos sobre la vida económica y social de los marroquíes. La misma observación se puede aplicar a las monografías de esta época. Junto a la Real Sociedad Geográfica de Madrid, otros organismos se ocuparon del norte marroquí, tales como los Centros Comerciales Hispano-Marroquíes, constituidos a partir de principios del siglo XX con el objetivo de desarrollar la influencia comercial de España en Marruecos; y, más tarde, la Comisión Superior de Historia y Geografía de Marruecos, creada en 1917, que se ocupaba del estudio de la zona española con el fin de diseñar un plan general de exploración geográfica, arqueológica y de investigación histórica. Pero un conocimiento en profundidad de los grandes aspectos humanos de la región no se concretará más que a partir de los años treinta, bajo la égida del Servicio de Intervención y de oficiales africanistas, como García Figueras, Rafael de Roda Jiménez, Emilio Blanco Izaga, etc. 2. La sociedad marroquí en la víspera de la ocupación española
La sociedad rifeña precolonial era esencialmente rural, como era el caso de toda la sociedad marroquí. Obtenía lo primordial de sus medios de subsistencia del trabajo de la tierra y del ganado. El trabajo se efectuaba con instrumentos rudimentarios. Por sí misma, la agricultura era incapaz de cubrir las necesidades de los rifeños, dada su fuerte densidad de población, que era de unos cincuenta habitantes por kilómetro cuadrado y que sobrepasaba los cien en la región oriental (Maurer: 1976, 20). Los cultivos arbustivos, como los olivos, las higueras o los almendros se practicaban sobre todo en las regiones montañosas, en las que “rifeños y yeblíes son excelentes arboricultores” (Basset: 1926, 57). En el conjunto de Marruecos, el Rif desempeñaba el papel de reserva de hombres: “la única riqueza que los rifeños tienen en abundancia son sus brazos”, así que recurrían a otras actividades para aumentar sus ingresos, como la artesanía, la pesca, la piratería y la emigración. El papel de cada una de estas actividades complementarias variaba de una región a otra. En la zona del Yebala, al oeste del Protectorado, la artesanía y los pequeños trabajos urbanos ocupaban un lu-
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gar importante en su economía gracias a la antigüedad de las ciudades en la región (Tetuán, Larache, Xauen…). Cabe señalar también la existencia de un pequeño comercio en los zocos que se celebraban semanalmente. Además de tener un papel económico, el zoco era un lugar de encuentro y donde las cabilas tomaban las decisiones importantes. En cuanto a la emigración, era menos importante con relación a otras regiones del Rif. Mientras, por ejemplo, la ganadería ocupaba un lugar importante entre las tribus trashumantes, como los Beni Buyahi y los Metalsa, en la parte oriental. Tal variedad de recursos era también una de las características de las zonas costeras donde la población practicaba el comercio, la pesca y la piratería. Desde el principio del siglo XX, la última de las citadas actividades garantizaba unos ingresos importantes para algunas tribus, como los Bokoia, los Beni Bugafar y los Beni Said. El retrato presentado por Reynaud sobre los recursos de una familia Beni Bugafar, cerca de Melilla, es muy representativo de la adaptación de los rifeños a la pobreza de su país gracias a la diversificación de sus recursos: La familia Ben Tahar obtiene sus ingresos de las hortalizas, del cultivo, del ganado, de las colmenas, de la pesca y del chalaneo al que se dedica de tiempo en tiempo el cabeza de la familia. Poseen un campo de 10 hectáreas, que cultivan con procedimientos sumarios […] La tierra produce, a pesar de la ausencia de abonos, 10 quintales de cebada por hectárea; el quintal se vende, dependiendo del mercado, de 14 a 22 francos. Es decir, que obtiene de 1.500 a 2.000 francos por el campo. El rebaño de la familia le reporta anualmente de 300 a 400 francos de beneficio neto. Al pastor se le pagan 35 francos por año, vestido, alimentado y alojado. En la casa se cuidan algunas gallinas, que se venden muy bien en el mercado de Melilla (de 1,25 a 1,50 francos). Pero el ingreso principal de la familia procede de la pesca (Reynaud: 1910, 331).
La organización socio-política de los rifeños era compleja. La familia constituía la base de la organización, seguida por el clan, la fracción, la cabila y la confederación. Como señala acertadamente G. Maurer, “cada cabila y cada fracción tiene su propio marco de vida y esa fragmentación en pequeños países es una de las características fundamentales de la montaña rifeña, tan importante como los importantes elementos de unidad” (1959,194). En la víspera de la colonización española, la sociedad marroquí era esencialmente agrícola y continuó siéndolo posteriormente, ya que los cambios que indujo aquella no modificaron más que parcialmente la economía de la región bajo la colonización española. Además de los factores económicos cabe señalar que hay otros factores que estuvieron en el origen de dichas transformaciones, como las consecuencias de una guerra colonial que
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duró más de dieciocho años (1909-1927), la imposición de una nueva administración colonial y la participación de más de sesenta mil marroquíes en la guerra civil española. Sin olvidar las catástrofes naturales, sequías y hambrunas, que provocaron movimientos migratorios hacia las ciudades y hacia el país vecino de Argelia. El campo rifeño, al menos hasta principios del siglo XX, se mantuvo al margen de las conmociones que afectaron a buena parte de Marruecos a causa de la penetración europea. Los contactos de la población con los españoles de Ceuta y Melilla eran sobre todo conflictivos. A lo largo del siglo XIX se produjo toda una serie de incidentes fronterizos entre las dos poblaciones. Como es el caso de la guerra de Tetuán de 1860, conocida en España como Guerra de África, o la guerra de 1893 en Melilla. Sin embargo resulta difícil saber si tales acontecimientos produjeron cambios notables en la vida social de los habitantes de la zona. Un diplomático y negociante rifeño, entrevistado por el comandante Reynaud en Madrid en 1910, decía a propósito de las transformaciones que podría sufrir el Rif si una potencia europea lo sometiera: Actualmente somos todavía los amos de nuestra casa. Nuestro país podría quizá parecerse a Europa, tener ciudades, ferrocarriles, palacios, bosques. Pero solos no podemos llevar a cabo todo el conjunto de reformas. Si vosotros venís a trasformar y trastornar el Rif será para vuestro beneficio personal, no para el nuestro: ¿y en qué nos convertiremos? En vuestros obreros y en vuestros criados. A mí me gusta sobre todo trabajar a mi aire y descansar cuando me conviene. Ahora bien, si os establecéis en el Rif, será para apoderaros de nuestro suelo, comprándolo o expropiándolo. No nos quedará más que una salida: convertirnos en obreros para vosotros o emigrar, porque si no nos vamos nos obligaréis a trabajar (Reynaud: 1910, 335-336).
3. El impacto de la colonización española sobre la sociedad marroquí
Cabe señalar el impacto social y económico de la implantación española en el norte de Marruecos fue bastante limitado en comparación con el impacto de la colonización francesa en su zona de ocupación. Esa debilidad de la presencia económica de España se debe a dos factores esenciales. Por una parte, el escaso desarrollo del capitalismo español y sus dependencias respecto a los capitales extranjeros. Por otra parte, la zona del Protectorado español no ofrecía muchas posibilidades económicas para el capital, ni como fuente de materias primas, ni como mercado para los productos manufacturados. En 1930, Ruiz Albéniz efectuaba un balance de la colonización, y comparándola con la obra realizada por Francia en su
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zona, pedía que se tomasen en consideración la exigüidad de la zona española y la ausencia de verdadera riqueza, que hacían de ella el “Marruecos no útil”. También, señalaba el hecho de que España hubiese perdido gran parte de sus capacidades en la lucha contra la anarquía y la desorganización que hacían estragos en la región, factores que la agotaron desde el punto de vista humano y financiero. […] todo lo que hoy existe, a España y sus hijos se debe, pues, antes de que ellos realizasen su ímproba labor, en el Norte mogrebino no había nada que se pareciese a un atisbo de riqueza digno de ser tenido en consideración (Ruiz Albéniz: 1930, 242). 3.1. El impacto de la implantación de una nueva administración
La implantación de la administración colonial tuvo graves consecuencias en las estructuras sociales, económicas y políticas del país. El sociólogo inglés David Seddon (1979: 179) muestra en su estudio sobre el Rif oriental que la imposición de estas estructuras a las cabilas rifeñas tuvo un efecto doble: la perturbación del tradicional equilibrio de poder y la consolidación de las riquezas y del dominio de algunas familias. En ambos casos, el régimen colonial se aseguraba la autoridad suprema —lo que reforzaba la posición de los que ya eran poderosos y eran nombrados oficiales locales— y legitimaba el acceso de las nuevas personas a las posiciones del poder. La compleja lucha por el poder que caracterizaba a la sociedad rifeña fue reemplazada, a partir de 1921, por un sistema según el cual el nombramiento de puestos oficiales en la rama marroquí de la administración colonial aseguraba una preeminencia ya existente: los que estaban asentados en una situación de autoridad y no podían ser amenazados por la aparición de rivales o por la desaparición del sostén básico del que se beneficiaban. Antes del Protectorado, las relaciones entre los grupos políticos eran a menudo complicadas y siempre cambiantes. Los españoles acabaron de una manera eficaz con esa situación al imponer un marco estructural estático de unidades administrativas a los grupos reconocibles en la época, a los que impusieron una verdadera administración civil. Desde ese momento, los nombres y un estatuto particular asignado en el interior de una estructura administrativa rígida quedaban fijados para siempre, mientras que anteriormente los nombres de los grupos predominantes cambiaban a medida que ellos mismos variaban de composición, fuerza o potencia a lo largo de los años. En definitiva, el nuevo fenómeno que conoció la sociedad rifeña consistió en que lo que determinaba la autoridad política ya no eran las alianzas entre los hombres poderosos, sino la aprobación colonial, que se
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manifestaba con frecuencia con un nombramiento en la administración. La contratación de los funcionarios marroquíes se hacía en el seno de las familias que manifestaban una cierta colaboración con las autoridades coloniales. Tal fenómeno dio origen a la formación de una nueva clase social que se aprovechó de los privilegios que les otorgaba su situación. Cabe señalar también que, desde 1911, los españoles empezaron a reclutar a los marroquíes para formar las tropas de Regulares y la Policía Indígena. Los primeros reclutamientos tuvieron lugar en la zona oriental, entre las tribus de Ulad Settut, de Guelaya y de Quebdana. Más tarde, el reclutamiento afectó a toda la zona del Protectorado español. Las razones que los impulsaban a integrarse en esos cuerpos fueron esencialmente económicas: encontrar trabajo y tener un sueldo regular, y también para huir de los pesados trabajos impuestos y de las exacciones de los caídes. Según D. Seddon (1979:19), el enrolamiento masivo en el ejército colonial tuvo una influencia directa sobre las relaciones de producción en la economía agrícola, dado que el empleo en el ejército exigía habitualmente una ausencia prolongada del entorno familiar. 3.2. Los campesinos marroquíes frente a la colonización agraria
Durante el periodo de la conquista del país que duró casi veinte años (1909-1927), el desarrollo del espacio colonizado fue muy limitado. Desde el principio, la principal preocupación de las autoridades coloniales fue la de mantener el orden y garantizar un funcionamiento administrativo eficaz. Después de la conquista militar del país, la colonización agrícola conoció cierto desarrollo. A principios de los años treinta, varios proyectos se encontraban en vías de realización en toda la zona, especialmente en la oriental. Entre ellos un plan de “perímetros agrícolas” en la región de Alhucemas. Otro consistía en adaptar la llanura de Garet a la colonización agrícola. Todos ellos se vieron afectados por el declive económico de los años treinta, así que las actuaciones se limitaron a algunas modestas colonias instaladas en el uad Ghis y el uad Nekor. En 1930, J. Ladreit de Lacharrière comparaba el desarrollo de Marruecos oriental francés con el vecino sector de la zona española. Señalaba la ausencia de una colonización agrícola europea importante en la región comprendida entre Melilla y el río Muluya. Sin embargo afirmaba que aparecían indicios de colonización en las numerosas obras públicas comenzadas en diferentes lugares y en las que se empleaba mano de obra española y marroquí. Las modificaciones introducidas por la colonización agraria en la vida de los campesinos marroquíes no se debieron a la modernización de los
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medios técnicos sino al fenómeno de expropiación. Como consecuencia se nota la sedentarización de una gran parte de los grupos trashumantes, que fueron privados de sus terrenos de tránsito, como fue el caso de las tribus de Metalsa y de Beni Buyahyi en la zona oriental, que progresivamente fueron cambiando sus tiendas por casas de obra. Las consecuencias más perceptibles de la colonización agraria afectaron al ámbito económico. En la época precolonial, la propiedad colectiva desempeñaba un papel considerable en la economía de toda la zona. El Dahír del 14 de enero de 1935 sobre la regulación, organización y administración de las tierras colectivas (terrenos de tránsito, bosques, etc.) obligó a los campesinos a delimitar sus terrenos y adquirir títulos de propiedad privados, mientras que hasta entonces la propiedad familiar había sido indivisible. Se les prohibió el acceso a bosques, considerados como reserva de madera, y terrenos de tránsito, que constituían una fuente importante de ingresos en varias regiones del Rif. Tales medidas tuvieron como consecuencia no solo la reducción de los ingresos de la población, sino el declive de la institución de la Yemáa, que no podía ejercer su papel político al haber sido confiscada su base material. En los casos en que se mantuvo, su función quedó subordinada al poder colonial. 3.3. El impacto de la nueva economía sobre la artesanía local
Hasta finales del siglo XIX, la actividad artesanal era relativamente importante, tanto por los ingresos que suponía como por el número de personas empleadas. Como ya hemos señalado, el establecimiento del Protectorado fue seguido por la implantación de una nueva economía moderna, la construcción de nuevas ciudades y de empresas industriales, que tuvieron un impacto nefasto en las estructuras económicas y sociales del país. Los artesanos fueron los primeros en sufrir la ruptura del equilibrio económico, debido a la competencia europea. Millares de ellos se arruinaron, al no tener medios para comprar las materias primas necesarias, y abandonaron su oficio para trabajar en las fábricas implantadas por los españoles. Las corporativas corrieron la misma suerte, tal como declaraba Roda Jiménez: “desde nuestra instalación en Marruecos, las corporaciones no tardaron en sufrir un desequilibrio económico” (1944, 157). Algunas desaparecieron y ciertos oficios no pudieron adaptarse a los nuevos cambios ni responder a las nuevas necesidades de la sociedad, como el caso de los fabricantes de armas en Tetuán. Una comparación de estadísticas de 1920 a 1936 pone de relieve una disminución constante del número de corporaciones y una regresión considerable de la cantidad de obreros adheridos a ellas.
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La citada actividad siempre fue más importante en la región de Yebala que en la parte oriental del Protectorado. Entre los yeblíes, la artesanía era una ocupación ancestral y ciudades como Alcazarquivir, Xauen o Tetuán lo testifican: “entre los yeblíes, la artesanía se presenta como una actividad original, que da testimonio de las cualidades de la mano de obra” (Hardy y Celerier: 1922, 61). Para variar sus recursos esta tribu desarrolló las industrias domiciliarias, por lo que cada casa era un taller: tejidos, curtidos, forja, trabajo de madera, etc. Algunas cabilas eran célebres por el trabajo del hierro o la fabricación de armas y pólvora, mientras que otras poseían el monopolio del jabón (Goulven: 1919, 55). En el Rif oriental, donde la vida urbana apenas existía, la artesanía tenía siempre un carácter rural y simple y se limitaba a responder a las necesidades de autoconsumo, lo que explica su escaso desarrollo en el plan artístico, tal como puso de manifiesto Delbrel (1911: 43), que visitó el lugar a principios del siglo XX y para quien la industria rifeña era muy rudimentaria y limitada a la fabricación de tejidos bastos, alfombras, vasijas y poco más. Tetuán era una de las grandes sedes marroquíes de la artesanía, junto con Fez, Salé, Marrakech y otras. A principios del siglo XX, A. Joly (1911, 254) pudo censar decenas de industrias y pequeños talleres. La mayor parte de estas industrias y oficios estaban en manos de marroquíes musulmanes; también participaron en ellos los judíos. La especialización de los oficios se localizaba en un concreto número de barrios, donde estas actividades estaban agrupadas y repartidas, al menos algunas de las manufacturas más importantes como los herreros (Humat el Haddadin), los joyeros (Haumat Eceyyarin), etc. En lo que concierne a los europeos, su papel en la industria era aún menor. Eran panaderos, albañiles, carpinteros, zapateros, barberos, etc. Estas actividades, florecientes todavía a principios del siglo XX, padecieron graves dificultades a causa de la competencia de la industria europea. En 1911, Joly describía la situación en Tetuán de la siguiente manera: Los objetos fabricados en Tetuán ocupan un lugar honorable y fueron en otro tiempo la riqueza de la ciudad. Pero hoy la industria tetuaní está en plena decadencia. Su ruina está debida a la competencia europea, a las transformaciones progresivamente crecientes de los europeos en Marruecos. Oficialmente no se hizo nada para salvar la industria que aseguraba los ingresos de miles de artesanos y obreros. No obstante, los que pudieron salvarse de la ruina decidieron actuar por su cuenta y se organizaron en corporaciones. Pero su número disminuyó de manera notable. Numerosos artesanos sin empleo cerraron sus talleres y engrosaron las filas de desempleados y otros se dirigieron a las ciudades del interior del Rif, donde la actividad artesanal todavía sobrevivía (Joly: 1911, 253).
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3.4. Las hambrunas y sequías, un factor esencial de los cambios sociales
La zona norte de Marruecos conoció durante la época colonial una serie de sequías seguidas de épocas de grandes carencias alimentarias. Un artículo del periódico melillense El Telegrama del Rif, de 1931, relata la gran miseria existente en la zona: Los pósitos (almacenes de trigo) han distribuido las semillas, pero hay quien no podrá sembrar, ya que la miseria es tan gran que guardan una parte del grano recibido para su pan cotidiano. El mal se acentúa de manera desoladora en las tribus nómadas que vive del ganado y que le han visto desaparecer.
Desde el fin de la guerra civil española, la zona española conoció una delicada situación económica. Las autoridades españolas intentaron primero remediar lo más urgente haciendo frente a los problemas alimenticios y a la escasez de productos de primera necesidad, especialmente en el campo. La situación en las ciudades también fue muy difícil. A partir de septiembre de 1939, los productos alimenticios aumentaron brutalmente su precio en un veinte por ciento. Los artículos de primera necesidad aparecían y desaparecían de los mercados durante periodos más o menos largos. A principios de 1940, el malestar económico se agravó, acompañado de un malestar político y moral. Los principales productos alimenticios (azúcar, carne, aceite, jabón) comenzaron a racionarse y su distribución se hacía mediante cartilla de racionamiento. Todas las clases sociales, incluidos los militares, afrontaban dificultades cotidianas para sobrevivir, aunque fueron los pobres, marroquíes y europeos, los que padecieron más dificultades. En el invierno de 1940 la situación se agravó aún más. Las epidemias hicieron estragos entre la población subalimentada de los barrios populares. Los muertos debido al hambre se contaban por centenares, incluso entre los españoles. Uno de los aspectos más importantes de las hambrunas fue el de su repercusión en la sociedad rifeña, acentuaron las disparidades sociales: los campesinos pobres vendieron sus tierras a bajo precio, facilitando así el enriquecimiento de los más ricos. La especulación con los productos alimenticios, especialmente los cereales, fue una actividad próspera. La diferencia de precios que existía ente la zona francesa y la española provocó una revitalización del contrabando, principalmente de cereales y de azúcar. Otra de las consecuencias inmediatas de las hambrunas fue la intensificación del éxodo rural. Millares de aldeanos hambrientos se precipitaron a las ciudades para escapar de la muerte y aprovechar las escasas distribuciones de alimentos efectuadas por las autoridades. El gran movimiento
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de éxodo se dirigió hacia las ciudades del oeste del Protectorado, que eran objeto de una atención más concentrada por parte de los españoles, especialmente el triángulo Tetuán-Larache-Alcazarquivir, que representaba de alguna manera su “Marruecos útil”. Las fuentes orales hablan de diez mil personas hambrientas que hay que alimentar cada día. Las autoridades intentaron canalizar el éxodo para impedir el aumento excesivo de la población pobre en las ciudades, fenómeno que podía tener consecuencias políticas nefastas. En 1945, la emigración afectaba a treinta mil personas en el interior de la zona del Protectorado español (Bossard: 1978, 49). Al mismo tiempo se intensificó el movimiento migratorio hacia Argelia. Los obreros de la Compañía Española de Minas del Rif, en la región de Melilla, abandonaron en gran número el trabajo para pasar a la zona francesa. Estas hambrunas de los años cuarenta ocasionaron también un aumento considerable de la mortalidad sobre todo en la zona oriental y provocaron conflictos sociales y robos, por ejemplo, las cárceles de la zona contaban más de ocho mil presos en 1946 (Aziza: 2003,184-185). 4. La evolución demográfica y las transformaciones urbanas
Según los datos del primer censo de la población organizado por las autoridades españolas en 1927, la población de la zona era de 551.247 personas. En 1932, A. Bernard adjudicaba a la zona 589.000 habitantes repartidos de la siguiente manera: región oriental, 191.000; Rif, 112.000; Yebala y Gomara, 179.000; Garb, 107.000. El censo de 1936 estimaba la población en 795.000 habitantes distribuida de la siguiente manera: 738.000 marroquíes musulmanes, 43.500 españoles, 13.000 judíos y 630 de otras nacionalidades. La comparación de estas cifras con las del Marruecos francés nos muestra que los españoles eran más numerosos en esta zona que los franceses en la suya (5,5% frente a un 2,5%). Pero, según A. Bernard (1930), su valor cualitativo era inferior, y sus condiciones de vida y su papel social no superaban apenas al de los marroquíes. En cuanto al elemento extranjero era claramente menos importante que en la zona francesa, dado su aislamiento geográfico, su atraso económico y sus dificultades políticas. La población hispana se concentraba principalmente en la región occidental. Las tres principales ciudades, Tetuán, Larache y Alcazarquivir agrupaban al 57,3% de los españoles. En la oriental, su número era de 5.570 en 1936, casi tres mil vivían en Villa Nador y el resto repartidos en pequeños pueblo, como Segangan, Beni Enzar, Zeluán, etc. En la región de Gomara, el elemento hispano era muy escaso: de una población total de 116.390 no había más que 700 en las ciudades y apenas 200 diseminados en el campo.
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El crecimiento de la población activa era de un 68% al año. Tetuán, que tenía 18.500 habitantes al principio del Protectorado, contaba 93.658 en 1945. Villa Sanjurjo (Alhucemas), creada en 1925, albergaba 10.770 en 1945. Entre los censos 1936 y de 1950 la población urbana pasó de 17,3% al 25% en un periodo de catorce años. En el último año citado se cifraba en 233.000 habitantes del conjunto de 1.010.117 con lo que contaba la zona. En el citado periodo se multiplicó por dos el número de españoles. 4.1. Acción de España en el ámbito urbano
El impacto de la colonización española en el ámbito urbano fue modesto en comparación con la obra de Francia en este campo. Dado el escaso desarrollo económico de la zona, las funciones esenciales de los primeros centros urbanos creados fueron de orden militar y administrativo. Fue el caso de Nador y de Villa Sanjurjo. L. Gendre (1962, 148) señala a este respecto las razones que llevaron a las autoridades españolas a elegir el emplazamiento de Villa Sanjurjo: No hubo motivos determinantes en los planos económico, demográfico o político. Se trataba de razones sentimentales y militares: la creación de Alhucemas debería señalar el sitio donde tuvo lugar un de los principales desembarcos en 1925.
Pero su evolución, como la del resto de las nuevas ciudades, se explica por razones económicas, como subraya R. de Roda Jiménez (1947, 298): Junto a las viejas medinas musulmanas, íntegramente respetadas en su estructura característica, se han levantado las nuevas ciudades de tipo europeo y se han creado otras tan importantes como Villa Sanjurjo y Nador, cuya población se aproxima en cada una de ellas a los 10.000 habitantes. Su desarrollo incesante es consecuencia de una transformación de orden económico, debida a la creación de industrias, a la expansión de los mercados, al creciente desarrollo de los negocios comerciales y financieros.
Antes de la conquista total del país, había solamente tres ciudades cuyo número de habitantes superaba los 60.000: Ceuta, Melilla y Tetuán. En 1945, las estadísticas oficiales de la Alta Comisaría indicaban la existencia de diecisiete centros urbanos en la zona (siete de los cuales contaban con más de diez mil habitantes): Tetuán (93.658), Larache (41.286), Alcazarquivir (35.786), Nador (23.817), Arcila (17.221), Xauen (14.286) y Villa Sanjurjo (10.770). De los 253.713 residentes de los citados núcleos, 63.085 eran españoles, 176.593 musulmanes, 13.661 israelitas. Al nivel de la evolución de la vida urbana de la zona del Protectorado español se puede distinguir entre dos sectores: la región oriental y la occidental.
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En la región oriental, en una primera etapa la Compañía Española de Colonización patrocinó el sistema de agrupamiento de los colonos en aldeas para garantizar su seguridad y la buena cohabitación entre los marroquíes y los españoles. Gendron describe ese proceso (1951, 40): Conforme a la cual se hace indispensable que allí donde no existen centros urbanos, se comience por formarlos para que puedan establecerse los servicios, las industrias y los medios que, aunque en rudimentarias manifestaciones, son indispensables para la vida y prosperidad de la colonia.
A finales de 1915, la citada compañía construyó tres pequeños municipios a lo largo del ferrocarril que sale de Melilla hacia el interior. Otras ciudades fueron originariamente campamentos militares o centros administrativos, como en los casos de Nador, Villa Sanjurjo y Targuist. Algunos pueblos surgieron en torno a actividades económicas, como es el caso de Segangan, Monte Arruit, Cabo de Agua y Zaio. Los vecinos de estos pueblos eran mayoritariamente españoles. Aunque dichos núcleos estaban diseminados por casi todo el Rif, su centro de gravedad se encontraba situado entre las minas de Beni Bu Ifrur y las ciudades de Nador y Melilla. Los orígenes de la creación de Nador se remontan a principios del siglo XX, cuando las autoridades castrenses españolas implantaron allí un gran campamento militar. Hasta 1914 no era más que una parada en el camino que separaba las Minas de Beni Bu Ifrur del puerto de Melilla. Durante la guerra civil española comenzaron a aparecer algunas construcciones de carácter civil. Estas marcaron el comienzo de una serie de edificaciones urbanas que formaron el actual barrio central. A partir de los años cuarenta numerosos factores económicos, políticos y humanos favorecieron la expansión de la ciudad. Comenzó a desarrollarse una actividad basada fundamentalmente en el comercio y a partir de ese momento se convirtió poco a poco en la capital regional. Su población pasó de 3.000 habitantes en 1930 a 4.159 en 1934 y 8.826 en 1940, de los que 5.978 eran españoles, 2.367 marroquíes musulmanes y 457 israelitas. En 1950 alcanzó los 22.076 habitantes. En la parte occidental, varias poblaciones desempeñaron un papel importante en la vida política y social durante la época precolonial, como es el caso de Tetuán, Xauen y Larache. De ahí que se haya destacado su influencia en los habitantes de Yebala, que “constituyen el corazón de un cinturón urbano único en Marruecos, por su historia y su importancia. La mayor parte de sus ciudades existían ya en la antigüedad” (Vignet-Zunz y Zouggari : 1990, 18). Larache constituyó, junto con Ceuta, una de las bases principales de la penetración comercial según el Anuario-Guía Oficial de Marruecos de 1924 (392): “nuestros capitalistas y comerciantes hacen un
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gran esfuerzo para crear algunas industrias e introducir productos españoles por medio de muelle de Larache”. En Tetuán precolonial predominaba la actividad artesanal. También era un mercado importante para los habitantes de las montañas de sus alrededores. Con la proclamación del Protectorado, fue escogida sede administrativa y política, y sus actividades estaban más diversificadas: administración, artesanía, comercio e industria. De ahí que ejerciera una notable atracción sobre la población del resto de la zona. El número de sus vecinos no cesó de aumentar de 18.519 en 1913, pasa a más de 90.000 a finales del Protectorado, de los cuales más de 30.000 eran españoles. 5. La formación de nuevas capas sociales: el caso de la clase obrera 5.1. De campesinos a obreros
La implantación de una economía colonial implicó sin lugar a dudas importantes modificaciones en la vida de sus habitantes. El recurso al trabajo asalariado era uno de los aspectos más destacados, así como la imposición de nuevos impuestos. Además de la introducción de gran cantidad de mercancías manufacturadas, la extensión de las relaciones mercantiles y la emigración a Argelia tuvieron también que ver con la apertura de los marroquíes del norte al mundo moderno. Al contrario que en la zona del Protectorado francés, en la española no hubo ninguna concentración importante de mano de obra, con excepción de Tetuán. Los obreros de la minería continuaron viviendo en sus aduares. El éxodo hacia las ciudades no fue importante más que en los años cuarenta durante las grandes hambrunas. Cabe también señalar que los estudios sociológicos consagrados a la evolución de la sociedad marroquí y la aparición de nuevas capas sociales son menos importantes que en la zona francesa. Sobre la zona española no existe una obra del tipo Naissance du proletariat marocain, fruto de una investigación colectiva dirigida por Robert Montagne en los años cuarenta. Las primeras precisiones relativas a la “proletarización” de los campesinos rifeños son aportadas por Ruiz Albéniz (1912). Creo que la ausencia de estudios sobre la cuestión obrera se debe a que el fenómeno no estaba muy desarrollado. Sin embargo, las cuestiones laborales como el desempleo o la emigración se encontraban entre las mayores preocupaciones de las autoridades del Protectorado. Si en la zona francesa la economía colonial necesitaba una mano de obra barata para su funcionamiento, en la española el problema se planteaba de otra manera. Las autoridades españolas se preocuparon de “colocar” a sus propios obreros, que llegaban de la metrópoli.
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En lo que se refiere a la evolución numérica de la mano de obra marroquí, nos resulta difícil seguirla por falta de la documentación. Las primeras estadísticas aparecen en 1942 y no incluían el número de obreros agrícolas, que sin embargo era bastante importante en algunas regiones como el Lucus en la costa atlántica. Otro sector económico agrupaba a una pequeña cantidad de trabajadores: la pesca. En principio era una actividad muy arraigada en las poblaciones de la costa. Las estadísticas oficiales no se refieren más que al sector moderno de la pesca, que contrataba a 509 personas en 1940 y 652 en 1944. Según los Anuarios Estadísticos del Protectorado español en Marruecos, solo 2.833 obreros estaban empleados en la industria en 1945 y 4.846 en 1949. En las minas trabajaban 2.192 personas en 1940 y 4.966 en 1951. En 1941, del total de los obreros inscritos en las cinco delegaciones sindicales de la zona (comprendidas Tánger, Ceuta y Melilla), el 90,2% eran españoles, el 5,1% musulmanes y el 3,9% judíos. De hecho, la mayoría de los afiliados a los sindicatos (28.096) vivía en las plazas de soberanía, mientras que, en las cuatro ciudades del Protectorado (Tetuán, Larache, Villa Sanjurjo y Nador), solo se contabilizan 15.776 sindicados. Estos datos son relativamente exactos en lo que concierne a los españoles, para quienes la sindicación era obligatoria; sin embargo, no ofrecen ningún elemento que nos permita estimar el numero de mano de obra marroquí. En el campo, el zoco era el lugar fundamental para conseguir mano de obra para los grandes trabajos agrícolas. En cada uno existía un lugar reservado a los hombres que buscaban empleo y al que acudían quienes tenían necesidad de mano de obra. Según García Figueras y Roda Jiménez (1951, 260), en cada contratación los patronos se informaban sobre los obreros, sus antecedentes penales y su capacidad de trabajo. En general, se escogía a los que producían buena impresión. En los casos de grandes obras de infraestructura como la construcción de las carreteras, por ejemplo, el “pregonero” anunciaba la noticia e instaba a los lugareños a que se acercaran a la obra. Cuando hubo escasez de mano de obra, como ocurrió durante la guerra del Rif (1921-1927), las autoridades coloniales impusieron el trabajo obligatorio. Así la tuiza, que era una forma de ayuda mutua entre la población, fue utilizada para obligar a los marroquíes a trabajar a su servicio. En 1928, el cónsul de Francia en Tánger informaba de lo siguiente: “los indígenas efectúan con dificultades sus propias labores debido a los numerosos trabajos que les son impuestos por las autoridades españolas”. Al igual que en la zona francesa, el valor del obrero marroquí era muy discutido. Encontramos el mismo planteamiento: la superioridad del tra-
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bajador europeo sobre el marroquí y la del bereber sobre el árabe. Su rendimiento y sus aptitudes eran también cuestionados. Sin embargo Tomás Pérez (1943, 136) hacía constar que, en el ámbito de las habilidades, este no se diferenciaba en nada del obrero español: “[…] el marroquí tiene suficiente inteligencia para asimilar las indicaciones de un capataz hábil… la asimilación que hemos observado nos hace pensar que en nada se diferencia del español”. En cuanto al rendimiento, el autor distinguía dos grupos en el conjunto de la mano de obra marroquí de la zona hispana: los yeblíes y los rifeños. […] los yeblíes, más inteligentes, más débiles de cuerpo, están acostumbrados a trabajos manuales de poco esfuerzo relativamente, por lo que resultan más endebles en el trabajo rudo del campo, hasta el extremo de que hay quien hace oscilar su rendimiento, comparado con un obrero normal español, del 25 al 50%, si bien estas cifras no pueden tomarse con generales, pues varían de cabila a cabila y no es raro hallar obreros yeblíes que rinden lo mismo que cualquier obrero español. Refiriéndonos a los rifeños, la aspereza de la Naturaleza los hace más rudos y de aquí que, bien alimentados rindan más que sus hermanos los de Yebala y, comparados con los españoles, tanto o más que estos.
F. B. Pérez (1959, 5-17) hace hincapié en el amor del rifeño por el trabajo, haciendo una comparación con los yeblíes y los gomaras que trabajaban simplemente para vivir: “al contrario, el rifeño se esfuerza en superar las difíciles condiciones del medio en el que vive; el trabajo no lo intimida”. En España se reprochaba a la Compañía Española de Minas del Rif que se aprovechara de esta mano de obra, barata en relación con la de la metrópoli. San Martín (1949, 25) discutía la supuesta ventaja, argumentando que el obrero de la región no podía ser comparado con el de España, más trabajador. La mayor parte de la mano de obra marroquí se componía de peones. Los trabajos que se les confiaban no exigían gran cualificación. De un centenar de fichas de obreros de la Compañía Española de Minas del Rif consultadas, he constatado que la mayoría de ellos comenzaban su carrera como peones ordinarios y en esa categoría permanecían durante toda su vida profesional, a excepción de algunos que, tras una decena de años en la mina, se convertían en cualificados o especializados. Por el contrario, los españoles empezaban como obreros cualificados o capataces. Cuando pregunté a los jornaleros marroquíes que me explicaran el motivo de esa situación, me respondieron que los responsables de las minas les negaban el aprendizaje, base para cualquier capacitación, con el pretexto de que eran analfabetos. De hecho, tales prácticas eran frecuentes en la mayor parte de las minas marroquíes, que no tenían necesidad de obreros cualificados, sino de peones en número suficiente.
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5.2. El trabajo en las minas
Según algunos autores como Antón del Olmet y José Luis San Martín, la explotación de los yacimientos mineros desempeñó un papel “pacificador” en la política colonial de España en Marruecos. Desde la primera década del siglo XX, las compañías mineras fueron uno de los elementos que facilitaron la acción de España en el Rif. Al comienzo de la explotación minera en la región de Nador, los habitantes mostraron una gran resistencia, ya que atacaron en repetidas ocasiones a los españoles y marroquíes contratados en ellas: “los primeros momentos no trabajaron los indígenas, pero después se han presentado bastantes en demanda de trabajo” (El Telegrama del Rif, 13 de julio de 1909). Al principio, la mano de obra era esencialmente española, pero progresivamente la cantidad de los obreros marroquíes aumentó hasta superar en los años cuarenta a la de españoles. Según Ruiz Albéniz (1912, 17), fue la posibilidad de obtener dinero, de tres a cuatro duros a la semana, lo que impulsó a los indígenas a “amar” el trabajo en las minas: Las gentes de las tribus muy alejadas iban a la mina, a más de quince kilómetros de Beni Bou Ifrur, para pedir trabajo. Raro era el día en el que un caíd del interior no se presentaba, cargado con grandes piedras y afirmando que en su cabila existían minas más interesantes que las de Uixán y que querían que se explotasen. En los zocos se pedía a los indígenas que llevaran a los españoles todas las “piedras raras” que encontraran en sus tierras.
Los responsables de las compañías mineras mostraban una cierta condescendencia, para no “suscitar odios”, en sus relaciones con los obreros marroquíes que se presentaban en la mina buscando empleo. En general, eran los jefes de las cabilas los que acudían para pedir la contratación de los trabajadores de sus cabilas. Un responsable de la Compañía de Minas del Rif relataba que, un día de 1909, los líderes de cuatro fracciones se presentaron en la explotación amenazando con impedir los trabajos si la compañía no empleaba a un centenar de obreros pertenecientes a las citadas fracciones (El Telegrama del Rif, 11 de agosto de 1909). La información escrita sobre las condiciones de trabajo en las minas es bastante escasa. Por esa razón me baso sobre las fuentes orales. Según algunos testimonios, las condiciones de trabajo eran muy penosas, sobre todo en sus inicios, cuando todo era manual. Solo a partir de los años treinta las compañías mineras se preocuparon de mejorar las explotaciones. Los métodos de explotación esenciales eran las canteras y la extracción subterránea. Las minas contribuyeron a la modernización del territorio inmediato a
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través un serie de construcciones: tranvía minero, construcción de las obras del puerto, alojamiento de los obreros, talleres de tratamiento, etc. (Morales Lezcano: 1976, 87). Las minas del Rif tuvieron también repercusiones en el mercado de trabajo, a pesar de que los sueldos eran muy bajos en el primer periodo. A partir de los años treinta variaban entre cinco y seis pesetas y, en los cuarenta, entre ocho y nueve. Solo en 1951 un dahír (decreto) fijó el salario mínimo en dieciséis pesetas al día. Gracias a una investigación sociológica realizada en 1959 a petición de la Dirección de Minas, Geología e Hidrología de Marruecos, se conoce mejor el nivel de vida de los mineros marroquíes en los años cincuenta. Antes la instalación de las sociedades mineras, la actividad esencial de la población de esta zona era la agricultura. La emigración a Argelia proporcionaba algunos recursos complementarios. El trabajo en las minas aportó ingresos regulares que obligaron a los habitantes a una actividad cotidiana y continua. Pero, a pesar de la importancia de los ingresos mineros, la agricultura continuaba desempeñando un papel desdeñable en la economía local. El número de mineros que seguía poseyendo tierras agrícolas aún era importante, lo que nos incita a hablar del fenómeno de la proletarización con una cierta reticencia. A principios del siglo XX, Ruiz Albéniz —abuelo del actual ministro de Justicia español Alberto Ruiz-Gallardón— constataba grandes cambios en la vida de las tribus que proveían de mano de obra al yacimiento. Los obreros […] empezaron no sólo a soportar, sino a desear el contacto con los cristianos, a desdeñar la torta de cebada bereber y sustituirla por pan de trigo, a apetecer del reposo en la cama y no en el suelo y a pedir al tubib rumi que los sanase de sus enfermedades y heridas. (Ruiz Albéniz: 1912, 17).
A mi parecer, los cambios que hubo en el modo de vida de los mineros marroquíes no son de gran envergadura. El trabajo en las minas no creó grandes cambios en su vida, ya que la práctica totalidad del salario se gastaba en las necesidades alimentarias. A pesar de algunos centenares de obreros que vivían en los pueblos mineros del entorno, la mayoría de los trabajadores continuaban yendo cada noche a sus aduares. Su modo de vida no se diferenciaba mucho del de los campesinos. En general, y a pesar de la ausencia de una industria importante en la región, en los años treinta se estaba formando una clase obrera. Una parte de la población rifeña trabajaba en pequeños talleres, en cafés o en otros negocios pertenecientes a los europeos, pero cada vez con más frecuencia buscaban ocupaciones regulares en el exterior del Rif y la emigración estacional a Argelia se convirtió en una emigración temporal.
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Conclusión
La sociedad marroquí, que vivía desde hacía siglos replegada en sí misma, estuvo obligada desde la segunda mitad del siglo XIX a entrar en contactos directos con los países europeos. Las potencias europeas imponían a Marruecos sus condiciones económicas. Para España, controlar Marruecos significaba, sobre todo, asegurar sus territorios de Ceuta y Melilla, y prestigiarse ante las potencias restantes. Significaba también una alternativa colonial a la pérdida de los territorios americanos. La implantación del Protectorado español en norte de Marruecos a partir de 1912 va a implicar la introducción de la sociedad marroquí en un sistema económico colonial. Las modificaciones aportadas por la colonización española a nivel económico y social no son desdeñables, si bien son menos importantes en comparación con el impacto de la francesa. De todas maneras, la colonización no fue el único factor de cambio en la región norteña. La apertura de la zona hacia Argelia y la emigración de miles de habitantes cada año a la región oranesa pusieron a la sociedad marroquí en contacto con la economía europea a través del trabajo asalariado. Las catástrofes naturales, como las sequías y las hambrunas, aceleraron los desplazamientos hacia las ciudades iniciados con la colonización agraria. Cabe destacar también el papel que desempeñaron las dos ciudades españolas norteafricanas (Ceuta y Melilla) en los intercambios comerciales con el norte de Marruecos. Al mismo tiempo, me gustaría señalar el carácter limitado del conjunto de estos cambios sociales: ni una proletarización masiva ni grandes movimientos internos capaces de crear concentraciones urbanas importantes. En el ámbito cultural, quizás España tuvo más éxito en implantarse que su vecina Francia. A título de ejemplo, valga señalar que el castellano se hablaba en los rincones más apartados del norte marroquí. Este fenómeno se debió en buena parte a la presencia de soldados y campesinos españoles en el medio rural y junto a los marroquíes. A decir verdad, las condiciones de vida de la población hispana no eran mucho mejores que las de los autóctonos. Esta “colonización de pobres” dio un aspecto particular al Protectorado. Los españoles y los marroquíes compartían los mismos espacios. Bibliografía Antón del Olmo, L.: Marruecos de Melilla a Tánger, Madrid: J. Pueyo, 1916. Ayache, G.: Les origines de la guerre du Rif, Rabat-Paris: Publications de la SorbonneSMER, 1981. Aziza, M.: La sociedad rifeña frente al Protectorado español de Marruecos (1912-1956), Barcelona: Edicions Bellaterra, 2003.
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La vida cotidiana durante el Protectorado en la ciudad de Larache
Sergio Barce Gallardo
Nací en 1961, cinco meses después de que Hassan II fuera proclamado rey de Marruecos, y toda mi infancia es Larache. Allí viví hasta 1973, el tiempo más ingenuo y también el más feliz, porque la niñez es inocencia y en ella solo existen los sueños. Esto significa que no he conocido personalmente el Protectorado, sino que crecí en el Marruecos ya independiente. Pero sé cómo fue la vida cotidiana en Larache durante esos años por los recuerdos de mis abuelos, de mis padres y del resto de la familia, y también de los de muchos amigos con edad suficiente para haber vivido ese período; también, por supuesto, de los vestigios que lógicamente quedaban en la propia ciudad como huellas de ese pasado que era reciente. Tal vez caiga en la mitificación y en la idealización de lo que cuento, porque mis lazos afectivos y sentimentales con Larache y con quienes protagonizan este texto, que no es sino la crónica resumida de sus vidas, son tan fuertes que sé de antemano que me resultará inevitable hacerlo, sin embargo no sé contarlo de otra manera. Podría considerarse un ensayo escrito como un cuento o un relato que esconde un ensayo. Sea como fuere, no he querido hacer una recopilación de fragmentos de otros libros sino crear a partir de mis novelas y de las novelas y na-
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rraciones de otros autores. Pretendo llevar al lector al lugar de los hechos, a la época, posarlo suavemente en el terreno para que lo viva como si él fuera parte de la historia. Pero en definitiva casi todo lo que narro a continuación es absolutamente cierto. Octubre de 2012. Hay una mujer en el puerto de Tarifa. Guarda su turno en una cola desordenada de pasajeros que esperan para embarcar en el ferry que lleva a Tánger. Va a Marruecos cada seis meses, más o menos. Es de Alcazarquivir, donde nació en el año 1938. Y también es de Larache, donde vivió, se casó y tuvo sus primeros hijos. Le cansa caminar, pero sin embargo esos viajes de vuelta la rejuvenecen, ella dice que es como si le aplicaran una transfusión de sangre. La excusa para estos viajes es la de reponer las flores en la tumba de su hermano, que se encuentra enterrado en el cementerio cristiano viejo de Larache. Su equipaje es una maleta y un bolso de mano, en el que lleva siempre una vieja fotografía en blanco y negro, algo deteriorada. La foto es de un chico joven, de cabello negro y cejas espesas, que se llama Mohammed. La mujer no lo ha vuelto a ver en más de cuarenta y cinco años. Pero siempre que vuelve, tiene la corazonada de que al enseñar el retrato alguien lo reconocerá y le dará noticias de él. Embarcan al fin, y mientras el ferry hace las maniobras pertinentes para salir del puerto, la mujer nota ya el nerviosismo que siempre la acompaña. Mientras el ferry avanza, un olor lejano y familiar cambia el aire que la rodea. El nerviosismo de siempre crece a medida que se va acercando a esa tierra a la que emigraron sus abuelos, Juan Martínez y Juan José Gallardo; la tierra a la que a veces regresa también en sueños, porque es la que más quiere… Cuando en 1912 se acuerda instaurar el Protectorado, la imagen que los españoles de a pie tienen de Marruecos es la de un país casi salvaje, en el que se ha derramado mucha sangre. Aún resiste en la memoria colectiva la guerra de África, difícil de borrar por muchas razones, y eso, con lo ocurrido con posterioridad, despierta el temor o la desconfianza. Y, sin embargo, Marruecos se convierte en esos momentos en la nueva tierra prometida para un país sumido en la decadencia y el desánimo. Pero cruzar el Estrecho se presume una incógnita, y muchos de los que entonces inician el viaje ni siquiera saben qué es lo que se van a encontrar en el otro lado… Sin embargo, la tierra prometida es la esperanza, y la esperanza no se puede dilapidar. Juan Martínez Pérez no ha nacido en Marruecos ni sabe nada de Marruecos. Juan Martínez Pérez es minero y casi un niño. Hasta entonces ha trabajado, como el resto de la familia, en las Minas de la Unión, en Carta-
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gena. Es el pequeño de cuatro hermanos. Hace apenas un mes, el mayor ha muerto en un accidente en las galerías, y es entonces cuando Juan Martínez decide escapar, abandonar para siempre la vida miserable que también ha matado a su padre de silicosis. También huye de la miseria y, por casualidad, termina en Larache tras un tortuoso viaje, que lo lleva primero de la Península a Melilla, donde piensa quedarse, pero allí escucha que en la zona del Lucus hay trabajo para jóvenes como él; llegar allí supone embarcar de regreso a Almería y enlazar de este puerto al de Larache en un carguero, el María Cristina. La travesía dura varias jornadas. Tiene quince años recién cumplidos, es fuerte y sueña con algo mejor. En el mismo carguero viaja un variopinto grupo de desarrapados y familias enteras que huyen de la miseria. Se sienta a popa, al lado de Soledad Vélez y de Catalina Esparza; son gaditanas, de una pequeña aldea, tan miserable que, en las últimas semanas, solo han podido alimentarse de raíces arrancadas de la tierra seca. Juan intercambia con ellas algunas palabras y un trozo de pan. Están agotadas, pero son jóvenes y vivarachas; van a trabajar en Larache para el ejército. No se lo cuentan a ese chico que las escudriña con ojos abiertos y despiertos, fascinado por sus labios y por sus ojos negros; le mienten al decirle que van a casa de unos familiares, pero ellas prefieren rebajarse antes con los reclutas que con el hambre. Los tres volverán a encontrarse de nuevo. Larache, junto a Tánger y Tetuán, es uno de los puntos neurálgicos para las inversiones en el país, y en 1913, además, se convierte en comandancia general; en ese año Larache, Ceuta y Melilla pasan a ser los pilares fundamentales del Protectorado español. Todo esto hace que, pese a no tratarse de una gran ciudad, atraiga a una enorme cantidad de gente de todo tipo y condición: desde los integrantes del ejército, tanto españoles como de las tropas indígenas, que aseguran el control de la zona asignada a España, hasta los comerciantes y empresarios que se asientan en la plaza; también la mano de obra que llega de la Península y que se suma a la de los propios marroquíes y a la de otros españoles ya instalados con anterioridad al Protectorado. Además de ellos, arriban algunos aventureros y soñadores en busca de fortuna. El grueso proviene especialmente de Andalucía, y de las regiones de Alicante y de Murcia. Juan Martínez Pérez, aterido por la incertidumbre, llega por fin a su destino. El grupo, desde que desembarca, no se separa hasta llegar a la plaza de España. Allí cada cual elige un camino y Juan, tras despedirse de las dos jóvenes, se adentra en el Zoco Chico arrastrando sus alpargatas roídas, con su humilde hatillo al hombro. Se da cuenta entonces de que se encuen-
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tra en un lugar radicalmente diferente del que proviene. La tristeza de las minas da paso a un espacio abierto en el que se abigarra una multitud desconcertante. Es difícil caminar entre tanta gente. Es día de mercado. Hay hombres vestidos a la europea y otros con chilabas; ve mujeres cubiertas con jaiques, observa cómo discuten por el precio de las mercancías. Los olores lo embriagan. Pero de pronto son los recitadores los que llaman la atención del joven. No entiende el idioma, sin embargo se queda embobado escuchando a un ciego que habla sin cesar al viento; un ciego harapiento al que rodea una multitud de hombres respetuosos, de muchos niños, de algunas mujeres. Juan se olvida del hatillo que lleva al hombro, de pronto liviano. Una joven de su edad, de cabello rojizo, al pasar a su lado, le sonríe, le parpadea. Todo le da vueltas. Ve a un saltimbanqui actuando, a unos músicos tocando chirimías y a un hombre que camina con un mono sobre el hombro. Esto es la Medina. Larache, subrepticiamente, comienza a meterse en sus venas. Recorre la ciudad, sale por el ensanche y se da cuenta de que ha llegado a una tierra de promisión inesperada. Hay numerosos edificios en construcción, negocios con nombres españoles, otros hebreos, comercios musulmanes y también indios, barracas, quioscos y tenderetes, y entonces, al oscurecer, oye la voz del almuédano llamando a la oración. Lo sobrecoge. Se cree entonces en el centro del mundo. Se pregunta qué le habría dicho en ese instante su padre, atado toda la vida en las minas. Él, con apenas quince años, en pocas horas, ya ha visto más mundo que su padre en toda su vida. Toma aire, se sabe afortunado. Ahora ha de encontrar un lugar donde pasar la noche y a la mañana siguiente comenzará a buscar trabajo. Por fortuna, lo dejan dormir en un fondac, muy cerca del santuario de la patrona de Larache, Lalla Mennana la Mesbahía. La musicalidad de ese nombre extraño lo atrapa, y lo repite para sus adentros. El cansancio lo vence, duerme profundamente. Recordará siempre su primer día en Larache, la sensación de embotamiento, el febril nerviosismo. Pero todo queda ya lejos. Ahora es capataz en los ferrocarriles y vive en el barrio de La Bilbaína. Es como si perteneciera a ese lugar, como si siempre hubiese estado aquí. Los años han pasado, y, aunque casi analfabeto, mientras trabaja en el puerto y vive en una mísera casa de la Medina, consigue aprender a leer y a escribir; luego se presenta a los exámenes que prepara en solitario y así logra trabajar en los ferrocarriles. Su experiencia en las minas de la Unión, para su sorpresa, lo ayuda a que lo contraten como peón en el trazado inicial del tren que se construye de Larache a Alcazarquivir.
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También recordará siempre su primera visita a una barraca en el Zoco de Afuera. Por entonces, con su mejor amigo, Víctor Ugarte, otro chaval de su misma edad, originario de Pamplona, sobreviven en el puerto, unas veces descargando mercancía, otras acarreando el equipaje a los recién llegados. Eso es lo que hacen en esa ocasión con dos miembros de una expedición científica de la Sociedad Española de Historia Natural. Para sorpresa de Juan y de Víctor, se ganan su confianza y su simpatía, caen bien a los dos investigadores, y estos los toman como ayudantes durante el tiempo que pasan en Larache. Tras recorrer la zona, un anochecer los invitan a acompañarlos al Zoco de Afuera. Los dos chavales saben de oídas a dónde los llevan y, por supuesto, no se resisten. Uno de esos hombres, de porte culto y distinguido, es don Constancio Bernaldo de Quirós, el otro es Cabrera y Escalante. El propio Bernaldo de Quirós relata esta experiencia: No he querido dejar pasar la ocasión de presenciar algo de mala vida marroquí, asistiendo, con Cabrera y Escalera, a un cafetín del zoco de afuera, entre las barracas. A la entrada nos recibe una vieja judía, que nos cobra el real moruno de entrada. En el barracón, en el fondo, el , como dirían en Madrid, de músicos y cantores. Hay un moro que toca un ronco violín, las mujeres, moras tangerinas y tunecinas, y judías argelinas, golpean las , especie de tambores de barro de forma de doble cono truncado invertido. Sírvenos té el turco de la fiesta prenupcial, el hombrecillo de mercurio, despojado esta vez de su brillante traje de seda roja. Tras un canto monótono que nos adormece, la bailarina, una tunecina, se levanta, llevando en cada una de las manos un largo pañuelo que llega al suelo, y se dirige ante cada grupo de consumidores, iniciando la danza que es un verdadero simulacro lascivo. Cuando ella ha ejecutado algunos compases, el consumidor pone término a la danza, colocando sobre la frente de la una moneda de plata. Al llegar a nosotros, su cara casi negra, pero bella, en su género de belleza salvaje, y expresivo, reluce bajo el sudor. Danza con los brazos bajos, inmóviles, arrastrando los pañuelos, los senos altos, erguidos y bellamente divergentes, vibran sin cesar, bajo la acción de la doble rotación del vientre, proyectándose de derecha a izquierda y de atrás adelante. Pongo un duro sobre su frente y siento bajo los dedos la sensación tibia y húmeda del sudor y el fino relieve del tatuaje que la adorna. En tanto que una mora adiposa, toda vestida de verde, consume ginebra, copa tras copa entre los hombres. Algunas extraviadas andaluzas abrazan a los horribles boteros negros del puerto, que muestran en sus caras una voluptuosidad transfiguradora. Un retraso en el correo nos entretiene algunos días en Larache…
En esa visita al cafetín, Juan Martínez se reencuentra con Soledad Vélez y Catalina Esparza. Se le antojan más atractivas, y sus cuerpos, cómo decirlo, se han transformado: parecen mujeres de verdad. Quizá sea el efecto de la ropa que llevan. Para su suerte, don Constancio es espléndido y les paga
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la fiesta, intuye que hasta ese momento no han conocido mujer y, científico como es, también se barrunta que necesitan desfogarse. Juan se estrena con Soledad y Víctor con una joven marroquí de ojos de gacela y piel canela oscura. Ahora a Juan le parece que el cielo también está en Larache. Años después, Soledad llegará a ser la dueña de una de las casas más visitadas por los soldados destinados en los cuarteles de la ciudad, pero eso ya ocurre durante la República; por su parte, de Catalina se enamorará ciegamente uno de sus clientes y así se convierte en la respetable esposa de un comerciante local. Juan Martínez Pérez se casa al fin con una melillense, tiene varios hijos y se hace capataz del ferrocarril. Va y viene de la estación de Larache a la de El Mensah. Durante estos años, pese a que oye hablar de personajes como el Cherif el Raisuni, de que se producen escaramuzas y algunos incidentes aislados, jamás sufre un altercado y nunca los atacan durante el trazado de las vías. Todo es un rumor de voces y de ecos que parecen fuera de su pequeño mundo. Su vida es tan modesta que apenas hace ruido. En 1921, sin embargo, el eco del descalabro del ejército español en Annual hace temblar los cimientos del Protectorado. Hay un atisbo de derrota, un desánimo que hace barruntar a muchos que la presencia de España en Marruecos puede terminar en cualquier momento. Pero durante esos años de Protectorado y en los siguientes, lo cierto es que la vida cotidiana continúa en calma en ciudades como Larache. La derrota de Annual parece una pesadilla lejana. Quienes sí sufren más la incertidumbre de estos hechos son los comerciantes, especialmente los que teniendo su centro neurálgico en Larache mantienen también casas comerciales en Tetuán y en Alcazarquivir. El transporte de sus mercancías, y por ende sus empleados, corren peligros inciertos. Un viento de rebeldía parece recorrer el país y la bandera de la independencia es enarbolada por algunos líderes de tribus y cabilas. Sin embargo, el posterior desembarco de Alhucemas hace cambiar el curso de los acontecimientos y el Protectorado español en Marruecos se afianza. Es entonces cuando Larache experimenta un nuevo crecimiento y las barriadas del ensanche y el extrarradio se agrandan, las empresas españolas se asientan con más seguridad si cabe y la población civil que ha ido llegando en diferentes oleadas se arraiga. En contra de lo que ocurre en la zona del Protectorado francés, en el Marruecos español los barrios se confunden, no existen ghettos; y los musulmanes, hebreos y cristianos, los españoles y los marroquíes, conviven en las mismas calles. Esto cose una tupida red de afectividades, extraña para la
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época, más extraña incluso para nuestros días. Pero así sucede. Y Larache se convierte quizá en el paradigma de esta experiencia tan sui generis como excepcional: en una misma población conviven las tres religiones monoteístas y las tres culturas, y nunca se registran incidentes o hechos que causen fractura alguna en su coexistencia. Esta es la razón por la que varias generaciones de larachenses recuerdan y perpetúan lo vivido en esta ciudad marroquí en libros, relatos y cartas. Octubre de 2012. Hace cien años que se instauró el Protectorado. Pero la mujer que viaja en el ferry, con la fotografía de Mohammed en su bolso, nada sabe de eso. Otra mujer y su hija pequeña se han sentado frente a ella. Es marroquí, de mediana edad. Se saludan, la mujer marroquí se llama Hanaa; y, sin saber cómo, unos minutos después, mientras el ferry avanza sobre un mar en calma, ambas charlan como si se conociesen de siempre. Algo indescifrable las une. La niña se ha dormido en el regazo de su madre que ahora escucha a esa mujer española hablarle de Larache y de Alcazarquivir, con un entusiasmo contagioso, y le cuenta la historia de su familia. Juan José Gallardo también llegó a Marruecos en el vapor María Cristina. En la cubierta, ve por primera vez a Juan Martínez. Cuando se vuelven a encontrar en Larache, se hacen amigos; y, junto a Driss Ben Moussa y Víctor Ugarte, trabajan en los muelles. Pero Víctor se marcha finalmente a Tánger y Juan José se emplea en Obras Públicas. Driss es artesano, artesano en un taller de orfebrería en la Medina, propiedad de un tío suyo; está situado cerca de la esnoga Berdugo. Allí hace trabajos de latón y de hierro, aldabas y picaportes, lámparas y faroles, cacerolas y también gumías. Su tío Ahmed tiene algunos buenos clientes hebreos, que le regatean el precio hasta la extenuación; aunque es un comandante español el que le hace los encargos más importantes. Driss conoce bien a Juan Martínez y a Juan José Gallardo. Los duros días compartidos de jóvenes en los muelles han cimentado una relación de camaradería; ahora, suelen tomar té en el zoco y juegan al dominó. A los tres les gusta recordar esos años mientras echan una partida. Driss tiene un hijo de corta edad, Taíb. Como es un hombre modesto, no puede permitirse demasiados lujos, pero ha conseguido que los padres franciscanos lo admitan en las aulas de la casa-misión. Su mujer, Fatima, se opone al principio, pero luego se da cuenta de que la educación que recibe Taíb es buena y de que en esa escuela también estudian otros niños musulmanes. Lo que nunca parece que acabe es la disputa entre su tío Ahmed y su esposa. Fatima le recrimina que trabaje en ese taller de sol a sol por dos pe-
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rras gordas. Malmete y malmete hasta que la relación de Driss con su tío se rompe y el trabajo se convierte en un auténtico suplicio. Le hace la vida imposible y le paga cada vez menos. Un día se encuentra con Juan Martínez y Juan José Gallardo, andan de despedida porque el segundo se marcha a trabajar a Alcazarquivir, así que se une a ellos y, mientras los dos españoles se toman un chato, Driss bebe té con hierbabuena. Al final se desahoga con ellos. Sus amigos enzeranis le encuentran un empleo en la fábrica del Lucus, ganará prácticamente lo mismo que en el taller, pero va a trabajar con un horario fijo y sin la presión asfixiante de su tío. Parece que el destino los ha puesto en su camino. Para celebrarlo, los invita a almorzar en su modesta casa. Fatima prepara tayin de pescado, bastela y pastel de dátiles. A los postres, Driss les narra la leyenda del Jardín de las Hespérides, que los antiguos sitúan en Larache, les habla de las naranjas de oro, de Hércules, del dragón de la mitología helénica que es en realidad la barra del río Lucus que protege sus riquezas de los asaltantes… Charlar quedamente, sin prisas, uno de los placeres que comparten los tres amigos. Y pasa el tiempo. Los Gallardo ya llevan unos años en Alcazarquivir. Viven cerca del Santuario de Sidi Bu Hamed. María, la mujer de Juan José, es costurera. Las esposas de los oficiales saben que es la mejor modista del pueblo, pero curiosamente se la mira mal porque ella prefiere coser para las marroquíes y las hebreas. A María, las esposas de los oficiales y suboficiales españoles le parecen altivas y engreídas, siempre dirá que miran a los marroquíes por encima del hombro. Juan José le recuerda que también a ellos los miran por encima del hombro. Pero María es así, y pese a la posibilidad de ganar más con las militaras, como se las conoce, pasa a ser la costurera de las familias marroquíes y hebreas más adineradas, y cose para la familia Hsissen o para las familias Assayag y Gozal. Disfruta bordando con las vecinas del barrio, la mayoría de ellas marroquíes, que hablan y ríen sin parar. María confecciona los vestidos de novia, recargados, usando hilo de oro, y con su marido asisten a varias de las bodas musulmanas del barrio, que duran varios días y varias noches. Poco a poco, se ha hecho habitual en el pueblo el que todos se inviten a sus celebraciones familiares, no importa la religión del vecino. Como el mundo es un pañuelo, el azar hace que las separaciones y los reencuentros se sucedan. Ocurre que en Larache, María Eduarda, una de las dos hijas de Juan Martínez, una jovencita soñadora muy enamoradiza, tiene desde bien pequeña un amor platónico. Se llama Joaquín. Un chico que vive
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tan cerca que pueden verse con tan solo asomarse a las ventanas de sus respectivas casas. Se encuentran a escondidas, se cogen de la mano, se prometen. Pero tiempo después, se cruza en su vida Manuel Gallardo, un motorista de Obras Públicas que vive en Alcazarquivir. En efecto, Manuel es el hijo de María y de Juan José Gallardo, pero él y María Eduarda solo conocen lo que han escuchado del pasado común de sus padres. Manuel es un joven alto y espigado, muy rubio. Se pavonea delante de ella con su flamante motocicleta y su uniforme, en invierno con una cazadora de cuero negra y una gorra de plato que le hace parecer un general. Eso es lo que María Eduarda piensa cuando se lo encuentra de frente: que es como un general. Sin embargo, ella pertenece a otro y lo trata con desdén, aunque no evita jugar con sus sentimientos. Pero Manuel Gallardo es un hombre tozudo y está decidido a derribar el muro que le impide llegar a su corazón. Para lograr su objetivo, se traslada de Alcazarquivir a Larache y se instala con su amigo Antonio Rodríguez en una pequeña casa del barrio de La Bilbaína. Antonio trabaja como mecánico para los ferrocarriles, así que está muy cerca del padre de María Eduarda: es su capataz. Cuando le presenta a Manuel, Juan reconoce de inmediato el parecido y le revela que Juan José, su padre, es su mejor amigo, que siempre estaban juntos mientras vivió en Larache, le cuenta un montón de anécdotas. Eso es motivo suficiente para mostrarle ya cierto afecto; de pronto Manuel cuenta con un aliado inesperado que lo invita desde ese momento a visitarlo asiduamente, una excusa perfecta para encontrarse con María Eduarda y, sin que ella lo sepa, todo se planea con el beneplácito de su propio padre. Juan Martínez Pérez es un hombre que no puede olvidar sus primeros años en Larache, por eso suele perderse por la Medina, por las callejuelas en las que se refugiara entonces; le gusta su bullicio, bajar hasta el Barandillo, ver el minarete de la mezquita zagüía Nasríyya y el campanario de la iglesia de San José recortándose contra el cielo, que al atardecer lo sorprenda la llamada del almuecín de la Mezquita Mayor, como ocurriera el primer día de su llegada, y luego se queda aún un buen rato oyendo a los narradores de cuentos y de relatos fantásticos. Su árabe comienza a ser aceptable y ya es capaz de seguir sus historias. Hay tantos soldados del Cuerpo de Regulares como hombres vestidos con chilabas oscuras, algunos mehaznias y mujeres ataviadas con jaiques y velos, por los que asoman ojos misteriosos. Recuerda perfectamente cómo se ruborizó la primera vez que se encontró con la mirada de una mujer en ese mismo zoco, una mirada que le prometía algo indescifrable, y cómo se sintió ruborizar.
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Hay bastantes hebreos; pasan a su lado vestidos en general de negro, con la kippá o con sombreros negros de ala corta cubriendo sus cabezas. Una mujer hindú observa a los transeúntes desde el vano de la puerta de una tienda, su sari anaranjado contrasta con el azul y blanco de las paredes. Algunos españoles se acercan a los puestos del zoco, regatean, también lo hacen marroquíes vestidos con chilabas blancas resplandecientes. Oye entonces a un español que también da voces al otro extremo del espacio que ocupa el Zoco Chico. Le atraen sus palabras y, al poco, se halla cerca de la Puerta de la Alcazaba; a la izquierda, la calle Real baja serpenteante. Por esa arteria sube un numeroso grupo de hebreos que acaba de salir de la sinagoga. Ese español sigue dando voces, anuncia que puede leer el futuro leyendo en las rayas de las manos. Algo le dice a Juan que es un bravucón y un engañabobos. Lo empujan suavemente. Un grupo de soldados se adueña de la calle, los Regulares descienden armando jarana, jóvenes y alegres se cruzan con los hebreos, es como una danza enfebrecida. Unas mujeres del campo, con gorros coronados con borlas de colores, venden palmito, hierbabuena y requesón, apostadas junto a los muros. Existe un rincón de la Medina que lo sobrecoge: el morabito de Sidi Mohamed Cherif. Los hebreos creen que pertenece a la tumba del Sadik de la ciudad, el Rebí Yusef Hagalili, José el Galileo; y los musulmanes, por el contrario, creen que es la de un Moujahid. Juan nota en esa pequeña construcción de la ciudad vieja algo sobrenatural, lo atrae tanto como lo impresiona. Allí ha tenido ocasión de presenciar un curioso rito: en el morabito hay como dos pequeñas urnas, una situada a la derecha y otra a la izquierda; mientras que una mujer hebrea enciende una vela en una de ellas, otra mujer, esta musulmana, lo hace en la contraria. Lo más curioso es que, presenciando el ritual, en el mismo instante, sobre su cabeza, se alza el tañer de las campanas de la iglesia de San José. Un escalofrío de emoción le eriza la piel. A veces, cuando Juan Martínez pasea por la Medina y ve a un viajero recién llegado que anda despistado, no puede resistirse a hacerle de guía, a acompañarlo por las callejuelas. Es como volver a ser el mismo joven que fue una vez. En una de esas ocasiones, en la primavera de 1935, descubre a un hombre enjuto curioseando en las joyerías hebreas; por alguna razón le recuerda a don Constancio Bernaldo de Quirós y se aventura a abordarlo. Resulta ser un impenitente viajero que ha llegado a Larache para estudiar la geografía, la orografía y la cultura del país. Se llama Paul de Laget y Juan le
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sirve de cicerone por la Medina y por el Zoco Chico, le hace ver cosas que en solitario no vería jamás. Quizá por eso, en el libro de viajes que nace de esa experiencia, Paul de Laget describe con añoranza y fascinación el Zoco Chico de Larache que Juan le ha mostrado con tanto primor y que ha visto a través de su mirada: El Zoco Chico. La Plaza de España se comunica por la puerta de Bab el-Jemis con la ciudad árabe. Esta mañana, fiesta de Achura, que se corresponde con nuestro primer día del año, el pequeño zoco presenta, bajo el sol, una animación extraordinaria. Así debía palpitar el Foro, en la antigua Roma, donde las razas bárbaras se codeaban mezcladas con los romanos, con sus togas de lana blanca. Unas columnas de piedra rodean la plaza. Ellas soportan las bóvedas de una galería a la que dan las tiendas. En el centro, en el mismo suelo o sobre pobres tapices usados, están sentados los vendedores de dátiles, de aceitunas negras, de pescado frito, de azúcar morena, de turrones y de dulces de miel, sobre los cuales las abejas posan sus inquietas patas. Es el lugar de los contadores de cuentos con sus sutiles gestos, los músicos, los cantantes rodeados de árabes ociosos. Los vendedores de sedas reúnen a su alrededor a las mujeres. La mayor parte, venidas del valle del Lucus, tienen un paso noble, un porte altivo, el rostro descubierto y curiosamente tatuado. Ellas aprecian mucho, se dice, los adornos, el lujo de los bellos tejidos… Bajo el deslumbrante mediodía, la plaza es ahora una cuba de mármol que el sol llena, encendiendo penachos de luz en el cobre de las balanzas, en el oro de los brazaletes, en las guardas de plata de los puñales, en el ágata oscura de los bellos ojos…
Un año después, mientras Manuel Gallardo continúa su pulso por conseguir el corazón de María Eduarda, un grupo de militares se subleva contra la República. Larache resulta ser pieza clave de la rebelión. Pocos son, entre la oficialidad, los que permanecen fieles al Gobierno y los nacionales se hacen con el control de la situación. Pero en Larache hay, antes de la derrota, algo de resistencia. El capitán Moreno Farriols, al mando de una compañía del Batallón de las Navas, proclama el estado de guerra. Le hace frente el teniente coronel Luis Romero Basart, de Regulares, jefe militar de la zona; pero, tras ser tiroteado y perseguido por las calles de Larache, ha de huir a la zona francesa para luego pasar a la España republicana. En Telégrafos y en la zona del Zoco Chico, por la calle Alcazaba, se producen violentos intercambios de disparos. Los soldados que defienden el edificio, fieles al Gobierno, junto a varios civiles, abren fuego contra dos camionetas en las que transportan a las tropas sublevadas y matan al teniente Reinoso. Días después, el 22 de julio, en el campo de tiro de Nador, a las cinco de la mañana, es ejecutado el soldado Alfredo Martín Blasco, al que se le acusa de ser el autor material de los disparos.
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En el barrio de la Alcazaba continúa la refriega de ese 17 de julio y, a resultas de ella, muere el teniente Bozas. Estos dos militares, Bozas y Reinoso, son considerados posteriormente por la propaganda nacional como los primeros caídos del Glorioso Movimiento. El coronel Beigbeder da instrucciones precisas y contundentes: eliminar a los sospechosos izquierdistas, ya sean sindicalistas, comunistas, anarquistas o masones; depurar a todos los funcionarios civiles españoles; y, por último, ceder el control absoluto del orden público y la seguridad ciudadana a los falangistas. Las noticias vuelan. Varios suboficiales del Tabor de Larache son arrestados. Junto a ellos, también lo son varias decenas de civiles, la mayoría no son más que vecinos honrados y respetados a los que todos conocen, pero son acusados falsamente de ser sujetos muy peligrosos. Son gente como Pariente, Herrazti, Pedrosa… Algunas denuncias se presentan por pura venganza personal. La guerra civil española es una etapa agria y terrible en la vida de Manuel Gallardo. Republicano de convicción, impulsivamente, ayuda a unos amigos a escapar a la zona del Protectorado francés. Por suerte, no es descubierto y repite en dos ocasiones más esta operación suicida. Una noticia sobre los civiles que han sido detenidos aturde especialmente a Manuel. Don Miguel Matamala, director del grupo escolar Yudah Levy, uno de los hombres más espléndidos que ha conocido nunca, es sacado a la fuerza del hospital en el que está internado. Violentamente, lo llevan a las afueras de Larache, le hacen el paseíllo y lo fusilan sin juicio previo. El detalle convierte el incidente en un hecho paradójico: todo Larache lo ha visto en muchas ocasiones despojarse de su abrigo o de su chaqueta para entregárselo a un indigente cualquiera, ya fuese musulmán, hebreo o cristiano, y ahora acaba tristemente su vida vistiendo un pijama que ni siquiera es suyo. Es ejecutado bajo la falaz acusación de ser un elemento subversivo. Son tiempos de confusión. A los familiares de los suboficiales fusilados, se les niega el saludo. Y si Manuel ha logrado poner a salvo a varios amigos, ahora las circunstancias lo sitúan en un lugar que no hubiera imaginado jamás: lo obligan a conducir camiones en los que se transporta a los detenidos que los golpistas utilizan para abrir zanjas en la carretera que enlaza Larache con Alcazarquivir. Los prisioneros abren y vuelven a cerrar las mismas zanjas una y otra vez, en una especie de castigo sin sentido. Mientras Manuel realiza esta ingrata labor, se le prohíbe expresamente que dirija una sola palabra a los presos.
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Por entonces, dos leves y fugaces destellos de alegría. El primero lo congracia con el género humano: es testigo de un acto de valentía que protagoniza la que, años más tarde, será su consuegra, María Salud Cabeza. Manuel está apoyado sobre el camión con el que ha llevado a un grupo de presos republicanos a la carretera de Nador y fuma un pitillo para matar el tiempo. Entonces ve a esa mujer, que avanza diligente con una talega a la espalda y un cántaro entre las manos. Lleva agua fresca y pan y tocino para los hombres que en ese momento trabajan en la zona. Los soldados que vigilan al borde de la carretera se interponen en su camino tratando de que no se acerque a esos hombres que la miran de soslayo con sus ojos apagados. Están desnutridos y sedientos. María Salud se planta con orgullo y los desafía a que le disparen si quieren detenerla. Manuel Gallardo la observa aterrado, con un temblor que le nace del alma, petrificado por un miedo que no es suyo, el pitillo se le cae de los dedos temblorosos; está convencido de que acabará siendo arrestada e incluso llega a pensar que puede ocurrir algo peor si uno de esos soldados pierde los nervios. Pero no se cumplen sus malos presagios, al contrario, minutos después ve a María Salud abrirse paso y vencer en su íntima y pequeña batalla. Jamás olvidará la mirada de esos hombres al verla alejarse cuando acaba su tarea. El segundo asomo de alegría se produce cuando María Eduarda accede a casarse con él. Cree haberla conquistado al fin. No sabe que ella lo hace por despecho; que se ha enfadado con Joaquín, el hombre que ha amado desde la infancia y al que nunca dejará de amar; y que, para fastidiarlo, le ha dicho que se casará con otro. Por pura cabezonería, ella acaba desposada con un hombre al que no quiere. Ajeno a lo que María Eduarda siente realmente, Manuel cree rozar la felicidad con la yema de los dedos. La última vez que Manuel Gallardo arrostra el peligro, lo hace ayudando a un primo de María Salud Cabeza, Antonio, al que todos llaman Antoine, porque siempre está hablando de Francia y sueña con ver algún día las calles de París. Es un idealista que está decidido a defender la República. Los vecinos saben cómo piensa porque nunca lo ha ocultado y alguien lo denuncia. Poco antes de que pueda ser detenido por los falangistas, Manuel logra que Antoine salga a escondidas de Larache. Luego se entera de que, junto a otro soldado que también ha conseguido escapar, se han hecho con un camión y han cruzado la frontera abriéndose paso a tiros de fusil; y que ya están en zona libre. A través de rumores, que llegan a hurtadillas, sabrá al poco que Antoine y su compañero de aventura han llegado milagrosamente a España.
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Otros tres jóvenes, Alcocer, Díaz y Plata, que también tratan de alcanzar la zona francesa, son sin embargo sorprendidos y fusilados. No tienen más de dieciocho años. La tragedia, como en la Península, ha inundado las tierras del Protectorado. Durante esos duros años, en los que las noticias se impregnan de dolor y de ausencias, Manuel y María Eduarda tienen dos hijos: un niño, Juanito, y una niña, a la que ponen el mismo nombre de ella, pero a la que siempre llamarán Maru. Nada hace presagiar entonces el dolor por Juanito. Más tarde, él se incorpora al cuerpo de motoristas de Tráfico. Le gusta su trabajo; le gusta, sobre todo, montar en moto, sentirse libre cuando conduce por las largas carreteras solitarias. Cuando la guerra civil termina, Antonio, el primo de María Salud Cabeza al que Manuel ayudara, fallece finalmente en un campo de concentración alemán en Francia, como otros exiliados, como si la muerte lo hubiera estado buscando por todos los rincones hasta encontrarlo. Antoine nunca llegó a ver sus soñadas calles de París. Casi una década después, en 1946, su hijo Juanito fallece por un error médico. Tiene siete años de edad. Anda siempre por los alrededores de La Bilbaína buscando cigarrones con su amigo Dukali, que luego guardan en cajas de cartón. Cuando cae enfermo, una fiebre altísima lo hace tiritar; lo visita un médico recién llegado de Granada que ha instalado su consulta en el barrio; y, desde la puerta de la habitación, sin más, diagnostica que el niño padece con seguridad paludismo. Le receta una inyección que ha de serle puesta cuanto antes. Mientras Maru va en busca del practicante, Manuel Gallardo y Dukali buscan un cigarrón; y encuentran el más grande y hermoso que los niños han visto nunca. Manuel, con paciencia, ata al cigarrón con un hilo a la pata de la cama. Como es tan grande, los niños deciden llamarlo Sansón. El insecto comienza a dar brincos absurdos, porque no logra escapar, y, finalmente, desiste y se queda quieto justo en la loseta en la que cae el sol que entra por la ventana. Llega el practicante y, aunque duda —le dice a María Eduarda que la inyección le parece demasiado fuerte para un niño—, cumple la orden del médico. La reacción es fulminante. El niño empeora; y Manuel se marcha desesperadamente a la consulta del doctor que no quiere atenderlo cuando escucha las explicaciones que da a la enfermera; y Manuel se da cuenta de que el hombre se ha equivocado. Busca a otro médico; se lo lleva a la fuerza a su casa, pero en cuanto explora al niño menea la cabeza de un lado a otro, ya no hay nada que hacer, la inyección le ha provocado una meningitis. Juanito comienza a perder la vi-
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sión. Y Dukali se queda cerca del cigarrón y, sin poder hacer nada, ve cómo su amigo, poco a poco, se marchita. María Eduarda y Maru no se separan de la cabecera de la cama. Manuel da vueltas como un animal herido. Juanito le pregunta a Dukali qué está haciendo Sansón. Sansón se ha convertido en una especie de figura de barro, no se mueve en absoluto, pero Dukali se inventa piruetas y saltos espectaculares del cigarrón que le describe a su amigo con todo lujo de detalles. A la mañana siguiente, Juanito se queda dormido para siempre. En la confusión del momento, alguien escucha a Dukali hablarle a su amigo; le dice en susurros que Sansón se ha muerto; y se lo lleva con sumo cuidado, acunado entre las manos, para enterrarlo en el huerto. A la casa de los Gallardo llega gente del barrio y de varios aduares. Un fquih de Souk el Arba, que conoce a Manuel desde hace años, le habla de los designios de Dios e intenta consolarlo. Pero él ha cogido su pistola reglamentaria, decidido a vengarse. La ira lo ciega y sale de la casa maldiciendo su mala suerte. Sin embargo, entre su cuñado y el fquih logran que desista de tal locura. Todavía queda Maru, qué sería de su hija sin él —le dice el fquih—, arrebatándole finalmente el arma. Y María Eduarda, que no parece reaccionar ante esta tragedia, en realidad lo ha hecho sin que nadie, al principio, repare en ello. Desde que su pequeño ha muerto, es como si hubiese enloquecido de alguna manera, pues su vida ya no tiene más que un cometido: marcharse cada día, en compañía de Maru, al cementerio de Larache, al antiguo cementerio, para estar al lado de Juanito… Su obsesión llega a tal extremo que algunos días la niña ni siquiera acude al colegio, pues las dos permanecen sentadas junto a la pequeña tumba; y allí se quedan hasta que las sorprende la noche; y Mustapha, el guarda, les pide que salgan para poder cerrar la puerta del recinto. Solo cabe una solución: marcharse, poner tierra de por medio. Por esta razón, Manuel Gallardo pide el traslado a Villa Sanjurjo, la actual Alhucemas. Octubre de 2012. Hanaa se seca una lágrima que no ha podido reprimir. Le pregunta a la mujer si ella es Maru y, con un movimiento de cabeza, le responde que sí mientras aparta la vista y clava sus ojos en la boca del puerto de Tánger, al que entra lentamente el ferry. Han de bajar a la bodega para recoger las maletas y desembarcar. Hanaa le pregunta cómo va a ir hasta Larache, y Maru hace un gesto y le dice que tiene su chofer particular. Las dos ríen. Abdul espera a Maru en la rampa de bajada de la estación marítima de Tánger. Cada vez que vuelve, lo llama por teléfono y él la recoge en el puer-
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to para llevarla a Larache. Se saludan con afecto. Hablan de la familia, de cómo van las cosas. Abdul conoce la historia de Mohammed y le dice que hay alguien en la mahatta de Larache que quizá sepa algo de él. Ella aprieta el bolso que lleva en el regazo, como si quisiera asegurarse de que la vieja foto de Mohammed no se le pierda. Mira a Hanaa y luego a su hija. No le ha preguntado antes a dónde se dirige. A Briech, le responde. Eso está de camino, cerca de Larache. Maru le dice que se viene con ella, que le paga el taxi. Abdul no espera la respuesta, coge las maletas de Hanaa y las introduce en el maletero. Y en cuanto enfilan la antigua carretera de Tánger a Larache, Maru, mientras Abdul mira de hito en hito a las dos mujeres por el retrovisor, sigue contándole su historia a Hanaa. Allí, en Villa Sanjurjo, Mohammed irrumpe inesperadamente en la existencia de Manuel Gallardo. Mohammed es un niño de la misma edad que Maru. Es un limpiabotas que también se las apaña para hacer pequeños trabajos en el cuartel del cuerpo de motoristas y que incluso ha conseguido que lo dejen dormir en un pequeño cuarto del hangar. Es servicial, atento y nunca se molesta por nada. Poco a poco, le roba el corazón a Manuel y pasa a formar parte de su vida en Alhucemas. Va con él a todas partes. Mientras el resto de sus compañeros ignoran a ese chaval, Manuel Gallardo lo protege de las inclemencias que azotan su infancia. Quizá ha venido a ocupar el vacío de Juanito. Para su hija, se convierte también en su nuevo hermano. Seis años después, deciden regresar a Larache. El carácter de las gentes de Alhucemas es más seco y distante, y añoran el ambiente de la que ya es su ciudad. María Eduarda y Maru añoran a sus vecinas marroquíes de Alcazarquivir y de Larache, que se pasan todo el día con ellas en casa, hablando y cantando. Las vecinas de Villa Sanjurjo apenas las tratan. El día de la partida, Manuel, serio y entristecido, embala lentamente todos los enseres familiares llenando el camión en el que han de efectuar el largo viaje de vuelta. Sabe que Mohammed ha de quedarse y no sabe cómo decirle adiós. Cuando acaba de preparar los pertrechos del viaje, ve que el chico los observa en silencio, llorando con desconsuelo. De hito en hito, se restriega los ojos y los mocos con las mangas de su jersey. Nadie ha tratado a Mohammed como lo ha hecho Manuel Gallardo. Probablemente por eso, Mohammed deja de llorar, da un brinco y, sin pensarlo, corre hacia el camión cuando Manuel le hace un gesto con la mano para que suba a él. No es capaz de abandonarlo allí solo. Maru se abraza a Mohammed y el camión comienza a traquetear por la carretera, dejando Alhucemas muy atrás…
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De nuevo, en Larache. De nuevo, cuatro personas en la casa: Manuel y María Eduarda, su hija, y ahora Mohammed, que tiene entonces unos catorce años. Al principio, hace pequeños trabajillos que le encarga Manuel, hasta que logra que Mohammed comience a trabajar como ayudante en la guagua, la de Olegario. Por esa época, ya viven en otro lugar, en el barrio del Relojero, frente al de Nador… Pese al tiempo transcurrido, la muerte de Juanito les ha dejado una huella profunda; y Manuel Gallardo, al final de la jornada, suele ahogar sus penas en los bares que hay cerca del Cuartel de Tráfico, por eso no es raro que a veces acabe con una buena borrachera y que pierda la noción del tiempo. Es Maru la que, en más de una ocasión, ha de ir en su busca; y para eso ha de cruzar todo el barrio de Nador. La acompaña Mohammed. En ocasiones, lo encuentran hablando acaloradamente con Ahmed Sibari, que pertenece a la Policía Armada y que se engancha también a la barra. Son tan buenos amigos que les dicen a los demás que son hermanos. Para los dos chavales, lo más atractivo es deambular por las calles de ese barrio, ver a las meretrices en el quicio de las puertas en las que leen nombres como La luna de miel, El cielo, La Bombonera, La casita de papel… Los soldados entran y salen; también hombres solitarios y silenciosos, algunos conocidos que, al encontrarse a los dos niños, aceleran el paso. Las mujeres se apoyan en la pared, sobre tacones altos, se abren levemente las batas que llevan puestas y dejan entrever la ropa interior negra… Perturbador para un chico como Mohammed. Fascinante para una jovencita como Maru. Cuando los dos regresan, lo hacen tirando como pueden de Manuel y de Ahmed, que trastabillan por las calles de tierra. Manuel Gallardo se suele perder por las carreteras secundarias, haciendo kilómetros, y se hace asiduo en los aduares más apartados. A veces, se queda a dormir en esos mismos poblados, lo ayuda su dominio del árabe que habla a la perfección, es incluso capaz de simular el acento de cada región de la Yebala. Una forma de no regresar a un hogar que siente frío y desangelado. Ya hace tiempo que ha descubierto que su mujer no lo quiere, de que jamás lo amará como él a ella. Manuel también es un buen cantaor de flamenco, dicen que su timbre de voz recuerda al de Miguel de Molina. Lo peculiar de su cante es que, cuando lo invitan a un bautizo o a una boda musulmana, Manuel Gallardo canta las bulerías y las alegrías en árabe; y eso las transforma en algo especial. A Ahmed Sibari le encandila escucharlo, a veces lo anima a hacerlo en el bar en el que encallan muchas noches y su voz enmudece a los parroquianos.
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Mohammed sigue junto a su nueva familia y se va haciendo hombre. Su buen hacer le hace ganarse la confianza de sus empleadores, pero Manuel quiere que se afiance en otro trabajo mejor, que se labre su futuro, ya tiene edad suficiente. Y consigue al fin que lo contraten en La Escañuela. Llega a ser conductor de guagua. Con el tiempo, se convierte en el dueño de un taxi… Y llega un día, ese día inevitable, en el que Mohammed vuela del nido. Y Manuel escapa en su motocicleta para que nadie lo vea llorar. Maru, por el contrario, mira la fotografía de Mohammed que guarda entre las páginas de un libro, sin barruntar que muchos años después la llevará con ella tratando de volver a verlo. Pero Ahmed Sibari tiene un hijo pequeño, también se llama Mohamed, aunque todos se dirigen a él por el apellido de su padre. Sibari es travieso, no le gusta estudiar, prefiere irse a la otra banda y buscar cangrejos entre las piedras del espigón. Manuel Gallardo necesita que el vacío de Juanito no lo ahogue, que la ausencia de Mohammed no sea un segundo suplicio. Desde que no vive con ellos, hace su vida, como cualquier joven de su edad; y Manuel nota cómo se distancia poco a poco, es ley de vida. Y, de pronto, Sibari, el hijo de su amigo y hermano Ahmed, pasa a llenar ese vacío. Así que se empecina en que el niño no falte a la escuela; si se entera de que no acude a clase, lo busca, removiendo cielo y tierra, y lo lleva a la fuerza. Pero además, más tarde se convierte, en apariencia, en un colaborador inesperado con el que no contaba. Por esa época, Ahmed Chouirdi comienza la enseñanza primaria en la escuela Moulay Abdeslam, que está cerca del puerto. Muy pocos niños marroquíes lo hacen en la Escuela Francesa o en la escuela libre Ahliya, del Zoco Chico. La escuela Moulay Abdeslam la dirigen un musulmán, marroquí, y un cristiano, español, que domina el árabe. Ahmed Chouirdi aprende de memoria las provincias de España, también su geografía y su historia, mucho antes de saber nada de Marruecos. Las clases las imparten profesores españoles y marroquíes: si Sellam Yanin, don Antonio Bravo, si Mustafa Douay... Chouirdi se queda a veces por los aledaños del puerto hasta que divisa a Manuel Gallardo y a su compañero, que llegan en moto; los ve detenerse, echar un vistazo y, entonces, con la picaresca innata de un niño, se les acerca y finge no encontrarse bien, sentirse fatigado, a punto de desmayarse. Manuel y su compañero saben que es la misma pantomima que ya ha interpretado otras veces y también saben que lo hace para que alguno de ellos lo lleve en la moto hasta la plaza de España. Con un ademán de la cabeza, cualquiera de ellos lo invita a que monte detrás; y Chouirdi, con su pequeño cuerpo, salta al sillín y sus delgados brazos tratan de aferrarse a la cintura
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del motorista. Cuando suben por la cuesta del Barandillo, Ahmed Chouirdi se siente el centro de atención, la envidia del resto de los niños de la Medina. En esos años del Protectorado, a quienes pretenden examinarse para la carrera de Magisterio, se les expide un certificado en el que se hace constar que el aspirante ha “observado buena conducta pública y privada durante su residencia en Larache”, documento que expide el interventor militar territorial del Lucus. Y además el cura párroco de la iglesia del Pilar de Larache certifica igualmente su buena conducta social, moral y religiosa. No es extraño que un profesor trabaje unos cursos en el grupo escolar España, que luego lo haga en el grupo escolar Yudah Haleví, que pase también por las escuelas graduadas de la zona portuaria de la Misión Cultural Española en Larache, por la escuela Moulay Abdeslam o por los Hermanos Maristas o por el colegio Nuestra Señora de los Ángeles, incluso que compagine el centro con clases particulares. Los salarios de los maestros son exiguos. Lo que sí es evidente es que un gran número de niños pertenecientes a diferentes culturas y religiones comparten aulas sin ningún tipo de problemas. Les une la misma ciudad, el mismo barrio, la misma vida. Y, además de los colegios, son las fiestas religiosas las que precisamente hermanan tanto a esos mismos niños como a sus familias. Mientras tanto, Maru estudia en el colegio Cervantes, en Cuatro Caminos. Desde que cumple trece años, comienza a verse a escondidas con un chico del barrio de las Navas. Se llama Antonio y, curiosamente, es uno de los hijos de María Salud Cabeza. Su padre trabaja en La Bandera Española, una de las tiendas más conocidas de la ciudad. Manuel Gallardo intuye algo, nota rara a su hija, escucha algún comentario. Y es entonces cuando urde su plan: utilizará a Sibari como espía; lo convencerá para que, sin levantar sospechas —solo es un niño y eso facilitará todo—, siga a Maru y le informe de con quién anda; está decidido a cortar de raíz esa relación. Para él, su hija es aún una niña pequeña. Pero cuando Sibari le dice que se trata de Antonio, el hijo de María Salud Cabeza, Manuel Gallardo aborta su primera intención; admira tanto a esa mujer que incluso en su fuero interno se alegra de que sea este joven el que ronda a su única hija; o quizá sea que sabe perfectamente que, si ella apoyara a su hijo, esa guerra la perdería: María Salud es mucha María Salud, incluso para él. Así que se traga el orgullo y le dice a Sibari que, a partir de ese momento, se limite a contarle a dónde van juntos y qué hacen Maru y Antonio. Pero Sibari es espabilado, sabe sacar partido de la situación y acepta con una condición: tendrá que pagarle por su trabajo. De esta forma, a cambio de unas pesetas, Manuel logra su objetivo y Sibari el suyo. Sin em-
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bargo, el niño se sabe en una posición privilegiada y juega a dos cartas, de manera que le cuenta todo a Maru. De pronto, cobra de ambas partes. En la fiesta del Mulud, los niños musulmanes llenan las calles de alegría. Maru se lleva a Sibari al Zoco Chico. Le compra algo. Si lo tiene contento, le dirá a su padre lo que ella quiera. Ahmed Chouirdi corre con sus amigos por la calle Real. Y Sibari se une a ellos. Alguien grita que viene la Aixa Candixa, todos los críos huyen despavoridos. La leyenda de esa mujer con patas de cabra es la que aterroriza a los niños de Larache. Da igual su religión. Aixa Candixa los asusta a todos, aunque ninguno la haya visto nunca. Ahora, Manuel recuerda con añoranza el primer año en el que Mohammed vivió en su casa. En aquella fiesta del Mulud, lo esperó apoyado en el quicio de la puerta hasta que el chico llegó; le tenía preparada una sorpresa inesperada en el interior de la casa. Cuando Mohammed entra y ve la bicicleta, no dice nada; solo es capaz de acariciar el manillar y no es hasta que Manuel le dice que es suya cuando reacciona. Sus ojos están radiantes. Y así lo rememora Manuel con el agridulce sabor de la ausencia. Luego, el día de Reyes, la protagonista es Maru. Durante la fiesta del Purim son las casas hebreas de Larache las que se transforman, son como golosas pastelerías abiertas hasta el anochecer. En la de los Fereres, los amigos musulmanes y los amigos cristianos entran y comparten los dulces que se ofrecen. A los niños, regalos y caramelos. Y a la puerta, sobre una mesa, se deja una bandeja con monedas para los indigentes, da igual a qué religión pertenezcan. La estampa se multiplica en cada casa hebrea. Manuel Gallardo guarda como un tesoro los días del Pessah en que acude cada año a la casa del señor Beniflah, a la que es invitado junto a Ahmed Sibari. Al llegar, escucha su voz modulada que desde las escaleras les dice: — Y ahora, todos los que quieran pasar que entren. Todos los que deseen comer que pasen. Es la señal que indica que pueden subir. Entran al hogar del señor Beniflah, donde la familia los recibe con los brazos abiertos y con una bandeja de matzás. Y el hombre dice entonces: — Cerrad la puerta, ya entraron. Con estas palabras, el señor Beniflah les da tanto la bienvenida como sella de manera solemne el ritual de esa celebración que congrega a la familia, al mejor amigo del señor Beniflah y a un cristiano y a un musulmán para sentarse juntos alrededor de la misma mesa y recordar la liberación del pueblo de Israel. La vida en Larache, aparentemente, no es nada excepcional. Entonces no parecía tan excepcional.
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Maru y Antonio consiguen meterse a Sibari en el bolsillo, lo convierten en su cómplice. De espía de Manuel, a carabina de los jóvenes: termina por sacarles a escondidas las entradas del cine para que ellos dos puedan ir juntos a ver una película; y luego le miente piadosamente a Manuel diciéndole que ha estado en todo momento cerca de su hija; y que ella y su novio se han limitado a pasear por el Balcón del Atlántico, desde el mercado al hospital y del hospital de nuevo a la plaza. Mientras ellos entran en el cine Ideal, Sibari se entretiene con Driss, el barquillero. Como a todos los niños, le atraen los colores de la bombonera y el resplandor de la ruleta, que brilla intensa. Aunque Antonio le ha dado ya su compensación, toquetea las monedas en el bolsillo; y en vez de comprar con ellas un barquillo se decide por jugársela, decide apostar. Si gana, se lleva cuatro barquillos; si pierde, se queda sin el dinero apostado. Pero el riesgo merece la pena. Ese día, Sibari hace girar la ruleta; y la hoja comienza a tiritar con su sonido inconfundible, deteniéndose lentamente, hasta que lo hace en uno de los clavos. No hay suerte. Sibari no se da por vencido y apuesta de nuevo. Piensa que ahora se parará en el número cuatro, pero pasa por este y vuelve a hacerlo por los otros cuatros y, de nuevo, cae en un maldito clavo. Sibari, enfurecido, le da una patada a la bombonera; y Driss le da un pequeño cachete en la nuca. El niño, a punto de ponerse a llorar, se gira, aguantando la burla de otros chavales que lo han rodeado mientras jugaba. Ahora no tiene ni sus monedas ni sus barquillos. Pero Driss le sisea y lo hace volver. Sibari, arrastrando los pies y con las manos en los bolsillos, se acerca sin levantar los ojos; y el hombre le da un barquillo, crujiente, y logra arrancarle una tímida sonrisa. Sibari aguarda sentado en la puerta del conservatorio de don Aurelio a que termine la película. Mientras, Driss se ha metido en el callejón de la iglesia, ha extendido su estera cerca de la pared y ha cumplido con sus oraciones. Cuando el público sale del Ideal, la calle Chinguiti es un hervidero, la gente pasea y Driss el barquillero hace girar de nuevo la ruleta para atraer a otros niños. Y llega la fiesta del Aid el Kebir. A Maru le gusta el comienzo, porque coincide con la romería al santuario de la patrona de la ciudad, Lalla Mennana la Mesbahía. Como su abuelo Juan Martínez, Maru pronuncia el nombre en un susurro y parece que le acaricia los labios. En otros países musulmanes, ni se reza ni se venera a los santones, tampoco a los patronos y menos aún a una patrona, pero Marruecos es diferente en esto y en otras muchas cosas. Manuel Gallardo y sus compañeros se quedan en Cuatro Caminos, desvían el tráfico porque la avenida se ha inundado de gente. La muche-
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dumbre sube desde la plaza de España y baja desde el cruce. Maru se ha metido en medio del torbellino con unas amigas y con Sibari. Y logran entrar en el recinto exterior del santuario, en la zona del cementerio. El respeto es tal que nadie de los fieles musulmanes muestra rechazo por la presencia de cristianos o hebreos que se acercan a contemplar la celebración. El grueso de los creyentes llega del Zoco Chico, donde primero han acudido a los alrededores de la Mezquita, y la procesión se atraganta en el propio santuario, donde es casi imposible moverse. El shrif, sobre una hermosa yegua blanca, preside la ceremonia de ofrenda a la santa patrona; y luego los derviches, que pertenecen a la cofradía de los aixauas, inician su danza. Comienzan lentamente pero, a medida que el ritmo de las chirimías y de los tambores se acelera, el baile se hace más y más histérico; los bailarines caen en trance; y entonces se llega al paroxismo, con movimientos tan violentos que impresionan a los asistentes. Maru y sus amigas se quedan paralizadas. Sibari, por el contrario, palmea y da pequeños saltos, imitando a los derviches. Una de las chicas ya los ha visto en la Medina, la impresionó verlos comer corderos y gallinas que les arrojaban desde las ventanas de las casas y que mordían aun estando vivos los animales. El estado de trance es tal que pierden la noción de la realidad. Cuando uno de los aixauas se desmaya, la muchedumbre se agolpa alrededor; y entonces las jóvenes se escabullen y salen del santuario. Maru ha de tirar de Sibari para sacarlo de allí, atrapado por el espectáculo. Si Manuel Gallardo supiera que su hija y las amigas están viendo a los aixauas, seguramente la castigaría con no salir de casa durante una semana. Pero ella ya sabe que volverá al año siguiente. Otro rasgo del carácter marroquí lo demuestra un hermoso gesto del que, en pocos años, será proclamado rey: durante el mandato del Gobierno de Vichy, las leyes y normativa antisemitas que adopta este se aplican no solo en Francia sino en todos los territorios administrados por el país galo, por tanto, también en el Protectorado francés. Por supuesto, las nuevas autoridades españolas siguen igualmente las proclamas que tratan de extender los nazis. Sin embargo, contra ellas se alza la voz del sultán Mohamed Ben Yusef que da órdenes expresas para que esta discriminación no se aplique a los hebreos marroquíes. El futuro rey Mohamed V demuestra una generosidad y grandeza de miras digna de un hombre justo. Los franceses cometen tantos atropellos y abusos contra los marroquíes, durante el período del Protectorado, que alimentan de manera inconsciente el sentimiento nacionalista de una población que es tranquila y pacífica.
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Además de su creciente xenofobia, cometen el mayor de los errores cuando en 1953 destronan a Mohamed V y es deportado primero a Córcega y después a Madagascar. Se escuchan disparos en Larache, hay un amago de levantamiento que es general en el país. Sin embargo, los actos terroristas se concentran especialmente en la zona francesa y se suceden hasta 1955, en que el Gobierno francés se ve en la necesidad de hacer regresar a Mohamed V. A partir de ese momento, la independencia de Marruecos comienza a ser una posibilidad cada día más cercana y real. 19 de abril de 1956. Maru y María Eduarda regresan a Larache en la guagua. Han pasado el día en Alcazarquivir con sus antiguas vecinas. Cuando atraviesan Cuatro Caminos, a todos los viajeros les llama la atención un olor desagradable que no reconocen. Alguien dice que hay un muñeco colgado de una de las palmeras en la avenida del Generalísimo. Maru estira el cuello para mirar por encima de los asientos delanteros; y, en efecto, ve el muñeco y piensa que se celebra alguna fiesta. Pero pronto ven gente corriendo despavoridas, otros dando voces. Alguien grita; y entonces se dan cuenta de que no es ningún muñeco de trapo lo que comienza a arder, sino una persona… La guagua se detiene y los pasajeros bajan en desbandada. María Eduarda ase la mano de Maru y las dos corren sin sentido; ven chiquillos que parecen pequeños monstruos, como poseídos por un djinn, y a hombres con brazaletes con la bandera marroquí. Hay un ambiente de pesadilla. Oyen gritos contra el bajá y algunos disparos. Escapan hacia la calle Barcelona, pero las desborda el gentío que se dirige sin control a la casa del bajá Raisuni. Alguien dice que han quemado a Rabah, el esclavo negro del bajá. El vocerío va quedando atrás y las dos corren sin detenerse. Oyen las sirenas de la policía. Cuando Manuel Gallardo regresa a su casa, encuentra a las dos ateridas por el nerviosismo. Les confirma lo que ellas han visto. Les cuenta que han descuartizado al esclavo del bajá; que los nacionalistas, exaltados, han quemado a colaboracionistas; y que la churrera ha muerto de un infarto al ver cómo quemaban vivo a un viejo. Manuel les dice también que a ellos, a los agentes españoles, los han obligado a presenciar esas atrocidades; y entonces se lleva una mano a la boca, pero no puede evitar vomitar. Se le saltan las lágrimas. Le es imposible olvidar lo que vivió durante la guerra civil; y ahora de nuevo parece que la locura, otra locura irracional, se posa sobre Larache. De pronto, se da cuenta de que su mundo está a punto de terminar y de que más pronto que tarde habrán de marcharse. Y un indescriptible desgarro le atraviesa el alma. Marruecos es independiente.
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Cuando los Gallardo salen de Larache (todos los funcionarios, soldados y policías españoles han de hacerlo), les despide tanta gente que llega un momento en el que no son conscientes de a quién abrazan. Maru se aferra a Antonio, que se queda, como el resto de la población civil española a la que nadie importunará en absoluto y que seguirá su vida como antes. Otro de los rasgos que hacen a Marruecos distinto, especialmente al Marruecos del norte. Mientras en el resto de los países que se liberan del colonialismo las venganzas y atropellos a los nacionales de la metrópolis son una constante, aquí nada de eso sucede; hay tanta relación personal y familiar que es algo impensable. Maru promete volver y cumple su palabra. Ya casados, ella y Antonio seguirán en Larache hasta 1973; y habrá entonces una segunda y definitiva despedida. Pero, en ese momento, son Manuel Gallardo y María Eduarda Martínez los que padecen un auténtico calvario. Salen de la ciudad en la guagua. Hay dos motoristas escoltando el autobús: son dos agentes marroquíes, uno de ellos es Ahmed Sibari. Los acompañan hasta Lixus y allí Ahmed hace sonar la sirena de su motocicleta, pero es un sonido triste y solitario. Manuel y María Eduarda tienen la mirada perdida. Dejan Larache y dejan a Juanito. María Eduarda solo repite que se queda solo y Maru la abraza rogándole que deje de decirlo, que no piense más. Pero Manuel, en ese instante, tampoco puede soslayar el recuerdo de su hijo. No sabe por qué pero se lo imagina en la playa de la otra banda, junto a Mohammed y al pequeño Sibari; y los ve jugar juntos, salpicando agua, construyendo un castillo de arena; y los escucha reír, nítidamente, como si estuviesen allí mismo, pero de pronto los niños comienzan a caminar por la orilla, alejándose de él. No lo escuchan cuando intenta inútilmente que se detengan; y sus voces, igual que un eco, se van apagando poco a poco, aunque Manuel quisiera pararlo todo y que el tiempo volviera atrás, pero eso ya es imposible. Octubre de 2012. El taxi avanza ahora en silencio. Nadie habla. Cuando llegan a Briech, anochece. Se despiden de Hanaa y de su hija. Le ofrece su casa a Maru, se besan, se despiden. Hanaa se queda un rato allí parada, contemplando cómo se pierde el taxi en la primera curva; y luego comienza a caminar muy lentamente, recordando cada detalle de la historia que ha escuchado. Llegan a Larache. Como le anunciara Abdul, allí está el anciano, apoyado con desgana contra uno de los Mercedes celestes. Dice que es de Alhucemas y que conoce a todos los taxistas de aquella ciudad y de esta. Maru le enseña la foto, que el anciano escudriña con parsimonia, entre-
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cerrando los párpados. Asiente y el corazón de ella se acelera, pero luego el hombre frunce el ceño y niega lentamente, como si de pronto se diera cuenta de que se equivoca. Dice que lo lamenta, que cree conocerlo pero no está seguro. Maru ya está acostumbrada a esas respuestas y guarda una vez más la fotografía. Abdul menea la cabeza, tenía un buen presentimiento que se esfuma de pronto. Quizá la siguiente vez, dice Abdul. Sí, quizá la siguiente vez, responde Maru pensando que a la mañana siguiente irá a visitar a su hermano Juanito, que se sentará junto a la pequeña tumba y que hablará con él un par de horas de aquellos inolvidables años en su querida Larache. Bibliografía Barce Gallardo, S.: En el jardín de las Hespérides, Málaga: Aljaima, 2000. — Sombras en sepia, Valencia: Pre-Textos, 2006. — Ultimas noticias de Larache, Málaga: Aljaima, 2004. Cazorla Prieto, L. M.: La ciudad del Lucus, Córdoba: Almuzara, 2011. Cohen Mesonero, L.: La memoria blanqueada, Madrid: Editorial Hebraica, 2006. Edery Benchluch, J.: Viajando por el Magreb Hispánico. Un intercambio de culturas. Argelia, Marruecos y Túnez. Madrid: Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Secretaría General Técnica, 2011. Fereres de Moryoussef, S.: Larache, crónica nostálgica, Caracas (Venezuela): Biblioteca Popular Sefardí, 1996. Galea Díaz, C.: La casta militar africanista (1936), Alicante: Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2004. López Enamorado, M. D.: Larache a través de los textos, Sevilla: Junta de Andalucía, Consejería de Obras Públicas y Transportes, 2004. Martínez Martín, C.: Te devuelvo la memoria, Madrid: Caja Castilla-La Mancha, 2007. Morales Lezcano, V.: Historia de Marruecos, Madrid: La Esfera de los Libros, 2006. Sibari, M.: Regulares de Larache, Tánger: Edición del autor, 1995. Tessainer y Tomasich, C.: El árbol del acantilado, Málaga: Ediciones Sarriá, 2006.
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La emigración española a Marruecos: 1836-1956
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1. Introducción
Aunque la historia de la emigración de españoles a Marruecos no arranca hasta 1860, algunas fuentes, que hemos consultado, confirman que han existido corrientes migratorias entre España y Marruecos muchos años antes. Varios informes consulares de las represtaciones diplomáticas inglesas y francesas, registros de misiones religiosas y algunas publicaciones francesas de principios del siglo XIX confirman la llegada de varios canarios, andaluces, extremeños y levantinos, en el siglo XVIII, a Marruecos en busca de un porvenir mejor. A finales del siglo XVIII y principios del siguiente, varios españoles se instalaron, junto a otros emigrantes europeos, en las ciudades de Tánger, Larache, Rabat, Salé, Casablanca, Safi, Mogador, Agadir. Solo en la ciudad de Tánger llegaron a constituir, junto a los diplomáticos franceses huidos de la Revolución y luego también los militares franceses que habían sido vencidos en la batalla de Bailén, una colonia de trescientas personas (Lourido: 1996, 31). En 1860, y gracias a las ventajas conseguidas por España con la firma del Tratado de Paz con Marruecos, cientos de emigrantes andaluces, de Cádiz y Málaga, y obreros de Canarias cruzaron el Estrecho, en busca de tra-
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bajo y oportunidades de vida mejor. En las ciudades costeras de Marruecos su número se ha cuadriplicado en el periodo comprendido entre 1858 y 1864. A finales del siglo XIX, la emigración de españoles hacia Marruecos registró un aumento destacable, sobre todo hacia las ciudades del litoral marroquí. Solo en Tánger llegaron a representar el 20% de la población total de la ciudad. Con la proclamación del Protectorado en 1912, se intensifican los desplazamientos de emigrantes españoles hacia Marruecos. En el mismo 1912 se registran 4.307 entradas al país. Esta dinámica continuará hasta 1924 con un saldo positivo de 27.893 personas, y solo se ve interrumpida entre los años 1925 y 1928 como consecuencia del desembarco de Alhucemas y de las campañas en contra de Mohamed Ben AbdelKrim el Jattabi. A partir de 1929, y una vez “pacificado” y ocupado todo el norte de Marruecos, la emigración española se aceleró y las entradas han vuelto a ser superiores a las salidas. En el periodo comprendido entre 1929 y 1935, se registró un saldo positivo de 5.701 personas. A pesar del estallido de la dos guerras entre 1936 y 1945, Guerra Civil y II Guerra Mundial, el desplazamiento de españoles hacia Maruecos ha mantenido su ritmo de crecimiento. Entre 1935 y 1955 la población española en el Protectorado se multiplica por dos, con lo que su proporción sobre el censo total pasa del 5,6% al 8% (Gonzálvez: 1994, 70). En 1956, año de la independencia de Marruecos, había 143.412 españoles censados en Marruecos. De ellos 63,41% en la zona norte del Protectorado español, 2,44% en Ifni, 0,95% en el Sáhara, 18,19% en la zona francesa y 15% en la zona internacional. 2. Fuentes de estudio sobre la emigración de españoles a Marruecos
A pesar de los cincuenta y siete años que nos separan de la independencia de Marruecos, son pocos los trabajos dedicados a la emigración de españoles en el país antes de 1956. Carecemos de estudios sobre los primeros desplazamientos de emigrantes españoles a Marruecos antes de su colonización. Tampoco disponemos de investigaciones rigurosas con datos sobre la evolución de la emigración española en Marruecos, su distribución según región o provincia de procedencia y/o nacimiento, su distribución según sexo y edad, media de edad y población activa y sobre su situación laboral durante la época del Protectorado (1912-1956). Los investigadores marroquíes han centrado sus investigaciones, relacionadas con la etapa del Protectorado 1912-1956, en todo lo concerniente a la presencia francesa y obviaron la presencia española por considerarla como po-
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tencia colonial marginal en comparación con la francesa y también por la idea errónea sobre la zona de Rif como el “Marruecos inútil”, debido a su geografía montañosa y pobre con pocas posibilidades de desarrollo económico. Los investigadores españoles, en consonancia con la España oficial, han vuelto la espalda a Marruecos desde su independencia en 1956. Desde ese año no se ha vuelto a hablar de Marruecos, y menos de Rif, hasta finales de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado con las llegadas masivas de inmigrantes marroquíes a las costas andaluzas, a veces de las formas más arriesgadas. Algunos historiadores encuentran justificación “a ese silencio en los malos recuerdos que guardaba de ese país una parte de la población española”: la “pesadilla” de la guerra de 1909 y sus consecuencias en España en la Semana Trágica de Barcelona como consecuencia de las protestas en contra de la guerra (Aziza: 2003, 21), la batalla de Annual, la participación de “soldados marroquíes que trajo Franco” durante la guerra civil española al lado de las tropas franquistas, etc. El análisis de la bibliografía disponible nos ha permitido constatar un predominio de trabajos sobre la emigración de españoles a América y Europa y, en parte, a Argelia, en el continente africano, realizados por demógrafos, geógrafos, sociólogos, antropólogos, estadistas y economistas. Mientras, la bibliografía española referente a la emigración de españoles hacia Marruecos es escasa. A día de hoy, no disponemos de ninguna publicación dedicada exclusivamente al tema de la emigración española en Marruecos. Solo hemos encontrado algunos investigadores que han dedicado algún capítulo o páginas de sus obras al desplazamiento de españoles a Marruecos: Mimoun Aziza (2003), Juan Bautista Vilar y María José Vilar (1999), José Fermín Bonmatí (1992) y algunos capítulos en obras colectivas o artículos en revistas científicas de Bernabé López García (2008, 1994, 1993), Francisco Manuel Pastor Garrigues (2008), Pedro Reques Velasco y Olga de Cos Guerra (2003), Ramón Lourido (1994) y Vicente Gonzálvez Pérez (19931994), todos ellos recogidos en la bibliografía de este artículo. Esta escasez en la bibliografía sobre la emigración de españoles a Marruecos nos obligó a acudir a otras fuentes, principalmente la producción bibliográfica francófona. De estas fuentes, destacamos los informes consulares, los “padrones parroquiales” de la Misión Franciscana, con datos a partir de 1836, recopilados por Miège (1961), el Bulletin du Comité d’Afrique Française (BCAF), los distintos tomos de Villes et Tribus, publicados por la Sección de Sociología de la Direction des Affaires Indigènes, dependiente de la Résidence Générale de la République
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Française au Maroc (varios tomos de los años 1915 a 1932), la magnífica obra, de principio del siglo pasado, de Jean-Louis Miège dedicada a “Marruecos y Europa de 1830 a 1894” (Miège, 1961), la prensa de la época, los Anuarios Estadísticos de España publicados por la Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, y las memorias escritas por españoles residentes en Marruecos, aparte de los trabajos publicados en España entre 1992 y 2008, referenciados anteriormente. 3. Factores del impulso de la emigración española hacia Marruecos
Los factores del impulso de la emigración española hacia Marruecos se explican, en España, por distintas causas que podemos dividir en factores de expulsión y factores de atracción. 3.1. Factores de expulsión
Son muchos los factores de la emigración de españoles hacia Marruecos, que podemos sintetizar en los siguientes: — Las múltiples reformas agrarias y crisis agrícolas a lo largo del siglo XIX y principios del XX obligaron a cientos de españoles de Andalucía, Extremadura y Levante a emigrar hacia Marruecos. Estas migraciones se intensificaron después de la firma del Tratado de Paz en 1860 y el Tratado de Comercio en 1861, y después de la modificación de la normativa española con la eliminación de las leyes opuestas a la emigración de españoles, como veremos en los capítulos posteriores. — El empobrecimiento, la miseria y las persecuciones sufridas por los campesinos y jornaleros de las aldeas y pueblos agrícolas de Antequera, que se rebelaron en 1861 reclamando tierra y libertad, obligaron a cientos de ellos a dirigirse hacia los puertos marroquíes en busca de refugio y trabajo (Miège: 1961, 485). — Los opositores, perseguidos y derrotados políticos, como el movimiento insurreccional de Cádiz de 1868 y el movimiento anarquista (Miège y Hugue: 1954, 42). — Los jornales y pequeños agricultores extremeños y andaluces vieron como sus condiciones se agravaban, desde 1880, debido al mal reparto de las tierras. La escasez de los salarios, la inestabilidad del trabajo y la irregularidad de las cosechas los obligaban a abandonar una “tierra ingrata” (Miège y Hugue: 1954, 42). — La corriente africanista, desde la creación de la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas en 1884, con su afán de aumentar la influencia española en Marruecos, no dejó de alentar a campesinos, desempleados
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y obreros a emigrar hacia el país vecino. Estas campañas se intensificaron a partir de 1912 animando los españoles a cambiar América por Marruecos “donde, probablemente en breve plazo, encontrarían trabajo en esas explotaciones agrícolas y, por lo menos, no soportarán el encarecimiento creciente que reina en Europa y América” (Iñiguez: 1913, 139-140). — Las campañas del Gobierno español de promoción de la corriente de emigrantes españoles hacia la zona internacional del Gobierno español, con el fin de aumentar la importancia de sus intereses en Marruecos (Martinière et Lacroix: 1894, 100). — La crisis económica sufrida por España a raíz de la pérdida de sus antiguas colonias, Puerto Rico, Cuba y Filipinas, en 1888, y sus consecuencias sociales y políticas. — Añadir que el estado colonial y sus “intelectuales”, desde la proclamación del Protectorado, utilizaron el espacio económico de las zonas colonizadas para absorber al excedente demográfico y para desviar a todos los obreros y artesanos parados (Aziza: 2003, 151). Gascón, en un artículo respondiendo a Zuleta “contrario a la colonización del Rif cuando hay tanto que hacer en casa”, lo describe como sigue: Si la emigración se encauzara con dirección á África, indudablemente sería porque allí el bracero y el pequeño colono hallasen mejores ventajas, consistentes en tierras baratas y dominio permanente sobre las mismas, y esto es precisamente lo que no se quiere hacer aquí, lo que sostiene la emigración en un país despoblado y lo que constriñe á nuestro obrero del campo a emigrar para no morirse de hambre en un país en que sobra tierra… acaparada, que es la raíz del mal (Gascón: 1916, 13). 3.2. Factores de atracción
— Desde mediados del siglo XIX, Marruecos pasó a ser considerado “país afortunado”, atrayendo a cientos de emigrantes europeos, principalmente del sur y levante español. “Además de la gran masa de braceros andaluces en busca de pan y poca gente de empresa, hacen su aparición bastantes militares y técnicos administrativos…” (Lourido: 1994, 31-32). — La región del Rif ha ejercido siempre una atracción especial sobre los emigrantes españoles. El Rif era considerado, según lo define Miguel Martín, como “tierra de promisión para los sectores sociales más deprimidos de nuestras costas mediterráneas”. Incluso, “puede decirse que, ya en el siglo XIX, el norte de África jugaba en Andalucía y Levante el papel que América jugó para el país gallego” (Marín: 1973, 32). — También muchos agricultores, campesinos y jornaleros emigraron a Marruecos atraídos por los precios baratos de los “terrenos en el Rif [y por]
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el fácil acceso a ellos, y huyen de los campos de la Península, porque son caros y el acceso á ellos es imposible, todo lo que se traduce en hambre” (Gascón: 1916, 22). 4. Etapas de la emigración española a Marruecos 4.1. Primera etapa: 1836-1859
Varios de los documentos y archivos que hemos consultado para elaborar esta investigación nos confirmaron la existencia de desplazamientos de emigrantes españoles a Marruecos mucho antes de la firma de los tratados de paz y comercio entre ambos países en 1860 y 1861. Esto confirma que la historia de la emigración de españoles a Marruecos arrancó mucho antes de 1860. Durante el siglo XVIII, varios comerciantes europeos se instalaron en el litoral marroquí, en las ciudades de Tánger, Larache, Rabat, Salé, Casablanca, Safi, Mogador y Agadir. La Revolución francesa, que convulsionó Francia y, por extensión de sus implicaciones, otras naciones de Europa que enfrentaban a partidarios y opositores del sistema conocido como el Antiguo Régimen, abortó el comercio de estos países con Marruecos. Como consecuencia directa, todos los europeos abandonaron el país, a excepción de un contingente de trescientas personas, en su mayoría diplomáticos y militares franceses, que se quedó en Tánger (Lourido: 1996, 31). A lo largo del siglo XIX, Marruecos sufrirá la presión de las grandes potencias, que buscan, en un país debilitado, materias primas a precios bajos y, sobre todo, un mercado para el excedente de sus productos. El desarrollo industrial europeo en el siglo XIX empuja a las grandes potencias, principalmente Inglaterra y Francia, a la búsqueda de mercados y de aprovisionamiento de materias primas para su industria; y, por lo tanto, al control de las comunicaciones y de los puertos, centro de salida y entrada de productos. Marruecos se convierte así en pieza codiciada por ambas potencias, en su afán por dominar y controlar el ámbito mediterráneo (Crespo: s. a., 140). La derrota de la caballería marroquí, en la batalla de Isly (14/8/1844), frente al ejército francés ha facilitado a las grandes potencias europeas sus pretensiones, y sus consecuencias han sido muy graves para Marruecos. Aparte de la pérdida del prestigio militar marroquí, el sultán Mulay Abderrahman (1822-1859) se encontró ante la tesitura de ceder a las presiones occidentales de restablecer el comercio en condiciones ventajosas para las potencias europeas. Exigencias de estos países fueron reanudar las ventas de cereales, necesarias para Francia e Inglaterra debido al aumento de su población, y de la lana marroquí, además de convertir a Marruecos en un
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mercado de tejidos de algodón procedentes de sus fábricas y en la puerta del África negra a través de las rutas caravaneras (Crespo: s. a., 143). Esta nueva situación crea un nuevo dinamismo comercial, lo que favorece la aparición, en los puertos marroquíes, de agentes comerciales de casi todos los países europeos y obliga a los puertos a especializarse. Los puertos de Casablanca, El Yadida y Larache se especializan en la exportación de trigo; Tánger se irá convirtiendo en una ciudad de porte internacional, gracias a la presencia de comerciantes, diplomáticos, marinos y aventureros de toda índole; Gibraltar será un centro intermediario de comercio realizado por judíos marroquíes en nombre del sultán, con lo que el enclave británico se convierte en centro de redistribución de productos (lana hacia Marsella, tejidos de algodón ingleses hacia Marruecos) y centro financiero, con ágil movimiento de capitales; y Mogador (actual Essauira), centro de importación de productos de Sudán (Crespo: s. a., 144). Esta dinámica comercial, favorecida por “el atractivo de las buenas perspectivas económicas creadas por el comercio inglés de la lana y los cereales”, en la década comprendida entre 1850 y finales de 1859, ha sido como factor de atracción para muchos refugiados políticos franceses y trabajadores de otros países europeos que se dirigieron hacia Marruecos. Este proceso se ve interrumpido a causa de la guerra que estalló entre España y Marruecos en octubre de 1859. 4.2. Segunda etapa: 1860-1911
Finalizada la guerra en marzo de 1960, España y Marruecos firman el Tratado de Paz en 1860. Con la firma de este tratado, España consigue la ampliación de los límites de Ceuta y Melilla, la ocupación del territorio de Ifni, el pago de una indemnización por parte de Marruecos de cien millones de francos-oro, garantizados por la ocupación de Tetuán; el compromiso de Marruecos a la firma de un tratado comercial con características semejantes al británico (el Tratado de Comercio se firma el 20 de noviembre de 1861), el establecimiento de las misiones religiosas y a facilitar el establecimiento diplomático español en Fez (Crespo: s. a., 146) y (Miège: 1961, 369). A partir de entonces, España, al igual que Francia e Inglaterra, aumenta significativamente sus representaciones consulares. A los funcionarios con altos cargos políticos residentes en Tánger se da la categoría de ministros plenipotenciarios. Se instalarán cónsules en todos los puertos; hay que añadir también un número creciente de funcionarios y personal contratado, en buena parte marroquí, “los protegidos”. Junto con los diplomáticos, las misiones religiosas. Destacarán las misiones franciscanas españolas a partir de
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Británicos
Españoles
Italianos
Franceses
Otros
Total
1836
110
104
42
37
56
349
1858
310
146
50
65
40
611
1864
500
592
61
87
110
1.350
Tabla nº 1 Población europea en Marruecos por nacionalidad (1836-1864) Fuente: Miège (1961, 481).
1860: primero se instalan en la costa, después en el interior. Serán, además de predicadores cristianos, excelentes informadores sobre la situación del país y propagandistas de la “cultura europea occidental” (Crespo: s. a., 146). Estos acontecimientos han sido como factores de atracción para varios cientos de emigrantes europeos, muchos de ellos del sur de España. Numerosos jornaleros andaluces de Cádiz y Málaga y obreros de Canarias se dirigieron a Marruecos en busca de trabajo y de una vida mejor. Este movimiento de emigrantes se notó más en las ciudades costeras de Marruecos, donde su número pasó de ciento cuarenta y seis en 1858 a quinientos noventa y dos en 1864. Como se refleja en la tabla 1, hasta 1858 predominaban los británicos entre los residentes europeos. Representaban el 50,73% del total de europeos residentes en Marruecos, seguidos por los españoles (23,89%), franceses (10,63%) e italianos (8,18%). Según Miège, las cifras reales son mucho más altas. “Destinados a pequeñas profesiones, los españoles no aparecían nunca en los archivos ni se encuentran matriculados en los consulados. Algunos de ellos procuran quedar desconocidos para los cónsules de su país”. En esta fecha, “la mayoría de la colonia española eran originarios de Canarias y Baleares” (Miège: 1961, 482). A partir de 1864 la proporción de las distintas colonias cambió completamente. Los franceses han aumentado en dieciocho personas, casi todos pertenecen al personal del Consulado, y solo constituyen el 6,44% del total de europeos. Los italianos se han quedado en 4,51%, registrando un aumento de once personas, muchos de ellos nacidos en Marruecos. El documento nº 210 de los Archivos de Asuntos Extranjeros en Roma, fechado en Tánger el 15 de febrero de 1865, recoge que solo en Tánger había en esta fecha treinta y nueve italianos: catorce adultos y veinticinco protegidos, es decir, de origen marroquí. Además, como recoge el Bolletino Consolare del 15/2/1865, “estos italianos se españolizan muy rápido; tanto por su similitud de vida con el grupo numéricamente más fuerte como por las alianzas matrimonia-
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les”. Lo mismo confirmado por Martino en su Informe sobre la colonia italiana en Marruecos: “Quasi dimenticato la loro origine, come la loro lingua non parlando che la spagnola”. La colonia británica, a pesar de sumar la llegada de gibraltareños y algunas familias italianas y a pesar del aumento en doscientas personas registrado entre 1836 y 1858, a partir de 1864 comenzó a perder su primacía a favor de la española (Miège: 1961, 484). Este predominio de españoles sobre el resto de las nacionalidades europeas, según Miège, ha convertido la lengua española en el idioma cotidiano de los europeos residentes en Tánger. El francés se ha conservado como lengua de uso entre los miembros de los cuerpos consular y diplomático (Miège: 1961, 485). En seis años, la colonia española se ha cuadriplicado, pasando de ciento cuarentaiséis personas en 1858 a quinientas noventaidós en 1864, llegando a representar el 43,85% del total de la colonia europea residente en Marruecos. Y así consigue desplazar a la colonia británica del primer puesto que llevaba ocupando desde principios del siglo (Miège: 1961, 482). En su mayoría son emigrantes de las provincias del sur de España. Muchos gaditanos, malagueños y extremeños encontraron refugio en Marruecos empujados por la precariedad y la miseria vividas en todo el reino, en general, y en Andalucía y Extremadura, en particular, como consecuencia de los decretos de repartos de bienes dictados por las Cortes de Cádiz. Las Cortes de Cádiz de 1813 decretaron el reparto de bienes y de arbitrios de los pueblos para recompensar a los militares y a las familias de los militares que se habían sacrificado por la “independencia de la patria”. En 1822 volvieron a decretar otra vez el reparto de bienes para recompensar los militares que habían prestado servicio por “causa de la libertad” (Pi y Margall: 2006, 95). La sobra de estas decisiones gubernamentales ha durado durante todo el siglo. Andalucía, a consecuencia de estas decisiones gubernamentales, ha vivido revueltas agrarias todos los años, desde 1850, y Extremadura, con grandes superficies de tierras en manos de pocos, vivía en una miseria absoluta. En Antequera, el motín de 1861, convertido en revolución, ha sido severamente reprimido. Muchos campesinos y agricultores andaluces y extremeños, para escaparse de la miseria y de las persecuciones, se dirigieron hacia los puertos marroquíes (Miège: 1951, 684). Tras las represiones políticas de 1874 en España y los conflictos agrarios de Andalucía, el número de emigrantes españoles que cruzaron el Estrecho hacia Marruecos era bastante alto. Según Ramón Lourido, en 1881 llegaron a ser el 70% de la población europea de Tánger, el 52% de la de Casablanca, el 45% de la de Mazagán, etc. En Tánger subirían hasta el 80% de los europeos (Lourido: 1996, 32).
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El régimen restauracionista, una vez consolidado en España, opta por una política de aumentar la influencia española en el exterior por métodos pacíficos. En este marco, en 1884 se funda la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas. También se crea la Cámara de Comercio Española en Tánger con sucursales en distintos puertos marroquíes para fomentar las comunicaciones marítimas entre ambos países (Pastor: 2008, 116). La creación de la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas y de la Cámara de Comercio Española en Tánger, junto al establecimiento de las misiones franciscanas y la ampliación de la representación diplomática española en Marruecos desde la firma de los acuerdos de paz y de comercio entre ambos países en 1860 y 1861, respectivamente, como comentábamos antes, fomentaron la emigración de españoles hacia Marruecos. Analizando las estadísticas de movimiento de buques y pasajeros por mar entre España y Marruecos a partir de 1884, recopiladas por José Fermín Bonmatí, observamos que el número de entradas se duplicó en 1884, en comparación con el año anterior (ciento uno), y en los años siguientes continuó en aumento. Según un despacho fechado en Marruecos el 18 de enero de 1906, José Llabería, ministro plenipotenciario de España en Marruecos, informa al ministro de Estado de los resultados del censo llevado a cabo en Marruecos durante el año 1905. Según este censo, había 6.838 emigrantes españoles residentes en Marruecos en ese año, de ellos 6.467 de origen y 371 naturalizados. Tánger acapara el 80,43% de ellos, es decir; 5.500 personas, seguida de Tetuán, 480; Casablanca, 350; Mazagán, 227; Larache, 148; Mogador, 50; Safi, 45; Rabat, 20; Alcazarquivir, 12; Fez, 4; y Arzila, 2. En los primeros años del siglo XX, la emigración española crecía a un ritmo considerable. Pasó de 6.838 personas en 1906 a 10.080 en 1908. El 69,5% de ese total se concentraba en la ciudad de Tánger: 7.000 personas. El resto se encontraba repartido entre las ciudades de Casablanca, 2.000; Tetuán, 600; Mazagán, 300; Larache, 120; y Rabat, 60 (Pastor: 2008, 119 y BCAF: 1909, 152). En los cinco años previos a la penetración colonial franco-española a Marruecos, la llegada de emigrantes españoles registró un importante aumento, por encima del millar de entradas por año. El número de entradas a Marruecos fluctuó entre 3.012 en 1907 y 3.117 migrantes en 1911. El saldo positivo de emigrantes que se quedan en Marruecos en este periodo es de 2.115 personas (tabla 3). 4.3. Tercera etapa: 1912-1956
A partir de 1912, año de proclamación del Protectorado, se intensifican los desplazamientos de emigrantes españoles hacia Marruecos. En el mismo 1912
Mohammed Dahiri
184
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Ciudades
Españoles de origen
Españoles naturalizados
Totales
Tánger*
5.359
141
Tetuán*
350
130
480
Larache*
121
27
148
Alcazarquivir
5.500
12
0
12
Arzila
1
1
2
Rabat
19
1
20
2
2
4
335
15
350
Fez Casablanca Safi
40
5
45
Mogador
23
27
50
205
22
Mazagán*
227
Total
6.838
Tabla nº 2 Emigrantes españoles residentes en Marruecos en 1906, por ciudades Fuente: Pastor Garrigues, F.: “Emigrantes y protegidos españoles en el sultanato de Marruecos a comienzos del Siglo XX (1900-1906)”, Migraciones y Exilios, 9, 2008, pp. 115-132 y Archivo General de la Administración (AGA). África. Sección Histórica (Marruecos). Caja 93/Ex. nº 1. (*) Los datos de las poblaciones marcadas con un asterisco son oficiales. Los demás quedan sujetos a posibles rectificaciones.
Año
Entradas
Salidas
Saldo
1900
809
616
+193
1901
10.50
851
+199
1902
1.401
1.294
+107
1903
1.221
1.164
+57
1904
1.255
1.270
–15
1905
1.565
1.428
+137
1906
1.754
1.640
+114
1907
3.012
2697
+315
1908
2.586
2.060
+526
1909
2.218
1.620
+598
1910
2.325
2.139
+186
1911
3.117
2.267
+490
1912
4.307
3.144
+1.163
Tabla nº 3 Movimiento de pasajeros de nacionalidad española con Marruecos (1884-1911) Fuente: Bonmatí, J. F.: Españoles en el Magreb, siglos XIX y XX. Madrid: Editorial Mapfre, 1992, 220.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
se registran 4.307 entradas al país, con un saldo positivo de 1.163. Es decir; desde que disponemos de estadísticas oficiales de entradas y salidas entre Marruecos y España, es la primera vez que se registra un número tan alto de entradas, por encima de 4.000. Esta dinámica continuará hasta 1924 con un saldo positivo de 27.893 personas, y solo se ve interrumpida entre los años 1925 y 1928 como consecuencia del desembarco de Alhucemas y de las campañas en contra del movimiento de liberación de Mohamed Ben AbdelKrim el Jattabi. En estos años la emigración española hacia Marruecos se ralentiza, tal como se refleja en el registro de entradas y salidas por mar. Se registraron más salidas que entradas a Marruecos con un saldo negativo de 3.151 personas. A estos hay que añadir que otros muchos emigrantes españoles llegaron a Marruecos por vía terrestre. En la ciudad de Uxda, debido a su proximidad a la colonia francesa, vivían 2.900 emigrantes españoles originarios de Almería, Alicante y Murcia, según datos del censo francés de 1921. (Aziza: 2008, 139). Una vez “pacificado” y ocupado todo el norte de Marruecos, la emigración española se aceleró. A partir de 1929 las entradas han vuelto a ser superiores a las salidas, con un saldo positivo de 5.701 personas en el periodo comprendido entre 1929 y 1935. Cabe destacar que este periodo ha conocido la aprobación de una nueva normativa y la creación de un nuevo organismo para una mejor gestión de la emigración de españoles a Marruecos. En 1928 se crea la Dirección de Colonización, que se ocupó de elaborar una normativa de emigración, que no existía antes, y de adaptar el Código de Trabajo de 1926 (Real Decreto Ley de 23 de agosto de 1926) a la zona del Protectorado. Mientras que la emigración de españoles a la zona del Protectorado francés quedó regulada a partir de 1931 por medio del Dahír de 20 de octubre de 1931. De los años de la guerra civil (1936-1939) solo disponemos de estadísticas de entradas (3.148) y salidas (3.381) del año 1936 con un saldo negativo de menos doscientos treintaitrés, recogidas de las fichas portuarias (Bonmatí: 1992, 220), pero algunos especialistas consideran que “el incremento mayor en la población es el registrado concretamente en este periodo”. Según Vicente Gonzálvez Pérez, entre 1935 y 1940 se registró el incremento mayor en la población española residente en Marruecos, con un 7,1% anual medio, y el menor, lógicamente, se registra en el intercenal que precede a la independencia, con un 1,4% anual (Gonzálvez: 1994, 70). Según datos del Anuario Estadístico de la Zona del Protectorado, en 1940 había 62.400 españoles en la zona del Protectorado español, lo que representaba el 6,29% (AEE: 1942,15) de la población total del norte de Marruecos, constituida por 991.954 habitantes
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Territorio/zona
Total territorio/zona
Chauen
3.311
Lucus
22.480
Kert
13.892
Rif
9.354
Yebala
41.902
Ifni
3.500
Sáhara
1.373
Zona Internacional (Tánger)
21.500
Zona francesa
26.100
Total Marruecos
143.412
Tabla nº 4 Población española en Marruecos: 1955-1956 Fuente: elaboración propia con datos de los anuarios de estadística de 1956 y 1957, el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación y Gonzálvez Pérez, V.: “Descolonización y migraciones desde el África española 1956-1975”, Investigaciones Geográficas, 12, 1994, pp. 45-84.
(AEE: 1950, 974). Diez años después, eran 84.716, es decir representaban el 8,38% de la población total del norte de Marruecos (1.082.009) (AEE: 1951, 40, 41 y 1001). A pesar del estallido de la II Guerra Mundial, inmediatamente después de finalizar la Guerra Civil española, esta tendencia de aumento en el desplazamiento de españoles hacia Marruecos se ha mantenido. Entre 1935 y 1955 la población española en el Protectorado se multiplica por dos (tabla 4), con lo que su proporción sobre el censo total pasa del 5,6% al 8/% (Gonzálvez: 1994, 70). A 1 de enero de 1956, año de la independencia de Marruecos, había 143.412 españoles censados en Marruecos. De ellos 90.939 en la zona norte del Protectorado español (AEE: 1956, 930), 3.500 en Ifni (AEE: 1957, 954), 1.373 en el Sáhara (AEE: 1956, 963), 26.100 en la zona francesa (1950-51) y más de 21.500 en la zona Internacional (Gonzálvez: 1994, 77). Tras la independencia en 1956, y debido al clima general de desinterés de España por Marruecos, el número de españoles residentes en Marruecos comenzaría a decrecer. “Clima enturbiado por el episodio bélico de Ifni de 1957 y la prolongada presencia de las tropas españolas en los años que siguieron a la independencia” (García: 2008, 41). Pero a diferencia de las otras descolonizaciones en África, en opinión del profesor Vicente Gonzálvez Pérez, la independencia de Marruecos, aunque supuso un proceso de repatriaciones, ese fue más escalonado y nunca total (Gonzálvez: 1994, 77).
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187
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
5. Lugares de procedencia
Sobre los lugares de origen de los emigrantes españoles en Marruecos, no disponemos de mucha información. Para conseguirlo hemos recorrido algunas obras de principio del siglo pasado, principalmente la magnífica obra de JeanLouis Miège dedicada a “Marruecos y Europa de 1830 a 1894” (Miège, 1961), la prensa de la época, los Anuarios de Estadística del Protectorado, las memorias escritas por españoles residentes en Marruecos y algunas entrevistas a españoles residentes en Marruecos, que se quedaron después de la independencia, aparecidas en la prensa marroquí. Miège nos informa que en 1858, cuando los españoles representaban solo el 25% de los europeos residentes en Marruecos, en su mayoría eran de Canarias y Baleares. También nos informa de que “al día siguiente de finalizar la guerra en 1860, varios centenares de cristianos de Algeciras y Tarifa llegaron a Marruecos” (Miège: 1961, 482 y 485). Goulven, en un artículo dedicado a los primeros europeos que se instalaron en Mazagán en el siglo XIX, publicado en 1918 en la Revue Histoire des Colonies, habla de varias familias, procedentes de Palma de Malllorca (Borras, Llull, Pujol), establecidas en Mazagán. Le Semeur Marocain del día 1 de julio de 1931 nos proporciona alguna información sobre el establecimiento en Mazagán del mallorquín Rafael Pujol. Nacido en Palma de Mallorca el 25 de diciembre de 1841, llegó a Mazagán en 1862 para dedicarse al comercio de trigo y lana. Se casó con Isabel Mulet de Palma con quien tuvo ocho hijos. Falleció el 2 de junio de 1931. El periódico Tánger del día 20 de febrero de 1863 nos informa de otro mallorquín, Rafael Moll, nacido en Palma, que se instaló en Mogador, años antes de la guerra de 1859-1860, donde llegó a crear su empresa y asociarse con otra firma propiedad de otro empresario mallorquín, Borras. Entre 1865 y 1867, el número de los emigrantes españoles en Marruecos se ha cuadriplicado y sus lugares de origen se han ampliado. Ahora, aparte de los canarios y mallorquines, vienen de Málaga, Antequera y Cádiz, empujados por la penuria y las persecuciones que han seguido la revuelta de Antequera de 1861. Henri Lorin, en un artículo sobre el trabajo rural en Andalucía publicado en 1905, describe la situación en Andalucía a principios del siglo XX. Las primeras lineas del artículo dejan clara la situación: «Il n’est guère possible, depuis quelques mois, d’ouvrir un journal espagnol, sans lire des nouvelles attristantes sur la crise agraire en Andalousie, la misère des travailleurs ruraux, la grève et quelquefois l’émeute » (Lorin: 1905, 217). De los 159.137 emigrantes españoles censados en 1908 en todo el mundo (AEE: 1912, 183), 10.080 residían en Marruecos. El 85% de ellos eran originarios de Andalucía, Valencia y Murcia.
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188
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
En 1942 los emigrantes españoles residentes en Marruecos procedían principalmente de “la baja Andalucía” y de Granada, aunque en la parte oriental del Protectorado dominaban más los originarios de las provincias de Alicante, Murcia y Almería. Cabe destacar que una parte considerable de la emigración española en Marruecos estaba formada, en 1942, por antiguos soldados que al terminar sus obligaciones militares se instalaron con sus familiares en Marruecos (Gonzálvez Pérez: 1994, 74). José Luis Gómez Barceló, en una ponencia bajo el título de “Las familias tetuaníes de origen español en el siglo XX”, presentada en el primer encuentro sobre Españoles en Marruecos. Historia y memoria popular de una convivencia, organizado en Marruecos en 2008 por el Instituto Cervantes y el Instituto de Estudios Hispano-Lusos, relata la memoria de su familia que se construye entorno al apellido de su madre: Barceló. Se trata de una historia de más de trescientos años. En Ceuta desde principios del siglo XVIII y en Tetuán, ininterrumpidamente, desde la Guerra de 1859-1860 entre España y Marruecos. Entre 1694 y 1727, según relata el mismo Gómez Barceló, se reforzó la guarnición de Ceuta con numerosas unidades militares. En una de ellas llegó un soldado que se llamaba Francisco Barceló y era natural de las montañas de Santander, en el Arzobispado de Burgos. Casado con María Magdalena Mayor, traían varios hijos consigo, el más pequeño, de tan solo un año de edad, se llamaba Simón y había nacido en San Sebastián. Se trataba de su sexto abuelo. Desde ese momento, sus descendientes entroncarán con apellidos de origen portugués, afincados en Ceuta con anterioridad, con otros venidos de diferentes regiones españolas incluso con expulsados de Gibraltar, los Coca Chías, cuando se produjo la ocupación del Peñón en 1704 (Gómez Barceló: 2008, 74 y 77). Desde la guerra de 1859-1860, los tres hermanos, Ramón, Francisco y Luis Barceló Barranco, junto con el cuñado de Ramón, Antonio Arrabal Álvarez, y Juan Moreno Echevarria, padre de la esposa de Luis Barceló y tío de Antonio Arrabal, comienzan un negocio basado en la tierra, los barcos y el ganado, que dará lugar a que una parte de la familia se instale en Tetuán hasta el día de hoy, es decir, más de siglo y medio después. En la misma ponencia José Luis Gómez Barceló nos informa de otras familias tetuaníes de origen español: Barranco, Sicilia y Gómiz Guil. La familia Barranco procedía de una de las ramas familiares de los Barceló-Barranco. Luis Barranco y María Ayllón llegaron a Ceuta procedentes de Baena, Córdoba, a mediados del siglo XVIII. Venían con sus hijos, su pequeño capital y algunas pertenencias sobre una caballería. Cabe
Mohammed Dahiri
189
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
recordar que Baena está ligada a Marruecos. Su plaza principal está presidida por una escultura que representa a uno de sus hijos más ilustres, Santo Domingo de Henares, obispo de Fez, que murió en el actual Vietnam del Norte en 1838 (Gómez Barceló: 2008, 75). La familia Sicilia, formada por Juan Sicilia Vitria y su esposa Josefa Martos Albaladejo, de Cartagena en Murcia, se instala en Tetuán junto a sus dos hijos en 1916. Y, en tercer lugar, el matrimonio formado por José Gómiz Guil, de Almería, y Carmen Hernández Valle, de la Línea de la Concepción (Cádiz), se encuentra en Melilla para terminar en Tetuán donde permanecerá desde la II República hasta mitad de los sesenta del siglo XX. En Casablanca también hay muchos casos de españoles que llevan, por generaciones, desde hace más de un siglo en la ciudad. Margarita Ortiz Macías, conocida en el barrio Bélvadère como Madame Moreno, apellido de su marido, nació en Casablanca en 1941 donde estudió y ejerció de maestra de escuela hasta su jubilación. Su historia empieza, como ella misma la cuenta, con la llegada de su abuelo a Marruecos en 1906. En una entrevista con la periodista de Maroc Hebdo, Mouna Izddine, cuenta que el hermano de su padre “se vino porque tenía hambre, mi abuelo también. En aquel entonces, había mucha hambre en España y le dijo: ‘Pepe, vente pacá que aquí rico no te vas a poner, pero hambre no vas a pasar’”. Su abuelo tuvo veintidós hijos, de los veintidós murieron diez y sobrevivieron doce. “Después, nací yo, mi padre […] que de por sí ya había descubierto que este país era muy maravilloso. Pues, me transmitió el amor de este país, Marruecos”. Termina su intervención en el seminario, anteriormente citado, describiendo su vida en Casablanca con su frase “Después, sigo entonces con mi vida, una vida muy bonita, llena de historia para Marruecos” (Ortiz: 2008, 226 y 229). 6. Ocupación laboral
Miège, hablando de la ocupación laboral de los emigrantes españoles en Marruecos en la segunda mitad del siglo XIX, dice: “estos emigrantes son gente pobre y se dedican a profesiones humildes” (Miège: 1961, 485). El mismo diagnostico lo confirma el ministro de España en Tánger en 1862, quien —después de informar de que la población cristiana en Marruecos estaba formada, exclusivamente, por ingleses y españoles, y que, con toda probabilidad, los españoles llegaban a ser mayoría— se lamenta de que el colectivo español, a diferencia de los ingleses, lo “forman artesanos y otra clase de gente desgraciada que han abandonado España huyendo de la miseria y en busca de fortuna en Marruecos” (Miège: 19661, 485).
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190
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
A diferencia de los europeos, que en su mayoría se dedicaban al comercio como empresarios, negociantes o representantes de firmas metropolitanas, los emigrantes españoles eran comerciantes, transportistas, hosteleros, obreros y empleadas de hogar (Bernard: 1913, 137; Pastor: 2008, 118). Muchos de los albañiles empleados en las nuevas construcciones durante la segunda mitad del siglo XIX eran españoles (Miège: 1961, 488). Los agricultores solo resistirían cierta entidad en los años veinte del siglo XX, instalados en las fértiles planicies situadas entre la desembocadura del Sebú y Mazagán (Pastor: 2008, 118). Otras dos fuentes donde viene recogida información valiosa sobre los sectores de actividad de los emigrantes españoles en Marruecos son las fichas de movimiento de los pasajeros de nacionalidad española con Marruecos entre 1882 y 1956, cartas e informes del cónsul de Francia en Marruecos publicadas en el Bulletin du Comité de l’Afrique Française (BCAF) y el archivo de la Administración General del Estado referente a Marruecos. Según las fichas de movimiento de pasajeros con Marruecos, las informaciones declaradas por los emigrantes españoles en sus entradas y salidas de Marruecos eran comercio/transporte, industriales/artesanos, profesiones libres y agricultores. Entre 1882 y 1920, los que declararon dedicarse al sector “comercio/transporte” oscilaron entre un 45 y 65%. A partir de 1921 estas cifras bajan a 36,4% en entradas y a 10,8% en salidas. Los trabajadores de la industria y artesanía forman el segundo contingente profesional en importancia entre 1882 y 1890. La agricultura se convierte en el segundo sector de actividad de los emigrantes españoles en Marruecos en el periodo 1911-1925. Según un informe sobre el movimiento comercial y marítimo en Tánger elaborado por Marinacce Cavallace, cónsul de Francia en Tánger, de fecha 10 de septiembre de 1904 y con datos referidos al año 1902, las empresas de obras publicas empleaban a mano de obra española e inglesa (españoles con pasaporte de Gibraltar) (BCAF: 1904, 316-317). Un cuarto de siglo después, el panorama ha cambiado poco. De los 1.708 españoles matriculados en el Consulado español de Uxda en 1927, 320 eran obreros agrícolas, 161 obreros de la construcción, 150 obreros industriales, 52 mineros, 52 comerciantes, 2 artistas, un médico y un farmacéutico, de otras profesiones 150 y 810 sin profesión (Aziza: 2008, 139). Según un estudio, recogido en la Caja AF-D-309 del Archivo General de la Administración, sin fecha ni autor, “fechable a principios de los años 1950”, los emigrantes españoles en la zona francesa de Marruecos trabajan como obreros en las ciudades o como gerentes de las granjas dentro de las propiedades agrícolas de los europeos.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
7. Los otros emigrantes españoles en Marruecos: los exiliados anarquistas, marxistas y republicanos
Otra emigración de españoles a Marruecos era aquella de los exiliados y refugiados políticos. Muchos derrotados y perseguidos políticos, principalmente “los del movimiento insurreccional de Cádiz de 1868, así como los del movimiento anarquista” se exiliaron en Marruecos. A finales del siglo XIX, “su número era lo bastante alto para justificar la creación del Centro Obrero Internacional, foco marxista que preconizaba el mundo español en Marruecos” (Miège et Hugues: 1954, 42). La victoria de las tropas franquistas en marzo de 1939 y la represión llevada a cabo por los franquistas en España y en la zona española de Marruecos obligó a más de un medio millón de republicanos a buscar exilio en varios países de América, Europa y el norte de África. En Marruecos se refugió un número de republicanos y opositores al franquismo que osciló entre 6.800 y 15.000 personas. “Fueron tal vez una minoría”, según estimaciones de José Muñoz Congost, que considera que, a mediados de los años cincuenta, solo en la ciudad de Casablanca vivía un millar de ellos (Muñoz: 1989, 2). Bernabé López estima el número de refugiados españoles en Marruecos tras la Guerra Civil en “¿una décima parte? [6.800], entre una población que superaba las 50.000 personas en el Protectorado francés y las 18.000 en Tánger” (López: 2008, 38). Mientras, Mimoun Aziza, basado en los Archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores, eleva esta cifra a 15.000 exiliados españoles, repartidos entre las ciudades de Tánger, Casablanca, Rabat, Fez, Mequinez, Kenitra, Al Yadida, Marrakech, Agadir y Uxda (Aziza: 2008, 127). La mayoría de estos exiliados utilizaron el territorio francés para llegar a Marruecos. Muchos de ellos llegaron al puerto de Casablanca procedente de Marsella. Otros utilizaron el territorio argelino, bajo ocupación francesa, o Melilla para entrar a Uxda, mientras varios llegaron a Tánger procedentes de Ceuta. Una vez en la zona francesa de Marruecos, son ayudados por las organizaciones comunistas francesas, quienes les ofrecieron protección y los ayudaron a obtener sus actas de “refugiados políticos”. Eran de todas las tendencias de la ideología progresista: comunistas, socialistas, libertarios y anarquistas. Su nexo de unión, como republicanos todos, era la defensa de la república y la liberación de España de la dictadura de Franco. Según los documentos del Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores español referida a “las actividades de los rojos españoles en Marruecos”, el exilio español en Marruecos lo componían varias organizaciones políticas y sindicales. Los más dinámicos e influyentes eran los militantes del Partido Comunista Español (PCE), seguidos de los socialistas
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Entradas
Salidas
1886-90
1891-95
1896-1900
1901-05
1906-10
1911-15
1916-20
1921-25
1926-30
1931-36
Agricultores
1882-85
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
4,1
2,3
2,0
6,1
5,3
4,8
21,1
27,8
31,8
10,0
4,9
Industriales/artesanos 28,5
17,9
11,2
8,7
1,4
0,8
4,5
6,9
3,6
11,4
2,6
52,6
60,2
64,7
49,1
64,3
31,4
55,5
42,9
36,4
33,3
40,6
Profesiones libres
4,9
5,5
5,3
4,9
3,3
3,4
4,8
10,6
14,2
19,4
8,1
Otros*
9,9
14,1
16,8
31,2
25,7
59,6
14,1
11,8
14,0
25,9
43,8
Agricultores
1,5
0,7
1,2
5,6
11,1
9,9
18,2
26,6
45,7
16,7
6,1
Industriales/artesanos 26,3
7,6
4,1
8,3
2,8
2,3
10,5
31,8
14,3
23,7
4,7
48,6
48,9
63,4
54,2
59,2
40,1
48,2
26,6
10,8
20,6
41,3
8,9
4,8
7,5
7,1
3,1
6,1
4,9
3,3
3,5
9,0
12,9
14,7
38,0
23,8
24,8
23,8
41,6
18,2
11,7
25,7
30,0
35,0
Comercio/transporte
Comercio/transporte Profesiones libres Otros*
Tabla nº 5 Movimiento con Marruecos. Porcentaje de cada sector profesional sobre el total de pasajeros con profesión conocida, 1882-1936 (promedio de distintos períodos) (*) Los fuertes porcentajes del apartado “otros” en determinadas épocas derivan de una importante participación de militares y o rentistas. Fuente: Bonmatí, J. F.: Españoles en el Magreb, siglos XIX y XX. Madrid: Editorial Mapfre, 1992, 225.
del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y los partidos Izquierda Republicana, Unión Republicana, el Partido Sindicalista y el Partido Autonomista Catalán. De los sindicatos, los más activos eran los libertarios y anarquistas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y de la Unión General del Trabajo (UGT) (Aziza: 2008, 133). A pesar de las facilidades dadas por los consulados españoles en el Marruecos francés y Tánger a republicanos y antifranquistas para regresar a España a partir de 1945, bajo las estrictas directrices de las autoridades franquistas, pocos se acogieron a esta oferta. Con la independencia de Marruecos en 1956, la mayoría se fue a Francia con su acta de refugiado concedida en Marruecos, otros muchos se quedaron en Marruecos donde murieron casi todos, solo un número muy reducido regresó a España, acogiéndose a los distintos llamamientos del régimen franquista y del primer gobierno de la transición. 8. Conclusión
Los españoles han tenido un papel protagonista en todas las migraciones internacionales, en los últimos tres siglos, como país de emigración y
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193
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
como país de inmigración. Solo en el último medio siglo, España ha pasado de ser país de emigración (hasta finales de los ochenta del siglo pasado) a convertirse en país de inmigración (1990-2008) y, ahora, vuelta al principio, país de emigrantes como consecuencia de la crisis económica que afecta a España desde el segundo semestre de 2007 y primero de 2008. Hemos visto, en los capítulos anteriores, cómo muchos españoles tuvieron que emigrar durante los siglos XVIII, XIX y XX a América, Europa y los países del norte de África, principalmente Argelia y Marruecos, empujados por las continuas crisis agrarias en el levante y el sur de la Península, por la “miseria y las penurias” y por las persecuciones políticas. Estas migraciones se intensificaron a partir de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, principalmente hacia los países de la Europa desarrollada, atraídas por la expansión económica experimentada por esos países con el capitalismo de la posguerra, durante el cual varios millones de trabajadores españoles emigraron a Suiza, Alemania, Bélgica, Francia o los Países Bajos (Dahiri: 2008, 153). Según datos del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, hasta 1996, había 2,1 millones de españoles residentes en el exterior (OPI: 1997, 33). A partir de principios de los noventa del siglo pasado, España comenzó a convertirse en destino de cientos de miles de inmigrantes procedentes de países del sur empobrecido, principalmente de África, America Latina, Asia y los países de Europa del Este, atraídos por las buenas perspectivas de la economía española desde mediados de los noventa del siglo pasado. Aunque la inmigración en España es un fenómeno reciente, este se ha producido con vertiginosa rapidez entre 1991 y 2012. En este periodo el número de inmigrantes en España se multiplicó por catorce, pasando de 393.100 en 1992 a 5.363.688 personas en 2012, lo que supone el 11% de la población total en España, actualmente. Los marroquíes, con un total de 859.105 personas a 30 de septiembre de 2012, representan el 16% de la población extranjera residente en España y el 1,8% de la población total española. En 2012, y como consecuencia de la crisis económica y las medidas de ajuste tomadas por los gobiernos españoles desde 2010, de nuevo, muchos españoles encontraron solución en la emigración fuera de España. Varios se dirigieron hacia los países de economías desarrolladas o emergentes como Alemania, Inglaterra, Canadá, Noruega, Brasil, China o los países del Golfo productores de petróleo (Qatar, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos), mientras otros escogieron Marruecos como destino. A pesar de la complejidad histórica de las relaciones entre España y Marruecos en los últimos tres siglos, las migraciones siempre han constituido un puente cultural, social, económico y político entre ambos países.
Mohammed Dahiri
194
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
En los años de dificultades económicas y políticas, tanto en un lado como en el otro del Estrecho, los migrantes marroquíes y españoles siempre han buscado soluciones, oportunidades de una vida mejor y/o exilio en ambos países, convirtiendo su desplazamiento coyuntural en una estancia permanente y, en muchos casos, la permanencia ha durado varias generaciones, como hemos visto en los capítulos anteriores. Bibliografía Libros: Aouad, O. y Benlabbah, F. (coords): Españoles en Marruecos 1900-2007, Rabat: Editins Bouregreg, 2008. Aziza, M.: La sociedad rifeña frente al Protectorado español de Marruecos 1912-1956, Barcelona: Edicions Bellaterra, 2003 Bautista Vilar, J. y Vilar, Mª. J.: La emigración española al Norte de África (18301999), Madrid: Arco Libros, 1999. Bonmatí, J. F.: Españoles en el Magreb, siglos XIX y XX, Madrid: Editorial Mapfre, 1992. Crespo, J. (Dir.): Historia de Marruecos, Madrid: Ministerio de Educación y Ciencia, Servicio de Publicaciones, s. a. Instituto Nacional de Estadística: Anuario Estadístico de España 1957 (AEE), Madrid: Fondo documental del Instituto Nacional de Estadística, 1958 — Anuario Estadístico de España 1956 (AEE), Madrid: Fondo documental del Instituto Nacional de Estadística, 1957. — Anuario Estadístico de España 1951 (AEE), Madrid: Fondo documental del Instituto Nacional de Estadística, 1952. — Anuario Estadístico de España 1950 (AEE), Madrid: Fondo documental del Instituto Nacional de Estadística, 1951. Iñiguez, F.: Por tierras de Marruecos, valor agrícola de la zona española, Madrid: Hijos de Reux, 1913. Lamberet, R.: Mouvement ouvriers et socialistas. Chronologie et biographie d’Espagne 1750-1936, Paris: Les Éditions Ouvrières, 1953. Martín, M.: El colonialismo español en Marruecos 1860-1956, París: Ruedo Ibérico, 1973. Martinière, H. M. P. de la et Lacroix, N.: Documents pour servir à l’étude du Nord-Ouest africain, Argel : Gouvernement Général de l’Algèrie, Service des Affaires Indigènes, 1894. Miège, J. L.: Le Maroc et l’Europe 1830 á 894, Paris: Pesses Universitaires de France, 1961, tome II. Miège, J. L. et Hugues, E.: Les européens a Casablanca au XXème siècle (1856-1906), Paris: Institut des Hautes Études, 1954, tome XIV. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales: Anuario de Migraciones 1996, Madrid: Dirección General de Migraciones, 1997. Morales Lezcano, V.: España y el Norte de África: el Protectorado en Marruecos (191256), Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1986, 2ª edición. Muñoz Congost, J.: Por tierra de moros. El exilio español en el Magreb, Madrid: Madre Tierra (Nossa y Jara Editores), 1989.
Mohammed Dahiri
195
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
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Mohammed Dahiri
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Aportación a la historia demográfica del Magreb del siglo XX: los españoles en Marruecos
Bernabé López García
El 25 de febrero de 1888 el vicecónsul de España en Casablanca, Manuel Navarro, censaba la colonia española en la ciudad en ciento nueve individuos y la extranjera en otros ciento catorce. Llamaba la atención de sus superiores acerca del carácter desconocido en España de una ciudad que alcanzaba los diez mil habitantes y era, a su juicio, el primer puerto comercial de Marruecos, pero carecía de comunicaciones directas con España. La necesidad de enlace directo con los puertos españoles era, según estimaba, el principal medio para desarrollar el comercio y la industria, para lo que encontraba imprescindible “favorecer la inmigración, atrayendo así a Marruecos los miles de braceros que de nuestras provincias del Mediodía a la Argelia van. La raza española se presta a colonizar y como ninguna se aclimata en estos países”. Veía sin embargo un obstáculo: el artículo 8 del Convenio de Madrid “que ni tan siquiera deja como el 5º de nuestro tratado de Comercio de 1861 la posibilidad de poseer entendiéndose con las autoridades locales”, algo que sí era posible en Tánger. “Poseer” era la posibilidad de adquirir propiedades, inmuebles o tierras para colonizar. El vicecónsul concluía exclamando: “¡Cual no sería la influencia española si nuestros colonos se extendiesen por todo el Imperio y llegasen al considerable número que en Argelia!” (Archivo del MAEC: Anejo al oficio nº 6).
Bernabé López García
197
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
1. La quimera de la emigración a Marruecos
Pero la desiderata del señor Navarro no dejaba de ser una quimera, pues a principios de la década de los ochenta (1881) el número de españoles en Argelia alcanzaba ya los 114.320 (Vilar: 1989, 158), mientras en Marruecos no superaban en la misma fecha los 1.500, la mayoría de ellos en Tánger. Marruecos seguía siendo por entonces un país cerrado, hostil a los extranjeros. De “país fanático y sin gobierno” lo había calificado el ministro plenipotenciario de España en 1866, Francisco Merry y Colom, difícil para la seguridad de los españoles que vivían allí desperdigados por ciudades y campos (Vilar: 2009, 119). Así lo confirmaba el explorador Emilio Bonelli unos años más tarde, si bien lo consideraba un país que “encierra muchos productos que explotar y manantiales de riqueza desconocidos”. También era de la opinión de que “la colonia española que reside en la Argelia se trasladaría bien pronto á los dominios de S. M. Sherifiana, porque el suelo había de proporcionarle más compensaciones a su trabajo”, si se crearan las condiciones “para facilitar la vida a los europeos”, entre ellas que Gobierno y partidos “procurasen elegir con acierto los hombres que han de ser allí Representantes de España” (Bonelli Hernando: 1883, 119). Desde la Península, figuras destacadas del publicismo y la política trataban de estimular, con demasiado optimismo, la emigración hacia Marruecos, en un momento en que las salidas para Argelia disminuían. Entre esas figuras destacó Joaquín Costa, quien en el mitin del Teatro de la Alhambra, convocado por la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas el 30 de marzo de 1884, expresó, sin demasiado conocimiento de la realidad, “cuán grande fascinación ejerce aquel país [Marruecos] sobre nuestros emigrantes; cuán presto se poblaron de colonos españoles las vegas de Tetuán y Tánger a la raíz de la guerra, emprendiendo multitud de industrias y cultivos, nuevos allí” (Costa: 1951, 14). En las conclusiones elevadas a las Cortes por dicho mitin, se animaba a “estrechar las relaciones de todo género entre el pueblo español y el marroquí, removiendo los obstáculos que las imposibilitan o entorpecen de presente, e iniciando, aun artificialmente, si preciso fuere, corrientes mercantiles y vínculos sociales y de cultura entre una y otra orilla del Estrecho”. Para ello se incitaba a la repoblación —“con el máximo de densidad posible”— de los campos lindantes a las posesiones de Ceuta y Melilla para transformarlas en poblaciones agrícolas y se instaba a recabar del sultán facilidades para la instalación “en cualquier punto del Imperio” de españoles (Costa: 1951, 82). También los comerciantes estaban interesados en estrechar lazos humanos con el norte de África a fin de extender sus mercados. El periodista
Bernabé López García
198
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Año
Entrada
Salida
Saldo migratorio
1891
1.755
1.393
362
1892
1.887
1.386
501
1893
1.478
1.207
271
1894
1.542
1.229
313
1895
1.171
845
326
1896
1.490
1.133
357
1897
1.510
1.215
295
1898
1.152
1.046
106
1899
1.301
1.144
157
1900
1.451
1.036
415
1901
1.981
1.471
510
1902
2.004
1.788
216
1903
2.046
1.845
201
1904
2.138
1.881
257
1905
2.806
2.097
709
1906
2.991
2.530
461
1907
5.950
4.068
1.882
1908
3.681
2.927
754
Totales
38.334
30.241
8.093
Cuadro nº 1 Emigración española a Marruecos (1891-1908) Fuente: Instituto Geográfico y Estadístico. Estadística de la Emigración e Inmigración de España. Citado por Juan Bautista Vilar, Los españoles en la Argelia francesa, p. 247.
José Boada y Romeu viajó a Marruecos en 1889 en el marco de una expedición financiada por el Fomento del Trabajo Nacional, la patronal catalana, “con una serie de proyectos para incrementar las relaciones mercantiles de los catalanes con Marruecos” (Moga Romero: 1999, 15), acompañado de los comerciantes Carlos Godó y Enrique Collaso. En su libro Allende el Estrecho defendió las ventajas de Tánger como destino de las migraciones españolas en razón de su cercanía: España debe poner empeño en encaminar esta crecida emigración, no a las Américas ni a las provincias argelinas, sino a Marruecos, donde está el verdadero porvenir de la industria española. Es en este punto en que deben fijar su atención los hombres de Estado de todos los partidos. Los braceros españoles son muy solicitados para las faenas agrícolas, así como también los albañiles y los carpinteros que alcanzan jornales bastante crecidos (Boada y Romeu: 1895, 21-22).
Pese a estas incitaciones, que no pasaban de meros deseos, el cuadro 1 permite ver, en palabras del citado Juan Bautista Vilar, uno de los mejo-
Bernabé López García
199
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Año
Tánger
Tetuán
Mazagán
Safi
Mogador
Total
1897
4.704
233
Larache 130
Rabat 59
Casablanca 302
231
108
152
5.919
1898
4.300
256
120
66
311
231
119
142
5.545
1899
4.600
247
130
61
326
227
126
142
5.859
1900
4.800
289
138
62
363
232
136
148
6.168
1901
4.700
267
108
85
420
243
123
150
6.096
1902
4.800
300
103
75
425
230
118
125
6.101
1903
5.282
500
102
61
426
290
130
134
6.925
1904
6.450
250
105
63
454
297
155
131
7.905
1905
7.800
350
174
85
476
329
137
121
9.472
1906
8.279
400
173
85
425
334
144
133
9.973
1907
8.240
350
160
71
425
347
146
156
9.895
1908
8.323
360
208
67
900
300
150
112
10.420
1909
8.300
250
110
70
2.000
380
140
110
11.360
1910
8.631
239
213
85
4.000
370
160
118
13.816
1911
9.762
313
350
117
4.000
420
200
118
15.280
1912
10.000
344
876
1.200
6.000
500
350
500
19.770
Cuadro nº 2 Población europea en Marruecos (1897-1912) Fuente: Libro de Comunicaciones de la Prefectura a la S. C. de Propaganda. Archivo de la Misión católica de Tánger.
res estudiosos de las migraciones españolas hacia el norte de África, “la insignificancia del movimiento migratorio de los españoles hacia Marruecos en la última década del siglo XIX y aún en la primera del siglo XX, si bien hacia el final del período se observa un cierto crecimiento” (Vilar: 1989, 244). Si se comparan estos datos con los del movimiento migratorio hacia Argelia, incluso en estos años en que se observa un cierto declive, veremos que el volumen de la emigración española a Marruecos es diez veces inferior. La diferencia entre Argelia y Marruecos como espacios de inmigración para la población española se encontraba en la situación política de cada uno de los países. Detrás de Argelia estaba el ejército francés y medio siglo de presencia y control franceses sobre el territorio, que ofrecían garantías para la instalación de inmigrantes, fuera cual fuera su procedencia. Detrás de Marruecos había un sultán que buscaba un equilibrio entre unas potencias europeas que trataban de ganar posiciones para controlar su país, rivalizando unas con otras, lo que concluía en un extraño y desequilibrado statu quo, dado el diferente peso específico de las distintas potencias. Equilibrio en el que pesaba también una animadversión de la opinión interior marroquí, contraria a cualquier injerencia exterior. Los emigrantes españo-
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200
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
les carecían de las garantías que tenían sus hermanos en Argelia y de ello se quejaba Bonelli, como se ha visto más arriba. Acerca de esta situación, el arabista Julián Ribera escribiría en el arranque del siglo XX con su habitual lucidez, lo siguiente: Yo deseo el statu quo, mas quiero que sea activo, es decir, llevando á efecto por nuestra parte todo lo necesario para que Marruecos por sí, ó con nuestra ayuda, se sostenga. Hasta me parecería conveniente que no se abriese al comercio europeo en los grandes negocios: allí en los pequeños y baladíes nadie nos aventaja, y por ello van llenándose de modestos comerciantes españoles las ciudades de las costas. Pero el día en que las grandes explotaciones se realicen, las harán otros más potentes, quedando los españoles por su inferioridad momentánea actual en dependencia casi absoluta del capital europeo: seríamos jornaleros en el campo, jornaleros en las minas, jornaleros en las empresas industriales, como ocurre al presente en algunas provincias de Argelia á donde se dirige parte de la emigración española (Ribera: 2008).
Proféticas esas palabras, describían bien la realidad de lo que la colonia española representaba a principios del siglo XX: un grupo humano de condición modesta, si bien mayoritario entre los europeos, subordinado siempre a los intereses de los países más poderosos. Para calcular el volumen de los españoles en Marruecos en las dos décadas de entre siglos no contamos con estadísticas fiables sino con aproximaciones. Una de las que merece un crédito relativo es la elaborada por la Misión franciscana en Marruecos a partir del conocimiento directo a través de sus casas misión en diversos puntos del país. Las relaciones enviadas a Roma acerca de la población cristiana residente en Marruecos, contenidas en el Libro de Comunicaciones de la Prefectura de la S. C. de Propaganda, permite estimar el volumen de europeos a partir de 1897 en las principales ciudades marroquíes. Estas estadísticas ofrecen ciertas dudas, a tenor de las oscilaciones de las cifras (Lourido: 1986, 4). Ramón Lourido, quien me facilitó estos datos, atribuía los altibajos en los datos a las secuelas de las guerras europeas que tuvieron sus efectos hasta Tánger. Sin embargo permiten hacernos una idea del desarrollo demográfico de la población europea en algunas de las más importantes ciudades de Marruecos, del estancamiento en viejos enclaves costeros que en otro tiempo tuvieron su esplendor y del peso que van cobrando otros núcleos urbanos. En el cuadro 2, en el que se recogen los datos hasta el momento del establecimiento del Protectorado, puede verse cómo la ciudad de Tánger destaca, pues contabiliza el grueso de la colonia. Pero si entre 1897 y 1907 representa en torno al 80% de los europeos de todo Marruecos, a partir de este año, tras el bombardeo franco-español de Casablanca y el inicio de la
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
penetración francesa en esta ciudad costera y en otros puntos del país como la frontera con Argelia, el peso de Tánger se irá reduciendo hasta el 50% en 1912. Casablanca empieza a rivalizar numéricamente con Tánger, convirtiéndose poco a poco en la primera ciudad en poblamiento, tanto europeo como autóctono, del país. 2. La excepción tangerina
Tánger era una excepción en el Marruecos del comienzo del siglo XX. Ciudad diplomática del país, sede de las legaciones extranjeras desde finales del XVIII, puerta de África y Europa como comúnmente se la denominaba, presentaba un aspecto que para algunos se aparentaba a la modernidad occidental frente al arcaísmo en que vivía el interior del país. El citado Bonelli la describía así: Su aspecto, a pesar de ser la residencia del cuerpo diplomático extranjero, es completamente berberisco, (…) El europeo halla en esta ciudad excelentes fondas donde alojarse, lo cual no sucede en ninguna otra del imperio; magníficas huertas con lindas casas de construcción moderna donde recrear su espíritu, y ese aspecto encantador que ofrece el dominio de nuestras costas y las de Marruecos (Bonelli Hernando: 1883, 20).
Y sin embargo, encontramos en los viajeros que la visitaron opiniones contradictorias. A José Oliver Bauzá le produjo un verdadero rechazo, si no fuera porque pudo en ella visitar a su paisano el pintor reusense José Tapiró, compañero de Mariano Fortuny, instalado en Tánger desde 1877. En una carta titulada “De viaje” al director de La Vanguardia publicada el 28 de julio de 1893 diría: En poco tiempo corrí mucho, y más hubiera corrido a haber coches, tranvías o cualquiera otra clase de vehículos; pero ¡cá! Allí no hay ni carretas, sólo se ven muchos roznos y algunos caballos. Vi primeramente las principales calles —que son puros callejones— atravesé la ciudad y volví luego por los mismos pasos fijándome en los tenduchos; todos o su mayor parte son verdaderos tugurios (Oliver Bauzá: 1893).
Por contra, el arabista granadino Antonio Almagro y Cárdenas experimentaría pocos años antes ante la ciudad una sensación de identificación y confianza en una carta al director de La Lealtad fechada el 19 de septiembre de 1881 e incorporada en su libro de Recuerdos de Tánger: A pesar de sus calles estrechas —diría—, de la estructura especial de sus casas y de sus puertecitas al arco de herradura, por todas partes circulan personas con trage [sic] europeo, y que por doquiera se oye hablar el idioma español, no parece que hemos pasado de Europa a África sino que aún estamos dentro de España paseándonos por las poéticas calle del melancólico Albaicín (Almagro Cárdenas: 1881).
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202
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Mapa nº 1 Mapa catastral de Tánger en 1907 Fuente: Cartoteca histórica del Servicio Geográfico del Ejército.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
España
607
Marruecos
209
Cádiz
310
Tarragona
1
Tánger
203
Málaga
129
Gerona
2
Tetuán
6
Islas Baleares
4
Córdoba
5
Sevilla
21
Huesca
1
Extranjero
Huelva
18
Burgos
2
Francia
2
Granada
12
Almería
7
36
Palencia
1
Portugal
1
Valladolid
1
Italia
5
Ceuta
39
Zamora
1
Argelia
Murcia
12
La Coruña
5
Gibraltar
23
No constan
45
Total General
897
Alicante
9
Pontevedra
6
Madrid
6
Lugo
1
Toledo
2
Asturias
2
Barcelona
9
Melilla
1
5
Cuadro nº 3 Origen de la población española en Tánger (1882) Fuente: Archivo Consulado General de Tánger. Elaboración propia.
Población
1900
1909
Musulmanes marroquíes
23.000
25.000
Hebreos marroquíes
11.000
10.000
Españoles
5.000
7.000
Franceses
117
1.000
Ingleses
500
700
Alemanes
30
150
384
1.150
40.031
45.000
Otros Total
Cuadro nº 4 Estimación comparativa de la población en Tánger (1900 y 1909) Fuentes: Albert Cousin, Tanger, Paris, 1902, para 1900; y La Dépêche Marocaine, mayo de 1909, para ese año.
La población española de Tánger a finales del siglo XIX estaba compuesta por clases modestas en su gran mayoría (el 43% eran obreros, labradores, marineros o sin cualificación). Había logrado reproducir en pequeño una sociedad a imagen y semejanza de la de una ciudad española, en paralelo a la sociedad tradicional, musulmana y judía, que aglutinaba al grueso de la población. Todas las categorías de artesanos (17%) y servicios (28%) se encontraban entre los españoles de Tánger, que apenas contaba con un 11% de clases acomodadas dedicadas a los negocios o a profesiones liberales. Respecto a la procedencia geográfica de la población española, el 60% provenía de Andalucía, mayoritariamente de las provincias de Cádiz (36%)
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
y Málaga (16%). No obstante casi una cuarta parte había nacido en la propia ciudad de Tánger, revelando un cierto arraigo de la población. Hacia 1900 los españoles representaban un octavo de la población total de la ciudad que, según la estimación de A. Cousin en su libro Tánger de 1903, contaba cerca de cuarenta mil personas. El cuadro 4 permite ver que los musulmanes marroquíes eran por entonces unos veintitrés mil y los hebreos marroquíes (según sus cálculos, probablemente exagerados) en torno a once mil. Los españoles se situaban en los cinco mil, a mucha distancia del medio millar de ingleses y del centenar de franceses. Nueve años más tarde, en 1909, según una estimación del periódico La Dépêche Marocaine, los dos colectivos que se incrementaron significativamente fueron el español y el francés, alcanzando respectivamente los siete mil (un sexto del total de la población) y el millar. 3. Casablanca, foco de atracción
En el arranque del siglo XX, la segunda ciudad marroquí en importancia en cuanto al número de europeos era Casablanca, pero a larga distancia de Tánger. De su poblamiento contamos con una excelente radiografía realizada en 1954 por Jean Louis Miège y Eugène Hugues para el período 1856 a 1906. Los españoles constituían la población europea más numerosa. En ese medio siglo analizado por los autores, la colonia española con un total de setecientas catorce personas, representó el 66,4% de los mil setentaicinco europeos. A mucha distancia se encontraba la segunda de las colonias, la inglesa, que solo sumaba el 13,8% (ciento cuarentainueve, la mayor parte de sus miembros nacidos en distintas ciudades de Marruecos, particularmente en la propia Casablanca y Tánger, y una buena porción en Gibraltar). Franceses (ochentaiséis), portugueses (sesentaicuatro), italianos (treintaiuno) y alemanes (veintiuno) completaban el cuadro. Los europeos en total no debían representar más allá de un 10% de los habitantes de la ciudad. La colonia española era andaluza en un 45%, procedente sobre todo de las provincias de Cádiz y Málaga. Se producía el mismo fenómeno migratorio que en Tánger. No obstante casi un 41% habían nacido en Marruecos, en la propia Casablanca la gran mayoría, pero muchos también en Tánger. El resto de procedencias era puramente testimonial. El movimiento demográfico de la colonia española revela un cierto arraigo y un crecimiento natural rápido. Los nacimientos de niños españoles constan ya desde 1865, suponiendo la mitad al menos de los niños europeos nacidos cada año hasta 1889 en que casi acaparan ya más
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
de los tres cuartos del volumen total. Entre esta fecha y 1906 los niños españoles suman el 76,6% del total de nacimientos, mientras en el primer período (1865 a 1888) solo el 51,6%. El gráfico 1 muestra con claridad este hecho. Una descripción de la Casablanca de principios del siglo XX nos la procura el doctor Frédéric Weisgerber (1868-1946), médico de la marina francesa instalado en la ciudad desde 1896, en su libro Casablanca et les Chaouia en 1900 (1935, 57-60), en el que pueden encontrarse algunos datos de interés sobre la colonia española de la época. Integraban la ciudad, según sus cálculos, unos veinticinco mil “indígenas”, la quinta parte de ellos de confesión judía y en torno a unos quinientos europeos, de los cuales las cuatro quintas partes eran españoles. Contaban estos con un Círculo español, dotado de un billar, rival del Club Internacional de Anfa, que programaba de vez en cuando zarzuelas o grupos de danzas. No existía ningún café y el único hotel de la localidad lo regentaba una brave Espagnole très entreprenante apodada La Gallega, situado en la pequeña plaza que más tarde se denominó Rue Centrale. El doctor Weisgerber recuerda el letrero con el que se anunciaba: “Fonda-Ultramarinos. Se laba y se plancha la ropa y se venden vevidas” y cómo cada tarde recogía sus pollos que durante el día se habían buscado la vida en los alrededores de la fonda. La población europea en Casablanca se duplica, según la fuente de la Misión franciscana, entre 1907 y 1908. La causa puede estar en el nuevo ambiente creado tras la Conferencia de Algeciras, por la ocupación francesa de la ciudad tras el bombardeo del verano de 1907, y más en concreto por la construcción del puerto de la ciudad, cuyos trabajos preliminares realizados por los Établissements Schneider et Cie., por cuenta de la sociedad francesa Compagnie Marocaine, concluyeron en mayo de 1907. Por el testimonio de Margarita Ortiz Macías, autora del libro Espagnols de Casablanca (2003), sabemos que su abuelo José Ortiz, ebanista, emigró a la ciudad desde la provincia de Cádiz en 1906, al reclamo de su hermano Fernando instalado previamente, atraído por las expectativas de desarrollo de la ciudad. A lo largo de este trabajo me serviré de esta familia como uno de los hilos conductores de la historia de los españoles en Marruecos e irán apareciendo miembros de ella en diversos momentos. Un cúmulo de circunstancias encadenadas desde el asesinato del doctor Mauchamp en Marrakech, en marzo de 1907, enconó a las tribus que circundaban a Casablanca, exigiendo el cese de las obras del puerto y provocando la muerte de nueve obreros europeos, entre ellos dos españoles
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
20 18 16 14 12 10 8 6 4
Niños españoles
1905
1903
1901
1899
1897
1895
1893
1891
1889
1887
1885
1883
1881
1879
1877
1875
1873
1871
1869
1867
0
1865
2
Otros europeos Gráfico nº 1
Nacimientos de niños europeos. Casablanca (1865-1906) Fuente: Elaboración propia a partir de Jean-Louis Miège y Eugène Hugues, Les Européens à Casablanca au XIXe siècle.
España
400
Marruecos
290
Portugal
3
Cádiz
173
Córdoba
3
Casablanca
217
Francia
2
Málaga
109
Alicante
3
Tánger
54
Italia
2
Sevilla
19
Burgos
3
Mazagán
14
Inglaterra
2
Huelva
11
Barcelona
3
Mogador
2
Argelia
1
Guadalajara
3
Larache
1
Varios
2
Granada
8
Valencia
8
Baleares
14
Madrid
7
Canarias
5
Almería
3
Ceuta
6
Jaén
3
Varios
19
Rabat
1
Safi
1
Gibraltar
12
Total
714
Cuadro nº 5 Origen de la población española en Casablanca (1856-1906) Fuente: Jean-Louis Miège y Eugène Hugues, Les Européens à Casablanca au XIXe siècle.
que trabajaban en el tendido de la vía férrea que se había construido sobre un cementerio musulmán. Francia enviaría tropas que bombardearían la ciudad en agosto de ese año, destruyendo diversos barrios. El Gobierno de Maura enviaría trescientos soldados de apoyo que no intervinieron en combate, provocando, de un lado, las críticas de la oposición y suscitando, de otro, la campaña obrera lanzada por el PSOE en contra de la imposición de la “civilización a cañonazos” (López García: 2007a). A raíz de estos incidentes, Francia y España iniciarán una ocupación militar en algunas zonas de Marruecos que serán el preludio de migraciones civiles. Francia lo hará desde la frontera con Argelia, en la región de
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Ciudad
Españoles
Franceses
Tánger
7.000
1.000
700
150
Tetuán
600
3
5
1
Larache
120
41
10
2
2.000
2.500
100
20
Casablanca Mazagán
Ingleses
Alemanes
300
40
50
10
Safi
20
15
20
5
Mogador
60
50
15
2
Fez
10
40
10
5
2
5
5
3
Marrakech Otras Totales
60
29
15
2
10.172
3.723
930
200
Cuadro nº 6 Estimacion de la población europea en Marruecos (1909) Fuente: La Dépêche Marocaine, mayo de 1909.
Uxda y desde su establecimiento en Casablanca, mientras España penetrará por la región de Larache. Tánger seguirá no obstante por un tiempo siendo la primera capital “europea” de Marruecos. Así lo muestra el cuadro 6, publicado por el periódico La Dépêche Marocaine, que estimaba la población europea global en 1909 en unas 15.025 personas. La colonia española destacaba entre las extranjeras en prácticamente todas las ciudades, pero sobre todo en Tánger. En Casablanca, sin embargo, los franceses aventajaban ya a los españoles. Estos se sentirían discriminados frente a los franceses y condenados al paro, como denunciarían ante las autoridades consulares (AGA, Archivo Histórico de Marruecos, M-68, Caja M-127, Expediente 2). Ese predominio migratorio hispano haría decir el 22 de mayo de 1909 al ministro plenipotenciario de España en Tánger, en despacho desde Fez al ministro de Estado, que era la demostración por manos de la información francesa [de] la preponderancia incomparable de la Raza Española en este Imperio (…). Sólo falta ahora que sepamos aprovechar la presencia de esta masa de nacionales nuestros en la tierra marroquí. Lo heterogéneo y poco seleccionado de nuestra colonia dificulta la tarea de su organización y aprovechamiento para la difusión activa de nuestra influencia.
Y concluía con unas recomendaciones para contrarrestar ese handicap: necesidad primordial inmediata [de] la reforma y perfeccionamiento de los servicios públicos españoles (…) y el llamamiento de capitales peninsulares cuya inversión en el Mogreb vivificará a esta masa inerte de españoles cuyas energías por falta de base nacional se agitan generalmente en el vacío o sirven de instrumento material a miras y proyectos que no son los nuestros (AGA, 15, 17-81/127).
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
4. Españoles en el Marruecos de inicios del Protectorado
La imposición por Francia del Tratado de Protectorado a Marruecos el 30 de marzo de 1912 inicia una etapa nueva para el poblamiento europeo en el país, ya que el nuevo estatuto provocará un efecto llamada hacia las canteras que se abrirán en el país, al que acudirá una masa creciente de inmigrantes franceses, españoles e italianos. Algunos de ellos vendrán desde Argelia. No hay estadísticas que nos permitan evaluar la situación del poblamiento español en Marruecos al iniciarse el Protectorado. El Anuario español de Marruecos de 1913, publicación independiente dedicada a facilitar la relación comercial entre España y Marruecos, nos permite una aproximación al papel que los españoles desempeñaban en aquel momento. La descripción de las principales ciudades aporta datos de población, de comercio, de las fuerzas vivas e instituciones en cada una de ellas. Tánger, como se ha visto, era la capital por excelencia de los españoles. El Anuario de 1913 los cifra en siete mil quinientos, el 80% de los europeos y un quinto de la población total de la ciudad, que habitaban en nuevos barrios como la Emsallah, barriada de San Francisco y otros, además de la vieja medina que seguía siendo el núcleo principal de la ciudad. Entre sus fuerzas vivas destacaban los miembros de la Legación española, el ministro plenipotenciario Luis Valera y Delevat, marqués de Villasinde, el cónsul J. Potous, los secretarios de embajada Mauricio López Roberts y Manuel Aguirre de Cárcer, los intérpretes Reginaldo Ruiz Orsatti y Manuel Saavedra Asensi. Tres de los nueve abogados de la ciudad eran españoles (Cándido Cerdeira, V. Artola, Martínez de la Vega), diez de los veintitrés bares y cafeterías también (El Aperitivo, El Imperial, Fuentes, Dueñas, Ceballos, Gil y Campos, García Sánchez, Romero, Rodriguez y Cía, Foncuberta), así como el arquitecto oficial Diego Jiménez, el afinador de pianos Daniel Carmona, cuatro de las ocho farmacias, los cuatro herradores... Sin olvidar el Correo español, administrado por Mariano Jorro y con Francisco Jurado como cartero. Dos tercios de las importaciones de la ciudad en 1911 provinieron de España y un tercio de las exportaciones se hicieron a nuestro país. Casablanca, según el Anuario de 1913, contaba ya al iniciarse el Protectorado, con mil ochocientos españoles, casi tantos como franceses (dos mil doscientos), un 5% de la población total. Tenía varios círculos de recreo para la población europea: el Comercio, el Anfa Club, la Unión y el Internacional, varios de ellos para los españoles. Estos contaban con una escuela para niños dirigida por Casimiro Borgues y otra para niñas a cargo de
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Antonia Moll, dependientes ambas de la Misión Católica presidida por el padre José Pérez. El Consulado estaba a cargo del cónsul Luis Ariño, asesorado por el canciller Luis Ruiz. La población española contaba con un secretario judicial, Juan Montilla, y un médico militar agregado al Consulado, el doctor Amor. Sin embargo, el comercio con España no era particularmente floreciente. Apenas un 4% de las importaciones en 1911, el grueso de las cuales lo constituían mármoles, piedras, tierras combustibles y minerales, destinados sobre todo a la construcción del puerto. El Anuario mencionado no dice nada del volumen de la población española de Tetuán, si bien se citan sus centros de reunión, el Casino Español presidido por el cónsul señor López Ferrer, y el Círculo Recreativo; su Cámara de Comercio Española presidida igualmente por el cónsul (con Isaac Toledano como vicepresidente), sus hoteles (Calpe, Victoria y Dersa, “confortable, limpio y recomendable por su admirable situación”, según se indica). Pese a su proximidad a la Península, su comercio era escaso, tan solo un 12% de las importaciones provenían de España. El volumen global de las exportaciones era exiguo, aunque en este caso la mayoría se componía de animales vivos que se enviaban a la Península. Larache la aventajaba como ciudad comercial en este momento inicial del Protectorado. Probablemente no en poblamiento hispano (el Anuario habla de doscientos cincuenta europeos en la ciudad, “casi en su totalidad españoles”, de un total de dieciséis mil, dos mil quinientos de ellos judíos), pero sí en volumen comercial, quintuplicando sus exportaciones, un tercio de las cuales en 1911 con España. Contaba la ciudad con dos casinos, el de Larache, dirigido por J. Díaz Olalla y el Internacional. Entre las personalidades de la ciudad destacaban el cónsul J. V. Zugasti y el padre Álvarez, al frente de la Misión Católica. De los viejos puertos portugueses, Mazagan y Mogador, ciudades que superaban los veinte mil habitantes, más de la mitad judíos, refiere el Anuario los “bastantes españoles que se dedican al comercio” en la primera y los escasos en la segunda. Pero de una solo cita al hermano Esteban, al frente de la Mision española y al administrador del Correo español, señor Martínez Sanz, y de la otra al cónsul Sempere y a su intérprete-canciller Cristóbal Benítez. Más explícito es con la colonia española de la también portuaria Safi, en la que había un casino español “con una bonita terraza sobre la bahía”, el hotel Llamas, regentado por el dueño español de una tienda de comestibles del mismo nombre. Otros españoles eran el peluquero Jiménez, el cónsul J. M. Sampere y su agregado el doctor Juan Otero. En las ciudades imperiales la colonia española era, según el Anuario, casi inexistente. En Rabat, aún sin electricidad, pese a estar llamada a con-
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Mapa nº 2 Mapa de Casablanca en 1895 Fuente: Cartoteca histórica del Servicio Geográfico del Ejército.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
vertirse en la capital del Protectorado francés, se cita por sus nombres a una colonia europea de cincuenta y dos personas (los datos son, sin duda, anteriores a la llegada del ejército francés), de ellos cinco españoles: el cónsul Carlos Arjona; el administrador del Correo español, señor Membrillera; el dueño del hotel Alegría, “en la calle principal, con vistas al río y al mar”; y los señores Arenas Busset y Antonio Pena. De su comercio se dice que “no había sido nunca mercado de gran porvenir con España, pero últimamente, con el desembarco de las tropas francesas, nuestro comercio de importación en aceite, azafrán, tejidos, pimentón, paños, sacos vacíos, vino, manteca y muebles ha llegado a cifras inesperadas”, multiplicándose entre 1909 y 1911 casi por diez. De Fez y Marrakech destaca el Anuario lo complicado que era para los europeos hacer negocios, hostigados por los naturales del país en la segunda de las ciudades y necesitados en la primera de la intermediación de agentes musulmanes o de la ayuda del elemento hebreo, conocedor de la lengua española. Un documento excepcional, titulado Diario de un testigo de la rebelión de Fez contra el Protectorado, nos narra día a día, desde el 14 de marzo de 1912 hasta el 5 de junio de dicho año, lo sucedido en Fez en los días en que el ejército francés ocupa la ciudad y obliga al sultán Muley Hafid a firmar el Tratado (Aouad y Benlabbah: 2008, 373-413). Su autor es Pablo Rey, un español empleado de una casa de Banca francesa en la ciudad de Fez, donde residían, aparte del cónsul español señor Cortés, un pequeño puñado de paisanos, entre ellos el doctor Belenguer, médico del sultán Muley Hafid. Su interpretación de los hechos, cargada de nacionalismo antifrancés, arremete contra las versiones que se difundieron por la prensa sobre lo ocurrido en la capital espiritual de Marruecos. Lo que más me chocó —dirá unos años más tarde, al transcribir su autor las notas de su diario de 1912— (…) de lo que habían publicado los periódicos galos durante los sucesos fue el que: primero, atribuyeran la causa del levantamiento a los moros, e incluso a los españoles en la persona del doctor Belenguer; segundo, que dijeran que los moros se habían comportado como hordas salvajes que son, matando a mansalva a todos los instructores franceses y a algunos elementos civiles franceses, cuando la realidad es todo lo contrario, ya que los verdaderos promotores y causantes de la rebelión fueron ellos (Aouad y Benlabbah: 2008, 374). 5. Españoles y europeos en los dos protectorados
La división de Marruecos en zonas de influencia venía siendo negociada entre Francia y España desde 1902, pero no será concretada hasta el Tratado hispano-francés del 3 de octubre de 1904, redactado de acuerdo con
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
el franco-británico de ese mismo año, conocido como la Entente Cordiale. Su concreción efectiva no se hará hasta el Convenio hispano-francés de 27 de noviembre de 1912. Las migraciones españolas se orientarán después de esta fecha hacia la zona norte, ocupada o en trance de ocupación por España, pero no lo harán de manera exclusiva. Los españoles no interrumpirán la red migratoria que ya tenían establecida con una ciudad en desarrollo como Casablanca, según veremos más adelante. De nuevo debemos recurrir a la fuente del Archivo de la Misión franciscana en Marruecos para aproximarnos al desarrollo de la población europea en el país. La confianza relativa que merecen estos datos ya ha sido comentada. Sin embargo, a falta de cómputos y censos fiables, nos permiten hacernos una idea aproximada de la evolución demográfica. Se trata de estimaciones de la población católica, evaluada por las diócesis respectivas de Tánger y Rabat, lo que implica que dejan fuera a otros cristianos no católicos, británicos sobre todo, cuyo número, salvo en Tánger, era poco significativo. Una forma de verificar la validez de esta fuente es contrastarla con los datos aportados por el primer censo de la población llevado a cabo en zona francesa en 1921 (Bernard: 1922, 52-58). La concurrencia entre Tánger y Casablanca como destino destacado de los europeos es bien notoria en esta secuencia cronológica. Pronto, ya desde 1914, pero con mayor claridad desde 1917, Casablanca se convierte en la primera ciudad “europea” de Marruecos. De Tánger, no obstante, no se explica bien el retroceso que los datos aportan en los dos últimos años consignados. ¿Tiene que ver acaso con el decrecimiento observado en las inscripciones en los libros de registro del Consulado español de Tánger durante los años 1918 y 1919 que nos muestra el gráfico 2? De ser así, falta, sin embargo, una explicación. Rabat, según los datos del archivo franciscano, se convierte en la tercera ciudad en número de europeos, compitiendo con Tánger por un segundo puesto. Pero su poblamiento corresponde en buena parte a franceses, que serán los que dirijan desde allí, convertida en capital, los asuntos del Protectorado francés. El censo francés de 1921 clasifica a Rabat como la quinta ciudad en poblamiento del Marruecos sur, con 29.598 habitantes, de ellos 18.723 musulmanes, 3.004 judíos y 7.835 europeos. Estos últimos, menos que en la estimación de la Misión franciscana. Tetuán adquiere pronto, ya desde 1914, aura de capital del Protectorado norte. Allí sí serán los españoles los que dominen en la colonia europea. El Anuario-Guía Oficial de la zona española del Protectorado de 1926 (Anuario-Guía: 1926, 328) da cuenta para 1913 de una población de 3.096 católi-
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
1.801
1.773
1.833
1.616 1.062
1.215 905
848 647
1912
592
1913
1915
1914
789
611
1916
1917
1918
1919
1920
1921
1922
1923
1924
Número de inscripciones Gráfico nº 2 Consulado de España en Tánger
1913
1914
1915
1916
1917
1918
1919
1920
Tánger
Población ciudades
12.000
13.486
13.486
13.948
13.956
11.230
8.930
9.830
Tetuán
976
5.200
5.200
7.800
7.500
5.000
6.000
7.000
Larache
1.340
3.000
3.411
3.608
3.462
6.603
2.000
3.000
Rabat
8.000
5.000
2.500
3.000
10.200
4.500
10.000
10.000
11.000
15.000
10.000
14.000
35.600
35.500
40.000
40.000
1.000
800
150
600
1.200
1.200
1.700
1.500
Safi
900
800
440
400
500
500
600
700
Mogador
500
817
817
1.099
700
700
600
600
Casablanca Mazagán
Alcázar Uxda
500
1.000
1.000
1.000
825
800
1.800
3.400
7.500
8.000
8.000
8.000
5.000
4.800
6.500
6.500
1.390
1.900
2.310
3.000
3.000
100
100
846
1.349
1.228
1.000
500
1.120
1.120
1.580
1.600
2.500
1.011
1.011
1.050
1.300
1.300
Berkan
800
Arcila
60
Nador Marrakech
230
Kenitra Fez
1.600
1.600
Salé
3.000
1.500
1.800
2.800
1.500
2.300
800
Mequínez
1.300
1.800
Tadla
1.250
1.250
Taza
500
500
Guercif
300
1.000
93.591
98.191
Aproximación al Total
44.576
54.323
46.224
58.321
86.922
79.771
Cuadro nº 7 Población europea en Marruecos (1913-1920) Fuente: Libro de Comunicaciones de la Prefectura a la S. C. de Propaganda. Archivo de la Misión católica de Tánger.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
cos (que vienen a ser prácticamente casi todos españoles) para un total de 19.267 habitantes, de ellos 4.250 judíos. Diez años más tarde, en 1923, la misma publicación habla ya de 6.500 católicos. Para Larache, el AnuarioGuía da 3.608 para 1913 (el Anuario Español de Marruecos daba en cambio la cifra de 250 europeos, por lo que quizás la voluminosa colonia de la que habla el Anuario-Guía podría referirse a la población militar que ocupó la zona en 1911) y 6.000 para 1923; para Alcazarquivir, 591 y 1.300 respectivamente; y para Arcila, 525 y 1.000. Larache crecerá con la rapidez que exigirán su puerto y su agricultura floreciente por la vega y desembocadura del río Lucus. Nuevas ciudades como Nador, surgida no lejos de Melilla al calor de los establecimientos militares, se mantendrán con un poblamiento modesto y estable. El Anuario-Guía Oficial da para 1918 la cifra de 1.467 católicos en esta nueva ciudad, el 90% de su poblamiento total, casi ausentes musulmanes y judíos. Los españoles no realizarán un censo de población en los territorios bajo su control hasta 1930. El censo francés de 1921 atribuye a los viejos puertos atlánticos de Mogador (Essauira), Mazagán (El Yadida) y Safi, las cifras de 742, 1.444 y 1.140 europeos, respectivamente. Uxda, en la frontera con Argelia, tendrá un crecimiento espectacular. Los 600 europeos de 1911 pasarán con el establecimiento del Protectorado a 2.500 en 1912 y a 7.500 en 1913, manteniéndose, con ligeros altibajos, en esa cifra (Bonmatí: 1992). Port Lyautey (más tarde Kenitra) será una creación tardía, a partir de 1914, por lo que su poblamiento europeo llega con retraso. El censo de 1921 da cuenta de 3.064 europeos, lo que constituye un tercio de su población total. Las capitales imperiales de Fez, Mequinez o Marrakech no sufrirán un crecimiento brusco, ya que según las directrices del residente francés, el general Lyautey, el poblamiento europeo se instalará en villes nouvelles separadas de las medinas a fin de preservar su carácter tradicional, lo que no estimulará en un primer momento su transformación en centros modernos. Los europeos en esas tres ciudades según el censo de 1921 se elevaban a 2.218, 2.622 y 2.107 respectivamente. Hemos visto como la división del país en dos zonas desde comienzos del Protectorado, francesa al sur y española al norte —aunque no debe olvidarse que España poseía además en Marruecos una zona de protectorado al sur de la francesa y el enclave de Ifni (Chaves Nogales: 2012)—, había condicionado el poblamiento europeo, pero no hasta el punto de circunscribir de manera exclusiva las migraciones de uno u otro país a su respectiva zona de influencia. Ciertamente muy pocos franceses se instalaron en las
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
ciudades del norte, pero no ocurrió así —y por diversas razones, entre las que la política tuvo también su parte— con los españoles, que sí se instalaron, en mayor o menor medida según épocas, en la zona francesa. El caso más claro es el de Casablanca. La red viva de emigración, procedente desde Andalucía, desarrollada sobre todo desde 1907, va a mantenerse y acrecentarse tras el establecimiento del Protectorado. El censo llevado a cabo por los franceses en su zona en 1921 arrojará la cifra de un total de 16.251 españoles, un tercio de los franceses y más de la mitad de los extranjeros no franceses. La cifra se elevará, quince años más tarde, en vísperas de la guerra civil española, hasta 23.330, es decir, un incremento del 43,5%. Menos, desde luego, que el porcentaje de crecimiento de los franceses que se elevó al 195%, triplicando su cifra. La guerra civil y el exilio introducirán una componente nueva en el poblamiento español en la zona francesa. 6. Centros y casinos españoles en Marruecos
Hemos visto como ya en 1913 los españoles en las diferentes colonias repartidas por las ciudades de Marruecos habían creado sus propios centros de reunión y asociación. Los más importantes serían sin duda los que se instituyeron en los más nutridos núcleos de población. Casi simultáneamente, en 1918 y 1919 se crearon en las ciudades de Tánger y Casablanca, dos de las instituciones que, con la pretensión de aglutinar a los elementos más activos de la colonia española de cada ciudad, iban a perdurar en el tiempo. Los estatutos del Casino Español de Tánger fueron aprobados en junta general del 17 de noviembre de 1918. A pesar de su apelativo y del carácter de socios honorarios que se atribuyen al ministro y cónsul españoles, no marcaban exclusividad alguna para ser socios a los nacionales españoles. Alberto España, en su libro La pequeña historia de Tánger, hace referencia a “elementos dispersos que, aunque no españoles simpatizaron de antiguo con nosotros” (España: 1954, 47). El artículo primero de sus estatutos decía que el Casino Español es una sociedad que tiene por objeto proporcionar a los individuos que la compongan recreos y entretenimientos cultos. En su consecuencia, es ajeno a su instituto cualquier acto que tenga matiz político y esté en desacuerdo con las leyes del país y del decoro.
Más preciso aún, el artículo segundo llegaba a prohibir “discutir tesis políticas y religiosas en los locales del Casino”. Inicialmente se instaló en la primera planta del edificio del Café Central en el Zoco Chico, verdadero epicentro de la ciudad. Unos años más tar-
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Mapa nº 3 La división de Marruecos en zonas de influencia Fuente: Cartoteca histórica del Servicio Geográfico del Ejército.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
de, por necesidades de ampliación, se trasladó a otro edificio cercano, en el piso de arriba del bar Tingis, en la esquina de la misma plazuela. Como describía Alberto España, las actividades de los socios comprendían las tertulias, juegos de ajedrez, billar o mus, biblioteca, exposiciones o conferencias, aprovechando el paso de alguna personalidad venida de la Península. Sin embargo fue siempre una entidad elitista, cuyos miembros no sobrepasaron de un par de centenares, la mitad integrada por judíos notables de la ciudad, sefarditas en buena proporción, muchos de ellos españoles de nacionalidad. Ya desde su primera junta directiva figuró como vicepresidente de la institución el doctor Samuel Güitta, importante miembro de la Comisión de Higiene de la ciudad, masón, presidente durante largos años de la Logia Morayta núm. 284 (Laredo: 1935). Como narra Alberto España en su libro inédito Una vida en Tánger, con la llegada de la República aparecieron disensiones entre los miembros del centro, que supusieron su disgregación en grupos, contribuyendo a su decadencia (España: b, 122-123). En 1935 el cónsul español de la ciudad, José Rojas, se quejaba el 27 de febrero de 1935 al presidente del Casino, Ricardo Ruiz Orsatti, de que resultaba oneroso para las arcas del Estado la subvención que se le concedía anualmente, sugiriendo su fusión con otra entidad asociativa nacida por entonces, el Centro Español (ACGET: Caja 6). Centro Español se denominaba también el creado en Casablanca en noviembre de 1919, amparado en el lema “Patria, Cultura, Amor” (Ventura la Laguna: 1932, 93-95). Sus estatutos, aprobados en 23 de marzo de 1920, lo definían como “sociedad de relación y apoyo entre los residentes españoles en Marruecos”. No tenía carácter localista como el tangerino, sino que aspiraba a establecer “delegaciones en distintos puntos de la zona”, con regímenes especiales en función de la “muy distinta condición” de sus poblaciones, a fin de establecer, según rezaba el artículo 46, “lazos de amistad, de unión y de apoyo entre la colonia toda que reside en este Protectorado”. A diferencia del centro tangerino, tenía un carácter mutualista, estableciendo sus estatutos que los socios, a los seis meses de su ingreso en la institución y estando al corriente de pago, tendrían “derecho a médico y medicinas”. Instalado inicialmente en el 29 de la Rue Croix Rouge, fue trasladado en 1933, por ruina del viejo local, a uno nuevo en el barrio del Maarif, barrio esencialmente español, para dar “una prueba de fuerza social ante las Autoridades francesas para mantener en la altura que merece el nombre de nuestra querida Patria”. Así se expresaba la dirección del Centro en la carta dirigida al Ministerio de Fomento de España en demanda de una subvención (López García: 2008). El Centro era calificado en dicha carta como
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Marroquíes
1921
Marroquíes musulmanes Marroquíes judíos Total marroquíes
1936
% incremento
3.371.806
5.880.686
74,4
81.314
161.942
99,1
3.453.120
6.042.628
74,9
Franceses 46.563
135.546
191,1
Súbditos (origen argelino)
3.964
15.498
290,9
Protegidos
1.023
1.040
1,6
51.550
152.084
195
16.251
23.330
43,5
9.855
15.521
57,5
113
3.752
3220
1.049
1.783
69,9
Ciudadanos
Total franceses Extranjeros Españoles Italianos Portugueses Británicos Otros Total extranjeros Total Población
1.847
6.124
231,5
29.115
50.510
73,4
3.533.785
6.245.222
76,7
Cuadro nº 8 Población del Protectorado francés (censos 1921-1936) Fuente: Annuaire Statistique Générale de la zone française du Maroc, Casablanca, 1939. Recogido en A. Trinidad, “Emigración española en el Protectorado Francés”, Aljamía, nº18.
“la sociedad decana de esta ciudad, en la que se congrega la mayoría de la colonia compuesta en su mayor parte de personas de modestos recursos”. La construcción de este nuevo local en un barrio puramente español será la expresión de la nueva realidad que viven los españoles en Marruecos, especialmente en la zona francesa. Al principio del Protectorado, como señala René Gallissot, europeos y marroquíes estaban obligados a frecuentarse y a convivir en buena vecindad. Pero con el asentamiento de grupos numerosos de nacionales de otros países, empiezan a aparecer barrios casi exclusivamente dominados por originarios de una misma nacionalidad. “La vida europea se aísla del environnement marroquí”, dirá Gallissot, refiriéndose a los años treinta, en que se evidencia en la zona francesa la separación de marroquíes y europeos, cuando estos han logrado vivir plenamente entre ellos (Gallissot: 1990, 65). 7. Los españoles de Casablanca y la crisis de los treinta
El traslado al nuevo centro coincide con un momento difícil, de crisis, que vive Marruecos y en particular los españoles, en su mayoría de condi-
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Tánger 1918. Álbum recuerdo de Bailly Baillière.
Fragmentos de la lista de parados en demanda de ayuda al Consulado de Casablanca, 1933.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
ción modesta. Hacia 1931 se empieza a sentir en Marruecos la crisis mundial. Cae el comercio exterior; la construcción, que era una de las actividades que ocupaba a buena parte de la colonia española, se ralentiza; la economía tradicional se disloca, especialmente el artesanado que sufre con la contracción de las exportaciones. Consecuencia de todo ello será la proletarización de los campos, con un éxodo rural sin precedentes, que acude a las ciudades concurriendo con la mano de obra europea. Gallissot habla de la concentración, en la Casablanca de 1932, de una masa de ochentaicinco mil personas que vive en chabolas, los famosos bidonvilles. Ello traerá, como consecuencia, el crecimiento del paro entre los europeos más precarios, especialmente entre los españoles. Según un informe del Consejo de Gobierno de Casablanca, los parados europeos pasan de seiscientos en 1931 a tres mil dos años más tarde, mientras entre la población indígena pasan de diez mil (Gallissot: 1999, 74). De la situación crítica por la que atravesaban sectores importantes de la población española en Casablanca da cuenta la correspondencia del Consulado español en la ciudad con el Ministerio de Estado en 1933, a propósito de una ayuda solicitada por la Agrupación Internacional de Obreros Parados de Casablanca para socorrer a ciento ochentaicinco necesitados. Sus nombres constan en una lista (AMAEC, R-89-112). Más de la cuarta parte (cincuentaiséis) desempeñaban oficios ligados a la construcción (albañil, tejador, carpintero armador, cantero, excavador), un sexto (treintaitrés) a la minería (minero, entibador), y una amplia gama de oficios de artesanos y servicios entre los que destacaban mecánicos, chóferes, ebanistas y otros. Entre los subvencionados aparece José Ortiz, ebanista, domiciliado en Place Verdun y con trece miembros de familia, el abuelo de Margarita Ortiz al que se ha hecho referencia más arriba. También aparece un “Ortiz, Lara”, carpintero tornero, tío de la misma. Los años treinta serán años difíciles para los españoles en Marruecos. Como puede verse en el gráfico 3, entre 1931 y 1936 se produce casi un estancamiento de la población española. La inmigración se ralentizará sobre todo a raíz de las medidas restrictivas impuestas por los Dahíres de 20 de octubre de 1931 y 15 de noviembre de 1934, que limitarán las facilidades de entrada a los obreros extranjeros, exigiendo contratos y certificados de albergue (Gallissot: 1999, 69). El resultado se aprecia en el cuadro 9 en el período intercensal 1931-1936, con un crecimiento de tan solo 2,8%, mientras la población francesa crece en un 18,6%. El paro y la concurrencia de la mano de obra indígena y europea, utilizados por la patronal para enfrentar a estos dos grupos humanos, incentivarán los
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
433
496 395
378
346
261
540
425
374
153
104 1931
135
1932
1933
1934
Inmigrantes
1935
1936
Emigrantes
Gráfico nº 3 Migraciones españolas en la zona francesa de Marruecos. Españoles en el Marruecos francés Fuente: Annuaire Statistique Générale du Maroc. Année 1936, Casablanca, 1937, p. 13.
1921
1926
1931
1936
1947
1951
Franceses
Nacionalidad
51.550
74.588
128.177
152.084
266.133
298.975
Españoles
16.251
15.141
22.684
23.330
28.055
25.698
9.855
10.300
12.602
15.521
14.369
13.337
Italianos Portugueses Británicos Suizos
113
861
2.867
3.752
5.016
5.108
1.049
1.385
1.592
1.862
2.034
1.876
62
522
1.188
1.568
1.591
1.725
Americanos Rusos Griegos Belgas
33
Polacos
53
129
132
276
1.041
184
374
482
655
1.039 1.014
370
573
791
1.002
245
519
632
807
917
40
126
177
537
548
Otros
1.752
1.023
1.650
2.263
4.522
5.760
Total
80.665
104.712
172.481
202.594
324.997
357.038
Cuadro nº 9 Españoles y europeos en el Marruecos francés (censos 1921-1951) Fuentes: Recensement Générale de la Population en 1951-1952. Volume II. Population non marocaine. Rabat 1954. Para los datos de 1921, Annuaire Statistique de la zone française du Maroc. Casablanca, 1939.
conflictos sociales. Se llegará así al “año terrible” (année terrible) de 1937, en el que al éxodo rural, producido por la hambruna, se añadirá una epidemia de tifus en algunas regiones y la llegada de refugiados españoles de la guerra civil. La población española que vivía en el Protectorado francés según el censo de 1951-52 se desglosaba en 5.151 hombres y 4.779 mujeres nacidos en Marruecos, 7.771 hombres y 7.997 mujeres inmigrados. Entre estos, casi un
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
1.400 1.200 1.000 800 600 400 200
Hombres
1950-51
1945-49
1940-44
1935-39
1930-34
1925-29
1920-24
1915-19
1910-14
1905-9
1900-4
Antes 1900
0
Mujeres
Gráfico nº 4 Año de llegada de los españoles al Marruecos francés (censo 1951-1952)
Años
∑
Antes 1900
13
Mujeres 28
1900-4
16
27
1905-9
157
171
1910-14
619
729
1915-19
583
673
1920-24
533
688
1925-29
937
970
1930-34
823
983
1935-39
805
750
1940-44
964
236
1945-49
1.166
1.324
1950-51
651
806
Cuadro nº 10 Españoles en el Marruecos francés. Año de llegada (censo 1951-1952) Fuente: Recensement Générale de la Population en 1951-1952. Volume II. Population non marocaine. Rabat, 1954.
10% habían nacido en Argelia, el resto, casi en su totalidad, en España. En el gráfico 4, que representa los años de llegada de la colonia española inmigrada al Marruecos francés, desglosada por sexos, según el mismo censo, es visible el estancamiento de la población española. Después de un desarrollo importante de la inmigración de los dos sexos entre 1905 y 1909 y una década de paralización, se produce un nuevo repunte en la segunda mitad de
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Diario España, 6 de marzo de 1939.
Diario España, 4 de marzo de 1939.
los años veinte, con una nueva década de ralentización en los años treinta, años de crisis y de guerra civil española. En los años de la guerra mundial se producirá un retroceso de la inmigración femenina, que hasta entonces había estado más o menos acompasada con la masculina, aunque algo ligeramente superior. Sin embargo, en los años de la posguerra mundial remontará de nuevo, tendencia que parece observarse en los dos últimos años del censo, en vísperas ya de la independencia. 8. Los españoles de Marruecos, la guerra civil y el exilio
La guerra civil es un episodio directamente ligado al Marruecos del norte, retaguardia esencial de los sublevados. De Ignacio Alcaraz, librero tetuaní, disponemos de un relato de los primeros días del levantamiento militar
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Escrito de movilización a filas de Guillermo Ortiz Lara, julio de 1938. Archivo de Margarita Ortiz.
en el norte de Marruecos (Alcaraz: 2006). La zona del Protectorado español fue campo para la represión llevada a cabo por los franquistas para erradicar de ella a republicanos y masones (Martín Corrales: 2002, 111-138). Pero el Marruecos francés y Tánger fueron tierras de asilo y refugio. Las estimaciones de que disponemos para calcular la envergadura del exilio español en Marruecos en los años de la guerra provienen de correspondecias de los cónsules y de responsables en los establecimientos diplomáticos españoles en Marruecos. La oscilación de las cifras no permite hacerse una idea exacta. Mustapha Adila ha recogido algunos de esos testimonios en un documentado trabajo del que se extraen los datos que siguen (Adila: 2007, 95-117). El agregado militar en la Legación de la República en Tánger, coronel Vicente Guarner, daba la cifra para 1937 de unos diez mil refugiados en esa ciudad y unos tres mil en Casablanca, huidos desde Andalucía y la zona del Protectorado español. Por su parte, el cónsul de Casablanca, Ramón González Sicilia, daba cuenta del aumento “alarmante” de las atenciones que había de hacer a los “evadidos de la zona rebelde” (Adila: 2007, 94; y López García: 2007b, 184). Otras estimaciones, como la de Javier Ru-
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Visados de entrada en Orán y Uxda de Paquita Gorroño en 1939.
bio (1979, 342), reducen el volumen a unos dos mil evadidos de la España franquista y refugiados en el Marruecos francés durante la guerra civil. La guerra será vivida intensamente por los españoles de Marruecos. En una ciudad como Tánger, rodeada por el Protectorado franquista, con una colonia de viejo asentamiento e integrada por miembros de muy diversas clases sociales, los españoles se dividirán en función de su ideología, manteniendo enfrentamientos continuos entre partidarios de uno y otro bando. El Zoco Chico, según cuenta José Luis González Hidalgo (1995, 63-74), se transformó en reducto republicano, mientras los bulevares y barrios modernos en nacionales. El Consulado de España se mantuvo fiel a la República con José Prieto del Río al frente (Viñas: 2010, 497), mientras el bando nacionalista contó con su propio ministro, Juan Peche Cabeza de Vaca, marqués de Rianzuela, quien al final de la contienda sería responsable de la expulsión de la ciudad de cuantos habían trabajado a favor de la República, en estrecho contacto con el alto comisario Juan Beigbeder (López García: 2013: 23-24). La Falange cobró fuerza en la ciudad, llegando a publicar un diario, Presente, desde 1937 (Ceballos López: 2009, 261). La Iglesia católica, influyente en la ciudad a través de la Misión franciscana, se decantó también del lado nacional, con el obispo Betanzos al frente. En la zona francesa, en la que la colonia española era más homogénea, integrada fundamentalmente por obreros y artesanos, el sentimiento republicano fue claramente mayoritario. Muchos jóvenes acudieron en plena guerra al llamamiento a filas para participar en la contienda, como fue el caso de Guillermo Ortiz Lara, padre de Margarita Ortiz, en julio de 1938.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Al término de la contienda sería internado en un campo de concentración en Tarragona y más tarde confinado en Larache. La caída de la República lleva a miles de refugiados al norte de África. Muchos de ellos llegarán a los puertos de Orán, Argel y Bizerta. Se les ha cifrado en más de diez mil, según Vicente Llorens (1976, 115). Muchos terminarán en campos de concentración y de trabajo en la región oriental marroquí (Berguent, Tendrara, Bu-Arfa, Mengub, Beni Tayit y el campo de castigo de Ain-el Uraq) o en otros puntos del Marruecos francés como Uad-Akrach, Uad-Zem o Settat (Muñoz Congost: 1989). Hay un excelente inventario de la literatura sobre los campos franceses (algunos situados en Marruecos), así el trabajo de Bernard Sicot, en el que recoge ciento noventaisiete títulos con mayor o menor referencia al tema (Sicot: 2010). Falta algo parecido sobre los campos de internamiento franquistas en el norte de Marruecos y en la zona de Tánger durante la ocupación española (1940-45). Ignacio Alcaraz, en su libro Entre España y Marruecos: testimonio de una época, 1923-1975, dedica un capítulo al campo de concentración de “El Mogote” (1999, 45-50), cerca de Río Martil, en Tetuán, en el que estuvo internado su padre antes de ser fusilado. Refiere que a finales de julio de 1936 había en él quinientos cincuentaidós prisioneros, casi todos españoles, junto con “varios marroquíes de confesiones musulmana y judía sospechosos de izquierdismo o de pertenecer a la masonería”. En agosto llegaron ciento setenta más de diferentes zonas del Protectorado. En las memorias de algunos exiliados que vivieron temporalmente en el norte de África, como Cipriano Mera o Marcelino Camacho, se narra su experiencia de tránsito. Huyendo de Argelia llegó el primero a Casablanca a principios de 1941, pensando poder pasar a México (Mera: 2006, 349-377). Tras conectar con el responsable del Movimiento Libertario en la ciudad desde el inicio de la guerra, José Vivas, su periplo le llevó varias veces al campo de concentración de Misur, para acabar siendo extraditado en enero de 1942 a España, a través del Protectorado marroquí. Marcelino Camacho, detenido en Madrid, será trasladado tras el desembarco aliado al campo de concentración de Cuesta Colorada, cercano a Tánger, ocupado por entonces por el ejército franquista. Enfermo de paludismo pasará una temporada en el hospital militar de Larache (Asami y Gómez Gil: 2003). En el cuadro 11, que recoge los datos estadísticos de los dos censos franceses de 1931 y 1936, podemos ver cómo al iniciarse la guerra civil las tres cuartas partes de los españoles en Marruecos se encontraban concentrados en cuatro centros urbanos, Casablanca, Rabat, Uxda y Mequinez. Se-
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Población
Población
1931
Agadir
1931 50
141
Port Lyautey
722
617
Fedala
311
397
Rabat
1.880
2.602
2
4
Safi
238
225 178
Azemmour Fez Casablanca Marrakech
1936
982
666
Salé
262
9.400
11.500
Sefrú
5
1
409
472
Settat
50
46
Taza
266
315
Otras
2.619
889
22.684
23.330
Mazagán
303
232
Mequínez
1.525
1.083
Uezzan Uxda
1936
35
20
1.694
2.006
Total
Cuadro nº 11 Españoles en las ciudades del Protectorado francés Fuente: Annuaire de Statistique Générale du Maroc, Année 1936, Casablanca 1937, p. 7.
ría en estas ciudades donde serían acogidos preferentemente los exiliados. De la decana de este exilio, que vive aún hoy en Rabat a sus noventainueve años, Francisca López Cuadrado, Paquita Gorroño según su documentación marroquí, he hablado en alguno de mis trabajos (López García: 2008, 17-47). Huida a Francia desde Barcelona al final de la guerra, internada en el campo de Le Boulou, logró llegar a Rabat a través de Orán en marzo de 1939. A pesar de haber conseguido, junto con su marido, Manuel Gorroño, visado para marchar a México en julio de 1940, optará por seguir en Rabat, donde participará en actividades antifascistas. Ello no le impedirá convertirse en traductora del príncipe Hassan cuando la unificación en las FAR de los ejércitos protectorales. Durante los años del gobierno vichysta los refugiados españoles, relativamente bien recibidos en la zona francesa hasta entonces, hubieron de sufrir las restricciones políticas bajo el temor a una extradición a la zona franquista, como fue el caso del citado Cipriano Mera en marzo de 1942. Las mujeres extranjeras debieron incluso abandonar sus trabajos , según testimonio de Paquita Gorroño. 9. La ocupación española de Tánger (1940-1945) y el Protectorado
La zona de Tánger fue ocupada por las tropas franquistas el 14 de junio de 1940, el mismo día que los alemanes ocupaban París. Un mes más tarde, Manuel Amieva y Escandón, ministro plenipotenciario de España, se haría nombrar por unanimidad administrador de la ciudad al frente de la Asamblea Legislativa. La inclusión de Tánger en la zona de Protectorado,
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Años 40, Rabat: Paquita Gorroño, primera mujer por la izquierda en primera fila, desfilando en una manifestación antifascista.
abolido su régimen internacional, supuso un duro revés para los refugiados españoles, muchos de los cuales fueron expulsados, perseguidos o forzados a huir. Un bando proclamado por el coronel Yuste, jefe de las tropas de ocupación, estableció la jurisdicción militar en la zona de Tánger, extendiendo su competencia a los hechos “realizados por españoles durante el Movimiento Nacional, opuestos a éste o al nuevo Estado Español” (ACGET, Caja 40). La ocupación de la ciudad fue, a juicio de Emilio Sanz de Soto, un espectáculo valleinclanesco (Embarek: 1993, 248). En noviembre de ese año, un bando del coronel Antonio Yuste, jefe de la columna de ocupación de la ciudad, pondría fin al Comité de Control, a la Asamblea Legislativa y a la Oficina Mixta de Información, convirtiéndose en delegado del alto comisario e incorporando plenamente la zona de Tánger al Protectorado español en Marruecos. La circulación de la peseta fue restablecida en Tánger con fuerza liberatoria, suprimida desde 1936. En marzo de 1941 se llegó a deponer al Mendub, representante del sultán y se nombró como bajá a Si Larbi Mohamed Tensamani, a propuesta del jalifa de la zona española. La Alemania nazi recuperó el antiguo local de la Legación alemana, ocupado desde el comienzo de la primera guerra mundial por la Mendubía, hasta mayo de 1944 en que España debió expulsarla por presiones de los aliados (Ceballos: 2009, 77).
Bernabé López García
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Comunidades
1935
Musulmanes
46.000
Israelitas
1944 77.039 (*)
6.480
Extranjeros
17.520
22.932
Españoles
11.703
18.618
5.817
4.314
Otros
Cuadro nº 12 Evolución de la poblacion de Tánger Fuente: Tánger bajo la acción protectora de España, 1946, p. 46-47. (*) Engloba musulmanes e israelitas.
Región
1940
1945
Españoles
Musulmanes
Españoles
Musulmanes
Gomara
2.278
122.474
97
1.793
132.608
Chauen
1.700
10.688
8
1.099
13.373
4
175
1.491
82
102
1.048
73
Puerto Capaz Rurales
Israelitas
Israelitas 95
403
110.295
7
592
118.187
18
16.798
186.009
5.192
16.179
212.833
4.959
Alcazarquivir
3.559
27.151
2.402
3.100
30.500
2.160
Arcila
1.335
8.757
667
1.457
15.173
571
11.568
22.244
2.120
10.847
28.211
2.228
336
127.857
3
775
138.949
0
10.667
307.037
941
12.211
297.189
1.152
Lucus
Larache Rurales Quert Karia Arkerman
50
0
55
76
358
71
Monte Arruit
319
148
26
407
203
22
Segangan
773
117
66
810
1.146
49
5.978
2.367
459
6.050
17.164
592 87
Nador Zaio
222
33
110
327
163
Zeluán
398
156
3
260
211
5
Rurales
2.927
304.216
222
4.281
277.944
326
Rif
6.794
143.863
414
6.642
161.521
347
892
350
41
663
1.719
24
5.416
1.516
112
5.517
5.086
147
Targuist Alhucemas Rurales
486
141.997
261
462
154.716
176
Yebala
16.515
591.942
1.050
17.565
600.986
1.020
Castillejos
925
119
7
1.107
524
0
Medik
813
504
0
779
1.496
0
1.390
1.630
5
1.480
3.495
6
22.183
39.580
8.056
29.004
56.723
7.628
670
112.851
22
2.901
128.940
13
62.518
914.067
14.734
72.096
995.329
14.200
Rio Martil Tetuán Rurales Totales
Cuadro nº 13 La población del Protectorado español en Marruecos (censos 1940-1945) Fuente: Elaboración propia a partir de “Población de hecho” en Resumen estadístico de África española, Dirección General de Marruecos y Colonias & Instituto de Estudios Africanos, Madrid 1954, pp. 23-26.
Bernabé López García
230
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Los españoles en la ciudad del Estrecho pasaron de 11.703 a 18.618 entre 1935 y 1944, un incremento del 60%, mientras el de la población total tan solo fue del 40%. Como señalábamos en nuestro estudio de 2008 (López García: 2008, 32), los geógrafos Joan Nogué y José Luis Villanova (1999, 128) desconfían de los censos realizados en el Marruecos español antes de 1950 por diversas razones. Los recuentos que se realizaron en 1930 y 1935 subestimaban, a su juicio, la población, mientras los de 1940 y 1945 parece que la exageraban. No obstante las estadísticas de la población urbana española en el norte de Marruecos les merecen una relativa fiabilidad. En el cuadro 13 se agrupan los habitantes del Protectorado español en 1940 y 1945, distinguiendo tres categorías: los españoles y las dos comunidades marroquíes de musulmanes y judíos (israelitas, según la denominación de la fuente). Los españoles se concentraban mayoritariamente en medio urbano (92,3% en 1940, 87,5% en 1945). Tetuán, la capital del Protectorado, concentraba el 35% de los españoles en 1940 y hasta el 40% en 1945. Pasará en estos cinco años de unos setenta mil habitantes a superar los noventaitrés mil. Son los años del Plan de Ordenación de la ciudad del arquitecto Pedro Muguruza, que pretendió una “ambiciosa recomposición del Ensanche, con énfasis en las mejoras ambientales, tratamiento de los bordes y renovación de la escena urbana” (Malo de Molina, y Domínguez: 1995, 33), pero que fueron sacrificadas por una cierta fiebre edificatoria fruto del incremento de la población española. Tetuán y Larache contabilizaban en 1940 el 53% de los españoles y en 1945 el 55%. Los musulmanes, en cambio, habitaban sobre todo en medio rural, siendo su grado de urbanidad para las mismas fechas tan solo del 12,8% y 17,7% respectivamente. La comunidad judía vivía también, como los españoles, preferentemente en medio urbano, con porcentajes incluso superiores a los de los españoles: 96,5% y 96,2% respectivamente. Al anterior cuadro hay que añadir la población española residente en Ifni y en la zona sur del Protectorado español. El Resumen estadístico de África española de 1954 consignaba para 1941 una población de “Raza blanca” de 1.084 personas y, para 1946, de 1.152. Las “Razas indígenas”, término con que se designaba a musulmanes y hebreos, se cifraban para esas fechas en 27.735 y 35.118 personas respectivamente. Para la zona sur del Protectorado, según el censo de 1950, se aportaba la cifra de 68 “europeos” en Tan Tan, 554 en Villa Bens (Tarfaya), para una población de “nativos” de 2.333 y 2.959 respectivamente.
Bernabé López García
231
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
10. Los españoles en el Marruecos de la posguerra mundial
En otro lugar he escrito que “el Protectorado marroquí fue para una empobrecida España de la posguerra civil una especie de remanso, destino preferente de militares, espacio migratorio para quienes no se atrevían a expatriarse al otro lado del Atlántico”. El arabista Emilio García Gómez lo llamaría “la pseudo-Samarcanda doméstica” (García Gómez: 1958), en referencia a ese Oriente cercano idealizado por cierta literatura del régimen franquista, como señalé en otro lugar (López García: 2010, 237-254). Oficialmente se extendió el cliché de la “hermandad hispano-marroquí”, espíritu que presidía la vida en el llamado Marruecos español. Algunas descripciones de la vida en la zona del Protectorado español se encuentran en el libro citado de Ignacio Alcaraz Entre España y Marruecos: testimonio de una época, 1923-1975, bien lejos de ese mundo idealizado que consignan en sus libros autores como Enrique Arques o Rodolfo Gil Torres (Benhumeya). “Marruecos —escribirá en su libro Marruecos andaluz— es el cimiento y base de esa alta construcción monumental que es España completa (…), es la raíz del árbol frondoso de la raza española” (Gil Benhumeya: 1943, 7). Esa idealización servirá de modelo para lo que se ha denominado la “hermandad hispano-marroquí”, que será fundamento incluso de una política exterior de sustitución para compensar el aislamiento del régimen. La España franquista sufrirá a partir de la segunda posguerra mundial del boicot internacional tras la resolución 39 (I/11) de la Asamblea General de la ONU del 12 de diciembre de 1946, que excluía al Gobierno español de la citada organización y recomendaba la retirada de embajadores de Madrid (Lleonart y Amselem: 1977, 27-45). Desde unos meses antes, las organizaciones antifranquistas repartidas por el mundo, así como en los ambientes clandestinos del interior del país, llevarán a cabo acciones de protesta y sensibilización de las opiniones públicas. Marruecos no va a quedar exento de acciones de ese tipo. En los archivos españoles queda constancia de muchas de ellas. En el Archivo del Consulado General de Tánger hay constancia, ya desde el inicio de la “cuestión española” en la ONU el 9 de febrero de 1946, de repartos de octavillas, pintadas, exhibiciones de banderas republicanas, que traerán de cabeza a las autoridades consulares españolas, molestas por la actitud pasiva de la policía internacional y la ausencia de sanciones a los responsables (López García: 2013). En la zona francesa, en donde como vimos en el cuadro 9 vivían veintiocho mil españoles en 1947, los exiliados, aunque minoritarios, eran muy activos y capaces de movilizar a la población española residente. José Mu-
Bernabé López García
232
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Nota al cónsul de España en Tánger de un ciudadano sobre reparto de panfletos en la ciudad (6-3-1946).
Bernabé López García
233
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
ñoz Congost, en su obra citada, considera que en una ciudad como Casablanca, en donde vivían a principios de los años cuarenta más de doce mil españoles, apenas pasaban de un millar, pero su presencia era bien notoria en la ciudad. Junto a los exiliados, entre la población española asentada desde décadas existían militantes activos en el movimiento obrero que ya habían participado en las huelgas de los años treinta. El Dictionnaire biographique du mouvement ouvrier. Maghreb, dirigido por Albert Ayache (1998), recoge los nombres de más de una veintena de sindicalistas y dirigentes obreros de origen o nacionalidad española con un papel activo en los años cuarenta en el Marruecos francés. Algunos, como Paul Cobos o Francisco Cuenca, fueron víctimas de la represión vichysta en 1941 por servir de enlace con los comunistas marroquíes del grupo de Leon Sultán, embrión del futuro PCM. Otros, como Henri Ramos, nacido en Casablanca, hijo de español, voluntario en las Brigadas Internacionales, llegó a dirigir el periódico progresista Le Petit Marocain. Domingo de Jesús, albañil de Kenitra, y Antonio Martínez, alias Antoine, fueron expulsados por las autoridades francesas en 1952 por sus actividades políticas. El Partido Comunista de España fue muy activo entre la colonia española en el Marruecos francés a partir del fin de la segunda guerra mundial, aprovechando las relativas libertades sindicales y políticas reconocidas para los europeos. En la FIM se encuentra una serie de publicaciones comunistas de 1947 editadas en Casablanca, en las que se da cuenta de la vida del PC de España en el exilio marroquí. Se trata de algunos ejemplares del Mundo Obrero, editado por el Partido Comunista de España en Marruecos, publicados entre el 13 de febrero de 1947 y el 3 de abril de ese año. En el número del 27 de febrero se invita a conmemorar el primer aniversario de la edición del periódico en Marruecos, en el local sito en el número 6 de la Rue d’Auvergne en el barrio de Maarif, uno de los más poblados de españoles en Casablanca. Los ejemplares dan cuenta de una vida intensa del partido, con mítines para conmemorar eventos como el 11 aniversario de la victoria del Frente Popular en España, celebrados en Uxda, Mequinez, Port-Lyautey (Kenitra), Rabat y Marrakech, presididos respectivamente por Arsenio Benayas, José Buil, Luis Alcolea, Félix Pérez y Juan Sánchez Contreras. 11. El perfil de la colonia española en el Protectorado francés
El Recensement Générale de la Population en 1951-1952, publicado en Rabat en 1954, aporta unos datos de gran interés para el conocimiento de la estructura interna de la colonia española en el Protectorado francés. Su desglose por grupos de edad nos permite ver la composición de la pirámide, en
Bernabé López García
234
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Hombres inactivos
Mujeres inactivas
Total hombres
Total mujeres
0a5
1.217
1.160
1.217
1.160
5a9
1.048
1.008
1.048
1.008
Edades
Hombres activos
Mujeres activas
10 a 14
101
36
935
961
1.036
997
15 a 19
916
538
257
763
1.173
1.301
20 a 24
969
292
76
649
1.045
941
25 a 29
939
174
46
641
985
815
30 a 34
998
117
39
655
1.037
772
35 a 39
963
117
37
701
1.000
818
40 a 44
890
135
45
759
935
894
45 a 49
831
139
47
706
878
845
50 a 54
702
120
72
608
774
728
55 a 59
522
83
129
552
651
635
60 a 64
293
64
147
498
440
562
65 a 69
128
30
120
402
248
432
70 a 79
71
14
240
583
311
597
6
2
57
188
63
190
> 80 Sin declarar Totales
74
68
7
13
81
81
8.403
1.929
4.519
10.847
12.922
12.776
Cuadro nº 14 Grupos de edad de la colonia española en zona francesa Fuente: Recensement Générale de la Population en 1951-1952. Volume II. Population non marocaine. Rabat, 1954.
la que se muestra claramente que se trata de un colectivo bien asentado, con una base ancha integrada por jóvenes y niños. El 38,6% de los españoles habían nacido en Marruecos (39,8% de los hombres y 37,4% de las mujeres). Los menores de quince años suponían un 30,6% del total. Pero es observable entre los grupos de edad comprendidos entre veinticinco y treintainueve años una superioridad del colectivo masculino frente al femenino: 9,4% más de hombres en el tramo inferior y 14,6% entre los de treinta a treintaicuatro años; en los de treintaicinco a treintainueve años el incremento de hombres es solo del 10%. Superioridad atribuible a la inmigración de jóvenes trabajadores y quizás al exilio tras la guerra. El cuadro 14 incluye también el grado de actividad según sexo, lo que permite ver el alto porcentaje entre los hombres de quince a sesentainueve años, 88,9%, frente al escaso de las mujeres de la misma edad, que solo alcanza el 20,7%. En el cuadro 15 se pueden ver los sectores en los que se emplean los españoles en el Marruecos francés. El grueso se encuentra en el sector de
Bernabé López García
235
LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Sectores
Sexo masculino
Los dos sexos
Total
Patrones
Sexo femenino
Asalariados
Independ.
Total
Pesca
260
257
32
167
58
3
Agricultura
709
690
289
356
45
19
Minería
194
191
3
179
9
3
5.118
4.592
587
3.774
231
526
Industria y Artesanía
Patrones
Asalariados
Independ.
2
1
15
4
3
52
326
148
Transporte
928
881
69
738
74
47
43
4
Comercio
977
649
257
314
78
328
67
257
4
Servicios
852
410
86
281
43
442
37
166
239
1.054
603
39
519
45
451
2
423
26
15
14
Administr. Profesional Ejército Sin declarar Total
14
1
1
116
116
14
3
99
109
3
5
101
10.223
8.403
1.376
6.345
682
1.929
176
1.230
523
Cuadro nº 15 Población española según sexo y situación profesional en la zona francesa de Marruecos Fuente: Recensement Générale de la Population en 1951-1952. Volume II. Population non marocaine. Rabat, 1954.
> 80 70 a 79 65 a 69 60 a 64 55 a 59 50 a 54 45 a 49 40 a 44 35 a 39 30 a 34 25 a 39 20 a 24 15 a 19 10 a 14 5a9 0a5 –1.500
–1.000
–500
0
500
1.000
1.500
Hombres
Mujeres Gráfico Nº 5
Españoles en Marruecos. Zona francesa (1951-1952) Fuente: Recensement Générale de la Population en 1951-1952. Volume II. Population non marocaine. Rabat, 1954.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
la Industria y Artesanía, que ocupa a un 50% del total. De ellos, un 12,5% aparecen calificados como patrones, probablemente de pequeñas y medianas empresas. El resto son asalariados. Varios sectores engloban en torno a un 9-10% cada uno (Transporte, Comercio, Servicios y Administración) mientras en la Agricultura tan solo un 7% y en Minería y Pesca tan solo un 2%. Las mujeres se ocupan sobre todo en el sector industrial (27%), seguidas de la Administración y los Servicios (en torno al 22-23%) y del Comercio, con un 17%. Las mujeres al frente de un negocio representaban el 9% del total frente a los hombres que alcanzaban el 16%. La permanencia en Marruecos y la relación estrecha con la colonia francesa hizo que un buen número de los españoles acabara por obtener esta última nacionalidad. Un total de 5.860 franceses por adquisición de nacionalidad según el censo de 1951-1952 (2.045 hombres y 3.815 mujeres) eran originariamente españoles. Cifra que representaba un 47% del total de europeos naturalizados franceses y un 2,2% de los 266.155 franceses residentes en Marruecos en la fecha. De los naturalizados originariamente españoles, 2.030 habían nacido en el Marruecos francés (783 hombres y 1.247 mujeres) y fuera 3.830 (1.262 hombres y 2.568 mujeres). De los nacidos fuera de Marruecos, 3.066 eran nacidos en España. Hay una diferencia sensible entre sexos ante la naturalización. Son casi el doble las mujeres que los hombres. La razón es que la naturalización era una consecuencia del matrimonio con franceses y, como demuestran los datos del censo, eran muchas más las españolas casadas con franceses que a la inversa. Al menos así lo evidencian los datos de 1953: son sesentaitrés las españolas casadas en el Marruecos del sur con franceses, frente a los ciento setentainueve franceses casados con españolas (Annuaire 1953: 52). Los matrimonios de españoles con españolas durante ese año solo fueron ochentaiuno. Veintiséis italianos se casaron con españolas. Ninguna española se casó con marroquíes musulmanes y nueve lo hicieron con israelitas de confesión. 12. Las autoridades franquistas contra el Centro Español de Casablanca
La actividad social y política en Casablanca aparece muy ligada a instituciones como el veterano Centro Español, que desempeñará un papel importante como aglutinador de la colonia española. Controlado por republicanos, pronto se convertirá en blanco de las autoridades consulares españolas que desde 1947, y para contrarrestar las sanciones de la ONU, seguirán di-
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
rectrices de Madrid para intentar una política de repatriación y reagrupación de familias. El 3 de junio de 1947, el cónsul Marcial Rodríguez Cabral enviaba al Ministerio, como gran triunfo, una lista de veintiún exiliados que entre marzo y mayo de dicho año habían solicitado la repatriación (diez de ellos), su inscripción (cuatro), algunos de ellos con carta de reclamación de la esposa (cinco) o con voluntad de conocer su situación (dos). Españoles de Casablanca, como Encarna Rogel, recordarán las fiestas organizadas por el Centro durante los 14 de abril en los que se elegía “Miss República” entre las jóvenes de la colonia. Volviendo a tomar como referencia a la familia de Margarita Ortiz, esta referirá en su libro mencionado que el Centro Español fue su segundo hogar durante su infancia y adolescencia (Ortiz: 2003, 41). Su padre, Guillermo Ortiz, fue autor, actor y cantante de representaciones teatrales en el Centro. Fue también miembro de la Unión Nacional Española, organización antifascista que encuadraba a republicanos de Casablanca y que junto al trabajo político ofrecía un conjunto de actividades de ocio a través de filiales como Tourisme et Travail. A juicio de los representantes de la España oficial, el Centro estaba considerado como “último vestigio que aquí resta de la oposición de los españoles al Gobierno actual de España”. Sus actividades artísticas eran percibidas como “una forma velada de seguir manteniendo el fuego sagrado de una oposición a ultranza y de contener las numerosas deserciones que se están produciendo”. Sus dirigentes eran calificados de “masones”, que contaban con los apoyos de “numerosos ‘hermanos’ entre autoridades y policía”. El objetivo marcado por el Consulado fue lograr el cierre del Centro, pero los intentos del cónsul Manuel G. Moralejo ante las autoridades francesas, en mayo de 1955, no dieron el resultado deseado (López García: 1993). En paralelo a esta actuación de las autoridades consulares, otros ámbitos políticos de la España franquista se interesaron por este cuantioso contingente de trasterrados en el Protectorado francés en Marruecos y en Tánger. El Servicio de Relaciones Exteriores de la Delegación Nacional de Sindicatos había llamado la atención de sus dirigentes desde 1953 acerca de su existencia y de la necesidad de “infiltrarse” en dicho colectivo para obtener “considerables rentas políticas” (Baeza Sanjuán: 2000: 225-262). Hasta dos años más tarde no se puso en práctica dicha tarea, pero fue solo en Tánger donde, al calor de la reciente independencia de Marruecos a principios de 1956, se ensayó un encuadramiento de la colonia trabajadora española en la denominada Organización Sindical Tangerina, vinculada a los
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Guillermo Ortiz, padre de Margarita Ortiz, actor de teatro en el Centro Español de Casablanca.
sindicatos verticales españoles, que pronto chocó con el monopolio sindical de la central marroquí UMT. La experiencia nacional-sindicalista acabó en un fracaso. Va a ser el nuevo cónsul de Casablanca Teodoro Ruiz de Cuevas (195559), tangerino con viejas raíces en Marruecos, con amplia experiencia en ámbitos en los que el exilio republicano era fuerte, como Sidi Bel Abbés en Argelia (1940-44) y Tánger (1950-52), quien ensaye una última operación contra el Centro Español de Casablanca, logrando finalmente su cierre definitivo. Dos tipos de actuaciones llevó a cabo para lograr su objetivo. De un lado, acogiéndose a la ley marroquí de asociaciones de 1958, acusará al Centro de actividades de carácter político como la “jira campestre” [sic] al Ued Nefik con ocasión del aniversario de la República el 14 de abril de 1959, encuentro anual tradicional de la colonia, aprovechando la ocasión para indisponerlo con las autoridades marroquíes. Se usarán informes confidenciales reclamados a Madrid de los antecedentes políticos de la nueva junta directiva del Centro, que enviará Carlos Arias Navarro, director general de Seguridad. Presionando al gobernador de Casablanca, el cónsul llegó a decir que la autorización del Centro sería percibida por las autoridades españolas como un acto “de hostilidad hacia España y su Gobierno”. Conseguirá así Ruiz de Cuevas su propósito, logrando la clausura del Centro por el Gobierno izquierdista marroquí, presidido por Abdallah Ibrahim, en agosto de 1959. En la operación, el cónsul español intentó de paso el cierre de las Casas de España no oficiales de Uxda y Kenitra, y los anarquistas Centro Ibérico de Rabat y Harmonía de Casablanca.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Nombramiento de Margarita Ortiz para l’École de fillettes de la Pépinière (Casablanca, 1958).
Carné del sindicato marroquí UMT de Guillermo Ortiz Lara en 1958.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Otra operación llevada en paralelo para debilitar la fuerza del Centro Español fue la creación de una “Casa de España” oficial, bien financiada, con el fin de atraer a los españoles de la ciudad. A iniciativa del cónsul se nombró en noviembre de 1957 una comisión organizadora, integrada por elementos diversos de la colonia, entre los que había antiguos republicanos y exexiliados, industriales, comerciantes, trabajadores, incluyendo a un miembro de la comunidad sefardí. Pretendía, según expresión del cónsul, lograr la “unificación de la colonia, profundamente dividida desde nuestra guerra”, y contar con un portavoz ante las autoridades españolas y marroquíes, asestando al mismo tiempo un duro golpe al “Centro español rojo”. Opinaba así en un despacho de 30 de enero de 1958 en el que cifraba la colonia española, con cierta exageración, en cuarenta mil personas. De estas pugnas por hacerse con el control de una colonia esencialmente republicana data también la creación, por los Consulados de España en la zona sur en 1957, de los centros escolares de Rabat, Kenitra, Uxda y Fez, así como de los de enseñanza media de Casablanca y Rabat, para “mejorar ligeramente la penosa situación” de los jóvenes españoles en edad escolar de los que solo estaban escolarizados en enseñanza española ciento cuatro niños en las escuelas anejas al Consulado de Casablanca (Lama: 2008, 74-75). Hasta entonces, los hijos de la colonia española en el Marruecos francés se escolarizaban en instituciones francesas. Fue el caso, entre tantos otros, de Margarita Ortiz, que no cejó en su vocación por la enseñanza hasta conseguir entrar en la Escuela de Magisterio no sin antes sufrir en sus carnes la discriminación por no ser francesa. Así se expresa, después de verse rechazada por su nacionalidad: ¿Dónde está la igualdad francesa que admiro tanto? La abolición de los privilegios no se aplica. Hay dos universos. El de los franceses y el de los otros. Yo, que creía en una única barrera. La de los buenos y la de los malos alumnos (Ortiz: 2003, 113-114).
Finalmente, tras la independencia, y ante la necesidad de maestros para aminorar el handicap educativo del país, Margarita logrará su objetivo. En los años sesenta, la España republicana en el exilio marroquí, como los comunistas, los socialistas o los cenetistas, vivía encerrada en el sueño de su retorno a España y sus conexiones con la realidad política del país que la acogía eran bien escasas, si se exceptúan algunos casos. Tomemos el ejemplo del abogado de Casablanca Agustín Gómez, “Delegado oficioso en Marruecos del Gobierno de la República Española en el exilio” durante los años sesenta, del que se conserva su correspondencia con Luis Jiménez de
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
Asúa, presidente de dicho Gobierno y exiliado en Buenos Aires. Al finalizar cada año o al acercarse el 14 de abril, se reproducían los mismos saludos corteses y retóricos sin ninguna referencia a la vida marroquí: En nombre de esta delegación, de nuestros compatriotas republicanos y en el mío personal, tengo el honor de elevar a V.E. nuestra más sincera felicidad para el próximo año..., que sea el de la liberación de nuestra Patria y que a ella regresemos bajo la Gloriosa Enseña Republicana, con el orgullo y dignidad de haber cumplido nuestro deber de españoles y de republicanos.
Por supuesto que contactos existieron entre los exiliados españoles y el nacionalismo progresista marroquí. Los más estrechos fueron entre comunistas españoles y marroquíes, como vimos en los años difíciles del vichysmo. Simpatías por la causa independentista se sintieron en medios militantes españoles, como puede verse en panfletos de la época recogidos en informes policíaco-consulares conservados en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Entre ellas aparece, por ejemplo, referencia de las actividades del abogado José Pargada Sánchez, presidente del P.S.O.E. tangerino (“según persona muy introducida en su casa”) en cuyo domicilio (calle Viñas 77) se celebraban reuniones políticas y que había recibido “órdenes de la central en Francia para que mantengan un estrecho contacto con la U.M.T.”. Esta central sindical única, muy potente tras la independencia, incorporó en sus filas a los trabajadores extranjeros como muestra el carnet sindical del padre de Margarita Ortiz. 13. La “fiesta” española en Marruecos
En una colonia como la española en Marruecos, tan numerosa y variada, de base eminentemente popular, integrada sobre todo por elementos de la clase trabajadora, no podía faltar la afición a los toros. Cuenta Cossío que en Casablanca existía ya en 1913 una plaza de madera en la que se daban espectáculos taurinos (González Alcantud: 2003). También en ese año se tiene constancia de que en Tánger existía un “Circo taurino” en el camino de Yamaa el Mokra, según refiere el periódico editado en la ciudad y dedicado a la fiesta El Eco Taurino, dirigido por Santiago J. Otero, que se publicaba con el subtítulo de “Periódico serio-festivo. Defensor de todo lo razonable”. Este mismo periódico informaba en octubre de 1913 que se habían comprado erales para próximas capeas y que se esperaba su traslado desde España. También según Cossío, en los años veinte Casablanca contó con un nuevo coso. Ricardo Ruiz Orsatti informó en el diario ABC del 1 de octubre de 1921 que una semana más tarde se iba a inaugurar una plaza de toros en dicha ciudad:
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Ejemplar de El Eco Taurino de Tánger, 1913.
Anuncio de la corrida de inauguración en el diario España.
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Pero no así como así una plaza cualquiera, una plaza pueblerina y vergonzante. La flamante plaza casablanquina es trasunto fiel del coso sevillano. Capaz para 12.000 espectadores. La inauguración está anunciada para los días 8 y 9 de octubre. Deux séances de Gala. Les plus beaux toreaux des meilleurs Ganadérias d’Espagne, rezan los abigarrados carteles, los anuncios de la Prensa. De la Prensa francesa, naturalmente, Porque Prensa española no hay aún en Casablanca. Saleri II, Valerito y Maera serán los catedráticos de esas disciplinas nacionales (Riruor: 1921).
Pero el momento dorado de la tauromaquia en Marruecos tuvo lugar en los años cincuenta, en que se construyeron dos grandes plazas de toros en Tánger y Casablanca. En la primera de las ciudades fueron dos empresarios (Jalid Raisuni, bajá de Larache, muy vinculado en la posguerra a ambientes falangistas, y José Beneish) y un ingeniero (Francisco Rodrigálvarez López) los que construyeron en la carretera de Tánger a Tetuán un coso taurino enmarcado en un proyecto inmobiliario de gran envergadura. Según el diario España del 25 de febrero de 1949, el proyecto ocupaba una zona de dieciocho mil quinientos metros cuadrados e incluía una plaza de toros para once mil localidades con los bajos ocupados por comercios, almacenes y garaje, veintiséis viviendas económicas en el perímetro de la propia plaza y otras ciento cuarentainueve en los alrededores. En el proyecto inicial se preveía la edificación de una iglesia, escuelas y una clínica de urgencia. Se instaló la primera piedra el 24 de febrero de 1949 con representación del Consulado de España y de la Administración internacional, bendiciendo las obras el padre franciscano Buenaventura. La plaza fue i naugurada el 27 de agosto de 1950, con una corrida de “7 toros 7”, uno de la ganadería de Juan Belmonte que fue rejoneado por Ángel Peralta y seis de Fermín Bohórquez toreados por Agustín Parra Parrita, José María Martorell y Manuel Calero Calerito. Los diestros recibieron la noche anterior, según el diario España, un homenaje en una “cena a la americana limitada a 100 cubiertos” en la que estuvieron invitados María Félix y Rossano Brazzi que rodaban por entonces en la ciudad La corona negra, de Luis Saslavsky, sobre un guion de Jean Cocteau y diálogos en español de Miguel Mihura. Pero la inauguración, a juicio del crítico taurino y director del diario tangerino España, Gregorio Corrochano, resultó “Un mal ensayo de una corrida de toros” (Diario España: 28 de agosto de 1950). Los toreros llegaron una hora tarde, se calculó mal el tiempo y la corrida terminó de noche y, a juicio del cronista, ni picadores ni caballos ni banderilleros ni siquiera los diestros bregaron como correspondía a la circunstancia.
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Pero en palabras de José Beneish, uno de sus promotores, en carta del 11 de diciembre de 1950 al ministro plenipotenciario, Cristóbal del Castillo, “un nuevo motivo español, gallardo y hermoso, vino a enrolarse en el ambiente tangerino, al que dio su color y alegría” (ACGET: Caja 30). Los toros se convertían en una manifestación de españolismo en esos años en que el aislamiento internacional de España obligaba a inyecciones patrióticas. El ministro Del Castillo escribiría al empresario taurino Fermín Bohórquez el 10 de julio de 1950 que las corridas iban a contribuir a “reforzar nuestro prestigio y el españolismo de esta ciudad”. La Legación española intervino facilitando trámites administrativos para el traslado de diestros, cuadrillas y reses, así como para lograr afluencia de público desde la zona de Protectorado y desde el Campo de Gibraltar, aunque no siempre con éxito, dadas las trabas que el Gobierno español imponía para el acceso a Tánger y que, según el director general de Seguridad, “no parece oportuno variarlas por razón pintoresca como es la de asistir a una corrida”. No parece sin embargo que fuera un negocio rentable a pesar de la categoría de los diestros invitados (Dominguín, Litri, Aparicio, Peralta…). En los seis años que permaneció activa la plaza hubo tres empresarios diferentes. De ahí que en marzo de 1953 el empresario pidiera una subvención a la Dirección de la Oficina de Turismo de la ciudad o una reducción de tasas en razón de los beneficios que la fiesta, a través del turismo, aportaba a las arcas de la ciudad. Denegada la subvención, se llegó a pensar en el cierre de la plaza. El periódico Tánger deportivo del 15 de mayo de 1954 se quejaba en primera página: “No estamos dispuestos a consentir se cierren las puertas de nuestra plaza. ¡Queremos toros!”. Frecuentes las corridas en los primeros años (ocho espectáculos en 1950, doce en 1951 y catorce en 1952), cesarían en 1955 en razón del déficit acumulado. Solo hay constancia de algún espectáculo infantil del “Bombero torero” en 1956 y algún otro de beneficencia, no volviendo a reemprenderse, aunque por poco tiempo, hasta principios de los años setenta, con la participación de figuras de primera fila como el Cordobés. También en Casablanca se remozaron las Arènes, la nueva plaza de toros inaugurada el 8 de marzo de 1953, con una corrida de Domingo Ortega. Su gerente sería Vicente Marmaneu, amigo de Domingo Dominguín. Junto con su mujer, Solange, regentarían el restaurante La Corrida, otra de las señas de identidad de España en la capital económica de Marruecos. La plaza de Casablanca, en pleno Boulevard de Anfa, resistió hasta 1969, siendo destruida años más tarde (González Alcantud: 2003, 477).
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Anuncio de novillada en Casablanca con Antonio Moreno, marido de Margarita Ortiz, en el cartel (8 de noviembre de 1959).
Plaza de toros de Casablanca, boulevard d’Anfa, en los años cincuenta.
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Con la construcción de estas dos grandes plazas —existían otras menores como la de Alhucemas, inaugurada en 1951—, la afición creció en Marruecos hasta el punto de crearse una Escuela Taurina en Tánger. Rafael Ordóñez, hermano de Cayetano Niño de la Palma, se empeñó en la formación de jóvenes diestros que participarían en numerosos desencagements (desencajonamientos) de toros, novilladas, festivales y capeas. La prensa marroquí de la época dejó constancia de la actividad de la Escuela y de la profesionalidad de los aprendices de toreros. Entre ellos, Antonio Moreno, tangerino, que terminaría convertido en el marido de Margarita Ortiz. La Vigie Marocaine del 31 de enero de 1955 hablaba de su «technique remarquable, une foi admirable —une blessure de 14 centimètres sur la cuisse ne l’a pas découragé— et il s’est particulièrement distingué lors de sa dernière novillada». Hasta finales de los cincuenta persistiría en su vocación taurina, que finalmente abandonará por su profesión de tornero fresador y su matrimonio, el primero de julio de 1961 (Ortiz: 2003, 154). 14. Prensa española en Marruecos
La prensa española en Marruecos ha tenido siempre a gala haber sido la primera en ver la luz en el país africano. Fue en 1860, durante la ocupación española de la ciudad de Tetuán cuando Pedro Antonio de Alarcón fundó El Eco de Tetuán, periódico del que se conserva un solo número. Según Dora Bacaicoa (1953), en el mismo año y hasta 1861, se publicó en dicha ciudad El Noticiero de Tetuán, con una periodicidad irregular de cada dos o tres días. No encontraremos periódicos en español en Marruecos hasta 1883 en que Gregorio Trinidad Abrines, gibraltareño originario de las Islas Baleares, se instale en Tánger en 1877 y cree la imprenta que editaría poco después, en 1883, el periódico semanal Al-Mogreb al-Aksa (Ceballos: 2009, 259). De esta época data otro periódico, bisemanal, El Eco Mauritano, fundado en 1885 por Isaac Toledano, Isaac Laredo y Agustín Lugaro, que seguiría publicándose hasta 1930. Los diarios tardaron más en aparecer. El primero de ellos, siempre en Tánger, fue Diario de Tánger, en 1891, que no duró mucho tiempo, lo que no fue el caso de El Porvenir, fundado en 1900 por Francisco Ruiz López, que logró sobrevivir hasta 1938 (Ceballos: 2009, 260). En la zona española del Protectorado aparecieron en los primeros años en Tetuán y Larache los diarios El Norte de África, La Correspondencia de África y El Popular, a los que se sumarían más tarde Diario Marroquí, He-
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El Eco de Tetuán
1860. 1911-29
El Noticiero de Tetuán
1860-61
Al-Mogreb al-Aksa (Tánger)
1893-92
El Eco Mauritano (Tánger)
1885-1930
Diario de Tánger
1891-94
El Porvenir (Tánger)
1900-38
El Eco Taurino (Tánger)
1913-14
La Correspondencia de África (Larache)
1915-19
El Popular (Larache)
1916-38
El Norte de África (Tetuán)
1918-30
Diario Marroquí (Larache)
1920-36
Heraldo de Marruecos (Larache)
1925-39
Diario Español (Alhucemas)
1927-28
La Gaceta de África (Tetuán)
1930-38
Democracia (Tánger)
1936-39
Presente (Tánger)
1937-42
España (Tánger)
1938-71
Marruecos (Tetuán)
1942-45
Diario de África (Tetuán)
1945-51
Diario de Larache
1946-51
El Día (Tetuán)
1947-51 Cuadro nº 16 Prensa española en Marruecos
raldo de Marruecos o La Gaceta de África. En Alhucemas, poco después de lo que se llamó la “pacificación”, apareció, aunque por poco tiempo, el Diario Español. Los periódicos fueron adoptando posiciones políticas conforme evolucionaban los acontecimientos en la Península. Así, un diario como El Porvenir iría situándose en un campo progresista, incluso más tarde republicano. La guerra civil dividió en dos frentes la prensa tangerina, apareciendo enfrentados Democracia y Presente, este último, como vimos, órgano de la poderosa Falange Española en la ciudad. En 1938 apareció además el diario España, que sería el de más larga vida, pues se prolongó hasta 1971, transcendiendo su influencia fuera del marco local tangerino, gracias a la extraterritorialidad que le permitió escamotear la censura previa franquista (Ceballos: 2009, 262-263). Fue el alto comisario Juan Beigbeder quien impulsó desde la zona española la edición en la ciudad internacional de un diario nacionalista menos significado políticamente que el falangista, a fin de llegar a un público más amplio. Nació así el dia-
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Protectorado francés Región Agadir
426
Uarzazat
Agadir
367
Protectorado español 49
Gomara
3.146 Zaio
320
Región Mequínez
1.518
Chauen
2.446 Zeluán
194
Agadir-Banlieu
32
Mequínez
1.069
Tarudant
11
Mequínez
322
Tiznit
11
Ifran
33
Lucus
Midelt
49
Alcázar
Región Casablanca 15.484 Casablanca Chauía
Puerto Capaz
114 Rurales
2.397
Rurales
586 Rif
8.731
13.487
Jenifra
29
Arcila
1.324
Tafilalt
16
Larache
Mazagán
273
Región Uxda
2.313
Rurales
Ued-Zem
161
Uxda
1.232
Quert
Tadla
239
Uxda
663
Karia Arkerman
Región Fez
923
Beni Snassen
329
Monte Arruit
Fez (ville)
20.914 Targuist 3.350 Alhucemas 2.495 Rurales
548 19.859
2.660 Castillejos 13.090 60 485
683
Taurirt
16
Segangan
1.128
86
Figuig
73
Nador
8.506
Sefrú
29
Medio Uarga Taza
6 3 116
Región Marrakech Marrakech
1.074 521
Región Rabat
3.960
Total zona norte
Rabat
1.937
Sidi Ifni
Rabat-Banlieu
42
Salé
161
Marchand
Marrakech
104
Zemmur
Safi
321
Port Lyautey
Mogador
79
Total zona francesa
186
Salé
Uezzan
Tan Tan Villa Bens
7.148
12.409 Yebala
Fez (banl.)
Alto Uarga
1.035
Medik Rio Martil Tetuán Rurales
4.199 973 1.807 29.232 2624
84.716 2.267 68 554
Total zona española
87.605
18 87 1.503 26
Tánger
29.875
25.698
Total Marruecos
143.178 Cuadro nº 17
Balance de la población española en Marruecos (1950-1951) Fuentes: Para la zona española, censo de 1950: Resumen estadístico de África española, 1954; los datos de Tánger, ACGET, a 31 de diciembre de 1951; para la zona francesa, Recensement Générale de la Population en 1951-1952. Volume II. Population non marocaine. Rabat, 1954.
rio España, idea original de uno de los colaboradores de Presente, Leopoldo Ceballos Cabrera, que sería dirigido por el ya citado periodista y crítico taurino Gregorio Corrochano. En la zona del Protectorado español la prensa hubo de atenerse al control estricto de las autoridades franquistas. No hay que olvidar otro tipo de publicaciones que no faltaron en dicha zona. Boletines de cámaras de comercio, de colegios profesionales, diocesanos de Jóvenes de Acción Católica, así como boletines oficiales específicos de muy diferentes actividades. Tampoco faltaron suplementos deportivos e incluso uno dedicado a la zona francesa que aparecía semanalmente en el Diario de África tetuaní.
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LA VERTIENTE socioeconómica y demográfica
En la zona francesa nunca hubo prensa exclusivamente en español. Si bien la mayor libertad hizo que pudiera editarse en Casablanca, aunque temporalmente como vimos, un periódico como Mundo Obrero en 1947. La razón de esa ausencia pudo estar, tal vez, en que la prensa en francés cubría las necesidades de la colonia española. 15. El retorno de los españoles de Marruecos
En vísperas de la independencia, la colonia española en Marruecos había alcanzado las 143.178 personas, como puede verse en el cuadro 17 (87.605 en la zona española en 1950, 29.875 en la de Tánger en 1951 y 25.698 en la francesa según el censo de 1950-51). Los últimos años del Protectorado se vivirán por la colonia española, como la europea en general, con la incertidumbre producida por el clima de inseguridad que se vive en Marruecos. Francia se resiste a abandonar el país frente a las demandas insistentes de un nacionalismo marroquí más organizado y radicalizado. El mismo sultán, Mohamed Ben Yussef, futuro Mohamed V, se pondrá de su lado desde el famoso discurso pronunciado en Tánger el 9 de abril de 1947. Su actitud le procurará el exilio al que le obligarán las autoridades francesas en agosto de 1953. Desde entonces el clima político se enrarecerá, como puede verse en las páginas del diario tangerino España. Actividades terroristas en el sur del país, acompañadas de una resistencia armada en vastas zonas, alentadas desde el Protectorado español en donde desde la destitución del sultán se lleva a cabo una política claramente antifrancesa, contribuirán a la referida incertidumbre que se contagia a la colonia española y que sin duda hacen pensar a muchos en el fin de su presencia en Marruecos. Se añadía a esto la crisis económica vivida en las diferentes zonas del Protectorado. Lo testimonian documentos como la “Nota” que J. P. Campredon, jefe del Bureau de Travail, enviará el 23 de enero de 1953 al administrador de la zona internacional de Tánger informando de la elevada tasa de paro en la ciudad internacional y la correspondencia consular a ese respecto que cifra en un 10% el paro que afectaba a la colonia española. También en la zona sur el cónsul español en Fez habla del paro en su ciudad, donde un 50% de la población trabajadora se encontraba sin trabajo, lo que repercutiría “de un modo grave sobre nuestra colonia en Fez y su región”. Testimonios dan cuenta de una sensación de miedo e inseguridad entre los españoles que se acelerará a raíz de la independencia (Rodríguez Mediano, y Felipe: 2002, 221). Las dudas españolas en sumarse claramente a
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la decisión francesa de poner fin al Protectorado, contribuirá a acciones que repercutirán en esa inseguridad de la colonia, como la explosión de un artefacto “de bastante potencia” a principios de marzo de 1956 en el Consulado español de Mequinez (Lama: 2008). La transferencia de poderes y la instalación de unas nuevas autoridades debió sin duda crear malestar en algunos sectores de españoles, como muestran episodios como el protagonizado en el Casino de Driuch por un joven español que se opuso a la sustitución del retrato de Franco por el de Mohamed V (AMAEC: Expediente 4485-42). Los años de transición tras el fin del Protectorado se vivieron mal, como muestra la “guerra de banderas” a la que alude una nota del Servicio de Información al ministro español de Exteriores, provocada por la prohibición de izar banderas españolas junto a las marroquíes en la Pascua del Aid es Seguer, obligando a “centros, comercios y casas particulares, a poner la marroquí” con exclusividad. A ello contribuyó un episodio como la guerra de Ifni en noviembre de 1957. Diversas notas de los servicios del Consulado de España en Tánger dan cuenta de la tensión entre españoles y marroquíes por aquellos días. Un escrito al ministro plenipotenciario de 26 de noviembre de dicho año decía: Todo esto comienza a reactivar la exaltación y antiespañolismo de muchos indígenas, que se expresan ya en términos verdaderamente agresivos. Aunque por el momento el ambiente en general aún no está influido de esta forma, puede esperarse que si continúan llegando noticias que den cuenta de más sucesos en el repetido territorio de Ifni, la actitud de los marroquíes hacia los españoles se irá transformando hasta ser abiertamente inamistosa (ACGET: Sidi Ifni).
Un día más tarde, en una nota similar a la anterior, se llegaba a decir que “la realidad es que en el fondo pocos son los españoles del pueblo que no consideran a todos los marroquíes como enemigos en potencia”. Otra, unos días más tarde, daba cuenta de que numerosos barcos de pesca españoles que se hallaban en Casablanca se han visto obligados a regresar a sus puertos de origen como consecuencia del boicot a que venían siendo sometidos por los marroquíes y el temor de sus trabajadores a ser objeto de alguna represalia.
Tampoco contribuyó a mejorar el clima entre las dos comunidades la insurrección del Rif a finales de 1958. Las acusaciones, desde ámbitos cercanos al Gobierno marroquí y al partido del Istiqlal, de una instigación española fueron frecuentes. Las tropas españolas que se mantendrían aún en el territorio hasta su evacuación definitiva en 1961 quedaron al margen, evitando cualquier provocación. Parece que el general Mizzian, retornado a Marruecos tras haber ocupado puestos relevantes en el Ejército español,
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Consulados
1970
1980
1986
Rabat
2.702
913
1.011
981
Tánger
8.299
2.665
2.686
1.435
Tetuán
3.976
1.315
1.315
800
Nador
1.046
79
272
300
Agadir
293
185
350
187
Uxda
309
2001
Larache
2.014
441
326
193
Casablanca
9.179
3.811
2.500
1.911
9.409
8.460
5.807
Ifni
9
Total
27.827
Cuadro nº 18 Evolución de la colonia española por consulados (1970-2001) Fuentes: Elaboración propia a partir de J. A. Bocanegra, Españoles en Marruecos, 1988; para 2001, MAEC, D. G. Asuntos Consulares.
jugó un papel mediador en favor de la seguridad de los residentes españoles en la zona de Alhucemas, la antigua Villa Sanjurjo, para evitar que se vieran involucrados en el conflicto. Vista desde España, la colonia española en Marruecos era idealizada e incluso magnificada. Un artículo aparecido el 18 de febrero de 1959 en el diario Ya titulado “Los españoles de Marruecos” estimaba disparatadamente que “un cálculo prudente puede cifrarlos [a los españoles en Marruecos] en más de 600.000” y reclamaba para ellos “derecho a que su situación sea justamente reconocida y tutelada no sólo por parte del Gobierno marroquí; también del lado español”. Impregnado de un nacionalismo resaltado, atribuía “en un área muy considerable al esfuerzo del agricultor español” la feracidad de las campiñas magrebíes: “Los naranjales y limonares del Mogreb, los viñedos y tomateras, desde Tunicia al Atlántico, desde el Mediterráneo al desierto”. El lirismo desbocado llevaba a atribuirles el montaje de “las centrales eléctricas que alumbran las noches marruecas del Atlas y del llano”. Aludiendo a la reciente —por entonces— creación de centros de enseñanza en el país, el artículo concluía en un lenguaje que guardaba relación con el discurso oficial de los últimos tiempos del Protectorado: Crear centros culturales —escuelas, institutos— y organizar la vida colectiva de nuestros hermanos del Mogreb es la mejor política que para la relación leal y amistosa de España con Marruecos cabe acometer. Las colonias españolas del Norte de África son una siembra que conviene cuidar con esmero. En ellas se concreta la comunidad de relación que debe existir, para mutuo beneficio, entre los pueblos de las dos riberas del Estrecho.
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Sin embargo el goteo en las partidas fue continuo. Una década después de la independencia los españoles en el reino marroquí no ascendían más que a 44.554 personas, según el Mapa de la Emigración española de 1968. En marzo de 1970 una estadística consular censaba tan solo 27.829 españoles (Bocanegra: 1988), un tercio en Casablanca (9.179 personas) y casi otro tanto en Tánger (8.299). Paradójicamente en la antigua zona del Protectorado se habían producido el mayor número de partidas. En Tetuán, como puede verse comparando los cuadros 17 y 18, tan solo quedaba un 24% de los españoles censados en 1950 en la región de Yebala, en Larache el 13% de los residentes en la antigua región del Lucus (exceptuada Arcila) y en Nador, menos aún, el 6%. En Ifni, que acababa de ser evacuada, no quedaban más que nueve residentes. Fue con los decretos de marroquinización de 1973-74, y con la obligación de ligar la residencia en Marruecos a un contrato de trabajo, según testimonian personas que lo vivieron como Margarita Ortiz, cuando el éxodo llegó a su punto álgido, reduciendo los españoles residentes en Marruecos a unos 15.000 a fines de 1974 (Atlas: 1975, 39). La Marcha Verde a fines de 1975 contribuyó aún más a este clima abandonista. En 1980 la colonia española había descendido a 9.409 personas (Bocanegra: 1988) y seis años más tarde, en 1986, a 8.460 (Memoria anual: 1991). Tánger y Casablanca seguían en esta última fecha contabilizando un tercio cada una del total de la población española (en torno a 2.500 personas), mientras Tetuán languidecía con 1.315 españoles. 16. Los militares españoles en Marruecos
No puede concluirse este trabajo sin una referencia a los militares españoles en Marruecos, que llegaron a veces a ser más numerosos que los civiles. Los datos que siguen me han sido facilitados por un buen conocedor del tema, Jesús Albert. Antes del inicio del Protectorado las fuerzas españolas en el norte de África se limitaron a las guarniciones de Ceuta y Melilla, que contaban en torno a cuatro mil quinientos efectivos cada una. Momentos excepcionales fueron el episodio de Casablanca de 1907 y el de la guerra de Melilla en 1909. Este último hizo incrementar las fuerzas en la plaza hasta cuarenta mil, si bien un año después habían descendido hasta algo más de veinte mil. Otro momento clave fue el desembarco en Larache en 1911, que hizo que la guarnición entre Larache y Ceuta alcanzara entre veinte y veinticinco mil soldados al establecerse del Protectorado. La presencia de militares
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españoles en territorio marroquí se incrementó con las dificultades de la ocupación del Rif y el Kert. Tras el trágico episodio de Annual, las guarniciones de Ceuta y Melilla duplicaron sus efectivos hasta alcanzar los cien mil soldados. El momento álgido fue el del verano de 1925 en que se superó la cifra de ciento cincuenta mil. Tras la derrota de Abdelkrim el Jatabi, para la que fue necesario el refuerzo del ejército francés, el ejército de África se reduce con rapidez. La República reducirá aún más sus efectivos desde los sesenta mil, en que los cifraba Manuel Azaña en un principio, hasta los veinticinco-treinta mil en víspera de la guerra civil. Durante esta se redujo aún más, hasta los veinteveintidós mil. El fin de la guerra supondrá un aumento de la presencia de soldados españoles en el norte de Marruecos. Con las unidades de apoyo y los batallones de trabajadores penados, se contabilizarán algo más de cien mil hombres. Los años de ocupación de la zona de Tánger (1940-1945) obligarán al envío de refuerzos, llegándose hasta los ciento cincuenta mil. Pero desde 1943 comienzan a reducirse, disolviendo incluso una de las cinco divisiones de la guarnición permanente en el Protectorado. Se llega así a los ochenta mil soldados, cifra que se mantendrá casi hasta el momento de la independencia en 1956 en que se estimaba en unos setenta mil hombres, de los cuales doce mil quinientos eran marroquíes. En la zona sur del Protectorado la guarnición fue siempre muy reducida, estando integrada como parte de la guarnición del Sáhara. Nunca pasó de los dos mil hasta la guerra de Ifni en 1957, en que hubo de duplicarse. Tras la devolución de Tarfaya estas unidades se incorporarían al Sáhara. Conclusión
Llegamos así al final de este trabajo sobre la población española en Marruecos. Lo hemos circunscrito prácticamente al siglo XX, si bien he arrancado de las últimas décadas del siglo XIX y apuntado algún elemento de los comienzos del siglo XXI. No es un tema que haya merecido muchos trabajos y creo que he logrado aportar datos nuevos extraídos de algunas fuentes poco explotadas hasta hoy. Los censos realizados en el Protectorado francés no han merecido, a mi conocimiento, una explotación que ayude a comprender el papel desempeñado por nuestros compatriotas al otro lado del Estrecho. Paradójicamente, tampoco se ha profundizado demasiado en el poblamiento español en la zona española ni en Tánger. El libro de José Fermín Bonmatí, Españoles en el Magreb, siglos XIX y XX, dejaba muchos
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Mapa de los españoles en Marruecos (2004), según el estudio Les résidents étrangers au Maroc. Profil démographique et socio-économique.
vacíos por cubrir. He tenido la suerte de poder consultar los archivos del Consulado de España en Tánger gracias a la amabilidad del cónsul general Arturo Reig Tapia, aportando datos poco conocidos hasta hoy. La colonia española llegó a representar, al término de la primera década del Protectorado, el 38% del total de extranjeros que vivían en Marruecos, poco más del 1% del total de los habitantes del país. Hacia el final de los años treinta había descendido al 34%, en torno al 1,5% de la población. Al finalizar el Protectorado representaba el 26% de la colonia extranjera. En 1970 se limitaba al 24% y en 1982 al 15%. En la actualidad, según el censo marroquí de 2004, de los cincuenta y un mil extranjeros, los españoles apenas llegan a los seis mil, es decir, un 11%. Una cifra equivalente a la que, según fuentes consulares españolas, se aporta en el cuadro 18. Según el estudio Les résidents étrangers au Maroc. Profil démographique et socio-économique, la colonia española es la tercera nacionalidad de extranjeros en Marruecos, después de franceses (29% del total de extranjeros) y argelinos (19%), contabilizando tan solo, según esta fuente, un 6% de la población no marroquí. La ubicación geográfica de los españoles en el Marruecos de 2004 que aporta este estudio los sitúa en un 25,2% en Tánger-Arcila, 14,3% en Tetuán, 3,4% en Nador, 3% en Larache, es decir,
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casi la mitad en el norte del país. En la prefectura de Casablanca se concentra el 23,7% de la colonia, en Rabat el 9,9% y en Agadir el 4,3%. Los españoles de Marruecos, salvo estos pocos miles y los que se instalaron en las ciudades de Ceuta y Melilla, no viven ya en el norte de África. Aunque retornados en su gran mayoría a la Península o a la España insular, viven en la nostalgia. Buena prueba de ello son las asociaciones de antiguos residentes en Marruecos, como La Medina o la Asociación Cultural Amigos en Marruecos (ACAM). Algunas de ellas, como la de Alhucemas, han recogido su memoria gráfica en libros como el de Plácido Rubio Alfaro, Alhucemas en mi recuerdo. Hace unos años planteé la necesidad de recuperar el patrimonio fotográfico de los españoles en Marruecos en el seminario organizado en Rabat en 2007 sobre el tema “Españoles en Marruecos 1900-2007. Historia y memoria popular de una convivencia”. Se lanzó incluso, en una “Declaración final”, la idea de crear un “Banco de memoria” para recuperar ese patrimonio común de España y de Marruecos. Poco se ha hecho por ahora en ese sentido. Numerosos archivos privados, tanto de fotógrafos profesionales como familiares, necesitan recuperarse. Algunos como los de Bartolomé Ros, Müller y otros ya han sido objeto de publicaciones y recopilaciones, al menos parciales. Otros como los de Blanco, Dfouf o Zubillaga (1951), ligados a Tánger, necesitan una rehabilitación. El anonimato ha sido el destino de muchos de los trabajos de fotógrafos de la zona del Protectorado español, algunos de ellos publicados sin referencia alguna, lo cual es muestra de un desprecio que no se merecen sus autores ni la memoria compartida de españoles y marroquíes. Bibiliografía Adila, M.: “El exilio de los republicanos españoles en Marruecos (1936-1956)”, Miscelánea Histórica Hispano-Marroquí, Tetuán: Publicaciones de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, 2007. Alcaraz, I.: Marruecos en la guerra civil española: los siete primeros días de la sublevación y sus consecuencias, Madrid: Editorial Catriel, 2006. — Entre España y Marruecos: testimonio de una época, 1923-1975, Madrid: Editorial Catriel, 1999. Almagro y Cárdenas, A.: Recuerdos de Tánger. Colección de fotografías tomadas de monumentos, trages [sic], etc. de dicha ciudad acompañada de las Cartas Marroquíes que escribió el Dr. D. Antonio Almagro Cárdenas durante el tiempo de la expedición que hizo para cumplir la R.O. de 19 de julio de 1881. Granada, 1882. Annuaire Statistique Générale du Maroc. Année 1936, Casablanca, 1937. Annuaire Statistique de la zone française du Maroc, Casablanca, 1939.
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El territorio de Marruecos a comienzos del siglo XX
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1. El interés por el norte de África
El interés que desde España ha suscitado el territorio de Marruecos ha sido siempre muy grande. El temor a nuevas invasiones procedentes del sur, la cercanía de una tierra desconocida, exótica en su modo de vivir, el atractivo de una nueva cultura, la avidez por descubrir y controlar nuevas fuentes de riqueza y, por qué no, el viejo afán evangelizador de la Iglesia católica han sido motivos para que desde España se ponga la atención sobre esta tierra y sus habitantes. Lo mismo, o casi lo mismo, cabe decir de la atención que otros países europeos han puesto sobre la misma. De otra forma o con otra intensidad o, ciertamente, con el interés antepuesto del control estratégico del Estrecho, también ingleses, franceses, alemanes, italianos y noruegos han buscado información y han mostrado un profundo interés por ella. Desde ambos espacios europeos se ha buscado el conocimiento del territorio y se han recopilado, primero, y, publicado, después, multitud de descripciones, interpretaciones y todo tipo de informes. Pero debemos pensar que si las publicaciones de estos relatos respondían a un interés del público y general sobre la zona, debió haber, debe haber, un sinfín de informes que no llegaron a
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ser publicados porque caían dentro de la categoría de “información confidencial” que los gobiernos europeos o compañías comerciales guardaron celosamente y que respondían al interés de ambos por controlar esas tierras. Cabe preguntarse quiénes y de dónde obtenían la información que se buscaba y la respuesta no es fácil. Antes de 1912 el territorio era una absoluta incógnita para los europeos. Los escritos históricos eran desconocidos para todos y las únicas fuentes de información accesibles eran la exploración y la recopilación de las tradiciones orales de los nativos. A su vez, entrar en él era demasiado complicado: vías de comunicación muy rudimentarias y casi siempre solo aptas para los medios de transporte locales, la fuerte hostilidad de las poblaciones autóctonas y la dureza del territorio “poco acogedor” por su relieve, aridez y tamaño. De cuatro maneras se pudo penetrar y conocer las provincias del norte de África: disfrazado, hasta la intimidad más profunda, y conociendo profundamente sus lenguas y costumbres; con la fuerza avasalladora de los ejércitos; en expediciones navales que puntearan las costas; o como miembro de una legación diplomática de algún país europeo. Los viajeros utilizaron la primera y en algunos casos fueron descubiertos y pagaron por ello su expulsión del territorio o su propia muerte. Los militares, por su formación, práctica de campo, equipamiento y capacidad de defensa, el segundo. También fue propio de los militares el tercero, aunque en los buques podían desplazarse algunos grupos científicos que temporalmente recorrían el territorio. El último se apoyaba en la inmunidad y en la cercanía a las autoridades locales que ofrecía el carácter y saber hacer diplomático. Los relatos que de esa época nos han llegado son, por tanto, parciales y llenos de subjetivismos. Para los estudiosos del territorio marroquí entre 1912 y 1956, años entre los que se encuadran los protectorados español y francés de Marruecos, la estancia en el territorio era permanente y la protección del ejército permitía un desplazamiento más fácil así como la adopción de sistemas de contabilidad y de búsqueda de información que llevaron a la recopilación de datos y la obtención de resultados estadísticos y de conocimiento más comprensibles y manejables por los europeos. De estas fechas abundan los relatos bélicos, evidentemente son el reflejo de unos años de guerra por el control del territorio y de un proceso de “pacificación” que nunca fue completo. También abundan los informes sobre realizaciones, logros, transformaciones de la sociedad marroquí, nuevas construcciones y todo tipo de información que invitara a empresas y compañías a iniciar trabajos en las nuevas y prometedoras tierras. En buena medida son o proceden de informes oficiales o las narraciones de quienes vivieron los acontecimientos, de todo tipo, sin olvidar la información que pro-
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porcionaron las compañías comerciales, ya establecidas, relativa a sus actuaciones económicas. A partir de 1956 los escritos se tiñen de lamentos, recuerdos y nostalgia a la vez que reflejan una satisfacción por el trabajo efectuado y, para algunos, de un modo de vida que encontraron muy satisfactorio. Son balances de los años de trabajo o lecciones de historia reciente que, en todos o casi todos los casos, están llenos de una afectividad que, a veces, sobrecoge. Las pretensiones de este artículo son las de reconstruir algunos detalles del territorio de Marruecos, sus habitantes, sus ciudades, sus modos de vida, todos ellos relativos a los años anteriores al establecimiento de los protectorados y contribuir con ello al conocimiento de ese espacio en aquellas fechas. Los detalles que vamos a traer son limitados porque son solo los que reflejan las obras de Cervera Baviera y Campo Angulo (ambos son libros de geografía) y, como es de suponer, y adelanto, están teñidas del subjetivismo antes aludido que, aunque en distinto grado, tinta las obras de la época. Estas están condicionadas también por la intención con la que fueron escritas, por el conocimiento directo del territorio que tuvieran los autores y por el carácter de las publicaciones que utilizaron para su redacción. Queremos ver que estas obras son una parte de todo lo que se escribió en la época y que fue mucho, y en ello se ve el interés por el territorio al que antes aludíamos. A título de ejemplo anotamos que en estos últimos años están apareciendo excelentes obras que recuerdan, a veces con orgullo, el trabajo realizado y la atención dedicada. Solo dos detalles queremos traer para ratificar esta afirmación: Rosa Cerarols (2008) recoge en su tesis doctoral quinientas cuarenta y cinco publicaciones e informes referidos a Marruecos, de ellos sesenta y siete tienen fecha de publicación anterior a 1912 y ciento treinta y una anterior a 1956. Y la Biblioteca Nacional de España, en un boletín de 2012 publicado en su página web con motivo de la celebración del centenario del Protectorado, relaciona las siguientes obras: sobre historia del Protectorado, cuarenta y cuatro; organización administrativa, ciento veintiuna; personajes marroquíes, cincuenta y seis; personajes españoles naturalistas y científicos, veintinueve; y personajes españoles militares, dieciséis. Total de doscientas sesenta y seis publicaciones, manuscritos, textos mecanografiados, etc., aparte de mapas y grabados, dibujos y postales, todos ellos depositados en la biblioteca. 2. Los autores y sus obras 2.1. Julio Cervera Baviera
Julio Cervera Baviera escribe la Geografía militar de Marruecos y se publica en Barcelona por la administración de la Revista Científico-Militar en
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1884. La obra está dedicada al excelentísimo señor teniente general y capitán general de Valencia Marcelo de Azcárraga y Palmero y consta de ciento ochenta y seis páginas incluida la bibliografía. Ya en la página ocho del prólogo justifica la redacción de esta geografía militar por lo “… provechoso á la patria puede ser el estudio militar de un país vecino, al que más ó menos tarde ha de llevarnos la necesidad de la guerra”. La frase es una autocita de otra obra suya anterior que tituló Hidrografía de Marruecos. Expresa que su propósito al escribir la obra no es otro que el de “… propagar la afición que en nuestro ejército se va desenvolviendo por cuanto a Marruecos se refiere” (Cervera Baviera: 1884, 8-9), y poco antes se lamenta de que si en las academias militares se enseña geografía militar de Europa, “… con mayor razón debiera enseñarse en ellas la de Marruecos”. También se lamenta del gran desconocimiento de una región tan cercana, al tiempo que la explica por la dureza del terreno y las consecuencias de caer en manos de sus habitantes “… donde le espera después de la pérdida de los intereses y el peligro de la muerte, la más horrible esclavitud” (Cervera Baviera: 1884, 10). Este último texto no es original, lo recoge de Cesáreo Fernández-Duro en Exploración de una parte de la costa Noroeste de África. Luego volveremos sobre esta obra. En la última página, a modo de epílogo, vuelve a dar alguna pista acerca del interés por conocer este territorio cuando habla de la “potencia civilizadora de una nación europea” y del desmoronamiento del imperio cherifiano (Cervera Baviera: 1884, 184). No están claras las fuentes que utiliza, pero no hay duda de que una de las más importantes es la cartográfica. La minuciosa descripción de caminos, cursos fluviales, de las costas, nombres de accidentes, etc., solo pueden tener su origen en una colección cartográfica completa y detallada del país, porque no es posible que recorriera los espacios que cita y tomara notas con la minuciosidad que expresa. Con frecuencia habla de comprobación de datos y, en alguna línea, de haberlo hecho sobre el terreno (Cervera Baviera: 1884, 14), pero prevalecen las alusiones a las cartas, a la calidad de sus datos, a sus errores, y llega a expresar citando a Fernández-Duro: En la carta y derrotero tantas veces citados de nuestro Depósito (dicho sea como ejemplar y sin censura), se ve escrito Sous, Taroudant, Noun, Agoubalou, por Sus, Tarudant, Nun Gubalú, revelando que sin corrección se han tomado de obra francesa…
Cita que asume y hace extensiva a otros lugares del territorio marroquí (Cervera Baviera: 1884, 13). Ha recurrido a colaboradores nativos, a un “joven marroquí” con el que ha estudiado la geografía política de Marruecos y ha transcrito los
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nombres que en los mapas le han parecido mal representados y a “… datos tomados en viajes ó por referencias de viajeros y naturales del país que se estudia” (Cervera Baviera: 1884, 21-22). Es de señalar también que conoce la necesidad de los viajeros de pasar desapercibidos, de sus penurias y riesgos, y así lo detalla en las páginas once y doce, pero en ningún momento habla de itinerarios recorridos o da datos o impresiones que permitan saber que los visitó y que sus comentarios son originales. Por último, agradece a quienes le han proporcionado muy valiosos datos de Marruecos, entre ellos al agregado militar de la legación española en Tánger y al jefe del Disciplinario de Ceuta. En la bibliografía citada, las “Obras que hemos estudiado” (Cervera Baviera: 1884, 15-18) no tienen fecha de publicación pero sí lugar, idioma y área de estudio. Tres están publicadas en Barcelona, tres en Londres, uno en Génova, diecisiete en París, doce en Madrid, uno en Nueva York, uno en Leyde y uno en Tudela de Navarra, total treinta y nueve. Dieciséis están redactadas en español, dieciocho en francés, cuatro en inglés y uno en italiano. Y cuatro aluden en su título al territorio de Argelia, veintiuno a Marruecos, tres al norte de África, uno a la raza negra, ocho a África y en las dos restantes no se identifica. Pero más ilustrativo que este conteo es la serie de referencias que a estas obras hace dentro del texto: J. Graverg: dos citas, M. d’Avezac: una cita, E. Renou: dos citas, Fernández-Duro: cinco citas y Gómez de Arteche y Coello: tres citas. De los demás, ninguna. ¿Significa esto que ignoró las aportaciones que pudieran hacer los demás o quizás las consideró poco importantes?, cuando menos debemos pensar que los autores citados son los que aportaron mayor número de datos a su estudio. Haremos algunos comentarios sobre ellos. La obra que cita de Fernández Duro es “Exploración de una parte de la costa Noroeste de África en busca de Sta. Cruz de Mar Pequeña; conferencia pronunciada por el Capitán de navío D. Cesáreo Fernández-Duro, en la Sociedad Geográfica de Madrid” (Cervera Baviera: 1884, 17). La conferencia se publica en los Boletines de la Real Sociedad Geográfica en 1878, IV, 157 y V, 17. Cesáreo Fernández Duro (Zamora 1830-Madrid 1908) es definido por sus biógrafos como “marino y militar”. Llegó a ser ayudante de Órdenes del Rey, miembro del Instituto Geográfico y Estadístico, de la Real Sociedad Geográfica (de la que era presidente cuando murió), de la Comisión de Derechos de España en Santa Cruz de Mar Pequeña y de la Comisión de Límites entre España y Francia en Marruecos, entre otras muchas. Embarca en el Blasco de Garay para participar en la Comisión sobre los derechos de España en Santa Cruz de Mar Pequeña, creada a consecuencia del Tratado de Wad-Ras y consigue localizar y ubicar desembocaduras fluviales en una
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zona muy sensible en la geoestrategia del momento, como es el canal que separa la costa africana de la islas de Lanzarote y Fuerteventura. Cartografía las desembocaduras de los ríos Asaka, Draa (actual Daraa) y Xisbika, y los resultados obtenidos fueron ratificados por Francisco Coello pero criticados por Alcalá Galiano. De todas maneras, la expedición resultó ser un éxito, al menos si se valora como un avance importante en el conocimiento y cartografiado de las costas de África. Otros doce trabajos más, entre publicaciones y conferencias sobre temas norteafricanos, tratan sobre la costa noroccidental de África anotando nuevas observaciones de ella o reivindicando los derechos de España a ocupar esta costa, sobre la exploración y civilización de África y sobre las relaciones de España con África (Cuesta Domingo: 2005, 103-104). José Gómez de Arteche y Moro de Elexabeitia (Carabanchel Alto 1821-Madrid ¿1906?), del cuerpo de Artillería, de Estado Mayor, subsecretario del Ministerio de la Guerra entre 1865 y 1868, ayudante de Alfonso XII, con el grado de capitán hace trabajos de espionaje en Roma y Tánger. Académico de la Historia en 1871. En colaboración con Francisco Coello redactan la Descripción y mapa de Marruecos en 1860, obra que cita Cervera y a la que dedica tres referencias dentro del texto. Pudo ser uno de los apoyos bibliográficos más importantes de que dispuso. Pero también es autor de Geografía Militar de España, publicada en 1859 y que guarda algunos paralelismos con la Geografía de Marruecos de Cervera, como lo es el modo de fraccionar el territorio en base a las vertientes hidrográficas: Dividido este (el país) en grandes regiones hidrográficas, he examinado cada una en todos sus detalles, deduciendo de sus condiciones físicas, estado defensivo y recursos, las propiedades militares consiguientes, corroboradas con la historia de las campañas militares más instructivas de las que haya sido teatro (Gárate Córdoba: 2005, 86).
Es exactamente el guion de trabajo de Cervera en el que también se incluye el llamar “teatros de operaciones” a las regiones en que divide Marruecos. La única diferencia es la de que Arteche plantea una actuación defensiva (frente a los franceses), mientras para Cervera es ofensiva, de ocupación. Francisco Coello de Portugal y Quesada (Jaén 1822-1898), coautor con Arteche del mapa de Marruecos, también es militar de alta graduación y miembro de la Real Academia de la Historia desde 1874. Fue uno de los promotores de la fundación de la Real Sociedad Geográfica en 1876. Formó parte de la Subcomisión Española de la Comisión Internacional de Exploraciones en África, subcomisión que después se convertiría en la Asociación Española para la Exploración de África de la que fue vicepresidente desde 1877.
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Aparte del “mapa” citado es autor del Mapa de África Central que abarca el territorio comprendido entre los 11ºN y 14ºS y los 10ºO y 61ºE, a escala 1/10.000.000 y de un informe, que redacta junto a Ibáñez de Ibero, acerca de la conveniencia de explorar la parte noroccidental de la costa occidental de África. Más tarde concretarían que la zona a explorar fuera la correspondiente a los territorios próximos a Canarias y a nuestras islas de Fernando Poo, Annobón y Corisco, sin abandonar el reconocimiento de Marruecos. Se materializó en la expedición antes citada, en la que también participa Fernández Duro y que se llevó a cabo en 1878. Jiménez de la Espada hace una exposición sobre Marruecos para la que Coello dibuja otro mapa que titula Mapa del suroeste de Marruecos copiado del general que en vista de los trabajos inéditos y más recientes ha compuesto el Excmo. Sr. D. Francisco Coello. En 1884 firma un artículo en el que trata sobre la rectificación de la frontera argelino-marroquí que ilustra con un croquis de la zona comprendida entre los 12º 30’ y 17º 30’ al este del meridiano del Hierro y los 31º y 36ºN. En 1894 publica su última obra, “Reseña General del Rif”, en el Boletín de la Real Sociedad Geográfica (Cruz Almeida: 2005, 37-60). Jacob Graberg di Hemso nace en Gannarve (isla sueca de Gotlan) en 1773 y, después de una excelente formación que le proporciona su padre de modo personal, viaja por el Mediterráneo enrolado como marino en un buque inglés. Tras abandonar la carrera militar se instala en Génova. En 1815 es nombrado secretario del Consulado de Suecia y Noruega en Tánger y aprende la lengua árabe. Desde este puesto recopila abundantes datos sobre el comercio, la literatura y los orígenes de los pueblos de Marruecos y profundiza en el conocimiento de la etnografía, geografía y estadística del país. En el 22 es relevado de su cargo y marcha a Gibraltar por un año porque de nuevo sería nombrado cónsul de Suecia en Trípoli. Vivió en África hasta 1828. La publicación de los materiales recopilados y de sus conocimientos llega después de que conociera a un editor florentino interesado en divulgar en Europa noticias de viajes e informes de primera mano de los territorios y poblaciones de los que se sabía poco en Italia, y de ahí surge la edición de su Spechio geografico e statistico dell’imperio di Marocco, publicado en Génova en 1834 y que Cervera cita como “Specchio di Marocco” (Cervera Baviera: 1884). Muere en Florencia en 1847 (Pinzauti: 2002). Marie Armand Pascal d’Avezac está en posesión de una larga lista de menciones y honores académicos de entre los que sacamos su condición de secretario de la Sociedad Geográfica de París. Una de sus obras más comple-
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tas sobre temas africanos es Esquisse générale de l’Afrique publicado en 1837. Cervera cita además otra de sus obras, Études de géographie critique sur une partie de l’Afrique septentrionale, publicada en París en 1836 (un año antes). La obra de D’Avezac es un excelente y encomiable ejercicio de levantamiento topográfico de un territorio casi desconocido, partiendo de las descripciones de las rutas por un viajero local: Hhâggy Ebn-el-Dyn El-Aghouâthy. Permítaseme alargar un poco estas líneas incluyendo un resumen de su avant propos. M. Wiliam B. Hodgson, agregado al cónsul de los Estados Unidos en Argel, aprovecha su posición para recopilar fuentes sobre los dialectos bereberes de esta parte de África. A su llamada acude Ebn-elDyn, ciudadano de la región, que accede a hacer un resumen de sus viajes y se lo entrega, es un cuaderno de catorce páginas en caracteres árabes con fecha de 1242 (1826), después sería rectificada y llevada a 1829. Hodgson la traduce al inglés y la edita. D’Avezac consigue un ejemplar, lo traduce al francés y sobre las descripciones y tiempos de desplazamiento descritos por Ebn-el-Dyn, más algunos otros relatos ya conocidos y las mediciones geodésicas realizadas por europeos en puntos costeros, intenta el levantamiento topográfico. El resultado, sobre el que él mismo manifiesta sus dudas, es muy discutido, de manera que en el mismo libro añade un post scriptun en el que añade nuevos documentos para rectificar algunas de sus conclusiones. El libro, pues, es casi un tratado de topografía del que escasamente se pueden obtener algunos detalles de los lugares aludidos, salvo los que interesan al propósito de su autor. Su segunda cita “Note sur quelques itinéraires de l’Afrique septentrionale”, igual que la primera, es una recopilación de nombres de lugares y distancias entre ellos con la finalidad de levantamiento topográfico. No da más información. M. Emilien Renou (1815-1902) fue miembro de la Comisión Científica de Argelia entre 1839 y 1842 y en este tiempo se le ordena recoger toda la información disponible sobre Marruecos. Las obras que Cervera cita de él son Description géographique de l’empire de Maroc, Recherches historiques sur le Maroc y Recherches sur la geographie et le commerce de l’Algerie meridionale, acompagnèes d’une notice sur la géographie de l’Afrique septentrionale et d’une carte”, esta última en colaboración con Mr. E. Carette. La primera de las tres es consecuencia del proyecto Exploration scientifique de L’Algérie pendant les années 1840, 1841, 1842 (AA. VV.: 1846). Es, igual que la obra de D’Avezac, un trabajo de levantamiento cartográfico utilizando como fuente las descripciones de los itinerarios y recorridos por el territorio, pero incluye una “segunda parte” con dos capítulos en los que
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hace una descripción geográfica, propiamente dicha (sic), y un inventario de las tribus y población que lo ocupan. Aparte de los autores citados, Cervera menciona en su escrito a otros como Lempriere, Mr. Beaduin, Mr. Darondeau, M. Caillié, Hamed-benHacen-el-Mfiui, Mahomed de Fida, Jackson, M. Brun, Carlos Rochelet, Davidson, Sr. Adamoli y René Caillé, de los que no hay ninguna referencia en la bibliografía. Julio Cervera Baviera nace en Segorbe en 1854 y sus biógrafos, con dudas, sitúan su fallecimiento en Madrid en 1927 o 1929. Abandona sus estudios de Ciencias Físicas en la Universidad de Valencia para iniciar los militares en la Academia de Caballería de Valladolid (1875) y en la Escuela de Ingenieros Militares de Guadalajara (1882). Es teniente de ingenieros cuando publica su Geografía Militar de Marruecos en 1884. En 1902 abandona la carrera militar con el grado de comandante. Es más conocido por sus trabajos científicos en el campo de la telegrafía y telefonía que como geógrafo. De su experiencia africana, sus biógrafos lo sitúan en Marruecos en 1877 y, un año después de publicar el libro (1885), formando parte de la “Expedición geográfico-militar al interior y costas de Marruecos”. En el 86, a petición de la Sociedad Española de Geografía Comercial, vuelve a Marruecos para “un viaje de exploración por el Sáhara Occidental” (mayoagosto). Del 88 al 90 es agregado militar de la legación española en Tánger (ya tiene el grado de comandante). Aún después, en el 94, es ayudante de campo del general Macías Casado y permanece en Melilla mientras este es comandante general de la plaza. Sancho López lo define como liberal republicano, masón militante que fundó la logia en la episcopal Segorbe, amigo del gran proscrito y enemigo de la Restauración Manuel Ruiz Zorrilla, candidato republicano a Cortes en 1891 y 93, diputado en 1908 como miembro del Partido Republicano Radical por Valencia hasta 1914 (López López: 1905). Visto lo anterior, deducimos que Cervera escribe su “geografía militar” inmediatamente después de su graduación en la Escuela Militar de Guadalajara y entre los tiempos de formación en las dos academias. Visita África para “comprobar algunos detalles sobre el terreno” y familiarizarse con el continente (viaje del 77). No conocemos los detalles que pudo obtener en este primer viaje. Queda claro que Cervera proporcionó una amplia información tras sus exploraciones Al Interior de la Costa de Marruecos del 85 y la Expedición Científica de Cervera, Quiroga y Rizzo al Sáhara occidental en 1886, que publicó en el 87, pero no antes. El esquema de la obra procede de la Geografía Militar de España de Coello, lo que no debe sorprendernos dado que debió conocerla en sus periodos de
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formación militar, es posible, incluso, que como libro de texto. La cartografía, su principal fuente de información, la toma de este y de Arteche, y los demás detalles, escasos, que la ilustran, de Fernández Duro, Lempriere, Graberg y Renou con datos y descripciones de la primera mitad del siglo XIX. 2.2. Gerónimo Campo Angulo
La Geografía de Marruecos de Gerónimo Campo Angulo es un texto de doscientas sesenta páginas publicado en Madrid por la imprenta de la Sección de Hidrografía en 1908. Va precedida de un prólogo firmado por el excelentísimo señor Gabriel Maura Gamazo y está dividida en ocho capítulos en los que redacta las generalidades, orografía e hidrografía del territorio. Otros cinco los dedica a cada uno de los grupos de provincias, y uno final a la constitución política, fuentes de riqueza, gobierno, religión, agricultura, etc. No está clara la motivación de Campo para escribir la obra. Entre líneas se ve su formación militar y están presentes las palabas “ocupación”, ”dominación”, “escuadras extranjeras”, etc., pero nos precipitaríamos si intuyéramos que de ellas y su contexto se pueda entresacar tal finalidad. Siempre se muestra aséptico en sus descripciones, y rara vez incluye afirmaciones o conclusiones personales. ¿Pudo ser su amistad con Maura Gamazo, y el interés de este por los temas de Marruecos, lo que lo llevara a escribir el libro? No hemos encontrado ninguna otra razón. De las diecisiete obras bibliográficas que cita en la página final, tres están publicadas en Londres, cinco en París, dos en Madrid, una en Orihuela y en las seis restantes no lo cita. Y se encuadran entre 1787 y 1900. Dentro del texto, con un sistema de citas más académico que el de Cervera, referencia siete veces a Foucauld, ocho a Budget, cinco a Moulieras y uno a Didier, Chenier y Canal. De obras no referidas en la bibliografía y sí a pie de página, cita cinco veces a Reclus (Géographie Universelle), cuatro a Ludovic de Campon, tres a Rolfs, dos a Gatell, a Maw, a Teodoro de las Cuevas y a Lenz, y una a León el Africano, Hooker, Thomson, Lempriere, Graberg, Jackson, Gabriel Maura, Desjardins, Walter B. Harris, De Ganniers, Gayangos, Erkmann, Caille y Camille Sabatier. Causa cierta sorpresa que no mencione a autores españoles reconocidos en la época por su labor cartográfica y descriptiva de Marruecos, que sí fueron citados por Cervera, y que a Gabriel Maura, introductor de su trabajo, no lo cite en la bibliografía salvo en una referencia a pie de página. Gabriel Maura Gamazo (1879-1963) es hijo de Antonio Maura y Montaner, presidente del Gobierno de España en varias ocasiones con
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Alfonso XIII y fue ministro de Trabajo y Previsión en el último de sus gobiernos, el que presidió Juan Bautista Aznar y Cabanas, entre el 18 de febrero del 31 y el 14 de abril del mismo año. Destaca su labor parlamentaria (en torno a 1919) en lo referente a los asuntos de Marruecos y a la política internacional. Maura escribe La cuestión de Marruecos desde el punto de vista español 1902-1904 (Madrid, 1905) en un momento en el que estaba muy reciente la pérdida de las colonias del Caribe y el Pacífico, y en España se temía que pudiera ocurrir lo mismo con las posesiones de África. Maura apoya al Gobierno que firma el Tratado de 1904 porque de esta manera España no quedaba fuera de la “cuestión marroquí”. Es una obra de opinión (González Velilla: 1998). Auguste Moulieras (Tlemecen 1855-París 1931), misionero y antropólogo franco-argelino, recorre Argelia y Marruecos entre 1872 y 1893 recogiendo tradiciones orales que le permiten conocer la vida norteafricana. Parte de esta información la obtiene de los rifeños que encontraba en las calles de las ciudades argelinas. En 1905 era “Professeur de la Chaire d’Arabe d’Oran”, “Lauréat de l’Académie Française” y “President de la Société de Géographie et d’Archéologie d’Oran”. Publica ocho libros de lingüística y folclore y cuatro de temas geográficos y sociológicos. Ha sido definido como extravagante y sensacionalista en algunas de sus apreciaciones y poco riguroso al analizar la información que le transmitían. Su principal obra Le Maroc inconnu incluye una carta del Rif occidental a escala 1/250.000 y otra de la zona oriental a escala 1/500.000. Meakin Budgett (1866-1906) es un periodista, viajero y conferenciante inglés que vivió en Tánger como editor y primer redactor jefe de The Times de Marruecos, único diario en lengua inglesa en Marruecos en ese momento (diario desde 1884 y semanario desde 1886). Estudió el árabe hablado y se convirtió en historiador de Marruecos y los marroquíes. Llegó a ser muy valorado y apreciado entre los nativos porque llegó a ser muy crítico con algunos de sus compatriotas que escribían historias sobre Marruecos (Chaouch). Wiliam Lempriere es un cirujano inglés que llega hasta el sultán Mohamed ibn Abdallah que necesitaba un médico para su hijo. Viajó a Tánger en 1789 y a Marrakech acompañado de un guía judío y viajero. Su obra toca temas de geografía, etnología y economía de Marruecos a finales del XVIII, y sus escritos se convirtieron en una importante referencia para los historiadores. Sin embargo, su obra fue duramente criticada por Jonas Zigers Francisco, holandés convertido al islam y afincado en Marruecos entre
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1778 y 1792, por los juicios que el inglés emite al analizar las costumbres, religión, instituciones y principios dinásticos y monárquicos de Marruecos. El trabajo de Lempriere llevaba por título Un recorrido desde Gibraltar a Tánger, Salé, Mogador, Santa Cruz, Tarudant y desde allí al monte Atlas de Marruecos, que incluye una narración espacial del harén real y se publica en Londres en 1791. Los comentarios biográficos sobre Charles de Foucauld (Estrasburgo 1858-Tamanrasset 1916) inciden más en su faceta religiosa que en la de viajero y escritor de temas africanos. Es un militar francés de academia que en 1880 es enviado a Argelia como oficial y, tras ser despedido del ejército por “indisciplina acompañada de mala conducta” en 1882, se enrola en una expedición a Marruecos haciéndose pasar por judío. La expedición transcurre entre 1882 y 1886 y en este tiempo recoge la información que vertería en Reconessance du Maroc (París, 1888). En el mismo viaje siente una fuerte vocación religiosa que algunos biógrafos fechan en 1884. Son menos citados Didier, autor suizo de principios del XIX que visita Marruecos en 1834; el comandante de Ingenieros Eduardo Cañizares y Moyano que relata la historia, la organización social, política y militar del Imperio, su división territorial, costumbres, itinerarios y, finalmente, dedica un apartado especial al Rif (Cañizares: 1985); y Fray Manuel Pablo Castellanos que también hace una descripción histórica de Marruecos que fue citada por Budgett, Lempriere y Mouliéras. Gerónimo Campo nace en Madrid 1876. Maura Gamazo (tres años más joven que él) lo presenta como licenciado en derecho desde 1894 (¿con dieciocho años?). En 1902 terminan sus estudios en las academias militares y cuando en 1908 publica la Geografía de Marruecos es capitán de Infantería y llega al grado de comandante “por antigüedad” en 1919. Sus destinos militares estuvieron siempre en Madrid y en ningún momento tuvo mando de tropa. De su biografía destacamos que prestó sus servicios durante casi diez años en la Fiscalía del Consejo Supremo de Guerra y Marina y que con fecha de septiembre de 1923 pasa a la Secretaría de la Presidencia de la Jefatura del Gobierno y Presidencia del Directorio Militar, destino que mantuvo hasta diciembre de 1925 (las fechas, en mes y año, coinciden con las del llamado Directorio Militar de Primo de Rivera). En ningún momento estuvo destinado en Marruecos ni hay constancia de que hiciera ningún viaje a esa tierra. Es autor además de un “tratado de derecho usual” y una “memoria sobre el seguro de vida”. Fallece en Madrid en 1929. Las fuentes para la redacción de su obra parecen ser exclusivamente bibliográficas, y así lo expone Maura en la introducción al indicar que ha re-
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cogido lo más y lo mejor de lo publicado sobre el tema. Utiliza a los escritores más conocidos en la época y se limita a hacer un compendio de sus anotaciones y de ellos Foucauld parece ser el más utilizado. Debemos subrayar que los escritos que utiliza como fuentes son más modernos que los de Cervera. Hay un cierto paralelismo entre los dos autores: los dos son militares y con estudios universitarios anteriores (inacabados los de Cervera). Ambos escriben sus libros en las primeras etapas de su vida militar. En ambos casos, su formación universitaria tiene poco que ver con la geografía. Parece que ambos están muy bien relacionados, aunque Cervera con los grupos de militares interesados en el conocimiento de África, y Campo en la esfera política y con acceso fácil a los reyes y a alguno de los gobiernos de su época. También ambos intentaron que sus obras fueran tomadas como libros de texto en las academias militares: Cervera lo sugiere en su introducción y Campo lo solicita oficialmente aunque solo consigue que se le compren ciento sesenta y siete ejemplares por importe de mil dos pesetas, con destino a las bibliotecas públicas (Gaceta de Madrid, 10 de julio de 1911). Pero sus obras son absolutamente diferentes en el tratamiento y visión del territorio que describen: Cervera es el militar, con formación técnica, que ve “teatros de operaciones” y estudia el modo de abordarlos (no en vano se trata de una geografía militar), mientras que Campo, más en el terreno humanístico, atiende a la descripción de manera más general, aunque duda de que la “penetración pacífica” sea la solución al porvenir de Marruecos y por ello también redacta frases que tienen que ver con la ocupación, con el riesgo y de dar pasos apoyados en los cañones de los fusiles, en las empuñaduras de las espadas y del humo de unos millares de cartuchos. Y ambos son conocedores de la situación política que se dilucida a nivel nacional e internacional, del interés de las potencias europeas por el control del paso de Gibraltar. Casi parece que dialogan entre sí cuando Cervera escribe: Y no se crea problema imposible ni muy difícil el de la conquista de Marruecos. El imperio de desmorona, y únicamente el mutuo respeto de las naciones interesadas en su conquista, impide la transformación rápida del Moghreb en un territorio rico y floreciente (Cervera: 1884, 184 y última).
Y Campo parece responder veinticuatro años más tarde: Es general atribuir el equilibrio de Marruecos y aun su existencia como pueblo independiente, sola y exclusivamente a las rivalidades que mantienen rígido el freno puesto al pensamiento y a la acción de cada una de las potencias por las ambiciones de las demás; ¡quien sabe si éste sería un nuevo desengaño hecho patente el día en que esas rivalidades desaparecieran!. Acaso entonces se viniera a conocer que dentro
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de Marruecos, en el seno de esas razas, en el alma de esas tribus semicivilizadas que le pueblan, viven y alientan razones mucho más fuertes y poderosas para su independencia que las tan decantadas rivalidades (Campo: 1908, 258 y última). 3. El territorio
Para los nombres geográficos respetaremos el que cada autor escribe y, cuando no coincida con el que se da en la actualidad en los mapas de Marruecos, utilizaremos la letra cursiva solo la primera vez que aparezca: así Moulouia (Malouia). Para describir el territorio árabe de El Mogréb o El Mag’rib, de Campo, Moghreb-el-Aksá, de Cervera, nos apoyaremos en la guía que Cousin y Saurin (en adelante “Cousin”) publican en 1905; y contrastaremos con ellos algunas de las informaciones que facilitan. Ya en el nombre del territorio, y citando a Moulieras, estos advierten que su nombre es El-Mar’rib ou El-Mag’rib, con “i”, para no confundir este término con El Majr’reb” o “ElMag’reb: momento de la puesta del sol. Los límites del territorio de Marruecos solo están claros en las costas del Mediterráneo y del Atlántico, los demás no, y aún en este caso las cifras que dan ambos son muy diferentes, así Campo da a la costa mediterránea trescientos noventa kilómetros y Cervera, cuatrocientos ochenta y cinco; y a la atlántica, ochocientos cincuenta y mil doscientos sesenta respectivamente. Campo coincide exactamente con Cousin. Pero esto no es nada extraño en un territorio que se está explorando en estos años y en el que, por tanto, se puede hablar solo de apreciaciones. La frontera con Argelia, señala Campo, se definió en el tratado francomarroquí de Tafna en 1845, cambiando la histórica del río Moulouia (Malouia en los mapas marroquíes actuales) por una línea imaginaria y sinuosa que va desde la desembocadura del río Axerud, Oued Kiss o Gourara hasta el monte Sidi-el-Abed, ya en el Sáhara, dejando sin definir los límites más al sur. Y aunque se discute la pertenencia del oasis de Figuig, anexionado por Francia para Argelia, Campo indica que este avance de la frontera hacia el este ha dado a Marruecos 55.000 km2 más. Aquí hay un error de Campo: el tratado al que alude no es el de Tafna, es el de Lala Maghnia, que se firma tras la batalla de Isly de 1844. El tratado de Tafna es de 1837 y se firmó entre el general francés Bugeaud, en representación de su gobierno, y Abd al-Qadir (Abd el-Kader), líder argelino que dirigió la oposición a la ocupación francesa del momento y reparte el territorio argelino en zonas de ocupación francesa y de control indígena.
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La frontera sur, ya en los territorios del Sáhara, no está definida. Por la costa atlántica se fija en el cabo Nun, al norte de la desembocadura del UadDraa (Ouad Daraa), aunque Campo señala que, en mapas antiguos, el espacio entre este cabo y el Yubi (Tarfaya) pertenece al reino de Fez, límite que también da Cervera. No así Cousin que también la sitúa en el Uad-Draa. Campo aclara que la inclusión de este territorio bajo la influencia moral del Imperio se debe al reconocimiento que de ello hicieron algunas potencias occidentales, aún en contra del propio conocimiento del sultán que en 1881 declaró, a través de su ministro de Negocios Extranjeros, que el límite del territorio sometido a su soberanía era la desembocadura del Draa (Campo: 1908, 204). Desde aquí y hacia oriente el límite no está definido. Cervera habla de una línea que va de Insalah al cabo Yubi, Campo del Valle Seco del Draa y Cousin de la depresión de la Seghia el Hamra (el Valle Rojo). En consecuencia, tampoco coinciden las coordenadas de los límites que dan los tres. De estas imprecisiones se deducen las diferencias que, en relación con la superficie del Imperio, dan los distintos autores: para Cervera son 593.000 km2, Campo lo estima en 550.000 y Cousin recoge la noticia de que son 850.000 km2., posiblemente copiada de Moulieras, que da la misma cifra. Tampoco hay coincidencia en las cifras que en la actualidad se dan de su superficie, aunque hay menores diferencias entre unas y otra. Se pueden fijar en torno a los 450.000 km2. Ignorando las divisiones históricas que corresponden a sus tres reinos Marrakex (Marrakech), Fez y Tafilete (Tafilalt), sí hay una cierta coincidencia en las divisiones que se hacen de él. Es casi general que se hable de tres espacios: el “norte del Atlas”, el “centro” y el “sur del Atlas” y con ello siguen la división apuntada ya por Renou (al norte, el Rif y una zona intermedia de llanuras y colinas; al centro, el Atlas, desde la frontera de Argelia al cabo Rir; y al sur del Atlas, el Sous, Sidi-Hechâm, Ouad-Noun, Guezoula, Dra’a, Tafilet y la porción del Sáhara del sudeste del Atlas) y por Moulieras cuando se refiere a las provincias (tres septentrionales, cuatro centrales y cuatro meridionales). Es interesante, a ese respecto, recoger la afirmación de Cervera que termina indicando que la auténtica división territorial debería hacerse en función del espacio que ocupa cada tribu. Cervera parte el territorio en función de los valles de los ríos o en vertientes (“teatros de operaciones”) y obtiene así ocho áreas: “Sebu”, ”Muluya”, “Riff”, “Marruecos”, “El Atlas”, “El Sus y el Nun”, “Tafilete” y “Figuig”. Campo lo hace en provincias, que suman veinte, agrupadas en: “provincias del norte” (Yebala, Rif, Garb-el-Isar y Riata), “occidentales” (Rabat, Xauia, Abda o Dukala, Haba o Haha (Haha), Sus y Tazerault o Sahel), “centrales” (Dahra,
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Meknas, Tadla, Demnata y Marrakex) y “meridionales y orientales” (UadNun, (Ouad Nun), Uad-Dra, Tafilete y Angad) más Zegdu, territorio ocupado por una confederación de cinco tribus que no reconoce la autoridad del sultán. También nos parece interesante anotar la clasificación de territorios (provincias, espacios tribales...) en función del grado de aceptación de la autoridad del sultán y de su nivel de islamización. Todos los autores, de una u otra manera, hacen alusión a este hecho. Campo, recogiendo información de M. J. Canal, relata que Tazerault, Uad-Dra, Uad-Sus y Tafilete no están sometidas al sultán, pero sí reconocen su autoridad religiosa; que el Rif, Uad-Nun y el Zegdu ni una cosa ni la otra y están desligadas de toda dependencia y que las trece restantes están sometidas al poder del sultán, salvo Angad, de la que solo controla el territorio de la capital Uxda (Ougda). La desafección al sultán aumenta de norte a sur y de oeste a este. La provincia es la división administrativa oficial del imperio, y el sultán ejerce su autoridad en ella a través de un caïd, pachá o amal (según el lugar), que está investido de todos los poderes del sultán, pero que nada más tiene dos obligaciones importantes: reclutar los contingentes militares y recoger los impuestos. Las provincias que cumplen regularmente con estos dos requisitos constituyen el Blad-el-Makhzen y las que no, y son relativa o totalmente independientes, el Blad-el-Siba (Blad-el-Sayba). Cousin, de quien procede la información del párrafo anterior, sigue afirmando que toda la jerarquía administrativa no se ejerce con permanencia y autoridad nada más que sobre una parte relativamente reducida del territorio del imperio marroquí y añade que Marruecos, propiamente dicho, es una expresión geográfica más que una realidad política (Cousin y Saurin: 1905, 84). El Blad-el-Makhzen, o país efectivamente sometido al gobierno del sultán, no abarca en superficie más de un tercio de la extensión total de los territorios que la diplomacia europea confunde, sin embargo, bajo una denominación común. El resto del imperio es llamado Blad-el-Siba o país de los rebeldes, y el sultán no entra allí jamás más que con las armas en la mano, sólidamente rodeado de tropas fieles que, mientas dure la amenaza de la ocupación, le aseguran algún respeto (Cousin y Saurin: 1905, 84). 4. Población y grupos raciales
Cervera, que sigue a Graverg, da las siguientes cifras de población: amacirgas (amazijh) 2,3 millones, xiloes 1,45 millones, moros o árabes mestizos 2,8 millones, árabes puros beduinos 750.000, negros 500.000, judíos 450.000, europeos cristianos 600, renegados 200. Un total de 8.250.800 habitantes.
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Campo cita los siguientes grupos: a) bereberes o imazigtien (¿amacirgas?) como núcleo principal y más numeroso, subdivididos en cuatro grupos raciales: los del norte (el Rif), Tánger y Yebala (Djbala); los del sur en el Atlas, los chehala (chelha); los haratin, de color negro del sur; y los de la vertiente sur del Atlas que son mezcla de chelala y haratin; b) el grupo de los mezclados de bereberes, árabes y moros de España; y c) los árabes mezclados. Las tres razas suman el 70 o 75% de la población y todos pueden ser incluidos en el grupo bereber. Los árabes puros (740.000), judíos (de 250 a 300.000), negros sudaneses descendientes de esclavos (70 a 120.000), europeos (1.000) y renegados. Acepta como más probable la cifra total de población de 8,5 millones. Los viajeros de los que obtienen las cifras dan valores muy diferentes que oscilan entre los 2.750.000 habitantes (Kloden) y los 24 o 25 millones de Moulieras. Graberg, Didier y Reclus coinciden en una estimación de 8,5 millones. Hay una coincidencia común: que se desconoce el volumen de población y que es un país muy poblado a pesar de sus condiciones naturales. Debemos aquí hacer la observación de que las estimaciones de la población se hacen por viajeros franceses que extrapolan a Marruecos los conocimientos y estimaciones que antes han hecho en Argelia y así, y no de otra manera, deben entenderse la opinión de “país muy poblado” y la exageración de Moulieras. Cousin, que da una estimación de 9 millones de habitantes los reparte así: 5,2 millones de bereberes, 1,2 millones de moros, 1 millón de árabes, 200.000 judíos, 150.000 negros y 15.000 europeos. Véase que la mayor diferencia está en el número de europeos, porque en el resto de las apreciaciones están muy cercanos. Aclara que es difícil distinguir a un bereber de un árabe o de un moro porque estas tres denominaciones se emplean, sobre todo, para indicar una manera de ser, según la lengua, las costumbres, etc. más que por establecer una división étnica (Cousin y Saurin: 1905, 32). Es difícil trazar un mapa del poblamiento del territorio marroquí en estas fechas, las noticias que dan son muy poco concretas y no van más allá de las indicaciones de que la provincia de Yebala tiene 2 millones de habitantes, El Rif 1.250.000, 250.000 Uad-Dra, 500.000 en el Zegdu y algunas zonas de la de Demnata son de las más pobladas del imperio. Ni siquiera la estimación de la población de las ciudades que relacionan en cada provincia podría darnos alguna orientación al respecto: la suma de la población de estas oscila entre los 430 y los 470.000 habitantes, lo que apenas supone un cinco o seis por ciento de los 8,5 millones del total. La única conclusión que se puede obtener es la de que la población está dispersa por todo el territorio y que las únicas diferencias de densi-
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dad deben corresponderse con las muy variadas condiciones naturales y aptitudes económicas de los espacios. Las ciudades más populosas son, por este orden, las siguientes: Fez (ciudad de provincia del norte): 70 u 80.000 habitantes, Marrakex (de provincia central): 60.000, Mequinez (Meknes) (de provincia central): 40, 50 o 60.000, (Campo rebaja la cifra a 35 o 40.000 habitantes), Rabat (de provincia occidental): de 32 a 34.000, Tánger (de provincia del norte): 25.000, Tetuán (de provincia del norte): 22.000, Casablanca (de provincia occidental): 20.000, Sla o Saley (Sala) (de provincia occidental): 15 o 16.000, Ouezan (Ouazzan) (de provincia del norte): 11.000, Azemur (de provincia occidental): 10.000, Asfi o Safi (Asafi) (de provincia occidental): 10.000. Así pues, las provincias donde se localiza el mayor número de ciudades importantes son Yebala, Rabat, Abda y Xauia, todas ellas en la costa atlántica, y aparte de ellas, y en el interior: Garb-el-Isar, Marrakex y Mequinez. No debe olvidarse que todas estas valoraciones vienen de los europeos y que la zona mejor conocida por ellos es la más occidental. Los bereberes, en todas sus tribus, son el grupo más abundante y el que puebla casi mayoritariamente el país. Se les describe como vigorosos, trabajadores y poco inclinados a la sumisión (omitiremos cualquier frase y comentario, muy abundantes en los textos, alusivo a su higiene, fiereza o costumbres exóticas, que tanto atrajeron la atención de los viajeros occidentales). Se asientan en los valles y áreas montañosas del interior, lejos del litoral y de las ciudades. Sus facciones varían mucho de un lugar a otro, de tal manera que, como antes indicábamos, algunos de sus grupos son difíciles de distinguir de los árabes, al menos, son difíciles de distinguir por los europeos autores de los relatos. Se les puede dividir en arabófonos o bereberófonos, de las montañas o de los valles interiores, en nómadas o sedentarios, islamizados o no, pero, sigue afirmando Cousin, no por las esencias raciales que necesitarían de un estudio etnográfico que la ciencia aún no ha hecho (Douete: 1903, 34). Son el grupo autóctono del imperio y han visto llegar a los demás grupos a lo largo de la historia. Cuando se emplea la palabra bereber, se quiere designar a los sedentarios, los montañeses, las gentes de lengua bereber y, sobre todo, las tribus de Blad-el-Siba (Cousin y Saurin: 1905, 84). De las descripciones que de ellos se hacen parece deducirse que este grupo, el que habita el territorio desde una fecha más antigua, ha desarrollado un “sentimiento de pertenencia y arraigo”, de identificación total con el territorio, del que emanan sus características de “independencia”, “desconfianza”, “fiereza” y otras, que les atribuyen las descripciones,
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y que no solo salen a relucir frente a los europeos, sino también frente a algunos de los otros grupos raciales del país. Los “árabes” se localizan en las cuencas atlánticas y en el valle del Moulouïa y son pastores y nómadas. Se cree que los “moros” (aún hoy se les sigue llamando “moriscos”) son descendientes de los árabes expulsados de España o de uniones entre árabes, bereberes, judíos convertidos y también de renegados cristianos. Se les considera como agradables, limpios, inteligentes, constituyen la burguesía dirigente de la que salen los altos funcionarios y los grandes negociantes. Los “judíos” de Marruecos tienen dos orígenes: los del Rif, los del Sus, los judíos campesinos que se encuentran cerca de Mogador (Al Saouira) y los del sur del Gran Atlas moran en el país casi desde el mismo tiempo que los bereberes, hablan exclusivamente el árabe y tratan de “extranjeros” a los otros grupos de judíos que, al parecer, son descendientes de los expulsados de países europeos en distintas épocas, sobre todo de los llegados de España en 1494. Estos hablan español y algunos otros el francés. Casi todos viven en ciudades, principalmente en las portuarias, y son comerciantes o intermediarios, interesados y acomodaticios. Son odiados y despreciados por su actividad de prestamistas, pero se les considera necesarios. En muy pocas ciudades no viven en barrios solo de ellos (los melah). También participan activamente en el comercio interior y por ello están en todas las ciudades con algún comercio, en cruces de caminos, paradas de caravanas e incluso en algunos oasis. Entre cuatro y cinco mil judíos habitan en Fez, Casablanca, Mogador y Mequinez; dos mil en Debdu (Debdo); entre mil y mil quinientos en Ksar-el-Kebir, Larache, Sefru, Asfi y Demnata (Demnat) y en cantidades menores (doscientos a mil) en Xauen (Chegchoun), Ouezan, Azila, Taza, Sla, Uauizert, Bu-el-Yad, Diama Entifa y El-Kelaa. Hay “muchos” en Tánger, Tetuán y Rabat, y se señala su presencia, sin indicar número, en Marrakex. Se resalta su ubicación en la ciudad pesquera de Azemur subrayando que constituyen la tercera parte de su población y, sobre todo, en Debdu (en la provincia interior de Riata) donde llegan a ser el 75%. Debdu está en un cruce de caminos, es lugar de paso obligado para las mercancías que desde Melilla llegaban a los oasis del este de Marruecos. Los “negros” son de origen sudanés y proceden de los esclavos traídos de allí, la mayor parte son libres, pero otros no. Su mayor número está entre Mekinez y Sale (Campo sitúa a nueve mil, entre negros y mulatos, en Mekinez y señala su presencia en Marrakech). Los “europeos” habitan en las ciudades portuarias y son mayoritariamente españoles y en menor número franceses e ingleses. También hay
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algunos alemanes, americanos, portugueses, italianos, austriacos, griegos, suizos, belgas, suecos y daneses. El mayor número habita en Tánger donde Cousin sitúa a nueve mil ciento quince (siete mil seiscientos españoles), que es el 61% de los europeos de Marruecos y el 20% del total de la población de la ciudad. En Larache habitan doscientos o trescientos, también en su mayor parte españoles, igual que en Casablanca donde la mayoría de los quinientos o seiscientos europeos también lo son. En Fez hay “muchos”, en Rabat “algunos”, en Safi cien o doscientos y también se cita la presencia de europeos en Mogador (Sueira) y Tiznit, y “pocos” en Marrakex. En Azila (Azilal) se menciona la presencia de “españoles emigrados de clase humilde” y en Xauen los europeos tienen prohibida la entrada. Aparte de estos grupos se especifica que en Fez viven dos mil argelinos. También en relación directa con la población, pero en otro orden de cosas, los dos autores inciden en la capacidad de reclutamiento de soldados en cada una de las provincias o escenarios. Así, El Rif, con una población total de un millón doscientos cincuenta mil habitantes, tiene doscientos cincuenta mil hombres capaces para la guerra; y en la provincia oriental de Angad, solo Taurit (Taurirt) cuenta con mil quinientos hombres armados y quinientos jinetes. 5. Otras descripciones
Las noticias sobre actividades económicas, organización política, jerarquías sociales, religión, etc., que en Cervera aparecen dispersas a lo largo de todo el libro, Campo las repite y agrupa en el capítulo VIII, en solo dieciocho de las doscientas sesenta páginas del libro. Se trata de generalidades poco precisas y nada referenciadas espacialmente. Abundan las frases retóricas, que él mismo pone en duda en ocasiones, y le sirven para justificar la necesidad de una intervención explicada por el lamentable estado de deterioro en el que se encuentra el imperio a todos los niveles. La descripción física es en cambio abundante y detallada aunque muy difícil de seguir sobre un plano actual de Marruecos. Las fuentes cartográficas que utiliza y las referencias de los viajeros de décadas anteriores están recogidas hasta en los más pequeños detalles, claro está, de las zonas conocidas, porque de otras simplemente se aclara que el terreno es mal conocido y apenas se redactan algunas líneas. 6. A modo de conclusión
La información que se puede entresacar de las dos “geografías” es escasa, anticuada y tópica. Es de suponer que la que en aquellos años llegaba
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a Madrid fuese mucho más detallada en datos y objetiva en las apreciaciones. Es de suponer que los agentes consulares españoles con legaciones en Tánger, Casablanca, Larache, Mazagán, Mogador, Rabat, Safi y Tetuán, la más amplia después de la francesa, así lo hicieran. Es de suponer que los comerciantes españoles contribuyeran a ello, expresando además cuáles eran las actuaciones económicas que les resultaban más interesantes, y que estas fueran acompañadas de informes más precisos que los que aquí se traen. Es de suponer, también, que algunos de los muchos españoles que allí residían (era la colonia extranjera más numerosa y con mayores intereses) hicieran algo parecido. Y es de suponer, finalmente, que desde Ceuta y Melilla se tuviese un conocimiento exacto de las realidades del espacio vecino a todos los niveles. Frente a ello, Cervera y Campo siguen utilizando la información que algunas décadas antes, de modo totalmente meritorio y arriesgado, pero muy escaso, habían recopilado y/o publicado en los libros, ya entonces “literatura clásica”, viajeros como Renou, Graberg, Moulieras, Reclus, D’Avezac, Fernández Duro, Budgett, Lempriere, Foucauld, Didier y otros. Pero estos autores recogen la información, en gran parte, en la primera mitad del siglo XIX y es una literatura teñida de novela de aventuras que, probablemente, gustaba a los lectores occidentales. Hay que decir en descargo suyo que ambas obras son “obras de juventud” y que posiblemente en el momento en el que las escribieron ninguno de los dos tenía acceso a informaciones, clasificadas o no, a las que, posiblemente, hubieran tenido acceso años más tarde. El momento proporcionaba avances importantes en el levantamiento cartográfico del territorio que, aunque ignorado casi por completo en el interior de Marruecos, avanzaba en franco progreso en las provincias atlánticas. Era grande el interés por la investigación naturalista, etnográfica y científica en general, y ya había avances importantes en el conocimiento de la naturaleza del lugar. Comparar la guía de Cousin y Saurin (1905) con los escritos de Cervera (1884) y de Campo (1908) es poner de manifiesto otro modo de analizar y conocer el territorio, otra forma de conseguir información y de contarla. Pone de relieve que hay muchos otros datos e informaciones que pueden interesar al público occidental en general y que ya se sabían. La publicación es mucho más moderna en estructura y contenido y tiene, y eso es lo más importante, una orientación funcional. La guía parece estar dirigida a comerciantes, industriales y cualquier viajero que quisiera llegar hasta allí. Frente a ello nuestros escritores siguen utilizando estilos que denotan una
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perspectiva totalmente militar e ignoran detalles importantes que no parecen tener que ser valorados en el escenario de la guerra. Posiblemente, su formación militar y su juventud prevalecieron sobre la técnica y humanística que uno y otro tenían y las ideas sobre una ocupación militar del territorio dirigieron sus trabajos en este sentido. Son las mismas ideas que sobrevolaban en los ambientes políticos y militares del momento en España y las mismas que tenía el sultán y que utilizaba para “convencer” a las tribus del Blad-el-Siba. Bibliografía AA.VV. : Exploration scientifique de L’Algérie pendant les années 1840, 1841, 1842, Paris: Sciences Historiques et Géographiques, VIII, Imprimerie Royale, 1846. Avezac, M. de: “Note sur quelques itinéraires de l’Afrique septentrionale“, Bulletin de la Société de Géographie, 2e série, t XIV, 1840, pp. 216-223. Biblioteca Nacional de España: “Protectorado de España en Marruecos, 19121956” [en línea], 2012, . Campo Angulo, G.: Geografía de Marruecos, Madrid: Imprenta de la Sección de Hidrografía, 1908. Cañizares y Moyano, E.: Apuntes sobre Marruecos, Madrid: Imprenta del Memorial de Ingenieros, 1895. Cerarols Ramírez, R.: “L’imaginari colonial espanyol del Marroc. Geografia, gènere i literatura de viatges (1859-1936)”, Barcelona: tesis doctoral, Departament de Geografia. Universitat Autònoma, 2008. Cervera Baviera, J.: Geografía militar de Marruecos, Barcelona: Revista CientíficoMilitar, 1884. Chaouch, K.: “British travellers to Morocco and their Accounts, from mid-16th to mid-20th Centuries: A Bibliography”, en LAAMIR, M. y MILLS, S. (eds.) Representing Morocco, Sheffield: Sheffield Hallam University, 2004. Cousin, A. et Saurin, D.: Le Maroc, Paris: Librairie du Figaro, 1905. Cruz Almeida, J.: “Francisco Coello en la Real Sociedad Geográfica”, en Militares y Marinos en la Real Sociedad Geográfica, Madrid: Real Sociedad Geográfica, 2005. Cuesta Domingo, M.: “Cesáreo Fernández Duro, marino y militar”, en Militares y Marinos en la Real Sociedad Geográfica, Madrid: Real Sociedad Geográfica, 2005. Douete, E. : “Les marocains et la société marocaine”, en Revue General de Sciences, 1903. Gárate Córdoba, J. M.: “José Gómez de Arteche y Moro (1821-1906)”, en Militares y Marinos en la Real Sociedad Geográfica, Madrid: Real Sociedad Geográfica, 2005. González Velilla, M. del C.: “Orientación general de la política exterior española entre 1898 y 1907: los compromisos internacionales” [en línea], tesis doctoral, Madrid: Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, 1998, . López López, S.: “Apéndice I. Julio Cervera Baviera”, en Munari, O.: Ondas hertcianas y telégrafo sin hilos, Madrid: Adrián Romo, 1905. Pinzauti, C.: “Graberg di Hemso, Jacob. 1773-1847”, en Dizionario biografico degli italiani, vol. 58, Roma: Treccani Enciclopedia Italiana, 2002.
