H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
Revelaciones sobre la Reencarnación MIL AÑOS PASADOS
POR H. Spencer Lewis, Ph. D.
1
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
POR H. Spencer Lewis, Ph. D EXTRAÑA HISTORIA DE REVELACIONES MÍSTICAS con una introducción por REV. GEORGE R. CHAMBERS
PREFACIO Podrá o no creerse en la sorprendente teoría de la continuada existencia de la individualidad. Podrán o no rechazarse las probabilidades de la reencarnación; pero lo que no es posible rechazar en absoluto es la evidente integridad del archivo de la memoria. Casi todo el mundo ha experimentado la súbita recordación de hechos desprendidos del almacén de la memoria y por largo tiempo olvidados; pero a estos hechos, cuyos incidentes recordamos que acaecieron en el transcurso de nuestra presente vida terrenal, acompaña el extraño recuerdo de otros, asociados o no con aquellos, que en verdad sabemos que no nos han ocurrido en la vida presente, aunque aparecen distintamente representados en nuestra conciencia. La sicología pretende explicar este fenómeno del recuerdo de hechos no experimentados en la presente vida diciendo que durante el sueño cargamos nuestra mente con experiencias que al momento no son conscientemente realizadas, o que muchas veces no recordamos al despertar; y, sin embargo, se reproducen ulteriormente en la consciencia por asociación de ideas. Otra teoría supone que el recuerdo de hechos no experimentados proviene de la mente subconsciente por obra de la imaginación. Dice Shakespeare: “A las formas irreales de lo desconocido, captadas por la fantasía y la imaginación, la pluma del poeta les da vida, y de las etéreas sombras de la nada forja entidades vivas y animadas”. Sin embargo, tales teorías no explican la causa y la naturaleza, de los sueños ni las operaciones de la imaginación. Suponer que la mente de un modo automático crea de la nada las maravillas que la imaginación humana ha producido y produce, es mucho más difícil que concebir experiencias subconsciente o experiencias de la mente que han sido guardadas en la memoria como resultado de realizaciones olvidadas. Prescindiendo del carácter profético de algunos sueños y de muchas cosas forjadas por la imaginación, todavía tenemos gran número de hechos e incidentes
2
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
resultantes del ensueño y de la imaginación, que coinciden con hechos, experiencias e incidentes positivamente acaecidos en el pasado, aunque no los conozcamos. A veces estos positivos y reales hechos ocurrieron en un remoto pasado mucho más del período de la presente vida, por lo que cabe preguntar: ¿Cómo se almacenan en la memoria y cómo se recuerdan, reproducen y analizan en la presente vida? Tal es el problema que preocupa hoy día a los científicos. La siguiente narración trata de esclarecer algún tanto la pregunta y su posible respuesta. La circunstancia de que el tema se exponga en forma narrativa más bien que en la de grave disertación con argumentos científicos, no altera en lo más mínimo la autenticidad de los principios subyacentes en la narración, que ejemplariza muchas experiencias individuales y puede tener analogía con algunas experiencias del lector. Así ofrecemos este libro a los aficionados a lo extraordinario y lo místico en la novela, con el único objeto de inducir al lector profano, por medio de una agradable y fascinadora narración, al estudio de las en parte exploradas actividades de la mente que entrañan profundos misterios e importantes principios, y al lector ya doctamente iluminado, a que busque más viva luz en la Cámara de lo Desconocido. EL AUTOR Templo De Alden Valle de AMORC (California) Noviembre 25, 1919
3
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
INTRODUCCIÓN Ayer prevalecía la idea de que la religión y la ciencia eran antagónicas. Hoy predomina la idea de que están esencialmente disociadas. Mañana se reconocerá que son una sola. Se cree hoy en la incompatibilidad entre la religión y la ciencia porque se considera la religión identificada con la revelación y con la subjetiva experiencia individual, mientras que se considera la ciencia como un proceso de investigación objetiva con mínima parte de inspiración o revelación. La psicología se esfuerza en conciliar la religión con la ciencia. La mayoría de las gentes no saben que durante millares de años hubo quienes enseñaron que la verdad es una; y este grupo de estudiantes expone en el presente volumen lo que puede aceptarse como la más popular expresión de sus enseñanzas y de otras ulteriores, en prueba de que también la ciencia es hija de la inspiración y la revelación como lo es la religión. Dando por sentado que la ciencia ha de formularse por el método deductivo y después comprobar las deducidas verdades por el inductivo método de investigación, se echará de ver la consumada habilidad con que en las siguientes páginas se estudian los principios psicológicos y las leyes de la conciencia en forma novelesca. El lector comprensivo podrá descubrir ocultas en el texto algunas leyes y principios que, además de los de orden psicológico, contribuirán a la claridad y vigor de la narración. En mi calidad de clérigo, y habida cuenta de que siempre que la Iglesia previo alguna verdad científica o que la ciencia se opuso a la Iglesia, fue necesario reconciliarlas, me gozo en la posibilidad de una mejor comprensión, cuál en este volumen se presenta como oportunidad de reajuste en respuesta a la creciente insistencia con que hoy día se cree en la unidad de la Verdad. Entre los varios puntos necesitados de reajuste que constituyen el problema del día, a la par teológico y psicológico, figuran los siguientes: lo. La reencarnación, que si aún no la admite la teología, habrá de admitirla mañana, porque la reencarnación es demostrable y la descubren en las enseñanzas de la primitiva iglesia cristiana y en la Biblia cuantos leen los textos a la luz de su verdadero significado y no según prejuiciosas interpretaciones. 2o. Muy arduo problema es leer y comprender acertadamente las Escrituras, tal como en la presente narración se interpreta el pasaje bíblico que dice: Dios sopló en la nariz del hombre el aliento de vida y le hizo una alma viviente." Por otra parte tenemos el problema de popularizar la Biblia, incluso los libros llamados apócrifos, con más el conocimiento subsidiario de otras Escrituras Sagradas.. 3o. El problema de llegar al convencimiento de la inmortalidad del alma por propia conciencia y no por afirmación dogmática ni por conclusión científica. 4o. El problema de popularizar el significado místico de la oración, según demuestra claramente el relato publicado en este libro, y según lo han comprendido fervorosos y devotos pensadores en una teología experimental, no expresada por lenguas ni plumas. 5o. El problema de reconocer debidamente la santidad del nacimiento, prescindiendo de deslumbrantes convencionalismos. Muchos otros puntos hay, que se exponen hermosamente en las siguientes páginas. No puedo menos de referirme al pasaje del evangelio de San Juan (capítulo I, versículo 9, de la versión revisada), que corrobora cuanto dice el autor al tratar de
4
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
la luz en relación con el nacimiento, y reza así: "Era la luz verdadera, la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo". Aunque la narración es interesante, no se ha de leer someramente, pues está destinada a remover las profundidades del pensamiento más hondo y, a estimular la investigación. El que tan sólo lea por curiosidad prevéngase contra el desaliento. El sincero se regocijará. George R. Chambers Parroquia de San Pablo Harían (Iowa)
5
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
CAPITULO PRIMERO DIARIO SINGULAR Para un hombre de nervios de hierro, de acerada agudeza e intensa concentración en los negocios, como William Howard Rollins, el término de un año comercial es como el fin de un segmento de su vida. El fin de un año fiscal trae en sus últimas horas el resumen y examen, de lo que se hizo y lo que se dejó de hacer, de las ganancias y pérdidas, del prestigio adquirido o menoscabado, de los éxitos y fracasos. El fin del año fiscal señala un hito en el ciclo de los negocios. Es una entidad, una cosa propia que debe considerarse como un independiente período de vida en la evolución de los negocios. Para William Howard Rollins, el fin del año fiscal significa todo lo dicho y más. Los años fiscales de su negocio terminan y principian a la medianoche del último día del año natural. El primero de Enero era para Howard .el día del renacimiento personal y mercantil. Sus compañeros e íntimos amigos le consideraban enfrascado totalmente en el negocio sin que otra cosa alguna le interesara. El negocio era todo su mundo, y en el negocio empezaba y terminaba el día en el vaivén de las actividades de la vida. Decían sus amigos que no había para él otro mundo que el negocio. Motivo sobraba para creerlo así. Rollins no sólo era un magnate del mundo comercial y un personaje representativo en los círculos mercantiles de las más importantes ciudades de los Estados Unidos, sino que no hacía vida de casino ni asistía a convites de sociedad ni gozaba de otras diversiones que las que tras el descanso le restauraban acrecentadas las fuerzas para el negocio. Frecuentaba los círculos mercantiles, asistía a los banquetes de los rotarios y otras corporaciones comerciales, y era soltero. Vivía en una modesta casa con su madre y evitaba todo intento por parte de sus iguales en categoría social para que enamorase a las hijas de ellos. Su casa de soltero, regida por su adorada madre, era ideal para este hombre de singulares costumbres. Naturalmente tenía pocos amigos y nunca convidaba a nadie a su casa; pero quienes conocían su vida doméstica, o algunas fases de ella observadas durante cortas visitas, decían que en ningún aposento se notaba ni lujo ni ordinariez, excepto en su estudio o gabinete particular, ornamentado con óleos y aguafuertes de paisajes y escenas rurales a que era muy aficionado. Sin embargo, nadie recordaba haber visto a Rollins en campo abierto para admirar la Naturaleza con su agreste esplendor. No eran los libros su ocupación favorita, porque un solo armario con puertas de cristales deslucidos, siempre cerrado, se veía en su gabinete, sin que jamás sus amigos lograran saber qué clase de libros encerraba aquel armario. Una gran caja de caudales con armazón de caoba y un arca con fajas y cantoneras de bronce eran los muebles más importantes del gabinete. La poltrona, el bufete, la lámpara movible, el cenicero y la almohadilla para los pies, indicaban que a veces se tomaba Rollins un descanso para leer. Pero nadie, a no ser acaso su madre, estaba enterada de lo que leía además del New York Times y del Literary Digest. Pero en aquellas últimas horas del año 1916, poco antes de la medianoche que había de ceder el pase» al nueva año dé 1917, Rollins leía en el gabinete su Diario. La madre ya estaba en la cama, la casa en silencio y Rollins como solo en el mundo. Los tronquillos de leña ardían en la chimenea entrelazados por llamas azuladoamarillentas que iluminaban débilmente los extremos del gabinete, y junto 6
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
al fuego, sentado en la poltrona y vestido con un sencillo batín, leía Rollins a la luz de la movible lámpara eléctrica que muy poca claridad arrojaba por el aposento. Parecía como si el Diario fuese su libro predilecto. Con la misma regularidad con que seguía cotidianamente sus negocios, asentaba en aquel Diario sus anotaciones todas las noches antes de acostarse. Durante muchos años, desde que estaba en el colegio, había cuidado de hacer estas anotaciones respecto de las actividades del día, y los veinte o más libros, abarcando una carrera de negocios de más de veinte años, contenían anotaciones y comentarios casi exclusivamente sobre asuntos de negocio. Cada uno de aquellos libros era para Rollins su guía cotidiana, su Biblia, el archivo de sus pensamientos, de las cosas hechas y por hacer y ocasionalmente de las dejadas de hacer. Aquella noche había de terminar el Diario de 1916. Como de costumbre, iba repasando hoja por hoja para discernir por las señales puestas al margen, que cosas importantes había llevado a cabo y cuáles dejó de realizar, a fin de transferir éstas al nuevo Diario y realizarlas en el entrante año. Tal era la tarea en que se ocupaba aquella víspera de año nuevo, mientras Nueva York festejaba, como ella sola sabe hacerlo, las últimas horas del año que expiraba. Repasaba las hojas del Diario en sentido inverso a la natural sucesión de los meses, esto es, de diciembre a noviembre y de noviembre a octubre hasta llegar a enero, y su mente se sumió en ensoñaciones, como si retrospectivamente volviese a vivir cada uno de los días de los meses que iba repasando. A veces iluminaba su grave semblante una sonrisa, y otras lo ensombrecía una severa mirada, como si hubiese de dar alguna orden urgente o tomar una trascendental decisión. En el retrospectivo repaso llegó al día 12 de septiembre. En la hoja aparecía una anotación que, como muchas otras, era una orden que se daba a sí mismo, y aquella estaba redactada brevemente en estos términos: Averiguar quién pintó el paisaje titulado Primavera, con la firma de Raymond". Inmediatamente se demudó de grave a risueño el semblante de Rollins, como si la lectura de aquella anotación le hubiese transportado a otro mundo de gozosa meditación, de curiosidad y contienda. Desdibujóse la sonrisa de sus labios, y tomó su rostro una expresión provocadora de reto o desafío. ¿Por qué fue imposible averiguar el apellido del pintor? ¿Por qué aparece borrado si la pintura está todavía tan bien conservada? Estas preguntas acudían a la mente de Rollins. La pintura aludida colgaba de la pared del gabinete. Era una antigua obra maestra de subido precio, cuya valía atestiguaba la técnica y demás características peculiares de una obra maestra, a pesar de que el anticuario que se la vendió a Rollins ignoraba el apellido del autor, pero había prometido averiguarlo. Los peritos que evaluaron el cuadro, lo examinaron y convinieron en que era la obra de un maestro desconocido, pues no se conocía otro paisaje firmado con aquel mismo nombre. Ni siquiera la letra inicial del apellido podía descifrarse, aunque era evidente que en la firma acompañó al nombre de Raymond, el cual no daba de por sí indicio alguno, ni se conocía ningún eminente paisajista que así se llamase. No pudo haber sido el primero y único trabajo producido por el pintor, pues la habilidad y maestría que denotaba su factura no se adquieren de golpe sino tras dilatada experiencia y mucho esfuerzo en el desenvolvimiento de un tecnicismo personal. Cinco años hacía que el correspondiente diario anual llevaba en el 12 de septiembre, fecha de la compra del cuadro, la consabida anotación: "Averiguar quién pintó el paisaje Primavera". Mas a pesar del dinero invertido en celosas investigaciones; de la intervención de los anticuarios siempre prontos a complacer a Rollins en espera de nuevas 7
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
ventas; de las gestiones que en París hizo un amigo relacionado con reputadísimos artistas; con todo su sincero interés, incesante deseo y vivísima curiosidad no había logrado Rollins averiguar el apellido del pintor. Ya no era para él cosa de misterio, sino de desafío; el ignorado nombre le desafiaba enojosamente. Tenía Rollins fama de crecerse ante las dificultades y desafiar a la adversidad en el mundo de los negocios; pero en él mundo del arte, donde parecía un extraño, le retaba una cosa sencilla que un alumno de bellas artes hubiera podido resolver por fortuita investigación. "¿Hasta cuándo habré de mantener esta anotación en mis diarios?" — preguntaba Rollins a los espectrales anticuarios que se le aparecían en su ensueño, y se decía en angustioso soliloquio: —"Cinco años han transcurrido desde que por vez primera intenté hacer esta averiguación y cada año añade antigüedad a la pintura y obscurece más la respuesta a mi pregunta. Si ya se ha perdido todo rastro del pintor, ¿por qué esperan que lo descubran años venideros? el tiempo encapota el misterio e intensifica su obscuridad. Los años incrementan el arcano y espesan el velo que cuelga entre lo conocido y lo desconocido. Si la pintura contaba mil años de antigüedad cuando la compré, ahora tiene mil cinco años y el septiembre venidero tendrá mil seis. Antes de que mi vida termine y el cuadro pase a otras mano, tendrá mil cuarenta años de antigüedad, pues espero vivir todavía cuarenta años. Pero entonces, ¿qué? La pregunta ¿quién fue el pintor?, ¿tendrá la respuesta más cercana de lo que la tiene ahora? Ya habrán muerto el anticuario que me vendió el cuadro y muchos de sus compañeros, y ahora mismo el que le vendió el cuadro al anticuario quizás haya muerto y no pueda cooperar a descubrir el apellido del pintor. El porvenir no estimula en modo alguno mis investigaciones. Debo retornar al pasado, a los días en que la pintura era nueva, cuando pendía de las paredes de algún viejo castillo y el apellido podía leerse y vivía el pintor," Tales pensamientos aleteaban en la mente de Rollins mientras su mirada vagaba de la hoja del diario a las azulado-amarillentas llamas de la chimenea, y cesó en sus cavilaciones respecto de dónde y cuándo pudo pintarse aquel paisaje. El nombre sugería la idea de un pintor francés, y por asociación la de Francia, que a su vez sugería un mundo, una vida y unas costumbres sumamente halagadoras. Y Rollins se decía; "¿Por qué Francia se me representa de esta suerte y por que no me tomé algún tiempo para visitar sus tranquilas ciudades medioevales y sus antiguas provincias?". Estas palabras, aunque pronunciadas mentalmente en soliloquio, parecían resonar en la profunda quietud del gabinete. Y Rollins volvió a sus cavilaciones, diciéndose: "La guerra me impide ahora visitar a Francia, aunque lo consintiera el negocio; pero días hubo en que mis asuntos no me hubieran impedido tomar un período de vacaciones veraniegas, marcharme a Francia y satisfacer las ansias de bañarme en el maravilloso ambiente de sus provincias meridionales. Sin embargo, todavía es para mí Francia un sueño de mi mente". sin perder la conciencia de su posición junto a la chimenea, se vio soñando despierto; pero el diario que tenía en sus manos era muy voluminoso y contenía las hojas de los días de muchos años pasados, y mientras contemplaba las escenas de aquellos días proyectadas vividamente en la chimenea, las hojas se iban volviendo retrospectivamente una tras otra en el gran diario que tenía entre sus manos. Llegó la medianoche. El antiguo reloj de los abuelos que estaba en el vestíbulo de la casa, desgranó las doce campanadas, y antes de extinguido el eco de la última, repicaron las campanadas de la ciudad y sonaron pitos y trompetas que anunciaban la entrada del nuevo año, y aunque el atronador estrépito no perturbó a Rollins ni le 8
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
distrajo de su ensueño, conocía que ya estaba en un nuevo período del ciclo de vida, y retornó al primer ayer del pasado en el mundo que está allende el velo.
