¿SÍNDROME DE FATIGA CRÓNICA? ¿SÍNDROME DE FATIGA ADRENAL? Mi testimonio, ante todo, pretende ser un “CANTO A LA VIDA”. Tras un par de años llevando una vida monacal por falta de salud, me topé por el camino con varios “ángeles” (así me (así me gusta llamarles) que me ayudaron, de una forma u otra, a salir adelante. Perdí la salud lentamente, sin apenas enterarme, poco a poco. Todo comenzó tras la menopausia, a los 48 años aproximadamente, y tras el fallecimiento de mi madre. Ahora tengo 55 años. Primeramente comencé a notar intolerancia a las grasas (fritos, carne de cerdo, cordero, bacon, chorizo, nata...), a la harina (rebozados, bizcochos, aunque fueran caseros, pasteles...). La primera manifestación física de todo ello fue “una lengua con una capa blanca constante” (yo creo que llegó a tener un espesor de casi 1 mm.), la boca muy seca (una necesidad constante de beber agua), mayor cansancio del habitual y una peor recuperación física tras cualquier esfuerzo. Fui adaptando mi alimentación a lo que el cuerpo me pedía: Mucha verdura, fruta, carne magra, pescado... sin apenas elaboración... cocinado a la plancha, hervido con un poco de aceite crudo... Alimentándome así me sentía algo mejor, pero no terminaba de limpiarme ni de recuperarme. Al cabo de unos meses en esta situación, solicité a mi médica de familia una analítica completa para ver si algo fallaba en mi organismo. No salió nada relevante. La alarma saltó al sufrir un desvanecimiento tras la boda de un familiar. Llamada al 112. Toma de tensión, glucosa... En la ambulancia me suministran un tranquilizante pensando que era un ataque de ansiedad y deciden no llevarme al hospital, pensando que me recuperaría y disfrutaría del evento. Yo no me encontraba nerviosa, si acaso preocupada porque no me recuperaba. Mi marido me llevó a casa. Fin de semana en cama o descansando porque sigo mal. El lunes a la médico de familia para comentarle todo lo sucedido. No está la titular y a la sustituta se le ocurre que puede haber algo de tiroides. Me solicita una analítica en la que incluye parámetros tiroideos. Esperando a los resultados y viendo que el corazón lo tengo desbocado sin causa aparente... No puedo dar ni paso... Mi batería está totalmente descargada... Tras unos 10 días, que me parecen eternos, me consiguen cita con un cardiólogo de la Seguridad Social, conocido de un pariente mío. Cuando me recibe en consulta ya está en mi historial el resultado de los análisis mencionados. Me chequea por prevención, pero me dice que todo puede ser debido a que padezco un “HIPERTIROIDISMO”
(Enfermedad de Graves Basedow). Llegué a alegrarme, pues ya había una causa para mis males... Por lo tanto...¡habría un remedio!. A los 20 días, aproximadamente, cita con el endocrino. Trato de explicarle verbalmente todo el recorrido hasta llegar a él. Son inútiles mis explicaciones. Simplemente se atiene a los resultados que ve en la analítica solicitada por la médico de familia y me solicita una nueva analítica algo más completa. Tratamiento con antitiroideos (carbimazol), pautas para tomarlo y a esperar a la nueva cita de control. Ya me avisarán. Mi vida comienza a ser como una noria, con subidas y bajadas, pero sin recuperarme, sin poder llevar una vida normalizada. Para el tercer mes de tratamiento (encontrándome muy mal) le pido ayuda a mi médica de familia, pues el endocrino no