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Expansión española, ciencias humanas y experimentales en el norte de Marruecos (1880-1956)
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1. El marco de la época
Procede recordar por un momento el “clima” europeo de la época que aquí se acota. Un “clima” de época configurado por la conciencia europea de supremacía occidental, basada en el trípode del progreso científico, industrial y económico. El continente inventó, además, un fermento ideológico que nos hemos acostumbrado a ver como si fuera un “acompañante” fiel de la era industrial: la expansión colonial de algunas potencias y la consiguiente construcción de imperios ultramarinos para beneficio de la civilización planetaria —esta era, al menos, la convicción profunda de no pocos colonialistas a principios del siglo XX—. Una revisión historiográfica tan sesuda como crítica ha puesto de relieve desde hace decenios (Fieldhouse, Hobsbawm) que la parte del león en tal empresa imperial correspondió a las metrópolis euroamericanas. No olvidemos que hubo por entonces, incluso, “colonias (dichas) sin banderas”. Las potencias administraron, en efecto, vastos ámbitos afroasiáticos: caso del raj británico en la India; del África francófona al norte y sur del Sahel; del Congo Belga (evocado novelísticamente por Vargas Llosa en El sueño del celta); de la Indonesia, de cuño holandés; y algunas tentativas colonialistas más modernas, caso del “sueño italiano”
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en Libia y Abisinia, y de la proclividad española, geo-históricamente explicable, hacia el noroeste de África. Es decir, aquellos territorios marroquíes próximos al sur peninsular y a la periférica región ultramarina de Canarias. Muy a grandes rasgos, por tanto, tenemos sobre el tablero algunos trazos caracterizadores del ochocientos europeo que nos permiten colocar este ensayo en el marco de la época que le corresponde. Hablamos de un telón de fondo histórico, a horcajadas entre el convulso fin de siglo ibérico con el 98 español y el precario establecimiento africano de Portugal por medio. Como se ha visto tangencialmente en más de una de nuestras publicaciones, a juicio de científicos, políticos y empresarios —casi siempre catalanes o levantinos, estos últimos—, algunos hombres de letras, amén de unos pocos artistas plásticos y mucha gente del común necesitada de encontrar un hueco en los nuevos mercados laborales del ultramar colonial, los horizontes africanos constituyeron para España un acicate, noble a veces, descarnadamente lucrativo, otras; y de consecuencias y derivas complejas para las poblaciones de aquellos territorios que recibieron la descarga de los imperios europeos que penetraron en los dominios afroasiáticos sin dignarse a llamar a la puerta antes de entrar. Marruecos constituyó, en puridad, un blanco codiciado con diferente grado de “apetito” por las gentes y los gobiernos del Mediterráneo occidental situados en la orilla europea. Para España, Marruecos fue sinónimo de África y viceversa. Lo de Guinea, en cambio, tardó un poco más en cuajar en cuanto dossier africanista de cierta envergadura para la España postnoventayochista. El leit motiv expansionista que predominaba en Madrid, Barcelona, Levante y Andalucía se identificaba con Marruecos, punta de un continente al que España debería de encaminar los ideales de progreso y modernidad de manera respetuosa y pacífica. País adecuado, por tanto, para la penetración pacífica en cuanto consigna diplomática y para la expansión mercantil en un territorio de inveterada influencia hispana. Como se ha señalado en alguna ocasión (Martínez Antonio: 2011), el regeneracionismo español, que encarnaron Francisco Coello, Joaquín Costa, Giner de los Ríos, Ramón y Cajal y otros maîtres à penser entre 1880-1910, consideró que el vecino país de Marruecos y su sociedad estaban igualmente necesitados de regeneración radical. A Marruecos procedía, por tanto, trasladar la pedagogía nacional desde la Península. La realidad del encuentro franco-español con el Marruecos profundo torció entre 1912-1930 los fundamentos idóneos de partida para entrar en su territorio, “imponer orden” y promover la aspiración al progreso. Finalmente, el fenómeno colonial de la época no admitió contemplaciones: fue a lo que iba.
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2. Los antecedentes ochocentistas del africanismo español
A título de introducción a este trabajo —un inventario comentado de algunas aportaciones bibliográficas, documentales, a la larga, que se editaron durante medio siglo escaso de Protectorado español en el norte y suroeste de Marruecos— conviene advertir que un período histórico corto solo cobra sentido pleno cuando se conecta con el período antecedente. Este ilumina aquel otro y le proporciona claves preciosas para poder observar el entramado entre dos tiempos con perfil propio. Esta táctica pone de relieve, además, las diferencias entre el uno y el otro. Last but not least, esta metodología permite al lector seguir la pista del rumbo que, con anterioridad, han emprendido los asuntos de que se trata en la secuencia elegida para practicar su “disección” con suficiente perspectiva. El autor de estas páginas es, por tanto, del criterio de que, para valorar debidamente algunas de las aportaciones bibliográficas —de la geografía y la historiografía, las ciencias naturales y otros campos del conocimiento que en la actualidad reconocemos con la denominación genérica de ciencias económicas y sociales (etnografía, etnología, antropología)— se impone realizar un “viaje retrospectivo” hacia el africanismo; o sea, a la antesala que precedió tanto al Tratado de Fez (12 de marzo), como al ulterior Convenio hispano-francés (27 de noviembre). Ambos, firmados en 1912, constituyeron los pilares de derecho público europeo sobre el que se erigió el edificio del Protectorado español en el Rif, Yebala (La Montaña) y territorios pertenecientes al bajalato de Lucus. Otros territorios del noroeste de África —caso de Tarfaya e Ifni, retropaíses continentales del archipiélago de Canarias— fueron ponderados por algunas de las “autoridades” bibliográficas como de menor importancia, aunque no por ello dejaron de ser campo de estudio para expedicionarios observantes, cartógrafos, geólogos y etnólogos. De otra parte, como es sabido, la zona norte del Protectorado español en Marruecos se erigió en reducto de resistencia tribal y de paralela respuesta militar española entre 1913 y 1926. Sin embargo, la zona norte también despertó apetencias económicas, antes y después de firmado el Convenio hispano-francés de marras, como hemos puesto de relieve en uno de nuestros estudios (Morales Lezcano: 2002). La anotación de partida anterior no le ha parecido ociosa al autor de un ensayo erudito que, como este, posee visos revisionistas. En puridad, esta es una modesta aportación a la convocatoria de Iberdrola, motivadora de las páginas siguientes, en la inteligencia cómplice de que la narración de turno ha de arrancar su discurso retrocediendo la friolera de unos ciento cincuen-
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ta años, aproximadamente; un lapsus temporal que no se nos antoja desmesurado, aunque tampoco sea de plazo corto. Veamos cómo empezó, por qué y quiénes inventaron el africanismo en las latitudes ibéricas, tal cual se encontraban hacia 1860. 3. Ciencia y política en el seno del africanismo español (1880-1906)
El africanismo que se incubó en suelo ibérico durante el último tercio del ochocientos obtuvo sus fuerzas de arranque —entre otras— en el empuje mental de Joaquín Costa, la curiosidad científica de figuras relevantes de las ciencias naturales y humanas, y la elección político-internacional que tejió, en amplia medida, el Partido Liberal Fusionista de Sagasta. Este líder del sistema del turno de partidos encontró dos ilustres colaboradores en Segismundo Moret, en el Ministerio de Estado (hoy de Asuntos Exteriores), y Fernando León y Castillo, desde la Embajada de España en París. Otras fuerzas profundas intervinieron en el nacimiento y desarrollo del africanismo español del período acotado (véanse las de naturaleza económicofinanciera), aunque su consolidación se produjo algo más tarde. Hay que precisar desde un principio que el africanismo de corte académico convergió bastante con el africanismo político, aunque no siempre fue así el caso. Véase, si no, la alegación que, en más de una ocasión, formuló Gonzalo de Reparaz en una de sus reiteradas iniciativas desde la tribuna del Ateneo Científico y Literario de Madrid: Están, pues, en lo cierto los que afirman que la cuestión de Marruecos se halla pleniplanteada ante Europa; y como la solución no puede tardar es preciso estar dispuestos a impedir que sea contraria á nuestros intereses. España debe aproximarse á Marruecos por todos los medios pacíficos, sin las ambiciosas miras de las demás potencias, pero rompiendo en absoluto el aislamiento en que torpes estadistas y diplomáticos han querido encerrarla. Su programa político debe ser en adelante el siguiente: “Ni aventuras, ni abdicación; defender la integridad del territorio marroquí y la soberanía plena de su gobierno por todos los medios diplomáticos y militares de que la nación puede disponer, considerando toda amenaza contra aquél Estado, como una amenaza contra nuestra propia independencia (Reparaz: 1891, 78).
Es decir, hacia 1900, Reparaz recoge el espíritu que gobernó las sesiones de las Conferencias de Madrid (1880) y Berlín (1884-85) sobre el destino de África —y de Marruecos, en particular—. Con respecto al viejo imperio en que reinaba entonces Muley Hassan I (1873-1894), el africanismo español defendió ab initio la tesis que acabamos de recuperar, valiéndonos del concurso que nos ha prestado la apostilla ateneísta de Reparaz: la penetración en Marruecos debía hacerse pacíficamente y apostando por la introducción de reformas militares, pedagógicas, médico-sanitarias, etc.
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Tetuán. Calle y mezquita, 1953. Julio Caro Baroja, Cuadernos de campo.
Como es habitual invocar a Max Weber en consideraciones tales como las que se vienen haciendo en los preliminares de este texto, no queremos dejar de subrayar que la Sociedad Española de Historia Natural y la Sociedad Geográfica de Madrid, fundadas en España en 1871 y 1876 respectivamente, encarnaron la dimensión institucional por antonomasia del africanismo académico de finales del siglo XIX. En ambas sociedades se solaparon élites políticas y científicos distinguidos. Quien posea una percepción compleja de la trama que ha habido, que hay y que habrá entre ciencia y política, política y ciencia, captará de inmediato las concomitancias existentes en el pasado entre las dos proyecciones del africanismo español. Un par de casos notorios bastarán para que se ilustre la cuestión que acabamos de suscitar. Veamos. El primer presidente de la Sociedad Geográfica (R.S.G., a partir de 1901) fue Fermín Caballero, catedrático de Geografía, pero también alcalde de Madrid e incluso ministro de la Corona. Segismundo Moret y Cánovas del Castillo, entre otros, ejercieron la presidencia de la Sociedad Geográfica, aunque predominaron en su directorio los Francisco Coello, los Fernández Duro y, ya más recien-
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temente, Gregorio Marañón (1932-34) y el economista de cátedra, Juan Velarde Fuertes (2002). Tanto la Sociedad Geográfica de Madrid como su “hermana mayor”, la Sociedad Española de Historia Natural (S.E.H.N.), acogieron trabajos de campo, informes de actualidad y aportaciones teóricas, mediante la publicación de sus boletines y revistas desde los años setenta del siglo XIX. Como ejemplo, en el caso de la Sociedad Geográfica se llevó a buen fin una laboriosa compilación (Beltrán y Rózpide: 1901; 1911; 1921). Ocioso es subrayar la importancia que posee una publicación como esta para aquellos que, como nosotros, intentamos realizar una breve arqueología del africanismo español del ochocientos y de su prolongación hasta entrado el siglo XX; al menos, hasta la celebración de la Conferencia internacional que tuvo lugar en la ciudad portuaria de Algeciras en 1906, destinada a replantear la cuestión de Marruecos. Todos los esfuerzos felices, e incluso los malogrados, de entomólogos, botánicos, zoólogos, herborizadores y geólogos que plasmaron sobre el terreno los cometidos de la Sociedad Geográfica, en su doble dimensión, científica y mercantil, vinieron a rematar en la Comisión de Estudios del Noroeste de África, que se constituyó formalmente en marzo de 1905. De estas expediciones científicas saldrían, en el transcurso de un decenio escaso, figuras como fueron las de Ignacio Bolívar, Lucas Fernández Navarro, Hernández Pacheco, Font Quer, Mas-Guindal y una nómina respetable de investigadores españoles. Hubo en esta nómina otras figuras de menor calado, procedentes de varias universidades, asociaciones e incipientes institutos de investigación, pero que, conjuntamente, hicieron entrar a la sociedad española por la senda del krausismo filosófico (Institución Libre de Enseñanza) y del positivismo experimental, siendo una de sus figuras cumbres Ramón y Cajal, galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1906. No poseemos el bagaje necesario para calibrar personalmente el peso de la aportación naturalista y geológica española al conocimiento del noroeste de Marruecos entre 1870-1906. Las consultas documentales practicadas revelan, sin embargo, una voluntad metódica de llevar a buen fin actividades sobre el terreno que, aunque raquíticamente subvencionadas, arrojaron un balance de resultados no desdeñable en su momento. 4. Continuidad y cambio en el africanismo español (1914-1956)
Arrojemos una mirada —siquiera sea furtiva— al viraje que experimentó la actividad científica y cultural de España en Marruecos, desde que Primo de Rivera (1923-1930) decide crear la Dirección General de Ma-
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rruecos y Colonias en 1925 para controlar más de cerca el compromiso diplomático y la responsabilidad civilizadora que supuso el Convenio hispano-francés de noviembre de 1912. Primo y su inicial Directorio militar decidieron gestionar con diligencia el dossier Marruecos en las oficinas administrativas y dependencias militares, ejerciendo un control centralizado desde la capital de un reino que viviría en “temporal cautiverio” hasta 1931. Esta pauta primorriverista en los asuntos de Marruecos marcaría un proceso de estatización centralizadora que iría a más entre 1939 y 1956. Durante toda la Restauración, los Ministerios de Estado (luego de Asuntos Exteriores), de la Guerra (luego, del Ejército) y de Instrucción Pública (luego de Educación y Ciencia) habían tomado nota de la “cuestión de Marruecos” con vistas a aliviar las dificultades de penetración que la presencia tutelar ibérica encontraba en los territorios del vecino país magrebí. Como hemos visto, sin embargo, en las páginas anteriores de esta ponencia, no pocas iniciativas metropolitanas en el campo de la exploración geológica y minera, botánica y zoológica, surgieron de instituciones públicas; aunque también de iniciativas particulares, hijas del entramado social y cívico peninsular, centros y cámaras comerciales. Así ocurrió con la realización de los congresos africanistas, las exploraciones mineras en el Rif y los proyectos de explotación agrícola intensiva. A partir de 1927 se irá acentuando, por el contrario, el proceso de control, impulso y fomento de actividades educativas, de artes y oficios, museísticas e incluso científicas y médico-sanitarias, en las ciudades y pueblos del Rif, Yebala y el Lucus. Sin olvidar la irradiación inveterada de la actuación “protectora” hispana hacia Tánger, capital y zona internacional predispuesta a incorporar la influencia española en su típico conglomerado cosmopolita: hospital español, central telefónica, etc. Estas características son explicables por tratarse de la puerta de Marruecos hacia el continente europeo, aquel que empieza precisamente en Punta de Tarifa; es decir, a escasas millas de cabo Espartel y del Yebel Musa. La pacificación, o sea, el sometimiento de los focos tribales insurrectos, al norte y sur de la frontera interzonal franco-española, facilitó el cumplimiento de varios objetivos determinados de antemano por las autoridades europeas desde París-Rabat y Madrid-Tetuán. Esto no podía ser de otra manera; era lógico que el tándem colonial franco-español calculara los efectos de todo tipo que surtiría en Marruecos la planificación de las graduales intervenciones europeas en el tejido social del mundo moro, tanto en las ciudades (Bled es-Majzen), como en el mundo tribal, en el campo y la montaña (Bled es-Siba).
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Sin embargo, muchas de las instituciones que hemos visto brillar por su presencia en los campos del conocimiento y la investigación afines siguieron generando algunos logros y hasta acendraron sus cometidos, sea en la Península, sea en algunas ciudades del Marruecos norteño, Tetuán, Tánger y Larache muy en particular. Los “contratiempos” coloniales no paralizaron el curso del africanismo académico. Ítem más, la Segunda República española contribuyó bastante al impulso del interés por estudiar diversos aspectos de los habitantes autóctonos del norte de Marruecos. Así empezó a ocurrir desde 1931-32, siquiera tímidamente, al calor de iniciativas como la ejemplar Institución Libre de Enseñanza, que vio florecer la Residencia de Estudiantes, los laboratorios de ciencias físicas y químicas, de fisiología, de histopatología y microbiología, en los que ya venía abriéndose paso una generación prometedora de científicos españoles. No se olvide que algunos de ellos serían eminencias reconocidas internacionalmente. Véase, si no, la nómina que integraron Pío del Río Hortega, Juan Negrín, Enrique Moles, Fernando de Castro, Torres Quevedo y Severo Ochoa. Por tanto, puede afirmarse que no se interrumpió la tradición exploratoria y naturalista del africanismo español en Marruecos entre 1927-1936, etapa que fue lícita heredera de la realizada en decenios anteriores. Como venía sucediendo, por otro lado, en el terreno de las Humanidades: concretamente en el dominio de la filología y la etnografía, del arabismo y del sefardismo. Así, florecieron en estos campos, inextricablemente unidos, las tareas de los discípulos de vocación africanista de Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro, Asín Palacios y, más tarde, Millàs Vallicrosa. No en vano los unía a todos el cordón umbilical de las Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y Granada que se fundaron en 1932, y cuya publicación emblemática fue la revista Al-Andalus, dirigida por un arabista de fuste como García Gómez. Tampoco habría que olvidar la serie de aportaciones a la vida cultural de Marruecos que desde la Restauración venía haciendo la Orden de los RR. PP. Franciscanos, a partir de su núcleo tangerino: primero bajo la égida del padre José Lerchundi, impulsada su labor, más tarde, por berberólogos procedentes de la escuela de P. H. Sarrionandía. Ocioso es apuntar aquí la importancia que alcanzó el Servicio Geográfico y Geológico Nacional, en cuyo seno venían insertándose algunos oficiales del ejército con inclinación vocacional apropiada, tales como Jáudenes, Álvarez Ardanuy, Capaz y Castro Girona. La ruptura que supuso la guerra civil desatada en julio de 1936 y la victoria de la insurrección militar en abril de 1939 acentuaron, no obstante, el perfil de la directriz primorriverista de 1925, conducente a la centraliza-
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ción en Madrid del dossier Marruecos tanto como fuera posible; e incluso a una aplicación estatal más férrea, durante el franquismo, de dicha directriz tanto en el Protectorado (norte y sur) en Marruecos como en los territorios del Golfo de Guinea. A partir del período de 1936-1956 decreció el espíritu regeneracionista en España y, consecuentemente, en sus posesiones africanas. Predominaría, eso sí, una vertiente de acción eminentemente escolar, urbana y sanitaria. La fundación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (C.S.I.C.) en 1939 permitió al grupo de presión africanista (más en aquel momento que en ocasiones históricas anteriores) hacerse con un nicho institucional de cierta importancia en el campo de los estudios hispanoamericanos e hispano-marroquíes y guineanos. En 1947 abrió sus puertas en Madrid el Instituto de Estudios Africanos (I.D.E.A.). Este organismo lanzó con inmediatez la edición de Archivos del I.D.E.A., que prácticamente vino a colmar de modo “orgánico” un provisional vacío institucional dentro del africanismo español. A la obra de carácter historiográfico, predominante en Archivos del I.D.E.A. (no exento con frecuencia de connotaciones hagiográficas del Régimen), se sumaron de modo tangencial la Sociedad de Estudios Internacionales, fundada en 1934 en el Ateneo de Madrid —que en su doble faceta científica y literaria aún perdura en estado languideciente— y el Instituto de Estudios Políticos —hoy Centro de Estudios Constitucionales—. Este último contó con una sección de estudios coloniales, en la que destacaron algunas personalidades como José María Cordero Torres y Carmen Martín de la Escalera. La sección editó unos Cuadernos de Estudios Africanos y Orientales, a partir de 1946. Hace bastantes años que los Cuadernos han desaparecido, dejando de ser una caja de resonancia publicística del proceso independentista que sacudió el Tercer Mundo hacia la década de los años 50 del siglo XX, el Magreb muy en particular. En el terreno de las publicaciones periódicas destacaron, ya en las postrimerías del Protectorado, la revista Tamuda y su suplemento literario Ketama. Desde las iniciativas beneméritas del José Lerchundi y de las Misiones Franciscanas, a las que se acaba de aludir, se impone mencionar la dimensión más pragmática que científica de algunas fundaciones tangerinas y tetuaníes volcadas a la lengua árabe hablada en Marruecos (dariya), o al ámbito médico-sanitario y hospitalario, aspectos a los que nos referiremos más tarde. Los sucesivos gobiernos de España se vieron empujados a fomentar desde los años cuarenta del siglo XX, sin mucha dotación económica y valiéndose de métodos más intuitivos y empáticos que pedagógicamente rentables, tanto escuelas como talleres para la población ma-
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rroquí en edad de recibir instrucción primaria y adiestramiento en artes y oficios. Algo de todo esto se fomentó durante los veinte años de control de la zona del Protectorado por el régimen de Franco (1936-1956). Otra cosa es la hiperbólica representación “altruista” con que García Figueras dibujó la acción que la potencia mandataria en la zona norte llevó a cabo entre 1927-1956. En puridad, lo más novedoso del período que aquí se acota consistió en la creación de dos institutos con vocación de convertirse en Centros de Altos Estudios. Fue el caso de los institutos Muley elMehdi y General Franco, centros orientados a la investigación en la esfera hispano-árabe, hispano-marroquí y arábigo-andaluza. No en vano, la Dictadura invirtió brío propagandístico, algo de dinero y, sobre todo, retórica gratuita en uno de sus leit motiv predilectos en los escenarios internacionales a los que podía asomarse, si acaso, en aquellos tiempos, la llamada “tradicional hermandad hispano-marroquí” y la, no menos, “tradicional amistad hispano-árabe”. No se olvide, a propósito, que desde los años treinta del siglo XX, destacadas figuras del arabismo militante, como Chekib Arslan en 1930 y más tarde Amin al-Rihani en 1939, visitaron el Protectorado español. La percepción que figuras tan descollantes del panarabismo de primera hora tuvieron del Protectorado español fue bastante alentadora. El Gobierno de Franco supo sacar partido, desde un principio, de la convergencia de aspiraciones soberanistas que desplegó el panarabismo con la larga —y perseverante— marcha del Régimen hacia su legitimación internacional durante el desarrollo de la guerra fría. Egipto y Arabia Saudí, por ejemplo, fueron dos monarquías árabes que escucharon con atención la argumentación de los ministros de Exteriores, Martín Artajo y Castiella, sobre el buen trato dispensado por España al norte de Marruecos, en contraposición a las dramáticas fricciones que la Cuarta República francesa mantuvo con Burguiba en Túnez, el F.L.N. argelino y con el Istiqlal en Marruecos. Este último fue el Partido Marroquí para la Independencia y la Constitución, al que no permaneció indiferente Sidi Mohamed V desde que pronunciara su discurso en Tánger en 1947, anunciador de una marcha nacionalista que culminaría con la independencia de Marruecos en 1956. Los intelectuales orgánicos al servicio del aparato africanista centralizado en Madrid —con su Dirección General en el Paseo de la Castellana— y Tetuán —Alta Comisaría y sus dependencias orgánicas, algunas tan significativas como fueron las de Asuntos Indígenas y Educación y Cultura— se esmeraron en acentuar con énfasis, excesivo, el proceso de estati-
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zación que experimentaron tanto la acción española en Marruecos como la dimensión cultural y científica que la acompañó desde un principio. Todo este proceso colonial que aquí se relaciona exige revisión, como ha ocurrido en las nuevas generaciones de estudiosos que tanto han renovado el panorama desde la sección de Estudios Árabes del C.S.I.C. en Barcelona, Madrid y Granada, así como también en las páginas de Awraq, revista dedicada a los estudios árabes e islámicos contemporáneos. No seremos nosotros realmente quienes nos consagremos a esta tarea, en la que no faltan aportaciones individuales sugerentes, como las aquí reseñables de Rodríguez Mediano, Mateo Dieste, Manuel Feria García e Irene González entre otros. De otra parte, la nómina integrada por el erudito Tomás García Figueras, el escritor de reconocida capacidad creativa que fue Gil Benumeya y la estelar contribución pictórica de Mariano Bertuchi desde la Escuela de Bellas Artes de Tetuán no son sino tres muestras (heteróclitas donde las haya) de lo complejo que resulta siempre analizar no tanto el papel del intelectual orgánico, sino el papel que desempeñan creadores más independientes e innovadores que el promedio de ellos todos. Añadamos, además, lo que sigue. No bastan parámetros de intelección del pasado —y del presente— memorizados automáticamente y aplicados de modo indiscriminado, con la intención de situar al individuo en su tiempo. Este método viola el pasado. Tampoco resulta apropiado juzgar fulminantemente su trayectoria personal y la obra de sus vidas, así como el legado final de su paso por lo que en Italia se denomina questo mondo cane. Afortunadamente, nuevas generaciones de investigadores españoles consagrados a los estudios norteafricanos están superando dicotomías empobrecedoras del conocimiento. Nos aproximamos ya al final de este ensayo de síntesis, pero no sin que antes hagamos mención específica de tres personalidades creativas que elevaron a un nivel muy respetable los enfoques etnográficos, etnológicos y arquitectónicos que les inspiraron, ya fuese a lo largo de su residencia habitual en Marruecos durante muchos años, ya fuese durante el lapso de tiempo que se les comisionó ad hoc desde la Península para realizar sus cometidos respectivos. Haremos tres menciones de rigor: las de Emilio Blanco Izaga, Alfonso de Sierra Ochoa y Julio Caro Baroja. Cada uno de ellos son acreedores nítidos a una mención por separado en estas páginas. Se trata de tres personalidades en las que vocación profesional y otros factores, contingentes, les impulsaron a estudiar y reflexionar sobre la vivienda popular, los usos, costumbres, fiestas tribales, la normativa consuetudinaria y
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Tetuán. La Plaza de España, 1955. Julio Caro Baroja, Cuadernos de campo.
la transmisión de formas de organización agropecuaria rifeña, yeblí y sahariana. Afortunadamente, tanto Sierra Ochoa como Blanco Izaga han encontrado en Alejandro Muchada y Vicente Moga dos escritores de enjundia que han sabido contextualizar tanto la labor de aquellos en el marco de su tiempo como la tónica precursora que los distinguió en sus respectivas esferas de creatividad profesional. Caro Baroja sería un caso aparte. En principio estuvo vinculado tangencialmente al I.D.E.A., durante los años cuarenta. Luego vendría su expedición al Sáhara y la posterior publicación de sus Estudios saharianos en 1955, que por razón del contencioso generado en la evacuación del Sáhara occidental devendría una fuente de consulta obligatoria. Caro Baroja mismo vino a concluir sutilmente que “con respecto a nuestros trabajos [sobre y] en África… lo que ha habido de utópico, por una parte, de interesado por otra, de torpe y de generoso se halla en amalgama” (Caro Baroja, apud Morales Lezcano: 1986, 18-19). Nuestro siempre recordado don Julio reconocía que quizá se obtuvo algo más definitivo en la vertiente científica y naturalista que en otros compartimentos del conocimiento; aunque es evidente que aquí nos situamos en el ámbito de lo opinable y ningún juicio puede poner punto final al tema de nuestra disertación. Finalmente, abramos un ventanal a una dimensión no demasiado atendida por los investigadores del Protectorado español en Marruecos hasta muy recientemente.
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5. Un paréntesis médico-sanitario: cuadro de patologías dominantes en el norte de Marruecos durante la primera mitad del siglo XX
Por lo general, la bibliografía española que gira en torno a las relaciones de España con su vecino meridional inmediato no aborda con frecuencia la cuestión del panorama médico-sanitario en la zona marroquí de Protectorado español, salvo cuando se describen de una manera sistemática los organismos implantados por la potencia colonial en el territorio de ultramar para impulsar el progreso entre la población autóctona. La presentación divulgativa de la esfera médico-sanitaria hecha hasta ahora ha tendido a reflejarse en la fría descripción de los cuadros patológicos, o a inclinarse hacia la narrativa apologética de la “acción” de las metrópolis en las colonias, protectorados o mandatos de turno. Piénsese en un manual clásico (Cordero: 1942), como botón de muestra del primero de los enfoques mencionados, o en la contribución miscelánea de García Figueras, depositada en la Biblioteca Nacional de España (Madrid) en cuanto ilustración del segundo de los enfoques. Mucho menos pródiga aún es la bibliografía española atinente a la geografía de las variadas manifestaciones patológicas (cólera, disentería, etc.) que presentaba a la vista de los oficiales y colonos peninsulares la población marroquí de las diferentes regiones del litoral mediterráneo; o bien de algunas cuencas fluviales o meramente torrenciales, generadas en el sistema montañoso que vertebra el espinazo central del Rif. Es decir, que se está hablando de hábitats expuestos a ser cultivo de parásitos e insectos infecciosos. No es fácil, ni cómodo, para un “humanista” abordar estas dimensiones de una actuación médico-sanitaria exterior. Procede deslizar, sin embargo, algunas referencias concretas sobre el asunto; procurando, naturalmente, que no resulten intempestivas ni desafortunadas. Para indagar en tal dimensión, hemos elegido unas pocas monografías, consagradas a las patologías que con más frecuencia aquejaron a la población del norte de Marruecos, antes y durante la tutela española de Marruecos. Muy en particular, las referidas a la incidencia del paludismo (del latín palus, ‘pantano’), también llamado malaria (término procedente del italiano medieval mala aria, “mal aire”). Se ha dicho que esta enfermedad proviene de una infección por variedades de parásitos del género Plasmodium. Toda la medicina tropical que desarrolló Europa sobre colonias africanas y asiáticas, abunda en bibliografía especializada en la materia. La picadura de un mosquito (Anopheles) hembra, ya infectado, era la causante de las fiebres palúdicas, así como contribuía a la contaminación
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mórbida a que quedaban expuestos los habitantes de territorios abundantes en lagunas, charcas y pequeños afluentes contaminados. Esto es lo que ocurría en comarcas marroquíes como la rifeña de Beni-Said, en no pocos enclaves de Río Martil, Smir, Cabo Negro y en la región del Lucus —la ciudad de Larache en particular—. La hidratación con aguas insalubres no coadyuvó precisamente a paliar los estragos de la mala aria en las capas de la población indígena más desaventajada. No faltan títulos españoles reveladores de la observación, estudio detallado y aplicación de medidas sanitarias congruentes con el carácter, sea primerizo, sea recidivo, manifiesto en la población autóctona afectada por el paludismo. Contra el síndrome mórbido desencadenado por la malaria, se elaboró y dispensó a los afectados la quinina, que fue desde finales del siglo XIX el medicamento más socorrido para paliar los estragos de la siniestra “picadura” del mosquito Anopheles. Años más tarde, la industria europea lanzó al mercado el fármaco antipalúdico Resochin. La “picadura” de marras, a propósito, no dejó de afectar a oficiales y soldados españoles movilizados regularmente para afrontar las operaciones bélicas de España en África por las duras condiciones de acampada y la falta de higiene. Estas se solaparon desde la guerra que tuvo lugar en torno a Tetuán entre 1859-1860, hasta la guerra del Rif, entre 1921-1926. Algunos cronistas y escritores de fuste como Pedro Antonio de Alarcón y Pérez Galdós han contado los estragos causados por el Anopheles en las tropas expedicionarias españolas destacadas en Marruecos. A partir de los sucesos del Barranco del Lobo (1909), los servicios sanitarios en campaña recogieron el aumento de casos de malaria en tónica creciente a lo largo de los decenios posteriores. En rigor, como revelan las estadísticas, la incidencia de esta enfermedad no pudo ser controlada con método sanitario y eficacia de tratamiento continuado hasta entrados los años cincuenta del siglo XX. En 1928, concretamente, se instituyó la Comisión Antipalúdica Central, llamada a coordinar los dispensarios y botiquines ambulantes que se fueron multiplicando en el territorio del Protectorado español, con un grado de eficacia sanitaria difícil de calibrar desde la actualidad; al menos, contando con los parvos recursos documentales de que hemos dispuesto para este apunte. Hacia los años cincuenta, es decir, en las postrimerías de la experiencia que supuso el Protectorado para la España contemporánea, la tasa de incidencia palúdica había descendido notablemente según las estadísticas vertidas por la red médico-sanitaria que, en la mayor parte de los casos, estuvo en manos de oficiales del ejército al tiempo que de doctores en medicina.
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Aunque con menor incidencia patológica que la malaria, también sobresalieron en la población autóctona del Protectorado enfermedades oculares, tumorales y teratológicas, provocadas estas últimas por la endogamia secularmente practicada entre miembros consanguíneos de las tribus rifeñas. Nos referimos a los habitantes de una región que, como el Rif profundo, estuvo secularmente apartada de sus territorios limítrofes; es decir, la frontera argelina, el corredor de Taza y la apertura del Rif hacia la provincia del Lucus y las llanuras atlánticas del Garb. La enfermedad que tuvo, empero, más incidencia en la población del norte de Marruecos, al menos entre 1860-1950, fue la sífilis. Los estragos causados por el Treponema pallidum en diferentes segmentos de la población rifeña supuso un lastre patológico —con frecuencia hereditario— que castigó a un buen número de autóctonos hasta que los antibióticos frenaron gradualmente la expansión de la temida enfermedad venérea a partir de la década de 1940-1950. 6. Recapitulación
Este autor concluía, en el inicio de su contribución a esta obra colectiva, que la tarea de valoración de un legado como el generado por las familias tanto de científicos del mundo natural como de profesionales encuadrados en la nomenclatura de las ciencias humanas y sociales no está sino al alcance de polígrafos de la talla de Menéndez Pelayo, por poner un ejemplo canónico. No siendo tal el caso de este modesto autor, comprenderá el lector que tampoco se puede evaluar con acribia el conjunto de tareas y logros que se realizaron en Marruecos entre 1870-1927, primero, y, después, entre 1930-1956. Esta empresa de dimensiones titánicas merece la constitución de un equipo de investigación en el futuro. Queda el reto lanzado. Nos consta que, en los círculos de Historia y Legislación de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid y en la Sección de Estudios Árabes e Islámicos del C.S.I.C. (Madrid), se han llevado a cabo aproximaciones a algunas personalidades científicas que contribuyeron al conocimiento de las especies vegetales endémicas, de la configuración geológica de los suelos y de la geografía física del Protectorado. Desconozco, por ejemplo, si algo así se ha realizado en la Universidad Abdelmalek Essaâdi de Tetuán o en otras universidades de Marruecos destacadas, como lo son las de Rabat (Universidad Mohamed V) y Casablanca (Universidad Hassan II).
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En todo caso, hemos hecho, en estas páginas, un recorrido sintético para volver a revisar lo que de nuevo y audaz hubo entre 1870 y 1956 por parte de las familias científicas y generaciones españolas de africanistas, que no solo gestionaron la encomienda “protectora” e hicieron la guerra ante la insurrección defensiva de la población autóctona, sino que también lograron impulsar al país magrebí en su marcha hacia un futuro de progreso. El espíritu regeneracionista del africanismo de primera hora (1880-1910) fue pionero en este sentido. Desde nuestra perspectiva, sin embargo, un africanismo más pragmático, incluso más “chato” intelectualmente, siguió generándose a lo largo del siglo del “sueño” ibérico con el noroeste de África. Parece que, finalmente, el progreso se está abriendo paso en Marruecos en estas calendas del siglo XXI, aunque, probablemente, el país real se encuentra a algunas leguas de haber concluido del todo su transformación económica y social. Queda cumplido así el compromiso adquirido por el autor con los editores de este libro y con la comunidad universitaria y científica presente en las páginas de este volumen; si no con un texto exhaustivo y completo, sí al menos con una síntesis que refresque a los más jóvenes la memoria histórica de un siglo de africanismo científico español, desigual en sus resultados, pero digno de ser sopesado con criterios objetivos. Somos conscientes de que las aportaciones jurídicas de Manuel del Nido Torres, las historiográficas y musicológicas de Isidro de las Cajigas López y de Arcadio Larrea Palacín, las prehistóricas de Julio Martínez Santa-Olalla, entre varios otros destacados africanistas de los años treinta a los cincuenta del siglo XX, poseen en sí mismas legitimidad científica y cultural. Muchos de ellos siguieron cultivando estas aportaciones —incluso después de los “emocionantes” meses de enero-abril de 1956, cuando la monarquía marroquí volvió a recuperar la plenitudo potestatis que el Tratado de Fez y el Convenio hispano-francés de 1912 amputaron considerablemente. Tampoco sería justo omitir en estas páginas a ciudadanos tetuaníes distinguidos que colaboraron en las tareas cívicas, escolares, sanitarias y científicas del país protector. Dejando aparte personalidades reformistas precoces como la del tetuaní Mfedal Afailal (1839-1887), la figura pionera en el establecimiento del diálogo hispano-marroquí fue, a todas luces, la del hach Abdessalam Bennuna y los círculos de notables que lo rodeaban en el Tetuán de entreguerras. Un patriarca educativo de las escuelas libres tetuaníes que coexistieron con las españolas fue, sin género de duda, Mohammad Azziman. Otros “hogares” tetuaníes tampoco permanecieron
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indiferentes a la gradual presencia hispana en el noroeste de África desde 1860 y a la necesidad de entablar colaboración con la potencia colonizadora. Las familias Torres, Benaboud y Daoud también fueron aperturistas al mundo hispano. Ello no les impidió ser portadoras de la antorcha del nacionalismo istiqlalí de primera hora, llamado a recuperar la independencia; justo aquella que Marruecos había perdido en un prolongado período de debilitamiento majzení y desorganización de su sociedad tribal a partir de la muerte de Muley Hassan I en 1894. Culminaba entonces lo que la historiografía europea, con Jean Louis Miège a la cabeza, bautizó con una metáfora llamada a hacer fortuna: “los años oscuros del sultanato cherifiano”. Caso excepcional de compenetración crítica con lo hispano en Marruecos fue el de nuestro colega Mohamed Ibn Azzuz Hakim, en quien han convergido destino, carácter y talante. Hemos estado presentes en más de un par de homenajes rendidos al ilustre historiador, archivero “que se hace de rogar” y buen conversador. La palabra —no se olvide nunca— es el vehículo de las fuentes orales, y estas son fuentes complementarias donde las haya para un historiador del siglo XX —siglo corto, como lo bautizó Eric Hobsbawm, recientemente fallecido (1917-2012)—. Tememos resultar reiterativos si continuamos pasando revista a la vida y obra de Ibn Azzuz, en particular después de que Rocío Velázquez de Castro haya defendido una cabal tesis sobre este personaje, en la Universidad de Extremadura. La apertura de los fondos documentales, estantes en el archivo del general Varela (Cádiz), ha removido considerablemente el panorama historiográfico hispano-marroquí. Con estas referencias gratulatorias, damos por concluida nuestra participación en un volumen orientado a testimoniar el prolongado camino de coexistencia hispano-marroquí en el campo del estudio, la experimentación y el maridaje fecundo entre dos países vecinos; dos países llamados al diálogo permanente, debido a esa misma vecindad territorial y marítima que comparten. Bibliografía El conjunto de referencias que se citan a continuación es selectivo a causa del enfoque que se ha dispensado aquí a un auténtico campo de estudios propio, como es el caso de las relaciones hispano-marroquíes entre 1870-1956. De ningún modo ha de interpretarse como una caprichosa amputación la omisión en este apartado de valiosas contribuciones bibliográficas. El enfoque específico de esta contribución, convenido con los coordinadores de este libro, explica la omisión a la que se acaba de referir el autor de estas páginas.
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Víctor Morales Lezcano
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DOCUMENTACIÓN GRÁFICA
Convenio franco-español sobre Marruecos Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja”(AECID).
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Visita del alto comisario Gómez-Jordana al Azib de Midar, ca. 1930 Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja”(AECID).
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DOCUMENTACIÓN GRÁFICA
Retrato de Juan Beigbeder y Atienza Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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Abrazo entre el laureado que fue y el que también lo mereció, 1937 A la izquierda, venerable e imponente en su apostura, Sidi Ahmed el Ganmia, gran visir del Gobierno jalifiano. Abrazándole con respeto y afecto, el alto comisario, Juan Luis Beigbeder. El Ganmia había sido el primero en ser dignificado, por Franco, con la Gran Cruz Laureada de San Fernando, distinción excepcional que solo se concede a quien gana disputada campaña o vence en una guerra. Justo lo que el Ganmia afrontó y resolvió en la tarde del 18 de julio de 1936, tras ser Tetuán bombardeado por aviones republicanos. La matanza —quince muertos y una veintena de heridos—, agravada por los daños causados a dos mezquitas, enfureció a los tetuaníes, que a punto estuvieron de asaltar e incendiar la Alta Comisaría. El Ganmia reorientó su furia contra “el régimen de los sin Dios”: la II República. Aquel fue el primer salvamento del franquismo por obra de un gran patriarca marroquí. El segundo y el tercero fueron méritos de Beigbeder: salvar la vida de Abd-el-Khaled Torres en agosto de 1936 y salvar a Franco como dictador, en 1943, ante la invasión (anulada) del Protectorado por fuerzas estadounidenses y de la Francia Libre. Archivo Martínez-Simancas.
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Danza de la supervivencia, Beigbeder y Torres, diciembre de 1937 La II República y agentes franceses intentaron desestabilizar, desde Tánger, el alistamiento de voluntarios normarroquíes. Bien por impulso natural o no, se produjo una manifestación “espontánea” en Tetuán, que acabó en plebiscito popular para Beigbeder, al que Franco había designado alto comisario en abril de 1937. Jaleado por el entusiasmo de las gentes, Beigbeder, a quien pareció improcedente (y lo era) bailar con una mujer española, decidió formar “pareja de baile” con el líder del reformismo marroquí: Abd-el-Klaled Torres, ministro de los Bienes Habús (propiedades de origen religioso, cuyas rentas se destinaban a la enseñanza). El hombre salvado de la muerte y quien tuvo la gallardía de salvarlo amagan un pasodoble ante la crispada reprobación de falangistas y militares, situados en primera fila. Imagen extraordinaria y única, plena de simbolismos, en la que el pueblo normarroquí, representado por el gran visir (su manto se percibe a la derecha de la imagen), vitorease aquel lunes 6 de diciembre de 1937 a quienes reconocía como sus mejores defensores. Archivo Martínez-Simancas.
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DOCUMENTACIÓN GRÁFICA
Retrato del jalifa Muley el Hasan Ben el Mehdi y el príncipe Muley el Hasan Fotografía de Francisco García Cortés. Tetuán, ca. 1949. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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Retrato de Muhammad V Fotografía de Francisco García Cortés. Tetuán, ca. 1950. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID). Imagen página siguiente:
Mapa de Marruecos Ilustración correspondiente a la publicación de Antonio García Pérez, “Mapas para el estudio de la geografía de Marruecos“, Barcelona, 1910.
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S. E. el alto comisario, teniente general García-Valiño, con los ministros y altos funcionarios del Majzén jalifiano Fotografía de Francisco García Cortés. Tetuán, ca. 1950. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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El bajá de Tetuán, leal amigo de España, ca. 1914-1915 Los grandes caídes (jefes) de Yebala fueron ejemplo de fidelidad a su patria y de lealtad vigilante ante cualquier poder con el fin de asegurar la seguridad de su pueblo. Ese pragmatismo tuvo insignes representantes y uno de ellos fue el Hach Ahmed Ben Mohammed Torres, bajá (gobernador) de Tetuán durante gran parte de su vida. En este espléndido retrato inédito, original del capitán Carlos Lázaro, confirma todo el señorío y vigor moral de los hombres del norte de Marruecos. Vintage en papel-foto. Colección Pando.
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Casilda Ampuero de Varela La esposa del alto comisario, general Varela, en la escuela islámica de niñas (Tetuán, 12 noviembre 1948). Archivo Martínez-Simancas.
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Muley el Mhedi Jalifa desde 1925, Muley el Mhedi estrecha la mano de uno de los chiuj (jefes) que fueron a felicitarlo con ocasión de su boda con Fátima, princesa alauí. El general Varela (vestido de paisano) muestra una típica expresión suya al ser testigo del vasallaje de quien pudo ser su adversario en los años veinte. Vintage (original de autor) de Juan Pando Barrero, en Tetuán, mayo de 1949. Legado Marruecos-Protectorado, integrado en la colección Pando. Imagen página siguiente:
Desfile de tropas. Tetuán, década 1940 Archivo Martínez-Simancas.
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Archivo Martínez-Simancas.
Mercado de cerámica. Tánger, década 1950
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Retrato de campesinas de Yebala Fotografía de Francisco J. Zubillaga. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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Tánger, 1940 Archivo Martínez-Simancas.
Grupo de mujeres musulmanas, década de 1950 Archivo Martínez-Simancas.
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Una calle del barrio judío de Tetuán, ca. 1950 Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja”(AECID).
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Tetuán, 1945-1950 Archivo Martínez-Simancas.
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Luis Martínez-Simancas García Conferencia para autoridades civiles y militares españolas y marroquíes, en la Escuela Politécnica de Tetuán, pronunciada por Luis Martínez-Simancas García (1 de febrero de 1947).
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Jugando al ajedrez en el Campamento de las Fuerzas Regulares Indígenas de Larache nº 4, 1938 Archivo Martínez-Simancas.
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Oficiales de las Fuerzas Regulares Indígenas de Larache nº 4, 1938 Archivo Martínez-Simancas.
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El Atlético de Tetuán. Tetuán, ca. 1950 Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja”(AECID).
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Carrera de motos, ca. 1950 Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja”(AECID).
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Autor anónimo. Copia del original en papel-foto. Colección Pando.
La cocina-fortín de Nador, 1921 Al dorso de esta fotografía, el capitán médico (tercero por la izquierda) que mandaba este destacamento de Sanidad, asentado en Nador (15 kilómetros al este de Melilla), le dice a un familiar suyo: “Con Julián, el hijo de Tomás, el de Añover (Guadalajara), delante de mi casita de Nador. Los que asoman las cabezas, por la derecha, son los cocineros. Fíjate la garantía que, para el agua y el aire, tienen nuestras cocinas”. DOCUMENTACIÓN GRÁFICA
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Enfermeras y médico. Tetuán, década 1940 Archivo Martínez-Simancas.
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Escuela de primaria musulmana de Fifi (Marruecos), ca. 1956. Casa Ros Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja”(AECID).
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339 Fotografía atribuible al capitán Lázaro. Vintage en papel-foto. Colección Pando.
El coronel Morales inaugura una escuela en el Zaio, 1920 El coronel Morales era el jefe de la Policía Indígena. Culto, laborioso y comprensivo, cuidaba de sus soldados y familias, protegiendo su alimentación y culturización. El 16 de abril de 1920 inauguró en el Zaio, cabila de Quebdana (al este de Melilla), una de sus alabadas escuelas. Convencido de que “pan, cultura, trabajo y dignidad” constituían la única divisa posible de España, el coronel posó en el centro. Su salud no era buena; pero su moral, excelente. La mayoría de los jefes rifeños eran amigos suyos. Caerá luchando en el Izzumar. Su cadáver fue el único devuelto por Abd-el-Krim.
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El maestro con sus discípulos, El Zaio (Rif oriental), 1920 Al tomar posesión Silvestre de su mando en Melilla (enero de 1920), en calma el Rif pero desesperadas sus gentes por una sequía que, iniciada en 1917, arrasaba sus huertas y frutales, se impulsó la escolarización de la adolescencia rifeña, así como la donación de trigo y cebada a sus familias. El tutor de estos auxilios fue el coronel Gabriel de Morales, jefe de las tropas indígenas. Morales y Silvestre coincidieron —lo que no era frecuente— en que escolarizar, sanar y alimentar eran los pilares que aseguraban el avance de la colonización. En esta fotografía, atribuible al capitán Carlos Lázaro, tomada el 16 de abril de 1920 en El Zaio (Quebdana, Rif oriental) con ocasión de la inauguración de la Escuela Indígena, el maestro de doctrina se ve rodeado por un ejército de cuerpos endebles y rostros famélicos, pero con esperanzada mirada. En esa docencia y solicitud asistencial radicaban las garantías de la España colonial. Vintage en papel-foto. Colección Pando.
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Educación, cultura y ejército: aliados de la política colonial en el norte de Marruecos
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El establecimiento del Protectorado en el norte de Marruecos en 1912 supuso para España la puesta en marcha de una serie de políticas de control del territorio que le había correspondido gobernar. Se trató de un protectorado militar en donde la práctica totalidad de los puestos de poder y de influencia de la administración española estuvieron copados o controlados directamente por el ejército. El inicio del Protectorado no solo supuso la necesidad efectiva de un control del territorio sino también de un control de su población. En este sentido varias fueron las figuras o profesiones sobre las que España sostuvo su política: el interventor, el traductor, el médico y el maestro fueron algunas de ellas. Tanto España como Francia encontraron en el campo educativo y cultural una de las vías de penetración política, económica y social en el país, en lo que se definió como penetración pacífica. Desde fechas muy tempranas, la administración española defendió la tesis de la educación como un actor de la colonización cuya instrumentalización o utilización desembocaría en el control de la población. Diversas fueron las propuestas planteadas, que iban desde un intervencionismo moderado a un intervencionismo total de la educación. Los años que giraron en torno al establecimiento del Protectorado fueron claves en este sen-
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tido. La elaboración de informes y propuestas por parte de diplomáticos, docentes y militares fue continua, y todos ellos constituyeron una pieza clave en la puesta en marcha de la política colonial educativa y cultural. A través de la educación, España trató de formar a jóvenes marroquíes bajo un ideario proespañol. Con esta iniciativa España intentaba formar a unas generaciones de jóvenes marroquíes que actuasen de contrapunto ante cualquier posible intento de oposición colonial. Las autoridades españolas, encabezadas en su mayor parte por miembros del estamento militar, diseñaron, junto a profesores e inspectores de enseñanza, un modelo educativo colonial y un sistema de intervención blando o soft power de la enseñanza musulmana. La intervención de la enseñanza musulmana por parte de España suponía, en cierto modo, una ruptura con los principios firmados en el tratado del establecimiento del Protectorado que estipulaban la no intromisión del colonizador en el ámbito de la religión y la tradición. España, a partir de 1936, comenzó a desarrollar una política que aunaba los aspectos educativos con los culturales a través de un discurso de hermandad hispano-árabe. El régimen franquista, acompañado de intelectuales africanistas, difundió una imagen en Marruecos, en España y en los países árabes, de hermandad fraternal entre ambos pueblos. Según dicho discurso la educación y la cultura constituían dos de los pilares sobre los que sustentar el desarrollo social y moral de la población. Dicha política se erigió además en una importante carta de presentación del régimen en el exterior. La creación de instituciones culturales fue una muestra de dicha simbiosis que, a través de la investigación y la formación, contribuyeron a la consolidación del proyecto colonial franquista en el Protectorado. 1. Enseñanza e intervencionismo militar
La Conferencia de Algeciras de 1906 supuso el fin de la independencia efectiva del Imperio jalifiano. Comenzaba de este modo el inicio de la intervención franco-española en los asuntos del país y el aumento de la presencia europea en Marruecos. Durante la Conferencia se puso de manifiesto la necesidad de elaborar una serie de informes que permitiesen conocer y evaluar la situación de la enseñanza marroquí y la labor que países europeos como Francia y España estaban desarrollando en centros escolares del norte de Marruecos. Entre 1907 y 1918 se realizaron diversos informes a cargo de militares, diplomáticos, profesores, africanistas y especialistas en educación. Los informes realizados hasta 1912 se centraron en describir la realidad educativa
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en núcleos de población concretos, sin embargo, fue a partir de 1912 cuando las autoridades españolas ordenaron la realización de nuevas memorias que evaluasen la enseñanza y propusieran proyectos para la ejecución de una política educativa coordinada en la zona, basada en los principios del africanismo militar intervencionista. Los informes, por tanto, se centraron en conocer y proyectar modelos de gestión colonial en el ámbito de la educación. La educación era considerada por los gestores de la administración como un instrumento más al servicio de la colonización, como un elemento de control político y social en un doble sentido: control poblacional y control territorial. Entre los informes realizados destacan dos sobre los que España cimentó su política educativa colonial. Ambos se centraron en un mismo espacio geográfico, la ciudad de Tetuán. Su elección no fue casual, además de ser la capital del Protectorado se trataba de una de las ciudades con mayor peso histórico, económico y comercial del norte de Marruecos. Cada uno de ellos propuso una alternativa diferente en base a modelos educativos distintos, si bien ambos se centraron en la formación de la población marroquí. El primero de los informes fue realizado por el cónsul español López Ferrer, quien apostó por la intervención del modelo educativo hispano-árabe creado por España para la población marroquí. Estas escuelas combinaban el modelo de escuela español con la enseñanza de la lengua árabe y de la religión musulmana. El segundo informe fue encargado al comandante Pablo Cogolludo. El militar español defendió una intervención de la vertiente educativa más tradicional identificada con la escuela coránica. El hecho de que estos escritos fuesen realizados respectivamente por un diplomático y un militar era reflejo de la realidad existente en Marruecos en los momentos iniciales del Protectorado. Las cuestiones educativas eran competencia del comandante general de Ceuta, que desempeñó en los primeros años la función de alto comisario. Esto había supuesto el abandono del sistema de dependencia consular utilizado hasta la instauración del Protectorado. El 6 de marzo de 1912, el cónsul de España en Tetuán, Luciano López Ferrer —quien ocupará el cargo de alto comisario entre 1931 y 1933— presentó al gobierno de Madrid el informe Notas para el estudio de la Instrucción Pública en Marruecos y especialmente en Tetuán. Unos días después de su presentación, Francia firmó con Marruecos el Convenio Franco-Marroquí en virtud del cual se estableció el Protectorado. El objetivo inicial del informe era conocer el estado de la enseñanza en Tetuán como futura capital del Protectorado, en una triple vertiente: musulmana, hebrea y euro-
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pea. El objetivo final era la puesta en marcha de un proyecto educativo y la elaboración de un plan de enseñanza destinado a la consolidación políticomilitar de España. El cónsul español defendía una idea de escuela como espacio de desarrollo material y moral que complementase la política de control del territorio. El control político y social de Marruecos, según López Ferrer, solo se podría realizar a través de lo que denominó como política de asimilación. Esta consistía en dotar al pueblo marroquí de una serie de conocimientos básicos, que favorecieran su acercamiento y entendimiento con el pueblo español, modelo de país desarrollado y civilizado. El estudio de la lengua y la cultura española eran esenciales al representar un modelo de prosperidad, junto a elementos identitarios propios: la lengua árabe y la religión musulmana. Se trataba de un modelo de enseñanza moderna denominado como escuela hispano-árabe que respetaba los principios del Tratado de Establecimiento de Protectorado de no intromisión en asuntos religiosos y culturales marroquíes. Según López Ferrer, lo español no debía comprender lo marroquí, sino que lo marroquí debía comprender lo español, siendo necesaria para ello la elaboración de un plan sólido de enseñanza. López Ferrer rechazaba la creación de un único modelo escolar que aglutinase al conjunto de estudiantes defendiendo la separación de alumnos en función de su nacionalidad y confesión religiosa. Según el informe, solo en un futuro podría favorecerse la materialización del establecimiento de una enseñanza única, común a todos, donde la asignatura de religión fuese el único punto de diferencia de la comunidad escolar. La enseñanza coránica, a priori, no era percibida como un problema por el cónsul español dado su bajo número de matrículas. Por otra parte, la falta de articulación y de preparación del profesorado fue uno de los elementos enfatizados por López Ferrer, lo que reforzaba la idea de no intervención de estos centros. El cónsul español apuntó, sin embargo, la necesidad de desarrollar la enseñanza superior musulmana a través de la Medersa Lucax de Tetuán. Tuvieron que pasar algo más de dos décadas para que se llevase a cabo dicha reforma. El segundo informe fue realizado en octubre de 1913 por el comandante Pablo Cogolludo, jefe del Tabor de la Policía de Tetuán, tras la ocupación político-militar de la ciudad por las tropas españolas. El informe analizaba la situación política y económica del bajalato poniendo especial atención en la enseñanza. El objetivo inicial de Cogolludo fue elaborar una guía para funcionarios y militares españoles. Sin embargo, su resultado final fue más allá al elaborar un programa de trabajo e intervención educativa. Cogollu-
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do solo hizo referencia a la enseñanza coránica, omitiendo el resto de escuelas existentes en Tetuán, al considerar que la política de penetración y educación debía centrarse en este tipo de docencia. El comandante español consideraba que los musulmanes vivían en un estado de oscurantismo e ignorancia que los había sumido en un atraso económico y cultural. Para Cogulludo, la salida a esta situación pasaba por la escuela. Cogolludo, al contrario que López Ferrer, defendía el papel de las escuelas coránicas como punto de apoyo sobre el que sustentar una política educativa española que debería ir más allá. Mientras que Ferrer apostaba por una enseñanza con un marcado carácter español y dependiente de la administración, Cogolludo defendía una enseñanza con acento marroquí, cuyas competencias debían estar a cargo del Majzén, como forma de desvincular la actuación española de toda cuestión religiosa. Ambos sin embargo coincidían en la necesidad de revitalizar la Medersa Lucax. La propuesta de Cogolludo daba mayor independencia a la docencia de la religión. No será hasta 1935 cuando España realice una política de intervención indirecta más definida en cuanto a la enseñanza de la religión a través de la creación del Consejo Superior de Enseñanza Islámica. Tras la evaluación y estudio de los informes, España optó en un primer momento por las propuestas del diplomático. En una segunda fase, que comenzaría tras el fin del periodo de control de territorio en 1927, la Alta Comisaría pasó a trabajar en las propuestas de Cogolludo. España optaba en primera instancia por una intervención más asimilacionista a través de una formación de la población marroquí bajo un ideario español en donde la lengua árabe y la enseñanza del islam estaban presentes. De este modo, España respetaba los principios firmados en el acuerdo de establecimiento del Protectorado por el cual se comprometía a respetar y no intervenir en los asuntos relacionados con la religión y la tradición de la población. En 1916 la Junta de Enseñanza de España en Marruecos y la Alta Comisaría procedieron a la creación de la Inspección General de las Escuelas Hispano-Árabes e Indígenas de Marruecos. Se trataba del primer organismo en materia educativa creado por España en el Protectorado destinado a la población marroquí. 2. Los diferentes modelos de escuelas en el Protectorado
La divergencia de políticas educativas propuestas por López Ferrer y Cogolludo era el resultado de la heterogeneidad de modelos educativos existentes en el norte de Marruecos. Desde mediados del siglo XIX diver-
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sos países europeos e instituciones privadas abrieron en el norte del país diferentes escuelas lo que supuso la introducción de nuevos modelos educativos en la región (González: 2011). Cada uno de ellos estaba dirigido a un sector de la población en función de su nacionalidad y confesión religiosa. Tras el establecimiento del Protectorado en 1912 se desarrolló un triple modelo educativo, cada uno de ellos con fines ideológicos definidos: la escuela colonial, la escuela nacionalista y la escuela tradicional. La escuela tradicional estaba representada por las escuelas coránicas —ligadas a las mezquitas para los marroquíes musulmanes—, y las escuelas talmúdicas —vinculadas a las sinagogas y a las que asistían los marroquíes de confesión hebrea—. Esta enseñanza había permanecido inalterada durante siglos. Se basaba en la enseñanza religiosa a través del estudio del Corán y del Talmud y de la lengua árabe y hebrea respectivamente. La enseñanza coránica dependía del Ministerio del Habús, que estaba bajo la intervención de la Alta Comisaria; y la hebrea, del gran rabino. El modelo colonial incluía diferentes centros de enseñanza: enseñanza española tanto privada como pública —a las que asistían estudiantes españoles mayoritariamente y marroquíes de manera puntual—, escuelas hispano-árabes y escuelas hispano-israelíes —ambas destinadas a una población marroquí, los musulmanes acudían a las primeras y los judíos a las segundas—. España y lo español constituían el elemento principal sobre el que se articulaba el triple modelo educativo a la vez que se introducía en cada uno de ellos elementos propios. El modelo de escuela colonial estaba destinado a la educación de españoles y a la formación de una población marroquí afín al régimen español, cuyos estudiantes debían ocupar en el futuro puestos intermedios en la administración como traductores, intérpretes o secretarios. Las escuelas de creación española destinadas a la población marroquí fueron espacios de difusión de la lengua y cultura española. Esto debía favorecer una mayor penetración lingüística y la formación de una elite marroquí bajo los principios ideológicos del colonizador. De este modo, se reconocía la enseñanza como medio de civilización y penetración colonial. Este esquema educativo era similar al de otros países colonialistas como Francia (Segalla: 2009), que contaba en el norte de Marruecos con las escuelas financiadas por la Alianza Francesa (Chaubet: 2006), las escuelas franco-árabes y centros de la Alianza Israelita Universal (Laskier: 1983). La enseñanza española privada estaba a cargo de las órdenes religiosas (Lourido: 1996), como las de los franciscanos y la Compañía de María, si bien durante el último tercio del siglo XIX maestros españoles abrieron
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una serie de escuelas a nivel particular destinadas a la población española y europea residente en localidades como Arcila o Larache. Estas, sin embargo, se trataron de iniciativas puntuales que fueron absorbidas por la administración española tras el establecimiento del Protectorado. Las escuelas españolas privadas se ubicaron en núcleos urbanos de importancia como Tetuán, Larache y Alcazarquivir. La enseñanza impartida en estos centros seguía los diseños curriculares existentes en la Península (Puelles: 1999) y en los que la enseñanza de la lengua árabe era una de las asignaturas a cursar. Las escuelas privadas no dependían de la administración española si bien disfrutaron de subvenciones de la Alta Comisaría. La enseñanza española pública (Domínguez Palma: 2008) estaba dirigida a españoles, aunque ocasionalmente asistían alumnos marroquíes. Las escuelas podían ser graduadas —un profesor por nivel o grado en donde cada grupo reunía estudiantes de edades y conocimientos similares, y vinculadas a núcleos urbanos— o unitarias —un solo profesor y aula para niños de edades y niveles diferentes, ocasionalmente mixtas, que se asociaban a núcleos urbanos pequeños o a barrios urbanos periféricos—. En una primera fase se fomentó la creación de escuelas unitarias, como consecuencia de la falta de recursos económicos y docentes, que progresivamente fueron transformándose en escuelas graduadas. Este fenómeno fue similar al peninsular (Viñao: 1990). La apertura de escuelas españolas estuvo vinculada a la estabilidad político-militar del territorio. Ejemplo de ello fueron las escuelas del perímetro geográfico de Annual, que permanecieron cerradas durante los años de mayor inestabilidad militar de la zona, entre 1921 y 1927. La enseñanza hispano-árabe, por su parte, estaba destinada a la población marroquí y ocasionalmente a la española. Las escuelas hispano-árabes fueron uno de los instrumentos de control de la población en el ámbito rural, dada su vinculación y localización en puntos estratégicos —zocos, caminos, carreteras...—. Junto a las oficinas de intervención era habitual encontrar la consulta del médico y la escuela hispano-árabe, a la que asistía la población española junto a los hijos de los marroquíes que trabajaban con el interventor, los hijos de los “moros amigos” (Mateo Dieste: 1997) y de la elite local, siempre que no hubiese una escuela española en la localidad. España becó a alguno de estos estudiantes para la ampliación de estudios en Tetuán, Ceuta (Marín Parra: 2012) y Melilla (Osuna: 2000). Similares a los centros hispano-árabes fueron las escuelas hispano-israelitas destinadas a la población de confesión hebrea de las ciudades de Tetuán, Larache, Alcazarquivir o Arcila. En 1935 las escuelas hispano-israelitas pasaron a integrarse en las secciones hebreas de las escuelas españolas.
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El tercer modelo educativo existente en el Protectorado fue el de la escuela nacionalista. El movimiento nacionalista marroquí reivindicó desde un primer momento la introducción de mejoras políticas y sociales en el Protectorado. En paralelo a las demandas, Abdesalam Bennuna y Mohamed Daud, considerados como los padres del nacionalismo tetuaní, crearon en Tetuán, en 1925, la primera escuela nacionalista. Se trataba de la escuela Ahlía. La escuela fue creada siguiendo el diseño curricular europeo y turco y en donde la enseñanza de la historia, geografía y literatura de Marruecos ocuparon un lugar preferente. El idioma oficial en estas escuelas era el árabe, en oposición a las escuelas del modelo colonial donde el español se erigía en la lengua vehicular. A ellas asistían los hijos de la clase media vinculada al movimiento nacionalista. Sus estudiantes fueron becados por la Alta Comisaría, a partir de 1937 para que continuaran los estudios medios y superiores en España, Egipto y Palestina (González y Azaola: 2008). La escuela estaba financiada principalmente por las matrículas que debían pagar los alumnos, con donaciones aportadas por los nacionalistas, así como por pequeñas subvenciones de la Alta Comisaría. 3. La intervención de la enseñanza musulmana
Durante los primeros años del Protectorado la política educativa española se centró en la creación de escuelas hispano-árabes como forma de control de la población y del territorio. A pesar de las resistencias a la presencia española de los primeros años, el control del territorio de España se iba incrementando. La escuela llegaba cada vez a mayor número de cabilas alcanzando a todas las regiones del Protectorado en 1927. Fue durante el gobierno de Primo de Rivera cuando España comenzó a cuestionarse qué hacer y cómo actuar con las escuelas musulmanas o coránicas. El régimen primorriverista retomaba las iniciativas propuestas en 1913 por el comandante Pablo Cogolludo reformando así la enseñanza musulmana, que supuso el inicio de la intervención española en este modelo educativo. Según la reforma, las autoridades marroquíes seguían siendo las responsables de la enseñanza musulmana debiendo proponer iniciativas de mejora educativa e implementarlas, mientras que la Alta Comisaría pasaba a ser el organismo difusor de las propuestas debiendo trabajar en colaboración con las autoridades marroquíes a través del fomento de sus iniciativas siempre que estas no fuesen contrarias a las directrices educativas españolas. La Alta Comisaría pasaba de estar al margen de los asuntos relacionados con la educación musulmana a actuar como motor difusor de ella a través de un intervencionismo moderado.
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La reforma de la enseñanza musulmana de 1927 tuvo en el profesorado y en su formación uno de sus principales objetivos. Sin un profesorado cualificado y adaptado a su tiempo, toda reforma educativa sería inefectiva en opinión del administrador español. La revitalización de la Medersa Lucax de Tetuán, como centro de formación del profesorado musulmán, se mostraba prioritaria al fijarse un doble objetivo: la disminución de la influencia francesa en la formación de las elites religiosas marroquíes de la zona española y su transformación en centro de difusión cultural que actuase además como elemento propagandístico de la política colonial española en Marruecos. La formación superior religiosa en el Marruecos colonial pasaba por la Universidad Qarawiyín de Fez, lo que suponía que los jóvenes de la zona española debían trasladarse a la zona francesa del Protectorado para continuar con su formación superior. Con la reforma de la Medersa Lucax, España pretendía frenar el trasvase de estudiantes, disminuyendo así la posible influencia francesa sobre ellos. La reforma de 1927 pretendía además convertir la medersa en un centro modélico de enseñanza y de moralidad. A partir de este momento se rompía con la laxitud a la que había llegado la institución en sus últimos años y se establecía un riguroso ordenamiento de las obligaciones de los estudiantes, impidiendo el desarrollo de una serie de actividades que habían llegado a fragmentar la moralidad del centro. La dedicación al estudio intentaba ser recuperada como requisito imprescindible por el nuevo reglamento que preveía la expulsión de aquellos que tras un periodo de diez años no hubiesen finalizado sus estudios, así como la de aquellos que celebrasen en sus habitaciones reuniones prohibidas —juegos, fiestas, política, etc.— o mantuvieran actividades no relacionadas con el estudio. Otro de los aspectos previstos en el nuevo reglamento fue la necesidad de que la medersa reuniese las condiciones ideales para el desarrollo del estudio y para ello se intentó acabar con el deterioro al que había llegado el centro que había sido transformado por algunos estudiantes en almacén o depósito de mercancías donde se llevaban a cabo actividades lucrativas como el alquiler y venta de habitaciones. En 1934 se dio un nuevo paso en la intervención de la enseñanza musulmana con la creación del Consejo Superior de Enseñanza Islámica. Se trataba de la primera institución relacionada con la enseñanza musulmana dependiente de la administración española. Sin embargo no fue hasta el periodo franquista cuando dicho Consejo no adquirió un mayor desarrollo y actividad como consecuencia del nuevo impulso educativo y cultural dado por el régimen.
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El Consejo fue una institución creada por España al frente de la cual estaban miembros de la elite política y social marroquí y que dependía en primera instancia del Ministerio de Justicia jalifiano. Con su creación, la Alta Comisaría pretendía contrarrestar el poder de la elite local sobre este tipo de enseñanza dado que todas las decisiones del Consejo debían ser remitidas a la Alta Comisaría, quien tenía potestad para revocarlas. La creación de este organismo fue inicialmente bien acogida por la sociedad marroquí a pesar de que suponía cierto grado de intervencionismo o intromisión por parte de la administración colonial. El Consejo nació, de cara a la sociedad marroquí, como una institución encargada de velar por el desarrollo del país, en cuya materialización era necesario el desarrollo intelectual y moral de la población como base sobre la que cimentar un nuevo Marruecos. Así lo expresaba Mohammed Ben Ayiba en el periódico Al-Hayat: Los estudiantes marroquíes deben saber que su religión no se puede realizar si se puede reintegrar la gloria de su Nación más que por medio de los portadores de la ciencia y de la cultura que ejercitaron con su calma en el estudio de las cualidades de nobleza y de altura de miras, como asimismo de almas generosas recomendadas por nuestro Profeta. (...) La ciencia compatriotas y estudiantes constituye la columna de la vida y del resurgimiento y la base de la felicidad y en ello nadie puede tener duda alguna pero si se les separa de la entereza de estos constituye un error evidente y una desgracia inminente.
Entre las funciones del Consejo se encontraba vigilar a los profesores de las escuelas oficiales, fijar horarios, inspeccionar los centros, proponer al Majzén los nombramientos del Chej el Aolum o rector de estudios islámicos, de profesores y directores de todas las escuelas oficiales tanto coránicas como hispano-árabes y nacionalistas, y la realización de los programas de oposición de profesores o mudarrisin —encargados de la enseñanza del Corán— y de alfaquíes o mudarririn —profesores de enseñanzas especiales. El Consejo contó con un órgano ejecutivo, la Inspección de Enseñanza Islámica. Su creación supuso una mayor participación marroquí en la gestión directa de la enseñanza tradicional o coránica. La Inspección actuaba como órgano consultivo de la Delegación de Asuntos Indígenas. Esta institución no alcanzó su máximo desarrollo hasta 1936, con el nombramiento del alfaquih Ahmed Rhoni como inspector de Enseñanza Islámica. Era la primera vez en la historia del Protectorado en la que un marroquí ocupaba un cargo de inspección en enseñanza. El inspector era el responsable de velar por el estudio de la lengua árabe, evitar la desviación de los preceptos islámicos entre los jóvenes, cuidar
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del buen estado de la enseñanza y vigilar por el cumplimiento de una enseñanza apolítica. La infracción de esta ordenanza era considerada como falta muy grave. La administración española temía que la enseñanza del Islam quedase fuera de su control y que otros centros pudiesen convertirse en espacios de difusión propagandística e ideológica contraria a la política española, de ahí que el nombramiento del inspector recayese en una persona de confianza de la Delegación de Asuntos Indígenas. Tras la creación de la Inspección de Enseñanza Musulmana, el Consejo procedió a reglamentar la enseñanza primaria religiosa en 1935. El objetivo era su reforma y revitalización. Los miembros del Consejo veían en la decadencia de la enseñanza religiosa el origen del creciente analfabetismo en el que había caído la población marroquí. Esta corriente consideraba que la relajación del sistema educativo tradicional estaba en el origen de la mayoría de los males. El analfabetismo había conllevado el atraso de una población que favorecía la instauración de regímenes coloniales en el mundo árabo-islámico. La forma de salir de este atraso era la de volver a los orígenes y, desde allí, releer el mensaje religioso adaptándolo al presente. La primera medida prevista por el reglamento fue la realización de un censo escolar, primer paso para el estudio de las necesidades educativas. El objeto era detectar las zonas geográficas en las que había que potenciar o reactivar la creación de escuelas. Se intentaba adecuar de esta manera la oferta a la demanda mediante la dotación de nuevos espacios adecuados a la docencia moderna: locales grandes con suficiente luz, salas de estudio espaciosas, ventiladas y con la capacidad de volumen por niño que marcaban las exigencias pedagógicas modernas. Esta enseñanza era considerada por el Consejo como el primer paso firme de la integración infantil en el sistema educativo. Sin embargo, muchos jóvenes no podían continuar su formación más allá de los ocho años por tener que incorporarse al mercado laboral y contribuir con su trabajo al mantenimiento de la economía familiar. La asistencia a las escuelas coránicas era voluntaria. Ante esta situación, el Consejo adecuó el sistema educativo al contexto social en el que este se desenvolvía. Para ello agrupó en los primeros cursos las materias básicas, haciéndose gran hincapié en el estudio del Corán. Una de las preocupaciones del Consejo fue la elaboración de manuales escolares adaptados. La necesidad de crear manuales de texto no era una preocupación exclusiva de la enseñanza coránica. En 1935, Rafael Arévalo ya había señalado la necesidad de redactar manuales escolares específicos para las escuelas hispano-árabes, puesto que, sin estos, no se podría desa-
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rrollar una buena política de formación del estudiante marroquí en el ideario proespañol. No fue hasta el periodo franquista cuando se adoptaron las primeras medidas en esta dirección. Tras el golpe de Estado del general Franco, el nuevo alto comisario, Juan Beigbeder, mantuvo dicha política. El Consejo Superior de Enseñanza Islámica obtuvo, a partir de este momento, una nueva dimensión. Por una parte fue utilizado por el régimen en la política de atracción del movimiento nacionalista y por otra parte como carta de presentación ante los países árabes en los años del aislamiento internacional. Los meses que siguieron al golpe de Estado del general Franco se caracterizaron, en la zona del Protectorado, por la promulgación de un creciente número de medidas y disposiciones relacionadas con los ámbitos educativo y cultural. El gobierno franquista comenzaba a posicionarse en el Protectorado. El nuevo régimen propulsó una nueva reorganización del Consejo que ampliaba sus competencias debiendo velar por la vigilancia del profesorado, apoyar en sus funciones a la Inspección de Enseñanza Islámica, organizar los presupuestos, revisar los programas de enseñanza religiosa, programar las asignaturas y realizar convocatorias de oposición al cuerpo de mudarrisin y su consiguiente evaluación. La reorganización del Consejo fue acogida con esperanza en la sociedad marroquí que a través del movimiento nacionalista reivindicaba una mayor participación de los marroquíes en los órganos de ejecución y de decisión de la administración. La medida no estuvo desprovista de recelos entre el movimiento nacionalista. En 1938 el Consejo promulgó los nuevos diseños curriculares de las medersas coránicas y de las medersas de segunda enseñanza. Asimismo fueron creados los certificados de enseñanza primaria y de secundaria religiosa, enseñanza superior y especialización de enseñanza religiosa, similares a los existentes en el resto de enseñanzas del Protectorado, con el objetivo de dar validez administrativa a una enseñanza realizada hasta entonces de manera informal. A pesar del amplio abanico de competencias, la actividad del Consejo fue reducida en cuanto a propuestas y gestión en materia educativa. La desatención del Consejo a las iniciativas surgidas del movimiento nacionalista, fue uno de los motivos que contribuyó a que los nacionalistas adoptaran una posición cada vez más crítica ante la nueva institución, a pesar de que en su organigrama estaban representadas algunas personalidades relevantes de su entorno como Mohamed Aziman, Taieb Bennuna y Momahed el Senhayi. El Consejo llegó a promover iniciativas contrarias a la
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política educativa nacionalista, lo que provocó cierto malestar entre los dirigentes nacionalistas que consideraron a sus miembros como traidores a la causa de Marruecos. Desde el partido de Abdeljalek Torres se acusó al Consejo de ser un organismo contrario al nacionalismo, cuyo objetivo se reducía a la ostentación de cargos públicos y al enriquecimiento personal, por lo que consideraron aconsejable su disolución. A estos motivos se añadía el intento, por parte del presidente del Consejo, Ahmed Erhoni, así como por los miembros no pertenecientes a las filas del partido reformista de Abdeljalek Torres, de promulgar una normativa sobre enseñanza musulmana que implicaría la desaparición de las escuelas fundadas por los nacionalistas. La creación del Consejo permitió a las autoridades incrementar las disensiones surgidas en el seno del movimiento nacionalista en torno a los partidarios del Partido Reformista de Abdeljalek Torres y los seguidores del Partido Unidad Marroquí liderado por Mequi Nasiri. Esta situación se sumaba a la escasa valoración que se tenía de él en la Delegación de Educación y Cultura dirigida por el capitán Tomás García Figueras. La Delegación consideraba que no daba prestigio a la política española en Marruecos, ni que tampoco cumplía sus propósitos fundacionales. A pesar de tener que reunirse mensualmente, esto ocurría raras veces debido a que, pese a la obligatoriedad de establecer su alojamiento en Tetuán, gran parte de sus miembros mantenía su domicilio en puntos alejados de la capital del Protectorado. Esto dificultó la inmediatez de las reuniones, encareciendo el presupuesto destinado a la institución. La alternativa barajada fue la reducción del número de representantes de las regiones del Rif y del Kert, alegando su baja formación religiosa y su escasa idoneidad para el cargo. Ante esta situación, la Alta Comisaría introdujo una serie de reformas descartando la disolución del Consejo. En 1944, la Alta Comisaría descartó su disolución y procedió a su reorganización. Esta decisión estuvo motivada por varios factores. La reforma del Consejo intentaba satisfacer al movimiento nacionalista y a la vez permitía reforzar la función interventora hacia toda la enseñanza musulmana. Las autoridades locales de las regiones del Lucus y Gomara manifestaron su disconformidad por la ausencia de consulta a los diferentes organismos regionales para el nombramiento de los miembros del Consejo y por la ausencia de un representante de estas regiones en su junta directiva. En el caso de la región del Rif, se consideró que el nombramiento de un único representante de su región era insuficiente. Las críticas eran reflejo de la rivalidad existente en distintos ámbitos de la administración (Vilanova: 2004) acentuada en la dicotomía urbano versus rural.
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Al final del Protectorado los resultados de las iniciativas promovidas por el Consejo Superior de Enseñanza Islámica se mostraron insuficientes. A pesar del amplio abanico de funciones de la institución, la ejecución fue reducida, bien por falta de coordinación de sus miembros, bien por la paralización u obstaculización realizada desde la Alta Comisaría. Hasta los años 1950 las reformas de la enseñanza religiosa se habían limitado a la construcción de medersas, a la elaboración de presupuestos especiales para el profesorado y para gastos de mantenimiento de los centros, y a la creación de institutos religiosos. Se habían mejorado las condiciones de los centros escolares si bien estos aún eran limitados. 4. La política cultural del franquismo: la hermandad hispano-árabe
Tras el establecimiento del Protectorado la administración española comenzó a desarrollar una serie de tímidas iniciativas en el aspecto cultural no siendo hasta 1936 cuando se comience a hablar de una política cultural articulada. Durante los años de la II República española se promovieron diversos proyectos, si bien no fue hasta el periodo franquista cuando estos comenzaron a desarrollarse y a implementarse. El alto comisario, Juan Beigbeder, fue el principal impulsor junto al también militar Tomás García Figueras. Ambos promovieron la creación de una serie de instituciones culturales, fomentaron una política editorial basada en la cultura hispanoárabe y reformaron el organigrama administrativo colonial (Valderrama, 1956). La creación en 1941 de la Delegación de Educación y Cultura, al frente de la cual estuvo Tomás García Figueras, fue una muestra de la importancia que para el régimen franquista tenía la educación y la cultura en la ejecución de la política colonial. Las relaciones hispano-marroquíes fueron el hilo articulador de la política cultural franquista. Al-Ándalus se convirtió en el máximo exponente de las relaciones entre ambos países, en el que a través de un pasado común se llegaba a un presente compartido. Al-Ándalus era presentada como un punto de encuentro y de unión fraternal entre Marruecos y España en el que Franco actuaba como amigo y defensor del pueblo árabe. En el discurso franquista se insistía en que, durante el periodo andalusí, España había alcanzado uno de sus mayores momentos de esplendor cultural gracias al hermano árabe que lo había ayudado a salir de un periodo de estancamiento cultural. Ahora le tocaba a España devolver el favor al “hermano marroquí”. España debía velar por el “hermano marroquí” y ayudarlo a salir de dicha situación. El desarrollo político, social y económico, según dicho
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discurso, pasaba por el aspecto cultural y educativo; sin un pueblo formado y cultivado no se podría llegar al autogobierno ni al fin del Protectorado. La educación y el acceso a la cultura se convertían de este modo en la base sobre la que cimentar toda política. Sobre el discurso de “hermandad” (Mateo Dieste: 2003 y González: 2007), España asentó su política cultural como base del desarrollo de un pueblo en donde Al-Ándalus constituía el ejemplo a seguir, al representar un pasado glorioso compartido. El Centro de Estudios Marroquíes y el Instituto Muley el Hassan fueron muestra de ello. Así lo expresaba el Jalifa en diciembre de 1937 en el discurso de inauguración del Instituto Jalifiano cuyas palabras fueron recogidas por el periódico Unidad Marroquí: No escapó a la inteligencia de S. A. los lazos históricos que existen entre la cultura islámica marroquí y la cultura del pueblo español querido. Y que la voluntad de S. A. ha querido que este Instituto sea el lazo de unión entre las dos culturas y que obre por la difusión de los brillantes esfuerzos culturales hechos por los musulmanes andaluces en tiempos de la glorificada España árabe ya que S. A. cree que la cultura no debe tener límites materiales que la restringa sino que debe estar en contacto con las otras culturas, y que ninguna esta tan cerca de la cultura árabe, ni tan influenciada por ella y más cerca de su espiritualidad y sentimientos como la cultura andaluza antigua, y la española moderna; pues por mucho que se diferencia siempre lleva un sello imperecedero.
Para los ideólogos del régimen franquista (Moga: 2008), como el militar Tomás García Figueras, España tenía la misión de devolver el favor prestado por Marruecos siglos atrás. Esta historia compartida legitimaba una misión cultural, que favorecía la imagen de España como país amigo de Marruecos, sustentando el ideario de la hermandad hispano-marroquí. Esta hermandad se basaba en un pasado común y pretendía enlazar también con el pensamiento reformista salafí que defendía la necesidad de los pueblos islámicos de no dejar perder su cultura y recuperar su antiguo esplendor. La política española intentaba distanciarse de la seguida por Francia presentándose como un país amigo, cuya misión perseguía el desarrollo de los intereses marroquíes. En paralelo, los sectores africanistas españoles difundieron una imagen de Francia centrada en el desarrollo de unos intereses propios más que colectivos. Las diferencias en la labor protectora de España y Francia no se reducían al ámbito político, sino que transcendía a los ámbitos educativo y cultural (González, 2010, Algora, 1996, e Ybarra, 1998). En diversas ocasiones este discurso acusó al régimen francés de emplear el erario público marroquí en beneficio propio para la construcción de un moderno sistema de escuelas destinadas a su propia colonia, mientras que el marroquí era
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relegado a escuelas técnicas y profesionales. El régimen de Franco, por el contrario, se presentaba a sí mismo como protector del pueblo marroquí, preocupado por la enseñanza marroquí y cuyos fondos educativos procedían de las arcas españolas. Las reformas educativas y culturales emprendidas por el gobierno franquista se convirtieron en una importante carta de presentación del régimen ante los países árabo-islámicos y organismos internacionales en los años del aislamiento internacional, en un momento en el que el régimen de Franco buscaba conseguir apoyos en el exterior. 4.1. El Instituto Jalifiano Muley el Hassan de Estudios Marroquíes
En 1937 se creó el Instituto Jalifiano Muley el Hassan de Estudios Marroquíes. Se trataba de la primera institución cultural creada por la administración colonial franquista. El Instituto nació como vínculo de unión entre la cultura española y la marroquí. Su objetivo primero era fomentar el renacimiento y desarrollo de la cultura arabo-islámica y el intercambio cultural de investigadores y estudiantes con centros españoles y de Oriente Medio —especialmente con Egipto, uno de los motores de actividad cultural del mundo árabe—. Así lo señalaba el jalifa en el discurso de inauguración del Instituto: No es para nosotros un mero grandioso edificio con límites determinados, sino que es el dulce manantial en el que hemos puesto toda la confianza y las mayores esperanzas en que preparar a crear una clase de marroquíes capacitados y dignos de asombrar al mundo islámico y a todo el mundo civilizado con su sabida religiosidad, su moral superior, sus vastos conocimientos, sus buenas cualidades, sus costumbres religiosas y nacionales, sus voluntades, su refinada adecuación, su producción admirable, su disposición para superarse en todas las etapas de la vida. Es el vigía resplandeciente cuya luz, con la ayuda de Dios, ha de extenderse sobre el Oriente y Occidente, y descubrir con el brillo de sus investigaciones científicas el velo de las más nobles ambiciones; y el día de mañana será próxima para el que le espera.
El Instituto Jalifiano contó con una doble proyección: investigadora y formativa. Diversas fueron sus líneas de trabajo: lengua y literatura árabe, historia de Marruecos, geografía y etnografía de Marruecos, derecho musulmán e instituciones islámicas, sociología y folclore marroquí, derecho público del Protectorado y legislación comparada con la zona del Protectorado francés y países norteafricanos, movimiento renacentista del mundo musulmán, geografía e historia de los países árabes, arqueología y prehistoria de Marruecos, arte marroquí, filosofía islámica comparada con la filosofía antigua y moderna, civilización árabo-española, traducciones y publicaciones. Entre todas ellas sobresalía la investigación en temas históricos relacionados con la cultura hispano-árabe.
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El Instituto se erigió en centro de formación y de perfeccionamiento para profesores e investigadores marroquíes. Para ello se estimularon los contactos con el mundo científico oriental —Egipto— y occidental —España—, el intercambio de manuscritos con la Biblioteca Nacional de Madrid y la Biblioteca de El Escorial, y la adquisición de material bibliográfico en árabe, español y alemán. El francés quedaba excluido. La Alta Comisaría designó al líder del partido nacionalista Unidad Marroquí (Al-Wahda Al-Magribiya), Mequi Nasiri, como director del Instituto. Nasiri ocupó la dirección del centro durante una década. En 1948 fue cesado siendo sustituido por el también nacionalista e intelectual Abdallah ben Abdesalam el Guenun. Estos nombramientos se enmarcaban dentro de la política de captación de elites del franquismo. Se trataba de reforzar el control sobre el movimiento nacionalista, lo que además permitía presentarla a nivel internacional como la respuesta española a las reivindicaciones del movimiento nacionalista que demandaba el nombramiento de marroquíes en puestos de responsabilidad de la administración colonial. 4.2. Centro de Estudios Marroquíes
Si el Instituto Muley el Hassan estaba destinado a la formación de una elite intelectual marroquí, el Centro de Estudios Marroquíes, creado también en 1937, fue destinado a la instrucción y preparación del personal laboral español. Se trataba de formar a una población que pudiera prestar servicios en la administración colonial española en calidad de intérpretes y de complementar la formación del funcionariado. El Centro era continuador de la Academia de Árabe y Bereber, creada en 1929 en Tetuán (Zarrouk: 2009). El Centro contemplaba entre sus funciones trabajar en la divulgación e intercambio cultural entre organismos españoles y marroquíes vinculados a la investigación y actuar como elemento difusor de la hermandad hispano-árabe. Para desarrollar sus objetivos, el Centro incorporó al claustro docente a los profesores sirios Alfredo E. Bustani —profesor de árabe y director de la Academia Literaria del Líbano— y al profesor Mussad Abud —publicista y catedrático del Centro Islámico de Beirut—. La plantilla se completó con profesores de la categoría de Francisco Limiñana, Rafael de Roda, Mariano Bertuchi, Rafael Arévalo, Fernando Valderrama, Guillermo Guastavino, Abderrahman Yebbur, Mariano Arribas Palau o Aragón Cañizares (Arias y Feria, 2012). Las asignaturas impartidas en el Centro pretendían ser un fiel reflejo de la realidad social, política y cultural del Marruecos del momento. El Centro de Estudios Marroquíes seguía de alguna forma el modelo del Ta-
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ller de Estudios Árabes proyectado por Julián Ribera en 1904 (López García: 1983-4). Se introdujo el estudio del árabe (Arias y Feria: 2003) en su doble variante: clásico y dialectal, la geografía e historia de Marruecos, derecho musulmán y administrativo y arte hispano-marroquí. Estas asignaturas eran consideradas como herramientas básicas de trabajo para todos los funcionarios de la administración. El alumnado fue mayoritariamente español, mientras que los estudiantes de origen marroquí tuvieron una baja representación, siendo más numerosos los de confesión judía que los musulmanes. Este hecho venía marcado por la trayectoria de colaboración que la comunidad hebrea había mantenido a lo largo de todo el Protectorado con España (Kenbib: 1994). Los estudiantes españoles que se matricularon en el centro correspondían a una doble tipología: personal laboral destinado en Marruecos que por su cargo debía ampliar o mejorar sus conocimientos en lengua árabe y cultura marroquí, y jóvenes estudiantes de semíticas de las universidades españolas. 4.3. Instituto General Franco de Estudios e Investigación Hispano-Árabe
El Instituto General Franco de Estudios e Investigación Hispano-Árabe tiene su origen en 1938 y pretendía rememorar el esplendor de Al-Ándalus a través de la recuperación de la memoria del pasado común andalusí. Así lo expresaba una ordenanza de 1941: El “Instituto General Franco” se orienta en el sentido de fomentar la investigación en todos sus aspectos, con objeto de crear el acervo de documentación que sirva de base a la reconstrucción de la historia nacional, teniendo en cuenta la existencia de la cultura árabe y la influencia reciproca entre España y el Islam, no solo en la Edad Media, sino en estos días desde que se inicio el Alzamiento Nacional. Los altos fines culturales del Instituto exigen su completa autonomía y que su actividad sea orientada por un Patronato formado por personalidades relevantes de la ciencia española dando entrada en él así mismo a una representación de las letras y cultura árabes.
El nombre del Centro no era, pues, casual. Se apelaba a la figura del general Franco como nexo entre Al-Ándalus y el renacimiento cultural marroquí. La labor del Instituto se centraba en la publicación de manuscritos árabes, marroquíes y españoles para su difusión en el mundo musulmán, en la traducción al español de las obras árabes para el estudio de investigadores españoles y extranjeros, en la publicación en español y en árabe de aquellas obras de mayor importancia custodiadas en los archivos españoles referentes a la España musulmana y a las relaciones entre España con el norte de África, así como en la reedición anotada de obras en árabe y español que se encontrasen agotadas y cuya valía lo hiciese aconsejable, y asimismo en la traducción al árabe de las obras españolas más representativas.
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El Instituto General Franco publicó desde su creación hasta 1956 un total de ciento veintisiete obras. La Embajada de El Gazzal (1765): nuevos datos para su estudio, de Tomás García Figueras, fue el primer título publicado por el Instituto en 1938, en la imprenta de Miguel Boscá Mata de Larache. La publicación era el reflejo de la unión entre el intelectual y el militar africanista en el Protectorado del que García Figueras fue un ejemplo. Los primeros años de vida del centro fueron los más productivos desde el punto de vista editorial. Entre 1939 y 1941 se publicaron un total de sesenta y una obras, lo que representaba el 48% del total de las obras editadas —en 1939 se editaron dieciséis títulos, en 1940 veintiuno y en 1941 veinticuatro—. A partir de 1942, el número de publicaciones descendió considerablemente situándose la media, entre 1942 y 1948, en torno a uno o dos libros. A partir de 1949 hasta el final del Protectorado, la cifra media de publicaciones anuales ascendió a cuatro, a excepción del bienio 1951-1952 en el que se publicaron veinticinco títulos. Las publicaciones se concentraron en torno a series y colecciones que eran reflejo de los objetivos que marcaron la creación del Instituto General Franco. La serie primera recibió la denominación de “Manuscritos árabes”, publicándose en ella un total de cinco obras entre 1939 y 1941: Quitab El Culiat (Libro de las Generalidades) de Averroes, Labor en la paz y en la guerra de El Gazal (1939), Tradiciones auténticas de los grandes doctores del Islam de Muley Mohamed Ben Abdel-lah (1941), Tohfat El Kadim (Historia de los poetas del Andalus) de Ibn al-Abbar (1941) y Poemas selectos de Ibn Zaku (1941). Todas ellas fueron editadas y prologadas por el profesor libanés Alfredo Bustani, a excepción de la obra de Ibn Zaku prologada por Abdul-lah Guennun el Hasani. La segunda serie correspondía a obras de edición bilingüe en árabe y español. La tercera se dedicó a archivos españoles en la que se publicó un total de ocho títulos. La cuarta serie trató de reediciones, mientras que la quinta se consagró a publicaciones en árabe. La sexta y última serie fue la más prolífica con un total de treinta y ocho títulos, la mayor parte de los mismos publicados durante los años cincuenta —veintisiete—, frente a once durante la década anterior. Esta serie reunió un conjunto misceláneo de títulos sobre la historia, cultura y tradiciones de Marruecos, así como otros sobre la coyuntura en la que se encontraban los países árabes del momento, incluyendo una biografía del caudillo Franco en lengua árabe (1939), presentada por un grupo de jóvenes marroquíes como homenaje al jefe del Estado español tras el fin de la Guerra Civil. Junto a estas series editoriales, el Instituto General Franco editó unos cuadernos de trabajo orientados a recoger índices, recopilaciones e inventa-
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rios archivísticos y documentales. El Instituto además colaboró con la Junta Superior de Monumentos Históricos y Artísticos editando sus publicaciones centradas en el ámbito de la arqueología del norte de Marruecos con un total de dieciséis títulos. Bajo el epígrafe “Publicaciones fuera de serie” el Instituto reunió aquellos manuscritos considerados de interés científico y cultural pero cuya temática no encajaba en las series y líneas de trabajo anteriormente mencionadas. Bibliografia Algora Weber, M. D.: Las relaciones hispano-árabes durante el régimen de Franco. La ruptura del aislamiento internacional (1946-1950), Madrid: Ministerio de Asuntos Exteriores, 1995. Arias Torres, J. P. y Feria García, M. C.: Los traductores de árabe del Estado español. Del Protectorado a nuestros días, Barcelona: edicions Bellaterra, 2012. — “La traducción en el Protectorado español: Entrevista con Rafael Olmo Villafranca”, Trans, Revista de traductología, nº 7, 2003, pp. 107-119. Chaubet, F.: La politique culturelle française et la diplomatie de la langue. L’Alliance Française (1883-1940), Paris: L’Harmattan, 2006. Domínguez Palma, J.: La presencia educativa en el Protectorado de Marruecos (19121956), Ceuta: Instituto de Estudios Ceutíes, 2008. González González, I. y Azaola Piazza, B.: “Becarios marroquíes en El Cairo (1937-1956): una visión de la política cultural del protectorado español en Marruecos”, Awraq, XXV, 2008, pp. 159-182. González González, I.: “La política educativa española en el norte de Marruecos (1860-1912)”, Martínez Antonio, F. J. y González Gonzállez, I.: Regenerar España y Marruecos. Ciencia y educación en las relaciones hispano-marroquíes a finales del siglo XIX, Madrid: CSIC-Casa Árabe, 2011, pp. 219-251. — “Instrumentos de la política cultural hacia el mundo árabe durante el franquismo: la red de centros culturales en Oriente Medio y el Instituto Hispano-Árabe de Cultura”, en López García, B. y Hernando de Larramendi, M.: España, el Mediterráneo y el Mundo Araboislámico. Diplomacia e Historia, Girona: Icaria, 2010, pp. 95-116. — “La hermandad hispano-árabe en la política cultural del franquismo (1936-1956)”, Anales de Historia Contemporánea, nº 23, 2007, pp. 183-197. Kaspi, A.: Histoire de l’Alliance israélite universelle. De 1860 à nos jours, Paris: Armand Colin, 2010. Kenbib, M.: Juifs et musulmans au Maroc 1859-1948. Contribution à l’histoire des relationes inter-communautaires en terre d’Islam, Casablanca: Université Mohammed V, 1994. Laskier, M.: The Alliance Israélite Universelle and the Jewish Communities of Morocco 1862-1962, Albany: State University of New York Press, 1983. López García, B.: “Julián Ribera y su Taller de arabistas: una propuesta de renovación”, Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, n° 33, 1983-4, pp. 119-129. Lourido Díaz, R. (Coor.): Marruecos y el Padre Lerchundi, Madrid: Mapfre, 1996. Marín Parra, V.: La educación en Ceuta: 1912-1956, Ceuta: Ciudad Autónoma de Ceuta-Archivo Central, 2012.
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En la enfermedad y en la salud: medicina y sanidad españolas en Marruecos (1906-1956)
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1. Introducción
La medicina y la sanidad constituyeron dimensiones esenciales de la acción contemporánea de España en Marruecos. Su protagonismo había comenzado a finales del siglo XVIII y se consolidó en torno a la Guerra de África de 1859-60 (Martínez Antonio: 2005a; Martín Corrales: 2012). En la década de 1880 alcanzaría cotas inéditas gracias a las iniciativas desplegadas desde Tánger por el médico mayor Felipe Óvilo Canales y sus colaboradores, los también médicos del ejército Severo Cenarro Cubero y Joaquín Cortés Bayona (Martínez Antonio: 2005b, 2009a, 2009b, en prensa a). Estos y otros muchos médicos españoles —militares y civiles— prestaron sus servicios en el Consejo Sanitario y la Escuela de Medicina de Tánger; en el lazareto de la isla de Mogador; en los consulados de Tetuán, Larache, Rabat, Mazagán, Safi y Mogador; en las cabilas próximas a Ceuta, Melilla y las plazas menores; en sus consultas privadas; en giras por diversas ciudades; e incluso en la corte del sultán en Fez y Marrakech. La Conferencia de Algeciras de 1906 puso punto final a este periodo en el que la medicina y la sanidad contribuyeron decisivamente al ambicioso pero fallido proyecto de “regenerar España y Marruecos” (Martínez Anto-
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nio, González González: 2011). Comenzó entonces una nueva fase en la que la actuación de los médicos españoles quedó progresivamente limitada a las dos pequeñas “zonas de influencia” en los extremos norte y sur del país que desde 1912 constituyeron el Protectorado de España en Marruecos. En estas páginas se propone una reflexión sobre la evolución de la medicina y la sanidad en la zona norte del Protectorado con especial atención a las figuras médicas más relevantes, a los principales organismos administrativos e instituciones y a las medidas sanitarias más importantes. Además, se examinará el tema decisivo aunque generalmente obviado de la relación entre la sanidad peninsular y la del Protectorado marroquí a propósito de las enfermedades que marcaron cada periodo concreto. En la enfermedad y en la salud el vínculo hispano-marroquí se volvió, en nuestra opinión, tan estrecho que resulta difícil conceptualizarlo no ya en términos coloniales, sino incluso en los de Protectorado. 2. Un comienzo problemático (1906-21)
En el periodo que transcurrió entre la Conferencia de Algeciras y la firma del Tratado franco-español de 27 de noviembre de 1912 se pusieron las primeras bases de la futura organización médico-sanitaria española en Marruecos. La mayoría de los médicos españoles que trabajaban por entonces allí pertenecían al Cuerpo de Sanidad Militar y ocupaban puestos de médicos en consulados y en unidades militares de Ceuta y Melilla (Martínez Antonio: 2012a). Durante esos seis años, los facultativos del ejército pusieron en marcha, por un lado, los primeros dispensarios indígenas en las ciudades de la costa atlántica marroquí (Martínez Antonio: 2006). Siguiendo la sugerencia del médico primero Francisco García Belenguer, agregado por entonces al Consulado de Larache, Francisco Triviño Valdivia —médico mayor y coordinador de las iniciativas médicas españolas por su destino en la Legación consultó a todos los médicos consulares sobre la conveniencia de establecer dispensarios permanentes en sus lugares de destino—. Fruto de la consulta fue un Proyecto de instrucciones para la organización y funcionamiento de los dispensarios médicos de España en Marruecos redactado por Triviño en 1906. No obstante, serían finalmente las propuestas del médico primero Carlos Vilaplana, sustituto de García Belenguer en Larache, recogidas en su folleto Bases para los dispensarios españoles en Marruecos. Dispensario de Larache (1908), las que servirían de base para la creación de estos centros de asistencia clínico-quirúrgica, vacunación y prevención en Larache (1908), Arcila (1911) y Alcazarquivir (1912).
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Por otro lado, los médicos militares pusieron en funcionamiento los primeros consultorios indígenas en las cabilas próximas a Melilla en estrecha conexión con las Oficinas de Asuntos Indígenas y las mías de Policía Indígena desplegadas en los territorios ocupados durante las campañas de 1909 y 1911-1912 (Martínez Antonio: 2006). Los médicos primeros Sebastián Lazo García en Zoco el-Had de Beni Sicar y José Valdés Lambea en Nador fueron los pioneros (Martínez, De Granda: 2008; Castrillejo: 2009). En Melilla, el Hospital Central, que asistía tradicionalmente a los enfermos marroquíes que acudían a la plaza, fue elevado a hospital de primera categoría en 1908 y contó con dos salas “para moros y moras” desde 1910, en las cuales prestaban sus servicios dos enfermeros-intérpretes y un cocinero marroquíes. El Ministerio de Fomento aprobó la construcción de un hospital indígena que comenzó a funcionar en la ciudad en 1909. Aunque civil, su personal facultativo era del ejército y pronto quedó integrado en la Sanidad Militar de la Comandancia General, que lo utilizó para la asistencia de soldados de Regulares y de la Policía Indígena. El hospital militar construido en 1910, conocido popularmente como “Hospital Docker” por estar formado por barracones desmontables de madera tipo docker, también asistió a soldados marroquíes. Los hospitales militares de Chafarinas y los peñones de Alhucemas y Vélez de la Gomera ampliaron su capacidad y extendieron la asistencia médico-quirúrgica a la población marroquí de las cabilas próximas. Allí estuvieron destinados médicos militares tan conocidos como Manuel Bastos Ansart o José Alberto Palanca Martínez-Fortún (Bastos: 1969; Palanca: 1963). La firma del Tratado de 1912 estimuló el despliegue de la sanidad en la zona norte del Protectorado español de Marruecos, pero no logró corregir los problemas que ya se apuntaban en los años previos. Así, en la organización provisional del Protectorado en 1913 se dispuso la centralización de competencias sanitarias en la Delegación de Servicios Indígenas de la Alta Comisaría en Tetuán, ciudad designada capital del Protectorado tras su ocupación en febrero de ese año (Boletín Oficial de la Zona de Influencia Española en Marruecos [en adelante, BOZIEM], 1913, nº 1). No obstante, los principales focos de iniciativas sanitarias continuaron siendo Larache, Melilla y Tánger. Dichas iniciativas no solo desmentían el teórico protagonismo de Tetuán sino que dificultaban el desarrollo de una administración de salud pública específica del Protectorado al estar geográficamente separadas entre sí, contar con una base legal e institucional heterogénea y desenvolverse en general de manera autónoma, descoordinada y a menudo contradictoria.
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Así, con motivo del brote de peste bubónica que afectó a Larache y Alcazarquivir en octubre-noviembre de 1913 procedente del Protectorado francés, el Gobierno español envió a aquella zona una comisión mixta civil-militar encabezada por el inspector general de Sanidad Exterior, el médico mayor Manuel Martín Salazar (Tello, Ruiz Falcó: 1913). La comisión civil la componían el médico del Cuerpo de Sanidad Exterior Benigno García Castrillo y los bacteriólogos del Instituto de Higiene Alfonso XIII Jorge Francisco Tello y Antonio Ruiz Falcó. La comisión militar la integraban los médicos primeros del Instituto de Higiene Militar Ángel Morales Fernández y Cándido Jurado Barrero. Tras recorrer las zonas afectadas y tomar medidas para frenar la epidemia, Martín Salazar redactó un Proyecto de organización de los servicios sanitarios de la zona de influencia de España en Marruecos (1913) en el que proponía la creación de un Instituto de Higiene en Larache cuyo director ejercería como inspector de sanidad del Marruecos español (Archivo General de la Administración [en adelante, AGA], Fondo África, M-249). Aunque el proyecto no llegó a realizarse era revelador de la centralidad de Larache en la sanidad de los primeros años del Protectorado, la cual se mantendría hasta el final de la década. Además del dispensario indígena, la Junta de Servicios Locales de Larache contó durante estos años con un parque provisional de Sanidad Marítima (1913), un hospital civil provisional (1915) y una enfermería indígena (1917). Se solicitó infructuosamente la instalación de un depósito de sueros y vacunas del Instituto de Higiene Alfonso XIII en 1914 y el envío de médulas antirrábicas desde el laboratorio español de Tánger en 1916. Desde 1913 se instaló en el Castillo de San Antonio (Hsin Laqbibat) un hospital militar provisional. Seis consultorios indígenas prestaban asistencia a la población marroquí de la región occidental. Por su parte, en la región de Melilla se organizó la más amplia red de consultorios indígenas del Protectorado, que llegó a alcanzar los nueve centros antes de 1921 (Zoco el-Had, Nador, Monte Arruit, Zaio, Yazanen, Zoco el-Arbaa de Arkeman, Yarf el-Baax, Kaddur, Reyén). Todos ellos estaban dirigidos por médicos militares. Nador debería haberse convertido en el centro sanitario regional, bajo la dependencia de Tetuán, a través de la creación de un laboratorio de análisis, de un depósito de sueros y vacunas y de una enfermería mixta, pero estos proyectos no llegaron a materializarse durante este periodo. Por este motivo, Melilla siguió siendo el núcleo médico-sanitario de la zona oriental del Protectorado, a pesar de que legal y administrativamente no formaba parte del mismo. La Junta Central de Arbitrios de Melilla se hacía cargo del hospital central y de un hospital de infecciosos
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construido en 1914. De ella dependían Juntas Comarcales y Locales creadas en los principales poblados de colonización (Nador, Monte Arruit, Zaio) y, por extensión, sus respectivos consultorios indígenas. Por su parte, de la Subinspección de Sanidad Militar de la Comandancia General de Melilla dependían el hospital indígena, el hospital militar y el laboratorio de higiene militar, este último creado en diciembre de 1913 y dirigido sucesivamente por los médicos mayores Antonio Redondo Flores y el ya mencionado Ángel Morales Fernández. También lo hacían los hospitales militares de los presidios menores y el resto de consultorios indígenas emplazados en la cercanía de las diversas posiciones militares (Martínez Antonio: 2006). Finalmente, en Tánger —ciudad que había quedado fuera de los protectorados español y francés con un estatus internacional por acordar—, uno o varios médicos militares continuaron destinados en la Legación española. En 1913 se puso en funcionamiento un laboratorio bacteriológico, dirigido sucesivamente por los médicos mayores Celestino Moreno Ochoa y Francisco Mora Caldés, que competía con el prestigioso Instituto Pasteur francés y que actuaba como centro de referencia para los hospitales de la zona occidental del Protectorado (Martínez Antonio: 2006). Tánger constituyó también el más importante foco de actividades de la Cruz Roja Española. Estas incluyeron, por una parte, la apertura de la farmacia La Cruz Roja, que suministraba medicamentos a instituciones filantrópicas europeas y marroquíes. Por otra, la puesta en marcha de una Casa de Socorro en 1917 y de una Gota de Leche en 1920 (Martínez Antonio: en prensa b). De Tánger dependían además los médicos militares que continuaron prestando sus servicios en los consulados de ciudades que ahora formaban parte del Protectorado francés, como Rabat, Casablanca, Safi, Mazagán y Mogador. En algunas de estas ciudades se establecieron consultorios, siendo el más destacado el de Casablanca, donde los médicos primeros Carlos Amor Rico y Vicente Vidal Frenero prestaron sus servicios gratuitamente durante décadas a la numerosa colonia española, así como a musulmanes y hebreos marroquíes. Solo lentamente y con gran dificultad se fue asentando Tetuán como centro médico-sanitario del Protectorado español. Un primer paso fue la creación de un dispensario indígena en 1913, dirigido por el médico primero Leopoldo Martínez Olmedo. Este facultativo se hizo también cargo del hospital civil provisional que se puso en marcha en la ciudad en 1915 (AGA, Fondo África, M-241). En enero de 1916, el primer Reglamento Orgánico del Protectorado dispuso la creación en Tetuán de una Inspección General de los Servicios Sanitarios Civiles dentro de la Delegación de Asuntos Indígenas para coordinar y dirigir la política sanitaria en todo el Protectorado.
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Esta medida se tomó en el contexto de un nuevo brote de peste bubónica en la región de Larache en el otoño de 1915, que acabó afectando a Tetuán, Ceuta y Campo de Gibraltar. También fue posible gracias a que Francia y España “denunciaron” las injerencias legales del Consejo Sanitario de Tánger sobre sus respectivos protectorados a comienzos de 1916. Sin embargo, las oposiciones para cubrir la plaza de inspector quedaron desiertas y Martínez Olmedo, que había sido designado para el cargo con carácter provisional, continuó ocupándolo hasta ser sustituido por el capitán médico Eduardo Lomo Godoy en octubre de 1918. En realidad, el doctor Lomo asumió el cargo mucho más modesto de médico asesor de la Delegación de Asuntos Indígenas creado por el “Dahír organizando el servicio sanitario de la Zona” (BOZIEM, 1918, nº 19). Dicho Dahír sustituyó la proyectada Inspección de Sanidad por una Junta Central de Sanidad con funciones exclusivamente consultivas, de la que dependían Juntas Locales en las principales poblaciones del Protectorado. A pesar de estas medidas y de la incorporación de la Comandancia General de Larache a la de Ceuta-Tetuán en 1918, la autoridad sanitaria de Tetuán siguió siendo muy limitada en términos de centralización, cobertura territorial, autonomía técnica y presupuesto. Hubo algún signo más del naciente protagonismo de Tetuán en la medicina y sanidad del Protectorado. Por ejemplo, el doctor Jacob Mobily Güitta —médico hebreo tangerino, licenciado en la Universidad de Sevilla, nacionalizado español y que trabajaba en el dispensario indígena de Tetuán— fue encargado en mayo de 1914 de asistir gratuitamente a los pobres del mellah, el barrio judío de la ciudad (AGA, Fondo África, M-249). De esta forma se pusieron las bases para la organización de la denominada Beneficencia Israelita, que se extendería con los años a otras poblaciones del Protectorado español. Por otro lado, la doctora Nieves González Barrio —brillante auxiliar de la Cátedra de Parasitología de la Universidad Central regentada por el profesor Gustavo Pittaluga— realizó una estancia en Tetuán entre julio y octubre de 1917 (González Barrio: 1918). La Junta de Servicios Locales de la ciudad, de la que dependía el dispensario indígena, la contrató “principalmente para la asistencia de las moras” en lo que fue el precedente directo del futuro consultorio para mujeres y niños musulmanes al que haremos referencia posteriormente. En Tetuán se estableció también un hospital militar provisional en 1913 y una enfermería indígena y dos consultorios indígenas (en las posiciones militares cercanas de Laucién y Ain Yir) en 1917. A pesar de todo ello, en nuestra opinión, solo se consiguió apuntalar progresivamente la centralidad sanitaria de Tetuán a costa de forzar el mar-
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co legal del Protectorado. Tanto Francia como España lo hicieron, cada una a su manera, con vistas a cerrar la sanidad de su respectiva zona de Marruecos a injerencias externas y amenazas epidémicas demasiado poderosas para ser neutralizadas con las herramientas acordadas en los tratados de 1912. La peste bubónica fue la más grave de estas amenazas. Creemos, por ello, que fue la enfermedad que más condicionó el desarrollo de la sanidad durante el primer periodo de Protectorado, pero también la que mejor mostró sus problemas. Tras más de un siglo sin afectar a Europa, una nueva pandemia originada en China en 1894 llegó al Mediterráneo occidental provocando severos brotes en Oporto en 1899, en Orán en 1907 y en el Marruecos francés en 1909-1911 (Ackercknecht: 1963). Hasta finales de los años veinte, la enfermedad afectaría en varias ocasiones a España y a la zona norte de Marruecos, con episodios en Las Palmas, Barcelona y la frontera argelo-marroquí en 1905-1908; en Santa Cruz de Tenerife, Alcazarquivir y Larache en 1913-1914; en Tetuán, Arcila, Ceuta y Campo de Gibraltar en 1915-1916; y en las zonas de Melilla, Tetuán y Larache, así como en Canarias, Málaga y Barcelona en 1922-1926 (Martínez Antonio: 2011). La coincidencia cronológica y causal de los brotes de peste bubónica a ambos lados del Estrecho desde comienzos de siglo simbolizó, en nuestra opinión, la progresiva convergencia entre las realidades epidemiológicas y las administraciones sanitarias de la península y el Protectorado durante este primer periodo. La situación era distinta de finales del siglo XIX. Entonces, el peligro del cólera había motivado una intervención española en la sanidad marroquí que, aunque pretendía en última instancia hacerse con el control de la misma, implicaba que mantuviera al mismo tiempo un grado significativo de autonomía administrativa y participación local. Sin embargo, la presencia de la peste o su mera amenaza llevó a las autoridades españolas a aprobar disposiciones legales en la península y en el Protectorado que avanzaron, lenta pero incesantemente, hacia una fusión de la sanidad de ambos territorios como forma de reducir la elevada vulnerabilidad epidémica. Dicha fusión era incompatible en teoría con la legalidad del Protectorado pero en la práctica constituyó la vía mediante la que un Estado español debilitado consiguió cierta protección de España y del Marruecos español frente a las amenazas epidémicas y las injerencias sanitarias procedentes de Tánger, Gibraltar, el Protectorado francés y la Argelia francesa. Este proceso pudo apreciarse, por ejemplo, en el ámbito de la sanidad exterior. En Marruecos, se utilizaron subterfugios legales para crear Juntas de Servicios Locales en Larache y Arcila desde 1913 y poner bajo su autoridad, y en última instancia bajo la de la Alta Comisaría, la sanidad maríti-
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ma que controlaban todavía las delegaciones del Consejo Sanitario de Tánger (Martínez Antonio: 2006). Se abrió así un espacio legal y administrativo propio de sanidad exterior en el Marruecos español que habría debido servir como base para la creación de una Inspección de Sanidad de la zona a través de un concurso para proveer el puesto de inspector en noviembre de 1915. Sin embargo, en enero de 1916, Francia denunció las atribuciones del Consejo Sanitario y, aunque España suscribió inmediatamente dicha medida, quedaba expuesta ahora a la pulsión panmarroquí de la sanidad del Protectorado francés apoyada en la autoridad del sultán. Este hecho debió de influir en el fracaso de aquel concurso y de un segundo que se convocó en abril de 1916. En estas circunstancias, solo había posibilidades de resistir a las injerencias de Francia y a las objeciones de los países que todavía defendían la vigencia del Consejo Sanitario de Tánger a través de una extensión de la sanidad peninsular hacia el Protectorado. Para ello, se dio a la sanidad exterior peninsular una posición todavía más preeminente frente a la interior a través del nombramiento de Martín Salazar como inspector general de Sanidad en 1916 (Gaceta de Madrid, 1 de junio de 1916). Martín Salazar procedería a la aprobación de un nuevo Reglamento de Sanidad Exterior en 1917 (Gaceta de Madrid, 10 de marzo de 1917) y a la extensión de la nueva organización de inspecciones sanitarias de distrito y locales a Ceuta, Melilla y los presidios menores dos años después (Gaceta de Madrid, 20 de abril de 1919). Pero el refuerzo de la sanidad del Protectorado y de la centralidad de Tetuán no solo tuvo este efecto en la Península. Hubo, en conjunto, una tendencia a la “marroquinización” de la sanidad española en varios sentidos. Así, el Protectorado comenzó a absorber un porcentaje desproporcionado del personal y los recursos económicos y materiales de la sanidad tanto militar como civil. Sirva como ejemplo que la sanidad exterior en y en torno al Protectorado (un territorio equivalente en extensión a una provincia española) contó en este periodo con dos estaciones sanitarias marítimas en Ceuta y Melilla, dos inspecciones sanitarias de frontera en Ceuta (Tarajal) y Campo de Gibraltar (La Línea) y dos parques provisionales de sanidad marítima en Larache y Arcila. Por otro lado, la política sanitaria española se vio cada vez más influida por las amenazas epidémicas y las prácticas del Protectorado. Ello explicaba, por ejemplo, que en el nuevo Reglamento de Sanidad Exterior de 1917 se considerara el objeto principal de esta rama sanitaria “impedir la importación en territorio español [no solo ‘en España’ como señalaba el reglamento de 1909] de las enfermedades contagiosas y con especialidad de las epidemias pestilenciales” (Gaceta de Madrid, 10 de marzo de 1917).
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Administrativamente, el impacto del Protectorado se dividió entre los ministerios de Guerra, Estado y Gobernación. El primero acumuló autoridad sanitaria al otorgarse a los gobernadores militares de Campo de Gibraltar, Ceuta y Melilla las competencias sanitarias de los gobernadores civiles en sus territorios, tanto de sanidad exterior (Real Orden Circular del Ministerio de la Guerra, 8 de enero de 1909) como interior (Gaceta de Madrid, 20 de octubre de 1915). Además, se creó en 1919 un Negociado de Asuntos de Marruecos que centralizaba las múltiples competencias de sanidad civil que el ejército asumió en este primer periodo en el Protectorado. Respecto al Ministerio de Estado, se creó una Sección de Marruecos en 1913 (Villanova: 2005, 124), la cual acumuló responsabilidades sanitarias al encargarse del pago de las gratificaciones a los médicos militares de hospitales, enfermerías, dispensarios y consultorios civiles, de los gastos de instalación y mantenimiento de los mismos, así como del suministro de medicamentos. Finalmente, el Ministerio de la Gobernación adquirió un papel relevante a través de la Junta de Arbitrios de Melilla, cuya autoridad sanitaria se expandió por el territorio oriental del Protectorado ocupado por el ejército. Los problemas derivados del reparto de competencias entre Guerra, Estado y Gobernación no se solucionarían hasta la creación de un organismo único que materializó por primera vez esa “marroquinización” solo esbozada durante esta primera fase. 3. Una sanidad, dos sistemas (1921-1936) 3.1. La Dictadura de Primo de Rivera
En la segunda etapa del Protectorado, superadas las enormes limitaciones impuestas por la Guerra del Rif, la sanidad del Marruecos español alcanzó por primera vez una configuración estable, centralizada y homogénea. En noviembre de 1926, pocos meses después de la rendición de Abdelkrim, el comandante médico Eduardo Delgado Delgado fue nombrado primer inspector de Sanidad del Protectorado (Martínez Antonio, Jiménez, Molero: 2003). Delgado tenía una larga trayectoria en bacteriología e higiene pública en el ejército y en la lucha contra epidemias, tanto en España como en Marruecos. Su experiencia en peste bubónica debió de influir decisivamente en su elección como inspector, pero también sus conocimientos sobre el paludismo, enfermedad que había de marcar la segunda etapa del Protectorado. En los casi tres años que permaneció en su puesto de inspector el doctor Delgado dictó numerosas disposiciones para reformar la admi-
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nistración sanitaria sobre la base de informes exhaustivos enviados a la Alta Comisaría y a la nueva Dirección General de Marruecos y Colonias (en adelante, DGMyC) en Madrid. La más básica, la piedra angular de la nueva organización sanitaria fue la Instrucción General de Sanidad del Protectorado de 22 de junio de 1929 (AGA, Fondo África, M-239). Esta norma legislativa otorgaba a la Inspección de Sanidad, dependiente de la Dirección de Intervención Civil y Asuntos Generales de la Alta Comisaría, la dirección técnica de la sanidad interior y exterior del Protectorado. Sin embargo, solo una parte de los organismos y centros sanitarios existentes y por crear pasaban a depender de ella. Así, su base institucional la constituía el componente urbano de la ahora denominada Sanidad Majzén, que incluía el proyectado Instituto de Higiene en Tetuán, los hospitales civiles de Tetuán y Nador, los hospitales mixtos de Larache y Cala Bonita (compartidos con Cruz Roja), las enfermerías de Larache, Arcila y Alcazarquivir, los parques de sanidad marítima provisionales de Larache y Arcila, una escuela de puericultura, un consultorio para mujeres y niños musulmanes, un sifilicomio y el manicomio de Sidi Frij, todos ellos en Tetuán (Delgado: 1930). El otro componente de la Sanidad Majzén, la sanidad rural o del campo, todavía no dependía de la Inspección de Sanidad sino de su equivalente militar, el Negociado de Sanidad de la Inspección General de Intervenciones y Fuerzas Jalifianas. Constaba de cuarenta y ocho consultorios rurales (nueve en la región de Tetuán, once en la de Xauen, diez en la de Larache, ocho en la del Rif, diez en la de Melilla) y treinta puestos sanitarios en los cuales prestaban sus servicios cuarenta y ocho médicos, setenta y ocho practicantes, cuarenta y siete enfermeras y más de ochenta sanitarios marroquíes (Delgado: 1930). Finalmente, dependiendo de la Dirección de Intervención Civil y Asuntos Generales pero no de la Inspección de Sanidad sino de las Juntas de Servicios Municipales, estaba la Beneficencia Municipal, que comprendía diez dispensarios (dos en Larache y uno en Tetuán, Arcila, Alcazarquivir, Xauen, Villa Sanjurjo, Rincón del Medik, Targuist y Nador). El funcionamiento de este tercer ramo de la sanidad del Protectorado se reguló a través del Reglamento para la reorganización de la Beneficencia Municipal de las ciudades de la Zona aprobado en diciembre de 1928 (Delgado: 1930). La sanidad del Protectorado gozaba ahora, en cualquier caso, de un grado significativamente mayor de centralización, homogeneidad, autonomía técnica y cobertura territorial que en la etapa anterior. Sobre esta base, Delgado procedió al lanzamiento de las primeras campañas sanitarias a gran escala. Así, en 1928 se organizó la lucha antipalúdica y al año siguien-
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te se lanzó la primera campaña contra la enfermedad dirigida por una comisión central en Tetuán y una subcomisión en Melilla, de las cuales dependían comisiones locales tanto en las ciudades como en las zonas rurales. La comisión central estaba presidida por Delgado y la integraban además el comandante médico Francisco Gómez Arroyo (jefe del Negociado de Sanidad de la Inspección General de Intervenciones y Fuerzas Jalifianas), el capitán médico Manuel Bermúdez Pareja (secretario técnico de la Inspección de Sanidad), el capitán médico Joaquín Sanz Astolfi (jefe del laboratorio del hospital militar de Tetuán), dos ingenieros militares y dos civiles. El carácter militar de los consultorios rurales, que debían constituir la principal base operativa de la campaña antipalúdica, hizo que la dirección de la misma recayera conjuntamente en Delgado y Gómez Arroyo con las consiguientes tensiones y descoordinaciones. Las medidas tomadas siguieron las propuestas de la comisión de 1920 y consistieron esencialmente en la combinación de quininización terapéutica y profiláctica con el pequeño saneamiento (drenaje, desherbaje, petrolización y verdificación de charcas) (Molero: 2003). Otras campañas sanitarias que se pusieron en marcha a finales de los años veinte fueron la antivariólica y la antivenérea. La vacunación contra la viruela constituyó una de las principales actividades de los médicos consulares y de los primeros dispensarios indígenas. Sin embargo, la enfermedad estaba todavía lejos de ser erradicada, especialmente tras diversos brotes epidémicos que se produjeron en el transcurso de la Guerra del Rif. Delgado lanzó la primera campaña masiva de vacunación en 1927 pero su alcance fue limitado. Para llegar a sectores más amplios de la población marroquí, urbana y rural, se tomaron varias medidas complementarias. Por un lado, se creó un equipo de “vacunadoras indígenas” en agosto de 1927 integrado por las hermanas Rahama y Yamina bent Ali (Martínez Antonio: 2012b). Habían sido formadas a principios de ese año por la Inspección de Sanidad “en cursos de enfermeras musulmanas organizados privadamente, pero con todas las garantías técnicas necesarias” (Delgado: 1930, 28). Acompañadas por dos funcionarios del bajá (alcalde) y un mejazni (soldado del Majzén), las vacunadoras marroquíes comenzaron a recorrer Tetuán inmunizando contra la viruela a más de mil mujeres y niños en su primer semestre (Delgado: 1929, 18). Por otro lado, se dispuso la creación de una escuela de puericultura en Tetuán en marzo de 1928, cuyo objetivo era formar a mujeres marroquíes como practicantes o enfermeras (Boletín Oficial de la Zona de Protectorado Español en Marruecos [en adelante, BOZPEM], 10 de julio de 1928, 693).
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Su directora fue la doctora María del Monte López Linares, primera cirujana española y amiga de Nieves González Barrio, quien probablemente la informó del proyecto. En la escuela, que tuvo una vida breve, debieron de formarse las integrantes del segundo equipo de vacunación Fátima bent Mohammed Galilán y Erhimo bent Mohammed Tanyaui. Finalmente, se decidió crear un consultorio de mujeres y niños musulmanes dependiente de la Junta de Servicios Municipales de Tetuán. López Linares se hizo cargo de la dirección del mismo en marzo de 1931 (BOZPEM, 10 de mayo de 1931, 505) y continuaría haciéndolo hasta el final del Protectorado. Para su trabajo contó con la ayuda de la practicante española Gloria Herrero y de las cuatro vacunadoras marroquíes. Además de vacunar contra la viruela, el consultorio prestaba consulta diaria, asistencia clínica y quirúrgica y atención domiciliaria para mujeres y niños (Delgado: 1930). La importancia de esta extensión de la acción médico-sanitaria al espacio privado de los marroquíes llevaba a reconocer que se estaba comenzando el asalto de una posición más inabordable que el Fondak y que el Gurugú y que Playa Cebadilla; una posición que, sin embargo, es necesario tener porque nos ha de asegurar el arraigo en Marruecos mejor que todas las que ocupan con alambradas, ametralladoras y cañones nuestros soldados: el hogar musulmán (Sánchez Ocaña: 1929).
Respecto a la lucha antivenérea o antisifilítica, se organizó a través de la aprobación de unas Instrucciones provisionales reglamentando el ejercicio de la prostitución en las ciudades de la Zona en 1927 y de la organización de un Servicio de Higiene Especial (Profilaxis Antivenérea) en 1929. Este servicio contaba con un sifilicomio con diez camas en Tetuán para tratar a las “meretrices moras en fase aguda de contaminación”. En su planta baja se instaló un dispensario antivenéreo y en el hospital civil de la misma ciudad se habilitó una sala para el “servicio de profilaxis pública de las enfermedades sexuales” (Delgado: 1930, 28). Los directores de los hospitales civiles y enfermerías de las principales ciudades del Protectorado actuaban como delegados de la Inspección de Sanidad para el nuevo servicio. La red de dispensarios urbanos y rurales servía a su vez como base operativa para la propaganda higiénica y sobre todo para la administración de neosalvarsán, con el cual se conseguía en muchos casos la remisión de las lesiones secundarias cutáneas y óseas, las más frecuentes en la población marroquí. Además de las ya mencionadas vacunadoras, se promovió en estos años la utilización de auxiliares masculinos en la sanidad. La iniciativa más ambiciosa fue la creación de la Escuela de Auxiliares Indígenas en la Facultad de Medicina de Cádiz en noviembre de 1928, aunque tuvo una vida bre-
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ve. Su propósito era la formación de practicantes civiles a través de estudios de tres años de duración que comprendían materias teóricas y prácticas de hospital y laboratorio. El título solo tenía validez en el Protectorado (BOZPEM, 10 de noviembre de 1928, 988.). Otra iniciativa en este sentido fue la Escuela de Practicantes Indígenas que se instaló en el consultorio de Zoco el Sebt de Beni Gorfet, en la región de Larache, dirigida por el capitán médico Gaspar Soto Gil de la Cuesta (El Sol, 22 de agosto de 1930). Su objetivo, a diferencia de la primera, era formar practicantes que ayudaran a los médicos militares de los consultorios o prestaran sus servicios en solitario “en el interior de las cabilas”. Finalmente, se formaron sanitarios marroquíes para la sanidad civil y militar. Otras iniciativas emprendidas durante el mandato del doctor Delgado incluyeron, por ejemplo, la organización de un servicio de higiene escolar en 1929 y de la estadística sanitaria a través de un Dahír de enero de 1930. La Instrucción General de Sanidad se ocupó del funcionamiento de las juntas de beneficencia aunque en noviembre de 1929 se aprobó un reglamento específico de las mismas. La sanidad de puertos y fronteras siguió rigiéndose por las disposiciones que acompañaron a la denuncia del Consejo Sanitario de Tánger en 1916. En septiembre de 1929, Eduardo Delgado cesó como inspector para convertirse en médico asesor de la DGMyC. Su primera misión en este puesto, en el que permanecería de forma discontinua al menos hasta 1935, fue reorganizar los servicios sanitarios españoles en Tánger (Archivo General Militar de Segovia, Sección 2ª, D-15). Delgado fue sustituido en su puesto de inspector por el coronel médico retirado Alberto Ramírez Santaló (hasta noviembre de 1930) y después por el comandante médico Ricardo Murillo Úbeda (hasta octubre de 1931). Todo este importante desarrollo de la sanidad del Protectorado tuvo como contrapartida la materialización de su fusión con la sanidad peninsular apuntada en el periodo anterior. El destino de Delgado a la DGMyC fue un signo de ello. Otro fue que el paludismo sustituyera a la peste como enfermedad de mayor impacto. Para entender esto es preciso señalar que la DGMyC (1925) era un organismo que dependía directamente de la Presidencia del Consejo de Ministros, es decir, del general Miguel Primo de Rivera (Villanova: 2005, 128). La DGMyC unificó las responsabilidades administrativas hasta entonces repartidas en varios ministerios pero al adscribirse directamente a Presidencia se convertía en mucho más que un Ministerio de Colonias. Dicha adscripción significaba nada menos que “deslocalizar” de la Península las decisiones últimas políticas y administrativas sobre el Protectorado. El dictador se convertía de facto en el eje articulador
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de la legalidad del Marruecos español esquivándose con ello las injerencias derivadas de la dependencia respecto al sultán y de la vigencia del Acta de Algeciras, que tan graves problemas habían creado en la anterior etapa. Por ello, lejos de ser un gesto colonialista, este desarrollo expresaba debilidad. La Dictadura estaba interesada en asumir un enorme coste para afianzar su control del Protectorado (y también de la sociedad española), coste que no era otro que una “marroquinización” o “africanización” parcial del Estado español. Desde este punto de vista, el paso del doctor Delgado a la DGMyC para sustituir al doctor Carlos Elósegui como médico asesor no era un paso atrás en sus responsabilidades marroquíes (Molero: 2003, 365) sino que por el contrario lo situaba en el nuevo vértice de la sanidad del Protectorado. Pero además, lo convertía al mismo tiempo en una autoridad sanitaria paralela, no subordinada, a la Dirección General de Sanidad peninsular. Un signo de su creciente poder fue el proyecto de dotarse de un organismo técnico con funciones paralelas a las del Instituto Nacional de Higiene y la Escuela Nacional de Sanidad. Desde 1927 Delgado consiguió que comenzaran a impartirse en el laboratorio del hospital militar de Tetuán cursillos de paludismo para los médicos de los dispensarios enclavados en zonas palúdicas (Pittaluga, Ruiz Morote: 1930, 267). Pero en octubre de 1928, la DGMyC planteó al Ministerio de Instrucción Pública la creación de una Escuela de Medicina tropical o colonial en Madrid, cuyo director sería el catedrático de Parasitología y Patología Tropical y profesor de Parasitología de la Escuela Nacional de Sanidad Gustavo Pittaluga. Actuaría como secretario de la misma el entonces asesor médico Carlos Elósegui (AGA, Fondo África, M-248). En el laboratorio de su cátedra, Pittaluga y otros profesores impartirían cursos de diversas materias como parte de un diploma de Medicina Colonial que capacitaría a un cierto número de médicos para trabajar en los servicios sanitarios del Protectorado y del resto de posesiones africanas. Del programa se deduce que las enfermedades a las que habrían de prestar mayor atención eran el paludismo y las enfermedades venéreo-sifilíticas y dermatológicas. El protagonismo de Pittaluga en esta iniciativa pudo deberse a su buena relación con Julio López Oliván, jefe de la Sección Civil de Asuntos de Marruecos de la DGMyC desde 1926 y director general en 1930. El catedrático también mantenía relación estrecha con el doctor Eduardo Delgado, a quien incluyó en el consejo editorial de su revista La Medicina de los Países Cálidos desde su fundación en 1928 y para quien escribió el prólogo de su obra La Sanidad en Marruecos (1930). Fue probablemente Delgado
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quien consiguió desde su nuevo puesto en la DGMyC que Pittaluga realizara su primer viaje al Protectorado, en compañía de su discípulo Francisco Ruiz Morote en mayo de 1930 nada más terminar el II Congreso Internacional de Paludismo en Argel. Un mes antes del viaje, Pittaluga concedió una entrevista a la revista de Tetuán Marruecos Sanitario, en la que se hacía alusión a los planos de un Instituto de Medicina Tropical que ha de erigirse en la Moncloa, y dirigirá en su día el sabio parasitólogo. Constará de cuatro partes: una Pedagógica (Museo, Laboratorio, etc.), Dispensario, Hospital didáctico con 52 camas, Departamento de investigación (Marruecos Sanitario, 1930, nº 33, 19).
El proyecto estaba, por tanto, en fase avanzada y había evolucionado desde simples cursos de formación hasta un centro docente, investigador y asistencial. Dado que enfermedades como el paludismo y la sífilis, lejos de ser “tropicales” para España, todavía afectaban a amplios sectores de la población, cabe pensar que el nuevo instituto pretendía contribuir al diseño de la política sanitaria frente a estas enfermedades no solo en las posesiones africanas sino también en España. Su creación habría consagrado al Protectorado como modelo sanitario para la Península, habría canalizado la implantación en España de los conocimientos y prácticas allí generados. Aunque el proyecto no llegó a materializarse, simbolizó por ello los procesos de unificación sanitaria hispano-marroquí y de “marroquinización” de la sanidad peninsular, así como la relevancia del paludismo para que ambos se hiciesen realidad. Si la peste era el terror ocasional procedente del exterior, el paludismo era la amenaza sostenida del interior. La endemia palúdica diezmaba la población de la Península y el Protectorado (y de las otras posesiones africanas). Era una enfermedad transversal y por ello podía tomarse como base para diseñar una política sanitaria transversal. Así se hizo y la lucha antipalúdica fue uno de los pilares básicos que impulsaron la organización de la nueva Sanidad Nacional en España y de la nueva Sanidad Majzén en el Protectorado, ambas desarrolladas bajo el paraguas de autoritarismo, centralización y militarización de la Dictadura. El paludismo permitió dar forma a una primera versión de sanidad hispano-marroquí, hispano-africana. 3.2. La Segunda República
La proclamación de la Segunda República en abril 1931 produjo modificaciones importantes en la sanidad del Protectorado y en su relación con la sanidad peninsular aunque, como veremos, continuó en aspectos clave los desarrollos de la década anterior. Como signo visible de los cambios un
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médico civil, Antonio Torres Roldán, gobernador civil de Murcia en los meses previos, asumió por primera vez la dirección sanitaria del Protectorado en octubre de aquel año. Torres Roldán permanecería al frente de la Inspección de Sanidad durante todo el periodo republicano hasta ya iniciada la Guerra Civil. El puesto de subinspector, de nueva creación, estuvo ocupado durante el mismo periodo por el médico militar Federico González Azcune. La Inspección pasó a depender de la nueva Secretaría General de la Alta Comisaría y, por ello, directamente del alto comisario. Su base técnica se reforzó con la puesta en marcha del primer elemento del Instituto de Higiene de la Zona, un laboratorio de análisis con tres secciones: bacteriología, química y veterinaria. Abandonado el proyecto de Instituto de Medicina Tropical en Madrid, se impartieron en dicho centro cursos abreviados de Parasitología y Análisis bacteriológicos y clínicos para los médicos de los consultorios rurales, especialmente orientados al diagnóstico y estudio del paludismo y la sífilis. En 1933 se restablecieron sobre nuevas bases el depósito central de medicamentos de Tetuán y el de la sucursal de Nador. La sanidad exterior contaba con parques sanitarios marítimos provisionales en Larache y Arcila y con inspecciones terrestres emplazadas en las fronteras con Ceuta (Tarajal) y con la zona internacional de Tánger (Regaia), esta última instalada tras la amenaza de extensión de un brote de peste desde Tánger en 1932. Como novedad, se desarrolló una administración sanitaria regional, compuesta por asesorías médicas de las intervenciones de las cinco regiones en que se dividió el Protectorado (Lucus, Yebala, Gomara, Rif, Melilla), las cuales controlaban los consultorios de su demarcación correspondiente. En líneas generales, los años de la República se caracterizaron en el Protectorado por el desarrollo preferente de la sanidad civil sobre la militar, de la interior sobre la exterior y de la urbana sobre la del campo. El número de consultorios rurales y puestos sanitarios se redujo en estos años y también su personal, que pasó a ser de treinta y cinco médicos, cuarenta y cinco practicantes y setenta y dos sanitarios. A consecuencia de ello, el perímetro de las circunscripciones o círculos médicos aumentó, dificultando “la concurrencia del indígena al Consultorio y la eficaz acción del Médico en los recorridos de su demarcación y en la asistencia domiciliaria” (Torres Roldán: 1937, 52). En contraste, aumentó el número y mejoraron las instalaciones de los hospitales civiles (Tetuán, Larache, Arcila, Alcazarquivir, Nador, Villa Sanjurjo en construcción). Los dispensarios urbanos aumentaron su número, ampliaron su personal, abrieron consultas de especialidades y establecieron servicios de visita domiciliaria. Se organizaron equipos
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regionales de desinfección y se creó un Servicio de Evacuación de Enfermos con cuatro ambulancias para trasladar pacientes a los hospitales civiles. Estaba prevista la adquisición de otras dos para las regiones de Rif y Gomara, donde se crearía como complemento una sección de artolas debido a la complicada orografía del terreno. La aplicación en el Protectorado de la reforma militar diseñada por Manuel Azaña se tradujo en una reducción sustancial de los efectivos del ejército, incluidos los médicos militares. Dado que estos constituían la casi totalidad del personal sanitario, fue necesario convocar oposiciones para sustituirlos por médicos civiles. Por ejemplo, en 1932 se convocaron diez plazas de médicos de consultorios y en la segunda mitad de 1933 salieron a concurso tres de médicos de sala para hospitales civiles, dos de médicos municipales para Xauen y Larache y veinte para consultorios. Las oposiciones se celebraban en Madrid ante tribunales cuyo secretario era el doctor Eduardo Delgado en su condición de médico asesor de la DGMyC (Medicina Latina, 1933, 6, XIX). A resultas del impulso civilista del régimen republicano, de las sesenta y ocho plazas de médicos con que contaba la sanidad del Protectorado en 1934 solo treintaiuna pertenecían a médicos militares. Además, dichas plazas habían quedado limitadas a consultorios rurales y una parte se encontraba sin cubrir (Torres Roldán: 1937, 58). Las medidas civilistas culminaron en junio de 1934 con la unificación de las intervenciones civiles y militares, que colocó a los consultorios rurales bajo la dependencia de la Inspección de Sanidad. La política sanitaria se reorientó hacia nuevas enfermedades. En diciembre de 1934 se aprobó el Dahír que organizaba la lucha antituberculosa en el Protectorado. Las medidas tomadas incluyeron la práctica de gran número de vacunaciones BCG, la atención a pacientes en hospitales, dispensarios y consultorios, la construcción de grupos de casas baratas y el proyecto de creación de un preventorio escuela para niños tuberculosos en Ketama (Torres Roldán: 1937, 90). De hecho, la tuberculosis sustituyó al paludismo como enfermedad más decisiva en la configuración sanitaria del Protectorado como señalaremos después. No obstante, el paludismo y la sífilis siguieron afectando a sectores importantes de la población y recibieron atención y recursos. Así, el Ministerio de la Guerra nombró una comisión de médicos militares para preparar una ponencia sobre la “Acción sanitaria frente al problema del paludismo en la zona española del Protectorado de Marruecos”, en el III Congreso Internacional de Paludismo a celebrar en Madrid en octubre de 1936 y suspendido por la Guerra Civil. Dicha comisión estaba integrada por el exinspector Ricardo Murillo Úbeda, el jefe de
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la Sección de Parasitología del Instituto de Higiene Militar Eulogio Martín Cortázar y su ayudante y exsecretario de la Inspección de Sanidad del Protectorado Manuel Bermúdez Pareja, el jefe de los Servicios Sanitarios de la Inspección de Intervenciones y subinspector de Sanidad del Protectorado Federico González Azcune, el jefe del laboratorio del hospital militar de Tetuán Ramiro Ciancas Rodríguez y el jefe del dispensario municipal de Alcazarquivir y futuro inspector de Sanidad del Protectorado Juan Solsona Conillera (ABC, 6 de junio de 1936). Respecto a la viruela y a los ahora denominados servicios de higiene infantil, se abrió un segundo consultorio de mujeres y niños musulmanes en Xauen, cuya dirección fue encomendada también a una médico española con la ayuda de auxiliares españolas y marroquíes. En mayo de 1935, la Asociación Española de Médicos Puericultores demandó al Gobierno la apertura de centros de higiene infantil “en poblaciones mayores de 20.000 habitantes y en el territorio del Protectorado de Marruecos”, aunque no parece que se crearan más (Puericultura española, año I, nº 3, 30). En 1932 se produjo un último brote de peste en Tánger que amenazó con extenderse al Protectorado español, aunque se evitó a través de un cordón sanitario en la frontera, de la instalación de la inspección de Regaia y del montaje del “Hospital Docker” en el Puente Internacional de Tánger. Además, se adquirieron grandes cantidades de vacuna y suero antipestosos con los que se practicaron vacunaciones en masa de la población de las cabilas próximas a la zona internacional. Juan Solsona Conillera, por entonces médico en el consultorio rural de Melusa (Anyera), fue condecorado con la Orden Civil de África de la República por su decisiva labor en evitar la entrada de la peste en el Marruecos español. Finalmente, una enfermedad que comenzó a ser tomada en consideración seriamente en este periodo fue la lepra. El doctor Fernando del Toro Cano, médico del hospital civil de Tetuán, defendió en septiembre de 1934 en la Facultad de Medicina de Madrid su tesis sobre dicha enfermedad ante un tribunal presidido por Gustavo Pittaluga. La tesis llevó por título El problema de la lepra en Marruecos occidental español y fue publicada en 1935. En esta obra, Del Toro realizaba un primer censo de enfermos marroquíes y españoles, elaboraba estadísticas, señalaba los principales focos leprosos y describía las formas más habituales de presentación de la enfermedad. A partir de esos datos, defendía la necesidad de organizar la lucha antileprosa en el Protectorado, a semejanza de las disposiciones que se habían aprobado en la Península en septiembre de 1933. Llegó a elaborarse un proyecto de leprosería en la cabila de Ahl-Xerif, adscrita al hospital civil de Alca-
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zarquivir, para lo cual se pensaba aprovechar un antiguo edificio de intervenciones. La hospitalización de leprosos en este centro debía de ser complementada con medidas “que defiendan el territorio contra la endemia lazarina, por fortuna no muy extendida en él” (Torres Roldán: 1937, 93). Decíamos al comienzo de esta sección que la Segunda República continuó en aspectos fundamentales desarrollos sanitarios comenzados durante la Dictadura. Concretamente, se acentuaron la centralidad de Tetuán en el Protectorado y la fusión sanitaria hispano-marroquí. Ambos procesos adquirieron una dimensión hispano-africana. Respecto a lo primero, tras la ocupación de Ifni y del interior del Sáhara español en la primavera de 1934, la Alta Comisaría de Tetuán pasó a centralizar la administración de todos los territorios españoles en el Magreb, cuyas autoridades gubernativas se convirtieron en delegaciones de la misma (Gaceta de Madrid, 30 de agosto de 1934). En términos sanitarios esto suponía que la Inspección de Sanidad del Protectorado extendía sus competencias a dichos territorios, a lo que se unió también su control de los servicios sanitarios españoles en la zona internacional de Tánger desde enero de 1935 (Villanova: 2005, 133). Por lo que respecta a lo segundo, la centralización administrativa iniciada por Primo de Rivera “se acentuó en el periodo republicano” al hacer depender a la DGMyC primero (en junio de 1931) y a la Alta Comisaría después (en julio de 1934) más directamente de Presidencia del Gobierno (Vllanova: 2005, 132 y 184). En el ámbito sanitario, se creó un Negociado de Sanidad en la DGMyC en junio de 1931, cuyo jefe siguió siendo el doctor Eduardo Delgado. De esta forma, los asuntos africanos constituyeron una ocupación creciente y cada vez más directa del presidente del Gobierno, mientras que la administración africana se consolidaba como una especie de Estado paralelo al peninsular. De nuevo, no cabe interpretar estas transformaciones como una muestra de colonialismo, sino de debilidad. ¿Cuál fue entonces la diferencia entre la Dictadura y la República? Esta diferencia sustancial consistió en que el impulso unificador hispano-africano no provenía ahora del contacto con la realidad marroquí en el Protectorado, sino de las conexiones internacionales de España. Aparentemente, este hecho aproximaba la relación hispano-marroquí a una relación colonial al uso. Sin embargo, no era así ya que en realidad las transformaciones sanitarias que pretendían implantarse en la Península y extenderse a las posesiones africanas provenían de la adopción sistemática de la legislación, instituciones y prácticas internacionales. España y el Protectorado quedaban equiparados en su necesidad de “civilización”. De esta forma, la República mantuvo la fusión hispano-africana (de hecho, esta se agudizó como
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hemos mostrado) pero le dio un nuevo sentido: en lugar de una “marroquinización” del Estado español, de una convergencia hispano-africana a partir del modelo y la experiencia del Protectorado, España y sus posesiones africanas debían someterse a un proceso común de equiparación a modelos internacionales. Un signo representativo de la nueva orientación de dicha fusión fue, por ejemplo, la definición de la sanidad exterior en el nuevo reglamento que se aprobó para esta rama sanitaria en la Península en 1934. Su objeto consistía ahora en “impedir la importación en territorio español de las enfermedades infecciosas, así como la exportación de las mismas” (Gaceta de Madrid, 19 de septiembre de 1934). Se mantenía pues la ampliación territorial introducida en 1917 pero como novedad se consideraba ahora que tanto España como sus posesiones africanas no solo estaban amenazadas por epidemias, sino que eran ellas mismas una amenaza para otros países. Dicha amenaza solo se podría controlar mediante un esfuerzo de adaptación a las normativas internacionales y de contacto permanente con las principales instituciones de dicho ámbito. De ahí que se consideraran como nuevas funciones propias de la sanidad exterior la cooperación sanitaria internacional; Conferencias, Congresos, Sociedades y Oficinas internacionales; Delegaciones sanitarias y Comisiones de todas clases en el extranjero; publicidad y propaganda internacionales y, en general, cuanto afecte a las relaciones sanitarias con los demás países; sanidad colonial […] (Gaceta de Madrid, 19 de septiembre de 1934).
Fue esta inspiración internacional la que guio a los gobiernos republicanos en su proceso de refundación de la Sanidad Nacional. Así, el Reglamento de Sanidad Exterior incorporó los acuerdos del Convenio Sanitario Internacional de París de 1926 en lo referente a las medidas a tomar contra la peste, el cólera y la fiebre amarilla o en la regulación de la peregrinación a la Meca. Previamente, en 1933, se aprobó la creación de una red de centros de higiene primarios y secundarios siguiendo las recomendaciones discutidas por el Comité de Higiene de la Sociedad de Naciones en Budapest en octubre de 1930 y aceptadas en la Conferencia de Higiene Rural de Ginebra (junio-julio de 1931), convocada a petición española (Rodríguez Ocaña: 2003, 8). La influencia que la Fundación Rockefeller venía ejerciendo en España desde los años veinte a través de becas para formación de higienistas en Estados Unidos se tradujo en la amplia reorganización de la administración sanitaria impulsada por el nuevo director general de Sanidad, Marcelino Pascua, antiguo becario de la Fundación, así como en el énfasis médico-social de las políticas de salud (Barona, Bernabeu: 2008).
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Estas transformaciones tuvieron su correlato en el Marruecos español. La sanidad civil se desarrolló hasta englobar todas las instituciones y personal de la Sanidad Majzén salvo la Beneficencia Municipal. Se convocaron oposiciones para plazas de médicos civiles que sustituyeran a los militares. Los dispensarios se transformaron en centros médicos y se crearon demarcaciones sanitarias regionales. Se aplicaron disposiciones legislativas como el Seguro de Maternidad de 1931. Todo ello explica que en el primer Congreso Nacional de Sanidad celebrado en Madrid en mayo de 1934 se presentara una ponencia titulada “Necesidad de incorporar a la Sanidad Nacional los servicios sanitarios de la zona del Protectorado en Marruecos y de las colonias del África Occidental”. En ella se planteaba la conveniencia de organizar la administración sanitaria en las posesiones africanas sobre las mismas bases reformadas que en la Península. Se planteaba, por ejemplo, la creación de cuerpos de médicos en cada territorio africano a partir de los que trabajaban entonces sobre el terreno y de médicos procedentes de la Sanidad Nacional. También la formación de personal local a través de la creación de Escuelas de Auxiliares Indígenas en Tetuán y Bata (Guinea). Se proponía asimismo la creación de un instituto de higiene en cada territorio, que coordinara las luchas sanitarias. La ponencia suscitó tal debate que, bajo los auspicios de Pittaluga, se decidió crear una comisión para debatir la cuestión con mayor profundidad. La presidía Sadi de Buen y la integraban el médico militar Paulino Fernández Martos; Federico Mestre Peón, Luis Nájera Angulo y Pedro Zarco Bohórquez (autores de la ponencia); Juan Solsona Conillera, del Protectorado; y los doctores Barbero y Saldaña (ABC, 9 de mayo de 1934). Las nuevas circunstancias se reflejaron con mayor claridad en las dos enfermedades que recibieron atención preferente durante este periodo: la tuberculosis y la lepra. Ni una ni otra eran las enfermedades más graves ni las de mayor prevalencia en España y sus posesiones africanas. Sin embargo, al igual que el paludismo, eran enfermedades transversales que podían encontrarse en todos los territorios. Su protagonismo respondía por tanto a un principio similar de política sanitaria transversal que orientó la lucha antipalúdica durante la Dictadura. Pero al mismo tiempo reflejaba una orientación ideológica opuesta. Por una parte, la lucha contra la tuberculosis simbolizaba el esfuerzo de la República por configurar bases sólidas de apoyo al nuevo régimen. En el preámbulo de las Normas encaminadas a combatir la tuberculosis de septiembre de 1934 se señalaba que dicha enfermedad estaba “tan difundida que constituye una plaga social” y por ello debía emprenderse “la patriótica obra de redimir al pueblo español de esta
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plaga” (Gaceta de Madrid, 7 de septiembre de 1934). Por ello, la lucha antituberculosa constituía una metáfora de las reformas que debían mitigar o terminar con las injusticias sociales. Los tuberculosos curados representaban los individuos que habrían sido capacitados por la República para insertarse y contribuir a crear un nuevo orden social más igualitario. Estos individuos podían ser tanto españoles como marroquíes o africanos, pues lo esencial era su apoyo al régimen. Por el contrario, la lepra simbolizaba a los enemigos internos de la República, esencialmente la religión y el conservadurismo o el fascismo que se oponían a las reformas y al progreso. De nuevo, no importaba si los individuos que suscribían esos principios eran españoles o marroquíes. De hecho, el problema de la lepra era común porque de los veinte casos existentes en el Marruecos español, uno era de Marbella, otro de Chipiona y cuatro, individuos “domiciliados en la zona de Ceuta” y porque “por el desconocimiento y la indiferencia de todos, los enfermos viven mezclados con indígenas y europeos sanos […]” (Del Toro: 1935, 36 y 39). Según el doctor Fernando del Toro, el leproso marroquí no se consideraba a sí mismo como un enfermo. Por una parte, porque su falta de cultura y aspiraciones hacían que la enfermedad no le causara “el espanto y el horror que a un civilizado”; porque “sus ideas religiosas le protegen y amparan contra ella: estaba escrito”; y porque era un individualista cuyo afecto “tiene por límites los de su aduar” (Del Toro: 1935, 16). Por otra parte, porque no sentía el rechazo de su familia ni de la sociedad. La abundancia en la población de individuos “deformados” por lesiones tuberculosas y sifilíticas, elefantiasis, mutilaciones y cicatrices faciales o trastornos tróficos de las extremidades creaba en el marroquí “una indiferencia tal ante los casos de lepra mutilante que no determina en él animadversión contra los leprosos, los cuales continúan haciendo su vida habitual entre las personas sanas” (Del Toro: 1935, 15). En definitiva, eran la falta de civilización, el individualismo, la religión y la indiferencia social lo que motivaba la persistencia endémica en Marruecos de “un azote humano que en este siglo XX es solo patrimonio de pueblos incultos” (Del Toro: 1935, 41). Pero este análisis psicosocial podía ser extrapolado a la población de la Península pues carecía de base científica racista. 4. La sanidad hispano-africana (1936-56)
El rápido triunfo en el Marruecos español del levantamiento militar contra la República liderado por el general Franco no se tradujo inmediatamente en un cambio en la alta dirección sanitaria del Protectorado. No se-
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ría hasta finales de 1937 cuando el doctor Torres Roldán fue sustituido como inspector de sanidad por el capitán médico Juan Solsona Conillera (Martínez Antonio: 2003). Originario de Cataluña, Solsona había servido durante seis años en Marruecos, tiempo en el que había ascendido desde médico de consultorio en Anyera en 1931 a jefe de los dispensarios de las intervenciones militares de la región de Tetuán en 1934 y director del hospital civil de Alcazarquivir en 1935. Solsona había obtenido una plaza en las oposiciones para médicos de consultorios de 1933 aunque sin renunciar a su condición de médico militar. Tras su nombramiento como inspector, Solsona tomó medidas que profundizaron en las tendencias de fusión sanitaria del periodo anterior pero dándoles un giro completo para adaptarlas a los presupuestos del régimen franquista. En su propuesta de nombramiento se afirmaba claramente que Solsona estaba “compenetrado con la labor política a realizar [por el nuevo régimen] cuyo vehículo sería la medicina […]” (Propuesta de nombramiento de Juan Solsona Conillera como inspector de Sanidad de la Zona. Tetuán, 15 de noviembre de 1837. Archivo del autor). Administrativamente, la Inspección de Sanidad volvió a quedar integrada en la Delegación de Asuntos Indígenas de la Alta Comisaría. Para Solsona se trataba de lo más adecuado dado que “todos sus servicios de acción sobre el pueblo marroquí se desarrollan al amparo y con la estrecha colaboración de las Intervenciones” (Solsona: 1941, 73). La Inspección quedó organizada en diez secciones: Higiene, Epidemiología, Estadística, Servicios, Luchas y Campañas Sanitarias, Profesiones Sanitarias, Personal, Asesoría Farmacéutica, Sanidad Marítima y Asuntos Generales. Su autoridad y sus competencias se vieron más reforzadas que nunca al procederse en 1939 “a la absorción por el Majzén de todos los servicios médicos y sanitarios que estaban en manos de los Organismos locales”, es decir, a la integración de la Beneficencia Municipal en la Sanidad Majzén (Solsona: 1940, 1). Un Dahír de marzo de 1940 confirmó esta organización de la Sanidad Oficial del Protectorado como servicio “exclusivamente estatal” que abarcaba todos los servicios médico-sanitarios “de orden local, regional y general” (Solsona: 1941, 69). Se pretendía con ello evitar duplicidades y mejorar la eficacia, algo que en Marruecos se consideraba de especial importancia porque “la sanidad es no solamente técnica, benéfica y social, sino también misión de Protectorado” (Ibid., 70). La Ley de Sanidad de la Zona de noviembre de 1941 consolidó el nuevo modelo administrativo plenamente centralizado en el “Estado Majzén”. A lo largo de los casi seis años que desempeñó el puesto de inspector, Solsona desplegó una intensa actividad. Su primera actuación consistió en
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una campaña masiva de vacunación antivariólica que se prolongó entre diciembre de 1937 y octubre de 1938 y realizó más de cien mil vacunaciones y revacunaciones. Posteriormente, Solsona reorganizó la lucha antipalúdica y se lanzaron campañas en 1938 y 1939 para las cuales se contó con nueve consultorios oficiales antipalúdicos recién creados y con la colaboración de todos los consultorios rurales. En 1940 se aprobaron las Bases de la Lucha Antituberculosa que crearon el Patronato Antituberculoso de Marruecos. Desde marzo de 1939 funcionaba un sanatorio-enfermería marítimo en Arcila, pero la institución más emblemática terminó siendo el sanatorio antituberculoso de Ben Karrich, próximo a Tetuán, inaugurado en 1946. En 1939 se organizó la lucha antitracomatosa y se pusieron en marcha cinco consultorios oficiales en las ciudades. En 1941 se reorganizó la lucha antivenérea y en 1942 se creó la lucha antileprosa, que ya contaba desde 1939 con una clínica-leprosería provisional aneja al hospital civil de Larache para el aislamiento y tratamiento de los enfermos. El Reglamento de Sanidad Exterior de la Zona de noviembre de 1942 aplicó al Protectorado las prescripciones del Convenio Internacional de París de 1926. Bajo el mandato de Solsona, la sanidad de Tánger quedó incorporada a la del Protectorado español a raíz de la ocupación militar española de la zona internacional entre 1940 y 1945. El ingeniero José Ochoa Benjumea proyectó en 1942 la construcción de un nuevo hospital español en la ciudad, que finalmente no se materializó hasta algunos años después. Desde abril de 1938 se comenzó a publicar la Hoja Semanal de Situación Sanitaria y el Boletín Mensual de Información Estadística, Demográfica y Sanitaria, que recogían la información epidemiológica más relevante para orientar la política sanitaria del Protectorado. El número de establecimientos médico-sanitarios aumentó significativamente durante la década de 1940. Por fin se completó el Instituto de Higiene de Tetuán, que se organizó en las siguientes secciones: Bacteriología y Análisis Clínicos, Parasitología, Análisis Químicos e Higiénicos, Histopatología, Vacuna Antirrábica, Vacuna Antivariólica y Estación Móvil de Desinfección. El servicio farmacéutico oficial contó con un laboratorio-depósito central de medicamentos y material sanitario de Tetuán y uno filial en Nador. Los hospitales civiles aumentaron a seis con la inauguración del de Villa Sanjurjo en julio de 1939 espléndidamente dotado [y] admirado por musulmanes del próximo Oriente, Egipto, Libia, Siria, que lo han visitado ensalzando con este motivo y comparativamente a lo que en análogos lugares de sus países se realiza la gran labor de España en Marruecos (Solsona: 1940, 4).
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La Ley de Sanidad Infantil y Maternal de 12 de julio de 1941 en España se aplicó directamente al Protectorado y en noviembre de 1942 se aprobó el Reglamento del Servicio de Medicina e Higiene Infantil (Cordero Torres: 1942, vol. II, 177). Se construyeron dos pabellones de maternidad anejos a los hospitales civiles de Tetuán y Larache. Continuaba en funcionamiento el consultorio de mujeres y niños musulmanes de Tetuán bajo la dirección de la doctora María del Monte López y con personal femenino español y marroquí. Su “gran rendimiento […] en la esfera femenina musulmana” llevó a Solsona a abrir otros tres centros similares en Tánger, Larache y Alcazarquivir en 1942. Los servicios locales de la Sanidad Majzén comprendían en las ciudades once centros médicos que proporcionaban asistencia ambulatoria y domiciliaria, así como servicio de especialidades, a la población española y marroquí de los diversos distritos de las principales ciudades de la zona. Su labor era complementada por consultorios médicos urbanos auxiliares emplazados en los barrios periféricos. En las zonas rurales, la labor médico-sanitaria se desarrollaba a través de una red de casi cincuenta consultorios médicos rurales situados en la cabecera de su correspondiente círculo médico. La ampliación del número de círculos y consultorios respecto al periodo republicano permitió reducir su cobertura de veinte mil a dieciséis mil habitantes. Según Solsona, el consultorio rural era el principal “centro de actuación cerca del marroquí y los beneficios que ha producido a Marruecos, a España y la civilización que ésta defiende son incalculables” (Solsona: 1941, 82). Aparte ellos existía una red de puestos sanitarios en las zonas rurales más remotas, a cargo de practicantes marroquíes, y de lugares de consulta semanal en los zocos a los que acudía el médico del círculo el día de mercado. Entre 1938 y 1939 se aprobaron los nuevos reglamentos de los Cuerpos de médicos, practicantes, enfermeras marroquíes y sanitarios marroquíes de la zona. Ciento sesenta médicos (incluidas ocho mujeres) llegaron a integrar el primero de ellos, aunque con cincuenta y ocho excedentes (Boletín Oficial de la Zona Norte de Marruecos, 18 de mayo de 1956). También hubo un facultativo marroquí, Sid Ahmed ben Omar ben Abdallah, uno de los trece médicos civiles marroquíes, diez musulmanes y tres hebreos, que obtuvieron sus títulos en las universidades de Granada, Madrid, Santiago de Compostela y El Cairo en los años 40 y 50 (Valderrama: 1956, 646-47). También llegó a haber setenta y seis practicantes marroquíes, la mayoría hombres, musulmanes y formados en Tetuán, así como ciento cuarenta y cuatro enfermeras musulmanas y entre treinta y cinco y cuarenta matronas, musulmanas y hebreas, todas ellas formadas en Tetuán (Valderrama,
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1956, 658-62). El Cuerpo de sanitarios llegó a contar con ciento ochenta y siete individuos en 1939, pero su número disminuyó hasta setenta y ocho en 1955 (Último Anuario Estadístico: 1957, 379). Por Dahír de 9 de septiembre de 1938, Solsona dispuso la creación en Tetuán de una Escuela de auxiliares marroquíes de Medicina donde se impartieron estudios de enfermera, matrona y sanitario marroquíes. Desde 1942 los practicantes, enfermeras y matronas marroquíes se formaron en la Escuela Politécnica de Tetuán, dependiente de la Delegación de Educación y Cultura de la Alta Comisaría. En los últimos años del Protectorado, la sanidad llegó a disponer en total de una plantilla de casi setecientas personas entre españoles y marroquíes. En relación con las epidemias, la amenaza de la peste desapareció durante este periodo, pero entre 1941-1942 tuvo lugar una gravísima epidemia de tifus exantemático, importada del sur de la Península y de la Argelia francesa, que causó miles de muertos. La escasez de alimentos determinada por la política de autarquía de Franco y por el contexto bélico de la Segunda Guerra Mundial contribuyó a la extensión de dicha epidemia. Las principales enfermedades que concentraron la atención de las autoridades sanitarias fueron la tuberculosis, el paludismo, la sífilis, las enfermedades cutáneas, el tracoma y la lepra. La tuberculosis y la lepra continuaron siendo las enfermedades a las que se prestó mayor atención, como había sucedido en el periodo republicano, aunque por motivos diametralmente opuestos. Los últimos inspectores de sanidad del Protectorado español fueron el comandante médico Juan José Aracama Gorosábel entre 1944-1945; Jose María Romeo Viamonte, médico civil que ocupó el cargo unos meses en 1945; y el inspector de 2ª clase de Sanidad Militar Francisco Gómez Arroyo, desde 1946 hasta la independencia marroquí. La asesoría médica de la DGMyC fue ocupada en los últimos años por el médico civil Ricardo Teresa Robles. Los médicos del Protectorado publicaron sus investigaciones en el Boletín de Información Estadística, Demográfica y Sanitaria y su Anejo, así como en revistas peninsulares como La Medicina Colonial, África, Revista de Sanidad Militar y Archivos del Instituto de Estudios Africanos. La propaganda sanitaria se valió de carteles y conferencias radiofónicas para tratar de inculcar en la población hábitos higiénicos. Además, se dio publicidad a la labor de la sanidad en el Protectorado a través de varios documentales dirigidos por Santos Núñez, de la productora Hermic Films, como Enfermos en Ben Karrich (1949) y Médicos de Marruecos (1949). El discurso que se hacía en algunos de estos documentales sobre la tuberculosis y la lepra simbolizó la relación existente entre la sanidad en España y sus posesiones africanas durante el primer franquismo (Martínez Antonio: 2009c). En este
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periodo la fusión sanitaria hispano-africana se profundizó hasta tal punto que todos los territorios (la Península, el Protectorado, Ifni, Sáhara, Guinea Ecuatorial) se homogeneizaron sustancialmente en términos de legislación, organización y medidas de salud pública. Sobre esta base, se dio preferencia a los escenarios africanos como espacios de representación de “lo español” (identificado con “lo franquista”) en todas sus dimensiones, incluida la médico-sanitaria. Sin duda influyó en esto la estrecha conexión vital y profesional de Franco y sus colaboradores con África y la importancia que las posesiones africanas habían tenido para el triunfo del alzamiento militar. Por ello, documentales médicos que pretendían ser representativos de la sanidad franquista se rodaron en Marruecos y Guinea. En ellos, los médicos eran un trasunto de las élites del régimen y definían un espacio discursivo identificado con la salud y la normalidad. Lo singular era que tanto estas élites “sanas”, como los sectores “enfermos” de la sociedad estaban integrados por españoles y africanos. El factor jerarquizador y patologizador no era la raza ni el colonialismo, sino el grado de adhesión al régimen. La tuberculosis fue empleada en esos documentales médicos como una metáfora de la condición de la población general sometida al régimen, fuera española, marroquí, saharaui o guineana. Como dolencia crónica, pero curable, la tuberculosis expresaba la mezcla de desconfianza y esperanza del franquismo en aquellas bases de cuyo apoyo dependía para mantenerse, bases que en muchos casos estaban compuestas por individuos que habían apoyado al bando contrario durante la Guerra Civil o que cuestionaban la legitimidad del nuevo régimen. Españoles y africanos quedaban de este modo “hermanados en la enfermedad” pues se desconfiaba por igual de todos ellos. Complementariamente, las medidas de lucha antituberculosa, entre las que destacaba el sanatorio de Ben Karrich, reflejaban la percepción que las élites franquistas tenían de sí mismas como encargadas de la “misión” de “salvar” a la población e integrarla en el nuevo orden social. Por su parte, el discurso fílmico sobre la lepra fue un discurso sobre los enemigos del régimen, especialmente los comunistas. La lepra era una enfermedad incurable y no cabía otra opción que aislar a los leprosos de la sociedad en leproserías como la de Mikomeseng, en la Guinea continental. Sin esperanza de reintegración social, cabía al menos ordenar la vida de los enfermos a través del trabajo y la religión. En este sentido, existió un marcado paralelismo entre las prácticas y régimen de vida de las leproserías y las de las colonias penitenciarias donde se confinó a los prisioneros y represaliados de la Guerra Civil. De nuevo, no existieron diferencias sustanciales entre los leprosos y los represaliados españoles y africanos.
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En definitiva, durante el primer franquismo se mantuvieron y profundizaron tendencias sanitarias de fondo de la Dictadura y la Segunda República pero a costa de un nuevo giro ideológico en las mismas. En este caso se volvió a la “marroquinización o “africanización” de la sanidad y del Estado español, de forma más intensa que durante la Dictadura de Primo de Rivera, hasta el punto de alcanzarse un alto grado de homogeneización en la realidad médico-sanitaria en todos los territorios de soberanía española, europeos y africanos. Se reaccionó contra la internacionalización del periodo republicano a través de un decidido aislamiento y un énfasis en lo “nacional” que en buena medida se identificaba con lo “africano”, es decir, con las experiencias y prácticas desarrolladas en el África española y con las personas que las habían llevado a cabo. Bibliografía Ackercknecht, E.: Geschichte und Geographie der wichtigsten Krankheiten, Stuttgart: Ferdinand Enke Verlag, 1963. Barona, J. y Bernabeu, J.: La salud y el Estado. El movimiento sanitario internacional y la administración española, Valencia: PUV, 2008. Bastos Ansart, M.: De las guerras coloniales a la guerra civil. Memorias de un cirujano, Barcelona: Ariel, 1969. Castrillejo Pérez, J.: “Los consultorios de Nador y Zoco el Had en 1912-1913: los inicios de la labor sanitaria española en esta zona de Marruecos”, Sanidad Militar, 65, 2 (2009), pp. 132-142. Cordero Torres, J. M.: Organización del Protectorado español en Marruecos, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1942, 2 vols. Delgado, E.: “La Sanidad Civil en el Protectorado de España en Marruecos”, Marruecos Sanitario, año I (1929), nº 9, pp. 11-19. — La Sanidad en Marruecos. Información somera de cuanto ha hecho España en materia sanitaria, Ceuta: Revista África, 1930. González Barrio, N.: “Notas de patología local de Tetuán”, Boletín del Instituto Nacional de Higiene de Alfonso XIII, año XV (1918), nº 2, pp. 249-254. Jiménez Lucena, I.: “Género, salud y colonialidad: la ‘mujer marroquí’ y la ‘mujer española’ en la política sanitaria de España en Marruecos”, Manguinhos, 13 (2006), 2, pp. 325-347. Martín Corrales, E.: “Les espagnols au Maroc (1767-1860): le défi de travailler avec l’autre”, Cahiers de la Méditerranée, 84 (2012), pp. 197-212. Martínez Albiach, J. M. y De Granda Orive, J. I.: “Homenaje a un científico: el doctor José Valdés Lambea. 80 años de historia de un servicio de Neumología”, Revista de Patología Respiratoria, 11, 3 (2008), pp. 136-140. Martínez Antonio, F. J.: “Aproximació biográfica al doctor Joan Solsona Conillera, un metge militar entre el Marroc i Barcelona”, Gimbernat, 39 (2003), pp. 259-277. — “La sanidad en Marruecos a mediados del siglo XIX”, Medicina e Historia, 2 (2005a), pp. 2-15.
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Socialización y enseñanza. Recuerdos personales. La religión, ¿huella del Protectorado?
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La suerte de Marruecos es que no recibió de frente el golpe de la potencia española cuando ésta se hallaba en su apogeo en el siglo XVI, ocupada, como estaba, en América y en Europa. Fernand Braudel Introducción
Cuando uno se acerca para saber dónde están las principales diferencias que existieron entre las formas de organizar la administración en las zonas francesa y española del Protectorado marroquí, una de las conclusiones que extrae es que no debían de parecerse demasiado. La primera razón es que España estaba bastante más lejos de ser Francia de lo que lo está hoy, y la segunda, que un gran número de quienes han escrito sobre ello, cae inevitablemente en la tentación de juzgar a una mejor que a la otra. A veces, esto último se hace sin más argumentos que los de la descalificación basada en tópicos, o incluso apelando a recursos tales como el atávico rifirrafe histórico entre la llaneza del español y el engreimiento de los franceses, o la exaltación del refinamiento francés en oposición al “patanismo” español.
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Por absurdo que parezca, todavía hoy, cien años después, seguimos cayendo en ese impulso reduccionista. Lo que a continuación les cuento se manifiesta así porque, aunque el Islam forma parte importante del sentimiento nacional marroquí, no hay que olvidar que también el cristianismo estaba muy presente en la España y en la Francia que administraron el norte de Marruecos entre 1912 y 1956. Aunque franceses y españoles no pretendieron evangelizar sino “proteger”, cada uno lo hizo como supo. El legado llega hasta hoy en forma de presencia efectiva para unos y para otros… Mi humilde sugerencia es que sigan leyendo. 1
Rabat, 5 de enero de 2006. Víspera de la fiesta de la Epifanía del Señor, de Su manifestación. Noche de Reyes. Llevaba cuatro meses en Marruecos, a donde había sido destinado como teniente coronel profesor en el Collège Royal de l’Enseignement Militaire Supérieur de las Fuerzas Armadas Reales. El día anterior me había mudado a la que iba a ser mi casa en los próximos tres años, en pleno corazón del AGDAL europeo. El nuevo apartamento, que yo estrenaba, no tenía antena parabólica y por ello me acerqué a la Medina al mediodía para comprar una y procurar a alguien que me la instalase. Quien conoce los zocos de las medinas del norte de África (excepción hecha de las libias que visité aún con Gadafi en el poder) sabe que basta con airear que quieres, de verdad, comprar algo para que toda una red, mucho más sofisticada que la del mejor comercio on-line, se ponga en marcha y que no te vayas sin aquello a por lo que fuiste o, en su defecto, para que te lleves el máximo de lo que ni se te había pasado por la cabeza comprar. Así fue como sucedió que a la hora del rezo de la puesta del sol, el que llaman del magreb, me vi en lo alto del edificio Yusef de la avenida Atlas, aterido de frío por la humedad y viendo como Ahmed se esforzaba por orientar, “a pelo”, el disco de 1,20 que su “primo” había logrado endilgarme. Junto al disco, claro está, consiguió convencerme de lo necesario de llevarme un motor para fijarla hasta en cuatro posiciones, además de su correspondiente receptor para poder ver, de forma pirata, los canales de pago franceses y españoles.
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Difícil de contar y duro de creer, pero con la sola ayuda de mi propia “tele”, una Samsung extra plana de 35 pulgadas que me hizo subir a la azotea, Ahmed consiguió su propósito probando una y otra vez hasta que en el monitor iban apareciendo, con nitidez, las imágenes y el sonido de cada uno de los cuatro satélites. Ismahli ia sidi, me dijo cuando resonaron los altavoces de las mezquitas de toda la ciudad llamando a la oración. Sudando a pesar del frío húmedo de Rabat en enero, se apartó un poco y, mirando a levante, con una cadencia algo deslavazada, comenzó a repetir los movimientos rituales de la oración a los que obliga el Islam cinco veces al día. Cuando terminó, tal vez sintiéndose purificado después de haber cumplido con lo mandado y quizás experimentando algo parecido a lo que nos pasa a los cristianos tras una buena confesión, con la mirada franca del “moro amigo”, Ahmed me dijo: “Al Isbaliuni misianín. Los españoles sois gente buena, jai. Sé que tú también has rezado”. Y es que Paraboli (así fue como lo bauticé, al ser esto lo que se quedó registrado en mi móvil el día que grabé su teléfono), mientras cumplía con su religión, se había dado cuenta de que yo también, de pie, inmóvil y con la mirada perdida, con un torbellino de sensaciones buscándome el juicio, había estado rezando como rezamos los cristianos que lo hacemos en los momentos en los que algo nos dice que hay que rezar. En gran parte es a Paraboli a quien debo el haber comenzado a interesarme por todo cuanto trataré de exponer en las líneas que siguen. Tengo la certeza de que está muy lejos de ser un trabajo exhaustivo de investigación y mi humilde pretensión no es otra que la de rendir un homenaje a todos aquellos “españoles de Marruecos”, a quienes el destino llevó a nacer y vivir en aquellas tierras que en el fondo siempre hemos sentido como algo nuestras y que en el periodo histórico que nos ocupa, de derecho, lo fueron. A todos aquellos marroquíes que aún mantienen en su corazón el recuerdo amable de España, por haber sido “un poco españoles” ellos o sus antepasados, les quiero dedicar este relato. Ellos son la simiente que, al igual que en la parábola del sembrador, “cayó en buena tierra y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno”. Hubo otras muchas semillas que no germinaron porque cayeron en pedregales, espinos o terminaron siendo quemadas por el sol. Pero eso es lo normal cuando uno siembra. Lo penoso, y no es la primera vez que ocurre en nuestra historia, es que también sembramos mucho fuera del camino y al final, y siempre del norte, vienen las aves y acaban por comérselo.
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Antes del Protectorado y casi podríamos decir que desde que existe memoria de Marruecos, la enseñanza, entendida como transmisión de conocimientos, ha tenido su base en la religión y esta no ha sido otra que el Islam. Sin apenas diferenciación entre niveles, lo que existía cuando empezaron a llegar los misioneros europeos debía parecerse bastante a la primera escuela que hay en mis recuerdos. Aquella en la que con cuatro o cinco años me dejaron una mañana al cuidado de mi tía Micaela, que era la maestra de un pueblo muy pequeño en la provincia de Cáceres, a mediados de los años sesenta. Recuerdo que había treinta o cuarenta niños y niñas de distintas edades, cada uno entregado a la tarea que mi gruñona tía le había impuesto según el nivel de aprendizaje que cada uno hubiera acreditado. Este, caligrafía; aquella, algo de Geografía de la Enciclopedia Álvarez; el otro, algunas cuentas con las cuatro reglas; el de más allá, algo de Catecismo… Un revoltijo que solo tenía forma en la cabeza de la maestra y que únicamente se manifestaba como algo organizado en el rezo común a la entrada y a la salida y cuando todos, sin importar el nivel, entonaban los cansinos acordes del recitado de las tablas de multiplicar. Esto es, al menos, lo que imagino que serían las mesid de las que en alguna ocasión me habló Paraboli, y que luego he comprendido mejor, tras leer algo más sobre ello. Poco tardé en caer en la cuenta de que en esas jaimas o, en el mejor de los casos, en esos cuartuchos dedicados al efecto, siempre al costado de la mezquita y para muchos estudiantes a muchos kilómetros de su residencia, no había asignaturas y todo giraba en torno al Islam. Así fue como, a lo largo de los siglos, los niños de Marruecos iniciaron su educación en un sistema que se remonta a los benimerines del siglo XIII y se mantuvo prácticamente sin cambios hasta la llegada de los franceses inicialmente y, más tarde, de los españoles. De manera muy diferente a lo que sucedía en los países europeos de tradición cristiana y sin entrar en consideraciones acerca de la existencia o no de un Estado, la enseñanza nunca había sido considerada como una función que debía ser asumida por este. Tampoco se puede decir que estuviera en manos de instituciones privadas, pues lo único que existía que pudiera tener la consideración de tal quedaba reducido al ámbito familiar más inmediato de los personajes más influyentes en cada una de las regiones. Admitiendo el “atraso” como la circunstancia que mejor define lo que había antes de 1912, se podría perfectamente describir la situación diciendo que, antes de la llegada de los europeos, la enseñanza estaba práctica-
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mente en manos de instituciones benéfico-piadosas, siempre bajo la tutela más o menos efectiva del Majzén. En ese entorno y al igual que mi tía Micaela hacía con los alumnos holgazanes, a los que pegaba en la palma de la mano con un listón de madera, me contaba Paraboli qué hacía el alfaquí profesor (sin otros méritos que los apreciados por la mezquita, los sheijs o cualquier asamblea de cualquier otro tipo) con aquellos estudiantes que no canturreaban adecuadamente y de memoria las correspondientes suras y aleyas del Corán. Por el contrario, y siempre según su relato, aquellos otros que despuntaban en esa única disciplina, bien por su condición o bien por sus cualidades, se convertían en una especie de replicantes del maestro y pasaban a colaborar, sin ningún tipo de pedagogía en que los alumnos fijasen los conocimientos impartidos por la autoridad omnímoda del sabio profesor, hasta que así conseguían el título de Taleb. Aquellos que no abandonaban la rutina de acudir a las escuelas coránicas —a la edad de diez o doce años y, a partir de aquí, solo los varones— pasaban a lo que bien podría ser calificado como educación secundaria. Zagüías o madrazas, sin ningún plan de estudios ni nada que se le pareciese, continuaban enseñando el Corán y las tradiciones bajo la autoridad del correspondiente ulema. También gramática y literatura, lógica y metafísica, derecho, aritmética y astronomía, teología, sufismo e historia y algunos rudimentos sobre geografía y medicina. A grandes rasgos, así era como, especialmente en las madrazas, se preparaba a los alumnos para acceder a la enseñanza superior. En el caso de Marruecos, dicha enseñanza estaba encarnada, casi exclusivamente, en la mezquita de la Karauina de Fez, donde, con la memoria pura y dura como única garantía de éxito, se impartían estudios jurídicos, religiosos y lingüísticos, de una forma que ya podría ser considerada algo más académica. 3
Paraboli quiere mucho a España y a los españoles. Su padre nació el 18 de julio de 1936 en Tetuán y su venida al mundo había provocado la muerte de su abuela por una mala atención durante el parto. El miedo y el revuelo desatado en la Medina a causa de las explosiones de las bombas lanzadas por los aviones del Gobierno de la República en la mañana de aquel día, que causaron quince muertos y más de cuarenta heridos, hicieron imposible localizar una buena partera que la ayudara a parir bien. Murió a los dos días a causa de las hemorragias que nadie supo convenientemente tratar.
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Durante la niñez y la adolescencia de Paraboli, no hubo un solo día en el que en casa no se recordara este episodio para glorificar la memoria del Caudillo que había derrotado a los responsables de la muerte de la abuela Kautar y a quien su padre tanto debía, no solo por los beneficios de los que pudo gozar en vida de Franco, sino por todo lo que gracias a él pudo disfrutar después de su muerte. Y es que Mohamed Bennuna, el padre de Paraboli, sirvió dos años en la Plana Mayor del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas “Arcila” nº 6, en Cudia Ruida. Su carrera militar terminó aquel día de septiembre de 1956, en que fue declarado “no idóneo” para integrarse en las recién creadas Fuerzas Armadas Reales. Mohamed, que luego se casó con la madre de Paraboli y que ya nunca se movió de Arcila, jamás tuvo nada que agradecer a los nuevos mandamases de la región tras la independencia. Todo lo que llegó a ser y alcanzó a tener fue por el barniz español de su educación y por las relaciones que mantuvo con los españoles que se quedaron a vivir allí, gente ligada al comercio en su mayoría. La consecuencia inevitable es que todos los familiares que de él dependían, y por supuesto sus hijos, heredaron sus sentimientos proespañoles y “no demasiado” marroquíes. Un día, mientras charlábamos al calor de uno de sus tés siempre dulzones, Paraboli hizo un silencio prolongado y comenzó a entonar el himno de Regulares: Soy soldado Regular nacido en tierra española orgulloso de servirla con bravura y sin igual.
Sonriendo mientras enseñaba sus amarillos dientes picados por el azúcar, me contó cómo él y sus hermanos lo cantaban de pequeños mientras “jugaban al cuartel”. Cuando Mohamed Bennuna era pequeño, el recelo y la desconfianza que tenían muchos padres de los niños de Tetuán a la hora de llevar a sus hijos al colegio que las autoridades españolas habían abierto cerca de donde vivían fueron desapareciendo poco a poco, a medida que iban sabiendo que en él se les enseñaba el Corán y que en absoluto se agredían sus creencias religiosas. Recuerda Paraboli haber oído decir a su padre que en clase eran treinta y ocho alumnos. Fueron tantas las cosas que Paraboli me contó de su niñez y juventud, y tantas las referencias que me hacía de cómo era su época de estudiante, que se despertó en mí la curiosidad por conocer el mundo escolar en el que
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habían vivido él y sus antepasados. Esta fue la razón por la que, durante un largo periodo de tiempo, pasé muchas horas leyendo y procurando todo cuanto estaba a mi alcance, con el fin de hacerme una idea de cuál sería el verdadero aire que se respiraba en los colegios e institutos del norte de Marruecos durante el Protectorado español. En todo ese tiempo, no lograba salir de mi cabeza la tesis que animaba mi curiosidad. Gran parte de mis noches en vela se cubría con el ansia de averiguar por qué siendo la educación la simiente que encierra el progreso de los pueblos, en el caso de Marruecos, los frutos tanto de origen francés como español no alcanzaron a madurar como cabría esperar de ellos. ¿Por qué no fueron sus resultados, si no de la misma naturaleza que los obtenidos a este lado del Estrecho, al menos, con un razonable grado de desigualdad en términos de desarrollo y libertades? Siempre he tenido la convicción de que, si existe el gen de lo español, está más cerca del marroquí que de cualquier otro. Poco más que un cromosoma (el “r” de religión) nos separa. Podría por tanto suceder que fuera la religión una de las razones de esa diferencia, haciendo distinto al fruto de aquellos que lo sembraron. Sin duda lo es, pero hay más. Me acuerdo ahora del general de la UNITA Julio Lopes da Cruz (Chipa), en Angola, en 1992, cuando me relataba la salida de los portugueses del país tras la independencia, en 1975. Somos burros los angolanos, me decía. Los portugueses se marchaban y dejaban sus coches a la puerta de sus casas, ¡con las llaves puestas! Y los quemábamos. Quemábamos sus muebles y sus coches en lugar de aprovecharlos. Einstein decía que los nacionalismos son el sarampión de las naciones. Yo digo que son extremadamente dañinos. ¿Pasó algo parecido con el legado cultural español en Marruecos? ¿Ocurrió lo mismo allí que en otras partes del mundo en las que un día gobernamos? ¿Por qué nunca conseguimos los españoles aquello de lo que siempre se beneficiaron, por ejemplo, los ingleses, manteniendo vivo el “vínculo con el sometido”? 4
Se comprenderá que no va a ser fácil resumir todo cuanto fui capaz de asimilar acerca de cómo era la enseñanza en la época del Protectorado español, en aquellas tierras que “nos tocaron en suerte” en el reparto final de responsabilidades.
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Si tuviera que empezar por cuál fue el origen de todo aquel entramado, en mi opinión, habría que buscarlo en la constitución de la figura del delegado para los Servicios Indígenas. Es este nombramiento el que luego va a inducir la creación de una Inspección de Enseñanza y consecuentemente el nacimiento de las Juntas de Enseñanza y Superior de Geografía e Historia, llamadas ambas “de Marruecos” y reformada la última hasta convertirse con el paso del tiempo en Junta de Investigaciones Científicas de Marruecos y Colonias. Es precisamente esa Junta de Enseñanza de Marruecos, creada para formar enseñantes para la zona y como instrumento para el mejor conocimiento de la geografía, la historia, la literatura y el derecho marroquíes, la que se sitúa, en el origen de la fundación en nuestro país, estructuras tan sólidas y relevantes como el Centro de Estudios Marroquíes dentro del Instituto Libre de las Carreras Diplomática y Consular, las cátedras de árabe en los planes de las Escuelas de Comercio y Universidades y la sección de árabe en la Junta de Ampliación de Estudios, esta última antecedente del actual Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Durante el tiempo de su existencia, la Junta de Enseñanza de Marruecos fue el organismo encargado del asesoramiento que garantizase la marcha armónica a un objetivo común. En el cumplimiento de su cometido proponía las reformas que consideraba necesarias, celebraba conferencias sobre Historia y Literatura, tanto hispano-judía como hispano-árabe e incluso llegó a redactar un vocabulario hispano-árabe de carácter geográfico y administrativo. 5
Una institución esencial dentro del sistema educativo español que funcionó en el Protectorado fueron las escuelas hispano-árabes, como la de la calle Zauía, o de la Cárcel, aún hoy llamada así, en Tetuán, que fue la primera de todas y en la que estudió Mohamed Bennuna. O la de Sidi Mohamed Alí Marzok, a la que fueron Paraboli y su hermano Zacariah y que todavía existe como escuela, a pocos metros de la “torre portuguesa”, en Arcila. Pero, al contrario de lo que pudiera parecer, no fue la Junta de Enseñanza de Marruecos la que creó las escuelas hispano-árabes. Fue la denominada Liga Africanista Española, nacida en 1913 para “presentar a la opinión y a los poderes públicos, los intereses de España en África y defenderlos empleando todos los medios de propaganda a su alcance”. Nombrado primer inspector de enseñanza hispano-árabe, Ricardo Ruiz Orsati
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redactó una organización para las mismas que aún hoy podría ser tomada como modelo si se quisiera acometer una tarea similar. Aunque seríamos capaces de encontrar el correspondiente reflejo de todos y cada uno de los fines argumentados para la creación de estos centros, el sustrato común a los mismos se basa, por un lado, en tratar de formar a una élite marroquí que pudiera colaborar con España en la administración del territorio (intérpretes, ayudantes de gestión…) y, por otro, en facilitar la educación de los hijos de españoles (militares, empresarios...) que, por uno u otro motivo, habían sido trasladados hasta allí. Se puede decir que este sustrato permaneció invariable durante las cuatro décadas de presencia española en el norte de África. 6
Zacariah fue un niño muy cariñoso al que siempre gustaba ayudar a los demás. Tres años menor que Paraboli, cuando encontraba la mínima excusa iba a la iglesia de San Bartolomé, en Arcila, donde ayudaba a las monjas, como él las llamaba, a limpiar las aulas en las que recogían a los niños de las familias más necesitadas y les daban de comer y curaban sus enfermedades. El sueño de Zacariah era poder ayudar en la iglesia al cura que venía todos los domingos desde Larache y al que había visto decir misa más de una vez, escondiéndose en un cuarto olvidado donde, con la puerta a medio cerrar, podía ver toda la celebración sin que nadie reparase en su presencia. Un día Paraboli me contó cómo su hermano había intentado que lo acompañase para ver que los nasranis no comían la carne ni bebían la sangre de ‘Isa y que lo único que hacían era acudir en fila a que el cura les diese un trozo de pan plano y redondo. Nadie más que el cura bebía de una copa que él sabía que no tenía sangre sino vino, porque había visto dónde lo guardaban. Zacariah siempre quiso ser maestro. Su padre consiguió que lo admitieran en el Instituto de Enseñanza Superior hispano-marroquí de Ceuta para realizar sus estudios secundarios. Así fue como consiguió el título que le daba derecho a “ocupar trabajos en el Protectorado y cursar los estudios necesarios para acceder a puestos técnicos relacionados con su especialidad”. En otras palabras, los estudios seguidos en Ceuta le permitieron volver a la ciudad de sus antepasados y continuar su preparación en la escuela politécnica de Tetuán hasta conseguir el título de Magisterio Musul-
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mán Marroquí. Fueron tres cursos completos y seis meses de prácticas, que el director de El Heraldo de Marruecos en Larache, buen amigo de su padre, consiguió que realizase en la escuela Marzok, en la que había estudiado de pequeño. Por lo curioso que resulta, y tal vez por lo políticamente incorrecto que sería en la actualidad, considero muy interesante traer aquí la manera como se clasificaba a los escolares en el Estatuto de Enseñanza Primaria vigente en la época a la que nos estamos refiriendo. Por la edad, los alumnos podían ser párvulos, infantes o adultos; por la raza, españoles, bereberes, árabes, hebreos y extranjeros; por sus conocimientos, analfabetos y escolarizados; por su condición intelectual, superdotados, normales, retrasados y anormales; y por su situación familiar, pudientes y pobres. Toda esta clasificación de alumnos arrastraba otra paralela para los tipos de escuela y así, dependiendo de quién las mantuviera, había escuelas oficiales, de patronato y privadas; en función del origen étnico las había de enseñanza española y de enseñanza indígena, pudiendo estas últimas ser hispano-árabes, hispano-bereberes e hispano-israelitas; según el régimen, las había graduadas y unitarias; y de acuerdo con la calidad intelectual de los concurrentes se clasificaban en primarias, de párvulos, de adultos, complementarias, de anormales y especiales. Aunque la realidad es que acudieron a la escuela que más a mano tenían en Arcila y que, una vez dentro, los pusieron en el grupo que más les convino, en algún momento, tanto Paraboli como Zacariah seguramente fueron considerados como infantes, árabes, escolarizados, normales y pudientes. En aquel Estatuto de Enseñanza Primaria quedaban perfectamente establecidas las materias de que constaba cada uno de los diferentes cursos, los calendarios escolares, horarios y fiestas, y si el pase de grado debía hacerse por decisión del maestro o mediante la superación de un examen. También se detallaba cómo debían administrarse y en qué consistían los premios y castigos que se podían dispensar. Al principio las inspecciones del sistema estuvieron a cargo de la que se denominó Dirección de Intervención Civil. Posteriormente mudó el nombre y se ampliaron sus cometidos, convirtiéndose en Delegación de Asuntos Indígenas, con competencias sobre todas las escuelas, fuesen del orden que fuesen. La construcción, reforma, mantenimiento y alquiler de edificios con fines pedagógicos, así como el material necesario en los mismos, ya fueran productos para el aseo, mobiliario, ayudas a la enseñanza, gastos de luz, etc., se hacía en función de las estadísticas e informes que elaboraba dicha delegación.
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Releo lo escrito hasta aquí y veo que, en un par de ocasiones, he dejado entrever mi opinión de que España no fue la parte más beneficiada de todo cuanto supuso la responsabilidad de asumir la “protección” de esa parte del norte de África. ¿Cómo fue el trato que dieron unos y otros a la religión y, más concretamente, al Islam? Al margen de que son muchos los que atribuyen un mayor respeto a la religión de Mahoma en el territorio administrado por España que el que se manifestaba en los núcleos de población dependientes de Francia, la premisa común, teniendo en cuenta la mentalidad colonial de ambas potencias, es que en una zona y en otra se intentaron introducir reformas que en ninguno de los casos produjeron los resultados perseguidos. En el caso francés, la idea de Protectorado marroquí, tal y como se llevó a la práctica por Lyautey y sus sucesores, tenía como objetivo, al contrario de lo que había sucedido en Argelia en el siglo XIX, no destruir ni decantar a la sociedad musulmana a favor de la causa colonial. En el campo de la educación (incluida la religiosa), el empeño consistía en actuar principalmente sobre la enseñanza superior, apoyando, ayudando y convenciendo a las élites locales, predisponiéndolas a la reforma del Islam y de la sociedad musulmana en el sentido de la “modernidad europea”. En el caso español —y aunque la línea principal estuviera dirigida a la “arabización” de nuestro sistema de enseñanza, adaptándolo a las particularidades de la “sociedad protegida”—, también se persiguió reformar los modelos existentes, aunque solo fuera para hacerlos más convergentes con la responsabilidad contraída por nuestro país. Si bien es cierto que una mayoría de los estudiosos del tema coincide en señalar que en ninguno de los dos casos se consiguieron innovaciones significativas, en mi opinión, el fracaso fue mayor en el lado francés, fundamentalmente porque los españoles no nos encontramos en nuestra zona con ninguna institución que tuviera un papel semejante al que correspondía a la Karauina en Fez. Dar normas a escuelas, zagüías e incluso a madrazas, en nada se parece a pretender modificar las sólidas estructuras doctrinales de los ulemas de Fez. No debemos olvidar que esos guardianes de la fe habían jugado históricamente un papel político decisivo al participar en la elección del sultán, incluso aunque esta elección tuviera que hacerse dentro de la dinastía alauita a partir del siglo XVII. Ellos fueron, además, quienes durante siglos
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tuvieron la legitimidad para ordenar el derecho musulmán y para velar por la ortodoxia de la rama maliquí del Islam suní en todo el territorio bajo la autoridad del sultán. Lyautey fracasa porque subestima el conservadurismo y el temor de estos ulemas a la hora de enfrentar reformas. Pensaba que, con manifestar respeto a las élites locales, iba a conseguir que de la universidad salieran selectas mentes, preclaras, competentes y ganadas de antemano para la causa de Francia. Como anticipo de mi explicación por la ausencia de resultados en el lado español, que más adelante intentaré detallar, me sumo a aquellos que recurren a toda la serie de “recientes contingencias históricas”, de sobra conocidas y diferentes de las habidas en la relación de Marruecos con Francia, para explicar por qué nuestro país se vio forzado a desmarcarse de múltiples aspectos de la “política indígena” seguida por nuestros vecinos los franceses. Por otra parte, España no disponía de los medios adecuados para emprender una política escolar “a la francesa” y optó por mostrar un talante más liberal que permitiese a sus “protegidos” desarrollar cualquier iniciativa en este campo, incluido el empleo de profesores traídos de Siria y Líbano. El interés estratégico de esta política educativa española (tal vez sobrevenido como casi todo en nuestra política exterior) era la creación de un sistema educativo moderno, basado en la escuela hasta el nivel de las madrazas existentes, incentivando con becas a todos aquellos en edad de frecuentarlas. De esta forma lo que se pretendía era acentuar la personalidad de la zona e impulsar su desarrollo pedagógico y cultural, al tiempo que se intentaba contrarrestar la influencia de lo que era percibido como el “yugo intelectual de Fez”. ¿Para qué?... 8
Paraboli sabe lo que tiene que contar, cuándo debe hacerlo y delante de quién debe disimular su enorme sagacidad y nada escasa inteligencia; de esa que ahora llaman emocional y de la que no me resisto a opinar, afirmando mi convicción muy particular de que es un invento de los mediocres para conseguir acceder allí donde solo debieran llegar los realmente dotados con aquello que, a decir de Unamuno, “Salamanca no presta”. Aunque había sido repudiada por su esposo, este quiso que su hijo siguiera llevando el nombre de Bennuna, que tantas puertas abría en aquel Te-
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tuán de Kautar, su difunta abuela. Nunca llegué a comprender el parentesco de Paraboli con Sid el-Hach Abdeslam Bennuna, ni siquiera si este existe, entre otras cosas porque nunca me lo dijo. Sin embargo, siempre que tenía el más mínimo resquicio, me dejaba entrever que era la sangre lo que los unía. Me recordaba mucho al brigada Gutiérrez, mi auxiliar en la 8ª Compañía del 3er Tercio de la Legión, en Fuerteventura, que, sin decírmelo nunca, siempre que le daba pie para pedirle que me contara su verdadera historia, ya saben, aquello de “nada importa su vida anterior”, se esforzaba de mil y una maneras en hacerme percibir que su verdadero apellido era Valenzuela. Tal vez pretendía hacerme creer que estaba emparentado con el teniente coronel sucesor de Millán Astray en el mando del Tercio de Extranjeros, que murió heroicamente en Tizzi-Azza. Pero el bueno de Gutiérrez apenas sabía nada de la vida del teniente coronel Rafael de Valenzuela y Urzaiz, mientras que Paraboli sí que estaba muy al tanto de muchos detalles de la vida de Sid el-Hach, como él lo llamaba. Perteneciente a una de las familias más influyentes de Tetuán, Sid elHach Abdeslam Bennuna fue un personaje relevante de la sociedad primero y de la política después, en el periodo y en la zona administrada por España durante el Protectorado. Nacido en 1887, a él se deben importantes iniciativas de progreso en el ámbito social, tales como la fundación de la Sociedad Mutua Industrial, que se encargaba de la producción de electricidad, o la imprenta Mahdía, en la que se editaron periódicos importantes de la época. Pionero de un sentimiento nacional diferente del impuesto por el Protectorado, en el periodo que va de 1926 hasta 1935, se convierte en uno de los más destacados impulsores de la actividad política en la región. La culminación de esta actividad política se produce en 1936, un año después de su prematura muerte, con el reconocimiento oficial del Partido de las Reformas Nacionales, cuya existencia se prolongó hasta 1948. Bennuna tenía muy claro que era necesario dinamizar las enseñanzas que se impartían en las escuelas hispano-árabes. Junto con otros, estaba persuadido de la necesidad de marcar distancias con los franceses porque estaban convencidos de que aquellos “no hacían nada por cambiar los anquilosados métodos de la Karauina, en la que un profesor necesitaba veinte años para interpretar los textos eruditos de Al-Jalil o la recopilación de hadices de Al-Bujari” y de que de sus colegios de Fez y Rabat no salían más que niños bonitos de personajes notables, escasamente preparados para trabajar como intérpretes de segunda categoría.
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Bennuna sabía —y esto me lo contó Paraboli una tarde en un cafetín de Salé— que, para conseguir las metas que se habían fijado, era necesario conseguir que las madrazas y los institutos de enseñanza superior fueran privados. Fue Paraboli quien me contó que Sid el-Hach fundó en 1923 una madraza en Tetuán y que en 1934, también gracias a él, se creó la primera escuela primaria femenina. Volviendo a esa finalidad estratégica de la que antes me he permitido dudar que fuese premeditada, es importante señalar que en 1916, con el visto bueno del sultán Muley Hassan ben el-Mehdi, el alto comisario español Francisco Gómez Jordana funda el Ateneo Científico y Literario Marroquí, con la triple finalidad de aproximar y terminar uniendo a marroquíes y españoles, trabajar por el respeto a las normas musulmanas y favorecer la formación de un frente anti-francés. Hay un episodio que muestra con mucha intensidad la situación que existía en relación con la mayor o menor permisividad a “otras opciones”, libertad en definitiva, en una u otra zona del Protectorado marroquí. Entre los días 14 y 18 de agosto de 1930, con el aval de las autoridades españolas, el emir druso Chakib Arsalane, quien no tenía permitida la entrada en la zona francesa, visitó Tetuán y se entrevistó con Bennuna y otros notables de la ciudad. Arsalane había escrito un folleto titulado “¿Por qué otros han progresado mientras que los musulmanes siguen por detrás?” Este folleto fue difundido en la zona española por la revista Al-Manar de Rachid Rida gracias, entre otras cosas, a la libertad de prensa que existía para publicar en árabe, en contraposición a la censura que había en los territorios de Lyautey. Aprovechando la fuerte atracción que suscitaba en el Protectorado cuanto salía de Egipto, Siria, Líbano y todo el Oriente, se crea en España, en 1930, la Asociación Hispano-Islámica, promovida por Fernando de los Ríos (político y dirigente socialista, sobrino de Francisco Giner de los Ríos). El comité director de esta asociación se encontraba formado por el propio Arsalane, así como también por Bennuna, Abdelhalek Torres y algunos más. El principal objetivo de su ideario era “acabar con el sectarismo confesional y con la rígida intolerancia, y trabajar para restablecer los lazos espirituales, las afinidades morales y las simpatías raciales que unen al pueblo español y a sus primos los musulmanes”. Intencionadamente o de manera tangencial, con esa permisividad mostrada por las autoridades españolas se apoyaba el “debilitamiento” de la posición preeminente de la Karauina, haciendo que las inquietudes de reflexión religiosa mudasen su referente de Fez por el del Este.
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Hay estudiosos que opinan que esas élites encontraron mayor libertad de actuación en nuestra zona porque no existía una política colonial definida. La realidad, que viene en apoyo de mi enfermiza falta de confianza en la política exterior española, es que lo agitado del día a día de España en esa época, que incluyó una guerra civil de tres años, hizo que las actuaciones que se llevaron a cabo en el norte de África, en todos los ámbitos, fuesen discontinuas, erráticas y obsesivas por conservar en el imaginario nacional la idea de potencia colonial, como principal objetivo de cuanto se hiciera sobre el terreno. Tal vez esto sea así y se pueda aplicar al conjunto de lo que muchos han dado en llamar “la acción española en Marruecos”, pero en mi opinión, en el caso de la enseñanza, y más concretamente en lo que se refiere al papel que jugó este grupo de notables en lo que luego sería el proceso de independencia, pasó lo que, fruto de nuestro atávico quijotismo, nos pasa siempre a los españoles. Lo que estaba haciendo todo ese “buen rollito” era alimentar los ideales de identidad nacional de unas élites locales que, con el aval del nombre de España, avanzaban en sus tesis individualistas en busca de la independencia, no solo de España sino del resto del Marruecos francés. La cosecha final fue que la enseñanza hispano-árabe se arabizó a fondo y terminó siendo sustituida por la enseñanza marroquí, creando con ello el embrión de una autentica escuela marroquí para el futuro, incluso con una dirección de enseñanza marroquí, encargada de impulsarla claramente y especificando que el gran visir (que para entendernos era como el primer ministro de un gobierno que, como representante del sultán, tenía al jalifa a la cabeza) fuera el que fijara sus funciones y relaciones con los organismos autóctonos que eran el Consejo y la Inspección de Enseñanza Islámica. El primer paso de la separación ya estaba dado. Ya se había conseguido una enseñanza marroquí, que bien podía recibir la calificación de musulmana al estar regulada por el gran visir, mediante el Consejo Superior de Enseñanza Islámica. Más musulmana aún si se tiene en cuenta que se impartía en árabe y que sus beneficiarios eran musulmanes casi todos. El paso siguiente consistía en organizarla y así se hizo, dividiéndola en primaria, media y especial. La primaria, que era obligatoria y gratuita, se ocupaba de los primeros años tanto de niños como de niñas, con la particularidad de que, para ellas, la edad de acceder a los correspondientes cursos de este sistema estaba estipulado que debía ser cuatro años mayor que la de los varones.
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Dentro también de esta enseñanza primaria y una vez superada la etapa infantil, existía lo que se conocía como Enseñanza Agrícola de Niños, “para dotar a Marruecos de buenos campesinos” y otra enseñanza profesional en la que se orientaba a los alumnos hacia ocupaciones diversas como la encuadernación, la ebanistería, la forja, la imprenta o los curtidos. Por lo que respecta al grado medio, se establecieron un ciclo elemental y otro avanzado, en los que se impartían clases de religión y moral, español y árabe, geografía e historia, matemáticas, naturaleza y física y química. Como culminación de este embrión de “Sistema Nacional de Enseñanza Marroquí del Norte”, se ordenaba a los interventores evitar la circulación de población escolar en las horas de clase, se indicaba a los maestros que dieran cuenta a los padres sobre el rendimiento escolar de sus hijos y se les exigía que informasen a las autoridades de las faltas de asistencia. Se decretó incluso que las sanciones por las faltas derivadas del no cumplimiento de lo ordenado pudieran contemplar la expulsión de la zona. Por lo que supone de regulación de un derecho laboral incipiente, quizás la medida más atrevida de las dictadas en ese entorno fuera el prohibir la admisión como mano de obra de los menores de catorce años o de aquellos que, aun habiéndolos cumplido, no estuvieran en posesión de la correspondiente cartilla escolar. Sid el-Hach Abdeslam Bennuna fue uno de los padres de este inconcluso proyecto de un Marruecos del Norte, independiente de España pero con fuertes vínculos culturales, comerciales e incluso étnicos con nuestro país. Fue gracias a su esfuerzo y al de otros como él que terminó por implantarse un modelo educativo, en muchos casos trasplantado por sus propios hijos a su regreso de estudiar en Palestina y Egipto, cargados de reformismo neosalafista, clamando por un espacio nacional propio en el que poder ponerlo en práctica. Y es que, concretamente en Egipto, España creó el Instituto Muley el Mehdi de Estudios Marroquíes, que era independiente de la Casa de Marruecos en el país y que tenía como fin último el enlace con la cultura española. En él había varias secciones de investigación e información dedicadas a la lengua y a la literatura; al derecho, tanto público como comparado; a la sociología; a la arqueología, prehistoria, geografía e historia árabes; y al arte, la filosofía y la civilización hispano-árabe entre otras materias. Contaba además este Instituto de Estudios Marroquíes con una importante biblioteca y publicaba una revista que era seguida con interés no solo en el norte de Marruecos.
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Lamentablemente para los planes de aquellos Balafrej, Torres, Uazzani, Nasiri o del propio Bennuna, miembros de lo que luego se llamó Kutla Nacional del Norte de Marruecos, la fuerza del Sur e indirectamente la mano de Francia terminaron fagocitando los logros de ese nacionalismo “filoespañol”; logros conseguidos al amparo de los sistemas de enseñanza respaldados por España, que tuvieron su principal expresión normativa en la ordenanza de 29 de enero de 1937 que, sin menoscabo de los derechos adquiridos ni de la armonía entre los intereses españoles y los marroquíes, separaba la enseñanza española de las demás. Llevo un rato queriendo contarlo y, ahora que he hecho alusión a la “mano de Francia”, quizás sea el momento adecuado. Me refiero a los tres años que pasé entre militares marroquíes, a los que ya aludí al comienzo del presente relato. No puedo resistir la tentación de dejar aquí plasmada la siguiente reflexión, fruto de las muchas conversaciones que durante ese tiempo tuve ocasión de mantener con un número considerable de oficiales de Tierra, Mar y Aire. Tres cursos de Estado Mayor, a una media de sesenta alumnos por año, y tres cursos superiores de Defensa, con un número de concurrentes en torno a los treintaicinco por promoción, responden por lo que sigue. Mi conclusión, muy particular, respecto al sentimiento de los militares marroquíes (de los oficiales al menos) hacia las potencias responsables del Protectorado es que existen dos grupos claramente diferenciados. El nombre que les adjudico de hispanófilos y francófilos define claramente sus preferencias a la hora de establecer las pautas de lo que debe ser el espíritu que aliente la política exterior marroquí hacia unos y otros. No sé cómo nos las apañamos pero, también en ese maniqueo de filias y fobias, España siempre sale perdiendo. Mientras que entre los hispanófilos encontré a muchos que, sin tener una especial animadversión hacia Francia, nos quieren de verdad, no hallé, sin embargo, resquicio alguno de cariño sincero hacia nuestro país entre los francófilos, a pesar de ese fingido aprecio al que obliga la regla más elemental de la diplomacia que debe regir la relación amistosa entre militares de distintos países. El caso es que siempre gana Francia… y seguimos sin aprender. 9
Lo que voy a contar a continuación sucedió durante un iftar de Ramadán del año de Nuestro Señor de 2009. Era el mes de agosto y Paraboli me había invitado a compartir con su familia la interminable velada que sigue a la ruptura del ayuno.
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En un ático de una de las muchas casas de Salé, entre jarira y dátiles, tayín y zumos, dulces y tés, hablamos y hablamos al calor de lo que —yo pensaba— era una amistad que duraba ya casi tres años, desde aquella Noche de Reyes en que lo conocí. Paraboli vivía con su mujer, Amina, que no puede tener hijos, y con su sobrina Mariam, hija de su hermano Zacariah, que hacía seis años había muerto junto a su esposa en un accidente de tráfico mientras viajaban en coche de Tánger a Tetuán. Subiendo el Fondaq, un camión que bajaba en sentido contrario los mató en el acto. Mariam solo tenía cuatro años cuando eso ocurrió, y Paraboli y Amina se hicieron cargo de ella criándola como si fuera hija suya. Amina es de Tánger y apenas tiene relación con su familia, ya que todos emigraron hace veinte años a Bruselas. Paraboli y ella llevan casi treinta años juntos. Me quedaban un par de meses para volver a España y Paraboli había escogido esa noche para asestar el golpe definitivo a un plan que, pasados los años, tuve la certeza de que había comenzado a preparar cuando paró para rezar mientras instalaba mi antena parabólica, aquella Noche de Reyes de 2006. Nunca sospeché nada en todo ese tiempo; y solo cuando esa tarde sacó una botella de “magia” para ofrecerme ese aguardiente anisado que, con el nombre genérico de Arak, se puede encontrar fácilmente por todo Marruecos, se despertó en mí esa prevención tan nuestra contra el “moro amigo”, esa especie de instinto que nos avisa de que su cariño es taimado y de que siempre busca algo en su interés. Empezó diciendo que él estaba convencido de que el español es un marroquí cristianizado y que el marroquí es un español islamizado. Me vinieron a la memoria las palabras del padre del renegado Ansúrez, en Aita Tettauen de Galdós, cuando afirma: “… Quiten un poco de religión, quiten otro poco de lenguaje, y el parentesco y aire de familia saltan a los ojos. ¿Qué es el moro más que un español mahometano? ¿Y cuántos españoles vemos que son moros con disfraz de cristianos?...”. O cuando el propio Ansúrez, que había tomado el nombre de Nasiri, al asistir al inminente choque entre los dos ejércitos, adversos en lo religioso y político pero hermanados por su condición de hijos de Alá, afirma: “Le vi trayéndose detrás una ola de furiosos hijos de Adán discípulos de Cristo, hombres mil vestidos del pardo poncho, con los casquetes o roses echados atrás, y la fiera bayoneta relumbrante al sol, apuntando a los pechos y a las barrigas de los pobres hijos de Adán que éramos discípulos de Mahoma”. Antes de pasar a lo que buscaba y con una lucidez que podría compararse a la de Cardenio en El Quijote, cuando pide que no se le interrumpa
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mientras relata cómo por causa de sus amores con Luscinda se encuentra en esa condición, y que, si lo hicieran, en ese punto suspendería su historia, continuó Paraboli afirmando su convicción de que el marroquí y el español son un solo pueblo y de que unos y otros estamos unidos a través del Estrecho, que en amazigh se dice abrida, que significa “lugar de paso”. Sin verme y como si me estuviera mirando, dijo que para él el Protectorado español había sido un modelo si se comparaba con el francés o el de Tánger, que reconocía diferente a los otros dos. Una y otra vez repetía que su padre era quien se lo había contado y que para él eso era como haberlo vivido en primera persona. Reconoció que los franceses hicieron mucho más, pero que eso fue porque se habían quedado con la zona más fértil. Cuando España asumió la administración de lo que le dejaron, no había una sola carretera; incluso para los sultanes de antes era una región considerada improductiva. La tenían abandonada. Cuando vinieron los españoles, aunque no eran tan ricos como los franceses, hicieron muchas cosas. Cuesta más trabajo desconfiar de un carretero que vive como el más humilde de nosotros, que se pone una de nuestras chilabas cuando se le agujerea el pantalón y que no le importa trabajar incluso cuidando puercos, que de un colono francés que lo primero que te hace sentir es que no eres como él. Los españoles trajisteis vuestra enseñanza y la hicisteis árabe. Respetasteis nuestra justicia y nuestro habús, dejándolos totalmente en manos del sultán. El bachillerato era como el vuestro, se daba en árabe y en español y a final de curso venían de Granada a examinar. Incluso pusisteis un bachillerato que era solo árabe, en el que el español no era más que una de las asignaturas. Habéis llegado hasta poner dos escuelas de magisterio, una para hombres y otra para mujeres. Y ahora sí, mirándome con severidad y un punto de arrogancia, continuó. Y hay algo que tú a lo mejor no sabes. El norte fue miembro de la Liga Árabe. Con la autorización del Gobierno español, sí, pero fuimos como un estado más. ¿Te imaginas eso con los franceses? ¿A que no? Mientras España estuvo aquí se construyeron y restauraron muchas mezquitas y morabitos y se respetaron al máximo los cementerios musulmanes. Se daban subvenciones para hacer el hach a la Meca y en el 38 y en el 39 el barco Marqués de Comillas hizo el viaje cargado de peregrinos. Acabó su perorata, hizo una pequeña pausa y lo soltó de repente. Tenía la firme intención de sorprenderme y no dejarme otra salida que no fuera la de acceder a su desesperada súplica.
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Es por Mariam, exhaló. Mi hermano siempre quiso que sus hijos, cuando los tuviera, dieran el paso que él nunca tuvo el valor de dar y se hicieran nasranis. Nos llevas a los tres contigo a España. Amina y yo podemos cuidar de tu casa en el pueblo y tú te encargas de la educación de Mariam y de hacerla cristiana. Al escucharlo, Angola me vino de nuevo al recuerdo. Volví a ver los rostros de aquellas madres que en el aeropuerto de Huambo, la antigua Nueva Lisboa, ante la imposibilidad de subir al avión de la ONU, te alargaban desesperadamente a sus bebés para que los subieras contigo y te hicieras cargo de ellos, aun a costa de no verlos nunca más. Todo menos seguir allí. Lo que sea menos quedarnos aquí. Ya han pasado tres años de aquella tarde y todo salió tal y como Paraboli había previsto. Amina y él cuidan de nuestra casa en un pueblo de Ávila junto al río Alberche, y Mariam vive y estudia con nosotros en Toledo. El pasado 5 de enero, en la iglesia del Monasterio de San Juan de los Reyes, Mariam fue bautizada en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como Adoración María, en una ceremonia en la que mis hijos Germán y Blanca hicieron de padrinos. Mientras tanto, Amina, Paraboli, mi esposa Carmen y yo, con un torbellino de sensaciones buscándonos el juicio, mirando a la nueva cristiana, rezábamos cada uno a nuestro modo. [Nota del autor: Los personajes a los que se hace referencia en este trabajo son reales y existen con los mismos nombres con los que aparecen. Ahmed Bennuna y Amina son los encargados de atender la finca de un amigo en Cataluña y Adoración María, aunque no vive con nosotros ni mis hijos fueron sus padrinos de bautismo, efectivamente fue acristianada hace algo más de un año, y mi esposa y yo apadrinamos el sacramento. Vive y estudia en Toledo como una más de la familia del hijo de mi amigo, el de la finca en Cataluña]. Bibliografía Arrarás Iribarren, J.: Historia de la Cruzada Española, Madrid: Ediciones Españolas, 1940, vol. III. Benjelloun, A.: “Approches du colonialisme espagnol et du mouvement nationaliste marocain dans l’ex-Maroc Khalifien”, Rabat: OKAD Publishing Company, 1988 — “La vie des espagnols dans l’ex-Maroc khalifien”, en Aouad, O. y Benlabbah, F. (coordinadores): Españoles en Marruecos 1900-2007. Historia y memoria popular de una convivencia, Rabat: Editions & Impressions Bouregreg, 2008, pp. 51-70. Cordero Torres, J. Mª: Organización del Protectorado español en Marruecos, Madrid: Editora Nacional, 1943, 2 vols.
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Créditos fotográficos Cubierta: © Colección Pando. Pág. 9: © Legado Pando-Protectorado. Págs. 305, 306 y 307: © Familia Francisco García Cortés. Págs. 308 y 309: © Archivo Martínez-Simancas. Págs. 310 y 311: © Familia Francisco García Cortés. Pág. 312: © Archivo Martínez-Simancas. Pág. 314: Familia Francisco García Cortés. Pág. 315: © Colección Pando. Pág. 316: © Archivo Martínez-Simancas. Pág. 317: © Colección Pando. Págs. 318 y 320: © Archivo Martínez-Simancas. Pág. 322: © Francisco J. Zubillaga. Pág. 323: © Archivo Martínez-Simancas. Pág. 324: © Familia Francisco García Cortés. Págs. 325, 326, 328 y 330: © Archivo Martínez-Simancas. Págs. 332 y 333: © Familia Francisco García Cortés. Pág. 334: © Colección Pando. Pág. 336: © Archivo Martínez-Simancas. Pág. 337: © Casa Ros. Págs. 338 y 340: © Colección Pando.
Cumplido apenas el primer centenario de la instauración formal del Protectorado en 1912, la obra El Protectorado español en Marruecos: la historia trascendida nos invita a revisar, en el devenir del tiempo, la relevancia de este singular contexto histórico y las trascendentes relaciones que generó entre Marruecos y España; al tiempo que nos permite rastrear las huellas que todavía perviven de aquella soberanía compartida. El volumen I, además de contener las introducciones de esta obra realizadas por el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, los ministros de Asuntos Exteriores y de la Cooperación de Marruecos, Saad Dine El Otmani, y España, José Manuel García-Margallo y Marfil, y Manuel Aragón Reyes, director del proyecto, está integrado por un conjunto de ensayos que analizan este periodo desde los puntos de vista jurídico, socioeconómico y demográfico y científico-educativo. Dichos trabajos corren a cargo de un relevante grupo de investigadores marroquíes y españoles: José Manuel Pérez‑Prendes Muñoz-Arraco, Antonio Manuel Carrasco González, Jesús Albert Salueña, Youssef Akmir, Mimoun Aziza, Sergio Barce Gallardo, Mohammed Dahiri, Bernabé López García, Rafael Domínguez Rodríguez, Víctor Morales Lezcano, Irene González González, Francisco Javier Martínez Antonio y Germán Sánchez Arroyo.
La edición en papel se complementa con una página web www.lahistoriatrascendida.es donde se incluyen contenidos complementarios con información sobre este periodo de la común historia de Marruecos y España.
Dirección de Manuel Aragón Reyes Edición y coordinación de Manuel Gahete Jurado Colabora Fatiha Benlabbah
Este libro se encadena, ampliando su dimensión informativa, con la página web www.lahistoriatrascendida.es
El Protectorado español en Marruecos: la historia trascendida Volumen II
Dirección de Manuel Aragón Reyes Edición y coordinación de Manuel Gahete Jurado Colabora Fatiha Benlabbah
Eduardo Torres-Dulce Lifante / Bouabid Bouzaid / Enrique Arias Anglés Josep Lluís Mateo Dieste / Federico Castro Morales / Mustapha Adila Paloma Rupérez Rubio / José Carlos Mainer Baqué / José Sarria / Vicente Moga Romero Mohamed Abrighach / Mohamed Bouissef Rekab / León Cohen Mesonero Abdelkader Chaui / Severiano Gil Ruiz / Said Jedidi / Mohamed Lahchiri Rafael Martínez-Simancas Sánchez / Carlos Tessainer y Tomasich
Índice
pág. 11
La vertiente cultural e historiográfica
España en Marruecos: una reflexión en el cine Eduardo Torres-Dulce Lifante pág. 13
Mariano Bertuchi: la enseñanza del arte patrimonial y moderno Bouabid Bouzaid pág. 35
Una mirada al mundo marroquí a través de la pintura española, desde la Guerra de África (1859-1860) hasta el fin del Protectorado (1956) Enrique Arias Anglés pág. 55
El teatro nacionalista marroquí: escenario de luchas políticas y cambios sociales Josep Lluís Mateo Dieste pág. 105
Huellas arquitectónicas de un proyecto transfronterizo: la identidad andalusí Federico Castro Morales pág. 125
Prensa y periodistas del Protectorado español en Marruecos Mustapha Adila pág. 155
Las fuentes documentales del Protectorado español de Marruecos: los pilares de la memoria Paloma Rupérez Rubio pág. 175
pág. 199
La vertiente literaria
La huella de Marruecos en las Letras Españolas (1893-1936) José Carlos Mainer Baqué pág. 201
La literatura hispanomagrebí en Marruecos José Sarria pág. 223
El duelo del pied-noir: una reflexión acerca de la representación del Protectorado en la novela española actual Vicente Moga Romero pág. 247
La narrativa breve del Protectorado: los cuentos de Dora Bacaicoa Arnaiz Mohamed Abrighach pág. 281
Narrativa marroquí Mohamed Bouissef Rekab pág. 303
pág. 349
Los autores y sus obras
Literatura e interculturalidad León Cohen Mesonero pág. 351
Restos y recuerdos Abdelkader Chaui pág. 365
Uno de los últimos Severiano Gil Ruiz pág. 375
Protectorado español en Marruecos: antes de olvidar Said Jedidi pág. 397
Rastreando la época en cuatro libros de relatos y una novela Mohamed Lahchiri pág. 417
Igueriben noventa años después Rafael Martínez-Simancas Sánchez pág. 435
Hijos del olvido Carlos Tessainer y Tomasich pág. 443
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Imagen página anterior:
Mariano Bertuchi Nieto: Calle del Mesdaa, El Trancat, Tetuán
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España en Marruecos: una reflexión en el cine
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1. Una historia diferente
Cuando uno evoca los nombres y las geografías de Marruecos de finales del XIX y comienzos del siglo XX, enseguida le vienen las imágenes de un decorado cuidadosamente romántico de exotismo, aventura y sensualidad: Legión Extranjera, pasados dudosos, garitos, pasiones, negocios turbios, indígenas sinuosos y europeos inadaptados. Si se evocan ciudades como Casablanca, Tetuán, Tánger, Larache, Fez, Marrakech, el Rif, Annual, Monte Arruit, Alhucemas, no menos referentes de aventura, política, desastres y vidas rotas o sueños imposibles acuden a recibirnos. Libros, películas, cuadros, crónicas viajeras, todo ha servido para describir un enclave geográfico y una realidad histórica, la colonización que Francia y España llevaron a cabo en esa porción del norte de África durante más de medio siglo. Si lo reducimos —que es el horizonte de este trabajo— a lo que el cine nos ha ofrecido, el bagaje resulta tan extravagante como a veces un tanto desalentador, al menos a priori, en cuanto al Protectorado español se refiere. Y es que Marruecos suena a la magnífica y desesperadamente romántica p elícula de Josef von Sternberg, Morocco, su título original, en la que con una inolvidable Marlene Dietrich y un seductor Gary Cooper atrapa
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el tópico literario del legionario y la aventurera en medio de un decorado Paramount, y con un final en la que la Dietrich entregada a Cooper sigue a la tropa legionaria que parece perderse en el horizonte de un desierto made in Hollywood. ¿Y qué decir de Casablanca? Posiblemente no exista una ciudad en el mundo que concite tanta decepción cuando se visita como esta ciudad marroquí. La culpa es de una modesta pero ya imperecedera película de propaganda bélica que el estudio Warner fabricó en medio de la Segunda Guerra Mundial. De nuevo un decorado tópico, en este caso Warner, que comprendía básicamente un garito, el Rick´s Café Americain, que podía estar en cualquier sitio del Sunset Boulevard, otro, el Blue Parrot, idem, y un aeropuerto lleno de niebla, para encubrir lo exiguo del plató en el que se rodaba, sirven de locus facti de una historia de amor y decepciones, de traiciones y mentiras amorosas, donde Ilsa —Ingrid Bergman— descubre que sigue enamorada de Rick —Bogart— y este, amargado primero y luego generoso o cínicamente calculador, la devuelve a los brazos de su marido, un brioso luchador antifascista, mientras le pide a Sam, su pianista negro, que no toque o, bueno, que lo haga, As times goes by, mientras medita si les queda o no París, justo cuando ella vestía de azul y los nazis de gris, y un competidor en el negocio de los night clubs, un levantino de fez en coronilla y nombre Ferrari, intenta convencerlo de que el mejor negocio de Casablanca es el comercio de seres humanos o de visas para escapar en el último avión hacia Lisboa, siempre que un superviviente nato, el capitán Renault, que cree que el régimen de Vichy va a durar tanto como una botella de agua de esa marca, sencillamente porque comienza a comprender que La Marsellesa engancha más que un himno nazi y más si lo dirige un oficial con bigotito de la Gestapo. Así no hay quien pueda, y menos si todo ello lo dirige un astuto húngaro, Michael Curtiz, que habla trabajosamente inglés, pero al que no le importa cómo va a acabar el guion, quién se va a quedar con la Bergman o quién a comenzar una gran amistad. Por eso, viajero, si llegas a Casablanca, olvida cualquier propósito de peregrinación porque todo fue una elaboración brillante de Las mil y una noches de la edad de oro del cine clásico. En realidad, la Warner quería que la película se situara en Tánger, la joya del norte marroquí, fascinante ciudad, pero su estatuto de ciudad internacional provocaba sarpullidos en el Departamento de Estado en Washington. Y la memoria de Tánger sigue aún viva para cualquier viajero avisado incluso en los días de hoy que corren ya tan lejanos a aquellos tan evocados por la nostalgia. Incluso una figura histórica mítica, una suerte de demonio para la memoria colectiva española durante muchos años, la del Raisuni, magnífica-
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mente descrita en su antagonismo con esa trágica figura del general Fernández Silvestre por mi amigo Luis María Cazorla en su novela El General Silvestre y la sombra del Raisuni, se transforma de la mano de un brillante cineasta y guionista, John Millius, en El viento y el león, en un icono de guerrero elegante, sabio, jugador de ajedrez y seductor…, no en vano lo encarna Sean Connery. Millius construyó su película en torno a un hecho histórico. El Raisuni secuestró a una viuda norteamericana y a sus hijos, lo que provocó la ira del presidente Theodore Roosevelt que exigió a “Mrs. Pedekaris viva o al Raisuni muerto”, provocando calculadamente un incidente internacional que parecía sugerir la reunión internacional de la bahía de Algeciras que concluiría con el desigual reparto hispano-francés del territorio marroquí. Mrs. Pedekaris es, en las manos de Millius, Candice Bergen; y, de nuevo, el glamour bate a la realidad como debe ser en justicia cuando se trata de fabricar aventuras y entretenimiento en Bagdad-Hollywood, porque, de lo contrario, el “califa-espectador” suele cortarle la cabeza al metraje del celuloide. Cuando se trata de la historia en cine de nuestro Protectorado, la cosecha —sin ser magra— queda a mucha distancia de sus referentes literarios, que, sin ser numerosos ni parcos, alcanzan en algunos casos excelencia narrativa, Imán, La forja de un rebelde, Blocao, El tiempo entre costuras, Doce balas de cañón, todos ellos material excelente para ser adaptados a la pantalla; y aún lo son más cuando se pasa revista a los hechos históricos, algunos de los cuales —como la carga del Regimiento de Alcántara— habrían hecho las delicias de John Ford por su brava y ejemplar epicidad, extraordinaria e irrepetible. Solo con pensar que la mejor película sobre la Legión española es francesa —La bandera, dirigida por Julien Duvidier— ya dice bastante de cómo el cinema patrio ha logrado con empecinamiento incomprensible rehuir las huellas de una gloriosa historia que, amén de crónicas, cuenta con gestas asombrosas, en muchas ocasiones glosadas por magníficas plumas. 2. Una visión sistemática
Aunque su impacto pueda parecer no muy grande o reducido en ciertos momentos de la actualidad histórica, básicamente los primeros y sangrientos momentos de la presencia española en la zona del Protectorado y sus combates con los rifeños o en la Guerra Civil y la posguerra, lo cierto es que el número de películas rodadas con esta temática en ese periodo y en esa zona no es pequeño. Mohamed Lemrini el-Ouahhabi ha catalogado doscientas trece películas rodadas entre 1909 y 1956.
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2.1 Documentos de principios del siglo XX
Las primeras películas que se rodaron sobre el Protectorado español se rodaron en buena medida en Marruecos y suponen un interesante aporte documental. El cine, en su primera vocación, fue documental. Recuérdese a los hermanos Lumière rodando la entrada de un tren en la Gare de Lyon o la salida de obreros de una fábrica. Una de las primeras muestras del cine español permite ver a ciudadanos saliendo de misa en la basílica del Pilar en Zaragoza. En Marruecos, lo primero que registra en celuloide una cámara cinematográfica es la realidad que permite fotografiar en movimiento la historia, en ese concepto de noticiario que, en español, se designó casi en un principio como actualidades. Como acertadamente señala Alberto Elena son sucesos como los del Barranco del Lobo los que mueven los hilos del interés de los documentalistas a la hora de trasladarse a la geografía dramática del Protectorado y filmar los lugares de esos hechos (Elena: 2002, 15). Destaquemos Tetuán (1908) de Josep Gaspar que, aún en 1920, rodaba La toma de Xauen a la que siguen diversos documentales rodados por un excelente pionero, hoy en buena medida olvidado, Ignacio Coyne, del documental español de tan renovado vigor en nuestros días. Desde 1909 Coyne rueda, según señalan algunas fuentes con la ayuda o bajo la indicación del Ministerio de la Guerra, documentales como La primera y segunda casetas, Toma de la caseta Z, La vida en el campamento, Protección de un convoy de víveres en el puente de los camellos, Toma del Gurugú, Campaña del Rif y Guerra de Melilla. Algún otro cineasta, como Ricardo de Baños, también sigue esta vena por ese año de 1909 con documentales como Guerra de Melilla, La guerra del Rif… Todos esos documentales, según cuentan las crónicas, gozaron de una gran popularidad cuando se exhibían en la Península, ya que los sucesos de Marruecos suscitaban notorio interés y las más encendidas controversias, como se puso de manifiesto en la Semana Trágica de Barcelona. A comienzos de la década de los veinte, por decisión del empresario gallego Isaac Fraga, se inicia un cierto sistema de producción de cine inspirado en lo que acontece en el Protectorado con la serie de documentales titulados España en África. Elena cita incluso cómo se desplazó a África como operador el novelista Alejandro Pérez Lugín, cuya novela La casa de la Troya se convertiría en un descomunal éxito editorial. Pérez Lugín rodaría Los novios de la muerte (1922) y Los regulares (1922). Debe destacarse que el Ejército, principal beneficiado en general tanto de esos documentales como de las películas de inspiración patriótica que abundan en la filmografía de esta temática, apenas dedicó esfuerzos a do-
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cumentar sus operaciones o propósitos. Baste citar casi como excepción una serie de documentales, España en Marruecos, que ya en fecha avanzada, 1925, bajo el patrocinio del Estado Mayor Central, se consagraron a esas tareas prestando especial atención al desembarco en Alhucemas, a la colaboración entre España y Francia en Marruecos o al popular Tercio de Extranjeros, esto es, la Legión. Cuando se pacifica el Protectorado, el Ministerio de Guerra planificó un viaje de SS. MM. los reyes por el Protectorado y, al hilo de ello, se filmó un documental, La paz en Marruecos (1927) de José Almeida, al que siguieron otros de ese tenor como Marruecos en la paz (1928), obra de Rafael López Rienda, un productor y cineasta muy vinculado al cine relacionado con el Protectorado; Para la paz en Marruecos (1928) del que es autor uno de los escasos militares metidos en estas tareas cinematográficas, el comandante Tomás García Figueras; y Marruecos en la guerra y en la paz (1929), del que es autor Luis Ricart. Más adelante, y con propósitos meramente turísticos, se filmaron Melilla (1929) y Larache (1929), que, según Elena, perseguían ser exhibidos en certámenes como las Exposiciones de Sevilla y Barcelona (Vid. Fernández Colorado: 1998, 97-110). 2.2. Llega la ficción
El terreno de la ficción debe esperar algunos años más para que, de manera no meramente presencial, pueda desplazar a aquellos primeros momentos de comienzos de siglo en los que los documentales de actualidades copaban la producción de películas sobre el Protectorado. En 1921 se estrena en el Teatro de la Comedia de Madrid la película Por la patria: memorias de un legionario (Por la patria y por el rey), dirigida por Rafael Salvador, cuyos rótulos —estamos en pleno cine mudo— son del ilustre escritor Pedro de Répide. Su argumento anticipa lo que vendrá después con harta frecuencia: un legionario se alista por mal de amores en la Legión y morirá como un héroe redimido en combate africano. Mucho más interés reviste, porque revela una acción colonizadora rara en el cine que hemos examinado, Alma rifeña (Una aventura en el Rif. Sangre española), una película de 1922, dirigida por José Buchs, uno de los más interesantes pioneros del balbuceante cine mudo español. La película cuenta, con vagos ecos de western, los trabajos arriesgados de unos ingenieros españoles en el arriscado Rif, hostigados y atacados por los indómitos rifeños. El reparto lo encabeza Florián Rey, el actor que luego se convertiría en uno de los grandes cineastas españoles. Otra muestra del intento del cine español por copiar formatos de éxito norteamericanos lo ofrece Ruta Gloriosa, una película de 1925 que dirigió
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Fernando Delgado, otro clásico de esos primeros tiempos de nuestro cine. Cuenta en clave de película de aventuras cómo un grupo de oficiales españoles se evade de sus prisiones rifeñas a bordo de un hidroavión. Ese gusto por la aventura se repite de manera un tanto folletinesca mezclando historia y ficción en el argumento de Águilas de Acero (Los misterios de Tánger) que, en 1926, dirigió el gran Florián Rey con amplia participación de militares de los tres ejércitos: espías que pretenden seducir a aviadores para que se pasen al bando rifeño que dirige el temible Abd-el-Krim, amigos que los protegen y luchan para que no lo hagan, etc., etc. Melodrama y guerra de África siempre se han llevado bien, y ese es el sustrato de La Condesa María (La Comtesse Marie) que en 1927 dirigió otro gran nombre del cine español, Benito Perojo. Es una coproducción hispanofrancesa inspirada en la comedia de Juan Ignacio Luca de Tena y adaptada por Perojo cuyo reparto lo encabeza una eminente actriz, Rosario Pino, y en la que cabe de todo, amoríos y embarazo entre noble y plebeya, desaparición en combate africano del joven aristócrata, lágrimas entre suegra noble y abnegada madre soltera, y reaparición last minute del joven aristócrata. En esa misma línea se encuentra Sonrisas y lágrimas que en 1928, casi al borde de la irrupción del sonoro, ofrece todos los temas del género: el militar amnésico que, rechazado por la familia de la novia, es obligado a casarse en secreto; y, herido en África, logra finalmente la más completa de las felicidades. Uno de los más grandes personajes de la Historia de España del siglo XIX, el general Juan Prim, fue motivo para José Buchs de una película rodada en 1930, que le permite acercarse al héroe de la batalla de los Castillejos, una de las mayores gestas militares españolas del XIX y precedente casi exacto, aunque victorioso, del enfrentamiento hispano-marroquí que festonearía con gravedad nuestra historia durante el primer tercio del siglo siguiente. Más clásica es Los héroes de la Legión que dirigió y produjo, también en 1927, Rafael López Rienda, muy presente en la producción española de la época y singularmente en este ramo de películas coloniales marroquíes. 2.3. Un cine republicano
El periodo histórico de la República española es uno en los que la historia del cine español empieza a girar hacia una concentración más industrial e interesante que la enorme dispersión del periodo anterior. Ha llegado ya el cine sonoro, desde 1929 en Hollywood, y su llegada convulsiona al mundo más allá de sus fronteras. La pujante industria californiana capta desde el primer momento la importancia estratégica del mercado global, del mercado internacional. Hasta que las leyes antitrust de Roosevelt y las
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decisiones del Tribunal Supremo de los Estados Unidos se pronuncien sobre su contenido, la influyente industria de Hollywood concibe de manera inevitablemente capitalista el proceso de producción, al modo de las exitosas cadenas de producción que siguen los procesos de fabricación de automóviles en Detroit. Warner, Fox, Metro, Columbia, Universal y Paramount producen, distribuyen y exhiben sus películas. A su socaire nacen los géneros cinematográficos; un creciente e ingente número de películas sale a la luz cada año para poder satisfacer esa completa cadena de fabricación de películas. Sin embargo la diversidad de idiomas se antoja una barrera formidable. El doblaje es una alternativa industrial poco desarrollada y, para un arte industrial esencialmente dirigido a masas populares, la opción de los subtítulos era algo casi inimaginable. La primera solución se revelará a la vez prometedora y a la vez letal para el cine patrio. Hollywood contrata casi masivamente a escritores de teatro; se piensa, equivocadamente, que el dominio de la palabra es cosa exclusiva de la gente de la escena, y de actores y actrices. En Hollywood aparecerán desde Jardiel Poncela —su experiencia será despreciativamente crítica— hasta jóvenes talentosos como Edgar Neville, que abandonará la diplomacia definitivamente, y José López Rubio, el más profesional y persistente en la experiencia. Solo regresará al socaire de la Guerra Civil, Tono, junto con el gran patrón de la escena española, Gregorio Martínez Sierra, cuya comedia Canción de Cuna —al parecer fruto de su talentosa mujer María Lejárraga, pese a que el marido cosechara los honores de la autoría— había triunfado en Broadway en la década precedente; y actores y actrices como las talentosas y guapas Catalina Bárcena y Conchita Montenegro. Neville y López Rubio sintonizaron a la perfección con el ambiente y formaron amistades duraderas con gente como Chaplin, Fairbanks... La idea era filmar primero el guion en inglés y reproducirlo posteriormente de manera mimética en otros idiomas. La idea costosa y de dudoso resultado artístico perduró unos años pero, mediada la década, se abandonó por completo. Mientras que buena parte del talento viajaba a Hollywood, en España se formaban compañías de producción de perfiles modernos como Filmófono, regresaban prestigios como Buñuel tras su exitosa etapa parisina, a la vez que veteranos como Florián Rey trabajaban junto a talentos jóvenes como José Luis Sáenz de Heredia. Todo ese espíritu, esos aires de renovación, que mezclaban ideas nuevas —Tierra sin Pan, el documental de Buñuel sobre Las Hurdes— junto a comedias castizas —Don Quintín el amargao, colaboración de Buñuel con Sáenz de Heredia (el primero salvó la vida del segundo en los albores del conflicto) por citar extremos opuestos—, se los llevó el viento violento de la Guerra Civil.
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En el enfebrecido ambiente de creciente confrontación republicana, los asuntos de Marruecos parecen difuminarse casi por completo. Amarrada una paz militar en el Protectorado, apenas nada destacable cabe reseñar —cinematográficamente hablando— en este periodo. Y, sin embargo, en las tierras norteafricanas se anidaba el germen de la sublevación militar de la Guerra Civil, cuyo bando nacional se surtiría del espíritu de los militares africanistas forjados en las luchas coloniales del primer cuarto de siglo. 2.4. Guerra Civil: la lucha por la propaganda
La importante intervención de tropas marroquíes integradas en el ejército de los sublevados provocó durante la contienda civil que el interés sobre tales tropas, y sobre sus costumbres y lugares de origen, se hiciera por primera vez presente en la cinematografía nacional. Es la hora de la propaganda y de mostrar el lado amable de los grandes desconocidos de una filmografía ya extensa. Algunos de los esfuerzos bélicos del bando nacional durante la contienda tienen que ver con Marruecos. En ellos aparece fuertemente comprometido el alto comisario de España en Marruecos, el fascinante y misterioso militar que fue Juan Beigbeder, uno de los personajes reales de la novela de María Dueñas El tiempo entre costuras. Beigbeder había fundado en el mes de septiembre de 1936 la productora Films Patria junto con la Falange de Marruecos. De igual manera el brillante y seductor militar está, y de nuevo en compañía falangista, con la Falange de Tetuán, en el origen de tres cortometrajes que, con finalidades propagandísticas, realiza Joaquín Martínez Arboleya. En 1936 se rueda Alma y nervio de España. Al año siguiente La guerra por la paz (1937); significativamente el negativo se procesa en los Laboratorios Geyer de Berlín, debido en buena medida a las carestías de infraestructuras de producción con las que se enfrentaba el bando nacional y símbolo no solo de la colaboración germana con el bando nacional sino el flujo que, con la brillante industria alemana, se producirá en el seno de la gente del cine franquista. Finalmente, en ese mismo año de 1937, se filma Voluntad, el tercero de los mentados cortometrajes. La importancia que Beigbeder otorga al cine en ese momento bélico, y con proyección hacia el papel del Protectorado como significativa y esencial retaguardia del esfuerzo bélico, se pondrá de manifiesto en la inspiración y cuidado con los que planifica otra película, Romancero marroquí, a la que me referiré más adelante. En el bando republicano, aunque de signo contrario, también podemos detectar la presencia de los marroquíes. En ese mismo año de 1937 se produce Los moros en España, en la que combatientes marroquíes del ejército
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nacional, hechos prisioneros por el republicano, muestran su satisfacción por haber sido liberados de aquel yugo. La Dirección General de Marruecos y Colonias produce, casi al filo del final de la contienda en 1939 —otros autores citan la fecha en 1937—, Cultos, dirigida por Juan José Fogues, un documental del que apenas quedan tres minutos de metraje y en el que, al parecer, unos soldados marroquíes, apresados por tropas republicanas, expresan su satisfacción por encontrarse en el seno de un régimen que profesa un gran respeto por la libertad de cultos religiosos. Al filo del final de la Guerra civil, en 1939, se producen dos interesantes intentos —Romancero Marroquí y La canción de Aixa— de hacer un cine diferente al que se venía produciendo; un cine que tuviera en cuenta la identidad marroquí, cultural y étnica, de los que vivían y poblaban esas tierras, fruto sin duda de ese espíritu de mostrar a quienes se habían convertido en noticia cotidiana en la zona nacional, los combatientes marroquíes de presencia tan exótica como decisiva en las tareas guerreras (Elena: 1997: 26-29). La canción de Aixa, que Florián Rey rueda en 1939 en los estudios berlineses, tiene incluso un título alemán; constituye el tímido intento por introducir elementos étnicos marroquíes más allá de referencias puramente tópicas y de género. Teóricamente es una coproducción hispano-alemana, con un ente —la Hispano-Film-Produktion— creado en 1936 y formado expresamente para las películas que, desde 1937, Benito Perojo y Rey rodaban en Berlín, aunque de facto parece que era Cifesa la tenedora de la realidad de la producción, rodada en parte en Marruecos, en escenarios naturales de Alcazarquivir, Xauen, Tetuán y Larache, y después en los estudios berlineses E.F.A. Los alemanes aportarán buena parte del equipo técnico como los dos operadores de fotografía, el montador, el encargado del sonido y los decorados. La importancia de la cinta se revela en la presencia de Rey, en estos momentos a la cabeza del prestigio del cine nacional, que firma también el guion basado en una novela de Manuel de Góngora; de un no menos prestigioso Federico Moreno Torroba —en la ficha aparece asimismo un compositor alemán— que se encarga de la música de la película; y de un reparto lleno de primeras figuras que encabeza la mayor de las estrellas del cine nacional, Imperio Argentina. La sinopsis de la película revela la aplicación de un modelo dramático occidental, capuletos y montescos, Romeo y Julieta, a una historia entre marroquíes. La joven y hermosa mestiza Aixa despierta la atención amorosa de dos musulmanes, Abslan y Hamed. Al pertenecer los dos galanteadores a sendas familias encontradas, la rivalidad sentimental cobra un cariz más dramático todavía. Abslam y Hamed son dos primos hermanos
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con ideas muy modernas que acaban por poner fin a las rencillas que han separado durante años a sus familias. En un café, Hamed presenta a su primo a la joven bailarina Aixa. Abslam queda prendado de ella al instante, hasta el punto de desatender sus obligaciones de gobierno y le propone matrimonio, pero resulta que Aixa está enamorada de Hamed. Y este, por razones políticas, debe casarse con su prima Zohira. Es claro que la apuesta se inscribe en la citada necesidad de resaltar el elemento marroquí presente en la realidad militar de la Guerra Civil: la película se planifica en el año 1938, se rueda desde octubre de ese año a enero de 1939 y se estrena tras la victoria de Franco en el mes de abril. La cinta gozaría de gran popularidad y sería bien distribuida incluso internacionalmente (Francia, Italia, Portugal, Marruecos y en otros países de África e Hispanoamérica). La canción de Aixa estuvo circulando hasta bien entrada la década de los cincuenta. La película es, pues, una operación en principio claramente coyuntural y no puede entenderse, al menos en mi opinión, como el inicio de una apuesta de la industria nacional del cine por un cine autóctono de perfiles marroquíes. Ni el argumento, como hemos visto de origen ine quívocamente occidental, ni el reparto, por completo nacional, permiten llegar a otra conclusión. Un examen de las bases argumentales de la película evidencia el cuidadoso melting pot con el que se ha construido. Los dos protagonistas, Hamed (Ricardo Merino) y Abslam (Manuel Luna), son primos y les reúne el deseo de enterrar cruentas y eternas guerras civiles de cabilas; pero, si el primero, vestido con un elegante smoking blanco, es la viva imagen del musulmán occidentalizado que ha renunciado a tradiciones y creencias; el segundo está apegado a esas tradiciones seculares y creencias, y su indumentaria militar y su estilo de vida austero lo muestran como firme depositario de lejanas ideas y sentimientos. La iconografía romántica a la española, presente en los decorados, se incrementa argumentalmente con la presencia de Aixa (Imperio Argentina), cuyo origen mestizo, de madre cristiana y padre musulmán, no es naturalmente casual y será el detonante que p rovoque la larvada pero creciente enemistad entre los primos. El peligro de la mujer que puede desviar los propósitos del hombre, arquetipo de la tesis de la película, es subliminalmente un espejo de los marroquíes que combatían con los nacionales. Recuérdese Raza, escrita por Franco, donde se reproducen las dos ideas que encierran los antagonistas de la Guerra Civil española, modernidad sin alma y tradición vigorosa y militar, sin olvidar el caudillaje que desarrolla el personaje de Abslam. Si moralmente se sugiere que Aixa pasará de cantante ligera a devota esposa de aquel tras la derrota de Hamed, el círculo de in-
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tenciones de La canción de Aixa queda muy clarificado (Fernández Colorado: 2010, 91-104). Romancero marroquí (1939) tiene otro formato, el del documental con personaje, y persigue a través de una idea-personaje, un joven combatiente marroquí del ejército nacional, describir el país del que viene. Concibe la idea, en 1937, el alto comisario de España en Marruecos Juan Beigbeder, que —como hemos visto— había comprendido con perspicacia la importancia del cine como elemento de difusión de ideas de propaganda (Vid. Nicolás: 2004). Para llevarla a cabo se pone en contacto con Enrique Domínguez Rodiño, un periodista gallego que era consejero delegado de los estudios CEA. El periodista se movía bien en asuntos alemanes pues no en vano había sido corresponsal en Alemania durante la Gran Guerra y había fundado en 1935 una productora, la Hispania-Tobis, que en realidad era una filial de la Tobis germana. El rodaje, supervisado siempre por Domínguez Rodiño, se llevó a efecto en parajes naturales marroquíes y no estuvo exento de peripecias que casi ejemplificaban las características de la guerra civil que evocaba, ya que el director Carlos Velo y el director de fotografía Cecilio Paniagua eran republicanos, lo que provocaba notables tensiones con otros miembros del equipo como Lucas de la Peña que eran notorios franquistas. Velo montó finalmente un primer copión que fue muy del agrado de Beigbeder; y, tras eso y de una forma subrepticia, huyó desde Tánger a París y desde ahí a Barcelona para combatir en las filas republicanas. Velo se convirtió luego en un prestigioso cineasta en el exilio mejicano, obteniendo notables éxitos en el cine documental como lo evidencia Torero, que rodó sobre el matador Carlos Arruza. Romancero marroquí se construye sobre una ficción basada en un personaje real, un campesino, Aalami, de la cabila de Beni Gorfet, que se alista en el Regimiento de Regulares de Larache. El documental recoge las zonas en las que se ha desarrollado su vida, su participación en la Guerra Civil y su posterior regreso triunfal tras el final de la guerra. No hubo manera de encontrar a una mujer que encarnara a Fatma, la abnegada esposa del protagonista, por lo que hubo de recurrir a Tahera, una prostituta de Larache. Los alemanes quedaron fascinados por el material. La fotografía de Paniagua y Torres es brillante como lo es la partitura de Norbert Schultzer, el autor de Lilí Marlene, y la editaron para una versión propia, suprimiendo un inevitable y no muy eficaz desfile de flechas navales al filo de la victoria. Aunque Romancero marroquí gustó mucho a las autoridades nacionales, su estreno fue casi clandestino. Los tiempos iban cambiando, e incluso se interpusieron, según cuenta Alberto Elena, ciertas tensiones po-
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líticas entre las autoridades franquistas y el nacionalismo marroquí en julio de 1938, por lo que fue durante años una película fantasma, hasta que se recuperó, no hace mucho tiempo, en archivos alemanes y marroquíes, el negativo y otros materiales, lo que ha permitido su revisión. De nuevo y como ocurriera, aunque con muy diferente perspectiva, con La canción de Aixa, se trata de utilizar elementos autóctonos marroquíes como referentes para una exaltación propagandística franquista, aunque debe reconocerse que el carácter documental y la ausencia de una intriga romántica occidental dotan de una mayor autenticidad esta singular muestra de cine de una época muy concreta. 3. Posguerra, orgullo patriótico y propaganda
Finalizada la guerra, el afán propagandístico del régimen franquista se inscribe en la voluntad de dar cuenta de los progresos que, merced a la presencia española, se dan en el Protectorado. En esta línea se inscriben cortometrajes como Tánger (1940) de Francisco Salas, España en el Sáhara (1941) de Manuel Hernández Sanjuán, Huellas árabes (1941) de Francisco Narbona, Covadonga (1943) de Sabino A. Micón y Un poblado, un zoco (1946) del mismo cineasta. Pero será al inicio de la posguerra cuando el cine de signo patriótico verá a las tropas marroquíes esenciales en el esfuerzo bélico de la guerra y, en el aroma de esas latitudes, inspiración para algunas películas que obtuvieron un éxito rotundo. Todas han padecido en el juicio crítico, aunque su formato técnico sea agradable, el paso del tiempo y las tesis propagandísticas inherentes a las finalidades de los proyectos. A la cabeza de todas ellas cabe situar sin ningún género de dudas ¡Harka! (1942), producida por Cifesa, de influencia creciente y posteriormente decisiva entre el comienzo de la posguerra y la década de los sesenta, momento en que los afanes modernizadores del régimen, ejemplificados en la política cinematográfica de Fraga y su director general de cine, el crítico José María García Escudero, primaron el denominado nuevo cine español liquidando de facto toda producción de signo contrario, ocasionando un daño irreversible, por sus drásticos planteamientos, a la industria del cine español y cambiando aprecio en taquilla por éxitos en festivales y revistas internacionales ¡Harka! está producida por un cineasta de plena confianza del régimen, Carlos Arévalo, que la produjo y escribió. Protagonizada por algunas de las nacientes estrellas del cine español como Alfredo Mayo, sin duda a la cabeza del escalafón, Luis Peña y Luchy Soto o Raúl Cancio, el argumento
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vuelve a reproducir un esquema ultraclásico. Enamorado de una mujer, un oficial abandona su unidad militar en Marruecos, una harca, para regresar a la Península; y, solo cuando tiene noticia de que ha sido diezmada, regresa para volver a mandarla y morir heroicamente. Marruecos es concebido como lugar de gestas coloniales donde forjar valores como el espíritu militar, el honor, la disciplina, la amistad, mientras que la vida civil, la renuncia por amor a la carrera militar es interpretada como un desvalor a tales sentimientos. El honor se repara con una muerte heroica de retorno a las filas militares. No menos popular y mucho mejor concebida y dirigida es ¡A mí la Legión! (1942) que el muy competente Juan de Orduña rodó en esos patrióticos años de la posguerra. Ambientada en tierras africanas y en el modelo militar de la Legión, el credo legionario de amistad entrañable hasta la muerte y el esprit de corps presiden una intriga de estilo semipolicíaco. Un soldado de la Legión, apodado el Grajo, investiga un turbio asesinato para exculpar a un compañero injustamente acusado de un crimen. De Orduña realizó con convicción y brío esta película cuyos objetivos y circunstancias de tiempo y época son transparentes. De nuevo el reparto ofrece lo más granado del cine patrio con Alfredo Mayo a la cabeza al que acompañan otros dos clásicos como son Luis Peña y Manuel Luna; el boxeador Fred Galiana tiene un pequeño papel. La película, que cuenta con una buena fotografía de Alfredo Fraile y de Tomás Duch y una eficaz banda musical del maestro Juan Quintero, obtuvo un gran éxito popular. Legión de héroes (1942) posee idénticas características temáticas aunque su estilo de producción es mucho más modesto. Aparece codirigida por dos cineastas poco conocidos como Armando Sevilla y Juan Fortuny, y el reparto revela asimismo su escaso relieve: Emilio Sandoval, Matilde Nácher y Rosita Alba, entre ellos. De nuevo, un oficial debe abandonar todo para cumplir una oscura misión; su heroica muerte permitirá otorgarle honores. Los misterios de Tánger (1942) es ya otra cosa. Una película ligera, una comedia de aventuras y suaves enredos, con canciones del maestro Quiroga. Estrellita Castro encabeza el reparto, con la fascinante ciudad internacional, por completo desaprovechada como de costumbre, de Tánger como exótico lugar de los hechos. El contrabando de armas para los rebeldes rifeños es el eje argumental de la película que juega además con el habitual conflicto de amistad entre un jefe de policía y un teniente coronel; el tutor de la novia de este parece ser el cerebro del contrabando, lo que añade un complot sentimental a la trama. Los misterios de Tánger está dirigida por Carlos Fernández Cuenca, que tiempo después sería casi todo en el mundo cinematográfico, historiador y crítico de referen-
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cia. El reparto, a diferencia de Legión de héroes, recoge buena parte de la nómina habitual del cine español de la época, todos excelentes actores, hoy día lamentablemente olvidados. Amén de la Castro, aparecen Manuel Luna, Raúl Cancio, Erasmo Pascual, Eloísa Muro y un joven Conrado San Martín, futura estrella del cine de género en los años cincuenta, la mejor década del cine español. Uno de los viajeros españoles al Hollywood de los años treinta, José López Rubio, había destacado antes de la Guerra Civil como novelista, encuadrado en la brillantísima “otra generación del 27”, como él mismo la describió en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, y en la que autores como Mihura, Jardiel, Neville o Tono mostraron una veta de humor y talento muy especiales. López Rubio, como Neville, quedó infectado de cine desde su juventud y la experiencia californiana no hizo sino elevar la temperatura de la infección. A su regreso a España tras la guerra, López Rubio, como Neville, decidió emprender una carrera cinematográfica como director que no cuajó con la brillantez de su amigo Edgar, aunque posea dignidad, quizás en parte porque la cortedad del panorama de producción de los cuarenta no permitía que una personalidad tan especial encontrara un lugar propio. López Rubio no tenía tampoco ni el genio de Neville ni su decisión, así que debió aceptar encargos a veces poco distinguidos. Desencantado del cine, como le ocurriría a Mihura, se entregó al teatro en el que obtuvo éxitos notorios; basta citar Celos del aire, probablemente una de las mejores comedias, suaves, sentimentales y un tanto melancólicas, con las que jalonó una carrera de merecido éxito. Alhucemas (1948) fue la última de sus nueve películas como director. En su argumento interviene otra figura de la época, Enrique Llovet, más tarde eminente crítico teatral, autor de la letra del tema musical de Los últimos de Filipinas, tipo culto, liberal, sofisticado, que combinaba con naturalidad con la personalidad de López Rubio, que no solo dirigió sino que escribió el guion de la película. La experiencia de su trabajo en Hollywood parece decantarse en el uso de un eficaz flash back con cierto sabor fordiano, que recrea la vida del capitán Salas en la Academia de Infantería, uno de cuyos episodios es el desembarco de Alhucemas, que no parece haber suscitado —buena muestra de la desidia e incuria del cine español para los sucesos históricos— más atención que la película de López Rubio. El diseño de producción revela una buena combinación de talentos, con un joven José Luis López Vázquez como figurinista, uno de los primeros oficios que desempeñó en el cine antes de triunfar como actor; el maestro Parada componiendo la banda sonora; y dos bien conocidos militares como asesores, el entonces comandante Luis Cano Portal y Luis Suárez de Lezo
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(director de varias películas de éxito de temática bélica recién acabada la guerra. Cabe destacar entre ellas Servicio en la mar, donde aparecen intérpretes tan ilustres como José Isbert o Nati Mistral). El reparto de Alhucemas es desde luego de renombre: Julio Peña, José Bódalo, Rafael Calvo, Tony L eblanc, Sarita Montiel, Conrado San Martín, el futuro cineasta Rafael Romero Marchent e incluso un Francisco Rabal dando sus primeros pasos. Doce horas de vida (1948) vuelve al tema eterno de la Legión y de la redención por el sacrificio y el honor, hilando la historia con un cierto referente de thriller suspensivo. Un oficial de la legión está deshonrado por haber perdido unos importantes documentos secretos durante una de las campañas marroquíes. Obtendrá una postrera oportunidad de lavar su deshonor: en doce horas deberá descubrir al verdadero autor de la sustracción de los documentos. Doce horas de vida está escrita y dirigida por un joven y prometedor cineasta, Francisco Rovira Beleta, que años más tarde gozaría de respeto, incluso internacional, con alguna de sus películas como ocurriera con Los Tarantos. Rovira Beleta contó con la ayuda en los diálogos de dos de los más reputados especialistas, un tanto académicos y algo teatrales, del cine español de la época: Manuel Tamayo y Alfredo Echegaray, presentes en algunas de las películas de Juan de Orduña (Deliciosamente tontos, Ella, él y sus millones, Tuvo la culpa Adán, Pequeñeces, Locura de Amor, El último cuplé), uno de los mejores e injustamente olvidado directores de nuestro cine. Ana Mariscal, Angel Picazo, Rafael Calvo, José Vivó, Antonio Riquelme son otra buena muestra de la enorme riqueza de los repartos de la época. 4. A modo de conclusión
Este breve repaso incompleto por algunas de las producciones del cine español entre el comienzo y la mitad del siglo XX revela como inventario algunas conclusiones tan inevitables como decepcionantes: 4.1. La plasmación de tantos hechos histórico militares como ofrece la historia de la ocupación del territorio marroquí del Protectorado, con derrotas dolorosas como Annual, Monte Arruit —Doce balas de cañón, la espléndida novela de Rafael Martínez-Simancas ofrece una excelente visión de esos hechos— o El Barranco del Lobo; o gloriosas, desde Alhucemas hasta lo que vino a continuación; junto con personajes como Silvestre, Marina, Berenguer, Villalba, Franco, Millán Astray et alii, Abd-el-Krim o el Raisuni; o episodios como la carga del Regimiento de Cazadores de Alcántara o el cautiverio de los prisioneros españoles tomados en la derrota de Annual han sido olímpicamente ignorados por la producción patria.
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La única excepción que puede alegarse es la interesante labor de los noticiarios de actualidades de los primeros momentos de la lucha contra los rifeños. Por no hablar de la vida de la tropa que magistralmente recogió Arturo Barea en La forja de un rebelde, Lorenzo Silva o la novela Blocao. En general, la visión de la Legión, el honor, la traición, el deber, el amor o el desamor, como referentes manidos, siempre ha sido bastante tópica. 4.2. La vida en las ciudades: despreciar en el cine ese lugar fascinante que, como ciudad internacional, fue Tánger es un pecado mortal, desdén que se ha seguido manteniendo. Sin embargo en la literatura ha sido muy diferente y leer las páginas que dedica María Dueñas a Tánger y Tetuán en su magnífica novela El tiempo entre costuras es ya bastante referencia. Otro tanto cabe decir de las dos novelas que Luis María Cazorla ha dedicado a Larache, La ciudad del Lucus y El General Silvestre y la sombra del Raisuni, en las que combina con diestra eficacia la pintura de la vida cotidiana entrelazada con personajes y hechos históricos a comienzos del Protectorado español. 4.3. Ni que decir tiene que, ni por asomo, la cinematografía patria ha sentido interés alguno por la vida y la cultura de los marroquíes y cómo sintieron la llegada de los españoles, salvo para enmarcarla en tópicos de malvados personajes de género. Las excepciones de películas como Romancero marroquí o La canción de Aixa, aun asumidas sus peculiaridades de época, así lo certifican. La apreciación de Alberto Elena acerca de la penetración de la industria del cine, que examino algo más adelante en el contexto de un trabajo del profesor Lemrini, deja bien claro el alcance de la cuestión. En 1950 había en el Protectorado veintitrés salas de exhibición cinematográfica, una cantidad casi constante desde los años treinta, frente a las cuatro mil quinientas de la Península que no cesaban de crecer desde el final de la Guerra Civil. En la zona francesa las salas de exhibición alcanzaban el número de ochenta, constituyendo el Magreb el tercer mercado exterior de la cinematografía francesa tras Alemania y Bélgica. 5. Llega la democracia
El profesor Eloy Martín Corrales, que de manera tan perspicaz como documentada ha examinado las relaciones entre españoles y musulmanes en el cine —uno de cuyos capítulos es el del tiempo del Protectorado que ahora examinamos—, ha sintetizado acertadamente algunos de los vectores en los que se ha movido esta temática, justo cuando la democracia llegaba a nuestro país, que es buen momento para observar si el cambio de los tiempos permitió también cambiar la mirada del cine español sobre la historia y los temas del Protectorado (Martín Corrales). La respuesta no puede ser más pesimista y
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evidencia que las raíces de la producción cinematográfica española, cuando se trata de abordar nuestra historia, permanecen desde siempre —y parece que sin solución de continuidad— bajo la perspectiva de un abúlico desinterés. La llegada de la democracia no se ha concretado, por el momento, en una reflexión crítica sobre las pasadas guerras coloniales. La revisión del colonialismo español en Marruecos apenas sí ha comenzado. El precoz y más importante intento, en pleno franquismo, El desastre de Annual (Ricardo Franco, 1970), sigue siendo un film inédito, una película maldita. Además, no resuelve nada de lo que estamos tratando en este texto: sus personajes viven encerrados en un piso en Madrid, atormentados por los recuerdos de la catástrofe. Mientras que proyectos hispano-marroquíes, como Badis de Mohamed Abderramán Tazi (1988), curiosamente basado en el viejo tópico de los amores de un legionario con una rifeña, no han tenido mayor incidencia. Apenas sí se ha tratado la participación de los marroquíes en las filas franquistas durante la Guerra Civil española. El debate ocasionado por Libertarias, de Vicente Aranda (cinta en la que en los minutos finales aparecen los Regulares violando y degollando a las protagonistas republicanas, hasta que un oficial español detiene la matanza), indica que este tema (que se entremezcla con el debate acerca del tratamiento que merecen los inmigrantes magrebíes) aún provoca demasiada pasión. También introducen de pasada este tema Las largas vacaciones del 36 (Jaime Camino, 1975) y Madregilda (Francisco Regueiro, 1993). El período comprendido en tre 1939 y 1975 (conviene no olvidar que Marruecos accedió a la independencia en 1956) apenas sí ha merecido importancia hasta el momento. Una de las escasas aproximaciones es El sueño de Tánger (Ricardo Franco, 1991), film centrado en el contrabando de armas, Orquesta Club Virginia (Manuel Iborra, 1992), Sáhara (Antonio R. Cabal, 1985), Luna de agosto (Juan Miñón, 1985) […], etc. En estos momentos se halla en fase de rodaje Kasbah de Mariano Barroso (Martín Corrales).
Añadamos que Antena 3 tiene pendiente de emitir una serie basada en la exitosa novela de María Dueñas, El tiempo entre costuras, cuya primera parte se desarrolla entre Tánger y Tetuán, a caballo de la Segunda República y la posguerra. 6. El comienzo de una historia de cine
Mohamed Lemrini describe en una primera aproximación cómo la llama del cine prendió en la zona española del Protectorado: Es a partir de 1909 cuando los cineastas españoles descubren el continente africano, y más concretamente el norte de Marruecos, una tierra virgen aún por explotar, con paisajes exóticos, ambiente variopinto y que, precisamente ese año fue noticia con lo que se ha dado en llamar “La guerra de Melilla”, que sirve como título a uno de los primeros noticiarios allí filmados. A partir de aquí se produce un vacío en las filmaciones hasta 1913, cuando Alfonso XIII visita esta misma ciudad, y los reporteros de Pathé Films recogen en dos cintas “Alphonse XIII à Melilla” y “Madrid: Asuntos Exteriores”.
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Sólo dos casas distribuidoras se fundaron en Melilla para la comercialización de las películas en toda la zona norte bajo protectorado español, la Hispano Fox Films y una delegación de CINAES. Al ser éstas insuficientes para cubrir la demanda de todas las salas, los exhibidores pasaron a tratar directamente con las distribuidoras en las grandes ciudades españolas. En cuanto a las salas, la más antigua que encontramos es la Sala Apolo de Ceuta en 1916, abriendo sus puertas en Melilla el Cine Alhambra en 1922. En 1950 había en la zona 33 salas con un aforo aproximado de 25.000 espectadores para una población de más de 200.000 habitantes, siendo Tetuán y las dos ciudades anteriormente citadas las mejor dotadas por su número de habitantes. Contrariamente a lo sucedido en la zona bajo Protectorado francés, la Zona Norte no se ha beneficiado de ninguna legislación propia en el ámbito cinematográfico acorde a sus características propias como zona colonizada, sino que estaba sometida a la misma reglamentación que se aplicaba en la península, y basta con añadir en ellas las palabras “... posesiones y colonias españolas en África”. Asimismo, no se ha conocido ni se ha creado en la zona ninguna empresa productora. Todos los proyectos de producción cinematográfica venían de la península así como los medios y material de rodaje, técnicos, ayudantes, especialistas e incluso los actores. El cine de largometraje rodado en esta zona no fue realizado para el consumo local, y salvo alguna frase, ninguna película es hablada en árabe ni berebere (rifeño). La filmografía que hemos catalogado y analizado incluye también todas las cintas rodadas en el Sáhara, aunque su número es realmente muy reducido, siendo en 1941 la primera vez que las cámaras españolas pisan este territorio (Lemrini: 2000).
En esta descripción queda claro cómo la precariedad de la llegada del cinematógrafo a España, durante años sentida como un agradable y entretenido fenómeno social de ribetes documentales, tiene su expresión cabal e idéntica en Marruecos. El cine español como espectáculo de exhibición pronto obtuvo un notable aprecio; y se multiplicaban las salas que, por lo general, tendían a exhibir —una tendencia que aún se prolonga en nuestros días— películas extranjeras, singularmente norteamericanas, aunque de tarde en tarde concurriera un descomunal éxito patrio, basado por lo general en algún esfuerzo folclórico. Por otra parte, como acertadamente señala Lemrini, la política cultural, eje imprescindible de cualquier empresa de colonización —véase la del Imperio español otrora o la mirada de los británicos o franceses en las suyas—, debe inspirarse en diseños estratégicos tan estudiados como eficaces; y nada de eso se produjo desgraciadamente en la presencia de España en su Protectorado marroquí, algo muy en consonancia con lo militar o lo político. Una potencia menor que improvisa y marcha a empellones.
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Lemrini también, aunque más brevemente, describe la situación cinematográfica de la ciudad internacional de Tánger, que revela el estatus de esa ciudad, situada desde siempre en un imaginario muy especial: La ciudad internacional de Tánger con una población heterogénea de 70.000 habitantes en 1936 y una situación privilegiada en la puerta del Mediterráneo, conoció tempranamente todas las actividades emprendidas en los países más desarrollados del momento. Las cuatro salas conocidas en 1933 se vieron duplicadas poco tiempo después llegando su aforo a ser de unos 4.000 asientos. La distribución funcionaba por medio de representación ambulante o por contacto directo con las casas distribuidoras en las dos zonas. La producción es escasa y de poco interés, exceptuando los veinticuatro largometrajes allí rodados entre 1919 y 1955, la mayoría de los cuales se pueden clasificar dentro del género de cine de aventuras (Lemrini: 2000).
Lemrini llega a muy claras conclusiones que deben compartirse respecto a las diferencias entre las dos zonas de Protectorado en Marruecos, la francesa y la española: Fue en la zona sur, dominada por Francia, la más extensa en territorio y la mayor en población, donde primero se ha conocido y desarrollado el nuevo arte. Francia, consciente de la importancia del cine, ha desarrollado una estructura administrativa y legislativa con el fin de controlar todo el sector. Ha creado organismos especiales para ejercer este control, mientras el sector privado invertía en todas las actividades relacionadas con el cine, llegándose a conocer 65 empresas de distribución, 140 salas de exhibición con aproximadamente 80.000 asientos equivalentes a diez asientos por cada mil habitantes y una sala para cada 57.000 habitantes. La infraestructura creada en los años cuarenta ha llevado al resurgimiento de un cine autóctono que ha realizado una decena de películas basadas en temas nacionales y protagonizadas por actores marroquíes. En la Zona Norte, bajo dominio español, la actividad cinematográfica era mínima y carecía de estructuras propias. Las dos empresas distribuidoras, ubicadas en Melilla, no podían cubrir las necesidades de 33 salas repartidas en la zona en 1950, con un aforo de 22.000 espectadores. Estas cifras significaban unos 22 asientos para cada mil habitantes y una sala para tan solo 30.303 habitantes. Tánger carecía, a su vez, de cualquier infraestructura cinematográfica, llegando a efectuarse la distribución por representación ambulante para las cuatro salas existentes en los años treinta y que se han visto duplicar varios años después. Evidentemente fue el sector de la producción el más activo de la industria cinematográfica en esta época colonial, llegándose a catalogar como hemos señalado 812 cintas. La localización y posterior catalogación de esta filmografía ha supuesto para nosotros un gran reto. Por ello consideramos que nuestro esfuerzo no ha sido en vano por haber conseguido reunir casi todas las cintas rodadas en Marruecos durante esta época. Pero evidentemente estas cintas no son, sin duda alguna, todas las que son. Otras muchas pueden aparecer en cualquier momento, y precisamente a la hora de cerrar nuestra investigación apareció un nuevo elemento gracias al Departamento de Recuperación de la Filmoteca Española. Se trataba
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del documental “Safi, la perla del Atlántico”, dirigido por el francés Robert Rips (Lemrini: 2000).
El desglose de las películas y su examen desde el punto de vista de género —militar, político, exótico, ficción o documental— pone de manifiesto cómo casi el 50% se agrupa bajo los significados de películas con intencionalidad política, casi una cuarta parte, o militar, lo que evidencia cómo la ocupación del terreno tiene un claro objetivo político, aunque de corto vuelo, que por otra parte se mostró muy ineficaz tanto desde el punto de vista de penetración en la población autóctona, por completo olvidada en sus raíces o sentimientos, como en su sentido de alcance criollo o peninsular, lo que en buena medida tiene además que ver con la mediana, por lo general, calidad artística de esas películas: Para estudiar con más detenimiento la producción cinematográfica en esta época, he recurrido a la clasificación de la filmografía según un criterio propio y específico, estableciendo el género como método de análisis. Esta filmografía, como se recoge en el cuadro adjunto (ver al final del texto), asciende a 812 cintas, de las cuales 129 son cintas de ficción y 683 carecen de ella. Según la zona de rodaje, 530 cintas fueron rodadas en la Zona Sur, 235 en la Norte y 47 en Tánger. De las 129 cintas de ficción, 77 lo fueron en la primera, 27 en la segunda y 25 en la tercera. Según su género, 54 de estas cintas pertenecen al género militar, 32 al de aventuras, 31 son exóticas, mientras el resto (12) no entran en ninguna clasificación. Las 683 cintas carentes de ficción las he clasificado como noticiarios o documentales, perteneciendo al primero 469 cintas y al segundo las 214 restantes. Dentro de esta acepción las hemos agrupado, según su número, en: — Cintas de carácter político (235): Presencia y actividad política desarrolladas por las potencias en sus respectivas zonas de influencia. El alto comisario, el residente general, etc. — Realizaciones de las potencias colonizadoras (177): Alarde proteccionista y civilizador de las dos potencias colonizadoras. — Cintas de carácter militar (102): Actividades militares y/o bélicas acaecidas en el país. — Cintas sociológicas (79): Acciones y reacciones del ser humano dentro de su entorno social. — Ciudades y turismo (65): Todas las cintas que se pueden englobar en la denominación de “Sinfonías de una ciudad”. — Cintas de carácter histórico (42): Reflejan históricamente los años de colonización y dominio hispano-francés y todos los actos donde interviene el sultán o los personajes que han intervenido en estos acontecimientos Otras cintas (43): Cintas que no admiten clasificación alguna (Lemrini: 2000).
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7. Un apunte sobre la censura cinematográfica
No menos interesante es el régimen de censura que se instaló en la zona —que no podemos examinar en este breve apunte sobre el cine en el Protectorado español y del que ha dado muy justa noticia Emeterio Díez (1999, 277-291)—, en cuyos organismos colaboraban funcionarios españoles preocupados, amén de cuestiones intrínsecamente político-religioso-morales, de intervenir para prevenir situaciones que pudieran herir las sensibilidades culturales y, sobre todo, religiosas de la población autóctona, prohibiendo desde películas nacionales de ribetes históricos de exaltación patriótica en las que los “moros” no eran presentados con la dignidad debida, como Locura de amor —ya Alba de América fue recibida con desagrado— o Alhucemas, a producciones internacionales como Héroes de tachuela de Laurel y Hardy, aventuras de corte colonialista como Beau Geste o Diez valientes, e incluso el Othello de Orson Welles; censura que se extendía a temáticas concernientes a temas judíos como La barrera invisible y Oliver Twist. Junto a aquellos colaboraban autoridades marroquíes que, en algunos momentos, intervienen de manera decisiva; como ocurrió durante el rodaje de La canción de Aixa, curiosamente un intento —como hemos visto— de tratar con cierto interés respetuoso el hecho cultural marroquí, y que amenazaba con provocar un motín popular; o sencillamente para evitar los ribetes provocativos eróticos de las producciones egipcias que circulaban con gran éxito por todo el Magreb. Bibliografía Catalá, J. M., Cerdán, J. y Torreiro, M. (eds.): “Cámaras al sol: notas sobre el documental colonial en España”, en Imagen, memoria y fascinación: notas sobre el documental en España, Málaga (Festival de Cine de Málaga-Ocho y Medio): Libros de Cine, 2001. Elena Díaz, A.: “Cine para el Imperio: pautas de exhibición en el Marruecos español (1939-1956)”, en Pérez Perucha, J. (ed.): De Dalí a Hitchcock. Actas del V Congreso de la Asociación de Historiadores del cine español, Madrid: CGAL, 1995. — “La llamada de África: Una aproximación al cine colonial español”, en Gubern, R. (ed.): Un siglo de cine español, Madrid: 1997, págs. 249-259. — “Romancero marroquí: africanismo y cine bajo el franquismo”, Secuencias: Revista de historia del cine, Universidad Autónoma de Madrid, 1996, págs. 83-118. — “La canción de Aixa”, Secuencias: Revista de historia del cine, nº 7, Universidad Autónoma de Madrid, 1997, págs. 26-29. — “Romancero marroquí”, en Pérez Perucha, J.: Antología crítica del cine español (1906-1995), Madrid: Ediciones Cátedra, 1998. — “Políticas cinematográficas coloniales”, en Rodríguez Mediano F. y Felipe Rodríguez, H. de (eds.): El Protectorado español en Marruecos: Gestión colonial e identidades, Madrid: CSIC, 2002, págs. 24-25.
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— “Romancero marroquí: El cine africanista durante la guerra civil”, Cuadernos de la Filmoteca, nº 4, Filmoteca Nacional, Madrid, 2004. — La llamada de África. Estudios sobre el cine colonial español, Barcelona: Edicions Bellaterra, 2010. Fernández Colorado, L.: “Visiones imperiales: documental y propaganda en el cine español (1927-1930)”, Cuadernos de la Academia, nº 2, 1998, págs. 97-110. — “El colonialismo truncado en la elipsis: La Canción de Aixa (1939)”, en Romero Campos, D. (ed.): La historia a través del cine: Memoria e Historia en la España de la posguerra, 2010, págs. 91-104. García de Dueñas, J.: ¡Nos vamos a Hollywood!, Madrid: Nickel Odeon, 1993. Heinink, J. B. y Dickson, R. G.: Cita en Hollywood, Bilbao: Ediciones Mensajero, 1990. Lemrini el-Ouahhabi, M.: “El cine en Marruecos: desarrollo histórico y perspectivas de futuro”, Madrid: Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense, 1990 (tesis doctoral). Martín Corrales, E.: “Un siglo de relaciones hispano-marroquíes en la pantalla (1896-1999)”, en AA.VV.: Memorias del cine: Melilla, Ceuta y el norte de Marruecos, Ciudad autónoma de Melilla: 1999, p. 12. — “Imágenes del Protectorado de Marruecos en la pintura, el grabado, el dibujo, la fotografía y el cine, en Nogue, J. y Villanova, J. L. (eds.): España en Marruecos (19121956). Discursos geográficos e intervención territorial, Lleida: Milenio, 1999, págs. 375-399. — et alii: Memorias del cine: Melilla, Ceuta y el norte de Marruecos, Ciudad autónoma de Melilla: 1999. Meseguer, M. N.: La intervención velada: el apoyo cinematográfico alemán al bando franquista (1936-1939), Murcia: Universidad de Murcia —Primavera cinematográfica de Lorca—, 2004. Nogue, J. y Villanova, J. L. (eds.): España en Marruecos (1912-1956). Discursos geográficos e intervención territorial, Lleida: Milenio, 1999. Pérez Perucha, J. (ed.): De Dalí a Hitchcock. Actas del V Congreso de la Asociación de Historiadores del cine español celebrado en A Coruña en 1995, Madrid: CGAL, 1995. — Antología crítica del cine español (1906-1995), Madrid: Ediciones Cátedra, 1998. Rodríguez Mediano, F. y Felipe Rodríguez, H. de (eds.): El Protectorado español en Marruecos. Gestión colonial e identidades, Madrid: CSIC, 2002. Romero Campos, D. (ed.): La historia a través del cine: Memoria e Historia en la España de la posguerra, Universidad del País Vasco, 2010.
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Mariano Bertuchi: la enseñanza del arte patrimonial y moderno
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La etapa del Protectorado español en el norte de Marruecos experimentó cambios muy importantes en el ámbito de las artes patrimoniales y las artes modernas. En el ámbito de las artes patrimoniales se creó la Escuela de Artes y Oficios Nacionales, que se propuso establecer la adopción de medidas y leyes con el fin de preservar sus orígenes, promocionándolas y permitiendo que brillasen en la ciudad y sus alrededores. Esta escuela va a convertirse en centro y eje de interés patrimonial del que se jacta el patrimonio tetuaní, considerándose una de las más antiguas e importantes instituciones educativas de Marruecos en el terreno del patrimonio artístico y las artesanías andalusí-marroquíes. En el ámbito de las artes modernas, la Escuela Preparatoria de Bellas Artes fue el primer establecimiento de educación y enseñanza en Marruecos, atrayendo así a gran número de artistas marroquíes con el fin de aprender las artes plásticas mediante diversas técnicas y tratar la imagen como medio de expresión; siendo el establecimiento donde trabajaron los pioneros y primeros titulados de la Escuela de Artes Plásticas de Tetuán, muy respetada en el contexto de las artes plásticas marroquíes. No se puede hablar de ambas instituciones sin antes mencionar al mayor enamorado de Tetuán, el artista granadino Mariano Bertuchi, y sus
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grandes logros en la gestión y difusión de este patrimonio. Su obra además fue, y es a día de hoy, lo que ha hecho de él una figura intemporal en las artes patrimoniales modernas de Tetuán y Marruecos. Es sabido que la ciudad de Tetuán está considerada como una de las ciudades marroquíes con más raigambre patrimonial en las raíces andalusímarroquíes, impresa con el espíritu de la tolerancia y la convivencia. Debido a su rico y variado legado patrimonial, Tetuán es considerada como una de las despensas más vivas en lo que se refiere a las artes y artesanías patrimoniales de Marruecos a tenor de la acumulación cultural en los diversos campos, particularmente en lo referente a la cultura y el arte, destacándose a través de la historia por su carácter y autenticidad, únicos entre las ciudades marroquíes e islámicas del Mediterráneo. Lo que ha hecho que sea reconocida como patrimonio mundial de la humanidad por la UNESCO, en reconocimiento y honor a su riqueza, debiendo ser preservada asegurando así su continuidad y resplandor. Entre los atractivos patrimoniales de los que Tetuán se siente orgullosa, cabe destacar la Escuela de Artes y Oficios Nacionales, considerada como una de las más antiguas e importantes instituciones educativas de todo Marruecos en el ámbito del patrimonio artístico y artesano andalusí-marroquí. La escuela ha pasado por diversas etapas temporales y espaciales desde que se fundó en 1919. Mudó tres veces de ubicación hasta que se estableció definitivamente, en 1928, en el emplazamiento que hoy ocupa, diseñado por el arquitecto Carlos Ovilo, según un plano de estilo neoárabe con influencias hispano-marroquíes. Desde un principio, el objetivo principal para crear esta institución patrimonial fue el de preservar el patrimonio artesanal y artístico andalusímarroquí y el de enseñar las técnicas artísticas a las nuevas generaciones, inculcándoles la creatividad y la sensibilidad. La idea de fundar esta escuela comenzó tras las difíciles condiciones políticas y económicas que vivió Marruecos durante el siglo XIX y principios del XX, causa de numerosas crisis que afectaron a importantes sectores económicos y cuyos resultados repercutieron negativamente en muchos grupos sociales, en especial el de los artesanos. Tras la imposición del Protectorado a los marroquíes y su posterior división en dos zonas, una bajo el gobierno del sultán y la otra del jalifa, fue necesario crear una institución docente preocupada por preservar el patrimonio artístico y artesanal marroquí y sus orígenes. El Centro Científico y Literario del Protectorado español fue el organismo que dio pie al proyecto de la enseñanza del arte y la artesanía nacional originales, a propuesta y mediación del Haj Abdeslam Bennouna que
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ocupaba el puesto de encargado municipal, lo que le permitía una estrecha relación con los grupos de artesanos de Tetuán y le confería plena consciencia sobre la realidad y situación de la artesanía patrimonial. Por este motivo se preparó un proyecto para la enseñanza de la artesanía, estableciéndose en el año 1916 la creación de una escuela de artesanía a fin de valorar y potenciar los talleres patrimoniales y artesanales de la confección de alfombras, la carpintería, la pintura sobre madera, la armería y las artes decorativas marroquíes tales como el bordado y el curtido de pieles. El montante total de dicho proyecto, a tenor de su presupuesto, ascendió a treinta y seis mil doscientas cincuenta pesetas. Asimismo, en dicho proyecto se recogió la primera propuesta de organizar una exposición anual para exhibir y vender los trabajos realizados por los diferentes artesanos durante el año académico. En este primer proyecto ya se contemplaba que la ciudad debía conceder un espacio para la escuela. El nuevo centro de enseñanza se denominó Escuela de Artes y Oficios y permitía desarrollar todas las actividades artísticas y artesanales de la región. Las numerosas condiciones que exigieron las autoridades españolas del Protectorado —lo que produjo que se diera prioridad a otras especialidades técnicas—, además de la ausencia de un espacio especial para el desarrollo de la escuela, retrasaron en tres años la aplicación de este proyecto, que no vio la luz hasta el año 1919 en virtud del decreto con fecha de 11 de julio de 1919. Diez días después, el 21 de julio, se designaba al primer director, el ingeniero industrial Antonio Got Inchausti. El último paso de este proyecto se dio el día 30 de agosto de 1919, en el acto de entrega de la escuela por parte de Gustavo Sostao, representante de los Asuntos Indígenas, y Carlos Ovilo Castelo, auxiliar del jefe de Servicio de construcciones de la ciudad en la Delegación de Trabajo. El edificio fue acondicionado a partir de un hotel que se modificó y se habilitó para acoger la nueva escuela, que comprendía dos fachadas entre la avenida Tarrafin y la entrada al Mellah. El primer taller que comenzó a funcionar fue el de metalurgia y faroles. Por razones relativas a la Administración española del Protectorado, se cambiaron de ubicación la Escuela de Artes y Oficios y la Secretaría General de Alta Comisaría, siendo trasladada la escuela el día 19 de julio de 1920 al edificio número setenta de la avenida Luneta o Msalla Kedima, estableciéndose allí los talleres de mecánica, metalurgia, faroles, cuero y pintura sobre madera. El 15 de abril de 1921, el director Antonio Got presentó su dimisión, sucediéndole en el cargo de manera provisional su segundo José Gutiérrez
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Lescura, arquitecto municipal de Tetuán, quien no fue nombrado de forma oficial hasta el año 1927. En el año 1923 se matriculó la primera mujer en la escuela, y se inauguraron nuevos talleres como los de ebanistería, taracea en madera o el bordado granadino. Con el fin de apoyar los nuevos talleres, especialmente aquellos oficios más modernos, se creó una clase especial para la enseñanza del dibujo técnico y artístico. Esta clase recibía estudiantes de fuera de la escuela. Como indicador de éxito de la escuela, el número de alumnos matriculados ascendió a más de sesenta, a pesar de los problemas de espacio que padecía. Hay que tener en cuenta que los alumnos de los talleres recibían una pequeña beca para animarlos al aprendizaje y la asistencia, recurso proveniente de las ventas obtenidas de los artículos elaborados en la propia escuela. En virtud de la importancia de la escuela patrimonial, y a causa de la gran aceptación que fue cobrando, se dio la orden de construir un nuevo edificio que dispusiera de todos los requisitos necesarios para un adecuado funcionamiento, así una escuela de enseñanza y otra de conservación de la artesanía y oficios artísticos. En un primer momento se pensó en construir esta dependencia dentro de los muros de la medina antigua, en el jardín de Chorafae, cerca de Bab Sefli; luego se cambió de parecer y se pensó en un terreno que había en frente de Bab el Okla, por lo que las obras de construcción comenzaron el 6 de abril de 1926, siendo inaugurada en julio de 1928. En el mismo año se abrieron los talleres de azulejos y alfarería, además de los talleres mencionados anteriormente. Tras reforzarla con numerosas mejoras y experiencias, la escuela se convirtió en un lugar de raigambre de la ciudad, mostrándose desde 1930 como una institución educativa en pro de la difusión y preservación del patrimonio y autenticidad marroquí-andalusí. Con este evidente éxito, sus talleres continuaron cada año recibiendo más alumnos, instruidos en una sólida y completa formación, titulándose como profesores cualificados con plenas capacidades para abrir sus propios talleres. Esto propició que la escuela cooperara en la promoción del mercado laboral y en la continuación y expansión de los oficios artesanos y sus orígenes. El 1 de mayo de 1930 el artista granadino Mariano Bertuchi fue nombrado director, incorporándose al cargo el 1 de julio del mismo año. A partir de esta fecha comenzaría el esplendor de esta escuela y su enseñanza artística, ganándose así el aprecio y la admiración tanto en Marruecos como en el extranjero. Era sorprendente el amor que Bertuchi mostraba por el conocimiento del patrimonio marroquí-andalusí. Tras estudiar la situación de la escue-
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la, trazó una línea de trabajo, elaborando programas y metodología didáctica de gran valor, que aplicó con admirable seriedad y firmeza. En el año 1931 se reorganizaron los talleres, remplazándose los de tapices sobre pared y cojinería por los de confección de alfombras; y los de ebanistería y taracea de madera al estilo granadino por los de carpintería. Asimismo, se creó el taller para los artículos artísticos de bronce y el de la taracea de plata. En el año 1932 se crearon los talleres textiles, platería, cuero curtido y taracea; en 1934, el taller de herrería; y en 1935, el taller de encuadernación y dorado en cuero. Como apoyo formativo y estético a los profesores de los talleres de la escuela, el director Mariano Bertuchi organizó una excursión al final del curso escolar a España con el fin de visitar sus museos, para observar los contenidos estéticos de las obras. A la excursión fueron diez profesores, un ayudante y nueve alumnos de distintos talleres, además del director y el secretario de la escuela. Salieron el día 9 de junio de 1934 y visitaron las ciudades de Toledo, Madrid y Alcalá de Henares. Cabe destacar que el fin de participar en los talleres de la escuela era básicamente el de la creatividad unida a la conservación del patrimonio marroquí-andalusí, con el compromiso de un estilo elegante y original, alejado de las nuevas influencias o de los efectos negativos derivados del turismo, evitando modas e innovaciones personales que pudieran influir en lo más profundo de nuestro patrimonio artístico. A fin de que la escuela siguiera difundiendo su noble mensaje, lejos de un espíritu comercial, decidió cancelar los ingresos que provenían de las ventas de los artículos producidos en los diferentes talleres, siendo conservados como un bien artístico. Los alumnos tenían el derecho de elegir el taller en el que deseaban matricularse. Se observa que la mayoría de los alumnos elegían los talleres de confección de alfombras, pintura sobre madera, cuero curtido, taracea y carpintería. Para animar a los alumnos a que siguieran aprendiendo, la escuela estableció la concesión de becas cuya cuantía oscilaba entre diez y trescientas pesetas al mes. Cuando se producía alguna ausencia injustificada, se les retiraba la beca con el fin de animarlos a asistir. El horario de trabajo y enseñanza en la escuela era de siete horas, de nueve a una y de cuatro de la tarde a siete de la tarde para los alumnos externos. Los días no lectivos eran los viernes y las fiestas religiosas. Puesto que la escuela se basaba en el sistema educativo de talleres, los alumnos no disponían de vacaciones de verano. Cada taller disponía de un profesor, salvo los talleres de confección de alfombras, alfarería y pintura sobre madera que disponían de dos; y los de
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taracea, de tres. Además de los profesores, había ayudantes en los talleres de confección de alfombras, cuero curtido, encuadernación, escultura en bronce, pintura sobre madera, ebanistería y carpintería. La escuela adoptó, para su decoración interior, producciones provenientes de sus diferentes talleres, por lo que se convirtió en un símbolo de la fina belleza del arte islámico, ya que los mosaicos del jardín y el techo artístico de la sala de exposiciones de estilo islámico-marroquí se consideran de los trabajos de decoración más hermosos de la escuela, elaborados entre 1931 y 1932 bajo la supervisión de Mariano Bertuchi. Uno de los mejores trabajos que realizaron los profesores de esta escuela patrimonial artística fue la decoración, en 1928, del pabellón de Marruecos en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, proyecto del que se encargó Mariano Bertuchi. Asimismo colaboraron en la decoración de algunas salas y habitaciones del palacio del jalifa y la Residencia General, ya que destacaban especialmente en el arte de los azulejos. Teniendo en cuenta el valor creativo de los productos elaborados en los talleres de la escuela, estos se regalaban a notables personalidades, como cabe recordar la excelente encuadernación estampada en oro o la caja de madera barnizada para salvaguardar un violín que se dio como regalo al rey Abdellah de Jordania con objeto de su visita a España en 1949. La escuela envió también a la Mezquita de Washington un conjunto de excelente calidad, formado de un arco de madera de nogal de estilo granadino, una alfombra de lana de 3x2 metros, cuatro coranes encuadernados en estampados de oro de estilo mudéjar y una copa de bronce de un modelo del siglo XVI. Con el fin de resaltar el nivel técnico de sus profesores, se acondicionó una sala especial para exposiciones permanentes y para presentar los artículos elaborados en los talleres bajo las orientaciones del director. El éxito de la experiencia educativa y de enseñanza de oficios artesanos en la escuela patrimonial hizo que Bertuchi realizase un gran esfuerzo para convencer a las autoridades del Protectorado de abrir más escuelas en las zonas en las que hubiese un legado artesanal original, con el fin de conservarlo y promoverlo. Gracias a Bertuchi, se fundaron las escuelas de Chefchaouen de confección de alfombras y la escuela de Taghzout de curtido de cuero, herrería y taracea de plata. La escuela de confección de alfombras de Chefchaouen
La ciudad de Chefchaouen, patrimonio marroquí-andalusí, es conocida por su fino arte, que está impreso en cada una de las manifestaciones de expresión patrimonial, especialmente la textil, a la que las autoridades
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españolas dieron capital importancia durante el Protectorado. Tras organizar y consolidar el trabajo en la Escuela de Artes y Oficios Artesanales de Tetuán, se decidió crear otra escuela en Chefchaouen, que fuese su anexo, también bajo la dirección de Bertuchi. Fue inaugurada en uno de los espacios de la Alcazaba el 1 de octubre de 1928, trasladándose a otro lugar situado en la plaza Outa Hamam el 11 de julio de 1928, donde se emplazaba anteriormente una fonda. Todos los talleres existentes estaban especializados en la industria de confección de alfombras ya que era el único oficio artesanal del que disponía. Esta escuela era independiente de la de Tetuán y se inauguró supervisada por un profesor en esta industria textil, llamado Mohamed Maati, que procedía de Rabat. La enseñanza estaba orientada a las chicas que recibían una beca cuya cuantía oscilaba de las cero cincuenta hasta las ciento ochenta pesetas mensuales dependiendo de la edad. La técnica utilizada en los trabajos era la misma que se empleaba en los talleres de confección de alfombras de la escuela de Tetuán; y era asimismo similar la organización del horario de trabajo y vacaciones. Con el fin de obtener una mayor expansión, se garantizó el trabajo de las chicas en unas condiciones óptimas, dándose las órdenes pertinentes para construir un nuevo edificio que se inauguró el 19 de abril de 1943, en la avenida Zenika. El edificio constaba de dos plantas, con una fuente y patio en el centro. La planta baja constaba de dos salas: la derecha especializada en los trabajos de carpintería y pintura sobre madera, y la otra enfocada a la exposición permanente de alfombras elaboradas en los talleres de la escuela y algunos artículos de los talleres de carpintería y pintura sobre madera. En la primera planta se encontraban los talleres de confección de alfombras, con doce telares; en esta planta se encontraba también la oficina del ayudante encargado de la gestión administrativa. A pesar de llevar la denominación de Escuela de confección de alfombras, en el año 1945 se crearon los talleres de carpintería y pintura decorativa sobre madera, con el único objetivo de trabajar en la decoración de los espacios de la escuela. De esta manera el visitante podía contemplar la excelencia de las formas de las puertas, ventanas, asientos y otras piezas elaboradas en los talleres. Debido al alto nivel de enseñanza logrado en la escuela, a las alumnas que finalizaban su aprendizaje con todos los requisitos técnicos se les permitía crear sus talleres privados o trabajar en los ya existentes. La escuela de Taghzout
La región de Taghzout se considera una de las regiones rurales más ricas en su artesanía tanto estética como funcional, ya que se enclava entre
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las montañas de Sanhaja y la región del Rif medio, de relieve escarpado y cumbres con nieve durante el invierno, siendo notable la perseverancia de sus habitantes por conservar el patrimonio artístico. Por la importancia de este patrimonio y con el fin de conservarlo y promoverlo, se decidió construir, tras considerar esta posibilidad satisfactoria, una escuela de oficios patrimoniales. Constaba de tres talleres, el de curtido de cuero, el de taracea de plata y el de herrería tanto forjada como ordinaria. Se nombraron tres profesores para la herrería y un profesor para cada uno de los otros dos talleres. La escuela fue inaugurada el 1 de septiembre de 1940, matriculándose diecinueve alumnos, a pesar de las numerosas dificultades que presentaba la gestión del centro por la lejanía, obstaculizando su seguimiento por parte de la inspección de Bellas Artes de Tetuán, lo que obligó al cierre definitivo el 30 de septiembre de 1948, trasladando a sus profesores a la Escuela de Artes y Oficios Marroquíes de Tetuán donde continuaron con sus trabajos en los talleres y la administración de la escuela. Teniendo en cuenta el valor patrimonial y artístico de la escuela, fue incluida en el circuito turístico de la ciudad de Tetuán, razón por la que recibía diariamente gran número de turistas. Según el recuento realizado en 1954 se desprende que la escuela fue visitada por cuatrocientos veintinueve alemanes, ciento ochenta y cuatro argentinos, dieciséis australianos, trescientos cuatro austriacos, doscientos treinta y ocho belgas, dos bolivianos, dieciocho brasileños, quince canadienses, cincuenta y nueve colombianos, veinticuatro cubanos, sesenta y cinco chilenos, tres chinos, ciento sesenta y dos daneses, doce ecuatorianos, un egipcio, tres mil ciento setenta y tres españoles, dieciséis finlandeses, doscientos ocho franceses, dos guatemaltecos, veinticinco israelíes, veintitrés holandeses, un húngaro, mil doscientos diecinueve ingleses, trece irlandeses, ciento cuarenta y tres italianos, cuatro japoneses, treinta y tres marroquíes, setenta y nueve mexicanos, siete noruegos, tres panameños, dos polacos, cincuenta y cuatro puertorriqueños, doscientos veinticinco portugueses, un ruso, quinientos veintitrés suecos, noventa y ocho suizos, cinco turcos, cuarenta y siete uruguayos, diecisiete venezolanos, tres yugoslavos, lo que suma un total de diez mil setecientos dieciocho visitantes de cuarenta países diferentes. La escuela conoció un gran esplendor debido a sus talleres, profesores, alumnos y a la importancia desarrollada en el campo de la educación, enseñanza y empleo; prestigio que alcanzó por su acreditado trabajo patrimonial, artístico, social y económico. La escuela tuvo, en su mejor época, los siguientes talleres:
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— Taller de confección de alfombras. Número de alumnos: cincuenta y uno. — Taller de taracea en plata. Número de alumnos: diez. — Taller de curtido del cuero. Número de alumnos: veintisiete. — Taller de encuadernación en cuero estampado en oro. Número de alumnos: seis. — Taller de decoración en plata. Número de alumnos: once. — Taller de textil. Número de alumnos: tres. — Taller de faroles. Número de alumnos: dos. — Taller de escultura en bronce. Número de alumnos: siete. — Taller de alfarería y azulejos. Número de alumnos: cuatro. — Taller de carpintería. Número de alumnos: quince. — Taller de ebanistería y xilografía. Número de alumnos: cinco. — Taller pintura sobre madera. Número de alumnos: veintiocho. La oficialización del programa general se realizó a partir del decreto jalifiano, con fecha de 15 de septiembre de 1942, que reorganizó la enseñanza del arte en la zona del Protectorado español en el norte de Marruecos. El decreto estipulaba —cuando se trataba de un colegio de “capacitación artística”— considerar la escuela de Tetuán como centro de gestión de todas las escuelas similares, como las de Chefchaouen y Taghzout, y otras que se pudiesen crear en la zona donde hubiese artesanos así como tradiciones y peculiaridades artesanales que merecieran ser protegidas, si se daban los requisitos básicos para crearlas. Igualmente, se estipuló desarrollar este tipo de enseñanza para protegerla con el máximo cuidado, diferenciándose claramente entre los objetivos de la enseñanza patrimonial, por una parte, y la enseñanza de oficios, por otra. La Escuela de Cualificación en Artes de Tetuán se especializó en la revitalización de artes patrimoniales con todos sus tipos: especialidades de las bellas artes y oficios tales como el cuero, metal, madera, confección de alfombras y tejido a mano, entre otros. Y todo ello, por medio de trabajos proclives a consolidar de forma correcta los oficios artesanales con el fin de obtener un modelo patrimonial original. La escuela se convirtió en un centro de cuidado y tratamiento de la autenticidad (sugiero “identidad autóctona”) a través de sus distintas materias y en un espacio para la enseñanza de estos modelos originales a los alumnos marroquíes. El propósito de la enseñanza era básicamente preparar a los alumnos cualificados para difundir la autenticidad y que, posteriormente, accediesen al mercado laboral del país. Cualquier iniciativa iba destinada a crear
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nuevos talleres de “cualificación en artes” donde trabajasen los alumnos formados. Y asimismo, las solicitudes de obtención de espacios artesanales para los artesanos más hábiles y considerados. Todas estas iniciativas tendrían que ser autorizadas para su creación por la Inspección de Bellas Artes. Cuando se reunían los requisitos pertinentes, se establecía la concesión de un préstamo por parte de la Caja General de Crédito. A la Inspección de Bellas Artes fue asignado —mediante la Escuela de Cualificación en Artes de Tetuán— dirigir su atención y apoyo en el control y orientación de los talleres particulares que elaboraban los trabajos con el estilo propio marroquí. Además, se facilitó la obtención de un modelo artístico a fin de resolver las dificultades que pudieran encontrarse en cada obra de forma inesperada. Así como se trabajó también en la salvaguarda de esta industria de la competencia o injerencia europea, para que la escuela produjese según sus fines industriales. Asimismo se estipuló contratar a titulados de la escuela central como profesores en las escuelas de Chefchaouen, Taghzout o en otras que se creasen en el futuro. Para apoyar la enseñanza artesanal se decidió, en el decreto, el traslado de alumnos de otras escuelas artesanales a la Escuela de Cualificación en Artes para impartirles estudios adaptados a su trabajo y perfeccionamiento, ampliando de esta forma los conocimientos más allá de la enseñanza del arte. La Inspección de Bellas Artes entregaba a los alumnos de sus escuelas un título cuando finalizaban su aprendizaje con el fin de reflejar el nivel formativo alcanzado en estos centros oficiales. El decreto autorizaba también a la Inspección de Bellas Artes vincular los grupos artesanales y diferentes autoridades con las cuestiones relacionadas con el trabajo, a fin de revisar permanentemente sus solicitudes hasta que se pudiesen conceder. De esta forma se podía asegurar la vitalización de los grupos artesanales marroquíes, orientándolos hacia la responsabilidad en el trabajo en cooperación y sinergia. Para proteger la autenticidad de los oficios artesanales patrimoniales, en particular los trabajos dirigidos a la exportación que deseaban la obtención de privilegios aduaneros, debían portar en los artículos un sello o distintivo especial de la Inspección de Bellas Artes, encargada de certificar la calidad del artículo y salvaguardar el género producido de los mercados internacionales. El futuro de los alumnos, tras su formación en la escuela central y en las escuelas regionales dependientes, era bastante halagüeño. Al finalizar
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sus estudios y obtener el título correspondiente, el artesano podía instalarse fácilmente en Tetuán o en cualquier lugar de las diferentes regiones, tanto de Marruecos como de España. Puesto que el alumno de estas escuelas había sido formado en un ambiente por el gusto auténtico y tradicional, se le exigía más que a los de otros talleres que distorsionaban el trabajo para complacer al turista y las modas personales. De esta forma se puede salvaguardar la vitalidad y el espíritu del arte antiguo al lado de la industria moderna que es necesaria para el desarrollo. Además del arte artesanal inherente al patrimonio, la escuela albergó el estudio del artista pionero Mariano Bertuchi, quien realizó trabajos memorables en el ámbito de las artes plásticas tales como cuadros al óleo, acuarelas y dibujos de diferentes técnicas, portadas de libros y revistas, carteles, sellos de correos, obras plásticas de impronta formal y otros. El estudio de Bertuchi se encontraba en la primera planta, al final del pasillo donde se colgaban las alfombras elaboradas en el taller de la escuela. En su estudio el artista planificaba y contemplaba sus proyectos ya que la escuela no era el único motivo de su trabajo, sino que también trabajaba en sus cuadros, dotados de gran luminosidad y colorido. En honor a este gran creador, a quien se considera el padre espiritual de las artes plásticas modernas y un enamorado de las artes patrimoniales de Tetuán, se realizó un homenaje en la plaza adyacente a la Escuela de Oficios y Artes Nacionales. En el exterior de la escuela se inauguró el 29 de julio de 1949 una plaza rotulada con su nombre. El artista Mariano Bertuchi falleció en Tetuán el 20 de junio de 1955. Lo sucederá en el cargo el inspector de Bellas Artes y director de la Escuela de Artes y Oficios Nacionales, el artista granadino Manuel Maldonado Rodríguez, el 1 de abril de 1956. Sería el artista Carlos Gallegos quien se encargaría de la administración de la Escuela Preparatoria de Bellas Artes. Mariano Bertuchi tuvo una gran importancia en la estética patrimonial así como en la creación de una nueva expresión artística moderna en el mundo de la imagen en Tetuán y Marruecos. Antes de la renovación artística que había realizado Mariano Bertuchi en la sociedad tetuaní y en el norte de Marruecos, cabe destacar la presencia de otro granadino, Sidi al Mandari, que llegó a Tetuán en 1492, a causa de la emigración de los andalusíes del Reino Nazarí, un hombre muy preocupado por el conocimiento y los valores estéticos. En la historia de Tetuán, no volveremos a encontrar este interés por la artesanía hasta la fundación de la Escuela Preparatoria de Bellas Artes en 1945.
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La ciudad de Tetuán —y todo el norte de Marruecos— conoció durante el Protectorado español numerosas actividades artísticas debido al gran número de pintores españoles y marroquíes. Esta afluencia proporcionó un patrimonio artístico de gran consideración que atrajo la atención de muchas personas interesadas por las artes plásticas de Tetuán o por su estudio. Todas ellas quedaron impresionadas por la abundancia de la producción artística relacionada con la ciudad y sus bellezas naturales. Tetuán ha inspirado un gran número de obras de arte a lo largo de sus diferentes etapas históricas. Representados con diferentes estilos y técnicas, sus mercados, mezquitas, jardines y casas han sido objeto de pinturas, dibujos, grabados, etc. Aunque Tetuán comparta numerosas características con otras ciudades antiguas de Marruecos, sin embargo se distingue de ellas por su autenticidad artística, resultado de su situación estratégica y de su relieve montañoso con vistas al Mediterráneo, un mar que es cuna de civilizaciones y ha permitido que el pueblo marroquí conozca desde antaño diferentes culturas, de las que aprendió los valores de la paz y la tolerancia en sus relaciones con los fenicios, los cartagineses, los romanos y otros. La variedad del elemento humano, que es resultado del hecho de que la ciudad no ha cesado de atraer a musulmanes, judíos, cristianos y personas provenientes de las montañas del Rif, de Fez, de Al-Ándalus y de Argelia, ha sido una gran baza para Tetuán. Esta diversidad ha sido la base de una sociedad avanzada cultural, social y artísticamente; una sociedad educada en el arte y sus obras artísticas que han hecho de Tetuán, de sus calles, puertas, minaretes y jardines, todo un monumento. La educación artística como parte integrada en la vida de los tetuaníes; la presencia y el contacto con la belleza de sus tesoros, mosaicos y decoraciones realizadas en madera, alfarería, yesería, hierro y cuero, así como los bordados, taraceas y joyas han contribuido al enriquecimiento del potencial artístico de esta ciudad. También ha contribuido a esta educación artística el patrimonio arquitectónico de Tetuán, una enorme diversidad de formas arqueadas y líneas multidimensionales agrupadas en un tejido urbano que unifica caminos y callejas, donde luz y sombra muestran la casta belleza de las casas, anunciando su intimidad de colores en armonía con la vida y la música del agua. Gracias a este patrimonio, herencia de anteriores civilizaciones, los tetuaníes, sin distinción, han desarrollado una alta sensibilidad hacia la belleza, siendo percibida con facilidad a través de su producción, conducta y relaciones. Una visión general del arte plástico popular de Tetuán nos remite a cuatro estilos artísticos, con puntos comunes que trascienden sus particula-
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ridades. Las circunstancias políticas, económicas, espirituales y sociales que ha vivido Tetuán desde finales del siglo XV hasta principios del siglo XX han influido sustancialmente en su génesis y conformación. El primer estilo, denominado andalusí, de notable influjo en los estilos posteriores, surge con la llegada de los primeros inmigrantes andalusíes tras la caída de Granada en el año 1492. Las circunstancias que rodearon este movimiento migratorio, unidas a la crisis económica que vivió Tetuán durante el siglo XVI, generaron un arte dominado por la simplicidad de las formas y la profundidad de la expresión, que habría de proyectarse sobre las artes en expansión de la zona del Rif. Tras la inmigración de los moriscos hacia Tetuán a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, la ciudad vivió artísticamente una nueva era, marcada por una visión innovadora. La construcción se fundamenta en arcos y pilares cuya principal característica va a ser la simplicidad de los modelos decorativos tanto en la pintura, los textiles y la madera —con predominio del blanco y la ausencia de colores vivos— como en los mosaicos. La influencia ejercida por los moriscos perdurará a lo largo de un siglo. Durante el siglo XVIII, Tetuán avistará el horizonte del arte oriental, abierto por las relaciones comerciales y espirituales que la unen con algunas ciudades del Imperio otomano. Una influencia que se reflejó esencialmente en el campo del bordado y la construcción. A principios del siglo XIX, la sociedad tetuaní vivió profundos cambios. Aparece una nueva aristocracia que aprovechará con igual eficacia su cooperación con el Majzén y el comercio con Europa y Oriente. Se construyeron casas magníficas gracias a los materiales de construcción provenientes de Europa, sobre todo el hierro. Por su grandiosidad se asemejaban a los palacios del estilo de Fez, signando el arte tetuaní con un nuevo aire en el que predominaban los grandes espacios, la abundancia de decoración y el refinamiento de líneas y colores. Los azulejos decoraban profusamente las casas; y los muebles estaban inspirados en patrones españoles y europeos. A pesar de la entrada de nuevos elementos, el arte popular tetuaní supo, gracias a su autenticidad, conservar su encanto y presencia hasta la llegada del Protectorado que introdujo el estilo occidental con todas sus técnicas, instrumentos y formas de expresión. El primer contacto de Tetuán con el arte occidental moderno o arte del caballete se remonta a los años sesenta de la década del siglo XIX, tras la Guerra de África y su posterior ocupación por los españoles desde 1860 a 1862. Esta ocupación propició la apertura de la ciudad en muchos ámbitos, como el teatro (los españoles construyeron el primer teatro en Marruecos,
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llamado Isabel II) y la prensa (el diario El Eco de Tetuán). En la música introdujeron nuevos instrumentos musicales. De igual forma, los artistas e intelectuales tetuaníes tuvieron la oportunidad de abordar la cultura y el arte español. El resplandor de la ciudad atrajo a gran número de artistas extranjeros como el español Mariano Fortuny, quien la visitó tres veces desde 1860, cuando preparaba sus lienzos sobre la Guerra de África a instancias de la Diputación de Barcelona. Varios cuadros del artista inmortalizaron esta visita, como su famoso cuadro La Batalla de Tetuán. Maravillados por la belleza y el encanto de la ciudad, otros muchos sintieron el influjo tetuaní, creándose una escuela de artistas orientalistas y románticos españoles, en la que destacaron, entre otros, José Tapiero, José Navarro Llorens, Antonio Muñoz Degrain y Gonzalo Bilbao. Durante el Protectorado, los artistas españoles continuaron interesándose por Tetuán. Sus obras, ya menos influenciadas por el estilo orientalista del pionero Fortuny, se hallaban más cercanas a la realidad social, artística y arquitectónica de la ciudad; y buscaban como referentes las nuevas técnicas y corrientes inspiradas en los modelos occidentales: realismo, impresionismo y fovismo. Esta segunda generación de artistas españoles, fascinados por la belleza de las artes de Tetuán, trató de abordar la cultura y el patrimonio de la ciudad a través de la expresión artística. El artista Mariano Bertuchi es la figura más prominente de esta generación. Su gran admiración por la vida y el patrimonio marroquí lo llevó a visitar varias veces el norte de Marruecos. Su primera visita fue a Tánger en 1889. En 1928 se instaló definitivamente en Tetuán, que le recordaba a su ciudad natal, Granada, alimentando en él la nostalgia del arte islámico andalusí. En un primer momento fue nombrado director de la Escuela de Artes y Oficios Nacionales, además de inspector de los sitios monumentales y el museo etnográfico. Asimismo, Bertuchi veló por la protección de los oficios artesanales, preservándolos de los efectos negativos que provocaba la competencia extranjera. Igualmente veló por el mantenimiento del patrimonio, herencia de las diferentes civilizaciones; y, de idéntico modo, por el enriquecimiento y difusión internacional de la ciudad. Bertuchi contribuyó también en el desarrollo de los planes arquitectónicos inspirados en el estilo predominante de Granada. Diseñó además portadas de libros y revistas, carteles y sellos —de los que llegaron a imprimirse hasta veinte ediciones— que contribuirían a dar noticia de Tetuán en el exterior, gracias a los turistas y los comerciantes, judíos e indios sobre todo. Su propia obra, ex-
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puesta en múltiples exposiciones internacionales, fue un reclamo de primer orden y reflejo notorio de la admiración que sentía por su amada Tetuán. En ella queda testimoniada la evolución de su estilo y el vigor del lenguaje utilizado para plasmar figuras y paisajes, siguiendo los cánones del estilo impresionista dominado por el contraste de las luces y sombras. Sin embargo, la interpretación de las obras de Bertuchi difiere según los temas. Se observan variaciones notables en el tratamiento de rituales, tradiciones y los diferentes paisajes rurales y urbanos. Aunque Tetuán convirtió a Bertuchi en un historiador del arte y un inmejorable comisario del esplendor de la ciudad en numerosos eventos internacionales, el mayor logro realizado por Bertuchi —por el que su nombre ha quedado inmortalizado— fue la creación de la Escuela Preparatoria de Bellas Artes de Tetuán. Tras la apertura oficial del conservatorio musical hispano-marroquí, era necesario completar el campo de los estudios artísticos en Tetuán. Bertuchi veló para que la Administración del Protectorado español creara un instituto de Bellas Artes. Esta escuela fue fundada con el objetivo de activar el movimiento artístico de la región jalifiana ofreciendo una formación artística a los estudiantes españoles y marroquíes —musulmanes y judíos—, que se considerasen más dotados o sintieran una especial pasión. Esta formación preparatoria, donde aprendían a conocer las especialidades técnicas y teóricas de la expresión artística, les permitía proseguir posteriormente sus estudios en las escuelas superiores de España. Mariano Bertuchi fue también el responsable de la gestión administrativa y pedagógica. La escuela se inauguró el 12 de diciembre de 1945, en el lugar donde se encontraba el Centro de Estudios Marroquíes, edificio que actualmente es propiedad de la Delegación del Ministerio de Educación. Se componía de tres aulas, todas ellas dedicadas a la enseñanza del arte. Tras la exitosa experiencia de un año, y por Decreto jalifiano con fecha de 27 de noviembre de 1946, se funda de forma oficial la escuela. Según el Decreto, la escuela estaba subordinada directamente al inspector de Bellas Artes, el artista Mariano Bertuchi. Asimismo, según el Decreto, el plan de estudios de la escuela debía contener cuatro asignaturas: Dibujo antiguo, Historia del Arte, Color y Escultura. La elección del profesorado debía realizarse entre artistas especializados y titulados por las escuelas superiores de Bellas Artes, con la excepción de los profesores de Historia del Arte. Era condición pertinente que los estudiantes matriculados hubieran superado los estudios de primaria, siendo posible la homologación con los cuatro primeros años de secundaria u otros estudios equivalentes.
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Mariano Bertuchi fue nombrado oficialmente director de esta Escuela Artística Preparatoria hasta el año 1947. Componían el claustro: — Carlos Gallegos, profesor de Dibujo. — Tomás Fernández Souinir, profesor de Escultura y modelado. — Guillermo Gustavino, profesor de Historia del Arte. — Araceli González, profesora de Color. — Alejandro Tomillo, profesor adjunto de Escultura y modelado. — María Jesús, profesora de Pintura. — Faouzi, profesor de Pintura decorativa. Las clases eran impartidas de forma diaria, a razón de dos días de clase para cada asignatura. Los talleres libres estaban abiertos toda la semana. Dada la sólida formación académica que se ofrecía a sus titulados, estos fueron recibidos con honores en las escuelas superiores españolas como por ejemplo la Escuela Santa Isabel de Hungría de Sevilla y la Escuela de San Fernando de Madrid, a pesar de la dificultad de sus exámenes de acceso. Particularmente, recibieron un gran número de premios y becas de honor. Entre los egresados, citamos a Amadio Freixas de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid en 1951 y a Antonio Moya de la Escuela Santa Isabel de Sevilla en 1950 y 1951. La escuela estaba reservada para los estudiantes españoles y algunos estudiantes judíos marroquíes. No fue hasta finales de los años cuarenta cuando los marroquíes musulmanes pudieron acceder. Este retraso se debió a las ideas tradicionalistas y las sensibilidades religiosas que reflejan la visión conservadora de los marroquíes hacia la representación de la imagen y las artes figurativas. A Mariano Bertuchi se debe el descubrimiento del joven marroquí Mohamed Sarghini, muy dotado artísticamente, a quien concederá una beca para estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, en el año 1943. Sarghini puede considerarse como el primer marroquí que estudió el arte pictórico de manera académica, así como será Thami el Kasri Dad el primer escultor marroquí egresado de esta escuela madrileña. Tras ellos vendrían el Yazid Ben Issa, Abdellah el Fakhar, Meki Megara, Mohamed Naciri, Saad Ben Seffaj y otros artistas de Marruecos. Las artes plásticas conocieron en Tetuán y en el norte de Marruecos numerosos cambios y progresaron significativamente en todas las etapas. La escuela ha sido considerada como un faro luminoso para todas las generaciones y una fuente en la que brotaron las investigaciones y las ideas revolucionarias. No se puede hablar de las artes plásticas de Tetuán sin tornar
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la vista a la Escuela de Bellas Artes y a las etapas positivas por las que ha pasado, pedagógicamente, desde de su creación a la actualidad. Cinco son las generaciones artísticas de la Escuela de Bellas Artes que podemos clasificar: La primera generación comprende de 1945 a 1956 y nos remite a la Escuela Preparatoria de Bellas Artes de Tetuán. La segunda generación va de 1957 a 1993, y corresponde a la creación de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Tetuán. La tercera generación se vincula a la fundación del Instituto Nacional de Bellas Artes de Tetuán en 1993, llegando hasta nuestros días. Actualmente este instituto es una institución universitaria superior. El periodo de la segunda generación coincide con la independencia de Marruecos y conocerá numerosos cambios radicales, incluyendo la reubicación de la Escuela de Bellas Artes a su nueva ubicación, inaugurada por el rey Mohamed V en 1957, bajo la nueva denominación de Escuela Nacional de Bellas Artes. En esa época fue nombrado director de la escuela el artista Mohamed Sarghini, y los profesores eran artistas marroquíes titulados en las escuelas superiores españolas. Estos profesores tuvieron el merito de la marroquinización de la escuela y del anclaje de la identidad artística marroquí. Muchos artistas marroquíes titulados —pintores, escultores, decoradores— ampliaron estudios posteriores en diferentes escuelas y academias europeas. Todos ellos desarrollaron las artes plásticas de Tetuán y Marruecos, y las enriquecieron con sus métodos e ideas, lo que permitió a las artes plásticas marroquíes de los años setenta y ochenta disfrutar del respeto y el aprecio del mundo árabe, el continente africano y la comunidad internacional. La tercera generación de artistas de la escuela artística de Tetuán se inicia en los años noventa con la creación del Instituto Nacional de Bellas Artes en virtud del Decreto ministerial núm. 2-93-135 del 29 de abril de 1993. Al instituto le fue confiada la formación de cuadros superiores en el campo de las artes plásticas, con una duración de cuatro años de estudios. Fue necesaria la creación de este instituto para atraer a los jóvenes artistas marroquíes y extranjeros, y responder así a las exigencias de cualificación en la vida científica y artística. Con este fin, los métodos de programación y orientación se modernizaron y racionalizaron para aumentar la producción artística, educativa y profesional, lo que permitió al estudiante integrarse en el mundo de la vida creativa y científica. La formación en el instituto estará orientada principalmente hacia el aperturismo —tanto a nivel nacional como internacional— en lo concerniente a nuevos horizontes en materia pedagógica y docente, así como en términos de progreso artístico, creándose colaboraciones y acuerdos de coo-
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peración e intercambio entre institutos, centros y asociaciones culturales, económicas, sociales, nacionales e internacionales. El instituto participó también en el desarrollo artístico, social y económico para formar cuadros activos a fin de hacer progresar el movimiento artístico, cultural y económico del país. Los primeros titulados del instituto, graduados en la segunda mitad de los años noventa, han sido jóvenes creadores que, sin renunciar a los pilares de su identidad cultural y artística, se sintieron atraídos por una experiencia artística contemporánea inspirada en las últimas novedades artísticas y científicas, gracias a la profusión de los medios de comunicación y los conocimientos de nuestra aldea global. Sus diferentes creaciones, plenas de experimentalismo, han desarrollado una gran profundidad conceptual, haciendo uso de nuevos materiales e instrumentos elaborados en su mayoría en el ámbito del patrimonio y la vida cotidiana de la sociedad marroquí. Las formas y construcción de sus creaciones pertenecen a la corriente artística contemporánea. Esta primera promoción ansiaba convertir la escuela de Tetuán en una escuela internacional capaz de hacer frente a los desafíos de la globalización. La Escuela Plástica de Tetuán se encuentra profundamente ligada a la Escuela de Bellas Artes (Escuela Preparatoria, Escuela Nacional, Instituto Nacional). Las diferentes generaciones de titulados han asimilado a la perfección las enseñanzas de sus profesores y los programas y métodos desarrollados siguiendo las últimas novedades artísticas, culturales, nacionales e internacionales. Para tener un óptimo conocimiento de la trayectoria artística de esta prestigiosa escuela marroquí, debemos recorrer el trayecto de las cuatro primeras generaciones para finalmente llegar a la quinta en los años sesenta. A pesar de las diferentes experiencias, los artistas de la Escuela Plástica de Tetuán —herederos de la influencia pictórica del célebre pintor Mariano Bertuchi— son conocidos en la escena artística marroquí por su personalidad particular y su aprendizaje singular. La escuela artística de Tetuán es considerada como un fenómeno social, cultural y artístico en el espacio cultural marroquí. Su autenticidad contribuye al patrimonio marroquí-andalusí y al dialogo con las novedades del arte internacional moderno y contemporáneo. Estos artistas no solo han sido conocidos por su sólida formación, sino también por su amor común al color blanco y por Tetuán que es la fuente de su sensibilidad e inspiración. Como agradecimiento a Bertuchi, padre espiritual y fundador de esta escuela pictórica, se celebraron en su honor diversos homenajes. El primero fue una exposición de pintura en 1969, organizada por el Consulado de
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España en Tetuán. El Ministerio de Cultura marroquí organizó en 1992 un concurso de pintura en el que participaron estudiantes de las escuelas de Bellas Artes del Mediterráneo bajo el nombre de talleres de Mariano Bertuchi y, desde 1993, la Papelera de Tetuán organizó concursos para los jóvenes con el nombre Premio Mariano Bertuchi de pintura. Igualmente, la asociación filatélica La Paloma Blanca organizó una exposición de sellos realizados por el artista. En el año 2000, el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Comité Averroes (España-Marruecos), le Ministère des Affaires Étrangères et de la Cooperation du Royaume du Maroc, le Royaume du Maroc, le Ministère des Affaires Culturelles, la Asociación Medina (Antiguos residentes españoles en Marruecos) y la Fundación Wafa Bank organizaron una exposición de sus obras en la Escuela de Artes y Oficios Nacionales con el nombre de “Mariano Bertuchi, pintor de Marruecos”, inaugurada por el presidente de Gobierno español de entonces José María Aznar. Debido a su personalidad histórica, el Museo de Tetuán de Arte Moderno le otorgó, dentro de sus salas, un espacio honorífico a sus obras, donde puede contemplarse La Fantasía que, tanto artísticamente como por su gran tamaño (2x3 metros), es considerada como la joya de la corona del Museo. En el año 1986 se inauguró una galería de arte en el ensanche, con su nombre. En el año 2010, trasladaron el nombre de la galería a la Escuela de Artes y Oficios Nacionales en la ubicación donde se encontraba su taller personal y donde realizó sus obras históricas, las que inmortalizaron su legado, considerado como uno de los símbolos capitales de la amistad hispano-marroquí. Bibliografía Vallina Menéndez, S.: Mariano Bertuchi: pintor de Marruecos, Barcelona: Lunwerg Editores, 2006 (Libro catálogo de la exposición “Mariano Bertuchi, pintor de Marruecos”, celebrada en el año 2000). Pleguezuelos, J. A.: Mariano Bertuchi y San Roque: Editorial Albalate, 2008. Transmisión oral de antiguos artesanos y artistas. Valderrama Martínez, F.: Historia de la acción cultural de España en Marruecos 19121956, Tetuán: Alta Comisaría de España en Marruecos, Delegación de Educación y Cultura, Editora Marroquí, 1956.
