Unidad 1 Conceptos de poder político, tipos y características DEFINICIONES DEL PODER POLÍTICO En el contexto de la moderna politología, ¿qué papel le corresponde al término Poder político? Entendemos que su noción "no es ni más ni menos, que un hábito y una disposición a la obediencia (hábito, cuando la referimos a actos pasados; disposición, cuando nos referimos a futuros)". Se define el Poder político como el "principio motor que dirige y establece un grupo humano otorgándole el orden necesario para conducirlo a su fin. De acuerdo con esta definición, la teoría del Poder político contiene tres partes esenciales: el Poder como impulso, el fin como término y el orden como instrumento y nexo. El Poder político como expresión ordenadora plasma su actividad en el orden jurídico mediante las llamadas funciones legislativa, ejecutiva y judicial, también denominadas funciones del Estado". Poder político y orden son nociones conexas. El Poder político tiende a generar dos tipos de orden, el orden jurídico y el orden convivencial, este último consecuencia indirecta del primero. El orden jurídico justo favorece la paz ciudadana, el orden cívico, pero resulta insuficiente ante las hipotéticas vulneraciones que pueda sufrir; es preciso del Poder político para paliar los efectos destructores de las conductas anticomunitarias. El Poder político crea y tutela el orden jurídico, garantizando garantizando en suma el orden ciudadano. La noción de Poder político se perfila más nítidamente con la matización que L. Duguit ha formulado entre los conceptos de gobernantes y gobernados, considerando que en cualquier agrupación humana "existen los que mandan y los que obedecen, los que dan órdenes y los que las acatan, los que toman las decisiones y los que las aplican; los primeros son los gobernantes y los segundos, los gobernados". No todos los pensadores políticos aceptan aquel planteamiento; a juicio de Duguit, dicha teoría peca por defecto al no matizar minuciosamente el concepto de gobernante, y ello en razón de que si los gobernantes son "todos los que dan efectivamente órdenes y los que son materialmente obedecidos, todo el mundo es a la vez, gobernante y gobernado, salvo el Presidente de la República en lo alto de la jerarquía y el fontanero fontanero en su base, porque porque todo el mundo mundo recibe órdenes órdenes y las da". La interrelación de conductas y actitudes entre posidentes y desposeídos del Poder político, con su opuesta óptica de actuación, mando y obediencia, respectivamente, es compleja. La aceptación o sumisión del gobernado respecto de las órdenes o imposiciones del gobernante, pueden apoyarse en varias razones, según Max Weber, "la tradicional, la carismática y la legitimidad de tipo racional". La primera se apoya en una obediencia del gobernado basada en el hecho de haberse aceptado así previamente por generaciones anteriores. Implica un traslado del sistema del precedente de tanto arraigo en el sistema judicial anglosajón, a la teoría del porqué de la efectividad del Poder político. La segunda justifica al Poder por razones de tipo religioso. Y la tercera justifica la distinta posición del Poder del binomio gobernante-súbdito, en función de estrictas razones de legalidad. Para Friedrich, al lado de los clásicos Poderes independientes preconizados por Montesquieu, ejecutivo, legislativo y judicial, aparece a continuación "de los Poderes que deben ser separados, otro Poder que es uno e indivisible, es el Poder P oder de hacer la Constitución, de establecer el orden constitucional, y en caso necesario, de modificarlo y transformarlo, incluso sustituyéndolo por otro". No son sinónimos para el célebre sociólogo norteamericano Talcott Parsons, los conceptos de Poder y autoridad. El primero lo cataloga, "como un medio simbólico generalizado que circula de modo muy parecido al dinero, cuya posesión y uso permiten desempeñar más eficazmente el cometido de un cargo con autoridad en una colectividad. Autoridad es la cualidad políticamente decisiva de un status en una estructura social. En cambio, el Poder es, a mi modo de ver, un instrumento primordial para el desempeño eficaz en esa posición". Se ha dicho que el Poder, conjuntamente con el derecho y la configuración, integra uno de los tres elementos de la política. Esta concepción enlaza con la teoría smendiana de la "tripartición del fin del Estado de acuerdo con el Derecho, el Poder y la provisión social"; ese Poder configurado al lado de la política aparece como una fuerza energética que incide "sobre la vida social por la obediencia que encuentra en los hombres, por temor, persuasión o aceptación de una superioridad". Por otro lado, se ha resaltado por algunos politólogos modernos que el Poder constituye un cierto tipo de relaciones humanas, de tal suerte, que en cierta manera se nutre "de la naturaleza fluida, dinámica de todas las relaciones humanas, está en perpetuo cambio, en mutaciones que se realizan incesantemente, en procesos que se vinculan a la transformación de los seres humanos vivos, que el Poder liga entre sí".
Para el profesor Sánchez Agesta, con una visión generosa de la dinámica de Poder, en su vertiente tanto material como espiritual, entiende que aquel supone, "toda acción que constituye una energía impulsora en un sentido muy amplio que comprende no sólo la organización de fuerza material, sino todo género de superioridad espiritual que capacita para influir en la vida social, influyendo en la conducta de otros hombres". En realidad, el enfoque de la noción de Poder se puede aprehender con diferentes ópticas; de un lado, se puede contemplar como un concepto engarzado exclusivamente dentro del marco burocráticoestatal, abstracción hecha de los problemas de su génesis y de su singular naturaleza, reduciéndole a un mero fenómeno dual de fuerza-sumisión; de otra parte, se le puede configurar como un vocablo de significación más compleja. En esta última acepción, considera Hauriou, que las características integrantes del Poder, tomado en un sentido genérico, son la "de ser inherente a la naturaleza humana, ser creador de organizaciones organizaciones sociales, comportar un elemento de dominación y otro de competencia, y evolucionar como Poder de hecho a un Poder de derecho". A mayor abundamiento, la noción de Poder es un concepto político, en tanto en cuanto que la política, la vida pública, no es sino lucha por la conquista del Poder, pero no pura y simplistamente lucha por el Poder conseguir un orden de vida en común per se, sino "lucha por el Poder con el fin totalmente determinado de conseguir relativamente duradero y gobernar en él. Pero un orden duradero sólo es posible si los subordinados se ensamblan", y acomodan su conducta ciudadana a unas reglas impuestas por la clase dirigente, que detenta el Poder. El Poder así contemplado implica posibilidad de crear normas y atemperar conductas ciudadanas. El Poder es conceptualmente opuesto al sistema anárquico de actitudes, reflexiones y conductas. Son polos opuestos. Si impera el Poder, no hay lugar para la anarquía, y viceversa. Para Max Weber, la noción de Poder puede resumirse como la posibilidad de "imponer la propia voluntad dentro de una relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad". André Hauriou, por su parte, lo define así: "el Poder es una energía de la voluntad que se manifiesta en quienes asumen la empresa del gobierno de un grupo humano y que les permite imponerse gracias al doble ascendiente de la fuerza y de la competencia. Cuando no está sometido más que por la fuerza, tiene el carácter de Poder de hecho, y se convierte en Poder de derecho por el consentimiento de los gobernados". Según esta concepción el Poder fáctico, se convierte en jurídico, cuando en el ejercicio del Poder, el consentimiento del gobernado impera sobre la estricta aplicación del Poder-fuerza. Quizás sea oportuno recordar que en el campo de la Ciencia Política pueden vislumbrarse dos categorías de Poderes: un Poder de dominación y otro simple. El primero, implica una fuerza que presiona de tal suerte que no se puede resistir; entraña una facultad de dominio de tal naturaleza, que obliga y mediatiza al sujeto al que q ue se dirige sin admitir condicionamientos de ninguna especie. especie. Dicho Poder de dominación es el Poder característico del Estado. Por el contrario, el Poder simple "o Poder no dominante de la asociación, se caracteriza por serle posible dar órdenes a los miembros de la asociación, pero carece de fuerza bastante para obligar con sus propios medios a la ejecución de sus órdenes. Todo miembro de una asociación que no posee Poder de autoridad, puede en cualquier ocasión sustraerse a ella". Para M. Duverger, el Poder entraña "aquella forma de influencia o dominación establecida por las normas, las creencias y los valores de la sociedad donde se ejerce", o en otros términos, como dice Georges Burdeau, el Poder supone "una fuerza al servicio de una idea", lo que nos lleva a la conclusión, de que la comunidad política, para dicho politólogo francés, no es sino un poder institucionalizado. institucionalizado. ¿Cómo se exterioriza el Poder? Se determina de una forma súbita y espontánea, esto es, "se produce por la imposición de los más fuertes"; quiere ello decir, que ab initio hay por parte del potencial gobernante, de un intento de control, de dominio y de coerción sobre el gobernado, amparado en su pretensión elitista de que en el mundo hay dos tipos de seres, unos que por sus especiales características genéticas, han nacido para mandar, y otros que viven y se desarrollan para ser mandados. Esta idea elitista enlaza con la concepción platónico y paretiana. En todo caso, la noción de Poder va íntimamente vinculada al concepto de autoridad, que presupone un consentimiento tácito - más que expreso aceptado por una agrupación humana del derecho con que aparecen investidos quienes son detentadores del Poder. Dicha sumisión del súbdito frente al gobernante se explica en la toma de conciencia recíproca de ambos, concretada en la necesidad de conceder el principio de autoridad al más capaz, para que la entidad política al iniciar su vida societaria engarce la estructura más conveniente a sus fines e ideología, y al amparo de un Poder constituyente plenamente legitimado. Y es que en definitiva, la función constituyente "es la misma autoridad soberana inherente a toda agrupación humana nacional, y se manifiesta cuando aquella dirige su actividad a organizarse, constituirse a sí misma, en forma apta para dirigir convenientemente los destinos de su vida" debidamente atemperados a sus proyectos de futuro. La sumisión que el gobernado adopta frente al Poder constituido se explica sobre la base de que consideran legítimo la facultad e imperium que rodea a aquél. Dicha obediencia se instrumenta basándose
en la sensación de seguridad y legitimidad, más que a la de influencia del Poder esgrimida por los politólogos americanos. Parece más razonable admitir que "la forma de influencia o potestad, que Dahl, Lasswell y Kaplan llaman Poder, sería más exacto denominarla coerción. Que el Poder puede recurrir a ésta, es indudable. Pero de hecho, recurre raramente a ella, y el miedo a la sanción no juega más que un papel secundario en la obediencia al Poder. Se hace necesario aquí evocar la comparación de Talcott Parsons, quien considera que la coerción es al Poder, lo que el oro a la moneda". Suele aceptarse que los estudios experimentales del Poder son por lo general de talante newtoniano, "en muchos de ellos se nota la influencia de Lewin, quien definió el Poder de B sobre A como, el cociente de la máxima fuerza que B puede ejercer sobre A y la máxima resistencia que A puede ofrecer"; ahora bien, lo que no puede es reducirse la idea de Poder a la del concepto de dominio o influencia, en pura concepción duvergeriana. Mientras el primero es un concepto normativo, que señala "la situación de aquel que tiene derecho a exigir que los demás se plieguen a sus directivos en una relación social, porque el sistema de normas y valores de la colectividad en que se desarrolla esta relación, establece este derecho y lo atribuye a aquél que lo hace valer en su beneficio" la influencia o dominio comporta un status del dominador por el que impone su criterio a otros dentro del esquema de una relación social, con independencia de una concepción jurídica de aquél. Si de la influencia o dominio se infiere consecuentemente la posibilidad de hallar tipos obedientes -a tenor del planteamiento weberianoweberiano- dicha argumentación "suscita de inmediato la pregunta de qué habrá motivado a los hombres en las distintas etapas del desarrollo social, a prestar obediencia a los grupos sociales dominantes o a la dominación de unos Poderes generales públicos". ¿Cómo se articula esta sumisión? ; por el simple hecho de que "los factores sociales y psíquicos que han ocasionado y ocasionan todavía una tal sumisión de los hombres a la dominación pública -siempre que no haya sido provocada por la fuerza- pueden considerarse como estructuras subjetivas de la dominación pública o ejercicio del Poder". El factor desencadenante de la obediencia del gobernado nace más que por el simple acomodo de su conducta a una norma de Derecho positivo, que le obliga a someterse al Poder constituido, por la obligación superior de atemperar aquélla al Derecho natural, reconocedor del principio de autoridad y Poder por dicha razón, "toda actividad moral y jurídica, en cada época de la historia, debe estar subordinada al Derecho natural en la integridad del mismo. Y el Derecho positivo, aunque haya de llevar a cabo una obra extremadamente variada y compleja, siempre debe ser construido sobre el fundamento del Derecho natural. Todo orden, toda ley, contrario al Derecho natural, están ipso facto desprovistos de valor normativo". Procede en pura exégesis de teoría política, no sintonizar como idénticos, la aceptación generada por el ejercicio de la autoridad, con "el consenso que da lugar a la legitimidad; ésta es un fenómeno de orden ideológico, y se da cuando el sistema de valores que tiene el grupo humano o la mayoría de él coincide con los fundamentos políticos en que se apoya el Poder, con el régimen". r égimen". Es incuestionable que en el ejercicio del Poder político una de las gestiones más completas del equipo gobernante "es imponer los deseos o la voluntad de algunos individuos o grupos al comportamiento de los demás o de toda la sociedad en la que viven". El Poder político actúa incontrovertiblemente como un Poder de Mando, como la expresión más alta que puede alcanzar un Poder de mando. La característica más acusada del Poder político es la de que desenvuelve dentro "de la estricta agrupación política o sociedad política. No toda actividad de Poder que tenga de un modo u otro una finalidad política constituye por ello un Poder político". Para J. W. Lapierre en su obra Le pouvoir politique, el Poder político constituye una de las formas particulares del Poder social; de ahí la importancia de configurar su concepto con precisión. Sin embargo, no siempre es fácil fijar la noción de un término tan complejo como el del Poder, y que interesa a campos tan amplios como la sociología, la politología, la teología y el derecho. De ahí que si bien el Poder político, al igual que cualquier Poder, puede de "conocido, observado, explicado y valorado sólo en lo que concierne a sus manifestaciones y resultados. Sabemos, o creemos saber, lo que el Poder hace, pero no podemos definir su substancia y su esencia". El profesor Fraga Iribarne ha destacado en su conocida obra La crisis del Estado, cómo pensadores de la talla de Haurlou han comprobado que desde el Medioevo "hasta el siglo XVII se había venido elaborando cuidadosamente una teoría jurídica del Poder, o mejor, una teoría del Poder de derecho. Santo Tomás, Vitoria, Molina, Suárez, Grocio y, en general, con gran diversidad de matices y con mayor o menor profundidad, todos los grandes pensadores de la época estudian con sumo cuidado el problema de quién o quiénes tienen Poder, del origen de este Poder, del fin de este Poder, y una vez resueltos estos problemas, se desentienden, desentienden, en cierto modo, de la política, que es la l a obra del mismo Poder". Reconociendo como válido, de la mano de Talcott T alcott Parsons, que el Poder es uno de los conceptos clave en la gran tradición occidental del pensamiento sobre fenómenos políticos, es obvio argüir que existen tres