9
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
CAPITULO II A TRAVÉS DEL PRIMER VELO Al concentrar la mente en el negro espacio abierto sobre las llamas del hogar, la conciencia de Rollins se enfocó también en aquel espacio como si fuera un mundo donde hubiese de morar y ser una parte de sus ilimitadas posibilidades. Cuando se dio cuenta de la extraña sensación de haber entrado en aquel mundo en miniatura, notó que había atravesado el gran velo que separaba lo pasado de lo presente; y así, al volver ana hoja del voluminoso diario, hallóse extrañamente ligero de espíritu y en un estado de despierta realidad subconsciente. Su cuerpo físico permanecía en la poltrona del presente; pero su ego estaba en el ayer creado en el mundillo allende el velo. Poco a poco fue percibiendo la escena que a su alrededor se desarrollaba. Era el escenario un extraño aposento, que sin embargo, le parecía familiar. Una cama de caoba, y en ella tendida una joven doliente. La asistía el médico que llevaba un maletín en la mano, una enfermera y otra mujer. Se oyen sollozos; hay excitación; algo se espera. ¿Qué significa todo esto? La doliente joven exhala gritos de angustia, reclama alivio, y el médico la consuela tiernamente con palabras de confianza. La enfermera abre la puerta del aposento, y entra presuroso un joven alto, de hermosa presencia, tan excitado, que echa el sombrero sobre una mesa y se precipita hacia la cama, pero el médico lo detiene y le aconseja que se acerque despacio y muy cuidadosamente. Es el marido. Llora al ver a su esposa en tan angustioso estado y le dirige palabras suaves de tierno amor. La esposa sufre; el dolor es penosísimo, y su cuerpo se estremece y salta sobre la cama, presa de rígidas convulsiones. El médico consulta su reloj y espera. El esposo se pregunta mentalmente si cabe hacer algo. La enfermera exclama tiernamente: "El tiempo acabará con todo". La esposa está frenética: el dolor es insoportable; y deja caer la cabeza sobre la almohada. Agotó las fuerzas. Está exhausta. No se mueve. El médico le toma el pulso. La enferma se muere. La ayudan a levantarse, pero la debilidad no le consiente dar un paso y exclama: "Harold, Harold, ¡si yo lo hubiese sabido!, ¡si yo lo hubiese sabido! Ahora quiero morir. Más me valdrá. Dime, Harold, ¿no puedes ayudarme? Estoy muy débil y no tengo fuerzas para resistir el dolor". A este punto se vio Rollins envuelto en aquella escena. Sentía la necesidad de acudir en auxilio de aquella pobre mujer, y trataba de percatarse del papel que desempeñaba en aquel incidente de algún día pretérito, de algún ayer de su vida. Pero, ¿cómo era aquello? Está en aquel aposento y sin embargo, los demás no le ven, y tiene conciencia de que su verdadero ser con su mente, es decir, su alma, está allí, en aquella escena, PERO SIN CUERPO FÍSICO. Por lo tanto ¿quién es él?, ¿en dónde se desenvuelve o se desenvolvió aquella escena? Con los ojos del alma explora su alrededor. Ve el espacio sobre él y otras almas semejantes a él, pero él revolotea por encima y por dentro de una casita de campo. Es de mañanita; el viento mece los árboles y entre las hojas murmura. Los campos están helados y las flores heridas por la escarcha. La niebla vela las distantes colinas, el naciente sol arrebola el cielo y la naturaleza toda está en silencio, mientras que en el humilde hogar, el dolor y el sufrimiento, el temor y la esperanza, la ansiedad y la expectación se entremezclan y, en los propios umbrales de la vida, la muerte extiende sus sombras tenebrosas y alza su imponente y tétrica figura.
10
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
Rollins no es ya más que una alma que vigila y espera. ¿Por qué espera? ¿No pueden los recuerdos de ayer explicar el por qué y el cómo de aquella triste escena? Aparece una luz que traza la entrada del Camino de la Vida, cuyo título está escrito con letras de sangre en la archivolta. Por allí entra una luminosa alma. Vuelve a estar dolorida la joven enferma. Clama por auxilio y cae exhausta. Suavemente la llevan a la cama, mientras el médico y la enfermera la acarician tiernamente. Menudean las convulsiones; la enferma exhala angustiosos gritos, el sufrimiento lacera el corazón, y pasan las horas hasta que el sol llega al meridiano. Entre tanto, el alma luminosa vigilaba y esperaba el cumplimiento de la ley, porque NECESARIAMENTE HA DE CUMPLIRSE LA LEY. El alma luminosa se acercó hasta ponerse en contacto con el alma de la enferma, y ambas se comunicaron mentalmente inefables pensamientos. El alma de la enferma, de la joven esposa, anhelaba la mansión de amor que había henchido de felicidad al hombre amado, Harold, que siempre fue para ella un amantísimo y respetuoso marido; Juntos habían pasado la vida, compartiendo alegrías y tristezas, gozos y penas, y ahora quizás había llegado el fin. El cuerpo iba debilitándose lentamente: el cerebro se horrorizaba de los sufrimientos de la carne, la imaginación vagaba por el valle de la muerte, y el alma anhelaba calmar el transido corazón. Animosamente había esperado la joven esposa la hora en que se acrecentaría el gozo conyugal, cuando vieran su hogar bendito con las risas y llantos de un pequeñuelo. Prudentemente, había el marido tranquilizado el ánimo de ella y desvanecido todo temor, asegurándole que estaría a su lado en la hora del desconocido dolor. Sin embargo, en las actuales circunstancias, todo cuanto estaba en su poder era besarla en los labios y alisar su suelta cabellera. ¿Qué sucedería si la muerte frustraba sus anhelos? Aun en los momentos de más vivo sufrimiento, pensaba la esposa en su marido y presentía cuánto iba éste a sufrir si la muerte lo desbarataba todo y se desvanecían sus acariciadas esperanzas. Esta idea estimulaba a la joven esposa a resistir con todas sus fuerzas el sufrimiento y vigorizar su débil constitución en cada acometida del dolor.. Pero seguramente había de llegar la hora en que cesarían los dolores y el primer vagido de un nuevo ser resonara como gozosa música en los oídos de la nueva madre, olvidada de las angustias de la maternidad. Y entonces el alma luminosa se entrefundió con la de la expectante madre, que reanimada con la divina vida, comprendió que Dios estaba cerca y que había llegado el momento de la suprema prueba de su vida. Las dos almas comunicantes se consolaron mutuamente, confiadas una en otra, pues conocían de lleno la infalibilidad de la ley, la flaqueza de la carne y las tentaciones de los deseos mundanos. Las dos almas se unieron más estrechamente durante el período final de los dolores del parto. El alma luminosa contemplaba a la mujer en su gozosa aflicción de librar al mundo un cuerpo en toda su integridad, para que le sirviera de vestidura material en la visita que iba a hacer a aquel apacible hogar. Por su parte, la parturienta se abrazaba al alma luminosa, y con el instinto maternal ya despierto, la atraía para que x su hijo tuviera alma y vida aunque ella hubiese de pasar a las neblinas de los cielos en su supremo sacrificio. ¡ Cuan íntimo parentesco! Nada tan hermoso, tan sagrado ni tan sencillamente manifiesto hay en los maravillosos procederes de la naturaleza ni en los fundamentos de la creación ni en la ley y los admirables caminos de Dios. Llegó el momento decisivo. La vida parecía estar a punto de extinguirse en el cuerpo de la parturienta. Sufría 11
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
lastimosamente. El marido, el médico, la enfermera, la asistenta y la expectante alma luminosa sentían la terrible angustia que llenaba el aposento. De todos los ojos brotaron lágrimas y todos los corazones se oprimieron cuando la parturienta en un desesperado esfuerzo trató animosamente de cooperar con la naturaleza al cumplimiento del decreto de Dios: con tristeza y dolor dará a luz la mujer el fruto dé su amor. La joven esposa exhaló un suspiro. Su espíritu fue arrebatado a la cumbre de la montaña a cuyo pie se extendía el valle de. la muerte, y durante un momento vislumbró el cielo, y Dios y los ángeles se le aparecieron, y vio que el fruto de su vientre vivía. Transportóse entonces su espíritu al valle; pero donde antes reinaban las sombras, jugueteaban ahora los rayos del sol . que le abrían camino a través del follaje de los árboles y danzaban sobre el césped como danzan las hadas en primavera, alborozadas con la alegría de vivir. El alma luminosa ya no permaneció por más tiempo en el aura del alma de la madre. Cuando los querúbicos labios del caro infante se abrieron al primer aliento del aire vitalizador, exhalaron los pulmones el que impedía la entrada de la luminosa alma, y a la siguiente inhalación, al penetrar el aire por las ventanillas de la nariz del recién nacido, se cumplió otro divino decreto: Dios sopló en el hombre el soplo de vida y el hombre fue un alma viviente. El alma luminosa quedó irresistiblemente atraída hacia el cuerpo del infante, y se halló en la Cámara del Alma, en el Reino del Hombre Interno. Palpitaba el cuerpecito con vigorosa vida, y el alma luminosa quedó entronizada en su propio palacio de la tierra, para dirigir e insinuar, para dictar e impeler, para incitar y tentar, para ser la conciencia del hombre, la mente de Dios, el Señor en el Templo Sagrado. El alma escuchó. La madre dormía tranquilamente, la enfermera andaba de puntillas para sin despertarla cumplir discretamente con sus deberes; y el médico atendía cuidadosamente a las circunstancias del caso. En la cuna se mecía el cuerpo del infante, y su alma lo observaba todo gozosamente. Arrodillado junto a la cuna estaba el marido anegado en lágrimas y emocionadísimo con el para él nuevo y maravilloso sentimiento de la paternidad. Levantóse cuidadosamente, y con tierno rendimiento se inclinó sobre el niño y lo cubrió con la colchita de ganchillo que la madre había elaborado en las horas de gozosa espera. Después besó reverentemente la gordezuela manecita del infante, como representación de cuanto sagrado y divino había encarnado el amor que profesaba a su joven esposa. Después, colocó la manecita bajo la colcha y murmuró suavemente: "Hombrecito, nosotros te bendecimos como Dios te ha bendecido, y tu nombre será William Howard Rollins" Sobresaltado Rollins recobró la conciencia vigílica, se fue desvaneciendo rápidamente la escena proyectada en la chimenea y vióse Rollins desglosado de ella. Ya no era una parte del ayer cuyos incidentes se le habían reproducido tan extrañamente. Volvía a ser el hombre de hoy, del inquieto, positivo y moderno hoy. Pero sabía ya lo que antes ignoraba. Había vuelto atrás las páginas del diario hasta el ayer de su nacimiento, y su alma era aquella alma luminosa que había encarnado en el cuerpo del infante. Pero ¡cuan cara había costado la maternidad! Su madrecita era la misma que a la sazón dormía en el piso alto. ¿Podrá el hombre pagar jamás los sufrimientos de la valerosa mujer que le lleva en su seno como futuro hijo para darle la esencia de su vida y aun la misma vida si fuese necesario? ¡Qué supremo amor! ¡Amor divino! Sólo igualado por el amor de Dios, porque en realidad es el amor de Dios.
12
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
Así meditaba Rollins, y con los ojos húmedos de emoción y con el corazón palpitante y anegado en amor filial, sentía el impulso de correr a prosternarse en reverente adoración junto a la cama de su madre, cuando de repente se abrió la puerta del gabinete y apareció ella, la madrecita de cabellos grises, cubierta con una manteleta de color de rosa, y la sonrisa en los labios. Sorprendida de ver a su hijo todavía despierto, exclamó con tono cariñoso y maternal: —Mira, William, niño mío; es muy tarde, y temí que te hubieras quedado dormido. Mañana es tu cumpleaños y estaba precisamente pensado en el día en que Dios te nos dio. ¿Quieres venir? Te tengo preparada la cama. Vamonos arriba. Eres un buen muchacho. Y el vigoroso, corpulento y dominante hombre y la gentil madrecita de cabellera gris y cuerpo débil y a veces tembloroso, salieron de bracete del aposento, iluminados por la pálida luz de la luna, y pasaron por el vestíbulo en dirección a la amplia escalera. Al subir por ella y desaparecer en la sombra parecía como si los ángeles rodearan a la tierna madre y a su niño hombre.
13
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
CAPITULO III ALLENDE EL PRIMER VELO Nervioso e inquieto, sin estar verdaderamente fatigado, revolvíase Rollins en la cama, incapaz de dormir, pues le acosaba la escena que había revivido. Los rayos de luna, filtrados por los visillos de la ventana, trazaban afiligranados dibujos en el pavimiento obscuramente alfombrado, y al chocar en el gran espejo antiguo colocado en el extremo opuesto de lá alcoba, reflejaban en él la blanca pantalla de la lámpara del velador. Cuando Rollins miraba aquella blanca esfera reflejada en el espejo, le parecía como si se transmutara en un hermoso y pálido rostro que a veces le sonreía, y otras veces, transido de pena, bañado estaba en lágrimas de sufrimiento. No podía Rollins apartar de su imaginación la idea de la maternidad y se admiraba del proceso maravilloso y sabio de la encarnación de una alma, desvelándose con la consideración de todos estos pensamientos, pues le era imposible lograr ese reposo mental que se hace necesario para poder conciliar el sueño. Había presenciado Rollins el nacimiento de su cuerpo y la encarnación de su alma. Fue para él un ayer mucho más importante que todos los de sus últimos veinte años de negociante, y esta circunstancia asombraba al positivista Rollins, pues convertía lo que durante tantos años había creído, esto es, que nada podía haber más importante que el ayer y hoy del negocio, que cuidadosamente cronicaba en sus sagrados diarios. Lo esencial para él era únicamente el período de vida entré el principio y el fin de una empresa, Sin' embargo, aquella noche, mientras se hallaba en tan creciente estado de nerviosidad, aparecía en el horizonte de sus computadas esencialidades, algo mayor y diferente de Jos materiales asuntos de la vida. El comienzo de; la vida resultaba intensamente interesante e importante, y quizás el fin de la vida había de tener el mismo interés e importártela. Sin duda gran parte del éxito y el poderío durante la vida dependía de aquella primera hora de la vida, la hora en qué el alma se encarnaba en el cuerpecito infantil! Suponiendo que el alma do hubiese podido entrar en el cuerpecito* ¿qué entonces? Bien recordaba Róuins la ansiedad dé la madre, presa de los dolores del parto, y temerosa dé qué la expectante alma no pudiera entrar en el cuerpo que luchaba por el alumbramiento. Todas las esperanzas, aspiraciones proyectos e ideales atesorados en el pecho de la madre dependían de aquella misteriosa manifestación de una desconocida ley por cuya virtud el alma flotante en el espacio se transfería, se transplantaría, por decirlo así, al cuerpo para ella preparado; y es? te cuerpo, que no tendría vida si no se la infundiera prestada la sangre y la vitalidad de la madre, se transmutaría en una perfecta creación, en un cuerpo vitalizado, en un alma viviente. ¡Qué admirable transmutación ! ¿Sería ésta la transmutación que los antiguos místicos simbolizaban comparativamente con el proceso alquímico de combinar una substancia grosera con una sutil, con un refinado espíritu, de cuya combinación resultara una tercera y diferente substancia, la refinada y perfecta creación, el oro puro del universo? Sin embargo, ¿qué hubiera sucedido si el alma no se infundiera en el cuerpo? ¿No influiría también en el alma la imposibilidad de cumplir la ley? Si tal hubiese sucedido en aquel caso, ¡oh!, terrible contemplación, él, el gran Rollins del mundo de los negocios, no estaría ahora en donde estaba. El médico se hubiera limitado a
14
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
decir: "Ha nacido muerto". Pero ¿a dónde entonces habría vuelto el alma que ahora abandonaba su cuerpo? Rollins estaba ya completamente despierto. Se formulaba una pregunta tan importante como cualquiera de las que le salían al paso en sus negocios, tan importante como la de ¿quién era el pintor? Sentóse en la cama, se pasó los dedos por la cabellera y respiró profundamente como si exhalara un triste suspiro. Le impresionaba la importancia de su pregunta y al propio tiempo le excitaba la curiosidad. En el vestíbulo dio el enorme reloj una sonora campanada. No sabía Rollins si eran las doce y media o la una o la una y media de la madrugada. Comprendía que ya era tarde y necesitaba dormir pero la pregunta, la importantísima pregunta quedaba sin respuesta. Volvió el rostro hacia el espejo y allí estaba la pálida faz que parecía atisbarle. Hubiérase dicho la faz de una madre que impetraba la venida de un alma. Casi inconscientemente la miró con la misma inquisitiva mirada tan conocida en los círculos comerciales, cuando Rollins trataba de descubrir una escondida verdad, y le dijo con severo tono: "Dime ¿a dónde hubiera ida esta mi alma si no lograra encarnar en mi cuerpo infantil a la hora del nacimiento. Esperó respuesta, y después de una pausa, semejante a un silencio de muerte, oyó una voz interior que susurraba: "¿Quién no conoce que la mano del Señor hizo todo esto? En su mano está el alma de todo viviente y el espíritu de toda carne humana". Estas palabras eran de la Santa Biblia, en el capítulo doce del libro de Job; pero a Rollins le revelaron la ley. "En presencia del Señor todas las almas permanecen en descansada espera de que les llegue su día". El alma hubiera vuelto a su propio reino, a la presencia de Dios, al mundo de las demás almas, para esperar. Rollins, el hombre de ahora, no estaría aquí, pero no se hubiese perdido su alma. Esta respuesta pareció consolar a Rollins, aunque no le explicaba el por qué, pues hasta que traspuso el velo del ayer, la personalidad de Rollins sobrepujaba en importancia a su interna divinidad, mientras que ahora parecía satisfacerse Rollins con el conocimiento de que si su personalidad no naciera, hubiese seguido viviendo y esperando su alma. Rollins tendióse con la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos en actitud de contemplación. Veía dos entidades unidas: su ser personal, Rollins, el niño hecho hombre, y el alma residente en la personalidad. El ser personal procedía de los pensamientos, deseos y esperanzas, del amor y de la carne y la sangre de su madre. El alma procedía de Dios. En ésta contemplación revivió Rollins de nuevo los minutos cuando su alma, una entidad pensante y consciente, pero sin forma, planeaba en el espacio esperando el momento de encarnar. ¿Planeando en el espacio? Pero ¿de dónde y en dónde? Otra pregunta acosaba su mente: "¿De dónde vine yo aquí? Si yo estaba aquel día en aquella casa y en aquella mujer, ¿en dónde estaba él día antes de uní nacimiento?, ¿cuál era mi ayer? ¡Oh, si yo pudiese volver atrás otra página de los ayeres de la vida y ver el día anterior al del nacimiento j ver y vivir el último día de la vida dé ayer!" Si Rollins se durmió o no con este deseo en su ánimo, no fue capaz de decirlo cuando pasada la noche amaneció el nuevo día. Sólo se daba cuenta de haber vuelto una página en el diario del ciclo de su vida. Aún estaba en la cama, cuando se sorprendió a! ver cerca del techo una viva luz. La miró. Parecía como si el techo se hubiese desvanecido y el espacio sin límites se extendiera más allá, y hasta las paredes semejaban raso e incoloro espacio. Al revolverse en la cama notó sobre su cuerpo el bulto y el pesa de un voluminoso libro cuyas páginas registraban la historia de su vida. Era el mismo diario que pocas horas antes tenía 15
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