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Una mirada al mundo marroquí a través de la pintura española, desde la Guerra de África (1859-1860) hasta el fin del Protectorado (1956)
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1. Marruecos en el orientalismo pictórico español Preludio en tiempo de paz
El interés pictórico por Marruecos no se despierta en España hasta prácticamente el siglo XIX, y lo hará, al menos inicialmente, siguiendo los dictados del orientalismo romántico europeo, que, tanto en literatura como en pintura, constituyó uno de los pilares sobre los que se sustentó y desarrolló gran parte del movimiento conocido en la cultura europea como el Romanticismo, del que el exotismo venía a ser uno de sus ingredientes principales. Y el exotismo que más próximo en el espacio tenían los europeos era el del mundo musulmán, pero que paradójicamente también era para ellos, a su vez, lejano en el tiempo, ya que veían en ese mundo no solo una cultura ajena, sino además estancada en valores, usos y costumbres de una ya tan lejana época como era el Medioevo, tiempo añorado, por sus valores, por los románticos. Así, el exotismo musulmán, venía a reunir para los románticos dos ingredientes esenciales anhelados por esa corriente cultural: la evasión en el espacio y en el tiempo; la lejanía física y la espiritual.
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Sin embargo, la visión que los románticos se conformaron de dicho mundo fue, la mayoría de las veces, sesgada, ya que pocos tomaron contacto directo con los países musulmanes viajando y realizando estancias en ellos; algunos más lo hicieron esporádicamente, con cortedad temporal; y la mayoría tuvo una aproximación al mundo oriental meramente literaria, alimentada por textos plagados de fantasías y por las imágenes, más o menos acertadas, que las pinturas y grabados de artistas que por ese mundo viajaron les ofrecían. Así pues, por lo distante y desconocido que, a todos los niveles, resultaba el mundo musulmán a la mentalidad europea de aquel momento —con excepción de algunos sectores académicos—, ello hizo que esa falta de conocimiento pusiese en ese mundo elementos que, unas veces, no se correspondían con la realidad, y otras, aunque existiendo, fuesen magnificados por la fantasía romántica, viendo más lo que su imaginación desbordada deseaba ver que lo que se correspondía con la realidad. Así elementos como la sensualidad rayana en el erotismo, la riqueza y el lujo desmedidos o la violencia y la crueldad más inusitadas y sádicas se expresaron con una fantasía, en muchas ocasiones, digna de un cuento de Las mil y una noches, obra que ya por entonces traducida y difundida socialmente en Europa contribuyó grandemente a la creación de esa visión fantasiosa y de ensueño, a que nos referimos, que propició la mentalidad romántica europea. Pero, centrándonos ya en el tema pictórico, que es el que aquí nos ocupa, y por lo que respecta a España, digamos que su pintura orientalista —nomenclatura universal para este género pictórico de tema musulmán en toda Europa— está marcada por unos parámetros geográficos y políticos que, aunque restrictivos, fueron a su vez muy enriquecedores pues propiciaron un acercamiento de carácter muy realista a un determinado mundo musulmán: el marroquí. Marruecos es, desde luego, el país de cultura musulmana que más está presente en la pintura orientalista española (Capelástegui: 1987, 24), por lógicas razones de vecindad, aunque la mayoría de las veces lo fuese más por mala que por buena. España tenía al Oriente —a la vez cercano y lejano—, al otro lado del Estrecho de Gibraltar, por lo que Marruecos habría de jugar forzosamente, como decimos, un papel protagonista en la pintura orientalista española, ya desde sus mismos orígenes. Las conflictivas relaciones —la mayoría de las veces—, habidas entre España y Marruecos a lo largo de la historia, tuvieron su prolongación en el siglo XIX y principios del XX, originando una serie de enfrentamientos, de mayor o menor importancia, que irían en progresivo aumento a partir
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de la llamada Guerra de África de 1859-1860, y que jugarían un papel decisivo en la orientación y desarrollo de la pintura orientalista española. Pues, si bien el orientalismo pictórico español se origina claramente en la exótica y fantástica visión que del Oriente fraguó el Romanticismo europeo, como parte integrante del mismo (Arias: 1988, 34), posteriormente estos conflictos determinaron tanto el interés de la sociedad española por Marruecos, como la visión que esta se formó de dicho país. Este acercamiento a una realidad cultural e histórica diferente, aunque fuese por la fuerza de las armas, desarrolló una directriz de visión mucho más realista que la que tuvieron en general —con sus excepciones, claro está—, los pintores orientalistas europeos durante el siglo XIX. Pues aunque la pintura orientalista española participa, ya desde sus inicios, como decimos, de todos los tópicos y mitificaciones que la cultura romántica europea había generado sobre el Oriente (Arias: 1995, 48-51), sin embargo, cuando algún artista se decide a cruzar el Estrecho de Gibraltar, teniendo así la oportunidad de conocer de forma directa la sociedad marroquí y acercarse a su mundo habitual y real, la tópica visión sobre el Oriente, característica del pintor europeo, desaparece para acercarse a una realidad que el artista nos muestra muy próxima, conquistado por el encanto de un mundo para él oriental y extraño, pero próximo en su humana cotidianidad. Esta dualidad de visión, estas dos diferentes maneras de ver al Oriente por parte de los pintores románticos españoles, se manifiesta muy tempranamente, pues lo hace ya en los mismos inicios de la pintura orientalista española, que surge en la década de los años treinta del siglo XIX, estando claramente representada en los dos pintores que, prácticamente, podemos considerar como los iniciadores del orientalismo pictórico español. Nos referimos al gallego, residente en Madrid, Jenaro Pérez Villaamil (1807- 1854) y al sevillano José María Escacena y Daza (1800-1858), quienes tuvieron al mismo maestro que los introdujo en el género orientalista: el pintor romántico escocés David Roberts (1796- 1864). Este, durante su viaje por España, entre 1832-1833, estuvo una temporada larga en Sevilla, entablando amistad con ambos pintores españoles, que en dicha ciudad se encontraban, influyendo fuertemente en la visión pictórica de estos (Arias: 1986, 45-47; Jiménez, 286-287). Sin embargo, los dos siguieron luego derroteros bien diferentes, tanto en la técnica pictórica como en la temática. Pérez Villaamil nunca llegó a visitar Marruecos, practicando un orientalismo de fantasía romántica (Arias: 1998 a, 1-15), mientras que, por el contrario, Escacena y Daza viajó tempranamente a Marruecos, ejecutando pinturas directamente tomadas de la realidad cotidiana de la vida marroquí.
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Según esto, podemos afirmar que tanto la pintura orientalista de tipo literario o imaginativo como la que recibe su inspiración de la más estricta realidad del mundo marroquí —como nuestro Oriente más próximo— se producen simultáneamente en España, coexistiendo así a lo largo de todo el siglo XIX y primeros años del XX, en que, paulatinamente, se irá imponiendo la realidad sobre la fantasía. De esas dos líneas pictóricas anteriores, trataremos fundamentalmente —por ser la que nos interesa en este trabajo— la de acercamiento a la realidad marroquí, dándonos la pauta para ello, a modo de obligada introducción, la figura de José María Escacena y Daza (Arias: 1999, 279-287) por su carácter de precursor. Como hemos dicho, este viajó en fecha muy temprana a Marruecos, en 1834, tomando así directo contacto con la realidad de dicho país (Arias: 1999, 283-285), lo que le permitió aproximarse en sus pinturas a las escenas populares marroquíes sin ningún tipo de prejuicio. Lamentablemente, la escasa repercusión que la pintura de Escacena y Daza tuvo en la España de la época romántica, quedando constreñida al panorama andaluz, hizo que su temprano orientalismo de inspiración en la realidad marroquí quedase postergado y, posteriormente, olvidado. Como consecuencia de dicho viaje, Escacena y Daza realizó toda una serie de obras con asuntos marroquíes, de las que, lamentablemente, solo nos quedan noticias de una media docena. De estas, tres pertenecieron a la colección de los duques de Montpensier, llevando los títulos de Paisaje africano con una tienda de campaña, Pastor árabe y Retrato del Cid Mustaphá el Hasany (Catálogo de los cuadros, 56-57, nº 278, 279 y 282). Además de estas, sabemos de otra —citada por el propio artista en un documento oficial del archivo de la Academia de San Fernando—, como pintada por él en Tánger en 1834 y que el propio pintor titula Dos jefes árabes (Arias: 1986, 508, doc. nº 193). Y, por último, nos referiremos a las dos únicas que nos son conocidas, hasta el presente, por imagen. Fueron publicadas por Dizy (1997: 80-81), y constituyen el exclusivo testimonio de que disponemos, a día de hoy, para hacernos una idea de su pintura orientalista, siendo, por tanto, testigos inapreciables de su realismo al abordar la visión del mundo marroquí. Sus títulos oficiales son Ante una casa, Marruecos y A la entrada de un café marroquí (ambas en colección particular). Los títulos de los cuadros citados, así como los asuntos de los dos que le conocemos, nos muestran claramente su decidida aproximación a la realidad cotidiana del pueblo marroquí, sin ningún tipo de concesión a visiones de fantasía. Pero además, los que le conocemos nos descubren la forma en que son abordados por el pintor sevillano estos —para él tan exóticos—
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asuntos marroquíes; ya que la concepción de los mismos nos revela que son afrontados, por Escacena y Daza, con una proximidad y una visión similar a la que utilizaban los pintores sevillanos del Romanticismo para acometer la recreación de escenas costumbristas andaluzas. Dicho más sencillamente, lo que se produce es un trasvase cultural: el pintor sustituye el folclorismo andaluz por el exotismo marroquí, realizando también la misma transmutación respecto a los escenarios. O sea, Escacena y Daza trata los asuntos marroquíes con semejante proximidad con la que un pintor sevillano abordaría el costumbrismo andaluz. Por lo que se refiere al estilo y técnica pictórica empleados por Escacena y Daza, en esas dos obras que de él conocemos, hemos de precisar que la suavidad de su empaste y su claridad lumínica hacen que nos recuerden a las obras orientalistas del pintor inglés John Frederick Lewis (1804-1876). Este artista británico estuvo también por esas fechas de 1830 a 1833 en Sevilla; y de su visión finamente naturalista del asunto oriental, liberada de prejuicios y de artificios dramáticos y basada en una observación aguda de la vida cotidiana de ese mundo, parecen participar estas obras del pintor español; eso sí, sin alcanzar la finura y calidad de Lewis. El hecho de que Escacena y Daza pudiese aproximarse a la sociedad marroquí con esa mirada tan libre de prejuicios fue debido a que España no tuviera ningún conflicto importante con el Imperio marroquí en esos momentos, lo que le permitió contemplar, libre de recelos, la vida sencilla y cotidiana de una sociedad cuyas ocupaciones y preocupaciones no distaban mucho de las de cualquier otro pueblo. Este acercamiento incipiente al mundo cotidiano marroquí, que sería más frecuente después entre determinados orientalistas españoles, concretamente a partir de la Guerra de África de 1859-1860, es lo que convierte a Escacena y Daza en un precursor. 2. De la Guerra de África al Protectorado: dos visiones pictóricas de encuentros y desencuentros 2.1. La mirada fascinada de un encuentro
Pero esas circunstancias cambiaron al estallar la llamada Guerra de África de 1859-1860, que encendió los ánimos de la nación española, al pretextarse que se emprendía con el fin de castigar el agravio a la patria producido por el ataque de unas kábilas a las defensas de Melilla. Pero, aunque realmente eso ocurrió, se magnificó tanto por motivos políticos internos como por incipientes intereses coloniales españoles sobre el territorio marroquí. Y así, con esta guerra, se inició esa larga y dolorosa etapa de conflic-
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tivas relaciones entre España y Marruecos, que duró hasta que en 1927 se logró la pacificación del Protectorado. Estas espinosas relaciones y abiertos conflictos bélicos consiguientes determinaron, en gran medida, la visión que del mundo marroquí tendría, a partir de ahora, la sociedad española y, por consiguiente, también sus artistas. Digamos que esta mirada sería ya ambivalente. Así, nos encontramos con pintores que, a pesar de los conflictos y siguiendo una corriente minoritaria de la sociedad española, mantuvieron una visión bastante objetiva del mundo marroquí. Pero también es una realidad que los enfrentamientos bélicos fueron causa de otra mirada, menos tolerante y objetiva, que veía en el marroquí a un cruel e incivilizado enemigo; mirada que tuvo también su proyección en el arte. Esta imagen negativa del moro, larvada históricamente en el subconsciente colectivo español, está también vinculada a uno de los tópicos más característicos del orientalismo romántico europeo, al que ya anteriormente nos referimos, el de la violencia y la crueldad como elementos característicos del mundo oriental, si bien ahora potenciados por el encono propiciado por la guerra. De aquí en adelante, se produce la dicotomía que prevalecería ya, casi de forma general, en la visión que del mundo marroquí se forjaron los pintores orientalistas españoles. Así pues, como se desprende de lo dicho, es un hecho que la Guerra de África actuó como un revulsivo en la sociedad española y, por lo que respecta al arte, paradójicamente vino a regenerar nuestra pintura orientalista al despertar un gran interés por Marruecos. Pero eso sí, originando, como decimos, dos visiones de dicho país bien diferentes y contrapuestas: la próxima al mundo marroquí, ejemplificada por la pintura de Fortuny; y la que ve en el rifeño a un enemigo cruel, sanguinario y traidor, representada por los pintores de la guerra, como luego veremos. Aunque fueron muchos los pintores que, al abordar el tema oriental marroquí, se decantaron por mostrarnos en sus cuadros al cruel y salvaje moro, por las razones aducidas; sin embargo, la suerte quiso que el artista al que estaba reservada la renovación de la pintura orientalista española —y gran parte de la europea— se decidiese por mostrarnos la otra cara de esa moneda, separando con imparcialidad las brutalidades de la guerra de la visión objetiva y desapasionada del pueblo marroquí. Nos estamos refiriendo al gran pintor de Reus (Tarragona) Mariano Fortuny y Marsal (1838-1874), que enviado por la Diputación de Barcelona —de la que era pensionado en Roma— a Marruecos, como cronista gráfico a la Guerra de África, halló en el cotidiano exotismo marroquí, pletórico de luminosidad y exuberancia de colorido, un magnífico vehículo para su expresión artística, encontrando así
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la definición de su estilo, una manera pictórica que le proporcionó proyección internacional. Fortuny se convirtió en un referente cultural de dicha guerra (Díaz de Villegas: 50), debido, sin duda, a la ósmosis que se estableció entre el mundo marroquí y su pintura, aportándole una nueva concepción, mientras que el pintor, por su parte, generó una nueva y original visión del pueblo marroquí. Se inicia así una directriz pictórica que dejaría profunda huella dentro de la pintura orientalista española de asunto marroquí, y que sería esencial en la concepción de una imagen de Marruecos que luego continuarían otros pintores. Muchos fueron los que la imitaron, sobre todo en lo que atañía a la técnica, pero la más pura esencia de la visión que de Marruecos originó la pintura de Fortuny fue continuada y consolidada, sustancialmente, por pintores como Tapiró y Bertuchi, constituidos en hitos imprescindibles que modelaron esa imagen desprejuiciada y veraz del mundo marroquí. Y hay que reconocerles a estos artistas el gran mérito de haberlo conseguido durante el discurrir de una etapa tan conflictiva, en las relaciones de España con Marruecos, como fue la que medió entre la célebre Guerra de África y la pacificación del Protectorado. Fortuny, como decimos, aporta una mirada, cercana, costumbrista e intimista, en general, del mundo cotidiano marroquí, apoyada por su técnica preciosista y luminosa, constituyendo un lenguaje que rebosa entusiasmo por un mundo que lo cautivó y maravilló, y de la que son buenos ejemplos obras como Marroquíes (Museo del Prado, Madrid), El encantador de serpientes (Walters Art Museum, Baltimore), Herrador marroquí (Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona), Jefe árabe (Museo de Arte de Filadelfia) o la espléndida acuarela El vendedor de tapices (Museo de Montserrat, Abadía de Montserrat), solo por mencionar algunas de sus espléndidas obras de asuntos costumbristas marroquíes. Esa mirada próxima y entusiasta al mundo marroquí, de técnica preciosista, no se manifiesta únicamente en ese tipo de obras, sino que también se detecta en las pinturas de batallas de la contienda, que realizó por exigencias de su doble condición de pensionado de la Diputación de Barcelona y cronista gráfico de la guerra. Lo podemos ver en los dos espléndidos lienzos de La batalla de Tetuán (Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona) y La batalla de Wad-Ras (Museo del Prado, Madrid), en los que, aunque el pintor destaca el arrojo de las tropas españolas, la violencia de la lucha se nos muestra sin estereotipos de crueldad despreciativa hacia el enemigo marroquí; es más, si contemplamos el pormenor de algún grupo de caballería mora al galope, apreciamos arrogancia en los jinetes, fruto de esa mirada de admiración del pintor, que coincide con la misma fascinación que produjo en Pedro Anto-
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nio de Alarcón —también cronista literario de dicha guerra— la visión de la airosa y gallarda caballería mora, atacando a las tropas españolas, según nos lo expresa en su Diario de un testigo de la Guerra de África (Alarcón: 90-91). Fortuny y Alarcón, testigos de dicha guerra, admiraron la arrogancia y valentía del enemigo marroquí, y así lo expresaron, uno con la palabra escrita y el otro con la imagen, que es, al fin y al cabo, otra manera de escribir. Esta directriz de proximidad temática a la vida marroquí —a pesar de la guerra—, emprendida por Fortuny, tuvo una inmediata proyección en el pintor romántico, de Puerto de Santa María, Francisco Lameyer Berenguer (1825-1877) (Boix: 61-78; Santos: 78-83; Arias: 1998 b, 252-258). Lameyer gozó de una buena posición económica familiar y fue además oficial del Cuerpo Administrativo de la Armada, viajando por el Extremo y Próximo Oriente y, tras la guerra hispano-marroquí de 1859-1860, lo hizo también por el norte de África en 1862, para coincidir con Fortuny en Marruecos en 1863 (Davillier: 27; Yxart: 59). Pero aunque su orientalismo marroquí coexiste cronológicamente con el de Fortuny, sin embargo, la visión que de dicho mundo nos muestra su pintura está expresada en un estilo pictórico totalmente diferente al del pintor de Reus, ya que lo hace en el más tradicional orientalismo del pintor romántico francés Delacroix, cuya obra lo fascinó en un viaje que realizó a París. Y esto es lo que define, fundamentalmente, su pintura. Aunque Lameyer entró en contacto con Marruecos tres años después de la Guerra de África, el hecho de haber viajado por ese país junto a su amigo Fortuny debió de ser determinante en la visión que se formó del mundo marroquí, ya que, al igual que el pintor de Reus, no se dejó influir por los rencores derivados del conflicto bélico a la hora de encarar pictóricamente a dicha sociedad. Por ello, sin duda, su cercana visión del mundo cotidiano marroquí no difiere temáticamente mucho de la de su amigo Fortuny, pero al introducir en su pintura la expresividad —algo calenturienta— que le proporciona el fogoso neobarroco pictórico del orientalismo de Delacroix, ello hace que su visión difiera estilísticamente respecto de la de aquel. Esto lo podemos ver en obras como, por ejemplo, Moros de Tetuán y Corriendo la pólvora (Fundación Lázaro Galdiano, Madrid), Zambra morisca (Museo del Prado, Madrid) o Mujeres judías de Tánger [Mendigo de Tánger] (Museo de Arte Contemporáneo, Lisboa). Pero esa visión romántica y calenturienta del Oriente delacroixiano hace que Lameyer trascienda incluso, a veces, la amable temática costumbrista y se sumerja en otros aspectos de ese mundo que chocaban con los valores del civilizado Occi-
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dente europeo, según podemos ver en obras como Faquir en una mezquita de Tánger (Museo de Arte Contemporáneo, Lisboa), cargado de morboso exotismo místico-religioso; y, en especial, el denominado tradicionalmente Combate de moros (Museo del Prado, Madrid), que representa realmente la masacre que negros bukaras llevan a cabo en una judería marroquí. Asunto este de fantasía literaria —aunque no sin alguna base real como tal hecho— con el que Lameyer se sumerge en uno de los tópicos más característicos del orientalismo en general, y del francés en particular: la violencia y la crueldad, como elementos esenciales de dicho mundo (Arias: 1988, 62-63). 2.2. La mirada de un desencuentro: los pintores de la guerra
Dentro del criterio de respeto al enemigo marroquí —que se manifiesta en los cuadros de batallas de la Guerra de África que tuvo que realizar Fortuny—, tenemos que incluir al sevillano Joaquín Domínguez Bécquer (1817-1879), quien en su cuadro La paz de Wad-Ras (Ayuntamiento de Sevilla) sigue una pauta aparentemente semejante a la de Fortuny y Alarcón, pero, en el fondo, partidista. El cuadro lo realizó por encargo del Ayuntamiento de Sevilla, para conmemorar la terminación de la guerra. Con el fin de documentarse para ello, el pintor viajó a Marruecos en 1863, con la embajada extraordinaria de Merry del Val. Sin embargo, la composición de dicha obra no resulta muy original, pues está claramente inspirada en La rendición de Breda (Las Lanzas) de Velázquez (Museo del Prado, Madrid), sin duda porque el similar tema de ambos lienzos —una rendición militar— se prestaba a ello y, además, porque la caballerosidad de O’Donnell para con el califa Muley-el-Abbas se podía parangonar con la de Spínola respecto a Justino de Nassau (Arias: 1988, 70-71). En teoría, según esa lectura, la hidalguía y generosidad de los españoles dignifican al vencido marroquí. Esto pudo ser verdad, y estar explícito en el cuadro, pero no debemos pasar por alto que con ello lo que realmente se está ensalzando también es la grandeza española; y la postura de humildad y sumisión que manifiesta la figura del orgulloso Muley-el-Abbas habla por sí sola. Una lectura nos lleva a la otra. Pocos cuadros más se pintaron sobre la paz de Wad-Ras, asunto que, en principio, debiera haber despertado un mayor interés, por tratarse de una victoria de España, pero los españoles opinaban que existía una clara desproporción entre el gran esfuerzo bélico acometido y los escasos resultados conseguidos con el tratado de paz. Por ello, la paz de Wad-Ras los decepcionó y, por ello también, su atención se centró en los principales éxitos
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bélicos de la contienda, que se granjearon el entusiasmo y la admiración de los pintores y del público, como la popularísima batalla de Tetuán, la no menos de los Castillejos y la terrible de Wad-Ras, que puso fin a las hostilidades entre Marruecos y España, con la victoria definitiva de las armas españolas. El público no deseaba ver la representación de una conferencia de paz que resultó menos ventajosa de lo esperado, sino emocionarse con el espectáculo de la valentía y las victorias de los soldados españoles arrollando a las hordas de salvajes kábilas. Por ello, frente a la imagen ennoblecedora que del enemigo marroquí nos mostraran Alarcón o Fortuny, surge paralelamente otra visión pictórica diferente de la Guerra de África, en la que los pintores nos muestran una imagen claramente partidista y negativa del enemigo, la del feroz y sanguinario moro. Existen muchos ejemplos de cuadros de este tipo, pero creemos que podría ser paradigmático el del gerundense Francisco Sans y Cabot (18281881) que representa a El general Prim, seguido de voluntarios catalanes y el batallón Alba de Tormes, atravesando las trincheras del campamento de Tetuán (Museo de Montjuic, Barcelona), en el que vemos al general Juan Prim y Prats, sable en alto sobre su caballo, alzando este las patas delanteras —en media corbeta—, sobre los caídos moros, mientras que otros, despavoridos, huyen ante su presencia y el arrojo de sus tropas. En este cuadro no se dignifica al enemigo marroquí —al que se representa, además, con aspecto cruel—, sino que simplemente se le aplasta. Por añadidura, la pose de Prim es —y no es casual— la misma con la que la iconografía tradicional española representa a Santiago matamoros en la batalla de Clavijo. La equiparación no puede ser más significativa. Al servirse el pintor de esa popular iconografía para caracterizar al general Prim, lo transforma, en el subconsciente colectivo español, en un nuevo Santiago continuador de la Reconquista en tierras africanas, convirtiendo así esta guerra en una evocación del espíritu que animó a aquella. Idéntica apreciación del adversario marroquí se nos manifiesta en el cuadro Episodio de la Guerra de África en 1860 (Palacio del Senado, Madrid), del pintor malagueño de adopción, nacido en Portugal, César Álvarez Dumont (1866-1945), en el que se nos muestra a un enemigo de oscura piel y semblante feroz arrollado por el empuje de las tropas españolas. Este cuadro fue pintado en la tardía fecha de 1898, evocando las glorias de aquella guerra de 1859-1860, ante los ataques marroquíes al entorno de Melilla de 1871 y 1893-1894. Y no fue una excepción, ya que fueron muchos los cuadros referentes a la Guerra de África realizados con posterioridad a ella, al hilo de los sucesivos conflictos que, en una espiral ascendente de violen-
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cia, se generaron entre Marruecos y España a partir de la paz de Wad-Ras. Estos altercados y ataques fronterizos despertaban en la memoria de los españoles las victorias de aquella guerra; y fueron la causa, sin duda, de la realización de estos tardíos cuadros con asuntos de la misma, recordando así al pueblo y al Gobierno que, ante estos nuevos ataques, la victoria seguía siendo posible. Y lo fue, porque debido a la importancia de los citados sucesos de Melilla de 1893-1894, se desató, inevitablemente, un nuevo conflicto armado entre España y Marruecos, que concluyó con la victoria del ejército español, mandado por el general Martínez Campos. Sin embargo, como, por un lado, el sultán no respetara los acuerdos que se le impusieron y, por el otro, se procediese a la ocupación española de la parte de Marruecos que le concedía el tratado hispano-francés de 1902, se originó así una nueva agresión en 1909, que llevó al descalabro español conocido como del Barranco del Lobo, compensado por la posterior victoria de las tropas españolas. A partir de aquí, la progresiva escalada de los conflictos habidos con Marruecos a lo largo del siglo XIX alcanza su nivel máximo. Pero ya no responderá la sociedad española con la voz unánime y entusiasta que lo hizo cuando la Guerra de África de 1859-1860 e, incluso, posteriormente, sino que estará dividida con respecto al problema marroquí, debido a los cambios habidos en su seno a finales del siglo XIX. Factores de estos cambios fueron el pesimismo y desencanto generado en la sociedad por nuestro desastre colonial de 1898, los regionalismos y nacionalismos que este potenció, el nuevo e importante papel político de los partidos de izquierda y extrema izquierda y las luchas obreras de clase. Todo ello hace que, con el cambio de siglo, se produzca una profunda transformación en la actitud de buena parte de los españoles frente a los sucesos de África. Mientras unos —generalmente de derechas— siguen viendo en los agresivos rifeños a indómitos salvajes, crueles y sanguinarios, a los que hay que civilizar, otros —habitualmente de izquierdas— los contemplan como patriotas que defienden su independencia, rechazando cualquier nueva aventura colonial. Pero, a pesar de esta división político-social, aún se seguirían produciendo cuadros elogiando la valentía y el noble sacrificio de los soldados españoles, por lo que, como lógica consecuencia, nos muestran, a su vez, al marroquí como un kábila sanguinario y traidor. Así lo ejemplifican dos cuadros del valenciano Antonio Muñoz Degrain (1840-1924). El primero, titulado El cabo Noval (Museo de Bellas Artes, Valencia), se refiere a los sucesos de Melilla de 1909, y en él se nos representa el heroísmo del cabo español, que sacrificó su vida por avisar a sus compañeros del campamento de un trai-
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cionero ataque nocturno de moros que se hacían pasar por españoles (Catálogo oficial, 41, nº 424; García: 170-173). El segundo cuadro narra un heroico hecho acaecido durante el llamado desastre de Annual de 1921, en plena guerra por el Protectorado, cuando la imprudencia del general Fernández Silvestre ante la kábila de Abd-el-Krim hace que caigan las posiciones de Annual, Igueriben y Monte Arruit, produciendo un descalabro de miles de muertos. El cuadro se titula, gráfica y significativamente, Los de Igueriben mueren... (Museo de Bellas Artes, Málaga), en el que Muñoz Degrain nos describe el heroísmo del comandante Julio Benitez, que defendió hasta la muerte su pequeño fuerte de un numeroso ataque de moros (Rodríguez: 114, última lám.), dejando escrito en un muro del blocao que los de Igueriben preferían morir antes que rendirse. Otro pintor, Emilio Martínez Medal, insistiría en esos trágicos sucesos, realzando el heroísmo de los españoles frente a la traición de los moros. Se trata del cuadro titulado, significativamente también, La traición de Monte Arruit (Catálogo del Segundo Salón, nº 178), cuyo título es lo bastante gráfico como para que no necesite ningún comentario sobre la visión que la obra aporta de los marroquíes. Vemos, pues, que, como no podía ser de otro modo, los sucesivos conflictos habidos con Marruecos, desde la Guerra de África de 1859-1860, tenían, por fuerza, que generar en la sociedad española una imagen negativa del marroquí que, necesariamente, se reflejó también en la pintura. Es la imagen turbia del moro malo —como la ha calificado Alfonso de la Serna—, consecuencia de esa serie de sangrientos conflictos, que han dejado en el alma española mala imagen y enconados sentimientos hacia el berberisco (Serna: 14). Ni que decir tiene que los cuadros que acabamos de mencionar representan la imagen plástica de esa progresiva visión negativa del marroquí a que alude De la Serna, por ello hemos querido citarlos a guisa de ejemplo. 3. La moromanía fin de siglo y el vanguardismo fauvista de Iturrino
Al margen de estas obras pictóricas que venimos mencionando, comprometidas ya sea con la paz o con la guerra, surge paralelamente en la pintura española de fines del siglo XIX otro tipo de orientalismo marroquí, al que podríamos calificar, en gran medida, de temática superficial y estética decadente, respondiendo más a los dictados de una moda de tipo aristocrático y burgués que a un compromiso con la realidad. Pues, a pesar de todo, las modas actúan, tanto en la paz como en la guerra. Y no debemos olvidar que detrás de las modas artísticas opera el dinero. Así pues, al socaire de toda esta serie de conflictos con Marruecos, se origina en la pin-
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tura española una moda que buscaba la consecución de la fama y el dinero fáciles, al amparo del éxito artístico y comercial alcanzado por los cuadros orientalistas de asuntos marroquíes de Fortuny. Esto fue causa de la excesiva proliferación de pinturas de este tipo durante la segunda mitad del siglo XIX, generalmente de escasa calidad y menos información etnográfica, realizadas muchas de ellas por pintores mediocres —y no tan mediocres— que no vieron Marruecos ni desde esta orilla del Estrecho. Este es el fenómeno pictórico calificado en 1879 por Moja y Bolivar, en tono de chanza, como moromanía (Moja: 366-367). En esta moromanía de estudio de pintor —salvo el caso de algunos pocos que realizaron un corto viaje al norte de África—, cayeron también pintores de calidad, como el murciano Juan Martínez Pozo (1845-1871), el palentino Serafín Martínez Rincón (1840-1892), el sevillano Manuel García Hispaleto (1836-1898), el barcelonés Francisco Masriera Manovens (1842-1902), el gerundense Tomás Moragas Torras (1837-1906), el sevillano Fernando Tirado y Cardona (1862-1907), el gaditano Salvador Viniegra y Lasso de la Vega (1862-1915), el madrileño —de Colmenar de Oreja— Ulpiano Fernández-Checa y Saiz (1860-1916), el madrileño Ricardo de Madrazo y Garreta (1852-1917), el barcelonés Antonio Fabrés y Costa (18541936) o el valenciano Manuel Benedito Vives (1875-1963). Fueron algunas de las excepciones aludidas el malagueño de adopción, nacido en Portugal, César Álvarez Dumont (1866-1945) y el sevillano José Villegas Cordero (1844-1921) que, aunque realizaron un breve viaje a Marruecos y tuvieron, por tanto, solo un superficial conocimiento del país, esto hizo, sin embargo, que consiguieran con sus obras orientalistas marroquíes de estudio una ambientación más cercana a la realidad. El resto de los citados —y otros más de menor calidad que no nombramos— pintaron, con mayor o menor acierto, escenas morunas, ya fuesen de interiores, representando a los consabidos faquires, esclavas, odaliscas o ficticios harenes, como de exteriores, reproduciendo a algún moro contador de cuentos o a caballo o llevando al hombro su espingarda junto a un famélico perro; todo ello pura fantasía, apoyada en una imaginería de revistas ilustradas o fotografías, pero lejos de la realidad marroquí. Inevitablemente, esta visión —generalmente meliflua, literaria, y siempre falsa— del orientalismo en general y del marroquí en particular, como ocurre con todo esnobismo, tuvo su momento, debilitándose con el tiempo hasta pasar de moda. Simultáneamente a este tipo de falso orientalismo marroquí, y creciendo en fuerza a medida que ese la perdía, va surgiendo otro que, aunque incidiendo también en las escenas costumbristas, buscaba, sin embargo, una
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más directa inspiración en la realidad de aquel mundo. Y esto se fue haciendo posible a medida que la progresiva pacificación de Marruecos permitió a los pintores españoles cruzar el Estrecho y poder entrar así en directo contacto con la vida cotidiana marroquí, como hizo anteriormente Fortuny. De esta forma —según nos dice el entonces famoso crítico de arte José Francés—, desde los primeros años del siglo XX, los artistas que abordan los temas pictóricos marroquíes componen sus asuntos basándose en la realidad, reproduciendo con mayor exactitud la luminosidad, los lugares, los tipos y las costumbres, abandonando cualquier clase de inspiración en frívolas fantasías o superficialidades literarias, propias de esnobismos aristocráticos (Lago). Dentro de esta tendencia orientalista, de carácter más realista, podemos destacar, entre otros, a pintores como el gaditano —de Jerez— José Gallegos Arnosa (1857-1917), el valenciano —de Godella— José Navarro Llorens (1867-1923), el valenciano Antonio Muñoz Degrain (1840-1924), el también valenciano José Benlliure Gil (1855-1937), el sevillano Gonzalo Bilbao Martínez (1860-1938) o el sevillano —de Cantillana— Ricardo López Cabrera (1864-1950). Las obras de estos pintores nos muestran una mirada hacia el mundo cotidiano marroquí alejada de los literaturismos y ensueños orientalistas, propios de los esnobismos aristocráticos de la moda que hemos denominado moromanía. Sus cuadros están ejecutados, en general, con una técnica realista, luminosa, suelta y manchista, ofreciéndonos escenas callejeras, de zocos, de fiestas y de oficios, generalmente sin protagonismos concretos, salvo algún determinado tipo popular. Estas escenas suelen ser de una cotidianidad ramplona, realizadas al igual que si el pintor representase un acontecimiento o personaje de algún pueblo español, y cuyo exotismo solo radica en incluirlas en un ambiente enormemente extraño y alejado culturalmente del nuestro. Pero, precisamente por ello, su mirada dista mucho de ser próxima, pues es la de un visitante occidental que ocasionalmente se asoma a un mundo para él ajeno y con el que no se siente de ninguna manera identificado. Y en esto estriba lo que podríamos calificar como su inmanente exotismo. Pues, aunque no nos muestran ya la imagen amenazadora del moro malo, dejando, por tanto, a un lado cualquier aspecto negativo, sin embargo, tampoco encontramos en estos cuadros ningún tipo de aproximación afectiva hacia ese mundo; a lo más algún rasgo de simpatía hacia el mismo que pudiera despertar en el pintor su breve estancia en ese país. Si buscáramos una analogía moderna a la posición de estos pintores respecto a Marruecos, no nos confundiríamos mucho si la calificáramos de turismo pictórico.
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Similar posición a la de estos pintores, respecto al mundo marroquí, es la que también mantuvo el santanderino Francisco Iturrino González (1864-1924) (Catálogo exposición Iturrino; Sánchez: 49), aunque muy alejado de ellos estilísticamente, debido a lo avanzado de su estética. Iturrino se formó en Bruselas y París tomando parte en las vanguardias europeas del momento, alcanzó consideración internacional y fue el máximo cultivador del fauvismo en España. Amigo de Matisse, realizó junto a él un corto viaje a Tánger en 1911, que lo llevó a ejecutar obras de asuntos marroquíes, gustando de las escenas callejeras y de los zocos, llenos de luminosidad y colorido, interesándose también por la figura femenina. Todo ello tratado con un vanguardismo pictórico muy avanzado respecto al estilo de los anteriores pintores citados, lo que proporciona a sus obras un aspecto de exótica modernidad, muy en relación con el orientalismo de Matisse. 4. A las puertas del Protectorado Tapiró, un pintor dedicado a Marruecos
Ninguno de los pintores hasta ahora tratados siguió la línea iniciada por Fortuny al contactar con el mundo marroquí, ninguno supo expresar como él su visión cotidiana del mismo; para ello hacía falta un mayor acercamiento, tanto espiritual como material, no bastaba con el deslumbramiento exótico o el entusiasmo personal; esto solo sería posible con la convivencia. Y es esta la que se constituyó en elemento fundamental para la imagen que de dicho país transmitirían después pintores como Tapiró y Bertuchi, verdaderos pilares en la construcción de una visión desprejuiciada y veraz del mundo marroquí. Y esto lo consiguieron mediante su decidida actitud personal, la cual les permitió acceder a esa proximidad física y sentimental a que nos referimos, que entrañaba, ya de por sí, una íntima compresión social y cultural de dicho mundo y que, por consiguiente, llevaba implícita una visión esencialmente diferente a las anteriormente aportadas. Ellos fueron quienes, simultáneamente a esa ocasional aproximación pictórica al mundo real de Marruecos y sus gentes —que, como anteriormente vimos, se estaba produciendo entre ciertos pintores españoles de esos momentos—, van a llevar a cabo este otro acercamiento, más profundo y decisivo, respecto a una representación veraz, desprejuiciada y hasta encariñada del mundo marroquí. Tapiró y Bertuchi dedicarían, sucesivamente, sus vidas y su arte a Marruecos, si bien involucrados en ello de forma diferente, debido tanto a sus respectivas posiciones personales como a las
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diferentes épocas que en Marruecos vivieron. Y no deja de llamarnos la atención que ambos entraran en contacto con Marruecos en medio de dos guerras: la de 1859-1860 para Tapiró y la campaña del Rif de los años veinte para Bertuchi. La guerra se presenta así, a la vez, no solo como elemento de confrontación, sino también de encuentro; se convierte en una sorprendente vía de acercamiento y de conocimiento. Tapiró, pero sobre todo Bertuchi, enamorados de Marruecos y sus gentes, transmitirán a España, por medio de su pintura, una visión real y atractiva de ese país, libre de prejuicios atávicos, llena de color, de luz y de simpatía. Cronológicamente hemos de tratar en primer lugar la figura del reusense José Tapiró y Baró (1836-1913) (Ossorio: 656-657; Ortega: 249-255; Díaz de Villegas: 59-62; Sastre: 384), artista decisivo en la creación de ese acercamiento pictórico, real y desprejuiciado, al mundo cotidiano marroquí. El contacto inicial de Tapiró con Marruecos se produjo durante la Guerra de África de 1859-1860, como antes dijimos, contienda a la que marchó acompañando a su gran amigo de infancia y profesión Mariano Fortuny; y con quien volvió a visitar Marruecos en el viaje que aquel realizó, nuevamente, en 1871. Pero, al igual que ocurrió con su amigo Fortuny, el conflicto bélico no distorsionó la visión de Marruecos que Tapiró se había forjado, sino que le sirvió de medio para descubrir y acceder a un mundo para él fascinante. Tapiró, como Fortuny, supo soslayar los enconos bélicos y apreciar con otra mirada al pueblo marroquí, como haría posteriormente también Bertuchi, lo que claramente se manifiesta en sus pinturas. Pero la admiración y atractivo que despertó en Tapiró el abigarrado y colorista mundo marroquí fueron muy superiores a los experimentados por Fortuny, hasta el punto de que, a la muerte de este, determinó marcharse a vivir a Marruecos, estableciéndose en Tánger en 1876. Una vez allí aposentado, compró el primer teatro que en dicha ciudad se había construido y lo convirtió en su estudio y museo, viviendo y trabajando en Tánger los treinta y siete años restantes de su vida. Fue, por tanto, el primer pintor español establecido en Marruecos, donde vivió gran parte de su vida y, consecuentemente, el primero también en tener un contacto permanente y continuado con el mundo marroquí. Como consecuencia de haber vivido casi toda su vida profesional en Tánger, fue en esa ciudad marroquí donde Tapiró realizó la mayor parte de su producción pictórica, dedicada, como no podía ser de otro modo, íntegramente a los asuntos de la vida cotidiana de la sociedad marroquí, por lo que podemos afirmar que fue un pintor orientalista por excelencia. En su pintura se nos manifiesta el apasionamiento y la fascinación que sintió por
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Marruecos, por el exotismo de sus gentes, por sus peculiares costumbres, plasmando todo ello con gran realismo y detalle. Casi toda su obra está ejecutada a la acuarela, de la que fue maestro indiscutible, siendo escasos los óleos que realizó con asuntos marroquíes. En dichas acuarelas se evidencia esa íntima relación del pintor con su entorno marroquí, fruto de los largos años de estancia en Tánger, que le proporcionaron un profundo conocimiento de su ambiente cotidiano. Este afán de realismo lo formula el pintor, fundamentalmente, a través de los numerosos retratos de los diferentes tipos de personajes marroquíes que realizó, ya fuese destacando en ellos su condición social —expresión de algún oficio u ocupación— o racial —bien se tratara de bereberes, árabes, judíos o negros—; mostrándonos en todos ellos un escrupuloso estudio psicológico y etnográfico de dichos personajes, acompañado de una expresión iconográfica muy detallada, patente en los profusos detalles de las indumentarias de los numerosos y distintos tipos sociales y raciales del entonces variopinto mundo marroquí (Arias: 1988, 90-91). Esta minuciosidad iconográfica se acentúa en los retratos de mujeres en trajes de boda —por su sobrecargado ornamento—, llevando sus ricas telas bordadas abigarradas de adornos y de joyas, lo que proporciona a estos retratos un aspecto de auténticos iconos vivientes (Arias: 1988, 88-89). Da la impresión, a veces, de que esta galería de retratos marroquíes de Tapiró podría conformar el repertorio de ilustraciones de un estudio etnográfico (Gaya: 346), pero la realidad es que, superando esa primera sensación, comprobamos que están realizados con ese acercamiento humano, lleno de simpatía y proximidad familiar a que hemos aludido. Estos retratos, verdaderamente excepcionales, constituyen la parte principal de su producción, junto a la pintura de costumbres marroquíes, en la que también se nos pone de manifiesto esa profunda experiencia ambiental de dicho mundo que el pintor había alcanzado. Son escenas costumbristas de carácter íntimo y veraz, no exentas aún de cierto tinte romántico y preciosista, pero siempre atentas a una realidad que le era muy próxima. Sobresalen entre ellas las de interiores, por su especial carácter íntimo, alejadas del bullicio callejero que tanto llamaba la atención de otros pintores esporádicos visitantes de Marruecos. Y aquí radica precisamente una de las grandes diferencias de Tapiró respecto a ese tipo de artistas. Ellos solo podían ver en sus cortas visitas el exterior marroquí, pero no tenían ocasión de acceder a su intimidad. Esta solo estuvo reservada a un pintor como Tapiró, a quien sus largos años de estancia en Tánger, y las múltiples relaciones de confianza y amistad entabladas a lo largo de ellos, le permitieron acceder incluso al reservado mundo de las mujeres. Lejos quedan las fan-
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tásticas escenas de harenes de los orientalistas de taller. Tapiró nos muestra la realidad marroquí, abordándola con el realismo, refinamiento pictórico y el cariño que implica su profunda relación, conocimiento y acceso a una intimidad privilegiada. Pues, como se ha dicho, si Tapiró decidió irse a vivir a Marruecos no fue para continuar representando un Oriente pintoresco y evocador, sino para enfrentarse a la realidad de un pueblo y sus costumbres (Capelástegui: 1988, 70). Lo consiguió plenamente y, aunque su pintura no llegó a alcanzar la difusión de la de Bertuchi, sirvió también para difundir su visión de la realidad marroquí a parte de la sociedad española y extranjera de su momento. 5. Mariano Bertuchi, pintor del Protectorado
Junto a Tapiró, el otro gran pintor de Marruecos fue el granadino Mariano Bertuchi Nieto (1884-1955) (Dizy: 2000). Curiosamente, por azar del destino, este toma el relevo de aquel, pues cuando Bertuchi se establece en Tetuán, en torno a 1915, está casualmente reemplazando a Tapiró como pintor de Marruecos, que había fallecido en Tánger en 1913 (Arias: 1988, 48; y 2000, 40). Bertuchi, al igual que Tapiró, tras un primer viaje a Marruecos a los catorce años, quedó totalmente entusiasmado y ganado por el mundo marroquí, como un escenario apasionante para su pintura. Y, a partir de aquí, a él se dedicó. Primeramente en España, cultivando en su juventud los asuntos orientales de inspiración marroquí y, luego, en su madurez, yéndose a vivir a Marruecos, a Tetuán, como ya hemos dicho, ciudad en la que permaneció hasta su muerte. Pero Bertuchi no se limitó a ser solamente un pintor de Marruecos, al estilo de Tapiró, sino que se implicó en el proceso de colonización español, interviniendo activamente en él. Primero, cubriendo como cronista gráfico la campaña militar de pacificación del Protectorado, actividad por la que le fue concedida la Cruz del Mérito Militar. Posteriormente, ejerciendo cargos en la Administración colonial relacionados con el arte, siendo inspector jefe de los servicios de Bellas Artes en el Protectorado, y creando diversas escuelas de arte, como la Escuela de Bellas Artes de Tetuán, de la que fue profesor; la Escuela de Artes y Oficios Marroquíes de esa misma ciudad, de la que fue director; la de Artes Indígenas de Tagsut; o la de Alfombras de Xauen, entre otras; además fue también creador y director del Museo de Tetuán; contribuyendo así a la defensa y conservación del arte y la artesanía tradicionales marroquíes. Otra faceta importante de su quehacer oficial artístico en el Protectorado estuvo dedicada al urbanismo y a la restauración
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de edificios, siempre mostrando gran respeto hacia el entorno estético tradicional tetuaní, procurando su preservación. Pero esta meritoria labor, y su dedicación pictórica al mundo marroquí, no deben hacernos olvidar que Bertuchi fue un funcionario de la Administración colonial española en el Protectorado. Pues, a pesar de su entusiasmo y cariño por el mundo marroquí, no duda, a través de sus obras, en ensalzar las gestas militares de la conquista y colonización española, indicándonos así cuál era su papel en el proceso colonial (Capelástegui: 1988, 72). Desde este punto de vista, su relación con Marruecos guardaría cierta semejanza a la que tuvo Rudyard Kipling con la India colonial británica, a la que amó y dedicó tantas obras suyas, pero sin dejar nunca de sentirse inglés. Y como Kipling escribió la India, Bertuchi pintó Marruecos, sin dejar nunca de sentirse español. Además, la visión que de Marruecos nos proporcionó la pintura de Bertuchi puede decirse que ha llegado casi hasta nuestros días, al igual que sucede con la de la India de Kipling. Sin quitarle ningún mérito artístico a Bertuchi —que lo tiene y mucho—, no hay duda de que la gran difusión que alcanzó la visión de Marruecos, que nos aportan tanto su pintura como su labor de ilustrador, se vio favorecida, además de por su valía personal como pintor, por los importantes cargos oficiales que ejerció en el Protectorado. No hay duda de que los medios de propaganda gubernamentales vieron, en su atractiva visión pictórica de Marruecos, un magnífico altavoz para difundir la labor de España en el Protectorado. Así, la pintura de Bertuchi, sus ilustraciones para revistas y libros, sus carteles de turismo y sus famosas series de sellos de temática marroquí conformaron, en gran medida, la visión que del Marruecos colonial se forjó la sociedad española desde los años treinta hasta bien entrados los sesenta. En esto, como en otras vertientes suyas, ejercidas oficialmente durante el Protectorado, la labor de Bertuchi fue trascendental. Su importancia además radica en que con su arte cambió, en gran medida, la visión tradicional que de Marruecos teníamos los españoles, tratando de deshacer —y consiguiéndolo en parte— ancestrales tópicos generados por los sucesivos conflictos bélicos. La imagen próxima y realista de Marruecos que ofrece su pintura cambió, igualmente, las visiones triviales que de ese mundo mostraban otros pintores casi contemporáneos suyos; llegando incluso a afectar a una incipiente corriente turística que empezaba a ver atractiva —a través de su arte— a la entonces considerada como una provincia africana de España. A diferencia del repertorio pictórico de Tapiró —reducido prácticamente a los citados retratos, realistas y minuciosos, de carácter casi etnográfico y a escenas costumbristas en interiores ricos y recargados—, el de Bertuchi
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se abre a la riqueza variopinta que le muestra el mundo de las calles, plazuelas, jardines, cafetines, fondaks o zocos, rebosantes de una humanidad colorista, enmarcada en unos volúmenes arquitectónicos definidos por los juegos de luces y sombras en diferentes matices de blancos, azules, ocres claros y suaves malvas. A Bertuchi le interesan, sobre todo, los paisajes urbanos, donde se nos manifiesta el discurrir de la vida cotidiana marroquí, sin que se destaque, normalmente, ningún protagonista concreto. Un tipo de temática que, si le quisiéramos buscar una comparación, la encontraríamos en las xilografías japonesas del Ukiyo-e. Como en estas, en los paisajes urbanos de Bertuchi la vida de la calle fluye ante nuestros ojos; un flujo humano cargado de vida, de color, de dinamismo; la multitud anónima es la protagonista. El artista trata de detener y preservar un instante de la vida callejera atrapándolo en el papel o en el lienzo. Así, la dinámica de lo cotidiano se convierte en la clave temática de su obra. Bertuchi, con sus paisajes urbanos y campestres del Marruecos colonial español, plagados de esas escenas callejeras, de aglomeraciones humanas, mostrándonos el espectáculo del discurrir de la vida cotidiana, o con sus representaciones festivas de la carrera de la pólvora, o el espectáculo oficial del séquito del jalifa en las calles, o las harkas desfilando ante el comisario general de Marruecos, etc., nos ofrece una secuencia espléndidamente realista y bella de la vida cotidiana marroquí durante el Protectorado. Es, precisamente, su permanente estancia en Marruecos y su diario contacto con la vida cotidiana de sus habitantes lo que lo llevó a reflejar una realidad tan directa de ese mundo y de sus gentes, dando así fin a las fantasías orientalistas de herencia romántica con las que, tradicionalmente, era visto. Su pintura desmitifica completamente las narraciones exóticas o las fantasías orientales románticas, destruyendo, además, atávicos prejuicios (Capelástegui: 1988, 72). Esa familiaridad con la realidad marroquí, con su vida diaria, lo lleva a realizar una obra tan próxima a dicha realidad y tan abundante que puede considerarse un auténtico testimonio del habitual quehacer popular y oficial de nuestro antiguo Protectorado. Sus moros no infunden ni rechazo ni recelo, sino que son gente común, con sus tareas e inquietudes habituales, como las gentes de cualquier otro pueblo. Bertuchi es, por tanto, el pintor de la vida cotidiana del Marruecos colonial español, plasmando ese discurrir vital que desfila ante sus ojos, sin ningún prurito de exotismo o interés etnográfico, sino como la cosa más normal del mundo: un pueblo que vive su vida como todos los demás. En cuanto a la evolución de su técnica y estilo pictóricos, diremos que Bertuchi, en su juventud, había partido de una casi infantil y romántica en-
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soñación orientalista inspirada en la pintura de Fortuny, siendo innegable la influencia de este pintor en sus primeras obras. Pero, ya desde muy joven, pretendió crearse su propio estilo, consiguiendo con el tiempo ir desarrollando un lenguaje particular, caracterizado por el empleo de una técnica luminista, llena de colorido y de luminosidad, entroncada, sin duda, con los luministas valencianos, como Sorolla (La exposición; Aróstegui; Capelástegui: 1988, 68), pero acompañada de una ambientación y una atmósfera muy personales. Pasado el tiempo, esta técnica luminista se iría haciendo más suelta y fluida, alcanzando, ya en la madurez de su estilo, unos acusados contrastes de luces y sombras, muy característicos del pintor (Vallina: 75); lo que ha hecho que, en ocasiones, también se le haya calificado de impresionista (L‘exposition); sin embargo, a pesar de esta evolución personal, su pintura permaneció ajena a la dinámica de los cambios pictóricos contemporáneos. Con esa técnica suya, de pincelada rápida y empastada, los paisajes urbanos de Bertuchi y sus escenas de la vida oficial colonial constituyen un auténtico espectáculo de luz y de color, ya se le califique de luminista, de impresionista o de postimpresionista. Otra importante faceta del arte de Bertuchi —a la que aludimos anteriormente— fue la de cartelista. Desde fecha temprana ya existía en la zona del Protectorado la Comisión Especial de Turismo, aunque su reglamento no se creó hasta el año 1930, siendo Bertuchi vocal de la misma desde su creación. Dicha Comisión fue sucesivamente dependiente primero del Patronato Nacional de Turismo de la Monarquía, luego del Comité Oficial de Turismo de la República y posteriormente del Ministerio de Turismo durante el Gobierno del general Franco (Abad: 99-100). Aparte de los carteles de carácter militar, como los destinados al enganche en el Tercio, Bertuchi realizó para dicha Comisión Especial de Turismo la mayoría de los carteles de propaganda turística del Protectorado español de Marruecos. Estos carteles, concebidos mediante imágenes que aúnan su gran belleza artística con la consecución del deseado impacto social que se buscaba como reclamo turístico, indudablemente ejercen una gran atracción visual sobre el espectador, logrando plenamente el objetivo que con ellos se pretendía de lenguaje visual directo al público. Bertuchi nos muestra en sus carteles que es un maestro en este arte, tan unido al léxico de la pintura, pero, a su vez, con sus particulares condicionantes estructurales, que fueron prontamente asimilados por el pintor. Bertuchi entendió en seguida que el cartel debe ser concebido en función del objetivo al que va dirigido y a la consecución del mismo, habiendo que partir por tanto del análisis del mensaje que se quiere transmitir y estando, por consiguiente, supeditado a
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ello tanto la disposición de las imágenes como el colorido y su distribución, requiriendo por todo ello de unos medios estilísticos y técnicos concretos y sencillos, pero impactantes, con el fin de que su lectura sea fácil y rápida, llegando de inmediato al espectador. Son carteles, como decimos, de gran belleza visual, pudiéndose escoger cualquiera de ellos como ejemplo; bastenos aquí con citar el de la Puerta de la Casbah de Tánger, el de La vega de Alhucemas, el de Una calle de Alcazarquivir o los varios que realizó con vistas de Tetuán. Unida, en cierto modo, a esta faceta está la de autor de los dibujos originales para las emisiones de sellos de correos con asuntos del Protectorado. Su colaboración en este campo se inicia con la emisión de la primera serie especial de sellos con temas marroquíes en 1928 y no se interrumpirá ya hasta su muerte en 1955. Son series dedicadas a diferentes aspectos de la vida marroquí, estando concebidas programáticamente por directrices gubernamentales y realizadas con libertad por el artista. Así, tenemos escenas de la vida oficial del Protectorado, vistas de paisajes campestres y urbanos, labores rurales, ocupaciones artesanales, actividades comerciales, personajes típicos populares, además de otros dedicados a la labor sanitaria española o al correo aéreo (Gómez: 87). Estas series de sellos de correos de la época del Protectorado español llevaron, durante muchos años, el nombre de Marruecos unido al de España a todos los rincones del mundo. 6. Las exposiciones de “Pintores de África” y el crepúsculo colonial
El acercamiento realista de Bertuchi al mundo oriental de Marruecos transformó radicalmente el tradicional concepto que se tenía sobre la pintura orientalista en España. A ello había contribuido también el minucioso realismo etnográfico de Tapiró; digamos que este pintor constituyó un paso intermedio entre el orientalismo tradicional y el de Bertuchi. Este cambio radical en el concepto de pintura orientalista, propiciado por Bertuchi, revitalizó y actualizó dicho tipo de pintura, lo que supuso que mantuviese su vigencia entre nosotros prácticamente hasta la desaparición de nuestro Protectorado de Marruecos. Aunque incluso podemos considerar que se prolonga a lo largo de los años sesenta, década en la que decae a pesar de los esfuerzos oficiales que, por motivos políticos, tendían a mantener en vigor dicha temática. Que las instancias gubernamentales españolas vieron en ese tipo de pintura a un elemento de aproximación cultural hacia el mundo musulmán africano de nuestras colonias, con el fin de establecer vínculos entre
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ellas y la metrópolis, lo prueba el hecho de la creación de las exposiciones llamadas de “Pintores de África”. Estas fueron concebidas a manera de concurso y convocadas anualmente, desde 1950, por la Dirección General de Marruecos y Colonias, en colaboración con el Instituto de Estudios Africanos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), siendo celebradas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Mediante ellas se intentaba, desde los órganos gubernamentales, seguir manteniendo los temas marroquíes y africanos en nuestra pintura, pero ya de una manera oficial y políticamente interesada y, por tanto, bastante artificial. Todavía en la década de los cincuenta, estas exposiciones tuvieron algún sentido, debido al vínculo aún existente entre España y sus colonias africanas, lo que justificaba la creación de elementos de conexión entre ambos; pero posteriormente, la desvinculación política del Marruecos español con su antigua metrópolis, producida tras la independencia, hizo que la persistencia oficial de dichas exposiciones fuese algo que ya no tenía, prácticamente, ningún sentido al perder su fundamental razón de ser. En su mejor época, la de los años cincuenta, acudieron a ellas numerosos artistas, como el mismo Mariano Bertuchi, José Cruz Herrera, Manuel Benedito, Rafael Pellicer, Tomás Ferrándiz, Federico Rivas, Francisco Núñez Losada, Francisco Góngora, Jenaro Lahuerta, Juan Francés, Jesús Molina, José María Morató, Antonio Guijarro, etc., solo por citar algunos; contándose también con la participación de pintoras, como Josefina Miralles, Pilar Gallastegui, María Jesús Rodriguez, Carmen Díaz Grana o María Victoria Castillo. La medalla de la primera de estas exposiciones (1950) fue para el pintor africanista, residente en el Marruecos francés, José Cruz Herrera; obteniendo también medallas en otras sucesivas exposiciones Rafael Pellicer, Francisco Núñez Losada, Jenaro Lahuerta y Antonio Guijarro, entre otros. También Mariano Bertuchi participó, como hemos dicho, en estas exposiciones, presentando diversas obras fuera de concurso en las de 1953, 1954 y 1956, concediéndosele una mención especial, en la primera de estas, por su gran dedicación al tema marroquí; fue invitado de honor en la segunda; y se le concedió la medalla de las exposiciones de “Pintores de África”, a título póstumo, tras su muerte, en la tercera. En todas las exposiciones se editaba un catálogo de las mismas, completándolas con la organización de conferencias, conciertos y diversos eventos, enfocados a la publicidad y ostentación del certamen, así como a facilitar el contacto del público con la exposición y el acercamiento del mundo africano a la sociedad y la plástica españolas. El gran eco que tuvieron en la prensa —sin duda por ser actos oficiales— nos muestra el éxito de que
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gozaron y la enorme concurrencia e interés del público. De estas exposiciones destacaron especialmente las de 1953 y 1956, como cúspides de dichos certámenes. En ellas, con diferentes técnicas, soportes y tamaños, se nos muestra el mundo africano —en nuestro caso el marroquí— bajo los más variados estilos; desde los diversos realismos de herencia decimonónica, pasando por las diferentes modalidades del impresionismo o el simbolismo, hasta el fauvismo. Sin embargo, este esfuerzo oficial llegaba ya a destiempo, sobre todo después de la independencia de Marruecos; teniendo aún menos sentido el intentar mantener vivo este género pictórico incluso en los años sesenta; era como pretender resucitar algo que ya estaba muerto. Por ello, la vida que este interés oficial proporcionó a un género ya prácticamente caduco resultó ficticia. Esto podemos verificarlo repasando los catálogos de estas exposiciones, donde, salvo algunas honrosas excepciones, comprobamos que se pierde la espontaneidad original y languidecen los asuntos, sustentados por unos estilos ya también anclados en el pasado, aunque estuviesen tocados de influjos de cierta modernidad. Bibliografía * Este trabajo está basado en otro anterior mío: Arias Anglés, E.: “La visión de Marruecos a través de la pintura orientalista española”, Mélanges de la Casa de Velázquez, Nouvelle Série, tome 37-1, 2007, pp. 13-37. Abad, J.: “Tres secuencias comunicativas en Mariano Bertuchi”, en Dizy Caso, E. y Vallina Menéndez, S. (comisarios): Mariano Bertuchi, pintor de Marruecos, BarcelonaMadrid: Lunwerg Editores, 2000, pp. 93-101 (catálogo de exposición). Alarcón, P. A.: Diario de un testigo de la Guerra de África, Madrid: 1974. Arias Anglés, E.: El paisajista romántico Jenaro Pérez Villaamil, Madrid: CSIC, 1986. — (comisario) Pintura orientalista española (1830-1930), Madrid: Fundación Banco Exterior, 1988 (catálogo de exposición). — “La pintura orientalista española. Imagen de un tópico”, en Pastor Muñoz, M. (comisario): La imagen romántica del legado andalusí, Granada-Barcelona: Sierra Nevada 95-El Legado Andalusí-Lunberg Editores S.A., 1995, pp. 47-55 (catálogo de exposición). — “Pérez Villaamil y los inicios del orientalismo en la pintura española”, Archivo Español de Arte, t. 71 (281), 1998a, pp. 1-15. — “Precisiones en torno al orientalismo de Lucas y Lameyer”, Archivo Español de Arte, t. 71 (283), 1998b, pp. 241-258. — “Escacena y Daza, pionero del orientalismo romántico español”, Archivo Español de Arte, t. 72 (287), 1999, pp. 279-287. — “El orientalismo: del ensueño a la realidad”, en Dizy Caso, E. y Vallina Menéndez, S. (comisarios): Mariano Bertuchi, pintor de Marruecos, Barcelona-Madrid: Lunwerg Editores, 2000, pp. 27-41 (catálogo de exposición). Aróstegui, A. y López Ruiz, A.: Sesenta años de arte granadino, Granada: 1974.
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José Tapiró y Baró: Novia bereber MNAC-Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona.
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Francisco Lameyer Berenguer: Zambra morisca Museo del Prado, Madrid.
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Ricardo de Madrazo Garreta: Moro del sur Museo del Prado, Madrid.
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85 Museo de Bellas Artes, Bilbao.
Francisco Iturrino González: Zoco de Tánger
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Mariano Fortuny y Marsal: El vendedor de tapices Museu de Montserrat, Barcelona.
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Mariano Bertuchi Nieto: Las cofradías Ministerio de la Presidencia, Madrid.
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Ulpiano Checa: Entre dos oasis Museo Ulpiano Checa, Colmenar de Oreja (Madrid).
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Mariano Bertuchi Nieto: Larache Apunte de acuarela.
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Ulpiano Checa: El galope Museo Ulpiano Checa, Colmenar de Oreja (Madrid).
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95 Museo del Ejército de Toledo.
Mariano Bertuchi Nieto: Mal encuentro
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Carteles turísticos de Marruecos También se editaron numerosos carteles turísticos, destacando la actividad del Comité Oficial de Turismo: «Marruecos. Tetuán», «Alcazarquivir», «Arcila», «Chauen», «Larache», «La Vega de Alhucemas», «Ketama» y «Tánger». Por lo general se resaltaba el hecho de que tales lugares se encontraban «A hora y media de España». Los carteles fueron diseñados casi en su totalidad por Mariano Bertuchi, pintor granadino establecido en Tetuán entre 1913 y 1918. En los carteles que compuso para el Comité Oficial de Turismo, el «Protectorado de la República española en Marruecos» o el «Protectorado Español», nos presenta un Marruecos que, aunque anclado en la vida tradicional, siempre es tratado respetuosamente (laboriosidad, calles y ciudades limpias, comportamiento ordenado de los personajes que aparecen en las escenas, incluso en el caso de aglomeraciones, etc.) e introduce símbolos de modernidad (coches, camiones, autobuses, aviones, trenes y barcos). Sin negar una fuerte impronta paternalista en la visión de Bertuchi no es menos cierto que, por encima de ella, se impone su visión respetuosa. No en balde es considerado en la actualidad como un pintor marroquí y como el creador de la fertilísima Escuela de Tetuán. Eloy Martín Corrales, “Marruecos y los marroquíes en la propaganda oficial del Protectorado (1912-1956)”, Mélanges de la Casa de Velázquez, nº 37-1.
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El teatro nacionalista marroquí: escenario de luchas políticas y cambios sociales
Josep Lluís Mateo Dieste
1. El escenario político del teatro
Uno de los efectos del “orientalismo” a la hora de etiquetar al mundo árabe fue sin duda la creencia de que sociedades como la marroquí estaban estancadas en el pasado. Esta creencia se apoyaba inicialmente en una exclusión de la modernidad, en un ejercicio de medievalización del “otro”. Dicha ideología permitía al mismo tiempo introducir una retórica de la llamada civilización: es decir, que al situar a los marroquíes en un punto del pasado y en un atraso en la escala evolutiva, ello permitía justificar la presencia española para conducirlos hacia el progreso. Desde este punto de partida, sería un error concebir los procesos que analizo en este trabajo como una simple trasposición de fenómenos modernos que fluyen desde Europa hacia sus colonias o el mundo no-europeo. Lo que sucedió, a mi entender, fue una adopción y la construcción de una modernidad propia, al igual que estaba sucediendo en otros lugares del mundo, incluyendo las metrópolis. Los cambios socio-culturales que tenían lugar en la sociedad marroquí no se iniciaron solo con el Protectorado. Como en el resto del mundo árabe, el reformismo y la interacción con Europa venían siendo remarca-
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bles desde la segunda mitad del siglo XIX, y ello tuvo su impacto en diversas esferas. De hecho, quiero reivindicar en esta exposición que, aunque la flecha de las influencias provenía de Europa o de Oriente Medio, no hay que olvidar que el mare nostrum nunca desapareció; esto es, los flujos e intercambios entre ambos lados del Mediterráneo se mantuvieron a pesar de la construcción progresiva de los supuestos “bloques”. Los contextos locales son, de hecho, testimonio de estas influencias mutuas, que algunos autores han denominado como el “oriente en occidente y el occidente en oriente” (Todorova: 2007). Por consiguiente, el teatro árabe durante el Protectorado español del norte de Marruecos no se puede entender puramente como un género artístico trasplantado. La sociedad marroquí contaba ya con formas propias de representación, vinculadas ya bien a géneros callejeros y orales como los cuentistas o los acróbatas, ya bien a refinadas representaciones musicales de tradición andalusí, como en Tetuán, que tenían lugar en las casas privadas o en las zagüías. La novedad sería, sin duda, la construcción de unos espacios públicos que se fueron institucionalizando y que inicialmente representaron espectáculos europeos (Amine, Carlson: 2012). Mientras tanto, en Europa, no tardarían en subir a escena espectáculos populares procedentes del Magreb; o mejor dicho, fenómenos de religiosidad popular convertidos en espectáculo, y que entrarían a formar parte del género del freak y lo exótico. Me refiero al empresariado que llevaría troupes de espectáculos “indígenas” de las colonias a la metrópoli. Entre ellos, destacan los ‘isawa magrebíes, que darán lugar al género del faquirismo (Jones: 2010). Los ‘isawa eran miembros de una cofradía extática y, como cualquier miembro de cofradía, eran denominados como faquir —pobre—. Los espectáculos de fuego y cuchillos reforzaban la idea del oriente misterioso, irracional y salvaje. Tanto es así que los propios nacionalistas marroquíes de los años 1950 habían tomado consciencia de estas manipulaciones. En la zona española llegaron a criticar las apariciones de los ‘isawa en los documentales, porque ofrecían una imagen deformada de Marruecos y servían para demostrar que ante “semejante salvajismo” el colonialismo era todavía necesario (Mateo Dieste: 2003, 291). En este capítulo analizaré precisamente estas pugnas socio-políticas en torno a la representación y el papel que jugó el teatro en todo ello. En nuestro caso, observaremos la apropiación del teatro por una parte de la sociedad marroquí que se movilizó frente al Protectorado. Seguramente era esta la sección social que más se vio expuesta a los cambios sociopolíticos del colonialismo; se trataba de las clases burguesas urbanas, en
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su mayoría letradas, y vinculadas a la burocracia que el colonialismo necesitaba para implementar el sistema de gobierno indirecto. Las fuentes primarias en las que me he basado para este trabajo son principalmente los informes políticos de la Delegación de Asuntos Indígenas, sitos en un dossier de “Espectáculos públicos”, en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares. La reconstrucción histórica proviene de otras fuentes coloniales y de mis entrevistas con el dramaturgo tetuaní Mohamed Dahruch, protagonista de algunos de los hechos narrados, y el historiador del teatro en la zona norte, Redouan Hdaddou. 2. Las salas de teatro en el Protectorado
Este trabajo se centrará en los teatros de la zona norte de Marruecos y especialmente de Tetuán. Aquí encontramos precisamente el precedente más antiguo del que tengamos referencia. Con la invasión de la ciudad por las tropas españolas en 1859-60, se construyeron diversos edificios. Entre ellos figura el Teatro Isabel II, construido en 1861 por López Cámara. Este teatro se ubicaba cerca de la actual plaza Hassan II, antiguo Feddan (Dahrouch: 2008, 82). Se trataba de un gran teatro con capacidad para mil doscientos ochenta y dos espectadores, con palcos y galerías. Las primeras representaciones, unas zarzuelas, fueron en lengua española, principalmente para un público español, aunque también asistían algunos marroquíes (Bacaicoa: 1953). El siguiente teatro tetuaní, el Teatro Reina Victoria, abrió sus puertas en 1917. Propiedad de una familia judía, después de la Guerra Civil cambió su nombre por el de Teatro Nacional. El siguiente teatro, el Teatro Español, fue inaugurado en 1924, y todavía sigue funcionando como cine y espacio de festivales artísticos. Le seguirían otros como el Monumental y el Cine Avenida, mientras que en el cercano Río Martín también funcionaría el Rif Cinema. En Tánger, el más conocido fue el Teatro Cervantes, construido en 1913, y también se representaron obras en otros, como el teatro Mauritania (Akalay: 1993; González Hidalgo: 1996). Las otras ciudades del Protectorado también contaron con sus salas: en Alcazarquivir, el Teatro España y el Teatro Pérez Galdós, y también he podido documentar la representación de obras en árabe en Arcila —Asilah—, Larache, Chauen y Nador. Algunas de estas salas verán igualmente la llegada del cine en lengua castellana y árabe. Estos espectáculos constituían una especie de conexión con el mundo exterior, tal y como me comentan diversos testimonios al referir la figura de un incondicional del cine: Tuhami Wazzani. Este era un
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personaje que expresa mejor que nadie la tensión de los nuevos tiempos, como veremos más adelante, en su defensa del acceso de las mujeres al teatro. Asiduo al cine, al tiempo que fiel a sus raíces sufíes, Wazzani fue un personaje importante del reformismo nacionalista. Por tanto, su posición no refleja tanto una oposición como una conciliación entre reformismo e islam cofrádico, justamente en una época en la que se estaba labrando dicha contraposición (Mateo Dieste: 2007). Los espectáculos públicos se irían diversificando y alcanzarían también a la población marroquí no solo en el ámbito artístico del teatro, el cine o la música, sino también en el deportivo, especialmente con la creación del Atlético de Tetuán en 1922. Este flujo de ideas y referentes culturales fue muy vivo y se introdujo en la vida cotidiana de la sociedad urbana marroquí. Véase, como muestra, la anécdota referida por Amin Chaacho sobre la asistencia del músico Mohamed Daud a una actuación de Manolo Caracol en el cine de Río Martín. Sus canciones emocionaron de tal modo a Daud que este se añadió al espectáculo cantando un mawwal andalusí en el mismo modo musical (Chaacho: 2011, 103). Así pues, estos espacios conllevaron la expresión de un teatro en árabe, pero también facilitaron la transmisión de la cultura española a través del teatro y la música. Conocidos artistas españoles causaron notable influencia entre el público marroquí, tal y como refieren las crónicas sobre las actuaciones en Tetuán de cantantes como Manolo Caracol, Lola Flores, Juanito Valderrama o Antonio Molina. 3. Recepción del teatro entre la sociedad marroquí
Hasta el año 1920, las representaciones teatrales fueron realizadas por compañías españolas. Las obras en árabe empezaron en 1923 con una compañía egipcia. Poco después se fueron formando las primeras compañías en Fez (Louassini: 1992). En la zona española, como veremos, las primeras compañías estuvieron directamente vinculadas al nacionalismo reformista y sus escuelas. En concreto fue la red de escuelas denominadas Ahlia, creadas en 1924 por los padres fundadores del nacionalismo en el norte, Abdeslam Bennuna y Mohamed Daud. Una de las preguntas que surgen ante la introducción del teatro en Marruecos es saber cuál fue la reacción de la sociedad y el impacto sobre la misma. La verdad es que el teatro atrajo a unas clases determinadas. En principio, la legitimidad de esta nueva institución no fue ni mucho menos puesta en entredicho por los certificadores religiosos. Es más, muchos de los ulemas, vinculados al nacionalismo, no presentaron objeciones, sino todo lo contrario.
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Vieron en el teatro un instrumento para impulsar la reforma social en materia educativa. Como veremos, uno de los influyentes personajes como Tuhami Wazzani, miembro de los nacionalistas, sería un ferviente defensor, hasta el punto de enfrentarse a las autoridades para que su esposa pudiese asistir a las funciones o al cine, del que él era también un gran aficionado. El teatro protagonizado por marroquíes y compañías procedentes de Oriente Medio se inicia en la década de los años veinte, en plena guerra colonial. La producción teatral consistió, por un lado, en la adaptación de obras europeas clásicas y, por otro, en la elaboración de obras propias en árabe, que son las que analizaré en este trabajo, y que fueron concebidas en el marco del auge reformista y las reclamaciones nacionalistas (García Cecilia: 2005). 4. El nacionalismo marroquí en la zona norte y su relación con el teatro
La relación de los nacionalistas marroquíes con este impulso del teatro era más que evidente: algunos de sus miembros escribieron obras, los estudiantes nacionalistas participaron en las compañías que las representaban, las recaudaciones de muchas funciones se destinaban al partido y en las obras representadas se promovían los valores del mismo. El principal fundador del movimiento fue Abdeslam Bennuna, un notable de origen andalusí, que falleció en 1935. Su sucesor al frente del movimiento nacionalista tetuaní fue Abdeljalek Torres, quien vio en el teatro una buena oportunidad para difundir el ideario nacionalista. El mismo Torres escribió una de las primeras obras, titulada Victoria de la verdad sobre la mentira (1933), tras observar la potencialidad de este medio (Hdaddou: 1988). También otros miembros del partido nacionalista escribieron obras. Recordemos que muchos de los jóvenes nacionalistas de la época estudiaron en Egipto o en Palestina y ello les imbuyó aún más la retórica watani —nacionalista—. Entre los estudiantes que fueron a Egipto, Mustafa ben Abdelwahab escribió la pieza La Liga árabe, puesta en escena en 1946 por la Asociación del Estudiante Marroquí, de la que fue presidente. Incluso algunos de los notables tetuaníes vinculados al nacionalismo acogían ensayos en sus grandes casas. En julio de 1950 los informantes de la Alta Comisaría explican que tuvo lugar un ensayo y representación en casa de Mohamed Bennuna, hermano de Abdeslam, en el barrio de Tuila, para preparar una obra que se representaría en el Teatro Nacional durante la fiesta de Ramadán. En la reunión se comentaba igualmente que los ingresos de la obra se destinarían a financiar el partido nacionalista.
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Uno de los objetivos principales del reformismo era la educación, la tarbiya, y para ello Bennuna y otros impulsaron la creación de escuelas de primaria y de secundaria. La red de escuelas Ahlia fue fundamental en la difusión del reformismo y del propio ideario nacionalista. Dicha red se extendió más allá de Tetuán y llegó a las otras ciudades del Protectorado como Larache, Alcazarquivir y Chauen. Ello facilitó que, allí donde había una escuela Ahlia, los estudiantes organizaran compañías teatrales. Por ejemplo, en Alcazarquivir existía una agrupación artística denominada Agrupación Atlas. Su coordinador era Tuhami Tagmuti, y contaba con ocho personas de escena y siete auxiliares, en su mayoría jóvenes estudiantes y comerciantes. También en Alcazarquivir se había organizado un Casino del Estudiante Marroquí; en Tetuán, la Agrupación Artística de Alumnos de la Escuela Normal; y en Tánger, la Asociación de Jóvenes Tangerinos. Uno de los hechos más significativos de las representaciones promocionadas por los estudiantes de las escuelas Ahlia y del partido reformista es que habitualmente muchas de las recaudaciones de las obras iban destinadas a los fondos del propio partido reformista; a campañas puntuales, como el envío de dinero a Palestina a partir de 1948; o para ayudar a Abdeljalek Torres, que se encontraba exiliado y enfermo en Tánger. Las representaciones teatrales eran acompañadas también de otros eventos que permitían proyectar el habitus nacionalista, como la lectura de versos, conciertos o conferencias dedicadas a mostrar la necesidad de realizar cambios en Marruecos. Por ejemplo, la obra Los ignorantes claman por la enseñanza, representada en el Teatro Cervantes por los alumnos de las escuelas libres de Abdellah Gennun en septiembre de 1945, fue precedida de una conferencia sobre la enseñanza moderna. En ella se remarcaba el atraso en que se encontraban Marruecos y otras naciones islámicas, y se proponía desarrollar una enseñanza pura musulmana con el fin de alejarse de las injerencias extrañas. O se realizaban actuaciones musicales, como la de Abdelatif Amor en el Teatro Nacional de Tetuán en marzo de 1947, que interpretó unas canciones dirigidas a las jóvenes musulmanas, exhortándolas a ilustrarse. En otra ocasión, el fervor de los espectadores se iba incrementando con varios rituales políticos destacables: la llegada de Torres a los palcos, aplaudida; la llegada del jalifa, también aplaudida, mientras era recibido con los acordes de una banda; las proclamas de un discurso ensalzador de la labor de las escuelas Ahlia; y después de la obra La Liga árabe, en el Teatro Español, en abril de 1952, se cantaron y aplaudieron diversos himnos.
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5. Disensiones y efecto del patronazgo colonial
El proceso de fervor nacionalista por el teatro no estuvo exento de disensiones. Esta división en el seno del nacionalismo marroquí quedó reflejada en la existencia de una mayoría de compañías vinculadas al Partido Nacionalista Reformista, y alguna que dependía del partido rival, Unidad Marroquí, dirigido por Mekki Nasiri, como la asociación Ittihad (Unidad). Más adelante detallaré también la creación de una asociación de menor calado, impulsada por la administración colonial para dividir al nacionalismo. En estas pugnas, cada facción buscaba el éxito de sus representaciones. En un documento de 1952 sobre Villa Nador se expone que una función que debía llevar a cabo el grupo reformista conocido como La Antorcha estaba destinada a atraer a los soldados marroquíes y se recomendaba al comandante general de Melilla que impidiera la concurrencia de los militares al evento. Dicha representación desató además la lucha entre facciones internas en el movimiento nacionalista, ya que los partidarios de uno de los líderes acordaron no asistir a la función y amenazaron con expulsar del partido a quien acudiera al teatro. Como estamos viendo, el faccionalismo político de otros órdenes se extendió también al mundo del teatro. El número de asistentes a las funciones devino en muchas ocasiones un particular termómetro de la influencia política de los organizadores. Por ello, cuando los partidarios de una facción nacionalista no participaban en la obra podían boicotearla, para que la asistencia fuese baja o poco importante. Véase lo que nos indica la siguiente nota de la Delegación de Asuntos Indígenas de 17 de enero de 1951: “Con motivo de una obra celebrada en el Teatro Español, los nacionalistas hicieron propaganda en contra de la misma, al no formar parte del cuadro artístico, y consiguieron que la sala no se llenara”. Otra estrategia de la Delegación de Asuntos Indígenas para frenar la influencia del nacionalismo sobre el teatro fue permitir la creación de una compañía que tuviese una actitud mucho más condescendiente con el Protectorado. Así podemos entender la fundación de la asociación Flor de la Literatura Marroquí —Zohra al-adab al-magribi—. Los propios documentos elaborados por esta asociación nos ponen al corriente de sus intenciones políticas. En un documento sin fecha, el comité observador de la asociación convocaba un té familiar en la huerta del Chellah de Tetuán, con objeto de “confraternizar los corazones de la juventud Marroquí, con los de los hombres de la España bienhechora”.
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La asociación ya se puso en marcha en febrero de 1943. Auspiciada por las autoridades coloniales, fue creada a instancias de un hombre de nombre el Chuaij. Pronto reaccionaron en su contra los jóvenes de los partidos nacionalistas, acusándola de ser obra de la administración colonial. Frente a esta iniciativa, los dos principales partidos, que contaban con sus respectivas compañías teatrales, se reunieron en secreto para tomar medidas. Se encontraron Mekki Nasiri, dirigente de Unidad Marroquí, y la directiva de la Asociación del Estudiante Marroquí, vinculada al partido de Torres. Acordaron invertir todos los esfuerzos posibles en impedir que la nueva asociación prosperara, ya que se sospechaba que su fin real era el de deshacer los sectores nacionalistas. En dicha reunión se encargaba así mismo a Mohammed el Oddi, miembro de la Asociación del Estudiante Marroquí, que espiase a su familiar, el intérprete Yebbur Oddi, al que acusaban de informar a la Intervención española de lo que sucedía en la Asociación Flor de la Literatura Marroquí. Uno de los primeros choques tuvo lugar en torno a la primera obra que propuso la asociación, titulada Ahl el Kahf. En marzo de 1943, Mekki Nasiri denunció ante el gran visir y el juez de Tetuán que aquella obra constituía propaganda cristiana que no se podía autorizar. Por ello, la propia Asociación Flor de la Literatura Marroquí realizó una consulta oral al exministro de justicia, el alfaquí Ahmed Rhoni, por entonces presidente del Consejo Superior de Enseñanza Islámica. La asociación envió unas consultas jurídicas a Rhoni, y este respondió lo siguiente: que la obra era aceptable de acuerdo a los principios de la ley islámica; que el hecho de mostrar un suceso ocurrido a los cristianos en una época preislámica no afectaba para nada al islam; y que por tratarse de una obra histórica ello no tenía consecuencias para la religión. Por su parte, la Delegación de Asuntos Indígenas también contactó con Abdellah Guennun en su condición de ulema, y les contestó que la obra no presentaba inconveniente alguno. También lo hizo con el bajá de Tetuán, que a su vez consultó con el gran visir. Finalmente, y pese a las opiniones de los ulemas, el jalifa dio orden de que la obra no se representara, por influencia de Mekki Nasiri. La estrategia de la Delegación de Asuntos Indígenas fue de nuevo posicionarse a favor de la Asociación Flor de la Literatura Marroquí. Se conformaba así una auténtica lucha por el tipo de obras de teatro a autorizar y prohibir. La asociación protestó enérgicamente y entonces denunció que la obra de Molière, Tartufo, que representaba la Asociación del Estudiante Marroquí, y a diferencia de la suya, sí había sido autorizada. Para compensar, la Delegación de Asuntos Indígenas decidió censurar la pieza de Molière. Aún reconociendo que la obra no tenía defecto alguno que denunciar, proponían
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“buscar la exhibición de vicios vituperables, como la hipocresía (…) y dar esta pequeña satisfacción a la Asociación Flor de la Literatura Marroquí”. Las reflexiones desde la sección política de la Delegación de Asuntos Indígenas en una nota de febrero de 1943 son muy claras al respecto: “aprovechar esta ocasión para sustraer de los Partidos un buen número de sus jóvenes afiliados y simpatizantes” y promocionar una sección deportiva para promocionar a los “jóvenes adictos”. En caso de suceder así, “se les podría prestar la ayuda material necesaria” para “apartar a la juventud del veneno de la política”. Indican otros informes que el impulsor de la asociación, el Chuaij, “hubiera sido vencido de no contar con el apoyo de la Administración”. 6. Censura y control colonial del teatro
La Delegación de Asuntos Indígenas creó una sección de censura y control político, sita en Tetuán, que se ocupaba de diversas cuestiones: no eran solo las directamente políticas, como el control de autoridades, caídes, jueces, etc., o de los propios funcionarios españoles. También controlaba aquellos fenómenos e instituciones sociales que a los ojos de los mandatarios podían “subvertir” el orden colonial, como las conversiones religiosas, las relaciones mixtas y los espacios informales de encuentro (Mateo Dieste: 2003). El cine también formaría parte de esta censura colonial, similar a la que acontecía en la Península (Diez Puertas: 2003, 283-287). Un gran número de obras eran inspeccionadas por espías; algunos de ellos se repiten en los informes, como uno llamado Gafotas, que firmaba sus informes con el dibujo de unas gafas realizado con el teclado de la máquina de escribir. La censura reclamaba que los autores presentaran los guiones antes de la celebración de la obra. Y luego, además, la Delegación de Asuntos Indígenas enviaba a un informante a la sala, que daba cuenta del número de espectadores, del ambiente de la sesión y de cualquier incidente de tipo político, además de controlar que la representación se ciñera a lo que había sido expuesto en el guion. Esta circunstancia no se daba en todos los casos. El control no solo afectaba a las obras elaboradas por autores árabes, sino que también se cernía sobre traducciones al árabe de obras en lenguas europeas, como en el caso de Otelo, que fue representada en el Teatro Cervantes de Tánger, a petición de profesores de las escuelas de esta ciudad. Cabe resaltar que en dichos controles y censuras también participaban las autoridades marroquíes. Así, en una representación infantil en Alcazarquivir, el bajá de la ciudad, Mohamed el Melali, autoriza la representación
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de Venganza de la mujer, obra en árabe del egipcio Kamel Gailani, que ya se había representado en Larache con el nombre de La hija del tintorero. En su informe, el bajá declara que la obra es apta para que pueda ser entendida “por las inteligencias de los pequeños, sin que existan inconvenientes de orden político”. La vigilancia no solo se circunscribía al propio Protectorado sino que también se extendía a Tánger. En carta de octubre de 1951, el delegado de Asuntos Indígenas, Luciano Garriga, escribía al consulado de España en aquella ciudad advirtiendo que el sistema que actualmente se sigue para la censura de las obras en árabe, que han de ser representadas en el Teatro Cervantes, de esa localidad, no ofrece a la Administración las suficientes garantías, por devolverse a los interesados el libreto, las más de las veces manuscrito, lo que permite a posteriori hacer todas las modificaciones que deseen. Para evitar una sorpresa, creo que sería conveniente pedir, en lo sucesivo, dos ejemplares del libreto, a fin de que pueda quedar uno en nuestros archivos, como antecedente...
Ello indica, como reflejan los propios informes de los censores, que las compañías teatrales presentaban unos textos a la Delegación de Asuntos Indígenas, pero que luego se las ingeniaban para introducir cambios o modificaciones que expresaban críticas o permitían difundir al público mensajes de sensibilización. La censura no siempre refería aspectos de la política nacionalista, sino que los censores perseguían todo tipo de cuestiones que no se amoldaban a la moralidad nacional-católica, como en el siguiente ejemplo. En la obra La venganza del rifeño Mimun ben Yilali Quebdani, representada en Nador en agosto de 1952, la censura de espectáculos autorizaba la representación, pero prohibía el fragmento de una carta de amor dirigida a una mujer en la que se decía que “deseo besar tus ojos, morder tus labios y palpar tus pechos…”. Cualquier alusión a cuestiones sexuales era vista como un escándalo que era preciso atajar de cuajo. Sin embargo, la existencia de estas referencias indica paradójicamente la existencia de visiones mucho más relajadas del asunto en la sociedad marroquí del momento, también en referencia a cuestiones de homosexualidad, que los censores veían con preocupación. En una representación en el Teatro Español organizada por el Instituto Libre de Larache en abril de 1950, el informador advierte de un exceso de sátiras sexuales, debido a la gran presencia de mujeres en la sala. El informador refiere una escena en que se censuraba la costumbre de los musulmanes de permanecer despojados de ropa en los baños públicos, “y ‘arrastrando sus porras por el suelo’, según expresión casi literal de uno de los actores”.
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7. Temática de las representaciones teatrales
Sin duda, todas estas luchas políticas, como el control de la administración y las pugnas internas nacionalistas, tenían lugar porque se consideraba al teatro como un espacio susceptible de influir sobre la sociedad y la política de la época. El análisis de las temáticas y de los contenidos de las obras representadas nos dará una pista importante del porqué de aquellas pugnas, y sobre todo nos permite reconstruir las visiones e imágenes que la propia sociedad tenía de sí misma en este momento de cambios. Este ambiente agitado no se vería reflejado únicamente en los textos teatrales, sino también en las representaciones, entendidas como exposición corporal y espacial en los escenarios. Lo que sucedía en el interior de las salas expresaba un ethos muy particular, como la visión reformista de los nacionalistas. Esta expresión sociopolítica no tenía lugar solo en el escenario. De hecho, la interacción social que se desarrollaba en el resto del teatro era lo que más podía preocupar a las autoridades coloniales. La platea y los palcos eran el escenario de relevantes expresiones simbólicas: la llegada de determinados personajes destacados del nacionalismo generaba aplausos entre el público o se producían vivas al sultán. Los aplausos, los silbidos y las aclamaciones eran todo un juego social de críticas y aprobaciones. En algunas ocasiones, la presencia de fotos y banderas era toda una declaración de principios. Así, en una representación de 1951 en Nador, la sala fue adornada con retratos de Mohamed V y del rey Faruk. Aunque existía una variedad de géneros y temáticas, uno de los principales hilos conductores era, sin duda, la cuestión del cambio social en una época de convulsiones. Por ello voy a presentar una síntesis de las principales temáticas y la interpretación de las mismas, que en muchas ocasiones aparecen mezcladas en una misma obra. 7.1. La tensión entre lo nuevo y lo antiguo
Uno de los temas recurrentes y más repetidos en la mayoría de obras es el dilema de los protagonistas a la hora de elegir entre un mundo tradicional y un mundo moderno. En realidad, la visión de la contraposición entre lo nuevo y lo viejo no es homogénea en todas las obras. Algunas se decantan por mantener un respetuoso equilibrio entre ambas o destacan la necesidad de cambiar costumbres antiguas que no permiten el progreso y la educación, mientras que otras denuncian las falsedades y los peligros de la modernidad.
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Existe incluso una obra con el sugerente título de Entre lo viejo y lo moderno, representada en diciembre de 1950. En ella se van sucediendo situaciones en torno a la lucha entre la época antigua y sus defensores, sus costumbres y moralidad, y los partidarios de la época moderna, las juventudes europeizadas que se rinden a una sociedad banal, sin moral y basada en las falsas apariencias. Los personajes de la trama simbolizan las diferentes posturas frente a la modernidad: un padre de familia educado en la moralidad tradicional se transforma al entrar en contacto con las nuevas costumbres; una esposa virtuosa y honrada, que no puede evitar que el padre transmita una mala educación a los hijos; el hermano de la esposa, un profesor que simboliza la síntesis entre la educación islámica y la cultura moderna, y que intenta conciliar a los esposos; y la madre del marido, que encarna el sistema de creencias populares, que atribuye los cambios de su hijo a encantamientos. El marido dilapida sus bienes jugando a la lotería y su hijo se dedica a robar en la fábrica donde trabaja. Frente a todo este cúmulo de problemas, el cuñado se erige en salvador de la situación, con sus consejos conciliadores, y los personajes descarriados recuperan la sensatez. Para celebrarlo y pedir el perdón de Dios celebran una fiesta el día del ‘id al-kabir —fiesta del sacrificio. Otra obra del estilo es la conocida como Exhortación, representada en agosto de 1943 y basada en una comparación entre las costumbres musulmanas antiguas y las modernas. Dicha pieza ofrecía una moraleja sobre los excesos modernistas debidos al contacto con los europeos, que malmetía la buena moral. Entre las peligrosas tentaciones que se comentan en este tipo de obras están la lotería, el juego, la prostitución y el alcohol. 7.2. La familia y las relaciones matrimoniales
Otro de los temas recurrentes son los cambios en las pautas familiares y sobre todo matrimoniales. No he hallado referencias a relaciones mixtas, sino que las obras que tratan el tema familiar se centran casi siempre en una crítica a las formas tradicionales de matrimonio. En concreto, los autores denuncian la diferencia de edad entre los contrayentes o el matrimonio forzado sin el consentimiento de la mujer. En Delito de un padre se deja en evidencia la actitud de los padres que conciertan matrimonios para sus hijas con hombres que no conocen y que son mayores que ellas. En este caso, la hija termina cometiendo adulterio con otro hombre más joven y adecuado a sus gustos, pero finalmente el marido asesina tanto a la esposa como al amante.
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También se criticaban algunas costumbres amorosas, vinculadas a adulterios, homosexualidad y prostitución. Alguna obra era tan explícita que se podía identificar a personajes reales. Mohamed Bennani, autor de una obra titulada Tragedias de la vida social, se vengó del secretario del palacio jalifiano, que había intentado conquistar a su mujer; se rumoreaba también que otro coautor de la obra fue Brahim Wazzani, cuya mujer también había sufrido el cortejo del casanova de la casa jalifiana. El personaje merece ciertamente este calificativo, ya que, en otros documentos de la Delegación de Asuntos Indígenas, se puede observar que esta persona mantenía diversos romances con varias mujeres españolas de manera simultánea —algunas residentes en España y otras en Tetuán, casadas, solteras o menores. Para escenificar su crítica, el autor presentaba el retrato de personajes picarescos imbricados en tramas y embrollos amorosos, donde se pagaban favores sexuales e intervenían alcahuetas. En la obra se ofrecían detalles que situaban los hechos en escenarios conocidos de Tetuán, como Bab al‑‘Oqla. Resulta de notable interés el desacuerdo entre dos notas existentes sobre esta obra, en la que se menciona la práctica de relaciones homosexuales y lésbicas en Tetuán. Dice una de las notas sobre estos pasajes que “dada la idiosincrasia de los espectadores no solo no escandalizaron sino que, por el contrario, fueron los más aplaudidos...”. Contrastando las notas, quiero remarcar que esta última información es la ofrecida por el informante marroquí que realizó el informe, un kateb o escribiente llamado Mohamed Zemzemi ben Mohamed el Fartaj, que describe con cierta naturalidad esta reacción del público. En cambio, la nota elaborada por la Alta Comisaría destaca las quejas que les llegaron por las referencias explícitas al secretario jalifiano o a las prácticas homosexuales en Tetuán. 7.3. La educación como herramienta
Algunas obras refieren directamente la importancia de la formación y la educación para el futuro de la persona. En una de ellas —Quién es responsable, representada en 1952—, un padre envía a su hijo con su hermano para que haga de aprendiz de zapatero en vez de cuidarse de su educación. El niño recibe una beca y consigue ser el primero de su promoción, y obtiene otra beca para ir al extranjero. Tras conocer estos éxitos, el padre se arrepiente y le entrega un tercio de sus bienes para que pueda estudiar en la universidad; el joven se traslada a España, y la obra finaliza con el regreso exitoso del joven que ha obtenido su licenciatura.
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En Enfermedades sociales se contraponen dos modelos de conducta entre dos hermanos. Un hermano rico que ignora la importancia de la educación y otro hermano pobre que elogia las virtudes de la enseñanza. El hijo del rico empieza a jugar a cartas y a perder dinero en apuestas, y termina alcoholizado. En cambio, su primo obtiene un título en la universidad. En El mayor delito, obra representada en el Monumental en julio de 1951, se muestra a una familia que no da instrucción a sus hijos. Un pariente rico les pide la mano de su hija para esposar a su hijo estudiante, recién llegado de Egipto. Hay que recordar que en la época hubo un grupo de hijos de notables tetuaníes que estudió en Egipto y Palestina. El matrimonio encuentra dificultades por la disparidad de cultura entre los cónyuges. Para solventar esta desigualdad, los padres hacen que la mujer reciba enseñanzas de varios maestros y alcance un nivel formativo suficiente. 7.4. Religión y ciencia
El reformismo, como sabemos, no apostaba por un rechazo de la ciencia moderna, sino más bien por su apropiación y compatibilidad con el islam. Al mismo tiempo, crecía en el sí de esta visión reformista una crítica hacia aquellos que mantenían un islam basado en milagros y supersticiones. En la obra Los ignorantes claman por la enseñanza, los diálogos entre un musulmán moderno culto y un musulmán inculto y “tradicional” ridiculizan a este último. Es muy significativo que antes de una de las representaciones, en Tánger en septiembre de 1945, uno de los personajes más importantes de las cofradías musulmanas de la región, el jerife Darqawa de Tánger, presentara una protesta contra dicha obra, acusándola de ser un alegato contra su cofradía. Aunque la obra no hacía referencia alguna a los Darqawa es también evidente que este tipo de representaciones pretendía criticar y desmantelar la reputación de ciertas visiones e instituciones que el reformismo iba a considerar como contrarias a las reformas (Mateo Dieste: 2007). Ya hemos visto también que se ridiculizaban la magia y los hechizos en otra obra, simbolizados por las viejas generaciones. En una obra procedente de Líbano, se presenta la contraposición entre la biomedicina y la medicina tradicional árabe. Se trata de Los ignorantes que presumen de sabiduría, o Said, traiga el cauterizador, de Salim Ibrahim Sadr, obra cómica en tres actos, que fue exhibida en agosto de 1945. De nuevo, se proyecta el debate entre lo nuevo y lo antiguo, ahora en el terreno de la curación. En esta función cómica se muestra la apuesta entre un doctor y un curandero tradicional. El doctor le promete que si consigue curar con sus métodos le concede su hijo en matrimonio para su hija, pero que
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en caso contrario le cauterizaría la frente, como castigo, y este es el resultado final. La descalificación de las malas artes de la magia es uno de los ejes de La mujer delincuente, representada en Alcazarquivir en 1952. Pero la resolución del conflicto no deja de ser sorprendente. El relato refiere un hombre, ‘Ali, que engaña a su mujer y comete adulterio. Su esposa solicita el repudio. Al final uno de los amigos de ‘Ali sospecha que la causa de su desgracia es que la madre de la mujer lo ha embrujado y le aconseja que visite a un médico. Es decir, que se presenta a la medicina como solución del problema, pero al mismo tiempo se reconoce la efectividad de la magia amorosa. En Triunfo de la verdad sobre la mentira se entrecruzan varios de los temas aquí presentados. Por un lado, se insiste en la importancia de la instrucción y muestra los efectos negativos de la ignorancia. En esta obra se defiende el poder de la medicina moderna por encima de las supersticiones ancestrales. En una de las escenas interviene un hombre que ha estado en Alemania para curarse de una enfermedad, gracias a los métodos de la medicina moderna, después de probar sin fortuna la medicina tradicional marroquí. La retórica de la civilización y el progreso se contraponen aquí al oscurantismo y las ideas antiguas. En otra escena un padre se opone a que su hijo se vaya a estudiar a Europa para perfeccionar sus estudios en ciencias. Para convencer al padre, otro de los personajes se disfraza de hombre santo, con una larga barba y un gran turbante verde, y le insiste sobre la importancia de que el hijo emprenda el viaje. El padre termina cediendo y, como reza el título de la obra, triunfa la verdad, aunque es de nuevo muy significativo que en este reconocimiento haya debido intervenir también la legitimidad de lo antiguo —en este caso, la obediencia del padre a la palabra del supuesto hombre santo. 8. El acceso de las mujeres a los espectáculos públicos
La contabilidad de espectadores ofrecida por el informante de la Delegación de Asuntos Indígenas en una representación de julio de 1951 muestra la definitiva introducción de las mujeres entre el público. De los mil quinientos espectadores de una obra en el Teatro Español de Tetuán, se calculaba que un tercio eran mujeres. Estos datos tienen gran importancia porque denotan un cambio en las pautas de acceso de las mujeres a la esfera pública, aunque ello venía acompañado de un tenso debate mucho más amplio y que concernía al estatus
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de la mujer. Este debate estaba también vinculado a las nociones locales sobre la división entre una esfera pública masculinizada y una esfera privada feminizada. En Tetuán, este conflicto en torno al espacio público tenía su principal avalador en la figura del tiránico bajá Achaach. Este mantuvo una política de hierro durante sus años de gobierno desde 1937, ya que perseguía la entrada de mujeres a los espectáculos públicos. Ahmed ben Mohammed Achaach era descendiente de una familia que ya venía ocupando cargos del Majzén y fue ascendiendo políticamente gracias a la protección de militares españoles como el coronel López Bravo o el general Capaz. En la ficha personal elaborada por la Delegación de Asuntos Indígenas se le consideraba un antinacionalista y se remarcaba su dureza con los borrachos y las prostitutas. En realidad, en años anteriores ya tenemos referencia de algunos casos de teatros con gran asistencia femenina, incluso superior a la masculina, sobre todo en el Rif Cinema de Río Martín. Seguramente se trata de una particularidad digna de remarcar. En una obra de agosto de 1943 se refiere la presencia de cien mujeres y de cincuenta hombres, al igual que en agosto de 1948. La Delegación de Asuntos Indígenas observa que, para evitar las inconveniencias de la represión policial del bajá, muchas mujeres acudían al Rif Cinema cuando deseaban ver cine sin ser perseguidas. La cuestión parece clara. Ante la testarudez del bajá, se publicó en el diario El día que el caíd de Río Martín decía que “las musulmanas van allí al cine con la autorización tácita del Gran Visir quien envía a su mujer e hijas e igual hacen el ministro de Justicia y otras personalidades del país”. Estos cambios en la sociabilidad generaron debates simultáneos y más amplios sobre el porte del velo, el papel de la mujer en la sociedad o su educación. Es muy interesante remarcar que este debate no fue una mera discusión sobre la aceptación de valores externos, sino que el debate era completamente local y concernía la expresión de visiones contrapuestas en el seno de la propia sociedad marroquí. La visión predominante era completamente androcéntrica, pero es muy importante remarcar estos procesos de cambio ciertamente novedosos, y no necesariamente atribuibles a la presencia colonial, sino a ideas propias del reformismo islámico. En diciembre de 1949, un informe de chismes callejeros recoge la idea de que muchas familias tetuaníes verían con agrado que dejasen ir a las mujeres musulmanas al cine con sus maridos, padres o hermanos, pues la Mejaznía lo prohíbe por encargo del Bajá. Que ven bien que se prohíba la inmoralidad, pero ven mal que prohíban la asistencia de las mujeres decentes, debidamente acompañadas.
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Dichas demandas se referían por entonces a la asistencia a “películas árabes”. En diciembre de 1948, la Delegación de Asuntos Indígenas refería ya numerosos altercados debido a estas cuestiones y a la política intransigente del bajá Achaach. De manera que este enviaba a sus policías los días de función con órdenes incluso “de detener a las mujeres que se permitan tales libertades”. La Intervención Territorial de Tetuán recibía, de hecho, las visitas de familiares de mujeres musulmanas, especialmente de los esposos, “solicitando autorización personal escrita para que las mismas pudieran acudir al cine sin temor a las represiones del Bajalato”. El debate, por tanto, iba tomando cuerpo y se fue intensificando a principios de los años cincuenta. En marzo de 1950 el bajá envió una carta a veinticinco notables tetuaníes citándolos a una reunión para tratar del acceso de las mujeres a los espectáculos. En dicho encuentro, Achaach se ratificó en su intención de prohibir el acceso de las mujeres al teatro y al cine aduciendo que la actitud de la mujer era cada vez más escandalosa, porque algunas mujeres incluso se quitaban el pañuelo al entrar en los establecimientos. Recordemos que el debate político sobre los derechos de la mujer ya había emergido, incluyendo la discusión sobre el porte del velo, que tuvo su punto mediático con el mitin de la hija de Mohamed V, Lalla Aicha, en Tánger en abril de 1947, en el que mostraba parte de su cabello. Es muy sintomática la división que se hizo manifiesta en la reunión de notables de Tetuán, cuando unos aprobaron dicha medida represiva, otros guardaron silencio y otros mostraron su oposición. Hubo propuestas intermedias, como las del notario Mekki ben Abdelwahab, que propuso que se dispusiera un espacio reservado para las mujeres musulmanas o que se reservara un día a la semana para ellas. Se proyectaban así las divisiones espaciales ya existentes en otros espacios como el hammam. La discusión se complicó además porque algunos criticaban la hipocresía de Achaach y otros notables, que sí permitían el acceso de mujeres de sus círculos, negándolo a las demás. Más significativa es, si cabe, la resistencia de Achaach a que las mujeres accedieran incluso al ensanche, concebido como un espacio impropio y europeo; pero el notario le replicó que su mujer —de Achaach— era la primera en incumplir dicha cuestión. En medio de estas discusiones, el sultán Mohamed V explicitaría su actitud respecto a esta cuestión: las mujeres tenían derecho a acudir a las salas de espectáculos públicos con igual libertad que los hombres, y el mendub de Tánger puso en práctica dicha decisión. Sin embargo, en marzo de
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1950, estas propuestas del sultán recibían, según comenta una nota de la administración española, numerosas condenas públicas por parte de hombres musulmanes. Finalmente, las mujeres fueron entrando en las salas, aunque siguiendo una división espacial, con zonas de butacas para mujeres y otras para hombres. Conclusiones
Este análisis del teatro nacionalista de la zona norte nos muestra los importantes cambios que estaba experimentando la sociedad marroquí de los años cuarenta y cincuenta. Está claro también que se trataba de unas transformaciones muy circunscritas a las zonas urbanas y a unas clases sociales muy determinadas; pero las obras de teatro árabe de aquel momento eran la expresión de una visión del mundo que manifestaba la necesidad de renovar la sociedad y adaptarla a los nuevos tiempos. El proyecto reformista otorgaba una enorme importancia a la educación y por eso las compañías teatrales de aficionados surgieron de las escuelas nacionalistas. Pero el teatro no fue solo el medio de expresión de esas escuelas, sino que también devino un objetivo en sí, como espacio de representación de los cambios y, sobre todo, como ritual de poder que pretendía desafiar a la autoridad colonial. Como se ha visto, no todas las obras contenían esta dimensión política. En realidad, el propio evento social que acompañaba a la representación era investido a menudo de un cariz de protesta, con desfiles, despliegue de banderas o vivas a Mohamed V. Al mismo tiempo, el contenido de las obras representadas sí que nos permite reconstruir las preocupaciones de una clase burguesa que veía en la educación un paso necesario para la formación de la nación y la crítica anticolonial, y que observaba visiones contrapuestas frente a los cambios en materia de género y familia. Por un lado, se defendía la importancia de la educación de la mujer o la necesidad de eliminar los matrimonios forzados, pero, por otro lado, se advertía de los peligros de una modernidad que amenazaba la moralidad pública. El título de diversas piezas de teatro remarcando la oposición entre la tradición y la innovación muestra una dicotomía que era presentada como tal en la retórica social. Sin embargo, en la práctica, la conciliación entre ambas dimensiones fue más pragmática de lo que se pueda pensar, como muestra la coexistencia del pensamiento racionalista con el pensamiento sufí o de las prácticas mágicas con la medicina moderna. Finalmente, la discusión sobre el acceso de la mujer a los teatros y los cines, con posturas tan opuestas como las del bajá Achaach o la de Tuhami
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Wazzani, muestra esta tensión del proceso de apropiación local del teatro y de la construcción de una modernidad adecuada a los códigos locales de género, con sus múltiples interpretaciones. Bibliografía Akalay, M.: “Le théâtre Cervantes de Tanger: joyau de l’architecture espagnole: une passerelle entre le passé et un avenir de construire”, Revue Maroc-Europe, nº 5, 1993, pp. 177-180. Amine, H. y Carlson, M.: The Theatres of Morocco, Algeria and Tunisia. Performances traditions of the Maghreb, Hampshire: MacMillan, Studies in International Performance, 2012. Bacaicoa, D.: “Teatro en Tetuán en 1860”, Revista de literatura, nº 5, 1953, pp. 79-98. Chaacho, A.: La música andalusí al-Ála. Historia, conceptos y teoría musical, Córdoba: Almuzara, 2011. Dahrouch, C.: La obra dramática de Mohamed Dahrouch, Madrid: Tesis Doctoral, Universidad Complutense, 2008. — “La vida de un dramaturgo tetuaní: Mohamed Dahrouch”, Anaquel de Estudios Árabes, nº 20, 2009, pp. 45-56. Diez Puertas, E.: Historia social del cine en España, Madrid: Editorial Fundamentos, 2003. García Cecilia, C.: “Un siglo de teatro en Marruecos”, en Planet, A. y Ramos F. (eds.): Relaciones Hispano-Marroquíes: una vecindad en construcción, Madrid: Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2005. González Hidalgo, J. L.: “El Gran Teatro Cervantes: pasado, presente y futuro”, Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, nº 32, 1996, pp. 133-142. Hdaddou, R.: Misrah Abd al-Khālik al-Turris. Darāsat, Tetuán: 1988. Jones, G. M.: “Modern Magic and the War on Miracles in French Colonial Culture”, Comparative Studies in Society and History, vol. 52, nº 1, 2010, pp. 66-99. Louassini, Z.: La identidad del Teatro Marroquí, Granada: Universidad de Granada, 1992. Mateo Dieste, J. L.: “‘Pourquoi tu ne m’écris plus?’ Les rapports mixtes et les frontières sociales dans le Protectorat espagnol au Maroc”, Hawwa. Journal of Women of the Middle East and the Islamic World, vol. 1, nº 2, 2003, pp. 241-268. — La “hermandad” hispano-marroquí. Política y religión bajo el Protectorado español en Marruecos (1912-1956), Barcelona: Edicions Bellaterra, 2003. — “Reformism and Muslim brotherhoods in Spanish Colonial Morocco: review of an ambiguous dichotomy”, The Maghreb Review, vol. 32, nº 4, 2007, pp. 272-287. Todorova, M.: Historical Legacies between Europe and the Near East, Berlin: Fritz Thyssen Stiftung, 2007.
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Huellas arquitectónicas de un proyecto transfronterizo: la identidad andalusí
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El Protectorado español ha dejado una huella en la imagen urbana de las ciudades del noroeste de Marruecos que revela la existencia de un pensamiento proyectual. La construcción de la ciudad moderna anexa a la medina y los intentos de organizar una periferia en crecimiento exponencial, la conservación de la ciudad histórica y el diseño del ensanche con edificios dialogantes con la arquitectura tradicional nos ofrecen diferentes planos de análisis. Llama la atención un hecho: la voluntad de estilo supera el ámbito de las instituciones del Protectorado que buscan plasmar en sus fachadas una imagen identificadora: arquitectos municipales, ingenieros militares e interventores se unirán a este empeño, a través de la promoción privada. Las fuentes hemerográficas revelan el interés intelectual por el debate arquitectónico en el que participan también otros arquitectos relacionados con la investigación y la restauración del patrimonio de Al-Ándalus. La necesidad de proyectar una imagen exterior del Protectorado para promoción del turismo contribuirá a prolongar una concepción de la arquitectura inspirada en los estilos árabe, mudéjar, nazarí… que había quedado periclitada ya en las postrimerías del XIX por los protagonistas de la búsqueda de un estilo nacional y los diversos regionalismos. Aunque al debate teóri-
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co y la práctica constructiva no siempre se corresponden conceptos y formas, planteamos contrastar los testimonios construidos y las propuestas sugeridas para centrarnos en el análisis de las razones e intenciones de dicha arquitectura. Será preciso confrontar concepciones ideológicas, detectar la adopción de modelos foráneos y verificar el grado de consecución de un estilo eficaz para legitimar la acción española en la zona y asumible por los marroquíes como algo propio, debido a su valor simbólico intrínseco. Esta última cuestión resulta especialmente pertinente porque a lo largo de las tres grandes etapas del Protectorado (Monarquía, República y Franquismo) se persiguió una arquitectura expresiva de la fraternidad hispano-marroquí que diferencia las bases del proyecto español respecto de la iniciativa francesa, aunque los edificios construidos en ocasiones continúen los modelos galos, oscilantes entre el alhambrismo nazarí y la síntesis moderna de la tradición árabe. Al analizar la arquitectura oficial española, asociada a un proyecto de modernización sostenido sobre la puesta en valor de una raíz común andalusí, se desvela una iniciativa bien estructurada, defendida desde sectores políticos, científicos e intelectuales, tanto franceses como españoles. La continuidad histórica andalusí y la fusión andaluza-magrebí se revelan fértiles argumentos, que desbordan el plano estético para cobrar tintes sociológicos y antropológicos. En esta nueva aventura colonial, Francia y España parten marcados por el afán de superar experiencias anteriores: la primera intenta olvidar su acción devastadora hacia el patrimonio en Argel, mientras España plantea retomar un pasado del que se excluyó al expulsar a los moriscos, y cuya estima revivificó en buena medida el interés foráneo por el legado andalusí; y lo hace cuando se ha desmoronado su imperio americano. Ambos países coinciden en el deseo de eliminar fantasmas a través de una acción cultural protectora que incluye un programa de salvamento del patrimonio y fomento de la cultura popular. Se instrumentaliza el pasado en el presente a través de tres “lugares de memoria” (Nora: 1984): Córdoba, Granada y Fez, pilares que, junto a Toledo y Sevilla, legitiman el reconocimiento de una identidad colectiva andalusí. Esta razón territorial lleva a España a plantear la incorporación de Andalucía en su acción protectoral y regeneradora, remitiéndose a Córdoba y Granada como referentes; mientras que para Francia la memoria remota de Al-Ándalus permanece viva en la cultura popular marroquí, especialmente en la ciudad de Fez. Por ello, la gestación del estilo hispano-magrebí en la arquitectura del Protectorado español discurre por sendas paralelas, fomentando las “artes indígenas” y protegiendo el patrimonio andalusí en Marruecos.
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En los últimos años las investigaciones han desvelado aspectos y aportado herramientas de análisis (interculturalidad, alteridad, aculturación, invención cultural…), que consolidan los ámbitos de reflexión y centran las líneas de investigación sobre las intenciones de las autoridades coloniales y, especialmente, sobre el proyecto de organización social que subyace bajo la acción europea en el Magreb. En Al-Andalus: una identidad compartida. Arte, ideología y enseñanza en el Protectorado Español de Marruecos (Castro ed.: 1999), difundimos aspectos novedosos, desde una óptica interdisciplinar emprendida desde el grupo TIEDPAAN de la Universidad de Córdoba, con la participación de investigadores de las universidades Carlos III de Madrid y La Laguna (1995-1999). Las lecturas historiográficas sobre el fenómeno colonial y poscolonial se enriquecen con las reflexiones de investigadores marroquíes, franceses y españoles que confirman la importancia que tuvo la acción en el Magreb y la incidencia profunda que ejerció sobre las mentalidades y las formas de vida marroquíes. Al hacer dialogar las posiciones sostenidas por Louis Hubert Lyautey o Henri Terrasse con las de Leopoldo Torres Balbás o Rodolfo Gil Benumeya, apreciamos las diferencias entre la acción colonial francesa y española en el Magreb y los mecanismos ideológicos de gestación de una identidad compartida sobre los que se ahonda especialmente en el Protectorado español. Por su parte, la arquitectura residencial promovida por particulares; incluso la vivienda mínima, tanto si es emprendida por las instituciones del Protectorado como por los arquitectos municipales en ejercicio privado de su profesión, se muestra más permeable al ensayo de nuevas formas, en busca de una sincera expresión arquitectónica de la fusión hispano-magrebí. Por tanto, iremos más allá del análisis formal, inventario o catalogación para abordar el debate teórico; repensaremos las realizaciones arquitectónicas en el contexto de un proyecto integral del Protectorado que incluye la educación y la cultura, la reestructuración de la producción y comercialización de los productos artesanales, la musealización y regeneración de la cultura popular o la restauración del patrimonio monumental en aras de la explotación turística, así como su canonización para generar una nueva arquitectura. Aún así, en sus diferentes formalizaciones, siempre estaremos ante edificios proyectados por arquitectos extranjeros que, antes que dar respuesta a una inexistente demanda local de arquitectura identitaria, atienden a un ansia de reinvención del arte islámico acorde con una voluntad de dominio político, cultural y material, oculta bajo la convicción acerca de la existen-
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cia de un acervo común, enriquecido por el patrimonio musulmán de Europa. Eloy Martín Corrales habla directamente de “exportación” de un estilo hispano-musulmán ejemplo de colonización y modelo a imitar por los propios colonizados, expresivo de una cooperación desinteresada (Martín: 2010, 224). 1. Francia y España: derivas identitarias en un protectorado “cultural”
Mohammed Chadli, conservador en el Museo Nejjarine de Fez, afirma que el Protectorado trastornó los fundamentos de la sociedad marroquí con el objetivo de ejercer un control sobre el conjunto de la organización política y socioeconómica del país. El imperio colonial francés se sustentó en un “dominio sobre la cultura y las culturas locales” que la administración francesa manifestaba oficial y públicamente a través de un discurso a favor del respeto a “las tradiciones”. Salvaguardar, proteger, civilizar y pacificar, puntualiza Chadli, “resultaron ser acciones orgánicamente vinculadas entre sí”. Y añade que, proclamando la salvaguarda de los tesoros del pasado como gran prioridad de Francia, el mariscal Lyautey, primer residente general, perseguía la aceptación marroquí del Protectorado (Chadli: 2010, 114-117). Las “artes indígenas” fueron el gran objetivo: se desmonta su organización por la hisba (que es sustituida por las asambleas municipales) y el aprendizaje tradicional se reemplaza por la enseñanza occidental. En 1918 se crea la Oficina de las Industrias de Arte Indígena dentro del Servicio de Bellas Artes y, al año siguiente, adquiere entidad propia como Servicio de las Artes Indígenas (1919), bajo la dirección de Prosper Ricard, encargado de organizar la enseñanza de la artesanía en Fez y de reestructurar la producción de cerámica de la ciudad, con el ceramista Lamali, que introduce técnicas vigentes en Andalucía y organiza la cooperativa de ceramistas. Ese mismo año se crea el Hautes Études Marocaines, bajo la dirección de Georges Hardy, para investigar, inventariar y reflexionar sobre el patrimonio marroquí, y la revista Hespéris para difundir sus logros y hallazgos (Chadli: 2010, 119-1922). También se instituyó un cuerpo de inspectores de las artes indígenas en Fez y Rabat para velar por el mantenimiento de la tradición e incidir en la mejora del gusto de los artesanos. A partir de Fez se opera la regeneración y musealización del patrimonio marroquí. La acción de Lyautey (1913-1920) es continuada por Prosper Ricard, jefe del Service des Arts Indigènes entre 1920 y 1935. Paralelamente, se publica en 1925 el inventario de la artesanía marroquí llevado a cabo principalmente por Terrasse y Hainaut.
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En 1932, Terrasse reconocería en L’art hispano-mauresque des orígenes au XIII siècle, el valor creativo de lo hispano-morisco, el arte que califica como “nacional” de España en la Edad Media, reconociendo el aporte de Occidente (Terrasse: 1932, 472). Por su parte, Ricard difundiría la labor de “invención de la tradición auténtica” al frente de Le Service des Arts Indigenes en el número especial de la revista Nord-Sud de 1934. Interesa destacar la insistencia de Terrasse, desde el Hautes Études Marocaines, en destacar lo islámico andaluz como fuente del arte marroquí (Chadli: 2010, 125-129); notable aportación al estilo hispano-mauresque o “hispano-magrebí”, que olvidaba interesadamente algo obvio: el arte hispano-musulmán se gesta sobre las aportaciones de almorávides, almohades y nazaríes, los introductores del arte musulmán en la Península Ibérica. La persistencia andalusí en Fez explica la pretensión española de extender su presencia hasta Fez; objetivo que no logra, entre otras razones, por la exclusión de España de la toma de decisiones sobre el área. Ello condujo a la frustración de no lograr ampliar su territorio hacia el sur ni recuperar Tánger, inicialmente incluida en el reparto pactado con Francia en 1912. Al referirse a la voluntad francesa de sostener la tradición como una fórmula de acción, impulsada por Lyautey, y su importante campaña de conservación y protección de los monumentos tradicionales (para generar réditos turísticos), González Alcantud afirma que este propósito de mantener vivo el pasado encerraba el riesgo de alejar de la modernidad tanto a los colonizadores como a los autóctonos (González: 2010, 19-40). También considera que España siguió estrictamente las líneas trazadas por el Protectorado lyauteyano (González: 2010, 59). La amistad hispano-francesa, especialmente durante el reinado de Alfonso XIII, avala la tesis acerca de la confluencia de planteamientos o la complacencia española con el modelo colonial galo; sin embargo, detectamos la existencia de sendas no siempre convergentes. Aunque el reconocimiento francés al vínculo hispano-musulmán es bien acogido en el Protectorado español, se puso mayor énfasis en el argumento de la vinculación andaluza-marroquí y en el traslado de modelos, técnicas y profesionales andaluces para regenerar una tradición que en Marruecos corría el riesgo de verse adulterada por la influencia exterior. Si bien es cierto que desde el punto de vista teórico los franceses señalan la vía a seguir, inspirada en el plan de actuación de Lyautey, también lo es que la publicación del libro de Pierre Champión Tánger, Fès et Meknès (1924), en el que plantea un estilo hispano-morisco desde el punto de vista del fomento práctico de la artesanía, se produce años después de la pues-
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ta en funcionamiento del sistema de enseñanza artesanal del Protectorado español (Povedano: 2011, 275-332): en 1916 se aprueba su plan de estudios. La primera Escuela de Artes se instala (1919) en un antiguo fondak de la calle Tarrafín, dentro de la medina de Tetuán, dirigida por Antonio Got Inchausti hasta 1921. Gutiérrez Lescura estará al frente de la Escuela de Artes y Oficios Indígenas —fundada en 1920 por el general Dámaso Berenguer e instalada en la judería de Tetuán— hasta 1930. Entre 1927 y 1928, se ubica en un edificio junto a Bab Okla (Puerta de la Reina), proyectado en 1926 expresamente para tal fin por el arquitecto Carlos Óvilo Castelo (1883-1952) (AGA: 1932 Caja 265 Exp. 1: Memoria de la Comisión nombrada para girar visita de inspección a los Servicios de Construcciones Civiles: Madrid, 15 de febrero). Desde entonces dirige el centro Mariano Bertuchi. A lo anterior debemos añadir que desde el primer año de instauración del Protectorado español, el Dahír de 18 de agosto de 1913 establece la conservación de los principales monumentos artísticos de la zona y en 1915 se cuenta ya con un Reglamento de Conservación de Monumentos Artísticos e Históricos. La Junta Superior de Monumentos Artísticos e Históricos se crea en 1919 para “proteger y conservar el tipismo de las ciudades”. Esta Junta tenía como cometido la catalogación de los monumentos artísticos e históricos de la zona. Más allá de la discusión acerca de la autonomía de estas iniciativas respecto a la acción francesa, nos interesa destacar la temprana expresión de un compromiso de España con la independencia marroquí y la declaración de su voluntad de sostener relaciones poscoloniales, dando continuidad histórica a unas relaciones ininterrumpidas desde el Medievo que legitiman de manera espontánea la presencia española en Marruecos, desde la Revista de Tropas Coloniales, luego África, “órgano orientador del militarismo africanista”, de cuyo equipo de redacción surgirán los jefes y oficiales que más tarde convergerán en el golpe de estado del 18 de julio de 1936: la publicación, fundada en Ceuta por Gonzalo Queipo de Llano y dirigida por Francisco Franco, tuvo como director artístico y principal autor de las portadas e ilustraciones al pintor granadino Mariano Bertuchi (1884-1955), que coincidirá con Rodolfo Gil Benumeya en la concreción de la opción andalusí de raíz nazarí. El portador de este mensaje proindependentista, Gil Benumeya, llega a Marruecos en 1925 enviado por Primo de Rivera para desempeñar labores periodísticas. Veía al Protectorado como una anomalía pasajera y escribe sobre la temporalidad de la acción extranjera en Marruecos, abogando por la soberanía marroquí:
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Nuestra seguridad exige que ese régimen anormal cese cuanto antes y que frente a nuestras costas no haya grandes imperios coloniales y que los moros puedan pronto gobernarse a sí mismos haciendo innecesaria la acción tutelar de Francia y España. Ante un Marruecos libre España se vería en igualdad con las grandes potencias y podría derrotarlas comercial e intelectualmente aprovechándose de la vecindad y de la tradición islámica de Andalucía (Gil: 1926c, 211).
Profesor de arte hispano-musulmán y de Historia de Marruecos en el Centro de Estudios Marroquíes de Tetuán, coincidiría en el Instituto Libre de Tetuán con el líder nacionalista Abdeljalaq Torres, que dirigía el centro. Apoya su discurso sobre un “andalucismo africano” en el reconocimiento de una conjunción identitaria basada en evidencias físicas: “la misma constitución geológica, el mismo aspecto exterior, idénticas plantas y animales, y hasta los mismos hombres (iberos o bereberes)”, y razones histórico-culturales legitimadoras del proyecto español: Pero la Andalucía futura, la que debe crear la gran Iberia basándose en la tradición de la vieja cultura cordobesa, la Andalucía espiritual que inspira la nueva palabra Andalucismo considerada como una nueva orientación africana, es otra Andalucía. No es una simple comarca de la nación española ni es tampoco el germen de una nueva nacionalidad. No. Es algo más grande: la base de una unión moral indestructible entre los iberos de las dos orillas; el nexo insustituible entre España y las culturas hermanas (americana y árabe); el camino por el que reciba la península el riquísimo tesoro de renovación moral que representan los nuevos ideales semitas (Gil: 1926a, 83).
En las portadas de algunas publicaciones de la época, como Vida Marroquí (enero 1931) se declara “España solamente por Andalucía podrá penetrar en el alma de Marruecos”, ilustrada por las imágenes de “las tres hermanas gemelas” la Giralda de Sevilla, la torre Hassan de Rabat y el minarete de la Kutubiyya, a las que titula “las tres hermanas” (Martín: 2002, 147). El propio Gil Benumeya se consideraba natural de este universo, tan español como magrebí; ambivalencia que confesaba al líder marroquí A hmed Balafrej en una carta escrita el 7 de julio de 1933: “Soy ante todo andaluz, [...] y trabajo por España porque mi país forma en la actualidad parte de ella, con la esperanza de hacer que renazca la España árabe”. Comprometido con las instituciones del colonialismo español en Marruecos, que habían hecho efectiva momentáneamente la unión de ambas orillas, también simpatizaba con el nacionalismo marroquí. Es más, en los artículos que difunde a través de la Revista de Tropas Coloniales expresa claramente que la labor española habría de estimular un patriotismo marroquí, un sentimiento nacional que llevara paulatinamente a la independencia.
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Su proyecto pivotaba sobre Córdoba, representativa de la Andalucía del pasado, y Granada, exponente del futuro y ciudad que habría de asumir la capitalidad de un extenso territorio: Granada es el lazo más firme entre las dos orillas del Estrecho; allí surge el sentimiento obscuro e inconsciente de la gran misión que españoles y marroquíes debemos comenzar a realizar bajo la idea andaluza: asegurar la unidad de la raza ibérica desde los Pirineos al Sahara, pero sin predominio político de nadie; una fraternidad étnica desinteresada que podría servir de ejemplo y nexo entre los dos grupos de naciones cuyas culturas son hermanas, y complementarias de la ibérica: las ibero-americanas y las árabes. Nuestra Patria racial (Iberia, Hésperis, Mogreb, las 2 Aduat) está entre el Oriente semita y la América hispana; tierras complementarias que podemos unir para crear una fraternidad morena cuyo centro natural está en Granada (Gil: 1926a, 83).
En 1926 Gil Benumeya insiste desde África en su campaña en favor del “Andalucismo” (Gil: 1926b y c), refiriéndose a Marruecos como “prolongación lógica de Andalucía” y “baluarte extremo de la cultura andaluza” (Gil: 1926b, 101). Es más, formula una ordenación andalucista del mundo que aporta a España protagonismo internacional y una vía para superar la frustración que arrastraba desde el 98. Una vez concluida la resistencia marroquí a la presencia española, en el número de septiembre indica “Los tres puntos fundamentales de nuestra futura política indígena” (Gil: 1926c) en Marruecos. En el libro Mediodía: introducción a la historia andaluza (1929) reelabora su teoría y defiende la grandeza de España respecto a Europa, desde una adhesión implícita a las ideas de Spengler: “Somos un puente, un mosaico de razas, y esa es nuestra gloria; si no, seríamos una Europa Menor y decadente” (Gil: 1929a, 73). Desde la diversidad racial y cultural, avala el avance “Hacia una España mayor”, apoyado en Andalucía: He lanzado el nuevo grito del Sur porque sólo desde Andalucía (Levante e Indoamérica, Mediterráneo y África) puede lanzarse. (...) En este Universo España (gracias a Andalucía) puede ser el centro del mundo, su capital moral, el asiento de la verdadera Sociedad de Naciones (Gil: 1929b, 91).
Recomendaba una actuación de España en Marruecos independiente de la glosa de textos ajenos, “sean impuestos por el peso de las grandes potencias o por tratados internacionales” que no reconozcan carácter primordial a la vecindad hispano-marroquí. Proponía apoyar la acción española en Marruecos sobre las razones que aporta la geografía y la historia, “… que hacen de los países entre los Pirineos y el Atlas un solo conjunto natural” conectado por el andalucismo, “…pues el marroquismo tiene formas andaluzas”; ideas deudoras de El porvenir de España (2012), de Ángel Ganivet, que refuerza en Ni Oriente ni Occidente: el Universo visto desde el Albayzín (1930).
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2. Ideario andalusí y búsqueda de una arquitectura hispano-magrebí: 1925-1931
Es evidente que el pasado se construye con retazos de las experiencias que deseamos recordar. Los fenómenos identitarios reafirman t radiciones vigentes (o resucitadas) con la complicidad de sus depositarios; suponen importantes operaciones de la memoria, emprendidas, en el caso que nos ocupa, con el objetivo de modernizar un país, aun bajo la amenaza de perder su autenticidad y su “color local” en el proceso de aculturación que acompaña a la asimilación colonial. Comenta Mª Dolores López Enamorado que “…aquellas glorias del pasado, vivas en la memoria de los moriscos expulsados en el siglo XVII, mayoritariamente establecidos en Marruecos”, confirmaban la existencia de una identidad común (L ópez Enamorado: 1998, 277). Este pasado, explícito en la pervivencia de la tradición artesanal marroquí, el arte hispano-mauresque, era una realidad viva, auténtica, construida espontáneamente durante siglos, a partir del legado andalusí; sin embargo, la arquitectura que se pretende construir en el Protectorado surgirá de un proceso de invención que discurre por diferentes vías. 2.1. Contra el arqueologismo neoárabe:
Uno de los efectos positivos de la mayor proximidad política y cultural entre Marruecos y Andalucía en el periodo 1913-1956 es el reencuentro con los testimonios del arte hispano-musulmán conservados prácticamente como en la baja Edad Media. El estudio del patrimonio morisco y marroquí en el Magreb anima la recreación a partir de fuentes fidedignas, alejadas de orientalismos remotos y apartado de la tentación del rancio neomudéjar para diseñar una arquitectura hispano-magrebí ajena a los extremos de la recreación fantasiosa y el arqueologismo. En 1923 Leopoldo Torres Balbás critica la tendencia arqueologizante por su resultado deplorable, patente en la estación de ferrocarril de Tetuán, así como en otros edificios oficiales y privados de la ciudad. Ha de tenerse en cuenta que, al tratarse de la capital administrativa y militar, existía una propensión decorativa en los edificios públicos también perceptible en algunas viviendas de la población española y local. Refiriéndose a Tetuán, escribía que la arquitectura árabe había sido ignorada por casi todos los que han construido en Marruecos: “…caracterízase para ellos por el arco de herradura; [...] la arquitectura árabe es acartonada, de pabellón de exposición universal; [...] árabe de cartón y decoraciones de barbería” (Torres: 1923).
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Efectivamente, en estas fechas la arquitectura residencial de la ciudad respondía a un tradicionalismo de gusto noucentista en numerosos proyectos debidos a los arquitectos municipales Carlos Óvilo Castelo y José Gutiérrez Lescura, en convivencia con un regionalismo ecléctico neomudéjar de raíz peninsular (Hernández: 2004) que persistirá hasta finales del Protectorado. En 1925 Gil Benumeya aconseja emplear el estilo “islam andaluz”, una suerte de arquitectura arabizante ajena a las “absurdas restituciones arqueológicas” (Gil: 1925) para los pabellones de una gran exposición que propone construir en la vega de Granada. Sin embargo, la inercia del neoarabismo español construido en la primera fase del Protectorado se mantendría y el debate entre arqueologismo e innovación, librado principalmente entre 1925 y 1930, no lograría enterrar las formulaciones más retóricas. Y ello pese al refrendo de la revista Arquitectura, que propone en 1926 el modelo del Marruecos francés para la nueva construcción meridional española (Bravo: 2000, 216). No deja de ser sorprendente que el cambio de lenguaje arquitectónico basado en modelos arabizantes acordes con la arquitectura moderna fuera nuevamente demandado por Gil Benumeya en 1927 al cuestionar el ensanche de Tetuán y defender una modernidad más acorde con la arquitectura árabe tradicional (Gil: 1927). Ocurría el mismo año en el que Carlos Óvilo acentúa la retórica ecléctica de sus proyectos para el ensanche de Tetuán y el ingeniero Pedro Diz Tirado apuesta abiertamente por la evolución racionalista de las formas arabizantes y aplaude la alternativa al neoárabe tradicional de Andrés Galmés Nadal en el ensanche de Larache (Diz: 1927a, b, c). Diz Tirado rechaza la copia del Patio de los Arrayanes de la Alhambra en el palacio del residente general en Rabat, cuestionando directamente la arquitectura de Henry Prost en el Marruecos francés, modelo incuestionado hasta entonces (Diz: 1928). Gil Benumeya (1928c) defiende sus ideas acerca de una arquitectura proclive al racionalismo, propugnando el uso prioritario del color blanco y predominio de la masa y los volúmenes cúbicos; motivos que lo llevaban a calificarla como “expresionismo arquitectónico árabe” (Gil: 1928c). Formulada esta opción, sorprende el carácter anacrónico del Pabellón de Marruecos en la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929), proyectado por José Gutiérrez Lescura, arquitecto municipal de Tetuán y director de la Escuela de Artes Indígenas de dicha localidad, contando con el asesoramiento artístico e intervención directa de Mariano Bertuchi en los aspectos decorativos. Quizás ello pueda deberse a la fecha anterior del proyecto, 1924, y a la voluntad de sus autores de seguir los ejemplos andaluces de las ciudades de Córdoba y Granada que fusio-
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nan con los propiamente tetuaníes, en un complejo encuentro de características propias de la arquitectura religiosa, comercial y palaciega, junto a un “barrio moro”. 2.2. Hacia la planificación de un arabismo moderno con ambiente local
En 1929 la Revista de Tropas Coloniales publica tres interesantes artículos de Gil Benumeya (Gil: 1929a, b, c) con su propuesta de líneas directrices para los “planes de extensión” de las ciudades marroquíes de la zona española, así como las “pautas para los edificios modernos dentro de una evolución irrenunciable hacia el racionalismo”. En el primer texto lamenta la ausencia de estos planes en las ciudades del norte de Marruecos; sugiere la adaptación del estilo artístico tradicional a las nuevas necesidades, propone “conservar el estilo y la decoración tradicional en los edificios nuevos (en todos los edificios nuevos que haga falta)” y propugna hacerlo adoptando nuevos procedimientos técnicos que respeten y fomenten las formas artísticas peculiares. Señala además la necesidad de establecer un exacto equilibrio entre la gloria del pasado y las complejas necesidades de la vida moderna: “…modernizar los planes y los servicios dejando tradicional el estilo artístico” y, respecto a la arquitectura: Deben construirse todos los edificios en el estilo musulmán indígena tan semejante al cubista o estilo ultrahigiénico europeo, fomentar el arte moro, que es cuadrado, limpio, barato, bello, proporcionado, alegre, vistoso y castizo para marroquíes y españoles. Proteger el arte musulmán andaluz, imponerlo en todo caso por razones estética, patrióticas y de salubridad (Gil: 1929c, 8s).
Aunque ilustrado impropiamente con la fotografía de una residencia del barrio administrativo de la ciudad de Rabat, Gil Benumeya utiliza una terminología que difiere de la francesa, pues aboga por el estilo “musulmán indíge-
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na”, y por el fomento del arte moro, pero, al referirse a la protección del arte popular tradicional, prefiere calificarlo como musulmán andaluz (Gil: 1929c, 9) antes que hispano-marroquí, hispano-magrebí o hispano-musulmán. Hasta entonces en el Marruecos español poco se había construido acorde con esta línea y mucho menos en el ensanche planeado por Carlos Óvilo para Tetuán. Sin embargo, en la vivienda de promoción oficial, instrumento utilizado por la Administración para intentar satisfacer la necesidad de alojamiento en las ciudades del norte de Marruecos, encontramos el ejemplo temprano de las “Casas moras para alojamiento de las Fuerzas Regulares Indígenas”, proyectadas por el ingeniero Mauricio Capdequí (1917). Similar sensibilidad demuestra en 1919 otro ingeniero militar, Emilio Ayala Martín, al proyectar “Viviendas baratas para militares musulmanes de Regulares”. En la memoria indicaba que las casas debían construirse cerca del cuartel por el “… hábito de no separar de la familia más que en el momento de combatir”. Afirmaba además que la familia del soldado solo necesitaría una amplia habitación y un patio central para hacer la vida común, en una casa sin excesivas ventanas a la calle (Bravo: 2000, 83). Piénsese que a los militares españoles les correspondió el diseño y ejecución de una política territorial, trazar vías de comunicación con la capital, entre otras razones porque las tropas estacionadas en Tetuán son las principales beneficiarias de ello, pues hasta 1927 no finaliza la campaña militar y “… porque era el ejército quien disponía de la mayor parte del presupuesto asignado por el Estado español al Protectorado” (Albet: 2002). La segunda entrega, centrada en los sistemas de ciudades, plantea federar las municipalidades y especializarlas para conseguir: 1º Facilidad de servicios intermunicipales (Urbanismo). 2º Preservación de las características esenciales de cada núcleo (Colonización y Bellas Artes). 3º Utilización de la belleza para el progreso colectivo (Turismo). Sugería fusionar urbanismo, colonización, bellas artes y turismo; poner la teoría general del planeamiento al servicio del desarrollo del Protectorado español, mediante el establecimiento inmediato de una mancomunidad directa administrativa y urbanizadora de las ciudades de la zona atlántica, la creación del “Gran Tetuán” y, en el futuro, las mancomunidades del Rif y Yebala, con sus capitales en las plazas de soberanía, Ceuta y Melilla (Gil: 1929d, 175). Gil Benumeya tendría ocasión de reafirmar estas ideas (Gil: 1930a) y de reconocer el magisterio de Le Corbusier. Sin embargo, según apostilla
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Bravo Nieto, estaba más preocupado por defender cualquier estilo neoárabe fuera cual fuera su génesis y naturaleza, frente a estilos que él consideraba extranjeros (caso del racionalismo más ortodoxo, o del art déco más cosmopolita), “… e impropios por ello de ser ejecutados en Marruecos”. Santos Fernández en 1930 también se hace eco de la tendencia que lleva en el Marruecos francés a eliminar “… los motivos andaluces (o hispano-moriscos) de las fachadas por resultar insinceros e inútiles”, dando por sentada la muerte del arqueologismo, línea también defendida por R. d’Arcos (Bravo: 2010, 181). Pero, a pesar de las declaraciones de agotamiento de la vía ecléctica, estas propuestas no inciden sobre la nueva arquitectura que se construye al filo de los treinta en Tetuán. Sí repercuten en el cambio de las normas oficiales de construcción de la zona, tal y como se aprecia en las Ordenanzas reguladoras de las construcciones urbanas en ciudades y poblados de Tetuán (Dahír de 25 de enero de 1930), que propugnan una arquitectura más desprovista de adorno y establecen el color blanco como tono armónico de las ciudades; también una racional sencillez en los exteriores, dentro de un cierto “ambiente local”, en las zonas de ensanche. 3. Ideario andalusí y búsqueda de una arquitectura hispano-magrebí: 1931-1939
La discusión continúa sin sobresaltos durante la Segunda República, especialmente, de mano de los arquitectos más jóvenes que se incorporan a los organismos oficiales del Protectorado. Si bien abogan por el desarrollo del racionalismo y el art déco en la capital, contribuyendo a una gran depuración formal, realizan aportaciones relevantes fuera del ensanche de Tetuán, en los barrios y en otras ciudades y poblados rurales del interior, donde concretan la síntesis entre modernidad europea y tradición musulmana. Entre 1932 y 1935 se produce una intensificación de la promoción privada, construyendo la burguesía local numerosos edificios de viviendas. José María Tejero y Benito en “La arquitectura de vanguardia y su armonía con la musulmana”, artículo publicado en África (1934), sugiere construir desde las aportaciones de la vanguardia, asumiendo ciertos detalles “ambientales” del país con el objetivo de conseguir una imagen de “arquitectura mediterránea”. La escuela hispano-árabe (grupo Pedro Antonio de Alarcón), que construye ese mismo año José Larrucea Garma, un cuerpo cuadrangular articulado por amplias arcadas, formando kubba, constituye una excelente muestra de esta opción, acorde con el planteamiento de la unidad cultural
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Al-Ándalus-marroquí, que Fermín Requena resucita en 1935. Por su parte, el arquitecto Alfonso Gimeno estaba convencido de que en lo “popular musulmán” se encontraba la base de una nueva estética. 3.1. La tradición doméstica musulmana en la vivienda social
Durante la Segunda República se toma conciencia acerca de las consecuencias de identificar modernización con la urbanización y la concentración de la población en ciudades: el hacinamiento sería imposible atenderlo desde la previsión urbanística, temiendo que tal circunstancia obstaculizara el proceso de avance social. El encarecimiento del suelo paraliza el ensanche de Tetuán, que continúa a medio construir en 1936; mientras la medina se densifica con la acogida del primer éxodo rural: las periferias urbanas, descontroladas, se expanden con ritmo incesante. Alejandro Muchada, en Tetuán: desafío moderno (2012), afirma que el desfase entre las necesidades urbanísticas y la capacidad de ofrecer soluciones institucionales traerá como consecuencia una planificación a posteriori, que pospone la sectorización de los usos del suelo. La vivienda social se convierte en ámbito de experimentación inmediata de los nuevos ideales. Los arquitectos municipales encontrarán un campo de debate extraordinario en torno a la vivienda de promoción oficial para atender las necesidades de residencia de la tropa, los técnicos de la administración y de la población menos favorecida, creando barriadas que sustituyen a los campamentos creados junto a las ciudades por la población marroquí procedente del éxodo rural. Sorpresivamente, la nueva arquitectura de los barrios acoge los argumentos más actuales sobre el encuentro entre modernidad e identidad, trasunto del diálogo social más complejo que viven las poblaciones española y marroquí en la periferia, fuera de la ordenación oficial de la ciudad, al margen del sistema educativo, conformando una efectiva identidad colectiva y periférica, marginal respecto a la voluntad y la retórica oficial, como ocurría en el barrio de Málaga en Tetuán. Precisamente en este barrio, junto a la medina, surgen las primeras promociones de vivienda pública, realizadas para excombatientes españoles y marroquíes del ejército del general Francisco Franco (Muchada: 2012, 72). La frustración ante la imposibilidad de planificar el urbanismo llevó a José María de la Quadra-Salcedo, arquitecto municipal de Tetuán (1934‑1941) y uno de los máximos exponentes locales de la arquitectura moderna, a emprender varias experiencias encaminadas a la construcción de viviendas baratas. Su primera propuesta construida fue la barriada del
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Generalísimo Franco (1936-1940), viviendas sociales para alquiler a obreros afectos al nuevo régimen, familiares de combatientes o personas de filiación ideológica conocida. También proyecta casas económicas para musulmanes con elementos que hacen referencia a su modo específico de vida: acceso en recodo, protagonismo del patio y las habitaciones y agrupación elemental de las viviendas. Larrucea, responsable del Servicio de Construcción Civil de la Delegación de Fomento de Tetuán (1932-1936), compone edificios para viviendas de corte racionalista en el ensanche de Tetuán, y realiza para Sid Mehdi Mufak una vivienda en la carretera de Ceuta (1938), en una zona contigua a la medina, donde reinterpreta la vivienda tradicional marroquí y opta por los elementos estructurales frente a los ornamentales: distribución central en torno a patio cubierto y ausencia de decoración en fachada (Muchada: 2012, 76). 3.2. La opción eurobereber: el estilo rifeño
En las entidades menores de población y poblados rurales, donde la introducción del racionalismo fue temprana, entre 1927 y 1930, especialmente de la mano de José Larrucea Garma, se registran nuevos ensayos de fusión entre tradición local y modernidad. Las escuelas, como resultado de la política de fomento de la escolarización acometida a finales de los años veinte y especialmente durante la Segunda República, crean la ocasión para ensayar nuevas vías. El clima de marasmo económico que padece la zona española a partir de 1928, como consecuencia del repliegue de las tropas tras el fin de quince años de campaña militar, incitaba a la austeridad. En Arcila, Larrucea traza el grupo escolar Juan Nieto (1929-1930), prototipo de una arquitectura blanca de volúmenes sencillos, con arcadas y ausencia de referentes ornamentales cuya tipología se encuentra también en numerosas edificaciones coetáneas en Andalucía. Sin embargo, la opción más excepcional de todo el periodo es el llamado “estilo rifeño”. Vinculado al berberismo, corriente intelectual y científica interesada por las costumbres y la cultura de la sociedad rifeña que contará con el apoyo oficial del Protectorado, de la mano de Emilio Blanco Izaga, interventor militar desde 1927, luego interventor territorial del Rif, subdelegado (1942) y delegado de Asuntos Indígenas (1944-1945) (Moga: 2009). Este oficial de Infantería despliega una intensa labor militar, etnográfica y arquitectónica en el Rif. A partir del estudio de la sociedad rifeña y bereber, del análisis de su organización social y política, plantea resucitar el derecho y los sistemas de organización consuetudi-
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narios del pueblo rifeño como vía de integración en la modernidad que auspicia el Protectorado. Colaborador habitual de la revista África, publicó en 1930 La vivienda rifeña. Ensayo de característica e interpretación con ilustraciones del autor, fuente fundamental para formular su propuesta de estilo rifeño, que Bravo Nieto califica como “la creación del más original estilo colonial del Marruecos jalifiano”, una suerte de art déco de expresión indígena (Bravo: 1994 y 2010, 243). Como interventor comarcal de Axdir, a partir de 1934 comienza a tener autoridad suficiente para hacer valer sus ideas arquitectónicas, razón por la cual Bravo señala en esta fecha el inicio del estilo rifeño. Caracterizado por la fusión de art déco y elementos tomados de lenguajes estéticos ancestrales, bereberes y de procedencia exótica que suplían la ausencia de una relevante tradición arquitectónica propia, sustentada en algunas tipologías más meridionales, las kasbas y los tighrem (graneros colectivos), se expresa a través de volúmenes prismáticos y troncopiramidales en compleja composición asimétrica, predominio de lo macizo frente al vacío, fuerte cromatismo y protagonismo de las torres. Desde su cargo, Blanco Izaga impone pautas propias en las construcciones oficiales y controla la ejecución de los proyectos, velando por la aplicación de sus sugerencias a pie de obra o las indicaciones hechas a los arquitectos que trazaban los proyectos oficiales: Francisco Hernanz Martínez (1929-1936) y Manuel Latorre Pastor (1938-1943). Con su principal colaborador Francisco Castellón Díaz, ingeniero de caminos, acometió la construcción de la oficina del Arba de Taurit. Estos técnicos suplen las carencias de Emilio Blanco, sin formación como ingeniero o arquitecto. De ahí que se le reconozca la autoría del “estilo rifeño” como formulador teórico y por su capacidad de influencia sobre la construcción. En 1935 el estilo tiene sus primeras plasmaciones en los depósitos de Adram Sedum, pertenecientes a la red de abastecimiento de agua de Alhucemas, y en las mezquitas de Alhucemas y Snada. El periodo de mayor producción coincide con el desempeño de Blanco como interventor territorial (1936-1942): se construye el cuartel de Axdir, así como la escuela primaria musulmana de Snada (1938-1942), el reformatorio de Tamasint (inaugurado en 1940) o las instalaciones para elevar agua potable a Villa Alhucemas (1940). Es sintomático que el estilo rifeño llegue a su fin en 1942, cuando abandona la región. El inmediato olvido se debe al recelo con el que se recibía su propuesta, ya que, frente a la identidad árabe exclusiva, planteada como única identidad posible para Marruecos, reforzar la identidad bereber-rifeña desde la propia Administración despertaba
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desconfianza, cuando no alarma (Bravo: 2000, 243-245). Sin embargo, con posterioridad a su fallecimiento, sus escritos servirían de sustento ideológico para acometer la implantación de las juntas de Ferka, en la fase final del Protectorado. 3.3. El estilo xauní
La tardía incorporación de Xauen al Protectorado, en 1926, provoca un arranque tardío del urbanismo moderno en la capital de Gomara. El ambiente que Juan de Lasquetti percibió en 1918 al visitar la ciudad, “… un rinconcito de las Alpujarras, donde silenciosa y escondida estaba refugiada el alma morisca del siglo XV”, inspiró a Latorre lo que él denominó el lenguaje “xauní”, centrado en la sencillez de las formas blancas y puras de la arquitectura tradicional musulmana más que en el recurso al arco de herradura. Sorprende este hecho, porque dominaba los lenguajes decorativos nazaríes, aprendidos cuando ejerció como arquitecto municipal de Granada y conservador de la Alhambra. En su proyecto de escuelas hispano-árabes (1930) reaparece la decoración artesanal, en consonancia con el interés art déco por recuperar imágenes de un pasado unas veces exótico y otras pretendidamente rural, evocando una estética arquitectónica mediterránea y popular. También ensaya la fusión entre la tradición románica española y la local en la iglesia de San Antonio de Padua (1931), aunque el retraso en su construcción modificó el proyecto “románico-xauní”. Posteriormente, entre 1938 y 1943, trabaja en las regiones del Rif y Kert, retomando con fuerza modelos neoárabes, incluso repertorios decorativos nazaríes (Bravo: 2000, 175-176, 237). La utilización de los apelativos indígena mora y musulmana andaluza podrían auxiliarnos en la definición de las opciones estilísticas gestadas en el Protectorado español de Marruecos, que premeditadamente se diferencian del neoárabe y el neomudéjar. Juan Manuel Barrios Rozúa reivindica el uso del término “neo andalusí-magrebí” para diferenciarlo de lo hispanomauresque de creación francesa. Pero no podemos dejar de tener presente que estas propuestas se realizan desde una concepción europea del ejercicio profesional de la arquitectura y, especialmente, se trata de construcciones identitarias debidas a la voluntad del otro, aunque sus formuladores se sientan parte de la tradición que desean recrear. Esta alteridad está unida a un proyecto institucional de estilo oficial para los edificios del Protectorado de difícil aplicación en usos domésticos locales. No obstante, el proyecto se mantendrá vivo y la modernidad traspasará el periodo autárquico del franquismo.
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4. Ideario andalusí y búsqueda de una arquitectura hispano-magrebí: 1939-1956
En el contexto de reimpulso del Protectorado tras la Guerra Civil, coincidente con el cerco internacional al Gobierno de Franco, se emprenden acciones orientadas al control y la estructuración del territorio mediante la planificación y las obras públicas. Luis Orgaz Yoldi (alto comisario, 19411945) encarga a Pedro Muguruza Otaño (1893-1952), director general de Arquitectura, un estudio sobre el urbanismo y la arquitectura de las ciudades del Protectorado. Muguruza plantea trasplantar a la zona modelos herrerianos, barroquizantes y casticistas, rompiendo con cualquier tradición anterior de tipo árabe y con el racionalismo y el art déco, para imponer un modelo unitario, normalizado a través de unas ordenanzas rígidas. Estas ideas las difunde en 1944 en la Revista Nacional de Arquitectura y en la revista África, que en su tercera época se anuncia como “revista española de colonización”. Dos años después el Instituto de Estudios de la Administración Local editaría Ordenación urbana y rural en el Marruecos español (1946). Muchada considera que Tetuán comienza oficialmente su periodo franquista, con la aprobación del Plan General de Ordenación Urbana de Tetuán (1944), que plantea soluciones para salvar deficiencias de habitabilidad de la medina, para adaptar el viario del ensanche a las nuevas necesidades del tráfico rodado, debido al crecimiento de la ciudad, y para tratar de erradicar la insalubridad de las periferias, proponiendo la zonificación y la expansión urbanística (Muchada: 2012, 84). No obstante, tal y como han señalado Malo de Molina y Domínguez, el aumento de la intervención estatal en equipamientos y viviendas de promoción pública aporta un repertorio de soluciones arquitectónicas que oscila entre un eclecticismo imperialista y los ecos de las vanguardias europeas. Pero también se detectan en el periodo 19391956 abundantes referencias a la arquitectura árabe en los repertorios decorativos superficiales (Malo: 1994, 43). El reconocimiento que el franquismo hace a la contribución de las tropas rifeñas y yebalíes durante la sublevación estimula políticas de fraternidad hispano-marroquí en la posguerra y, de nuevo, la opción hispano-magrebí adquiere vigencia y desarrolla matices esenciales, de la mano de Gil Benumeya. Como ha señalado María Dolores Velasco, incluso después de dejar de residir en Marruecos, mantiene su vínculo con las instituciones del Protectorado, a través de las cuales difunde sus ideas, especialmente en las décadas de los cuarenta y cincuenta, cuando el nacionalismo marroquí se
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percibía ya como un movimiento imparable y las aspiraciones independentistas eran impulsadas por los movimientos panarabistas y panislamistas, así como por las promesas más o menos veladas de Alemania y Estados Unidos de apoyar al nacionalismo en su lucha contra el régimen colonial (Velasco: 2012, 111-132). En 1942 Gil Benumeya publica Marruecos andaluz, reeditado al año siguiente por la Vicesecretaría de Educación Popular (1943), texto en el que insiste sobre la integridad territorial andalusí, artificialmente fragmentada tras la desaparición de Al-Ándalus (Gil: 1943). Para Gil Benumeya “Marruecos es sencillamente un museo vivo donde se pueden ver las casas, las ropas y los viejos usos de la España medieval”. Le resultaba evidente que en el Protectorado español la labor de España, para que pudiera ser fecunda y duradera, tendría que orientarse hacia la materialización de “una obra de reconciliación bajo el incomparable cielo andaluz”, a través de la protección del patrimonio construido por la “Andalucía exterior”, el mantenimiento de las prácticas artesanales y el impulso de un nuevo urbanismo y una arquitectura “con carácter”, que dialogara con aquel legado. En los palacios, las mezquitas, las residencias privadas y todos los edificios representativos perduraba su estilo, pues los construían arquitectos y obreros descendientes de españoles (aunque en Túnez desde el siglo XVIII eso se mezcló con influencias de moderno italianismo) (Gil: 1952b, 102).
También afirmaría que “la cultura de los hijos y de los nietos de los emigrados llegó a ser la cultura oficial de todo lo urbano y refinado marroquí” (Gil: 1953, 80). El argumento, sin embargo, sería desoído tanto por españoles como por marroquíes, a pesar de la mayor elaboración teórica y respaldo histórico que da a lo andalusí, como “un todo” desde el punto de vista geográfico e histórico, al que atribuye las realidades situadas a ambos lados del Estrecho de Gibraltar: Andalucía y las tierras de Berbería (Argel y Marruecos) (Gil: 1953, 39), a las que declara “corazón del mundo ibérico”. Sus publicaciones Marruecos andaluz (1952), Andalucismo africano (1953) y, especialmente, España Tingitana (1955), abundarían sobre el argumento de “la deuda histórica de la cultura marroquí respecto a Al-Ándalus”, concluyendo que las relaciones entre Marruecos y España se bastaban por sí mismas, sin necesidad de apoyaturas ajenas a la tradición. Consideraba espontánea la acción española en Marruecos, debida a la dinámica natural, ejercida desde España. Lo declaraba en vísperas de la conclusión del Protectorado, cuando presentía ya “el temblor caliente y en pañales del joven Marruecos que está naciendo ahora” (Gil: 952b, 8s). Aun así, persistía en su defensa de una unión andaluza-marroquí sustentada por el contacto
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intenso entre ambas orillas, convencido de la ausencia de fronteras de sangre o distinción de origen entre andaluces y marroquíes, clave diferenciadora respecto a la segunda potencia colonial activa en Marruecos y que daba carta de naturaleza a España para estar en la cuestión marroquí como alguien “de casa”. Gil Benumeya sostenía además que esta razón suponía un estímulo de simpatía y mayor fundamento de legitimación de una presencia que el aval legal del tratado firmado en 1912 (Gil: 1953, 124s), confiando en el libre sostenimiento de dichos lazos en el futuro. El argumentario de Gil Benumeya fue eficaz para quienes deseaban diferenciarse de Francia como potencia colonial. De hecho, ayudó a fortalecer la imagen de un Estado que iba más allá del mero interés estratégico y comercial y que integraba a la población marroquí en una vía modernizadora coherente con sus tradiciones y respaldada mediante una acción cultural, educativa, urbanística y constructiva. La “Andalucía desterrada”, la “Andalucía exterior” (Gil: 1953, 63) confirmaba los vínculos históricos y culturales que les unieron en el pasado y la aportación de los descendientes de los moriscos y, especialmente, los marroquíes actuales para mantener vivo el legado artístico andalusí. Pero las tesis de la diplomacia franquista se centraron más en la defensa del papel de España como elemento natural de integración europea de la cuenca mediterránea y Gil Benumeya critica la manipulación interesada que se hacía de la fraternidad hispano-marroquí para plantear un nuevo estatuto en las relaciones exteriores con el mundo árabe (Gil: 1952a, 63-69), cuando en 1952 España trata de reorientar su política exterior hacia el Mediterráneo oriental (Huguet: 1997, 98). 4.1. Modernidad y tradición en la vivienda mínima musulmana
El debate sobre el urbanismo social y la vivienda mínima musulmana en los años cuarenta y cincuenta conduce a la indagación sobre la tradición constructiva local. El papel de los arquitectos municipales de Tetuán será decisivo: José María Tejero y Benito, arquitecto municipal (1941-1943), autor del estudio “Memoria de la vivienda humilde europea y musulmana en el Marruecos español” (1942), plasma sus teorías acerca de las viviendas mínimas marroquíes en sus bloques de viviendas de promoción oficial “General Orgaz” (1936-43), promovidas por la Junta Municipal con el apoyo de la Administración Central, para realojo de las familias del “Barrio de las latas”, asentamiento ubicado sobre el ensanche hasta 1942. Se sitúa en la carretera de acceso al hospital militar en la barriada de San Antonio, perteneciente al barrio Málaga, en la zona destinada por Muguruza a viviendas sociales.
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Alfonso de Sierra Ochoa (1916-1992), arquitecto municipal de Tetuán (1945-1949 y 1955-1959), centró su dedicación al patrimonio y a la vivienda de promoción oficial. Criticó las políticas de Muguruza y su equipo —autor del Plan de Ordenación Urbana de Tetuán—, y las limitaciones técnicas para la gestión urbana. Consciente de la necesidad y la dificultad de acceso a una vivienda para la población con menor capacidad económica, defiende el establecimiento de una auténtica política de vivienda, mediante una legislación apropiada, unos organismos competentes para su fiscalización con capacidad de gestión y solvencia para acometer medidas a medio y largo plazo. Respetuoso con la tradición y la cultura marroquí, intenta mejorar las condiciones de vida de la ciudad y sus habitantes. Frente a la arquitectura racional radical franco-marroquí, tal y como corrobora Alejandro Muchada, existe una mayor cercanía a las necesidades de los habitantes de las periferias en algunos proyectos de vivienda pública planteados por las autoridades españolas, “siendo significativo indicador el hecho de que los edificios permanezcan hoy día en funcionamiento, sin apenas modificaciones”. No solo puso en práctica una teoría sobre la ciudad, sino también un concepto de vivienda capaz de responder al desafío de la modernización de Marruecos, partiendo del respeto y el conocimiento profundo de sus valores y modos de habitar (Muchada: 2012, 22-76). Alfonso de Sierra Ochoa generó un archivo e Inventario sobre la Vivienda de Promoción Oficial, una recopilación de las necesidades institucionales e iniciativas promovidas por tetuaníes, proyectadas por los arquitectos que pasaron por la ciudad: J. G. Lescura, M. Latorre, F. Herranz o J. M. Bustinduy (Muchada: 2012, 28). Esta documentación le permite recapitular sobre la dimensión más social de este proceso en Vivienda marroquí: notas para una teoría (1960), segunda entrega de la serie “Cuadernos de arquitectura popular marroquí”. En este ensayo reflexiona sobre la modernización de la vivienda tradicional marroquí y su adaptación a los requerimientos de industrialización que la revolución urbana demandaba, preocupado por la deshumanización que provocaría la modernización de la tradición marroquí si no se emprendía un proceso previo de reflexión y un cambio de orientación. Se muestra crítico con los planteamientos urbanos de la Administración del Protectorado: defiende la necesidad de mejorar los servicios municipales y la producción de viviendas de promoción oficial para las familias menos acomodadas. Su ideario ejerce influencia sobre otros técnicos, especialmente a través de su labor como profesor de la Escuela de Interventores de la Alta Comisaría de España en Marruecos (Bassegoda: 1993,36).
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Igualmente influyentes serán los textos científicos que publica a través del Instituto de Estudios Africanos. En “Urbanismo y vivienda de Tetuán” (1962) resume las políticas públicas de vivienda social desempeñadas por la Administración del Protectorado en la ciudad, así como sus principales condicionantes. Sierra indicaba que el déficit de viviendas en Tetuán era de tres mil viviendas en 1930, cuatro mil en 1943 y unas seis mil en 1960. Esta progresión evidencia las insuficientes medidas adoptadas para resolver el problema. Por ello propone establecer un pacto social entre las iniciativas privadas y las políticas públicas, entre las grandes promociones de vivienda y la construcción a pequeña escala, la autopromoción. Preocupado por los efectos de la asimilación de los modos de vivir y hacer de Europa y Estados Unidos y su consiguiente pérdida de valores culturales, de la que responsabilizaba a las clases más pudientes tetuaníes, plantea tres tipos de reacción frente a la modernización: la imitación, el rechazo o la reforma. Así, en la escala doméstica, observa viviendas de tipología europea, racional, con diferenciación de usos y espacios, y viviendas que mantienen la organización en torno a un espacio central de usos polivalentes. También la conjugación de la modernización de la vivienda marroquí con los fundamentos culturales e identitarios del contexto. Su preocupación prioritaria fue hallar un modelo que subsanara las carencias sin introducir rupturas (Muchada: 2012, 46). Por ello defendía … tener a mano una “teoría” de la vivienda que debiera edificarse, para no caer en los defectos que hemos comprobado tantas veces; de levantar hogares nuevos, en absoluto desconocimiento y respeto de la más íntima realidad humana; la familiar; forzándola a vivir en un molde extraño a su tradición y ajeno a sus costumbres (Sierra: 1960).
La mejor plasmación de su propuesta es la barriada para marroquíes de Mulay Hassan (1953), encargada por el alto comisario García-Valiño. En este conjunto urbano, formado por varias promociones de viviendas unifamiliares adosadas, experimenta la “vivienda mínima marroquí moderna”, con todas las habitaciones abiertas a un patio. En fachada exterior incorpora algunos elementos decorativos en la caja de la persiana, pero dominan los paramentos lisos y la combinación cromática de claros y oscuros (Muchada: 2012, 106). 4.2. Casto Fernández Shaw: una modernidad orgánica orientalizante
Fernández Shaw recibe el encargo de la Alta Comisaría del Plan de embellecimiento de Tetuán, que le dará la oportunidad de fusionar soluciones innovadoras del repertorio del Movimiento Moderno y elementos de raíz
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histórica: almenas, arcos de herradura de tradición árabe y de medio punto de reminiscencia mediterránea, torres estilizadas como minaretes y torreones de planta poligonal coronados por cúpula orientalizante, especialmente perceptibles en La Equitativa (1945). También incorpora soportales y galerías comerciales para comunicación entre calles, generando amplios patios, a modo de zoco, en el centro de la manzana. La aplicación de cerámica vidriada acentúa el carácter oriental. Su autor confesaba en un artículo publicado en Cortijos y Rascacielos (Fernández: 1948) haber pretendido hacer “una evocación del estilo musulmán sobre una estructura moderna de casa de viviendas”; incorporando al Movimiento Moderno elementos vinculados al arte árabe. En el Mercado de Tetuán (1941), proyecto firmado con José Miguel de la Quadra-Salcedo, bajo apariencia arabizante de remoto origen oriental, emplea cúpulas, arcos de herradura, celosías geométricas y aplica azulejos para encubrir una estructura de hormigón armado y disposición volumétrica asimétrica. Por todo ello, Bravo Nieto ha calificado la producción tetuaní de Fernández Shaw como un intento de “dar cohesión a los principios de la arquitectura moderna con una envoltura ambiental”. Este autor precisa que se refiere a “envoltura en el sentido de una epidermis viva y orgánica y no de un disfraz, como se entendió buena parte de la arquitectura neoárabe española” (Bravo: 199, 243). La adaptación del Carmen de la Victoria proyectada por Prieto Moreno para acoger la Casa de Marruecos en Granada (1946) responde a un planteamiento análogo (Seco: 1946, 475). 4.3. Postrimerías neomudéjares y neoárabes: la arquitectura educativa
El despliegue arquitectónico en la etapa final del Protectorado estuvo especialmente vinculado a la acción cultural y educativa (Zaid: 1955). Las instalaciones docentes también reciben un fuerte impulso tras aprobarse la reorganización de la enseñanza por el alto comisario. En Tetuán se construye un gran complejo de Educación y Cultura, pero también se edifican por toda la zona numerosas escuelas. En 1940 se reorganiza la enseñanza marroquí y en 1942 la enseñanza profesional y la enseñanza artística, fijándose además las funciones de la inspección de Bellas Artes. La Ciudad Escolar de Tetuán (1953), impulsada por el segundo plan quinquenal de obras públicas de la Alta Comisaría, conforma un campus que incluye el Instituto Politécnico, la Escuela de Residentes, la Escuela de Enfermeras y el Instituto de Sidi Saidi. Este campus completaba la trama urbana de Tetuán, marcada por la medina, el ensanche y los barrios periféricos, desarrollada durante más de cuarenta años, con la participación activa de las tres comunidades residen-
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tes en la ciudad: “neseranis” (españoles), marroquíes y judíos, como demostración de una fértil cooperación inter-cultural. El conjunto resultante se caracteriza por una gran homogeneidad urbana, consecuencia del respeto al plan y a la continuidad de la arquitectura residencial de raíz ecléctica (Malo: 1994, 43). Como ejemplos de construcción oficial, marcadamente propagandista, se opta por la estructura racionalista con elementos ambientales orientales y específicamente árabes en lugar de seguir fórmulas neobarrocas o neoherrerianas. Así, el conjunto racionalista de la Escuela Politécnica y Residencia de Estudiantes Marroquíes (1955) presenta elementos ambientales árabes: celosías en el torreón principal de acceso con portada apuntada, coronado por una cúpula, a modo de kubba. 5. Epílogo: el legado hispano-marroquí desde la perspectiva de la cooperación transfronteriza
Hemos de concluir que España trasladó a Marruecos un debate arquitectónico interno —ajeno a las demandas marroquíes—, que gira en torno a la definición de un estilo nacional neoárabe y neomudéjar, fórmulas ya periclitadas en 1912. Pese a ello, detectamos la supervivencia de las mismas en diversos ensayos de una arquitectura más dialogante con la tradición islámica y marroquí, en sintonía con las corrientes europeas. Las aportaciones más genuinas, aquellas que fusionan art déco y racionalismo con lecturas simplificadas de elementos tradicionales locales, sucumbieron ante las formulaciones oficialistas, lo cual es comprensible dentro de un esquema colonial de discursos arquitectónicos hegemónicos enunciados por profesionales venidos de España. No obstante, hay que constatar nuevas evocaciones mediterráneas de lo árabe en la arquitectura turística reciente, expresivas de un nuevo exotismo mediterráneo, que reaviva la mirada romántica hacia el mundo oriental de las mil y una noches, aceptando la continuidad andalusí tan vivamente defendida durante el Protectorado español de Marruecos, enriqueciendo un patrimonio urbano y arquitectónico común. Aunque pudiera pensarse que el “andalucismo expansivo” condujo hacia un relativo fracaso durante el Protectorado (González: 2010, 72s), las tesis neoandalusíes mantienen su vigencia en la era poscolonial a través de diversas fórmulas de cooperación transfronteriza que implican a Marruecos y Andalucía, con el soporte autonómico, estatal y europeo. El diálogo real entre las poblaciones de ambas orillas del Estrecho se intensifica en las últimas décadas: superada la tensión en las relaciones hispano-marroquíes entre 1975 y 1986, conscientes del patrimonio contemporáneo que comparten ambos pue-
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blos. Desde finales de los ochenta, la conservación del patrimonio urbano y arquitectónico de la medina y el ensanche de Tetuán y la investigación sobre la cultura, las artes y la arquitectura ha centrado una serie de iniciativas impulsadas desde la Junta de Andalucía a raíz de la celebración del I Congreso Hispano-Marroquí en el que se aborda la cuestión de La ciudad andalusí frente al reto de su transformación (1989). Las conclusiones están recogidas en la Carta de Tetuán, punto de partida del Programa de Cooperación Internacional en Marruecos de la Consejería de Obras Públicas y Transportes de la Junta de Andalucía. Poco tiempo después, el Ayuntamiento de Tetuán y la Consejería de Obras Públicas y Transportes firman un Protocolo de Colaboración para realizar actuaciones de rehabilitación en la ciudad (1990), refrendado y ampliado en 1991, con el correspondiente Programa de Actuaciones que ha sido renovado sistemáticamente desde entonces, para rehabilitar calles y plazas y restaurar casas privadas de valor histórico, preservando la medina y el ensanche como huellas urbanas y arquitectónicas de los vínculos históricos andalusíes, incluyendo la etapa del Protectorado. La firma del Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación (1991), en vigor desde 1993, ha propiciado el avance en el ámbito de las investigaciones históricas sobre la arquitectura, destacando el “Catálogo de la Arquitectura del Ensanche Español de Tetuán” (1989-1992) publicado como Guía de arquitectura del ensanche de Tetuán (1995), estudios que apoyan la redacción de la propuesta de candidatura para ingresar en la Lista de Patrimonio Mundial (UNESCO, 1997). Posteriormente se edita el excelente libro Arquitectura y urbanismo español en el Norte de Marruecos (2000) de Antonio Bravo Nieto y La medina de Tetuán, Guía de arquitectura (2002), de M’hammad Benabud, Ramón de Torres López, Mohamed Al-Abdelaui y Carmen de la Torre Ramírez —en 2011 tuvo su tercera edición. Sensible al protagonismo contemporáneo del patrimonio cultural, la Fundación Euroárabe de Altos Estudios organizó el I Seminario Internacional Las representaciones sociales del Patrimonio (2011) en Granada y el II Seminario Internacional Funciones y usos del Patrimonio: enseñanzas del terreno en Fez, en el marco de su programa Artes, Culturas en el siglo XXI: Desafíos del Patrimonio (2011). Con motivo del centenario de la firma del acuerdo por el que se establece el régimen protectoral en Marruecos, las acciones de colaboración transfronteriza se han intensificado: en 2012 el Instituto Cervantes de Tetuán ha informatizado el Fondo Alfonso de Sierra Ochoa, depositado en la Biblioteca Vicente Aleixandre, y se han digitalizado fotografías de la Biblioteca General y Archivo de Tetuán, gracias a la cooperación entre la Di-
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rección Regional Tánger-Tetuán y el Centro Andaluz de Patrimonio Histórico de Sevilla. La Junta de Andalucía colabora en un nuevo proyecto para salvaguardar la medina de Tetuán (2012-2016). El análisis de la experiencia del Protectorado se ha abordado también en reuniones científicas: destacan el I Simposium Granadino-Fesí La invención del estilo hispano-morisco (Fez, 2008), organizado por el instituto Cervantes de Fez, el Observatorio de Prospectiva Cultural de la Universidad de Granada, el Museo Nejjarine de Fez y la Fundación El legado Andalusí; y el Congreso Internacional Los moriscos: historia de una minoría, que aborda la continuidad cultural de Al-Ándalus tras la conversión del Mediterráneo en frontera entre territorios anteriormente unidos por sus aguas (Granada, 2009). El Seminario Marruecos-UE: el futuro de la relación (Fundación Tres Culturas del Mediterráneo, Sevilla, 2010) y el I Foro de Autoridades Locales UE-Marruecos, desarrollado en Córdoba (2010), han renovado la voluntad de armonización entre colectividades que se reconocen lazos de unión. Con el propósito de establecer un marco de trabajo conjunto entre municipios del norte de Marruecos y Andalucía, para crear y consolidar una red estable, eficaz, que permita desarrollar intercambios y mejorar las relaciones institucionales entre las dos orillas, ha surgido en Marruecos la iniciativa AN^MAR, http://www.an-mar.org/ (consultado 08/01/2013). La colaboración con la Unión Europea acoge TransHábitat: desarrollo sostenible del espacio transfronterizo Red Natura 2000 y hábitats de interés común Andalucía-Marruecos”, proyecto del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH) financiado por FEDER para diseñar una estrategia conjunta de desarrollo turístico, con rutas culturales basadas en el patrimonio inmaterial. Queda patente, a través de las acciones seleccionadas, la vigencia de las razones histórico-culturales esgrimidas por los promotores del hermanamiento de los territorios andalusíes durante el Protectorado. Hoy las respalda una serie de acciones conjuntas hispano-marroquíes y euro-hispano-marroquíes orientadas a la protección del patrimonio común euromediterráneo que constituye la huella urbanística y arquitectónica del Protectorado. Bibliografía Albet y Más, A.: “La actuación de España en el Protectorado de Marruecos: planes y políticas de intervención territorial”, en Díez Torre, A. (coor.): Ciencia y memoria de África: actas de las III Jornadas sobre expediciones científicas y africanismo español, 1898-1998, Alcalá de Henares: Servicios de publicaciones de la Universidad de Alcalá de Henares, 2002.
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Federico Castro Morales
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Prensa y periodistas del Protectorado español en Marruecos
Mustapha Adila
Ante todo, debemos señalar el hecho de que en la actualidad son escasos los estudios e investigaciones que se han realizado sobre la prensa del Protectorado español en Marruecos. Si exceptuamos el Inventario provisional de la Hemeroteca del Protectorado, elaborado por la antigua jefa de dicho servicio, Dora Bacaicoa Arnaiz, en colaboración con Manuel Requena Córdoba, funcionario de dicha hemeroteca, nos encontramos con que tan solo existen algunos artículos de divulgación de escaso interés de contenidos. La historia de las publicaciones periódicas españolas de dicho periodo precisa de una investigación metodológica que contemple el estudio sistemático del origen y génesis de esas publicaciones, su fisionomía bibliográfica, su evolución cronológica, el análisis hemerográfico de sus aspectos formales y temáticos, sus relaciones con el contexto histórico y su grado de eficacia en la difusión de propuestas ideológicas (Adila: 1998a, 74-75). Estas consideraciones preliminares no tienen otra finalidad salvo resaltar la importancia de la prensa, que es, bien sabido, una fuente primaria multivalente de carácter privilegiado para la investigación sobre la historia del régimen de Protectorado español en Marruecos; una fuente esencial para la investigación histórica sobre las corrientes de opinión y de las actitu-
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des políticas, ideológicas, sociales y culturales que se dieron durante dicho régimen dentro del contexto de las relaciones hispano-marroquíes. 1. La prensa del Protectorado en la Hemeroteca de Tetuán
Esta hemeroteca tuvo sus comienzos en 1939 con unos fondos hemerográficos adquiridos por el Negociado de Prensa y Propaganda de la Alta Comisaría de España en Marruecos y, como era lógico, tendió “a especializarse en lo marroquí, y, en líneas generales, en toda prensa que tuviese relación con lo islámico y africano” (Bacaicoa: 1953, 7). En 1940, la hemeroteca enriquece sus fondos con la adquisición de ciento sesentaiséis volúmenes de recortes de prensa española y europea de la colección personal del destacado africanista Ricardo Ruiz Orsatti. Pocos años después, en abril de 1946, la Hemeroteca de Tetúan pasa a ser un servicio dependiente de la Dirección de Archivos y Bibliotecas del Protectorado. La tendencia a un aumento constante y sostenido de los fondos de prensa es patente y, así, en el mes de julio de 1957, fecha del traspaso del Servicio de Archivos y Bibliotecas del Protectorado al Gobierno marroquí, los fondos europeos de la Hemeroteca de Tetuán ascendían “a 2707 volúmenes encuadernados y unos 1274 paquetes de revistas y periódicos, que correspondían a unos 1400 títulos de publicaciones periódicas” (Guastavino: 1958, 21). En definitiva, basándonos en los datos expuestos, podemos afirmar que la Biblioteca General y Archivos de Tetuán dispone en la actualidad de un fondo hemerográfico de un valor incalculable. En efecto, la calidad de fuente documental que tienen estas publicaciones periódicas, que abarcan la primera mitad del pasado siglo, hace de ellas un útil indispensable e imprescindible para la investigación histórica sobre una gran diversidad de temas y asuntos relacionados con la presencia y acción del Protectorado de España en Marruecos. 2. Orígenes y evolución de la prensa española en Marruecos
La historia de la prensa española en Marruecos se prolonga durante más de una centuria; es la historia de una prensa periódica que, desde su misma aparición en el Reino de Marruecos, fue considerada por las mentalidades de dicha época como portadora de las luces de la civilización y, por ende, de la modernidad. La siguiente cita traduce perfectamente dicho sentir: ¡Sea, en el nombre de Dios y en el de nuestra cara España; sea en el insigne idioma castellano como nazca a la luz pública el primer periódico de Marruecos (…) no somos nosotros los que debemos envanecernos de la nueva conquista que
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realiza la civilización de Europa al plantar su cátedra (la prensa)sobre el territorio que ayer era marroquí: es España la que debe ceñir a su frente tan inmarcesible lauro (Alarcón: 1860, 1).
En efecto, el desarrollo de la prensa española en Marruecos se da en un contexto político internacional fuertemente marcado por el triunfo de las tesis intervencionistas del africanismo europeo de la segunda mitad del siglo diecinueve. En este sentido, cabe recordar que no es un simple azar el hecho de que el primer periódico en aparecer en el Reino de Marruecos lo haya sido El Eco de Tetuán como un producto, justamente, de la guerra hispano-marroquí de 1860. La misma afirmación se puede hacer del primer periodista español en Marruecos que, en este caso, fue el célebre escritor y, al mismo tiempo, corresponsal de guerra y soldado voluntario del ejército expedicionario español Pedro Antonio de Alarcón y Ariza. Asimismo, la prensa española que ve la luz en la ciudad de Tánger, a partir de los años ochenta del siglo XIX, lo hace con notable vigor justo cuando en las cancillerías europeas se empieza a plantear la denominada “cuestión de Marruecos” con todo lo que ello significa de tensa y compleja discusión del reparto de influencias políticas y de intereses comerciales en el entonces denominado Imperio cherifiano. Cabe decir que el “florecimiento” de la prensa española en la capital diplomática de Marruecos, con anterioridad a la imposición del régimen de Protectorado franco-español en 1912, no es ajeno del todo a la labor desarrollada y al apoyo prestado por la Legación Diplomática de España en Tánger; nos referimos, claro está, a las subvenciones que el Ministerio de Estado destinaba regularmente a esa naciente prensa española en Tánger al objeto de encauzar determinadas campañas propagandísticas de corte intervencionista. Es el caso de Al Moghreb al Aksa, primer periódico español fundado en Tánger el 28 de enero de 1883, que expresa su objetivo en “introducir en nuestra localidad los beneficios de la prensa moderna” y en reclamar “la introducción de cuantas reformas sean necesarias para el buen gobierno del país”. Tras la proclamación del régimen de Protectorado español en Marruecos, la prensa cobra un notable impulso durante los cuarenta y cuatro años que dura dicho régimen. Según nuestro propio cómputo, un total de ciento cincuentaisiete publicaciones periódicas sobre temática diversa, con una periodicidad variable y una paginación diferente, vieron la luz del día en las ciudades del Protectorado. De ese total, la ciudad de Tetuán, declarada capital de la zona del Protectorado, llega a tener setentaiséis publicaciones seguida de lejos por la ciudad de Larache con veintitrés (Adila: 2007b, 270-271).
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Lugar
Fecha
Publicación
Periodicidad
Tetuán
1912
El Eco de Tetuán
Diario
Larache
1914
La Correspondencia de África
Diario
Nador
1915
El Explorador Rifeño
Semanal
Rincón de Medik
1917
El Rincón
Quincenal
Arcila
1918
Ecos de Arcila
Semanal
Alhucemas
1927
Diario Español de Alhucemas
Diario
Alcazarquivir
1932
El Anunciador Comercial
Semanal
Ketama
1940
Mástil
Diario
Segangan
1947
Atlaten
Mensual
Chauen
1949
Líber
Mensual
Uad Lau
1953
El Hoyo
Irregular
Cuadro nº 1 Orden crono-toponímico de las publicaciones periódicas del Protectorado
A pesar de que la mayor parte de estas publicaciones son generadas por organismos e instituciones oficiales dependientes, de un modo u otro, de la Alta Comisaría de España en Marruecos, otras publicaciones tienen su origen en iniciativas privadas y son de información general, cultural, literaria, turística o deportiva. Para no extendernos demasiado, de entre esos organismos oficiales podemos citar los siguientes: 1. Delegación de Cultura y de Prensa. 2. Subdelegación Regional del Estado para Prensa y Propaganda. 3. Jefatura Territorial de Prensa en Marruecos. 4. Dirección de Prensa y Propaganda. 5. Servicio de Prensa. 6. Radio Tetuán. Referente a los reglamentos y disposiciones reguladoras de la prensa del Protectorado son de mencionar, entre otros textos: 1 Las Instrucciones del alto comisario para ejercer la censura previa que se publican el 24 de agosto de 1916. 2. El Negociado de Prensa, creado en 1920, con el objetivo de informar a la opinión pública española sobre la necesidad de la presencia de España en su zona de Protectorado en Marruecos. 3. El Dahír jalifiano, del 22 de julio de 1927, aprobando y poniendo en vigor el reglamento de publicaciones periódicas. 4. El Dahír jalifiano, del 11 enero de 1936, aprobando el reglamento de la publicación de impresos, que deroga el de 22 de julio de 1927.
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5. El Reglamento Estatutario de la Asociación de la Prensa HispanoMarroquí, aprobado el 15 de noviembre de 1947 (Valderrama: 1956, 761-775). Debemos señalar que, por lo general, las publicaciones periódicas españolas en Marruecos dependían grandemente de las subvenciones del Estado español. Los salarios de los periodistas, las retribuciones de los colaboradores, los gastos de impresión y las escasas ventas de ejemplares solo se podían cubrir con esas subvenciones regulares. A este respecto, afirma Susana Sueiro Seoane, refiriéndose al Gobierno del general Miguel Primo de Rivera, que había invertido importantes sumas del capítulo de gastos políticos de carácter reservado, en tratar de relanzar los periódicos españoles que se publicaban en Marruecos, que arrastraban una vida lánguida y precaria, a pesar de las subvenciones que llevaban recibiendo desde hacía años. Casi todos ellos recibían subvenciones del Ministerio de Estado. Las subvenciones oscilaban habitualmente entre las 300 y las 1000 pesetas al mes (Sueiro: 1993, 340).
Es más, varios periódicos se publicaron a raíz de iniciativas tomadas por algunos altos comisarios como en el caso del diario España de Tánger, fundado, en 1938, por el periodista Gregorio Corrochano por órdenes del general Juan Beigbeder Atienza; es, asimismo, el caso de la fundación en Tetuán del diario Marruecos, impulsada, en 1942, por el alto comisario general Luis Orgaz Yoldi. La Alta Comisaría de España en Marruecos no solo aseguraba los fondos necesarios para la impresión y distribución de la publicación periódica, sino que procedía, asimismo, a la contratación de los directores y del equipo de redactores. 3. Objetivos y finalidades de la prensa del Protectorado
Por iniciativa de Luciano López Ferrer, cónsul de España en Tetuán, reaparece en 1910 el periódico bisemanario El Eco de Tetuán, que en esta ocasión lleva el subtítulo de “Segunda época”. Llegado a su tercer año, el periódico se convierte en Diario de la mañana y se declara como defensor de los intereses de España en Marruecos. Asimismo, la fundación en Tetuán del diario El Norte de África, en 1918, fue fruto del deseo del entonces alto comisario, general Gómez Jordana, de hacer frente a la prensa metropolitana que impugnaba la acción española en el norte de Marruecos, “una prensa que nutría sus columnas con prosa de derrotismo e, incluso, abandono de la empresa”. En este sentido, cabe citar la opinión de un notorio personaje del Protectorado español que afirmó respecto de esta cuestión lo siguiente:
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La Prensa, los literatos, los políticos, salvo contadísimas excepciones, escribían de Marruecos sin entender el problema y, lo que es peor, sin sentirlo. Un espíritu de crítica, por injusto que fuera, daba a su autor un título de africanista (García: 1944, 134).
Así, en 1920, aparece en la ciudad de Larache el Diario Marroquí que se compromete en su primer número, con fecha del 27 de mayo, a dedicar una atención preferente a propagar en España las características interesantes de Marruecos en sus aspectos: comercial y agrícola por considerar base de toda colonización, un perfecto conocimiento del país protector del protegido.
Asimismo, el 22 de julio de 1930, nace en Tetuán el diario La Gaceta de África que se define como un “órgano de cultura, de difusión de ideas y de expresión de la obra económica, social y política que realiza España en el Magreb”. Siempre en esta misma línea ideológica, y coincidiendo con la II Guerra Mundial, se publica en Tetuán, el 23 de abril de 1942, el diario Marruecos como otro periódico semioficial de la Alta Comisaría de España en Marruecos y con un enfoque bien explícito en su editorial titulado “España y Marruecos. Una unidad de destino”. Entre otros argumentos, el diario afirma que: “En el Protectorado español hay paz, en tanto que el mundo se consume en guerra; y esto es gracias al nuevo régimen español y a la fusión de pueblos”. Por su parte, El Avisador de Larache, periódico bisemanario que aparece el 4 de enero de 1943, fija su propósito en “llenar una necesidad local de carácter informativo en los múltiples aspectos que requiere toda la población que, día por día, revaloriza sus riquezas y sus actividades y más aún en esta obra de España en Marruecos”. En esa misma ciudad, tiene lugar un evento importante, en el mes de febrero de 1947, con la publicación del primer número de la revista literaria bilingüe Al-Motamid que dirige la poetisa Trinidad Sánchez Mercader, una revista que apuesta por la creación de vínculos entre los escritores españoles, marroquíes y árabes dentro del espíritu de la “hermandad hispano-marroquí”. En este sentido, afirma que: Marruecos posee una juventud lírica española y marroquí que ve, siente y hace poesía junto al sentimiento árabe. Este sentimiento se une a lo hispánico y lo poético, hasta dar forma a una nueva modalidad de espíritu (…) la poesía, por ser universal, es el camino más fácil y seguro de la unión humana duradera.
Parecido sentimiento pretende expresar también El Día, periódico quincenal de expresión bilingüe, que aparece en Tetuán, el 8 de diciembre de 1947, con la pretensión de ser “un órgano que sea a la vez portavoz del sentimiento patriótico marroquí, franco, sincero y leal e igualmente del sentimiento español hacia Marruecos, cada vez más intenso y desinteresado”.
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Por su parte, la revista semestral Tamuda, que aparece en Tetuán en 1953, se presenta como una publicación estrictamente científica cuyo objetivo estriba en “recoger trabajos que signifiquen aportaciones de datos inéditos y estudios serios acerca de todos los aspectos del país en que vivimos”. Dentro de la larga lista de esas investigaciones, destacan los estudios históricos, arqueológicos, epigráficos, sociológicos, literarios, lingüísticos y bibliográficos sobre temática hispano-marroquí y sobre Al-Ándalus. Esta revista publicará, además, en calidad de anexo, el suplemento literario bilingüe Ketama que ofrece a sus lectores toda una selecta antología poética y narrativa de autores españoles, marroquíes y árabes. La revista lograba con ello su objetivo de ser una especie de puente cultural entre españoles y marroquíes mediante la obra literaria de muy buenos colaboradores en ambas lenguas. En cuanto a objetivos se refiere, sobresale, asimismo, el semanario, Aquí Marruecos, que aparece en Tetuán el 16 de diciembre de 1954. Se presenta como un periódico independiente que no está al servicio de ningún grupo determinado o bajo ninguna bandera partidista y añade que “está al servicio de la hermandad hispano-marroquí y, por tanto, sus columnas están abiertas a los marroquíes y a los españoles sin distinción de razas ni de creencias”. Es importante señalar, también, que este periódico dedicó especial atención durante el año 1955 a la causa de la legitimidad del sultán Mohamed V, desterrado por Francia en la isla de Madagascar, asunto sobre el que trataron muchos de sus colaboradores marroquíes y españoles en términos muy críticos hacia la política colonialista francesa. 4. Fisionomía bio-bibliográfica
La investigación en torno a la prensa española en Marruecos hace necesario elaborar un instrumento imprescindible para la identificación y conocimiento de todas aquellas personas por cuya su labor y esfuerzo existió dicha prensa histórica. Es más, es preciso sacar del más silencioso de los olvidos a toda una pléyade de periodistas y de colaboradores de la prensa española del Protectorado. Conscientes de ello, hemos recogido, con toda la precisión posible, datos bio-bibliográficos referentes a aquellas individualidades que se dedicaron a la prensa española durante el periodo del Protectorado. Es así como conseguimos elaborar a partir de fuentes muy diversas una base de datos en la que hemos registrado, aumentado y corregido la información existente sobre más de mil quinientas individualidades. En el muestreo siguiente no solo ofrecemos los datos de periodistas profesionales que, según un concepto estrictamente colegiado de la actividad
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periodística, “hacen el periódico” o procesan la información en cualquier otro medio de comunicación, sino que incluimos también a aquellas otras personas que “escriben más o menos regularmente en los periódicos” con verdadero talento y notable mérito. Entre los prestigiosos colaboradores, de la prensa española del Protectorado, podemos encontrar, entre otros muchos nombres, personajes de la talla de Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Ramón Menéndez Pidal, Agustín de Foxá, Gerardo Diego, Manuel Altolaguirre, José María Pemán, Luis Cernuda, Max Aub, etc. También colaboraron distinguidos académicos e investigadores en Historia, Derecho, Medicina, Ciencias y Artes. Hubo, asimismo, colaboradores prácticamente desconocidos, que podemos considerar como periodistas ocasionales o vocacionales, y que solo pretendieron lograr una satisfactoria realización personal. Debemos añadir que en este trabajo hemos considerado procedente prescindir de aquellos datos relativos a la trayectoria profesional o de colaboración en la prensa española metropolitana que realizaron las personas que aparecen en este listado. Solo mencionamos sus datos en relación a la prensa del Protectorado, los cargos que desempeñaron, así como los premios y condecoraciones que lograron en reconocimiento de sus servicios y méritos profesionales. 4.1. Periodistas
A lonso Ruescas, Gregorio (Madrid, 1893-1961). ROP 2207. Fundador y director del semanario El Lukus, Larache, 1932; redactor de Marruecos, Larache, 1942; director del bisemanario El Avisador de Larache, 1943; del Diario Marroquí, Larache; colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1945; director del Diario de Larache, 1946; del bisemanario Larache, 1950. A rmario Peña, Miguel (Cádiz, 1871-Larache, 1939). Fundador y director del diario El Popular, Larache, 1913-1938; redactor jefe del diario El Heraldo de Marruecos, Larache, 1938. Oficial de la Orden del Uisam Alauita. Medalla de Isabel la Católica. Medalla del Mérito Militar por su labor periodística. A rqués Fernández, Enrique (Málaga, 1885-1970). ROP 4442. Corresponsal del diario El Eco de Tetuán, 1919-1920; redactor del diario El Norte de África, Tetuán, 1921-1922. Jefe del Negociado de Prensa en la Zona de Protectorado español en Marruecos, 1920. Jefe del Servicio de Prensa de la Alta Comisaría de España en Marruecos, 1933. Colaborador del diario La Gaceta de África, Tetuán, 1936; de la revista Marruecos turístico, Tetuán, 1936; de la revista Mauritania, Tánger, 1938-1957. Fundador del diario España, Tánger, 1938; del diario Marruecos, Tetuán, 1942, y del Diario de África, Te-
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tuán, 1945. Colaborador del semanario Gong Marroquí, Tetuán, 1949. Vocal del Consejo de Redacción de la revista Tamuda, Tetuán, 1953-1956. Premio Nacional de Periodismo, 1953. Periodista de Honor, 1963. Borrás Bermejo, Tomás (Madrid, 1891-1976). ROP 368. Autor teatral, novelista y guionista de cine. Fundador del periódico Hispania, Larache, 1914; subdirector del diario España, Tánger, 1938-1940. Miembro de la Asociación de la Prensa de Madrid desde 1912. Premio África de Periodismo. Periodista de Honor, 1954. Premio Nacional de Periodismo Francisco Franco, 1967. Carrasco Téllez, José (Atajate, Málaga, 1898-Tánger, 1959). ROP 2074. Redactor del bisemanario La Crónica, Tánger, 1921; redactor-jefe del diario El Porvenir, Tánger, 1922-1927; redactor de Marruecos Gráfico, Tetuán, 1926; director de Acción Española, Casablanca, 1931-1936. Director del diario Heraldo de Marruecos, Larache, 1936-1939; redactor y redactor jefe del diario España, Tánger, 1938-1945; colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1939; director del Diario de África, Tetuán, 1945-1952 y del África Deportiva, 1946-1952; del semanario Norte de África, Tetuán, 19521955; redactor del periódico Aquí Marruecos, Tetuán, 1954. Presidente de la Asociación de la Prensa Hispano-Marroquí, Tetuán, 1952-1956. Díez A lonso, Rogelio (Ceuta, 1922-Madrid, 1979). ROP 3037. Redactor y locutor de Radio Dersa, Tetuán, 1947-1953; redactor jefe del semanario África Deportiva, Tetuán, 1947. Secretario de la Asociación de la Prensa Hispano-Marroquí, Tetuán, 1952-1956. Redactor y director de No-Do, 1968-1974. Director general de Cinematografía y Teatro, 1973-1977. García Sañudo y Giraldo, Manuel (Marchena, Sevilla, 1892-Sevilla, 1969). ROP 774. Redactor jefe del diario El Norte de África, Tetuán, 19201922; colaborador del diario El Eco de Tetuán, 1922-1924; subdirector del diario El Mediterráneo, Tetuán, 1924-1925; redactor del semanario Marruecos Gráfico, Tetuán, 1926; redactor-jefe del Diario Marroquí, Tetuán; subdirector del semanario Unidad Marroquí, 1937; redactor jefe del diario Marruecos, 1942-1945, y del periódico El Día, Tetuán, 1946-1954; colaborador de la revista Mauritania, 1948; del diario España, Tánger, 1955. Cronista Oficial de Tetuán. Gil Benumeya Torres, Rodolfo (Andújar, 1901-Madrid, 1975). Arabista, político y periodista. Colaborador del diario Heraldo de Marruecos, Tánger, 1925; del diario La Gaceta de África, Tetuán, 1936; del semanario Unidad Marroquí, Tetuán, 1937-1939; de la revista A.O.E., Sidi Ifni, 1946; de la revista Mauritania, Tánger, 1949; del Diario de África, Tetuán, 1949. Premio Nacional de Periodismo, 1943.
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Gómez-Salomé Ruiz, José María (San Roque, Cádiz, 1921-Madrid, 2005). ROP 3043. Redactor del semanario El Anunciador Comercial, Alcazarquivir, 1936-1950, y corresponsal del bisemanario El Avisador de Larache, 1939-1950; colaborador del periódico El Día, Tetuán, 1953; de la revista Mauritania, Tánger, 1957; director de la agencia de colaboraciones Al-Magrib Pax, 1955-1957; subdirector del diario España, Tánger, 19561971. Miembro de la Asociación de la Prensa de Madrid, 1967. Caballero de la Orden de África. Comendador del Mérito Civil. Gómez Tello, José Luis (Madrid, 1916-2003). EOP 1943. ROP 1750. Licenciado en Filosofía y Letras. Colaborador del diario España de Tánger, 1940-1942; redactor del semanario Aquí Marruecos, Tetuán, 1955. Premio Rodríguez Santamaría, 1959. Premio de Periodismo Francisco Franco, 1960. G ómez de Tr avecedo Cansino, Francisco (Málaga, 1915-2007). EOP 1942. ROP 1040. Licenciado en Derecho. Colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1940-1944; redactor del diario España, Tánger, 19421943; colaborador del diario Marruecos, Tetuán, 1942-1943; jefe de Programación de Radio Tetuán, 1944-1950. Miembro de la Asociación de la Prensa de Madrid. H aro Tecglen, Eduardo (Pozuelo, Madrid, 1924-2005). EOP 1943. ROP 1008. Redactor jefe del diario Marruecos, Tetuán, 1943; del Diario de África, Tetuán, 1946-1956; director del diario España, Tánger, 1960-1967. López R ienda, Rafael (Granada, 1897-1928). Cronista de guerra. Fundador y director del Diario Marroquí, Larache, 1920; director del diario El Eco de Tetuán, 1924-1927. Condecorado, en 1923, con la Cruz de Isabel la Católica. Morales R ico, Manuel Salvador (Mancha Real, Jaén, 1931). ROP 3794. Redactor de El Día, Tetuán, 1954; del Diario de África, Tetuán, 1956; jefe de sección del España Semanal, Tánger, 1956-1959; redactor del diario España, 1958; de la agencia Maghreb Arabe Press, Rabat, 1961; redactor jefe del Diario de África, Tetuán, 1962. Profesor de la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Secretario general de Prensa y Radio del Movimiento, 1970. Procurador en Cortes. Onieva Santamaría , Antonio Juan (Pamplona, 1886-Madrid, 1977). Pedagogo, periodista y escritor. Estudios de Derecho y de Magisterio. Colaborador del Diario de África, Tetuán, 1948-1953; del semanario Gong Marroquí, Tetuán, 1949. Director de Prensa, Propaganda, Radio y Turismo, Tetuán, 1948-1951. Presidente de la Asociación de la Prensa de Oviedo. D elegado de la UNESCO en Bélgica. Presidente de la Sociedad Cervantina.
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Ortega Pichardo, Manuel Luis (Jerez de la Frontera, 1888-Madrid, 1943). Escritor, periodista y editor. Colaborador del semanario Larache, 1923. Fundador y director del Heraldo de Marruecos, Tánger, 1925-1932. Miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia. Vocal de la Liga de Africanistas. Roda Jiménez, R afael de (Jorairátar, Granada, 1873-1959). Fundador del diario El Norte de África, 1918, Tetuán; del diario La Gaceta de África, Tetuán, 1930. Colaborador del diario Marruecos, Tetuán, 1942-1943; de la revista Mauritania, Tánger, 1948; del Diario de África, Tetuán, 1948-1949. Miembro y, posteriormente, presidente de la Asociación de la Prensa Hispano-Marroquí. Premio África de Periodismo, 1945. Roldán May, Fernando (Manresa, Barcelona, 1899-1971). ROP 1585. Licenciado en Filosofía y Letras. Redactor del Diario Marroquí, Larache, 1921-1923; director de Hispania, Larache, 1923-1924, y del Heraldo de Marruecos, Tánger, 1924-1925. Director del diario España, Tánger, 1967-1969. Ruiz A lbéniz, Víctor (Mayagüez, Puerto Rico, 1885-Madrid, 1954). ROP 18. Médico de la Compañía Minera del Rif, 1908. Colaborador del diario El Norte de África, Tetuán, 1921-1922; del diario La Gaceta de África, Tetuán, 1936-1939. Presidente de la Asociación de Prensa de Madrid, 19361943. Cronista oficial de la Villa de Madrid, 1943. Premio Rodríguez Santamaría, 1947. Periodista de Honor, 1953. Santamaría Quesada , R amiro (Melilla, 1922-Madrid, 1983). EOP 1951. ROP 1808. Redactor de la revista Marruecos, Tetuán-Tánger, 19451951; del semanario Gong Marroquí, Tetuán, 1949; secretario de redacción de la publicación mensual Gong Internacional, Tánger, 1950; redactor del Diario de África, Tetuán, 1949-1956; del periódico El Día, Tetuán; colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1953; del semanario Aquí Marruecos, Tetuán, 1955. Premio África de Periodismo. Vega y Rubio, Luis A ntonio de (Bilbao, 1900-1977). ROP 363. Novelista. Director de las Escuelas Hispano-Árabes en Larache y en Tetuán, 1926-1936. Colaborador de La Gaceta de África, 1935; del diario Marruecos, Tetuán, 1942. Miembro de la Asociación de la Prensa de Madrid, 1937. Premio África de Periodismo. 4. 2. Académicos, poetas y artistas
Aleixandre y Merlo, Vicente (Sevilla, 1898-Madrid, 1984). Poeta. Premio Nacional de Literatura, 1933. Miembro de la Real Academia Española de la Lengua, 1950. Colaborador de la revista Al-Motamid, Larache, 1953-1954; de la revista Ketama, Tetuán, 1953. Premio Nobel de Literatura en 1977.
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A rribas Paláu, Mariano (Barcelona, 1917-Madrid, 2002). Historiador. Director adjunto del Instituto de Investigaciones Hispano-Árabes Muley elHassan, Tetuán, 1943-1972. Colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1948-1959; del Diario de África, Tetuán, 1949; director de la revista Tamuda, Tetuán, 1957-1959; colaborador de la revista Hespéris-Tamuda, Rabat, 19601991; de la revista Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán, 1964-1980. Miembro de la Real Academia de Bones Lletres de Barcelona, 1952. Bertuchi Nieto, M ariano (Granada, 1898-Tetuán, 1955). Artista. Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, 1922. Inspector-Jefe de los Servicios de Bellas Artes del Protectorado, 1928. Director de la Escuela de Artes Indígenas de Tetuán, 1929. Director y profesor de la Escuela Preparatoria de Bellas Artes de Tetuán, 1945. Colaborador del diario El Mediterráneo, Tetuán, 1920; del diario La Gaceta de África, Tetuán, 1935-1936; ilustrador de las revistas: Marruecos Gráfico, Marruecos Turístico, Mauritania, Al-Motamid, Ketama… Vocal del consejo de redacción de la revista Tamuda, Tetuán, 1953-1956. Conde A bellán, Carmen (Cartagena, 1907-Madrid, 1996). Poeta y narradora. Colaboradora de la revista Al-Motamid, Tetuán, 1955; del suplemento literario Ketama, 1957. Premio Nacional de Poesía, 1967. Primera académica de número de la Real Academia Española, 1978. Premio Benito Pérez Galdós de Periodismo, 1979. Gallegos García-P elayo, Carlos (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1909-Algeciras, 1962). Pintor y cartelista. Director la Escuela Preparatoria de Bellas Artes de Tetuán entre 1955 y 1957. Colaborador de la revista Mauritania, Tánger; de la revista Tamuda, Tetuán, 1958; de la revista Hespéris, Rabat, 1958. Comendador de la Orden de la Mehdauia. García Sanchís M adruga, Federico (Valencia, 1888-Madrid, 1964). ROP 2015. Crítico de arte, novelista y conferenciante. Colaborador del diario El Eco de Tetuán, 1919; del semanario Larache, 1923. Académico de número de la Real Academia Española, 1939. De la Asociación de la Prensa de Madrid, 1914. Gómez Nisa, Pío (Sevilla, 1925-Las Palmas de Gran Canaria, 1989). EOP 1961. ROP 3535. Poeta. Miembro del comité de redacción de la revista Al-Motamid, Larache, 1947-1956; redactor (1954-1958), redactor jefe (19581960) y director técnico del Diario de África, Tetuán, 1962. Premio Nacional de Periodismo Jaime Balmes, 1967. Guastavino Gallent, Guillermo (Valencia, 1904-Benidorm, 1977). Licenciado en Historia. Director de la Biblioteca General del Protectorado, 1939-1957. Director de Archivos y Bibliotecas del Protectorado español
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en Marruecos, Tetuán, 1942-1957. Colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1941-1951; del diario Marruecos, Tetuán, 1943-1944; del Diario de África, Tetuán, 1946-1953; del semanario Gong Marroquí, Tetuán, 1949; secretario y coordinador de la revista hispano-marroquí Tamuda, Tetuán, 1953-1958; colaborador de la revista Hespéris-Tamuda, Rabat, 1960. Director de la Biblioteca Nacional de Madrid 1967-1974. López Gorgé, Jacinto (Alicante, 1925-Madrid, 2008). Poeta, escritor, editor y crítico literario. Miembro del Comité de redacción de la revista AlMotamid, Larache, 1947-1955; colaborador del diario Marruecos, TetuánTánger, 1951; del Diario de África, Tetuán, 1949-1957; director del suplemento Ketama, Tetuán, 1953-1959; crítico literario del España Semanal, Tánger, 1963. Director del Aula de Literatura del Ateneo de Madrid. Condecorado con la Encomienda de la Orden de África. Mas-Guindal y Meseguer, Joaquín (1875-1945). Doctor en Farmacia. Coronel farmacéutico y jefe de los Servicios Farmacéuticos en la zona de Protectorado español en Marruecos. Colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1928-1941; de la revista Marruecos Sanitario, Tetuán, 1929-30. Vicedirector de la Real Academia Nacional de Farmacia, 1932-1945. Sánchez Mercader, Trinidad (Alicante, 1919-Granada, 1984). Poetisa. Fundadora y directora de la revista literaria Al-Motamid, Larache (19471953) y Tetuán (1953-1956). Colaboradora del Diario de África, Tetuán, 1949-1953. Premio Marruecos de Poesía, 1953. Sancho de Sopranis, Hipólito (Puerto de Santa María, Cádiz, 18931964). Historiador de la provincia de Cádiz. Miembro fundador del Centro de Estudios Históricos Jerezanos. Colaborador de las revistas Mauritania, Tánger, 1938-1958; Tamuda, Tetuán, 1954-1955. Cronista Oficial de la Ciudad de El Puerto de Santa María, 1939-1941. Miembro de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes de Cádiz. Medalla de Oro de la Ciudad de Melilla. Miembro de la Orden Mehdauia de Marruecos. Tarradell M ateu, Miquel (Barcelona, 1920-1995). Jefe del Servicio de Arqueología del Protectorado y director del Museo Arqueológico de Tetuán, 1948. Catedrático de Arqueología de la Universidad de Valencia, 1955. Miembro de la Real Academia de Bones Lletres de Barcelona, 1959. Colaborador de la revista Mauritania, 1948-1953; de Marruecos, Tánger-Tetuán, 1949; de la publicación mensual Tinga, Tánger, 1953; de la revista Tamuda, Tetuán, 1953-1959; de la revista Hespéris-Tamuda, Rabat, 1960; de Cuadernos de la Biblioteca española de Tetuán, 1966. Vallvé Bermejo, Joaquín (Tetuán, 1929-Madrid, 2011). Doctor en Filología Semítica. Catedrático de Lengua Árabe en la Universidad Complu-
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tense de Madrid, 1970-1999. Miembro titular ad honorem del Instituto-Árabe de Cultura y consejero nacional de Educación, 1976-1980. Director del Instituto Miguel Asín de la Escuela de Estudios Árabes de Madrid, 19801985. Miembro de la Real Academia de la Historia, 1988. Colaborador de la revista Tamuda, Tetuán, 1953-1959; de la revista Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán, 1967. 4. 3. Militares, políticos y funcionarios del Protectorado
Á lvarez Claro, R afael (Torrox, Málaga, 1894-1964). ROP 3022. Fundador, director y propietario del Diario Español de Alhucemas, 1925-1931; colaborador del diario Marruecos, Tetuán, 1944-1945. Alcalde de la Ciudad de Melilla. Presidente de la Asociación de la Prensa Hispano-Marroquí, Tetuán, 1955-1956. Bermejo López, José (Málaga, 1894-1971). ROP 3036. Militar. Fundador y director del semanario África Occidental Española, Sidi Ifni, 1945; director de la emisión en lengua árabe de RNE; del Boletín Semanal de la sección de Información de los Países Árabes, 1950-52; colaborador de la revista Tamuda, Tetuán, 1954-1957. General del Ejército, 1964. Díaz-Merry e Iñíguez, Manuel (Madrid, 1890-Tánger, 1957). Académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia de Madrid. Magistrado del Tribunal Mixto Internacional en Tánger, 1925. Presidente de la Sala de Apelación del Tribunal Mixto desde 1937. Colaborador de la publicación Presente, Tánger, 1938; del diario España, Tánger, 1939; del Diario de África, Tetuán, 1948-1952. Condecorado con la Gran Cruz del Mérito Civil, 1953; con la Gran Cruz de la Orden Mehdauia. Díaz de Villegas y Bustamante, José (Corvera de Toranzo, Santander, 1894-Madrid, 1968). EOP 1949. ROP 1452. Militar. Profesor de la Escuela Superior del Ejército y de la Escuela Oficial de Periodismo. Colaborador del diario El Eco de Tetuán, 1921-1929. Director General de Plazas y Provincias Africanas, 1944. General de Brigada, 1954. Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar, 1947. Fernández de Castro y Pedrera, R afael (La Coruña, 1883-Melilla, 1952). ROP 1506. Militar. Secretario de la Asociación de la Prensa de Melilla, 1913; colaborador del diario La Gaceta de Tetuán, 1936; de la revista Mauritania, Tánger, 1939-1951; del diario Marruecos, Tetuán, 1942-1943; del Diario de África, Tetuán, 1949. Miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia. Cronista Oficial de Melilla. García Figueras, Tomás (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1892-1981). ROP 1741. Militar. Colaborador del diario El Norte de África, Tetuán, 1921-1922;
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Retrato de Victor Martínez Simancas Víctor Martínez Simancas nace en Granada el 29 de mayo de 1884. Con quince años ingresa en la Academia de Infantería de Toledo donde más tarde sería profesor. A esta vocación docente se sumaría su dedicación periodística y una profunda fe católica. Fue secretario particular del ministro de la Guerra, José Villegas Riquelme. En diciembre de 1941 es nombrado delegado de Asuntos Indígenas en la Alta Comisaría de España en Marruecos y un año más tarde delegado general de Educación, puesto que dejará para incorporarse en 1943 como profesor principal de la Escuela Superior del Ejército, regresando a Marruecos en 1948 al ser nombrado delegado general de la Alta Comisaría en el Protectorado, ejerciendo las funciones del alto comisario durante la enfermedad del general Varela. Herido varias veces en combate y condecorado con múltiples distinciones militares, muere en Madrid, como general de división, el día 1 de abril de 1965. Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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del semanario Larache, 1923; de la revista Marruecos Turístico, Tetuán, 1936; de la revista Mauritania, Tánger, 1938-1960; del diario Marruecos, Tetuán, 1942-1943; del periódico El Avisador de Larache, 1943; del Diario de África, Tetuán, 1946-1956; del diario Marruecos, Tetuán-Tánger, 1948-1949; del semanario Gong Marroquí, Tetuán, 1949; de la revista Al-Motamid, Larache, 1949; de la revista Tamuda, Tetuán, 1953-1956. Secretario general de la Alta Comisaría de España en Marruecos, 1939. Director del Instituto General Franco de Estudios e Investigación Hispano-Árabe, Tetuán, 1941. Delegado de Educación y Cultura, 1942. Delegado de Economía, Industria y Comercio, 1945. Delegado de Asuntos Indígenas, 1952-1956. Alcalde de Jerez de la Frontera, 1958-1966. Miembro correspondiente de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias, Artes, y Letras de Jerez de la Frontera, 1925. Premio Nacional de Literatura Francisco Franco, 1940. Premio África de Literatura, 1947. Lobera y Girela, Cándido (Granada, 1871-Melilla, 1932). Capitán de Artillería. Presidente de la Junta Municipal de Melilla. Fundador, propietario y director del diario El Telegrama del Rif, Melilla, 1902-1932. Colaborador del diario El Norte de África, Tetuán, 1921-27. M artínez Simancas, Víctor (Granada, 1884-Madrid, 1965). ROP 2104. Militar. Fundador y director de El Alcázar durante el asedio al recinto toledano, 1936; colaborador del diario Marruecos, Tetuán, 1942-1943. Delegado de Asuntos Indígenas en la Alta Comisaría de España en Marruecos, 1942. General de División, 1947. Delegado general de la Alta Comisaría de España en Marruecos, 1948-1951. Condecorado con la Gran Cruz de la Orden Mehdauia, 1944. Periodista de Honor, 1952. Quirós Rodríguez, Carlos Vicente (Pola de Siero, Oviedo, 18841960). Doctor en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Santiago de Compostela, 1908. Coronel capellán jefe. Profesor de Árabe Literal en el Centro de Estudios Marroquíes de Tetuán y director del mismo, 1931-1942; profesor de Árabe Dialectal en la Escuela de Estudios Árabes de Granada, 1947, y de Lengua Árabe en la Universidad Central, Madrid. Colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1930-1943. Miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, 1941. Oficial de la Orden Civil de África, 1935. Rodríguez-Aguilera Conde, Cesáreo (Quesada, Jaén, 1916-Barcelona, 2006). Jurista, escritor y crítico de arte. Licenciado en Derecho, 1940. Juez de Primera Instancia, 1942. Magistrado en la zona de Protectorado español en Marruecos. Presidente de la Audiencia Territorial de Barcelona, 1983. Vocal del Consejo General del Poder Judicial, 1985. Senador socialis-
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ta por Barcelona, 1986. Colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1944; de la revista Al-Motamid, Larache, 1947. Valderrama Martínez, Fernando (Melilla, 1912-Madrid, 2004). Larga carrera administrativa en los Servicios de Enseñanza de la Alta Comisaría de España en Marruecos. Colaborador del Diario de África, Tetuán, 1946-1956; del diario El Día y de la revista Marruecos, Tetuán-Tánger, 1949; de la revista Mauritania, Tánger, 1949-54; del diario España de Tánger, 1953; de la revista Tamuda, Tetuán, 1953-1957; del semanario Aquí Marruecos, Tetuán, 1955. Funcionario de la UNESCO, 1961-1973. Presidente de la Asociación Española de Orientalistas, 1983-1990. Condecorado con la Encomienda de número de la Orden de la Mehdauia de Marruecos. 4. 4. Periodistas y colaboradores marroquíes
A l-Jatib, A bdul-Latif (Tetuán, 1926). Periodista, escritor y traductor. Cursó estudios universitarios en España. Colaborador de la revista Ketama, Tetuán, 1953-1959; del semanario Aquí Marruecos, Tetuán, 1955. Gobernador de la Provincia de Tetuán, 1973. Embajador de Marruecos en España y en Brasil. Azimán, Mohammad (Tetuán, 1912-2001). Licenciado por la Universidad de El Cairo, 1936, y diplomado en Pedagogía por la Universidad de Ginebra, 1939. Secretario general del Consejo Superior de Enseñanza Superior Islámica, Tetuán, 1937. Secretario general del Ministerio de Instrucción Pública del Majzén jalifiano, Tetuán, 1953. Delegado del Ministerio de Enseñanza en la zona norte de Marruecos, 1956. Experto de la UNESCO, 1965. Colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1943; miembro del Consejo de Redacción (1953-1957) y director (1957-1961) de la revista Tamuda, Tetuán, 1953-1957; colaborador del Diario de África, Tetuán, 1957. A zzuz H akim, Mohammad Ibn (Tetuán, 1924). Documentalista. Licenciado en Historia por la Universidad Central de Madrid. Colaborador de la revista Mauritania, Tánger, 1950-1956; de la revista Al-Motamid, Larache, 1953; del semanario Aquí Marruecos, Tetuán, 1954-1955; del Diario de África, Tetuán, 1953-1955; de El Día, Tetuán, y del diario España de Tánger. Premio África de Periodismo en 1950. Belguiti Tlemsani, A hmed (Tetuán, 1921-1993). Graduado por la Universidad Al-Azhar, El Cairo. Colaborador del semanario Aquí Marruecos, Tetuán, 1954-1955; del diario España, Tánger, 1953-1956. Ben K irán, Dris Ben A hmed (Melilla, 1911). ROP 3029. Abogado por la Universidad de Madrid. Secretario-intérprete del Instituto Jalifiano Muley Hasán de Tetuán, 1937. Redactor del semanario Unidad Marroquí, Tetuán, 1937; del periódico El Día, Tetuán, 1948-1951, y de la revista Marrue-
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cos, Tetuán-Tánger, 1948-1954; colaborador del semanario Aquí Marruecos, Tetuán, 1954-1955. Bulaix Baeza, Mohamed (Tetuán, 1901-1995). EOP 1950, ROP 1640. Licenciado en Derecho por la Universidad de Madrid. Miembro del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid y de Tetuán, 1955. Colaborador del diario La Gaceta de África, Tetuán, 1934. Fundador y director del periódico El Día, Tetuán, 1947-1956. Vicepresidente segundo de la Asociación de la Prensa Hispano-Marroquí, Tetuán, 1952-1956. Diputado del Parlamento de Marruecos, 1963-1965. Presidente de la Comunidad Marroquí de Madrid-Al-Umma, 1986. Diuri, Dris (Larache, 1921-1978). Escritor y poeta. Realizó estudios en la Universidad de Granada. Miembro del comité de redacción de la revista Al-Motamid, Larache-Tetuán, 1947-1955. Colaborador del diario España, Tánger; 1951; del periódico El Día, Tetuán, 1955; del Diario de África, Tetuán, 1961. Canciller en el Consulado de Marruecos en Barcelona, 1958. Mekinasi, Ahmed Ben Mohammed (Tetuán, 1921-1975). ROP 3035. Arqueólogo e historiador. Colaborador de los periódicos Diario de África y El Día, Tetuán, 1947; de la revista Tamuda, Tetuán, 1953-1959. Jefe de emisiones árabes de Radio Dersa, Tetuán, 1951-1956. Director del Museo Arqueológico de Tetuán, 1956. Director de la Biblioteca General y Archivos de Tetuán, 1956. Sabbág, Mohamed (Tetuán, 1926). Poeta, novelista y traductor. Realizó estudios en la Universidad de Madrid. Jefe de la Hemeroteca de Tetuán. Colaborador de la revista Al-Motamid, Larache, 1953-1954; del periódico El Día, Tetuán, 1953-1956; responsable de la sección árabe del suplemento Ketama, Tetuán, 1953-1959. Jefe del Servicio de Literaturas del Ministerio de Cultura de Marruecos, Rabat, 1968. Premio Marruecos de Literatura, 1970. Medalla al Mérito Intelectual concedida por España, 1986. Temsamani, Mohamed Ben A bdeslam (1931-1998). Ingeniero agrónomo. Escritor y articulista en el Diario de África, Tetuán, 1953-1956; en el diario España de Tánger, 1954. Colaborador de la revista Ketama, Tetuán, 1955. Conclusión
En definitiva, y basándonos en los datos expuestos en este trabajo, podemos afirmar que la calidad de fuente documental que tienen estas publicaciones periódicas, que abarcan la primera mitad del siglo XX, hace de ellas un útil indispensable e imprescindible para la investigación histórica sobre una gran diversidad de temas y asuntos relacionados con la presencia y acción de España en Marruecos durante el régimen del Protectorado.
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Cabe recordar que, en estos últimos años, los Ministerios de Cultura de Marruecos y de España firmaron varios memorándum de acuerdo en materia de restauración y de renovación de todas las secciones de la Biblioteca General y Archivos de Tetuán. En la actualidad, los fondos hemerográficos españoles del Protectorado se hallan depositados en un espacio que reúne mejores condiciones para su conservación y para una reorganización de esos fondos en todas sus etapas: nueva clasificación, ordenación, descripción, elaboración de un nuevo inventario y de cuantos catálogos sean necesarios. Lo que verdaderamente urge es que dicho fondo sea sometido a los más adecuados tratamientos informáticos con vistas a su digitalización y a su difusión por internet, permitiendo con ello el acceso a dicha prensa histórica a los investigadores interesados por el tema del Protectorado español en Marruecos. Bibliografía Libros: Adila, M.: (Coord.) Tetuán en la documentación española del Protectorado, Tetuán: GIENME, 1998a. — Miscelánea histórica hispano-marroquí, Tetuán: Publicaciones de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, 2007a. Bacaicoa Arnaiz, D. y Requena Córdoba, M.: Inventario provisional de la Hemeroteca del Protectorado, Tetuán: Editora Marroquí, 1953. García Figueras, T.: Marruecos, Madrid: Ediciones FE, 1944. Guastavino Gallent, G.: La acción española en los archivos y bibliotecas de la Zona Norte de Marruecos, Madrid: I.D.E.A., 1958. López de Zuazo Algar, A.: Catálogo de periodistas españoles del siglo XX, Madrid, Gráficas Chapado, 1980-1981. Sueiro Seoane, S.: España en el Mediterráneo, Madrid, UNED, 1993. Valderrama Martínez, F.: Historia de la acción cultural de España en Marruecos, Tetuán: Editora Marroquí, 1956. Artículos: Adila, M.: “El análisis hemerográfico de los recortes de prensa de la Hemeroteca de Tetuán: La Colección de Ricardo Ruiz Orsatti” en Actas del Coloquio Tetuán en la documentación española del protectorado, Tetuán: Imprenta Hidaya, 1998b, pp. 74-92. — “El fondo español de la Hemeroteca de Tetuán” en Tétouan et la documentation, du 16 éme au 20 éme siècle, Tétouan: Publications de la Faculté des Lettres et des Sciences Humaines, 2007b, pp. 267-276b. Alcaraz Cánovas, I.: “La memoria interminable. Prensa española en el Protectorado” en La Medina, Madrid, nº 42, octubre 2008, p. 8. García Montoto, F.: “Prensa española en Marruecos”, Mauritania, Tánger, nº 161, 1941, p. 111. Martín Mayor, A.: “Veinte años de prensa española en Marruecos”, África, Madrid, núms. 68, 69 y 70, agosto, septiembre y octubre 1947.
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Sanz y Díaz, J.: “La prensa en el Marruecos español”, Gaceta de la Prensa española, Madrid, nº 83, enero de 1955. Hemerografía: El Eco de Tetuán, Tetuán, 26 de febrero 1913. Al Moghreb al Aksa, Tánger, 28 de enero de 1883. Diario Marroquí, Larache, 27 de mayo de 1920. La Gaceta de África, Tetuán, 22 de julio de 1930. Marruecos, Tetuán, 23 de abril de 1942. El Avisador de Larache, 4 de enero de 1943. Al-Motamid, Larache, febrero de 1947. El Día, Tetuán, 8 de diciembre 1947. Tamuda, Tetuán, enero de1953. Ketama, Tetuán, enero de 1953. Aquí Marruecos, Tetuán, 16 de diciembre de 1954.
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Las fuentes documentales del Protectorado español de Marruecos: los pilares de la memoria
Paloma Rupérez Rubio
La memoria, interpretada como depósito y acervo de vivencias comunes compartidas y como “bien cultural” de la mayor relevancia, ha devenido en uno de los componentes más significativos de la cultura de nuestro tiempo, como inspiración de actitudes y aspiraciones reivindicativas derivadas de los hechos del pasado, como preámbulo o como derivación de la “reclamación de identidad”, como referente para variadas posiciones políticas. Julio A róstegui
El investigador interesado en el Protectorado español de Marruecos, cuando se cumple el centenario de su creación en el año 1912, se encontrará con numerosos recursos documentales para su estudio. Las fuentes directas de investigación, emanadas de las instituciones civiles y militares, son accesibles de manera clara, y no solo por el trabajo de conservación de los documentos y sus sistemas de organización, sino también porque muchas de ellas tienen informatizados sus índices de consulta y, en muchos casos, los documentos están digitalizados y son accesibles a través de internet, de manera remota. Las mismas facilidades de acceso las encontraremos para las fuentes hemerográficas, en ocasiones poco valo-
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radas por algunos historiadores, pero que indudablemente enriquecen la investigación con información sobre la sociedad, la expresión de las mentalidades, y profundizan en el conocimiento sobre la actividad de organizaciones políticas, sociales y culturales. La lectura de la prensa de este periodo de 1912 a 1956 da corporeidad a la investigación e ilustra el protagonismo humano y social de la época. Como ejemplo se podrían evidenciar las diferencias de contenidos y lenguaje que tendría la lectura de un informe de una manifestación ciudadana en el texto de un telegrama dirigido por el Gobierno Civil al Ministerio del Interior y la descripción que una noticia contendría de ese mismo acontecimiento. Los grandes periódicos nacionales de carácter centenario, como ABC y La Vanguardia, ponen a disposición del investigador todos sus fondos históricos en soporte digitalizado y son accesibles a la consulta por medio de descriptores o de texto libre a través de internet. También los periódicos locales de muchas de las ciudades del Protectorado español resultan accesibles para su consulta. Los cuarenta y cuatro años de duración del Protectorado español de Marruecos constituyen, para la historia española del siglo XX, uno de los temas centrales de la política de la época. En torno a su existencia se articula la historia del ejército español. El Protectorado comienza y acabará con sucesos bélicos. Pero no solo los movimientos sociales se manifestarán de manera importante sobre los acontecimientos de la presencia española en el norte de África. Los importantes y sangrientos sucesos de la Semana Trágica ocurridos en Barcelona en el año 1909 se desencadenaron ante la protesta política y sindical por el llamamiento de nuevos reservistas para atender las necesidades defensivas en el Rif, y desencadenarán la modificación del régimen del servicio militar y los sistemas de redención. Mientras España mantiene su presencia en el norte de África, el país recorrerá un camino de profundos cambios económicos y sociales, y radicales modificaciones en la organización del Estado: de los últimos años de una monarquía parlamentaria, se pasará por la dictadura militar del general Primo de Rivera, la II República, una guerra civil de tres años y la dictadura del general Franco. Y en todos estos años, la acción española en África será motivo y ocasión de cambios políticos, caídas de gobiernos, éxitos políticos, como el desembarco de Alhucemas durante la dictadura de Primo de Rivera; y siempre cuestión extraordinariamente sensible para la opinión pública. A nivel internacional no deja de ser menos decisiva la primera mitad del siglo XX. Tras el reparto de África entre las principales potencias euro-
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peas en los primeros años del siglo, se sucederán en poco espacio de tiempo dos guerras mundiales, la Gran Guerra de 1914 a 1919 y la Segunda Guerra Mundial de 1939 a 1945, de las que nace un nuevo mapa europeo y un diferente equilibrio internacional de fuerzas. Sin olvidar la crisis económica de 1929 y la Revolución Rusa de 1917. En la segunda mitad del siglo XX, la descolonización del continente africano acabará con el régimen del Protectorado español de Marruecos, de la mano de un militar que fraguó su carrera en esas mismas tierras africanas. No deja de ser importante la vertiente socioeconómica de la administración del Protectorado español en dos aspectos fundamentales. Por una parte, la inversión económica española en la explotación de las riquezas naturales de la tierra y las empresas españolas radicadas en la zona; y, por otra, el movimiento migratorio de la Península hacia esa zona en búsqueda de mejores condiciones de vida. Y la implicación oficial en la creación de infraestructuras como la red ferroviaria y los equipamientos urbanos. Para este aspecto de la investigación existen revistas especializadas y obras de referencia, entre las que se encuentran los Anuarios Estadísticos. Hay que destacar, como fuente de información para la comprensión de toda esta época, los testimonios personales de los diferentes personajes como actores importantes de la vida y los acontecimientos que se desarrollan durante toda la época del Protectorado. Esto hace especialmente importante los innumerables testimonios literarios inspirados en experiencias biográficas de los escritores, como es el caso de Arturo Barea o de Ramón J. Sender, y las numerosas memorias escritas por personajes que tuvieron diferentes experiencias vitales en estas tierras. Los testimonios personales tienen su propio valor y, aunque exigen el contraste con otras fuentes de información, evidencian también la trascendencia que tienen para la investigación de los años del Protectorado las trayectorias individuales, y sirven como argumento de búsqueda e investigación. El libro de próxima publicación La II República y la Guerra Civil en Melilla, del periodista Miguel Platón, muestra tanto la utilización de fuentes directas de investigación como la consulta en los archivos, centros de documentación y bibliotecas, con la investigación sobre los diferentes actores del momento y la obtención de testimonios personales a través de entrevistas. El mero repaso de la historia del Protectorado español en Marruecos, muestra como sus principales protagonistas, sobre todo militares, serán personajes destacados durante los años posteriores a la Guerra Civil y figuras protagonistas hasta la transición democrática.
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1. Metodología
La razón para iniciar esta exposición sobre fuentes para la investigación de los años del Protectorado español de Marruecos, por los archivos documentales, es tributo obligado a la reconocida importancia, por otra parte evidente, de las fuentes directas en la investigación histórica. Comenzamos por los archivos públicos de la Administración Civil y los archivos custodiados por la Administración Militar, como fuentes absolutamente fidedignas de la actividad de la sociedad española en el norte de África. Nunca hay una separación total entre ambas administraciones y no por azares en el trabajo de los archiveros, sino por la propia dinámica histórica motivada por los vaivenes de las sucesivas organizaciones políticas del país. El estamento militar es con toda seguridad el sector social más fielmente “documentado” a lo largo de sus trayectorias personales y profesionales. Un universo en sí mismo con importantes protagonismos y actividades en diversos aspectos de la actividad humana, no solamente los puramente castrenses, sino también las actividades económicas, industriales y de investigación, como muestra la aportación a la cartografía. También los archivos de las cámaras parlamentarias ofrecen el testimonio político de los gobiernos y los partidos como representantes del sistema parlamentario. Analizamos la prensa de la época como fuente de información y estudio de una actividad ciudadana no reglada en los parámetros de las administraciones públicas porque permite documentar acontecimientos y, al mismo tiempo, es objeto de estudio y análisis como expresión de una determinada sociedad. Y finalmente las bibliotecas que, en el caso que analizamos, no solo contienen libros de estudio posteriores sino que también gestionan abundantes documentos originales y fondos privados. Hay que resaltar la transformación radical de la tecnología informática que ha supuesto para la gestión documental en cuanto a las técnicas de tratamiento y conservación y las posibilidades inmensas de clasificación e indexación de los documentos. Las tecnologías de la información y digitalización y los recursos de comunicación de redes como internet permiten una difusión universal y un acceso total por parte de los ciudadanos a fondos documentales. Las nuevas tecnologías han servido de soporte para conocer el ingente trabajo que desarrollan los archiveros y aprovechar el esfuerzo que se lleva a cabo para difundir los contenidos de los fondos documentales y las carac-
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terísticas de los sistemas de organización y recuperación de la información para facilitar las estrategias de consulta. 2. Centros documentales
Citaremos en primer lugar los centros documentales que gestionan los documentos de la época, fuentes directas y originales que no están contaminadas por ninguna interpretación posterior. La mayor parte de estos documentos están producidos por la Administración Pública en sus diferentes niveles: administración estatal y administración local, por una parte, en lo que se refiere a la administración civil; y los documentos militares emanados del Ministerio del Ejército. Los archivos de las cámaras parlamentarias, donde se pueden consultar la actividad parlamentaria, las discusiones y proposiciones de leyes, están custodiados por las propias cámaras. Actualmente el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte gestiona todos estos fondos documentales que, por otra parte, no solo recogen archivos de carácter público sino que también conservan para su consulta archivos privados. La consulta sobre la documentación del Protectorado español de Marruecos se puede realizar en tres grandes centros: 2.1. Archivo General de la Administración (AGA)
Creado por Decreto 914/1969 de 8 de mayo, en Alcalá de Henares, mediante este archivo se configura el sistema de archivos de la Administración. Los primeros fondos ingresaron a finales de 1972, aunque su inauguración oficial no se produjo hasta marzo de 1976. La misión de este archivo será “recoger, seleccionar, conservar y disponer para la formación e investigación científica, los fondos documentales de la Administración Pública que carezcan de vigencia administrativa”, como expresa el Decreto de su creación. Se estableció un plazo de quince años para que los ministerios transfieran al AGA sus documentos; y un periodo de veinticinco para aquellos documentos que, sin validez administrativa y con carácter histórico, sean trasladados al Archivo Histórico Nacional. El Archivo General de la Administración determina la trasferencia de documentos al Archivo Histórico Nacional y recomienda a la Comisión Superior Calificadora de Documentos Administrativos cuáles pueden ser eliminados.
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En el fondo del Archivo General de la Administración se encuentran documentos cedidos por la administración militar: el antiguo Ministerio de Marina, el Consejo Supremo de Justicia Militar y el Tribunal Supremo de Presas Marítimas. El fondo del Ministerio de la Presidencia de Gobierno conserva en sus quinientas cajas de “Asuntos Generales” cuestiones de trámite de la Secretaría del Consejo de Ministros, durante todo el siglo XIX y siglo XX, como las referidas al servicio militar obligatorio y sus sistemas de redención y la crisis marroquí de 1921. En documentación procedente del Ministerio de Asuntos Exteriores y en la sección de Embajadas y Consulados —mil doscientas cajas entre los años 1711 a 1990—, se pueden documentar la política exterior española de la época y el peso de los episodios bélicos. La Administración Española en África, y con la documentación referida tanto a órganos centrales como periféricos y administración local, dispone de una sección de la Administración Española en el norte de África. El fondo referido a Marruecos recoge la documentación de la administración del Protectorado, Tánger y África Occidental española (Sáhara, Ifni), Ceuta y Melilla. En el fondo se encuentra documentación anterior a la creación en 1912 del Protectorado. Contiene documentación sobre asuntos administrativos, económicos, comerciales y políticos. Se pueden documentar la Guerra de África de 1859-1860, los sucesos de Melilla de 1893, la Conferencia Internacional de Algeciras de 1906, el Desastre de Annual de 1921 y el desembarco de Alhucemas en 1925. Existe también documentación sobre cuestiones militares en torno a la policía marroquí, operaciones bélicas, material de guerra y fuerzas militares, así como cuestiones de orden público. Entre los archivos privados, el archivo fotográfico de Alfonso Sánchez Portela contiene imágenes sobre la España del primer tercio del siglo XX, unas mil seiscientas fotografías realizadas durante las campañas de Marruecos, entre los años 1090 a 1930. 2.2. Archivo Histórico Nacional
El Archivo Histórico Nacional es el depósito final de toda la documentación de los órganos de la Administración del Estado cuando desaparece su valor administrativo pero conserva validez histórica. Su misión es conservar y custodiar el patrimonio histórico documental y describir los contenidos informativos de los documentos para hacer acce-
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sible a investigadores y ciudadanos los fondos documentales. Es un archivo abierto y constituido como depósito final, al que periódicamente llegan las transferencias documentales de los órganos administrativos. Desde su creación en el año 1866, el Archivo Histórico Nacional ha estado emplazado en diferentes sedes: hasta finales del siglo XIX, en la Real Academia de la Historia; en 1896 se trasladaría a la sede de la Biblioteca Nacional; donde permanecería hasta el año 1952, en que se inaugura el nuevo edificio de la calle Serrano. Dada su diversidad, los fondos documentales del Archivo Histórico Nacional se articulan en cinco grandes apartados: Instituciones del Antiguo Régimen, Instituciones contemporáneas, Instituciones eclesiásticas, Archivos privados y Colecciones. El apartado de Instituciones contemporáneas, que gestiona treinta y dos fondos documentales correspondientes a la actividad del Poder Legislativo y Judicial, es el conjunto de documentos donde se pueden investigar los acontecimientos en torno a las posesiones españolas en el norte de África y el desarrollo del Protectorado español de Marruecos, recogidos en las secciones de Presidencia de Gobierno, Directorio Militar del general Primo de Rivera, Ministerio de Hacienda, Fondo Política y Orden Público. Se encuentran en este archivo, y perfectamente documentados, todos los acontecimientos en torno al desastre de Annual de 1921 y la instrucción del Expediente Picasso, como parte de una trasferencia de documentación por parte del Tribunal Supremo que nunca devolvió el expediente al Ministerio de la Guerra (Alfonso Alonso-Muñoyerro: 2012, 3-15). Contiene fondos contemporáneos del norte de África desde 1921. 2.3. Centro Documental de la Memoria Histórica
Creado en el año 2007 en Salamanca, el núcleo esencial de sus fondos proviene del Archivo General de la Guerra Civil que, en su momento, gestionaba la documentación de la Delegación Nacional de Servicios Documentales de la Presidencia de Gobierno y del Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el Comunismo. A partir del año 1979 se produce una modificación fundamental en el carácter de la gestión de la documentación conservada: pasa de ser un servicio de información a ser un centro de estudio e investigación sobre la Guerra Civil española. Las nuevas incorporaciones de fondos documentales responden a un criterio de materia en torno a la época histórica. Consecuentemente con esta política, el Centro Documental de la Memoria Histórica incorporó, en el año 2011, el Boletín Oficial de la Zona de
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Protectorado Español en Marruecos (BOZPEM), cincuentaiún volúmenes de los años 1915 a 1956. 2.4. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores
Situado en un edificio anejo a la sede del Ministerio en Madrid, contiene la documentación generada por la Primera Secretaría de Estado y del Despacho, el Ministerio de Estado y el Ministerio de Asuntos Exteriores (desde 2004 Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación). Los fondos documentales datan de 1834, aunque ese límite cronológico no es constante. El Archivo Histórico Nacional custodia los documentos del primer tercio del siglo XIX; y el Archivo General de la Administración, algunas series del siglo XIX y primer tercio del XX, correspondientes a Subsecretaría, Comercio, Contabilidad, Asuntos Judiciales, Culturales, Pasaportes, Correspondencia y Telegramas, así como la documentación procedente de diversas representaciones de España en el extranjero, la mayor parte de ellas anteriores a 1950. Desde 1932, los fondos del Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación se estructuran en dos secciones principales, denominadas Archivo Histórico (H) y Archivo Renovado (R), establecidas de un modo general por la fecha divisoria de 1931. Dentro del Archivo Histórico es de interés, para la consulta de la época, el fondo “Política”, compuesto por las series de Política Exterior, Política Interior, Ultramar y Colonias y la I Guerra Mundial, cuyas fechas extremas van del año 1746 al 1931. Y también el fondo “Correspondencia”, integrado por las series de Correspondencia con Embajadas y Legaciones, Correspondencia con Consulados y Correspondencia con Viceconsulados y Consulados Honorarios, comprendidas entre 1779 y 1931. De los fondos del Archivo Renovado, fechados a partir de 1931, interesa especialmente el de Tratados (TR) para documentar el Protectorado español de Marruecos, con las series de Tratados, Negociaciones, Proyectos de Tratados, Tratados Extranjeros y Arbitrajes, desde 1801 hasta 1935. 2.5. Archivos Militares
Desde su creación en el año 1998, el Instituto de Historia y Cultura Militar, en el ámbito del Ejército de Tierra, asume la gestión del Patrimonio Histórico Militar, en sustitución del antiguo Servicio Histórico Militar. (Hermoso de Mendoza: 2002, 375-395).
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El conjunto de archivos militares está englobado dentro del Sistema Estatal de Archivos, con sus propias características documentales definidas en el Sistema Archivístico de Defensa (SAD). Actualmente cuenta con los siguientes archivos históricos de carácter nacional: – A rchivo General Militar de Segovia. – A rchivo General Militar de Madrid. – A rchivo General Militar de Guadalajara. – A rchivo General Militar de Ávila. – A rchivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército (Madrid). – A rchivo General de la Marina “Álvaro de Bazán” (Viso del Marqués, Ciudad Real). – A rchivo del Museo Naval (Madrid). – Archivo Histórico del Ejército del Aire (Villaviciosa de Odón, Madrid). Y diecisiete archivos intermedios, correspondientes a los tres respectivos Cuarteles Generales y a las antiguas circunscripciones territoriales de los ejércitos, que actúan como archivos provisionales hasta la trasferencia de los documentos a los archivos históricos. Al grupo de archivos históricos cabría añadir también, aunque no tengan carácter de archivos nacionales, los archivos de los dos establecimientos científicos de la Armada, el Real Instituto y Observatorio de la Armada y el Instituto Hidrográfico de la Marina. Además los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire desarrollan tres subsistemas de archivos propios, como el subsistema específico del Ministerio de Defensa. La sección de archivos se encarga de la gestión y custodia de la producción documental por el estamento militar. La documentación producida por el ejército tiene sus propias peculiaridades y tipologías. Las operaciones militares se recogen en partes y diarios de operaciones, con información sobre movimientos, volúmenes de las fuerzas y efectivos. Los historiales de las unidades y los memoriales de armas narran los acontecimientos más importantes, campañas, reconocimientos y condecoraciones. Estos archivos contienen una muy amplia información sobre la vida militar y personal de los componentes del ejército. En sus hojas de servicio están consignados, además de toda la filiación personal, la procedencia geográfica y todas las incidencias profesionales personales, como ascensos, destinos, matrimonios, etc.
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Los presupuestos y la contabilidad de las unidades, el régimen contributivo del personal militar permiten valorar la dimensión económica de la organización; los escalafones de las Armas y los Cuerpos, los procesos y juicios. Todos los centros documentales del Ejército están organizados bajo el mismo modelo de secciones: 1. Personal. 2. Asuntos. 3. Material. 4. Causas. 5. Reservada. En lo que se refiere a la investigación sobre el Protectorado, las consultas más interesantes se encontrarían en los siguientes centros. 2.5.1. Archivo General Militar de Madrid
Tras la creación del Instituto de Historia y Cultura Militar en noviembre de 1998, el Archivo Central del Servicio Histórico Militar pasó a denominarse Archivo General Militar de Madrid. Queda este centro documental como un archivo histórico, de carácter estatal, bajo la gestión del Ministerio de Defensa (Ejército de Tierra), que desde el año 2008 está situado en el Paseo de Moret de Madrid. Los fondos contemporáneos de los siglos XIX y XX del Archivo General Militar de Madrid proceden de la documentación conservada por el originario Depósito de Guerra, creado en 1810 y vinculado por épocas al Cuerpo del Estado Mayor del Ejército, y por la antigua Comisión Histórica de las Campañas de Marruecos, creada el 16 de septiembre de 1927. Los fondos relativos a África abarcan un amplísimo espacio temporal. Hay expedientes judiciales del siglo XVI hasta la documentación referente a Ifni-Sáhara del año 1975. Esta documentación da acceso a un extenso conocimiento sobre las más diversas cuestiones, no solo militares y de operaciones y campañas del ejército español en Marruecos, sino también a numerosos datos sobre la organización del Protectorado y las relaciones con otras potencias colonias del norte de África. 2.5.2. Fondo África
La sección primera de este archivo, que agrupa la documentación generada por el Estado Mayor del Ejército, con documentación desde 1810 a 1957, contiene los documentos enviados al Estado Mayor Central por los
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Título de la unidad de descripción
Fechas extremas
Volumen
Unidad de medida
1 Fondos relativos a África
1668
1973
2682
Cajas
1.1 Negociado de Asuntos de Marruecos del Ministerio de la Guerra
1723
1936
178
Cajas
1.2 Jefatura Superior de las Fuerzas Militares de Marruecos
1911
1936
211
Cajas
1.3 Comandancia General de Melilla
1707
1935
1463
Cajas
1.4 Comandancia General de Ceuta
1668
1958
466
Cajas
1.5 Comandancia General de Larache
1911
1927
214
Cajas
1.6 Expedientes judiciales de África
1581
1926
112
Cajas
1.7 Comisión Histórica de las Campañas de Marruecos
1848
1973
5
Cajas
Cuadro nº 18 Cuadro de clasificación de fondos del Archivo General Militar de Madrid.
agregados militares de las embajadas españolas en el mundo. Documentación que puede aportar mayor conocimiento sobre el estado de opinión del estamento militar acerca de la política internacional durante la época de vigencia del Protectorado español de Marruecos. 2.5.3. Archivo General Militar de Segovia
Instalado en el Alcázar de Segovia es el archivo militar más antiguo, creado en junio de 1898 durante la regencia de la reina María Cristina, con el criterio inicial de conservar la documentación con relevancia histórica. A este archivo llega, en el año 1898, toda la documentación de las antiguas posesiones de Ultramar que España perdía en esos años. Las necesidades de espacio y reorganización han condicionado las diferentes remodelaciones de sus fondos. Todos los legajos referidos a Ultramar fueron transferidos al Archivo General Militar de Madrid y los expedientes personales de tropa serían trasladados al Archivo de Guadalajara en los años setenta del siglo XX. La sección primera de este Archivo de Segovia contiene los expedientes personales de militares profesionales y civiles. Son expedientes de generales, jefes, oficiales, suboficiales y personal civil, que se trasfieren a este archivo transcurridos veinte años del retiro o fallecimiento de la persona. La información que contienen estos expedientes profesionales de militares es la hoja de servicios, así como partidas de nacimiento y defunción, condecoraciones, trienios, permisos que permiten reconstruir con toda precisión la trayectoria y vida personal del titular.
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Las subsunciones de esta documentación responden a diversos criterios y uno de ellos, acerca del origen de las personas, puede ser interesante para la investigación sobre el norte de África. Bajo la denominación de “Moros”, se compone de cuatro legajos y la información corresponde al siglo XX. Dentro de esta sección, la “Colección de Célebres” reúne mil seiscientos cincuenta y cinco expedientes personales de personalidades destacadas en todos los ámbitos y militares con una trayectoria histórica relevante, como el general Millán Astray. La novena sección, Justicia, recoge expedientes gubernativos, diligencias previas, juicios para la obtención de ascensos y condecoraciones, etc. Hay documentación recogida desde los siglos XII al XX, y las series de ordenación son “Causas”, “Pleitos”, “Causas sin reo” y “Moros”; esta última serie contiene treinta y siete legajos de los años 1900-1935. 2.5.4. Archivo General Militar de Ávila
Creado en el año 1994 con los documentos transferidos del Archivo Central del Servicio Histórico Militar referentes a documentos de la Guerra Civil española, la División Azul y las Milicias Nacionales de la Falange y los Requetés, este fondo documental custodia toda la información sobre las unidades militares del Ejército Nacional y el Ejército de la República, y proceden sus documentos de los órganos centrales y periféricos de la administración del Ejército de Tierra desde 1936. La documentación más relacionada con el Protectorado español de Marruecos está en las secciones del Alto Estado Mayor y la Comandancia General de Ceuta entre los años 1937-1954. Hay también documentos sobre la administración militar en África, las unidades militares en territorios coloniales, y academias y escuelas en el norte de África. 2.5.5. Archivo General Militar de Guadalajara
La creación del Archivo General Militar de Guadalajara se aprueba en el año 1967 y se ubicarán en sus instalaciones los fondos de los expedientes de personal de tropa procedentes del Archivo de Segovia. El mayor volumen de documentación es el generado por el llamamiento a filas para el cumplimiento del Servicio Militar. La tipología documental de esta sección de expedientes personales son básicamente dos modelos: los Expedientes Reglamentarios de Tropa, que abarcan todo el periodo de servicio militar obligatorio (activo y en la reserva), y los Expedientes Personales de Tropa, exclusivamente para el periodo de servicio activo.
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El archivo conserva además dos tipos más de fondos de procedencias distintas: de las unidades disciplinarias y de los órganos judiciales militares. Estos fondos, transferidos al Archivo de Guadalajara a partir del año 1969, conservan información sobre la actuación judicial militar durante la Guerra Civil y la posguerra. También se encuentra documentación sobre la actividad desarrollada en las unidades disciplinarias: campos de concentración, prisiones militares y los dictámenes de la Comisión de Redención de Penas y Prisiones Militares. Y asimismo sobre enclaves africanos, transferida por el Archivo Intermedio de Ceuta. Sobre los fondos del Archivo General Militar de Guadalajara es posible hacer consultas biográficas acerca de cualquier persona que haya pasado por las instituciones militares, ya sea en el servicio militar o por haber estado incurso en alguna causa de la jurisdicción militar. Este archivo ofrece, en un último epígrafe de su catálogo, repertorios de nombres ordenados alfabéticamente del personal reclutado y listados de nombres extranjeros del campo de concentración de Miranda de Ebro, durante la Guerra Civil española y la II Guerra Mundial. 2.5.6. Archivo Histórico del Ejército del Aire
El Archivo Histórico del Ejército del Aire es uno de los ocho Archivos Nacionales que forman el Sistema Archivístico de la Defensa. Se instaló en el Castillo de Villaviciosa de Odón, en la localidad del mismo nombre próxima a Madrid, que fue en el siglo XVIII residencia del rey Fernando VI. Este archivo histórico recoge la documentación procedente del Archivo General del Ministerio del Aire, los archivos de las Bases, las Jefaturas de las Regiones y Zonas Aéreas. También custodia los expedientes reglamentarios de tropa del personal que ha realizado el servicio militar en el Ejército del Aire y ha pasado a la situación de licencia absoluta. Son cuatro los fondos documentales de este archivo donde se encuentra información relativa a la época del Protectorado. 2.5.7. Archivos intermedios militares. Archivo Naval de Canarias
Es uno de los cinco archivos intermedios que forman parte del Subsistema Archivístico de la Armada. El Archivo Naval de Canarias es el antiguo Archivo General de la Zona Marítima de Canarias, cuya denominación fue modificada una vez que se dispuso la supresión de las zonas marítimas en el año 2002.
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Aunque alguno de los fondos arranca en las últimas décadas del siglo XIX (Cuartel General de la Zona Marítima, Comandancia y Ayudantías de Marina, Centros Provinciales de Reclutamiento), la mayor parte de la documentación tiene fechas posteriores a 1940. El archivo custodia también, en régimen de depósito, el del Tribunal Militar Territorial 5º de Santa Cruz de Tenerife, 1.507 legajos de documentación judicial referente a personal de la Armada, que cubre el intervalo 1946-1988. Dispone de documentación de las Comandancias Ayudantías de Marina desde 1860 a 2005 y de las Ayudantías de África Occidental desde 1947 a 1976. La sección de Apoyo a la Fuerza Naval contiene información de los años de 1922 al 2000; la sección de Reclutamiento, desde 1899 al año 2000; y los Fondos de Justicia Militar abarcan desde 1940 al 1998. 2.5.8. Archivo Intermedio Militar de Ceuta
El Archivo Intermedio de Ceuta se crea en el año 1968 con el objetivo de establecer la custodia de la documentación del Ejército del norte de Á frica (E.N.A.), de la Alta Comisaría de España en Marruecos y de la Comandancia Militar de Ceuta. Tras la creación del Centro Regional de Historia y Cultura Militar por la Comandancia General de Ceuta, el archivo inició su traslado a la actual sede en el acuartelamiento “González Tablas”, finalizando el mismo en diciembre del año 2009. Este archivo conserva documentación desde el siglo XVII hasta la segunda mitad del siglo XX. 2.5.9. Archivo Intermedio Militar de Melilla
El Archivo de Melilla, situado en las antiguas dependencias de la Comandancia de Obras, se crea en 2003. Funciona como archivo intermedio de los Archivos Centrales de las UCOS (Unidades, Centros y Organismos) del Ejército de Tierra en Melilla, así como de la Delegación de Defensa (Centro de Selección). Parte del fondo histórico de este archivo de la Comandancia General de Melilla, hasta 1927, está transferido en el Archivo General Militar de Madrid. Aun así este fondo sigue conservando documentos relativos a la época del Protectorado. 3. Cartografía
Los documentos cartográficos del continente africano —y los específicos del norte, de las plazas de soberanía y de las antiguas posesiones en esta zona— se encuentran en diversos archivos civiles y militares.
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Los fondos más significativos están conservados en el Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército y en los dos museos nacionales de la Armada: el Archivo del Museo Naval y el Archivo General de la Marina “Álvaro de Bazán”. Ambas instituciones conservan una documentación de los siglos XVIII y XIX y en el Archivo del Museo Naval también se encuentran mapas del norte de África. El Archivo General de la Marina “Álvaro Bazán” conserva documentos desde el último tercio del siglo XVIII hasta el final de la Guerra Civil. Los fondos del Ministerio de Marina fechados entre 1890 y 1984, con un volumen de 39.081 cajas, están custodiados en el Archivo General de la Administración en calidad de depósito. Este archivo también dispone de la documentación de Sidi Ifni de Marina (López Wehrli: 2011). 3.1. Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército
Gestiona la documentación del Cuerpo de Estado Mayor del Ejército. La clasificación presenta dos grandes fondos: 3.1.1. Memorias e itinerarios descriptivos, cronológicamente fechados entre 1707 y 1966, y un volumen aproximado de 3.849 unidades. Consisten en descripciones geográficas de regiones, instalaciones militares y planificación de comunicaciones, realizadas por miembros del Cuerpo de Ingenieros y del Estado Mayor. Existen memorias de América, Oceanía y África desde 1713 a 1913. 3.1.2. Mapas y planos, fechados entre 1507 y 1963, con un volumen aproximado de 14.598 unidades. Proceden de informes y proyectos llevados a cabo por el Cuerpo de Ingenieros Militares y el Estado Mayor. De Ifni y el Sáhara existen siete unidades. 3.2. Archivo del Museo Naval
El Archivo del Museo Naval, uno de los dos archivos históricos de carácter nacional de la Armada, está situado en la misma sede del Museo Naval, junto a la madrileña plaza de Cibeles. El archivo custodia un fondo documental de procedencia diversa que incluye documentos de los órganos centrales del antiguo Ministerio de Marina y de la administración territorial de la Armada, además de donaciones particulares. Constituye este conjunto una fuente primordial para conocer el desarrollo de la Marina científica española de los siglos XVIII y XIX, la administración de la Armada y su actuación durante las épocas medieval y moderna. Actualmente es un archivo de carácter cerrado, no recibe transfe-
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rencias de otros archivos de la Armada y su crecimiento depende de la documentación producida por el propio Museo Naval y de las colecciones adquiridas o donadas por particulares. El origen de los fondos actuales es la entrada en este archivo de los fondos procedentes de la extinguida Dirección de Hidrografía: diarios de navegación, derroteros, cartas náuticas, observaciones hidrográficas y astronómicas, noticias, memorias de viajes y descubrimientos de las expediciones marítimo-científicas realizadas por la Armada en los siglos XVIII y XIX. El archivo conserva también la documentación generada entre 1843 y 1900 por el Ministerio de Marina —sección “Museo Naval”— y la producida por el propio museo durante el siglo XX. 4. Las otras fuentes para la investigación histórica
Se ha hecho alusión a centros documentales con fuentes directas y documentos originales producidos por el Poder Ejecutivo, Judicial y por el Ejército, como actores de primera línea en el diseño y control del Protectorado español de Marruecos. La presencia española en el norte de África a través de la gestión de la administración colonial, la participación social de sus colonias, las inversiones en infraestructuras o en las explotaciones mineras y la presencia de miles de españoles en las filas del ejército, como militares profesionales y como soldados de tropa sujetos al servicio militar, es una línea transversal que atraviesa la sociedad española y el tiempo histórico en la primera mitad del siglo XX. 4.1. Fuentes del Poder Legislativo. Archivo del Congreso de los Diputados
La consulta de los Diarios de Sesiones de las cámaras legislativas da acceso a los posicionamientos políticos de los partidos con representación parlamentaria, en cuanto a la política de defensa e internacional de los gobiernos. Contiene este archivo los documentos oficiales que recogen la actividad parlamentaria y administrativa desde 1808 hasta la actualidad. Este archivo comprende el antiguo Archivo de las Cortes, con documentación de esta institución durante el antiguo régimen, así como de las Cortes unicamerales de los regímenes constitucionales españoles (1810-1814, 1820-1823 y 1931-1939). La documentación de las Cortes Españolas (1943-1977) se puede consultar también en el Boletín Oficial de las Cortes Españolas (BOCE). La publicación del Boletín Oficial de las Cortes Generales permite la consulta de “Proyectos de Ley”, “Tratados” y “Convenios Internacionales”.
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El Diario de Sesiones recoge las intervenciones y discusiones de los diputados y grupos parlamentarios a lo largo del debate, dividido en dos series: Pleno y Diputación Permanente, y Comisiones. 4.2. Archivo del Senado
El Archivo del Senado está organizado en dos grandes fondos. El histórico, como archivo ya cerrado, conserva la documentación del periodo comprendido entre 1834 y 1923. Los documentos de este fondo están descritos y digitalizados, y son accesibles vía internet (17.159 expedientes y 378.948 imágenes). Los expedientes personales de políticos y senadores, que ocupan aproximadamente un tercio del volumen, tienen el valor histórico de una información sobre rentas y patrimonio, títulos nobiliarios, partidas de bautismo, otros cargos públicos, defunciones. Su consulta es de gran utilidad para conocer cómo era la clase política de la época. La colección de los Diarios de Sesiones, publicación oficial de los debates parlamentarios (53.027 registros y 172.643 imágenes), permite un fácil acceso por su clasificación lógica y sus recursos documentales. Se puede acceder a la lectura del texto del suplicatorio presentado para procesamiento del general Berenguer, y a las intervenciones de los distintos oradores sobre la Reforma del Servicio Militar y las modalidades de redención. El Archivo desde 1977 recoge, de forma ordenada y clasificada, documentos relacionados con la actividad parlamentaria de la cámara a partir de la instauración en el año 1977 de la monarquía parlamentaria y la nueva constitución de 1978. 5. Las hemerotecas como fuente de la investigación histórica
Los medios de comunicación son fuentes de investigación para la historia y son también objeto de estudio para los historiadores. La consideración de los medios de comunicación como fuente de información histórica pasa ineludiblemente por el análisis del contexto histórico y social. 5.1. Marco legal
Durante el primer tercio del siglo XX la Ley de Imprenta promulgada en el año 1883, según las pautas de la Constitución de 1876 sobre el ejercicio de las libertades, será el marco legal del derecho a la libertad de expresión para la prensa española. Elimina la censura previa y el Tribunal de Prensa, suprime la jurisdicción especial y somete los delitos en caso de abuso al Código Penal. Esta ley quedó sin efecto durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) al establecer la censura previa de las publicaciones.
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La Constitución republicana, aprobada en diciembre de 1931, reconocía en su artículo 34 que: Toda persona tiene derecho a emitir libremente sus ideas y opiniones, valiéndose de cualquier medio de difusión, sin sujetarse a la previa censura. En ningún caso podrá recogerse la edición de libros y periódicos sino en virtud de mandamiento de juez competente. No podrá decretarse la suspensión de ningún periódico sino por sentencia firme.
Aunque la evolución política del país y leyes posteriores limitarán de hecho el ejercicio de este régimen de libertades, como apunta Cristina Barreiro: “Sin embargo durante la República se dictaron leyes que, por su contenido restrictivo, condicionan las libertades públicas y la libertad de expresión: la Ley de Defensa de la República y la Ley de Orden Público” (Barreiro: 2007, 57-76). Durante la Guerra Civil, dos realidades enfrentadas emitirán sus propios medios de comunicación como órganos de propaganda. La República mantendrá, al menos teóricamente, el mismo marco legal; y, por su parte, la zona franquista promulgará el 22 de abril de 1938 una Ley de Prensa de 22 de abril de 1938 que establecía la censura previa, el nombramiento y cese de los directores de publicaciones por el Ministerio del Interior, la inserción obligatoria de informaciones y el Registro Oficial de Periodistas. Ley que mantuvo vigente el régimen de Franco hasta la Ley de Prensa e Imprenta de 1966. 5.2. Características de la prensa
La prensa española en la última década del siglo XIX evoluciona hacia un periodismo de empresa, se consolida el aumento de las tiradas a pesar de las altas tasas de analfabetismo y aparece el recurso de la publicidad como medio de obtención de ingresos. A caballo entre la tradición decimonónica y el nuevo periodismo informativo del siglo XX, conviven dos tipos de publicaciones, las de opinión política, representante de organizaciones e intereses, y el periodismo informativo que impulsa la profesionalización del periodista. Según precisa Alejandro Pizarroso: Así, si en 1913, dentro de las 1.980 cabeceras de todo tipo que se publicaban, podemos considerar a 156 de ellas como periódicos de información frente a 586 periódicos políticos; en 1920 las cifras se acercarán sensiblemente (339 periódicos políticos frente a 283 de información). Para llegar en 1927 a 327 periódicos de información frente a 210 políticos (Pizarroso: 2010, 45-54).
La consulta de estas publicaciones estará en función de la selección que se haga del periodo cronológico y del tipo de investigación que se proponga en cuanto al interés por hechos o por la definición política ante diversos acontecimientos.
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Las cabeceras de los periódicos diarios que cubren toda la época del Protectorado español de Marruecos, accesibles desde sus propias hemerotecas, son ABC, desde 1905, con su revista gráfica Blanco y Negro, y La Vanguardia, diario fundado en 1888. Para la documentación de la última década del siglo XIX interesa la consulta de La Correspondencia de España (1860-1925) y el conjunto de periódicos englobados en la Sociedad Editorial de España de 1906, el llamado “Trust de periódicos”: El Imparcial (1868-1933), El Liberal (1879-1939) y el Heraldo de Madrid (1890-1939), que ofrecen una información inspirada desde el liberalismo hasta el progresismo popular. Entre los diarios que aparecen con el nuevo siglo destacan El Sol (19171939), La Voz (1920-1939), El Debate (1910-1936), La Libertad (1919-1939) e Informaciones (1922-1983). Durante la dictadura del general Primo de Rivera, y como órgano de apoyo al Gobierno, La Nación, fundado en 1923. La casi totalidad de las publicaciones citadas se mantiene durante el primer tercio del siglo XX hasta finales de la década de los años treinta, fecha en la que desaparecerán, finalizada la Guerra Civil. 5.3. Prensa editada en el Protectorado español de Marruecos
El primer diario de la zona del Protectorado es El Eco de Tetuán (1860), editado en esta ciudad. Destacan además cabeceras como El Telegrama del Rif, (1902) publicado en Melilla, El Faro de Ceuta (1934), El Eco de Chef Chauen (1920), El Heraldo de Marruecos, publicado en Larache desde 1925, y La Correspondencia de África en la misma ciudad. Todas las ciudades del Protectorado editaban varios periódicos: en Tetuán, Marruecos, Diario de África, El Mediterráneo y El Norte de África; en Larache, Diario Marroquí, Diario de Larache y El Popular; y, en Alhucemas, El Heraldo de Alhucemas. Además de las publicaciones editadas en la zona internacional de Tánger: El Porvenir, Diario de África, Diario España, La Crónica. Finalizada la guerra civil desaparece casi la totalidad de las publicaciones. Bajo la Ley de Prensa de 1938 se editan los siguientes periódicos nacionales de información general sujetos a un férreo control y dependientes de las informaciones de EFE, como agencia estatal de información. Además de los ya citados periódicos ABC y La Vanguardia, aparecen nuevas cabeceras, herederas de acciones de incautaciones de anteriores empresas: Arriba, órgano del Movimiento Nacional; La Hoja del Lunes, publicación de la Asociación de la Prensa; El Alcázar; Diario Ya, católico heredero de El Debate; y Pueblo, próximo al sindicato vertical.
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De la cadena de las publicaciones de la “Prensa del Movimiento”, más de una treintena de cabeceras (Vázquez Vázquez: 1989) se publican en las ciudades del Protectorado: El Telegrama del Rif, de Melilla, que, tras la independencia de Marruecos en 1963, pasa a denominarse El Telegrama de Melilla; El Faro de Ceuta; y El Heraldo de Marruecos, de Larache. 5.4. Revistas
Durante estos años, y como expresión del interés social suscitado por la presencia de España en Marruecos, se publican diversas revistas especializadas que muestran las diferentes posiciones y mentalidades sobre los asuntos africanos: África Semanal (Ceuta 1891), África Revista Política y Comercial (Barcelona 1905), África Revista Española Ilustrada (Barcelona 1906), España en África (Madrid 1908), Marruecos en distintas épocas, Europa en África (Madrid 1909), África Española (Madrid 1913), La España Colonizadora (Madrid 1915) y Mauritania (Tánger 1928). En 1942 se publica la revista mensual África, heredera de la histórica Revista de Tropas Coloniales (Ceuta, 1924), fundada y dirigida por el general Franco, que pasará posteriormente a ser responsabilidad del Instituto de Estudios Africanos, organismo que publicará entre otras cabeceras en 1946 sus Cuadernos de Estudios Africanos y Archivos del Instituto de Estudios Africanos. (Biblioteca Nacional. 2012. Catálogo). 5.5. La consulta a las Hemerotecas
La mayor parte de las publicaciones a las que se ha hecho alusión, editadas en los siglos XIX y XX, casi todas desaparecidas, son accesibles para la consulta a través de una magnífica red de hemerotecas que gestionan este material digitalizado y organizado mediante sistemas de clasificación múltiple que pueden satisfacer cualquier estrategia de consulta y adaptarse a los diferentes niveles de conocimiento del investigador. Los contenidos informativos pueden recuperarse gracias al análisis documental, la consulta de cabeceras, los titulares de noticias, mediante el texto libre o bien a través de descriptores geográficos, entre otros. A través de la Biblioteca de Prensa Histórica, “el resultado de un proceso de digitalización cooperativa del Ministerio de Cultura, las Comunidades Autónomas y otras instituciones de la memoria para preservar y hacer accesibles la Prensa Histórica publicada en España”, como se define en su propia presentación, da acceso a un enorme conjunto de archivos, bibliotecas, hemerotecas y organizaciones diversas como fundaciones, etc. Contiene además bases de datos de colecciones digitales de revistas culturales y prensa clandestina.
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La Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional, desde el año 2007, posibilita el acceso público a la colección digital de las revistas y prensa histórica española que alberga la biblioteca, con una colección inicial compuesta por ciento cuarentaitrés títulos de prensa y revistas. En estos momentos cuenta con 1.065 títulos y 4.952.063 páginas. Finalmente, el portal Hispana que se define por la acción de reunir las colecciones digitales de archivos, bibliotecas y museos conformes a la iniciativa de archivos abiertos que promueve la Unión Europea y cumple en relación a los repositorios digitales españoles funciones análogas a las de Europeana en relación a los repositorios europeos, es decir, constituye un agregador de contenidos. 5.6. Hemeroteca Municipal de Madrid
Situada en el Cuartel del Conde Duque y gestionada por el Ayuntamiento de Madrid, en la actualidad conserva cerca de 250.000 volúmenes correspondientes a más de 25.000 títulos. Hay obras impresas desde el siglo XV, relaciones y noticias desde el siglo XVII y periódicos editados a partir de esta centuria. Son abundantes e importantes las publicaciones de los siglos XVIII y XIX, Restauración y ambas Repúblicas. 6. Consulta de aspectos económicos
La acción española durante el Protectorado de Marruecos tiene una fuente de información fundamental en el Anuario Estadístico (Zona de Protectorado y los territorios de soberanía de España en el norte de África). En las publicaciones de las cámaras de comercio se puede encontrar información sobre las empresas españolas dedicadas a la explotación de los recursos mineros como la Compañía Española de las Minas del Rif, constituida en 1908, Compañía Minera Hispano Africana, Compañía Norte Africana y la Compañía Minera Setolazar (Martín Corrales: 1999, 145-158). 7. Bibliotecas 7.1. Biblioteca Nacional
La consulta del Fondo África, que custodia la Biblioteca Nacional (http:// www.bne.es), posibilita el acceso a un conjunto documental especializado en el mundo árabe e islámico y la época del Protectorado español en Marruecos. Fue creada en el año 1966 tras la donación de la biblioteca particular de Tomás García Figueras, delegado de Asuntos Indígenas en Marruecos.
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Consta de una gran diversidad de documentos: monografías, obras de consulta, folletos, publicaciones periódicas, manuscritos y documentos gráficos como fotografías, mapas y fotografías (Biblioteca Nacional, 2012, Catálogo). 7.2. Biblioteca Islámica Félix Mª Pareja (AECID)
Gestionada por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), dispone de más de ochenta mil volúmenes especializados en cultura y pensamiento árabe-islámico, procedentes de donaciones de colecciones privadas, como la de su fundador, el jesuita Félix María Pareja, y, más recientemente, la del arabista Mariano Arribas Palau, en el año 2002. Dos años más tarde, la familia de Fernando Valderrama Martínez donó un fondo de libros que trata de la acción cultural de España en Marruecos, enriquecido con una miscelánea de recortes de prensa y nueve álbumes de fotografía consultables en CISNE (Catálogo colectivo de la Universidad Complutense de Madrid). La Biblioteca Islámica ha editado un catálogo sobre fondos documentales del Protectorado que supone un 1,5% de la colección total, como se describe en un artículo publicado en la revista Awraq, números 5 y 6 (Mora Vallejo: 2012). 7.3. Consulta de bibliotecas
El portal de Catálogos de Bibliotecas Públicas permite la consulta a las colecciones de cincuentaidós bibliotecas públicas del Estado (BPE) y de diecisiete redes de bibliotecas públicas de Comunidades Autónomas (Andalucía, Aragón, Canarias, Cantabria, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Cataluña, Comunidad de Madrid, Comunidad Valenciana, Extremadura, Galicia, La Rioja, Navarra, País Vasco (Principado de Asturias y Región de Murcia). Por otra parte, el Ministerio de Defensa, con la Red de Bibliotecas de Defensa, creada en el año 2008, gestiona todos los centros bibliotecarios del ejército: las bibliotecas históricas, las bibliotecas de los centros de enseñanza y las bibliotecas especializadas. Bibliografía Albert Salueña, J.: “La economía del Protectorado durante la Guerra Civil”, Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos, nº 3, 2007. Aróstegui, J.: “Pasado y Memoria”, Revista de Historia Contemporánea, nº 3, 2004. Alonso Rodríguez, H.; Melgar Camarzana, M.: “Fondos documentales de la Guerra Civil en el Archivo General Militar de Ávila: organización, accesibilidad y perspectivas de futuro”, en IV Congreso de Historia de la Defensa, Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado, UNED, 2010.
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Alfonso Alonso-Muñoyerro, Mª B. de: “Fuentes en el Archivo Histórico Nacional para el estudio del desastre Militar de Marruecos en 1921: El “Expediente Picasso”, la causa contra el mando y otros documentos”, Boletín Informativo. Sistema Archivístico de la Defensa, nº 21, 2012. Barreiro, C.: “Aproximación al estudio de la Prensa durante la Segunda República”, Revista RE. Escuela de Periodismo de la Universidad de Santiago, nº 3 junio, diciembre 2007, pp. 57-76. Clares, J. L.: “Fuentes para la Historia Militar en el Archivo Histórico Militar”, Boletín Informativo Sistema Archivístico de Defensa, nº 5 (Madrid), 2002. Enseñat Calderón, L. R.; Villanueva Toledo, Mª J.: “Fuentes para la historia militar en el Archivo General de la Administración Civil”, Boletín Informativo Sistema Archivístico de Defensa, nº 8 (Madrid), julio 2003. García Marco, F. J.: “Los Sistemas de información histórica: la nueva frontera en la construcción científica de la Historia”, Aragón en la Edad Media, nº 19, 2006. González Gilarranz, Mª del M.: “Fondos Contemporáneos en el Archivo General Militar de Segovia”, Revista de Historia Militar, nº 1, 2002. Hermoso de Mendoza, M.ª T.: “El Instituto de Historia y Cultura Militar y sus fondos históricos documentales” [en línea], http://www.ucm.es/centros/cont/descargas/documento11362.pdf. — “Fuentes para la historia militar contemporánea”, Revista de Historia Militar, nº 1 extra, 2002. — “Fondos Contemporáneos en el Archivo General Militar de Guadalajara”, Revista de Historia Militar, nº 1, 2002. López Jiménez, F. J.: “Fondos Documentales conservados en el Archivo General Militar de Guadalajara”, Cuadernos Republicanos, nº 55, 2004. — “El rastro documental del ciento noventa años de servicio militar obligatorio” (1812-2001), Boletín Informativo del Sistema Archivístico de Defensa, nº 20, 2011. — “El Campo de Concentración de la Alcazaba de Zeluán (Melilla) y sus expedientes procesales”, Boletín Informativo del Sistema Archivístico de Defensa, nº 10, 2011. López Wehrli, S.: “Fuentes documentales para el estudio de la descolonización y de la independencia de los territorios españoles en los Archivos Militares españoles”, en Actas del XXXVII Congreso de Historia Militar, 2011. [en línea], http://www.eceme.ensino.eb.br/ cihm/Arquivos/PDF%20Files/73.pdf. López Yepes, J.: “Las Bases de Datos Históricas”, Revista de biblioteconomía y Documentación. Anales de Documentación, Vol. 1, 1998. Madariaga, R. Mª de.: Fondos Documentales en Archivos españoles sobre la organización de la Justicia en el Protectorado español de Marruecos 1912-1956, Madrid: Casa Árabe, 2007. Martín Corrales, E.: “EL Protectorado Español en Marruecos (1912-1956). Una perspectiva histórica”, en Nogué, J. y Villanova, J. L.: España en Marruecos (1912-1956). Discursos geográficos e intervención territorial, Lleida: Editorial Milenio (edición digital capítulo V), 1999. Melgar Camarzana, M.: “Fondos Contemporáneos del Archivo General Militar de Ávila”, Revista de Historia Militar, número extraordinario, 2002. Mora Villarejo, L. (ed.): El Protectorado español en Marruecos a los 100 años de la Firma del Tratado: Fondos documentales en la Biblioteca Islámica Félix Mª Pareja, Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, 2012.
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Pizarroso Quintero, A.: “El periodismo en el primer tercio del siglo XX”, Arbor: Ciencia, Pensamiento y Cultura, vol. 186, número extraordinario junio, 2010, pp. 45-54. Sanz Cabanillas, Mª J.: “Fondos contemporáneos en el Archivo General Militar de Madrid”, Revista de Historia Militar, 2002. Tuñón de Lara, M.: Metodología de la historia social de España, Madrid: Siglo XXI, España Editores, 1973. Vázquez Jimeno, G.: Catálogo de personas célebres en el Archivo General Militar de Segovia, Ministerio de Defensa, Instituto de Historia y Cultura Militar, Secretaría General Técnica, 1999. Vázquez Vázquez, Mª R.: La prensa del Movimiento en los fondos de la Hemeroteca Nacional: de la prensa de la Falange a los medios de comunicación social del Estado (19361982), Madrid, 1989.
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La huella de Marruecos en las Letras Españolas (1893-1936)
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Orientalism (1978), el afilado y célebre ensayo del palestino-norteamericano Edward Said, no dedicó ni una línea al caso español y prefirió tomar en consideración y someter a crítica implacable las formas literarias mediante las que británicos y franceses habían percibido la ambigua fascinación y la prevención racista que achacaban de antemano al Oriente musulmán. Ni siquiera citó Said que la invención del orientalismo fue originariamente española y que tuvo un importante cultivo en los siglos XVI y XVII, cuando los recuerdos de las viejas pugnas de moros y cristianos se fueron convirtiendo en una ensoñación caballeresca y colorista para uso del romancero o de los relatos “moriscos” por parte de la España de los Austrias. En cierto modo, aquella maurofilia literaria del llamado Siglo de Oro logró su objetivo porque, en el siglo XIX y a efectos de la estética romántica europea, España había pasado a formar parte de Oriente y no solamente por el esplendor de la arquitectura que atesoraban Córdoba, Sevilla y Granada sino porque la miseria y lo laberíntico de las calles, la recatada belleza de las mujeres, el aire retador de los hombres de faca y capa, la vitalidad de los mercados se percibían más cercanas de Fez, Orán o Estambul que de las aburridas y laboriosas ciudades del resto de Europa.
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Como parece que dictaminó Alexandre Dumas, por entonces Europa acababa en los Pirineos… De ese modo, la visión española del Oriente vecino nació marcada por la imagen previa de una identificación que, por un lado, resultaba tentadora y, por otro, era profundamente incómoda para los naturales del país. Fuera o no de Dumas, aquella molesta frase se convirtió en una pertinaz erosión de la autoestima. En cualquier caso, lo que activó entre nosotros el interés por lo oriental fue, como en todas partes, la expansión colonialista que, a mediados del siglo XIX, estaba latente en el ambiente internacional y practicada por las primeras potencias de Europa en el mapa de África y del Próximo Oriente. Los gobiernos liberales de Isabel II dieron significativos palos de ciego en punto a la intervención militar allí donde pudiera dejarse huella del prestigio o el ascendiente políticos: en 1857, como aliados de los franceses en Cochinchina, bajo pretexto de la muerte de unos misioneros; en 1861, como efímeros compañeros de viaje de Napoleón III en la expedición de México, que coronó como emperador del país al infortunado Maximiliano de Austria; en 1863, declarando a Perú y Chile la pomposamente llamada “guerra del Pacífico”. La más conocida e importante, sin embargo, fue la intervención de 1859 en el norte de Marruecos que vino justificada por los persistentes ataques de iberal las cabilas de Anyera a la plaza de soberanía de Ceuta. La Unión L del general Leopoldo O’Donnell, entonces en el Gobierno, llevó el asunto al Congreso de los Diputados y el 22 de octubre obtuvo de este la declaración de guerra que contó con un enorme fervor popular, alentado por la prensa de todos los colores políticos y con la consiguiente afluencia de voluntarios, muchos de ellos excombatientes carlistas (vascos y navarros) y otros, campesinos catalanes. Casi cuarenta mil hombres se embarcaron en Algeciras y, tras haber pasado el Estrecho, conquistaron la ciudad de Tetuán el 6 de febrero de 1860. El 23 de marzo, la batalla de Wad-Ras, paso previo a la proyectada (pero no consumada) ocupación de Tánger, precipitó la rendición de Muley-Abbas y el consiguiente tratado de WadRas, firmado el 24 de abril, que mejoró la situación de las plazas de soberanía y dio a los españoles la posesión de Tetuán y del lejano enclave de Santa Cruz de Mar Pequeña, en la costa Atlántica y cerca de las islas Canarias. La repercusión popular de estos éxitos fue inmediata. El callejero urbano, testigo siempre fiel de estas conmociones, registró un nuevo barrio del norte de Madrid como “Tetuán de las Victorias” y llevó al Eixample barcelonés los nombres de Wad-Ras, Tetuán y Los Castillejos. No menor
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fue el eco literario. En el mismo año de 1859, conocidos escritores de indiscutible filiación liberal publicaron una Crónica de la guerra de África, dirigida por Emilio Castelar y en la que colaboraron Francico de Paula Canalejas, Gregorio Cruzada Villaamil y Miguel Morayta, además del grabador José Vallejo. Del mismo año fue la resonante publicación de un Romancero de la guerra de África, bajo patrocinio de la reina, que buscó entroncar con el viejo género poético vinculado a las gestas heroicas españolas. En sus cuatrocientas apretadas páginas hubo contribuciones de todos los figurones literarios conocidos, empezando por el marqués de Molins, que fue su director; escribieron sus poemas los ya muy ancianos sobrevivientes de la primera generación romántica como el Duque de Rivas, Juan Eugenio Hartzenbusch y Manuel Bretón de los Herreros, además de los algo más jóvenes Severo Catalina, José Amador de los Ríos, Antonio Flores, Antonio Arnao, Narciso Campillo, Manuel Tamayo y Baus y Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar. Y en su estela, el crítico de teatro Eduardo Bustillo publicó una Historia de la gloriosa guerra de África (1859), en veintitrés romances originales. Y un año después, el político e historiador Antonio Cánovas del Castillo sacó las oportunas consecuencias políticas del caso en unos Apuntes para la historia de Marruecos, a la vez que un avispado periodista y novelista riojano, Manuel Ibo Alfaro, imprimía a sus expensas La corona de laurel. Colección de biografías de los generales que han tomado parte en la gloriosa campaña de África. Pero el éxito más perdurable corrió por cuenta de un futuro gran novelista, Pedro Antonio de Alarcón, que en 1859 dio a conocer la primera edición del Diario de un testigo de la guerra de África que vendió cincuenta mil ejemplares en un par de días según ha consagrado la leyenda. Alarcón se alistó como voluntario en la tropa expedicionaria y en una de las innumerables reediciones decimonónicas de su obra, la de 1880, publicó una “Historia de este libro”, a la que sigue —como testimonio de veracidad— la licencia y hoja de servicios que había obtenido al final de la campaña. Pocos textos son más reveladores de los sentimientos encontrados que arriba se han apuntado y del delirio de una buena parte de la sociedad española por repristinar las sombras heroicas del pasado. Alarcón confiesa haber “nacido al pie de Sierra Nevada, desde cuyas cimas se alcanza a ver la tierra donde la morisma duerme su muerte histórica”, pero también reconoce que ha sido “amamantado con las tradiciones y crónicas de aquella raza que, como las aguas del diluvio, anegó a España y la abandonó luego”. Pero lo que le ha llevado a combatir ahora ha sido “el convencimiento de que en África
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estaba el camino de aquella verdadera grandeza nacional que los españoles perdimos por resultas del descubrimiento de América y del casamiento de la hija de los Reyes Católicos con un Príncipe de la Casa de Austria”. Sabe que el colonialismo es el signo de su tiempo y urge ponerse a la tarea por el temor de que, en otro caso, Francia o Inglaterra, o las dos juntas, nos arrebatasen de esa misión providencial, dejándonos bloqueados entre los mares y el Pirineo y privados de todo horizonte en que desenvolver la actividad de nuestro pueblo, que no siempre ha de estar condenado a destrozarse en guerras civiles (Alarcón: 1943, 834-835).
Años después, cuando aquel compromiso colonial había dado ya el dramático disgusto de 1893, Benito Pérez Galdós recordó la conquista de Tetuán, cuya noticia le llegó a Las Palmas cuando tenía diecisiete años: fue en el “Episodio Nacional” de la cuarta serie, Aita Tettauen, publicado en 1905, el mismo año de la polémica visita del káiser Guillermo II a Tánger, donde se proclamó favorable a la independencia de Marruecos, y uno antes de la Conferencia de Algeciras que sentó las bases del futuro Protectorado hispanofrancés. Galdós era un nacionalista español pero estaba seriamente escaldado por el cercano recuerdo de 1898 y defraudado por la clase política española, incapaz de una acción pública generosa y atrevida. Este fue el clima moral de abatimiento y esperanza que el primer escritor de su tiempo estaba llevando a sus novelas, a su teatro y a aquellos renuevos de los viejos “Episodios”, a los que volvió precisamente el año del Desastre. Por eso identificó con las familias de los Ansúrez y Halconero, hidalgos castellanos de pro, el entusiasmo patriótico por las prometidas conquistas y por su justificación histórica: “El moro y el español —proclama el viejo Jerónimo Ansúrez— son más hermanos de lo que parecen. Quiten un poco de religión, quiten otro poco de lengua, y el parentesco y el aire de familia saltan a los ojos. ¿Qué es el moro más que un español mahometano?” (algo parecido había intentado demostrar en 1897 con un personaje fascinante, el moro ciego Almudena, nacido cerca de Fez y mendigo en Madrid, enamorado de Benina, la criada que protagoniza Misericordia). Pero el narrador de la nueva novela sabe muy bien que la operación bélica emprendida solo es un “ingenioso saneamiento de la psicología española” que, como la guerra de Crimea fue para Napoleón III, pretende ser “un medio de integración de la nacionalidad, un dogmatismo patrio que disciplinara las almas y las hiciera más dóciles a la acción política”. Algo parecido se le alcanza también al bohemio Juanito Santiuste, que ha llegado a Marruecos como corresponsal de guerra y que confiesa a su compañero de fatigas Pedro Antonio de Alarcón, precisamente, su desengaño:
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En mi espíritu se han marchitado todas aquellas flores que fueron mi encanto… Ya sabes […]. Y esas flores eran el Cid, Fernán González, Toledo, Granada, Flandes, Ceriñola, Pavía, San Quintín, Otumba. Pues bien, Pedro; de estas flores no queda en mi espíritu más que una hojarasca que huele a cosa rancia y descompuesta (Pérez Galdós: 1945, 267).
De hecho, el personaje más positivo de los convocados por Galdós es Gonzalo Ansúrez, narrador de la tercera y última parte de la novela, que ya residía en Tetuán como comerciante y se había convertido en Mohamed ben Sur el Nasiry; él ha visto a sus compatriotas entrar en la ciudad y se teme mucho que “los españoles no imitarán en conjunto mi obra y, por no imitarme, no serán nunca dueños de Marruecos, a pesar de estas guerras y de estas batallitas vistosas”. Y es él quien despide al joven Santiuste con unas frases cuyo sincretismo apunta a otra forma de colonización, ya imposible: “Allah y la Virgen te acompañen… Dios y la Virgen, digo. Todo es lo mismo… Dios hizo al hombre y el hombre ha hecho los nombres de Dios. Abur” (Pérez Galdós, 1945, 310). La citada refriega de 1893-1894 no tuvo como marco la zona ceutí sino la de Melilla; la causa fue una sublevación motivada por la construcción de una fortificación cerca de la tumba de un santón y, días después, la destrucción de una mezquita por error de la Artillería convirtió la rebelión en una yihad que costó la vida al gobernador de Melilla, general García Margallo, abatido por el disparo de un rifeño. Disponemos del relato del futuro periodista republicano Manuel Ciges Aparicio, entonces un simple soldado de veinte años, cuya vida militar le deparó conocer esta campaña de 1893 y la de Cuba desde 1896 hasta 1898. Los hechos que nos conciernen ocupan la segunda parte de su libro Del cuartel y de la guerra (1906), bastante posterior a su impresionante testimonio cubano, Del cautiverio (1903). Destacado en el castillo de Montjuic, en Barcelona, el regimiento de Ciges Aparicio fue uno de los que acudió a reforzar la guarnición de Melilla. En el embarque de la tropa, oyó los sones de la inevitable Marcha de Cádiz y los gritos de unas muchachas enfervorizadas que reclamaban: “Que nos traigáis las orejas de un morito”. Al llegar, presenciaron los bombardeos del crucero Conde de Venadito sobre el Gurugú, bastión principal de los rebeldes, y padecieron la falta de agua en la posición de Horcas Coloradas, que nunca llegó a ser atacada. Al final, fueron testigos de la llegada de Arsenio Martínez Campos, el general salvador, y admiraron el despliegue de su fastuosa tienda de campaña. Envidiaron los fusiles máuser que, en otros regimientos, habían sustituido a los viejos y pesados remington, y supieron que un compañero catalán, Farreu, había sido fusilado por haber cortado las orejas
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a un moro amigo. Pero no dispararon un solo tiro… Y un día supieron que se había acabado la guerra: Termina la misa. La tropa desfila a los acordes vivaces de alegres pasodobles. El Príncipe Tuerto [Muley Araafa] viene a Melilla a concertar los preliminares de la paz. Martínez Campos va a Marrakés en busca del sultán [Muley Hassan]. Y los demás nos vamos por donde hemos venido. La comedia ha terminado (Ciges Aparicio: 1986, 192).
Una impresión parecida dio otro cronista republicano, Rodrigo Soriano, que viajó a Marruecos, en representación de La Época y acompañando a su director Alfredo Escobar. Iban con ellos Luis Morote (de El Liberal), Ramón Gasset (de El Imparcial) y José Boada (de La Vanguardia), a quienes dedicó Moros y cristianos (Notas de viaje), libro de 1894. El reportaje arranca briosamente con una visión de la guerra en Melilla (se certifica la noticia de Ciges: el corte de orejas y el fusilamiento sumario de su causante) y con un viaje por el norte de Argelia, donde el cronista puede contrastar los avances de la colonización francesa con la miseria que impera en la zona de influencia española. Y tiene amplia ocasión de verla porque es designado para acompañar a Martínez Campos en su entrevista con el sultán, cuyos pasos alternan con la descripción del mercado de esclavas negras o de la miserable vida de los infectados por la lepra… A su vista, Rodrigo Soriano consigna que ya hay demasiados libros de orientalismo de bazar, fortunysmo delicioso, calumnia encantadora, rico tul de Oriente, pomposa seda de lentejuelas deslumbradoras […]. Cuadros pintados con los viejos y ennegrecidos colores de la escuela romántica. El escritor que trate de pintar un Marruecos verdadero habrá de escribir un libro cruel, cruelísimo, mal oliente, espejo del pueblo miserable, corrompido y bárbaro, enterrado en el ruinoso panteón del Imperio (Soriano: 1894a, 124).
Quizá por eso nuestro autor siguió largamente con el tema. En 1922 Soriano había hecho larga carrera política, primero como creador del republicanismo valenciano junto a Vicente Blasco Ibáñez y luego, tras la sonada ruptura de ambos, como republicano independiente y director del periódico madrileño España Nueva. Sus correligionarios republicanos de Cuenca recogieron entonces sus artículos de El Liberal bajo el sarcástico título de ¡Guerra, guerra al infiel marroquí!, que constituyen una amena historia de las tormentosas relaciones de España y el Rif, desde el malhadado testamento de Isabel I y la intervención de 1859 a los años recientes del Protectorado y del recentísimo desastre de Annual. ¡Qué error ha sido todo!, piensa el escritor y político: ¡Estupidez mayor no se concibe! Ganó la literatura un bello libro: el de Alarcón; la pintura nacional, un luminoso lienzo: “La batalla de Wad-Ras” de Fortuny;
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la francesa, el maravilloso “Retrato de Prim”, de Regnault… Corrió la sangre, se desplomó el cascote lírico, murieron muchos, enfermaron no pocos, víctimas del ripio unos, del cólera y de la manida arenga… Y cayó el trono… ocho años después. Perdimos África y perdió Isabel su solio, a pesar de la tramoya africana y del patriotismo medieval (Soriano: 1922, 87).
Leopoldo Alas, Clarín, hombre de ideas avanzadas y políticamente fiel a Emilio Castelar, pensaba algo parecido en orden al mandato africano de la reina católica. Su preciosa colección Cuentos morales (1896) recogió tres directamente relacionados con los hechos que se han contado, todos ellos fechados originariamente en 1893. La alusión más indirecta a la guerra está en “León Benavides”, jocosa historia de uno de los leones que escoltan la columnata de acceso a las Cortes y que, como es sabido, fueron fundidos con el bronce los cañones capturados a los marroquíes en la guerra de 1859. Se trata de aquel león que parece más ceñudo, que fue siempre un patriota y que, encarnado un tiempo en figura humana, participó gloriosamente en una guerra… pero acabó siendo fusilado por canibalismo. Y es que, como declara, “yo soy el león de la guerra, el de la Historia, el de la cicatriz […]. El otro es el león parlamentario; el de los simulacros”. No menos jocosa es la historia que cuenta “Don Patricio o el premio gordo en Melilla”. El protagonista es un antiguo coime del casino de La Habana que ha seguido amasando fortuna en España como arrendador de fielatos. En 1893 sus convecinos le piden que se sume a la entrega de fondos para las tropas, a lo que se niega pero propone un expediente más ingenioso: que en la próxima Lotería de Navidad todos los premiados renuncien a la mitad de sus devengos por tan buena causa. Así se hace en todo el país, pero cuando le dicen a Patricio Caracoles que le ha correspondido el Gordo, resulta que no ha comprado el billete que prometió adquirir. Hay también humor pero mucho más doloroso sarcasmo en el cuento “El sustituto”, la perla de los tres. Eleuterio Miranda es un poeta bélico… que no ha hecho el servicio militar. En su lugar fue Ramón Pendones, el hijo mayor de una rentera de su familia, viuda y arruinada, a la que, por ese motivo, los padres del vate condonaron las deudas. Pendones, hombre enfermizo, muere en Melilla, por causa de las fiebres, y Eleuterio, avergonzado, acude a ser su sustituto, a morir en un acto de heroísmo y a ganar para el difunto una cruz pensionada. Y es que, como concluye el mordaz Clarín, “poetas hay pocos, y la mayor parte de los señoritos son prosistas” (Alas: 2011, 346-356). En 1902, un nuevo sultán de Marruecos, Ad-el-Hazid, se enfrentó con la sublevación de su pariente Bu Hamara, el Roghi, en una guerra civil que duró varios años y llamó la atención de la prensa española. Pío Baro-
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ja —que acababa de publicar su primera gran novela, Camino de perfección (Pasión mística)— llegó a Tánger como corresponsal el 31 de diciembre de 1902 y permaneció hasta el 23 de enero de 1903, sin moverse de la ciudad pese a lo cual no dudó en manifestarse muy expeditivamente por cuenta del conflicto: ¿Es posible que pueda continuar a las puertas de Europa un pueblo de salvajes? ¿Cómo no se le ha destruido hace dos o tres siglos? […] Se ha promovido en el imperio del Moghreb una guerra civil; no debe importar a Europa de qué lado cae la razón. Ninguno de los dos bandos la tiene ante nosotros. Los dos han de ser sometidos y deshechos. La culpa está en su miseria y su barbarie. Es preciso que la fuerza haga camino al progreso (Baroja: 2001, 1040).
Reconoció, no obstante, que “para un artista, claro que este país es admirable; los espectáculos pintorescos se presentan a cada paso” y que “la costumbre de pintarse los ojos con khol debe recomendarse a las europeas”, porque “es admirable el efecto de lánguidos que prestan a un rostro estas intensas pinceladas negras en los párpados inferiores”. En todo caso, habremos de esperar a la publicación de la novela dramatizada Paradox, rey (1906) para disponer de una versión más matizada, bienhumorada y crítica de la percepción del colonialismo por parte de un escritor de ideas avanzadas. En tal sentido, formuló propuestas más concretas y atendibles un periodista republicano, Luis Morote, que ya había escrito el libro más agudo de cuantos inspiró el quebranto de 1898, La moral de la derrota (1899). La conquista del Mogreb (1908) se basa en un concienzudo viaje por todo el viejo reino marroquí, salpicado de numerosas entrevistas con las autoridades locales y los intereses extranjeros, realizadas cuando todavía estaban en el aire los verdaderos propósitos de Francia y planeaba la sombra del káiser: “quizá el mayor problema”, viene a concluir Luis Morote, es “la posibilidad de un choque terrible, de una conflagración que afligiría a la humanidad y a los supremos intereses de la civilización, entre la Galia y la Germania” (Morote, 1908, 237). Sin despejar esa incógnita, las halagüeñas posibilidades para España que ha abierto la conferencia de Algeciras pueden quedarse en papel mojado. Con alguna distancia irónica, José Ortega y Gasset terció también en el tema del “buen colonialismo” en tres interesantes artículos que, bajo el título común de “Libros de andar y ver” publicó en El Imparcial entre el 31 de mayo y el 14 de junio de 1911, dos años después de una nueva y más peligrosa guerra en Melilla y usando como vademécum las noticias del explorador austriaco Otto C. Artbauer, que siguió la guerra de 1909 desde el lado rifeño. Ortega advierte que España, que tantas inútiles guerras de domi-
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nación ha hecho en su historia, “deja, en cambio, incumplidas, con tenacidad incomprensible, las misiones más claras y elementales que la historia le propone: así, la europeización de África desde Túnez a las Canarias y el Sáhara. Esta es la explicación de ese hecho tan sencillo, tan grave, tan absurdo de que el Rif sea hoy más ignorado que el Tíbet”, por lo que “será penetrado a destiempo y malamente y aprisa, a la carga de la bayoneta, cuando ya es un pueblo petrificado, difícil de organizar e injertar con elementos europeos”. El modelo a imitar ha de ser, sin duda, Francia. Y una forma de lograrlo es hacer algún caso a los arabistas españoles (cita entre ellos a Ambrosio Huici y Julián Ribera), desdeñados por los embajadores y los militares, cuando “el ideal fuera que se hablara de Marruecos en todos los Ministerios menos en los de Guerra y Marina”, para poder hacer “política de pueblo a pueblo, y no de Gobierno a Gobierno” (Ortega, 1963, 170-184). Y los errores han sido demostrados por la impopularidad de la policía internacional, creada por el acta de Algeciras, con efectivos indígenas y oficialidad francesa y española. La segunda guerra de Melilla, a la que he aludido, se produjo para defender las recientes concesiones mineras y el tendido de un ferrocarril a su servicio. Los episodios más sangrientos —la batalla del Gurugú y, sobre todo, el desastre del Barranco del Lobo— sucedieron a finales de julio y coincidieron en el tiempo con los motines de Barcelona (la llamada “Semana Trágica”) que se iniciaron contra la movilización de reservistas y concluyeron como unas violentas jornadas anticlericales. La asociación del antimilitarismo, de la denuncia de los grandes negocios de los políticos y de la aversión por el clero era ya cosa vieja, desde 1898 cuando menos. Y este clima de rebeldía, que costó la presidencia del Gobierno a Antonio Maura (y su retirada temporal de la política activa) fue recogido por la prensa radical del momento y por los dos testimonios literarios más vibrantes de los hechos, publicados ambos en 1912. Uno procedía de la pluma de Manuel Ciges Aparicio, a quien ya conocimos como soldado disconforme en los sucesos melillenses de 1893; en 1911 ya era un escritor conocido que databa y firmaba su libro en París, donde había buscado refugio de la persecución judicial por cuenta de sus artículos sobre la guerra. Y esas fueron las ácidas impresiones que, gobernando el liberal Canalejas, recogió el libro Entre la paz y la guerra (Marruecos), dividido en tres partes: “En Marruecos”, “En España y “En la emigración”. A su vuelta de África, Ciges quiere hacer constar unos datos previos: En diez años de lucha, entre conquista e insurrecciones que apaciguar. En 2.500 millones de pesetas.
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En 40.000 vidas inmoladas. Y si al territorio conquistado hay que hacerlo productivo y tranquilo […] añadid, como expertos ingenieros quieren, otros dos mil millones (Ciges Aparicio: 1912, 125).
Y siempre ve la misma incompetencia militar: artillería que bombardea las propias posiciones, oficiales ineptos que se suicidan, y poco más de “mil moros armados y cinco mil provistos de palos y piedras, [que] sembraron el clásico terror pánico en el Barranco del Lobo”. Y secundando su ineficacia, siempre la misma codicia civil: aquí las compañías mineras (en las que tiene su parte el conde de Romanones) pagan jornales miserables en un lugar donde no rige la ley de accidentes de trabajo; las familias de los que han sucumbido no han cobrado ni un ochavo moruno; a los que han quedado inútiles se les ha enviado a paseo […]. ¡Entonad patrióticos himnos, trabajadores, que ya veis como se os anuncia el porvenir en Marruecos! ¡A colonizar nuestro imperio colonial, proletarios! (Ciges Aparicio: 1912, 41).
Por su lado, el autor de Lo que vi en la guerra (Diario de un soldado), Eugenio Noel, era un bohemio autodidacto, hijo de una lavandera, que acababa de empezar su carrera literaria (Alma de Santa, novelita publicada por El Cuento Semanal, nada menos…) y se había apuntado como voluntario, con una mezcla de inconsciencia y aventurerismo que recogía oportunamente un extenso diario que se publicó póstumamente. Las impresiones de Noel tienen, por tanto, la inmediatez de lo vivido, pero no mejoran mucho el acre panorama de su compañero Ciges. Muy adrede, el escritor alterna las imágenes de paz —unos centenares de soldados desnudos disfrutando como niños de un baño de mar, en Punta Quiviana— y las escenas de violencia, como refleja su visita a lo que queda en el Barranco de Lobo: momias de soldados y el vuelo pausado de los buitres que las devoraron durante días. Otras veces, las escenas jocosas de la peculiar sociedad colonial —sorprendida en el comedor del lujoso Hotel Victoria— se barajan con la visión burlesca del heroísmo, como sucede en su recuerdo de la carga de caballería del coronel Cavalcanti, en Taxdir; por ella ganó la Laureada quien con el tiempo sería yerno de la escritora Emilia Pardo Bazán. Y a menudo, el detalle humano —los retratos de niños indígenas con los que jugaba— contrasta con el ridículo patriotero: así cuando encuentra, expuesta en un escaparate, la corona de oro que Valencia concedió a su poeta Teodoro Llorente y que este ha entregado a los defensores de la ciudad de Melilla. Pero estos años fueron también los de la poética modernista en la que la sugestión del mundo oriental fue un motivo más de los que ofrecía aquel
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congestionado bazar de referencias culturales de la escuela. Habitualmente, la localización geográfica de estas ensoñaciones arabizantes estaba en el pasado del propio solar español y raro fue el poeta andaluz que no dedicó alguna atención a cuanto persistía del pasado andalusí: jardines recoletos, la Alhambra, el Alcázar sevillano, la Mezquita cordobesa. En un verso que se hizo famoso, Manuel Machado proclamó que “tengo el alma de nardo del árabe español”, aunque en su caso esta confesión tenía más que ver con el incipiente gusto por el flamenquismo y la mala vida, que eran otra tendencia de la práctica “moderna” del arte. El orientalismo estricto fue mucho más patente en los versos de Salvador Rueda y Francisco Villaespesa y se convirtió en un tema principal en Antonio de Zayas y Beaumont, que era diplomático y vivió algún tiempo en Estambul: esa estancia le inspiró su libro de versos Joyeles bizantinos (1902), donde lo otomano —y lo musulmán en general— brilló en versos de un parnasianismo implacable, quizá los mejores de tema exótico escritos por un poeta español de su época. El único de estos escritores que tuvo contacto directo con Marruecos y seguramente habló y leyó árabe fue el granadino Isaac Muñoz, cuyo padre, militar de profesión, fue destinado a Ceuta cuando su hijo tenía veinticinco años. Ya había publicado para entonces obras en prosa de intenso erotismo (Voluptuosidad, 1906; Morena y trágica, 1908, de ambiente granadino), pero el encuentro con lo marroquí y su conocimiento de lo islámico y hebreo dio una tonalidad nueva a su escritura: así se advierte en las “novelas mogrebinas” La fiesta de la sangre (1908) y Esmeralda de Oriente (1914), como en la “novela siria” Ambigua y cruel (1912) y la de ambientación egipcia, La serpiente de Egipto, publicada póstumamente en 2003. Paralelamente imprimió numerosos volúmenes que recogían sus artículos sobre temas coloniales que habían visto la luz en Heraldo de Madrid, del que fue corresponsal en el Protectorado: La agonía del Mogreb (1912), Política colonialista (1912), En el país de los Cherifes (1913) y En tierras de Yebala (1913). La tentación esteticista y soñadora tuvo también otros cultivadores. El militar Vicente Valero de Bernabé sucumbió a ella en su libro En la ciudad de las mezquitas (crónicas de una estancia en Tetuán) (1915), que no fue el primero ni el mejor de una notable lista de ofrendas literarias a la bella capital del Protectorado. El luego popular charlista levantino Federico García Sanchiz compuso Color. Sensaciones de Tánger y Tetuán (1919) y el médico vallisoletano César Juarros, La ciudad de los ojos bellos. Tetuán (1922). En cambio, el escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, que vivió mucho tiempo en España, prefirió dedicar su encendida prosa a Fez, la andaluza (1926). El malogrado escritor granadino Rafael López Rienda fue vo-
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luntario en Marruecos y luego ejerció allí el periodismo para la prensa local y para los madrileños El Sol y Nuevo Mundo, nunca complaciente con lo que veía. Fue el primer informante de un desvío de fondos que levantó ampollas, El escándalo del millón de Larache (1922), lo que lo obligó a dejar el ejército. Pero, a la vez, fue autor de novelas de aventuras, con fuerte y complaciente color local, como Bajo el sol africano (1925) y Luna en el desierto (1928), que se publicó póstumamente; también estuvo entre los primeros en interesarse por la vida de los legionarios: en 1925 colaboró con Benjamín Jarnés —a quien había conocido en Larache, donde este servía en oficinas militares— en un drama edificante, El héroe de la Legión, estrenado en Madrid; poco después publicó el relato Juan León, legionario que adaptó al cine como Los héroes de la Legión (1927), con bastante mayor éxito. Desde 1912 la guerra de Marruecos fue una presencia permanente en la vida española. Mantuvo su impopularidad en los medios progresistas urbanos y de “obreros conscientes”, aunque también gozó de notable repercusión patriótica en los sectores más conservadores de las clases medias y en la burguesía y la aristocracia. No faltaron los cronistas favorables a la actuación del ejército y, a la vez, críticos con la tacañería del Gobierno: fue el caso de Víctor Ruiz Albéniz, que hizo famoso el seudónimo “El Tebib Arrumí” (en castellano, “médico cristiano”, pues aquella era su profesión). Presenció las campañas de 1909 y 1921 y, con el tiempo, llegó a estar adscrito al Cuartel General de Franco en su condición de cronista áulico de la guerra civil de 1936. Sus dos libros más significativos del periodo africano fueron La campaña del Rif. La verdad de la guerra (1909) y España en el Rif. Estudios del indígena y del país. Nuestra actuación de doce años (1921). El desastre de Annual (finales de julio de 1921), cuando tres mil rifeños obligaron a la evacuación del campamento por parte de trece mil soldados españoles y a una huida sin control hacia Melilla, supuso el momento crítico de aquella impopularidad. Pero, unos meses antes, la creación del llamado Tercio Extranjero, por Real Decreto de 28 de enero de 1920, y muy pronto sus primeras acciones de guerra, sus leyendas de acometividad y camaradería y sus vistosas liturgias, se convirtieron en el imán propicio de la exaltación de los partidarios de la guerra e hicieron familiares para muchos los nombres de los primeros jefes de la unidad: el teniente coronel Millán Astray, que fue su creador, y el comandante Francisco Franco, jefe de la Primera Bandera. De 1923 y 1924 son dos importantes testimonios literarios de ambos motivos, la fiebre belicista y la actitud más crítica ante el conflicto. Tras el águila del César. Elegía de Tercio (1921-1922), del escritor cántabro Luys
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G. Santa Marina, respira violencia y testosterona a partes iguales pero, a la vez, encierra una prosa agreste de indiscutible efecto estético. Curiosamente, el autor no había puesto el pie en Marruecos, aunque el libro hable de “recuerdos” con cierta vaguedad; lo eran, en todo caso, de las cosas que le hubiera contado su amigo, paisano y prologuista, el poeta José del Río Sainz, que fue corresponsal de guerra. Notas marruecas de un soldado (1923), de Ernesto Giménez Caballero, se inserta, sin embargo, en la ya conocida línea de los reportajes críticos de testigos presenciales (fue “soldado de cuota”, destinado allí) y carece de apelación alguna al heroísmo, aunque encierra una vivacidad descriptiva y una capacidad de ironía que no es fácil encontrar en obras de esa índole. Una y otra obra tuvieron graves problemas a su publicación y ambas fueron denunciadas: por su violencia, la primera; por sus sarcasmos y críticas, la segunda. Y lo más curioso es que las dos fueron un paso esencial en el camino de sus dos autores hacia el fascismo: Santa Marina desembocó en él por una mezcla de nacionalismo esteticista y oscuras pulsiones de su imaginación calenturienta; Giménez Caballero por la evolución de su nacionalismo originariamente liberal y por su admiración por el incipiente fascismo italiano. Miscelánea de versos pedregosos y de eficaces y sintéticas escenas en prosa, Tras el águila del César es una obra importante, aunque ande salpicada de cabezas de “mojamés” cortadas por legionarios, de actos de heroísmo y de abyección, de destinos trágicos y fusilamientos de desertores. Un fragmento de la sección “El día de la ira” puede dar una idea de su tono que, alguna vez (y sabiendo que el autor jamás fue testigo de lo que narra), puede hacernos pensar en una suerte de enfermiza autoparodia: Quedamos quince. Rematamos a machetazos a los heridos moros, y como se hacían los muertos, para evitar olvidos, acuchillamos a todos. Se terminó. Algunos les cortaban las cabezas. Otros limpiábamos la sangre de las bayonetas en las chilabas. Hacía mucho sol. Tenía sed (Santa Marina: 1939, 23).
Nada tiene que ver con esto la piedad de Giménez Caballero respecto a los “soldaditos”, los “paisa”, del reemplazo, que son sus principales objetivos. El Tercio solo aparece (“son los Estebanillo González de hoy”) en una escena de hospital, donde se produce una rápida visita de su jefe Millán Astray, narrada con unos tintes cómicos que jamás le perdonó quien sería su futuro superior jerárquico en la Salamanca de 1937. Giménez busca tiempo para ver y contar el país, siempre con gracejo y oportunidad, ya sea en el zoco de Tetuán, a la vista de una vieja ramera en sus calles recoletas o de unas mujeres que cantan todavía romances viejos. Aquello es pintoresco, “kodesko” dice (en adjetivo derivado de la marca fotográfica Kodak), pero
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nada le hace olvidar la culpa del reciente desastre: su encendida queja está presente en la virulenta “Nota final en Madrid”, que cierra el libro y que trasluce los presagios de su futura deriva política, y también la visualizamos en el capítulo “Una oficina”, que describe una del Estado Mayor, responsable de “los hilos del tinglado nuestro en Marruecos” y en la que ha encontrado en un rincón un ejemplar polvoriento del famoso Expediente Picasso: “Calor, mal olor, estrechez. Frases envenenadas. Gritos, órdenes. Arbitrariedades. Y por dos ventanas, un trozo plácido y sereno de cielo, donde los ojos se posan buscando una liberación” (Giménez Caballero: 1923, 154). Un año antes había aparecido un pequeño folleto de otro personaje llamado a larga e infausta notoriedad: el Diario de una Bandera, del comandante Francisco Franco, prologado por su jefe Millán Astray, a quien pronto sucedería al frente del Tercio (tras la muerte en acción de guerra del primer elegido, el teniente coronel Valenzuela). El texto dice transcribirse del diario de sus dos primeros años de servicio en el Tercio y resulta bastante impersonal, algo pretencioso de estilo y tan convencional en su patriotismo como en sus ideas sobre la cuestión colonial. Una segunda edición, realizada en 1939 para la colección popular La Novela del Sábado, tuvo mucha mayor circulación y fue debidamente maquillada en algunos aspectos que podían herir a los aliados marroquíes de la reciente victoria: entre otras cosas, se suprimió la elogiosa referencia al soldadito apodado Charlot que mató a un moro al que había hecho prisionero y le cortó la oreja como trofeo, en la mejor línea del atrabiliario Santa Marina. Se dijo insistentemente que el presunto “negro” que había escrito aquellas páginas fue el periodista y narrador catalán Julián Fernández Piñero, que firmaba como Juan Ferragut, pero no parece muy verosímil. Franco era hombre de muy escasas lecturas y oratoria desdichada, pero le gustaba escribir y creía hacerlo bien. Ferragut, por su parte, escribía de todo lo que apasionaba al público popular del momento: en 1922, en colaboración con su colega José María Carretero Novillo, “El Caballero Audaz”, dio a las prensas una biografía de Granero, el ídolo. Vida, amores y muerte del gladiador, sobre el torero cuya cogida conmovió a media España, y en 1947 volvería sobre el tema con una oportunísima Vida, triunfo y muerte de Manolete. Las biografías tenebrosas que acogía el Tercio, la acometividad de sus hombres y sus hieráticas actitudes halagaban los mismos gustos y lo cierto es que Ferragut contribuyó mucho a la leyenda legionaria con sus crónicas publicadas en el semanario Nuevo Mundo. Estas le sirvieron para componer el relato breve La misma sangre. Novela de la guerra (La Novela Semanal, diciembre de 1921), en el que narró la azarosa vida de Ricardo Santisteban
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que busca refugio en la Legión y halla la muerte al lado del hijo natural que un día no quiso reconocer. Con esa y otras fábulas de los “novios de la muerte”, contadas en forma del diario, formó el libro Memorias del legionario Juan Ferragut (1925), que tuvo mucho éxito y fue reimpreso en 1931; estaba dedicado a “El Caballero Audaz”, llevaba expresivo prólogo de José Francés, y tenía un propósito que deja claro desde el comienzo: No sé si esto es una novela […]. Yo sólo se contar lo que oí, o volver a relatar lo que me contaron, sencillamente, como si se lo dijera a un amigo en la tertulia del club o se lo confidenciara a una mujer en esas horas de tregua del amor (Ferragut: 1925, 13).
El prólogo de Francés es algo más alarmante al vincular el volumen de su amigo a la denuncia de una parte de la juventud formada por “el onanista intelectual” y los “seminaristas de las falsas izquierdas ideológicas”, a los que confronta “una casta de jóvenes formados en contacto por la vida que no por amor a los libros evitan a la mujer […]. Jóvenes, aún más iconoclastas que los otros, más violentos, más contagiados de odio sano que hace fuertes y nobles a los hombres”. En cualquier caso, la mitificación de la Legión anduvo, pues, por los andurriales que conducían en derechura a la mentalidad fascista, activa o pasiva. Fue un fenómeno europeo que se plasmó muy pronto en las difundidas novelas del militar británico de la reserva, Percival C. Wren, que había servido en la India y que, de viaje por Marruecos y Argelia, conoció la Legión Extranjera francesa. A ella dedicó una famosa trilogía de relatos, Beau Geste (1924), Beau Sabreur (1926) y Beau Ideal (1928), pronto traducidas en España, de las que la primera fue llevada al cine dos veces (en 1926, protagonizada por Ronald Colman; y, en 1939, por Gary Cooper). En 1931, el escritor francés Pierre Mac Orlan publicó, a su vez, La bandera, una popularísima novela sobre el Tercio que inicia sus pasos en el Barrio Chino de Barcelona, donde conocemos a Pierre Gillieth, su protagonista, y acaba en el campamento legionario de Dar Riffien. En 1935 Julien Duvivier realizó un filme del mismo título en el que Jean Gabin interpretó a Gillieth; Annabella, a la prostituta Aischa-la-Slaui; y Robert Le Vigan, a Fernando Lucas, legionario español. Aquellas imágenes encendieron la fantasía de muchos jóvenes escritores. El veinteañero Ramón J. Sender obtuvo su primer triunfo cuando la revista barcelonesa Lecturas le premió su relato Una hoguera en la noche (1923), una historia de amor, traición y muerte, ambientada en la guerra de Marruecos y contada por su protagonista, un teniente que es esclavo de “su hiperestesia” y que busca “la emoción auténtica”. Y en 1925 todavía sacó otro relato en la misma revista, titulado Ben Yeb, el cobarde. Cuando los es-
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cribió no había estado todavía en África, donde prestó servicios como oficial de complemento a lo largo de 1923 y se licenció en 1924. No estuvo por lo tanto en el tiempo del desastre de Annual, aunque indagó sus consecuencias y las llevó a la primera novela anticolonialista española y, sin duda, a la mejor de todas cuantas se han escrito en esa línea. Su título, Imán (1930), responde al sobrenombre que sus compañeros dan a un soldado, apellidado Viance, que parece atraer todas las desdichas y cuyo paso por África nos narra un oficial que lo trató y sintió curiosidad y compasión por el desdichado. La descripción de la huida y persecución de las tropas, con su cortejo de dolores, privaciones y miserias humanas, es absolutamente sobrecogedor, igual que el radicalismo de su posición ante el hecho colonial (“Han salvado el alma”, comenta un cura castrense tras dar la extremaunción a unos moribundos. “—Pues algún moro habrán matao, digo yo. —No importa. Ha sido en defensa de la Patria. —Esta tierra, ¿es la Patria nuestra o la de ellos?”). El final de la novela, cuando Viance es reembarcado con una modesta condecoración y vuelve a su pueblo aragonés (que ha sido inundado por la construcción de un embalse), resulta inolvidable. Viance se queja pocas veces, pero vale la pena recordar una de ellas, que no deja de ser una adecuada respuesta a lo que planteaba al sacerdote: — ¡Dios, Dios! ¿Qué habremos hecho pa que nos metan en este tiberio? En España nadie sabe lo que aquí pasa. De vez en cuando dicen los periódicos: “Nuestros soldados mueren en África”, pa molestar al gobierno, pero el pueblo y los ministros ya se han acostumbrao. ¿Bueno, y qué? Aquello está lejos y en todo caso es la defensa de la Patria… Oye, tú, muchacho: ¿sabes qué es la Patria? El del otro lado lo mira desde el hondo de las órbitas cárdenas y se encoge de hombros. Insiste Viance, obsesionado. El otro habla, por fin: — El sargento nos lo dijo de quintos, pero ya no me acuerdo (Sender: 2006, 181).
El escritor asturiano José Díaz Fernández se adelantó a Sender en dar una visión moderna y, a la par, muy crítica de la guerra. También había sido soldado en Marruecos en los primeros meses de 1922, desde donde envió sus crónicas al periódico El Noroeste, de Gijón, que tuvieron repercusión nacional. Desde un comienzo, decidió que la literatura de la guerra debería ser bastante diferente de lo que pretendían los “escritores madrileños” que han encontrado “un tema mitad folletinesco y mitad teatral para urdir fantasías deplorables y acariciar las imaginaciones un poco ingenuas de esos lectores de novelas baratas”. Con esta mentalidad, es muy fácil ver la guerra y glosar la campaña en el confortable despacho donde la fantasía vuela para dar afanes a la pluma. La guerra imaginada es una bella sucesión de episodios heroicos que han de calofriar más tarde las vértebras sensibles de
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los lectores ingenuos. Pero la verdadera literatura de la guerra está por escribir. Y no son precisamente los ficticios combates bajo el sol ardiente, ni las escenas de hospitales entre señoritas de la Cruz Roja. Y gallardos legionarios heridos. Es una literatura que puede surgir de esas cartas sinceras, hondas, conmovedoras de los soldados que caen sin saber cómo en lo alto de una loma o en el fondo de un barranco. Literatura que pudiera llevar sobre sí, como sobre los lomos de Pegaso, el odio a la guerra y el retorno al bienestar común […], que sea el reflejo de tantas almas amargadas y tantas vidas vulgares que quedan por aquí rotas. Eso que pudiera llamarse la moral de la tragedia (Díaz Fernández: 2006, 440-441).
Con aquel material escribió los siete relatos independientes, pero estrechamente enlazados a la vez, que componen El blocao (1928), un libro que obtuvo halagüeño éxito y conoció una segunda edición en el mismo año. En el interesante prefacio a esta proclama que “hay una fórmula eterna del arte: la emoción. Y otra fórmula actual: la síntesis” (Díaz Fernández: 2006, 6). Y bastante de eso, como sucedía en el caso de la narrativa de Sender, hay en estas magnéticas escenas de guerra: allí conocemos a un soldado que llora por haber perdido su reloj, aunque haya salvado la vida; a un oficial que pone en libertad a la morita de quince años que guió a los atacantes moros hasta las trincheras, con el pretexto de vender higos a los españoles; la historia de una revolucionaria y provocativa mujer, “Magdalena roja”, que vende armas a los enemigos, contada por “el Gafitas”, un soldado enamorado a distancia de ella; el relato del desastroso “Convoy de amor” en el que la mujer escoltada por la tropa —amante de un sargento— acaba siendo objeto de una violación colectiva y los responsables y la víctima son muertos por el narrador de la historia. Díaz Fernández inició con este libro una brillante carrera como escritor comprometido, actitud que en la que ejercería una destacada influencia en la España de los primeros años treinta. En ellos también dio sus primeros pasos como periodista y autor otro notable testigo de la guerra rifeña, el extremeño Arturo Barea. Tras la guerra civil, se exilió en el Reino Unido donde escribió entre 1941 y 1944 su obra maestra, la trilogía The Forging of a Rebel, que le tradujo al inglés su segunda esposa, la periodista austriaca Ilse Kulcsar, con la que se había casado en Madrid, en 1937. El mismo año de 1951 apareció el original español en Buenos Aires. De las tres novelas que componen la trilogía, la segunda —La ruta— cuenta sus experiencias en la guerra de Marruecos; la primera —La forja— narra su infancia de niño pobre en Madrid y la tercera —La llama— está dedicada a la guerra civil. La lista de testimonios negativos fue muy amplia: el periodista gallego Xosé Ramón Fernández-Oxea (Ben-Cho-Sey) adoptó este seudónimo para firmar sus reportajes bélicos escritos para La Zarpa, de Orense, que luego
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se han recogido en el libro Crónicas de Marruecos: tras la rota de Annual ; el soldado catalán Josep Maria Prou i Vilas, que con el tiempo haría una incipiente carrera literaria y política, escribió —casi tres lustros después de los hechos— un impresionante testimonio, Quatre gotes de sang (Dietari d’un català al Marroc) (1935), recientemente traducido al castellano (2010). Después del desembarco hispanofrancés de Alhucemas la pacificación de las cabilas empezó y con ella una visión de las cosas algo distinta por parte de los ocupantes: un orientalismo más turístico y complaciente y también una curiosidad científica más activa y fecunda, como algunas voces habían pedido desde principios de siglo. En 1922, Américo Castro, del Centro de Estudios Históricos, recorrió las juderías del norte de Marruecos recogiendo las formas del peculiar castellano de las colonias sefardíes y los testimonios de la perduración del romancero viejo entre las tradiciones familiares. A comienzos de los años veinte fue destinado al Protectorado el joven militar jerezano Tomás García Figueras que, como interventor, hizo carrera en la administración colonial y llegó a ser jefe de la Oficina Internacional en 1929, cuando ya era autor de dos libros importantes, Temas del Protectorado (1926) y La acción de España en Marruecos (1928), además de unos Cuentos de la Yehá (1934), de tono folclórico. Pero su labor principal fue reunir la más importante colección bibliográfica sobre el país, hoy legada a la Biblioteca Nacional de Madrid, y preparar un libro —Marruecos (1940)— que tuvo bastante difusión en sus varias ediciones y que fue por muchos años la mejor síntesis sobre la geografía e historia del territorio. También conoció bien el país un escritor madrileño, Tomás Borrás, cuya carrera literaria anda hoy demasiado olvidada, quizá por su errática trayectoria política como unos de los fundadores de las JONS y como el futuro e imaginativo autor de Checas de Madrid, el libro más difundido sobre la violencia republicana en el Madrid sitiado. Pero Borrás hizo también un teatro vanguardista de bastante mérito y entre sus novelas destaca una de tema marroquí, estropeada por la prosa pretenciosa y campanuda. La pared de tela de araña (1924) está dedicada al pintor Julio Romero de Torres, en un ademán explícito de afirmación racial, y tiene tres partes: la primera —“Tetuán”— sienta las bases de una historia de erotismo y picaresca que trenzan una morita joven, Axuxa; el vetusto e impotente marido al que la entregan, Abdala; y un astuto comerciante vecino, Shalum, que busca engañarle y cobrar la ansiada pieza. La segunda parte —“Xauen”—, narrada por un oficial del ejército español, describe la ciudad santa del centro de Marruecos en los días de la pacificación después de Annual (e incluye una versión sefardí del romance de “Delgadina”), y la tercera —“Yebala”—
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unifica la trama de las dos precedentes: la adúltera Axuxa ha sido raptada y vejada por una tribu montañesa para convertirla en prostituta y venderla en Tetuán, pero una patrulla española, avisada por el marido y la familia, logra detener a los raptores y entregarlos a la justicia local; Axuxa regresa a su hogar y a los brazos de su atribulado esposo, aunque el narrador español conjetura que acabará sus días en un prostíbulo de Tánger. La imagen de la rescatada puede ser el mejor ejemplo de las virtudes de observación localista del escritor Borrás y su peligrosa cercanía a la pornografía cuartelera: Sobre su hermosura puso sus subrayados el arte: el alcojol en los párpados, que suavizaba amoroso el mirar; las manos y los pies, rojos de la alheña, que excita el frenesí y el fetichismo; las manos pulidas con uñas rosadas; el suac blanqueando hasta la porcelana de los dientes, separados unos de otros, y con el perfume salía de su boca el alma en flor […]. Más que las cadenillas argentinas, las telas centelleantes, más que las pulseras de plata oscura, con piedras verdosas y azules, y que las sortijas que agarrotaban sus dedos; más que los jalalíes de los tobillos, que sonaban con dulce tintín al andar la niña, lo que hacía estremecer de ardor a los moros alumbrando en sus rostros fuegos de ímpetus y les incitaba a clamar golpeándose el pecho, era el insinuante, el lascivo tatuaje azul, las dos crucecitas de los pómulos, el recorte del labio inferior, allí donde parece que hay un molde para una bocas, las rayas que descendían hasta lo profundo bajando por el seno, que daban a adivinar que “allí”, para la suave caricia y el jadeo del amante, había un nombre rematado en un arabesco (Borrás: 1924, 289-290).