marcos principales que resaltan las dificultades del concepto de Poder, seguir este elaborado en la literatura de los últimos siglos. El primer concepto se refiere a la tendencia en la tradición de Hobbes, de tratar el Poder simplemente como la capacidad generalizada de conseguir fines o metas en las relaciones sociales, independientemente de los medios empleados o del status de autorización para tomar decisiones o imponer obligaciones. El segundo descansa en el dominio de las sanciones coercitivas o en el consenso y la voluntad de cooperación voluntaria. El tercer contexto (el problema de suma-cero) implica que hay una cantidad fija de Poder en cualquier sistema de relación, y de aquí que cualquier ganancia de Poder por parte de A debe ocurrir, por definición, por una disminución del Poder a disposición de otras unidades B, C, D. Si en la concepción orteguiana, la práctica ordinaria de la autoridad representa el mando, éste no se desenvuelve adecuadamente, sino no está apoyado por el criterio de la opinión pública. Y ello es así porque "jamás ha mandado nadie en la tierra sin que su mando se nutriese esencialmente de otra cosa que de la opinión pública". De ahí se deriva la consecuencia de que "la función de mandar y obedecer es la decisiva en toda sociedad". La autoridad existe y justifica su razón de ser al organizar y ser cauce legitimador del uso de Poder, pero aquella no sólo es eso, la autoridad "es al Poder, lo que la propiedad, como institución, es al dinero. La autoridad es, por consiguiente, el aspecto de un status en un sistema de organización social, a saber: su aspecto colectivo, en virtud del cual el responsable -puede legítimamente tomar decisiones que son obligatorias no sólo para él, sino para la colectividad en general, y por consiguiente para sus otras unidades miembros". Reducir simplistamente al Poder político de que dispone un Gobierno al hecho material de estar rodeado de un aparato de fuerza incuestionable es algo superficial, porque en definitiva ningún estamento o grupo de interés tiene permanentemente poderío suficiente para subyugar sin más a otros, acallarles en su sumisión, salvo "que dé al sometido otros motivos de aquiescencia que la fuerza exhibida. Decir que en la lucha gana el grupo más potente no es decir nada, pues el Poder de un grupo no está simplemente en función de la fuerza de que disponga; depende asimismo de la solidaridad entre sus miembros, de la habilidad organizadora, de su liderazgo, recursos y resolución, tenacidad en el propósito". Se ha afirmado en ocasiones, que la noción del Poder político es un concepto atribuible exclusivamente a las sociedades políticas integrantes de las democracias occidentales, basándose en que la sociedad marxista-leninista "caracterizada como la sociedad donde las clases sociales no existen y donde por lo tanto las relaciones de producción no son relaciones basadas en la desigualdad y en la apropiación del trabajo ajeno, no precisa del Poder político, ni de los comportamientos característicos de su ejercicio o dominación, ni por lo tanto, precisa justificar ese Poder inexistente, a través de valores ideales o de un nivel y estructura ideológica"; no obstante esa aseveración, entendemos que el Poder político coexiste y con evidente fuerza en los mismos regímenes comunistas, habida cuenta que como cualquier otro sistema de talante totalitario, negados del pluralismo político, el Poder político ejercido por los cuadros dirigentes del partido comunista es obvio, máxime cuando ese tipo de Poder está estrechamente vinculado al Poder económico detentado -con evidente monopolio- por el Estado, único patrono. En esta misma línea de pensamiento, Hanno Dreschsler sostiene que el Estado de la dictadura del proletariado seguiría constituyendo "un Poder político, e incluso podría adoptar una forma terrorista y represiva, pero esa función represiva sería ejercida entonces en interés de la mayoría del pueblo contra una minoría y estaría apoyada en la libre formación de la voluntad del proletariado y sus aliados". Mientras un equipo gubernamental se reviste en su gestión política de todos los atributos del poder Político debidamente institucionalizado, el líder de un partido político si bien encabeza y promueve una asociación cuya finalidad es política, no instrumenta un genuino Poder político "sino en tanto de un modo o de otro participa en el mando estatal". Es este último supuesto, su poder político al tomar parte en el equipo gobernante, le viene dado no por ser líder de un grupo político, -aunque dicho liderazgo le haya llevado al Poder- sino por haberse incorporado al Gobierno. Sí "partimos de la ley del crecimiento y declive acumulativos del Poder político, podremos afirmar que el Poder tiende a estabilizarse, es decir, tiende a transformarse en dominación". La dominación se caracteriza por el hecho de que la conformidad de conducta producida por el Poder se vuelve habitual. Por lo tanto, la dominación produce el tipo de Poder coercitivo que puede ser considerado como una posesión. Pese a constituir el Poder político el Poder más fuerte dentro de la sociedad política de tal suerte que avasalla por su puissance a los demás, no los elimina y convive con ello, de ahí que el Poder del que se nutre el Gobierno representa exclusivamente "uno de los varios focos, de las fuentes y clases del mismo, que hay en el interior de una sociedad, siendo ésta una consideración totalmente ignorada por el tradicional mito de la soberanía". La noción de soberanía del Poder político aparece desde la Baja Edad Media, según J. W. Lapierre, y es concretada sobre todo dentro de las teorías políticas de los siglos XVI y XVII. Sin duda, una de las concepciones de la soberanía más ciertamente célebre dentro de la historia de la filosofía política es la formulada por Jean Bodin en su obra Los seis libros de la República. Para John
Locke, el Poder político es el que todos los individuos detentan en el estado de Naturaleza, al que renuncian posteriormente y colocan en manos de la sociedad, "confiándose a los gobernantes que esa sociedad ha establecido para que la rijan, con la misión expresa o tácita de emplearlo para el bien de los miembros de la sociedad y la salvaguardia de sus propiedades", de ahí que si Locke es partidario del derecho de resistencia frente al Poder, lo es en función de que el Poder lesiona genéricamente a los derechos naturales, y concretamente los de libertad y propiedad. Ahora bien, si el médico-filósofo padre del individualismo liberal defiende aquel derecho de resistencia, lo hace de modo diferente "de la teoría calvinista que descansa en la soberanía popular. El empleo por Locke del derecho de resistencia no tiende a realizar las aspiraciones populares, sino a defender o a restaurar el orden establecido. La teoría de Locke es de inspiración conservadora; el reconocimiento del derecho de resistencia es un medio para hacer reflexionar al príncipe y para hacerle respetar la legalidad". El Poder político surge como una consecuencia de la disputa por el Poder y como un instrumento para domesticarla, incardinándose dentro de la actuación pública de la clase dirigente. Según sea el grado de concentración del Poder, y la forma de ejercerlo, así el Poder se revestirá de las adjetivaciones de Poder absoluto, Poder compartido, Poder parlamentario, etc. Por otro lado, el problema de la catalogación de la clase gobernante va íntimamente ligado al concepto de la élite No obstante, no hay identificación de figuras, no siempre una Élite es gobernante, y viceversa. La noción de clase gobernante "es más difusa, más permanente y, por tanto, más difícil para delimitar que las élites estratégicas. Sus miembros son menos voluntarios, el esquema de sus actividades más amplio y menos especializado, y no comparten sólo sus puestos funcionales y profesionales, sino también muchos de sus hábitos, costumbres generales y cultura". Por el contrario, las élites estratégicas han surgido irrevocablemente uncidas al carro de la compleja sociedad industrial contemporánea, lo que comporta que se diferencien de la clase gobernante, no sólo en "su forma de reclutamiento, -sino también de organización interna y grado de especialización. Las élites estratégicas han existido de cierta manera en toda sociedad humana organizada; las clases dirigentes no, y no han sido necesarias". Históricamente, la autoridad del gobernante ha surgido como una extensión de la autoridad familiar, cuando no como un apéndice de la actividad religiosa. Tanto el jefe del clan familiar, como el sacerdote, encontraban en sus diversas, pero paralelas responsabilidades, el aliciente vocacional que las conlleva a protagonizar el tipo de actitud y fijar la conducta que imponían a su grupo. Durante su gestión directiva, se "limitaban a poner de relieve un conjunto de creencias, supersticiones o costumbres que constituyeron un Poder difuso dentro de la colectividad. La presión de conformismo social paliaba la falta de personalidades dirigentes, de tal suerte que puede decirse que el anonimato del Poder es un rasgo característico de esas sociedades totalmente primitivas". La gestión típica del gobernante consiste en organizar la vida colectiva dentro del contexto de la sociedad política, "motivando con diversos estímulos o influencias las conductas de sus componentes concretos; en sentido máximo, gobernar es, además, cuidar del grupo aplicando una determinada idea del bien social, y por tanto procurar y prestar en lo posible, bienes a cada uno de dichos miembros individuales". Ahora bien, el Poder político es atributo inherente a toda comunidad, justificando y favoreciendo el respeto de la normativa que la regula; dicho Poder tutela a la sociedad de sus propias lacras, corrigiendo y moderando en su contexto las consecuencias a veces perniciosas de las luchas entre los individuos y los grupos. En su actuación gestora y correctora, el Poder interviene con talante conservador. Por ende, el Poder es "el resultado para toda la sociedad, de la necesidad de luchar contra la entropía que lo amenaza, con el desorden como amenaza a todo sistema".
EL PODER Y LA COMUNIDAD POLÍTICA Por lo que respecta al estudio del Poder en la comunidad, ha tenido cierto relieve, en su planteamiento, la llamada teoría de la estratificación, que ha popularizado su criterio de que el Poder político está condicionado por "la estructura de clase y de status de la comunidad". Dentro de las diversas clases sociales, aquí interesa resaltar de forma especial, el papel que juega la clase gobernante, como detentadora del Poder, la cual se nutre en su selección de individuos procedentes de la élite intelectual, militar y política. El concepto de clase gobernante que detenta el Poder político va íntimamente unido al de lite. No en vano, se ha afirmado que ésta última puede "compararse también en función de la clase. Una clase es un grupo social que comparte funciones, status y perspectivas. Las principales formaciones de clase en la realidad política mundial contemporánea han sido la aristocracia, la plutocracia, la clase media y los obreros manuales". El gobernante, como cualquier individuo alejado de las riendas del Poder político, se mueve en su actuación puramente personal, por un cúmulo de servidumbres, que se diversifican en incentivos o en
necesidades. En este orden de cosas, el detentador del Poder político ha de saber utilizar adecuadamente la propaganda "política para lograr sus fines, ha de convencer al individuo previamente de una cosa: que con sus actitudes políticas podrá lograr la satisfacción de alguna o algunas necesidades. Estas necesidades pueden ser de orden económico, religioso, moral, biológico, técnico". Pero no se agota ahí la gestión del gobernante, su campo de gestión política ha de estar influenciado por razones de contenido puramente psicológico. Bertrand Russell ha destacado cómo es "muy de tener en cuenta que la sicología ponga nuevas armas en las manos de los que tienen el Poder. La sicología podía mejorar el manejo de la ya existente, -esto es- la propaganda; no hacen falta otras armas". Uno de los riesgos con que se enfrenta la máquina del Poder, es sin duda, la individualización irracional del mismo, esto es, cuando dicha personalización del aparato de Poder no va acompañada por una expresa o tácita aceptación de esa peculiar forma de articularse el Poder. Ese peligro aparece cuando el Poder se encarna en un individuo "que concentra en su persona no sólo los instrumentos de la fuerza, sino también la justificación de la autoridad. El jefe lleva en sí su derecho al mando. Si manda, es en razón de ciertas cualidades personales. Su genio, su habilidad o su valor, su suerte o su riqueza, constituyen el fundamento de su dominio. El Poder entero encarna en él, se afirma en sus decisiones y desaparece con él". La individualización o concentración del Poder en una sola mano surge históricamente en la época renacentista, frente a la pulverización que el Poder padece en la Edad Media, donde el Poder real se enfrenta con el Poder señorial y el eclesiástico. F. J. Conde comparte esa tesis, al afirmar que "es usual diferenciar el Poder político que inaugura el Estado moderno frente a otros tipos de Poder anteriores por ejemplo los que se dan en el mundo medieval diciendo que el nuevo Poder es un Poder altamente concentrado, más intenso, continuo y capaz de asegurar el monopolio del Poder frente a otros Poderes concurrentes". No obstante, la propensión renacentista al control individualizado del Poder político, dicha personalización del Poder, no entraña que el mismo desaparezca como el impulso fuerza de una representación del sistema jurídico-social ideal. Ese Poder concentrado continúa "siendo la fuerza de una idea; pero esta idea es simbolizada por el jefe y realizada por su voluntad, como bien vemos todavía en sociedades más evolucionadas. Cuando en una manifestación, la gente grita convencida: ¡Fulano al Poder!, ¿no es cierto que para ellos ese hombre es todo un programa?" Desde el momento y hora en que el Poder político se convierte en una singular aglutinación de intereses contrapuestos tanto individuales, como de grupos, necesita articularse administrativamente para propiciar la conciliación de los mismos. La máquina burocrática que crea, deviene en consecuencia "un elemento necesario del Poder; es el "aparato" del Poder, el cual como dispositivo para la función de movilizar la acción del grupo como unidad de fuerza social, está articulado burocráticamente". En el contexto de la comunidad política, el Poder político deviene una actividad generadora de un auténtico control social de los ostentadores del Poder sobre los marginados del mismo. Por control social, en "el estricto sentido de la Ciencia Política contemporánea, se debe entender la función de tomar o determinar una decisión, así como la capacidad de los detentadores del Poder de obligar a los destinatarios del Poder a obedecer dicha decisión". Poder y política son términos interrelacionados, de tal suerte que la política sin ejercicio del Poder, se convertiría en pura utopía, y el Poder sin práctica política aparece capitidisminuido, mermado en sus posibilidades de desarrollo y engrandecimiento. No es extraño que "la política se determine en función del Poder. Los hechos políticos son los fenómenos sociales del Poder. Dentro de la sociedad organizada tiene lugar un fenómeno político de primera magnitud, en virtud del cual se monopoliza el Poder en un centro y se institucionaliza. Surge así el Estado: institucionalización del Poder político en una sociedad; este Poder ordenador crea una organización, un orden. Esta actividad ordenadora del Poder estatal es la política en el Estado". La institucionalización del Poder político provoca la separación de la autoridad y persona que la ostenta. Ahora bien, como todo Poder necesita un sujeto donde situarse, "al dejar de hallarse incorporado en la persona del jefe, no puede subsistir en estado de ectoplasma, necesita un titular. Este soporte será la institución estatal, considerada como sede exclusiva del Poder público. En el Estado, el Poder se halla institucionalizado, en el sentido de que es transferido de la persona de los gobernantes, que no conservan más que su ejercicio, al Estado, en adelante su único propietario". Si el Estado constituye la máxima expresión de la institucionalización del Poder político, dicha institucionalización no se ha gestado ni espontánea, ni irreflexivamente, por el contrario, su implantación ha tropezado con la fuerte tendencia a individualizar el Poder. El ciudadano propende a personalizar la noción de autoridad, bien por instinto o "por inclinación sentimental, necesitan dotar de un rostro a la
fuerza que les obliga. El hombre necesita adscribir su amor y su odio a signos, imágenes o fetiches. Pero junto a esta disposición primitiva hay en él -no ya en su carne, sino en su espíritu un movimiento que le arrastra a concebir y abstraer; una capacidad intelectual que le permite amar sin ver, creer sin tocar, obedecer a una disciplina que no emplea el látigo".