sobre la mesa de su gabinete de estudio. Incorporóse de nuevo en la cama y abrió lentamente el diario por la hoja señalada con la indicación: Ayer, 31 de diciembre. Era el día anterior a su nacimiento. El último ayer "de su anterior vida. Volviendo la mirada al espacio que le rodeaba,-observó que la viva haz que le había despertado estaba formada por una masa de lucecitas agrupadas, cada una distintamente individual, pero tan unidas, que los millares de ellas al alcance de su vista aparecían como una indivisible masa de luz. Cada lucecita se movía con armonioso ritmo; pero he aquí que una de ellas se separó del conjunto, y moviéndose en raudo giro hacia Oriente, desapareció de la vista, y durante largo trecho la siguió a modo de estela un rayo dé luz que acrecentaba su brillo y la impulsaba en su camino. Otra lucecita se dirigió hacia el Sur y también la seguía el proyectado rayo de la masa luminosa, como si lo necesitara para impelerla en su camino. Otra y otras se movieron en distintas direcciones, y todas seguidas por el centelleante y transparente rayo luminoso. Una de estas luces se dirigió hacia Rollins, y al acercársele, aumentó de magnitud y de brillo, como si deseara insinuarse de modo especial. La luz tiñó de un suave matiz violeta el cuerpo de Rollins, y le deslumbró los ojos. Acercóse la luz más y más hasta cobijarlo. Sintió Rollins una especie de hormigueo en todo el cuerpo, se le amortiguaron los latidos del corazón y notó como si su cuerpo se hiciese etéreo y liviano. Finalmente su conciencia desprendióse del cuerpo físico, y vibró con un ritmo difícil de explicar. La gran masa de luz se fue alargando hasta asumir forma oval. Cierta extraña vitalidad le infundía vida y de ella se desprendía una paz y un místico fervor que inundaba con beatitud familiar la conciencia de Rollins. Del seno de la luz resonó una voz, cuyo tono parecía gentilmente varonil; pero desde luego se dio cuenta de que no oía la voz por el ordinario conducto de los oídos corporales, pues carecía de cuerpo físico, y que su conciencia, su verdadero ser, su Yo, formaba parte de la masa luminosa,' y aquella voz era la de su propia alma en el espacio. Era el ayer de... Dijo así la voz: "En tu luz veremos la Luz. En el principio dijo Dios: Sea la Luz. La Luz es la vida de los hombres. Yo soy la Luz del que me envió. Soy parte de la magna Luz. En mi interior brilla la Luz de la divinidad. El Alma del hombre es la Luz. Todos sois Hijos de la Luz. Tu reino es el reino de la Luz. Y la luz en las tinieblas resplandeció; pero las tinieblas no la comprendieron. Cuando la Luz desaparece, retorna á la Luz y deja a las tinieblas en tinieblas. La Luz es Vida, Verdad y Liberación. Las tinieblas son muerte, pecado y esclavitud. "Este es mi mundo, el ilimitado mundo de Dios. Yo soy de la Luz de Dios. Allá están mis hermanos, los Hijos de la Luz, de la Paternidad de Dios y de la Maternidad del Amor. En el principio dijo Dios: Sea la Luz, y la Luz fue. Y la Luz quedó distribuida en mansiones celestes, y en doce de ellas fueron aposentados los Hijos de la Luz para que se predispusieran a ser con el tiempo las almas de las razas humanas de la tierra. Uno por uno, todos fueron destinados por la Mente de Dios para que difundieran la Luz por la tierra, sirviéndoles de instrumento el cuerpo que Dios hizo del polvo en la tierra. Y cuando llega la hora en que conviene que un alma lleve la Luz al mundo, Dios alienta su soplo en la nariz de la forma humana, y cada hombre es entonces ánima viviente en la tierra. Y hay un tiempo y un lugar determinado para que brille cada Luz, y un día y una hora para qué cada Luz disipe las tinieblas y dé radiante y abundosa vida. La ley es inmutable y la ordenación se manifiesta infaliblemente. "Y cuando la Luz ya no puede brillar a través de los cuerpos pecadores, queda absorbida en el halo celeste y se comunica con sus hermanas en las mansiones preparadas para ellas. Porque el hombre en la tierra es pecador y se arroga el 16
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
poder de obrar a su antojo sin escuchar la interna voz que le dice la Verdad. Y el hombre destruye el cuerpo que Dios hizo y debilita su organismo y corrompe el polvo de que está hecho de suerte que ya no puede contener por más tiempo el espíritu que lo anima. Y el cuerpo sucumbe, y se derrumba como las paredes de un templo corroídas por los gusanos de la corrupción y la negligencia. Y torna a ser polvo. Porque la Luz se va y se quedan las tinieblas. La Luz es vida y las tinieblas muerte. "La Luz que retorna ve todo lo que es y lo que será. Por virtud de la Mente de Dios, su Padre, está en armonía con todas las mentes. Escucha las secretas oraciones y lamentos de las Luces de los hombres. Conoce las esperanzas y deseos de las almas encarnadas en la tierra; ve los peligros, desalientos, tentaciones y añagazas de aquellos que niegan á sus Luces el poder de hablar y el derecho dé dirigir. A las Luces que están en las ultraterrenas mansiones se les confiere el poder de auxiliar, la libertad de actuar y la inspiración de dirigir. Proyectan los rayos de su Luz en las sombras del humano corazón, y hablan con el hombre y avivan la Luz que está mortecina en su interior. Tal es la obra de los Hijos de la Luz, en espera de la hora de encarnar en forma humana con el aliento de vida. "Y cuando llega la hora de que la Luz brille en la tierra y se infunda en un cuerpo preparado para ella en el seno de una madre, el decreto de Dios envía aquella Luz apropiada al tiempo y al lugar para la obra y el servicio que ha de ser su misión en la tierra. Y en él cuerpo del infante se infundió de la Luz que ha de iluminar a los hombres. Lleva consigo e imprime en el cerebro del infante la personalidad, la mente y la memoria de sus anteriores períodos de vida en la tierra. Por medio del cuerpo del niño y después del hombre, brilla la interna Luz; pero el hombre hace casó de las palabras de los necios, de los pensamientos de los tentadores de los planes de aquellos cuyo corazón está abroquelado contra las radiaciones de su interna Luz, y prefieren las transitorias ilusiones de los sentidos físicos que a tantos pierden. Pero el que escucha la voz de su interna Luz y se complace en la Comunicación con su alma, recibe a Dios, la Verdad y la Vida. : "Pero debo marcharme. He venido a ti para hablarte como hablaría a cuantos buscan la Luz, para que les ilumine la mente y el cerebro. Me ha llegado la hora de dejar el Reino de Luz y acercarme a una mujer, que dentro de algunas horas pasará por el vallé del alumbramiento, rogando: inegoístamente que la Luz se infunda en el cuerpo , infantil cuya formación nutrió. Está decretado que ese cuerpo infantil sea para mí, porque llegará a estar en lugares y se relacionará con aquellos que necesiten mi Luz, y pasará de asociación a asociación, de ciudad a ciudad, de pueblo en pueblo, donde adquirirá muchas experiencias necesarias a la evolución de la individualidad, necesitada también del conocimiento que adquirí en el pasado. Esperaré en el hogar del nuevo infante. Le daré a la nueva madre un sosiego compatible con las leyes en actuación. Aguardaré en la entrada del Canal de Vida y estaré dispuesto. Y cuando entre en el aliento de vida, miraré por las ventanas del alma, los puros ojos del niño, y veré a tu madre, a tu padre y tu hogar! Ven, porque consciente y comprensivo debes acompañarme y entrar conmigo; en el ser ya dispuesto al supremo milagro de la Vida. Atravesaremos, el espació, seguidos por los benignos rayos de la radiante Luz que nos une con la Magna Luz, y mañana será el día de tu nacimiento en la tierra." Lentamente se fue desvaneciendo la Luz en la negrura de la noche, y al propio tiempo se desvaneció también del aura de Rollins, aquella sublime conciencia, aquella extraña entidad etérea que aunque perteneciente a él, estaba fuera de su cuerpo. Cayó en olvido y se durmió.
17
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
Despertado por el cotidiano llamamiento de su madre, recobró su conciencia vigílica.. El sol matutino proyectaba en el pavimento sus cálidos, y amarillos rayos que hablaban de la vida y del gozo de vivir. La puerta de la escalera estaba cerrada. Se oyó el ruido de las ruedas de un carro sobre la grava de la carretera que lindaba con la casa. ¡ El mundo se ponía en movimiento! Ya era otra vez hoy y el ayer había pasado. El ayer de una vida anterior, el día precedente al nacimiento, cuando el alma de Rollins se estaba preparando a pasar por la experiencia que había presenciado la última noche. Una vez más había vuelto una hoja del diario del ciclo de vida hasta un ayer allende el velo.
18
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
CAPITULO IV EN LAS SOMBRAS DEL PASADO Como el día de año nuevo es fiesta que aun los más infatigables negociantes observan y guardan, Rollins, decidió pasarlo en casa. Se hubiera desviado ligeramente de la costumbre seguida durante muchos años, yendo con su madre a un restaurante lujoso del barrio comercial de la ciudad donde más que de los manjares hubieran disfrutado de la música y del cambio de ambiente; pero notando que su madre lo tenía todo dispuesto para almorzar en casa, y emocionado todavía por lo sucedido la noche pasada, apresuróse a tomar pie de cualquier excusa lógica para no almorzar ni comer fuera de casa. Tras un ligero desayuno que le sirvieron en el gabinete, suplicó que no le molestaran hasta el mediodía, pues deseaba completar el análisis de su diario, ya que se había dormido sin terminar la tarea comenzada. Esta fue la excusa que dio a su madre, la única persona a quien daba explicaciones de su conducta, y la única que le preguntaba por qué hacía todas aquellas cosas al parecer tan excéntricas. Pero la madre era comprensiva y por lo tanto gozaba de ciertos privilegios. Tan pronto como se enteró de las más importantes noticias del Times de la mañana, costumbre en él inquebrantable, y hubo despachado unas cuantas cartas recibidas en el único correo de aquel día, corrió los visillos, cerró los postigos de las dos ventanas del gabinete y encendió la chimenea, a fin de estar solo en el silencioso aposento con sus sueños y visiones, con aquel algo que parecía formar parte de su verdadero ser. Si en aquel momento se le hubiese dicho a Rollins que hiciese de sí mismo y de su actitud mental un análisis tan agudo y riguroso como el que hacía en él escrutinio de los solicitantes de empleo o de las personas con quienes había de tratar, seguramente se definiera como un hombre presa de una alucinación propensa a convertirse en una idea fija; y hubiese añadido que semejante hombre era inútil para los negocios y una molestia para sus amigos. En general habría clasificado su actitud mental como una gran exaltación de la imaginación, producto de impresiones pasajeras recogidas por el subconsciente y volcadas sobre la mente con singular tenacidad y pasión, pero las cuales era imposible considerar seriamente por relacionarse con ideales demasiado vagos e inalcanzables. Sin embargo, en secreto hubiera admitido, aunque con repugnancia, que se estaba revolucionando mentalmente y algún tanto internamente. Su manera de pensar se estaba transformando debido a las nuevas ideas que lo asaltaban. Olvidaba las lecciones del pasado y su mente comenzaba, a abrirse para recibir otros pensamientos. Estaba desechando todas sus viejas creencias para asimilarse nuevos conceptos, más valiosos, más nobles y más espirituales que los que sustentaba anteriormente y los cuales parecía que lenta y metódicamente se los iba insuflando en la conciencia una personalidad desconocida. Para otro cualquiera el cambio que se estaba operando hubiera sido considerado como un simple desenvolvimiento del concepto religioso; mas, para Rollins, la religión estaba concebida como un sentimiento interior, pues no simpatizaba con las iglesias ni los ritos litúrgicos, y no podía comprender que un hombre cambiara de manera de pensar de la noche a la mañana, sin motivo alguno, a no ser que obrara sugestionado por el hechizo irresistible de la palabra cautivadora de algún predicador notable. Desde luego que Rollins vaciló mucho antes de convenir consigo mismo que Dios le hubiese hablado por medio de sus recientes experiencias y que su mente
19
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
estaba alcanzando esa actitud devota y religiosa, que constituye la verdadera diferencia existente entre la apreciación profana y la mística. Relajado en la poltrona, fijó la mirada en las llamas de la chimenea, y cayó en el mismo estado de cavilación que lo dominara la noche antes. No había tomado de su bufete el diario de 1916, porque a pesar de lo dicho a su madre, no pensaba proseguir su análisis hasta muy tarde. Quería tener la mente libre y que no le distrajera ni un papel ni un lápiz que tuviese en la mano. Se figuraba que la chimenea le serviría nuevamente de escenario para proyectar otra manifestación de las maravillosas escenas forjadas por su imaginación o ¡quién sabe, si tal vez recordadas por su memoria! Pues ¿sería posible que todo aquello fuera creado por la imaginación? De ser así, el ser externo u objetivo, las facultades mentales y de raciocinio debieron entonces haber constituido todo cuanto él contempló y experimentó. Ciertamente, algunos hombres nacen con facultades creadoras muy desarrolladas. La imaginación —-suponiendo que se aparta de todo método de razonamiento, ya sea inductivo, deductivo o silogístico—, sólo requiere una premisa cualquiera como punto de partida para remontar la mente soñadora más allá de las regiones de lo posible y de lo imposible. Generalmente cuando la imaginación concibe la premisa, base fundamental de su elucubración, ya debe tener en la mente la viga maestra que determinará el edificio, es decir, un constructor de esta naturaleza necesita abarcar el conjunto de su obra a fin de ir proyectando a todas aquellas exigencias que se vayan presentando desde el momento en que se echan los cimientos hasta que se corona la cúpula. Con un propósito bien definido en la mente, es posible, para la mayoría de las personas, seleccionar del archivo de la memoria los hechos e ideas requeridos para realizar un esfuerzo semejante. Pero aunque así puedan efectuarlo la generalidad de las gentes, no todos están capacitados para apreciar las siguientes circunstancias: la. todo razonamiento deductivo o inductivo tiene su origen en experiencias reales, bien sea que hayamos tomado parte en ellas como actores principales o que indirectamente nos hayamos relacionado con las mismas por medio de la lectura o viéndolas o escuchando referencias sobre el particular; de las ideas y hechos registrados en la memoria debieron almacenarse allí después de haber ocurrido o después de haber tenido conocimiento de ellas en alguna forma. Por lo tanto, se decía Rollins: ¿Cómo es posible atribuir a mi imaginación todo cuanto me ha ocurrido desde la noche pasada? Porque la imaginación tiene sus límites y éstos están demarcados por los conocimientos que poseo. No puedo imaginarme sino cosas que me sean conocidas en algún modo o que por asociación de ideas se relacionen con hechos o circunstancias con las cuales he estado familiarizado. Hasta el más fantástico y quimérico engendro de la imaginación, tiene su raíz en algún hecho o conclusión alcanzada por medios deductivos o inductivos y, dé consiguiente, se basa sobre algo conocido. Así, pues, ¿de dónde procede cuanto he visto y experimentado en las últimas veinticuatro horas? Sean o no los hechos experimentados anoche positivas realidades de la vida, los concibe ahora mi mente; pero ¿de dónde proceden? Yo ignoraba y en parte alguna había leído ni oído que el alma destinada a una criatura que va a nacer revoloteara alrededor de la madre momentos antes del parto, para entrar en el cuerpo del infante con el primer aliento. No sólo lo ignoraba y no lo había leído ni oído, sino que resulta de todo punto contrario a lo que yo creía, a lo que yo hubiese defendido, a lo que me enseñaron y a lo que sé que muchos creen y enseñan. Hace veinticuatro horas, yo hubiera sostenido, sin dar mi brazo a torcer, que el alma se infunde en el cuerpo meses
20
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
antes del nacimiento. Nuestras leyes civiles, penales y morales se basan en esta creencia. Y de acuerdo con este principio grandes fortunas han sido donadas a presuntos herederos. Esclarecidos jueces, eminentes juristas y, en fin, grandes autoridades en la materia, han sostenido ante los tribunales que después de transcurrida cierta época del período de gestación el feto tiene alma y es, por consiguiente, una entidad, una personalidad distinta y separada de la madre, por lo cual tiene derecho a ser un heredero en potencia. La destrucción del feto por aborto intencionado está considerada, por muchos códigos penales, como un infanticidio y aquellas personas convictas de éste delito están condenadas a expiar su falta en presidio. Sin embargo, de lo que he visto y aprendido, infiero que me parece mucho más lógico lo que la voz del alma me ha dicho, esto es, que hasta el momento de nacer y respirar por vez primera, el feto vive a expensas de la vitalidad de la "sangre prestada" por la madre. Al cortar el cordón umbilical se establece la existencia independiente del recién nacido, y cuando inhala por vez primera el aliento de vida alcanza la vitalidad de su propia sangre, acción ésta que precede a la separación de ambos cuerpos. Todo esto es más lógico y racional desde el punto de vista científico, y explica lo dicho por la voz del alma en coincidencia con la expresión bíblica, que tantas veces leí sin advertir su importancia: Formó Dios al hombre del polvo de la tierra y alentó en su nariz soplo de vida y fue el hombre un alma viviente. Pero ¿cómo podía la imaginación traer a mi memoria y a mi conciencia tan sorprendente, subversiva y esclarecedora verdad? Si fuese posible que la imaginación forjase un hecho tan iluminativo, entonces podría cualquiera, con sólo imaginarlo, poseer una completa educación, una verdadera enciclopedia, una mina de conocimientos exactos. ¡ Y aquella escena era la de mi nacimiento! El pequeño aposento, la doliente mujer, el médico, la enfermera, el amable y cariñoso marido, la cuna, la voz de mi padre que dijo: "Hombrecito, nosotros te bendecimos como Dios te ha bendecido y tu nombre será William Howard Rollins". No recuerdo, y estoy seguro de que mi madre jamás me habló de aquel día, porque fue un día triste para ella, en el que perdió al hombre amado y yo perdí la única persona cuya ausencia ha sido mi mayor pesadumbre. ¿Cómo podía proceder de mi imaginación ni de mi memoria la descripción del aposento y los incidentes de la escena si yo nada sabía de todo ello? Pero ¿ocurrieron efectivamente aquellos hechos? ¡ Ah! Había allí un testigo. Mi madre. Ella podrá comprobarlo! Sólo ella es capaz de mostrarme si he forjado algo con la imaginación, la fantasía o la esperanza, o si he recibido verídicos informes por extraños conductos de lo que ocurrió cuando yo no podía conocerlo por mí mismo. Olvidado de la súplica que hiciera para que le dejaran solo, y sin pensar en lo extraña que iba a parecerle a la anciana tal pregunta, salió precipitadamente del gabinete, y acercándose a la puerta del cuarto dé costura, desde lo alto de la escalera, gritó: —¡Madre!, ¡madre! ¿Puedes bajar ahora mismo al gabinete por un rato? He de hablarte de algo. La tirantez y excitación de su voz denotaba claramente que aquel algo era cosa claramente que aquel algo era cosa interesantísima, digna de inmediata atención. La madre sabía muy bien que aquella inflexión de voz no aguantaba demora, y salió al punto del cuarto de costura a cuya puerta esperaba su hijo, quien más cariñoso que nunca la ciñó por el talle con su robusto brazo y juntos bajaron al gabinete. Sentó Rollins a su madre en la poltrona para que pudiera observar de 21
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
