Cap III Siglo XVIII Andino Espacio Económico y Sublevaciones

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Capítulo 3 EL SIGLO XVIII ANDINO: EL ESPACIO ECONÓMI ECONÓMICO CO Y LAS GRANDE GRANDES S SUBLEVACIONES DE FINALES DE SIGLO INERÍA ÍA Y COME COMERC RCIO IO 3.1. MINER

Como hemos indicado, en este tiempo de transición que constituyó el período comprendido entre 1760 y la independencia, el espacio económico andino sufrió importantes transformaciones, consolidándose interna y externamente como una nueva realidad. La minería siguió constituyendo el motor de la actividad económica, pero fue una minería en muchos aspectos diferente a la de los siglos anteriores. En primer lugar porque la producción de metal había disminuido di sminuido a lo largo del siglo XVII (con nota bles altibajos) hasta alcanzar su mínimo mínimo histórico en 1720-1730. Pero luego comenzó a crecer, y sus valores, aunque no llegaron puntualmente a los de finales del siglo XVI y principios del XVII, fueron muy importantes. En segundo lugar porque la minería andina de finales del siglo XVIII se hallaba menos concentrada en sus focos tradicionales y más diseminada por la geografía cordillerana, desde la actual Colombia hasta Chile. En estos años, casi todas las regiones comenzaron a aportar metal. Potosí, por ejemplo, que en 1620 había ofrecido casi las tres cuartas partes par tes de la producción andina, seguía siendo importante, pero ahora era uno de entre otros centros mineros. Por último, fue una minería diferente porque el oro cobró, comparativamente con épocas anteriores, una inusitada importancia. Muchas fueron las razones que habían llevado a que la producción se viniera abajo después 1630; y no de una manera homogénea. Pueden hallarse razones complejas y diversas tanto a escala provincial como regional, pero hay que considerar que esta disminución no fue tan abrupta ni tan crítica como midieron en la metrópoli, aunque las cantidades de plata llegadas a las arcas reales efectivamente no hicieron sino menguar. En Madrid consideraron que era urgente poner remedio a este grave problema, aplicando drásticas medidas a fin de reformar todos los aspectos relacionados con la minería, reactivar la producción de metales y, sobre todo, incrementar sus remisiones a España. Éstos fueron los objetivos fundamentales de las reformas aplicadas a la minería andina. Parecía necesario mejorar las técnicas, tanto extractivas como de beneficio (obtención de la plata del mineral sacado de la mina), para lo que debían crearse

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escuelas de minería donde se fomentara el estudio y la utilización de maquinaria moderna. También También debían ampliarse y remozarse las casas de moneda, mon eda, aplicando nuevas técnicas de acuñación, abandonando el uso de la moneda macuquina (hecha a golpes, de peso y tamaño irregulares) y fabricando cospeles troquelados conocidos como «de cordoncillo», con los que se evitarían fraudes y pérdidas de metal. Parecía necesario también dictar nuevas ordenanzas de minería que regulasen la actividad económica; establecer gremios de mineros donde los empresarios estuvieran colegiados; crear tri bunales específicos con jurisdicción jurisd icción especial para atender sus asuntos; erigir bancos b ancos de rescate oficiales donde los mineros pudieran entregar la plata en piña (aún no amonedada ni lingotada) a un precio superior al ofrecido por los rescatistas y aviadores de productos y materiales, que habían acabado por p or hacerse con el negocio n egocio minero; tam bién debían crearse depósitos financieros para facilitar a los mineros los créditos necesarios para la adquisición de los insumos básicos (el azogue —mercurio— por ejem plo, fundamental en el proceso pro ceso de amalgamación, o la pólvora, pó lvora, a fin de d e aumentar la profundidad de los l os socavones y disminuir d isminuir el tiempo t iempo de excavación), excavación), pagar p agar a tiempo los jornales o adquirir la nueva maquinaria cuyo uso se recomendaba. Medidas que debían complementarse con estímulos fiscales como rebajar el precio del azogue, liberalizar el de otros productos básicos, y reducir los impuestos sobre los metales extraídos o eximir temporalmente de su pago a determinadas zonas para fomentar las explotaciones locales. Este conjunto de disposiciones, al igual que el resto de las medidas reformistas aplicadas en otros campos de la actividad económica americana, tuvieron una práctica muy desigual y lograron muy disímiles y diferente resultados. Una primera afirmación sobre la nueva realidad minera en la región andina, a parp artir de 1750-1760, cuando comienza su reactivación, es que su impacto sobre la economía fue diferente del que tuvo en otras regiones americanas. En general, y como afirmación válida globalmente para toda América, aunque las cifras de producción aumentaron entre 1750 y 1820, la minería vio disminuir su importancia en el comercio internacional, frente al valor que fueron adquiriendo las exportaciones de otros productos, sobre todo los agrarios. Pero concretamente en la región andina esto no fue así: la minería y las exportaciones de metal constituyeron todavía el rubro fundamental de la economía colonial. Las cifras globales para todo el continente muestran que las exportaciones anuales de metales oro y plata se triplicaron: de los aproximadamente 7 millones de pesos de la década de 1730, la América española pasó a producir 14 millones en la de 1760 y 20 millones en la de 1780. Pero este incremento debe ser comparado con el del resto de las exportaciones. Si en la década de 1760 los metales representaron las tres cuartas partes de lo que América exportaba, en las décadas de 1780 y 1790 esta pro porción bajó a la mitad. Frente al metal, otros productos americanos consiguieron muy buenos precios en Europa: café, azúcar, cacao, tabaco… Sin embargo, éste no fue el caso de la región andina: a diferencia de Nueva España o del Caribe, los metales siguieron aportando las tres cuartas partes del total de lo exportado. Un 25 por 100 de esta plata que salía de la región era del rey, pero el 75 por 100 restante era de particulares que remitían metal como principal mercancía exportable expor table o para adquirir pro-

