FUNCIONES DEL PODER POLÍTICO La clásica división del Poder político en la trilogía montesquiana, poder ejecutivo, legislativo y judicial, encuentra justificación según F. J. Conde, en que dichos poderes constituyen las tres potencias o facultades propias racionales, y "aún se podría apurar más, sin violencia, el paralelismo entre la razón pública y el logos humano. De la misma manera que en la idea clásica y tradicional del hombre, el imperio de las facultades superiores sobre las inferiores (el famoso esquema aristotélico del imperio político y despótico sobre las potencias inferiores del alma) realiza la libertad, el imperio de la potencia superior de la razón pública -el Poder legislativo- aparece como la garantía de la libertad política". El profesor Zafra Valverde pone en tela de juicio certeramente que las funciones de gobierno se reduzcan a las actividades legislativas, ejecutivas y jurisdiccionales, destacando la relevancia que la gestión administrativa alcanza en la actualidad. En el capítulo IV de su obra Poder y Poderes, bajo la rúbrica de "Las funciones del Poder", distingue en principio: las funciones de control social, persuasión y sugestión; funciones de coacción y las funciones de provisión social. Para el profesor de la Universidad de Navarra las funciones de control social son "todas aquellas con las que se ejercen unas influencias tendentes a vencer o prevenir posibles rebeldías o resistencias de los gobernados frente a las pautas de orden social que se quieren realizar". Entran dentro de esta parcela, según el citado profesor, materias como la educación y propaganda, conciliación, acción gremial, fomento, acción retórica e investidura. Por lo que atañe a las funciones de coacción, implican no sólo "aplicar la fuerza física de modo directo a las personas para infligirles un sufrimiento o despojarlas de algo -sino también- una violencia directa –que puede tener un carácter moral (tal por ejemplo en el caso de un acto de degradación) o bien ser de una naturaleza entre física y moral (ejemplo, la suspensión de empleo y sueldo)". Dentro de estas funciones, el profesor Zafra Valverde incluye las funciones de eliminación o remoción, y las de integración y mejoramiento. En cuanto a las funciones de provisión social -enmarcadas dentro de las actividades gubernamentalespresupone la facultad de "gestionar, conservar y prestar diversos bienes a favor de los componentes del grupo gobernado", desdoblándose consecuentemente en la concepción del profesor Zafra Valverde, en las funciones de gestión, conservación y prestación. El Poder político viene íntimamente vinculado a la organización del desarrollo económico; asimismo en todos los supuestos "se anteponen los valores democráticos, es decir, de sumisión del Estado a la sociedad que representa y controla". En este planteamiento el Poder político se confunde con la organización colectiva del trabajo. El principio de generalización del Poder político comporta su extensión a sistemas relacionales cada vez más comprehensivos que -como sistemas de Poder- tienen que estar integrados, en este sentido, en sistemas maestros y subsistemas. Mientras la estructura del Poder económico es linealmente cuantitativa simple cuestión de más y menos, la del Poder político es jerárquica, es decir, de niveles más altos y más bajos. El Poder político viene definido, como noción, por los límites que le impone su propia finalidad, que no es otra que regular armónicamente el conjunto de intereses contrapuestos subyacentes en toda sociedad civil.
EL PODER Y LOS GOBERNANTES El Poder político se caracteriza esencialmente por la primacía de su potencia frente a cualquier otro tipo de Poder. Admite la competencia y rivalidad de otros Poderes, no obstante avasallarlos previamente, con el monopolio jurídico de la fuerza. La naturaleza del Poder político no exige que sea absoluto, pero en cambio sí requiere que sea superior en relación con cuanto pueda ordenar, sujeto exclusivamente a sus limitaciones de orden constitucional. Así mismo, precisa que el poder político detente, en ultima y definitiva instancia, el poder de coerción, y que sólo él se halle investido de la fuerza necesaria para asegurar tal coerción. En los sistemas democráticos, el monopolio de la fuerza que se reserva el gobernante encuentra su justificación racional tanto en la circunstancia de ser el legítimo mandatario de la voluntad soberana del pueblo, como en la oportunidad -aplicable a todo tipo de regímenes políticos- de unificar el criterio de gestación y aplicación del ordenamiento jurídico, y no generar diversos Reinos de Taifas de creación e interpretación de la normativa correspondiente. Aun cuando el Poder político es un Poder social, aquel no se agota en su ejercicio, en la mera aplicación de las estrictas reglas de juego de la Naturaleza, característico del segundo. El Poder político es, antes que Poder social, Poder estatal deferido al gobernante para garantizar la paz de la sociedad e imponer un orden. El Poder social respeta las desigualdades que genera la Naturaleza; el más fuerte se impone sobre el más débil, el padre se impone sobre sus hijos, etcétera. El Poder político -justo- respeta esas diferencias, pero tiende a igualar a los individuos, trata de corregir las desigualdades, en aras de obtener la máxima armonización de intereses particulares. La hegemonía del Poder político, y la unicidad de mando que impone, se gesta por la necesidad de articular una convivencia pacífica, solamente obtenible, si no se dan Poderes políticos de igual fuerza, que se destruyen mutuamente. El Poder político tiene una función y despliega una autoridad "que no pueden pretender los de otra índole. Sólo él constituye el órgano de la entera comunidad. Sólo él requiere, exige obediencia a todos lo que viven dentro de su territorio, sin cuidarse de eventuales diferencias respecto a religión o raza". El predominio del poder político sobre los otros poderes sociales viene determinado por ser el único usufructuario de parte del Poder que el Estado otorga. Su preponderancia se concreta en ser el único monopolizador de la fuerza y coerción jurídica. Su autoridad moral sobre los restantes Poderes, el Poder económico, el Poder familiar, el Poder de la prensa, el Poder de la opinión pública, etc., nace de ser un Poder jurídico reconocido con carácter de exclusividad frente a terceros, por parte de todo Estado soberano. No es, en suma, un Poder particular, es un Poder oficial, sustentado por todo el aparato jurídico-administrativo del Estado. Ahora bien, si el Poder político se apoya en la institución estatal de la que recibe su legitimación y fuerza, su existencia encuentra otras motivaciones legitimadoras distintas del ente Estado, y derivadas de la típica condición del ser humano, que no es otra que el carácter bidimensional de la personalidad humana, es decir, por "su carácter social y su asociabilidad o antisociabilidad". El Poder político se caracteriza a nuestro entender por suponer un Poder de la clase gobernante. El Poder político es la facultad inherente a la actividad de gobierno de una sociedad política. El político que aspira al Poder, no tiene en consecuencia Poder político, tiene a lo sumo una esperanza de alcanzar el Poder político. El Poder político, en suma, es un atributo exclusivo del gobernante, en tanto en cuanto, permanece en el cargo, no es un ingrediente a la persona, sino del puesto político. Ahora bien, "en el contexto público que ahora nos interesa el Poder se ejerce, en primer lugar, a través de un gobierno. El gobierno es un concepto que se usa en tres sentidos diferentes: como acto de gobernar, o sea, de ejercer control sobre los demás; como orden político, en cuyo caso se asemeja a lo que nosotros entendemos por politeia, y como grupo humano que gobierna". Mientras que en el Poder a secas predomina su interrelación con la propia naturaleza del hombre, en ser un resultado de esa naturaleza, en el Poder político se superpone el aspecto jurídico sobre el orden meramente natural. El Poder no adjetivado es una consecuencia fatalista de la desigualdad física y mental de los hombres, su resultado es la dominación ciega de unos individuos sobre otros; el Poder político confiere a su titular facultad de mando sobre otras personas porque el Derecho de forma racional así lo reconoce y sanciona, castigando la desobediencia al Poder con distintas sanciones, según se trate de la esfera militar, civil, etc. El Poder es un efecto fatal de la naturaleza del hombre, y el Poder político es asimismo una consecuencia irremediablemente fatalista de la existencia del Estado. El Poder, como tal, se afinca en el individuo, como un atributo que le es dado en mayor o menor cuantía. El Poder político subsistirá irreductiblemente en tanto en cuanto perviva la sociedad política. La mayor fuerza que tiene el Poder, no es la presión o coacción absoluta sobre el ser humano, sino su condición de fuerza inextinguible en la comunidad; por eso
"ha habido y habrá siempre Poder político; puesto que es algo que depende de la naturaleza misma del hombre, zoon politikon. En este sentido, las perspectivas anarco marxistas según las cuales se podría llegar a una simple administración de las cosas, nos parecen pura y totalmente utópicas. Por otra parte, ¿cómo administrar las cosas sin ordenar políticamente las relaciones entre los hombres?". Actualmente la tendencia del Poder se dirige a la desindividualización, aunque ello vaya en contra de la naturaleza humana. Por contra, la ambición y el egoísmo del hombre tiende a personalizar el Poder, a confundir el Poder y el yo, a convertir el Poder en un alter ego del individuo. Mas frente a esta identificación del Poder y persona, hoy en día se marcha hacia la adjetivación del Poder, bien Poder social, Poder político, Poder militar, Poder económico, Poder sindical, etc. Es más, "el Poder se nos presenta siempre como Poder social o Poder político, es decir, Poder sobre las personas, considerando personas en su nivel más preciso. ¿Cabe pues hablar del Poder como realidad no social o política?". Difícilmente puede existir un Poder que no sea social, ni político. Sí, el Poder para adquirir tal carácter necesita aplicarse sobre otros hombres. El Poder que pudiera ejercitar un ermitaño dentro de una caverna solitaria, no sería un Poder, constituiría en todo caso una gran libertad. Para Sánchez Agesta, de la naturaleza del Poder se extraen dos resultados, a saber, a prima facie, el Poder se contempla como in vinculo entre los hombres y un ingrediente de la "estructura dinámica de la sociedad. En segundo lugar, la teoría del Poder entraña tres partes esenciales: el Poder como impulso, el fin como término y el orden como instrumento y nexo". El Poder político estudiado en el primer sentido, "se presenta configurado en función de su ámbito, que no es otro que el de la sociedad política; por su orden, fundado en el bien común; por la intensidad de su Poder; y por su carácter unitario y jerárquico... En la segunda perspectiva, la teoría del Poder se coordina, pues, con la teoría del fin; la teoría del orden es el punto de equilibrio en que ambas se encuentran". En una acepción estricta y restringida, el Poder político viene determinado no sólo por su facultad de optar entre diversas alternativas políticas, en el ejercicio de su gestión pública, sino sobre todo, por su capacidad de tomar acuerdos y adoptar decisiones, que pueden referirse tanto a las conexiones con "las colectividades extranjeras, otras a las materias que no dependen de una legislación (por ejemplo, la elección de las personas que ocupen determinados puestos) y, por último, a la fijación o modificación de las leyes mismas. La función ejecutiva o política, en sentido amplio y formalizado, abarca a la vez lo que los juristas denominan, el ejecutivo y el legislativo". Alberto A. Spota, entiende como Poder político, lo que nosotros hemos calificado como Poder social, en el capítulo anterior, esto es, la facultad de mediatizar con tal fuerza sobre la conducta de terceros, que queden obligados a actuar de una determinada manera. Cuando un individuo obedece a otro, en virtud del influjo o presión que este ejerce sobre él, se da el Poder político para A. Spota. En síntesis, el Poder político no es otra cosa que la "capacidad efectivizada en la acción producida realmente, de condicionar el quehacer y devenir de una comunidad como todo, poseen Poder político". El Poder político, en Héctor Rodolfo Orlandi, se identifica tácticamente con la voluntad de la colectividad, en formar una sociedad política, para lo cual es imprescindible un lazo común de control y sujeción, como es el Poder. El Poder es así, "la potencia o energía del pueblo como unidad política, de una sociedad articulada como su político para la acción actuada en un obrar; que hace posible, la potencia del mando efectivo (autoridad) vinculada intrínsecamente a la obediencia por consentimiento o adhesión, fundamento éste último de su legitimidad. Poder plenario, inexcusable y monopolizador de la coacción, a diferencia de los otros Poderes sociales, sus congéneres, aunque sea uno de ellos". El Poder político se desenvuelve en la praxis, en una actitud de imposición y en otra de sumisión. El ejercicio ideal del Poder implica una búsqueda de la simultaneidad en la prestación de ambas conductas. La voluntad de sometimiento del gobernante vuela en busca de la obediencia del gobernado. Cuando ambas actitudes no coinciden temporalmente en el momento de ejercicio del Poder político, algo falla en la máquina del Poder, al igual que cuando el sometido se niega a prestar su aceptación. El Poder político "establece su relación entre un imperante e imperados que participan de la racionalidad y la libertad humana. No es transmisión mecánica de movimiento, sino ordenación preceptiva de acciones: el precepto es su instrumento y la obediencia ordenada su efecto. Lo que el poder pone en movimiento son conductas humanas que corresponden al acto de mando con un acto de obediencia". El despliegue del Poder político se traduce en un intercambio de actitudes y conductas, significado opuesto, que tienden idealmente a humanizarse. El gobernante pretende imponerse porque es consciente de que su derecho -y deber es mandar. El gobernado suele comúnmente obedecer, porque es consciente de que su papel es someterse. El hombre "entra en la relación mando y obediencia, se siente penetrado por la ciencia en el derecho de mandar y decide en su consecuencia; lo ha transformado en acto humano. Y como en aquella relación de potencia el pueblo es autor del Poder, también será fenómeno social y político".
Guy Rocher, al estudiar el Poder político en el sistema colonial, entiende que el Poder político de la sociedad tradicional subsiste en aquel sistema; de forma generalizada, se mantienen "los mismos jefes y los mismos organismos de autoridad. Pero el Poder político tradicional es redefinido y reorientado: no es ya una autoridad autónoma, sino una autoridad delegada, que sirve de intermediario entre la población y la autoridad colonial". Para el profesor Sánchez Agesta, el Poder político, como auténtico Poder social que es, se proyecta ante todo, ante un colectivo de seres humanos, de tal suerte que su ejercicio entraña una forma de gobernar que supone la ordenación de "una pluralidad de conductas individuales. Su función es coordinar estas conductas dentro de un grupo humano hacia la realización armónica del fin propuesto. La idea del Poder se enriquece así con un nuevo elemento".
AUTORIDAD Y FUERZA El Poder político es ante todo una energía en movimiento, una fuerza física y espiritual que tiende a adecuar las conductas de terceros, plegándolas en un patrón común, que es previamente determinado por el gobernante. El Poder Político entraña singularmente un hermanamiento de aptitudes. Paradójicamente, el Poder político es una fuerza coactiva que busca la armonía de conductas, la paz cívica. Dicha "fuerza social está en disponibilidad. Es, ni más ni menos, que la fuerza con que los hombres de una sociedad concreta cuentan como posibilidad para perfeccionar el orden en que están. Esa fuerza social como posibilidad de perfección del orden es el "Poder político". Se trata de una fuerza real y efectiva, pero no es ninguna sustancia, carece de realidad sustantiva". El campo de actuación del Poder político es, sobre todo, una fuerza desplegada sobre la colectividad. Es un impulso que surge del campo espiritual del individuo, de su capacidad de raciocinio, y se proyecta sobre la esfera social. El Poder político nace y pervive, en función de la naturaleza sociable del ser humano. El Poder político se gesta, y fundamenta para defender el orden convivencial. El Poder político es "inter y supra familiar. Y su origen, aunque natural, no hay que buscarlo en la naturaleza de la familia y en la diferencia de edades y oposición de sexos que en ella se resuelven, sino en la naturaleza de la vida social y en las necesidades y finalidades que en ella se satisfacen". El Poder político se integra de dos elementos: El Poder como autoridad, y el Poder como fuerza material. El Poder - autoridad significa la facultad de ordenar y mandar inherente a cualquier tipo de Poder, y más necesaria como ingrediente del Poder político. El elemento de la fuerza, supone la posibilidad de constreñir a un tercero a cumplir con la orden o el mandato, que el titular del Poder político ha exteriorizado. Las decisiones del Poder político son coactivas y vinculantes para los miembros de la comunidad. El gobernado, si no atempera su conducta a las directrices jurídicas que se le marcan por la normativa vigente, se coloca en situación proclive de conculcar el ordenamiento, en cuyo caso queda el margen de la ley, incurriendo en la sanción oportuna. El ciudadano que no acepta un mandato político se sitúa como oponente al Poder, bien sea, como mera discrepancia coyuntural, o como actitud directamente enfrentada y beligerante con el mismo. Las decisiones del Poder político son "decisiones de autoridad, eficaces, en virtud, no de la fuerza que el Estado aplica, a veces, para hacerlas cumplir, sino por ser decisiones tomadas, por quien puede tomarlas, en aquella esfera determinada de la vida, a que se extiende la finalidad del Estado". La autoridad como encarnación personal del Poder político está al servicio de éste y no viceversa. La condición de autoridad es incuestionablemente coyuntural, está supeditada a la detentación de un cargo público. No se concibe una autoridad sin puesto político. La autoridad es el Poder político hecho persona. La noción de autoridad engloba dos aspectos: "el subjetivo, personal, -que es- la aceptación de una comunicación como autoritaria, y el objetivo, -que es- el carácter en la comunicación en virtud del cual se acepta ésta". No basta con la apariencia de ejercer un cargo político para constituirse en autoridad. Quizás esa autoridad aparente logre concitar obediencia, mas esa sumisión obtenida por el engaño, no basta para otorgar la condición de autoridad a quien por derecho no le corresponde. La naturaleza de la autoridad se gesta por la designación, elección, por el triunfo bélico o revolucionario de un individuo, a quien se le inviste con tal calificativo. La autoridad es el "carácter de una comunicación (orden) en una organización propiamente tal, en virtud de la cual se acepta, por el que forma parte o es miembro de la organización, como rigiendo la actuación en que participa, es decir, como rigiendo o determinando lo que ha de hacer o no hacer, según lo que concierne a la organización".