frente las oscilantes llamas de la chimenea, él se acomodó en el escabel, a los pies de ella, como un niño grande. Rollins comenzó diciendo pausadamente: Madre, quiero hacerte unas cuantas preguntas muy personales. Ya sabes qué hoy es mi cumpleaños. Cumplo cuarenta y dos. Nací el lo. de enero dé 1875. ¿No es verdad? La madre miró a los interrogantes ojos de su hijo como si en su menté forjara a su vez otra pregunta, y respondió: — Así es; pero ¿á qué hablar dé ello ahora? ¿Por qué no olvidar cuántos anos pasaron y pensar en los muchos qué han dé venir? Me parece que no te he felicitado hoy. Tenías tantas ganas de estar solo toda la mañana, qué no sé me deparó ocasión ni de darte los buenos días. De año en año me hago más cargo de en que hombrón se ha convertido él nene que Dios me dio cuando. .. Pero dejemos esto, William, y hablemos del porvenir. ¿ Piensas todavía en tomarte largas vacaciones? ¿No sería muy hermoso pasar en esta época del año unas cuantas semanas en la playa de Palma? Tú necesitas algo de variación y descanso, y yo por mi parte me siento también muy fatigada; Ya ves que envejezco. Me hago muy vieja William y... Pero he aquí que no quiero pedirte favor alguno en tu Cumpleaños, sino que tu me lo has de pedir—Así es, madre. Quiero pedirte un favor. Deseo hablar un poco contigo acerca del día de mi nacimiento, de mi primer nacimiento; Me dices que no debo hablar de mis años; y tú, con el hermoso color de una muchacha en tus mejillas, con la caída de ojos de una novia de veinte años, dices que te haces vieja. Pero volvamos a mi pregunta, y dime, madre: ¿a qué hora nací si te acuerdas? No, no quiero decir esto, porque? de seguro la recuerdas, pues no hace tanto tiempo. Dime ¿ quién había allí? ¿Cuál era el aposento? o mejor dicho ¿en qué habitación de la casa nací? Ya sabes lo que quiero decir Dime todo lo ocurrido aquel día, desde que salió el sol hasta la hora en que mi padre me dio nombre. —¡Tú padre! -—exclamó suspirando la anciana. Por un instante miro a los ojos de su hijo y después a las llamas de la chimenea. Un gemido se escapó de sus labios, se le crisparon las manos y lentamente deslizó la diestra en la izquierda del hijo idolatrado. Prorrumpió en llanto sin ademán de contener las lágrimas. Rollins, al cabo de un momento de espera, bajó la mirada al suelo. ¡Qué crueldad la de haber despertado tan vivamente estos recuerdos en la anciana mujer! Tras una pausa de algunos minutos en que los internos sollozos de su sangrante corazón repercutían vibrantemente en el aposento, entrefundidas las auras de madre e hijo en divina sintonización, dijo él: —Perdóname, madre. No quise recordarte las penas y tristezas de aquel día; Comprendo cuan supremo sacrificio de fuerzas vitales debiste hacer. ¡Vaya! Hablemos tan sólo de la dicha de aquel día. —-¡Hijo mío! —gimió la madre acariciando la cabellera de Rollins que hundió la cabeza en el regazo de la madre—. No hubo tristeza aquel día; todo fue gozo, todo dicha; pero el día siguiente fue de dolor y de viudez, pues aunque tu padre murió el mismo día en que tú naciste, yo estaba demasiado débil y me ocultaron la noticia hasta el día siguiente. Sin embargo, el día de tu nacimiento fue muy feliz para mí, y estas mis lágrimas lo son de gozo, la reproducción de las que en silencio derramé al
22
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
oír tu primer vagido y saber que vivías. Recelaba que nacieras muerto y no pudieras ser un hombre cabal como tu padre. Pero tu llanto de vida y las palabras de la enfermera al decir: ¡es un niño! me inundaron de júbilo, Había Dios escuchado mis súplicas, pues desde el alba hasta que alcancé la hora de paz y caí en brazos del sueño estuve orando para que mi hijo viviera y que en su cuerpecito se infundiese el alma de Dios. "No hay mucho que decir respecto de los sucesos de aquel día; pero sí debo referirte algo particular. Largo tiempo traté de callarme y guardar para mí sola el día de tu nacimiento; pero antes de que el sueño de la muerte cierre mis ojos quiero revelártelo. "Mantén tu cabeza en mi regazo, y deja que tienda la mirada por el espacio mientras hable, pues la vergüenza no me consentiría relatarte la historia con la vista fija en tus ojos. Dios me ayudará a implorar tu perdón. "Tu padre y yo nos conocimos en la escuela: éramos condiscípulos. Vivíamos en la ciudad de Alberta, del estado de Minnesota, no lejos de Morris, capital del condado de Stevens. Nuestros padres eran cortijeros chapados a la antigua, de honradísimas costumbres, y tu padre y yo éramos respectivamente hijos únicos. "Asistíamos a la escuela de Alberta sólo tres días de la semana, pues el maestro regentaba los otros tres días la escuela de Donnelly, algo distante de Alberta. Así es que teníamos frecuentes ocasiones de corretear por el campo y jugar con los demás muchachos de nuestra edad, hasta que al fin fuimos novios. "Al cumplir diez y seis años me mandaron mis padres a la escuela superior de Morris, que me parecía una gran ciudad; pero tu padre, que a la sazón era un robusto y gallardo mozo de diez y ocho años, fue a Benson, capital del condado de Swift, para estudiar leyes bajo la dirección de un tío suyo que allí tenía su bufete. "Nos escribíamos cartas cada vez más fervientes, a causa de la separación, y no tardé mucho tiempo en quedar prometida al joven estudiante de leyes, cuyo porvenir parecía brillante, pues escaseaban los buenos abogados, y recuerdo que mis condiscípulas me hablaban de la buena suerte que iba yo a tener. No era ya un amorío de chicuelos, pues nos queríamos hasta el punto de considerarnos cada uno parte del otro. "Por entonces murió su padre. El muchacho hubo de regresar al cortijo para cuidar de su madre y de las dilatadas tierras necesitadas de cultivo. "También regresé yo a Alberta después de dos años de estudio y estuvimos juntos varias semanas,, yo con el triste sentimiento de que hubiera él de volver a Benson, porque sólo había llegado en su carrera a punto en que su actuación ante los tribunales se limitaba a los asuntos de menor cuantía. •Contaba yo entonces diez y ocho años y él veinte. Trazábamos nuestros planes diciendo que algún día nos casaríamos y viviríamos en la casa que él había heredado de su padre, y su querida y tierna madre se quedaría en nuestro amor y compañía. "Mi padre proyectaba desde tiempo atrás trasladarse a Duluth para formar sociedad con un hermano suyo que se dedicaba a almacenista de víveres, y yo comprendía 23
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
que a no ser por mí, hubiese vendido el cortijo para irse con mi madre a Duluth. Así fue que en cuanto se enteró de las probabilidades de mi matrimonio con el hijo de su antiguo vecino, y que mi porvenir estaba asegurado económicamente, aunque mi prometido no despuntase como abogado, inició las gestiones de venta de la finca y traslado a Duluth. "Recuerdo el extraño sentimiento que se apoderó de mí cuando vinieron los peritos a justipreciar el valor de la finca con su vivienda, cuando después vinieron los compradores cada cual con su oferta. "Mi padre les explicaba, a veces en mi presencia, que la "chiquilla" se iba a casar pronto y se marcharía a vivir en casa del difunto Walt Rollins. Me parecía al ver embalar los muebles y enseres, que me echaban de mi casa y me transferían al joven que aún no me había pedido en matrimonio. "que estábamos resueltos a casarnos era en nosotros cosa tan sabida, que nunca hablábamos de ella; pero esta indefinida comprensión por nuestra parte, se convirtió en asunto concreto por parte de nuestras familias. 'Mi novio comprendió que ya era hora de tomar el asunto por su propia mano, y recuerdo el día en que trasladaron a casa de Rollins la cama de caoba cedida por mis padres para que fuese la de nuestro matrimonio. Yo estaba aturdida al ver cuan íntimamente disponíamos la cámara nupcial sin que, mi prometido dijera una palabra respecto a la fecha de la boda, "Finalmente, mis padres emprendieron su largo viaje, dejándome al cuidado de la viuda Rollins y aposentada en la futura alcoba conyugal con la gran cama de caoba para mí sola, como si fuese yo la hija soltera de la viuda Rollins. "Mi novio deseaba reanudar sus estudios de leyes, y al enterarse de que un primo suyo llamado Harold, que vivía en una población del Este, iba a venir al Oeste, le escribió diciendo que no dejara de visitar nuestra casa. Contrariamente a lo que yo me imaginaba, resultó Harold un joven apuesto, varonil, de veintidós años, muy lejos de aquel tipo débil de cuerpo y flojo de carácter que creíamos propio de las populosas ciudades del Este. Demostraba haber recibido exquisita educación, tenía ademanes atléticos, sentimientos religiosos y en todo resplandecía su caballerosidad. "Sin que yo me diera entonces cuenta ni él me dijese palabra, lo cierto es que Harold se prendó de mí, y en consecuencia prolongó su visita sin ganas de ir más allá hacia el Oeste como había proyectado. "Al cabo de algunas semanas de estar Harold con nosotros, dijo que, por cierto motivo, se quedaría en Alberta tal vez un año, y entonces resolvió mi novio qué puesto que Harold podía cuidar del cortijo, se le deparaba a él ocasión de volver a Benson y terminar la carrera de leyes. Yo protesté vivamente contra semejante determinación durante algún tiempo; pero él había adelantado los estudios en casa con objeto de recibirse de abogado al llegar a Benson. Nada me habló en todo aquel tiempo de matrimonio, y bien sabes que entonces se nos enseñaba que era indigno de una joven manifestar deseos .de casarse, por lo que nunca denoté la ansiedad que a veces me embargaba. 24
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
"Según pasaban los días, era mayor mi confianza e intimidad con mi novio, y el primo Harold no podía ver que nos amásemos tan profundamente. Para mi era-mi novio todo cuanto para una mujer puede significar el amor. Era mi ídolo, mi héroe, mi dueño. Llegó la semana de la partida. A menudo nos sentábamos a la hora del crepúsculo; él me rodeaba el cuello con su brazo y yo apoyaba la cabeza en su hombro. Me hablaba de su amor y de lo felices que íbamos a ser. ¡ Oh! Era la historia siempre repetida y siempre nueva que toda muchacha se place en escuchar. Corría la primera semana de mayo, y el sol primaveral, el aroma de las flores, los verdecientes prados, el canto de las aves, las hermosas puestas de sol, y la misteriosa luz de la luna, acrecentaban el gozo de la vida y el seductor poder que mi novio ejercía en mí. "Precisamente la noche anterior a su partida, estremecida por el calor de sus besos, apenada por la tristeza de la separación, vencida por las protestas de su amor y el encanto de todas esas sublimes cosas que atan y dominan, arrojamos nuestras almas en las llamas del pecado y fui suya como él fue mío por una breve hora, todo mío, unidos ambos por la conjunción de todas las pasiones, de todas las emociones y de todas las fuerzas del universo. Yo había esperado otra suerte de matrimonio, pero aquél bastaba por entonces. Volvería pronto, y nos casaríamos. Convinimos en guardar el secreto. Volvería durante las vacaciones de verano, cuando se cierran los tribunales, y entonces nos casaríamos. ¡Oh! cuan bien recuerdo aquellos planes porque hora tras hora pensaba en ellos mientras estuvo ausente. "Una semana después me escribió diciendo que un tío suyo que vivía en Duluth deseaba que fuese allí, porque se le depararía excelente coyuntura de ejercer la profesión luego de terminados los estudios, y podía terminarlos en Duluth con mayor facilidad que en Benson. Aquello aumentaba la separación entre ambos. "Al cabo de pocos días recibí otra carta, apresuradamente escrita, diciéndome que salía de Benson en aquel mismo punto, y que me escribiría desde Duluth. Yo no debía olvidarle ni él me olvidaría un solo momento, y no tardaría en volver a Alberta, la ciudad de su niñez, donde estaba el hogar de su desposada. Aquella carta fue la última noticia que de él recibí. Pasadas algunas semanas le escribí a nombre de su tío, quien me respondió que todavía estaba esperando que llegase de Benson. Harold fue a esta ciudad, donde supo que su primo había salido de allí el mismo día en que escribió la carta. No se encontraba rastro de él. En aquella época no era posible disponer del telégrafo ni del teléfono, como ahora, y aunque se hubiera podido utilizar hubiera sido inútil. Sucedió esto en 1874. Muchas cosas podían haberle ocurrido, pero la más lógica era la en que todos conveníamos, que había transbordado en alguna estación, y al escuchar las seductoras conversaciones de los que esperaban hacer fortuna en las tierras del Oeste, se marcharía con ellos. Harold asintió a la sospecha de que la atracción del Dorado Oeste, la promesa de fortuna y la esperanza de enriquecerse fácil y rápidamente le habían impulsado hacia aquel país. "Llegó el día en que no me fue posible ocultar por más tiempo mi estado. No había tenido en cuenta esta circunstancia, debido a aquella sublime inocencia e ignorancia 25
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
que en aquel tiempo era el mayor encanto de una doncella, y también su perdición en muchos casos. La viuda Rollins, simpática y valerosa, aunque apenadísima, respondió a todas mis preguntas y me reveló la ley de la generación. Nunca una joven necesitó y tuvo tan admirable amiga como aquella querida y dulce madre. Mis padres nada sabían del caso, que en un principio se mantuvo secreto entre la viuda Rollins y yo. Pero por fin lo supo Harold. Desde luego supuse que sus delicadas atenciones, su extremada consideración, tenían por objeto darme a entender instintivamente que conocía mi estado. Durante los calurosos meses de julio y agosto estábamos Harold y yo muchas horas juntos, paseando, hablando y leyendo hermosas obras literarias, fruto de las plumas de los hombres y de la mente de Dios. Yo conocía que me amaba. La intuición me lo decía, como me dijo que el conocía mi falta; y conociéndola, me amaba; sabedor de mi pecado y de mi caída, me amaba y respetaba. "Recuerdo que un domingo, cuando el recato me impidió ir con él a la iglesia como de costumbre, me leyó lenta y emocionadamente aquel pasaje de Isaías, que dice: "Aprended a obrar bien; buscad juicio; restituid al agraviado; oíd en derecho al huérfano; amparad a la viuda. Venid luego, dice el Señor y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana," "Llegó el otoño y después el invierno. Harold me suplicó que me casara con él. Yo conocía que aún amaba al ausente, aún le idolatraba y le perdonaba el error cometido, porque tenía necesidad de creer que volvería a mi lado, a no ser que algo terrible se lo impidiera. ¡ Pero mi hijo había de tener un nombre! Muchas veces, cuando niña, había yo oído el mortificante desprecio hacia los hijos de padres ignorados que no tenían nombre, como nacidos de la vergüenza y el pecado. Yo quería que mi hijo fuera noble y bueno como su padre, y así es que me casé con Harold. "Nos casamos la víspera de Navidad, y sólo el pastor de la pequeña iglesia conocía nuestro secreto y oró con nosotros y ponderó el noble amor de Harold. La honradez de su acción, el sacrificio que hacía, la nobleza del alma que refulgía a través de su cuerpo, conquistaron mi amor y llegué a quererle grandemente. Su amor fue como una luz que irradiara en el valle de las sombras. "Por fin llegó inesperadamente, el día en que iba a aprender la gran lección de la vida. El lo. de enero de 1875. De madrugada llamé a la viuda Rollins para que me aconsejara. Ella llamó a Harold, quien fue en carruaje a traer al médico y a una enfermera, llegaron a las seis de la mañana, cuando todavía era obscuro. He olvidado los sufrimientos. Sólo recuerdo que según pasaban las horas, cuyos minutos contaba ansiosamente, mi único pensamiento era: ¿Vivirá mi hijo? Quería que fuese un niño, parecido a su padre. Así se lo pedía a Dios, y lloraba y gemía temerosa de que no fuese según mi deseo, pues algunos nacen muertos. Se me había aconsejado que no me preocupase del ausente, para no afectar al alma que iba a nacer; pero me invadió el temor, un temor angustioso, en las, últimas horas de espera. 26
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
"Cuando el naciente sol disipó las nieblas y nubes invernales, creí que habían sonado las últimas horas de mi vida. Estaba exhausta. Recuerdo que desde la cama miraba la cuna vacía recelando que vacía quedara. Cerré los ojos y oré como Harold me había enseñado a orar. Y mientras oraba me pareció oír como la voz de un ángel que me confortaba con musitadas palabras de aliento. Sentí vivamente en mi presencia el Alma de Dios, y entonces me di cuenta de que el Altísimo velaba por el nacimiento de mi hijo, A cada grito que lanzaba al cielo, sin saber cómo sentía la magnética, benigna e inspiradora presencia de algo en mi rededor, que se me aparecía varias veces y me bañaba en blanca y radiante luz, como si la luz de los cielos se derramara sobre mí para fortalecerme y decirme que todo acabaría en bien, que mi hijo nacería vivo, porque allí cerca, muy cerca andaba rondando el espíritu de vida, esperando, esperando por mí." Rollins notó que su madre sollozaba, que le temblaban las manos con que le acariciaba la cabeza, y que todo su cuerpo se estremecía a impulsos de la emoción que la dominaba. Había pronunciado lenta y quedamente las últimas palabras, entrecortadas por las lágrimas y sollozos que interrumpían el ritmo de su voz. Sin embargo, no miraba a los ojos de su hijo, porque no era todavía hora de mirarlos. Estaba seguro Rollins de que su madre iba a necesitar su auxilio, y se disponía a prestárselo. La madre prosiguió diciendo: —Entonces vino Harold, que había atendido a varios menesteres del cortijo. Le «dominaba la ansiedad sobre mi estado, lo mismo que si esperase a un hijo suyo. Con una ternura que sólo una mujer puede apreciar en tales momentos y con un amor santo y bueno, vivísimo y consciente, hizo cuanto pudo. Me besó, alisó mis desordenados cabellos, me tomó la mano y me dijo en todos los tonos posibles que era mío, sólo mío, en cuerpo, mente y alma. "No recuerdo mucho más. Nerviosamente esperé las palabras de la enfermera, cuando dijo: "Es un niño muy hermoso." La viuda Rollins sintió un gran consuelo al escuchar estas palabras, entonces oí que Harold hablaba al niño en la cuna. Me dijeron que le besó las manitas y recuerdo muy bien estas palabras: "Nene mío, nosotros te bendecimos como Dios te ha bendecido, y tu nombre será William Howard Rollins." Este era el nombre de tu padre, hijo mío, y Harold daba a entender que él y yo te bendeciríamos y reverenciaríamos, aunque las gentes llegasen a enterarse algún día de la vergüenza de tu madre y de tu ilegitimidad. Al darte el nombre de tu padre, Harold quería hacerme feliz devolviéndome mi William, mi perdido William. Y desde entonces te he tenido, porque Dios fue bueno conmigo y me dio el alma de mi amor. ¿Podrás perdonarme, hijo mío? ¿Podrías siempre, siempre, volver a mirarme y decir que lo comprendes y lo sabes y lo perdonas todo y que amas a tu anciana madre?". Lentamente se puso Rollins en pie. Su madre cayó desvanecida. El la levantó en sus brazos y la besó amorosamente en las húmedas mejillas y en los gimientes labios. Después dijo:
27
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
—Madre, no soy yo quien ha de perdonar o no. Dios hizo a las madres como tú. Dios te dio el alma que tienes. Dios me dio el alma que tengo. Dios nos unió aquel día de un modo que aún no comprendes. Tu amor era noble, tu fe firme, tu confianza ciega. Todo esto era puro como la* nieve; Dios te bendice, y no hagamos caso de que alguien crea que tu amor es un pecado y tu. maternidad una vergüenza. Demostrasteis ambos que fuisteis instrumentos de los decretos de Dios. Pero dime, madre, ¿qué fue de Harold? La madre volvió a sentarse, ya consolada, aunque sin atreverse todavía a fijar la mirada en los ojos de su hijo, y respondió: —Aquel mismo día de tu nacimiento, al volver de conducir a sus casas al médico y a la enfermera, se desbocaron los caballos del coche, y quedó muerto en el acto por la violencia de la caída. Como te dije, hasta el día siguiente no me dijeron lo sucedido el día antes. A veces, es un bien no enterarse de las malas noticias de un ayer hasta el mañana. Así pasó en mi caso, y espero que lo mismo suceda ahora. Rollins preguntó: Dime, madre, otro punto para completar la descripción de aquel memorable día. ¿Me abrigaron en la cuna con una colcha de ganchillo que tú misma elaboraste? La madre se estremeció al oír estas palabras, levantóse de la poltrona, y mirando a su hijo con aire inquisitivo, exclamó: —¡William! ¿Has descubierto el único secreto que yo tenía empeño en guardar? Desde luego que no tiene importancia; pero desde que naciste me propuse no revelarlo, y de algún modo lo has descubierto. Pues sí, durante los días de buena esperanza, me entretuve en hacer una colcha de ganchillo, en previsión del invierno, pues la criatura necesitaría el conveniente abrigo. Cada punto del ganchillo estaba elaborado con el pensamiento puesto en mi perdido William. Harold lo sabía y nunca se mostró celoso, antes al contrario, aludía tiernamente a cómo la criatura que iba a nacer quedaría envuelta en pensamientos de puro amor. He guardado la colcha desde entonces, y a menudo la beso y la acaricio bañada en lágrimas. Es lo único que he conservado de aquellos días de triste amor, y ahora ya lo sabes todo, William. Llévame a mi cuarto y déjame descansar en paz, pues ya no necesito mantener por más tiempo oculto el secreto en mi corazón ni esconder de tu vista la colcha tejida con tanto amor".
