SEMINARIO DIOCESANO DE MORELIA ETAPA: TEOLOGÍA
EL ESPÍRITU SANTO EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN DESDE EL ESTUDIO DE LA TRINIDAD
Materia: Pneumatología Profesor: Pbro. Jesús Chicano Magaña Alumno: Miguel Martínez Cruz
Morelia, Michoacán, Febrero 2013
INTRODUCCIÓN Algo pasó en occidente que permitió que olvidásemos al Espíritu… Si volvemos la mirada a los textos neotestamentarios podemos comprobar cómo el designio salvador de Dios se realizó como operación de la Trinidad, que es al fin y al cabo lo que Jesús nos viene a revelar. La primera comunidad todavía no había sistematizado el dogma de la Trinidad pero vivía ya sus efectos de tal manera que fueron descubriendo el rostro de un solo Dios en tres personas distintas. El misterio pascual de Jesús fue un acontecimiento que les permitió vislumbrar la novedad de la vida dada por la fe en el Hijo de Dios que nos hacía también hijos de Dios por medio del Espíritu por el cual se puede exclamar: ¡Abba Padre! (cfr. Gál 4,6). De esta manera podemos comprobar cada persona de la Trinidad ejerce una misión “ad extra” que realiza la economía salvífica. En el presente trabajo intentamos poner de relieve el papel del Espíritu Santo en la economía de la salvación, es decir, situar la misión del Espíritu en armonía con el designio del Padre y las operaciones del Hijo para salvación de los hombres. Para lograr este fin hemos entresacado las ideas más importantes de los apuntes de Trinidad proporcionados por el Pbro. Jesús Díaz Lule. Son apuntes que siguen una metodología bíblico-sistemático y que hacen una síntesis de la pneumatología del Nuevo Testamento. En diez puntos lo resumiremos.
1. Dos misiones, una sola salvación “Cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama ¡Abba, Padre!” (Gál 4,4-6). La salvación tiene una estructura “trinitaria” claramente delineada en este texto. Dios se nos ha revelado viniendo a nosotros, enviándonos a su Hijo y a su Espíritu Santo. Esta revelación nos viene dada en plenitud con la resurrección de Jesucristo. Esta era el centro de la fe y la proclamación apostólica. Dios se coloca de parte del crucificado resucitándolo con la fuerza de su Espíritu. Con este acontecimiento comienzan los tiempos mesiánicos, el mundo es admitido definitivamente a la salvación ofrecida por Dios, se cumplen las promesas del Dios de la Alianza, llegan a su culmen los anuncios proféticos y comienza algo nuevo: la era del Espíritu (cfr. Jer 31). Así pues, la comunidad primitiva se agrupa en torno a esta confesión de fe. El Espíritu de Dios que se manifiesta en ella es la garantía de una nueva era en la que la salvación se ofrece a todos. Con la resurrección surge un nuevo “génesis” porque en Jesús se cumplieron la revelación y designio salvífico de Dios: en la Pascua, los últimos tiempos comienzan y ha
sonado la hora del juicio universal. Pero ¿quién es este hombre?, ¿quién es este Jesús? La primitiva comunidad apostólica se hará este cuestionamiento y recurrirá a meditar en la Escritura el comienzo y el plan de lo que ahora ya se ha realizado, releerá la vida de Jesús para encontrar en ella las afirmaciones de su fe (evangelios) y sobre todo, profundizarán en la vida que ahora poseen y que es fruto del Espíritu que les ha sido dado. Tanto el Hijo y el Espíritu han sido enviados por Dios (afirmación del texto citado al principio), en ambos se realizan dos misiones bien diferenciadas, tanto que si en la del Hijo coincide con su encarnación, con su entrada en la historia humana para compartir la vida de los hombres, y por es por ello un acontecimiento puntual en el tiempo y el espacio, la misión del Espíritu tiene un cierto carácter de continuidad, el Espíritu es enviado al corazón de cada creyente (Gál 4, 6).