La autoridad, como ente individual que está legitimado para hacer uso del Poder político, necesita del imperium y de la coerción para imponer sus mandatos frente al resto de la comunidad. Toda vez que las personas que detentan el Poder político son una minoría en comparación con el ingente número de individuos que han de obedecerles, sólo la utilización del aparato coercitivo por parte de las primeras, posibilita que las segundas se sometan. En consecuencia, el Poder político "no se lo declama, sino que se lo ejerce, resulta que no hay Poder político sin capacidad efectiva de coacción para imponer lo decidido. De fallar o faltar este elemento, desaparece el Poder político". La desproporción numérica entre minoría gobernante y mayoría gobernada dificultaría en grado sumo que la primera se i mpusiese y mandase sobre la segunda; es la fuerza, que en exclusiva se residencia en la élite gobernante, la que permite que los menos dominen a los más. El Poder político interviene siempre en cualquier sociedad política dominando "aún hoy, las democracias representativas, que implican la negación más radical del imperio absoluto de los reyes, del puro Poder coactivo que se impone por la fuerza, tienen todas las exterioridades del Poder de dominación de ese imperio inapelable". El Poder Político y las "Élites" A lo largo de la historia, el Poder político ha venido siendo atributo peculiar de un grupo reducido de individuos, que han conformado un círculo elitista. Estas élites se han gestado por una irrefrenable selección natural e intelectual de los individuos. En la naturaleza humana, en el transcurso de la lucha política, suelen triunfar los mejor dotados; ocurre aquí un proceso similar al que Darwin, Fischer, y Lenz, entre otros, contemplaron respecto de las razas: la selección natural produce la supervivencia de los mejores. Comúnmente en cualquier comunidad política, surgen espontáneamente grupos minoritarios de individuos, a quienes sus conciudadanos reconocen un liderazgo. Estos grupos reducidos integran la élite de una sociedad. La adscripción a la élite es, "a menudo, heredada, pero en algunas sociedades puede ser adquirida. Sus bases varían: en la antigua China estaba encabezada por los estudiosos expertos en los clásicos confucionistas, junto con los grandes terratenientes y los líderes militares. En la Europa medieval la élite estaba compuesta por el alto clero y la nobleza terrateniente". Guy Rocher en su obra, Introducción a la Sociedad General, nos expone bajo el rótulo de "los agentes del cambio social" -que sirve de temática al capítulo XII de la misma un concepto de la élite, que nos parece sumamente ponderado. Subraya Rocher que la élite"comprende a las personas y a los grupos que, dado el Poder que detentan o la influencia que ejercen, contribuyen a la acción histórica de una colectividad, ya sea por las decisiones que toman, ya por las ideas, los sentimientos o las emociones que expresan o simbolizan". La noción de élite parece así demandar una idea de Poder, influencia o prestigio, que un grupo reducido de individuos, ejerce y despliega sobre un colectivo superior en número, pero menos cualificado. En el círculo de los estudiosos de la idea de élite ha sido quizás Max Weber quien ha matizado con mayor énfasis el caso del jefe carismático, extrapolado del contexto elitista. El líder carismático se diferencia de sus congéneres de la élite en que despunta por su especial talismán o magnetismo para arrastrar a las masas. En ocasiones, llega a ser venerado como una especie de Dios viviente, encarnada en una figura humana. Su sola presencia produce histeria colectiva. La multitud le aclama como a su Redentor, a su arquetipo nacional. Guy Rocher, aceptando la terminología weberiana, considera que las élites carismáticas, son "aquellas a las que se atribuyen ciertas cualidades llevadas a un grado extraordinario (por encima de lo habitual), ciertas virtudes mágicas o cuasimágicas... Lo que una persona ha hecho o se estima que puede hacer es lo que le confiere un carisma... Puede suceder asimismo que el Poder carismático de un jefe se extienda a q uienes le rodean, a la totalidad de su equipo". Un líder normal traspasa la frontera de la personalidad carismática, cuando la muchedumbre se siente hipnotizada al escucharle, cuando le vitorea hasta enronquecer sus gargantas, cuando se apodera de ella un desgarrado paroxismo. La fuerza es el ingrediente característico de un genuino Poder político. Ahora bien, la fuerza sola, como desnudo aparato coercitivo, si bien es indispensable para la conservación del Poder, no es su aliado exclusivo. La permanencia del Poder político requiere no sólo la posesión de la fuerza, sino también la concurrencia del consentimiento de los gobernados. Es en esta ideal coincidencia cuando un Poder controla verdaderamente todos los resortes, que le permiten sobrevivir frente a los apetecedores de su Poder. El Poder político equitativo, pero que no despliega mando o imperio "esto es que no use de la fuerza, tiene vida breve. El Poder político injusto pero eficaz, en tanto que es capaz de imponer sus decisiones, es poder duradero y estable. Desgraciado el Poder político que espera el aprecio y reconocimiento de los mandados, para sobre ellos asentar su legitimidad. Sólo recibirá como respuesta, la pérdida de aquel Poder político".
Poder Politico Concepto Evolucion Social y Estado EL PODER Palabra proveniente de las voces latinas possum, pôtes, posse, potuit (de potis y sum). Potis: capaz de, Sum: verbo sustantivo, ser o existir. Originariamente la expresión combina la calidad de capaz con la de ser. El poder como fenómeno propio de quien es capaz en sí. Las diversas aplicaciones del poder han multiplicado su significación. Es así como hablar de Poder, equivale según las circunstancias a: dominio, imperio, facultad, mando, poderío, vigor, pujanza, fuerza, potestad, potencia, prepotencia, despotismo, superioridad, arbitrio, posibilidad, discreción, capacidad, aptitud, habilidad, entrada, misión, atribución, delegación, libertad, permisión, privilegio, licencia, exención, prerrogativa, autorización, potencialidad, eficacia, eficiencia, virtud, acción, energía, nervio, empuje, ambición, diligencia, peso, importancia, valor, valía, prestigio, ascendencia, empeño, amistad, influencia, medio, forma, uso, arte, etc. etc. Una ordenación de los objetivos humanos, en la historia, permitiría colocar entre los más antiguos a los físicos y a los metafísicos como los más recientes progresivamente. De ahí que el poder como "capacidad para", debió ser en un principio capacidad física; la complejidad posterior de las aspiraciones humanas le agrega el contenido de posibilidad hacia lo abstracto. Según el diccionario de la Real Real Academia Española, poder, significa, "tener expeditas la facultad o potencia de hacer una cosa", es decir, tener posibilidad para hacer según los fines de su titular, porque, siendo una característica sustantivo, no puede predicarse ella sino teniendo en cuenta cada sujeto. De otro modo, el entendimiento del poder simplemente como la posibilidad para obtener objetivos, sólo comprendería sus aspectos cuantitativos: "dados dos hombres con deseos similares, si uno de ellos alcanza todos los deseos que alcanza el otro y además otros, no tiene más poder que el otro. Pero no hay medios exactos de comparar el poder de dos hombres, uno de los cuales puede alcanzar un grupo de deseos y el otro un grupo distinto de deseos. Por ejemplo, si tenemos dos artistas, cada uno de los cuales desea pintar buenos cuadros y hacerse rico, pero el uno solamente consigue pintar buenos cuadros y el otro solamente hacerse rico, no hay modo de estimar cuál de ellos tiene mayor poder. Sin embargo, es fácil decir, de un modo general, que A tiene más poder que B, si A consigue muchos de los efectos que persigue y B solamente unos pocos". A. El origen del poder : El poder surge de la vida misma, en esencia, podemos decir que se confunde con la existencia vital. La teoría psicoanalítico nos aporta a este respecto un elemento clarificante: El instinto (pulsión instintiva), la libido, que es la energía vital, que es el Eros. En un trabajo publicado en 1940, Freud estudiaba los dos principios primarios, Eros y Tanatos. Su concepción era dualista: "nuestras especulaciones han supuesto que Eros opera desde el comienzo de la vida y aparece como un "instinto de vida" en oposición al "instinto de muerte" (Tanatos), que se pone en marcha cuando la substancia inorgánico se hace viva. Eros y Tanatos están presentes, en combinación, a lo largo de toda la vida. El ser vivo es entonces, una unidad compuesta de dos principios en constante contradicción, el principio hacia la vida y el principio hacia la muerte". La esencia originaria del poder la encontramos en el Eros; cuanto mayor sea la capacidad de vivir, tanto mayor es la latencia de poder en el ser. En desarrollo de esta capacidad para vivir, el hombre se expresa en los diversos campos de la cultura, con un poder que bien puede ser material o espiritual, deportivo o intelectual, económico o político. B. Las manifestaciones del poder: Las manifestaciones del poder podemos apreciarlas fácilmente en toda la naturaleza. Cómo podemos negar su existencia en el reino mineral, frente a los resultados actuales de la ciencia en el dominio de la energía nuclear? En el reino vegetal, podemos apreciar, cómo algunas variedades impiden el crecimiento de otras en búsqueda de su supervivencia. Fenómeno que nos muestra el poder de aquéllas frente a éstas. En el reino animal, también encontramos las expresiones del poder. Carlos R. Darwin, expuso una teoría sobre la selección biológica de las especies, que nos pone de presente una primera manifestación espontánea del poder en ellas. Lo que nuestro autor denomina la "Selección natural de las especies", consiste en que éstas con el ánimo de conservarse y mejorarse van en su interior eliminando las individualidades menos poderosas, es decir, menos dotadas en su principio vital, asegurando de esta forma la integración de cada especie con sus ejemplares más poderosos.
El hombre en sus primeros tiempos, debió utilizar para su mejoramiento este procedimiento del reino animal, indicios de lo cual, podemos encontrar en algunas costumbres primitivas como la antropología y los sacrificios humanos. Llega un momento de la historia en que el hombre supera lo puramente instintivo en su proceso existencial. Sublima su capacidad primaria de comportamiento hacía formas más inteligentes, que le permiten aplicar su psiquismo superior, para asegurar su mejoramiento. La inteligencia crea una cultura, entendida ésta como el conjunto de aspiraciones de un pueblo en un momento histórico determinado y su correlativa realidad, la civilización, entendida como la parte de esas aspiraciones que han podido materializarse en ese mismo momento histórico. En términos generales, el poder se puede definir de varias formas: como capacidad, energía, potencia, fuerza y conocimiento. Como capacidad, aspecto que nos interesa analizar, es una cualidad que hace referencia a las cosas y a los hombres en relación con sus objetivos o finalidades. En efecto, sin entrar a considerar la capacidad de las cosas y circunscribiéndonos a los hombres, hay capacidad cuando éstos logran alcanzar objetivos. El hombre, en su vida de relación con el medio ambiente y con su misma especie, vive y actúa tras finalidades. En este sentido el hombre es teleológico. En esta lucha, puede lograr, más o menos, los objetivos que se propone o que la naturaleza le pone y es aquí cuando decimos que es "capaz", que tiene poder y tendrá más entre más finalidades consiga alcanzar. Claro que la capacidad depende de un sinnúmero de factores que a veces se confunden con ella. Estos factores son al menos de orden geográfico, psicológico, económico, ideológico e intelectual. En el primer caso, es claro que la situación geográfica, el ambiente natural en donde actúe el hombre o el grupo, afecta las capacidades, la fuerza, el poder de las personas. Un solo ejemplo: no es igual estar en un país o territorio con gran riqueza petrolera que en uno que no la tiene, como no es lo mismo estar en un país tórrido que en uno templado. Sin querer darle a este factor un carácter determinista, no se puede desconocer completamente su influencia. Igualmente se destaca en las capacidades de los hombres el factor psicológico, o cultural como generalmente se puede llamar. Un pueblo con una cultura participante, con ideas, valores y actitudes hacia el cambio está más capacitado para intervenir en el proceso de desarrollo del país o para participar en las decisiones políticas. Será un pueblo con más poder. En sentido contrario, la cultura tradicional o parroquial conlleva al sometimiento, la incapacidad para orientar y dirigir el cambio, la sociedad o el pueblo, y, en consecuencia, tendrá menos poder. Las ideas fuerza, la ideología, como sistema de concepciones y valores acerca de lo que es el hombre, su lugar en el mundo y sobre su deber ser, es también factor fundamental de la capacidad para alcanzar objetivos, que hemos venido llamando poder en general. El conocimiento, o sea el poder de la verdad, es otro factor de capacidad y poder. Por eso en el lenguaje común encontramos las frases: "el poder del conocimiento", "poder comprender", "poder hablar", "poder escribir", "poder interpretar otro idioma". En el mundo moderno es cada vez más cierto que quien posee las fuentes del conocimiento o las fuentes de información, posee poder, o el poder social y a veces el poder político. Otro factor importante, es el económico, entendido como la disponibilidad de recursos materiales que sirven primariamente para resolver las necesidades de la vida del hombre y para la creación de medios e instrumentos de seguridad y superioridad material. La riqueza ha sido, es y será siempre fuente de poder, precisamente porque permite el logro de objetivos. El factor fuerza, en el sentido físico es también fuente de capacidad y poder. Nadie podrá negar el poder o capacidad de comando, de dirección y sometimiento que tiene el más fuerte del grupo, aquel a quien es imposible contrastarle su contextura, su agilidad o su ferocidad y violencia. Generalmente en la sociedad primitiva y aún en la civilizada el más fuerte es más capaz, tiene más poder. Resumiendo lo dicho anteriormente, se acepta como significado de "poder" en general, la capacidad del hombre que le permite alcanzar los objetivos que la naturaleza o el medio ambiente le presentan, o las que él mismo va colocándose como metas .
Ahora bien, esta capacidad es el resultado de una serie de factores entre los cuales señalamos el geográfico, el cultural, el psicológico, el intelectual, el económico y la fuerza física.