da señales de vida y veo que no puedo seguir con las pautas de tratamiento dadas por el mismo. A regañadientes, y desentendiéndose un poco de la situación, pues no quiere inmiscuirse en la labor del endocrino, me solicita una analítica para ver cómo iba mi TSH. He pasado a un hipotiroidismo subclínico, pero no toma cartas en el asunto. Pasan 4 meses para cuando me vuelve a citar el endocrino. Llego a la cita bastante disgustada (aunque no tengo fuerzas ni para disgustarme). Me trata de exagerada por haber acudido a mi médica de familia a pedir ayuda antes de lo que él tenía previsto citarme. Mantiene las mismas pautas. Dice que, para prevenir una recaída, debo continuar tomando los anti‐tiroideos prescritos, con las pautas dadas, hasta que pase un año, pero, creo que siendo consciente de que me ha tenido bastante abandonada a mi suerte, la siguiente cita de control me la da a los 2 meses. A la misma, voy con un pequeño escrito en el que le describo mi sentir día a día, pues sé que al menos lo leerá. Oralmente no me escucharía, como la primera vez. A los 9 meses de tratamiento, viendo que me mantengo en un hipotiroidismo subclínico y sigo encontrándome fatal, le pido dejar de tomar los anti‐tiroideos prescritos. Me amenaza diciéndome que yo soy la responsable de lo que pueda pasar. Le digo que acepto, pero lo que no acepto es resignarme a llevar la vida que llevo sin al menos intentar buscar más ayuda. Me deriva a medicina interna. Nuevas pruebas de todo tipo, incluida visita al psiquiatra. Yo no estoy deprimida, estoy
CANSADA... y no me puedo RECUPERAR... ¿Cómo hacerme entender? A estas alturas, mi vida se ha reducido a realizar las tareas del hogar (a duras penas y descansando tras cada pequeño esfuerzo). He sido una persona activa y he llevado una vida profesional que, en este momento, no puedo llevar. La batería de mi cuerpo sigue
estropeada. No consigo recargarla, por mucho que descanse, para llevar una vida normalizada. No puedo disfrutar acompañando a mis hijas a comprar ropa, no puedo disfrutar saliendo a cenar un día con mi marido y amigos, no aguanto un pequeño paseo... Estoy prácticamente postrada.
Tras todas las pruebas solicitadas por el médico internista, una mañana me llama por teléfono a mi casa (no es capaz de citarme a su consulta para hablarme cara a cara) para decirme que padezco un posible “SÍNDROME DE FATIGA CRÓNICA”, pero como
no es OBJETIVABLE... Hecho además que lo apunta, no solamente el cuadro clínico y los critrerios de CDC, sino la presencia de serología positiva para el virus Epstein Barr y Citomegalovirus. Que le vuelva a llamar a los 6 meses para comentarle cómo me encuentro y, si acaso, mandarme nuevas pruebas. Nuevamente sola ante la incertidumbre... He aprendido a sobrevivir con las limitaciones que tengo y a disfrutar de esas pequeñas cosas que nos ofrece la vida y en las que apenas me fijaba cuando mi salud era buena (un rayo de sol sobre las mejillas, la paz y tranquilidad del campo, el trino de los pájaros, un partida de mus con las personas que me quieren y se preocupan por mí..., dejándolo cuando ya estoy muy cansada. Enseguida se dan cuenta porque se me nota en la palidez de la cara y me cuesta hasta respirar. Toca descansar.)
¡QUIERO VIVIR!
¡MERECE LA PENA LUCHAR! ¡MI FAMILIA ME NECESITA!