2. Jesús y el Espíritu Santo La encarnación de Jesús se realiza por obra del Espíritu Santo según el testimonio de Mateo y Lucas. Hay por lo tanto una actuación del Espíritu en el momento en que Jesús entra en este mundo. Desde el momento de la encarnación el Espíritu Santo está presente en la vida de Jesús, el Hijo se encarna para cumplir el designio del Padre. Su origen en esta peculiar acción de Dios muestra el carácter trascendente, divino, de la persona misma de Jesús. La acción creadora del Espíritu de Dios alcanza aquí su punto más alto. El Espíritu Santo al descender sobre María hace posible la encarnación del Hijo. En este sentido su acción “precede” a la del Hijo. Por otra parte, todo parece indicar que el Espíritu está presente en la humanidad e Jesús, creada por el hecho mismo de la asunción por el Hijo en la unión hipostática. Desde este punto de vista esta presencia del Espíritu ha de considerarse lógicamente (no cronológicamente) “posterior” a la unión hipostática por parte del Hijo. Pero debemos notar a la vez que la actuación pública de Jesús movido por el Espíritu Santo y la donación posterior del mismo Espíritu, no se ponen en relación ni en el NT ni en la primitiva tradición de la Iglesia con este momento de la concepción virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo, sino con la venida del Espíritu sobre Jesús en el Jordán.
3. Bautismo y la unción de Jesús En el NT Cristo se presenta como el “ungido” con el Espíritu, es el “Mesías”, “el Cristo”. O sea como el portador del Espíritu. Más arriba anotábamos el texto de Gálatas que nos muestra un paralelismo entre la misión del Hijo y la del Espíritu Santo, es necesario decir también que el Espíritu es llamado “Espíritu de su Hijo”. La misión del Espíritu Santo está en relación con el hecho de que Jesús es el portador del Espíritu. Los pasajes del NT que nos hablan sobre el bautismo afirman el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús y una proclamación venida desde el cielo en el que se da a conocer a Jesús como el Hijo de Dios. Así pues, Jesús es presentado como el enviado de Dios, su “Hijo”, a Israel, y viene dotado de la fuerza del Espíritu necesaria para el
cumplimiento de su misión, una fuerza que responde a la relación única que le une con Dios. A partir de este momento Jesús inicia su vida pública, predica el Reino de Dios y confirma con signos y prodigios que éste ha hecho irrupción en la vida del hombre. El NT habla de la unción de Cristo con el Espíritu, por ejemplo Lucas en 4, 18-19: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido…” o en Hechos 10, 37-38: “Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó un bautismo; como Dios ungió con Espíritu Santo y podre a Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con Él”. Está claro que la unción a la que estos textos se refieren es a la del bautismo de Jesús en el Jordán. El NT parece conocer estos dos momentos, cronológicamente diferenciados, la encarnación de Jesús por obra del Espíritu Santo, en virtud de la cual él es ya “santo” desde el primer momento, y la unción, localizada en el Jordán, a partir de la cual Jesús, proclamado solemnemente Hijo de Dios, empieza su misión de predicación y manifiesta en su actuación que es movido por el Espíritu de Dios. Esta afirmación, al parecer sencilla, ha traído dos puntos de discusión entre teólogos: el momento cronológico de la unción (en la encarnación o en el Jordán) y el sujeto activo de la misma (el Padre o el mismo Hijo). Respecto de la primera, el momento de la unción, de la constitución de Jesús como Mesías, surge esta pregunta: ¿hay que dar preferencia al momento de la encarnación o al bautismo de Cristo? Las afirmaciones del NT son suficientemente claras: La “unción” de Jesús se coloca en el Jordán. Éste es el punto de referencia para la acción mesiánica de Jesús y la posterior donación del mismo a los hombres. Nos queda claro que la santificación de la humanidad de Jesús por obra del Espíritu está dada desde la encarnación pues él es personalmente el Mesías, el Cristo (Lc 2, 11). Pero sólo después de la nueva efusión del Espíritu y la manifestación a los hombres en el Jordán empieza a ejercer su función mesiánica. El bautismo tiene una significación para Jesús, no es únicamente una manifestación para los demás de algo que ya poseía. Sin caer en el “adopcionismo” podemos ver momentos de “novedad” en el camino histórico de Jesús, el Hijo, hacia el Padre, que culminará con la resurrección. El segundo punto controvertido es el que se refiere al sujeto activo de la unción de Cristo: ¿Es el Padre o el propio Hijo el que unge su humanidad? Según los testimonios neotestamentarios y la primitiva tradición cristiana, parece ser que es ante todo el Padre el que lleva a cabo la unción. No parece que responda a la mentalidad del NT el decir que el Hijo unge su propia humanidad en el Jordán. Están claros los textos que dicen: “Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido” (Mc. 1,11; Lc. 3, 22; cfr. Mt. 3, 17). La identidad de Jesús como Hijo se pone en este momento de manifiesto, y el descenso del Espíritu no puede separarse de la realización de la obra de Jesús, como Hijo de Dios, ha de llevar a cabo por encargo del Padre. El momento del bautismo se hace así capital para le revelación de la filiación de Jesús, en plena identificación personal con la misión que el Padre le ha confiado. Aquí surge la interrogante ¿Quién es este Espíritu que desciende sobre Jesús? Sabemos que sobre Jesús desciende el Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo. Con