Teóricamente, el titular del Poder político supremo -el Jefe del Estado- ha de poseer en mayor cantidad que ningún otro -poseedor de Poder- los atributos del mismo. La cúspide de la pirámide del Poder político comporta ser el máximo tenedor de Poder, no sólo cuantitativa, sino cualitativamente. Lo que ocurre hoy en día, es que nadie, ni el más poderoso autócrata es depositario de todo el Poder, sino de una sola mayor parte. Basta simplemente para imponerse al resto de los ciudadanos que un hombre concentre en torno a su persona las porciones más numerosas de Poder político; de esta forma, "el más fuerte, bajo una forma de gobierno o bajo otra, asumirá la dirección. Si el gobierno es militar, el verdadero jefe será el hombre que esté dotado de más eminentes cualidades militares. Si el gobierno es monárquico, darán el Poder las dotes que los reyes aprecian más en sus consejeros, en sus administradores, en sus generales". El Poder político se desenvuelve siempre como un Poder dotado de coactividad, de coerción. Coerción y sociedad son nociones interrelacionadas. La coerción impera en la sociedad como algo inherente a la misma. Los individuos aceptan la coerción, no por gusto, ni por afección a ella, sino como un mal menor, como un requisito indispensable, que permite la supervivencia de los hombres en colectividad. Ningún tipo de comunidad puede coexistir sin "una cierta coerción. Pero el carácter social de ésta se diferencia totalmente según que se ejerza en una sociedad solidaria o en una sociedad no solidaria. En la sociedad no solidaria, donde existen los antagonismos de clase, esta coerción... significa que dicho orden de coerción es un orden de dominación. En él, y sólo en él, se encuentran individuos que dominan y otros que son totalmente dominados". Por el contrario, para Max Adler, el régimen de coerción dentro del contexto de una sociedad solidaria no se basa en un sistema de dominación, sino "en el interés común y sobre la aprobación de todos. No hay, pues, aquí, ninguna parte que domina a la otra, ninguna voluntad impuesta a la otra parte. El orden en tal sociedad, así como sus leyes, emana de la decisión de todos, igualmente interesados, y constituye la decisión autónoma de esta colectividad. El régimen de coerción no es, en esta sociedad, un régimen de dominación, sino un régimen de autonomía".
LA POLÍTICA Esta palabra proviene de las expresiones griegas polis, politeia, política, politiké . A. é polis: La ciudad estado, el recinto urbano, la comarca, y también la reunión de ciudadanos que forman la ciudad; B. é politeia: El estado, la constitución, el régimen político, la república, la ciudadanía (en el sentido de derecho de los ciudadanos); C. la política: Plural neutro de políticos, las cosas políticas, las cosas cívicas, todo lo concerniente al estado, la constitución, el régimen político, la república, la soberanía; D. e politiké (Techné): El arte de la Política. Luego podemos afirmar que originariamente, la política conjuga tres dimensiones fundamentales: La concerniente a la organización de los mecanismos estatales, la relacionada con los vínculos que con el estado deben tener los ciudadanos y, finalmente, la representada en el arte de la política, entendido como las acciones que ponen en marcha las agencias del estado y le dan su carácter a cada ciudadano frente a las necesidades sociales. Para los antiguos, la política pragmateia o la política en la práctica es el estudio o el conocimiento de la "vida en común de los hombres según la estructura esencial de esta vida, que es la constitución de la ciudad". Para Aristóteles la política está siempre referida a la comunidad. Es esencialmente social, de grado superior, porque se encuentra por encima de todas las demás organizaciones sociales. El sentido finalístico del concepto, viene a agregar un carácter moral a la política, "la búsqueda del bienestar colectivo". Dice al respecto: "Toda ciudad se ofrece a nuestros ojos como una comunidad, y toda comunidad se constituye a su vez en vista de algún bien (ya que todos hacen cuanto hacen en vista de lo que estiman ser un bien). Si pues todas las comunidades humanas apuntan a algún bien, es manifiesto que al bien mayor entre todos habrá de estar enderezada la comunidad suprema entre todas y que comprende a todas las demás; ahora bien, ésta es la comunidad política a la que llamamos ciudad". En francés la palabra politique se emplea desde el siglo XIII en el sentido griego del término. En el Livre de toutes les choses (libro de todas las cosas), Brunetto Latini observa que "la política es el gobierno de las ciudades, que es la ciencia más alta y más noble y comprende los más nobles oficios del mundo, de modo que la política comprende generalmente todas las artes que ocupan a la comunidad humana". De igual modo, en la lengua erudita de los siglos XV y XVII, se usa politie por gobierno y policiam para referirse al ciudadano y al hombre de Estado; durante un tiempo aún más largo y más corrientemente, police designó
la forma establecida de gobierno. También se usa la expresión politiqué (politiquear), esto es, "frecuentar más de lo necesario los cuidados de la política", no en el sentido actual de la acepción peyorativa de uso corriente: "servirse de la política para usos bastardos". En la actualidad el término política, no ha variado mucho a pesar de que sus contenidos originarios se han enriquecido. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la define: "Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los estados" o como "actividad de los que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos". Ahora, para hablar de lo político y permaneciendo en el marco del poder como capacidad para obtener objetivos, se percibe fácilmente que según sean éstos, las capacidades cambian o varían y viceversa. Veamos el caso en el siguiente esquema:
Hombre o Capacidad o Objetivos Es decir, según sean las metas que el hombre persigue, las capacidades deben ser creadas, reforzadas, perfeccionadas y, al mismo tiempo, el tipo de finalidades que el hombre se fija y le son fijadas, determina una búsqueda y esfuerzo por hallar el modo, la forma y la capacidad necesaria para el éxito. Como consecuencia habrá diferentes capacidades y tipos de poder según los objetivos que se persigan. Naturalmente hay que aclarar que, en el caso que analizamos, el sujeto de las capacidades es siempre el hombre y, por consiguiente, no se puede hablar de una sola capacidad como existente separadamente de las demás y si se hace es por razones de carácter didáctico. Vemos que el hombre, al tener diferentes objetivos, por ejemplo, intelectuales, económicos, políticos, para alcanzarlos debe crearse o desarrollar una capacidad intelectual, económica o política. Por ejemplo, si el objetivo es conocer los idiomas, debe aprenderlos y perfeccionar la capacidad para entender, hablar, escribir y leer en otros idiomas; esa capacidad le representará poder lingüístico, poder intelectual para comunicarse en lenguas diferentes. Si los objetivos son económicos, en la producción de determinados bienes y servicios el hombre deberá desarrollar sus capacidades empresariales y económicas, y si los objetivos son de carácter político, necesitará de poder o capacidad política. En resumen las capacidades o el poder, al menos para fines didácticos, son de diferentes tipos, de acuerdo con los objetivos que permitan alcanzar; en este sentido debemos explicar y entender el poder político. Para aclarar este concepto, es necesario explicar aún más el término político, o el significado de objetivos políticos, comenzando por precisar que el hombre es un ser de relación, es decir, que por razones axiomáticas, nace, vive, se reproduce y muere con sus semejantes, siempre en relación con los demás, nunca solo (a no ser que se trate de una fábula como en Robinson Crusoe). En esa vida de relación y por causas que se analizarán más adelante, al tratar el tema del origen del poder político, en un momento histórico se le presenta la disyuntiva de la relación entre superior e inferior, entre señor y hombre común, es decir, la relación de dominación, de sometimiento, la relación de desigualdad social. En ese momento aparece el objetivo de ser dominantes o de no ser dominados, aparece la esencia, el núcleo de la política, aparece la finalidad, el objetivo político y quien o quienes lo logran tendrán capacidad política, tendrán poder político; los demás serán objeto del poder político, serán sometidos a él. En otras palabras, la política o lo político, hace relación a la actividad social humana que se caracteriza por la dominación, es decir por tener de un lado, quien o quienes deciden y comandan y en el otro, quienes reciben la orden o decisión y obedecen . Los primeros son quienes tienen el poder político, los segundos
quienes "padecen" o reciben los efectos de ese poder. ¿Por qué unos están en la primera posición y otros en la segunda? La respuesta puede ser dada en términos de los factores que determinan la capacidad de dominación, explicados anteriormente, y sobre lo cual se volverá cuando tratemos el tema del origen del poder político. Entonces política se refiere a una realidad de comportamiento humano o praxis: actividad específica que constituye un esfuerzo para la posesión de un poder o la formación de una decisión; es la acción que inclina las voluntades ajenas: la acción que tiende al concierto de voluntades y que no ofrece importantes diferencias de modo, cualquiera sea la empresa servida por ella. En resumen la política concebida esencialmente como actividad implica necesaria y simultáneamente una relación. La política es actividad en relación y relación en actividad; relación de hombre. Pero se trata de un tipo específico y especial de actividad, de modo que, cualesquiera sean las manifestaciones de su forma y cualquiera sea su finalidad (aspecto contingente), implica siempre una diferenciación y una jerarquía entre los hombres, traducida en vínculos dinámicos de mando y obediencia (aspecto permanente), esencialmente fundamentados en la fuerza física, utilizada legítimamente, no en el sentido de "acorde con el derecho" sino como fuerza suprema e indiscutible en el grupo social.
TEORÍAS SOBRE LA POLÍTICA Existen numerosas concepciones sobre la política orientadas a definir la naturaleza de sus contenidos que, pueden ser expuestas en dos englobantes categorías: A. La concepción totalitaria , considera la política como una disciplina de lo social, del ser colectivo, que define los vínculos entre los hombres como vínculos de subordinación o dependencia. En esta concepción podemos ubicar a las doctrinas políticas que sitúan el origen del contenido político en la división de la sociedad en "clases", tanto como las que ponen ese origen en manos de las "élites". B. La concepción liberal , también entiende la política como una disciplina de lo social, que considera las relaciones humanas en el más absoluto plano de igualdad, sin establecer distinciones esenciales entre los asociados, aceptando sólo las impuestas por la lógica de la división del trabajo, en términos de una fuerza representante de los objetivos del grupo, cuya orientación se dirige a lograr los fines de la cultura. En esta concepción se sitúan las denominadas teorías contractualistas que, hacen originar la naturaleza de los contenidos políticos en un "pacto social".
DISTINTAS CLASES DE PODER POLÍTICO Se pueden resumir aquí, los diferentes elementos y clasificaciones de los más importantes estudiosos de la política. Jean-Jacques Rousseau: Desde que Rousseau situó la soberanía en la voluntad general del pueblo, se han vertido diversas interpretaciones del Poder encarnado por el mismo. Ahora bien, hasta ahora, no se ha clarificado debidamente la distinción entre el Poder del pueblo y el Poder del Estado, como si ambos Poderes, fueran coincidentes y tuvieran el mismo sustrato. Algún politólogo considera que dentro de las formas de Poder político del pueblo existen las siguientes categorías de Poderes: "el Poder revolucionario del pueblo, el Poder electoral del pueblo, el Poder en el Estado o Poder de autoridad (dirección, gobierno), el Poder del Estado y el Poder dentro del Estado". El Poder del pueblo, para nosotros, es el Poder que el pueblo unido detenta como colectividad; este Poder permanece en estado gaseoso mientras está concentrado en manos de la sociedad; se hace operativo, cuando es deferido al gobernante, transformándose entonces en Poder político. El Poder del Estado, el cual más detenidamente estudiaremos, es por el contrario, el Poder gestado por la voluntad de la colectividad al devenir sociedad política. Mientras el Poder del pueblo es un Poder nacido por y para el individuo, esto es, pura y simplemente para un conjunto humano, el Poder del Estado es un Poder del grupo humano organizado, en tanto en cuanto forma una colectividad estructurado como cuerpo político. Héctor R. Orlandi cataloga como una especie de Poder político al Poder de elección del pueblo, considerando que el mismo entraña un "Poder de representación y de gobierno, de elegir y de consentir, de decidir una determinada política. Este es siempre por naturaleza Poder representativo y esa constituye la nota característica del Gobierno constitucional y moderno".
Carlos P. Mastrorilli y Silviu Brucan: Mastrorilli, por su parte, trata de distinguir entre el Poder modificatorio en general y el Poder-objeto. La diferencia entre ambos radica en que el segundo implica "a su vez, la subordinación de los otros poderes operantes en la sociedad. En este sentido, el Poder objeto de la política es el mando supremo, la autoridad política superior, la conquista del Estado, en suma". Según Brucan, la sociedad política socialista, como la sociedad política capitalista, no se reduce pura y simplemente a un mero artilugio burocrático, a un aparato administrativo, en la praxis diaria de gobierno; ese Estado se ha convertido prioritariamente en un "agente del Poder, nacido de la victoria de las masas proletarias dirigidas por los comunistas sobre el Poder del Estado burgués, y ha nacido de la lucha de clases... -en ese esquema socialista- una cosa es patente, a saber, que las circunstancias históricas han hecho que sea necesario el fortalecimiento y la centralización del Poder estatal, en vez de su desaparición paulatina". Paradoja histórica: frente a la desaparición del Estado preconizada por Marx y Engels, se alzan en los regímenes de cuño marxista una máquina estatal, cada día más todopoderosa, omnímoda, que como gigantesco Leviatán, lo controla todo, educación, economía, ideología, propaganda, planificación, deporte, etc. Escuela Crítica :Una de las cabezas pensantes más relevantes del Instituto para la Investigación Social (La Escuela de Frankfurt), fue sin duda Max Horkheimer, sucesor en 1937 de Carl Grünberg, en la dirección de la misma. El autor de Los orígenes de la filosofía burguesa de la historia -a su vez doctorando bajo la dirección Cornelius- "a menudo caprichoso y temperamental", destaca desde su óptica marxista en
su libro, Sociedad, en transición. Estudios de filosofía social , que en el plano puramente teórico, el Poder debería ubicarse en los no-gobernantes. Se hace necesario -dice- que los gobernados "sigan continuamente los asuntos de su país, ya que se trata de su conciencia. Aquí la conciencia equivale a la idea de lo que es mejor para el todo. Entre el egoísmo personal del individuo privado y aquello que él considera como el interés de su país, existe una diferencia aun cuando ambas cosas puedan converger".