28
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
CAPITULO V TRANSICIÓN Quedóse Rollins en el gabinete de estudio. Era cerca de mediodía, la hora del almuerzo; pero estaba seguro de que en la actitud mental y disposición de ánimo en que se hallaba no podría probar bocado. Sentóse nuevamente en la poltrona para reanudar sus cavilaciones sobre las cosas que iban llenando su vida de novísimo interés, y murmuró entre dientes: Así, pues, William Rollins era mi padre, y Harold Rollins su primo, mi padrastro. Mi madre se casó con Harold Rollins; y por lo tanto, soy un Rollins por la sangre y por el nacimiento. Las gentes no pueden objetar nada contra esta verdad. Es un apellido legítimo el mío, que al fin y al cabo se contrae al aspecto material del caso, y a mí me interesa mucho más el aspecto moral. ¡Pobre madre, y cómo debió sufrir! Sin embargo, no conoce los hechos como los conozco yo. Hechos, sí, hechos positivos, porque ¿no ha comprobado el relato de mi madre la realidad de la visión que tuve anoche, de lo que vi y oí? No fue engendrado de la imaginación ni fabricación de mi mente. Imposible que sean obra de la imaginación mi alma, el alma de mi madre, las experiencias de su vida, los dolores sufridos, las lágrimas derramadas. Rollins tenía razón. El relato de su madre se identificaba en todo y por todo con la escena presenciada, aun en aquellos pormenores que fácilmente él hubiera podido olvidar o mal entender. La imaginación no era capaz de forjar tan exacto reflejo de sucesos pasados, ni la memoria recordaba lo sucedido al nacer ni las experiencias de la primera infancia. Sin embargo, ¿era esto imposible? ¿No sería capaz la memoria de almacenar los relatos que el niño escucha en la infancia, y reproducirlos como fantasías en la edad adulta? ¿Cómo podía estar Rollins seguro de que entre los diez y quince años no le hubiese oído contar a su madre algo relacionado con los sucesos de aquel día? Aunque olvidado el relato como recuerdo objetivo, estaba en la memoria. Entonces pensó Rollins en el Diario, del que ya no se había ocupado desde que la pasada noche había vuelto las hojas hasta llegar a dos inmediatos días del pasado. Recordaba haber leído en alguna parte, o acaso se lo había dicho alguien, que cuando un sujeto está profundamente hipnotizado o en un estado análogo, susceptible a las sugestiones, es fácil hacerle recordar muchos sucesos pasados que tenía olvidados en condición vigílica. Estos experimentos, científicamente realizados repetidas veces, demuestran la existencia de multitud de impresiones almacenadas de manera indeleble en la memoria; pero se necesitan requisitos indispensables, causas justificadas y ocasiones propicias para que todas las actualizaciones reaparezcan positivamente en la conciencia. Los requisitos indispensables para ello son la concentración de todas las facultades activas, un incentivo, una sugestión cualquiera la relajación del cuerpo y la hiperestesia o exceso de sensibilidad. Todas estas condiciones dominaban el cuerpo y la mente de Rollins durante la experiencia de la pasada noche. Desde el punto de vista científico, aquella experiencia era de índole psíquica, a manera de ilusión, quimera, alucinación o fantasmagorías de la memoria; mas para Rollins eran positivas realidades, y no le bastaba el análisis o la explicación científica de ellas. Había en todo aquello algo más que pura imaginación. Se dice que existe una clave del pasado, un lazo que une el presente con el pasado, y que con dicha clave es fácil levantar el velo y entrar en la cámara prohibida y leer lo que hay allí registrado. Por lo tanto, ahondar en el pasado equivaldrá a penetrar en los recovecos de la memoria en busca de un hecho, que se 29
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
recordará en cuanto dispongamos de otro hecho conocido y con aquél relacionado. En todo cuanto Rollins tuvo en las últimas veinticuatro horas como intuición del pasado ¿cuál fue dicho lazo? ¿Cuál era la clave? Estas preguntas se hacía y analizaba Rollins, y al punto pensó en su diario, cuyas páginas había ido volviendo hacia atrás de ayer en ayer en largo espacio. ¡El Diario! De nuevo le impresionó cual si fuese un ser animado. ¿No había compuesto Casauboh, el gran teólogo francés del Siglo XVI, su diario, el famoso Efemérides, que perduró por siglos? Se veía Rollins impelido a volver a su diario, y una vez que lo tenía en sus manos parecía como si las hojas del libro vibrasen vitalmente, se animaran llenas de un poder creador. Verdaderamente estaba el diario armonizado con 16 desconocido, a pesar de ser un simple libro, y en ninguna de sus hojas había ni una sola palabra que pudiera interpretarse relacionada en lo más mínimo con la escena reproducida en aquel gabinete. Con el diario cerrado en las manos, deseoso de satisfacer la idea de que en sus hojas estaba la requerida clave, se arrellanó relajadamente en la poltrona, en espera de lo que ocurriese. Sin embargo, dominaba en su mente este pensamiento: "Volveré las hojas del diario del pasado hasta el ayer de la vida anterior." Repitió en voz alta estas palabras como si se mandase a sí mismo. No se sabe cuántos minutos transcurrieron mientras Rollins estuvo allí sentado con los ojos cerrados; pero le substrajo del silencio de su concentración una especie de susurro, y aunque al abrir los ojos no vio nada de pronto, muy luego se formó en un rincón del gabinete, donde sólo había una silla en la penumbra, una extensa aura violeta, que poco a poco se condensó cerca del suelo y asumió la figura de una cama en la que yacía un anciano entre sábanas, cubierto con mantas, debajo de las cuales sólo asomaba la cabeza y un brazo. Rollins se mantuvo en profunda concentración, conteniendo todo lo posible el aliento para no romper el hechizo, y entonces se amplió la escena de aquel cuadro, pues cuadro semejaba. Junto a la cama estaba otro anciano que tenía entre las suyas una mano del enfermo y le examinaba el rostro. Otra escena de tristeza. La escena representada respiraba angustia y aflicción. El brazo del enfermo estaba pálido y delgado, como muerto. Parecía inminente el momento decisivo. Una aura violeta rodeaba acuella escena y la separaba a guisa de telón, del resto del gabinete, y la pared que estaba detrás de la cama aparentaba un color diferente del de las otras tres y se veía muy lejana. Rollins vigilaba en espera de los acontecimientos; pero no tardó en experimentar la extraña sensación de que su conciencia se desprendía del cuerpo físico y se trasladaba a la escena, pues notaba la diferencia de ambiente, como si se encontrara en un aposento frío y revoloteando alrededor del enfermo, pero de manera invisible. En su nuevo estado de conciencia vio Rollins más claramente lo que estaba sucediendo. El enfermo se moría por momentos. No tardaría en expirar. Pero ¿cómo?, ¿por qué? ¿Dónde sucedía todo aquello? Era preciso responder antes a estas preguntas, y a medida que acudían a su mente, encontraba Rollins la respuesta, aunque no en palabras sino por virtud de aquella intuitiva comprensión tan distante de la ordinaria, que esta vez no le puso perplejo. En cuanto alcanzaba la visión de Rollins, había muchas cosas extrañas en el aposento donde estaba la cama con los dos hombres; pero lo más notable eran varias pinturas, unas con marco y otras sin el, y algunas sin terminar. No se veía en el aposentó nada de lo que revela el cuidado de una ama de casa. El desorden, el desaliño, las huellas de polvo y la negligencia denotaban evidentemente que el anciano había estado largo tiempo enfermo y vivía solo. El otro anciano era el médico cuya actitud indicaba que no quedaba esperanza, aunque le había 30
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
administrado al enfermo una pócima que le alargaría algún tanto la vida. El enfermo luchaba internamente, porque de cuando en cuando exhalaba entrecortados suspiros y a cada suspiro se le coloreaban las mejillas. Deseoso de adquirir más informes, Rollins, es decir, su espíritu, revoloteó durante pocos minutos sobre el enfermo, como si lo cobijara. El enfermo suspiró nuevamente,, y abriendo los ojos exclamó con temblorosa, voz: —Mira, Mira. Aquí sobre mí. Mi alma salió de mi cuerpo. Quiere marcharse y está en espera de mi muerte. El desfallecimiento apagó estas palabras, pronunciadas en francés, pero que Rollins entendió, y sorprendióle el significado de aquella exclamación del enfermo. Porque ¿era Rollins testigo de su propia alma salida de otro cuerpo ? ¿ Qué otra cosa podían significar aquellas palabras? El pensamiento de Rollins parecía corroborar tal significado, pues muy claramente le decía su conciencia mental: "Yo soy esta alma". Después sintió una extraña relación con el cuerpo del enfermo, como si con él se armonizara, y experimentó la misma debilidad que experimentaba el enfermo, con sequedad en la boca y ardiente sed. En el momento de sobrevenirle a Rollins esta sensación, el enfermo levantó la mano y dijo; "Agua, agua, por favor, un poco, de agua". El médico tomó una copa de madera, e incorporando al enfermo sobre la cama le acercó la copa a los labios. Rollins pudo notar la sensación de cómo la frescura del agua refrigeraba su garganta. Disminuyó entonces la temperatura del enfermo, y Rollins notó también el alivio, dándose cuenta de que tenía fiebre. El enfermo cerró los ojos y dejóse caer sobre la cama con el cuerpo relajado, y Rollins se sintió todavía más ligero, como si flotara en el espacio sobre la cama. De pronto pidió el enfermo más agua. Esta vez el médico puso unos polvos en la copa y le dio de beber al enfermo. Inmediatamente Rollins notó el sabor de los polvos, que eran febrífugos y calmantes, y tanto el enfermo como Rollins sintieron al punto una extraña sensación. El enfermo empezó a temblar y decía a gritos: "Ya no más. Quiero irme. No quiero estar aquí. ¿Por qué me diste esto otra vez? Estaba tranquilo. Sabía que me marchaba de este mundo y era dichoso". En Rollins hicieron los polvos el efecto de infundirle mayor gravedad, como si penetrara más hondamente su conciencia en el cuerpo del enfermo; y aunque la conciencia de Rollins no quería entrar en el cuerpo del enfermo, ni el cuerpo del enfermo quería recibirla, una fuerza potente, irresistible, antinatural, los coaccionaba y los impelía a la unión. El enfermo prorrumpió en llanto. La conciencia de Rollins no podía soportar por más tiempo aquella situación, y deseaba libertarse de semejante esclavitud, y se apartaba lentamente de su proximidad al cuerpo del enfermo. Se agudizaron sus sentidos y por fin tuvo conciencia de su propia entidad, independiente del cuerpo enfermo, aunque relacionada con él por medio del aura violeta. Entonces resonó una voz que emanaba de lo más recóndito de su conciencia y dijo: "¡Seré libre! Soy dueño de mi destino. Se cumplirá el decreto y manos humanas no alterarán ni modificarán lo escrito en el Gran Libro. Me ha llegado la hora de pasar al Reino de la Luz y me iluminará la Suprema Luz. Durante largo tiempo me ha servido bien este cuerpo para realizar la obra que me destinaron cuando vine al mundo. Pero ahora que el cuerpo ya no es capaz de soportar la interna Luz, sería un estorbo, un impedimento para la misión de mi tiempo. Vuestros venenos y vuestras drogas son de la misma materia de que está hecho el cuerpo: el polvo de la tierra, y su oficio no va más allá de sofocar la mente, paralizar los sentidos y retener lo que mejor fuera desechar. La paz sea con el viejo cuerpo que sólo conoce lo que yo 31
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
conozco, que sólo sufre lo que yo sufro, que se goza cuando yo me gozo. Porque no tiene conciencia de sí mismo. Su mente es mi mente, su luz mi luz, su vida mi vida. No es nada de por sí. Nada desea ni nada puede poseer. YO SOY EL VERDADERO HOMBRE, porque tengo vida eterna, y ahora desecho el cuerpo, que ya no necesito." El enfermo dio un suspiro. Estremecióse el cuerpo, quedó rígido al exhalar el último aliento, y el alma que tan sólo por el aura estaba a él unida, flotó lentamente en el espacio, iluminando las sombrías paredes por cuyo lado pasaba. Al llegar junto al techo dijo en dulce y suave tono: "Paz a todo cuanto existe. He resucitado de la tumba. Mucho tiempo sufrí deseosa de escapar para ser libre y dar más viva luz al mundo; pero la ignorancia y la vanidad me clavaron en la cruz de las falsas ilusiones. El cuerpo es la cruz en que el hombre crucifica su alma. En esta cruz estuve como una rosa sujeta por el entrelazado tallo y las espinas. Las lágrimas eran gotas de rocío desprendidas de los pétalos, que difundían el aroma de inmortalidad por el aura del alma. Pero ya estoy libre para retornar al Reino de Luz donde las almas están unidas en sagrada comunión y moran dichosas y bienaventuradas en las mansiones de la Mente de Dios". Al desvanecerse el aura violada, la escena del enfermo en cama con el médico a la cabecera, desapareció en la obscuridad como tras un velo, y Rollins recobró la conciencia vigílica. Restregóse los ojos fatigados de tan intenso esfuerzo de concentración, enderezó su cuerpo, desperezóse para tomar aliento, y de nuevo resonaron en sus oídos las palabras: 'En esta cruz estuve como una rosa". Al instante bajó los brazos al notar que en su actitud de desperezo tenía los brazos EN CRUZ. Dejóse caer en la poltrona y por vez primera desde su niñez, aquel enérgico varón lloró. Había presenciado el tránsito de su alma, la muerte de su cuerpo en una vida anterior. El ayer de otro siglo.