esto no está dicho todo. Hay una historia de la revelación del misterio de Dios, del misterio trinitario, y consiguientemente del misterio del Espíritu Santo. En el momento del bautismo el Espíritu no se manifiesta todavía plenamente como Espíritu del Hijo. Esta manifestación se hará patente en el momento de la resurrección. El NT nunca se refiere al Espíritu del Hijo o de Jesús cuando habla del Espíritu que desciende sobre él en el Jordán en el que es ungido. Sin embargo, en la vida mortal de Jesús algo se revela del hecho que el Espíritu Santo es también el Espíritu del Hijo: Jesús posee el Espíritu como algo propio, no sólo como algo recibido desde fuera. En cuanto es el Espíritu del Padre el que viene sobre Jesús, éste es impulsado a llevar a cabo su misión. En cuanto es el Espíritu del Hijo, éste, en libertad interna, se hace obediente al Espíritu del Padre que lo guía. El Espíritu Santo no es para Jesús un mero principio externo, sino que habita en él y en él permanece como en su lugar natural. En esta disponibilidad del Hijo en la libre obediencia al Padre se manifiesta históricamente la filiación externa de Jesús. En la plena manifestación de esta filiación en la resurrección se manifiesta también la identidad del Espíritu como Espíritu del Padre y del Hijo, porque en este momento Jesús resucitado lo podrá dar.
4.- El Espíritu Santo y el don de la Cruz En el misterio pascual de Cristo acaece el momento fundamental de revelación del misterio del Dios Amor, de la paternidad y de la filiación divina en el Espíritu Santo. Ahora bien, conviene preguntarnos qué papel juega el Espíritu Santo dentro del misterio pascual y concretamente, dentro del don de la Cruz. Autores como H.U von Balthasar, J. Moltmann, E. Jüngel llegan a afirmar que el papel del Espíritu Santo en la muerte de Cristo constituye la unidad del ser divino como aquel acontecimiento que es el Amor mismo. El Espíritu “vinculum caritatis” es además el don al hombre, es la relación eternamente nueva del Padre y del Hijo que abre el amor divino a los demás, implica al hombre en la relación Padre-Hijo.
5. El Espíritu Santo y la resurrección de Jesús Resulta claro en los textos neotestamentarios que el Espíritu Santo interviene en la resurrección de Jesús que tiene en el Padre la iniciativa. Un texto significativo que se refiere a ello es Romanos 1, 4: “Constituido Hijo de Dios en Poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de los muertos”. La filiación divina de Jesús en poder, se actúa en virtud del Espíritu. El Padre resucita a Jesús en el Espíritu. Este Espíritu de Dios, que en el Antiguo Testamento es fuerza creadora y que robustece el hombre, es ahora fuerza de resurrección. Existen otros pasajes en los que se pone de manifiesto la relación entre la resurrección de Jesús y el Espíritu Santo por ejemplo 1Tim 3, 16; 1Pe 3, 18, donde, como en Romanos 1, 3-4, se contraponen la vida de Jesús en la carne y en el espíritu. A la vida mortal de Jesús se contrapone la vida divina de la resurrección en el Espíritu de Dios. El
mismo Jesús, en su resurrección, ha sido hecho “espíritu vivificante” (1Co 15, 45). Desde luego, no se trata de una identificación personal de Cristo y el Espíritu Santo, sino del hecho que Jesús, en su resurrección, ha sido lleno del Espíritu Santo de Dios y se convierte en fuente de vida para todos los que en él creen. Si el primer Adán ha sido la fuente de la vida terrena, una vida que termina en la muerte, Jesús, el segundo Adán y definitivo, es la fuente del Espíritu, de la vida definitiva, que ahora llena su humanidad perfectamente divinizada y en total comunión de vida con el Padre. Jesús en su resurrección ha recibido del Padre el Espíritu que el día de Pentecostés ha efundido sobre los Apóstoles. La plena posesión del Espíritu por parte de Jesús, que hace posible su efusión y su don a los hombres, es una manifestación o más bien, la primera manifestación de la plena comunión de Jesús con el Padre, de su filiación y por consiguiente de la paternidad divina. Conviene ahora dar un paso más, veamos la “misión”, el envío del Espíritu después de la resurrección de Jesús.