Max Adler: En la sociedad solidaria de Adler, el Poder se desenvuelve en una coerción que no se impone como dominación, sino como un sistema donde prevalece la autonomía, de tal suerte que no se da el dominio de un individuo sobre otro, sino en todo caso "una dominación de todos sobre todos. La coerción ejercida aquí es resultado únicamente de las condiciones de vida y de trabajo de todos; nadie la siente, pues, como una coerción, sino como una reglamentación de todas las circunstancias individuales de trabajo y de vida en el seno de esta sociedad". No obstante, frente a la posición de Adler, que contempla el papel de la coerción, como régimen de autonomía o de dominación, según el sistema político sea solidario o insolidario, tiene fuertes contradictores; de una parte, se reconoce que aún en la misma comunidad solidaria, coexisten individuos que no admitirán "el orden establecido, que será necesario, pues, ejercer una coerción sobre ellos, exactamente como bajo un régimen de dominación. La segunda objeción, que parece aún más convincente, hace resaltar que, incluso en una sociedad solidaria, se encontrarán siempre diferencias de opinión con relación a la importancia o a la necesidad de determinadas leyes sociales, de forma que se podría crear una minoría dominada por una mayoría". El Poder político como fenómeno que afecta a toda una colectividad humana debe ser -de hecho lo ha venido siendo desde la Antigüedad- objeto de estudio profundo por parte de filósofos, sociólogos, politólogos, etc. Si la política se ha venido considerando como un arte complejo de lucha por el Poder, la política alzada en el pedestal del Poder político es una técnica, una forma o modus operandi de gobernar mediante la instrumentación de órdenes o mandatos; en este sentido ese comportamiento humano, especialmente el del gobernante con el gobernado, deben ser objeto de estudio por parte de la Ciencia. El Poder político debe sintonizar su "causa con la de la ciencia para que el sostenimiento de la investigación se convierta en asunto de Estado: el avance de la ciencia por sí misma, aunque sea en la última fila de sus prioridades, no por ello ha dejado de convertirse en uno de sus objetivos. Y este objetivo nos remite evidentemente, una vez más, a una concepción instrumental de la ciencia". El Poder y la Iglesia como Institución La doctrina de la Iglesia Católica ha sido siempre respetuosa con el principio de obediencia al Poder legítimamente constituido, desde San Pablo hasta el Concilio Vaticano II. En un radio mensaje que S. S. Pío XII dirigió en la 6° navidad de guerra, con fecha de 24 de diciembre de 1944, destinado a tratar el tema de la democracia, el Sucesor de Pedro, subraya la obligatoriedad del deber de obediencia que tienen los ciudadanos con respecto a los gobernantes; si los "hombres, valiéndose de su libertad personal, negasen toda dependencia de una autoridad superior provista del derecho de coacción, por el mismo hecho socavarían el fundamento de su propia dignidad y libertad o, lo que es lo mismo, aquel orden absoluto de los seres y los fines". En el Concilio Vaticano II, al tratar el tema del reconocimiento de los poderes públicos, se exhorta a todos "pero principalmente a aquellos que cuidan de la educación de otros, a que se esmeren en formar hombres que, acatando el orden moral, obedezcan a la autoridad legítima". La conveniente obediencia que el ciudadano debe prestar al gobernante legalmente investido de su Poder, como ya preconizaba San Pablo en su Epístola a los romanos, es recogida con todo rigor veinte siglos después, en el último Concilio de la Iglesia Católica. El derecho de acatamiento que como patrimonio particular que corresponde a las autoridades, legítimamente investidas del Poder político, ha venido siendo tradicionalmente sancionado por la doctrina de la Iglesia Católica. En esa línea de pensamiento, el Poder civil está facultado para hacerse obedecer y para hacer efectivas sus órdenes o mandatos; no otra cosa determina la Carta Encíclica Graves de Communi de 18 de enero de 1901, cuando destaca que debe evitarse "asimismo, encubrir bajo la denominación de democracia cristiana el propósito de insubordinación y oposición a las autoridades legítimas, porque las leyes natural y cristiana prescriben reverencia a los que, según su grado, rigen la sociedad, y obediencia a sus preceptos justos". El Poder político, como Poder que ejercita el gobernante, tiene la facultad de contradecir, de dominar y de coaccionar. El gobernante, mientras permanece en su puesto, usufructúa el derecho de imponer no su voluntad, sino su criterio conformado al interés general, al bien común. El Poder del gobernante, como mis a scéne del Poder político, implica un haz de facultades tendentes a facilitar la tarea de regir los destinos de un país. Ese haz de facultades tendentes a propiciar la tarea de regir los destinos de un país reúne un cúmulo de posibilidades de actuación de varia índole, "morales, económicos, sociales y militares integrados en un proceso esencialmente unitario si ha de ser estable. Sobre la tierra existen
configuraciones de Poder consecuentes consigo mismas, sean éstas capitalistas o comunistas, totalitarias o democráticas, en las que los ingredientes de Poder están suficientemente amalgamados". El Poder político es la yuxtaposición de la auctoritas y la potestas. Un Poder político reducido simplemente a la auctoritas sería el ideal en una comunidad de ángeles, mas en una sociedad donde irrumpen por doquier pasiones, odios, resentimientos y envidias humanas, el Poder político precisa del auxilio de las potestas, necesita en ocasiones verse amparado por la fuerza. Por otra- parte, el Poder político, en resumen, no lo ostenta, quien lo apetece, quien lo desea, "sino quien puede. De ahí que, en ocasiones, los detentadores formales del Poder puedan encontrarse impotentes, de la misma manera que aparecen líderes políticos poderosos antes de haberse producido su investidura formal como ejecutivos del Poder".
CLASIFICACIONES DEL PODER POLÍTICO Estas clasificaciones tienden, desde diferentes puntos de vista, a mostrar modalidades de expresión del poder político. Por los Contenidos En primer término, y desde el punto de vista de los contenidos de la Política, tenemos: El poder político autocrático. Cuya representación confunde al poder político con el Estado. Se tiene por un mecanismo de opresión social en beneficio de los intereses de una clase o como el resultado de las calidades propias de las "élites". El poder político liberal. Distingue entre el Poder Político y el Estado. Este último es un mecanismo inventado como medio de expresión del poder político, para que fomente y construya la civilización que le define aquél, a través de mecanismos democráticos.
Bertrand Russell: Este filósofo político hizo famosa la distinción entre: El poder tradicional . El caso donde impera el consentimiento. El poder revolucionario. Entendido por los factores ideológicos y "virtuosos" de los hombres u hombreleader. El poder desnudo. Es decir, la fuerza física, la coacción.
Maurice Duverger: Este otro estudioso francés, polifacético de la sociología política, presenta dos clases de poder político: El poder inmediato . Se presenta en niveles primitivos de desarrollo político y social y se caracteriza por su modo de ser casi impersonal, difuso y generalizado en las creencias y prácticas consuetudinarias del grupo. El poder institucionalizado . Correspondería a niveles de alto desarrollo cultural, económico y político, y se caracteriza por los controles, frenos y contrapesos (generalmente contenidos en normas) que su ejercicio tendría. Max Weber: Este científico social alemán, muy influyente en el mundo de las ciencias histórico-sociales, analiza las diferentes clases de poder denominándolas: poder tradicional, carismático y legal. Estos tres tipos de poder se fundamentan en la diferente legitimidad que les sirve de j ustificación. Entonces, desde el punto de vista de las "justificaciones internas", que hacen aceptable el poder político y de los "medios externos" que utiliza para su funcionamiento lo clasifica así: El poder tradicional. Cuyo fundamento se encuentra en el eternel hier (el pasado eterno), es decir, en las costumbres santificadas por su validez inmemorial y por el hábito enraizado en el hombre de respetarlas; se basa en la tradición, es decir en la fuerza del ayer. Este fue el ejercido por los patriarcas y los señores feudales en el pasado. El poder carismático. Funda su autoridad sobre la gracia personal y extraordinaria de un individuo (carisma); se caracteriza por la devoción personal de los súbditos a la causa de un hombre y por la confianza a una sola persona en tanto que ella se singulariza con cualidades prodigiosas para el heroísmo u otras particularidades ejemplares que lo hacen jefe. Es así como se basa en la "gracia", en la virtud del líder o líderes políticos y detentadores del poder. Es el poder que ejerció el profeta, o el jefe de una guerra elegido, el soberano plebiscitado, el gran demagogo, o el jefe de un partido político.
El poder legal. Tendría una legitimidad racional, fundada en normas impersonales, en instituciones de
derecho, que comprenden y obligan a las dos partes comprometidas en la relación política, esto es, a los gobernantes y a los gobernados. Representa la autoridad que se impone en virtud de la "legalidad", en virtud de la creencia en la validez de un estatuto legal y de una "competencia" positiva que proviene de reglas establecidas racionalmente; en otros términos, es la autoridad fundada sobre la obediencia de reglamentos establecidos. Este es el poder político tal como lo ejerce el "servidor del Estado" moderno, es decir, el burócrata. El profesor Weber, reconoce como cierto que en la realidad social se encuentran muy raramente estas clases de poder en su forma pura; suelen presentarse combinadas. George Bourdeau: Para este politólogo francés, la existencia misma del Estado introduce en el estudio de este fenómeno general, que es el Poder político, incuestionables complicaciones. En efecto, mientras la situación es sencilla en el régimen de Poder individualizado el Poder político dentro de los países con régimen comunista está fuertemente robustecido y consolidado en razón de que el enorme aparato burocrático creado por dicho sistema posibilita que la clase dirigente del Partido según Milovan Djilas, "saca su Poder, su prestigio, su ideología y sus costumbres de una forma específica de propiedad -la propiedad colectiva- que ella rige y distribuye en nombre de la nación y de la sociedad... los cuales sienten bien, instintivamente, que los bienes nacionales son, de hecho, su propiedad exclusiva, y que los términos régimen socialista, patrimonio nacional, propiedad del Estado, son una ficción hipócrita legalizada". Desde el punto de vista de su manifestación histórica nos presenta las siguientes clases de poder político, que corresponderían al orden lógico y cronológico en su formación y aparición en las sociedades: El poder anónimo. Se encuentra difuso en la masa sometida al conformismo riguroso que imponen las costumbres y creencias. Es característico de las comunidades primitivas, y no tiene un titular preciso. Este, el de la sociedad fetichista primitiva, llamado por Duverger "poder inmediato", es difuso, incierto y se halla en el grupo, a manera de costumbre, tradiciones, prácticas y símbolos de la sociedad El poder individualizado. Aparece más adelante en la sociedad política, cuando las necesidades económicas o las luchas con los grupos vecinos vienen a imponer la dirección de un jefe, el poder se encarna en un hombre, el más fuerte, el más sabio, o el más hábil, quien lo ejerce como una prerrogativa personal, por cuanto su titularidad proviene de su valor propio.
Este, que corresponde a una etapa ulterior del desarrollo social, en su comparación equivaldría a lo que Russell llama poder desnudo, pues depende esencialmente de la fuerza del jefe o líder político. A pesar de que este poder contribuye a la cohesión del grupo social y a la afirmación de su autonomía, resulta impropio desde cuando la conciencia política del gobernado se hace más exigente. En efecto, encarnado en un hombre, el poder desaparece con él, está a merced de una rivalidad entre jefes; y sobre todo, sólo puede justificarse por la fuerza –material o moral- de quien lo ejerce. Esta legitimidad no es suficiente, por cuanto no excluye la posibilidad d la acción arbitraria. En resumen, la ausencia de continuidad, y la deficiencia de su legitimidad, condenan, según Burdeau, el poder individualizado a su descalificación. El poder institucionalizado. Es la consecuencia ulterior del desarrollo humano y se identificaría con el poder estatal (el Estado siendo la institución de instituciones) y su significado sería igual al enunciado por Duverger. En razón de los inconvenientes que presenta el poder individualizado, los hombres imaginaron otra forma de poder político. En lugar de considerar que el poder es una prerrogativa, propia de quien lo pone en marcha, inventaron un soporte del poder que fuera independiente de sus titulares (personalidades gobernantes). Ese soporte, es el Estado. El Estado es el titular abstracto y permanente del poder político, del cual los gobernantes sólo tienen un ejercicio pasajero. Sin que sea fácil precisarlo, hay un momento en las sociedades políticas -en Colombia, puede situarse en 1810- en el cual las calidades personales de un jefe son incapaces de justificar la autoridad que él ejerce. La conciencia política de los súbditos, tornándose más sensible, rechaza considerar que toda la organización social reposa sobre la voluntad incondicional de un individuo. En esta forma, afirma Burdeau, se lleva a la práctica la idea de deslindar el poder político del individuo que lo ejerce. Hermann Heller: Desde el punto de vista de sus relaciones con la organización nos trae una clasificación del poder en general en: "poder de la organización", "poder sobre la organización" y "poder en la organización". Esta corriente de pensamiento se identifica con el marxismo.
Las investigaciones de Heller "encierran importancia suma porque analizan y relativizan la sociedad, desembocando en lo que a la teoría del Estado respecta, en la idea de que toda vida común humana es una vida común determinada por normalidades y normatividades, ordenada siempre de algún modo. La ordenación de la coexistencia es, así, un fenómeno de la sociedad y no, en primer término, del Estado. Pero la capacidad de obrar para fines comunes no nace en la sociedad, simplemente en virtud de esa ordenación, sino sólo mediante un proceso que se llama organización. La organización es aquel proceso por el cual se ponen a contribución y se aplican unitariamente actividades individuales de carácter social para lograr una acción común, conforme a un plan". Entonces, en toda organización dice Heller hay que distinguir: El poder de la organización. Es decir, el poder producido en lo interior y lo exterior por la acción combinada de todos los miembros de la organización, el volumen de su capacidad de acción en cuanto conjunto. Puede, hasta cierto grado, medirse (por ejemplo, bajo la forma del crédito del Estado), pero no se puede localizar en órgano alguno. El sujeto de este poder es la misma organización. Indicaría la fuerza, la capacidad que se desprende del trabajo social organizado. En la producción nacional, se tendría un ejemplo de poder de la organización. El poder sobre la organización. La cuestión del portador del poder de la organización, del poder que produce el ser y el modo de la organización. Este poder puede ser inmanente o trascendente a la organización (organizaciones que se organizan así mismas o que son organizadas desde fuera). Este es esencialmente el poder político: nace de la sociedad, de la organización, pero se coloca por encima de ella, precisamente para conducirla según los intereses del grupo o de la clase dominante. El poder en la organización. Sería la capacidad de las personas miembros del grupo organizado, en el sentido de que sus capacidades, su poder, dependen de estar en el grupo, dentro de la organización. Por fuera no las tendría. Aquí está patente la cuestión de la o de las personas (mayoría) que actualizan, ejercen, en el caso concreto, el poder de la organización. El que ejerce este poder puede identificarse como el portador. El poder de la organización es un poder objetivo, que muestra la capacidad del conjunto (por ejemplo sociedad) para lograr su fines. Mientras los poderes "en" y "sobre" la organización son subjetivos, representan un poder identificable dentro o fuera de la organización. El poder que tiene el gobernante es "en" el Estado pero nunca posee el poder "del" Estado. El poder del Estado es soberano, es decir, es la organización normalmente más fuerte dentro de su territorio. Este poder puede ser, un poder "en" la sociedad, pero puede convertirse en un poder "sobre" la misma, si las circunstancias lo exigen para su predominio. Puede decirse, entonces, que para Heller, el poder del Estado puede ser un poder "sobre" la organización. Resumiendo, tenemos, que el poder en general, como fenómeno, se manifiesta como poder "de" la organización o sea como capacidad de ésta para realizar su fin como resultado de la actividad de la organización; como poder "en" la organización, o sea como capacidad de coordinación y dirección, cuyo carácter es eminentemente técnico y corresponde a quienes orientan o coordinan actividades, y como poder "sobre" la organización que es la capacidad para disponer de la organización y de lo que ella produce. El poder público, en su manifestación extrema, como en los regímenes autoritarios, es un poder "sobre" la organización. La Dogmática Jurídica Desde el punto de vista de la dogmática jurídica, el poder político se ha clasificado en: Poder de hecho. Que tiene su fundamento en la fuerza de que dispone, en la coacción física o moral, exclusivamente. Poder de derecho. Cuyo fundamento es el reconocimiento de su legitimidad, es un poder aceptado; también se le denomina autoridad, del latín auctoritas, auctoritatis, que significa competencia atribuida a una persona para hacer una cosa. Supone un derecho en quien lo ejerce y una obligación frente a él, por parte de los gobernados.