La novela se complace siempre en la crudeza de las escenas, presenta con vivacidad (aunque con transcripciones españolas discutibles) un dilatado vocabulario de la lengua bereber y refleja, a medias entre el folclorismo complaciente y la truculencia, las costumbres conyugales y familiares marroquíes. Mucho más convencional fue la dedicación a los temas de Marruecos por parte del escritor bilbaíno Luis Antonio de Vega, que había sido uno de los contertulios más jóvenes del café Lyon d’Or, en los años dorados de la belle époque de su ciudad, y que marchó a Larache en 1926, donde obtuvo el nombramiento de director de las Escuelas Árabes. Aprendió en la Academia Jalifiana el bereber y el árabe y en 1934 obtuvo el traslado a Tetuán, con el mismo rango administrativo. Colaboró en Informaciones, el periódico madrileño de ultraderecha financiado por Juan March y dirigido por Juan Pujol, antes de la guerra, y en 1936, a título de falangista, hizo carrera en la prensa de los sublevados, aunque sin especial entusiasmo político por su causa. Era un bon vivant que, con el tiempo, fue reputado escritor gastronómico y ocupó un lugar significativo en la no muy abundante nómina de narradores orientalistas que venimos censando: antes de 1936, había publicado una novela corta, L’Busbir (El pozo de los besos) (1931), de ambiente tetuaní, y un Romancero colonial (1934), que alternaba poemas descrip-
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tivos y alguna pieza de exaltación bélica. Sus novelas más importantes de tema marroquí fueron algo posteriores a 1936. Sirena de pólvora (1941) tiene como tema a los combatientes moros que lucharon en el ejército franquista y Amor entró en la judería (1944) es una evocación rosácea de la guerra de 1859, en torno a una doncella judía enamorada del general Prim. En la redacción de Informaciones, Luis Antonio de Vega trató mucho a César González Ruano, un francotirador literario y político que dilapidó su talento literario en un montón de empeños, alguno de los cuales dieron esporádicamente obras de valía: aparte de su obra de articulista, hoy la más valorada, fue poeta ultraísta, autor de novelas semiautobiográficas de corte barojiano, ensayista y reportero a sueldo de quien mejor pagaba (lo mismo escribió una biografía de Miguel Primo de Rivera sufragada por la Dictadura que un libro, Seis meses con los nazis, pagado en 1934 por la Embajada del Tercer Reich). Entre esas obras de oportunidad, no pudo faltar una incursión orientalista, Circe (Novela de los oasis saharinos) (1935), a la que el editor Bergua puso una llamativa cubierta fotográfica donde una adolescente beduina enseña el torso desnudo. González Ruano finge que el narrador es su alter ego, César de Alda, que un día le entregó en un bar de la zona francesa de Tánger el manuscrito de esta novela “abrasado por Eros y por los monstruos del Tedio”. Pero su protagonista es Mario, un aventurero inquieto, y su ámbito geográfico la zona desértica del país al sur de Marrakech; la trama argumental trenza una historia de celos y pasión tórrida por una enigmática nativa, Ifrikiya (nombre significativo donde los haya), con quien —tras una huida a Europa— el personaje decide reemprender su vida en la conclusión de la novela. El relato está bien contado y no faltan, por supuesto, las dosis de tensión y spleen habituales en los relatos de un Somerset Maugham, por ejemplo. Y, claro está, tampoco están ausentes las no menos convencionales reflexiones sobre el misterioso atractivo del continente africano: África es África misma: cruel y llena de ternura, infantil y complicada, ingenua y perversa, con su razón sin razones que las razones sin razón de Europa no pueden entender. Mario pensaba que allí estaba el nervio del fracaso colonial; en que no trata de aplicar la reforma racional y emotiva de los valores y vicios indígenas, en que es estúpido pretender europeizar África, y no lo sería tanto colocar junto a una cultura otra cultura que, sin acción directa, llegara a influir de una manera lenta, pero segura, como han influido el gramófono y el deporte, como han influido los perfumes de alcohol sobre los perfumes de aceite, como ha influido nuestra inmoralidad sin programa y no nuestra moral programática, didáctica y bastante teórica. ¡Qué enorme fuerza canalizable había en aquella fe bárbara de los aissauas que no sólo desprecian el dolor y la muerte, sino que los buscan con peor estilo, pero con el mismo ardor heroico que los antiguos mártires cristianos! (González Ruano: 1935, 44-45).
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La literatura hispanomagrebí en Marruecos
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1. Contextualización de la literatura hispanomagrebí 1.1. Introducción
En el discurso de bienvenida del II Congreso Internacional de Hispanistas, celebrado en Nimega (Países Bajos) en el año 1967, Dámaso Alonso decía que el hispanismo es “una posición espiritual, una elección de lo hispánico como objeto de nuestro trabajo y también de nuestro entusiasmo, de nuestra ardiente devoción”. Con motivo del Protectorado español en Marruecos aflora un fenómeno de características singulares, cual es el hecho del surgimiento de un grupo de intelectuales marroquíes que optan, además del estudio de la lengua, literatura y cultura hispánica, por la utilización del castellano como lengua de expresión en sus escritos e investigaciones. El hispanismo que surge en los centros educativos y en las universidades, desde aquella época hasta el momento presente, ha sido capaz, después de múltiples vicisitudes, de generar gran cantidad de textos que abarcan múltiples disciplinas: estudios históricos y lingüísticos, libros de viajes, ensayos literarios, traducciones y artículos periodísticos, todos ellos escritos directamente en castellano (sin traducción interpuesta), que lo si-
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túan en un nivel de madurez homologable al del resto de países hispanos. El nacimiento, desarrollo y consolidación del hispanismo en Marruecos es un hecho definitivo, constatado por la actividad plenamente implantada que se lleva a cabo en los Departamentos de Lengua y Literatura Españolas en las Universidades de Rabat (desde 1959), Fez (desde 1974), Tetuán (desde 1978), Casablanca (desde 1988) y Agadir (desde 1992). A ellos se une la red de centros docentes de la Consejería de Educación de la Embajada de España en Marruecos y el Instituto Cervantes, presente en las ciudades de Rabat, Casablanca, Fez, Tánger, Tetuán y Marrakech. Pero junto a los hispanistas marroquíes existe un grupo de escritores o creadores que también han decidido desarrollar su obra creativa directamente en español y que han llegado a producir, desde los años cincuenta hasta la actualidad, una cantidad importante de textos creativos. Este fenómeno, inicialmente identificado como de “escritura marroquí de expresión en castellano”, fue tímido en sus comienzos, a nivel de producción y publicación, siendo los años noventa los que han servido para manifestar el hecho incontestable de la existencia de esta neoliteratura fronteriza que un grupo de investigadores ha denominado, recientemente, como “Literatura Hispanomagrebí” (Gahete et alii: 2008, 29-32), generada en Marruecos por un grupo de autores que han venido manteniendo una inquebrantable fidelidad al castellano como lengua de creación, tal y como lo indicó Juan Goytisolo en el prólogo de Aproximación al sufismo, de Mohamed Chakor: Tras la partida de su administración colonial, Madrid se ha desinteresado de las relaciones culturales con estos países y de la suerte de centenares de miles de hispanohablantes que, como los sefardíes de la diáspora, han mantenido una conmovedora fidelidad a nuestra lengua (Goytisolo: 1993).
Pero este no es un fenómeno aislado. Las lenguas o literaturas fronterizas se han venido desarrollando en otros escenarios geográficos, al producirse el sincretismo de culturas y de lenguas en lugares compartidos. Y este es el fenómeno que se produce en Marruecos, tras un largo periodo de historia común, y que detona con motivo del periodo del Protectorado llevado a cabo por España en la zona durante los años 1912-1956 y la posterior descolonización de la provincia española del Sáhara (1936-1976). 1.2. Una aproximación al término de “literatura hispanomagrebí”
La profesora Selena Nobile ha señalado que la literatura hispanomagrebí es una literatura menor, siguiendo la teoría de Gilles Deleuze y Félix Guattari, en su obra Kafka. Por una literatura menor (México, 1978): “Una
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literatura menor no es una literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor” (Nobile: 2008, 25). Este es el caso de la literatura que determinados autores magrebíes (no solo marroquíes, sino argelinos o tunecinos) hacen en castellano, al igual que ocurre con otras literaturas menores: la literatura inglesa de Irlanda de James Joyce o Samuel Beckett, la literatura inglesa de las Antillas, el alemán en la Praga de Franz Kafka, la literatura fronteriza mexicana escrita en inglés, la poesía hispanocamerunesa (Equinoccio: 2007) o la literatura hispanoguineana (Antología: 2000), por poner solo algunos ejemplos ilustrativos. En el caso que nos ocupa, nos enfrentamos a una literatura española escrita en Marruecos en minoría frente a otras lenguas con las que comparte espacio: el árabe clásico, la dariya –árabe marroquí–, la hasania –habla del Sáhara–, el tamazight –rifeño–, la haquitía –judeoespañol mezclado con árabe, dialecto descrito magistralmente en la obra del tangerino Ángel Vázquez, La vida perra de Juanita Narboni–, el francés o el inglés. Tal y como se ha señalado con anterioridad, después del proceso inicial llevado a cabo por los hispanistas marroquíes, serán los creadores –poetas, narradores y cuentistas– los que opten por generar su obra creativa vertiéndola directamente en la lengua de Cervantes. Desde los años cincuenta, inicialmente de forma tímida, y a partir de la eclosión creadora de los años noventa, los escritores marroquíes han venido a generar una literatura mestizada, transfronteriza, sincrética y enraizada en el marco de la mediterraneidad, habiendo creado personajes y situaciones que cruzan la frontera, dispuestos a dialogar (sin ninguna forma de subalteridad) con las literaturas de las otras orillas y con otras escrituras más remotas, produciéndose lo que Rodolfo Gil Grimanu denominaba como la “magrebidad” del español en autores que han interiorizado el castellano de tal manera que responde, plenamente, a sus planteamientos vitales y a sus inquietudes mentales, psicológicas o espirituales: “una escritura que, por hispánica, no deja de ser marroquí, de contenido árabe o arabizado, actual, inquieta, e incluso lingüísticamente dialéctica” (Gil Grimau: 2002, 127). Tanto el hispanista como el investigador marroquí han utilizado la lengua española como un elemento circunstancial en el desempeño de su trabajo; sin embargo, en los creadores marroquíes la lengua se transmuta en idioma propio, para alcanzar una simbiosis interior que convertirá a la lengua extranjera en canal de expresión personal, habiendo superado, con creces, el posible riesgo de aculturación, que se aprecia sobradamente en estos nuevos creadores magrebíes (poetas y narradores). Así lo resume Alfonso de la Serna en el prólogo del libro Literatura marroquí en lengua castellana, de Mohamed Chakor y Sergio Macías:
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Pensar plenamente en español no es para ellos un acto alienante sino la penetración en un territorio mental que es vecino, mas no sólo por la geografía o la circunstancia política, sino vecino en una larga vida de ocho siglos pasados juntos (Serna: 1996).
Con las salvedades que cada caso requiere y tomando las precauciones precisas a la hora de hacer evaluaciones comparativas, podríamos decir que nos encontramos ante un fenómeno literario de similares características (aunque con siglos de distancia, tanto desde el punto de vista lingüístico como de creación literaria) al surgido, en su momento, en Hispanoamérica y del que fluye todo el caudal de la literatura hispanoamericana. Por su lado, la literatura hispanomagrebí se encuentra en sus albores, si bien ello no es obstáculo para identificar un movimiento literario incipiente con características diferenciadoras, configurando una corriente literaria española regional y original surgida en Marruecos, con motivo del Protectorado español, que empieza a extenderse a otras zonas del Magreb y que, compartiendo tradición literaria e idioma (como elemento expresivo), es capaz de singularizarse respecto de la literatura peninsular, en tanto en cuanto abre novedosas vías creativas derivadas de su propia tradición literaria y social arabizada en la que se sustenta y en la que incardina su personalidad, fruto de su entorno sociocultural. De ahí el sincretismo y la “magrebidad” a la que alude Rodolfo Gil Grimau, a la hora de adjetivar a esta neoliteratura española que se regionaliza en el Magreb. Pero es necesario y preciso indicar, en este punto, que esta no es una literatura epigonal de la peninsular, sino que poseyendo señas de identidad propias, que le confieren carta de naturaleza, se eleva como una literatura independiente y singular, aunque española: el costumbrismo local y la iconografía regional, la hibridación árabe-española, Al-Ándalus como patria poética, la sensualidad de Oriente, la recuperación de la figura del loco sabio cervantino y de la nueva picaresca, la oralidad en sus textos, la moraleja como elemento fundamental de las creaciones artísticas, una literatura de la frontera de acentuado compromiso social y, lo fundamental, la utilización y recuperación de palabras que podrían haber desaparecido (procedentes del entorno social o geográfico del Magreb), restableciendo un vocabulario que aportará nuevas posibilidades semánticas y que genera un enriquecimiento idiomático en los textos aportados, desde donde el español recupera nuevos horizontes no ya solo por esta reconquista idiomática, sino por la utilización de neologismos y de extranjerismos incardinados en las obras de estos creadores: mtarbat, chilaba, faquih, sarawal, hamman, morabito, pastella, baraca, babucha, almuacín, zoco, alfaquí, cuscus, cadí, minarete, madrasa, malik, umma, aleya, cabileño, etc.
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La existencia de una neoliteratura denominada literatura hispanomagrebí (frente al término ya superado de literatura magrebí o marroquí de expresión en castellano) es, por tanto, un fenómeno real, tangible, del que no cabe cuestionar su presencia en el ámbito cultural y literario. Tan es así que este fenómeno literario ha sido objeto de estudio universitario, habiéndose presentado la primera tesis doctoral (Universidad de Salento, en Lecce, Italia), por parte de la doctora Selena Nobile, quien, con el título de La literatura hispano-marroquí. Un modelo mediterráneo posorientalista y posoccidentalista, estudia, analiza y profundiza en obras y autores marroquíes de expresión castellana, dando carta de naturaleza (desde un punto de vista estrictamente académico y universitario) a este fenómeno literario. Igualmente, las Universidades de Sevilla y de Leeds (Inglaterra), de la mano de las estudiantes marroquíes Lamiae el Amrani y Nesrine el Akel, preparan en la actualidad sendas tesis acerca de tan original y emergente literatura. Y asimismo, diferentes universidades de Marruecos y Túnez han dedicado coloquios y seminarios al estudio e investigación de esta corriente literaria. 2. La influencia de las relaciones históricas
Los espacios físicos compartidos (incluso mentales) conforman una base de influencias sobre la que se sustentan fenómenos de transición e intercambio, en el que se participa de ideas, pensamientos y actitudes. Es allí donde nace el fenómeno de las lenguas transfronterizas como derivada de esas comunicaciones participadas que se producen a lo largo de los años o de los siglos. El espacio común que españoles y marroquíes han compartido durante los últimos quince siglos, y que delimita el espacio señalado por una frontera idealizada que va desde Córdoba hasta Marrakech, genera un proceso mental que hace del español no una lengua extraña, sino un idioma vernáculo con siglos de implantación en Marruecos, así como en Argelia y Túnez, incluso más allá del Sahel (con apariciones singulares en la excolonia de Guinea Ecuatorial e, incluso, en la cercana Camerún). Desde el año 476 hasta la caída del reino nazarí de Granada existirá una influencia excepcional y continua entre ambas riberas del Mediterráneo. Influencia que no solo se circunscribe al ámbito político o militar, sino a las relaciones comerciales, culturales y humanas entre los diferentes reinos marroquíes y los reinos cristianos de la Península. En los últimos siglos de presencia árabe en España, la dinastía meriní (1244-1465), que gobernó
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en Marruecos, así como en parte de Andalucía y del Magreb, utilizó de forma significativa a mercenarios castellanos para formar parte de sus tropas, estableciéndose en la capital del nuevo reino, Fez, en donde dejan su impronta y su influencia. Más tarde, esta presencia se dejará de sentir claramente en la política internacional implantada en la refundada Tetuán por el exalcalde de la ciudad granadina de Piñar, Ali al-Mandari o al-Mandri, quien había llegado al norte de Marruecos, en 1484, junto con otros refugiados granadinos, tras haber sido arrasada la ciudad por las tropas portuguesas. Las diferentes oleadas de andaluces, judíos y, posteriormente, moriscos contribuyeron de forma significativa a la refundación de Tetuán y a la construcción de la medina, obra de los exiliados “españoles”. Tanto Tetuán como Chauen (lugar de nacimiento de la joven esposa de al-Mandri) se encontraban pobladas, fundamentalmente, por gentes llegadas de Al-Ándalus, siendo lugares de importante contribución de los expatriados andaluces. La llegada de miles de moriscos de lengua castellana (procedentes de Hornachos, Badajoz) a las estribaciones de Rabat dio lugar en el año 1627 a la fundación de la república independiente de Rabat-Salé (República de las Dos Orillas). La república estaba gobernada por un cabildo y un gobernador de la Fortalesa, documentando todas sus actividades en el español de la época. La república andalusí se convirtió en un activo centro comercial que atrajo a embajadores de algunos reinos de Europa, judíos, comerciantes cristianos y andalusíes. La experiencia desapareció en el año 1666, siendo absorbida la república por el Sultanato de Marruecos, pero manteniendo un considerable peso en la corte de la época. La Cancillería del Sultanato marroquí utilizó durante los siglos XVII, XVIII y XIX el español como lengua oficial en sus relaciones diplomáticas; y la lengua de Cervantes fue, obviamente, el idioma de la intervención colonial española durante los siglos XIX y XX. El español siempre ha sido la lengua costera, por lo que no resulta un idioma extraño ni ajeno en el Marruecos norteño, sino que el dáriya (lengua coloquial de Marruecos) ha abrazado y absorbido gran cantidad de palabras tradicionales castellanas. La pérdidas de las colonias americanas en el año 1898 va a producir una vuelta de las miradas del sector militar hacia el norte de África, que traerá como consecuencia el colonialismo de Marruecos, al que se ve conminado el Gobierno, por las continuas presiones de los sectores militares y conservadores, en un intento por recuperar el prestigio dañado por la derrota en América que conllevó la independencia de las posesiones en Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
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Tras la Guerra de África (1859-1860) la presencia española en la región del Sáhara Occidental se produce de forma estable con la ocupación de Río de Oro en el año 1884, a fin de dar protección al archipiélago canario. La Conferencia de Algeciras (1906) consagra la “legalidad internacional” para dar protección a la zona norteafricana, y vendrá a reconocer el derecho de Francia y España a intervenir en esta región que queda bajo su influencia, derivado todo ello de la inestabilidad a la que se ve sometido el país por la incapacidad manifiesta del sultán para mantener el orden interno. El año 1911 vendrá marcado por el desorden y la anarquía, obligando a la ocupación de Fez por parte de las tropas francesas, mientras que el ejército español lo hace en Larache y Alcazarquivir; todo ello derivará en los Acuerdos franco-españoles de 1912 que vendrán a certificar los regímenes de los protectorados francés y español. España extenderá su zona de influencia por el norte de Marruecos (regiones de Rif y Yebala) y la región de Tarfaya, estableciendo su capital en Tetuán, así como en el territorio del Sáhara (1936), declarado provincia española en 1958. La independencia de Marruecos se produce en el año 1956, de la mano de Mohamed V, quedando pendientes por resolver asuntos como Tarfaya (1958), Ifni (1969) y el Sáhara (1976), que supuso el último vestigio de la dominación española en la región, dando término a la época colonial del Protectorado español en África. A la hora de llegar a comprender el fenómeno de la eclosión del castellano en Marruecos, y en otras zonas del Magreb, tanto por parte de los estudiosos e hispanistas, así como por parte de los creadores literarios, es importante considerar el recorrido histórico de las relaciones de ambas zonas del Mediterráneo, pero, sin duda, la potenciación de la lengua castellana en aquella otra orilla no se puede llegar a explicar sin la existencia del Protectorado español, ya que es causa imprescindible para que miles de marroquíes acudan a las escuelas españolas (e incluso a las universidades) y aprendan de una forma reglada el idioma y sus herramientas. Al contrario de lo ocurrido en Marruecos resulta significativo el hecho de que en otras zonas del Magreb no se haya producido un fenómeno literario de similares características, a pesar de la intensa relación histórica que ha podido existir entre España y otras regiones norteafricanas, como por ejemplo con el Orán argelino, cuyas conexiones se encuentran jalonadas a lo largo de los siglos, comenzando con las primeras migraciones de judíos y moriscos desde el siglo XIII hasta el XVI. Orán quedará anexionada a la Corona española en los siglos XVI y XVIII (1509-1708 y 1732-1792). La posterior colonización francesa del país (1830-1962) servirá para que se produzca una nueva oleada migratoria de españoles hacia esta región que
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tradicionalmente había sido asentamiento hispano. Estos “colonos” españoles, conocidos coloquialmente como “pieds-noirs” –pies negros–, alcanzarán la cifra de ciento sesenta mil en el año 1886, y convertirán la provincia de Orán en una zona de verdadera influencia española, bautizada por los franceses como la pequeña España. El número de españoles o de ciudadanos de origen español superaba la cifra de ciento cincuenta mil en el año 1950, propiciando que el español fuese en la región la segunda lengua de los argelinos, después del árabe. A excepción de las publicaciones periodísticas o en revistas que llegaron a ver la luz en español durante los años de la colonia francesa (hasta veintinueve publicaciones de carácter periodístico se llegaron a editar: La Gaceta española y La Joven España, La Gaceta Española en Argelia, La voz de España, El pueblo español o El Correo español, entre otras), en Argelia no se ha producido más que una limitada actividad por parte de los hispanistas argelinos, a partir de los años noventa. Por su parte, en Túnez la presencia de lo hispano es mucho más reducida, pues se circunscribe a las incursiones de carácter militar acontecidas entre los años 1535 a 1573 llevadas a cabo por el rey Carlos I y por don Juan de Austria, con el fin de ejercer el control de las plazas costeras del Mediterráneo sur, así como la posterior llegada de los expatriados moriscos de Aragón y Cataluña, producida entre los años 1610-1705, por lo que no cabría esperar movimientos literarios de ningún tipo, aunque, excepcionalmente, sí que ha comenzado a desarrollarse una actividad investigadora y creativa en el ámbito de la literatura hispanomagrebí, llevada a cabo, fundamentalmente, por la Facultad de Letras de la Universidad de La Manouba y el Instituto Superior de Lenguas de la Universidad 7 de Noviembre que han contribuido a la aparición de los primeros textos de creación en español. 3. Influencia de la etapa del Protectorado español en los procesos de desarrollo de la literatura hispanomagrebí
La presencia de lo español en la literatura del norte de África se refleja en el espejo, a su vez, de la presencia árabe en Andalucía. Incluso antes del episodio histórico de Al-Ándalus, la comunicación entre los pueblos que habitaban en ambas riberas ha sido continua, sin apenas fragmentación histórica. Debido a ello, esa comunicación ha encontrado históricamente un elemento armonizador: la lengua y, en muchos casos, la expresión literaria. La experiencia compartida a través de los siglos, junto con el extraordinario acontecimiento histórico del Protectorado norteafricano, será el detonante para que se produzca, a partir de las últimas décadas, en las agendas
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de los gobiernos de ambas riberas, la necesidad de incrementar las relaciones y establecer puentes que conllevan al mutuo conocimiento y al rescate de una relación que nunca debió de verse interrumpida; en ese esfuerzo compartido por recuperar la cooperación se enmarca la necesidad de participar de una lengua que no es ajena y que siempre estuvo en el centro de una historia común. El estudio del español generado en las escuelas e institutos (y, en algunos casos, en universidades españolas) durante la época del Protectorado dio paso a un hispanismo que ya existía en el ánimo y en el corazón de muchos marroquíes, y que pudieron llegar a canalizar gracias al soporte académico que hallaron en centros docentes y universitarios. Posteriormente, los procesos investigadores generados (ensayos, estudios sociológicos, periodismo, crítica literaria, etc.) darían paso al espíritu creativo (poesía, cuento y narrativa), resultando de tal proceso una caudalosa edición de textos de diversas disciplinas que, siendo, en primer lugar, de carácter científico o profesional, significaron el germen del desarrollo final del proceso creativo de los actuales escritores de literatura hispanomagrebí. Este proceso encuentra en su devenir varios hitos que caben ser destacados: 3.1. Pacificación del territorio y colonialismo (1912-1956)
Desde el inicio del Protectorado español se fragua una relación mucho más intensa, entre ambas riberas, que la que pudo existir, obviamente, en los siglos precedentes. Pero no es hasta que se consigue la total pacificación del territorio norte, en el año 1926, tras el derrocamiento de Mohamed Ben Abd el-Krim el Jatabi, así como con la firma del sometimiento amistoso de las tribus saharauis en 1934 al Gobierno colonial de España, que no se produce una asistencia más intensa y generalizada de los jóvenes marroquíes a las instituciones educativas españolas. El paso por la universidad española de algunos de estos jóvenes significará la aparición en escena de un grupo de intelectuales marroquíes de alto nivel que desempeñarán labores de cronistas, traductores o ensayistas, y que vendrán a utilizar la lengua española como medio de expresión. Durante los años cuarenta y hasta la independencia de Marruecos, esta primera generación de escritores marroquíes en español aportará una considerable cantidad de documentos y textos de todo tipo: traducción, estudios técnicos, historia, investigación literaria, periodismo, etc. En este periodo existe un fenómeno de vital trascendencia, cual es el hecho de la aparición de soportes físicos, en formato revistas o diarios, que servirán de estímulo y acicate para que estos jóvenes lleven a cabo su decisi-
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va aportación literaria. Las revistas al-Motamid (Larache, 1947, dirigida por Trina Mercader) y Ketama (Tetuán, 1953, dirigida por Jacinto López Gorgé), y el Diario Marruecos de Tetuán (1942-1945) significarán las primeras plataformas para el desarrollo de una incipiente literatura española escrita en el Magreb. Autores como Moisés Garzón Serfaty, Abdelkader Uariachi, Mohammad Ibn Azzud Hakim, Abdul-Latif Jatib, Amina Loh, Ahmed Meknasi, Abderrahim Yebbur Oddi, Mohamed ben Abdeslam Temsamani, Alfredo Bustani, Dris Diuri, Mohamed Larbi Khattabi, Muhammad Bennani o Dris el Jay, entre otros, representarán la primera generación de autores marroquíes en español que escribirán con un nivel académico de calidad. Este primer grupo de escritores o hispanistas nunca vio recompensado su esfuerzo y su sacrificio con la luz de la publicación en libros individuales o ediciones antológicas, pero conforma un basamento y un referente indiscutible para las generaciones futuras que han sabido recoger la antorcha de su indiscutible talento e ilustración. 3.2. Independencia y postcolonialismo (1956-1986) 3.2.1. Finalización del proceso colonial (1956)
El año 1956 significará la conclusión del Protectorado español en Marruecos, en la zona norte. Aunque quedaban pendientes de resolución otros asentamientos como Tarfaya (1958), Ifni (1969) y el Sáhara (1976), lo cierto es que la pérdida de la capital administrativa (Tetuán) y el desmantelamiento del gobierno militar (Larache) significaban el abandono, de facto, del territorio que se produce en condiciones poco acertadas por parte de los dirigentes políticos y militares. Confluían en este momento histórico, por un lado, un proceso de independencia y reivindicación nacionalista interno que significa rechazo del colonizado hacia lo español y, por otro lado, el sentimiento de derrota del colonizador que lo llevaba a posiciones de rechazo del territorio y de las gentes que debía abandonar. Con ello las tensiones del momento no iban a colaborar al mantenimiento de relaciones o al acercamiento entre ambas orillas. La dictadura del general Franco no contribuyó en ningún momento a suavizar las relaciones, antes bien se propició un resurgimiento del espíritu nacional que rechazaba todo aquello que tuviese connotaciones árabes, por considerarlas en posiciones enfrentadas, cuando no enemigas. Tal y como ha señalado Juan Goytisolo, la Administración colonial española dejó en el más absoluto de los desamparos a los ciudadanos marroquíes que habían venido utilizando al castellano como lengua de expresión e, incluso, de desempeño laboral.
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Hasta la llegada de la democracia no se producirá, por parte de la Administración española, la obligación moral de recuperar sus raíces y sus relaciones con los países del Magreb. El sentimiento de derrota y de pérdida de los gobiernos franquistas es sustituido por la vinculación histórica, así como por la necesidad de rescatar la presencia española en el mundo árabe, motivo por el cual se llevan a cabo intensas actuaciones en programas culturales y de implantación de instituciones lingüísticas (Institutos Cervantes, Consejerías de Educación de las Embajadas, acuerdos universitarios, etc.) con la finalidad de recuperar una mayor influencia del español y de la literatura española en la zona. Los años del vacío serán aquellos que van desde la independencia de Marruecos hasta la aparición de las nuevas instituciones académicas en las que se implanta la enseñanza del español y la literatura española. En estos años (1956-1960), y a pesar de las dificultades del momento, un grupo de jóvenes creadores conservan su amor y su pasión por el hispanismo y por la lengua de Cervantes: Mohamed Ibn Azzuz Hakim, Mohamed Mamún Taha (Momata), Abdelkader Uariachi, Dris M. Mehdati, Abderrahman Cherif-Chergui o Mohamed Chakor, que mantienen viva la llama de la fidelidad creativa en español. 3.2.2 La labor universitaria
El estamento universitario que se genera en Marruecos a partir de la independencia ha sido un elemento de máxima relevancia para el proceso de la afloración de una literatura de corte hispanomagrebí. Desde las aulas universitarias, y gracias a un grupo de destacados intelectuales marroquíes, se conformarán varias generaciones de estudiantes, posteriores hispanistas y creadores, con una alta cualificación formativa, más instruida y capacitada gracias a la posibilidad de acceder a una más amplia y mejor información, así como a la aceleración de los procesos de intercambio cultural. Desde los Departamentos de Lengua y Literatura Españolas en las Universidades de Rabat (1959), Fez (1974), Tetuán (1978), Casablanca (1988) y Agadir (1992), se llevará a cabo un proceso formativo de gran calado que contará con el apoyo externo de la red de centros docentes de la Consejería de Educación de la Embajada de España en Marruecos. Se incorporan nuevos nombres como Aziza Bennani, Mohamed Bouissef Rekab, Abdellah Djbilou, Said Jedidi, Mohamed Sibari, Ahmed Sabir, Hossein Bouzineb o Mustafá Adila, entre otros, que supondrán un nuevo peldaño, de sólidas bases, para el desarrollo del hispanismo y de la creación en español en Marruecos. La profesora Bennani (primera profesora marro-
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quí que impartirá la enseñanza universitaria de español) y el profesor Simon Levi aportarán, desde la Universidad de Rabat, un magisterio y una excelente plataforma docente e investigadora del español que contribuirá, de forma decisiva, a la conformación de un grupo de intelectuales universitarios de altísimo nivel que han venido a revelarse como el soporte definitivo del hispanismo en Marruecos. 3.2.3. Los medios de comunicación en español
Al igual que durante la época del Protectorado, los medios de comunicación van a significar, en este periodo postcolonial, un elemento de apoyo fundamental para el desarrollo y consolidación de la literatura hispanomagrebí en Marruecos. De un lado, el periódico Marruecos (en Tánger, 1976-1977) y el suplemento de L´Opinion en castellano (en Rabat, desde comienzos de los ochenta) servirán de plataforma, junto a las ediciones trilingües de Le Journal de Tanger y La Dépêche de Tanger, para que los nuevos creadores puedan ir ofreciendo sus creaciones. Nombres como los de Jalil Tribak, Nadia Bouazza, Moufid Atimou o Choukri el Bakri son algunas de las nuevas voces que, por el momento, se irán incorporando a la ya extensa nómina de autores en lengua castellana. Hay que hacer notar que la escasez de un público mayoritario con capacidad de consumir literatura en español, así como la baja capacidad económica del país, hacían inviables las aventuras editoriales que pudieran dar oportunidad a la edición de los textos de estos creadores. Es por ello que, en este periodo, las ediciones periodísticas y sus páginas literarias supondrán una imprescindible plataforma de fecundidad creativa, donde la nómina de escritores se sigue ampliando con jóvenes a quienes la creación literaria en español les sigue pareciendo, además de un reto, una verdadera vocación: Ahmed M. Mgara, Larbi el Harti, Malika Embarek López, Ahmed Daoudi, Abdelwahid Salem, Oumama Aouad, Mohamed, Samira A. Brigüech, Mohamed el Kihel, Mohamed Maimoni, Abderrahman el Bakkali, Ali Mohamed Laarbi o KarimaHajjaj serán algunos de ellos. 3.2.4. Abdellah Djbilou: un momento de inflexión (año 1986)
Abdellah Djbilou, recientemente fallecido, va a significar para los intelectuales de Marruecos una de las mayores referencias dentro del hispanismo marroquí. De hecho, el año 1986 supondrá un hito en el desarrollo del hispanismo marroquí y de la literatura hispanomagrebí, en tanto que supone el reconocimiento transfronterizo para los escritores marroquíes en español.
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A pesar de que los creadores (poetas y narradores) apenas si habían visto publicadas sus obras, y si lo hacían era en ediciones de escasa repercusión mediática, Abdellah Djbilou logrará publicar en la colección “Temas de España”, dirigida por José María Díez Borque, su libro Diwan modernista. Una visión de Oriente, en el año 1986. A este libro le seguirán Tánger puerta de África. Antología de textos literarios hispánicos (1989) y Miradas desde la otra orilla. Una visión de España (1992), publicaciones que supondrán un punto de inflexión para el hispanismo y para la creación en español en Marruecos, que encuentra el acceso a la edición, por primera vez, fuera de Marruecos. En estos momentos el hispanismo y la creación investigadora escrita en español se encuentran definitivamente consolidados en Marruecos. Sin embargo la creación literaria (novela, cuentos y poesía) aún no ha experimentado un proceso de maduración como para ser tenida suficientemente en cuenta. Con la excepción de La proscrita (1953) de Abdul-Latif Jatif, Zuleja o la historia del loco del cabo (1953) de Mohammad Temsamani o Miscelania (1962) de Dris Diuri, apenas existe una decena de textos editados, de forma individual, hasta inicios de los años noventa: Jirones del corazón (1979), Sinfonía de piedra (1985), Voz de tierra, voz de pueblo (1986), Trópico insomne (1988) y Voz del alma (1990) de Moisés Garzón Serfaty; Tetuán (1986) de Mohamed Chakor; La guagua (1986) de Mohamnad Temsamani; El despertar de los leones (1990) de Abdelkaedr Uariachi; y Lo que he pintado en blanco... a media luz (1990) de Jalil Tribak. 3.3. Final del siglo XX y comienzos del siglo XXI (1990-2012)
De nuevo, durante la década de los años noventa, el servicio de la prensa ha sido concluyente para mantener viva la actividad creadora en español en Marruecos, teniendo su recompensa final con la edición impresa de un número considerable de textos de poesía, novelas y relatos cortos. Gracias a un grupo de periodistas y jefes de prensa con decidida vocación hispanista, se ha ido conformando y conociendo un fenómeno literario que en las dos últimas décadas ha sabido desarrollar carta de naturaleza. En 1990 hace su aparición en Casablanca el periódico La Mañana (recientemente desaparecido) escrito íntegramente en español. Es quizás el medio de comunicación de mayor trascendencia, por su tirada y ámbito geográfico de influencia, para el conocimiento de los textos de los escritores marroquíes en español. Otras publicaciones, de menor implantación geográfica, han servido igualmente como soporte a la actividad creadora de los jóvenes escritores marroquíes en español, ya que desde sus páginas han vis-
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to la luz poemas, relatos cortos e, incluso, novelas por entregas, al no existir canales editoriales al uso que ofrecieran la oportunidad de la publicación impresa. Aunque todas los periódicos o suplementos han acabado por desa parecer (actualmente no existe en Marruecos ninguna publicación periodística en español), desde los años noventa los periódicos El nuevo puente, El puente, La conciencia, Cambios 2000, Última noticia, La región, Dossier, Perspectivas marroquíes, El Eco de Tetuán o Tamuda-Tetuán, además de algunas otras publicaciones menores, han sido el soporte vehicular para una literatura que veía imposible la edición de sus textos en libros impresos. Como complemento a estos medios impresos existe un noticiero diario en español en la televisión estatal marroquí, dirigido y presentado durante décadas por el escritor Said Jedidi, así como la revista Hespéris‑Tamuda de la Facultad de Tetuán y la revista Aljamía de la Consejería de Educación, que han dado soporte a los creadores marroquíes. La labor universitaria que se venía desarrollando desde el año 1959, junto con el apoyo decidido de algunos medios de comunicación y la Consejería de Educación de la Embajada Española, recibirá, a partir del año 1992, el empuje del Gobierno español que hará una apuesta decidida para la implantación de seis Institutos Cervantes (Fez, Tánger y Tetuán, en 1992; Rabat y Casablanca, en 1993; y Marrakech, en 2007), además de las aulas-antenas de Alhucemas, Chauen, Nador y Larache. Ello significará una presencia de la lengua española de suma importancia, así como el apoyo a los creadores marroquíes y a la corriente de investigación científica y creativa/estética que ha contribuido, de forma decisiva, a la materialización de una literatura española escrita en el Magreb. A partir del año 1990, y hasta el momento presente, la literatura hispanomagrebí va a experimentar el periodo de mayor auge editorial. Tras el poemario Lo que he pintado en blanco… a media luz (1990) de Jalil Tribak, El despertar de los leones (1990) de Abdelkader Uariachi, Voz del alma (1990) y Voz delirante (1991) de Moisés Garzón Serfaty y La llave y otros relatos (1992) de Mohamed Chakor, el listado de libros publicados tanto en Marruecos como en España se eleva casi a la centena, consolidando un fenómeno literario cuya realidad es un hecho incontestable y cuya garantía de continuidad la representa la nueva generación de creadores contemporáneos marroquíes: Mohamed Chakor, Moisés Garzón Serfaty, Karima Toufali, Aziz Tazi, Abderrahman el Fathi, Ahmed Mohamed Mgara, Rachida Gharrafi, Jalil Tribak, Larbi el Harti, Abdul-Latif Jatib, Mohamed Sibari, Mohamed Bouissef Rekab, Mohamed Lachiri, Ahmed Daoudi, Said Jedidi, Mohamed Akalay, Moufid Atimou, Souad A. Abdelouarit, Ahmed Ou-
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bali, Mezouar el Idrissi, Mohamed Toufali, Mohamed Failali, Sara Alaoui, Driss Jebrouni, Hamid el Ouarrad, Mohamed Salhi o Abdelkader Ben Abdellati, entre otros. Junto a estos escritores marroquíes existe una nómina de autores originarios de la zona o región del Rif que también, a partir de los años cincuenta, y con motivo del Protectorado, comienzan a desarrollar sus obras en castellano. El fenómeno de los autores rifeños es muy singular, dado que el Rif ha representado, tradicional e históricamente, dentro de Marruecos un caso diferenciado, derivado del aislamiento geográfico y cultural de las tribus de la zona, de la tradición oral de su literatura y de su expresión idiomática propia: el tamazight (carente de alfabeto y gramática sistematizada, hasta época muy reciente). Hasta que el Protectorado no se asienta definitivamente en la región (a partir de la derrota, en el año 1926, de la insurgencia liderada por Mohamed Ben Abd el-Krim el Jatabi), los pobladores de la zona no mantienen, de forma estable, contacto educativo y formativo en la lengua española. De esta época se originan los primeras escritos de Abdelkader Uariachi o Mohamed Temsamani. Actualmente han sido otros autores rifeños los que han decidido aportar su obra en castellano, entre los que destacan la novelista Karima Toufali o el poeta Mo Toufali. Al propio Mo Toufali se debe la obra antológica Escritores rifeños contemporánes. Antología de narraciones y relatos de escritores del Rif (2007) que recoge las voces de varios de estos autores en español: Abdelkader Mohamed, Karim Aomar Tufali, Rachid Raja, Mohamed Lemrini o Driss Deiback, y los citados Karima Toufali y el propio Mo Toufali. 4. Situación en otras zonas geográficas del Magreb (Túnez y Argelia)
La influencia del español en la literatura de otras zonas del Magreb, como son Túnez y Argelia, no ha tenido la misma intensidad que en Marruecos, si bien ha dejado y está dejando sentir su impronta con buenas perspectivas de cara a un futuro inmediato. Las primeras noticias que se tienen de Túnez datan del año 1956 con el inicio, por parte del profesor José Mateo Sastre, de la enseñanza del español y que sirvió para la creación de una primera generación de futuros hispanistas que han venido desarrollando una muy interesante labor desde la Universidade de La Manouba (1975) y del Instituto Superior de Lenguas de la Universidad 7 de Noviembre (1998). Fruto de esos esfuerzos es la aparición en Túnez del primer texto de creación en castellano, llevado
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a cabo por Mohamed Doggui, con su poemario Entre Levante y Poniente (Madrid, 2006), además de la novela Mamadú y los verbos españoles (2010), del mismo autor. A estos textos de creación se une una considerable nómina de libros publicados en castellano sobre diferentes materias relacionadas con el español y con la literatura española, todos ellos llevados a cabo por una nómina de intelectuales y especialistas de diversas materias, procedentes de las instituciones universitarias citadas anteriormente, así como del Instituto Superior de Lenguas Aplicadas de Béja y del Instituto Superior de Ciencias Humanas de Túnez. En cuanto a Argelia, y a pesar del amplio periodo de presencia lingüística española en la región del Orenasado, no existen por el momento textos de creación que se puedan incardinar en la corriente de literatura hispanomagrebí, siendo hasta ahora todos los libros editados en castellano pertenecientes al hispanismo argelino, en cuanto que son textos de investigación literaria aportados por los profesores Boualem Benhamouda, Saliha Zerrouki, Mohamed Fethi Merad Boudia, Berbar Benachenhou, Ahmed Ounane, Fodil Delio, Saliha Zerrouki, Zouaoui Choucha o la recientemente fallecida Fatma Benhamamouche, quien tanto ha hecho por el hispanismo argelino desde la presidencia de la revista Passarelle del Laboratorio Universitario de Investigación. 5. La literatura hispanomagrebí: una literatura de marcado compromiso social
La finalidad conceptual de la literatura ha sido, es y será objeto de discusión y acalorados debates. El largo caudal de la tradición literaria española sitúa al creador y a su obra, de forma recurrente, ante la encrucijada de la utilidad frente al esteticismo, ya que el principio creador puede generarse, y de hecho se ha llevado a cabo por los diferentes escritores españoles de todas las épocas, desde una pura concepción esteticista (el arte ha de buscar la beldad, la belleza) o bien como herramienta con capacidad ilustradora para transformar al hombre, y con ello a la sociedad. La tradición literaria está repleta de múltiples posicionamientos en torno a estos dos grandes ejes que han movido, y conmovido, a la literatura española. En la actualidad, la literatura hispanomagrebí, como corriente literaria regional surgida en Marruecos con motivo del Protectorado español, se posiciona mayoritariamente hacia la vertiente o función social de la literatura. Si bien, al tratarse de una literatura muy joven (su recorrido no alcan-
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za más allá del periodo que abarca los últimos veinticinco años), sería poco riguroso establecer un análisis crítico definitorio de sus corrientes o estéticas más significativas, puesto que la toma de opciones creacionales obedece más bien a la necesidad naciente de dar respuestas inmediatas al entorno social conocido, antes que la toma de opciones por esta o aquella otra corriente estética. No obstante lo anterior, sí que se pueden establecer algunos primeros análisis de la obra generada hasta el momento, en la que destacan dos diferentes líneas creativas o conceptuales: por un lado el abundante (y mayoritario) aspecto social que impera en los textos aportados, y de otro lado la necesidad de generar una literatura conceptualmente estética (muy minoritaria), en la que impera, sin una influencia concreta, el tratamiento del elemento amoroso-sexual con el que experimentan los más jóvenes creadores. En el caso español peninsular, la denominada “poesía social” es aquella que, generada tras la Guerra Civil y desarrollada en el periodo 19501965, tras la marcha al exilio de los más ilustres escritores (Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Pedro Salinas o Manuel Altolaguirre, entre otros muchos), va a denunciar las condiciones políticas y a reivindicar la libertad. Para ello, la palabra escrita, la obra del creador se pondrá al servicio de este elevado llamamiento. Los integrantes de este movimiento ven a la poesía como un instrumento para intentar cambiar el mundo, denunciar la realidad que los rodea y concienciar a sus lectores de la injusticia social. Gabriel Celaya, Blas de Otero o León Felipe generarán una poesía que ha tomado la decisión de la utilidad desde la palabra escrita. En esta línea creadora se enmarcan, en muchísimos casos, las literaturas emergentes, ya que suelen aflorar en contextos de grandes tensiones con deseos de cambio y mejora social, que conforman el marco ideal para que la presencia del elemento social aflore en los textos de los creadores. En una primera aproximación de análisis de los textos de la literatura hispanomagrebí se observa cómo la función social es un elemento que destaca y sobresale, al ser el valor literario más desarrollado hasta el momento presente, de manera abrumadora, en la mayoría de las obras narrativas. La función social de los narradores marroquíes se fundamenta en la necesidad de transformar el entorno social, económico, religioso, etc.; y en el compromiso adquirido desde sus escritos, herederos de la tradición oral de la región, exigiendo un cambio que consideran imperioso. Sirvan de claro ejemplo cualquiera de los textos de Mohamed Sibari; el relato “Moras pisoteadas” de Mohamed Lachiri, en el libro Una tumbita en Sidi Embarek y otros cuentos ceutíes (2004, 133); “La ética de una mujer” de Larbi el-Harti,
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en Después de Tánger (2003, 53); y las novelas Aixa, el cielo de Pandora de Bouissef Rekab, Entre dos mundos de Mohamed Akalay o Grito primal de Said Jedidi. En todos ellos encontraremos una posición decidida de denuncia de aspectos sociales con los que el autor se conmueve y a los que ha decidido oponer la fuerza de la palabra: la lacra de la migración (tanto interior como exterior), la corrupción electoral, la discriminación de la mujer, la prostitución como medio de supervivencia, el choque intersocial, los pactos matrimoniales, etc. Quizás por prudencia, en algunos casos, o por desconfianza, en otros, la denuncia social de los textos iniciáticos no se ha venido efectuando de forma directa por el escritor hispanomagrebí, adquiriendo relevancia y preponderancia la figura del loco cervantino, como personaje central de muchas de las novelas y textos, que se erige en protagonista de la demanda. Así lo ha expresado el profesor Abdellatif Limami: La meditación filosófica, sobre todo en las primeras narraciones, ligada en la mayoría de los casos a las llagas que sufre el país predomina en estos relatos. Lo que no se podía decir de manera explícita en aquel entonces encontraba su lugar en lo metafórico o implícito. La locura, por ejemplo, se utiliza en estos relatos como una forma para desvelar la realidad (…) Al final nos encontramos con la figura del loco que no hace más que expresar en voz alta lo que callamos o pensamos en un silencio mortal (Gahete et alii: 2008, 54).
La nómina de “locos-sabios” que hacen de voceros de la denuncia social es muy extensa (personajes arquetípicos serán el loco del cabo, del relato “Zuleja o la historia del loco del cabo” de Mohamed Temsamani; Rahma, la mujer loca del relato “La proscrita” de Abdulltif Jatib; Siru, el loco protagonista de “Inquebrantables” e “Intramuros” de Bouissef Rekab; Sidi Alal Chupira de Mohamed Chakor; o Hayat, la protagonista de “La mujer que se escapó de la muerte”); si bien, a medida que los años transcurren, las entregas más recientes ofrecen una perspectiva más directa y personal, adquiriendo el novelista o el poeta mayor protagonismo sin la necesidad de este tipo de apoyaturas o recursos literarios. A pesar de esta clara y mayoritaria tendencia de la función social que se encuentra en muchos de los textos narrativos de la literatura hispanomagrebí, cabe decir que no se puede hablar de corriente o movimiento estético (más bien de una característica o denominador común), ya que no ha existido un periodo reflexivo que los llevase a tomar posición estética común, ni siquiera se podría hablar de intencionalidad o coordinación de posicionamiento entre los escritores para propiciar ese efecto, como sí ocurrió en España con la poesía social de los años cincuenta y sesenta, sino que el en-
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torno, el contexto social, político, demográfico, económico, etc. ha influido de forma decisiva en la manera y modos de afrontar su discurso, existiendo por ello un paralelismo, una simetría, que encontraremos de forma continua en el resultado final de las narraciones o de los cuentos: la rebelión y la expresión de denuncia, con el fin último de propiciar una moralización social que propiciase el desarrollo de un entorno mejor y más justo. En los poetas se observa (fundamentalmente en los textos aparecidos a partir de los años noventa) un posicionamiento como actitud vital, sin arrastres, y ajena a una tradición que influya en la elaboración del discurso poético. El poeta decide ser elemento incardinado en una estética de denuncia clara, sin ambages, sin perífrasis. Es una manifiesta función de registro del vivir o de lo vivido colectivo, así como del dominio identitario (…) La toma de la palabra poética es fundadora de libertad, de tal manera que se produce un constante rechazo al mutismo, al término conformista, al silencio (Torés: 2005).
El escritor marroquí (que se considera protagonista de su tiempo) decide por voluntad propia tomar sus herramientas escriturales y ponerlas a disposición de un discurso de denuncia clara y reivindicativo, en tres líneas concretas: la denuncia de la emigración ilegal y sus consecuencias (los padecimientos del viaje, el engaño al que se ve sometido el emigrante, la explotación allende la frontera, la muerte final, etc.); evidenciar el choque intercultural e interétnico y sus injustas consecuencias; y la filiación con la causa árabe. El posicionamiento estético de los autores hispanomagrebíes ante la lacra social que supone la emigración clandestina e ilegal encuentra su referente más destacado en Abderrahman el Fathi, quien ha dedicado a este asunto la totalidad de dos de sus poemarios Abordaje (2000) y África en versos mojados (2002), además de continuas referencias en sus restantes textos, siendo este un elemento recurrente y de continuidad en su discurso poético. También Mezouar el Idrissi con su poemario Elegía para la espalda mojada ahonda en la estética de la poesía del compromiso, de la denuncia ante la tragedia de la modernidad que se vive en los pasos fronterizos. Otros poetas, como Mohamed Chakor y Mohamed Sibari, han tratado este asunto, aunque de forma menos prolija que los anteriores, con poemas sueltos en algunos de sus textos (poemas “Sur” y “Medias Lunas errantes” de Mohamed Chakor o “Pechos mojados” de Mohamed Sibari). Las injustas consecuencias del choque intercultural e interétnico han sabido ser captadas, traídas a primer plano y denunciadas por los poetas Aziz Tazi y Mo Toufali. Tazi lo hace de forma conjunta en la primera par-
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te —“Destino incierto”— de su poemario Último aviso, mientras que Toufali nos ofrece los dolientes contrastes que se viven en los pasos fronterizos (en este caso de Melilla) para hacer con ello denuncia de las discriminaciones que vive una población musulmana asentada en un territorio propio, y a la vez extraño, en el que son tratados injustamente como ciudadanos de segunda. En sus libros Canciones y poesías I y II encontramos poemas como “Cosas de mi pueblo”, “Un vaso de té con hierbabuena”, “Mojamé”, “Duduh” o “Tarjeta Postal”, que son claros exponentes de una literatura instrumentada como denuncia ante las injusticias y que el poeta decide mostrar en incontestable posición reivindicativa. Son tres los autores que han decidido escribir abiertamente y sin ambages acerca de la identidad árabe y con ello alinearse con la causa de quienes luchan a favor de aquellos hermanos musulmanes que son injustamente tratados: Abderrahman el Fathi, Mohamed Chakor y Mezouar el Idrissi. La rebeldía frente a la injusticia ha sido descrita magistralmente por Abderrahman el Fathi en este hermoso poema de su libro Desde la otra orilla: Denuncio mi silencio, maldigo mi existencia y el día que mis ojos te vieron. Me consumo en tu ausencia, en tu marcha fúnebre y yo impasible, roto. Lloro y maldigo mi existencia, quemo mi ropa, mi identidad árabe y denuncio mi silencio. (2004, 101)
De ahí nacen dos poemarios plenamente identitarios que se alinean con el sufrimiento y la causa árabe y palestina, tras los acontecimientos del año 2003 con la invasión de Irak por las tropas estadounidense (El cielo herido, 2003) y los ataques a Ramallah (Primavera en Ramallah y Bagdad, 2003). Por su parte Mohamed Chakor en su poemario Latidos del Sur ha dedicado uno de sus apartados completos (bajo el título de “Epicedio”) a la denuncia clara y abierta de la situación de injusticia existente en Tierra Santa, Irak, Guantánamo, Beirut o el resto de África. Igualmente el poeta tetuaní Mezouar el Idrissi ha dedicado, en su poemario Elegía para la espalda mojada, dos de sus poemas al dirigente palestino Marwan el Barguti, desarrollando toda una iconografía de claro posicionamiento ético y estético, haciendo causa suya el estado de situación por el que pasa actualmente Palestina.
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No debemos de olvidarnos, en este momento, del escritor tunecino Mohamed Doggui, que se encuentra viviendo los acontecimientos más recientes de su país y que desembocaron en diciembre de 2010 en la Revolución de los Jazmines. El escritor ha ofrecido su literatura a esta causa, habiendo dado un número considerable de poemas y escritos de carácter social en favor de las libertades, que, si bien han visto la luz en publicaciones universitarias y periodísticas, no se pueden obtener aún en libros impresos. Bibliografía Antología de Literatura de Guinea Ecuatorial: Madrid, Sial Ediciones, 2000. Djbilou, A.: Diwan modernista. Una visión de Oriente, Madrid: Taurus, colección “Temas de España”, 1986. — Tánger puerta de África. Antología de textos literarios hispánicos, Madrid: Editorial CantarAbia, 1989. — Miradas desde la otra orilla. Una visión de España, Madrid: aecid, 1992. El Fathi, A.: Abordaje: Consejería de Educación de la Embajada de España en Rabat, 2000. — África en versos mojados, Tetuán: Universidad de Tetuán, 2002. Gahete, M.; Limami, A.; Mgara, M. A.; Sarria, J., y Tazi, A.: Calle del Agua. Antología contemporánea de Literatura Hispanomagrebí, Madrid: Sial Ediciones, 2008. Gil Grimau, R.: La Frontera Sur de al-Andalus, Tetuán: Tetuán-Asmir, 2002. Goytisolo, J.: “Prólogo” en Chakor, M.: Aproximación al sufismo, Alicante: Edit. Cálamo, 1993. Nobile, S.: La literatura hispano-marroquí. Un modelo mediterráneo posorientalista y posoccidentalista, Italia: Universitá del Salento, 2008. Serna, A. de la: “Prólogo”, en Chakor, M. y Macías, S.: Literatura marroquí en lengua castellana, Madrid: Editorial Magalia, 1996. Torés, A.: “Prólogo”, en El Idrissi, M.: Elegía para la espalda mojada, Málaga: cedma, 2005. Toufali, M.: Escritores rifeños contemporáneos. Antología de narraciones y relatos de escritores del Rif, usa: Ediciones Lulu, 2007.
José Sarria
243
La vertiente literaria
Anexos Cuadro 1 Textos editados por autores marroquíes. Textos de autores fallecidos Mohammad Temsamani
Zuleja o la historia del loco del cabo
1953
Cuentos
Dris Diuri
Miscelania
1962
Narrativa
Dris Diuri
Melodías
Dris Diuri
Latidos
Mohammad Temsamani
La guagua
1986
Cuentos
Abdelkader Uariachi
El despertar de los leones
1990
Narrativa
Mohamed Mamún Taha (Momata)
Lágrimas de una pluma
1993
Poesía
Mohamed Mamún Taha (Momata)
Susurros
1995
Poesía
Moisés Garzón Serfaty
Jirones del corazón
1979
Autoedición-Caracas
Moisés Garzón Serfaty
Sinfonía de piedra
1985
Autoedición-Caracas
Moisés Garzón Serfaty
Voz de tierra, voz de pueblo
1986
Autoedición-Caracas
Mohamed Chakor
Tetuán
1986
Madrid
Moisés Garzón Serfaty
Trópico insomne
1988
Autoedición-Caracas
Moisés Garzón Serfaty
Voz del alma
1990
Autoedición-Caracas
Jalil Tribak
Lo que he pintado en blanco…
1990
Edic. Promodif-Tetuán
Poesía
Poesía
Textos poéticos
a media luz Moisés Garzón Serfaty
Voz delirante
1991
Autoedición-Caracas
Mohamed Sibari
Poemas de Larache
1994
Lalla Menana-Madrid
Larbi el Harti
Espejos sin ti
1994
Edic. autor-Marruecos
Moufid Atimou
Naufragio feliz
1996
El Nuevo Puente-Tetuán
Abderrahman el Fathi
Triana: imágenes y palabras
1998
Universidad de Tetuán
Moisés Garzón Serfaty
Voz de esperanza
1999
Autoedición-Caracas
Abderrahman el Fathi
Abordaje
2000
Consej. Educac. Embajada España-Rabat
Sara Alaoui
Narrativas y poemas
2001
Altopress-Tánger
Abderrahman el Fathi
África en versos mojados
2002
Universidad de Tetuán
Abderrahman el Fathi
Primavera en Ramallah y Bagdad
2003
Universidad de Tetuán
Abderrahman el Fathi
El cielo herido
2003
Aula Liter. José Cadalso-S. Roque (Cádiz)
Souad A. Abdelouarit
Olas de poesía
2003
Edit. Dispress-Tetuán
Mohamed Chakor
Latidos del Sur
2004
Edic. autor-Madrid
Abderrahman el Fathi
Desde la otra orilla
2004
Quorum Editores-Cádiz
Mohamed Chakor
Diván sufí y otros poemas
2005
La chilaba ediciones-Málaga
Mezouar el Idrissi
Elegía para la espalda mojada
2005
CEDMA-Málaga
Moisés Garzón Serfaty
Voz de eternidad
2006
CESC-Caracas
Mohamed Toufali
Canciones y poesías
2006
Editorial LULU-Jersey City (USA)
José Sarria
244
La vertiente literaria
Textos poéticos (Continuación) Aziz Tazi
Último aviso
2007
Mohamed Sibari
Poemas del Lukus
2008
C. Ancha del Carmen-Málaga Mille Poetes LLC-USA
Mohamed Sibari
Diez poemas de amor y una paloma
2008
Autoedición-Lalla MenanaMadrid
Mohamed Toufali
Canciones y poesías II
2009
Mritch Publishing-USA
Abderrahman el Fathi
Danza del aire
2010
Edit. Patio de Monipodio. Cádiz
Mohamed Chakor
La llave y otros relatos
1992
CALAMO-Madrid
Mohamed Sibari
El caballo
1993
EMI-Tánger
Ahmed Daoudi
Un diablo en la isla de Yudis
1994
ATIME-Edic.VOSA-Madrid
Mohamed Sibari
Regulares de Larache
1994
EMI-Tánger
Mohamed Bouissef Rekab
El vidente
1994
Tetuán
Mohamed Lachiri
Pedacitos entrañables
1994
Casablanca
Mohamed Sibari
Judería de Tetuán
1995
EMI-Tánger
Mohamed Bouissef Rekab
Desmesura
1995
Tetuán
Mohamed Sibari
La rosa de Xauen
1996
EMI-Tánger
Mohamed Bouissef Rekab
Inquebrantables
1996
Rabat
Ahmed M. Mgara
Tetuán... embrujo andalusí
1996
Tetuán
Mohamed Chakor
La llave y Latidos del Sur
1997
CALAMO-Madrid
Mohamed Sibari
Cuentos de Larache
1998
AEMLE-Tánger
Mohamed Bouissef Rekab
Los bien nacidos
1998
Tetuán
Mohamed Sibari
Sidi Baba
1999
Altopress-Tánger
Mohamed Bouissef Rekab
Intramuros
1999
Tánger
Mohamed Sibari
Relatos de las Hespérides
2000
Altopress-Tánger
Said Jedidi
Grito primal
2000
Tetuán-ASMIR
Mohamed Sibari
Relatos del Hamman
2001
Altopress-Tánger
Mohamed Chakor
Bosque viviente. Cuentos ecológicos y sufíes
20022004
Edic. autor-Madrid
Mohamed Sibari
Pinchitos y divorcios
2002
Altopress-Tánger
Mohamed Bouissef Rekab
El dédalo de Abdelkrim
2002
Port Royal-Granada
Ahmed M. Mgara
Desde Tetuán, con amor
2002
Ed. El Puente-Tetuán
Said Jedidi
Autodeterminación de invernadero
2002
Tetuán-ASMIR
Mohamed Chakor
Nuestra diáspora, Las dos orillas o Narraciones mediterráneas
20032004
Edic. autor-Madrid
Larbi el Harti
Después de Tánger
2003
Edit. SIAL-Madrid
Mohamed Akalay
Entre dos mundos
2003
AEMLE-Tánger
León Cohen Mesonero
Relatos robados al tiempo
2003
Libros en Red
Said Jedidi
Precintado
2003
Tetuán-ASMIR
Mohamed Lachiri
Cuentos ceutíes
2004
AEMLE-Casablanca
León Cohen Mesonero
Cabos sueltos
2004
Libros en Red
Mohamed Sibari
El babuchazo
2005
AEMLE-Tánger
Textos narrativos
José Sarria
245
La vertiente literaria
Textos narrativos (Continuación) Ahmed M. Mgara
Divagaciones
2005
AEMLE-Tetuán
Mohamed Bouissef Rekab
El motín del silencio
2006
Tánger
Mohamed Bouissef Rekab
La señora
2006
Edit. SIAL-Madrid
Mohamed Lachiri
Una tumbita en Sidi Embareck y otros cuentos ceutíes
2006
Casablanca
Mohamed Akalay
Entre Tánger y Larache
2006
Edit. SIAL-Madrid
León Cohen Mesonero
La memoria blanqueada
2006
Librería Hebraica-Madrid
Said Jedidi
Yamna o Memoria íntima
2006
AEMLE-Tánger
Mohamed Sibari
De Larache al cielo
2006
Lalla Menana-Madrid
Ahmed M. Mgara
Presencias
2007
Edic. AIMAD-Tetuán
Mohamed Bouissef Rekab
Aixa, el cielo de Pandora
2007
Quórum Editores-Cádiz
Mohamed Chakor
Pesadilla y otros relatos
2008
Edic. autor-Madrid
Abdelkader Ben Abdellatif
Said, el pescador y otros relatos
2008
Autoedición-Tetuán
Moisés Garzón Serfaty
Tetuán. Relato de una nostalgia
2008
CESC-Caracas
Ahmed Oubali
Chivos expiatorios y otros relatos
2009
Fundación Dos OrillasAlgeciras
Mohamed Failali
Un intruso inesperado
2009
Autoedición-Tetuan
Ahmed M. Mgara
Resonancias
2009
Fundación Dos OrillasAlgeciras
Karima Toufali
Desde adentro. Relatos del Rif
2010
GEEPP Ediciones. Melilla
Said Jedidi
11-M: Madrid 1.425
2010
Mohamed Lachiri
Un cine en el Príncipe Alfonso y otros relatos
2011
Casablanca
León Cohen Mesonero
Cartas y cortos
2011
Hebraica Ediciones-Madrid
Mohamed Sibari
La judería de Tetuán
2012
Editions Slaki Akhawayne
Karima Toufali
Historias del olvido
2012
GEEPP Ediciones. Melilla
Cuadro 2 Textos editados por autores saharauis.
Textos poéticos Mohamed Doggui
Entre Levante y Poniente
Mohamed Doggui
Mamadú y los verbos españoles
2006
Edit. SIAL-Madrid
2010
Fundación Dos Orillas-Algeciras
Textos narrativos
José Sarria
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El duelo del pied-noir: una reflexión acerca de la representación del Protectoradoen la novela española actual
Vicente Moga Romero
En una reflexión general sobre el Protectorado en la novela española actual cabe retroceder hasta 1859, fecha en la que España irrumpe militarmente en Marruecos. Ese mismo año se edita en Londres la novela de Charles Dickens, Historia de dos ciudades; su mítico inicio podría figurar como lema heráldico de la enciclopedia imaginaria de la literatura española sobre Marruecos: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas”. 1859 fue el estallido, pero los orígenes de este fulgor son muy antiguos. Los textos de historia literaria apelan al imaginario de Al-Ándalus y Sefarad para intentar explicar el enraizamiento de un conflicto Norte-Sur, con el Mediterráneo de testigo del triple desgaje de las tres religiones del Libro: cristiana, musulmana y judía; un conflicto que acumula siglos de desentendimiento y que ha nutrido las miles de páginas que España ha producido sobre Marruecos. El peso de las circunstancias históricas ha deparado un desconcierto ideológico que, revivido desde el presente, impregna la percepción alterada del “otro” para salvaguardar la imagen de la superioridad del europeo fren-
Vicente Moga Romero
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La vertiente literaria
te al africano, de la Cristiandad versus el Islam, de “la civilización de las tres emes: el militar, el misionero y el mercader, [quienes] con la coartada de su propia justicia moral, se lanzaron ciegos a llevar la antorcha de la fe y del progreso a la llamada barbarie” (Miranda: 1998, 306). 1. Orígenes y espoletas
El ciclo de los textos coloniales sobre Marruecos, abanderado en 1859 por el Diario de un testigo de la guerra de África de Pedro Antonio de Alarcón, queda desplazado en 1893 por el traslado del campo bélico de una punta a otra del norte de Marruecos. Si el primero centra sus focos históricos y ficcionales en lo que poco después será la región occidental del Protectorado, con Ceuta-Tetuán como tándem propiciatorio, el segundo sitúa su nuevo horizonte en las zonas central y oriental: de Yebala al Rif, con Melilla como presencia ineludible, el recorrido de la novela española estará balizado por los hechos de armas deparados entre 1909 y 1926 y sustancialmente por la fecha fundacional del año 1921. Los mejores constructores del edificio literario de ese periodo liban en la fecha catártica del 21: las campañas de Marruecos aceleraron el metabolismo social de escritores fundamentales, como Ramón J. Sender, José Díaz Fernández y Arturo Barea, los tres, testigos presenciales, que, como algunos de sus predecesores —Eugenio Noel (1910, 1912), Manuel Ciges Aparicio (1912), etc.—, tras la experiencia africanista, quedaron trasmutados de servidores uniformados de la ideología colonial alfonsina en testigos de cargo de las dictaduras de Primo de Rivera y Franco. Como escribió Arturo Barea (1951, 272), “durante los primeros veinticinco años de este siglo, Marruecos no fue más que un campo de batalla, un burdel y una taberna inmensos”. De este periodo, Sender (1923, 1) escribió años más tarde acerca del “cuento grotesco” que supusieron los siete años de la Dictadura de Primo de Rivera: A veces surgen recuerdos alrededor de los nombres y los sucesos de la Dictadura. La impresión de conjunto que nos dejó aquella etapa es de una beatífica estupidez. Desde los comentarios que el golpe de Estado suscitó el año 23 en Kandussi (Melilla), donde estaba el que esto escribe sufriendo esa broma pesada que el Estado se atreve a gastarnos a los veinte años, hasta la muerte incruenta del pobre general en París, todo transcurre como un sueño.
En 1923, el año que Sender llega a Melilla, se publica el libro de Georg Lukács, Historia y conciencia de clase. El conjunto de la novelística española sobre el Protectorado puede verse, en el sentido del humanismo marxista de Lukács, como un sistema de creencias compartidas por es-
Vicente Moga Romero
248
La vertiente literaria
critores de diferentes orígenes y generaciones. De desigual nivel de compromiso, el paisaje narrativo de la novela sobre Marruecos aúna teselas de un mosaico todavía hoy confuso. Sin embargo, puede afirmarse, desde la perspectiva actual, que se ha producido en los últimos cuatro decenios una importante renovación en la que se impone una recreación actualizada a las circunstancias del siglo XXI de los que pueden ser considerados los textos fundacionales de la novelística española sobre el Marruecos español: la novela-reportaje Imán (1930), el conjunto de siete artículos de El blocao (1928) y La ruta, segundo volumen de la trilogía La forja de un rebelde (1951). Por otro lado, hay que reconocer que sigue vigente una producción literaria anclada en el pasado, que muestra una percepción deformada a nivel emocional sobre el Protectorado y, en general, sobre Marruecos. Así, si se está de acuerdo en que Imán sigue hoy restallando como la gran novela de la guerra de Marruecos, dado el magnetismo que emana este relato catalizador y totémico, también habrá que aseverar que buena parte de la mirada de la segunda mitad del siglo XX e inicios del siglo XXI sobre el tiempo del Protectorado de España en Marruecos sigue vinculada a una irrealidad tentacular. Así, como las galerías de esos espejos cóncavos que devuelven distorsionadas las imágenes, muchos de los textos actuales siguen deformando el aspecto de la realidad a representar. Como denominador común de la narrativa española sobre Marruecos, puede decirse que escribir puede ser, en este caso, un ejercicio para mitigar el dolor y el desasosiego producidos por las campañas militares. En contrapartida, el “otro” no existe más que como una torva sombra. En suma, representa el resultado de una operación mal planteada, cuyos improvisados puntos de sutura no impiden que, una y otra vez, se reabra una vieja herida. En este sentido, con el paso del tiempo, esta visión de la novela ha acumulado dioptrías: padece de presbicia creativa y contagia al lector su fatiga visual. Sucede algo similar, aunque con un registro muy distinto, de la crítica de Mohamed Choukri a los autores extranjeros que escribieron sobre Marruecos, y que alcanzó incluso a su mentor Paul Bowles, al que —en una entrevista a Jordi Esteva (1996, 4-5)— acusó de tener “una idea muy confusa sobre el país” como otros muchos foráneos, que: […] nunca escribieron de una manera objetiva. Siempre trataron a los marroquíes de una manera secundaria. No analizan la personalidad marroquí. Hablan de botones, simples camareros o de cuerpos que les proporcionan minutos de placer. Los marroquíes aparecen tan sólo para decorar. Esos escritores jamás se interesaron por la sociedad marroquí. La mayoría venían para descansar o para gozar de sus placeres. Otros para escribir o terminar alguna obra […]
Vicente Moga Romero
249
La vertiente literaria
Sólo buscaron lo primitivo. En ello se relajan. Se han limitado a escribir sobre lo exótico. No se entristecen por los problemas de los marroquíes. Vinieron un poco como quien va al cine a ver una película de aventuras. A ver saltar a un mono de árbol en árbol; y por supuesto el mono era el marroquí. Eso es lo que éramos para ellos. Simios. 2. Antihéroes de la épica colonial
Por lo que respecta a esta reflexión, está dedicada a recoger algunos ejemplos de la producción narrativa española sobre Marruecos surgida en los últimos cuatro decenios y caracterizada, en su conjunto, por una visión más crítica y objetiva. Este periodo, a efectos de este artículo, arranca en torno a 1976, un año significativo en el que se publica la novela de Ángel Vázquez, La vida perra de Juanita Narboni. Esta inclasificable obra da paso a un flujo creativo que aporta novedades narrativas de calado sobre la aventura marroquí. Este inicio de la renovación narrativa española sobre Marruecos estuvo precedido con el de la nueva historiografía sobre el Rif y el colonialismo español, con la publicación de varios libros claves: David S. Woolman (1971), Abd el-Krim y la guerra del Rif; Miguel Martín (1973), El colonialismo español en Marruecos, 1850-1956; y Abd elKrim et la République du Rif… (1976). Así mismo, estuvo precedida, en el aspecto narrativo, por la publicación en 1970 de Reivindicación del conde don Julián, de Juan Goytisolo; la edición árabe, en 1972, de la novela de Mohamed Choukri, Al Hobs al Hafi, traducida diez años después al castellano por primera vez con el título de El pan desnudo; y de la olvidada novela de Serapio Iniesta García (1974), Pie negro. Los españoles en la guerra de Argelia. Este es el punto de partida de esta aproximación, en clave narrativa, que contempla el análisis de varias novelas recientes, publicadas en un paréntesis temporal que se abre en el siglo XX y se cierra en el XXI. Son obras que, en opinión del que esto escribe, han aportado una renovación a la percepción de la cuestión marroquí. En este mismo apartado hay que mencionar también las reediciones y traducciones de obras poco conocidas, producidas en el periodo señalado. En el primer aspecto destaca la citada trilogía de Arturo Barea, La forja de un rebelde, originariamente editada en español en Argentina en 1951 y por primera vez en España en 1977. A la recuperación de la obra de Barea se ha ido uniendo la de otros escritores que aportan un discurso significativo sobre el tiempo del Protectorado, como José Antonio Gaya Nuño (1966). En el segundo aspecto, incide la reciente edición de la traducción castellana de una obra apenas divulgada, como la
Vicente Moga Romero
250
La vertiente literaria
de Josep Maria Prous i Vila (2011), Cuatro gotas de sangre. Diario de un catalán en Marruecos, originalmente publicada en catalán en 1936. Antes de desgranar las novelas elegidas para desentrañar su trama argumental, conviene señalar que en su mayor parte se trata de autores vinculados por naturaleza, o por episodios familiares (fundamentalmente relacionados con las campañas de Marruecos o con vivencias del Protectorado), como explicita María Dueñas en la dedicatoria de su novela El tiempo entre costuras: “A las familias Vinuesa López y Álvarez Moreno, por los años de Tetuán y la nostalgia con que siempre los recordaron”. Se trata de creadores que manifiestan abiertamente guardar una relación “sentimental”, experimentada sobre el terreno geográfico o emocional, con lo que fue el Protectorado. Los diversos estratos de este horizonte incluyen a numerosos novelistas, dado que se puede sostener que la literatura española sobre Marruecos ha experimentado un importante rebrote en los últimos años, pero aquí solo presento algunos. La nómina de autores podría ser mucho mayor, pues en la novela española sobre Marruecos hay autores que tienen un papel muy completo como Lorenzo Silva, que, además del guion cinematográfico y el estudio especializado, ha trabajado la novela de Marruecos (El nombre de los nuestros y Carta blanca) y el relato de viajes (Del Rif al Yebala. Viaje al sueño y la pesadilla de Marruecos). En otro contexto, también podría haber escogido una clasificación en torno a la que podrían adscribirse obras de gran interés, que incluyeran las novelas de temática marroquí de Ramón Ayerra (1982), innovador en el tratamiento esperpéntico en su novela Metropol; Severiano Gil Ruiz, el autor que posiblemente más haya incidido en el tema de las campañas de Marruecos, aunque su segunda novela, El cañón del Gurugú (1992), siga siendo la mejor que ha publicado; El porvenir del olvido, de Ángel Castro Maestro (2009), que enraíza en una de las añejas temáticas de la novelística española sobre Marruecos, la sefardí, al igual que Carlos Tessainer y Tomasich (2006); nombres ligados a la literatura juvenil, representada por Ignacio Martínez de Pisón (2000), Una guerra africana; Fernando Marías (2001), El vengador del Rif; y Fernando Lalana (1990). El caso de este último engarza además con las descripciones de la vida de los soldados durante el servicio militar en “África” como Plaza de soberanía de Miguel Bayón (1989), pero el relato juvenil de Lalana tiene una mención especial, porque se convirtió en Melilla, en el periodo en el que se hacía el servicio militar obligatorio, en uno de los libros más vendidos al ser considerado una lectura iniciática de los soldados de reemplazo. Con una redacción muy efectista —“Al sa-
Vicente Moga Romero
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La vertiente literaria
ber que me había correspondido hacer la mili en los Regulares de Melilla, pensé que ya no podía pasarme nada peor...”—, este relato logró en 1991 el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil y tuvo una recreación cinematográfica en 1995 con la película homónima dirigida por Pedro Olea. Igualmente podría haber escogido autores que escribieron fuera de España, como Juan Goytisolo, uno de los más innovadores, o el menos conocido, pero muy interesante, Agustín Gómez Arcos (1991), Marruecos; escritores en lengua catalana, entre ellos Miquel Ferrà i Martorell (2005), Abdallah Karim, el predicador, que, al hilo de relatos como el de M. Bouissef Rekab (2002), explora el laberíntico legado dejado por Abdelkrim y los ecos que todavía despierta; aportaciones de emigrantes marroquíes de segunda generación, casos de las nadorenses afincadas en Cataluña, Laila Karrouc (2004), De Nador a Vic, y Najat el Hachmi (2008), L’ultim patriarca, que retratan los ritos de paso vividos; y también, incidiendo en este último apartado, las novelas de Encarna Cabello (1995) y Germán Muñoz Lorente (2001); o, finalmente, acudir a reediciones recientes de textos “clásicos” dentro de la perspectiva española de las campañas de Marruecos. La elección de autores es pues subjetiva, aunque las obras escogidas responden a parámetros generacionales y de escritura que pueden ser correlacionados. Así, se trata de autores, en su mayoría, que han elegido para la publicación de su primera novela el tema de Marruecos; que mayoritariamente pertenecen a una generación surgida entre finales de los años cuarenta e inicios de los sesenta; que tienen una fuerte vinculación con Ceuta y, especialmente, Melilla, donde han nacido varios de los autores seleccionados; que retratan a esta ciudad durante el Protectorado como la espoleta de la caja de Pandora de las guerras coloniales; que contemplan que la literatura, en mayor medida que el resto de los textos coloniales y poscoloniales, tiene un papel primordial en la reconstrucción de la memoria; que consideran la novela imprescindible para recrear las aportaciones de las distintas disciplinas científicas —paliar su falta de atmósfera— en el análisis del conocimiento de la realidad social y de la configuración del imaginario; que aprecian en Ramón J. Sender y Arturo Barea su cualidad de maestros de armas de la narrativa antibelicista en España y que Imán y La forja de un rebelde siguen hoy restallando como las dos grandes novelas de la guerra colonial de España en Marruecos; que, dentro de esta estela senderiana, integran las nuevas voces surgidas en la literatura española respecto de lo que Juan Gotysolo (1982, 7-25) perfila como ”Cara y cruz del moro en la literatura”; que son conscientes de la existencia de una confusa “sentimentalidad” acerca de la realidad histórica del Protectorado, y del anacro-
Vicente Moga Romero
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nismo de muchas propuestas textuales —lo que ha llevado a aseverar que el imaginario español del siglo XXI “todavía vive de Muza y Tarik y del Rif ” (Juliana: 2001)—; que conocen cómo parte de la narrativa española al uso lastra tanto la realidad como el imaginario, atrapa como una tupida tela de araña la creación literaria reciente y determina su trasfondo ideológico; que asumen que muy pocas novelas españolas alcanzan un equilibrio entre conciencia (veracidad) histórica y recreación (creatividad) literaria, y que en este sentido la masterpiece continúa siendo Imán; que sitúan al mismo nivel al vilipendiado personaje “nativo, indígena”, al “peligroso rebelde” o al “bravo” soldado; que navegan, a menudo a contracorriente, de la mano de los antihéroes de la “épica” colonial, personajes que desembocaron en el océano del desarraigo, como algunos de sus autores, asimilables, en este sentido, a los pieds-noirs argelinos; y que, sin entrar a analizar en profundidad cuáles pueden ser sus motivaciones, se sienten atraídos por el persistente impacto en el inconsciente colectivo español de las campañas de Marruecos, desarrolladas entre 1859 y 1926, así como de sus secuelas en la Guerra Civil. En este último aspecto, también son conscientes de compartir un meridiano común: el de haber estado fascinados por una concatenación de hechos trágicos que se remonta a casi un siglo y que España parece no haber digerido aún, evocando una muerte que no ha tenido su duelo, como la de los miles de soldados sin nombre desaparecidos en Annual, que evoca la fecha de julio del 21, la debacle, la derrota asombrada; que acuña desde entonces el tema de las campañas de Marruecos como un tabú a la vez que un rito de paso, alrededor de los cuales gira una y otra vez la noria literaria de los escritores españoles, afectados por el “síndrome de Annual”; y, casi a continuación, la reconquista del Protectorado, como siglos atrás la de Al-Ándalus, frente a la resistencia armada del “moro”, es la cuna de la gestación del héroe colonial en un proceso paralelo a la del héroe fascista. 3. Ciudades fetiches: Tánger
En el calidoscopio narrativo español sobre Maruecos, el tema de las ciudades, y en especial Tánger, ciudad fetiche, oasis literario, con su excepcionalidad geopolítica, sigue vigente en la novela española actual. Las visiones que ofrece esta ciudad son disonantes: el experimento literario de creadores vinculados sentimentalmente a la cuna hercúlea, como Ramón Buenaventura Sánchez Paños (1998), El año que viene en Tánger; las incursiones puntuales de novelistas, como Susana Fortes (2001), con Fronteras de arena; y de otros escritores, atraídos por el halo de malditismo evanes-
Vicente Moga Romero
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cente dejado por las sombras de Paul Bowles, Jean Genet, Andrés Moravia, Samuel Beckett, y, sobre todo, el imprescindible Mohamed Choukri. Choukri manifestó haber escrito El pan desnudo en árabe clásico durante dos meses del año 1952, tras desechar hacerlo en español, lengua que dominaba, y que escribió “a través del estómago”. En esta obra autobiográfica, muestra su estima por su ciudad fetiche, Tánger, a la que en 1942 emigró con su familia desde su aldea natal de la cabila de Beni Chicar, a corta distancia de la frontera de Melilla, y donde vivió hasta su muerte en el año 2003. Los textos sobre la ciudad, que representó para muchos españoles en el Protectorado el paradigma urbanístico y social colonial por antonomasia, presentan una urbe poliédrica y estragada por la acción erosiva del tiempo, que cuenta como su mejor exponente con el retorcido callejero de la Vida perra de Juanita Narboni. El texto de Ángel Vázquez (1976) es un monólogo ininterrumpido de la primera a la última página, que cala en el lector como una lluvia tan persistente como intempestiva. Lo que Sender, como enterrador de la Restauración, es a las campañas de Marruecos, resulta Ángel Vázquez a Tánger y, por extensión, al Protectorado, en el oficio de narrar las imposturas habitadas por sombras heroicas y retóricas vacuas. En el prólogo a la novela, Ángel Vázquez insiste en su intención de “restituir” el lenguaje hablado de unos muy concretos y característicos habitantes de Tánger. Ese “lenguaje inmediato” está impregnado de yaquetía, la “particular forma” de expresarse de los hebreos sefardíes, y tiene como vehículo de difusión a una mujer, pues, como Vázquez señala, las tradiciones suelen conservarse por “vía femenina”. Así, el lenguaje es la columna vertebral de Juanita Narboni, “una hija de Tánger”, que en muchos aspectos tiene el referente de María Molina Gil, la madre del autor, la sombrerera Marmita Medina en la novela, quien en su inagotable discurso viste y desviste la cambiante realidad de una ciudad inasible: un retrato a destiempo de un territorio usurpado por la nostalgia. El Tánger de Juanita Narboni es un arca de Noé llena de personajes excéntricos, que han quedado encallados en la ola final del Protectorado, en el paso de un tiempo a otro, de cuyo proceso su protagonista es consciente de lo infructuoso de presentarle lucha. Acompañada durante gran parte del relato por su criada tangerina —la “Memloca de Hamruch”— y los espectros familiares, Juanita Narboni hilvana un discurso preñado de referentes cinematográficos. Imagina la vida a través de las distintas pantallas que Tánger le propone, como una heroína a contracorriente. Permanentemente en estado de desasosiego, siempre con la risa cínica en la punta de la lengua, afilada como un espadín —“Tengo la lengua pronta para
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juzgar a los demás” (Vázquez: 1976, 246)—, deambula en una ciudad aparentemente fácil y cómoda, golpeando espejos invisibles en los que vislumbra la larga sombra feliz de la “puta” de su hermana, que voló del nido familiar, la figura de un padre distante, perseguido por el olor de su tabaco Amsterdamer, y la madre que la abandona en última instancia y cuya pérdida —simbolizada en el relato por el extravío de una fotografía de la madre con “marco de plata”— trastoca su vida y la estructura de la propia novela. Figura mestiza en todos los sentidos —“Mira, mi bueno, gracias a Dios hemos nacido en una ciudad donde no somos ni del todo cristianas, ni del todo judías, ni del todo moras. Somos lo que quiere el viento. Una mezcla”—, Juanita Narboni es “inglesa de pasaporte”, por el padre, pero se siente española por la madre: “Fascinados. Se quedaban fascinados. ¿Qué entienden ellos? Unas mujeres inglesas de pasaporte, andaluzas de sangre y pasadas por Tánger, lo comprendo, de caerse muerta” (Vázquez: 1976, 103). Habitante de un mundo propio construido con múltiples trucos, a la que le “encanta disparatar”: Nunca tuve nada de qué arrepentirme, porque mi vida ha sido una vida en blanco, clarita y cernida como la arena de esta playa, fabricada grano a grano con el sufrimiento. No tuve marido que matar ni perro que alimentar… Yo soy como una muñequita, conmigo resulta siempre fácil dialogar, invito a la confidencia, lo descubrí siendo pequeña… (Vázquez: 1976, 125).
A lo largo de todo el relato, Juanita Narboni se muestra hipersensible e hipercrítica: “Mi vida se ha convertido en un dictado lleno de faltas” (Vázquez: 1976, 141). Nada escapa a su radar. Testigo de un mundo que se derrumba, pero empedernida jugadora de las palabras, atisba, sin poder reaccionar, los requiebros de la historia: No entiendo a los hombres de negocios, mamá. Hace una semana me recomendaba que no vendiera la casa, y ahora insiste en que debo venderla cuanto antes. Por lo visto en París se ha enterado de cosas. Nos esperan tiempos terribles. “C’est fini le Maroc” me explicó la prometida. “Tánger, kaputt”. Yo creo que es polaca. Te advierto que estuve a punto de contestarle: para mí fue kaputt toda la vida, no tengo nada que perder, pero me contuve (Vázquez: 1976, 158).
Juanita Narboni está imbuida de una consciente condición solitaria que marca el título de la novela: “A la hora de la verdad, nadie. Te dejan sola como si fueras un perro. Eso es lo que eres. Un perro de mierda. ¡Hamruch, Hamruch! ¿Estaré enamorada de ti? Por lo menos, eres lo único que tengo” (Vázquez: 1976, 224). El deterioro de Juanita Narboni marca también el proceso destructivo del Tánger que conoció: “Las ciudades también mueren, y las ciudades alegres y confiadas como la nuestra, con más razón, mueren sin enterarse
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siquiera de que ya están muertas” (Vázquez: 1976, 252-253). Con esta claridad, su desmadejado verbo cierra el telón de su tiempo, recoge la bandera de lo que una vez soñó que era un sueño, pliega las velas de su averiada nave y sentencia, pese a que no ha parado de disparatar y de hacer disparates durante toda su vida y “que llevas años y años hablando con una muerta” (Vázquez: 1976, 268): Pero la opereta se acabó. Ahora están interpretando en ese mismo decorado una tragedia en árabe. Yo ni me entero. Más vale así, porque si me enterara, sería de lo peor. Ni los nesranis ni los lijudis figuramos en el reparto. Nada de judíos ni de cristianos, ellos solitos, y como es una tragedia, acabarán matándose… Cuando le preguntaba a la desaparecida de Hamruch me contestaba disparates: que el Sultán estaba sentado sobre la Media Luna y que nos protegería a todos (Vázquez: 1976, 252).
Como señala la novela de Ángel Vázquez, Tánger es una ciudad que ha sido explotada de forma intensiva por la literatura y el cine. La novela española más reciente depara ejemplos de los nuevos tics literarios que, en gran medida, siguen siendo similares a los de años atrás. Los inexpertos y accidentales soldados-artistas de las campañas de Marruecos —el alférez de Ceriñola 42, Sender, el soldado de ingenieros Barea, o, en el plano artístico, el soldado que se autorretrata durante el servicio militar, encarnado por el dibujo a lápiz sobre papel firmado en Batel, 1919, del escultor Alberto Sánchez, ”Alberto”— son sustituidos por nuevas generaciones de escritores vinculados familiarmente con la ciudad donde han nacido o donde vivieron sus padres —y, como tales, constituidos en portavoces del desarraigo y de los desasosiegos familiares— o que, por vínculos profesionales, han dado un salto a la modernidad biográfica, caso de escritores como José Luis Barranco que, cuando publica su primera novela, Encuentro en Tánger (2009), esgrime que “vive y escribe en Tánger”. El relato de Barranco es la otra cara del Tánger de Juanita Narboni. Se desarrolla en el tiempo actual y se hila en el enamoramiento de un hombre por una prostituta a la que conoce en “la trinchera de una barra…” de un local nocturno de Tánger. La trama que se desarrolla en la Tánger contemporánea, la ciudad que “se extiende como un gran pubis por la colina”, tiene sus mejores flashes cuando enmarca el desigual encuentro entre el opulento norte —conformado por “… compatriotas y foráneos (techniciens franceses, ingenieros belgas, algún diplomático inglés…)”— y el deprimido sur: […] conocí la mirada torcida de muchachas bellas como mises que nunca lucirían un traje de Christian Dior en París, porque el mundo es diverso y les tocó jugar en el otro campo y enseñar sus cuerpos para comer al día siguiente o ahorrar para pagar el billete de avión o el visado que les lleva a Occidente o para un soborno en una aduana cualquiera…
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4. La violencia del atardecer en Quebdani
Más allá de Tánger, existe también la narrativa de Marruecos en relatos que exploran otros tejidos de la presencia española en el norte de África. Uno de ellos es la novela Kabila, de Fernando González (1980). Escrita a corriente del tono del periodo, da paso a un flujo creativo que aporta novedades sobre la aventura marroquí. En ella se presenta una novedad radical con respecto a la tradición literaria anterior, ya que la guerra es narrada a través del sargento Ahmed Ben Haki, del segundo Tabor de Regulares número 1 de Tetuán, que, en 1936, recuerda desde esta ciudad lo ocurrido en 1921, en un discurso literario que aflora en una novela a la que el propio González (1980, 7) calificó de heterodoxa: Dice un poema islámico del siglo XX que la lámina del sable está acostumbrada que la elogien por el metal, pero sólo es útil si está en manos de un héroe. Esto no sucede en KABILA. El que empuña el arma es un ser humano, no un héroe apartado De su origen, desasido de su cultura, es una secuela del colonialismo con su mundo canalla y trágicamente colorista. En KABILA se da un enfoque heterodoxo a los “hechos de armas” acontecidos en el antiguo Protectorado Español en Marruecos, por eso es un relato de malditos.
En esta línea heterodoxa, más en cuanto a contenido que en lo formal para el canon literario al uso, cabe destacar la aparición en 1997 de la primera novela del melillense Antonio Abad (1997), Quebdani: el cerco de la estirpe. Se trata de un relato sustentado por la tensión desigual entre colonizadores y colonizados, ambos inmersos en una historia emotiva resuelta con eficacia narrativa por el autor. Quebdani es una de las pocas ocasiones dadas a los rifeños para que cuenten con su propia voz —aunque impostada a través de la traducción simultánea que, desde la empatía rifeña, hace el autor— una fábula fatalista y aciaga, recorrida por los malos augurios de los graznidos de las grajillas, tan omnipresentes a lo largo de toda la narración como los estallidos de violencia. “Mi madre se llamaba Soulami” es la punta de lanza de este relato, que se sostiene en torno a un alambicado triángulo trazado con tres personajes enlazados en torno al molino de Quebdani: el colono Tomás Dávila, dueño absoluto del molino y de sus habitantes; el “hijo de Soulami”, un Beni Urriaguel dejado por su madre en el molino para vengar una afrenta; y Manol, uno de los hijos de Dávila, islamizado como Hassán y, por tal razón, expulsado del núcleo familiar, que es el recipiendario invisible de la narración que desgrana el rifeño. Los demás personajes giran estrambóticos alrededor del triángulo protagonista, agrupados en círculos concéntricos: el más estrecho, el del clan
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familiar, con Aurora Benavides, la esposa de Dávila; los hijos de ambos: el endeble Celestino, la enfermiza María Dolores y Adriana —el amor imposible del “hijo de Soulami”—, Gonzalo y su esposa Luisa Garrido; y Mauro, el perro del molino, al parecer el único amor del despiadado colono; el siguiente círculo engloba a los personajes secundarios: el médico Vicente Moncada, cuya historia es un cruce de las típicas historias de pieds-noirs; don Ernesto, el maestro; don Elías, el cura castrense de Quebdani; el teniente Ignacio Villarte, pretendiente de Adriana y la personificación de la represión “indígena”. El personaje de Dávila, amo del molino y de otras propiedades de la cabila de Beni Said que componen la escenografía de Quebdani, es la metáfora del peor autoritarismo del poder colonial: una amalgama de rayos y truenos que descargan con violencia sobre su familia y todo lo que le concierne, pero, en especial, sobre el “hijo de Soulami”. Escorado por una tos de fumador de nubes negras, Dávila es una figura emblemática de lo que representó durante el Protectorado de España en Marruecos una de las peores tipologías del colono que fijó su residencia en las áridas tierras rifeñas. Como respuesta, el “hijo de Soulami”, que encarna un aspecto de la resistencia rifeña, absorbe, como un pararrayos imantado, esta violencia “civilizada” que pretende domeñarlo, para, a continuación, devolverla dosificada y vengativa, con la frialdad de un acero envenenado. La historia se hilvana a través de una intensa confesión, realizada sin balbuceos —en primera persona y de forma retrospectiva— por un rifeño que, con doce años, es dejado por su madre —“para aprender las costumbres de los europeos” (Abad: 1997, 10)— en un molino cercano al poblado de Quebdani. El lector tendrá que peregrinar hasta casi la mitad de la novela para descubrir que su protagonista-antagonista tiene nombre y se llama “Abd-elAziz Zemouri Laarbi”, aunque “ellos” se emperren en bautizarlo “Braulio”. El sesgo biográfico que Antonio Abad da a su novela forma parte de la esencia de esta, le confiere su vigor y su potencia descriptiva. La trama narrativa se desarrolla en un entorno desolador: “En todo Quebdani el paisaje se hace cruel por donde quiera que se mire” (Abad: 1997, 27). Por otro lado, desde la perspectiva del colono, el corsé que constriñe con duelas de hierro el territorio de Quebdani es meridiano: la cantina, el molino, el cuartel, la escuela…, y el prostíbulo, dominado por “el aroma profundo de la hierbabuena y el olor fatigoso del hachís” (Abad: 1997, 181). Estas declaraciones avisan al lector de que el relato no ofrece una válvula de escape que lo aleje del fatalismo de sus páginas ni de la violencia especular que el paisaje transmite a sus pobladores. No obstante, sí que se
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encuentran descripciones puntillistas, de tinturas etnográficas, tan bellas como, por ejemplo, la evocación de la boda de Soulami: Entonces fue cuando le tatuaron la cara, después le pintaron con henna las manos, los pies y los cabellos, y cuando le pusieron dos enormes ajorcas de plata vieja en las muñecas, ni el sebo de borrego, ni la manteca agria pudieron aliviarle el dolor que le produjo la estrechez de aquellos símbolos de desposada que nunca abandonaría (Abad: 1997, 14-15).
Desde el primer capítulo, el autor deja claro el carácter indomable de su protagonista rifeño: “Yo quería hacer de aquel triunfo que obtuvimos en Annual el símbolo de mi carácter y no caer en la frustración y el miedo de la derrota que llegó después” (Abad: 1997, 11). En este contexto, surge un discurso vindicativo, poco común en la novelística española sobre Marruecos, en el que sus argumentos se vuelven contra los colonialistas, como un boomerang implacable: Es difícil entender cómo la libertad de un pueblo puede ser arrasada por otro pueblo en nombre de la libertad. ¿Hubieras comprendido que nosotros hubiéramos llegado a vuestras costas para entrar en vuestras casas, torturar a vuestros hombres, vejar a las mujeres y a los niños, quitaros vuestras huertas, robaros vuestras minas en pleno siglo XX? (Abad: 1997, 18).
Los argumentos son tan claros como contundentes sus planteamientos: “No queríamos ser colonizados. No pretendíamos la inmersión en una cultura que no nos interesaba. Luchamos hasta el final y a punto estuvimos de consolidar una República del Rif ajustada a nuestras creencias” (Abad: 1997, 18). Con esta reflexión aflora la paradoja de que España, con el apoyo de Francia, destruyó esta República, cuando, sin embargo, motivó su irrupción en el norte de Marruecos, con la excusa de civilizar y estructurar un país que —la propaganda oficial no se cansó nunca de apostar a este caballo viciado— estaba sumido en la anarquía. Tampoco evita Antonio Abad —por medio de su personaje— diseccionar el cataclismo que supuso para el alma rifeña este fracaso. El resultado fue que muchos guerreros rifeños: […] se hicieron mercenarios en vez de luchar por nuestra causa y os los llevasteis a otra guerra, curiosamente a una guerra para matar españoles. Se llevaron los españoles a muchos moros para que los moros mataran a otros españoles. ¿Qué locura estaba sucediendo? Te podrás imaginar cuánta vergüenza siento por todo esto y cómo un pueblo se le puede despojar de sus valores más profundos para caer en una situación miserable. Pero mi padre nunca se doblegó (Abad: 1997, 18-19).
Como las aspas del molino de Quebdani muelen los aires en todas las direcciones, la novela deja al descubierto la vacuidad de la retórica del héroe colonial, que, no obstante, sigue vigente todavía hoy en gran parte de
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la opinión pública española. Tomás Dávila, como la mayor parte de los españoles del Protectorado, estaba convencido de que en Annual se “escribió una de las páginas más gloriosas del ejército español” (Abad: 1997, 24). La fatalidad es un personaje coral y envolvente en la novela Quebdani. La ciñe con la misma eficacia que una tupida chilaba de lana guarda el calor en la fría montaña rifeña. Este fatalismo lleva a que, paulatinamente, la vida en el molino se convierta en mera supervivencia, y Abd-el-Aziz Zemouri en el cazador agazapado que lleva dentro. La trama explota finalmente en el contexto de los sucesos que dieron lugar a la independencia de Marruecos. Dávila, que vivía “como un ser inmortal en su inexpugnable molino…” como muchos otros colonos, no era consciente de lo que pasaba, “de que la Independencia era inminente, que todo lo que él representaba se estaba destruyendo…” (Abad: 1997, 233-234), de que sus objetivos se desmoronaban como el azúcar de pilón en la tetera: Se había propuesto construir un mundo a costa de otro mundo que pretendía arrasar, de borrarlo de un mapa con inexplicables signos, con otros nombres, con vanas y absurdas palabras que eran de otra lengua, con otras ropas, otras maneras de guisar, aborreciendo el té, la carne de borrego, la cebolla, los higos y las especias que se vendían en los tenderetes del zoco… (Abad: 1997, 235).
Finalmente, el destino encuentra a Dávila y el “hijo de Soulami” cumple la promesa hecha a su madre dejando, de paso, en el molino, un rosario de cadáveres. Con la muerte de Dávila se culmina el ciclo de la historia de la descomposición de una familia de colonos, tiranizada por su amo, pero incapaz de rebelarse ante él. Es también la alegoría final del Protectorado y la del comienzo de una nueva historia para los rifeños. 5. El tiempo de las narradoras
En las primeras décadas del siglo actual se editan diversas novelas sobre Marruecos que pueden adscribirse a la llamada literatura de género. De la nómina de autoras que la integran se han elegido unas pocas, cuyas propuestas narrativas muestran aristas significativas y diversas. Entre estas, se hallan las de las escritoras Encarna Cabello (2000), Marián Izaguirre (2005), Esther Bendahan (2006) y María Dueñas (2009). Alizmur, la segunda novela de Encarna Cabello (2000), enlaza los temas fetiches de su autora, la sexualidad entre “desiguales” culturales, religiosos o étnicos, con el telón de fondo de la situación actual de la mujer en el Rif y la emigración como necesidad no solo económica, sino también afectiva. En estos aspectos enlaza con otra novela suya publicada anteriormente como La Cazadora (1995).
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De mayor calado es la novela de Marian Izaguirre (2005), El león dormido, que debe este nombre a las formas que toman las rocas de la cumbre, en las inmediaciones del yebel Hamman, la morada de los genios rifeños, los yenún. En ella —como en los casos de Cabello, Bendahan y Dueñas— la autora utiliza a una mujer como narradora. En esta ocasión el hilo conductor se llama Lucía Osman, hija de padre español y madre marroquí, que, tras la muerte de esta, es vendida en 1918 por su padre en un burdel de Melilla cuando solo tenía doce años. Pronto aprenderá la mestiza Lucía que el tiempo “devora la realidad” y que sobrevivir exige adaptarse a las circunstancias y a convivir con los personajes de su nuevo universo: los externos (Gerald Holbrooke, fotógrafo inglés; Pablo Ferrer, periodista madrileño en crisis creativa, que reside solo en Madrid, recién abandonado por su mujer, Miranda, y con una hija adolescente, Sara, que vive con su madre; Guillermo Varela, su fotógrafo), y los “actores” del burdel (Max, el pianista; doña Rosita, la madama; el enigmático portero Ahmed, subastado en 1937 en la plaza de Uta el Hamman en Xauen; Juanito Serra y su hijo Azzemmur —en rifeño, olivo silvestre—; etc.). Esther Bendahan nació en Tetuán en el seno de una familia judeo-sefardí española, un hecho que invade sus novelas y las dota de una personalidad propia, un aspecto que se aprecia en especial en su tercera novela Déjalo, ya volveremos (2006). Se trata de un texto que también podría incluirse en un epígrafe dedicado al desarraigo, pues quizá debería haberse titulado Serkea, como comentó la autora en la presentación en Melilla de su anterior libro Deshojando alcachofas (2005). Serkea es una palabra-concepto que designa en jaquetía esa expresión tan tangerina de alejar y acercar las cosas con un trasfondo filosófico y un tanto de “déjalo ahí” (el armario, el libro, la flor, ¿las emociones?...) que ya volveremos a recogerla (en otras circunstancias, en otro tiempo, con otras manos, ¿con otros sentimientos?...). Un reflujo que evoca “la ida del fumo”, de La vida perra de Juanita Narboni, expresión indicadora de que alguien se ha volatilizado definitivamente como el humo. El transcurso del tiempo y las circunstancias tornan imposible, aunque su evocación fluctúa entre la disonancia cognitiva y lo onírico, donde la categórica afirmación del inicio de la novela —“Uno es del lugar donde aprende a separar la luz de la oscuridad. Vivía en el norte de Marruecos, en Tetuán” (Bendahan: 2006, 94)— termina por naufragar en el desarraigo: “... uno deja los sitios, pero nunca los abandona”. Así, en este relato, la ciudad sefardí de Tetuán es el principal personaje-topos. En él, sus cuadernas se comportan como una nave a la deriva, cuyo armazón repleto de oque-
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dades, transparencias y veladuras cromáticas alojara en su seno la historia de otro buque —este real— el Pisces, que naufragó en las costas cercanas a Alhucemas. Su cargamento: un puñado de judíos procedentes de Tetuán rumbo a Eretz Israel. Cometas sesgadas de la tierra de los sueños, enterradas en el cementerio español de la bella Alhoceima. El relato, que la autora compartimenta en cuatro capítulos, constata el cambio surgido entre judíos y musulmanes en Marruecos desde 1948, fecha de la creación del Estado de Israel, y su agudización a partir de la independencia de Marruecos en 1956. A este respecto, resulta paradójico cómo la literatura española del final del Protectorado, caso de L. A. de Vega (1954: 51), intentó “adormecer” el problema: — Este año y el año que viene en Jerusalén. ¿Por qué en Jerusalén?... Este año en Tetuán y el que viene en Tetuán también... Porque la vida es dulce en Marruecos, y por eso retornan sus hijos que salen para las tierras del jengibre y de la canela, porque a la sombra del Yebel Dersa y frente al Gorgues, hay muchos quince años femeninos que cantan en la fiesta de Esther y lloran el día de Kippur, y muchas bellas manos que amasan las tortas sin sal cuando la festividad del Pessah entra de puntillas por el Bab el Feddam a la Judería. Yo no encuentro fuera de Berbería mi Jerusalén aunque me incline sobre los planisferios.
Si las anteriores novelas han deparado el interés de un cierto número de lectores, El tiempo entre costuras (2009), la primera novela de María Dueñas, se ha constituido en un revulsivo literario de calado. Su autora cumple así una especie de rito iniciático de muchos de los escritores que se han acercado al tema marroquí; también cumple otro de los requisitos casi imprescindibles, el de estar vinculada, por naturaleza o por episodios familiares, al tiempo del Protectorado. El resumen publicitario de la novela es un apretado muestrario de lo que ofrece un ágil relato recorrido por calculadas dosis de amor, espionaje, glamour, nostalgia, etc., suministradas en el decorado del “exotismo colonial de África”, donde la humilde aprendiza de costurera Sira Quiroga se establece, tras abandonar Madrid —“Una máquina de escribir reventó mi destino…”—, y donde se reinventa una y otra vez, con el telón de fondo de la Guerra Civil. El convulso periplo de la joven Sira la lleva a instalarse primero en la “mundana, exótica y vibrante” ciudad internacional de Tánger y a continuación en Tetuán. Aquí Sira despierta a la alteridad: le llaman la atención las estampas de “musulmanes con turbantes y chilabas rayadas, y moras cubiertas con ropajes voluminosos que solo les permitían mostrar los ojos y los pies…” (Dueñas: 2009, 92).
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En la capital del Protectorado encuentra acomodo en la pensión de “Candelaria Ballesteros, más conocida en Tetuán por Candelaria la matutera, tenía cuarenta y siete años y, como ella misma apuntaba, mas tiros pegados que el cuartel de Regulares” (Dueñas: 2009, 93), ubicada en la calle de La Luneta, “estrecha, ruidosa, irregular y bullanguera, llena de gente, tabernas, cafés y bazares alborotados en los que todo se compraba y todo se vendía…” (Dueñas: 2009, 93). En esta pensión trabaja una “dulce muchacha mora”, a la que llaman Camila, que la ayuda a instalarse: “— Siñorita, tú no preocupar; Camila lava, Camila plancha la ropa de siñorita” (Dueñas: 2009, 97). A los ojos de Sira, Tetuán queda compartimentado en dos espacios bien diferenciados: el europeo, el ensanche levantado por los españoles, adscrito a la armonía, la calma, el orden y el progreso; y, en contraposición, el “enclave” de la medina recorrida por los olores, las voces y el retraso cultural. Una propuesta sustentada axiológicamente en el artificio del discurso de la representación colonial del orden frente a la anarquía: El ensanche tetuaní, tan distinto de la medina moruna, había sido construido con criterios europeos para hacer frente a las necesidades del Protectorado: para albergar sus instalaciones civiles y militares, y proporcionar viviendas y negocios para las familias de la Península que poco a poco habían ido haciendo de Marruecos su lugar de residencia permanente... Había orden y calma, un universo del todo distinto al bullicio, los olores y las voces de los zocos de la medina, ese enclave como del pasado, rodeado de murallas y abierto al mundo por siete puertas. Y entre ambos espacios, el árabe y el español, a modo casi de frontera se hallaba La Luneta… (Dueñas: 2009, 153).
En Tetuán, bajo la tutela y la vigilancia constante del inspector Claudio Vázquez, a Sira comienza a sonreírle la fortuna. Su casa de costuras se llena de clientas alemanas, italianas y también de alguna “judía rica, sefardí, hermosa, con su castellano suave y viejo de otra cadencia, hadreando con su ritmo melodioso en haketía, con palabras raras, antiguas: mi wueno, mi reina, buena semana mos dé el Dio, ansina como te digo que ya te conti (Dueñas: 2009, 195). De este modo, María Dueñas incorpora en su novela algunos aspectos de la condición de los hebreos en el Marruecos español a través del personaje de “Elvirita Cohén, la hija del propietario del teatro Nacional de mi antigua calle de La Luneta y una de las mujeres más hermosas que en vida he llegado a ver…” (Dueñas: 2009, 213). Esto lo lleva a enterarse de la situación de la importante comunidad sefardí de Tetuán, “españoles por fin de pleno derecho desde que el gobierno de la República accediera a reconocer oficialmente su origen apenas un par de años antes” (Dueñas: 2009, 213).
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A la vez que el trabajo asienta a Sira en Tetuán, vive inmersa la guerra civil en una imagen “de ensueño”, como la que ofrece cada viernes la procesión del jalifa, cuando se desplaza para ir a rezar desde su palacio a la mezquita. El texto que recrea esta imagen transmite la agonía republicana con un final tan lacónico como abrupto: La guerra: tan lejana, tan presente. Del otro lado del Estrecho llegaban noticias por las ondas, por la prensa y saltando de boca en boca. La gente en sus casas, marcaba los avances con alfileres de colores sobre los mapas clavados en las paredes. El único capricho que me permití en esos meses fue la compra de un aparato de radio; gracias a él supe antes de fin de año que el gobierno de la República se había trasladado a Valencia y había dejado al pueblo solo para defender Madrid. Llegaron las Brigadas Internacionales a ayudar a los republicanos, Hitler y Mussolini reconocieron la legitimidad de Franco, fusilaron a José Antonio en la cárcel de Alicante, junté ciento ochenta libras, llegó la Navidad (Dueñas: 2009, 188).
La guerra preocupa a Sira porque no sabe nada de su madre, a la que dejó en Madrid. Esta situación no impide que Sira siga prosperando, siga tomando conciencia de la compleja realidad que la envuelve, mientras transforma su taller en “Chez Sirah. Grand-Couturier” (Dueñas: 2009, 202), nombre que le sugiere su vecino, Félix Aranda, que pule la escasez de instrucción de la costurera: Supe que España llevaba ejerciendo su protectorado sobre Marruecos desde 1912, unos años después de firmar con Francia el Tratado de Algeciras por el que, como suele pasar a los parientes pobres, frente a los franceses ricos a la patria hispana le había correspondido la peor parte del país, la menos próspera, la más indeseable. La chuleta de África, le decían. España buscaba allí varias cosas: revivir el sueño imperial, participar en el reparto del festín colonial africano entre las naciones europeas aunque fuera con las migajas que las grandes potencias le concedieron; aspirar a llegar al tobillo de Franca e Inglaterra una vez que Cuba y Filipinas se nos habían ido de las manos y la piel de toro era tan pobre como una cucaracha (Dueñas: 2009, 200).
El texto continúa explicando cómo las “cucarachas” se comieron “la chuleta africana”, domeñando, manu militari, a sangre y fuego, la resistencia rifeña. Sin embargo, no aclara qué originó lo que denomina “la brutal guerra del Rif” y, por otro lado, ofrece la imagen de que Marruecos —pese a los marroquíes, casi siempre llamados en la novela “nativos”, “indígenas”, o “moros”— se había convertido, de la noche a la mañana, en un crisol cultural y religioso: No fue fácil afianzar el control sobre Marruecos aunque la zona asignada en el Tratado de Algeciras fuera pequeña, la población nativa escasa y la tierra áspera y pobre. Costó rechazos y revueltas internas en España, y miles de muertos españoles y africanos en la locura sangrienta de la brutal guerra del Rif. Sin embargo, lo consiguieron: tomaron mando y casi veinticinco años después del establecimien-
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to oficial del Protectorado, doblegada ya toda resistencia interna, allí seguían mis compatriotas, con su capital [Tetuán] firmemente asentada y sin parar de crecer. Militares de todo escalafón, funcionarios de correos, aduanas y obras públicas, interventores… Familias enteras que atraían a otras familias al reclamo de buenos sueldos y un futuro por construir en convivencia con otras culturas y religiones… (Dueñas: 2009, 200-201).
El relato de la presencia —“impuesta” por la fuerza— de España en el norte de Marruecos adolece en la novela de María Dueñas de perspectiva crítica: no se plantea las preguntas acerca de quién solicitó que España introdujera esas presuntas mejoras que la propaganda oficial destacaba, y a qué coste, para el marroquí, se introdujeron. Eso sí, reconoce de forma explícita que las mejoras introducidas por la impronta colonial tuvo ante todo un objetivo, “satisfacer a la población colonizadora”: A cambio de su impuesta presencia a lo largo de un cuarto de siglo, España había proporcionado a Marruecos avances en equipamientos, sanidad y obras, y los primeros pasos hacia una moderada mejora de la explotación agrícola. Y una escuela de artes y oficios tradicionales. Y todo aquello que los nativos pudieran obtener de beneficio en las actividades destinadas a satisfacer a la población colonizadora: el tendido eléctrico, el agua potable, escuelas y academias, comercios, el transporte público, dispensarios y hospitales, el tren que unía Tetuán con Ceuta, el que aún llevaba a la playa de Río Martín (Dueñas: 2009, 201).
Respecto de lo que España pudo obtener de su Protectorado, el tono textual de la novela de María Dueñas se muestra paternalista: “España de Marruecos, en términos materiales, había conseguido muy poco: apenas había recursos que explotar” (Dueñas: 2009, 201). En cambio, a renglón seguido, la autora señala que España sí obtuvo de Marruecos, en términos humanos… algo importante para uno de los dos bandos de la contienda civil: miles de soldados de las fuerzas indígenas marroquíes que en aquellos días luchaban como fieras al otro lado del Estrecho por la causa ajena del Ejército sublevado (Dueñas: 2009, 201).
La vida de Sira da un nuevo giro cuando conoce a la amante del teniente coronel Juan Luis Beigbeder y Atienza, en esos momentos alto comisario de España en Marruecos, y personaje clave en el mantenimiento del jalifa al lado de la sublevación franquista. Rosalinda Fox es descrita con el pincel del glamour: “apareció entonces una mujer rubia delgadísima con todo el aspecto de no ser tampoco un producto nacional… Tenía por nombre Rosalinda Fox y la piel tan clara y fina que parecía hecha de papel de envolver los encajes…” (Dueñas: 2009, 207). El perfil que la novela de María Dueñas traza de Beigbeder es el de un tipo discreto y un tanto solitario… Alto, delgado, adusto. Moreno, repeinado. Con gafas redondas, bigote y pinta de intelectual… suele ir vestido de paisano, con unos
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trajes oscuros aburridísimos… Cuentan que es un señor cultísimo, que habla varios idiomas y ha vivido muchos años fuera de España; nada que ver en principio con los salvapatrias a los que por estas tierras estamos acostumbrados… (Dueñas: 2009, 227).
El máximo cargo político del Protectorado queda también caracterizado —por medio de Rosalinda Fox— como “un gran amigo del pueblo marroquí y un apasionado de su cultura…”, que continuamente sostiene que españoles y “moros” son hermanos y que todos los españoles son “moros”. Este boceto tan positivo del militar colonial queda compensado con la reacción de Sira, cuando reflexiona acerca de lo difícil que le resultaba casar “la idea del hombre encantador y romántico que mi clienta dibujaba con la de un resolutivo alto mando del ejército sublevado…”: No la interrumpí, pero en mi mente se conformaron imágenes difusas de moros luchando en tierra extraña, ofreciendo su sangre por una causa ajena a cambio de un mísero sueldo y los kilos de azúcar y harina que, según contaban, el ejército daba a las familias de las cabilas mientras sus hombres peleaban en el frente. La organización del reclutamiento de aquellos pobres árabes… corría a cargo del buen amigo Beigbeder (Dueñas: 2009, 247).
Junto a Beigbeder, María Dueñas incluye en su novela otro personaje de fuste en la España franquista del momento: Ramón Serrano Suñer, cuñado del general Franco y todopoderoso ministro del momento, que viaja a Marruecos para conmemorar el aniversario del alzamiento: “Dicen que es un tipo tremendamente brillante, con una capacidad intelectual mil veces superior a la del Generalísimo…” (Dueñas: 2009, 297). La trama narrativa alcanza sus mejores momentos en este estadio de la novela, cuando Sira Quiroga se encuentra bien establecida y conoce a Marcus Logan, un periodista inglés que llega a Tetuán en busca de una entrevista con Beigbeder. Sira y Marcus coinciden en la recepción ofrecida por Beigbeder a Serrano Suñer. En ella aparece como la cenicienta que no tiene tiempo de mirarse siquiera en el espejo, pero la reconstrucción del pasaje de la recepción es de lo mejor de la novela. La labor política de Beigbeder en Marruecos queda reconocida con su nombramiento como ministro de Asuntos Exteriores del nuevo Estado, mientras que Serrano Suñer pasó a Gobernación. La llegada a Madrid del teniente coronel Beigbeder da paso a la parte final de la novela, donde se asiste al despliegue de la ingenua Sira como avezada espía y a la caída de Beigbeder que aparece ahora retratado como un hombre desmadejado y abandonado por la baraka que siempre lo acompañó en Marruecos: “… un Juan Luis roto ya para siempre” (Dueñas: 2009, 624).
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6. La guerra en una cabila imaginaria
Un año después de la publicación de El tiempo entre costuras, aparece La kábila de Tzen, la primera novela del melillense Carlos Santiago (2010), autor de una generación marcada por la nostalgia de la pérdida del Protectorado. “Amanecía en un lugar perdido de las montañas del Rif. El cuartel permanecía en silencio y el gallo no cantaba”. Es la azora inicial de La kábila de Tzen, en la que, con la brumosa historia de las guerras de Marruecos y el penúltimo decenio del Protectorado como telones de fondo, se pone en escena una gavilla de personajes irrepetibles a los que hace deambular por escenarios hipnóticos. Situada en un lugar sin coordenadas cartográficas, la cabila de Beni Tzen —con la palabra kábila escrita así expresamente por el autor, como en los textos coetáneos del Protectorado— es la protagonista de un relato coral por el que desfilan seres antológicos, dominados por su condicionamiento del mestizaje al que están permanentemente sometidos: — Carmen, La Rubia, la inesperada maga de Tzen, capaz de desentumecer a golpe de horno la rigidez mortal del gallo Manolete; su marido, el capitán Luis Ramírez, brusco y delicado como una chumbera en flor, obsesionado por la desaparición en el 21 de su tío el capitán Gumersindo Ramírez, cuya condición de militar está contenida por la mano juiciosa de su mujer: Carmen le dijo una vez que la gente en general, y sobre todo la que manda, cree que los demás no tienen historia. Que no sufren ni padecen y que están a tu disposición para que les pongas unas riendas y te subas encima. Y eso se termina pagando. Como siempre, su mujer tenía razón y más le valía hacerle caso (Santiago: 2010, 249).
— Cabomedio, alias del cojituerto Abderramán Ben Kilali, oriundo de Tzen, el guerrero —dotado de baraka— de todas las batallas, desde Annual hasta el Ebro; y el sargento “Moreno” Bussian. — El morabito Ben Salam, convencido de que “la noche era otra realidad. El mundo donde vagaban los espíritus” (Santiago: 2010, 171); este hombre santo y sabio, que habita su albo santuario acompañado de presagios y dudas, es también escéptico —“No hay soluciones. Nada es blanco ni negro, todo es gris. ¿Quizás en ese medio tono se esconde la belleza y la verdad de las cosas?” (Santiago: 2010, 171)— y un hombre perplejo ante la inescrutable condición humana: Con el paso de los años el miedo se convirtió en perplejidad ante la crueldad humana. ¿Qué era peor? ¿Un tigre hambriento acechando la oscuridad o el ver-
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dugo esperando una orden para acabar con su víctima indefensa? Ningún monstruo salido de la más horrible de las leyendas podía llegar a ser tan cruel como un ser humano. Y si alguien no ha llegado a pensar esto, o no conoce la historia de los hombres o es un cínico (Santiago: 2010, 176).
Todos estos, y otros personajes —la enigmática Chava, la niña Habiba, tatuada con la geometría de la belleza y la ingenuidad, que el tiempo termina transformando en una avezada empresaria—, están recorridos por una tensión de alto voltaje; pero, si hay que escoger al que encarne la catenaria más electrizante, vale elegir al Moro Gato, desnudado por su triple coraza: — La primera, la de su condición original: el soldado catalán Joan Muné, trasladado desde Tarragona a Melilla y al Rif, una etapa que termina con un lacónico “desaparecido en julio de 1921”. — La segunda, la de su conversión en el Moro Gato, embutido en su nueva piel de renegado que, a escondidas, sobrevive en Tzen haciendo pequeños trucos de magia: — ¿Yo? —se preguntó Joan— ¿Soy Joan? — Como en la metamorfosis de una oruga, Joan, durante aquellos días, fue transformándose. No le crecieron alas, ni sus brazos se habían estirado ni cambiado de color, pero no era el mismo. Miró al gato negro que se pasaba las horas a su lado. Recordó que, en el Hospital Militar de Melilla, un día le puso una inyección a un moro muy viejo al que le faltaba una oreja y era muy popular entre la gente. Al ir a inyectarle, tardó diez minutos en despejar el culo de tantos zaragüelles como llevaba puestos. Le llamó la atención su nombre: el “Moro Gato”. — Yo, el Moro gato —dijo Joan señalando al gato (Santiago: 2010, 154).
En su asilvestrado estado, el Moro Gato encuentra, mientras duerme en una cueva, el placer primario y atávico con Aisha Kandisha, trasmutada de serpiente en mujer, acaso un episodio instrumental que Carlos Santiago utiliza como una lectura alegórica de la expulsión del Paraíso. El contacto carnal revive a Aisha Kandisha y la libera de su maldición “homnívora”: “Y, con los dientes clavados en la carne del Moro Gato, sintió el sabor metálico y salado de la sangre de un hombre vivo. Y después de tantos años volvió a abrazar la vida” (Santiago: 2010, 188). — La tercera, y última trasmigración del otrora soldado catalán y anacoreta forzado, lo convierte en el reputado curandero de Beni Tzen, que se enfrenta a su definitivo estatus en el azogue de las pupilas de Aisha Kandisha: “Él buscó a Joan Muné en el espejo de sus ojos y encontró el triste rostro de un extraño moro. Sintió compasión por él mismo” (Santiago: 2010, 231). Tras devorar las páginas de la novela, como Aicha Kandisha devora cuerpos de varones, el lector va descubriendo el situacionismo onírico de la cabila de Tzen:
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— Ubicada durante más de dos decenios en el limbo del Protectorado, es considerada una tribu levantisca, castigada por los españoles a no existir, aunque, sin ningún pesar, para sus habitantes, que, además, desconocen este hecho: “Pero mi general, los de Tzen no saben que están castigados por lo del veintiuno y ni siquiera saben que pertenecen al Protectorado Español de Marruecos” (Santiago: 2010, 15). — Es una zona cercana a Midar, a cinco jornadas a pie de Fez, situada en una región montañosa de difícil acceso, permanentemente custodiada por un exotérico guardián y sus no menos extrañas cabras. Con sus atípicos personajes y en el territorio de una cabila imaginaria, Carlos Santiago relata los juegos del destino, que convirtieron en tropas regulares coloniales a los hasta apenas ayer “kabileños enemigos” (Santiago: 2010, 16), mientras que los oficiales españoles “se iban haciendo cada vez más moros y los moros seguían tan moros como siempre” (Santiago: 2010, 14). Este proceso de adaptación no impidió que se generalizara entre los militares y colonos españoles una suerte de psicología colonial, a la que no le tembló el pulso a la hora de considerar “a los colonizados como salvajes e inferiores y que sólo por eso tenían que ser sumisos” (Santiago: 2010, 18). La respuesta del “otro” lado, la ofrece Carlos Santiago en su novela en la voz de oráculo de Mhamed Abdelkrim, hermano de Mohamed Abdelkrim el Khattabi: — ¿Salvajes? En esta tierra todos nos llamamos salvajes unos a otros. Los de una kábila a los de la otra, los de un aduar a sus vecinos, un pariente a otro. Y así, querido Abdulá, aunque pasen dos siglos, no conseguiremos la unificación del Rif. Los cristianos siempre tienen en sus bocas esa palabra para hablar del moro y ellos son los más salvajes aunque dicen ser los más civilizados. ¿Hay algo más salvaje que obligar a otros a que piensen como tú y olviden lo que son? (Santiago: 2010, 76-77).
De igual modo, la novela de Carlos Santiago no duda en paquear —a la manera de Dino Buzzatti en El desierto de los tártaros— sobre: … el “enemigo fantasma” que tanto gustaba tener a los españoles cuando no había guerra. Siempre hay que estar atento por si acaso ataca el enemigo. Mirar desde la garita al exterior del cuartel con el rifle cargado esperando la inminente batalla. Toda la noche esperando y el enemigo no viene (Santiago: 2010, 27).
Pero la realidad es que desde el rasero de tortuga de los blocaos se pierde la perspectiva del entorno, mientras que sucede todo lo contrario desde el ojo de halcón de los morabitos. Los primeros, hundidos en la reseca tierra, se agarran al clavo restallante del heliógrafo; a los segundos les basta, desde el otero del cielo, esperar la llegada de la noche.
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La kábila de Tzen conjuga así dardos críticos con destellos de humor impagables. Este el caso de la escena en la que al sargento mayor Manzanera se le cae una fila de libros de las viejas estanterías de madera de la Oficina Mayor del cuartel de Midar, que manda el capitán Ramírez: — Manzanera, ¿está usted bien? — Sí, mi capitán. Se me han venido encima unos tomos y me he caído de la escalera… — ¿Qué guerra se le ha venido encima? — La del 1909, pero sólo la campaña de julio a septiembre. — ¡Enhorabuena! Es usted de los pocos supervivientes —dijo Ramírez irónico (Santiago: 2010, 15-16).
El humor, al igual que las pinceladas irónicas, ofrece al conjunto del cuadro una verosimilitud que deja atrás el dramatismo patriotero de tantas novelas sobre Marruecos. La humanización —frente a la demonización generalizada entre los españoles— del líder de la resistencia rifeña, señala también el equilibrio narrativo y la perspectiva histórica alcanzada por la novela de Carlos Santiago, en episodios notables, como cuando describe el encuentro apócrifo entre el cojituerto Abderramán y el presidente de la efímera república del Rif: Abdelkrim lo mandó llamar. Lo recibió bajo una higuera, sentado ante una mesa de escribiente, sobre una esterilla de cáñamo. Hacia el crucigrama del periódico El Telegrama del Rif. Abderramán se cubrió el rostro y se tiró al suelo. No quería mirar al jefe de los Beni Urriaghel a los ojos, no fuera a creer que le iba a echar mal de ojo y culparle de perder la guerra contra los cristianos. … Bajó la vista al crucigrama. Horizontal: plato típico español, ocho letras. “Este Abdelkrim parece español” —pensó Abderramán. … Abdelkrim alzó la mirada y exclamó: — ¡TORTILLA! (Santiago: 2010, 29).
Esta afortunada digresión, en la que la tortilla representa el Rif, emparedada en un férreo bocadillo por españoles y franceses, no impide que la novela reconozca, siempre con ese lenguaje pecualiar que recorre sus páginas, la cualidad épica de la empresa liderada por Abdelkrim: … en los pocos años que duró la República del Rif se produjeron más cambios que en cinco siglos. Ni Lenin en un ataque de optimismo hubiera llegado a pensar que era posible una revolución en lo alto de unas montañas peladas del norte de África, con un pueblo empobrecido sometido al ataque de dos potencias coloniales europeas. El empeño en intentar transformar un grupo de tribus mal avenidas en un estado moderno, en cinco años, era mil veces más poderoso que la condena de la historia, de la opresión y de las sequías (Santiago: 2010, 189).
El pulso entre el distanciamiento irónico y la textualidad histórica alcanza en el registro narrativo incluso a la situaciones dramáticas, como
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cuando, en la posición de Annual, poco antes de que se produzca su debacle, un capitán critica la irracional actitud de Silvestre: “nuestro general se cree Alejandro Magno en el Reino de los Chumbos” (Santiago: 2010, 96). Por otra parte, en La kábila de Tzen está también presente la denuncia de la corrupción entre los mandos militares del Protectorado que tuvo —entre los coetáneos de las campañas— a Sender y Barea como principales acusadores. En La kábila de Tzen se reseña la estampida de carcoma que corroía la columna vertebral del ejército expedicionario: El grueso del negocio estaba en manos de militares y ricos comerciantes. Los primeros eran pocos pero muy activos. Movían mercancía ilegal mezclada y surtida con el abastecimiento de la tropa y sus conexiones pisaban mármol en Madrid. Se llenaban los bolsillos y, de paso, cubrían de mierda a los demás militares que cumplían con su profesión. Los ricos comerciantes no distinguían el mercado negro del blanco (Santiago: 2010, 53).
Algunos de los clásicos leitmotiv de los textos de ficción, pero con base histórica, sobre el Protectorado también están en La kábila de Tzen. Al igual que en otras novelas del periodo, en la de Carlos Santiago los diversos tiempos en que se desenvuelve quedan enlazados por un “misterio” irresuelto. En este caso, se enlaza la muerte en 1921 de un capitán español —Gumersindo Ramírez, de Infantería de Ceriñola— con la investigación sobre su paradero que lleva a cabo, veinte años después, su sobrino el capitán Ramírez. Menos frecuente resulta la categorización dada a los rifeños. La kábila de Tzen destaca su valentía —como, por otra parte, es casi un lugar común en la novela española sobre Marruecos—, pero va un paso más allá al señalar que por encima de su condición de combatientes no pueden ser considerados solo soldados sino, sobre todo, guerreros (Santiago: 2010, 14). Carlos Santiago tampoco olvida incluir en las páginas de su novela a las mujeres del Rif. Describe cómo, durante la guerra, las rifeñas de Tzen, dueñas de la retaguardia, deciden abrir un sencillo local al que llaman el Café de París (Santiago: 2010, 161). Aunque ninguna de ellas ha visto nunca la ciudad del Sena, sí cuentan con Chaba: “Una amazona dura y aguerrida que escribía poesías en francés y pintaba marinas en medio de aquellas montañas desérticas” (Santiago: 2010, 162). Es una imagen de la mujer rifeña muy alejada de la extrema crueldad que le asignó Carmen de Burgos, Colombine. No se ceba Carlos Santiago con descripciones truculentas, sino que utiliza su pluma como el fiel de una balanza que aloja dos platillos repletos de similares cargamentos de violencia:
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En su contraofensiva, los españoles conquistaron el Gurugú y fueron avanzando con mucho coste humano. Lo que fueron descubriendo era pura barbarie, una gran orgía de sangre y terror… En el juego de venganzas tocaba ahora el turno a los españoles, que pagaron con la misma moneda (Santiago: 2010, 195).
En este juego de espejos rotos orillados a uno y otro lado del Mediterráneo que es La kábila de Tzen, su autor realiza uno de los pocos reconocimientos explícitos en la narrativa española sobre el Rif a la cultura amazige: Los carceleros españoles observaban cómo la tristeza se apoderaba poco a poco de los cautivos. Los hombres del Rif se autodenominaban en su lengua imazighen, que significa hombres libres, y ni entre sus mayores desgracias estaba incluida la cárcel. Ellos pensaban que era más honrosa la muerte que pudrirse entre aquellos cuatro muros (Santiago: 2010, 210).
El final de la novela se escribe con un epílogo surgido desde un nuevo tiempo, quince años después del final del Protectorado, cuando en 1968 el ya comandante retirado Luis Ramírez y su mujer, Carmen La Rubia, retornan por una jornada a Beni Tzen. En este viaje de despedida definitiva, encuentran muchas novedades y afrontan caudales de nostalgia entre los viejos conocidos como la hermosa Habiba y su marido, Abderramán. Este viejo guerrero se asemeja a un retorcido acebuche que testimonia el paso de un mundo ya desaparecido, en el que: “Las sombras de los jinetes desesperados en su última carga, se habían disipado hacía mucho tiempo y los estampidos de lo fusiles rifeños estaban enterrados en las orejas de los muertos” (Santiago: 2010, 326). 7. Una carta y doce balas
Como señala Ada Castel (2010, 14), a propósito de la recesión de la novela de Luis Leante (2007), Mira si yo te querré, en el tejido de este tipo de novelas es fácil encontrarse con todos los recursos del género: desigualdad social entre los dos amantes; hallazgo inesperado de cartas de amor escondidas durante décadas, con lazo rojo incluido; grandes casualidades que facilitarán un posible reencuentro; secretos indeseados, infidelidades inciertas, suspense a golpe de diálogos, sorpresa de última hora y lo que haga falta.
Esta plantilla tópica encaja bien con la novela de Vicente Gramaje (2011), Cuando leas esta carta, primera obra escrita por su autor —médico rural— impulsado por la lectura de un texto sobre lo acontecido en Marruecos en 1921. Dos registros se entrecruzan en dos planos que recorren de forma simultánea la novela: el presente, que se sitúa en 2009-2010, en el que Víc-
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tor, un médico que ha tomado un año sabático tras la muerte de su mujer, se encuentra en Monte Arruit cuando aparecen durante la excavación de una zanja unos restos óseos que resultan ser de españoles de 1921; el pasado, como resultado de la aparición entre estos huesos de una botella lacrada que contiene una carta “perdida en el tiempo” —escrita en la posición de Chamorra, el 27 de julio de 1921, por el capitán Pedro Gimeno Trester a su mujer, Noelia Claramunt Pellicer, que vivía en un pueblo de Teruel. El encuentro entre Víctor y Claudia, capitán del ejército español, que se desplaza a Monte Arruit desde Melilla para recoger los huesos, marca la trama argumental; la decisión de Víctor de entregar la carta a su destinataria lo lleva a reconstruir su vida al enamorarse de la capitana que se convierte en su compañera de pesquisas. La perplejidad de Víctor al descubrir en Monte Arruit un retazo de la historia de España que desconocía (un suceso que transcurrió hacía casi noventa años) al igual que el contraste cultural que este hecho representa bien pueden ser generalizados a la opinión pública española actual: Yo había oído hablar sobre nuestras andanzas en el norte de Marruecos, sobre las guerras de África, el nacimiento de la Legión, y, a grandes rasgos, sabía que las cosas no nos fueron bien por allí; me sonaba también un tal Abd el Krim… Pero poco más. La aventura colonial en el norte de África no era la parte más conocida de la historia de España. De todas maneras me sorprendió el deseo de que los lugareños mostrasen un mínimo respeto hacia las osamentas. Reconozco que era algo irracional, si en España apareciesen restos musulmanes en un cementerio sería extraño que la gente sintiese algo más que mera curiosidad (Gramaje: 2011, 18).
La novela de Gramaje es de las primeras novelas de la guerra de Marruecos que incorpora internet. Lo hace cuando su protagonista Víctor —nombre elegido como homenaje a Víctor Ruiz Albéniz, el tebib arrumi, o el médico cristiano— teclea en Google Monte Arruit: “La mayoría de las entradas eran breves y se referían a lo mismo, al Desastre de Annual y la masacre… Pinché en varias de las entradas y leí los textos…” (Gramaje: 2011, 81). En internet compra el libro El Expediente Picasso. Las sombras de Annual (Gramaje: 2011, 101), que recoge “el trauma para la sociedad española y para su clases política y militar” (Gramaje: 2011, 158) que supuso el desastre de Annual. Las nefastas implicaciones del hecho colonial son relativizadas a través de los diálogos de sus dos principales protagonistas, Víctor y Claudia: [Víctor] — Eso fue lo que ahora llamamos “explotación de los bienes del Tercer Mundo” Claudia, colonialismo puro y duro, sin más… [Claudia] — No es tan fácil como parece. Es un error juzgar con los principios morales de ahora lo que ocurrió hace cien años, la sociedad no se parecía en nada a la nuestra y se guiaba por otros valores… (Gramaje: 2011, 258).
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Al igual que el texto de Gramaje, la novela de Rafael Martínez-Simancas (2011), Doce balas de cañón. El sitio de Igueriben, incorpora dos registros narrativos y dos estratos históricos: el actual —la novela está escrita entre los años 2008 y 2010—, en el que el autor utiliza como hilo conductor el viaje al Rif de Arturo Rodríguez, un experimentado y amoral actor, con el objetivo de contextualizar un posible papel cinematográfico en torno a la figura del comandante Julio Benítez Benítez; y el de julio de 1921, con la defensa y caída de la posición de Igueriben narrada a través de la mirada de Gregorio López Rendilla, un joven soldado del Regimiento de Ceriñola 42. Esta disposición dual permite al autor enfrentar los ideales de dos épocas y elaborar un discurso —de resonancias senderianas— contrastando las olvidadas figuras de dos héroes atípicos de las campañas de Marruecos —el comandante Benítez y el teniente Luis Casado Escudero, de trágico destino— con la banalidad de la vida contemporánea, centrada en torno a las apariencias, el acomodamiento y el consumo televisivo. De este modo, los hechos que se narran, como el propio Martínez-Simancas avisa en una nota de autor previa al desarrollo de la trama, están novelados sobre una base histórica y, al contrario de otros muchos textos, intenta un equilibrio entre lo que denomina “el mundo civilizado” y “la barbarie en estado puro” (Martínez-Simancas: 2011, 89). El realismo cinematográfico que impregna las páginas de esta novela —que incluye un álbum fotográfico— lleva a consideraciones críticas hacia los responsables de los hechos de armas del verano de 1921, así como a los constructores del nuevo tejido político español surgido de 1978 que intoxicó a muchos de los fervorosos españoles del régimen franquista con —en expresión del autor— el “extraño virus de la democracia” (Martínez-Simancas: 2011, 105). En el tema de la campaña impulsada por el general Silvestre desde la Comandancia General de Melilla, Martínez-Simancas hila un discurso crítico con la ocupación colonial que, en boca de los soldados atrapados en las ratoneras de blocaos y posiciones aisladas, supone el planteamiento lúcido de aspectos que señaló magistralmente Ramón J. Sender en Imán: — “lo absurdo de combatir en un territorio que no nos pertenecía” (Martínez Simancas, 2011, 117); — la presencia en el campo de batalla de un enemigo organizado y no de un simple conjunto de harcas anárquicas (Martínez-Simancas: 2011, 125); la lucidez de que la guerra de Marruecos respondía a intereses de las poderosas clases políticas y económicas españolas: “Los ricos no envían a sus hijos a luchar contra los moros y tampoco quieren leer noticias trágicas, ellos prefieren las novelas ambientadas en París. Los ricos veranean en San
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Sebastián y los pobres morimos en los montes del Rif. Éramos soldados pero en realidad éramos campesinos en edad de buscar novia” (MartínezSimancas: 2011, 179); — la constatación de que españoles y rifeños responden a la misma fragilidad de la condición humana: “Si nos quitaran la chilaba y el uniforme todos tendríamos el mismo cuerpo e idéntico miedo a la muerte” (Martínez-Simancas: 2011, 179); — la incomprensión histórica, generadora de un “miedo cerval al moro”: “Habíamos estado más de cien años en el territorio que hoy es Marruecos y, sin embargo, nuestras historias habían crecido paralelas pero de espaldas” (Martínez-Simancas: 2011, 193); — el desconocimiento de la propia historia por parte de los españoles del siglo XXI, incapaces de creer “que tuvimos un papel muy digno en el Rif” (Martínez-Simancas: 2011, 221); etc. Con estos parámetros, Martínez-Simancas incide en clave narrativa en la secular deriva social española, en un relato en el que resuena muy lejano el estruendo dramático de las últimas doce balas de cañón de los defensores de Igueriben y se diluyen en el olvido histórico los lastimeros ecos de los escasos supervivientes del vía crucis colonial. 8. Cortinas de humo
La actualización del ciclo novelístico escrito por autores que participaron en las campañas de Marruecos, asentados en la trilogía de pacifismoantimilitarismo-antibelicismo, ofrece nuevas vueltas de tuerca a unos hechos que todavía lastran el emocionario nacional español y condicionan sus relaciones con el vecino marroquí. Es una relación de amor-odio, no tan intensa quizás como la de Francia y Argelia, pero sí tan estigmatizadora como ella. La conmemoración del centenario del Protectorado ha activado nuevamente los resortes literarios, como ya ocurrió en menor medida con el setenta y cinco aniversario de Annual, donde destacó el libro periodístico de Manuel Leguineche (1996). Un texto que sirvió para reactualizar este sempiterno tema entre el gran público, además de abrir el camino a la aparición tres años después de los libros de los historiadores Juan Pando Despierto (1999), Historia secreta de Annual, y María Rosa de Madariaga (1999), España y el Rif: crónica de una historia casi olvidada. La abundancia de literatura generada por la aventura colonial, las fuentes narrativas per se deben ser tenidas en cuenta por la investigación marroquista como fuentes complementarias en el desarrollo de los relatos histo-
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riográficos, antropológicos, culturales, etc. En efecto, no es menospreciable la producción creativa generada por el tiempo del Protectorado y sus secuelas. En torno a esta cuestión hay una pléyade de escritores cuyas producciones pertenecen al campo de la ficción, pero que proclaman en sus obras un fundamento histórico dotado de verosimilitud. En la nómina de estos autores están enumeradas las novelas que han cercado el redil del imaginario español sobre África, con Ramón J. Sender a la cabeza, pero también la narrativa más reciente, con Lorenzo Silva, Ignacio Martínez de Pisón, Antonio Abad, Carlos Santiago, Rafael Martínez-Simancas, Marían Izaguirre y María Dueñas, entre otros. En estos textos —que encierran los paradigmas fundacionales de la literatura colonial española contemporánea— se confunde historia y sentimentalidad en una nebulosa memorial que envuelve la percepción de las relaciones hispano-marroquíes con un enfoque que es necesario valorar. Esto se resume en el carcomido discurso del “miedo al moro” que sintetiza las imágenes del idearium recogido en forma de brutales tropos en la bibliografía colonial. Es un sustrato discursivo que reactualiza desde hace siglos, como un bucle interminable, el temido cíclico retorno del “moro” en la historia de España desde la Reconquista hasta la era contemporánea. Es en este último periodo donde se produce el legado nuclear de las campañas africanas y la guerra civil, reactualizado años después en las migraciones de las últimas tres décadas, los contenciosos territoriales (caso en 2002 del islote de Perejil o Leila), el discurso marroquí que reivindica la entrega de las ciudades “ocupadas” de Ceuta y Melilla, el terrorismo “islámico”, etc. Estos son algunos de los fonemas de la gramática colonial, cuyas páginas pueden ser interpretadas con la levedad que otorga el tiempo transcurrido, pero con la preocupación de observar a veces la fuerza de su vigencia. Estas son las cortinas de humo —“humo de lecturas” las llamó el joven R. J. Sender (1992, 94)— que siguen impidiendo conocer el significado de la presencia española en el norte de África, conformando un desentendimiento crónico que afecta a las relaciones entre españoles y marroquíes. La producción bibliográfica denota, por otra parte, que siguen vigentes los mismos campos de interés suscitados en los años veinte y que bajo otros ropajes permanece de alguna forma la agridulce sensación derrotista y heroica vinculada a la rota de Annual que, para la sociedad española, sigue siendo considerada eufemísticamente un “desastre” accidental y que, por tanto, no afectó a una lectura crítica de la “imbatibilidad” del Ejército español. Por ello, y por otras razones, he elegido unas novelas que aportan innovaciones formales y de contenido y que apuestan por anular la cartogra-
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fía de la incomprensión: una escritura ágil, decidida y comprometida con el lector del siglo XXI. Bibliografía AA.VV.: Abd el-Krim et la République du Rif. Actes du colloque internacional d’études historiques et sociologiques 18-20 janvier 1973, Paris: François Maspero, 1976. Abad, A.: Quebdani: el cerco de la estirpe, Melilla: Servicio de Publicaciones de la Ciudad Autónoma, 1997; Barcelona: Edicions 29 (ed. francesa: Quebdani: Chronique d’une vengeance, París: L’Harmattan, 2007). Ayerra, R.: Metropol, Barcelona: 1982. Barea, A.: La forja de un rebelde, Buenos Aires: Losada, 1951 (reed. Madrid: Turner, 1977). Bayón, M.: Plaza de soberanía, Madrid: Mondadori, 1989. Bendahan, E.: Deshojando alcachofas, Madrid: Seix Barral, 2005. Déjalo, ya volveremos, Madrid: Seix Barral, 2006. Bouissef Rekab, M.: El dédalo de Abdelkrim, Granada: Port-Royal, 2002. Buenaventura Sánchez Paños, R.: El año que viene en Tánger, Madrid: Editorial Debate, 1998. Cabello, E.: La cazadora, Melilla: Servicio de Publicaciones de la Ciudad Autónoma, 1995. — Alizmur, Barcelona: Meteora, 2000. Carrasco González, A. M.: La novela colonial hispanoafricana. Las colonias africanas de España a través de la historia de la novela, Madrid: SIAL ediciones, 2000. Castel, A.: “Amor entre saharauis”, Culturas/s La Vanguardia, 1 de diciembre de 2010, p. 14. Castro Maestro, Á.: El porvenir del olvido, Madrid: Hebraica, 2009. Choukri, M.: El pan desnudo, Barcelona: Montesinos, 1982. Ciges Aparicio, M.: Entre la paz y la guerra: Marruecos, Madrid, s. n., 1912. Díaz-Fernández, J.: El blocao. Novela de la guerra marroquí, Madrid: Historia Nueva, 1928. El Hachmi, N.: L’ultim patriarca, Barcelona: Planeta Editorial, 2008. Essounani, D.: De Madrid a Tetuán. Una tendencia narrativa antibélica sobre Marruecos (1905-1980), Madrid: Comunidad de Madrid. Consejería de Cultura. Dirección General de Promoción Cultural, 2000. Esteva, J.: “Al final del Orientalismo. Entrevista a M. Choukri”, Fundamentos de Antropología, Granada, 1996, núm. 4-5, pp. 94-101. El Expediente Picasso: las sombras de Annual, Madrid: Almena, 2003. Ferrà i Martorell, M.: Abdallah Karim, el predicador, Palma de Mallorca: Editorial Moll, 2005. Fortes, S.: Fronteras de arena, Madrid: Espasa Calpe, 2001. Gaya Nuño, J. A.: Historia del cautivo. Episodios Nacionales, México: Imp. Venecia, 1966 (reedición en Gaya Nuño, J. A.: Obras completas..., Madrid: Fundación José Antonio de Castro, 1999-2000, 2 vols). Gil Ruiz, S.: El cañón del Gurugú (novela), Melilla: Servicio de Publicaciones de la Ciudad Autónoma, 1992.
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La narrativa breve del Protectorado: los cuentos de Dora Bacaicoa Arnaiz
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Preliminares
En la época del Protectorado, la edición de textos literarios empezó de modo eficiente en los años cuarenta y se fortaleció en los cincuenta después de darse por terminadas la pacificación (1927) y la guerra civil (1939). Se benefició de la política cultural que se llevaba a cabo oficialmente: apoyo a las publicaciones científicas de los centros de vocación investigadora, planificación bibliotecaria, convocatoria de premios, institucionalización de la Fiesta Anual del Libro, etc. La mejor prosa o poesía escrita en esta época se hizo en las dos revistas puramente literarias Al-Motamid (1947-1956) y Ketama (1953-1959), y también en las colecciones que estaban vinculadas indirectamente con ellas, sobre todo, “Itimad” y “Manantial”. Ambas publicaciones fueron, de hecho, verdaderamente “hispano-marroquíes” (López Gorgé: 1987, 37-57). En ellas, “la conjunción entre lo marroquí y lo español se plasmaba en grado de excelencia, lejos de los prejuicios en boga y en razón de la universalidad del sentimiento poético” (Abrighach: 2009, 60). En términos de géneros literarios, la poesía fue, por orden de importancia, la más dominante, siendo seguida por la narrativa breve y, en particular,
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el cuento por su íntima compatibilidad con la naturaleza poética de las anteriores revistas dirigidas respectivamente por Trina Mercader y Jacinto López Gorgé, también poetas. La novela fue, por consecuencia, muy desatendida y escasamente cultivada; las pocas que hicieron algunas de las figuras más afectas ideológicamente al régimen, fueron de dudosa calidad literaria, de pobre plasmación imaginaria así como de conservadora visión política (Castro Enríquez: 1941. García Figueras: 1946. Arqués Fernández: 1949). En el cuento sobresalió con creces una narradora sui generis, la bibliotecaria Dora (Dorita, para sus íntimos amigos) Bacaicoa Arnaiz, experta narradora de ficciones marroquíes y hacedora de una escritura híbrida que conjuga la sobriedad de la prosa con la brevedad lírica de la poesía. Es una verdadera escritora que se debe recuperar porque fue injustamente olvidada, al igual que se hizo con el bloque de la ficción literaria producida en y sobre el antiguo Marruecos español (Martínez Montávez: 2011, 9-10). Este breve ensayo pretende hacer, desde el sur, una vindicación de esta “singular narradora hispano-marroquí” (López Gorgé: 2001b, 12) que tuvo una estrechísima vinculación con Marruecos donde vivió casi toda su vida. Aunque Zohora la negra y otros cuentos (1955a) es su única obra publicada de cuentos, “está considerado como el más notable libro de narraciones de tema marroquí en lengua española” (López García: 1991, 28); lo que se debe, por una parte, a la mentada calidad poética de su lengua y, por otra, a la íntima apropiación de la alteridad marroquí a la que otorga protagonismo narrativo y dimensión humana auténtica. En sendos casos, nuestra autora acuña su filiación filo-marroquí y se sitúa al margen de la poca, pobre e instrumentalizada literatura que defendía la hueca retórica oficial de la “Hermandad hispano-árabe”, erigida, a la sazón por el régimen de Francisco Franco, en lema de su política exterior (Algora Weber, 1995. Mateo Dieste, 2003. González González, 2007). Fuerza subrayar que el sentimiento artístico de contigüidad con lo marroquí lo acompañó Bacaicoa con una inquebrantable pasión por la difusión de la cultura de los dos países en el norte de Marruecos. Un destino, en definitiva, vital y existencial absolutamente norteafricano. 1. Entre dos culturas: de la gestión bibliotecaria y cultural a la investigación científica
La andadura artística de Bacaicoa Arnaiz es difícilmente separable de otra paralela, relacionada con la difusión y estudio de la cultura hispanomarroquí. Este trabajo lo llevó a cabo con ilusión y perseverancia durante
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más de cuatro décadas tanto en la gestión bibliotecaria/cultural y la recopilación bibliográfica como en la investigación en temas hispano-marroquíes en el campo de la historia y de la filología. Lo efectuó en razón de su dirección de las principales instituciones culturales españolas en el Marruecos colonial y poscolonial: la Hemeroteca del Protectorado entre 1953 y 1959, la Biblioteca Española de Tetuán entre 1964 y 1970 y la Biblioteca Española de Tánger entre 1971 y 1985. En este sentido, la trayectoria erudita y cultural de nuestra escritora forma parte de la memoria más viva y reluciente de la cultura peninsular en el norte de Marruecos. Es de señalar que esta labor desempeñada por Dora Bacaicoa es semejante al cometido cultural, artístico y de investigación que varias y extraordinarias figuras femeninas cumplían con tesón en el mismo periodo: Trina Mercader, Elisa Chimentí, Joaquina Albarracín, María de las Mercedes González Gimeno, etc. Los escasos datos disponibles sobre la vida y semblanza de Bacaicoa son los ofrecidos por la misma en la breve biografía que ella redactó al principio y al final de Zohora la negra y otros cuentos a petición del editor del libro Jacinto López Gorgé, su gran amigo y compañero en lares marroquíes. Este último nos fue dando también las mismas informaciones y otras relativamente ampliadas tanto en sus sucesivas antologías de relatos marroquíes (1985, 33. 1999, 21) como en los distintos artículos de prensa (2001a, 6; 2001b, 12) escritos en memoria de la narradora con motivo de su muerte acaecida en Málaga en 2001. Nació a mediados de los años veinte en Argentina pero el azar hizo que sus padres la trajeran a Madrid donde fue bautizada para luego trasladarse a Marruecos donde se estableció con su familia. Creció en Tetuán, ciudad en que estudió su bachillerato, mientras que su carrera universitaria, Magisterio y Licenciatura en Filología Románica, la consiguió en la Universidad de Granada. Ejerció de profesora pero más tarde ingresó en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos de España. Fue directora de La Hemeroteca que dependía de la Biblioteca General del Protectorado de Tetuán, constituyendo así, en palabras de su amiga Hantout Seibel, “una de las primeras funcionarias (como mujer) del estado español en el Protectorado” (2011), dedicándose, en especial, a la biblioteconomía. A partir de 1953, formó parte del consejo de redacción de Tamuda. Revista de Investigaciones Marroquíes (1953-1959) encargándose de la sección de bibliografía. Fruto de esta experiencia es la elaboración de un trascendental repertorio bibliográfico de todo lo que se publicaba en y sobre Marruecos cada año, desde 1953 hasta 1958. Eran seis cuadernillos indepen-
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dientes aunque anejos a Tamuda (Bacaicoa Arnaiz: 1958) que “incluyen un índice alfabético de materias, con entradas como Administración, Marruecos, Minería, Plaza de Soberanía, Protectorado, Tánger, etc.; y fichas bibliográficas ordenadas por la Clasificación Decimal Universal” (Moga Romero: 2006, 114). A ello hay que añadir también su Ensayo de bibliografía española de arqueología sobre la zona del protectorado de España en Marruecos (1954) y un voluminoso Inventario provisional de la Hemeroteca del Protectorado, que ella preparó en colaboración con Manuel Requena Córdoba (1953b). Antes de 1959, la Biblioteca fue trasladada a dos lugares distintos en espera de un espacio más apropiado, uno era un almacén de la planta baja de un inmueble al final de la calle Allal Ben Abdellah en la que, según rememora Hantout Seidel, ella y Bacaicoa continuaban “catalogando y clasificando con los nuevos métodos” (2011). Después de 1959, fecha en que se traspasó la Biblioteca a Marruecos, nuestra escritora propuso, conformemente a lo que cuenta Jaume Bover, un plan en que sugería la necesidad de reducir toda la red bibliotecaria existente en Marruecos a una central, la de Tetuán. Proyecto que fue rechazado. Con posterioridad, es decir, en 1964 se creó la Biblioteca Española de Tetuán, con Bacaicoa como directora. En palabras siempre de Jaume Bover, gran conocedor de los archivos marroquíes, “la biblioteca se instaló con criterios profesionales desde la distribución de espacios y mobiliario hasta catálogos (autores, sistemático de materias y topográfico)”. Se instauró, por consecuencia, “un ambiente óptimo para la lectura, el mejor sin duda que ha tenido una biblioteca española en Marruecos en todos los tiempos” redundando en magnetismo “para la atracción de usuarios” (1992, 135). La Memoria... (1969) que presentó la misma directora en 1969 con planos, fotografías y demás, a petición de la embajada de España en Rabat, da fe de ello con creces. Es sumamente significativa la gestión cultural que hizo la directora durante el periodo en que asumió su cargo (1964-1970). Convirtió la biblioteca en un verdadero espacio de irradiación de la cultura tanto de Marruecos como de España a través de conferencias, clases de español y de árabe, recitales de música, certámenes y recitales de poesía con motivo de la Feria Anual del Libro, organización de exposiciones plásticas, numismática, ciencias naturales, etnografía, etc. La institución se transformó así en un lugar de mucho prestigio cultural en todo el norte de Marruecos donde se daban cita intelectuales, pintores y escritores de las dos orillas. Por esta razón, siempre en parecer de Jaume Bover, “repasar hoy estas páginas de las
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Actividades produce una grata sorpresa y una sana envidia. El nivel de las actividades que desarrolló la biblioteca antes de que se creara el CCE fue muy alto” (1992, 136). Estas mismas actividades se reseñaban en Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán desde 1964 hasta 1970. Algunos resúmenes los hizo la misma Dora Bacaicoa, sobre todo los correspondientes a los números uno, tres y cuatro de dicha revista. El anterior espíritu lo llevaría Dora Bacaicoa a otra biblioteca, la de Tánger, desde que fue directora de la misma entre 1971 y 1985, otorgando especial preferencia a la difusión de las artes plásticas y a la feria del libro. Así es como lo resume con diáfana claridad Jaume Bover: Dora Bacaicoa Arnaiz, directora de la Biblioteca Española de Tánger entre 1971 y 1985, fue el alma de dos iniciativas que dieron prestigio al centro: la Fiesta del Libro con sus certámenes y recitales literarios, y la difusión de las artes plásticas con exposiciones periódicas de alto nivel que se desarrollaron durante el período indicado y que no tuvieron continuación normalizada por falta de medios. Expusieron artistas marroquíes, españoles y extranjeros, algunos de ellos hoy considerados clásicos en la pintura actual (1992, 133).
Otra vertiente del destino marroquí de Dora Bacaicoa es la investigación científica en cuestiones marruecas, en dominios tan específicos como la historia y la literatura. Trabajo que compartía con todos los investigadores del grupo de Tetuán de la época colonial y también poscolonial. Es preciso recordar a este propósito que Bacaicoa estaba muy vinculada con las importantes revistas científicas hispano-marroquíes de la época: Tamuda de cuyo consejo de redacción formaba parte dirigiendo la sección de bibliografía, Hespéris-Tamuda de la Universidad de Rabat que guardaba una fructífera colaboración con los investigadores españoles que estaban afincados por razón de trabajo o de investigación en el norte de Marruecos, amén de Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán de la que fue directora en su primera etapa entre 1964 y 1967. El esfuerzo desplegado en este sentido se debe entender “como un paradigma a seguir en el actualidad” (Abrighach: 2012, 95) en el contexto de las relaciones de cooperación cultural y científica entre las dos orillas. Sus estudios literarios tratan la representación de la alteridad marroquí en las obras dramáticas españolas. Es el caso de Notas hispano-marroquíes en dos obras del siglo de Oro (1955b) en que analiza dos comedias de “moros y cristianos”, El bastardo de Ceuta de Juan de Grajales y La manganilla de Melilla de Ruiz de Alarcón. Prestó mucha atención a la segunda que compara con algunas obras de la tradición literaria española, La fuerza de la sangre de Cervantes y una novela corta de naturaleza orientalista de María de Zayas y Sotomayor Al fin se pagó todo.
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En otro ensayo estudia el teatro que se produjo en Tetuán en la época de la Guerra de África alrededor de 1860 (1953c). Entretanto, hace en Hespéris-Tamuda una reseña de un artículo de Fernando de la Granja salido en el número 24 de Al-Andalus en que dilucida el supuesto origen árabe de un cuento español de Conde Lucanor y, en especial, el “Enxiemplo X”, poniendo de relieve la supuesta pervivencia de lo oriental en el imaginario literario español. Es menester precisar que estos estudios literarios constituyen, al lado de los hechos por José Fradejas Lebrero (Abrighach: 2011, 110), casi las únicas investigaciones de literatura comparada establecida entre las letras españolas y arábigas, en razón de la naturaleza historiográfica y cultural de las publicaciones periódicas arriba mencionadas. El resto de los ensayos de Bacaicoa Arnaiz tiene vocación historiográfica. Se compone de cinco estudios aparecidos tanto en Tamuda como en Hespéris-Tamuda y versan sobre las relaciones hispano-marroquíes (Gil Grimau: 1982, 113-114). Tres de ellos hacen referencia a los enclaves norteafricanos de España como Ceuta, Melilla y el Peñón de Vélez de la Gomera, bien hablando de algunos hechos históricos que marcaron los anteriores enclaves, bien estudiando su historia social y cultural y política. El resto de los artículos aborda el tema de los cautivos de Aragón en Túnez en el siglo XIV así como la famosa emboscada en Larache, en el contexto siempre de las relaciones entre la Península Ibérica y el país jerifiano. Estos ensayos son complementados por un conjunto de recensiones bibliográficas en las que la autora presenta y resume el contenido de algunas obras significativas de autores muy conocidos (Charles Raymond, Germain Ayache, Guillermo Guastavino Gallent, Jean Louis Miège, etc.) pero de diferente naturaleza y disciplina, vinculadas con la historia, la numismática, los archivos y bibliotecas, y la situación financiera de Marruecos, amén de la sociología del mismo y su situación en la época preislámica. Gran parte de estas recensiones aparecieron en Hespéris-Tamuda entre 1959 y 1961 (Abrighach: 2011, 85-86). 2. Hacia una hibridación narrativa: entre la poesía y la leyenda
Dora Bacaicoa Arnaiz es la cuentista del Protectorado. Afirmación que subrayo con mucha fuerza y énfasis. Lo es por varias razones de crucial trascendencia. Sus narraciones breves están dotadas de calidad literaria sin parangón a la sazón en términos de plasmación lingüística, estilística e imaginaria. Durante su singladura literaria se dedicó plenamente al género cuento por considerarlo el más apropiado para “reflejar este país multi-
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forme, intenso, cargado de matices, cruce de Occidente y Oriente” (1955a): Marruecos. Cosa que no hicieron los compañeros del grupo al que pertenecía como Jacinto López Gorgé, Pío Gómez Nisa, Trina Mercader, etc. quienes se consagraron a la poesía y rara vez se dedicaban a la narración breve. Aún todavía, gran parte de sus cuentos se publicaron en revistas coloniales, en particular Ketama, Al-Motamid y Diario de África, excepción hecha de “¡Yasminas!” (1952) y “En acecho” (1953a) que se editaron en Madrid. Zohora la negra y otros cuentos recoge gran parte de los relatos que había publicado hasta 1955. El único cuento posterior se titula “Árbol” y fue editado en Ketama en 1957. Después de esta fecha dejó de construir ficciones marroquíes, pese a haber reconocido escribir mucho y publicar poco como, por ejemplo, las impresiones que destruía inmediatamente una vez redactadas, quizás por no estar convencida de sí misma y sentirse poco escritora. Este supuesto sentimiento es sabia modestia de parte suya porque su escritura es un lúcido ejemplo de compromiso con la literatura en mayúscula. No sabemos, a ciencia cierta, por qué Dora Bacaicoa destruía sus impresiones y no volvió a publicar más después, pese a que, tal como señalan Jacinto López Gorgé y Mohamed Chakor, “destacó con sus novelas, aún inéditas en algunos premios literarios” (1985, 33), pero desafortunadamente no vieron luz de ninguna manera. Por último, dejamos constancia de que el haber sido la cuentista hispano-marroquí del Protectorado jugó en contra suya en términos de reconocimiento y renombre tanto por contemporáneos como póstumos. Pensamos que Marruecos, la principal fuente de inspiración de su ficción y la razón de la misma, estuvo tal vez detrás de la marginación y olvido de su narración breve, en un país como España que tenía y sigue teniendo dificultades más que arraigadas para ver en la alteridad norteafricana una parte de sí mismo: la vocación africana de su cultura. El primer atractivo artístico de los cuentos de Bacaicoa es su prosa. Una prosa diáfana y concisa pero esmeradamente cuidada. Encierra un pleno compromiso con el estilo y una más que considerable consciencia de la función estética de la escritura. Si se quieren otros términos, su narrativa tiene una naturaleza híbrida; tiende puentes entre la prosa y la poesía originando cuentos poéticos que rezuman palpitante intensidad y fuerte lirismo. Bacaicoa ofrece no poca pasión y sentimiento a su narración. Como afirma Freedman, la narración lírica “no separa el yo que experimenta del mundo experimentado por ese yo” (1972, 14). Tiende, en contrapartida, a maridarlos. Ella se proyecta en el mundo marroquí que describe relatándolo como
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si fuera suyo, destruyendo las fronteras existentes entre lo subjetivo y lo objetivo, lo personal y lo público, vida y estilo. Resultado: proximidad narrativa, intensidad en la emoción y dinamismo estilístico. La manifestación más conspicua de esta prosa poética es la utilización constante de las imágenes mediante las cuales otorga considerable plasticidad imaginativa a los cuentos, en virtud de una imaginación que se apoya básicamente en la lógica de la analogía. La metáfora y la comparación son sus figuras predilectas; se actualizan con conectores comparativos tales como cual, como, como alguien y también con los verbos parecer y ser. Al principio del cuento “Zohora le negra”, Bacaicoa nos describe con sutilidad plástica el deseo erótico experimentado por el protagonista viendo el cuerpo de su futura mujer: Como pide el proverbio tenía los pies, la cintura y los senos, breves. Por la entreabierta camisa se le veían, cuando se agachaba a coger hierba, los enhiestos picos que coronaban los dos cerros de ébano. Saadek cerró los ojos. […] Nunca había sentido con tanta fuerza el deseo de mujer. Era como un latigazo que se le agarraba frenético a los muslos dejándole la garganta seca y los pulsos agitados (1955a, 11).
En otros lugares de la obra, nos topamos a veces con algunas metáforas que nos parecen vanguardistas y poco comunes en la narración novelesca como, por ejemplo, el considerar a “Ambar, negra y pequeñita como una aceituna” (1955a, 41) y “las pupilas de Zohora la negra como dos bolitas de gaseosa” (1955a, 38). Son más propias de las greguerías que del cuento. Estos ejemplos dominan ad infinitum en el estilo de Bacaicoa. Por ello, no tienen naturaleza accidental; se utilizan con meditada intención porque son, a fin de cuentas, una voluntad de estilo, un rasgo de escritura. Otro tanto se puede decir de otros recursos formales como la repetición, la adjetivación enumerativa y las frases cortas. Los usa de igual forma nuestra escritora para conseguir los mismos efectos: lirismo poético, dinamismo estilístico y sensibilidad narrativa. He aquí solamente dos ejemplos en que constatamos el persistente empeño de la narradora en reiterar estos mecanismos por las razones estéticas anteriormente mencionadas: Zohora oía. Sus ojos dulces, con el brillo de las montañas del Sus, seguían atentos, curiosos, corteses… Calles que subir. Calles que bajar. Y la carretera inmensa, larga, interminable. Las montañas. El agua corriendo. Y las preguntas. Y los besos pagados. Y los hombres sí, no, sí, no. Calles que subir. Calles que bajar. Calles. Más calles… Suavemente se deshojó en la colchoneta. Algo agudo, brillante y largo, como un rayo de luna, se le había metido dentro del pecho (1955a, 20-21).
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En la sombra se unieron. Los labios de Saadek besaron los labios de Zohora. Una lágrima menuda y fría, como un niño muerto, resbaló por la mejilla negra. Saadek se estremeció. Su aliento quedó entrecortado. Algo agudo, brillante y largo como un rayo de luna, había dejado el pecho de Zohora y se había agarrado al corazón de Saadek, abriendo en su entraña un pozo rojo en el que se ahogaban muchos niños canela. En el jardín la vida se le iba a Saadek por el río escarlata. En silencio. Sin angustias. Sin sollozos. Suavemente… (1955a, 27).
Los dos textos nos pueden servir de verdadero dechado para ilustrar la naturaleza lírica y poética de la prosa narrativa de Bacaicoa. Notamos, en primer lugar, una adjetivación constante basada en la anteposición y la posposición que imponen matices subjetivos a las ideas y descripciones que hace y, en segundo lugar, la enumeración adjetiva que utiliza a veces sin conjunciones (atentos curiosos, corteses / algo agudo, brillante y largo) a fin de guardar el hálito dinámico y subjetivo que imprime al relato. A la adjetivación se suma también una especie de imaginación plástica que le permite establecer comparaciones (como un rayo, como un niño muerto) y metáforas tanto de índole sensorial y de color (ojos dulces, río escarlata, niños canela) como atributivas o verbales (abrir un pozo en la entraña, se deshojó de la colchoneta). La repetición se mantiene con constancia y hace sus veces embebiendo de emoción y lirismo poético a la narración. Esta reiteración no abarca solamente las palabras (calles, labios) sino frases enteras como la comparación como un rayo de luna y la enumeración adjetiva largo, agudo, brillante, que se repite dos veces de modo respectivo. Todo ello se enmarca dentro de estructuras sintácticas muy breves y cortas en las que se establece una verdadera estructura rítmica propia del paralelismo. Paralelismo que otorga a la narración un fuerte movimiento rítmico y musical, fruto, a su vez, de la naturaleza oral que caracteriza gran parte de los cuentos de la autora tetuaní. La brevedad, hecho inherente a la poesía, es muy singular también en la narrativa de Bacaicoa Arnaiz. Contribuye a reforzar el lirismo poético anteriormente mencionado porque implica intensidad emocional y profundidad semántica. Este rasgo estilístico es muy propio en nuestra narradora hispano-marroquí. Ya es constante su uso de frases breves, inclusive tan cortas que se construyen a base de sintagmas solamente, sin verbos ni complementos. Es una forma espontánea y directa de describir la realidad, de una vez, con emoción y mucha intensidad. Mejor debemos decir que nuestra cuentista no mantiene la progresión narrativa en sus cuentos y tampoco recurre frecuentemente a la descripción. Se conforma, en los distintos apartados de que se componen sus relatos, de proponer estampas o escenas muy breves utilizando el lenguaje de
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la elusión y el resumen. Ella narra de modo conciso, insinuando, en base de la sugestión semántica indirecta que tiene su estilo. Estamos de lleno en el mundo de lo implícito y de la alusión. El sentido se expone a medias, se deja en la indecisión; al lector incumbe la tarea de descifrar lo escamoteado y mantenido en la sombra, en la pura ausencia. Es así como se justifica la preferencia de Bacaicoa por utilizar los puntos suspensivos, esto es, narrar insinuando pero sin describir o demarcar nada explícitamente. Otro acierto literario que da envergadura estética a la cuentística de Bacaicoa es el recurso a la oralidad y, en particular, al uso de la leyenda. Entendemos por leyendas los cuentos populares que el imaginario popular ha ido creando desde la noche de los tiempos inspirándose en el folclore. Por cierto, nuestra escritora se inclina a resaltar los aspectos supersticiosos de la mentalidad social de los marroquíes, en especial, los niños y las mujeres. Focaliza su atención sobre las creencias atávicas, las prácticas mágicas y los distintos ritos que entran dentro de la tradición folclórica de Marruecos: la creencia en los djins y los poderes irracionales así como en la capacidad de los hombres, sobre todo, curanderos, faquires y tolbas, para influir en los comportamientos de sus semejantes. De resultas, muchos de los relatos de Zohora la negra y otros cuentos tienen todas las trazas de pertenecer al género maravilloso, inclusive fantástico. Nos hacen remontar a la tradición literaria árabe de los cuentos schehrezedianos de Las mil y una noches y de tantos otros de la tradición oral marroquí. En la época del Protectorado se hicieron importantes antologías de los cuentos orales marroquíes. Son famosas las recopilaciones que hicieron Elisa Chimenti (2011), Ángel Domenech Lafuente (1953) y otros como García Figueras (1950), Hassan Escurri y Enrique Roda Garrido (1941) para citar tan solo las publicadas en Marruecos. En nuestra opinión, Bacaicoa no recoge estos cuentos populares con el afán de darlos a conocer y conservarlos, los ficcionaliza en clave literaria dándoles valor estético, personalidad narrativa y estructura formal. Para eso, a veces habla de proverbios y también de leyendas como se nota en los cuentos de “Zohora la negra” y “El niño dormido”. En este último, subraya la naturaleza ancestral e imaginaria de la Leyenda utilizada en mayúscula. Según ella, “la Leyenda es un etéreo personaje que sólo acoge lo añejo, lo carcomido, lo imaginado. La leyenda nada quiere saber de la vida hecha de sangre caliente” (1955a, 96). No obstante, el uso que hace de ella le sirve de conducto para originar una narrativa mágico-maravillosa. Indubitablemente, Bacaicoa recoge con conocimiento de causa la mentalidad popular de los marroquíes, sobre todo sus supersticiones y costum-
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bres ancestrales que vehiculan tanto las leyendas como el imaginario popular. Hace recurso a este componente legendario en varios cuentos como “El Hagus”, “Nocturno de Xauen”, “El atado” y “El niño dormido”. En el primero, ficcionaliza una leyenda preislámica de reminiscencia pagana y judío-cristiana por ser una fiesta similar a la de los Reyes Magos. La leyenda cuenta que, a principios de enero, los niños reciben regalos por parte de seres sobrenaturales. Aquellos deben ser, en consecuencia, buenos y no hacer diabluras o maldades en esta época. Entretanto, en el segundo, Bacaicoa se inspira en la leyenda que explica la creación de Xauen y, en particular, las fuentes de agua que existen en la misma ciudad, en la falda de la montaña. En “El atado”, hay referencia a los ritos del agua. En el folclore marroquí, las aguas tienen un valor terapéutico en la medida en que curan los males y ahuyentan a los genios malos (Legey: 2009, 75-79). La excusión que hace Ahmed a Marfil entra dentro de este contexto legendario. Está convencido de que meterse en las aguas del mar lo ayudará a luchar contra el sortilegio que le tiene inutilizados el deseo carnal y la apetencia sexual. Otro tanto podrá decirse de “El niño dormido” en que Bacaicoa se hace eco de una creencia popular, muy corriente entre las mujeres estériles. Estas piensan que tienen adormecido un niño en su vientre, razón por la cual recurren a cuantas prácticas mágicas o supersticiosas para despertarlo y tener el deseado embarazo (Legey: 2009, 124-125). No es este el momento para hacer un estudio comparativo entre la narrativa de nuestra cuentista y las leyendas populares marroquíes, pero solamente resaltamos esta dimensión porque es imprescindible para calibrar la trascendencia artística de sus cuentos en términos de hibridación narrativa. En ellos, se desdibujan aparatosamente los contornos entre la realidad y la irrealidad, lo real y lo maravilloso, y a veces entre el sueño y la vigilia. Resultado: una ficción que se puede enmarcar perfectamente dentro de la órbita del realismo mágico, el lema que será muchos años después un signo de renovación vanguardista en la narrativa hispanoamericana. He aquí un espécimen de texto en que se pone de realce cómo se confunden la realidad y lo maravilloso en la ficción de Bacaicoa. Los hechos sobrenaturales, como la aparición de los espíritus o los diablos, se describen como si fuesen hechos comunes de la vida cotidiana. Es de esta manera como se perciben desde dentro por parte de la mentalidad mágico-supersticiosa de los personajes: El niño color canela se debatía llorando su nacimiento. […] Corderos blancos pequeños y rizosos, se le fueron metiendo a Mohammed por los ojillos, que se
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le cerraron dulcemente. Y sus manitas apretadas se movían entre sueños luchando contra los yenun, los diablos menudos de los niños, que vienen a robarlos. Zohora pasaba con ternura sus dedos por la frente del chiquillo, llevándose a los diablejos entre las uñas (1955a, 12).
En una palabra, la cuentística de Dora Bacaicoa Arnaiz tiene indiscutible calidad literaria en términos de plasmación estilística e imaginaria. Conjuga de modo perspicaz poesía y leyenda, realidad e irrealidad, lo personal y lo objetivo, lo mágico y lo maravilloso. Origina, por eso, una prosa que se dota de acendrado lirismo y de fuerte intensidad significativa garantizada por la alusión y lo implícito. 3. Entre dos Marruecos: el auténtico y el problemático
Los estudios postcoloniales que se hicieron en el área anglosajona desde la perspectiva de género cuestionaron la tesis de Edward Said (2003). La perciben como totalizadora al mismo tiempo que desconocedora de la heterogeneidad del hecho colonial, imposible de ser explicado exclusivamente a base de la dicotomía colonizado/colonizador y sin la debida valoración del papel de la mujer (Chaudhuri y Strobel: 1992). Las narrativas escritas por mujeres en y sobre las colonias detentan un discurso nítidamente diferenciado por encerrar una representación menos peyorativa del otro. Se alejan de las ideas preconcebidas, ofrecen observaciones minuciosas, cuando no veraces de la realidad, siendo así menos librescas e interesadas por la conquista per se. El grupo de autoras que escribieron ficción en y sobre el Protectorado compuesto, amén de Bacaicoa Arnaiz, por Rosa de Arámburu (1937), María Teresa de Jadraque (1954), Carmen Martín de la Escalera (1945) y tantas otras, entra dentro de esta narrativa colonial. No se alude en ella a “amores militares y consejos coloniales” (Carrasco González: 2009, 209), y se trata a Marruecos con curiosidad abstrayéndose del “prejuicio europeo”. El protegido es visto, por añadidura, “con un sentimiento de ternura y comprensión, de cariño que busca no ser compasión de occidental” (Carrasco González: 2009, 212-213). La narrativa breve de Bacaicoa Arnaiz se diferencia de las anteriores autoras en varios aspectos pero guardando cierta similitud con la poesía intercultural de Trina Mercader, magistralmente estudiada por Susana F. Hoyos (2006). En sintonía con la sensibilidad poco colonial del grupo que obraba en torno de las únicas revistas poéticas de entonces, ella se aleja del exotismo superficial así como de la visión ideológica, bien paternalista, bien colonial que caracteriza a estas últimas. En contraposición, la ameni-
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dad poética de sus cuentos es maridable con una comprensión más real de los nativos de los que tiene conocimiento poco esporádico y más profundo por su estancia in situ entre sus lares desde que es niña. Su ficción constituye, con fundamento, “el mejor intento de superar la literatura españolista de intervención y de aproximarse al sentimiento del sometido” (Carrasco González: 2000, 152). En opinión de López Gorgé, Bacaicoa Arnaiz es una singular narradora hispano-marroquí porque consiguió hacer en Zohora la negra y otros cuentos ficciones puramente marroquíes. Subraya en Las notas adicionales al número 7 de Ketama que aquella es “un libro auténtico, del Marruecos auténtico, de lo auténticamente literario y de lo auténticamente marroquí” (1956). Es así de contundente porque —subraya a continuación— ella pone fin a los cuentos de Las mil y una noches, a los tópicos y falsedades en su representación de lo marrueco. Suscribimos en su totalidad la aseveración del poeta melillense para afirmar sin riesgo a equivocarnos que el tratamiento que hace Bacaicoa de la realidad marroquí no peca de superficialidad bajo ningún concepto: no lo hace por puro exotismo y formalidad narrativa; su punto de partida es la sinceridad en el tratamiento y la profundidad en el enfoque. La narración de Marruecos y su fascinación por la cultura popular de su gente es tan sustancial que la convierten en una verdadera escritora marroquí. Sorprende el conocimiento de causa pero detallado y hondo que ella posee de la idiosincrasia de nuestro país. Conocimiento que la ayuda sobremanera para ambientar con verosimilitud sus relatos y aprehender con veracidad las profundidades del alma y del corazón de los marroquíes, sobre todo la de los niños y las mujeres. Las explora con maestría desde dentro con ejemplar proximidad emocional e intelectual, inclusive cultural. Un acierto de fuerte valor ético en aquellos tiempos coloniales. La narración del otro no es tan fácil como se supone; implica mucho esfuerzo e intensa involucración sentimental. Nuestra escritora de Tetuán lo consigue con tal éxito que sus narraciones nos suenan, a los lectores marroquíes, muy marruecas y, desde luego, poco librescas y bien adaptadas a la realidad. De esta forma, rehúye la orientalización de lo oriental excluyendo toda intención occidentalista de índole paternalista, exótica o estética. En efecto, Bacaicoa tiende a narrar el Marruecos auténtico en exclusiva, por razones de verosimilitud narrativa y subjetiva inclinación intelectual. Es percibido por ella como el verdadero Marruecos, o sea, el más real, profundo y típico en que se reflejan las concretas e inmaculadas realidades del país. Tanto en los años cincuenta como en la actualidad, salvando excepcio-
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nes, Marruecos es un país conservador y tradicional por antonomasia. Este Marruecos, a la par tradicional y real, lo vehicula la gente del pueblo sencillo por su apego a la tradición milenaria y atávica desde el punto de vista de las creencias y costumbres. Por eso, pululan en los cuentos de Dora Bacaicoa, curanderos, faquires, djins, por incidir en la vida cotidiana y mental tanto de los niños como de las mujeres, los principales protagonistas de sus narraciones breves. De semejante modo, se hace hincapié en las distintas costumbres relacionadas con las prácticas supersticiosas o rituales, propias del más típico folclore marroquí: romerías a los morabitos, culto a las cuevas, animismo, creencia en la metamorfosis, fiestas, preparativos de las bodas, ritos de lavar los muertos y de enterrarlos, música de los gnauas, etc. Resultado: una impronta costumbrista patente a cuyo través nuestra escritora retrata el país presentando su diversidad étnica y cultural. El Marruecos auténtico se torna en epítome de un Marruecos mágico, maravilloso y, sobre todo, misterioso. La descripción sicológica e interior permite a Bacaicoa descubrir la percepción que tienen sus personajes de la vida, condicionada por la ingenuidad y la mentalidad irracional, de índole supersticiosa: creencia en el poder de los diablos, en la eficiencia de la magia, de los sortilegios, de la palabra coránica, etc. Esta inmersión en la mentalidad legendaria de los personajes explica, en cierta medida, la restringida descripción de los espacios físicos. Otro índice de ausencia de veleidades exóticas o exotistas en el mundo narrativo bacaicoano. Todavía más, ella no se siente en disyuntiva con el mundo invocado, se lo apropia en clave narrativa y lo asume como si perteneciera a su intimidad. La superioridad occidental está exorcizada, el paternalismo silenciado, la línea divisoria entre protegido y protector resquebrajada, por no decir quebrantada violentamente. Los propios nativos recuperan su nobleza, pierden su naturaleza subalterna al mismo tiempo que disfrutan del protagonismo narrativo que les negó la literatura tanto de entonces como anterior. Se les libera desde la óptica del imaginario convocando su presencia y, a su través, la convivencia intercultural. Las palabras de Trina Mercader nos resumen esta labor desempeñada a la sazón por ella, Bacaicoa y otros/as: (En la época del Protectorado) la cultura española, venía a decir, es superior a la cultura marroquí, siempre silenciada. Esta situación artificial, producto del comportamiento político, daba lugar a un desprecio mutuo, que por ser mutuo nos equilibraba. Pero la cultura viva de Marruecos existía. Bastó que alguien la convocara sin otros intereses que los estrictamente culturales, para que hiciese acto de presencia (1981, 76).
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Si bien este empeño por el Marruecos auténtico responde a imperativos de realismo narrativo y de afirmación del tradicionalismo de los marroquíes, encierra una inequívoca impronta conservadora. Las mujeres marroquíes son presentadas en la ficción como unos seres serviles y obedientes, incapaces de actuar con autonomía para realizarse a título individual lejos de las supersticiones y las normas sociales vigentes. Aparecen como meros objetos que se casan y luego se repudian, y cuyo rol se limita a respetar las mismas costumbres ancestrales. Si, a veces, actúan como sujetos lo hacen con la finalidad de mantener el Marruecos auténtico en cuestión y las estructuras de la sociedad patriarcal o machista. Luchan, en exclusiva, para defender y consagrar su situación de mujer-madre: conseguir el hijo a toda costa, luchar por él en caso de repudio o divorcio. La femineidad se valora en términos exclusivos de maternidad. El caso de Zohora la negra, en el cuento de similar nombre, es un ejemplo ilustrativo. Aunque estaba enamorada de su marido, fue repudiada por ser pobre y engañada después. Cuando se enteró tardíamente de que la familia del marido quería quitarle al hijo, se sintió muy fuerte, emprendiendo una larga e implacable lucha contra esta injusticia con el objetivo de recuperar a su hijo y, por ende, imponer afirmativamente su maternidad. La narradora omnisciente lo afirma así con contundencia: “Y de pronto su debilidad negra, femenina, marroquí, se injertó en madre. Zohora se sintió de roble por dentro. Era una madre que buscaba a su hijo” (1955a, 14). Otro tanto hace Ayuba en el cuento que lleva también el mismo título. Después de haber sido repudiada por más de un marido, tuvo que enfrentarse con la nueva situación de desamparo social trabajando duramente para garantizar su sustento. Su trabajo consistía en recoger leña llevársela sobre su espalda a un pueblo lejano en que la vendía. Cuando llegó una vez a un cementerio se acordó de su hijo muerto, hizo un alto para recordarlo limpiando los contornos de su sepultura y llorando en expresión del amor materno que sentía fuerte en sus entrañas. Ciertamente, la maternidad es un rasgo positivo y humano, no va en merma de la femineidad. No obstante, la reducción del rol femenino a él exclusivamente encierra estrechez de mira y cierto planteamiento patriarcal en perspectiva de género. En el cuento “El atado”, Aicha, la joven mujer del anciano Chaib, asume con naturaleza el matrimonio desigual consintiendo per se su servidumbre o, por lo menos, su situación de dependencia. Reacciona ante su nuevo esposo con recato exagerado. En su viaje hacia Martil para cu-
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rarse del sortilegio, ella iba de piernas y andando detrás del animal en que su esposo iba montado y meditabundo. La narradora omnisciente describe esta verdadera escena de infravaloración de la mujer con complaciente anuencia: Chaib se balanceaba suavemente sobre el burro. […]. Entonces su mirada perdía brillo y, como para darle nuevo fulgor, volvía los ojos atrás. Con rítmico paso caminaba Aixa, sutil, ligera, como si sus pies no tocasen el suelo. La mujer bajaba respetuosa los ojos ante la mirada de su marido, y Chaib suspiraba satisfecho y preocupado (1955a, 79).
En el cuento “El Hagus”, la esclavitud de las mujeres encarnada en “Ambar, la esclava negra” (1955a, 38) se sitúa fuera de la historia, adquiere normalidad en la ficción como si fuera una realidad de práctica común, sin cuestionamiento ético ni crítico. El papel protagónico que se le atribuye en contar leyendas y guardar la tradición supersticiosa no resuelve el anterior problema; aún peor, significa condescendencia con una de las prácticas sociales más reprobables que sufrió la sociedad marroquí pese a que fue abolida por la humanidad desde muchísimo tiempo. La representación narrativa que hace Bacaicoa de la realidad marroquí está dotada de latente asepsia intelectual y crítica. Nos ofrece una visión conservadora, cuando no reaccionaria, del mundo invocado en la medida en que silencia la historia conformándose con presentar una ficción uniforme desvinculada de la realidad cotidiana en su dimensión social, económica y política. La literatura es difícilmente separable de la historia. La ausencia de esta es un posicionamiento intelectual puesto que el signo, sea literario o no, es ideológico por antonomasia. Por eso, los personajes se presentan como seres fuera del acontecer histórico y sin preocupaciones ideológicas. Están inmersos tan solo en reflexiones irracionales, de naturaleza legendaria o supersticiosa. Actúan en conformidad con el ideario del Marruecos auténtico arriba señalado. Bacaicoa difiere mucho de la visión comprometida, aunque más etnocéntrica y menos comprensiva, de Aurora Beltrana que no cejó en 1936 en criticar en perspectiva de género la situación de la mujer indígena. La consideró como un mero ser pasivo, ignorante y sin capacidad para reaccionar contra su situación de esclavitud y servidumbre (Beltrana: 2009). La ausencia del pensamiento crítico no se debe generalizar de modo óptimo a toda la narrativa breve de Dora Bacaicoa Arnaiz. Detectamos en algunos de sus cuentos una determinada lectura crítica y social de la realidad marroquí, aunque escasamente desarrollada. Estamos ante un Marruecos problemático con muy determinados problemas sociales y políticos.
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En el cuento “Yasminas”, nos enfrentamos con la durísima situación social que vivía una parte de la sociedad marroquí. Aunque niño, Larbi se vio obligado por razones de la enfermedad de su padre, agravada por la endémica precariedad económica, a buscarse no la vida, sino lo más básico para la subsistencia elemental, la comida: Sabía Larbi, a pesar de sus cortos años, que sí aquel día él no había comido, su padre tampoco. Y eso sí que estaba mal —el mal y el bien para Larbi estaban relacionados siempre con la comida—, porque su padre estaba enfermo (1952, 5).
Por eso, tenía que hacer uso de la picaresca y recurrir al hurto para poder conseguir su alimento. Cuando intentó una vez robar una fruta de un puesto del Zoco, fue agarrado por el dueño que le dio “unos buenos cachetes” (1952, 6). La otra vez, se lió a zarpazos en una pelea con un gato al que quitó al final el pescado que llevaba en la boca para comérselo él con fruición. Colmo de la injusticia social y del abandono infantil. Después de la muerte de su padre, se volvió un “sin hogar” viviendo en plena calle y en agresiva exclusión social: Después que murió su padre, el niño quedó desamparado. Llegó el verano. Pero con el calor la suciedad de Larbi se transformó en olor nauseabundo. De todas partes le echaban y se vio condenado a la más negra miseria (1952, 9).
Se dedicó a cualquier cosa para conseguir la comida, se atrevió a quitarle los jazmines a otro chico que los vendía para hacerlo él mismo, pero no despachaba nada en razón del olor nauseabundo que emanaba de su cuerpo. Solamente una europea, “la seniorita” se enteró de su situación social y decidió ayudarlo con un exiguo capital para hacer la compra y venta de flores. Proyecto que quedó truncado al ser atropellado el niño por un camión. Este cuento es muy trágico y recoge una imagen de un Marruecos propia y agresivamente problemático. En el largo cuento “Los Beni Aiach” se aborda una problemática político-ideológica: la relación tirante entre el poder central representado por el sultán y las rebeldes tribus bereberes. Es una imagen en miniatura de la historia tanto reciente como antigua de Marruecos. La balanza está a favor de los rebeldes en razón de la justicia de su causa consistente en no pagar exagerados tributos impuestos con absoluta arbitrariedad. Los soldados negros son los que quedan malparados en razón de su inaudita violencia contra los prisioneros en la cárcel natural en que se les encerró. Igual suerte tiene el sultán. Este mandó su petulante emisario para informar a las tribus de la necesidad de pagar más impuestos de lo que podían, como venganza por haber participado en una rebelión en Fez contra su poder. Es un ajuste de cuentas, propio del despotismo más oriental:
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Nadie podía ofrecer soluciones. Toda la tribu había aportado sus bienes para cubrir los impuestos. El erario de todos estaba exhausto. […] Todos sabían que el soberano no les perdonaba la rebelión de Fez y que, inexorable, iba a deshacerlos. No quedaba más recurso que una nueva rebelión aunque el momento no era propicio (1955a, 55).
Lo más característico de este cuento es la descripción del calvario bíblico sufrido por los rebeldes en su larga marcha hacia el lugar del destierro. Se insiste sobre la capacidad que tenían para soportar con mortificación mística, dignidad, valentía y solidaridad las agresiones de los guardas negros que los vigilaban y también sobre las durísimas condiciones de vida en que estaban detenidos. Es, si podemos decir, una verdadera historia de cautivos a la inversa, no adolecida por los cristianos en “tierras de moros”, sino por los propios marroquíes y en su propia tierra. En resumidas cuentas, este cuento de gran aliento trágico es un comprometido alegato contra el despotismo infundado e injusto, al mismo tiempo que un canto a la libertad, a la rebeldía solidaria contra la injusticia y, sobre todo, a la vida. Al final del cuento, el sultán indulta a los rebeldes y les devuelve la libertad, pero ellos se resisten a abandonar su nueva tierra: “Ellos no deseaban más que seguir siendo hermanos, hijos de una misma madre, la vida…” (1955a, 75). Conclusión
Dora Bacaicoa Arnaiz es la cuentista por antonomasia del Protectorado español en Marruecos. Es una singular y experta narradora de ficciones norteafricanas. Su única obra Zohora la negra y otros cuentos es el mejor libro de tema marroquí redactado en lengua española. La plasmación formal de sus relatos encierra un evidente compromiso con la escritura: hibrida su prosa mediante la poesía y la leyenda originando, por un lado, una narrativa llena de lirismo expresivo, intensidad emocional y oralidad rítmica, y difuminando, por otro, las líneas divisorias entre lo real y lo irreal, lo maravilloso y lo cotidiano. Una prosa narrativa, en fin, magistral y renovadora. Otro acierto literario de Bacaicoa es la representación que hace de la alteridad marroquí. Se aleja de la literatura oficial y publicista de los interventores y militares, y se acerca al Marruecos más auténtico y real, sin prejuicios, exotismo estético o superioridad paternalista. Otorga voz a los nativos que adquieren protagonismo narrativo y autenticidad humana. La realidad marroquí es relatada desde dentro, asumida como si fuera propia entablando con los autóctonos una relación conjuntiva de verdadera contigüidad ética, emocional, inclusive cultural.
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No obstante, su narración peca de tener una impronta conservadora en razón de la privilegiada exaltación del Marruecos auténtico en menoscabo del Marruecos problemático. Se desvincula de la realidad histórica en su dimensión social, política e ideológica, focalizando la atención sobre los aspectos tanto supersticiosos como legendarios, propios de un Marruecos ahistórico, misterioso y tradicional. Aunque tratado de forma diluida y no suficientemente desarrollado, el Marruecos problemático tiene su presencia en forma de problemáticas de índole social y político-ideológica como la exclusión social y el despotismo arbitrario. En todo caso, Dora Bacaicoa Arnaiz tenía todos los requisitos para hablar de Marruecos en toda su complejidad. Tal vez la naturaleza constructiva, breve y poética de sus cuentos fue un óbice para su invención. Lástima que no hayan sido publicadas hasta hoy sus dos novelas que presentó en los años ochenta a grandes premios de Barcelona tal como reconoce López Gorgé (2001a, 6); a buen seguro, hubiera tenido más libre la imaginación para hablar con detalle y amplitud de esta realidad del país, que ella conocía de sobra. En una palabra, las razones arriba expuestas son más que suficientes para recuperar esta sutil cuentista e incluirla por derecho en la nueva literatura española que se empezó a escribir en los años cincuenta. Su apropiación de la alteridad marroquí, que incluye conjuntamente ética y estética, trasciende su época y se erige en un paradigma intercultural a seguir en el presente y también en el futuro de las relaciones de nuestras dos orillas del Mare Nostrum. Bibliografía Abrighach, M.: Superando orillas. Lectura intercultural de la narrativa de Concha López Sarasúa, Rabat: Imp. El Maarif Al Jadida, 2009. —Ensayo de bibliografía universitaria publicada en lengua española en Marruecos (19572010), Rabat: RVB Edition, 2011. —“Las publicaciones hispánicas en las revistas universitarias marroquíes (19572009): balance crítico”, en Achiri, N. y Sabia, S. (eds.): El Hispanismo marroquí. Balance y perspectivas. Homenaje al Profesor Mohamed Khallaf, Fez: Publicaciones de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas-Dhar El Mehrez, 2012, pp. 89-110. Algora Weber, M. D.: Las relaciones hispano-árabes durante el régimen de Franco. La ruptura del aislamiento internacional (1946-1950), Madrid: Ministerio de Asuntos Exteriores, 1995. Arámburu, R. de: Ojos largos, Madrid: Editorial Española, 1937. Arqués Fernández, E.: Jalima, Tetuán: Editora Marroquí, 1949. Bacaicoa Arnaiz, D.: “¡Yasminas!”, en AA. VV.: Antología. Cuentos nuevos, Madrid: Rumbos, 1952. —“En acecho”, Revista Española, n° 4, noviembre-diciembre 1953a.
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Preámbulo
Marruecos, el país árabe más occidental y el africano más norteño, es un espacio por el que ha transcurrido la civilización a lo largo de siglos dejando marcadas y hondas huellas. Por él han pasado todas las evoluciones del hombre para desembocar en la expansión del Islam y hacer de la lengua árabe su idioma oficial. Podemos resumir diciendo que este país ha sido un maravilloso crisol de civilizaciones, lo que le ha permitido poseer una fuerte cultura nacida del mestizaje y en la que lo tradicional más remoto tiene estrecha relación con la modernidad (Chakor: 1993, 11). Durante el Protectorado, la literatura en lengua árabe ocupa un lugar de vital importancia; es considerada como instrumento educativo de primer orden para la edificación del nacionalismo, el mantenimiento de la religión islámica y la toma de conciencia del pueblo de su realidad. 1. Imágenes estereotipadas cruzadas entre españoles y marroquíes
Antes de hablar del fenómeno literario en el norte de Marruecos en época del Protectorado, tenemos que aclarar las imágenes memorizadas que cada
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una de las comunidades tenían del otro. Me explico: primero, ¿qué pensaba el marroquí del colonialista español que se hallaba en Marruecos? Opinaba que estaba ante un ocupante tan pobre y mísero como lo era él. Y se hacía la pregunta siguiente: ¿qué me puede dar o enseñar un individuo tan desdichado como lo es el hombre español? De ahí que, para el marroquí de a pie, el español era “el de los remiendos” (bu ruq
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listas. Otros de estos favorecidos por las circunstancias estudiaron árabe y se graduaron en universidades árabes. También ocuparon puestos administrativos: entre ellos se eligieron ministros, funcionarios adscritos a los ministerios, secretarios superiores del Majzén, etc. Los unos y los otros dejaron textos que son reliquias para los investigadores actuales. 2. La actividad de los nacionalistas y la prensa
El 18 de diciembre de 1936, el líder nacionalista Abdeljalak Torres (1910-1970) funda el Partido Reformista Nacional y defiende que la idea de cultivar el teatro nacional es un buen camino para llegar al pueblo —lo venía haciendo desde tiempo atrás, pero ahora se oficializa—, sobre todo porque esta organización política va a gozar de cierta libertad para reunirse y manifestarse con la aprobación de los responsables españoles. Esta libertad permite representar obras dramáticas de toda índole así como escribir en la prensa artículos y lanzar mensajes por la radio —fueron dos años de libertades, entre 1936 y 1938, cuando Franco más necesitaba al pueblo marroquí para que engrosara su ejército fascista y así derrotar a la República. Esta línea va a permitir la publicación de un gran número de periódicos y revistas y, con ellos, nacen numerosos cronistas. De entre estos órganos podemos citar la pionera —por ser la primera revista nacional en lengua árabe que se publicó en el Marruecos español— La Paz (mayalat as-Salam), que aparece en los quioscos, con carácter mensual, el 1 de octubre de 1933. Su fundador fue el historiador Muhammad Daud. La revista desaparecerá en noviembre de 1934, al prohibir las autoridades francesas que se vendiera en su zona y las demás regiones ocupadas por Francia. Daud no pudo afrontar los gastos y dejó de publicarla. Tres años más tarde, Daud crea el semanario Informaciones (al-Ajbar) en lengua árabe. La primera edición tiene fecha de 15 de marzo de 1936 y se suspenderá el 12 de abril del mismo año. En enero de 1934, Abdeljalak Torres funda un periódico para hacer partícipe al pueblo de sus ideas independentistas; se trata de La vida (al-Hayat). A partir del número treinta y dos, se hace cargo de él Tuhami al-Wazzani, porque Torres fue nombrado director de los Ahbas —equivale al ministerio encargado de los asuntos islámicos—. Abdeljalak Torres publica en 1933 una obra de teatro titulada Intisar al-Haq ala al-batil (Victoria del derecho sobre la injusticia), que hasta hoy día sigue siendo considerada como la primera obra dramática marroquí publicada. La obra fue representada por primera vez en 1936 por los alumnos y profesores del Instituto Libre, creado en 1935. El nuevo Marruecos (al-Magrib al-yadid) empieza a publicarse en 1935 bajo la dirección de Muhammad Meki Naciri. En 1939, con el final de la guerra ci-
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vil española, el fakih Muhammad al-Tanyi funda la revista Educación religiosa (al-Irshad al-dini). Años más tarde, en 1947, se funda El día (al-Nahar) del ulema Ibrahim al-Wazzani, que se redactaba en árabe y en español. Y ese mismo año, Trina Mercader funda en Larache Al-Mutamid, también en árabe y español. Lo mismo ocurre con Ketama, a partir de 1953, bajo la dirección de Jacinto López Gorgé. Y no serán las únicas publicaciones. 3. El teatro en la zona española
El drama es uno de los géneros que más cultivan los intelectuales marroquíes. En la primera ocupación de Tetuán por los españoles (1859-1860), se construye el primer teatro en el norte de Marruecos, con el nombre Reina Isabel II —además de la línea férrea entre Tetuán y Río Martín—. Más tarde, en la segunda instalación de los españoles en Marruecos (a partir de 1913), se construye otro teatro en la famosa calle de La Luneta, el Reina Victoria, que más tarde se llamaría Teatro Nacional, ahora en ruinas. Poco después se construye el Teatro Español, aún en activo como teatro y además una de las salas de cine más importantes de Marruecos. En Marruecos se instaura la práctica del teatro, gracias también a las visitas de compañías teatrales árabes. Al mismo tiempo que compañías de teatro árabes visitaban el norte de Marruecos, lo hacían otras desde España. Pero fueron la práctica y las técnicas de los dramaturgos españoles las que ayudaron realmente para que los marroquíes aprendieran el oficio y entraran en este difícil mundo del teatro. Un responsable de la administración española dedujo que sería bueno aprovechar esa cualidad, ya que: “se nos ocurría pensar en que la actividad teatral de los alumnos marroquíes podría extenderse a la representación de algunas obras dramáticas españolas” (Valderrama: 1954, 105-106). 4. El cuento
Los intelectuales marroquíes del norte también escribían cuentos; y es uno de los géneros que permiten que la mujer entre a formar parte del acervo cultural tetuaní, se trata de Amina Loh, que colaboró en la revista de Trina Mercader, Al-Motamid. Esta insigne dama marroquí, esposa del poeta Ibrahim al-Ilgui, se hará cargo de la parte árabe de Al-Motamid hasta su desaparición en 1956. Un par de años antes de tomar esta responsabilidad, en 1954, había ganado el premio literario de prosa Al-Magrib (Diario de África, 24 de abril de 1954, p. 5). “La proscrita”, de Abdelatif Jatib, es uno de los cuentos más destacados escritos en español durante el Protectorado, publicado en “Ketama”, suplemento literario de la revista Tamuda.
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5. La novela
Cabe señalar que la novela, como la conocemos actualmente, tarda en llegar al mundo árabe islámico, donde se percibía como un género inmoral y obsceno. En este sentido, se puede aportar el ejemplo del egipcio Mohammad Husayn Haykal (1888-1956), autor de una novela romántica —considerada como la primera novela árabe—, titulada Zaynab, manazir wa ajlaq rifiyya (1914) (Zaynab, aspectos y educación campesinos). Al publicar su obra en El Cairo —al principio de manera clandestina—, el autor fue acusado de herejía y traición a los dirigentes religiosos. La obra tuvo miles de lectores, sobre todo los habitantes de las ciudades, ansiosos de conocer lugares donde reinara la calma y que transmitiera felicidad (al-Madini: 2001, 64). Por lo tanto, la novela de ficción, como se conoce actualmente, no entra en Marruecos hasta muy avanzado el siglo XX. 6. La utilización de la lengua del otro
El pensador marroquí Abdelkebir Khatibi opina que “podemos decir que la literatura magrebí de expresión francesa es argelina (…) y que la literatura árabe es más bien tunecina y marroquí” (Khatibi: 1979, 15). Los lectores marroquíes del periodo colonialista —poco numerosos— deseaban hallar en las crónicas de sus compatriotas una imagen que apreciara el “yo”, el “nosotros nacionalistas”, el colectivo del pueblo marroquí y sus ansias de independencia. Así, la literatura marroquí en general se caracteriza por este rasgo principal. Es una literatura que, a pesar de ser bastante joven —apenas setenta y cinco años de existencia real—, ha vivido los tres periodos esenciales e inseparables de toda evolución literaria, a saber: La etapa del nacimiento y del inicio (1905-1939), sobre todo con crónicas, cuentos, obras de teatro y poesía. La de la institución propiamente dicha (1940-1950), inmediatamente anterior a la Independencia, con el advenimiento de la Nahda marroquí —que representa una ebullición política y cultural; un proceso de rebeldía contra el colonialismo y de renacimiento de la cultura nacional, con incipientes obras narrativas, sobre todo autobiografías—. Y por fin la de la modernización y adaptación a las realidades del momento (1956, año de la Independencia, hasta el presente), en la que se plantea, a nivel nacional, una crisis creacional con exigencias patrióticas y una pugna entre occidentalización y orientalización. No podemos olvidar las obras en lengua francesa de gran interés. Tardíamente aparece la literatura marroquí escrita en lengua española. Su influencia sigue siendo muy reducida, pero cada vez más hay gente que se interesa por este fenómeno literario, tanto en Marruecos como en el
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extranjero. También hay marroquíes que escriben en catalán (Najat el Hachmi es la más conocida por haber ganado un prestigioso premio literario catalán) o en inglés (tales como Akbib Abdellatif, investigador y profesor universitario), pero son minoría. Marruecos cuenta con una significativa diversidad lingüística y cultural. Las lenguas oficiales son el árabe y el bereber o amazigh; esta última con sus tres variantes: del Rif, del Atlas y del Sus; están las diferentes dariyas —dialectos marroquíes nacidos del árabe—; el bereber utiliza su alfabeto propio: el tifinagh, que lo aleja mucho del árabe; el francés es un idioma de gran importancia comercial y económica y, por otro lado, cada vez más, el español se está instalando en el espacio económico y cultural marroquí. La literatura marroquí que nos interesa es la que habla del tema del colonialismo, expresada en árabe y en español; recibe diferentes denominaciones, según los distintos críticos, cuando el caso es el español. Los hay quienes la llaman “Literatura marroquí en lengua española”. Otros prefieren denominarla “Literatura marroquí de expresión española”. O como la denomina Rodolfo Gil Grimau, “Escritura marroquí en lengua española” (Gil: 2002,127). Y otras apelaciones que no vamos a mencionar. Podemos afirmar que la ocupación española de la zona norte de Marruecos reafirma unas señas de identidad en torno a la lengua árabe que, a su vez, enlaza con su propia historia y con la civilización arabo-islámica. 7. ¿Hay interculturalidad en el Marruecos del Protectorado?
La interculturalidad es el proceso de comunicación entre grupos humanos donde se piensa que ningún conjunto cultural está por encima del otro, asistiendo y apoyando la integración y la cohabitación entre culturas e individuos. Un crítico marroquí piensa que: Es verdad que aquí se trata de un punto políticamente sensible, pero ¿cómo se puede vivir la alegría del encuentro, activar la amistad en un contexto de sospecha? Ya que en la lógica intercultural, tomada de manera abstracta, no se busca una “hospitalidad” cualquiera como es el caso de algunos creadores magrebíes (Affaya: 1994, 26).
En las relaciones interculturales se establece una estrecha relación basada en el respeto a la diversidad y al enriquecimiento mutuo. La interculturalidad no se refiere tan solo a la interacción que ocurre a nivel espacial, sino más bien en cada una de las situaciones en las que se presentan desacuerdos entre los individuos de una comunidad. En el Marruecos del Protectorado apenas si hay interculturalidad; no hay intercambios entre la cultura del colonizador y la cultura del colonizado en su sentido más claro. Lo que aporta el conquistador se impone a la
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sociedad colonizada sin coger nada del colonizado. Un responsable español asegura que “…se atendía a dos órdenes de necesidades, la escuela de masa o escuela popular, en sus dos ramas de Escuela urbana y Escuela rural, y la Escuela de hijos de notables, para las clases medias y acomodadas” (Morla: 1947, 19). En otro estudio podemos leer que una serie de actos como conciertos, conferencias, exposiciones que iban destinados a la intelectualidad española, a los que asistía algún marroquí joven. Estos actos estaban impulsados por la mecánica proteccionista, ensalzando la superioridad del país protector sobre el país protegido. La cultura española, venía a decir, es superior a la cultura marroquí, siempre silenciada (Mercader: 2012, 1).
Es primordial que este proceso de interculturalidad vaya más allá de la coexistencia o el diálogo de culturas de unos cuantos individuos de la comunidad; es una relación alimentada entre ellas; es una exploración expresa de superación de prejuicios, de racismo y de desigualdades. Los colonizadores españoles segregaban a los marroquíes: Lo mismo sucede respecto a las viviendas modestas, en el doble aspecto de la carestía de la construcción y (…). Además el problema tiene facetas variadísimas que han sido atendidas con mayor o menor intensidad según sus posibilidades en todos los centros urbanos de la zona: barriadas para musulmanes (…); para españoles; para maestros… (Morla: 1947, 88).
Pocos son los marroquíes que tuvieron acceso a los centros de educación españoles; pocos también los que se expresaron por escrito en español. Naturalmente, los lectores potenciales eran los españoles; la sociedad marroquí llana, en una mínima parte, estaba arabizada y pocos eran los que sabían español; además de que entre el ochenta y cinco por ciento y el noventa por ciento de los marroquíes, en esta zona, eran analfabetos durante la presencia española. 8. Las obras en lengua árabe 8.1. La resistencia armada y el movimiento nacionalista en el norte de Marruecos (1941), de Tuhami al-Wazzani
Marruecos vivió la caída de la monarquía española y la llegada de la República. El norte del país conoce el nacimiento de asociaciones y la libertad de la prensa y de reunión. Obtuvo el derecho, por un corto tiempo, de elecciones directas y libres de los municipios. Cuando aparecen la revista “La Paz” (Mayalat as-Salam) y el periódico “La vida” (Al-Hayat), en lengua árabe, se notó una enorme demanda de las otras ciudades del país y de los pueblos. El gobierno francés, al principio, permitió la venta de “La vida” en la zona francesa y en la región de Tánger bajo mandato internacional. Tuvo una acogida que no se conoció anteriormente. Muchos marroquíes enviaban sus quejas ante la injusticia que conocían y el periódico las publicaba.
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Finalmente el colonialismo francés se sintió señalado y prohibió la entrada del periódico en la zona sur... Capaz era el responsable de Asuntos Indígenas y el mejor ayudante del Alto Comisario Rico Abello en dirigir la zona jalifiana según la ideología del Protectorado. Construyó mezquitas y escuelas y apoyó para que la compañía eléctrica se hiciera realidad… El Alto Comisario aceptó esta petición firmando un acuerdo con la Compañía... De las actividades importantes que se hicieron durante la época de Rico Avello y Capaz, el nombramiento del profesor Torres en la dirección de los asuntos generales islámicos… Esto ocurrió en el mes de octubre de 1934. Y llegó el día en que los responsables marroquíes sintieron la necesidad de crear la fiesta de la entronización marroquí para refrescar las memorias de que Marruecos aún tiene un sultán... El 17 de julio de 1936, tuvo lugar el movimiento militar que derrumbó la República española; su cuna estaba en Marruecos ya que el movimiento comenzó en Melilla... El 18 por la tarde un avión, a gran altura, comenzó a lanzar bombas sobre Tetuán. La gente vivió momentos de pánico y fue a consultar sus temores con el Jalifa. Los recibió el primer ministro Ahmed Ganmia que les informó que Tetuán era la cuna del movimiento nacional español y que ese intento había tenido éxito y que ya existía en todas las demás regiones españolas; la gente se retiró ordenadamente (Al-Wazzani: 1941, 135-136-140-141). 8.2. La zagüia (1942), de Tuhami al-Wazzani (1903-1972)
De esta obra dicen que al igual que gran parte de la producción cultural tetuaní fue postergada y olvidada tras la independencia de Marruecos desde una capital en Rabat en la que no se creía seriamente que en el norte del país y bajo Protectorado español se hubiera producido nada que mereciera la pena (Rodríguez: 2004, 133).
En el Congreso sobre la Novela Marroquí, celebrado en 1984 por la Unión de Escritores de Marruecos (UEM), y gracias a la pluma de Ahmed al-Yaburi (1984, 13-19), podemos conocer la reivindicación de La zagüia como texto pionero en el desarrollo de la novela en Marruecos. De la misma manera que se opone a la presencia del colonialismo, al-Wazzani se enfrenta a las prohibiciones de sus conciudadanos a causa de su conservadurismo. Es el primer marroquí que entra en un teatro acompañado de su esposa, desafiando la postura de jueces y demás notables de Tetuán, que veían con muy malos ojos el acceso de la mujer musulmana a los escenarios. Además, y como narra Ibrahim al-Jatib, no quiso dejar en el anonimato el amor que sentía por una mujer joven y casada (Al-Jatib: 2000, 19). Los acontecimientos fueron desarrollándose en Marruecos con el advenimiento del héroe Mohammed ibn Abdelkrim Jattabi; esto originó que nos quedáramos sin estudiar en Oriente...
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Todos miraron al pobre Chuaib que no le pedía al mundo nada para él, no deseaba ningún favor personal, todo lo hacía por el sacrificio y la defensa del Islam y el exterminio de los hombres del mal... Señalo que nuestro amigo Chuaib cobraba un céntimo —moneda marroquí— y ahora pasa a cobrar un duro español, su salario se ha multiplicado por veinticinco o treinta veces... Le dije: — ¿Qué te llevó a cambiar de opinión que te veo acudir a esta desgracia? ¿Dónde está tu noble afirmación y tu creencia verdadera?... Consideré que la admiración y respeto que sentía por él empezó a evaporarse de manera rápida… Nuestros compañeros alumnos no podían evitar verme entre ellos... La zagüia harrakia.... Se hizo famosa, a diferencia de las otras, por el cante y la música… Porque la gente, después de imponerse el Protectorado y en tiempos de la Gran Guerra, se sintieron tristes y apenados. Se dispersaron las tertulias de ocio y entretenimiento… Visitó fábricas y se fijó en el renacimiento de Europa que abarcaba diferentes aspectos. El Hach Abdeslam cada vez que lo veía atraído por una de las imágenes artísticas y de civilización, aprovechaba la ocasión para explicarle los beneficios de la ciencia y de que la fuente de toda esa actividad estaba en el conocimiento preciso, el estudio permanente y la investigación productiva. En Europa todo estaba sometido a la ciencia y todo seguía las normas de unos libros exactos y límites demarcados. Además, el visitante en Europa debe ver, junto al excelente trabajo, el fenómeno del ocio y del entretenimiento, y debe visitar esos lugares en los que se promociona el arte del baile, del teatro y de los juegos… (Al-Wazzani: 1942, 87-88109-110-130).
Abdeljalak Torres (1910-1970), en un artículo dedicado al tema del dahír bereber, dice en al-Hayat, entre otras cosas: Cualquier agresión que alcance Marruecos será considerada tan inexcusable como lo puede ser un tema que desee exterminar no únicamente la justicia, sino también las bases sobre las que se levanta la unidad de Marruecos y su existencia… Nadie esperaba ni en el interior ni en el exterior que los jóvenes desarrollaran ese noble papel que debe mencionarse en las páginas de la historia de Marruecos... La juventud en su lucha y sacrificio, en ningún momento estaba en situación de fracaso o desengaño. No. Si el gobierno no hubiera aceptado sus exigencias y apartado su peligroso Dahir. El pueblo le otorgó su confianza y demostró acato y cariño, lo que aumenta la fuerza, la voluntad y solvencia en la determinación. El pueblo, en sus diferentes estratos sociales ha hecho lo que ha hecho, como pago a los fieles y buenos jóvenes, por sus esfuerzos… Han pasado cuatro años de la proclamación del tema beréber y cada año creemos que el gobierno va a ceder a la petición general que no ha aceptado aplicar el tema beréber. El gobierno se alarga en su mutismo y considera que la no permanencia del Dahir Beréber debería debilitar la fuerza del poder y que demostraría su impotencia (Torres: 1934, 1). 8.3. “Al-lal el Fasi” (“Los novios de piedra”)
En un zoco del Rif, un narrador de cuentos marroquí refirió, en cierta ocasión, la siguiente leyenda:
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Habéis de saber, oyentes afortunados, que allá en otras edades, ocurrió en estas tierras del Mogreb el Acsa, que hoy llamamos Marruecos, un hecho prodigioso que demuestra los designios de Alá. Tiempo antes de la fecha… el casamiento de sus hijos… Pero aquel año, coincidía esta época de abundancia, con el sagrado mes de Ramadán… Sin embargo… se acordó que la boda se celebrase, siempre que se respetaran las horas prohibidas… He aquí que la novia había salido al atardecer, de su poblado, acompañada de todos sus parientes… Y así empezó la boda, bajo la mirada bondadosa del Altísimo… Y cuando terminó la comida… ya sabéis que la novia ha de rezar un “maaruf ”… Pero en el aposento no entraba la luz y los esposos no oyeron la voz del mohecín, que anunciaba el mandato de Alá… Y entonces, el Todopoderoso, el Señor de los Cielos y de la Tierra, hizo bajar su cólera. Y enviando un cataclismo, destruyó la vivienda y convirtió a los esposos en figuras de piedra (El-Fasi: 1954, 13).
(No se menciona al traductor). Mohamed Tanyi, uno de los cronistas y más activos colaboradores de al-Hayat, escribe lo siguiente: … la lengua beréber en una región importante que es el Rif; la lengua de la escritura y del discurso oficiales y no oficiales es la lengua árabe; no hay nadie que se dirija a alguien por escrito y no utilice la lengua árabe; es la lengua oficial de la administración del noble Majzen. La administración protectora acepta la oficialidad de la lengua árabe y no la rechaza, ya que un pueblo como el marroquí no debe estar desposeído de su derecho de hacer de su lengua la oficial en su nación. España es el primer país en reconocer este derecho de la nación marroquí, ya que los marroquíes ocupan un lugar de suma importancia en la historia de la propia España... Los anuncios del gobierno en diversas ocasiones se presentan en las calles únicamente en español; en árabe aparece sólo la firma del Bajá; el pueblo no alcanza a entender el contenido lo que origina que se pierda el proyecto pretendido con ese anuncio. Numerosas personas son sancionadas por no cumplir las órdenes, pero ocurre porque no entienden el contenido… (Tanyi: 1934, 3). 8.4. El pan desnudo de Mohamed Chukri (1935-2003)
La obra del más internacional de los escritores marroquíes en lengua árabe se publica primero en inglés —traducción de Paul Bowles— en 1973 (durante muchos años se prohibirá su distribución en Marruecos). En lengua árabe aparece en 1982 en los demás países árabes y no en Marruecos. El pan desnudo consagra a Mohamed Chukri como una de las voces dolidas e indispensables de la literatura árabe contemporánea. — ¿No enseñan árabe y español en Tetuán? — Sí. He oído decir que enseñan árabe y español. — Entonces, ¿por qué no fuiste al colegio? — Porque mi padre no pensó matricularme en un colegio. ¿Él no quería o eras tú el que no quería ir al colegio?... Los vecinos se metieron por medio para que hiciéramos las paces mi padre y yo. Comencé a ayudar a mi madre en la tienda de manera regular. Mi padre me
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obligó a no trasnochar en los cafés. Es un gran sacrificio para mí no salir de noche. La noche es lo único que poseo ya que los días son para la tienda con mi madre. Una mañana, dos policías de paisano, un marroquí y un español... El agente marroquí me dijo: Ven con nosotros… — Me llevaron al cuartel. El policía marroquí me preguntó: — ¿Dónde están Abdessalam y el Sebtaui? — No los conozco. — ¿Cómo que no los conoces? No los conozco. Me abofeteó dos veces y me cogió de la solapa de la camisa: Escúchame bien, si no nos dices la verdad, te vamos a poner la cara al revés, ¿comprendes o no? El policía español se asomó desde un despacho y mandó: — Hazlo entrar. Ya en el despacho, el comisario me dijo: ¡Vaya! Eres tú entonces. Yo le daba a su hijo Julio en Ain Jabbaz los pájaros que mis trampas estrangulaban por considerarlos no aptos para consumir. Su mujer me mandaba hacerle recados... — ¿Dónde vive tu familia ahora? — En el barrio de Trankat... — ¿Dónde está el-Kebdani? No es un sitio para hablar. Sabrás lo que ha pasado cuando salgamos… Al alcanzar la plaza de Suk Dajli me preguntó: ¿En qué café quieres que nos sentemos? ¿En el Fuentes? ¿En el Central o en La Española? Dejé que eligiera él. Entramos al Central. Antes de sentarnos pedí un coñac y él una ginebra. Nos sentamos en un rincón solitario. Me preguntó: — Pero, ¿dónde estabas? Te he buscado por todas partes. — Aquí, en Tánger. ¿Dónde querías que estuviera? — ¿Dónde duermes? — He dado con un lugar para residir en al-Qasba, en el camino de Benabu. — ¿No es la casa adosada a la escuela? — Exactamente. — Vives en un asilo de ladrones, aventureros y conspiradores. En los demás hoteles me exigen la documentación. No poseo ningún documento. El camarero español vertió las bebidas en dos diminutos vasos. El servidor se fue y él me señaló: El-Kebdani ha muerto. Con voz suave, ojos desorbitados y boquiabierto, pregunté: — ¿Ha muerto? Sí. Ha muerto. Que en paz descanse. Vacié el vaso de un trago y llamé al camarero. Encendí un cigarrillo. Al-Qandusi se tomó su vaso. Le dije: Una botella de coñac entera. Aceptó que tomáramos lo mismo. ¿Cómo murió?...
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El camarero trajo una botella de Terry... Le pregunté por Kabil. — Detenido. — ¿Por qué? — Quieren adosarle la muerte de el-Kebdani. Saben que trabajaba con él. — ¿Y el barquero? Lo detuvieron los carabineros, lo registraron y lo dejaron libre. — ¿Kabil ha confesado algo? Hasta ahora no ha confesado nada. Vacié mi vaso y lo volví a llenar. — Te vas a marear si sigues bebiendo así. Añadió. Dime, ¿por qué le dejaste la llave a Salafa? — Me la pidió ella. No pude negarme. Era ella la que mandaba en la choza. — Lo sé. Añadió. Se ha fugado. Ha cogido todo lo que ha podido llevarse y se ha largado. — ¿A dónde? — No lo sé. Lo seguro es que ha abandonado Tánger. Así termina siempre la relación con las putas. — ¿Y Bushra? Seguro que ha huido con ella. No se separan desde que eran pequeñas. Pensé. Seguro que se han ido juntas a Casablanca. Observé la plaza de Suk Dajli, los cafés repletos de noctámbulos y borrachos y le señalé: — La situación ha recuperado su estado normal después del grave suceso. — Pero la situación política no es muy positiva en todo Marruecos. Deberán ocurrir otros sucesos más terribles que el del 30 de marzo. Ha llegado el momento en el que los marroquíes van a pedir la independencia (Chukri: 2000, 61-62-86-87179-180-181-182). 9. Las obras en lengua española
Hubo gente que se expresó en castellano durante el Protectorado español, aunque su influencia fue mínima en la sociedad marroquí colonizada. De ellos podemos señalar a Mohammed Temsamani que publica artículos en el Diario de África, en el periódico España y en la revista Ketama. También participa el larachense Dris Diuri. Colaboró en la prensa con traducciones y aportaciones personales, al igual que el traductor oficial de Tetuán, Abderrahim Yebbur Oddi. El género en el que sobresalieron los escritores marroquíes en ese momento fue la poesía. El cuento también se cultivó, el más notorio es “La proscrita”, que publicó Abdelatif Jatib en Ketama. Y el que más escribió, y más ha tratado el tema hispano-marroquí, fue el insigne historiador Muhammad Ibn Azzuz Hakim. También se dirige a los españoles, Abdeljalak Torres. Todos ellos van a seguir expresándose en castellano después de la independencia del país. Posteriormente, varios escritores marroquíes van a tratar el tema de la presencia española en Marruecos aunque sus obras se hayan escrito mucho después de la independencia. Podemos mencionar a Mohamed Sibari, de Larache, con sus novelas cortas y anecdóticas. A Mo-
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hamed Bouissef Rekab, con unas cuantas novelas. Y cómo no, a Mohamed Chakor, uno de los hispanistas de más relieve e importancia. 9.1. Abdeljalak Torres
Nuestra prensa no ha sido la iniciadora de la polémica últimamente suscitada a causa de Tánger; ha sido la prensa española, incluso la oficiosa, la que sacó a relucir con sus comentarios mal intencionados la cuestión… Nuestro Partido ha considerado esa campaña como una provocación… Aún así nuestros artículos no han sido todo lo agresivos que pudieran serlo… Nuestra posición respecto a estas dos ciudades es clara y se basa en el principio de que, si somos los primeros en reconocer el derecho de nuestros amigos españoles a recuperar el Peñón de Gibraltar ocupado ignominiosamente por Inglaterra, teniendo en cuenta que forma parte integrante del suelo español; no seríamos consecuentes con nosotros mismos si no sustentáramos el mismo principio con respecto a Ceuta y Melilla… (Torres: 1988, 160-161). 9.2. Mohamed Temsamani (1931), “Zuleija o la historia del loco del cabo”
Hace mucho frío esta noche y el viento está furioso… Cuando se pone así me duele la cabeza... Aborrezco el viento... Recuerdo que acababa de cumplir dieciocho años cuando mis padres me casaron con una de las hijas del Cheij de la Cabila. Y como jamás la había visto, hice lo que todos: recurrir a las viejas del lugar, que todo lo sabían... Amar, el hermano de mi novia, me hizo ofrenda de un potro castaño... Al tercer día me vi en una habitación al lado de una forma humana. Era la novia... Me acerqué con cautela sin saber qué hacer, pero recordando los consejos de las viejas de la aldea, me senté a su lado… Se me antojaba otro regalo más, como los corderos, los toros y el potro castaño (…). Agradaba más a mi primo Hamadi. Una noche la degollé... Desde entonces todas las mujeres me repugnaban y procuraba huir de ellas... Y junto al mar conocí a Zuleija... A veces me ofrecía pan, leche cuajada y hatos de leña para calentarme. Una tarde la encontré esperándome a la puerta de la cabaña. Traía para mí tortas de cebada y una cazuela de habas cocidas. De pronto un trueno rasgó el silencio… Le dije que podía quedarse en mi cabaña... Cuando amaneció, había amainado el temporal. Zuleija dormía en su rincón… le dije que tenía que marcharse… Bajé a la playa. Sentada sobre una roca estaba Zuleija. Al atardecer… vi que aún seguía inmóvil en la misma roca. Esa noche no pude dormir… A pesar de la angustiosa pesadilla, desayuné tranquilo... El mar estaba en calma… Desde el acantilado vi la roca en que dejé sentada a Zuleija la tarde anterior… Y allí, al pie de la roca, encontré a Zuleija. Tenía la cara roída por los cangrejos y los ojos picados por las gaviotas (Temsamani: 1955, 5-6). 9.2. Dris Diuri (1925-1978)
Siguió la estela literaria de Rubén Darío (1867-1916). En un homenaje que se le ofreció a Diuri, se recoge una carta que este envía a Fernando de Ágreda poco antes de su fallecimiento. En ella dice:
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Con verdadera satisfacción recibo en este momento su muy grata del pasado 8 de este mes, donde me habla de la preparación de la edición de una Antología de la Literatura marroquí contemporánea que recoja también muestras del pensamiento de nuestro país, tan íntima como secularmente unido a España. También me entero de los dos volúmenes ya publicados sobre las mismas cuestiones y que se refieren a Iraq y Túnez... Estoy, pues, dispuesto a ofrecer, desde mi modesta posición, la colaboración que se me pida al respecto para esta Antología de nuestra Literatura marroquí. Pero debo aclarar que todos mis trabajos —o pequeños libros— (poesía, prosa y teatro), están escritos en el Gran Idioma Cervantino. Dos libritos publicados y agotados, y el resto, inédito, por fuerzas insuperables por el momento. Sobre la traducción de mis libros, podría contarle muchas cosas, pero seré breve. Mis gestiones para conseguir la traducción al árabe y francés, por lo pronto las hice casi en todo Marruecos, sin resultado. Más tarde, me dirigí, por dos veces a Madrid, y tampoco pude conseguir nada positivo. Sin olvidar gestiones escritas hechas a Paris, con el mismo resultado negativo… Finalmente, no quisiera cerrar estas líneas sin hacerle una pequeña observación. Se trata de lo siguiente: tal vez sea el único marroquí (o somos muy contados) que escribimos en español (prensa, literatura, etc.) pero desgraciadamente no contamos con asistencia en ningún sentido por parte de nadie. Navegamos en mar solitario o en bosque sin luz. Y creo sinceramente que merecemos un poco de atención (López Enamorado: 2004, 213). 9.3 Mohamed Ibn Azzuz Hakim, nacido en Tetuán (1924)
Todo el mundo creyó que en 1912 había claudicado el último baluarte del mundo musulmán que se había resistido a caer bajo la férula europea; pero se equivocaron, porque si en aquel año el Marruecos “de derecho” había cedido ante la política de “penetración pacífica”, el otro Marruecos, el “de hecho” tomó las armas... De este modo, a partir de 1912 los marroquíes dieron prueba de su gran capacidad de reacción nacionalista (calificada de “xenofobia” por los colonialistas) contra la escalada militar franco-española… En 1927 fue liquidado por España el gran movimiento nacionalista norteño que dirigía Abdulkrim; pero no tardó en iniciarse en las ciudades marroquíes como Fez, Rabat, Salé y Tetuán otra clase de resistencia… A poco de iniciarse este movimiento clandestino, dio paso al verdadero movimiento nacionalista que nació en el año 1930 cuando el colonialismo puso en sus manos un arma infalible, es decir, cuando se le ocurrió dictar el famoso “dahir bereber”, como tendremos ocasión de ver con todo detalle. Se trataba de una resistencia de emanación urbana, obra de una generación de intelectuales y políticos marroquíes, nacida en un Marruecos dividido en zonas sometidas a regímenes distintos… Y… el espíritu nacionalista fue capaz de unir a todos los marroquíes bajo un mismo pendón, enarbolado en defensa de la independencia, la libertad, la unidad y la integridad de Marruecos… Aunque fue de corta duración, el período del Frente popular español merece capítulo aparte. Fue en junio de 1935 cuando el Partido Comunista español propuso, en un mitin, a todas las fuerzas obreras y republicanas, la creación de un Frente Popular. Su proyecto de programa estaba basado, entre otros puntos, en el de la “liberación de los pueblos (?) oprimidos por el imperialismo español”, entre los que
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citaba, a Cataluña, el Euskadi y Galicia, sin mencionar para nada al verdadero pueblo oprimido que era el marroquí y debía figurar a la cabeza de la lista. ¿Por qué? (...) A) En los carteles de propaganda utilizados por el Frente Popular en la elección de febrero (1936) en Ceuta y Melilla se leía: “Dicen que ellos son España y llevaron moros a Asturias para razziar los hogares de honrados españoles”. Lo que dicho de otro modo significaba que los pobres moros llevados a la fuerza para reprimir la llamada “revolución de octubre” no eran honrados. B) En las huelgas de los obreros españoles en ambas ciudades, los trabajadores marroquíes jugaron un papel importante y, sin embargo, sus “camaradas” socialistas o comunistas españoles jamás les apoyaron en sus protestas contra el salario inferior que percibían... C) A los mítines que los días 19 y 26 de enero (1936) celebraron en Melilla los partidos del Frente Popular no se permitía la asistencia a los obreros marroquíes, y en ellos ningún orador mencionó siquiera las reivindicaciones marroquíes ni condenó el colonialismo español en Marruecos. D) En el mitin del 30 de enero dado en el cine Alhambra, José Sirval calificó a todo el pueblo marroquí de asesino, no por otra cosa sino porque un hermano suyo periodista había perdido la vida en Asturias. E) En el mitin del 31 de mayo los oradores condenaron la ocupación de Abisinia por Italia... Pero ninguno de ellos se “acordó” de la ocupación de Marruecos por España y Francia… (Ibn Azzuz: 1978, 21-22 y 77). 9. 4. Abderrahim Yebbur Oddi, hijo de Tetuán, ya fallecido
Cualquiera que intentara llevar a cabo el estudio evolutivo de la vida social de un pueblo, es indudable que su estilo arquitectónico le serviría de material y le aportaría datos interesantes para realizar el estudio psicológico de aquél. Así como, por ejemplo, tenemos que el hogar marroquí, como ya se sabe, es donde convive “el harim” (la familia), y la calle o el exterior, por el contrario, es el mundo del hombre y que para la mujer es un elemento secundario; de este modo cabe decir e incluso afirmar que, para la mujer marroquí, la azotea de su casa era su mundo… Después de la puesta del sol las azoteas presentaban una gran concurrencia y bullicio de mujeres, análogamente a la que ofrecen las calles europeas en un día de domingo, con la diferencia de la ausencia del hombre. De las clases sociales existían las de los “notables”, cuyas señoras no visitaban sus azoteas hasta que sus esclavas o sirvientas habían terminado de hacer la limpieza y recoger las ropas de dormir de la noche anterior… Así también veíamos a las bellas y agraciadas jóvenes de esta categoría social, rodeadas de sus sirvientes y de las mujeres vecinas que acudían para escuchar su bonito timbre de voz y curiosear sus trajes de moda que habían salido… No quiero poner punto final a este modesto trabajo sin decir, como humano y como natural de Tetuán, que es lástima que la mayor parte de este tesoro de tradiciones, usos y costumbres heredado y transmitido de generación en generación vaya siendo desterrado y relegado al olvido, porque creo y tengo la firme convicción de que el progreso y la civilización pueden ir parejos y al unísono con aquellas esencias tradicionales adaptables al momento, sin menoscabo de los unos ni de las otras.
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Aquí tenemos el ejemplo eterno de España, creadora y forjadora de pueblos, que sin despojarse de sus viejas tradiciones, no por eso ha dejado de marchar por el camino del adelanto y del progreso”. (Yebbur: 1950, 69-74 y 113-114). Era una familia tetuaní de origen morisco oriunda del pueblo de Hornachos de la provincia de Extremadura que previniendo la ordenanza de expulsión de los moriscos decretada por Felipe III para el 19 de enero de 1610, se pasaron en gran número a Marruecos desde fines del año 1609… Por referencias que la tradición popular ha ido transmitiéndonos hasta nuestros días, Tetuán tuvo afincada en su solar, una familia de los hornacheros (sic) de Extremadura, durante casi un siglo (Yebbur: 1954, 3). 9.5. Mohamed Chakor (1937), hijo de Tetuán
Alí El Hozmri, que rondaba los cuarenta, era afable... La alheña impedía la aparición de sus primeras canas. Era un popular vendedor de la lotería benéfica de Tetuán, entonces capital del Protectorado de España en Marruecos… Durante la Guerra Civil española, perdió el antebrazo y la pierna izquierdos. Como recompensa, la administración colonial le otorgó el privilegio de vender la ‘lotería de ciegos y la de inválidos’… Los musulmanes le compraban poco, dado que el Islam prohíbe los juegos de azar. Los judíos, en cambio, eran más propensos a esta tentación... El domingo 8 de febrero de 1948 presentaba mal cariz… La administración colonial reprochaba a Torres haber expresado su lealtad al rey Mohamed V, durante su visita a Tánger el 9 de abril de 1947, y haber pedido la unificación de Marruecos. Tampoco se le perdonaba que fuese miembro del Comité de Liberación del Magreb Árabe, constituido en El Cairo, en enero de 1948, bajo la presidencia del legendario Emir Abdelkrim Jattabi... En la Plaza de España, epicentro de la ciudad, no había un alma, excepción hecha de los soldados bien pertrechados... Soliviantando su orgullo, Alí decidió ponerse de pie aunque fuese sobre una sola pierna. Se apoyó en sus muletas y se dirigió hacia el grupo de soldados que custodiaba el acceso a la Judería. Con voz firme y resuelta gritó: — Soy un soldado de España. Merezco mejor trato. Habéis tenido tiempo para sacarme de este atolladero. No aguanto más. Dejadme pasar… Tú no eres más que un morango, reliquia de mercenario, que por poco te pierdes hasta los huevos. Uniendo la agresión al insulto, el cabo propinó un culatazo en pleno pecho a Alí que cayó rodando por el pavimento como un barril... Cuando despertó de su prolongado desmayo, Alí descubrió que se hallaba vendado y tendido en cama en un hospital... Momentos más tarde, irrumpió en su habitación un suboficial alto y huesudo, con orejas de soplillo y mandíbulas de asno. Con tono y gestos marciales le comunicó: — Estás acusado de agresión a las fuerzas del orden y de atentado a la seguridad del Estado. Has perdido todos tus privilegios:.. ¿Cómo es posible semejante acusación cuando la víctima soy yo? Se preguntaba Alí... …dos enfermeros entraron en su cuarto para colocar en la cama contigua a un paciente... Tenía la herradura de la muerte estampada en la cara. Era un ataúd viviente... Me llamo Hamidu. Soy legionario. Cuando sonó la generala, el pasado domingo, me hallaba en un prostíbulo de la Alcazaba...
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Apareció de pronto un soldado que conminó a Alí a seguirle... Dos horas más tarde Alí ingresó en el Hacho… Su compañero de celda era un individuo de semblante ascético y cabeza nevada... — Tienes suerte —le dijo Cherif—. Los fascistas suelen fusilar primero y procesar después… Alí guardó, por un momento, silencio pero después reveló… — Iba todas las semanas al zoco para vender los pocos productos que daba nuestro huerto... Había un vocero que alegaba que ‘en España los rojos, seguidores de Satanás, estaban cometiendo fechorías; eran enemigos de Dios y proyectaban exterminar el Islam en Marruecos. Debemos ir a combatir a esos ateos antes de que lleguen a nuestras tierras... Nos quitaron de la mano las cosas que llevábamos. Horas después volábamos hacia España... El indefenso y el mutilado —le dice Cherif—, no es aquel a quien falta un arma y unos órganos del cuerpo, si no el que carece de saber y de principios... En 1951 se nombró Alto Comisario de España en Tetuán al teniente general García Valiño, de espíritu liberal y dialogante... Alí se benefició de esa amnistía y regresó a su aldea después de casi tres lustros de ausencia, una vez forzosa y otra voluntaria… (Chakor: 1992, 71-83). 9.6. Abdulatif al-Jatib, “La proscrita” y “Un patrimonio común”, nacido en Tetuán 9.6.1. “La proscrita”
Era aquel un pueblo característicamente marroquí, de callejuelas angostas y tortuosas que siempre, siempre, desembocan en la plaza de la mezquita... Por aquel tiempo había llamado repetidamente mi atención una casucha humilde que se encontraba a la entrada del pueblo. La habitaba una mujer vieja e inválida que vivía de la caridad de los viandantes y romeros... Un día se me ocurrió preguntar por la causa de aquella animadversión general y me dirigí al guardián del templo... Escucha con atención, hijo mío —comenzó diciendo-. Aquella mujer ha sido en su juventud de una belleza singular, incomparable. Bastaba una mirada suya, no con intención la mayoría de las veces, para incitar a muchos jóvenes... Su mayor pecado ha sido, precisamente, su extraordinaria hermosura... Después de saber todo esto, en otra visita que realicé al poblado me aproximé a Rahma y le di dos pesetas... Me relató su historia… — Nací en este pueblo —dijo— y no pienso abandonarlo jamás. A pesar de la aversión general que tan despiadadamente se me profesa... Ninguna mácula conoció mi cuerpo... No saben bien el daño que me han hecho. Y lo malo es que aún perseveran, sin recordar, ellos tan devotos, que el perdón es la única virtud sobre la cual están de acuerdo todas las religiones. Mi falta ha sido esta: amé en silencio a un hombre que nunca se fijó en mí… Y, desesperada, quise imponer mi voluntad… declarando mi amor al hombre que quería. Aquel atrevimiento nunca me fue perdonado. Porque los hombres, los nuestros del campo, transigen en todo, excepto cuando la mujer declara su amor y acaba siendo rechazada… Esta es la historia de Rahma —concluyó—, de Rahma la proscrita (Al-Jatib: 1953, 8-9). 9. 6. 2. “Un patrimonio común”
Un rico patrimonio cultural pertenece a Marruecos y a España. Indiscutiblemente, es un deber ineludible para los elementos conscientes de los dos países re-
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valorizar dicho patrimonio... Sería una traición flagrante que los elementos capacitados en España y Marruecos dejasen de aportar su concurso a esta noble tarea y que nuestros dos Gobiernos, celosos guardianes del patrimonio nacional, juzgasen esta labor como infructífera... Una labor tan ingente no podría ser obra y fruto de esfuerzos personales, por mucha y buena voluntad que se ponga en la tarea... Es éste, a mi juicio, el primer deber que tienen contraído con sus respectivas historias los intelectuales españoles y marroquíes. Porque nuestra historia común no adquiriría su proporción natural y verdadera si no se hiciera renovar tanta grandeza dormida... Y son las revistas bilingües las que deben jugar un papel primordialísimo para la realización de tan ferviente voto... Logro que será apreciado en su justo valor por las generaciones futuras, que no vacilarán en agradecer nuestro actual esfuerzo y cotidiana labor (Al-Jatib: 1958, 2). 9.7. Relatos del hammam (2001), de Mohamed Sibari (1945), hijo de Larache
En el prólogo leemos “que le han podido ocurrir, o padecer incluso a él mismo”. López Gorgé añade que … están salpicados de nombres y detalles de costumbres españolas que aún perduran y no se han perdido en casi todo el norte de Marruecos. Mohamed Sibari y su entorno cultural han sido siempre de formación y raigambre españolas (Sibari: 2001, 11). 9.7.1. “Cosas del vino”
Durante el Protectorado español en Larache había (sic) miles de soldados españoles y muchísimos bares y bodegas. El vino se tomaba más que el agua tanto por los militares como por los civiles... En los bares de la ciudad, en la playa, en las bodegas y en los burdeles, casi todos los camareros eran marroquíes. Muchos bebían pero a escondidas, ya que si eran sorprendidos por alguno de los mejaznis del Bajá, corrían el riesgo de terminar en la cárcel. Los que vivían en la medina disimulaban el vino en botijos y, si eran botellas, debajo de sus chilabas. Otros más pícaros, en los portones (sic). El cliente le decía al camarero: Te espero en el portón de la familia Balaguer. El camarero aparecía con una bandeja con dos vasos de vino y dos tapitas., y allí, detrás de la puerta se bebían cada uno su vaso. El cliente era el que pagaba la copa del camarero. Y así sucesivamente. Ahora te espero en el portón de los Gargallo, de los Martínez, de la señora Lucrecia, de la señora Polonia, del doctor Machín… Los más jóvenes bebían de noche en la playa de Ain-Chaqa. Los de la periferia de Larache, lo hacían en los Viveros. Los del barrio de Las Navas, Nador y Relojero en la playa del Matadero. Un fatídico día de verano, un indígena (sic) completamente borracho, ultrajó una bandera española. Fue detenido y conducido a comisaría... Aconsejadas las autoridades coloniales por sus agentes de información, consultaron con la ‘Alta Comisaría’. La respuesta fue intentar que un juez ‘cheránico’ condenase también al preso. Consultado el ‘cadi’, les contestó lo siguiente: — Señores, condenaré a muerte a este señor con una sola condición.
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— ¿Podemos saber qué condición? Que retiren todas las bebidas alcohólicas de la ciudad y cierren todos los establecimientos que se dedican a este negocio ya que el vino fue la causa de esta lamentable desgracia. Dos días después el acusado fue absuelto. — ¿Sabes quién era ese juez cheránico? Le dijo el guel-lás al quessal. — Si no me lo dices. — Ese viejo que acabas de lavar —le dijo Si Taieb. — ¡El alfaquih Chentuf! — El mismo (Sibari: 2001, 39-40 y 41). 9.8. El Dédalo de Abdelkrim (2002), de Mohamed Bouissef Rekab (Tetuán 1948)
En el libro se habla de un aspecto muy comprometido de la historia hispano-marroquí. Se trata de la Guerra del Rif (1921-1926), que marca profundamente las condiciones del Protectorado español en Marruecos. Al principio, la influencia de España se centraba en Tetuán, regiones de Larache y Arcila además de las posesiones españolas de Ceuta, Melilla y los peñones Vélez de la Gomera, Nekor —o Alhucemas— y las Islas Chafarinas —Isla del Congreso, Isla de Isabel II e Isla del Rey Francisco—. Poco después se pretende consolidar la presencia militar en el interior de las demás regiones. En Axdir el Faqih Abdelkrim al-Jattabi tiene problemas. ¿Cómo te atreves a mandar a tu hijo a Melilla a trabajar con nuestros enemigos? Acabas de volver de Tetuán y ya nos creas problemas. Escucha si Taieb, mis hijos y yo siempre hemos amado nuestra tierra y nuestro pueblo. Pero no tenemos nada contra España... ¿Y cómo explicas que tu otro hijo esté entre españoles? ¿Qué hace con los cristianos? Parece que están siguiendo tus pasos; van a ayudar a los españoles contra los intereses rifeños... Estamos solos. Tienes que ser sincero. Querías que España ocupara su zona en Marruecos, ¿verdad?... ¿Qué me dices del artículo que escribiste el doce de octubre de 1910? ¿Festejabas con los españoles el Día de la Hispanidad? ¿Apoyabas su política expansionista en un día tan señalado? Todo lo que escribía lo hacía por amor a mi tierra y a mis conciudadanos… ¿Los españoles te dejaban escribir todo esto? ¡Claro! Todo iba en contra de Francia; su rival directo en la futura carrera para ocupar nuestro país. Berenguer me informa que el general Silvestre ha conseguido “pacificar” el Rif… Señor ministro, todos estamos muy contentos. Eso indica que los hijos de España no morirán en tierras tan lejanas, como ha ocurrido tantas veces... Eso no lo promete por nada. España quiere llevarse nuestras riquezas minerales y destrozar nuestros bosques. Nosotros podemos y debemos educar a nuestros hijos y explotar los yacimientos del Rif...
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Antes no pensabais así. Muchos de nosotros consideramos que España es capaz de enseñarnos mucho... ¡Qué sabréis vosotros de España! Nosotros confiábamos que España no pensaría nunca en ocupar el Rif... Mi general, cuatro moros de Temsaman solicitan hablar con usted. Afirman que es muy importante. No es necesario que nos traduzca nadie, mi general. Puedo decirle lo que nos trae y explicarle nuestra opinión. ¡Vaya! Hablas... Habla usted español. Pues bien, dígame qué le trae por aquí… ... Hay algunos que no están de acuerdo con él; a esos hemos conseguido explicar que España es nuestra garantía de progreso... Cualquier movimiento nuestro sería avistado por los rebeldes que hay en las montañas y lo transmitirían a los suyos. ¿Cómo conocen nuestra intención de instalarnos en Dhar Abarrán? ¿Quién les ha informado?... Perdone las molestias, mi general, pero hay otros dos rifeños que desean hablar con usted. ¡Vaya día! Dígales que entren. Coronel Morales, tú eres nuestro amigo y queremos decirte que no salga el ejército de esta población. Annual es el sitio más seguro. Si salen de aquí pueden sufrir muchos problemas… Dígale que explique la causa. Porque los hombres de uld Abdelkrim se han transmitido la noticia de que el ejército español se está moviendo... Eso ya lo hemos solucionado. Las luces de bengala no surtirán efecto alguno. No se transmiten las noticias con luces de bengala. Lo hacen con disparos de ametralladoras desde lo alto de las cumbres... Coronel Villar, forme un destacamento de unos mil hombres y siga a estos cuatro señores. Su misión será montar una base de enlace... Todos han muerto, mi general. No se han llevado prisioneros. Incluso los prisioneros han sido pasados por las armas. Los policías moros se han ido con ellos. Me mandan decirle a usted que... Pero, ¿cómo se atreve ese pordiosero a atacarnos? ¡Ya le enseñaré yo a ese! ¡Mi general! Acabo de recibir este cable. Nos informan que los rebeldes han atacado Sidi Dris… ¡Los voy a aplastar como a gusanos! Van a saber con quién se las van a ver. Aunque hagan lo que hagan, nunca podrán impedir que lleguemos a Alhucemas... Nuestros hombres son muy impetuosos. Se les ha dicho muchas veces que no maten a los prisioneros; es como hablar con el aire... ¿No decías que no querías que hubiera muertos? Si es verdad lo que dices, ¿por qué sitiaste a esos pobres soldados, que no eran más que niños, hasta su exterminio total?... El moro que vino a parlamentar con el comandante Benítez dijo que seríamos tratados según lo especulado en las normas internacionales… Cualquier soldado que intente rendirse será matado por la espalda, como un cobarde y traidor que huye… Tengo sed... Quiero que ellos me den de beber. Esos gritos de sus mujeres animando a los hombres me destrozan. No podemos seguir así... Mon maréchal, hemos cruzado el Werga. No hemos tenido ningún problema. Los rifeños no se han resistido.
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Très bien; ahora tenéis que evitar todo contacto de los rebeldes rifeños con los que tenemos en el Atlas. Ocuparemos todas las regiones estratégicas donde se mantenían los rifeños. Cuando se peleen, dejadlos que se maten entre ellos; no intervengáis. Esperaremos a que lleguen los refuerzos y entonces hablaremos de Bani Zerual... El mariscal Lyautey me manda transmitirle que sin la presencia de representantes españoles no se puede tratar este tema tan espinoso... Y yo le hago saber, en nombre del gobierno del Rif... Son los que deben dialogar con ustedes. Siento decirle que según la ley que ampara el Tratado de 1912, los rifeños no tienen poderes para dialogar con nosotros... España es el único país que Francia reconoce como interlocutor. En ese caso, haga saber a sus responsables que los rifeños, siguiendo las leyes internacionales, van a seguir en sus puestos... No hay tiempo que perder. Dé la orden de ataque a todo el frente. Informe al general Primo de Rivera. Los rifeños no deben permanecer ni un día más junto a las tribus amigas de Francia... Esto está ocurriendo porque al principio se le dieron muchas facilidades a esos “bárbaros”. Ahora se creen con derecho sobre “nuestras tierras”... Estoy seguro que el ejército francés sabrá cómo aplastar a esos “salvajes”; nosotros no somos los españoles... La resistencia rifeño-yeblí consigue ocupar todos los puntos estratégicos del Alto Werga; las harcas se convierten en un auténtico peligro para Taza, Fez y Wazzan. El temor francés, muchas veces hecho público por Lyautey de perder estas grandes ciudades, quedaba justificado. Drásticas decisiones fueron tomadas por los responsables franceses, ya que si las perdían a manos de estos “bárbaros”, toda su “gloria” de potencia colonizadora se vendría abajo. El mundo entero entraría en una nueva dinámica y se sabría que las potencias colonizadoras no eran invencibles... (Bouissef: 2002, 25-190). Bibliografía Affaya, M. N.: “L’autre dans l’imaginaire cinématographique maghrébin”, en L’Inter culturel au Maroc. Arts, langues, littératures et traditions populaires, Casablanca, AfriqueOrient: G.E.M. (Groupe d’Etudes Maghrébines), 1994, 146 páginas. Al-Jatib, A.: “La proscrita”, Ketama, Semestre 2, 1953. — “Un patrimonio común”, Ketama, Semestre 2, 1958. Al-Jatib, I.: “Introducción”, en Al-Tuhami al-Wazzani: el linaje de hombres y genios, Tetuán: Asociación Tetuán-Asmir, 2000. Al-Madini, A.: “Forma y expresión. Lecturas en la narrativa marroquí”, en Actas del Congreso sobre la Novela Marroquí de la Universidad Abdelmalek Essaadi de Tetuán, Tánger: Altopress, 2001. Al-Wazzani, T.: Memorias. La resistencia armada y el movimiento nacionalista en el norte de Marruecos (1941), Rabat: Imprenta Sahel, 1980 (Edición de Ibn Azzuz Hakim), 152 páginas. — La zagüia (1942), Tetuán: Publicaciones de la Fundación Tuhami al-Wazzani de la Cultura y el Patrimonio. Centro de Documentación y Estudios sobre el norte de Marruecos, 1999 (Edición de Abdelaziz Saoud), 243 páginas.
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Alumnos de la Escuela de Artes Indígenas Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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Xauen, calmada y virgen, acepta a España, octubre de 1920 La ciudad santa en una fotografía tomada en los días de la incruenta ocupación española (14-15 de octubre de 1920). Cien años después, la urbe conserva su carácter mistérico y de fértil enlace tricultural: hebreos, andalusíes y yebalíes convivieron aquí durante siglos. Autor anónimo. Vintage en papel-foto. Colección Pando.
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Escuela de Artes Marroquíes Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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Garaje España, Tánger, década de 1950 Archivo Martínez-Simancas.
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Tetuán, 1948 Archivo Martínez-Simancas.
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Clase de música en la escuela del Magisterio Femenino Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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Tetuán, 1948 Archivo Martínez-Simancas.
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Tetuán, 1948 Archivo Martínez-Simancas.
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Tetuán, 1948 Archivo Martínez-Simancas.
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Tetuán, 1948 Archivo Martínez-Simancas.
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Feria del Libro de Tetuán en 1941
Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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Alumno del taller de pintura de la Escuela de Artes Marroquíes Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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Biblioteca circulante, Tetuán, ca. 1950 Fotografía de Francisco García Cortés. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica “Félix Mª Pareja” (AECID).
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Ay, soldadito marcial, ca. 1956 y El primer marinero, ca. 1960 El amor no fue prohibido por el franquismo, pero el erotismo se vio condenado a cadena perpetua. El noviazgo quedó sometido a severa y persistente vigilancia. Los gestos permitidos no podían sobrepasar el recato más absoluto. La inocencia del adulto tenía que ser virginal, con lo que acabó infantilizada y momificada. Toda la espontaneidad, imaginación y picaresca elemental del alfonsismo soñador fue barrida sin compasión. Desaparecieron argumentos y escenografías. Ni siquiera el amor platónico se vio libre del acoso. El resultado cultural y social fue un amor de cartón piedra, que propició un sinnúmero de abusos y perversiones ocultas de todo tipo. La misma fotografía fue sumariada y puesta entre rejas. Autores no identificados, 1956-1960. Originales en papel-foto. Colección Pando.
Imagen página siguiente:
Desfile de la guardia jalifiana ante el general Varela, mayo de 1949 Con ocasión del enlace entre el jalifa y la hija del sultán, Tetuán se cubrió de luces y legítimos orgullos. Cuando la España del gasógeno convivía con la escasez y las restricciones de electricidad, gasolina y cartillas de racionamiento, en el Marruecos protectoral no había carencia de alimentos y existía el pleno empleo. Un país en paz y esperanzado frente a una metrópoli arruinada, amargada y sometida a bloqueo económico y diplomático por su colaboración con las potencias del extinto Eje (Alemania-Italia). Esos árboles de la Plaza de España, con decenas de bombillas extendidas por sus ramas, que los españoles verían al final de los años cincuenta, los tetuaníes los disfrutaron diez años antes. En esta imagen inédita de Juan Miguel Pando Barrero, la guardia jalifiana desfila ante el general Varela. Vintage en papel-foto. Legado Pando-Protectorado, integrado en la Colección Pando.
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La conquista de Marruecos, coplilla al uso, 1912 El soldado español, ante la mujer musulmana, se manifestaba así: “Aunque cristiano y tú mora / nos une la religión / sagrada del corazón / por eso mi alma te adora”. Copia del original, en papel foto, con la firma de “Ernesto”, distribuida como tarjeta postal, 1912. Colección Pando.
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A las orillas del Kert, coplilla al uso, 1912 “Déjame querida hermana / que me acerque a este cristiano / porque no es tan inhumano / como padre lo pintó”. Copia del original, en papel foto, distribuida como tarjeta postal, 1912. Colección Pando.
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Vintage en papel-foto, mayo de 1949. Legado Pando-Protectorado, integrado en la Colección Pando.
La princesa Lal-la Fátima en su carroza nupcial, mayo 1949 El enlace entre una princesa de la Casa Real alauí y Muley el Hassan Ben el Mhedi, jalifa del Marruecos protectoral bajo la autoridad de España, convirtió el norte de Marruecos en parte dinástica y política del mismo Reino de Marruecos. En esta imagen inédita de Juan Miguel Pando Barrero (1915-1992), se distingue el velado rostro de Lal-la Fatima, hija del entonces sultán Muley Yussuf, luego rey Mohammed V al conseguir la recuperación de la independencia de Marruecos.
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En alerta para correr la pólvora, mayo de 1949 Erguidos y altivos, pero respetuosos con el fotógrafo, estos guerreros de Yebala, tal vez padre e hijos, empuñan sus espingardas de salvas y sujetan las bridas de sus corceles a la espera de recibir la orden para “correr la pólvora”, carga al frente y con disparos al aire, demostrativa de su legendaria furia en honor de Muley el Mhedi y las autoridades españolas. Vintage en papel-foto de Juan Miguel Pando Barrero (1915-1992). Legado Protectorado, integrado en la Colección Pando.
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1. Introducción
Mi abuela solía contar que su hija Simy “nació la noche que entró el español”. El desembarco de las tropas españolas se produjo en efecto en la noche del 8 de abril de 1911. Al año siguiente se firmaría el tratado por el que se constituiría el Protectorado español del norte de Marruecos que duraría hasta la independencia, también en un mes de abril de 1956. Sin la circunstancia histórica del Protectorado, mi madre nunca habría llegado a Larache procedente de Segovia y yo nunca habría nacido. Cuando nací, el Protectorado tenía treinta y seis años y aún le quedaban casi diez más. Pero hay que decir que, con la salida de las tropas y de los funcionarios españoles en 1956, el Protectorado real no desaparece, sino que la mayoría de los españoles y extranjeros así como los sefardíes, permanecieron en Marruecos por razones diversas: unos porque su trabajo seguía allí y otros porque tenían sus propiedades, y los más, porque no sabían adónde ir y probablemente tampoco deseaban dejar lo que hasta esa fecha había sido su patrimonio personal y cultural, una determinada manera de vivir y de integrase en un país que consideraban el suyo. El caso es que el Protectorado se prolongó una decena de años, en lo que he dado en lla-
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mar el post Protectorado, hasta que casi todos abandonamos nuestra tierra de origen. Hay que reseñar que nadie fue expulsado o invitado a marcharse de Marruecos. Hassan II fue lo suficientemente inteligente como para comprender la importancia de conservar la riqueza de conocimientos y experiencia de los colonos y extranjeros. Los que nacimos y pasamos nuestra infancia y parte de nuestra adolescencia en el Protectorado nunca tuvimos sentimiento alguno o sensación de provisionalidad; por esto, cuando llegó el momento de irse, nos cogió a todos por sorpresa, era algo que no esperábamos. La salida fue escalonada a lo largo de diez o quince años aproximadamente, y no sería desacertado contemplarla, pasado el tiempo, como una salida por simpatía: si la familia del piso de al lado se había ido, uno debía también marcharse; y así casi todos se fueron yendo, sin prisa pero sin pausa. Más tarde vendrían por este orden, la sensación de desarraigo, el exilio interior y la vuelta desde la nostalgia o la recreación de un tiempo perdido. En mi caso concreto, lo que llamo mis circunstancias heredadas, y posteriormente biográficas, me convirtieron en un compendio de tradiciones y culturas muy representativo de lo que fue el Protectorado; y justifica plenamente, a mi modo de ver, lo que luego ha sido una parte importante de mi literatura. Nacido en Larache, de padre sefardita y madre segoviana, toda mi infancia transcurrió en el ámbito familiar, junto a mi abuela Luna y las hermanas de mi padre. Mi educación sentimental está determinada más que por la presencia, por la compañía, el abrigo y el cariño de mi familia paterna, sin olvidar obviamente la influencia de mi madre castellana. Por otra parte, por razones de estudios o por el trabajo de mi padre, tuve la oportunidad de vivir en distintas ciudades de Marruecos, como Zoco el Arba, Rabat en dos épocas (ambas ciudades pertenecían al Protectorado francés) y finalmente Tánger, a la que conocí en su esplendor y al comienzo de su decadencia como ciudad con estatuto de internacionalidad. No quisiera dejar de mencionar, en esta breve semblanza, que, por mi formación tanto primaria como secundaria, fui y sigo siendo bilingüe, ya que la lengua de Molière me acompaña desde muy pequeño hasta el punto de primar sobre mi lengua materna, el castellano. Esta mezcla de culturas y tradiciones, sefardita, castellana y francesa, interiorizadas y expresadas todas ellas en un ambiente marroquí, justifican una determinada manera de ser y de aprehender la vida que únicamente podría darse en una situación singular como fue la del Protectorado en Marruecos.
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2. Literatura e Interculturalidad
En fechas recientes ha surgido un cuerpo de ensayos y estudios sobre la literatura de aquellos autores que recrean y rememoran su tiempo perdido en el Marruecos protegido por españoles y franceses, a la manera de Marcel Proust: Escritores de pertenencia directa o indirecta a los enclaves coloniales: Carlos Tessainer y Tomasich: nacido en Tetuán en 1956; León Cohen Mesonero: nacido en Larache, en 1946, se trasladó a España en 1968; Sergio Barce Gallardo: vivió su infancia en Larache desde 1961 hasta que se trasladó a España en 1971; Luis Llodra Isacco: nacido en Tetuán en 1933; Lydia Sanz de Soto: vivió durante más de dos décadas en la ciudad de Tánger; Juan Vega Montoya: en 1936, a los 4 años de edad, llega a Tánger. Abandonará Marruecos en 1973; Cristina Martínez Martín: nacida en Larache donde vivió hasta los quince años de edad; Leo Aflalo: nacido en 1949 en Tánger. Desde 1975 reside en Madrid; Esther Bendahan Cohen: nació en Tetuán; Antonio Parra: profesor de español a finales de los años 70 en Tánger; Jesús Carazo: profesor de español entre 1968 y 1977 en Tánger; Sonia García Soubriet: desde los años 80 pasa periódicamente temporadas en la ciudad de Tánger; Javier Roca: nacido en Tánger en 1960 (Goñi: 2012,675).
Valga, como muestra, esta interesante reflexión de José Manuel Goñi (2012, 677): La literatura contemporánea en español no distorsiona la realidad tangerina, ni de Larache o Tetuán, su refutable internacionalidad o el refugio que supuso para aquellas vidas, sino que la recrea… Si aceptamos, decía, en mayor o menor medida este análisis generalista, hay que añadir que será un grupo de escritores, cuyo rasgo común es el de la diáspora y el distanciamiento temporal de lo que fue Tánger y la zona del Protectorado español, el que describa y desentrañe a principios del siglo XXI, y de forma paulatina, una visión y una historia del pasado colonial reflexionada y acicalada por más de cuatro décadas de silencio… Desde hace ya algún tiempo vengo poniendo de manifiesto que la narrativa contemporánea sobre Tánger y el Protectorado publicada desde el año 2000 hasta el 2010, no se puede percibir como una memoria histórica de los territorios coloniales, sino como una narrativa basada en el concepto de una diáspora provocada por una alteración del Locus Mater. La subsecuente repatriación, a la luz de las señas de identidad de estas obras literarias, no fue tal; y si, desde el punto de vista político de finales de los cincuenta, se habla de una descolonización y una vuelta a la España madre, la narrativa estudiada muestra que el lugar perdido, el locus interior, esto es, los enclaves coloniales norteafricanos coinciden con el concepto de Locus Mater. La asimilación a un nuevo lugar de origen no ha impedido que esta narrativa siga redefiniendo el concepto de adaptabilidad e identidad para con el locus perdido… La denominación de narrativa anacrónica sobre el Protectorado del norte de Marruecos y Tánger responde a la representación de unos mundos posibles en un tiempo histórico real, sobre un topos hoy en día inexistente; es decir, las representaciones de la muerte psicológica de un territorio…
En esta reflexión aparecen conceptos estrechamente ligados a la reciente literatura española sobre el Protectorado, como diáspora, locus mater, lugar perdido en el sentido de expulsión del paraíso, narrativa anacrónica que Goñi
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relaciona con la muerte psicológica de un territorio. Narrativa que, más que anacrónica o fuera del tiempo, yo llamaría recreadora de un tiempo y unos lugares (durante el Protectorado español); y tiene la peculiaridad de que, en todos los narradores citados por Goñi, coinciden curiosamente tiempo recreado (los años del Protectorado o muy próximos a él) y tiempo de recreación (que yo situaría en un intervalo más amplio: de 1990 hasta la actualidad). Quizás este breve ensayo pueda servir de análisis, más o menos objetivo, sobre las razones profundas que me llevaron a recrear en mis escritos un mundo desaparecido y solo presente en mi memoria visual, sentimental y en ocasiones olfativa. Un análisis minucioso y pormenorizado, haciendo un recorrido diacrónico por los relatos más significativos que he seleccionado y que tienen que ver con esa época en mi obra literaria, pueda quizás conducirme a indagar y a entrever las razones profundas que me impulsaron a adentrarme en mi memoria y visitar sus territorios. El doble papel de escritor y comentarista, más que crítico, puede ayudar en esta labor al permitirme mantener un dialogo íntimo con mis propios escritos. “Los trenes de mi infancia” (Cohen: 2006, 31)
En este relato se hace referencia al Larache de principios de los cincuenta del siglo pasado, los últimos años del Protectorado, y a los sentimientos de un niño de aquella época. Extraña y sorprende —ya que, como veremos, no es habitual en su obra— una cierta amargura en el recuerdo de aquella prolongación de una España pobre y gris que era el Protectorado español, al que el autor llega a llamar “nuestra España”, como queda reflejado en el siguiente párrafo del relato: ¡Aquellos trenes de nadie o del escaparatista! ¡Cómo olvidar aquella cara grande con bigote! (uno de los hermanos de Casa Martínez, en plena Plaza de España). Y el frío del otoño que moría, queriendo ser invierno: Eran los años cincuenta y era Navidad, en Larache, ciudad todavía “protegida” por la España de Franco. Era la tristeza de unos niños hambrientos de tren, de “fuerte”, de soldaditos de plomo, de balón de reglamento. Era la mirada angustiada de unos niños de posguerra, dentro de aquellos pantalones “tres cuarto” zurcidos, dentro de aquellos “jerséis” oscuros como la época, dentro de aquellos eternos zapatos “gorila” a los que mamá había tenido que coser el contrafuerte para que aguantaran un invierno más. Toda nuestra infancia, toda nuestra España, era un parche para seguir tirando, porque cuando fuésemos mayores, seríamos otra cosa nos compraríamos el tren o la bicicleta que los mayores no querían o no podían regalarnos. Pero ¿quiénes eran estos Reyes Magos tan pobres, tan poco generosos? Lo habían ido dejando todo en el camino, por Francia, por Europa, claro, como España estaba al final del trayecto... eso nos decían. Ni siquiera teníamos niños a quienes envidiar, éramos todos pobres.
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“Camisas mojadas” (Cohen: 2003, 11)
Casi un cuarto de siglo después de abandonar Marruecos, mi primer relato publicado (Diario Europa Sur, marzo de 1992) tiene que ver con el drama de los emigrantes marroquíes. En este relato-denuncia, hago alusión a Larache, a un Larache mitológico donde reinan el Océano Atlántico y el implacable sol en verano y donde Hércules es amamantado en el Jardín de las Hespérides. Ya aparece una determinada manera de contar desde una memoria a la vez distante y próxima, que será una constante característica de mis relatos sobre Marruecos: Driss había crecido entre arena y olas, en la Otra Banda, una playa municipal donde río, mar y tierra concertaron sus nupcias estivales, mientras Hércules era amamantado justo arriba, en la colina, junto al Jardín de las Hespérides. Ningún hijo de aquel pueblo milenario podrá nunca olvidar —incluso después de haber perdido la memoria- aquellos atardeceres del mes de julio, cuando la brisa que subía desde el Atlántico sellaba una especie de pacto tácito entre sol y mar, trayendo consigo la vida a unas calles desiertas por el implacable sol del mediodía.
También manifiesta mi denuncia y cariño por esos jóvenes soñadores de un mundo mejor: Por un instante pude imaginar a aquel chico amable y educado, soñando con conquistar el Norte desde algún barrio de chabolas como Beni Makada o el Souani, en Tánger o en Tetuán. Luego vi su cadáver flotando en la orilla de una playa sin nombre. “Rachid y el señor Levy” (Cohen: 2006, 25)
Se trata de un cuento que describe la relación mágica entre un comerciante judío y un joven marroquí durante la época del Protectorado español en Alcazarquivir. En este cuento se hace alusión a lugares muy próximos del Protectorado francés y español (Mechra Bel Ksiri próximo a Zoco el Arba y Alcazarquivir), de manera que nuestro personaje central, al igual que el autor, pertenece a ambos: Rachid no era un chico corriente. Había nacido en Mechra Bel Ksiri, una aldea de la llanura del Gharb situada a medio camino entre el Norte y el Sur de Marruecos. Cuando nació Rachid, aquel era un pueblecito de colonos franceses en su gran mayoría de origen valenciano (ellos se autodenominaban españoles “naturalisés“). Recalaron allí siguiendo la ruta de la naranja. Sin embargo, aquel no sería el último destino de Rachid, pues muy pronto se trasladaría al Norte, donde su padre se establecería como carnicero. En aquellos tiempos El Ksar el Kebir era la capital comercial del Protectorado español. Aquel cambio supuso una promoción social para toda la familia y fue determinante para que ocurrieran años más tarde los sorprendentes hechos que voy a narrar.
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El autor da a entender que Rachid es musulmán, políglota, que tiene por maestro a un judío sefardita y que acabará siendo un emigrante triunfador en Francia. Se supone que asimilado, por lo tanto sin ningún estigma causado por la errancia o el desarraigo. Este cuento es un ejemplo de interculturalidad reflejada en la relación de amistad entre un judío sefardita y un marroquí musulmán. El cuento tiene además un componente moralizante para resaltar la relación mágica entre maestro y alumno: Mira Rachid, siempre he considerado que entre las muchas virtudes que enriquecen la vida de un ser humano, la sabiduría, la honradez y la humildad son las que nos confieren mayor altura y dignidad y son también aquellas que mejor nos protegen de la osadía de la ignorancia, de la tentación de la corrupción y del atrevimiento de la vanidad. Como virtudes primordiales que son, las mandé acompañarte y protegerte mientras trabajas conmigo. Es mi manera de hacerte el heredero de lo más hermoso que aprendí en la vida, pero además lo hago en honor a tu padre, mi amigo y mi igual en tantos aspectos. “Rosa teñido de gris o viceversa: Mi abuela Luna” (Cohen: 2006,35)
Este relato escrito en presente del indicativo, a pesar de narrar hechos acaecidos en 1951, es entre otras cosas, además de una declaración de cariño a mi abuela Luna, un ejemplo de recreación fotográfica y cinematográfica de las escenas de la vida y los personajes de la calle Italia de Larache (calle donde la cohabitación de las tres culturas y religiones resultaba paradigmática), tal como era en aquellos años en el recuerdo del autor (con todos los pequeños errores achacables a la memoria del que escribe). Un mundo irremisiblemente desaparecido que el autor trata de reconstruir fiando el éxito de la recreación a su memoria. El concepto de reconstrucción o de recreación es fundamental en todos estos relatos. Es el año 1951 como dije y mi abuela Luna vive de alquiler en la Calle Grisa o Guerisa, aunque el balcón de su casa, del que daré buena cuenta en lo que sigue, da a la Calle Italia, quizás en aquellos años la calle más importante de la ciudad. Dicha calle empieza o termina en su margen izquierda por la Comandancia Militar, pasa por Telégrafos que pertenece a la compañía Torres Quevedo, está jalonada por multitud de pequeños comercios, la mayoría regentados por judíos, como la casa de cambio del señor Amar (Jacobi, le dijo un día a mi padre, nunca demuestres cariño a un hijo porque si así lo hicieres te cogerá el pan de debajo del brazo), el almacén de mercancías de Sidi Kassem, el zapatero remendón Rbi David, la joyería del señor Uahnono, la tienda de “varios” del señor Berros, la del señor Emquíes y finalmente la zapatería de Rbi Gabay que hace esquina con el Zoco Chico justo a la entrada de la Calle Real. Esta última zona es uno de los centros neurálgicos más bulliciosos de la ciudad. Hay un continuo deambular de personas, carros y burros cargados de mercancías diversas que entran o salen del zoco o de la Calle Real. Lo mismo bajan casi corriendo hacia la Calle Real, camalos como Jai Daued con su larga y poblada barba, llevando sobre el hombro un pesado saco de
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harina, que suben desde el puerto pesquero dos pescadores -probablemente barbateños- a toda prisa con una caja de sardinas, posiblemente camino de los bares Central y Selva. El balcón de mi abuela se halla en la margen derecha de la calle, frente a las tiendas de “varios” de los señores Emquíes y Berros. Está en una primera planta y debe medir unos seis o siete metros. Es por lo tanto una buena atalaya para observar el ir y venir de gentes y cosas. Desde ese balcón como desde cualquier otro que se precie, he podido presenciar unas veces solo y otras acompañado de mis tías, muchas escenas dignas de ser relatadas. En el balcón de enfrente vive un personaje que siempre anda o más bien se sienta en pijama de rayas acompañado de dos de sus hijas que deben rondar la treintena. De este trío, él sobresale por su volumen y por su apariencia. Es orondo, grande y con la cabeza totalmente rasurada, de forma que mi tía Raquel que para poner apodos se las pinta, le ha bautizado como era de esperar como Mussolini. Y es verdad, que sentado en una silla y apoyado sobre la baranda del balcón se asemeja al difunto dictador italiano… “Algunos recuerdos de mi Larache” (Cohen: 2006, 45)
Se trata aquí de un recorrido casi milimétrico por la topografía y la toponimia del Larache de la infancia del autor, el Larache de los últimos años del Protectorado. Calles y personajes están aquí descritos con todo detalle, como se puede apreciar en este párrafo: El Larache de los años cincuenta, el de mi infancia, era un pueblo que pasados los años se me antoja peculiar, por su ambiente, por sus personajes. Topográficamente, viniendo desde Tánger o desde Alcazarquivir siempre se llegaba a Cuatro Caminos y desde dicho cruce se entraba en Larache por la Avenida de las Palmeras, del Generalísimo o de Mohamed V según la época. Algunos de los lugares y edificios más emblemáticos a lo largo de su recorrido eran la casa del Raisuni y la Escuela Francesa de la Mission Universitaire et Culturelle Française. Luego un poco más abajo se hallaba el cementerio de Lalla Mennana, el Jardín de las Hespérides, la escuela de la Alianza Israelita, el Comisariado y enfrente la iglesia y al final la Plaza de España. La Plaza de España era un espacio amplio, con forma entre circular y ovalada, centro neurálgico de la ciudad que por aquel entonces podía tener cincuenta mil habitantes. Estaba rodeada la plaza por una carretera y al margen de ésta edificios de estilo colonial, casi todos ellos separados por calles que hacían de la plaza una especie de centro distribuidor, desde el cual se podía tener acceso a cualquier punto de la ciudad. La Plaza de España estaba rodeada por una carretera flanqueada por un paseo jalonado por multitud de comercios de toda índole. Sobre la acera del paseo, unos soportales formados por arcos de estilo árabe, además de decorar, hacían de puertas abiertas del paseo. Debajo de los arcos, uno podía disfrutar de sombra en pleno verano y resguardarse de la lluvia inoportuna en invierno. Además, allí estaban los Almacenes “Pulido”, Pepe el Indio, la Farmacia Amselem, y la Zapatería Bata, entre otros. Enfrente de “Pulido”, en la margen izquierda de la avenida del Generalísimo, la gente podía disfrutar de las terrazas de los bares Perico y Canaletas.
Pero además en este relato, el autor incluye el recuerdo de un hecho puntual que cito completo por su importancia histórica, el día en que se concedió la independencia al Marruecos español:
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Era con seguridad la primavera del año 1956, eran aproximadamente las cuatro de la tarde. Mlle Vermury estaba terminando de impartir la última clase de la semana, era viernes. Llamaron a la puerta. Por la puerta entreabierta pude observar como uno de los guardaespaldas del “Raisuni” conversaba con nuestra profesora. Siempre recordaré su expresión de persona acostumbrada a obedecer. Era un hombre negro, muy alto, que siempre llevaba una jilaba o chilaba inmaculada, entre blanca y parda, de ese color amarillo que no acaba de ser blanco. Tenía aquel gigante un porte erguido y hasta distinguido a pesar de su presumible humildad. Desde muy pequeño, aquel hombre y su compañero de gran parecido físico con él me inspiraban temor y admiración. Los mayores contaban historias de palizas de muerte propinadas por estos esbirros del Raisuni a pequeños delincuentes y borrachos. Mademoiselle Vermury entró de nuevo en clase y se dirigió en voz baja a nuestro compañero Jali, segundos después éste se marchó con el hombre negro. Dicen que se llamaba Rabah. Aquel día, quiero recordar que salimos antes y nos recomendaron que nos fuésemos directamente a nuestras casas. Del resto del transcurso de aquella tarde, no atino a asegurar si fue vivido o contado. Enfrente del cementerio de Lalla Mennana. Situado a medio camino en la avenida de las Palmeras, justo en la esquina de una bocacalle que une a esta última con la calle Chinguiti, fueron quemados vivos los dos guardaespaldas por una pequeña horda enfurecida. El caíd de una kábila cercana a Larache fue colgado de un árbol en pleno centro de la Plaza de España, seguramente por haber sido colaborador de los españoles y para que sirviera de ejemplo. Era la independencia. Pocos días después, mis amigos y yo pudimos visitar los restos de la casa del Bajá y constatar las huellas de la batalla. Todavía recuerdo el olor a quemado. “Recorrido sentimental por las calles de la memoria” (Cohen: 2006, 63)
Aparqué el coche en la Plaza de España. Me bajé y respiré hondo, como queriendo recuperar los olores perdidos en jardines de la infancia, como queriendo recobrar el aire de tantos años pasados, en un exilio no deseado aunque inevitable, alejado de mi pueblo. Este era un viaje proyectado muchos años atrás, y siempre, por una u otra razón, aplazado. Pero he aquí que por fin estaba en Larache, la ciudad donde nací y donde transcurrieron mi infancia y adolescencia. Había venido solo, porque sólo yo podía realizar este paseo por el tiempo. Lentamente, como midiendo cada paso, me dispuse a cumplir el objetivo de aquel viaje.
Al comienzo de este relato, el autor define su propósito: “recuperar los olores perdidos en jardines de la infancia, como queriendo recobrar el aire de tantos años pasados”. Y sigue con esta frase: “en un exilio no deseado, aunque inevitable” que remarca la inevitable salida. En su viaje sentimental e imaginario, el autor se percata de que la realidad ya no es la que era, pero la ignora y decide seguir soñando: Me detuve de pronto y me percaté por vez primera que aquella imagen fija de la calle hacía mucho tiempo que se había borrado y supe que estaba haciendo un recorrido sentimental donde todo lo relatado fue y hoy ya nada era. Pero yo no tenía demasiado interés en ver lo evidente, así que decidí seguir mi propio camino.
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“Carta a Juanita Narboni” (Cohen; 2003, 39)
La carta nos traslada al esplendor del Tánger internacional a través de la constatación de su decadencia, como expresa el personaje inventado por el autor (Sol Bensusan) que dirige la misiva a Juanita Narboni, en el mismo tono y el mismo lenguaje de Ángel Vázquez, autor de La vida perra de Juanita Narboni, intercalando términos y expresiones en haquetía o en francés: Mira la razón por la que te escribo es para darte novedades de cómo ha cambiado Tánger desde nuestros tiempos. Nada que ver, reina. Cuando te bajas del barco, lo primero que te viene a la cabeza es wo, wo, dónde caí, ¿qué es esto? El puerto y la aduana parecen del siglo pasado, los taxis son peores que los de Nueva York. Nos fuimos andando por la Avenida de España, qué guesera es esta que hasta las palmeras están viejas y estropeadas. El hotel Rif, lo cerraron, con lo que era ese diamante de hotel. De los balnearios de la playa, esos que tanto te gustaban, la Pérgola, las Tres Carabelas, se perdieron, aquel día el paseo de la playa estaba cubierto de arena, era invierno y además hacía un levante preto, así que hasta la playa, esa joya de playa me pareció fea y desangelada. La Ibense, la heladería, por supuesto estaba cerrada, y casi todos los bares que regentaban los ingleses, te acuerdas que nosotras comentábamos que todos eran maricones, pues bien no queda ni uno, no, ni un maricón no, lo que no queda es ningún bar. Luego subimos la cuesta de la playa que lleva a la Poste, la cuesta ha cambiado poco, la verdad, llegas arriba quebrada, y entonces empiezas a recorrer el Boulevard, ¿qué boulevard es este? Ya no están ni el Comedia, ni Kent, ni Monoprix, ni la Librairie des Colonnes, sí, están los edificios, no los van a tirar, pero todo cambiado, todos son bazares o cafetines, ni una buena cafetería, ni unos buenos almacenes, nada de nada. Me dirás que hay que comprender que Tánger ya no es internacional, es verdad, es verdad, pero hija hay un término medio. ¿Y Porte? Estoy viendo de nuevo a monsieur Porte acercarse a nuestra mesa para dedicarnos un piropo o una sonrisa, ¡qué salón de té, mi bien! Ahora han puesto uno que parece un desierto, como si hubieran saqueado la cafetería antigua y los ladrones se hubieran dejado algunas cosas olvidadas, porque, reina, vaya unos escaparates.
Esta argucia literaria le sirve también al autor para hacer una reflexión sobre aquel incomparable, añorado y extinto Tánger, de la que destaco esta frase: “¿No sería más bien un castigo de unos dioses atónitos y desconcertados, cansados hasta la envidia de permitirnos vivir en un paraíso al que contra su voluntad nos habíamos hecho acreedores?”. Pero lo peor de todo esto, es que ya no quedan tangerinos, un tangerino se nota, yo vi a mucha gente desconocida, pero no vi ningún tangerino. ¿Qué habría pasado con ellos, se perderían, se esfumarían o peor aún estarían escondidos por miedo a enfrentarse con esa realidad que ya no era la suya? Juanita, en ocasiones he comentado con otros tangerinos las razones ocultas o demasiado evidentes que nos obligaron a todos a dejar nuestro pueblo. ¿Fue acaso una mano oculta la que nos expulsó? ¿No sería más bien un castigo de unos dioses atónitos y desconcertados, cansados hasta la envidia de permitirnos vivir en un paraíso al que contra
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su voluntad nos habíamos hecho acreedores? ¿O fueron los tiempos históricos, eso que llaman el devenir y que siempre acaba impidiendo la existencia prolongada de situaciones diferentes, impropias de la vulgaridad en que se desenvuelve la mayoría? ¿Chi lo sa? El hecho cierto es que nos fuimos empujados por esa posible mezcla de fuerzas misteriosas, abandonamos nuestra torre de Babel, nuestra pequeña Troya, nuestras casas y nuestras avenidas, nuestro Boulevard y nuestro Monte Viejo, nuestras playas incomparables, nuestra “façon d’être”, ese estilo de vida único e irrepetible. Y nos dispersamos por el mundo, aunque ninguno de nosotros volvió la vista atrás por temor a que nuestro pueblo se convirtiera en montaña de sal como le ocurrió a la mujer de Loth en la mitología judía. Hoy sabemos que la suma de nuestras melancolías ha traspasado los mares y las montañas y que Tánger desapareció con el último tangerino, que de ella sólo queda una imagen hueca hecha de recuerdos y de nostalgia. Hoy sabemos también que Tánger fue paradigma durante un periodo relativamente largo, que abarca más de la mitad del siglo XX, del florecimiento de una cultura cosmopolita que iba más allá del simple multilingüismo para adentrarse en facetas más amplias como la heterogeneidad religiosa y social de la que surgió una sociedad donde la regla era la pluralidad, el “laissez faire y el laissez vivre”. En Tánger casi nadie prejuzgaba a nadie ni por su origen social ni menos aún por el religioso o nacional. En este punto los tangerinos fueron más que tolerantes, clarividentes y solidarios. En Tánger se podía pasar sin transición del castellano al francés y viceversa, también era el único lugar en el mundo donde los no judíos hablaban haketía, hacía parte de la cultura tangerina. Paradójicamente, esa altura de miras se daba en una sociedad necesariamente cerrada y aislada por un lado por el mar y por otro por la frontera con el resto de Marruecos.
Como indica el profesor y crítico literario Enrique Lomas: También llama la atención la intertextualidad que establece el escritor León Cohen con La vida perra de Juanita Narboni de Ángel Vázquez en dos de sus relatos, que establecen un diálogo muy interesante con la novela: inclusión de términos en haquetía, el pasado internacional de Tánger y la mezcla cultural-religiosa del norte de Marruecos. “Mi casa” (Cohen, 2006, 87)
En este relato más reciente, se narra la visita a la que fue la casa de la primera infancia del autor en Larache (esta casa y la calle serán motivo más tarde de un relato con el título de “La Calle Barcelona”); de nuevo vuelve la eterna reflexión sobre las razones de la expatriación. De esta reflexión quiero entresacar una frase reveladora: “Fue un paseo a medio camino entre la nostalgia y el recuerdo, donde el incipiente e irreprimible deseo de permanecer anclados a un pasado feliz e ingenuo se topara de bruces con la cruda realidad del tiempo perdido”. No éramos dos transeúntes cualesquiera, mi acompañante y yo éramos dos supervivientes de la última generación de larachenses enviados al exilio por razones y sinrazones múltiples. No tuvimos demasiadas oportunidades de decir no, simple-
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mente no pudimos elegir. Nos fuimos así, sin entender demasiado bien por qué teníamos que irnos, como si nos echaran. Enfilamos el camino como si nuestros pasos nos guiaran sin titubeos, pisando de nuevo la huella de antiguos pasos nuestros grabada sobre el asfalto, así llegamos en un tris a la Calle Barcelona, a mi calle. Mi casa, estaba ahí, inalterada, henchida de pasado, como si esperando mi regreso, el tiempo la hubiera perdonado (“Algunas cosas tienen un pegamento especial para que la vida se quede atrapada en ellas”). Todo ocurrió en pocos minutos, un par de fotos y emprendimos el camino de vuelta, como si el Litri y yo, compinchados, no quisiéramos oprimir la memoria común y forzar y apretar los sentimientos. Fue un paseo a medio camino entre la nostalgia y el recuerdo donde el incipiente e irreprimible deseo de permanecer anclados a un pasado feliz e ingenuo se topara de bruces con la cruda realidad del tiempo perdido. Aquel paseo representó (así lo siento ahora) un paseo desde la madurez a la infancia, un trayecto de difícil retorno y que los dos exiliados tuvimos el valor de recorrer aquella noche. Todos somos exiliados de la infancia que es nuestra patria, nosotros también lo éramos de nuestro pueblo, de nuestras calles. Porque una cosa son las calles propias, las de la infancia y la adolescencia y otra bien distinta, las calles prestadas, aquellas a las que llegamos perdidos y donde pudimos pasear nuestro exilio interior mejor o peor, cada uno según su circunstancia. “Retrouvailles à Tanger” (Cohen: 2011, 85)
Este relato nació de un reencuentro de extangerinos celebrado en 2007 en Tánger. En él manifiesto mi admiración por el espíritu inmortal de esa incomparable ciudad conocida como la Perla del Mediterráneo. La esencia tangerina condensada en los recuerdos revive, y somos de nuevo testigos del renacer del espíritu de nuestra amada ciudad. Su gentileza, su tolerancia, su hospitalidad y su generosidad permanecen como señas de identidad inalterables de ese espíritu inmortal, sin las cuales esta bella dama no tendría presente ni futuro.
Posteriormente afirmo la riqueza cultural de Tánger a través de su interculturalidad y su cosmopolitismo. Hemos vuelto a intercambiar ideas y sensaciones en Tangerino, un idioma universal que abarca a todos los idiomas y que nace de todas las nacionalidades, es el idioma de la Torre de Babel, el idioma del hombre que aprendió a hablar todos los idiomas.
Finalmente constato la identificación de los tangerinos del exilio con su ciudad con una frase definitoria y definitiva: “… el único lugar donde se sentía ella misma”: Es entonces, cuando acuden a mí las palabras de mi amiga italiana. Mientras caminábamos por la Calle Juana de Arco, después de cenar, me espetó como si la necesidad la urgiera, como si necesitara afirmarlo y afirmarse, que Tánger era el único lugar donde se sentía ella misma.
Esta misma idea sobre las señas de identidad quedó expresada en el relato “Mi casa”, donde escribí:
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Porque una cosa son las calles propias, las de la infancia y la adolescencia y otra bien distinta, las calles prestadas, aquellas a las que llegamos perdidos y donde pudimos pasear nuestro exilio interior mejor o peor, cada uno según su circunstancia. “Tres Orillas” (Cohen: 2012, 29)
Dejo al lector con la introducción del relato, a orillas del Estrecho, al que alguien llamó acertadamente “La Calle del Agua”: Este relato nace de los flujos y reflujos migratorios entre las dos orillas que unen y separan a dos pueblos cuya historia se confunde en determinadas épocas y se aleja en otras. Este relato transcurre en cada una de las dos orillas, y sus protagonistas, como no podía ser menos, acaban unidos por el destino. Las dos orillas del Estrecho se convierten entonces en una sola, diluyéndose en un mismo mar. Pero existe, o eso dicen, una tercera orilla, la orilla imaginaria, la orilla alternativa, la orilla utópica, la orilla invisible, donde confluyen las otras dos, la orilla a la que aspiramos, una orilla de encuentro, de armonía, una orilla simbólica que acerca caminos, que une voluntades, que hermana a los pueblos. La tercera orilla, aquella donde el oleaje no impide el desembarco. Una orilla donde la palabra nunca pierde su naturaleza como vehículo de comunicación y de entendimiento. La orilla donde uno adopta la manera de ser y el idioma del otro.
Llegado al final de este recorrido dialógico con mis relatos, entiendo que el verdadero trabajo analítico ha residido en la selección de los extractos de los textos para ilustrar lo que pretende el título de este ensayo, pues toda selección conlleva previamente una relectura muy detallada a partir de la cual se hace posible optar. Mi opinión personal es que, una vez elegidos los textos, basta con dejarlos fluir, pues la esencia de la literatura narrativa tiene que ver con la explicación de la vida, se trata de un inagotable recurso del ser humano para interpretarla. Por razones de espacio y oportunidad, he dejado en la guantera otros relatos sobre el mismo tema como “La Calle Real”, “La Calle Barcelona” o “El Jardín de las Hespérides”…, todos ellos publicados en las obras que figuran en la bibliografía. Quisiera terminar este intento de reflexión comentada sobre mi obra literaria relacionada con el Protectorado con los comentarios de dos especialistas en Literatura, además de profesores y escritores, como son Enrique Lomas (Universidad de Alicante) y Manuel Gahete (Córdoba), así como el de la poetisa y crítica literaria Paloma Fernández Gomá (Algeciras): León Cohen propone un redescubrimiento del país de origen, una vuelta a la casa de la infancia, en la que en algunos momentos se deja ver una dicotomía en lo que fue y en lo que ahora es... Creo que debido a esta doble adscripción cultural (sefardita-castellana) se diluye la necesidad de recuperar Sefarad. Por otro lado, se invierten los papeles, porque una vez en Sefarad, parece que lo que se quiere recuperar sea Marruecos. Es interesante a nivel dialógico con el resto de la tradición literaria sefardita cómo sus relatos superan los mitos tradi-
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cionales y se convierten en reflejo de paradigmas “humanistas” (en el sentido de universales) (Lomas). Aunque el nombre pueda conducirnos a la imprecisión de sus orígenes, León Cohen Mesonero es el autor que, con más voluntad de ser, penetra en el tejido sociológico y costumbrista de las gentes y geografías de Marruecos. Su obra está plagada de referencias topográficas y tipologías arquetípicas. El pintoresquismo de sus relatos nos remite a una obsesión entrañada por recobrar el primitivo paisaje de la infancia en Larache y plasmar en imágenes la historia cotidiana de lo que desaparece cuando mueren sus protagonistas. Lugares y personas cobran un inusual efecto proyectivo, constituyéndose en su conjunto como una realidad enunciativa que marca el desarrollo del relato superando en muchas ocasiones el interés de la acción. Este rasgo de identidad en la obra de Cohen no infiere sistemáticamente que renuncie a contar. El autor se inmerge en la búsqueda de las historias cotidianas, intentando escudriñar en sus acentos más elegíacos y existenciales (“Rosa teñido de gris o viceversa: Mi abuela Luna”, “La muerte del padre: Trilogía”, o la enternecedora “Carta al padre”), para conducirnos a otras empapadas de halo de milagro o misterio (“Rachid y el señor Levy”, “El fisonomista” o “El linotipista del Heraldo de Marruecos”). Realidad y ficción se mezclan desdibujando los límites. Las palabras nos remiten a conceptos morales porque el lenguaje nunca es inocente ni lo es la escritura, cuya razón última, por sentido natural y compromiso histórico, debemos interpretar (Gahete: 2008, 73). Todos sus libros son exponentes de una personalidad abierta y solidaria de un hombre que reúne en sí el legado de tres culturas: árabe, judía y cristiana… León Cohen es un escritor de espíritu que mira al mundo, un creador innato, que con la fuerza de su palabra nos invita a convivir en una sociedad intercultural y de respeto mutuo. Un escritor que es referencia para acercarse y conocer más y mejor las tres culturas del Mediterráneo. (Fernández Gomá: 2011,11). Bibliografía Cohen Mesonero, L.: Relatos robados al tiempo, Buenos Aires: LibrosEnRed, 2003. — La Memoria Blanqueada, Madrid: Hebraica Ediciones, 2006. — Cartas y Cortos, Madrid: Hebraica Ediciones, 2011. — Zarzamoras y otros relatos, Madrid: Hebraica Ediciones, 2012. Fernández Gomá, P.: Cartas y Cortos. Madrid: Hebraica Ediciones, 2011. Gahete Jurado, M.: Calle del agua. Antología contemporánea de Literatura Hispanomagrebí, Madrid: SIAL Ediciones, 2008. Goñi Pérez, J. M., “El locus en la literatura sobre el exilio de los enclaves coloniales: Representaciones y significados”, en Exilio e Identidad en el mundo hispánico: Reflexiones y Representaciones: Biblioteca Virtual Cervantes, 2012, pp. 675-720. Vázquez, A.: La vida perra de Juanita Narboni, Barcelona: Seix Barral, 1990 (3ª ed.).
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Yo soy de Bab-Taza, o sea, de esa localidad que tanto me marcó por la ternura de su españolismo penetrante, decía yo a Paco. Paco replicaba que él también había nacido en Bab-Taza, el 28 de julio de 1948, cuando su padre era capitán interventor durante el Protectorado... denominación leve e irónica de todos los tiempos. Sostiene que su padre era querido en esa población, porque —como aboga con el paso de los años— las personas humildes eran su principal ocupación. Total: sesenta y cinco años de edad, y “me acuerdo” perfectamente de todo... aunque no de todo en realidad... Bueno, lo cierto es que yo dejé Bab-Taza un poco más tarde, cinco años después, y él, Paco, en 1957, cuando, tal como recuerda, “nos fuimos a Xauen, Tenerife, Sidi Ifni y, por último, a Semara en el Sáhara...”, así pues, de destierro y fatalidad, como exclamé. Paco no menciona Tetuán, la ciudad que me hospedó en tiempos de mi inocencia. ¡Qué lastima! Pues nada. Iniciar un diálogo conmemorativo es fácil, continuarlo, con una carga nostálgica sin fin, es, verdaderamente, peligroso. Yo asumo. Él asume.
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En el fondo, estábamos, de alguna manera, hablando de nuestras vidas cruzadas. Yo hablo del cambio en su tristeza. Él, de la rabia en su dolor. En fin, de aquella España que partió con el viento hacia los escondites de la memoria (fragmentada). Replicaba Mena, Paco Mena, en un tono agudo y categórico, entre nerviosismo y excitación: ¡no, no, no!, por favor, el cambio es efectivo, la historia ya es remota, la memoria guarda sensaciones y alientos, pero la destrucción es colosal, y pocos son los restos perdurables y las huellas indelebles. Es como si España, en su historia moderna después del año de la derrota, jamás hubiera vuelto a plantear el “africanismo” como un nuevo modelo y una estrategia probada de la expansión y su correlación denominada ocupación... en su momento. Otros, concernidos en su mayoría, saben que tenía un nombre distinto, tenue y ligero. Yo decía claramente, en palabras textuales, melódicamente textuales, y sin interrupción: Bab-Taza es una tumba, los restos presentes son unos escombros, la realidad es un desastre, la historia se convirtió en una fabulación... así de sencillo. La modulación es una afasia. Pero Bab-Taza, por lo bueno o por lo malo, dejó de ser la localidad fronteriza donde se firmaron los acuerdos de una tregua astuta entre las cabilas rebeldes y el ejército conquistador... y se convirtió en un refugio. Y algo más, decía yo: Bab-Taza es un recuerdo. Treinta y cinco años más tarde, llega el narrador omnipresente, que relata las historias del pasado eternizado alegóricamente en su metáfora lingüística olvidada, a ese recuerdo-refugio... Verdad que son cuentos “na mah”..., como decía Paco Mena en un tono, esta vez, suave, andaluz y perezoso, al escuchar mis recuerdos, al entender mi grito, al rebosar mi alma. Llegué a Bab-Taza un domingo, tarde lluviosa de aquellos días que daban la sensación frustrada de un próximo fin caótico de ese mundo montañoso, entre un cielo gris casi de negro colorido y una tierra más bien parda... En una palabra: ¡sofocación! Llevaba un tiempo escribiendo mi tercera novela (1994), pero estancado por completo, totalmente estancado, como no merecía, entre recuerdos e ilusiones, recuerdos vivos que me llegaban de un pasado lejano, e ilusiones sueltas, voladeras, que me acechaban sin tregua. Mi personaje, junto con el narrador en primera persona, ya no tenían nada que hacer, ni siquiera ayudarme en lo que me esforzaba en inventar, sin éxito ni ánimo. Era tan penoso; y, además, la situación, con el paso del tiempo y la miseria de mi propia escritura, no cambiaba en nada, aunque intenté muchas veces dar un empujón, como un impulso de aire frío arrebatador, a mis ánimos y a mis sentimientos.
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Paralizado... para decirlo en términos concluyentes. En la foto somos niños y de poca infancia también, apenas en un comienzo que no se supo cómo podría terminar por el destierro que nos llevó cruelmente a la perdición... a diversos grados de aceptación o de negación, unos tras otros... que, por un recuerdo verosímil, se perpetúan en la foto, pero, realmente, sin ninguna existencia. Fijados. Eternizados. Asombrados, tal vez, por un pasado vano. Sí, vano y pálido a la vez, cuando la historia se esfumó para perderse en el olvido. Siento, en realidad, con una pena aguda que me quita la voz, que aquella historia se esfumara puntualmente a la hora de la despedida forzada, cuando sonó, repentinamente, la independencia. Éramos niños en la ausencia de las niñas, eso sí, desde luego. Y nadie sabía por qué, aunque en Bab-Taza se notaba en aquel entonces una presencia femenina vacilante... y todos deseaban su sensualidad: ellas, “las dulces”, como expresaban todos, también se ponían de pie, unas por la rutina y otras por la obligación patriótica, con el grito alborotador para celebrar el “ franquismo” y la patria. En la foto tampoco me veo distinto... como eran los demás, en su mayoría hijos de españoles, distintos. Quizás pálido, porque en la foto se detuvo, justamente, un momento inmortalizado, pero sin religión... para hablar de lo que constituía para muchos la diferencia entre el moro y el español. Me ve Paco sin sonrisa, yo también, cuando me fijo en mi criatura de niñez. Pero sin rasgos particulares que me distingan de los demás en la foto de la escuela de Bab-Taza. En el centro, majestuosamente, estaba clavado don Hidalgo Ruiz, él, que nunca presintió que esa pose junto con los chiquillos del colegio pudiera pasar a la posteridad. Ahora bien, todos, y nuestro maestro en primer lugar, con un cierto espejismo y perplejidad punteados en los ojos... que hasta ahora no dejan de fijarse firmemente en la nada. Yo cambié. Es cierto, y lo admito, ¡caramba! Pero Bab-Taza también daba la impresión de haber sido traumatizada por los años perfilados que solo dejaron una ceniza polvorizada en los cuatro rincones de ese perímetro rocoso que tanto animó a corazones y razones, y que los españoles, desde el primer momento, después de la guerra dedicada ferozmente al establecimiento de la paz, adquirieron para siempre y para el futuro... o eso es lo que esperaban y muchos deseaban, con poca lucidez, ignorantes de que el futuro es un modo de condenar el presente... de alguna manera también. Bab-Taza tenía ya un pasado cuando creció allí, de un día para otro, una vida humana fortuitamente distinta, alegremente combinada, deseada, ambientada, llena de gestos, y sus signos daban muestras para todos de esperar el cambio: todos los aldeanos decían, con la llegada de los primeros
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reclutas, que los españoles masivamente estaban por llegar; y el cambio, por arribar. No cabían dudas. No. Paco Mena me quería decir en su correo que su padre, Francisco, había fallecido el día 15 de noviembre en Alicante, lugar donde residía, como siempre supuse, después del abandono. Bab-Taza quedó para siempre como su magnífico punto débil y su herida incisiva, cálida y deseada, en el pergamino de unos recuerdos rememorados monótonamente en su tremenda soledad y, luego, después de la muerte de María Jesús, en su nocturna vejez repleta de oscuridad y espanto. La memoria estampada para siempre, con los mismos colores del primer día de su aventura, emprendida junto con los primeros reclutas que pisaron la tierra moruna... Y, en verdad, le parecía o, mejor dicho, parecía más bien a Paco, su hijo, que ese fue fatalmente el destino alegórico de una vida despedazada. Y Paco Mena me quería decir también que había contactado con Emilio y algunos más, y que tenía una lista de los residentes de Bab-Taza... y “si queréis que os mande esa lista me podéis escribir a [email protected]”. Está allí Paco Mena, en la primera fila, con su blanquísimo rostro, redondo, inconfundible, de los años cincuenta. El efecto de la luz que brillaba en los ojos alteraba la visión. Sin colores, como éramos, en aquellos tiempos de Bab-Taza. Se nota que Antonio Castillo sonríe alegre para la ocasión, con esa pequeña sonrisa que alentaba su timidez y acariciaba felizmente a los demás. Me acuerdo de que era el único que tenía la sonrisa trazada a la medida de su niñez. La foto se eclipsa y, de repente, invaden la visión unos rayos, relámpagos que arremetían desde la lejanía fugaz. Son tiempos de Bab-Taza, la localidad, y la otra, la de mi novela dedicada a mi tiempo de refugio, dolor y timidez en aquellas tierras distantes que apenas tenían nombre. Esos recuerdos me dicen ahora que he estado angustiado: una amnesia me afecta, una pena me arranca el corazón, un dolor me ataca los huesos. No sabía qué decir de aquella localidad. Punto. Verdaderamente, tampoco sabía qué plantear... después de una ausencia dolorosa, histórica. Este retorno es, de alguna manera, un fracaso moral, una mudez agobiante, una frustración que me incomoda, en este momento tan exigente, como una angustia repentina, naciente, fogosa. Y no tenía nada que decir de mi localidad natal, y, lo peor, nada de la localidad de mi identidad... dirán otros: de nacimiento, y los que saben, unos pocos, ya tienen algo que contar, pero con rabia y furia. Una llegada siempre tiene un significado. La mía, su significado particular. Eso sí. Yo vuelvo con mi lasitud casi aniquilado... después de treinta y
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cinco años, huidos también. Vuelvo para ver, oler y constatar cómo el tiempo se ha transformado en un fantasma, la historia en memoria, la presencia en fabulación, la vida en risas, momentos en escombros, restos en cenizas. Y vuelvo con la idea de narrar el derrame causado por un tiempo fracturado que, en el espacio de cincuenta años extendidos sobre diez mil kilómetros cuadrados, surcó las entrañas, esencias, almas, corazones. El tiempo fracturado que arrasó tierras y señas de identidad. Me preguntaba, con Jacques Derrida, por la “ceniza”, ¿dónde está?, ¿por dónde anda ahora?, y llegaba a la misma conclusión: pura es la palabra. Requiere un fuego. Hay ahí ceniza, es la que toma sitio dejando sitio, para dar a oír: nada habrá tenido lugar salvo el lugar. Hay ahí ceniza: hay lugar (Derrida: 2009). Vuelvo como otro, polvorizado y en su ente atomizado... con treinta y cinco años amarrados a mi debilidad de ser humano, frágil y tremendamente angustiado. Antes que nada veo, y ahí esta la destrucción total. ¿Es esta Bab-Taza aquel sueño que me empujó a emprender el viaje y diseñar el encuentro? No hay Bab-Taza, hay lugar demolido. No hay Bab-Taza, y nada habrá tenido lugar, ni tampoco España, por mucho —y con desmesura— que hizo para perennizar su trágica existencia. En dos palabras, las ruinas; y, en otras dos, la muerte. O sea, lo que dijo Derrida también: que conserva para ya no conservar siquiera, consagrando el resto a la disipación, y ya no hay nadie que haya desaparecido dejando ahí ceniza, solamente su nombre, pero ilegible. Sigo refiriéndome a la localidad de mi alma y de mi profundidad, sin ningún rencor hacia el cambio que se produjo tras muchos años distantes y lejanos. Tengo muchas razones para exhibir mi pertenencia a esa localidad grabada en la memoria histórica intimísima de mi individualidad. Bab-Taza, por supuesto. Esta pertenencia radical enfocada en la historia de España en el norte de Marruecos y en sus tierras de Yebala, sin matices, es mi comienzo infantil y, desde luego, mi antecámara de esta vejez que, si la arrastrara por las calles perdidas y las huellas abandonadas, me haría morir de tristeza y, sin alivio, acomodarme al olvido. Tengo lágrimas en los ojos febriles y enrojecidos cuando leo: Yo era muy conocido en Bab-Taza, pues mi mascota era un jabalí que crié con biberón y era muy noble. Y cuando veo de muy lejos, o de muy cerca —da igual—, las ruinas que cada vez más disimulan un desafío aglutinado al olvido; y cuando, por fin, una agudísima melancolía me ataca, como nunca me ocurrió en el pasado, mi pasado, aunque el pasado de Bab-Taza, su
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pasado, ya estaba fracturado, dañado, hundido, un pasado tal vez inofensivo por la indiferencia de su gente: decididamente, todos de alguna manera hemos huido dejando las ruinas a la historia. Mi novela ya tenía una textura. Mi narrador, en su desolación, y con el alma fatigada y destorcida, lamentaba, con unas palabras marchitas, el “duelo” de la despedida cuando dijo finalmente: “Los que conservaban en su memoria algo, por poco que fuera, de lo que habían visto aquellos días, no dudaban en afirmar que la migración fue casi colectiva”. Empezando, pues, por la mía, aunque tardía, en el 62, cuando llegué a la ciudad que me acogió en mi infancia dolida. Todas las familias se lanzaron a ella, los Hidalgo, los Castillo, los Ruiz Ruiz, los Orellana, los Cortés Cebrián, los Lozano... y, claro está, los Mena en 1957, “cuando nos fuimos a Xauen... y, por último, a Semara en el Sáhara”. No quedó ni una sola, salvo las que no tenían hijos a su cargo, que se mantuviera al margen de aquella ocasión, de la que se dijo, con mucho orgullo, que era la manera de salvarse de la perdición. Una vida nueva y distinta, aunque fuera en un mundo desconocido. Una nueva experiencia, aunque fuera un infierno. Lo importante es que la juventud volvió después distinta a lo que era, habiendo adquirido cierta opulencia y cultura. Mira, decían a mi narrador, treinta y cinco años más tarde, cómo esta expedición ha hecho que Bab-Taza se expanda por la zona despoblada que limita con el bosque; este es el barrio de Príncipe, este el de la Bandera, este otro el Cruce y aquel el de Rauda… tierras, que ayer eran terreno abonado para enfrentamientos y para las prostitutas, y que tan cambiadas se ven hoy, gracias a todo lo que los jóvenes han ido ahorrando para repoblar sus campos vacíos y embellecer sus dominios. Cuando contemplé el emplazamiento de la aceña, me encontré con el edificio de la comunidad, apuntando socarronamente hacia mí, allí erguido, en aquel punto elevado de la zona. A su alrededor se observaba el movimiento que imaginaba por las historias que había escuchado atónito y hasta cierto punto acongojado. La tranquilidad dejaba rápidamente paso a un bullir constante de gente que entraba, unos tras otros, y que, cuando salían, parecían huir de alguna desgracia que los estuviera amenazando. Estimé que todo había contribuido al derrumbe de aquella construcción o quizá yo ignoraba todo, sin percibir su devenir en el sucederse de los días, en el tiempo que iba avanzando e instalándose en cada rincón, desplegando a su alrededor sus sombras y su ininterrumpida cadencia. En todas aquellas personas se percibía alguna transformación, alguna alteración que no les
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permitía recuperar el pasado ni servirse de él; antes bien, se iba multiplicando enérgicamente, llenando aquella tierra que había permanecido, dado su aislamiento, a salvo de todo cambio. El fenómeno más visible en aquellas moradas era, quizá, que los males de la política se habían extendido hasta llegar a sus rincones. Los entendidos se lanzaron a trabajar pero con objetivos dispares. Era fácil observar una clara tendencia a favor de las corrientes e ideas de la oposición, debido a su tradicional y sempiterna pobreza, y a la secular enemistad que sentían por los “españolizados”, que, según se dice, se abalanzaron sobre las riendas del poder desde un principio y fueron exageradamente sumisos a todas las órdenes represoras que venían de arriba. Yo no veía nada de lo que decían ni mucho de aquello por lo que disputaban. Mas tal vez sus vidas fueran una mera repetición, en sus fríos aspectos, del ritmo que habían heredado. Hasta llegué a pensar que el aislamiento del entorno montañoso era algo natural en ellos; y que su interés tardío por la política respondía únicamente a un intento de atizar la tradicional hostilidad revistiéndola con otros ropajes, que se irían ajando con el tiempo cuando se soltaran las cadenas que los mantenían atados a un pasado que los había hecho desdeñosos y secos. La semana que continuó el 7 de abril de aquella primavera cálida fue completamente agotadora. El domingo siguiente a las tumultuosas celebraciones de la independencia hubo un largo sermón en el que, con la consabida retórica, se volvió a glorificar a las mismas personas, hechos y comportamientos, incluso a las bombas de mano que fueron colocadas en el marché central en la ciudad lejana del sur francés marroquí. Fue un discurso largo y aburrido. Solo por el deseo de ignorarlo y de estar en contra totalmente de su contenido, era yo capaz de ambicionar la soledad eterna. El discurso de aquel día fue pronunciado por el profesor Alal, hombre célebre aquí en este tipo de ocasiones. Al aire libre se alineaban el caíd, el cheij, el supervisor, los “diputados electos”, tal vez designados, y los representantes de los partidos políticos, incluso los líderes de sindicatos que todavía no estaban fundados. ¡No es una exageración! Todo estaba cambiando hacia un posible devenir del Marruecos postcolonial… un Marruecos armado a la más ligera manera factible de confeccionar y tejer espacios, deseos e ilusiones a la altura de la aspiración nacionalista. Una imprevista furia acelerada se apoderó de Bab-Taza, ese pedacito presentido de nuestra intimidad españolizada. En eso consistía la unidad nacional, y si no, pues no, y tal y tal y tal… Los oyentes aborrecían, al parecer, sus raíces pueblerinas hundidas en la ignorancia, porque no habían vivido aquellos días memorables en zonas que
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jamás habían pisado sus pies. “Y ahora, señores míos, he aquí la independencia que hemos logrado, y la democracia de la que se enorgullecen las naciones, y las construcciones que rivalizan en altura y señorío con el cielo”. Bla, bla, bla. “El documento en el que se reclamaba la independencia fue un acuerdo entre nosotros y Mohamed V para hacer este país seguro y glorioso, con su preclara ayuda”. “La resistencia, señores, no habría logrado sus nobles objetivos si no la hubiera bendecido nuestro excelso rey, Dios lo perdone…”. “De no ser por y de no ser por…”. El pasado se movía orgulloso entre los oyentes, que le acariciaban el pelo, largo y suelto. ¡Vaya espesor que tenía aquel pasado! ¡Ay, si hablara Bab-Taza, si se volvieran a narrar sus historias de manera espontánea, sin artificios! ¡Ojalá pudieras decir algo contra el pesadísimo discurso que estaba vomitando el profesor Alal, que mencionaba ahora recuerdos antiguos y felices de un pasado de leyenda! El hombre estaba allí en el mismo lugar donde los propios españoles dejaron el territorio bien arreglado y fertilizado para que preservara, aunque con el correr de otro tiempo distinto, sus huellas de cincuenta años cumplidos, vamos a decir cincuenta años... más o menos, por el afán de certeza y la exigencia pretendida en cualquier discurso histórico-glorificador. Cincuenta años cumplidos, más o menos, de lo que los españoles siempre nominaban por la voz de María, hija de Mena, la presencia del Protectorado en el norte de Marruecos. Yo tengo recuerdos de la dulzura tan agradable de María, y su voz apacible todavía me llega desde los lejanísimos tiempos de mi infancia. Ese hombre estaba allí en el mismo lugar, con todas las ilusiones de los hombres y mujeres que narraban las gestas de Bab-Taza y sus sacrificios, con malicia, con veracidad, con angustia, con alegría, con nostalgia, complacencia, ¿con ansias de huir, igual que yo, de la aflicción del desespero? ¿Hemos de tenerlas por simples ilusiones, que les vinieron a la mente sobre Bab-Taza, que cruzaron sus calles con paso ágil, veloces en la dirección del viento? ¿Aquella Bab-Taza era realmente suya o bien ellos se la figuraban así, llevados por el fuego del apego y amor que sentían por ella? Podríamos detallar todos los rasgos de Bab-Taza, de calle a calle, desde la entrada hasta la parte más alta, pero al estudiar su naturaleza tornadiza y esquiva no encontraríamos otra cosa que ausencia, o la ausencia que puede convertirse en olvido, o el olvido que lleva al propio olvido. Solo les quedaba un espacio en cuyos rincones pululaban las señales y restos desdibujados. O quizá solo estaban desdibujados en mi mente, pues la sugestión
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en estas cosas es más fuerte que la realidad de los cambios por chocantes que sean. En muchas ocasiones me preguntaba a mí mismo: ¿no estoy con esta huida siendo injusto conmigo mismo? ¿No estaré sometiéndome a una prueba en la que mis condiciones no van a ayudarme? ¿No tenía que ser mi huida una solución que me salvase de mis penas y desgracias? Entonces me doy cuenta de que estoy interpelando a un alma que se ha apartado de la luz y me entrego a la inactividad sumisa que suele abordarme en los momentos de desesperación. Marcha el camino y nosotros somos la ruta. Esta ruta que nos engaña y nosotros somos la ruina. Esta ruina se alza sobre la verdad y, sobre ella, se alza el polvo. ¿Qué va a quedar en el libro de España? Tal vez, dijo mi narrador, una sola línea en la que ni siquiera cabe un saludo. ¿Es esta la última palabra? ¿España se convirtió en un recuerdo doloroso y fugaz? Pertenezco a otro tiempo, tiempo de gran negación, de un silencio amante de impensados dolores. Pertenezco a un tiempo que engendró únicamente lo imposible: ese “Todo por la patria” que ahora es un correo ([email protected]) y una señal en mi narración. Bibliografía Chaui, A.: Bab-Taza, mi novela en árabe, Rabat: Edición Maouya, 1994. Derrida, J.: La difunta ceniza (traducción de Daniel Álvaro y Cristina de Peretti), Buenos Aires: La Cebra, 2009.
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Uno de los últimos
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Mi abuelo paterno, Severiano Gil, llegó a África en 1915, subido en la alfombra mágica de los movimientos militares como soldado-músico en el Regimiento de Infantería San Fernando; el otro abuelo, José Ruiz, algo más joven, lo hizo un poco antes, y, en lugar de alfombra, utilizó desde siempre los robustos y toscos carromatos con los que la familia se ganaba el sustento efectuando transportes por toda la zona pacificada —o no tanto— del Protectorado. El primero, oriundo de la villa de Feria, en Extremadura, conoció a la que sería su mujer, Herminia, antes del final de la década; ella había nacido en Orán y se había trasladado con su familia a Melilla hacía unos años. Se casaron en 1924 y, poco después, el padre de mi padre obtuvo una plaza de profesor de música en el grupo escolar Lope de Vega, de la misión cultural española en Marruecos. El otro, José, después de escapar por los pelos del desastre de Annual, en julio de 1921, decidió contraer matrimonio con María, una prima suya que había llegado hacía poco de Almería y con la que tuvo cinco hijos, tres varones y dos hembras. Mi padre nació en 1927, apenas acabada la guerra que acabó por convencer a los rifeños, en contra de su voluntad, de que su destino era ser ma-
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rroquíes; mi madre vio la luz en 1932, cuando la República refrendaba los postulados por los cuales España seguiría fielmente los acuerdos de Algeciras, ejerciendo la acción protectora sobre Marruecos. Se casaron en Villa Nador en la primavera de 1954. A mí me tocó nacer en el verano del siguiente año, siete meses antes de que, ante la celeridad de Francia por otorgar la independencia al nuevo reino de Marruecos, España siguiera la estela obligada firmando el finiquito del Protectorado. Por eso, el que esto escribe es uno de los últimos nacidos dentro de aquel sistema, a medias generoso, a medias colonial, que conformó la realidad europea y marroquí de la primera mitad del siglo XX. 1. Prisioneros en el Rif
Fue mi primera novela publicada, en 1989, un barboteo de aventuras en la que se mezclaban personajes tópicos y típicos de la Melilla de mediados de los veinte, con una guerra entre manos y, a la postre, con una clara intención por mi parte de asegurarme el agrado de los lectores al tratar una época y unos asuntos que sabía que iban a gustar. Aun así procuré que nada quedara en el tintero, ni la variedad de identidades que poblaban Melilla en aquella época, ni el romanticismo inherente a la historia del patrón de un velero que acepta el encargo de ir a rescatar, en el corazón del Rif, a un piloto derribado y retenido por los rifeños. Ni siquiera escatimé a la hora de mostrar las netas diferencias entre los comprometidos con la rebelión de Abd-el-Krim por propia voluntad, los forzados a combatir a los españoles, los delegados que fiscalizaban a estos en provecho de aquellos y los resortes de una estrategia desplegada por España para sojuzgar, mediante ataques sistemáticos de aviación, la maquinaria económica de los rifeños, lo que, a la postre, determinó el ataque de estos a Francia y precipitó el final de una contienda que ha marcado, y mucho, el carácter y la memoria de los que vivieron aquel tiempo. 2. El cañón del Gurugú
La memoria se transmite, algunos dicen que incluso por medio de la genética; pero es más aceptado que el acervo familiar queda impregnado en aquellos que atienden las historias de sus mayores, y eso fue lo que traté de reflejar en esta otra novela que, ya con más experiencia, pude planificar de un modo más científico, a la hora de tratar de alcanzar con más facilidad el alma del lector. Y no hay mejor fórmula que intentarlo con el discutido,
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controvertido y novelable desastre de Annual, los episodios terribles que se vivieron en la zona oriental del Protectorado en guerra; si bien, por huir de la ya exhausta literatura disponible, me propuse abordarlo no desde el punto de vista militar, sino desde el ojo y las vivencias de las numerosas familias de civiles que se vieron involucradas en tal debacle. Así como la primera iba dirigida a un público claramente vinculado con la ciudad, en esta orienté el relato de forma que el origen o procedencia del destinatario resultara indiferente, además de ampliar el abanico de posibilidades construyendo una historia repleta de personajes cotidianos, creíbles, posiblemente no demasiado literarios, salvo los conductores de la historia, pero atendiendo a lo que yo entendía como obligación no escrita de reflejar aquella realidad del modo menos desvirtuado posible. Acudí, de hecho, a experiencias familiares, contadas una y otra vez al calor del brasero, en los inviernos norteafricanos, que todos imaginan templados por su carácter mediterráneo, o a la sombra de la parra que protegía del sol veraniego el patio de la casa de mi abuela materna. Fue en estos lugares, casi templos bendecidos por la fe del infante, donde empiezan a sonarme, en primer lugar, las situaciones; más tarde, los nombres hasta que, años después, uno ya prescinde de marcharse a jugar para quedarse un ratito más y acabar de entender los razonamientos que intercambian los de más edad, apostillando o rebatiendo tal o cual concepto antes vertido. Allí aprendí a sospechar —uno siempre sospecha a esas edades— que existían ciertos rasgos personales que nos hacen distintos unos a otros y que, en un cerebro apenas moldeado, actúan como esos cromos que se pegan en los álbumes y que fijan para siempre tu memoria en esa imagen concreta. Así supe que mi bisabuelo paterno había sido un hombre culto y ponderado, devoto de la masonería; que mi abuelo paterno no podía disimular un ferviente anticlericalismo, a pesar de que oficiaba como organista en cada misa de la iglesia local de Santiago el Mayor, por amistad con el párroco; que mi padre observaba una actitud respetuosa cuando, ya mediada la treintena, yo lo veía fumar a escondidas por no ofender al autor de sus días; que mi madre había trabajado hasta caer rendida, cosiendo ropa militar, cuando su padre murió joven, dejando a mi abuela a cargo de cinco hijos en una época en la que ni siquiera existía el subsidio por enfermedad. Lo más curioso de todo era que, cuando yo hacía mis cálculos —distrayéndome durante las clases en la escuela, preferiblemente si eran de matemáticas—, me daba cuenta de que todos ellos hablaban de un pasado
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cercano, cercanísimo. Mis abuelos tenían treinta años cuando aquello, de manera que solo había cambiado tres veces la cifra de las decenas entre aquel sangrante 1921 y el tiempo que vivíamos, rodeado de los progresos de finales de los cincuenta. No obstante, el sentido del tiempo no es el mismo para un niño de cinco años, ni siquiera para un niño de treinta; pero yo sabía entender las expresiones de aquellas personas, queridas y cercanas, cuando se referían a la guerra, a los que murieron y a los que lograron sobrevivir para poderla contar. Y también aprendí a interpretar todo lo contrario, los silencios que acaecían cuando alguien, seguramente el más imprudente de la tertulia, nombraba la guerra civil y el tono de voz bajaba y las miradas se volvían ligeramente recelosas, sin que faltara quien dirigiera sus ojos hacia la puerta, por si no estaba cerrada y algún vecino que pasara… El cañón del Gurugú fue, así, la novela esperada que me abrió las puertas al coso donde salían a lucirse los diestros de la pluma. Bien es cierto que, aun cuando me había podido deshacer de la mayor parte del pudor que te acomete cuando estás a punto de publicar algo, en aquel año que iniciaba la década de los noventa sentía en mi fuero interno que todavía alentaba, alborotadora, la sensación de estar ocupando un lugar que no me correspondía. ¿Cómo pretender imitar a mis héroes de la literatura poniendo mi nombre en una portada junto al de aquel monte evocador de tragedias, derrotas y gestas…? Y, sin embargo, afronté el trance, me vestí con las luces de autor y esperé, casi temblando, el veredicto de los lectores que, para mi sorpresa y alivio, gozaron de aquella historia a medias real y a medias inventada. 3. La tierra entregada
Pero llegó la tercera, y vino de un modo que, aunque me resultó peculiar e innovador, más tarde me di cuenta de que la oportunidad de escribir aquel libro no era más ni menos novelesca que cualquiera de los que le sucederían. Pasó que, en una de las numerosas charlas con amigos que además son personas con buen ojo para la Historia y las letras, saltó sobre la mesa, haciendo piruetas incluso, el vacío que existía en la literatura local sobre una época tan trepidante como cualquier otra de la larga secuela de una ciudad que ya contaba casi con quinientos años de Historia. La independencia de Marruecos, la dependencia de Melilla de aquel entorno amplio en el que volcaba sus energías y del que extraía buena parte
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de los beneficios para subsistir: esa era la época a la que Antonio Bravo, hoy día cronista oficial de Melilla, y Vicente Moga, director del Servicio de Publicaciones de la Ciudad Autónoma, aludían como un paréntesis en lo publicado, un hueco en el que poder encajar una historia que situara al lector en aquellas fechas tan determinantes para el futuro de todos. Y, aunque me hice el propósito de acometer el asunto cuanto antes, me demoré lo suficiente como para que el relato fuera formando un núcleo bien sólido en mi interior. Y, en otro alarde con que el destino suele disfrazarse de casualidad, recibí una petición de José Luis Navarro Lara, a la sazón editor del semanario local La ciudad, para que escribiera una novela por entregas que él deseaba publicar con cada número de su revista. Dos condiciones: la novela debía llegar al centenar exacto de capítulos, y el título tenía que ser, forzosamente, La tierra entregada, lo cual no venía mal a la época y los sucesos que yo quería abordar; es más, me obligaba a orientar de un modo inamovible las líneas generales del relato. Tuve, no obstante, que documentarme mucho más, concediendo a mi memoria el protagonismo de ir recreando personas, lugares y situaciones que subsistían en mi mente, más el apunte preciso de testigos que aportaban el dato del que yo carecía. Y, al abrir del todo la espita de los recuerdos, fueron apareciendo rasgos relampagueantes que me hacían detenerme, con mi juicio de adulto, en avatares infantiles que, no obstante, permanecían a la espera de aclaraciones. Así recordé cómo, a mis escasos seis años, formulé a mi madre la impertinente pregunta de por qué nosotros, los españoles, tratábamos a los marroquíes de tú, en tanto que ellos, casi invariablemente, usaban el usted para dirigirse a nosotros. No me supo responder, pero, tal como me contaría mucho más tarde, sé que mi pregunta la hizo meditar durante un tiempo; y aquella cuestión carente de respuesta se archivó en algún lugar de mis neuronas, hasta que, impetuosa, afloró junto a otras muchas con ocasión de aquella tierra, que yo debía hacer que fuese entregada por unos y recibida por otros. Pero, a pesar de mi interés por seguir a rajatabla las entretelas de aquellos años, la novela se escribió sola, tirando suavemente del devenir de unos personajes que, apenas definidos, cobraban vida propia y, en muchos casos, ajena a mi voluntad de mantenerlos dóciles bajo la batuta del argumento. A pesar de que, a partir del capítulo veinticuatro —a esa altura estaba la redacción cuando se publicó la primera entrega—, los lectores empezaron también a opinar y a inducir determinados cambios en el desarrollo posterior, de manera que fue una experiencia interactiva que me ayudó a en-
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carrilar el drama por donde sabía, a priori, que marchaban los anhelos del público. Supe, de esta forma, qué era lo que inquietaba, gustaba, desagradaba o dejaba fríos a quienes me iban leyendo cada semana; e incluso cómo, llegando más allá, mucho más allá que yo en la elaboración de la historia, daban a luz interpretaciones que jamás habían pasado por mi intelecto, asombrado a su vez de hasta dónde podía complicarse la relación autor-lector. Además de los personajes y las historias particulares de muchos de los que me rodearon, fueron apareciendo también los detalles de la tramoya de aquella inmensa representación teatral que, para mí, constituía la existencia de los españoles y franceses en el Protectorado: las formas de vida, trasplantadas desde Europa y adaptadas a las peculiaridades norteafricanas; los autos, tremendos carros norteamericanos que llenaban las calles con el tufo de gasolina mal quemada y con rutilancias de cromados ostentosos, Buick, Plymouth, Studebaker, Ford, Chevrolet…, aquellos eran nuestros utilitarios cuando en España apenas si había hecho su aparición el Seat 600, la buena gente circulaba en Vespa y se hacían viejos los Topolino. El mundo del transporte pesado, por su parte, estaba repleto de mastodontes, unos supervivientes de la Segunda Guerra Mundial y otros importados en la inmediata posguerra, más las innovaciones arrolladoras de aquellos Mercedes con su peculiar motor diesel que no necesitaba encendido por bujías. Y el cine, claro, también estaba el cine, que permitía entrever formas de vida lejanas que, curiosamente, no costaba demasiado remedar al persistir los atuendos de una década o los volantes cromados de los autos que, algunos viejos de desmoronarse, se parecían a los que manejaban Burt Lancaster, John Wayne o Spencer Tracy. No había televisión, por supuesto; y, si algún domicilio atesoraba aquel electrodoméstico futurista presidiendo la sala de estar, no servía para nada porque la ausencia de repetidores y la escasa potencia de las emisoras impedían que la señal llegara desde Europa, por lo que la tele resultaba siempre perdedora ante la reina de los hogares, la radio. Y este utensilio, además de aportar noticias de toda índole —la onda larga permitía sintonizar Radio París, de donde salían los más fuertes epítetos contra el régimen—, llenaba los hogares, los comercios y los talleres con la música de moda. Y esto, que en la España peninsular significó todo un hito sociológico, en el Marruecos español alcanzaba rango de fenómeno imprescindible que hacía que los españoles africanos se sintieran menos alejados, menos solos, menos desconectados de aquel origen geográfico del que llegaban las cartas de
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los familiares y donde, para los de más edad, anidaban los recuerdos felices de la infancia. Porque, en el caso de los nacidos allí, en Marruecos, como la generación anterior a la mía, ya habían labrado las premisas de su existencia en el territorio africano y, en mi caso, faltaba incluso el mero arraigo accesorio de conocer los lugares de los que hablaban los más ancianos. Mi abuelo me contaba cosas de Extremadura, de su pueblo pobre y chiquito dominando el llano al norte de Zafra; mi abuela me hablaba de Orán y de las calles donde se ponían en contacto los barrios de españoles, franceses, judíos y musulmanes argelinos. Al padre de mi madre no lo conocí; pero sí a mi abuela materna que tenía recuerdos de la costa almeriense, de la pesca en Roquetas de Mar y de los arrieros que transportaban las capturas hasta Alhama, a través de la sierra de Gádor… En cambio, mi padre urdía sus charlas con su niñez africana, en la Villa Nador que se estaba apenas construyendo, a paso lento, desde 1910. Mi madre, igualmente, hacía esfuerzos ímprobos por retener la poca memoria familiar que todavía tenía algún vínculo con la España europea, porque había mucho más que contar de los eventos e historias cercanos; de las guerras contra los rifeños rebeldes; de la escasez de después de la Guerra Civil que, aún permitiendo usar la palabra hambre, no llegaba ni a la media de las catástrofes que desmantelaron el sistema de vida español peninsular; y de la Segunda Guerra Mundial, con aviones averiados de ambos contendientes aterrizando por doquier y el síncope mayúsculo de la operación Torch, el desembarco aliado en las zonas inmediatas del Protectorado francés. Y mi primer recuerdo de la niñez, sólido y coherente, sigue siendo el olor especial de la ribera de Mar Chica, la laguna salada que bañaba mi pueblo; el señorío amedrentador de los altos eucaliptos y el sonido de mis pies al caminar sobre la arena salitrosa que rodeaba al aeródromo de Tauima. Fui uno de los últimos en nacer allí y, por lo tanto, uno de los que, con menos edad, tuvo que comenzar a olvidar el pasado querido para adaptarse al devenir de lo actual; a pesar de que, entonces, no tenía ni idea de que esto iba a suceder así. La novela se publicó completa cada semana y fue tan oportuna que, aún pendientes de salir a la calle las últimas entregas, el Servicio de Publicaciones del entonces Ayuntamiento de Melilla me ofreció su publicación en formato libro. La tierra entregada, pues, salió a la venta en 1993 y, en apenas tres meses, se agotó la tirada, por otra parte no demasiado abultada, ya que se imprimió solo un millar de libros; aunque, teniendo en cuenta que la pobla-
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ción de la ciudad, en aquella época, rondaba los sesenta mil habitantes, me cupo la satisfacción inconmensurable de poder calcular que uno de cada sesenta vecinos de Melilla la había adquirido. 4. Jádir
No hay dos sin tres, reza el refrán español, y, después de conocer el resultado favorable de las dos novelas anteriores, me sentí en la obligación, y no es una forma de hablar, de abordar un siguiente libro que viniera a rellenar el siguiente acontecimiento importante en la historia de la ciudad norteafricana. Con El cañón del Gurugú, cumplí el débito de relatar aquellos sucesos terribles de 1921; con La tierra entregada, rendí homenaje a quienes me rodearon cuando, acabado el Protectorado, al menos oficialmente, vieron diluirse en torno a sí el mundo que habían ayudado a crear. Con Jádir, en cambio, iba a tratar de analizar las consecuencias de aquella fractura, utilizando lo que la actualidad me ponía más a mano: la realidad social sobrevenida cuando una parte significativa de marroquíes, procedentes de los alrededores de la Melilla, hicieron lo imposible por seguir los trazos de la historia que los empujaba a afincarse dentro del territorio español y lo consiguieron. Fue como la cola de un cometa, como la estela que siguió al navío de la repatriación de los españoles, un considerable número de los cuales eligieron para quedarse a vivir la tierra española más cercana a la vieja tierra protegida, ahora ya nuevo reino independiente. Sin asumir apenas la necesidad que los empujaba, cada vez más ciudadanos del nuevo Estado magrebí tejían la urdimbre de sus existencias en torno al potencial económico de Melilla, sin dejar de lado la circunstancia fundamental de su proximidad, de su inmediatez a lo que, hasta hacía poco, era territorio del Protectorado español de Marruecos. Al principio fue un movimiento lento, apenas incipiente, nada ostensible; pero, al acabarse la década de los setenta, varios miles de individuos habían ido ocupando el vacío socioeconómico de aquellos que, ante el aislamiento de la ciudad española, habían decidido buscar fortuna en el territorio europeo de la nación. Los responsables políticos miraban hacia otro lado, y la misma población melillense de toda la vida se aferraba al clisé de contemplar a aquella otra parte de la ciudadanía como un elemento puesto allí por la naturaleza para facilitar el buen funcionamiento de las cosas. Ni siquiera había una forma oficial o consensuada para designarlos: moro era el término usual que, al saberse peyorativo, se procuraba hurtar
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del léxico común; luego, cuando la inminencia de su regularización volvió acuciante el asunto, se recurrió a denominar a los sectores de población por algo tan inconstitucional como son sus creencias religiosas, con lo que quedó instituido que los vecinos serían denominados como cristianos, judíos, musulmanes e hindúes. Pero los moros —el término subsiste a pesar de todo— eran cada vez más; las familias crecían, las escuelas se llenaban de ellos y, aunque vivían en barrios alejados del triángulo de oro del centro melillense, no era posible escamotear su presencia en aras de la imagen genuinamente europea de la ciudad africana. Los nacidos ya dentro de los límites españoles ni siquiera tenían una documentación que les sirviera para el trámite más nimio; y se recurrió a crear una cédula, un cartón de regular tamaño al que se puso por nombre tarjeta de estadística y que, al menos de momento, sirvió para cobijar la desnudez identificativa de quienes ya llevaban viviendo décadas en España, sin constar oficialmente más que en las nóminas semanales de las peonadas donde eran contratados. A mediados de los años ochenta, la situación se convirtió en insostenible. Con una población de sesenta mil almas, la ciudad aparecía claramente dividida en dos sectores que daban forma a una dicotomía del dislate. Social, cultural y étnicamente distintos, los habitantes de origen marroquí —pero ya con una raigambre cierta de, al menos, dos generaciones— habían aumentado su número hasta el punto de significar, como poco y a pesar de la ausencia de estadísticas, la tercera parte de la ciudad. Aún más, si, durante las décadas anteriores, estos representantes del vecino reino habían permanecido bien acotados en los sectores económicos más bajos, ahora, traspuesta la línea de mediados de la década, un número significativo de ellos habían saltado las barreras y tomado posesión de un nivel superior, bien a consecuencia de la prosperidad de su negocio, bien de sus aciertos empresariales o de haber escalado puestos a costa de acabar los estudios de grado medio e, incluso, haber accedido a la Universidad. La línea que separaba los sectores antes bien delimitados empezaba a resquebrajarse y, con el ascenso en la escala social y el suficiente nivel cultural para contemplar con nitidez el desequilibrio, llegó la reivindicación. Tras sonados disturbios y manifestaciones de todo tipo, las aguas se calmaron, ya iniciado 1987, y el melillense de toda la vida, cristiano, de tez clara y lejano —aunque no demasiado— origen europeo, comenzó a acostumbrarse a compartir las mismas áreas ciudadanas con aquellos otros convecinos, hasta entonces sectorizados y confinados tras los límites de siempre.