6. El Espíritu como don del Padre y de Jesús resucitado Como asentábamos más arriba, en la resurrección Jesús recibe el Espíritu en plenitud, hasta el punto de que se puede decir que se ha “hecho espíritu”. La misión del Espíritu depende del hecho de la resurrección, entre la misión del Hijo y la del Espíritu hay una relación intrínseca. Los diferentes escritos del NT contemplan la efusión del Espíritu en relación con la glorificación y exaltación de Jesús. Las razones que se aducen desde la Escritura, para hacer esta afirmación son las siguientes:
LUCAS: •
•
•
•
En Lucas el Espíritu actúa en diversas ocasiones sobre los personajes que intervienen en la infancia de Jesús (v.gr.: Lc 1, 41, Isabel; 1,67, Zacarías; 2, 25.27, Simeón); pero es una presencia ocasional que recuerda el modo como el Espíritu había actuado ya en el AT sobre los profetas. Sólo después de la resurrección, hasta la ascensión, según Lc 24, 39, Jesús enviará la promesa del Padre. El anuncio de la venida del Espíritu, sin indicar quien lo enviará, se repite en Hch 1, 5.8. Ya en 2,1 y ss, se verifica el cumplimiento de esta promesa. Todo parece indicar que quien envía al Espíritu es el Padre según Hch 2, 17, pero Hch 2,33 matiza que Jesús ha recibido del Padre el Espíritu prometido que derrama en abundancia. Con la resurrección y ascensión del Señor ha llegado el momento de la efusión universal del Espíritu, sin límites ni fronteras (cfr. Hch 2, 17, Jl 3, 15).
JUAN: •
•
•
•
Para Juan el don del Espíritu es consecuencia de la glorificación de Jesús en su humanidad (cfr. Jn 7, 32-39). Los textos que hablan sobre la venida del Espíritu son claros: es conveniente para los discípulos que Jesús se vaya, porque de lo contrario no vendrá el Paráclito (Cfr. Jn 16, 17). Respecto el sujeto agente de la misión del Espíritu, los discursos de despedida ofrecen algunas variaciones: lo dará el Padre a petición de Jesús (Jn 14, 18), o en su nombre (14, 26); el Espíritu procede del Padre, pero lo enviará Jesús de junto el Padre (15, 26); recibirá de lo que Jesús tiene en común con el Padre (16, 14-15). Es Jesús mismo quien da el Espíritu, al atardecer del día de la Pascua, soplando sobre ellos (Jn 20,22).
PABLO: • •
•
Jesús se convierte en su resurrección en “espíritu vivificante” (1Co 15, 45). Se pone de manifiesto la vinculación existente entre Jesús glorificado, y el Espíritu Santo, que es también el “Espíritu del Señor”, y puede a su vez ser llamado “Señor” (2Co 3, 16-18). Aparece el Espíritu con todas sus virtualidades.