LECTURA COMPLEMENTARIA
CONTRATO SOCIAL
Libro Primero Quiero averiguar si, en el orden civil puede haber alguna norma de administración legítima y segura, tomando a los hombres tal y como son y a las leyes tal y como pueden ser. Intentaré conjugar siempre en esta investigación lo que me permite el derecho con lo que prescribe el interés, de manera que la justicia y la utilidad no se contrapongan. Entro en materia sin demostrar la importancia del tema. Se me preguntará si soy acaso un príncipe o un legislador para escribir sobre política. Contestaré que no y que por eso mismo escribo sobre política. Si fuese un príncipe o un legislador no perderían el tiempo diciendo lo que hay que hacer; lo haría o me callaría. Habiendo nacido ciudadano de un Estado libre, y miembro del soberano, por mínima que sea la influencia que mi voz pueda ejercer en los asuntos públicos, el derecho de voto me impone el deber de instruirme en tales temas, contento, cada vez que reflexiono sobre los gobiernos, de encontrar siempre nuevas razones para amar al de mi país. CAPÍTULO I Tema de este Primer Libro El hombre ha nacido libre y en todas partes se encuentra encadenado. Algunos se creen los amos de los demás aun siendo más esclavos que ellos. ¿De qué manera se ha producido este cambio? Lo ignoro. ¿Qué puede hacerlo legítimo? Creo poder resolver esta cuestión. Si no tomase en consideración más que la fuerza y el ocio que se deriva de ella, diría que mientras un pueblo se ve obligado a obedecer y obedece, hace bien, pero que, cuando puede sacudirse el yugo y consigue liberarse, hace todavía mejor, porque, al recobrar la libertad basándose en el mismo derecho por el que le han quitado o tiene motivos para recobrar el mismo derecho, por el que había sido despojado de ella, está legitimado para recuperarla, o no estaba el que se la arrebato. Sin embargó, el orden social es un derecho sagrado que sirve de base a todos los demás habitantes. Mas este derecho no procede de la naturaleza, sino que se fundamenta en convenciones. Se trata pues de averiguar cuáles son estas convenciones. Pero antes debo demostrar lo que acabo de exponer. CAPÍTULO II Las Primeras Sociedades La más antigua de todas las asociaciones y la única natural es la de la familia. Sin embargo, los hijos no permanecen vinculados al padre sino el tiempo necesario para su conservación. En Cuanto esta necesidad desaparece el lazo natural se rompe. Los hijos al verse libres de la obediencia que deben a su padre, recuperan la independencia, al igual que el padre, que se ve libre de los cuidados que debía a sus hijos. Si continúan unidos, ya no es de manera natural, sino, voluntariamente, y la familia misma sólo se, mantiene por convención. Esta libertad común es una consecuencia de la naturaleza humana, cuya primera ley es, velar por la propia conservación. Los primeros cuidados del hombre son los que se debe a sí mismo, y en cuanto alcanza el uso de la razón, al ser él quien tiene que juzgar, cuáles son los medios más apropiados para su conservación, se convierte en su propio amo. La familia es; por tantos, el primer modelo de sociedad política; el jefe es semejante al padre, y el pueblo a los hijos, y, al ser todos, por nacimiento, iguales y libres, sólo renuncian a su libertad a cambio de su utilidad. La única diferencia .consiste en que, en la familia, el amor del padre por, sus hijos le compensa por todos los cuidados que les dispensa, mientras que, en: el Estado, el placer de mandar sustituye a ese amor que el jefe no siente por sus pueblos.
Grocio niega que todo poder humano haya sido establecido en beneficio de los gobernados y cita la esclavitud como ejemplo. Su método de razonamiento fundamenta siempre el derecho por el hecho. Se podría utilizar una forma más consecuente de razonar, pero no tan razonable para los tiranos. Según Grocio, es difícil decir si el género humano pertenece a una centena de hombres, o si, por el contrario, esta centena de hombres pertenece al género humano; en su .libro parece más bien inclinarse por la primera tesis, y éste es también el parecer, de Hobbes. Nos encontramos así a la especie humana dividida en, rebaños de ganado cada uno con un jefe que lo protege para devorarlo. De la misma manera que un pastor tiene una naturaleza superior a la de su rebaño, los pastores de hombres, que son sus jefes, tienen asimismo una naturaleza superior a la de sus pueblos. Así, razonaba según nos cuenta Filón, él emperador Calígula, y de esta analogía sacaba la conclusión de que los reyes eran dioses o los Pueblos eran bestias. «Las sabias investigaciones sobre el derecho público, no son, a menudo, más que la historia de los antiguos abusos, y se obstina erróneamente quien se molesta en estudiarlos demasiado» (Troné manuscrit des intérets de la Fr.: nvec ses voisim; par M.LM.D'A.). Eso es precisamente lo que ha hecho Grocio. El razonamiento de Calígula es semejante al de Hobbes y al de Grocio. Antes que todos ellos, ya había dicho también Aristóteles que los hombres no son por naturaleza iguales sino que unos nacen para ser esclavos y otros para dominar. Aristóteles tenía razón, pero confundía el efecto con la causa. Todo hombre nacido en esclavitud nace para la esclavitud nada más cierto. Los esclavos pierden todo viviendo entre cadenas, hasta el deseo de romperlas; aman su servidumbre al igual que los compañeros de Ulises amaban su embrutecimiento. Si hay, pues, esclavos por naturaleza es porque ha habido esclavos contra naturaleza, es porque la fuerza ha creado a los primeros esclavos; su cobardía los ha perpetuado. Nada se ha mencionado al rey Adán ni al emperador Noé, padre de tres grandes monarcas que se repartieron el universo, como hicieron los hijos de Saturno, en quienes se creyó reconocer a éstos. Espero que se me agradezca esta moderación, porque, descendiendo directamente de uno de estos príncipes, y tal vez de la rama primogénita, ¿quien sabe si, mediante la verificación de los títulos, no resultaba ser yo el legítimo rey del género humano? En cualquier casó no se puede negar que Adán fue soberano del mundo, al igual que Robinsón lo fue de su isla mientras fue su único habitante, y la comodidad de un imperio como ese consistía en que el monarca, seguro en su trono no debía temer ni rebeliones, ni guerras, ni conspiradores. CAPÍTULO III Del Derecho del más fuerte El más fuerte no es, sin embargo, lo bastante para ser siempre el amo, si no convierte su fuerza en derecho y la obediencia en deber. De ahí el derecho del más fuerte, que irónicamente se toma como un derecho en apariencia, pero que realmente se constituye en un principio. Pero ¿no se nos explicará nunca ésta palabra? La fuerza es una capacidad física, de cuyos efectos no veo qué clase de moralidad puede derivarse. Ceder ante la fuerza es un acto de necesidad, no de voluntad; o, en todo caso, es un acto de prudencia. ¿En que sentido podría ser un deber? Supongamos por un momento que se trata de un derecho, como se pretende. De ello sólo resulta un galimatías inexplicable, porque, desde el momento en que es la fuerza la que constituye el derecho, el efecto cambia con la causa; toda fuerza capaz de sobrepasar a la anterior se convierte en derecho. Desde el momento en que es posible desobedecer impunemente; es legítimo hacerlo, y, puesto que el más fuerte es quien siempre tiene razón, lo único que hay que hacer es conseguir ser el más fuerte.
Ahora bien, ¿qué clase de derecho es el que desaparece cuando la fuerza cesa? Si hay que obedecer por fuerza, no es necesario obedecer por deber, y, si no se está forzado a obedecer, no se tiene obligación de hacerlo. Se constata así que la palabra «derecho» no añade nada a la fuerza y que aquí no significa nada en absoluto. Obedeced al poder. Si esto significa que es necesario ceder a la fuerza, el precepto es bueno, aunque superfluo, y puedo asegurar que no será violado jamás. Todo poder procede de Dios, lo confieso, perotodas las enfermedades proceden igualmente de El. ¿Significa esto que esté prohibido acudir al médico? Si un ladrón me sorprende en un rincón del bosque, no tendré más remedio que entregarle la bolsa; pero, si pudiese evitar entregársela, ¿estoy en conciencia obligado a dársela?, porque, al fin y al cabo, la pistola que esgrime es también un poder. Convengamos pues, en que la fuerza no constituye derecho, y que únicamente se está obligado a obedecer a los poderes legítimos. De este modo mi pregunta primera surge de nuevo en cuestión. CAPÍTULO IV De la Esclavitud Puesto que ningún hombre tiene una autoridad natural de sus semejantes; y puesto que la naturaleza no produce ningún derecho, sólo quedan las convenciones como único fundamento, de toda autoridad legítima entre los hombres. Si un particular, dice Grocio, puede enajenar su libertad y convertirse en esclavo de un amo, ¿por qué no podría un pueblo entero enajenar la suya y convertirse súbdito de un rey? Hay, aquí muchas palabras equivocadas que necesitarían una explicación, pero atengámonos al termino enajenar». Enajenar significa dar o vender. Ahora bien, un hombre, que se hace esclavo de otro no se da, se vende, al menos a cambio de su subsistencia. Pero ¿por qué se vende un pueblo? No solamente un rey no proporciona sus súbditos la subsistencia, sino que consigue la suya gracias a ellos, y, según dice Rabelais, no son los reyes precisamente los que viven menos años. ¿Otorgan, por tanto, los súbditos sus personas con la condición de que también sus bienes sean aceptados? No logro comprender que les quedaría entonces. Se diría que el déspota garantiza a sus súbditos la tranquilidad civil. De acuerdo: Pero ¿qué ganan ellos si las guerras que ocasiona su ambición, si su insaciable avidez, si las vejaciones de sus ministros, les afligen más que sus propias rencillas? ¿Qué ganan ellos si esa misma tranquilidad es una de sus miserias? También en los calabozos se vive tranquilo, ¿es éste suficiente motivo para encontrarse bien en ellos? Los griegos encerrados en la caverna del Cíclope vivían, tranquilos a la espera de que les llegase el turno para ser devorados. Decir que un hombre se entrega gratuitamente es decir una cosa absurda e inconcebible. Un acto de este tipo es ilegítimo y. nulo por el solo hecho de que quien lo realiza no está en su sano juicio. Decir todo esto de un pueblo es suponer que todo el pueblo está loco, y la locura no produce ningún derecho. Aunque cada .hombre pudiese enajenar su propia persona, no podría enajenar la de sus hijos; éstos nacen hombres libres, su libertad les pertenece, y nadie más que ellos mismos puede, disponer de ella. Antes de que lleguen al uso de la razón, el padre puede, en su nombre, estipular, las condiciones de su conservación, en función de su bienestar; pero no puede entregarlos de forma irrevocable y sin condiciones, porque una tal entrega va en contra, de los fines de la. Naturaleza, y rebasa con creces los derechos de la paternidad. Para que un gobierno arbitrario fuese legítimo, sería necesario, pues, que en cada generación el pueblo fuese dueño de admitirlo o rechazarlo, pero entonces este gobierno dejaría de ser arbitrario. Renunciar a la libertad es renunciar, a la condición de hombre, a los derechos de, la, humanidad, e incluso a los deberes. No hay compensación posible para quien renuncia a todo.
Tal renuncia es, incompatible con la naturaleza del hombre, y eliminar la libertad a su voluntad implicaría arrebatar todo tipo de moralidad a sus acciones. En una palabra, es una convención vana y contradictoria el reconocer, por gana parte, una autoridad, absoluta y, por otra, una obediencia sin límites. ¿No está suficientemente claro que no se está obligado a nada respecto a quien se puede exigir todo, y esta única condición, sin equivalente, sin reciprocidad, no conlleva la nulidad del acto? Porque ¿a que derecho podría apelar mi esclavo contra mí, sí todo lo que él tiene me pertenece, y si al ser su derecho el mío, dicho derecho contra mi mismo se convierte en una palabra sin sentido? Grocio y los otros consideraban que la guerra es otro de los orígenes del pretendido derecho de esclavitud. El vencedor tiene según ellos, el derecho de matar al vencido y este puede comprar su vida a expensas de su libertad; convención tanto más legítima cuanto que redunda en beneficio de ambos. Pero es obvio que ese pretendido derecho de matar a los vencidos no procede en modo alguno del estado de guerra, por el hecho de que los hombres, mientras viven en su estado de independencia primitivo, no establecen entre si lazos lo suficientemente constantes para constituir estado de paz ni el estado de guerra. No son por tanto enemigos por naturaleza. Son las relaciones entre las cosas y no entre los hombres las que provocan la guerra, que no puede surgir de simples relaciones personales sino sólo de relaciones reales. La guerra privada o de hombre a hombre no puede existir ni en el estado de naturaleza, donde no hay propiedad, ni en el estado social, donde todo se encuentra bajo la autoridad de las leyes. Los combates particulares, los duelos, los desafíos, son actos, que no constituyen ningún Estado; y en cuanto a las guerras Privadas, autorizadas por las instituciones de Luís XI rey de Francia, y suspendidas por la paz de Dios, son abusos del gobierno feudal, sistema absurdo como ninguno, contrario a los principios del derecho natural y a todo buen gobierno. La guerra no es pues, una relación de hombre a hombre, sino una relación de Estado a Estado, en la cual los particulares no son enemigos más que accidentalmente, no en cuanto hombres, ni siquiera en cuanto ciudadanos, Sino en cuanto soldados; no como miembros de la Patria, sino como sus defensores. En una palabra, los Estados sólo pueden tener como enemigos a otros Estados y no a hombres, puesto que entre cosas de diferente naturaleza no se puede establecer ninguna relación verdadera. Los romanos, que han. Entendido y respetado el derecho de la guerra corno ninguna otra nación en el mundo, llevaban tan lejos sus escrúpulos a este respecto, que no estaba permitido a un ciudadano servir como voluntario sin haberse comprometido antes a combatir al enemigo, y más concretamente al enemigo de que se tratase. Habiendo sido reformada una legión en que Catón hijo hacía sus primeras armas bajo Popilio, Catón padre escribió a ésta que, si quería que su hijo continuase sirviendo a sus órdenes, era necesario que prestase un nuevo juramento militar, porque, habiendo sido anulado el anterior, no podía ya levantar las armas contra el enemigo. Y el mismo frecuentemente Catón escribió a su hijo que se guardara de presentarse al combate sin haber prestado un nuevo juramento. Sé que se me podrá objetar el caso del sitio de Clusium y otros hechos particulares, pero yo menciono leyes y costumbres. Los romanos son los que menos transgredían sus leyes los únicos que han tenido leyes tan hermosas. (Nota de la edición de 1782). Este principio se halla conforme con las máximas establecidas en todos los tiempos y con la práctica constante de todos los pueblos civilizados. Las declaraciones de guerra no son tanto advertencias, a la potencia cuanto a sus súbditos. El extranjero, sea un rey, sea un particular, o sea un pueblo; que roba, mata o detiene a los súbditos sin declarar la guerra al príncipe, no es un enemigo, es un salteador. Incluso en plena guerra un príncipe justo se apodera en un país enemigo de todo lo que pertenece al Estado, pero respeta la persona y los bienes de, los particulares; respeta los derechos sobre los cuales se fundamentan los suyos. Siendo el fin de la guerra la destrucción del Estado enemigo, es legítimo matar a los defensores en tanto en cuanto tienen las armas en la mano; pero en
cuanto se entregan y se rinden, cesan de ser enemigos o instrumentos del enemigo, vuelven a ser simplemente hombres y a partir de ese momento todo derecho sobre sus vidas desaparece. Algunas veces se puede matar al Estado sin matar a ninguno de sus miembros. Ahora bien, la guerra no concede ningún derecho que no sea necesario para sus fines. Estos principios no son los de Grocio, no están fundamentados sobre la autoridad de los poetas, sino que Procedan de la naturaleza de las cosas y están basados en la razón. En cuanto al derecho de conquista, no tiene otro fundamenta que la ley del más fuerte. Puesto, que la guerra no concede al vencedor el derecho dé masacrar a los pueblos vencidos, este derecho que no posee no puede fundamentar; el de esclavizarlos; sólo se puede matar al enemigo cuando no se le puede hacer esclavo; el derecho de esclavizarle no procede, por tanto, del derecho de matarle y es por ello, un cambio infame obligarle a comprar su vida, sobre la que no se tiene ningún derecho, a cambio de su libertad. Al fundar el derecho de vida y de muerte, sobre el de esclavitud, y éste sobre el de vida y de muerte, ¿no es obvio que se esté cayendo en un círculo vicioso? Aun admitiendo la existencia de ese terrible derecho a dar muerte, afirmo que un esclavo hecho en la guerra, o un pueblo conquistado, no están obligados a obedecer a su amo mas que porque se ven forzados a ello. Al apoderarse de algo equivalente a la vida, el vencedor no otorga gracia alguna: en vez de matar inútilmente, mata con provecho. No adquiere, sobre el vencido autoridad alguna unida a la fuerza, sino que, por el contrario, el estado de guerra subsiste entre ellos como antes, y su relación misma es un efecto de ello; la utilización del derecho de guerra no implica ningún tratado de paz. Han concluido un convenio. De acuerdo. Pero, este convenio no sólo, destruye el estado de guerra sino que supone su continuidad. Así, de cualquier modo que se consideren las cosas, el derecho dé esclavitud es nulo, no sólo porque es ilegítimo, sino porque es absurdo y no significa nada. Las palabras "esclavitud" y "derecho" son contradictorias y se excluyen mutuamente. El siguiente discurso será siempre igual de insensato, sea dirigido por un hombre a otro, o por un hombre a un pueblo:
CAPÍTULO VI Del Pacto Social Parto de considerar a los hombres llegados a un punto en el que los obstáculos que dañan a su conservación en el estado de naturaleza logran superar, mediante su resistencia, la fuerza que cada individuo puede emplear parar mantenerse en ese estado. Desde ese momento tal estado originario no, puede subsistir y el género perecería si no cambiase de manera de ser. Ahora bien, como los hombres no pueden, engendrar nuevas fuerzas, sino unir y dirigir las que existen, no tienen otro medio de conservarse que constituir, por agregación, una suma de fuerzas, que pueda exceder a la resistencia, ponerla en marcha con miras a un único objetivo, y hacerla actuar de común acuerdo. Esta suma de fuerzas sólo puede surgir de la cooperación de muchos, pero, al ser la fuerza y la libertad de cada hombre los primeros instrumentos de su conservación puede comprometerles sin perjuicio y sin descuidar los cuidados que se debe a sí mismo? Esta dificultad en lo que respecta al tema que me ocupa puede enunciarse en los siguientes términos. Encontrar en forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado y gracias a la cual cada uno, en unión de todos los demás, solamente se obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes.» Este es el problema fundamental que resuelve el contrato social. Las cláusulas de este contrato se encuentran tan determinadas por la naturaleza del acto que la más mínima modificación las convertiría en vanas y de efecto nulo, de forma que, aunque posiblemente jamás hayan sido enunciadas de modo formal, son las mismas en todas partes, y en todos lados están admitidas y reconocidas tácitamente, hasta que, una vez violado el pacto social, cada uno recobra sus derechos originarios y recupera su libertad natural, perdiendo la libertad convencional por la cual renunció a aquélla. Estas cláusulas bien entendidas se reducen todas a una sola, a saber: la alienación total de cada asociado con todos sus derechos a toda la comunidad. Porque, en primer lugar, al entregarse cada uno por entero, la condición es igual para todos y, al ser la condición igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa para los demás. Además, al hacerse la enajenación sin ningún tipo de reserva, la unión es la más perfecta posible y ningún asociado tiene nada que reclamar; porque si los particulares conservasen algunos derechos, al no haber ningún superior común que pudiese dictaminar entre ellos y el público, y al ser cada uno su propio juez en algún punto, pronto pretendería serlo en todos, por lo que el estado de naturaleza subsistiría y la asociación se convertiría, necesariamente, en tiránica o vana. Es decir, dándose cada uno a todos, no se da a nadie, y, como no hay ningún asociado sobre el que no se adquiera el derecho que se otorga sobré uno mismo, se gana el equivalente de todo lo que se pierde y más fuerza para conservar lo que se tiene. Por tanto, si eliminamos del pacto social lo que no es esencial, nos encontramos con que se reduce a los términos, siguientes: «Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, recibiendo a cada- miembro como parte indivisible del todo.» De inmediato este acto de asociación produce, en lugar de la, persona particular de cada contratante, un cuerpo moral y colectivo compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea, el cual recibe por este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad. Esta persona pública, que se constituye mediante la de todas las restantes, se llamaba en otro tiempo Ciudad-Estado, y toma ahora el nombre de república o de cuerpo político, que sus miembros denominan Estado, cuando es pasivo, soberano cuando es activo y poder, al compararlo a sus semejantes. En cuanto a los asociados, tornan, colectivamente el nombre de pueblo, y se llaman mas en concreto ciudadanos, en tanto son partícipes de la autoridad soberana, y súbditos, en
cuanto están sometidos a las leyes del Estado. Pero estos términos se confunden con frecuencia y se toman unos por otros; basta saber distinguirlos cuando se emplean con precisión. El verdadero sentido de esta palabra se ha perdido casi por completo moderadamente; la mayor parte de los autores confunde la ciudad con la Ciudad-Estado, y al burgués con el ciudadano. Ignora que las casas forman la ciudad pero que los ciudadanos forman la Ciudad-Estado. Este mismo error costó caro en otro tiempo a los cartagineses. Jamás he leído que el titulo de cines haya sido otorgado nunca a los súbditos de ningún príncipe, ni antiguamente a los macedonios ni en nuestros días a los ingleses, a pesar de que se hallan más cercanos a la libertad que todos los restantes. Tan sólo los franceses utilizan todos familiarmente este nombre de ciudadanos, porque no tienen ni idea de su verdadero significado, como puede verse en sus diccionarios; de no ser por ello cometerían, al usurparlo, un delito de lesa majestad; este término expresa para, ellos una virtud y no un derecho. Cuando Bodino quiso referirse a nuestros ciudadanos y burgueses cometió una grave equivocación al tomar a los unos por los otros M.d'Akmbert no se ha equivocado y ha diferenciado correctamente en su articulo «Ginebra», los cuatro órdenes existentes (e incluso cinco si contamos también a los extranjeros) en nuestra ciudad, de los cuales solamente dos constituyen la República. Ningún otro autor francés, que yo sepa, ha comprendido el verdadero significado de la palabra «ciudadano». CAPÍTULO VII Del Soberano Como se ve por esta fórmula, el acto de asociación encierra un compromiso recíproco del público con los particulares, y cada individuo, contratando, por así decirlo, consigo mismo, se halla comprometido por una doble relación, a saber, como miembro del soberano respecto a los particulares, y como miembro del Estado respecto al soberano. Pero no se puede aplicar aquí la máxima del derecho civil de que nadie está obligado a respetar los compromisos contraídos consigo mismo, porque hay mucha diferencia entre obligarse consigo mismo o con un todo del que se forma parte. Es preciso observar además que la deliberación pública, que puede implicar obligación de todos los súbditos hacia el soberano, debido a las dos diferentes relaciones bajo las cuales cada uno de ellos puede ser considerado, no puede, por la razón contraria, obligar al soberano para consigo mismo, y que, por tanto, es contrario a la naturaleza del cuerpo político que el soberano se imponga una ley que no pueda infringir. Al no poder considerarse más que una sola y misma relación, se encuentra en el caso de un particular: que contrata consigo mismo, lo que demuestra que no hay ni puede haber ningún tipo de ley fundamental obligatoria para todo el cuerpo del pueblo, ni siquiera el contrato social. Lo que no significa que este cuerpo no pueda comprometerse con otro en lo que no derogue este contrato porque en lo que respecto al extranjero es un simple ser, un individuo. Pero, al no proceder la existencia del cuerpo político o del soberanos más quede la santidad del contrato, no puede nunca obligarse, ni siquiera con respecto a otro, a nada que derogue este acto originario, como sería, por ejemplo, enajenar alguna parte de si mismo o someterse a otro soberano. Violar el acto por el cual existe sería destruirse, y lo que no es nada no produce nada. Tan pronto como esta multitud se reúne así formando un cuerpo, no se puede ofender a uno de sus miembros sin atacar al cuerpo, ni menos aún ofender al cuerpo sin que sus miembros se resientan. Así pues, el deber y el interés obligan igualmente a las dos partes contratantes a ayudarse mutuamente, y los mismos hombres deben procurar reunir bajo esta misma relación todas las ventajas que dependen de ella. Pero al no estar formado el soberano más que de los pelares que lo componen, no tiene ni puede tener intereses contrarios a los suyos. Por tanto, el poder soberano no tiene ninguna necesidad de garantía con respecto a los súbditos, porque es imposible que el cuerpo quiera perjudicar a
todos sus miembros y veremos a continuación que no puede perjudicar a ninguno en particular-. El soberano, por ser lo que es, es siempre lo que debe ser. Pero no ocurre lo mismo con los súbditos respecto al soberano, porque, a pesar de su interés común, nada podría garantizar el cumplimiento de sus compromisos si este no encontrase medios de asegurarse su fidelidad. En efecto, cada individuo puede, en cuanto hombre, tener una voluntad particular contraria o diferente a la voluntad general que tiene como ciudadano. Su interés particular puede hablarle de forma completamente diferente a como lo hace el interés común, su existencia absoluta y naturalmente independiente puede llevarle a considerar lo que debe a la causa común como una contribución gratuita, cuya pérdida será menos perjudicial para los demás que oneroso para él el pago, y, considerando a la persona moral que constituye el Estado como un ser de razón puesto que no es un hombre, gozaría de los derechos del ciudadano sin querer cumplir los deberes del súbdito, injusticia cuyo progreso causaría la ruina del cuerpo político. Para que el pacto social no sea, pues, una vana fórmula encierra tácitamente este compromiso, que sólo puede, dar fuerza a los restantes, y que consiste en que quien se niegue a obedecer a la voluntad general será obligado por todo el cuerpo: lo que no significa sino que se le obligará a ser libre, pues ésta es la condición que garantiza de toda dependencia personal, al entregar a cada ciudadano a la patria; condición bata que constituye el artificio y el juego de la máquina política, y que hace legítimos los compromisos civiles, los cuales sin ello serían absurdos, tiránicos, y estarían sujetos a los más grandes abusos. CAPÍTULO VIII Del Estado Civil Este paso del estado de naturaleza al estado civil produce en el hombre un cambio muy importante, al sustituir en su conducta la justicia al instinto, y al dar a sus acciones la moralidad que les faltaba antes. Es entonces solamente cuando la voz del deber reemplaza al impulso físico, y el derecho, al apetito, y el hombre, que hasta ase momento, no se había preocupado más que de el mismo, se ve obligado a actuar conformé a otros principios, y a consultar a su razón en vez de seguir sus inclinaciones. Aunque en esa situación se ve privado de muchas ventajas que le proporcionaba la naturaleza, alcanza otras tan grandes, al ejercerse y extenderse, sus facultades, al ampliarse sus ideas, al ennoblecerse sus sentimientos, al elevarse su alma entera, que, si los abusos de esta condición no le colocasen con frecuencia por debajo de la que tenía antes, debería bendecir sin cesar el feliz Instante qué le arrancó para siempre de aquélla, y que; de un animal estúpido y limitado, hizo un ser inteligente y un hombre. Sopesemos todo esto con, términos fáciles de comparar. Lo que el hombre pierde con el contrato social es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo lo que le apetece y puede alcanzar, lo que gana es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee. Para no equivocarse en estas, compensaciones, hay que distinguir claramente la libertad natural, que no tiene más límites que las fuerzas del individuo, de la libertad civil, que está limitada por la voluntad general, así como la posesión, que no es más que el efecto de la fuerza o el derecho del primer ocupante de la propiedad, que no puede fundamentarse más que en un título positivo. En el haber del estado civil se podría añadir a lo dicho anteriormente, la libertad moral, que es la única que convierte al hombre verdaderamente en amo de sí mismo, porque el impulso exclusivo del apetito es esclavitud y la obediencia a la ley que uno se ha prescrito es libertad. Pero ya he dicho demasiado sobre esta cuestión, y el significado filosófico de la palabra «libertad» no entra dentro de mi tema.
CAPÍTULO IX Del Dominio Real Cada miembro de la comunidad se entrega a ella en el momento en, que ésta se forma, tal ycomo se encuentra en la actualidad, se entrega con todas sus fuerzas; de las que forman parte los bienes que posee. No es que mediante este acto la posesión cambie de naturaleza al cambiar de manos, y se convierta en propiedad en las del sino que, como las fuerzas del Estado son incomparablemente mayores que las de un particular, la posesión pública es también de hecho, más fuerte y más irrevocable, sin ser más legítima, al menos para los extranjeros, porque el Estado es dueño, con respecto a su miembros, de todos sus bienes por el contrato social. Dicho contrato es, en el Estado, el fundamento de todos los derechos, pero, con, respecto a las otras potencias, el Estado sólo es dueño de dichos bienes por el derecho del primer ocupante, que procede de los particulares. El derecho del primer ocupante, aunque más real que el derecho del más fuerte, sólo se convierte en verdadero derecho una vez establecido el derecho de propiedad. Todo hombre tiene por naturaleza derecho a todo aquello que le es necesario; pero el acto positivo que le hace propietario de algún bien le excluye de los restantes. Establecida su parte, debe contentarse con ella, y no tiene ya ningún derecho sobre los bienes comunes. He aquí por qué el derecho, del primer ocupante, tan débil en el estado de naturalezas es respetable para todo hombre civil. Se respeta menos en, este derecho lo que es de otro que lo que no es de uno mismo. En general, para autorizar el derecho .del primer, ocupante sobre cualquier terreno son necesarias, las condiciones siguientes: primera, que este territorio no esté aún habitado por nadie; segunda, que no se ocupe de él sino la extensión necesaria para subsistir, y tercera, que se tome posesión de él, no mediante una vana ceremonia, sino por el trabajo y el cultivo, único signo de propiedad que a falta de títulos jurídicos, debe, ser respetado por los demás. En efecto, conceder a la necesidad y al trabajo el derecho de primer ocupaste, ¿no es otorgarle, la amplitud máxima que, puede tener? ¿Es factible no poner límites a este derecho? ¿Será suficiente con poner, los pies en un terreno común para pretender convertirse en su dueño? ¿Bastará tener la fuerza, necesaria para apartar por un momento a los restantes hombres, para quitarles el derecho de volver a él? ¿Cómo puede un hombre o un pueblo apoderarse de un territorio inmenso y desposeer te él, a todo el genero humano, sin que esto constituya una usurpación condenable puesto que priva al resto de los hombres de la morada y de los alimentos que la naturaleza les otorgó en común? Cuando Núñez de Balboa tomó posesión, en nombre de la Corona de Castilla, del mar del Sur y de toda, la América meridional, ¿legitimaba con ello la exclusión de todos los habitantes y de todos los príncipes del mundo? Siguiendo este ejemplo, estas ceremonias se multiplicaron vanamente, y al rey católico le bastó de repente con tomar posesión de todo él universo desde su despacho, suprimiendo tan sólo de su Imperio lo que anteriormente poseían los demás príncipes. Se concibe así cómo las tierras de los particulares reunidas y contiguas se transforman en territorio público, y cómo el derecho de soberanía, extendiéndose desde los súbditos al terreno que ocupan, se convierte a la vez en real y personal; esto coloca a los poseedores en una situación de mayor dependencia, convierte a sus propias fuerzas en garantía de su fidelidad. Ventaja que no parece haber sido bien comprendida por los antiguos monarcas, quienes llamándose reyes de los persas, de los escitas, de los macedonios, parecían considerarse más como jefes de los hombres que como señores de su país. Los de hoy se llaman más hábilmente reyes de Francia, de España, de Inglaterra, etc. Dominando el territorio, están seguros de dominar a sus habitantes. Lo que hay de singular en esta enajenación es que, al aceptar la comunidad los bienes de los particulares, no les despoja de ellos, sino que les garantiza su legítima posesión, convirtiendo la usurpación en un verdadero derecho, y el disfrute en propiedad. Al ser considerados las poseedores como depositarios. del bien público, y al ser respetados sus derechos por todos los miembros del Estado, y defendidos con todas sus fuerzas- contra el extranjero, han recuperado,