32
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
CAPITULO VI RESURRECCIÓN Al volver Rollins en sí hallóse contemplando el antiguo cuadro, el misterioso paisaje con la incompleta firma de Raymond. Parecía entonces mucho más viejo y como si respirara la atmósfera de algún incidente de la vida. ¿ Recordaba la escena mostrada en visión? No estaba seguro. Según examinaba los pormenores de la pintura iban vibrando con mayor vida hasta que le pareció como si desde una ventana estuviese contemplando un extraño valle con sus colinas de purpúreo tinte. Detuvo la vista en el ángulo del cuadro donde aparecía perfectamente visible la R. Mayúscula de Raymond. No constaba el apellido; pero sí una señal. Raymond y un símbolo. Apenas se notaba el símbolo en la firma del cuadro, y precisamente su borrosidad había inducido a Rollins y a otros a creer que lo poco que se distinguía era el comienzo del apellido, cuyas huellas habían buscado en vano. Saltó Rollins de la poltrona como quien de pronto posee la clave de un profundo misterio, descolgó el cuadro, y con ayuda de la lupa de que tantas veces se había valido para el mismo propósito, volvió a examinar la firma. Después de la d de Raymond había un corto espacio, y a continuación una marca que lo mismo daba indicios de ser una V o el comienzo de la W o la parte superior de la Y o la última parte de la N o el centro de la M. Como quiera que siempre había creído Rollins que esta borrosa marca era el principio del apellido de la firma, observó unos cuantos rasgos del pincel por si lo completaban; pero echó de ver que aquellos rasgos o trazos correspondían a los matorrales pintados en el fondo del paisaje y que su imaginación los había relacionado con la grafía del apellido. Se convenció de que la firma sólo constaba del nombre y de dos marcas o señales que sugerían la idea de un símbolo. Cerró Rollins los ojos con intento de recordar las pinturas del aposento en donde había muerto el enfermo representado en la reciente extraña visión. Distintamente vio el nombre de Raymond en algunas, seguido de una marca cuya índole no le era posible dilucidar. ¿Por qué no había puesto mayor atención en aquellas pinturas? ¿Cómo estaban allí? ¿Era el taller de un pintor lo que había visto? ¿Era pintor el enfermo? ¿Sería él, Rollins, aquel Raymond? ¿Sería él mismo? Entonces... Fácilmente cabe suponer la tensión nerviosa, la taquicardia, la agitación, el júbilo que invadió su ánimo al convencerse de que él, Rollins, en una pasada encarnación de su alma había sido el pintor Raymond, cuya obra maestra pendía a la sazón de la pared de su gabinete y cuya autenticidad habían él y otros indagado en vano. He aquí por qué gustaba Rollins tanto de las escenas de la Naturaleza, mientras que no le llamaba la atención ningún otro solaz. He aquí por qué era aficionadísimo a las pinturas de paisajes. Había traído a la presente vida los gustos, aficiones, tendencias, normas e ideales de pasadas experiencias. En todo esto veía un asunto de hondo estudio. ¿Podía haber una herencia de la mente como la había de la sangre? ¿Es el hombre de hoy físicamente el resultado de la sangre de sus antepasados y mentalmente el resultado de su propia evolución? ¿Es el cuerpo una vestidura material elaborada con la combinación de varias substancias, mientras que el alma es una emanación de la esencia de Dios? Casi inconscientemente puso de nuevo Rollins la pintura en su lugar, sumido enla maravilla del abstracto problema que absorbía su mente, y dirigiéndose a la estantería, tomó un libro cuyo título era: La herencia y sus leyes. 33
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
Volvióse a sentar y hojeó el libro página tras página, buscando en los epígrafes de los capítulos alguna frase, algo que le diese luz sobre esta nueva idea del renacimiento del alma. Pero quedó desalentado. Quiso entonces consultar, casi desesperado, la Enciclopedia, cuando la campana del vestíbulo anunció que el almuerzo estaba servido. Era día festivo, y la cortesía le obligaba a no dejar sola a su madre en la mesa. Seguramente, después de lo que había pasado, su madre y él se gozarían en almorzar juntos. En consecuencia, Rollins se encaminó al comedor, determinado a someter a la consideración de su madre aquel nuevo problema. A mitad del almuerzo se inició la plática que prometía prolongar la sobremesa. Rollins empezó diciendo: —Querida madre: ¿Has leído u oíste decir algo acerca de la reencarnación del alma? —No mucho, William —respondió la madre sorprendida de la pregunta y más todavía de su índole. Tú sabes que la Biblia nos ofrece varios casos en que al parecer hubo profetas y sabios que renacieron en la tierra, pero presumo que te refieres a las enseñanzas de alguna nueva escuela de filosofía. No las he estudiado ni sé otra cosa sino que hay entre ellas una teoría de la reencarnación como ellos la llaman. —Pero de lo que has leído u oído ¿puedes decirme qué es lo que reencarna o renace? Me parece que no ha de ser el cuerpo ni la sangre ni... —Te equivocas desde un principio, William o te has informado mal en este asunto. De lo poco que he oído decir, infiero que reencarna el alma divina e inmortal. En este principio se funda la doctrina de la reencarnación,, de cuyos pormenores poco puedo decir; pero interrumpí tus consideraciones porque se referían a un asunto que me interesa vivamente. ¿Recuerdas que me diste un libro que trataba de la herencia?" En él encontré muchos puntos concernientes a la eugenesia y la puericultura. Sabes que siempre me han interesado estas cosas, y creo que ahora puedes relacionar con tu propio nacimiento mi interés en el, asunto. Recuerdas haber leído un libro titulado: Feliz nacimiento, cuya lectura revivió en mi las tristes circunstancias de tu venida al mundo y algunas pasadas vicisitudes de mi vida. En cambio me satisfacieron muchos de los principios expuestos, y desde entonces dediqué a este asunto mis horas de estudio, y mis ratos de ocio a cooperar con la Junta de Higiene Pública de esta ciudad. ¿No sabes que se ha comprobado que la sangre también reencarna esencialmente, de generación en generación, como dicen que reencarna el alma? Te interrumpí cuando supusiste que no reencarnan el cuerpo ni la sangre, y estoy segura de que te equivocabas. —Esto es interesante y quiero saber algo más sobre ello. Me parece, madre, que desde hace veinticuatro horas estoy viviendo en un mundo nuevo. Descuidé lastimosamente mis lecturas y me enfrasqué en el mundo de los negocios desdeñando el mundo superior de la ciencia y mejor aún de la filosofía; porque no creo que la fría ciencia positiva preste la menor atención a los principios de que me hablas y que tan vivo interés; han despertado en mí respecto de cuanto se refiere al alma. Ahí tienes; los negociantes se habitúan a creer que en el universo todo se condensa en el negocio, y dividen a las gentes en dos clases: negociantes y clientes o productores y consumidores. Todo hombre es para ellos una posibilidad en dólares y centavos y nada más; y toda mujer, una madre, una esposa, una hermana, una novia o una amante sin aptitud ni competencia para intervenir en los negocios de alto vuelo y amplia envergadura. La superficie de la tierra está para ellos cubierta de pozos de petróleo, minas de carbón y de metales, bosques maderables, líneas férreas y de navegación. El sol brilla para ayudar a los viajantes y representantes a que menudeen sus visitas comerciales, y cae la lluvia para 34
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
favorecer las cosechas y evitar pérdidas en los mercados. Un día es la sexta parte de la semana comercial y el tiempo está regido por los relojes, las listas del coste de la producción y del pago de jornales. El domingo es el día destinado a los libros y a hacer visitas de amistad cuando no es posible encontrar a los negociantes. Los teatros, cines, cafés y lugares de recreo les sirven a los negociantes para atrapar clientes. Las iglesias alivian el disgusto de las clases trabajadoras, infundiéndoles el gozo en las cosas espirituales cuando no pueden disfrutar de las cosas materiales, y les prometen la felicidad eterna en el cielo si se resignan a no poseer nada en la tierra. El matrimonio es una locura sentimental en los jóvenes y un negocio en los viejos. Los niños son un gran elemento de consumo comercial en seguros de vida, ropas, libros y juguetes. La vida es un puente de posibilidades tendido entre las locuras de la juventud y las imbecilidades de la vejez. El amor también favorece el negocio por el consumo de relojes, sortijas, alhajas, vestidos, objetos de escritorio, libros, confitería y mil otras cosas que no se venderían á no ser por los noviazgos y las bodas. La muerte es una estafadora o una fácil salida según las circunstancias de cada cual. El hogar es la partida más importante de un negocio y las madres una necesidad y una segura ayuda en las circunstancias críticas. "El pasado pertenece a los fracasos, el presente a los éxitos y el futuro a los soñadores. Un periodo es un múltiple agente comercial en sus anuncios y una crónica chismográf ica de las comidillas sociales. Ya sabes que muchos de mis colegas y yo mismo hemos mirado la vida de este modo. Te sorprende lo que te digo; y sin embargo, muchas veces habías notado que de este modo miraba yo todas las cosas. Pero ahora veo que hay algo mucho más interesante que el problema de producir y vender, de fabricación y comercio, de coste y venta, de pérdida y ganancias. Acaso he cruzado ya el puente tendido entre las locuras de la juventud y las imbecilidades de la vejez. Quizás estoy en el borde del último trecho de mi vida. Pero lo cierto es que hoy siento más vivo entusiasmo que nunca por el pasado y el porvenir. "Los hombres somos muy personalistas. El negociante sólo piensa en sí mismo; pero ahora noto que yo y otros nos hemos estado defraudando a nosotros mismos al desdeñar ciertos hechos de la vida con el Intento de colocar en nuestro plexo solar el centro del universo. "La mayoría de los negociantes ambicionan poderío; pero no saben que la pura fuente del poder es el conocimiento de nuestra verdadera naturaleza y de sus posibilidades. Todo aristócrata se engríe de su ascendencia y de las proezas de sus antepasados y confía en dominar a las gentes; pero no echa de ver el más firme apoyo, el más seguro fundamento, al desdeñar el abolengo de la mente que lo gobierna y que no es suya a pesar de ser suya. "Todos los que intervienen en los proceres negocios del mundo procuran estar bien informados respecto de las leyes civiles para aprovecharlas en sus operaciones, y por medio de sus abogados a sueldo, se valen de todo cuanto a su favor encuentran en los códigos y tribunales de comercio. También subvencionan a peritos e ingenieros para que en sus experimentos descubran algo que tenga aplicación industrial y ayude al incremento de los negocios. Acechan cuantas ocasiones se les deparan de ser poderosos, dominadores, influyentes y opulentos; pero desconocen las leyes de la Naturaleza y sus medios de actuación. Ahora reconozco mi grave error. Cambiaré de conducta antes de que sea demasiado tarde. Adquiriré mayor poderío al saber que ni las leyes de los hombres ni las quiebras bancarias ni el fracaso en los negocios ni las cotizaciones del mercado son capaces de alterarme. Tal es mi voluntad; y por lo tanto, quiero indagar algo más sobre la reencarnación de la sangre. 35
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
La madre repuso tímidamente: —Temo que emplees un término que la ciencia no aceptaría, porque la ciencia considera este asunto bajo un aspecto que me sería difícil explicar. Pero la ciencia rechaza la palabra reencarnación, y la substituye con la frase: continuidad del plasmogermen. "Sabes que durante muchos años, algunas modalidades de enajenación mental, como por ejemplo la demencia precoz, se ha atribuido a la herencia de. ciertas taras. De la propia suerte se han atribuido también a la herencia los hábitos físicos y mentales, las propensiones y aptitudes y se las ha llamado características heredadas. Hasta hace algunos años se consideraba la herencia como una teoría irrisoria y los biólogos se burlaban de ella; pero las recientes experiencias y observaciones han demostrado la verdad de los principios desde tanto tiempo expuestos y que también lo son otros de los cuales no se tenía la menor idea. "El hombre, en su aspecto orgánico, es el resultado de la herencia. Todos ios rasgos de su carácter mental y físico tienen por causa la herencia o el influjo del ambiente y la educación. Cada individuo es la suma total de su línea directa de ascendencia y además un sumando de la siguiente generación. "Se creyó un tiempo que el plasmogermen del padre y el de la madre eran peculiares de cada uno de ellos y que sólo contenían sus individuales características; pero ahora se sabe que los plasmogérmenes constituyentes del embrión no sólo contienen las características del padre y de la madre sino también las de varias generaciones de antepasados. Repuso Rollins: —Dices que los plasmogérmenes constituyentes del embrión no son peculiares del organismo de los padres, es decir, que el plasmogermen es un elemento que mantiene y transmite su esencia de generación en generación. ¿No es eso? La madre replicó: —Precisamente es así, y a esto se le llama continuidad del plasmogermen. El plasmogermen contiene los elementos del carácter y de la especie, y se transmite de generación en generación, dando de sí los elementos necesarios para reproducir su naturaleza y características sin que jamás se pierda en el proceso de transmisión. Cada individuo añade al píasmogermen sus características adquiridas, de modo que en cada generación es el germen la suma de todo cuanto le precedió. Así se demostró evidentemente por medio de diagramas en la última sesión mensual de la Comisión de Higiene. Un profesor nos ha ido dando una serie de conferencias sobre la herencia, y ahora comprendemos el sentido esotérico del texto bíblico que dice: "las faltas de los padres recaerán sobre los hijos hasta la cuarta y quinta generación". "Cada célula de materia viviente utilizada en el proceso de fecundación y desenvolvimiento del embrión, se ya dividiendo sucesivamente hasta que la célula final femenina llamada óvulo, la célula final masculina llamada espermatozoo quedan definitivamente constituidas por ciertas porciones de plasmogermen original. En el núcleo de la célula están los elementos hereditarios llamados cromosomas, que de conformidad con una ley biológica determinada se asientan en cada célula según su especie, naturaleza y condición. Lo permanente de la célula influye en la índole del embrión y más todavía en las modificaciones que acumula cada generación," Dijo Rollins tras un momento de reflexión: —¿Significa esto que en mi sangre, en mis huesos, en mi carne hay algo de la sangre, carne^ y huesos de mis remotos antepasados? La madre respondió:
36
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
Sí; en línea directa. Pero además, tus hermanos, primos y todos los individuos de tu familia en esta generación tenéis los mismos elementos más las modificaciones resultantes del matrimonio en las precedentes generaciones. En tu cuerpo William, en las células que se reproducirán para fecundar el óvulo, hay cromatina o esencia de los cromosomas, y la cromatina en las células de tu cuerpo es esencialmente idéntica a la cromatiha que existió en las células de tus más remotos antepasados. Repuso Rollins: —Entonces esto significa que en vez de crear cada generación nuevos cromosomas, se duplican y continúan multiplicándose, de modo que se perpetúan en el transcurso de las generaciones. ¿No es así? La madre respondió: —Así es precisamente. Sin embargo, al dividirse los cromosomas no menoscaban las características esenciales de su naturaleza. En cada generación se dividen varias veces, pero cada división constituye a su vez un cromosoma completo que mantiene su peculiar naturaleza para fecundar un óvulo en cuyo interior reproduce su naturaleza. Esto es lo que recientemente ha descubierto y comprobado la ciencia. "Recuerda que estos cromosomas de las células, a pesar de su microscópico tamaño, contienen los elementos de cada una de las células constituyentes de un organismo adulto, mas las características de la especie, del aspecto exterior, aire de familia, las tendencias, facultades intelectuales, y todo cuanto constituye la personalidad. Lo que orgánicamente te hace igual a los demás hombres y un vástago de determinada estirpe, está contenido en los cromosomas de cada una de las centenares de células que intervienen en las funciones fisiológicas de la reproducción de la especie. Repuso Rollins: —¡Esto es admirable, madre! Porque resulta que mi sangre, mis huesos, mis nervios, mi carne, todos los órganos de mi cuerpo, incluso el cerebro y las células de mis cabellos, todo ha renacido de mis antepasados. Yo no soy yo, sino la síntesis de mis antepasados. No murieron porque han renacido en mí. Desecharon las células muertas mientras que otras células de su cuerpo se perpetuaron: y viven ahora en mí. Replicó la madre: —Aunque parezca hiperbólico y altisonante, puedes decir con toda seguridad que tú eres lo que ellos fueron, más lo que has adquirido por influencia del ambiente y de la educación. Repuso Rollins: —Si todo esto es verdad, y no puedo dudar de ello si la ciencia ha descubierto la ley, yo soy una entidad dual, porque el cuerpo es de la estirpe de los Rollins, mientras que el alma y la mente es la de Raymond, y posiblemente de otros. —¿Qué estás diciendo? —exclamó la madre sorprendida. —No te lo puedo explicar ahora. Necesito más tiempo para reflexionar sobre ello. Una clara luz me ilumina y me parece que se me revela el plan del universo como pocos pueden imaginar. Quiero saber más; pero ¿cómo? La madre respondió: —No puedo acompañarte en tus extraños pensamientos, William. Me satisface lo que el profesor nos enseñó. No somos ni más ni menos de lo que nuestros padres nos hicieron, más el ambiente en que nos criaron y la educación que recibimos. —No, no, madre —repuso vivamente Rollins—. Estás equivocada. Todo cuanto has dicho podrá ser verdad y no lo niego. No puede ser de otra manera. Claramente lo veo. Pero todo .cuanto has dicho y la ciencia, ha descubierto se refiere al aspecto 37
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
físico y terrenal del hombre, a su parte material. Además, hemos de tener en cuenta el alma con sus facultades, la interna individualidad, que no puede transferirse por medios físicoquímicos, y en esto se enfoca ahora todo mi interés. Perdóname, madre. He de volver a mi gabinete de estudio para terminar mis modestas investigaciones. Mañana hay que reanudar la vida de los negocios y la reanudaré con muy distinta disposición de ánimo. Esta tierra, este mundo es ahora mi morada y los hombres son todos mis semejantes, mis hermanos. Los trataré como tales, incluso al más humilde de mis empleados. He de llevar a cabo una obra; he de dar un mensaje al frío mundo de los negocios. Acaso encontré mi misión, la Luz de que he de ser antorcha. Se fue Rollins a su estudio, internamente movido por el gradual reconocimiento del toque de la divina inspiración. Ya no era William Howard Rollins, el negociante, sino una Luz en la tierra, un alma encarnada, una emanación de la Divinidad con una misión terrena. Su madre le observó al marcharse y comprendió que se había convertido en otro hombre y le miró con reverencia, como si al salir del comedor y cruzar el vestíbulo, se hubiera transfigurado en el Maestro Jesús que acabara de compartir con ella el pan y retornase a su obra. Allí estaba la presencia de Dios. Ella la sentía y conocía. Pero ¿cómo? ¿Cómo había de manifestarse Dios por medio de un hombre que jamás mostrara el menor interés por la iglesia ni por la Biblia ni por Dios? Un milagro se había operado desde ayer. Hoy era su cumpleaños, y algo más, porque podía considerarse como el día de su renacimiento, el día del despertar, el santo día de la iluminación, de la resurrección.
38
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
CAPITULO VII EL UMBRAL Restituido a su estudio, apartó Rollins con despectiva sonrisa el tratado sobre la herencia, que si en un tiempo fue la última palabra de la biología, estaba ya anticuado en vista de los recientes descubrimientos, y se puso a meditar sobre los rápidos cambios que se operaban en los principios científicos y especialmente en el conocimiento de la naturaleza y del hombre. Se decía en mudo soliloquio: "Verdaderamente poco de lo que uno conoce es de índole definitiva e inmutable. ¡Todo cambia! ¡Todo se muda! ¡También el conocimiento! El filósofo griego que dijo que "la materia está en incesante devenir", estaba en lo cierto, y esta verdad puede aplicarse asimismo a nuestros conocimientos. La materia está siempre cambiando, llega á ser algo, pero este algo no lo es realmente durante mucho tiempo. También el conocimiento va siendo cada vez más seguro, se acerca más a la verdad, y las teorías de ayer pueden ser falacias mañana, mientras que las quimeras de hoy quizás sean realidades en el porvenir." La idea de ayer suscitó por asociación el pensamiento en el Diario, cuyo análisis no había completado, y al día siguiente comenzaba el nuevo año fiscal con relación a los negocios. Por lo tanto, debía terminar la revisión de los ayeres. Cerró el armario, y tomando nuevamente el Diario, sentóse en la poltrona, acomodó la lámpara, y dando un suspiro, se puso en cómoda actitud para pensar. ¡ Qué libro aquel Diario! ¿Estaba acaso vivo? ¿Había entre sus páginas gentes, lugares, condiciones, todo ello animado por vibrante vida? ¿No sentía Rollins una vibrátil esencia que emanaba y lo envolvía, de la cubierta del Diario, de los cantos de las hojas? Le temblaba el brazo por las pulsaciones que el Diario transmitía a la mano. Más de un año de vida y acción estaba representado en las anotaciones del Diario. Tal vez millares y aún millones de años estaban registrados en sus hojas. No era un libro. Era la clave del pasado. De nuevo pensó en las escenas que había presenciado y deseaba que se reprodujeran o que apareciesen otras, otros ayeres. El deseo suscitó una corriente que se transmitió como un hormigueo por todo su cuerpo. Cerró los ojos, relajó los miembros y entró en éxtasis. El deseo era un mandato que parecía tener el poder de sacudir un enorme batintín cuyas sonoras vibraciones repercutían en el espacio y eran clara y distintamente percibidas por él. ¿Sería esto algo semejante a lo que ocurría a Aladino cuando frotaba la lámpara maravillosa y pedía lo que quería? ¿Existía, acaso, algún poder psicológico formidable encerrado en un deseo sincero expresado en un momento oportuno? Rollins se hallaba confundido y perdido en el misterio de aquella singular experiencia. Es un axioma psicológico que la autosugestión puede visualizar expectativamente el resultado de un deseo o de un propósito y afirma además la psicología que dicha expectación es requisito indispensable para la realización. Sin embargo, la verdad es que sin autosugestión no habría anticipación. Y la autosugestión proviene de la firme fe, de la fundada esperanza en la realización del propósito. Sin esta fe, esta esperanza, esta creencia, por débil que sea, no es posible la autosugestión. La circunstancia de que la autosugestión inconsciente produzca resultados sin previa expectación, no altera la virtualidad del principio expuesto, pues en tales casos se ha demostrado que la autosugestión inconsciente dio por resultado la realización del deseo, a pesar de que antes de la autosugestión temía el individuo la realización, o sea lo contrario de la expectación. Por lo tanto, existe esencialmente el mismo requisito. 39