Busco información en Internet relativa a este síndrome. Páginas y páginas relativas al tema. En una de ellas, me llama la atención un artículo sobre el “Síndrome de Fatiga
Adrenal” escrito por Katia Dolle. Me veo totalmente reflejada en el mismo y mi deseo es ponerme en contacto con ella, pero la consulta está en Barcelona. No aguantaría ni el viaje... Una pequeña esperanza... Miro otras opciones más cercanas a mi domicilio. A mi marido, unas compañeras de trabajo le hablan de un osteópata indio que tiene la consulta en mi ciudad de residencia. Según ellas hace maravillas. Pido consulta, aunque voy un poco escéptica. Me encuentro con una persona encantadora, cariñosa y, sobretodo, honesta. No me engaña. Me comenta que no es médico, sino Ingeniero agrónomo, aunque se dedica a la osteopatía y remedios naturales desde hace bastantes años. Me escucha. El me hace mi primer ajuste vertebral, me trata con reflexología podal, auriculoterapia... y me ayuda a desintoxicar mi hígado, que, me dice, lo encuentra bastante agotado. Comienzo a tomar los complementos alimentarios que me prescribe para tal fin y continúo con una dieta exenta de grasas y harinas refinadas. Mejoro bastante, pero no logro una recuperación lo suficientemente importante como para poder retomar la vida activa que llevaba antes de caer enferma. Él ha sido el primer ángel que me
encuentro en el camino de mi recuperación. En prensa leo artículos relativos al test de Intolerancia a los alimentos y aditivos (Test Alcat). Lo realizan en un laboratorio de mi ciudad. Me acerco a él y me recibe una médico internista (el segundo ángel que me encuentro en el camino). “Cree” en la recuperación de la salud a través de la intervención en la alimentación. Me practica dicha analítica y salen intolerancias altas a bastantes alimentos habituales en mi dieta diaria y también a algún aditivo. Además de recomendarme una dieta bastante estricta
y darme unas pautas para mi alimentación, apoya con medicación homeopática la detoxificación de mi hígado. Subo otro escalón en la recuperación de mi salud. Voy cogiendo energía poco a poco, pero llego a un tope. Sigo con bastantes limitaciones, por lo que decido quemar el último cartucho: Me pongo finalmente en contacto por e‐mail con mi 3º ángel (Katia Dolle). Su consulta está en Barcelona y va a suponer para mí un esfuerzo de titanes el trasladarme hasta allí. Vamos en coche (para poder parar y descansar en cualquier momento). Me acompaña mi marido. Reservamos un hotel al lado de su consulta, pues los traslados en Barcelona no hubiera podido llegar a soportarlos. La primera cita es larga. Lo
primero que percibo en Katia es la capacidad de escucha y paciencia. Me transmite optimismo en la recuperación. Ella ya tiene todos los informes médicos y resultados de analíticas que me han efectuado a lo largo de dos largos años. Se los envié por e‐ mail cuando le pedí la primera cita. Me dice que el camino va a ser largo, pero, si soy constante en el tratamiento, lograré recuperarme. Sigo a rajatabla sus pautas. Me va pidiendo las analíticas que considera oportunas para ir descartando posibles dolencias que me hayan llevado a la situación en la que me encuentro y, así, poder ayudar a mi organismo en su recuperación. Al principio nos vemos cada 2 meses
y,
posteriormente, conforme me voy recuperando, vamos alargando el intervalo entre las visitas. La última visita la tuve tras un año en el que ya he podido llevar una vida normalizada, realizando un trabajo en el que ha habido momentos de bastante estrés, que lo he podido sobrellevar bien.
En la actualidad podría decir que he vuelto a retomar mi vida y KATIA HA SIDO LA ARTÍFICE principal en el proceso. Le agradezco enormemente su compañía en este periodo de tiempo en el que me ha ayudado a recobrar la salud (ante cualquier duda, en cualquier momento, podía ponerme en contacto con ella a través de e‐mails que me contestaba casi de inmediato) y doy gracias a Dios por poder disfrutar de esta 2ª oportunidad que me brinda la vida. La medicina oficial me ha tratado atacando las dolencias que iban surgiendo, de forma independiente, sin escuchar lo que el paciente quiere comunicar, siguiendo sus propios protocolos (ignora al paciente y trata el organismo como si fueran partes inconexas). En la medicina integrativa natural, a través de Katia, he encontrado la posibilidad de explicar la evolución en la pérdida de mi salud y, tras su paciente escucha, las analíticas y pruebas médicas solicitadas por ella para descubrir los órganos y sistemas que funcionaban deficitariamente, ha podido apoyar a los mismos en su recuperación y, con ello, se ha podido restablecer mi salud.
GRACIAS POR TU APOYO, KATIA.