SANTOS PADRES: Los Santos Padres han reflexionado la nueva situación del NT en el que se observan claramente los efectos del don del Espíritu: San Ireneo de Lyon afirma “(el Espíritu Santo) realiza en ellos (los hombres) la voluntad del Padre, y los renueva de la vejez en la novedad de Cristo”. La relación entre la novedad de Cristo y la del cristiano por el don del Espíritu ha sido puesta de relieve también por Orígenes que afirma: “Nuestro salvador, después de la resurrección, cuando ya había pasado lo viejo y todas las cosas habían sido renovadas, siendo él mismo el hombre nuevo y el primogénito de los muertos, renovados también los apóstoles por la fe en su resurrección, dijo: -Recibid el Espíritu Santo- (Jn 20, 22). Esto es en efecto lo que el mismo Señor y Salvador decía en el evangelio (Mt 9, 17) cuando negaba que se pudiera poner el vino nuevo en los odres viejos, sino que mandaba que se hicieran odres nuevos, es decir, que los hombres caminaran en la novedad de vida, para que recibieran el vino nuevo, es decir, la novedad de la gracia del Espíritu Santo. Basten por ahora estos testimonios para corroborar cómo en la antigua Iglesia ha habido conciencia clara, no sólo de la sucesión temporal, sino también de la relación interna que existe entre la resurrección de Jesús y el •
•
•
•
don del Espíritu Santo. Las dos “misiones, en sus diversas características, están unidad intrínsecamente.
En el don del Espíritu de parte del Padre por Jesús resucitado aparece plenamente la “identidad” del Espíritu a la vez que la riqueza y variedad de sus efectos. A continuación veremos las diferentes actuaciones del Espíritu según el NT, no sin antes mencionar lo que el Vaticano II pone de relieve la significación que tiene para la Iglesia y los hombres el que el Espíritu que se les da sea precisamente el de Jesús: “Para que incesantemente nos renovemos en él (Ef 4, 23), nos concedió participara de su Espíritu, que siendo uno y el mismo en la cabeza y en los miembros, de tal forma vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo de la Iglesia, que su operación puedo ser comparada por los Santos Padres con el servicio que realiza el principio de vida, o el alma, en el cuerpo humano” (LG 7). 7. El don del Espíritu y sus efectos después de la resurrección Antes de iniciar a enunciar los efectos es necesario mencionar una breve indicación terminológica. La denominación “Espíritu Santo”, con la cual llamamos a la tercera persona de la Trinidad, es una novedad casi total en el NT. Aparece 70 veces este término, mientras que en el AT la hallamos tres veces en la Biblia hebrea y otras dos en el libro de Sabiduría. A la novedad de la acción del Espíritu en el NT responde una novedad terminológica. En los escritos neotestamentarios encontramos quien es este Espíritu por medio de sus efectos:
Sinópticos y Hechos: EL ESPÍRITU ES: El inspirador ende los profetas veterotestamentarios (se da por Mc 12, 36; 1Pe 1,11 supuesto) Quien asistirá a los discípulos en su la acción futura, sobre todo la Mc 13, 11; Mt 10, 19asistencia del Espíritu sobre todo en persecuciones 20; Lc 12, 11 El don prometido por Dios en los últimos tiempos Lc 24, 49; Hch 1,4; 2,33, 2, 39 Será para los apóstoles, el don que les habilitará para el testimonio Hch 2, 36; 2, 32; Lc en favor de Jesús 24, 46-49 El que hace que Pedro dé testimonio de él ante el Sanedrín Hch 4,8; 5, 32 El agente de todo testimonio valeroso: Ejemplo, Esteban Hch 7, 55 Quien hace universal la predicación de los apóstoles Hch 10, 44-45; 11, 15; 15,8 Quien acompaña y precede la acción evangelizadora Hch 10, 47 Quien asiste a los apóstoles en la función de guiar a la Iglesia Hch 15, 28 Quien envía a predicar a un lugar Hch 13, 2.4 Quien impide que vayan a otro Hch 16, 6.7
Quien hace indicaciones a Pablo, pone a los pastores de la Iglesia, Hch 20, 23.28 por consiguiente, es quien guía a la Iglesia. Quien se manifiesta en la proclamación de las maravillas de Dios Hch 2, 4.11 Por quien las nacientes iglesias se edifican y crecen “llenas de la Hch 9, 31 consolación del Espíritu Santo”.