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
La psicología de la oración revela la vigencia actuante de ciertas leyes y de ciertas condiciones psicomentales. Por lo tanto, la oración no es un mero acto religioso, sino la concreta manifestación de un subconsciente proceso mental, la deliberada expresión de un deseo interno. En todo interno deseo, en todo sincero anhelo, en toda persistente esperanza, en toda noble aspiración está la esencia de la súplica, el ruego o la plegaria. La oración propiamente dicha es la que se dirige a Dios, y entonces se acrecienta la fe, la esperanza y la seguridad en el poder de la fe y la esperanza, porque ¿quién oraría a Dios si no creyese que Dios le ha de escuchar y responder? ¿ Qué decir de la realización de las oraciones? ¿Son más bien que realidades de la mente una condición del alma? Oramos por la pronta curación de un enfermo. Si recobra la salud nos regocijamos. Se lo pedimos a Dios, y nuestra fe nos mueve a creer que el enfermo ha recobrado la salud por virtud de nuestras oraciones, como si Dios hubiese obrado un nuevo milagro. Con reverente humildad creemos en la intervención de Dios, y en esta fe, en esta creencia, en esta pura realización mental nos sentimos dichosos y confiamos firmemente en la eficacia de la oración. Pero si la oración no da el apetecido resultado, si el enfermo muere, apaciguamos el ánimo y excusamos el desengaño diciendo que Dios sabe mejor que nosotros lo que a cada cual conviene, y no perdemos nuestra fe en la eficacia de la oración. En ambos casos los resultados de la oración son para cada individuo una psicopática condición mental. Desde luego que la metafísica y el misticismo atribuyen otras virtudes a la oración, pues nos enseñan que el esencial elemento de la oración a Dios es un sincero deseo, una acariciada esperanza, un puro pensamiento, con todos los requisitos de bondad y altruismo; y que en el proceso de la oración, en la debida actitud de orar, armonizamos la mente con la infinita Mente Cósmica de Dios que en todas partes está por esencia, presencia y potencia, y todo lo penetra. Sea la oración mental o hablada, formulamos el deseo en una frase definida, visualizamos los apetecidos resultados, y después dejamos el deseo en manos del Cósmico donde naturalmente vibra con las constructoras fuerzas del amor y la bondad del plan divino, de suerte que el místico poder del pensamiento produce los resultados. Esto no elimina la intervención de Dios, pero la reduce de directa a indirecta de particular a impersonal, de específica o particular a general. Esta filosofía es la base de muy admirables enseñanzas y revela leyes y principios apenas conocidos por el hombre. Mas Rollins estaba seguro de que el deseo, definido, y oralmente expresado, producía inmediato efecto, y su deseo era que el Diario le revelase otro ayer. ¿No había motivo de expectación? ¿No era la fe en el Diario garantía bastante para que el pasado mostrara una nueva escena de actividad? Minutos u horas podían haber transcurrido mientras Rollins tenía el Diario en sus manos. El no lo sabía. Había perdido la noción del tiempo. Estaba abstraído y con todo su interés concentrado en una voluminosa aura de luz que lentamente se desarrollaba en un ángulo del gabinete. No se daba cuenta de si tenía abiertos o cerrados los ojos ni le importaba indagarlo. Lo que veía era tan real para sus sentidos como si la retina lo hubiera percibido trasmitiendo su impresión al cerebro y la conciencia. Por lo tanto ¿ qué diferencia había entre ver objetivamente o de otra manera? El aura tomó un color de púrpura en la periferia y gris en el centro, el cual se fue obscureciendo hasta que varios colores salpicaron el espacio como las tintas del primer plano de una pintura. Poco a poco tomaron forma y constituyeron una vivida escena a la que se transportó espectralmente la conciencia de Rollins por medio de una neblina luminosa que rodeaba fríamente su cuerpo, y a poco notó
40
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
Rollins que no veía con los ojos de su cuerpo, sino con los de su extasiada conciencia, pues formaba parte de la escena de que era a la par actor y espectador. Desde la escena miraba su cuerpo sentado en la poltrona, y lo veía como si estuviese pintado en un cuadro, mientras que su nuevo ambiente en la extraña escena era para él positivamente real. Tan extraña condición incitaba al análisis ; pero algo le impelía a no pensar más en ella y enfocar su pensamiento en el punto en donde estaba y lo que allí había de hacer. Miró en derredor. Estaba en un espacioso aposento, que había empezado a formarse como una nebulosa pintura y concluido por tener vida. Era un aposento Hiueho más extraño de cuantos hasta entonces había visto. El techo, cruzado de pesadas viras de madera, se levantaba hasta unos diez y ocho metros de altura sobre el suelo. Las paredes eran de mampostería, con sillares simétricamente colocados, pera no unidos con cemento. Las tres ventanas que en las paredes que abrían estaban arqueadas en la parte superior y tenían barrotes de hierro y gruesas rejas de alambre en vez de cristales. En dirección opuesta a las tres ventanas había una chimenea con el hogar descomunalmente ancho y hondo en el que ardían gruesos troncos de leña, resguardados por extraños hierros y morrillos. En el centro de la estancia se veía una mesa esculpida que denotaba exquisita y hábil labor, pero con la madera descolorida y sin barnizar. Medía unos seis metros de largo y 120 centímetros de ancho. En varias partes había sillas de ,alto respaldo, esculpidas y labradas por el estilo de la mesa; y en un extremo una grande alacena con un aparador en que reposaban voluminosas piezas de plata. En la alacena platos de plata y oro y unas cuantas piezas de loza y porcelana. En la pared opuesta a esta especie de aparador se abría una soberbia puerta de entrada con marco macizo y maravillosamente esculpido, y en el centro de su remate un escudo con dos empresas heráldicas grabadas. La puerta sugería la idea de entrada a una catedral, y sus dos hojas eran de hierro ornamentado, aunque herrumbroso. Estaban cerradas las dos hojas de la puerta, y Rollins no podía ver más allá del aposento en que se hallaba. Las más señaladas características de aquella estancia eran las diversas panoplias adosadas a las paredes, con lanzas y escudos, y la magnifica alfombra oriental que cubría casi todo el tosco pavimento. A juzgar por las varias señales y símbolos que se veían en los escudos, éstos representaban muchas estirpes y aunque la mayor parte de las armas y armaduras eran extrañas y antiguas, mostraban indicios manifiestos de no haber estado siempre ociosas. El aposento estaba tranquilo y cómodamente atemperado. Únicamente el ocasional chisporroteo de los leños en la chimenea quebraba el silencio de aquella estancia, semejante al de una tumba. Rollins decidió investigar y dirigióse hacia la puerta. Sus pies le pesaban mucho más de lo natural, mientras que el cuerpo se movía ligeramente como si no pesara. Se miró los pies y vio que calzaba pesadas botas de cuero con piezas de metal o conteras en las puntas. Guando los tacones tocaban en la parte desnuda del pavimiento sonaban metálicamente. Se miró el vestido y vio que era como el de los personajes escénicos de los dramas de Shakespeare: calzón corto de recia tela; casaca de tela más ligera y muy ajustada al talle; una camisa sin cuello, de color azul pálido, y una faja de terciopelo rojo obscuro alrededor del abdomen. Sorprendido Rollins de su aspecto, no sabía a qué atribuirlo, porque la razón se negaba a admitir que no fuese aquel traje inútil y de no inmediata necesidad. Junto a la puerta pendía una pesada cuerda de seda, cuya situación e índole indicaban su uso, por lo que Rollins, con el aire más natural del mundo, adelantóse y tirando por dos veces de la cuerda, esperó. Oyó un tintineo metálico junto a la 41
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
puerta cuyas dos hojas se abrieron lentamente, y apareció ante él, dando la espalda al negrísimo fondo de un obscuro corredor, un hombre alto y fornido en traje talar ceñido a la cintura por un cordón. Se inclinó el hombre cortésmente y dijo en voz baja con puro acento francés, que Rollins tradujo inmediatamente: —¿Qué desea mi señor? Y... perdón, el beneficio que me concedió la generosidad de mi 'señor... yo espero... yo ruego... que todos vuestros deseos se colmen... este día. La sorpresa de Rollins no fue tan grande como debió serlo la del criado al atreverse a hablar de aquel modo, porque Rollins no podía menos de creer que aquel extraño incidente era una parte de su vida, un incidente nuevo, pero familiar, inesperado, y sin embargo, presentido. Muchas preguntas acudieron a la mente de Rollins; pero algo le decía que no era necesario formularlas, pues bien podía responderlas mentalmente. Sin embargo, como había llamado al sirviente, algo era preciso decirle. ¿Le hablaría en francés? No se atrevió a intentarlo, porque pensaba en inglés o más bien en norteamericano. Quizás le entendería el criado por gestos. Pero ¿cómo expresar el pensamiento por gestos? ¡Ah! Pediría por señas su sombrero. Sin embargo, antes de que Rollins pudiera dominarse, exclamó con poderosa energía: —¡ Quiero mi sombrero! Su mente había concebido la idea y al instante se plasmó en palabras del idioma francés, sin que Rollins se sorprendiera de hablar correctamente en este idipma, aunque apenas lo conocía en conciencia vigílica. El criado pareció comprender lo que se le decía; pero respondió en tono zumbón: —0c, el causia Rollins movió la cabeza en ademán afirmativo antes de comprender el significado de aquella respuesta; pero muy luego intuyó que causia era un sombrero de forma especial, y que oc significaba el oui aprendido en el colegio, y que oc correspondía al idioma popular de la antigua provincia del Sur de Francia llamada Langúedoc. Así es que la respuesta del criado le pareció entonces completamente natural a Rollins. No tardó en volver el criado trayendo un gran sombrero de fieltro de ancha ala ligeramente levantada, con una corona, y una pluma sujeta con un cordelito en la parte posterior de la corona. Sin mostrar sorpresa por la forma del sombrero, se lo puso Rollins y encaminóse hacia el vestíbulo como si quisiera dirigirse a alguna parte y salir del edificio para justificar la petición del sombrero. El criado le precedió por el corredor, y torciendo hada la izquierda, tiró de otra cuerda que hizo sonar una campana, y descalzando unos pesados travesaños de bronce abrió con mucho esfuerzo las dos hojas de una puerta de bronce macizo. La luz del sol iluminó a borbotones el hasta entonces tenebroso corredor que daba a una especie de galería de mármol. Las puertas se cerraron lentamente tras Rollins. Ante sus ojos se extendía el más extraño, ameno y seductor paisaje que hasta entonces viera. Semejaba un país de hadas. El intenso azul del cielo, con alguna que otra nubécula gris; los vivos matices del verde, más variados que los de América; las distantes colinas coronadas por fortalezas o por castillos; los serpentinos senderos que parecían cintas de plata, blancas como pura nieve, bordeados de árboles cuyas copas mecidas por el viento semejaban árboles de Navidad; la espléndida luz del sol; el vigorizador ambiente; el suave y deleitoso aroma de plantas y flores; todo mantenía extático a Rollins, quien sólo pensaba en cuan admirable paisaje hubiera trasladado al lienzo si fuese pintor. ¡Si supiera 42
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
pintar! Este pensamiento cruzó por su mente; pero al punto intuyó la respuesta que decía: no sabes pintar. Dando un pesaroso suspiro, bajó por la ancha escalera que conducía al contiguo jardín donde en arriates hundidos entre empedrados senderos ostentaban su lozanía multitud de flores, y en el centro del jardín una hermosa fuente de chorros abiertos cuyas aguas pulverizadas por la brisa refrigeraban el rostro de Rollins con delicado rocío. Quiso examinar el edificio y apreciar sus proporciones e instintivamente conoció que estaba en la parte trasera, por lo que se encaminó por el anchuroso sendero para inspeccionar un ángulo del edificio. Echó de ver, sin que tal cosa le interesara, que unas ventanas estaban protegidas por barrotes de hierro, mientras que otras eran tan estrechas que ni siquiera daban cabida al cuerpo de una persona. En un lado del edificio había otra puerta cerrada, más pequeña que la primera por donde había pasado, con macizas hojas de hierro. En el ángulo siguiente se alzaba una torre con ventanas estrechas colocadas a diferentes niveles. Al mirar Rollins hacia las otras alturas del edificio, movido por el interés que le habían despertado las ventanas de aquella torre, notó con sorpresa que el segundo piso del edificio no era tan alto como el piso bajo, y que el alero del techo estaba circuido por una pequeña pared, de la que se destacaban de trecho en trecho los pétreos cuerpos de las gárgolas. Después de dar la vuelta al edificio bajó por el sendero en plano ligeramente inclinado que daba salida al campo, por cuyo opuesto extremo parecía extenderse una carretera, la que desde la galería semejaba una cinta de plata, como si estuviera cubierta de polvo blanco. Al acercarse se gozó en ver confirmada su presunción, pues la carretera estaba pavimentada con trozos de piedra caliza que el desgaste iba pulverizando. Se detuvo Rollins para tomar un pedazo de piedra todavía entera y notó que la podía quebrar con las manos. Siguió andando hasta un puentecito tendido sobre un riachuelo en estiaje. También estaba el puentecito construido con piedras calizas en las cuales había esgrafiados diversos símbolos e iniciales que tal vez trazaron las manos de los viandantes. Eran aquellas piedras tan blandas, que Rollins hundía en ellas las uñas. ¡Qué admirables piedras, tan blancas y tan blandas! Prosiguiendo su andar llegó al cabo de dos millas a un pequeño edificio de vetusto aspecto ubicado en el centro mismo del entrecruce de cuatro caminos. Acercóse al edificio, ya en parte ruinoso, y vio que en uno de sus lados había como unos quince caballos con jaeces antiguos. En el interior del edificio resonaban cantos cuya rítmica entonación y pausadas cadencias a las cuales respondía su alma, denotaban que era algún canto sagrado entonado por cierto número de voces. Se acercó Rollins a la puerta y subiendo el único peldaño que la bordeaba se halló en el umbral de un templo desconocido, y aunque le pareciese extraño, no dejaba de serle familiar y se vio impelido a entrar. Una vez dentro, notó que no tenía ni nunca había tenido techumbre aquel vetusto edificio. Era un templo de estilo romano al aire libre, con cuatro paredes a las que estaban adosados otros tantos altares erigidos sobre una baja tarima. Delante de cada altar ardía un fuego y enfrente del fuego dos filas de toscos bancos de madera en los que estaban sentados hombres y mujeres cantando cabizbajos aquel canto conmovedor. Las paredes eran de piedra, decoradas con símbolos que a Rollins le parecían familiares, pero cuyos nombres ignoraba. Detrás de cada altar, con excepción de uno, había un hombre vestido con un traje análogo al suyo, pero sin el sombrero; parecían dirigir el canto, mientras que de cuando en cuando, una doncella de tierna 43
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
edad, vestida de ondulante túnica blanca, pasaba de uno a otro altar y echaba en el fuego con unas pinzas pedazos de carbón vegetal que tomaba de una gran vasija cuya descripción le hizo la voz interna, pero la cual Rollins no pudo oír y se quedó sin saber si aquella vasija era de latón, de bronce o de oro, aunque estaba hecha a forja y primorosamente decorada. La entrada de Rollins en el templo no sorprendió a ninguno de los allí presentes, e impelido por su conciencia interna, fue lentamente a colocarse detrás del altar vacante, y quitándose el sombrero, fijó la vista en los que ocupaban los bancos y empezó a cantar en latín, lengua que en conciencia vigílica desconocía: "Deus in adjutorium meum intende, Domine ad adjuvandum me festina. Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio et nunc et semper et in saecula saeculorum-Amen-Aleluja". Según cantaba, se maravillaba de la hermosura de la cadencia, de la correspondiente antífona, de la unísona dicción y la perfecta frase melódica. Escuchaba vivamente interesado su propia voz y se extrañaba de que tan persistentemente preguntara en su vida ordinaria el cómo y por qué de las cosas, pues mientras el hombre externo gritaba que NO, la interna voz le decía: paciencia y calma. Terminado el servicio, todos se levantaron y fueron saliendo poco a poco del templo, después de saludar al fuego de los altares. Sin deseo de hablar con los otros tres hombres que permanecían detrás de su respectivo altar, bajó Rollins de la tarima y lentamente salió del templo sin que se le acercara ninguno de los otros tres cuando se disponía a marchar. Volvióse Rollins a la puerta del gran edificio, no vio indicio alguno de entrada, y ya se iba a preguntar mentalmente la causa, cuando se abrieron las puertas y apareció el criado que le saludaba con su acostumbrada cortesía. Al entrar en el vestíbulo, miro por primera vez hacia el fondo y vio que daba a otros aposentos y a una antigua escalera de piedra. Quiso hacer seña al criado de que le siguiese al aposento de la chimenea, pero le agradó ver que se había anticipado a sus deseos e iba a abrir la puerta de aquella estancia. De pronto se abrió de par en par, y en el momento en que se disponía Rollins a cruzar el umbral, creído de que podría estar allí dentro en soledad, con ocasión de interrogar a su criado, vio que el aposento estaba ocupado por una muchedumbre de hombres y mujeres, vistosamente vestidos, que lanzaban gritos de júbilo y uno tras otro acudían los hombres a estrecharle la mano y le besaban en ambas mejillas, tratando de expresarle por todos los medios posibles su cordial bienvenida. Las mujeres le hacían una leve inclinación de cabeza a estilo cortesano y le decían en francés muchas finezas y le manifestaban deseos que no podía comprender del todo. Acercóse al centro de la habitación y vio que la gran mesa de madera tallada estaba cubierta de manteles de lino bordados y decorados con raso, todo en blanco, y la vajilla de oro y plata estaba dispuesta como para un banquete. Había muchas frutas y junto a cada plato se veían diseminadas algunas flores. Grandes copas de plata había de trecho en trecho de la mesa, con muchos otros objetos que le parecían a Rollins conocidos aunque ignoraba su nombre. Casi automáticamente se dirigió a la cabecera de la mesa y colocóse ante un sillón. Los demás se colocaron de pie en torno de la mesa, en actitud de espera. Rollins hizo ademán de que todos se sentaran y también se sentó él lanzando un suspiro. No debía detenerse a pensar. Le estaban todos escrutando, en espera de que hiciese algo; pero ¿qué? La mente se mostraba perezosa* Varias veces intentó razonar mientras los demás esperaban, pero estaba inhibida la razón. Parecía 44
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
paralizada su facultad pensante. ¿Por qué no podía pensar en lo que veía? ¿Por qué estaban tantos allí, pendientes de él? ¿Qué debía hacer? La respuesta le vino en una pausa, y levantándose de su asiento, alzó los brazos exclamando con vivo entusiasmo: —"A bras ouverts— suaviter in modo!" Todos alzaron casi a un tiempo la mano derecha, y con la sorpresa pintada en su rostro, demasiado evidente para que Rollins no la notara, exclamaron: —Pax vobiscuxn. Volviéronse a sentar todos, y entablaron conversación, mientras Rollins esperaba el desenlace de la escena. Su estupor mental no le permitía otra cosa que obrar automáticamente según la inspiración recibida. Era actor en un drama desconocido, pero muy familiar. Varios criados sirvieron a la mesa grandes platos de verdura, y en el momento oportuno trajeron dos criados en una fuente de madera un corpulento cordero asado y humeante por lo caliente, con aderezo de hortalizas y especias. Despedía un olorcillo halagador de los sentidos y su aderezo recordaba los festines de los palacios de Babilonia. Colocaron el asado ante el plato de Rollins, y un criado le dio un desgarbado cuchillo de hierro o acero, de corte agudo, y una especie de trinchante de una sola púa. Rollins trinchó el carnero con más destreza de la que esperaba, y apresuradamente sirvió hasta el último plato que le presentaron los criados. Le acudió la idea de procurar por medios ingeniosos que alguno de los criados le informara de lo que todo aquello significaba y quién era él. Volvió a sentarse para comer, pues había estado de pie mientras trinchaba el cordero, y vio que el criado le servía en el plato carne con verduras. Al ir a tomar el cuchillo y el trinchante los echó de menos, y mirando en rededor observó que todos los comensales comían con los dedos y que de cuando en cuando se limpiaban los dedos con una servilleta. Rollins hizo lo mismo. Después de una hora de comer con exceso casi animal, escansiaron los criados vino de unas vasijas de plata y porcelana en las copas de oro. Con el vino sirvieron frutas y un pastel en trozos. Transcurrida otra hora, cuando el sol bañaba con sus dorados rayos la mesa del festín y tenía el encendido rostro de los comensales, éstos se fueron levantando uno tras otro, y, alzando las copas con mano temblorosa, brindaron con voz insegura en honor de Rollins, quien a cada uno hacía ademán de estimación después del brindis, con vivo deseo de aclarar aquel misterio cuanto antes. Los criados trajeron salvillas de plata llenas de agua en que los comensales se lavaban las grasientas manos, y después de enjugárselas en la servilleta, se la entregaban al criado y se levantaban de la, mesa. Muy pronto estuvieron todos en pie y los criados quitaron el servicio. Una ventanilla abierta en la pared ponía en comunicación aquel refectorio con la cocina, para pasar cómodamente las viandas. Los criados apartaron a un lado la mesa central, alejándola de la chimenea; uno encendió las velas puestas en varios candeleros de plata y otros criados las distribuyeron por el aposento y avivaron con nuevos tueros el fuego de la chimenea. Todo denotaba que se iba a efectuar algo muy importante, pues mucho era él interés con que dirigían los preparativos quienes daban concretas instrucciones a los criados. Otro criado entró en el aposento e hizo seña a las damas de que algo se estaba disponiendo fuera de allí. Ellas sonrieron con muestras de esperanzada curiosidad y se marcharon por la puerta grande del aposento.