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El Protectorado, a treinta años de fenecido, se cobraba una última victoria al poner en contacto íntimo, de nuevo, a las dos culturas, solo que en un solar distinto, más restringido físicamente, pero dentro del sistema político español y —lo que era mejor— a un paso de convertirse, a pesar de su ubicación africana, en una parcela más de la Unión Europea. Y, en mi novela, a los protagonistas les toca contemplar, apenas sin entenderlo del todo, el fenómeno por el que dos mundos distintos acababan confundiéndose en uno solo. El protagonista, un médico de mediana edad y origen español, se hace a sí mismo preguntas sinceras para las que apenas si tiene respuestas. Producto neto de unas décadas en las que Melilla y el Protectorado eran algo apenas separado por una línea en el mapa, pasa revista a su vida después de que, poco a poco, la frontera entre España y Marruecos se va haciendo más sólida, más evidente. Dueño de una casa playera donde pasa los fines de semana, en la costa marroquí, comparte veladas con sus vecinos melillenses musulmanes e incluso una de sus hijas mantiene una relación amorosa con uno de aquellos a los que, cinco años antes, se le hubiera catalogado como un moro vulgar y corriente, salvo que, ahora, es el hijo de un importante y adinerado comerciante, y ha compartido con su hija incluso la etapa escolar. Por otra parte, Jádir, la otra mirada, es un pobre marroquí disminuido física y mentalmente que se gana unas perras ayudando a los excursionistas a montar sus tiendas de campaña o acarreando agua desde los pozos lejanos. Flotando entre dos mundos de los que apenas comprende nada, nos presta su punto de vista aséptico, anodino y, por tanto, incontaminado de la realidad que viven los demás. Y, a fuer de ser sincero, he de confesar que Jádir existe o, al menos, existía cuando yo escribí la novela. Se llamaba Chadly, y los residentes en la playa marroquí de Charranes, cercana a Melilla, se referían a él como Charly, en un alarde de la facilidad hispana para obviar sonidos consonantes extraños. En mi libro, el personaje se llama Jádir, y los demás se refieren a él como Harry. Era —a lo mejor todavía es— un pobre hombre de edad indefinida, físico nada agraciado y un permanente rictus facial que le mantenía un ojo semicerrado, lo cual solía acaparar la atención del observador, de manera que la cojera que arrastraba arriba y abajo de la playa, mientras efectuaba sus tareas, llegaba a pasar desapercibida. Fue observando la forma de observar de Chadly como me aventuré a relatar las vivencias inventadas para Jádir, pues, como cualquier otro, nuestro permanente y barato auxiliar para cualquier tarea tenía una historia que, conforme fui conociendo, me fue cautivando más y más, hasta el pun-
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to de que me vi impelido a poner en el papel la imagen de nuestras vidas a la luz de sus deducciones, casi siempre cargadas de una lógica aplastante. Pero, dada la merma de su intelecto y su nula formación en lo referente a cualquier detalle relacionado con la cultura, nunca pude explicarle el beneficio que, para un escritor, supone la existencia de un personaje como él. Un tiempo después de la publicación de la novela, lo vi rellenando socavones en la pista de tierra que descendía por los acantilados hacia la playa; detuve el auto, lo saludé como siempre y, al acercarse, le pasé un billete de diez dírhams como propina, que, para él, era algo desmesurado, habida cuenta de los magros estipendios que solía recibir. No lo vi más, pero creo que, de alguna manera, le pude hacer patente mi agradecimiento por sugerirme el sesgo principal del argumento de la novela que, si no lleva su nombre por respeto a él mismo, relata los detalles de su vida dignos de ser conocidos. 5. Como las luces de Janucá
Fue más o menos en esa época en la que, de un modo ciertamente sorpresivo para mí o, a lo mejor, a causa de explotar el otro ángulo posible prestado por Jádir, comencé a hacerme preguntas que iban mucho más allá del ámbito generador de la materia digna de ser escrita y relatada. La guerra, las sucesivas campañas siempre eran un filón apenas explotado en el que sustentar un argumento más o menos ocurrente; pero, si echaba la mirada algo más atrás, a los años previos a la irrupción de Marruecos en la escena de los estados modernos, intuía un vacío aterrador que, obligadamente, me sentía deseoso de rellenar. No era difícil, o sí, depende del nivel de profundidad necesario; pero, conforme me iba especializando en el siglo XX, echaba más en falta una base anterior en la que sustentar las historias que, casi siempre, obligaban a diseñar una saga de antepasados que justificara el presente. Fue, precisamente, entonces cuando una persona muy querida por mí me planteó el requerimiento de escribir sobre la comunidad israelita de Melilla, que, en 2004, iba a celebrar el centenario de su creación. Se trataba de Jacob Wahnón Abitbol quien, a la sazón, ostentaba el cargo de presidente de dicha comunidad. Era un reto apetecible, un asunto interesante y, además de nuestra amistad, que se remontaba a la época escolar, me empujaba a ello un punto de agradecimiento al gesto de ser el elegido para aquella tarea. Estimé seis meses de investigación y recopilación de documentación, y en ese acuerdo nos basamos; pero, al cabo de seis u ocho semanas, me di
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cuenta de que, para escribir sobre los judíos melillenses, necesitaba remontarme mucho más atrás de los cien años que se celebrarían en breve. Y estuvimos de acuerdo, ambos, en que despreciar la oportunidad de completar una obra de esas características sería hacer un mal servicio a la historia, a la ciudad y a la propia comunidad hebrea, tan responsable en el desarrollo comercial de Melilla. Tardé dos años en dar forma al libro y tuve que armarme de un blindaje capaz de soportar los envites de la sorpresa cada vez que, al descubrir un dato, o una serie de ellos, de capital importancia, corroboraba con historiadores de prestigio que, aquello era algo consensuado, aquilatado y ya viejo, pero que permanecía totalmente velado para el común de los lectores interesados en esa parte de la historia. Fui así descubriendo etapas cruciales en el devenir del norte de África, desde antes de la dominación romana, durante la hegemonía latina después, bajo la ola verde del Islam más tarde y en el tira y afloja entre las ansias imperiales de Al-Ándalus o los almohades. Todo ese ir y venir del tren de la historia pasó ante mis ojos y, si bien la función del libro era relatar el devenir de los judíos en el norte de África y, por ende, en Melilla, el conjunto no deja de ser una base estable para entender la situación reinante en Marruecos que acabó por dar paso, casi ineludiblemente, a la formación de los protectorados durante el siglo XX. A un mes de su publicación, mientras se efectuaban las correcciones, aún no tenía título para el libro; pero, como a la hora de distribuir el contenido quedó fraccionado el total en ocho partes, más un epílogo, me sugirió inmediatamente las ocho luminarias de la fiesta judía de Janucá, cuyo candelabro, o janukía, tiene además de las ocho luces, otra pequeña luminaria, llamada shammash, que sirve para ir encendiendo las otras a lo largo de los ocho días de fiesta. Y de esta forma quedó, Como las luces de Janucá. Se editó, como estaba previsto, en 2003, coincidiendo con el centenario del inicio de la migración masiva de hebreos de Marruecos en busca de la seguridad de las fronteras españolas, que culminó, en 1094, con el aporte de un millar de familias de religión judía a la ya establecida comunidad de judíos sefardíes, que llevaba afincada en Melilla desde poco después de mediado el siglo anterior. 6. Bereshit
Fue la consecuencia lógica, atendiendo a mi necesidad de utilizar un personaje a través del cual se pudiera ingresar en la época previa a la formación de la ciudad moderna.
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En 1893, el Protectorado era un sueño, una entelequia en muy pocas mentes que buscaban la forma de establecer una influencia sólida en aquellas tierras, tan bien situadas en la embocadura del Mediterráneo y, a la vez, abiertas a las grandes magnitudes del Atlántico. Bereshit cuenta los compases previos que se interpretaron, como un ensayo, de cara a la intervención europea en Marruecos. Melilla —y Ceuta— no era más que una fortaleza española varada desde hacía cuatro siglos en el litoral marroquí y, aunque ya existía un Tratado de Límites (1860) que otorgaba a España la plena soberanía de un territorio de 12,3 kilómetros cuadrados, la intención española no pasaba de mantener aquellas parcelas como colchón de separación entre la guarnición de la ciudad y los habitantes de los alrededores. A través del personaje protagonista, la novela presenta tres etapas en la vida de una mujer, nacida en la fortaleza, quien, después de desenvolverse en el ambiente opresivo de la sociedad española y católica, se ve impelida a abandonar su hogar y buscar refugio en un poblado cercano, habitado por indígenas musulmanes, para acabar trasladándose o otra aldea costera, esta vez habitada por indígenas de religión judía. Tres vidas, tres ambientes y tres formas de enfocar los acontecimientos que rodeaban a los habitantes de aquellas tierras que, poco más de una década después, iban a convertirse en los protectorados francés y español. El título, Bereshit, lo elegí por ser la primera palabra de la Torá, del Antiguo Testamento, que significa, precisamente, en el principio, lo cual era lo adecuado para acabar relatando las vicisitudes de los hebreos marroquíes que, entre 1860 y 1904, fueron emigrando hacia el interior de las fronteras españolas y acabaron impregnando a la ciudad con el carácter comercial que después sería una de sus señas de identidad, es decir, estableciendo los principios de lo que después sería la ciudad moderna. 7. La virtud del Diablo Libro 1º: Nubes de levante, brisa de poniente
Pero no hubiera estado bien descrito, por mi parte, el escalón histórico anterior al asunto que nos ocupa si, en las postrimerías de 2008, no hubiera surgido la idea de conmemorar de alguna forma el centenario de 1909, punto de partida de lo que se considera la apertura final de las ansias españolas, que empiezan a derramarse en África hasta culminar en el refrendo oficialista de la firma del Tratado de Algeciras.
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Quiso el destino y, bien mirado, también la fortuna, que el entonces máximo representante de la autoridad militar local, el general César Muro Benayas, nos convocara a una nutrida reunión en la que nos instó a no dejar pasar de largo la fecha. Era otoño, y 2009 se perfilaba ya como un magnífico jalón en el que poder hacer un resumen de la centuria transcurrida desde aquellas fechas tan señaladas. Hubo iniciativas de todo tipo, y yo, que, no tan casualmente, andaba con los primeros capítulos de un libro sin título aún, quise participar con mi homenaje particular a quienes, ya en marcha la Conferencia de Algeciras desde tres años antes, supieron mantener la dirección de los acontecimientos y consiguieron quemar etapas que, de otro modo, hubiera sido necesario recorrer luego que, en 1912, quedaran fijados los papeles que Francia y España deberían interpretar en el gran teatro marroquí. Pude así sumergirme, con verdadero placer y delectación, en los detalles que, por suerte, están bien documentados, para poder referirme a aquel periodo en que, ni fortaleza ni ciudad, Melilla ya intuía que, muy poco tiempo después, se iba a convertir en el corazón y el cerebro de todo un fenómeno de europeización aplicado al territorio inmediato. A mi disposición existía todo un muestrario de figuras capaces de convertirse en protagonistas o personajes destacados de una historia que yo quería que estuviese impregnada del romanticismo literario propio de la época y de la ubicación. Elegí a un chico, un muchacho de diecinueve años, Santiago, hijo de uno de los ingenieros de la compañía minera alemana Müller & Co., para que el lector asistiera a las convulsiones previas de lo que, después, se convirtió en toda una guerra que alteró, y mucho, el tranquilo y triste discurrir de la vida de los españoles. Luego, la aparición de otro personaje, Flora Marquiegui, esposa del ingeniero-jefe, quien toma a su cargo la formación del muchacho, abrió la espita del romanticismo y, también, del submundo de intereses políticos internacionales que, ya en esas fechas, merodeaba en el entorno buscando obtener la parte más beneficiosa del pastel marroquí. Francia, Gran Bretaña, Alemania y, un tanto forzada, España, empezaban a disponer las piezas sobre el tablero existente, y de un modo bastante más descarado que en la zona occidental del futuro —inminente— Protectorado. El descubrimiento de un rico yacimiento de hierro en la cuenca minera de Uixan disparó las apetencias hispanas, y nace la Compañía Española de Minas del Rif (CEMR), empresa en la que se fundamentan los proyectos de crecimiento y dinamización económica de toda la zona, hasta entonces sumergida en un atraso sin parangón.
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Francia, por su parte, acechando desde las cercanas fronteras de su territorio argelino, trata de compartir el filón, pero se queda corta, en principio, debiendo contentarse con una modesta mena de mineral de plomo, a pesar de que sus prospecciones fueron realizadas en el mismo entorno que las españolas. Nace así la CNA, la Compañía del Norte Africano, disfrazada de capital hispanizado, y con presidente y accionistas a medias españoles y franceses, toda vez que, ya estaba claro, el territorio donde están enclavadas las minas iba a estar, inminentemente, bajo administración española. Y resulta curioso observar este impasse de 1909, por cuanto, a pesar de que la Historia fija los inicios del Protectorado tres años después, se vivía de facto una situación en la que estaba más que claro cuál iba a ser ese futuro todavía sin rubricar en las sucesivas reuniones de Algeciras. Alemania, a pesar de todos los intentos por mantenerla a distancia del Magreb, no se resigna a perderse el festín; pero, ante la persistente mirada del ojo británico, que desde Gibraltar controla el ámbito mediterráneo occidental, y la cachazuda postura francesa, que considera suyo todo lo comprendido entre Túnez y Senegal, debe contentarse con efectuar acto de presencia vestida con un atuendo civil; y es en el extremo de Tres Forcas donde la compañía germana Müller & Co. obtiene licencias de explotación y donde se instala la mina que, aprovechando el calado de las rocosas costas, va a extraer el hierro para depositarlo directamente en los grandes barcos mineraleros. Nunca se sabrá del todo y con claridad qué papel desempeñaron los intereses de cada cual cuando, en el verano de 1909, comienzan los ataques indígenas al tendido de ferrocarril, tanto de la CEMR española como de la CNA francesa. Es posible pensar que unos pagaran para quedar a salvo, determinando el ataque hacia los competidores, y viceversa; pudiera ser, incluso, que fuese la tercera en discordia, Alemania, la que hiciese esfuerzos para que los cabileños hostilizaran las más avanzadas obras de las otras dos compañías. Y también es posible, cómo no, que todo sucediera por esa imprevisible regla que parece regir los destinos humanos y que, en el norte de África, deviene en enfrentamientos armados cada verano, cuando, acabada la cosecha, el guerrero queda ocioso para intervenir y ajustar cuentas de modo violento entre clanes vecinos o tribus limítrofes. Y quiso el albur de la Historia que, aquella vez, la presencia de elementos extraños —que además horadaban la montaña para llevarse lo que Allah había puesto en ella— mantuviera encendida la mecha del conflicto, que comenzó el 27 de julio con el ataque y asesinato de tres obreros de la CEMR y la consiguiente respuesta militar española.
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Fue la primera salida en fuerza de la guarnición de Melilla, y el calzado militar español ya no dejaría de pisar el suelo marroquí hasta que, en 1956, comenzara la lenta retirada que culminó bien entrados los años sesenta. 8. La virtud del Diablo Libro 2º: Para Bellum
Prevista su publicación para la primavera de 2013, Para Bellum es el lógico devenir de una historia que, aunque comienza en 1909, se retoma en junio de 1936 cuando aquel muchacho de diecinueve años, ahora exitoso corresponsal de cuarentaiséis, retorna a Melilla para asistir al sepelio de su madre, reencontrándose con un pasado macerado por el largo desarrollo de un Protectorado que, un mes después, se convierte en la olla a presión que acaba por cocinar una guerra que, hasta hoy día, sigue incidiendo en el consciente y el subconsciente colectivo de los españoles. La guerra civil puede tener múltiples puntos de vista, numerosísimos enfoques desde los cuales atisbar aquellos tres años de contienda, pero lo que es determinante para todos es que la rebelión —cívico-militar, no lo olvidemos— se inicia con más soltura al contar uno de los bandos con la plataforma del Protectorado, sin el cual la intentona originada en la España peninsular no hubiese quedado más que en otro de los tradicionales pronunciamientos de los que la Historia de España está repleta. Y no solo eso, sino que la materia más importante en el desarrollo de la guerra, los hombres, procedía también de allende el Mediterráneo; no ya la carne de cañón marroquí alistada en los Regulares, sino que los comandantes y tenientes coroneles que avanzaban hacia Madrid eran los tenientes y capitanes que habían luchado en el Rif, en una guerra que había acabado en victoria hacía apenas nueve años. Retaguardia segura, el Protectorado fue, durante toda la contienda, la plataforma ideal que siguió procurando víveres, elemento humano e infraestructura, siempre a resguardo de cualquier acción del gobierno puesto contra las cuerdas y privado —por inconcebible decisión propia— de elementos eficaces con los que neutralizar la amenaza militar norteafricana. 9. La tumba del guerrero
La contienda civil española dio al Protectorado el marchamo de patriota para la clase dominante de posguerra; sus habitantes, fuesen marroquíes indígenas o españoles residentes, pudieron alardear de ser un poco los nue-
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vos asturianos irreductibles que habían iniciado una reconquista a la inversa para librar a España del odiado enemigo rojo. La cantidad de sangre vertida, especialmente por los integrantes de las columnas de tropas Regulares, y el decidido apoyo de la sociedad en general habían supuesto una base sólida sobre la que cimentar una retaguardia segura y a prueba de reveses. Aún más, si los miembros de la administración española en el Protectorado se comportaron en gran parte a favor del Movimiento, si los indígenas musulmanes se alistaron en masa para devolver a los españoles su condición de creyentes ante las ateas hordas comunistas, los marroquíes de religión judía que pudieron permitírselo se distinguieron por sus aportaciones económicas destinadas a conseguir los suministros que necesitaban los nacionales, tal y como los jerarcas de la Alemania nazi bautizaron a quienes, en principio, solo se les conocía como rebeldes sin más. Esta circunstancia originó, incluso, una particularidad semántica en la que casi inconscientemente hemos estado sumergidos los educados en aquella época. Porque la propaganda del régimen se encontraba ante un dilema a la hora de designar a los judíos que tanto habían colaborado en su consolidación cuando, por otra parte, una de las muletillas políticas más en boga era acusar al complot judeo-masónico de todos los males que amenazaban a España. Resultó así que, a medias inconscientemente o tal vez obedeciendo a una estrategia diseñada en el palacio de El Pardo que apenas si se ha tenido en cuenta, los judíos siguieron siendo los socios del mal que acechaba, en tanto que, para referirse a aquellos otros que tanto habían procurado el bien de la España en vigor, se empezó a utilizar la palabra hebreos. Por supuesto, cualquier habitante del Protectorado incorporaba esta regla sin plantearse el porqué. Cualquier malnacido podía ser tachado de perro judío, y una judiada siguió sirviendo para describir una mala acción que no tenía peor calificativo. Pero a nadie se oyó nunca pronunciar la palabra hebreada, y, mucho menos, utilizar perro hebreo para denigrar a alguien. Y el que esto escribe recuerda su desconcierto preadolescente cuando, a las hazañas del heroico pueblo judío en la Historia Sagrada, se superponía la propaganda todavía en vigor de los años cincuenta, que gustaba representar al judío usurero, taimado y traidor de que está dotada nuestra literatura. Pero el enigma se agrandaba cuando, al convivir con nuestros vecinos y amigos hebreos, acabábamos por darnos cuenta de que, en esencia, en origen, eran aquellos denostados judíos de tan mala prensa. Tuvieron que pasar los años sesenta para que, personalmente, tratara de saciar mi curiosidad al preguntar directamente a uno de mis íntimos
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amigos de aquella religión el porqué de las diferencias a la hora de referirnos a ellos. Fue así como empecé a entender que, aunque sinónimos, podían establecerse diferencias entre los conceptos de judío, hebreo, israelita y, por supuesto, israelí. Y en ese estadio de mis pesquisas pude darme por satisfecho, sin caer en la cuenta de que tuvo que morir del todo el universo del Protectorado para que, transcurriendo ya por los años setenta, los propios hebreos españoles perdieran del todo su repugnancia a denominarse a sí mismos como judíos. Sin embargo, el calendario tuvo que cambiar de siglo para que las circunstancias —ese eufemismo que usamos para evitar dar al azar la importancia que se le debe— me empujaran a desempeñar un quehacer profesional ciertamente especial, al tener que encargarme de revisar una serie de archivos para desclasificar todo aquello que hubiese cumplido más de cincuenta años, en aplicación de la Ley 16/85 de Archivos y Bibliotecas del Estado y el Real Decreto 2598/1998 que aprueba al Reglamento de Archivos Militares. Me vi así inmerso en un proceso que, conforme leía los viejos escritos recubiertos de polvo y me aplicaba a la delicada tarea de extraer grapas oxidadas sin dañar el documento, se iba haciendo más y más revelador. Toda la Segunda Guerra Mundial pasó por mis manos en forma de acciones de espionaje de uno y otro bando, movimientos de buques implicados en el esfuerzo bélico —las minas de Uixan estuvieron proporcionando mineral de hierro tanto al Eje como a los Aliados durante casi toda la guerra— y las actividades casi siempre inconfesables de los viceconsulados europeos que radicaban en Tetuán, Melilla y, sobre todo, Tánger, incorporada esta última a la administración española de Marruecos en cuanto el conflicto mundial se inició. Pero, si resultaba cautivador asomarse, a través de la ventana de documentos oficiales, a la maraña documental generada por el mayor síncope bélico que ha sufrido nuestra sociedad actual, no menos sorprendente resultó llegar, al final de mis pesquisas, a la época del fin del Protectorado. Justo ahí estaba la raya que dividía lo desclasificable de lo que, en el año en que yo desarrollé mi trabajo, debía permanecer bajo la protección del secreto documental. Y fue en las inmediaciones de esa línea contundente donde me di de manos a boca con la dilatada operación orquestada en Marruecos para procurar la salida ilegal de los judíos que no deseaban retornar, tras la firma de la independencia, a un estatus anterior que abrigaba indicios de torva revancha.
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Mi trabajo archivístico acabó, pero aquellos viejos papeles sirvieron para que prendiera en mí la hoguera del interés desmedido por algo que había permanecido oculto a los estudiosos y eruditos o, al menos, que permanecía inédito, salvo algún suceso relacionado que, brotando por medio de noticias de prensa, había sido rápidamente silenciado o bien, al no poder establecerse una relación directa con la realidad, olvidado prontamente. Todo había comenzado poco antes de 1956, cuando la situación en el Protectorado francés se convirtió en inestable a consecuencia de las actividades terroristas marroquíes, pero la operación salida no adquirió carta de naturaleza hasta después de que, una vez independiente, el Gobierno marroquí emitiera una serie de decretos y normas que impedían a los judíos hacer realidad su sueño de comenzar otra vida fuera de las fronteras del Magreb. Y es en esta ambientación en la que discurre el argumento de La tumba del guerrero, en la que ficción y realidad se mezclan para contar la historia de cómo funcionaba aquel sistema, diseñado en Tel Aviv, organizado por una red de agentes y que contaba con lo que, en España, llamamos vista gorda por parte de las autoridades, que no ponían impedimento alguno para que los grupos de hebreos marroquíes traspusieran las fronteras de Ceuta y de Melilla de forma clandestina —desprovistos de documentación legal y, en muchos casos, hasta de las prendas de ropa imprescindibles—, se equiparan convenientemente en pisos francos y alcanzaran la Península Ibérica, vía marítima, para llegar a Gibraltar por tierra, donde les resultaba sencillo abordar un barco que los llevara a Israel u otra ciudad cualquiera de Europa o América. El empuje de esa llama interior me llevó a indagar más y más, hasta el punto de llegar a conocer personalmente a uno de los artífices de aquella vasta aliyá que, para mi sorpresa, abarcó desde 1956 hasta principios de los años sesenta, consiguiendo evacuar, a través de Melilla, una media de millar y medio de personas por año, hasta completar una asombrosa cifra que superaba los siete mil expatriados, muchos de los cuales guardan aún en su memoria, de forma indeleble, aquella peripecia, los malabarismos necesarios para salir de forma oculta de tu propio domicilio, viajar en la oscuridad sobre medios variopintos y alcanzar la seguridad de las fronteras españolas como primer paso hacia la libertad absoluta. Y ha sido esa memoria atesorada por sus protagonistas y sus descendientes, más el propio caudal familiar de experiencias en el transporte por carretera durante aquellos años, lo que me ha permitido recrear una odisea que, solo recientemente, ha comenzado a difundirse en nuestro ámbito cultural.
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10. La cuarta mezquita
Pero el Protectorado siguió dando de sí, hasta el punto de que, en una novela de corte policíaco, ambientada en el Marruecos actual, la protagonista debe unir su destino a un personaje que, aunque yo no había diseñado más que vagamente, acabó por convertirse en una figura rara y, por supuesto, impensable para alguien como Gabriela Urquiola, una española de mediana edad y cierto nivel cultural que, sin embargo, ignora todo de aquel mundo hispano-marroquí que produjo compatriotas para quienes ya no existe la escuela donde aprendieron a leer ni la localidad en la que nacieron. Adrián Monsilla es un sesentón nacido a las puertas del Rif, su padre se había pasado la vida trabajando de capataz en una hacienda y su abuelo había llegado, después de mil peripecias de juventud, a aquel Protectorado que prometía tanto. Ela Urquiola, tras un percance que la deja inerme, indocumentada y herida en medio del Atlas Medio marroquí, se encuentra así con un individuo cuya identidad despierta recelos al medirla por sus propios conceptos del pasado; pero está en sus manos y, en su huida de una red de delincuentes y a la vez de la propia Policía marroquí —que la considera sospechosa del asesinato de dos personas—, va conociendo el presente de su protector y, poco a poco, ve aparecer los flecos de un pasado radicalmente distinto a lo que ella conoce y va a obligarla a cambiar sus criterios hasta ahora considerados como inamovibles. Monsilla es un superviviente, un relicto de aquella época ya muerta; viudo desde hace mucho de una marroquí, ha visto en cambio cómo sus hijos encarnaban el mestizaje que, de haberse prolongado la situación político-administrativa, podría haber llegado a ser una generalidad dentro de la sociedad hispano-marroquí. Pero la brusca explosión de la burbuja, en 1956, dejó escapar el contenido del preparado étnico-cultural que se había puesto a madurar, convirtiendo a Adrián en un extranjero en su propia tierra —jamás se avino a viajar a España, a la que consideraba un lugar ajeno a él—, y a sus hijos en el producto de un maridaje extraño que combinó —mal— características que, de otro modo, hubieran constituido un rico y variado caudal de identidad. 11. Cita en el aire
Escrita aún antes que Prisioneros en el Rif, esta novela estuvo guardando un reposo obligado durante largos años, hasta que, después de una aparición más que discreta en El Telegrama de Melilla, allá por 1995, encontró por fin su verdadera vocación cuando se publicó, también por entregas, en
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la revista El Caminante, una edición mensual del Regimiento Mixto de Artillería nº 32; pero, con la salvedad de que esta es una publicación virtual que se remite a todos los subscriptores con puntualidad —evidentemente— militar. En ella quise forzar al máximo la situación que se vivió en el Protectorado durante los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, mostrando a una administración española dolida por los años de posguerra e invadida por una corrupción que, más que enriquecer al que la ejercía, le procuraba lo imprescindible para poder sobrevivir. El contrabando procedente de la zona francesa, que se conocía por el viejo nombre de estraperlo, fue la base del argumento a través del cual pude recrear una época en la que, a pesar de los avances en todos los aspectos que España iba introduciendo en el territorio asignado en Algeciras —en evidente detrimento del desarrollo del resto de la nación—, no resistía una ligera comparación con lo abultado de las carencias existentes. El aislamiento del resto de lo que ya se comenzaba a llamar Occidente determinó una falta total de recursos tecnológicos que, en muchos casos, solo se podían suplir por el celo con que se afrontaban los problemas. Un piloto español idealista y una muchacha marroquí de elevada estirpe, un piloto norteamericano en paro tras la contienda y la hija de un acaudalado hombre de negocios francés afincado en Argelia; dos historias de amor que se van entrelazando mientras una falsa compañía postal francesa introduce en el Protectorado español todo de cuanto se carece. Un homenaje a los sin patria que buscaban prosperar en el África a punto de ser poscolonial y el reconocimiento a los que, incapaces de ver la realidad que los rodea, siguieron persiguiendo la entelequia de una autarquía que solo existía en los deseos del régimen. Conclusión
Once libros no son nada: unas cinco mil páginas de papel, veinte megabytes en soporte electrónico; pero, además del posible beneficio para los lectores, con todos ellos me he podido construir un puente, mi propio puente sólido y real por el que ha transcurrido mi vida desde aquel lejano 1955 en que, según me cuentan, nací en la localidad de Villa Nador. Haber vivido en el Protectorado me ha proporcionado un inmenso caudal de vivencias y un sello indeleble en mi origen, qué duda cabe; pero han sido mis libros, las historias que he podido recrear a través de ellos, los que
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dan forma a mi consciente actual de ser, sobre todas las cosas, uno de esos miles de hijos que produjo el Protectorado de España en Marruecos. Uno de los últimos. Bibliografía Gil Ruiz, S.: Prisioneros en el Rif, Melilla: Asociación de Estudios Melillenses, 1989. — El cañón del Gurugú, Melilla: Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento, 1991; Rusadir media, 2005. — La tierra entregada, Melilla: Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento, 1992. — Jádir, Melilla: Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento, 1994. — Cita en el aire, Melilla: El Telegrama de Melilla, 1996; El Caminante, 2010. — Como las luces de Janucá, Melilla: Comunidad Israelita de Melilla, 2003. — Bereshit, Melilla: Fundación Gaselec, 2004. — Nubes de levante, brisa de poniente, Madrid: De Librum tremens, 2009; 2010; Goodbooks, 2013. — La tumba del guerrero, Madrid: Hebraica Ediciones, 2010. — La cuarta Mezquita, Madrid: De librum tremens, 2010. — Para Bellum, Madrid: Goodbooks, 2013, en prensa.
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Protectorado español en Marruecos: antes de olvidar
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4 de octubre de 1947 / 7 de abril de 1956: 9 años. Pocos para poder reflexionar de manera coherente sobre el curso de los acontecimientos pero más que suficientes para gravar y almacenar imágenes y escenas de aquellos últimos años de aquel frívolo Protectorado, abierto, según los abstractos y nunca terminados comentarios de las familias tetuaníes en voz baja, casi murmurando, a todas las audacias. Imágenes y escenas, embrión de lo que iba a ser mi opción literaria e inagotable fuente y caudal de la inspiración para mi modesta creatividad literaria. Indicios del fin de una época que se conocía por haberla vivido y el comienzo de una nueva que se ignoraba y se temía porque, como todo misterio u opacidad, suele ser incierta… Reaccio nes de una intensidad difícil de definir, que, como diría Jean Monnet: “nada es posible sin los hombres, nada es duradero sin las instituciones”. En efecto, fueron justamente las incidencias de los hombres y la complejidad de las instituciones de aquella época (para un menor como lo era yo) las que forjaron irreversiblemente la trayectoria intelectual de muchos tetuaníes de aquella generación, para no cambiar nunca ni de rumbo ni de temática; aunque, eso sí, conservando una mezcla centesimal de rencor e indulgencia por el símbolo de una autoridad aborrecida. Se creía que unos
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(ellos) “protegían” y establecían las reglas, otros (nosotros), apáticos y sobreexcitados, las acataban y padecían. Sin embargo, independientemente de mi valoración política o moral de la época, creo que, por haber sido la más impactante en mi futuro desarrollo intelectual, resultó determinante en mis posteriores opciones literarias y, de manera general, en mi manera de expresión cultural. Tanto es así que más de una de mis novelas ha sido catalogada como autobiográfica. Todo estaba allí… con el menor esfuerzo de recuerdo y de análisis
Hombres, circunstancias, instituciones y modelos de gestión y de administración. Todo un capital que se ha optimizado con vistas a dar lugar a una reflexión serena y atinada en torno a la época, al régimen y a su impacto sobre los que hemos vivido esta época o los que han leído sobre ella. Más tarde, como muchos otros escritores o artistas de mi generación, me di cuenta de que sería anormal descuidar este caudal de material fácilmente narrable para ir buscando un nuevo y por consiguiente superfluo e incluso incierto esfuerzo de imaginación y de creatividad. Ello era la realidad. Lo demás la ficción. Esto se llamó después “literatura marroquí de expresión española”. No nos costó mucho comprender esta inasequible realidad a través de una pertinente y apasionante lectura de la coyuntura y del contexto que nos proporcionó un sentido de expresividad propio de un pasado vivido pero no extraño a un presente y un futuro nuestro que podía ser complementario para vivir. Una sensación interiorizada que vuelve a surgir, cada vez que decidimos escribir, bajo forma de relatos y expresiones de situaciones vividas. De este modo, en esta óptica se enmarca el hecho de que Radio Dersa, toda una institución local, un auténtico orgullo de la ciudad de Tetuán y del norte de Marruecos, en general, haya inspirado y sigue inspirando a más de un escritor marroquí de expresión española y a muchos profesionales de la radio del norte de Marruecos, enriqueciendo el panorama cultural español en Marruecos, durante el Protectorado e incluso después de la independencia. Su desaparición a finales de los años cincuenta había significado la pérdida de parte del patrimonio informativo-cultural de la ciudad y de la zona norte del país, permaneciendo su recuerdo, no obstante, independientemente de su finalidad política y sus objetivos ideológicos, como una de las mejores estaciones de radio, fresca e inspirativa. Sus auditores y sus espontáneos discípulos se quedaron realmente huérfanos. También se quedaron faltos muchos de esta época por la desaparición o la “metamorfosis” del hospital psiquiátrico de Sidi Frej y de “Mallorca” en
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el monte Dersa como lo recoge uno de los personajes de Grito primal: “el Doctor Turrégano curó a medio Tetuán. Cuando estaba él, había muchísimo menos locos que ahora”. “Cuando estaba….” o “Antes…” acaparaban las exclamaciones de muchos amantes de las letras y más exactamente las de Cervantes durante años como expresión de la añoranza de una época a pesar de que, desde el punto de vista de la identidad nacional, no se debía añorar porque, entre otras cosas, caucionar la ocupación sería, peor que un crimen, un error. No obstante, en tanto que base y referencia resultaba inevitablemente indispensable. Para algunos porque no conocían otra, para otros porque era más cómodo, para todos porque era el pasado, una época que ha vivido Marruecos y algunos marroquíes; y el pasado es algo inamovible, inalterable, que se puede discutir o criticar, condenar o apreciar pero nada, absolutamente nada, recomienda olvidar o descuidar. Imágenes y escenas que, para mí, hacían prescindible todo esfuerzo de imaginación de circunstancias o creación de situaciones e incluso exploración de estructuras e ideas. Todo estaba allí: historias, relatos, personajes, títulos… Todo listo para ser analizado, ordenado y escrito. Con sus realidades, sus estrategias de disimulación, sus pensamientos que seguían un lento curso en sus más ínfimos detalles, el Protectorado español en el norte de Marruecos fue y sigue siendo mi fuente de inspiración predilecta y mi materia de análisis y reflexión preferida. Se trata de una labor de reciclaje cuando es imperativo y de lealtad hacia la historia para conservar toda la frescura de lo ocurrido y luego contarlo en el marco de una literatura-realidad. De curioso observador durante la infancia pasé a ser un interesado actor de mi entorno y de la prehistoria de la conciencia…, la de mi época. Un pasado que, más que surgir, se fue imponiendo de manera vertiginosa en la que, sin quererlo, me encontré, junto a los recuerdos infantiles, héroe de mis propias historias. Las evidencias de mis recuerdos forjaron una certeza: el campo más fértil para mi creatividad debía situarse entre los últimos años del Protectorado y comienzos de la independencia. La historia estaba allí, lista para ser relatada, por qué buscar en otro lado y de otra manera. Asi lo corrobora mi primera obra literaria, Grito primal: Por las estrechas callejuelas de su barrio, sólo se veían banderas rojas con una estrella verde en el centro y cuadros del Sultán Mohamed V. La gente parecía segura de sí misma y del futuro… su futuro. Los españoles que vivían en los barrios tradicionales se comportaban como indígenas. Mostraban o por lo menos aparentemente la misma alegría, la misma adhesión al advenimiento y el mismo entusiasmo por cerrar aquél paréntesis y construir una vida nueva.
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Testimonios oculares que surgen nítidamente de la infancia como paradigma de una observación lúcida como lo ilustra el mismo Grito primal: Bien dicho, Si Abdeslam. Seamos indulgentes. Seamos pacientes. No nos enfademos con el presente. No insultemos al futuro. Los tuyos son también los míos. Los conozco. Son nobles y leales. Pero aquí, en esta ciudad, difícilmente nos podemos enfadar con los vecinos del norte. Alusiones demasiado transparentes para una curiosidad infatigable
De esta forma, mis tres primeras obras literarias, Grito primal, Autodeterminación de invernadero y Precintado e incluso muchos capítulos bajo forma de flash-back de Yamna o memoria íntima o 11-M: Madrid 1425, obedecen a aquel interminable episodio, aún relativamente virgen en cuanto a análisis literario objetivo con el lema: “El que no duda no sabe cosa alguna”. Es decir: escribir basándose en los propios recuerdos y reminiscencias por más confusos que fueran y no limitarse a las experiencias ni de propios ni de extraños. Se trata de despejar las incógnitas de episodios de mis primeros pasos en la vida y de sacar las conclusiones pertinentes de lo que comenzaba a ser, para mí, más claro y más transparente. Dicho con otras palabras: forjar una identidad literaria propia, basada en hechos, realidades, recuerdos y circunstantes vividos y no imaginados o creados para fines noveleros o novelescos. De tal modo que la mayoría de los nombres, circunstancias y acontecimientos en mis novelas son —coma más, punto menos— fruto exclusivamente de la realidad incrustada en mis recuerdos infantiles, siendo el objetivo principal, una simple configuración y una adaptación a los imperativos del texto y de la coyuntura socio-religiosa como es el caso de la historia de amor en Grito primal entre la hermana Marta, una monja, y un docto musulmán, Hadj Ahmed ben Ali, en una iglesia de Río Martín o Martil. Martín o Martil de los años cincuenta fue el escenario que anunciaba la agonía de un sistema político y geopolítico en sus últimos días otoñales. El Protectorado preparaba maletas y esto se dejaba ver y prever en la marroquinización del personal de La Valenciana, autobús entre Tetuán y el balneario mediterráneo, y la paulatina deserción de la colonia española de dicho balneario, antaño ama y señora de las mejores y las más coquetas casetas al borde del mar. Martín o Martil, precisamente escenario de Grito primal, se resistía desesperadamente al irreversible cambio, mientras que Tetúan, la capital, seguía luciendo su estatuto desde 1912.
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La Plaza de España para el Protectorado, Feddan para la memoria colectiva autóctona, desde donde señoreaba la inconfundible iglesia Nuestra Señora de las Victorias, majestuosamente construida, a pesar de una austera arquitectura colonial e incluso peninsular, constituía en esta óptica una ilustración fiel y elocuente: el alto comisario, el coronel Juan Beigbeder, folclóricamente ceñudo, con su impecable traje y sus zapatos exageradamente brillantes y el jalifa del sultán en el norte de Marruecos, Moulay al Hassan ben el Mehdi, que no escatimaba esfuerzo alguno para sonreír a los súbditos del soberano al que representaba en la zona española, con su chilaba y capa blancas, sus babuchas amarillas y su chachia roja, encarnación de la autoridad del majssen e ilustración de la perennidad de la pleitesía al trono alauita; y dos categorías de espectadores de aquel dominical concierto: conjunto de la banda jalifiana y el Grupo de Nouba de Regulares de Tetuán N° 1. Los pequeños tetuaníes, tanto los hijos de protectores como los de los protegidos, consumían alegre y orgullosamente sus caramelos Caparrós, sus galletas Roxi de producción local, y hasta exportadas a las demás ciudades del Protectorado español en Marruecos, y sus helados Hurtado también de producción local. En el ensanche se seguían repartiendo gratuitamente los prospectos de los filmes en los diferentes cines de la ciudad, entre ellos Cine español y Victoria; en el barrio Málaga y en las cafeterías y bares que proliferaban a lo largo de las principales arterias de la ciudad, la gente devoraba las crónicas deportivas del Diario de África o España de Tánger, mi primera y trascendental escuela en el periodismo y en mi futura vida profesional, junto a los suplementos del lunes de la prensa del movimiento como Arriba o Ya. Difícil de olvidar…, imposible de negar. Evidentemente, las primeras fuentes de aprendizaje suelen ser las que más forjan la personalidad del aprendiz. El diario recorrido de Jinui, en el casco viejo de Tetuán a Pabellones Varela, había constituido para mí uno de los mayores descubrimientos de mi vida ¿Cómo se vive allí y dónde se vive aquí? Una inagotable fuente de inspiración citada como referencia en la mayoría de mis obras literarias y hasta en algunas crónicas en torno al tema del Protectorado y la independencia de Marruecos. ¡Era… otra cosa!
Un cine hispanohablante. Fútbol español y en español una termología española en todos los dominios y en todas las áreas e instituciones de
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la enseñanza primaria y secundaria, algunas de ellas erigidas al rango de instituciones educativas tetuaníes, como Nuestra Señora del Pilar o el Jacinto Benavente, como anticuerpos a aquella indómita y, para muchos, indeseable invasión cultural francesa de los comienzos de la independencia y años posteriores. A todas luces, crecíamos, sin darnos cuenta, en un tejido abonado aparte del árabe, exclusivamente de castellano y sus dimensiones humano-culturales, alérgicos a cualquier otra cultura “foránea”. Durante lustros, prácticamente hasta los años setenta, la mayoría de esta generación conocía de memoria los nombres de los suplentes de los extremos del Real Madrid o del Barcelona, pero pocos se acordaban de cómo se llamaban los primeros ministros nacionales. Más que preferencia por un tipo de colonialismo cultural se trataba de un espontáneo rechazo a la aceptación de otro adicional: el francés que emergió en nuestros estudios y en nuestras vidas. Más de medio siglo después, el escritor y crítico larachense Sergio Barce lo calificaba atinadamente: Como dice siempre nuestro amigo común, el poeta también tetuaní Abderramán el Fathi: “No sé si soy un marroquí en el cuerpo de un español, o un español en el cuerpo de un marroquí”. Quizá sea la definición que Said Jedidi podría haber utilizado para resumir ese aspecto de su novela.
Ni tanto ni tan poco, siempre fui un marroquí en el cuerpo de un marroquí decidido a refugiarse en un futuro cultural bilingüe y bifocal, oponiéndose, eso sí, a cualquier tercer intruso impuesto. Para los que no han vivido aquella interesante época, el Atlético de Tetuán, de Francisco Parra, les recordó minuciosamente lo que era: una ciudad a dos dedos de ser europea pero conservando total y religiosamente sus especificidades religioso-culturales. Lustros después, los tetuaníes seguían recordando con cariño y simpatía a los dentistas hermanos Martines, al fotógrafo Florido, a García Cortés, a Parra, al doctor Duaso y a muchos otros hombres y mujeres que forjaron la envergadura y la dimensión de Tetuán. Así traté de describirlo en mi Autodeterminación de invernadero: “A dos dedos de Europa, incrustado entre dos realidades, dos contrastes y dos anacronismos, erigido en una especie de platillo volante, donde la impotencia de unos contrasta con el desamparo de otros…”. El Protectorado dejó intactos los usos, las costumbres y el modelo de vida de los autóctonos. Si no era suficiente, por lo menos no era deshonroso. Imágenes que sobrevivieron en el subconsciente. Imágenes que condicionaron la posterior creación y creatividad literarias… Imágenes de las cuales se elaboraron historias y relatos medio ficción, medio reminiscencias
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infantiles adaptadas, por un lado, a los imperativos del momento y celosamente cuidadas con vistas a una literatura-realidad, vivida y no total ni parcialmente imaginada. Con sus escritores, sus poetas y sus universitarios, Tetuán era otra cosa, tuvo/tiene su propio hispanismo. Ciertamente cedió y retrocedió ante tan mortal indiferencia “propia” e insoportable presión “ajena”, pero no desapareció nunca, convirtiéndose, de cierto modo, en una auténtica psicosis. De donde, pese al mortal indiferentismo de las autoridades culturales españolas, cincuenta y siete años después de la independencia del país, sigue existiendo, gracias a nadie, una auténtica literatura marroquí de expresión española, objeto de polémicas y de controversias, sin duda, pero literatura específicamente marroquí al fin y literatura propia e independiente al cabo. Francotiradores de las Letras Españolas que, a duras penas, logran editar sus obras, exponiéndose a mil y un peligros de toda índole para difundir a través de medios rudimentarios y muy a menudo con esfuerzos “heroicamente” personales sus frutos literarios. La mayoría de los autores, entre ellos servidor, escribieron/escriben siempre única y exclusivamente en español a pesar de su respetable bagaje literario y lingüístico árabe. ¿Emergencia de un atavismo cultural?
En efecto, si el acuerdo hispano-marroquí del 7 de abril de 1957 ponía fin, políticamente, al Protectorado español de la zona norte de Marruecos, el protectorado cultural o idiosincrático siguió durante más de un lustro: los tetuaníes seguían prefiriendo todas las mañanas el Diario de África y los tangerinos España de Tánger. De Castillejos hasta Al Kazar Kebir se seguía tratando con la peseta. Las librerías Escolar y Alcaraz agotaban prematuramente todas las ediciones de El Pueblo de Emilio Romero, Informaciones de Jesús de la Serna y hasta Arriba y Alcázar que llegaban a Tetuán, procedentes del enclave de Ceuta mucho antes de llegar Al Alam o L’Opinion —órganos de expresión árabe y francesa, respectivamente del partido nacionalista Al Istiqlal con bastantes lectores afines a la ideología del Istiqlal— o Al Anbaa, rotativo oficioso en Rabat. Los suplementos deportivos de los lunes acaparaban todas las atenciones y los norteños vivían con la mirada convergida los domingos hacia el Chamartín o hacia el Camp Nou. Hasta los años setenta, con la nacionalización del sector de prensa en Marruecos y, mucho después, “importándolos” de la vecina Ceuta, los tetuaníes éramos asiduos lectores de los diferentes títulos españoles. Había quienes presumían de sacar malas notas en el francés como una reacción espontánea aunque indi-
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recta a la emergencia de otro colonialismo en el norte de Marruecos, más discreto y más sutil: el colonialismo cultural francés. De la incredulidad de un pasado aún fresco se ha pasado al pánico del presente y del futuro. “En Rabat mandan los francófonos y los norteños ni lo somos ni pensamos serlo, seguimos tan insignificantes como durante la época del Protectorado o más…”. Comentario de un amigo tetuaní fallecido, célebre en la ciudad de la paloma blanca por su feroz oposición a lo que llamaba “invasión cultural francesa en el norte del país” y cuyo nombre estimamos conveniente omitir. Más que una dialéctica perversa se trata de una ilusión lírica
Por obvias razones de los imperativos del momento socio-político del país, la mayoría de los que habían descubierto, en un momento u otro, de una u otra forma y en una u otra circunstancia, las Letras Españolas esperaban el milagro o la esperanza de no cesar nunca de seguir lo que eran, conscientes de que, sin apoyo o por lo menos interés de los propios protagonistas que al final brillaron por su ausencia, todos los minutos del mundo serían insuficientes para realizar esta anhelada esperanza. Sin embargo, Tetuán y el resto de la zona del exprotectorado español en Marruecos hablaban español y siguieron hablando, a trancas y barrancas, el español durante lustros. Durante el periodo del Protectorado hispano-francés en Marruecos (1912-1956), las publicaciones en español alcanzaron ciento sesenta y dos títulos, incluidos los de Ceuta y Melilla, en un país de menos de cinco millones de habitantes. Los franceses no superaban los dedos de una sola mano y no podía ser de otro modo. El difunto rey Hassan II solía afirmar que “se puede cambiar todo…, todo menos la geografía”. ¿Atavismo?
Cualquier respuesta sería inaudible. O lo que es igual: ni tanto ni tan poco. Los que hemos vivido y… comenzado a aprender bajo el Protectorado español, sin medios y sin apoyos, hemos combatido durante lustros, aunque de manera rudimentaria, a las intrusas cultura y educación francesas en nuestra idiosincrasia. “No se trataba de una desaceleración en la velocidad de adaptación, sino una alternativa que brillaba por su ausencia”, subrayó un día el gran y difunto poeta hispanista larachense, Momata. Ante una total indiferencia de las autoridades españolas para con el futuro de su patrimonio cultural en la zona exespañola de Marruecos, este
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“espontáneo” apego al español, a los usos y costumbres españoles no disminuyó durante años. Al término de sus estudios secundarios, los norteños no lo pensaban dos veces. Destino: España. Medicina en Cádiz, Granada y Madrid; ingeniería agrónoma en Valencia; y muchas otras disciplinas en otras ciudades españolas como Zaragoza, Málaga o incluso Barcelona. Con el advenimiento del fenómeno migratorio los menos favorecidos optaban casi siempre por las afinidades y por la cercanía. En una entrevista el 14 de enero de 1983, en la que serví de intérprete, el difunto soberano marroquí, Hassan II, le dijo, pesando cada sílaba, al entonces director del diario El País, Joaquín Estefanía: Nunca suelo trabajar con gente que no habla español. Además. ¿Sabe usted cuantas escuelas españolas había sólo en Tetuán? Se lo diré yo: más de 60 ¿Y ahora? Menos de tres. ¿Quién tiene la culpa? Nosotros, no, porque yo siempre aposté por la cultura como medio de afianzar las relaciones con España.
Sin embargo, la vecindad suele ser, a menudo, caprichosa, pero determinante. Se pueden elegir muchas cosas…, muchas, menos la vecindad y su impacto o influencia culturales. Imágenes y sonidos que, por la falta de una cultura de conflicto y su carácter literalmente surrealista, nunca pude olvidar. Escenas que emergen del pasado menos visibles, pero más sutiles: la comunión era paradójicamente recíproca. En mi paso por Radio Nacional de España, recién contratado por Radio Nacional Marroquí, me fui a Madrid a reforzar mi formación en tanto que periodista y reportero, ejerciendo en 24 Horas. Era el 3 de noviembre de 1973, todo el mundo me envidiaba por el afecto, cariño y la importante ayuda que me proporcionaba el redactor jefe de 24 Horas, Abel Hernández. Resulta que su esposa nació y creció en Tetuán y se sentía más tetuaní que madrileña. En esta misma óptica, durante un reportaje en Tetuán sobre la visita de una delegación de la Asociación La Medina de los antiguos españoles residentes en Marruecos, nos quedamos perplejos al ver que la mayoría de sus miembros, muchos de los cuales superaban los setenta y ochenta años y provenían de Estados Unidos, de América latina y hasta de Australia, no cesaban de llorar al ver algún lugar que les recordaba un hecho o una circunstancia, que no eran ni pocos ni abstractos. Era evidente que, sin desear hacer el destape histórico, todos o casi todos querían un montón esta ciudad que consideraban tan suya como las ciudades españolas o de otros puntos del planeta de donde procedían. Un colonialismo sin querer y unos colonialistas que, al abandonar Marruecos en 1956, no se fueron muy lejos… ni siquiera atravesaron el Estre-
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cho de Gibraltar, conservando de esta forma, sin intención, sin agentes incrustados en los barrios más populares y más pobres y sin Delegación de Asuntos Indígenas en la zona que administraban antaño, un vínculo cultural con el exprotectorado que nunca se apagó. Dejaron también víctimas a los que otros calificaban de victimarios como lo relatado en Grito primal: En torno a la legendaria plaza tetuaní, proliferaban pequeños grupos de antiguos combatientes franquistas que olvidando su miseria, la indiferencia de la administración del Caudillo, las incumplidas promesas de Quepo de Llano y sus eternas reivindicaciones de cobrar sus insignificantes jubilaciones que, además, nunca llegaban a tiempo, pasaban el día y la vida contando odiseas guerreras que sólo sus fértiles y perturbadas imaginaciones y la sed de sus auditorios de matar el tiempo escuchando lo que sea, eran capaces de tejer. Desde lejos oía sus relatos de epopeyas contra los rojos, ateos y enemigos de Dios y de la Patria. Me pregunté mil veces y volví a preguntarme otras mil veces por qué aquella gente vivió y sufrió agarrada a un subconsciente español: sólo sus íntimos sabían que Ibrahim nunca ocultaba el odio hacia lo que solía llamar “clérigo nacionalista”. A todas luces, el hombre había jurado padecer la derrota de otros, acostumbrándose a vivir con el recuerdo de dos Españas.
Gracias a la terminología futbolística, cinematográfica y otros ocios, durante lustros, el vocabulario darija o árabe dialectal seguía conteniendo más del diez por ciento de palabras españolas o derivadas. Nadie tenía ganas de cambiar, menos aún bruscamente. Entre estos tetuaníes el escritor Ahmed Mgara escribía recientemente a este respecto: Desde mi humilde punto de ver estas cosas, pienso que la verdadera acción cultural de España en Marruecos siguió durante las décadas posteriores a la independencia. España sembró, y mucho, para que pudiésemos recoger esos frutos. Lo malo fue que nuestros irresponsables responsables de la cultura, se desmadraron y le abrieron el portal a “esas bombas culturales de los fanfarrones”, al desmadre francés. Y no supieron valorar ese gran bagaje cultural que no se poseía en muchas ciudades españolas, incluso.
Comparación no es razón. Algunas instituciones coloniales, auténtico patrimonio de la ciudad, se convirtieron en un desastre. La Junta de Andalucía y algunas asociaciones de la sociedad civil andaluza han hecho/hacen lo que pueden. Entre estas instituciones, el hospital de Saniat R’mel, antes orgullo de la ciudad y sus realizaciones en el ámbito sanitario y, hoy, un auténtico cuadro abstracto de Picasso, como escribí en mi Adulterio biológico: “Conocía de memoria los pasillos de aquel hospital de Saniat R’mel del que se salía peor que cuando se entraba y que da la impresión de una conspira-
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ción de los sanos contra los enfermos”. O más explícitamente: “Cuando se le preguntaba su opinión sobre los partidos políticos nacionales y su papel en el desarrollo del Norte de Marruecos solía responder parafraseando a Teodoro Fontani, ¡cuántos gallos creen que el sol sale gracias a sus cacareos!”. Lenta e irremediablemente descubría pues con mi intuición, aún en estado embrionario, la existencia de dos mundos: el nuestro y el “suyo” con intrusos que se autocatalogaban como ilustres personalidades y consideraban a los demás como “colaboradores”. Los que vivían en el casco viejo eran nuestros; los demás, aunque con sangre y rasgos indígenas, eran socialmente andróginos, con un bagaje avaro en certezas pese a la posición social privilegiada que les proporcionaba el ocupante español. Muchos años después, en la obra Precintado, lo describí de otra manera: Tenía seis años cuando descubrió la primera de lo que iba a ser, a lo largo de su existencia, una serie de lógicas compasivas. En su elocuencia infantil no cabía aún la tolerancia de la injusticia. — Mira Omar, hijo mío, le respondió, medio impotente, medio consternado su padre cuando un día, llorando, vino a quejarse por la soberana paliza que le acababa de propinar Si Yussef, padre de la pequeña Rime y uno de los ilustres, próximos a la Alta Comisaría en Marruecos, yo no soy más que un pobre conserje y él todo un consejero. Para evitar estos quebraderos de cabeza, desde ahora en adelante sólo jugarás con los tuyos, le advirtió en forma de ultimátum. — ¿Los míos? ¿Pero... qué significa esto? Desde entonces, siempre pensó en sentido figurado y soñó en metáforas.
Un duelo imprecatorio, a la vez inconfesado y desproporcional en el que se mezclaban y se perdían las nociones como honor, pudor, interés o conciencia. Una presión que no producía la lógica explosión ni la natural reivindicación o de manera muy relativa. En el casco viejo se celebraban Aid Al Adha o Fiesta del Sacrificio y la Fiesta de la ruptura de ayuno. En los barrios llamados católicos o modernos, Nochevieja y Nochebuena… respeto mutuo… casi resignación y esto repercutió en la mayoría de mis novelas. En mi barrio, la callejuela Al Khadem, en pleno corazón del casco viejo de Tetuán, era una auténtica caricatura de Naciones Unidas… religiosa en la que convivían y cohabitaban, en una aunque extraña perfecta armonía, musulmanes, cristianos y judíos. Es decir: marroquíes, españoles “de a pie” y judíos marroquíes, pero muchos de ellos nacionalizados españoles. Curiosamente las discrepancias surgían única y exclusivamente entre los miembros del mismo grupo social o el mismo clan y nunca entre grupos diferentes como si se tratara de una ley no escrita por la potencia colonial, pero acatada por los protegidos y por los demás.
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A nadie se le ocurría preguntar por este, cuando menos, enigmático conglomerado y esta incongruencia socio-étnica, impuesta por la coyuntura y las condiciones que regían Marruecos bajo el Protectorado francoespañol. Pero tampoco podían dejar indiferente a un observador
En todas las escuelas de la ciudad y de la zona habían dos directores: uno español, efectivo y con una sospecha de desprecio en sus grandes y apagados ojos azules, con un retrato del general Franco colgado en su despacho; y el otro marroquí, accesorio con retrato del jalifa Moulay al Hassan Belmehdi. Olía a perfume de tutela. Una cuestión de estilo…, una patología singular de subordinación. Dos mundos delimitados por la aceptación fascinada del destino, donde la xenofobia no tenía carácter oficial sino popular y paradójicamente inverso: el tutor se mostraba xenófobo para con el autóctono y no viceversa. Así fueron las cosas, muchos creían que “os permitieron estudiar única y exclusivamente para comprender lo suficientemente sus órdenes”. ¡Ni hablar! En la escuela primaria Sidi Ali Baraka y poco después en Sidi Mandri, sobre todo esta última con un gran maestro, Antonio Nogales, absorto exclusivamente en sus tareas educativas, generoso en su esfuerzo de inculcar, invadido literalmente por el amor a la enseñanza, nos mostró lo que nos marcó para siempre, figurando, como su anécdota “a Zaragoza o al charco…” en algunas de mis obras literarias. “La zona del protectorado español en Marruecos no era enteramente marroquí ni enteramente española debía ser enteramente sometida” (parafraseando a Gandhi: “La India ni es enteramente hindú ni enteramente musulmana, debe ser enteramente tolerante”). Como otros altos cargos militares de la administración franquista, el general Emilio Mola decía —y lo escribió en voz alta y en mayúscula—: Afortunadamente en nuestro protectorado en Marruecos apenas se sintió la influencia de tal “Asociación científica”, aunque no faltaron en Tetuán algunos seudointelectuales que trataron de erigirse en propugnadores del pan-islamismo, que fueron precisamente los que organizaron la misión que, a poco de instaurarse la república, vino a Madrid por su cuenta.
El jefe superior del ejército de España en África, en 1937, se refería al Movimiento nacionalista marroquí, liderado por Abdelkhalak Torres. Casi medio siglo después, esto me sirvió para resolver este crucigrama en mi Grito primal y, años después, en Precintado. Reminiscencias que cobraron cuerpo y dimensión socio-política y su impacto sobre la constitución
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de mi identidad cultural y la línea literaria que marcarían para siempre mis obras literarias. Imágenes como la descrita en Grito primal volvían con fuerza de un recuerdo eternamente fresco en Río Martín, marroquinizado en 1956, sustituyendo la n por la l para adoptarlo al entusiasmo nacionalista de la época: Río Martil. El bar Playa era la ilustración fiel y elocuente de estos dos mundos. Resultaba casi imposible imaginar que donde había tanta opulencia prevalecía una pobreza extrema o casi. En su pista al compás y al ritmo de “Dame un poquito nada más…” y otras canciones de moda de la época, bailaban desenfrenadamente y se divertían los españoles y unos pocos ya rarísimos autóctonos privilegiados hasta altas horas de la noche. A pocos metros, las familias tetuaníes se amontonaban en la arena en grupos con sus pastelitos caseros, sus teteras y sus lebdas (especie de pequeña alfombra de producción local que sirve para la oración) apreciando aquel modo de vida tan alegre y, para la mayoría de ellos, tan atrevido. En Grito primal recojo uno de sus recuerdos: Un día, al acercarme demasiado a la pequeña muralla que rodeaba la discoteca un celador me paró brusca y violentamente. — ¿A dónde vas? ¿Dónde crees que estás? Con el lógico miedo de un niño a las autoridades, le contesté casi suplicando — Quería verlo de más cerca. Pero no ves que estás atrayendo moscas…
Para algunos, los moros atraíamos moscas y solo Dios sabe qué. Sin embargo este tipo de situaciones o metáforas no han tenido absolutamente ningún impacto sobre la inmensa mayoría de los escritores o poetas marroquíes de expresión española, en el momento de elegir el lenguaje de su expresión. Tanto es así que, en los años ochenta, durante más de diez años, Opinión Semanal, el suplemento español del diario marroquí L’Opinion, dirigido de 1980 a 1992 por el autor de este texto, era, contra todo pronóstico, el segundo más importante de esta publicación debido al número de cartas y mensajes recibidos, imponiéndose —como inevitables escritores, poetas y cronistas— hombres que desde hacía años escribían pero no encontraban donde publicar sus actividades creativas. Nombres como Fadel al Achhab o Momata, el doctor Bouissef Rekab, Ahmed Mgara o incluso el difunto Abdekdaer Weriachi, entre muchos otros, encontraron en este suplemento la tribuna ideal para dar un gran impulso al hispanismo marroquí, sirviendo como palanca de la cultura española durante años existente, pero inerte. En
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la crónica Hispanistas en ciernes, imaginada por el doctor Mohamed Bouissef Rekab, se recibían semanalmente centenares de poemas, artículos y ensayos literarios muchos de los cuales se corregían y se publicaban, lo que suscitó un gran interés entre los que aspiraban en Marruecos a escribir en español y que ni eran pocos ni indecisos. Antes, otras publicaciones —como Marruecos que dirigía Mohamed Chakor, con una temática netamente político-informativa— creaban las condiciones de la rehabilitación de la cultura española en Marruecos. Con una evidente ausencia de espontaneidad o modelo de referencia o de concepción, sin sentido ni visión ni respuestas a las preguntas esenciales o, por lo menos, a las más pertinentes de la coyuntura, muchos nos preguntamos por qué el presente estaba tan orgánicamente dependiente del pasado. Todos recordamos durante muchos años aquel legendario Atlético de Tetuán; aquel apoteósico festival anual para clausurar el curso escolar en el estadio La Hípica organizado por una España pobre, casi hambrienta, aislada y casi unánimemente condenada, pero que se esforzaba en dar a la enseñanza, todas las enseñanzas, un valor añadido que nunca desapareció de la mente y de las futuras autoridades locales en la materia; o aquel enigmático “trole” en el que se pagaba para estar seguro de no llegar nunca a ningún lugar a tiempo. Se fueron no siendo nunca remplazados… Algunos pensaban incluso que Rabat en aquella incertidumbre poscolonial tenía otro orden de prioridades. Ni se podía reivindicar una cultura foránea ni se tenía derecho a agarrarse a lo que todos consideraban como pasado. Otra cosa sería el recuerdo y la importancia histórica que se debía dar a este pasado. Luego desaparecieron in facto para siempre, permaneciendo como verdaderas instituciones tetuaníes y fuente de inspiración para muchos futuros escritores en castellano, unos más que otros, sobre todo los contemporáneos de la era colonial española en Marruecos como Mohamed Sibari, escritor, poeta y conferenciante hispanista de Larache con más de veinte obras entre novelas, colecciones de cuentos, poemarios y ensayos publicados en español; el difunto Abdelkader Wariachi, auténtica enciclopedia marroquí de la época del Protectorado; o Fadel Al Acha-ab, gran conocedor de la administración y de las políticas del Protectorado en el norte de Marruecos y en Sidi Ifni y el Sáhara Occidental del que Tetuán era capital. Sin embargo, y es lo que, en mi modesta opinión, infundió considerablemente en mi manera de escribir o de dar vida a grabaciones de la infancia, creíamos errónea o atinadamente que, en el mismo país, el sur estaba en estado de hecho mientras que nosotros, en el norte, relativamente
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en estado de derecho. Casi dos países, con dos pueblos y un mismo legado común, la misma historia, la misma religión, la misma lengua y el mismo destino. Tanto es así que, para su propia seguridad, hasta los republicanos españoles preferían instalarse en Rabat, Casablanca, Kenitra o en otras ciudades del Marruecos “francés”. O sea que, en su tentativa de dividir y de desmembrar el mismo país, el Protectorado toleraba la instalación de una España republicana en el sur y otra nacionalista en el norte. Tan distintos y menos distantes. En mi primera obra literaria, Grito primal, traté de plasmar el recuerdo del paradójico comportamiento de los españoles del Tetuán profundo que compartían con nosotros el regocijo de aquella nueva era: Por las estrechas callejuelas de su barrio, sólo se veían banderas rojas con una estrella verde en el centro y cuadros del Sultán Mohamed V. La gente parecía segura de sí misma y del futuro… su futuro. Los españoles que vivían en los barrios tradicionales se comportaban como indígenas. Mostraban la misma alegría y el mismo entusiasmo por construir una vida nueva.
Probablemente éramos/somos simplistas o mal documentados. Lo cierto es que para no descuidar una teología nacional/nacionalista primaria, reflejo de comentarios de prensa poco… muy poco comprendidos o de una línea editorial de una Radio Dersa que hizo apología en la demagogia y en las contradicciones de los intereses colonialistas en Marruecos, la inmensa mayoría de los intelectuales de mi generación han tenido que descuidar más de una realidad y ponerse al compás de la avalancha liberadora. Todos o, por lo menos, la mayoría compartía este lamentable privilegio: eran alérgicos al cambio… cualquier cambio e impermeables a las convulsiones. Así lo plasmé espontáneamente en la misma obra: — Es la situación política y la psicosis de los primeros años de la independencia. Hay miedo. Cunde el pánico. La gente no está segura de nada. No olvides que la abrumadora mayoría de nosotros nunca fue independiente. Nacimos y crecimos colonizados. Que no sabemos exactamente qué pinta tiene todo esto. Los dos gobiernos negocian las modalidades de estancia y del estatuto de estos españoles que, como tú sabes Si Abdeslam, no son marroquíes y no tienen por qué serlo ahora para poder seguir con sus negocios y sus trabajos. — Sí, sí, sí… — Sí, ¿qué? —cortó Hach. — Si todos respetamos al prójimo. ¿Has escuchado tú, Hach, algún incidente? — No, Hasta ahora. — Ni nunca. Créeme. Yo conozco a los míos. Son nobles y saben que a la geografía nadie, afortunadamente, la puede cambiar.
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— Bien dicho, Si Abdeslam. Seamos indulgentes. Seamos pacientes. No nos enfademos con el presente. No insultemos al futuro. Los tuyos son también los míos. Los conozco. Son nobles y leales. Pero aquí, en esta ciudad, difícilmente nos podemos enfadar con los vecinos del norte. — Vecinos ahora, antes ocupantes. — Sí, antes ocupantes. Pero yo hablo del presente.
Para mí, era difícil de olvidar que antes de llegar hasta la escuela, al otro lado del casco viejo de la ciudad donde vivía, pasaba por un mundo de impresionantes contradicciones: plaza Primo de Rivera, ensanche, Plaza de España… Dos mundos, dos entornos, dos tipos de hombres y dos tipos de instituciones. Dos realidades que no resistían a la sed de “explorar” de un niño indígena incapaz de comprender las filigranas y las acrobacias de términos como protectorado, colonialismo, tutela, con derecho de paso entre las dos. Realidades ricas en diversidades y probablemente en consecuencias que para un pequeño autóctono y su conciencia de precariedad, pese a la casi abstracta falta de emociones o sobresaltos, debía ilustrar el epitafio de una época y, de paso, saciar su irresistible y abrasadora tentación de reclamar que era tiempo de cerrar aquel paréntesis. Nadie desplegaba esfuerzo alguno para “descubrir” que la diferencia entre el norte y el sur del país es que el primero estaba ocupado por una potencia soberana, mientras que el segundo estaba colonizado por una Francia a su vez colonizada… un sub-colonialismo. Más del 70% de los autóctonos hablaban o “chapurreaban” el español, lo que constituye un signo precursor de la ínfima diferencia en la relación entre el ocupante y el ocupado. Pero, por otra parte, constituye como lo reconoce Aziza Mimoun en un artículo titulado “El protectorado español en Marruecos entre ‘fraternalismo’ y colonialismo” en el que puntualiza: “A nivel cultural, España ha logrado implantarse mucho mejor que Francia. A título de ejemplo, la lengua española se hablaba en los puntos más recónditos del Rif”. Sin darme cuenta, mis amigos españoles de la infancia en la calle general José Sanjurjo, Uadi al Majasen después, impactaron de modo determinante en mi forma de ser y manera de actuar, literariamente hablando. La diversidad de su procedencia social y el punto común de la precariedad me hacían sentir como un punto de enlace entre dos civilizaciones o, por lo menos, dos realidades. Eran amigos que, mucho después, descubrí que pertenecían a categorías sociales desfavorecidas y que encontraban más afinidades con los marroquíes que con los demás amigos del colegio o de la escuela.
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En todas mis obras, nombres como Antonio Gutiérrez, José Pinto o Leopoldo Manzano protagonizan hechos y circunstancias. Los recuerdos de algunas causas y algunas inflexiones, objeto de una psicología de rumor al día siguiente de la independencia de Marruecos, como su repatriación o su expulsión, figuran de manera destacada en la totalidad de mis obras literarias. De hecho, en más de una ocasión, desplegué enormes esfuerzos para situar los acontecimientos de mis novelas o de mis reflexiones históricas en otras fechas y en otras épocas, resultando infructuosos mis intentos o, cuando más, deficientes. Por ser reales y verdaderos los años del Protectorado y los diez o quince siguientes eran/son más inspirativos y más apetecibles. De/sobre ellos escribo con más facilidad, más comodidad y más convicción. El resto sería una pura ficción literaria. Mucho después, comprendí que en esta parte del mundo debía haber, aunque unos y otros lo negaran a capa y espada, una especie de parentesco, de semejanza o de afinidad orgánica entre el “protector” y el “protegido” que ni siquiera las racistas ilustraciones graficas de los manuales escolares de Valderrama, en las que el ladrón llevaba una gorra y un hábito “moros” y el caballero un traje europeo, lograban tergiversar. Pero de esto se hablaba siempre en pasado. El propio general Mola lo ilustra de manera cabal y fehaciente al describir sus sentimientos respecto al viaje de una delegación de personalidades nacionalistas marroquíes a España en busca de apoyo para la causa de la independencia (…) que a poco de instaurarse la República, vino a Madrid por su cuenta y fue recibida con bombo y platillo por algún sector de la prensa izquierdista, que claro está, poco informados en sus redacciones de la idiosincrasia musulmana, ignoraban que son poco de fiar los indígenas marroquíes que en vez de babuchas calzan zapatos bajos y usan calcetines sujetos con ligas.
El humillante humillado: Robert Ricard describía así la ocupación española del norte de Marruecos: El tratado franco-español que atribuía a nuestros vecinos una zona de Marruecos remonta al 27 de noviembre de 1912. Se ha necesitado, pues, quince años para someter un territorio cuya superficie, nos gustaría recordarlo, no supera la de Badajoz. Estaba acostumbrado a la gente que se comportaba con poca cortesía y me perdía en sensaciones fugaces entre la violencia de la insinuación y la fragilidad del argumento. Todos nos atábamos al menor estado de gracia, planteando más preguntas que respuestas que se podían obtener. Todos los instantes eran de emociones, de incomprensiones, de observaciones. Nombres como Azorín, Ortega o Américo Castro estaban a flor de boca…,
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“gente clarividente”…, “nuestros abogados”…, “los mejores”…, “los pocos que se atreven”… Sin embargo, no fue hasta años después cuando decidimos leer Imán de Ramón José Sender Garcés; y lustros cuando sentimos la tentación de “explorar”, en los Episodios nacionales, la novela Aita Tettauen, a pesar de haber sido publicada en 1905 y pese a que debía constituir para nosotros —por haber sido considerada por su autor, Benito Pérez Galdós, como la génesis de la historia contemporánea de la zona norte de Marruecos o contrapunto a la derrota de 1898— un auténtico motivo de, cuando menos, curiosidad científica o histórica. Viajes por Marruecos, de Domingo Badía (o Alí Bey), ilustraba para los de mi generación la imperiosa necesidad de volver a escribir la historia del Protectorado español en el norte de Marruecos y sus etapas previas porque, como diría el escritor y periodista marroquí Mohamed Larbi Messari en una entrevista de Mohtar Gharbi de Tánger, publicada en su crónica en la revista Tánger, el 17 de junio de 2010: “Todo esto me parece como una tentativa de regenerar un africanismo renovado. El objetivo es el mismo, pero con nuevos ingredientes”. Pocas voces, poquísimas, se han lanzado a explicar las cosas como son quizás porque vivieron, actuaron y se fueron con la enigmática idea de que Tetuán y el norte era, más que materia pendiente, su ejercicio obligatorio. Sin embargo, la cercanía geográfica y mil y una afinidades, además de legados comunes, se encargaron de dejar viva, aunque agonizante, una lengua y una cultura que muchos consideran, después del árabe, como legítimamente su segunda lengua, de ahí que los autores marroquíes de expresión española y periodistas marroquíes que ejercen exclusivamente en español se organizaron unos, se reorganizaron otros, vegetando ambos, sin absolutamente ninguna ayuda o interés de España o de Marruecos existiendo o sobreviviendo en tanto que francotiradores de las letras… españolas a pesar de la total ausencia de contribuciones en materia de edición y de distribución. Pese a ello, durante años, no pocos tetuaníes seguían parafraseando a los granadinos, diciendo: “¡Dale limosna mujer, que no hay nada peor que ser ciego en Tetuán…!”. Bibliografía Barce, Sergio: “Otros libros: Grito primal y 11-M, Madrid 1425 de Said Jedidi”, Sergio Barce/Blog personal, 25 de mayo de 2011, , [12 de enero de 2013].
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Bencheikh, M.: “Tesis para la obtención de máster UCA”, en Butrón Prida, G. (director de la tesis): Literatura e historia: aspectos marroquíes en la obra de Badía, Galdós y Sender, Universidad de Cádiz. Jedidi, S.: Grito primal, Tetuán: Ediciones Asociación Tetuán Asmir, 2001. — Precintado, Tetuán: Ediciones Asociación Tetuán Asmir, 2002. — Autodeterminación de invernadero, Tetuán: Ediciones Asociación Tetuán Asmir, 2002. — Yamna o memoria íntima, Tánger: Ed. AEMLE (Asociación de escritores marroquíes en lengua española y AECI (Agencia Española de Cooperación Internacional), 2006. — “Madrid 11-M: los otros escombros o adulterio biológico”, Identidad Andaluza, 26 de diciembre de 2007, , [11 de enero de 2013]. Mgara, Ahmed: “Acción cultural de España en Marruecos”, Mis ocurrencias, 19 de noviembre de 2012, , [11 de enero de 2013]. Mimoun, A.: “El protectorado español en Marruecos entre ‘fraternalismo’ y colonialismo”, Boletín político sindical y cultural, domingo, 14 de diciembre de 2008. Mola Vidal, E.: Memorias, Madrid: Ed. Planeta, 1977. Ricard, R.: “La zone espagnole du Maroc”, Bulletin hispanique, vol. 36, núm. 363, 1934, p. 341.
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Rastreando la época en cuatro libros de relatos y una novela
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1. Un escritor de la frontera 1.1. Dos grandes lenguas, dos grandes culturas
Allá por el año 2000 fui invitado, con varios de mis compatriotas, por la Universidad de Cádiz, a participar en unas jornadas sobre literatura marroquí de expresión hispana. En mi intervención yo afirmaba que era un escritor con unas características provenientes del hecho de ser natural de una ciudad fronteriza como Ceuta, en la que coexistían dos grandes lenguas y dos grandes culturas, la hispano-cristiana y la musulmano-marroquí. En aquel año 2000, yo aún era autor de un solo libro de relatos en español: Pedacitos entrañables, y lo de “escritor” lo decía —e incluso lo pensaba— con la boca pequeña o como pisando huevos —como dice el dicho marroquí—, pese a que en mi cajón atesoraba un gran manojo de relatos, por varios de los cuales sentía algo parecidísimo al orgullo; y a pesar de que la frontera a la que pertenecía, que es la ciudad de Ceuta, mi patria chica, ya me había brindado, con sus dos lenguas y sus dos culturas fronterizas, el gustazo de traducir al árabe verdaderas joyas de la literatura hispana, entre las que figuran nada menos que La dama del alba de Alejandro Casona,
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Noche de guerra en el Museo del Prado de Rafael Alberti y La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca. 1.2. Una comunidad bilingüe
Esas características que imprimió el hecho de ser natural de una ciudad fronteriza como Ceuta, especialmente entre la comunidad musulmano-marroquí de dicha ciudad, se dieron también, durante el Protectorado español en Marruecos, e incluso varios años después del final del mismo, en todas aquellas ciudades que formaban dicho Protectorado. La comunidad musulmana de Ceuta en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo XX, años en los que transcurrió la niñez y la adolescencia de este escritor, aún no tenía la nacionalidad española y sus miembros circulaban por la villa con la llamada tarjeta estadística. Esta comunidad se concentraba en las barriadas de chabolas del Príncipe Alfonso y Los Rosales; y parte de ella, en Hadú y El Morro. Estaba formada por albañiles, marineros, pequeños comerciantes sobre todo de verduras, contrabandistas, vendedores ambulantes, mendigos…, constituyendo el estrato más bajo de la sociedad ceutí; y por ello, junto a su árabe casero, necesitaba aprender el español, muchas veces porque era imprescindible para ganarse el pan de cada día. Cualquier chico ceutí listo que pertenecía a esa comunidad e iba a una escuela moderna (la mayoría iban a escuelas coránicas) era bilingüe por necesidad; había tenido la feliz carambola de embeberse, desde pequeño, en las dos lenguas, en las dos culturas, incluso en las dos religiones; y había tenido esta carambola bilingüe por pertenecer a la comunidad más pobre de la ciudad. Esta situación se produjo también, a lo largo de medio siglo, en todas las ciudades que componían el Protectorado: para la comunicación entre españoles y marroquíes, eran estos los que aprendían el español. Y si esa comunidad musulmana de Ceuta era el estrato más bajo de la ciudad, la otra, la hispano-cristiana, tampoco podía lanzar las campanas al vuelo por esos años. Estaba compuesta por militares (Ceuta era una ciudad abarrotada de militares); la administración era española: policías, guardias civiles por doquier, también payos pobres y gitanos más pobres aún... 1.3. La ley del mínimo esfuerzo
A esos militares aún se les oía decir aquello de que España era un imperio en el que no se ponía el sol, porque —explicaban— en el momento en que el astro rey desaparecía en la Península, ya había aparecido en la América española.
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España aún era una potencia que ocupaba todo el norte de Marruecos, aunque no por mucho tiempo, porque se retiraría a mediados de los años cincuenta. Y ningún español de la ciudad fronteriza de Ceuta ni de las ciudades del Protectorado español se veía en la necesidad de conocer la otra lengua (ley del esfuerzo mínimo obliga…) y la otra cultura. No se sabe de ningún intelectual español natural de la ciudad fronteriza, ni de ninguna otra ciudad del Protectorado, que posea un mínimo de conocimientos del árabe, que es la lengua de la mitad de los habitantes de Ceuta y la del vecino del sur de España, que es Marruecos. 1.4. Marroquíes con cultura española
Muchos de los comentarios que se han publicado sobre alguna obra marroquí de expresión hispana subrayan la característica de los escritores marroquíes acerca del conocimiento de dos lenguas y de dos culturas. “(El escritor) conoce Marruecos por dentro y por fuera, pero también conoce igual de bien España y a los españoles (...), es capaz de pasar de una lengua a otra, de una cultura a la otra con una facilidad envidiable”, escribe Jorge Dezcállar, exembajador de España en Marruecos y en Estados Unidos, en un artículo aparecido en el periódico La Mañana, editado en lengua española en Casablanca, sobre mi única novela Una historia repelente, publicada por entregas en dicho periódico a principios del 2001. Álvaro Rodríguez Díaz, profesor de sociología de la Universidad de Sevilla, en una carta dirigida al mismo periódico en el mes de mayo del 2001, aludió a esta circunstancia al referirse a mi novela, que había leído por casualidad, cuando se encontraba pasando unas vacaciones en la ciudad de Tánger. Dice: “En los textos (de la novela) me sumergí en la curiosidad por conocer la vida de un marroquí con cultura española, que tantos hay y como sabe, no se da apenas lo contrario: españoles con cultura marroquí”. Esta sequía curiosa de españoles con lengua y cultura árabe parece que llega hasta nuestros días. Porque, exceptuando a Juan Goytisolo que se impuso aprender el árabe marroquí hablado, en mis trece años de periodista (1990-2003), en contacto continuo con corresponsales españoles en Rabat, no he conocido a ninguno que haya aprendido un mínimo de árabe. Todos parecían encontrarse con su francés como Pedro por su casa, incurriendo en alguna que otra monumental metedura de pata, como la de la noticia de un incendio en una cárcel de al-Yadida, del que informaron los principales diarios marroquíes en primera página el 2 de noviembre del 2002; y del que, al día siguiente, el diario español El Mundo informó, subrayando
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que “la prensa marroquí pasa de puntillas sobre la tragedia”. El corresponsal del diario español había hojeado un par de diarios marroquíes en francés, que sí habían pasado “de puntillas”; pero, al no conocer la lengua del país, no se había percatado de que la prensa en árabe informaba del hecho en las portadas. 1.5. Convivencia de dos culturas
El mapa del Protectorado español se extiende desde Castillejos hasta la frontera de Alcazarquivir y desde Tánger hasta casi cerca de la frontera con Argelia, abarcando todo el Rif. Y las dos culturas que convivieron y conviven en la ciudad fronteriza de Ceuta lo hicieron también en toda la zona norte de Marruecos, desde 1912 hasta 1956, y todos los que integramos el grupo de escritores marroquíes en español conocimos aquella realidad: nacimos, crecimos, nos formamos en medio de ese estar cotidiano —la una al lado de la otra— de estas dos culturas. Ahmed Mohamed Mgara, Mohamed Chakor, el malogrado Mamoun Taha y tantos otros son naturales de la zona norte de Marruecos, entre Alcazarquivir y la frontera que forman el Estrecho de Gibraltar y la costa mediterránea de Marruecos; y si algunos como Chakor o Mamoun Taha conocieron bien los tiempos del Protectorado, porque los vivieron y ya eran adultos cuando esos tiempos acabaron, los otros empezaron a darse cuenta de lo que pasaba en su entorno (con cuatro, cinco y seis años) cuando se producían los últimos coletazos del Protectorado, con aquella algazara que acompañó la vuelta del exilio del sultán de Marruecos y la independencia del país; y todos tienen la memoria repleta de escenas, de historias, de personajes relacionados con esa época. Y esa memoria, esas historias son una fuente importante de lo mucho o lo poco, lo bueno, lo mediocre o lo malo que esos escritores han escrito y siguen escribiendo. 1.6. Corán y tebeos
Seguramente figura en algún texto mío, o de algún colega de nuestro grupo de escritores de expresión hispana, la escena de camiones militares españoles cargando con racimos de soldados que vuelven de Marruecos, entrando a Ceuta por la frontera del Tarajal. Es una escena que nunca abandonará mi recuerdo: un grupo de niños musulmanes ceutíes de la barriada del Príncipe Alfonso, saludando a los soldados desde la vía de tren que iba de Ceuta a Tetuán en 1956 o 1957... Tampoco resulta difícil dar con párrafos (no en la literatura marroquí escrita en español, sino también en la escrita en francés) en los que un niño
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o unos niños se encuentran aprendiendo el Corán, porque es una obligación aprenderse las palabras de Dios; lo dicen los seres queridos, la mamá y la abuela de las historias orales de demonios que aparecen por las noches, cuyas víctimas son los malos musulmanes; pero entre la camiseta —o la camisa— y el pecho, este niño guarda un secreto que sabe a pecado: uno o varios cómics (él los llama tebeos) que cuentan historias tan fantásticas, tan irresistibles como la hermosa hechicera de aquella isla del viaje de Ulises (me refiero a la hechicera de la película, Silvana Mangano, aquella bellísima actriz italiana); pero los cómics o tebeos cuentan esas historias en español, en cristiano, y el niño los lee en la clandestinidad. Tales hechos han marcado a la mayoría de estos escritores y a muchos de sus condiscípulos; ese primer amor de la infancia repartido entre la obligación de estudiar el Corán y la cultura árabe-islámica —obligación que el amor a la mamá, y sobre todo a la abuela, convierte en algo sagrado— y la pasión propia de la infancia-adolescencia por los tebeos, las historias, las aventuras, el cine, el fútbol. Realidades y sueños que no existían en su lengua, el árabe, ni en la Ceuta fronteriza ni en las ciudades del Protectorado, sino en la otra lengua de la frontera, el español; y este escritor comparte con otros escritores que, sin ser de la frontera —vivían en Tetuán, en Larache, en Alcazarquivir, en Alhucemas, en Tánger—, tuvieron una infancia en la que se desvivían por conseguir un tebeo y aprendían el Corán en una escuela coránica o en una mezquita. Digo mezquita porque en la ciudad de Ceuta la escuela más importante donde se aprendía el Corán estaba en la Gran Mezquita (el Dchamaa el Kbir), que está cerca del estadio Alfonso Murube. 1.7. El español en Marruecos después de 1956
Estos escritores marroquíes en español —naturales de Tetuán, de Larache, de Tánger, de Alhucemas— pertenecen a una frontera entre dos épocas: los últimos años del Protectorado español en Marruecos y los primeros años del posprotectorado, en los que el español, lengua y cultura, se ha ido convirtiendo en un náufrago, extinguiéndose con el transcurrir de los años hasta recibir el golpe fatal, asestado desde Rabat, a principios de los sesenta. Se ha escrito mucho sobre lo poco que había hecho el Estado español después del año 56, el año de la independencia de Marruecos, por lo mucho de español que había quedado en la zona norte de Marruecos. Juan Goytisolo, en una entrevista que le hice en Marrakech para el periódico en el que trabajaba, me dijo que “la presencia española en Ma-
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rruecos no fue una presencia cultural fuerte como la francesa. En aquella época, España era un país semidesarrollado y podía aportar muy poco a la cultura española en el Norte de Marruecos”. 1.8. Un golpe fatal
Los niños de la Ceuta fronteriza (y también los de las ciudades que formaban parte del Protectorado español), los de principios de los sesenta (19621963), vivieron así esa agonía de lo español en la zona norte de Marruecos: Estudiaron en Ceuta, en una escuela semiclandestina, que seguía los programas del Ministerio marroquí de Educación; muchos fueron a Castillejos, que ya pertenecía al Marruecos independiente y se llamaba Fnideq, en unos años marcados por mucho patriotismo y grandes esperanzas en todo Marruecos y también en la ciudad fronteriza. Decía que esos niños estudiaron en las dos lenguas de la zona, el árabe y el español (pero la mayoría de las asignaturas eran en español); y, al ir a Tetuán (Marruecos) para seguir sus estudios, porque en Ceuta solo había una escuela y era primaria, los que fueron en el año 62, que eran unos cuarenta, se encontraron como pez en el agua en un instituto donde, aparte de religión, literatura árabe y alguna otra cosita que se estudiaban en árabe, el resto de las asignaturas era impartido en español y por profesores españoles (incluso para el dibujo había un profesor español), y el francés se estudiaba como segunda lengua extranjera. Inmediatamente después, en el curso siguiente de 1963-1964, una decisión del Gobierno de Marruecos desplazó al español al rango de segunda lengua extranjera (rango que sigue ocupando hasta ahora), obligando a que todas las asignaturas que se estudiaban en español en la zona norte se estudiasen en francés, y que la lengua de Moliére se impusiese desde la escuela primaria en todas las escuelas del reino. Fue un golpe del que el español, lengua y cultura, sigue padeciendo hasta nuestros días: una de las consecuencias es que la inmensa mayoría de los profesionales marroquíes que utilizan el español como material de trabajo en la actualidad —y me refiero a los profesores de español—, salvo algunas excepciones, no dominan este idioma, porque han empezado a aprenderlo cuando tenían quince o dieciséis años, la edad en la que se empieza a estudiar la segunda lengua extranjera en Marruecos, una edad demasiado tardía para lograr el dominio que nos permite convertir esta lengua en material de nuestro trabajo. Los que superaron aquellos legendarios exámenes de ingreso para acceder al bachillerato (que era la enseñanza media, niños de diez a doce años), en el verano del 62, se salvaron porque el francés solo se les impuso como segunda lengua extranjera y siguieron sus estudios hasta el final sin
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sorpresa desagradable alguna. Pero son poquísimos los chicos —uno o un par— llegados de la frontera a los institutos de Tetuán, en el curso 63-64 y después, que terminaron sus estudios. Casi todos volvieron a la patria chica, sencillamente porque era imposible seguir con un bagaje desde mediocre hasta nulo en lengua francesa. La inmensa mayoría de esos chicos eran, años después, comerciantes, taxistas, albañiles, contrabandistas, traficantes de droga; o se habían ido a trabajar a Alemania, Holanda o Bélgica... 1.9. Escribir en árabe
Este escritor, que pertenecía a la comunidad —digamos— de rango inferior de las dos comunidades existentes en la ciudad de Ceuta, creció y se embebió en el ambiente que lo envolvía todo, a lo largo de aquellos años cincuenta: la independencia que estaba muy cerca con las canciones patrióticas sobre el Marruecos libre y nuestro, el sultán que volvía del exilio, la independencia en 1956 y ese abanico de grandes esperanzas; lo más natural era que este pretendiente a escritor empezase su andadura escribiendo en su lengua, el árabe, en las páginas culturales de los periódicos marroquíes. Escribió todo lo que pudo y lo que el tiempo libre permitía: cuentos, artículos; soñaba con escribir una gran novela, ¡cómo no!; tradujo al árabe pequeñas joyas del cuento, del verso, del teatro hispano, durante diecisiete años. En español solo escribió cartas; y, aunque en un momento de su trayectoria en el mundo de la docencia cambió de asignatura, impartiendo clases de español en lugar de árabe, no pasó de las cartas. 1.10. La casualidad de escribir en castellano
Hasta que en julio de 1990, en un momento en que las relaciones entre Marruecos y Francia estaban en sus horas más bajas a causa de la publicación de un libro que criticaba con mucha dureza el régimen del rey Hassan II, se creó un periódico en español en Casablanca. Las relaciones con España estaban en un buen momento y, en 1991, se firmó en Rabat el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación entre el Reino de España y el Reino de Marruecos, en presencia de los reyes de España y de Marruecos y de los jefes de Gobierno de ambos países. Este escritor, gracias a su valioso bagaje de lengua y cultura hispana, trabajó en el periódico de Casablanca creado por orden del rey Hassan II. Y de trabajar en un periódico marroquí, que se redacta en español, a escribir en la lengua de Cervantes no hubo más que un paso. En 1994, publicó un primer libro de relatos, fruto de su trabajo en ese periódico; luego, una novela; y más tarde, otros tres libros de relatos.
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Gran parte de las historias que componen los cuatro libros de relatos así como muchos capítulos de la novela son autobiográficos y están relacionados con la ciudad de Ceuta de los años cincuenta y sesenta, en los que transcurrió la niñez y la adolescencia del autor, quien, al final del Protectorado, tenía seis años; y quien, al ponerse a escribir en castellano, se vio sorprendido por una verdadera cascada de historias, escenas, personajes y juegos de aquellos años. 2. Grandes esperanzas rotas 2.1. El tren Ceuta-Tetuán
En ese primer libro, titulado Pedacitos entrañables, compuesto por veinticinco relatos cortos y publicado en Casablanca, gracias a Francisco Albert, presidente de la comunidad española de Casablanca en aquel entonces, quien había leído algunos de los relatos, aparece un gran protagonista de la época del Protectorado español en Marruecos: el tren Ceuta-Tetuán. De él dicen los archivos que fue la primera línea de ferrocarril internacional española, inaugurada el 17 de marzo de 1918 y activa hasta dos años después de la independencia marroquí. Su objetivo fue fundamentalmente militar: el transporte de tropas y armamento. En el cuento “La tía Aicha” se habla de un tren cuyo paso diario alimentaba los sueños de unos niños ceutíes de la barriada del Príncipe Alfonso (Lahchiri: 1994, 17) que juegan a contar los coches que pasan de Ceuta hacia la frontera del Tarajal o en sentido contrario; los críos están entreteniendo su aburrimiento en un montecito, junto a la huerta de su abuelo, y frente a sus ojitos se halla una alcántara, esto es, un puente sobre el que se encuentra la vía del tren, y la carretera. Los niños observan el paso de los coches a través del hueco de la alcántara. Cada coche que pasa vale un punto o un gol. “Los que van a Tetuán para ti y los que vienen a Ceuta para mí. A ver quién gana. El tren (…) valía diez puntos”. Y cuando este pasa, se acaba la diversión. Pero un día de 1958, el tren dejó de pasar, y solo quedaron las vías y las historias de padres y abuelos —militares del ejército español— que lo habían cogido alguna vez para ir a Tetuán, en busca de pan, durante una famosa hambruna que había azotado la zona, causada por alguna sequía, en algún año después de la guerra de España. Con este tren nos encontramos de nuevo en otro relato, “Dos buenas doncellas”, de mi segundo libro Cuentos ceutíes, publicado en Casablanca en abril de 2004 (Lahchiri: 2004, 37), en el que hay dos niños cazando go-
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rriones “en la Alcántara, en la parte de arriba del puente, junto a la vía férrea (hacía poco que el pequeño tren había dejado de aparecer, llegando a Ceuta o yendo a Tetuán)”. Más adelante, en el relato “Las entradas de Al-Mudarris”, leemos lo siguiente: “El tren que llegaba de —o salía hacia— Tetuán aún hacía aletear nuestras fantasías. Tetuán y Tánger eran las capitales del mundo para esos años nenes nuestros, ¡y qué lejos estaban las dos ciudades!” (Lahchiri: 2004, 86). En mi tercer libro de relatos, Una tumbita en Sidi Embarek, vuelve a aparecer este tren en el relato “Trintacuc” (Lahchiri: 2006, 42): La huerta se encontraba a pocos minutos de la Alcántara —que estaba entre el Tarajal y la Almadraba— sobre la que veíamos pasar, no sé cuántas veces al día, aquel tren ceutí de los años cincuenta que disparaba nuestros sueños, yendo a Tetuán o volviendo al puerto de Ceuta. Se llamaba también Alcántara la playa que había ahí, y que hervía de garopas, bodiones, sargos, doncellas, lisas, salemas, morenas, pulpos… 2.2. El correo
Otro medio de transporte protagonista de los años cincuenta, en la zona Ceuta-Castillejos-pueblos cercanos (yendo por la entonces carretera sin asfaltar —como cuando se acababa de inventar el automóvil— que llevaba a Alcazarseguer y Tánger, por la costa sur del Estrecho), que aparece en Cuentos ceutíes, es el autocar que cubría el trayecto Ceuta-CastillejosAin Edchir-Ain Eddchicha, desde donde se daba media vuelta para volver a Ceuta. En el relato “¿Pero el caballo es del yebli, no?”, el autor nos informa, sin salirse de los límites de los conocimientos del protagonista de la historia, de que “su infancia está repleta de esos viajes desde Ceuta hasta el pueblo del abuelo en la montaña. Al principio, el correo —así llamaban al autocar— iba hasta el pueblo, había un chófer español… aquel autocar de principios de los cincuenta” (Lahchiri: 2004). Como consecuencia del final del Protectorado, (…) el correo dejó de ir de Ceuta hasta el pueblo, y de ser conducido por un chófer español. Había que ir hasta Castillejos, esperar ahí un autocar que venía de Tetuán. Hay que ir mucho antes de la hora, solía decir el abuelo. Tú puedes esperar el correo, pero él nunca te esperará. Además, el autocar sólo llevaba hasta un lugar llamado Ain Edchir (el nombre es del pueblo que hay a la derecha de la carretera, yendo hacia el pueblo del abuelo, abajo, desde donde se ve el Estrecho) para luego continuar por otro camino, que no era el que llevaba al pueblo (…) En Ain Edchir se bajaba y se andaba bastante, hasta la entrada del pueblo, cruzarlo todo hasta la casa del abuelo, que encontraba a la salida (Lahchiri: 2004).
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2.3. El dchamaa
La vida cotidiana en la barriada de chabolas del Príncipe Alfonso, de la época del final del Protectorado, aparece con mucha frecuencia en muchas historias que componen mis cuatro libros de relatos, una vida cotidiana en la que, muy a menudo, los protagonistas son niños, puesto que es un niño de entonces el que ahora recuerda y escribe aquello. Y el día a día de aquellos niños principealfonsinos de mediados de los años cincuenta tiene un nombre propio: el dchamaa, que, traducido del árabe ceutí hablado al castellano, significa “escuela coránica” (también “mezquita”), donde la mayoría de los musulmanes ceutíes mandaban a sus vástagos. Era el lugar más detestado por aquellos críos, que lo calificaban con los calificativos más terribles, similares a las peores descripciones aparecidas en el Corán concernientes al lugar en el que es arrojada la canalla humana el día del juicio final. En el relato “Recordar un cuento” del libro Una tumbita en Sidi Embarek, la escuela es descrita como el típico cuartucho con suelo cubierto de esteras —igual que el suelo de toda la mezquita—, que se encuentra en la parte trasera de las mezquitas, que se llama almaqsura y que sigue sirviendo para enseñar el Corán —en realidad una pequeña parte del libro— a los niños (Lahchiri: 2006, 15).
En el relato “Los nombres de Al-lah”, volvemos al día a día del dchamaa, al niño con el trasero pegado a una estera dura de mimbre (…) con la única comodidad de la pared encalada y sucia sosteniendo su espalda, la tabla con textos coránicos que aprendía bajo la amenaza del palo largo, fino y flexible del maestro, que sigue dándole la impresión de que aborrecía a todos los pobres diablos cuyos padres les mandaban a aprenderse de memoria las palabras de Al-lah (Lahchiri: 2006, 21).
Y entre las cosas con las que aquellos niños llenaban su poco tiempo libre (en el que no existía el fin de semana, porque los domingos eran días de clase en el dchamaa) “estaba el llevarse a la boca toda plantita que levantaba cabeza para ver si estaba buena para comer” (Lahchiri: 2006, 44). O entraban a una tienda de ultramarinos a ver a la gente comprar, a descifrar las letras de los nombres de los productos o a esperar el grito del tendero ¿tú que haceh aquí? o ¿tú qué quiereh? ¡Entonceh largo!, para cometer la hazaña de gritarle ¡vete a tomá por culo!, y echar a correr (Lahchiri: 2006, 48).
Los menos pequeños iban al monte a fumar, también a masturbarse y de paso descubrir quién tenía el pajarito más grande. Los que tenían buenos cachos eran siempre respetados, envidiados y admirados. Parecían superiores, mejor tratados por Al-lah. ¡Dichosos
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ellos! Porque sus mujeres los querrían con locura y en sus camas nunca faltaría la felicidad. Algunos tenían cositas insignificantes y eran aterrorizados por los mayores, que les decían que normalmente los que tenían el pajarito muy pequeño podían convertirse en maricones (Lahchiri: 2006). 2.4. Los moros de Franco
Tanto en mis relatos como en mi novela Una historia repelente, aparece el tema de la Guerra Civil de España y de los marroquíes llevados allá, como carne de cañón. Unos cien mil muertos de hambre a causa de las malas cosechas fueron llevados en barcos y aviones alemanes, con órdenes claras de cometer todas las atrocidades que la imaginación popular peninsular había almacenado, durante siglos, como algo innato a la morería; y, al final de la contienda, fueron devueltos a sus montañas, sin contemplaciones, a patadas. Yo conocí muy bien a mis dos abuelos. Los dos fueron soldados de Franco. Y la figura del abuelo, en mis libros, a menudo está relacionada con el final del Protectorado, la vuelta del sultán de Marruecos, y la guerra en España. En “Trintacuc”, el protagonista cuenta que su abuelo materno subía a vender sus higos (en la plaza principal del Príncipe Alfonso) y sobre todo a hacer las oraciones de al-Asr y al-Magreb, en la zauia de los tidchaníes, y pegar la hebra o jugar a las damas con sus amigos o supervivientes —como él— de la Guerra de España (Lahchiri: 2006, 42).
En “El capitán Crisna”, el abuelo, que había estado en el ejército de Franco, era el moro de la costa versión siglo XX. Cobró su retiro hasta sus 104 años de guerra que le dio a la vida, hasta 1994, año en que se fue, ¡con esa sonrisa suya triste y tranquila de dientes decimonónicos! Pero la memoria familiar dice que no cruzó el Estrecho; esto es, no mató a —y no se hizo matar por- ningún ciudadano del país del otro lado del Estrecho, no violó a ninguna virgen peninsular ni a ninguna madre. Tuvo la carambola de no recibir el puntapié —mejor dicho, la puntabota- que catapultó hacia la Península a miles y miles de moros, para que participasen en aquella carnicería que se armó en la piel de toro y de flotar en el Estrecho con una jubilación y un palmo de suelo ceutí sobre el que montó, con tierra pura y lombriceada, una casita, en la que colocó a su unigénito recién casado —mi padre- y una pensión que le permitió darles —darse- pequeñas alegrías a sus nietos durante muchos años, santificar sus barbas blancas en las arenas que acogieron las pisadas del Profeta y mantener su orgullo bien afilado… (Lahchiri: 2004, 99).
En “Recordar un cuento” se habla del Dchamaa el Kbir, la Gran Mezquita de Ceuta, en cuya entrada principal —ya entrando en el templo— se veía una placa de mármol con un texto breve en cristiano (…) que ponía que el Generalísimo Francisco Franco Bahamonde hizo construir esta mezquita para sus fieles moros ceutíes, en el mes tal en el año mil novecientos... después de la guerra civil del treinta y seis... (Lahchiri: 2006, 17).
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2.5. La España pobre
En los años siguientes al final del Protectorado, una visión según la cual España es tan pobre o más que Marruecos está muy extendida entre los marroquíes, sobre todo en las zonas del Protectorado francés, en cuya capital Casablanca todavía se hablaba en los años setenta de “el español que no tiene donde caerse muerto”. Se decía también que nuestro país, recién liberado del yugo del colonialismo, no tardaría en dar el salto hacia el progreso y hacerse fuerte y rico, como La France. Y aunque, a medida que iban pasando los años, se iba comprobando que el país vecino era el que avanzaba a buenos pasos y que el nuestro lo hacía a pasos empantanados (un paso atrás y otros dos pasos atrás, como dijo algún humorista casablanqués), aquella visión de la España de los años cincuenta y sesenta, tan pobre como Marruecos, no cambió. Lo que pasa es que ellos —los españoles— han sido hombres, se decía ya con admiración, que han trabajado, mientras que nosotros nos hemos dedicado a mentir, robar o prostituir a la madre que nos parió por un plato de lentejas, porque lo llevamos en la sangre, nos lo han transmitido nuestros “gloriosos ancestros”, como decía el rey Hassan II en sus discursos, refiriéndose a los sultanes de la dinastía alauí, y así nos va. En mi relato “El morito de Arcila” aparece esta visión de la España pobre: nos encontramos una conversación entre dos personajes que están bebiendo en un bar de Casablanca, Mohamed el de Asilah y Mohamed Eddachichi: El de Asilah ahora está hablando del salto increíble que ha dado España desde los años cincuenta-sesenta hasta estos noventa (…) En Larache y en Asilah todavía nos acordamos perfectamente de que los españoles llevaban pantalones con remiendos en el culo. ¡Pues míralos! ¡Míranos! Eddachichi dice que eso tiene su explicación. España, antes de la guerra civil, no era un país pobre. Ha pasado por los desastres de la guerra, la posguerra, (Alemania... toda Europa pasó por eso) no tenían donde caerse muertos, y ahora se han recuperado (Lahchiri: 2006, 113).
Y piensa en lo que acaba de leer en el prólogo del libro sobre el Marruecos de Hassan II que está leyendo —de un periodista francés de la agencia AFP—. Hace un esfuerzo para recordar que el Marruecos de 1955 no estaba en la misma situación que España y Portugal, como se suele decir en Marruecos. El índice de alfabetización de los portugueses y de los españoles era mucho más elevado a mediados de los 50 que en Marruecos. Las bases de una industrialización ya existían en España. Sobre la corrupción, dice que estaba lejos de alcanzar en la Península —bajo Franco y Salazar— los niveles que siempre ha tenido en Marruecos, incluso en la época del Protectorado (Lahchiri: 2006, 113).
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2.6. Una escuela malograda
Una consecuencia del final del Protectorado español en Marruecos, nefasta para los chicos de la barriada del Príncipe Alfonso (perdieron nada menos que su escuela y su maestro de árabe), la encontramos en el relato “Las entradas de Al-Mudarris”: Estudiamos en la essecuila hasta que la cerraron. La calamidad se nos echó encima hacia 1956, 1957 (…) Y creo que tuvo que ver con la independencia de Marruecos (…). Un mal día, oímos a Al Mudarris decir a los chicos mayorcitos, que siempre se plantaban en los bancos delanteros y eran los que gozaban siempre del privilegio de hablar con él, que la escuela iba a cerrar y que a él lo habían llamado de Tetuán (…). Algunos de la clase —los mayorcitos— dejaron de estudiar para arremangarse y ponerse a surcar un pedacito de sitio en el mundo de los mayores. El resto respondió a la llamada de la frontera. Por allá llegaban noticias del Sultán Mohammed ben Yussef y gritos de que ¡Marruecos es nuestro y de nadie más! En Fnideq (que todavía se llamaba Castillejos) había una escuela marroquí, con internado. Éramos musulmanes y en las escuelas españolas de Ceuta no había ni pío de árabe. (Lahchiri: 2004, 85).
Con un pasaje similar a este, con ese futuro prometedor (de bienestar, de justicia, de libertades democráticas…) que llenaba las vidas de los musulmanes de Ceuta y de todos los marroquíes, ante la vuelta del sultán del exilio y el final del Protectorado, llegamos a mi cuarto libro de relatos, Un cine en el Príncipe Alfonso, publicado en Casablanca en septiembre de 2011. Además de éstos y de otros sueños descabellados, propios de la edad, como ser tarzanes, actores o cantantes, con fans bonitas y rubias (…), aquellos críos tenían también sueños con pies en el suelo. Cuando se les preguntaba qué querían ser de mayores, sus respuestas les separaban en dos bandos: — El de los listos, cuyos maestros decían que les esperaba un buen futuro y que hacían chisporrotear grandes ilusiones dentro de la familia, la mayoría con las miradas cruzando la frontera del Tarajal hacia Marruecos. Algunos estudiaban en la escuela primaria de Castillejos, comiendo, durmiendo y haciéndose vacunas ahí, todo a cargo del majzén marroquí, que acababa de tomar las riendas del poder (que había sido entregado —vendido por dos perras, dicen algunos— a franceses y españoles, décadas atrás, por los gloriosos antepasados) y se dedicaba a atiborrar las cabezas, con gaitas y atabales, de sueños del Marruecos uno, grande, libre, democrático, moderno, rico, etc. (los listos querían, por tanto, ser funcionarios o militares —oficiales, no soldados— o profesores o médicos, etc., en Marruecos). — Y el de los que eran burros, quienes (…) estaban aterrorizados ante la posibilidad (temible como una amenaza) de quedarse en Ceuta y verse obligados a la vergüenza del oficio del pico y la pala, como muchos padres o como los mendrugos
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procedentes de los montes cercanos... y tenían los ojos fijos como clavos en la orilla norte de su Estrecho: sacarse como fuera aquel pasaporte verde imposible, coger el barco y cruzar hacia la Península, coger un tren en Algeciras hasta Madrid y luego hasta Irún, destino: Bélgica, Holanda o Alemania. (Lahchiri: 2011,160). 2.7. Una historia repelente
Aquellas grandes esperanzas surgidas con el regreso del rey Mohammed V de Madagascar y la independencia de Marruecos, de “un país que era nuestro país (…) Que ya era soberano. Que iba a ser grande. Tan grande como en tiempos pretéritos. Teníamos un sultán y todo” (Lahchiri: 2004,100), desembocaron, para la inmensa mayoría de los marroquíes y para muchos musulmanes ceutíes, en una gran frustración. En “El morito de Arcila”, el personaje de Eddachichi piensa que en aquel entonces todos pensábamos que Marruecos, con la independencia aún fresquita, iba a convertirse en un gran país. Estábamos seguros de que Marruecos iba hacia arriba... Sin embargo, ¡míranos!, cruzando el Estrecho en pateras en busca de oficios menudos, ante los que los españoles no se dignan acuclillarse (Lahchiri: 2006, 120).
Y en la novela Una historia repelente, este tema ocupa varios capítulos, en los que el protagonista —un ceutí llamado Alí—, primero habla de los chicos ceutíes que fueron a seguir sus estudios en Marruecos: La mayoría éramos antiguos compañeros de clase protagonistas de aquel fenómeno que comenzó allá por los años de la postindependencia de Marruecos, cuando los chavales estudiábamos en Tetuán y poco a poco terminamos dividiéndonos en dos grupos: los que volvieron a Ceuta —que formaban el grupo más numeroso— arrastrando su fracaso en los estudios y dando a la familia el mayor disgusto de esos años (…) y los listos, que, a medida que avanzábamos en los estudios éramos cada vez menos, la flor y nata de la morería de la patria chica (...). Ahora los ex fracasados, los que aún daban señales de vida, por la patria chica, que no eran pocos, eran ciudadanos que llevaban una vida cómoda, con familia e ignorando totalmente los aprietos en los que se debatían —en las segundas mitades de cada mes, en cada Aid El Kebir, cada vuelta al colegio...— los antiguos alumnos brillantes antaño orgullo de su familia y de la morería ceutí, ahora funcionarios, profes, la mayoría, algunos, policías, militares, en Marruecos. Bueno, unos pocos se hartaron, abandonaron sus puestos y volvieron a Ceuta. Yo conocía a tres, pero eran de la generación inmediatamente anterior a la nuestra. Los de esa primera generación de la postindependencia dieron el salto casi todos (los que estudiaban y eran espabilados, claro), en cuanto se oyó hablar de la vuelta del Sultán y cantar que Marruecos es nuestro y de nadie más. Militares, policías, agentes de higiene la mayoría. Ahora, en este ya año final de milenio, muchos de ellos están seguramente contemplando —con esa amarga ironía, de los envejecidos a quienes los zaran-
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deos de tantos años han enseñado tanto— las intentonas cotidianas de saltarse el Estrecho cometidas por los desheredados de la gran patria (sobre la que ellos saltaron con esas ganas hace ya más de tres décadas) para quienes la verdadera patria ya parece que tiene otro nombre: el pan nuestro de cada día (Lahchiri: 2004,120).
Y luego cuenta lo que le pasó a un tío suyo, Ahmed, quien, en cuanto vio las primeras señales del final del Protectorado, saltó sobre la ocasión de alistarse en el ejército del Marruecos independiente: Cómo le queríamos. Ahora más porque ya está muerto (…). ¡Qué grande eras y qué grande me hacías —qué grandes nos hacías a todos tus sobrinos— cuando entrabas a nuestra Ceuta del alma con tu uniforme verde botella de las Fuerzas Armadas de Su Majestad el Sultán Mohammed V! No había tebeos en nuestra lengua y nuestros héroes de la tierna edad estaban escritos en cristiano, pero tú llegaste con tu uniforme, tu optimismo incontenible, tu orgullo de ser marroquí, tu bondad y tu amor por nosotros y te convertiste en nuestro héroe vivo y hablado en la lengua que mamamos con la leche de los pechos de nuestras madres (Lahchiri: 2004).
Después: El frío de las cosas ya estaba penetrándonos, sin que nos diésemos cuenta. A habibi Ahmed se le desbocaban coletazos de amargura. (…) En sus cartas hablaba de la voluntad de Al-lah, que es el que ha escrito que las cosas ocurriesen así y no de otra forma. Las escribía en español. Creo que no sabía árabe, o sabía muy poco. Yo era quien se las traducía a la abuela (…) Fue al Sáhara con la Marcha Verde y ahí se quedó hasta que se retiró. Fue a vivir en Alcazarquivir con 1.000 dirhams de pensión. Qué pena nos daba nuestro héroe de los años juveniles. Para colmo, cometió la metedura de pata de casarse —por aquello de que casarse es un mandamiento de Al-lah, igual que las cinco oraciones, el ayuno, la ayuda al indigente o el hach—, fue a vivir a Fnideq para hacerse ahí un pasaporte que le facilitase la entrada a Ceuta y trabajar de contrabandista. Mi madre le ayudaba mucho, aunque no tenía gran cosa. Sigue dándome una gran pena recordarlo con la recién nacida independencia de Marruecos, en Ceuta, en el barrio de moros, cristianos y gitanos, con su uniforme verde oliva y esa boina de un color verde distinto al del uniforme, mis primos y yo inflándonos al decir a la chiquillería del barrio: Es habibi Ahmed. Y después, mucho después, en sus últimos años, derrotado, arrastrándose por la aduana española y marroquí con sus bultos para poder dar de comer a los vástagos que le estaba dando uno tras otro su mujer, mucho más joven que él. Cuando mi madre me oyó decir un día: Pobre mi tío, con un pedazo de pena por él llenándome el rostro, me dijo que ¿por qué pobre? Es un hombre y está trabajando por sus hijos. Y luego su martillazo: Qué se va a hacer. Así ha hecho Al-lah este valle de dolores. Tenía cuatro hijos cuando se murió. Y en sus últimos días estaba en contacto con un abogado ceutí sobre la posibilidad de recuperar su derecho a residir en Ceuta, por ser natural de ahí. Para recibir alguna ayudita y tener derecho a curarse gra-
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tis si caía enfermo. No, nunca cayó enfermo, dice mi madre. Cuando cayó, cayó de verdad (Lahchiri: 2004). 2.8. Conclusión: “Moras pisoteadas”
Como conclusión, recurro a unas reflexiones muy pesimistas del personaje principal del relato “Moras pisoteadas”, que cierra mi libro de relatos Una tumbita en Sidi Embarek, en los que se da una visión muy negativa de las más de cinco décadas de independencia del Marruecos moderno: Más de cuarenta años —se están celebrando los 50 años de la independencia del país— en los que los moros de la morería fueron pisoteados, machacados con saña. Medio siglo en el que acabamos como estas moras caídas que convierten el paso por la acera y los adoquines de la calleja paralela a la parte del palacio que da a al-Ahbas, en un andar pegajoso. Medio siglo después, esto es un hervidero de rateros —la palabra es casi ratas o ratones— corruptos, prostituidos hasta la médula, sin una pizca de escrúpulos, con muchamucha pocavergüenza. ¿Cuál fue la palabra por la que aquel sindicalista fue condenado a varios años de cárcel, con Hassan II aún vivo? Dijo que los ministros eran una turba de bandía (palabra casablanquesa procedente de la “bandits” francesa) y el diario español que le había hecho la entrevista la tradujo por: mangantes. Una palabra que le costó varios años entre rejas (por injurias). No sólo los ministros, señor Sindicalista, la inmensamensa mayoría de nosotros es mangante. Primero nos han pisoteado, como a las moras de acera, y después de haberse asegurado de que estábamos bien machacaditos, se pusieron a enseñarnos —con el comportamiento y no con los consejos, como aconsejan los especialistas de la educación que hay que enseñar a los nenes— a ser hijos de perra; esto es, corruptos hasta el culo, mucho más falsos que todos los ejemplos de la falsedad registrados por la historia, y un nauseabundo etcétera; toda una maquinaria de Ministerio del Interior en marcha para encauzar en la normalidad el mentir, el ser corruptos, el romperle el pescuezo a los escrúpulos, a los principios, en suma: aceptar todo, absolutamente todo por el dinero; volcándonos encima vómitos de desprecio doloroso y descorazonador de cristianillos valientes, a los que la vida ha hecho rodar hasta tierra de moros. Y la jugada le salió redondadonda al siniestro Ministerio y al adalid; todo les sale redondo a todos los adalides de este nuestro mundo árabe musulmán que nos ha tocado, y que, cada vez que se les ocurre organizar elecciones, las despachan todas con victorias increíbles del 99, 99 por ciento de votos a favor. Y en este punto, ya cerquita del instituto, pilla aquel chiste que se contaban los marroquíes en los años sesenta y setenta, en el que un grupo de alumnos —altezas reales, altezas a secas e hijos de grandes familias seleccionadas— se encuentran estudiando geografía en el Colegio Real y el maestro abre un mapa y se pone a preguntar: — ¿Esto qué es? Y el alumno de turno responde:
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— Francia… — Italia… — España, etc. Y de pronto, el maestro pone el dedo —o la regla— en el mapa de Marruecos y un principito responde: Eso es la finca de mi tío… (Lahchiri: 2006, 130).
Esto es, la finca de su tío el rey Hassan II… Bibliografía Lachiri, M.: Pedacitos entrañables, Casablanca: Serar, 1994. — Cuentos ceutís, Casablanca: Dar Karaouines, 2004. — Una tumbita en Sidi Embarek: Casablanca: Dar Karaouines, 2006. — Un cine en el Príncipe Alfonso y otros relatos: Casablanca: Dar Karaouines, 2011. — Una historia repelente (novela publicada por entregas en el periódico La Mañana): Casablanca, 2001.
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Igueriben noventa años después
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En la película Patton hay un momento en el que le llevan a presenciar las ruinas de Cartago y le quieren explicar dónde sucedió la batalla con Roma y él corta el discurso diciendo: “yo ya he estado aquí”. Patton sabía leer un campo de batalla donde otros solo veríamos ruinas y hierbajos. En noviembre de 2008, justo el día en el que se acababa el Ramadán, cruzamos la frontera de Beni Enzar que separa Melilla con Marruecos (el mayor salto del PIB en el mundo, dos territorios tan diferentes que puedes llegar a pensar que no has pasado por una frontera sino que has cruzado un agujero del túnel del tiempo). La expedición la formábamos el coronel Benito Gallardo, nuestro “Patton” capaz de darle sentido a un campo de batalla, mi amigo el escritor David Torres y yo. Para agilizar los trámites fronterizos aprovechamos las primeras luces del día, lo que no contábamos era con despertar al gendarme marroquí. Sin duda que había tenido una noche muy dura aquel tipo dormido en la silla apoyado con los brazos sobre el mostrador de los pasaportes. “Poned que sois oficinistas del BBVA”, dijo Benito; “¿Y por qué?”, preguntó David. “¡Coño, tú ponlo, si dices que eres escritor o periodista entonces este tío se despierta, se orienta y no pasamos nunca!”, fue un argumento de peso. Esto de ir con la verdad por de-
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lante nunca fue buena cosa, la sinceridad a destiempo resulta extremadamente perjudicial. De esa manera, convertidos en oficinistas de banco, y con bastante sueño, cruzamos la frontera de la Historia, de la Literatura y de las emociones porque nos dirigíamos a Annual que hasta ese momento para mí era una realidad literaria, desconocida pero mil veces recreada con todas las trampas y licencias que permite la ficción. Unas sensaciones que ponían la carne de gallina al contemplar por primera vez la Mar Chica de Nador que conocía por el relato que dejó escrito Carlota Leret, la mujer del aviador que se mantuvo fiel a la República en el 36 y acabó fusilado; y una emoción final por descubrir el cerro de Igueriben que tantas veces había recorrido con la lectura del libro que dejó escrito el único superviviente de aquellos días de julio de 1921, el teniente Casado. Todo mezclado con los relatos de Juan Pando, Lorenzo Silva, Ramón J. Sender y el Expediente Picasso. De niño viví en Ceuta y conozco bien lo que hay al otro lado de la frontera con Marruecos, también estuve en El Aaiún en la época en la que fue provincia española del Sáhara, me faltaba poner pie en el Rif que durante años alimentó los miedos nocturnos de los españoles que veían cómo sus hijos iban a luchar contra el moro y, a pesar de pertenecer a un ejército organizado, eran incapaces de encontrar la paz en aquel territorio en el que hubo tantas bajas que por cada hierba que crece hay debajo un soldado español o el esqueleto de algún rifeño. En el Rif tuvo mando el temido Abd el-Krim que en 1921 estuvo a las puertas de Melilla, ciudad que no tomó, nunca sabremos bien por qué, después de haber corrido a pelo al ejército de Silvestre, o a lo que quedaba de él después de la rendición de Monte Arruit y posterior saqueo de la plaza tras fusilar a los defensores que salían con los brazos en alto a pesar de haber pactado el general Navarro su entrega a cambio de ser respetados. Todo aquello lo sabía porque lo había leído previamente; me sorprendía que el resto de mis compañeros de profesión, o amigos dedicados a otros oficios, lo ignoraran en profundidad y algunos tuvieran cierto pudor a la hora de adentrarse en temática militar por si pudieran caer en el canto al guerrero. En cambio cualquier francés tiene claro dónde está Verdún y cuál fue el papel de Pétain o del mariscal Foch. En Europa se tiene una conciencia nítida de lo que pasó durante la I Guerra Mundial que trascurrió entre 1914 y 1918, en cambio en España desconocemos por completo lo ocurrido en Annual en 1921. Y, por supuesto las campañas anteriores en el Rif que fueron origen del “desastre”, las del año nueve y el once. Durante los largos años de la dictadura de Franco todo lo que fuera uniforme se veía
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con recelo, pero es que en esa ignorancia también se incluye de manera infame a la tropa, los hijos de la Patria que desempeñaron su papel y cayeron víctimas en muchas ocasiones de una desorganización del mando clamorosa. Lo que ocurrió en Annual no solo fue un problema de estrategia entre el general Silvestre y Abd el-Krim, aquella tropa mal equipada y peor alimentada había caído por nada, su muerte fue ocultada por el silencio oficial, los años pasaron y se extinguió su recuerdo. Me resultaba difícil entender cómo España le había dado la espalda a una generación que luchó en Cuba, o en Filipinas, más tarde estuvo en las campañas del 9 y del 11, por supuesto en Annual en el 21, y llegó “viva” (que es mucho decir) a la guerra civil de 1936. Demasiado plomo para una sola generación, demasiada responsabilidad histórica, demasiado honor mal entendido y demasiadas vidas desperdiciadas, muchos de ellos muertos anónimos cuyos cadáveres no aparecieron o, lo que es más triste, no fueron reclamados. Tras el “desastre” iban y venían de Málaga a Melilla en barco las viudas y las madres para identificar a los suyos pero no todas pudieron hacerlo porque no pudieron pagarse el viaje a África. Aquella tropa había desaparecido de nuestro pasado, unos dicen que por vergüenza militar al desastre encajado, otros se apuntan al alto índice de analfabetismo y a las escasas informaciones que llegaban de corresponsales de periódicos de aquellas fechas. El Rif estuvo siempre muy lejos de la Península y más que se encargó la propaganda oficial de situarlo; las atrocidades de la guerra amargaron los sueños de varias generaciones de españoles, ¡y si a los que estaban aquí, a cubierto, les parecía terrible habría que escuchar lo que relataron los supervivientes que regresaron en un vapor a Melilla año y medio después de haber caído en el cautiverio! Sí, por esos por los que se pagó un rescate y a los que Alfonso XIII dedicó una de sus frases más abyectas: “¡qué cara es la carne de gallina!”. Tuve suerte en transitar por la geografía de la historia en el “todo camino” de Benito Gallardo, un coche que brinca por senderos por los que resbalaría una cabra. Si no llega a ser por las narraciones vivas del coronel Gallardo me hubiera enterado menos de la mitad. Cuando llegas a un campo de batalla por el que han pasado noventa años y no eres ni Patton, ni experto en milicia, te puedes quedar con cara de excursionista que no encuentra el tapón de la cantimplora. Hacía falta que Benito nos explicara dónde estuvo el puesto de mando de Silvestre en Annual y en qué lugares se localizan nombres que fueron claves: Abarrán, Sidi-Dris, Igueriben, las posiciones A y B, el terrible barranco de Izúmar que hoy es una mansa carretera asfaltada que, en el día de la retirada, se convirtió en una trampa mortal
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polvorienta para miles de soldados españoles que huían despavoridos sin tiempo para mirar hacia atrás. Y, por supuesto, el pozo en el que un guerrero culto, el coronel Morales, encontró la muerte siendo posteriormente el único cadáver que devolvió Abd el-Krim en razón a la vieja amistad que los había unido. La labor didáctica que desarrolla Benito Gallardo debería estar reconocida como bien de interés cultural, siempre está dispuesto a viajar a aquella zona y gracias a su prodigiosa memoria consigues situarte en algo que pasó hace casi un siglo y que, en los libros de Historia, se cita de puntillas, por lo que significó de trauma para la sociedad española y en concreto para su Ejército que se vio humillado ante las harcas de Abd el-Krim que previamente fueron ninguneadas con poco acierto. Cuando se quiso reaccionar fue demasiado tarde quizá por eso nunca mejor bautizado el asunto como “desastre”. En términos militares se dice que Silvestre prolongó en exceso la “línea de elasticidad” del cuerpo del ejército que en caso de haber estado más concentrado podría haber respondido a las agresiones de mejor manera. Uno de los puestos en los que se dejaron la vida un puñado de hombres fue Igueriben, en el flanco sur de Annual. El ascenso a la antigua posición defendida por el laureado comandante malagueño Julio Benítez se ha de hacer cruzando un poblado y, en concreto, el patio de un vecino que generosamente cede el paso y ya está acostumbrado a ver a Benito Gallardo acompañando a otros curiosos que van con él. Aquel día, como había acabado el Ramadán, daban cuenta de un cordero asado. El olor a cordero llegaba mas lejos de la línea de chumberas que servía para delimitar el territorio de la casa. Unos niños salieron a nuestro encuentro, uno de ellos con un problema en un ojo que, en Europa, hubiera sido resuelto en una consulta sin entrar en quirófano. Sobre unas ascuas se tostaba la cabeza del cordero que de manera macabra sonreía porque no tenía labios. Eso es el Rif, una zona donde los niños juegan todavía a recoger balas enterradas y restos de alambradas de las posiciones españolas. Quedan muy pocos viejos que recuerden el conflicto con los españoles (y los que lo recuerden será porque se lo contaron sus padres), ahora los niños llevan camisetas del Real Madrid o del Barcelona y los aficionados se reúnen ante el televisor del Bar Barcelona de Monte Arruit para reclamar penalti en caso de entrada dudosa. El Rif es probablemente la zona menos desarrollada de Marruecos, entre otras cosas, porque al anterior monarca, Mohamed V, no le gustaba el carácter independiente y guerrero de su gente que poco o nada tienen que ver con los ciudadanos de la prefectura de Rabat. Esos motivos históricos han marcado un injusto castigo en el desarrollo del Rif.
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Para subir a Igueriben, hacerlo atravesando la casa del amable paisano es el camino más fácil; en ausencia de sendero lo suyo es poner los pies donde los coloca Benito e ir de manera lenta hacia la cumbre pero teniendo en cuenta que algún resbalón habrá de darse por el camino y, por supuesto, no mirar nunca hacia abajo porque la sensación de vértigo está muy presente. “Pasitos cortos para llegar lejos”, repetía Benito. Nosotros íbamos ligeros, sin correajes ni armas, así que supongo el martirio que debió ser ascender o bajar esa loma sin acabar dando con los dientes en el suelo. Nuestro ascenso fue por la ladera noroeste, el lado sur de Igueriben es una cortada de caída pronunciada e imposible de ascender y el norte que da a Annual presenta en algunas zonas, no todas, una disposición más amable para el caminante. En el camino conviene hacer alguna pequeña parada para reconstruir la respiración y bajar las pulsaciones bastante aceleradas por el esfuerzo. Cuando coronas, y eres capaz de situarte, es cuando te das cuenta de la dimensión de la heroicidad del destacamento que mandó Julio Benítez. Allá arriba no hay nada más que un suelo duro, algunas hierbas bajas azotadas por el viento, ausencia de árboles y por lo tanto de sombras, y restos de las tiendas de los defensores que se mantienen aunque sea el círculo formado por las piedras que sirvieron de base. La vista es impresionante: el mar parece quedar cerca y supongo que esa vía de escape la tuvieron en mente muchos defensores entre los días 17 y 21 de julio de 1921. Desde lo alto de Igueriben se entiende mejor la tragedia de Annual: pequeños puestos destacados en condiciones ínfimas para su defensa, por supuesto que en Igueriben no hay pozo de agua, por lo tanto estuvieron a merced de un sol terrorífico que caía durante el mes de julio más caluroso del siglo XX según las notas de los meteorólogos. Sin agua, sin sombra, sin posibilidad de auxilio, pero viendo Annual muy cerca, a tan solo cinco kilómetros, los defensores sucumbieron de manera infame y sus cuerpos quedaron insepultos entre otros motivos porque en un suelo tan duro es imposible excavar fosas. También es fácil imaginar el hedor mezclado con los cadáveres de las mulas que sirvieron para transportar la aguada en los días previos al asedio de la posición. Nada de esto existe de manera oficial. Si no hubiera sido por el libro y los dibujos que dejó el teniente Casado no habría quedado constancia de ese hecho de armas que contó con un último y dramático mensaje de heliógrafo: “los de Igueriben no se rinden” (Silvestre los había autorizado a capitular después de verse incapaz de recuperar el cerro y tras varios intentos que acabaron mal), “me quedan doce balas de cañón, contadlas, y al duodécimo disparo tirad sobre nosotros porque estaremos envueltos con los
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moros”. Fue el propio Benítez el encargado de organizar la retirada de la tropa que, en sus palabras, no habían tenido culpa de los errores cometidos por el mando; formó dos líneas de apoyo con oficiales y suboficiales y de esa manera algunos pudieron salvarse de aquella atrocidad. Benítez cayó ante la alambrada de acceso a la posición después de recibir un disparo en el estómago y otro en la cabeza. Por su actuación le fue concedida la Laureada de San Fernando. Pero, repito, nada de eso existe de manera oficial porque no hay reseña alguna que se pueda ver en la cima de Igueriben, ni marca en el camino que te lleve desde la Loma de los Árboles hasta la posición. Ni ahora, ni en la época del Protectorado, hubo nadie que tuviera la piadosa misión de colocar una placa en honor a los caídos o de levantar una cruz en aquellos años en los que todo se hacía en connivencia con la Iglesia. Y eso es lo más injusto del relato del asedio a Igueriben: el abandono a los caídos, la desmemoria con sus almas, el silencio de aquello que pasó y que se acumula en la niebla de la Historia juntándose con otras acciones de aquellos días: Abarrán, Sidi Dris, Izúmar, Monte Arruit, Zeluán. Todo eso forma un tratado de olvido que nos es tan propio, “el español desprecia cuanto ignora” escribiría años más tarde Antonio Machado. Escuchar a Benito Gallardo cómo se disponía la defensa de la posición es muy didáctico porque así tomas conciencia de dónde estuvieron los pozos de tiradores, las dos piezas de artillería, las dos líneas de alambrada; por qué se rebajaba el suelo de las tiendas de campaña (para quedar por debajo de los francotiradores); dónde estaban las letrinas de día y las de noche, la cocina, las tiendas de tropa y las de mando; en qué lugar de la loma estuvo el puesto avanzado que servía de primer acceso; por dónde los hostigó el cañón de Abd el-Krim, probablemente uno de los incautados tras la caída de Abarrán. Ahora todo estaba en silencio, pero repasando la lista de los que cayeron podías escuchar el ruido de la batalla que comenzó con estruendo y terminó contando las balas, en concreto las veinte que se repartieron por última vez entre cada defensor. Algunos se guardaron la última bala para ellos, otros atendieron la súplica de los heridos que pedían acabar con su vida antes de caer en manos del enemigo. Las horas finales debieron ser pavorosas y de ellas nada queda. El silencio de la cima de Igueriben sería ideal para un observador del vuelo de las aves porque desde esa plataforma se les ve planear sobre Annual. Nada nos haría sospechar que allí se dio una batalla tremenda entre hombres de uniforme y hombres con chilaba. Según cuenta Casado, Benítez observó con sus gemelos cómo los jefes de varias harcas se reunían para entronizar a un nuevo notable. Dicen que
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Benítez supo que se trataba de Abd el-Krim y pidió permiso al mando en Annual para disparar sobre los reunidos, pero se lo denegaron. De ser cierto habría acabado con el episodio de Annual, aunque tampoco es difícil aventurar que el general Silvestre no hubiera pisado nuevos charcos con sus siempre lustrosas botas de Caballería, pues en su naturaleza altanera faltaba tacto diplomático y sobraba testosterona a granel. En realidad el destino de Silvestre me importaba menos que la desventura de los que cayeron en Igueriben que sí merecieron un final mejor. Subir la loma para luego leer con detenimiento sus nombres es un homenaje obligado. Murieron sedientos tras compartir una lata con sus propios orines mezclada con tinta y con zumo de otras latas de conserva. Cayeron con la ropa hecha jirones, la cara quemada por el sol, los labios secos, las uñas sucias con tierra y los ojos abiertos como el que espera ver con curiosidad algo después de la muerte. Se tuvieron que tapar los oídos por la noche para no escuchar el coro de voces de los atacantes que no dejaron de acosar la posición desde el primer momento; fueron valientes porque superaron el miedo de morir con el cuello cortado por las gumías. Sin duda que dieron lo mejor que tenían, sus vidas, para una causa perdida y alocada en manos de un general veleta que aspiraba a tomar el té con el rey en Alhucemas el día de Santiago. Todo por eso, todo por una Patria que les negó una tumba en condiciones. Fueron carne de buitres, y los que sobrevivieron tuvieron que replegarse con la columna de Navarro (otros fallecieron tras empacharse de agua en Annual). Muchas de las desgracias españolas que vendrían después en el siglo XX tuvieron su origen en los combates del cerro de Igueriben donde hoy nada queda. Los diversos ministros de Defensa que ha habido tuvieron la oportunidad de rendir un homenaje a los caídos, pero recordemos que lo mejor que sabe hacer España es olvidar a sus hijos y darles la espalda. Por suerte queda la memoria del coronel Benito Gallardo que vale por todo el cuerpo de ejército de Silvestre y en unas horas te sitúa sobre la cima de la Historia para que puedas tomar conciencia. Por fortuna España no combate en el Rif y los únicos conflictos con los rifeños pueden venir de las acciones de Ronaldo o Messi dentro del área. La desgracia es que ese niño medio tuerto de Annual no pueda recibir asistencia sanitaria en condiciones, para él no han pasado noventa años porque su vida está instalada en otra época. Si él, o sus amigos, les ofrecen unas balas no les regateen y paguen el precio que les piden. Ellos también son nietos de bravos guerreros como se dice en el monumento dedicado a Abd el-Krim. El monumento a Julio Benítez está al otro lado del mar, escondido entre palmeras en un parque de Málaga.
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Hijos del olvido
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Cuando se me brindó la oportunidad de participar en el proyecto de la empresa Iberdrola para abordar desde una visión multidisciplinar la presencia de España en el norte de Marruecos durante el siglo XX, y concretamente en el período del Protectorado (1912-1956), pensé antes de aceptar, ¿qué podía yo aportar al mismo?, sobre todo sin defraudar la confianza que con el ofrecimiento en mí se depositaba. Aun incluso, cuando comienzo a escribir estas líneas, y bulléndome en la mente ideas a borbotones, debo confesar que guardo ciertas reticencias acerca del interés que mis reflexiones puedan tener. Sin duda ha constituido un aliciente el hecho de que lo que se me pide, tenga más de ensayo divulgativo o reflexión que de estudio académico. Resulta placentero escribir sin tener que enredarse en investigaciones que, en muchos casos, restan espontaneidad a las reflexiones y, en otros, pueden aburrir al lector. Y esta matización la hace alguien que, quien como yo, es historiador… Decido además escribir en primera persona, queriendo con ello ser más directo, buscando quizás cierta complicidad con el lector, dándole asimismo a este ensayo calor y un toque fundamentalmente humano.
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Pero existen otras motivaciones que moralmente me obligaban a participar en el proyecto. Efectivamente, este recién pasado año 2012 se han cumplido cien años desde el establecimiento oficial del Protectorado de España en la zona norte de Marruecos, tras los Acuerdos franco-españoles del 27 de noviembre de 1912. Pero a nivel personal y afectivo, ha sucedido también una pequeña efeméride en mi ámbito familiar. El 30 de agosto de 1912, mi abuelo paterno, Ferdinand Tessainer, desembarcaba en el puerto de Tánger. Tenía la nacionalidad del antiguo Imperio austrohúngaro, de donde era originario tanto él como toda su familia. Pero habiéndose trasladado a residir al entonces Imperio alemán —donde se casó con mi abuela Anna Sprenger en 1909 y, en 1910, nació mi padre— allí le surgió la oportunidad de trasladarse a Marruecos, pues la compañía en la que trabajaba, la Sager und Woerner de Múnich, le ofreció la posibilidad de mejorar su situación laboral, aceptando el puesto que le asignó la empresa en las obras de construcción del ferrocarril Larache-Alcazarquivir, que el entonces independiente Majzén cherifiano le había encargado a la mencionada compañía alemana. Al año siguiente, en 1913, llegaban a Marruecos mi abuela Anna y mi padre Guido. Mi abuelo inicialmente fijó su residencia en Larache en el campamento que los alemanes habían construido en “La Otra Banda” (en la margen derecha de la desembocadura del río Lukus), ya que, a su llegada, se le encomendó la supervisión de las obras del puerto de Larache, que también llevaba a cabo la compañía Sager und Woerner; poco tiempo después, le encargaban la supervisión de las obras del ferrocarril, para lo cual fijó su residencia en Auámara. Todos ellos salieron del Imperio alemán y, tras cruzar Francia de norte a sur, embarcaron en Marsella con destino a Tánger. Y los tres aprendieron a hablar el árabe antes que el español… Una pequeña historia familiar cuanto menos interesante, prolija en un sinfín de detalles avalados documentalmente y que ha supuesto para mí un estímulo de no poco peso a la hora de escribir estas líneas. Toda ella, con el título de “El maalen Fernando”, apareció en el boletín de la asociación La Medina en el mes de mayo del año 2000. No podía ni debía fallar a mis mayores, no podía permitirme el dejar de aportar, aunque fuesen unas líneas, con ocasión de cumplirse en el mismo año el centenario del establecimiento del Protectorado de España sobre el norte de Marruecos y la llegada de mi abuelo paterno al entonces Imperio cherifiano donde le nacieron dos hijos más: Karl (muerto a corta edad) y Elisabeth. Él falleció en Larache, rodeado del respeto de muchos y sobre todo del afecto de los marroquíes y su tumba en el cementerio cristiano de Sidi Laarbi —de la que aún nos preocupamos que esté limpia y en condi-
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ciones— queda como testigo mudo de quien llegó a un Marruecos aún independiente y falleció en plena etapa colonial. Con él, se halla enterrado mi padrino de bautismo, Federico-Werner Kell, fallecido en Larache en 1958. Era familia de mi padre e hijo de Josef Kell, el último representante del Imperio austrohúngaro en Larache. Murió siendo yo muy pequeño, por lo que casi no me acuerdo de él. Pero de nuevo me encontraba con otro motivo de peso, desde el punto de vista emocional, para colaborar en esta obra colectiva. Son demasiados los lazos que me unen a la tierra marroquí que fue administrada durante casi cuarenta y cuatro años por España como para no ya solo aportar un granito de arena a este trabajo, sino que además sea para mí motivo de orgullo y satisfacción. Pero con todo lo contado, no finaliza el nexo estrecho y profundo que me une a Marruecos. Gracias a las gestiones encomendadas al vicecónsul de Gran Bretaña en Larache Lewis Forde, mi abuela materna y mi madre pudieron salir de Madrid a finales de 1937, en plena Guerra Civil. Fueron trasladadas desde Madrid a Valencia en un autobús, que era detenido en innumerables controles en los que, tras los oportunos registros e identificaciones, más de uno de sus compañeros de viaje fue fusilado en la cuneta. En Valencia, fueron embarcadas rumbo a Marsella. Allí, tras quitarles las autoridades galas el poco dinero que llevaban, las condujeron por las faldas del Pirineo francés, parte en tren, parte andando. Y volvieron a entrar a España por Hendaya. En el País Vasco cogieron un avión que, tras ir bordeando la zona republicana aterrizó en Tetuán. Sin duda todo este periplo, bien merece en sí mismo otra historia aparte… Seis meses después, en junio de 1938, mis padres se casaban en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar de Larache, y allí nacimos sus cuatro hijos (yo lo hice en Tetuán, como ha comentado en alguna ocasión un paisano médico por “prescripción facultativa”). Las raíces de mi familia con la zona norte de Marruecos se hicieron con ello más profundas. Fui el único de los hermanos que nació siendo ya Marruecos independiente: reinaba Mohamed V. Pero debo reconocer que me siento producto del colonialismo, hijo del Protectorado. La historia familiar contada a grandes trazos y la numerosa colonia española residente durante bastantes años en el norte marroquí tras 1956, donde viví hasta los diecisiete años, tal vez sean las responsables de este sentir. Pienso que lo contado hasta aquí tiene en sí mismo la suficiente entidad para implicarme en lo que se me ofrecía. Aunque sin duda al contactar conmigo, no lo hayan hecho por todo lo que antecede y hago ahora partí-
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cipes a los lectores, cuestiones que quien me propuso la colaboración, no tenía por qué saber. El ofrecimiento vino marcado por considerarme especialista en el apartado “La vertiente literaria” y dentro de él en el epígrafe “Los autores y sus obras”, para reflexionar acerca de lo que el Protectorado ha supuesto en mi producción literaria. Hace pocas fechas, el destino me ha deparado de manera inesperada la oportunidad de contemplar la reproducción impresa de un cuadro del pintor marroquí Rachid Hanbali (Sidi Ifni, 1970) en el que aparecen dos ancianos marroquíes, tal vez marido y mujer, sentados apaciblemente al sol en la puerta de lo que bien pudiera ser su vivienda: están conversando. Y al instante he recordado la consideración que a menudo mi ya fallecido padre le hacía a mi madre. Cuando ellos se marcharon de Marruecos en diciembre de 1973, se establecieron en Madrid. El choque emocional entre el singular y tranquilo modo de vida que dejaron en Larache y la vorágine de la vida madrileña hizo especial mella en mi padre, que había vivido en Marruecos durante sesenta años, en los que siempre mantuvo relaciones estrechas con los marroquíes, muchos de ellos campesinos. Se encontró aquí en España en una sociedad distinta, en la que, en muchos aspectos, la deshumanización ganaba terreno. Aún no dejaban a los ancianos abandonados en las gasolineras para irse de vacaciones en verano, como luego en ocasiones sucedió. Pero ya había quienes nada querían saber de sus padres ancianos y, sin demasiado miramiento, se “deshacían” de ellos a la menor oportunidad. Era entonces cuando mi padre le decía a mi madre: Cada vez admiro más a los moros. En las cabilas, cuando los abuelos se hacen viejos, los hijos les construyen una barraca junto a la suya, para que no estén solos, se ocupan de ellos, procuran que no se preocupen de nada, y es muy frecuente verles en la puerta de la choza tomando tranquilamente el sol para calentar sus viejos huesos, a la vez que disfrutan con los juegos de los nietos.
No sé si la sociedad marroquí actual, incluso la rural, se ha deshumanizado actualmente en la misma medida que la española. Pero esta reflexión paterna que nunca olvidé, del Marruecos que él conoció, tomó inmediatamente forma al contemplar el cuadro de Hanbali. Esta fue la gota que colmó el vaso: todos los hilos me conducían y conducen a Marruecos, todos a la época del Protectorado. Finalizada la carrera y después de algún escarceo con la Historia Contemporánea de Europa, de nuevo el destino en su vertiente investigadora y literaria, me condujo al Magreb-al-Aksa, al Imperio de Poniente. Cuando quise hacer la tesis doctoral, y sin conocer hasta ese momento ni tan si-
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quiera su existencia, me vi acogido con entusiasmo y consideración en la Sección de África de la Biblioteca Nacional. Se afanaron para informarme acerca de sus fondos y consentí por educación que me los detallasen exhaustivamente. Pero yo ya me había decantado por lo primero con lo que tropecé, aunque me advirtieron la dificultad que entrañaba su investigación, toda vez que estaba sin catalogar. Era un voluminoso fondo sobre Mulay Ahmed el-Raisuni, que se hallaba por tanto sin investigar. Aceptaron que aun en aquel estado pudiese tener acceso a los documentos, los que fui catalogando siguiendo un elemental criterio cronológico. Fui yo el que les dio aquella signatura inicial que me imagino que habrá sido sustituida de manera adecuada al ser informatizado el fondo. Y con respecto a mi director de tesis, el apreciado y ya desaparecido profesor José Urbano Martínez Carreras, esgrimí tal seguridad en lo que quería hacer que, aunque el tema que me sugería era inicialmente otro, cedió ante mi deseo. A partir de entonces —corría el final de la década de 1980— todos mis trabajos de investigación histórica se han centrado en Marruecos y en la época del Protectorado. Cuando a comienzos de los años noventa una compañera me animó a lanzarme por la vertiente literaria, sin pensármelo dos veces —y con gran osadía por mi parte—, comencé a escribir una novela ambientada en Marruecos y que tiene la figura del Protectorado como eje central. De ahí surgió mi tercera obra: Los pájaros del cielo (relato de un reencuentro con Marruecos), publicada en el año 2001 en Málaga y reimpresa en el 2007. En ella, y tomando como hilo conductor parte de la historia de mi familia paterna no contada al comienzo de estas líneas, reflexiono sobre el colonialismo en general y dentro de él, lógicamente, sobre la presencia española en el norte de Marruecos. Cuando se estudia el colonialismo de los siglos XIX y XX, de manera habitual se hace una crítica al mismo hecho colonial en sí, visto por otra parte como manifestación del capitalismo. Y se pone el énfasis en la lucha por la independencia que los pueblos colonizados de Asia y África iniciaron con perseverancia tras la II Guerra Mundial. Lucha justa y lógica, por otra parte. Pero habiéndome declarado producto del colonialismo, me gustaría dejar constancia de los miles de personas repartidas fundamentalmente por Europa que tienen sentimientos encontrados y por tanto el alma dividida. En el caso del Protectorado español sobre Marruecos, el de todos los nacidos allí, donde pasaron su infancia y adolescencia, incluso el de sus padres, que allí se establecieron animados en la mayoría de los casos por los diversos regímenes de turno que se sucedieron en el convulso siglo XX es-
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pañol (monarquía, república, dictadura)—, somos cada vez menos los que vamos quedando. Nuestros mayores —si no han fallecido— son ya muy ancianos y los más jóvenes nacimos ya en la década de 1950 o 1960… Siempre fue para nosotros evidente que aquel no era nuestro país; que, aunque hubiéramos nacido y viviésemos en él, algún día nos marcharíamos a España. Los niños y jóvenes españoles vivimos bien en Marruecos en la década de 1960 y en los primeros años de la de 1970. Gozamos de una buena calidad de vida y de la posibilidad de impregnarnos de una riqueza multicultural que no tiene precio y que aún nos acompaña. Aunque también había sombras: crecimos con la machacona frase repetida por nuestros padres a manera de salmodia: “En el tiempo de los españoles…”; entiéndase del Protectorado, en el que veíamos una especie de paraíso perdido, imbuyéndonos en la creencia de que el tiempo pasado había sido mejor. Junto a ello y, como telón de fondo, la marcha constante de españoles (se llamaban “expediciones”) coordinada durante una época por los consulados de cada ciudad y de la que habitualmente oíamos hablar. Centrándome en mi ciudad —Larache— recuerdo a mi padre dando en casa la noticia de que ya solo quedaban diez mil españoles; a los dos o tres años, recuerdo la cifra de cinco mil; la última que le oí, a comienzos de la década de 1970, fue la de tres mil españoles residentes. Todo eso creaba, sobre todo en los más jóvenes, una sensación de desesperanza y soledad difíciles de olvidar. Además, poco a poco los productos españoles fueron desapareciendo del mercado, para ser sustituidos por otros fabricados por industrias franco-marroquíes, creándose una extraña y desagradable sensación cuando en la radio o en la televisión —cuyo uso se fue extendiendo— teníamos acceso a emisoras de España que ya nos bombardeaban con anuncios de todo tipo excitando un deseo consumista, desde luego muy alejado del actual. Junto a ello, el idioma francés iba ganando terreno en la zona que había sido administrada por España. Sin duda nuestro país no ha sido modelo en proceso descolonizador alguno. En la marcha (o regreso) a España, estaba por tanto para todos nosotros y en términos generales la pena por la tierra que dejábamos, pero sobre todo un optimismo parecido al que va a la “tierra prometida”. Y nos fuimos, unos antes que otros. Y durante algún tiempo nos sumergimos en nuestro nuevo mundo y con él en una nueva vida. Aquí en España se sorprendían de nuestro lugar de nacimiento y nos preguntaban que si éramos moros: ¡no entendían nada! Pero conforme fue pasando el tiempo, nos fuimos dando cuenta de que en nosotros había una herida sin cicatrizar: es la herida de los hijos del Pro-
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tectorado. Casi todo el mundo tiene un pueblo al que regresar, aunque sea unos días por vacaciones o para ver a algún familiar. Nosotros, bien que nos pese, no tenemos pueblo. Está perdido en el tiempo, y si alguna vez volvemos a él, aparte de casi ni reconocerlo, nunca encontraremos a quienes fueron nuestros amigos, a sus hijos o a sus familiares. Esa es la otra cara del colonialismo, la que no se estudia ni se cura. No se estudia porque tal vez no interese, ni sana porque no tiene remedio. Nosotros fuimos también víctimas del colonialismo, no en la misma medida que los pueblos colonizados, pero víctimas al fin y al cabo. Y además, hijos del olvido. Fue aproximadamente hacia mediados de 1990 cuando, según pude apreciar y luego he podido constatar hasta la actualidad, se ha producido en muchos de nosotros una especie de reacción colectiva, pero coincidente en el tiempo. Una reacción por querernos reencontrar los que a lo mejor nos marchamos sin tan siquiera despedirnos. Un ansia por contactar entre nosotros, y a veces desde los lugares más distantes e inimaginables del mundo. Sin duda internet nos ha facilitado desde entonces las cosas. Somos todavía miles los que nos deleitamos reuniéndonos, hablando de aquellas ciudades y campos del norte de Marruecos que un día fueron administrados por España, de aquella tierra de la que somos hijos y, aunque no volvamos o en la mayoría de los casos lo hagamos esporádicamente, está en lo más hondo de nuestro ser. En el porqué de esta reacción colectiva y espontánea, estimo que el transcurso del tiempo ha tenido mucho que ver. La edad nos hace volver la vista atrás y en nuestro caso, tal vez de una manera especial, para hallar las auténticas señas de identidad, aquellas que nos diferencian del resto de la mayoría de los españoles. Somos un colectivo en la diáspora que nos sentimos a gusto cuando estamos entre nosotros, porque resulta casi imposible hacer partícipes a los “demás” de un mundo del que apenas si tienen idea y que, en cualquier caso, ya no existe. Si llevo a mi mujer o a mis hijos a Larache, ¿qué les voy a enseñar? Si me da casi miedo a mí regresar, ¡qué no sentirán ellos! Quieren conocer Fez, Mequinez, Marrakech… pero a mí me interesa sobre todo mi pueblo. Solo he regresado a él una sola vez en 1996 y, aunque encontré todo muy cambiado, aún pude ver lo que desde entonces, la piqueta se está encargando de que desaparezca casi en su totalidad. En el caso de Larache, la medina, aunque mal conservada, no está siendo demolida. Pero sí la ciudad extramuros construida bajo el Protectorado, en la que se hallaban hermosos edificios; como si con ello quisiera borrarse toda huella española. Las edificaciones van cayendo una tras otra o, sobre las que existían de una o
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dos alturas, alzan cinco o más plantas, hasta convertirlas en irreconocibles, transformando las calles en agobiantes, porque por su misma anchura no fueron concebidas para albergar inmuebles tan elevados. El alma dividida de nosotros, los hijos del olvido, los españoles que fuimos marchándonos de Marruecos recibiendo como ayuda por parte de España misérrimas cantidades económicas; a los que en algunos casos les fueron expropiadas en virtud de las leyes de marroquinización extensas propiedades agrarias por las que, ya en democracia, el Estado español fijó como compensación cantidades tan ridículas que alguno de los afectados, por dignidad, se negaron a cobrar, somos además y para colmo una especie de seres extraños para la juventud marroquí que ha inmigrado en los últimos años a España. Mi profesión me permite el trato con ellos, y ya sea porque nadie en su país se ha encargado de explicarles o hacer referencia en el estudio de su Historia a la época del Protectorado, ya por otro motivo que no acierto a entender, desconocen absolutamente la presencia hispano-francesa en su país. Se quedan con frecuencia atónitos cuando les digo que nací y crecí en Marruecos, y me cuesta hacerles comprender que no sea musulmán ni tenga la nacionalidad marroquí y que, aparte de palabras y frases, no sepa hablar árabe. Es algo que ha dejado de sorprenderme, tanto como el hecho de que prácticamente ninguno de los que procede de la zona que fue administrada por España tenga la más mínima idea de la lengua castellana. ¡Por supuesto que se defienden en francés! La acción de la piqueta sobre lo construido en época española y el desconocimiento de nuestro idioma dicen bastante del legado cultural que España dejó en Marruecos y, desde luego, sobre su mismo futuro. Y conforme fuimos volviendo casi al unísono y de manera sorprendente la vista atrás, conforme fuimos reencontrándonos, alguno de nosotros sintió la necesidad de escribir. Ya se había escrito sobre Marruecos, eso es indudable. Pero ahora íbamos a hacerlo los hijos del olvido. Por supuesto que muchos otros escritores, sin casi vinculación con Marruecos, también lo harían y lo hacen, pero ahí estábamos nosotros, tratando de reflejar de una manera u otra nuestro pasado, nuestra misma existencia; liberándonos al volvernos a encontrar con nuestras raíces y disfrutando al hacer partícipes a cuantos quisieran leernos de nuestra singularidad y señas de identidad. Tras leer mi tesis doctoral, y aunque había sido publicada por la Universidad Complutense en 1992, en el año 1998 lo fue por una editorial malagueña con su mismo título: El-Raisuni, aliado y enemigo de España. Se trata en realidad de una biografía ampliamente documentada que, para
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muchos críticos, constituye el estudio más completo que hasta ahora se ha hecho sobre la figura de un personaje clave en la Historia de los últimos años del Marruecos independiente y en los primeros de la presencia española, hasta su fallecimiento en 1925. Fue la redacción de la citada obra la que me sirvió tal vez de ensayo para ir modelando mi estilo a la hora de escribir. En cierta medida, fue además la responsable para reafirmarme en mis preferencias en cuanto al trasfondo de mis novelas. Solo en parte, porque, eligiendo la temática, estas ya se habían decantado de manera irremisible. Creo que fue la herida sin cicatrizar de los hijos del Protectorado, que ya sentía abierta en aquel entonces, la que fue guiando mis pasos investigadores y literarios. Quiero dejar constancia que esta herida, y lo que de ella estimo que brota, no alberga en absoluto resentimiento, rencor u odio alguno, porque si a alguien hubiese que echarle la culpa, ¿a quién debería ser? ¿A Gran Bretaña que no quería la presencia francesa frente a su enclave de Gibraltar, posibilitando con ello el que las aspiraciones españolas sobre el norte marroquí fuesen tenidas en cuenta? ¿A mi abuelo germano que decidió aceptar la oferta laboral y establecerse en Marruecos? ¿O tal vez al vicecónsul de Gran Bretaña en Larache que posibilitó el que mi abuela y mi madre saliesen de Madrid en plena Guerra Civil y acabasen su periplo en Marruecos? Quizás al único que pudiera echarle la culpa de la herida —de nuestra herida— sea al colonialismo. ¿Y dónde lo encuentro? Porque además si nosotros tenemos nuestra herida, como anteriormente manifesté, no debe en absoluto olvidarse que los pueblos colonizados no nos llamaron. Y que en el caso marroquí, Europa se metió donde sus habitantes no querían dejar de ser independientes ni deseaban se protegidos por Protectorado alguno. Las fuentes de las que se nutre la imaginación de alguien que escribe (me resulta inmodesto autocalificarme como escritor) pueden ser casi infinitas. En más de una ocasión quienes me rodean me sugieren lo apasionante que podría resultar el que novelase tal o cual suceso, a veces muy cercano a mi entorno. Pero obstinadamente, sin descartarlo tal vez para el futuro, mi fuente de inspiración se halla en Marruecos, y concretamente en la directriz marcada por el Protectorado. Ocurrió cuando escribí Los pájaros de cielo (relato de un reencuentro con Marruecos) en el que, desde la primera página a la última, sentí como la mente se adelantaba a lo que iba narrando de manera sorprendente, disfrutando a mis anchas con la escritura. Me movía por calles y lugares con una agilidad (no digo calidad) que me resultaba en extremo placentera. Y reviví lo que me contaron mis mayores y expresé
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mis cuitas. Hoy en día pienso que la trama de la novela hubiese dado para bastante más: pero cuando la escribí, ni tan siquiera me planteé la posibilidad de su publicación. Yo, para esas cuestiones, siempre he sido bastante caótico; o, si se prefiere, no he tenido demasiadas pretensiones. Y junto a ello, algo que desde que escribí la obra sobre el-Raisuni se convirtió para mí en cuestión fundamental. Ya en la biografía del Cherif me puse como meta el ser lo más detallista posible, no obviando a ninguno de los personajes secundarios que salían de las sombras del tiempo. Posteriormente, he seguido con la misma actitud: que vean la luz personajes singulares por modestos o importantes que fueren, a quienes en muchos casos traté. Porque en la sociedad en la que viví, única en su momento, podías encontrarte por la calle y saludar a un viejo oficial del Imperio otomano, a un alto cargo de la corte imperial de Rusia antaño a las órdenes de la zarina y luego admitido en el ejército español, si bien ya jubilado; a la reina madre de derecho de Francia (la duquesa de Guisa), a la nieta del mariscal Bazaine, a un hipotético espía de la Alemania nazi y a toda una serie de personas sin duda con menos importancia y blasones, a veces muy modestos, pero a los que también conocí. Y mi máxima ha sido siempre el hacerlos reaparecer y, con ello, sacarlos del olvido. En este sentido, y respecto a diferentes personajes que vivieron en Larache, pueden leerse mis artículos en el boletín de la asociación La Medina, anteriormente citado. Así, con el título “La Duquesa de Guisa y Larache”, dejo constancia de la presencia durante gran parte de su vida de esta señora en la ciudad, en los números correspondientes a los meses de mayo y agosto del año 2002, artículo que por su interés se estimó conveniente que fuese publicado en internet. Y en el mes de agosto de 2006 apareció el titulado: “Larache: en recuerdo de don Aurelio”, dedicado a un entrañable profesor de música que pasó gran parte de su vida en Larache. Ya con Los pájaros del cielo (relato de un reencuentro con Marruecos) escrito y arrinconado en algún lugar de mi cuarto de trabajo, pues no sabía qué hacer con el manuscrito, me hallaba inmerso en la trama de otra novela, preguntándome a veces para qué escribía. Aunque resulte extraño, sigo redactando a mano —incluso estas líneas que ahora escribo, originariamente así lo están—. Por tanto no es metafórico si os digo que el bolígrafo seguía deslizándose de manera ágil y llenando folios y folios con una nueva historia. ¿Dónde estaba ambientada? Se puede adivinar fácilmente: de nuevo en el Protectorado español en Marruecos y en esta ocasión, más que en la anterior, casi exclusivamente en la ciudad de Larache. Su título es El árbol del acantilado (donde sefardíes y españoles se encontraron). Con ella que-
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dé entre los finalistas del X Premio de Novela Fernando Lara 2005, siendo publicada en el año 2006 por la Consejería de Cultura de Ciudad Autónoma de Ceuta conjuntamente con la editorial malagueña que había editado mi novela anterior. El subtítulo de la novela es suficientemente elocuente. España ya se había encontrado con los judíos sefardíes en la Guerra de África de 1859-1860. Y causó un fuerte impacto emocional el conocer a quienes se declaraban descendientes de españoles y, sobre todo, con quienes habían conservado el castellano de los siglos XV y XVI como idioma familiar que, aunque preñado de términos portugueses y árabes, era inteligible por los españoles. Y por los que sin rodeo alguno mostraban sus simpatías por España y se declaraban hijos de Sefarad. Cuando el ejército español hizo acto de presencia en Marruecos en 1911 mediante el desembarco de Larache, y al año siguiente a España le fue reconocido el Protectorado sobre parte de la zona norte del país, el nuevo encuentro con los sefardíes fue más intenso y duradero. Esencialmente la novela es una historia de amor: el que nació entre una hebrea y un cristiano y que, venciendo todo tipo de obstáculos —en los que el religioso ocupa un papel esencial—, pudo convertirse en realidad. Los protagonistas de la novela son auténticos: eran los abuelos de uno de mis mejores amigos de infancia; como verdadera fue su historia de amor. La rica y variopinta sociedad del Protectorado discurre como telón de fondo de la trama, en la que, una vez más, he querido rescatar del olvido a quienes tuve ocasión de conocer. En este caso, ocupa un lugar preferente la fascinante figura de la hebrea que fue el gran amor de Manuel Fernández Silvestre, a quien conocí ya siendo anciana y yo muy niño. Haciéndola aparecer he querido a mi manera rendirle un tributo. Todavía recuerdo sus ojos color verde esmeralda. Aquella Sol se convertiría en casi el único sol en los últimos años de vida del militar español. Estos sefardíes que convivieron con los españoles durante los cuarenta y cuatro años que duró el Protectorado, en los cuales fue posible hasta cierto punto restañar heridas del pasado, forman también en cierta medida parte de los hijos del olvido. En la zona administrada por España en Marruecos, la población judía es en la actualidad casi inexistente. En 1956, tras la independencia, poco a poco fueron también marchándose. Algunos se establecieron en la patria que los expulsó en 1492; otros, en los más dispares rincones del mundo. Pero la convivencia de aquellos años, el haber conservado el antiguo castellano (llamado haquetía) como medio de comunicación familiar y el que aprendiesen y sepan hablar el español actual, ha hecho posible
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que parte de ellos, vivan donde vivan, hayan experimentado también esa reacción colectiva, espontánea y coincidente en el tiempo; ese volver la vista atrás para comprender mejor quiénes somos y de dónde procedemos. Sobre todo quienes tras la expulsión de España residieron en Marruecos durante siglos, generación tras generación. Cuando hablo con amigos paisanos que también escriben novelas o poesía cuya inspiración está en Marruecos, he podido apreciar en alguno de ellos una evolución. Tras recrearse en sus primeras obras en su época de niñez, la que todavía era fruto del Protectorado, han pasado a abordar una temática en la que de manera airosa consiguen imbricar sus tramas en el Marruecos actual. He de decir que yo no he evolucionado en este aspecto: tal vez en el estilo, pero no en la fuente de inspiración. Es muy posible que se deba a mi carencia del conocimiento de la realidad marroquí del presente, por cuanto me marché de allí en 1974 y solamente regresé en 1996. Pero es que me resulta imposible el inspirarme, no ya solo en lo que me cuentan que pasa en mi pueblo y no me gusta, sino en cientos de fotografías y reportajes a los que tengo acceso. ¿Cómo voy a escribir sobre lo que ya me resulta absolutamente extraño y además no es de mi agrado? En lo único que sin duda podría inspirarme sería en el paisaje y en los fenómenos de la naturaleza: en las playas donde me bañé; en el ruido sordo del oleaje estrellándose contra el fondo del acantilado; en el rugir del viento en los días de temporal; en las puestas de sol que podían —y podrán— verse desde los jardines de El Balcón del Atlántico; en los bosques de pinos, acacias y alcornoques que rodeaban a Larache por el sur y que están siendo esquilmados de manera atroz. Aparte de ello, casi nada queda del mundo que conocí. Es, en este primer centenario de la presencia de España en Marruecos, cuando, si como historiador y como hijo del olvido, tantas veces me he preguntado para qué fuimos allí, ahora lo haga con mayor intensidad. ¿Qué necesidad tenía España de embarcarse en la aventura marroquí? El resarcirnos por la pérdida de Cuba y Filipinas desde distintos puntos de vista, sin duda jugó un papel importante. Eso junto a una creencia latente en el subconsciente español de que, llegado el momento, éramos quienes más derechos teníamos. Consolidar el Protectorado le costó a España sangre, sudor, lágrimas y un gran desembolso económico; y, ya consolidado, hubo que invertir más allí de lo que la metrópoli obtuvo de la pequeña zona que nos asignaron. Sin duda un colonialismo muy peculiar sobre todo cuando en esencia, y aunque sea bajo la forma de Protectorado, el hecho colonial tiene como uno de sus primordiales objetivos la obtención de rápidos y sólidos beneficios económicos.
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Haciendo una valoración que solo permite la perspectiva del tiempo —si desde el punto de vista urbanístico las demoliciones parecen empecinadas en borrar de las ciudades el legado español (a veces derribando construcciones de gran valor arquitectónico, cuando no protegidas, como lo fue el Teatro España de Larache); y, a pesar de los colegios, centros de enseñanza existentes y los Institutos Cervantes que pueda haber en la zona que fue administrada por España, el idioma español prácticamente se ha perdido entre la juventud marroquí, salvo los que cursan estudios en centros hispanos— de manera más categórica me vuelvo a preguntar para qué sirvió nuestra presencia donde no la querían. Quizás para que un hijo del olvido, como yo, esté escribiendo estas líneas: ¡triste consuelo! Ya he mencionado que mi fuente de inspiración, a la hora de escribir, sigue siendo el Protectorado. He comentado cómo, frente a la evolución cronológica experimentada por algunos paisanos escritores dentro de la temática marroquí, yo no he podido o no he querido hacerlo. Y junto a ello, sin embargo, sigo “prisionero” de Marruecos como fuente de inspiración; pero de un país y una sociedad que en nada se asemejan a las actuales, de algo que ya no existe. En ese mundo me siento a gusto. También, como he dicho, a veces personas muy próximas me incitan a escribir algo en absoluto relacionado con Marruecos en ninguna de sus épocas. He confesado anteriormente no haberlo descartado del todo. Sin duda hay temas apasionantes, incluso alguno está anidado en un rincón de mi mente. Pero si bien confieso que no lo desestimo tajantemente, debo sincerarme del todo. Y decir que a veces lo he intentado… Y no es que no sepa hacerlo, pero hasta el momento la falta de motivación me lleva al aburrimiento y él a dejar de lado lo apenas esbozado. Más de una vez nos han dicho que, para dejar de leer un libro y decidir que no nos gusta, debemos al menos haber leído unas cincuenta páginas. Traslado el símil a quien se propone escribir: si pasados unos cuantos folios el bolígrafo no corre como debiera. Si no consigo meterme en el personaje del que quiero contar algo y frente a él se cruzan de forma continua y a manera de obstáculo lugares por los que soy capaz de pasear y describir con relativa exactitud, y personas que me resultan más atractivas que las que me empeño en rescatar para insertarlas en la nueva trama. Si además estos obstáculos consiguen desviar mi atención hacia ellos, reclamando su sitio. Y, para culminar, compruebo cómo aquel peso que se abatía sobre mi mano desaparece y esa especie de callejón sin salida tiene al final una puerta enorme que proyecta una luz resplandeciente; y, al poco de garabatear una frase, mi mente bulle, y, adelantándose a la escritura, el camino queda trazado, abandono el intento, lo
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dejo para otra ocasión —muy futura— y me sumerjo en un mundo en el que consigo nadar como pez en el agua y además me produce auténtica satisfacción. Y aunque pueda parecer estrambótica y disparatada la comparación, los jardines del soberbio Campo del Moro madrileño, pierden por ahora la partida frente a los infinitamente más humildes de mi pueblo. Y el color del cielo y la luz de Madrid que tan magistralmente plasmó Velázquez deben cederle por el momento el puesto al cielo aún más estrellado por las noches de mi tierra. Y la puesta de sol en la Casa de Campo sale derrotada ante su homónima en El Balcón del Atlántico. Los bosques de alcornoques y pinos ganan a los de El Pardo y las huertas regadas por el río Lukus salen airosas frente a las dehesas y encinares. Y el océano antes citado, cuyo rumor de olas acunó mis sueños, vence a la grandiosidad de las sierras del Sistema Central. Así otra vez Madrid, la ciudad que me acogió cuando me marché de Marruecos, debe contentarse con seguir ocupando un segundo plano en mis sentimientos y como fuente de inspiración a la hora de escribir. Debe de nuevo aceptar que no ha podido vencer a un mundo ya desaparecido y a una ciudad infinitamente más modesta que ella, debiendo conformarse con seguir anidada en algún lugar de mi mente. Puede considerarse evidentemente que esta “prisión” marroquí debe tener unos límites. Y sin duda los tiene, incluso por cuestión de higiene mental. Pero me gustaría haceros partícipes de la cantidad de historias noveladas que, salidas de lo que hasta ahora ha sido mi fuente de inspiración, podrían cobrar forma: sin duda resultaría sorprendente. Pero teniendo en cuenta que como autor no soy nada prolífico; pues la escritura para mí es un pasatiempo al que, por cuestiones laborales, cada vez puedo dedicar menos atención, y que la gestación y partos literarios en mí son muy largos, no creo que por ahora exista peligro alguno de que se agote la temática en la que me encuentro cómodo escribiendo. En cualquier caso, no es algo que me preocupe: el propio devenir será el encargado de ir marcando los derroteros. Cuando vea que lo que escribo aburre porque carece de interés, cuando considere que la temática marroquí no da para más, o sencillamente deje de inspirarme o quede saciado de ella, puede que dé paso a escenarios distintos. Actualmente tengo escrita casi la mitad de una nueva novela que también transcurre en el Protectorado, basada en personajes y hechos reales, que no sé si algún día verá luz. Su trama me parece interesante (aquí soy totalmente subjetivo), y disfruto y me recreo al recorrer mentalmente luga-
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res por los que anduve, al hacer hablar a quienes ya se marcharon, tras haber vivido muchos de ellos en el Protectorado de España en Marruecos, sin duda los mejores años de sus vidas. Hace unos años, un compañero de trabajo me preguntaba sobre no sé qué cuestión relacionada con el mismo: a qué hora era el claustro de profesores aquella tarde o algo por el estilo. No había terminado de hacerme la pregunta, cuando de improviso añadió: “¿Para qué te preguntaré? ¡Si tú andas en tu mundo recorriendo las calles de tu pueblo!”. Inicialmente no comprendí su reflexión, hasta me molestó. Pero pasado un tiempo comprendí que no se equivocaba y me sorprendió lo bien que me había captado. En aquel entonces estaba escribiendo El árbol del acantilado y, en el momento en que me hacían esa pregunta, intentaba recordar la sala de estar de aquella bellísima larachense sefardí que bien pudo haberse convertido en la segunda esposa de Manuel Fernández Silvestre. Y es que como en tantas ocasiones, sobre todo al escribir, brota de manera irremediable en mí la infancia, que dicen que es la patria que todos tenemos; la infancia y la adolescencia de quien se considera hijo del colonialismo. Con sinceridad y orgullo, os hago partícipes de lo que es y ha sido mi fuente de inspiración, precisamente cuando se cumple un siglo del inicio del Protectorado de España sobre parte de la zona norte de Marruecos, lo que ha motivado que un hijo del olvido, cien años después, haga estas reflexiones.
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Créditos fotográficos Cubierta: © Sucesión Mariano Bertuchi, 2013. Pág. 9: © Sucesión Mariano Bertuchi, 2013. Pág. 81 © MNAC-Museu Nacional d´Art de Catalunya, Barcelona. Fotógrafos: Calveras/Mérida/Sagristá. Pág. 84: © Museo de Bellas Artes de Bilbao. Pág. 88: © Sucesión Mariano Bertuchi, 2013. Pág. 90: © Museo Ulpiano Checa, Colmenar de Oreja (Madrid). Pág. 92: © Sucesión Mariano Bertuchi, 2013. Pág. 93: © Museo Ulpiano Checa, Colmenar de Oreja (Madrid). Págs. 94, 97, 98, 99, 100, 101, 102, 103 y 104: © Sucesión Mariano Bertuchi, 2013. Págs. 169 y 325: © Familia Francisco García Cortés. Pág. 326: © Colección Pando. Pág. 327: © Familia Francisco García Cortés. Págs. 328 y 330: © Archivo Martínez-Simancas. Pág. 331: © Familia Francisco García Cortés. Págs. 332, 333, 334 y 335: © Archivo Martínez-Simancas. Págs. 336, 338 y 339: © Familia Francisco García Cortés. Pág. 340: © Colección Pando. Pág. 342: © Legado Pando-Protectorado, integrado en la Colección Pando. Págs. 344 y 345: © Colección Pando. Págs. 346 y 348: © Legado Protectorado, integrado en la Colección Pando.
Cumplido apenas el primer centenario de la instauración formal del Protectorado en 1912, la obra El Protectorado español en Marruecos: la historia trascendida nos invita a revisar, en el devenir del tiempo, la relevancia de este singular contexto histórico y las trascendentes relaciones que generó entre Marruecos y España; al tiempo que nos permite rastrear las huellas que todavía perviven de aquella soberanía compartida. El volumen II está dedicado a examinar este periodo desde los puntos de vista cultural e historiográfico y literario, y lo integra un conjunto de ensayos elaborados por autores marroquíes y españoles tan acreditados como Eduardo Torres-Dulce Lifante, Bouabid Bouzaid, Enrique Arias Anglés, Josep Lluís Mateo Dieste, Federico Castro Morales, Mustapha Adila, Paloma Rupérez Rubio, José Carlos Mainer Baqué, José Sarria, Vicente Moga Romero, Mohamed Abrighach, Mohamed Bouissef Rekab, León Cohen Mesonero, Abdelkader Chaui, Severiano Gil Ruiz, Said Jedidi, Mohamed Lahchiri, Rafael Martínez-Simancas Sánchez y Carlos Tessainer y Tomasich.
La edición en papel se complementa con una página web www.lahistoriatrascendida.es donde se incluyen contenidos complementarios con información sobre este periodo de la común historia de Marruecos y España.
Dirección de Manuel Aragón Reyes Edición y coordinación de Manuel Gahete Jurado Colabora Fatiha Benlabbah
Este libro se encadena, ampliando su dimensión informativa, con la página web www.lahistoriatrascendida.es
El Protectorado español en Marruecos: la historia trascendida Volumen III
Dirección de Manuel Aragón Reyes Edición y coordinación de Manuel Gahete Jurado Colabora Fatiha Benlabbah
Juan Pando Despierto / Rachid Yechouti / Emilio de Diego García María Rosa de Madariaga Álvarez-Prida / Miguel Hernando de Larramendi Martínez Ricardo Martí Fluxá / Santos Juliá Díaz / Abdelmajid Benjelloun / Rafael Guerrero Moreno Mohamed Larbi Messari / Marion Reder Gadow / Andrés Cassinello Pérez Manuel Espluga Olivera / José Luis Isabel Sánchez / Juan José Amate Blanco Boughaleb El Attar / José Manuel Guerrero Acosta / Pedro Luis Pérez Frías Manuel Gahete Jurado / Geoffrey Jensen / Julián Martínez-Simancas Sánchez
Índice
pág. 11
La vertiente histórico-política
La herida que se cierra o combatientes sin causa Juan Pando Despierto pág. 13
Las relaciones hispano-marroquíes a principios del siglo XX Rachid Yechouti pág. 43
El contexto histórico del Protectorado español en Marruecos Emilio de Diego García pág. 55
El papel del Rif en el Protectorado: entre la colaboración y la resistencia María Rosa de Madariaga Álvarez-Prida pág. 75
El Protectorado en Marruecos y las relaciones internacionales de España (1912-1956) Miguel Hernando de Larramendi Martínez pág. 97
Las relaciones de Marruecos y España a partir de la independencia Ricardo Martí Fluxá pág. 149
Donde se torció la Historia Santos Juliá Díaz pág. 167
Le mouvement nationaliste marocain dans l’ex-Maroc espagnol (1930-1956) Abdelmajid Benjelloun pág. 183
La proyección actual de la memoria histórica hispano-marroquí Rafael Guerrero Moreno pág. 201
Antagonismo hispano-francés con relación al Protectorado en Marruecos Mohamed Larbi Messari pág. 219
El norte de África en la política española hasta el siglo XIX Marion Reder Gadow pág. 231
pág. 269
La vertiente militar
El ejército español en Marruecos. Organización, mandos, tropas y técnica militar Andrés Cassinello Pérez pág. 271
Las campañas de Marruecos, gestas y desastres Manuel Espluga Olivera pág. 299
La formación de los oficiales de Infantería entre 1909 y 1921 José Luis Isabel Sánchez pág. 325
La Legión como respuesta a las necesidades militares Juan José Amate Blanco pág. 349
La memoria común y la participación de los marroquíes en la Guerra Civil española Boughaleb El Attar pág. 373
Estampas militares de España en Marruecos: el Protectorado español y la pintura de Historia José Manuel Guerrero Acosta pág. 393
pág. 429
Las preocupaciones magrebíes de un militar ilustrado en el primer tercio del siglo xx. La obra de Antonio García Pérez sobre Marruecos
Antonio García Pérez y África Pedro Luis Pérez Frías pág. 431
Los escritos de Antonio García Pérez sobre Marruecos Manuel Gahete Jurado pág. 465
Morocco and Spain in the eyes of Antonio García Pérez Geoffrey Jensen pág. 501
pág. 519
Epílogo
El rescate de Marruecos Julián Martínez-Simancas Sánchez pág. 521
pág. 531
Índice alfabético de autores
Imagen página anterior:
La Comisión Brunswick-Prusia llega a palacio, noviembre de 1899 En 1899, despojada de sus posesiones antillanas y filipinas, arruinada y apática, avergonzada de sí misma, la España de la Regencia aún conservaba opciones para su regeneración: reducir su ejército —su Armada había sido hundida— y sanear las finanzas públicas con un severo reduccionismo de su Administración y gastos anexos. Propiedades aún se tenían y eran oceánicas: la Micronesia. Solo un imperio pujó por ella, Alemania. Y por veinticinco millones de pesetas se llevó el lote entero: archipiélagos de las Carolinas, Marianas y Palaos. El Tratado de compraventa se firmó en junio de 1899. Cinco meses después, una comisión alemana llegaba a Madrid. Venía a dar las gracias a la reina María Cristina en la persona de su hijo, Alfonso XIII con trece años de edad, al que distinguieron con la Orden del Águila Negra y la Cruz que la define. Una condecoración que podía valer ochocientos marcos por un imperio de catorce grandes islas, otras seis de menor tamaño y mil cuatrocientos atolones. La Comisión Brunswick-Prusia la integraban once delegados, a los que presidía el príncipe Albrecht de Prusia, regente del pequeño reino de Brunswick. En los soportales de palacio fueron requeridos por Christian Franzen, fotógrafo danés afincado en España y germano-hablante, para posar ante su cámara. Franzen, maestro en humanizar actitudes protocolarias y grupos envarados, supo transmitirles seguridad y soltura. Su logro al efecto es el mejor de su obra como retratista de situaciones. Franzen supo combinar un providencial nublado alto con el apoyo de sábanas blancas para tamizar expresiones y uniformes aquel domingo 5 de noviembre de 1899. En la primera y segunda filas (de izquierda a derecha), Joseph Maria von Radowitz, embajador de Alemania; detrás, el duque de Almodóvar del Río, ministro de Estado, a quien tanto confundirá y desesperará, en 1904, el embajador León y Castillo desde su puesto en París; en el centro, poderoso en su envergadura como afable en el trato, el príncipe Albrecht y su hijo Friedrich Heindrich de Prusia. En los extremos, el coronel Juan Monteverde y Gómez Inguanzo, edecán de la reina María Cristina y (a la derecha) el capitán de navío José María Chacón y Pery. Vintage de Franzen montado en cartulina con las firmas de los delegados alemanes. Colección Pando.
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La herida que se cierra o combatientes sin causa
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1. Realidades de las que partimos y reflexiones sobre el reinado de la libertad
Toda reflexión sobre centenario que afecta a naciones de frontera, tan cercanas por la normalidad que sus pueblos practican a diario, como separadas por la insinceridad rutinaria que guía las declaraciones de sus gobiernos, siempre expectantes a cualquier maniobra del otro que perturbe el sopor estatal en su descanso de siglos, nos previene sobre su realidad. Este centenario no se cumple sobre cosas muertas o de imposible modificación, pues es cuerpo vivo y bífido: dos identidades en un mismo organismo compartido. Casos así son en verdad raros —todo lo relacionado con España y Marruecos es doble perfil infrecuente, desde su belleza y mistérico vigor a sus batallas legendarias—, pero pueden resolverse en el quirófano y con una notable proporción de éxitos. Una cosa es ser hermanos por cruce de sangres y otra ser hermanos siameses, unidos de por vida. Hasta que la muerte los separe o se los lleve juntos. Así sobreviven España y Marruecos, presos a la espera de su recurso de mutua supervivencia que nadie atiende; limitados por las dimensiones de su celda biológico-histórica; durmientes en pie y caminantes en sueños,
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obligados a pactar cada gesto, cada necesidad por mínima que sea, pues su fisiología no es coincidente. Hay que poner fin a esa política siamesa de los estados, que tiraniza a dos seres inermes y esclaviza a multitudes inocentes: españoles y marroquíes. En consecuencia, reflexionemos sobre el cómo y cuándo nos unimos y del por qué debemos separarnos. Sin olvidarnos de que hace cincuenta y seis años hubo una primera operación, con propósitos curativos para los dos pacientes, intervención que resultó fallida. No se supo cómo afrontar el posoperatorio, la sutura de la zona operada fue un desastre, la herida se infectó y la incapacidad de los pacientes fue a más. Aunque el problema físico-orgánico de partida sigue sin resolverse, la fortaleza identitaria de las naciones intervenidas es cosa cierta, constatable en la exploración actualizada en estos comienzos del año 2013: las lesiones anteriores a la fracasada intervención de 1956, más las severas infecciones posteriores, tienden hoy a coincidir en sus impulsos de cicatrización. Ambos pacientes, en sus ansias por revivir, demuestran una emocionante voluntad de superación. Su dignidad no ha capitulado ante el absurdo ni el catastrofismo de dictámenes sesgados, obra de facultativos de la expolítica en curso, doctorados en sus propios intereses, a los que poco les importa prolongar los daños de tantos por mantener una situación como esta, congénesis abrumadora e incapacitante de naciones y pueblos, si con tal proceder aseguran sus privilegios e ingresos. Sufren los perjudicados hasta el desvanecimiento, pero no claudican. Su altivez resistente es su escudo; la legitimidad de su causa su bandera, aunque no por mucho flamear consigue movilizarnos en su auxilio. Por eso nos convocan con la mirada, exponente de esa fe mayestática que solo detentan los ungidos por la razón, verificable en sus pulsos, reconocible en el valor de sus gestos, comprobable en la serenidad de su luz interior, su alma. Esta es la realidad clínica positiva. La que ridiculiza nuestros miedos e infantiliza todas nuestras dudas, la que justifica el acto quirúrgico aquí recomendado. Desde una tomografía axial del estado de la cuestión, con el rigor deductivo y la ecuanimidad que el asunto requiere, a la vista las pruebas radiológicas del acelerado deterioro que afecta a sus entes estatales, amenazados de invalidez absoluta o simultánea muerte, el diagnóstico debe elevarse por encima de los pavores (intereses) localistas y atender las urgencias prioritarias: para que seres nacionales privados de toda movilidad independiente dejen de ser cautivos uno del otro; facilitándoles una plena autonomía en su existencia por cauces paralelos, nunca más sobre un solo plano
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de contacto y sometidos a continuas tracciones contrapuestas, con el fin de que renazcan como personas-nación que en su momento lo fueron y vuelvan a tener vida internacional propia. Porque sin cirugía ni valentía, sin proyecto reparador alguno, es seguro que muertos acabaremos y puede que muy pronto. Me refiero a los estados que nos rigen. Y es que nosotros los pueblos, al igual que nuestros hijos y los hijos de estos, constituimos hoy y ellos constituirán mañana las fuerzas nacidas libres que, por su connatural capacidad para procrear ideas, descendencias y resistencias generacionales afines, son y serán lo único fehaciente que a la Humanidad le ha sido dado, en su evolución, para aproximarse a la inmortalidad. Los pueblos de España y Marruecos se han ganado el derecho a pasar de una esclavitud heredada a la emancipación de sus cuerpos-nación. Con ser notorios sus padecimientos, nadie oye sus lamentos, ni siquiera sus formas se ven. De que existen ambas naciones no cabe duda. Y se presiente donde están, pero no se quiere, bajo ningún concepto, que sus padecimientos puedan ser vistos. Encadenadas a enorme peñasco cuaternario, que sumergido yace, quién sabe si en el Estrecho, aúnan energías para aflorar sus cabezas gigantes y respirar a la vez. De madrugada, cuando los estados duermen y las olas consienten. A esta situación se ha convenido en denominarla histórica por vulgar comodidad descriptiva de tantos escribientes como hay de la historia oficial, cuando esta se caracteriza no ya por su insinceridad de estirpe y ocultismo de oficio, sino por su mazariniano empeño en vetar toda ecuanimidad y antes, claro está, ahogar a la verdad. Por nuestra parte, estamos convencidos, al igual que lo estuvo el añorado Ignacio Ellacuría, de que “no hay realidad histórica sin realidad puramente material, sin realidad biológica, sin realidad personal y sin realidad social” (Ellacuría: 1990, 39). España y Marruecos alcanzarán esa “realidad entera”, emergida en toda su plenitud en “el reino social de la libertad”, que Ellacuría definiera con maestría. El noble Ignacio no lo verá, inmolado en el altar de los odios totalitarios, pero quien esto escribe sabe bien que, si él tampoco llegase a ver ese reinado de la realidad, muchos sí lo verán. A los que ya no están con nosotros y a cuantos intuyan que pueden ser ellos los que tomen las decisiones finales que pongan fin a las incapacidades que impiden a España y Marruecos ser naciones libres en sí mismas —como hoy lo son sus pueblos sin darse cuenta—, se dedica este ensayo.
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2. Lo que Mohammed V debía a Franco: su tutela en contra de España misma
España y Francia no entraron de la mano, consensuadas en lealtades militares y propósitos civilizadores de sus políticas nacionales, en el Marruecos inerme de 1912. Cuando ambas potencias abandonaron su disfunción protectoral, actuaron igual: cada una fue por su lado. La diferencia estuvo en sus respectivos portazos: agobiado y desesperado a la par que despótico el francés; estupefacto, dolido y torpe el español. Dos formas de salir, una peor que otra, siendo malas en sí mismas, para un desplante en dos tiempos antecedido de una mutua derrota consumada. Porque el Protectorado se rompió en 1953, no en 1956. Cuando el 20 de agosto de 1953 se supo que Mohammed Ben Yussuf (luego Mohammed V), había sido derrocado tras ser privado de su potestad religiosa —pilar sobre el que se sustenta el categórico mandato de todo monarca alauí sobre su pueblo—, obligado a subir a un avión militar francés en compañía de sus hijos, los príncipes Muley Hassán y Muley Abdellah, pasaportados los tres hasta el exilio en Córcega, la sorpresa fue total en España. Ni Vincent Auriol como presidente de la República, ni Joseph Laniel como jefe del Gobierno, comunicaron a Franco, siquiera fuese por unas horas, lo que habían decidido. Augustin Guillame, residente general de Francia en Rabat, nada previno a su homónimo, Rafael García-Valiño, alto comisario en Tetuán. Tanto en París como en Marrakech, urbe imperial donde la Francia de Guillaume se revistiese con su redingote blindada —al frente de un escuadrón de carros se presentó ante el palacio del sultán—, uniforme apropiado a su involución, se había puesto en práctica, previamente, la telepatía deductiva: dado que Franco es el sultán de los españoles, la impavidez de España está asegurada. Apuesta ganada. Un día más tarde, Manuel Aguirre de Carcer, exembajador en Lisboa, París y Tánger, comprobaba su firma al pie de “Ante los sucesos de Marrakech”, artículo-editorial que le publicase el diario del franquismo monárquico, donde argumentaba: “España, que tiene resuelta su cuestión marroquí, hace bien, a nuestro juicio, en seguir inhibiéndose, como hasta ahora, de esas discordias interiores (sic) que menoscaban la autoridad del sultán y el prestigio de la nación francesa” (ABC, viernes 21 de agosto de 1953). Si Franco hubiese sido un estadista, a esa confabulación de soberbias entre la Francia de Guillaume y el Marruecos feudalista de Thami El Glaui, bajá (gobernador) de Marrakech, habría replicado con el debido contragol-
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pe: reconocer la soberanía de los pueblos del Garb, Gomara, Rif y Yebala sobre los territorios del norte, convirtiéndolos en reino independiente. Franco detestaba a la Francia atea, comunista e ingrata, que conmutase la pena de muerte a quien fuese su salvador en Verdún por su encarcelamiento, a perpetuidad, en un islote-prisión, Yeu, en las costas de Bretaña, donde el mariscal Pétain había fallecido en julio de 1951. Franco había admirado a Pétain desde 1925, cuando el mariscal no dudara en movilizar el máximo esfuerzo francés contra Abd-el-Krim y su República del Rif. Con el tiempo, el endiosado vencedor en una guerra fratricida fue otro y la admiración se trocó en suficiencia. Y el admirado lo percibió al instante: “Se equivoca al considerarse un primo de la santa Virgen” (Moulin de Labarthète: 1946, 102). Para llevar a buen fin su propósito vengador de Pétain y flagelador de Guillaume, Franco disponía de la personalidad idónea y las fuerzas apropiadas. El Mahdi (predestinado) franquista no era otro que Muley el Hassan Ben El Mhedi Ben Ismail, jalifa (lugarteniente del sultán) desde 1925, casado en mayo de 1949 con la princesa alauí Lal-la Fatima Zohora Ben Muley Abdelaziz, nacida en 1929 y primera hija del sultán derrocado, el luego Mohammed V. Este enlace de familias entroncaba al sultán español con el sultán francés, y a tal nivel de legitimidades que podría reemplazarlo como rey de todo Marruecos. En cuanto a las fuerzas del nuevo reino, en soldados no existía carencia: a los setenta y un mil efectivos hispano-marroquíes podrían sumarse los combatientes movilizables en el Protectorado, unos noventa mil, muchos de ellos veteranos. España habría probado, a los pueblos del norte, que respetaba la promesa de libertad nacional que el coronel Juan Beigbeder les hiciera en 1936 y repitiese en 1937 y 1938, cuando los veteranos de Abd-el-Krim embarcaban para ir a morir en las riberas del Jarama, en los campos de Brunete, entre las ruinas de la madrileña Ciudad Universitaria o en las agrestes sierras que escoltan al Ebro. Algo así se temían en París y Rabat. Conscientes los mandos franceses de la ofensa infringida a Franco y España, por este orden, “para calmar los rencores de tales vecinos, habría existido el proyecto de reemplazar a Muley Arafa por un sultán salido de la zona española, pero eso no habría bastado” (Clément: 1975, 104). La posibilidad del plan y el aviso sobre su fracaso, que Clément sugirió veintidós años después, nos previene de que no era tal proyecto, sino tosco atizador de los fuegos nacionalistas, porque el único sultán del norte posible era El Mhedi. Y que el jalifa cambiara de palacio para convertirse en prisionero del ejército francés en Rabat, hubiese enfurecido a Franco, pero sobre todo a las tropas hispano-rifeñas, que se habrían sublevado.
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Ciertamente, para que Franco hubiera concebido una maniobra como la planteada en estas páginas no hubiese sido él, sino el resurrecto Pedro Abarca de Bolea, aquel ilustrado militar y sagaz diplomático aragonés, que viera acercarse, por el noroeste del imperio español, amacizado frente de rayos, por lo que aconsejó a Carlos III que tuviese cuidado con ese Hércules relampagueante, conocido como Estados Unidos. En cuanto al África de su época, Abarca, que era conde y el X de Aranda, poco amigo de contemplaciones, dio explosivo consejo: “Arrasar Melilla y los presidios menores”. Esta política de la pólvora Aranda la conocía en propia carne. Sucedió cuando los ingleses decidieron volar, en 1782, el castillo menorquín de San Felipe para que España no aprovechara ni tanto así. Siglo y medio después, los dos mejores diplomáticos del franquismo citarán esa sentencia con latente escalofrío, pero sin su explícita condena (Areilza y Castiella: 1941, 270). A Franco, tan alejado de Aranda como del luteranismo, pese a sus limitaciones como estratega, no creemos excesivo atribuirle la elementalidad de repetir, en el Marruecos septentrional, el modelo impuesto a España: otra dictadura. Ese sultanato militar, sujeto por el puño del general Mohammed Ben Mizzian Ben Kassem, conveniente ministro del Ejército en el Estado normarroquí, se apoyaría en la legitimidad de Muley El Mehdi, pero si las circunstancias lo exigieran podría prescindirse de él. Con esa filosofía de recámara, Franco habría cautivado a los EE. UU. de Eisenhower, fascinado al igual que sus antecesores, Roosevelt y Truman, por la instauración de autocracias estratégicas, garantistas de la seguridad de los imperios sin rendir cuentas a sus pueblos. Con el reino del Rif o república del Rif, Estados Unidos obtendría idénticas ventajas: dominio del Mediterráneo al sumar la fachada rifeño-yebalí a las Baleares y estas a sus bases griegas y turcas; el Atlántico Sur al apoyarse en las Canarias, el Sáhara Occidental, Guinea Ecuatorial y la islaportaaviones de Fernando Póo. Como resultado, imposibilidad soviética de un golpe de fuerza sobre el Canal de Suez y lo mismo cara al Magreb o el África ecuatorial. Amenazas borradas al hallarse advertidas por las mejores legiones posibles, siempre alertas en su patria campamental. El Rif era y es un campamento entre montañas y páramos, hogar de la milicia más temible al constituirse como una nación militar. Las familias son el ejército, todos son soldados. Atacan y resisten los más fuertes, pero al lado tienen a sus hijos, a sus padres, a sus abuelos. Estos supuestos, de haberse llevado a cabo por un Franco aconsejado por Carrero Blanco, ministro de la Presidencia o convencido por García-
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Valiño y Muñoz Grandes, cabezas del ejército y exfranquistas en evolución —García- Valiño lo demostrará en 1970 al apoyar las recomendaciones de Naciones Unidas para que España concediese al Sáhara Occidental la independencia— hubiesen puesto abrupto término a todo posibilismo reinante para Mohammed V. Con su concesión de la independencia a los pueblos del septentrión marroquí, esa España osada y lógica habría dejado, medusée, a la izquierda socialista de Guy Mollet, stordita a la democracia cristiana de Amintore Fanfani, astonished a los conservadores del Gobierno Churchill a excepción de este mismo; puesto triple sello urgente a su pasaporte para las Naciones Unidas; asegurado a Ceuta y Melilla una españolidad longeva tan placentera como la disfrutada por Cádiz y Huelva. Guillotinado el Protectorado por Francia, aquella España de triunviros hubiera convertido la restauración del alauísmo en un empeño errático y extenuante. Marruecos hubiese tenido dos monarcas en el exilio: quien ganase una guerra a los españoles y quien perdiese la suya ante los franceses. Pero la contrainvolución española disponía de estrechísimo margen para manifestarse: cuatro días todo lo más desde el 20 de agosto de 1953. No hubo cónclave de jefes en El Pardo, nadie llamó al jalifa el Mehdi y nada se consultó con nadie. De haber habido planes, con apellidos y propósitos concretos, sus trazas permanecerán en los archivos familiares de aquellos jefes o en el Archivo Militar de Ávila, laberíntico sepulcro de nuestra historia africana, pues allí aparecieron, hace cuatro años, ocho mil ochocientas cajas con “toda la documentación” de las campañas en Ifni y el Sáhara, hecho vergonzoso reconocido, el 22 de octubre de 2009, ante la Comisión de Defensa del Senado, por María Victoria San José Villacé, quien probó así su coraje y sentido de la responsabilidad como secretaria de Estado. 3. Enamoramiento de Franco hacia Marruecos y debilidad del enamorado
Franco solo tuvo dos amores en su vida: la idea que él tenía de España y la imagen idealizada de Marruecos. La primera permaneció impasible a sus requerimientos; la segunda no comprendía el porqué de tanto amor. Al confundir su memoria de guerras con una paz eterna entre ambas naciones, el dictador creyó que Marruecos era Mohammed V y nadie más, cuando existían pueblos en el norte que nunca fueron parte de ningún rey ni reino. En la estudiada simpatía de Mohammed V creyó Franco percibir consenti-
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miento: su pasión era correspondida. Y todo deseo de la amada fue aceptado, incluso entregado por adelantado. Marruecos se convirtió en emperatriz y España en su criado. Mohammed V, conocido como el “Bien Amado”, ser inalcanzable por su condición de monarca celestial, puesto que su perfil bendecido se reconocía en los mares de la luna —las buenas gentes marroquíes certificaban sobre tal prodigio nocturno—, pudo así recuperar prestigio y seguridad, animado por tres evidencias: Franco no había movido un dedo en El Pardo, el Rif seguía unido a Marruecos y Francia era atacada desde el Rif bajo la impasibilidad de Franco. Si Franco hubiese liberado al Rif, cuando Mohammed V regresó coronado por la ilusión marroquí, ni hubiese recibido el clamor de las multitudes patrias aquel viernes 18 de noviembre de 1955 ni siquiera llegado entonces. Esta fue la deuda de un rey afortunado al recibir cuanto recibió no de un prestamista, sino de un dictador sin cabeza. Aquellos triunviros — Carrero Blanco, García-Valiño y Muñoz Grandes—, dotados de materia gris, al final tuvieron que cuadrarse ante quien, sin ser una cabeza poseía gran listeza y la materia del poder: ese efecto paralizante que todo dictador inyecta en cuantos ignoran su pobreza intelectual y bajeza moral, señas definitorias de los caudillos implacables. Aquella inhibición de España, a la que se refiriese Aguirre de Carcer, tenía fundamento. Franco estaba obsesionado por atender a sendos símbolos del poder religioso-terrenal, básicos para su concepción del mundo: la Roma de Pío XII y el Washington de Eisenhower. La emancipación del norte protectoral, porque tal carácter legal tenían todavía el Rif y Yebala, le pareció irrelevante, incluso impropia. No es que le negase trascendencia, es que no comprendía que la tuviese ni que España precisara de ella. Cuando esa independencia fue peleada y ganada, en los campos de batalla peninsulares, por rifeños y yebalíes. A Franco nada le sedujo la ostentosa coherencia de afirmar la soberanía de España en Ceuta y Melilla al reintegrárselas a sus dueños naturales, prehistóricos en su derecho, óptimos defensores de su españolidad al sentirla parte viva, consustancial a su identidad. Porque el castellano y el chelja o tamazigh, desde su diaria fecundidad convivencial, rearmaban un disuasivo acuerdo entre españoles y normarroquíes frente a terceros. Ambos idiomas serán vetados por el hijo del deseado, consciente Hassán II de la fuerza de toda conjunción entre culturas, leyes, religiones y voluntades. Franco no fue ese “gran africanista” al que se glorificase sin tregua, sino un militar que pasó por África sin entender absolutamente nada de lo que África su-
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ponía para España y lo mucho que el Ejército, y por consiguiente, España, arriesgaban en Marruecos. El 27 de agosto de 1953 el ministro Alberto Martín Artajo y el embajador de España ante el Vaticano, Fernando María Castiella, ponían su firma junto a la del cardenal Domenico Tardini. El Concordato con la Santa Sede proporcionaba al franquismo esa amplitud del reconocimiento hacia su pobre existencia, rechazada por los organismos internacionales. A la par, Franco acuciaba a su ministro del Ejército, Agustín Muñoz Grandes, para que cerrase las negociaciones con el embajador estadounidense, James Clement Dunn. El 26 de septiembre de 1953 se firmaba el “Pacto de Madrid”, por el que España y Estados Unidos convenían aquellos Des-Acuerdos, asimétricos desde su redacción. España arriesgaba sus dominios saharianos y sus plazas de soberanía al no recibir garantías del insensible firmante, dado que EE. UU. no se sentía concernido por un ataque a esa España acuartelada, pero sin capitán. Franco persistió en su enamoramiento por Marruecos y su devoción hacia la palabra de un rey. Lo primero era beatitud desmedida más que metafísica pura; lo segundo, un clásico entre los tipos catalogados de imposibles. El alauismo, de siempre patriota, solo concedía favores al engrandecimiento de Marruecos. Harto del cortejo de Franco, abofeteará al ofuscado amante por ser extranjero y además tonto. Llevado de su desdén, cederá la iniciativa a su primogénito, Muley Hassán. Ansioso el príncipe de probar sus aptitudes, organizará un entramado de exaltaciones patrióticas para recuperar, con armas y conjuras, el Marruecos imperial extraviado entre los desiertos españoles y franceses (Mauritania). A unos y otros atacará a traición y sin piedad, porque la disparidad de sus fuerzas con las contrarias justificaba el método y los procedimientos. España lo hizo frente a los ejércitos de Napoleón y Francia ante las divisiones de Hitler. Sus resistencias no exigieron formalidades ni noblezas, solo resultados victoriosos. Subsistía una doble amenaza: Marruecos estaba rodeado por ejércitos europeos y africanos, cohesionados por la lealtad de sus batallas compartidas. Mohammed V vaciló: se jugaba el trono y los hijos, su vida. El príncipe convenció al rey: “atacaré a los españoles, la debilidad de Franco hacia ti les hace a ellos débiles”. Los guerrilleros del príncipe marcharán sobre Ifni y el Sáhara Occidental. Mohammed V supo de su partida con angustia. Buen padre de familia y persona de paz, era radicalmente opuesto a su heredero, hombre de guerra en cualquier paz. De los guerrilleros pocos volverán, su jefe político y príncipe no les hará el menor caso, pero el padre del príncipe les ofrecerá su consuelo y protección.
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4. Patrias sacrificadas para feliz conclusión de un Protectorado (1956-1959)
En 1956, dos años después del bofetón del presidente Eisenhower al orden colonial franco-británico imperante en Suez, emancipado el Egipto de Nasser, la verdad virgen miró hacia el Extremo Occidente y allí descubrió viril esposo: Marruecos recuperaba sus históricas libertades. Aquel titular a toda plana del ABC (7 de abril de 1956), en el que, con mayúsculas al cuerpo veinte, se decía que “El Gobierno Español reconoce la independencia de Marruecos y su plena soberanía”, era tal sinsentido como afirmar, con toda seriedad, que España reconocía la libertad de navegación en los mares o el vuelo libre de las aves. La orden de retirada al ejército español no se hizo esperar: los primeros documentos conminatorios llevan fecha del 9 de abril. El repliegue se planteó a largo plazo: tres años mínimo. Al final fueron cinco. Y pudieron ser el doble. En la madrugada del 23 de noviembre de 1957 más de dos mil voluntarios del Ejército de Liberación atacaron en masa el anillo de puestos españoles en Ifni. Pese a las numantinas defensas que se dieron en diversos puntos, los atacantes aniquilaron o capturaron a sus defensores y fueron contra la capital. Para sorpresa de asaltantes y asaltados, en Sidi Ifni no hubo otro Annual. Llevada de su impulso, la marea guerrillera se desvió hacia su flanco izquierdo, embutiéndose en las defensas del Sáhara, donde fue contenida. El ejército español del sur solicitó refuerzos a su hermano del norte. Este otro ejército había llegado a sumar 70.859 hombres, de los que 12.572 eran normarroquíes. Hermanos de bandera hasta 1956, no había una sola fuerza en África y Asia Menor que pudiera hacerles frente. Pese a su forzosa segregación, seguían siendo fuerzas fortísimas por separado. A su frente, ciento veintisiete “oficiales moros” —así se les localiza todavía en nuestros archivos militares—; y en su pecho quinientos suboficiales, punzantes como lanzas. Guerreros por educación familiar y tradición social, lucían sus cicatrices: los últimos años (1926-27) de la guerra del Rif y los tres de nuestra contienda civil. Nadie los igualaba y se acantonaban en coraje y experiencia: desde niños llevaban la guerra en su cabeza. Después de diecinueve meses de insistentes mermas sobre sus efectivos, los setenta y un mil del norte eran cuarenta y cinco mil, de los que 27.531 acantonaban en sus cuarteles del Garb, Rif y Yebala (antiguo SHM, Sección África, Memoria del Repliegue a Soberanía de las Fuerzas Españolas en Marruecos). De aquellos doce mil quinientos, tres mil saludaban aún a
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la bandera española. Los restantes nueve mil se habían alistado en las FAR (Forces Armées Royales, en adelante, Fuerzas Reales); retornado a sus faenas en el campo; sustituido a sus padres en el comercio, abierto diminutas peluquerías, regentaban bulliciosos cafetines o conducían remendados taxis. Pero si algunos jefes de esos tres mil les hubiesen convocado para que se presentaran voluntarios para defender la independencia del norte, todos habrían dado un paso al frente. Y los tres mil hubiesen sido doce mil. Cinco años de guerras y dieciséis de paz cuestionada, arma al brazo y ojo atento, no podían borrarse por el hecho de arriar una bandera y alzar otra en su lugar. Aquella petición para el envío de refuerzos, que el sur español hiciera al norte hispano-marroquí, fue atendida. El 9 de enero de 1958, la IX Bandera de la Legión embarcaba en el Virgen de África, en Ceuta, rumbo a Villacisneros. Otras tres banderas apretaban sus filas en el Sáhara. Entre los cuatro batallones legionarios sumaban dos mil trescientos cincuenta y siete efectivos. Ese mismo miércoles 9 de enero zarpaba de Valencia el Dómine, con los ochocientos veinticinco hombres del batallón Guadalajara, a los que se unieron los ochocientos treinta integrados en el San Fernando, embarcados en Alicante (Diego Aguirre: 1988, 377-391). La España de Franco desguarnecía sus plazas africanas y mentía a sus movilizados peninsulares: a los soldados del Guadalajara, veteranos del humanitarismo tras pelear durante seis semanas en “la batalla del barro”, aquella marea de lodazales que a Valencia sepultase en las catastróficas inundaciones de 1957, una vez en cubierta, uno de sus oficiales los puso firmes y anunció: “Nos dirigimos al área de maniobras”. Pero las costas de España quedaron atrás y “al oscurecer del segundo día nos dimos cuenta de que estábamos en pleno Atlántico” (testimonio de Vicente Penadés, presidente de la asociación de excombatientes del Guadalajara 20). Aquellas maniobras duraron un año. 5. Los cautivos de Axdir tuvieron hijos y presos fueron del Marruecos alauí
El 18 de enero de 1958 terminaba la segunda fase del repliegue español. Faltaban diecinueve días para la contraofensiva franco-española, codificada como operaciones Ecouvillon y Teide. El ataque combinado demoró su arranque por las tumultuosas consecuencias derivadas del bombardeo de una situación delicada. Precisiones: cuatro soldados franceses, capturados por las guerrillas argelinas e internados en Túnez, padecían malos tra-
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tos. Desafío calculado. Perdió la Francia militar sus nervios y el general Jouhaud, jefe de la Aviación, decidió bombardear su propia impotencia. El 8 de febrero, dos escuadrillas arrasaron el poblado tunecino de Sakiet Sidi Yussef. Resultados: cien heridos, setenta y dos muertos, doce de ellos niños. Y Francia en la picota planetaria. La sociedad francesa se sintió sobrecogida y avergonzada. El Gobierno Gaillard se dispuso a morir en la Asamblea Nacional y el clamor internacional fue a más. Franco, temeroso de otro aislamiento, desastroso para su política de conciliación, previno al ejército del sur sobre cualquier exceso de celo: “Se nos repitieron, verbalmente, tajantes órdenes de limitarnos a defender nuestro territorio, nada de perseguir al enemigo en suelo marroquí o liberar a nuestros camaradas cautivos” (Conversaciones con el coronel José Frías O’Valle, 1988). El ejército español del sur, sin otro recurso a su alcance que la disciplina, padecía esos martirios, multiplicados por nueve y desde hacía tres meses. Treinta y tres de los suyos, capturados en Ifni tras defender, bajo condiciones extremas, los puestos de Hameiduch, Tabecult y Tamucha, habían sido internados en Marruecos y trasladados de un poblado-cárcel a otro hasta acabar en Akka ¡doscientos cuarenta kilómetros al este de Sidi Ifni! En Akka se unieron a los secuestrados en Cabo Bojador dos soldados de Transmisiones, tres civiles y dos mujeres. Cuarenta españoles cautivos de la inmensidad desértica. Inviable toda huida. Transcurriría año y medio hasta saberse lo ocurrido en Tabelcut. El teniente Felipe Sotos, quien junto con doce hombres defendía la posición, tenía que velar por las vidas de la esposa, embarazada, del cabo de la Guardia Civil del puesto y los hijos del matrimonio: dos niños de solo tres y cuatro años de edad. Aquel 23 de noviembre, unos ciento veinte guerrilleros atacaron Tabelcut. Sotos y su gente rechazaron la primera embestida, no la segunda. Acorralados, los españoles se hicieron fuertes en el primer piso de la casa-cuartel. Debajo de ellos, el enemigo. Temieron ser abrasados o volados. Esos niños los salvaron. El 25 de noviembre, agotada el agua, que los sitiados atesoraban en un cubo —para dieciséis personas—, sin nada para comer y con sus últimas municiones en la mano, Sotos aceptó las condiciones de un parlamentario, con bandera blanca, que resultó ser “el caíd de Tiznit (ciudad marroquí situada cuarenta kilómetros al norte de Ifni) enviado por el gobernador de Agadir para hacerse cargo del puesto en representación del Gobierno marroquí”. ¡La guarnicion de Tabelcut iba a rendirse al Reino de Marruecos! El teniente, más furioso que desconfiado, exigió pruebas.
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Y a su presenœcia llevaron a “Sidi Said, conocido por los defensores”. Era un jefe ifneño de la región y desertor confeso, al que “acompañaban cuatro policías marroquíes de uniforme, con metralletas”. Sin más preámbulos, los montaron en un camión que les llevó hasta Mirleft, en territorio marroquí. Al día siguiente, de madrugada, los despertaron, asegurándoles que “su autobús estaba preparado”. Ilusionados con llegar a Agadir, donde imaginaban ser canjeados, al intentar salir se les contuvo con inesperada brusquedad, advirtiéndoles: “De uno en uno”. A todo el que traspasaba la puerta, dos guerrilleros lo encañonaban y otros lo maniataban. El autobús era el mismo camión del día anterior (Casas de la Vega: 2008, 609-615). Así acabó la primera y única capitulación, en campo abierto, de un destacamento español ante fuerzas armadas de un gobierno marroquí, reconocido, en persona, por españoles derrotados bajo el número y el estupor. Los cuarenta cautivos fueron trasladados a Egleimin y Akka. Después, por etapas que duraban semanas o meses según el capricho de sus carceleros, más poblados-cárceles: Unein, Tali, Assarag. Aquí volvieron a quedar incomunicados, pero sin puertas en sus celdas. El desierto era su absolutista guardián. Nada sabían de sus familias ni de la guerra, nada tampoco de cuándo serían libres. El 5 de mayo de 1959, Mohammed V hacía entrega oficial de los prisioneros españoles, en el Palacio Real de Rabat, al “embajador de España, Cristóbal del Castillo” (ABC y La Vanguardia Española, ediciones del 9 y 10 de mayo)”. Error intencionado, porque el señor Castillo no era el embajador, sino José Felipe de Alcocer y Sureda, quien ostentaba tal rango en Rabat desde agosto de 1956. Alcocer había sido el guía de Mohammed V en su visita a El Pardo, donde aquel sábado 7 de abril Franco lo reconociese como rey de Marruecos y lo ungiera con una bendición que nunca agradeció: la santísima paciencia de España. Todo apunta a que Alcocer, enfrentado al aviso humillante de recibir a los españoles liberados en el palacio del rey enemigo, siendo embajador de Franco, tan excautivo era el dictador de España como la diplomacia española. Y por eso se opuso a que su rango y representación formaran parte del decorado alauí. Los cuarenta excautivos se mantenían en pie, aunque faltaba uno: el hijo que llevara en su vientre la esposa del guardia civil de Tabelcut había nacido muerto en Agadir, pues hasta allí fue conducida la parturienta, pero ya era tarde. El único niño de la España africana de Franco, nacido en tierra de cautivos, allí fue enterrado. Sus padres y los restantes prisioneros habían cumplido dieciocho meses de cautividad, tantos como
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los españoles que sobrevivieron al desastre de Annual y a las consecutivas matanzas habidas en Dar Quebdani, Monte Arruit y Zeluán. Que sucedieran tales cosas treinta y ocho años después del suicidio del general Fernández Silvestre y la muerte de la casi totalidad de su ejército en el Rif de 1921 debió alertar a Franco y sus ministros sobre el porqué se repetían situaciones tan dolorosas para España. Ni el dictador ni sus vicepresidentes ni demás miembros de sus gobiernos dejaron escrito testimonio alguno, que se sepa, sobre esa entrega de prisioneros y sus cruficantes antecedentes. Aquel domingo 28 de enero de 1923, cuando los trescientos veintiséis españoles supervivientes de las lúgubres casas-prisión de Axdir, embarcados el día antes en el Antonio López, desembarcaban, exhaustos y medio muertos, en los muelles de Melilla, para recibirlos estaba el pueblo, no las instituciones. No hubo ese día noticia alguna de Alfonso XIII ni de García Prieto, jefe de su Gobierno, ni del ministro de la Guerra, que entonces era Niceto Alcalá Zamora, ni de Luis Silvela, alto comisario de España, ni siquiera del comandante general de Melilla, Pedro Vives Vich. Todos tenían compromisos ineludibles, empezando por el rey: “Estaba en Doñana, invitado a una cacería por el duque de Tarifa, Carlos Fernández de Córdoba” (Pando: 1999, 338). Comprendemos que Franco no quisiera hacer lo que Alcocer se negó a padecer el 5 de mayo de 1959. Pero pudo recibirles en Ceuta, adonde llegaron todos e igual de enflaquecidos; incluso en Algeciras, donde desembarcaron el 7 de mayo. La bahía algecireña no cae lejos de la onubense Doñana... Y hasta comprendemos la fatiga de Franco tras haber presenciado el XXI desfile de su propia apoteosis, medida en horario y con titulares: “Noventa minutos duró la gran parada militar conmemorativa de la victoria”. Acontecimiento que, dos días antes, con grandes mayúsculas, fue titulado: “Hoy desfile de la Victoria”. Cuando el subtítulo, discreto en su tamaño, contenía la máxima importancia: “Tomarán parte en la gran parada los paracaidistas del Ejército de Tierra, que lucharon en Ifni” (ABC, ediciones del domingo 3 y martes 5 de mayo de 1959). La ciudadania madrileña y con ella la española, quedó admirada. ¿Entonces es verdad que hubo una guerra en Ifni? Y otra en el Sáhara. Algunos madrileños recordaron entonces que no solo esa guerra había sido radical certeza, con sus muertos, heridos y prisioneros, sino que ellos mismos habían coadyuvado a su conclusión. Con un procedimiento espontáneo, pero tan resolutorio, que el Generalísimo reconoció los hechos bélicos al reconocerse él mismo vencido.
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6. La guerra que Franco perdió en vida y la que Ufkir ganó para su príncipe
En abril de 1958 un suceso y la consecuencia del mismo se dieron en Madrid con una diferencia de solo cuatro días: abucheos y silbidos a la escolta personal de Franco y la terminante decisión del dictador en contra de su propia guardia. La guerra de Ifni y el Sáhara parecía terminada, no sus secuelas. La ofensiva franco-española, finalizada el 24 de febrero con indudable éxito, pues el Ejército de Liberación quedó diezmado y puesto en desbandada, aportó sus listas de bajas, menores de lo esperado, pero aun así doce fueron los muertos y cuarenta y seis los heridos. A estos se sumaban los heridos o enfermos graves no recuperados de otros combates. En consecuencia, las familias españolas recibían notificaciones de sus hijos fallecidos o de los todavía ingresados en los hospitales de El Aaiún, Las Palmas o Villacisneros. Y el régimen sin inmutarse. Los familiares de los cuarenta prisioneros, cifra prohibida por su trascendencia social y política, ninguna noticia recibían y Franco mudo. Inmutable el dictador, enmudecida la prensa del régimen, bajo inmutabilidad manifiesta quedó el pueblo. España, país de inmutables en democracia orgánica: de arriba a abajo. Estudiada la secuencia de los eventos franquistas entre los meses de marzo y abril de 1958, una ceremonia protocolaria de no especial relevancia atrajo mi atención: la presentación de cartas credenciales de los embajadores de Haití —Placide David— y Venezuela —general José Guerrero Rosales. El recorrido de ambos, en sus borbónicos carruajes, terminaba en el Palacio de Oriente. Franco se sentía monarca elegido. Por el dios de las batallas o por gracia divina. Su complacencia al servirse de los símbolos del poder monárquico venía de antiguo. Pétain, al poco tiempo de residir en Madrid como embajador, había descubierto esa otra debilidad de Franco. En su Informe del 31 de octubre de 1939, el mariscal escribió: “Franco se instala cada vez más en el lugar del rey” (Séguéla: 1994, 48). Aquel 10 de abril de 1958 los madrileños se rebelaron contra el Generalísimo al protestar por la presencia de su guardia, integrada por normarroquíes. Fue un Dos de Mayo asimétrico: merecidísimo para el dictador avergonzado; inmerecido para los que dieron la cara por él como hicieron en tantas batallas y en las paces desperdiciadas. No hubo navajazos goyescos que hendieran los ijares de encabritadas monturas imperiales, ni sablazos de mameluco sobre cuellos y cabezas de amotinados. Pero la pitada contra
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la columna a caballo, de tan cerrada que fue, la tensó de punta a punta y lágrimas de rabia surcaron rostros rifeños o yebalíes. Franco, arrebatado de ira, dicen que parecía Murat redivivo, pero alguien supo aconsejarle: Mi general, disuelva la Guardia Mora. Cuatro días después, el 14 de abril, fecha por azar que a los funcionarios de la Secretaría de Presidencia —dependiente del ministro Carrero Blanco—, en nada les molestó, firmada la orden de su disolución, la Guardia Mora en papel se convirtió y a los archivos pasó. De sus cerca de trescientos efectivos, doscientos treinta optaron por el licenciamiento. Los demás regresaron a Marruecos y unos pocos se quedaron en España (López Jiménez: 2010). Por esos días de sublevada primavera, Marruecos padecía los conflictos entre istliqualíes y excombatientes de la ALN (Armée de Libération Nationale). El exprotectorado perseveraba en su desmantelamiento. Con centinelas. El 19 de mayo de 1958, “una compañía de fusiles del Tercio IV de la Legión fue a reunirse, en el Peñón de Vélez, con la Sección que ya tenía allí destacada” (Memoria del Repliegue a Soberanía, 64). Los españoles prevenían ulteriores males sin tener ni idea de cuáles podían ser. No podían imaginarse que la exhumación de un cadáver, enterrado tres años atrás, pudiese afectarles. Y es que en el Rif, al igual que en España, los muertos trascendentes nunca mueren, tan solo dejan de aparecer en público; viven en la memoria de las gentes. El 27 de junio de 1956, el cuerpo de Abbas el Messaaîdi, líder rifeño de la ALN, había aparecido en Fez, mutilado con brutal saña. La conmoción en el Rif fue enorme. Al transcurrir los meses y los años sin decisiones judiciales, sus partidarios solicitaron autorización para exhumar sus restos. La administración alauí, dominada por funcionarios istliqlalíes, denegó tal permiso. En el crimen estaban implicados, por inducción o silencio cómplice, gentes entonces de Palacio, como Mehdi Ben Barka, quien luego desa parecería en el París de 1965. Los fervorosos solicitantes no se arredraron. Y en octubre de 1958, en noche por precisar, recuperaron lo poco que aún quedaba del valiente Messaaîdi y con él se fueron al Rif. Viaje tremendo, de furia y pena, concluido en Al Hoceima, el nombre que merecía Villa Sanjurjo. Hubo segundo entierro. Y al finalizar, doliente manifestación cívica por la pérdida del héroe. La multitud fue disuelta como solían disolverse, en Marruecos y España, las manifestaciones contrarias a sus regímenes: a tiros. Y el Rif, yesca eterna a la espera de fuego, se incendió. Entre revueltas y represiones, pasaron dos meses. Y de repente, el rayo. Que fue alauí para dolor de tantos. Su látigo cegador impactó en las playas
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de Alhucemas para después culebrear a lo ancho y largo del Rif. Las Fuerzas Reales desembarcaban como fuerza de invasión. Quince mil hombres con órdenes de hacer un escarmiento. Otros cinco mil, en columna motorizada procedente de Nador y Midar, llegaban. La tenaza se cerraba. El príncipe Muley Hassán (futuro Hassán II) era su comandante en jefe. En ningún momento intervino sobre el terreno; limitándose a inspeccionar su cumplimiento y aceptar sumisiones, siempre que hubiera supervivientes. De todo eso se encargaba la mano del rey, el comandante (luego general) Mohammed Ufqir, al frente del mando táctico. El Rif, al sublevarse contra los abusos de los dirigentes del Istliqlal (Independencia), la fuerza nacionalpopulista de Alal-el-Fassi, reconocida como el partido de palacio, desafiaba a la monarquía y al rey. Debía pagar por ello. A Mohammed V le repudiaban esas intenciones; sobre todo que personas de su entorno estudiaran cómo y cuándo ejecutarlas. El Bien Amado se sentía muy molesto —tal vez por un cáncer en el recto, aún no manifestado—; se hallaba débil en fuerzas y depresivo en ánimo, pues los informes diplomáticos españoles de la época insisten en tales síntomas. Mohammed V mantuvo a su primogénito como cabeza del ejército y a Ufkir como su maza. Entre los dos aplastaron al Rif. La artillería desembarcada indultó algunas casas de Axdir y otras en Al Hoceima, pero sin escarbar en esas heridas. Esperaba a la infantería y esta, a su vez, aguardaba a la aviación. Que era francesa en la mayoría de sus pilotos; en la naturaleza de sus cargas —cohetes de sesenta y ocho milímetros, bombas de napalm de los arsenales repatriados de Indochina o los que Estados Unidos repuso—; en la totalidad de su despliegue, en forma de arco invertido, su interior repleto de bases aéreas situadas a un lado y otro de la frontera entre Marruecos y Argelia. Las flechas de sus escuadrillas apuntaban al corazón del Rif. No todas fueron disparadas. Las designadas cubrieron sus cuadrículas de objetivos con desigual precisión, pero no fallaron en sus pasadas rasantes con napalm. Los aviones cogieron altura para apartarse de los hongos de fuego y se fueron en dirección este-sureste. La infantería alauí tomó el relevo. Armada con lanzallamas, no tenía prisa, sí múltiples objetivos a la vista. Los convirtió en antorchas. El que fuera Rif Libre con los hermanos Abd-el-Krim, luego el más firme aliado de España bajo los comisariatos de Varela y García-Valiño, había derivado en el Rif del Rey, viéndose empujado a un precipicio ardiente a los treinta y cuatro años de abrirse a sus pies el dispuesto por el alfonsismo químico, al que el consorcio Stoltzenberg facilitase los compuestos y las técnicas de uso, en revulsiva demostración del industrialismo de la Repú-
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blica de Weimar. Sus efectos ulcerosos se vieron en los barrancos de Morro Viejo, en las azotadas cumbres de los Malmusí, en la yperitada batería del Yebel Seddun, monte cañonero que tuvo al Peñón hispano en su tenaz mira durante cinco años (1921-1925). En 1959 el corazón del Rif ardió pero sin llegar a carbonizarse; de la misma forma que su mente resistió entre 1923 y 1926. El milagro de ambas supervivencias, frente a uno y otro martirios, residía en su espíritu. Toda carne abrasada putrefacta queda y muere; toda nación con alma inmune es al fuego. Llegado febrero de 1959, cielos de un azul oceánico, deshabitados de nubes, actuaban como abovedado apósito curativo sobre las llagas de una población trastornada por los cúmulos de benceno, omnipotentes en enero. Una quietud de panteón tendía su manto sobre los campamentos españoles recién clausurados: trece en el Garb y Yebala, seis en el Rif. De los otros dieciocho todavía ocupados por las tropas hispano-marroquíes llegaban ecos de mudanzas: escapes de camiones, motocicletas, autobuses. De algunos barracones se elevaban sutiles columnas de humo: los españoles quemaban promesas y propósitos de enmienda, incluso sus remordimientos. Convertidos en cenizas, por las chimeneas volaron. Hacía frio, helaba y faltaba leña. Manuales de las severas ordenanzas militares acabaron en las estufas. Ningún sentido tenía el conservarlos. España había faltado a su palabra militar con quien fuera su más duro enemigo y luego su más cándido aliado. Eran tiempos de pésames en voz baja, no de inútiles relecturas. El Rif buscaba a sus desaparecidos. España a su extraviada fe en sí misma. El primero encontró a más de los que esperaba, siendo muchos los no aparecidos. La segunda aún sigue buscando. Empeño pone, suerte no tiene. 7. Saldos de una regencia y tentadora permuta: Marruecos por Cuba
El 5 de noviembre de 1899 tenía lugar, en el salón del trono del palacio real, una ceremonia de asimetrías: el príncipe Albrecht de Prusia, sesenta y dos años, hombretón afable y regente de Brunswick, reino cuya extensión de 3.965 km2 ni a la isla de Gran Canaria igualaba, imponía a un Alfonso XIII de trece años, rey de un país sin imperio que ni al hombro le llegaba, la imperial Orden del Águila Negra. Tan rutilante condecoración era la manera elegida por la opulenta Alemania de Guillermo II —sobrino de Albrecht— para dar las gracias al arruinado rey-niño tras consentir su madre y regente, María Cristina de
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Habsburgo, en saldar sus últimos dominios en el Pacífico, los archipiélagos de las Carolinas, Marianas y Palaos. El lote completo por veinticinco millones de pesetas. Dado que la compra concernía a veintitrés islas de aceptable tamaño, más mil cuatrocientos atolones e islotes, el precio de unas con otros era tal baratura que no había memoria de negocio semejante en el mercado colonial: a 17.568 pesetas resultó la isla-atolón de la Micronesia española. El monto de aquella liquidación suponía el 1,12% de los 2.225 millones de deuda que España arrastraba tras sostener tres guerras en Ultramar, perder la última y quedarse sin fuerzas, sin su mejor sueño y sin fe. El 26 de abril de 1898, al día siguiente de que el presidente McKinley firmase la declaración de guerra a la aturdida España de Sagasta, el conde de Benomar, Francisco Merry y Colom, firmaba una carta anexa a un memorando suyo, antecedido por el aviso de “Muy Secreto” y se lo dirigía a la reina para serle entregado en mano. En el texto, manuscrito por ambas caras en la impecable caligrafía del diplomático catalán, prevalecían la lógica militar —España no podría derrotar a los Estados Unidos— y una subyugante tentación: a lejano imperio perdido, imperio próximo recibido. Desde el otro lado del Estrecho. Merry volvió a escribir a la regente el 1 de junio, al cumplirse un mes de la destrucción de la escuadra de Montojo en Cavite bajo la artillería de los buques de Dewey. Entendía Merry que aún había tiempo para que el abatido Gobierno liberal propusiera a EE. UU. “la venta de Cuba por 400 millones de dólares-oro”. El conde exponía su convencimiento de que “las grandes potencias adjudicarían a España el Imperio de Marruecos” (AGP: Cajón 18 / Expediente 6). Si Merry, exembajador en Roma y Tánger, muy prestigiado desde que ocupase el mismo cargo en el Berlín de Bismarck con ocasión de la Conferencia de 1885, en la que se pactase el reparto de África, razonaba con desparpajo sobre el trueque de poderes y territorios, era porque las defunciones imperiales de España y Marruecos se consideraban acto clínico inevitable desde entonces. Ante la evidencia, lo más práctico e importante era distribuir, en buena armonía, la herencia de los desahuciados y así celebrar en paz sus funerales. Lo que proponía Merry no era cosa rara, sí a destiempo. En día por precisar de enero a febrero de 1898, Stewart Lyndon Woodford, embajador estadounidense, ofreció a España la compra de Cuba por trescientos millones de dólares. Del todavía neblinoso ofrecimiento de Woodford, sugerido a Moret como ministro de Ultramar o a la regente en San Sebastián, pruebas escritas no se encuentran. Pero las de Merry en palacio siguen. Merry había
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puesto cien millones más. La diferencia no era para comisionistas al acecho, sino por valorar la zozobra de McKinley al afrontar dos guerras, una en cada hemisferio. Evitarlas tenía un precio. Preocupaciones mayores las había padecido Prim en 1869, por cuanto ni tenía ejército ni flotas ni dinero, además de enfrentarse al imperativo de las distancias bajo el tictac del reloj oceánico: de quince a veintiún días de navegación entre Vigo y La Habana; un solo día de mar para enlazar Tampa (en Florida) con La Habana. De ahí su audaz pero coherente proposición al presidente Grant: “España tiene un problema y Estados Unidos expone una ambición. Le vendo el problema por 250 millones de pesos (125 millones de dólares-oro); yo pongo fin a la guerra y modernizo mi patria con ese capital y ustedes se quedan con su ambición, más la dictadura sobre el mercado mundial del azúcar” (Pando: 1995, 359-377). Aquel entendimiento Grant-Prim derivó en conjura triangular: la Capitanía General de la Habana, a su frente Antonio Caballero de Rodas, íntimo amigo de Prim y a quien debía su nombramiento, no dudó en amenazar de muerte a quien era el ministro de la Guerra y jefe del Gobierno tras enterarse de sus propósitos pactistas (ARAH: Correspondencia Cab. de Rodas, tomo II, Sig. 9/7537). Los odios confluyentes que el general Serrano y el duque de Montpensier tenían a Prim pusieron el dinero y los asesinos, aunque no todos los pistoleros. Quedó España sin Prim ni revolución industrial, Cuba sin libertades ni reformas y Marruecos privado del mejor centinela posible para protegerlo de España misma. Aquel Prim batallador, nunca enemistado con la lucidez, tras haberse impuesto a las harcas de los uadrasíes, defensores de Tetuán, el día antes de salir de la capital de Yebala para regresar a su patria, escribió carta a O’Donnell, presidente del Gobierno y comandante en jefe, advirtiéndole: “Nunca más deben volver nuestras tropas a pisar tierra de Marruecos, regada por sangre española”. Prim fue el mejor vigia de crisis a la vista que jamás tuvo España. 8. Presupuestos para repatriaciones y modelo de victoria sin entrar en guerra
En septiembre de 1898, cuando a los puertos de España comenzaban a llegar ejércitos de espectros, las espadas coloniales habían sido desenvainadas, en África, por británicos y franceses. Aquellos aparecidos parecían muchos, habiendo sido muchísimos: 223.250 soldados embarcaron para defender la españolidad de Cuba y Filipinas. Regresaron 169.678. La diferencia,
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53.572, bajo tierra, en nichos o en los océanos. A los supervivientes se les prometió “5 pesetas por mes de campaña, de media, 160 pesetas por hombre”. Y el dinero dispuesto: “Treinta y cinco millones esperaban a esos tercios navegantes” (Pando: 1998, 97). Aquellos millones alistados para los excombatientes de Ultramar no se les entregaron. Y ellos murieron de pena y soledad, enfermedades que matan más que el cólera, las balas o la metralla. Aquella españa (en minúscula) se cubrió de soldados menesterosos, cuando el indigente era el Estado al carecer de moral. Esto nos previene sobre las deudas que España contrae con quienes lo dieron todo por ella, sea la familia o la vida, incluso ambas. Esa ilegitimidad del Estado demanda la revaluación de políticas distintas, las que evitan guerras a sus pueblos o les permiten sobrevivir a guerras impuestas. El referente subsiste: Francia mantiene sus libertades y soberanía nacional desde 1898. Dado que esa misma nación, al salvarse entonces, pensó en España para entrar juntas a la vez en aquel Marruecos preprotectoral, lógico es que reconstruyamos las circunstancias y los objetivos de aquella acción trascendente, que tanto nos afectaría, y aún afecta a los españoles, pues todavía no hemos aprendido la lección: compartir es asegurar la vida de dos o más amenazados por terceros. El 18 de septiembre de 1898, una columna francesa, acampada en Fashoda (Sudán) adonde había llegado tras titánica marcha de catorce meses con la intención de cortar en dos el África británica al unir Brazaville, en el Congo, con Yibuti, a orillas del Índico, veía arribar una flotilla de cañoneros, Nilo arriba, que remolcaban grandes barcazas con infantería y artillería. El jefe de los desembarcados, Kitchener, fue cumplimentado por Marchand, al mando del destacamento galo. Kitchener presentó sus números: doce a uno en soldados, dieciséis a cero en ametralladoras y cañones. Marchand señaló a su estandarte. Insistió el general inglés y el capitán francés repitió su ademán: mi bandera se queda ahí y yo con ella. Kitchener decidió incomunicarlo. Marchand y los suyos —doce oficiales y suboficiales con ciento cuarenta senegaleses— se rendirían por hambre y falta de noticias. La altivez de Marchand enardeció a Francia y enfureció a Inglaterra. Los bloqueados, aburridos y malcomidos, resistieron mientras su jefe se las ingeniaba para enviar y recibir despachos. Bajo una tensión política y social que empujaba a Francia e Inglaterra hacia guerras antiguas, movilizadas sus flotas y escuadras periodísticas, Marchand recibía órdenes de ministros en pie de guerra y consejos de un ministro que solo temía a una futura gran guerra: Théophile Delcassé, editorialista y articulista de fama, nuevo ge-
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rente del Quai D’Orsay. Su consejo era siempre el mismo: Fashoda nada importa, lo que cuenta es Francia. Y cuando Marchand dudó, le aclaró: No podemos ser enemigos de Inglaterra, la necesitamos como aliada para vencer a Alemania en la guerra que viene. Marchand se mostró tan de acuerdo con esas tesis que resistió el acoso bélico-ordenancista de los tres ministros de la Guerra —generales Cavaignac, Zurlinden y Chanoine— que le tocara soportar durante la crisis. El 3 de noviembre la enseña tricolor fue arriada en Fashoda, pero su altivo guardián, ascendido a comandante, se la llevó desplegada, con los tambores ingleses redoblando honores. Esa retirada se vivió en Francia como un segundo Waterloo. A su regreso, Marchand cruzó el Hexágono vitoreado por las multitudes, mientras que Delcassé era abucheado y amenazado. Ambos triunfaron sobre los prejuicios y errores de tantos para asegurar el triunfo final de su patria. Esa guerra que llegaba los alcanzaría en 1914, distancia sobre los hechos sudaneses que prueba la calidad intelectiva y ética de los protagonistas de este episodio. Fashoda se mantiene hoy como el más concluyente ejemplo de la supremacía del poder civil sobre el militar y con beneficios incuestionables a largo plazo. Al abandonar Sudán los franceses, los ingleses recuperaron la paz mental: sus comunicaciones Atlántico-Índico vía Gibraltar-Suez, aseguradas; sus ansiedades por la ruptura del eje Egipto-Suráfrica, disipadas. De verse acosada en el Alto Nilo y apartada de su pujante colonia en el Cabo por una barrera de países-fortín del imperialismo galo, la reina Victoria pasaba a ser Señora Única del noreste, oriente y sur africanos. Y todo sin un tiro, sin un muerto ni un mal gesto. El Gobierno de Lord Salisbury, abrumado, no sabía cómo mostrar su agradecimiento. El donante le respondió con un cordial c’est ne vaut pas la peine. Pero sí la merecía. Delcassé tenía decidido el regalo: un imperio muerto y otro que reunía el mayor vigor militarista y con planes de conquista actualizados. Marruecos más Alemania fueron las exquisitas piezas adquiridas por Francia en aquella subasta de Fashoda a la que solo se presentó un pujador, vestido de insólita manera: llevaba levita de ministro y en la cabeza un salacot. 9. Una diplomacia consigue sus fines (Francia) y otra los pierde (España)
En la inmensidad del mapa colonial de África, Marruecos no parecía gran cosa. Pero el territorio dominado por el sultán reinante —Abdelaziz—, sumado al que en su día tuvieron los sultanes de anteriores
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dinastías, equivalía a Francia. Enfrente España, ese viejo reino vencido con una espina clavada en su frente: Gibraltar. Inglesa y medio atlántica, la Roca observaba con recelo a Tánger, intacta en su atlantidad absoluta, sin importarle la Ceuta española. A la derecha de esta, un continuo alboroto de montañas insumisas, alineadas como borde (er-rif) del África más altiva frente a la Europa intrigante. Por debajo, valles fértiles, ríos auténticos, capitales imperiales, la imponente barrera atliense y el desierto sin fin. Tan grande que se salía del mapa, cubría desde el Atlántico al Mar Rojo. Delcassé supo, en el acto, la política a seguir. Ofrecer a Inglaterra la neutralidad de Tánger y a España esas cordilleras sin bandera, más todo cuanto pudiera del imperio xerifiano. A partir de Ceuta fue bajando, despacio, su regla milimetrada hasta detenerla en Kenitra, desembocadura del Sebú. En ese mágico momento, Fez pasó a ser ciudad imperial española. Delcassé se apartó, satisfecho, del mapa de Marruecos. España no podría quejarse e Inglaterra nada. Francia se contentaba con un universo arenoso con inconexa salida al Atlántico. No cabía mayor humildad. Después del Sudán, donación mayor. Delcassé sabía el porqué: la flota francesa era mala por lo obsoleta y la dudosa capacitación de sus almirantes. Francia no podía arriesgarse a otro Trafalgar. Le había costado un siglo salir del primero. Si no podemos forzar el paso de Gibraltar, hagamos de la Roca inglesa la torre más alta y fuerte de una misma familia estratégica. Engrandecer Gibraltar. Esta fue la segunda tentación. Y Londres no la resistiría. Pasó un año y luego otro. Londres sabía ya, por Jules Cambon, las saludables intenciones de Francia. Francia esperaba que España dijese algo, pero el minué del turnismo todo lo paralizaba. En la primavera de 1902, Delcassé decidió precisar su oferta. Aquella destelleante diadema africana, en su centro la verde esmeralda de Fez, fue ofrecida a la España de Sagasta. El destinatario creyó morirse de la impresión. Recibía un país tan grande como Andalucía, parecido en su clima, incluso sus gestas eran afines. Una segunda España. Y entonces empezó la pesadilla: avisos, cartas, memorandos y telegramas entremezclados con negativas y protestas, modificaciones, recomendaciones y propuestas. Se había movilizado la España diplomática. La plataforma del desastre. El estudio de la documentación de la época conduce al vértigo, lleva al asombro y de ahí sube y sube hasta la indignación. Personajes como el sevillano Emilio de Ojeda, embajador en Tánger, que escribía o pedía audiencia a la regente saltándose al ministro de turno porque órdenes tenía de la
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mismísima reina o el canario Fernando León y Castillo, marqués del Muni y embajador en París, que se permitía el lujo de dejar pasar tres o cuatro semanas para contestar a cartas de ministros; más el duque de Almodóvar, ministro de Estado con Sagasta, falto de carácter para cesar a embajadores pavoneantes por su ambición, egolatría y tortuosidad; sin olvido del inepto y pusilánime Buenaventura Abárzuza, ministro de Estado con Silvela, que llegará a renegar de su patria en la sede de la embajada inglesa, todo lo atascaron, confundieron y empozaron. Víctima de esa colección de imprudencias y desplantes fue la regente. En agosto de 1902, al regreso de un viaje a Viena para ver a su anciana madre, no dudó en detener el tren en París para hablar con el presidente Émile Loubet. Sentada frente a su bondadoso interlocutor llegó a pedirle “la línea Rabat-Salé” reclamación exorbitante sugerida, a la reclamante, por el ministro señor duque de Almodóvar y por el embajador señor marqués del Muni. ¡Un trazado ajustado al paralelo 34! ¿Acaso los españoles cavilaban en recuperar Orán y apoderarse de Tlemcén y Uxda? Claro que cavilaban. Loubet se sintió irritado por tan enemistosa osadía y la regente quedó avergonzada como messagère d’autres. Como toda secuencia de errores tiene su colmo, este lo puso el mismo señor marqués. Llegado el 15 de noviembre de 1902, en paz los paralelos y Madrid reencontrado con la cordura, Almodóvar despachó a París su telegrama de conformidad con una sola palabra: “Guadalajara”. La contraseña para que León y Castillo firmase el Tratado. El telegrama se registró en la embajada, pero ni caso. Sin embargo, Almodóvar, que tenía sus cosas buenas, el día antes había puesto en el correo una carta a León y Castillo, justificándose por el retraso en enviarle esa contraseña. Almodóvar envió otra carta, esta vez con la conformidad del rey coronado, pues Alfonso XIII lo era desde mayo. Almodóvar no se fiaba del señor marqués. Con razón. El telegrama y las cartas quedaron sin acuse de recibo. Transcurrieron siete días. Siete. Y sin noticias del señor marqués. En tan insoportable entreacto se cruzó nimia solicitud francesa sobre el trazado de sus ferrocarriles hacia Argelia. Eran “modificaciones sin importancia” como León y Castillo reconocería años después, máxime cuando Delcassé estaba dispuesto a compensar esos pocos kilómetros ferroviarios en el norte con muchísimos kilómetros cuadrados en el sur. El embajador se puso a pensar sobre el mapa y sus desvelos confió a Guadalmina, uno de sus correos de gabinete. Guadalmina y el tren de París llegaron a Madrid el 25 de noviembre, pero Almodóvar no aparecía. La boda de su hija en Jerez de la Frontera y el funeral anticipado por el gobierno Sagas-
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ta, lo tornaron ilocalizable. El 3 de diciembre cayó el gobierno liberal y la diadema española en África por los sumideros de una embajada se fue. Lo hiriente del caso es que, en sus Memorias, León y Castillo, en referencia a esa palabra de aladino que “Guadalajara” representaba, mintiese al afirmar: “La contraseña convenida no fue telegrafiada” (León y Castillo: 1978, 206). El marqués del Muni falleció en 1918. Sus recuerdos, publicados en 1921, se reeditaron en 1978 y 2006. Tres veces fue impresa esa mentira. Y su descubridor, con razón, sostiene: “León y Castillo mintió en este punto para embellecer su vida y enmascarar su directa responsabilidad” (Pastor Garrigues: 2006, 1147-1164). La clave reside en aquellas personas que no solo mienten en vida, sino que las guardan entre escritos y testamentos, con lo cual las mentiras emergen cuando nadie se lo espera, pero también cuando ya han causado su peor daño. La cultura, la política y la milicia españolas, fascinadas por la poderosa fertilidad de los valles del Innauen y del Uarga, conscientes de las posibilidades atlánticas entre Arcila y Kenitra; absortas ante la majestuosidad del Medio Atlas que a la vista tendrían, respetuosas de la grandeza de Fez y la solemnidad de Uazzan y Xauen, ciudades santas ambas, habrían concentrado sus inteligencias y fuerzas, incluso sus oraciones, en la edificación de un genuino Protectorado, mundo equilibrado de convivencias y ayudas mutuas, de razones y defensas asociadas. El Rif, fiero y soberano, libre hubiera sido por décadas. Más adelante, esa España enjoyada por Delcassé hubiera podido ofrecerle escuelas e institutos, clínicas y hospitales, carreteras y puertos, la justicia y la paz. Incluso la independencia. Todo lo que España quiso donar al Rif cuando ella ya se iba. El viernes 8 de abril de 1904 Delcassé y Paul Cambon —su hermano Jules era entonces embajador en Madrid— firmaban, en Londres, la Entente Cordiale y el mundo fue otro desde ese día. Aquella alianza defensiva consolidó la salvación de Francia y afirmó su triunfo en 1918, no los desastres de 1940. Toda obra maestra en diplomacia debe ser actualizada, máxime si es responsabilidad de la nación creadora. La España de Maura firmó, el 3 de octubre siguiente, con la mano de León y Castillo, lo poco que Delcassé, bastante harto del embajador señor marqués, le ofreciera. Maura tuvo que dar su conformidad porque Alfonso XIII lo exigía, más la nefasta opinión predominante: la independencia de España solo podía asegurarse desde la otra orilla, con la posesión de Marruecos.
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10. La misa de Reims o sentida oración por España y por Marruecos
El 31 de agosto de 1961, el teniente general Alfredo Galera Paniagua firmaba, en Ceuta, la Orden General a sus tropas, en cuyo primer párrafo se decía: “En el día de hoy, cumplida la misión que España asignó a su Ejército en Marruecos, las últimas Unidades Militares Españolas han abandonado el Territorio Marroquí”. Recuperar no solo el modo redaccional, sino incluso el tono argumental del estereotipado parte de Franco con el que significase el final de la guerra civil, ni era lo procedente ni lo que se merecían aquellas tropas hispano-marroquíes, pero desde luego era todo un abandono. Binacional, moral y social. Abandonados dejaba España a los pueblos del norte y ella misma abandonada quedó en esa retirada, que todavía prosigue cincuenta y dos años después. Y es que aquella España, “en el día de nuestra despedida” (Memoria del Repliegue a Soberanía, 99-101), frase con la que el general Galera iniciaba el penúltimo párrafo de su Orden General, se despedía también de Marruecos, abandonándolo a sus iniciativas institucionales, que lo volverían a enfrentar con España y Franco, el orden inverso a lo presentido en 1953 por los franceses de Guillaume. España se despedía sin irse, cosa muy británica, pero contraria a la razón. Marruecos no por ello se sintió más libre, al seguir España dentro de él, pero no la cultural y emocional, que ambas son amadas, ni siquiera la militar, que es respetada, sino la estatalizada, la que no se mueve, la que no piensa ni previene nada, la que no honra ni se honra a sí misma. Faltó entonces y más en falta está hoy ese encuentro entre naciones de la mano de sus jefes de Estado. La lección estaba tan cerca que en solo once meses se confirmó. El 8 de julio de 1962, dos hombres de avanzada edad subían juntos las escalinatas de magnificente catedral gótica, pero con muescas de cañón en sus arquivoltas y en no pocos vitrales faltos aún de reponer. Las huellas de aquella gran guerra, a la que Marchand tanto temía y en la que Francia pudo sobrevivir gracias a él. Esos dos ancianos eran Charles de Gaulle y Konrad Adenauer, setenta y dos años el natural de Lille, ochenta y seis años el nacido en Colonia. Supervivientes de dos guerras mundiales. Nada más entrar en la colosal nave, vieron el altísimo palio y sus asientos. Enfrente, el altar de la historia. Ante él se arrodillaron y rezaron. Por los alemanes y franceses caídos en los odios sin sentido, en las guerras que creyeron ganar y al final perdieron todos. También rezaron por sus hijos y nietos, fuesen de fa-
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milia o de patria, que no caben diferencias entre ambos conceptos. Aquel día era domingo, así que esa misa de Reims fue bendecida y dignificada. Francia trataba de enterrar en Argelia su ayer más cruel, que la identificase como nación represora a la vez que sociedad sufriente. Alemania revivía, pese a los estigmas del nazismo y el amenazante ojo soviético. Ambos países fueron más libres desde ese domingo de julio. La Alemania federal se consolidó como estructura estatal y referencia económica; la Francia gaullista como modelo de soberanía política y cohesión nacional. Todavía lo es y será por mucho tiempo. España y Marruecos, de tan cerca que están, no se encuentran. Cuando son tantas las razones mutuas para sellar ese reencuentro. Una interrelación entre sus economías y sistemas productivos puede salvar a las juventudes de ambos países. España tiene hoy una tasa de paro juvenil de casi el 60%, superior a la de Marruecos. España es hoy, en lo laboral, la máxima preocupación de Europa. Presentemos un plan de recuperación económica y social no solo de España, sino de España con Francia en Marruecos y Argelia, con el Magreb y todo el Sahel, incluso extendiéndolo hasta el Nilo (Marchand nos sonreiría desde su paz) y el cinturón ecuatorial africano. Porque ya no se trata de salvar África, sino de salvar Europa a través de África, salvando las dos a la vez. 11. La Alianza Convincente frente a una política nacional intrascendente
Europa debe volcarse en África por su propia seguridad, pues la solidaridad solo la practican entidades como Médicos sin Fronteras u ONGs similares. Los estados nunca son solidarios, pero sí pueden serlo sus políticas. Debemos enviar ejércitos de arquitectos, educadores, enfermeros, ingenieros, proyectistas y reconstructores, que den trabajo para asegurar la alimentación y salud de los pueblos, incluso la supervivencia de la justicia, pero sin intervenir en la misma. No sería ni un antiprotectorado, escarmentado por su convulso pasado, ni un protectorado en minúsculas, fuerza que quiere pero no puede. Debe ser una acción tutorial colegiada de la Unión Europea, con un mando militar único y un alto comisario económico. Que responderán ante el Consejo de Europa, que refrendará su gestión o los cesará. Podemos hacer esto o lo contrario: nada. Si optamos por esto último a nadie extrañará, porque es nuestra política corriente. Ante tal posibilidad procede recordar una obviedad y señalar una tendencia, subdividida en tres trayectorias. Empecemos por lo obvio: la Penín-
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sula Ibérica no es la escandinava. Estamos en primera línea: excelente posición para avanzar, pero muy mala para retroceder, porque toda vanguardia se convierte en retaguardia en cuanto un ejército o una política se dan la vuelta. Primera trayectoria: la Primavera Árabe ha pasado de ser un planeta liberado y pacífico a una supernova con final explosivo seguro. Serán meses, años o decenios. Segunda trayectoria: el yihadismo ha desembarcado en el Magreb para quedarse. Morirá matando y resucitando en cada una de sus muertes. Tercera trayectoria de la tendencia: el yihadismo irá a más mientras el sionismo no vaya a menos. Solo una acción combinada entre las potencias de Europa y las naciones del Magreb puede oponer fiables resistencias al caos con una estructura productiva y asistencial, asociativa y disuasiva. Ese proyecto modular es la Alianza Convincente. Su operatividad debe apoyarse en la solvencia de las políticas de Estado. Y solo son creíbles las de la Europa del norte y Francia. Italia y Marruecos aprueban por los pelos. España recibe un suspenso de vergüenza. Marruecos crece y España decrece. En su comportamiento más que en su PIB. En Marruecos nadie discute la Patria marroquí. En España nadie habla de la patria ni en familia. Es cosa antigua. Hemos dejado de ser patriotas al no exigir patriotismo a nuestros gobiernos. Honestidad y eficacia hacen patria. En España, los conflictos secesionistas han emergido a la vez. Marruecos cree no tenerlos e insiste, en el Sáhara Occidental, con su obsesión al modo sagatista, como la que España sufriera con respecto a Cuba. Marruecos precisa de las ideas españolas y España de la seguridad patriótica de Marruecos. Lo primero abre puertas; lo segundo impide que las puertas se descuelguen. España intenta reformarse. Pero no sabe cómo hacerlo. Piensa en federalismo, no en un nuevo estatalismo, equilibrado y transparente. Marruecos no padece estos agobios, pero depende del sobrevivir económico de España y Francia, con lo que todos somos prisioneros no de la geografía, sí de toda política enemiga de los hechos geográficos. Que pueden ser utilizados en beneficio de las partes. España arrastra una funesta dispersión crónica de su política y fuerzas institucionales. Porque una economía fuerte se sustenta en la credibilidad del Estado, en la confianza que transmite todo gobierno con amplio soporte nacional. Pero toda mayoría legislativa obtenida en las urnas puede quedar en nada si los hechos cotidianos la denuncian o ridiculizan. Las elecciones que cuentan son las que se ganan día tras día. No hay otras en democracia ni jamás las habrá.
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En España no hay cultura de la responsabilidad. Cuando no se tiene el poder, se pide al Gobierno que asuma sus responsabilidades; cuando se está en el Gobierno, se rehúye toda responsabilidad por grave que sea e implique la dimisión inmediata. Tampoco hay educación cívico-legislativa, por cuanto el Gobierno entrante suele derogar las leyes del Ejecutivo saliente, con lo que confunde a la ciudadanía, deslegitima al Estado e incapacita a la Nación. Llegado el momento de poner punto final a este ensayo me vuelvo hacia una personalidad admirable y perdurable, de la que hace poco se han cumplido ochenta y ocho años de su muerte, no lejos de aquí, en la célebre Casa del Pico, en Torrelodones, mansión legada a un dictador, pero en la que murió uno de los grandes liberales españoles. Aquel hombre íntegro, en un breve descanso de sus ejercicios espirituales entre los jesuitas de Deusto (Vizcaya), escribió: “Cuando los partidos guerrean legislando, la libertad perece” (Maura: 1897). Archivos y Bibliografía Archivo de la Fundación Antonio Maura, Madrid. Leg.: 360 / 2 y 5. Archivo General Militar de Madrid. Fondos del antiguo SHM (Servicio Histórico Militar). Memoria del Repliegue a Soberanía de las Fuerzas Españolas en Marruecos,1956-1961, Madrid: Servicio Geográfico del Ejército, 1962. Archivo General de Palacio: Legs. Reinados. Cajón 18/6. Areilza, J. M. y Castiella, F. M.: Reivindicaciones de España, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1941. Casas de La Vega, R.: La última guerra de África. Campañas de Ifni-Sáhara, Madrid: Ministerio de Defensa, 2008 (reedición). Clément, C.: La incógnita Ufkir. Biografia del general que mató a Ben Barka. Traducción de Santiago Alberti, Barcelona: Dopesa, 1975. Diego Aguirre, J. R.: La verdad de una traición. Historia del Sáhara Español, Madrid: Kaydeda Ediciones, 1988. Ellacuría Beascoechea, I.: Filosofía de la realidad histórica, Madrid: Fundación Xavier Zubiri, Editorial Trotta, 1991. León y Castillo, F.: Mis Tiempos, Las Palmas: Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1978, 2 volúmenes. López Jiménez, F. J.: “Los Expedientes de la Guardia Mora en el Archivo General Militar de Guadalajara”, en Sistema Archivístico de la Defensa, Boletín Informativo nº 18, diciembre de 2010, págs. 38-42. Maura y Montaner, A.: “Reflexiones y pensamiento”, en Archivo Fundación Antonio Maura, leg. 391/3, 1897. Pando Despierto, J.: “Las conversaciones Prim-Sickles: España-Cuba-Estados Unidos en 1868-1870”, en Fusi, J. P. y Niño, A. (editores): Orígenes y antecedentes de la crisis del 98, Madrid: Universidad Complutense, 1996.
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Las relaciones hispano-marroquíes a principios del siglo XX
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Las relaciones hispano-marroquíes a principios del siglo XX se caracterizan por el cúmulo de tensiones asociadas a los problemas globales que afectaron a la región del norte de Marruecos: los problemas de las fronteras de Melilla y de Ceuta, la rebelión del Rogui Bu Hamara y sus graves impactos, el refugio de musulmanes y judíos en la ciudad de Melilla, el establecimiento de una empresa francesa en La Mar Chica, además de los gastos debidos a la guerra en Casablanca el año 1907. En este sentido, Marruecos siempre mantuvo una actitud pacifista respecto a sus vecinos, en particular con España, en tratar de resolver las cuestiones pendientes con el Gobierno de Madrid, sobre todo los amargos acontecimientos entre rifeños y españoles a lo largo de la región de Melilla. Pero cuando viajó la misión marroquí a Madrid para tratar dichas cuestiones, y en el mismo día en que fue recibido el embajador Ahmed ibn Al Muaz por el rey Alfonso XIII, llegó la noticia de que la guerra de Melilla de 1909 entre los rifeños y los españoles había entrado en erupción. Marruecos y España hicieron todo lo posible para evitar la guerra y los peligros que perturbaban las relaciones bilaterales entre ambos países. Sin embargo, las aparentes contradicciones en las demandas de las partes
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en conflicto, y las exigencias de cada una de permanecer en su posición, coadyuvaron a la solución militar en vez de la diplomática. Al sumarse a estas demandas el problema de las minas, sobre todo porque España quiso promulgar con rapidez la Ley de Minas a fin de garantizar la plena seguridad de sus intereses, el Gobierno marroquí intentó, por su parte, buscar soluciones justas y urgentes a este conflicto, teniendo en cuenta las acusaciones negativas provenientes de España, sobre todo en lo respectivo a la ausencia de sus fuerzas y autoridad en el Rif. A esto se une el miedo que provocan en España las posibles consecuencias del nombramiento como sultán de Mulay Abdul Hafid, gracias al apoyo de los rifeños, quienes lo ayudarán contra su hermano Abdul Aziz en su definida aspiración de poner rápido fin al problema que estalló entre rifeños y españoles. Recordemos que las tribus del Rif estaban cerca de los conflictos diplomáticos, ya que, cuando no hay acuerdo particular entre ambas partes —rifeña y española—, las tribus se apresuran a enviar un representante o representantes a Fez, la capital marroquí, con el fin de informar al sultán sobre los acontecimientos ocurridos. A pesar de la multitud de problemas suscitados, las gestiones diplomáticas entre Marruecos y España permanecieron siempre activas en ambas direcciones (Fez y Madrid). 1. Las misiones rifeñas en Fez: 1908-1909 1.1. La misión individual de Muhamad Azmani en 1908
Después de la llegada del sultán Abdul Hafid al poder, y a fin de informarlo sobre el sufrimiento al que eran sometidas las tribus rifeñas por parte de los españoles de Melilla, varios notables rifeños visitaron la capital de Fez. El estudio de los documentos históricos nos permite estimar en tres viajes el número de estas misiones. La primera fue la misión presidida por el Faqih Muhamad Azmani (alias El Gato), recibido personalmente en Fez por el sultán Mulay Abdel Hafid. Este le dio varias cartas destinadas a las tribus de Guelaya, invitándolas a ser coherentes en sus posturas y a redoblar los esfuerzos en la lucha contra el pretendiente Yilali Zerhuni (el Rogui) establecido en su capital en Seluan (Rif oriental). Al mismo tiempo, las informaba del envío de una mehal-la jerifiana bajo la comandancia de Muhammad ibn Buxta el Baghdadi (D.P.C.: 1911, 156).
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1.2. La misión rifeña de Muhammad Tabaa a Fez: 1908
A causa de la explotación temprana de las minas marroquíes situadas en el Rif oriental por parte de España, además de la construcción de líneas de ferrocarril que se extendían más allá de las tierras tribales —y para no acusar a las tribus rifeñas de desobedecer a la autoridad del sultán Abdul Hafid y no inculparlas de cualquier agresión contra los vecinos españoles de Melilla— su líder, el jerife Muhammad Amezian (El Mizian), se apresuró a enviar una misión a Fez para explicar al sultán los acontecimientos. Esta es la traducción al español de la carta de respuesta encontrada en los fondos de la Dirección de Archivos Reales: (Saludos de costumbre) Tenemos la respuesta más querida de que usted está de pie con nuestro nieto (Muhammad Tabaa), que enviamos al umbral jerifiano, y sabemos que no escatima esfuerzos para lograr este objetivo, que Allá lo recompense con el bien por su atención... También me gustaría conocer datos de cuándo (el nieto) regresó. Muchas gracias... (D.A.R.: 1326H).
A pesar de los esfuerzos del delegado del sultán en Tánger y la llegada de la misión a Fez en 1908, los delegados no fueron recibidos por el sultán Abdul Hafid, debido a la inestabilidad que reinaba en el país y porque había otros asuntos políticos que tenían prioridad para el sultán. 1.3. La misión rifeña de Muhammad Xadli a Fez: 1909
Esta misión viajó a la capital inmediatamente después del estallido de la guerra entre las tribus rifeñas y las tropas españolas el 9 de julio de 1909, a causa de la explotación minera y la construcción de líneas de ferrocarril. La componía una delegación de veinticinco hombres, encabezada por el caíd Muhammad Xadli, y llegó a Fez el 15 de octubre de 1909 (A.V.G.: C 3H16). Tanto la prensa como las legaciones extranjeras prestaron la mayor atención a la representación rifeña, sobre todo los responsables del consulado español en Fez. Y tan pronto se tuvo noticia de su llegada, el Gobierno marroquí quedó encargado de su alojamiento y manutención. Según los documentos españoles, los representes rifeños fueron recibidos por el gran visir el Glaui el 18 de octubre de 1909. El objetivo de la misión fue conseguir armas y dinero del Gobierno marroquí (D.P.C: 1911, 326), y no informar al sultán de los acontecimientos y los hechos ocurridos en el Rif. El advenimiento de la delegación rifeña perturbó la existencia de los diplomáticos españoles de Fez, quienes no escatimaron esfuerzos para ex-
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tender una red de espionaje sobre la delegación, sus objetivos y sus relaciones con las autoridades marroquíes. Además, plantearon preguntas al sultán y su Gobierno sobre el objetivo puntual de la misión. La respuesta al cónsul español fue que la delegación no podría recibir ayuda alguna (D.P.C.: 1911, 326). El gran visir recibió la delegación rifeña liderada por Xadli y Muhammad Tabaâ, por segunda vez, el 1 de noviembre de 1909, pero, en el momento en que los representantes rifeños esperaban un apoyo militar y una asistencia financiera, el gran visir les dijo que el sultán había retirado su oferta de proporcionar cualquier apoyo material a los rifeños, debido a las circunstancias temporales del nuevo régimen, y que su deseo era enviar delegados como embajadores de paz a las tribus rifeñas para solicitar el abandono de las armas y la convivencia en armonía con los españoles de Melilla (D.P.C.: 1911, 329). Esas mismas declaraciones fueron registradas en el mensaje del ministro francés en Tánger Regnault quien calmó a los representantes de las delegaciones diplomáticas en Tánger, destacando que el “sultán hasta este momento no ha facilitado ningún tipo de ayuda, ni de armas, ni de municiones, ni de fuerzas militares a las tribus rifeñas”; y que el comunicado oficial solo se resume en lo siguiente: “la excepción de la protesta y de cara a las potencias internacionales en Tánger, se limita a enviar delegados encargados de calmar la zona rifeña...” (D.D.F.: 1910, 253). Las declaraciones del gran visir el Glaui enfurecieron a la delegación rifeña, especialmente al caíd Xadli. Es probable también que estas declaraciones sean la verdadera causa de la disputa entre la delegación y las autoridades gubernamentales de Fez, si no ¿cómo se explica la permanencia de esta delegación largos meses en la capital? Escudados en este razonamiento, y temiendo posibles represalias por parte de las autoridades de Fez, el caíd Xadli y sus compañeros dejaron la sede que les habían preparado y se refugiaron en el mausoleo de Muley Idriss en Fez, donde más tarde murió el caíd Xadli (D.P.C.: 1911, 329). Pasaban los meses sin que la misión regresara al Rif, porque “quedaba en Fez, esperando las instrucciones del sultán, quien finalmente les dio permiso, después de una larga espera, diciéndoles: “Partan a su territorio. Vuestros hermanos están en guerra contra los españoles” (Ayache: 1992, 153). La multiplicidad de dichas misiones es una señal de buena voluntad por parte de la población rifeña, que aspiraba a mantener buenas relaciones con los españoles. Pero, según parece, el sultán Mulay Abdelhafid, preocupado por los problemas políticos relativos al intento de instaurar un nuevo
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régimen en Fez, no podía percibir los fines de dichas gestiones, por eso dio instrucciones de que ningún acercamiento con los españoles por parte de los rifeños se efectuara sin su permiso. 2. La embajada española del ministro Merry del Val a Fez: 1909
La embajada —constituida por el embajador Alfonso Merry del Val, un miembro del primer secretariado de la misión Alejandro Padilla, dos secretarios Lignière y Miguel Angel Muguiro, el doctor Francisco García Belenguer, dos traductores y un padre franciscano (A.G.A.: 81 M 39)— llegó a Fez con el objetivo de negociar la cuestión de las fronteras de Melilla y de Ceuta. La embajada permaneció en Fez desde el 8 de marzo hasta el 15 de mayo de 1909 (A.G.V.: C 3H16). Durante las deliberaciones entre los negociadores marroquíes y españoles, el embajador español Merry del Val exigió al Gobierno marroquí una serie de requisitos, cuyo número se estima en unos treinta. Algunas de estas exigencias figuran en el kunnash (registro) con el número 868, relativo a las cartas intercambiadas entre el Gobierno marroquí y español sobre la guerra del Rif entre 1909-1910: — Nombramiento de una guardia militar para la vigilancia de las costas de Melilla, del Nekkur y de Badis. — Reembolso de los gastos que pagó España para mantener a los refugiados rifeños, musulmanes y judíos, en Melilla durante la rebelión del Rogui Zerhuni (Bu Hamara). — El pago de los honorarios que España pagó a la mehal-la jerifiana (ejército marroquí) que estaba en el Rif, y que se había refugiado en Melilla. En otro documento de la misma carpeta, encontramos la respuesta de las demandas españolas antes citadas. En cuanto al reembolso del gasto que España había pagado a favor de los refugiados rifeños, musulmanes y judíos, en Melilla, durante cuatro años —tiempo que duró la rebelión de Zerhuni—, con un montante aproximado de doscientos mil reales españoles, el Majzén jerifiano respondió que había dado instrucciones al representante del sultán en Tánger y a los ministros de Hacienda y de Asuntos Exteriores para negociar posteriormente la cuestión con el Estado español. Los documentos del kunnash terminan declarando que: ... Los objetivos de S.M el sultán fueron la retirada de los soldados españoles a la frontera de Melilla y de las otras zonas costeras rifeñas ocupadas sin ninguna razón, y en violación contra lo que se ha cumplido. Además, la tardanza del servi-
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cio de la minería en dicha región, hasta que la emisión del reglamento minero sea ejecutado en el futuro... En fin, prohibir los soldados españoles circular libremente dentro de la región de Anyera, y evitar todo lo que pueda perturbar el orden público, conforme a lo estipulado en las cláusulas de tratados, para que la situación quede en su vía normal... (B.H.R.: 868).
Es claro observar a través de estas conversaciones que el Majzén del sultán Abdul Hafid no satisfizo todas las reclamaciones presentadas directamente por la Embajada española, sobre todo cuando reconoció el sultán que la ocupación militar de los territorios marroquíes por los españoles no era temporal como afirman las autoridades de Madrid o como dedujo la circular marroquí presentada al decano del cuerpo diplomático en Tánger, el ministro francés Rengault: ... Lo que más alarmado a S.M. Jerifiana y a todos sus súbditos ha sido el rumor esparcido con instancia de que el Gobierno español no se limitaría a los propósitos que anunció de castigar a los que asesinaron a los obreros que trabajaban en las minas cerca de Melilla, castigo que, por otra parte, España no tenía tampoco derecho de efectuar en el terreno de lo justo y equitativo, de conformidad con lo que veréis en la relación que recibiréis adjunta, donde se hace el historial desde el comienzo del asunto del Rif hasta hoy. El objeto del Gobierno de España es otro muy distinto del que anunció, puesto que la aglomeración de fuerzas reunidas en Melilla y sus alrededores dan margen a pensar así... (Madariaga: 1999, 347).
Es conveniente notar en este sentido, a través del documento que se examina, que el Majzén no redujo sus posiciones en ningún momento frente a las reclamaciones de los españoles, al contrario mostró una dura resistencia diplomática durante las negociaciones entre los dos países. Al final de las conversaciones y frente a las muchas demandas de los españoles, el Majzén suscitó una cuestión importante relativa a la retirada de las autoridades de Madrid de las tierras ocupadas en el Rif, como lo demuestra el siguiente documento: “... Su Majestad Jerifiana pidió al ministro español negociar la cuestión de la retirada de tropas españolas de Cabo de Agua y de Mar Chica a las que [Merry del Val], respondió que carecía de instrucciones de su gobierno para discutir este tema...”. Siendo así, el sultán “... respondió que desde el momento en que [Merry del Val] no había recibido ninguna instrucción relativa al tema, todas las cuestiones que se están negociando son suspendidas...” (A.G.A.: 81 M 90). Las autoridades de Madrid no habían podido comentar los hechos consignados en Fez, como aclara la carta recibida por el ministro Merry del Val, en fecha del 8 de mayo de 1909, donde podemos ver que el Gobierno español considera que la forma en que las controvertidas demandas políticas fueron presentadas al sultán muestra que el Majzén trata deliberadamente de retrasar el trabajo de España y se niega a satisfacer sus demandas,
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sobre todo su promesa de mandar fuerzas militares al Rif y a Ceuta, que queda vaga, ya que no se especifica ni fecha ni número de soldados que formaban el contingente. Al darse cuenta del fracaso de las negociaciones, debidas a la intransigencia del sultán para satisfacer todas las peticiones, las autoridades españolas ordenaron a su enviado Merry del Val recuperar Tánger el 15 de mayo de 1909. En conclusión, como indican los archivos marroquíes y españoles, las conversaciones de Fez fueron un verdadero fracaso, porque ante las múltiples reclamaciones españolas, el sultán Abdul Hafid permanece inflexible, prevaleciendo únicamente la retirada española de los territorios ocupados en el Rif. Marruecos, sin embargo, deseaba resolver la controversia por medios pacíficos, especialmente los asuntos de las fronteras y la cuestión de las minas del Rif. Para dar entonces reparación a las aspiraciones de la legación española, que volvió desde Fez a Tánger con las manos vacías, el sultán comunicó al ministro español Merry del Val su intención de enviar próximamente una embajada a Madrid. 3. Las embajadas de Marruecos a Madrid: 1909-1910
Para demostrar su apertura diplomática indudable a principios del siglo XX, y como lo había prometido, Marruecos envió dos legaciones sucesivas: la de Ahmed Ibn el Muaz en julio de 1909 y la de Muhammad el Mokri en octubre de 1910, para “... ajustar lo que no se ha establecido antes, sobre todo el asunto de las fronteras de Ceuta y de Melilla, y la cuestión de las minas del Rif...”. Esto dio lugar a la firma de la convención entre Marruecos y España, el 16 de noviembre de 1910. 3.1. La primera embajada marroquí: embajada de Ahmed ibn Abdul Wahid al Muaz
Esta delegación salió de Marruecos el 18 de yumada II de 1327 H, que corresponde al 6 de julio de 1909, y llegó a Madrid el 8 de julio del mismo año, para iniciar las negociaciones el 9 de julio de 1909. La delegación marroquí fue recibida, respectivamente, por el ministro de Asuntos Exteriores español Allendesalazar y, el 10 de julio, por el rey Alfonso XIII. Las conversaciones se reanudaban en la primera reunión del 12 de julio de 1909. Esta embajada, que se estableció en Madrid desde el 9 de julio de 1909 hasta principios de octubre de 1910, estaba integrada por el embajador Ahmed ibn Al Muaz, sus consejeros Muhammad Zniber y Bennacer Ghannam, el secretario Muhammad el Kardudi y el tesorero Muhammad Ben-
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jellun. En víspera de la recepción por el rey Alfonso XIII, Ibn Al Muaz expresó a S. M. el deseo sincero del sultán Abdul Hafid para fortalecer las relaciones con España. (B.C.A.F.: 1909, 262-263). La embajada coincidió con circunstancias inoportunas, primero por causa de la inestabilidad política que reinaba tanto en España como en Marruecos. Segundo, por el comienzo de la guerra entre Marruecos y España el 9 de julio de 1909, viéndose la misión obligada a resolver no solo los problemas contraídos anteriormente, sino también todos los problemas adicionales provocados por el impacto de la guerra entre Marruecos y España; y, sobre todo, afrontar la cuestión conocida comúnmente en la historiografía española como la Semana Trágica, y el malestar social que llevó a la caída de ambos gobiernos liberales y conservadores. Por este motivo, Ibn al Muaz se vio obligado a negociar con varios ministros de Asuntos Exteriores españoles: Manual Allendesalazar, Juan Pérez Caballero y García Prieto. Las negociaciones con el ministro Manuel Allendesalazar se centraron en resolver los problemas pendientes entre ambas partes desde la última embajada del ministro Merry del Val a Fez. Estas negociaciones se celebraron a lo largo de seis sesiones y se centraron en tres puntos: — El tema de la retirada de las tropas españolas de los territorios ocupados en la zona rifeña. — El problema del “asalto” de los rifeños a los trabajadores españoles el día 9 de julio de 1909. — La cuestión de enviar una harca (expedición militar) a la zona del Rif para mantener el orden. Las conversaciones mantenidas durante la época del nuevo gobierno de Segismundo Moret acaecieron después de la caída del gobierno de Antonio Maura el 21 de octubre de 1909, como resultado de los problemas políticos, económicos y sociales, agravados por el impacto de la guerra de Melilla de 1909. Las negociaciones entre el negociador marroquí y el nuevo ministro de Asuntos Exteriores español Caballero se basaban en varios puntos, entre ellos, la cuestión de la indemnización, la construcción de la carretera entre Ceuta y Tetuán, la garantía de seguridad en los territorios ocupados y las protestas del caíd Bashir ibn Sannah contra el general José Marina. Después de la caída del gobierno de Segismundo Moret a causa de los problemas políticos y económicos, y la perturbación social que sufrió España durante largo tiempo, advino el gobierno de José Canalejas el 9 de febrero de 1910. Las negociaciones hispano-marroquíes con el nuevo ministro García Prieto se concentraron en las demandas españolas antecedentes.
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El embajador marroquí trató de satisfacer algunas de estas peticiones, sobre todo el establecimiento de la electricidad y el teléfono. Aunque fue inmenso el esfuerzo realizado por el embajador ibn al Muaz a lo largo de las conversaciones con los españoles en defensa de los intereses de Marruecos y los rifeños, la embajada marroquí se enfrenta con graves dificultades para cumplir sus deberes, a causa de la actitud severa de los delegados españoles y su discurso engañoso. Todo esto terminó con un fracaso tremendo de las negociaciones. Abdul-lah Larui aclara en este sentido: Las intenciones encubiertas de España para obligar al Sultán a pagar una significativa reparación de guerra condujeron al fracaso de las negociaciones. España creía que Marruecos no sería capaz de llevarla a cabo, lo que hizo más fácil una imposición del protectorado real y temprano en la zona del norte (Larui: 1993, 401).
Por último, parece que la mentalidad religiosa de Ibn al Muaz jugó en contra de hacer concesiones libres. Esto explica la larga duración de las negociaciones, más de un año y dos meses. Es probable que las autoridades españolas exigieran la sustitución de Ibn Al Muaz, requerimiento que cumplió el Majzén al enviar una segunda embajada liderada por el Mokri, que llegaba a un acuerdo el 16 de noviembre de 1910, en menos de mes y medio; convenio que iba en contra de los intereses de Marruecos. 3.2. La segunda embajada marroquí: la embajada de Muhammad ibn Abdul Salam el Mokri
Después del fracaso de las negociaciones dirigidas por Ibn al Muaz, el sultán Abdul Hafid envió a Madrid un nuevo emisario, el ministro Muhammad ibn Abdul Salam el Mokri, para completar las obras emprendidas con los españoles y resolver todas las cuestiones pendientes entre ambos países. Esa embajada estaba formada por Muhammad el Mokri, su hijo Tayeb, un delegado del Majzén de Bank Al-Maghrib, el secretario de Estado de Asuntos Exteriores Idriss Albuqili y Ali Zaki Bey, encargado de la misión (Tazi: 1989, 57). El sultán Abdul Hafid informó al rey Alfonso XIII, en una carta, el propósito de la segunda embajada marroquí en los siguientes términos: “resolver las contradicciones, teniendo en cuenta la longitud (de conversaciones); y lograr su deseo de vivir totalmente en cortesía con el Estado español, hasta que su embajada vuelva (de Madrid) contenta, victoriosa y obteniendo todos los deseos...” (Kunnach: 569, p. 364). Las conversaciones entre los ministros el Mokri y Prieto se centralizaron sobre los gastos españoles relativos a la estancia de musulmanes y judíos en Melilla, en los gastos de la guerra en Casablanca el año 1907,
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en las minas y la indemnización de los trabajadores muertos en las tierras de los yacimientos cercanos a Zegangan y, por último, en las fronteras de Ceuta y Melilla. La diplomacia española tuvo la firme determinación de reprimir y sofocar al embajador marroquí que intentaba salir sano y salvo de las conversaciones. España consideró mezquinas las justificaciones del Mokri de no contar con los fondos necesarios para llevar a cabo todas las compensaciones, e impuso duras condiciones, especialmente sobre la cuestión de indemnización de guerra estimada en sesenta y cinco millones de pesetas pagadas durante un periodo de setenta y cinco años. Así cuando la tesorería del Gobierno marroquí no dispuso de los fondos para pagar la compensación, el embajador el Mokri se vio obligado a hacer concesiones referentes a las minas como lo estipulaban las cláusulas 13, 14 y 15 del convenio de Madrid de 16 de noviembre de 1910 (Vid. Cagigas: 1952, 285-290). En resumen, Marruecos soportó una fuerte oposición diplomática por parte de España. Defendió con argumentos y pruebas la invasión española de los territorios del Rif y la explotación temprana de sus minas. Hizo todo lo que pudo para mantener buenas relaciones y caritativa vecindad con España, pero, a falta de estrategias diplomáticas y por una aspiración rápida para resolver los problemas pendientes, Marruecos se convirtió en una presa fácil entre las manos de la diplomacia española, quien logró imponer su presión sobre el Gobierno marroquí y lo obligó a realizar muchas concesiones financieras y metalúrgicas. Archivos y documentos Archivo general de la Administración, Alcalá de Henares (A.G.A.): caja núm. 81 M 39, Expediente núm. 2, Embajada de Merry del Val a Fez 1908-1909. Carta de Alfonso Merry del Val al ministro de Estado Allendesalazar de 5 de enero de 1909. — A.G.A.: caja núm. 81 M 90, Expediente núm. 2, 1909. Expediente sobre proyecto de protesta del Majzén por sucesos en el Rif. Archivos de guerra, Vincennes (A.G.V.): caja 3H16. Informe mensual de marzo de 1909. Fez de 3 de abril de 1909. — A.G.V.: Informe del comandante francés Mangin al ministro de la Guerra. Informe mensual de mayo de 1909. Fez de 4 de junio de 1909. — A.G.V.: C 3H16. Informe del capitán Brémond al ministro de la guerra. Informe mensual del mes de octubre. Fez de 3 de noviembre de 1909. Biblioteca Hasania Rabat (B.H.R.), Kunnach (Registro bajo forma de manuscrito) núm. 868 “Cartas intercambiadas entre el Gobierno marroquí y español sobre la guerra del Rif entre 1327-1328 H / 1909-1910, Reinado del Sultán Abdul Hafid». Carta de respuesta a las demandas españolas de 18 de Safar 1327 H.
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— B.H.R.: Kunnach, núm. 868. Carta del delgado Muhamed el Guebbas al ministro francés Regnault de 30 de chaâban de 1327 H. — B.H.R.: Kunnach (Registro) núm. 569. “Resumen de los correos enviados por el ministro de Asuntos Exteriores Muhammad el Mokri”. Carta de respuesta de el Mokri al sultán Abdul Hafid, de fecha 6 de septiembre de 1328 H, p. 364. Boletín del Comité de África Francesa (B.C.A.F.), núm. 7, 1909, pp. 262-263. Dirección de Archivos Reales (D.A.R.), Rabat, expediente del mes de Kiïda de 1327 H. Carta de 19 de Kiïda de 1327 H. — D.A.R.: Rabat, expediente del mes de safar de 1326 H. Carta del jerife Muhammad Amezian al delegado del sultán en Tánger Muhammad Torres de 25 de safar de 1326 H. Documentos diplomáticos franceses (D.D.F.) 1910, Affaires de Maroc (Asuntos de Marruecos) 1908- 1910, Paris: Imp. nationale, 1910, doc. núm. 311, p. 253. Carta de Regnault, ministro francés en Tánger, a S. Pichon, ministro de Asuntos Exteriores. Tánger, 6 de octubre de 1909. Documentos presentados a las cortes en la legislatura de 1911 por el ministro de Estado, Manuel García Prieto (D.P.C.), 1911. Madrid: Imprenta del Ministro de Estado, 1911, Telegrama del gobernador militar de Melilla al ministro de España, núm. 402, de 4 de diciembre de 1908, p. 156. — D.P.C.: 1911, Telegrama núm. 753, de 19 de octubre de 1909, p. 326. — D.P.C.: Telegrama núm. 756, de 23 de octubre de 1909, p. 326. — D.P.C.: 1911, Telegrama del cónsul de España en Fez, Manuel Cortés, al ministro plenipotenciario de S.M. en Tánger, Merry del Val, núm. 764, de 1 de noviembre de 1909, p. 329. — D.P.C.: 1911, Telegrama del ministro plenipotenciario de S.M. en Tánger, Merry del Val, al ministro de Estado, núm. 787, de 17 de diciembre de 1909, p. 343. Bibliografía Ayache, G.: Orígenes de la guerra del Rif. Arabización de Muhamed Amin el Bezzaz y Abdul Aziz Khallouk Temsamani, Casablanca: Ed. smer, 1992. Cagigas, I. de las: Tratados y convenios referentes a Marruecos, Madrid: Publicación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el Instituto de Estudios Africanos, 1952. Larui, A.: Orígenes sociales y culturales del nacionalismo marroquí 1912-1930, Casablanca: Editora Centro cultural árabe, 1993. Madariaga, M. R. de: España y el Rif, crónica una historia casi olvidada, Melilla: Ed. uned Melilla, 1999. Tazi, A.: Historia diplomática de Marruecos, Mohammedia: Ed. Fdala, 1989, vol. X.
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El contexto histórico del Protectorado español en Marruecos
Emilio de Diego García
La historia de España se conforma acaso en mayor medida que la de ningún otro país occidental, salvo tal vez el Reino Unido, por su relación con América, el resto de Europa, África y, en menor grado, con algunos escenarios del Pacífico y Asia. Para lo que aquí vamos a exponer conviene recordar que, aparte del amplísimo periodo que va del 711 a 1492, la historia española acusa de manera profunda la huella africana. Pero África sería casi lo mismo que decir Marruecos para la mayoría de los españoles de varias generaciones, sobre todo durante la primera mitad del siglo XX; hasta tal punto que, incluso en círculos académicos, políticos y periodísticos, el “africanismo” del periodo intersecular del ochocientos al novecientos dejó paso al “marroquismo”. África, percibida como un cúmulo de resonancias míticas y legendarias en lo más profundo del subconsciente hispano, venía a ser la sombra imprescindible de la luz española, una combinación reactiva de nuestra identidad. Marruecos, tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, se había convertido en el hipotético consolatorio de nuestras desdichas; y la relación con los moros en memoria de gestas bélicas, nunca o casi nunca en recuerdos de los momentos de convivencia y de pacífico trasiego cultural.
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El Rif, imaginado como escenario del fanatismo, la violencia y el caos, habitado por feroces y despiadados guerreros, constituía una especie de fatalismo histórico. Tal construcción, en la medida en la que aún hoy se mantiene, solo puede asentarse sobre el desconocimiento; o mejor, desde el mal conocimiento recíproco. Las palabras de Costa, afirmando que “los marroquíes han sido nuestros maestros y les debemos respeto; han sido nuestros hermanos y les debemos amor, han sido nuestras víctimas y les debemos reparación cumplida” (Costa: 1906), sonaban más o menos bien en los oídos de unos pocos convencidos pero encontraban apenas un eco escaso en el conjunto de la sociedad española; entonces y después. Al cumplirse el centenario del inicio formal del Protectorado español en el norte de Marruecos, buenas serán cuantas iniciativas se acometan para superar la ignorancia acerca de unas páginas importantes de la historia hispano-marroquí. Un tiempo que va del 27 de noviembre de 1912 al 7 de julio de 1956 (salvo la zona de Cabo Juby que llegaría hasta 1958), cuyos antecedentes inmediatos y directos discurren de 1906 a 1912. Un periodo marcado en su mayor parte por la guerra, dentro y fuera de Marruecos, con diversa intensidad en las variadas consecuencias, siempre negativas, que aquellos conflictos acarrearon para la acción española en suelo marroquí. La lucha armada hasta lograr pacificar el territorio asignado al cuidado de España reduciría la posibilidad “protectora”, más o menos efectiva, a la etapa 1927-1956; teniendo en cuenta además que, en este último lapso, se sucederían posteriormente la Guerra Civil española (1936-1939), que tan profundas repercusiones tuvo para la población norteafricana, y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Particularmente traumática fue la primera de las contiendas mencionadas, sostenida con alguna discontinuidad, prácticamente durante dos décadas. Se repite con harta frecuencia que aquella es una guerra olvidada y, acaso, convendría más hablar de una contienda mal conocida. La andadura bélica de 1909 a 1927 llegó a calar profundamente en los sentimientos y en el imaginario colectivo del pueblo español. Difícilmente puede hablarse de olvido cuando alguno de sus pasajes se evocan todavía en la memoria colectiva. La tragedia de López Pintos y sus hombres se cantaría por todos los rincones de nuestro país. “¡En el Barranco del Lobo, hay una fuente que mana, sangre de los españoles, que murieron por España...!”. Por su parte Annual representó, por segunda vez en menos de un cuarto de siglo, el “desastre”. Más oscuridad se cierne sobre el esfuerzo reformador y modernizador llevado a cabo por los españoles en aquellas tierras y los sacrificios de todo
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tipo que costó. O peor aún, se trata, en demasiadas ocasiones, de condenarlo y ocultarlo desde presupuestos ideológicos, valores individuales y colectivos, sentimientos, etc., bien distintos de los que informaban la cosmovisión dominante hace un siglo (Vid. Morales Lezcano: 1984). Por ello, insisto, conviene la rememoración que aquí se propone; aunque solo sea un paso en el recuerdo del ayer cercano, pues “... la historia, que más que ciencia es una iglesia, que conserva el pasado” —escribía Ortega y Gasset—, y concluía con claras reminiscencias hegelianas: “de aquí, que un pueblo sin historia sea un pueblo salvaje” (Ortega y Gasset: 1909). O simplemente añadiríamos para concluir, a la luz de la atroz ignorancia general de la sociedad española actual, en este tema, que necesitamos saber historia para seguir siendo un pueblo. No se concibe el ayer sin el hoy, pero tampoco se comprende este sin aquel. Para ese propósito de comprensión, capítulo imprescindible en el conocimiento histórico, será conveniente que hagamos un breve ejercicio de contextualización, en buena medida, de la mano de los personajes más lúcidos de aquellos momentos. 1. La mentalidad de la época
No son pocos los historiadores que, desde la perspectiva actual, consideran incomprensible, cuando menos, el hecho de que España se embarcara en la aventura de crear un protectorado en Marruecos, teniendo en cuenta las graves carencias, militares, económicas y políticas, el pesimista ambiente psicosocial y el desconocimiento de lo que se debía proteger. Este planteamiento corre el riesgo de conducirnos al precipicio del anacronismo; salvo que consideremos los factores que pueden ayudarnos a superar dicha incomprensión, que no a la justificación ni a la condena de aquella empresa. Algo que exige la aproximación a los autores, al libreto y el escenario en que se desarrolló. En el catálogo de elementos a considerar, para comprender aquella andadura, acaso la primera cuestión a tener en cuenta sea pues la mentalidad de los sujetos implicados en el proceso. 1.1. Un tiempo de cambios “vertiginosos” y de contradicciones flagrantes
La etapa, 1900-1914, que media entre el comienzo del XX y la Primera Guerra Mundial ha sido denominada, por Philipp Blom, como los años de vértigo (Blom: 2010). Un tiempo marcado por las profundas contradicciones que definen la modernidad. De la Exposición Universal de París, al asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando discurren una
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serie de acontecimientos emblemáticos, en los más diversos campos, que muestran la magnitud de tales claroscuros y el sustrato espiritual y material en que se apoyaron. Pocas veces se ha percibido tan profundamente en la sociedad occidental la sensación de cambio brusco, de ruptura incluso entre el pasado y el presente, como en el periodo que va de 1902, fin de la época victoriana y comienzo de la mayoría de edad de Alfonso XIII, a 1914. Acaso había que llegar a nuestros días para encontrar una coyuntura parecida. Von Hofmannsthal escribía “no hay entendimiento posible entre la gente, ni diálogo, ni conexión entre hoy y ayer”. Años más tarde, en 1923, Virginia Wolf titulaba una conferencia sobre literatura contemporánea, impartida en Cambridge, “En o alrededor de diciembre de 1910, la naturaleza humana cambió”. Obviamente este enunciado era, en primer término, una licencia retórica provocativa pero, a la vez, día, mes o año antes o después, lo que señalaba era cierto. “Todas las relaciones humanas han cambiado... entre amos y sirvientes, entre maridos y esposas, entre padres e hijos... y eso produce cambios en la religión, en el comportamiento, en la política...”; en la mentalidad, en suma. Y, dentro de ella, un nuevo modo de relación del hombre con el producto de su trabajo, más eficiente por imposición del “taylorismo” pero más alienante. Se asentaba en Occidente la llamada sociedad de masas proletarias, cuyo escalón superior se hallaba representado por una aristoplutocracia más fuerte a cada momento, en tanto que la vieja nobleza cedía en importancia. Un paisaje de grandes urbes, verdaderas macrópolis, ya en algunos casos, en las que la opinión pública y los medios de comunicación, especialmente la prensa, se alzaban como nuevos referentes. Un mundo que miraba con admiración a los grandes personajes científicos (Marie y Pierre Curie, Röentgen, Becquerel, Rutherford, Niels Böhr, Max Planck, Erlich, Poincaré, Mach, Einstein...) y a los grandes inventores (Edison, Westinghouse, Laforest...). Asombrado por los avances de la técnica en el campo del automovilismo, de la aeronáutica, con la velocidad como expresión superior del nuevo ritmo vital y el cine poniendo movimiento a la fotografía; de la electricidad, de la telecomunicación, de la química, de la náutica..., con el Titanic simbolizando el infinito humano, el sueño del buque enorme e insumergible que Morgan Robertson había imaginado en su novela Futilidad y al que había llamado Titán. Pero, simultáneamente, aturdido ante la trágica limitación de su poder, la pérdida de las certezas y el avance del relativismo. Por tanto, más seguro y, a la par, más temeroso que nunca antes.
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En ese horizonte, no siempre agradable, se buscarían nuevas dimensiones espirituales del hombre, por Freud, Jung y otros navegantes del alma humana. No faltaban, desde luego, quienes, física e intelectualmente, trataban de poner tierra por medio con un mundo incongruente: de Picasso a Delauny, pasando por Proust o Kafka; y los compases de la ruptura musical, de Mahler y Richard Strauss a Schoenberg. Allí donde Pío X, con su encíclica Pascendi Dominici gregis, rechazando frontalmente el modernismo, prolongaba el desencuentro entre la Iglesia católica y la ciencia moderna, Hussel abría la puerta a la fenomenología; y el pragmatismo de los Peirce, William James y John Dewey se afianzaba en el pensamiento norteamericano, a partir de la nueva dimensión de la verdad. Un tiempo de canto a la masculinidad, tal vez por sentirla atacada en su papel dominante, en el cual asomaba provocadoramente la homosexualidad y avanzaba decididamente el feminismo. Los nombres de Emile Pankhurst, Flora Drummond, Mary Gawthorpe, Leonora Cohen, Marguerite Durand, Madeleine Pelletier, Alma Mahler, Rosa Mayreder..., etc. provocaban el entusiasmo de algunos círculos femeninos y el horror de no pocos responsables políticos, autoridades religiosas y sectores “bienpensantes”. Era un mundo basado en la desigualdad, en la superioridad de unos grupos sociales, económicos, étnicos y culturales, sobre el resto, que no pretendía justificarse en igualitarismos de ninguna clase, donde figuraba en lugar preferente el superhombre (übermensch) niezstcheniano, que debía tratar despóticamente a la clase “inferior”, y se enseñoreaba de todo la voluntad de poder. 1.2. El darwinismo social, sustrato del colonialismo
La superioridad de los más fuertes, inspiradora del racismo, predicada entre otros por Haeckel, se había convertido en el credo imperante en círculos sociales y políticos. Más allá de los postulados de Darwin, tras medio siglo de debates, se afirmaba la conveniencia de contribuir al selectivo evolucionismo biológico incluso en el dominio de los seres humanos. Tal vez sería el Primer Congreso Internacional de Eugenesia, celebrado en Londres (24/30 de julio de 1912), el escaparate más revelador de los nuevos valores. La mejora genética de la especie humana se debatía allí desde postulados racistas, bajo el manto de la ciencia. Los Weismann, Galton, von Gruber, Ploetz, Forel..., en compañía del presidente del Real Colegio de Médicos de Inglaterra, del obispo de Oxford, del rector de la Universi-
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dad de Stanford y del rector emérito de Harvard, del fabricante de alimentos sanos J. H. Kellogg, con Churchill entre los vicepresidentes honorarios, hablaban de mejorar la raza humana sin detenerse, en muchos casos, ante ningún obstáculo, incluso el de la eliminación de los débiles, los deformes físicos, los disminuidos psíquicos, los invertidos... Todo ello con la simpatía de personajes como la ya aludida Virginia Woolf o George Bernard Shaw, J. D. Rockefeller, A. Carneige, Emile Laurent y una inacabable y heterogénea lista de adeptos a teorías y prácticas aberrantes, formuladas como métodos “defensivos” frente a la degeneración o a manera de “soluciones” para avanzar en aras del progreso, en el hipotético beneficio de la humanidad. Lo cierto es que las instituciones y las prácticas políticas se fueron desarrollando desde el convencimiento de la necesidad de transformar a las diferentes sociedades, culturas y estados hacia el modelo superior; es decir el de la raza blanca y la cultura occidental, con su ciencia y su técnica capaz de dominar el mundo. Un espacio cuyos diversos rincones podían pasar a constituir un todo comunicado, eficazmente, por primera vez en la historia. Se imponía la colonización de amplias zonas del planeta con los objetivos confesados de avanzar en el conocimiento de los pueblos y la geografía, “marginados” hasta entonces, y desarrollar la obra civilizadora de la modernización. Pero en ese itinerario entrarían en conflicto los intereses económicos y políticos tanto de las potencias colonizadoras, en su afán imperialista, desde la esencia nacionalista, con los sujetos colonizables, como de ellas entre sí. Así pues la ampulosa retórica pacifista, generada para la ocasión, se veía superada por la carrera armamentística en el camino hacia la guerra. Las sucesivas alianzas franco-rusa, franco-británica, Triple Entente, Triple Alianza..., dictadas por el hipernacionalismo y el miedo recíproco, y la construcción de buques como el Dreagnouth (1906), símbolo del poder naval británico, y la respuesta alemana de manos del programa impulsado por von Tirpitz, amén de la fabricación de todo tipo de armas para los ejércitos de tierra, no dejaban lugar a dudas. Esa paradoja se pondría en escena con motivo, por ejemplo, de la Conferencia de La Haya de 1907. En el fondo, nadie creía en la paz, salvo alguna escritora como la baronesa von Suttner, premio Nobel en 1905 y autora de la novela Abajo las armas. La guerra de los boers, la ruso-japonesa, la balcánica de 1911-1912 y la Primera Guerra Mundial, iniciada dos años después, serían la prueba del belicismo reinante sobre la palinodia del pacifismo. Curiosamente en ese concierto internacional basado en la ley del más fuerte, mientras las grandes naciones europeas pensaban que seguían de-
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tentando la supremacía universal, el epicentro del mundo se desplazaba ya hacia el otro lado del Atlántico, y nuevos actores, como Japón, aparecían desafiantes en Extremo Oriente. Pero, para entonces, mientras Estados Unidos atendía a otros espacios, África se había convertido en el último confín europeo y el tema marroquí acabaría concitando un enorme interés para las potencias del viejo continente. Desde la perspectiva francesa, inglesa, española, alemana, austríaca, italiana e incluso rusa y, en menor medida, de otras naciones, suponía, nada más y nada menos, conforme a sus respectivas aspiraciones, que abrir o cerrar la puerta del Mediterráneo, cuya trascendencia estratégica se había incrementado, exponencialmente, desde hacía unas décadas, con la inauguración del Canal de Suez. En esa coyuntura la intervención de Francia en Marruecos abrió un frente más de tensiones internacionales. 2. La reacción española
El Protectorado español en el extremo septentrional del Imperio marroquí fue por tanto la respuesta, con luces y sombras, a un problema que España no creó. Nuestro país, a lo sumo, fue un actor importante, pero secundario, en el desarrollo de un proceso cuyas claves excedían ampliamente el voluntarismo del Gobierno español. La intervención francesa en Marruecos puso a España ante un nuevo horizonte estratégico que afectaba a nuestros emplazamientos norteafricanos, a la situación en el Estrecho e incluso a la seguridad de los archipiélagos de Baleares y Canarias. No era únicamente el mantenimiento de unos “derechos históricos” lo que demandaba una respuesta. Aunque el conocimiento del ámbito marroquí, en el orden económico y cultural, fuese desafortunadamente abismal, algo estaba claro en el ánimo de los más destacados políticos españoles: la necesidad de situar a nuestro país en la posición más favorable dentro del nuevo orden de cosas, aunque hubiera de hacerse al amparo de los planes de Francia e Inglaterra. Ni cabía otra solución ni importaba el coste a pagar. Así lo expresaron, entre otros, Silvela y Maura quienes entendían que Marruecos carecía de interés económico y que más que un atractivo, en este sentido, supondría un motivo de pobreza y estancamiento para España, pero constituía un objetivo estratégico de primer orden, al que, en modo alguno, cabía renunciar. Algo semejante pensaba Canalejas, a pesar de sus diferencias ideológicas con los anteriores, y así lo puso de manifiesto con motivo de los avances franceses en Marruecos. El líder del partido li-
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beral, según Ortega, opinaba que los pueblos tenían derecho a regirse por sí mismos, pero no estaba dispuesto a ceder ante el expansionismo galo. A la ocupación de Fez respondió con la incorporación a España de Larache y Alcazarquivir. “Si es necesario reforzar las actuales ocupaciones territoriales —declaraba— las reforzaremos...” (Andes: 1912). Romanones alegaba razones “naturales” y de política internacional para insistir en que “no podemos, ni debemos, abandonar Marruecos”. ¿Cómo entender tal decisión, aparentemente contradictoria en muchos aspectos? 2.1. Una empresa marcada por múltiples carencias
Ortega y Gasset nos ofrece uno de los resúmenes más reveladores sobre la situación en nuestro país al inicio del Protectorado en Marruecos. No se le escapaba que la intervención en tierras norteafricanas, a partir de 1912, modificaría sin remedio las condiciones de la política nacional. Pero se preguntaba ¿cómo prescindir ya de los compromisos contraídos y de la acción comenzada? Su cumplimiento y su desarrollo —en el marco del tratado hispano-francés— exigirán de momento —añadía— gastos cuantiosos y recios contingentes militares y constituirán una preocupación constante de los gobernantes. Y esto ocurre precisamente —concluía— cuando radicales, socialistas y sindicalistas, se oponen con energía amenazadora a toda empresa militar y a todo esfuerzo de irradiación del poder del Estado.
No distaba mucho de lo que Julián Ribera había señalado años antes. En 1902, resumía, a propósito de las circunstancias que condujeron al Protectorado: Y, he aquí —escribía el arabista valenciano— la situación de los españoles: vernos comprometidos forzosamente en la cuestión marroquí, por nuestra posición geográfica; no poder permanecer indiferentes en lo que afecta a intereses muy vitales; y encontrarnos sin rumbos en la opinión, ni criterio definido, ni fuerza en los gobiernos, sin cuerpo diplomático instruido, sin una entidad organizada, ni institución, cuerpo o instrumento adecuado para el consejo ni para la obra (Ribera: 1901).
O sea, con un ejército frustrado, la marina deshecha, la sociedad dividida y atrapada en el pesimismo, y con el Gobierno desprestigiado y sin ideas claras sobre la estrategia más adecuada a aplicar en el norte de África. A todo ello se unía la difícil coyuntura por la que atravesaba nuestro país, y que el propio Ribera, con ojo clínico, describía con doliente ironía, a manera de diagnóstico médico: Con las costillas rotas, —por el reciente varapalo noventayochista—, aplanado por los efemerones polaviejanos, dolorido por inflamaciones regionales, con delirio
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por calenturas socialistas y lucha de clases y amenazado de una epidemia, la cuestión religiosa, que es la que ofrece más feo cariz (Ribera: 1901).
Lo cierto es que, a pesar de esos y otros inconvenientes, España, contra el sentir de buena parte de los españoles, sin desearlo pero tampoco sin rechazarlo de manera decidida, se halló involucrada en el problema marroquí. Y lo hizo a partir de una serie de circunstancias negativas, de todo tipo, que debemos tener en cuenta. En primer lugar 2.2. El desconocimiento
Uno de los elementos más decisivos a la hora de evaluar la obra de España en su zona de Protectorado en Marruecos fue el desconocimiento del territorio y, especialmente, de sus habitantes. Basta con repasar las publicaciones de algunos autores españoles, sobre todo durante la segunda mitad del siglo XIX, para darnos cuenta (Vid Abenia: 1859; Reparaz: 1891 y 1893; Bécker: 1903, 1909, 1915 y 1918). Cualquiera que fuese el tipo de acción a desarrollar, civil o militar, o ambas, requería una información imprescindible que no poseíamos. Las advertencias al respecto se repitieron con tanta frecuencia como falta de éxito. Dadas las limitaciones de espacio exigidas en este trabajo mencionaremos solo algunos testimonios, circunscritos a fechas relevantes en los pródromos de la oficialización del “Protectorado” y en sus primeros años; aunque no olvidemos, junto a otros escritos dirigidos a combatir aquella ignorancia, la tarea pionera de Ángel Ganivet editando La Estrella de Oriente, revista árabe-española. En 1901, al inicio de las negociaciones hispanofrancesas, el citado Julián Ribera y Tarragó reclamaba la creación de una escuela-taller para formar expertos en conocimientos aplicables a la colonización del vecino norteafricano. Pedía, además, con humor ácido, que nuestro gobierno encargara las negociaciones del asunto de Marruecos, a diplomáticos que supieran algo más que bailar el rigodón y repetir fórmulas protocolarias (Ribera). Poco después, en 1904, al momento de firmarse el tratado franco-español sobre Marruecos, Emilio Corbella fundó los centros comerciales hispano-marroquíes en Barcelona, Madrid y Tánger, así como la revista España en África que, entre otras cosas, pretendían tender puentes para la penetración pacífica de España en Marruecos a través del conocimiento recíproco. Al amparo de dichos centros se llevaron a cabo diversas iniciativas, como la impartición de clases gratuitas de árabe vulgar, en varias ciudades españolas: Madrid, Zaragoza, Barcelona, Valencia...; y se impulsó la celebración de los Congresos africanistas de 1907 en Madrid, 1908 en Zaragoza, 1909
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en Valencia y 1910, nuevamente, en Madrid. Pero los logros distaron mucho del entusiasmo de sus promotores, incluso cuando, ya en 1913, se fundara la Liga Africanista Española. También con el fin de ir rompiendo la ignorancia mutua, el general Marina envió a la Península, en 1910, a una decena de “moros” que habían luchado a nuestro favor y los centros les hicieron recorrer las principales poblaciones españolas. Por entonces Corbella se trasladó a Melilla para crear una escuela gratuita para niños indígenas, que se inauguró el 6 de enero de 1911; aunque tuvo una existencia fugaz. En 1911 y 1912, en vísperas de la oficialización del Protectorado, José Ortega y Gasset insistía una y otra vez en el grave problema del desconocimiento que teníamos del norte de Marruecos y de sus gentes. “El Rif —escribía— es más ignorado que el Tíbet” (Ortega y Gasset: 1911). No le faltaba razón. A propósito de la incultura general sobre el África española citaba la anécdota de Silvela, referida por Cunnigham Graham, quien aseguraba que el político español había confundido solemnemente, y con empecinamiento, Santa Cruz de Mar Pequeña con Mar Chica. Para corregir esas carencias solicitaba Ortega una campaña en la prensa, informativa/formativa, con la colaboración de los pocos que supieran algo de Marruecos. Reseñaba con cierta envidia el capítulo dedicado a “Los derechos históricos de España” del libro que acababa de publicar Otto C. Artbauer, Kreuz und quer durch Marokko (1911). En la misma línea, Donoso Cortés publicaría Estudio geográfico político-militar sobre las zonas españolas del norte y sur de Marruecos (1913). En varias ocasiones declararía el filósofo madrileño su preocupación por este asunto y se mostraba escandalizado. En 1914 continuaba pidiendo un poco de seriedad para la cuestión marroquí y se dolía de que “la gente, como en tiempos de Cuba, no sabe lo que pasa” y, repitiendo la eterna pregunta ¿debemos ir o no a Marruecos?, decía: ... antes de volver sobre esta cuestión parcial es menester que sepamos bien que es España y que es Marruecos, porque la ignorancia de la realidad nacional, de sus posibilidades actuales, de los medios para poder organizar una mayor potencialidad histórica y, de otro lado, el grado de ignorancia de lo que constituye nuestro problema marroquí, más aún de lo que es Marruecos... es verdaderamente increíble (Ortega y Gasset: 2004).
Años más tarde la cuestión permanecía sin grandes cambios. En 1918 el partido reformista denunciaba que la situación en Marruecos era casi desesperada porque no hemos cuidado de formar un personal capaz de emprender seriamente la colonización. Dudoso es —se aseguraba— que haya siquiera dos docenas de españoles que sepan el árabe vulgar, conozcan el país y sus gentes, y tengan las ideas
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claras de cuál es la esencia y el método de la colonización en pueblos de carácter oriental (VV. AA.: 1918).
Aún en nuestros días no son pocos los españoles, incluidos algunos responsables políticos de alto nivel, que desconocen que, además de Portugal, Francia, Andorra y el Reino Unido (por interposición de Gibraltar) también Marruecos tiene frontera con España. Pero ese mismo desconocimiento, o peor aún conocimiento negativo, padecían los norteafricanos acerca de España y los españoles; a pesar de los millares de nuestros compatriotas residentes en Marruecos. Nuestras ciudades, que les eran vecinas, “presidios” y plazas militares no habían sido, ciertamente, la mejor y más abierta panorámica de cara a la relación hispanomarroquí. Sobre esa desinformación tomaban cuerpo los recelos mutuos, los complejos, los falsos estereotipos y, finalmente, el rechazo recíproco. 2.3. La falta de opinión pública y la indecisión gubernamental
Desde comienzos del XX, al igual que ocurría con el desconocimiento, las críticas sobre la despreocupación de la opinión pública, más allá de las ocasionales quejas espasmódicas y violentas, y la astenia de los sucesivos gobiernos, a propósito de Marruecos, se convertirían igualmente en lugar común. En 1901 era Francisco Silvela el que manifestaba su preocupación por “nuestra natural inclinación a no hacer nada”. Sin embargo, los cambios que se estaban operando en la política internacional obligaban, a las “clases directoras” de “la sociedad española, tan quebrantada en todo cuanto es espíritu y sentimiento nacional, a llamar la atención del común de las gentes sobre aquellos problemas y conflictos que más de cerca nos amenazan” (Silvela: 1923). Y uno de esos problemas era, sin duda, la situación en Marruecos. Había que despertar la opinión pública, a la que ya dos décadas antes consideraba el mismo Silvela la “reina del mundo”. El mencionado Julián Ribera, aún discrepando de la estrategia silvelista en cuanto a la política a seguir en Marruecos, aplaudía que, al menos un político, se manifestara con claridad sobre asunto tan decisivo. También insistía en que era necesario potenciar la opinión pública. Pero ni entonces ni en momentos claves como 1904 y 1906 se había producido una toma de postura decidida a propósito de Marruecos. Así lo indicaba Ortega y Gasset quien con sus reservas sobre la opinión pública, “pues muy rara vez es lo que ella dice y solo en algunos instantes coincide lo que se dice con lo que se siente”, destacaba que después de la conmoción de 1909, en la que el pueblo había expresado su rechazo a ir a combatir en tierras norteafricanas, solo las minorías se habían declarado
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contra la campaña de Marruecos. En el Parlamento “sí pero no”, aunque discursos a favor de la guerra no hubo prácticamente ninguno. En 1915 se lamentaba de que, al igual que sucedía frente a los demás problemas nacionales, no se producían más que actitudes equívocas a propósito de la cuestión marroquí. La opinión pública —criticaba ácidamente don José— rebosa desprecio de sí misma. No tenemos fe en nosotros mismos —proseguía— ni en donde apoyar la esperanza. No se tiene confianza en la organización del Ejército, e irrita comparar lo que cuesta con lo que vale. Pero no se hace nada. Se desprecia al político pero tampoco se actúa y se le teme (Ortega y Gasset: 1915).
Sin apenas resquicios para el irresponsabilismo fácil y habitual, sentenciaba en términos que inducen a la reflexión en muchos momentos de la historia contemporánea española “nuestra opinión pública es hoy una opinión inmoral, de abandono y abyección”. Por su parte, Unamuno supone un buen ejemplo de falta de opinión suficientemente formada sobre “nuestro problema en África”, según comentaba en 1913; aunque creía entonces que no se podía dar un paso atrás pues el espíritu nacional podría sufrir una depresión indeseable. Antes, en 1909, había escrito a Federico de Onís que la guerra en Marruecos le parecía muy bien y convenientísima en todos los sentidos. Sin embargo, como en tantas otras cosas, don Miguel se mostraría más adelante crítico furibundo de las aventuras españolas al otro lado del Estrecho (Vid. Hajjak: 2007). A la desorientación y falta de compromiso social, incluidos algunos intelectuales de primer orden, se uniría la indecisión política; motivada, en parte, por la desorientación colectiva y, simultáneamente, por la inestabilidad gubernamental. Difícilmente podía seguirse una línea de actuación, más o menos constante, cuando entre abril de 1900 y diciembre de 1912 se sucedieron dos docenas de gabinetes ministeriales. De este modo, ni la sociedad, mal informada y desconfiada, se manifestaba con rigor exigiendo a los responsables políticos una estrategia clara sobre Marruecos; ni los gobernantes tomaron la iniciativa al respecto, con la decisión precisa. A estos obstáculos de origen propio, se unirían otros generados fuera de nuestro país. 3. La inestabilidad de la situación en Marruecos
La evolución de la situación marroquí, que conduce al Protectorado español, establecido por el Tratado de Madrid de 27 de noviembre de 1912, obedece a un conjunto de factores, internos y externos, que se interacciona-
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rán decisivamente. Dentro de los primeros hemos de considerar que la realidad económica, social y política de Marruecos, desde los años ochenta y noventa del siglo XIX, venía marcada por graves problemas intestinos. El país norteafricano, más que un Estado cohesionado institucionalmente, venía a ser lo que Metternich había dicho en el Congreso de Viena, a propósito de la Italia de 1815, “una expresión geográfica” y además, añadiríamos, compleja. Un territorio en el que la orografía, la hidrografía y los demás elementos geofísicos determinaban una serie de espacios muy diferentes y, en muchos casos, incomunicados. A esto se unía la diversidad étnica y el carácter tribal sobre el que se asentaba el devenir simultáneamente centrífugo, hacia los demás, y centrípeto, en su interior, que movía la vida de las cabilas, sobre todo en la región del Atlas. El nexo común, el sentido de unidad radical, la religión islámica no bastaba, en circunstancias normales, para alimentar un proyecto político verdaderamente compartido (Vid. Pastor Garrigues: 2005). La administración del Majzén era poco más que un artificio ineficiente y costoso cuyo mantenimiento resultaba casi imposible. Ortega la definía como conjunto de todos los vicios sin mezcla alguna de virtud. Los impuestos, recaudados con no pocas irregularidades y abusos, resultaban insuficientes y lo mismo ocurría con el resto de los ingresos públicos. La crisis de la Hacienda pública llevó al país a la bancarrota y, ante la falta de recursos, la capacidad de ejercer algún tipo de autoridad para asegurar el orden interno y la independencia, frente a las aspiraciones e injerencias, se revelaba una quimera. En el Imperio de Marruecos, en la realidad cotidiana, parecía no mandar nadie. Desde fuera, se veía como un castillo de naipes que amenazaba desplomarse al menor soplo, dando paso a la anarquía más completa (Vid. López García: 2007). En los años que nos ocupan, el peligro de la quiebra institucional se vio incrementado por la crisis económica y las hambrunas subsiguientes en varias zonas del país. El fenómeno del bandolerismo y las taifas sometidas a su antojo por los caudillos locales acabaron por generalizar un clima de inseguridad insostenible. Así pues, a principios del siglo XX, incapaz de imponer el orden en su territorio y sometido a las crecientes presiones exteriores, Marruecos se hallaba al borde de la más completa desintegración política. 4. La presión exterior: el imperialismo europeo
Tanto para Marruecos, como en cierta medida para España, a los problemas propios vinieron a sumarse los suscitados por las ambiciones imperialistas de los principales estados europeos.
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Desde los primeros compases del novecientos la “carrera por África”, iniciada en la segunda mitad de los ochenta del siglo anterior, iba a rematarse en el tablero de Marruecos. Francia, decidida a asegurarse el mayor protagonismo posible en este escenario; el Reino Unido afianzado en Egipto y enfrascado en la guerra de los boers, tratando de someter el otro extremo del continente, pero sin descuidar sus aspiraciones norteafricanas; Alemania buscando ocupar un lugar acorde a su papel de gran potencia; Italia constreñida a tratar de evitar su total desplazamiento en la orilla sur del Mediterráneo más próximo; y España, con intereses estratégicos irrenunciables, pero con evidentes limitaciones políticas, económicas y militares, obligada a conjugar sus aspiraciones con los movimientos urdidos en París y Londres, se enfrentaban en una partida difícil de jugar, sobre todo para los alemanes, pero también para los gobernantes españoles. Nuestro país veía con buenos ojos el statu quo anterior a la penetración francesa, que vino a cambiar la situación. España se encontró inmersa entonces, como decíamos, en un proceso, no deseado, cuyo devenir daría pie a los episodios diplomáticos franco-españoles de 1901, 1902 y 1904, para desembocar por último, con la aquiescencia británica, en la Conferencia de Algeciras de 1906 y, en penúltimo término, en la de Cartagena un año más tarde. El Gobierno de Marruecos estuvo sometido durante este periodo, a una presión cada vez mayor por parte de las potencias mencionadas, que fue erosionando sus escasas posibilidades de mantener la independencia del país. Por un lado se le exigía mayor eficacia, lo que incrementaba el coste de un ejército poco operativo y de una policía incapaz; en caso contrario se dejaba ver la sombra de la intervención europea. El acuerdo alcanzado en Algeciras, en 1906, lejos de conseguir el orden interior desató una mayor anarquía, con la consiguiente pérdida de prestigio del sultán, que se mostraba ante sus súbditos débil y claudicante a las imposiciones extranjeras. Por si fuera poco, ya en 1907, las necesidades financieras lo obligaron a aumentar la deuda externa hasta límites insoportables. El margen de maniobra del sultán era francamente reducido; si acaso llegar a nuevos compromisos con alguno de los países implicados que parecieran menos peligrosos, por ejemplo España, para evitar una acción conjunta desde el exterior. Por ese camino se llegaría al convenio hispanomarroquí (16 de noviembre de 1910) que pretendía asegurar el equilibrio al menos en la región más septentrional. No obstante, los franceses no tardaron en ocupar Fez y, en 1912, Muley Hafiz acabaría sometiéndose a las
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disposiciones de París que establecían el Protectorado de Francia, según el tratado de Fez (30 de marzo de 1912). El Reino Unido, España y Alemania no podían permanecer al margen. Finalmente la solución pactada por las potencias involucradas en la zona, salvo por el II Reich que provocó el incidente de Agadir (1911), fue el referido Tratado de Madrid (27 de noviembre de 1912). En el orden internacional la nueva alianza signada entre Francia y España culminaba un profundo cambio en Marruecos, principalmente en contra de los intereses alemanes, pero también para nuestro país. El comercio germano, controlado principalmente por los hermanos Mannesman, desarrollado al amparo del régimen de “puerta abierta” hasta entonces vigente, se había aprovechado del esfuerzo militar de españoles y franceses, para introducir sus productos en tierras marroquíes, sin coste alguno. Además había acaparado la mayor parte del comercio marroquí hacia Europa (frutos, minerales y cereales), mediante los barcos de la compañía de Oldemburgo. Hasta el setenta por cien de la exportación marroquí se hacía bajo bandera alemana en la etapa inmediatamente anterior a 1912. Pero tal estado de cosas tocaba a su fin, sin que las maniobras del gobierno de Berlín pudieran impedirlo. 5. ¿Cómo actuar?
En España, a pesar de la relativa falta de interés y la desorientación apuntadas, pocas eran las voces absolutamente discordantes sobre la necesidad de intervenir en Marruecos. De Costa a Labra pasando por la inmensa mayoría de cuantos expresaron su pensamiento acerca de aquella cuestión, las diferencias se cifraban en mayor medida en la forma en que debería hacerse (Vid. Labra: 1914). Entre las excepciones cabría citar al Unamuno de 1896. Escéptico y desconfiado entonces sobre la labor civilizadora de las naciones europeas, se declaraba opuesto a irse por esas tierras de Dios a meter a pueblos muy extraños al nuestro, en espíritu, ideas y doctrinas, que son aquí el producto refinado de largos siglos de cultura propia, es como empeñarse en que un potro llegue a ser un buen toro. Así no se conseguirá que sea toro ni caballo bueno, sino un mal jamelgo, si es que resiste la prueba (Unamuno: 1896).
Una sugerente teoría sobre la alianza de civilizaciones que a duras penas y, pese a su rechazo del colonialismo, asumía, de forma más o menos explícita, la asimetría cultural. No obstante, como hemos indicado, don Miguel cambiaría varias veces de opinión en torno a la cuestión marroquí.
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Joaquín Costa se había pronunciado mucho antes, en 1884, a favor de un Magreb independiente, pero unido a España por el interés común, los vínculos de vecindad y la historia. Tal proyecto no pasaba de ser la formulación de una utopía, deseable aunque no posible a aquellas alturas y menos dos décadas después. Pero en la medida en que hubiera sido realizable exigía algún tipo de participación española, muy semejante a la del Protectorado, en el mejor sentido del término. El mismo don Joaquín abogaría por la acción política, como instrumento posible, y rechazaba la guerra por considerarla absurda. Asimismo, la opinión de Ortega abundaba en clave “pacifista”, reivindicando una política de pueblo a pueblo, no de gobierno a gobierno, si bien, como sucedía con Unamuno, su pensamiento se modificaría ocasionalmente. En 1911 consideraba que el tema de Marruecos debería ser competencia de todos los ministerios del Gobierno español, menos del de la Guerra, y rechazaba que estuviera siendo completamente al revés (Ortega y Gasset: 2004). A favor de la acción pacífica se pronunciaba también Labra. La política española en Marruecos, a su entender, debía basarse en las reformas y el estrechamiento de lazos culturales. En ningún caso podíamos abandonar Marruecos, pero se mostraba refractario a la acción militar. La defensa de una actuación principalmente económica y en menor medida cultural, aparentemente más pragmática pero escasamente operativa, venía de la mano de los ya mencionados centros comerciales hispanomarroquíes. Según estos, la acción de España tendría como meta el desarrollo de nuestro comercio, de nuestras industrias y nuestro tráfico, para aumentar de este modo la riqueza nacional. Así se obtendrían “los frutos de los sacrificios a que viene obligada España en su zona de Marruecos, en función de los tratados, y asegurar su independencia” (Labra: 1922). En 1918 el partido reformista, cuya voz hemos escuchado en algún otro punto, incluía en su programa el rechazo a la colonización en Marruecos, cuyo saneamiento moral y económico habría de lograrse evitando el militarismo conquistador. El eje central de nuestra actuación sería la política internacional y el empleo los recursos en obras públicas y desarrollo de la justicia y la educación. Otras propuestas de diferente signo apuntarían en la línea del esfuerzo pacífico, cultural y económico. Sin embargo, cabría preguntarse, si las distintas opciones teóricas, más o menos eufónicas y bienintencionadas, eran alternativas reales. ¿Sería posible acaso una penetración pacífica de carácter económico o cultural, sin respaldo militar? La práctica dejaba en evidencia cualquier teoría simplista.
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Los débiles intentos en el ámbito educativo habían fracasado, como atestiguaban los magros resultados obtenidos. El interés de los marroquíes y su actitud ante este ensayo de aculturación tampoco se compadecían con el entusiasmo de sus impulsores. Por su lado, las empresas españolas relacionadas con el comercio marroquí, antes de 1912, como la Compañía Valenciana de Navegación, la Casa Rius y Torres, la Sociedad Ibarra, la Compañía Vascoandaluza, etc., o alguna otra interesada en la estrategia a desplegar, como la Compañía Trasatlántica, demostraron una escasa capacidad para el pretendido desarrollo de la economía del Marruecos “español”. Tampoco demostrarían suficiente empuje las compañías mineras y constructoras, creadas al amparo de las nuevas condiciones generadas por los acuerdos internacionales de 1904, 1906 y 1907. En última instancia la cuestión se resumía en el siguiente dilema: ¿aceptaban o rechazaban los marroquíes del Rif, Yebala y Gomara el protectorado pacífico de España? La respuesta sería la clave y esta no dejaría lugar a dudas. El ejercicio del “Protectorado” pasaba por el mantenimiento de las formas de gobierno autóctonas, así como el respeto a las instituciones tradicionales y a la idiosincrasia cultural de Marruecos. Pero una parte importante de la población bereber no estaba dispuesta a tolerar la protección de los europeos. Años más tarde, y tras mucha sangre derramada, Abd-el-Krim escribía: Los españoles creen que Europa les ha confiado la misión de reformar y civilizar el Rif. Pero los rifeños se preguntan ¿acaso la reforma consiste en destruir las casas utilizando armas prohibidas, consiste en inmiscuirse en la religión ajena o en usurpar sus derechos? ¿o no es más que una palabra para designar la anexión de la tierra de los demás so capa de protección?... El Rif no se opone a la civilización moderna; tampoco se opone a los proyectos de reforma ni a los intercambios comerciales con Europa (Abd-el-Krim: 1922).
Al margen del carácter autojustificativo de ese texto y del hecho de que la propia consideración de un Rif independiente arrancaba ya de la ruptura, en primer lugar de Marruecos, la declaración propagandística de que no se oponía a la civilización moderna ni a los proyectos de reforma ni a los intercambios comerciales con Europa no pasaba de ser un enunciado tan vago, al menos, salvo los negocios que pudieran interesar al líder rifeño, como los peores discursos en defensa de las bondades del Protectorado. La labor dirigida a mejorar las condiciones de vida de los marroquíes debería tener en cuenta esta realidad. Se trataba de abordar un empeño costoso y difícil, sin duda; más aún cuando, como hemos visto, se sabía tan poco de aquel territorio de unos 20.000 km² y de la mayoría de sus habitantes, cuyo número se cifraba, sin el menor rigor, entre 600.000 y 1.000.000, y se disponía de tan escasos recursos para llevarlo a cabo.
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La actuación española, a la vista de las circunstancias que hemos apuntado y de las múltiples carencias que hubo de arrostrar, no podía dejar de sustentarse en el esfuerzo militar. No otra cosa hizo Francia en su ámbito de responsabilidad. Cabría cuestionarse, eso sí, la eficacia con la que se operó en algunos casos, pero sin olvidar nunca los medios disponibles y el ambiente psicosocial imperante. A manera de conclusión
Según el historiador tetuaní Ben Azzuz, la historia del Protectorado de España en Marruecos ha sido hecha por algunos demasiado a la ligera; a base de repetir simplismos y maximalismos insignificantes y vacuos, sin tener en cuenta la situación marroquí, la española y la internacional, en los diversos aspectos que enmarcaron dicho proceso. A señalar los más relevantes hemos dedicado estas páginas. Otros autores se dedican a la descalificación total, desde prejuicios maniqueos que ya Ortega criticaba en su día. Por ejemplo cuando, a propósito de la intervención española en tierras marroquíes, se burlaba de quienes reducían su argumentación a expresiones como esta: Las minorías, dueñas del capital y de la gobernación, impiden que se manifiesten los sentimientos populares y movidas por un apetito imperialista, imponen la continuación de la campaña de Marruecos. He aquí una buena idea para un mitin, es decir para un lugar donde se va a dar grandes voces y a pensar con la laringe (Ortega y Gasset: 1915).