El “corpus paulinum” EL ESPÍRITU ES Quien nos da la posibilidad de dirigirnos a Dios con la palabra que Jesús usó “¡ABBÁ PADRE! Por quien sólo si somos guiados por él podemos ser y vivir como hijos de Dios. La prenda de nuestra herencia como hijos de Dios Dios nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones Garantía de nuestra vida futura. Se puede relacionar esta idea con la que ya conocemos del Espíritu agente de nuestra futura resurrección a imagen de la de Cristo. Quien se adquiere por la fe, no por las obras de la ley Quien nos permite confesar a Jesús como Señor Quien nos hace conocer a Dios, “sondea las profundidades de Dios”, relacionadas con el misterio de Cristo desconocido a la sabiduría del mundo. Quien garantiza la recta comprensión de la palabra de Dios Principio de la vida en Cristo, que se opone a la vida según la carne. Al darnos Dios el Espíritu Santo, ha infundido en nosotros el amor, manifestado en que ha entregado a su Hijo a la muerte por nosotros cuando éramos todavía pecadores Quien obra en el hombre no como una fuerza exterior, sino desde el interior de nuestro ser, porque habita en nosotros, ha sido dado al creyente. Don de Dios por excelencia, debe haber respeto en el propio cuerpo, es decir, en su propio ser A quien le pertenece nuestro cuerpo como su templo Con Cristo formamos un solo Espíritu La presencia del Espíritu en nosotros equivale a la de Cristo La presencia del Espíritu tiene una dimensión eclesial: reparte los dones como quiere, diversos en cada uno de los miembros pero que contribuyen todos a la edificación del Cuerpo de Cristo La acción del único Espíritu crea la unidad de la Iglesia, nos hace participar de la relación de Cristo con el Padre, nos hace vivir en filiación según la vida que Jesús nos ha dado.
Gál 4, 6 Rom 8, 14-17 Ef 1, 14 2Co 5,5; Rom 8,23 Rom 8, 9-11 Gal 3, 1-2.5.14 1Co 13,3 1Co 2,10-14 2Co 3, 14-18 Rom 8,2-5.9.12-13; Gál 5, 14-25. Rom 5,5 1Tes 4,8 1Tes 4,4-8 1Co 6,19 1Co 6,15 Rom 8,9 1Co 12,4; Rom 12,4; Ef 4,11. Ef 1,23; 4,13
Los escritos de Juan EL ESPÍRITU SANTO ES El Paráclito (abogado, consolador) que está siempre con los discípulos, les asiste en el testimonio de Cristo. Quien convencerá al mundo en cuanto al pecado, la justicia y el juicio, porque el mundo ha creído en Jesús. Espíritu de la verdad que recuerda a los discípulos lo que Cristo les ha dicho, deberá guiarlos hasta la verdad completa. Quien “da la vida”, es el origen de un nuevo nacimiento del hombre. Quien introduce en el verdadero conocimiento de Dios y de Cristo que el mundo no puede alcanzar. El garante de la recta confesión de Cristo, en especial en su humanidad y de la permanencia de los fieles en el amor Referido a Cristo, lo cual de ningún modo significa que su acción pueda considerarse instrumental.
Jn 14,16.26;15,26;16,7 Jn 16,7 Jn 14,17; 15,26; 16,13. Jn 3,3-8; 6,62; 1Jn 2,20 1Jn 4,2.12
Con estos elementos podemos confirmar que el Espíritu Santo, en el Nuevo Testamento está referido a Jesús, no sólo porque juntamente con el Padre lo envían, sino porque sus efectos en la Iglesia hacen referencia también al mismo Jesús: el Espíritu construye el Cuerpo de Cristo, impulsa la predicación y el testimonio de Jesús, nos hace vivir la vida de los hijos de Dios. El Padre realiza su designio salvífico con la mediación única de Jesucristo su Hijo unigénito. Pero este acontecimiento tiene lugar “en el Espíritu”. Jesús ha realizado todas sus obras con la presencia del Espíritu Santo, y la salvación que nos trae no llega a los hombres más que por la acción del mismo Espíritu cuyos efectos acabamos de enumerar. El Espíritu Santo universaliza y hace eficaz para todos los tiempos y lugares la obra de Cristo, realizada en un momento y lugar determinados. Al universalizarla la actualiza, es decir, la hace presente como acontece principalmente en los sacramentos. Al actualizarla la interioriza en el hombre, de manera especial en el creyente. Pero la acción del Espíritu no se limita al ámbito visible de la Iglesia, sino que es para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible (cfr. GS 22).