45
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
Entró después otro criado con una brazada de jaulas, algunas de las cuales encerraban un ave de negro plumaje, pico corvo y afiladas garras, mientras que en otras había aves parecidas a blancos pichones. Los hombres se agruparon en torno de las jaulas y escogieron algunas de ellas con muestras de vivo entusiasmo, y cada cual denotaba particular predilección por una de las aves negras y todos las examinaban con la misma detención que a un caballo de raza. Rollins permanecía inmóvil en un rincón del aposento y observaba todos aquellos aparatos como quien estaba familiarizado con ellos por haberlos visto otras veces, pero sin comprender su significado ni desentrañar su misterio. Finalmente cerraron todas las puertas, y una vez asegurados de que las ventanas estaban enrejadas, soltaron las aves blancas, que eran palomas silvestres, las cuales volaron al techo, buscando apoyo en las altísimas vigas donde se posaron con horrísonos chillidos, casi perdidas en la sombra. Entonces abrieron los hombres las otras jaulas una por una, y marcaron a las aves negras en las patas con señales de identificación. A un mismo tiempo todos los hombres soltaron el ave negra que en sus manos tenían y éstas volaron rápidamente al techo. Espantosa por lo cruel y terrible fue la escena que presenció Rollins. Las aves negras hicieron presa en las blancas, en cuyo cuello clavaron el corvo pico sin que les valieran sus gritos e intentos de resistencia. Los hombres aplaudían aquella regia batalla entre cada ave blanca y cada ave negra, en la que la blanca quedaba irremediablemente vencida. Las aves negras con su sangrienta presa en el pico batieron las alas y fueron a posarse cada una en las manos del hombre que la soltara. Las manchas de sangre en las blancas plumas lucían acusadoras como borrones en el escudo nobiliario de un caballero. Rollins no pudo permanecer allí. Fuese porque aquellas gentes estaban beodas o porque tal era la costumbre de la época, lo cierto es que el espectáculo era horrible y, movido por la repugnancia que le inspiraba tan cruel pasatiempo, intentó dar fin a la escena, pero la voz interna le dijo qué no debía hacer tal cosa, pues tan sólo era un testigo, que no podía intervenir, aunque sé podía ausentar. Entonces creyó que se le deparaba la ocasión de hablar con un criado. Dirigióse rápidamente hacia la puerta, y en el trayecto pasó ante él un ave negra con su presa blanca, cuya sangre le salpicó frente y manos. ¡ Oh! sangre inocente, ¡ Oh! gritos de angustia, j Oh! diversión de crueles corazones. Licenciosa manifestación de los bajos instintos del hombre! ¡ Cuan vergonzosa escena! No quería nada con ella. Empujó la puerta, cerrándola tras sí, y bajó al vestíbulo. Allí oyó los angustiosos gritos y los penetrantes alaridos de alguien a quien torturaban mientras sus verdugos lo escarnecían con burlonas risotadas. Otros gemidos débiles denotaban que algún blanco pecho exhalaba el último suspiro. El último aliento, el grito de la vida que se escapa, el cuerpo torturado, la herida sangrante. ¡El símbolo! ¡Asesinada la paloma de paz! Y asesinada por la siniestra crueldad de los hombres. De nuevo oyó Rollins la voz que le decía: —Muchas cosas se sacrifican en la cruz del cuerpo humano. Rollins se precipitó hacia la escalera. No se veía ningún criado. En un aposento contiguo oyó las risas y comentarios con que las damas se complacían en los crueles hábitos y sed de sangre de los hombres. ¿Era aquello feminidad? ¿No había la mujer adelantado nada desde entonces? ¿En dónde estaba la tan cacareada cultura, dónde el moderno refinamiento? Pero no tardó la respuesta. Aquellos no eran los tiempos modernos. Eran los días... Al llegar a lo alto de la escalera se precipitó por la primera puerta que encontró abierta. Daba a un dormitorio. La cama era muy alta y pesada; estaba 46
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
hermosamente endoselada y se subía a ella con ayuda de un taburete de dos peldaños. Cerró Rollins la puerta asegurándola con el travesaño de hierro, y disgustadísimo se tendió sobre los colchones de pluma sin reparar en sedas ni encajes, y sepultando la cabeza entre las manos, gimió estremecido, diciendo: —Dios, santo Dios, ¡qué mundo y qué tiempos! ¡Han olvidado los hombres su más excelso don, la caballerosidad, que con su poder protege al débil? ¿Es posible que los nombres, después de entonar cánticos a tu bondad, se entretengan en matar débiles e inocentes seres? Si así es, hazme débil, Dios mío, hazme débil, para que no sea capaz de dañar ni ver que los fuertes dañan o permiten la destrucción de ni aun la más humilde florecilla de los campos ni el más diminuto animal de Tu mundo. Hazme humilde, hazme benigno, hazme bueno, para que ame a todos los seres y a todas las cosas, y nunca sea demasiado fuerte para destruir lo que Tú hiciste". La oración tuvo respuesta, porque mientras oraba sentía que se iba debilitando, que era más sencillo de mente y corazón, hasta que como un niño gimiente de fatiga en los brazos de la madre, se volvió de costado y se durmió.
47
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
CAPITULO VIII ILUMINACIÓN Un extraño sonido metálico despertó la conciencia de Rollins y poco a poco se fue dando cuenta de que algo pasaba a la puerta del dormitorio. Levantóse de la cama con la mente ofuscada, y al notar que el dormitorio estaba oscuro, anduvo a tientas hasta encontrar la puerta de hierro. Al acercarse la notó iluminada por una tenue claridad que despedía su cuerpo en todas direcciones y gracias a esta luz pudo levantar la barra de hierro que mantenía cerrada la puerta. Al abrirla, el mismo criado que le había saludado horas antes, se inclinó reverentemente, y con suave y amable voz le dijo en francés: —Estaba inquieto, mi señor, porque ya es tarde, has dormido sin luz y tus huéspedes se han marchado sin decirte adiós. Rollins respondió: —Ven acá y siéntate a mi lado, porque quiero hacerte algunas preguntas. Decía esto Rollins en francés, con perfecta facilidad de expresión y tan viva solicitud, que sorprendió al criado, acostumbrado a más breves órdenes. Entró el criado pausadamente y Rollins cerró la puerta. Encendió el criado dos velas que estaban en un velador de estilo antiguo, sobre el que pendía una amplia pieza de plata pulimentada que evidentemente servía de espejo. Sentados uno enfrente de otro, en butacas tapizadas, Rollins se detuvo breve rato antes de hablar, pensando en cómo iniciaría sus preguntas sin que el criado se sorprendiera o entrara en sospecha. . Era de todo punto evidente para el criado y para cuántos habían estado allí, que Rollins no era un extraño. ¿Creían acaso que aquella era su casa? La frase "mi señor" empleada por el criado, sugería que Rollins podía ser el dueño de la casa. Si así fuese ¿cómo iba a formular las preguntas que dominaban en su mente? Debía continuar desempeñando el papel de señor de aquel castillo hasta que diplomáticamente lograra obtener la necesaria información. Y entonces ¿qué? ¿Podría abandonar aquella mansión? ¿Cómo había llegado a ella? De nuevo quiso razonar y otra vez se negó su mente a colocar los hechos en el orden lógico del raciocinio. De nuevo halló en las profundidades de su conciencia la noción vaga, como si recordara \m sueño de que era un norteamericano del siglo veinte; pero la idea a la sazón dominante era que estaba allí en su propio lugar y en un ambiente familiar. Por lo tanto, había de proceder con diplomacia y buscar algún pretexto para que las preguntas no le chocaran al criado. De pronto le acudió una idea, y después de reflexionar sobre ella, le pareció conveniente ensayarla, y le dijo al criado: .—Tengo algo importante que decirte» Ya ves que hoy no parezco el mismo. Me encuentro extraño. Esperó Rollins a ver qué efecto producían estas palabras en el criado, notando con satisfacción que le miraba algo burlona-mente e hizo ademán de asentimiento. Rollins prosiguió diciendo: —Sufrí ayer un accidente, y al despertar esta mañana, estaba tan trastornado que no podía darme cuenta de mi situación y hasta dudaba de quién era yo. Estoy seguro de no engañarme respecto de ciertas cosas; pero necesito comprobar los hechos antes de hablar con alguno de mis amigos. ,Por lo tanto, me dirás ante todo... o mejor todavía, trae recado de escribir y anotaremos los hechos. ¡Anda! Las palabras recado de escribir las pronunció Rollins en francés, como todo cuanto con el criado hablaba, aunque no estaba seguro de lo que significaban sus palabras en los días de la escena. Pero el criado debió entenderlas, porque se fue a 48
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
otro aposento, y al cabo de pocos minutos volvió trayendo una escribanía hermosamente labrada, con tintero y salvadera, pluma de ave y un rollo de pergamino. El criado se colocó la escribanía sobre ambos muslos a manera de regazo, y acercándose de modo que sus rodillas entrechocaban con las dé Rollins, movió la escribanía para que descansara sobre los muslos de ambos. Rollins observó primeramente el rollo de pergamino que medía unos treinta centímetros en cuadro, con arrugas en algunas partes y lustrosa y casi grasienta superficie. Lo extendió en el suelo, y al punto el criado lo alisó, derramó en la superficie unos polvos blancos tomados de la vasija de plata, y restregándolos con la palma de la mano izquierda, quitó a soplos el polvo no adherido a la superficie. Hecho esto, tomó la pluma de ave, y la mojó en el tintero, del que salió impregnada de una espesa y negra sustancia de aspecto gomoso. El criado entregó la pluma a Rollins, y sostuvo el pergamino extendido para que escribiera; pero Rollins al observar el extremo de la pluma preguntó: —¿Qué es esto que hay en la pluma? El criado respondió: —El carbón es muy espeso, tal como lo requiere el pergamino, y la goma sirve de aglutinante. Rollins se dio cuenta de que aquella clase de tinta era diferente deja que él recordaba ; pero no quiso insistir en un punto demasiado fútil para tratarlo en aquellas circunstancias, y devolviendo la pluma al criado, le dijo con voz imperativa. Quiero que escribas las respuestas a mis preguntas. Yo te sostendré el pergamino. Estoy demasiado nervioso para escribir. Dispuestas así las cosas, comenzó Rollins el interrogatorio y de las respuestas que el criado iba escribiendo, resultó que Rollins era en la época de la escena el vizconde Guillermo de Anduze, hijo del conde Raymond, señor de Anduze, de Rodex, de Millán y vizconde de Tolosa, consejero de Derecho Romano en la Escuela Palatina de Carlomagno. No había conocido el vizconde Guillermo de Anduze a su madre, aunque sabía que estaba sepultada en la nave izquierda de la catedral de. San Sernin de Tolosa. Rollins prosiguió diciéndole al criado: —Ahora quiero que anotes la fecha exacta de mi nacimiento. ¡Muy bien! Ahora dime: ¿Qué hacía yo esta mañana en la iglesia o templo de los cuatro caminos? El criado respondió: —Pues, qué señor; estabais celebrando vuestro acostumbrado festival en este día. Ya sabéis que es el día de la Compitalia, celebrado anualmente en honor de las divinidades de las encrucijadas. Fuisteis en cumplimiento de vuestro deber, como señor de esta villa a la Compita o capilla de los Lares, las antiguas divinidades romanas, que está hoy convertida en templo de Dios. Hay allí cuatro altares con sus correspondientes fuegos sagrados, que representan las cuatro villas aledañas: un altar y un fuego sagrado por cada castillo y cada hogar de las cuatro villas. El Señor de cada una dirige el servicio religioso al que asisten los principales vasallos. Así es que hoy, primero de enero, voz dirigíais el canto en representación de vuestros vasallos como los otros tres Señores lo dirigían en representación de los suyos. Durante muchos años vuestro padre celebró este rito y desde hace tres años lo celebráis vos. Esto es todo. —Anótalo — ordenó Rollins. Y mientras el criado escribía, se arrellanó aquél en la butaca, para con los ojos cerrados revisar el ceremonial de aquel día. De pronto preguntó: —¿Quién era aquella joven que cuidaba el fuego? 49
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
El criado respondió: —La Virgen Vestal, cuya sola obligación es mantener vivo el fuego sagrado en los altares. Es un memorial de la ceremonia practicada en Roma, donde las vestales mantenían encendido día y noche el fuego sagrado, del que se distribuían ascuas para alimentar los hogares. Ahora es un símbolo de la comunidad de intereses, de la sagrada confianza y del amor al prójimo. Nuestra vestal es virgen y debe mantenerse virgen hasta que llegue a la edad legal para contraer matrimonio. Habita no lejos de aquí, en el castillo de vuestro primo que fue a combatir en las legiones del legado del Papa y... —No volvió de la guerra. Lo comprendo. —No volvió y nadie ha sabido más de él; pero vos cuidasteis de su joven esposa de modo que... —Como si hubiera sido mi mujer. También lo comprendo. ¡ La esposa de mi primo! Muy extraño, y sin embargo muy familiar le parecía todo esto a Rollins, quien prosiguió preguntando: Dime otra cosa y cuida de anotar exactamente la respuesta, ¿ Cuál era el motivo, la causa del gran festín que se celebró esta mañana en el salón de arriba? Sorprendido el criado de la pregunta miró fijamente a su amo y respondió: —Pues que, ¿no disteis vos mismo la orden y trazasteis ayer mismo el plan de tal fiesta para el deporte de la cetrería? Invitasteis por medio de vuestro heraldo a las damas y caballeros de la nobleza provincial, porque es el día de vuestro cumpleaños. Seguramente no lo habréis olvidado. El día en que os posesionasteis de.1 señorío de la ciudad de Bellcastle y de la provincia de Aveyi'on. —Anota todas estas circunstancias, y me parece que ya está todo. Pero no; espera un momento. Dime. ¿Estoy casado? Si lo estoy, ¿quién es mi mujer? —No, mi señor; porque os habéis dedicado exclusivamente a la protección y cuidado de lady Rollins, la mujer de vuestro primo; pero todavía sois joven y tenéis tiempo de casaros para perpetuar la sangre y el nombre de vuestros antepasados, que siempre fueron nobles. Anotada esta respuesta, el criado se levantó, y dejando el pergamino sobre el velador, se marchó con el recado de escribir. Rollins cerró fuertemente la puerta, arrolló el pergamino, sentóse en la silla, cerró los ojos y se puso a meditar sobre lo que se le había revelado, comprendiendo que la información que acababa de recibir era apenas una pequeña parte de lo mucho que faltaba por saber. Tenía que encontrar la manera de desentrañar el resto de la historia. Durante una hora estuvo Rollins sentado en la silla, pensando y soñando, hasta que poco a poco notó una sensación de ardor a la par que un cambio en su cerebro y sistema nervioso denotaba que se iba modificando su conciencia. La primera sensación definida fue que sus ojos veían luz y después el cansancio de las piernas que le incitó a mudar de posición, y al deslizarse los pies del taburete y tocar el suelo, la sacudida del cuerpo le hizo abrir los ojos y vio la lámpara eléctrica junto a su cabeza. Era la luz de su mesa de estudio. El fuego seguía ardiendo en la chimenea. Volvía a ser el moderno Rollins norteamericano. Estaba en su casa. Levantóse de la poltrona y vio que aún tenía el Diario entre sus manos. La clave de los ayeres. Se paseó nerviosamente por el gabinete con las manos a la espalda sin soltar el Diario, murmurando tan inconscientes comentarios que parecían hijos de una mente todavía perpleja y vacilante. Al revisar su última experiencia, recordó los postreros incidentes de ella: el criado que anotaba las respuestas en él pergamino que se había propuesto 50
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
conservar. ¡ Oh, si fuese posible conservar una cosa tan concreta y material del pasado y retenerla en el presente! Actualizar una realidad. Plasmar en la densa materia del presente la etérea elaboración de un sueño. Los antiguos alquimistas aseguraban que esto era posible, y Rollins sabía que sus actuales sucesores, la moderna Fraternidad de los Rosacruces existe hoy día con sus logias y miembros activos, científicos y adeptos residentes en varias ciudades, que prosiguen secretamente sus estudios y afirman que conocen las leyes de la transmutación del ensueño en realidad. Únicamente los Rosacruces eran capaces de explicar cuanto Rollins había experimentado durante las últimas veinticuatro horas, y aunque era difícil relacionarse con los Rosacruces, pensaba Rollins que una vez convencido de su visión, no descansaría hasta encontrar quien le introdujera en el seno de un grupo de Rosacruces. De nuevo se sentó en la poltrona y casi automáticamente abrió el Diario. No había vuelto más que tres o cuatro hojas, cuando se sorprendió al ver en las dos páginas que tenía delante un escrito que a una y otra abarcaba. Eran las respuestas anotadas por el criado con su mismo carácter de letra. A1 examinar las respuestas recordó Rollins la conversación que con el criado había tenido sobre cada una de ellas, como si de nuevo se viese en el dormitorio del castillo y entonces se dio cuenta de los datos, de1 que nada había dicho el criado, aunque los había escrito. El primero era: "Nacimiento.--- Primero de enero de 896". Después de leer y releer este apunte pasé Rollins la penúltima anotación, que decía: "Hoy, en que cumplís años, os posesionáis del señorío de Bellcastle y hendáis los estados de Rollins". Rollins exclamó: Nacido en 896. Cumplo 21 años. Esto significa que el día de esta experiencia, el día de mi cumpleaños en aquella antigua ciudad provinciana fue el primero de enero de 917 —exclamó gozosamente Rollins. Levantóse del asiento y se dijo: —En aquel día llegué a ser señor de Rollins. Hoy día soy William Rollins. Por lo tanto, aquel día mi nombre era Guillermo, esto es, William. ¡Qué notable coincidencia! Estoy soltero y cuido de mi madre, y mi padre cuidando de la mujer de su primo, como en recientes años. El apellido Rollins y el nombre de Raymond ¿Cuál será la marca que hay en el cuadro a continuación del nombre Raymond? Volvió Rollins a examinar las dos páginas que ante sí tenía, y vio la firma: "Jordain secretario de la casa de Raymond IV". Por consiguiente la marca que en el cuadro seguía al nombre Raymond era V o sea Raymond V, el quinto de este nombre. ¡El misterio estaba resuelto! Pero sobre la firma del secretario aparecía, la afirmación correspondiente a la última respuesta: 'Todavía tenéis tiempo de casaros y perpetuar la sangre y el nombre de vuestros nobles ascendientes". ¿Era aquello un mandato? Parecía una orden de la naturaleza, un decreto del alma y, debía cumplirse antes de que fuese demasiado tarde. En aquel momento sonó un golpe en la puerta. Estremecióse Rollins, pues parecía el mismo golpe dado en la puerta de hierro del dormitorio del castillo. Al abrir la puerta del gabinete, vio a su madre que sonriente le decía: —William, hijo mío, ¿no recuerdas que hoy hemos de salir? Hace largo rato que estás aquí metido. Ruth ha llegado y nos iremos a comer juntos, pues bien sabes que ella aprovecha gozosa las pocas ocasiones que se le deparan de estar en tu compañía. No nos hagas esperar demasiado, porque no encontraríamos sitio en las mesas del "Castillo de Bellcastle" en las cercanías de la ciudad. Ya sabes que allí en 51
H. SPENCER LEWIS MIL AÑOS PASADOS
las comidas de los días festivos hay muy agradable música a estilo de los cantos de los trovadores del Languedoc. ¿Acaso soñaste otra vez? Parece que estás fatigado o nervioso y que te sorprende lo que te digo. ¿Qué te ha pasado? ¿Has resuelto el problema del renacimiento del cuerpo y la reencarnación del alma? —Sí, madre, lo he resuelto —respondió Rollins abrazándola por la cintura y encaminándose al salón, donde Ruth estaba sentada junto a la ventana llena de sol, —pues veo que se necesitan dos para lograr un completo renacimiento de cuerpo y alma. Acabo de retroceder en mis recuerdos hasta el año 917. Estaba pensando en los ayeres comprendidos entre hoy y el primero de enero de 917. —Así es que has recorrido mil años de ayeres, y llegaste hasta mil años pasados.
52