Semejante esfuerzo “laringológico”, despreciando e ignorando los valores e intereses, materiales y espirituales del contexto, se ha mantenido durante demasiado tiempo. Los discursos denunciadores del imperialismo apoyados en la idealización de un mundo “russonianamente” bueno, por naturaleza, y la “perversión” de las potencias cuyo fin era la “explotación” de aquellos “paradisíacos lugares”, aportan poco a la comprensión de lo sucedido, en cuanto se supera el límite de la ideología y el maniqueísmo. Bibliografía Abd-el-Krim: “Carta a las naciones civilizadas” [septiembre, 1922], en Madariaga, M. R. de: Abd-el-Krim el Jatabi: la lucha por la independencia, Madrid: Alianza Editorial, 2009. Andes, conde de los: “Canalejas: evolución política de un hombre de Estado” en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, n. º 50, 1974. Abenia Taure, I. de: Memorias sobre el Rif. Su conquista y colonización, Zaragoza: Imp. de Antonio Gallifa, 1859. Bécker, J: España y Marruecos: Sus relaciones diplomáticas durante el siglo XIX, Madrid: Tipolitografía R. Péant, 1903.
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El papel del Rif en el Protectorado: entre la colaboración y la resistencia
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1. “Moros pensionados” y confidentes
¿Qué entendemos por Rif? Para algunos el término sería el equivalente a toda la zona del Protectorado español en Marruecos, es decir, la franja septentrional que se extiende desde el Atlántico, al oeste, al río Muluya, al este, o sea, la franja que comprendía también la regiones de Gomara y Yebala. Sin embargo, propiamente hablando, estas ya no forman parte del Rif. Aquí vamos a referirnos exclusivamente a la región que se extiende desde el este de Gomara hasta la frontera con Argelia, con especial hincapié en el Rif central, en las cabilas situadas frente al peñón de Vélez de la Gomera y el peñón de Alhucemas, sobre todo estas últimas, con referencia, no obstante, al Rif oriental y a cabilas como la de Beni Said, puerta al Rif central. Fue en ese Rif central, considerado el foco de todo las “rebeldías” y resistencias a la penetración extranjera, donde también se dieron, según las épocas y las circunstancias, importantes casos de colaboración con la administración colonial española. El 23 de julio de 1508, el capitán Pedro Navarro, aventurero al servicio de los Reyes Católicos, ocupaba el peñón de Vélez de la Gomera (Badis), que, aunque recuperado el 20 de diciembre de 1522 por los marroquíes, sería re-
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conquistado por García de Toledo en 1564. Algo más de un siglo después, el 28 de agosto de 1673, una pequeña escuadra española bajo el mando del príncipe de Montesacro se apoderaba del islote de Nekor, que los ocupantes llamarían peñón de Alhucemas. El pretexto para ambas ocupaciones era que allí encontraban refugio y albergue los corsarios que en sus correrías atacaban las naves de las naciones cristianas. Tanto el peñón de Vélez como el de Alhucemas sufrirían continuos ataques de las cabilas costeras en sus intentos por recuperarlos. Aunque las guarniciones de los dos peñones y los habitantes de la costa se observaban con desconfianza y recelo y se atacaban con frecuencia, no por ello dejaron de mantener activos intercambios, no solo humanos, sino también comerciales. Cuando las relaciones eran buenas, los habitantes “del campo”, como se les llamaba, surtían a los de los dos peñones los productos alimentarios que necesitaban, fundamentalmente hortalizas, huevos y gallinas, y se exportaban también a los dos peñones pieles, cera virgen, almendras y pasas, mientras que recibían de Melilla o de la Península aceite, bujías, arroz, tabaco, té, azúcar y tejidos. Cuando los jefes de linaje de una fracción de cabila adoptaban en una asamblea la prohibición de comerciar con los peñones, ningún cabileño se atrevía a trasladarse allí de día, pero trataría de hacerlo de noche burlando la vigilancia de los que se oponían a ese comercio. Los incidentes entre los que querían comerciar con los dos peñones y los hostiles al trato con los cristianos se daban con frecuencia. Eran sobre todo los cabileños de las fracciones de la montaña de la cabila de Beni Urriaguel los que se oponían al comercio con los cristianos y hostilizaban a los de la cabila de Bocoya cuando sus lanchas se dirigían a la plaza de Alhucemas con víveres, llegando incluso algunos de los proyectiles que lanzaban a alcanzar a la población, lo que llevaba al gobernador de la plaza a efectuar disparos de cañón para que cesara el fuego. Los cabileños de Beni Urriaguel, frente a las protestas por estos repetidos ataques, se disculpaban siempre diciendo que eran los cabileños de la montaña los que, cuando bajaban a la costa, abrían fuego contra los botes de los bocoya. Sucedía, en efecto, que las fracciones de Beni Urriaguel de la costa, más acostumbradas al trato con los vecinos de enfrente y partidarios de intercambiar productos con ellos, sufrían frecuentes ataques de sus contríbulos de la montaña, enemigos acérrimos de toda relación con los europeos (Madariaga: 2009, 44-45). Muchos de los incidentes de las guarniciones de los dos peñones con la costa se producían en el mar cuando las salidas a pescar ofrecían la mejor ocasión para lanzar ataques. Así, era frecuente que las lanchas pescadoras que salían del peñón de Alhucemas fueran apresadas por cárabos, pequeñas embarcaciones de remo y vela, utilizadas por los habitantes de la costa
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con el objeto de hacer cautivos por los que pedían luego un rescate. Los incidentes, que podían llegar a ser graves, con presas de cautivos o de rehenes, eran relativamente frecuentes y originaban protestas y reclamaciones de las autoridades españolas al sultán para que castigara a sus súbditos de las cabilas de Beni Urriaguel y Bocoya, vecinos del peñón de Alhucemas y del de Vélez. Excelentes marinos, los bocoyas eran los que tenían sobre todo fama de piratas y contrabandistas. Tanto ellos como los de Beni Urriaguel, además de estas actividades de las que se les acusaba, sobre todo a los de Bocoya, llegaban hasta las costas españolas para comerciar. Aunque confundido a veces con el contrabando, el comercio con Málaga y con Gibraltar era particularmente activo (Madariaga: 2009, 45). Pero, contrariamente a lo que pudiera pensarse, los contrabandistas no eran únicamente cabileños de Bocoya o de Beni Urriaguel, sino europeos, entre los que figuraban mayoritariamente los españoles, cuya “mala fe insigne, la codicia y la carencia de sentido moral” igualaban y superaban “a la barbarie de los rifeños”, en palabras del cónsul de España en Tánger, en un despacho del 13 de abril de 1896, quien lamentaba que los gobiernos de los países europeos tuvieran que dirigir al sultán enérgicas reclamaciones en defensa muchas veces de “algunos desalmados que deshonraban a la civilización tras de la cual se amparan” (Madariaga: 2009, 45). En los años noventa del siglo XIX era sobre todo la prensa tangerina la que excitaba a la opinión sobre las piraterías de los rifeños. Era muy cierto que no había buque extranjero que pudiera aproximarse a la costa rifeña sin ser atacado y saqueado, aunque, si se remontaba a las causas que habían originado esos ataques, el mencionado cónsul advertía que se trataba de represalias por parte de los naturales que, habiéndose visto en múltiples ocasiones engañados y estafados por algunos desaprensivos sin conciencia, se vengaban agrediendo no solo a faluchos contrabandistas de cuyas tripulaciones habían sido en uno u otro tiempo víctimas, sino también a muchos inocentes cuyos barcos habían sido lanzados a aquellas costas por la fuerza de los vientos (Madariaga: 2009, 46-47). Desde el último cuarto del siglo XIX, hacía dos siglos que los habitantes del poblado de Axdir y los españoles de la fortaleza roquera de Alhucemas eran vecinos que se observaban a diario. Tan solo ochocientos metros separaban el islote de la costa; y los del peñón de Alhucemas podían ver a los de Axdir dedicados a sus quehaceres cotidianos, lo mismo que estos últimos podían ver a los del peñón, dedicados a los suyos. Cada vez eran más numerosos los habitantes de Axdir que visitaban el peñón de Alhucemas y que, venciendo los prejuicios ancestrales hacia el “cristiano”, se habían paulatinamente acostumbrado al trato con los ocupantes.
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Para evitar enfrentamientos y favorecer los intercambios comerciales, las autoridades españolas de ambas plazas pensaron en recurrir a lo que sin ambages llamaban “compra de voluntades”, que no era otra cosa que lo que más lisa y llanamente conocemos como “soborno”, designado eufemísticamente “asignación de pensiones” a los “moros adictos”. Fue así como surgió la figura del “moro pensionado”, inseparable de la acción colonial de España en Marruecos. Este método, instaurado ya desde antes de la firma del Protectorado de 1912 permitió la creación de una red de cientos de jefes y notables de distintos niveles que percibían mensualmente un sueldo de España. El promotor del “sistema de confidencias” para vencer al enemigo se basaba en los Estudios del Arte Militar, de Martín García y Gómez Jordana, a los que hace referencia, en unas notas sueltas inéditas, el interventor militar Manuel del Nido. Según dichos Estudios, el buen resultado del espionaje dependía ante todo “de la buena conducta que se observase con los espías adictos”. Para ello, lo primero era asegurarse de su fidelidad y capacidad, a cuyo fin se les encargaría de datos que no fueran conocidos con exactitud, circunstancia que, como era natural, se les ocultaba, y los informes que suministraran servirían para juzgarlos; no tendrían sueldo fijo y se encomendaría a otro la misma misión para comprobar su lealtad (AGA: Caja 81/199). El “confidente o espía adicto” no tenía forzosamente que ser un jefe o un notable, sino sencillamente un personaje, cuya situación le permitía estar bien informado de lo que sucedía en su aduar, en su fracción o incluso en su cabila y estar dispuesto a comunicárselo a la autoridad española con quien hubiese establecido una especie de acuerdo tácito de colaboración. No percibía sueldo fijo, sino que cobraba por información suministrada; y, para asegurarse de que no se inventaba su “confidencia”, se contrastaba esta con la de otro a quien se encomendaba la misma misión para comprobar la veracidad de su información. Junto a estos, los “pensionados”, personajes de más relevancia, constituían una pieza fundamental en la política de Gómez Jordana de implantación de la presencia española en la región, recurriendo lo menos posible a las armas. En las cabilas situadas frente al peñón de Vélez de la Gomera, el número total de jefes o notables que percibían pensiones ascendía a sesenta y dos, de los cuales treinta y seis pertenecían a Bocoya. Junto a las cabilas que formaban parte de la “esfera de influencia” del peñón de Vélez, había las que entraban en la “esfera de influencia” del peñón de Alhucemas, cuyo número ascendía en una relación del 12 de julio de 1913 a ciento cuarenta y tres, todos de Beni Urriaguel, excepto uno de Beni Tuzin y otro de Bocoya, cuyos sueldos iban desde treinta pesetas el más bajo a ciento
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setenta y cinco el más alto, con sueldos intermedios de cuarenta, cuarenta y cinco, cincuenta y sesenta pesetas (Madariaga: 2009, 98). Entre los jefes importantes de Beni Urriaguel que cobraban un sueldo de las autoridades españolas figuraban Abd el-Krim el Jatabi, padre del que luego sería líder de la resistencia rifeña, y otros jefes de Axdir, como el Hach Mohamed Cheddi (Chindi para los españoles), que cobraba ciento cincuenta, y otro de los miembros importantes del llamado “partido español” de Axdir, que cobraba cien pesetas, es decir, menos que los dos anteriores. A algunos de los “colaboradores” de las autoridades españolas se les concedían además gratificaciones por haber tenido que refugiarse en el peñón de Alhucemas para sustraerse a los ataques de sus contríbulos. Un notable de Axdir que, encima de tener un buen sueldo, recibía frecuentemente generosas gratificaciones era el jerife Sidi Ahmed Ben Mesaud Boryila, quien, además de las doscientas pesetas que tenía asignadas, había recibido de gratificación cinco mil y le habían ofrecido otras dos mil (Madariaga: 2009, 98-99). En una relación de la Oficina de Asuntos Indígenas de Alhucemas, el número de los que percibían pensiones ascendía a ciento cincuenta y siete, pertenecientes a las cabilas de Beni Urriaguel, Bocoya, Temsaman y Beni Tuzin. Los más numerosos eran los de Beni Urriaguel, cuyo número ascendía a ciento treinta y ocho; y, de estos, los del poblado de Axdir, que eran noventa y tres. En lo que respecta a las demás cabilas, el número de los bocoyas que cobraban ascendía a doce; de Temsaman, solo dos; de la fracción de Tugrut, lindante con Beni Urriaguel, y de Beni Tuzin, cinco, todos ellos de la fracción de Beni Akki. La cantidad total que se les asignaba ascendía a diez mil seiscientas cincuenta y cinco pesetas, aunque las sumas que recibían no eran, naturalmente, las mismas para todos (Madariaga: 2009, 100). En Axdir eran cuatro las “familias” que controlaban el poder: la del alfaquí Abd el-Krim, la del Hach Mohamed Cheddi, la de Moh Abocoy y la de Sidi Bucar. Cada una de estas familias estaba constituida por varias personas, no necesariamente parientes; y, aunque lo fueran, el término “familia” significaba en este caso un conjunto de personas que seguían a un mismo jefe, lo que equivalía a “partido” o “facción”. En las listas de cada una de las cuatro “familias” figuran los nombres de sus miembros, con indicación del sueldo que cobraban. Los que formaban parte de la “familia” de Abd el-Krim padre eran, en una de estas listas, veinticuatro, incluido el propio Abd el-Krim, ascendiendo la suma total que cobraban a dos mil treinta y cinco pesetas al mes. La “familia” de Moh Abocoy era la más numerosa por el número de sus miembros, que eran treinta y siete, aunque el total de la cantidad percibida, que ascendía a mil novecientas treinta pese-
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tas al mes, era inferior a la asignada a la “familia” de Abd el-Krim. De la otra “familia” que controlaba el poder, la del Hach Mohamed Cheddi, formaban parte diecinueve personas, incluido el jefe, ascendiendo la suma total que cobraban a mil setenta pesetas. La familia de Sidi Bucar era la menos importante, tanto por el número de miembros, que ascendían a nueve, como por el total de la suma asignada que era de quinientas pesetas. El total de las pensiones a las cuatro “familias” ascendía a cinco mil quinientas cincuenta pesetas (Madariaga: 2009, 101-102). Las relaciones sobre pensiones a “moros adictos” son muy numerosas. Hay que advertir que las listas cambian a veces, y así vemos que ciertos nombres que figuraban en una lista desaparecen de otra, en general por fallecimiento del “pensionado” o porque, a juicio de las autoridades españolas, este no cumplía con las obligaciones que se le habían asignado, apareciendo entonces nuevos nombres, al tiempo que se producían cambios en las sumas adjudicadas. En cuanto a las personas que formaban parte de estas “familias”, entre 1913 y 1914 hubo también cambios importantes cuando varias personas pertenecientes al partido o leff de Cheddi lo abandonaron para unirse al de Abd el-Krim padre, lo mismo que otros pertenecientes a la “familia” de Moh Abocoy como Mohamed Azerkan, que sería años más tarde uno de los colaboradores más próximos de Abd el-Krim como ministro de Asuntos Exteriores de la “República del Rif”, además de ser su cuñado al estar casado con Rahma, hermana del jefe rifeño (Madariaga: 2009, 102-103). La “familia” de Abd el-Krim iba cobrando una preponderancia cada vez mayor en relación con las otras tres familias de Axdir, lo que no podía dejar de originar tensiones y desavenencias que podían trastornar la buena inteligencia que las autoridades españolas deseaban que imperase entre los miembros del “partido español”. La rivalidad era fundamentalmente entre Abd el-Krim padre y Cheddi, quien arrastraba a las otras dos “familias”, la de Moh Abocoy y la de Sidi Bucar, contra la “familia” del Jatabi. Aunque las autoridades del peñón de Alhucemas deberían mantenerse neutrales en las rencillas entre las cuatro “familias” de Axdir, el comandante militar del islote daba crédito a lo que le contaban Cheddi, Moh Abocoy y Sidi Bucar, que era siempre en beneficio de ellos. Al comandante general de Melilla no se escapaba esta situación de enfrentamiento, que lamentaba; pero, al no ser posible constituir un solo partido con los cabileños que acaudillaban Cheddi y Abd el-Krim padre, lo importante era que ambos fuesen “afectos” a la causa de España y se sometieran a las órdenes de las autoridades de Alhucemas y de Melilla. La Primera Guerra Mundial y el apoyo de Abd el-Krim padre a la causa germano-turca, que no estaba bien visto por los rifeños, ocasionaría igual-
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mente tensiones. Para la mayoría de las gentes de su cabila, Abd el-Krim padre seguía siendo un “amigo de España”, mientras que los que lo acusaban de progermánico, por apoyar a los que combatían a Francia, terminarían reaccionando contra él, ya que para los resistentes rifeños todos los “cristianos” (europeos) eran enemigos por igual, y, por ello, los alemanes lo eran en la misma medida que los españoles y los franceses (Madariaga: 2009, 174). Las autoridades españolas consideraban, por su parte, que la nueva situación creada en el Rif exigía una reorganización del “partido español”, con sus dos componentes principales: el grupo de Boryila, que había remplazado a Cheddi al frente del “partido español”, y el grupo liderado por Abd el-Krim padre. El asesinato a principios de marzo de 1917 de Abd es-Selam, hijo de Ahmed Boryila, generó tensión en la cabila de Beni Urriaguel, al tratarse de un aviso de los resistentes rifeños a los “colaboracionistas”. Aunque las represalias contra estos últimos podían llegar a la eliminación física, los peligros que solían cernerse sobre ellos eran el incendio de sus casas y el saqueo de sus bienes, sin olvidar el pago de fuertes multas (Madariaga: 2009, 174-175). Tras el asesinato de su hijo Abd es-Selam en 1917, el jerife Ahmed Boryila ya no levantó más cabeza y sería Abd el-Krim padre quien pasaría a ser el jefe del “partido español” en Axdir. Después de pasar once meses encarcelado, de septiembre de 1915 a agosto de 1916, en el fuerte de Cabrerizas Altas de Melilla —supuestamente por sus simpatías progermánicas, pero en realidad por las ideas que empezaban ya abrirse en su ánimo sobre la independencia del Rif y la determinación de oponerse a la ocupación del territorio por España—, Abd el-Krim hijo era repuesto en sus funciones de cadí en mayo de 1917. Tanto el padre como el hijo volvían a trabajar para España tras el intermedio de alejamiento durante la Primera Guerra Mundial. No obstante, este retorno al “redil” solo duraría hasta finales de 1918, cuando Abd el-Krim tomó la importante decisión de abandonar Melilla y regresar a su cabila, no con la intención de “trabajar en contra de España”, sino de descansar y dedicarse a sus asuntos privados. Su hermano pequeño M’hamed, que preparaba el ingreso en la Escuela Superior de Ingenieros de Minas de Madrid, becado por el Gobierno español, regresaba también a Axdir en enero de 1919. La intención del padre era que, una vez que sus dos hijos estuvieran con él en plena seguridad en Axdir, ya no los dejaría marcharse. El pretexto que dio Abd el-Krim padre a los españoles para no dejarlos volver eran las amenazas que decía haber recibido de algunas fracciones de su cabila si se reincorporaban a sus puestos. Podríamos calificar esta etapa de “distanciamiento” de España sin ruptura. Esta actitud “neutral” duraría aún unos dos meses hasta finales de febrero de 1920, en que Abd el-Krim
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y su tío Abd es-Selam, hermano de su padre, salieron de Axdir para unirse a la harca que combatía a los españoles (Madariaga: 2009, 193). Abandonando el campo de la colaboración, la familia de Abd el-Krim se unía al movimiento de resistencia. Todavía pasaría más de un año antes de que la resistencia rifeña infligiera al ejército español su primer gran revés. Fue el primero de junio 1921 en Dar Abarran. Luego, sería Igueriben y Annual en julio del mismo año. En pocos días todas las posiciones españolas hasta las puertas de Melilla se habían derrumbado como un castillo de naipes. Y Abd el-Krim aparecía cada vez más como jefe indiscutible de la resistencia rifeña. 2. De colaboradores a resistentes
Los triunfos alcanzados por la resistencia en tan breve espacio de tiempo trastocaron totalmente la situación. La mayoría de aquellos “moros pensionados” que se unieron a la resistencia lo hicieron de mala gana, porque era mucho más cómodo recibir regularmente una lluvia de pesetas a cambio de confidencias, no siempre veraces, sobre la situación en las cabilas, y propiciar la presencia de España en el territorio, que los hipotéticos beneficios de un Rif gobernado por los rifeños, de futuro incierto. Pero no tuvieron más remedio que seguir la corriente, para no quedar aislados o ser incluso objeto de represalias por parte de los resistentes más radicales. Así, ”pensionados” veteranos como Cheddi o Boryila se unirían al movimiento de resistencia rifeño más por conveniencia que por convicción, mientras que otros “pensionados”, asimismo de larga trayectoria, se incorporaron también a la resistencia rifeña, movidos por la aspiración a un Rif independiente sin ocupación extranjera. Mohamed Azerkan, cuñado de Abd el-Krim, por estar casado con una hermana de este, y los Budra, uno de los cuales, Mohamed, estaba casado con otra hermana de Abd el-Krim, son ejemplos de los que siguieron al jefe rifeño porque compartían sus ideas y, también hasta el final, compartieron su suerte. Las motivaciones de los colaboradores para unirse al movimiento de resistencia encabezado por Abd el-Krim eran varias. Es muy cierto que, dadas las circunstancias, el no tener otra opción fue para algunos un elemento determinante. Los cambios de actitud, las volteretas eran sintomáticas de una situación inestable, que podía alterarse de la noche a la mañana. En las circunstancias del Rif de aquella época, el hecho de no estar con los que mandaban podía ser causa de graves contratiempos y desgracias. Si los “pensionados” habían sido tradicionalmente víctimas de numerosas represalias por parte de los resistentes más radicales —aquellos a los que las
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autoridades españolas designaban los “fanáticos” o “recalcitrantes”, de las fracciones de Beni Urriaguel de la montaña—, después de la instauración del gobierno de Abd el-Krim en el territorio que controlaba, toda sospecha de colaboración con España que recayera sobre los antiguos “pensionados” podía llevar a la confiscación de sus bienes y a que dieran con sus huesos en la cárcel. Eran tiempos de guerra y la colaboración con el enemigo constituía ni más ni menos un acto de “traición”. Aunque aquí vamos a referirnos sobre todo al Rif central como núcleo principal de la resistencia rifeña en los años veinte del siglo pasado, diremos unas palabras sobre la situación en el Rif oriental, donde, después de vencido el movimiento de resistencia de las cabilas en 1909 en contra de la instalación de las industrias mineras y la explotación de las riquezas del país por extranjeros, y el rebrote de la resistencia, encabezada por el jerife Amezian en los años de 1911-1912, que terminaría con la muerte del jerife el 15 de mayo de 1912, el territorio quedó bajo el control del ejército español, con todo lo que ello implica. La mayoría de los jefes de la región (distintas fracciones de las tribus de Guelaya y de otras cabilas situadas en los territorios sometidos como Kebdana, Ulad Settut y Beni Bu Yahi) pasarían a ser activos colaboradores de las autoridades españolas, a quienes debían su nombramiento, amén de prebendas y privilegios. Después del desastre de Annual en julio de 1921 y el subsiguiente derrumbamiento de todas las posiciones de la región hasta las puertas de Melilla, la actitud de la mayoría de los jefes del Rif oriental fue la de sumarse al movimiento de Abd el-Krim, es decir, cambiar de campo, como la cosa más natural del mundo, justificando su actitud con el argumento de que no les había quedado más remedio que someterse a la ocupación española; aunque, naturalmente, ellos compartían plenamente las ideas de Abd el-Krim y acogían, por ello, con regocijo el “nuevo orden”, instaurado por el jefe rifeño. La verdad es que se encontraron metidos en una situación difícil y espinosa. Por el hecho de mantener estrechos vínculos con las autoridades españolas no eran bien vistos por las gentes de su cabila, que buscaban frecuentemente ocasiones de ejercer represalia contra ellos, causándoles daño no solo en sus bienes, sino en sus personas, mientras que su adhesión a la causa rifeña, encabezada por Abd el-Krim, les traería sin duda perjuicios tan pronto como los españoles volvieran a controlar el territorio. De estos jefes o notables, la mayoría de los que se pasaron a la resistencia lo hicieron para evitar represalias, aunque no faltaron los que intentaron “jugar con dos barajas” o “nadar y guardar la ropa” (Madariaga: 2009, 212). Muchos de estos jefes o notables, colaboradores de los españoles, tenían parientes en el campo adverso, a los que las autoridades españolas re-
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currían con frecuencia como intermediarios entre ellos y los resistentes, lo que no dejaba de suscitar dudas sobre su “lealtad” a España. Aunque oficialmente siguieran siendo “moros adictos”, había sospechas de que muchos de ellos estaban en connivencia con el enemigo, en general porque no tenían más remedio para salvar sus bienes, cuando no ya el pellejo. En aquella guerra las familias podían estar divididas y encontrarse en campos contrarios: unos junto al ocupante y otros junto a la resistencia. Aunque lo normal era que los que colaboraban con España mantuvieran estrechos contactos con los parientes que luchaban en el campo rifeño y estos, a su vez, con aquellos, los contactos entre ellos, aunque no fueran más que estrictamente familiares, podían dar lugar a situaciones ambiguas. Un ejemplo de estas fue el de Si Mohamed Asmani, apodado el Gato, uno de los colaboradores más fieles y adictos a la causa española, sobre quien parecía inimaginable que pesara la más leve sospecha, aunque tenía parientes en el lado rifeño. El Gato, rico comerciante de Melilla oriundo de Farhana, fracción de la vecina cabila de Mazuza, fue objeto de grandes acusaciones de connivencia con el enemigo, pese a ser el más eximio representante del “moro español”, perfectamente integrado en la sociedad melillense, en la que mantenía excelentes relaciones no solo con la comunidad musulmana, sino también con la cristiana y la israelita. Una de las pruebas contra Asmani era que los resistentes rifeños le habían respetado sus bienes y propiedades, cosa que no había sucedido con otros “moros adictos”. También se le acusaba, entre otras cosas, de mandar cartas de apoyo al jefe de la harca rifeña en el territorio, de enviar dinero para la compra de municiones y de informar sobre los lugares de Melilla a los que debía dirigir sus tiros de artillería para causar más daño. Perjudicó a Asmani el que el jefe de la harca rifeña que atacaba Melilla fuera un primo hermano suyo, de su misma yema’a. El soplo de que era un buen confidente de Abd el-Krim y lo ponía al corriente de lo que sucedía en Melilla llegó a oídos del general Navarro, prisionero de Abd el-Krim después del desastre de Annual, quien se las arregló para hacer llegar la noticia al alto comisario, general Dámaso Berenguer, quien decretó su encarcelamiento, así como el de toda su familia. La reclusión del Gato en las islas Chafarinas duró de septiembre de 1921 a octubre de 1922, en el que el nuevo alto comisario general Burguete lo puso en libertad. El Gato volvía a recuperar el aprecio y la consideración de que gozaba con las autoridades españolas, quienes eran perfectamente conscientes de que las conveniencias políticas aconsejaban pasar página y volver a contar con su valiosa colaboración (Madariaga: 2009, 217). El caso del Gato no era el único, por lo que lo mejor sería adoptar una actitud pragmática y tener manga ancha. Dada
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las circunstancias, era más conveniente contemporizar con los dispuestos a volver al redil. Si con los “irreductibles” se practicó una política de guerra sin cuartel, a los “arrepentidos” se les otorgaba el perdón y se les volvía a reponer en sus cargos. Se trataba en general de jefes o de notables con predicamento en su cabila, a los que no era siempre fácil encontrar un sustituto. Por ello, pese a sus defectos, flaquezas, veleidades, dobleces o “deslealtades”, se les aceptaba porque no había demasiado donde elegir. Eso sí, había que tenerlos bien vigilados y controlados. Dentro de la amplia gama de casos de caídes que cambiaron de chaqueta los hubo que cayeron definitivamente en desgracia sin volver nunca a recuperar el favor de las autoridades del Protectorado. De estos el caso quizás más representativo fue el de Kaddur Na’amar, uno de los jefes más prestigiosos de Beni Said, cabila limítrofe de Guelaya, al otro lado del río Kert, que constituía la puerta del Rif central. En las listas del 31 de octubre de 1914 de la Oficina Central de Asuntos Indígenas de la Comandancia General de Melilla, figuraba como uno de los jefes más distinguidos de su cabila que había establecido contacto con esa comandancia, aunque era de los que todavía no se había “presentado” a las autoridades españolas, lo que marcaba la línea divisoria entre los que estaban dispuestos a prestar su apoyo a la ocupación del territorio por España y los que no estaban por la labor. A este último grupo pertenecía Kaddur Na’amar, quien había establecido contacto con dicha oficina, pero manteniendo sus distancias. Cauto, esperaba a ver cómo evolucionarían los acontecimientos antes de tomar una decisión. La cabila de Beni Said era clave para el avance de las tropas hacia el Rif central. Era también el principal obstáculo por hallarse en ella situado el Monte Mauro, inexpugnable fortaleza natural, en la que estacionaba en permanencia una harca. La sumisión de esta cabila no se produciría hasta diciembre de 1920. El día 7 de dicho mes, Kaddur Na’amar presentaba por fin la sumisión de su fracción, la de Uld Abd-EdDaim, y el día 9 seguiría la de las cuatro fracciones restantes. Hasta el desastre de Annual, la actitud de Kaddur Na’amar parecía inspirar entera confianza. Sentía, al parecer, según cuentan, especial afecto por el general Fernández Silvestre, a quien solía dar buenos consejos sobre cómo actuar en determinadas ocasiones difíciles. Había estado con una harca amiga en Annual, donde permaneció junto al general, al que había aconsejado que no se retirara. “Tribu abandonada, tribu sublevada”, le habría dicho. Eso fue lo que efectivamente ocurrió en su propia cabila, después de que las tropas españolas se hubieran retirado. Cuando a Kaddur Na’amar se le preguntó si su cabila seguiría “fiel a España”, respondió que así sería si el Gobierno español enviaba fuerzas suficientes para resistir el empuje de las
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“cabilas levantadas”, pero que, de no enviar más, lo mejor que podían hacer los españoles era marcharse, ya que “él tenía que sublevarse con su cabila, caso de venir la harca”. Estas palabras de Kaddur Na’amar son harto reveladoras de la situación imperante en el Rif en aquellas circunstancias y de la obligación de todo jefe que se respetase de seguir lo que la mayoría de la cabila determinase, si no quería verse marginado y repudiado. Y ante la incapacidad de las fuerzas españolas de contener aquella riada, Kaddur Na’amar terminaría sublevándose con su cabila. De cualquier modo, Kaddur Na’amar intentó que la entrega de las posiciones situadas en su cabila se efectuase de la mejor manera posible para evitar matanzas. Después de la rendición de Dar Kebdani, el coronel Araujo y otros jefes oficiales y soldados, que quedaron prisioneros de Kaddur Na’amar, serían finalmente entregados por este a Abd el-Krim. Las autoridades militares de Melilla pensaban que la actitud de aquel caíd después de Annual había sido bastante ambigua, particularmente en relación con la cuestión de los prisioneros, que le hacía aparecer como enteramente sometido a Abd el-Krim. Cuando se inició la recuperación del territorio de Beni Said y las autoridades de Melilla entablaron conversaciones con los principales jefes de la cabila, el coronel Riquelme, jefe entonces de la Oficina Central de Asuntos Indígenas de Melilla, tomó la decisión de prescindir de él, en vista de su actitud poco clara, y neutralizarlo poniéndole un contrario en la persona de Amar Uchen, apodado por los españoles el Lobo (uchen en tarifit o rifeño significa “lobo”). Kaddur Na’amar, sin ponerse abiertamente en contra de los españoles, seguía sin atreverse a entrevistarse con ellos ni a actuar en uno u otro sentido. Pero había prisa por ocupar la cabila, a ser posible de manera pacífica, negociando con los jefes más representativos. Con la esperanza de que lo nombraran caíd, Amar Uchen apoyó resueltamente la recuperación a principios de abril de 1923 de Dar Kebdani y otros lugares del territorio de Beni Said. Después de haber sido considerado el principal colaborador en Beni Said, Kaddur Na’amar se veía ahora marginado y menospreciado. No solo sus quejas por el nombramiento de su rival Amar Uchen fueron en vano, sino que, sospechoso de “comportamiento desleal”, fue encarcelado en el fuerte de Rostrogordo. Sintiéndose profundamente humillado, se negó a ingerir alimentos y se sumió en un mutismo absoluto. Trasladado al Hospital Central, su estado fue considerado por los médicos grave. Un mes y medio después fallecía Kaddur Na’amar. Aunque la causa directa de su muerte fuese la inanición, detrás de su negativa a ingerir alimentos yacía la inmensa pena que sentía al verse marginado y privado de su dignidad.
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Ante tal deshonor era preferible la muerte. Optó por dejarse morir de hambre (Madariaga: 2009, 217-219). Junto a los casos de los que, después de unirse al movimiento de resistencia iniciado en el Rif central, mostraron su arrepentimiento y fueron perdonados por las autoridades españolas, o el caso de Kaddur Na’amar, hubo los de caídes que permanecieron incondicionalmente al lado de los españoles sin flaquear en ningún momento. Quizá el ejemplo más ilustrativo de esta categoría fue el de Abd el-Kader bel Hach Tieb, de la fracción de Abduna, cabila de Beni Sicar, gracias al cual esta cabila no solo no se sublevó, sino que además reclutó contingentes para formar una harca amiga. Antiguo resistente en la guerra de 1909, Abd el-Kader había terminado por presentarse al general Marina en diciembre de 1909 para pedir el perdón y hacer acto de sumisión a España (Madariaga: 2008, 367-368). Desde entonces no hubo otro caíd más leal que él a la autoridad española, fuese cual fuese el régimen imperante en España: monarquía constitucional, dictadura de Primo de Rivera, república, dictadura franquista. Una calle de Melilla lleva su nombre. 3. Colaboradores siempre adictos y resistentes reconvertidos
Como ejemplo de jefe siempre “adicto”, y no por ello menos libre de sospecha de la administración española, cabe mencionar el de Amar Uchen, nombrado caíd de la cabila de Beni Said por decreto visirial del 28 de diciembre de 1924. Hay en la vida de este singular personaje episodios comparables a los de una tragedia de Esquilo, tal como nos revela su detallada ficha de la Delegación de Asuntos Indígenas. En su historial se contaba que la hermana de Amar Uchen, Mimunt, había sido casada por su padre con Al-lal Chaib el Mokram. Habiendo sido preguntado Amar Uchen por Si el Bachir Mokaddem el Hatri por qué había casado a su hermana cuando él la quería, Amar le dijo que si seguía queriéndola y, como el otro le respondiera que sí, le ofreció arreglar el asunto pidiéndole a cambio cuarenta duros. El arreglo al que Amar Uchen se refería consistió en ir una noche a casa de su cuñado, llamarlo y, cuando este salió, pegarle un tiro. A los dos meses, Mimunt regresó a casa de su padre y una noche Amar llevó a su hermana a casa de Si el Bachir, sin que mediara la correspondiente boda. Si el Bachir al ver todo este tejemaneje pensó que los parientes del muerto podrían atribuirle a él la autoría del crimen y entonces degolló a Mimunt y la enterró en un silo. El padre de Amar buscó a la desaparecida y llegó a descubrir el cadáver al cabo de tres meses, iniciándose entonces una guerra
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con Si el Bachir, en la que murieron cinco hombres, y Si el Bachir se vio obligado a huir a Argelia. El padre llamó a dos adules y les hizo redactar un acta de repudio contra Aman Uchen, en la que decía que no lo consideraba su hijo y que aquel “sinvergüenza” no podía vivir en la cabila. Fue expulsado y se marchó a Metalza, donde “se hizo ladrón”. En aquella situación llegaron los días del establecimiento de las intervenciones militares y entonces Amar Uchen se dedicó al negocio de compraventa, a veces, y otras, a dar golpes de mano. Cuando las tropas españolas ocuparon Beni Said, el comandante Fortea pagó la diya (deuda de sangre) por la muerte de Al-lal Chaib, para dejar libre de culpa a Amar Uchen (AGA: Caja 81/2377). Este episodio es suficientemente revelador de la catadura moral de Amar Uchen: asesino de su cuñado y causante del asesinato de su hermana, repudiado por su padre, expulsado de su cabila, terminó como un vulgar salteador de caminos, hasta que las autoridades españolas decidieron traerlo de vuelta a su cabila y oponerlo a Kaddur Na’amar, como ya quedó dicho. Sobre Amar Uchen existen diversos informes de diferentes interventores. El correspondiente a 1932 resaltaba que era “inteligente” y se daba rápidamente cuenta de todos los asuntos que, en general, resolvía bien. Se le consideraba “enérgico, reservado, orgulloso, absorbente y muy apegado a los usos, costumbres y tradiciones del país”. Había hecho la peregrinación a la Meca y, desde entonces, se distinguía por el rigor con que observaba los preceptos coránicos. Poseía gran facilidad para el desempeño de su cargo, en el que podría considerársele “insustituible”. En el “aspecto moral”, nada podía decirse de él en aquel momento. “Lo saneado de su fortuna” — seguía diciendo el informe— “le permite no descender a pequeñeces con las que pudiera lucrarse”. Su influencia en la cabila era grande y también lo era en las limítrofes. Un informe del interventor regional del mismo año era ya menos elogioso. Actuaba bien y resolvía con rapidez y “claro criterio” cuantos asuntos eran sometidos a su autoridad. No obstante, en los que intervenían parientes suyos, se inclinaba “a favor de éstos”. No había quien se atreviera a presentar ninguna reclamación contra él, aunque no faltaría “quien quisiera hacerlo”. Era atento y cariñoso, pero “excesivamente reservado”. Tenía conocimiento de cuantas cosas sucedían en la cabila, algunas de las cuales no comunicaba a la Intervención. Como se ve, este segundo informe era más matizado: no era todo oro lo que relucía. Por decreto visirial del 16 de junio de 1937, Amar Uchen fue nombrado caíd coiad de Beni Said, Beni Ulichek, Tafersit y Beni Tuzin, es decir que su “supercaidato” se ejercía sobre cuatro cabilas del Rif central, incluida la suya. Otro informe del interventor en 1940 era ya mucho
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más crítico hacia Amar Uchen, a quien se le consideraba “hombre extremadamente reservado y hermético”, lo que sí podía ser una virtud en la vida privada por aquello de que quien mucho habla yerra, se convertía en negligencia o cálculo, y, a veces, “en mala fe”, tratándose de un caíd cuya obligación era la de informar al interventor de los sucesos más nimios, a los de más fuste. Obraba con absoluta independencia de la Oficina de Asuntos Indígenas, sin consultar casi nada. Lo que es más, tenía incluso prohibido a todas las autoridades el que fueran a dar cuenta de los sucesos o hechos, fueran de la clase que fueran, acaecidos en sus yema’as, y si era una buena cosa que como caíd estuviera enterado de cuanto ocurría en su cabila, no lo era tanto cuando no comunicaba nada de ello a la Intervención, no solo de las noticias o hechos, sino también de la resolución que había dado a los asuntos, lo cual era en innumerables casos partidista por haber mediado “la dádiva o el regalo”. Con su actitud, la de oponerse sistemáticamente a que las autoridades diesen cuenta a la oficina de las novedades acaecidas, así como que los descontentos con sus fallos (que eran muchos) acudieran igualmente a la oficina , conseguía la doble finalidad de querer dar siempre la sensación de la absoluta tranquilidad que, según él, reinaba en la cabila, ya que el temor les impedía ir con reclamaciones, pues el que tal hiciera caería inmediatamente en desgracia; y la finalidad ulterior de los regalos que, en cantidades enormes, llevaban diariamente a su casa los litigantes (AGA: Caja 81/2377). Aquí ya aparecen claramente expresadas las características del mandato de Amar Uchen; por un lado, la corrupción y, por otra, el miedo de los administrados. Otra faceta de la actuación de Amar Uchen eran las tuizas (prestaciones personales) que ordenaba hacer en la cabila. Era también pródigo en las dádivas con los moqaddemin y chiujs de cualquier tariqa (cofradía religiosa) que fueran a visitarlo, ya que para él eran alabanzas y, en definitiva, se sumaba adeptos de calidad, aunque como siempre fuera “el pueblo llano” quien pagara. Para las tuizas, no contaba en absoluto con la oficina ni se producían reclamaciones de ningún género. Ello no quería decir que los rumores de los descontentos no llegaran tarde o temprano, pero “siempre con la ausencia del descontento que da la cara” (AGA: Caja 81/2377). Otras apreciaciones sobre Amar Uchen eran no menos demoledoras. “Moralmente es un ególatra” —seguía diciendo este informe— “cuya ambición” no tiene meta posible, de donde su inquietud constante por inmiscuirse en cuantos asuntos podía y le dejaban en las demás cabilas de las que no era coiad”, pero de las que pretendía serlo, haciéndose el “imprescindible” y atrayendo a gentes de las mismas, que pudieran servirle para su política de atracción
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o disgregación, según los casos, pero siempre “en provecho propio y exclusivo de él”, ya que, en opinión del autor del informe, a aquellas alturas, no creía que existiera un cándido que, de buena fe, pensara que Amar Uchen se movía o hacía algo provechoso “pensando solo en servir a España”. Si a esto se sumaba el que por la oficina solo aparecía de tarde en tarde, se podía sentar el principio de que la cabila no tenía caíd, a la manera en la que los interventores entendían que debía ser esta autoridad, dado que, por haberlo encumbrado tanto, su función resultaba para él ya subalterna; y la tenía a menos, habiendo declarado varias veces que había delegado el caidato en su hermano Mohamedi, jalifa (lugarteniente) suyo, aunque aquello no era enteramente exacto y había que aplicarle el dicho del perro del hortelano “que ni come ni deja comer”. Así, iniciativas y resoluciones tomadas por el jalifa Mohamedi de acuerdo con el interventor eran echadas por tierra por el caíd, “según su capricho o conveniencias”, por muy justas que aquellas fueran. Por todo ello, el autor del informe consideraba que sería de la mayor conveniencia para la cabila el que, “con tacto y diciéndole que se le relevaba de un puesto subalterno”, se le dejase de coiad de Beni Said, Beni Ulichek, Tafersit y Beni Tuzin, y se nombrase a su hermano Mohamedi caíd de Beni Said. El informe hacía resaltar que, junto a estos grandes defectos de su actuación, constaba “en su haber” la ayuda que a veces había prestado, “sobre todo durante el pasado Movimiento Nacional”, en el que con su ayuda se llegaron a tener filiados en la cabila unos mil novecientos hombres, lo que, a juicio del autor del informe, no atentaba “su silueta moral y su proceder”, ya que, “si no tuviera algunas facetas buenas y aprovechables hacia el pueblo protector”, sería absurdo mantenerlo en un puesto tan delicado, “después de haberlo encumbrado de la nada, cubrirlo constantemente de atenciones” y, lo que era más práctico para él, “dejarle engordar y redondear su fortuna”, que distaba mucho de ser limpia, una parte importante de la cual, como era sabido, se la había procurado, y seguía haciéndolo, “por caminos tortuosos e inconfesables”. El taimado caíd sabía cómo pasar factura. A sus méritos iniciales de ayudar a la recuperación de la cabila durante la guerra del Rif, supo cómo ganar el favor de las nuevas autoridades, reclutando masivamente a cientos de soldados en su cabila para el ejército de Franco (AGA: Caja 81/2377). Otro informe del interventor regional era aún más demoledor. Este hacia un fino análisis del personaje. Afirmaba que Amar Uchen estaba en “la plenitud de su vida política, había alcanzado la madurez en su lucha por encumbrarse”. Había conseguido un puesto de caíd por derecho propio: “Era el más osado, valiente, ambicioso e inteligente, sin escrúpulos de con-
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ciencia y con sobrada energía para ganar. Y ganó”. Había tenido la habilidad, “hija de su talento”, de saber compaginar su ambición con los intereses de las autoridades españolas, y el logro de aquellos hizo que apareciera como un valioso elemento de la política española. “El mejor informador y el más atrevido colaborador en la guerra y en la paz”, admitía el informe lapidariamente. Pero “el tiempo acumulando sobre él, riquezas y poder le van desorbitando. Es un saco sin fondo” —seguía diciendo el interventor regional implacablemente. “Su ambición no tiene límites” y cada vez había que echar cosas más grandes en ese saco para “satisfacer los apetitos de ‘chacal’ que llevaba dentro”. “Su vista se desparramaba por fuera de su cabila y aún fuera de la región. Para él ser caíd coiad no era suficiente, aspiraba a más y jugaba con otras cartas”. Amar Uchen no era leal más que “con su egoísmo” y como no era fácil satisfacerlo, porque le habían dado riquezas y honores en mayor grado que a los demás, sus esperanzas estaban puestas en Tetuán o en Rabat. El coronel Bermejo, buen conocedor de los “puntos” que calzaba, “supo sacarle la parte provechosa de sus tortuosidades” y lo empleó como gancho para atraer a el Mansori, caíd de Beni Snassen y a otros personajes de menor cuantía de la zona francesa. De todas formas —seguía diciendo el informe— su trabajo es turbio y tiene el sello de la insinceridad [...] Vende su alma al diablo con tal de seguir en el poder [...] Es un personaje peligroso por su carácter y porque es una potencia hecha por nosotros. No siente gratitud por nadie y juega a tres cartas: con nosotros, con los nacionalistas y con los franceses. Hasta que consiguió encaramarse fue muy útil. Hoy no es tanto, no lo creo tan nuestro y tengo la seguridad de que se nos irá en cuanto nos vea en mala postura. No se recata en censurar nuestras personas y nuestras cosas con esa dureza que le es característica, llegando momentos en que algún interventor (el de Metalza) le tuvo que llamar la atención y hacerle rectificar. Su doble juego con el nacionalismo fue criticado por el coronel Bermejo. A él le decía una cosa y luego en Tetuán hacia otra ante el Jalifa y el coro nacionalista, a los que ante mi ponía de vuelta y media. Considero a este caíd elemento difícil de manipulación por su ambición desmedida, dureza de carácter y lealtad frágil, que no resistiría una dura prueba (AGA: Caja 81/2377).
A pesar de sus guiños a los nacionalistas de Tetuán, estos tachaban a Amar Uchen de “sinvergüenza” que tenía “mil caras”. Personas que lo conocían bien decían que era un hombre a quien su baja cultura y su “gitanería” (sic) de hombre de campo y “salteador de caminos” le dictaban que debía mantener sus riquezas y buena situación fuera como fuera, sin comprometerse en serio con nadie y que entendía que por su posición política había de mostrar fidelidad a los españoles, al mismo tiempo que coqueteaba con los nacionalistas por si llegase a cambiar la situación en Marruecos (AGA: Caja 81/2375).
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Por Melilla corrió el rumor de que cotizaba trescientas cincuenta pesetas semanales al Partido Reformista de Abd el-Jalek Torres; y que, durante su estancia en Tetuán, cuando la concentración de caídes y otras autoridades musulmanas para asistir al acto de adhesión al alto comisario y a España el 21 de enero de 1954, estando en casa de Torres, le manifestaba lo siguiente: “La política española que se hace no me gusta, no está bien, no se hace nada positivo y no comprendo por qué nos han traído. Si queréis, mañana mismo empezamos una guerra”. Hay que reconocer que Amar Uchen era de una rara habilidad para hacer creer que su influencia era mucho mayor de la que en realidad tenía y para impresionar a los altos comisarios. Un informe que enviaba el interventor comarcal señalaba cómo Amar Uchen era tenaz en la táctica de buscar popularidad y de impresionar a cada nuevo alto comisario o delegado de Asuntos Indígenas en sus primeras etapas, para lo cual gustaba de representar papeles falsos hasta que al final llegaba a ser conocido y calado por todos. “Entonces —decía el autor de este informe— se agazapa, escondiéndose en su concha, y espera que te espera, hasta que nombren a un nuevo alto comisario o un nuevo delegado, para salir a escena o repetir los mismos cuadros”. Este interventor decía conocerlo bien y por ello le dolía que pudiera ser creído o que se le tuviera por persona de influencia en la zona francesa. En los tiempos de Abd el-Krim había hecho creer a las Oficinas de Asuntos Indígenas que su influencia en el campo rebelde era tan grande que incluso los jefes de harcas enemigas se dirigían a él. El autor del informe, que había estado más de seis años de interventor en Beni Urriaguel, había tenido curiosidad de comprobar personalmente con los principales jefes rebeldes del frente de Tizzi-Azza-Afrau lo que había representado Amar Uchen a este respecto. Todo había sido una farsa. Era preciso llamar la atención sobre esta característica de Amar Uchen porque este interventor comarcal temía que se le tomara por el barómetro de lo que podía ocurrir en la zona francesa y llevara a los españoles a cometer errores lamentables y de consideración. Podía asegurar que Amar Uchen no se atrevería nunca a decirle que conocía a tal o a cual de la zona francesa o que había recibido tal o cual carta. Terminaría seguro diciendo que era una broma. Amar Uchen pensaba que sabía navegar y que nadie podría descubrirle sus flaquezas (AGA: Caja 81/2375). Por los informes de algunos interventores vemos que esas flaquezas llegarían a descubrírsele, pese a lo cual no se hizo nada para destituirlo de su cargo, sino que continuó gozando aparentemente de la confianza de las autoridades. El caso de Amar Uchen, aunque el más representativo del régi-
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men imperante, no fue el único. Hubo otros muchos caídes que, sin quizás llegar tan lejos en sus excesos, dejaron bastante que desear en su conducta y actitudes. Los desfalcos, las corruptelas, los métodos represivos contra la población estaban a la orden del día y todo ello con la connivencia de las autoridades. De nada servía que algunos interventores denunciasen en sus informes los defectos e insuficiencias de muchos caídes. A los altos comisarios y delegados de Asuntos Indígenas parecía bastarles que proclamasen su “lealtad” a España. Frente al caso de Amar Uchen, colaborador que permaneció siempre “adicto”, cabe mencionar, como representativo del “resistente reconvertido”, el de Ahmed Budra, exministro de la Guerra de Abd el-Krim. Oriundo de la cabila de Beni Urriaguel, poblado de Iqueltumen del Monte, Ahmed Budra, sin parentesco con los Budra de Axdir, había destacado desde muy joven por sus dotes políticas, su inteligencia y como hombre de guerra, siendo elegido cheij de Iqueltumen hacia 1911 y uno de los más significados imgaren (singular amgar), es decir, notables, de los Ait Yusef U Ali del Monte. Ahmed Budra se mostró siempre irreductible enemigo de la penetración española. Cuando surgió el movimiento encabezado por Abd el-Krim el Jatabi, fue uno de sus más fuertes puntales por tener entonces mucho prestigio en las fracciones de Ait Yusef U Ali y de Ait Bu Ayyach. Organizó dos harcas de Yub el Kaama (Tensaman), designándolo Abd el-Krim para llevar la política de atracción hacia los jefes de las cabilas sometidas a España y de las cabilas del Rif que todavía no acataban la autoridad del líder rifeño. Después del desastre de Annual en julio de 1921, Ahmed Budra fue nombrado jalifa (lugarteniente) de Sidi Abd es-Selam el Hach Mohamed, y, al ser este destituido por el fracaso de Tizzi-Azza en 1923, fue nombrado ministro de la Guerra. Dirigía las operaciones de la mahkama de Asgar y enlazaba telefónicamente con los puestos de mando de las harcas. Cuando el avance español de 1926, se puso al frente de las harcas del Rif para impedirlo. Se retiró después a Gomara, organizando allí la resistencia, pero fue hecho prisionero y resultó herido en Tiguisas, cuando luchaba contra las fuerzas del entonces comandante Capaz. Se le envió después deportado a las islas Chafarinas hasta febrero de 1935, que pasó residenciado en Xauen hasta febrero de 1936, en que se le concedió la libertad, yendo a residir en su cabila. Su comportamiento había sido “excelente”, apartándose por completo del trato con nadie. Al estallar el alzamiento militar de julio de 1936, fue uno de los primeros que acudió a ofrecerse, reclutando a sus tres hijos. En octubre de 1938, al ser nombrado Solimán el Jatabi, pariente de Abd elKrim, pero su enemigo acérrimo, bajá de villa Sanjurjo, a Ahmed Budra se
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le designó para el cargo de caíd del Uta. Tal nombramiento produjo algún recelo en el bajá Solimán y en un grupo de amigos de este, llegando a ser tirantes las relaciones de aquellos (AGA: Caja 81/2375). Los recelos de Solimán el Jatabi eran comprensibles. Había sido desde el inicio el más firme puntal de los españoles frente a Abd el-Krim, en la cabila de Beni Urriaguel, mientras que Ahmed Budra, que había llegado a ser nada menos que ministro de la Guerra del líder rifeño, es decir, enemigo declarado de los españoles, recibía el mismo trato y consideración que él, que les había sido siempre leal y adicto. Solimán el Jatabi veía en Budra a un rival en el aprecio de los españoles y en los posibles beneficios y privilegios que recibiría de ellos y de los que él quedaría privado. Ahmed Budra sería, en cambio, muy bien recibido por la cabila, según el informe del interventor, para quien trabajaba con “lealtad, competencia y tacto”. Cuando en mayo de 1947, se difundió la noticia de la libertad de Abd el-Krim, después de evadirse del barco que lo traía a Europa y solicitar el asilo al Gobierno egipcio, Ahmed Budra se mostraba muy reservado sin que la Intervención hubiese podido recoger su opinión sobre este asunto ni directa ni indirectamente a través de informadores. Estos hacían saber que procuraban estar al corriente de cuanto con ello se relacionaba, por medio de sus íntimos y que, si bien las noticias no le desagradaban, no se observaba que hiciera manifestación alguna. La impresión de la Intervención era que a todos los que habían colaborado íntimamente con Abd el-Krim les satisfacían las noticias que circulaban que pudieran beneficiarle. No obstante, concluía el interventor, “en el fondo les agradaría no encontrarse de nuevo con su persona; se entiende aquellos que están actuando hoy de nuestro lado” (AGA: Caja 81/2375). El informe del interventor decía que la “edad aparente” de Ahmed Budra era de sesenta y cuatro años. Por ello, aunque seguro que se alegraba en su interior de todo lo bueno que pudiera sucederle a Abd el-Krim, no estaría tampoco dispuesto a echar por la borda la buena posición de que gozaba. Por muy interesado que estuviera en todo lo que se refería al jefe rifeño, no lo mostró en ningún momento, haciendo gala de una extraordinaria capacidad de ocultar sus sentimientos. Pese a ello, pesaban sospechas sobre él. Si en el informe se decía que había sido bien recibido en su cabila cuando regresó a ella en 1936, también se decía que contaba con “muy pocas simpatías” en el caidato, donde “por su gran habilidad” se desenvolvía bien, pero “por las actuales circunstancias se le está haciendo bastante campaña”, colocándolo como nuestro “mayor enemigo, de quien nunca podemos esperar nada nuevo, aunque aparentemente se muestra muy dúctil con la Intervención”.
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Sus numerosos enemigos, por haber conseguido ganarse el favor de las autoridades españolas, a pesar de su pasado próximo a Abd el-Krim, hacían todo por desprestigiarlo, particularmente Solimán el Jatabi, que era su principal detractor. Intentaron por todos los medios hacer creer a los españoles que Ahmed Budra era su “mayor enemigo”. No lo consiguieron. Pese a las sospechas, y a que lo tenían bien vigilado, las autoridades españolas siguieron prestándole su apoyo. Contrariamente a los informes sobre Amar Uchen, en los que sus autores ponían de relieve los numerosos rasgos negativos del personaje, sus defectos y vicios, algunos gravísimos, en el informe sobre Ahmed Budra no hemos encontrado nada que se le asemeje. Lo único que podría reprochársele era que ocultaba algunos asuntos a la Intervención o querría cargar sobre la Oficina de Asuntos Indígenas la responsabilidad de otros asuntos llevados por él. Pero ni una sola acusación contra Ahmed Budra de codicioso, corrupto o ladrón. Hubo una ocasión en la que Ahmed Budra tuvo un ligero choque con la administración española, debido a su negativa a aceptar imposiciones de personajes ajenos a la región. Para combatir la actividad nacionalista en los medios rurales, Jaled Raisuni, bajá de Arcila e hijo del célebre jerife y bandolero Ahmed Raisuni, elaboró un manifiesto de condena del nacionalismo, destinado a obtener la adhesión de todos los jefes o notables del Protectorado. El encargado de recaudar firmas en el Rif era Si el Mekki Ben Solimán el Jatabi, quien al solicitar al caíd Si Ahmed ben Mohamed Budra y a otros significados miembros de su caidato que firmaran el documento, opusieron resistencia, no por estar disconformes con la idea de protesta de los “desmanes nacionalistas” y “demostrar su adhesión al alto comisario”, decía un informe de la Delegación de Asuntos Indígenas, sino por creer que, por la forma en que estaba redactado el documento, su firma pudiera interpretarse como una adhesión a Si Jaled Raisuni y su acción futura, de la que desconfiaban, haciendo presente que ni él ni su padre habían sido nunca amigos de los rifeños, ni habían tenido nunca prestigio en aquel territorio. Ahmed Budra visitó al interventor territorial para explicarle los motivos antes expuestos y decirle que estaba dispuesto a firmar otro documento en el que se condenara aún con más fuerza el nacionalismo. El interventor territorial trató de convencerle, argumentado que la conformidad con el manifiesto lanzado por el bajá de Larache no implicaba estar de acuerdo con la actuación anterior o futura de Jaled Raisuni, sino con lo expresado por este en ese documento. El caíd Budra manifestó estar convencido y que firmaría el documento (AGA: Caja 81/2375).
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Esta actitud era reveladora del sentimiento de rechazo absoluto imperante en el Rif hacia personas incondicionalmente al servicio de los españoles, pero tradicionalmente enemigos de la causa rifeña, como lo había sido el jerife Raisuni y lo sería luego su hijo Jaled, pero también de la más acérrima hostilidad hacia el nacionalismo de las ciudades. La preocupación de las autoridades españolas ya desde el surgimiento de los primeros brotes del nacionalismo en los años treinta, de que este no “contaminara” el campo, es decir, las cabilas, bien sujetas bajo el control de los interventores militares y las caídes “adictos”, se incrementó en los años cuarenta cuando el movimiento nacionalista cobró nuevo ímpetu y se hicieron más patentes sus reivindicaciones independentistas. Durante el proconsulado del general Varela (1945-1951), la preocupación por mantener a las cabilas alejadas de la “contaminación” nacionalista se convirtió ya en una verdadera obsesión. De todos modos, los esfuerzos de la Alta Comisaría, y más concretamente de la Delegación de Asuntos Indígenas, por impedir que las ideas nacionalistas penetraran en el mundo rural, no encontraron demasiados obstáculos entre los rifeños, que miraban con mal disimulado recelo, cuando no abierta hostilidad, a aquellas gentes de Tetuán, que pretendían imponerles sus ideas. Para hombres como Ahmed Budra, Abd el-Jalek Torres y otros nacionalistas de Tetuán, hijos de viejas familias de la alta burguesía tetuaní, eran unos “niños bien”, metidos a revolucionarios. El rechazo del nacionalismo de las ciudades por parte de la mayoría de los caídes era, por supuesto, aprovechado por las autoridades españolas para mantener su control y dominio sobre las cabilas. Esta situación se mantuvo hasta el final del Protectorado. Los caídes, aunque algunos jugaran a varias cartas, como Amar Uchen, mantuvieron su “adhesión” a las autoridades del Protectorado, considerando que, dadas las circunstancias, esa era la mejor opción para ellos. Dádivas y regalos, prebendas y privilegios de la administración española a cambio de mantenerse “leales”, al menos en apariencia, a la potencia protectora. Bibliografía Madariaga, M. R., Abd el-Krim el Jatabi. La lucha por la independencia, Madrid: Alianza Editorial, 2009 (1ª edición). — España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada, Melilla: Ciudad Autónoma de Melilla-uned-Centro Asociado de Melilla, 2008 (3ª edición). Fuentes de archivo: AGA (Archivo General de la Administración): Fondo Histórico de Marruecos, Caja 81/199. Fondo África- Sección Marruecos: Cajas 81/2375 y 81/2377.
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El Protectorado en Marruecos y las relaciones internacionales de España (1912-1956)
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La cuestión de Marruecos domina las relaciones de España con las potencias europeas durante la primera mitad del siglo XX. Marruecos y el Estrecho de Gibraltar fueron uno de los principales escenarios de la actividad internacional de España y un espacio de interacción, cooperación y rivalidad con las principales potencias europeas —Gran Bretaña, Alemania e Italia— y sobre todo con Francia ya que los avatares de la colonización sobre Marruecos influyeron de forma directa en los vaivenes de las relaciones mantenidas con París. La posición internacional de España durante las primeras décadas del siglo XX quedó definida por su participación en el statu quo establecido en el área del Estrecho de Gibraltar por la Entente Cordiale franco-británica de 1904. Para un país como España, marginado de los asuntos continentales e inmerso en una cíclica conflictividad interior durante el siglo XIX, la colonización de Marruecos se convirtió en uno de los pivotes que le permitieron acceder a la política europea e insertarse en el sistema de alianzas europeo en un contexto en el que su debilidad como actor internacional se había acentuado tras la pérdida de Cuba y Filipinas en 1898 (Jover Zamora: 1999).
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Se trató de una política subordinada y dependiente de los intereses de Gran Bretaña y de Francia, potencias europeas que en 1904 habían acordado poner fin a su rivalidad colonial en el Mediterráneo, espacio cuyo peso geopolítico se había visto reforzado tras la apertura del Canal de Suez en 1869 que permitía conectar por vía marítima el continente europeo con la India y las colonias asiáticas sin tener que circunnavegar el continente africano. El acuerdo alcanzado por Londres y París establecía, a cambio de la promesa francesa de no obstruir las acciones británicas en Egipto, el reconocimiento al derecho de Francia, establecida en Argelia desde 1830, a “preservar el orden” en Marruecos y a “proporcionar asistencia para todas las reformas administrativas, económicas, financieras y militares” que requiriera el Imperio jerifiano, único territorio norteafricano que no había pertenecido al Imperio otomano y que había mantenido una tradición estatal autónoma. Fue el juego de intereses contrapuestos en la región del Estrecho de Gibraltar, zona vital para los intereses de comunicación, lo que permitió que España fuera incorporada a las negociaciones internacionales para el reparto de Marruecos. Los intereses españoles en Marruecos, derivados de su posición geográfica y de sus posesiones territoriales en la costa norteafricana (Ceuta, Melilla e islotes y peñones de soberanía), fueron reconocidos por la Entente Cordiale. Aunque en la sociedad española de la época había llamamientos a la implicación colonial, procedentes tanto de los círculos africanistas como de los sectores de la oligarquía económica afectados por la desaparición de los mercados antillanos, fue la debilidad estructural del Estado español y su incapacidad para poner en peligro los intereses de Londres lo que permitió su incorporación a la colonización de Marruecos como “actor pasivo” y contrapeso a los intereses franceses (Sueiro: 2003, 187). Al conseguir que la zona norte de Marruecos y el mar de Alborán quedaran fuera de la órbita francesa bajo la influencia de una potencia de segundo orden como España, Gran Bretaña conseguía preservar su control sobre el Estrecho de Gibraltar, acceso vital para asegurar sus comunicaciones con el Mediterráneo oriental y el Oriente lejano. 1. La colonización de Marruecos, una cuestión franco-española con ramificaciones europeas
La condición de “actor pasivo” de España en el tablero de intereses mediterráneos quedó reflejada de nuevo en las negociaciones previas al establecimiento del Protectorado en Marruecos en 1912. Los gobiernos españo-
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les no fueron capaces de conseguir que el reparto de Marruecos se hiciera en dos zonas de influencia con competencias equivalentes. La participación de España en Marruecos fue establecida de forma bilateral con Francia, país con el que el sultán había firmado previamente el Tratado de Fez el 30 de marzo de 1912, cuya finalidad teórica era el establecimiento de un régimen que permitiera la introducción de reformas y que asegurase el desarrollo económico del país. El carácter subordinado de la participación española quedaba claramente recogido en el acuerdo hispano-francés de 27 de noviembre de 1912 por el que París cedía a Madrid las competencias de intervención y organización del Protectorado en la zona norte del Imperio jerifiano, con unos límites geográficos muy inferiores a los ofrecidos por Francia en 1902 y de los que quedaba excluida Tánger, puerta sur de entrada al mar Mediterráneo, donde posteriormente se estableció un régimen de ciudad internacional La satisfacción inicial producida por la incorporación al sistema de alianzas europeas, en 1904, dio paso a un sentimiento de frustración que fue alimentado por el papel marginal y subordinado atribuido a España en el reparto colonial de Marruecos. A esto pronto se añadieron los reveses y dificultades sufridos por el ejército español en el denominado como proceso de “pacificación” o de control del territorio que le había correspondido administrar a España. Estos sentimientos alcanzaron su punto culminante con la derrota de las tropas españolas en Annual en 1921, en un episodio que supuso el principio del fin del régimen parlamentario liberal y que reforzó la condición de Marruecos como escenario clave de la política interior española durante la primera mitad del siglo XX. La colonización en Marruecos alimentó los prejuicios antifranceses sólidamente arraigados en los círculos africanistas españoles. Francia fue considerada, en gran parte, responsable de empujar a España a una dinámica colonial frustrante y onerosa que dividía a la sociedad española y que tenía como escenario una zona desprovista de recursos naturales, en clara contraposición con los existentes en la zona del Protectorado francés. El territorio marroquí ofrecido por Francia a España en el non nato Convenio de 1902 era muy superior al firmado en 1912 tanto en superficie (doscientos mil kilómetros frente a los veintitrés mil finalmente obtenidos) como en riquezas y potencialidad de explotación económica, al incluir la cuenca fértil del río Ouergha en las estribaciones meridionales del Rif, la ciudad de Taza y la de Fez, capital política y religiosa del Imperio jerifiano, así como el rico valle del Sus y la ciudad de Agadir en el litoral atlántico al sur del país. El rechazo español al ofrecimiento francés de 1902 fue motivado por los te-
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mores españoles de firmar un pacto secreto con París, a espaldas de Gran Bretaña. Tras la firma del Protectorado los sectores antifranceses responsabilizaron a Francia de la expoliación de derechos españoles en el territorio como consecuencia de su “inagotable voracidad territorial” que reducía la presencia española al yermo territorio rifeño del Norte y a un hinterland alrededor del enclave de Sidi Ifni en el sur. El sentimiento de agravio comparativo se veía reforzado al recordar los “derechos históricos” derivados de una centenaria presencia en el norte de África en comparación con los de los franceses que como recordaba Alfonso XIII en una entrevista concedida en 1924 “están en Marruecos desde ayer, por así decirlo, y nosotros desde hace siglos” (Sueiro: 1992, 2). La asimetría de estatus jurídico entre ambas zonas fue otro de los temas que alimentó el resentimiento de las autoridades y de una parte de la opinión pública española. La equiparación jurídica de la zona de influencia española con el Protectorado francés fue una aspiración permanente de Madrid (Sueiro: 1992, 65). Para justificarla se rechazaban las tesis de la integridad territorial del Imperio jerifiano y de la soberanía del sultán sobre todo el territorio marroquí y se defendía la idea de que el jalifa, delegado del sultán en la zona española, tenía competencias soberanas en el territorio administrado por España (Villanova: 2004). Durante la I Guerra Mundial, Francia intentó que la declaración de guerra a Alemania realizada por el sultán marroquí Muley Yusef, inducida por el residente general francés mariscal Lyautey, fuera aplicada también a la zona española. Esta interpretación fue rechazada por el gobierno de Madrid quien defendió la aplicación de un estatus de neutralidad en su zona de influencia al no ser España potencia beligerante en la contienda mundial (Madariaga: 2007, 173-174). La presencia en la zona española de agentes alemanes con el objetivo no alcanzado de provocar una insurrección generalizada de las tribus de la zona francesa fue una fuente periódica de fricciones durante la guerra (Lüdke: 2005 y Madariaga: 2013, 97-98). Las dificultades para “pacificar” el territorio otorgado a España, paso previo para intentar incrementar su explotación económica, reforzaron el clima de francofobia creciente que alcanzaría su cénit tras el desastre de Annual de 1921. Francia era acusada de prestar apoyo a la resistencia rifeña y de tolerar el tráfico de armas desde su territorio, en una estrategia diseñada por el lobby colonial francés con la que se perseguiría asumir en solitario la administración de todo el Protectorado marroquí lo que, de ser logrado, provocaría que España quedara emparedada entre la Francia metropolitana al norte de los Pirineos y la Francia colonial y ultramarina al otro lado
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del Estrecho de Gibraltar, alimentando un temor presente desde que se inició la expansión colonial francesa en el norte de África con la ocupación de Argelia en 1830. El resentimiento compartido contra Francia impulsó el acercamiento a Italia durante la dictadura de Primo de Rivera pero no acabó poniendo en cuestión las relaciones con París, ya que pese a ser el principal competidor de España en Marruecos era, sin embargo, el socio cuya cooperación era insoslayable para consolidar la presencia española. La definitiva derrota de la resistencia a la penetración colonial en 1927, no en vano, fue el resultado de la cooperación político-militar con Francia iniciada dos años antes cuando Abd-el-Krim el Jatabi atacó la zona del Protectorado francés (Madariaga: 1999 y 2009). El éxito de la intervención militar conjunta no acabó con las fricciones y los malentendidos. La ocupación, durante las operaciones conjuntas, de partes del territorio que los españoles consideraban que pertenecían a su zona de influencia (cabilas de Beni Zerual y de Beni Snassen) pero que acabarían siendo incorporadas al Protectorado francés fue un agravio nunca perdonado por los militares africanistas españoles (Nerín y Bosch: 2001, 34). 2. La reivindicación de un “Tánger español”
El sentimiento de agravio por el trato recibido en la colonización de Marruecos y la necesidad de buscar una salida al avispero rifeño impulsó el desarrollo de posiciones revisionistas que exigían la modificación del statu quo en Marruecos y el Estrecho de Gibraltar mediterráneo occidental. A la reivindicación sobre el Peñón de Gibraltar, ocupado por Gran Bretaña desde 1704, se añadió la pretensión de que la ciudad de Tánger fuera incorporada a la zona del Protectorado español en el norte de Marruecos. La exclusión de la ciudad del Estrecho del territorio asignado a España en Marruecos no solo era considerada una afrenta a los derechos históricos, geográficos y demográficos, sino también un grave obstáculo para la puesta en práctica de la misión colonizadora española, embarrancada frente a la resistencia encabezada por el líder rifeño Abd-el-Krim. Las autoridades españolas consideraban que sin una solución a sus reivindicaciones sobre Tánger nunca se lograría la “pacificación” de Marruecos. La frustración española por la “amputación” de Tánger de su zona de influencia aumentó cuando la diplomacia española se vio empujada, en diciembre de 1923, a sumarse a las tesis inglesas sobre la internacionalización de la ciudad como un mal menor con el que hacer frente a las pretensiones francesas de conseguir una
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influencia preponderante sobre la ciudad, invocando la tesis de la integridad territorial del Imperio jerifiano y la soberanía del sultán sobre el conjunto del territorio marroquí. El texto final del Estatuto aprobado en 1923 no recogía ninguna de las aspiraciones españolas sobre la ciudad. Tánger era declarada ciudad internacional bajo la soberanía del sultán, representado por un mendub. El Estatuto disponía la creación de una serie de instituciones plurinacionales encargadas del gobierno de la ciudad (Asamblea Legislativa, Tribunal Mixto, Cuerpo de Gendarmería y Administrador de la Ciudad). El organismo clave era el Comité de Control integrado por los cónsules de carrera de las potencias signatarias de la Conferencia de Algeciras, celebrada en 1906, y responsable de velar por la observancia del régimen de igualdad económica y de las disposiciones recogidas en el Estatuto (Hernando de Larramendi: 1988). La decisión del general Primo de Rivera de aceptar la firma ad referendum del Estatuto no acalló unas reivindicaciones que se veían impulsadas por la escalada militar en el Rif. La exitosa colaboración franco-española frente a Abd-el-Krim no acabó con los sentimientos de agravio frente a Francia liderados por la Liga Africanista. Al concluir las operaciones militares, la reivindicación sobre Tánger fue reactivada en el marco de una renovada política exterior hacia el Mediterráneo que se había iniciado con la firma de un Tratado de Amistad con Italia en 1926. El acercamiento a la Italia de Mussolini, que también aspiraba a reforzar su condición de potencia mediterránea, fue utilizado por el general Primo de Rivera como un instrumento de presión ante Francia y Gran Bretaña con el que intentar conseguir la revisión de un Estatuto considerado injusto y lesivo para los intereses españoles. Los resultados obtenidos fueron mínimos. El nuevo convenio firmado en 1928 consagró la adhesión italiana al régimen internacional establecido en 1923 pero no introdujo modificaciones sustantivas en el mismo. España tuvo que conformarse con un pequeño logro, la recuperación de la jefatura de policía que había perdido en 1923, muy alejado de las objetivos maximalistas defendidos por los medios africanistas de la época. La cuestión de Tánger mostraba de nuevo la subordinación en la que se encontraba España frente a Francia y Gran Bretaña, así como los escasos resultados de la aproximación a Italia como vía de presión (Neila: 1997, 43). Aunque el establecimiento de la II República en abril de 1931 favoreció un nuevo acercamiento hispano-francés, cuestiones coloniales pendientes como la definición de los límites entre las dos zonas del Protectorado marroquí en Marruecos, el Estatuto de Tánger, la política de tolerancia puesta
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en marcha hacia el nacionalismo marroquí, la delimitación de los límites de Ifni y la rectificación de las fronteras del Sáhara español fueron temas que siguieron interfiriendo en unas relaciones incapaces de superar el clima de desconfianza bilateral. Consciente de los problemas que una retirada del Protectorado podría tener en el ámbito internacional, el régimen republicano mantuvo la presencia colonial española en Marruecos pero intentó dotarla de una dimensión civil más acentuada. Las tesis irredentistas sobre Tánger también fueron mantenidas a través de una política de revisionismo moderado que aceptó la prórroga del estatuto internacional de la ciudad en 1935 a cambio de unas contrapartidas modestas (Egido: 1987, 329-339). 3. La ocupación de Tánger y el sueño truncado de un imperio colonial en el noroeste de África
La evolución de la II Guerra Mundial, favorable a las potencias del Eje durante los primeros años de la contienda, creó las condiciones para que los sentimientos de agravio comparativo por el papel marginal y subordinado atribuido a España en el reparto colonial del noroeste de África cristalizaran en un proyecto expansionista de tonos imperiales. Las tesis irredentistas del africanismo militar español (Morales Lezcano: 1989), fusionadas con la retórica imperial de la Falange, dieron lugar a un proyecto expansionista plasmado en conferencias, artículos y publicaciones de la época entre las que destaca la obra conjunta de Fernando Mª Castiella y José María de Areilza, Reivindicaciones de España, que se autopresentaba como “un sencillo alegato a favor de los derechos de España, despreciados, heridos de muerte durante más de 100 años por la política exterior de Londres y París” (Areilza y Castiella: 1941, 19). Las tesis allí recogidas fueron desarrolladas en otras monografías a cargo de militares como el general Díaz de Villegas, politólogos como José María Cordero Torres o economistas como Alberto Cavanna. El argumentario de esta literatura irredentista, impulsada por la aparición de nuevas expectativas coloniales, sostenía la imposibilidad de mantener el statu quo colonial al final de la guerra y reclamaba reparaciones por el expolio territorial del que habría sido objeto España. La geografía del proyecto expansionista era elástica según los autores pero incluía como puntos irrenunciables la recuperación de Gibraltar, objetivo que nunca sería abandonado por el régimen franquista, la anexión de la zona internacional de Tánger y la unión del enclave de Ifni a la zona sur del Protectorado español en Marruecos. Las reivindicaciones más maximalistas llegaban a reclamar la anexión íntegra del Marruecos francés, la anexión
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del Oranesado en Argelia, la de Mauritania así como la de Gabón, Congo y Camerún en el África subsahariana o la de Andorra, el Rosellón y la Cerdeña (Nerín y Boscho: 2001, 48). La ocupación de Tánger tuvo lugar el 14 de junio de 1940 justo el mismo día que el ejército alemán ocupaba París. Ese mismo día el Boletín Oficial del Estado recogía el abandono de la neutralidad española, declarada al inicio de la guerra, y su sustitución por un estatus de “no beligerancia”. Aunque la ocupación fue inicialmente presentada por el ministro de Asuntos Exteriores, Juan Beigbeder, como una medida provisional encaminada a garantizar la neutralidad de la ciudad en un contexto bélico, la decisión española, azuzada por los sectores falangistas, no podía ocultar la tentación de convertirla en un primer paso hacia la construcción de un imperio mediterráneo que reforzase la posición internacional de España. La acción española fue recibida de manera muy distinta en las diferentes cancillerías europeas. Alemania e Italia tomaron nota y expresaron sus simpatías por la decisión española. La Francia de Vichy, a punto de firmar el armisticio con Alemania, se opuso enérgicamente. Gran Bretaña, por su parte, formuló severas protestas y la consideró ilegal aunque acabó aceptando negociar un complicado modus vivendi en el que se reconocía el “especial interés” de España en la zona y expresaba “estar dispuesta a examinar con interés las propuestas españolas para regularizar la zona de Tánger” (Hernando de Larramendi: 1988, 577). Sin embargo, las autoridades españolas no tardaron en adoptar una serie de medidas orientadas a anexionar de facto Tánger a la zona del Protectorado español, al tiempo que eran eliminadas las instituciones internacionales recogidas en el Estatuto. Por ejemplo, la categoría del Consulado General de España en la ciudad fue reducida a la de un consulado ordinario “como consecuencia de la incorporación de Tánger a la zona del Protectorado español” (Decreto de 9 de noviembre de 1940). Como culminación de ese proceso, el mendub, representante del sultán en la ciudad, fue sustituido en marzo de 1941 por un pachá nombrado por el jalifa de la zona española a indicaciones del alto comisario español. El sueño de construir un imperio colonial español a costa de Francia se desvaneció conforme evolucionaba el curso de la guerra. La negativa de Hitler a aceptar unas pretensiones que entraban en colisión con las aspiraciones alemanas e italianas y que, además, corrían el riesgo de irritar a la Francia colaboracionista de Vichy fue determinante para explicar la negativa de Franco a entrar en guerra al lado de las potencias del Eje. Estas diferencias no impidieron que Alemania utilizara la ciudad de Tánger como
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plataforma para sus actividades de inteligencia en el norte de África a través de su Consulado, que estuvo abierto entre 1941 y 1944 hasta que la previsible victoria de las fuerzas aliadas aconsejó a las autoridades españolas proceder a su clausura. Al acabar la guerra, España se vio obligada a ceder el control de la ciudad en octubre de 1945, restableciéndose el Estatuto internacional. Su participación en las instituciones internacionales, al igual que la de Italia, quedó drásticamente reducida, al tiempo que los Estados Unidos y la Unión Soviética se incorporaban a las mismas. 4. El Protectorado español en Marruecos y la política árabe del franquismo
Al acabar la II Guerra Mundial España quedó al margen del nuevo orden internacional surgido tras la contienda. La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó en diciembre de 1946 una resolución de condena en la que se declaraba “convencida de que el gobierno fascista de Franco en España, fue impuesto al pueblo español por la fuerza con la ayuda de las potencias del Eje” y recomendaba su exclusión de las actividades de la ONU, así como la retirada inmediata de los embajadores y ministros plenipotenciarios acreditados en Madrid. La superación del aislamiento internacional se convirtió en el objetivo prioritario de una política exterior orientada en un primer momento a conseguir la derogación de esa resolución condenatoria y, posteriormente, a obtener los respaldos suficientes para incorporarse a la Organización de las Naciones Unidas. El estrechamiento de las relaciones con los Estados árabes de Oriente Próximo se convirtió, junto a las relaciones con Hispanoamérica, en uno de los ejes de una política exterior de supervivencia en el marco de lo que la retórica oficial calificaba como “tradicionales relaciones de amistad con el mundo árabe”. Esta política se basó en la explotación ideologizada de las afinidades históricas y culturales derivadas de una historia común durante los ocho siglos de presencia musulmana en Al-Ándalus y en el mantenimiento de posiciones proárabes en la cuestión palestina, explicitadas en el rechazo al reconocimiento del Estado de Israel, creado en mayo de 1948 (Algora: 1995). La necesidad de obtener el respaldo de los Estados árabes para alcanzar ambos objetivos chocaba con el hecho de que España siguiera siendo una potencia colonial en el noroeste de África. Uno de los objetivos perseguidos por la Liga de Estados Árabes, creada en El Cairo en marzo de 1945, era precisamente el de ayudar a los países árabes todavía colonizados a alcan-
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zar sus independencias. La capital egipcia se convirtió, por este motivo, en un punto de atracción para los dirigentes nacionalistas magrebíes que durante la II Guerra Mundial habían comenzado a reclamar de forma cada vez más abierta las independencias. En 1947 fue creada allí una Oficina del Magreb Árabe de la que formaban parte los principales partidos nacionalistas de Argelia, Marruecos y Túnez incluyendo el Partido Nacional Reformista, liderado por el tetuaní Abdeljalek Torres, y cuyo campo de actuación era el Protectorado español en Marruecos. El objetivo de la Oficina era el de informar y sensibilizar a la opinión pública internacional sobre la situación de la ocupación colonial existente en el norte de África. En enero de 1948 fue creado, también en El Cairo, un Comité de Liberación del Magreb Árabe bajo la presidencia de líder rifeño Abd-el-Krim el Jatabi, quien durante su traslado a la metrópoli desde la Isla de la Reunión en la que había estado preso desde 1926 aprovechó la escala realizada en Port Said para refugiarse en Egipto. Los partidos nacionalistas magrebíes integrados en el Comité establecieron como objetivo alcanzar una independencia total para Argelia, Marruecos y Túnez. El régimen franquista se enfrentó entonces al dilema de cómo conciliar el necesario reforzamiento de las relaciones con los Estados árabes de Oriente Próximo como instrumento para normalizar su posición en el orden internacional surgido tras la conferencia de Yalta, con su condición de Estado colonizador poco predispuesto a atender las crecientes demandas nacionalistas de independencia apoyadas por la Liga Árabe. El régimen franquista recurrió al mito de una “fraternidad hispanomarroquí” que estaría alimentada por la benévola política que este desarrollaba hacia los marroquíes en el Protectorado, calificado como “zona feliz”. Este relato pasaba por alto la animadversión recíproca provocada por las guerras coloniales durante las décadas anteriores y ponía el énfasis en la existencia de una larga y fecunda historia común. Concesiones realizadas por el alto comisario Juan Beigbeder durante los años de la guerra civil, para asegurarse de que el movimiento nacionalista marroquí no obstaculizara el reclutamiento de tropas marroquíes, eran presentadas como ejemplos concretos de esa relación fraternal aunque desigual entre marroquíes y españoles. La legalización de partidos nacionalistas en la zona del Protectorado español (Partido de la Reforma Nacional en 1936 y el Partido de la Unidad Marroquí en 1937), la participación de algunos líderes nacionalistas en la administración jalifiana o la creación de instituciones educativas y culturales como el Instituto Jalifiano Muley el Hassan de Estudios Marroquíes (1937) o el Instituto General Franco de Estudios e Investigación
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Hispano-Árabe (1938), que buscaban reforzar la existencia de una identidad compartida, fueron presentadas a posteriori como ejemplos concretos de una idealizada “hermandad hispano-marroquí” utilizada como carta de presentación ante los Estados de la Liga Árabe. La estrategia consistía en tratar de difundir ante la opinión pública de Oriente Próximo una imagen de España como país favorable a las aspiraciones nacionalistas magrebíes en contraste con la política represiva llevada a cabo por Francia en la zona sur de su Protectorado. Para reforzar ese argumento se ponía como ejemplo la creación y el funcionamiento de una Casa de Marruecos en El Cairo (Bayt al-Magrib), dependiente del Instituto Jalifiano Muley el Hassan de Estudios Marroquíes que dirigía el líder nacionalista Mekki el Nasiri, y en la que se habrían alojado medio centenar de jóvenes marroquíes becados por la Alta Comisaría entre 1938 y 1948 (González y Azaola: 2008). La “marroquinización” de la enseñanza acometida en 1937 con la transformación de las antiguas escuelas hispano-árabes en escuelas marroquíes era presentada como una prueba adicional del compromiso de España con la formación de una élite que estuviera en condiciones de asumir responsabilidades crecientes en la dirección y gestión de los asuntos marroquíes (González: 2010, 386-393). La credibilidad de esta estrategia chocaba sin embargo con las reivindicaciones de unos dirigentes nacionalistas que, tras el final de la II Guerra Mundial, se alejaban cada vez más de las veleidades colaboracionistas con la administración colonial española y reclamaban abiertamente la opción de la independencia. Eso fue lo que ocurrió, por ejemplo, con la delegación enviada en 1946 a El Cairo por la Alta Comisaría a instancias de la Liga Árabe. Dos de sus tres integrantes se desmarcaron de la función amplificadora de las bondades de la política española y emprendieron una gira paralela por Siria, Libia, Irak, Transjordania y Arabia Saudí en la que criticaron abiertamente a la administración colonial española y reclamaron apoyos para la independencia (Madariaga: 2013, 355-357). La centralidad que la cuestión palestina adquirió en la agenda de la Liga Árabe, tras la aprobación del Plan de Partición de Palestina por la ONU en noviembre de 1947, relegó a un segundo plano la atención que la organización panárabe prestaba a los movimientos nacionalistas magrebíes. Aunque España seguía siendo un país colonizador, comenzó a ser percibido cada vez más como un país comprometido con la cuestión palestina al autorizar durante la guerra de 1948 la venta secreta de armamento a Siria, Líbano y Egipto y también como un intermediario capaz de atraer hacia las tesis árabes el voto de los países iberoamericanos en la ONU.
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Para reforzar esa imagen proárabe el Protectorado fue utilizado como escenario privilegiado de la solidaridad española con el pueblo palestino. El alto comisario Varela autorizó, por ejemplo, la realización de una suscripción popular a beneficio de los damnificados de la guerra de 1948 cuyo importe —4,5 millones de pesetas— fue recogido en marzo de 1949 por un representante del Alto Comité Árabe de Palestina pocas semanas antes de que la “cuestión española” fuera tratada de nuevo en la Asamblea General de la ONU. Ese mismo año, el Gobierno español respondió favorablemente a los llamamientos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina y se ofreció a acoger a mil niños palestinos en familias árabes residentes en el Protectorado (Algora: 2003, 28). La negativa a reconocer al Estado de Israel tras su proclamación en mayo de 1948 fue determinante para que los países de la Liga Árabe apoyaran, en noviembre de 1950, la derogación de la resolución condenatoria sobre España pese a que la votación tuvo lugar en un contexto en el que la Alta Comisaría había endurecido la represión hacia el movimiento nacionalista tras los sucesos de Tetuán de febrero de 1948, provocados por la negativa de las autoridades coloniales a permitir la entrada en la zona española de Abdeljalek Torres procedente de El Cairo (Velasco: 2012). 5. La destitución de Mohamed V y la independencia de Marruecos
El alineamiento de Mohamed V con las tesis independentistas del movimiento nacionalista marroquí provocó una creciente tensión entre el sultán y las autoridades coloniales francesas. El punto de inflexión tuvo lugar cuando el sultán se desplazó a la ciudad internacional de Tánger en abril de 1947 y pronunció un discurso en el que reclamaba una independencia unitaria bajo su soberanía que incluyera las tres zonas en las que había sido dividido el Imperio jerifiano. Su apoyo cada vez más explícito al partido del Istiqlal, principal formación nacionalista de la zona sur, y los violentos incidentes que tuvieron lugar entre franceses y nacionalistas marroquíes en Casablanca a finales de 1952, endurecieron la respuesta de la Residencia General con el apoyo de los colonos franceses. El 20 de agosto de 1953 Mohamed V fue depuesto y deportado, primero a Córcega y luego a Madagascar. En su lugar fue situado Muley ben Arafa, figura decorativa y fácilmente controlable por la Residencia General. Las autoridades españolas, que, tras la llegada a la Alta Comisaría en 1951 del general García-Valiño, habían iniciado una política de claro acer-
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camiento hacia el movimiento nacionalista, criticaron abiertamente la decisión unilateral francesa de destituir al sultán sin haberlo consultado previamente con España. La posición española fue la de no reconocer al sultán “títere” de Francia manteniendo la autoridad del jalifa, representante en la zona norte del legítimo sultán. El Protectorado español se transformó en un refugio seguro para los nacionalistas marroquíes que luchaban contra el colonialismo francés y se negaban a reconocer al sultán impuesto por Francia. Los refugiados en la zona española fueron provistos de documentos de identidad ad hoc y recibieron ayudas económicas procedentes tanto de la Alta Comisaría como de colectas organizadas por el Partido Nacional Reformista de Abdeljalek Torres. A esta ayuda material hubo que añadir las facilidades proporcionadas para la compra y el transporte de armas dirigidas al Ejército de Liberación Marroquí, brazo armado del partido del Istiqlal (Ybarra: 1998, 230-235). Esta posición autónoma frente a París reflejaba, por un lado la voluntad de ajustar cuentas con la política antifranquista llevada a cabo por la IV República francesa, pero también respondía a la necesidad de reforzar la imagen de España ante los países árabes de Oriente Próximo una vez que la cuestión de la independencia de Marruecos había sido oficialmente planteada por la Liga Árabe en la ONU en 1951. La política de apoyo a los nacionalistas perseguidos en el Protectorado francés fue utilizada como elemento de presión ante París para intentar limitar las actividades de los exiliados republicanos y, sobre todo, como instrumento para reforzar la imagen proárabe del régimen español en un momento en el que habían comenzado a surgir regímenes panarabistas en algunos países de Oriente Medio como Egipto. El voto árabe fue decisivo cuando en 1955 se votó la incorporación de España a la ONU culminando un proceso de normalización internacional que se había visto favorecido por el inicio de la Guerra Fría y que había sido precedido por el establecimiento de relaciones diplomáticas con El Vaticano y por la firma de los acuerdos con Estados Unidos en 1953. El paternalismo deformante que inspiró la política marroquí del régimen franquista no fue, sin embargo, capaz de comprender que la lógica descolonizadora era imparable. Cuando Francia rectificó su política permitiendo regresar a Marruecos a Mohamed V en noviembre de 1955, España no comprendió que el proceso de independencia se aceleraba. Esta incomprensión impidió capitalizar el apoyo prestado al movimiento nacionalista durante los años anteriores. Las vacilaciones y titubeos mostrados entonces, restaron credibilidad a la política española que volvió, una vez más, a ir a
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remolque de Francia. España concedió la independencia a su Protectorado en abril de 1956, un mes después de que Francia lo hubiera hecho. La negativa a descolonizar Tarfaya, la zona sur del Protectorado español atribuida a España en el Convenio hispano-francés de 1912, dio lugar a la “Guerra de Ifni” entre 1957 y 1958 en la que hubo que recurrir a la ayuda militar de Francia para derrotar al Ejército de Liberación Marroquí. Las tesis irredentistas del “Gran Marruecos” formuladas por Allal el Fasi situaron a España a la defensiva, hipotecando unas relaciones caracterizadas por una descolonización por etapas que desde entonces no ha dejado de inyectar una conflictividad cíclica a las relaciones entre Marruecos y España, el único Estado europeo que tras la independencia de Argelia sigue teniendo una parte de su territorio nacional en el norte de África (Hernando de Larramendi: 2008, 307-320). Bibliografía Algora Weber, Mª. D.: “Realidades y contradicciones de la política árabe del franquismo: el viaje del ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo a Egipto y sus repercusiones en Marruecos (abril de 1952)”, en Portugal, España y África en los últimos cien años. IV Jornadas de Estudios Luso-Españoles: uned/Centro Regional de Mérida, 1992, pp. 211-223. — Las relaciones hispano-árabes durante el régimen de Franco. La ruptura del aislamiento internacional, Madrid: Escuela Diplomática, 1995. — “La cuestión palestina en el régimen de Franco”, en álvarez ossorio, I. y Barreñada, I. (coords.), España y la cuestión palestina, Madrid: La Catarata, 2003, pp. 19-49. — “La política exterior española y la política internacional: efectos sobre las relaciones hispano-árabes en la historia contemporánea”, en López García, B. y Hernando de Larramendi, M. (eds.) España, el Mediterráneo y el mundo arabomusulmán. Diplomacia e historia, Barcelona: Icaria 2010, pp. 57-80. Areilza, J. M. y Castiella, F. M.: Reivindicaciones de España, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1941. Egido León, Mª. A.: La concepción de la política exterior española durante la 2ª República, Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1987. González, I. y Azaola, B.: “Becarios marroquíes en El Cairo (1937-1956): una visión de la política cultural del Protectorado español en Marruecos”, Awraq, XXV (2008), 159-181. González, I.: Escuela e Ideología en el Protectorado español en el Norte de Marruecos (1912-1956), Toledo: Universidad de Castilla-La Mancha, 2010, tesis doctoral. Hernando de Larramendi, M.: “Tánger bajo la ocupación española: 1940-1945”, en Actas del Congreso Internacional El Estrecho de Gibraltar, Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1988, pp. 571-582, vol. III. — “Ideología y política en el Marruecos post-colonial”, en Torremocha Silva, A.: La Conferencia Internacional de Algeciras de 1906. Cien años después, Cádiz: Fundación Municipal de Cultura José Luis Cano, 2008, pp. 307-320.
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Canalejas, modelo de liberales, retratado por Kaulak, ca. 1905 En el áspero debate (que prosigue) entre una España reformista y su contraria, opuesta a todo cambio, José Canalejas Méndez (1866-1912) lideraba no solo la primera, sino que, por su categoría intelectual y moral, su carácter emprendedor, responsable y dialogante, convencida tenía a parte de esa otra España. Su asesinato, por el anarquista Pardiñas, privó al régimen protectoral hispano-francés, que por entonces se debatía en las cancillerías europeas, de la palabra más autorizada de España. Vintage de Antonio Cánovas del Castillo y Vallejo (Kaulak), coincidente con sus primeros trabajos en el que fue su gran estudio —en el 4 de la calle de Alcalá— en los que firmaba como “Dalton-Kaulak”. El primer concepto por el “daltonismo” del blanco y negro; el segundo sigue siendo un misterio. Colección Pando.
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Jefe condecorado de una harca amiga, 1913 La política militar de España en Marruecos insistió en dos gravísimos errores: utilizar a las tropas indígenas como fuerza de choque —mientras los soldados españoles asistían como “espectadores” a los combates— y el auxilio de otros naturales del país agrupados en “harcas amigas”. Ambos contingentes sufrieron las mayores pérdidas o las irremediables (mutilados o muertos), causantes de la ruina de sus familias al quedar estas sin pensión; el desdén o los malos tratos de oficiales incompetentes o despóticos; el abusivo retraso en abonarles sus pagas. Este chiuj (jefe), que no hemos identificado, fue uno de aquellos leales y pacientes rifeños. En su pecho ostenta la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo y pensionada. Autor anónimo. Vintage en papel-foto levemente virado a sepia. Colección Pando.
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Poincaré recibe a Alfonso XIII en París, mayo de 1912 El 8 de mayo de 1913 el presidente Raymond Poincaré se esforzaba por acompasar su paso a la zancada de Alfonso XIII durante la segunda visita (la primera fue en junio de 1905) del monarca español a París. Original de autor anónimo, en papel-foto para tarjeta postal. Colección Pando.
Prisioneros liberados por el Mizzian, febrero de 1912 El 8 de febrero de 1912, delegados del Rif liberaron a los ocho soldados y el cantinero español capturados en los combates de Izarrora (27 diciembre 1911). Aquel gesto humanitario probaba, tanto a españoles como rifeños, la autoridad moral y política de Mohammed el Mizzian, santón y afamado guerrero del insumiso norte. En la imagen aparecen seis de los soldados —uno de estos con un brazo en cabestrillo— y el cantinero. Fueron testigos de aquella entrega los generales García Aldave y Jordana (detrás del primero, en la segunda fila). Autor anónimo. Copia del original en papel-foto. Colección Pando.
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117 Original distribuido como tarjeta postal, impresa en fotograbado. Colección Pando.
Alfonso XIII y Poincaré en Toledo, octubre de 1913 En octubre de 1913 el presidente Poincaré llegó a España en amistosa compensación por la visita del rey Alfonso. Poincaré visitó la Academia de Infantería de Toledo, donde fue hecha esta fotografía. Alfonso XIII tenía, a su derecha, al general Lyautey y, a su izquierda, Poincaré. Al lado de este se encontraba el general Agustín Luque, ministro de la Guerra. Y a la derecha, dos figuras políticas de relieve: Léon Marcel Geoffray, embajador de Francia y el conde de Romanones (Álvaro de Figueroa y Torres). El conde, líder de los liberales y por entonces jefe del Gobierno, observa, con antipático gesto, las labores del apurado fotógrafo Carmona.
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Fuerzas de Caballería en el Kert, invierno de 1912-1913 Jinetes de una unidad no identificada, que daban escolta a un convoy, abrevan sus monturas en la corriente del Kert, río-frontera entre la paz y la guerra. Original de autor anónimo en papel-foto virado a sepia. Colección Pando.
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Mohammed Ben Mizzian, jefe de los Beni Sicar, 1914 La cabila de los Beni Sicar ocupa la península de Tres Forcas, constituyendo el flanco derecho (exterior) de Melilla. Este murallón de rocas y escalonados aduares cierra la retaguardia de la plaza. De haberse sublevado en 1909 y 1912 y sobre todo en 1921, hubiese hecho imposible la defensa de Melilla, al quedar toda la población a merced de la fusilería rifeña. Quien evitó esos desastres fue el jefe de los Beni Sicar, Ben Mohammed Ben Kassem el Mizzian. Leal siempre a España, también lo fue su hijo, el teniente (luego general) Mizzian, que estuvo en Annual el día del desastre, donde fue gravemente herido. Vintage de autor anónimo. Copia en papel-foto virada a sepia. Colección Pando.
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Primeros desembarcos en Larache, junio de 1912 El 13 de junio de 1911 el teniente coronel Silvestre desembarcaba, con una reducida escolta, en Larache. Su inmediato entendimiento con el Raisuni propició la llegada de refuerzos y la ocupación de los territorios del Garb. La imagen muestra la arribada de lanchones con tropas y caballerías. Vintage de autor anónimo. Copia del original virada a sepia. Colección Pando.
El primer jalifa entra en Tetuán, abril de 1913 El 27 de abril de 1913 hacía su triunfal entrada en Tetuán, a través de la Puerta de la Reina —recuerdo de la guerra de 1859-1860—, el primer jalifa (lugarteniente del sultán) nombrado por España: Ben Mohammed Muley el Mhedi. Tarjeta postal en fotograbado a partir de un original de Agustín Rectoret, fotógrafo tetuaní. Colección Pando.
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Convoy de suministros en su ascensión al Monte Harcha, 1914 En esta altura, al noreste de Arruit, quedó emplazada una batería de cuatro piezas Krupp de 80 milímetros —material obsoleto del “repatriado” desde Cuba— y media compañía de Infantería. Entre artilleros e infantes, ciento treinta y cinco hombres. Para su abastecimiento en agua, comida y municionamiento se organizaban convoyes como el que muestra la imagen, con doscientos mulos de carga. Cuando las últimas caballerías afrontaban los primeros zig-zags, las que iban en cabeza aún no habían entrado en la posición. Estos convoyes abastecían la línea del frente con una periodicidad diaria (cubas de agua) o entre catorce y veintiún días (con víveres, correo postal y municiones). Autor anónimo. Copia en papel-foto distribuida como tarjeta postal, 1914. Colección Pando.
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El sultán Muley Hadif a su llegada a Madrid, 1914 El exsultán Muley Hafid —décimo monarca de los alauíes—, rodeado por la expectación de las gentes tras su llegada a la estación de Príncipe Pío, en el Madrid de 1914. Exiliado primero en Francia tras los Acuerdos de Protectorado, el comienzo de la Gran Guerra alteró sus ánimos y planes, decidiéndose por lo lógico y próximo: la neutralidad acogedora de la España de Alfonso XIII. Muley Hafid fallecería en París, en 1937. Vintage (original) del primer Alfonso (Sánchez García). Copia en papel-foto virada a sepia, distribuida por la agencia Hugelmann. Colección Pando.
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Aizpuru recibe adhesiones de los jefes de Quebdana, 1918 Al dorso de esta imagen, se dice: “El comandante general Aizpuru a su llegada a Zoco el Haraig (en Quebdana, Rif Oriental), hablando con los jefes de estas cabilas, donde asientan las nuevas posiciones ocupadas, que fueron a saludarle y hacerle ofrecimientos (de paz)”. Durante sus casi cinco años de mandato (1915-1920) al frente de la Comandancia de Melilla, Luis Aizpuru Mondéjar dejó reiteradas pruebas de su política de concordia, respetuosa del indígena y auxiliadora de sus familias. Su labor fue proseguida por el coronel Gabriel de Morales, pero este no pudo impedir ni el cruce del Kert (divisoria con el Rif Central) ni la efímera toma de Abarrán por la columna Villar, que abrieron puertas a la guerra y el desastre. Vintage del capitán Lázaro, “informado” por él mismo, 1918. Colección Pando.
Alfonso XIII con los cadetes de la Academia de Toledo, 1914 Rodean al rey Alfonso XIII los oficiales y cadetes alumnos de la Academia de Infantería en Toledo, durante una visita del monarca, en marzo de 1914, al campamento de Los Alijares. Fotografía atribuible a Casa Rodríguez, luego publicada en la prensa de la época. Copia en papel-foto. Colección Pando.
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Entrevista de los generales Marina y Lyautey, marzo de 1914 En la primavera de 1914, a instancias del rey Alfonso XIII, el general Lyautey, residente general en Marruecos, volvió a Madrid para entrevistarse con el general Marina, por entonces alto comisario. La reunión tuvo lugar en la embajada francesa. Ambos jefes no concertaron acuerdos de importancia. Las fricciones entre las políticas coloniales de España y Francia seguirían su curso, aunque llegado agosto, con el inicio de la Guerra Europea, Francia recibiría generosa ayuda española auspiciada por Alfonso XIII. Fotografía de Vidal, que fue portada interior de Mundo Gráfico en su edición del 18 de marzo de 1914. Colección Pando.
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Jordana y el Raisuni en El Fondak, mayo de 1916 Momento en el que las máximas autoridades del norte de Marruecos, el general Jordana y el Raisuni, se aproximan, acompañados por sus respectivos séquitos, a la tienda ceremonial donde sellarían su acuerdo político-militar. Autor anónimo. Vintage en papel-foto. Colección Pando.
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Cañón recuperado a los rifeños en el Gurugú, octubre de 1921 En la meseta de Haxdú (centro teórico del Gurugú norte), tropas españolas rodean una de las piezas de artillería allí recuperadas a las fuerzas rifeñas en retirada. El cañón es un Saint-Chamond, pieza francesa de 75 milímetros, cuyas granadas rompedoras podían alcanzar el centro del casco urbano de Melilla. Fotografía de Vidal, “informada” (al dorso) por el capitán y reportero gráfico Carlos Lázaro. Copia del original en papel-foto. Colección Pando.
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Banquete al ministro Eza y Berenguer en Melilla, agosto de 1920 En el centro de la imagen, con su indefectible pajarita, el vizconde de Eza, ministro de la Guerra. A su derecha, el oficial intérprete Clemente Cerdeira y, al lado de este, el general Dámaso Berenguer. A la izquierda de Eza, los generales Silvestre y Monteverde. En la última fila el coronel de E. M. Francisco Jordana (hijo). En primera fila, el más joven (que sonríe) es Manuel Fernández Duarte, hijo de Silvestre; el de mayor edad es el teniente coronel Enrique Manera Valdés. Manera y Tulio López Ruiz, los ayudantes de Silvestre, sortearon entre sí quién se quedaba al lado de su general. Ganó Manera y murió al lado de Silvestre. Autor anónimo. Vintage en papel-foto. Colección Pando.
Viaje del Ministro Eza a Melilla, 1920 En agosto de 1920, Eza visitó Marruecos. Estuvo en las principales plazas, vio escuelas y dispensarios e inspeccionó las minas de los Beni Bu Ifrur. Como ministro de la Guerra vio mucho, pero se enteró de poco. De ese “poco” —criterios opuestos entre Silvestre y Berenguer—, nada dijo al rey. En esta imagen, tomada entre Arruit y Drius, Eza posa en el centro. A su izquierda, los generales Silvestre y Monteverde. A su derecha, los coroneles Riquelme y Morales, seguidos del general Berenguer. En los extremos, el teniente coronel Dávila (derecha) y el coronel Masaller (izquierda), al mando de la Artillería y tercer jefe de la Comandancia. Fotografía atribuible al capitán Lázaro. Vintage en papel-foto. Colección Pando.
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Silvestre retratado por Kaulak, 1919 El general Silvestre posa aquí, frente al más afamado retratista de su época, con su imponente apostura: torso fuerte, gesto erguido, mirada enérgica y mostachos ya entonces legendarios. Kaulak (Antonio Cánovas del Castillo y Vallejo), sobrino del estadista, logró aquí uno más de sus excepcionales retratos. En 1919 Silvestre se disponía a tomar el mando de la Comandancia de Ceuta. De allí pasó a Melilla. Y en sus barrancos quedará para siempre. Fotografía atribuible al capitán Lázaro. Vintage en papel-foto. Colección Pando.
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Abd-el-Krim, jefe del Rif en guerra, pero sin teléfono, agosto de 1922 En agosto de 1922, Luis de Oteyza, director del diario La Libertad, tomó la resolución de viajar a Marruecos para conocer de cerca la situación de los cautivos españoles al cumplirse un año de su internamiento en Axdir, capital del Rif Libre. Lo acompañaban dos de los mejores reporteros gráficos: José María Díez Casariego y Alfonsito (Sánchez Portela), hijo del primer Alfonso (Sánchez García). Llegado el momento de retratar a quien se había arrogado el título de “emir del Rif ”, Mohammed Abd-el-Krim, cincuenta y un años, no quiso que apareciera teléfono alguno en su “despacho”. Logró ocultar así la importancia de su red telefónica, montada con la ayuda de técnicos alemanes y turcos. Y demostró al pueblo español que, sin aviones, sin tanques, sin flota de guerra y sin tecnología, los rifeños contenían el empuje de un ejército europeo. De aquella sesión de fotos, la mejor fue esta e hizo célebre a su autor. Copia del original en papel-foto con el anagrama de los Alfonso. Colección Pando.
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Silvestre pasa revista al regimiento Alcántara, 1920-1921 Al atardecer de un día invernal, los jinetes del Alcántara desfilaron, al trote largo, ante su comandante en jefe. Los cinco escuadrones del regimiento pasaron envueltos en compromiso, orgullo y resolución. Así combatirán y morirán. De ellos quedarán las osamentas de sus monturas. Fotografía atribuible al capitán Lázaro. Vintage en papel-foto. Colección Pando.
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Silvestre con su cuartel general, en Annual, invierno de 1921 Los generales Silvestre y Navarro (con barba) estudian los alrededores del enclave rifeño que simbolizará la mayor catástrofe, militar y política, de la España colonial. Detrás de Silvestre, casi tapado por su hombro izquierdo, el coronel Morales. Todo el grupo mira al noroeste, en dirección al Tizzi (Paso de) Takariest y el Yebel (monte) Abarrán. El tercer oficial por la izquierda pudiera ser el teniente Diego Flomesta, futuro jefe de la batería de artillería en Abarrán y de la que hará (el 1 de junio) empecinada defensa, muriendo en cautividad. Fotografía atribuible al capitán Lázaro. Vintage en papel-foto. Legado Silvestre integrado en la Colección Pando.
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Silvestre y Manella comentan asuntos del servicio, 1921 El coronel Manella (de espaldas), jefe del regimiento Alcántara, mantiene distendida conversación con el general Silvestre. Ambos jefes se reunieron en Segangan, enclave situado al pie del Gurugú por su vertiente meridional (izquierda de la imagen). Por la derecha, en posición “descansen”, los integrantes de varios escuadrones esperan ser revistados. Autor anónimo. Copia del original en papel-foto, 1921. Colección Pando.
Silvestre charla con los jefes del Alcántara, 1921 En el centro, incómodo ante la cámara, su brazo izquierdo oculto tras la espalda para que nadie viera los dedos rígidos de esa mano, deshecha en su odisea cubana, Manuel Fernández Silvestre, cincuenta años. A su derecha, afirmado en su posición, rostro serio, Francisco Javier Manella, cincuenta y un años, coronel jefe del Alcántara. De perfil y sonriente, brazo derecho doblado y su mano en el bolsillo, Fernando Primo de Rivera, cuarenta y dos años, teniente coronel. Vintage en papel-foto, atribuible al capitán Lázaro. Legado Silvestre, integrado en la Colección Pando.
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Los jefes de Quebdana rinden sus armas ante Riquelme, febrero de 1922 Los jefes de las cabilas de Quebdana deponen sus armas a los pies del coronel Riquelme. Las escuelas y dispensarios de la época de Aizpuru y Morales devinieron en edificios derruidos y fusiles humillados, no en lealtades probadas con razón y valor, propias de firmes aliados. Fue el precio de una política colonial totalmente equivocada, tan lesiva para España como para Marruecos. Original del capitán Lázaro, febrero de 1922. Colección Pando.
Alfonso XIII escucha la odisea de un suboficial herido, 1922 Nada más saberse las dimensiones del desastre de Annual, la Cruz Roja Española movilizó sus recursos y aportó su rigurosa metodología clínica. La duquesa de la Victoria (Carmen Angoleti de Mesa) desarrolló tal labor asistencial y organizativa —en Melilla y la Península—, que todos los partidos políticos se volcaron en elogios hacia su persona. Las Actas del Congreso y el Senado así lo atestiguan. En Madrid, el hospital de San José y Santa Adela fue su sede. Allí acudió Alfonso XIII para visitar a los heridos llegados de Marruecos. Autor anónimo. Copia del original en papel-foto, 1922. Colección Pando.
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Villalba, un militar internacional en Toledo y Buenavista, 1907-1920 El gaditano José Villalba Riquelme (1856-1944) fue un modelo para el reformismo hispano y aún hoy se mantiene como ejemplo. De su padre, el inspector médico Rafael de Villalba, adquirió un talante guiado por la eficacia y la resolución, perceptible en cuatro facetas: capacidad de diagnóstico; atrevimiento, claridad y contundencia en el análisis; amplio sentido de la perspectiva; determinación a la hora de aconsejar la solución idónea para cada problema. Estos valores distinguirían a Villalba: militar sagaz, combativo y diplomático, una mente internacionalista y racionalista, persona contraria a toda vacilación y enemigo del eufemismo. La impronta de Villalba se dejó ver en sus mandos como director de la Academia de Infantería en Toledo (1909-1912) y ministro de la Guerra (1919-1920). En Toledo renovó la instrucción de tiro, reformó la docencia sobre fortificación y la táctica de grandes unidades en campo abierto. En Buenavista supo prevenir, proponer y perseverar. Sin desmayo y sin miedo. Creaciones suyas fueron la Escuela Central de Gimnasia y el Tercio de Extranjeros, cuyo decreto él mismo firmase, como ministro, el 28 de enero de 1920. Sustituido por Eza, con la Legión en fase de organización, el vizconde, para satisfacer a Berenguer, concentró todos los efectivos del Tercio en Yebala, cuando el máximo peligro estaba en el Rif, tal y como advirtiese Villalba. Al distinguirse el Tercio tras el desastre de Annual, Eza se arrogó los méritos y hasta la “fundación” de la ya célebre Legión. Entre las iniciativas de Villalba destacan sus memorandos para poner fin a la penosa situación del Ejército de África, rearmándolo en artillería, armas automáticas y vehículos con los stocks existentes en el Reino Unido. Preocupado por la seguridad del Protectorado y el futuro de los legionarios veteranos, propuso que se les facilitaran tierras, casa y aperos de labranza tras cumplir diez años de servicios. Sus obras y proyectos definen a Villalba como una de las mejores luces militares —si no la mejor— de su tiempo. Falleció en Madrid, el 24 de noviembre de 1944, a los 88 años. Se sintió muy francés y muy británico, lo que le convirtió en un militar universal al extraer lo mejor de ambos referentes y combinarlos con lo español. Fotografía de la familia Villalba.
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Excautivos evadidos, con sus guardianes, de Axdir, noviembre de 1921 Al dorso de la imagen se especifica: “Soldados del regimiento Melilla nº 59, que hallándose cautivos de Abd-el-Krim en Yebel Kaman (sic), huyeron en compañía de dos policías, cogiendo una lancha en Axdir y desembarcando en (el Peñón de) Alhucemas”. El texto lo firma Lázaro (capitán Carlos Lázaro Muñoz), uno de los grandes fotorreporteros de su época y debe ser considerado el mejor fotógrafo militar español (llegó a general de división). Su prudencia al no precisar que aquellos “dos policías” habían sido, previamente, desertores o su error al confundir Ait Kamara con “Yebel Kaman” son cuestiones menores: el 90% de los efectivos de la Policía Indígena desertaron en julio de 1921. Lo importante era su ecuanimidad ante la actualidad de su tiempo y su responsabilidad manierista: Lázaro “informaba”, a mano, casi todos sus originales. Copia del original en papel-foto. Colección Pando.
Tropas de regulares en su reconquista de Quebdana, febrero 1922 Fuerzas de Regulares camino de Afsó, El Zaio, Hassi Berkan y Muley Rachid, posiciones que encontrarán arrasadas, con sus guarniciones aniquiladas e insepultas. Toda la labor de Aizpuru y Morales había quedado destruida. Original atribuible al capitán Lázaro, febrero de 1922. Colección Pando.
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Heridos en artolas y su escolta, convertidos en blancos, 1922 La iconografía de las Campañas de Marruecos quedó asociada a repetitiva imagen de indefensiones y sufrimientos: el transporte de los heridos en artolas, aparejos que permitían a su dolido ocupante ir recostado. Sistema tan incómodo como provocativo, por cuanto los heridos iban al descubierto y delataban su estado, confirmando a las harcas rifeñas el efecto mortífero que su fuego causaba entre las filas españolas. En esta imagen de autor anónimo, la escolta ha decidido detenerse, tal vez a exigencias del fotógrafo. De inmediato, siete hombres quedaron convertidos en objetivos idóneos para los pacos (tiradores emboscados), capaces de acertar blancos a distancias de hasta mil cien metros (pruebas documentales en el Archivo Maura). Copia del original en papel-foto. Colección Pando.
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Fotografía del segundo de los Alfonso (Sánchez Portela). Copia del original en papel-foto. Colección Pando.
Franco toma el mando de la Legión, junio 1923 El teniente coronel Franco arenga a los efectivos de la Legión, en Taffersit, tras su designación como jefe del Tercio a raíz de la muerte del carismático teniente coronel Rafael Valenzuela Urzaiz, fallecido, junto con cincuenta de sus legionarios, el 5 de junio de 1923 en el barranco de Iguermiren, al sur de Tizzi Assa. A la izquierda de Franco, su ayudante, el capitán Ortiz de Zárate.
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El grueso de la Escuadra en la bahía de Alhucemas, octubre de 1927 Unidades de la Escuadra maniobran en la bahía de Alhucemas con ocasión de la visita que los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia hicieron al Marruecos protectoral, en octubre de 1927, tres meses después de finalizar la guerra —proclama al efecto del general Sanjurjo en Bab Taza (Gomara), el 10 de julio anterior—, visita en la que el rey Alfonso llegó hasta Annual y rezó unos minutos ante la Cruz de Arruit. La unidad de mayor porte (a la derecha de la imagen) es el acorazado Jaime I, buque insignia de la Flota. Autor anónimo. Copia del original en papel-foto. Colección Pando.
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Tumba de los legionarios caídos en Edchera, Sáhara, enero de 1958 Cementerio de El Aaiún con las cruces, orladas con ramajes, de los cuarenta y siete españoles —cuarenta y cuatro eran legionarios— muertos en el combate del 13 de enero de 1958, en las barrancadas de Edchera (Saguía El Hamra). Copia en papel-foto del original, propiedad de la Asociación de Excombatientes de ACET-IV (Cª de Transmisiones).
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Marcha por el desierto de Hagunía (Sáhara, febrero de 1958) El 17 de febrero de 1958 una patrulla del Batallón Guadalajara descubrió un depósito de víveres y decidieron hacer con aquella harina capturada buñuelos para todos. En la imagen aparecen cuarenta y dos hombres. A fecha de hoy, muchos han muerto. Quien sostiene la paleta es Pedro Torralba García, hoy con setenta y siete años. Detrás (en la segunda fila), el capitán Sergio Pedrajas Carrillo (fallecido). En la última fila (el cuarto por la izquierda), Enrique Sanz Franco, hoy con ochenta años. El octavo es Vicente Penadés Carbonell, con setenta y cinco años. Original propiedad de la Asociación de Excombatientes del Bon. Guadalajara, de la que Penadés es su presidente.
Recuperación del pan lanzado por los JU-52 (Hagunía, febrero de 1958) El 18 de febrero de 1958, los hombres de Pedrajas nada tenían para comer ni beber. Solicitado socorro aéreo, los trimotores JU-52, en pasadas a baja altura, lanzaron sacos de pan. La imagen muestra aquella recogida, acosada la tropa por tornados que los azotaban con arenisca y piedras. Pedrajas solicitó ayuda para evacuar a los suyos. Llevaban treinta kilómetros de marcha por el desierto. La columna de socorro quedó a medio kilómetro de ellos. Pedrajas y Sanz decidieron poner a salvo a los que yacían inconscientes, y así diez hombres salvaron su vida. Pedrajas cumplió la promesa que, el 10 de febrero, hiciera a su gente: “Nadie quedará a mis espaldas”. Recibió la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo. A Sanz, el Gobierno de Franco nada le concedió y los gobiernos democráticos, tampoco. Original propiedad de la Asociación de Excombatientes del Bon. Guadalajara.
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Encuentro de las fuerzas españolas y francesas (Sáhara, febrero de 1959) A mediados de febrero de 1959, fuerzas españolas y francesas se encontraron en Gor-Am-Ghana, punto del Sáhara situado al oeste de Tinduf. Hubo intercambio de saludos, no de presentes. Los españoles solo llevaban encima unos mendrugos de pan. Los franceses iban tan bien pertrechados como alimentados. E invitaron a los españoles, avergonzados de su andrajoso aspecto (por eso se pusieron capotes, aunque la temperatura superaba los 30º). “Aquel día comimos como reyes”. Esta frase de Josep Riatós i Casajuana (segundo por la izquierda de la segunda fila) resume esas diferencias. El cuarto por la izquierda es Francisco Mas Olivé, hoy con setenta y siete años al igual que Riatós. Abraza a los bravos catalanes “un sargento fortísimo y simpático, de Marsella”. Españoles y franceses nunca volvieron a verse, pero los primeros no olvidan la solidaridad de los segundos. Copia en papel-foto del original, propiedad de la Asociación ACET-IV (Cª de Transmisiones), de la que Riatós es su presidente.
Selección de fotografías y elaboración de textos a cargo de Juan Pando Despierto.
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Las relaciones de Marruecos y España a partir de la independencia
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Durante largo tiempo, la concepción predominante de la política exterior afirmaba el protagonismo absoluto de los estados. Estos, a su vez, tendrían que valerse en la ejecución de esta política internacional de dos herramientas fundamentales. Una de ellas es la diplomacia y la otra las fuerzas armadas. A la diplomacia le correspondería la vía pacífica y a las fuerzas armadas la vía bélica. Este esquema básico sigue siendo aprovechable en sus grandes líneas pero, indudablemente, necesita correcciones ya que al día de hoy es incompleto. Para completarlo precisa la incorporación de diversas innovaciones sobrevenidas en el mismo desarrollo de la actividad internacional. En primer lugar, la incorporación a la acción exterior de nuevos sectores y elementos como la cultura, la ciencia, la tecnología, la economía, las cuestiones sociales, la información y un amplio etcétera. En segundo lugar, el hecho de que la dinámica de la política exterior ha dejado de estar limitada a un juego entre los diferentes estados, sino que, por el contrario, diferentes organizaciones internacionales han ido creciendo en importancia en la actividad internacional. De ello da buena prueba la creciente transferencia a organismos supranacionales de competencias que antaño definían
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la misma existencia y caracterización de los estados. En tercer lugar, la creciente intervención en la misma definición de la actividad exterior de las naciones de los grupos y de las redes sociales que dejan de ser testigos mudos para convertirse, muchas veces, en actores fundamentales de la misma. Hoy ya no cabe conducir una política exterior coherente sin contar con la solidaridad, la complicidad y el asentimiento de la sociedad. Tiene también que ser acorde la política internacional de un estado con su situación geoestratégica. Por ello, una antigua nación como España, con largos siglos de historia a sus espaldas y con una determinada situación geográfica tiene forzosamente unas coordenadas que condicionan indudablemente su actuación. Nuestro espacio físico tiene dos características propias que le confieren, a primera vista, una ventaja comparativa a escala global, una de ellas es su extensión y la otra su ubicación. Pero, al mismo tiempo estas dos ventajas plantean igualmente problemas, como pueden ser la defensa de unas extensas fronteras marítimas o el “efecto llamada” que un mayor nivel de riqueza puede realizar sobre sociedades menos desarrolladas y muy próximas, bien por la geografía, bien por una lengua y una civilización comunes. También resulta necesario destacar la profunda relación que existe entre la política interior y la política exterior de los estados. La actividad internacional debe ser un eco preciso de la sociedad nacional, de sus intereses, de sus aspiraciones y debe reflejar con la máxima exactitud posible la política interior. Una política exterior sólida es aquella que proyecta naturalmente la política interna de una sociedad estable y bien estructurada. Por último, y como señala Kenneth Waltz, lo que necesita una política exterior no es un conjunto de simples atributos sino un adecuado equilibrio de cualidades: realismo e imaginación, flexibilidad y firmeza, vigor y moderación, continuidad de una política cuando resulta ser buena y capacidad de cambiar de dirección cuando las condiciones internacionales hacen deseables nuevos rumbos, en suma adaptación de la política sin destrucción de su coherencia o de su crédito (Waltz: 1967, 16).
Si nos referimos, como es el propósito de estas páginas, a la política exterior de España en relación con Marruecos desde la independencia de esta nación, es decir desde el 2 de marzo de 1956, veremos que los principios anteriores no han estado siempre patentes en nuestras relaciones. En muchas ocasiones las emociones han primado sobre el realismo, y el equilibrio ha brillado por su ausencia. En palabras de Alfonso de la Serna, “los hechos geográficos e históricos han ido levantando, a través de los siglos, una fron-
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tera erizada de obstáculos entre esos dos grandes países que hoy llamamos Marruecos y España” (Serna: 2001, 62). Nada hay más cierto que esta afirmación. Nuestra historia común, a lo largo de los siglos, está plagada de guerras, de ocupaciones militares, de invasiones y reconquistas, de reivindicaciones seculares, de conflictos de todo tipo y de crisis diplomáticas que se extienden hasta nuestros días. En el mundo del siglo XXI, en el que el fenómeno de la globalización parece atenuar diferencias y difuminar viejas controversias, crecen sin embargo nuevas fuentes de problemas que se acentúan cuando se producen entre naciones que todavía no han conseguido cicatrizar antiguas heridas. Una y otra vez, si nos atenemos a los titulares de los periódicos durante las últimas décadas, hemos abierto “nuevas etapas” en nuestras relaciones “aparcando antiguas controversias”, y sin embargo, esas antiguas controversias han reaparecido como los ojos de un Guadiana que no parece tener fin. Indudablemente, las relaciones entre España y Marruecos han sido tradicionalmente conflictivas, desde la independencia de esta nación, con ciclos de mayor hostilidad y otros de mayor cooperación. Alejandro del Valle señala como hitos la retrocesión de Tarfaya (1958), el conflicto y retrocesión de Ifni (1969), la Marcha Verde (1975), los Acuerdos de Madrid y la retirada española del Sáhara (1975-1976), los continuos conflictos de pesca, el Acuerdo de Amistad y Cooperación de 1991, la crisis de 2001-2003 y una normalización iniciada en 2004, que ha llevado a la existencia hoy de una intensa colaboración bilateral con múltiples grupos de trabajo y comisiones mixtas en diferentes ámbitos, aunque con innumerables problemas latentes. Es clara y evidente la percepción del Estrecho de Gibraltar como una frontera problemática entre España y Marruecos, como un espacio condicionado por su propia naturaleza a ser continua fuente de problemas y de contenciosos. A esta percepción colabora indudablemente la desigualdad en el índice de riqueza y de desarrollo a ambos lados del Estrecho que se traduce hoy en día en un flujo imparable de inmigración legal e ilegal. Es imposible en el corto espacio del que disponemos hacer un recorrido pormenorizado por lo que han sido las relaciones diplomáticas entre los dos países en estos casi sesenta años. Por ello, me centraré en las cuestiones que, a lo largo de estos años, han podido crear mayor nivel de confrontación. Comenzaré con la antigua reivindicación marroquí sobre nuestras plazas de soberanía, Ceuta y Melilla, para continuar con la cuestión del Sáhara y concluir con los actuales problemas derivados de la inmigración ilegal.
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1. Ceuta y Melilla. La reivindicación constante
La recuperación de Ceuta y de Melilla ha sido un objetivo constante de la política exterior marroquí pese a que son ciudades españolas, construidas principalmente por españoles, habitadas mayoritariamente por españoles, regidas conforme a las leyes españolas (...) y sin embargo, desde que Ceuta fue conquistada, en 1415, por los ejércitos de Portugal, y desde que Melilla lo fue por los soldados del duque de Medina Sidonia en 1497, ambas ciudades han vivido precariamente, en frecuente zozobra, por los ataques y cercos militares a que les han sometido los combatientes marroquíes a lo largo de los siglos (Serna: 2001, 177).
Las dos ciudades, junto con los diferentes islotes del norte de África, alcanzan un territorio de treinta y dos kilómetros cuadrados aproximadamente, de estos, diecinueve corresponden a Ceuta y doce a Melilla, el resto se reparte entre las islas Chafarinas, los peñones de Vélez y Alhucemas y el controvertido y ya famoso islote de Perejil. No es, por lo tanto, un territorio de extensión considerable pero, sin embargo, supone uno de los principales focos de tensión y de inseguridad para España debido a una serie de factores derivados de la constante presión política por parte de Marruecos. Es, sin duda, difícil aproximarnos a este problema con frialdad y sin apasionamiento. A lo largo de los sesenta años que transcurren desde la independencia del reino alauita hasta nuestros días se han sucedido múltiples teorías, diferentes estrategias diplomáticas, pero unas y otras se estrellan contra dos posiciones berroqueñas, defendidas la una y la otra por los sucesivos gobiernos marroquí y español sea cual fuera el partido político que lo sustentara. La primera, defensora a ultranza de la imprescindible retrocesión a Marruecos de las ciudades de Ceuta, de Melilla y de los demás micro territorios del norte de África; y la segunda, abanderada de la indudable e irrenunciable españolidad de las ciudades y territorios citados. De cualquier forma, y basándonos en hechos objetivos, las dos ciudades presentan, en comparación con las demás comunidades que comprenden el territorio de la nación española, una serie de peculiaridades no solo geográficas, sino también políticas y demográficas que complican la normal administración de estos territorios. La población musulmana aumenta de forma continuada en ambas ciudades, mientras que la de origen peninsular, muchas veces asentada por generaciones, va disminuyendo; todo ello, por efecto del muy diferente índice de natalidad de ambas comunidades. Es difícil, por otra parte, saber con precisión cómo se reparten, en porcentajes, estas dos comunidades ya que la población de origen marroquí ha adquirido en una enorme mayoría la nacionalidad españo-
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la y los intentos de establecer una clara diferenciación basándonos en los apellidos fracasa cuando además muchas familias ostentan ambas nacionalidades. Sí, se puede señalar, como dato objetivo, el incremento del voto registrado por los partidos musulmanes, desde su aparición en las elecciones municipales y autonómicas de 1995. Este incremento de voto, que en Melilla, por una serie de circunstancias derivadas de la complicada personalidad del líder del partido musulmán Mustafá Aberchán, ha sido más oscilante, en Ceuta ha registrado un crecimiento exponencial. No podemos tampoco olvidar los problemas de origen económico que van a incidir muy negativamente en la estabilidad de ambas ciudades. Este año termina el proceso de desarme arancelario de Marruecos en relación con la Unión Europea y, por lo tanto, tenderá a disminuir considerablemente el pequeño comercio que es la base fundamental de la actividad económica de las dos plazas. Además, no podemos olvidar la incidencia de la crisis económica general que afecta a aquellos territorios de forma similar o incluso superior a la de la vecina Comunidad de Andalucía. Así, y como señala en un estudio el Real Instituto Elcano, Ceuta y Melilla se enfrentan hoy al declive económico, a la amenaza terrorista y a la división étnica, con el pronóstico de la conversión en mayoría de la población de origen marroquí. No podemos tampoco olvidar en este contexto el proceso creciente de europeización de la política exterior española. A juicio de José Ignacio Torreblanca, es posible observar una notable convergencia de nuestra política exterior con la de nuestros socios de la Unión Europea. Nuestra aproximación a los problemas internacionales se fundamenta más en nuestra participación en las instituciones europeas que en los propios intereses bilaterales y, según sus palabras, España, muchas veces, “ha tendido a fijar y definir su posición teniendo en cuenta no sólo sus propios intereses sino fundamentalmente teniendo en cuenta los intereses de Europa en su conjunto” (Torreblanca: 2001, 488). En su opinión, la europeización de la política exterior española ha adquirido un claro contenido de “transferencia de problemas” (Torreblanca: 2001, 489). Así, la participación de España en la Unión Europea ha permitido multilateralizar relaciones, como las hispano-marroquíes que, de otra forma, corrían el riesgo de enquistarse bilateralmente. En este sentido, la mayoría de los aspectos conflictivos en las relaciones entre los dos países se han atenuado por la participación de España y Marruecos en la Unión. La colaboración de los organismos de Bruselas ha suavizado cuestiones siempre complicadas como la pesca y ha logrado aportar una mayor estabilidad a las relaciones.
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Sin embargo, el conflicto pervive y la posición de ambas naciones en relación con Ceuta, Melilla y los demás territorios en el norte de África no ha variado. Se han registrado aportaciones y soluciones académicas, algunas realmente valiosas y otras más complicadas de defender ante las opiniones públicas de ambos países. Ángel Ballesteros las clasifica en maximalistas, posibilistas, intermedias, superadoras autónomas, superadoras vinculadas y autónomas. Se refiere a un gran número de diferentes posibilidades: mantener la actual situación, la cesión a Marruecos, la cesión con contrapartidas, la cesión de una ciudad manteniendo la otra, la cesión de Melilla manteniendo Ceuta, la cesión de los Peñones e Islas (posibilidad a la que me referiré con más detenimiento), la bilateralización con la creación de un gobierno mixto con instituciones regidas en pie de igualdad por españoles y marroquíes, el “pacto de las Tres Coronas” (que también abordaré más adelante), la gibraltarización o cesión de la soberanía a Marruecos a cambio de una administración sine die española, la evianización o dar la doble nacionalidad a los nativos, el establecimiento de bases conjuntas OTAN en Ceuta y Melilla, incluyendo también Gibraltar, el proceso euromediterráneo, o la hongkonización. Tal vez la más rompedora sea la defendida por Máximo Cajal que afirma que la marroquinidad de Ceuta y Melilla “no debe ser puesta en cuestión” y que por el bien de la salud colectiva de los españoles y para desactivar toda esa mezcla de temor, recelo y resentimiento histórico contra el “moro”, España debería dar comienzo a una reflexión conjunta con Rabat sobre este delicado asunto (Cajal: 2003, 285)
Una reflexión que, a su juicio, debería desembocar en soluciones aceptables para ambos países, pero “sin regatear por parte española, cualesquiera que sean sus modalidades y plazos, la definitiva marroquinidad de las plazas” (Cajal: 2003, 286). En lo que se refiere a los tiempos, el embajador Cajal señala que el proceso debe iniciarse antes incluso de resolver el contencioso que enfrenta a España y el Reino Unido en relación con Gibraltar. La publicación del libro de Cajal vino acompañada de la correspondiente polémica, aunque se señalaba que ya en 1975 el entonces embajador ante los Organismos Internacionales con sede en Nueva York, Jaime de Piniés, en un despacho dirigido al ministro de Asuntos Exteriores, proponía como solución razonable “retroceder inmediatamente islotes y peñotes a Marruecos, concertar un plazo de veinte años para retroceder a Marruecos la soberanía sobre Melilla, y rechazar cualquier discusión sobre Ceuta hasta que hubiera obtenido España la incorporación de Gibraltar a su soberanía”. Máximo Cajal relaciona así la reivindicación española sobre Gibraltar con
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las pretensiones del reino alauita sobre los territorios del norte de África, e incluye en la polémica la ciudad de Olivenza. Para él, los tres conflictos están relacionados y es imposible la solución de uno o de otro por separado. Aboga, por lo tanto, por una solución global que, por el momento, no pasa de ser una mera utopía. Alfonso de la Serna se pregunta “¿qué sería lo justo?”, y responde que “los españoles no pueden, así, de repente, olvidar y abandonar ambas ciudades con todos sus habitantes y hacerlas desaparecer, de la noche a la mañana, en tanto que ciudades españolas” (Serna: 2001, 317). Pero, sin embargo, también afirma que tampoco pueden Ceuta y Melilla vivir sine die bajo la tensión reivindicativa de Marruecos. Los españoles debemos librarnos de la precariedad física, de la incertidumbre del futuro, de la amenaza y del peligro. Los marroquíes, librarse del sentimiento de haber sido “despojados” por lo que ocurrió hace ya más de cinco siglos, cuando eran otras las circunstancias (Serna: 2001, 317).
A su juicio, la solución pasaría por la creación común de una gran zona de cooperación y de desarrollo a ambos lados del Estrecho incidiendo en la ayuda mutua en cuestiones como el subdesarrollo, la emigración ilegal, el contrabando o el narcotráfico. En suma, aboga por una política de desarrollo del norte de Marruecos, propiciada y amparada por España que debería aportar medios, técnicas y financiación. Esta política implicaría la creación de una red tupida de afectos e intereses que podría, en el transcurso del tiempo, llegar a poner fin al contencioso. Alejandro del Valle, catedrático de Derecho Internacional Público de la Universidad de Cádiz, ha estudiado bajo un punto de vista académico el contencioso y su aproximación, lejos de planteamientos maximalistas, utópicos o sentimentales, ofrece una mayor posibilidad de poderla llevar a cabo algún día. Señala, en primer lugar, que la posición española con sus distintos títulos de adquisición de soberanía y tratados de límites fronterizos de los siglos XVIII, XIX y XX es sólida en Derecho Internacional y nunca los territorios del norte de África han sido considerados internacionalmente como colonias. Pero, sin embargo, Marruecos los considera como una parte irrenunciable de su identidad histórica y de su integridad geográfica, como, a su juicio, lo fueron Tarfaya, Sidi Ifni o el Sáhara. En efecto, para el reino alauita, los tratados firmados antes de la independencia no tienen fuerza vinculante en cuanto fueron firmados desde una posición de fuerza por una de las partes contratantes. Afirma también que Marruecos ha venido reiterando que busca una solución por vía pacífica, en negociación bilateral con España. Punto este último más discutible ya que esta reivindi-
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cación constante puede llegar a ser agresiva, y lo veremos más tarde cuando me refiera a la emigración ilegal, sin olvidar, a lo largo de los años, alguna escaramuza como los sucesos del islote de Perejil en julio de 2002. Por todo ello, no podemos olvidar que nos encontramos frente a un importante foco de conflicto y de inseguridad para España y que antes o después tendremos que hallar una solución. La arbitrada por el profesor del Valle pasa por diferenciar los territorios legalmente en dos bloques e introducir en la gestión de uno de ellos a la Unión Europea en un primer momento, y más tarde a Marruecos. Se diferenciarían, por una parte, las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla, y por otra los demás territorios, islotes, peñones e islas, Vélez de la Gomera, Alhucemas y Chafarinas. Estos territorios ni tienen un estatuto internacional claro y definido, ni tampoco están claramente regulados en el derecho interno español, salvo alguna normativa de índole militar. Por ello, debería dotarse a estos territorios de un estatuto diferenciado del que hoy en día disfrutan Ceuta y Melilla. La diferenciación en dos bloques permitiría un tratamiento diferenciado e implicar a la Unión Europea en la gestión del segundo bloque, partiendo de unas premisas de carácter medioambiental y aprovechando el marco actual de la cooperación transfronteriza con Marruecos que permitiría integrar programas de colaboración bajo normativa europea. Esta solución supondría, a su juicio, facilitar una posible respuesta a Marruecos, destacando la plena españolidad de las dos ciudades, dotadas de estatutos de autonomía y plenamente integradas en el sistema constitucional español, mientras que los demás territorios podrían ser la base de una estrecha cooperación hispano-marroquí en el seno de la Unión Europea. También coincide en esta postura Domingo del Pino que habla de la entrega “como un acto de buena voluntad a cambio del compromiso de Marruecos de proponer soluciones al conflicto exclusivamente por medios pacíficos y negociables”. Esta línea la menciona Ángel Ballesteros cuando se refiere a los varios escenarios posibles para lograr solucionar el contencioso y habla de la “cesión de los Peñones y las Islas” (Ballesteros: 2010, 105). Destaca la existencia de tres planos convergentes: primero, la solidez de los títulos españoles sobre Ceuta y Melilla, y la debilidad de la pretensión sobre los demás territorios; en segundo lugar, la falta de mención constitucional de los citados islas y peñones; y, en tercer lugar, una razón puramente utilitaria: “son fuente de problemas y reportan escasa o nula utilidad, incluso desde el ángulo militar” (Ballesteros: 2010, 105). El Pacto de las Tres Coronas supondría una cosoberanía que ante la precariedad de la situación y, en palabras de Miguel Herrero de Miñón, por no constituir la soberanía sobre aquellos territorios una cuestión de interés
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nacional, se constituiría entre España y Marruecos para Ceuta y Melilla y, de forma paralela, entre España y el Reino Unido para Gibraltar. Ha sido, por lo tanto, constante el tratamiento tanto político como diplomático de este complicado contencioso que enturbia desde su independencia las relaciones entre Marruecos y España. Es difícil pensar que el actual statu quo pueda mantenerse indefinidamente y para evitar futuras crisis que siempre suelen aparecer en momentos en los que nuestro país se encuentra envuelto en mayores problemas conviene, sin duda, diseñar una política de actuación, una “hoja de ruta”. Creo que en este caso, como en otros, debemos ser proactivos y no esperar a reaccionar cuando desde la otra parte se realice algún movimiento reivindicativo, movimientos e iniciativas que por parte del reino alauita se producirán sin duda. 2. El Sáhara Occidental. La dificultad de la posición española
Una de las páginas más difíciles de la política exterior española se abría a finales de 1975 cuando, con Franco agonizante, España se enfrentó a la Marcha Verde, organizada por Marruecos sobre el Sáhara Occidental. El régimen, en una situación de enorme debilidad optó por claudicar de su responsabilidad sobre este territorio y el 14 de noviembre firmó los Acuerdos Tripartitos y la Declaración de Madrid, cediendo la administración del Sáhara a Marruecos y Mauritania. Esta decisión suponía desconocer el derecho de autodeterminación de los saharauis que había estado España proclamando hasta el día anterior. A los pocos meses, en un vano intento de recomponer su posición, el Gobierno español anunció que se retiraba definitivamente de aquel territorio pero manifestaba que el proceso descolonizador solo culminaría cuando la voluntad del pueblo saharaui se hubiese expresado libremente. A partir de aquella decisión de la administración española se rompió el frágil equilibrio que manteníamos en la zona jugando con los intereses contrapuestos de Argelia y Marruecos. A partir de entonces, y como señala Carlos Alonso Zaldívar, Marruecos y Argelia utilizarían a España como instrumento en sus disputas. En 1975 se inició una fase de tensión y Argelia reaccionó prestando apoyo político al MPAIAC, Movimiento para la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario, dirigido por el recientemente fallecido Antonio Cubillo, y alentando reivindicaciones africanistas en el seno de la Organización para la Unidad Africana. El abandono de España supuso la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática, reconocida por setenta y seis países y miembro número cincuenta y uno de la Organización de la Unidad Africana desde 1984.
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Supuso también el inicio de un conflicto bélico, a veces larvado y a veces en plena ebullición, librado por el llamado Frente Polisario que culminó, como recuerda Alejandro del Valle, con la retirada de Mauritania, la construcción de los muros marroquíes en el Sáhara, el “Plan de Arreglo” entre Marruecos y el Polisario en 1988 y el posterior alto el fuego en 1991 con la aprobación el mismo año por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del citado “Plan de Arreglo”, por el que Marruecos y el Frente Polisario aceptaban celebrar un referéndum al año siguiente, es decir en 1992. Se iniciaba así un proceso de descolonización tutelado por Naciones Unidas para la aprobación de un referéndum. Un proceso que todavía no ha culminado pese a los diferentes esfuerzos y a las varias iniciativas desplegadas. Así, la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental, el Acuerdo Marco sobre el Estatuto del Sáhara Occidental (Plan Baker I de 2001), o el Plan de Paz para la libre determinación del pueblo del Sáhara Occidental (Plan Baker II aprobado por el Consejo de Seguridad en 2003). El punto de conflicto radica en la absoluta negativa de Marruecos a la aceptación de la independencia como una de las soluciones que podría plantear el referéndum. El Gobierno marroquí abogaría por la creación de una región bajo la plena soberanía alauita, aunque tampoco está esta solución perfectamente definida y aceptada. Fue enunciada, como señala Hernando de Larramendi, en la carta que Abraham Serfaty dirigió al presidente Buteflika el 8 de enero de 2000, y en la que mencionaba “la autonomía de un Sáhara democrático, ligado a Marruecos mediante una solución negociada en el marco y al amparo del derecho internacional”. Esta propuesta que parece atractiva no tiene todavía hoy el apoyo de los gobiernos implicados. Un posible estatuto de autonomía del Sáhara podría suponer la aparición de similares movimientos autonomistas en otras regiones de Marruecos y Argelia y la asunción de un mayor grado de democracia por parte de gobiernos y naciones que todavía no han hecho más que iniciar tímidamente el camino hacia instituciones más libres. Para la opinión pública española, el conflicto el Sáhara es y ha sido una cuestión sensible y dolorosa, con diferentes planteamientos y diferentes propuestas de posibles soluciones, según los distintos partidos políticos. Primero, por nuestra posición como potencia en su día colonizadora y también por nuestra incapacidad, en un primer momento por las difíciles circunstancias por las que atravesábamos, y más tarde por las ambigüedades de nuestros planteamientos que, por una parte, intentaban hacer frente a nuestras responsabilidades internacionales y, por otra, no complicar nuestras relaciones con Marruecos. Bernabé López García, en un artículo pu-
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blicado en el diario El País el 17 de agosto de 1999 y citado por Hernando de Larramendi, planteaba que el pecado original del Gobierno español en relación con el Sáhara fue el de no haber sabido preparar en los años setenta una posible incorporación de aquel territorio al reino de Marruecos tal vez como una región con cierta autonomía y haber abogado solo por la independencia como solución. Esta postura no entraba a considerar que Marruecos no aceptaría nunca la independencia o el reparto del Sáhara y que insistir en esta solución solo acarrearía conflictos armados, tensiones e incomprensión entre gobiernos, principalmente Marruecos, Argelia y España, que por su posición geoestratégica estaban condenados a entenderse. La posición oficial española ha mantenido unas ciertas líneas de continuidad pero con matizaciones a lo largo de los años transcurridos desde los acuerdos tripartitos de 1975. En un primer momento, la actitud fijada, en 1976, por el entonces ministro de Asuntos Exteriores, José María de Areilza, fue de alguna forma un salto en el vacío destinado a intentar salvar la posición española como antigua potencia colonizadora ya que consideraba que por los citados acuerdos se cedía a Marruecos y a Mauritania la administración del Sáhara Occidental, pero no la soberanía que residía en la población. Esta postura dotó a la posición española desde sus inicios de ambigüedad ya que el tema del referéndum aparecía implícito como única vía de solución. Sin embargo, nuestra adhesión a la Comunidad Europea en 1986 supuso un cierto cambio en nuestra posición, abogando por una política global en la zona, a través de la intensificación de las relaciones políticas, culturales y económicas, con el fin de crear una tupida red de intereses que coadyuvara a resolver la conflictividad. Comienza entonces una época de “neutralidad activa” que tiene como hitos fundamentales el citado “Plan de Arreglo”, los “Acuerdos de Houston” de 1997, y el “Acuerdo Marco” que introducía la idea de una autonomía del Sáhara durante cuatro años con determinadas limitaciones. Este último “Acuerdo” coincidió con un momento de enfriamiento en las relaciones hispano marroquíes derivado de la negativa de Rabat a renovar el acuerdo pesquero con la Unión Europea en 2001 y el referéndum casi clandestino organizado por la ONG de Andalucía en el Sáhara. Comenzó así un largo periodo de tensión que supuso la retirada del embajador de Marruecos en octubre de 2001 y la invasión del islote de Perejil en julio de 2002. Pese a todo ello, en noviembre de 2001, por primera vez un gobierno español, por boca del entonces ministro de Asuntos Exteriores José Piqué, aceptaba en unas declaraciones al diario La Vanguardia, una solución autonomista en la línea del “Acuerdo Marco”, siempre que esta solución fuera aceptada por la comunidad saharaui.
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La llegada al poder del partido socialista en 2004 supuso un cambio en la “neutralidad activa” y se abogó por una intervención mediadora en el viejo conflicto apoyando la búsqueda de una solución política entre las partes. En julio de 2004, y en el viaje que realizó el presidente Rodríguez Zapatero a Argelia, el ministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos afirmaba: “España debía abandonar su inhibición tradicional sobre el Sáhara, camuflada de activismo en el marco hasta ahora estéril de las Naciones Unidas, por una neutralidad activa que llevara a ‘mancharse’ para impulsar un acuerdo.” La iniciativa política socialista, a este respecto, podía resumirse en el mandato a Naciones Unidas para que lograse un gran acuerdo entre Marruecos, Argelia y el Frente Polisario respetando todos los derechos de las tres partes implicadas. Esta postura partía de la idea de que la prolongación del conflicto era el mayor obstáculo para la estabilidad de la zona y que dificultaba el desarrollo de aquella sociedad. No podemos aquí olvidar los brotes de terrorismo, los secuestros y las mismas raíces de la inmigración ilegal y sus mafias. El Gobierno español tomaba entonces una posición más activa en la línea de las grandes directrices diseñadas por las Naciones Unidas. En efecto, en agosto de 2005, Peter van Walsum, diplomático holandés, asumió el papel de Baker como enviado especial del secretario general de las Naciones Unidas y Francesco Bastagli, funcionario italiano, ocupó en El Aaiún la representación del alto organismo. Después de su primera visita a la zona, el diplomático holandés resumió la posición de las diferentes partes en conflicto como “cuasi irreconciliables”. Frente a este panorama, el secretario general propuso en su informe de 2006 que la disputa se resolviera mediante “conversaciones directas sin condiciones previas entre las partes con el fin de lograr una solución política que fuera justa, duradera y mutuamente aceptable”. Así y a partir de 2008 el Consejo de Seguridad insistió a las partes en la necesidad de entablar conversaciones “sin precondiciones”, pero estableciendo por parte del alto organismo dos condiciones propias: la autodeterminación del pueblo del Sáhara y la realización de las conversaciones bajo el auspicio del secretario general. En este marco se desarrolla una nueva ronda de negociaciones que fracasa y el Frente Polisario acaba por rechazar a van Walsum como mediador que fue sustituido por Christopher Ross. Meses más tarde, este mediador logra sentar de nuevo a Marruecos y al Polisario en una nueva mesa de negociación para concretar las esperanzadoras propuestas presentadas por el rey Mohamed VI en octubre de 2010 con
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ocasión del trigésimo quinto aniversario de la Marcha Verde. Estas iniciativas planteaban tres ejes: la “regionalización avanzada”, la reestructuración del Consejo Real Consultivo para Asuntos del Sáhara y la reorganización de la Agencia para la Promoción y el Desarrollo Económico y Social de las Provincias del Sur. Iniciativas todas estas que contaron con el apoyo del gobierno de Rodríguez Zapatero, con algún problema derivado de la diferente consideración de la defensa de los derechos humanos de los gobiernos de Madrid y de Rabat. A título de ejemplo, se puede citar la decisión del ejecutivo español de no condenar el asalto llevado a cabo por Marruecos a un campamento de más de veinte mil saharauis en noviembre de 2010, posición que intentó defender con escaso éxito la entonces ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez. Por su parte, el actual Gobierno español ha logrado dejar clara su postura pese a la conferencia que bajo el título “La política exterior de España en el Mediterráneo”, pronunció el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, en la sede de la Unión para el Mediterráneo en octubre de 2012. En su intervención, afirmó que Marruecos se había comprometido con la vía de las reformas y, respecto del conflicto saharaui, señaló que el mayor problema para Rabat era, al día de hoy, el desarrollo de la autonomía para los “territorios del sur”. La prensa marroquí destacó positivamente que el ministro español no se refirió al “Sáhara Occidental”, sino que habló de los “territorios del sur”, como una vía para marcar la marroquinidad de aquella zona. Igualmente destacó la prensa del país vecino el llamamiento de García Margallo, el pasado verano, a los cooperantes españoles que trabajan en los campamentos humanitarios de Tinduf para que abandonaran el territorio por tratarse de un área de peligro por la acción del terrorismo islamista. Todo ello fue debidamente criticado por los partidos de la oposición española que juzgaron negativamente este cambio de actitud. Es hoy evidente, y así lo han demostrado el sinnúmero de intentos desarrollados durante casi cuarenta años, que las oportunidades de llegar a una solución definitiva del problema del Sáhara son poco menos que imposibles. Marruecos controla el ochenta y cinco por ciento del territorio saharaui, incluyendo las zonas más productivas, y cualquier intento de partición en la línea de los acuerdos primitivos de 1975 sería imposible. La división del territorio en dos partes supondría asignar a Marruecos la zona norte, el Sáhara más productivo ya que concentra los mayores recursos como los fosfatos, y crear una nueva nación, con capital en Dajla, la antigua Villa Cisneros, en la zona que en su día se cedió a Mauritania, y que más tarde se anexionó a Marruecos. Tampoco podemos olvidar que el Sáhara es un te-
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rritorio sobre el que no ha existido tradicionalmente fronteras, es decir, líneas perfectamente definidas conforme a realidades geográficas, políticas, históricas fraguadas a lo largo de los siglos y reconocidas internacionalmente. Las fronteras actuales de aquel territorio, como señala Alfonso de la Serna, son líneas convencionales trazadas por acuerdos internacionales convenidos o impuestos por las potencias europeas, pero ignorando realidades que fueron “a menudo desgarradas por el lápiz” que dibujaba en las cancillerías europeas las líneas fronterizas. Quienes se trasladaban, indistintamente, entre Marruecos, Mauritania, Argelia o Mali no poseían el concepto de la frontera territorial como podía tenerla un europeo. Para el saharaui, su territorio era un todo. Por todo ello debemos preguntarnos cuál sería la mejor solución para los más de ciento cincuenta mil saharauis que hoy pueblan este territorio, y que se agolpan en los campamentos en condiciones precarias. ¿Es posible para ellos un desarrollo sostenible y en libertad formando parte de Marruecos? ¿Hasta qué punto el gobierno de Rabat estaría dispuesto a dotar de una autonomía razonable a aquella comunidad? Pero, por otra parte, ¿sería viable un estado libre e independiente con escasa población y gran extensión de territorio? De cualquier forma pienso que la única solución debe ser la voluntad libremente expresada de una población que lleva casi cuarenta años de indeterminación política y jurídica y por ello de indefensión. 3. La inmigración ilegal. ¿Una corriente imparable?
En Mauritania, al oeste de Nouakchott, junto al mar, se encuentra un pequeño pueblo pesquero. Las construcciones son básicas, habitaciones únicas, tejados de chapa, sin agua ni alcantarillado ni calles. Multitud de niños que corretean entre los desperdicios. En todas y cada una de las construcciones precarias, una enorme antena de televisión. No sé cómo los pescadores llegan a adquirir los aparatos receptores, pero allí están. Suponen una ventana abierta a un mundo, para ellos hasta entonces desconocido, de desarrollo, de abundancia. La posibilidad, cercana en el espacio, de una vida más fácil lejos de la miseria. Esta imagen, que me impresionó hace unos años, supone la base misma del problema de la inmigración ilegal, cuestión de dificilísima solución para los países más desarrollados y que para España por su situación geográfica adquiere una importancia capital. España se ha convertido durante la última década en el primer o en el segundo país receptor de inmigrantes ilegales en Europa. Nuestro país es además el paso obligado de miles de inmigrantes, generalmente norteafri-
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canos o subsaharianos que tienen la intención de llegar a otros países de la Unión Europea. Los pocos kilómetros que separan la costa española del norte de Marruecos fomentan la aparición de las pateras, de las que se han interceptado más de veinticinco mil en los últimos tres años, y que en cualquier momento del año, con buena o mala mar, pero más intensamente en los meses de verano, circulan llevando a bordo, de forma indiscriminada a hombres, mujeres y niños. Muchas de estas embarcaciones son apresadas, otras logran su fin, pero, en todo caso, han implicado la proliferación de mafias que viven de la explotación de estos medios de transporte. Se aprovechan del sueño casi inalcanzable de miles de africanos que muchas veces perecen en el intento. Junto al problema de las pateras no podemos olvidar la entrada en territorio español, por tierra, a través de las ciudades de Ceuta y Melilla. En territorio marroquí se van agolpando miles de inmigrantes, de Marruecos, de Argelia, de Mali, de Mauritania, de Senegal principalmente que, a pesar de las sucesivas vallas que se han ido construyendo, penetran en las ciudades españolas violentando las barreras físicas y humanas que se han podido erigir. Últimamente han sido también los islotes cercanos a la costa los utilizados como base para esta inmigración ilegal. En septiembre de 2012, sesenta y ocho inmigrantes ilegales, entre ellos tres menores, llegaron a nado a un islote situado a treinta metros de la costa marroquí, entre ellos mujeres embarazadas y niños que tuvieron que ser evacuados por helicóptero. Por todo ello, es imposible abrir un periódico en España o en Marruecos o ver un telediario que no aporte alguna noticia sobre la última tragedia producida en el Estrecho de Gibraltar o en las ciudades de Ceuta y Melilla. Frente a este problema que, por otra parte, aborda cuestiones éticas y de solidaridad, son posibles varias actitudes. La primera considerar todo tipo de inmigración como una fuente larvada de peligro para la sociedad y de amenaza para la estabilidad económica de España y de Europa. Ello nos llevaría a reafirmar a Europa como una “fortaleza inexpugnable” que debería dotarse de todo tipo de armas legislativas para proteger su territorio. Otra posición pasa por la apertura plena de fronteras, considerando la emigración como un fenómeno natural e incontrolable, derivado de los diferentes niveles de desarrollo de unas y otras naciones. Por ello, debemos buscar un punto de equilibrio para abordar un problema acuciante y presente día tras día en nuestro contexto social. Es indudable que en esta cuestión España y Marruecos tienen intereses contrapuestos. España recibe constantes requerimientos de la Comunidad Europea tanto para que fortalezca e impermeabilice sus fronteras como
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para que revise su normativa sobre extranjería e inmigración. Una revisión que debe contemplar los contingentes así como los flujos migratorios de forma que pueda controlarse el acceso de extranjeros en el territorio español. Marruecos, por su parte, es un país de fuerte emigración. Más de dos millones de marroquíes viven al día de hoy en territorio europeo y más del noventa por ciento de las remesas de los emigrantes provienen de los establecidos en nuestro continente. Hasta el punto que el citado envío de remesas de residentes en el extranjero supone el principal concepto de la balanza de pagos del vecino reino, por delante del turismo o de los derivados de la exportación de los fosfatos saharauis. Junto a ello, Marruecos recibe enormes oleadas de ciudadanos de otras nacionalidades que toman su territorio como vía de acceso hacia Europa creando problemas de seguridad que pretenden resolver de la forma más expeditiva como puede ser facilitando el acceso de estos ciudadanos subsaharianos a las fronteras terrestres o marítimas con el continente europeo. Debemos por lo tanto buscar la cooperación y la ayuda de Marruecos para hacer frente a estas cuestiones que para España suponen que más de un millón de ciudadanos extranjeros viva en nuestro territorio en situación irregular, sin mencionar los problemas constantes de seguridad y orden público derivados de los centenares de emigrantes ilegales que se agolpan a ambos lados de las fronteras de Ceuta y de Melilla. A partir del acuerdo de asociación Marruecos-Unión Europea de 26 de febrero de 1996, se ha creado un grupo de trabajo euro-marroquí sobre las migraciones, con participación española, pero, hasta el momento, se ha limitado a formular deseos y recomendaciones y no ha abordado la cuestión en su magnitud. Marruecos y España deben abordar el problema, como una parte esencial de sus relaciones bilaterales teniendo en cuenta todos los factores en presencia. Por ello, se requiere un incremento de la cooperación para el desarrollo creando áreas en determinadas zonas del territorio de Marruecos en las que la mano de obra emigrante pueda encontrar acomodo, trasladando la experiencia de nuestro país en sectores como el turismo o la agricultura intensiva. Tampoco podemos olvidar el imprescindible incremento de la cooperación policial de forma que pueda constituirse en el territorio marroquí una barrera de contención que ayude a evitar las bolsas de emigrantes ilegales hoy establecidas en Ceuta y Melilla y que son las víctimas de las mafias. Iniciativas que no han contado hasta ahora con el apoyo del reino alauita que muchas veces prefiere desviar la mirada de esta terrible realidad y traspasar el problema a España. Por su parte los intentos de los sucesivos gobiernos españoles a lo largo de los últimos veinte años de con-
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trolar este flujo constante han sido en parte estériles. Ni el fortalecimiento físico de las fronteras ni el incremento de las patrullas marítimas han bastado, ya que las medidas han carecido de la imprescindible cooperación del país vecino. Para concluir, vuelvo a Alfonso de la Serna que unía a su condición de gran diplomático el profundo conocimiento de la región magrebí. En su libro Al sur de Tarifa, hablaba de nuestras dos sociedades separadas por diferencias aún vivas a pesar de la globalización de la vida moderna. Señalaba la tendencia española a ignorarlas, a juzgar a la sociedad marroquí conforme a nuestra propia escala de valores y como consecuencia el oscurecimiento de nuestra visión acentuando la incomprensión y los reflejos psicológicos negativos. Cometemos, a su juicio, el doble error de no solo confundir nuestra manera de ver las cosas con la suya, sino además de entender el asunto en dos únicos colores el blanco y el negro, sin matices. Y termina, Marruecos no solo se halla en la frontera física y geográfica de España sino también en su frontera histórica y cultural desde hace mil doscientos años. Una frontera que, a lo largo del tiempo, ha sido atravesada por penetraciones profundas en el ser histórico, en el alma de cada pueblo, donde han quedado como enclaves espirituales permanentes. Bibliografía Alonso Zaldívar, C. y Castells, M.: España, fin de siglo, Madrid: Alianza Editorial, 1992. Ballesteros, Á.: La batalla de los tres contenciosos, Burgos: Dos Soles, 2010. Cajal, M.: Ceuta, Melilla, Olivenza y Gibraltar. ¿Dónde acaba España?, Madrid: Siglo XXI, 2003. — “Descolonizaciones: las ciudades, islas y peñones de España en el Norte de África”, en López García, B. y Hernando de Larramendi, M. (eds.): España, el Mediterráneo y el mundo arabomusulmán, Barcelona: Icaria, 2010, págs. 161-184. González Enríquez, C. y Pérez González, Á.: “Ceuta y Melilla: nuevos elementos en el escenario”, ARI 159/2008, 04/12/2008. López García, B. y Hernando De Larramendi, M.: “El Sáhara Occidental, obstáculo en la construcción magrebí”, Real Instituto Elcano, DT 15/2005, 23/03/2005. Serna, A. de la: Al sur de Tarifa. Marruecos-España: un malentendido histórico, España: Marcial Pons, Ediciones de Historia, S. A., 2001. Torreblanca, J. I.: “La europeización de la política exterior española”, en Closa Montero, C. (coord.): La europeización del sistema político español, Madrid: UNED Istmo, 2010, págs. 486-512. Valle Gálvez, A. del: “Ceuta, Melilla, Chafarinas, Vélez y Alhucemas: tomar la iniciativa”, Real Instituto Elcano, ARI 163/2011, 20/12/2011. Waltz, K.: Foreign Policy and Democratic Politics, EE. UU.: Institute of Governmental Studies, 1967.
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Donde se torció la Historia
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“El punto más bajo de la depresión del espíritu nacional español coincide con el albor del siglo XX”, escribió Manuel Azaña en 1939, desde su exilio en Francia, cuando recordaba que españoles muy distinguidos creyeron en aquellos años “llegado el fin de nuestra historia de pueblo independiente”. Y tal vez ninguna imagen haya expresado mejor la soledad y el aislamiento de España en el fin del siglo que la firma del Tratado de París con Estados Unidos el 10 de diciembre de 1898. Meses antes, el embajador de Francia en Washington, Jules Cambon, con plenos poderes del Gobierno español, había firmado con William R. Day, secretario de Estado de Estados Unidos, el protocolo preliminar por el que España renunciaba a toda pretensión de soberanía sobre Cuba y cedía a Estados Unidos la isla de Puerto Rico, así como la soberanía española en las Indias Occidentales. España había buscado en las potencias europeas un auxilio para su desigual enfrentamiento con Estados Unidos y solo obtuvo la mediación francesa para firmar una humillante derrota, vivida en el interior como un desastre, o mejor aún, como el desastre que amenazaba con empujar a España a la tumba (Azaña: 2007a, 196).
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1. Con Francia e Inglaterra
Del desastre y sus secuelas arranca la titubeante política exterior española en África y sus consecuencias sobre la política interior de España durante el reinado de Alfonso XIII. España pagó muy caro el recogimiento que había definido aquella política, o más bien, ausencia de política, desde la restauración de la Monarquía hasta lo que el mismo Azaña llamó “aquella guerra nuestra con Estados Unidos”, mientras Francia, que había conocido la humillación en Sedán y temía contarse entre las naciones que lord Salisbury había definido como moribundas, volvía a ocupar un lugar central en la competencia entre las naciones europeas por el reparto de África. El único camino que a España quedaba abierto para retornar a la escena internacional pasaba por repetir lo que en el siglo XIX se había elevado a regla de oro de su política exterior: cuando Francia e Inglaterra van de acuerdo, marchar con ellas; si caminan separadas, abstenerse. España intentará a toda costa, desde que se inicia el nuevo siglo y como garantía de independencia y seguridad, que Francia e Inglaterra la admitan a su lado, aunque no fuera más que como potencia de segundo orden y guardando una reserva de neutralidad para el caso en que retornara la vieja rivalidad franco-británica. En plena era del colonialismo, con su específica concreción en el reparto de África, el único lugar en que ese retorno al concierto europeo podía realizarse en compañía de Francia e Inglaterra era Marruecos. Y así, el sentimiento de humillación, casi de inexistencia entre las naciones civilizadas, que dominó a la opinión pública y a la clase política española tras la humillante derrota de ultramar buscó en Marruecos la oportunidad de una soñada reivindicación y revancha. Era el tiempo en que para ser considerada como nación en plenitud de soberanía había que cumplir en el mundo una misión civilizadora. España, con un presupuesto que no le permitía una expansión más allá de sus fronteras, dirigió la mirada hacia el norte de África por razones derivadas de su historia, de su proximidad geográfica, de la seguridad de sus territorios y, no en último lugar, por presiones de un ejército que solo disponía para mantener su moral del recuerdo de derrotas. Había que recuperar el honor perdido y mostrar al mundo que España volvía a estar política y militarmente preparada para asumir un papel civilizador entre las naciones europeas. La aventura comenzó pronto y enseguida se convirtió en fuente de frustraciones internas con nefastas y finalmente letales consecuencias para el sistema político de la Restauración. Desde 1902, Francia y España estuvieron de acuerdo en compartir una función de Protectorado so-
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bre Marruecos que en ningún caso debía enojar ni molestar a los británicos. Tras un convenio que no llegó a firmarse y un acuerdo secreto, las visitas del rey Alfonso XIII a París y del presidente Loubet a Madrid en 1905, más el matrimonio al año siguiente del monarca con Victoria Eugenia de Bettenberg y la visita en abril de 1907 de Eduardo VII al puerto de Cartagena, establecieron vínculos que parecían firmes con las dos potencias, ratificados en la Conferencia de Algeciras, que asignará en abril de 1906 a España un modesto papel en una desigual relación colonial. Ciertamente, los Acuerdos de Cartagena de 1907 empujaban a España hacia una mayor integración en la entente franco-británica, pero, como tampoco dejó de observar Manuel Azaña, los españoles no tenían ninguna gana de ir a Marruecos y menos aún de batirse allí. Se impusieron, sin embargo, la razón de Estado, el interés estratégico, el sentimiento de continuidad histórica y las perspectivas de ciertas ventajas económicas; y España no supo ni pudo desentenderse de participar como socia menor del reparto de zonas de influencia y, desde 1912, de protectorado de aquel caos montañoso en que consistía el hueso de la Yebala y la espina del Rif (Tusell: 1990, 159). Las ningunas ganas de ir a Marruecos se convirtieron muy pronto en las dificultades españolas para afirmar una presencia militar consolidada en la franja del Rif. El gobierno conservador, presidido por Antonio Maura desde el 29 de enero de 1907, inició una política de reconstrucción de la armada y acometió la explotación minera de la zona de influencia española emprendiendo una serie de obras públicas que dieron lugar a los primeros enfrentamientos armados con los rifeños. En julio de 1909, los sucesivos ataques a las vías de ferrocarril culminaron en una nueva humillación para el ejército español y, de rechazo, para España como aspirante a potencia colonial en el Barranco del Lobo con el resultado de setecientas cincuenta y dos bajas (diecisiete jefes y oficiales y ciento treinta y seis hombres de tropa y soldados muertos, y treinta y cinco jefes y oficiales y quinientos sesenta y cuatro hombres de tropa y soldados heridos) (Madariaga: 2008, 248). Se habló de un nuevo desastre, a poco más de diez años del primero, y el fantasma de la guerra de Cuba reapareció en la memoria de los españoles que habían presenciado el retorno de los soldados heridos y macilentos, sin un pan que llevarse a la boca, y lo habían simbolizado con la profusión de imágenes de una España moribunda en trance de descender al sepulcro: sin alcanzar las dimensiones de una derrota similar a lo ocurrido en 1898, las imágenes de los soldados humillados fueron recibidas con indignación pronto transformada en protesta.
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2. Primera quiebra del sistema político
Pues si en 1898, la repercusión interna de la derrota militar había sido de desolación acompañada de pasividad, ahora, once años después, las noticias que llegaban del Rif dieron lugar a una viva agitación ante el anunciado propósito del Gobierno de enviar a Marruecos nuevos y más numerosos contingentes de tropas, reservistas incluidos. La consigna de “Todos o ninguno” volvió a movilizar a los que se sentían condenados a un largo periodo de servicio militar, que ahora aguantaban mal el privilegio de quienes podían evitarlo con la redención en metálico. En Madrid, desde finales de junio de 1909, el Partido Socialista lanzó una campaña contra la política colonial y el consiguiente auge del militarismo, en cumplimiento de las resoluciones aprobadas, con el voto favorable de los delegados españoles, en el congreso celebrado por la Internacional Obrera en Sttugart dos años antes. Se sucedieron los mítines contra la guerra a medida que llegaban noticias de la lucha en Marruecos y de la llamada a filas de los reservistas, hasta el punto de que el 19 de julio, en un mitin celebrado en un cine de Madrid, Pablo Iglesias afirmó que había llegado el momento de convocar una huelga general “con todas las consecuencias y si esto no basta, la acción revolucionaria” (Ullman: 1972, 284).
Lo que en Madrid no pasó de una amenaza se transformó en Barcelona en una revolución social sin un objetivo político excepto el de impedir el embarque de reservistas. Con una potente tradición de centros obreros, ateneos y casas del pueblo donde se encontraban socialistas, anarquistas y republicanos, y desde donde habrían de partir los reservistas a combatir en un conflicto que ya había adoptado el nombre de una nueva guerra, la Guerra de Melilla, la agitación se convirtió muy pronto en movilización que de la protesta pasó rápidamente a la declaración de una huelga general para el 26 de julio del mismo año. Durante una semana, y sin una dirección clara de los acontecimientos, la huelga convocada contra el embarque de reservistas tomó un sesgo violentamente anticlerical, con el incendio de veintiuna de las cincuenta y ocho iglesias y de treinta de los setenta y cinco conventos de Barcelona. Murieron en los enfrentamientos ciento cuatro civiles y ocho guardias y militares, mientras los heridos sumaban varios centenares. El Gobierno suspendió los derechos de reunión y asociación y procedió a una sistemática represión culminada con la ejecución de varios detenidos, sometidos a consejos de guerra y sentenciados a muerte, entre ellos, notoriamente, Francisco Ferrer, pedagogo libertario elevado por el gobierno conservador a la categoría de chivo expiatorio de la revolución. La campaña
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de “Maura, no”, lanzada por los socialistas, las movilizaciones y protestas que se sucedieron en Europa por el fusilamiento de Ferrer, y la obstinación de Maura en su política represora, de la que no se libraron los socialistas madrileños, con Pablo Iglesias a la cabeza, allanó el camino para el encuentro de socialistas y republicanos, que en un mitin celebrado el 7 de noviembre llegaron al primer acuerdo para formar una “conjunción”. La Guerra de Melilla había tenido como primera consecuencia en la política interna española el comienzo de un entendimiento entre republicanos y socialistas que, tras no pocos avatares, culminará, pasadas dos décadas, con la proclamación por segunda vez de una república en España. No fue esta la única consecuencia política de la Guerra de Melilla y de la brutal represión por los hechos de Barcelona: si los partidos de la oposición antisistema sellaron su conjunción, los partidos del sistema —liberal y conservador— rompieron en la práctica el pacto histórico que los obligaba a turnarse pacíficamente en el poder por medio de elecciones amañadas. La campaña del “Maura, no” hizo aparecer, según lo expresaba el líder conservador objeto de la repulsa, “revueltos y apiñados a ministros de la Corona y revolucionarios” en el común propósito de provocar la caída de los conservadores por medio de movilizaciones populares. Era el “bloque de izquierdas”, fraguado en la alianza por vez primera de un partido dinástico, el liberal, con partidos de la oposición antidinástica, los republicanos y socialistas, en el común propósito de provocar la caída del gobierno conservador. El 21 de octubre de 1909 Alfonso XIII retiró su confianza al presidente del Consejo, Antonio Maura, adelantando en dos años el fin de la legislatura o situación conservadora al ofrecer el encargo de formar gobierno y, por tanto, de convocar las siguientes elecciones, a Segismundo Moret, líder del partido liberal. Con esa iniciativa regia, y con la respuesta de Maura prometiendo para el futuro una “implacable hostilidad” a los liberales, el turno pacífico, cimiento en el que se sostenía todo el edificio de la monarquía restaurada, sufrió su primer resquebrajamiento. Primero, pero de consecuencias perdurables: a partir del otoño de 1909, el ejercicio de la prerrogativa real en la designación y destitución de presidentes del Consejo de Ministros, aunque mantuvieran la confianza de las Cortes, será un factor determinante de la fragmentación de los dos partidos dinásticos: al arbitrio de un monarca, guiado únicamente por sus preferencias personales, quedaba confiar el encargo a uno u otro de los diferentes líderes de las facciones o clientelas en las que se atomizaban los partidos liberal y conservador. Y como resultado de esta intromisión o, por decirlo de otro modo, de esta figura de rey polí-
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tico superpuesta o añadida a la de rey soldado, agravada en la crisis abierta por el asesinato de Canalejas en noviembre de 1912, el quita y pon de los gobiernos será en adelante la prueba de una creciente fragmentación de los dos partidos del turno, preludio de la inestabilidad del sistema que afectó profundamente a su eficiencia y legitimidad y a su capacidad para resistir ante presiones externas al Parlamento: el rey político/soldado y los soldados en connivencia o a espaldas del rey se convirtieron, sobre todo desde 1917, en los principales responsables de las crisis de gobierno. José Canalejas, encargado de convocar elecciones una vez puesto punto final al bloque de izquierdas que había precipitado la caída de Maura, será el liberal que pondrá manos a la obra de la creación de un nuevo ejército que remediara lo que hasta entonces parecían más bien famélicos soldados incapaces de mantener un fusil en sus manos. El 30 de junio de 1911, la Gaceta de Madrid publicaba las “Bases para la Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército” con el principal fin de establecer el servicio militar obligatorio para todos los españoles, dando cumplimiento así al artículo 3º de la Constitución de 1876, que imponía a todos los ciudadanos el deber de defender la patria con las armas cuando sean llamados a filas. Había pasado mucho tiempo y ahora, finalmente, el gobierno de su majestad se disponía a cumplir el mandato constitucional, aunque manteniendo, para quienes pudieran pagarla, la posibilidad de reducir el servicio activo de tres a un año si abonaban la cantidad de mil pesetas, y solo a cinco meses si ingresaban dos mil en las arcas públicas. La redención en metálico quedaba, pues, solo a medias derogada, de modo que los jóvenes reclutas de las clases profesionales tendrían que pasar al menos cinco meses o un año en los cuarteles. La Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército, tercera de las consecuencias de la Guerra de Melilla aquí consideradas, fue promulgada finalmente en febrero de 1912 y sirvió como fundamento para la política de consolidación militar de la zona atribuida a España en el tratado de 1904 y por el Acta de Algeciras de 1906. La ocupación en 1911 de Larache, Alcazarquivir y Arcila y las campañas en la región del río Kert dieron paso al nuevo convenio hispanofrancés de 27 de noviembre de 1912 que convertía en Protectorado español toda la anterior zona de influencia en el norte de Marruecos, lo que no dejó de levantar las protestas de la oposición socialista y republicana. El dominio sobre una parte de Marruecos, decía un comunicado del comité nacional del PSOE en junio de 1913, utilizando un lenguaje propio de 1898, “amenaza poner a esta desdichada nación en trance de muerte”. Los males que ese dominio había causado eran ya muy hon-
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dos, por las vidas que había costado, por los millones de pesetas que había devorado y por la “tremenda desconsideración” de licencias a los reclutas de la cuota de dos mil pesetas y las licencias que el Gobierno se disponía a conceder a los de mil, “o lo que es igual a los hijos de la gente acomodada”. España entera debe levantarse contra la guerra de Marruecos. No más guerra con los marroquíes, terminaba el llamamiento firmado por Daniel Anguiano y Pablo Iglesias (El Socialista: 1913). 3. Neutralidad forzosa
Sin embargo, los reveses cosechados en el terreno militar parecían haber llegado a su fin: con la ocupación de Tetuán en febrero de 1913, España se disponía a desempeñar en el reparto de África el papel de leal, y subalterno, aliado de Francia sin agraviar a Gran Bretaña y manteniendo normales relaciones con Alemania. Y quizá lo que la clase política experimentaba como un retorno de España al concierto de naciones civilizadas de la mano de Francia habría avanzado sin posible marcha atrás si el estallido de la Gran Guerra no hubiera provocado en los líderes políticos, acompañados en la ocasión por la mayoría de la opinión popular, una inmediata reacción de recogimiento al modo del siglo XIX. Aunque vinculado a Francia e Inglaterra por los acuerdos de 1907 y 1912, el Gobierno español (presidido desde octubre de 1913 por el conservador Eduardo Dato ante el rechazo de Maura, con su memorable consejo al rey de que buscara a alguien “idóneo” si pretendía volver al turno) declaró enseguida y de forma unilateral su neutralidad ante el conflicto: “Existente, por desgracia, el estado de guerra entre Austria, Hungría y Servia [...] el Gobierno de Su Majestad se cree en el deber de ordenar la más estricta neutralidad a los súbditos españoles” (Gaceta de Madrid: 1914, 238). Comenzaba una guerra grande para la que España, carente de recursos, se consideraba muy pequeña. Sin duda, el Gobierno español hacía saber de inmediato que su neutralidad sería favorable a la entente franco-británica, a la que suministró durante todo el conflicto materias primas y productos manufacturados. Pero, como escribió Romanones en artículo anónimo, hay “neutralidades que matan” (Romanones: 1999, 379). Lo que esta mató fue la oportunidad de dar el salto que hubiera situado a España en el gran escenario donde se debatían las cuestiones que configurarían el mundo futuro. España prefirió recogerse otra vez en lo que Ortega llamó la cómoda, grata, dulce neutralidad, para a renglón seguido preguntarse: “¿Seguirá pareciéndonos una política? ¿Nos parecerá siquiera una política?” (Ortega y Gasset:
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1915). No se lo parecía a Manuel Azaña, para quien la posición de España estaba lejos de alcanzar el rango de “una neutralidad libre, declarada por el Gobierno y aceptada por la opinión después de un maduro examen de todas las conveniencias nacionales.” Era, por el contrario, una “neutralidad forzosa, impuesta por nuestra indefensión, por nuestra carencia absoluta de medios militares capaces de medirse con los ejércitos europeos” (Azaña: 2007b, 295). El precio de esa neutralidad forzosa lo habrían de pagar los políticos españoles al término de la Gran Guerra, cuando quisieron sentarse en la mesa de las Conversaciones de Paz y encontraron las puertas cerradas. El mismo Romanones, de nuevo presidente de Gobierno en diciembre de 1918, tuvo suficiente arrojo como para viajar a París y obtener del presidente Wilson la garantía de que España sería tratada como miembro fundador de la Sociedad de Naciones. Pero, por lo que concernía a Francia, los problemas surgirán muy pronto por las dificultades españolas para conseguir en Marruecos algo que se aproximara a lo que el résident général, mariscal Lyautey, había logrado para Francia, no sin antes haber probado también las hieles de la derrota: penetración, pacificación, civilización. Francia había sido durante la Gran Guerra el ideal de las clases medias y profesionales españolas que veían en ella la capacidad militar de resistencia al invasor germánico a la vez que mantenía el Estado democrático. Luego, terminada la guerra con el triunfo de los aliados, Francia volvía ser el espejo en que mirarse para desarrollar una política civilizadora en Marruecos. 4. El desastre, otra vez
España intentará, con un resultado catastrófico para sus aspiraciones, contar entre las naciones que se creían investidas de la misión de civilizar al mundo, pero sobre todo para su sistema político y para su ejército, que sumando españoles, regulares y extranjeros, perdió en solo unos días de julio y agosto de 1921 nada menos que trece mil ciento noventa y dos hombres, de los que ocho mil serían muertos españoles, según “el estado de las fuerzas disponibles en la zona de Melilla” presentado en el Congreso de los Diputados por Indalecio Prieto. Era, o así fue bautizado, un nuevo desastre de esta larga y penosa historia, en una guerra pequeña, miserable, con perdurables efectos sobre la moral, la ideología y la práctica de las tropas coloniales. Como en 1898, la voz desastre, que enseguida volvió a resonar en todos los oídos, a saltar a los editoriales, comentarios y noticias de todos los periódicos, se refería mucho más al modo de ser derrotados que a la derro-
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ta misma: un desastre que revelaba la desorganización, la improvisación y la cobardía de un ejército; un desastre que anulaba todo lo hecho, a costa de esfuerzos innúmeros, desde el año 1909, como calificaba El Imparcial lo acontecido en aquellos días de julio; será para siempre “el desastre de Annual” (El Imparcial: 1921a, b, c). Poco más de veinte años habían transcurrido desde que los buques de Estados Unidos dispararan a placer sus cañones, como si se tratara de un ejercicio de tiro, hasta hundir en el fondo del mar a una flota incapaz de responder al fuego enemigo. Ahora, un ejército de ocupación, irresponsablemente diseminado en posiciones mal fortificadas, contemplaba en la impotencia la pérdida, uno tras otro, de todos sus “blocaos”, ocupados a costa de grandes sacrificios, hasta la desbandada de Annual, los días 21 y 22 de julio de 1921, con toda la cohorte de soldados, oficiales y jefes abandonando sus armas para morir asesinados sobre la marcha, aplastados por los carros o asfixiados por el calor. Cuando unos meses después, el diputado socialista por Bilbao, Indalecio Prieto, envíe desde Melilla sus impresiones sobre “la vergüenza del desastre”, podrá escribir que en la inminente recuperación de Monte Arruit por las tropas del alto comisario, la labor principal tendría que recaer sobre los enterradores: “hay más cadáveres insepultos que combatientes”, escribió Prieto (Prieto: 1972, 117). Los cadáveres insepultos exigían lo que comenzó a llamarse una “depuración de responsabilidades”. Era tal la magnitud de lo ocurrido que sus consecuencias no podían limitarse a una crisis de gobierno, con la sustitución a mediados de agosto de Manuel Allendesalazar por Antonio Maura al frente de una gran coalición que incorporó a conservadores y liberales de las principales facciones; tampoco a un mero debate parlamentario para “formar juicio respecto a las causas del desastre ocurrido en la parte oriental de la zona del Protectorado de España en Marruecos”, como se pretendía al reanudarse las sesiones del Congreso el jueves, 20 de octubre de 1921. La intervención de Indalecio Prieto el día 27, con sus reiteradas y muy directas alusiones al rey, recordando la “frase altísima según la cual resulta cara la carne de gallina” —en relación con el rescate de prisioneros—, poniendo en duda la obligación constitucional de “ir a pelear” a unas tierras que “nunca fueron nuestras y pertenecieron como un florón a la Corona”, acusando al rey de haber decretado la operación sobre Alhucemas y, en fin, evocando a los “ocho mil cadáveres que se agrupan en torno de las gradas [del trono en demanda de justicia (Prieto: 1972, 158)]”, mostraba bien que la movilización por las responsabilidades no acabaría en el lamento generalizado sobre los males de España, ni iba a detenerse en los jefes y oficiales
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que habían desertado de sus puestos, partícipes ellos también de la fuga tumultuosa y multitudinaria en “aquellas tierras odiosas” de la zona de Melilla, como las dibujaba el mismo Prieto. Apuntaba directamente al rey y al alto mando militar, los dos poderes sobre los que para entonces se sostenía el sistema político. Y no solo llegaba este clamor desde los dirigentes de partidos de la izquierda republicana o socialista; también desde la derecha se elevaron voces proclamando que “España exige una reparación”, como titulaba Álvaro Alcalá Galiano una de sus habituales colaboraciones en el diario monárquico ABC, indignado, más que por la sorpresa del fracaso o del dolor por haberse perdido tanta sangre y tanta tierra ganada palmo a palmo, por “la bofetada que en pleno rostro y a la faz del mundo nos había dado el moro, ese moro a quien considerábamos un ser inferior”. Alcalá Galiano pensaba que la exigencia de reparación comprendía no solo la depuración de responsabilidades, la rendición de cuentas por los más altos personajes de la milicia y de la política, sino “lo que llamaríamos la revancha militar”, que consistiría en “vengar nuestro honor y reparar la ofensa a España por medio de la armas” y la tarea de “colonizar cuando hayamos conquistado lo perdido”. Hoy, en opinión del comentarista de ABC, se ventila un pleito de la mayor trascendencia: “España tiene que rehabilitarse ante el mundo” (Alcalá Galiano: 1921). Y eso fue lo que intentó Antonio Maura con el envío de un ejército de ciento cincuenta mil hombres a recuperar, en lo que el general Berenguer bautizó como una nueva reconquista, las posiciones perdidas en el desastre de julio. 5. ¿Puede España civilizar Marruecos?
“¿Por qué no quieren combatir nuestros 150.000 soldados de África?”: tal era la pregunta que se formulaba el editorialista del semanario España en abril de 1922 ante la resistencia a entrar en la lucha mostrada por los españoles enviados a África. Por absurda, quedaba descartada la hipótesis de ausencia de valor como totalmente inadecuada para explicar lo que acontecía en Marruecos, que la mayoría de la gente atribuía, según España, a “que el soldado español no siente la guerra con el rifeño”. Unos creían que esa ausencia de sentimiento se debía a la falta de un ideal nacional o de una idea de civilización capaces de hacerla vibrar; otros, como Ramiro de Maeztu, afirmaban que el ideal existía, pero que los españoles lo ignoraban. Terciando en el debate, y concediendo por vía de argumento el principio de intervención y el derecho a intervenir, el semanario se preguntaba
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si acaso era España un país civilizado y, en consecuencia, si podía España civilizar a nadie. Y en este punto, la respuesta habría de ser contundente y desmoralizadora: desorganización de los transportes, terrible carestía por acaparación y agiotismo, estado de naturaleza en que viven regiones enteras, encarcelamientos en masa, bancarrota de la Hacienda, pretorianismo y cesarismo de Estado, analfabetismo, un criminal régimen sanitario, irresponsabilidad en todo y de todos. No, ni España era un país civilizado ni podía civilizar a nadie. Tal era el estado de ánimo de buena parte de la población cuando llegaron las crónicas, y las fotografías, del desastre de Annual (España: 1922, 3-4). No faltaban motivos para trazar el desolador cuadro que ofrecía un Estado como el español, que pretendía civilizar a un pueblo considerado primitivo o salvaje y no podía, porque carecía de medios o porque los escasos recursos con los que contaba se los tragaban las tierras áridas del norte de África sin provecho alguno. En el presupuesto de gastos para el año económico 1923-1924, del total general que ascendía a 2.954,1 millones de pesetas, nada menos que 498,7 se destinaban al Ministerio de la Guerra y 242,7 a la Acción en Marruecos. Si se añaden a estas extraordinarias cantidades, los 81,9 millones consignados a Marina y la astronómica cifra de 664 millones destinados al pago de la deuda, solo quedaban para todas las demás obligaciones del Estado 1.466 millones; o, dicho de otro modo, entre el pago de la deuda y los gastos de Defensa consumía el Estado la mitad exacta de los gastos presupuestados. Nada tiene de extraño que las iniciativas contra el impunismo y en exigencia de responsabilidades por lo ocurrido, como la reunión de directores de periódicos y la serie de conferencias organizadas por una Liga Nacional pro responsabilidades desde el Ateneo de Madrid incluyeran en su programa una completa revisión de la política seguida en Marruecos que comprendía contener la sangría de hombres y dinero, repatriar al ejército y poner fin a la supuesta acción civilizadora (1923). No era este, sin embargo, el parecer mayoritario entre los políticos dinásticos ni, claro está, entre altos mandos militares, obligados a optar por un camino intermedio: mantener en Marruecos el contingente de tropas coloniales, mientras, de una parte, se encargaba al general Juan Picasso continuar la investigación, abierta por el mismo gobierno de Allendesalazar antes de su dimisión, sobre las causas que condujeron al derrumbamiento de la Comandancia de Melilla; y de otra, aunque no sin resistencias procedentes de su propio bando, llevar el resultado de esa investigación para su debate al Congreso de los Diputados. Picasso se empleó a fondo en
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su tarea recogiendo testimonios y elaborando un expediente ejemplar; por problemas internos a la gran coalición, Maura dimitió en marzo de 1922 la presidencia de un gobierno que nunca gozó de unidad de propósito ni de programa; el conservador Sánchez Guerra, su sustituto, no pudo ni quiso paralizar la investigación ni guardarla en el cajón una vez concluida; Picasso entregó su expediente y el Congreso eligió una comisión parlamentaria para que emitiera su dictamen. Cuando el Congreso avanzaba en el debate sobre las responsabilidades, y los diputados de la comisión se dividían en torno a las propuestas sobre el “magno y complicado problema” y salieron a la luz pública las noticias sobre la “enorme tragedia y suprema afrenta que padeció España en tierras africanas”, se produjo un nuevo cambio de situación. El presidente del Gobierno, José Sánchez Guerra, que había mantenido un bravo combate por afirmar el poder civil sobre la continua injerencia militar, el poder del Gobierno en la política de orden público en Cataluña, abandonada desde hacía años a manos del general Martínez Anido, y el poder del Parlamento en la cuestión de la responsabilidades (y que meses después propinará una sonora bofetada al presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, general Francisco Aguilera [Vid. Martorell Linares, 2011, 279-348]), dimitió el 7 de diciembre, y el rey entregó el encargo de formar un nuevo gobierno a un liberal, Manuel García Prieto, otra vez. Corrían rumores de que todo aquello obedecía a la decisión de reducir todo el debate a un “estéril torrente oratorio” con el sobreseimiento libre de todos los implicados en el desastre, fueran políticos y militares. El Imparcial no se lo podía creer: dejar sin sanción negligencias, omisiones, ineptitudes, ausencia de toda previsión del lado político, así como inmoralidades, corruptelas y cobardes deserciones entre militares, que registra el expediente Picasso, valdría tanto como llevar al pueblo español a la más triste desesperanza (1922).
Lo que estaba en juego al hacerse cargo del Gobierno el liberal García Prieto era si el poder civil, sostenido en un Parlamento del que nadie ignoraba su origen en elecciones amañadas y que sufría del mal, ya endémico, del faccionalismo, prevalecía sobre el poder militar, que desde la Ley de Jurisdicciones de 1906 había logrado construir una auténtica institución dentro del Estado, libre de injerencias del Gobierno y, más aún, del Parlamento para todo lo que se refiriera a cuestiones internas, solventadas ante tribunales de honor. Era un poder militar al margen del poder civil, dividido después del desastre, y de la recuperación de las posiciones perdidas, entre peninsulares y africanistas. Que ahora vinieran unos políticos a depurar responsabilidades, a examinar las cuentas, a sancionar la corrupción
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extendida entre jefes y oficiales de la Comandancia de Melilla, a intervenir, en definitiva, en cuestiones internas de la institución era algo más de lo que los militares estaban dispuestos a admitir. Y así, cuando la nueva comisión parlamentaria, nombrada por las Cortes elegidas en abril de 1923, se dispuso a iniciar la ronda de audiencias y testimonios sobre el informe Picasso, el general Primo de Rivera, con la anuencia del rey Alfonso XIII, decidió cortar por lo sano, a la manera del cirujano de hierro, y procedió en septiembre del mismo año no a una mera suspensión del Parlamento, sino a su disolución pura y simple, confirmada tres meses después cuando los presidentes del Senado y del Congreso, de visita al rey, le recordaron que la Constitución obligaba a convocar elecciones. Primo de Rivera se limitó a destituirlos y en ese acto se acabó el sistema político de la Restauración, se acabaron las Cortes, se acabó la Monarquía constitucional y, aunque el rey respiró satisfecho, se torció la historia política —y algo más— española del siglo XX. Porque hoy es más evidente que ayer la razón que asistía a Raymond Carr cuando escribió en 1968 que Primo de Rivera “asestó el golpe al sistema parlamentario en el momento en que se operaba la transición de la oligarquía a la democracia”, un momento en que la vieja máquina política había quebrado cuando aún los avances liberales no habían prevalecido sobre la indiferencia del cuerpo electoral. Manuel Azaña lo había visto décadas antes de la misma manera: el golpe no fue la acción quirúrgica destinada a sajar el cáncer de la vieja política, sino la prueba definitiva de la voluntad de la Corona de liquidar las Cortes en el preciso momento en que, recogiendo el gran movimiento de opinión popular que pedía sanciones y enmienda, iban a hacerse sus intérpretes llamando a declarar a los que habían intervenido en el desastre para pedirles cuentas de su conducta. Antes de permitir el funcionamiento pleno y prestigioso del Parlamento en el papel que verdaderamente le corresponde: investigar, fiscalizar la administración y el gobierno, someter a pública discusión los actos de los gobernantes, prefirieron destruirlo. No era la primera vez, ni será la última —concluye Raymond Carr— “que un general aseguraba rematar un cuerpo enfermo cuando de hecho estaba estrangulando a un recién nacido” (Carr, 1969, 505; vid. Azaña: 2007c, 372). 6. En conclusión
Si hubiera que señalar un momento en que la voz “africanista”, dicha de la persona dedicada al “estudio y fomento de los asuntos concernientes a África”, primer y único significado de la palabra aceptado por el Diccionario de la Real Academia hasta su vigésima edición, la de 1984, pasó a de-
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signar también al militar formado en campañas del norte de África en el siglo XX, que es la segunda acepción admitida en las siguientes ediciones, sería este. No solo al militar como individuo, como ya acepta el diccionario, sino también al ejército como institución, como es corriente en el habla común. Pues, en efecto, el militar formado en las campañas de África es figura del siglo XX español que consolida a partir de la “reconquista” una presencia aparte, perfectamente identificable por su compañerismo de cuerpo, sus ascensos rápidos por méritos de guerra con el consiguiente resultado de un ejército macrocéfalo, su nacionalismo exaltado, su práctica de administración militar de territorios ocupados, su elaboración de la imagen del enemigo como el “moro” al que es preciso someter y exterminar mostrando sus cabezas a los fotógrafos (Vid. Pando Despierto: 1999, 295) su vinculación directa al rey como jefe supremo de los ejércitos, su desprecio por la política y los políticos y, como coronación de todo eso, su conquista del poder político para ejercerlo directamente desde el gobierno. Al definir a este tipo de militar y a este ejército, la voz “africanista” vino a significar lo contrario de lo que significaba cuando se aplicaba a los dedicados al estudio y fomento de los asuntos concernientes a África: es el militar que “reconquista” un territorio perdido, como bautizó el general Berenguer la campaña emprendida para liberar a Melilla del cerco en que había quedado atrapada tras el desastre de Annual, que lo administra y que se siente libre de rendir ante ningún otro poder los resultados de tal administración. Pero la interminable guerra de Marruecos, además de dar a luz al militar africanista, acabó con el sistema político de la Restauración liquidando la posibilidad de su evolución desde un sistema oligárquico a uno democrático. Si de 1909 data la primera quiebra del turno pacífico de liberales y conservadores en el poder, en 1921, y como secuela de un desastre incomparablemente mayor, las consecuencias afectaron no solo a los partidos, que desaparecieron, ni al gobierno, que pasó a manos militares, sino a la constitución de la Monarquía española y, de rechazo, a la monarquía misma. Los militares habían mostrado ya de lo que eran políticamente capaces cuando provocaron en 1917, por medio de unas Juntas de Defensa, la caída del liberal García Prieto con la consiguiente vuelta a la presidencia del Gobierno del conservador Eduardo Dato. El turno de los partidos como clave de bóveda del sistema político se había derrumbado y el funcionamiento del mismo sistema quedó herido de muerte: desde la crisis de gobierno provocada por las Juntas de Defensa en junio de 1917 hasta el golpe de Estado encabezado por el general Primo de Rivera de septiembre de 1923, la inestabilidad de los gobiernos se multiplicó fuera de todo
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control: en esos seis años se produjeron catorce crisis totales, se convocaron cuatro elecciones generales y cayeron tres presidentes de gobierno por directas presiones militares. Es evidente que no todos los problemas del funcionamiento del sistema político de la Restauración, ni su notoria incapacidad para la renovación y la incorporación de nuevas fuerzas políticas, pueden atribuirse a la perdurable cuestión marroquí. Una cosa está sin embargo fuera de duda. El golpe de Estado del general Primo de Rivera fue una respuesta a los propósitos enunciados por el gobierno de concentración liberal, presidido de nuevo por el mismo Manuel García Prieto que había sufrido en 1917 la acción subversiva de las Juntas de Defensa, de avanzar en el proceso de exigencia de responsabilidades y de afirmar la primacía del poder civil en las dos grandes cuestiones pendientes de la política española desde el fin de la Gran Guerra: Cataluña y Marruecos. Desde el 13 de septiembre de 1923 y, sobre todo, desde el momento en que se hizo evidente que el dictador había conquistado el poder para quedarse y se negó a abrir las Cortes o a convocar elecciones a Cortes ordinarias una vez pasado el plazo estipulado por la Constitución, se produjo una quiebra irreparable de la tradición constitucional española. La monarquía se quedó sin Constitución, sin Cortes, sin sistema de partidos, apoyada únicamente en las dos grandes instituciones nacionales, el Ejército y la Iglesia, que acudió en su socorro ofreciéndole el apoyo civil de un partido político de nuevo cuño, Unión Patriótica, que actuaría como partido único de la dictadura. En este sentido, podría decirse que fue en el Protectorado, al precipitar la instauración de una dictadura militar, donde se torció por vez primera la historia política de España en el siglo XX; la segunda ocurriría años después, cuando el ejército de África, desde Marruecos, se rebeló contra la República y cruzó el Estrecho para conquistar por las armas el poder en la Península. Pero esto, siendo la misma, forma ya parte de otra historia. Bibliografía: Fuentes primarias: Alcalá Galiano, Á.: “España exige una reparación”, ABC, 21 de septiembre de 1921. Congreso de los Diputados: “Debate sobre la interpelación relativa a las declaraciones del presidente del Consejo de Ministros al presentar su nuevo Gobierno y la política de España en Marruecos”, Diario de Sesiones de las Cortes, 27 de octubre de 1921, pp. 38193820 y 3832. — Diario de sesiones de las Cortes, 15 de noviembre de 1922, Apéndices 1-102. Gaceta de Madrid, 30 de julio de 1914, p. 238. El Imparcial: “Los sucesos de Marruecos”, 26 de julio de 1921a.
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— “La familia del general Silvestre”, 27 de julio de 1921b. — “La guerra de Marruecos”, 2 de septiembre de 1921c. — “Todo menos impunidad. Sería el derrumbamiento de la Justicia”, 23 de noviembre de 1922. — “Mitin en Madrid. Las responsabilidades del desastre”, 16 de enero de 1923. El Socialista, “El Comité Nacional a todas las organizaciones”, 15 de junio de 1913. España, “¿Puede España civilizar Marruecos?”, 22 de abril de 1922, pp. 3 y 4. Ortega y Gasset, J.: “Política de neutralidad. La camisa roja”, España, 29 de enero de 1915. Fuentes secundarias: Azaña, M.: “La neutralidad de España” [junio de 1939], en Juliá, S. (ed.): Obras Completas, Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007a, vol. 6. — “Los motivos de la germanofilia”, en Juliá, S. (ed.): Obras Completas, Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, Obras Completas, 2007b, vol. 1. — “Apelación a la República” [mayo de 1924], en Juliá, S. (ed.): Obras Completas, Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007c, vol. 2. Carr, R.: España, 1808-1939, Barcelona: Ariel, 1969. Madariaga, M. R.: España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada, Melilla: UNED, Centro Asociado de Melilla, 2008, 3ª edición. Martorell Linares, M.: José Sánchez Guerra. Un hombre de honor (1859-1935), Madrid: Marcial Pons, 2011. Pando Despierto, J.: Historia secreta de Annual, Madrid: Temas de Hoy, 1999. Prieto, I.: “Impresiones desde Málaga. El barco del dolor”, Con el rey o contra el rey, México: Oasis, 1972. Romanones, conde de: Notas de una vida, Madrid: Marcial Pons, 1999. Tusell, J.: Manual de Historia de España. 6. Siglo XX, Madrid: Historia 16, 1990. Ullman, J. C.: La Semana Trágica, Barcelona: Ariel, 1972.
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Le mouvement nationaliste marocain dans l’ex-Maroc espagnol (1930-1956)
Abdelmajid Benjelloun
Dans l’œuvre de l’historien, les choses sont telles qu’il faudrait peut-être instaurer je ne sais quoi de provisoire dans le définitif. Ou peut-être l’inverse. Spolier la liberté d’autrui c’est comme voler un oiseau dans le ciel! A bdelmajid Benjelloun
Au cours de 1972, je poursuivais à l’Institut universitaire de hautes études internationales, à Genève, des études post-licence en vue du doctorat, et j’étais à la recherche d’un sujet de thèse. A la vérité, je n’ai pas beaucoup hésité puisque je voulais me consacrer à un thème qui fît la jonction entre le Maroc et l’Espagne. La puce m’avait été mise à l’oreille, en quelque sorte, en lisant l’entrefilet dans le journal Le Monde sur la mort d’Abdelkhaleq Torrès, survenue à Tanger, le 27 mai 1970. Naturellement, je savais qu’il était le leader du mouvement national dans l’ex-Maroc espagnol, mais je n’en savais pas davantage. Au vrai, j’étais animé dans mon choix par des considérations purement personnelles:
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— J’avais une conscience suraiguë de mon origine andalouse musulmane. — Je vouais un culte véritable à l’Espagne, à son histoire, à sa civilisation, à sa culture et particulièrement à ses arts. Mais j’étais déterminé également dans mon choix par des considérations objectives. Des dates historiques communes à l’Espagne et au Maroc ne manquent pas; que l’on songe un instant à ce que l’année 711, date du débarquement de Tarik avec ses troupes en Espagne, a pu produire comme effets, et à l’année 1912, qui a vu les espagnols devenir les «protecteurs» d’une partie de la population marocaine. Sans oublier une multitude de faits intervenus entre ces deux dates, surtout du temps d’Al Andalus, qui inciteraient l’historien à considérer, avec une certaine exagération, toutefois, qu’il n’existe pas une histoire du Maroc et une histoire d’Espagne, mais une histoire maroco-espagnole. Si les arabes sont restés huit siècles en Espagne, et s’ils y ont laissé des empreintes profondes, les espagnols, à leur tour, ont pu occuper, avec plus ou moins de succès d’ailleurs, certaines portions du territoire du Maroc, essentiellement sur ses côtes. En un mot, et pour résumer ma pensée, je dirais qu’entre l’Espagne et le Maroc s’instaurait, au fur et à mesure du temps, une dialectique de mouvements, d’idées et d’hommes. Toutes ces considérations nous font prendre conscience qu’il a toujours existé entre le Maroc et l’Espagne des relations particulières. Mû par ces motivations, j’opte pour mes recherches de doctorat, au début des années 1970, pour l’histoire du mouvement nationaliste dans l’exMaroc espagnol. Pour simplifier, je dirais que le nationalisme d’un pays colonisé, sous une forme ou une autre, est à la mesure de la nature du colonialisme qu’il subit. Ainsi, le Protectorat espagnol dans la zone nord, étant une sorte de colonialisme d’un pays faible sous impérialiste, devait nécessairement produire par réaction naturelle un patriotisme autochtone sans virulence totale ou presque, comme cela était le cas au sud du pays, où la puissance occupante était autrement plus puissante que l’Espagne, communément désignée alors comme uniquement sous-locataire. Mais cela ne diminue en rien l’action des nationalistes marocains de la zone, qui, criant plus fort que leur voix, n’en avaient que plus de mérite. Ceci était valable à trois niveaux: au plan du Maroc khalifien; du Maroc dit ‘français’; et au plan international, où ils étaient particulièrement opérants, souvent en avant-garde et pour la cause patriotique de tout le Maroc.
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En bref, de petites organisations nationalistes, et surtout le Parti des Réformes Nationales, PRN, sous la houlette de Torrès, auront accompli une grande oeuvre. Lorsqu’on se penche sur le phénomène notamment social et politique qu’est ce mouvement patriotique, l’on se rend compte que son histoire est facilement périodisable. Ainsi, on recense les périodes suivantes: 1. La gestation ou le proto-nationalisme. 2. Le nationalisme sous la République espagnole. 3. La guerre civile espagnole et le nationalisme marocain. 4. La deuxième guerre mondiale et le nationalisme marocain. 5. Le haut commissaire Varela et le nationalisme marocain en 1945-51. 6. La crise dynastique, le haut commissaire García-Valiño et le nationalisme marocain (1953-56). 1. La gestation ou le proto-nationalisme
Depuis 1912, l’on pourrait remonter assez loin dans le temps, pour déceler les premiers signes de l’action patriotique marocaine dans la zone, que l’on pourrait qualifier de proto-nationaliste. Mais il reste incontestable que le point de départ procède des nombreuses entreprises de cette figure de proue de ce mouvement à sa naissance à Tétouan, que fut Haj Abdeslam Bennouna, qui d’ailleurs prit une part active à la naissance de la première organisation patriotique du pays dans son ensemble. Ainsi il a tenu à dépêcher à Rabat son frère, Mohammed, et son fils Taïb, pour représenter la zone nord dans la création de «l’Association des défenseurs de la vérité», le 3 août 1926, à Rabat, à l’initiative d’Ahmed Balafrej. Et ce qu’il faut souligner avec force c’est que, à l’instar de l’initiative ci-dessus de Haj Abdeslam Bennouna, les relations entre les patriotes du sud et du nord du Royaume ne se sont jamais interrompues, en dépit de toutes les vicissitudes historiques que le Maroc a connues. Le «dahir berbère», dont l’appellation est contestée vivement de nos jours, édicté le 16 mai 1930, a fourni objectivement au mouvement national naissant l’occasion de s’organiser et d’œuvrer pour la première fois à visage découvert, en ayant dorénavant pignon sur rue, en quelque sorte. Les protestations publiques résultant de la publication de ce dahir sont dans toutes les mémoires. La visite de Chakib Arsalane à Tétouan, en août 1930, fut décisive en ce que ce fut sous son conseil que le mouvement s’organisa structurellement, comme il le fit, de manière pyramidale (Benjelloun: 1983, 48 et suivantes).
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2. Le nationalisme sous la République espagnole
Lorsque les nouvelles de l’abdication d’Alphonse XIII et de la proclamation de la République se propagèrent à Tétouan, une manifestation s’organisa aussitôt, le même jour, soit le 14 avril, parmi la population espagnole —à laquelle se joignirent quelques marocains— en parvenant au Haut Commissariat pour réclamer que le drapeau républicain y fût hissé. Le 4 mai suivant, une autre manifestation eut lieu; cette fois, elle fut à l’initiative des patriots marocains, à leur tête Fkih Daoud et si Thami El Ouezzani; et avait un caractère nettement syndical, réclamant notamment l’égalité des salaries entre les espagnols et les marocains (Benjelloun: 2011, 37). L’avènement de la République en Espagne, en avril 1931, a été perçu par les nationalistes marocains comme l’occasion sans précédent de voir appliquer dans la zone Nord les beaux idéaux d’égalité et d’humanisme dont les nouveaux gouvernants espagnols étaient apparemment empreints. Elle leur donna ainsi des espoirs immenses. Ils se sont empressés de remettre le 8 juin au président de la République espagnole, Alcalá Zamora, une lettre appuyant par de nombreux arguments la nécessité de l’application du cahier de doléances que les nationalistes avaient rédigé le 1er mai, comprenant huitcents signatures, et où les demandes suivantes sont mises en avant : a. L’organisation d’élections de conseils municipaux à l’échelle de toute la zone. b. La création par voie électorale, à l’échelle de la zone, d’un Conseil d’Administration Général, ayant un droit de regard sur les intérêts de la communauté et décidant notamment du budget. c. La liberté de la presse. d. La mise sur pied de l’enseignement public pour les autochtones. e. L’amélioration des conditions de vie des paysans marocains dont la pauvreté est criarde, en leur permettant de jouir des conditions favorables de travail, en leur accordant notamment des crédits. Suivent alors des discussions entre les divers hauts commissaires espagnols et les nationalistes tétouanis, et à leur faveur, des élections municipales sont organisées dans la zone, mais le 13 octobre 1932, le haut commissaire López Ferrer procéda à la dissolution du Conseil municipal de Tétouan après avoir fait de même dans les mois précédents pour ceux des autres villes de la zone, en prétextant qu’ils ne tenaient pas de livre de procès-verbaux et surtout qu’ils dépensaient les fonds des villes à tort et à travers. Le 23 septembre 1931, un premier pas vers l’octroi de la liberté d’association aux autochtones avait été franchi par la promulgation d’un
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dahir khalifien, dont la portée était toutefois modeste en ce qu’il n’avait permis finalement que la création d’une société de bienfaisance musulmane, six jours plus tard, et dont il convient de noter qu’elle était contrôlée par les nationalistes tétouanis (Benjelloun: 2011, 41-42). Les patriotes marocains se sont organisés, de 1931-36, en divers comités successifs. Leur composition variable en épousait les six possibilités suivantes : a. Passage d’un groupe secret à un groupe connu. b. Passage d’un groupe connu à un groupe secret. c. Passage d’un groupe secret à un autre groupe secret. d. Passage d’un groupe connu à un autre groupe connu. e. Entrée de nouveaux membres. f. Retrait de(s) membre(s). Le 9 juillet 1933, les patriotes présentent au Haut Commissariat un programme de réformes, signé de Torrès, élargissant celui du 1er mai 1931 à d’autres questions, comme: — La protection des autochtones de la zone nord contre toutes formes d’exploitation. — La liberté de la presse, de réunion, et le droit de constituer des associations. — La généralisation de l’enseignement primaire. — La réforme du régime fiscal. — L’autonomie complète de la justice islamique et des Habous. — La séparation entre les pouvoirs judiciaire et exécutif. — L’acceptation des marocains à tous les postes administratifs. — La protection et la modernisation de l’artisanat. — La protection de l’ouvrier marocain. — L’aide au fellah marocain. — La gratuité des soins médicaux et des frais pharmaceutiques. — Création de centres de bienfaisance. — L’abandon de la pratique consistant à faire du favoritisme au profit des juifs, en lieu et place des musulmans. La collaboration relative qui s’est installée entre les autorités du Protectorat et les nationalistes marocains a permis la nomination du leader Abdelkhalek Torrès —dont l’influence se faisait de plus en plus importante, depuis son retour de Paris en mars 1932, où il poursuivait des études supérieures, comme au détriment du principal dirigeant du mouvement d’alors Haj Abdeslam Bennouna— à la tête de l’Administration des Habous, le 16 octobre 1934, poste qu’il occupa jusqu’au 2 septembre de l’année suivan-
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te, soit un peu moins d’une année. Poste duquel il dut démissionner pour se solidariser avec le premier journal du mouvement nationaliste El Hayat autorisé par les autorités espagnoles et qui avait connu de grandes difficultés du fait de son attitude très dure à l’encontre de ces dernières, sous l’impulsion de son directeur, Abdeslam Benjelloun. En plus de la remise au président de la République Alcalá Zamora, de la lettre relative aux revendications en date du 1er mai 1931, il y eut deux missions à Madrid. C’est ainsi que Haj Abdeslam Bennouna et Abdelkhalek Torrès s’y rendirent ensemble, du 28 janvier au 9 février 1934, afin d’essayer d’infléchir la politique espagnole dans la zone dans un sens favorable. A cette fin, ils rencontrèrent le directeur général du Maroc et des colonies, à diverses reprises, le ministre des Affaires Étrangères, le président des Cortes, le nouveau haut commissaire Rico Avello, l’ancien ministre de la Défense, quelques membres du parti radical-socialiste, mais ils n’ont rencontré ni le président de la République ni le président du Conseil. Avec le nouveau haut commissaire nommé, Rico Avello, ils ont discuté avec lui de trois problèmes: des revendications de 1931, des exactions des caïds et des interventores (contrôleurs espagnols) et du caractère défectueux de la législation espagnole dans la zone. La ‘délégation’ a débattu aussi, à Madrid, d’autres problèmes, comme ceux de l’économie de la zone ainsi que de l’enseignement (Benjelloun: 2011, 83). Torrès entrepris seul à Madrid un voyage dans la capitale espagnole en novembre 1935. Le 25 du même mois, Abdelkhalek Torrès donna une conférence à l’Ateneo de Madrid, sur le thème «l’Espagne face au monde musulman», au cours de laquelle il exposa les idées politiques du nationalisme de Tétouan, en évoquant «le lien spirituel que doit constituer l’Espagne, pays sans ambitions coloniales, jadis terre musulmane, entre l’Occident et l’Orient, représenté par le Maroc (Benjelloun: 2011, 93). En conclusion de ce chapitre, il faut noter qu’avec l’autorisation de paraître pour El Hayat, et l’octroi de la direction des Habous à Torrès, le Gouvernement de la République espagnole a fait semblant de satisfaire quelques unes des revendications des nationalistes de la zone Nord. Ces ouvertures n’ont abouti finalement qu’à une pseudo- collaboration entre le pouvoir colonial espagnol et ses «protégés» marocains. En outre, à pouvoir parler de vive voix avec une pléiade de responsables espagnols aussi importants à Madrid, on se sentit évidemment pousser des ailes, et on se mue en négociateurs plénipotentiaires chevronnés, du côté patriotique marocain. La vérité est que cette politique du contact facile que
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les espagnols ont menée du temps de la République n’était qu’une politique de faux semblant et de bienveillance gratuite. Moyennant quoi, les nationalistes de la zone espagnole du Maroc ont été très déçus par les autorités espagnoles aussi bien de Tétouan que de Madrid. Ce qui explique dans une certaine mesure leur rapide propension à essayer d’oeuvrer en faveur de la zone avec le nouveau pouvoir franquiste, après le pronunciamiento de juillet 1936. 3. La Guerre Civile espagnole et le nationalisme marocain
Le déclenchement de la guerre civile espagnole, dans la zone nord marocaine, précisément, ouvrit une nouvelle étape dans l’histoire du mouvement national de la zone nord. Pendant les premières semaines décisives de la guerre d’Espagne, ce fut Beigbeder qui avait la haute charge de la politique espagnole au Maroc. Il a mené, avec la bénédiction certaine de Franco, une politique des plus habiles, fondée sur une connaissance rare de la mentalité marocaine; un africaniste chevronné, il connaissait aussi bien l’arabe que le berbère rifain. Sa duplicité rappelle étonnamment l’attitude de certains hauts commissaires que la République avait envoyés auparavant à Tétouan, et témoigne, en tout cas, de la spécificité du colonialisme espagnol au Maroc qui s’est presque de tout temps efforcé de ne pas se déclarer tel et de faire illusion notamment aux yeux des nationalistes. Paradoxalement, mais en apparence seulement, cette ère nouvelle a permis la création du Parti des Réformes Nationales (PRN), sous la présidence de Abdelkhalek Torrès, et du Parti de l’Unité Marocaine (PUM), sous Mekki Naciri. Et cette réorganisation du mouvement nationaliste autochtone doit beaucoup, objective et subjectivement, à la politique extrêmement habile ayant consisté à encourager assez vivement la mise sur pied de telles organisations patriotiques marocaines dans la zone. A la vérité, la raison de cette pseudo-compréhension espagnole à l’adresse des patriotes marocains de la zone tient dans la crainte que ces derniers ne s’opposent farouchement à l’enrôlement des dizaines de milliers de mercenaires marocains dont les forces franquistes avaient besoin. La participation militaire marocaine à cette guerre a coïncidé avec une ère de collaboration relative entre les autorités espagnoles et les patriotes du nord. Il ne faut pas croire que Beigbeder aurait laissé complètement le champ libre aux nationalistes marocains. C’est ainsi qu’il a réussi machiavélique-
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ment à semer la discorde dans les rangs nationalistes tout en les canalisant fortement, dans une période où les forces franquistes ne pouvaient se permettre de favoriser la moindre incartade susceptible de ralentir leurs opérations militaires contre les républicains. Certes, Beigbeder favorisait à tour de rôle Torrès et Naciri, selon que leur audience prenait de l’importance auprès de l’opinion marocaine, en les jouant l’un contre l’autre; mais il n’en demeure pas moins que sa politique devait évidemment donner lieu à une surenchère nationaliste certaine, qui ne faisait pas le jeu des espagnols, tant s’en faut. Moyennant quoi, la zone sentait alors se pousser des ailes par cette permissivité relative des espagnols, les autorités franquistes lui ayant même fait miroiter des promesses de libération, ou tout au moins d’autonomie. Ainsi une politique de semi-coopération vit le jour entre les autorités espagnoles de la zone et Beigbeder. Abdelkhalek Torrès se vit attribuer, le 19 décembre 1936, le poste de ministre des Habous dans le gouvernement khalifien. Des réformes importantes furent introduites, et à leur tête, la libération de la justice islamique de toute tutelle ou intervention espagnole et les avancées sensibles dans le domaine de l’enseignement. Donc, il ne faut pas du tout croire que la lune de miel, pour ainsi dire, installée entre les deux parties, était appelée à durer longtemps. Ainsi, la collaboration entre elles, n’était pas sans nuages, tant s’en faut: les frictions, les critiques à peine voilées et parfois même très violentes des patriotes à l’égard des autorités espagnoles du Protectorat et enfin les embûches posées par ces dernières sur le chemin des premiers étaient en effet légion. Et d’ailleurs, les patriotes de la zone se sont rendu compte assez vite que les autorités franquistes ne défendaient en fin de compte que leurs propres intérêts. En octroyant aux nationalistes marocains les quelques libertés que nous avons mentionnées, Beigbeder pouvait affirmer à la face du monde que les marocains, du moins dans les villes, ne voyaient aucun inconvénient à ce qu’il procédât au recrutement de soldats pour les armées franquistes. Objectivement donc, Beigbeder a acheté le silence des nationalistes quant au recrutement précité, moyennant des libertés relatives dont le prix a été la mort et la mutilation de milliers de soldats marocains au cours de la guerre civile espagnole. Nous ne nous étendrons pas sur l’utilité ou l’inutilité du sacrifice suprême dont auraient été capables quelques nationalistes marocains opposés éventuellement à l’enrôlement: l’histoire ne se refait pas, mais s’ils l’avaient fait, ils auraient perdu leur vie et la zone n’aurait pas pu bénéficier des quel-
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ques libertés qui ont, malgré tout, permis au nationalisme de se développer sensiblement. Toujours est-il que les nationalistes marocains, pour leur part, n’étaient pas dupes des véritables intentions de Beigbeder: ils ont joué la carte de la collaboration, mieux, ils se sont un peu affichés collaborationnistes, pour des raisons tactiques: pour arracher aux espagnols le maximum de réformes, mais ils ont donné libre cours à leur dépit et à leur déception profonde, peut être sans grande sincérité, lorsqu’ils se sont rendus compte, une fois la guerre civile terminée, que les promesses espagnoles d’autonomie et autres n’étaient que de purs mensonges. En un mot, les nationalistes marocains, qui ne voyaient pas encore le bout du tunnel du colonialisme et qui n’étaient donc pas contraints par la force des circonstances, à verser dans le purisme, si tant est qu’ils en fussent capables, ont agi en fin de compte, durant la période beigbederienne, en politiciens qui ne reculent devant aucun compromis, voire aucune compromission, pour servir à leur façon, la cause nationale; et force est d’admettre que l’action de propagande qu’ils ont menée alors est très loin d’être insignifiante. Il y a un autre aspect très important de la politique de Beigbeder au Maroc. Il a trait au projet de Noguès, profitant du déclenchement de la guerre civile en Espagne, de faire occuper la zone nord par la France, soit directement, soit indirectement par le truchement d’un soulèvement du Rif par ses soins. Pour contrer ces visées territoriales des français sur le Maroc espagnol, Beigbeder a utilisé en quelque sorte l’arme que constituaient les patriotes de la zone, qu’il a réussi remarquablement à jouer contre la France (Benjelloun: 2011, 113 et suivantes). 4. La Deuxième Guerre Mondiale et le nationalisme marocain
Avec le déclenchement de la deuxième guerre mondiale, les nationalistes marocains de la zone «espagnole» ont cru à tort ou à raison que l’heure de l’indépendance avait sonné pour leur pays. Aussi ils se sont empressés de choisir leur camp, en quelque sorte, parmi les belligérants alors en présence. Et ils ne pouvaient par la force des choses, à leurs propres yeux, que rechercher l’alliance avec les ennemis de la France, principale puissance occupante au Maroc, et bien entendu avec l’Allemagne, plus particulièrement. L’invasion du pays de Voltaire par les troupes de la patrie de Goethe les a littéralement grisés et les a confortés dans la conviction que la mise hors de combat de la France devait entraîner son évic-
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tion de leur pays, dans la mesure où cette même Allemagne y veillerait. Et d’ailleurs n’entretenaient-ils pas alors de bonnes relations avec ses représentants, sans compter, et c’est cela l’essentiel, que Hitler avait fait des déclarations tonitruantes en faveur des pays arabo-musulmans colonisés, dont il prédisait la libération sous l’égide précisément de son pays, la propagande allemande au Maroc «espagnol» en particulier, battant alors son plein. Selon Charles-Robert Ageron, les autorités nazies ont fait remettre, le 18 octobre 1940, au Grand Muphti de la Palestine, Haj Amine El Husseini, un mémoire, qui sera diffusé par Radio Berlin, en langue arabe, le 23 octobre suivant, selon ces termes: «L’Allemagne a suivi depuis toujours avec intérêt la lutte des pays arabes pour le maintien de leur indépendance. Les pays arabes peuvent donc compter à l’avenir également sur l’entière sympathie de l’Allemagne vis-à-vis de leur effort pour atteindre ce but» (Ageron : 1979, 6). Certains de cela, ou du moins au début, les patriotes de la zone nord ont joué la carte allemande et ont même envisagé d’entreprendre une opération militaire contre le Maroc ‘français’. Un plan militaire a même été élaboré à cet effet. La position des patriotes marocains de la zone nord quant à la nécessité pour leur pays de se libérer du joug colonial, à la faveur de la défaite française, pourrait paraître d’une simplicité à la fois étonnante et audacieuse, car ils étaient prêts apparemment à passer du plan des principes à celui de l’application. Mais d’un autre côté, elle pourrait sembler bien naïve aujourd’hui. Comment en effet ont-ils pu espérer que non seulement l’Allemagne, mais également l’Espagne, allaient les aider à libérer leur pays? Est-ce que, portés par l’enthousiasme, ils ont été dupés par des assurances et des promesses démesurées que leur auraient prodiguées des agents allemands? Pour des raisons aisées à comprendre, ils ont d’abord été conciliants, avec l’Espagne, surtout au moment où le sort du Maroc était selon toute apparence en suspens; mais une fois les dés jetés et les visages «démasqués», ils donnèrent libre cours à leur rancoeur et à leur déception. Ainsi, conscients des visées coloniales espagnoles sur cette partie du Maroc-L’Espagne, à la faveur de la défaite française, et sur la base du soutien qu’elle espérait obtenir auprès de l’Allemagne nazie, pensa pouvoir réaliser son rêve, celui d’occuper le Maroc «français». Elle formulera des revendications immédiates limitées, dès les négociations d’armistice entre la France et l’Allemagne. Après quoi et au gré des événements, elle exigera la totalité du Maroc, de même que la région d’Oran —ils ont dû se prêter aux entretiens, voire aux
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intrigues triangulaires ayant pris place entre eux-mêmes, certains agents nazis et les autorités espagnoles de la zone. Cependant assez tôt, vers la fin de 1940 et le début de 1941, les contacts entre les patriotes de la zone et les nazis allemands révélèrent que Berlin n’était pas du tout prêt à les aider matériellement dans leur projet de libération du Maroc ‘français’. Pour les trois parties précitées, cette époque constituait une période importante de leur histoire: L’Allemagne n’a pas réussi à verrouiller à son exclusif profit, le détroit de Gibraltar, comme elle le voulait tant. L’Espagne n’est pas parvenue à occuper le Maroc ‘français’. Les nationalistes marocains de la zone n’ont pas obtenu l’indépendance de leur pays, comme ils le désiraient. Nous disposons de quelques archives montrant que Torrès continuait plus tard à entretenir des contacts avec des agents secrets allemands. Abdelkhalek Torrès et Mekki Naciri conclurent le 18 décembre 1942, un pacte national, créant pour l’occasion le «Front patriotique marocain». Il ne faut pas l’oublier, nous étions quelques semaines à peine après le débarquement allié en Afrique du nord, et sachant que pendant le conflit Mekki Naciri était surtout favorable aux alliés, et que Torrès s’était «compromis» avec des nazis, les deux responsables ont jugé bon de signer ledit pacte, comme pour masquer les relations que le chef du PRN avait eues avec des agents de Berlin. Le 14 février 1943, les deux leaders revendiquent l’indépendance et l’unité du Maroc, dans un document remis aux représentants des pays alliés au Maroc (Benjelloun: 2011, 280 et suivantes). Le 1er avril 1945, les deux leaders du PRN et du PUM font parvenir une longue lettre au président Roosevelt où ils se plaignent que les français et les espagnols gouvernent leur pays sans partage que les budgets du pays comportent des iniquités dont souffrent le peuple marocain, et que les libertés publiques sont entravées (Benjelloun: 2011, 383 et suivantes ). 5. Le haut commissaire Varela et le nationalisme marocain 1945-51
L’ère Varela constitue comme une étape charnière importante entre deux périodes assez bien délimitées: soit celle d’un monde où l’idée d’indépendance du Maroc, y compris bien entendu au nord, n’était pas claire, ou en tout cas lointaine; et une autre, où des faits viendront accélérer ce processus de libération.
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Il est un autre fait sui generis, c’est que, parmi tous les hauts commissaires espagnols ayant eu autorité au nord du Maroc, il est le seul dont les archives, d’une très grande importance, sont accessibles, déposées à la Municipalité de Cadiz; ce qui constitue une véritable bénédiction pour les chercheurs. Il faut signaler que Varela avait été précédé dans son poste par le général Orgaz qui était resté en fonction du 5 mai 1941 au 2 avril 1945, et auparavant par le général Asensio, du 17 août 1939 au 12 mai 1941, sachant que le départ de ce dernier a mis fin pour longtemps (une dizaine d’années) à la politique quelque peu souple des espagnols dans la zone; ainsi le général Orgaz, a sans conteste, inauguré une ère de dureté et de répression qui connaîtra son apogée avec le général Varela. Varela arrive à Tétouan, à quelques mois près, à la fin de la deuxième guerre mondiale. Mais force est de constater d’abord que la politique répressive de Varela n’a pas coincidé automatiquement avec sa prise de fonctions, dans la mesure où le mouvement nationaliste marocain de la zone a pu alors reprendre des forces, pour ainsi dire. En effet, effrités et désorganisés, entre 1943-1945, par une répression coloniale particulièrement prononcée, les nationalistes devront attendre la fin de la deuxième guerre mondiale pour pouvoir prendre un nouveau départ. L’occasion leur en sera donnée par la politique d’ouverture que l’Espagne entendait mener alors en direction des pays arabes, auprès desquels elle espérait trouver un appui diplomatique, pour faire pièce à l’isolement dont elle était frappée de la part de la plupart des pays occidentaux qui lui reprochaient d’avoir poussé trop loin ses sympathies envers les nazis. Ce faisant, elle devait, en contrepartie, faire preuve, notamment, d’un certain libéralisme dans sa zone de Protectorat au Maroc. Et ce fut le cas. Le PRN, principal parti patriotique dans la zone, a pu ainsi, à la faveur de ces circonstances internationales, renaître littéralement, en se réorganisant sous le signe du renforcement, du rajeunissement et de la création de nouveaux comités. Le PRN, sur sa lancée, a même adressé en direction du people espagnol en juillet et septembre 1946 deux manifestes. Ces deux manifestes sont très significatifs de la pugnacité, et même de l’habilité du PRN, dans la formulation de ses revendications patriotiques, incluant l’indépendance. Le premier texte part de l’idée que, après tout, le mouvement nationaliste ne fait rien d’autre que demander aux espagnols la reconnaissance aux marocains des droits et libertés, somme toutes élémentaires, et que certains secteurs espagnols ont tort, pour cette raison, de les considérer comme des
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ennemis fanatiques de l’Espagne. Il dénonce l’immobilisme du Makhzen, en ce qu’il se trouve dans l’impossibilité de se pencher sur les problèmes vitaux de la société marocaine. Trente-quatre ans ont passé, poursuit le document, sans que les espagnols procèdent aux réformes que le traité de Protectorat leur impose d’introduire dans le pays. En somme le citoyen marocain, pour le rédacteur de ce premier manifeste, ne jouit d’aucune garantie légale, fût-elle minimale, pour ce qui est de ses droits et libertés. Le deuxième texte se fait l’écho d’une manifestation populaire aux cris de «Indépendance, Indépendance, Indépendance ayant lieu quelques jours auparavant...». À la suite de quoi, poursuit le manifeste, l’Administration espagnole a fait courir le bruit que «notre manifestation est hostile à l’Espagne», précisant que seront sauvegardés aussi bien les sujets espagnols que leurs intérêts. Et ce qu’il faut relever enfin, au regard des deux manifestes, c’est qu’ils prennent à témoin tous deux le peuple espagnol, des injustices commises par les autorités du Protectorat contre les citoyens marocains, et que tout compte fait, le mouvement nationaliste marocain ne voue aucune inimitié à l’adresse de l’Espagne comme peuple, traité même de «peuple frère» (Benjelloun: 2011, 197 et suivants). Mais la politique très dure de Varela connut son apogée lors des événements sanglants du 8 février 1948. Ces événements dont Tétouan fut le théâtre, le 8 février 1948, ont un lien étroit avec le retour d’Egypte d’Abdelkhaleq Torrès, ou plus particulièrement avec l’attitude antiespagnole qu’il y avait prise et qui avait fait sortir les autorités du Protectorat de leurs gonds. Parti pour le Caire après le fameux discours du sultan à Tanger du 9 avril 1947 —qui se faisait l’écho de la nécessité de la libération du Maroc et qui eut une répercussion extrêmement profonde dans l’ensemble du Maroc, sans oublier que les patriotes de la zone nord étaient présents alors dans la ville internationale et usèrent de toute leur influence pour faire du séjour et des activités du souverain à Tanger une réussite totale—, le leader tétouani a pris une part active à «l’évasion» du héros du Rif, Mohamed Ben Abdelkrim el Khattabi, en Egypte, le 31 mai 1947. En outre, la participation de Torrès au «Bureau du Maghreb arabe» au Caire, en compagnie de ses autres camarades du nord, n’a pas réjoui les espagnols. À son retour à Tanger au début de février 1948, il a, de plus, donné une conférence de presse à l’hôtel el Minzah, où il a tenu des propos incendiaires contre le Protectorat espagnol au Maroc. Le 7 février, au poste frontière d’El Bordj, entre Tanger et Tétouan, Abdelkhaleq Torrès,
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Taib et Mehdi Bennouna et Mohammed A. Benaboud se sont vus signifier l’interdiction d’entrée à Tétouan par les autorités espagnoles. Le 8 février, les éléments en vue du PRN, qui étaient restés à Tétouan, ont décidé de faire une manifestation de rue pour protester contre l’attitude des espagnols à l’égard des «proscrits de Tanger». Une telle initiative eut des suites tragiques puisque la police et l’armée ont tiré sur la foule faisant quelques morts et beaucoup de blessés (Benjelloun: 2011, 203 et suivants); et Torrès n’aura le droit de revenir à Tétouan que lorsque García-Valiño prendra son poste en 1951. 6. La crise dynastique, le haut commissaire García-Valiño et le nationalisme marocain (1953-56)
Le général García-Valiño s’est empressé de négocier le retour d’exil à Tétouan de Torrès. Ce qui permit par la même occasion le retour à la «légalité » du PRN. En avril 1952, le leader nationaliste tétouani envoya cette lettre au haut commissaire García-Valiño: ... basándome en la conversación privada sostenida con S.E., me honro en participar a S.E. que el Partido Reformista Nacional, constituido en diciembre 1936, pretende reanudar sus actividades políticas, en la esperanza de que esta participación sea bien acogida por S.E. Lo cual constituirá un bendito paso de la serie de pasos que conducirán a que las relaciones hispano-marroquíes estén basadas en la autonomía, que es la que nos abre el camino para colaborar con España; una colaboración firme que asegure el afianzamiento de los lazos de amistad y sinceridad entre los dos pueblos.
Aprovecho esta ocasión para expresar a S.E., en nombre propio y en el de todos los miembros activos del partido, nuestra particular estima al buen criterio de S.E., sus certeras opiniones y bellas cualidades, y pedimos a Dios que oriente a S.E. en la senda del bien, hasta que resplandezcan los resultados de la nueva política que proyecta seguir en su servicio a los nobles pueblos de España y Marruecos (Benjelloun: 2011, 212). Le maître mot de cette correspondance est l’autonomie, que les patriotes appellent de leurs vœux depuis au moins le déclenchement de la guerre civile. Et justement la première moitié des années cinquante sera marquée par cette revendication, quasi obsessionnelle, de la part des nationalistes marocains de la zone auprès des autorités espagnoles à Tétouan. Ceci étant, le début des années cinquante constitua une période difficile pour le sultan, eu égard aux pressions exercées sur lui par la Résidence Générale de France au Maroc, le contraignant, du reste sans résultat, à prendre des décisions contraires aux intérêts nationaux du Maroc. Au plus
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fort de la crise, il reçut le soutien des patriotes de la zone nord, qui étaient entrés en contact personnel et direct avec lui depuis juillet 1946, par le biais de visites effectuées chez lui par divers nationalistes tétouanis. Fait d’une extrême importance: la zone nord a renouvelé son allégeance au sultan par un document signé par cent quatre-vingts notabilités du Maroc khalifien, daté du 29 avril 1953. Ce document fut remis par Taib Bennouna au souverain, à la même date. Le vendredi 21 août 1953, soit le lendemain du départ en exil du sultan, la prière du vendredi fut prononcée au nom du sultan légitime. Le même jour, à la prière d’El Asr, Torrès déclara que le peuple marocain restera attaché à Sidi Mohammed Ben Youssef; sur quoi le PRN, et à sa tête le leader Torrès, organisa une marche populaire en faveur du sultan exilé sur les artères de Tétouan. L’exil du sultan prit de court le Gouvernement espagnol qui attendit cinq mois avant de se décider à condamner le coup de force français au Maroc. Torrès déclarera plus tard qu’il a tout tenté avant de finir par persuader les autorités espagnoles de ne pas entériner ladite décision. Autre événement d’importance, la manifestation de la Hipica en date du 21 janvier 1954: ce jour-là, en présence du frère du Khalifa, et en l’absence de ce dernier qui avait prétexté une maladie quelconque pour ne pas être de la manifestation, le grand vizir remit au haut commissaire espagnol, García-Valiño, un document signé de quatre cent trente notables de la zone, qui se fait l’écho du rejet total de la politique de la France au Maroc, en demandant la séparation de la zone espagnole, tant que n’auront pas changé les conditions politiques du pays, et en souhaitant que le Khalifa Moulay Hassan Ben El Mehdi ait pleine souveraineté sur la zone. Quelle était alors l’intention de García-Valiño à la Hipica, le 21 janvier 1954? — Faire provisoirement du Khalifa le Régent du Royaume, en attendant le retour du Sultan, ainsi que le désirait le PRN? — Faire du khalifa le roi de la zone? — Faire du khalifa le roi de tout le Maroc, d’autant que le résident général, Francis Lacoste, a penché aussi pour cette solution à la question dynastique, comme on disait à l’époque? Le PRN, poursuivant alors sa politique de revendications de l’autonomie interne, Torrès prit le portefeuille des affaires sociales dans le gouvernement khalifien, en janvier 1955, Abdallah Guennoun, prenant celui de la justice. Mais en janvier 1956, devant les pressions sécessionnistes de l’Espagne au Maroc du nord, Torrès et Guennoun démissionnèrent.
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La rencontre, le 10 janvier 1956, au Palafito, dans les environs de Larache, entre García-Valiño et le résident général, André-Louis Dubois, acheva de convaincre Madrid que l’indépendance du Maroc était devenue alors inéluctable. Les résistants marocains qui avaient trouvé auprès des espagnols une espèce de complicité passive, furent contraints de se faire le plus discrets possible. Sentant de plus en plus qu’il était en danger, dans la mesure où il refusait de suivre les autorités espagnoles dans leur attitude contraire à la libération du pays, Torrès dut s’enfuir en catastrophe à Tanger le 23 janvier 1956. Le «Proconsulat» du général García-Valiño rappelle étonnamment celui de Beigbeder en ce que les espagnols, aussi bien au cours de leur guerre civile que pendant la période qui a suivi la déposition de S.M. Mohammed Ben Youssef, ont éprouvé la nécessité de mener une politique aussi superficiellement que machiavéliquement libérale au Maroc. Ainsi, des circonstances extérieures aussi bien aux nationalistes marocains qu’aux colonialistes espagnols ont, dans les deux situations, entraîné un rapprochement des deux séries d’acteurs ou plutôt un assouplissement de la politique du Protectorat, sachant évidemment que l’initiative en appartenait essentiellement aux autorités. Si dans le premier cas, Beigbeder a joué habilement sur la promesse de l’autonomie interne à la zone, dans le deuxième cas, García-Valiño s’est complu à dénoncer l’exil de S.M. Mohammed Ben Youssef, en laissant entendre plus d’une fois, que l’Espagne était favorable à l’indépendance du Maroc. Cependant, avant la crise du 20 août 1953, García-Valiño était tenu, comme son prédécesseur Varela, du moins pour un temps, de se plier à un autre type de contrainte, à savoir la nécessité pour l’Espagne de mener une politique de détente au «Maroc khalifien», pour prix notamment du soutien diplomatique qu’elle espérait des pays arabes. L’ère de García-Valiño se caractérise également vers la fin du Protectorat, par les velléités sécessionnistes de la zone sous l’égide espagnole, fondées peutêtre sur l’intronisation du khalifa et sur la constitution d’un gouvernement présidé par Abdelkhaleq Torrès qui a refusé de s’y plier (Benjelloun: 2011, 210). Force est de souligner que la zone dans son ensemble, et à sa tête le PRN, avait soutenu de toutes ses forces les résistants venus se réfugier dans la zone, afin de mieux mener leurs opérations de résistance et de préparer les opérations de l’Armée de libération. Autant d’éléments prouvent, s’il en est besoin, que la zone nord a joué un rôle de choix dans le processus de libération du pays.
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Conclusion
L’apport du patriotisme de la zone à la cause nationaliste dans son ensemble est patent. La zone nord et à sa tête la capitale, Tétouan, qui n’a jamais dépassé le million d’habitants, abritait tout compte fait un petit mouvement nationaliste, pour des raisons objectives qui tiennent à l’exiguïté naturelle et géographique de la zone, mais les patriotes criaient plus fort que leur voix. Ils ont eu ainsi l’occasion de le faire: Au plan interne, dans la période 1953-56, notamment, lorsqu’ils luttaient en quelque sorte pour la zone nord et pour la zone sud tout à la fois. Ainsi, leur action au plan de l’aide à la lutte armée, même limitée, a été conséquemment importante. Au plan international, toutes les initiatives que la nationalistes de la zone ont prises aussi bien dans le Moyen-Orient arabe qu’en Espagne, et plus particulièrement aux USA, à partir de 1947, pour ce dernier cas, dépassaient l’horizon, si je puis dire de la zone, pour intéresser l’ensemble du pays. Ceci étant, on a beau disserter sur les méfaits et les bienfaits du colonialisme au nord du Maroc et, si dans cet esprit, je déclarais qu’en quelques décennies de Protectorat le Maroc a fait un bond de quelques siècles, ce serait sûrement de la caricature. Mais il est un fait que le Maroc fut engagé dans une certaine mesure dans la voie de la modernisation dans la période du Protectorat. L’on assista plus particulièrement, dans le domaine de la modernisation de la vie politique, à la création par les patriotes de partis politiques, de journaux, de revues. Sans oublier, et c’est cela le plus important, que la mise sur pied de ces instruments de lutte patriotique, que furent les organisations politiques et les moyens de communication de masse, était sous-tendue par une idéologie dont les nationalistes marocains tenaient largement les concepts et les notions de ces mêmes colonisateurs qui occupaient leur pays. Les notions de liberté (de toutes sortes), la citoyenneté, par exemple, existaient bien avant l’implantation du Protectorat, mais elles prirent davantage forme dans la mesure où elles devinrent dorénavant, non pas des idées abstraites, ou de principe, mais opératoires. Exprimer en tant qu’intellectuel une critique à l’adresse du pouvoir, fût-il celui des autorités espagnoles, ou même d’un agent du Makhzen, dans un journal ou une revue, ou au sein d’une réunion du parti plus ou moins large, était une initiative tout à fait nouvelle dans l’histoire du pays. Et une telle action n’a évidemment pas pris fin après le départ des espagnols et des français du Maroc.
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Bibliographie Ageron, C-R., «Les populations du Maghreb face à la propagande allemande», Revue d’histoire de la deuxième guerre mondiale, (Paris) nº. 144, 1979. Benjelloun, A.: Contribution à l’étude du mouvement nationaliste marocain dans l’ancienne zone nord du Maroc (1930-1956), Casablanca: Faculté de Droit, Université de Casablanca, 1983. — Le mouvement nationaliste marocain dans l’ex-Maroc khalifien (1930-56), Rabat: Imprimerie Maarif el Jadida, 2011.
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La proyección actual de la memoria histórica hispano-marroquí
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El movimiento social para la recuperación de la memoria histórica que irrumpió en España en octubre del año 2000 a raíz de la primera exhumación con metodología científica de una fosa común —Priaranza del Bierzo (León)— traspasa fronteras y hasta cruza el Estrecho para instalarse en Marruecos, donde esta sensibilidad reivindicativa se interpreta de forma bien distinta. En efecto, la rebelión de los nietos marroquíes que quieren rehabilitar a sus abuelos choca frontalmente con la concepción española de la memoria histórica, entendida como un reconocimiento a las víctimas del franquismo, especialmente a las víctimas de una represión que comenzó con el golpe de julio de 1936 y que se mantuvo durante toda la dictadura. En Marruecos califican a los más de ochenta mil paisanos que se enrolaron con Franco como víctimas del hambre, de la miseria y del colonialismo que España ejercía durante el Protectorado, mientras que en España pesa sobre ellos una leyenda negra de ferocidad, asesinatos, saqueos y violaciones. Nos encontramos ante una nueva confrontación dialéctica que surge desde la sociedad civil marroquí y que se ha proyectado tímidamente sobre la política institucional, sin que haya encontrado empatía ni receptividad en la orilla norte del Estrecho. Más bien, rechazo e indiferencia.
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1. ¿Víctimas o verdugos?
Una nueva polémica entre los dos países ribereños de la frontera marítima entre Europa y África está servida. Un nuevo contencioso bilateral que hunde sus raíces en la Historia y que se sustenta en esta gran interrogante: ¿Qué fueron los moros de Franco sin los cuales los golpistas no habrían acabado con la II República ni ganado la Guerra Civil: víctimas o verdugos? Desde Marruecos se sigue con atención el desarrollo del proceso social memorialista en España: la búsqueda y apertura de fosas, el reconocimiento social hacia las víctimas, las asociaciones de la memoria histórica, la promulgación de la Ley de la Memoria Histórica, el intento fallido de enjuiciar al franquismo a través del ya exmagistrado de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, las políticas de apoyo institucional, el fomento de las investigaciones históricas y de recogida de la memoria oral de los vencidos, etc. Muestra evidente de ese interés marroquí por el proceso memorialista español es que tan solo pocos días después de que, en octubre de 2008, Baltasar Garzón diese el paso histórico de declararse competente para investigar los crímenes del franquismo se dio a conocer una organización ignorada hasta entonces. En efecto, el nuevo Centro para la Memoria Común y el Porvenir de Marruecos, constituido en Alhucemas en 2007, sorprendía a la opinión pública española enviando cartas al entonces presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero y al citado magistrado en las que, sumándose al carro de la memoria histórica española, instaba a investigar el paradero de aquellos combatientes magrebíes, al tiempo que reivindicaba “la memoria histórica de los marroquíes víctimas de la Guerra Civil española”. El Centro para la Memoria Común y el Porvenir de Marruecos no se resignó a la callada española por respuesta, sino que desde entonces promovió encuentros bilaterales para confrontar datos, interpretaciones y opiniones con el objetivo de profundizar en un mejor conocimiento del pasado reciente hispano-marroquí. Con motivo de la celebración del primer foro —a caballo entre febrero y marzo de 2009 en Tetuán—, surgieron los primeros roces dialécticos. Unos en forma de boicot activo al encuentro y otros expuestos de viva voz in situ por destacados expertos españoles y representantes del movimiento por la recuperación de la memoria histórica. Así, el magistrado de Tribunal Supremo José Antonio Martín Pallín, el forense Francisco Echeverría y el vicepresidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, Santiago Macías, coincidieron en la dificultad de casar la reivindicación marroquí con la recuperación de la memoria
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histórica en España, que está claramente orientada hacia las víctimas del franquismo, en cuya represión participaron precisamente soldados marroquíes enrolados con los golpistas. 2. Denuncia de niños soldados sin base solvente
Hubo, además, ausencias significativas de relevantes expertos historiadores como María Rosa de Madariaga y Bernabé López que hicieron públicos antes del encuentro los motivos de su rechazo a la invitación a participar. Ambos investigadores españoles mostraron su desacuerdo con la falta de rigor histórico de que, a su juicio, hacían gala los promotores de la cita en su reivindicación pública. Y es que el Centro para la Memoria Común y el Porvenir, integrado por activistas marroquíes pro derechos humanos, sostuvo en uno de sus primeros comunicados que “unos 36.000 marroquíes, entre ellos 9.000 niños menores de 12 años, desaparecieron durante la Guerra Civil”. Incluso su presidente Abdesslam Boutayeb —exmilitante estudiantil de izquierda radical, encarcelado y torturado en la década de los ochenta durante los “años de plomo” bajo el reinado de Hasan II—, apoyando la idea de que la mayoría de esos combatientes fueron forzados u obligados a alistarse, precisó en declaraciones: “Miles de niños marroquíes de 9 a 12 años participaron en la guerra por la fuerza. Iban paseando por Melilla o Nador y, de repente, los metían en camiones y les decían: ¡A la guerra!”. María Rosa de Madariaga no tardó en responder contundentemente a esta denuncia un mes después del foro de Tetuán desde la tribuna del diario El País con un artículo titulado “Las tropas moras en la Guerra Civil”: No es posible hacer determinadas afirmaciones sin haber puesto jamás los pies en un archivo. Las fuentes orales tienen, sin duda, valor humano como testimonios del pensar y el sentir de los ex combatientes marroquíes, pero los datos objetivos que aporten deben ser contrastados con fuentes documentales fiables.
El varapalo de la historiadora española autora del libro Los moros que trajo Franco (2002) iba acompañado de una invitación a conocer y asumir “sin prejuicios” la historia común, pero “sobre la base de investigaciones sólidamente fundamentadas en fuentes fiables y no de elucubraciones carentes de todo rigor científico”. Ausencias significativas fueron también las de representantes de algunas asociaciones andaluzas memorialistas que declinaron aceptar la invitación “por principios”, ya que no estaban dispuestos a debatir con quienes reivindican la memoria de combatientes del bando rebelde que pudieron participar en asesinatos, violaciones o saqueos de los que pudieron ser víctimas sus propios familiares. Podría decirse, por tanto, que el movimiento
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asociativo español que trabaja por la recuperación de la memoria histórica considera poco menos que un insulto para las víctimas del franquismo la reivindicación marroquí de la memoria de los moros de Franco. El propio magistrado del Tribunal Supremo José Antonio Martín Pallín intentó clarificar conceptos en Tetuán ante un auditorio mayoritariamente marroquí, partiendo de la base de la división política y social en España con el tema de la memoria histórica, como lo demuestra el hecho de que la Ley de la Memoria Histórica que la regula —aprobada en las Cortes a finales de 2007— fuera rechazada por el Partido Popular que, tras haber recuperado el poder a finales de 2011, la ha vaciado completamente de contenido al no haber asignado ni un euro para su desarrollo en los Presupuestos estatales de 2013. Decía en 2009 Martín Pallín, echando un jarro de agua fría sobre los asistentes marroquíes: La iniciativa del Centro para la Memoria Común de reivindicar a los combatientes marroquíes que lucharon con Franco no encontrará receptividad en la izquierda española, que impulsa el movimiento memorialista, sino entre los revisionistas históricos neofranquistas.
De hecho, así ha sido, aunque tampoco la ha encontrado en una derecha absolutamente desinteresada por la memoria histórica. 3. El auto del juez Garzón
Conviene recordar que el juez Garzón, en su controvertido auto de 16 de octubre de 2008, atribuyó a Franco y a otros treinta y cuatro altos jefes militares que dirigieron la rebelión contra el régimen legalmente constituido de la Segunda República la puesta en marcha de un plan de exterminio sistemático de sus oponentes políticos y de una represión que acabó con más de cien mil personas desaparecidas, de las que no se había dado razón de su paradero, y que podía constituir un claro ejemplo de crímenes contra la humanidad, un delito imprescriptible en el marco del derecho internacional. Asimismo, es preciso insistir en que la pretensión de las asociaciones españolas para la recuperación de la memoria histórica de buscar y de honrar a los más de cien mil desaparecidos —más de ciento treinta mil, según los listados entregados a la Audiencia Nacional, en los que puede haber algunas duplicidades— afecta solo a las víctimas del franquismo durante la contienda civil y en la dictadura, esto es, a aquellos que murieron no en el campo de batalla sino que fueron víctimas de la represión en la retaguardia. Aunque sería imposible fijar una cifra exacta, las estimaciones más aproximadas apuntan a que durante los treinta meses de contienda civil española —18 de julio de 1936 a 1 de abril de 1939— pudo haber ciento cin-
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cuenta mil muertos en acciones de guerra, combates o bombardeos, de los que más de quince mil pudieron ser marroquíes. En otros dos encuentros bilaterales posteriores promovidos por el referido Centro para la Memoria Común en Granada (junio de 2009) y en Rabat (febrero de 2010) volvió a abordarse la reivindicación marroquí sobre los moros de Franco, aunque sin llegar a ser el eje central de esos foros. Sin embargo, la celebración del seminario de Rabat vino a coincidir con el momento más álgido a nivel institucional, ya que a finales de enero de 2010 el ministro de Asuntos Exteriores del reino alauí, Taib Fassi Fihri, reclamó en el Parlamento rabatí más compensaciones de España para los compatriotas que más de siete décadas antes habían combatido en la Guerra Civil española. “Marruecos invita a España a una nueva lectura audaz de la memoria común, con serenidad y lejos de todo prejuicio”, dijo el jefe de la diplomacia marroquí ante la Cámara de Representantes. De este modo, el Gobierno marroquí daba carta de naturaleza institucional y diplomática a la controvertida reivindicación que había nacido desde la sociedad civil. 4. Indemnizaciones de miseria
El programa La Memoria de Canal Sur Radio —la radio pública andaluza— pudo entrevistar entonces en exclusiva en su despacho ministerial a Fassi Fihri, quien se mostró esperanzado en que la reivindicación memorial, ya elevada al plano político-institucional, tuviera acogida en el Gobierno español. Sin embargo, la respuesta fue el silencio. El Gobierno presidido por el socialista Zapatero hizo oídos sordos a la reclamación. Las gestiones efectuadas por este programa radiofónico en el entorno de los ministros españoles de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, y de Defensa, Carme Chacón, no fructificaron. Los asesores de Moratinos remitieron a Defensa porque este departamento paga las pensiones a los pocos cientos de marroquíes supervivientes que lucharon en España, y los asesores de la titular Chacón señalaron que ningún portavoz ministerial tenía nada que comentar al respecto. Caía, de este modo, en saco roto la pretensión de Fassi Fihri de negociar con España “la justa mejora de las condiciones materiales de estos combatientes y sus herederos, en el marco de un diálogo constructivo que concrete la voluntad de depurar definitivamente la herencia colonial”. Aunque los datos pueden variar según las fuentes, se supone que en 2010 quedaban vivos unos mil quinientos marroquíes de los más de ochenta mil que combatieron apoyando a Franco en la Guerra Civil española. Con más de noventa años de edad, sus pensiones oscilaban entre ciento veinte y
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ciento treinta y tres euros mensuales (unos mil quinientos dírhams), mientras que menos de cien viudas supervivientes de combatientes percibían del Gobierno español algo más de cincuenta euros al mes (unos seiscientos dírhams), habiéndose visto a algunas de ellas mendigando por las calles. Tampoco encontraron receptividad efectiva en la orilla norte del Estrecho los dos intentos que en años sucesivos realizó el Centro para la Memoria Común de solicitar subvenciones oficiales españolas en apoyo de sus reivindicaciones. En efecto, la Junta de Andalucía en 2009, a través del Comisariado de la Memoria Histórica, rechazó por problemas formales la petición de seis mil euros para la publicación de las intervenciones y las conclusiones del primer encuentro de Tetuán sobre la participación de los marroquíes en la Guerra Civil española. Y un año después, sería el Gobierno central, a través del Ministerio de Presidencia, el que denegaría la solicitud del centro de sesenta mil euros para localizar nueve fosas comunes en la Península con restos de soldados marroquíes. Faltó poco para que la petición fuese aprobada, ya que hubo una propuesta de resolución provisional que contempló la concesión de una subvención de cincuenta y seis mil setecientos euros. Sin embargo, la petición marroquí fue finalmente denegada con el argumento formal de que no se había aportado la documentación requerida sobre el certificado de residencia fiscal. La aprobación provisional trascendió a la prensa y se produjo un debate acerca de su idoneidad en que destacó la crítica del Gobierno melillense por tratarse de una asociación que también reivindica abiertamente la soberanía marroquí de Ceuta y Melilla. 5. La guerra del Rif y la Cruz Laureada
El postrer intento marroquí reivindicativo en pos de la memoria olvidada de los moros de Franco ante representantes españoles tuvo lugar en 2011 con motivo de la celebración de la primera edición del Ciclo de Cine sobre Memoria Común celebrado en la ciudad fronteriza de Nador del 19 al 21 de junio. El incipiente intento de impulsar un nuevo festival de cine documental sirvió de pretexto para desempolvar la vieja asignatura pendiente memorialista de la dignificación no solo de los combatientes marroquíes, sino también de las víctimas autóctonas de la guerra del Rif que padecieron los ataques españoles con gas mostaza. De hecho, el jurado mixto hispanomarroquí decidió otorgar el primer premio a la película Arrhash (Veneno), una coproducción hispano-marroquí dirigida por Tarik el Idrissi y Javier Rada que recupera la memoria oral de un reducido grupo de indígenas, los últimos testigos supervivientes de aquella cruenta guerra colonial que tanto influiría una década después en la contienda civil española.
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Así pues, podría decirse que desde la interpretación marroquí de la recuperación de la memoria histórica, los nietos de los miles de norteafricanos que se enrolaron en las filas rebeldes para acabar con la democracia española insisten en que fueron víctimas, al tiempo que van más allá en el tiempo y también reivindican a las víctimas de la represión española durante la guerra del Rif en los años veinte, cuando los militares españoles emplearon gases tóxicos contra la resistencia matando indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños. Algo que no se olvida en la orilla sur, aunque víctimas supervivientes como el anciano rifeño que reflexiona al final de la cinta ganadora del primer festival de Nador acabe conformándose con que alguien pida perdón por aquello, sin más afán revanchista ni de reclamación económica. “Los españoles son nuestros hermanos”, concluye el nonagenario esperanzado con la mirada perdida. Con relación al conflicto bélico rifeño, es preciso recordar la existencia de un precedente aislado que confirma el desinterés mayoritario de la clase política española por remover responsabilidades con efectos retroactivos. Fue en febrero de 2007 cuando la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados rechazó una proposición no de ley del grupo minoritario nacionalista de Esquerra Republicana de Catalunya, que instaba al gobierno socialista de Zapatero a asumir las posibles compensaciones económicas para los afectados por el uso de armas químicas durante la guerra del Rif.El encuentro cinematográfico de Nador fue también impulsado por el mismo Centro de la Memoria Común que había pasado a apellidarse “para la Democracia y la Paz”. En un apretado programa paralelo a las proyecciones cinematográficas se incluyeron diversos debates doctrinales acerca de la memoria y la historia de las relaciones hispano-marroquíes, donde afloraron los ancestrales reproches contra los vecinos del norte en relación a las responsabilidades hispanas sobre la guerra colonial de los años veinte y la civil de los treinta. Un reproche previo al inicio del festival fue un comunicado de esta asociación marroquí criticando la concesión a primeros de junio por parte del Gobierno español de la más alta condecoración militar al Regimiento de Caballería Alcántara por su participación en la batalla —más conocida como “desastre”— de Annual en la guerra del Rif en 1921, donde murieron alrededor de diez mil militares españoles. La concesión de la Cruz Laureada de San Fernando a estas alturas del siglo XXI a un regimiento a título póstumo con motivo de la última guerra colonial hispana que tanta sangre derramó en el Rif generó también polémica interna en España. La oposición criticó al Gobierno presidido ahora por el conservador Mariano Rajoy por diversos motivos: protagonizar un ejercicio de patriotismo anacrónico al pretender contentar a una exigua minoría de añorantes del imperio co-
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lonial, promover el agravio comparativo hacia las víctimas de la dictadura franquista del movimiento por la recuperación de la memoria histórica y, de camino, meter innecesariamente un dedo en el ojo al vecino del sur. 6. Desproporción de esfuerzos por investigar
El emergente festival de cine de Nador puso de manifiesto la desproporción entre los esfuerzos realizados por España y Marruecos para recomponer y recrear el puzzle de la historia común reciente durante los cuarenta y cuatro años de Protectorado español sobre el norte de Marruecos. De hecho, la mayoría de los documentales que concursaron habían sido producidos y realizados en España. Aunque su contenido era bastante ponderado y contrastado, e incluso crítico con respecto al poder oficial español, el público mayoritario marroquí que asistió a las proyecciones y a los coloquios echaba de menos un análisis y una visión más sureña de esa memoria histórica común llevada al cine. Y es que, en efecto, esta desproporción de perspectivas a la hora de profundizar en nuestro pasado común no solo afecta a la producción audiovisual de documentales, sino que también atañe a la realización de investigaciones históricas ahondando en los archivos y en la memoria oral de los testigos que inexorablemente se pierde con ellos con el paso del tiempo. La historia común hispano-marroquí de la primera mitad del siglo pasado se ha visto marcada, por tanto, por dos conflictos bélicos de naturaleza diferente —la guerra del Rif y la Guerra Civil—, pero caracterizados por imágenes y actitudes de crueldad similares que extendieron la violencia sobre la siempre indefensa población civil. En el imaginario colectivo se entremezcla la historia y la memoria desde una y otra orilla, y una serie de mitos y leyendas que se proyectan de manera bien distinta sobre el presente. Pese al reciente homenaje oficial del Gobierno español con la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando a uno de los regimientos por haber combatido “heroicamente” en la Guerra del Rif, a estas alturas nadie puede negar que el ejército colonial español protagonizó episodios cruentos, especialmente tras sufrir la humillación del desastre de Annual (1921) con la pérdida de miles hombres huyendo en desbandada. La represión sobre los rifeños fue brutal, pero las “hazañas bélicas” de los jefes militares africanistas facilitaron su ascenso meteórico en el escalafón jerárquico hasta que en 1936 se acabarían levantando en armas contra la República. Evidencias de matanzas rituales con decapitaciones y castraciones de enemigos se exportarían poco después a la Península durante la Guerra Civil. La gran pregunta es cómo se pudo invertir la relación de los militares españoles con los indígenas, que pasaron de ser tratados como enemigos en
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los años veinte a ser reclutados en masa como adeptos a la causa golpista tan solo una década después. El veterano historiador e hispanista tetuaní Mohamed Ibn Azzuz Hakim aseguraba en una amplia entrevista concedida al programa La Memoria que Franco y la mayoría de los jefes africanistas supieron persuadir a la población indígena. Sus principales aliados fueron los influyentes líderes religiosos —los caídes de las cabilas— que convencieron a una población sumamente pobre y hambrienta de que se trataba de una “guerra santa contra los infieles rojos y ateos”. Así pues, todo apunta a que una mezcla explosiva del miedo a morir de inanición en una época de hambruna prolongada y la demagogia religiosa los impulsó a la incierta y arriesgada aventura de ser carne de cañón en una guerra que no era suya. 7. Extraña mezcla de cruzada cátolica y yihad musulmana
De hecho, miles de jóvenes norteafricanos fueron llamados a participar en una extraña mezcla de cruzada católica con guerra santa y yihad musulmana, en la que los contendientes no eran moros contra cristianos como en las cruzadas medievales, sino una amalgama de moros y cristianos contra los infieles demócratas republicanos dibujados con cuernos y rabo. Auténticos demonios, enemigos de la religión, de cualquier religión, enemigos de Dios y, por extensión y afinidad, enemigos de Alá. La demagogia y la manipulación fue tal que en algunas cabilas cundió la mentira interesada de que Franco se había hecho musulmán y de que, incluso, había testigos que aseguraban haberlo visto dando vueltas en alguna ocasión a la Kaaba de la Meca, según refiere también Ibn Azzuz Kakim: Franco se encargó de hacer correr ese bulo: que se había convertido, que había hecho la peregrinación a la Meca, donde lo habían llegado a ver algunos alfaquíes. Y la gente no podía dudar del testimonio de un alfaquí que aseguraba haber visto a Franco dando vueltas a la Meca.
El recuerdo de la sangrienta represión del ejército español contra los rifeños liderados por Abdelkrim el Jatabi se había esfumado, salvo entre quienes se resistieron a firmar el alistamiento por rencor a los españoles y que fueron coaccionados a enrolarse por los dirigentes tribales. Artífice y muñidor destacado en esta labor de activo proselitismo social que tan exitosos resultados proporcionó al engrosar los efectivos del Ejército de África fue Juan Luis Beigbeder que, siendo delegado de Asuntos Indígenas en el Protectorado, se ganó el apoyo para la rebelión militar del jalifa y del gran visir de Tetuán el mismo 18 de julio de 1936. La represión y la persecución de los golpistas en el Protectorado se circunscribieron a los españoles marcados por su lealtad a la República, pero nunca afectó
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a los marroquíes por expreso deseo de Franco. Beigbeder, pieza clave en el reclutamiento, ascendería en 1937 a alto comisario y, tras la guerra, sería nombrado ministro de Asuntos Exteriores. Su personalidad se ha hecho sobradamente conocida gracias al principal best seller español de los últimos años, traducido a treinta idiomas: la novela de María Dueñas El tiempo entre costuras, que recrea con fidelidad y detalle el ambiente del Protectorado entre la Guerra Civil y la II Guerra Mundial. Los historiadores tetuaní Ibn Azzuz Hakim —autor del libro La actitud de los moros ante el Alzamiento— y ceutí Francisco Sánchez Montoya —autor de Ceuta y el Norte de África, República, guerra y represión— coinciden en afirmar que la República Española, más preocupada por controlar los excesos radicales a izquierda y derecha, y temerosa por su propia supervivencia, cometió el error de descuidar el patio trasero del norte de África, que acabó controlado a sus anchas por los militares y por la derecha. Ibn Azzuz Hakim precisó aún más en sus declaraciones a La Memoria asegurando que el líder nacionalista marroquí descendiente de andalusíes Abdelhak Torres advirtió con una nota secreta al propio presidente del Gobierno Manuel Azaña de los movimientos conspiratorios protagonizados por destacados jefes militares. Los rumores eran fundados como se demostraría semanas después con el golpe fallido de la sanjurjada en agosto de 1932. El Gobierno republicano de Madrid hizo oídos sordos a las reiteradas advertencias sobre la preparación de una conspiración para acabar con la democracia republicana, mientras la ideología fascista emergente y pujante en Europa se instalaba entre los mandos del ejército colonial español, especialmente la Legión y los Regulares que contaban ya con amplia presencia de norteafricanos en sus filas. La Segunda República pagaría bien caro, años después, su desinterés por la conspiración que se fraguaba a sus espaldas al otro lado del Estrecho. El documental El laberinto marroquí (2007) dirigido por Julio Sánchez Vega, con el asesoramiento histórico de Madariaga, refleja visiblemente las claves de la progresiva deriva ideológica progolpista de los mandos militares africanistas, que en gran medida protagonizarían la caída de la República y la instauración de un Estado totalitario. 8. Mercenarios del hambre y víctimas coloniales
Tras el éxito del inicial levantamiento militar del 17 de julio de 1936 en el Protectorado, se intensifica una campaña de reclutamiento masivo que —frente a la teoría del generalizado carácter forzoso del alistamiento con que insisten desde Marruecos— viene a demostrar la voluntariedad de en-
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rolarse a cambio del incentivo económico, que solía plasmarse en “dos meses de paga anticipada, cuatro kilos de azúcar, una lata de aceite y panes diarios según el número de hijos” —según sostiene y documenta la investigadora María Rosa de Madariaga—, además de los botines de guerra tras los saqueos y las matanzas en pueblos y ciudades que temían el avance del Ejército de África. Resulta evidente que eran mercenarios que cifraban en el alistamiento al ejército sublevado su única oportunidad de ganar dinero y bienes para sobrevivir y dar sustento a sus familias. Lo admitió incluso en Tetuán (2009) el doctor tetuaní por la Universidad de Granada Mohamed Nouri, a la sazón presidente de la Asociación Alcántara para el desarrollo de las relaciones entre España y Marruecos, al responderse a su propia pregunta: “¿Acaso eran fascistas los moros que fueron a la guerra con Franco? No los movía un compromiso ideológico. Eran mercenarios que ante la pobreza, la sequía y la hambruna no tenían más remedio que vender su alma al diablo”. Así pues, se vieron forzados y empujados por el hambre, eran víctimas de una anómala situación colonial, fueron instrumentalizados y manipulados por sus dirigentes religiosos, pero aceptaron voluntariamente asumir el riesgo de alistarse para luchar en una guerra y en un país que no eran suyos. Por muy presionados por la hambruna que estuvieran, los moros de Franco tuvieron la opción de rechazar la propuesta de alistamiento retribuido. Poco que ver con el carácter obligado de las levas de soldados españoles que en diferentes oleadas fueron enviados a la guerra del Rif, “donde van los españoles a morir como corderos”, como reza la siempre recurrente coplilla popular sobre El Barranco del Lobo. Y nada que ver tampoco con la conciencia ideológica democrática que llevó a luchar en defensa de la II República Española a la exigua minoría de doscientos marroquíes enrolados como voluntarios en las Brigadas Internacionales, que se enfrentarían a la inmensa mayoría de sus compatriotas que luchaban con Franco. En cuanto a los menores, cierto es que los hubo aunque, eso sí, cercanos a lo que hoy se considera mayoría de edad de dieciocho años, pero no hay documentación oral ni escrita que avale la denuncia inicial lanzada por el Centro marroquí de la Memoria Común de que hubo nueve mil niños menores de doce años luchando en España. Amina Bouayach, presidenta de la Organización Marroquí de Derechos Humanos y nieta del legendario líder rifeño Abdelkrim el Jatabi, admite la ausencia de pruebas que demuestren la presencia de niños, aunque sostiene que el reclutamiento de adolescentes por parte de los militares españoles rebeldes no dejó de consti-
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tuir una flagrante violación de los derechos humanos, por lo que considera “necesaria una investigación rigurosa sobre esta historia no contada”. El excombatiente Driss Tuhami reconoció al programa La Memoria, a sus ochenta y nueve años en su modesta vivienda de un barrio ceutí, que se enroló con diecisiete años, pero que mintió conscientemente al decir que ya había cumplido los dieciocho. Aseguró que muchos jóvenes marroquíes hicieron lo mismo, entre otras cosas porque no querían volver a sus casas “como unos cobardes”. Estos jóvenes marroquíes eran corpulentos y pasaban por mayores de edad, aunque los centros de reclutamiento tampoco prestaban mucha atención a esta delicada cuestión, dada la prioridad de sumar efectivos para la guerra. Tuhami —que fue víctima colateral del terrorismo ya que su yerno militar fue asesinado por la banda terrorista ETA en un atentado— se afilió a Falange Española y se enroló en la Legión; guerreó por toda España, hasta en las cruentas batallas del Jarama y del Ebro; y, finalmente, fue de los pocos que logró permanecer en el ejército y obtener la nacionalidad española. Su alistamiento en la Legión también fue diferente al de la mayoría de los marroquíes, que normalmente ingresaban en los tabores de Regulares. El ejemplo de Driss Tuhami vendría a avalar la teoría del hispanista Azzuz Hakim, que sostiene que no se enrolaron tantos jóvenes como se dice, pero que los más jóvenes solían depender de la Falange. 9. Franco dio al Protectorado la democracioa que negó a España
Otro dato revelador en la investigación sobre la memoria histórica en el norte de Marruecos es el contraste de la política de Franco en España y en el antiguo Protectorado. “Cuando florezcan los rosales de la victoria, nosotros os entregaremos sus mejores flores”, había prometido Franco a sus aguerridos soldados marroquíes en una histórica arenga pronunciada en abril de 1937. En parte lo cumplió, porque jugó a ser demócrata en el norte de África mientras afianzaba una dictadura totalitaria y personalista en España. En efecto, tras su victoria en 1939, el dictador agradeció el apoyo norteafricano a su causa impulsando en el Protectorado la democracia y la libertad de información que negó al otro lado del Estrecho a los españoles. Así podría explicarse que en Marruecos persista aún, a estas alturas del tercer milenio, un cierto reconocimiento social hacia el dictador, al que también se atribuye el mérito de haber facilitado la independencia del reino alauí en 1956, tras unas arduas negociaciones en las que, como traductor personal del sultán Mohamed V con Franco, intervino el veterano hispanista Ibn Azzuz Hakim, alineado de facto en la corriente revisionista histórica exculpatoria del franquismo que respon-
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sabiliza a la izquierda española de la Guerra Civil por desestabilizar la Segunda República. Los republicanos pudieron hacer y no quisieron. Eso me consta. No digo que Franco me sea simpático, pero yo elogio no su régimen por lo que respecta a España, pero sí por lo que respecta a Marruecos, por su comportamiento, comparado con los regímenes precedentes y con el régimen francés en la zona sur.
Esto declaró en su entrevista a La Memoria Ibn Azzuz Hakim para concluir afirmando categórico: “El régimen más noble, más democrático, más libre y promarroquí fue el franquismo”. Resulta evidente, por tanto, que la imagen positiva del dictador aún perdura en el antiguo Protectorado, como también ha reconocido el historiador granadino José Antonio González Alcantud: “Franco en Marruecos no es, como para nosotros los españoles, sinónimo de dictador aborrecido, sino fuente de prestigio social aún”. De hecho, este lastre heredado y presente en el subconsciente colectivo del otrora territorio del Protectorado puede ser el motivo que impulse a bastantes marroquíes hispanoparlantes a referirse inconscientemente a Franco como “caudillo” o “generalísimo”, denominaciones muy en desuso y marginales que en la España actual solo salen de la boca de una minoría de nostálgicos del franquismo. El sentimiento victimista hacia los moros de Franco ha encontrado además en Marruecos una cierta cobertura con la pervivencia de simbología franquista no solo en varias ciudades del antiguo Protectorado (Tánger, Tetuán, Alhucemas, etc., con escudos preconstitucionales en edificios), sino también en las ciudades autónomas españolas de Ceuta y Melilla, donde la retirada de monumentos dedicados al dictador —como “los pies de Franco” o la estatua ecuestre del dictador— se ha retrasado mucho más de lo habitual y donde pervive en el callejero la memoria de destacados militares del bando franquista, apurando así al máximo la interpretación de la Ley de la Memoria Histórica. 10. Leyenda negra alentada por los generales españoles
El movimiento exculpatorio negacionista que ahora surge en Marruecos intentando ocultar la leyenda negra de ferocidad y crueldad de los moros de Franco choca con la realidad contrastada por testimonios de víctimas y verdugos, aunque conviene insistir en que la mayor responsabilidad de las atrocidades recae sobre los jefes militares golpistas españoles, que no solo las permitían, sino que también las alentaban. Sirva como botón de muestra la conocida transcripción de una de las terribles arengas que el general jefe del ejército rebelde del sur —también
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conocido en su época como el “virrey de Andalucía”—, Gonzalo Queipo de Llano, lanzaba cada noche por Radio Sevilla a los cuatro vientos, amenazando y atemorizando a la población en general y, en particular, fomentando la salvaje violación de las mujeres: Nuestros valientes Legionarios y Regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombre de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen.
No queda constancia sonora de su altivo tono y desafiante tono de voz, pero sí queda rastro escrito total o parcial de las alocuciones radiadas del general Queipo, cuyos restos reposan en lugar preeminente en la basílica sevillana de la Macarena. Sus propios subordinados y más directos colaboradores se encargaban de censurar la transcripción de sus delirantes discursos, para evitar que la prensa local dejase constancia escrita de sus palabras más brutales. La arrogancia y la desmesura de Queipo acabaron colmando la paciencia del mismísimo Franco —a quien apodaba como “Paca la culona”— que lo desterró varios años a Roma. Si en la anterior arenga radiofónica Queipo alentaba a la violación poniendo por delante la “hombría” del Ejército de África, en la siguiente promovía y autorizaba los asesinatos: Mañana vamos a tomar Peñaflor. Vayan las mujeres de los ‘rojos’ preparando sus mantones de luto. Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros; que si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad.
Así pues, en lo referente a los moros de Franco nos encontramos ante una auténtica leyenda negra de crueldad, aunque alentada y permitida por sus superiores jerárquicos españoles. Hay testimonios que lo avalan como el del legionario falangista Driss Tuhami que reconoció al programa La Memoria que practicaban la violación, el saqueo y el asesinato aunque, eso sí, con el beneplácito de los mandos militares españoles. Era una especie de cobro en especie. Tuhami admitió nervioso que los soldados marroquíes tenían de los mandos franquistas “carta blanca” para actuar con impunidad. Sobre estos desmanes la historiadora María Rosa de Madariaga apunta al precedente de la contienda rifeña, bien conocida también por el africanista Queipo: Era la guerra de exterminio, no ya contra el rifeño, sino contra el rojo. La toma de ciudades y pueblos se ajustaba al mismo patrón que las razias en el Rif: entrada a sangre y fuego, seguida de saqueo, destrucción, violaciones y matanzas de la población civil, con la complicidad a incluso con la aprobación de muchos oficiales españolas.
Así se explica el pánico que despertaban.
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11. Visiones de la memoria contrapuestas
Según refiere el hispanista británico Paul Preston en su obra Idealistas bajo las balas, el corresponsal de guerra norteamericano Jay Allen (del Chicago Tribune) comprobó los efectos devastadores de las matanzas de Badajoz en la plaza de toros y los saqueos de objetos de valor y enseres con especial predilección por las máquinas de coser cargadas en los camiones como botín de guerra. De alguna manera, el saqueo tolerado era como un plus, como parte del salario en especie pactado tácitamente con los militares golpistas españoles. Asimismo, otro corresponsal de guerra estadounidense, John Whitaker, fue testigo de la detención de dos muchachas jóvenes cerca de Madrid por tropas comandadas por Mohamed Ben Mizzian, que llegó a ser capitán general en Galicia durante la dictadura antes de que Hasan II lo reclamase para convertirse en su gran mariscal del ejército tras la independencia marroquí. Tras interrogarlas, Mizzian las entregó a un grupo de cuarenta moros que las recibieron entre alaridos. “Asistí a la escena —escribe el periodista Whitaker— horrorizado e inútilmente indignado. Mizzian sonrió afectadamente cuando protesté por lo sucedido, diciendo: “Oh, no vivirán más de cuatro horas”. La película Libertarias de Vicente Aranda (1996) recrea esa terrible secuencia de la violación mortal. La histórica dirigente comunista Dolores Ibárruri, Pasionaria, no ahorraba calificativos ante la leyenda negra de tales comportamientos: “Morisma salvaje, borracha de sensualidad, que se vierte en horrendas violaciones de nuestras muchachas en los pueblos que han sido hollados por la pezuña fascista». Por contra, un museo erigido en Beni Ensar, en las afueras de su ciudad natal Nador, homenajea desde 2006 la memoria de este militar, el marroquí que más alto llegó en el escalafón militar español, algo realmente excepcional, ya que lo normal era que ninguno de ellos pasara de sargento. El reconocimiento marroquí a un personaje como Mizzian es paradigmático de la enorme dificultad —por no hablar de abierta imposibilidad— de casar las dos visiones de la recuperación de la memoria histórica. En este sentido y ante la visión marroquí memorialista sobre la guerra civil española, es preciso recordar que en España se hace una distinción clara entre morir en combate y por represión en la retaguardia. La muerte en una batalla es un hecho bien distinto a la muerte por asesinato. La represión franquista respondió a un calculado plan de exterminio del adversario político, diseñado por el general Emilio Mola, director de la conspiración contra la República, que fue aplicado y ejecutado por los mandos militares españoles con la cooperación de soldados marroquíes. La instruc-
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ción reservada que emite Mola el 19 de julio de 1936 no deja lugar a dudas sobre los métodos para que el golpe militar se imponga: Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado.
La cooperación de las fuerzas indígenas reclutadas en Marruecos como carne de cañón se convirtió en necesaria e imprescindible para decantar la guerra finalmente a favor del bando rebelde, del mismo modo que ese triunfo hubiera sido imposible sin el apoyo de la alta y sofisticada tecnología bélica que aportó la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini. Pero por lo general los miles de soldados norteafricanos que murieron en España lo hicieron en los frentes de batalla, como muchas más decenas de miles de españoles que también fallecieron en combates. La muerte, por dolorosa que sea siempre, es un riesgo inherente a la condición de militar. El proceso de recuperación de la memoria histórica en España no piensa tanto en los combatientes como en las víctimas de la represión que, indefensas y sin las más garantías procesales, fueron objeto de una persecución sistemática, que es calificada en España por numerosas instancias ciudadanas, políticas y sindicales como crímenes de lesa humanidad, de acuerdo con el derecho internacional. 12. Las rosas marchitas de la victoria
Pocos de aquellos combatientes norteafricanos se quedaron en el ejército español y adquirieron la nacionalidad española —como aquella élite de la guardia mora pretoriana de Franco con sus capas blancas, disuelta en 1962—, ya que, en su mayoría, se vieron obligados a regresar a su tierra. Con unas indemnizaciones mínimas volvieron a la pobreza de siempre en sus lugares de origen. Los pocos veteranos marroquíes de la guerra que quedan vivos no esconden ahora su decepción con Franco, que congeló las pensiones para las viudas de los soldados marroquíes, y con la actual democracia española que no ha revisado unas asignaciones absolutamente depreciadas con el paso de tanto tiempo. El dictador, una vez consolidado en el poder, se olvidó de ellos y de darles las mejores rosas de los “rosales de la victoria” que les había prometido cuando más los necesitaba. ¿Víctimas o verdugos? Probablemente aquellos moros de Franco fueron las dos cosas. Como bien señala Madariaga: Una cosa es tratar de explicar históricamente y de comprender desde el punto de vista humano lo que llevó a miles de marroquíes a enrolarse en las filas franquistas;
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otra, hacer de ellos unas víctimas de aquel régimen. En todo caso, fueron víctimas de una situación colonial, lo mismo que también lo fueron los miles de soldados españoles que cayeron en los campos de África en guerras que tampoco eran las suyas.
Quién sabe si aquellos hombres “son los abuelos de los que hoy llegan en pateras a España”, como sugiere el investigador hispanista marroquí Boughaleb el Attar, que sostiene que “fueron sencillamente víctimas del hambre, de la pobreza y de la colonización”. La reivindicación impulsada desde Marruecos a favor del reconocimiento de sus antiguos compatriotas como víctimas no parece compatible con el concepto de recuperación de la memoria histórica que hoy entendemos en España, aunque se trate de una iniciativa legítima y humanamente comprensible que deberá investigarse más a fondo para sustentar la aspiración en pruebas documentales solventes. 13. Investigar para facilitar un debate solvente
A la vista de las sustanciales diferencias de criterios con que se enfoca la asignatura pendiente de la recuperación de la memoria histórica común referida a los episodios bélicos hispano-marroquíes en la época del Protectorado —guerra del Rif y contienda civil española—, parece harto difícil que los planteamientos reivindicativos surgidos desde el sur del Estrecho de Gibraltar prosperen y encuentren receptividad en la orilla norte. Ni por parte del Gobierno español y de la mayoría parlamentaria que lo sustenta, ni por parte del movimiento social para recuperación de la memoria histórica que, como hemos visto, rechaza hacer extensivo su reconocimiento a los moros de Franco. Sin embargo, este escollo inicial no debe impedir que se impulsen líneas de investigación que contribuyan a esclarecer nuestra reciente historia común, sin prejuicios, haciendo aflorar sus luces y sus sombras. Como recuerda María Rosa de Madariaga, los archivos españoles que guardan documentación sobre Marruecos “están abiertos y son de libre acceso al público, no solo los civiles, como el Archivo General de la Administración, que contiene toda la documentación relativa al Protectorado español en Marruecos, sino también los militares”. En el encuentro de Tetuán de 2009, el jurista Mohamed Essabar, presidente del Foro por la Verdad y la Justicia, admitió que es escasa la investigación sobre la guerra civil española desde Marruecos y dijo que “si la memoria de las víctimas es exagerada, corresponde a los historiadores moderarla”. Quedan en el aire aún demasiados interrogantes por clarificar: cuántos norteafricanos realmente combatieron en España, cuántos murieron y
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cuántos fueron heridos, cuál era su procedencia, qué edades tenían, cuántos procedían del norte y cuántos del sur... y un largo etcétera de matices por depurar. Motivos, por tanto, no faltan para investigar a ambos lados del Estrecho e iluminar la larga sombra que aún se proyecta sobre el Protectorado que España ejerció en el norte de Marruecos. Recientemente se ha firmado un protocolo bilateral de cooperación relativo al intercambio de archivos y documentación sobre el siglo XX y la participación española en la historia moderna de Marruecos, que “tiene diseminados sus archivos históricos en una docena de países, entre ellos España”, asegura Mustafá el Ktiri, alto comisario para los resistentes y antiguos combatientes del Ejército de Liberación marroquí. Asimismo, a finales del año 2012 se ha firmado un convenio multilateral entre la Unión Europea, Andalucía y Marruecos para la digitalización de veinte mil documentos del antiguo Protectorado español que se conservan en la Biblioteca General de Tetuán. Se trata de un proyecto de Recuperación de la Memoria Visual Andalucía-Marruecos que será cofinanciado por el fondo europeo de Desarrollo Regional (FEDER), el Centro Andaluz de la Fotografía y el Ministerio de Cultura Marroquí. Son tan solo dos ejemplos de colaboración para esclarecer y entender nuestro pasado, pero hay otras vías para profundizar en las investigaciones que arrojen luz sobre la historia común, especialmente si se impulsa la realización de tesis doctorales con convenios de intercambio desde los departamentos universitarios de Historia Contemporánea a ambos lados del Estrecho. Ojalá —’in shā’ āllāh— que la coincidencia general que se observa en torno a esta necesidad de profundizar en el conocimiento contrastado y documentado del pasado común contribuya a un mejor reconocimiento mutuo y facilite un debate solvente que supere las tensiones del actual combate dialéctico por la memoria histórica común hispano-marroquí. Bibliografía Azzuz Hakim, M. I.: La actitud de los moros ante el Alzamiento, Málaga: Editorial Algazara, 1997. Dueñas, M.: El tiempo entre costuras, Barcelona: Planeta, 2009. Madariaga, M. R.: Los moros que trajo Franco, Barcelona: Martínez Roca, 2002. — “Las tropas moras en la Guerra Civil”, El País, 25-4-2009. Martin Pallin, J. A. y Escudero Alday, R.: Derecho y memoria histórica, Madrid: Editorial Trotta, 2008. Preston, P.: Idealistas bajo las balas, Barcelona: Editorial Debate, 2007. Sánchez Montoya, F.: Ceuta y el Norte de África, República, guerra y represión, Granada: Editorial Natívola, 2004.
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Antagonismo hispano-francés con relación al Protectorado en Marruecos
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Los desencuentros entre España y Francia acerca de la actuación de ambas potencias en Marruecos al establecerse el Protectorado son varios, con antecedentes que datan de mucho tiempo antes. Los más inmediatos surgieron después de la Conferencia de Algeciras (1906) cuando doce potencias otorgaron a España y Francia cierto protagonismo para realizar las reformas concebidas por la comunidad internacional para integrar en el mercado internacional la última zona del continente africano que todavía quedaba fuera del dominio del colonialismo europeo. España desconfiaba muchísimo de que la nación gala fuera más ágil en la adquisición de privilegios en Marruecos. Este recelo se mantuvo durante todo el tiempo que duró lo que se puede considerar como coprotectorado. Era una experiencia incómoda para la débil España de 1898. En algunas ocasiones, el alto comisario español y el residente general francés se reunían para disipar dudas y coordinar planes de actuación; pero las circunstancias políticas que condicionaban el comportamiento tanto de París como de Madrid, y de Rabat y Tetuán, nunca llegaban a borrar por completo los prejuicios recíprocos. Francia, sobre todo al inicio de la experiencia, estaba acechando cualquier signo de deficiencia por parte de los españoles para actuar en las zo-
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nas atribuidas a España. España a su vez no deja de aprovechar las fluctuaciones de la situación internacional, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial y los avances de Hitler, para ampliar sus dominios territoriales en Marruecos, tanto en el norte como en sur. Tentativas de esta índole forman un capítulo aparte en la experiencia del coprotectorado, que merece un análisis minucioso y cuyo signo más fuerte fue la ocupación de Tánger. 1. El golpe de fuerza del 20 de agosto de 1953
De toda la larga historia de aquella experiencia, voy a abordar dos momentos del tardo Protectorado, que ilustran no solo la existencia de desencuentros, sino de confrontación abierta. El primer episodio surgió cuando España se consideró legitimada para denunciar la medida unilateral tomada por Francia, la de destronar al sultán Mohammed V y exiliarlo primero a Córcega y luego a Madagascar. Ese hecho aconteció el 20 de agosto de 1953. Aquel golpe de fuerza coincidía con un momento de especial interés para España. Por otro lado, aquel periodo coincidía con una fase crucial en la lucha del Movimiento Nacional Marroquí en su camino hacia la recuperación de la independencia y la integridad territorial del país. En lo que correspondía a España, Franco había entregado al mando de Alberto Martin Artajo la gestión de la política exterior para poner fin al aislamiento internacional del país y conseguir la admisión de España en la ONU. Para ganar la simpatía de los países árabes miembros de dicha organización (siete votos), se organizó en el mes de abril de 1952 una gira en Oriente Medio de una delegación española presidida por el propio ministro en la cual figuraba un general español con apellido musulmán que era el propio Mohammed Mezzian. Los países visitados por la delegación fueron el Líbano, Jordania, Siria, Iraq, Arabia Saudita y Egipto. En el discurso de Artajo, en la sede de la Liga Árabe, el ministro español declaró enfáticamente que España no era una nación colonial y que su misión en Marruecos era fraternal. Dijo que España se encontraba en Marruecos solo por el hecho de que Francia estaba allí. Para difundir una imagen positiva de España en el mundo árabe, la diplomacia española tenía una papeleta en mano, demostrar, como lo hizo la República y el primer gobierno de Franco, que España se llevaba bien con los moros sometidos a su autoridad. Para ilustrar un estado de cosas cercano a esa imagen, los españoles permitieron la vuelta del exilio del líder nacionalista Abdeljalak Torres, con la libertad de actuar políticamente; rea-
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brir las sedes del Partido Reformista Nacional; y editar su propio órgano de prensa llamado Al Oumma, libre de previa censura. El Movimiento Nacional Marroquí en su totalidad recibió la apertura ofrecida por España con simpatía. Los nacionalistas marroquíes se adhirieron a una política de amistad con España con el fin de centrar todo el esfuerzo político en la lucha contra Francia. Esta línea de conducta, impregnada de apaciguamiento con respecto a España, fue llevada a la práctica por el Frente Nacional compuesto por cuatro partidos, dos de la zona sur (Al Istiqlal, presidido por Allal el Fasi, y el PDI, Partido Demócrata de la Independencia de M. H. Uazzani) y dos del norte (PRN de Torres y la Unidad Marroquí, de Tánger, de Meki Nasiri). Ese ha sido precisamente un momento de especial endurecimiento político en la zona francesa. Gracias a la campaña nacionalista en la ONU contra la política francesa, los nacionalistas agrupados en el citado Frente Nacional consiguieron, gracias al apoyo del grupo árabe y asiático y de algunos países de América Latina, incluir la cuestión marroquí en el orden del día de la Asamblea General. Durante todos los años que duró la campaña, España permaneció a salvo. Cuando llegó el momento de la “última solución del plan francés de destronamiento del sultán”, el líder Torres había preparado el terreno convenientemente para movilizar las masas de la zona española en contra de lo que preparaba Francia. El 29 de abril de 1953, es decir, cuatro meses antes del golpe de fuerza llevado a cabo por Francia, Torres había conseguido elaborar y publicar una petición firmada por ciento ochenta dignatarios de la zona norte en la cual se renovaba la fidelidad religiosa y política al sultán, en respuesta a aquella proclamada por el Glaoui y su grupo de colaboracionistas que pedían la destitución de Mohammed V. Cuando Francia llegó al extremo de sus planes en su zona, el Movimiento Nacional Marroquí y los países árabes miraban a España con simpatía. Está claro que la diplomacia española tenía sus cálculos, por eso la posición española, a la hora de la destitución de Mohammed V, no fue instantánea. El destronamiento y el consiguiente destierro tuvieron lugar un jueves que coincidía con la gran Pascua musulmana del Sacrificio. En el mismo día, el líder nacionalista norteño Torres dirigió una nota al respecto al alto comisario español en Tetuán, el general Rafael García-Valiño en la cual reiteraba la posición unánime de los nacionalistas marroquíes, es decir, el rechazo absoluto de la medida tomada por las autoridades francesas. Torres evocaba que dicha medida era un desafío a España, que ni fue informada ni consultada por los franceses.
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Tres días antes, el líder Torres había enviado un memorando al caudillo de España, con fecha de 17 de agosto de 1953, para solicitar un posicionamiento claro de España, puesto que el objetivo de Francia era alterar el estatuto jurídico de Marruecos, integrándolo en la Comunidad Francesa, en contra de lo que estipulaban los acuerdos internacionales. El texto de este documento como el del mensaje dirigido a García-Valiño se encuentran en el archivo de la Fundación Torres y se pueden consultar en la obra Mohammed V frente al Protectorado, de Mohammed Ben Azuz Hakim y Fauzia Ben Azuz. En los dos documentos se afirmaba reiteradamente que el pueblo marroquí como la comunidad internacional nunca aceptarán el hecho consumado impuesto por Francia. El día siguiente, 21 de agosto, el PRN convocó a la población de la zona a acudir masivamente a las mezquitas para imponer que, en el sermón de la oración del viernes, fuera declarado el rey Mohammed V como único monarca legítimo del país. En cierto momento se le ocurrió a la parte española aprovechar el falso paso realizado por Francia en su zona para alterar el estatuto de las zonas españolas, con el fin de liberarse de la “dependencia” hacia Francia y ganar mano libre en sus zonas norte y sur, sin tener que esperar el beneplácito de París, puesto que los jurisconsultos franceses, cada vez que España trataba de su presencia en territorio marroquí, esgrimían una cláusula del acuerdo del Protectorado de 20 de marzo de 1912, concluido únicamente entre Francia y el sultán de Marruecos. Para lograr una mejora, procedieron en Madrid al esbozo de un régimen jurídico dentro del cual las zonas españolas de norte y sur no dependieran del acuerdo de Fez de 1912, mediante una de las dos fórmulas: la proclamación del jalifa como rey soberano y no como mero representante delegado por el sultán de Rabat o proclamarlo como sultán de todo de Marruecos. Documentos intercambiados entre los jefes nacionalistas reflejaban que estos desconfiaban del titubeo español que giraba alrededor de ese ideario. Los partidos nacionalistas, a su cabeza el PRN, pensaban que un paso en aquel sentido podía llevar a una situación política que complicaría aún más la situación creada por Francia. Los nacionalistas marroquíes presentían que lo que tal vez buscaba Madrid era marcar su venganza al ser excluida de toda consulta. Lo que ellos deseaban era obtener de España el rechazo del acto francés y quedarse en la lógica del tratado de 1912. Los nacionalistas marroquíes no admitían que en Marruecos hubiese dos monarcas a la vez, puesto que Mohammed V no había abandonado sus
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derechos legítimos de único monarca del país. Y por lo tanto no había lugar para dos monarcas a la vez. Por consiguiente, el jalifa seguía siendo el representante y delegado del sultán. España tardó cinco días en manifestar su opinión sobre el golpe de fuerza francés. El 25 de agosto, con motivo de la habitual ceremonia de presentación por parte del alto comisario de votos con motivo de la Pascua del Sacrificio, el general García-Valiño expresó la posición oficial española acerca del destierro del monarca. Antes de esto, un malestar profundo reinaba entre el jalifa y el alto comisario. Malestar que duró algunos meses más, porque los servicios de la Alta Comisaría continuaron preparando una manifestación que representara a “los notables de la zona norte”. Obedeciendo las instrucciones de las autoridades españolas, dichos servicios se reunieron el 21 de enero de 1954. Se leyeron durante la reunión proclamas de cuño colaboracionista, que iban en una línea radicalmente diferente a la posición del jalifa y de Torres. Se temía sobre todo que España proclamase al jalifa como regente del trono. Se prefirió admitir la posición inicial. En el discurso del general García-Valiño del 25 de agosto de 1953, se denunciaba la medida francesa por haber sido tomada sin consultar con España. Y se anunciaba que España quedaría fiel a los tratados internacionales que rigen el cuadro jurídico que interesaba a Marruecos. Al día siguiente, Torres dirigió un mensaje de congratulaciones al alto comisario en el cual no faltaba una mención amable al Generalísimo para alabar su noble postura. El 29 de agosto, Torres dirigió directamente al caudillo un memorándum en el cual se reiteraba que la destitución concernía a Marruecos en su totalidad y no solo a la zona francesa; que aquella medida era contraria al tratado de Protectorado; y, en tercer lugar, que la fidelidad a Mohammed V era inalterable. Por lo tanto, la situación solo se remediaría con el retorno del soberano legítimo al trono. Durante algún tiempo después, se elaboró un acuerdo tácito entre Abdel Kebir el Fasi, representante del Istiqlal en Madrid, Abdeljalak Torres y el propio Allal el Fasi que giraba en torno a un modus vivendi con España, apoyado por la Liga de los Estados Árabes. Tendía a favorecer la propaganda contra la política francesa, que incluía la recepción en territorio bajo dominio español a aquellos activistas que conseguían escapar de la persecución reinante en la zona francesa. Este estado de cosas se vio ampliado con el tiempo llegando a utilizar la zona norte, y luego Ifni y Tarfaya, para el traspaso de armas hacia el interior. En octubre de 1955, el levantamiento del llamado Ejército de Liberación tuvo su inicio en las colinas del Rif.
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Durante el periodo entre 1953-1955, visitaron España el secretario general de la Liga árabe, Hasuna, su ayudante Chuqueiri y otros dignitarios árabes. Esta situación favoreció sobremanera a los jefes de la revolución argelina, cuyo primer suministro de armas se efectuaba vía Nador, aunque a escondidas, puesto que el desbocamiento y la ulterior transferencia del material a su destino final se realizaban secretamente entre las secciones del PRN en Quebdana y los activistas argelinos y marroquíes del interior. La experiencia de colaboración antifrancesa entre los nacionalistas marroquíes durante los casi dieciocho meses es muy interesante. Su efecto más eficaz fue conseguir para los activistas del interior un lugar seguro de refugio y una franca solidaridad en la zona norte, incluso una propaganda radiofónica a través de Radio Dersa Tetuán. Esto ayudó a acumular un gran capital de simpatía de la cual gozaba España en Marruecos y en el mundo árabe. Ya se sabe que el punto de partida de ese proceso fue el descontento de España por el hecho de que Francia no le hiciera caso en el momento de decidir sobre la cuestión del trono en agosto de 1953. Pero ese hecho en sí supuso una gran ayuda a la lucha antifrancesa emprendida por los nacionalistas marroquíes. Sin la posición española en aquel momento, la lucha de los nacionalistas marroquíes por la independencia hubiera sido más larga y difícil. Gracias a ello, el periodo de sufrimiento del pueblo marroquí fue corto. Cualesquiera que fueran los motivos de la posición de España con respecto a la operación del 20 de agosto del 53, la causa de la independencia del país debe mucho a la posición española en aquel entonces. Esto se debió también al sistema democrático francés que engendró mecanismos que han permitido medios políticos para corregir el nefasto error del 20 agosto de 1953. Francia buscó durante mucho tiempo una salida para corregir el error del gobierno de derecha de Joseph Laniel (junio de 1953-junio de 1554). Los dos gobiernos radicales de Pierre Mendes France (centro izquierda, de junio de 1954 a febrero de 1955) y de Edgar Faure (centro derecha, de febrero de 1955 a enero de 1956) abrieron el camino para el retorno de Mohammed V al trono y facilitaron un arreglo político global para evitar una nueva Dien Bien Phu en África del Norte. Entre noviembre de 1954 y julio/agosto de 1955, se cumplieron pasos en ese sentido, siendo el más significativo el de abrir una amplia consulta con las fuerzas representativas de la opinión marroquí (mesas de Aix les Bains). El preludio fue el nombramiento de un residente general civil, el diplomático Francis Lacoste, quien, nada más abrir su agenda, pensó acudir a los servicios del jalifa del sultán en Tetuán para solicitarle hacer de intermediario en una fase transitoria (Ben Jelloun: 1983). El gobierno Ed-
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gar Faure hizo pasos concretos en los meses de verano de 1955 al admitir que el verdadero interlocutor eran los nacionalistas marroquíes que tenían la última palabra en la calle y que actuaban en perfecta sintonía con el sultán exiliado. Los nacionalistas presionaron eficazmente en el sentido de orientar las cosas hacia un arreglo verdadero y definitivo, consistente en el retorno del soberano al trono y sustituir el tratado del Protectorado por un acuerdo de cooperación consentido por un Marruecos independiente y soberano. Todo indicaba que los contactos de París con los nacionalistas y el propio sultán se dirigían directamente hacia la proclamación de la independencia de Marruecos. Estaba claro que lo substancial en aquellos contactos giraba en torno a la creación de una nueva situación tanto en Túnez como en Marruecos, sobre todo cuando comenzó, a principios de noviembre de 1954, la insurgencia armada argelina en vista nada menos de proclamarse un estado nacional en Argelia. 2. El doble desencuentro de 1955-1956
Ese estado de cosas creó serias preocupaciones al Gobierno español. Otra vez Madrid se vio perjudicada por el protagonismo que ganaba Francia, que de nuevo alejaba a España del juego político que estaba en marcha. A la primera alusión oficial, en París, de la posible abolición del Tratado de 30 de marzo de 1912, el embajador español en París, conde de Casa Rojas, hizo llegar su protesta por la exclusión de España en lo que se tramaba en torno a Marruecos. Gesto rechazado por Francia que resaltó que en el asunto del mencionado tratado solo había dos partes, Francia y Marruecos, y que no había lugar para terceros. En la nota española, con fecha de 26 de septiembre de 1955, hablaba de “una asociación de España imprescindible” en el proceso emprendido en torno a Marruecos. Aquello dio lugar a un periplo español en solitario por senderos tortuosos que duró todo el otoño e invierno de 1955 y creó un doble antagonismo, con París y con Rabat. En mi libro Relaciones difíciles describo detalladamente el desarrollo de la situación en ese periodo y explico en un capítulo de doce páginas cómo Franco fue sorprendido en el transcurso del desenlace de la crisis marroquí en aquella fase decisiva, haciendo valer un argumento que pareció fuera de toda razón a la Historia. Para los nacionalistas marroquíes implicar a una tercera parte (España) en las negociaciones significaba añadir una dimensión que solo iba a complicar el diálogo y la agenda. Sobre todo que Francia aceptaba la abolición
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del tratado del Protectorado. En aquel preciso momento, España pretendía no aceptar nada de lo que fuera negociado en su ausencia. Para los marroquíes, se trataba nada menos que de la independencia del país, objetivo por el que se luchó durante cuarenta y cuatro años. Entonces, el argumento esencial de la parte española se asemejaba a lo anunciado por el alto comisario español a raíz del destronamiento de Mohammed V, cuando proclamó en su discurso delante del jalifa que “nada se puede hacer en Marruecos de tipo político sin contar con la aquiescencia de España”. Y con el tiempo, se aclaró más el objetivo trazado por Madrid. Para que España aceptara un arreglo de la cuestión marroquí, se debía de conseguir una total igualdad con Francia en el futuro estatuto de Marruecos, lo que implicaría llevar a cabo un proceso separado y paralelo en la zona española, con artificios que, en el caso de seguir el raciocinio de la parte española, acabarían instaurando dos estados independientes, contingencia que la parte marroquí venía rechazando desde meses. La prensa española, simple eco de las orientaciones gubernamentales, reflejaba un claro escepticismo acerca de lo que se estaba preparando entre Francia y Mohamed V, llegando a sostener incluso que era prematuro otorgar la independencia a este país. El propio caudillo declaró a la prensa americana que “transplantar a Marruecos los sistemas democráticos al uso, como parece pretender Francia, sería un error grave”. El jefe de Estado español alertó en dicha ocasión que cualquier “precipitación de las etapas” no ayudaba para que las cosas pudieran desenvolverse pacíficamente en Marruecos: “Por lo tanto hay que ayudar a su gente para que vayan ‘progresivamente’ administrando el país por sí. En definitiva es un grave error transplantar allí pura y simplemente los sistemas democráticos al uso”, tanto en español (Arriba: 4/12/1955) como en francés (Maroc Press 2/12/1955). El primo del Generalísimo, Franco Salgado-Araujo, en su libro Franco, au jour le jour, relata que el caudillo calculaba, como le comunicó personalmente el 26 de enero de 1956, que Marruecos debía esperar veinticinco años para lograr su independencia. Ese ideario fue rechazado por los nacionalistas. Para imponer un hecho político que anulara la teoría de las “Etapas”, se anuncia el nueve de enero de 1956 la dimisión de Abdeljalak Torres, como ministro de Asuntos Sociales en el gobierno de la zona norte del Protectorado español, así como la de Abdalah Guennun, como ministro de Justicia, con el propósito de indicar a España que el único camino era respetar la unidad territorial del país. O sea la única “Etapa” que quedaba por hacer era el reconocimiento de la independencia.
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Tres meses después del retorno de Mohammed V al trono, el 16 de noviembre de 1955, la línea de conducta española seguía sin alteración. Con motivo de un encuentro entre los altos comisarios de España y Francia en Larache, se anunciaba que España estaba preparando un proceso paralelo en “su” zona. Más aún, la Alta Comisaría anunció en Tetuán que en breve se iba a proclamar una serie de “reformas políticas” tendientes a otorgar un régimen de autonomía a la zona norte. Ambas cosas, el proceso paralelo y la autonomía, eran rechazadas por los editoriales de Al Alam de los días 13 y 14 de enero. El órgano del Partido del Istiqlal hacía hincapié en la inutilidad de la conferencia tripartita reivindicada por Madrid, con motivo de un artículo de Gómez Aparicio, director de EFE, quien pretendía que la abolición del Tratado de 1912 requiriera la presencia de España. El 13 de enero, a raíz de un Consejo de Ministros presidido por Franco, se reafirmaba que lo que España pretendía realizar en su zona era la instauración de una “autonomía”, mediante “medidas transitorias” que llevarían “paulatinamente” a satisfacer los deseos del pueblo hermano de Marruecos, a fin de no dejar al comunismo, o cualquier otra doctrina devastadora, la oportunidad de introducir sus venenos. Un glosario completamente fuera de lugar. Naturalmente, el Partido Reformista Nacional, de la zona norte, anunció su rechazo a estas reformas, reivindicando en un comunicado publicado el 14 de enero de 1956 que España debía concretar su reconocimiento de la unidad territorial de Marruecos. En lo que respectaba a la formación de un gobierno de autonomía en el norte, el PRN proclamó que no había cabida para dos gobiernos en Marruecos, y que lo único que podía hacer la autoridad española en el norte era traspasar la administración al gobierno legítimo del país. Mantener dos gobiernos sería la consagración de la separación de la zona norte del resto de Marruecos. Lo cual era inadmisible. Junto a la iniciativa de la dimisión de Torres y Guennun, el jalifa Mulay el Hassan Belmehdi, representante del sultán en la zona española de Protectorado, intervino ante Franco para que España se comportara en su zona respetando, efectivamente, la autoridad de Mohammed V, en cuanto soberano de todo Marruecos (El Alam: 16 de enero de 1956). No obstante, la parte española empezó a admitir ciertas rectificaciones. Así es que después de una consulta rápida del general García-Valiño en Madrid, el día 17 de enero de 1956, este declaró que el “gobierno provisional” que se iba a formar en el norte caducaría inmediatamente después de acabar las negociaciones con Francia.
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Con el paso del tiempo, se dio cuenta de que la “conferencia tripartita”, tan reiterada por Madrid, no tenía mucha suerte de prosperar. Comenzaron a aparecer fisuras en el comportamiento y en las convicciones tanto en el Gobierno de Madrid como en el seno de la administración en la zona española del Protectorado. Estas contradicciones se debían al hecho de que el antagonismo hispano-francés seguía siendo muy fuerte, y, por otro lado, existía el deseo de arrancar algunos privilegios territoriales en Marruecos. El 24 de enero de 1956, Torres se traslada a Tánger y fija allí su residencia definitiva en espera de un desenlace decisivo. Era una señal añadida de protesta. El quimérico “proceso paralelo” preconizado por Franco estaba en marcha, y es así como a finales de enero se publicó, en el BOE, el decreto que permitía al alto comisario reorganizar la administración de la zona del Protectorado. El anuncio de estos decretos fue inmediatamente criticado por la prensa marroquí y considerado como un paso fuera de contexto. El 2 de Marzo, cuando Francia reconocía la independencia de Marruecos, la población de diversas ciudades del norte, como en todo el país, incluso en el Sáhara, salieron a la calle para celebrar la alegría del momento. Entonces la policía española abre fuego contra las manifestaciones pacíficas, y corre sangre en las calles. El saldo fue de trece muertos, decenas de heridos y veintidós arrestos. Los sangrientos acontecimientos del norte fueron el primer expediente que tuvo que estudiar el Gobierno marroquí estrenando la independencia. El 6 de marzo, Artajo declara que si España acepta hacer una concesión lo hará a favor de Marruecos y nunca de Francia. Anuncia que inmediatamente se abrirán negociaciones con Mohammed V. Era el justificante de una marcha atrás. Prevaleció por parte marroquí el apaciguamiento, a pesar del derrame de la sangre. A mediados de marzo, el líder Allal el Fasi se desplazó a Madrid con el propósito de reunirse con el ministro Artajo. Lo mismo hizo el jalifa My el Hasan Belmehdi que se entrevistó con el caudillo Franco. Para marcar un paso más en el sentido de hacer comprender a España que la zona norte es inseparable del territorio del Estado marroquí recién proclamado, Torres decide la integración de su partido PRN en el Istiqlal. La decisión de la fusión de los dos partidos es proclamada en un mitin celebrado bajo la presidencia de Allal el Fasi en Tánger, el 18 de marzo de 1956. Torres afirmó después, en Rabat, que aquella fusión era el primer paso en el camino de la unificación del país.
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En ese ámbito, no faltaron gestos simbólicos. El soberano marroquí, en su viaje a Madrid para negociar con Franco el reconocimiento de la independencia, incluyó en su delegación a dos de sus jalifas, el de Tetuán y el de Tiznit. Este último por la razón de edad figura en la lista de la delegación marroquí precediendo al jalifa de Tetuán, para ilustrar que los dos eran subordinados a la misma autoridad. El de Tiznit no tenía nada que hacer en aquella comitiva, pero había que demostrar las cosas como son (Larbi Messari: 2009). El lenguaje de los soberanos lo componen los signos. Aquella réplica protocolaria, como el veto de Franco a Torres para que no formara parte de la delegación marroquí, era una leve escaramuza, que marcaba el preludio de una guerra de nervios frecuente en las relaciones bilaterales entre el Marruecos independiente y España. La parte española quería dejar claro que sin el consentimiento de España nada se podría realizar. Desde la primera sesión de trabajo, el ministro de Estado Mhamedi estaba bastante rígido en su intervención, cuando se evocó “la total igualdad de España y Francia”. Dijo que el Tratado de 1912 ya no existía, que lo habían derogado las dos partes firmantes, es decir, Marruecos y Francia. El ministro marroquí recalcó que España debía tomar en cuenta este hecho. Y es así como se convirtió una simple audiencia para escenificar el arreglo —me refiero al viaje a Madrid en abril de 1956— en una confrontación áspera. Tanto era así que, en algún momento de la madrugada, parecía que las dos delegaciones iban a separarse sin firmar un documento que sancionara el resultado del encuentro. Mohammed V había ordenado tomar el avión sin firmar ningún texto... Fuentes Periodísticas Arriba, 4 de diciembre de 1955. Maroc Press, 2 de diciembre de 1955. Al Alam, 16 de enero de 1956. Bibliografía Ben Azuz Hakim, M. y Ben Azuz, F.: Mohammed V frente al Protectorado. Benjelloun, A.: “Contribution à l’étude du Mouvement Nationaliste Marocain dans le Nord», Rabat: Thèse doctorale, 1983. Larbi Messari, M.: Relaciones difíciles: España y Marruecos, Córdoba: Ediciones Almuzara, 2009. — Mohammed al Jamis: min sultan ila malik (Mohammed V: de sultán a rey), Beirut: Jadawil, 2011. Salgado-Araujo, F.: Franco, au jour le jour, Paris: Gallimard, 1978.
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El norte de áfrica en la política española hasta el siglo XIX
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Introducción
El norte de África ha sido una constante en la política y el pensamiento español a lo largo de la historia. Ciertamente el norte de África y España arrastran un bagaje de historia común no exenta de lagunas e incomprensiones, de guerras e invasiones, de diálogos y rupturas. Los primeros apuntes bibliográficos sobre las relaciones hispano-marroquíes datan del reinado de los Reyes Católicos incrementándose en los reinados sucesivos. Constante que sigue manteniéndose inalterable en la actualidad por la curiosidad que se tiene en España por los vecinos norteafricanos. En el siglo XIX, con motivo de la primera guerra con Marruecos, surge un especial interés por los estudios mogrebinos destacando arabistas como Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), su discípulo Francisco Javier Simonet (1829-1897) y Francisco Guillén Robles (1846-1926) que rastrean en las fuentes árabes, en los textos musulmanes depositados en las bibliotecas europeas y españolas, como las de El Escorial y la Nacional de Madrid. También son conocidos Emilio Lafuente Alcántara, que falleció en 1868, y los hermanos José y Manuel Oliver y Hurtado
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(1827-1892). Declaraban estos que el fracaso español se debía principalmente a la ignorancia y desconocimiento en torno a Marruecos y a sus habitantes Estos arabistas, al ir rastreando un amplio número de libros y estudios hispano-magrebíes, se plantearon la necesidad de confeccionar repertorios bibliográficos. Guillén Robles, archivero, bibliotecario y cronista de la ciudad de Málaga, tras visitar las bibliotecas de Berlín, Bruselas, Londres, Oxford y París elaboró un amplio estudio biobibliográfico titulado Fuentes arábigas de la historia hispano-musulmana. Durante su etapa laboral en la Biblioteca Nacional de Madrid, entre 1884 y 1889, publica un Catálogo de los manuscritos árabes de Medicina en el que recopila los documentos hallados en sus fondos (Torres Palomo: 1991, 84); búsqueda de libros y artículos sobre Marruecos que ampliará en la Biblioteca Municipal de Madrid pero que tendrá que abandonar forzosamente por verse aquejado de una grave afección oftálmica. Carlos Cambronero continuó la elaboración de este repertorio basándose en los apuntes y fichas bibliográficas que Francisco Guillén había recopilado. Será Ignacio Bauer y Landauer el que publique en la Biblioteca Hispano-Marroquí sus Apuntes para una bibliografía de Marruecos en la que lleve a cabo una compilación bibliográfica de diferentes autores como la de Guillén Robles, Aben Jalican, Aben Beer Jair o el señor Pons. Según la tradición histórica, el interés por el norte de África tiene como punto de referencia el testamento de Isabel la Católica, aunque con anterioridad ya existía una estrecha relación comercial entre ambas costas del Mediterráneo: “E ruego e mando a la dicha princesa, mi hija, e al dicho príncipe, su Marido, que como católicos príncipes… E que no cesen en la conquista de África e de pugnar por la fe contra los infieles” (González Sánchez: 2001, 55). El testamento isabelino dará pie a toda una estrategia política de la Corona española que se inicia con la firme voluntad de establecerse al otro lado de la orilla y protegerse contra posibles incursiones berberiscas. La posterior expansión colonizadora de España hacia el sur, en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, ha sido una consecuencia de ese legado histórico y responde a una serie de motivaciones cuyo germen encontramos en la Reconquista. Esto explica que el tema de las relaciones con el norte de África adquiera mayor relieve en la historia de España, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX; pasando por la instauración del Protectorado y la posterior independencia de Marruecos en 1956.
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1. Los Reyes Católicos y África
En el giro político que los Reyes Católicos manifiestan por el continente africano se distinguen dos momentos claves, separados entre sí por la conquista de Granada. Antes de emprender esta empresa, los Reyes Católicos estaban doblemente interesados en África: por un lado, era necesario frenar la contraofensiva musulmana y, por otro, cortar el paso al comercio portugués. Por esta doble finalidad surge el primer asentamiento español en África, la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, y se consolida la conquista de las Islas Canarias, que había sido ya iniciada por particulares en tiempos de Enrique III y que culmina eficazmente en esta época. En 1477, los Reyes Católicos confirmaron a Diego García de Herrera y a Inés Peraza el señorío que ejercían sobre las islas Canarias menores y les compraron el derecho a conquistar para la Corona las mayores. Así, en 1488, Pedro de Vera se apodera de la isla de Gran Canaria y entre 1492 y 1496 Alonso Fernández de Lugo conquista las de La Palma y Tenerife. Acabada la Reconquista del Reino de Granada, el enemigo musulmán no ha desaparecido. Ahora su presencia se hace notar en ambas orillas del mar Mediterráneo (Bunes Ibarra: 1995, 13-34). También las posesiones de Aragón en el sur de Italia obligaban a concentrar la atención hacia Túnez y, sobre todo, hacia los turcos dominadores de gran parte del territorio norteafricano y peligrosos vecinos para los Estados europeos. Los moriscos, en estrecho contacto con los corsarios y con los turcos, constituían un constante peligro, un foco perenne de levantamiento, de alborotos y de inseguridad. En efecto, los moriscos, que nunca llegaron a perder su identidad como pueblo, seguían en contacto con sus hermanos de Berbería en el África septentrional; que, frecuentemente, ocasionaban incursiones para ayudar a estos en su huida de Andalucía, cruzando el Mediterráneo. Asimismo, la Corona alertaba a las autoridades civiles y eclesiásticas para que se unieran y estuvieran prevenidas ante cualquier intento de un ataque sorpresa de los corsarios berberiscos ya que los moriscos, por su conocimiento del terreno, se convertían en informadores privilegiados para el enemigo. Los alertaban sobre los pasos escasamente vigilados, sobre las poblaciones desprotegidas o la inexistencia de fuerzas militares, etc. Y así, pueblos que habían sido ocupados por moriscos, una vez abandonados por aquellos, eran utilizados como escondite y base de corsarios (Galán Sánchez: 1986, 24). Por esa razón, los Reyes Católicos, una y otra vez, ordenan que los pueblos de la costa sean habitados únicamente por cristianos viejos para su seguridad contra las correrías de los moros. Estos cristianos, según antiguas leyes cas-
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tellanas, debían estar siempre preparados para cuando “el rey [los] llamare para hueste cuando los enemigos se entraren en la tierra, ya para talarla, robarla o darla al fuego, ya para cercar villa o castillo o para darle batalla al rey” (González Sánchez: 1966, 559). Además, se dedicó un especial interés al estado de las defensas de cada ciudad andaluza marítima conquistada. Por tanto, tras finalizar la guerra de Granada el interés por África se incrementa. Las relaciones con el continente africano eran múltiples y variadas. Pero sobre todas ellas imperaban las de carácter económico. Durante los primeros años, el intercambio de productos como el sebo, cueros, cereales y un largo etcétera se realizaba, principalmente, a través del rescate de cautivos cristianos (Torreblanca Roldán: 2008, 13). En un primer momento, estos rescates eran llevados a cabo por mercaderes y alfaqueques que transportaban las mercancías que servirán para el pago de la liberación. A partir del siglo XII, la Corona había institucionalizado la figura del exea o alfaqueque como jefe de las expediciones comerciales que marchaban a los países musulmanes con el fin de liberar a los cristianos (López de Coca Castañer: 1978, 283). Ahora bien, también era frecuente que los familiares del cautivo recurrieran a los servicios de mercaderes con suficiente caudal como para organizar un rescate privado. Incluso, las órdenes redentoristas en sus comienzos, cuando aún no pasaban a suelo africano, hicieron uso de los servicios de tales mercaderes. Y, aunque la labor de estos intermediarios estaba prohibida, la misma Corona les eximirá del castigo estipulado como premio por el papel que desempeñaban arriesgando sus vidas como espías de piratas e informadores de la situación de los cautivos cristianos en tierras enemigas. Generalmente, el canje se realizaba con otros esclavos berberiscos o con mercancías solicitadas por los musulmanes, como los apreciados fardos de seda. Por su parte, cuando las órdenes redentoras crucen el Mediterráneo llevarán, al mismo tiempo, mercancías como tejidos y joyas, principalmente. La importancia de este tráfico mercantil radicaba en que de no haber sido por esta vía, en estos años de prohibiciones y peligros, no habría existido ningún otro tipo de relación comercial entre ambas fronteras. El comercio africano puso a los marinos andaluces en contacto con una amplísima fachada litoral que quedó clasificada en cinco zonas denominadas de oeste a este: Berbería de Poniente, Reino de Fez, Tremecén, Bugía y Túnez. Desde 1480 se destacan varias expediciones, como la del alcaide de Rota con otros caballeros y ciento cincuenta navíos que se apoderaron de Azamor; la de varios nobles de Jerez que conquistaron la Casa del Caballero; la de Francisco de Estopiñán y otros, que en 1487 asaltaban las costas marroquíes de Poniente; la del alcaide de Gibraltar, Pedro de Vargas, que al-
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canzó a Tárraga; la de Fernando de Meneses y su hermano en 1490; la de las islas Alhucemas y Fadala, con otras muchas más. Será la expedición de 1497 equipada con armamento naval proporcionado por el duque de Medina Sidonia, al mando de Pedro de Estopiñán, la que se apodera de Melilla con el objetivo de frenar la piratería. Melilla quedó, desde entonces, bajo la soberanía castellana y bajo la tutela del ducado de Medina Sidonia que había sufragado los gastos de la expedición (Altamira y Crevea: 395). Desde el año 1486, los reyes dispusieron la concentración de todas las expediciones procedentes de África en el Puerto de Santa María con el fin de asegurarse la percepción del quinto real. Será a partir de una bula de Inocencio VIII, dada en julio de 1490, cuando se reanude el tráfico comercial, de manera regular y continuada, entre el territorio conquistado al Reino Nazarí y Berbería. Por esta autorización papal, los Reyes Católicos expidieron una Real Cédula, fechada en Córdoba a 8 de noviembre de 1490, concediendo a Málaga, conjuntamente con otros puertos mediterráneos, la facultad de comerciar con los musulmanes del norte de África. Las importaciones se sustentaban en dos productos: el trigo y el oro. El trigo, básico para la subsistencia andaluza, era frecuentemente insuficiente y el de Berbería compensa las cosechas deficitarias. El oro africano se convierte en el motor de la economía europea del Renacimiento; si bien también se importan productos como el cobre, añil, cuero, cera, pimienta de la malagueta, goma y laca. Además, las cabalgadas, permitidas dentro de ciertos límites por el Tratado de Alcaçovas (1479), proveían de esclavos a los mercados, cuya venta aportaba un abundante caudal (Guillén Robles: 1889, 49-70). Pero de este intercambio quedaban excluidos por parte española los metales preciosos —oro, plata— y las armas, caballos, objetos de hierro, de acero, de madera, clavazón, maromas y aparejos con los que se pueden equipar los navíos. A partir de 1510 finaliza esta etapa de “comercio libre”, pues con la consolidación del sistema de presidios norteafricanos, la Corona intentará privatizar esta actividad. Por tanto, la política española bajo el reinado de los Reyes Católicos en África tiene dos etapas bien diferenciadas, aunque alternativas: haya momentos en los que todos los esfuerzos se concretan en asegurar la defensa del territorio costero y de sus habitantes, pero, en otras ocasiones, la Corona se ve lo suficientemente consolidada como para atacar y ser ahora la conquistadora de tierras enemigas. En tiempos de los Reyes Católicos, los comienzos de la política africana se corresponden a necesidades defensivas pero, superadas estas, por primera vez se pasaría a la ofensiva. A partir de
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1493, se perfilan los primeros aspectos de un plan que consiste en situar bases militares en el norte de África. Ahora, la Monarquía de los Reyes Católicos se puede plantear nuevos y más amplios horizontes: la continuación de la empresa misional de la reconquista en territorio africano, antemural avanzado de “las Españas” (Ovejero Bustamante: 1951). El emplazamiento de Gibraltar, incorporado de nuevo a la Corona el 2 de enero de 1502, por deseo expreso de la reina Isabel, según expresa en su última voluntad, facilitaba la vigilancia del Estrecho. 2. Francisco Jiménez de Cisneros
Asimismo, Fray Francisco Jiménez de Cisneros tuvo una clara vocación africanista. Al decir del profesor Avilés: “tuvo su corazón apasionadamente orientado hacia el África y puso al servicio de esa pasión toda su inteligencia, su perspicacia, su tiempo, sus tesoros, sus amigos y servidores” (Avilés Fernández: 1993, 119-136). Jiménez de Cisneros tuvo ante sus ojos una sublime obsesión: la incorporación a la Corona de España de las tierras africanas que bañan el Mediterráneo. Una obsesión común entre los místicos españoles era el deseo de ir a tierra de moros para evangelizarlos y convertirlos, aun con el peligro de perder la vida en el intento. Esa tierra de moros constituye un imaginario geográfico que lo mismo puede entenderse como la Tierra Santa, sometida al poder del Islam, como cualquier otra tierra dominada por los musulmanes, especialmente las tierras más próximas a la Península Ibérica, es decir, las del norte de África, camino obligado, por otra parte, para llegar por tierra hasta los Santos Lugares. Para Cisneros no fue una obsesión, sino incluso el paradigma de los espirituales obsesionados por ir a esa imprecisa tierra de moros, que, en el caso de Cisneros, tuvo perfiles extraordinariamente definidos. Ya en sus primeros tiempos como provincial de los franciscanos de Castilla, tuvo ocasión de viajar, visitando los conventos de su orden, hasta Gibraltar. Se cuenta cómo contemplaba desde allí las costas del continente vecino porque: “ardía en vivos deseos de anunciar a Cristo a los hombres de Ultramar, dispuesto al mismo tiempo a sufrir suplicios y muerte”. Cuando accedió al Arzobispado de Toledo y a detentar el cargo de regente del Reino, los sueños juveniles de evangelización pacífica se convirtieron en apasionada obsesión del hombre maduro por conquistar las tierras ocupadas por el Islam, empezando por las próximas tierras de África.
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En el caso de la conquista de África, Cisneros no se dejó llevar por la prudencia sino por la pasión. Cisneros escribió una carta proponiendo unir sus ejércitos con los de Manuel de Portugal, a los de Fernando de Aragón y a los de Enrique de Inglaterra, para hacer realidad la conquista de Jerusalén. La idea de esta expedición para recuperar los Santos Lugares era, sin duda, grandiosa. La vieja aspiración de todos los cruzados la sentía ahora Cisneros al alcance de los reyes de su época. Sin embargo, aquel fantástico proyecto nunca se realizó. Pero tuvo lugar un feliz incidente. Ocurrió que el sultán de Egipto, sintiéndose amenazado por el creciente poderío turco, pensó en enviar una embajada pidiendo ayuda a los más poderosos príncipes cristianos. Eligió a un franciscano guardián de los Santos Lugares. Este tuvo la ocurrencia de tomar una lápida de mármol salpicado de manchas azuladas que se encontraba junto al sepulcro de Cristo. Lo partió en cinco trozos e hizo que cada uno de ellos fuera convertido y consagrado como ara de altar. Con aquel regalo en su equipaje, el embajador del sultán fue haciendo su recorrido dejando a cada destinatario una de aquellas aras. Recibieron este regalo Alejandro VI, Isabel la Católica, Manuel de Portugal y el cardenal de Santa Cruz de Jerusalén. La quinta ara se la entregó a Cisneros, y sobre este mármol, que le regaló el embajador del sultán, celebraba los oficios divinos. Tanto Fernando como Cisneros se habían propuesto someter al imperio español la costa marítima de África y aún toda la región de Mauritania. Para Cisneros la conquista de África no era más que un episodio de algo mucho más importante: en esta lucha pelean Cristo, Hijo de Dios Padre, y Mahoma seductor de los árabes. Como se ha mencionado anteriormente, la historia de la conquista de África llevó a los españoles desde el Peñón de Vélez de la Gomera hasta Trípoli. La primera cabeza de puente creada en las costas del norte de África fue Melilla, ocupada en septiembre de 1497. La empresa se detuvo durante unos años a causa de los compromisos contraídos por la Corona en el Reino de Nápoles. Pocos meses después del fallecimiento de Isabel, se iniciaron los preparativos para proseguir la conquista de África. El impulso definitivo se lo dio el propio Cisneros. Se cuenta que entró en contacto con el mercader veneciano Jerónimo Vianello que tenía conocimiento de África y que concretó con Cisneros todos los detalles de las operaciones que convenía realizar. El objetivo que se propuso el veneciano fue la conquista de Orán, pero le aconsejó que, previamente, se ocupara de Mazalquivir, puerto con una gran rada. Cisneros aconsejó a Fernando, ya que este había firmado una tregua con los franceses, que procurase echar las fuerzas del nombre cristiano con-
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tra los moros africanos. Él mismo se ofreció a adelantar los medios económicos que fueran necesarios para la guerra, como de hecho lo hizo hasta el punto de que, al recibirse la noticia de la victoria, lograda en septiembre de 1505, el propio rey, acompañado de su corte, acudió a visitar al arzobispo para agradecerle aquel generoso adelanto. En Mazalquivir quedó como gobernador y jefe de la guarnición Pedro Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles. Antes de atacar a Orán, tanto el esfuerzo de Fernando el Católico, como el de Cisneros, se concentró en ampliar la presencia española en todo el literal, a uno y otro lado de Melilla. Hacia el oeste se ocupó Cazaza y el Peñón de Vélez de la Gomera, en 1507. Al mismo tiempo, se pusieron medios para lograr que Portugal reconociera la legitimidad de la presencia castellana en aquella costa africana. Para ello, se envió una expedición militar a levantar el sitio que el rey de Fez había puesto a Arcila, fortaleza portuguesa en la costa Atlántica. Este apoyo a la monarquía hermana motivó que el rey de Portugal aceptara que, desde un punto situado a treinta leguas al oeste de Peñón y en dirección hacia el este, todo el territorio que se pudiera conquistar quedara en manos castellanas. En esta coyuntura se produjo el desastre: el alcaide de los Donceles, enfrentado con sus tropas a los berberiscos, pereció luchando a la desesperada. Cisneros estaba conmovido por este suceso pero el estado del Reino lo obligó a esperar una mejor coyuntura. En 1509 se puso en marcha el ataque general contra Orán. En todos los pueblos de España se predicó la guerra contra los infieles, para que se alistaran a ella todos los que lo desearan. Junto al ejército regular, aportado por el rey, Cisneros puso a disposición de aquella empresa un verdadero ejército reclutado por sus propios medios entre todas las gentes de su extensísima provincia eclesiástica. Sus propios familiares, entre los que descollaba el adelantado de Cazorla, se ofrecieron a participar en la guerra. Hasta tres obispos colaboraron con él, si bien la gran masa de combatientes estaba formada por labradores reclutados en Toledo y Guadalajara. La empresa se concibió como una verdadera cruzada. La cruz como símbolo de la victoria, estuvo presente en todo momento, incluso antes de que comenzaran. Verdaderos o falsos se hicieron correr rumores de que habían sucedido algunos hechos maravillosos que presagiaban la victoria de las armas cristianas. En efecto, al zarpar las naves a África, los que viajaban en ellas contemplaron una cruz formada en el cielo. En el campo de batalla Cisneros se hizo preceder en todo momento por la cruz que en años anteriores había colocado el cardenal Mendoza sobre las torres de la Alhambra. Cuando
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la ciudad de Orán fue tomada, Cisneros entró rodeado del ejército victorioso. Posteriormente, se esforzó por vincular el territorio de Orán a la diócesis de Toledo, esgrimiendo a su favor razones históricas y sobre todo las que le daban el haberlo conquistado con los recuerdos de su arzobispado. Para asegurar Orán desde la retaguardia española hizo que el Adelantamiento de Cazorla se convirtiera en el patrono del Oranesado, comprometiéndose a asistir con recursos humanos y mantenimientos de todo tipo a la nueva conquista. Trató de establecer colonos castellanos en las tierras conquistadas. Para lograr mayores adhesiones a su empresa, permitió que se trajeran desde África, como esclavos, a muchos de los oranenses cautivados en batalla. El efecto psicológico de aquella victoria tuvo efectos contrarios entre moros y cristianos. Los primeros, aterrados ante la aplastante derrota sufrida, se apresuraron a pactar con el rey católico una paz o tregua. A partir de la conquista de Orán, el día de la Ascensión del Señor de 1509, se entregaba la ciudad de Bujía a primeros de 1510. Argel, que, hasta entonces, pagaba tributos a Bujía, pasó al vasallaje del rey de España. De forma parecida pasó a manos de España casi toda la costa del norte de África, hasta el Reino de Túnez, declarándose vasallos suyos hasta Ganen, Mazapán, Tremecén, Tenes, Tedeles y Gigel. Aquel mismo año, las tropas de Pedro de Navarro conquistaban Trípoli, para el rey de Castilla. Aquí se sitúa el momento más álgido de todo el proceso. A partir de este momento se inicia un paulatino declinar de la presencia y del poderío español en el norte de África. Además, se hizo notorio una creciente insensibilización del pueblo y de los gobernantes hacia el territorio africano, importante no solo como camino para una futura cruzada hacia Tierra Santa sino, sobre todo, para librar y asegurar el litoral español de los ataques procedentes de las riberas africanas. Al poco tiempo tuvieron lugar los desastres militares que marcaron un punto de inflexión en la política africana. La derrota en las islas Querquenas, en las que pereció Jerónimo Vianello con todos sus hombres, y la que sufrió en las islas de Gelves el 28 de agosto de 1510, en la que murieron cerca de cuatro mil soldados con sus jefes, sumergidos en las arenas movedizas y agotados por la sed. La reacción de Fernando y de Cisneros fue la preparación de una gran armada para vengar este desastre. Sin embargo, en Europa se produjeron nuevos acontecimientos. El rey de Francia, apoyándose en un grupo de cardenales rebeldes, estaba tramando una conjura contra el Papa. Fernando, que se consideraba por los pactos contraídos defensor o protector de la autoridad pontificia, cambió de parecer, retrocediendo desde el mismo umbral de África dirigiendo sus fuerzas y sus armas hacia Italia.