8. El Espíritu Santo tiene un carácter personal En el NT, el Padre y el Hijo aparecen con características que podemos calificar analógicamente como “personales”, sin embargo, no se puede decir con claridad lo mismo del Espíritu Santo. Lo primero que tenemos que decir ante esta dificultad es que no tenemos por qué atribuir al Espíritu Santo un ser “personal” de las mismas
características que los del Padre y el Hijo. Todo en la Trinidad, como lo sabemos, es irrepetible. Pero dicho esto, no se pueden minimizar ciertos indicios que en los escritos del NT llevan a considerar al Espíritu Santo como un sujeto y no una fuerza impersonal: Rasgos personales del ESPÍRITU SANTO en HECHOS “No permite” a Pablo y Silas ir a Bitinia, o predicar en Asia Hch 16,6.7 Dice que le separen a Bernabé y a Pablo Hch 13,2 Advierte a Pablo las tribulaciones que le esperan Hch 20,23 Dice a Pedro que vaya con los que le buscan de parte de Cornelio Hch 10,19 porque él los ha enviado. Decide en el Concilio de Jerusalén, juntamente con los apóstoles Hch 15,28 y ancianos. El mismo Espíritu es el que ha encargado de su misión a los Hch 20, 28 presbíteros de Éfeso. Rasgos personales del ESPÍRITU SANTO en Pablo Escruta las profundidades de Dios 2Co 2,11 Intercede por nosotros Rom 8,26 Amonesta a los cristianos a no entristecer al Espíritu de Dios Ef 4,30 Es enviado, como lo es Jesús Gal 4,6 Rasgos personales del ESPÍRITU SANTO en Es enviado, enseña, recuerda, da testimonio, convence al mundo, dirá lo que haya oído, etc. Habla a las Iglesias en el Apocalipsis
Juan Jn 14,16-17; 17,26; 15,26; 16,7-11.13 ss Ap 2,7.11; 14,13; 22,17
Es difícil atribuir todas estas acciones a una mera fuerza impersonal. En suma podemos decir que en el NT, el Espíritu Santo aparece, aunque no de la misma manera que el Padre y el Hijo, como un “alguien” más que como “algo”, como quien está dotado de libertad y no como un mero instrumento sin iniciativa.
9. El Hijo y el Espíritu Santo en relación con el único Dios en el Nuevo Testamento Lo primero que debemos afirmar es que la cristología y la pneumatología neotestamentarias no son un obstáculo para la fe monoteísta que Jesús y los apóstoles han heredado del AT y han proclamado sin cesar. Nos queda suficientemente claro que el NT presenta a Jesús como “Dios” (Jn 1,18; 20,28; 1Jn 5,20, etc), en algunos textos con plena claridad, aunque en otros no pueda eliminarse una sombra de duda. Pero estos pasajes, no muchos en número, no son los
únicos importantes para nuestro propósito. Se han de leer en el conjunto del mensaje neotestamentario, que nos presenta a Jesús en su relación única e irrepetible con el Padre, que lleva a cabo el misterio de salvación que Dios ha pensado desde la eternidad, que después de la resurrección vive en comunión plena con Dios, sentado a su derecha, que desde antes de la creación existe en la gloria del Padre. Algo parecido podemos decir del Espíritu Santo. En este caso no tenemos ninguna afirmación explícita del NT que nos hable de su divinidad. Ciertamente hemos mencionado algunos textos que son de difícil explicación si esta divinidad no se presupone: por ejemplo, el Espíritu escruta las profundidades de Dios (1Co 2, 10-11); “el Señor es Espíritu”, que comúnmente se entiende como referido al Espíritu Santo (2Co 3,17). Pero es de nuevo su asociación al Padre y al Hijo en la realización del misterio salvífico lo que lo coloca con más claridad de la parte de Dios y no de la criatura. La obra de salvación que Cristo ha realizado de una vez para siempre (Heb 7,27; 9,12; 10,10) no alcanza sus frutos en los hombres si no es por la acción del Espíritu Santo. Antes que una doctrina elaborada sobre la Trinidad, el NT nos muestra con claridad una estructura trinitaria de la salvación: una iniciativa que viene del Padre que envía a Jesús al mundo, que lo entrega a la muerte (en los términos que conocemos) y que lo resucita de entre los muertos; la obediencia de Jesús que por amor se entrega por nosotros, el don del Espíritu por Jesús de parte del Padre después de la resurrección, que habilita al hombre para la vida nueva y para configurarse con Jesús en su cuerpo que es la Iglesia. Sin la intervención conjunta, y a la vez específica, de cada uno de estos “tres”, ni el mundo ni cada hombre en particular pueden alcanzar la salvación. En el NT el Hijo y el Espíritu Santo aparecen unidos al único Dios. Hay textos de estructura triádica, en los que se mencionan las tres personas divinas:
TEXTOS TRIÁDICOS Fórmula bautismal: “Id pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que obra todo en todos” Del Padre viene la iniciativa de la misión del Hijo y del Espíritu, en su orden y mutua interacción.
Mt 28,19 2Co 13,13 1Co 12,4-7 Cfr. Gál 4,4-6
No hemos puesto todo el elenco de textos trinitarios porque sólo queremos corroborar cómo en los autores del NT hay conciencia de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se hallan unidos de una manera muy especial.
Estos textos incipientemente “trinitarios” no han de verse como el único punto de partida de la doctrina trinitaria de la Iglesia. Solamente tienen sentido a la luz de la economía de la salvación que Dios ha revelado como el Padre de Jesús lleva a cabo con la mediación de éste y en el Espíritu. La fe en Jesús no puede expresarse en todas sus dimensiones si no es en la asociación de Padre, Hijo y Espíritu Santo.
CONCLUSIÓN Al finalizar este ensayo podemos hacer un balance de las ideas fundamentales sobre el papel del Espíritu Santo en la economía de la Salvación: •
•
•
•
•
El texto de gálatas 4, 4-6 ha sido especialmente significativo porque afirma que Dios no sólo se revela con palabras sino con el envío al mundo por parte del Padre de su Hijo y del Espíritu. La salvación del hombre consiste en la “filiación”, y a hacerla posible van ordenadas las misiones de Cristo y del Espíritu. Las misiones del Hijo y del Espíritu no son independientes sino que están íntimamente unidas. Son dos momentos inseparables de la realización del designio salvador de Dios. Los datos que nos da en NT y la primitiva tradición cristiana nos muestran que Jesús es el Hijo de Dios venido al mundo, pero no solamente esto sino que es también el portador del Espíritu. De ahí toda la teología de la unción. El misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesús es un momento especialmente importante de la revelación del misterio de Dios. La capacidad del Hijo de Dios de salir de sí, de ir a buscar al hombre perdido donde se encontraba, en el apartamiento del Padre (misterio del abandono), no debe hacer olvidar que Jesús se entrega por obediencia y se confía a las manos de su Padre silencioso. El Padre, con la intervención del Espíritu Santo, es el agente principal de la resurrección de Jesús. En ésta se manifiesta la unidad del Padre y el Hijo. A la resurrección y exaltación de Jesús sigue la efusión del Espíritu Santo. El Espíritu es enviado por el Padre y por el Hijo. Con ello se muestra que Jesús resucitado, en su distinción de Dios Padre, participa plenamente de su vida. La presencia del Espíritu en Jesús es algo dinámico, por ello el Espíritu que Jesús da es el suyo: el suyo en el sentido de que viene de él, una vez resucitado, pero también en el sentido de que es el que ha actuado sobre él. El que puede hacer en los hombres lo que ha obrado en la humanidad de Cristo. Sólo por su inserción en el misterio trinitario pueden los hombres llegar a su plenitud como hijos de Dios, con Jesús y como Jesús: el Hijo de Dios se ha hecho hombre para que los hombres pudiéramos llegar a ser hijos de Dios.
•
.La salvación que el Padre quiere otorgar a los hombres se ha realizado y se realiza mediante Cristo y por la acción del Espíritu Santo. Esta obra salvífica muestra la unidad de los tres. Por ello ya en el NT empezamos a notar la presencia de fórmulas triádicas, que en un modo sintético muestran esta dinámica trinitaria de la salvación. Sólo la economía salvífica nos abre el camino a la reflexión sobre lo que es Dios en sí mismo.