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Fueron pasando los años y Cisneros enfermó gravemente. Los mauritanos, convencidos de que la política norteafricana quedaría relegada, intentaron devastar las costas próximas a Granada. La presencia de los corsarios como Horue y Khair-Eddin Barbarroja en aguas mediterráneas dificultó la situación de las posiciones españolas, ya que pusieron sus dominios bajo la protección de los sultanes turcos. Horue prestó auxilio al rey berberisco de Argel, Muley Hassan, cuando los españoles lo hostigaban desde Orán; después lo asesinó y, en 1516, ocupó su lugar. A mediados del siglo XVI, la ciudad tenía sesenta mil habitantes y más de veinticinco mil cautivos cristianos. Según el profesor Elliot, las causas del fracaso norteafricano se deben a la magnitud de los intereses españoles en otros lugares como Europa y América. El precio del fracaso fue muy elevado, por cuanto significó el aumento de la piratería en el Mediterráneo occidental. Ahora bien, la insuficiencia de las tropas españolas en el norte de África hacía imposible una ocupación efectiva. Además, los españoles consideraban la guerra como una simple continuación de la campaña contra Granada, una expedición de pillaje, en la captura de botín y en el establecimiento de presidios o guarniciones fronterizas. No existía plan alguno de conquista total, ningún proyecto de colonización inicial (Elliot: 1965). Por su parte, Fernández Álvarez señala que España no fue capaz de colonizar África como hizo con América porque la unidad territorial no se logró realmente hasta 1512 y la consolidación de la Monarquía hasta la llegada de un príncipe considerado auténticamente español, Felipe II; porque, tras la guerra de Granada, los reinos musulmanes se enriquecieron con una importante población hispano-musulmana que seguirá en su lucha contra el cristianismo; y por la incapacidad de la sociedad y, sobre todo, de la Iglesia española, de integrar en su seno a la minoría morisca (Fernández Álvarez: 1963). 3. Los Austrias mayores 3.1. Carlos V. La continuidad de la política norteafricana española
Carlos V, siguiendo los consejos de sus abuelos maternos, quizás para atraerse a sus nuevos súbditos hispanos, asume los objetivos básicos de la política de los Reyes Católicos: conseguir la paz en la cristiandad para hacer la guerra a los infieles. Y hará de ellos la razón de su Imperio hasta tal punto que cada vez que tenía un enfrentamiento en Europa se lamentaba
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de que tal pugna se diese entre cristianos, perdiéndose así la ocasión de hacer la guerra a los infieles. Incluso, renunciaba a obtener grandes ventajas en sus victorias pues consideraba que lo primordial era llegar a una armonía en el mundo cristiano para juntos poder afrontar el siguiente asunto, mucho más loable: la conquista de los Santos Lugares. Aunque esta es una idea vigente en Europa, en España es donde se siente con más intensidad, puesto que sigue siendo una realidad por el constante enfrentamiento con el mundo musulmán. Al igual que Fernando el Católico, el nuevo monarca entenderá que esa política debía ser ejecutada personalmente por el rey, tanto para salvar su alma como por una cuestión de honor, lo que lo llevó a participar activamente en las conquistas africanas. Sin embargo, otras cuestiones ocuparán su interés abandonando muy a menudo la empresa africana. Así, en el exterior, el conflicto continuo con Francisco I, rey de Francia, hará que Carlos V termine desistiendo de su Cruzada frente a Solimán el Magnífico para contentarse con una simple defensa de sus posesiones ante la amenaza turca, aliada a la francesa. Y en el interior, la acción española en África se verá entorpecida por las revueltas de las Comunidades y las Germanías. Durante los primeros años de su reinado, los esfuerzos de España van a ir encaminados a intentar mantener sus posesiones norteafricanas emprendiendo una contraofensiva con la finalidad primordial de eliminar a los hermanos Barbarroja. Estos se habían apoderado de Argel, por lo cual amenazaban la seguridad de la navegación entre España e Italia. Por ello, se decide acabar con el enclave de Argel. Carlos V encomendó a Hugo de Moncada y a su flota la recuperación de este enclave. Este desembarcó con parte de sus hombres en Argel y pretendió apoderarse de la ciudad, pero los temporales y la impericia convirtieron la expedición en un desastre. Un año más tarde, la ofensiva, dirigida nuevamente por Moncada, se lanza sobre la isla de Gelves. Esta vez, Carlos V decide actuar indignado por la audacia de los corsarios berberiscos que asolaban el Levante español encontrándose él en Barcelona: Nos, visto el atrevimiento que las fustas de moros han tenido este verano de venir tanto número de ellos a estas partes donde han hecho harto daño en muchas naos que se han llevado de vasallos nuestros y de otras personas, demás de lo que escribís que han tomado en esos mares, habemos acordado de enviar una poderosa armada en las partes de África (Fernández Álvarez: 1982, 514).
Y ante las noticias de un inminente ataque turco a Roma y a los reinos de Sicilia y Nápoles se pone al frente de la Armada. Se consiguió la sumisión del jeque de la isla pero el éxito fue insuficiente, principalmente,
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porque entre 1520 y 1530, otros asuntos entretienen la atención del rey; las Comunidades y las Germanías en España, el comienzo de las guerras con Francia y su doble coronación. En 1524 se pierde Santa Cruz de Mar Pequeña, la única posesión africana en las costas oceánicas. Con la Paz de las Damas, en 1530, se despertaron las esperanzas de continuidad en la guerra de África; pero desde este año a 1533 Carlos vivirá dedicado al Imperio. En 1529 se producen dos graves infortunios: la pérdida del Peñón de Argel hizo que la amenaza para las costas españolas se acrecentara. Una guarnición de ciento cincuenta soldados, bajo el mando de Martín de Vargas, fue incapaz de resistir el ataque, pereciendo la mayoría. Los cautivos fueron utilizados por Barbarroja para fortificar el puerto de Argel uniendo la isla a la ciudad por medio de un dique. Desde aquel momento, Argel se convirtió en la ciudad más fuerte de la costa y en refugio seguro para los corsarios. La realidad de la situación la pone de manifiesto el lugarteniente de Barbarroja, Cachidiablo, que penetró en las tierras alicantinas hasta las villas de Parcent y Murla, de población mayoritariamente morisca y de donde se llevó más de seiscientos cautivos. De regreso a Argel, en la isla de Formentera, tuvo la ocasión de asestar un golpe más: destrozó la flota del almirante Portuando, dedicada a guardar las costas del Levante español con lo cual volvían viejos temores. No solo corre peligro toda la obra de los Reyes Católicos sino que se piensa en un retroceso mayor, con una nueva invasión musulmana. Tal es la alarma creada que la emperatriz Isabel, durante su regencia, no puede dejar de advertir al monarca de la necesidad de aumentar las medidas tomadas, que se consideran insuficientes: Todo esto es poco remedio —concluía diciendo en cifra al emperador— para la necesidad que se espera, según las muchas galeras y fustas que este corsario tiene y el favor que este corsario y el favor que habrá cobrado con esta presa...
Se requiere el regreso de Carlos para emplear sus grandes pensamientos y la magnanimidad de su corazón real en conquistar eso de África, donde puede emplear mejor su juventud y poder con mayor gloria que en otra cosa de lo de allá, mayormente agora que la guerra destos moros le es necesaria y aun forzosa. Y reniegue de toda la de Italia y de Francia, que al cabo esto es lo que ha de durar y quedar a sus sucesores, y lo de allá es gloria transitoria y de aire...
Pero, en su lugar, Carlos envía a Andrea Doria. Este, para llevar a cabo la empresa contra Argel, pide cuarenta galeras. Andrea Doria pasó con su flota a Barcelona, en la primavera de 1530. De allí pasó a las Baleares y se lanzó sobre El Judío, uno de los lugartenientes de Barbarroja que estaba en el pequeño puerto de Cherchell. La victoria marítima fue un éxito, pero
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Barbarroja la vengó cruelmente en varios de sus cautivos: entre los más destacados, empaló a Portuondo y descoyuntó y descuartizó a Martín de Vargas. Sin embargo, en tierra el resultado fue muy distinto. Este fracaso hizo desistir a Andrea Doria de atacar Argel. Esta tarea la emprendería en 1531 un español, Álvaro de Bazán, que salió del puerto de Málaga con una pequeña escuadra de once galeras, dos bergantines y doscientos cincuenta soldados. Conquistó la plaza de Honeine, que pertenecía al rey de Tremecén, que se había aliado a Barbarroja. Esta conquista tuvo un doble efecto positivo: levantar la moral de las guarniciones españolas en el norte de África y demostrar al rey de Tremecén que España seguía siendo una gran potencia. Pero la supremacía de Argel, y con ello las razzias, sigue imparable. En septiembre de 1532, ante la presencia de Barbarroja en Gandía, Isabel escribe a Carlos como “la armada de Barbarroja anda por estas costas, haciendo todo el daño que puede”. Con la derrota de los marinos de Barbarroja en aguas de Cerdeña parece llegado el momento de atacar Argel pero Carlos V, más preocupado por defender el Imperio de las amenazas de Solimán, decide una acción sobre el Mediterráneo oriental, en perjuicio del litoral mediterráneo occidental. A pesar de la necesidad de atacar Argel, Carlos V se lanza primero sobre Túnez (1535) porque la toma de esta por Barbarroja pondría en peligro la labor realizada por el emperador en Italia. Él mismo toma parte activa al frente de la Armada, como haría más tarde en la campaña de Argel. Esta participación del emperador demuestra la importancia de la empresa. Se trata del primer conflicto de carácter mundial ya que en él se ven implicados Europa, África, Asia y América. A esta empresa, Carlos V le dio sentido de cruzada y consiguió el apoyo del papa Paulo III. El primer éxito obtenido fue la toma de La Goleta, fortaleza clave para el dominio del golfo de Túnez. En esta contienda inutilizaron ochentaicinco barcos de la Armada de Barbarroja. El siguiente paso era Túnez. En la conquista de la capital tunecina van a jugar un papel primordial los millares de cautivos cristianos allí existentes conquistando la alcazaba de la ciudad. Barbarroja huye y se refugia en Argel. Tras la entrada victoriosa del ejército imperial, veinte mil cautivos cristianos serían liberados. Sin embargo, Carlos V marchó a Italia, dándole a Barbarroja tiempo para recuperarse y, alejado de las costas italianas, acrecentar sus ataques en las costas españolas. Cuando Carlos V decide atacar Argel es ya 1541 y comete el error de hacerlo en otoño. Como consecuencia, la expedición termina destrozada por un fuerte temporal. El pueblo echó la culpa a los hechi-
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zos de los moros, y Argel se convirtió en símbolo de ciudad inexpugnable. Por su parte, el poderío español decaía. En 1555, Trípoli, confiada a la Orden de Malta desde 1531, caía bajo la Armada turca que mandaba Sinán Bajá. A la pérdida de Trípoli se unía la de Bugía en 1555, quedando toda la población cautiva, excepto Alonso de Peralta y veinte de los suyos. La toma de Bugía alentó a los argelinos para ir por Orán. En 1543, el conde de Alcaudete conquista Tremecén. A partir de ahora la supremacía de Argel en el Mediterráneo occidental sería indiscutible. 3.2. Felipe II y la amenaza turca
Felipe II, como heredero de Carlos V y de su política contra los infieles, se vio inmerso en numerosas luchas que tuvieron como escenario principal el mar Mediterráneo. Estos conflictos tendrán una doble magnitud: a nivel nacional, continúa la batalla de la cristiandad contra el turco; a nivel local, se hace necesaria la defensa de nuestras costas por los continuos ataques de los corsarios con la complicidad de los moriscos. La guerra de las Alpujarras contra los moriscos es también un aspecto de la lucha contra el Islam que Felipe II hereda de su padre y acepta como un deber. Los argelinos ayudaron a los moriscos granadinos, pero en marzo de 1569, al subir al trono de Argel Euldj Alí, la ayuda disminuyó, porque el nuevo rey empleó sus recursos para la conquista de Túnez. Al comienzo del reinado de Felipe II, uno de los primeros planteamientos políticos fue recuperar Bugía y Trípoli, que se habían perdido en 1555. La primera intervención de Felipe II en asuntos africanos fue movida a petición de las Cortes de Toledo de 1559-60, que le rogaron que emplease a fondo la escuadra para proteger las costas mediterráneas. Se pensó primero en reconquistar Bugía. Los reinos de Castilla, Valencia y Cataluña ofrecieron hombres y dinero en 1557, y el cardenal Juan Martínez Silíceo se presentó para capitanear esta empresa. Pero el rey, ocupado en la guerra de Flandes, paralizó la acción. La pérdida de Trípoli había dejado los mares de Sicilia como zona de acción para los corsarios de Dragut y por eso era aconsejada su reconquista. Sin embargo, la escuadra turca, al mando de Pialí Bajá, derrotó a los españoles llevándose cautivos a cinco mil soldados. Los cautivos más ilustres fueron conducidos a Constantinopla. Este desastre desoló no solo a España sino a toda Europa. Ahora las fuerzas se debían concentrar en la defensa a ultranza de Orán y Mazalquivir porque la anterior victoria había dado ánimos a Hassan Barbarroja para apoderarse de ellas. Esa acción política se extiende a todos los reinos.
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Felipe II, ante el temor de que la Armada del turco ataque Orán y Mazalquivir, solicita la participación de los malagueños en el ejército para llevar con éxito tal defensa. En 1564 Felipe II decide recuperar el Peñón de Vélez de la Gomera, que se hallaba en poder de los infieles desde 1522. Teniendo noticias el rey de que el citado Peñón se encontraba desguarnecido dio orden a Francisco de Mendoza para que intentase la empresa. Pero hallándose este enfermo, Sancho de Leiva, general de las galeras de Nápoles, salió de Málaga el 22 de julio de 1564, si bien la expedición fracasó. No obstante, se vuelve a intentar. Esta vez la flota se encuentra bajo el mando de García de Toledo, virrey de Cataluña. Se componía de ciento cincuentaitrés buques y trece mil hombres a bordo. A ellos se unían multitud de voluntarios de las familias más destacadas de Málaga. Salieron el 31 de agosto de 1564 y su resultado fue la toma del Peñón de Vélez de la Gomera, volviendo victoriosos a Málaga (Galindo y Vera: 1993, 207). Por su parte, Álvaro de Bazán inutilizó el refugio que tenían los piratas en Tetuán. En Madrid se conocían los planes de Euldj Alí, al subir al trono de Argel, para conquistar Túnez. Felipe II previene al gobernador de La Goleta, Alonso Pimentel, en octubre de 1569. Pero el argelino llevó sus fuerzas por tierra y cuando estuvo cerca de Túnez las tropas de Muley Hamida se dispersaron y el rey tunecino abandonó la capital refugiándose en la fortaleza española de La Goleta (Braudel: 1976, 556). En enero de 1570, Euldj Alí entró en Túnez sin tener que combatir. En ese mismo año surge el enfrentamiento entre los venecianos y los turcos por la conquista de la isla de Chipre. Cumpliendo órdenes de Felipe II, el virrey de Sicilia, duque de Medinaceli, se presentó con una escuadra frente a las costas de Trípoli, que Dragut había arrebatado a los caballeros de Malta, y se apoderó de la isla de Gelves o Djerba. No tardó en llegar la flota turca de Pialí Bajá y la isla volvió a poder de los turcos, a pesar de la encarnizada defensa de Álvaro de Sande. En cambio, el virrey de Argel, Hassen, fue rechazado en 1563 por el conde de Alcaudete, en Orán, y por su hermano Martín de Córdoba, en Mazalquivir. A este éxito defensivo se sumó al año siguiente de 1564 el del virrey de Nápoles, García de Toledo, marqués de Villafranca, con una flota compuesta de naves españolas, portuguesas y maltesas que expulsó del Peñón de Vélez de la Gomera al corsario turco Kara Mustafá. Solimán el Magnífico planeó la conquista de Malta. En abril de 1565 salió de Constantinopla una gran flota, con ciento setenta buques grandes y doscientos pequeños, en los que iban veinte mil soldados. Su designio era
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apoderarse de Malta, isla residencia de los miembros de la Orden. Mandaban la flota turca los más famosos almirantes del Imperio otomano, entre ellos el citado Pialí Bajá. El maestre Pedro Lavalette y sus hombres se encontraban en una situación muy apurada tras cinco meses de asedio turco, por lo que el socorro español al mando de García de Toledo, virrey de Nápoles, trastocó la contienda. La presencia de la flota cristiana y el desembarco de las tropas españolas condicionaron el abandono de la flota turca. Solimán fallecía tras conocer la amarga derrota. Su hijo y sucesor, Selim II, se propuso la conquista de la isla de Chipre y arrojar de ella a los venecianos. En septiembre de 1569 se produjo un incendio en el arsenal de Venecia quedando la flota veneciana muy afectada, por lo que en la primavera de 1571 la Armada turca, bajo el mando de Pialí Bajá, se dirigía a Chipre con un contingente de cincuenta mil soldados. En 1566 fue elegido pontífice romano Pío V, que se propuso desde el inicio de su pontificado constituir una Liga Santa contra el Islam, constituida por España, Venecia y la Santa Sede. Pío V, ante la amenaza turca a Chipre, veía peligrar su sueño de conquistar los Santos Lugares, envió al malagueño Luis de Torres para solicitar del monarca hispano la ayuda de la flota española. Felipe II dio orden a su flota de Italia que se reuniese en Sicilia, y a los virreyes de Nápoles y Sicilia que proporcionaran a los venecianos toda la ayuda necesaria en la defensa de la isla de Chipre. La flota española estaba bajo el mando del armador genovés Juan Andrea Doria, formando parte el general de las galeras de Nápoles, Álvaro de Bazán, y el de las de Sicilia, Juan de Cardona. Conjuntamente con la Armada veneciana, al mando del general Zanne, y de la flota pontificia, capitaneada por Marco Antonio Colonna, se dirigieron a Chipre, si bien cuando avistaron la isla, en julio de 1570, los turcos ya habían desembarcado y se habían apoderado de la capital Nicosia. El pontífice Pío V insistió en la formación de una Liga Santa y Felipe II se comprometió siempre que se proclamase una concesión de cruzada y que entrase en vigor el excusado, por el cual pasaban a las arcas reales los diezmos del primer contribuyente de cada parroquia. En su nombre concertaron la alianza en Roma el cardenal Granvela, el de Burgos y el embajador Juan de Zúñiga; y entre sus objetivos se incluía la conquista de Argel, Túnez y Trípoli. Al mando de las fuerzas de la Liga, por tierra y por mar, se encontraba Juan de Austria y como lugarteniente Marco Antonio Colonna. El 25 de mayo se firmaron las capitulaciones de la Liga Santa y en agosto se reunieron las flotas españolas, venecianas y pontificias en el puerto de Mesina. Juan de Austria pasó revista a los navíos y a los soldados, y dispuso su
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partida. La flota se dirigió al golfo de Lepanto donde se había refugiado la Armada turca. El 7 de octubre se avistaron las dos flotas y se inició la batalla naval. Juan de Austria derrotaba a los turcos: se hundieron ciento diez naves, se capturaron ciento treinta, y fueron miles los muertos y prisioneros. Ilustre cautivo fue Miguel de Cervantes, que sería rescatado por la Orden de la Trinidad. Juan de Austria regresó a Mesina, donde hizo su entrada solemne el 1 de noviembre. Las consecuencias políticas de la batalla de Lepanto fueron excelentes para la Monarquía española. Tras Lepanto, se establecen las zonas de dominio: desde el Mármara hasta Túnez, el mar será controlado por los turcos; desde Túnez hasta el Estrecho de Gibraltar, por los españoles. Aunque la única consecuencia seria que tuvo la victoria de Lepanto fue que los españoles superaron su sentimiento de inferioridad. En las jornadas de verano de 1573, Felipe II autorizó la expedición de Juan de Austria a la ciudad de Túnez. El 1 de octubre, dejando a Andrea Doria en Sicilia con cuarenta y ocho galeras, el hermanastro del rey puso rumbo a La Goleta. Cuando llegó, sacó de aquella fortaleza a los soldados veteranos dejando a otros tantos noveles y se dirigió hacia Túnez que le abrió las puertas, lo mismo que las de la Alcazaba. Una vez recuperada la ciudad tunecina dejó a una guarnición de ocho mil hombres y al frente a Muley Hamet, al que recomendó que gobernara con justicia. Para asegurar esta posición norteafricana ocupó Bizerta, dejando, asimismo, a un destacamento. Regresó a La Goleta dejando por gobernador de la fortaleza a Pedro Portocarrero y regresó con la flota a Nápoles. Sin embargo, a partir de 1580 se empieza a cuestionar si no era mejor abandonar África. 4. Los Austrias menores 4.1. Felipe III y el resurgir del corso marítimo
A la muerte del Rey Prudente, la política española en el Mediterráneo prosigue en la misma línea. Felipe III se creía obligado a defender el cristianismo frente al Islam, aunque prefirió pactar una tregua con los turcos. En 1601 se concentró en Génova una gran fuerza naval, aparentemente contra los turcos aunque su objetivo era Argel. Juan Andrea Doria zarpó de Trapani con rumbo a la costa norteafricana y llegó a poca distancia del puerto berberisco pero la expedición fracasó a causa de las inclemencias climatológicas. Desde entonces las confrontaciones se redujeron a concretas expediciones contra plazas y a atacar a los corsarios haciéndoles perder naves y rescatando cautivos.
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Un año después se envió una embajada compuesta por tres frailes a Persia para establecer una alianza con el sha contra los turcos que tendrían así que defenderse en dos frentes. En el año 1587 murió Eudlí Alí, el continuador de la política de Barbarroja y Dragut, por lo que el Mediterráneo se convirtió por unos años en un mar seguro, hasta que un giro en la política turca volvió a recrudecer la presencia del corso. La crisis del Gobierno turco, en el año 1589, alcanzó a todo el Islam mediterráneo ya que decidió abandonar el régimen de ayuda a los reyezuelos locales y sustituirlos por pachás. Este cambio fue aprovechado por los corsarios que recobraron libertad de acción en el mar, al tiempo que se preparaban revueltas antiturcas en las principales ciudades. Los reyezuelos de Berbería, enemistados con los turcos, esperaban que la intervención española se saldara con éxito, pues estaban dispuestos a colaborar con España para desalojar a los turcos de la costa africana. Uno de ellos, el rey Cuco, envió una embajada a la corte de Felipe III, en el año 1602, y como garantía a sus dos hijos a Valencia. Como consecuencia de este pacto se reunió en Cádiz una gran flota y en ella embarcaron Juan de Cardona y Pedro de Toledo. Mientras esperaban la señal para zarpar del puerto gaditano, desembarcó en Cartagena el corsario Amuratarráez y se llevó consigo a sesenta cristianos y un atractivo botín, continuando rumbo a Málaga. Allí quería sorprender al obispo Tomás de Borja en su finca de recreo y llevárselo cautivo. Sin embargo, el prelado tuvo noticias de la presencia corsa en la costa malagueña y permaneció en la ciudad, frustrando el intento del corsario. De la Armada fondeada en Cádiz, los navíos al mando de Juan de Cardona se dirigieron a Cartagena donde se les uniría la ayuda ofrecida por el rey Cuco. Esta dilación permitió a los turcos a reforzar las defensas de Argel y la guarnición de Bujía, por lo que Pedro de Toledo desistió en su ataque a las plazas norteafricanas. Estas indecisiones envalentonaron a los corsarios que llegaron al Estrecho de Gibraltar, donde fueron rechazados por Pedro de Toledo, marqués de Villafranca. No obstante el rey Cuco volvió a enviar al año siguiente, de 1603, una embajada a Aranjuez, quejándose de la inoperancia española. Más eficaz fue la acción militar de 1609 y 1610 en los que tuvo lugar la expulsión de los moriscos. Luis Fajardo, en 1609, al mando de doce navíos sorprendió a un grupo de naves turcas, holandesas e inglesas. Un año después, en 1610, se ocupó el puerto de Larache, cedido a España por el sultán de Fez Muley Xeque a cambio de cierta ayuda. A fin de reforzar su sistema defensivo, Felipe III mandó fortificar Larache, en 1611, con los productos de los bienes de los moriscos expul-
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sados de Andalucía. Se hicieron reformas en el puerto, ya que desde él se podían mantener controlados los piratas del océano y los corsarios del Mediterráneo, aunque estos trasladaron su base de operaciones al eje Rabat-Salé (Bunes Ibarra y García Arenal: 1992, 134). Sin embargo, las tribus del entorno comenzaron a hostigar a los españoles por lo que Pedro de Toledo cegó el río. A su regreso a Cádiz se enfrentó a tres navíos corsarios, ingleses y turcos, apresando a dos y hundiendo al otro. A su vez Rodrigo de Silva capturó cinco galeones holandeses a sueldo de Muley Cidaine en las costas norteafricanas capturando la nave almirante e incendiando las demás. En la nave apresada se encontró la biblioteca de Muley Cidán, hermano de Muley Xeque, que fue confiscada y enviada a El Escorial. En 1612, Antonio Pimentel se adentró de noche en el puerto de Túnez, quemó naves, incendió las atarazanas de Biserta y cautivó quinientos turcos. Al año siguiente, 1613, el almirante Santurce, al frente de la escuadra de Vizcaya, cayó sobre el río Tagarte, junto a Tetuán, y se apoderó de unos navíos y de su tripulación. Poco después, por mandado del virrey de Nápoles, salió de Palermo Octavio de Aragón, con ocho galeras y ochocientos soldados contra Chicherí, en la costa de Argel, causando también grandes daños. En 1614, Hernando Bermúdez y Martín de Garay cautivaron trescientos turcos con la Capitana de Alejandría y Damieta, libertando cuatrocientos cristianos. En agosto de 1614 se reunió en Cádiz una flota de noventa bajeles y seis mil quinientos hombres que se dirigieron hacia la Mámora, en cuyo puerto se encontraban tres navíos holandeses y quince naves corsarias. Luis Fajardo dispuso el desembarco de dos mil hombres que se dispusieron a atacar el fuerte de la Mámora por la espalda mientras el resto de las fuerzas atacaron por el puerto conquistando esta posición. El duque de Osuna envió al teniente general de Sicilia, Diego Pimentel, para que averiguase la situación de la Armada turca. Pimentel logró capturar dos galeras turcas con trescientos hombres que quedaron cautivos. Asimismo, quedaron en libertad cuatrocientos cristianos, casi todos remeros forzosos. Dos años después, en 1616, el virrey de Nápoles envió al capitán Francisco de Ribera con cinco galeones para atacar a los turcos, topándose con su Armada en el cabo Celidonia. Ribera no dudó en iniciar la contienda a pesar de la supremacía de la Armada turca compuesta por cincuenta y cinco galeras y tras tres días de intercambio de fuego la flota enemiga se retiró. Igual suerte corrió, en 1617, Diego de Vivero y, en 1619, el almirante vizcaíno Miguel de Vidazábal que apresó en Gibraltar a dieciocho galeras que habían atacado las Islas Canarias.
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Para prevenir los estragos del litoral mediterráneo, Felipe III mandó que se construyesen desde Granada a Portugal cuarenta y cuatro atalayas que se comunicaban entre sí con vigías permanentes. Con estas torres vigía y con la posesión de Orán, Mazalquivr, Melilla, Alhucemas, el Peñón de Vélez, Ceuta, Tánger, Larache, la Mámora y Mazagán se formó una línea defensiva de las costas con puestos avanzados en el continente africano. También consideró el monarca que era importante la instrucción de la milicia para que, llegado el momento, todos supiesen cumplir con su misión rápida y eficazmente, lo cual redundaría en beneficio de la ciudad atacada. El alarde o rebato comenzaba con la formación de la tropa. Al toque de trompeta acudía la caballería mientras que la infantería respondía a la llamada del tambor. Juntos, bajo el mando del corregidor o del alférez, salían hacia el lugar donde se había avistado al enemigo. Terminado con este, se volvía al lugar de base desde donde se disolvían. Felipe III, en 1615, reglamenta la forma y competencia de salir al rebato, ratificada por Felipe IV en 1630. 4.2. Felipe IV
A la subida al trono de Felipe IV, el corso no era ya el arma de estados poderosos, sino más bien el negocio de algunos particulares que seguían saqueando las costas. Si bien, las naves españolas les asestaban duros golpes, como los infligidos por la Armada de Nápoles. En una de esas confrontaciones falleció el almirante, conde de Benavente, pero su sucesor Francisco Manrique apresó todas las galeras enemigas, al mismo tiempo que García de Toledo apresaba, cerca de Arcila, otros cuatro navíos musulmanes. Los corsarios berberiscos con el auxilio de los holandeses intentaron reconquistar la Mámora, pero su gobernador, Cristóbal Lechuga, resistió hasta la llegada de la Armada española. A pesar del fracaso, volvieron a intentarlo en el año 1625 hasta que, transcurriendo tres años el general de los galeones de tierra firme, Tomás de Ráspuru, consiguió levantar el cerco. Sin embargo, la plaza más preciada para los africanos era Orán. En 1621 el duque de Maqueda hizo una salida con seiscientos hombres consiguiendo un gran botín y la captura de muchos musulmanes. Como consecuencia de estas incursiones españolas, unos morabitos predicaron la guerra santa y se prepararon para atacar Orán aunque sin éxito. Fue en 1629, bajo el gobierno del vizconde de Santa Clara, cuando Orán corrió mayor peligro por la debilidad de este. Cuando en 1632, Anadux-ben-Egeli intenta nuevamente la conquista de la plaza, Antonio de Zúñiga de la Cueva, marqués de Flo-
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res Dávila, pudo repeler la ofensiva. En diciembre de ese mismo año Ben Egeli murió en otro intento de conquistar la posición española norteafricana. A partir de entonces los gobernadores de Orán impusieron respeto e implantaron sus propias leyes. El 1 de diciembre de 1640, se separa Portugal de España. Tánger, Ceuta y Mazapán se encontraban en manos de generales portugueses. Los de Tánger y Mazapán se inclinaron por permanecer bajo la tutela portuguesa, mientras que Ceuta prefirió la española. De nuevo en el año 1643 es atacada Orán. La tropa mora, junto con cincuenta naves francesas y portuguesas, cercan por mar y tierra el enclave español. Su gobernador Álvaro de Bazán solicitó urgentemente auxilio que llegó de la mano del duque de Tursis al mando de veinticinco galeras que dispersaron a los enemigos. Un nuevo intento de apoderarse de esta fortaleza tuvo lugar en el año 1655, pero fue infructuoso. Sin embargo, tan crítica se hallaba entonces nuestra Monarquía y tales eran los apuros del erario que las posesiones de África, faltas de víveres, se sustentaban muchas veces solo por la energía de los gobernadores. A pesar de la decadencia de España, aún miraban los extranjeros con envidia los restos de su dominación universal: Inglaterra se apropió de Tánger, que era parte de la dote de la princesa portuguesa Catalina, casada con el monarca inglés, Carlos II. Los franceses, en 1664, ponen sus ojos en el litoral argelino. 4.3. Carlos II y la defensa de las plazas españolas
Cuando sube al trono Carlos II ya se había perdido Portugal, Mazagán y Tánger. Durante este nuevo reinado seguirán los quebrantos. La difícil situación interna en España y el encumbramiento en los reinos de Fez y Marruecos de los príncipes Fidelis favorecerán nuevas pérdidas de plazas africanas. En 1666, Sidy Gaylán marchó contra la plaza de Larache. Por fortuna un cautivo que había presenciado el llamamiento a la guerra pudo escapar y en la noche del 24 de febrero llegó a Larache y avisó a su gobernador. Asimismo, en ese mismo año de 1666, la dinastía alauita alcanzaba el poder desplazando a la estirpe de los saudíes, lo que alertó la convivencia fronteriza entre las cabilas rifeñas y la plaza-presidio de Melilla (Reder Gadow: 1995, 163). El sultán de Marruecos, Muley Ismail, inició una nueva estrategia militar al intentar la conquista de las fortalezas españolas y así obligar a las guarniciones a regresar a la Península. Muley Ismail atacó y puso sitio a la Mámora, Larache y Arcila. La Mámora sucumbió en el año
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1681 por lo que el monarca Carlos II se percató del peligro que corrían las otras posesiones españolas en el norte de África (Cánovas del Castillo: 1991, 162). Para evitarlo ordenó al duque de Villahermosa, capitán general del Ejército, el rápido envío de refuerzos a la ciudad de Larache, amenazada por el férreo cerco a que la tenían sometida los ejércitos islámicos. Las órdenes del monarca fueron tajantes y traslucen un serio temor de que Larache y Melilla sucumbieran ante la presión alauita si no llegaban los refuerzos precisos y en el mínimo tiempo. Y así lo refleja su carta orden al duque de Villahermosa: “A fin de que se gane no sólo las horas, pero los instantes, por lo que urge la necesidad de socorrer a esta plaza”. Y añade: “que no se puede perder de vista el gran poder que tienen hoy los moros sobre estas plazas y la de Melilla de lo que se podría seguir pésimas consecuencias si se llegasen a perder. Las órdenes reales eran concretas: que se embarquen en Cartagena las tropas de Infantería de la Armada en las cuatro galeras mejor equipadas con armamento de las escuadras de Nápoles y Génova bajo las órdenes del maestre de campo Pedro Fernández Navarrete. Una vez embarcados los efectivos, debían dirigirse al puerto de Málaga para completar la dotación con soldados del Tercio de la Costa, por estar estos mejor preparados que los de la ciudad de Granada. Los otros navíos de las escuadras saldrían en cuanto estuviesen equipadas, rumbo a Larache. Para el alimento de las tropas, durante la travesía y los primeros días de combate, se hizo una provisión de sesenta mil raciones. Sin embargo, a pesar de estos refuerzos, Larache sucumbió al asedio jerifiano en ese mismo año 1689 y Arcila en 1691. Los próximos objetivos militares de Muley Ismail eran abatir las plazas de Melilla, el Peñón de Alhucemas y el de Vélez de la Gomera; desalojar a los defensores y expulsar al invasor de sus costas. Los ejércitos del sultán de Marruecos rodearon y sitiaron la fortaleza de Melilla empleando la estrategia militar del desgaste en dos frentes distintos: atacaban las líneas defensivas exteriores de la ciudad y, al mismo tiempo, excavaban galerías para alcanzar la base de las murallas e intentar socavar sus cimientos para penetrar así en el interior del recinto militar. Las tropas musulmanas reforzaron el cerco y asedio a la plaza militar, conquistando los fuertes exteriores de San Lorenzo, el de Santiago, el de San Francisco, el de Santo Tomás de la Cantera y San Marcos de la Alborrada (Bravo Nieto: 1991). Y a punto estuvieron de penetrar en el recinto urbano. Abatida la primera línea defensiva, las tropas del sultán se encontraron frente a los muros defensivos. Por suerte para la ciudadela de Melilla, los medios técnicos con los que contaba el ejército de Muley Ismail eran precarios, pues carecían de piezas de artillería pesa-
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da que abatieran los lienzos de la muralla y abrieran brechas para penetrar en su interior. Los artilleros que integraban los cuerpos asaltantes tuvieron que emplear el único medio posible para doblegar a una ciudad sólidamente fortificada: la guerra de minas. Por tanto, la contienda se libraba bajo la superficie del campo de batalla, transformándose en una confrontación subterránea. La táctica a desarrollar era la siguiente: los minadores excavaban galerías bajo tierra hasta llegar a la base de las murallas que pretendían abatir. Cuando calculaban estar próximos a su objetivo colocaban una carga de pólvora que hacían explosionar. La voladura provocaba el derrumbe de los lienzos de las murallas abriendo brechas por las cuales podrían acceder al interior de la ciudadela. Las primeras minas militares alauitas aparecen en el sitio de Melilla en torno al año 1678 al iniciar los ingenieros del ejército jerifiano las excavaciones de ramales hacia las murallas protectoras de la ciudad con intención de abatirlas. Curiosamente, en el año 1694, tras el cruento ataque musulmán, reencontraron los cuerpos de artilleros o minadores franceses en el campo de batalla. Es decir, estos mercenarios extranjeros colaboraron activamente en el asalto del presidio español norteafricano ante la incapacidad e impericia de los artilleros del sultán. Ante esta amenaza continua, los sitiados no permanecían inactivos sino que, a su vez, perforaban contraminas en cuyo extremo construían pequeñas cámaras desde las que practicaban “las escuchas”, es decir, estaban en alerta permanente en el interior de la mina para detectar cualquier ruido procedente de una galería enemiga, calculando la distancia y el nivel en el que se encontraba. Precisamente, para hacer más efectiva la defensa, Melilla contaba, desde el año 1695, con una red de comunicaciones subterráneas que conectaban con el exterior de la Alafia y con otros ramales que rodeaban la contraescarpa del foso del Carnero. De esta mina salían galerías estableciendo una red de cámaras o escuchas que salvaguardaban eficazmente la fortaleza de cualquier incursión bajo tierra. Como se ha indicado, la estrategia militar del ejército musulmán atacante se completaba además con intentos de aproximación sobre el terreno, sobre la superficie, por medio de la construcción de trincheras o parapetos llamados “ataques”, ocultos tras un espeso follaje de cañas que les permitían avanzar posiciones. A comienzos del siglo XVIII el fuerte de San Miguel se encontraba rodeado de varios ataques o parapetos desde los cuales los enemigos hostigaban incansablemente a la guarnición (Mir Berlanga: 1995, 82). Ante esta ofensiva ininterrumpida, los oficiales del ejército de Melilla ordenaron fortificar los puntos más vulnerables del primer recinto de la plaza. Precisamente el alférez de Caballería, Felipe Martín de Paredes, di-
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rigió las obras de ingeniería más notables, como la del Caballero de la Concepción con su batería de cañones levantada sobre un terraplén, en la parte más alta del primer recinto de la muralla, en 1696. En años sucesivos se construyó además una mina real, se elevó el hornabeque y se fortificó el fuerte de San Antonio de la Marina, para proteger a los barcos que fondeaban en la ensenada. También se acometió la construcción del fuerte de Santiago, extramuros de la ciudad, por encima de las trincheras enemigas. Todos estos elementos defensivos contribuyeron a reforzar con eficacia las débiles murallas de la ciudadela. En 1699 el artillero Alfonso Díez de Anes realizó el proyecto de la construcción de un baluarte sobre el fuerte de San José, protegiendo las murallas de la Alafia. Precisamente allí, en la Alafia, fue herido de muerte el capitán de Infantería Sebastián Viñals mientras comprobaba el estado de las murallas y de las cañoneras de las baterías de San Bernabé. Asimismo, murieron numerosos soldados desterrados llevando a cabo tareas de fortificación en el campo, al descubierto. No cesaban los moros en su empeño de apoderarse de los presidios. El 15 de junio de 1674 se emboscó delante de Ceuta Aly Muley Cid con diez mil hombres, que fueron rechazados. En Orán, a la falta de víveres se une el ataque de una epidemia. En 1677, los argelinos quieren aprovechar la ocasión, pero el gobernador decide asaltar a los sitiadores. El 15 de noviembre hace una salida y vuelven con cautivos y trigo que los ayudó a sobrellevar la miseria que sufrían, hasta que recibieron víveres enviados desde Málaga por el obispo Enríquez, el marqués de la Laguna, capitán general de las galeras del océano, y el cardenal Aragón, arzobispo de Toledo. También el Peñón de la Gomera se hallaba en apuros por falta de comida. Y en Ceuta el obispo Juan Porras tuvo que vender hasta los muebles para alimentar a los pobladores. De nuevo, en 1669, el virrey de Argel cercó la plaza de Orán pero sin causa aparente levantó el sitio, lo cual se atribuyó a un milagro, “porque Dios lo quiso a súplica del venerable Cardenal Arzobispo de Toledo, don fray Francisco Jiménez de Cisneros, su conquistador y conservador” (Galindo y Vera: 1993, 267). Ahora bien, todavía se lleva a cabo alguna conquista. En 1673, el general de Andalucía, príncipe de Monte-Sacro, se apodera del Peñón de Alhucemas. A partir de 1680 el corso va reduciéndose debido a los sistemas de vigilancia costera y al mayor porte de los navíos mercantes, y de guerra, que dificultaban las acciones corsarias. En algunas ocasiones, el comercio entre la Monarquía hispana y los países musulmanes quedó totalmente prohibido. Así ocurrió en 1699, cuando el capitán general de Cataluña promul-
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gó un edicto por el que se prohibía la transacción comercial de mercancías procedentes de Morea y Turquía, pena de su confiscación. La causa era la saca ilegal de monedas, caballos, armas y manufacturas de guerra (Martín Corrales: 2001). 5. La instauración de los Borbones: Felipe V y Fernando VI 5.1. Felipe V. La política norteafricana en el cambio dinástico (1700-1715)
Los historiadores destacan que el testamento del último monarca habsburgués, Carlos II, al designar al duque de Anjou, nieto del rey de Francia, Luis XIV, como heredero al trono español, desencadenaría inevitablemente un enfrentamiento bélico entre las potencias europeas. En cambio, los españoles recibieron con esperanza al nuevo monarca Borbón, puesto que su afianzamiento en el trono entrañaría la conservación de la integridad territorial de la Monarquía y la recuperación del prestigio perdido. Así lo manifestaron públicamente los madrileños al entrar el duque de Anjou como Felipe V en Madrid, el día 14 de abril de 1701, y también cuando las Cortes recibían su juramento de fidelidad y lealtad a la Corona española, el 8 de mayo, en la iglesia de San Jerónimo el Real. Mantener la integridad de los territorios de la Monarquía hispana constituyó un reto para el joven rey, en el que puso todo su empeño. En la coyuntura histórica de la Guerra de Sucesión al trono español, las plazas norteafricanas como Orán, Melilla, Ceuta, Vélez de la Gomera y Mazalquivir tuvieron una relevante incidencia en los planteamientos estratégicos de la defensa de Andalucía, si bien, como indica el marqués de San Felipe, la lejanía hizo despreciar, e incluso silenciar, la contribución de estas ciudadelas al triunfo borbónico (Bacallar y Sanna: 1998, 154). A pesar de la dureza de sus asedios, de la falta de víveres y municiones, de la pérdida continua de efectivos militares y de las difíciles condiciones de vida en las guarniciones, en las que convivían soldados pertenecientes a las compañías del ejército regular y a las compañías fijas de la plaza, integradas por desterrados, plazas como la de Melilla resistieron heroicamente al embate enemigo. En el año 1700, fecha en la que muere el rey Carlos II y es designado el duque de Anjou como sucesor al trono español, se recrudecieron los ataques alauitas causando sesentainueve bajas entre los defensores. La situación era tan crítica que los mandos de la guarnición decidieron llevar a cabo una salida nocturna con el objetivo de sorprender al enemigo y destruir el ataque Alto, junto al fuerte de la Cantera, que impedía continuar los trabajos de fortificación, causando numerosas víctimas por su estraté-
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gica situación (Rodríguez Puget: 1992). En esta escaramuza cayeron en acción militar el capitán de Infantería Diego de Cosío y los cabos de escuadras de la Compañía de Juan de Salas, Francisco Pascual y Francisco Martínez. Muley Isamail o Ismael ben Cherif ben Alí, sultán de Marruecos, sitió simultáneamente las plazas de Melilla y Ceuta buscando la ayuda exterior para ahogar a los defensores ceutíes por medio de alianzas con los ingleses establecidos en Gibraltar desde el año 1704 (Correa de Franca: 1999, 266). Durante los renovados intentos de los ejércitos de Felipe V por recuperar la plaza de Gibraltar, los marroquíes abastecieron de víveres y socorros a los ingleses a cambio de su apoyo contra las fortalezas españolas situadas en el norte de África (Gómez Molleda: 1953). El triunfo incierto de la escuadra francesa sobre la anglo-holandesa en la batalla naval de Málaga despejó momentáneamente el peligro para las guarniciones españolas (Montoro Fernández: 2010). Pero el sultán de Marruecos no cesaba en su empeño de eliminar los presidios-ciudadelas españolas y solicitó la ayuda de los sultanes de Túnez y Argel para que sitiaran Orán como una maniobra de distracción encaminada a obligar a las fuerzas militares españolas a acudir a dos frentes diferentes: a recuperar Gibraltar y socorrer a la guarnición de Orán. La estratagema dio resultado y la plaza norteafricana sucumbió ante el asedio por falta de los refuerzos de hombres, municiones y víveres que esperaban desde Alicante. Estos auxilios nunca llegaron porque el cuatralbo de las galeras de España, Luis Manuel Fernández de Córdoba, conde de Santa Cruz, en vez de cumplir su misión y hacerse a la mar con las municiones, los víveres y el numerario de las pagas, abrazó la causa austracista y aclamó en Altea su lealtad al archiduque Carlos. Los capitanes Francisco Grimau, Manuel de Fermosella y el veedor Manuel de Grimau, hijo del anterior, nada pudieron hacer por auxiliar a la guarnición de Orán ya que fueron reducidos a prisión. El gobernador de Orán, el marqués de Villacañas, huyó; por lo cual la población y la guarnición de esta plaza norteafricana fueron reducidas a cautividad y trasladadas a Argel, esperando el rescate por sus personas (Torreblanca Roldán: 1998, 39). La Guerra de Sucesión española representó para Melilla un momento de transición, deteniéndose todas las posibles reformas fundamentales de las murallas de la ciudad. Sin embargo, tras la firma de la paz de Utrecht, se consolidó Felipe V como rey de España y se impuso una seria renovación del cuerpo de ingenieros militares que marcaron su impronta en las defensas de la ciudadela de Melilla, despejando definitivamente el temor a
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nuevas incursiones de sus vecinos, súbditos del sultán de Marruecos (Bravo Nieto: 1991). El enfrentamiento bélico también tuvo su vertiente marítima (Morales: 1995). Las fuerzas navales de la plaza sufrieron importantes pérdidas pereciendo el patrón de la saetía, el contramaestre del bergantín y un soldado de la guarnición ordinaria al ir a recoger la leña por los alrededores del presidio (Mir Berlanga: 1983). Ante el férreo cerco al que se vio sometida la plaza fuerte de Melilla por el ejército jerifiano, el gobernador Domingo de la Canal y Soldevilla pidió refuerzos urgentes al monarca Felipe V, quien no dudó en enviar una guarnición de refuerzo: al Tercio de Cataluña con su maestre de campo, Blas de Trinchería, al frente (Estrada: 1991). En efecto, el cerco islámico se iba intensificando y las tropas defensoras sucumbían ante el fuego ininterrumpido del enemigo. El pagador de la plaza, Miguel de Pérez, perdió su vida junto con otros sesentaiún soldados de Melilla. En esta precaria situación se encontraban los ejércitos españoles cuando, a finales del año 1702, desembarcó el Tercio de Infantería de catalanes, a las órdenes de Blas de Trinchería. La presencia de las tropas de refuerzo imprimió un cambio radical en la estrategia militar obteniendo señaladas victorias, a pesar de las noventaidós bajas que se contabilizaron en ese año. En mayo de 1703, Blas de Trinchería dispuso una ofensiva total al frente de mil ochocientos efectivos militares para eliminar de una vez por todas las trincheras y rechazar a las tropas alauitas. El ataque coordinado al mando de los capitanes Martín de Sagrera, José Ferriol, José de Salas y José de Paredes fue un rotundo éxito, derrotando al enemigo y eliminando los ataques de la Huerta Grande, de las Alcantarillas, de los Coralillos y el del Alto, puntos estratégicos esenciales desde los que se amenazaba peligrosamente la capacidad de resistencia de los defensores melillenses (Mir Berlanga: 1990, 78-82). Esta ofensiva obligó a las tropas musulmanas adversarias a la dispersión. Sobre el campo de batalla se contabilizaron más de doscientos cuerpos inertes de combatientes alauitas. Esta victoria tuvo su vertiente polémica al cometerse excesos, fruto de la tensión emocional vivida, por la que algunos soldados islámicos fueron degollados y un soldado catalán llevó consigo, como botín de guerra, la cabeza del dirigente adversario Selím Ben Alí al interior de la fortaleza. En comparación, las pérdidas españolas fueron mínimas. Solo se contabilizaron los fallecimientos del alférez José de Mata y de un soldado raso. A partir de esa fecha del 24 de mayo de 1703, los musulmanes tuvieron que retrasar sus líneas de ataque, con el consiguiente restablecimiento de la
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normalidad en la plaza-presidio de Melilla. Un triunfo naval se sumó a la gran victoria al capturar los capitanes Bartolomé de Medellín y Jaime Tenas una embarcación, tipo pasacaballos turco, que se dirigía a Argel procedente de Tetuán. La tripulación fue reducida a esclavitud y la carga confiscada como botín de guerra. Entre la mercancía destacaban cuatro cañones de artillería destinados a la defensa de Casaza. Estos triunfos tuvieron una importancia capital, si bien no fueron decisivos para que las tropas de Muley Ismail abandonasen definitivamente su objetivo principal: la conquista de la plaza de Melilla y la expulsión de la guarnición española y de la población cristiana. El 3 de abril de 1708 cayó en poder de los argelinos la plaza de Orán. La deserción del conde de Santa Cruz, Luis Manuel Fernández de Córdoba, poniendo su escuadra de socorro al servicio del archiduque Carlos y la huida de su gobernador, el marqués de Villacañas, contribuyeron a la pérdida de esta importante estratégica ciudad en el norte de África. La población fue reducida a cautividad y conducida a Argel, reclamando un substancioso botín por su libertad (Torreblanca Roldán: 1990, 311-319). Mazalquivir también sucumbió al ataque musulmán, pese a la brava resistencia de Baltasar de Villalta, su autoridad militar. Estos consecutivos triunfos militares sobre enclaves españoles envalentonaron a Muley Ismail que de nuevo fue estrechando el cerco sobre la ciudadela de Melilla, esperando su caída definitivamente. Esta presión contribuyó a que el número de víctimas españolas que sucumbieron a los ataques alauitas ascendiera notablemente. No es de extrañar, que al igual que en otras ciudades de la Corona española partidarias de la causa borbónica, se festejara por todo lo alto en Melilla el triunfo obtenido por el ejército real a las órdenes del general Vendôme en la batalla de Villaviciosa, del 10 de diciembre de 1710. El desenlace de esta derrota aliada fue decisivo para el desarrollo de la guerra peninsular e indudablemente tendría repercusiones en la ciudadela norteafricana. Sin embargo, en plena celebración popular fue alcanzado de un balazo, o calibo moro, el soldado desterrado Francisco de Ávila, empañando la alegría de los presentes (Reder Gadow: 1998, 367-394). Otro incidente digno de reseñar es el que perpetraron unos simpatizantes de la causa del archiduque Carlos entre la guarnición militar de Melilla. Algunos soldados valencianos, integrantes del Tercio catalán, prepararon una fuga para huir en el barco del capitán Andrés Díaz y regresar a Valencia. Descubierta la conjura e intento de deserción, los implicados fueron confinados a la construcción de los fuertes exteriores. Los últimos vaivenes de la Guerra de Sucesión se hicieron patentes en Melilla. Fueron tiempos difíci-
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les, momentos inciertos, en que Luis XIV estuvo a punto de abandonar a su nieto Felipe V a su suerte reclamando los ejércitos franceses. Los alimentos en los presidios norteafricanos escaseaban, las municiones y pertrechos de guerra, igualmente. Entre los años 1711 a 1714 gobernó esta plaza Jerónimo Ungo de Velasco (Reder Gadow: 1995, 241-308), del que Mir Berlanga destaca su gran coraje militar, porque a pesar de las condiciones adversas a las que tuvo que enfrentarse, como falta de armamento, de víveres y numerario para abonar las pagas a las tropas, no dudó en ordenar la destrucción de los ataques o parapetos que rodeaban la ciudad, desde los cuales las fuerzas enemigas hostigaban a los defensores con sus continuas escaramuzas (Mir Berlanga: 1990, 78). En ese alarde de valor y coraje, el gobernador militar Ungo de Velasco conquistó junto con sus hombres las posiciones estratégicas enemigas: el ataque Seco por el alférez Julián Antonio; el ataque de la Albarrada por Jacinto del Campo; José de Villajuana, el ataque de los Blancos; mientras que los capitanes Juan Díaz de Paredes y Pedro López Curiel eliminaban el ataque de Mangas. En una salida nocturna simultánea para despejar la zona de los huertos, murió el sargento Francisco Díaz de la Mota al ser confundido por los combatientes españoles con un enemigo, pues iba camuflado “vestido a la usanza mora”. También por estos días se capturó una goleta turca de treinta remeros, quedando estos reducidos a la esclavitud. Estas contraofensivas sorprendieron a las tropas sitiadoras. En cambio, la moral de la guarnición, agotada por la vigilancia permanente y la falta de refuerzos por la Corona, se elevó hasta cotas impensables. No es de extrañar que el 4 de agosto de 1711 el gobernador Ungo de Velasco elevara un escrito al monarca reprochándole el lamentable estado de abandono en que se encontraba la plaza de Melilla, clave para la defensa del Mediterráneo (Reder Gadow: 1993, 167-223). Tras un periodo de triunfos de las guarniciones melillenses y del repliegue del ejército jerifiano, de nuevo se recrudeció la lucha, perdiendo la guarnición de Melilla la zona de los huertos y el ataque Alto. El cambio de gobierno militar, con la llegada del sucesor de Ungo de Velasco, Patricio Gómez de la Hoz, contribuyó a que se reanudaran las confrontaciones bélicas. En el año 1715 Melilla sufrió uno de los asedios más férreos del reinado de Felipe V. Los soldados negros de Muley Ismail, que acudieron a reforzar las tropas de asedio, consiguieron apoderarse de nuevo de los fuertes exteriores, degollando a sus defensores, si bien fracasaron al intentar entrar en la ciudadela fuertemente pertrechada y defendida por el mariscal de campo e ingeniero francés Sansom des Allois, que sustituyó al gobernador fallecido. Este ingeniero plasmó minuciosamente el asedio sobre varios planos de Me-
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lilla, estudiando los posibles movimientos enemigos y reforzando los enclaves más débiles de sus posiciones defensivas. De nuevo, hubo de hacer frente a una guerra de minas para defender el fuerte de San Miguel, a pesar de que el ejército marroquí contaba ya con algunas piezas de artillería. Sin embargo, la tenaz defensa de la guarnición causó el desaliento total de las tropas sitiadoras que, derrotadas militar y moralmente, abandonaron definitivamente el cerco a Melilla. La muerte posterior del sultán Muley Ismail representó un alivio para la población y sus defensores tras sesenta años de amenaza ininterrumpida. Desde la óptica militar el comportamiento heroico de los defensores de Melilla fue recompensado con ascensos en el escalafón del ejército, con el respeto de los sultanatos vecinos y con el reconocimiento histórico por convertirse en pieza esencial y clave de la defensa mediterránea. En 1732, Felipe V se decide a reconquistar Orán y Mazalquivir. Si bien hubo un proyecto conjunto con Francia para liberar Orán, se pospone alegando: “¿Se puede soñar con África cuando Europa entera tiene los ojos fijos sobre lo que ocurre en Alemania, donde el emperador prepara la elección del Rey de Romanos?” (Bethencourt Massieu: 1998, 142). No obstante, el 6 de junio, nombró general de la empresa al conde de Montemar; y el 15, la Armada partía desde Alicante con veintidós mil hombres y quinientas naves a las órdenes del teniente general Francisco Cornejo. La noticia de la reconquista de Orán llegaba a España el 8 de julio con el consiguiente júbilo popular y la concesión, posterior, del collar del Toisón. El conde de Montemar dejó en Orán y Mazalquivir a dieciséis batallones con ocho mil hombres y un regimiento de caballería bajo el gobierno del marqués de Santa Cruz de Marcenado. El ministro Patiño impulsó el desarrollo de la Marina equiparándola a la del resto de Europa y conteniendo el corso marítimo en el Mediterráneo. 5.2. Fernando VI
Durante el reinado de Fernando VI se llevó a la práctica una eficaz tarea de reorganización de la Marina impulsada por el marqués de la Ensenada creando y fortaleciendo los arsenales del Ferrol y Cartagena. Alhucemas, sitiada por los moros, se encontró en trance de rendirse; pero, socorrida a tiempo, se libró de caer bajo el yugo de los marroquíes, que hicieron también un desembarque en las Canarias, donde fueron derrotados. En las postrimerías de su reinado, en 1758, los berberiscos recorrieron las costas españolas; saliendo en su defensa Isidoro del Postigo asaltando un navío y capturando una fragata. Sin embargo, una tempestad obligó a la escuadra a guarecerse en el puerto.
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6. El giro político norteafricano de Carlos III
Cuando Carlos III arribó del reino de Nápoles a Madrid determinó finalizar con la piratería, aunque por entonces las hazañas del intrépido Barceló eran tantas que al mencionar su nombre huían los corsarios y el litoral se encontraba tranquilo. Durante el reinado carolino la política de la Monarquía española descubrió la posibilidad de restaurar la paz con Marruecos y se buscó la reanudación de las relaciones con los países musulmanes, interrumpidas desde el reinado de Carlos V. Los objetivos políticos que se perseguían eran dobles; por un lado, garantizar la tranquilidad del tráfico por el Mediterráneo, y por otro conseguir la seguridad de las costas españolas. Si se lograban estos propósitos, se podía restablecer el antiguo comercio con el norte de África. El conde de Aranda pretendía reanudar el comercio con los musulmanes equiparándolos a los ingleses o portugueses, independientemente de su religión. El sultán de Marruecos, Sidi Mohamed, ascendió al trono, en 1757, a los treintaiséis años y trató de compensar la influencia comercial y política inglesa buscando una aproximación a las potencias borbónicas. En 1765, el sultán marroquí negoció una paz sólida con España a través del gobernador de Ceuta, Diego Osorio, y envió a Madrid como emisario a fray José Boltas. Carlos III aceptó este ofrecimiento de paz y consignó a Marruecos, como agente oficioso, a otro franciscano conocedor del país, fray Bartolomé Girón de la Concepción. Un año después, el sultán encargó a el Gazel, que llegó a Madrid el 11 de julio, para que continuara las negociaciones. A su vez, el monarca español nombró como embajador al marino Jorge Juan que consiguió firmar el primer tratado de paz y comercio hispano-marroquí, el 28 de mayo de 1767. En este tratado se establece el principio de navegación libre, que delineaba una zona neutral en el Estrecho. España obtenía privilegios de pesca en aguas magrebíes, al tiempo que se creaba una comisión mixta para resolver conflictos fronterizos que pudiesen surgir en los puntos fortificados y plazas de la soberanía española en la costa norteafricana. Asimismo, Marruecos se comprometía a mediar en un acuerdo de cooperación y comercio entre España y las regencias de Argel y Trípoli, nominalmente dependientes del turco. A pesar de este tratado de paz continuaron los incidentes y las tensiones por la falta de control que tenía el sultán sobre el puerto de Sale, desde donde se realizaban actos de piratería contra embarcaciones españolas. El Consejo de Guerra marroquí instigado por Inglaterra y Argelia tomó la
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determinación de dirigir sus tropas contra las plazas de Melilla y Vélez de la Gomera, presidios mal defendidos y con carencias de abastecimientos, ya que el puerto de melillense solo era utilizable cuando no soplaba el viento de Levante. En 1774 el rey de Marruecos escribió una carta a Carlos III y después publicó un manifiesto en que trataba de demostrar que la paz se había limitado a la marítima y que no estaba dispuesto a tolerar establecimientos cristianos en las costas norteafricanas. Así que de acuerdo con los argelinos atacarían las plazas españolas. Al no cesar los ataques reivindicativos marroquíes contra los enclaves de soberanía españoles el monarca hispano contestó el 23 de octubre de 1774 con una declaración de guerra. En el mes de diciembre se presentó a la vista de la plaza de Melilla el ejército de Sidi Mohamed exigiendo la redención del presidio, a lo que se negaron el gobernador, Juan Sherlock, y el mariscal de campo, Bernardo O’Connor. La tropa marroquí consiguió destruir diversos edificios, pero no logró dañar las fortificaciones ni penetrar en ninguno de los cuatro recintos de la ciudad. El ejército sitiador permaneció hasta el mes de marzo de 1775 y, en ese mismo año, se preparó una expedición a Argel bajo el mando de O’Reily, que no alcanza su objetivo. Además las naves españolas procedieron a bloquear las costas alauitas, con lo que el comercio del reino de Marruecos se resintió notablemente. Asimismo, en el año 1779, España declaraba la guerra al Reino Unido y los ejércitos españoles concentraron sus esfuerzos en recuperar el Peñón de Gibraltar. Ante esta situación conflictiva Carlos III trató de mejorar sus relaciones con Marruecos. El ministro Floridablanca consiguió un triunfo diplomático al lograr la neutralidad del sultán. En 1780, una embajada marroquí, presidida por Ben Otman, consiguió de Madrid la firma de un nuevo tratado de alianza por el cual los puertos marroquíes se ponían a disposición de los barcos de guerra españoles y se convirtieron en los proveedores de alimentos. La paz con Marruecos se prolongó mientras vivió el sultán Sidi Mohamed, que falleció cuando reinaba Carlos IV. Durante estos sucesos iba madurando el rey de España el propósito de dirigir todas sus fuerzas contra los argelinos que pirateaban el Mediterráneo. En los años ochenta se firmaron sendos tratados de paz y amistad entre España y Constantinopla; en 1782 con Trípoli, en 1784 con Argel y, finalmente, en 1786 con Túnez. Estos tratados lograron la paz con el mundo islámico, el enemigo tradicional, como base de una posible expansión comercial. Efectivamente, en el reinado de Carlos III se abandonó la política africana que había durado tres siglos. Los resultados para la Monarquía espa-
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ñola fueron los siguientes: cesaron las correrías de los argelinos, el comercio frecuentó los mares de Levante y se poblaron las costas. Esta tregua no duró mucho tiempo, ya que en 1790 un nuevo sultán, hijo de Sidi Mohamet, declara la guerra a España y las consecuencias fueron las siguientes: el 12 de septiembre de 1791 se cedieron a Argel las plazas de Orán y Mazalquivir. La paz llegará en 1799 con otro sultán, y por este tratado se confirmaron los anteriores, se pactó la posibilidad de que los súbditos de ambas naciones pudieran comprar terrenos, levantar casas, arrendarlas o alquilarlas, el libre uso en Marruecos de la religión cristiana y en España la mahometana, la abolición de la esclavitud de los prisioneros, devolución de desertores, facultad en las plazas de Melilla, Alhucemas y el Peñón de usar contra los fronterizos el fusil, la libre admisión en los puertos de los buques de ambas naciones, privilegios para la Compañía de los Cinco Gremios de Madrid para extraer grano por el puerto de Darbeyda, así como competencia a todos los españoles para pescar en aguas marroquíes. La Guerra de la Independencia, que condiciona la crisis del Antiguo Régimen, introduce nuevas formas de relaciones diplomáticas con los emiratos del norte de África. 7. La política hispanoafricana en el siglo XIX. Fernando VII e Isabel II
En el reinado de Fernando VII, los conflictos internos, la lucha entre absolutistas y liberales, la prematura muerte del rey y la regencia de la reina María Cristina de Borbón dejaron poco margen para ocuparse de las plazas españolas en el norte de África. Martínez de la Rosa, ardoroso representante del liberalismo, fue confinado por Fernando VII al Peñón de Vélez de la Gomera. Similar castigo fue el que el monarca infligió a José María Calatrava, al que condenó, por haber sido diputado liberal, al presidio de Melilla, donde permaneció hasta el año 1820. Desde la muerte de Fernando VII, los sucesivos gobiernos estuvieron preocupados por las guerras carlistas y las luchas de los partidos prestando poca atención a la política africana. Desde 1843 a 1859 los litigios entre España y Marruecos fueron frecuentes. La ocupación de algunos territorios en la parte exterior de Ceuta motivó una reclamación del Gobierno español en el año 1843. El bajá de Tánger se comprometió a devolverlos, pero no lo materializó. El 11 de marzo de 1844, los rifeños atacaron la plaza de Melilla y, en Mazapán, asesinaron a un joven comerciante francés, agente consular de España y Cerdeña, acciones que motivaron toda una serie de
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reclamaciones. Narváez, ante las dilaciones marroquíes características de su diplomacia, presentó un ultimátum ante el sultán Muley Solimán. La respuesta del Gobierno marroquí fue negativa, debido a la tensión internacional. Francia tenía pendiente con Marruecos graves cuestiones, por lo que Inglaterra, temiendo un acuerdo entre Francia y España, intervino para mantener la paz y logrando que el sultán atendiera las reclamaciones españolas. Por los convenios de Tánger, del 25 de agosto de 1844, y Larache, del 6 de mayo de 1845, se restituían a Ceuta y a Melilla sus antiguos límites y se atendían todas las reclamaciones españolas. Pero, una vez más, los tratados quedaron incumplidos. Ni cesaron las agresiones a súbditos españoles, ni se materializaron las ventajas comerciales pactadas con España, ni las plazas de Ceuta y Melilla recuperaron sus antiguos límites. A las nuevas reclamaciones españolas en 1848, respondió el sultán calificando de invasión de su territorio, por soldados españoles, la ocupación de las islas Chafarinas. A las reclamaciones españolas se respondía con calma y no se cumplían las promesas ofrecidas. Aunque la ruptura parecía inevitable en el año 1851, la situación internacional había cambiado radicalmente. Francia e Inglaterra estaban interesadas en Marruecos por lo que no intervinieron para que el sultán cumpliera lo acordado. El 25 de agosto de 1859 se firmó el Convenio de Tetuán por el que se compensaría a los españoles, si bien los moros de la cabila de Anghera no tardaron en atacar Ceuta, destruyendo las obras de defensa que estaban en construcción y arrancaron el escudo de España de la piedra que marcaba el límite entre el territorio español y marroquí. El Gobierno español preparó en Algeciras las fuerzas navales y militares que pudieran ser necesarias y conminó al sultán, el 5 de septiembre, a que se repararan las injurias en un plazo de diez días. A los pocos días, el 9 de septiembre, falleció el sultán Abd-Erraj-man y fue proclamado como sucesor su hijo Sied-Mohammed, que solicitó la ampliación del plazo. El ministro de Estado aceptó, si bien hizo público a Francia y a Inglaterra la causa de este conflicto y el propósito español de acudir a las armas si al término de la prórroga, el 15 de octubre, no recibía España las reparaciones prometidas. La respuesta de algunas naciones europeas, como Prusia, Austria, Turín, Rusia, Francia y Portugal, fue favorable a la posición española e incluso respaldaron dichas reclamaciones para la recuperación de su territorio. Ahora bien, mientras Francia ofrecía a España su apoyo diplomático, Inglaterra, por medio de su ministro plenipotenciario, exigía una declaración escrita en la que el Gobierno español se comprometía a que, si declaraba la guerra y el ejér-
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cito conquistaba Tánger, esta sería temporal. En efecto, una vez firmado el tratado de paz entre España y Marruecos, las tropas españolas se retirarían de Tánger. Se temía por los ingleses que, si Marruecos no efectuaba el pago de las indemnizaciones de los gastos de guerra, España ocuparía Tánger peligrando la seguridad de su plaza en Gibraltar. La respuesta del ministro de Estado, respaldado por el general O’Donnell, fue la solicitada por el Gobierno inglés. Este posicionamiento inglés tuvo una manifiesta influencia en el sultán, pues, dispuesto a evitar la guerra, denegó la reparación de las injurias y España no tuvo más remedio que declarar la guerra a Marruecos. El 22 de octubre de 1859 estalló el conflicto con el apoyo de las naciones europeas, excepto el de Inglaterra. El ejército español se reunía en Cádiz, Algeciras y Málaga, formando tres Cuerpos bajo el mando de los tenientes generales Echagüe, Zavala y Ros de Olano, además de otro de reserva dirigido por Juan Prim y una División de Caballería encomendada a Félix Alcalá Galiano. Leopoldo O’Donnell, presidente de Gobierno, fue como general en jefe y eligió como objetivo de la campaña la ciudad de Tetuán. Al mando del ejército marroquí estaba el hermano del sultán, Muley el-Abbas. Las tropas españolas debían ir a Tetuán desde Ceuta costeando por el mar. El 1 de enero de 1860, y después de varios combates en las inmediaciones de Ceuta, el ejército emprendió la marcha hacia Tetuán. Las tropas de Prim se adelantaron por el valle de los Castillejos (Diego: 2003). A pesar de que el enemigo emboscado puso a las avanzadillas en una difícil situación, Prim y sus soldados combatieron con ardor consiguiendo una brillante victoria tras la llegada de los refuerzos al mando de Zavala. El avance español prosiguió y los soldados dominaron el paso de Monte Negrón a pesar de las dificultades. Como las provisiones venían por mar, un temporal impidió el abastecimiento de las tropas permaneciendo cuatro días sin ingerir alimentos. El campamento de Muley el-Abbas se encontraba frente a Tetuán y el 4 de febrero fue atacado por el general O’Donnell y sus hombres (Fernández Almagro: 1950, 5-8). Pese a la tenaz resistencia de los marroquíes al día siguiente capituló y el ejército español entró triunfante en la ciudad, teniendo que refugiarse el enemigo en Wad-Ras, junto al desfiladero del Fondak, paso obligado entre Tetuán y Tánger. El 11 de febrero de 1860, Muley el-Abbas solicitó el restablecimiento de la paz, que consistía en la cesión del territorio ocupado entre el mar y la Sierra de Bullones, además de las de Jebel del San hasta Tetuán; así como esta con todo el territorio circundante. Asimismo, estaba incluida la recuperación de Santa Cruz de Mar Pequeña junto con una indemnización económica.
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De nuevo los marroquíes continuaron con la táctica de la dilación, por lo que el ejército español no dudó en dirigirse a Tánger al tiempo que las escuadras bombardeaban los puertos de Larache y Arcila. En Wad-Ras, el 28 de marzo, tuvo lugar una sangrienta batalla con una nueva derrota por parte de los marroquíes y su retirada a las alturas del Fondak (Andrés Vázquez: 1954, 65-67). Muley el-Abbas, acompañado de un séquito, se presentó en el campamento español para firmar con el general O’Donnell los preliminares de la paz, que se firmó el 26 de abril de 1860. El sultán cedía a España todo el territorio comprendido desde el mar, siguiendo las alturas de Sierra Bullones; y, en las costas atlánticas, Santa Cruz de Mar Pequeña con el territorio suficiente para formar una población como la tuvo en tiempos de los Reyes Católicos. Asimismo, se comprometía a ratificar el convenio respecto a las plazas españolas de Melilla, el Peñón y Alhucemas y a la indemnización de veinte millones de duros. España recibiría un trato preferente en las relaciones comerciales y se permitía a los misioneros ejercer su ministerio. De nuevo, Marruecos no cumplió con el pacto. Alentado por otras naciones, como Inglaterra, consiguió la evacuación de Tetuán sin compensación a cambio, ya que tampoco pagó en su totalidad la indemnización acordada. Sin embargo, el tratado comercial entre España y Marruecos favoreció el progreso de este país norteafricano. En algunas de las obras de Antonio García Pérez se constata su afinidad con el pensamiento de los Reyes Católicos y sus sucesores en torno a la política norteafricana, circunstancia que es ampliamente tratada en este mismo libro por los profesores Manuel Gahete y Pedro Luis Pérez Frías. Bibliografía Altamira y Crevea, R.: La Baja Edad Media y la época de los Reyes Católicos, Barcelona: Ed. Gil. Andrés Vázquez, j.: “La paz de Wad-Ras. Un cuadro de historia africana”, África XI, nº 146 (1954), pp. 65-67. Avilés Fernández, M.: “Cisneros y el Norte de África”, Aldaba, 21 (1993), UNED, Melilla. Bacallar y Sanna, V.: Comentarios de la Guerra de España e historia de su Rey Felipe V, el animoso, Madrid: 1957 (ed. facsímil 1998). Bauer y Landauer, I.: Apuntes para una bibliografía de Marruecos, Editorial IberoAfricano-Americana, Madrid 1922. Bennassar, B.: El Galeote de Argel. Vida y hechos de Mustafá de Six-Fours, Barcelona: Edhasa, 1996. Bethencourt Massieu, A.: Relaciones de España bajo Felipe V, Las Palmas: A.E.H.M, 1998.
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El ejército español en Marruecos. Organización, mandos, tropas y técnica militar
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1. Introducción
No hay una situación igual en todos los tiempos de las campañas de Marruecos, ni un mismo marco jurídico de nuestra presencia, lo que obligará a la modificación constante de reglamentos, organización de las tropas y a distinta actitud de los mandos. En estos aspectos todo es historia, cambio, y así será tratado en el capítulo que narre lo que va sucediendo a lo largo de los años. Aunque no sean muchos esos años, pasar de la experiencia de la Guerra de Cuba y Filipinas, o de nuestras guerras civiles del siglo XIX, a las enseñanzas derivadas de la Gran Guerra Europea de principios del XX tiene un creciente impacto en la conducción de las campañas en Marruecos. Son años también de cambios profundos en el armamento y equipo de las tropas; al ritmo pausado de la evolución en la forma de combatir de los siglos anteriores, va a suceder un cambio acelerado que va a hacer que nada se parezca a la situación precedente. Pasar de la defensa simple de las Plazas de Soberanía al cumplimiento de las obligaciones derivadas del Congreso de Algeciras, de 31 de marzo de 1906, implicó la necesidad de ocupar y pacificar un extenso territorio, pro-
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duciéndose así un cambio en la situación que afecta al ejercicio del mando y a la organización de las tropas. 2. El mando español en Marruecos
Se parte de una situación de Plazas de Soberanía, Ceuta y Melilla —con los llamados Presidios Menores— que han de ser defendidas de los ataques marroquíes, a una acción ofensiva en profundidad, con características diferenciadas entre lo que sucede en la zona oriental y en la occidental. Antes del Congreso de Algeciras, los mandos de las Plazas de Soberanía dependían directamente del ministro del Ejército, pero en Algeciras se acordó nombrar un alto comisario español que se constituiría en jefe del Ejército español en el norte de África mientras este cargo lo ocupara un general. Así lo fue excepto en el periodo comprendido entre el 11 de diciembre de 1918 y el 1 de septiembre de 1920, en que Berenguer, nombrado alto comisario el 11 de septiembre de 1919, recuperó el mando de las tropas españolas de Marruecos. Mientras tanto, las Comandancias Generales de Ceuta y Melilla forman agrupaciones separadas, quedando la de Larache subordinada a la de Ceuta. De 1913 a 1921 se sucedieron en ese cargo los generales Alfau, Marina, Gómez Jordana y Berenguer. Fue el tercero de ellos, Gómez Jordana, quien definió la forma de conducir las operaciones. Decía: Mi sistema consiste en no abrir abismos entre los moros y nosotros y en no aventurarme en empresas guerreras sin contar de antemano con un éxito incruento preparado por la necesaria acción política. Soy un convencido, soy un apóstol fervoroso de esa idea, y estoy seguro de que no abandonándola y ligándonos a los indígenas con estos vínculos morales y materiales que engendra el buen trato y las relaciones necesarias entre pueblos afines que conviven en un mismo territorio, llegaremos a todas las regiones de nuestra zona de influencia sin exigir grandes sacrificios a la Patria y quizás sin pronunciar la palabra guerra que debemos procurar desaparezca del léxico que empleamos en Marruecos, aunque de vez en cuando nos veamos obligados a realizar operaciones de policía para vencer resistencias sistemáticas, las cuales no integran nunca la guerra en el concepto amplísimo que los españoles atribuimos de ordinario a este vocablo. 2.1. Las Comandancias Generales
Hasta el Congreso de Algeciras, los mandos de las Plazas de Soberanía eran sus gobernadores militares. Después, estas Plazas se convirtieron en Comandancias Generales, pasando en Melilla, en 1919, por una breve etapa en la que su territorio se denominó Capitanía General de Melilla. La tercera Comandancia General fue la de Larache, constituida el 27 de febrero de 1913. La guarnición fija de estas Plazas era limitada, asignándole tropas de refuerzo según sus necesidades operativas.
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2.2. El mando supremo
El mando supremo y la asignación de los medios necesarios se ejercen desde Madrid por el ministro de la Guerra. La Ley Constitutiva del Ejército y su Adicional de 19 de junio de 1889, obra la primera de Cánovas y la segunda de Sagasta, componen el cuadro general normativo del ejercicio de esta potestad, sobre la que incide la creación del Estado Mayor Central (en lo sucesivo E.M.C.) por Real Orden de 9 de diciembre de 1904. Las misiones de este nuevo organismo serán la formulación de planes de campaña, de concentración y de operaciones de guerra, dependiendo de él la Comisión de Estado Mayor de Marruecos. En el artículo 28 de esa disposición se especifica que el Jefe del E.M.C. despachará directamente con el ministro de la Guerra cuantos asuntos sean de su competencia. Ese E.M.C. planifica, consulta con el ministro y formula y difunde las órdenes correspondientes. Su creación supone la desaparición de la Junta Consultiva de Guerra. Pero no es un órgano de mando propiamente dicho, cuya función corresponde al ministro aunque no sea militar; eso sí, asesorado por el E.M.C. 3. Organización de las tropas en operaciones
Revisando la historia de las operaciones en Marruecos —función que no me corresponde— destacaría la aparición de las “columnas”: se designa un jefe al que se le asigna una misión de combate o de ocupación de una zona, y un grupo de unidades, batallones o compañías, que no tienen un nexo orgánico. No es el jefe de una brigada o regimiento el que opera con la unidad que manda, siempre aparecen unidades de distinta procedencia reunidas por mandos circunstanciales para el cumplimiento de una misión determinada. Este desordenado esquema orgánico tuvo su origen en Cuba, donde el alto número de bajas por enfermedad dejaba a los batallones y compañías en cuadro, obligando a unir a unos y otras, de distintos regimientos, bajo mandos circunstanciales para una operación determinada. Rara vez la misión se encomienda a una brigada orgánicamente constituida; todas las veces, o casi todas, la “columna” que acomete una acción carece de esa estructura orgánica previa: se articula para un fin determinado, agregando unidades de aquí y allá, para formar lo que pudiéramos llamar batallones o regimientos circunstanciales. En cuanto al mando, fue normal que coroneles o tenientes coroneles, jefes de distintas unidades, se turnaran en el mando, cuando no se acudía a los mismos jefes que ya habían acreditado su competencia operativa. No olvidemos que gran número
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de mandos de las tropas en Marruecos habían combatido en Cuba o Filipinas. Volveré a insistir en este tema cuando trate, en la segunda parte, la técnica militar empleada. 3.1. La tropa peninsular
Las tropas expedicionarias, batallones, brigadas y hasta divisiones como ocurrió en 1893, estaban constituidas por soldados de reemplazo, e incluso por reservistas movilizados para acudir en apoyo de las escasas guarniciones de las Plazas de Soberanía. El sistema de pago de cuotas para eximirse del servicio militar llevaba a las filas del ejército solo a los jóvenes más desfavorecidos por la fortuna, lo que fomentaba un clima popular de animadversión al ejército. Además estaba reciente el recuerdo de Cuba, de las numerosas bajas allí sufridas y del nulo provecho obtenido. Sucesos como la Semana Trágica de Barcelona y otras alteraciones del orden público en diversas guarniciones de donde salían las tropas tuvieron su origen en esta situación. ¿Cuál era la motivación de nuestros soldados? La Patria no estaba amenazada y las ideas de colonización, o la de llevar nuestra civilización a aquel territorio, estaban totalmente alejadas de la masa de la población de la que procedían nuestros soldados. Había sí una Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, fundada por Joaquín Costa en 1883, pero sus integrantes eran miembros de la alta burguesía o de la aristocracia, cuyos hijos no marchaban a Marruecos de soldados, aunque pudiera encontrarse alguna excepción que confirmara la regla. ¿Estaban instruidos, manejaban sus armas con la eficacia debida? Vuelvo a recordar que no me compete historiar aquellas guerras, pero si la motivación apenas existía y la instrucción era deficiente, la disciplina no podía producir la eficacia por sí sola. Por otro lado, las academias militares proporcionaban oficiales con una formación semejante a los de las otras naciones europeas y muchos de ellos con la experiencia de las guerras coloniales. 3.2. Las fuerzas africanas del Ejército español
El vizconde de Eza fue ministro de la Guerra entre el 5 de mayo de 1920 y el 14 de agosto de 1921. Cuando se defiende de su posible responsabilidad por el desastre de Annual, se refiere al propósito del Gobierno de disminuir los contingentes de tropa procedentes del reclutamiento forzoso y crear allí un ejército formado por voluntarios del Tercio de Extranjeros y de Grupos de Regulares Indígenas al servicio de España. No era solo la izquierda la
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que se oponía al envío de soldados procedentes del reclutamiento forzoso, también Maura lo hizo públicamente (Marichalar: 1923, 421-429). En 1911, el teniente coronel Dámaso Berenguer organizó en la Comandancia de Melilla el Batallón de Fuerzas Regulares Indígenas, formado por cuatro compañías de Infantería y un escuadrón de Caballería. Este batallón fue enviado a Tetuán, pasando a denominarse Grupo de Regulares de Tetuán nº 1. Sucesivamente se formaron el Grupo de Regulares de Melilla nº 2, el 31 de julio de 1914; el 4, de Larache, el 31 de septiembre de 1014; el 5, de Alhucemas, el 28 de junio de 1922; mientras que el 3, de Ceuta, recuperó las antigüedad del 17 de mayo de 1734, fecha en que los “moros mogataces” de la guarnición española de Orán fueron evacuados a esa ciudad, pasando a formar parte de su guarnición. El “Tercio de Extranjeros” se creó por Real Orden de 28 de enero de 1920 y tiene su antecedente en los “Cazadores de Valmaseda” formados en Cuba con tropa de todas las procedencias, del que hubo cinco “Tercios” desplegados en Santiago, Bayanos, Puerto Príncipe, Santa Clara y La Habana. El 4 de septiembre de ese año se organizaron tres Banderas, formada cada una por Plana Mayor, dos compañías de fusiles y una de ametralladoras. En 1921 se crearon la IV y V Bandera; en septiembre de 1922 la VI y en 1925 la VII y VIII. El 16 de febrero de ese último año se cambió su denominación de Tercio de Extranjeros por la de Tercio de Marruecos. A las unidades anteriormente citadas se unirá la Policía Indígena, que tiene dos orígenes distintos. De un lado, la creada por el coronel Larrea en Quebdana durante la campaña de Melilla de 1909, con dos mías (compañías), una en Cabo de Agua y otra en La Restinga, ambas con oficiales españoles y soldados y suboficiales moros. Por otro lado, como consecuencia del Congreso de Algeciras y de la ocupación por parte española de Larache y Alcazarquivir, se formaron cinco compañías de Policía Indígena: dos con mandos mixtos españoles y franceses en Tánger y Casablanca y tres al mando exclusivo de oficiales españoles en Larache, Alcazarquivir y Tetuán. Con el tiempo, estas unidades pasaron a formar parte de la Mejaznía, unidades marroquíes de policía con mando de oficiales españoles. Aparte quedan las harcas, unidades de milicias armadas formadas en algunas cabilas. La más famosa, por su intervención a favor de España tras el desastre de Annual, fue la de Abdelkader, creada en Zoco el Had de Benisicar; otras tuvieron mandos españoles como la de Muñoz Grande. Las mehalas eran unidades del ejército marroquí que también tuvieron algunas intervenciones a favor de España, singularmente en la protección del campo exterior de Melilla.
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4. Los reglamentos tácticos españoles durante la guerra de Marruecos
Recuerdo una de las primeras clases de Táctica que recibí, hace ya muchos años, en la Escuela de Estado Mayor. El profesor nos contaba la perplejidad del jefe de un Cuerpo de Ejército francés durante los primeros días de la Guerra Europea, en trance de iniciar lo que se llamaba “La marcha a la frontera”, el movimiento general del ejército en busca del contacto con el enemigo. Aquel general disponía de un número de divisiones, digamos que tres, reforzadas con las tropas de Cuerpo de Ejército: unidades de Artillería, Ingenieros... y unas tropas de Caballería a caballo cuya cuantía no recuerdo. Antes de iniciar la marcha, el general se reunió con su Estado Mayor para proceder a un análisis de la situación en que se encontraba y, consecuentemente, decidir su plan de maniobra. ¿Qué cobertura debería llevar al frente ese Cuerpo de Ejército para evitar ser sorprendido por los alemanes? El jefe de Estado Mayor se levantó. No había otras tropas francesas al frente, no había una seguridad lejana o exploración estratégica, cubierta por unidades de la Gran Unidad Ejército. El jefe de Estado Mayor consideraba que las unidades de Caballería, de ese Cuerpo de Ejército, deberían cubrir esa misión lejana y, por tanto, moverse de línea de centros de comunicación a línea de centros de comunicación para localizar así los grandes movimientos de los alemanes. Pero otro de los miembros del Estado Mayor discrepaba, opinaba que las unidades de Caballería agregadas no podían cumplir esa misión tan alejada de las vanguardias de las divisiones propias y que, por tanto, la misión a cumplir sería la típica de la seguridad a distancia, avanzando de línea de observatorios a línea de observatorios. No era la cosa tan sencilla. La Caballería asignada era poca, la supuesta distancia al enemigo no parecía tan grande, y así otro de los jefes de ese Estado Mayor opinó que la misión de seguridad a cumplir era la de seguridad de maniobra, y que los escuadrones debían progresar de línea de obstáculos a línea de obstáculos. El general oyó el debate entre unos y otros. Pidió calma y se retiró a su despacho, rodeado de planos y con todos los reglamentos posibles sobre su mesa. Intentó la síntesis. Comprobó que los observatorios estaban en las cadenas montañosas; que los obstáculos principales eran los ríos y que los
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centros de comunicación se encontraban en las llanuras. No había síntesis posible. Así que abrió la ventana, tiró los reglamentos a la calle y dijo: “Al diablo la táctica y sus principios y vamos a ver de qué se trata”. Ver de qué se trata. La anécdota es necesaria dado el tema que me corresponde: el análisis de los Reglamentos tácticos de Infantería de finales del siglo XIX y principios del XX en relación con la dirección de la guerra en Marruecos. Y es que no solo juegan los reglamentos que marcan la forma en que han de combatir las tropas; prevalece la misión recibida del escalón superior, el análisis de las condiciones del terreno donde se ha de combatir y el estudio de las características, la fuerza y las posibilidades del enemigo, con la medida de los propios medios. Mi impresión es que en aquellas campañas, hasta el final, no se tuvo en cuenta este necesario análisis. En los textos de García Pérez parece que todo lo determina el valor y el patriotismo y no es así. Pero veamos los reglamentos. 4.1. Los primeros pasos
Debiéramos empezar en un horizonte lejano. En 1798 se tradujo al español el Reglamento táctico francés de 1791, que se mantuvo vigente en aquel país hasta el reinado de Luis Felipe. De las láminas de ese reglamento se conserva un ejemplar en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid. Más tarde, en 1808, se editó en España el Tratado de Ejercicios y Maniobras de la Infantería: las láminas de este último reglamento y las del anteriormente citado son iguales. En ambos, el fuego de la línea de tres filas, con los soldados en contacto hombro con hombro, predomina sobre la potencia de choque de la columna de batallón, formada por compañías en línea una detrás de otra sin distancia entre ellas. Todas las guerras napoleónicas fueron un continuo choque entre ambas concepciones de la batalla. Los franceses se mostraron decididos partidarios del choque a la bayoneta de sus columnas de batallón, o sus columnas dobles, mientras los ingleses de Wellington obtuvieron sus éxitos de los fuegos de su línea de dos filas, formadas en contrapendiente por soldados perfectamente instruidos en el tiro de sus armas. Así el fuego fue expresión de la defensa y la bayoneta del ataque. Pero el fusil, el arma fundamental de la Infantería, fue evolucionando. A las armas de chispa sucedieron las de pistón de ánima lisa y a estas las rayadas y de cartucho metálico, por no hablar de la aparición de la ametralladora y la mayor potencia, alcance y precisión de la Artillería. Las forma-
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ciones cerradas se volvieron inviables y, poco a poco, la Infantería hubo de dispersarse para el combate, comenzando a tener particular relevancia la utilización del terreno. Marcha lenta que queda reflejada, paso a paso, en los reglamentos para el combate de la Infantería que se van a ir reseñando a continuación. 4.2. El Reglamento de 1850
Este Reglamento, también llamado de Rivero por el nombre del director general de Infantería que lo puso en práctica, no supuso un cambio fundamental del anterior. La comisión que se encargó de redactar el posterior de 1881 reconocía “que el origen del nuevo Reglamento estaba en el francés de 1831”. En su informe decía: Este espíritu tenía por característica principal la obediencia pasiva, cuya condición principal era la formación. Una tropa, más o menos numerosa, debía obedecer las órdenes de su jefe principal como si se compusiera de una sola pieza; todas las unidades tenían su puesto marcado en la formación, sin que nadie pudiera alterar el orden de batalla. Los Jefes de las distintas unidades tácticas debían cuidar de que las suyas conservaran el orden y la colocación precisa e inalterable que le designaba el Reglamento; éste daba reglas para una multitud de evoluciones que muchas veces no eran posibles; prevenía también largas y difíciles marchas en orden de batalla, no solo por Compañías, sino por uno o muchos Batallones. Todo en él era simétrico, acompasado, inviable, uniforme. La complejidad y la lentitud de las evoluciones eran causa de que la tropa que maniobraba estuviera casi imposibilitada para el combate.
La formación de combate consistía en una primera fila de tiradores desplegados “en guerrilla”, con soldados de Infantería ligera, que hostigaban al enemigo con sus fuegos mientras avanzaban seguidos de una formación “en batalla”, con los batallones en dos líneas, la primera formada con batallones en tres filas y la segunda con los batallones en columna, con frente de dos compañías constituyendo la reserva. Se hacía abstracción de las condiciones del terreno. La frontera entre el orden de combate y el cerrado apenas existía y la iniciativa del soldado inexistente. Tampoco había distinción entre las formaciones defensivas y ofensivas. Con ese reglamento en vigor se desarrolló la Guerra de África de 1860. Durante sus primeros pasos se dieron frecuentes instrucciones sobre el modo de combatir y vivir de las unidades. En Málaga, el 16 de noviembre decía el general Ros de Olano: Que nadie olvide en el orden cerrado el costado de guía ni deje el tacto de codos; que nuestros cazadores, con su movilidad admirable, no pierdan de vista el apoyo de sus más inmediatas reservas; que carguen despacio, que apunten bien, que disparen a tiempo y que tengan siempre presente que el mucho fuego no es mas que mucho ruido (cfr. Cassinello: 1998, 185).
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En aquella guerra, la Infantería desplegaba en una primera línea de guerrillas, seguidas de una segunda línea de sostenes de la anterior, formada por secciones o medias secciones en columna, y a continuación los batallones de Infantería formados en columna, dispuestos a cargar a la bayoneta. 4.3. El efecto de la batalla de Sadowa y de la guerra franco-prusiana
Los reglamentos tácticos establecen las normas para el combate entre dos ejércitos regulares. Los principios estratégicos de las campañas napoleónicas, la concentración de medios para la batalla y la elección del objetivo donde volcar la superioridad y convertir este punto en decisivo se mantuvieron con el paso de los años. Pero el armamento progresó, sufrió un enorme cambio en sus posibilidades y obligó a introducir modificaciones significativas en la forma de hacer la guerra de las pequeñas unidades de Infantería. En Sadowa, los infantes prusianos podían hacer fuego en posición de cuerpo a tierra gracias a los fusiles de retrocarga, pero los austriacos, con armas de avancarga, solo podían hacerlo en pie. Después, la guerra francoprusiana, el progreso de la Artillería, la aparición de las primeras ametralladoras y el mayor rendimiento de la fusilería obligaron a abandonar las formaciones en masa de las guerras napoleónicas: las densas líneas de tres filas y las pesadas columnas de ataque. Incluso la Caballería vio seriamente amenazada su imagen de briosa carga. La Infantería se veía obligada a la dispersión de sus medios y así, en todos los países europeos, surgieron nuevos reglamentos para conseguir el mayor rendimiento de sus unidades y de sus hombres; para aumentar su eficacia, para disminuir su vulnerabilidad e incrementar su rendimiento. Se llegó a la conclusión de que el fuego era el elemento principal y casi exclusivo del combate para las tropas de primera línea, por lo que era necesario aumentar los efectos del propio y disminuir los del contrario, lo que se buscó con la adopción de la formación en guerrilla, una Infantería en línea dispersa, tal como desplegaba la Infantería ligera delante de la línea de tres filas y de las pesadas columnas de ataque de las guerras napoleónicas, o como hacían los vélites ante las legiones romanas, pero convirtiendo esa tenue línea de tiradores en formación fundamental, reforzándola sucesivamente conforme se intensificaba el combate. A esta disposición de la Infantería de primera línea, en contacto con el enemigo o en busca del mismo, compuesta por la guerrilla y seguida de otras fracciones de unidades en orden cerrado, escalonadas en profundidad,
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tanto más pequeñas cuanto más próximas al enemigo, se le dio el nombre de “orden abierto” o “disperso”. 4.4. El Reglamento de 1881
Este reglamento, en su capítulo 1º, artículo único de advertencias generales, dice: Cuando el Batallón esté en orden normal de combate tendrá dos Compañías, una al lado de otra, formadas en tres escalones de guerrillas, sostenes y reservas parciales; la otras dos estarán a retaguardia en orden cerrado. Las primeras toman el nombre de línea avanzada; las últimas se denominan reservas de Batallón o simplemente reservas y se sitúan a 350 pasos a retaguardia de las parciales. En la guerrilla el intervalo entre las Compañías será de ocho pasos. Los capitanes, oficiales y clases de las Compañías de la línea avanzada se colocarán como se previene en la instrucción de Compañía. El Teniente Coronel o el que mande el Batallón estará, por regla general a la altura de las reservas parciales, llevando a su inmediación al ayudante, un corneta y dos soldados escogidos (...) Siendo el orden normal del Batallón una formación que solo sirve de tipo, el Teniente Coronel o el que mande en su lugar, puede modificarla con arreglo a las disposiciones del enemigo, al terreno y al objeto del combate, y alterar la extensión de la línea de fuego o guerrillas, los intervalos entre sus distintos elementos, las distancias de unos escalones a otros, la fuerza de estos y su composición pero solamente en casos muy excepcionales ha de variar su número (...) No olvidará el Teniente Coronel que a medida que se extiende el frente disminuye la solidez de la formación, y por lo tanto que un Batallón en orden de combate, esté o no entre otros, no debe ocupar con su guerrilla mayor espacio del necesario para estar en línea. De este modo, en el supuesto de que tenga 800 hombres, su campo de acción es por lo general, un rectángulo de unos 240 metros de frente y 500 de profundidad (...) Colocado el Teniente Coronel próximamente en el centro de su tropa, puede dirigir la acción de todas sus Compañías e impedir que obren por sí mismas, ni aún las más avanzadas (...) Las dos Compañías que ordinariamente forman la reserva pueden estar también juntas o separadas, detrás del centro o de una de las alas o de ambas (...) Si el Batallón está a la defensiva convendrá que las distancias entre sus escalones sean menores que las marcadas.
Este reglamento supone el cambio en la forma de conducir el combate: — El fuego es el elemento principal del combate, no la bayoneta. — Las tropas de primera línea deben estar en orden disperso. — Deben aprovecharse todos los accidentes del terreno para disminuir los efectos de los fuegos de la Artillería y la Infantería enemigas. — Debe emplearse el orden escalonado en todas las formaciones de combate.
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De acuerdo con sus principios, se conservó la formación del batallón en tres líneas, pero el centro de gravedad del despliegue se trasladó de la segunda, formada antes en orden cerrado, a la primera, formada en orden abierto. La guerrilla pasó a ser la principal línea de combate, reforzada por otras unidades situadas más atrás y formadas inicialmente en orden cerrado que no intervenían en la acción hasta el momento de incorporarse a la guerrilla. El fraccionamiento táctico del batallón dificultaba la tradicional acción de su mando, obligando a conceder una apreciable iniciativa a los mandos de las compañías, en contra de la férrea unidad preconizada en los reglamentos anteriores. Todo el reglamento se basaba en la organización de la brigada de dos regimientos; el regimiento en igual número de batallones, estos últimos en cuatro compañías y, cada una de ellas, en cuatro secciones a dos pelotones, cada uno de estos con dos escuadras. La brigada adoptaba el orden preparatorio para el combate con sus batallones en una o dos líneas; en el primer caso los batallones formaban en columna doble, uno al costado del otro, y en el segundo caso con dos batallones en línea de columnas de compañía y los otros dos a doscientos cincuenta metros a retaguardia en columna doble. Al pasar a la formación de combate dentro de la brigada, los batallones de primera línea desplegaban en orden de combate en la forma indicada anteriormente, ocupando un frente aproximado de seiscientos metros, mientras los batallones de segunda línea se mantenían en columna doble. La compañía desplegaba en orden de combate con un frente de unos ciento veinte metros en ofensiva. A vanguardia se situaban dos secciones con un pelotón en guerrilla cada una y otro, situado a cien metros del anterior, que formaba el sostén. La tercera línea la ocupaban las otras dos secciones de la compañía a doscientos metros de los sostenes, constituyendo las “reservas parciales”. De esta forma, la compañía se articulaba en guerrillas, sostenes y reservas parciales. Se empleaban diversas clases de fuegos: — A discreción, empleado por las guerrillas y rara vez por las unidades en orden cerrado. — Por descargas, realizado por las unidades en orden cerrado, por las guerrillas contra las reservas o masas del enemigo a grandes distancias y contra los sostenes y reservas del enemigo a partir de los seiscientos metros, y por las unidades en orden cerrado cuando reforzaban a la guerrilla.
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— Fuego rápido, que se empleaba en el momento decisivo del asalto. Al ordenar la clase de fuego se indicaba también su intensidad: lento, con tres disparos por minuto; rápido, de seis a nueve. La división en tres líneas de combate en ofensiva se basaba en la división en tres zonas del terreno a recorrer antes de enfrentarse al enemigo en el asalto final: de dos mil cuatrocientos metros a mil doscientos; de mil doscientos a seiscientos y de seiscientos en adelante. Al llegar a la primera zona, ya bajo el fuego de la Artillería enemiga, se adoptaba el orden disperso en las tres líneas ya citadas. Al entrar en la segunda se procuraba avanzar lo más rápidamente posible sin hacer fuego, aunque se podía hacer uso del mismo de forma colectiva, por descargas a la voz de mando, contra masas del enemigo. La misión principal de la guerrilla, a esas distancias, era reconocer el terreno y al enemigo. La tercera zona era la considerada de combate. Los sostenes se embebían en la guerrilla para reforzarla y el fuego se realizaba de una posición de tiro a otra. El avance lo podían hacer todas las guerrillas a la vez o en dos fracciones escalonadas, que se protegían mutuamente en su progresión. El orden de combate en defensiva era el mismo que en ofensiva: tres líneas, la primera en orden disperso y las otras dos en orden cerrado, que se adoptaba cuando se conocía la dirección de ataque del enemigo. Se daba mayor entidad a la línea de guerrillas, que comenzaba a hacer fuego al llegar el enemigo entre los mil doscientos metros y los seiscientos. A medida que iba avanzando el enemigo se iba reforzando la línea de guerrillas con los sostenes y con las reservas parciales, desplegadas en orden cerrado para conseguir mayor potencia de fuegos, mientras las reservas del batallón se iban acercando y así, las líneas segunda y tercera del despliegue cerraban sobre las guerrillas de la primera. Al referirse al combate defensivo del batallón, el reglamento dice textualmente: La formación de combate del Batallón deberá modificarse desplegando en guerrilla dos secciones de cada una de las dos Compañías de la línea avanzada para tener desde el principio una línea de fuego más nutrida y colocando las reservas parciales lo más cerca posible de la guerrilla, sin alejarse nunca más de 300 pasos. La reserva del Batallón se colocará a otros 300 pasos de aquellos. El frente que ocupe el Batallón puede ser algo mayor que en la ofensiva y extenderse hasta unos 600 pasos, porque siendo más nutrido y certero el fuego y estando más a cubierto la guerrilla, se sufren menos pérdidas a la vez que se causan más al enemigo. Mientras tiene lugar el combate de lejos, el fuego de la defensa es muy superior al del ataque, porque aquella puede tener más densa la guerrilla y conocer me-
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jor las distancias, y porque el enemigo presenta blancos más grandes y más visibles. Por todas estas razones, así como en la ofensiva serán pocos los casos en que convenga emplearse el fuego a grandes distancias, serán muchos en la defensiva aquellos en que deba hacerse, limitándolo siempre a la zona comprendida entre los 1.200 y los 600 metros, ejecutándolo por pelotones y todo lo más por secciones.
El reglamento continúa señalando el mayor uso del fuego por descargas en la defensiva, contra los sostenes y reservas del despliegue ofensivo enemigo, cuando se encuentren al descubierto o en marcha de un lugar a otro. Para efectuar esas descargas acudirán a las guerrillas fracciones de las reservas parciales. Al hallarse el adversario a 500 metros de la posición, entrarán en la guerrilla las reservas parciales, y lo mismo hará una parte de la reserva del Batallón que esté más próxima cuando empiece el fuego rápido, verificándolo aquella y esta en orden cerrado y en los puntos en que convenga hacer una resistencia más enérgica, que serían aquellos por donde el enemigo inicie su ataque decisivo. Como con el actual armamento es punto menos que imposible tomar una posición medianamente defendida atacándola tan solo de frente, tendrá el Jefe del Batallón un cuidado especial con los movimientos del enemigo que amenacen uno de sus flancos.
Después, el reglamento se extiende sobre los casos en los que el batallón debe combatir estando solo: “detrás de un ala de la primera línea, o que forma la vanguardia o retaguardia de otras tropas”. Para los cuales no establece normas de conducta distintas de las anteriormente señaladas. Es de destacar que nunca se refiere este reglamento a la organización del terreno para el combate, sin citar ni una sola vez la fortificación de campaña. 4.5. El Reglamento táctico de 1898
En 1890 se reconocía la necesidad de revisar los reglamentos vigentes, en vista de los avances tecnológicos en el armamento, y se indicaba:
Teniendo en cuenta la adopción, en los principales Ejércitos, del fusil repetidor de pequeño calibre y gran alcance, los ensayos de pólvora sin humo y de las materias explosivas, es conveniente el examen de los Reglamentos tácticos, para introducir en ellos, si así fuera necesario, los preceptos que aconsejen la experiencia adquirida o que se adquiera en lo sucesivo, y coadyuven a la más acabada instrucción de las tropas, así como a resolver las múltiples dificultades que se presentan en al campo de batalla, a consecuencia de la manera especial de combatir que obliga a conceder cierta libertad de acción a los Jefes y Oficiales, y hasta a la tropa, dentro de sus respectivas esferas.
En Madrid se constituyó una “Junta de Táctica”, que concluyó sus trabajos en 1898 dando origen al Reglamento Táctico de Infantería de ese año, que reunía gran similitud con el anteriormente reseñado. El reglamento se divide en cuatro tomos: Instrucción del recluta, Instrucción de sección y
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compañía, de batallón y, por último, de regimiento y brigada. La instrucción abarcaba el orden cerrado, el abierto y ejercicios de combate. El ataque a una posición comprendía los siguientes periodos: — Reconocimiento de la posición enemiga. — Movimiento de aproximación al enemigo. — Combate. — Persecución o retirada. Durante el avance en orden de marcha, los batallones iban precedidos de exploradores, o de una vanguardia al mando de un capitán. Al llegar a dos mil quinientos o tres mil metros del enemigo, el batallón formaba en “Línea de columnas”, con las compañías acoladas, unas al lado de las otras, en columna. El jefe del batallón reconocía la posición enemiga, adoptaba su decisión y las compañías pasaban al orden preparatorio de combate. Cuando el fuego enemigo obligaba a pasar al orden de combate, el capitán se colocaba a treinta o cuarenta metros a retaguardia de su unidad y los oficiales, a diez o quince de sus secciones. Una compañía en orden de combate desplegaba con una sección al frente en una línea de guerrillas y, trescientos cincuenta pasos a retaguardia, le seguían las otras dos secciones en orden cerrado, una detrás de otra formadas en línea. Entre los mil seiscientos y los mil ochocientos metros se podía comenzar el fuego contra las reservas del enemigo, bien por las escuadras completas de la guerrilla o por las reservas. Al empezar el fuego los oficiales dejaban de tener un puesto fijo en la formación y debían colocarse donde mejor pudieran dirigir el fuego propio. Al soldado se le instruía para que no abriera fuego a distancias superiores a quinientos metros contra un enemigo descubierto, y a la mitad en caso contrario. En la progresión hacia el enemigo, hasta unos ochocientos metros de él, el soldado avanzaba a paso largo y sin alteraciones. Entre los ochocientos y los cuatrocientos aumentaba las paradas aprovechando para ellas los accidentes del terreno que facilitasen posiciones de tiro. De cuatrocientos en adelante avanzaba a paso ligero, con saltos de treinta a cuarenta metros, aprovechando las paradas para hacer fuego. A los cien metros calaba la bayoneta y se lanzaba al asalto. El jefe del batallón debía colocarse en cabeza de una de las compañías de reserva, los oficiales al frente de sus unidades y los sargentos detrás para impedir que ningún soldado se detuviera o retrasase. Los fuegos los podría efectuar el soldado a discreción, esto es, individualmente, o por descargas simultáneamente por una unidad completa. La defensa de una posición constaba de los mismos periodos y despliegues que en la ofensiva, pero el fuego se efectuaba a mayores distancias.
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Si tuviéramos que hacer una crítica de este reglamento, como del anterior, reseñaríamos la debilidad de los elementos que van a entrar en contacto con el enemigo. La gran mayoría del batallón atacante, o defensor, se mantiene en orden cerrado y solo la guerrilla y los primeros sostenes, apenas media compañía, van a entrar en contacto con el enemigo. Claro que todos los reglamentos europeos eran similares, porque todos se copiaban los unos a los otros. En todos los casos se estipulan esfuerzos sucesivos, reglando la incorporación a la guerrilla de los elementos más retrasados que progresan en orden cerrado: primeros escalones débiles y segundos o terceros extremadamente vulnerables. 4.6. El Reglamento de 1914
Como los anteriores, este Reglamento sigue las tendencias marcadas por los de otros países como Francia, Alemania, Suiza o Japón. Para este reglamento, la Infantería toma parte en la preparación del combate, auxiliando con sus fuegos a la Artillería y quebrantando con ello la fuerza de resistencia o de choque del adversario; desarrolla y ejecuta el combate por medio del fuego y del movimiento de avance, y resuelve, por el choque en el punto decisivo, lo preparado por el fuego, venciendo los últimos esfuerzos del enemigo y destruyéndole.
Señala que de los medios de acción de que se vale, el fuego es importantísimo y preponderante, pero el movimiento de avance, impetuoso y arrollador, es el decisivo; este solo será posible y de fructuosos resultados cuando un fuego eficaz lo haya preparado y facilitado, asi como únicamente por el movimiento podrá el fuego adquirir todo su desarrollo y máxima eficacia. El empleo acertado de la fortificación ligera de campaña podrá aumentar el efecto del fuego propio y disminuir el del adversario. El arma blanca debe utilizarse para el acto decisivo, o sea para el asalto, así como para el combate de noche y en los combates en localidades.
Establece que no se pueden dar reglas fijas para el combate de la Infantería aplicables a todos los casos. En cada uno de estos, el Jefe debe trazarse la conducta que ha de seguir en razón de las circunstancias, adoptando a su vista una resolución, de la que no se apartará sino por motivos muy fundados.
Según este reglamento, la Infantería desplegará en tres líneas: la primera se constituye con las fuerzas dedicadas a la preparación; la segunda, con las de apoyo o maniobra; y la tercera, las disponibles como reserva para hacer frente a circunstancias imprevistas, perseguir al enemigo o proteger la retirada. Para el combate ofensivo, el batallón se articula en guerrillas, sostenes y tropas de refuerzo La guerrilla se divide en trozos pertenecientes a varias
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compañías; los sostenes pertenecen a estas mismas compañías y las tropas de refuerzo se forman con el resto de las compañías del batallón. Si comparamos este reglamento con el anterior, vemos que esas “Reservas de Batallón” están más próximas a la línea de guerrillas y que el sostén pasa de ser reserva de la sección a serlo de la compañía. En su progresión hacia el enemigo, la guerrilla avanzará por secciones completas de forma sucesiva, de manera que unas quedan en posición mientras las otras marchan, acompañando el fuego de las primeras el movimiento de las segundas. Los saltos al comienzo del combate deberán ser, en general, de ochenta metros, acortándose conforme se produce la aproximación al enemigo. Se marca que saltos de mayor longitud producen una excesiva fatiga a las tropas, mientras que los de menor longitud destruyen el deseo de avanzar y demoran el momento decisivo del contacto con el enemigo. Progresivamente, sostenes y tropas de refuerzo van uniéndose a la línea de guerrillas cuando la anterior se encuentre detenida por el fuego enemigo. Esa incorporación a la línea de guerrillas debería efectuarse por los huecos dejados entre sus fracciones, o en sus costados. En cuanto al asalto de la posición enemiga, el reglamento señala que este se efectuará por oleadas, por impulsiones sucesivas y vigorosas de las tropas de retaguardia, siguiendo a sus jefes y oficiales, lanzándose sobre el enemigo con el machete bayoneta armado por entre los claros que se producen en la línea que les antecede, o empujando a esta por los puntos más convenientes si estos claros no existieran. Se señala la necesidad de utilizar el terreno en la progresión hacia el enemigo, saltando de obstáculo en obstáculo, tanto para protegerse del fuego enemigo en las detenciones como para dar mejor apoyo a su arma. En cuanto a la defensiva, el Reglamento de 1914 señala que una posición defensiva, para ser buena, debe permitir, al que la ocupa, a su vez atacar al enemigo, efectuar un fuego eficaz y disminuir los del contrario; que ofrezca un campo de tiro extenso y que no impida batir todo el terreno que el enemigo haya de recorrer en su ataque. Para la organización de la defensa se refiere a los trabajos de fortificación ligera que deben realizarse para modificar las condiciones naturales del terreno. La posición general se divide en sectores y en cada uno de ellos la Infantería deberá desplegar como en el ataque, si bien la guerrilla tendrá mayor densidad y será normal la supresión de los sostenes, embebidos en ella. Las tropas de refuerzo se emplearán en reforzar a las guerrillas o para rechazar los ataques del enemigo. Para ello deberán encontrarse lo más
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próximas posible de ese escalón; la posición defensiva deberá cubrirse por patrullas de exploración y seguridad. En cuanto a los fuegos, el reglamento señala que el combate defensivo de la Infantería se efectúa principalmente por el fuego. Señala las mejores condiciones de estabilidad con que puede efectuarse este por el soldado e indica que debiera abrirse a las mayores distancias por ráfagas violentas y cortas. No lo dice, pero está claro que este fuego por ráfagas, o descargas colectivas, va dirigido sobre las posiciones o puntos donde despliega el enemigo (el reglamento señala como blancos hasta las posiciones de Artillería enemiga) a las mayores distancias que permiten los fusiles, que puede llegar a los dos mil metros, prescripción que me parece utópica. Debemos hacer un paréntesis, porque este reglamento introduce un cambio importante respecto al desarrollo de los anteriores, al poner un especial énfasis en la instrucción individual del soldado, en la que sigue teniendo un gran peso el manejo del arma a pie firme y los movimientos en orden cerrado, pero en el que también se incluye la instrucción individual del soldado en el orden de combate: cómo desplegar en guerrilla; cómo avanzar utilizando los obstáculos naturales del terreno; cómo progresar por saltos en su aproximación al enemigo a la vez que se ha mejorado la instrucción individual de tiro. Se siguen utilizando las descargas, pero se comienza a poner especial énfasis en el fuego individual dirigido sobre otro blanco humano y no sobre una zona donde se presume su estancia. Finalmente es importante señalar la continua llamada a la iniciativa personal en el marco de las órdenes recibidas del escalón superior, más centrada en el “cómo hacer” que en el “qué hacer”, siempre condicionada a la unidad de doctrina. Cuando el capitán González Villamil analiza esta actitud en el Memorial de Infantería la señala como: Cooperación entusiasta e inteligente, por parte del inferior en los propósitos del superior, secundando eficazmente sus órdenes, interpretándolas de modo juicioso, concediéndoles su verdadero valor y ha de ejercitarse tomando el inferior decisiones y determinaciones bajo su propia responsabilidad que ningún oficial ha de rehuir.
Antes, con el Reglamento provisional de 1908, podían surgir dudas al interpretar esta cualidad, puesto que no la definía aunque la aconsejaba. Claro está que un reglamento no puede imbuir en la colectividad el espíritu de la iniciativa, pero sí aconseja a los jefes que procuren estimularla en sus subordinados dentro de la necesaria unidad de doctrina, que no es la igualdad de todas las resoluciones de acuerdo con un patrón determinado, sino que se centra en el “cómo hacer” el “qué hacer” que supone el cumplimien-
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to de la misión recibida. Iniciativa: algo que rompe el rígido esquema de las formaciones cerradas con las que hemos iniciado este estudio. 5. La evolución del armamento de la Infantería española
Las armas de la Infantería habían pasado de los arcabuces de mecha a los mosquetes y a los fusiles de chispa, pero en el siglo XIX se produjo una revolución en el armamento cuando se descubrió el procedimiento de dar fuego a la carga de proyección mediante la utilización de un mecanismo que hiciera detonar un pistón cargado con fulminato de mercurio. Los modelos utilizados por la Infantería española se reseñan a continuación y son esas armas, similares a las de los potenciales enemigos, las que condicionan los procedimientos de combate que reseñan los sucesivos reglamentos tácticos. El primer fusil español de percusión fue el modelo 1846, del que se fabricaron dos tipos distintos y sucesivos. El primero supuso la transformación del modelo de chispa de 1836, al que siguió otro construido directamente de este tipo. Sin bayoneta tenía una longitud de 1.384 metros y un peso de 4.434 gramos, con calibre de 19,34 mm. Seguía siendo un fusil de avancarga. El cartucho era de papel con una carga de pólvora de ocho gramos y el proyectil esférico, de plomo, con trece por libra. A este siguieron los modelos de 1854 y 1859, que introdujeron ligeras modificaciones en los mecanismos. El último fue el modelo reglamentario que se empleó mayoritariamente en la Guerra de África de 1860. Las armas de retrocarga aparecieron ya a mediados del siglo XIX durante la Guerra de Secesión americana. En 1856 se creó en España una comisión para estudiar la transformación de las armas de avancarga existentes adaptándolas al nuevo sistema. El resultado fue el fusil rayado de retrocarga modelo 1867, procedente de la transformación del modelo de 1859, del que existían más de cien mil en los parques de Artillería españoles. El 1 de enero de 1868 se creó otra Junta en España para estudiar un nuevo modelo de armamento para la Infantería. Fruto de su trabajo fue la adopción, por Orden Circular de 24 de febrero de 1871, del fusil Remington de retrocarga y cartucho metálico, de los que se construyeron ciento cincuenta mil en la fábrica de Oviedo, a la vez que se compraban setenta mil en los EE. UU. Los cambios en el armamento seguían imponiéndose. El fusil Remington precisaba la carga del arma cartucho a cartucho, como la mayoría de las escopetas de caza actuales. Se hacía necesario adoptar el nuevo sistema de
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repetición. El 31 de marzo de 1888 se creó una Comisión Mixta de Armas Portátiles, que debía preparar los modelos de armas con los que se dotaría a las unidades del ejército. Su dictamen fue claro: El fusil Mauser es un arma práctica de guerra con cualidades extraordinarias y con una superioridad tan grande sobre el fusil reglamentario (el Remington) lo mismo respecto a precisión que en lo relativo a alcance y fuerza de penetración del proyectil, que su adopción señalaría un progreso marcadísimo en el armamento de nuestra Infantería.
Del sistema Mauser hubo en España dos modelos sucesivos. El modelo 1893 y el mosquetón modelo 1916. Armas de repetición con cerrojo y depósito para cinco cartuchos metálicos y uno en la recámara. Su calibre de 7 mm y alza de corredera, graduada de cien en cien metros entre los cuatrocientos y los dos mil. Utilizó hasta tres modelos de bayoneta. Ha sido un largo camino. De las primeras armas de fuego con un alcance útil limitado a unos sesenta metros, a los nuevos fusiles con un alcance eficaz hasta los cuatrocientos y máximo de dos mil, y de una cadencia de tiro de hasta tres disparos por minuto a los veinte o treinta de tiradores selectos. Además, pronto los infantes marcharon acompañados por las ametralladoras, que hicieron su aparición como armamento de la Infantería en las postrimerías de la Guerra de Marruecos; primero tímidamente, asignando cuatro de ellas a cada Comandancia General y acabando como dotación reglamentaria en cada uno de sus batallones. No obstante, toda la instrucción del soldado en esta época, gira alrededor del empleo decisivo de la bayoneta, como si el fuego fuese solo el procedimiento para aproximar al infante al momento decisivo del choque al arma blanca. Estas fueron las armas de la Infantería durante las sucesivas guerras en Marruecos. 6. La guerra irregular
Los reglamentos militares, ya se ha dicho, están dirigidos a conducir el combate contra un enemigo que reúne, en su equipamiento y doctrina de empleo, unas características similares a las de nuestro ejército. No hay mención en ellos de la que pudiéramos llamar “la guerra irregular”, a la que hicieron frente nuestras tropas en la manigua cubana o en Marruecos. Posiblemente, para llenar ese vacío, dos profesores de la Escuela de Estado Mayor, el comandante Víctor Martín García y el capitán Francisco Gómez Souza (después Gómez Jordana Souza) publicaron en 1910 su obra Estudios de Arte Militar, en la que, tras comparar los reglamentos tácticos de los
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distintos países europeos y americanos, analizan la conducción del combate en las guerras irregulares. Decían: Siempre ha estado muy generalizada la idea de que un Ejército debidamente organizado puede dar por descontada la victoria cuando combate contra otro que por su mediocridad imprima a la campaña el sello necesario para que reciba el nombre de irregular. Nada más distante de lo cierto; llena está la historia de luchas cruentas, en las que los ejércitos europeos han sido derrotados de manera humillante, por hordas desprovistas de los elementos que los principios orgánicos aconsejan, y desconocedores de otros conocimientos de arte militar que no sean los rudimentarios que instintivamente posee todo país guerrero. Nosotros hemos tenido en la campaña de Melilla, una prueba de lo que cuesta someter a un país salvaje que posee armamento moderno, siquiera sea en parte, y terreno adecuado para resguardarse (...) Es pues preciso, cuando de las guerras irregulares se trate, modificar en parte los principios tácticos, de tal modo, que se empleen los medios de acción que más convengan para batir estos especiales enemigos, y se olviden, en cambio, aquellos otros que únicamente sean eficaces cuando se luche con tropas que reúnen las mismas condiciones que las propias.
En ese texto, se recomienda el fuego por descargas, preferentemente antes de alcanzar los trescientos o cuatrocientos metros del enemigo, para dar idea de potencia de fuego a la vez que de disciplina de nuestras tropas, impidiendo el combate a distancias cortas. En cuanto a las formaciones de combate, recomienda que se disminuyan los escalones, los frentes y las distancias, porque en esta clase de guerra los combates no se desarrollan con la lentitud de los regulares. Incide en que no será extraño adoptar como formación de combate la fila, la línea o la formación de cuatro filas. Recomienda no abandonar el escalonamiento, debiendo distribuirse las tropas en dos o tres líneas, pero la primera de ellas, formada habitualmente por guerrillas, sostenes y refuerzos, se integrarán en una sola y, si acaso, algunos pequeños sostenes cubriendo los flancos. Continúa diciendo textualmente: En estas guerras, poco significa para el enemigo una o varias derrotas. Para dominarlo es preciso atacar sus intereses materiales. Destruyendo aldeas, aduares o poblados, cortando sus árboles frutales; quemando las recolecciones y apoderándose de las mujeres, niños, viejos y ganados, se conseguirá muchos más que marchando continuamente detrás de las fuerzas enemigas que se nos opongan.
Desconozco la experiencia en guerra irregular que tenían estos profesores de la Escuela de Estado Mayor, un centro prestigioso por sus estudios, donde, sin duda, se analizarían las campañas de Cuba y Filipinas. Pero destacaría su idea de reforzar el primer escalón; me parece que la concepción del combate ofensivo que alienta en nuestros reglamentos es que
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el enemigo en defensiva va a permanecer impasible mientras sostenes y reservas refuerzan a la guerrilla. Esa guerrilla inicial es débil, y sostenes y reservas, formados en orden cerrado, son extraordinariamente vulnerables al fuego aunque sea lejano. El problema es el terreno. Se piensa que el enemigo lo va a defender hasta llegar al choque al arma blanca, pero no se considera que el enemigo pueda utilizarlo retrocediendo de posición en posición, buscando sucesivas posiciones ventajosas, por la protección continua de los accidentes del terreno, sin dar nunca tiempo al despliegue total de nuestros propios medios. Ellos pueden no estar ya allí, ese es el problema. Me imagino, a la luz de los reglamentos, el despliegue español en el ataque del Barranco del Lobo que García Pérez narra: no hay ningún objetivo topográfico decisivo cuya conquista suponga la victoria; el problema era el moro que dispara detrás de una peña y luego salta a otra más atrás. Puede que nuestros reglamentos nos atasen a determinados procedimientos, pero ellos no los tenían, eran libres de actuar de un modo u otro. ¿Se piensa en que los que protegen los flancos de la formación principal también tienen sus flancos vulnerables? Gómez Jordana Souza, como jefe de Estado Mayor de su padre y con el tiempo también alto comisario de España en Marruecos, asimiló y aplicó las ideas pacificadoras de su padre. 7. Las recomendaciones para el combate en Marruecos del general Bermúdez de Castro
Bermúdez de Castro había mandado las tropas españolas en El Caney frente a los americanos y tenía una amplia experiencia de combate. En El Memorial de Infantería vuelca esa experiencia dirigida a la guerra de Marruecos, centrándose primero en la importancia del tiro individual. Dice así: Poco al corriente de las modernas doctrinas estará el Oficial de Infantería que no sepa como la instrucción de tiro en todos los Ejércitos de Europa se encaminan a conseguir, no tiradores admirables, tiradores de circo, sino soldados que lleven los proyectiles al terreno donde el enemigo está: no se busca la precisión absoluta, sino la buena dirección del fuego, y con esta tendencia se han disuelto en lodos los Ejércitos las secciones de tiradores que los soldados viejos hemos conocido tantos años. En el combate contra moros, el tirador lo ha de ser “de precisión”, no sirve de nada que el haz de proyectiles de una Compañía, en fuego de ráfagas o a discreción, bata el terreno enemigo. El enemigo no es una línea de tiradores; hay moros a 100 metros, otros a 200, otros a 600 y a diversas distancias, y nunca más de tres moros juntos. Si se reúnen o agrupan es para acosar en las retiradas, regresos o repliegue de las columnas, atraídos por el botín del armamento de los muertos y heridos que no se pueden retirar.
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¿Qué alza va a dar el oficial a una tropa que tiene al enemigo disperso a varia dísimo distancia? El fuego tiene que ser individual, de cacería, cada soldado contra el moro que ha visto; cargar el fusil resguardándose tras de algún accidente del terreno, esperar que el moro se descubra un poco, y tirar de prisa, a tenazón, a hacer diana en la cabeza: un tiro de circo. Esta es la verdad. El valor heroico del moro es una leyenda: no se dará jamás el caso de los “juramentados de Mindanao”; el moro de Marruecos no va a buscar la muerte; se bate tenazmente mientras no tiene bajas o las tiene escasas; cuando se le hacen huye; los combates en que tenemos nosotros grandes pérdidas, los moros tienen pocas; cuando ellos tienen muchas, nosotros apenas hemos sufrido algunas. También es una leyenda que el moro es un magnífico tirador; lo que sucede es que tira con ganas de dar, que apunta, que no tira por tirar, como hacen la mayoría de nuestros soldados; el moro hace la guerra por su gusto, el soldado porque se lo mandan, y esta diferencia de voluntades se refleja en el movimiento de encarar al fusil. Pero la ventaja del moro está compensada con el número de nuestros fusiles y el consumo de municiones; hay que ver lo que tira una Compañía y lo que el factor casualidad pone en la dirección de cada bala. El fuego colectivo no tiene aplicación ninguna en Marruecos; los núcleos numerosos de enemigos no se presentan sino a largas distancias, y para eso están las ametralladoras y el cañón; en todos los servicios (que son muchos y todos peligrosos), como en los combates, el tirador de precisión, el fuego de cacería, eminentemente individual, es lo útil. Una Sección de tiradores, de contra-pacos (nombre dado a los tiradores moros emboscados, por el sonido del disparo a distancia: mío), diseminada noche y día en el frente exterior de los campamentos, sería un excelente antídoto para espantar al enemigo.
Sigue Bermúdez de Castro opinando sobre las formaciones: Todos los tratadistas militares preconizan, como primer elemento del éxito, lo que llaman “el vacío del campo de batalla”, la invisibilidad de las formaciones. En ninguna guerra, como en la de Marruecos, es más necesario ese vacío, esa invisibilidad: de ahí (me da miedo lo que voy a decir porque es una herejía) de ahí la supresión de las reservas. Pero entendámonos, de las reservas inmediatas a la línea de fuego, de las que constituyen el orden profundo, el esquema de un Batallón con sus reservas parciales y reserva total. La guerrilla ha de ir suelta, aislada, con grandes intervalos, y ha de tener enorme desarrollo, cuanto más mejor. Poca densidad, mucho frente y bastarse a sí misma durante mucho tiempo, durante el que tarde (si hace falta) en llegar desplegado el segundo escalón; pero desplegado desde que empiece a marchar. Formaciones cerradas, ni una sola al alcance del fusil; guerrillas completas jamás: los hombres a seis u ocho pasos. No emplear a trozos la fuerza de combate, sino toda la que se pueda disponer, abarcando un frente que exceda con mucho, que rebase en mucho al enemigo. Al moro no le preocupa nunca lo que tiene delante, sino lo que ve o presiente a los flancos: Línea rebasada es línea vencida.
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El general Bermúdez de Castro (entonces coronel) continúa su artículo extendiéndose sobre la forma de avanzar las columnas, preconizando su marcha cubiertas por una exploración de tropas indígenas, dividida en grupos de seis a ocho hombres y no por parejas, y en la que el escalón de vanguardia y grueso marchen sin apenas solución de continuidad y ambos en la mano del jefe de la columna. 8. La memoria de Cuba
Recordemos la imagen de aquel general francés con el que iniciábamos este estudio. Los reglamentos apilados sobre la mesa. El conocimiento imperfecto de las posibilidades del enemigo. La misión, el qué hacer y el conocimiento de los medios propios. ¿De qué se trata? El mando revive situaciones vividas con anterioridad. Generales y jefes de aquella guerra de Marruecos habían sufrido la experiencia de la manigua cubana; el mismo Bermúdez de Castro, Marina, Pintos, Silvestre... Coroneles como Morales Mendicuti, que moriría en Sidi Dris junto a Annual. Se puede aducir que se trataba de un escenario geográfico distinto, pero la experiencia personal pesa y muchos de los procedimientos empleados en Marruecos serán un eco de los empleados en las Antillas o Filipinas. Los textos de García Pérez no descienden a los detalles de la forma de combatir de nuestras tropas, aunque un lector experimentado puede llegar a deducirlo. Son relatos épicos, que recuerdan al de Pedro Antonio de Alarcón sobre la Guerra de África de 1860. El entusiasmo y el patriotismo de las tropas y de los mandos..., el valor heroico, pero también constituye un relato insustituible y valioso de lo que allí sucedió. La guerra de Melilla de 1909 se produjo por la necesidad de proteger la construcción y el funcionamiento del ferrocarril de la Compañía Española de Minas del Rif, en cuyo Consejo de Administración figuraban prohombres de la política española como el conde de Romanones; y la campaña de Annual, por la necesidad sentida de someter a la cabila de Bemni-Urriaguel. La ciudad de Melilla se hallaba circundada de fuertes (Camellos, Cabrerizas Altas y Bajas, Rostrogordo, Horcas Coloradas...), pero los combates tendrán lugar más allá de ese recinto. El primer eco cubano fue la construcción de casetas y blocaos para proteger el tendido del ferrocarril, jalonado así por una línea de puntos fuertes. Primero fueron las casetas, casas aspilleradas, rodeadas de una alambrada, con una guarnición tipo sección de Infantería y situadas a varios kilóme-
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tros unas de otras. Estas casetas fueron complementadas por los llamados blokhaus en la terminología de la época, dotados de doble alambrada, foso y trinchera, instalados también, con el tiempo, en Cabo de Agua, Restinga o El Atalayón. La guarnición de estos puntos fuertes se aproximaba a la compañía. El segundo de los elementos heredados de Cuba fue “la columna”, como ya señalamos en la primera parte. El problema en Melilla era, en principio, la protección del tendido ferroviario. Pero blocaos y casetas no eran autosuficientes, necesitaban suministros de víveres, agua, municiones y la evacuación de heridos y muertos. Se organizaban convoyes de acémilas y carros, que debían ser protegidos por columnas, porque las harcas rifeñas, apostadas en las faldas del Gurugú, atacaban de flanco a los convoyes. En Melilla, en 1909, como lo había sido en Cuba y como ya señalamos en la primera parte, las columnas tenían una composición variada. No eran una unidad orgánica, pese a que la guarnición de Melilla había sido reforzada, una tras otra, por varias brigadas de Cazadores. Al mando de un general de brigada se agrupaban batallones y compañías de distintos regimientos, con algún corto escuadrón de Caballería y así avanzaban cubriendo el flanco amenazado del convoy. El combate del Barranco del Lobo, que supuso la muerte del general Pintos, antiguo ayudante de Weyler en Cuba, se produjo porque los rifeños atacaron con fuerza a la columna de protección del convoy y el general Marina, que mandaba la guarnición de Melilla, ordenó a Pintos que al frente de otra columna contraatacara a los rifeños siguiendo la dirección del barranco, monte arriba, hacia el Gurugú. El Reglamento Táctico en vigor en esa campaña de 1909 era el de 1881. Esas formaciones de combate, con escalones en orden cerrado, tenían que ser muy vulnerables ante un enemigo disperso, protegido por los accidentes del terreno y que no tenía ningún reparo en abandonar sus posiciones antes de llegar al choque a la bayoneta, de la que carecían. Por otro lado, la eficacia del fuego por descargas, efectuado a la voz de mando de los oficiales españoles, dirigido a batir el terreno donde desplegaban a cubierto los rifeños, tendría efectos muy limitados. Hay que señalar el elevado número de bajas de jefes y oficiales sufridas en esos combates, incluidos los generales de brigada Pintos y Díaz Vicario. Unas y otras columnas, con excepción de la del coronel Larrea en Quebdana, solían regresar a sus campamentos de Melilla al anochecer. No iban dirigidas a la ocupación del terreno.
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9. Epílogo: El reglamento táctico de Infantería de 1929
Propiamente dicho este reglamento, cuya primera edición es de 1926, no se puso en ejecución durante la Guerra de África que historió García Pérez, ya que esta concluyó en 1927 tras el desembarco de Alhucemas, pero en él se recogen las enseñanzas obtenidas de ella y se desarrollan en toda su amplitud las experiencias de la Gran Guerra Europea. Se trata ya de una Infantería distinta, dotada de más medios de fuego, mientras que hasta entonces todos sus componentes utilizaban exclusivamente el fusil, con la incipiente aparición de una sección de ametralladoras, con dos armas, en algunos de sus regimientos, allá por el año 1912. Antecedente de este reglamento es la Doctrina para el empleo táctico de las Armas y los Servicios, del año 1924. En ella se dota ya a la Infantería de ametralladoras, morteros y cañones de pequeño calibre para el acompañamiento inmediato. Definiéndola la nueva doctrina como: El Arma del combate próximo; en la ofensiva conquista y conserva el terreno, lo ocupa la primera y acaba de destruir al enemigo capturándole o expulsándole al menos; en la defensiva es el baluarte ante el cual se estrellan los esfuerzos del adversario. Es, en consecuencia, el Arma en provecho de la cual deben actuar todas las demás.
Así mismo recoge la Doctrina el paso de las formaciones lineales a las formaciones en profundidad: “Adquiere así el orden de combate una forma escaqueada y por tanto irregular, con grandes intervalos entre los grupos o fracciones forma que en nada recuerda las líneas casi rígidas de antes”. La Doctrina también señala como unidad elemental al pelotón, formado por una escuadra de fusil ametrallador y dos de fusileros-granaderos. La sección consta de dos pelotones y la compañía de tres secciones. El batallón encuadra cuatro compañías de fusileros; una sección de máquinas de acompañamiento, dotada de un mortero de 6 cm. de calibre y un cañón de 4 cm., más una compañía de ametralladoras, de dos secciones a cuatro armas cada una y una plana mayor compuesta por una sección de transmisiones y otra de tren, dividida en tren de combate, con la misión fundamental del municionamiento y un tren de víveres y equipajes. En esta Doctrina aparecen citados por primera vez los carros de combate y la aviación. En el Reglamento de 1929, la Infantería, en próximo contacto con el enemigo, ya no avanza en guerrilla como en los anteriores, sino en hilera escaqueada, con las escuadras de fusil ametrallador en cabeza de cada pelotón. No obstante, en El Memorial de Infantería abundan los artículos pro-
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poniendo que las escuadras de fusileros-granaderos le antecedieran, dadas las frecuentes averías que sufren estas armas. De la primera parte de este reglamento destacaría su definición de “táctica”, con la cual se rompe la uniformidad de los despliegues que habían establecido los anteriores reglamentos: Arte de disponer, mover y emplear las tropas sobre el campo de batalla con orden, rapidez y recíproca protección, combinándolas entre sí con arreglo a la naturaleza de sus armas y según las condiciones del terreno y disposiciones del enemigo.
En capítulos sucesivos desarrolla la instrucción individual del soldado, con armas y sin ellas. Después continúa con sus actitudes en los distintos órdenes de aproximación y combate. Cuando se refiere al orden de combate señala para el pelotón un despliegue en dos escalones: en el primero, como ya hemos señalado, la escuadra de fusil ametrallador, y el segundo las de fusileros-granaderos, separadas por un intervalo de unos diez pasos. De todas formas se abandona la rigidez de los anteriores reglamentos y se adaptan las formaciones a las distintas situaciones que pueden presentarse, considerando al pelotón como “la unidad de tiro y maniobra”. Continúa con la instrucción de sección y compañía, en los órdenes cerrados, de aproximación y combate. La compañía despliega en dos escalones, llamados “de fuego y de reserva”. En principio dos secciones en primer escalón y una en segundo. Para el orden de combate se le asigna al batallón un frente de trescientos a cuatrocientos metros contra una posición enemiga fuertemente organizada, pudiendo llegar a los setecientos en las otras situaciones; la distancia entre las compañías de primer y segundo escalón la fija de doscientos a cuatrocientos metros. El regimiento se compone de tres batallones, y dos regimientos forman la brigada. Bibliografía Álvarez Abeilhé, J.: “El Armamento”, en Historia de la Infantería Española, Madrid: Ministerio de Defensa, 1998, tomo III, pp. 471-505. Bermúdez de Castro y Tomás, L.: “Táctica para el combate en Marruecos. El tema táctico”, en Memorial de Infantería (1914), Toledo: Imprenta Colegio María Cristina, tomo I, pp. 28 y sig. Cassinello Pérez, A.: “La Infantería en la Guerra de África”, Historia de la Infantería Española, Madrid: Ministerio de Defensa, 1998, Tomo III, pp. 181-209. Diego García, E. de: Weyler, de la leyenda a la Historia, Madrid: Fundación Cánovas del Castillo, 1998.
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Doctrina para el empleo táctico de las Armas y los Servicios, Madrid: Talleres del Depósito de la Guerra, 1924. González y Pérez-Villamil, E.: “Operaciones en Yebala”, en Memorial de Infantería (1914), Toledo: Imprenta Colegio María Cristina, tomo I, pp. 309-511. Hernández De Herrera, C. y García Figueras, T.: Acción de España en Marruecos, Madrid: Imprenta Municipal, 1929-1930. Isabel Sánchez, J. L.: “La evolución de las tácticas”, en Historia de la Infantería Española, Madrid: Ministerio de Defensa, 1998, tomo III, pp. 365-403. Marichalar y Monreal, L. (Vizconde de Eza): Mi responsabilidad en el desastre de Melilla como Ministro de la Guerra, Madrid: Gráficas Reunidas, 1923. Martín García, V. y Gómez Souza, F.: Estudios de Arte Militar, Madrid: Tipografía de Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1910. II tomo (Táctica). Reglamento para el ejercicio y maniobras de la Infantería: aprobado por SM, Madrid: Ministerio de la Guerra, 1850. Reglamento Táctico de la Infantería, Madrid: Depósito de la Guerra, 1881. Reglamento para la instrucción táctica de las tropas de Infantería, Madrid: Depósito de la Guerra, 1898. Reglamento Táctico de Infantería, Toledo: Imprenta Colegio María Cristina, 1914. Reglamento Táctico de Infantería: 1929, Madrid: Talleres del Depósito Geográfico e Histórico del Ejército, 1929. Riera, A.: España en Marruecos: crónica de la campaña de 1909, Barcelona: Casa Editorial Maucci, 1909. Weyler Nicolau, V.: Mi mando en Cuba (10 febrero 1896 a 31 octubre 1897): historia militar y política de la última guerra separatista durante dicho mando, Madrid: Imprenta Felipe González Rojas, 1910-1911.
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Las campañas de Marruecos, gestas y desastres
Manuel Espluga Olivera
1. Introducción
A pesar de los testamentos de los Reyes Católicos, África, el norte de África, sería para sus herederos y sucesores un teatro secundario; quizá fuera más exacto decir esporádico, según los acontecimientos. Cuando, pasados los años y la gloria y el poder, España quiso tener protagonismo en la región, no solo tuvo que luchar contra sus habitantes, también debió cuidar de no interferir en los intereses de los países que la habían desbancado del grupo de las grandes potencias. No corresponde analizar aquí las implicaciones políticas que acompañaron las actuaciones militares en las campañas de Marruecos, pero hay que tener presente el contexto político nacional e internacional para comprender lo sucedido. Mucho se ha escrito sobre las campañas de Marruecos. Las operaciones y los desastres, especialmente el de Annual, han sido minuciosamente analizados y criticados. Con conocimiento de causa o sin él, con buena o mala intención, apoyando o rechazando la actuación, ensalzando o denigrando a sus actores. Buscando verdad o munición para la arena política partidista.
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Invitados a reflexionar en este centenario del comienzo del Protectorado, sería pérdida de tiempo insistir en lo ya trillado. Aunque pudiera llegarse a comprender exactamente lo ocurrido, no serviría para cambiar el curso de aquellos acontecimientos. Es bueno conocer lo ocurrido; permite extraer enseñanzas para prevenir situaciones propicias a la comisión de errores. Esa es la intención de este trabajo. Recordar actuaciones anteriores a la época del Protectorado servirá para apreciar las diferencias entre uno y otro contexto. 2. La guerra hispano-marroquí de 1859-1860
Por motivos que se dejan sin exponer por su naturaleza política, el 22 de octubre de 1859 el presidente del Consejo daba cuenta en la Cámara de la declaración formal de guerra a Marruecos. La declaración de guerra se hizo “entre el general entusiasmo” del país. Entusiasmo que decaería terminada la guerra y cuya generalidad faltaría en ocasiones futuras. El proyecto de una expedición a Marruecos era antiguo y ya se había diferido en 1849 y 1854; los reconocimientos, cálculos y trabajos sirvieron de base para esta ocasión. Se contaba hasta con un Manual del Oficial en Marruecos publicado en 1844. La finalidad de la guerra se limitaba a “... pedir satisfacción de los agravios hechos a nuestro Pabellón”. En caso de conquistar alguna plaza, la ocupación sería temporal hasta finalizar el pago de la indemnización por los sacrificios de la guerra. Los intereses de Inglaterra mediatizaban los objetivos españoles. El plan de operaciones era razonable a la vista de las circunstancias. La penuria naval y la época del año llevaron a decidir desembarcar en Ceuta, aun conscientes de todas las limitaciones inherentes. Después, para aproximarse por tierra a tomar Tetuán como primer objetivo, habría que habilitar caminos —pues no había ni uno— y contar con el apoyo de las fuerzas navales, tanto artillero como logístico e incluso en alguna ocasión el de fuerzas desembarcadas. Se había evaluado con prudencia lo necesario para llegar a Tánger y se había preparado antes de empezar la campaña. La toma de Tetuán, después de la batalla correspondiente, no fue suficiente para doblegar al enemigo y hubo que continuar camino de Tánger. En él se libró la batalla de Uad-Ras, muy dura, tras la cual el príncipe Muley el Abbas solicitó negociar un tratado de paz. Era el 25 de marzo de 1860; el desembarco de las primeras fuerzas había tenido lugar el 19 de noviembre del año anterior. Poco más de cuatro
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meses, cinco, contando hasta el 27 de abril en que se firmó el Tratado de Paz, fue la duración total de la guerra. Las condiciones del Tratado no fueron recibidas con satisfacción por la población española. No se veía proporción entre lo conseguido y las casi diez mil bajas ocurridas. De ellas, mil ciento cincuenta y dos muertos en combate, o a consecuencia de las heridas recibidas, y otros dos mil ochocientos ochenta y ocho por enfermedad. Más del doble que los muertos totales en combate (SHM-EMC: 1947, 319). Se habló de una “guerra grande” seguida de una “paz chica”. Empezó a nacer en la población española el resquemor contra las aventuras guerreras, especialmente entre quienes tenían que proporcionar los soldados. Se hicieron receptivos al grito de “o todos o ninguno”. Pero eso entra en el campo de lo político, que no se está tratando aquí. 2.1. Gestas y desastres
La primera gesta de esta guerra la resume Cánovas del Castillo así: La creación de un ejército de cuarenta mil hombres y más de sesenta cañones en Algeciras, Cádiz, Málaga y sus inmediaciones, ejecutada en breves días (...) la organización de campaña de este ejército llevada a término en dos meses escasos aunque las tropas no habían formado nunca brigadas, divisiones ni cuerpos, desconocían los hábitos y hasta el material de los campamentos... (Cánovas: 1860, 193)
No es usual considerar gesta a lo señalado; pero teniendo en cuenta que los regimientos se mantenían “dispersos en pequeñas guarniciones”, como dice un poco más adelante el párrafo citado, hay que reconocer que el esfuerzo es digno de consideración. Posiblemente influyó que el general O´Donnell, por entonces presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra, fuera a convertirse en el general en jefe de ese ejército, sin dejar del todo los otros cargos. Manejar las riendas de la política y de la milicia debió facilitar el resultado. Sobre este cuadro aparentemente tan magnífico empiezan a surgir dudas en cuanto se continúa leyendo el párrafo allí donde quedaron los puntos suspensivos: ...y no tenían trenes de sanidad, ni almacenes, ni transportes, ni nada de lo que necesitaban regimientos dispersos en pequeñas guarniciones, para aventurarse á invadir tierra estraña y desierta, con el mar á las espaldas...
Sin embargo, el entusiasmo —de todo el país— y la improvisación — en la que sus habitantes son expertos— paliaron los defectos de los servicios; lo suficiente para no empañar el resultado favorable de las operaciones. La guerra en sí misma puede considerarse una gesta. En total fueron veintitrés combates y dos batallas; todo victorias. También, muchas penali-
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dades además de los combates. Mal tiempo, fatiga, hambre —consecuencia del aprovisionamiento vía marítima en época de temporales— y enfermedades. Sobre todo, el cólera ya aparecido antes de embarcar. La gesta mejor conocida —al menos de nombre— es la llamada batalla de Los Castillejos. En el cómputo oficial se trata de un combate que se libró el primer día de marcha del ejército hacia Tetuán. Desde el 19 de noviembre hasta fin de diciembre, el ejército va desem barcando. Se establece en el campo de Ceuta, donde es hostilizado duramente por el enemigo. Esta circunstancia se aprovechó para mejorar la cohesión de las unidades. Los mandos adquirieron experiencia contra este enemigo y en este tipo de guerra, y los reclutas se forjaron como soldados. Terminada esa primera fase, el 1 de enero de 1860, una parte del ejército se puso en marcha. Concretamente, la División del general Prim, que actuaba de vanguardia, el II Cuerpo de Ejército, del general Zabala, y el propio general O’Donnell con su Estado Mayor. El enemigo, que se aprestaba a atacar un día más a las fuerzas estacionadas en el campo de Ceuta, acudió rápido a intentar cortar el paso al percatarse del movimiento. La lucha, dirigida por el propio general en jefe, es dura, pero va siendo favorable. Mientras el general Prim atiende a su frente y flanco derecho para abrir paso, el general O’Donnell ordena que unidades del II Cuerpo ocupen, no sin fuerte combate, posiciones en el flanco derecho para impedir el envolvimiento de la División de Prim y el ataque al costado derecho de la columna que espera en el camino. El enemigo rechazado por la vanguardia se rehace, incrementa y ataca de nuevo hasta en tres ocasiones. En la última, la situación empieza a ser comprometida después de apoyar a dos escuadrones que con ímpetu incontrolado habían llegado a penetrar en un campamento enemigo. En una de las posiciones, el Batallón del Príncipe va a ser superado por la masa de atacantes. En su ayuda acuden apresuradamente los Batallones del Córdoba, pertenecientes al II Cuerpo de Ejército. Llegan casi sin aliento tras la carrera, debido al peso de las mochilas. Para aliviarse, las dejan en el suelo y refuerzan a sus compañeros en peligro. Después de relevarlos en la línea de combate y a pesar de sus esfuerzos, se ven obligados a ceder terreno y la posición. Su pérdida suponía un grave aprieto para el conjunto. En ese momento crucial, el general Prim se pone al frente de los soldados del Córdoba, los arenga, agita la bandera que le pide al oficial que la portaba y se lanza con ella sobre el enemigo. El gesto enardece a los sol-
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dados que lo siguen y logran al fin rechazar al atacante. La comprometida situación se restablece con ayuda de otras unidades del II Cuerpo de Ejército que terminan relevando a las exhaustas fuerzas de la División del general Prim. 3. Conflicto en el campo exterior de Melilla (1893-1894)
El Tratado de Paz de 1860 ratificaba el acuerdo de agosto de 1859 sobre los límites del campo exterior de Melilla. Hasta abril de 1891 no quedaron finalmente materializados sobre el terreno. En todo ese tiempo se puso de manifiesto la poca autoridad del sultán sobre las cabilas circundantes a Melilla, que dejaba la Plaza prácticamente inerme. Ante cualquier agresión de los cabileños, las guardias de moros de rey que debían prevenirlas y evitarlas, según el Tratado, eran del todo inoperantes. Sin embargo, no se podía penetrar en el territorio marroquí para tomar represalias castigando a los agresores porque el Tratado también establecía que esa era responsabilidad del sultán. A lo largo de los años, se había ido desarrollando un plan de construcción de fuertes para la defensa exterior de Melilla. Cuando en 1893 le llega el turno al que iba a construirse cerca de la mezquita y cementerio de Sidi Aguariach, se producen agresiones a las obras, dando comienzo a algo que pudo haberse convertido en otra guerra como la anterior. Tras varios incidentes en los días anteriores, el primer ataque en regla se produce el día 2 de octubre de 1893. Consecuencia de los fuegos intercambiados fue la destrucción tanto de la mezquita como del cementerio de Sidi Aguariach. El Gobierno español autorizó, si continuaba el hostigamiento, a causar todo el daño posible sobre el campo enemigo. La escasa guarnición inicial de Melilla complicó los primeros momentos. A pesar del optimismo del comandante general, general García Margallo, que creía posible arreglar la situación por otras vías, el Gobierno empezó a enviar refuerzos. Después de la llegada del primer batallón, el 8 de octubre, y el anuncio de más refuerzos, el comandante general informó que no existían alojamientos para acoger esas fuerzas, ni mobiliario para dormitorios, ni cocinas adecuadas, ni material de campamento, ni víveres para atenderlas. Por vía diplomática el Gobierno hace constar al sultán que sería acto de legítima defensa, producto de la necesidad, si fuera necesario invadir territorio marroquí para castigar a los cabileños que penetrasen en la zona española o entorpecieran los trabajos de construcción del fuerte.
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Al mismo tiempo, consulta a las demás potencias sobre su posible reacción en la eventualidad de que España tuviera que hacer tal cosa. Las respuestas fueron favorables, pero el Gobierno se dividió entre resolver el conflicto por la vía de las armas, el ministro de la Guerra, o por la vía diplomática como establecía el Tratado, el de Estado. A pesar de la indecisión, se continuó el envío de tropas a Melilla. En previsión de acometer operaciones de importancia con las fuerzas ya enviadas más las que pensaba enviar, el Gobierno decidió elevar la categoría del mando de la Plaza y nombró para ello al general de división Macía Casado. El general García Margallo no llegaría a enterarse de esta disposición porque murió el 28 de octubre al intentar salir del fuerte Cabrerizas Altas, donde había estado sitiado toda la noche. El nuevo comandante general, desde su llegada el día 29, atendió al socorro de los fuertes atacados y al alojamiento de las fuerzas llegadas a la Plaza. Aprovechando que era conocido en la zona por haber sido gobernador de Melilla durante seis años, escribió una carta al bajá para que la difundiera entre los revoltosos. En ella explicaba la acumulación de fuerzas que estaba en proceso y manifestaba que no quería utilizarlas sin darles opción a reconsiderar su actitud. Por inverosímil que parezca, desde el 5 de noviembre en que envió la carta, cesaron los ataques generalizados; solo algún grupo o individuo sueltos provocaron agresiones de poca importancia. El Gobierno incitaba al general Macía a realizar un ataque de castigo sobre el campo marroquí para, de paso, como compensación por gastos de guerra, ampliar la extensión del de Melilla con las alturas que dominaban los fuertes. Ante el anuncio de la visita a Melilla del hermano del sultán, príncipe Muley Araafa, el Gobierno redobló sus apremios para realizar un ataque, a lo que el general Macía contestaba reiterando sus necesidades no cubiertas. El 25 de noviembre el Gobierno nombró al capitán general Martínez Campos para el cargo de general en jefe del Ejército de África, con la esperanza de que lanzara el ataque. A su llegada a Melilla, Martínez Campos comprobó que la realidad de la situación solo permitía hacer lo que se estaba haciendo. La campaña terminó oficialmente el 31 de marzo de 1894, tras laboriosas conversaciones de paz. Finalizado el conflicto, el Gobierno, a raíz de un incidente ocurrido apenas transcurridos dos meses, el 5 de junio, no autorizó la salida de castigo que proponía el comandante general. En su lugar, señaló que era preciso “... transformar nuestra manera de gobernar en las posesiones de África
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y cambiar por completo la línea de conducta, los procedimientos y las relaciones de nuestras autoridades con los moros fronterizos...”. Esta era la línea del Ministerio de Estado. La nueva política tendría por objeto “la atracción de las cabilas en general” y de las limítrofes en particular. Al trasladar la orden del Ministerio de Estado, el de Guerra insistía en que “(...) la guarnición debe concretarse a defender nuestras actuales posiciones y mantenerlas libres de agresiones y desmanes (...), pero absteniéndose de invadir el territorio marroquí” (SHM-EMC: 1947, 464-465). 3.1. Gestas y desastres
No hubo gestas ni desastres de importancia en esta campaña, aparte de las gestas individuales que se dieron en los combates. Se ha traído a la memoria esta campaña para compararla con la anterior en cuanto se refiere a su preparación. El comienzo fue una agresión; esto lleva consigo un cierto tiempo de reacción en el cual se debe atender a parar el golpe, primero, y reaccionar ofensivamente cuando se vislumbren posibilidades de éxito. Si hubo sorpresa, se puede admitir cierta improvisación en los refuerzos para la defensa inicial; pero el resto debería estar bien preparado. El Gobierno se impacientaba por conseguir una victoria militar, sin especificar objetivos. Se dedicó a llenar la Plaza de fuerzas sin organización previa, sin instalaciones para tanto personal y material, sin puerto que facilitara el desembarco y, como en la anterior guerra, fallando servicios esenciales. Toda la labor de organización de las fuerzas y material llegados sin orden ni método recaía sobre el comandante general, cuya preocupación primordial era atender a los fuertes de la línea defensiva, suministrándoles agua, víveres y municiones. En esas condiciones, no se podía formar en pocos días una masa apta para seguir un plan lógico de campaña. Cuando se tuvo preparado, la presencia del hermano del sultán en la zona hizo injustificable un ataque militar. Puede servir de resumen de lo acontecido la contestación que el general Macía dió al telegrama que le envió el 21 de noviembre de 1893 el ministro de la Guerra preguntando “... si podrá intentar algo para que nuestras tropas queden satisfechas y de ninguna manera interrumpir trabajos ni renunciar a la construcción del fuerte en nuestro campo” (SHM-EMC: 1947, 412).
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De su respuesta, resalta: (...) y como mi deseo inmenso y el del Ejército es ir a encontrar la victoria, estoy prevenido y preparándolo todo; sólo me falta para extender la base de operaciones poder llevar al soldado con dos días de raciones para que acampen en el terreno en que coman, o sea, cuando reciba las 40.000 raciones de galleta, 60.000 chorizos y los mulos pedidos para poder llevar agua y municiones. (...) sería de mal efecto, después de derrotado el enemigo, tener que retirarnos para comer y municionarnos. (...) el bajá del campo me indicó en nombre del hermano del Sultán que reconocía nuestro derecho para construir en Sidi Aguariach, y como para hacer el fuerte no son garantías bastantes las seguridades del Príncipe (...) será preciso tomar en territorio enemigo las posiciones que dominan el emplazamiento de dicho fuerte, (...) necesito sólo la aprobación de V. E., pues no dejo de comprender que de proceder así, pudiera resultar alguna complicación internacional. 4. Transición al siglo XX
Muchas cosas ocurrieron después. Por lo que respecta a España, se había enrarecido el ambiente político y social a consecuencia de la atribución de culpas por las pérdidas de 1898 en América y Filipinas. Aunque las consideraciones políticas van a quedar aparte, parece conveniente señalarlo y tenerlo presente en lo que sigue. Por lo que respecta a Marruecos, la autoridad del sultán seguía más débil si cabe. A España le planteaba problemas en política internacional tratar de mantener el statu quo. Las potencias europeas querían actuar en Marruecos, con España o sin ella. Finalmente, en 1904 España firmó con Francia un convenio para repartirse las zonas de influencia en Marruecos, aunque no fue hasta 1912 cuando se concretó definitivamente el Protectorado. España asumió, pues, la idea de intervenir en Marruecos y atender a no ser desplazada por Francia en aquel reparto. Eso la llevó en 1911 a desembarcar en Larache y ocupar a continuación Alcazarquivir. La acción militar en esta zona occidental del Protectorado español no fue tan dramática como en la oriental. Había en ella una estructura de gobierno del sultán, fuerzas jerifianas incluidas, que faltaba por completo en la zona oriental. Por esa razón, quedarán sin recordar en este brevísimo paseo histórico por las campañas militares algunas operaciones realizadas en la zona occidental. 5. Campaña del Rif (1909-1910)
A mediados de 1902, apareció en Zeluán el Roghi Bu Hamara, personaje que se hacía pasar por hermano del sultán Abd el Aziz. Levantando algunas cabilas contra el sultán provocó una verdadera guerra civil en
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los alrededores de Melilla. Ejerció su autoridad en la zona hasta finales de 1908, cuando se rebelaron contra su autoridad las cabilas que lo apoyaban. En junio de 1907 dos compañías privadas habían obtenido del Roghi la concesión para explotar minas, así como para construir ferrocarriles, telégrafos e instalaciones necesarias para la explotación. La seguridad de los trabajos corría por cuenta de las compañías y todo iba bien hasta que se debilitó el poder del Roghi. La desaparición del Roghi deja a España el dilema de defender o no a las compañías mineras, es decir, penetrar o no en Marruecos, teniendo en cuenta que una de las compañías era de capital francés y podría hacerlo Francia entrando desde su zona. Por otra parte, España había adquirido el compromiso de proteger a una serie de cabilas que se lo habían pedido. De esa acción de paz entre las cabilas que habían apoyado unas al sultán y otras al Roghi, España mantenía ocupadas militarmente desde principios de 1908 posiciones en La Restinga y en Cabo de Agua, con la aprobación del Roghi y las cabilas protegidas. En previsión de posibles dificultades en el futuro, el general Marina propuso al Gobierno en varias ocasiones ocupar El Atalayón para favorecer una acción militar en caso necesario. En todas, la respuesta fue negativa, para evitar que pudiera atribuirse la hostilidad de las cabilas a la ocupación anticipada del terreno. La decisión se mantuvo incluso después de tener noticia a través de los jefes de Beni Ensar de que las cabilas habían decidido ir contra los españoles. Pero ante este aviso, el Gobierno decretó la movilización urgente de la Tercera Brigada Mixta, aun a riesgo de producir entre la población la consiguiente alarma. Los acontecimientos pondrían de manifiesto su urgente necesidad. En esta ocasión se procuró corregir los fallos de 1893 relacionados con los servicios; las unidades fueron provistas de todos los elementos necesarios. Además, se envió a Melilla material para barracones, barracas para cuadras, cobertizos, alambradas, piquetes y lo necesario para alojar inmediatamente a los refuerzos que iban a enviarse. También se atendió a mejorar los medios para descarga y puesta en tierra de las unidades y el material que se enviaba. El 9 de julio de 1909 se produjo la agresión a los obreros de las vías del ferrocarril y ese mismo día se reaccionó desde la Plaza tomando Sidi Musa, Sidi Ahmed el Hach, Dar Ahmed y Sidi Alí, que el general Marina decidió conservar para proteger el trabajo en las vías, a pesar de estar las posiciones dominadas desde el Gurugú. El 13 se ocupó El Atalayón sin resistencia. Ante las noticias de la harca que estaba reuniendo el Mizián, el gene-
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ral Marina ordenó bombardear desde el mar diversos poblados costeros de Beni Said. Este bombardeo naval fue recriminado por el Gobierno al general gobernador por considerar que no se estaba en guerra con Marruecos, con quien se mantenían en aquellos momentos negociaciones a través de una embajada del sultán en Madrid. Al mismo tiempo, le recordaba la norma a seguir mientras no se resolviese otra cosa: “... de una parte, política de atracción, y de otra, represión enérgica cuando llegue el caso de agresión, para lo cual el Gobierno atiende cuidadosamente de que a V. E. no le falten medios” (SHM-EMC: 1951, 56). El 18 de julio son atacadas duramente las posiciones ocupadas, que resisten. El ataque se prolonga durante la noche hasta la madrugada del 19. Ese día el Gobierno anunció el envío de la Primera Brigada de Cazadores, advirtiendo que no se interpretase como un cambio de propósitos. No se debía buscar al enemigo en el interior, sino “... defender y rechazar enérgicamente al que venga a agredirnos, procurando economizar nuestra sangre al abrigo de las obras de campaña y atrincheramientos que se hagan al efecto...” (SHM-EMC: 1951, 337). No es de extrañar la discrepancia inicial entre Gobierno y mando en zona. La situación planteada era peculiar: no era Marruecos quien atacaba; al contrario, en esos momentos se estaba negociando en Madrid con una embajada del sultán. Políticamente, no estaba justificada una invasión. Militarmente, la más mínima prudencia aconsejaba aliviar la situación y ocupar, en cuanto fuera posible, el terreno necesario para alejar a los agresores de las inmediaciones del campo de Melilla. Concretamente, la meseta de Nador y la península de Tres Forcas. De momento, pues, la acción se limitó a rechazar los fuertes ataques que la harca realizaba sobre las posiciones conquistadas y sobre el campo de Melilla, tratando de cortar la comunicación entre este y las posiciones, y los específicamente dirigidos contra los convoyes que las abastecían. Particularmente duro fue el ataque del 23 de julio a toda la línea defensiva del campo, que obligó a enviar directamente del barco al combate a las primeras unidades de la Primera Brigada Mixta tan pronto saltaron a tierra. Tras esa dura jornada, el Gobierno decidió enviar más fuerzas a la zona, ascender al general Marina a teniente general y nombrarlo comandante en jefe del Ejército de África. El 27 de julio tuvo lugar el desgraciado combate en el Barranco del Lobo. A partir de esa fecha, se empezó a preparar en Melilla la ofensiva, mientras continuaba la defensa de la Plaza y se mejoraban todas las obras defensivas.
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A facilitarlo contribuyó que el enemigo rebajó la intensidad de sus ataques a las posiciones, aunque nunca olvidó los que realizaba a los convoyes. El Gobierno aprobó el 6 de agosto el plan preparado. La fase ofensiva consistió en la pacificación de Quebdana, el dominio de Tres Forcas (Beni Sicar), ocupación de Tauima, Nador, Alcazaba de Zeluán y el monte Ait Aixa, dominante sobre las posiciones avanzadas. Después de salir todo eso bien, se organizó el 30 de septiembre un reconocimiento armado sobre el zoco el Jemis de Beni Bu Ifrur, con el fin de estimar la fortaleza de la harca que pudiera haber en esa zona. La operación terminó con un gran número de bajas que trajo de nuevo la angustia a la sociedad española. A partir de esa fecha la actividad de los rebeldes decreció en intensidad. En el campo moro cundía el cansancio y la división. El general Marina puso en marcha su acción política sobre las cabilas, y se empezó a considerar la idea de terminar la campaña sin nuevos envíos de tropas. Como resultaba imposible obtener una petición de paz generalizada por parte de las cabilas, se quiso terminar la campaña con una acción que impresionara a la opinión pública española. A pesar de los intentos, no pudo presentarse una victoria sonada que compensara el dolor por las pérdidas habidas. Ya fuera por cansancio, desavenencias o respeto, al final la harca rehuía el combate. La ocupación del monte Atlaten el 26 de noviembre, sin apenas lucha, provocó la presentación masiva de sumisiones y se dieron por terminadas las operaciones militares de la campaña. Esta seguiría un tiempo más porque los cabecillas de la agresión, el Mizián y Hach Amar, no habían presentado su sumisión y eso mantenía inquietos a los habitantes de la zona. A falta de un hecho concreto en que fijar la terminación de esta campaña se podría tomar el 16 de noviembre de 1910, cuando se firmó el acuerdo con Marruecos fruto de las negociaciones que se estaban manteniendo con el sultán desde que empezaron los ataques por parte de sus súbditos rebeldes. El acuerdo recogía también compensaciones por los gastos realizados por España para pacificar la zona. 5.1. Gestas y desastres
Dos son los hechos que impresionaron amargamente a la opinión pública en esta campaña: El Barranco del Lobo, el 27 de julio de 1909, y el otro barranco del Lobo, como se bautizó a la acción en el zoco el Jemis de Beni Bu Ifrur, el 30 de septiembre del mismo año. Siendo la cantidad de
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bajas muy grande, en especial en el segundo, las acciones no fueron fundamentales en las operaciones. La acción del 27 de julio consistía en apostar una brigada en el Barranco del Lobo para impedir que por allí salieran los moros a atacar al convoy que iba a realizarse a las posiciones avanzadas. El convoy llevaría además su columna habitual de protección, que también debía reparar a su regreso el tramo de vías levantado por los moros la noche anterior. La mitad de la Brigada del general Pintos, encargada de la misión, desplegó para coger de flanco a los rifeños que utilizaran el barranco para ir a atacar el convoy y la otra mitad, para esperarlos de frente, cortándoles el paso. Esta fue la que más sufrió, pero aguantó hasta que, una vez terminado el abastecimiento de las posiciones y la reparación de las vías, la columna que protegía el convoy ayudó al repliegue de las fuerzas de la Brigada. El general Pintos había muerto de un disparo al principio de la acción y su falta dificultó la dirección del combate, produciéndose situaciones muy comprometidas que se resolvieron con ayuda de unidades vecinas. La idea era buena, pero las circunstancias fueron adversas. La misión, evitar que el convoy fuera atacado, se cumplió, aunque a un alto precio. La acción del 30 de septiembre se planeó como un reconocimiento armado, es decir, ir hasta donde pudiera estar el enemigo, tantear su fuerza si se encontraba y replegarse. La misión se cumplió, pero el combate fue más intenso de lo debido. A veces, no se puede romper fácilmente el contacto con el enemigo. A posteriori, como suele ocurrir, se consideró esta acción innecesaria pues ya estaba controlado el Gurugú por el norte y el este, clave para la defensa de Melilla. El efecto demoledor en la población española, además del número de bajas, fue que la falta de medios suficientes y adecuados para retirar y evacuar a tan gran cantidad de heridos dio lugar a una marcha dantesca desde Zeluán a Melilla, tétricamente narrada por Eugenio Noel. También hubo gestas individuales o de pequeñas unidades. Entre estas se pueden destacar las cargas del escuadrón del Alfonso XII, que el general Tovar había puesto a las órdenes de su ayudante, el teniente coronel Cavalcanti, en los combates de Taxdirt en la Península de Tres Forcas. Después de la primera carga, reunió de nuevo lo que quedaba del escuadrón para dar una segunda y después continuó combatiendo a pie hasta que fue relevado por una compañía del Tarifa. 6. Campaña de Kert (1911-1912)
Se terminó por llamarla campaña, pero en la época se rehuyó esta denominación. Para la anterior se había empleado campaña como eufemismo
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de guerra porque no había tal, a pesar de la violencia. En este caso no se encontró un eufemismo para el concepto de campaña. Ni la rebelión contra el sultán, abril de 1911, ni las acciones de Francia por su parte ni de España por la suya —desembarco en Larache y ocupación de Alcazarquivir— en la zona occidental se reflejó en el Rif con actos contrarios a los extranjeros. La zona de Melilla continuaba tranquila con algún incidente esporádico. Al general Marina lo sustituyó el general García Aldave. Este recuperó ideas y planes de la campaña anterior para ir ampliando sin violencia la zona controlada, ocupando varios puntos cerca del Muluya, al sur, y en la ribera derecha del Kert, hacia el oeste. A partir de julio de 1911 los nativos empezaron con agresiones ligeras. El 24 de agosto tuvo lugar el ataque a la Comisión Topográfica y su escolta del que resultaron muertos, y sus cabezas paseadas por los zocos, cuatro soldados que habían desaparecido en circunstancias extrañas. Se realizaron acciones de castigo. La Marina bombardeó los poblados costeros desde Sidi Dris al Nekor; se simuló un desembarco en cabo Quilates y por tierra se empujó al enemigo al otro lado del Kert. El 7 y 8 de octubre se cruzó el Kert en una acción de castigo con finalidad psicológica para mostrar que el Kert no era obstáculo para los españoles. Los rebeldes solicitaron una paz que solo perseguía que los españoles no cruzaran el Kert en la época de la siembra. Asegurada esta, el 22 de diciembre los rifeños realizaron un ataque simultáneo a los dos extremos de la línea avanzada, que fue rechazado. Siguieron en los días sucesivos duros combates, todos favorables a las fuerzas propias, aunque alguno vencido con dificultad. El 18 de enero de 1912 se ocupó Monte Arruit, de gran importancia por su posición dominante sobre la llanura de el Garet. Se creyó que la ocupación de Monte Arruit podría tener el mismo efecto que la de Atlaten en 1909, pero no fue así. Los combates continuaron en una sucesión de acciones y reacciones sin plan establecido porque tampoco en esta campaña se estaba combatiendo contra el sultán sino contra los que también eran sus enemigos. Cuando se quiso terminar como fuera la situación, se preparó un plan de operaciones cuyas líneas eran consolidar lo conseguido entre el Muluya y el curso bajo Kert y renunciar a pasar a la otra orilla de este río, de momento. El plan se empezó a ejecutar el 22 de marzo de 1912, pero se suspendió por orden del Gobierno ese mismo día, terminada la primera operación. La causa fue la negociación que por entonces se estaba manteniendo con Francia sobre el reparto del Protectorado.
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Lo sucedido en Fez con los franceses en abril de este año sí se reflejaría en el Rif con una gran excitación y formación de harcas. El 11 de mayo el enemigo cruzó el Kert iniciándose cinco días de intensos combates, que finalizaron el quince. Ese día murió en combate el Mizián y prácticamente se terminó la campaña, aunque la sumisión de las cabilas fue más lenta. A efectos de regular la concesión de abonos por campaña, esta se daba por terminada el 31 de octubre. El 27 de noviembre de 1912 se establecía el Protectorado español. 6.1. Gestas y desastres
Aunque no puede hablarse de desastre, se recoge el incidente que sufrió la columna del general Navarro en la acción del 22 de marzo, que ilustra sobre cómo se alteraban las noticias en la Península. Para evitar infiltraciones que pusieran en peligro la operación principal de ese día, la columna del general Navarro había estado todo el día vigilando una zona desguarnecida de unos diez kilómetros, boquete de Texdra, bien surtida de barrancos y escondrijos. En el repliegue, ya oscureciendo, unas compañías de la columna fueron atacadas por un grupo salido de improviso de los barrancos, cuya presencia no fue detectada por el servicio de seguridad en marcha. La sorpresa produjo el consiguiente estupor y tras las primeras bajas creció el desconcierto. La acción de jefes y oficiales y la llegada del general Navarro en persona y sus ayudantes contuvo a unas tropas a punto de desor denarse, las hicieron reaccionar y responder a los atacantes que huyeron y no volvieron a hostilizar el repliegue. Las bajas alcanzaron un número no conocido en toda la campaña, superior incluso a las ocurridas en la acción principal de ese día. El hecho trajo el consiguiente revuelo en el Gobierno y la población, exigencia de explicaciones y malestar entre los mandos. El general García Aldave prohibió a estos que entablasen polémicas y él contestó a la petición de explicaciones del ministro que: La Brigada Navarro fue allí ese día para cubrir precisamente ese boquete y, en lugar de ir descuidados, se fue con una fuerza suficiente para evitar que pasase algo desagradable, lo cual se consiguió, pues el enemigo no realizó su intento. Sí es verdad que tuvimos bajas, pero en la guerra eso es inevitable... (SHM-EMC: 1951, 539).
Por su parte, el general Navarro, el más perjudicado por las críticas que se le hacían, dirigió un escrito al general García Aldave, para ser elevado al ministro, protestando por las falsedades que se propagaban en Madrid. Un
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párrafo de ese escrito da idea del ambiente que podía respirarse no solo en la capital: Es absolutamente falso que mis desgraciados muertos lo fueran a palos; es falso y miserable asegurar que un Teniente Coronel y dos Oficiales quedaran en poder del enemigo, y falso y miserable es que el Teniente Coronel Avellaneda fuese mutilado. Si de tal manera se desvirtúan hechos guerra y una sana opinión no concede respeto a los partes oficiales en que se dice toda la verdad, será preferible relevarnos a los Generales y que vengan a dirigir las operaciones y combates críticos nefastos y pedantes que, a sabiendas o por malicia, crean artificiales y odiosos estados de opinión, con noticias que son mentiras (SHM-EMC: 1951, 540). 7. La época del Protectorado hasta 1927
El general Gómez Jordana se hizo cargo de la Comandancia General de Melilla el 1 de enero de 1913. En su saludo a la Plaza dejó clara su intención de no aventurarse en empresas guerreras y de ser un gobernante partidario de la acción pacífica. Sus avances fueron preparados primero por una labor política que facilitaba la ocupación de puntos en la tarea de someter al sultán las distintas cabilas. Se expandió hacia el Muluya, importante para evitar la entrada de los franceses, y ocupó Tikermin, al otro lado del Kert. Los desórdenes causados por las harcas fueron manejados con prudencia y éxito. Lo relevó el general Aizpuru el 9 de julio de 1915 que continuó su obra. Con su mismo criterio fue aumentando la zona sumisa hacia el sur y por la orilla izquierda del Kert. La guerra europea produjo un periodo de cierta pasividad operativa hasta abril de 1919. En octubre y noviembre de ese año fueron ocupadas varias posiciones en Beni Bu Yahi y en Metalza, importantes para facilitar futuros avances. En enero de 1920 lo sustituyó el general Fernández Silvestre. Con la aprobación del Gobierno, inició un plan para aislar Beni Urriaguel, el corazón del Rif. Se trataba de utilizar los servicios de personajes de prestigio en la zona para avanzar de la manera más rápida y menos cruenta posible. A base de columnas operando coordinada y simultáneamente, fueron ocupados varios puntos sin grandes problemas; entre ellos Dar Drius, que se convertiría en base de acción política y militar. Más adelante, también fueron ocupadas posiciones en las regiones de Tafersit y Midar. Octubre y noviembre fueron de calma y revisión de planes. Se le dio permiso para proseguir la acción en Beni Ulixek y después en Beni Said, región que preocupaba grandemente a causa de su configuración porque, de tener que actuar militarmente, se estimaba necesario el empleo de muchos medios.
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El 6 de diciembre se sometió Beni Ulixek y el día 8 se presentaron los de Beni Said a pedir la sumisión. Solo quedaba la ocupación efectiva de su territorio, que se realizó sin un disparo. El 1 de enero de 1921 se sometió parte de Tensaman. El general Silvestre decidió aprovechar la favorable situación política para ocupar posiciones en Beni Ulixek y Beni Said que facilitaran las acciones posteriores. El 15 de enero ocupó Annual. En días sucesivos fueron ocupándose posiciones intermedias entre Annual y Ben Tieb. También se ocupó en Beni Said una importante posición en la costa, Afrau. La toma de Sidi Dris, en Tensaman, se retrasó hasta marzo debido al mal tiempo. Todo ello a pesar de que a principios de año las unidades habían quedado muy reducidas a causa del licenciamiento de la tropa correspondiente. Observando la buena situación política, el alto comisario, general Berenguer, solicitó al general Silvestre que lo informara de la posibilidad de actuar sobre Alhucemas. El informe fue elaborado por el coronel Morales por encargo de su general. Teniendo en cuenta todas las circunstancias, especialmente la del personal, el coronel aconsejaba no realizar la operación antes del otoño, después de reunir un núcleo de tropas peninsulares e indígenas con sólida base en Dar Drius y de someter a algunas cabilas que todavía no lo estaban. La tranquilidad aparente en las zonas sometidas contrastaba con la campaña de movilización que en Beni Urriaguel, Beni Tuzin y zona no sometida de Tensaman llevaba a cabo Abd el Krim. El 29 de mayo el general Silvestre informaba al alto comisario de los esfuerzos de Abd el Krim para levantar una harca con instrucción militar, aunque quizá no le dio la importancia debida. El general Silvestre creyó posible ocupar el monte Abarrán, cosa que le pedían los jefes de poblados sumisos de Tensaman para su propia seguridad, antes de fortalecer el flanco izquierdo actuando en Beni Tuzin. El 1 de junio de madrugada fue tomado el monte Abarrán sin resistencia. Una vez guarnecida la posición, se retiró el resto de la fuerza, como era habitual. Después del mediodía, la posición fue arrollada por una masa de cabileños procedentes de Beni Urriaguel. La mayoría de sus defensores, fuerzas indígenas, huyó después de muertos los oficiales españoles. Con la caída del monte Abarrán se inicia el hundimiento de la Comandancia General de Melilla, que tendría su punto culminante el 22 de julio con la evacuación desordenada de Annual y terminaría el 9 de agosto con la salvaje masacre perpetrada en Monte Arruit por los cabileños.
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La conmoción fue enorme en España al conocerse las noticias. El revuelo político fue todavía mayor. El Gobierno presentó su dimisión el 4 de agosto, aunque siguió hasta el 14, fecha en que se forma un gabinete de concentración. El 24 de julio se empezó el refuerzo de Melilla, que había quedado totalmente desprotegida. Llegó el general Sanjurjo con dos Banderas del Tercio y los Regulares de Ceuta. El mismo día llegaron los cuatro primeros batallones de la Península. Estas unidades y las que siguieron llegando, a toda prisa y de forma improvisada, estaban poco instruidas y se tardó tanto en organizarlas para operar que no se quiso correr el riesgo de enviarlas en socorro de Monte Arruit. Sosegados un tanto los ánimos, se inició la reconquista del terreno perdido. El 10 de octubre se ocupó el Gurugú, dando el respiro definitivo a Melilla. El 24 se reconquistó Monte Arruit y un mes más tarde se había recuperado casi todo lo sometido en 1911 y 1912, con grandes esfuerzos y muchas bajas. A pesar del problema de posibles represalias sobre los prisioneros en manos de Abd el Krim, en diciembre se ocupó Batel y, en enero de 1922, Dar Drius. Cumplido el programa militar aprobado por el Gobierno, se suspendió la actividad, mientras se estudiaba el nuevo plan a seguir. El 14 de marzo se reanudó la acción para recuperar Beni Said. Terminada la ocupación, en mayo se inició la retirada escalonada de efectivos a la Península. En septiembre de 1922, el gobierno de Sánchez Guerra, que ejercía desde marzo, estableció nuevos criterios de actuación en Marruecos basados en que la finalidad del Protectorado no era la ocupación militar, sino propiciar las condiciones para que la sociedad marroquí se desarrollara por sí misma bajo la tutela española. Prevalecería lo político sobre lo militar. Con ese criterio se siguió la expansión hacia el oeste. A finales de octubre se realizó una ambiciosa operación en la zona de pasos de Tizzi Aza que, a pesar de la preparación política, tuvo más bajas de lo esperado. Como consecuencia de ello, el Gobierno decidió suspender todas las acciones ofensivas militares. Esta medida fue percibida como debilidad por los rebeldes, que se crecieron y hostigaron las posiciones de primera línea, en especial Tizzi Aza, no terminada de complementar con posiciones cercanas. La liberación en enero de 1923 de los prisioneros en poder de Abd el Krim, resultado de la intervención de un civil, provocó en la Península una campaña contra el ejército por no haber sabido liberarlos a pesar de las cuantiosas fuerzas puestas a su disposición.
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En junio de 1923 se planeó una operación ofensiva, aprovechando la realización de un convoy, para reforzar la castigada posición de Tizzi Aza. Se inició bajo la advertencia del alto comisario de que solo, si el convoy era agredido, se podría realizar el ataque previsto. La operación resultó extremadamente encarnizada. Entre los muertos estaba el teniente coronel Valenzuela, entonces jefe del Tercio. El comandante general propuso atacar a Abd el Krim en su territorio, siempre presente la idea de operar en Alhucemas, para terminar con la insurrección. El Gobierno la rechazó y prohibió iniciar acciones ofensivas, permitiendo solamente la defensa enérgica ante los ataques que se recibieran. En consecuencia, el general Martínez Anido dimitió de su cargo y en la zona se continuó rechazando los ataques de los rifeños, envalentonados por la falta de acometida de nuestras fuerzas. El 13 de septiembre de 1923 tuvo lugar el golpe de estado del general Primo de Rivera. En principio, el Directorio Militar continuó la misma política que el gobierno anterior en lo referente a Marruecos. Al empezar 1924, Abd el Krim, que había reunido un ejército poderoso, lanzó un ataque en la zona de Gomara, rechazado por las fuerzas de Ceuta. Según avanza el año, el enemigo se hizo con la iniciativa tanto en Yebala y Gomara como en la línea avanzada de la zona de Melilla. En septiembre, el Directorio decidió que en la zona occidental fueran evacuados Xauen y una serie de puestos y posiciones determinados, para concentrarse en la defensa de las comunicaciones, y que en la zona oriental se conservara todo el territorio recuperado. En octubre de 1924 el general Primo de Rivera fue nombrado alto comisario y general en jefe del Ejército de África para supervisar en persona las delicadas acciones de repliegue decididas. La disposición española dejó expedito a Abd el Krim el camino hacia la zona francesa, alentando su sueño de conquistar todo el imperio marroquí. Sus acciones ofensivas contra la zona francesa llevaron a Francia y España a estudiar —corría ya julio de 1925— un plan común para terminar con la actuación de Abd el Krim. Se había optado por una guerra en toda regla contra el cabecilla rifeño. El plan incluía el desembarco español en Alhucemas con participación naval francesa y, simultáneamente, una acción ofensiva francesa en el Alto Uarga hasta enlazar con las fuerzas de Melilla en zona española del Protectorado. De nuevo había un objetivo, un plan de actuación, unos medios estudiados y preparados. Las líneas política y militar coincidían en la persona del general Primo de Rivera. En esta ocasión, ni tenía siquiera que dar
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cuenta al Congreso. La masacre de Monte Arruit había despertado en la población cierto afán de revancha por lo que en principio podía contarse con su respaldo. La primera acción consistió en el desembarco en Alhucemas. Era una operación varias veces estudiada en vista de lo difícil que era llegar allí por tierra para operar en el corazón del Rif. Tuvo lugar el 8 de septiembre de 1925. El desembarco fue un éxito a pesar de las dificultades inherentes a este tipo de operaciones y a que la sorpresa fue relativa. El 2 de octubre se conquistó Axdir, refugio de Abd el Krim, que huye a Temasint. El 13 se terminaron las operaciones en esta zona y se estabilizó y fortificó el frente asegurando una base para continuar en la primavera del año siguiente, después de la época de temporales. Por las mismas fechas terminaron los franceses la parte correspondiente del plan en su zona y quedaron en las mismas condiciones que los españoles a la espera de la primavera siguiente. En noviembre, terminadas las operaciones más problemáticas, cesó el general Primo de Rivera en el mando del Ejército de África y lo sustituyó el general Sanjurjo, nombrado también alto comisario. La pasividad de los frentes en Ceuta, Melilla y Axdir la aprovechó Abd el Krim para intentar rehacer su maltrecho prestigio entre sus seguidores. También propuso en diciembre una paz que implicaba el reconocimiento del Rif como estado autónomo, entre otras cláusulas, que fue rechazado. Tentativa que repitió en abril de 1926. La acción ofensiva se reanudó el 8 de mayo con gran dureza durante los tres primeros días. El 18 se llegó a Annual y el 20 se enlazó con los franceses. El 23, Abd el Krim solicitó un armisticio y, como no se le concedió, el 27 se rindió a los franceses. Terminaría deportado en la isla de Reunión. El 25 de junio, las fuerzas españolas relevaron a las francesas que habían operado en zona española; este relevo estaba previsto para septiembre. Se había resuelto el problema principal, Abd el Krim. Solo quedaba, aprovechando la desmoralización por el fracaso de Abd el Krim, seguir la acción política con presión militar, como se había estado haciendo anteriormente, para lograr la sumisión total del territorio. A ello se dedicó el resto del tiempo, sin descanso invernal esta vez, hasta que el 10 de julio de 1927 se terminó la pacificación de todo el Protectorado. 7.1. Gestas y desastres
El mayor desastre ocurrido en toda la actuación de España en Marruecos fue, sin duda, el total hundimiento de la Comandancia General de Melilla.
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La ocupación del monte Abarrán fue tomada por los rifeños como una señal del inicio de ocupación de la costa de Alhucemas. Eso provocó un incremento de la harca y un cambio en la actitud de las cabilas pacificadas, por temor a que la harca pudiera llegar hasta ellas. Este cambio no fue enteramente percibido por el mando, que continuó trabajando para reforzar el frente y el flanco izquierdo. En este se ocupó Igueriben, una posición con el grave inconveniente de no tener agua en sus inmediaciones. Dadas las características del terreno no era extraño tener que hacerlo así; no fue la primera vez. Los ataques a las posiciones del frente y, sobre todo, a Igueriben y los convoyes que trataban de abastecer esa posición fueron menudeando, pero eran rechazados con energía. Hasta que, finalmente, Igueriben quedó aislado el 20 de julio de 1921. El 21, cayó definitivamente y el 22, el general Silvestre, ante la inminencia de un ataque por gran cantidad de enemigo, ordenó la evacuación de Annual, sin haber concretado las órdenes correspondientes. La falta de dirección en la evacuación, pues el general Silvestre se quedó en Annual, la convirtió en huida desordenada. El general Navarro, segundo jefe de la Comandancia, se hizo cargo del mando a media tarde del 22 en Dar Drius en medio del desbarajuste en que se había convertido la evacuación. Puso algo de orden e intentó regular la retirada de las otras posiciones. El día 23 se retiraron las fuerzas de Dar Drius a Batel y Tistutin. Durante esos tres días la retirada fue protegida por el Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería, a las órdenes del teniente coronel Primo de Rivera. El último esfuerzo, el paso del río Igan para ir a Batel, terminó literalmente con el regimiento. Debido a las malas condiciones para la defensa de Batel, el 27 se unieron todos en Tistutin. El 28 reciben orden del alto comisario de replegarse sobre Monte Arruit, donde resistirían hasta el 9 de agosto. Autorizados a capitular con el enemigo, una vez entregadas las armas se produjo la salvaje matanza a manos de los cabileños de prácticamente toda la fuerza allí reunida. Lo mismo ocurriría, en diferentes fechas, en la Alcazaba y aeródromo de Zeluán y en el resto de las posiciones repartidas por el territorio hasta Melilla. Son las cabilas locales principalmente, antes sumisas, las que perpetran las matanzas. El 4 de agosto se nombró al general Picasso para realizar una información escrita de carácter gubernativo sobre el abandono de posiciones en el territorio de Melilla, limitada, por tanto, al ámbito militar, y estrictamente a “... los hechos concretos realizados por los jefes, oficiales y tropa en las
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operaciones que dieron lugar a la rápida caída de las posiciones del territorio...” (Expediente Picasso, 1976, 7). Mientras se instruía, se desarrollaba paralelamente una intensa y agria campaña de atribución de culpas buscando responsables en ámbitos más elevados. El encastillamiento defensivo consiguiente en nada benefició a la detección y corrección de defectos organizativos o de procedimientos en el ámbito del Gobierno y del Ejército que pudieran mejorar futuras actuaciones. Ante la magnitud del desastre, quedó oscurecida la heroica y abnegada actuación del Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería, en toda la retirada. La acción más conocida, que no la única en aquellos 21, 22 y 23 de julio, es la protección del paso del río Igan por la columna que abandonó Dar Drius el 23 de julio camino de Batel. Al ser atacada por los rifeños allí emboscados, sus escuadrones realizaron hasta cuatro cargas contra ellos mientras la columna conseguía vadear el río. En las últimas cargas participaron incluso los facultativos, médicos, veterinarios, herradores y trompetas. También los jóvenes educandos de banda se unieron a sus compañeros en aquel supremo esfuerzo. Al final de los tres días de acción continuada, el regimiento había perdido casi el noventa por cien de sus efectivos. Los supervivientes que no fueron enviados a Zeluán se replegaron a Batel y siguieron las vicisitudes de los allí acogidos. Por diversas razones, la concesión de la Cruz Laureada Colectiva de San Fernando en reconocimiento de su gesta no se ha hecho hasta el 1 de junio de 2012. La corbata de la Laureada Colectiva le fue impuesta en acto solemne al estandarte del Regimiento de Caballería Acorazado Alcántara 10, su sucesor, el 1 de octubre de 2012, por su majestad el rey. Convencer a los franceses de que el desembarco en Alhucemas terminaría con éxito, como premisa para que Francia se prestara a cooperar, puede considerarse una gesta, después del fracaso del desembarco de Galípoli del que los franceses guardaban un amargo recuerdo. El plan preparado convenció al mariscal Petain y este aceptó involucrar a las fuerzas navales francesas en su apoyo. La ejecución puede considerarse otra gesta. Gracias al cuidadoso planeamiento y al entusiasmo de las fuerzas, se pudo ejecutar esta operación conjunto-combinada (“conjunta” por intervenir fuerzas terrestres, aéreas y marítimas; y “combinada” por hacerlo fuerzas de dos países) venciendo las dificultades que entraña una operación de asalto a tierra desde el mar, bajo hostigamiento enemigo.
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Establecida la cabeza de playa y conquistadas las primeras alturas para defenderla, hubo que esperar quince días hasta terminar de poner en tierra todo el apoyo necesario. Material, abastecimientos, municiones, todo se descargó y movió a mano. Cuando el 23 de septiembre se reanudó el avance para consolidar la base de operaciones, hubo que romper un frente, bien cubierto en ese tiempo por el enemigo, que requirió duros combates. El 1 de octubre se tomó parte del monte Amekrán, golpe a la moral de los rifeños porque existía la leyenda de que nunca podría ser ocupado por cristianos. El 2 se conquistó Axdir, otro golpe porque era el refugio de Abd el Krim, y el 13 quedó consolidada la base de operaciones. Entre las acciones a destacar, una vez finalizada la guerra contra Abd el Krim, está la pacificación de Gomara, la región más agreste e inhóspita de la zona española. La realizó el comandante Capaz con una harca de indígenas, sin apenas disparar un arma, en dos meses, del 12 de junio al 10 de agosto de 1926. Este día participó en la reconquista de Xauen. Dejó abierto el camino por la costa entre la zona de Melilla y la de Ceuta. En su misión fue apoyado por buques de nuestra escuadra y por la aviación que lo seguía en su progreso y lo abastecía eventualmente. 8. Consideraciones
Las siguientes consideraciones son sugerencias para la reflexión en la conmemoración de este centenario. La declaración de guerra de 1859 se hizo “entre el general entusiasmo” del país. Este es el primero de cinco factores que, según Sun Tzu, se debe analizar para determinar las posibilidades de victoria en una guerra. Él lo llama tao o dao, término al parecer complejo y de difícil traducción, que ha sido traducido por “influencia moral”, “ley moral” e, incluso, “política”. Es lo que hace que pueblo y dirigentes estén en armonía. “... Si el dao colectivo coincide con el de quien dirige el país, el pueblo estará dispuesto a seguirle hasta la muerte, y aceptará gustoso morir o vivir, sin cuestionar sus decisiones” (Sun-Zi, 2000, 50). Mientras nuestra doctrina militar mantuvo la idea de unos principios fundamentales del arte de la guerra, el de voluntad de vencer quería reflejar en cierto modo ese factor, si bien reducido al ámbito militar. El principio parece más propio del ámbito político, pues, si la voluntad de vencer no se manifiesta en la población, surgirán problemas muy graves que entorpecerán la acción de gobierno. Es un principio permanente aunque no haya doctrina que lo recuerde.
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Cuando un gobierno ordena al mando operativo en zona que debe ante todo procurar “economizar nuestra sangre al abrigo de las obras de campaña y atrincheramientos que se hagan al efecto”, parece no abarcar todo el problema que tiene entre manos. La situación puede no ser guerra formal, pero los ataques son reales. Para la fuerza involucrada en la zona de operaciones no hay diferencia entre guerra formal y no formal; aplica, o quiere aplicar, la lógica del combate. Si el enemigo está en un terreno dominante, hay que desalojarlo de allí cuanto antes. La conclusión a extraer no es que el gobierno deba doblegarse a la solución militar, sino que cuando esté analizando las líneas de acción correspondientes a su ámbito de decisión debe anticipar los problemas de orden militar y considerarlos juntamente con el resto de factores. Solo de esta manera podrá dar sensación de seguridad y dominio de la situación. De lo contrario, las cuestiones militares lo incomodarán sin remedio. No es suficiente aprobar o desechar periódicamente los planes parciales militares. Contestaciones como “... sería de mal efecto, después de derrotado el enemigo, tener que retirarnos para comer y municionarnos” o “... es verdad que tuvimos bajas, pero en la guerra eso es inevitable...”, cuando el ministro que las recibe es militar también, indican que el nerviosismo del gobierno lo hace incurrir en preguntas desconcertantes por la evidencia de la respuesta. El nerviosismo suele ser por el avispero político y social al que queda expuesto el gobierno si el pueblo no está en armonía con sus dirigentes. La opinión pública no suele asimilar, y es comprensible, que es inevitable tener bajas en la guerra. Tampoco suele asimilar, también comprensiblemente, que los propios puedan cometer fallos, equivocaciones, errores de apreciación, tener debilidades. Que el gobierno no lo tenga en cuenta en el análisis previo a su decisión, se le puede convertir en un gran quebradero de cabeza. Los planes alternativos deben estar preparados para ser lanzados inmediatamente. Bien está que se busquen responsables y se castigue todo lo que sea punible, pero eso no arregla la situación creada. Como señala Clausewitz, en la guerra “... se integra un juego de posibilidades, probabilidades, suerte y desgracia que corre por los hilos de su trama...”. Que viene a significar que los planes bien preparados suelen salir bien, pero pueden salir mal; y los mal preparados suelen salir mal, aunque pueden salir bien. Nada de esto debiera ser extraño a los políticos. La información sobre el caso Annual se debía circunscribir al abandono de posiciones que produjo como consecuencia aquel derrumbamiento.
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Políticamente se quiso ver una maniobra para tapar culpas en ámbitos de decisión más elevados. A estas alturas, da igual. Pero de todos los errores que pudieron darse, el claramente punible, no solo con la destitución habitual por errores, fue el abandono del mando por parte del general Silvestre en los momentos más comprometidos y, a consecuencia de ello, que, por falta de su dirección, otros jefes de unidad, puniblemente también, hicieran abandono de su mando y de sus tropas. Parece evidente que hubo otras responsabilidades, pero el Expediente Picasso no era el lugar adecuado para dirimirlas. Se criticó entonces que los enfrentamientos con los rifeños estuvieran a cargo de unidades indígenas, por lo que las españolas no estaban acostumbradas al combate. Pasado el tiempo, no parece un análisis razonable. La labor de protectorado tenía como primera misión devolver la población de aquel territorio a la autoridad del sultán. Parece de lo más justo utilizar para ello la sangre de sus propios súbditos a medida que iban siendo recuperados. El testimonio del teniente coronel Pérez Ortiz, en su obra 18 meses de cautiverio, pone de manifiesto que en presencia de mandos efectivos la tropa sigue disciplinada y si es necesario pelea sin miedo, como se vio en la actuación del Regimiento Alcántara. Sería inútil aconsejar nada a los “críticos nefastos y pedantes que, a sabiendas o por malicia, crean artificiales y odiosos estados de opinión”. ¿Puede haber alguno a sabiendas y sin malicia? Si los hay y, además, a quienes tengan necesidad o ganas de saber, se les puede recomendar la obra Estudios sobre el combate de Charles Ardant du Picq, coronel francés prematuramente muerto en 1870, que se propuso analizar “el hombre y su estado de ánimo, en el instante definitivo del combate”. Pavor, huida, disciplina, instinto de conservación, miedo, todo cuanto no se suele tener en cuenta en los despachos al pensar en el combatiente, es analizado con detenimiento. También resulta ilustrativa la obra El Alcántara en la retirada de Annual. La Laureada debida, de Antonio Bellido Andréu. Su propósito es reconstruir la actuación del regimiento desde el día 21 de julio a partir de declaraciones de testigos en el Expediente Picasso y en los juicios contradictorios del regimiento y del teniente coronel Primo de Rivera. Pero a la vez, trasmite también la sensación de caos que produce la visión parcial, limitada a su entorno físico, de los distintos actores. El desarrollo de cualquier operación militar es tanto más caótico cuanto más adverso es el resultado final.
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Una consideración especial merecen los servicios; logística se llama ahora, aunque con este nombre se abarca un campo mayor. Se ha señalado la diferente atención prestada a este campo en las distintas campañas. El problema no estuvo en el personal encargado de los servicios, sino en la deficiencia estructural de los mismos, consecuencia de la poca atención que se les suele dedicar en los planes de preparación de los ejércitos en tiempo de paz. Bibliografía Ardant du Picq, C.: Estudios sobre el Combate, Madrid: Ministerio de Defensa, 1988. Bachoud, A.: Los Españoles ante las Campañas de Marruecos, Madrid: Espasa Universidad, 1988. Bellido Andreu, A.: El Alcántara en la retirada de Annual. La Laureada debida, Madrid: Ministerio de Defensa, 2005. Cánovas del Castillo, A.: Apuntes para la Historia de Marruecos, Madrid: Imprenta de la América, 1860. Estébanez Calderón, S.: Manual del Oficial en Marruecos, Madrid: Imprenta de D. Ignacio Boix, 1844. Madariaga, M. R. de: En el Barranco del Lobo (Las Guerras de Marruecos), Madrid: Alianza Editorial, 2005. Noel, E. (Eugenio Muñoz Díaz): Notas de un voluntario-Guerra de Melilla 1909. (Primera serie), Madrid: Imprenta de Primitivo Fernández, 1910. Pérez Ortiz, E.: 18 Meses de Cautiverio (De Annual a Monte Arruit), Madrid: InterFolio Libros, 2010. Picasso, J.: Expediente Picasso, México: Edición facsimilar D. Abad de Santillán, 1976. Servicio Histórico Militar-Estado Mayor Central (shm-emc): Historia de las Campañas de Marruecos Tomo 1, Madrid: Imprenta del Servicio Geográfico, 1947. — Tomo 2, Madrid: 1951. Servicio Histórico Militar: Historia de las Campañas de Marruecos, Tomo 3, Madrid: Imprenta Ideal, 1981. — Tomo 4, Madrid: Imprenta becefe s. a., 1981. Sun-Zi, El Arte de la Guerra (Edición de Fernando Puell de la Villa), Madrid: Biblioteca Nueva, 2000. Von Clausewitz, C.: De la Guerra, Madrid: Ediciones Ejército, 1978.
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La formación de los oficiales de Infantería entre 1909 y 1921
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El inicio de las campañas de Marruecos traería consigo una profunda renovación de los sistemas de enseñanza de la Academia de Infantería, acomodándolos a los nuevos retos que se estaban presentando a los oficiales al término de sus estudios. Se implantaron nuevos planes de ingreso y de estudios, a fin de conseguir oficiales mejor capacitados, tanto física como intelectualmente; los libros de texto sufrieron profundas reformas y se mejoró la selección del profesorado, con el fin de captar a aquellos oficiales mejor preparados para desarrollar tan importante actividad. Por otra parte, la importancia que se pretendió dar a las enseñanzas de carácter práctico obligaría a acondicionar los escasos terrenos de que se disponía y buscar otros más amplios y con mejores condiciones para desarrollarlas. 1. Origen y evolución de los Centros de Enseñanza de la Infantería
Al establecerse en 1912 el Protectorado de España en Marruecos los oficiales del Ejército pertenecientes al Arma de Infantería se formaban en la Academia alojada en el Alcázar de Toledo, un centro de enseñanza con una honda tradición que hundía sus raíces en los primeros años del anterior siglo.
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Hasta el inicio de la Guerra de la Independencia los oficiales de Infantería se habían formado exclusivamente en los Cuerpos —regimientos—, sin atenerse estrictamente a un plan de estudios común. A partir de entonces este sistema se reconoció que no era eficaz debido a la movilidad y actividad de las unidades, que impedían que los cadetes recibiesen una formación apropiada y continuada. Se daba el nombre de cadete al joven —su edad mínima oscilaba entre los doce y catorce años— que accedía al empleo de oficial sin necesidad de pasar previamente por los anteriores. El sargento, considerado clase de tropa, siguió formándose en los Cuerpos y cuando se le permitió alcanzar el empleo de oficial lo tuvo que hacer consiguiendo previamente los anteriores. Surgieron a partir de 1809 academias o escuelas particulares en cada uno de los ejércitos que se organizaron en las diversas regiones del territorio español, destacando entre ellas la que se formó en la gaditana Isla de León aprovechando el profesorado de la Academia de Artillería de Segovia, que había sido desarticulada tras haber ocupado los franceses la ciudad. La finalización de la contienda trajo consigo que la Academia Militar de la Isla de León dejase de ser necesaria, lo que provocaría la suspensión de la formación de oficiales y el ascenso de los que ya habían terminado la carrera, todo ello con la finalidad de reducir la excesiva plantilla de oficiales saturada a lo largo de seis años de duros enfrentamientos. Llevó, pues, la Academia una lánguida existencia, que terminaría con su disolución en 1824. En ese mismo año fue creado en Segovia el Colegio General Militar, como centro de formación de los oficiales de las Armas de Infantería y Caballería y de los Cuerpos de Artillería e Ingenieros. La primera guerra carlista obligó a trasladar en 1836 el Colegio a Madrid, de donde pasó a Toledo diez años después, encontrando alojamiento en el Hospital de Santa Cruz, mientras se procedía a restaurar el Alcázar, destruido en 1810. Pero al considerarse que la enseñanza que deberían recibir los futuros oficiales de las Armas era diferente a la de los Cuerpos, el Colegio General perdió su utilidad, por lo que cerró sus puertas en 1850, siendo reemplazado en Toledo por el Colegio de Infantería, exclusivo para los oficiales de esta Arma. Cerca de veinte años permaneció el Colegio en la Ciudad Imperial, desapareciendo en 1869, cuando se trató de imprimir un nuevo rumbo a la enseñanza militar.
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Surgieron entonces las academias de distrito, ubicadas en cada una de las Capitanías Generales y cuya permanencia fue escasa, pues no llegaron más allá de 1874, convirtiéndose entonces la de Castilla la Nueva en Academia de Infantería, que dos años más tarde pasó a residir en el Alcázar de Toledo, una vez conseguida su reconstrucción. El número de oficiales que se formaron en los ocho años de vida de la Academia en su primera época superó anualmente en poco al centenar. Años después, un nuevo cambio vino a introducirse en la formación de los oficiales del Ejército con la creación en 1883 en Toledo de la Academia General Militar, único centro de enseñanza común para todos los aspirantes al empleo de oficial. El nacimiento de la General supuso un revulsivo para la enseñanza militar, pues pasaron a primar en ella las enseñanzas prácticas sobre las teóricas. El número de oficiales de Infantería formados cada año no llegó a superar los ochenta. Pero, una vez más, las diferencias de criterio entre las Armas y Cuerpos, no satisfechos estos últimos con la enseñanza que recibían en la Academia General, la harían desaparecer tras diez años de funcionamiento satisfactorio. Volvió a resucitar entonces la Academia de Infantería, que dio inicio en 1893 a su segunda época y ya se mantendría en Toledo hasta la Guerra Civil de 1936. Llevó esta Academia una existencia tranquila, solamente alterada a finales de siglo como consecuencia del enfrentamiento armado que en 1893 tuvo lugar en Melilla, y que obligó a aumentar las plazas de ingreso ante posibles intervenciones posteriores, y también por las campañas de Cuba y Filipinas, que provocaron un nuevo incremento de las plazas de ingreso e hicieron necesario que los oficiales se formasen en el tiempo más breve posible, llegando el caso de que a los componentes de una de las promociones de entonces se le conociese con el apelativo de sietemesinos, en alusión al escaso tiempo que había durado su formación. Y así llegamos al siglo XX, en cuyos primeros años, hasta 1909, los alumnos que obtenían las estrellas de oficial llegaron a elevarse cada año por encima de los 200. 2. El reglamento orgánico
En 1912 la Academia de Infantería se regía por el reglamento aprobado por Real Orden de 27 de octubre de 1897, común para las Academias Militares de Infantería, Caballería, Artillería, Ingenieros y Administra-
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ción Militar de 1897. Según él, este centro dependía directamente del Ministerio de la Guerra y tenía como primer jefe a un coronel del Arma, director de la misma, auxiliado por un teniente coronel, segundo jefe. Los profesores debían poseer los empleos de comandante o capitán, pudiendo los primeros tenientes ser empleados como auxiliares de profesor, cuya misión sería la de sustituir a los profesores titulares en caso de ausencia o enfermedad. Completaba el profesorado un médico, un veterinario, un capellán y un profesor de equitación, todos ellos pertenecientes a los diversos Cuerpos militares. Para realizar determinados servicios, las academias contaban con una sección de tropa y con los empleados civiles que se considerasen necesarios. Cada academia debía disponer, además de una biblioteca, de los gabinetes de enseñanza que le fueran precisos; la de Infantería tuvo siempre los de armas, topografía, telegrafía, química y física. Piezas pertenecientes a estos gabinetes se conservan todavía en el Museo de la Academia. Como consecuencia de lo anterior, el profesor no solo tenía que atender a sus clases, sino también dirigir el funcionamiento de determinadas dependencias, como eran la biblioteca y los diversos gabinetes de enseñanza. A estas obligaciones se sumaba el desempeño de los cargos de cajero, auxiliar de la oficina del detall —responsable de los asuntos administrativos—, encargado del almacén, mando de las unidades de tropa y otros. 2.1. El alumnado
Las convocatorias para el ingreso en la Academia se anunciaban en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, celebrándose los exámenes de oposición en el mes de mayo de cada año, previo sorteo para asignar fecha a los aspirantes. Las pruebas de ingreso eran muy completas y estaban precedidas de un reconocimiento médico, al que sucedía un primer ejercicio sobre gramática castellana, geografía, historia universal y particular de España, elementos de física, traducción del francés y dibujo de figura; un segundo ejercicio sobre aritmética y álgebra; y un tercero referente a geometría y trigonometría rectilínea. En cada uno de los ejercicios el aspirante debía extraer una papeleta en la que constaba la materia que debería explicar ante un tribunal, que posteriormente lo podría someter a preguntas sobre la misma, siendo puntuado con una nota entre cero y veinte puntos, considerándose el aprobado a partir de los siete. Las plazas anunciadas en cada convocatoria de ingreso eran cubiertas de acuerdo con la nota final alcanzada. A los hijos y hermanos de militares
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muertos en campaña les bastaba con obtener la nota de aprobado para conseguir el ingreso sin cubrir plaza. La edad mínima exigida a los alumnos para el ingreso era de catorce años y la máxima de veinte, ampliándose esta a los hijos de militar hasta los veintiuno, a los individuos de tropa con menos de dos años de servicio hasta los veintitrés, y hasta los veintiocho a los que llevasen más de dos. Una vez superadas las pruebas de ingreso, el sufrido cadete tenía ante sí tres largos y duros cursos, que iban a poner a prueba su resistencia para conseguir alcanzar el empleo de segundo teniente, con el que salía de la Academia. Los alumnos vivían en régimen de internado, pero un porcentaje de ellos podían ser externos, siempre que reuniesen determinadas condiciones. Las materias que debían estudiar se repartían en tres cursos, cada uno de los cuales tenía que ser superado íntegramente para poder acceder al siguiente, pues de lo contrario había que repetirlo en su totalidad. Cada curso comenzaba el 1 de septiembre y finalizaba el 30 de junio, disfrutándose de vacaciones los dos meses restantes del año. Las asignaturas que se cursaban en la Academia pertenecían a tres grupos: Científicas (álgebra superior, geometría descriptiva, topografía, mecánica racional, balística, física, química, explosivos, telegrafía, ferrocarriles e higiene), Arte Militar (reglamentos tácticos, táctica, organización, geografía e historia militar, fortificación, armamento, material de artillería y moral) y Legislación (ordenanzas, régimen interior, servicio de guarnición y de campaña, contabilidad y justicia militar). Las clases teóricas alternaban con las prácticas, entre ellas las de esgrima y gimnasia. Antes de finalizar cada curso tenían lugar las llamadas prácticas generales o de conjunto, realizadas en régimen campamental. Se complementaban los estudios con un viaje científico-práctico, con el que se ponía fin a los tres años de carrera. Un componente destacado de la educación del futuro oficial era la disciplina. Había un amplio catálogo de faltas escolares: desaliño en el vestir, desaplicación, llegar tarde o faltar a un acto, maltrato de palabra a un compañero, réplicas desatentas a superiores, quebrantamiento de arresto, participar en juegos prohibidos, contraer deudas y otras. A cada una de estas faltas correspondía un tipo de castigo, dependiendo de la importancia de la infracción, clasificada entre el primer y quinto grado. Los castigos de primer grado consistían principalmente en arrestos en el dormitorio y privación de salida, pasándose a continuación al arresto en el cuarto de corrección —consistente en una celda en la que pasaba el alumno sus horas libres
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y la noche— o a la privación de vacaciones, para terminar con la expulsión privada o pública de la Academia. Las faltas más graves, las de quinto grado eran juzgadas por el Consejo de Disciplina, compuesto por el director, subdirector y cinco profesores. Las academias atravesaron un mal momento cuando con motivo de la repatriación de los ejércitos de Cuba y Filipinas se produjo un desbordamiento de las escalas, lo que ocasionaría que en 1901 se suspendiesen los exámenes de ingreso, manteniéndose esta prohibición hasta 1903. Por otra parte, las plazas ofrecidas pasaron de doscientos en 1899 a tan solo cincuenta en el útlimo año. Los exámenes de ingreso sufrieron a partir del Real Decreto de 6 de diciembre de 1911 un importante cambio, agrupándose las materias en los siguientes ejercicios: 1º. Gimnasia. 2º. Dibujo de paisaje, Gramática castellana y Francés. 3º. Geografía universal e Historia general y particular de España. 4º. Aritmética y Álgebra. 5º. Geometría de dos y tres dimensiones y Trigonometría rectilínea. Se daba opción al aspirante a presentarse a todos los ejercicios o solamente a algunos de ellos en cada convocatoria, siempre que no llegase a sobrepasar el límite máximo de edad. Los aspirantes podían comenzar a presentarse a los exámenes de ingreso correspondientes a las materias de enseñanza general desde los trece años, debiendo haber cumplido los quince al ser nombrado alumno. 2.2. El profesorado
Desde que la Academia de Infantería inició su vida en 1874 se trató de atraer a los militares profesionales que estuviesen mejor preparados para impartir las enseñanzas académicas. Para ello, se fijaron recompensas a la permanencia, consistentes en la concesión del grado superior inmediato —la fecha de la concesión de un grado fijaba la antigüedad en el empleo siguiente, es decir, el lugar que se pasaba a ocupar en el escalafón— a los cuatro años de ejercer la docencia, la Cruz al Mérito Militar dos años después y, por último, el ascenso una vez cumplidos ocho años en el destino. A todo lo anterior iba unida una gratificación mensual, cuya cuantía dependía del empleo que se ostentase en ese momento. Estas recompensas dejaron de asignarse a plazos de tiempo en 1886, para ser concedidas de forma selectiva, en función de los méritos contraídos, pero sí se conservaron las
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gratificaciones que eran un poco más elevadas que las que percibían los destinados en los Cuerpos. En justa correspondencia a estos beneficios, al futuro profesor se le exigía poseer los conocimientos, tanto teóricos como prácticos, de todas las materias recogidas en el plan de enseñanza, los cuales debería acreditar en un concurso-oposición, en el que la plaza se concedería a quien mayor puntuación obtuviese. Los cambios en la asignación de recompensas solían ser frecuentes. Con el paso del tiempo tuvieron que desaparecer las concesiones de grados y empleos porque a ello se oponían los nuevos sistemas de ascensos, pero se mantuvo la de la Cruz al Mérito Militar —que podía ser pensionada—, al tiempo que se mantuvo el importe de las gratificaciones durante el primer año de ejercicio del profesorado, para más que duplicarse a partir del segundo, cantidad que suponía, en algunos casos, la mitad del sueldo que se percibía por el empleo que se ostentaba. Todo el mundo era consciente de lo que suponía contar con un selecto profesorado, reclutado entre los espíritus elevados con los que contaba el Ejército, a los que había que atraer de alguna forma, ya que las tareas que se les asignaban en las academias se consideraban, según el Real Decreto de 4 de abril de 1888, “oscuras, enojosas, difíciles y sin lucimiento”. Con el fin de que los conocimientos del profesorado fueran divulgados en las unidades, se dispuso un tiempo máximo de permanencia en las academias de seis años, ampliable a ocho en casos especiales, pudiendo retornar a la enseñanza una vez transcurridos dos años desde que se causó baja en el destino, la cual no se aplicaba hasta la finalización del curso académico. Otra de las ventajas que se concedió a los profesores fue el disponer de derecho preferente para ocupar una vacante producida en su respectiva Arma. No cabe duda de que el ejercicio del profesorado tenía entonces una alta consideración en el Ejército —lo que no sucede hoy en día—, a lo que contribuían las exigencias en la selección del mismo. Anunciada una vacante de profesor o de ayudante de profesor, el director juzgaba los méritos y conocimientos de los peticionarios a través de su hoja de servicios, proponiendo al Ministerio una terna, de la que debía de salir el elegido. La responsabilidad de los profesores era grande, pues no solo estaban obligados a impartir las clases teóricas y prácticas que se les hubiesen encomendado, sino a vigilar la disciplina y compostura de los alumnos, tanto dentro como fuera de la Academia. Entre otras de sus obligaciones se encontraban la redacción de memorias e informes relativos a las actividades
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que desempeñasen, la propuesta de reformas en la enseñanza que considerasen convenientes y el formar parte de los tribunales para los exámenes de ingreso. En su tiempo libre, había profesores que se dedicaban a preparar a los aspirantes para su ingreso en la Academia, bien de forma particular o formando parte de academias preparatorias. Este ejercicio no solo contribuía a mejorar la situación económica de los profesores, sino también la de la ciudad en la que desarrollaban su actividad, normalmente en aquellas que contaban con una academia militar, puesto que no solo atraía a los aspirantes sino también a sus familias que, con frecuencia, se trasladaban a residir en ellas, sobre todo en el caso de haber perdido al padre. Aunque la enseñanza que se impartía en las academias preparatorias se consideraba muy útil ya que servía para inculcar en los aspirantes desde los primeros momentos las virtudes y hábitos militares, se llegó a considerar que esta actividad podía ocasionar desprestigio a los centros de enseñanza, por la información privilegiada de que disponían los profesores, por lo que se les prohibió ejercerla, lo cual ocasionaría protestas de ciudades como Toledo, que se veían perjudicadas en su economía. A partir del Real Decreto de 4 de octubre de 1905, se entendió que el constante progreso de la ciencia militar y la variedad de ramas que abarca, exige que los llamados a difundirla entre la juventud posean especiales conocimientos de las materias que deban explicar, y para obtener este resultado es de necesidad que los profesores sean expresamente nombrados para enseñar aquellas asignaturas a que, con preferencia, hayan dedicado sus estudios.
Se pretendía que el profesor fuese especialista en una determinada materia, por lo que las vacantes se comenzaron a anunciar en el Diario Oficial con expresión de las asignaturas que se deberían impartir. Para facilitar la selección, cada aspirante debía unir a la instancia de solicitud aquellos diplomas, certificados o documentos que acreditasen su idoneidad para cubrir la vacante. Con este nuevo sistema, la Academia quedó totalmente al margen de la elección de su profesorado. 2.3. La instrucción práctica
La situación del Alcázar no era la más apropiada para que la Academia de Infantería dispusiese de terrenos próximos en los que realizar sus ejercicios prácticos. Tan solo podía utilizar para estos fines la explanada este de la fortaleza que, por sus reducidas dimensiones, se prestaba a la ejecución de movimientos de armas y en orden cerrado, por lo que desde siempre se vio obligada a desplazarse a lugares como la Vega Baja, los cerros de San
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Servando o el polígono de tiro, este último, explanado en 1870 para uso de la Escuela de Tiro, se convertiría posteriormente en campo de deportes de la Escuela de Gimnasia. La situación no cambiaría hasta que los nuevos rumbos impuestos a la enseñanza por la Academia General obligaron a buscar terrenos en los que practicar el orden de combate, y estos le fueron facilitados por el Ayuntamiento en una zona al este de la ciudad, conocida bajo el nombre de Los Alijares, emplazada a una distancia de unos cuatro kilómetros y rodeada de fincas particulares. Durante los diez años que la General mantuvo sus puertas abiertas se fue mejorando poco a poco la habitabilidad del campamento con la construcción de una serie de barracones de madera con diversos fines: comedor de profesores y cadetes, cocina, almacenes de alimentos y material, gabinetes de telegrafía y topografía, cuadras y otros. Estas comodidades permitirían utilizar el campamento durante períodos prolongados de tiempo. Al renacer la Academia de Infantería en 1893, no solo continuó haciendo uso del campamento sino que fue poco a poco sustituyendo las construcciones de madera por otras de mampostería, consiguiendo con ello hacerlo más confortable y permitiendo su utilización incluso en el período invernal. Los alumnos dormían en tiendas de campaña hasta que, en 1909, se comenzaron a levantar edificios de mampostería destinados a salas de clase durante el día y a dormitorios al llegar la noche. Esta reforma fue impulsada por el entonces director de la Academia, el coronel José Villalba Riquelme. Fue el coronel Villalba un erudito y entusiasta militar que, durante su etapa de jefe de estudios y posteriormente de director, elevó la Academia de Infantería a su más alto nivel. Había sido profesor de la Academia General con los empleos de teniente y capitán, este último conseguido en recompensa a su obra Táctica de las tres armas, de la que verían la luz diez ediciones y se convertiría en insustituible libro de texto de la Academia de Infantería. Entre 1907 y 1909 desempeñó el cargo de jefe de estudios y el de director a partir de abril de este último año. El comienzo durante su primera etapa como director de los enfrentamientos armados en Marruecos le hizo ver la importancia que, para el futuro oficial, tenía una buena formación física para resistir la dureza del combate, por lo que dio un mayor impulso a todo tipo de competiciones deportivas, que había comenzado a organizar durante su etapa como jefe de estudios.
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Las mejoras en las instalaciones del campamento permitieron su utilización durante quince días del mes de abril y mayo, dedicados a prácticas generales, en las que cada curso tenía asignadas las suyas: — 1º año: Topografía regular e irregular, servicio de seguridad en marcha y reposo y gimnasia de campaña, y construcción de trincheras. — 2º año: Topografía irregular, servicio de seguridad en marcha y reposo, maniobras con cuadros y dirección de fuegos. — 3er año: Reconocimientos tácticos y logísticos, maniobras con cuadros combinadas con dirección de fuegos, fortificación y minas, y prácticas de castrametación. Fueron Los Alijares el escenario en el que los cadetes demostraban su excelente estado físico, compitiendo en diversas pruebas: ejercicios gimnásticos, esgrima, fútbol, carreras a pie de velocidad y resistencia, lanzamiento de disco y jabalina, salto en altura y longitud, paso de la pista de obstáculos, etc. No hay que olvidar el ejercicio físico que llevaba a cabo la Sección Ciclista, dotada de incómodas y difícilmente manejables bicicletas de piñón fijo. Al producirse en Marruecos los luctuosos sucesos del mes de julio de 1909 los cadetes se encontraban disfrutando de unas merecidas vacaciones, enterándose a través de la prensa de la muerte en acción de guerra de quienes habían sido sus compañeros, con algunos de los cuales habían compartido el quehacer diario. En los intrincados barrancos del Gurugú habían perdido su vida el comandante Emilio López-Nuño y Moreno, los capitanes Fernando Fernández de Cuevas y de Ramón, Ángel Melgar Mata y Enrique Navarro y Ramírez de Arellano, y los tenientes Joaquín Tourné y Pérez-Seoane, José Fernández de Guevara y Mackenna y Braulio de la Portilla y Sancho, los dos últimos ascendidos a oficial tan solo dos años antes. Todos ellos serían agraciados con la Cruz Laureada de San Fernando en premio a su indomable valor. Las prácticas realizadas en Los Alijares tenían su continuidad cuando los alumnos regresaban al Alcázar, pues en la programación diaria se incluían materias como gimnasia, esgrima, equitación, topografía, fortificación, tiro y otras, a las que se unían las marchas del Regimiento de Alumnos, preparatorias del período campamental. Complementaba las actividades anteriores el fútbol, que ya entonces comenzaba a convertirse en deporte de multitudes. El coronel Villalba le dio un trato preferente, organizando con ocasión de la festividad de la patrona un campeonato entre las compañías de alumnos, en el que se disputaba un trofeo de plata denominado Copa Promoción. Los enfrentamientos tenían lugar en un campo trazado en el polígono de tiro.
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Fue tal el auge que tomó el fútbol en la Academia que muy pronto comenzaron los enfrentamientos con otros equipos, siendo los primeros en comprobar la fortaleza física de los cadetes los del Athletic de Madrid — antecesor del actual Atlético de Madrid, al que la Academia llegaría a derrotar por siete a cuatro en 1911—, Madrid F. C. y Club Español. Constituida la Federación Española de Clubs de Football en el mes de octubre de 1909, el equipo académico no dudó en afiliarse a ella y en tomar parte al año siguiente en el Campeonato de España. De vez en cuando se alteraba la programación normal con alguna actividad especial, como el recorrido por la nevada Sierra de Guadarrama invitados en 1911 por la Sociedad Gimnástica Española, a cuyo equipo de fútbol se enfrentaron los cadetes en más de una ocasión. Muchas de estas actividades eran presenciadas por S. M. el rey —Alfonso XIII había sido filiado como alumno de la Academia de Infantería en 1896—, que solía frecuentar el campamento de Los Alijares y hasta llegaría a pasar noche en él, alojándose en una tienda traída de Alemania para él en 1913. Su primera visita había tenido lugar en 1905, repitiéndose en 1908, 1909, 1911, 1914, 1916 y 1928. Especialmente significativa sería la visita realizada en mayo de 1909, iniciada con un ataque nocturno al campamento dirigido por el rey al frente de fuerzas del Regimiento de León, llegadas en tren desde Madrid. No solo veló el coronel Villalba por la buena forma física de los alumnos durante los tres años de formación, sino que también se preocupó por la que debían poseer los aspirantes al presentarse a los exámenes de ingreso. Hasta la convocatoria de 1911 solamente se les había sometido a un simple reconocimiento médico, pero a partir de la siguiente consiguió Villalba que se incluyese la ejecución de determinados ejercicios físicos elementales, pero muy completos, que permitiesen juzgar su aptitud física, convirtiéndose en eliminatorios a partir de 1912. Consistían estos ejercicios en una serie de movimientos sencillos de brazos, piernas, cuello y tronco, de un tiempo de marcha y otro de carrera, suspensiones en barra, trepa por cuerda y saltos en longitud. Mientras tanto, el campamento fue mejorando sus servicios. En 1910 se le dotó de agua corriente, al dirigir el caudal de varios pozos a otro central, desde donde por medio de una bomba se elevaba hasta un depósito situado en la cima del vértice Alijares, desde donde era distribuida a todo el campamento. La abundancia de agua permitió dotar al campamento de jardines, al mismo tiempo que la continua plantación de arbolado con motivo de la ce-
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lebración anual de la Fiesta del árbol permitió que aquellos desolados terrenos fuesen adquiriendo un aspecto más agradable. Por Real Decreto de 1 de junio de 1911 se introdujeron modificaciones en la enseñanza militar, al reconocerse que las academias no cumplirían su cometido sin ser “centros vivos de constantes ejercicios, maniobras y demás prácticas militares”. Se impuso que a las maniobras generales de cada una de las academias acudiesen como observadores profesores de las demás, con objeto de estudiarlas a fin de armonizar los métodos de enseñanza en todas ellas. Por otra parte, cada tres años deberían reunirse todas las academias para realizar durante quince o veinte días del mes de mayo unas maniobras generales. El Real Decreto de 6 de diciembre de 1911 reconocía la “absoluta necesidad de imprimir a la instrucción de las academias militares más acentuado carácter práctico”. Meses después, al enfrentarse el Gobierno a la reforma de los planes de estudios, se reconocería la importancia de las asignaturas prácticas que, por Real Decreto de 15 de mayo de 1912, serían equiparadas a las teóricas a efectos de pérdida de curso. 3. La enseñanza a partir de 1912
Destinado el coronel Villalba a principios de 1912 al mando del Regimiento de África, en Melilla, enseguida participó en operaciones, ganando en el mes de octubre el empleo de general de brigada y haciéndose cargo seguidamente de la Subinspección de Tropas de la Comandancia General de Melilla. Sustituyó a Villalba el coronel Martínez Anido, veterano combatiente en Marruecos (1893 y 1909) y Filipinas, cuyo valor había sido recompensado con los ascensos a comandante y a coronel por méritos de guerra. Con el empleo de teniente general llegaría a ser ministro de la Gobernación en 1925, y de Seguridad Interior y Orden Público en 1937. Solo hacerse cargo del mando de la Academia dedicó sus esfuerzos a la ampliación del campamento de Los Alijares mediante la adquisición de las fincas que lo rodeaban, con el fin de mejorar sus condiciones de utilidad para conseguir no solo realizar en él de la forma más satisfactoria las prácticas de conjunto sino también, según proponía la Junta Facultativa de la Academia, orientar toda la enseñanza de los futuros oficiales con más pronunciado carácter práctico que la aproximase al bello ideal de convertir el terreno, único campo de aplicación de las ciencias bélicas, en aula donde el neófito adquiera desde los fundamentos teóricos de esas ciencias, hasta los principios definitivos que su dominio ha de proporcionarle, formando el caudal de su aptitud técnica profesional.
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Al no ser posible la inmediata ampliación de los terrenos del campamento hubo que continuar invadiendo durante los ejercicios las fincas colindantes, lo que ocasionaría repetidas protestas de sus propietarios. La continuidad del conflicto marroquí había obligado a aumentar el número de plazas de ingreso, habiéndose pasado de las ciento cincuenta en la convocatoria de 1909 a las trescientas al año siguiente. A este número habría que añadir los que accedían a la Academia sin cubrir plaza por tener beneficios de ingreso —alrededor de setenta en 1911 y de sesenta en 1912— más los cerca de ciento cincuenta aspirantes aprobados sin plaza en 1912. Estas cifras se repetirían en las convocatorias siguientes hasta la de 1921. Como consecuencia del Real Decreto de 1911 por el que se introducían modificaciones en la enseñanza militar, y en cumplimiento del reglamento vigente que fijaba la realización cada año de prácticas generales o de conjunto y de un viaje científico-práctico al término de la carrera, a partir del referido año comenzaría a publicarse en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra la composición de las prácticas generales. Las correspondientes al curso 1911/1912 tuvieron lugar en Los Alijares y consistieron en ejercicios de reconocimiento, operaciones muy frecuentes realizadas por nuestras tropas en Marruecos y siempre rodeadas de peligros. Se complementaban estas prácticas con un viaje a Linares (Jaén) en tren, seguido de cinco días de marchas ininterrumpidas por pueblos de la provincia, con un recorrido total de ciento diez kilómetros. Nuevas mejoras se fueron introduciendo en el campamento de Los Alijares, que en 1913 pudo disponer de corriente eléctrica, producida por la bomba utilizada para elevar el agua al depósito general. Durante diez días de los meses de abril y mayo de 1913 se volvieron a repetir las prácticas en Los Alijares, compuestas de ejercicios tácticos y de combate, y de prácticas de conjunto, seguidas de tres marchas, de veinte, veintidós y veintitrés kilómetros. Además, durante la estancia en el campamento se efectuaron los necesarios concursos para estimular la afición a los ejercicios y deportes más convenientes para la profesión y desarrollo físico de los alumnos. Para finalizar, tuvo lugar un “viaje de instrucción”, eso sí, muy modesto, consistente en una visita a la Fábrica de Armas de Toledo. A través de la Orden Circular de 11 de abril de 1914 se determinó que dichas prácticas estuviesen dirigidas por el director de la academia y que al término del viaje de instrucción, que duraría once días, los alumnos presentasen una memoria. En dicho año se fijó el campamento de Los Alijares para realizar en él las prácticas generales, a cuyo término los cadetes harían, como complemento a las marchas realizadas a lo largo del curso, una
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de dieciocho kilómetros, otra de veinte y una tercera de treinta. El viaje de instrucción lo realizaron alumnos de segundo curso a Sevilla y Granada, y los de tercero a Oviedo y Trubia. Fue este año de 1914 triste para los alumnos de la Academia, que vieron como a lo largo de diez meses caían en combate tres de sus compañeros, todos ellos tenientes, que serían recompensados por su heroísmo con la Cruz Laureada. En febrero perdió la vida Eduardo Aizpurúa Reynoso, en Beni Salem, y en octubre Fernando Montilla y Pérez Escrich, en Izarduy, y Carlos Ramírez Dabán, en Kudia Riba. Los dos últimos con tan solo diecinueve y dieciocho años, respectivamente, convirtiéndose Ramírez Dabán, nieto del general de la Restauración, en el militar más joven recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando, la más alta condecoración de nuestro Ejército. De poco servirían los desvelos de los sucesivos directores para dotar al campamento de la infraestructura necesaria para obtener de él un mayor rendimiento, ya que el grave inconveniente que padecía era no disponer de suficiente terreno para que los alumnos pudieran moverse con soltura en sus ejercicios prácticos, situación agravada cuando los dueños de las dehesas que rodeaban al campamento las cercaron. Una vez terminadas las prácticas del curso 1913/1914 en Los Alijares, hubo que recurrir a la búsqueda de terrenos para el desarrollo de las que tendrían lugar en 1915, aprovechándose la oferta de una finca, llamada de Ballesteros, situada en las proximidades de Los Yébenes, en plenos Montes de Toledo, a cincuenta kilómetros de la capital. Los cadetes, repartidos en dos batallones, se trasladaron a pie a Ballesteros, recorriendo el primero de ellos ciento treinta y siete kilómetros y el segundo ciento sesenta y siete. Entre Toledo y el nuevo campamento estableció la Sección Ciclista un servicio de estafeta, haciendo el recorrido dos veces al día. Como fase previa a las prácticas generales en Ballesteros, el coronel Marzo Balaguer, sucesor de Martínez Anido, organizó un concurso de tiro de combate entre compañías, para que sirviese como repaso de todas las enseñanzas recibidas durante la carrera. Suponía este concurso una novedad, pues era la primera vez que se organizaba en la Academia y la tercera en el Ejército, y consistía en la resolución de un tema táctico sencillo a realizar por cada una de las ocho compañías en las que se articulaba la Academia, teniendo el objetivo “la verosimilitud que requiere la representación de nuestro enemigo en las campañas africanas” —según se podía leer en la Orden del Centro de 24 de abril de 1915—, por lo que las siluetas sobre las que se haría el fuego real serían de color caqui, no aparecerían en for-
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maciones correctas, ni tendrían gran visibilidad. A cada alumno se le dotaría de treinta cartuchos de guerra, que debería consumir a lo largo del concurso. Fueron tan satisfactorias estas prácticas que la Academia de Infantería recibió la felicitación del general inspector por medio de la Orden General de la Inspección de Academias del 28 de mayo de 1915: Debo dejar consignado en este orden, el entusiasmo que me ha proporcionado, sobre todo, el tiro de combate, hecho por primera vez en esta Academia, y no solamente por la manera de llevarlo a cabo, sino también por la acertada elección del terreno donde se ha desarrollado, tan semejante a aquél en que han de operar nuestros Alumnos cuando terminen su carrera; a los campos africanos, donde habrán de demostrar que si en esta Academia se les enseña el verdadero espíritu militar y los conocimientos teóricos indispensables, también se hace que los oficiales estén en condiciones de conservar para nuestra Infantería el sobrenombre de invencible, que con tanta gloria supo conquistar.
Pretendiendo dar un nuevo empuje a las enseñanzas prácticas, a partir del curso 1915/1916 los alumnos de nuevo ingreso fueron trasladados al campamento de Los Alijares para permanecer en él durante un período de dos meses aprendiendo la instrucción individual del combatiente. Para acoger a los alumnos con mayor comodidad se habían construido seis barracones de mampostería dotados de camas abatibles, a los que habría que añadir los dos ya levantados en 1909. De vez en cuando se llevaban a cabo ejercicios prácticos con unidades de otros cuerpos, como en el mes de octubre de 1916 en que acudió a Toledo el Regimiento de Pontoneros para tender un puente entre ambas márgenes del río Tajo. Como en el año anterior, las prácticas generales tuvieron lugar en 1916 en Ballesteros, asistiendo a las mismas el rey don Alfonso XIII, que presenció ejercicios realizados de fuego real con fusil y ametralladora. Por otra parte, el viaje de instrucción de alumnos de tercero se realizó a Madrid, para visitar la estación de ferrocarril, el Centro Electrotécnico, el aeródromo de Cuatro Vientos y la galería de la Escuela Central de Tiro. Al año siguiente la Academia se trasladó de nuevo a Ballesteros para desarrollar sus maniobras, marchando los alumnos en tren desde Toledo a Urda y haciendo a pie el resto del camino hasta Ballesteros, más de treinta kilómetros. Se dividieron estas prácticas en dos fases, una preparatoria, en Toledo y con una duración de siete días, durante los que se desarrollaron marchas graduales de dieciséis, dieciocho, veinte y veintidós kilómetros, en las que se plantearon ejercicios tácticos; alternando con el ciclo de marchas tuvieron lugar ejercicios de combate con fuego simulado. Ya en Ballesteros,
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tuvo lugar la segunda fase, compuesta por una marcha de resistencia a los Quintos de Mora, ejercicios de combate con fuego real por compañías aisladas, ejercicios de combate con fuego simulado y tema táctico de batallón, y, por último, un ejercicio de ataque con fuego real a una posición fuertemente organizada. Las prácticas de 1918 se dividieron en dos períodos, uno preparatorio de doce días en las inmediaciones de Toledo y otro de quince en Ballesteros. El viaje a este campamento se hizo por tren hasta Urda, seguido de una marcha de treinta y dos kilómetros, repitiéndose el mismo trayecto a la vuelta. Cuando los cadetes llegaron en este año al campamento de Los Alijares se encontraron con que se había dotado de corriente eléctrica a todas sus instalaciones. Llegado el momento en 1918 de analizar los resultados de la reforma llevada a cabo en la enseñanza en los años 1911 y 1912, se pudo comprobar que habían sido excelentes, al haberse conseguido unos estudios con un carácter más positivo y experimental, que habían desarrollado el sentido de aplicación de los conocimientos profesionales y asegurado la selección de personal físicamente apto para las funciones activas del servicio. De todo ello habían dado fe los informes anuales de cada centro, las visitas de inspección realizadas a los mismos y el estudio constante que se venían haciendo de los resultados. Sin embargo, seguía sin resolverse uno de los principales escollos que se presentaban a la reforma de la enseñanza: la falta de terrenos apropiados para que los alumnos desarrollasen los ejercicios tácticos. No pudiendo prolongarse la asistencia al campamento de Ballesteros, en 1919 volvieron las prácticas a las inmediaciones de Toledo, donde se realizó en una primera fase ejercicios de combate de simple y doble acción, seguida de una segunda compuesta de cinco marchas de maniobra alternadas con prácticas especiales según los años académicos. Tras un viaje por ferrocarril a Castillejos, los alumnos recorrieron a pie las poblaciones de Yepes, Ocaña y Aranjuez, regresando por ferrocarril a Toledo. Similares prácticas se realizarían durante los siguientes años. Dispuesta la Academia de Infantería a resolver el anterior problema, en 1919 propuso al Gobierno la adquisición de los terrenos que rodeaban el campamento de Los Alijares, realizándose un levantamiento topográfico de los mismos. La situación económica no lo permitiría, por lo que habría que aplazar el proyecto, que no llegaría a materializarse hasta 1924.
Mientras tanto, el general Villalba continuaba su carrera militar, plena de éxitos. Tras su ascenso a general de brigada a finales de 1919 desempeñó durante escaso tiempo el cargo de jefe de Estado Mayor de la Capitanía
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General de Ia 6ª Región Militar, regresando a Marruecos antes de terminar el año como subinspector de tropas de la Comandancia General de Melilla. A partir de mayo de 1914, al mando de la 1ª Brigada de Melilla, participó en operaciones. Seguidamente pasó a ser comandante general de Larache, hasta que recibió el ascenso a general de división en mayo de 1916 por méritos de guerra. En los años siguientes fue gobernador militar del Campo de Gibraltar, siendo en 1919 comisionado para trasladarse a Inglaterra con el fin de adquirir material de guerra para el ejército. Encontrándose en aquel país recibió el nombramiento de ministro de la Guerra. Le había llegado al general Villalba la ocasión de poner en marcha algunos de sus proyectos, entre ellos la creación de la Escuela de Educación Física y el Tercio de Extranjeros. La escuela fue creada pocos días después de ser nombrado ministro, con objeto de que en ella se plantease y desarrollase la educación física del ejército y, especialmente, la formación del personal encargado de impartirla: profesores y auxiliares de profesor. La falta de medios obligó a que la escuela utilizase durante su primera etapa los recursos en personal y material de la Academia de Infantería. Si hasta la convocatoria de 1919 se habían mantenido las plazas de ingreso entre las doscientos cincuenta y las trescientas, en 1920 llegarían a las cuatrocientas, siendo la promoción más numerosa la ingresada en 1916, con un total de cuatrocientos treinta y cuatro alumnos, de los que ciento cincuenta habían sido admitidos sin tener derecho a plaza. Pero no habiendo conseguido este aumento paliar la falta de oficiales subalternos, tras el desastre de Annual habría que implantar convocatorias extraordinarias cada ocho meses entre febrero de 1922 y junio de 1925, así como cursos abreviados con una duración de siete meses, en lugar de diez. Una vez finalizadas las circunstancias que habían aconsejado la implantación de cursos abreviados, en septiembre de 1923 se volvería a la normalidad. 3.1. El profesorado
A partir del Real Decreto de 2 de junio de 1911 el acceso al profesorado de las academias comenzó a hacerse mediante concurso. Los aspirantes a una vacante debían unir a la solicitud los certificados, diplomas, títulos y demás documentos con los que se pudiese acreditar sus méritos para el desempeño de la plaza. De entre los peticionarios sería seleccionada una terna por la Junta de Información de la Academia, teniendo en cuenta que los elegidos fuesen de “intachable conducta, energías físicas manifiestas, entusiasmo notorio por la profesión de las armas, cultura suficiente para ejercer el
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cargo con la autoridad debida y conocimientos especiales en las asignaturas que hayan de explicar”. Al profesor no solamente se le exigiría desempeñar las clases de la asignatura a cuya vacante hubiese sido destinado, sino que también debería impartir las de ordenanzas, reglamentos tácticos, organización militar, servicio de guarnición y campaña, reglamento de maniobras, código de justicia militar, régimen interior, contabilidad, educación moral del soldado, reglamento de tiro, higiene militar, material de guerra y armas portátiles. El ejercicio del profesorado sería recompensado con la Cruz al Mérito Militar a los cuatro años de ejercicio, que pasaría a ser pensionada a los siete, tiempo máximo de permanencia en las academias, a las que se podría regresar tras permanecer dos años en otros destinos. Durante los primeros años del Protectorado la situación del profesorado de la Academia puede decirse que había mejorado sensiblemente. Se elevó la gratificación de los primeros tenientes con el fin de que, en los primeros años de profesorado, pudiesen atender con desahogo a la adquisición de libros y demás elementos de enseñanza. Por otra parte, se aumentó a siete años el tiempo máximo de permanencia en el destino, se permitió a los profesores ya destinados en el Centro presentarse al concurso de una nueva vacante, y una vez tomada posesión de sus clases se les autorizó a permutarlas con cualquier otro de los profesores que reuniesen sus mismas condiciones. La Academia volvió a recuperar su prerrogativa de ser ella quien eligiese a los profesores, para lo cual la llamada Junta de Información examinaba la documentación remitida por los peticionarios y proponía al Ministerio a los tres que considerase con mayores méritos. A los aspirantes se les exigía una intachable conducta, energías físicas manifiestas, entusiasmo notorio para la profesión de las armas, cultura suficiente para ejercer el cargo con la autoridad debida y conocimientos especiales en las asignaturas que hubiesen de impartir. Parte importante de la enseñanza la constituían los textos reglamentarios, que eran elegidos mediante concurso cerrado, estando obligados los ganadores a unirles gratuitamente todos los años apéndices que contuviesen las ampliaciones o modificaciones que se considerasen oportunas. Constituía un gran orgullo para un militar el que una obra suya fuese reconocida como “obra de texto” en determinada academia. Por Real Decreto de 24 de marzo de 1915 fue creado un distintivo que los profesores podían llevar en su uniforme y al que se le iban uniendo
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una serie de barras correspondientes a los años de permanencia en el destino; este distintivo, con similar diseño, se ha mantenido hasta nuestros tiempos. Tres años después, al implantarse el turno forzoso de destinos en Baleares, Canarias y territorios de África, se comprendió el daño que sufriría la continuidad de la enseñanza en las academias al aplicar esta norma a la plantilla de profesores, por lo que se dispuso que aquellos a quienes hubiese correspondido destino quedasen excluidos temporalmente. En caso de que el profesor destinado fuese dado de baja en la Academia por ascenso, cumplimiento del plazo de máxima permanencia o por cualquier otro motivo, esta exclusión dejaría de tener efecto. No cabe duda de que la Academia de Infantería tuvo desde siempre un profesorado selecto, elegido entre los militares más ilustrados que formaban en las filas del ejército, cuya preparación había ido en aumento desde el inicio de las campañas de Marruecos. Prueba de sus conocimientos son las numerosas obras y artículos de que fueron autores, algunas de ellas reconocidas como libros de texto en la Academia de Infantería. Parte de las obras escritas por profesores que ejercieron en la Academia de Infantería entre 1909 y 1921 se ofrecen en apéndice aparte. También dan fe de la calidad del profesorado los altos cargos que algunos de ellos alcanzaron a lo largo de su carrera: Luis Orgaz Yoldi, teniente general, alto comisario de España en Marruecos; José Rodríguez Casademunt, teniente general y caballero laureado de San Fernando; José Millán Astray y Terreros, teniente general y fundador del Tercio; Mariano Gámir Ulibarri, teniente general jefe del Ejército Republicano del Norte durante la Guerra Civil de 1936/1939; Eduardo Sáenz Aranaz, jefe de Estado Mayor del Ejército Republicano de Levante, y otros muchos. Con posterioridad a 1921 ejercerían el profesorado en la Academia de Infantería Vicente Rojo Lluch, jefe de Estado Mayor del Ejército Republicano, y Emilio Alamán Ortega, fundadores de la Colección Bibliográfica Militar, compuesta por más de cien títulos. Apéndice — Abriat Cantó, Miguel: Consideraciones generales sobre los pueblos del círculo del Forcall (1905); Estudio de vías de comunicación (s.a.); Estudio militar sobre el Maestrazgo (s.a.); La infantería en el combate y sus medios de acción (1929); La guerra en el Maestrazgo (1905); Guerra química: gases de combate y nubes pantalla (1929); La Marina de guerra en África (1925). — Aguado Martínez, Quirico: Estudio de los elementos que constituyen la ciencia de la táctica (1893); Continuación al estudio de los elementos que constituyen la ciencia de la táctica (1893). — Alba y Clarés, Luis de: Ejercicios de geometría (1917); Aclaraciones de geometría elemental: para facilitar el estudio de la que sirve de texto en los exámenes de ingreso en las
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Academias Militares (1922); Ejercicios de trigonometría rectilínea: ajustados a la obra que sirve de texto en los exámenes de ingreso en las academias militares (1920). — Álvarez-Coque de Blas, Aureliano: Historia militar (1921) obra declarada de texto en las Academias de Infantería y Artillería; El teniente coronel don Hilario González (1929). — Araújo Torres, Silverio: Croquis de geografía militar de España (s.a.). — Balanzat Torrontegui, Manuel: Tropas de montaña (1918). — Benzo Cano, Aureliano: Apuntes referentes a la manera de hacer nuestras campañas en Marruecos (s.a.). — Calero Ortega, Juan: Estudios sobre la defensa de España (1891); La “manta chilaba” y el capote del soldado (1917); Tabla de tiro del fusil mauser español Md. 1893 (1896); Guerras irregulares y de montaña (1895); Ideas sobre organización militar (1904). — Carreras Remedios, Juan, y Malagón Luceño, Ricardo: Relaciones entre la fortificación y la técnica (1908). — Castañs Boada, Manuel: Nociones de radiotelegrafía (1920); Nociones de radiotelegrafía: apuntes complementarios para el estudio de la asignatura “Telegrafía” (1922); La radiotelegrafía y radiotelefonía en dos capítulos (1921). — Chirveches César, Rogelio: Nociones de Química Mineral y Orgánica, y sobre la fabricación y propiedades de los hierros y aceros (1910); Nociones de álgebra elemental (1907). — Cortés Reyes, Emilio: Física elemental (1913): Apuntes de balística: adaptados a la 4ª edición del texto de D. Joaquín de la Llave (1918); Apuntes de Álgebra: adaptados a los textos de los Srs. Salinas y Benítez para el ingreso en las academias militares (1920). — Dema Soler, Alejandro (jefe de estudios del Centro): Descripción del fusil mauser español mod. 1893 y del material de reposición de municiones en el combate é instrucción teórico-práctica de tiro (1904), Descripción del fusil mauser español. Modelo 1893, é Instrucción de tiro para los soldados y clases de tropa (1897); Los explosivos utilizados por la infantería y la caballería (s.a.). — Fernández Fernández. León: A los cien años del dos de mayo (1908); De la enseñanza militar (1907); La educación e instrucción del elemento armado (1911). — Fernández Macapinlac, José: Reglamento de maniobras de la infantería francesa de 20 de abril de 1914 (1915); Las grandes maniobras francesas en 1912 (1915); Concepto de los ejercicios sobre el plano / Modelos de órdenes para los temas tácticos (1928); Las grandes maniobras inglesas en 1913 (s.a.); Impresiones de un viaje de instrucción: las grandes maniobras inglesas en 1913 (1915); Maniobras del 3er Cuerpo de Ejército Suizo en 1908 (1913); Ensayo de un estudio acerca del empleo táctico de la Artillería: con datos tomados en un viaje de instrucción. Bayona (Francia) (1934); La oficialidad combatiente en los ejércitos extranjeros (1915). — Gámir Ulibarri, Mariano (director de la Academia de Infantería): Guerra de España, 1936-1939 (1939); La perte de Barcelone: de mes mémoires (1939). — García Pérez, Antonio: Acción militar de España en África (1925); Antecedentes político-diplomáticos de la Expedición española á México (1836-62) (1904); El año 1921 en los campos de Melilla (1922); La bandera española (1942); Estudio militar de las fronteras españolas; Siete años de mi vida 1905-1912 (1914). 1914; Ifni y el Sahara español (1940); El cadete Juan Vázquez y Afán de Ribera (1908); Campo florido (s.a.); La casa solariega de la Infantería española (s.a.); Catolicismo y libertad (1909), Cervantes, soldado de la española Infantería (s.a.); Cervantes, soldado del Regimiento de Córdoba (1922); Compendio de moral (s.a.); Conceptos españoles de moral militar (s.a.); Condecoraciones militares del siglo XIX
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(1919); Consejos a los caballeros alumnos de la Academia de Infantería (1910); La cuenca del Muluya (1910); La cuestión del Norte de Marruecos (1908); Deberes del soldado (1905); Destellos de grandeza (s.a.); Don Vicente Moreno y las Cortes españolas (1910); Ejemplos de moral militar (1950); Campaña de Chauïa: acción francesa (1912); España en Marruecos (1909); Estudio geográfico-militar de las posesiones españolas en Marruecos (1900); político militar de la campaña de Méjico (1900); Estudio político social de España en el siglo XVI (1907); Fe y patriotismo en los campos de batalla (1923); Flores de heroísmo: (Filipinas, Cuba y Marruecos) (1919); Florilegio bélico (1928); Fortea (1910); Francia y España en Marruecos (1908); Gentilezas de la Reconquista (1928); Geografía militar de Marruecos y posesiones españolas en África (1910); Glorias de María Inmaculada en los hechos de armas más salientes del Ejército español (1905); Guerra de Secesión; el general Pope (1901); Héroes de España en los campos de Rusia (1942); Heroicas ofrendas (1920); Heroicos artilleros (1927); Heroicos infantes en Marruecos (1926); Heroísmos del Cuerpo de Estado Mayor (1927); Historial de Borbón, XVII de Infantería (1920); Historial de guerra del Regimiento de Borbón 17º de Infantería (1915); Historial del Regimiento de Extremadura, núm. 15 (1921); Historial del Regimiento Infantería de Tarragona nº 78 (1920); Inmolación del capitán don Vicente Moreno (1909); Isla de Peregil y Santa Cruz de Mar Pequeña (1908); Jardines de España (1941); Javier Mina y la independencia mexicana (1909); Juan Soldado y Juan Obrero (1916); Lecturas militares: el soldado (1911); Leyes de la guerra: prontuario para las clases de tropa (1910); Los Reyes de España (1915); La Marina en la Cruzada (1940); Marinos heroicos: frases y notas curiosas de algunos famosos marinos (1928); Marruecos. Mapas topográficos (1910); Mehal-la Jalifiana de Gomara núm. 4 (1941); Melilla: (después de la campaña de 1909) (1911); Miguel de Cervantes (1930); Militarismo y socialismo (1906); Muerto por su Patria y por su Rey el 27 de julio de 1909 (Melilla) (1911); Ocho días en Melilla (1909); Organización militar de América: República del Brasil (1902); Organización militar de América: República del Ecuador (1902); Organización militar de México (1902); La Patria (1923); El Patronato de la Inmaculada en la Infantería española (1912); Posesiones españolas en África (1909); Posesiones españolas en África Occidental (1907); Un programa para la enseñanza primaria en España (1905); La realeza (1912); Realeza y juventud (1928); Relaciones hispano-mogrebinas (1911); Reseña histórico-militar de la campaña del Paraguay (1864 a 1870) (1900); Reyes y soldados en los campos de batalla (s.a.); ¡Arriba España!: 13 de octubre de 1943 (1943); El saguntino Romeu (1912); Tánger (1910); Vocabulario militar hispano-mogrebino (1907); Zona española del Norte de Marruecos (1913); Braulio de la Portilla y Sancho: muerto por su Patria y por su Rey el 27 de julio de 1909 (Melilla) (1911); Una campaña de ocho días en Chile (1900); La ciencia en la guerra (1910); Estudio político militar de la campaña de Méjico: 1861-1867 (1900); Frases imperiales: episodios de la Cruzada (1940); El Gran Capitán (1920); Guerra de Secesión: historia militar contemporánea de Norte-América (1903); Laureados heroísmos de Regulares de Larache número 4 (1945); Nociones de derecho internacional y leyes de guerra (1905); Nomenclatura del fusil mauser español modelo 1893 con el manejo, funcionamiento de su mecanismo y entretenimiento (s.a.); Nuevo concepto de la enseñanza militar (1910); Organización militar de América: Bolivia (1902); Organización militar de América: Guatemala (1902); Patria y bandera (1930); Proyecto de nueva organización del Estado Mayor en la república oriental del Uruguay (1901); Reflejos militares de América (1902); La religión y la guerra (1912); El sacerdote Pinto Palacios y el capitán D. Vicente Moreno (1909); Vida militar del Gran Capitán (1946); Vocabulario militar hispanomogrebino (1907); Heroísmo documentado del capitán Don Vicente Moreno (1909); México y la invasión norteamericana (1906).
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— García Rey, Verardo: Alonso Vázquez: soldado e historiador (1920); La capilla del Rey don Sancho el Bravo y los cenotafios reales en la Catedral de Toledo (1922); El Deán don Diego de Castilla y la reconstrucción de Santo Domingo el Antiguo de Toledo (1927); Estancia del escultor Bautista Vázquez en Toledo (1927); Estudios acerca de la táctica de la infantería ((1907); Una excursión en el Bierzo (1912); La famosa priora doña Teresa de Ayala (1930); Los Montes de Toledo: estudio geográfico (1916); Sobre el origen del río Esla (1908); Vocabulario del Bierzo (1934); El territorio soriano (1915); La defensa del Callao durante el período comprendido entre la capitulación de Ayacucho y el embarco de Rodil en la “Buiton” (1930); Notas históricas acerca de Ribadeo y de uno de sus Condes D. Rodrigo de Villandrando (s.a.); Vocabulario del Bierzo (1934). — García Reyes, Antonio: Algunas obras de campaña y aplicación del ácido pícrico á la destrucción de materiales (1909); Explosivos de guerra: estudio sobre los más usuales (1908); El Segre y sus afluentes (s.a.); Valor, disciplina, subordinación (s.a.); Perspectiva rápida (1910). — García Selva, Fermín: Apuntes para las segundas clases de tercer año de la Academia de Infantería: granadas de mano, teléfono, automóviles, globos... (1912); Apuntes de comunicaciones militares: automóviles, globos, aviación (1916); Estudio complementario a las comunicaciones militares: automóviles (s.a.). — Gil Yuste, Germán (director de la Academia de Infantería): Los efectos del fuego de la fusilería: cálculo de la vulnerabilidad de las formaciones (1911); Manual de estudio sobre la técnica del fuego de la Infantería (1910). — Gómez de Salazar y de la Vega, Federico: Principios y reglas fundamentales de perspectiva lineal (1896). — González Deleito, José: Apuntes de fortificación de campaña (1937); La ocupación de Ifni (1935). — González Gómez, Rafael: Elementos de geometría descriptiva para la resolución de problemas de rectas y planos (1909) obra declarada de texto en la Academia de Infantería. — González y González, Hilario: Academia de Infantería: catálogo de su Biblioteca en 1909 (1909); Las banderas de Lepanto en la catedral de Toledo (1920); Cisneros bajo el concepto militar (1918); Cuestiones sociales (1895); La caridad y la filantropía; La Fábrica de Armas Blancas de Toledo (1889); Resumen histórico de la Academia de Infantería (1925). — Hernández Ballester, Antonio: La guerra irregular en general (1928); El jinete de In Saud (traducción) (s.a.); Manual para observadores de infantería (traducción) (1935). — Lloret Vicente, Manuel: Apuntes de Álgebra referentes al libro de texto para el ingreso en las Academias Militares y Escuela Naval (1914); Pizarras de Álgebra referentes al libro de texto para el ingreso en las Academias Militares y Escuela Naval (1914). — López Bravo, Francisco: Ametralladora Colt, modelo 1915 (1915); Apuntes para el estudio de la asignatura Comunicaciones militares, Medios de transmisión (1924). — Márquez Meler, Antonio: Memoria del curso especial de tiro (1910); Manual del oficial de Infantería en campaña (1908). — Martí Vidal, Fernando: Apuntes para el estudio sobre mando y obediencia: premiado en el Certamen celebrado en el Regimiento Infantería de Otumba número 49, el día 22 de Diciembre de 1903 (1904); Apuntes para un estudio sobre mando y obediencia (1904); Manual de tiro: Complemento al estudio de la balística de las armas portátiles (1909); Manual de Tiro. Armas y municiones. Tiro colectivo. Telemetría. Dirección de fuego (1915); Manuel de tiro: complemento al estudio de la balística de las armas portátiles (1909).
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— Martínez Leal, Alfredo: Amor y gratitud (1930); Amores patrios: opúsculo en verso y prosa (s.a.); El asedio del Alcázar de Toledo: memorias de un testigo (1936); Garcilaso de la Vega y su época (1936); Homenaje al heroico capitán Jarabo celebrado en su pueblo natal de Peraleja (Cuenca) el día 30 de diciembre de 1925 (1926); Método Alfred para la enseñanza del francés (1919). — Martínez-Simancas García, Julián: Aplicación de las teorías modernas sobre envolvimiento vertical en guerra nuclear al territorio peninsular español (1976); Unidades experimentales de Infantería: organización, armamento, material y empleo táctico de las nuevas unidades (1960). — Martínez-Simancas Ximénez, Julián: De otros... más que mío (ensayos de conferencias) (1928). — Medialdea Muñoz, Federico: Las ametralladoras en la Campaña del Rif (1909) (1910); Las modernas armas y municiones de la infantería (s.a.); Manual del oficial de armamento (1909); Ametralladoras y material de guerra (1913) obra declarada de texto en la Academia de Infantería; Apuntes para un curso de material de guerra (1906); Estudio técnico del fusil (1918); Material de guerra. Atlas: Estudio descriptivo del reglamento en España (1907) obra declarada de texto en la Academia de Infantería; Los modernos procedimientos de tiro (1910); Regleta para el tiro de ametralladoras (1912); Advertencias a Tolentino. “El juramento guerrero” (s.a.). — Millán Astray y Terreros, José: La guerra: importancia extraordinaria de la misión de las Clases de Tropa (1927); La Legión (1980). — Montero Navarro, Manuel: Apuntes de Geografía Militar de algunas potencias europeas (1912). — Pérez Gramunt, Manuel: Croquis correspondiente al itinerario de la carretera de Pamplona á Logroño en el trozo comprendido entre el Km. 3 y Puente la Reina (1909). — Plaza Ortiz, Juan: El Ejército ante las teorías colectivistas (1930); Funciones administrativas del subayudante (1914); Guía práctica para administrar una compañía (1925); Manual del juez militar (1924) obra declarada de utilidad para el Ejército; Apéndice a la 2ª edición del Manual del juez militar (1926); Noticias sobre la campaña turco-griega de 1919-1922 (1936); Rudimentos de Derecho Político (1921), obra declarada de texto oficial; La Sociología y el Ejército (1928); Tema de Regimiento: actuación de un Regimiento de Infantería en el ataque a una posición débilmente atrincherada (1936); Tratado de detall y contabilidad. — Pumarola Aláiz, Luis: El indispensable del aspirante a cabo: conocimientos profesionales especiales: infantería (1935); El indispensable del soldado (1934); Instrucción militar elemental (1944); Instrucción premilitar elemental (1941); Manual del Cabo Primero: conocimientos comunes a todas las Armas y Cuerpos (1942); Manual del cabo: complementos de infantería (1941); Reglamento del Cuerpo de Suboficiales: puesto al día en 1º de enero de 1936 (1936); Cómo se enseña la esgrima de fusil con bayoneta (s.a.); Democracia y ejército: vulgarización sobre los fines y medios del ejército en la sociedad actual (1928). — Romerales Quintero, Manuel: Armas portátiles de fuego (1907); Bélgica en la contienda actual (1916); Cuestiones militares: estudios técnicos profesionales (s.a.); Estudio geográfico, militar y naval de España (1915); La cieguecita (zarzuela) (1923); Lecciones de telegrafía para las clases de tropa de infantería (1908); Lecciones y ejercicios graduados de lengua francesa (1910); Preparación para la guerra (1917). — Romero Amorós, Luis: Nociones de álgebra elemental (1907).
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— Sáenz Aranaz, Eduardo: Reflexiones sobre el arte de la guerra (1930); Servicio de campaña de la Infantería en Marruecos (1926). — Sagrado Marchena, Manuel: Tropas de montaña (1947). — Salgado Bienpica, Manuel: Apuntes de aritmética adaptados al texto de Salinas y Benítez (1922); Apuntes de trigonometría rectilínea adaptados al texto de J. Gómez Pallete (1922). — Seco Sánchez, Edmundo (padre del historiador Carlos Seco Serrano): Bases y métodos de instrucción de la Infantería (1923); Ensayo de instrucciones para el juego de guerra de batallón y ejercicios resueltos (s.a.); El tiro indirecto de las ametralladoras: su organización y aplicación con el material Hotchkiss en nuestro Ejército (1922); Ametralladoras portátiles y fusiles ametralladores: descripción detallada y utilización en el combate de los adoptados por las principales naciones (1921). — Tapia y Téllez, Eduardo de: Elementos de aviación (1918); Moral militar (1910); Reglas prácticas para la ejecución de croquis panorámicos (1911); Portugal: organización del servicio de Sanidad Militar en las colonias (s.a.); Topografía rápida: croquis plani-altimétricos con auxilio de “la milésima” (1910); Perspectiva rápida (1910). — Vallés Ortega, Martín: Informe de la factoría francesa y de la insurrección marroquí (1905). — Vega y Montes de Oca, Diego: Ligeras nociones de educación moral para el soldado (1900). — Velasco Echave, Jesús: Ametralladoras portátiles y fusiles ametralladores: descripción detallada y utilización en el combate de los adoptados por las principales naciones (1921); El fusil ametrallador Notonkiu (modelo 1925-tipo 11): su descripción, funcionamiento (1927). — Villalba Riquelme, José (director de la Academia de Infantería): Táctica de las tres armas (1896); Armamento y organización de la infantería (1922); La Colección Bibliográfica Militar. Importancia del saber en la carrera militar (1929); Elementos de Logística (1908); Ensayo de un método para la instrucción de los reclutas (1911); Instrucciones para las prácticas del servicio de campaña (1921); La maniobras de Liao-Yang (1905): Nociones de fortificación de campaña e idea de la permanente (1882), obra declarada de texto para las academias; Organización de la educación física e instrucción premilitar en Francia, Suecia, Alemania e Italia (1927); Tiro nacional: cartilla del tirador (1901); Toledo (alrededores). Mapas topográficos-militares (1900); Ensayo de unas instrucciones para el juego de la guerra (1909); Instrucciones para las prácticas del servicio de campaña (1912); La infantería en los sucesos de Melilla (1921).
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La Legión como respuesta a las necesidades militares
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1. Búsqueda de soluciones
Con la creación del Protectorado español de Marruecos se plantea de inmediato la necesidad de emplear grandes contingentes de tropas a fin de ocupar y guarnecer dicho territorio, lo que provocará el aumento de la oposición social al servicio militar en África, ya que en España un gran sector de la población no asumía la “Guerra de Marruecos”. Políticamente se consideraba, por lo tanto, necesario replantear el tipo de ejército que se precisaba para tal misión, máxime después de la experiencia de la Semana Trágica de Barcelona, en el año 1909, so pretexto del embarque de tropas para la entonces llamada “Guerra de Melilla”. A tal fin, el general Ángel Aznar, en 1910, ya había propuesto la creación de un ejército colonial, al uso de los existentes en otros países. El deseo gubernamental era el de sustituir los soldados de reemplazo por tropas indígenas o voluntarias, lo que en buena medida se materializará en la Real Orden Circular de 30 de junio de 1911 por la que se crean las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, al mando del teniente coronel Dámaso Berenguer; y, al año siguiente, la Ley de Voluntariado de 5 de junio de 1912, en su artículo 1º, refleja claramente la intención a la que responde: “Los
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cuerpos y unidades que constituyen las guarniciones de África se nutrirán preferentemente con individuos voluntarios...”. Sin embargo, estos deseos no llegan a materializarse en su plenitud, teniéndose que enfrentar sistemáticamente los gobiernos de turno con la resistencia social al envío de tropas a África, cuyas bajas, debidas en buena medida a las penosas condiciones de la vida del soldado allí destacado, constituían un permanente motivo de impopularidad, protesta y agitación. Para paliar en lo posible tales circunstancias, desde el punto de vista combativo, se seguía la idea de no utilizar las unidades peninsulares en la primera línea de los enfrentamientos, ocupando esta vanguardia las fuerzas integradas por nativos —Regulares, Policía Indígena y harcas amigas—, procedimiento que, sin embargo, implicaba graves inconvenientes: a) al utilizar a la policía como fuerza de choque se la alejaba de su cometido propio con el consiguiente detrimento de su capacidad informativa y de control de las cabilas; b) al cargar permanentemente el mayor peso de la lucha sobre las unidades de policía y regulares, estas sufrían tan elevado número de bajas que las llevaba con frecuencia a su total agotamiento; c) en caso de flaquear la lealtad de las idalas —nombre que se daba a las harcas amigas—, no solo se perdía su apoyo, sino que aumentaba el número de los enemigos inmediatos, como ocurrió durante el “desastre” de 1921 cuando se produjo la defección de la policía y de ciertas unidades de Regulares de Melilla; d) al permanecer los soldados españoles sin el indispensable adiestramiento de fuego y carentes, por lo tanto, de la necesaria seguridad en sí mismos y en sus armas, el enemigo los menospreciará y considerará incapaces para el combate, con los consiguientes efectos propagandísticos y de exaltación bélica entre las cabilas. El proyecto de establecer un ejército voluntario, no obstante el voluminoso corpus legislativo con diversas modificaciones a que dio lugar (Ballenilla: 2010, 9 y ss.), no llegó a alcanzar sus objetivos, por lo que el general Luque, en 1916, apunta la posibilidad de reclutar para el ejército de África personal extranjero, idea mantenida por sus sucesores en el Ministerio, La Cierva y Berenguer, y que recibirá definitivo impulso con la llegada al Ministerio de la Guerra del general Tovar, quien a la vez que solicita informe al Estado Mayor Central sobre dicho proyecto, en septiembre de 1919 comisiona al comandante José Millán Terreros para viajar a Argelia y estudiar las características de la Legión Extranjera Francesa, lo que lleva a efecto en Sidi Bel Abbés, sede del Primer Regimiento de Marcha y del Depósito de Recluta.
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Mientras tanto, en cumplimiento de la orden del general Tovar, el comandante diplomado de Estado Mayor, José Domenech, elabora un Proyecto de creación de una Legión Extranjera en África, en el que se propone como requisito fundamental para el alistamiento la forma física del recluta, ocupando una importancia secundaria lo relativo a la identificación. Así pues, observamos que se trataba de una idea latente en determinados círculos ministeriales, y que fue asimilada por Millán, profundo conocedor de la guerra en Marruecos, pues no en vano ya había estado destinado, como capitán y comandante, en las Tropas de Policía Indígena y en las Tropas Regulares Indígenas. 2. El Tercio de Extranjeros 2.1.Fundación
Entre el 15 de diciembre de 1919 y el 5 de mayo de 1920 ocupará la cartera de Guerra en el fugaz gobierno Allendesalazar el general José Villalba Riquelme, figura de primer orden en el campo de la milicia. Contaba con sobrada experiencia africanista, pues como coronel del regimiento África nº 68 participó en la campaña de 1912 y, ascendido a general, desempeñó la subinspección de tropas en la Comandancia Militar de Melilla y la jefatura de la 1ª Brigada de Melilla, presidiendo la Junta de Arbitrios de dicha ciudad, cargo equivalente al de alcalde, hasta que en 1915 es nombrado comandante general de Larache; preconizó la introducción de la educación física en la enseñanza militar; poseedor de la Legión de Honor francesa y de la Cruz de Comendador de la Orden de San Miguel y San Jorge del Reino Unido, fue profundo conocedor de los diversos ejércitos europeos, principalmente del británico con el que mantuvo estrecho contacto como gobernador militar del Campo de Gibraltar; e impulsó la regularización de compra de moderno material de guerra para evitar los turbios asuntos que había destapado sobre ventas irregulares de armas en el ejército, cuya reestructuración constituyó uno de sus principales objetivos. Consecuencia de tal afán reformista será la creación del Tercio de Extranjeros, pues a Villalba se deberá el conjunto de disposiciones que regularán la fundación y organización de la nueva unidad, aunque en el mes de abril se vio obligado a suspender el expediente por problemas presupuestarios. Por eso, la fecha escogida para la celebración del día de la Legión no es la del decreto fundacional, sino la del alistamiento del primer legionario —20 de septiembre—, pues solo a partir de ese momento consideró Millán que ya tenía Legión.
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En cualquier caso, en 1920 había tenido lugar un acontecimiento que pronto se revelaría como trascendental, no solo en el campo de la milicia, sino en todo el ámbito social español, como fue la creación del Tercio de Extranjeros, denominación oficial que se dio al Cuerpo de Ejército establecido por Real Decreto de 28 de enero de 1920, y en cuyo texto el rey Alfonso XIII disponía: “Con la denominación de Tercio de Extranjeros se creará una unidad militar armada, cuyos efectivos, haberes y reglamento por el que ha de regirse serán fijados por el ministro de la Guerra”. Por Real Orden de 31 de enero se encomendaba la comisión de organizar el recién creado Tercio de Extranjeros, conservando su destino en plantilla, al teniente coronel José Millán Astray, quien desde el 7 de enero, fecha en la que ascendió a dicho empleo, se encontraba destinado en el regimiento de Infantería Príncipe nº 3, de guarnición en Oviedo, por lo que el ministro lo comunicará telegráficamente al gobernador militar de la plaza el 7 de febrero. Desde Ceuta, Millán Astray ejercerá la organización y mando de la unidad, aunque será en sus inmediaciones, en Dar Riffien, en donde se instruirán los legionarios. Una nueva crisis gubernamental sitúa el 5 de mayo de 1920 en el Ministerio de la Guerra a Luis de Marichalar, vizconde de Eza, quien asumirá y defenderá con decisión el proyecto momentáneamente paralizado y que el teniente coronel Millán expuso en su conocida conferencia del Centro del Ejército y de la Armada en Madrid el 14 de mayo de 1920, “La Legión Extranjera en Argelia y el Tercio de Extranjeros Español”, a la que asistió el propio ministro y toda la cúpula del generalato. El Gobierno, por su parte, no contemplaba con excesiva fe la propuesta de Eza, cuyo coste no superaría los “dos o tres millones de pesetas” (Eza: 1923, 177). Se concibió simplemente como un ensayo que era necesario llevar a cabo para intentar paliar los efectos sociales de la sangría entre los soldados que cumplían el servicio militar en Marruecos. Y, sin embargo, está claro que se convertiría en la inversión más rentable de cuantas se realizaron por los distintos gobiernos en África. 2. 2. Denominación
Como ya hemos señalado, el general Villalba, en el Decreto fundacional de 28 de enero, emplea la denominación de “Tercio de Extranjeros” como nombre para la unidad. Por su parte, en la “Nota” que como “Borrador” del Real Decreto para su puesta en funcionamiento lleva el vizconde de Eza al Consejo de Ministros alternan las denominaciones de “Legión Extranjera” con las de “Tercio
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Extranjero” y “Tercio de Extranjeros” (Eza: 1923, 421 y ss.), que en definitiva será el nombre con el que aparecerá en el Diario Oficial de 4 de septiembre de 1920. No obstante, sus integrantes serán denominados siempre “legionarios”. Esta alternancia de denominaciones se observa todavía en el cementerio de Melilla en las tumbas de algunos oficiales caídos en los combates de 1921, cuyas lápidas encabezan las expresiones “Legión Extranjera / Tercio de Extranjeros”. Pero a pesar de tan inestable apelativo, desde un principio comienza a predominar su designación como Tercio, término cuyo acierto permitirá su perpetuación, como ya intuyó Félix Lorenzo: “El Tercio se apellidará, al fin, como quiera la gente. Lo que sí se llamará eternamente es Tercio” (Lorenzo: 1921). Pocos años después, una disposición de 16 de febrero de 1925 establecería la denominación de “Tercio de Marruecos”, aunque se mantendría poco tiempo, ya que el 2 de mayo del mismo año se modificará la estructura de la unidad, poniéndola a las órdenes de un coronel y estableciendo la existencia de dos agrupaciones, mandadas cada una de ellas por un teniente coronel, con el nombre de Primera Legión, que agrupaba las cuatro primeras banderas, destinada en la zona oriental y Segunda Legión para la integrada por las banderas 5ª, 6ª y 7ª y, tras su creación, la 8ª, con destino en la zona occidental. El conjunto recibiría la denominación de “El Tercio”. Como reflejo de la imprecisión del nombre de la unidad, estando ya esta completamente consagrada, no deja de ser anecdótico que cuando en 1931 acuden fuerzas legionarias a Madrid para asistir a la toma de posesión del presidente de la República, sobre el escudo de su improvisada bandera tricolor figura la palabra “Legión”, siendo la denominación oficial, sin embargo, entonces la de “Tercio”. No obstante, Millán Astray empleó siempre el nombre de “Legión”, pues consideraba que atraía fácilmente a los extranjeros, que facilitaba la propaganda “y porque los vecinos llaman a la suya Legión y nosotros queríamos tener la nuestra” (Millán Astray: 1923, 3). 2.3. Composición
En un principio integrarán el Tercio una Plana Mayor de Mando, una Plana Mayor Administrativa y tres banderas, constituidas cada una por dos compañías de fusiles y una de ametralladoras, lo que venía a totalizar unos mil ochocientos hombres. Más tarde, a medida que las necesidades de la campaña vayan reclamando más intervenciones de la Legión, probada ya su eficacia, se irán creando nuevas banderas —la 4ª, en octubre del 21, la 5ª
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en noviembre del mismo año, la 6ª en septiembre del 22, la 7ª en junio del 25 y la 8ª en 1926. Se pretendía la creación de una unidad de Infantería integrada por voluntarios, españoles y extranjeros, rigurosamente entrenados para constituir una permanente fuerza de choque para actuar en vanguardia y con una caracterización que la diferenciase del resto de las tropas, concebida como un cuerpo de profesionales de la Milicia, según queda reflejado en los carteles de reclutamiento: “Los que sean buenos soldados, disciplinados y valientes, pueden hacer muy honrosamente la carrera de las armas”. Pero aparte de todo ello, la nueva unidad constituirá también un revulsivo contra las deficiencias existentes en el ejército. Millán Astray se convierte en cierto modo en un reformador que pretende volver a las esencias y espíritu primitivo de esa “religión de hombres honrados” que según el verso calderoniano era la Milicia, por lo que muy pronto la eficacia y funcionamiento del Tercio constituirán un inexcusable referente para todas las unidades militares. La Legión se caracterizará por la exigencia de una férrea disciplina; sus miembros se enorgullecerán de pertenecer a ella; harán gala de una preparación y entrenamiento excelentes; amarán el riesgo del combate y despreciarán el temor a la muerte, reflejando la idea cervantina de que “el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga”. 3. Espíritu 3.1.Rememoración de los viejos tercios
Para conseguir los objetivos que se pretendía que cumpliese esta unidad resultaba imprescindible dotarla de un intenso y peculiar espíritu que le permitiera sobrellevar las dificultades de la vida en campaña sometida a situaciones extremas. Millán Astray transmitirá el espíritu de los Tercios del siglo XVI a sus primeros colaboradores imprimiendo su huella indeleble en la nueva institución militar, como se refleja en su propio escudo, tomado de los archivos de la Infantería Española por el capitán Justo Pardo, uno de los oficiales fundacionales, y constituido por la alabarda, el arcabuz y la ballesta, las armas que inmortalizaron a los viejos tercios. Idéntico origen tienen también las cornetas y tambores largos propios de la Banda de Guerra de La Legión, y el diseño de los guiones de mando de las banderas y compañías.
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Serán los jefes de cada bandera, como en los Tercios hicieron los capitanes con las de sus compañías, quienes diseñen su propio guion, tomando para ello, excepto el caso de la tercera, motivos heráldicos de aquellas viejas unidades. Así, el guion de mando de la 1ª bandera, sobre fondo negro, presentará las armas de la Casa de Borgoña, un tronco de roble engolado en cabezas de jabalí, con orla amarilla y los emblemas de La Legión en los ángulos exteriores, con fleco de oro, diseñado por el comandante Franco. Para el de la 2ª bandera, el comandante Cirujeda elegirá, sobre fondo rojo, el águila exployada cargada con escudo amarillo con las armas de La Legión, con orla amarilla y las armas de La Legión en los ángulos exteriores y fleco de oro. El comandante Candeira no eligió en un principio motivo alguno para su guion de mando en la 3ª. Sin embargo, tras la intervención en el combate de Buharratz y el elogio que a sus integrantes dirigió Millán Astray, denominándolos “tigres de Buharratz”, ellos mismos fueron los que solicitaron al comandante la inclusión de la figura del tigre en su guion. Este entronque del espíritu legionario con el de los viejos tercios lo refleja Arturo Barea, aludiendo a Millán Astray, en los siguientes términos: Realizó la tarea que se había propuesto al infundir en sus oficiales y soldados un espíritu afín al que en el siglo XVI llevó a los Conquistadores y a los Tercios de Flandes a insospechables niveles de realización y esfuerzo. En no escasa medida, su éxito se debió a los principios que iluminaron sus ideales: acometividad en el combate, amor fraternal hacia camaradas y oficiales, resistencia física y voluntad de lucha, sumisión a la más férrea disciplina, desprecio de la muerte y espíritu de Cuerpo (Barea: 1993,96). 3.2. Decidida modernidad
Pero al tiempo que pretende evocar el espíritu de los tercios heroicos del Renacimiento, se presentará como una unidad absolutamente moderna: se diseña un uniforme perfectamente funcional, con cuello abierto, tipo americano e incluso sin guerrera en las épocas de calor; se recurrirá a la bota alpargata, en vez de la alpargata de cintas, nada apta para el terreno embarrado del invierno; aparte del armamento reglamentario en ese momento en las tropas españolas, introducirá armas nuevas, como es el caso del fusil ametrallador, más liviano que la ametralladora y que permitía intensificar el fuego en el momento del asalto, como se había demostrado en la reciente Gran Guerra; se establecerá la inclusión de granaderos en cada compañía de fusileros; se prescinde de la organización tradicional de los voluminosos regimientos y, dado el tipo de guerra norteafricana, se recurre a una
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entidad más reducida que el batallón, pero mucho más apta para la maniobrabilidad, a la que se designará con nueva nomenclatura —la bandera—, que si en un principio la constituían dos compañías de fusileros y una de ametralladoras, muy pronto, en agosto del 21, la experiencia de la guerra recomendará aumentar en una el número de sus compañías de fusileros, así como duplicar el número de máquinas ametralladoras, buscando un mayor apoyo de fuego sin pérdida de la maniobrabilidad, requisito considerado como esencial para las funciones encomendadas a la unidad, que habría de enfrentarse con un enemigo que, lejos de constituirse en grandes concentraciones, se dispersaría amparado por la irregularidad del terreno. De tal modo se fue forjando el espíritu de La Legión, que una vez ya consolidada, podrá ser evocada por Peter Kemp en términos en los que se perciben los latidos del Credo legionario y de manera especial los correspondientes espíritus del legionario, de sufrimiento y dureza, de disciplina, de combate y de la muerte: Las tropas españolas, bien mandadas y debidamente disciplinadas, poseen soberbias cualidades de valor y resistencia. La Legión se enorgullecía de fomentar plenamente esas condiciones. Desde el mismo momento de su alistamiento, se hacía comprender al recluta que pertenecía a un cuerpo distinto, la mejor fuerza combatiente del mundo: a él correspondía demostrar ser digno de semejante privilegio. El combate había de ser el propósito de su vida; la muerte en campaña, su mayor honor; la cobardía, la suprema desgracia (Kemp: 1975, 147). 3.3. Fuentes extranjeras
A las ideas recuperadas de los Tercios de Infantería Española del siglo XVI, Millán Astray añadirá otras inspiradas en la moderna Legión Extranjera Francesa, y las combinará con las del samurái, prototipo del antiguo guerrero japonés, recogidas en el Bushido, de Inazo Nitobé, obra de la que en 1941 realizará una edición y en cuyo “Prólogo” indicaba: En El Bushido inspiré gran parte de mis enseñanzas morales a los cadetes de Infantería en el Alcázar de Toledo, cuando tuve el honor de ser maestro de ellos en los años de 1911-1912. Y también en el Bushido apoyé el Credo de La Legión con su espíritu legionario de combate y muerte, de disciplina y compañerismo, de amistad, de sufrimiento y dureza, de acudir al fuego. El legionario español es también samurai y practica las esencias de Bushido: Honor, Valor, Lealtad, Generosidad y Espíritu de sacrificio. El legionario español ama el peligro y desprecia las riquezas. 3.4. El estilo legionario
Para mantener los ideales que sustentaban estos valores se necesitaba de un estilo propio, de un rito, de una liturgia perfectamente regulada y que sirviese de recuerdo y de expresión constantes de lo que se era. De ahí la
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importancia que en La Legión cobrarían los gestos externos, como el saludo, la posición, el paso de marcha, los desfiles, las formaciones, la peculiar uniformidad y, sobre todo, la recitación de los “espíritus” del Credo legionario para la completa asunción de su ideario. En realidad, la mayor parte de las ideas sobre las que se cimenta La Legión ya figuraban en las Reales Ordenanzas de Carlos III y constituían el ideario teórico del Ejército español. Sin embargo, la realidad del mismo reflejaba un frecuente distanciamiento de tal espíritu; por lo que, en el ánimo del fundador, surgirían como objetivos extremos del afán reformista al que aludíamos, exigiendo una entrega total e incondicional al servicio. A la creación y mantenimiento de tal espíritu responde la redacción por parte del propio fundador de los doce “espíritus” que constituyen el Credo de La Legión, su verdadera columna vertebral. Se trataba de recuperar el viejo prestigio de las armas, el “valer más con la lanza en la mano”, según expresión al uso, que convertía en soldados a los campesinos del siglo XVI, despertando en los legionarios el orgullo de sentirse guerreros; la asunción plena de la nueva vida que iniciaban y en la que pasaban a ser “caballeros”, el equivalente al “señor soldado”, reconocimiento social de quienes se alistaban en los viejos tercios; el olvido, si querían, de su vida anterior y que les permitía crear una nueva identidad, asignando por lo tanto un nombre nuevo al hombre nuevo. 4. Los legionarios
Y que tal pensamiento era compartido por numerosos militares, insatisfechos tal vez por el ambiente que imperaba en sus guarniciones, lo ponen de manifiesto las numerosas solicitudes de los oficiales más prestigiosos de la Infantería para ingresar en el nuevo Cuerpo, aunque dicho ingreso quedaba sometido al procedimiento de libre elección, como se establece en la Real Orden Circular de 4 de abril de 1920: Para la designación de todos los jefes, oficiales y asimilados que hayan de servir en el Tercio, se tendrá presente que el procedimiento será de libre elección, a propuesta del Alto Comisario; siendo condiciones recomendables en primer término, los méritos y servicios de campaña, especialmente los prestados en los territorios de África, y el favorable informe (que será reservado) del Jefe del cuerpo, respecto a las condiciones de tacto, energía, aptitud física y todas aquellas que especialmente les capaciten para la misión que han de desempeñar.
Respecto a la tropa, en la regla 27 se señala: El Tercio se nutrirá de extranjeros y españoles de 18 a 40 años de edad admitiéndose soldados de filas, siempre que se comprometan en los términos que la or-
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ganización de esta unidad previene, exceptuándose a los voluntarios con premio en África, ínterin estén cumpliendo su compromiso.
Y, poco después, en la 33: La recluta de estas tropas se hará con arreglo a las modernas costumbres, empleando una activa propaganda y facilitando, por la rapidez y sencillez, los trámites de enganche, para lo cual se reducirá a un mínimo la documentación que deba exigirse al que solicite ingreso.
Especialmente significativo resulta que la normativa aluda en primer lugar a los extranjeros —“extranjeros y españoles”—, mientras los carteles de propaganda se dirigirán a “Españoles y Extranjeros”, lo que demuestra hasta qué extremo, en el planteamiento oficial, se consideraba más factible el masivo alistamiento de extranjeros con relación al de nacionales, debido principalmente a las consecuencias de la Guerra Europea con todas sus secuelas de desplazados, desadaptados, apátridas, etc., así como el hecho de que la larga duración de la contienda hubiese motivado la existencia de un elevado número de jóvenes, evidentemente entre los dieciocho y los cuarenta años exigidos para la recluta, que no habían hecho otra cosa que ser soldados, y que ahora, finalizado el conflicto bélico, carecían de interés para el mundo laboral. No obstante, la recluta en el extranjero se iniciará con posterioridad a la de España —en el mes de noviembre— y se verá salpicada por frecuentes conflictos de índole diplomática, ya que muchos países prohibían a sus ciudadanos alistarse en ejércitos extranjeros; dificultades que se procurarán soslayar puntualmente. Pero el número de extranjeros, aun procedentes de las más variadas nacionalidades, es reducido con relación a los integrantes españoles, ya que en 1922, de un total de 6.798 reclutados, solo el 16’42% procedían del exterior. De entre ellos, los más numerosos son los portugueses (Ballenilla: 2010, 67). Por otro lado, el hecho de reducir al mínimo la documentación evidencia la disposición a admitir a cualquiera, sin indagar sobre la veracidad de los datos facilitados —“Cada uno será lo que quiera; / nada importa su vida anterior”, que reza la Canción del Legionario—, clara muestra de la necesidad que se siente por completar cuanto antes las filas del naciente Tercio, abriéndose de par en par la puerta, no solo a quienes buscaban una nueva vida, sino a todo el universo legendario y novelesco que de inmediato transmitirá La Legión a la literatura y al cine. La Legión les abre sus puertas, les ofrece olvido, honores, Gloria; se enorgullecerán de ser legionarios; recibirán sus cuotas y percibirán los haberes prometidos; podrán ganar galones, alcanzar estrellas; pero a cambio de esto, los sacrificios han de ser constantes, los puestos más duros y de más peligro serán para ellos, combatirán siempre, morirán muchos, quizá todos... (Franco: 1922, 22)
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El primero en alistarse es el ceutí Marcelo Villeval Gaitán, que lo hace el día 20 de septiembre de 1920 y que se convertirá en claro ejemplo del proyecto anunciado, pues ascendió a suboficial y murió combatiendo en Malmusi, en Alhucemas, en 1925. Fue tal el éxito de la convocatoria que inmediatamente después serán doscientos los que integren la primera expedición procedente de Barcelona, desde donde el oficial encargado del banderín de enganche telegrafió al teniente coronel para expresarle su asombro por contar con cuatrocientas solicitudes, aunque advertía que no podía garantizar a todos, mensaje al que Millán responderá con un tajante: “¡Que vengan!”. Una gran avalancha de aspirantes sigue cayendo sobre Ceuta y en tres días llegarán a cuatrocientos los que reúne y comienza a instruir el teniente Olavide Torres, desbordando de este modo las más optimistas previsiones sobre la acogida que se prestaría a la oferta legionaria y que permitirá que en un plazo de tres meses, al finalizar 1920, hayan quedado constituidas e instruidas las tres primeras banderas, completándose así el proyecto inicial. La variedad será la característica más significativa de los individuos que forman el grupo: militares de ejércitos desaparecidos como consecuencia de la contienda europea; aristócratas a quienes los cambios de fronteras o de regímenes políticos obligaron a vagar sin rumbo fijo por las cortes europeas y que intentaban dar respuesta a sus insatisfacciones en las filas del Tercio; militares del Ejército español que por diversos motivos habían causado baja en el mismo; pistoleros sindicalistas o antisindicalistas de las luchas sociales, principalmente de Barcelona, de las primeras décadas de siglo; burgueses arrojados o huidos de su propia familia que anhelaban afrontar un nuevo futuro; perseguidos por los tribunales deseosos de ocultar su personalidad; hastiados de la vida que querían dar a la suya un nuevo impulso; espíritus combativos insuflados de ardor patriótico... En definitiva, aventureros todos, vivo reflejo y encarnación de los soldados que en los viejos tercios luchaban codo con codo, aunados el pícaro, el campesino deseoso de un ascenso en su escala social, el hidalgo pobre que a la vez que honraba su apellido en el servicio de las armas intentaba remediar su situación económica y el joven aristócrata que antes de ser un día maestre de campo se iniciaba en la guerra portando una pica. Bien es verdad que, entre el variopinto personal que constituye la primitiva Legión, se van a dar también los seres inestables, los moralmente débiles para soportar los rigores que la vida legionaria les imponía, los incapaces para adaptarse a la disciplina del Cuerpo, etc. todo lo cual hará de la deserción un acusado problema que preocupará a los mandos del Tercio
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y los obligará a adoptar medidas al efecto, como queda de manifiesto en la Orden en la que, desde Dar Drius el 28 de enero de 1922, el comandante Franco establece: Artículo 1º: Queda terminantemente prohibido que legionario alguno vaya al Campamento General, puesto que en él hay cantinas en que se fomenta las deserciones. Mañana entre el toque de escuadra y Compañía se leerá a todas las unidades los artículos del Código referentes a la deserción. Este delito lo castigaré con el rigor que el código marca. Hago igualmente saber a todos los legionarios la obligación que tiene todo buen soldado de dar cuenta a sus superiores cuando llegue a su noticia que algunos tratan de llevar a cabo tal acto de cobardía.
La alusión al fomento de las deserciones en las cantinas del Campamento General viene a evidenciar la pervivencia de un fenómeno muy frecuente desde los primeros momentos en el Protectorado, tanto en la zona francesa como en la española, llegándose a establecer acuerdos entre las autoridades de los dos países para que cada una no alistase a desertores de la otra e incluso se devolviesen, lo que no siempre se llevó a cabo. 5. El Tercio en acción 5.1.Primeros enfrentamientos
La puesta en marcha de la nueva unidad militar sorprendió por su rapidez, pues a los tres meses de creada se hallaban completas las tres banderas previstas, cuyo intenso periodo de instrucción fue brevísimo, hasta el extremo de que antes de un mes de iniciarse las primeras incorporaciones, el 21 de octubre, se lleva a cabo, en el llano del río Tarajal, en las inmediaciones de Ceuta, la primera jura de bandera de los alistados. Su consideración por el mando, en un principio, como tropa bisoña hará que solo se le encomienden labores de escolta y vigilancia, pese a las solicitudes constantes por parte del teniente coronel Millán y del comandante Franco para que se le asignase un puesto en la vanguardia, hasta que, el día 29 de junio de 1921, tendrá lugar su entrada en combate propiamente dicho, si bien es verdad que con anterioridad los legionarios ya habían tenido que defenderse de agresiones aisladas que les habían ido causando las primeras bajas. En la fecha aludida las tres banderas intervendrán en distintos lugares, requeridas por la intensidad del fuego enemigo que amenazaba la integridad de las columnas de las que formaban parte y en cuyas intervenciones habrán de recurrir al empleo de la bayoneta.
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Las 1ª y 2ª banderas, desde el Zoco el Arbáa, se dirigirán a la ocupación de las posiciones de Muñoz Crespo, en cuyas operaciones mueren el cabo Manuel Almodóvar y el legionario Julio Garriga, y resultan heridos el capitán Arredondo y varios legionarios; y la 3ª, desde Kudia Taimunt se encamina a Buharratz, en donde mueren el teniente Manuel Torres Méndez, así como un cabo y once legionarios, aparte de resultar heridos otros diecinueve, dejando todos con su brillante comportamiento, como lo calificó el general Berenguer en sus Memorias, clara constancia de su preparación y decisión. Tras esta inicial demostración de su valía, a La Legión se asignará la vanguardia de la columna del general Marzo y como tal ocupará Rokba el Gozal el 6 de julio. Unos días después, tomará Mesmula y el Zoco del Jemis de Beni-Arós, lo que la sitúa en las inmediaciones de Tazarut, previendo el inmediato asalto a la fortaleza del Raisuni, cuya realización quedará interrumpida al deber retirarse reclamada por los trágicos sucesos que tendrían lugar en la Comandancia General de Melilla. Resultaba, por lo tanto, no solo justificada su existencia, sino confirmada su excepcional capacidad como fuerza combatiente. 5.2. En la zona oriental
El 22 de julio de 1921 toda la Comandancia General de Melilla se desmoronará cual castillo de naipes entre la vileza y cobardía de unos y el heroísmo y dignidad de otros. Mientras tanto, en la zona occidental, la 1ª bandera, con la 4ª compañía de fusiles de la 2ª y la 3ª bandera se hallaban acampadas en Rokbael Gozal, formando parte de la columna de operaciones del general Marzo, como acabamos de señalar, cuando a las dos de la mañana del día 22 de julio el teniente coronel Millán Astray ordena al comandante Franco que sortee una bandera para que salga de inmediato hacia Fondak de Ain Yedida, adonde habrá de llegar lo antes posible. Efectuado el sorteo, le corresponde a la 1ª bandera, que se pone en marcha acto seguido, iniciando una jornada agotadora e interminable, sin apenas descansos, pues cuando a las doce de la noche alcanzan al Fondak, se les indica que al amanecer deben llegar a Tetuán, lo que consiguen tras apenas dos horas de sueño. Alentados por el “Espíritu de Marcha” del Credo legionario, habían recorrido casi cien kilómetros en poco más de un día, lo que constituirá uno de sus primeros hitos, al demostrar que efectivamente era “el Cuerpo más veloz y resistente” —imperativo del “espíritu de marcha”—, como lo fue el Tercio que en 1578, a las órdenes de Lope de Fi-
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gueroa recorrió en solo treinta y dos días la distancia existente entre Lombardía y Flandes por el denominado “Camino Español”. En Tetuán, en donde son informados a grandes trazos de la catástrofe de la zona oriental, se les une el resto de la 2ª bandera y por tren parten las dos hacia Ceuta, en donde por la tarde embarcan en el Ciudad de Cádiz, al mando de su teniente coronel, Millán Astray, rumbo a Melilla, cuya situación exacta desconocen y a cuyo puerto arriban a primeras horas de la tarde del 24. Las dos banderas, encabezadas por sus respectivos comandantes, Franco y Rodríguez Fontanes, y a su frente Millán Astray, tras desembarcar, desfilarán briosamente por la ciudad a fin de levantar los decaídos ánimos de la población e inmediatamente después partirán a vivaquear en los lugares de los alrededores que se les asignan —la 1ª bandera en los Lavaderos y la 2ª en Fuerte Camellos y Cabrerizas— para establecer la defensa del sector del perímetro de la Plaza que les corresponde. Horas después, a bordo del Escolano, llegarán dos tabores de Regulares de Ceuta nº 3 a las órdenes de su jefe, el teniente coronel González Tablas, unidad que compartirá con el Tercio la primera línea de fuego, hasta el extremo de que cerca de las dos terceras partes de sus hombres serán bajas en los dos primeros meses, viéndose obligados, por lo tanto, a regresar a Ceuta a primeros de octubre, mientras se procedía a la reorganización de los tabores de Regulares de Melilla. La apremiante necesidad de refuerzos en la zona oriental y la ya demostrada capacidad de combate del Tercio de Extranjeros hicieron que se recurriese a él como esperanzadora fuerza de choque, según se deduce de la amplitud con que se informa de su llegada en el Telegrama del Rif al dar noticia al día siguiente de las tropas desembarcadas. Sin embargo, en esos momentos La Legión, en realidad, carecía aún de historia. Apenas hacía un año que fue fundada y un mes que había entrado en combate. Por lo tanto, será desde Melilla donde se dará a conocer y desde donde irá tejiendo con interminables y heroicos episodios su flamante existencia, evidenciando en todo momento que “el espíritu del legionario es único y sin igual”, como proclama su Credo. Por consiguiente, La Legión deberá a Melilla la lamentable oportunidad de haber podido demostrar su inigualable capacidad de combate e inmolación. No en vano, las banderas 1ª y 2ªsaldrán de la campaña portando en sus guiones cinco corbatas, las de Sebt y Ulad Dau, Taxuda nº 1, Taxuda nº 2, Nador y Casabona, y dos Medallas Militares Colectivas, por las acciones llevadas a cabo en los sucesos de julio de 1921 y por las realizadas entre el 28 de mayo y el 5 de junio de 1923.
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Al día siguiente a su llegada, el mismo 25, las dos banderas legionarias y los regulares parten para ocupar posiciones en Taguil Manin y Ait Aisa y una sección del Tercio se adueña del fortín de Sidi Musa, adonde se ha deslizado sin ser descubierta. Realizan rápidamente la fortificación de las mismas y en ellas quedan de guarnición dos compañías. El 26, al mando del general Sanjurjo, La Legión y un tabor de Regulares de Ceuta ocuparán con facilidad Sidi Hamed el Hach y el Atalayón, en donde quedaron como guarnición la 5ª compañía de la 2ª bandera y la 2ª compañía de la 1ª, destacándose una sección a la 3ª caseta. Son posiciones desde donde se divisa Nador, en auxilio de cuyos defensores pretende ir La Legión, aunque la discutida actitud —más que prudente, timorata— del general Berenguer no se lo autoriza, a fin de que no exista posibilidad alguna de sufrir el menor revés que afectase a la seguridad de la plaza. Desde ellas, los legionarios presenciarán impotentes e indignados las caídas de Nador, Zeluán y Monte Arruit, lo que influirá ardientemente en sus ánimos de lucha. En socorro de Melilla no cesan de llegar diariamente refuerzos desde la Península; de hecho, el mismo día 24 arribaron siete batallones de Infantería, una batería de montaña y algunas fuerzas de Ingenieros, aparte de las dos banderas del Tercio y los dos tabores de Regulares de Ceuta nº 3. Sin embargo, por lo general se trata de unidades tipo batallón, con plantillas incompletas, deficientemente equipadas y con muy escasa instrucción, formadas la mayor parte de las veces por reclutas que no han realizado ni un ejercicio de tiro, por lo que es fundamental comenzar por su adiestramiento antes de hacerlos entrar en combate y esperar el envío de los equipos adecuados, de todo lo cual el 31 de agosto informará el alto comisario, general Berenguer, al ministro de la Guerra: Tal como estamos hoy en este ejército y con el refuerzo que le pido, la verdadera necesidad estimo que es la de organización, porque esto es un conglomerado de unidades, deficientes todas ellas en material, instrucción y efectivo, pues los Batallones oscilan en 450 hombres con sus compañías de ametralladoras, y hasta que todo esto no esté organizado y convenientemente preparado en todos sus aspectos, desde el de mando hasta el de elementos para marchar, no tenemos garantía alguna de que las tropas puedan combatir con eficacia. Es un caso realmente extraordinario, pues no se trata de reforzar un ejército con elementos nuevos, sino de crear un ejército para combatir al día siguiente.
No obstante, es de justicia destacar al modesto —cuatrocientos cincuenta hombres y diecinueve acémilas— pero heroico Batallón de la Corona nº 71, el primero en llegar, procedente de Almería, a las ocho de la
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mañana y que por sus actuaciones y cuantiosas bajas se hará acreedor a la concesión de la Medalla Militar Colectiva. Por esa escasa preparación de muchas de las tropas peninsulares, ampliamente atestiguada, es por lo que legionarios y regulares constituirán permanentemente la vanguardia de las columnas en todas las operaciones ofensivas. Indalecio Prieto, llegado a la ciudad el 1 de septiembre, escribirá para su periódico, El Liberal: Hasta ahora se baten con preferencia los legionarios —casta especial de combatientes— y los regulares de Ceuta, tropas todas ellas entrenadas en muy duras peleas. La víspera de mi llegada se perdió un blocao; para recuperarlo —se recuperó— fue movilizada una columna de 5.000 hombres. Pues bien, el día siguiente, sesenta legionarios se encargaron, ellos solos, de evacuar los heridos y relevar la guarnición” (Prieto: 2001, 22).
Por su parte, en la Orden General del Ejército de Operaciones del 10 de septiembre, el alto comisario ya expresa tal reconocimiento: En la operación del día 8 sobre Casa Bona tuvieron ocasión el Tercio de Extranjeros y las Fuerzas Regulares de Ceuta, número 3, de cubrirse una vez más de gloria. Con su indomable valor, con su admirable amor patrio, con su incomparable pericia, lograron asestar al enemigo uno de los mayores golpes que ha sufrido en todas nuestras campañas, ocasionándole bajas numerosísimas. Todos cuantos integran esos Cuerpos modelos alcanzan tales virtudes militares, que es difícil señalar distinciones entre ellos, y éste es el mayor galardón que puede ostentar una Corporación.
Las actuaciones del Tercio en el primer mes y medio de su presencia en Melilla consisten en las siguientes: Desde el día 25 de julio, que salimos por primera vez, hasta el día 8 de septiembre, que tuvo lugar el sangriento combate de Casabona, asistimos los legionarios a veintiuna operaciones, con las Columnas mandadas por el General Sanjurjo y el General Cabanellas. Dimos guarnición a quince puestos, que eran: Atalayón, Caseta del tren, 3ª Caseta, Blocao Bueno, Sidi Hamed, Blocao de la Muerte, Sidi Musa, Casa Mizián, dos casetas fortificadas en la carretera, dos blocaos al pie del Barranco del Lobo, los blocaos del llano, TaquilManin y el campamento de la finca de los Niños. Prestamos ayuda a la columna del Zoco el día 25 de agosto, que fue el día más intenso de la vida de La Legión: aquel día salimos con las fuerzas disponibles a llevar, con el General Sanjurjo, un convoy a Tizza e Ismoart; después de terminado acudimos en refuerzo de la columna del Zoco, que había trabado rudísimo combate para llevar el convoy a Casabona; además, los legionarios que se habían quedado en el campamento enfermos, heridos, rancheros y asistentes, formaron espontáneamente una pequeña columna de refuerzo a la posición de Ait Aisa, que estaba atacada, y cayeron heridos los oficiales Malagón y Cisneros, junto con varios legionarios. Y, por último, cubrimos las guarniciones mencionadas, que casi todas
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sufrían las agresiones enemigas. Los efectivos de La Legión aquel día eran unos mil hombres (Millán: 1923, 188-89).
Mientras se preparaba la recuperación del territorio perdido, tendrá lugar la gesta realizada por quince legionarios en la defensa del blocao de Dar Hamed, que tenía como misión proteger la carretera desde Melilla en dirección a Nador, en las proximidades del barranco de Sidi Musa, motivo por el que los rebeldes se dispondrán a atacarlo intensamente con objeto de cortar el camino e impedir el acceso al poblado. Los legionarios que lo guarnecían le habían dado el sobrenombre del Malo por las constantes agresiones de que era objeto; y el 14 de septiembre, a fin de agruparse con su unidad para preparar el asalto a Nador, fueron relevados por tropas del Batallón Disciplinario al mando de un oficial, el teniente José Fernández Ferrer, con el suboficial Aquilino Cadarso, el cabo Sergio Vergara y diecisiete soldados de los pocos que quedaban de ese batallón. Durante toda la noche la nueva guarnición estuvo sometida a continuo e intenso fuego, al que respondió con bizarría, a pesar de que el enemigo llegó hasta las mismas alambradas, de donde fue rechazado. El día 15, cuantioso enemigo intensificó su acometividad y contó con apoyo artillero, por lo que va causando destrozos en la construcción y numerosos heridos entre los cada vez más escasos defensores, incluido el teniente, quien a pesar de lo cual y demostrando auténtico heroísmo seguirá animando a sus soldados a mantener la defensa. Por la tarde, aprovechando un momento de relativa calma, se envía a un soldado a la segunda caseta para que informe de la angustiosa situación del blocao y solicite telefónicamente refuerzos. La noticia llega a la posición del Atalayón, guarnecida por La Legión, y el teniente Agulla, que se encontraba al frente de la misma, solicita permiso para correr en su auxilio, pero solo se le autoriza a enviar un pelotón de voluntarios, pertenecientes a la 1ª compañía de la 1ª bandera, que irán dirigidos por el legionario de primera Suceso Terreros López como cabo interino. Conocedores todos ellos de las nulas posibilidades que tenían de sobrevivir, marcharán reconfortados con el “Espíritu de la Muerte” del Credo legionario, que tantas veces habían recitado y que demostraron haber asumido en su plenitud. Sobre las seis y media de la tarde consiguen romper el cerco, recoger a varios soldados heridos que habían salido a reparar las alambradas y entrar con ellos en el semiderruido blocao.
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Muerto el teniente por un nuevo disparo, asume el mando el suboficial Cadarso, que también perecerá cuando ya herido caiga sobre él parte de la construcción a causa de un cañonazo. Aunque con cuatro heridas desde la tarde anterior, se hace cargo del destacamento entonces el cabo Vergara, hasta perecer a la medianoche al recibir un quinto balazo. Esa misma tarde Vergara había enviado a un soldado del Disciplinario y a otro del Tercio para que por distintos caminos intentasen llegar a la segunda caseta para informar de la crítica situación en la que se encontraban y exponer la imperiosa necesidad de refuerzos. Tras la muerte del cabo asume el mando Suceso Terreros, que continuó dirigiendo la defensa y animando al cada vez más reducido número de defensores hasta las dos y media de la madrugada, en que, agotadas las municiones, el ataque con un cañón traído hasta sus inmediaciones derriba por completo lo que quedaba de la rudimentaria construcción, matando e hiriendo gravemente a los pocos sobrevivientes que, aunque heridos, aún vivían, y que a su vez, entre los escombros, resistirán al arma blanca la entrada del enemigo, quien consigue acceder a las ruinas cuando estas no tienen ya quien las defienda. Mientras tanto, entre las cuatro y media y cinco de la madrugada, el legionario Miralles Borrás y el disciplinario Mediel Casanova llegarán heridos a su destino, cuando ya hacía más de una hora que el blocao había enmudecido. Tan pronto amaneció, el sargento Ruperto Valle, acompañado por dos legionarios, consigue acercarse al lugar, constatando que solo existe en él un montón de escombros y, entre ellos, treinta y cuatro cadáveres. Los nombres de Suceso Terreros y de sus catorce legionarios pasarán a inscribirse en la incipiente lista de héroes de La Legión y el blocao del Malo que, a partir de entonces, será conocido como el “Blocao de la Muerte”. A partir del día 17 en que tiene lugar la ocupación de Nador, el Tercio irá en vanguardia en todas las operaciones sucesivas —Tauima, Zeluán, Atlaten, Taxuda, Monte Arruit, etc.—. De entre todas ellas merece especial mención la del monte Uixan por constituir un claro exponente del quehacer de La Legión en la campaña, aunando táctica y arrojo. Se tratará de una operación efectuada por las dos banderas legionarias y una sección de policía indígena, que, tras minuciosa preparación, se llevará a cabo con gran sigilo a fin de sorprender al enemigo, transportando a brazo las pesadas ametralladoras y el municionamiento por el lecho pedregoso del río y que se efectuará, pese a las dificultades que encerraba, con un reducido número de bajas propias —tres muertos y cinco heridos.
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A retaguardia quedan como fuerzas de reserva los batallones de Otumba, Guipúzcoa y Álava por si fuese necesaria su intervención. Esa misma noche, de regreso ya al campamento de Segangan, el comandante general de Melilla transmite por telegrama su felicitación “a las fuerzas del Tercio, que han acreditado una vez más su recia instrucción y disciplina”. Otra muestra del ejemplar servicio prestado por el Tercio la constituye el socorro que una sección de voluntarios a cuyo frente marcha el teniente Martínez Esparza presta el 13 de abril de 1922 al Peñón de Vélez, gravemente amenazado y agotada ya su exigua guarnición. No solo ocuparán y fortificarán las avanzadas más peligrosas del islote, sino que se dedicarán a dar golpes de mano nocturnos en los campamentos enemigos de la costa con el consiguiente quebranto de su fuerza y moral, asegurando así la defensa de la plaza. El 11 de septiembre de 1922 Millán Astray, tras revistar a sus tropas en el campamento de Drius, las informa de que el Gobierno da por acabada la Campaña de Melilla, por lo que se procederá al licenciamiento de quienes se alistaron por la duración de la misma, lo que inevitablemente provocará un descenso de las plantillas, ya que a estos hay que añadir las numerosas bajas sufridas desde su llegada a la zona oriental, a la vez que los nuevos ingresos comienzan también a decrecer. Con objeto de paliar tal situación, saldrá de Ceuta con destino a Melilla, adonde llega el 17 de octubre de 1922, la 4ª bandera, con lo que se estabiliza de nuevo el pie de fuerza de La Legión en la zona. La pérdida de la iniciativa por parte del ejército español, acordada por el gobierno Sánchez Guerra y continuada por el de García Prieto, solo sirvió para que el enemigo, decidido tan solo a aceptar una paz humillante para España, se reorganizase y preparase el hostigamiento a las posiciones con más dificultades para la recepción de socorro y avituallamiento, principalmente las del macizo de Tizzi Assa, lo que impondrá la necesidad de reforzar toda la línea, iniciándose una serie de violentísimos combates que culminarán con el mantenido el 5 de junio de 1923 para permitir el acceso de un convoy a las posiciones sitiadas en la cima y en el que encontrará la muerte el teniente coronel Rafael Valenzuela, jefe de La Legión desde que en noviembre anterior el Gobierno, por presiones de las Juntas de Defensa, retiró su mando a Millán Astray. El combate resultó tan extremadamente cruento que las bajas legionarias ascendieron a ciento noventa y siete, lo que representa el 29’20% de cuantos tomaron parte en él.
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En el plano puramente anecdótico y como detalle significativo de lo que fue la jornada, podemos citar el hecho de que, al finalizar la misma, el legionario Julio Gómez, de la 1ª bandera, había recibido en su guerrera veintitrés balazos de los que “solo” tres le hirieron, aunque levemente, en el vientre. A finales del año 23 se incorporará a Ben Tieb, procedente de Riffien, la 3ª bandera, quedando, por lo tanto, las cuatro en la zona oriental, bajo el mando del teniente coronel Franco, quien a la muerte de Valenzuela fue nombrado jefe del Tercio. En el sector de Tizzi Assa volverán a combatir las cuatro banderas en el mes de marzo de 1924, manteniendo violentos encuentros con gran quebranto del enemigo. Los últimos enfrentamientos de gravedad en esta zona tendrán lugar entre Sidi Mesaúd, Tifaruin y Afrau. 5.3. En la zona occidental
Por su parte, las banderas destinadas en la zona occidental participaban también como vanguardia en cuantas operaciones de importancia se llevaban a cabo, mereciendo destacarse acciones como la efectuada en la zona de Xauen por el cabo Isidro Gallego Cuesta con doce legionarios de la 18ª compañía, quienes realizaron una verdadera gesta al defender heroicamente en abril de 1922 el blocao Miskrela, del que un enemigo inmensamente superior intentó apoderarse, llegando a cortar las alambradas después de haberlo cercado. Los defensores, desoyendo las intimaciones a la rendición, se mantuvieron en su puesto, pese a haber sufrido un muerto y estar todos ellos heridos y, tras haber agotado la mayor parte de la munición, se prepararon para resistir al arma blanca el inminente asalto, hasta que pudieron ser socorridos por una sección de su propia compañía que procedió a relevarlos. Por Orden de la Comandancia General de Ceuta de 29 de abril se le concedió a cada uno de ellos la Medalla Militar. En el mes de julio de 1924, la reactivación de las hostilidades en el occidente motivan el progresivo traslado a esa zona de todas las banderas con objeto de garantizar la defensa de las sitiadas posiciones de Gorgues, en las inmediaciones de Tetuán, y proteger el repliegue de posiciones y blocaos a bases retrasadas, lo que para evitar la constante e ineficaz sangría que seguía costando la guerra en Marruecos dispuso el general Primo de Rivera mientras se preparaba una acción definitiva para el logro de la pacificación general, que será el desembarco en la bahía de Alhucemas.
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Se trataba de reunir todas las fuerzas dispersas en el interminable sinfín de posiciones y blocaos que, no solo exigían para su mantenimiento los costosos convoyes conocidos, sino que, además, la enorme dispersión de tropas mermaba claramente su eficacia. La 2ª bandera se encargará de la evacuación y desmantelamiento de las posiciones de la zona de Larache, en donde habrá de enfrentarse con las huestes del Raisuni. Desde el 16 de septiembre hasta fines de noviembre protegerá el repliegue de las posiciones hasta Beni Arós y posteriormente fijará su campamento en Alcazarquivir para proteger el repliegue del sector de Mexerach. Mientras tanto, en la zona de Xauen, al mando del general Castro Girona, la columna inicia la retirada el día 15 de noviembre de 1924. En la mítica ciudad, completamente rodeada de harcas hostiles, solo permanecen, aparentando vida normal, cinco banderas de La Legión —1ª, 3ª, 4ª, 5ª y 6ª— quienes, formando la retaguardia absoluta, comienzan su repliegue hacia Zoco el Arbáa a las doce de la noche del día 16 en el más absoluto silencio y en perfecto orden, a fin de que el enemigo no se percatase de la salida, como efectivamente ocurre hasta el amanecer. Para cuando las fuerzas de Abdelkrim intentan reaccionar, el Tercio ha alcanzado ya Dar Akoba y ocupado para su defensa las alturas que la rodean. A partir de entonces, a suficiente distancia de la columna para no presionar e intranquilizar a esta en su marcha, los legionarios en combinación con los regulares continuarán manteniendo la defensa de la retaguardia en todas las etapas hasta la reagrupación de todas las fuerzas en Ben Karrich, en las proximidades de Tetuán. Realizados los repliegues previstos en las zonas de Tetuán y Larache, las tres primeras banderas serán enviadas de nuevo a Melilla, haciéndolo la 3ª, el día 7 de enero de 1925, en el vapor Atlante; la 1ª, el 17 de abril, en elVictoria Eugenia; y la 2ª, el 6 de agosto, en el Vicente de la Roda. Se trataba, en definitiva, de preparar las dos columnas —de Melilla y de Ceuta— que habrían de confluir en el desembarco de Alhucemas, mandadas respectivamente por los generales Fernández Pérez y Saro. El día 5 de septiembre, las banderas 2ª y 3ª embarcarán en Melilla y las 6ª y 7ª lo harán en Ceuta, permaneciendo como reserva la 1ªen la zona oriental y las 4ª y 5ª en la occidental. Ambos convoyes realizarán diversos ejercicios de distracción en lugares distintos antes de dirigirse a Alhucemas, pero, mientras tanto, las posiciones de Kudia Tahar, en la zona de Tetuán, son violentamente atacadas y
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sitiadas por Abdelkrim, sin que se consiguiese hacerles llegar los necesarios convoyes de ayuda, lo que motiva el envío, desviándolas de su ruta, de las banderas 2ª y 3ª junto a un tabor de Regulares para liberarlas y avituallarlas convenientemente, dada la confianza que en estas tropas deposita el mando y que el general Primo de Rivera, al dictar instrucciones para la operación, refleja en los siguientes términos: “Espero que soldados tan bravos como los del Tercio resolverán esta situación y liberarán Kudia Tahar, que lleva siete días de heroica e insuperable defensa”. Efectivamente, así se hizo al mando del teniente coronel Balmes; y los combates entablados al efecto costaron a La Legión, entre muertos y heridos, un total de ocho oficiales y ciento treinta y seis de tropa. Concluida con éxito la operación, las dos banderas vuelven a embarcar hacia su objetivo inicial, Alhucemas, adonde llegarán el 19 para desembarcar en la playa de Morro Nuevo. Cuando el día 23 se inicia el ataque general, las fuerzas legionarias formarán en la vanguardia de sus respectivas columnas a las órdenes de los coroneles Goded, la de Melilla, y Franco, la de Ceuta, continuando en perfecta coordinación la sistemática penetración en el territorio, distinguiéndose especialmente en las ocupaciones de Monte Malmusi y Monte de las Palomas, pese a la tenaz resistencia encontrada y a lo accidentado del terreno que los obligará a transportar a brazo equipos, ametralladoras y municiones. El 12 de octubre de 1927 el general Sanjurjo proclama la paz en el Protectorado. Para entonces, la Legión habrá registrado, entre muertos y heridos, un total de 8.096 bajas, lo que equivale al 38’77% de su fuerza (Ramas: 1933,18), como consecuencia del crecido número de combates en los que ha tomado parte y de haber ocupado siempre en ellos los lugares de mayor riesgo, acorde con el “Espíritu de Combate” de su Credo —“La Legión pedirá siempre, siempre, combatir, sin turno, sin contar los días, ni los meses, ni los años”— evocado en el lema de su contraseña: “Legionarios a luchar, legionarios a morir”. 6. Pervivencia
Alcanzada la paz en Marruecos, lejos de considerar concluida su misión, el Tercio de Extranjeros se batirá en cuantas ocasiones fue requerido —Revolución de 1934, Guerra Civil, Ifni, Sáhara— y quedará consagrado no solo como la unidad de choque que es, sino como forzoso referente del ejército español a cuyas necesidades viene dando cumplida satisfacción en las recientes misiones internacionales para las que ha sido reclamado, con-
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tribuyendo a la resolución de los problemas inmediatos a la vez que por su probada competencia ofrecerá exacta respuesta a cuantas exigencias se le plantearen en el futuro, como en las últimas décadas ha quedado sobradamente demostrado. Si a los legionarios actuales cabe el honor de sentirse herederos directos de quienes en los años veinte impregnaron las tierras norteafricanas con su sudor y su sangre, también les incumbe el inexcusable deber de mantener las esencias del espíritu reflejado en su Credo, sin cuya vigencia La Legión dejaría de existir. Bibliografía Bachoud, A.: Los españoles ante las campañas de Marruecos, Madrid: Espasa-Calpe, 1988. Ballenilla y García de Gamarra, M.: La Legión, 1920-1927, Lorca (Murcia): Edit. Fajardo el Bravo, 2010. Barea, A.: La forja de un rebelde, Barcelona: Plaza&Janés, 1993. Eza, vizconde de: Mi responsabilidad en el desastre de Melilla como Ministro de la Guerra, Madrid: Gráficas Reunidas, 1923. Kemp, P.: Legionario en España, Barcelona: Biblioteca Universal Caralt, 1975. Lorenzo, F.: “Los nombres del Tercio”, La Voz, 26 de septiembre de 1921. Micó, C.: Los caballeros de La Legión, Valladolid: GallandBooks, 2009. Millán Astray, J.: La Legión, Madrid: V. H. Sanz Calleja, 1923. — La Legión Extranjera de Argelia y el Tercio de Extranjeros, Madrid: R. Velasco, 1920. Prieto, I.: Crónicas de Guerra, Melilla 1921, Málaga-Melilla: Algazara-UNED, 2001. Ramas Izquierdo, F.: La Legión. Historial de guerra, Ceuta: Imp. África, 1933. VV. AA.: Historia de las Campañas de Marruecos, Madrid: Servicio Histórico Militar, 1981, vol. III. VV. AA.: La Legión Española, Málaga: La Legión, 2002, vol. I.
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La memoria común y la participación de los marroquíes en la Guerra Civil española
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La Guerra Civil española necesita aún de una auténtica firma de la paz y la reconciliación de los españoles y de todos aquellos que, aun sin quererlo, se vieron involucrados en el drama, como fue el caso de las tropas “moras” que participaron tanto en el bando nacional como en el republicano [El término “moro”, que epistemológicamente se refiere a los nativos del norte de Mauritania, tenía para los contendientes españoles de los dos bandos connotaciones peyorativas que el autor no comparte pero que debe citar como término convencional referente a esta etapa de la Historia]. Para plantear dicha reconciliación histórica es preciso adoptar una perspectiva crítica que condene a los culpables de la hecatombe y del delito de lesa humanidad que supuso el desencadenamiento de la contienda, a la vez que rehaga y resarza a las víctimas de tamaña tropelía con dignidad y equidad. Es preciso pues recuperar la memoria histórica de los hechos y colocar a cada uno en su lugar. Se ha venido definiendo la contienda como Guerra Civil española, nombre común para caracterizar a una guerra totalmente incivil, cuando en realidad fue la rebelión de unos militares en contra del poder legalmente establecido de la Segunda República española. Esta rebelión fue apoyada por los
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sectores sociales más reaccionarios de la sociedad española, una verdadera mezcolanza de fuerzas, la mayoría de ellas reaccionarias en el sentido económico y social pero también en el histórico. Todos se juntaron en lo que desde un principio llamaron el Alzamiento Nacional y que quiso autodenominarse como Cruzada de Liberación Nacional recordando las cruzadas de los cristianos europeos contra los árabes musulmanes. También se la ha tildado como Reconquista, que en el sentido histórico le otorga una visión nacionalista de unidad de la patria histórica, la de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos. Con ironía cabe contemplar que esta nueva reconquista contra “las hordas marxistas y ateas” (así definían los militares sublevados a los defensores de la República) fuese soportada por los “moros” de Marruecos; revelando dos paradojas históricas. La primera, relacionada con la amalgama espiritual casi incompatible del lado republicano, donde se confundían judíos partidarios de la Torah, cristianos seguidores de la Biblia y musulmanes fieles del Corán, ateos y comunistas. La segunda, la visión de la imagen del moro, que para la izquierda política mostraba tintes verdaderamente xenófobos y la derecha más conservadora calificaba de valiente y heroica, toda vez que la propaganda de los golpistas insurgentes se refería más bien a una España que nada tenía que ver con la que ellos querían construir: la de Franco en exclusividad. Desde ahí puede entenderse el Alzamiento y la unidad de fuerzas contradictorias en su pensamiento y en sus prácticas unidas por la figura del caudillo, reminiscencia medieval referida al burgalés Cid Campeador con el que se comparaba al asturiano Pelayo, héroe de la “Reconquista frente al Islam”, o al legendario Viriato que frenó la expansión de Roma en la Hispania de entonces. La propaganda del caudillo Franco trataba de unir todo aquello que sirviera para ir en contra de “las hordas que habían asolado el suelo patrio” y afectado profundamente a los intereses reaccionarios que venían usufructuando las riquezas del país desde hacía siglos, y muy en especial durante el siglo XIX. Para ello era preciso darle tonos enardecedores y juveniles similares a los que estaban en boga en aquellos momentos: los movimientos fascistas representados por la Falange Española. La recuperación de la memoria histórica debe realizarse analizando la sucesión del evento en las tres fases que comprenden la brutal represión y la selección de las víctimas del conflicto: enfrentamiento, pacificación represiva y estabilización institucional. La primera fase es la del periodo de confrontación directa entre el 17 de julio y el 1 de abril de 1939. En ella, Franco optó por una guerra larga de desgaste y muy cruenta, sin pactos con nadie, sin abrazos de Vergara [Así se llama al acuerdo que se firmó en Oñate, Guipúzcoa, el 29 de agosto de 1839
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entre el general isabelino Espartero y trece representantes del general carlista Maroto, y que puso fin a la Primera Guerra Carlista]. Era preciso eliminar a los aliados en el Alzamiento, los militares y generales que se sublevaron junto a Franco pero que le hacían sombra: Sanjurjo, Cabanellas y Mola. Todos los que Franco consideraba que no le eran absolutamente fieles, que podían oponerse a su ambición desmedida o que habían sido sus superiores en el ejército. Vino después la segunda fase, la del periodo de “pacificación” y represión selectiva de todo aquello que pudiera significar el pasado o suponer un compromiso para el futuro. Esta fase va desde abril de 1939 a finales de 1944, cuando ya se perciben los ganadores de la Segunda Guerra Mundial y la derrota de las fuerzas del eje nazi-fascista. Franco elimina entonces todo lo que pudiera suponer un compromiso con estas fuerzas. En concreto desmonta la Falange Española en su estructura original joseantoniana y las fuerzas carlistas procediendo a su unificación en la FET y las JONS (Falange Española Tradicionalista y Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) como partido único supeditado al mandato exclusivo del dictador, presidente nato del mismo. El aparato ideológico y las relaciones internacionales las deja en manos de la Iglesia Católica; su ministro de Asuntos Exteriores fue Alberto Martín Artajo, insigne católico de los llamados “propagandistas” (Asociación Católica Nacional de Propagandistas), que Franco nombró presidente de Acción Católica. En lo que podemos considerar tercera fase, se tranquiliza la situación hasta que Franco pacta con los EE. UU. en 1952 y se transforma en freno del comunismo en los momentos de la Guerra Fría. Ya han desaparecido o son residuales los maquis (grupos de guerrilleros resistentes al franquismo diseminados por toda la geografía española), y puede proseguir con un nuevo y último periodo represivo: más condenas a muerte, eliminación de cualquier foco opositor del signo que fuera, dando cancha a unos contra otros a fin de garantizar su estabilidad y proscribir la discusión sobre su propio caudillaje. En resumen podría decirse que, hasta avanzados los años setenta y en paralelo con la desaparición física paulatina del dictador, se mantiene la represión selectiva. Incluso en su lecho de muerte, Franco firmará sentencias de muerte irrevocables [Las últimas ejecuciones llevadas a cabo por el franquismo fueron el 27 de septiembre de 1975. Fueron fusilados cinco condenados a muerte, cuya sentencia ratificó Franco: los militantes del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico) José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, y los militantes de ETA político-militar Juan Paredes Manot, alias Txiqui, y Ángel Otaegui]. Estas ejecuciones, las últimas del régimen franquista antes de la muerte del dic-
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Guardia mora perteneciente a la escolta personal del general Francisco Franco. Las tropas marroquíes constituían la columna vertebral del ejército nacional.
tador, levantaron una ola de protestas y condenas contra el Gobierno español dentro y fuera del país, tanto a nivel oficial como popular. En todo este periodo represivo de más de treinta años hubo víctimas y verdugos que aún hoy están presentes en la memoria de la sociedad española. Es muy difícil por tanto olvidar los impactos que causaron en la memoria. El 23 de febrero de 1981 se producía el último intento de golpe militar franquista sin el caudillo, aunque a todas luces su figura estaba presente en la fotografía de Tejero en las Cortes Soberanas y Constitucionales de España. Esta larga historia de represión, basada en el oscurantismo más absoluto, incluso hoy mueve las voluntades de las generaciones actuales españolas. En la piel y en el corazón de muchos todavía pervive el papel de verdugo o de víctima. Este hecho es el que está impidiendo la recuperación de una memoria histórica que pueda compensar y recuperar a los que sufrieron las consecuencias de tal brutal situación. Los vencedores fueron premiados adecuadamente con los despojos de la victoria frente a los perdedores, pero quedan todavía muchas personas y no pocos colectivos que sufrieron las consecuencias de la barbarie y no han sido resarcidos adecuadamente. En estos momentos debería empezarse a tratar y plantear el tema de las tropas moras reclutadas por un ejército colonial con el consentimiento de las autoridades jalifianas. Se ha querido vestir como la participación voluntaria o mercenaria de una población pobre y abandonada que se reclutaba especialmente en las regiones rurales del Protectorado español en Marruecos ofreciéndoles sueldos de miseria y promesas de pillaje. Se ha hecho alusión para ello a lo que decía el general Gonzalo Queipo de Llano (jefe del ejército del sur de España en Sevi-
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lla) en sus mítines radiofónicos, cuando ofrecía como botín de guerra a las tropas moras las mujeres de los vencidos. Todo ello con la mezcla, por un lado, de una lucha contra los infieles partidarios de la República que luchaban contra Allah y bombardeaban las mezquitas y, por otro, con la promesa de los barcos que Franco ofrecía a los musulmanes para el viaje sagrado a la Meca. ¿Por qué en la zona del Rif y de Yebala miles de hombres y jóvenes mouyahidin y resistentes contra el colonialismo español se convirtieron tan solo ocho años después en soldados reclutados para defender los intereses de los militares colonizadores? En respuesta a esta interrogante conviene puntualizar que las causas fueron complejas e interfirieron en su desarrollo factores vinculados a la gobernabilidad del territorio; de una parte, la administración local sometida al Protectorado español; y, de otra, el aparato militar al servicio de los intereses de la metrópoli. Además, bajo unas circunstancias de precariedad económica y marginación social, la población del norte de Marruecos no podía rebelarse contra las órdenes de reclutamiento tuteladas por el Majzén, maquilladas por las tentaciones materiales y casi espirituales ofrecidas personalmente por el general Franco. 1. Desglose de la participación marroquí en la Guerra Civil española
Conviene en este punto aclarar algo sobre la composición de las tropas marroquíes que participaron en el bando franquista. Existen dos grandes grupos grosso modo: el de los soldados y oficiales moros que formaban parte de alguno de los cuerpos militares constituidos por España en el norte de África y el de los reclutados justo en el inicio de la Guerra Civil. El primero —podríamos decir que profesional— lo formaban unos cuantos miles de marroquíes; el segundo, reclutado precipitadamente, alcanzó decenas de miles de hombres armados, en su mayoría analfabetos y sin instrucción. Franco requiere, por lo tanto, el apoyo indiscutible de los militares africanistas, de las tropas de África y de los tabores marroquíes. Son su única base armada y operativa, y quiere una guerra larga y depredadora que le permita eliminar las raíces de todo movimiento que no controle. Así los soldados marroquíes son utilizados en el frente tanto como tropas de asalto por su bravura y ferocidad, como de “carne de cañón” que fácilmente se repone y, si se atreven a retroceder, se les ejecuta en el mismo frente. En conjunto fueron tropas imprescindibles para la guerra que planteaba Franco. Este “cruzado cristiano” contó en todo momento con el soporte imprescindible de los cien mil soldados marroquíes, reclutados en todos los lugares del Protectorado español.
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Otros historiadores basándose en fuentes documentales escritas dan la cifra de ochenta mil soldados marroquíes. La historiadora María Rosa de Madariaga calcula en este número solo los marroquíes que fueron reclutados durante los tres años que duró la Guerra Civil española (2009). Los heridos o mutilados marroquíes no son trasladados a sus pueblos para que no se desanime la continua necesidad de levas marroquíes. El bando franquista movilizó todas las fuerzas militares que controlaba en Marruecos. En primer lugar, los cuerpos ya constituidos; pero además los de nueva creación. A los miles de marroquíes ya enrolados en las diferentes unidades militares, se unieron las decenas de miles de nuevos reclutas que el ejército franquista enroló en el verano y otoño de 1936, y a lo largo de los casi tres años que duró la guerra. La historiografía de los diferentes estudios hechos sobre la Guerra Civil da cuenta de las siguientes unidades militares procedentes del Protectorado de Marruecos y de las ciudades de Ceuta y Melilla, así como del territorio del Sáhara bajo ocupación española. En este último territorio, en el Sáhara, las fuerzas militares españolas estaban constituidas por seis tabores (batallones) de tiradores de Ifni, incluido uno del Sáhara-Ifni. Los tiradores fueron constituidos el 11 de junio de 1934, bajo la Segunda República española. También existían en el Sáhara español otras fuerzas autóctonas que se habían creado por Real Orden de 27 de julio de 1926 al constituirse una mía (compañía) con una plantilla de cuatro oficiales españoles, más un oficial, cincuenta y cuatro suboficiales y otros tantos soldados autóctonos. Por Real Orden de 10 de octubre de 1928, las mías eran dos, una a pie y otra a camello, si bien más adelante se les dotó con caballos. En el Anuario Militar de 1934, y entre las fuerzas dependientes de la Dirección General de Marruecos y Colonias de Madrid, se hace constar que en las tropas de policía del Sáhara había en plantilla los siguientes autóctonos: dos caídes de mía, cuatro foakhas, un kateb de primera, un sanitario, dieciocho camelleros, siete sargentos, dieciocho cabos, dos askaris de nuba, quince de primera y ciento veintiocho de segunda. Aunque en el Anuario Militar de 1936 no figuran las plantillas correspondientes, se menciona que las tropas de policía del Sáhara se componían de una escolta a caballo mandada por un brigada español (este grado no existió nunca entre los autóctonos, que pasaban de sargentos a oficiales moros de segunda), una mía de camellos con un capitán y un teniente españoles y la sección nómada de Río de Oro, al mando de otro teniente español. En la zona del Protectorado español en el norte de Marruecos, hay que señalar, en cambio, otras formaciones militares. En primer lugar, hay que destacar las Fuerzas Regulares de Tetuán, cuerpo de élite del ejército español formado en 1911. El Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Tetuán nº 1
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(1911-1985) fue una unidad militar del Ejército de Regulares, perteneciente al Ejército de África, creada en la ciudad de Tetuán, capital del Protectorado Español de Marruecos, el 30 de junio de 1911. En 1914 pasa a llamarse Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Tetuán nº 1. El 3 de julio de 1922 le fue concedida la Bandera Nacional. En acciones de guerra sufrió las siguientes bajas: dos mil seiscientos ochenta y un muertos, trescientos quince desaparecidos y veinte mil cuatrocientos sesenta y cinco heridos. Durante la Guerra Civil en su participación como parte del ejército franquista, trasladó los siguientes tabores a la Península: el 1er tabor, al mando de un comandante habilitado de Infantería participó en las ofensivas de Aragón y del Levante, en la Batalla del Ebro y en la ofensiva de Cataluña, formando parte de la 1ª División del ejército franquista; el 5º tabor, al mando de un comandante de Infantería participó en la batalla del Alfambra y en el frente del Ebro, formando parte de la 4ª División; y finalmente, el 6º y el 7º tabores participaron en el frente de Madrid formando parte de la 11ª División. En segundo lugar, las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, otro cuerpo de élite del ejército español, también creado en 1911, con cuatro grupos, cada uno de ellos formado por dos tabores de Infantería de tres compañías más un tabor de Caballería de tres escuadrones. Combatieron siempre en la extrema vanguardia y, en concreto, los Grupos de Fuerzas Regulares Indígenas quedaron constituidos de la siguiente manera: Tetuán nº 1 (con acuartelamiento en Tetuán), Melilla nº 2 (Melilla y Nador), Ceuta nº 3 (Ceuta) y Larache nº 4 (Arcila y Larache). En 1921, tras el desastre del ejército español en la batalla de Annual frente a las tropas del emir Abdelkrim el Jatabi, fue creada otra unidad: Alhucemas nº 5, con acuartelamiento en Segangan. Estos destacamentos militares del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla formaron parte de la punta de lanza militar del bando militar insurgente contra la República encabezado por el general Franco. En los años veinte, durante la Guerra del Rif, alguna de estas fuerzas participó en la denominada “Campaña del Desquite” (1925-26) y en el desembarco de Alhucemas en 1925. También lo harían más tarde en las operaciones subsiguientes a la Revolución de Octubre de 1934 en Asturias protagonizada por los mineros; así como en los principales frentes durante la Guerra Civil. Una vez terminada la contienda fratricida, participaron en puntuales operaciones contra el maquis en la posguerra. Posteriormente, algunos de sus miembros se alistaron en la División Azul durante la Segunda Guerra Mundial y en el Tabor de Maniobra destacado en Ifni en 1959. Tras la independencia de Marruecos en 1956, se pusieron en marcha planes de repliegue del ejército español, por los que se redujeron unos y disolvieron otros de los grupos antes mencionados formados al término de la Guerra Civil.
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En tercer lugar hay que mencionar a las fuerzas jalifianas constituidas en 1913 como guardia palaciega del jalifa y que, tras la independencia de Marruecos en 1956, formarán un importante grupo de cuadros del futuro ejército marroquí. Durante la Guerra Civil española, en 1936, en estas fuerzas jalifianas había cinco mehalas: Tetuán nº 1, Melilla nº 2, Larache nº 3, Rif nº 5 y Gomara nº 6, con cabeceras en Tetuán, Melilla, Larache, Villa Alhucemas y Xauen, respectivamente, y compuestas por tres tabores. Cada tabor comprendía tres mías para un total de trescientos sesenta hombres. Por su parte, la policía jalifiana estaba constituida por cinco mejzanias que encuadraban a seis oficiales, treinta suboficiales y mil seiscientos cuatro hombres de tropa. El jalifa Muley Hassan Ben Mehdi, junto con el gran visir de Tetuán, decidió apoyar el alzamiento militar de Franco tras entrevistarse con uno de los conspiradores, el coronel Juan Luis Beigbeder. No tardó en proporcionar voluntarios al bando sublevado. Como anécdota, cabe recordar que un destacamento de las mejaznias formó parte de la llamada Guardia Mora de Franco. Durante la Guerra Civil española, cada mehala envió dos tabores a la Península que fueron asignados a las diferentes divisiones. A finales de 1938 estaban distribuidos de la siguiente manera: 1ª y 3ª mehalas de Tetuán en la 53ª División (Aragón), 1ª de Melilla y 1ª del Rif en la 11ª División (Centro), 2ª de Melilla en la 107ª División (Centro), 1ª de Larache en la 18ª División (Centro), 2ª de Larache en la 14ª División (Centro), 3ª del Rif en la 108ª División (Ebro) y 1ª de Gomara y 2ª de Gomara en la 83ª División (Ebro). Pese a que las autoridades jalifianas apoyaron la participación de los marroquíes en la Guerra Civil, el difunto rey libertador de Marruecos, Mohamed V —abuelo del actual monarca Mohamed VI— no se mostró conforme con dicha implicación y, con motivo de la llegada del nuevo residente general, Hyppolyte Noguès, pronunció el 6 de septiembre de 1936 un discurso en el que, pese a no mostrar una condena explícita del reclutamiento de soldados marroquíes para el ejército franquista, sí elogiaba las medidas tomadas por el Gobierno francés para evitar que marroquíes de la zona francesa participasen en la guerra de España, y expresaba lo que profundiza nuestra tristeza, aparte del dolor y las dificultades que sufren nuestros súbditos, es la lamentación que sentimos por su incorporación a una guerra que no va dirigida contra un enemigo de un Gobierno con el que mantenemos una relación sino todo lo contrario, y tomamos nota con satisfacción sobre la posición de Francia que trató de evitar a nuestros súbditos durante todas las etapas en esta batalla militar su participación en la contienda (Madariaga: 2006, 161).
En resumen podemos decir que el Ejército de África movilizado por Franco comprendía dos grupos diferentes de unidades: el de los soldados
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peninsulares y el de las de tropas indígenas autóctonas, aunque no todas eran homogéneas en este sentido, ya que solían contar con un pequeño porcentaje de tropa del otro tipo. Las unidades mayoritariamente africanas eran un total de quince tabores de Infantería de Regulares, cinco de Caballería y cinco compañías de Depósito; quince tabores de la mehala del jalifa y cinco mejaznías de la policía jalifiana; tres tabores agrupados en un batallón de Tiradores de Ifni y sendos batallones de Zapadores-Transmisiones. Las tropas peninsulares se agrupaban en seis banderas legionarias, seis batallones de Cazadores de África, dos grupos de ametralladoras de posición, dos agrupaciones de Artillería, los servicios de Intendencia, Sanidad y las compañías del mar. Cabe señalar, por otra parte, que en los principales Cuerpos del Ejército de África había un fuerte porcentaje de militares marroquíes, tanto de tropa como de la oficialidad. Exceptuando en las banderas de la Legión, en las agrupaciones de Artillería y en los batallones de Cazadores donde no había marroquíes, en el resto (Fuerzas Regulares Indígenas, mehalas, mejaznías, Caballería, batallones de Ingenieros y Tiradores de Ifni y del Sáhara) eran mayoritarios los soldados de tropa marroquíes y de la baja oficialidad. También es errónea la idea de que fue solo a finales de 1938 cuando se empezaron a reclutar marroquíes procedentes de la zona de ocupación colonial francesa en Marruecos por falta de hombres en la zona española, ya que desde 1912/13 se comenzó el reclutamiento de marroquíes en el ejército español. Marroquíes, argelinos y tunecinos se alistaron en los Regulares y en las mehalas de las fuerzas jalifianas. Para completar el resumen de la participación de tropas moras en la Guerra Civil española no podemos dejar de señalar la de los combatientes marroquíes que participaron en el bando republicano. A modo de ejemplo señalamos que, en la edición del 6 de octubre de 1936 del periódico Mundo Obrero, se anunciaba la intención de formar, por parte de los marroquíes antifascistas asentados en Madrid, un batallón de milicias marroquíes vinculado al Quinto Regimiento. A tal efecto se inició en el consulado republicano de Tánger la recluta de voluntarios de diversas nacionalidades. En total fueron unos ciento cincuenta mayoritariamente marroquíes que, en una expedición, llegaron a Madrid a través de Gibraltar y Málaga. El batallón no se pudo crear por lo que estos voluntarios se incorporaron primero a diferentes unidades del Quinto Regimiento y posteriormente a las Brigadas Internacionales. Además el Gobierno republicano, dirigido en ese momento por Francisco Largo Caballero, envió al teniente coronel Juan Ayza a Marruecos entre febrero y agosto de 1937 para que estudiase las posibilidades
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de promover una sublevación. Su informe final, hecho a finales de ese verano cuando el Gobierno ya estaba presidido por Juan Negrín, lo desaconsejó. En este punto es necesario insistir como mínimo en la falta de tacto y, sobre todo, el incumplimiento de los acuerdos con las fuerzas progresistas marroquíes por parte de los políticos republicanos. La causa que antes habían defendido —en tiempos de la monarquía de Alfonso XIII— las fuerzas republicanas, y muy en concreto los socialistas, desaparece cuando se constituye el Gobierno del Frente Popular, quizás por la falta de tiempo, pero no manifiestan ningún tipo de signo positivo para la causa de la liberación de Marruecos. Es más, algunos historiadores españoles coinciden en señalar que uno de los grandes errores de la Segunda República fue que no promovió la independencia de Marruecos desde el principio, pese al entusiasmo con que miles de marroquíes acogieron la proclamación de la República al participar masivamente en las manifiestaciones populares que se produjeron el 14 de abril de 1931 en distintas ciudades del Protectorado español. 2. El riesgo internacional de agitación en las colonias árabes
Lo explican meridianamente los dos historiadores franceses, Pierre Broué y Émile Témine, cuando escriben: Ningún ejemplo ilustra mejor las consecuencias sobre la Guerra de su política antifascista que la posición adoptada por el Gobierno de Largo Caballero (septiembre de 1936 hasta mayo de 1937) hacia Marruecos. Antes de la revolución, las posiciones que defendía este dirigente socialista, que se expresaban sin ambigüedad en el programa de la agrupación socialista de Madrid eran el derecho a la autodeterminación política, incluido el derecho a la independencia de Marruecos. La participación de los marroquíes en la Guerra Civil en el Ejército de Franco hacía este problema aún más agudo. Es fácil entender que la proclamación de la independencia de Marruecos por el Gobierno republicano tendría incalculables consecuencias en la moral de las tropas indígenas que servían en el Ejército rebelde: todos los grupos políticos republicanos, los nacionalistas marroquíes y Franco en persona eran conscientes de ello. Sin embargo entre 1936 y 1937 el problema de una alianza de los republicanos españoles con los nacionalistas marroquíes iba más allá que el propio marco de España. Francia e Inglaterra, de quienes el Frente Popular español esperaba ayuda, eran potencias coloniales: una agitación revolucionaria en el Marruecos español constituía una amenaza directa para las posiciones francesas en Marruecos y en el Magreb, al mismo tiempo que inquietaba a Inglaterra que debía hacer frente a la agitación en Egipto y a los árabes de Palestina. Algunos elementos revolucionarios proponían desencadenar la revuelta en el mundo islámico. Pero el Gobierno de Largo Caballero optó por la política contraria. Varias delegaciones de nacionalistas marroquíes fueron a Valencia a solicitar armas y dinero para su causa, pero se volvieron con las manos vacías. Porque ello
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constituía una amenaza a los intereses ingleses y franceses. Es más, Franco, con el fin de asegurar su retaguardia marroquí, autorizaba en la zona del Protectorado español, periódicos y reuniones prohibidas en el Marruecos francés por el Gobierno de León Blum, aliado potencial del Frente Popular español. El Gobierno de Largo Caballero fue incluso más lejos al proponer a Londres y París concesiones territoriales en Marruecos.
En efecto, quien habló el primero de esta proposición fue el periódico inglés The Times el 18 de marzo de 1937, que informó, por otra parte, que el Foreign Office la había rechazado. Esta propuesta de hacer concesiones territoriales por parte del Gobierno español nunca fue desmentida. “El Gobierno de Largo Caballero —dice el periódico conservador británico— estaba dispuesto a examinar una modificación de la situación en el Marruecos español... un acuerdo territorial”. Largo Caballero, silencioso en este punto, afirma por su parte en su libro de memorias Mis recuerdos que en el momento de su derrocamiento “negociaba con los nacionalistas marroquíes”, en referencia probablemente al viaje del teniente coronel Juan Ayza a Tánger. 3. Falta profundizar en la investigación histórica
Los motivos de la participación de los marroquíes no se han abordado de manera científica y metodológica. Lo ideal hubiera sido recurrir a la realización de entrevistas intensas basándose en el modelo sociológico a través de algunos soldados marroquíes supervivientes. Estos podrían haber presentado no solamente elementos y datos concretos concernientes a la guerra y a la situación de apuro que sufrieron en la misma, sino también la percepción que tuvieron durante el periodo de la guerra acerca de su intervención, y sobre los motivos tanto económicos como ideológicos que les empujaron a optar por su participación en una contienda cuyos retos, orígenes, protagonistas y referencial político desconocían totalmente, si se toma en consideración su nivel político-cultural muy bajo en aquel entonces. Este trabajo de carácter retrospectivo tenía que haber sido realizado durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX, es decir cuando los interesados (los soldados reclutados), que son realmente las verdaderas fuentes de los datos y de la misma significación que daban a estos datos, estaban en una situación que les hubiera permitido expresar, con toda la fuerza de su memoria, los recuerdos referentes a su propia percepción sobre la realidad de la época, en lo que se refiere a la Guerra Civil española. Esta anomalía metodológica, que ha tenido un impacto negativo sobre el contenido de la memoria histórica común, constituye evidentemente un vacío enorme en la investigación histórica y documental sobre la Guerra
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Civil española y la participación de los marroquíes reclutados para las tropas franquistas. No es osado decir que esta fuerza militar fue la que decidió la guerra, la que inclinó la balanza bélica en favor de los generales alzados contra el ejército de la República, inferior en cuadros de mando y, por el peso de la tropa mora, también en efectivos. Sobre la acción de las tropas marroquíes en España durante la guerra circulan innumerables leyendas. No es del todo equivocado decir que el propio franquismo alentó esas historias de ferocidad irreflexiva contra la población civil. Hay un componente de racismo obvio y otro de amedrentamiento a quien quisiera alzarse contra el régimen dictatorial del general Franco. Y si no, ahí estaban las capas blancas de los lanceros, la terrible, temida y feroz Guardia Mora. Pero ¿quiénes eran esos cien mil soldados reclutados en el antiguo Protectorado para ir a una guerra que en el fondo les era ajena? Como ya hemos señalado, había unos cuantos miles que pertenecían a los cuerpos militares tradicionales existentes en el Marruecos español. Pero la inmensa mayoría, decenas de miles, fueron reclutados en los comienzos mismos de la Guerra Civil. Eran estas tropas sacadas de entre la miseria y la ignorancia; lo que los empujó a enrolarse y luchar por los caminos y pueblos de Andalucía, Extremadura, Castilla, Aragón, Valencia o Cataluña, en todos estos escenarios bélicos. Al ejército franquista no le faltaba dinero. El apoyo de la oligarquía económica española, de sus colegas fascistas de Europa (Hitler y Mussolini, no solo con armas y tropas, sino también con dinero en efectivo) y de las corrientes de simpatía de América hicieron que los alzados fueran hasta cierto punto opulentos. Tanto como para reclutar un nuevo ejército colonial, de acuerdo a los modelos que se seguían tanto en la Legión como en los tabores de Regulares. Para adoctrinar a estos eficaces luchadores se les dijo que iban a pelear en una guerra santa, en nombre de un Dios único, al que los republicanos querían “quemar y eliminar de la faz de la tierra”. Así, armados con fusiles mauser y calzados con alpargatas, cruzaron el Estrecho en un permanente convoy con el beneplácito de la Marina Real Británica que custodiaba Gibraltar y que no podía ser engañada, ya que se trataba ni más ni menos que de trasladar todo un ejército desde África hasta la Península Ibérica. Las zonas de extracción de los soldados reclutados en el verano y otoño de 1936, una vez en marcha la insurgencia militar contra la República, fueron mayoritariamente las montañas del Rif. Magníficos tiradores, resistentes, austeros. De su mortífera eficiencia aún le quedaban cicatrices al ejército español desde la Guerra del Rif y de episodios tan sonados como el desastre de Annual en la guerra del Rif en julio de 1921. No cabe duda,
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Protagonistas del documental Los perdedores (2006), dirigido por Driss Deiback, sobre la participación de tropas marroquíes en la Guerra Civil española.
por tanto, de que estas decenas de miles de soldados que Francisco Franco consiguió llevarse a la Península fueron un factor desequilibrante en los campos de batalla de la Guerra Civil. Franco no era un general genial ni reconocido por la audacia de sus movimientos. La suya fue una victoria por aplastamiento tras una guerra de desgaste, con maneras primitivas de luchar, excepción hecha de las novedades de guerra total que experimentó la aviación militar alemana con la Legión Cóndor. 4. De vuelta a casa con pagas miserables
Sin embargo, una vez acabada la guerra, salvado por el efecto disuasorio que suponían aquellas capas blancas de los lanceros moros de la guardia pretoriana de Franco en El Pardo, que rodeaban el reluciente RollsRoyce negro del dictador, esos cien mil fusileros eran muy incómodos de mantener. Unos pocos optaron por quedarse en el ejército regular español. Consiguieron la nacionalidad española en algunos casos y sus familias se establecieron en las ciudades del Protectorado o en Ceuta y Melilla. El resto volvió a sus montañas, más o menos con la misma miseria que antes de entrar en una guerra ajena y con Dios más o menos en el mismo sitio que estaba antes del levantamiento militar del 18 de julio de 1936. Lo que aún faltaría por contar es qué pensaban aquellos fusileros marroquíes vestidos con el uniforme caqui de las tropas franquistas. Usados y dejados de usar, manipulados para que los españoles los consideraran la fuerza más disuasoria del régimen dictatorial. Mal pagados unos, engañados otros, sirvieron a un general que entraba en las ciudades bajo el palio de los obispos católicos. Habrá que darse prisa en preguntarles, porque ya quedan pocos supervivientes de aquella aventura bélica en Al-Ándalus.
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¿Que cómo se reclutaban? Como una auténtica leva, a imagen y semejanza del reclutamiento forzoso en los siglos XVI y XVII en Inglaterra o los esclavos en África. La propaganda les prometía riquezas, mujeres, botines, lo que provocó una serie de desmanes instigados por las tropas rebeldes cuando se produjeron violaciones de todo tipo. Todo ello dejó una leyenda negra sobre todo en Asturias, por la utilización de las tropas de África en la represión a la revolución minera. Un atavismo que ha durado varias generaciones. El propio Franco les dijo a comienzos de la contienda que las primeras rosas de la victoria serían para ellos. Cayeron muchísimos en el frente incorporados a las tropas regulares y pocos en la Legión. Con el engaño se les incitaba a combatir en las primeras filas, muchos de ellos se emplearon a fondo por el carácter guerrero que los caracterizaba, pero los demás eran incautos que no sabían en qué infierno los metían. Dejaron su piel en varios cementerios, muchos de los cuales ni están atendidos desde los años setenta. 5. Cementerios de marroquíes por toda España, abandonados
Un reciente informe técnico efectuado en 2011 por la empresa española especializada en sondeos geológicos Condor Georadar pone de manifiesto la existencia de numerosos enterramientos colectivos de soldados marroquíes repartidos por toda España, la mayoría de los cuales se encuentran en un absoluto estado de abandono, incluso con huesos fuera de las tumbas, como en el caso del cementerio de Barcia (Asturias), donde hay entre trescientas y cuatrocientas tumbas, algunas saqueadas. Este informe señala numerosos cementerios y fosas con restos de combatientes marroquíes en Castilla-León, Cataluña, Madrid, Comunidad Valenciana, Galicia, etc., y precisa que “dada la gran cantidad de fosas, localizarlas supone un coste económico en principio difícilmente asumible por ninguna administración”, al tiempo que considera que se trata de una “situación de abandono de miles de ciudadanos marroquíes y sus familiares, nunca dignificados y honrados ni en dictadura, ni en la actual democracia”. La mayoría de los supervivientes fueron licenciados mediante una liquidación si eran desmovilizados; si se iban voluntariamente, no cobraron un duro. A los que se les reconoció pensión es a los que se mantuvieron en el ejército y fueron licenciados. Se les acreditó una paga miserable y al fallecer las viudas no cobraban un duro, se les daba una pequeñísima indemnización y solo percibían pensión las viudas de los oficiales. Desde entonces —pocos lo saben porque quedan pocos testigos—, España sigue pagando regularmente a sus viejos soldados. Muchos han tenido
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que pleitear contra el Estado español, pero los pagadores castrenses continúan viajando regularmente al Rif, a Castillejos y a El Aaiún, ya que muchas tropas eran saharianas, para pagar a los que fueron soldados de Franco o a sus deudos. En el Sáhara concretamente, se organizan cuatro veces al año expediciones hacia El Aaiún, con un contenido preciado para las viudas o los supervivientes de aquellas tropas, setenta y seis años después. Una pensión española, aunque escasa —no llega a los trescientos euros—, puede ser una buena fuente de ingresos para según qué pueblos en el Sáhara. Algunos pasaron a las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos y perdieron todos sus derechos, ya que tampoco las FAR les reconocieron su antigüedad. La mayoría ingresó entre 1955 y 1956, pero una vez abierto el tráfico fronterizo, como eran originarios del sur, tras haber pasado no les permitían el regreso y se quedaban bloqueados en Arbaua. Se hicieron miles de reclamaciones. Varios oficiales españoles, incorporados a las FAR, se dedicaban en la Embajada española de Rabat a atender las reclamaciones y elaborar un fichero. Algunos reclamaban identidades que no existían en los archivos, pues con la desmovilización se perdieron. La situación fue dramática, sobre todo para las familias de los que fallecieron de forma natural. Incluso a algunos de los que murieron en la guerra, se les consideró simplemente como desaparecidos. Actualmente, de los miles de soldados marroquíes que lucharon en la Guerra Civil y que cuentan con una avanzadísima edad —suelen superar ya los noventa años—, solo quedan vivos trescientos veinte pensionistas que perciben una paga mensual de unos ciento setenta euros, equivalente a mil ochocientos dírhams marroquíes. El ochenta y cinco por ciento de estos pensionistas proceden de la zona norte de la entonces Administración española; el diez por ciento viene de la zona de Ifni; y un pequeño cinco por ciento, de los puntos más variados de Marruecos. De estas pensiones, unas veinte las perciben las viudas de guerra o aquellas que probaron que sus maridos fallecieron en acto de servicio. Todos los pensionistas tienen una edad avanzada. Tan es así que hace unos siete años eran unos cuatro mil ochocientos entre viudas —unas doscientas— y titulares. Hoy solo quedan algo más de trescientos. Solo las viudas de los fallecidos en guerra o en acto de servicio cobraban pensión, y no las viudas de los que fallecieron o fallecen aún por muerte natural. Esto es conforme a la última ley que regula los derechos de clases pasivas, de mediados de los sesenta. Estas viudas tienen una pequeña indemnización a tanto alzado por una sola vez que asciende a la irrisoria
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cantidad de unos mil o mil quinientos dírhams; indemnización fijada en una orden ministerial de 1949 y que desde entonces no ha variado. Últimamente está siendo muy activa la Asociación de Huérfanos de los Soldados Marroquíes del Ejército Español (Regulares). Sus miembros han conseguido despertar muchas simpatías entre los mandos militares y la población de Ceuta, reconocedores de que se ha cometido una auténtica injusticia con este colectivo. La situación en la que se encuentran las viudas es por lo menos injusta, porque en los años sesenta aún eran jóvenes y podían trabajar, pero hoy permanecen en condiciones paupérrimas. Se intentó cambiar la ley especial que regula estas pensiones de clases pasivas, pero el gobierno del PSOE siempre temió llevar un tema así al Parlamento por las repercusiones políticas y el mal cartel que tienen los soldados marroquíes que ayudaron a Franco a ganar la guerra. Ante esa vía muerta, se optó por intentar modificar la Orden Ministerial de 1949 que regula las indemnizaciones que se pagan a las viudas de los pensionistas fallecidos por muerte natural para subir la cuantía a unos quince mil o veinte mil euros de una sola vez, que repartidos a seiscientos euros al mes supondría para las viudas tres o cuatro años de paga. El Ministerio español de Asuntos Exteriores preparó los informes y los estudios actualizados de lo que costaría año tras año —coste decreciente— hasta el año 2020. Se presentó al Ministerio de Hacienda (Dirección General de Clases Pasivas) y al Ministerio de Defensa (Dirección General de Personal) y aún sigue pendiente. Del conjunto de soldados marroquíes que aún pueden beneficiarse de pensiones e indemnizaciones deben quedar unos centenares. Son muy mayores todos, nonagenarios. Pero en el año 2020 prácticamente se habrán extinguido por ley natural de vida. Como ilustrativo se incluye este párrafo de un artículo publicado en el diario El País el 26 de junio de 1994, realizado por su corresponsal en Sidi Ifni, Ferrán Sales. Se trata de parte de una entrevista con un exsoldado indígena, Mohamed Ben Madani, uno de los supervivientes de los célebres tiradores de Ifni, en respuesta a la pregunta: ¿cuántos años tienes, Mohamed? ¿Años de vida?, se pregunta este veterano del ejército español, mientras apura y reflexiona en torno a una colilla, sin llegar a encontrar una respuesta exacta. Trata de calcular su edad, a partir de su llegada a Sidi Ifni, cuando procedente de su ciudad natal, Tarudant, en el Atlas, llamó a las puertas del cuartel y solicitó ingresar en filas. Apenas tenía 15 años y los oficiales españoles trataron de rechazarlo, diciéndole que era “demasiado pequeño y bajo como para poder lIevar
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un fusil al hombro”. Lloró desconsoladamente y les explicó que si volvía a su ciudad le cortarían la cabeza. Le acabaron dando una ametralladora ligera y formó parte así de una división de choque, temida en el frente y bautizada con el sobrenombre de la “Mano Negra”. Salimos de aquí (Sidi Ifni) en barco. Primero Canarias. Después Cádiz. Con tren por Algeciras y Salagusa (Zaragoza). Allí dos o tres días. Pasamos un río por la noche. No hablar, ni una cerilla, ni nada. Pero cuando salió el sol: ta-ta-taaa... Mucha gente muerta. Tú no sabes cuanta gente matas. Quién sabe. Tú sólo tiras. Yo no mato a nadie. Sólo es Dios quien mata. Muchos muertos. Muchos. Luego Tortusa (Tortosa), Tarragona, Gandesa y Barcelona. Plaza Cataluña y las Ramblas. El día del desfile volvimos a las Palmas y en 1948 al Sahara.
Un relato que no necesita explicación. En conclusión diremos que la mayoría de los soldados marroquíes están ya muertos. Quedan hijos y nietos; y sobre todo queda pendiente su honor y dignidad, mancillados por prejuicios anclados en la sociedad española; y les queda también el derecho a que se escuche su voz y se les coloque en un lugar digno de sus sacrificios en la historia. 6. Los abuelos de los que ahora cruzan en pateras
Estos soldados reclutados por el general Franco no fueron unos traidores ni unos asesinos, fueron sencillamente unas víctimas más del hambre, del empobrecimiento y de la colonización, a los que se les pagó una soldada ridícula y de miseria por colocarse en primera línea de la guerra. Son los padres o los abuelos de los que ahora cruzan en pateras hacia el “paraíso europeo”. El general Francisco Franco quiso dejar bien claro a la sociedad española cuáles eran los poderes que lo habían llevado a la victoria en la Guerra Civil. Por eso no fue casualidad que se hiciera rodear por una escolta militar de soldados marroquíes en los primeros años de su dictadura de cuarenta años. La Guardia Mora fue tan popular casi como el Barça o el Real Madrid. Aún hoy, en los cuarteles de la Guardia Real de Juan Carlos I, en El Pardo, se conservan las salas al estilo marroquí que usaban los oficiales de aquella guardia de corps. Franco quería enseñar a los españoles que lo rodeaban el verdadero poder que le dio la victoria. Esos militares de élite que vestían capas blancas y montaban a caballo eran la flor y nata de cerca de las decenas de miles de guerreros que reclutó en el norte de África. Contradicciones a esta cruel paradoja: se dice que quería a la Guardia Mora, que lo acompañará con sus blancas capas durante más de veinte años, porque no se fiaba del ejército español para su propia protección
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personal. Los militares le habían servido para sus fines, pero desconfiaba permanentemente de unos mandos que él mismo había colocado. Pactó y alimentó acuerdos con los dirigentes marroquíes en función de sus propios intereses, favoreciendo así los viajes a la Meca, los cementerios musulmanes en España, el respeto a sus costumbres, y prometió ayudas para la lucha contra los franceses por la liberación de Marruecos. Mientras prometía esto, pactaba con la Iglesia católica la más intransigente doctrina religiosa de hecho y de conciencia para los españoles, no tolerando ningún tipo de veleidad religiosa que no fuese la católica apostólica romana, a la que dotaba de poderes sobre las conciencias, los bienes y las personas. Tras la Guerra Civil desaparecen los enemigos republicanos y monárquicos, y los dirigentes de Falange no fieles se ven obligados a emigrar o desaparecer. Franco se deshace así, poco a poco, de todos sus enemigos y sus amigos no deseables. El dictador, investido y reforzado “por la gracia de Dios”, no admitirá ninguna tregua, pacto o armisticio. Su objetivo fue siempre claro: ser el caudillo de una España libre para su grandeza imperial. Por ello instala la vetusta costumbre regia y feudal de entrar bajo palio en las catedrales españolas, y se atribuye los derechos imperiales de las investiduras, que significaban proponer al papa de la Iglesia católica quiénes tenían que ser sus obispos. Pero esta cruel paradoja escondía el sufrimiento de miles de marroquíes que se vieron forzados a luchar para acabar con la Segunda República, fueron enterrados en cementerios, eso sí, musulmanes, que fueron abandonados y olvidados en los campos españoles de la guerra, y algunos de ellos posteriormente vendidos para especulaciones urbanísticas. Las promesas del vencedor pasaron al olvido: las pensiones cada vez más ridículas fueron congelándose en el paso de los tiempos y las memorias del franquismo quedando como modelos de ingratitud permanente. Si hablamos de recuperación de la memoria histórica para todos los españoles, no podemos olvidar a aquellos que sin ser españoles participaron de manera obligatoria o voluntaria por la situación en que se encontraban o por las ideas que los movían, y entre ellos los que formaron parte del ejército vencedor: los marroquíes. Esta recuperación debería pasar por dos temas importantes: primero, por la reconciliación con una realidad que vino impuesta por el dictador utilizando al ejército colonial y a aquellos que le servían; y segundo, por la recuperación con hechos emblemáticos y de contenido histórico de la dignidad y la fraternidad del pueblo marroquí que fue obligado a combatir en las filas de un ejército rebelde y golpista a la soberanía del pueblo español. Limpiar, en definitiva, la historia —y las concien-
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cias generadas en el pueblo español— de los marroquíes que participaron en la guerra civil, de todas aquellas condenas de crueldades y vejaciones de las que se les ha venido acusando. Y a la vez restituir en las personas y familiares que sobrevivieron —y aún están presentes en nuestras vidas— su dignidad, con la equiparación de sus pensiones y retribuciones. Estos dos aspectos de reconocimiento histórico objetivo y real, además de la reparación económica por la injusticia de que han sido objeto los marroquíes, supondrían un lazo de amistad y entendimiento entre dos pueblos hermanos en la historia y vecinos necesarios en los momentos difíciles que están acaeciendo a causa de la crisis económica y el enfrentamiento cada vez más duro de los radicalismos religiosos y sociales. El abrazo del armisticio que Franco nunca quiso que se diera —algo emblemático que se entendiese como un signo de paz y condujera al fin definitivo de una guerra cruenta e inútil— significaría un avance histórico en la conciencia de los dos pueblos, considerando que este gesto de tan alto valor simbólico se haría con los más pobres y olvidados de la fraternal contienda: los viejos y escasos supervivientes de las tropas moras de Franco. Bibiliografía Broué, P. et Témine, É.: La Révolution et la Guerre d’Espagne, Paris: 1961. La Revolución y la Guerra de España, México: Fondo de Cultura Económica, 1962. La revolución y la guerra de España: Editorial Ayuso, 1973. The Revolution and the Civil War in Spain: Haymarket Books, 2007. Foro Militar español. , [15 de enero de 2013]. Isabel Sánchez, J. L.: “Moros al servicio de España”, revista Atenea, nº 25. Madariaga, M. R. de: Los moros que trajo Franco. La intervención de tropas coloniales en la Guerra Civil, Barcelona: Edit. Martínez Roca, 2002 y 2006. “Las tropas moras en la Guerra Civil”, El País, 25 de abril de 2009. Montagut Carreras, E.: “Regulares en la Guerra Civil española”, El País, 8 de diciembre de 2010. Sales, F.: “Entrevista con Mohamed Ben Madani”, El País, 26 de junio de 1994.
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Estampas militares de España en Marruecos: el Protectorado español y la pintura de Historia
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Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación. Proverbio árabe
La presencia de España en Marruecos tuvo una vertiente de marcado carácter militar. La conflictividad entorno a las denominadas plazas de soberanía de Ceuta y Melilla provocó infinidad de incidentes con las independientes cabilas y tribus asentadas en la zona norte de Marruecos, en permanente rebeldía contra la autoridad del sultán, y, por extensión, contra la presencia española, que la apoyaba. Desde la época de nuestra primera intervención en 1859, la única que se produjo de hecho en contra del Imperio marroquí, miles de españoles combatieron, sufrieron y murieron en los agrestes barrancos, montes y valles del Rif, Kert, Gomara, Lucus o Yebala. La huella que aquellos sucesos dejaron en la sociedad española fue grande y, por tanto, importante la producción artística, fundamentalmente literaria y pictórica, en la España de la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX. Del mismo modo que miles de marroquíes sirvieron bajo banderas de España durante décadas, muchos miles de españoles cumplieron su servicio militar en paz o en guerra en suelo norteafricano.
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Ilustración de Bertuchi en La Esfera, 1921.
Algunos de nuestros más destacados pintores dedicaron obras al tema histórico o costumbrista, pasando del orientalismo romántico decimonónico al realismo o el impresionismo. La producción de ilustraciones, carteles, estampas y sellos de correos fue así mismo extensa y variada. Por otro lado, una parte importante de la administración del Protectorado establecido a partir de 1912 estuvo en manos de militares, y las unidades de guarnición en aquellos territorios fueron abundantes. La obra pictórica de corte historicista, tan favorecida por las exposiciones nacionales de Bellas Artes o las de pintores de África, no se limitó a los acontecimientos bélicos, sino también a la vida cotidiana del Protectorado en su etapa de esplendor, una vez finalizadas las campañas en el año 1927. A la que podemos considerar como primera generación de pintores de tema histórico marroquí, corresponden nombres como Fortuny, Rosales o Sans y Cabot. En una segunda generación cabe enmarcar las obras de pintores especializados en temas militares como Álvarez Dumont, Unceta, Estevan, Palmarolli o Cusachs. En una tercera generación podemos incluir — aunque algunos a caballo de las dos últimas— a Muñoz Degraín, Ulpiano Checa o Moreno Carbonero, acompañados de ilustradores gráficos como Navarrete, Alcázar o Banda. Y en la más reciente, directamente relacionada con la última fase del Protectorado, a Mariano Bertuchi Nieto, quizás el más importante cuantitativa y cualitativamente. Mención aparte ha de hacerse de un peintre de batailles contemporáneo, Ferrer-Dalmau, que ha dedicado gran parte de su obra de tintes hiperrealistas a narrar con sus pinceles muchos episodios bélicos de las campañas de Marruecos. En esta recopilación de obras, que por razones de espacio no puede pretender ser exhaustiva, se han seleccionado una serie de obras que podrían
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catalogarse como de las más representativas cronológica y significativamente, algunas escasamente divulgadas por hallarse en localizaciones dispares y de no fácil acceso al público general. En ellas se aprecia el tránsito del romanticismo al realismo, en ocasiones no exento de cierto sentido heroico del hecho de armas, pero más proclive a ensalzar el sacrificio y la abnegación de soldados y oficiales que a hacer apología de la violencia. Si en ocasiones, como en algunas colecciones de postales o ilustraciones gráficas, la imagen del marroquí fue denostada o caricaturizada —consecuencia de la crueldad con que se comportaron algunos rifeños contra los españoles, sobre todo en 1921—, la pintura de historia generalmente los representaría como meros enemigos en combate a la manera clásica, desprovista de cualquier atisbo de desprecio por el adversario. La obra de España en Marruecos, como toda obra humana, no estuvo exenta de sombras, pero indudablemente fueron muchas más las luces que a la larga aportó a la formación de la nación marroquí. Quizás es momento de reinterpretar algunos lugares comunes de nuestra historiografía: el de los militares africanistas proclives al golpismo, cuando en realidad por África pasó gran parte de la oficialidad del ejército, muchos unidos al levantamiento de julio de 1936, pero muchos también leales a la República; el de la violencia sistemática contra los indígenas que, salvo en los duros meses de la reconquista del territorio perdido en 1921, apenas se produjo; el del poder fáctico de un ejército, que realmente siempre estuvo bajo las órdenes de un indeciso poder político que nunca culminaba las operaciones; o el de la sistemática incapacidad bélica que, sin ignorar las deficiencias en momentos puntuales, no fue más grave que la que provocó los desastres sufridos por franceses —más de tres mil bajas provocadas por Abd el Krim en 1925—, italianos o británicos en sus respectivas aventuras coloniales; por mencionar algunos. Sí parece más exacto recordar cómo centenares de oficiales regaron con su sangre los campos del norte de Marruecos, dando ejemplo en primera línea, junto a sus sufridos soldados europeos o marroquíes, o actuando como elementos fundamentales de la acción pacífica, social, sanitaria y educativa —los interventores— a lo largo de cuatro décadas. Cuando llegó la independencia en 1956, miles de españoles, incluyendo muchos militares, se vieron obligados a dejar unos lugares a los que estaban unidos por lazos familiares, afectivos y profesionales, sin que ocurriera un solo incidente reseñable. La comparación con la trágica descolonización francesa de Argelia, que provocó miles de víctimas y la caída de la República, o el afecto con que de modo general se acoge al español hoy día en Marruecos son señales de lo que fue nuestra presencia en aquellas tierras. Quizás sir-
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van estas imágenes para contribuir a comprender mejor la historia común y la realidad de España en Marruecos, la más relacionada con la historia militar, parte inseparable de la Historia con mayúscula, y de cómo la vivieron, sintieron e interpretaron artistas muy próximos cronológica o sentimentalmente a ella. Bibliografía Azpeitia Burgos, A.: Marcelino de Unceta, Zaragoza: Ayuntamiento de Zaragoza, 1980. Barón, E. y Díez, J. L.: El siglo XIX en el Prado, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2007. Díez, J. L.: La pintura de historia del siglo XIX en España, Madrid: Museo Nacional del Prado, 1992. Esteban Laguardia, Luis; http://espaciocusachs.blogspot.com.es/ Guerrero Acosta, J. M.: El ejército español en Ultramar y África, soldados olvidados del otro lado del mar, Madrid: Acción Press, 2002. Guerrero Acosta, J. M.: “De pintores, historia y batallas”, en Ferrer Dalmau: Arte, historia y miniatura, Valladolid: Dalfran S. L. (F D), 2012. La Esfera, Revista ilustrada, varios números, 1909-1924. Martín Corrales E.: La imagen del magrebí en España. Una perspectiva histórica: siglos XVI-XX, Barcelona: Ed. Bellaterra, 2002. Martínez Roda, F.: Varela, el general antifascista de Franco, Madrid: La Esfera de los Libros, 2012. Mora Villarejo, L. et alii: El Protectorado español en Marruecos a los 100 años de la firma del Protectorado: Fondos documentales en la biblioteca islámica Félix Mª Pareja, Madrid: aecid, 2012. Nuevo Mundo, Revista ilustrada, varios números, 1909-1922. Perez Galdós, B.: Aita Tetuaen, en Episodios Nacionales, Madrid: Biblioteca El Mundo-Espasa, 2008. Servicio Histórico Militar: Historia de las campañas de Marruecos, Madrid (varios volúmenes), 1947-1981. Vallina Menéndez, S.: Mariano Bertuchi: el pintor de Marruecos, Barcelona: Lunwerg Editores, 2006. Villanova Valero, J. L.: Los interventores: la piedra angular del Protectorado Español en Marruecos, Barcelona: Bellaterra, 2006. VV. AA.: Al servicio del Protectorado, catálogo de la exposición, Madrid: Ministerio de Defensa, 2012. VV. AA.: España en sus héroes, Madrid: Ornigraf, 1969. Varios volúmenes. VV. AA.: La Guerra de África (1859-60), Ceuta: Comunidad Autónoma. Comandancia General, 2010.
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Ilustraciones
Selección de imágenes: José Manuel Guerrero Acosta
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Sans y Cabot: “El general Prim en la Batalla de Tetuán”. Óleo sobre lienzo, 360 x 298 (1865). Museu d’Art Modern de Catalunya, Barcelona.
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Soldados: os he encontrado siempre contentos y dispuestos a llenar la noble misión que la Reina y la Patria os había confiado. Los moros han hecho el último y desesperado esfuerzo de un ejército que defiende su país y su independencia... Enrique O’Donnell. Orden general al Ejército de Operaciones.
Sans y Cabot: “El general Prim en la Batalla de Tetuán” El barcelonés Francisco Sans y Cabot (1828‑1881) pintó este magnífico lienzo sobre la segunda gran batalla de nuestra única guerra contra el Imperio de Marruecos (1859-1860) por encargo de la Diputación de Barcelona. El papel protagonista lo reservó para su paisano el general Joaquín Prim y Prats, jefe del II Cuerpo de Ejército en la jornada del día 4 de febrero de 1860. Frente a la ciudad se hallaban las tropas mandadas por Muley el Abbas, hermano del sultán. Las tropas españolas avanzaron decididamente contra los dos campamentos principales del enemigo. Cuando los hombres de Prim, que avanzaban por la izquierda del despliegue, se hallaban a unos metros de las líneas marroquíes, una zanja pantanosa impidió su movimiento, siendo acribillados por el enemigo. Entonces el general espoleó a su caballo y, como ya hiciera en diciembre en Castillejos, se puso al frente del ataque contra el parapeto fortificado por los moros, entrando a la carga con su montura en la posición. Lo siguieron los soldados del Batallón de Cazadores de Alba de Tormes nº 10 —cuya bandera reproduce el pintor tras la figura de Prim—, los Voluntarios Catalanes, y los regimientos de la Princesa, León y Córdoba. En el lienzo, tras el general, galopa su ayudante de campo —identificable por los cordones dorados— mientras que a su alrededor se ven los soldados de cazadores, que visten el poncho color pardo usado por la infantería durante esta dura campaña invernal y se cubren con el ros, prenda típica española, que se emplearía por la Infantería durante más de sesenta años. Junto a ellos, y situados en posición destacada, como corresponde al encargo que recibió el artista, los catalanes con su uniforme azul y tocados con la barretina combaten en lucha cuerpo a cuerpo con los marroquíes. En primer plano, intentan escapar dos guerreros rifeños del ejército del sultán, uno de ellos armado de una espingarda. La mayoría de ellos, una vez rotas sus líneas, se dispersaron hacia la ciudad. Al fondo se observa uno del centenar largo de cañones capturados a los marroquíes, idénticos a los que serían fundidos para fabricar los dos leones que hoy adornan la puerta del Congreso de los Diputados. Con la conquista de Tetuán se cumplía uno de los dos objetivos estratégicos que se había marcado el Gobierno: establecer una zona de seguridad en torno a Ceuta y alcanzar las ciudades de Tetuán o Tánger.
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“El cabo Pedro Mur en África”, estampa de Villegas, 1880.
En la composición destaca el acertado y equilibrado conjunto de los combatientes en lucha —no obstante retratados en su individualidad— transmitiendo una sensación de heroísmo sereno. La obra se acerca más a la modernidad, propia de finales del siglo XIX, que a los cánones de la época en que se pintó. Es, sin duda, una de las obras cumbres de nuestra pintura de historia. Mariano Fortuny: “Nuestra tienda de campaña” El catalán Mariano Fortuny (Reus, 1838 - Roma, 1874) realizó, a pesar de su corta vida, una producción considerada como obra cumbre de la pintura española del XIX. Como muchos otros, el joven artista fue pensionado por España para perfeccionarse en Roma. Recibió su primer encargo profesional de la Diputación de Barcelona, para realizar alguna pintura sobre los hechos de armas protagonizados por el ejército expedicionario. Desembarcó en una Tetuán recién ocupada por los españoles el 12 de febrero de 1860, junto al que posteriormente sería su cuñado, Jaime Escriu. La Guerra de África despertó un gran sentimiento patriótico en España, que distrajo la atención de los graves problemas de política interior que acuciaban al país, uniéndolo ante una empresa exterior. Reporteros, artistas y nuestro primer fotógrafo de guerra, Enrique Facio, cruzaron el Estrecho y acompañaron a las tropas, al modo de la Campaña de Crimea o de la Guerra de Secesión Norteamericana. Nada más llegar, Fortuny realizó numerosos apuntes del natural de hombres y paisajes de la zona, que causaron viva impresión
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Mariano Fortuny: “Nuestra tienda de campaña”. Tinta y acuarela sobre papel, 78 x 20 (1860). Museu Salvador Vilaseca, Reus.
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al general Prim, quien lo autorizó a incorporarse a su Estado Mayor. Posteriormente, le encargaría una obra sobre la batalla de Castillejos, aunque solo se conservan los apuntes y borradores de la misma. También realizó otro cuadro sobre la única gran batalla de la que fue testigo: la de Wad-Ras (Museo Nacional del Prado), que pondría punto final al corto conflicto. La obra de mayor formato de Fortuny, que además es la más conocida, es su Batalla de Tetuán (Museo Nacional de Arte de Cataluña). En el museo Salvador Vilaseca de su ciudad natal, se conservan varios dibujos y apuntes, realizados por el artista para aprovecharEl teniente Adolfo Pons ayudante del general Prim. los en trabajos posteriores, que son de gran interés documental y humano. Retratos a lápiz y plumilla de oficiales, soldados y tipos marroquíes, caballos, edificios... Entre ellos llama la atención una vista que el pintor dibujó del interior de la tienda de lona en la que se alojaba, probablemente junto a otros oficiales del Estado Mayor. Sentado sobre una caja de municiones, se retrató trabajando apoyado en una caja de raciones navales de galleta de procedencia británica (¿de Gibraltar?), rodeado de los modestos enseres de campaña. Destaca el efecto luminoso del fondo de la composición recreando la fuerte luz norteafricana sobre la tela de la tienda y los ágiles toques de pincel. El orientalismo fue un estilo artístico muy en boga en el siglo XIX y principios del XX. Sus máximos exponentes en la literatura fueron Lord Byron y Chateaubriand, y en pintura Horace Vernet o Delacroix. En cuanto a la pintura española, como en otros países, el tema romántico y orientalista tuvo muchos cultivadores, siendo obligado mencionar, además de Mariano Fortuny, a Josep Tapiró (1836-1913), Ramón Tusquets (1837-1904), José Navarro Llorens (1867-1923), Antonio Muñoz Degrain (1840-1924) y, por supuesto, Mariano Bertuchi (1884-1955).
Ilustración del cabo Pedro Mur, el soldado Pedro Castillo y el cabo Francisco Pérez.
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La noche anterior, de centinela junto al río, frente al llano de Benimadan, había visto que todos los perros de Tettauen pasaban por una y otra orilla en dirección al campo de los españoles... yo sin decir nada pensé que el desfile de perros era un hecho de malísimo augurio... Benito Pérez Galdós. Aitta Tettuaen.
Estevan y Vicente: “Batalla de Tetuán” Enrique Estevan y Vicente (Salamanca, 1849 - Madrid, 1927) fue alumno de la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando y muy pronto comenzó a concurrir a exposiciones nacionales. Fue un destacado partidario de la causa carlista, llegando a ser protegido y pintor de cámara de Carlos de Borbón, para quien pintó varios retratos y óleos de batallas, como Batalla de Somorrostro. Durante el reinado de Alfonso XII, ejerció el profesorado y fue asiduo colaborador de publicaciones ilustradas como Álbum Salón, Blanco y Negro, La Ilustración Artística, La Ilustración Española y Americana, Nuevo Mundo o Alma Española, elaborando innumerables estampas militares. Su estilo, como el de otros pintores de la época, se encuentra a medio camino entre un cierto academicismo y las derivaciones del impresionismo de principios del XX. Entre sus obras podemos incluir: Requiebro (cuadro adquirido por Alfonso XII), Relato del combate y Batalla de Tetuán, este último adquirido por el entonces Ministerio de la Guerra, para el que realizó además los retratos de los generales Prim y Narváez. Para el Palacio del Senado realizó los de los políticos Pi y Margall, Silvela y Raimundo Fernández Villaverde. El cuadro que nos ocupa, Batalla de Tetuán, se encuentra en el madrileño Palacio de Buenavista, antigua sede del Ministerio de la Guerra y actualmente sede del Cuartel General del Ejército. Ha sido erróneamente atribuido a Sans y Cabot, al no ir firmado ni fechado, pero una simple comparación con las obras más conocidas de estos dos pintores despeja todo género de dudas. Estevan eligió una de las batallas más representadas en nuestra pintura (al igual que Fortuny, Palmarolli, Fierros o Rosales). Tetuán, la ciudad blanca, era la llave para la victoria de una campaña que costó casi tres mil muertos por enfermedades y más de un millar en combate. Fue una batalla rápida, de poco más de dos horas de duración, de gran protagonismo de la Artillería española, que disparó sin cesar mientras cambiaba de posición, desarbolando las defensas marroquíes. Fue una de las pocas de esta guerra en que los combates se llevaron a cabo de forma ortodoxa. Estevan representa, como Sans y Cabot, el momento decisivo: el asalto por las tropas del II y III Cuerpos (generales Prim y Ros de Olano) a la línea defensiva enemiga, pero situando al observador en la posición mora. La guerra terminó ante la capitulación marroquí —tras la batalla de Wad Ras— presionados por una Gran Bretaña que no quería que España ocupara la otra orilla del Estrecho. Nuestra presencia permanente no llegaría hasta medio siglo más tarde, con la instalación del Protectorado.
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Estevan y Vicente: “Batalla de Tetuán”. Óleo sobre tela, 321 x 190 (1887). Cuartel General del Ejército, Madrid.
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Marcelino de Unceta López: “Sin título” (Guerra de Melilla de 1893) Marcelino de Unceta López (Zaragoza, 1835 Madrid, 1905), de familia castrense —padre y hermano militares—, intentó sin éxito ingresar en la Academia de Artillería. En 1850 entró en la Escuela de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza. En 1858, obtuvo mención honorífica de primera clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes, con su obra Don Rodrigo en la batalla de Guadalete. Era la época de los más estrictos cánones academicistas. En 1855 su familia se trasladó a Madrid, y continuó sus estudios en la Escuela de San Fernando, siendo sus maestros José Federico Madrazo y Carlos Luis Ribera. En 1866 regresó a Zaragoza, donde impartió clases de dibujo en el Ateneo, siendo un habitual en las exposiciones nacionales como pintor de historia. Entre 1871 y 1872, pinta dos grandes lienzos para la recién terminada cúpula mayor del templo del Pilar. Para el Ayuntamiento realizó una galería de retratos de los héroes y heroínas de los sitios; y, para el Casino Principal de la ciudad, una galería de reyes y personajes de Aragón. Se dedicó extensamente a la litografía para las revistas ilustradas, donde eran muy apreciadas las escenas de las campañas de ultramar o de guerras pasadas. Trabajó para Blanco y Negro y La Ilustración Española y Americana, y anualmente dibujaba la portada del semanario zaragozano El Pilar, el día de la fiesta del 12 de octubre. En 1886 se trasladó a Madrid donde residió definitivamente y continuó con sus diseños, litografías y escenas históricas, con una pintura de clara tendencia impresionista. Realizó más de una veintena de carteles de toros para las plazas más importantes de España, lo que le dio gran fama nacional e internacional. No abundan los cuadros dedicados a la pequeña Guerra de Melilla de 1893. Posiblemente este que presentamos sea uno de los escasos existentes. Unceta eligió para esta obra la técnica de la grisalla, ejecutada al óleo. Esta técnica se había desarrollado
Marcelino de Unceta: “Jinetes rifeños”.
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Marcelino de Unceta López: “Sin título” (Guerra de Melilla de 1893), 76 x 46 (ca. 1895). Museo del Ejército, Toledo.
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durante el Renacimiento para dar sensación de relieve escultórico. Durante el siglo XVII se utilizó para mostrar la maestría del pintor en la creación de una falsa perspectiva. No es de descartar que aquí Unceta lo que quisiera fuera facilitar su paso posterior a la litografía para su publicación en una revista. En todo caso, muestra una gran soltura compositiva, con un marcado predominio del dibujo frente al color. Al aplicar tonos negros, blancos y grises, produce un efecto monocromático pero de cierta calidez. Todo ello contrasta con un fondo muy difuminado. La pintura está resuelta con pinceladas cortas y transmite una gran potencia visual. La composición recrea un asalto de Infantería de línea española a un parapeto ocupado por rifeños. Las figuras se representan en escorzos muy realistas captando el movimiento en el campo de batalla. El autor consigue atrapar la atención del espectador haciéndolo partícipe de la acción. Ulpiano Checa: “Salida para Fantasía, I” Desde muy temprano, Ulpiano Fernández-Checa y Saiz (Colmenar de Oreja, Madrid, 1860 - Dax, Francia, 1916) sintió gran inclinación por el dibujo, para el cual contaba con innato talento, que lo llevó muy joven a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando (1877-1883). Obtuvo, al terminarlos, plaza de pensionado en Roma. Desde la capital italiana envió a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887 su famoso lienzo La invasión de los bárbaros, que obtuvo primera medalla de oro y hoy se conserva en el Museo del Prado. Se trasladó a vivir a París, donde contrajo matrimonio. Obtuvo los primeros galardones en diversas exposiciones en el país galo, entre 1889 y 1891. En 1895 viajó a Estados Unidos, donde obtuvo la medalla de oro en la Exposición Internacional de Atlanta y en la de Chicago. El artista pasó mucho tiempo de su vida viajando por motivos profesionales o familiares, como cuando realizó una larga estancia en Argentina y Uruguay, donde cumplió varios encargos pictóricos o de ilustración, como un retrato del general Mitre. A pesar de su éxito internacional y de sus largas estancias en Francia, Checa siempre regresaba a España. En las visitas a su pueblo natal, pintó los grandes murales de la iglesia parroquial de Colmenar durante los años 1897 y 1901. Cultivó la ilustración, diseñó carteles con motivos orientales y turísticos, y publicó un Tratado de perspectiva para artistas, que tuvo gran popularidad en su época. Sus espectaculares y épicas imágenes del Imperio Romano inspiraron las escenas principales realizadas por cineastas como Cecil B. de Mille y Fred Niblo (Ben Hur, 1925), o Mario Bonnard (Los últimos días de Pompeya, 1959). Checa viajó a Argelia en dos ocasiones, en 1910 y 1913, a la búsqueda de inspiración para dos de sus temas favoritos: el orientalismo y la pintura ecuestre. Siempre se confesó un enamorado del movimiento de los caballos, que inmortalizó en numerosos cuadros y esculturas. Fruto de su viaje a la colonia francesa, pasando por el
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Ulpiano Checa: “Salida para Fantasía, I”. Óleo sobre lienzo, 100 x 130 (ca. 1910). Museo Ulpiano Checa, Colmenar de Oreja, Madrid.
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Ulpiano Checa: “Agosto de 1909”.
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Marruecos español, son diversas pinturas de jinetes marroquíes, normalmente grupos en larga cabalgada llenos de colorido y dinamismo. En agosto del año 1909 pintó un cuadro de una pareja de centinelas de la caballería española destinado en Marruecos, en su puesto de guardia al amanecer. Contrariamente a lo que era usual en él, representa a los caballos parados, cumpliendo una más de las muchas misiones que el hombre ha demandado al caballo de guerra. Sus jinetes visten el rayadillo y se cubren con el ros, que en África se llevó provisto de una funda de tela para proteger la nuca del inmisericorde sol norteafricano. Antonio Muñoz Degrain: “El Cabo Noval (Episodio de la Guerra del Rif)” Antonio Muñoz Degrain (Valencia, 1840 - Málaga, 1924) empezó su vida profesional estudiando arquitectura, pero pronto la abandonó para dedicarse a la pintura. Asistió a la Academia valenciana de San Carlos, aunque él mismo siempre se consideró esencialmente autodidacta. En 1856 viajó a Italia, a pie y sin dinero. En 1870 recibió de un amigo el encargo de decorar el Teatro Cervantes de Málaga y se estableció en esa ciudad. Siempre se consideró malagueño de adopción. Allí se casaría y en 1879 sería nombrado profesor de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. Fue maestro de numerosos artistas, entre ellos Pablo Picasso, quien lo recordaría siempre con afecto y respeto. Fue pensionado por el Gobierno para trasladarse a Roma en 1881, donde pintó Los Amantes de Teruel, quizás su obra maestra y una de las grandes obras de la pintura española del XIX. En 1898 ingresó en la Academia de San Fernando de Madrid, donde llegaría a ser director entre 1901 y 1912, siendo también presidente del Círculo de Bellas Artes. Alcanzó numerosos galardones en las exposiciones nacionales de Bellas Artes, y obtuvo también numerosos premios en las de Filadelfia (1876), Múnich (1883) y Chicago (1893). Cultivó el género histórico, el paisaje y la recreación literaria, con un estilo original, vehemente, de colores e imágenes intensas, como fue su carácter. En la última etapa de su obra se alejó del realismo que tan bien dominaba, acercándose al impresionismo, e incluso a un premodernismo cargado de simbolismo. A su primer periodo pertenece su primera obra relacionada con la historia de España en Marruecos: El cabo Noval. A la última, Los de Igueriben mueren, pero no se rinden, que dejó inacabada a su fallecimiento. El cabo Noval (episodio de la guerra del Riff) (sic) es un gran lienzo con el que el artista obtuvo la medalla de oro de la Exposición Nacional de 1910. El cuadro original fue donado por el propio pintor al Museo de Bellas Artes de Valencia, como otras obras suyas, y como hiciera también a los de Granada y de Málaga. En el de esta última ciudad se conserva un boceto sobre papel de dicha obra. El pintor representó la gesta protagonizada por el asturiano Luis Noval Ferrao, cabo del Regimiento de Infantería Príncipe número 3, en la noche del 27 de septiembre de 1909 en la
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Antonio Muñoz Degrain: “El Cabo Noval (Episodio de la Guerra del Rif)”. Óleo sobre lienzo (1910). Museo de Bellas Artes San Pío V, Valencia.
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Patrulla de infantería española en Marruecos, otoño de 1909.
posición avanzada del Zoco el Had de Beni Sicar. Situada a unos 7,5 kilómetros al oeste de Melilla, había sido establecida recientemente, no habiéndose terminado su fortificación, aunque sí su alambrada, y parejas de escuchas y centinelas montaban guardia nocturna en el exterior. Mientras efectuaba una patrulla, Noval y su escuadra fueron sorprendidos por un grupo de cabileños de Beni Urriaguel, quienes los obligaron a acercarse a las alambradas con intención de engañar a los centinelas. Sin embargo al llegar a estas, Noval gritó “¡Fuego! ¡Tirad, que son ellos!”, consiguiendo atraer el fuego de los defensores, impidiendo así que el enemigo entrara en la posición. A la mañana siguiente —tras toda una noche de combate— al salir a hacer la descubierta, los españoles encontraron el cuerpo sin vida del cabo Noval “con el fusil fuertemente sujeto entre sus brazos, el cuchillo bayoneta ensangrentado y junto a él los cadáveres de dos moros”, según reza la resolución del 19 de febrero de 1920, por la que se le concedió a título póstumo la Cruz de San Fernando de segunda clase, la máxima condecoración al valor que se concedía a las clases de tropa. Mariano Bertuchi Nieto: “La carga” Mariano Bertuchi Nieto (Granada, 1884 - Tetuán, 1955) fue otro artista precoz. A los ocho años de edad se diplomó en la Academia Provincial de Bellas Artes de Málaga y, a los doce, obtuvo el título de socio de honor del Liceo Artístico. Al igual que otros pintores de la época, como Álvarez Dumont, Moreno Carbonero o Muñoz Degrain, estuvo muy ligado a Andalucía. Su familia se trasladó a residir a la ciudad de Málaga. Allí contrajo matrimonio en 1908 y nació su único hijo, Fernando. En el año 1900 ya expuso en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Poco tiempo después finalizaría su formación en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde tuvo de profesor a Muñoz Degrain.
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Mariano Bertuchi Nieto: “La carga”. Óleo sobre lienzo, 150 x 100 (1929). Museo del Ejército, Toledo.
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Mariano Oliver Aznar: “Carga de Taxdirt”, La Ilustración Española y Americana, marzo de 1911.
El primer viaje de Bertuchi a África fue a Tánger, en 1898. También residió en varias ciudades españolas en busca de inspiración y nuevas tendencias estéticas. Volvió a Marruecos en 1903, en plena guerra civil en el reino alauita, tomando numerosos apuntes y realizando infinidad de bocetos. Posteriormente volvería acompañando a las tropas españolas durante 1909-1927, realizando muchas ilustraciones para las revistas gráficas, especialmente para La Esfera. En esa época pintó un retrato del general Silvestre. Tras distintas estancias en San Roque (Cádiz), Melilla y Ceuta, se instalaría con su familia en Tetuán en el año 1928. El cuadro que nos ocupa representa una de las acciones más famosas de la campaña de 1909, el combate de Taxdirt, el 20 de septiembre. En ella, el cuarto escuadrón del Regimiento de Caballería Cazadores de Alfonso XII realizó tres cargas sucesivas para proteger el repliegue de los batallones de Cazadores de Tarifa y de Chiclana, amenazados por un gran número de rifeños. Bertuchi representa una de las cargas vista desde las posiciones españolas. El pintor recrea a los jinetes en pleno combate al arma blanca, vestidos con el uniforme de rayadillo y el salacot modelo británico con que se equipó a las tropas de Melilla para aquella campaña y que sería sustituido por los primeros uniformes color caqui a partir de 1912 (Guerrero Acosta: 2002). En el cuadro es de señalar el dominio en el manejo del color, habitual en Bertuchi para recrear la luminosidad africana en sus cuadros, en este caso el del terreno agreste de la cabila de Beni Sicar. Es notable la sutil representación del humo de los disparos y de la polvareda provocada por los cascos de los caballos, que envuelven a los personajes, recreados con una técnica muy dinámica. El combate de Taxdirt es uno de nuestros hechos de armas más representado en el arte y, al igual que otros, de manera variopinta: las muchas series de cromos sobre la guerra en Marruecos que se editaron en las dos primeras decenas del siglo XX, en ilustraciones de libros, e incluso en el comic (Antonio Hernández Palacios en 1978). Sería inmortalizado también en el lienzo por otros artistas, como un casi desconocido Mariano Oliver Aznar en 1911, por Delfín Salas hacia 1980 o por Augusto Ferrer-Dalmau más recientemente.
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Mariano Bertuchi Nieto: “El interventor”. Óleo sobre lienzo, 83 x 108 (1941). Museo del Ejército, Toledo.
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“El interventor” Bertuchi situó en este lienzo, enmarcándolo en un típico paisaje del norte de Marruecos, a un oficial del servicio de intervenciones, en uno de los muchos desplazamientos que tenían que efectuar en cumplimiento de sus funciones, seguido a corta distancia por su escolta de tropas indígenas. El artista rindió así su particular homenaje a la figura del interventor, que se ha definido como “la piedra angular del Protectorado español en Marruecos” (Villanova Valero: 2006). El interventor debía cumplir múltiples misiones. Era el eje del engranaje de la Delegación de Asuntos Indígenas, el enlace entre las autoridades españolas y las del jalifa o representante del sultán. Supervisaba la educación, los impuestos, el censo de la población, las armas particulares; mediaba en justicia; ayudaba a los médicos en las campañas de vacunación o en el control de las epidemias y el funcionamiento de los dispensarios. También ejercía una importante función de información sobre cualquier asunto de interés, del que daba cuenta de forma telegráfica diariamente a Tetuán. Para cumplir su misión estos oficiales debían tener un conocimiento profundo de la sociedad marroquí, desde sus usos y costumbres, pasando por las tradiciones, la organización religiosa, la organización político-administrativa del Majzén (gobierno del sultán), hasta el carácter de los habitantes de cada una de las muy diferentes cabilas asentadas en el territorio del Rif. Dado que, por rivalidades entre el estamento civil y militar, hasta 1947 no se establecería la Academia de Interventores en el Protectorado, durante muchos años los oficiales designados para estos puestos tuvieron que ser verdaderos autodidactas. En dicha academia se definía al interventor como “hombre joven, cristiano, generoso y dado a la hidalguía”. Ello da idea del espíritu con que España afrontaba sus funciones en el Protectorado. A pesar de lo complicado de sus tareas, los limitados medios con que contaron la mayor parte del tiempo y su escasa formación específica, que hubieron de suplir con su esfuerzo personal, la labor que realizaron trascendió en mucho su mera condición militar, sin estar exenta de sombras. Muchos de los interventores españoles fueron auténticos especialistas, que se formaron lo mejor que les fue posible, en sociología e idioma árabe, que intentaron aprender y llegaron a dominar en gran parte. Es de lamentar que la labor de hombres como Blanco Izaga, Delgado Gutiérrez, Padilla y muchos otros de la primera época, o los menos conocidos Benítez Cantero o Víctor Martínez-Simancas, antes de la independencia, no haya tenido su reconocimiento académico, como sí ocurrió con sus homólogos de Francia o Gran Bretaña. “Sin título” (Entrada de la mehala jalifiana en Tánger, 1940) Mariano Bertuchi estuvo fuertemente ligado por lazos profesionales y afectivos a la obra de España en África. En 1928 fue nombrado inspector jefe de los Servicios de Bellas Artes del Protectorado. Desde su puesto en Tetuán, capital del Protectorado español, simultanearía la pintura y la enseñanza junto con la dirección de
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Mariano Bertuchi Nieto: “Sin título” (Entrada de la mehala jalifiana en Tánger). Óleo sobre lienzo, 120 x 75 (1940). Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, Madrid.
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Cartel para el Protectorado español, original de Mariano Bertuchi.
Portada de la revista África, con ilustración de Mariano Bertuchi.
las diversas instituciones creadas a iniciativa suya: las Escuelas de Artes Indígenas de Tetuán y Xauen, la Escuela Preparatoria de Bellas Artes de Tetuán y el Museo Marroquí de aquella ciudad que fuera refundada por el granadino Sidi Mandri en 1484. Y fue Tetuán una de las ciudades que convirtió en centro neurálgico de las artes de la zona española del norte de África. La huella de su labor fue profunda y, como muestra, cabe citar que el rey Mohamed V decidió que los centros docentes que creó continuasen con su labor después de alcanzada la independencia de Marruecos. La ciudad de Tánger había sido declarada zona internacional en los acuerdos que dieron origen al Protectorado español en Marruecos. La ciudad vivió un gran desarrollo comercial y de población, gracias a las franquicias aduaneras. Infinidad de empresas dedicadas a la importación —así como firmas comerciales regentadas por españoles, hebreos y de otras nacionalidades europeas— se instalaron en la ciudad, que incrementó rápidamente su población. La quinta parte de los más de cien mil españoles que vivían en el Protectorado lo hacían en Tánger. Con el estallido de la II Guerra Mundial la ciudad se llenó de espías de ambos bandos. También se convertiría en el destino elegido por numerosos europeos, por su régimen de permisividad con la prostitución y el consumo de opio. En las semanas inmediatamente anteriores a la capitulación de Francia ante Alemania, España tomó la decisión de ocupar Tánger. Una vez recibido el beneplácito francés y británico por el entonces ministro de Exteriores Beigbeder, fuerzas de las mehalas de Larache y Tetuán (tropas del sultán encuadradas y mandadas por oficiales españoles) entraron en la ciudad el 14 de junio de 1940. El artista recoge ese momento, destacando al oficial que mandaba la columna, posiblemente el coronel Antonio Yuste Segura, quien quedaría como jefe de la guar-
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Cartel de alistamiento, diseño de Bertuchi (ca. 1930).
Sello diseñado por Mariano Bertuchi (1936), colección J. Albert.
nición. Destaca la figura del militar español en mitad de la abigarrada formación castrense y de la colorida multitud indígena. La ocupación española de Tánger terminó en septiembre de 1945, cuando los aliados vencedores en la contienda mundial ya no necesitaron la neutralidad española que tanto los había favorecido durante la guerra. No deseaban que España controlara el estratégico puerto comercial. Las tropas españolas abandonaron la ciudad, que volvió a su status de administración internacional, aunque de la huella que dejó su presencia da idea el hecho de que, un año después, el consulado inglés y el norteamericano se quejaban de la ineficacia de la policía internacional y reclamaron que se pusiera bajo control de personal español (Martínez Roda: 2012). “Entrada de S. E. el general José Enrique Varela, alto comisario del Protectorado en la ciudad de Tetuán” Bertuchi pintó al estilo de Fortuny en su primera juventud. Fue acercándose progresivamente hacia un realismo de tipo costumbrista, para alcanzar una técnica plena de un luminoso impresionismo. Finalizadas las campañas militares, se convirtió virtualmente en el pintor oficial del Marruecos español. Realizó una serie de obras para inmortalizar momentos destacados de la presencia española en aquellos territorios, así como de las tropas coloniales durante la guerra de 1936-1939. Además de sus pinturas, realizó postales, carteles turísticos e innumerables diseños de sellos para el servicio de correos del Protectorado. Realizó así mismo ilustraciones para las revistas y publicaciones África, Mauritania, Marruecos Gráfico, Almotamid, Ketama o Marruecos Turístico, que llenó de motivos típicos de la zona: las medinas, los zocos, las típicas callejuelas o los agrestes paisajes del norte o del Sáhara.
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Mariano Bertuchi Nieto: “Entrada de S. E. el general José Enrique Varela, alto comisario del Protectorado de la ciudad de Tetuán”. Óleo sobre lienzo, 155 x 109 (1945). Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, Madrid.
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Autor de carteles, series postales, ilustraciones para revistas y portadas de obras literarias, siempre ligados al Marruecos español, fue uno de los precursores del diseño gráfico en nuestro país. Mostró una maestría incuestionable para adaptarse a los nuevos gustos y corrientes estéticas gráficas que se apartaban del realismo y el detallismo. La elegancia y el minimalismo que impregnan sus ilustraciones para portadas de revistas son de auténtica vanguardia gráfica, heredera de los carteles de propaganda política de los años veinte y treinta de Alemania, Rusia o España. Destacan la fuerza de la imagen, mediante la línea clara; el empleo de la Portada de la revista África, monocromía o de un par de colores —no sólo por con ilustración de Mariano Bertuchi. la necesidad de abaratar los costes de impresión—; y una tipografía de gran protagonismo y fuerza expresiva. Todo ello acorde con las corrientes de otros países de nuestro entorno. Otros ilustradores de las revistas coloniales españolas de los años treinta, como Servet, Esteve o Ramos, siguieron esta línea, más vanguardista que la de otras revistas del momento. El carismático general José Enrique Varela Iglesias nació en San Fernando (Cádiz), combatió en Marruecos y se distinguió en la Guerra Civil de 1936-39. Ministro del Ejército durante el difícil tránsito por la Segunda Guerra Mundial, se mostró partidario de la neutralidad y se opuso a los partidarios de Alemania dentro del régimen. Fue el penúltimo alto comisario del Protectorado español. Hizo su entrada oficial en Tetuán el jueves 12 de abril de 1945. El ABC en su edición de Sevilla del día siguiente informaba: A las cinco y cinco los cañones de la alcazaba anunciaron con salvas de honor la llegada de S. E. precedido de un grupo de motoristas y escoltado por la caballería mora [guardia montada del Alto Comisario]... una importante muchedumbre, de tres razas, cubrió completamente los accesos a la ciudad y las alturas sobre el paseo de las palmeras... Varela desarrolló una importante labor para mejorar las condiciones de vida de las clases más desfavorecidas en el Protectorado. Nada más llegar, consiguió un crédito de ocho millones de pesetas para alimentación, mejoró la educación y pensionó a los excombatientes moros en plena época de miseria y atraso en la Península.
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Vacunación de niños por un oficial de Sanidad español (ca. 1921).
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Antonio Muñoz Degrain: “Los de Igueriben mueren pero no se rinden” A la última época del pintor Antonio Muñoz Degrain, cuando ya estaba afincado en Málaga, pertenece este cuadro de exageradas dimensiones. Se trata de una obra poco conocida y escasamente difundida en publicaciones. Observando algunos detalles puede apreciarse que el cuadro está inconcluso, pues el artista cayó enfermo mientras trabajaba en él, dejándolo inacabado debido a su muerte. La pintura muestra la original visión del arte del artista malagueño de adopción, cargada en sus últimos años de visiones misteriosas y ensoñaciones simbólicas e irreales, hoy difíciles de valorar positivamente. Combinando varios recursos pictóricos — realistas, imaginados y, por supuesto, simbólicos—, el artista recreó el momento trágico de la resistencia a ultranza de los defensores de Igueriben, posición inmediata al campamento de Annual. El 21 de julio de 1921, la posición sucumbió ante los ataques de numerosos rifeños, agotados hacía tiempo el agua, alimentos y medicinas, y ese mismo día las municiones, sin que pudieran alcanzar a socorrerla ninguna de las columnas enviadas desde el cercano campamento de Annual. En primer plano coloca el pintor la figura inerme del malagueño comandante Benítez, jefe de la posición, caído sobre la bandera española, como muestra de su sacrifico por la Patria. Su brazo apunta hacia la leyenda pintada en el muro (“Igueriben prefiere la muerte a la rendición, Viva España”) que lleva su firma “Julio Benítez”. Lo rodean otros cadáveres de españoles y de rifeños, mientras un jinete, que parece representar algún jefe principal moro, ha detenido su caballo y lo observa con el respeto debido al enemigo caído en combate. En el lado izquierdo, se observan varias figuras de cabileños rezando, algunos ante un sarcófago musulmán, que pudiera representar el de algún notable caído en el ataque, simbolizando cómo la tragedia alcanzó a ambos bandos. Al fondo parece que el artista haya querido recrear de alguna forma la consiguiente destrucción del cercano campamento de Annual, situando restos de blocaos quemados y tiendas envueltas en humo y ocupadas por una muchedumbre de harqueños. Todo ello representaría el derrumbe del dispositivo establecido por el comandante general de Melilla desde el invierno de 1920-1921 para ocupar el levantisco territorio del Rif. La inesperada revuelta de las cabilas contra la ocupación española, organizada por Abd-el-Krim, cogió desprevenido al general Silvestre, sin medios de reserva para proteger su dilatada línea de posiciones. Una precipitada retirada desde Annual, agravada por la traición de elementos de la policía indíDespedida a las tropas que embarcan gena, y la baja moral e instrucción de algunas para Marruecos en 1922.
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Antonio Muñoz Degrain: “Los de Igueriben mueren pero no se rinden”. Óleo sobre lienzo, 333 x 222 (1924). Museo de Málaga.
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“Moros atacando un convoy”, ilustración de Echera para La Esfera (1922).
unidades españolas, provocó miles de bajas en las columnas en retirada y en las posiciones aisladas. El desastre se completó en Monte Arruit, donde los rifeños no respetaron los términos de la capitulación, asesinando a miles de soldados desarmados. José Moreno Carbonero: “Desembarco de Alhucemas” José Moreno Carbonero (Málaga, 28 de marzo de 1858 Madrid, 15 de abril de 1942) destacó desde muy joven por sus dotes para el dibujo y, en 1868, ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Málaga. Fue un pintor academicista y ejerció la labor docente como catedrático de Bellas Artes. Sus cuadros de historia le dieron fama y premios, y cultivó también el retrato, siendo muy solicitado por la familia real y la aristocracia. Fue académico de la Real de Bellas Artes de San Fernando. Sus obras más conocidas son La conversión del duque de Gandía y Entrada de Roger de Flor en Constantinopla realizadas a finales del XIX. Tuvo por alumnos a Juan Gris y Salvador Dalí. De entre sus obras historicistas relacionadas con Marruecos destacan dos: Caballería en los campos del Rif. Gomara (en paradero desconocido) y el Desembarco de Alhucemas que realizó cuatro años después de los hechos. En este óleo de gran formato, el artista situó en lugar preferente al general Primo de Rivera, jefe del Directorio, que pasó de una política abandonista en el Protectorado a dar el impulso definitivo para finalizar el sangriento conflicto contra Abd-elKrim. Su momento culminante fue sin duda el desembarco en la bahía de Alhucemas, modélica operación conjunta de fuerzas terrestres, aéreas y navales, combinada con Francia. La escena se enmarca en la mole de Morro Nuevo y frente a la playa de La Cebadilla, donde se efectuó el desembarco en las primeras horas del día 8 de septiembre de 1925. A la derecha de la composición, el artista sitúa una unidad de Infantería
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José Moreno Carbonero: “Desembarco de Alhucemas”. Óleo sobre lienzo, 137 x 226 (1929). Museo Nacional del Prado (Depositado en el Museo del Ejército, Toledo).
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vitoreando al general —presumiblemente la brigada del general Saro, procedente de Ceuta— sobre una de las barcazas K. Las tropas del primer escalón de desembarco estuvieron más de cuarenta y cuatro horas hacinadas sobre las barcazas, pues la operación se retrasó debido a las malas condiciones de visibilidad. Los soldados visten el uniforme caqui modelo 1914, con su equipo completo y el sombrero, que usaba el Tercio de Extranjeros desde su creación, pero que se generalizó para todas las tropas por su comodidad. A la derecha de Primo de Rivera puede verse, abrigado con pelliza azul reglamentaria, al general Sanjurjo, alto comisario del El batallón de África a bordo de la barcaza Protectorado, ambos a bordo del torpedero K7 antes del desembarco en la playa de la Cebadilla (1925) AGMM-IHCM. número 22, que apoyó con su fuego al primer escalón de desembarco. Al fondo de la composición evolucionan transportes, barcazas atestadas de tropas y pertrechos, y embarcaciones auxiliares; mientras en lo alto, biplanos franceses y españoles proporcionan cobertura aérea. El desembarco fue un éxito, avanzando las primeras unidades del Tercio y el harca de Muñoz Grandes contra las fortificaciones rifeñas. Sin embargo el avance hacia el interior encontró una fuerte resistencia de un enemigo atrincherado y bien armado, que contraatacaba cubierto por su artillería y morteros. Las municiones escaseaban —los mulos no pudieron desembarcar hasta días más tarde— y hubieron de enviarse a brazo salvando fuertes pendientes y cortados, hasta llegar a primera línea. Augusto Ferrer-Dalmau: “Carga en el Gan” Augusto Ferrer-Dalmau Nieto nació en Barcelona el 20 de enero de 1964. Desde pequeño convive con los lienzos de tema militar marroquí, salidos de los pinceles de su madre, huérfana de un militar de Caballería y parte de aquella sociedad que giraba en torno al ejército del Protectorado entre las ciudades de Larache y Tetuán. Asiste a la famosa sede de la internacional “Escuela libre del mediterráneo” del gran pintor barcelonés Torrens Lladó. Sus primeros trabajos independientes fueron paisajes, en especial marinas. En la última década del siglo XX comienza a producir lienzos donde el cuidado paisaje se entrelaza con los soldados y caballos. Ha expuesto en Madrid, Barcelona y Zaragoza, en muchas ocasiones colaborando con el ejército, y fuera de nuestras fronteras, en Nueva York, Francia e Inglaterra. Ferrer-Dalmau ha declarado tener entre sus referentes a los clásicos Meissonier, Detaille o Cusachs. También al norteamericano Fréderic Remington o
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“Carga de Monte Arruit”, óleo de Víctor Morelli (1921), localización desconocida.
a los británicos Caton Woodville y Lady Butler, pero, especialmente, al francés Alphonse de Neuville. Como en la obra de este último, en Ferrer-Dalmau se palpa un intenso y dramático patriotismo. Sin renunciar a representar la miseria y el sufrimiento inherente a la guerra y sin caer en el fácil efectismo. Su dominio de la composición, de la luz, del paisaje y del movimiento de caballos y hombres es evidente. El Regimiento de Cazadores de Caballería Alcántara número 14 fue una de las unidades que conservaron su cohesión y cumplieron su deber durante el hundimiento de la Comandancia de Melilla en julio de 1921. Efectuando varias acciones de combate contra el enemigo, contribuyó a cubrir la retirada de la columna de Annual a Drius. En el año 2012 le fue concedida la Laureada colectiva de la Orden Militar de San Fernando, cuyo expediente permanecía inconcluso desde hacía ochenta años. El artista ha realizado varias versiones de aquellas acciones, una gesta reconocida dentro y fuera de España. En esta ocasión nos presenta una vista lateral de un escuadrón al galope contra los rifeños, situándolo en el seco río Igán, donde la unidad efectuó varias cargas para desalojar a un nutrido enemigo que se protegía detrás de cada roca, arbusto y accidente del terreno. Como consecuencia de esta acción, sufrió un número sensible de bajas en hombres y caballos, a pesar de lo cual continuó combatiendo a pie en la defensa de Monte Arruit y del aeródromo de Zeluán, hasta ser prácticamente aniquilado junto al resto de los defensores tras el incumplimiento de las capitulaciones por parte de elementos rifeños. Los Cazadores de Alcántara visten el uniforme modelo 1914 de color verde caqui y se tocan con una mezcla de gorros de cuartel y de sombreros flexibles que habían comenzado a distribuirse a las unidades del ejército de Marruecos por aquellas fechas. Varios pintores han homenajeado a la caballería: Moreno Carbonero (Caballería Española en los campos del Rif), Víctor Morelli (Carga de Annual) y Enrique Estevan (Carga en el Igán), cuadros cuyas localizaciones se desconocen actualmente.
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Augusto Ferrer-Dalmau Nieto: “Carga en el Gan”. Óleo sobre lienzo, 100 x 81 (2013). Colección particular.
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Las preocupaciones magrebíes
de un militar ilustrado en el primer tercio del siglo XX.
La obra de Antonio García Pérez
sobre Marruecos
Antonio García Pérez, escritor y coronel de Infantería retirado, 1937. Archivo Martínez-Simancas.
Antonio García Pérez y África
Pedro Luis Pérez Frías
1. Introducción
Hablar de un militar en Marruecos durante el primer tercio del pasado siglo XX implica, indefectiblemente, enfrentarnos a su condición de “africanista” —bien por su pertenencia a este grupo o por todo lo contrario. La integración durante largos periodos de tiempo en el ejército que operaba en el norte de Marruecos, entre 1909 y 1927, es la característica principal que se asigna a ese grupo de militares así denominados y que tan destacado papel tendrían en la historia y la política españolas hasta bien entrado aquel siglo. A Antonio García Pérez no se le puede considerar un “africanista”, puesto que durante su carrera militar se distinguió por su permanencia en la Península, casi permanente, excepto dos breves periodos en los que prestó servicio en Cuba y Marruecos. Aspecto este que ya hemos abordado en anteriores aportaciones a sendas obras colectivas; a ellas remitimos al lector interesado en profundizar en la biografía de nuestro personaje. Sin embargo, como estudioso y escritor demuestra un marcado interés por África y, muy particularmente, por Marruecos. En las páginas siguientes abordaremos ambas facetas: la del militar en servicio que está presente en las operaciones que tienen lugar en el Protec-
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torado español, y la del estudioso que se acerca a África para presentar aspectos históricos y técnicos de alguno de sus territorios o de los personajes que allí estuvieron presentes. Pero para desentrañar el significado de aquellas en la vida de Antonio García Pérez es preciso presentar primero una breve nota biográfica que nos sirva de marco y cuadrícula donde situar cada una de esas piezas. 2. Nota biográfica
Antonio García Pérez nace en Puerto Príncipe (Cuba) el 3 de enero de 1874, hijo de Bernardino García y García y de Amalia Pérez Barrientos. Era el primogénito de una familia de ascendencia soriana y salmantina. Detrás de él nacerían otros cuatro hijos, Amalia, Teresa, Fausto y Carmen. El padre, Bernardino, había ingresado en el Ejército el 14 de octubre de 1865, como soldado voluntario, sentando plaza en el Regimiento de Infantería de La Constitución núm. 29 de guarnición en Madrid. A partir de entonces prestará servicio en esa unidad, ascendiendo sucesivamente a los empleos de cabo segundo, cabo primero y sargento segundo; además, siendo cabo primero, fue recompensado con el grado de sargento segundo por mérito de guerra. El 15 de septiembre de 1870 es destinado, a petición propia, al ejército de Cuba por el plazo de seis años. La marcha a Ultramar implicaba el ascenso al empleo inmediato, por lo que ya como sargento primero zarparía del puerto gaditano el 2 de noviembre de 1870 y llegaría a La Habana el 27 de ese mismo mes. Tras siete años de operaciones en Cuba, en las que resulta herido de gravedad en el brazo derecho, Bernardino había ascendido sucesivamente a los empleos de alférez y teniente por méritos de guerra y al de capitán por antigüedad; siendo recompensado con el grado de teniente por mérito de guerra cuando acababa de ascender a alférez, pero con una antigüedad anterior. El 13 de julio de 1877 cae gravemente enfermo, por lo que se ve obligado a regresar a la Península. Antonio y sus padres zarpan de La Habana el 5 de agosto y después de un viaje de veinte días desembarcan en Santander, el 25 de ese mes. Desde allí se trasladan a Rollamienta (Soria), donde el niño de tres años ve por primera vez el pueblo de sus antepasados. En Rollamienta vive Antonio los primeros años de su niñez y, probablemente, es allí donde toma contacto con sus primeras letras. Tras la recuperación del padre, a principios de 1879, sus sucesivos destinos llevan a la familia a Almazán, Soria y San Sebastián. En la capital guipuzcoana se es-
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tablecen entre 1883 y 1887. Entre agosto de este último año y junio de 1888, Bernardino presta servicio en Logroño, donde está destacado un batallón del Regimiento de Infantería de la Lealtad núm. 30 —cuerpo donde estaba destinado desde el 13 de diciembre de 1883—, no sabemos si la familia viaja con él o permanece en la Bella Easo. En todo caso, el cabeza de familia pasa el 2 de julio de 1888 a la plana mayor de su regimiento, estacionada en Burgos. La familia se traslada a la capital burgalesa con él y, posiblemente, Antonio complete en Burgos su formación y sus estudios de bachillerato, necesarios para ingresar en la Academia General Militar. Tres años después de su llegada a la urbe castellana, a finales de agosto de 1891, Antonio García Pérez deja el hogar familiar para iniciar la carrera de las armas. La separación del núcleo familiar es relativamente breve, ya que su primer destino, tras terminar sus estudios en la Academia de Infantería en julio de 1894, será el Regimiento de la Lealtad núm. 30, en Burgos. En él vive sus primeras experiencias como segundo teniente de Infantería, al lado de su padre que ocupaba el cargo de ayudante del regimiento. Hasta que ascendido Bernardino al empleo de comandante, el 17 de diciembre de ese mismo año, es destinado a la Zona de Reclutamiento de Burgos núm. 11. La permanencia de Antonio al lado de sus padres, en el domicilio familiar, se prolongará hasta su destino a Cuba en marzo de 1895. Pocos años después, los lazos con la familia hacen que Antonio procure realizar las prácticas del curso de Estado Mayor en unidades estacionadas en Burgos. Así, llevó a efecto en esa plaza las correspondientes a las Armas de Caballería y Artillería, entre el 27 de septiembre de 1899 y finales de marzo de 1900. Tras una breve ausencia para realizar las de Ingenieros en Logroño, donde permanece hasta finales de julio de ese mismo año; regresaba a Burgos para hacer las del servicio de Estado Mayor, hasta finales de julio de 1901. A partir de esa fecha deberá realizar el resto de las prácticas en otras plazas. Pero el estado de salud de Bernardino, debilitado desde su estancia en Cuba, hizo que los médicos le aconsejaran un clima más seco que el de Burgos para vivir. Por ello solicitó destino a la Comisión Liquidadora del 1er Batallón Expedicionario del Regimiento de Infantería la Reina núm. 2, de guarnición en Córdoba. Siendo destinado a esta el 27 de diciembre de 1902. La elección de la ciudad de la Mezquita parece estar consensuada con su hijo Antonio, que había conseguido ser destinado a aquella plaza en septiembre de 1902, al Regimiento de Infantería de Reserva Ramales núm.
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73. No tenemos constancia de cuándo se instala la familia en el núm. 3 de la calle José Rey (actual Rey Heredia) de la capital cordobesa. Vivienda que, en octubre de 1905, adquiere el patriarca Bernardino. Pero a partir de entonces Antonio García Pérez estará ligado a esta ciudad. A pesar de esta convivencia familiar, pronto se verá Antonio obligado a dejar a sus padres. A finales de marzo de 1905, debe regresar a tierras sorianas, por haber sido destinado a la Zona de Reclutamiento y Reserva de Soria núm. 42. El 19 de marzo de 1915 muere Bernardino en su casa de la calle José Rey núm. 3. Antonio acude a Córdoba y permanece en la ciudad durante un mes junto a su madre Amalia. Aunque debe regresar a Ceuta para incorporarse al Regimiento de Infantería Borbón núm. 17, mantiene la preocupación por la defensa de los intereses maternos. Poco más de dos años después, Amalia fallece, el 2 de noviembre de 1917, siendo enterrada en el cementerio cordobés de la Salud. También en esta ocasión Antonio podría estar presente acompañando a su progenitora, ya que desde finales de octubre de ese año se encontraba en situación de excedencia en la 2ª Región militar. A partir de entonces los lazos familiares de Antonio quedan reducidos a sus hermanas: Amalia, Teresa, casada con José Santos Viguera Torrellas, y Carmen, casada con Julián Martínez-Simancas Ximénez, compañero de armas del propio Antonio. Así, cuando llega la hora de su fallecimiento el 27 de septiembre de 1950 en Córdoba, son sus hermanas Amalia y Carmen, ya viuda de Julián, las que aparecen en el recordatorio del mismo, junto a su cuñado Santos, ya viudo de Teresa. Durante su carrera obtiene los empleos de segundo teniente, por promoción al acabar sus estudios en la Academia de Infantería, con la antigüedad del 10 de julio de 1894; primer teniente, con antigüedad del 1 de agosto de 1896; capitán, con antigüedad del 22 de septiembre de 1899; comandante, con antigüedad de 22 de julio de 1912; teniente coronel, con antigüedad de 7 de diciembre de 1918; y coronel por disposición de 7 de diciembre de 1928, con antigüedad de 25 de noviembre de ese mismo año. Su vida profesional se extiende por más de treinta y nueve años de servicios efectivos, a los que se suman dos años, dos meses y doce días por abonos de campaña, con un total cercano a los cuarenta y dos años. A lo largo de ella obtiene, por su participación en campaña, dos Cruces al Mérito Militar con distintivo rojo (una de 1ª y otra de 2ª clase) y dos medallas conmemorativas, Cuba y Marruecos, con sendos pasadores. En tiempo de paz se le conceden cuatro Cruces al Mérito Militar con distintivo blanco (tres de 1ª y una de 2ª clase), tres Cruces de 1ª clase al Mérito Naval con distintivo
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blanco y cinco Menciones Honoríficas por sus méritos como autor de diversas obras; a ellas se unen una Cruz de 1ª clase al Mérito Militar con distintivo blanco, por profesorado, y una Cruz de 2ª clase del Mérito Naval con distintivo blanco, por servicios especiales. Obtiene, sucesivamente, la Cruz y Placa pensionada de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, como premio a su constancia en el servicio. Además, es miembro de las Órdenes civiles de Carlos III y Alfonso XII, de las que es nombrado caballero (Cruz) y comendador (Encomienda) en ambos casos. Se le otorgan distinciones extranjeras como la Cruz de Caballero de la Orden de Cristo de Portugal, la Encomienda de la Orden Xerifiana de Uissan Alauitte y la Condecoración al Mérito de Chile. Se le reconoce el uso de diversas medallas conmemorativas, una con motivo de la jura de Alfonso XIII, otra por el segundo centenario del Bombardeo y asalto de la Villa de Brihuega y el resto relacionadas con el primer centenario de la Guerra de la Independencia, todas medallas de plata, de los Sitios de Zaragoza, de los Combates de Puente Sampayo, de los Sitios de Astorga, del Sitio de Ciudad Rodrigo y —la última— de los Sitios de Gerona. Así mismo, es nombrado gentilhombre de entrada de su majestad el rey Alfonso XIII. Desde su ingreso como cadete, el 7 de julio de 1891, hasta su separación del servicio, el 24 de noviembre de 1930, cuando se dispone su baja en el Ejército, señalando escuetamente “por Tribunal de honor”, presta servicio en distintos destinos. La formación como cadete la realiza en la Academia General Militar, en Toledo, desde el 30 de agosto de 1891 al 30 de junio de 1893, y en la Academia de Infantería, en la misma ciudad, donde estudia su último curso desde el 1 de julio siguiente hasta el 10 de julio de 1894, cuando fue promovido al empleo de segundo teniente de Infantería. Con dicho empleo presta servicio en el Regimiento de Infantería Lealtad núm. 30, en Burgos, del 31 de agosto de 1894 al 3 de marzo de 1895. En el Batallón Peninsular núm. 6, expedicionario a Cuba, al que se incorporó en Santander el 7 de ese mes; tres días más tarde embarcó a bordo del vapor León XIII con dirección a La Habana, donde desembarcó el día 26 del mismo. Con esta unidad participó en distintas operaciones en la isla hasta el 30 de julio, cuando se cambió su denominación, pasando a llamarse a partir de entonces Batallón de Baza Peninsular núm. 6, sin que esta modificación supusiese cambio alguno en las actividades de Antonio García Pérez. En efecto, seguiría prestando servicio como segundo teniente en su unidad, participando en operaciones de campaña, hasta el 12 de agosto de 1896 en que asciende a primer teniente de Infantería.
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Con este nuevo empleo embarca, al día siguiente, a bordo del vapor correo Antonio López para emprender la travesía hacía la Península, por haber sido nombrado en el mes de julio anterior alumno del curso de Estado Mayor. Aunque llegó a la metrópolis a finales de agosto, hasta el día 1 de octubre no se incorporó en Madrid a la Escuela Superior de Guerra, donde tendría lugar aquel. En ese intervalo de tiempo fue destinado al Regimiento de Infantería Saboya núm. 6, a efectos administrativos y para el percibo de haberes, continuando como alumno de la citada escuela. Allí permanecerá, cursando sus estudios, entre el 1 de octubre de 1896 y finales de julio 1899. Aunque fue destinado al Regimiento de Infantería Guadalajara núm. 20 para el percibo de sus haberes, continuó en la citada escuela cursando estudios, según Real Orden de 23 de junio de 1899. Para completar su formación debía efectuar las prácticas que determinaba el Reglamento de la Escuela Superior de Guerra. Estas se extendieron durante otros tres años, entre julio de 1899 y julio de 1902. Las inició, siendo primer teniente, en el Regimiento de Lanceros España, 7º de Caballería, en la plaza de Burgos, el día 27 de septiembre; aunque casi inmediatamente, por Real Orden de 6 de octubre, ascendió a capitán de Infantería. Así pues realizó casi todas las prácticas con el empleo de capitán. Las del Arma de Caballería se prolongaron hasta finales de noviembre de 1899, aunque en 23 de octubre de ese año fue destinado al Regimiento de Infantería de Reserva de Lugo núm. 64, solo para el percibo de haberes, continuando sus prácticas como alumno de la Escuela Superior de Guerra. Las de Artillería las hizo, sin dejar Burgos, en el 13 Regimiento Montado de este Arma, entre el 30 del noviembre de 1899 y finales de marzo del año siguiente. Las de Ingenieros las realizó en el 1er Regimiento de Zapadores Minadores, de guarnición en Logroño, desde el día 1 de abril de 1900 hasta finales de julio de ese año. Volvió a Burgos para iniciar las relacionadas con las actividades propias del Cuerpo de Estado Mayor. Así, estuvo en el Estado Mayor de la Capitanía General de la 6ª Región desde el 1 de agosto de 1900 hasta finales de julio del año siguiente. En ese tiempo fue destinado al Regimiento de Infantería de Reserva de Alicante núm. 101, para el percibo de haberes, continuando sus prácticas de Estado Mayor. Para continuarlas, se dispone el 26 de julio de 1901 que pase al Depósito de la Guerra; casi inmediatamente, el jefe del mismo le destina a la Comisión del plano de Canarias, a la que se incorpora el 19 de agosto en La Laguna. Sin dejar sus prácticas como alumno de la Escuela Superior de Guerra, es destinado al Regimiento de Infantería Reserva de Compostela núm. 91,
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a efectos del percibo de haberes. A finales de 1901, el jefe del Depósito de la Guerra lo destina a la Comisión del mapa militar de Sevilla, donde se incorporó el 1 de febrero de 1902, continuando con sus prácticas en la capital hispalense, durante algo más de dos meses; el 7 de abril pasa a continuarlas en la sede de este centro, en Madrid, donde permaneció hasta la finalización de las mismas. Poco antes de ello, el 23 de julio de ese año, se le concede licencia en expectación de destino como alumno de la Escuela Superior de Guerra, que comenzaría al terminarlas, en fin de ese mes. El 26 de agosto de 1902 fue destinado al Regimiento de Infantería Reserva de Alicante núm. 101, continuando como alumno de la Escuela Superior de Guerra; dos días después, se ampliaba hasta el fin de septiembre la licencia que disfrutaba, por lo que no llegó a incorporarse a aquella unidad ya que, antes de que expirase el nuevo plazo, el 24 de septiembre, fue destinado al Regimiento de Infantería de Reserva Ramales núm. 73, de guarnición en Córdoba. Para entonces había terminado oficialmente sus estudios en la Escuela Superior de Guerra, tal y como se recogía en una Real Orden de 27 de agosto de 1902. El nuevo diplomado de Estado Mayor se incorporó al Regimiento de Ramales núm. 73 el 25 de octubre de 1902. En este cuerpo permanecerá hasta el 12 de diciembre de 1904, fecha en la que se le destina al Batallón de 2ª Reserva de Córdoba núm. 22, en la misma ciudad. Incorporado a su nueva unidad el 1 de enero de 1905, fue nombrado muy pronto, el 15 del mismo mes, juez instructor de parte de los procedimientos que tenían a su cargo los jueces eventuales de la plaza de Córdoba. Y aunque a los pocos días, el 26 de enero, fue destinado a la Caja de Recluta de Montoro núm. 24, no se incorporó a ella y continuó desempeñando su cargo de juez instructor por disposición del general del 2º Cuerpo de Ejército. Poco tiempo después, el 28 de marzo de 1905, fue destinado a la Zona de Reclutamiento y Reserva de Soria núm. 42, a la que se incorporó en dicha ciudad el 30 de abril. El 4 de julio de ese año pasó a prestar sus servicios como secretario interino del Gobierno Militar de Soria. Poco más de un mes estuvo Antonio García Pérez desempeñando este cargo. El 14 de agosto del citado año fue nombrado profesor de la Academia de Infantería, en comisión; y unos días más tarde, el 22 del mismo mes, cesaba por este motivo en el cometido de secretario interino en Soria. Antes de incorporarse al centro de enseñanza toledano fue destinado al Batallón 2ª Reserva de Monforte núm. 113, por Real Orden de 26 de agosto, pero permaneciendo en comisión en la Academia de Infantería.
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Desde su incorporación al centro de enseñanza, en Toledo, el 1 de septiembre de 1905, y durante siete cursos escolares, desempeñó sus cometidos de profesorado, impartiendo diversas asignaturas, asistiendo a las prácticas —tanto diarias, como de fin de curso—, y formando parte de los tribunales de exámenes de los aspirantes al ingreso en la Academia. En efecto, el 1 de diciembre de 1905 fue destinado como profesor de plantilla en la Academia, cargo que desempeñará durante los siete años siguientes, hasta su ascenso a comandante en 1912. Durante todos esos años imparte clases de idioma árabe y, en distintos cursos escolares, las asignaturas de Ordenanza, Táctica, Fusil reglamentario, Órdenes generales para oficiales, Organización militar, Servicio de guarnición, Tratamientos y honores, y Reglamentos para el servicio de los Cuerpos de Infantería, título 1º (curso 1905-1906); y durante los siguientes cursos escolares, hasta julio de 1912, Reglamento para el Detall y Régimen de los Cuerpos, Táctica de Brigada, Reglamento de Campaña, Contabilidad, Geografía Militar de España y Geografía de Marruecos. Según contabiliza el propio García Pérez, formó directamente a seiscientos ochenta y siete cadetes (García Pérez: 1912, 51). A finales del curso escolar de 1907-1908 tendrá lugar un acontecimiento que marcará la actividad de nuestro biografiado en la Academia de Infantería, hasta que deje su cometido como profesor. En efecto, el 1 de mayo de ese mismo año se crea el Museo de Infantería, con sede en la propia Academia, siendo su director el responsable del nuevo organismo. A los pocos días, en la orden del centro, de fecha 3 de mayo, Antonio es nombrado auxiliar de la dirección del museo. Según el mismo García Pérez, la actividad del Museo de Infantería se inició el 14 de julio de 1908, siendo su director el coronel Luis de Fridrich Domec, auxiliado por el comandante Hilario González González, el citado Antonio García Pérez y el primer teniente Víctor Martínez Simancas (García Pérez: 1911a, 15). Entre los cadetes que García Pérez formó, figura Alfonso de Orleáns y de Borbón, primo del rey Alfonso XIII. Ingresó en julio de 1906, una vez superado el examen correspondiente, realizando su incorporación a la Academia de Infantería en septiembre de ese mismo año con el resto de los integrantes de la XIII promoción. En julio de 1909, en vísperas de su salida de este centro como segundo teniente de Infantería, Antonio le dedicó un artículo titulado “La Realeza en la Infantería española”. En él festejaba el fin de carrera de dicha promoción, destacando la sencillez del infante y su buen comportamiento como un alumno normal en la Academia, deseán-
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dole suerte y dándole la bienvenida a la gran familia militar de Infantería (Yusta: 2011, 50). Sin embargo, las circunstancias familiares de Alfonso de Orleáns provocaron un grave incidente ya que contrajo matrimonio, tres días después de su salida de la Academia, sin el preceptivo permiso del rey Alfonso XIII y en contra de los deseos del Gobierno de Maura. Este hecho dio como resultado la fulminante pérdida de sus derechos dinásticos y la apertura de un expediente en el ámbito militar, por contraer matrimonio sin cumplir los requisitos establecidos en el Ejército, que culminó con su separación del mismo. El 22 de septiembre de 1910, el periódico La Correspondencia Militar publica en su primera plana un artículo del capitán García Pérez, titulado “Rehabilitación de D. Alfonso de Orleáns y Borbón”, en el que defiende la vuelta a España del infante y llama a los miembros de su promoción, así como a todos los integrantes del Arma de Infantería, a que se unan a esta petición. Del llamamiento se hacen eco otros medios de prensa, que recogen también la reacción inmediata de las autoridades superiores ordenando abrir diligencias para sancionar a Antonio. La consecuencia es un mes de arresto para él, que comienza a cumplir el 10 de octubre de ese mismo año. Ascendido a comandante, el 2 de agosto de 1912, con la efectividad de 22 de julio anterior, causa baja en la Academia de Infantería; aunque el 13 del mismo mes se dispone que continúe en comisión en este centro hasta fin de curso. Cuatro días más tarde, fue destinado a situación de excedente en la 1ª Región, continuando su comisión en la citada Academia hasta el fin de septiembre. El día 1 de octubre quedó, definitivamente, en la situación de excedente con residencia en Toledo, en la que permaneció un año, hasta finales de septiembre de 1913. Su primer servicio en una unidad como comandante será en el Regimiento de Infantería Castilla núm. 16, cuerpo al que es destinado el 24 de septiembre de 1913 y al que se incorporó el día 29 de octubre en Badajoz. Allí permaneció prestando servicio de guarnición hasta el 2 de abril de 1914, cuando marcha a Madrid con una comisión de servicio de tres meses para investigar en diversos archivos con el fin de reconstituir la historia de su regimiento, la cual fue prorrogada hasta fin de junio de ese año. Sin embargo, el 26 de mayo, fue destinado al cuadro para eventualidades del servicio en Ceuta. Sin regresar a su puesto en Badajoz, se incorpora a su nuevo destino en la plaza de Ceuta el 2 de julio de 1914. Cuatro días después, es
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destinado en comisión al Regimiento de Infantería de Borbón núm. 17; desde su incorporación en Tetuán el día 9 de ese mes, pasa a prestar sus servicios al primer batallón de dicho cuerpo. El 24 del mismo mes es destinado de plantilla al regimiento donde ya prestaba servicios, continuando en el mismo batallón. Permanecerá en operaciones en la zona occidental del Protectorado español de Marruecos hasta el 24 de mayo de 1916, cuando embarcó con su batallón, en Ceuta, a bordo del vapor Sagunto, desembarcando en el mismo día en Málaga, donde quedó de guarnición. Continuó en el Borbón 17 hasta el 13 de junio de 1917, cuando cesaba en dicho regimiento por haber sido nombrado jefe de estudios del Colegio de Huérfanos de María Cristina el 9 de junio anterior. En ese tiempo será destacado a Asturias, con el segundo batallón del cuerpo, del 13 de julio al 7 de septiembre de 1916. Además, será comisionado a Antequera, entre el 13 de noviembre de 1916 y el 7 de enero de 1917, ciudad en la que desempeña la comandancia militar desde el 22 de diciembre hasta su vuelta a Málaga. El 30 de junio de 1917 se incorporó al Colegio de Huérfanos de María Cristina, en Toledo, haciéndose cargo del cometido para el que había sido destinado. Sin embargo, su desempeño en la jefatura de estudios fue corto. Poco más de dos meses después, el 7 de septiembre, regresó a Málaga para ponerse a las órdenes de la autoridad superior militar de la 2ª Región. Sin darle tiempo a reincorporarse fue destinado a situación de excedente en la 1ª Región. Permaneció allí hasta que el capitán general lo autorizó, con fecha 22 de octubre, para trasladar la residencia a la 2ª Región. Antonio permaneció en situación de excedencia en Andalucía casi un año, hasta el 18 de septiembre de 1918. Fue entonces cuando fue nombrado ayudante de campo del general jefe de la 2ª Brigada de Infantería de la 1ª División, Francisco Álvarez Rivas, incorporándose a su nuevo destino en Madrid, en el que permaneció hasta su ascenso al empleo de teniente coronel, a finales de enero de 1919. En efecto, por Real Orden de 4 de enero de 1919 fue promovido al empleo de teniente coronel. El 22 del mismo mes, es destinado al Regimiento de Infantería Tarragona núm. 78. Antonio se incorporó a su unidad en la plaza de Gijón el día 1 de febrero de 1919, haciéndose cargo del mando del 1er Batallón. Como muestra del interés de García Pérez por la formación intelectual y mejora de sus subordinados, durante su permanencia en el regimiento creó la Biblioteca del soldado. El 28 de febrero de 1921 causó baja en este cuerpo.
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Destinado al Regimiento Extremadura núm. 15, el 26 de febrero de 1921, verificó su incorporación al mismo el 18 de marzo, haciéndose cargo del mando del 2º Batallón y quedando de guarnición en Algeciras (Cádiz) a partir de ese día. Allí volvió a poner en práctica su idea de crear una biblioteca para el soldado, la cual se inauguró el 12 de junio siguiente, dando el nombre de General Villalba a su sala de lectura, con asistencia de su antiguo jefe en la Academia de Toledo José Villalba Riquelme, —por aquel entonces gobernador militar del Campo de Gibraltar— y del infante Carlos de Borbón, capitán general de la 2ª Región Militar. Antonio García Pérez permaneció prestando servicio en este regimiento hasta el mes de agosto de ese mismo año, cuando por Real Orden de 22 de este mes se le destina al Estado Mayor Central del Ejército. Aunque la disposición fue publicada en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra del 23 de agosto, medios de prensa del 20 ya adelantaban este destino junto a otras disposiciones del mismo ministerio. El Estado Mayor Central del Ejército había sido creado el 9 de diciembre de 1904 y reorganizado el 25 de agosto de 1906; después de ser suprimido el 25 de diciembre de 1912 había sido nuevamente creado el 24 de enero de 1916 y reorganizado el 21 de enero de 1918. No tenemos constancia de la fecha exacta de la incorporación de García Pérez a su destino, en Madrid; pero, muy probablemente, esta tendría lugar en los primeros días de septiembre de 1921. En aquellos momentos, el Estado Mayor Central estaba mandado por el capitán general Weyler, también inspector general del Ejército, que permanecía al frente de él desde su recreación; siendo su segundo jefe y secretario el general de división Manuel Agar Cincúnegui. Este organismo contaba con una secretaría y siete secciones. García Pérez prestará servicio, desde su incorporación, en la segunda sección, denominada: Instrucción general del Ejército, mandada por el coronel de Infantería Leopoldo Ruiz Trillo y en la que servían cinco comandantes, uno de las restantes Armas (Caballería, Artillería e Ingenieros) y dos del Cuerpo de Estado Mayor, siendo Antonio el único teniente coronel. Entre sus cometidos estarían las visitas de inspección a centros, unidades y organismos, para comprobar el desarrollo de cursos y escuelas prácticas. Con motivo de una nueva reorganización del Estado Mayor Central, decretada el 21 de febrero de 1923, su sección pasó a ser la 6ª, Doctrina Militar. Unos meses más tarde, el 5 de noviembre de ese año, deja esta sección y se hace cargo de la Secretaría del Estado Mayor Central. En ella permanece hasta que la reorganización del Ejército, a finales de 1925, hizo que desapareciese, de nuevo, aquel organismo.
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En efecto, disuelto este el 14 de diciembre de ese año, Antonio quedó integrado en el Ministerio de la Guerra, al igual que el resto de personal del extinto Estado Mayor Central, pasando a prestar servicio con los mismos cometidos que tenía a la Dirección General de Preparación de Campaña. Más adelante, en virtud de la organización del Ministerio de la Guerra decretada en 19 de abril de 1926, fue destinado a la primera Sección (Estado Mayor) de la mencionada Dirección General, empezando su cometido en ella el 1 de mayo de este último año. Allí continuará sus servicios hasta el 7 de diciembre de 1928, cuando debe cesar en su destino por ascender, en esa fecha, a coronel, con la antigüedad de 25 de noviembre anterior. Apenas un mes más tarde, el 23 de enero de 1929 es destinado al mando del Regimiento de Infantería Segovia núm. 75, de guarnición en Cáceres. El destino al mando del Regimiento Segovia núm. 75 implicaba también el cargo de gobernador militar de la plaza. En calidad de tal acude a actos y celebraciones en la ciudad extremeña. Según relata el propio García Pérez, su labor durante los casi dos años en que permaneció en Cáceres fue intensa, tanto al mando del Regimiento como al frente del Gobierno Militar cacereño. A pesar de estas apreciaciones de Antonio, su actuación fue criticada por algunos y juzgada por un tribunal de honor que tuvo lugar en Valladolid, el 29 de octubre de 1930. Tras el dictamen de este tribunal terminará su carrera militar. En efecto, por Real Orden de 24 de noviembre de 1930 se dispone que cause baja en el Ejército, de acuerdo con lo informado por el Consejo Supremo del Ejército y Marina, señalando escuetamente “por Tribunal de honor”. Una vez conocida la sentencia, que se mantuvo en secreto hasta la publicación de la baja en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, Antonio García Pérez inicia una campaña para recuperar su honor y su reingreso en el Ejército. Protesta inmediatamente ante el ministro de la Guerra, solicitando su revisión, pero no obtiene respuesta. La proclamación de la República, el 14 de abril de 1931, lo anima a renovar sus esfuerzos. Tan solo diez días después, el 25 de ese mes, eleva una nueva instancia en el mismo sentido que es desestimada por el ministro de la Guerra, el 13 de junio de ese mismo año señalando: Vista la instancia promovida por el excoronel de Infantería, con residencia en Granada, Don Antonio García Pérez, en súplica de que se le conceda el reingreso en el Ejército, teniendo en cuenta que su baja en el mismo es definitiva y que no existe precepto legal alguno por el que pudiera accederse a lo solicitado, he resuelto desestimar la mencionada petición.
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Un año más tarde, el 28 de abril de 1932, vuelve a dirigirse desde Granada al ministro de la Guerra; si bien ahora interpone recurso apoyándose en la Ley de Revisión de los fallos de los Tribunales de Honor de 16 de ese mismo mes (Gaceta de Madrid núm. 110, 19 de abril de 1932). En esta ocasión la Sala Sexta del Tribunal Supremo, es decir la Sala Militar, abre el correspondiente expediente de revisión del fallo, según providencia de fecha 19 de mayo de ese mismo año. En este expediente debían declarar tanto el propio Antonio García Pérez como los miembros del tribunal de honor que lo condenó; todas las personas mencionadas en el acta de constitución del mismo y aquellos que propusiera Antonio para justificar su pretensión. Durante cuatro meses se tomaron declaraciones y testimonios de diferentes testigos, tanto civiles como militares, y se recopilaron multitud de documentos. Todos ellos fueron recogidos en dos piezas con más de trescientos sesenta folios. Las diligencias se extendieron a Madrid, Sevilla, Málaga, Valladolid, Cáceres, Ávila y Reinosa, y los testimonios o comparecencias tuvieron lugar entre el 8 de junio y el 18 de octubre de 1932. El 10 de noviembre de ese año la Sala Sexta del Tribunal Supremo daba por concluida la información y dictaba una providencia en la que tenía por sustanciado el recurso de revisión y lo sometía para su resolución al tribunal competente por conducto de la Presidencia del Supremo. Al día siguiente, dicha presidencia ordenaba pasar al tribunal especial el expediente. Este estaba formado por tres magistrados del Tribunal Supremo, designados por la Sala de Gobierno, tres miembros del Consejo Superior de la Guerra, nombrados por el ministro del ramo, y un presidente que era el del Tribunal Supremo. Dicho tribunal debía reunirse en un plazo de quince días, a partir de la diligencia dictada el día 11 de noviembre, según lo dispuesto en el artículo 5º de la citada ley de revisión. Sin embargo, no existía plazo para dictar la resolución definitiva, bien confirmando, bien anulando el fallo del tribunal de honor. Aunque, por el momento, no disponemos del texto ni sabemos su fecha exacta, lo cierto es que la revisión confirmó dicho fallo. Así lo afirma el propio García Pérez en marzo de 1933 cuando presentaba una nueva instancia, ahora dirigida a las Cortes, para conseguir su rehabilitación. En efecto, el 14 de marzo de ese año remitía Antonio un escrito al presidente de las Cortes Constituyentes, al que adjuntaba una extensa y detallada instancia dirigida a sus miembros, solicitándole que la admitiese y le diese el curso correspondiente. En la instancia, hacía un apretado
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resumen de las causas que hasta entonces habrían justificado la anulación del fallo; y respecto al tribunal de revisión señalaba que había sido un segundo tribunal de honor, ya que había dictado sentencia sin darle oportunidad de conocer la acusación primitiva, ni las declaraciones prestadas, ni el dictamen del ponente, y recalcaba: “la defensa, una vez más, se ha visto privada de sus derechos jurídicos”. Señalando, además, que al confirmar el fallo de su tribunal de honor, se había dado validez jurídica a unos tribunales ya abolidos, admitiendo el principio de que obraron con sano espíritu de justicia, y en oposición a lo que preceptuaba la Constitución española. En la sesión de las Cortes Constituyentes del 30 de marzo era leída una relación de las peticiones que habían tenido entrada en la secretaría, en la que se incluía la de Antonio García Pérez con el número 470, señalando que todas pedían que se revisasen los fallos de los tribunales de honor que los separaron del Ejército y Cuerpo de Carabineros, en algún caso, y que se nombrase por las Cortes un organismo encargado de ello. Al día siguiente de esta lectura, la Comisión de Peticiones proponía que todas ellas se remitiesen a la Presidencia del Consejo de Ministros. La respuesta de la Presidencia del Consejo no debió resultar favorable, ya que el 25 de mayo de ese mismo año la reclamación de Antonio volvía a las Cortes, ahora de la mano del diputado Federico Fernández Castillejo, militar y diplomado de Estado Mayor como el propio García Pérez. Este presentaba ese mismo día una petición por escrito al ministro de la Guerra para que se remitiese al Congreso el expediente completo que motivó la separación del servicio, así como su hoja de servicios y las diligencias instruidas y fallo recaído en el juicio de revisión del tribunal de honor, la cual fue leída en la sesión del día siguiente. La solicitud fue atendida y un mes después, en la sesión del 20 de junio, se hacía constar que quedaban sobre la mesa, a disposición de los diputados, los antecedentes relativos al tribunal de honor y el expediente de revisión del mismo, remitidos, se señalaba “por el Ministerio de la Guerra a petición del Sr. Fernández Castillejo”. Pero no se resolvió nada, ya que en la sesión del 18 de julio volvía a quedar sobre la mesa este expediente. A pesar del interés mostrado por el diputado, la revisión no avanzó como se esperaba y un mes más tarde, el 18 de agosto, la Comisión de Peticiones del Congreso volvía a proponer que se remitiese a la Presidencia del Consejo de Ministros un grupo de reclamaciones para que se revisasen fallos de tribunales de honor, entre las que se encontraba la de Antonio García Pérez, ahora registrada con el número 508.
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Las repetidas reclamaciones no fueron atendidas, y en febrero de 1934 García Pérez volvió a reclamar nuevas actuaciones para conseguir la anulación del nefasto dictamen del tribunal de honor. Así se lo señalaba a Miguel Núñez de Prado, general jefe de la 2ª División Orgánica (antigua 2ª Región militar): “No ceso de luchar por mi honor arrebatado de modo rastrero, acudiendo al sigilo y a la falsedad; y porque mi conciencia está limpia es por lo que batallo sin cesar”. Desconocemos cuándo y cómo fue atendida su petición, pero según el mismo Antonio manifiesta, al iniciarse el Movimiento Nacional residía en Madrid en situación de coronel retirado. Preso en la cárcel de Porlier se negó, junto con sus compañeros de armas, a servir a la causa marxista, siendo incluido en la relación de sentenciados (noviembre de 1936). Finalmente obtuvo la libertad sin claudicación ni compromiso. Padeció persecuciones, maltrato y expoliación. Privado de sus haberes, soportó dignamente la pobreza, rehusando halagadoras ofertas; y no dudó en seguir la ruta de sus colegas por dictado de conciencia, y por mandato del honor (Azul, 1939). Desde su baja en el Ejército, Antonio García Pérez se centra en su tarea de escritor y estudioso, sin dejar de perder contacto con unidades y centros castrenses a los que ofrece, en ocasiones, sus trabajos para la publicación en revistas o en libros. 3. África en su carrera militar
Centrándonos en las relaciones de Antonio con el continente africano, durante su servicio en el Ejército, es probable que su primer contacto con Marruecos y la presencia militar española en las plazas norteafricanas se produzca durante su formación como cadete. En efecto, en el programa previsto para el tercer año de estudios en la Academia General Militar, que García Pérez cursó en la Academia de Infantería (entre julio de 1893 y julio de 1894), figuraban las asignaturas de Historia Militar, Geografía militar de España y, también, de Europa, además de la de Táctica. Es indudable que en todas ellas se recogían, además de otras campañas, la guerra de África de 1859-60, así como la situación e importancia de las llamadas “Plazas de África”, Ceuta y Melilla, junto al resto de territorios de soberanía española en aquel continente. Será precisamente en ese último año de formación, cuando Antonio García Pérez conozca de forma más directa las implicaciones de una campaña militar en Melilla, si bien aún no llegará a pisar territorio africano ni
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entrará en combate. En efecto, la creciente tensión entre las cabilas circundantes de aquella plaza y la guarnición española durante el verano de 1893, no dejó de ser noticia en la prensa. Por ello, el sargento galonista García Pérez que estaba a punto de iniciar su último curso, con toda certeza, seguiría con atención aquellas. Su incorporación a la Academia de Infantería, en septiembre de ese año, propiciará aún más el interés por la evolución del posible enfrentamiento; seguramente los repetidos incidentes, ocurridos a partir del 28 de ese mes, serían ampliamente comentados entre los cadetes y los profesores. La noticia de la muerte del primer teniente Vicente García Cabrelles, ocurrida el 2 de octubre, y la del envío de refuerzos a partir del 3 de octubre, llevarían sentimientos contradictorios a García Pérez y sus compañeros. El primero era el primer oficial formado en la Academia General Militar que caía en combate y seguro que les hizo recordar las palabras del general Galbis, primer director de aquel centro, en las que pedía a sus cadetes que honrasen a su primer muerto en campaña y al primero que ciñera la faja de general (Ferrer: 1985, 155). Es de suponer que la noticia de la muerte del general Margallo, ocurrida el 28 de octubre de 1893, sobrecogería a los cadetes; al igual que serían ampliamente comentadas las brillantes actuaciones del capitán del Cuerpo de Estado Mayor Juan Picasso González y, sobre todo, del primer teniente de Infantería Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (hasta pocos años antes alumno de la misma academia) en la defensa del fuerte de Cabrerizas Altas (Llanos: 1994, 53-58). Probablemente, Antonio se vería marcado por los relatos de esta campaña desde su inicio, pasando por la formación del Ejército del Norte de África (a finales de noviembre), la concesión de sendas Cruces de San Fernando a Juan Picasso, de 2ª clase, y a Miguel Primo de Rivera, de 1ª clase, y la firma del convenio que puso fin al enfrentamiento (en marzo de 1894), hasta la disolución de aquel ejército el 28 del mismo mes y la paulatina repatriación de unidades que se prolongó hasta septiembre. Para entonces García Pérez era ya segundo teniente de Infantería y servía en Burgos. Pronto se vería obligado a ir a Cuba, donde permanece en operaciones un año. A su regreso, tras ingresar en el curso de Estado Mayor, volverá a acercarse a Marruecos y África a través del estudio. Mientras está en la Escuela de Estado Mayor estudia árabe, además de profundizar en el análisis de la última campaña de Melilla y en el conocimiento de la geografía militar de aquellos territorios. En el plan de estudios del curso,
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aprobado en 1893, figuraban las asignaturas de Geografía general e Historia general, en primer curso; Geografía militar descriptiva y estratégica, Arte militar y Árabe, en el segundo; y Árabe e Historia militar y crítica de algunas campañas modernas, en el tercer curso (Baldovín: 2001, 167). Tres años más tarde las materias no eran muy diferentes. De una forma o de otra, sus estudios en la Escuela Superior de Guerra y las prácticas de Estado Mayor en distintas unidades le servirán de base para confirmar sus cualidades literarias e iniciar una extensa y fecunda lista de obras y publicaciones. Aunque la primera de ellas estuviese escrita en 1893 o 1894, siendo sargento galonista en la Academia de Infantería, no será premiado por ella hasta 1896 cuando se le otorga su primera mención honorífica por su Nomenclatura del fusil Mauser Español modelo 1893. Además, en 1898 será publicada su primera obra relacionada con África: La Guerra de África de 1859 a 1860: Lecciones que explicó en el Curso de Estudios Superiores del Ateneo de Madrid el Coronel de Infantería Francisco Martín Arrue. Extractadas por D. Antonio García Pérez. Esta era un ejercicio de síntesis, probablemente una más de las memorias que los alumnos del curso de Estado Mayor debían redactar a lo largo de su formación, pero marcará el inicio de una larga relación de trabajos, como veremos más adelante. En marzo de 1903, una vez terminado el curso y ya con el diploma de Estado Mayor, consta que “traduce” el árabe y el francés. Su interés y aplicación en el estudio del primero hacen que consiga el ”posee” de este idioma en pocos años, probablemente antes de su destino a Toledo. Su incorporación como profesor a la Academia de Infantería, en Toledo, el 1 de septiembre de 1905, le permite volver a tomar contacto con Marruecos y África de una forma más estrecha. Con la enseñanza del árabe a los cadetes, desde el inicio, a la que se unirán, a partir de septiembre de 1906, la Geografía Militar de España —que debía incluir las plazas de Ceuta, Melilla, los peñones de Vélez de la Gomera y Alhucemas y las islas Chafarinas— y la Geografía de Marruecos. Enseñanzas que impartió durante los seis años siguientes, hasta septiembre de 1912. Además, la creación del Museo de Infantería, el 1 de mayo de 1908, y su nombramiento como auxiliar del mismo, le darán la oportunidad de mantener el contacto con las campañas de Marruecos, tanto las pasadas como las que se iniciarían en 1909 y 1911. De esta forma procurará incrementar los fondos del novel museo con recuerdos y otros efectos de los infantes que destacaron en ellas, así como de las unidades que allí combatieron.
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El inicio de una nueva campaña en Melilla, en julio de 1909, donde destacarían los combates de Sidi-Ahmed el Hach, Sidi-Mussa, Monte Gurugú, Barranco del Lobo, Taxdirt, Zoco el Had de Beni-Sicar, y Zoco el Jemis de Beni-Bu-Ifrur, volverá a situar a Antonio García Pérez ante la realidad de la guerra en Marruecos, vivida a distancia. Pero ahora ha de hacer ver a sus alumnos la importancia de la misma, al mismo tiempo que tiene noticias del fallecimiento en combate de antiguos compañeros y discípulos. Así, recibe la noticia de la muerte de un antiguo cadete suyo, el segundo teniente Braulio de la Portilla Sancho, junto al general Guillermo Pintos Ledesma y otros oficiales en el Barranco del Lobo, el 27 de julio de aquel año. La actuación de este joven oficial en el combate lo hizo acreedor dos años más tarde a una cruz de 2ª clase de San Fernando. Tras esta concesión, García Pérez escribirá su historia, que será publicada en 1911 con el título Braulio de la Portilla y Sancho. Muerto por su Patria y por su Rey el 27 de Julio de 1909 (Melilla). No obstante, esta no era su primera obra relacionada con Marruecos. En efecto, Antonio había ingresado en la Sociedad Geográfica de Madrid —el 26 de noviembre de 1907—, quizás apoyado en sus cometidos docentes en la academia toledana, pero también en diversas obras de carácter geográfico sobre África. Línea que tendrá continuidad al año siguiente. Su interés por este continente y la acción de España en sus territorios, se pone de manifiesto en su adhesión al segundo congreso africanista, en mayo de 1908, evento que se celebraría unos meses más tarde en Zaragoza; así como al tercero, en agosto de 1909. Ambos organizados por iniciativa del Círculo Comercial Hispano-Marroquí de Madrid. Así mismo los aspectos históricos de la campaña habían sido objeto de su atención desde el mismo momento de su inicio, ya que el mismo año de 1909 publica, conjuntamente con su compañero Manuel García Álvarez, Diario de las operaciones realizadas en Melilla a partir del día 9 de julio de 1909, obra editada en Toledo para el uso de los cadetes de la academia. Además, el caso “Alfonso de Orleáns” lo convertirá desde ese mismo año en confidente y corresponsal del propio infante y de su madre, la infanta Eulalia de Borbón; ambos le pedirán insistentemente que los informe sobre los sucesos de Marruecos: No olvide de avisarme de cuanto sepa sobre Marruecos, preparaciones, etc. (carta de Alfonso de Borbón a García Pérez, fecha 7-12-1910). (...) mil gracias y mil gracias también por sus repetidas noticias sobre la campaña (carta de la infanta Eulalia a García Pérez, fecha 17-10-1911).
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Tras la finalización, en mayo de 1912, de la campaña del Kert, desarrollada desde 1911 en territorio de la Capitanía General de Melilla, y la firma del convenio hispano-francés el 27 de noviembre de ese mismo año, en Madrid, que establecía las respectivas zonas de influencia del Protectorado, las medidas para asegurar la ocupación efectiva del territorio asignado implicaron un aumento de fuerzas en África, provocado por la mayor conflictividad de los naturales del país y su resistencia a la presencia española. Desde Toledo, mientras esperaba destino, el comandante García Pérez seguiría con creciente interés la sucesión de acontecimientos. En efecto, a finales de 1912 se reorganiza el gobierno militar de Ceuta y pasa a ser comandancia general, siendo su primer jefe el general Alfau. A él se le encarga la ocupación de Tetuán, sede prevista para el alto comisario español y el jalifa; operación que tendrá lugar el 19 de febrero de 1913, sin enfrentamientos ni oposición. En marzo de ese año se crea la Comandancia General de Larache y, al mes siguiente, se reorganiza la de Ceuta incluyendo en su demarcación Tetuán y el territorio ocupado por nuestras tropas. También en abril es designado Felipe Alfau Mendoza como primer alto comisario de España en Marruecos, al mismo tiempo que se le ascendía a teniente general. Los dos primeros cambios implicaban la asignación de numerosas unidades a ambas comandancias. Los planes del Gobierno y del general Alfau eran evitar enfrentamientos y no actuar como conquistadores; si bien el papel del Ejército era necesario y se pretendía contar con un plantel de militares especializados en la política marroquí. La acción prevista en el Protectorado se describe así años más tarde: No se trataba, pues, de encender hogueras de guerra, se pretendía, al contrario, atraerse pacíficamente al indígena e insensiblemente penetrar en su territorio, al igual que en su corazón, como amigo, para incluirle en un mundo civilizado y, respetando sus creencias y sanas tradiciones, beneficiar su existir moral y material, tutelarle fraternalmente y con desinterés y amor cumplir la noble misión que los tratados nos encomendaban (Servicio Histórico Militar: 1951, 685).
Antonio pretende ser uno de los escogidos pero, a pesar de sus intenciones, no será destinado a Marruecos hasta un año más tarde. Para entonces, hacía casi un año que el general Alfau había sido cesado como alto comisario, al mismo tiempo que se nombraba para el cargo al teniente general José Marina Vega (14 de agosto de 1913). El 26 de mayo de 1914 fue destinado García Pérez al cuadro para eventualidades del servicio en Ceuta, cuando estaba realizando una investigación histórica en Madrid para escribir el historial de su regimiento, el Castilla nº 16. El suyo no era un cambio aislado, ya que la
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Real Orden incluía una larga relación de jefes y oficiales destinados a variadísimos puntos de la Península y Marruecos, pero venía a colmar sus ansias por acudir al combate, como pone de manifiesto la felicitación que pocos días después le envía su antiguo alumno Alfonso de Orleáns y Borbón: Le felicito muy calurosamente por haber encontrado medio de ir a África pues sé los deseos que tenía V. de ir. Además está bien que los diplomados [“brevetés” en el original] estén en los sitios en los cuales puedan dar el mayor rendimiento. Hubiera preferido que fuese a Larache pues a mi juicio las cosas se llevan mejor por ese lado (carta de fecha 02-07-1914).
Esta es la primera, y única, ocasión en que nuestro protagonista es enviado a territorio africano. Sin regresar a Badajoz, se incorpora a su nuevo puesto en la plaza de Ceuta el 2 de julio de 1914, siendo destinado por el comandante en jefe, el día 6, en comisión al Regimiento de Infantería Borbón núm. 17, verificando su incorporación al mismo en Tetuán tres días después, pasando a prestar sus servicios al 1.º Batallón de dicho cuerpo. El 24 del mismo mes es destinado de plantilla al mismo regimiento, quedando en el citado batallón de servicios de campaña. El Regimiento Borbón era un habitual de las campañas de Marruecos, había combatido ya en las de 1859-1860, 1909-1910 y 1911-1912, y tras esta última había sido repatriado a Málaga a finales de diciembre de 1912. Tan solo seis meses después, el 16 de junio de 1913, desembarcaba de nuevo en territorio africano; desde aquella fecha había participado en diversas operaciones en la jurisdicción de Ceuta. García Pérez relata escuetamente su peripecia personal en Marruecos en su hoja de servicios, como reseñamos a continuación. Pero la actividad de su regimiento va más allá y queda reflejada por él mismo en su obra Historial de guerra del Regimiento de Borbón nº 17, como también reflejamos más adelante. En cuanto a sus desempeños individuales, el día 31 de julio de 1914, es nombrado inspector de las academias y escuelas regimentales del 1er y 2º Batallón, continuando de servicios de campaña en el campamento general de Tetuán y ejerciendo el citado cargo de inspector. Durante 1915, García Pérez se hizo cargo del mando de su batallón en diversas ocasiones, siempre con carácter de jefe accidental y sin abandonar el resto de sus cometidos: entre el 2 y el 28 de febrero; del 7 de marzo hasta el 2 de junio; y, finalmente, el 1 de agosto asumió nuevamente dicha jefatura, cesando el 16 del mismo y quedando de servicios de campaña en el campamento general de Tetuán hasta primeros de septiembre de ese año. El día 6 de septiembre de 1915, en virtud de la nueva organización dada al Ejército de Marruecos, salió con el regimiento a las órdenes de su coro-
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nel, Felipe Navascués y Garalloa, hacia la jurisdicción de Ceuta pernoctando en el Rincón del Medik. Al día siguiente, por disposición del general de la brigada, marchó destacado al campamento del Hayar con la 1ª y 2ª compañías de su batallón, donde prestó servicio de campaña ejerciendo el mando de dicha posición. A los pocos días de su llegada, se declaró en aquella posición la peste bubónica; Antonio García Pérez, como jefe de ella, procura hacer frente a esta epidemia, prestando, además, servicios humanitarios para aliviar a sus subordinados, hasta el 30 de septiembre, cuando el campamento fue destruido y abandonado por disposición del general jefe de la brigada. En dicho día, después de incendiar las instalaciones infectadas, se trasladó con las dos compañías al campamento del Smir, reuniéndose con su batallón a las órdenes del 1er jefe, teniente coronel Ricardo Pérez Sigüenza, continuando en servicios de campaña e incomunicado por la citada epidemia. El 1 de diciembre de 1915 se hizo cargo, nuevamente, del mando del batallón y del campamento de Smir, jefatura que desempeñaría hasta el 31 del mismo mes; en ese tiempo participa en diversas acciones. El 6 se halló en el tiroteo con el enemigo al hostilizar este las descubiertas del Monte Negrón y el 10 cooperó a rechazar la agresión del adversario en el mismo punto. Tras cesar en el mando accidental del batallón y del campamento de Smir, continuó en servicios de campaña y desempeñando el cargo de inspector de las academias y escuelas regimentales hasta el 6 de enero de 1916. En dicho día marchó con su batallón al campamento general de DarRiffien, donde quedó de servicio de campaña a las órdenes del coronel del regimiento, Felipe Navascués y Garayoa. El 21 de enero fue nombrado jefe instructor de los reclutas del regimiento, según orden del cuerpo de dicha fecha. Seis días más tarde, el 27, marchó al cuartel del Serrallo, por orden de su coronel, con el cuadro de oficiales y auxiliares que habían de ayudarlo en su cometido. Al día siguiente se hizo cargo de los reclutas en dicha fortaleza, iniciando su instrucción inmediatamente. Estando en dicha comisión, en la noche del 4 al 5 de febrero de 1916, acudió a la posición A, para prestar auxilio a las víctimas causadas por el derrumbamiento de un barracón a causa de un huracán, regresando en la misma noche al cuartel del Serrallo. La instrucción de los reclutas continuó un mes más, hasta el 6 de marzo, día en que regresó con ellos a la plaza de Ceuta por orden del comandante general del territorio. El 21 de abril cesó en el cargo de jefe instructor de los reclutas por haber sido estos dados de alta en esta fecha, quedando en servicio de guarnición hasta el 1 de mayo.
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Ese día marchó al campamento de la línea del río Smir con dos compañías de su batallón. Allí prestó servicios de campaña hasta el 20 del mismo mes de mayo que regresó a la plaza, donde quedó de guarnición otros cuatro días, pendiente de regresar a la Península, en virtud de la orden del comandante general del territorio, comunicada en oficio del 19. El 24 de mayo, embarcó con su batallón, a las órdenes del teniente coronel Ricardo Pérez Sigüenza, en el vapor Sagunto, desembarcando en el mismo día en Málaga, donde quedó de guarnición. Hasta aquí la peripecia personal de Antonio que alcanza su justo valor al leer su relato del historial de guerra del regimiento, que él mismo se encargó de redactar, por el que sabemos que desde mediados de marzo de 1914 se había confiado al Regimiento de Borbón la línea de fortines o blocaos (blokaus o blokhaus en la terminología de la época) establecidos en la margen izquierda del río Martín, desde el puente Mhanni hasta el blocao C. En estas posiciones estaba el regimiento cuando se incorpora García Pérez; hasta ese momento, había sufrido un rosario de bajas en los variados encuentros que tuvieron lugar con un enemigo apostado sobre la orilla opuesta, entre espesos cañaverales y el boscaje de las huertas. En marzo resultaron heridos los soldados Manuel Baza Jurado, el día 17, en el servicio verificado para protección de los ejercicios de tiro en la loma de la Silla (Tetuán), y José Bautista San Juan, en el blocao 1, el 27. En abril los enfrentamientos se recrudecieron, otro soldado, Antonio Román Aguilera, es herido en el puente Mhanni, el 2; y tres días después murió en el blocao 1 el sargento Narciso Torres Campomanes; al día siguiente, en un tiroteo en el mismo blocao, recibe un balazo el soldado José Miñarro Molina; el 19, atacan los moros el blocao A, recibiendo un duro escarmiento; el 22, muere a consecuencia de una agresión en la Casa de las Palomas, frente al puente Mhanni, el soldado Juan Jiménez Cabezas; el 24 es muerto el corneta Fermín Martín Rivera, a consecuencia de heridas que le produjo un proyectil de cañón lanzado por el enemigo (Tetuán); y el 28 es herido el soldado Cándido Sánchez Rubio, al regresar de la aguada al blocao 1. Junio resultó más tranquilo para el regimiento, el día 6, atacan los moros el blocao C, hiriendo al soldado Manuel Repiso Baena, y el 28 fue herido el sargento Adolfo Méndez Gómez en el blocao A. Estos son los antecedentes inmediatos que se encuentra el comandante García Pérez al incorporarse al regimiento en el campamento general de Tetuán, el 6 de julio. Pocos días después, el día 13, resulta herido el sargento Emilio Rodríguez Ariza en el blocao C. Aunque no menciona nada en su hoja de servicios, quizás por no encontrarse en la acción, el 31 de agosto se trasladan fuerzas del Borbón desde Afersiguan hasta el reducto avanza-
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do de Kudia Federico; el movimiento cuenta con una violenta oposición de los moros que da lugar al enfrentamiento que el comandante García Pérez contará más tarde así: Trabase reñida pelea, en la que se cruzan los fuegos primero y chocan las armas después; al furor de la morisma contestan nuestros soldados con la decisión de sus voluntades y el acometimiento de sus aceros; y una vez más, los flordelisados patentizan lo firme de su disciplina. Tres soldados fueron heridos, José Muñoz Ruíz, Francisco Delgado Osuna y Antonio Cañadas Cañadas; y resultaron muertos: Brigada Santos López Jiménez, cabo Braulio Pozo Sánchez y soldados Antonio Navarrete Blanco, Francisco López Ortega, Manuel Medina González, Florentino Barranco Murillo, Antonio Monge Caballero, Lucas Durán Gómez, Juan Sarabia León, Rafael Pulido Albacete y Luis Jiménez Pulgar.
Después de esta acción, el regimiento tiene cierta tranquilidad y hasta el 5 de septiembre no se registra ningún incidente; en ese día es herido en el blocao A el soldado Antonio Cobo Domingo. Según el historial, García Pérez terminó el año 1914 participando con su batallón y el 2º en el servicio de seguridad externo de la plaza de Tetuán “velando por la tranquilidad de la ciudad santa ante la astucia enemiga que más de un éxito quiso confiar a las sombras de la noche”, mientras que el 3º operaba por la zona de Ceuta. Situación que se mantenía a principios de 1915, cuando se cierra el historial, alternando los dos primeros batallones del Borbón nº 17 con los demás cuerpos de la división de Tetuán en todos los servicios de guerra a estos encomendados; continuando, sin embargo, a las órdenes directas del alto comisario, para servicios especiales (García Pérez: 1915, 63-73). A lo largo de 1916, mientras permanece en Marruecos, recibe nuevos reconocimientos. El 18 de marzo se le concede mención honorífica por su obra Estudios histórico-geográficos de Marruecos y África Occidental. A pesar de esta disposición, que recoge así el Diario Oficial del Ministerio de Guerra nº 66 (año 1916), en su hoja de servicios se anota dicha mención como recompensa a sus obras: Guerra de África, Campaña de la Chaüia, Operaciones en el Rif, Ifni y el Sahara Español, Geografía Militar de Marruecos y Zona Española del Norte de Marruecos. Es de suponer que esta relación sea el desarrollo de los contenidos de la obra citada inicialmente. También en ese mes se le concede otra condecoración, el 11 se le confiere la Encomienda de la Orden Xerifiana de Uissan Alauitte, según diploma o dalur expedido por el residente general de Francia en Marruecos. Unos meses más tarde, el 30 de diciembre, se le concede la Cruz de 2ª clase del Mérito Militar con distintivo rojo por los méritos contraídos en los hechos de armas librados en las operaciones realizadas y servicios prestados en la zona de Ceuta-Tetuán desde el 1 de mayo de 1915 a 30 de junio de 1916.
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Además, el 26 de abril de 1917, estando ya en Málaga, se le concede la Medalla Militar de Marruecos con el pasador de Tetuán, por hallarse comprendido en el artículo 30 del Real Decreto de 29 de junio de 1915. El 13 de junio de 1917 cesaba Antonio García Pérez en el Regimiento de Infantería Borbón por haber sido nombrado jefe de estudios del Colegio de Huérfanos de María Cristina por Real Orden de 9 de junio. Tras ser promovido, el 4 de enero de 1919, al empleo de teniente coronel, con la efectividad del 7 de diciembre del año anterior, tendrá la ocasión de volver a acercarse al conflicto del Protectorado, pero no llegará a pisar suelo marroquí. Tras pasar por el Regimiento de Infantería de Tarragona núm. 78, de guarnición en Gijón, Antonio será destinado al Regimiento de Extremadura núm. 15, el 26 de febrero de 1921. Verificó su incorporación al mismo el 18 de marzo, haciéndose cargo del mando del 2º Batallón y quedando de guarnición en Algeciras (Cádiz) a partir de ese día. Permaneció prestando servicio en esta unidad hasta el mes de agosto de ese mismo año, cuando por Real Orden de 22 de este mes se le destina al Estado Mayor Central del Ejército. El destino a Madrid se produce apenas un mes más tarde del desastre de Annual, ocurrido el 22 de julio. Casi inmediatamente, el día 24 de ese mes, un batallón de su regimiento es enviado a Marruecos, a bordo del vapor Hespérides que zarpa ese día desde Algeciras, pero García Pérez no viaja con él y se quedará en la plaza gaditana prestando servicio. En el mes que permanece en Algeciras, Antonio verá pasar por la ciudad y su puerto gran número de unidades con destino al Protectorado y, muy probablemente, contribuyese a su alojamiento y embarque. No tenemos constancia de la razón de esta ausencia, pero es probable que esta estuviese relacionada con su marcha a Madrid que debía estar gestándose desde días antes de la catástrofe. Así lo ponen de manifiesto las palabras que, el mismo 22 de julio, le escribe la infanta Eulalia de Borbón: “Me he apresurado de escribir al General Weyler a quien he recomendado a V. con todo el interés que me inspira mi afecto agradecido. ¡Espero, y esta vez confío, en que tengamos mejor suerte!”. La intención de dejar Algeciras, o al menos participar en comisiones en el extranjero, estaba ya en el ánimo de Antonio desde mucho antes. Primero, pretenderá ser nombrado para una comisión en Argelia, en el primer semestre de 1921, sin haberse llegado a incorporar al Regimiento Extremadura. Al no conseguirlo, procurará ser incluido en la misión que debía trasladarse al Perú, vía Cuba, para asistir a las conmemoraciones del Callao, cuya salida estaba prevista desde Santander a mediados de junio de ese
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mismo año. Para conseguir ambas no había dudado ya en solicitar auxilio a la infanta Eulalia, según ponen de manifiesto algunas de las cartas que le remite aquella: No sé a quién dirigirme, ni conozco ya a nadie en Madrid; pero creo que lo mejor sería que en mi nombre enviara V. esta carta al Ministro de la Guerra actual (que ignoro quien es) y estoy segura que el Ministro comprenderá que V. reúne las condiciones necesarias para solicitar el viaje a Argelia (Infanta Eulalia de Borbón a García Pérez, fecha 5-3-1921). (...) Efectivamente me ha escrito la Condesa, que Viñoza va al Perú para las fiestas del Callao. Nadie mejor que V. reúne las condiciones para acompañarle como Agregado Militar y acabo de escribir a Viñoza diciéndoselo, con la esperanza que acedera a su deseo de V. (Infanta Eulalia de Borbón a García Pérez, fecha 4-6-1921).
Desde que se incorpora a su puesto en la segunda sección del Estado Mayor Central, a las órdenes directas de otro infante y diplomado de Estado Mayor, el coronel Leopoldo Ruiz Trillo, seguirá la campaña africana por la prensa y los noticias internas que le llegan en su quehacer diario. Ciertamente, sus obras nos muestran que no permanece ajeno al conflicto, como ya había sucedido en su periodo como profesor en la academia toledana. Pero, además, durante su permanencia en Madrid hasta el ascenso a coronel, a finales de 1928, Antonio tendrá oportunidad de acercarse nuevamente al conflicto. Así, el sábado 25 de febrero de 1922, asiste a un banquete en el hotel Ritz (Madrid) en compañía de otros diplomados de Estado Mayor, para despedir a sus compañeros que marchaban a Marruecos: el teniente coronel Juan Mateo y Pérez de Alejo y el comandante Juan de Castro y Gutiérrez. El primero había sido destinado a Melilla y el segundo viajaba en comisión a Marruecos. Al acto asiste el rey Alfonso XIII y les recuerda a los diplomados la importancia de sus cometidos y los sacrificios de que ellos se esperaban, con estas palabras: Por ser el jefe supremo de los Ejércitos de mar y tierra, creí que era yo el que tenía que hacer la unión de aquellos que trabajan, viven y mueren por la Patria; pero ahora me encuentro que vosotros lo habéis hecho ya todo, porque ninguno que lleve estrellas de cinco puntas o faja de Estado Mayor no ha dejado de estar a la altura debida en ninguna comisión de servicio, en ningún sacrificio que se le haya exigido. Los nombres son prueba fehaciente de lo que digo. El general Navarro y el capitán Aguirre son esos nombres a los que me refería. Cuando se llevan veinte años de jefe supremo del Ejército se puede saber el alcance de mi misión y lo que de vosotros se puede esperar. Sé que todos nos ayudaréis a la transformación que España demanda, que sabréis manteneros dentro de los límites, que marcan vuestros juramentos y la promesa hecha a vuestro Rey, únicos elementos de la disciplina militar (El Globo, 2702-1922).
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Un año más tarde, Antonio es uno más de los que, al conocer la noticia del fallecimiento en combate del jefe del Tercio —el teniente coronel Valenzuela—, solicitan ocupar su vacante. El propio Ministerio de la Guerra señala en un comunicado de prensa que fueron muchos los tenientes coroneles que al conocer la gloriosa muerte de Valenzuela pidieron el puesto, bien personalmente, bien por telégrafo, para el que fue designado, finalmente, Franco (ABC, viernes 8 de junio de 1923). Sin embargo, el diario La Correspondencia de España destacaba el ofrecimiento de García Pérez: Al conocer la gloriosa muerte del teniente coronel Valenzuela, el jefe de la misma graduación, Sr. García Pérez, solicitó voluntariamente el mando de dicho Cuerpo. Su ofrecimiento no ha sido aceptado por haber acordado el ministro de la Guerra el nombramiento del coronel Franco; pero su actitud merece hacerse pública, para honor del prestigioso jefe que une a su brillante carrera militar su conocido nombre de publicista.
Tras esta negativa, no parece que Antonio volviese a intentar regresar a Marruecos para servir en la campaña. A partir de entonces seguirá de lejos el conflicto, pese a lo cual seguirá escribiendo sobre las unidades y los hombres que allí combatieron. 4. África en sus obras
Durante su larga carrera militar Antonio García Pérez toma contacto con Marruecos y África de muy variadas formas, la mayoría de las veces de manera anecdótica y, por lo general, sin pisar aquellas tierras. Sin embargo, como ya hemos apuntado, esos breves y lejanos contactos darán lugar a una extensa obra literaria en la que expone sus conocimientos geográficos, históricos y, ocasionalmente, sus ideas en cuanto a la política a seguir en Marruecos. Entre sus trabajos históricos destacan los dedicados a recordar y homenajear la figura de compañeros y antiguos alumnos caídos en combate en las campañas africanas. Como escritor, Antonio García Pérez fue un prolífico autor, con una variada temática que se extendía más allá de los aspectos puramente castrenses. Muy considerado por algunos estudiosos de su época, pero también con opiniones claramente contrarias a sus trabajos y a su personalidad. Contraste que se extiende a los momentos actuales. Así, las opiniones de los miembros de la reunión de Estado Mayor que informaron sobre muchas de sus obras son, en ocasiones, muy duras con las cualidades del autor. Se le llega, incluso, a acusar de traducir alguna obra, sin citar su origen, manipular fuentes, así como de excesiva prodigalidad y reiteración en
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sus escritos. Su forma de trabajar con una recopilación de datos a partir de consultas a personalidades y organismos, sin investigaciones documentales en archivos que apoyen sus escritos, salvo excepciones, parece propiciar estas observaciones. A ello se une la reutilización de estudios, incluso ya publicados, con una escasa reelaboración para buscar nuevos reconocimientos y premios. En la actualidad la figura de Antonio García Pérez como escritor e intelectual sigue siendo controvertida y discutida. A la opinión, que de él tienen algunos autores, de ser uno de los intelectuales militares más destacados durante el periodo 1898-1923 y que contribuyó decisivamente a la regeneración cultural castrense (Yusta: 2011, 33), se puede oponer la escasa, si no nula, estima que por él y su obra muestran otros. Según Yusta Viñas, García Pérez era de pensamiento tradicionalista, antiliberal, contrarrevolucionario y ferviente católico. Se distinguió por ser uno de los militares ilustrados que, con sus estudios y trabajos, contribuyó a la regeneración cultural del Ejército. Además, el crecimiento de sus ideas conservadoras modeló la cultura militar de un gran número de militares alumnos suyos en Toledo (Yusta: 2011, 50). Opinión similar a la defendida por Geoffrey Jensen unos años antes (Jensen: 2002, 99-114). Ambos lo incluyen en el grupo clave de oficiales ideológicamente influyentes en el Ejército de la Restauración, junto con Ricardo Burguete Lana y Enrique Ruiz-Fornells Regueiro, al que el segundo une, eventualmente, a José Millán-Astray y Terreros. Sin embargo, esta imagen de Antonio García Pérez como escritor militar influyente no es compartida por otros autores. Arencibia de Torres se limita a señalarlo como escritor prolífico y Gárate Córdoba, por su parte, no lo incluye en la relación de escritores militares más destacados (Gárate: 1986, 164-229). Pero, ciertamente, la obra de García Pérez relacionada con África y Marruecos es extensa; con una variada temática y que, en numerosas ocasiones, fue premiada por sus superiores. Además, analizando sus textos podemos encontrarnos retazos de su propia ideología respecto a la actuación de España en aquellos territorios. Así, en La cuestión del norte de Marruecos, publicada en 1908, defiende una política expansionista y de anexión de los territorios norteafricanos, totalmente opuesta a la idea del gobierno del momento, no dudando en recuperar la idea de Isabel la Católica. Su tesis fue apoyada por alguno de los medios de comunicación, como la revista Ilustración Militar. Ejército y Marina que reseñaba así esta obra:
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Este distinguido y cultísimo Oficial de nuestro Ejército, ha publicado recientemente con aquel título un pequeño folleto encaminado a vulgarizar el conocimiento de nuestros derechos en el vecino imperio marroquí, probando con la Historia y documentos oficiales la prioridad nuestra en toda clase de ingerencias en el vecino Estado, acompañando croquis y fotograbados de las posesiones españolas en el Norte del mismo, haciendo su reseña histórica y demostrando el partido que puede sacarse de todas ellas si se adoptan y llevan a buen término las medidas que propone el distinguido escritor, que en todo el trabajo demuestra gran entusiasmo porque esa Nación, hoy descompuesta y hecha trizas, pase a ser parte integrante de la corona de España, rindiendo culto a la tradición y al cumplimiento de la última voluntad de Isabel la Católica. Muy conocido el Capitán García Pérez en la república de las letras por sus muchos escritos y labor constante, excusamos hacer su elogio, siendo sensible que nuestros hombres políticos de todos tiempos y mucho más los de ahora, profesen principios opuestos a los que persigue el Sr. García Pérez en su folleto y desdeñen, antes el derecho, y ahora ese mismo derecho y la compensación a otros bienes perdidos en mala hora (Ilustración Militar. Ejército y Marina núm. 89: 1908, 292).
Esta tesis imperialista y el reclamo a pasadas glorias, con el apoyo del testamento de Isabel la Católica, no era una postura puntual, sino una posición dogmática defendida a lo largo del tiempo y que entroncaba con anteriores posturas historiográficas, como analiza la catedrática Marion Reder Gadow en esta misma obra. Así queda de manifiesto tres años más tarde en su obra Relaciones Hispano-Mogrebinas, donde vuelve a insistir sobre ella señalando: La toma de Granada no debió ser el glorioso epílogo de titánica lucha; nuestras armas debieron marchar al otro lado del estrecho, pues como decía Cánovas del Castillo: ‹‹en el Atlas está nuestra frontera natural, que no en el canal estrecho que junta el Mediterráneo con el Atlántico›› (García Pérez: 1911 (b), 2).
No es de extrañar que el prestigioso catedrático de Derecho Penal José Valdés Rubio que le prologa este estudio, al igual que ya lo había hecho. en 1909, con su libro conjunto con Manuel García Álvarez Derecho Internacional Público, se coloque en el mismo bando que Antonio, defendiendo la legitimidad de la intervención española en Marruecos al señalar: “España tiene derecho, no solo preferente, sino exclusivo para intervenir en el Rif, por causas geográficas y por causas históricas”. Opinión que, igualmente, recalca diciendo: La zona de influencia civilizadora de España, a la que tiene perfecto derecho nuestra Patria por aquellas razones geográficas e históricas, y la causa de la civilización y el progreso humanos, comprende naturalmente desde el Muluya hasta el Atlántico y desde el Mediterráneo hasta el Atlas (Valdés Rubio: 1911, XVI).
En esa tesitura, Antonio García Pérez no deja de justificar en sus escritos la legitimidad de la intervención española en el Rif. No solo en los de
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carácter geográfico, sino también en las obras enaltecedoras de los héroes que caen en Marruecos. En 1911, en su folleto sobre el teniente de la Portilla, recordaba el papel de España: La civilización europea había confiado a nuestra Patria honrosa misión, segura de la vitalidad de una raza tan rica en heroicas aventuras como hidalga en sus leyes a los vencidos; la civilización europea confiaba en la histórica España, segura de que la barbarie rifeña no podría domeñar la cultura del siglo XX amparada en las bayonetas de un ejército que siglos atrás difundió el progreso con la boca de sus arcabuces y con las puntas de sus lanzas (García Pérez: 1911c, 15).
Las llamadas al servicio a la Patria y la importancia de la intervención española en África, se repiten asiduamente a los cadetes, prácticamente desde el inicio del conflicto. Así se lo hace ver a sus alumnos que iniciaban el curso en septiembre de 1909, muy poco después de los primeros combates en Melilla: Al pie de la histórica Melilla, la Patria española ha resucitado altanera y agresiva, sublime y elocuente; al pie de Melilla, el alma de la Patria ha idealizado la gloria humana en el martirio de los oficiales y en la obediencia de los soldados; junto a Melilla, el alma de la Patria ha sonreído nacarina y sugestiva (García Pérez: 1912, 26).
Dos años más tarde se dirigirá a los cadetes que juran bandera en su primer año de estudios durante el curso 1911-1912. Recordando a los caídos en África en el curso de las recientes campañas y llamando a los futuros oficiales a seguir sus pasos en el servicio a la Patria: Mi alma ha recordado con orgullo y con devoción los nombres de quienes no ha mucho tiempo también posaron sus labios sobre sus paños bicolores; los que abnegados cayeron en 1909 y los que recientemente han muerto sobre las márgenes del Kert elevaron al cielo un grito de su alma como hosanna sentido a la España de sus amores y al Rey de sus esperanzas (García Pérez: 1912, 36).
Aunque pueda parecer que el espíritu intervencionista surge como consecuencia de los sucesos de 1909 y la instauración del Protectorado, lo cierto es que García Pérez ya había criticado anteriormente la actitud mantenida por los sucesivos gobiernos en el norte de África. Así como había defendido una intervención en Marruecos. Ya en 1908 señalaba el olvido de los sacrificios de la campaña de Melilla de 1893 y la responsabilidad de los políticos en ello: ¿Qué resta de aquella no lejana época, tan tristemente recordable para España? Nada, nada que testimonie lo que sucedió; nada que alegre nuestro orgullo patrio; nada que nos haga hincar la rodilla ante una abnegación que tuvo purpúrea vestidura; nada que nos invite a sentir y a meditar; nada que nos lleve los labios a tierra y los ojos al cielo. ¿Cómo nuestra leyenda preñada de triunfantes canciones; cómo nuestro corazón sin valladar en la Historia para sus atávicos arrebatos; como nuestra espada tinta por tantos siglos en sangre agarena; como nuestra fe universalmente austera y dominadora
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no retoñaron proclamando la ley de raza y añorando excelsas tradiciones? ¿Cómo tras tantas vidas inmoladas, nuestros campos no se han extendido? Si fue la política la que bellaca enroscóse a la espada, ¡maldición para aquella que enlodó la Historia nacional, y olvido para la segunda, que no supo erguirse y rasgar con su alarido de triunfo! (Ilustración Militar. Ejército y Marina: 1908, 395).
La relación de las obras de Antonio García Pérez centradas en África y Marruecos es extensa, a ella se une un gran número de publicaciones que citan de forma secundaria a personajes y hechos relacionados con la historia de las campañas de Marruecos. Dado que en estas mismas páginas el doctor Manuel Gahete aborda con detenimiento y exactitud su descripción y estudio, ahorramos al lector la reiteración de tan larga nómina. En muchas de ellas García Pérez nos deja diversas semblanzas biográficas de héroes de la guerra en Marruecos, con la clara intención de contribuir a la exaltación patriótica de sus lectores. Así, además del citado Braulio de la Portilla —hijo del general Leoncio de la Portilla Cobián—, nos encontramos, entre otros, con José María Lazaga Ruiz, alférez de navío del cañonero Laya, fallecido a consecuencia de las heridas recibidas durante la evacuación de Sidi Dris; Eloy González Simeoni, comandante del Cuerpo de Estado Mayor, muerto en Monte Arruit; José Escribano Aguado, capitán de Infantería, muerto en la defensa de la posición A; Diego Flomesta Moya, muerto durante su cautiverio por negarse a ayudar a los rifeños a manejar las piezas de artillería; Manuel Bandín Delgado, capitán de Artillería, muerto en Monte Arruit; Julio Llompart Larraz, cadete de Infantería, muerto en la defensa de Zeluán; Fernando Primo de Rivera y Orbaneja, teniente coronel de Caballería, muerto en Monte Arruit; Laureano Irarazábal Hevia, hijo del capitán de Infantería Cándido Irarazábal Jaquetot, que murió al frente de los defensores de la posición de Bu-Hermana (Monte Mauro); Mariano García Martín, cabo de Infantería, muerto en la evacuación de Afrau; Pedro González Cabot, artillero, muerto en Monte Arruit; Julio Benítez y Benítez, comandante de Infantería, muerto en Igueriben. Oficiales, antiguos alumnos de Antonio, caídos en Marruecos como José Pazos Mendieta, Alberto Lozano Gisbert, Ángel Salcedo Auxó, Julián Morales Morales, Bernardino Echenique Alonso, Fernando Sesma Fortún, Bruno Pérez Blázquez, Rafael Carlier Rivas y Alfonso Alcayna García de Castro, se unen a la nómina de los recordados en sus escritos. A ellos se añaden clases de tropa, como Salvador Miguel Figuerola y otros imposibles de reseñar en su totalidad. Casi siempre son semblanzas muy breves, donde prima más el aspecto apologético que el histórico.
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En ocasiones García Pérez extenderá su obra más lejos de lo puramente literario para apoyar la creación de monumentos o la realización de homenajes al héroe fallecido, como en el caso ya señalado de Braulio de la Portilla, en el que Antonio impulsa la erección de un monumento y la imposición de su nombre a una calle, ambos en Córdoba. Un tercer aspecto en la obra de Antonio García Pérez, que nos muestra su interés por Marruecos y el norte de África, es la intencionalidad de cada uno de sus escritos, a quien o quienes son dedicados. Así vemos que, en 1909, dedica su libro Ocho días en Melilla al general José Marina Vega, comandante general de Melilla en esa época. No sería esta la única ocasión en la que ofreciese una obra al ilustre militar, un año más tarde volvía a dedicar al general Marina su libro Leyes de la Guerra, del que era coautor con Manuel García Álvarez, con estas palabras: “al Excmo. Sr. Teniente General Don José Marina Vega, victorioso Comandante en Jefe del Ejército del Riff en la campaña de 1909”. Otro de los generales protagonistas en la instauración del Protectorado, el general Alfau, será objeto de atención de Antonio que le dedicará su libro Zona española del Norte de Marruecos cuando aquel era alto comisario de España en Marruecos en 1913 con breves palabras: “Al Excmo. Sr. Teniente General D. Felipe Alfau Mendoza. Alto Comisario de España en Marruecos. El Autor”. Pero no solo se preocupa por las autoridades militares, también lo hace por estrechar lazos con prestigiosos arabistas como el escritor, periodista y corresponsal de guerra Guillermo Rittwagen Solano, en cuya biblioteca encontraron acomodo muchas de las obras de Antonio. Dándose la circunstancia de que, años más tarde, algunos de estos libros volvieron al ámbito castrense integrando parte de los fondos de la actual Biblioteca Central Militar. García Pérez estrecha, aún más, sus lazos con los territorios norteafricanos y el Protectorado español en Marruecos en los últimos años de su vida. En efecto, a partir de 1939 verán la luz algunas de sus obras en imprentas de Ceuta y Tetuán. En el primer caso, la del Regimiento de Infantería nº 54 será la responsable de la impresión de sus obras Simancas glorioso (1944), Banderas de España (hacia 1944); mientras que la del Regimiento de Artillería nº 49 hará lo propio con Símbolos y grandezas (1945). En la segunda plaza se imprimirá Cabos y soldados de la española Infantería (hacia 1944) por la imprenta del Regimiento de Infantería Tetuán nº 14. Así, se cerraba el ciclo iniciado en 1907, cuando el periódico El Telegrama del Rif editó e imprimió en Melilla su libro Vocabulario militar hispano-mogrebino.
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La larga nómina de trabajos relacionados con África y, especialmente, con Marruecos muestra la dedicación de Antonio García Pérez a este tema. El reconocimiento de su labor se plasmó en la inclusión de algunas de sus obras en sendas bibliografías de su época: Apuntes para una bibliografía de Marruecos, recopilada por Ignacio Bauer y Landauer y publicada en Madrid el año 1922; y Noticia de Bibliografía Marroquí reunida por el, entonces, comandante de Estado Mayor José Díaz de Villegas Bustamante y publicada en 1930. Bibliografía Arencibia de Torres, J.: Diccionario biográfico de literatos, científicos y artistas militares españoles, Madrid: E y P Libros Antiguos SL., 2001. Baldovín Ruiz, E.: Historia del Cuerpo y Servicio de Estado Mayor, Madrid: Ministerio de Defensa, Secretaría General Técnica, 2001. Bauer y Landauer, I.: Apuntes para una bibliografía de Marruecos, Madrid: Editorial Ibero-Africano-Americana, 1922. Díaz de Villegas Bustamante, J.: “Noticia de Bibliografía Marroquí: trescientas cincuenta referencias de obras...”, en Colección Bibliográfica Militar, tomo XXVIII (extraordinario), Toledo, diciembre 1930. Ferrer Sequera, J.: La Academia General Militar. Apuntes para su historia, Barcelona: Plaza y Janes Editores S.A., 1985. Gárate Córdoba, J. M.: “La cultura militar en el siglo XIX”, en Hernández Sánchez-Barba, M. y Alonso Baquer, M. (dirs): Las Fuerzas Armadas Españolas. Historia Institucional y social, Madrid: Ed. Alhambra, 1986, T. IV, pp. 141-267. García Pérez, A.: “Ocho días en Melilla. La línea fronteriza”, revista Ilustración Militar. Ejército y Marina nº 96 (1908), Madrid, pp. 394-398. — Ocho días en Melilla, Barcelona: 1909. — “Ibáñez Marín y el Museo de la Infantería”, revista Ilustración Militar. Ejército y Marina nos 125, 130, 132, 135 (1910) y 145 (1911a), Madrid, pp. 75-76; 159; 192; 245-247 y 14-15. — Relaciones Hispano-Mogrebinas, Madrid: Imprenta de la Revista Técnica de Infantería y Caballería, 1911b. — Braulio de la Portilla y Sancho. Muerto por su Patria y por su Rey el 27 de Julio de 1909 (Melilla), Toledo: Viuda e Hijos de J. Peláez, 1911c. — “Siete años de mi vida (1905-12)”, revista Estudios Militares (1912), editado como separata en Madrid: Imprenta de Eduardo Arias, 1912. — Historial de guerra del Regimiento de Borbón nº 17, Málaga: Imprenta Ibérica, 1915. — La Marina en la Cruzada, Madrid: colección Biblioteca de Camarote de la Revista General de Marina núm. 9, Escelicer S.L., 1942. Jensen, G.: Irrational triumph: cultural despair, military nationalism, and the ideological origins of Franco’s Spain, Reno y Las Vegas: University of Nevada Press, 2001. Llanos Alcaraz, A.: La Campaña de Melilla de 1893-1894, Málaga: Editorial Algazara S.L., 1994 (Primera edición Madrid 1894). Pérez Frías, P.: “Las élites militares de Alfonso XIII y la Inmaculada Concepción: El caso de Antonio García Pérez”, en Campos y Fernández De Sevilla, F. J. (dir.): Actas del
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Simposium La Inmaculada Concepción en España: Religiosidad, Historia y Arte, El Escorial (Madrid): Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, 2005, pp. 305-326. — “Cuatro personajes y una obra”, en Ejército y Derecho a principios del Siglo XX, Madrid: Editorial La Ley, 2012, pp. 87-229. — “Proemio: Biografía de Antonio García Pérez”, en Gahete Jurado, M. (ed.): México y España, la mirada compartida de Antonio García Pérez, Madrid: Editorial Ánfora Nova, 2012, pp. 17-67. Servicio Histórico Militar: Historia de las Campañas de Marruecos, Madrid: Servicio Histórico Militar, tomo II, 1951. Valdés Rubio, J. Mª.: “Prólogo”, en García Pérez, A.: Relaciones Hispano-Mogrebinas, Madrid: Imprenta de la Revista Técnica de Infantería y Caballería, 1911, pp. I-XXXIV. Yusta Viñas, C.: Alfonso de Orleans y de Borbón. Infante de España y pionero de la aviación española, Madrid: Fundación Aeronáutica y Astronáutica Española, 2011.
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Bernardino García García, alférez de Infantería. Puerto Príncipe, hoy Camagüey (Cuba), 1872. Archivo Martínez-Simancas.
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Los escritos de Antonio García Pérez sobre Marruecos
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Es muy nutrido el número de obras de Antonio García Pérez concernientes a las relaciones entre España y Marruecos desde la Guerra de África (1859-1860) hasta el periodo del Protectorado, aunque nuestro autor no duda en atraer a la memoria cercana los episodios más alejados en el tiempo. Asimismo el autor escribe algunos textos relativos a la cultura y lengua árabes, previsible consecuencia de su nombramiento como profesor de estas materias en la Academia de Infantería de Toledo durante los años 1905 a 1912. Sobre todas ellas centraremos nuestro trabajo. Dos son los capitales problemas con los que nos enfrentamos en la elaboración de este estudio. El primero radica en la oscilación nominal que sufren varios de los títulos, de lo que trataremos de dar cuenta; y, en segundo lugar, las diferentes dataciones de algunos de los textos que deben responder lógicamente a reimpresiones, pero que en casos concretos nos remiten a un doble soporte editorial, como artículo y como libro, creando finalmente un intrincado canevás de no fácil interpretación. Para la elaboración del estudio, me remito a dos taxonomías que pretendo conciliar: la cronoló-
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gica y la temática, supeditadas por un eje capital que distingue las obras escritas en los años anteriores al Protectorado y aquellas que lo fueron durante este periodo (1912-1956), teniendo en cuenta que García Pérez muere en 1950 y nunca se interesó especialmente en juzgar las circunstancias hispano-magrebíes que incidieron en la guerra civil española, tal vez por ese sentimiento armonizador que siempre empapó su producción escrita, orientada capitalmente a la enseñanza y la proclamación de los valores militares. 1. Camino hacia el Protectorado 1.1. La guerra de África de 1859 a 1860
La primera obra de Antonio García Pérez aparece datada en 1898 y se limita, con buen estilo, a resumir y comentar las diecisiete conferencias o lecciones impartidas por el coronel de Infantería Martín Arrúe en el Ateneo de Madrid. Hemos encontrado variaciones en el título, transcribimos el que aparece en el ejemplar de la biblioteca del Ministerio de la Guerra, aunque normativamente tomemos como referencia la Biblioteca Nacional: La guerra de África de 1859 á 1860: Lecciones que explicó en el Curso de Estudios Superiores del Ateneo de Madrid el coronel de Infantería D. Francisco Martín Arrúe, extractadas por D. Antonio García Pérez, oficialalumno de la Escuela Superior de Guerra. Para comprender la complejidad de estas discordancias significamos cómo en una de las relaciones que el propio García Pérez realiza de sus libros podemos leer: Campaña hispano-mogrebina de 1859-60; y en otra Campaña hispano-mogrebina, 1859-60. De lecciones explicadas en el Ateneo de Madrid (curso de 1896-97), por el coronel de Infantería D. Francisco Martín Arrúe; sin duda el mismo texto de ciento cuarenta páginas que Martín Arrúe, siendo ya general de brigada (ABC: 1913, 8), retomaría para su discurso de recepción en la Real Academia de la Historia. Es pertinente indicar que el investigador Gregorio Torres Nebrera (1989: 386-393), entre otras influencias, destacará como fuente galdosiana, para su obra Aita Tettauen, el libro y las conferencias acerca de La guerra de África de 1859-1860, confeccionadas sobre las lecciones del coronel de infantería Francisco Martín Arrúe (extractadas por Antonio García Pérez), pronunciadas durante el curso de 1896-1897 en el Ateneo madrileño. Es notable la admiración que García Pérez siente por este militar, socio de número del Ateneo científico, literario y artístico de Madrid; y miembro de la Real Academia de la Historia, distinción para la que fue
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elegido el 2 de enero de 1914, aunque no tomó posesión hasta el 21 de febrero de 1915, siete meses antes de morir, lo que acaeció el 29 de septiembre. En el acto de recepción como numerario, Martín Arrúe leerá el discurso titulado “Guerra hispano-marroquí (1859-60)”, siendo contestado por el también excelentísimo señor Francisco Fernández de Béthencourt. Es evidente que, a pesar de haber tocado diferentes aspectos de la historia española y europea (Historia del Alcázar de Toledo, Guerras contemporáneas. Estudios del arte de la guerra. Campaña de Bohemia e Italia en 1866, Curso de historia militar), Martín Arrúe sentía especial atracción por este periodo africanista. El gusto por la literatura, que cultivaba García Pérez, era también un don notable del militar, ateneísta y académico; que unía a las facetas de historiador, conferenciante y prologuista, su predilección por los temas literarios, escribiendo la novela Soledad en 1884; y colaborando con Antonio Machado Álvarez —padre de los poetas sevillanos Manuel y Antonio, y más conocido por Demófilo— en las tareas de compilación del folclore, pionero en elevar a calidad de arte el saber y la ciencia del pueblo. García Pérez dedica el libro a los señores Alejandro Aguiar, Roberto P. Riverós y Rafael Howard, oficiales de la República Oriental del Uruguay. García Pérez apostilla: al tener el alto honor de que con sus nombres encabece la primera página de este libro, lo hago reconocido a las inequívocas muestras de aprecio que de ustedes he recibido. / Homenaje que de simpatía y franca amistad les tributa su compañero de armas (1898, 3). 1.2. Lengua y cultura árabes
Son varios los textos que García Pérez escribirá sobre la lengua y cultura árabes, especialmente orientados a la enseñanza de esta disciplina que hubo de impartir en la Academia de Infantería de Toledo. Sobre su conocimiento de los idiomas oficiales, sus superiores coinciden que domina el idioma árabe y conoce el francés con capacidad para su traducción (Pérez Frías: 2012: 23). Aunque en algunas de las relaciones que García Pérez nos ha dejado de sus obras aparecen títulos como Gramática árabe y La cultura de los árabes en el pasado, lo cierto es que solo son dos los textos que conservamos: Vocabulario militar hispano-mogrebino y Árabe vulgar y cultura arábiga. Datado en 1907, el primero es un compendio de treinta páginas donde se relacionan en español los términos más usuales del léxico militar y sus correspondencias en idioma árabe, con la transcripción fonética per-
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tinente. El opúsculo está dedicado al general de División Ramón Echagüe y Méndez-Vigo, conde del Serrallo, militar y político español nacido en Madrid el 15 de noviembre de 1852. Hijo del general Rafael Echagüe y Bermingham, a quien sucederá en el título de conde del Serrallo y grande de España en 1887, ingresa en la milicia en 1866. Combate en la Tercera Guerra Carlista y en la campaña de 1896 en Cuba, siendo herido en las lomas del Rosario. Ascendido a general de división, ocupa el puesto de capitán general de Valencia entre 1911 y 1913, año en que se le nombra ministro de la Guerra. Gentilhombre grande de España, con ejercicio y servidumbre, y senador vitalicio, muere en Madrid el 25 de noviembre de 1917. Antonio García Pérez, entonces capitán de Infantería y diplomado de E. M., firma gentilmente la dedicatoria como “su subordinado”. El segundo de los títulos, Árabe vulgar y cultura arábiga, no aparece catalogado en la Biblioteca Nacional. Según figura en el Archivo general militar de Segovia, la obra fue premiada con mención honorífica por Real Orden de 19 de agosto de 1908 (Diario Oficial núm. 183). El ejemplar que hemos consultado, procedente de la biblioteca de la Academia de Infantería de Toledo, viene firmado por el “Comandante de Infantería Don Antonio García Pérez”, empleo al que ascenderá en 1912. Se trata de un texto manuscrito, realizado con primorosa caligrafía, que Antonio García Pérez dedica al prestigioso diputado a Cortes Salvador Canals. Este político, ensayista y periodista español nace en San Juan de Puerto Rico, donde había sido destinado su padre en 1867. En 1885 se establece en Madrid y se dedica al periodismo. En 1891 es nombrado redactor de El Heraldo de Madrid; y, después, redactor jefe de El Mundo. En 1901 crea la revista Nuestro Tiempo (1901-1927), donde van a colaborar los principales intelectuales de la época; siendo, un año más tarde, designado por Antonio Maura para ocupar el puesto de secretario de prensa. En este punto comienza su carrera política. Integrado en las filas del Partido Liberal Conservador, será elegido diputado por el distrito de Valls en los comicios generales de 1903 y 1905, y por el de Ávila en los generales de 1907. Tras un breve paréntesis, será reelegido diputado por los distritos de Játiva y Alicante en las elecciones de 1910, 1914 y 1916; por Valencia, en las de 1919; por Lérida, en las de 1920; y por Alicante, en las de 1923. Entre 1908 y 1909 desempeñará las funciones de subsecretario de la presidencia del Consejo de Ministros, cargo para el que será designado nuevamente entre 1919 y 1922, llegando a ser vicepresidente del Congreso de los Diputados, a pesar de la derrota que sufrió en 1918 ante la conjunción republicano-
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socialista que le hizo perder partidarios en el seno de su partido, del que era jefe en Alicante desde 1910, dimitiendo en 1930, tras apartarse de la política. El manuscrito Árabe vulgar y cultura arábiga, de doscientas treinta y cinco páginas, se divide en cinco capítulos. El primero está dedicado a la poesía arábiga, integrado por un nutrido acervo de poemas, algunos tachados con raya o cruz (pp. 1-45). El segundo a la arquitectura árabe, con diferentes trabajos acerca de su evolución, ornamentación y construcción; peculiares apuntes sobre mezquitas y tumbas, la casa musulmana y las obras públicas; y dos últimos epígrafes dedicados a la arquitectura militar y el estilo mudéjar (pp. 46-94). El tercero lleva por título “El Korán y Mahoma”, donde elabora un pormenorizado recuento de los materiales del libro sagrado y una escueta biografía del profeta (pp. 95-147). En el cuarto revisa la contribución de los árabes al progreso humano, analizando sucintamente aspectos tan misceláneos como el amor de los árabes a la cultura, la filosofía, las fábulas y proverbios, los cuentos, la historia, las matemáticas, la astronomía, la historia natural, la medicina, la geografía, la mecánica, la física y química, la escultura y pintura, la cerámica y la vidriería, los trabajos en madera y marfil, la damasquinería, la pólvora, la brújula y el papel (pp. 148-194). Y un quinto y último capítulo dedicado a las conquistas arábigas, donde trata diferentes aspectos de este pueblo con notorio cuño pedagógico: los pobladores de la Arabia, la expansión árabe, la dinastía omeya u omniada, el califato de Córdoba, la decadencia del Imperio árabe-español, la dinastía de los abasíes o abbasidas, la decadencia del califato de Bagdad, los turcos otomanos, la decadencia del Imperio turco y las causas de la grandeza de las conquistas arábigas; todo en un tono de consciente objetividad (pp. 195-224), que sustenta la relación de obras y autores consultados: Historia general del Arte, Barcelona: Montaner y Simón Editores, 1886; La civilización de los árabes (La civilisation des Arabes), 1884, por Gustave Le Bon; Poesie und Kunst der Araber in Spanien und Sizilien, 1865, de Adolf Friedrich von Schack, traducida del alemán por Juan Valera, con el título Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia, 1881; Grammaire d’arabe régulier: morphologie, syntaxe, métrique, por Belkassem Ben Sedira, 1898; Diccionario del árabe marroquí, 1892, del padre José María Lerchundi, quien escribió otros textos referenciales como Rudimentos del árabe vulgar que se habla en el Imperio de Marruecos, 1872; la Crestomatía árabe, 1881; y el Vocabulario español-arábigo del dialecto de Marruecos, 1893; los “apuntes” del capitán de Infantería, profesor de árabe en la Escuela Superior de Guerra, Francisco Mollá Cisneros; y los propios “apuntes” del autor.
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1.3. Honor, bandera y héroes
Siendo palmaria la devoción de Antonio García Pérez por los combatientes españoles en las diferentes campañas de África, sobre todo las más cruentas, no merma un ápice al respeto que le merece el pueblo árabe, hasta el punto de que su pensamiento, según argumenta Geoffrey Jensen, contrasta abiertamente con el de Ruiz-Fornells quien proclamaba sin reservas que el progreso humano moderno gravitaba solo en la creencia europeísta. Antonio García Pérez focalizará la perspectiva de España, con vistas a la regeneración nacional, en el espíritu guerrero de las Cruzadas, de reseñable influencia árabe, lo que denota claramente su actitud positiva hacia la España musulmana; sin que este respeto atenuara un ápice su incorruptible fe católica que considera fin y afán primordiales de la nación española (Jensen: 2002). Apasionado como muestra ser en sus anhelos patrióticos, apuesta decididamente por el acuerdo y la camaradería, virtudes que deben ornar a todo noble militar que se precie. Es significativa su adhesión para celebrar el “Tercer congreso africanista”, organizado por el Centro Comercial Hispano-Marroquí de Madrid, en cuya relación figuran relevantes instituciones y personalidades: El Consejo de Agricultura y Ganadería y Cámara Agrícola Oficial de Granada; el duque de Veragua, de Madrid; Cámara de Comercio de Madrid; Sociedad Económica Vascongada de los Amigos del País de San Sebastián; Instituto Agrícola Catalán de San Isidro de Barcelona; D. Antonio García Pérez, profesor capitán de Toledo; Compañía de Vapores Correos interinsulares canarios de Las Palmas; Cámara de Comercio de Guipúzcoa; D. Eugenio Silvela, diputado Madrid; Cámara de Comercio de Logroño; Excmo. Ayuntamiento constitucional de San Sebastián; don Manuel Antón Ferrándiz, diputado á Cortes; Cámara de Comercio de Palma de Mallorca; Círculo de la Unión Mercantil é Industrial de Madrid; Cámara de Comercio de Melilla; Sociedad General Azucarera de España; el arzobispo de Valladolid; Cámara de Comercio de Santader; Cámara de Comercio de Zaragoza; Cámara de Comercio de Cartagena (El imparcial: 1909).
Es más que proverbial el ardor que Antonio García Pérez manifiesta por la bandera y los héroes que la defienden. Son numerosos los testimonios que plasma en sus diferentes producciones (artículos y libros) acerca de las gestas del ejército español a lo largo de la historia. Nos resulta ejemplar el denodado panegírico que García Pérez escribe —y pronuncia— “Ante la Bandera de la Academia de Infantería”, personificado en la figura del abanderado Darío Gazapo Valdés. En él proclama la lealtad a la bandera y la consagración a la patria de “los caudillos del ayer”, a los que es preciso volver la mirada porque son “nombres ungidos por la fama, y heroísmos perpetuados en la Historia”, “rasgos de hazañosas épocas que siguen nacarinas
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como la aurora y brillantes como el sol” (García Pérez: 1909a, 327). En este mismo artículo incide especialmente en los “bravos que allá en Melilla pusieron guirnaldas de laureles en la frente de la Patria (...) aguerridos oficiales que en los campos melillenses tanta honra y prez dieron a la Infantería con su hidalgo sacrificio” (García Pérez: 1909a, 327). Como referente por antonomasia, citamos el del joven y glorioso combatiente Braulio de la Portilla y Sancho, el teniente cordobés fallecido en la Campaña de Melilla de 1909, con veintiún años de edad, y dilecto discípulo. Aunque en la portadilla del libro leemos Braulio de la Portilla y Sancho y a modo de subtítulo, en letra menor, Muerto por su Patria y por su Rey el 27 de Julio de 1909, Melilla, en el catálogo de la Biblioteca Nacional se reseña como Muerto por su Patria y por su Rey el 27 de Julio de 1909 (Melilla) / Braulio de la Portilla y Sancho. Antonio García Pérez se refiere al valiente oficial en estos términos: En el Alcázar toledano conocí al heroico teniente de cazadores de Llerena; su honradez, su caballerosidad, su disciplina, sus virtudes fueron mi orgullo. Coincidían con mis deseos para el arma, con mis ansias para España, con mis votos para el Rey. Cuando supe la noticia de la gloriosa muerte, recordé al discípulo que tantas virtudes anidara en su alma y tanto cariño merecido de sus maestros, y creí ver en el teniente La Portilla uno de aquellos excelsos adalides de la magna España que ni conocieron obstáculos en sus arrolladores avances ni se entristecieron ante imponentes sacrificios. La Portilla ganó inmarcesible honor en el campo de batalla; su nombre vive en la memoria de los buenos infantes, en el corazón de los que aplaudieron sus virtudes en las aulas toledanas (García Pérez: 1909b, 4).
En el folleto que dedica al malogrado combatiente, el ilustrado escritor “manifiesta su gratitud á la Prensa, Corporaciones y personalidades de Córdoba por la eficacísima ayuda que le prestaron para lograr sus anhelos en favor del heroico La Portilla” (García Pérez: 1911a, s. n.), a quien se rinde un caluroso homenaje en Córdoba, descubriéndose la lápida erigida en su honor en la calle que perpetuará su nombre. Por aliento de García Pérez e iniciativa del Batallón de Cazadores de Llerena núm. 11, al que pertenecía el aguerrido cordobés caído en la defensa de Melilla asediada por las cabilas rifeñas de los alrededores, el Ayuntamiento de Córdoba, en sesión de 7 de marzo de 1910, acordó nombrar una calle con tan esclarecido nombre. La lápida nominativa se inauguró el 8 de Diciembre de 1911. Rodéala una guirnalda de laurel en forma de marco; en el ángulo izquierdo superior lleva el escudo del Batallón de Llerena, y la Cruz de San Fernando en el izquierdo inferior;
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la Bandera de Llerena cruza la lápida, dejándose leer: “Calle del Teniente La Portilla, muerto en Melilla el 27 de Julio de 1909” (García Pérez: 1919, 109).
Esta lápida, de un metro cuadrado, es obra del capitán de Infantería y escultor Delgado Brackembury. Calle y lápida serán el testimonio ejemplar dedicado en su tierra al heroico Braulio de la Portilla, aunque el capitán García Pérez había pretendido una acción mucho más acorde a los méritos del joven teniente. El ardido alegato del escritor, que refrendaba el concejal José Fernández Vergara, fue oído por el pleno municipal que, en su sesión del 23 de marzo de 1910, acordó ceder para el emplazamiento del monumento a La Portilla, y a los demás soldados cordobeses que en Melilla dieron su vida por la patria y por el rey, el centro de la explanada que existe en el paseo de la Victoria, frente a los pabellones de los cuarteles. El Ayuntamiento había decidido contribuir con la suscripción de mil pesetas, la misma cantidad que ingresaría la Diputación provincial de Córdoba, según lo acordado en sesión de 8 de abril de 1910, a lo que se sumaría la aportación de S. A. R. D. Alfonso de Orleans y Borbón quien escribía, desde Coburgo, al capitán García Pérez suscribiéndose con quinientas pesetas (García Pérez: 1911a, 23). El monumento nunca llegó a levantarse. Pero García Pérez no cejó en el intento; y, costeado por la madre del militar cordobés, el 14 de diciembre de 1913 se alzaba, en el Parque del Oeste de Madrid, un pedestal de piedra blanca y planta cuadrangular (1’31x1’15) con el busto en bronce del héroe, obra del escultor Julio Antonio, que aparecía cubierto de flores naturales. Sobre el pedestal, que ostentaba la Cruz de San Fernando, se leía: ”Braulio de la Portilla Sancho / Capitán de Llerena / Muerto en el Rif al frente de sus soldados, / el día XXVII-VII-MCMIX” (García Pérez: 1915, 33 y 1919, 109). El diario ABC de Madrid recoge, al día siguiente, la inauguración del monumento: Ayer por la mañana fue descubierto en el Parque del Oeste el monumento erigido en honor del teniente D. Braulio de la Portilla y Sancho, muerto heroicamente el 27 de Julio de 1909 en el barranco del Lobo. En aquel trágico día, el joven y valeroso oficial, al frente de su sección, y con viril arrojo, pretendió escalar la altura de Ait-Aixa cuando más reciamente estaba empeñada la pelea, y allí cayó con casi todos los soldados que mandaba. Al principio se dijo que el heroico oficial había quedado prisionero, pero el 29 de Septiembre se halló su cuerpo en el sitio mismo en que cayera al fondo del barranco; la duda de si estaba muerto ó vivo dió margen á leyendas que llenaron de intranquilidad á la santa madre del héroe. Asistieron al acto el alcalde de Madrid, una representación de la familia del heroico oficial, los generales Moragas y Prieto y representaciones de los Cuerpos de la guarnición con sus respectivos coroneles a la cabeza.
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Descubierto el busto, en medio de un silencio solemne, el vizconde de Eza y el general Moragas pronunciaron elocuentes discursos para encomiar el comportamiento de los militares que, como La Portilla, saben morir amparados por la sombra de nuestra bandera (ABC: 1913, 9).
Pedestal y escultura, ubicados en el Paseo de Camoens, cerca del Monumento a los Caídos, fueron destruidos en la guerra civil. En el libro sobre La Portilla se transcribe parte de la conferencia del comandante José Méndez y Turner: “Homenaje a los héroes del Rif” (García Pérez, 1911a, 28-31). García Pérez se refiere a este ilustre comandante con verdadera admiración, ponderando su participación en las campañas de Cuba y Melilla, que le valieron, junto a su eficiente labor en la Academia de Infantería, no solo el nombramiento de gentilhombre de cámara de S. M. Alfonso XIII, sino también el aplauso de su Arma (1911a, 28). 1.4. Geografías y posesiones
Antonio García Pérez, profesor de estas materias durante cinco años, acomete la compleja tarea de realizar estudios globales y específicos de las diferentes posesiones que los españoles mantienen en Marruecos antes de convenirse los acuerdos del Protectorado. La enumeración es, por sí misma, elocuente: Estudio geográfico militar de las posesiones españolas en Marruecos (s.a.). Estudios histórico-geográficos de Marruecos y África Occidental (s.a.). Geografía militar de Marruecos y posesiones españolas en el África Occidental (1910 y 1911). Posesiones españolas en el África Occidental (1907). Posesiones españolas en África curso 1908-1909 (1908). Posesiones españolas en África curso 1909-1910 (1909). “Estudio geográfico militar de la Isla de Fernando Poo” (1908). “Estudio geográfico militar de la Guinea Continental española y de las Islas Annobón, Corisco, Elobey grande y Elobey chico” (1908). “Estudio geográfico militar del Sahara Occidental” (1908). El interés de García Pérez acerca de los territorios ocupados en África por el Gobierno español es indudable. Año tras año va delimitando por medio de artículos y libros los diversos ángulos de esta mudable configuración. En este proceso compilatorio, García Pérez agrupa textos a los que nombra bajo un nuevo título, siendo difícil posteriormente su correcta tipificación. Este es el caso de la obra Geografía militar de Marruecos y posesiones españolas en África, una edición de 1910, reimpresa al año siguiente. Integrada en la colección de Publicaciones de la Revista Científi-
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co-Militar y Biblioteca Militar, está introducida por un prólogo, con fecha de junio de 1909, firmado por el segundo teniente del Arma José Garrido de Oro. La obra está dedicada a los entonces capitanes de Infantería Víctor y Julián Martínez Simancas. Ambos ingresan siendo muy jóvenes en el Ejército, influidos sin duda por la profesión de su padre, perteneciente al Cuerpo de Farmacéuticos Militares. Impartirán clases en la Academia de Infantería de Toledo, labor docente que marcará su futuro; y participarán activamente en las operaciones de guerra de Melilla, siendo muy relevante sus actuaciones en el periodo del Protectorado. Su intensa actividad militar no los apartó nunca de otra aspiración igualmente poderosa: la formación intelectual, plasmada en conferencias y publicaciones, en el caso de Julián; y una ingente labor cultural y educativa, tocante a Víctor, que nunca abandonará. Escrito a mano por el propio García Pérez, y precediendo la edición anotada, puede leerse: Estudio geográfico de Marruecos y África occidental, que dice englobar las siguientes obras: Geografía militar de Marruecos y Posesiones españolas en África (360 páginas y 16 láminas), Tánger (27 páginas), La cuenca del Muluya (30 páginas y 1 plano), Posesiones españolas en África [curso 1908-09] (30 páginas), Posesiones españolas en África [1909-1910] (39 páginas), Relaciones hispano-mogrebinas (40 páginas). De hecho, solo encontramos Geografía militar de Marruecos y posesiones españolas en África, compuesta efectivamente por trescientas sesenta páginas, más tres de índices. La obra se divide en dos partes claramente señalizadas, más un capitulado que el autor rotula como “Apéndice I”: la primera titulada “Geografía militar de Marruecos” consta de trece capítulos (pp. 11-72); la segunda “Posesiones españolas en África”, de doce (pp. 73-161); y diecinueve integran el apartado final de “Apéndices” (pp. 163-360), donde además de cuestiones geográficas se tocan otras de carácter militar y político. En estos cuarenta y cuatro capítulos se recogen compilados todos los temas que García Pérez tratará en el resto de sus producciones. El tono enciclopédico de la obra no debió pasar desapercibido cuando encontramos testimonios escritos que lo corroboran. Mariano Rubió i Bellbé (en otros documentos, Bellvé y Bellver), en La Vanguardia, principal órgano de expresión del Gobierno de la República, se refiere al libro en estos términos: Un escritor militar, García Pérez, reunió en su “Geografía militar de Marruecos” las diversas hipótesis que muchos investigadores formularon, en diversas épocas, sobre la situación precisa de lo que había sido y tenía que volver a ser un territorio español; y las opiniones son tan diversas que no hay manera de ponerlas, ni remotamente, de acuerdo (Rubio y Bellbe [sic]: 1934, 22).
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La obra se complementa con dieciséis láminas que, al publicarse asimismo como texto segregado, ha llevado a confusión. En la Biblioteca de la Academia de Artillería de Segovia han aparecido dos libros con el mismo título, Geografía militar de Marruecos y posesiones españolas en África, pero con portadas diferentes. En el interior de uno de ellos se contiene otro titulado “Mapas para el estudio de la geografía de Marruecos”, conformado únicamente por nueve mapas, que se corresponden con los primeros nueve mapas de Geografía militar de Marruecos. Estos mapas se disgregaron de su ubicación original dando lugar a diferentes folletos, incluso con títulos divergentes (Marruecos mapas topográficos, 1910). En todo caso hemos de entender que se trata de material cartográfico perteneciente al libro que se analiza y, en opinión de Pérez Frías, no debería ser considerada una obra independiente puesto que son los mapas que acompañan al Estudio geográfico militar de Marruecos, como se recoge en el catálogo de la Biblioteca Nacional. Tres títulos se mezclan en este proceso: Geografía militar de Marruecos y posesiones españolas en África, Estudio geográfico militar de Marruecos y Estudios histórico-geográficos de Marruecos y África Occidental. Documentalmente solo puede demostrarse que la obra premiada con una mención honorífica, por Real Orden de 18 de marzo de 1916, es la titulada Estudios histórico-geográficos de Marruecos y África Occidental, como queda escrito: Excmo. Sr.: En vista de la obra titulada “Estudios histórico-geográficos de Marruecos y África Occidental”, escrita por el comandante de Infantería, don Antonio García Pérez, y que para efectos de recompensa cursó V. E. á este Ministerio en 12 de mayo de 1914, el Rey (q. D. g.), de conformidad con lo propuesto por la Junta de Secretaría de este departamento y por resolución de 16 del actual, ha tenido á bien conceder al citado comandante mención honorífica, como comprendido en el art. 16 del reglamento de recompensas en tiempo de paz. De real orden lo digo á V. E. para su conocimiento y demás efectos. Dios guarde á V. E. muchos años. Madrid, 18 de marzo de 1916 (Diario Oficial, núm. 66).
Según García Pérez, esta mención de honor se concede a su obra Geografía de Marruecos, Ifni, Sáhara español y posesiones en el Golfo de Guinea, por Real Orden de 18 de marzo de 1916 (Diario Oficial núm. 66). Sin embargo, en diversa relación posterior que realiza de su producción ensayística, son objeto también de esta recompensa los libros: Campaña de la Chaüia, 1907-908; Guerra hispano-mogrebina, 1859-60; y Operaciones en el Rif, 1909 (García Pérez: 1919, 131). La libre asociación de unas obras con otras en diferentes momentos y lugares da lugar a que, en el Archivo general de Segovia, se reconozca también esta distinción aplicada a distintos títulos, que bien podrían constituir otro conjunto de estudios, en su mayoría
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coincidentes: Guerra de África, Campaña de la Chaüia, Operaciones en el Rif, Ifni y el Sahara Español, Geografía Militar de Marruecos y Zona Española del Norte de Marruecos. En el fondo antiguo de la Biblioteca Nacional se encuentra la obra fáctica titulada Colección de varios, Biblioteca G. Figueras, tomo núm. 15, que reúne trabajos de diversos autores sobre Marruecos. Se denomina “obra fáctica” a los volúmenes que recogen diferentes textos o facsímiles independientes entre sí, por lo que cada uno tiene su propia numeración. Los opúsculos de Antonio García Pérez se agrupan en el capítulo cuarto, hasta un total de cincuenta y seis páginas con los siguientes epígrafes: “La Mar-chica” (pp. 1-16), “Sierra Bullones” (pp. 17-22), “Isla del Peregil” (pp. 25-28), ”Alhucemas” (pp. 29-31), “Peñón de Vélez de la Gomera” (pp. 3339), “Campamento de Cabo del Agua” (pp. 41-44), ”Las minas de Benifu-ifrour” (pp. 45-48), “Los intereses españoles en Marruecos” (pp. 49-53), “Conclusión” (pág. 54) y “Obras del autor” (pp. 55-56), donde se relacionan como independientes Estudio geográfico-militar de las posesiones españolas en el África occidental y Geografía militar de Marruecos, obras que no hemos encontrado con tales títulos en la bibliografía de la Biblioteca Nacional ni en las bibliotecas militares. En la primera página, correspondiente al opúsculo “La Mar-chica”, donde aparece una dedicatoria al teniente coronel de Ingenieros Juan de Avilés (Toledo, 25 de febrero de 1908), podemos leer escrito a mano por el propio autor “Estudio geográfico militar de las posesiones españolas en Marruecos”. Dedicada al coronel director de la Academia de Infantería Juan San Pedro y Cea (Toledo, 25 de marzo de 1907), la obra Posesiones españolas en el África Occidental se compone de cuarenta y siete páginas, divididas en trece capítulos. El primero trata sobre la constitución, superficie y población de las posesiones españolas en el África Occidental; el segundo nos acerca a la isla de Fernando Poo, descubierta en 1481 por los portugueses; el tercero, a la isla de Corisco; el cuarto, a la de Annobón; el quinto a las islas Enobeyes grande y chico; el sexto, al Sáhara español; el séptimo, a la Guinea Española; el octavo al número, distribución, sueldos, ventajas, relevo y permanencia de las fuerzas españolas e indígenas en el África occidental; el noveno, a las comunicaciones marítimas y postales en la zona; el décimo, a los Tratados de Iyil, concertados en beneficio de España por tres preclaros hombres: Julio Cervera, del Cuerpo de Ingenieros militares; Francisco Quiroga, profesor de la Universidad Central; y Felipe Rizzo, cónsul de 1ª clase y profesor de idiomas, que no solo daban derecho a España a las ricas minas de sal gema de igual nombre,
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sino a una extensión de setecientos mil kilómetros cuadrados en el Sáhara occidental (García Pérez: 1907, 33); el undécimo, al presupuesto de gastos e ingresos de estas posesiones; en el duodécimo se relaciona una extensa bibliografía sobre estos temas; y en el decimotercero, como era costumbre, la del autor. Los mapas que ilustran el trabajo fueron dibujados por el capitán profesor de la Academia de Infantería Rafael González Gómez; y los alumnos de segundo año de la Academia, Mariano Trucharte Samper y Manuel Sánchez de Molina Mendoza. Durante el tiempo en que García Pérez fue profesor de la Academia de Infantería de Toledo, destacó por la rigurosa atención que prestó a sus alumnos y la calidad de sus clases. Algunas de sus lecciones quedan recogidas en las dos publicaciones siguientes: Posesiones españolas en África curso 1908-1909 y Posesiones españolas en África curso 1909-1910. El primero es un manual de treinta páginas y dos lecciones: en la primera lección se trata sobre Santa Cruz de Mar Pequeño, isla de Perejil, Ceuta, Peñón de Vélez de la Gomera, Alhucemas, Melilla, las Islas Chafarinas, y los campamentos de la Restinga y Cabo de Agua. En la segunda se analizan los límites, la costa, el Río de Oro y el interior de Sáhara occidental; la situación, historia, orografía, hidrografía, costa, ciudades, habitantes, producciones y división territorial de Fernando Poo; así como la situación, límites, costa, orografía, hidrografía, habitantes y producciones de Annobón, Corisco, Elobey grande, Elobey chico y Guinea continental. El texto acaba con un apéndice sobre la organización militar en el Sáhara occidental y los territorios españoles del Golfo de Guinea. El segundo, con la misma distribución temática pero corregido y ampliado, ocupa algunas páginas más, treinta y ocho, con un apartado último que hace referencia a la política española en el África occidental, marcada por el sello de un intenso patriotismo, en la búsqueda siempre de la mayor riqueza y salubridad de los territorios africanos. García Pérez dedica su “Estudio geográfico militar de la Isla de Fernando Poo” al prestigioso teniente coronel del Arma de Infantería Federico Páez Jaramillo Álvarez (Toledo, 15 de febrero de 1907). En apenas tres páginas, el ilustrado militar compila una reseña histórica, la situación geográfica, la orografía, el litoral y sus bahías, los habitantes, las producciones, la guardia colonial y su presupuesto de gastos, el servicio marítimo, las comunicaciones, la división territorial, las insignias y honores del gobernador general de los territorios españoles del Golfo de Guinea y sus disposiciones más importantes. Al comandante de Infantería José García Moreno (Toledo, 10 de abril de 1908) dedica Antonio García Pérez su “Estudio geográfico militar de
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la Guinea Continental española y de las Islas Annobón, Corisco, Elobey grande y Elobey chico”. En el capítulo primero se analiza la situación, límites, división territorial, litoral, orografía, hidrografía, habitantes, producciones y organización militar de la Guinea continental española. En el segundo se aborda la situación, orografía y riqueza de la isla de Annobón; la situación, orografía, habitantes y riqueza de la isla Corisco; la situación, orografía y riqueza de la isla Elobey grande; y la situación e importancia de la isla Elobey chico. Los planos que aparecen en el trabajo fueron copiados por el alumno de la Academia de Infantería Manuel Álvarez Aymerich. García Pérez dedica el “Estudio geográfico militar del Sahara Occidental” a su compañero y amigo, el segundo teniente de Infantería Alberto Lozano (Toledo, 15 de abril de 1908). En estos apuntes, el militar traza los límites, superficie, litoral, hidrografía, orografía, tribus, producciones y guarnición de Río de Oro, nombre que recibía el territorio meridional del Sáhara español antes de la ocupación de Marruecos. Antonio García Pérez escribe Estudio militar de las costas y fronteras de España (1909) en coautoría con el alumno de la Academia de Infantería Fernando Sostoa y Erostarbe. Esta obra, que figura en la hoja de servicios y otros documentos de su expediente personal, merecerá la atención del Ministerio de Marina que, por Real Orden de 20 de marzo de 1909, le concede la Cruz de 1ª clase de la Orden del Mérito Naval con distintivo blanco (Pérez Frías: 2012, 34); lo que se traslada al interesado por Real Orden comunicada (es decir que no se publica en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra) de fecha 1 de abril. La concesión quedará reflejada en La Correspondencia de España: “Se ha concedido la cruz del Mérito Naval al ilustrado profesor capitán de la Academia de Infantería, D. Antonio García Pérez, por su notable Estudio de las costas y fronteras de España” (17 de abril de 1909, 5). Al no haber encontrado ningún ejemplar de imprenta, entendemos que se trata de una memoria o manuscrito que no llegó a ser publicado. Atención singular merece el opúsculo Isla del Peregil y Santa Cruz de Mar Pequeña, del que encontramos dos ediciones en Madrid, en el mismo año de 1908: una, de dieciocho páginas, publicada por la tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos; y otra, de dieciséis páginas, por la imprenta de la Revista General de Marina. El sumario de la obra nos remite, en primer lugar, a la situación, descripción, breve historia e importancia estratégica de la Isla de Perejil; y, en segundo, a diferentes aportaciones sobre la isla de Santa Cruz de Mar Pequeña: análisis del artículo
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8.º del tratado de Wad Ras de 1860 que puso fin a la Guerra de África; opiniones sobre el emplazamiento de Santa Cruz de Mar Pequeña; la alternante designación de Ifni o Santa Cruz de Mar Pequeña; un acercamiento a los habitantes de Ifni; la reseña histórica de la región del Sur y del Nun; y, finalmente, algunas consideraciones sobre la riqueza de Santa Cruz de Mar Pequeña en las pesquerías canario-africanas. El trabajo se completa con la inclusión de bibliografía referente a estas posesiones y cuatro planos ilustrativos. Una reseña en La Correspondencia Militar, del 11 de marzo de 1908, señala que “la aparición de este trabajo resulta oportuna en los presentes momentos, tan decisivos para el porvenir de los territorios españoles en Marruecos”. Siendo capitán de la Academia de Infantería, con aptitud acreditada de oficial de Estado Mayor y caballero de la Orden Civil de Alfonso XIII, García Pérez escribe La cuenca del Muluya, dedicada al sargento-galonista de la Academia de Infantería Antonio Barroso Sánchez-Guerra. Este militar español, nacido en Marín (Pontevedra) el 31 de julio de 1893, llegará a ocupar importantes cargos militares y políticos en el régimen del general Franco, siendo uno de sus más acérrimos defensores. Ingresa en la Academia de Infantería en 1908, de la que sale con el grado de teniente, promocionando a capitán en 1918. Interviene al mando de una sección de ametralladoras en la guerra de Marruecos, recibiendo ascensos y recompensas por méritos de guerra. Cursa estudios en la Escuela Superior de Guerra de París, lo que, en 1934, le valdrá para ser designado agregado militar de la Embajada española en Francia. Al inicio de la Guerra Civil, deja la Embajada para incorporarse al bando nacional contra la República, llegando a ser, durante la contienda, jefe del cuartel general de Franco y ascendiendo al empleo de coronel en 1937 por méritos de guerra. En 1943 es nombrado general; en 1947, promovido a general de división; y en 1955 ascendido a teniente general, ocupando algunos de los más altos cargos militares durante el gobierno franquista: segunda jefatura del Estado Mayor Central, gobernador militar de Sevilla y del Campo de Gibraltar, capitán general de la IX Región Militar con sede en Granada y director de la Escuela Superior del Ejército. Al finalizar su investidura como ministro del Ejército (25/2/1957-10/7/1962), pasará a ser procurador en Cortes durante sucesivas legislaturas. Murió en Madrid el 12 de agosto de 1982. La obra se compone de seis capítulos. El primero realiza una descripción geográfica, los caminos concurrentes y algunas consideraciones militares acerca del río Muluya, conocido por los romanos con el nombre de
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Flumen Malva (pp. 5-10). El segundo estudia la configuración, moradores y rutas de las poblaciones de Uxda y Taza (pp. 10-13). En el tercero se analiza la frontera argelino-marroquí, su trazado, la distribución de las fuerzas francesas y la política fronteriza de Francia (pp. 13-17). El cuarto trata de los Beni-Snassen, la descripción geográfica de su territorio, las tribus que los conforman, sus cualidades sicofísicas y la forma de combatirlos (pp. 18-21). En el quinto se refieren las operaciones francesas contra los BeniSnassen y el juicio crítico de García Pérez sobre la campaña (pp. 22-27). En el sexto se desarrolla el acuerdo franco-marroquí convenido entre el ministro de Negocios Extranjeros, Pichon, y los embajadores de Su Majestad Jefiriana, el ministro de Hacienda, el Hach Mohammed Ben Abdesselam el Mokri, y el adjunto al Ministerio de Negocios Extranjeros del Majhzem, si Abdallah el Fasi, a fin de solucionar las cuestiones pendientes entre Francia y Marruecos (pp. 27-30). El trabajo se complementa con un mapa desplegable en el que se describe el curso del río Muluya junto a otro gráfico más pequeño de Uxda y sus alrededores (García Pérez: 1910b). 1.5. La cuestión de Melilla
Son varios los artículos y libros de García Pérez sobre este tema, causa capital de algunos de los enfrentamientos más aciagos entre Marruecos y España. El primero que encontramos es el artículo “Ocho días en Melilla. La línea fronteriza”, recogido en la Ilustración Militar. Ejército y Marina, de 30 de diciembre de 1908. Narra la experiencia personal de una travesía por tierras mogrebinas, acompañado del teniente coronel de Infantería Alfredo Corbalán y el teniente de Caballería Ignacio Ibarreta. La descripción de lugares y personajes, dibujados con elegante prosa, aparece empapada de un tuitivo sentimiento hacia aquella tierra y sus gentes. En la propia revista se avisa de que el artículo es parte del libro que, con el título Ocho días en Melilla, habría de aparecer al año siguiente, dedicado al general José Marina. Probablemente Antonio García Pérez pensó en Marina Vega por haber desempeñado el cargo de gobernador militar de Melilla —española desde finales del siglo XV— a partir de 1905, interviniendo activamente en las acciones militares españolas de la campaña de 1909, movilizando contra su voluntad a los reservistas, en su mayoría obreros, lo que provocó graves alteraciones del orden público en Barcelona del 26 julio al 2 agosto de 1909, conocidas como la Semana Trágica. Nacido en Figueras (Gerona) el 13 de abril de 1850, Marina Vega fue un militar y político español de carácter severo, avezado en la contienda (Tercera Guerra Carlista, 1872-1876; Filipinas y Cuba, 1893-1898), que ocupó además los
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cargos de gobernador civil de Barcelona, gobernador militar de Valencia y subsecretario del Ministerio de la Guerra. Nombrado el 22 de marzo de 1918 ministro de la Guerra, ocupó la cartera hasta noviembre de ese año. En 1919 será designado senador vitalicio. Muere en Madrid el 30 de enero de 1926. Antonio García Pérez escribe Diario de las operaciones realizadas en Melilla a partir del 9 de julio de 1909 en coautoría con Manuel García Álvarez, cuando ambos eran capitanes profesores en la Academia de Toledo. Será el coronel director José Villalba Riquelme quien, con fecha de 15 de septiembre de 2009, les encomiende su escritura, “con objeto de que los Alumnos de esta Academia tengan una idea aproximada de la marcha que siguen las operaciones de la guerra en Melilla” (García Álvarez y García Pérez: 2009, 1). Los capitanes cumplen cabalmente y el día 20 de octubre, apenas transcurrido un mes del encargo, entregan el escrito: Cumplida la orden que antecede, tenemos el honor de remitir á V. S. el adjunto “Diario de las operaciones realizadas en Melilla, a partir del 9 de junio de 1909” Hemos de significar á V. S. que sólo la prensa periódica ha sido nuestra única fuente de información y, por tanto, en el relato de los hechos existirán, seguramente, los errores á que por causas múltiples está tan expuesta dicha prensa.
Los partes oficiales, con su obligado laconismo, se han utilizado para marcar el orden cronológico en que los hechos han sucedido (García Álvárez y García Pérez: 2009, 1). El prestigio de la Academia de Toledo era alto así como la de sus instructores, lo que queda perfectamente reflejado en el artículo publicado en La Correspondencia Militar de 21 de abril de 1910: El grandioso certamen organizado por la gran ciudad levantina ha de ser un elocuente índice, un brillante reflejo de los considerables progresos de sus riquezas naturales, de sus industrias y de su cultura. La Academia de Infantería (de Toledo), que tan alto nivel alcanza en su competencia científica como en la formación de una oficialidad llena de actitudes militares y de patrióticos entusiasmos, concurre a la Exposición Nacional de Valencia con las siguientes obras y objetos: (...) Diario de la operaciones realizadas en Melilla a partir del día 9 de julio de 1909, por los capitanes profesores Sres. García Álvarez y García Pérez.
La Biblioteca Nacional cataloga este libro con otra cubierta y otro epígrafe: Operaciones en el Rif 1909. Una explicación posible es que se imprimiera una cubierta con este nuevo título, una vez que la edición estuvie-
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ra concluida. No conocemos las causas de esta doble nominación, pero la intención parece bastante evidente, porque tenemos constancia de una segunda edición en 1916 con este segundo título. La obra consta de doscientas páginas en las que se extractan los hechos más relevantes de la campaña de Melilla desde el 30 de junio hasta el 27 de noviembre de 1909, lo que ratifica que hubo de pasar un tiempo entre la terminación del texto presentado al coronel director Villalba (20 de octubre) y su definitiva edición (por coherencia temporal no antes del mes de diciembre). En la portada de la obra en que figura el título Operaciones en el Rif 1909, encontramos un texto manuscrito de García Pérez donde puede leerse: “Este libro se repartió gratuitamente a cada uno de los Alumnos de la Academia de Infantería. Curso 1909-10”. La obra Melilla (Después de la campaña de 1909), publicada en 1911, está dedicada al catedrático de Derecho en la Universidad Central, José María Valdés y Rubio (Toledo, 19 de marzo de 1911). La obra, de sesenta y dos páginas, aparece introducida por una fotografía del ilustrado militar. Un breve capítulo primero nos traslada ese sentimiento de comunidad étnica, geográfica e histórica del que participan Francia y España; y ambas con Marruecos (pp. 3-5). El capítulo segundo trata sobre la raza bereber, el origen de los amazirgas —aborígenes del Mogreb— y curiosas aportaciones sobre las cualidades morales y guerreras del rifeño que “profesa un culto especial á la pasión de la venganza” (García Pérez: 1911b, 7 /pp. 6-13/). El tercero trata sobre los territorios de Quebdana y Gelaya, su orografía, caminos y vías férreas (pp. 14-22). El cuarto sobre la orografía, hidrografía e itinerarios de la provincia de Kalaia (pp. 23-33). El quinto nos acerca al porvenir de Melilla y los territorios ocupados, con calas en su minería, agricultura y riqueza forestal. Al final de este capítulo se relacionan una serie de “estipulaciones convenidas entre los gobiernos de España y de Marruecos con objeto de poner término á las dificultades de las regiones limítrofes de las plazas españolas” y otros documentos de diverso interés entre los que se intercalan fotografías, mapas y planos (pp. 34-62). 1.6. El norte de Marruecos
La contigüidad geográfica y la concurrencia histórica han definido las relaciones entre España y Marruecos desde tiempos inmemoriales. García Pérez, con alternante profundidad científica, acometió diferentes estudios de carácter bélico y político sobre la recíproca presencia de estos países, poniendo especial acento en el devenir sincrónico que le tocó vivir, marcado por dos episodios culminantes: la guerra de Melilla (1909) y el desastre de
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Annual (1921). Ejemplos de este vivo interés es el libro La cuestión del Norte de Marruecos del que Augusto C. de Santiago-Gadma escribe: Tengo sobre mi mesa un libro que merece ser leído, y, aunque extrañe al autor, me atrevo á decir que no ha sido por muchos hojeado. ¿Por qué? Porque no están los tiempos para calentarse la cabeza en cierta clase de lecturas, sobre todo cuando se trata de una cuestión que debiera estar pegada a nosotros como la carne al hueso que afecta á la vida y progreso nacional, que refresca la memoria señalando errores y quiebras basadas en torpezas lamentables, que propone medios para corregirlas y enmendarlas... que todo ello es la medula del libro. No soy de los que —desgraciadamente— deje de estar incurso en el pecado; pero bueno es, ya que á pelo viene, raspar y mover á la enmienda, que entiendo es posible, por los vientos que se van dejando sentir en un bloque de la juventud culta y en otro bloque de la gente sesuda, por lo que se refiere á asuntos africanistas. Y dicho esto, se preguntará más de un impaciente: — ¿De qué libro irá a hablarnos el crítico?... Pues de uno que lleva por título La cuestión del Norte de Marruecos. ¿No es cierto que pocos se ocupan de cosas tan graves? Y menos mal si los pocos son buenos. (...) Tarea difícil, sobre todo para mí, que soy un atravesado, tratándose de crítica de libros, sería hacer un acabado estudio de un folleto que merece los honores de libro; mas no por eso renuncio á dedicar unas notas á los capítulos que encierra el notable trabajo, engalanado, dicho sea al paso, con rasgos de una meritísima erudición, que va del brazo de un entusiasta interés patriótico, digno de ser ensalzado, maritage que atrae á la lectura, que no es poco, en asuntos de por sí aridos. Y vamos á la medula del libro. En el capítulo titulado La-Mar-Chica, estudia el autor la laguna, en su parte histórica, militar y POSITIVAMENTE, es decir, en lo que pueden dar de sí; su envidiable posición, su importancia comercial, como base naval de primer orden, y enaltece la habilidad diplomática desplegada por el ilustre estadista D. Antonio Maura, y el tacto admirable de su insigne cooperador el general don José Marina, con motivo de la transitoria y pacífica ocupación que tantos bienes á la Patria, y, en fin, expone como término del capítulo un programa de atracción para el desarrollo de nuestra política en Marruecos, que merece la pena de leerse y meditarse; ocúpase en Sierra Bullones, y aquilata su situación estratégica, rememora el Tratado de paz de 1860, su ratificación, y se conduele de que una ligereza en su examen haya dado margen á discutir lo indiscutible —que puede ser reformable— poniendo en tela de juicio la posesión de un territorio que es una amenaza constante para Ceuta; demuestra en sucesivos capítulos la importancia de la Isla del Perejil, evacuada en mal hora, por un funesto ordenamiento de Fernando VII, y cuya ocupación representará para España un foco de influencia comercial, y propone los medios necesarios á su conservación, obteniendo utilidades positivas; rebélase contra el aconsejado abandono de Alhucemas y del Peñón de Vélez de la Gomera, proclamándose partida-
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rio de salir de los límites de estos peñascos, de estirarse, para buscar en su frente una base de expansiones pacíficas, cimentada en la paz y en el comercio; ensalza, méritamente, la política del general Marina, con motivo de la ocupación de Cabo del Agua, cuya situación geográfica estudia, así como la importancia de las Minas de Beni-fu-Ifruo, y, por último hace desfilar el autor por las páginas del libro las opiniones de una piña de estadistas, de políticos y de escritores nacionales y extranjeros, así como de la Sociedad Geográfica de Madrid, acerca de la cuestión objeto del trabajo, poniendo á la par de relieve los innegables derechos que abonan á España para figurar dignamente y en la vanguardia del ejército que ha de llevar la civilización á Marruecos. El libro, por muchos conceptos, resulta interesante y digno de ser leído; sólo le encuentro un pero, que algo tiene que ver con el tema desarrollado, y que no está demás pasarle la brocha, como hago siempre que tropiezo con él en otros libros y perdóneme el autor. Dice García Pérez, siguiendo un rumbo demasiado manoseado por los escritores de estos últimos tiempos: “La Providencia nos empuja hoy hacia África, como ayer nos impulsara hacia selváticas e ignoradas tierras; nuestro destino, ¡triste es decirlo!, parece un remedo de las amarguras del Mártir del Gólgota: redimimos á los pueblos, y ellos más tarde nos crucifican”. Todo este párrafo encierra una verdad como una basílica de grande; mas ¿qué remedia el eterno clamor? Nada. Pues si nada remedia, sigamos adelante con los faroles; quien sabe si, después del secular calvario recorrido, habremos aprendido á enmendar nuestros yerros y á olvidar el papel de Quijotes, para emular á los modernos pueblos Panzas, que miran adelante, pero llevando el garrote á tiro de mano. Hay que borrar la nota triste en los libros, esa nota que tanto abunda en nuestros escritos, sobre todo cuando se trata de trabajos, como el que acabo de leer, saturado de perfumes patrióticos, tachonado de rasgos viriles que ensanchan el alma y la entonan, marcando horizontes llenos de luz que hacen pensar en días de gloria para esta Patria eternamente grande (Santiago-Gadma, 1908).
Ensalzando la obra y figura de su autor, la revista Ilustración Militar. Ejército y Marina reseñaba: Este distinguido y cultísimo Oficial de nuestro Ejército ha publicado recientemente con aquel título un pequeño folleto encaminado á vulgarizar el conocimiento de nuestros derechos en el vecino imperio marroquí, probando con la Historia y documentos oficiales la prioridad nuestra en toda clase de ingerencias (sic) en el vecino Estado, acompañando croquis y fotograbados de las posesiones españolas en el Norte del mismo, haciendo su reseña histórica y demostrando el partido que puede sacarse de todas ellas si se adoptan y llevan a buen término las medidas que propone el distinguido escritor, que en todo el trabajo demuestra gran entusiasmo porque esa Nación, hoy descompuesta y hecha trizas, pase á ser parte integrante de la corona de España, rindiendo culto á la tradición y al cumplimiento de la última voluntad de Isabel la Católica.
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Muy conocido el Capitán García Pérez en la república de las letras por sus muchos escritos y labor constante, excusamos hacer su elogio, siendo sensible que nuestros hombres políticos de todos tiempos y mucho más los de ahora, profesen principios opuestos á los que persigue el Sr. García Pérez en su folleto y desdeñen, antes el derecho, y ahora ese mismo derecho y la compensación á otros bienes perdidos en mala hora (1908, 292).
Con este mismo espíritu pronuncia en el círculo “La Peña” de Córdoba, el 11 de agosto de 1909, la conferencia titulada “España en Marruecos”, una lúcida disertación impresa en dieciséis páginas que el escritor dedica al teniente general Adolfo Rodríguez Bruzón, capitán general de Canarias entre enero de 1902 y marzo de 1903. Dotado con singular estilo oratorio, entre la arenga y la poesía, García Pérez realiza un brillante panegírico de las relaciones históricas, geográficas, lingüísticas y literarias entre los dos países, pleno de referencias culturales, fragmentos de discursos y amplios conocimientos. Sea ejemplo de lo que afirmo: El toque semítico de nuestra lengua sobrepuesto en el fondo latino (...), africano es; la elocuencia enfática (...) resuena en los labios también de los nabíes y de los profetas; la poesía exuberante, no sólo en Zorrilla (...), no sólo en Góngora, criado y nacido á la sombra de las palmeras y bajo los aleros de las aljamas; en las epopeyas de Lucano y en las tragedias de Séneca clásicas, al Mogreb huele, como los romances moriscos resonantes por las torres del Albaicín y por las escaleras del Generalife (García Pérez: 1909c, 5).
Fechado en 1908, encontramos el folleto de ocho páginas titulado “Francia y España en Marruecos”, publicado por el autor como edición de regalo. Está dedicado a su amigo Antonio Montis Castelló, entonces segundo teniente del Arma. Incidiendo en los temas recurrentes de la cuenca fluvial de Muluya, la Mar Chica, Melilla y Chafarinas, García Pérez pretende atraer la confianza de los descendientes de aquellos “judíos y moros que antaño salieron expulsados de nuestra patria y hoy nos miran con simpatía”, para que “Marruecos sea nuestra redención y esperanza” (1908, 8). Augusto C. de Santiago-Gadma, en su artículo “La cuestión del Norte de Marruecos”, publicado en La Correspondencia Militar del 19 de diciembre de 1908, escribe: Antonio García Pérez, un escritor de fuste y un profesor distinguido de la Academia de nuestra gloriosa Infantería, cuya pluma no cesa de correr por las cuartillas, en su constante tarea de ocuparse, entre otras cosas, de lo que pasa al otro lado del Estrecho, acaba de aumentar su numerosa serie de trabajos africanistas, con un libro más (...) y, por si esto fuera poco, ya tiene en preparación otro, titulado: TÁNGER (Santiago-Gadma: 1908).
La publicación de Tánger se demoró más de lo previsto, viendo la luz en 1910, en la Imprenta del Patronato de Huérfanos de Administración Mi-
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litar de Madrid, sita en la travesía de San Mateo, número 1. Se trata de un opúsculo de veintinueve páginas, en cuyo índice (p. 29) se señala una “Dedicatoria” (p. 3), inexistente en el ejemplar que manejamos. El primer capítulo contempla una breve visión histórica de la ciudad de Tánger, digna residencia de Sebded-ben-Had, dueño del universo, cuyas casas y murallas mandó revestir con planchas de plata y oro (García Pérez: 1910a, 5-6). El segundo nos remite a una serie de consideraciones políticas tocantes a la importancia estratégica de la ciudad, argumentada con las declaraciones de políticos tan influyentes como Floridablanca, Maura Gamazo y Castelar; intelectuales como Pedro Antonio de Alarcón y Budgett Meakin; militares como el almirante Nelson; diplomáticos como sir John Drummond Hay; o instituciones como la Real Sociedad Geográfica de Madrid. El tercero trata sobre la Alcazaba y el faro de cabo Espartel, donde se encuentra la famosa caverna de Hércules. El cuarto nos remite a la policía tangerina. El quinto a la hidrografía y tribus del bajalato. Y finalmente el sexto, a las defensas de Tánger. Quizás la más interesante de esta serie, aunque temáticamente debiera integrarse en el apartado de la diplomacia que revisaremos a continuación, sea la obra Relaciones hispano-mogrebinas, con prólogo de José María Valdés y Rubio, el catedrático de Derecho en la Universidad Central de Madrid que también prologaría el libro Derecho internacional público, escrito en colaboración por los comandantes del Arma de Infantería Manuel García Álvarez y Antonio García Pérez en el año 1912. En la primera página del diario Heraldo de Madrid, del que salían cuatro ediciones, el comentarista crítico Nívaro señala: García Pérez, el erudito capitán de la Academia de Infantería, acaba de enriquecer su ya larga lista de obras con una de actualidad: Relaciones hispano-mogrebinas. Con un gran acopio de pruebas demuestra la prioridad de los derechos de España en África desde el año 459 al 1900. Estudia la intervención de España en el problema de Marruecos desde este año al 1906, y la consagración de nuestros derechos en el quinquenio último. La interesante obra, prologada por el catedrático de Derecho penal de esta Universidad, señor Valdés. Está dedicada al culto teniente coronel de Inválidos D. Agustín Luque. Los elogios que D. Antonio García Pérez merece son más para dados por quienes lean su obra que por aquellos que nos limitamos á tomar nota de su publicación (Nívaro, 1911, 1).
Agustín Luque y Maraver, a quien García Pérez dedica este libro, habría de fallecer un año después de su publicación. Los generales Concas, Martín Arrué y Primo de Rivera presidirán la solemne velada necrológica que se dedica a la memoria del malogrado y bizarro teniente coronel en el
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Colegio Militar de Madrid el martes, 16 de abril de 1912. Martín Arrué recordó las hermosas condiciones y cualidades personales del finado, ensalzando sus méritos como militar y patriota. El capitán de Infantería, Juan de Castro, rememoró el entusiasmo y vocación guerreras de su leal y admirable compañero de promoción en el histórico Alcázar de Toledo, presentándolo en toda su grandeza, narrando la acción de guerra en la que quedó inválido, truncando su juventud aunque siguiera dando muestras de hidalguía e invalidez gloriosa. El general Carvajal, director de la Escuela de Tiro, incide en estos rasgos álgidos de su carácter y evoca el portentoso afán con que ayuda a su padre, el militar y político malagueño Agustín Luque y Coca, entonces ministro de la Guerra, en la secretaría de tan alto organismo. Primo de Rivera insiste en el incomparable talento que mostró como secretario particular, encargo nada fácil en el que tuvo que esgrimir todas sus potencialidades, exaltando su patriotismo más puro en un tema palpitante como era la cuestión africana. El capitán de Caballería, Ruiz y Benítez de Lugo, pronunciará elocuentes frases de cariño en nombre de la comisión organizadora y leerá la carta del ministro de la Guerra, padre del finado, que causará honda impresión en el auditorio. El general Concas, en nombre del Centro del Ejército y de la Armada, cerraría con breves y sentidas palabras un emotivo acto que mantuvo la tensión de los asistentes desde las diez a las once y media de la noche, transidos por la recitación y los discursos de poetas y oradores (Alsagak: 1912, 2). El texto de cuarenta páginas se divide en tres capítulos. El primero (“Prioridad de los derechos de España en África: 459-1900”) nos introduce en la historia de la política española con relación a Marruecos desde la época visigoda (459) hasta finales del siglo XIX, con un pormenorizado registro de acuerdos, convenios y tratados. El segundo (“Intervención de España en el problema de Marruecos: 1900-1906”) se inicia con el Tratado de París de 1900, que reconocía nuestros derechos en el Sáhara occidental y Guinea continental, para culminar con la Conferencia de Algeciras de 1906. El tercero (“Consagración de los derechos de España en Marruecos”: 1906-1910”) resume algunos de los eventos más importantes desarrollados en Marruecos por las tropas españolas desde la Conferencia de Algeciras (los sucesos de Tánger, las campañas de Chauia y el Rif, y las ocupaciones de los campamentos de La Restinga y Cabo de Agua) hasta la firma del convenio de Madrid de 1910 (y las disposiciones concernientes) que, según García Pérez, corona el éxito de la diplomacia española y se erige como “la primera página de oro escrita por nuestra política africanista después del Acta de Algeciras” (1911b, 31).
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2. El tiempo del Protectorado 2.1. El papel de la diplomacia
Según Real Orden manuscrita de 26 de abril de 1917 (artículo 3º del Real Decreto de 29 de junio de 1916. Colección Legislativa núm. 139) García Pérez recibe la Medalla Militar de Marruecos con el pasador de Tetuán. Es innegable que la consideración y fama de García Pérez crece en el tiempo. Nombrado gentilhombre de entrada de Alfonso XIII en 1912, el militar participaba con regularidad en los actos presididos por el rey, de lo que encontramos abundantes ejemplos en la prensa de la época: Banquete de despedida a los diplomados de guerra. El Rey lo preside El sábado se celebró en el Ritz el anunciado banquete de los jefes y oficiales diplomados, ofrecido a sus compañeros que van a Marruecos, teniente coronel señor Mateos, que el lunes marcha para Melilla; comandante Castro, que va en Comisión a Marruecos, y comandante Casajús, agregado militar a nuestra embajada en Washington. Su majestad el Rey, que vestía de uniforme de capitán general, presidió la mesa. A la derecha de Su Majestad está sentado el coronel de Infantería Sr. Ruiz Trillo, y un puesto más allá el Sr. La Cierva; a la izquierda, el capitán de corbeta D. Enrique Pérez y Fernández Chao, y luego, el marqués de Cortina. Se colocan indistintamente por los otros lugares los (...) tenientes coroneles (...) D. Antonio García Pérez (El Globo, 27 de febrero de 1922).
El escritor conoce bien los entresijos de la diplomacia, a lo que suma su experiencia docente. Sus libros son buena prueba de este conocimiento. No sabemos con exactitud la fecha de edición de la obra Zona española del norte de Marruecos al no aparecer referenciada en el libro, pero podemos situarla entre los años 1913 y 1916, ya que deja claro que ha sido profesor “durante seis cursos de Geografía militar de Marruecos en la Academia de Infantería” de Toledo (1905-1912) y asimismo, en el libro consultado, aparece una dedicatoria del autor al capitán de Caballería José Ruibal, en Málaga, a 23 de junio de 1917. Por esta razón la incluimos en este segundo bloque de contenidos, aunque temáticamente tendría que tratarse en el epígrafe “El norte de Marruecos” del apartado anterior. La obra está dedicada al teniente general Felipe Alfau Mendoza, primer alto comisario de la zona de influencia española en Marruecos, hombre que había destacado por sus altas dotes de mando desempeñando el cargo de comandante general de Ceuta. En el capítulo primero se describen los límites marítimos y los de la zona internacionalizada de Tánger así como la frontera franco-española que fija como
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posesión de España las grandes provincias del Rif y Yebala. En el segundo, se detallan lagunas, islas, puertos, cables y faros de dominio español. En el tercero, la cordillera del Rif y de Yebala, sus llanuras y pasos. El cuarto y quinto respectivamente se centran en la hidrografía de ambos territorios. El sexto discierne sobre las cualidades y condiciones étnicas de la raza bereber; tratando el séptimo y el octavo de las tribus y recursos, fracciones y poblados del Rif; estudios paralelos a los que se realizan sobre Yebala en los capítulos nueve y diez. El capítulo once analiza el sistema de comunicaciones de la zona: ferrocarriles, carreteras y rutas. El doce, las poblaciones. El trece, las producciones de vegetales, minerales y animales; finalizando el capítulo catorce con una revisión histórico-geográfica de las relaciones comunitarias entre España y Marruecos a través de los siglos; y dejando un último capítulo quince para relacionar las obras del autor. Problemas de datación presenta asimismo la obra Ifni y el Sáhara español al no explicitarse ninguna referencia cronológica. La Biblioteca Nacional data el texto en 1940, pero ciertamente se trata de una edición muy anterior, y son varias las pruebas que lo atestiguan. En el catálogo de Defensa aparece como fecha orientativa 191?; y en el Archivo general militar de Segovia está confirmada su fábrica con fecha de 1916: “Es autor de las Obras tituladas “Guerra de África”, “Campaña de la Chauia”, Operaciones en el Rif, “geografía Militar de Marruecos”, Igni y el Sáhara Español” (sic). También corrobora esta afirmación el ofrecimiento del libro, dedicado al coronel del Cuerpo de Inválidos, Antonio Alfau, distinguido jurisconsulto, académico profesor de la Real Matritense de Jurisprudencia y Legislación, gentilhombre de su majestad y exdiputado a Cortes, fallecido en Nueva York en marzo de 1919 (ABC: 1919, 27). El texto comienza con una “Introducción” explicativa de los dominios de España en el oeste de Marruecos y Sáhara. El capítulo primero relaciona los antecedentes históricos de Ifni o Santa Cruz de Mar Pequeña y Río de Oro, la parte meridional del Sáhara español; el segundo se centra en los límites de ambas regiones; estudiando el tercero sus costas; dedicándose el cuarto y el quinto, por este orden, a la orografía e hidrografía; el sexto analiza los poblados; el séptimo, las comunicaciones; el octavo los pobladores; y finalmente el noveno, las producciones. Un texto de veintinueve páginas, al precio de una peseta, que el comandante García Pérez escribe con su acostumbrada buena prosa, desprovista en esta ocasión de lenguaje retórico por tratarse de un texto esencialmente didáctico. El artículo “España en Marruecos” consta de ocho páginas y figura recogido, junto a otras obras, en el Archivo general militar de Segovia en
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1922. No aparece fechado pero escrito a mano leemos “sep 1921”. Comienza esta revisión histórica en el año 459 cuando por vez primera pasan los españoles al otro lado del Estrecho. García Pérez afirma que “África es el ensueño de la raza, siempre latente a través de la diplomacia, siempre lozano por la bizarría del soldado; pero ese ensueño unas veces es fecunda energía y otras amargas consecuencias”. El autor, tras un salto de siglos, nos lleva al primer tratado hispano-mogrebino firmado en Marrakech el 26 de mayo de 1767 y, desde este momento avanza hacia su presente, analizando la política europea en Marruecos, las negociaciones diplomáticas, el tratado franco-español de 1904 y finalmente la zona de nuestro Protectorado, rotulando con sangre las páginas brillantes del progreso. En el libro La Marina en la Cruzada, posterior a 1939, García Pérez relaciona, entre otros, el Estudio diplomático de España en Marruecos, un texto inédito, sin datación cronológica, que debemos situar entre 1919 y 1928, periodo en que desempeñó el empleo de teniente coronel. Pérez Frías lo menciona circunstancialmente pero no aparece en su clasificación. Se trata de un manuscrito encuadernado bajo el epígrafe “España en Marruecos”, compuesto de ciento sesenta y nueve páginas en el que se relacionan y comentan todos los tratados de la diplomacia hispano-magrebí —y otros países europeos— desde el siglo XVIII hasta el convenio franco-español de 1912, fecha en que se constituye el Protectorado y se establecen las líneas fronterizas de actuación. El texto, donde abundan las tachaduras, las correcciones y los recortes sobre articulado, se divide en doce capítulos. Aparece uno más, el asincrónico dieciséis, que el autor titula “Vario” donde debieran relacionarse los autores consultados y las obras del autor, aunque solo queda constancia de la bibliografía. 2.2. Acciones militares
A partir de 1916, García Pérez recibirá diferentes reconocimientos, tanto por sus escritos africanistas como por sus acciones militares en Marruecos. El 11 de marzo de 1916, según diploma o dalur expedido por el residente general de Francia en Marruecos, se le confiere la Encomienda de la Orden Xerifiana de Uissan Alauitte. Y por Real Orden Circular de 30 de diciembre de 1916 (Diario Oficial núm. 294), se otorga al comandante García Pérez la Cruz de 2ª clase del Mérito Militar con distintivo rojo. La distinción se publica en La Correspondencia Militar del 1 de enero de 1917 en estos términos: Recompensas por la campaña Ceuta-Tetuán
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Por las operaciones realizadas por nuestras tropas en la zona Ceuta-Tetuán desde 1 de Mayo de 1915 á 30 de Junio de 1915 se conceden las siguientes recompensas: Cruces rojas sencillas (...) Comandantes D. Antonio García Pérez (...)”
El capitán Antonio García Pérez dedica su obra Campaña de Chaüia [Acción española] “a su compañero de arma y empleo, Óscar Nevado” (Toledo, 23 de enero de 1912). Se trata de un opúsculo de veinticuatro páginas, dividido en cinco capítulos: La Infantería, el escuadrón expedicionario del regimiento de Cazadores de Alfonso XII, los ingenieros militares, la Administración Militar y la Marina. La Correspondencia Militar del 7 de septiembre de 1911 recoge la siguiente noticia: “Hemos recibido el número 9 de la importantísima revista militar técnica-literaria-ilustrada “La Infantería Española”, que contiene el siguiente interesante sumario: (...) Campaña de Chauia, por Antonio García Pérez, capitán de Infantería”. También se reseña en El País, de 8 de septiembre de 1911; y en la sección de “Publicaciones” de La Nación Militar: La intervención gala en esta acción militar aparece recogida en el libro Campaña de Chaüia [Acción francesa], siendo ya comandante en la Academia de Infantería, además de diplomado de E. M., gentilhombre de S. M., caballero de la Orden Civil de Alfonso XII y comendador de Carlos III. Esta obra, de ciento una páginas, está dedicada a su discípulo Francisco de Toledo García. En el primer capítulo describe las características orográficas, hidrógráficas, climatológicas, étnicas y recursos de Chauia. En los veintinueve restantes, García Pérez analiza las causas de esta intervención y todos los procesos consecuentes hasta la firma de los acuerdos para restablecer la paz, una vez obtenido el compromiso del gobierno jerifiano de pagar los gastos ocasionados por la guerra. La relación de autores consultados muestra el interés de García Pérez por prestar a la obra carácter científico. El artículo “Acción militar de España en África (Apuntes cronológicos de 1405 a 1893)” aparece incluido en la revista La Guerra y su preparación (julio de 1925) que, desde 1916 hasta 1931, publicaba artículos sobre la situación en Europa (Ruiz Vidondo: 2006, 203). García Pérez inicia ahora el recorrido en el año 1405, cuando Juan de Béthencourt toma posesión de la costa africana frente a Canarias, por merced de Enrique III. Con exhaustiva minuciosidad se realiza un sintético recorrido por los hitos y eventos capitales de una confrontación que, en el artículo de García Pérez, acaba con
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los enfrentamientos ardientes y numerosos entre melillenses y rifeños en los días 27 y 28 de octubre de 1893, que culminaron en una tregua de paz. Son muy interesantes las citas que el autor relaciona como conclusión de su estudio. Extraigo un ilustrativo fragmento del regeneracionista Joaquín Costa: “Los marroquíes han sido nuestros maestros; y les debemos respeto; han sido nuestros hermanos, y les debemos amor; han sido nuestras víctimas, y les debemos reparación cumplida” (Apud García Pérez: 1925, 68). 2.3. Sobre los héroes
La obra Estela de gloria. Oficialidad muerta en los campos del Mogreb. 1909-1914 está dedicada al reverendo padre agustino Teodoro Rodríguez, rector del Real Colegio de Estudios Superiores de El Escorial, “educador de la juventud en fervorosos principios de disciplina y patriotismo”, y “reputado escritor sociológico”, según la dedicatoria del autor, fechada en enero de 1915 en el campamento de Tetuán. García Pérez manifiesta en la introducción de esta obra el sentido más lúcido de lo que fue el Protectorado: España, tierra de bellos heroísmos y sublimes epopeyas fue impulsada a venir un día sobre Marruecos; sus tropas cruzaron el Estrecho no como heraldos de la guerra sino como nobles mensajeros de paz. (...) Como mandataria de Europa, puso España en Marruecos sus tropas de mar y tierra; no vinieron éstas para añadir feraces tierras a la Corona de Castilla ni para imponer sus leyes a los hijos de Mahoma; sus fusiles y cañones no fueron significación de conquista y soberanía sino síntesis de justicia y de derecho. ¡Ruda labor la de las armas españolas! Mezcla de guerra y de paz; de guerra para fomentar la paz; de paz para condicionar la guerra (1915, III-IV).
Al comienzo del libro se transcribe el telegrama que el rey Alfonso XIII dirige al comandante general de Melilla, con fecha de 10 de julio de 1909, felicitando al militar y a sus tropas por el valor y la conducta mostrada en la primera acción de guerra librada en su reinado. La obra, de ochenta páginas, se divide en veinte capítulos: Del primero al sexto se dedican a los caídos del Arma de Infantería; del séptimo al noveno, al Arma de Caballería; del décimo al duodécimo, a la de Artillería; decimotercero y decimocuarto, a la de Ingenieros; decimoquinto y decimosexto, a la de Intendencia; y del decimoséptimo al vigésimo, a la de Sanidad Militar: Farmacia. Aunque el título de la obra es Estela de gloria, ampliado por el subtítulo Oficialidad muerta en los campos del Mogreb. 1909-1914, en el catálogo de la Red de Bibliotecas de Defensa comprobamos la entrada Estela de gloria: oficial muerto en los campos del Mogreb 1909-1914 que, además, parece ser el epígrafe más frecuente en las distintas bibliotecas militares.
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El libro Flores del heroísmo: Filipinas, Cuba y Marruecos aparece reseñado, junto a otros, en el Archivo general militar de Segovia, con fecha de 1921. Según la Real Orden de 23 de julio de 1921, se concede a García Pérez una mención honorífica sencilla por la publicación de un conjunto de obras donde se incluye la que comentamos: Romeu, Fortea, Compendio histórico del Regimiento de Córdoba, Detalles de heroicas grandezas, Patronato de la Inmaculada Concepción, Cervantes, soldado de la española Infantería, La Realeza, Condecoraciones militares del Siglo XIX, Flores del Heroísmo, Historial del Regimiento de Tarragona e Historial del Regimiento de Borbón. Pérez Frías incluye el libro en el apartado de los escritos compilado bajo el epígrafe de “Historia Militar” (2012, 61). Es curioso comprobar cómo aparece titulada con tres epígrafes distintos: Flores del heroísmo, Flores del heroísmo en el Arma de Infantería y Flores del heroísmo (Filipinas, Cuba y Marruecos). Son elocuentes para entender lo que pretende García Pérez con esta obra, dedicada al comandante médico Antonio Carreto Navarro, las palabras escritas en el proemio al lector: Flores del heroísmo es el título de nuestro libro; los nombres que en él apuntamos son otras tantas flores con el colorido vario del sacrificio, con el aroma penetrante del patriotismo; son flores que tuvieron sus raíces en intrépidas voluntades y se abrieron espléndidas bajo el sol de las victorias. Bien quisiera que estas páginas fuesen excelsa tributación al mérito siempre plausible, al sacrificio siempre venerable; bien quisiera que las hojas de mi libro fuesen hojas de mirto para laurear a los sucesores de aquella Infantería que siglo atrás hizo del Zodíaco de la tierra el camino de sus glorias (García Pérez: 1919, 7-8).
La obra se compone de cinco partes: la primera concierne a los preclaros nombres en la Orden de San Fernando; la segunda relaciona los generales, jefes y oficiales muertos en los campos de Marruecos desde 1893; la tercera atañe a la aviación militar; la cuarta lleva por título “Honores póstumos”; siendo la quinta un “apéndice” que incluye una breve reseña sobre la Orden de San Fernando, la relación de autores consultados y la biobibliografía del autor. Antonio García Pérez, entonces teniente coronel y diplomado de Estado Mayor, transcribe, a través de la historia de algunos de los héroes empapados de sangre, el infausto episodio de la batalla de Annual entre las armas españolas y las sublevadas huestes rifeñas, recogido en el artículo “El año 1921 en los campos de Melilla”, separata de veinte páginas que se había publicado en la revista Nuestro Tiempo con fecha de julio de 1922. De esta publicación, habrá de extraerse la tirada especial “Como murió en África el heroico soldado Pedro González Cabot, que nació en Santis-
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teban del Puerto (Jaén) el 28 de enero de 1898”, costeada por acuerdo del concejo de la localidad jienense de 13 de diciembre de 1922. En el Archivo general de Segovia, donde se recoge el expediente de Antonio García Pérez, se indica que, en 1926, el militar ya era autor de la obra titulada Heroicos infantes en Marruecos. Se trataba de una primera edición de ochenta y siete páginas publicada en Madrid, en la Imprenta Prensa Nueva. En 1927, al año siguiente, se publicará una segunda edición de ochenta y cinco páginas en la Imprenta del Colegio de Huérfanos María Cristina de Toledo, con una tirada de mil ejemplares, obsequio de la Stokes Gun Company a la oficialidad de la Infantería española, lo que se aprecia en el primor de la portada. La obra se compone de dos partes: en la primera, titulada “Generales, jefes y oficiales”, se integran los tres primeros capítulos (Melilla, CeutaTetuán, Larache); y una segunda parte: “Clases y soldados”, constituida por los dos últimos (Melilla, Ceuta-Tetuán) a los que se aduna un apéndice explicativo de las características del empleo y los elementos del material Stokes con cuadros sinópticos, escalas de tiro y dos ilustraciones. Un año más tarde, en 1928, habrá una tercera edición de sesenta y tres páginas, más reducida y con evidentes desplazamientos y variaciones, en la Tipografía Ruiz de Lara de la ciudad de Cuenca. Se divide en cuatro capítulos y un desacordado apéndice que modifica sustancialmente lo publicado en las ediciones anteriores. La razón de tantas reediciones en tan escaso espacio temporal es explicable porque esta obra, por Real Orden de 24 de marzo de 1926 (Diario Oficial núm. 67), fue declarada de utilidad para los Cuerpos y Centros docentes del Arma de Infantería, aunque su adquisición no tuvo carácter obligatorio. Como en los casos de Flores del heroísmo: Filipinas, Cuba y Marruecos y el dedicado a Braulio de la Portilla, Pérez Frías incluye el libro en el apartado de su proemio intitulado “Historia Militar” (2012, 61). En la portada del libro Mehal-la Jalifiana de Gomara núm. 4, solo aparecen los apellidos García Pérez, destacándose los títulos de coronel retirado y correspondiente de la Real Academia de la Historia, aunque en el interior aparece una sucinta biografía del autor. Está dedicado al prestigioso teniente coronel Hipólito Fernández Palacios, nacido en Cavite (Filipinas) el 10 de septiembre de 1895, quien ingresará como cadete en la Academia de Infantería de Toledo el 1 de septiembre de 1912. En 1917, ya como teniente, forma parte del Batallón Expedicionario que participa en las campañas de Marruecos, donde acredita su valor. En noviembre de 1919 se incorpora al Regimiento de Infantería África núm. 68, de guarnición en Melilla, participando en las campañas bélicas hasta agosto de 1922, regresando a la Península. En octubre es destinado al Batallón de Cazadores de
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Madrid núm. 2, volviendo a las campañas de Marruecos hasta finales de enero de 1924. Formando parte del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas núm. 1 de Tetuán participa en los combates, acreditando su valor en numerosas ocasiones. Durante la Guerra Civil estuvo al frente del Tercer Tabor de Regulares de Tetuán, combatiendo en diversos frentes y consiguiendo numerosas condecoraciones. Así describe García Pérez los hechos acaecidos en el paso del río Jarama por los que Fernández Palacios consigue la Medalla Militar Individual: El 12 de febrero de 1937 se encarga al Jefe del Tercer Tabor de Regulares de Tetuán la preparación y desarrollo de un golpe de mano para apoderarse de las trincheras enemigas de la orilla izquierda del Jarama, a fin de ejercer el dominio del puente de San Martín de la Vega. El Teniente Coronel Palacios conciben (sic) el plan desenvolviéndose en órdenes previsoras y disposiciones detalladas; descansa en la valía de su Oficialidad, en su devota adhesión, en su bravura incomparable; confía asimismo en el ardor de sus Regulares, en su fidelidad ingente, en su ferrea (sic) disciplina; y luego de ejercitar su mente, pone en práctica la doctrina. Al frente del Tabor avanza con la seguridad del triunfo; sus tropas acometen briosas, pericia y valentía en ardiente hermandad; y se consigue el objetivo, de modo perfecto y admirable (García Pérez: 1941, II-III).
Aparte de la admiración mostrada hacia el militar, es probable que le dedicara este libro porque en mayo de 1940, Fernández Palacios es destinado como jefe a la mehal-la jalifiana de Gomara núm. 4, permaneciendo allí hasta el 13 de octubre de 1942, en que es nombrado coronel. Tras sucesivos mandatos en los Regimientos de Infantería núm. 4, 5 y 44, es ascendido al empleo de general de brigada el 25 de abril de 1952 para ser destinado como gobernador militar y jefe de tropas a Las Palmas de Gran Canaria. En mayo de 1956, tras ser ascendido a general de división el 27 de abril, es nombrado gobernador militar de Zaragoza y subinspector de la 5ª Región Militar. En marzo del año siguiente se le confiere la Jefatura de la Agrupación Especial de Costa de Rías Bajas y el Gobierno Militar de Pontevedra, cargo que desempeña hasta finales de septiembre de 1959, siendo ascendido al empleo de teniente general por decreto de 10 de septiembre de 1963, pasando a situación de reserva hasta su fallecimiento, lo que acontecerá en Zaragoza el 20 de junio de 1965. El libro se compone de cuarenta y nueve páginas y un capítulo único con el epígrafe “Heroísmo y sacrificio”. Entre los héroes mencionados resalta la figura de Mohamed Ben Muley Lahsen, a quien se concede la medalla militar según Orden de 3 de diciembre de 1938 (Boletín oficial, núm. 165) por sus méritos marciales y su admirable bravura. Aunque es el único ma-
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rroquí que aparece en esta reducida elección, son muchos otros los nombres que podemos leer en la relación de “caídos por España”. A esta nómina de nombres le sigue un cuadro esquemático de las bajas sufridas durante la campaña de liberación en la mehal-la jalifiana de Gomara núm. 4; finalizando con un apéndice, “campo de rosas”, en el que se describen lugares, hechos y combatientes. Con fecha del año 1945, encontramos el último texto de García Pérez sobre África. Laureados heroísmos de regulares de Larache núm. 4 es un manuscrito de veintiocho cuartillas sin editar que no recoge la Biblioteca Nacional en sus listados. Está dedicado, con fecha de 20 de noviembre de 1945, a los jefes, oficiales, clases y soldados de Regulares de Larache núm. 4, muertos por España en los campos de batalla, siguiendo los dictados de la serie. Con este libro deseaba conmemorar el XXV aniversario del combate en el que ganó su primera Cruz Laureada de San Fernando el teniente general José Enrique Varela e Iglesias, alto comisario de España en Marruecos, quien siendo un joven oficial solicitó destino voluntario en las Fuerzas Regulares Indígenas núm. 4 de Larache, uno de los grupos militares de mayor riesgo y fatiga. Nacido en el seno de una familia humilde de la ciudad de San Fernando llegó a ser capitán general y gentilhombre de cámara de S. M. Alfonso XIII. El manuscrito se compone de una introducción y dos capítulos: el primero titulado “Campañas mogrebinas”; y el segundo, “Cruzada liberadora”. El autor, ya coronel retirado, donó el manuscrito a la Biblioteca Central Militar el 25 de mayo de 1945. Retirado en Córdoba, Antonio García Pérez dedicará los últimos años de su vida a ensalzar la figura de los héroes patrios, modelos ejemplares a los que emular. Así encontramos los libros Cabos y soldados de la española infantería (1944), Historia de Regulares de Alhucemas núm. 5 (1944), Historial del Grupo de F. R. I. de Infantería Alhucemas núm. 5 (1944), Laureados infantes en la Cruzada (1945) y Vida militar del Gran Capitán (1946). Bibliografía ABC: “Inauguración. Monumento al teniente La Portilla”, lunes, 15 de diciembre de 1913, edición 1ª, p. 9. — “Varios decretos: Firma de guerra”, martes, 30 de diciembre de 1913, edición 1ª, p. 8. — “Noticias necrológicas”, jueves 6 de marzo de 1919, edición de la mañana, p. 27. — “Decretos de varios ministerios”, jueves 7 de octubre de 1920, edición de la mañana, p. 10. Alsagak: “A la memoria de Luque y Maraver. Velada necrológica”, La Correspondencia de España, Año LXIII, núm. 19.789, Madrid, miércoles, 17 de abril de 1912 [ediciones mañana, tarde y noche], p. 2.
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Biblioteca Nacional: Colección de varios, Biblioteca G. Figueras, tomo núm. 15, capítulo IV. Gahete Jurado, M. (ed.): México y España. La mirada compartida, Madrid: Iberdrola/ Ánfora Nova, 2012. García Álvarez, M. y García Pérez, A: Diario de las operaciones realizadas en Melilla a partir del 9 de julio de 1909, Toledo: Imprenta y Librería Viuda e Hijos de J. Peláez, 1909. También aparece con el título Operaciones en el Rif, 1909. García Pérez, A.: La guerra de África de 1859 a 1860: Lecciones que explicó en el Curso de Estudios Superiores del Ateneo de Madrid el coronel de Infantería Francisco Martín Arrúe, extractadas por D. Antonio García Pérez, Madrid: Imprenta del Cuerpo de Artillería, 1898. — Estudio geográfico militar de las posesiones españolas en Marruecos, s. l. s.a., 56 páginas. — Posesiones españolas en el África Occidental, Barcelona: Publicaciones de la Revista Científico-Militar, 1907. — Vocabulario militar hispano-mogrebino, Melilla: Imprenta de El Telegrama del Rif, 1907. — Árabe vulgar y cultura arábiga, texto manuscrito, 1908. — La cuestión del Norte de Marruecos, Barcelona: Revista Científico-Militar y Biblioteca Militar, 1908. — “Estudio geográfico militar de la Isla de Fernando Poo”, Ilustración Militar. Ejército y Marina, año IV, núm. 77, [Madrid] 15 de marzo de 1908, pp. 80-82. — “Estudio geográfico militar de la Guinea Continental española y de las Islas Annobón, Corisco, Elobey grande y Elobey chico”, Ilustración Militar. Ejército y Marina, año IV, núm. 82, [Madrid] 30 de mayo de 1908, pp. 172-175. — “Estudio geográfico militar del Sahara Occidental”, en Ilustración Militar. Ejército y Marina, año IV, núm. 83, [Madrid] 15 de junio de 1908, pp. 186-188. — Isla del Peregil y Santa Cruz de Mar Pequeña, Madrid: dos ediciones, una en la Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (18 págs.); y otra en la Imprenta de la Revista General de Marina (16 págs.), ambas de 1908. — Posesiones españolas en África curso 1908-1909, Toledo: Imprenta, librería y encuadernación de Rafael Gómez-Menor, 1908. — “Ocho días en Melilla. La línea fronteriza”, Revista Ilustración Militar. Ejército y Marina, año IV, núm. 96, [Madrid] 30 de diciembre de 1908, pp. 394-398. — “Francia y España en Marruecos”, s. l.: 1908, edición de regalo. — “Ante la Bandera de la Academia de Infantería”, Ilustración Militar. Ejército y Marina, año V, núm. 117, [Madrid] 15 de noviembre de 1909a, pp. 327-328. — “Heroísmo y generosidad”, El Imparcial. Diario liberal, núm.15.366, [Madrid] sábado, 18 de diciembre de 1909b, p. 4. — España en Marruecos: conferencia pronunciada en el círculo “La Peña” de Córdoba, el 11 de agosto de 1909, Barcelona: Imprenta de la Revista Científico-Militar, 1909c. — Posesiones españolas en África curso 1909-1910, Toledo: Imprenta de la Viuda é Hijos de J. Peláez, 1909. — Estudio militar de las costas y fronteras de España, s.l.: 1909. — Ocho días en Melilla, Barcelona: Publicaciones de la Revista Científico-Militar y Biblioteca Militar, 1909. — Tánger, Madrid: Imprenta del Patronato de Huérfanos de Administración Militar, 1910a.
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— La cuenca del Muluya, Madrid: Imprenta del Patronato de Huérfanos de Administración Militar, 1910b. — “Mapas para el estudio de la geografía de Marruecos“, Barcelona: Paseo de San Juan, núm. 45, [1910]. — Geografía militar de Marruecos y posesiones españolas en África, Barcelona: Imprenta de la Revista Científico-Militar, Publicaciones de la Revista Científico-Militar y Biblioteca Militar, 1910; 2ª ed. 1911. — Muerto por su Patria y por su Rey el 27 de Julio de 1909: [Melilla] Braulio de la Portilla y Sancho, Toledo: Viuda é Hijos de J. Peláez, 1911a, 37 páginas. — Melilla: después de la campaña de 1909, Madrid: Publicaciones de la Infantería Española, Tipografía La Minerva Militar, 1911b. — Relaciones hispano-mogrebinas, Madrid: Publicaciones de la Revista Técnica de Infantería y Caballería, 1911c. — Campaña de Chaüia: acción española, Madrid: Imprenta de la Revista Técnica de Infantería y Caballería, 1912. — Campaña de Chaüia: acción francesa, Madrid: Imprenta de la Revista Técnica de Infantería y Caballería, 1913. — Estela de gloria. Oficialidad muerta en los campos del Mogreb. 1909-1914, Valencia: Imprenta Militar de J. Fernández Almela, 1915. — Zona española del norte de Marruecos, Toledo: Tipografía de Rafael G. Menor, s.a. — Estudios histórico-geográficos de Marruecos y África Occidental, s.l.: s.a. — Ifni y el Sáhara español, Toledo: Tipografía de Rafael G. Menor, s.a. (191?). — Flores del heroísmo (Filipinas, Cuba y Marruecos), Madrid: Imprenta de Eduardo Arias, 1919. — “España en Marruecos”, revista Armas y Letras, Informaciones de Actualidad, Madrid [septiembre 1921, la fecha aparece manuscrita]. — “El año 1921 en los campos de Melilla”, revista Nuestro Tiempo, [Madrid] julio de 1922, Imprenta Alrededor del mundo, separata de 20 páginas. — “Como murió en África el heroico soldado Pedro González Cabot, que nació en Santisteban del Puerto (Jaén) el 28 de enero de 1898, [extraído de su artículo “El año 1921 en los campos de Melilla”], según folleto publicado en la revista “Nuestro Tiempo”, en el número de julio de 1922”, Ayuntamiento de Santisteban del Puerto (Jaén), tirada limitada, diciembre de 1922. — “Acción militar de España en África: apuntes cronológicos de 1405 a 1893”, revista La Guerra y su preparación, julio de 1925, pp. 61-69. — Heroicos infantes en Marruecos, 1ª ed. Madrid: Prensa Nueva, 1926, 87 pp.; 2ª ed. Toledo: Imprenta del Colegio de Huérfanos María Cristina de Toledo, 1927, 85 pp.; 3ª ed. Cuenca: Tipografía Ruiz de Lara, 1928, 63 pp. — Estudio diplomático de España en Marruecos, s. l.: manuscrito, s. a. — Mehal-la Jalifiana de Gomara núm. 4, Ceuta: Imprenta Imperio, 1941. — Laureados heroísmos de regulares de Larache núm. 4, 1945. Jensen, G.: Irrational Triumph: Cultural Despair, Military Nationalism, and Ideological Origins of Franco’s Spain (Triunfo irracional: desesperación cultural, el nacionalismo militar y España de los orígenes ideológicos de Franco), Reno, University of Nevada Press, 2002, 237 pp. (revisión por Sasha Pack, Universidad de Wisconsin-Madison).
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Luque: “Recompensas”, Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, núm. 66, año XXIX, martes, 16 de marzo de 1916, tomo I, pág. 855. Nívaro: “Información militar”, Heraldo de Madrid, Año XXI, núm. 7.536, martes, 18 de Julio de 1911, p. 1. Pérez Frías, P.: “Biografía de Antonio García Pérez”, en Gahete Jurado, M. (ed.): México y España. La mirada compartida, Madrid: Iberdrola/Ánfora Nova, 2012, pp. 18-67. Redacción: La Correspondencia Militar, 11 de marzo de 1908. Redacción: El País, 8 de septiembre de 1911. Redacción: La Nación Militar (Órgano Oficial del Tiro Nacional de España), Año XIV, [Madrid] 20 de julio de 1912, núm. 708, p. 226. Redacción: “Libros”, Revista Ilustración Militar. Ejército y Marina, año IV, núm. 89, [Madrid] 15 de septiembre de 1908, p. 292. Redacción: La Correspondencia de España, 17 de abril de 1909, p. 5. Redacción: “Tercer congreso africanista”, El imparcial, 15 de agosto de 1909. Redacción: La Correspondencia Militar (Noticias), 7 de septiembre de 1911. Redacción: “Recompensas por la campaña Ceuta-Tetuán”, La Correspondencia Militar, 1 de enero de 1917. Redacción: “Banquete de despedida a los diplomados de guerra”, El Globo, 27 de febrero de 1922. Rubió y Bellbé (Bellvé/Bellver), M.: “La ocupación de Ifni”, La Vanguardia, “Información nacional”, miércoles, 11 de abril de 1934, p. 22. Ruiz Vidondo, J. M.: “La enseñanza militar en el alto mando: historia, organización y metodología”, en Educación XX1. 9, UNED, 2006, pp. 199-220. Santiago-Gadma, A. C. de: “La cuestión del Norte de Marruecos”, La Correspondencia Militar, 19 de diciembre de 1908. Torres Nebrera, G.: “Aita Tettauen: Texto y contexto de un episodio nacional”, Actas de Galdós. Centenario de “Fortunata y Jacinta”, Madrid: Facultad de Ciencias de la Información, 1989, pp. 385-407.
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Morocco and Spain in the eyes of Antonio García Pérez
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A prolific military writer and educator, Antonio García Pérez was a leading figure in early twentieth-century Spanish military literature and pedagogy. As the author of well over one hundred publications, he played a noteworthy role in the publishing culture that helped sustain a flourishing intellectual scene within the Restoration officer corps. His writings also contributed to the foundation of twentieth-century Spanish military nationalism. His literary activity was especially intense during the period between the “disaster” of 1898 and the establishment of General Miguel Primo de Rivera’s dictatorship in 1923, precisely when the officer corps underwent important transitions both politically and at a more profound philosophical level (Jensen: 2002). This period also coincided with a growth of Spanish military involvement in Morocco, leaving an impact on Spain that lasted throughout the twentieth century. Morocco, along with Islam and the “Arab world” in general, had a noteworthy place in the dynamic world of Spanish military thought and nationalism after 1898, and in quantity of writing no one contributed more to this world than García Pérez. In his writings on Spain’s relationship with Morocco he borrowed heavily from prominent Spanish intellectuals, including Marcelino Menéndez
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Pelayo and Joaquín Costa. But he sometimes fused their interpretations in novel ways, and he expressed himself in very colorful and vivid prose that undoubtedly appealed to many readers. Most importantly, through his literary and pedagogical endeavors he helped bring a traditionalist form of colonialist discourse into mainstream military culture after 1898, where it contributed to the growing rhetoric of Spanish-Moroccan “brotherhood” and Spain’s “special relationship” with the Arab and Islamic world. Even after Franco, the vision of Morocco, Islam, and the Arab world as propagated by García Pérez continues to have a place in Spanish discourse all across the political spectrum. Professionally, García Pérez spent relatively little time in Africa, especially compared to the better-remembered military africanistas of his day, and on an intellectual level he never allowed Spain’s Moroccan adventures to overshadow his interest in the Americas. Nevertheless, Morocco and the related themes of Islam and the Arab world influenced his vision of Spanish history, identity, and destiny. In fact, the importance of his writings on Morocco lies primarily in what they tell us about conservative Spanish views of North Africa, its historical relationship with Spain, and Spanish military orientalism in general. The ambivalence of Spanish views and the peculiar nature of Spanish orientalism were deeply rooted, and they shed light on fundamental differences between Spanish imperialism in North Africa and those of other European powers, especially the French. The Francoist rhetoric of Spanish-Moroccan “brotherhood” during the Civil War was not a purely cynical response to the rebels’ need for military forces. In fact, it grew out of a long and complex history of Spanish perceptions of Morocco and its inhabitants, and since 1975 it has been embraced even by those on the left. 1. Spain, Morocco, and history
As in the works of other military writers of his day, history loomed large in Garcia Pérez’s works on Spanish national identity and the role of the armed forces therein. He attributed what he believed to be the unique and often-mystical characteristics of Spaniards themselves, which had left such a profound impression on America, to their deep roots in Iberia’s past. His very traditionalist vision of Spanish history, which influenced his writing, teaching, and political outlook, strongly influenced his conservative nationalism and his views on contemporary Morocco. But he went beyond the typical discourse of king, church, sword, and patria common to turn-
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of-the-century Spanish traditionalism, combining a conservative vision of medieval Spain —stressing the military defeat of the Moorish enemy by Christians— with a paradoxical tendency to praise the many positive attributes that the Islamic period had given Spain. Not surprisingly, García Pérez’s vision of Spanish history rested largely on his perception of how Christianity had shaped Spain, although he credited medieval Islamic civilization with having revived the peninsula from its decadent and impoverished condition under the Goths. Only the Arabs, he believed, had been capaz de evitar el desmoronamiento de la raza goda, de encenderla en nuevos ideales, de propulsarla a nuevos destinos, de purificarla por la guerra, de engrandecerla por las artes... esa luz que guió Colón por lo ignoto de los mares, esa luz que alumbró a nuestros soldados con destellos de gloria por Flandes y por Italia, esa luz que fué estela felicísima en las aguas de Lepanto, esa luz que fulguró en Mulberg y palideció en Rocroi (García Pérez: s. a., 86)..
García Pérez shared many Spanish writers’ belief in the “Arab” characteristics of Spain and its inhabitants, and, as his emphasis on the purifying potential of military combat demonstrates, he believed war could play a fundamental role in regenerating a nation. But he had a far more positive perception than did other leading writers of his day, including Ángel Ganivet and fellow military writer Ricardo Burguete, of the redirecting of peninsular interests toward the west and into the Americas, portraying the epoch initiated by Columbus’s famous voyage as the apex of Spanish history. For him the light on Spain’s glorious destiny had not dimmed until the seventeenth century, as he indicated in his reference to the 1643 defeat at Rocroi. Indeed, he had nothing but praise for the Reyes Católicos and their promotion of Spanish expansion westward. This does not mean, however, that he failed to appreciate the importance of Arab civilization for Spain’s past and present. He related the history of Islamic Spain to his country’s more recent actions in Morocco. Tellingly, the chapter on Morocco in Destellos de grandeza, published sometime between 1912 and 1918 (when he held the rank of comandante), begins with a discussion of the Reconquista. Demonstrating García Pérez’s literary talent, this work consists of far more than mere factual accounts of Spanish history of relevance to the present. Indeed, it is worth quoting directly at some length, because its colorful prose —which at times may seem exaggerated to us today— paints a vivid picture of the historical forces he believed to have shaped contemporary Spain. In his eyes, the Arab invasion brought Spain countless benefits:
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[...] en la España de 711 todo era decaimiento, holganza y cobardía [...] Un pueblo vigoroso asoma por el Mediodía; ante la postrada España llaman los hombres de Oriente, inflamados por la fe koránica, imbuidos por los preceptos de Mahoma; como olas impetuosas llegan a las playas andaluzas; y luego van ascendiendo por Castilla hasta el pie de los riscos asturianos y de las cumbres pirenaicas. Como el sol cuando tibio y nacarino viene a desentumecer la tierra, así vino a España la civilización de los árabes; suave en un principio, deslumbrante luego (García Pérez: s. a., 85).
He praised medieval Spain effusively. “¡Gloria a esa raza caballeresca y guerrera que engrandeció a España, convirtiéndola en augusta sede de sabios y caudillos, de artistas y labradores!”, he exclaimed. It was, he wrote, “la nueva raza, viadora [sic] de salvadores principios, matriz de fuertes ideales, numen de la tolerancia más culta“, and he wrote about how “sus falanges, imbuidas por la fe, van de valle en valle con la antorcha del progreso; la espada de sus caudillos va de cumbre en cumbre como símbolo redentor”. Hence for him, “progress” and faith were not incompatible. Beginning in 711, Arab civilization “sentó sus reales sobre un pueblo dócil, y en vez de esclavizarlo, le concedió los favores de sus leyes y la libertad de sus conciencia”. His positive words about the tolerance he believed to characterize Islamic Spain mirrored the official Spanish policy of his own century, which rejected the evangelization of North African Muslims. Paradoxically, he mixed his positive appraisal of Arab civilization, including its relative tolerance, scientific and literary achievements, and “progress”, with an admiration for the kind of strong religious sentiments later characteristic of Christian traditionalism: “¿Cabe nada más hermoso en una raza que tuvo la exaltación de la fe como potencial de su valor?” (García Pérez: s. a., 87-89). Yet he also praised the Christian resistance to the Arabs, writing of “un patriotismo que nace, de una nacionalidad que comienza” in Asturias (García Pérez: s. a., 87). Many of his writings reveal a strong belief in the union of the cross and the sword and the inherent religiosity of the Spanish army, as his views on the historical “vinculación entre la Inmaculada Concepción” and “la Infantería española” attest: Por la cruz, la ciencia militar triunfó trayendo al Occidente los ignotos descubrimientos del Oriente; por amor á la cruz, la espada propagó los espendores de la caballerosidad y las proezas de nuestra raza. La cruz y la espada fueron compañeros inseparables y durante siglos enteros confudiéronse el sentimiento cristiano y el de la Patria [...] (García Pérez: 1905a, 17).
García Pérez had a paradoxical tendency to praise both Islamic Spain and the individuals most responsible for its demise, as seen in his prai-
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se for Isabel’s confessor Francisco Jiménez de Cisneros. Just as Marcelino Menéndez Pelayo had lauded the “noble and salvational intolerance” manifested in the expulsion of Moors and Jews, García Pérez praised the unifying and Christianization policies of the Catholic Kings and their successors (quoted in Martin-Márquez: 39). He argued that Cisneros had not only saved Spain from the threat of the Reformation, but that his efforts in “la evangelización de los moros granadinos encerraba un fin políticosocial en los destinos de España” (García Pérez: s. a., 23). He also rejected the argument that Cisneros’ policies caused the uprising in the Albaicín of Granada. Although most historians see a close connection between Cisneros’ policies, especially his forced conversions of Muslims, and the uprising, García Pérez saw things differently. He even defended Cisneros’ order to burn five thousand copies of the Koran: el origen del tumulto de Albaicín no radicó en la quema de alcoranes, sino en la irritación que a algunos alfaquíes produjera a la conducta de millares de moros conversos al Catolicismo; y también en que, ganados aquellos corazones por la política de los cristianos, perdíanse las esperanzas de recobrar las tierras por éstos conquistadas.
Moreover, he wrote, Cisneros deserved praise for sparing the books of medicine, history, and science from the flames (García Pérez: s. a., 24-25). Regardless of whether García Pérez’ version of the Granada uprising was accurate or not, it plainly demonstrates his view of the church’s positive influence on Spanish history and destiny and its role as an integral part of the patria: La Iglesia resultó vencedora del impío deseo de Lutero y del peligro islamita; del luteranismo, que necesitó de la perturbación para imponerse; del islamismo, que se apoyó en la esclavitud para sostener su tiranía y su sensualismo. Y para anonadar a las revueltas masas protestantes y contener la furia mahometana, sólo en un pueblo fijóse la Iglesia: en España; la nación de la Cruzada perpetua, el centinela de la civilización cristiana (García Pérez: s. a., 39).
Yet he also reminded readers of the Islamic period’s positive impact on Spain, embodied by the works of medicine, history, and the sciences that Cisneros had saved from the flames. He portrayed Christian Spain’s aims with the Muslimsas well meaning, even if “algunos alfaquíes”, whether in the time of Cisneros or more recently in Morocco, attempted to stir up trouble and foil the good intentions. For García Pérez, Spain and all its glories were very much a product of the Muslim invasion and ensuing Reconquista: [...] de la fusión de vencedores y vencidos desde Guadalete hasta Granada, nació el alma española godo-cristiana-musulmana con características de grandeza, con virtudes sobresalientes, con una sobriedad admirable, con un heroísmo delirante (García Pérez: s. a., 90).
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2. Contemporary Spain’s imperial mission in north Africa
Incorporating the nineteenth-century africanismo of Joaquín Costa into his traditionalist worldview, García Pérez described the Spanish military actions in Morocco of his own day as a logical follow-up to the demise of the American empire. After the “rota portentosa de 1898”, he wrote, Spain’s future was in Africa. At times, his writing on Africa had a fatalistic quality. In 1908, after the loss of Cuba but before the establishment of the Protectorate in 1912, he wrote: La Providencia nos empuja hoy hacia África, como ayer nos impulsara hacia selváticas é ignoradas tierras; nuestro destino, ¡triste es decirlo! parece un remedo de las amarguras del mártir del Gólgota; rendimos á los pueblos ellos más tarde nos crucifican. ¡Bendito sea, pues, ese secreto designio que nos toma por campeón y luego nos hacer probar el cáliz de la amargura! Marruecos será nuestra ilusión y nuestra tumba; y felices los que hoy caminamos en brazos de esa esperanza conduciendo la enseña patria por la senda florida del Tabor (García Pérez: 1908, 55).
García Pérez did not, however, view twentieth-century Spanish imperialism in Morocco merely as a consequence of 1898. As we have seen, he believed it had far deeper historical roots in Iberian history. He wrote of how the “raza vencida de los moros pasó a tierra mogrebina”, where it fell into decadence (García Pérez: s. a., 91). Now, centuries later, Spain had the potential to help restore its Muslim “brothers” to their former greatness, just as the Arab invaders had once helped rejuvenate Spain: Sobre el Marruecos de hoy, España hará un nuevo Marruecos cruzado de caminos, odorante en sus jardines, atrayente en sus escuelas, bello en la elegancia de sus monumentos, tolerante en el alma de sus hijos; sobre el actual Marruecos, agresivo e intolerante, surgirá un Marruecos sumamente culto, laborioso en extremo, hidalgo en sus sentires y caballeresco en sus procederes (García Pérez: s. a., 93).
By disparaging the current state of Morocco and its inhabitants but praising their distant past, he and the other Spanish africanistas could provide ideological justification for Spain’s imperialist actions in the Maghreb without employing the blatantly racist justifications that the French, Germans, and other Europeans employed elsewhere in Africa. Although such racism existed to a certain degree in Spanish colonialism too, it was not as widespread and deep, and it contradicted other aspects of africanista discourse. In fact, it would have been inherently problematic for the Spaniards to advance such an outlook. Given the widespread perception of shared historical, cultural, and ethnic traits, Moroccans could not serve as full-fledged racial others for the Spaniards as easily as they assumed that role for the
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French. Conversely, the belief that in Spanish Morocco the colonizers and the colonized shared common characteristics bolstered the africanista argument that Spain had a special role to play in the North African colonial project. This aspect of Spanish colonialist rhetoric, exemplified by García Pérez’s writings, resembled the imperialist justification that the Portuguese employed elsewhere in Africa, where they claimed that Portugal’s multi-religious medieval history and the “lusotropicalist” qualities of the Portuguese people made them uniquely suited to colonize (Hertel: 136-144). In spite of his positive portrayal of medieval Muslims, however, when writing of Morocco’s inhabitants in more recent times García Pérez emphasized and exaggerated the negative aspects of the stereotypical “Arabic” traits. Hence the Berber was amoroso en extremo por su libertad; el interés domina su alma mucho más que las ideas; la benevolencia y el perdón los suelen tomar a veces como signos debilidad; es astuto, rudo, ignorante e indómito; idólatra de la guerra, considera el trabajo como un estigma; es reservado, indolente y versátil; su frugalidad es excesiva. Para el bereber guerrear es vivir; guerrean, no para saborear el fruto de la victoria moral, sino para recoger afanosos el botín apetecido; guerrean, no en luchas francas, sino en pacientes emboscadas; guerrean, no por impulsos del honor, sino por el sórdido interés, y en su guerra, lenta como la de la araña, aguardan días y meses en acecho de un descuido (García Pérez: s. a., 94).
As we can see, García Pérez’ description of the Moroccan way of war echos some of the stereotypical characteristics of the Spanish guerrillero, but it stressed the negative aspects of the impetuous spirit he embodied. García Pérez described the Berbers as lacking “national” sentiments and honor and the kind of strong religious feelings seen in the Reconquest: Semejante carácter levantisco no ha sabido crear [...] el noble espíritu de independencia, el sentimiento primordial de Patria; impera en su yo colectivo el individualismo salvaje, y el móvil que les conduce a guerrear no es el fanatismo religioso, sino el ansia del botín (García Pérez: s. a., 94).
Thus whilst he believed the “espíritu de rebeldía” was innate to “la raza mogrebina”, he also implied that without outside intervention it lacked the ability to use the rebellious energy for positive ends. Although stereotyping and paternalism in colonialist discourse may be easy to criticize from today’s perspective, it was of course commonplace in Europe and North America at the time. It spanned, moreover, across the political spectrum in one form or another, from the French liberal ideal of the “civilizing mission” —which had a stronger racial component— to the conservative Catholic and evangelical arguments employed by many on the political right. Spaniards from both the right and left, moreover, believed
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that because of shared history, culture, geography, and race, Spain had a unique role to play not only in the “civilization” of North Africa, but also as a mediator between Islam and Christianity. In 1884, the influential regenerationist writer Joaquín Costa had employed such arguments in a well-known speech at the Alhambra Theater in Madrid about Spain’s historical destiny in North Africa. García Pérez quoted extensively from Costa and other leading figures who spoke there in support of the africanista platform, stressing the shared history and characteristics of the people on both sides of the Gibraltar Strait. He repeated Costa’s words on how the Moors had been “maestros”, “hermanos”, and “víctimas”, for which they were owed respect, love, and “reparación cumplida”, and he approvingly cited the famous Republican Emilio Castelar’s description of the “African” traits of Spaniards. He even went as far as to reproduce Costa’s assertion that “Marruecos y España deben conservar su mutua independencia, renunciando en absoluto á conquistarse una á otra” (García Pérez: 1908, 8, 49-50). In spite of their ostensible hypocrisy, in theory, at least, these words corresponded to Spain’s official stance. As a “protectorate” after 1912 instead of a full-fledged colony, officially the Spaniards and French were there only to guide the Majzen in governing and administering Morocco. Before the creation of the Protectorate, an immediate inspiration for García Pérez’ enthusiastic promotion of the africanista program was the decision by the military governor of Melilla, General José Marina Vega, to occupy territory beyond Melilla’s borders. This decision grew out of Spanish mining interests in the area, which had impelled the Spaniards to enter into an uneasy alliance with Bu Hamra, also known as El Roghi, or “the pretender”, who also granted a concession for the construction of a railroad from the mines to Melilla. Later, however, Bu Hamra gave permission to a French company to establish a factoría comercial only eight kilometers from Melilla, which would have facilitated arms smuggling. In the meantime, the hostile attitude of local tribes toward European intrusion was evident, and it was by no means clear that Bu Hamra would or could guarantee the safety of the employees there. Spain tried to remain neutral in the growing conflict between Bu Hamra and his Moroccan enemies, such as the mehal-las of sultan Abd-el-Aziz. But Bu Hamra’s increasing weakness impelled Marina to make a deal with his Moroccan rivals, and in February and March of 1908 Marina took advantage of the uncertain situation to occupy Restinga de Mar Chica and Cabo de Agua, both near Melilla (Madariaga: 2006, 48-49; idem: 1999, 61).
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Not surprisingly in light of his vision of Spain’s africanista destiny, García Pérez welcomed these developments, interpreting them as a crucial first step in the future development of Spanish foreign policy. He credited Marina and statesman Antonio Maura for their role in Spanish expansion. Although the Spanish actions in 1908 around Melilla involved a relatively small amount of territory, García Pérez saw them as the harbingers of a much more ambitious future. In his typically colorful prose, he wrote that the occupations would revive “energías catalépticas”, thereby helping bring about national regeneration: es necesario martillar á diario el alma patria añorándola en viejas glorias para capacitarla á magnas empresas; es necesario truncar desmayos femeniles, sumir la inteligencia en ardores patrióticos y mover la voluntad al servicio de leales ambiciones; es necesario, en una palabra, pensar en el mañana y sentir en las necesidades de hoy (García Pérez: 1908, 7).
In fact, García Pérez used the occupation of Mar-Chica as a pretext to promote a very ambitious africanista program. Although the program made the establishment of a captain general for Africa one its main points, it went well beyond the military sphere, to include social, cultural, and economic goals, as had Costa and the other nineteenth-century africanistas. García Pérez emphasized the program’s call for the diffusion of Spanish culture in the Maghreb and Moroccan culture in Spain, respect for the people and religion of Morocco, constant sustenance (“Sostenimiento”) for the militares y comerciantes in Moroccan territory, and support (“Amparo”) for its Jewish population (García Pérez: 1908, 7-8). During the following half century, the Spanish state would in fact pursue all of these components of the africanista program, albeit with varying degrees of implementation and success. His account of Marina’s occupation of the encampment at Cabo de Agua provided him with an opportunity to highlight the benevolence he perceived in Spain’s Moroccan politics and to stress how, in his view, the Moroccans themselves would eventually come to understand Spain’s good intentions. He noted that the jefes in the local cabila had themselves requested the Spanish occupation. In fact, they had done so because they wanted protection from a possible razia by Bu Hamra, and Marina had made his acceptance of their request contingent on the accompanying occupation of Cabo de Agua as well. Both occupations had elicited a hostile reaction among some of the followers of the jefes, but García Pérez saw in the Cabo Agua occupation an indication that Moroccans could come to understand that Spain’s colonial project was in their own best interests. He described
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the jefes’ request for a Spanish military presence as a “transformación tan sorprendente”, asking “¿Qué política ha imperado para que nuestros antiguos y perpetuos adversarios en raza y en religión pidiesen al amparo español?” (García Pérez: 1908, 41-42; Madariaga: 2006, 49). Such optimism would be sorely tested over the next two decades, as fierce fighting raged across northern Morocco. Nevertheless, García Pérez’s basic africanista outlook does not seem to have changed significantly. Even in the immediate wake of the disaster of Annual, when his animosity toward the Moroccans who took up arms against Spaniards was understandably at its height, he still portrayed the Spanish mission as benevolent and the people of Morocco as good in their essence. The Annual disaster of 1921, which took at least eight thousand Spanish lives, was the worst defeat of any colonial army in twentieth-century Africa. Not only was it a major strategic setback for the army that triggered a serious political crisis for the government, but in human terms it made the high costs of the Moroccan war painfully clear to the military and to the Spanish public. Many Moroccans serving in the Spanish army switched sides, in some cases joining the Rifians fighting for Abd el Krim el Jattabi in committing atrocities against the Spaniards they captured and mutilating their bodies, as the Spanish newspapers reported. Eventually, the Spanish forces would stage a carefully planned and well executed joint operation with the French to defeat the Rifian enemies, but in the meantime Annual made many Spaniards doubt the Moroccan adventure, including General Miguel Primo de Rivera. García Pérez responded to Annual with considerable —and comprehensible— anger, directing strong words against the Moroccans who had attacked his fellow militares. But he also found much to praise in the way many Spanish soldiers had acted in the face of such extreme adversity, and he lauded those who he believed had revealed courage, resilience, and other admirable martial qualities. A year after the disaster, Nuestro Tiempo published a collection of ten short tributes by García Pérez to Spaniards who had acted heroically in Morocco, often making the ultimate sacrifice for their country, during this difficult time. These writings contrast glowing depictions of Spaniards with an exceedingly negative portrayal of their Moroccan enemies, although the latter still appeared to have the possibility of redemption. He framed some of his accounts in language reminiscent of traditionalist histories as of the Reconquista, with Christian defenders dying gloriously as they struggled against a Moorish enemy who deserved nothing
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but abhorrence. Describing how a besieged captain fought valiently before his position was overrun, he wrote that “cuando la morisma penetra en aquel glorioso nidal de héroes, los pocos heridos caen asesinados por los canallescos atacantes, oprobio de la raza humana”. But in his eyes these Spaniards had not died in vain: “¡Gloria a sus nombres y paz para sus almas junto al Dios de los cristianos!” (García Pérez: 1922, 7). He also told the story of another captain, who was killed with his son in his arms. When the boy was taken to Abd el-Krim, the Moroccan resistance leader asked him if he was afraid. The boy responded that he had nothing to be afraid of, as they had already killed his father. “La valentía del niño anonada al feroz adversario de España”, García Pérez wrote, and the Moroccans treated his wounds and freed the boy. Thus according to García Pérez, even Abd el Krim could be impressed by the bravery of an innocent young Spaniard (García Pérez: 1922, 16-17). Yet it is another event from García Pérez’s writings on 1921 in Morocco that encapsulates his africanista vision most vividly. Drawing upon an account by the well-known journalist Pedro Mata, it describes the fate of Spanish soldier Pedro Gonzalez Cabot, an artilleryman at Mount Arruit. Although it is difficult to determine exactly what really happened, the story soon became a legend, thanks in part to García Pérez’s writing (Castillo). Like many other Spanish soldiers, the artilleryman sought refuge at Mount Arruit in dismal condition after his position was overrun. In addition to three bullet wounds (balazos), one of which was to his chest, he arrived at Mount Arruit carrying a two-year-old boy from Annual. The description paints a compelling picture: “el niño, completamente desnudo, apoya su cabeza sobre los sudorosos cabellos del humanitario soldado” (García Pérez: 1922, 18-19). García Pérez does not specify the nationality of the boy, but it seems likely that he was Moroccan. The boy’s nakedness implied a “savage” state, like Morocco itself in the eyes of many africanistas, but his young age suggested that he was also innocent and thus capable of salvation by the Spaniards, as were the people of contemporary Morocco. Such imagery, sometimes with homoerotic undertones, appeared in Spanish art, literature, and film about Africa from the nineteenth century through the Franco years. The portrayal of Morocco and other African countries as not yet fully developed was also a recurrent motif in much European colonialist literature. Decades later, such imagery crept into an otherwise scientific work about economic development when its franquista authors described Moroccans as “inadecuado, crédulo e infantil, a pesar de su masculinidad” (García Figueras y Roda Jiménez: 385).
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The artilleryman Cabot, in turn, symbolized all that was good about Spain’s mission in the Protectorate, providing security and caring to the child-like but innocent people. García Pérez wrote that Cabot “velaba por aquella niñez desvalida y doliente, prodigándole todas las ternuras de su alma”. At the same time, Morocco provided Spain with a noble, national mission with God’s blessing: “el niño era el ángel con que Dios consolaba al buen soldado en sus tribulaciones por la patria” (García Pérez: 1922, 19). Of course, the fate of the Spanish soldier and the Moroccan boy was in the end tragic. After days of withstanding the siege, Cabot and the other soldiers surrendered, with Cabot waving a white handkerchief. Nevertheless, aquellos indefensos españoles caían fusilados cobardemente por la traidora morisma. ¡Escena de sublime martirio! Horrorizado Cabot, comprende resignadamente el término de su existencia; besa enternecido al niño; y como si en su corazón de ángel hablase al Dios de sus íntimas creencias, así reza: Padre nuestro que estás en los cielos... El plomo rifeño corta las existencias del niño y del soldado... Cuando meses después recuperaron los españoles a Monte Arruit encontraron dos cadáveres unidos en estrecho abrazo. ¡Eran el del niño y el del artillero que murió poniendo el beso de su alma cristiana sobre la frente nacarina del niño infortunado! (García Pérez: 1922, 19-20).
It is not surprising that García Pérez made this tragic story the final chapter in his tribute to the heroes of Annual. It illustrated very well the mixture of heroism, tragedy, valor, treason, good intentions, sacrifice and traditionalist Christianity that he believed to be found in Spanish Morocco. 3. Context, reception, and influence
García Pérez wrote about Spanish-Moroccan relations in a context very different from that of today. Not only were the post-1898 Spanish literary, political, and military worlds unique for national-historical reasons, but the immediate, widespread, and profound effects of the Moroccan war on Spanish society have had no equivalent in post-Civil War Spain. Moreover, professional demands had a significant impact on García Pérez’s writings. His publications were more than a vehicle for him to express his sentiments; they also served more practical aims. As is the case for scholars at universities today, for officers in the Spanish army publications counted toward promotion. The potential advantages to a military officer’s career conferred by writing were nothing new to García Pérez’s era. During the previous century
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army officers had often sought official acknowledgment for their literary endeavors. During the period in which García Pérez wrote, however, this practice grew. Although some works by military writers represented true scholarly and literary achievements, during the latter years of the Restoration the poor style and organization of many books by officers made it appear, in the words of Andrée Bachoud, “como si el autor estuviera más preocupado por sumar páginas que por expresar un nuevo punto de vista” (Bachoud: 106-107). This appraisal applies to many of García Pérez’s works, which covered the full spectrum of forms of publication open to military writers. Moreover, he often copied from his own previous publications. The recycling of older works into new, often superfluous editions was common among the many military writers and publishers then who sold their books and pamphlets to cadets and to pupils preparing for academy entrance examinations. García Pérez, however, seems to have made particularly good use of this practice. In fact, the most severe and perceptive critic of Spanish military education singled out the publication history of García Pérez’s first book and its subsequent editions to exemplify what he believed to be a widespread problem (Cebreiros: 62-64). In some instances García Pérez created essays and even books by simply copying the text from his earlier works, such as in his 1907 article “Estudio politico-social de la España del siglo XVI”, whose text was taken verbatim from Destellos de grandeza. In other cases, García Pérez chose a format that would allow him to publish a new book or pamphlet with relatively little effort on his own part. For example, his short work on the Spanish possessions in Africa, designed for use during the 1909-10 academic year (curso) at the Infantry Academy, included nothing but brief bits of geographical and other factual information about the regions discussed (García Pérez: 1909). Another style of publication popular with García Pérez and many other military writers entailed collecting aphorisms, quotations, and historical anecdotes to convey basic patriotic, military, and sometimes even religious values to the reader. At times García Pérez also copied or translated from books by others, a practice for which he was criticized in some General Staff reports (Pérez Frías: 2012, 63-65). One must remember, however, that such text copying was common among many writers at the time, civilian and military. As Carolyn P. Boyd writes, even civilian authors tended to paraphrase or even plagiarize (usually without attribution, although sometimes with quotation marks) the work of earlier historians when constructing
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their own narratives. Identical phrases and interpretations thus echoed through the pages of the most diverse texts (Boyd: 78).
The context of the publishing world in which García Pérez wrote has relevance to our analysis of his thoughts on Spain and Morocco in two ways. First, the copying of texts by others may have added to the appearance of apparent contradictions in his writings, which can make it difficult to ascertain which of the opinions he expresses he really held. One must remember, however, that his views on Spain and Morocco were not static. Instead they logically changed with time and as Spain’s involvement in the Maghreb increased. Hence some variations in his opinions are to be expected. Not surprisingly, he writes more positively about Moroccans in general before the establishment of the Protectorate than he does so right after the Annual disaster. Nevertheless, a careful reading of all his works makes it possible to identify an overarching and consistent spirit. As we have seen, deeply-held perceptions of Spanish-Arab relations, grounded in a strong historical consciousness going back to the Middle Ages, underlay all of his africanista writings. Second, the nature of Spanish military publishing during the Restoration shaped the reception and impact of his writings on Morocco and Spain. Some of his works served to gain him recognition and respect in the Spanish intellectual world in general. For example, his essay on primary education in Spain won the first prize in its category of Seville’s “Juegos Florales” of May 1904 (García Pérez: 1905b). But the intended market for many of his writings consisted of cadets and officers who relied on easily accessible pamphlets and books when preparing the presentations, speeches, slogans, and historical anecdotes they used in front of their soldiers. In his writings and in his many years of teaching cadets at the Infantry Academy, García Pérez repeatedly stressed the basic africanista vision, especially about the place of Morocco in Spanish historical destiny. This kind of literary production may lack sophisticated analysis, but it can nevertheless have a significant reception. It is also well-suited to cadets, army officers, or others in non-academic (and often sleep-deprived) atmospheres who seek to acquire basic information and interesting anecdotes rather than explore sophisticated analyses. Even today, in military academies throughout the world the rote memorization of historical and patriotic names and feats remains a staple of first-year cadet life. Thus, although it is difficult to gauge with precision the reception among their intended audiences of the plethora of writings by military officers, there is no doubt that García Pérez’s works reached a relatively large number of readers. This was partly because of the sheer number of his
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works, which saturated military libraries, and because of his position as an instructor of future officers at their most impressionable age. But his works were also popular because their format and style fit well in the Spanish system of military education. The cadets, who were subjected to pedagogical methods stressing rote memorization and recitation and had relatively little time for sleep or reflection, had few chances to learn to digest sophisticated analyses or otherwise improve their analytical skills. Spanish military education was not unique in this regard. In more recent times, military academies in the United States sometimes receive criticism for demanding too much impractical memorization by cadets and not fomenting their analytical skills enough. In such an atmosphere the rather simplistic exhortations of García Pérez on the values of patriotism, the sword, the church, and the crown found easy reception among the cadet audience, and the architectural splendor of the academy’s setting in Toledo would have reinforced the components of medieval history that shaped twentieth-century africanismo. As the teacher of nearly seven hundred cadets during his stay at the Infantry Academy, García Pérez directly exposed a significant number of future officers to his views, including Francisco Franco, and even later his ideas continued to reach cadets through his writings (García Pérez: 1912, 51). Both the traditionalism and the africanismo typical of García Pérez’s writings eventually became important components of conservative military nationalism in Spain. Moreover, with his prolific writing García Pérez contributed to the “print culture” that facilitated Spanish military nationalism. In his classic book on modern nationalism, Benedict Anderson writes of how “print capitalism” can foster the development of national identity. He observes that the concept of “the French Revolution” did not acquire meaning as a tangible “’thing’... with its own name” until it “entered the accumulating memory of print” (Anderson: 80). The explosion of military print culture during the Restoration fomented the development of Spanish nationalism in a similar fashion within the world of the officer corps, in this case as the peculiar fusion of traditionalist and africanista ideas found in military culture’s own “accumulating memory of print”. It was in the context of the Restoration that officers turned more than ever before to ideology and culture in addition to, if not instead of, the traditional method of the pronunciamiento as they sought to alter their relationship with the state. At the same time, the military print culture began to “accumulate” to an unprecedented degree. Military periodicals, academy lesson plans and textbooks,
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and the many works of history by Spanish army officers all fostered the “accumulating memory” of nationalist ideas and myth, which in turn contributed to what Karl W. Deutsch calls the “communicative facilities of a society” that foster the development of nationalism. Although the role of García Pérez in this process should not be exaggerated, he was certainly a highly visible participant in it. And Morocco had a definite place in the military nationalism that came out of it. Moreover, because of the sheer number of his written works and his influence as a teacher, author of textbooks, and prominent participant in discussions at the Centro del Ejército y de la Armada and the army’s other cultural institutions, the views he put forth found a relatively wide audience. Susan Martin-Márquez’s description of the “disorientation” Spaniards can experience from their “positioning on both ‘sides’ of Orientalism” easily applies to military culture (Martin-Márquez: 9). Within the army officer corps, examples of this phenomenon are easy to find. Spain’s peculiar status in North Africa had positive as well as negative attributes for Spaniards. On the one hand, the perception that Spaniards and moros shared common historical, racial, and other characteristics served to legitimize Spanish colonial endeavors in North Africa. For liberal advocates of the “civilizing mission”, with its basis in the “scientific” racial thought of the early twentieth century, such a perception would have been problematic, because it implicitly cast doubt on the place of Spain in western (and thus “white”) civilization. For a Spanish traditionalist like García Pérez, however, it was not difficult to gloss over the inconsistencies and turn differences from other colonial powers into virtues, as seen in Francoist attempts during the 1950s to reconcile traditionalism with modernization theory in the Moroccan Protectorate (Jensen: 2005, 92-96). Indeed, Spanish Catholic conservatism could promote the idea of Moroccan Muslims as active allies rather than enemies. Its promoters may have considered Moroccans to be inferior in some ways, but they knew that they could not portray Moroccans as true others —that is, as the complete antithesis of Spaniards. Perceptions of shared history, culture, geography, and even race with North Africa were unavoidable components of Spanish identity, even if García Pérez also regarded early twentieth-century Spain as much more modern and civilized than Morocco. This view underlay many of García Pérez’s writings on history and on Morocco, from the period of before the Protectorate to after the Annual disaster. Carlist traditionalism held a conservative Catholic understanding of the Reconquest, stressing the role of the Moor as the traditional enemy
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of Christian Spain. Menéndez Pelayo in turn connected Spanish nationalism to the traditionalist ideas associated with Carlism, and his influence on García Pérez is indisputable. Given his extensive body of writings, it is not easy to summarize Menéndez Pelayo’s attitude toward the Muslim presence in Spain. Although he viewed Christianity as the clamp that held the Spanish nation together and portrayed the Muslim past as anti-Spanish, he also praised great Muslim and Jewish thinkers of the Middle Ages, which must have displeased his integrist followers (Hertel: 48-50). García Pérez echoed this somewhat contradictory outlook, but overall his writings leave the reader with a more positive impression of Islamic Spain. He added, moreover, components of the more modern version of africanismo as promoted by Costa and some nineteenth-century liberals. But he never went as far as to accept Costa’s belief that the edict of expulsion, which had made Spain a purely Christian nation, was a “criminal” act of “brutal fanaticism” (quoted in Martin-Márquez: 57). Instead, García Pérez’s africanismo was a selective hybrid of Catholic traditionalism and Costa’s colonialist program, thereby providing ideological support for Spain’s twentieth-century Moroccan adventures. By disseminating these views throughout Spanish military culture at the same time that Spain’s colonial and military activities in North Africa increased dramatically, García Pérez facilitated the subsequent construction of the notion of Hispano-Arabic “brotherhood” that Franco’s supporters used during the civil war. As his writings on Morocco demonstrate, his version of africanismo transcended customary political boundaries. Indeed, the same kind of arguments about Hispano-Arabic identity and “hermandad” would continue to surface in Spain for over a century, appearing in widely diverse places. They appeared, for example, in Francoist rhetoric, but also in the discourse ofthe “Alliance of Civilizations” that José Luis Rodriguez Zapatero promoted before the United Nations. García Pérez may not have been the most original writer on Spain and Morocco, but his literary work nonetheless sheds much light on a central facet of modern Spanish intellectual history, the legacy of which remains with us to this day. Bibliography Anderson, B.: Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, London: Verso, 1991 (edición revisada y aumentada). Bachoud, A.: Los españoles ante las campañas de Marruecos, Madrid: Espasa-Calpe, 1988. Boyd, C.: Historia Patria: Politics, History, and National Identity in Spain, 1875-1975, Princeton: Princeton University Press, 1997.
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El rescate de Marruecos
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1. Introducción
Concluir una obra sobre el Protectorado español en Marruecos en la que están depositadas tantas y plurales ilusiones, y que por razones personales me despierta emociones tan profundas, no es una tarea sencilla; precisa de un hilo conductor y un esfuerzo de racionalidad. Entre el Marruecos de principios del siglo XX y la situación de determinados países del sur de Europa a principios del siglo XXI, existe una circunstancia común: la necesidad del llamado “rescate”; otrora fue la reconstrucción material de un estado fallido y agora la vertebración financiera de estados en situación económica apurada. Ambas circunstancias tienen similitudes (aunque también evidentes diferencias), y posiblemente la más esencial de todas ellas sea la solidaridad internacional. Los estados vecinos o relacionados son los que acuden en auxilio del más débil para ayudarlo a salir del aprieto y, una vez superado, cada uno de ellos vuelve a su afán con la sensación del deber cumplido. No fue pues la actuación de España en Marruecos una aventura colonial; sino un rescate, del modo en que se entendía esta actuación en aquella época. Y así lo acreditan de un modo indubitado los excelentes trabajos que preceden a este ensayo, escritos desde las dos orillas. Marruecos y España vivieron una aventura solidaria, con sus luces y sus sombras, como toda obra humana, que permitió llegar a la vibrante realidad de un país en desarrollo sostenido y sostenible en el tiempo; pero ¿cuándo acabó aquello? ¿En qué fecha hay que situar el epílogo del Protectorado de España en Marruecos? Según mi opinión, aquella aventura apasionante finó el 31 de agosto de 1961, el día en el que el teniente general Alfredo Galera Paniagua firmó, en Ceuta, la Orden General del Ejército del norte de África por la que se daba cuenta del abandono del territorio marroquí de las últimas unidades del ejército español. Este documento es un ejemplo de literatura castrense de indudable interés, del que glosaré alguno de sus párrafos a modo de hilo conductor de mis reflexiones sobre el epílogo del Protectorado. 2. Alfredo Galera Paniagua
Antes de entrar en el escrutinio de la Orden General anteriormente comentada, quisiera reseñar un apunte biográfico —cuasi personal— sobre la figura del teniente general Galera Paniagua, firmante de esta norma jurídica.
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Alfredo Galera Paniagua, Medalla Militar Individual, general jefe del Ejército de España en el norte de África, que firmó la orden general, por la que se daba por finalizada la misión protectora y la retirada de las Fuerzas Armadas españolas del territorio marroquí, el 31 de agosto de 1961. Archivo General de Ceuta, fondo fotográfico.
Alfredo Galera, militar manchego, nacido en Alcázar de San Juan, formó parte de la promoción de 1913 de la gloriosa Academia de Infantería de Toledo. En el transcurso de su brillante carrera militar, obtuvo un ascenso por méritos de guerra y se hizo acreedor de una Medalla Militar Individual. Alcanzó la categoría de teniente general, llegando a ser capitán general en Burgos y en Sevilla. Sin embargo, todo lo anteriormente mencionado —y mucho más— está relacionado en su Hoja de Servicios y en las hemerotecas. Ahora, me gustaría centrarme en un episodio humano —casi homérico— de su vida militar poco conocido, pero que enmarca su sentido de la vida y del honor. En los primeros días de la terrible guerra civil que masacró España y llenó de amargura sus hogares, Alfredo Galera estaba al frente de la mehal-la jalifiana de Tetuán número 1. En el mes de octubre de 1936, tomó parte en durísimos combates, en tierras de Huesca, alrededor de la ermita de Santa Quiteria. Uno de los oficiales que estaba a sus órdenes, el capitán Rafael Sánchez Gallardo, recibió la noticia de que muy pronto iba a ser ascendido a comandante. Galera le dijo a Sánchez Gallardo: — Rafael, enhorabuena, tómate unos días de permiso, marcha a Tetuán para disfrutar del ascenso con Concha (su mujer) y a tu regreso veremos en qué Unidad de combate te encuadras.
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Sánchez Gallardo le contestó: — Mi comandante, han caído algunos de los mandos más importantes de mi Tabor, hay que continuar las actuaciones sobre la estación de Tardienta (de indudable importancia estratégica), por lo que me vas a permitir que continúe operando hasta que sea oficial mi ascenso y pueda ir a Tetuán con la estrella de comandante en la bocamanga.
Las Parcas quisieron que el hilo de la vida de Rafael fuera cortado el 22 de octubre de 1936 en un puente cercano a la estación por “una bala que a lo mejor ni siquiera llevaba su nombre” (Martínez-Simancas Sánchez: 2012, 39), el mismo día en el que recibiría el telegrama notificando oficialmente su ascenso a comandante de Infantería por antigüedad. La crueldad de la guerra quiso que el cadáver de Rafael quedara en tierra de nadie y Alfredo Galera, no pudiendo soportar la idea de que su subordinado y amigo quedara insepulto, combatió durante tres días para recuperar su cadáver y enterrarlo con todos los honores en el cementerio de Zaragoza. Con la pequeña maleta en la que colocó los efectos personales de Rafael, se “olvidó” de la guerra, atravesó la Península, cruzó el Estrecho y llegó a Tetuán para darle consuelo a su viuda Concha, a la que entregó las pertenencias de su marido y prometió (promesa que cumplió toda su vida) que cuidaría de ella y de sus cinco hijos como si fueran suyos. 3. La Orden General del Ejército del norte de África del 31 de agosto de 1961, paso a paso
Tras este excurso en la personalidad del ilustre militar, paso a caminar por alguno de los párrafos de la Orden General del Ejército del norte de África que, al finiquitar la presencia castrense en Marruecos, dibujan el sentir último de la intención de sus protagonistas. 3.1. En el día de hoy, cumplida la misión que España asignó a su Ejército en Marruecos, las últimas Unidades Militares Españolas han abandonado el Territorio Marroquí. En este momento solemne en que el Gobierno Español hace honor con fidelidad y exactitud a sus obligaciones internacionales, el Ejército Español quiere mirar con dignidad y orgullo hacia la obra realizada con su esfuerzo y sacrificio.
Este párrafo, que evoca la disposición de los famosos “partes de guerra”, apareja la idea del deber cumplido con limpieza sin alharacas, con sacrificio pero sin ostentación. España participó en el “rescate” de Marruecos, y su ejército tuvo una misión que cumplir. Una vez materializada esta magna y noble tarea, la selló con el estricto cumplimiento de las órdenes recibidas. Esta declaración de principios encierra una idea esencial en la misión que España llevó a cabo: el cumplimiento de la legalidad internacional.
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España recibió un mandato legítimo de otros estados que ejecutó, con su leal saber y entender, en sus justos términos. La Orden General también quiere destacar el relevante papel que las Fuerzas Armadas jugaron en la reconstrucción de las estructuras políticas y económicas del Estado marroquí. Si bien es cierto que fue la sociedad española la que asumió la tarea de su reconstrucción, el ejército jugó un papel sobresaliente en este momento histórico. También se menciona la diferencia entre Gobierno y Ejército; no siempre en la historia del Protectorado ambas voluntades estuvieron articuladas. El mal hacer de muchos políticos, unido a la soberbia, codicia e impericia inexcusable de algunos militares, llevaron a situaciones tan dramáticas como el llamado desastre de Annual en el que una actuación lamentable, auspiciada por el patético monarca español de la época, segó no solo la vida de millares de personas (en uno y otro bando), sino también cambió el devenir de España durante el siglo XX. Sin embargo, aun en esos dramáticos días, el ejército español no estaba en pugna con el de Marruecos, sino que, por el contrario, lo que pretendía era restablecer el orden frente a la insurrección cabileña que tenía como última motivación el establecimiento de la República del Rif, como ente separado y distinto del Reino de Marruecos, cuyo Protectorado era una responsabilidad internacional indelegable de España. 3.2. Nuestra presencia en el Norte de África, justificada desde hace siglos por razones profundas que están enraizadas en la historia y en la geografía de nuestra Patria, tuvo su sanción definitiva cuando España en el año 1912 recibió el encargo del protectorado y asumió, en nombre de la comunidad internacional, la difícil tarea de establecer el orden en una zona crucial del Mediterráneo que era de vital importancia para la salvaguardia de la paz mundial y el bienestar de todos los pueblos ribereños.
La misión de “establecer el orden”, como justificación de la acción de España en el enraizamiento del Protectorado, es una constante que tiene su origen en la idea de España como “gendarme universal” que arranca con el descubrimiento de América y seguía vigente cuatro siglos después. La realidad posiblemente tenga un recorrido más corto: España se encontraba desarmada tras el triste fin de su aventura colonial americana y necesitaba una empresa colectiva en la que embarcarse para dar satisfacción a unas necesidades, no del todo altruistas en algunos casos. Además, el restablecimiento del orden era una misión que los ejércitos del primer tercio del siglo XX consideraban dentro de sus atribuciones naturales. Mucho se ha escrito sobre la idea de restablecer el orden dentro de la República; sen-
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timiento que llevó a muchos militares a seguir una línea golpista frente al Estado constitucional en 1936. El Marruecos de principios del siglo XX era un estado fallido, que alteró el libre intercambio de mercancías por su riberas, y guarda cierto paralelismo a la actual situación en Somalia, donde la comunidad internacional —dentro de la que se encuentra España— usa la fuerza para garantizar el paso franco de la navegación en general y del comercio en particular. Lo singular de este empeño es que no se limitó a la franja marina cercana a nuestras costas, como acaeció en otros tiempos, en los que el Oranesado puede ser un ejemplo paradigmático, sino que entró de profundis en los territorios asignados y tuvo un alcance mucho mayor que la mera actuación de policía preventiva. Además, hay que recordar que en aquel tiempo el concepto de las libertades individuales aún estaba en sus albores, mientras que el bienestar colectivo cobraba una especial relevancia entre las obligaciones y actuaciones de las naciones políticamente bien organizadas. La frase de Goethe, “prefiero cometer una injusticia a soportar el desorden”, presidía muchas de las actuaciones públicas y era el hilo conductor de muchas de las conductas de los gobernantes de este tiempo histórico. 3.3. Al llevar a cabo esta misión, España no ha pretendido realizar una obra colonial en provecho propio, sino una labor pacificadora —que ya había comenzado antes de 1912 a petición de los mismos naturales del país— y una tarea de civilización que ha repercutido en bien del pueblo marroquí y de la unidad y fortaleza de su Monarquía.
Sin hacerlo de forma absoluta, la Orden General pretende apartarse de la idea colonial. Quiere huir de ella por el altruismo del empeño, por su materialización en actos de paz y por la legitimidad del encargo; pero más importantes aún son las consecuencias del hecho en sí mismo: es decir, el amejoramiento de las condiciones de vida del pueblo de Marruecos y, en consecuencia, de su forma de gobierno. España siempre respetó la figura del sultán y la de su representante, el jalifa. El ejercicio del poder se materializó siempre con un exquisito respeto de las formas y un consenso evidente en lo sustancial. Eso da idea de que, aun en los momentos más difíciles del Protectorado, nunca se rompieron los vínculos formales de las diferentes estructuras jurídicas que allí convivían. Por eso, la orden general, si bien es cierto que pasa de puntillas por la idea colonial, profundiza más en los logros del Protectorado y, muy especialmente, en el hecho de ser la propia población afectada la que, en primera instancia, pidiera el apoyo de España.
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3.4. Con una alta moral de servicio y sacrificio, tal como nos lo enseñan nuestras Ordenanzas Militares, el Ejército Español realizó la pacificación del Protectorado y veló después por su tranquilidad, empleándose luego en el progreso espiritual y material de Marruecos con todos los recursos de su experiencia y toda la fuerza de su vocación. En su trabajo pacífico, el Servicio de Intervenciones marroquí ha sido uno de los instrumentos más útiles del Ejército para penetrar en el fondo de la vida de esta Zona y contribuir a su mejor desarrollo.
Autores de trabajos que anteceden este escrito sistematizan el Protectorado en diferentes etapas, a tenor del impulso político que lo presidía en cada momento; pero es evidente que una primera etapa de pacificación en sus zonas más destacadas (Yebala, Rif...) y la reducción de los “señores de la guerra” que caciquilmente las gestionaban fue seguida por otra de estabilización no solo de las propias estructuras materiales, sino también del marco jurídico que las posibilitaba, propiciando el progreso, el avance en el aspecto político, económico y en el bienestar en general. Cada autoridad marroquí estaba “protegida” por una “sombra” española y ello puso de manifiesto la importancia que tuvo el Servicio de Intervenciones. Formado por personal militar, conocedor profundo de la lengua y cultura marroquí, fue el hilo conductor que dio viabilidad a la paz, la estabilidad y el progreso. Fue esencial el planteamiento pacífico y sosegado del Servicio de Intervenciones, y supuso una demostración palpable de la capacidad del Ejército para utilizar sus efectivos, que serían lo que hoy en día se denominan misiones humanitarias de las Fuerzas Armadas. La adaptación al entorno, la asunción permanente de la cultura y la verdad ajena fueron pilares básicos en esta tarea de apoyo y consejo, cuyo fruto no fue inmediato, pero que tuvo consecuencias imperecederas. 3.5. Conscientes de la importancia y antigüedad de la cultura del pueblo marroquí, España y su Ejército guardaron siempre un exquisito respeto por los usos y costumbres de Marruecos, las tradiciones coránicas, su sistema de justicia y sus formas culturales, estimulando con su acción la revitalización de los mismos.
Si el aceptar los valores ajenos siempre es difícil, más lo es cuando las diferencias tienen un origen de orden religioso. A nadie se le oculta la posición de la Iglesia católica en la primera mitad del siglo XX y su grado de penetración en las estructuras sociales, Ejército incluido. Pues bien, aun en este entorno tan remoto —prima faciae— de la tolerancia, la vida en el Marruecos de las tres religiones (la presencia de judíos en el Protectorado con situaciones de relevancia económica es notoria) se desarrolló por caminos de razonable entendimiento. Casi sentimos hoy en día envidia cuando contemplamos la cantidad de pasos que hemos dado hacia atrás —todos— en el camino de la tolerancia, y se nos antoja imposible revivir convivencias
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de aquella época, ya que en el mundo actual campean victoriosos el fundamentalismo, la intolerancia y el desprecio por todo lo que no sea la sublimación del ego colectivo. Se destaca la importancia del Derecho como elemento de cohesión, junto con el reconocimiento de las mismas raíces y su pervivencia en el tiempo. El Protectorado mantuvo dos regímenes jurídicos distintos, con diferentes destinatarios y con un modelo dispar de ejecución de la justicia; pero los derechos y deberes tendieron a homogeneizarse de modo que desaparecieron del acervo vital cotidiano situaciones ancladas en el Medievo y que eran verdaderos lastres para el avance social y cultural. 3.6. En el orden material, España, bajo la paz edificada por su Ejército, ha ayudado eficazmente a la elevación del nivel de vida de Marruecos, haciéndolo así aún a costa de sacrificios propios y actuando en difíciles situaciones nacionales e internacionales, durante las cuales la satisfacción de las mismas necesidades españolas estaba en peligro. Han sido creados hospitales, escuelas e instituciones educativas; se ha desarrollado la agricultura y se han abierto nuevas vías de comunicación; se han proporcionado becas y ayudas de estudios a fin de formar una minoría dirigente que en su día sirviera con eficacia a su propio país. El Ejército Español cuidó de sentar los fundamentos del Ejército Marroquí y en esta tarea creó las Mehal-las que, cuando se declaró la independencia de Marruecos en 1956, fueron la base de nuestro Ejército real.
La acción del Protectorado cuidó tanto de la educación básica general como de la formación de las élites profesionales para que pudiera aflorar el talento y los “mejores” tuvieran la oportunidad de poner en valor sus “saberes”. No es sencillo entender la cultura como un bien de masas mientras que la investigación queda para los elegidos; pero en este contexto se armonizó la enseñanza como base del desarrollo social. También tuvieron cuido especial los sectores primarios de la economía. Así, la agricultura (allí donde lo permitía el abrupto territorio asignado a España) y las comunicaciones se convirtieron en asuntos prioritarios. Esto generó en el Estado español de aquel tiempo una situación de crítica ciudadana evidente, pues las terribles necesidades en elementos básicos que padeció el pueblo español en la posguerra no tuvieron correlato en Marruecos. España hizo todo lo posible para que las necesidades básicas del ciudadano marroquí estuvieran cubiertas, aun a sabiendas de que no ocurría lo mismo en la mayoría del territorio del Estado. El propio ejército de Marruecos tiene su base primigenia en las viejas mehalas, que tan bien conocía Galera, en las que los oficiales marroquíes y españoles compartían el mando y lo hacían a ciencia cierta de que se trataba del ejército del sultán y, en consecuencia, debía tener una posición orgá-
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nica propia y una estructura organizativa diferente de la del ejército español. En las mehalas las voces de mando se daban en árabe siempre, y el uso de este idioma era obligado para todos sus componentes. También merece la pena destacar la medicina en aquel tiempo; los médicos militares —y también los civiles— llevaron sus mejores prácticas a Marruecos y sus hospitales estuvieron siempre a la altura de los de la Península. Especialmente fue la medicina rural la que permitió el acceso a estándares de calidad de vida que no habían sido moneda cotidiana en otros tiempos recientes. 3.7. Así, superada la fase militar durante la cual fue necesario llevar a cabo unas acciones guerreras para restaurar la plena autoridad de la Corona, el Ejército Español pasó a ser el guardián de la paz y el orden, el colaborador en el progreso y uno de los instrumentos más eficaces con que ha contado España para edificar la trama sobre la que se ha podido asentar el moderno Estado Marroquí, cuya independencia hemos saludado con satisfacción y legítimo orgullo. Fruto de esta tarea fue la hermandad nacida entre los dos pueblos, hermandad sellada con sangre en un trascendental momento de la historia reciente de España. La obra del Protectorado se ha consumado así y el Ejército Español, que comenzó hace cuatro años y medio la evacuación de tropas, completa hoy ésta y retira sus últimas Unidades.
Como anteriormente he explicitado, el Ejército español, en la primera fase de implementación de la presencia de España en el norte de Marruecos, siempre tuvo presente que su lucha militar no era contra su pueblo, sino contra la insurrección y en defensa del poder legítimo. Esto propició las sólidas relaciones que se establecieron, tan pronto como el territorio quedó pacificado. Hoy hemos perdido la perspectiva histórica, pero la orden general que glosamos nos devuelve de lleno a esa noción de los hechos acaecidos y de sus consecuencias. ¿Cómo podría concebirse que el ejército de una potencia “colonial” permaneciera pacíficamente cuatro años y medio después de la declaración de independencia? Eso solo se entiende desde la propia valoración que Marruecos tuvo del ejército español, al que consideró como propio hasta que alcanzó los niveles de autodefensa que estimó adecuados. Por eso, resulta difícil encontrar el adjetivo que califique adecuadamente esta circunstancia: el rico idioma castellano, lengua romance que durante cientos de años se usó más para la guerra que para el amor, no contiene una expresión que gráficamente defina este fundido cinematográfico en el que de modo suave se va difuminando un ejército, y va siendo sustituido por otro de modo no traumático y solidario. Sin embargo, así fue. Los soldados del Regimiento de Regulares de Caballería de Larache, con sus banderas llenas de gloria y sus caballos piafantes,
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llegaron a España como cerrando un paseo que duró casi cincuenta años, sin más trauma que el propio de la añoranza de las hermosas tierras que baña el río Lucus y con la inmensa satisfacción que produce el deber cumplido. Una independencia saludada “con satisfacción y legítimo orgullo” por el ejército de la metrópoli no puede estar más que en el frontispicio de las grandes obras de la Humanidad, y permite abrigar esperanzas e incubar ilusiones. 3.8. Somos el Ejército de una nación que nunca fue “colonialista”; que cuando hace siglos emprendió una acción ultramarina, la consumó dando vida a veinte nuevas nacionalidades de su estirpe. Por eso hoy, en la plenitud de la soberanía de Marruecos, dejamos esta tierra en la que han vivido y muerto generaciones de soldados españoles, con la satisfacción de otro histórico deber cumplido y con la esperanza en la mayor felicidad y ventura del pueblo de Marruecos.
Al cerrar la Orden General, se insiste en la idea romántica de la función castrense: El que no es romántico no puede embarcarse en la nave de la imaginación, que tiene las velas de púrpura y la proa de oro. Ese tal le quita a la novia su ventana, al amor su sueño, a la familia su ideal y a la Patria su gloria. El romanticismo no es la negación de la realidad sino el deseo de su mejora, no es la contradicción de las matemáticas, sino su embellecimiento... El que no es romántico no sabe poner, sobre la estatua de mármol frío, la corona de rosas de sus ilusiones, y no sabe llenar el vacío continente del número con el contenido vibrante de la pasión y de la lucha, no puede, ni quiere ni debe ser militar (Martínez-Simancas Ximénez: 1928).
Casi para concluir, permitidme que transcriba otro párrafo de la obra antes citada: Los hombres que propagan la extirpación del romanticismo no saben lo que hacen. El que no es romántico ni sabe ver el cielo, ni sabe ver la Historia, ni siente la poesía, ni el arte, ni le ponen lágrimas en los ojos los grandes triunfos morales (Martínez-Simancas Ximénez: 1928).
La obviedad no merece glosa, lean, por favor, el párrafo que a continuación se recoge y encontrarán la expresión más sentida del militar español cuando mira al territorio hermano de Marruecos: 3.9. Soldados: El Ejército Español se retira de sus viejos cuarteles llevándose únicamente su honor, su gloria y sus banderas. Guarda con ello, como un tesoro, los nombres de los miles de héroes que cayeron por Marruecos y no contra Marruecos. Por eso, quiere guardar también, como única prenda de sus campañas de guerra y paz, la fraternal y permanente amistad del pueblo Marroquí. Bibliografía España. Orden General del Ejército del Norte de África del 31 de agosto de 1961. Martínez-Simancas Sánchez, C.: La vida en las palabras, Madrid: Letra Pequeña, 2012. Martínez-Simancas Ximénez, J.: De otros más que mío: ensayos de conferencias, 1928.
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Gahete Jurado, Manuel. Doctor en Historia. Catedrático de Lengua y Literatura. Miembro numerario de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba. García-Margallo y Marfil, José Manuel. Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España. Gil Ruiz, Severiano. Escritor. González González, Irene. Doctora en Historia en el Institut de Recherches et d’Études sur le Monde Arabe et Musulman-Centre Nacional de la Recherche Scientifique /Grupo de Estudios de Sociedades Árabes y Musulmanes de la Universidad de Castilla La Mancha. Guerrero Acosta, José Manuel. Teniente coronel, Instituto de Historia y Cultura militar. Guerrero Moreno, Rafael. Director del programa La Memoria (Canal Sur Radio). Periodista especializado en temas históricos. Hernando de Larramendi Martínez, Miguel. Profesor titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Castilla-La Mancha. Isabel Sánchez, José Luis. Militar historiador. Jedidi, Said. Periodista y escritor. Jensen, Geoffrey. Catedrático, Department of History, Virginia Military Institute. Juliá Díaz, Santos. Catedrático emérito de Historia Social y del Pensamiento Político de la uned. Lahchiri, Mohamed. Escritor. Larbi Messari, Mohamed. Exministro, exembajador e investigador. López García, Bernabé. Catedrático honorario de Historia del Islam Contemporáneo, Universidad Autónoma de Madrid. Madariaga Álvarez-Prida, María Rosa de. Historiadora. Mainer Baqué, José Carlos. Catedrático emérito de Literatura Española en la Universidad de Zaragoza. Martí Fluxá, Ricardo. Diplomático. Presidente del Consejo Social de la Universidad Rey Juan Carlos. Miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes. Martínez Antonio, Francisco Javier. Historiador de la medicina y de las relaciones hispano-marroquíes. Martínez-Simancas Sánchez, Julián. Abogado del Estado, excedente. Martínez-Simancas Sánchez, Rafael. Periodista y escritor. Mateo Dieste, Josep Lluís. Investigador postdoctoral y profesor del departamento de Antropología Social y Cultural, Universidad Autónoma de Barcelona. Moga Romero, Vicente. Director del Archivo General y del Servicio de Publicaciones de la Ciudad Autónoma de Melilla. Morales Lezcano, Víctor. Profesor emérito de Historia de las Relaciones Internacionales de la uned. Pando Despierto, Juan. Doctor en Historia. Pérez Frías, Pedro Luis. Doctor en Historia. tcol dem (Reserva). Pérez-Prendes Muñoz-Arraco, José Manuel. Catedrático de Historia del Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Reder Gadow, Marion. Catedrática de Historia de la Universidad de Málaga. Académica de la Real de Bellas Artes de San Telmo de Málaga. Rupérez Rubio, Paloma. Periodista. Sánchez Arroyo, Germán. Coronel de Infantería. Diplomado de Estado Mayor.
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Sánchez Galán, Ignacio. Presidente de Iberdrola. Sarria, José. Escritor, ensayista y crítico literario. Tessainer y Tomasich, Carlos. Escritor. Doctor en Geografía e Historia. Torres-Dulce Lifante, Eduardo. Fiscal de Sala. Fiscal General del Estado. Yechouti, Rachid. Historiador e investigador en el Instituto Universitario de Investigaciones Científicas (iurs) de la Universidad Mohammed V-Souissi de Rabat.
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Créditos fotográficos Cubierta: © Colección Pando. Págs. 8, 113, 114, 115, 116, 118, 120, 121, 122, 123, 124, 125, 126, 128, 129, 130: © Colección Pando. Pág. 131: © Alfonso, vegap, Bilbao, 2013. Págs. 132, 134, 136, 137: © Colección Pando. Pág. 139: © Familia Villalba. Págs. 140, 141, 142, 144: © Colección Pando. Pág. 146: © Asociación de Excombatientes de acet-iv (Cª de Transmisiones). Pág. 147: © Asociación de Excombatientes del Bon. Guadalajara. Pág. 148: © Asociación de Excombatientes de acet-iv (Cª de Transmisiones). Pág. 398: © Museu d’Art Modern de Catalunya. Pág. 401: © Museu Salvador Vilaseca. Pág. 404: © Cuartel General del Ejército de Madrid. Pág. 406: © Museo del Ejército de Toledo. Págs. 408 y 409: © Museo Ulpiano Checa. Pág. 411: © Museo de Bellas Artes San Pío V. Págs. 411, 413, 415, 417, 418, 419, 420 y 421: © Sucesión Mariano Bertuchi, 2013. Pág. 423: © Museo de Málaga. Pág. 425: © Museo Nacional del Prado. Pág. 428: © Augusto Ferrer-Dalmau Nieto. Págs. 430 y 464: © Archivo Martínez-Simancas. Pág. 522: © Archivo General de Ceuta, fondo fotográfico.
El 20 de agosto de 1953 marcó el inicio de una página brillante en la historia de la nación marroquí. En ella se conmemora la Revolución del Rey y del Pueblo, tránsito entre el periodo de los protectorados y la era de la independencia. En la víspera de aquella fecha, de la que se cumple el sesenta aniversario, se acabó de imprimir la obra El Protectorado español en Marruecos: la historia trascendida, homenaje a una época necesitada de profunda revisión histórica.
Cumplido apenas el primer centenario de la instauración formal del Protectorado en 1912, la obra El Protectorado español en Marruecos: la historia trascendida nos invita a revisar, en el devenir del tiempo, la relevancia de este singular contexto histórico y las trascendentes relaciones que generó entre Marruecos y España; al tiempo que nos permite rastrear las huellas que todavía perviven de aquella soberanía compartida. Constituye el volumen III un conjunto de ensayos que estudian este periodo desde los puntos de vista histórico-político y militar, realizados por autores marroquíes y españoles tan acreditados como Juan Pando Despierto, Rachid Yechouti, Emilio de Diego García, María Rosa de Madariaga Álvarez-Prida, Miguel Hernando de Larramendi Martínez, Ricardo Martí Fluxá, Santos Juliá Díaz, Abdelmajid Benjelloun, Rafael Guerrero Moreno, Mohammed Larbi Messari, Marion Reder Gadow, Andrés Cassinello Pérez, Manuel Espluga Olivera, José Luis Isabel Sánchez, Juan José Amate Blanco, Boughaleb El Attar, José Manuel Guerrero Acosta, Pedro Luis Pérez Frías, Manuel Gahete Jurado y Geoffrey Jensen. El volumen culmina con un epílogo a cargo de Julián Martínez-Simancas Sánchez.
La edición en papel se complementa con una página web www.lahistoriatrascendida.es donde se incluyen contenidos complementarios con información sobre este periodo de la común historia de Marruecos y España.