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superior a la mexicana, muy pocos años después las cifras se invirtieron. Durante el siglo XVIII la minería en Nueva España había crecido tan rápidamente, y muy por encima de la andina, que a finales de siglo ya la había duplicado. Pero en el interior de la región continuó constituyendo el eje de la actividad económica. Ello no quiere decir que no aumentara la producción; sí lo hizo hi zo y a buen ritmo. Como hemos indicado, en 1720 la minería en los Andes había alcanzado sus mínimos históricos: 3,5 millones de pesos al año, de los cuales la mitad procedía de Potosí. Pero hacia 1760 su recuperación era un hecho, logrando cifras muy superiores a los 5 millones, que en 1800 ascendían hasta los 10 1 0 millones anuales. En el Alto Perú, la actual Bolivia, Potosí estaba mejorando, logrando producir 3 millones, una cifra récord en el siglo, aunque fuera la misma que en 1650. Y a este viejo centro minero se sumaron los yacimientos de de Oruro, Carangas, Porco, Lípez, Chucuito o La Paz. El conocido como «Bajo Perú» —el Perú de nuestros días— había llegado por primera vez en su historia a alcanzar a la producción del Alto Perú, tras duplicar en 1800 los metales extraídos treinta años antes. Las minas de Cerro de Pasco ofrecieron cifras cercanas a los 3 millones de pesos para 1800. Y hay que considerar que, además de este centro minero, se estaban explotando simultáneamente los socavones de Hualgayoc, Castrovirreina, Huarochirí, Arequipa, el Cuzco, Caylloma, Puno (Laicacota), Arica, Jauja, Huantanjaya… Incluso en el actual Ecuador los yacimientos de Cuenca y Zaruma estaban aportando metal. En la actual Colombia seguían activas las minas de plata de Mariquita, aunque su producción, producción , comparativamente con la de otras zonas, fue muy inferior (menos de 20.000 pesos anuales). De todas formas fue foco importante en el corazón de Nueva Granada. En Chile, los socavones de Punitaqui y Coquimbo aportaban 200.000 pesos de plata al año en 1790. Toda la región andina estaba produciendo plata en mayor o menor cantidad. Aproximadamente el 60 por 100 de todo este metal se exportaba, pero el resto quedaba en la región. A diferencia de lo que sucedía en México, donde el metal marcha ba prácticamente sin intermediaciones desde los l os reales de minas a los puertos, puer tos, en los Andes la plata era viajera, y recorría los entreverados caminos del espacio colonial, creando riqueza y articulando regiones situadas a veces a grandes distancias. Como han mostrado Assadourian o Tándeter, Tándeter, sólo una parte del d el abasto a los centros mineros se realizó con mercancías europeas; la mayoría de los productos procedían del espacio económico andino y se compraban con su plata. Para el caso que nos ocupa, la cuestión es saber cuánto de este aumento productivo fue originado por la aplicación de las reformas. Y la respuesta, como en otras tantas parcelas, es descorazonadora para la administración colonial. Las lógicas de las economías regionales, la integración cada vez mayor de los espacios productivos y de consumo, el nivel de especialización que algunas zonas fueron alcanzando, y el interés de ciertos sectores sociales y económicos por romper la inercia de siglos anteriores, vinieron a constituir las claves de este despegue. Algunos autores señalan que todo ello se logró a pesar, precisamente, de las reformas, que constituyeron una rémora para el desarrollo. Otros indican i ndican que sí fueron útiles, útil es, aunque utilizadas por los sectores más emprendedores de la sociedad andina de un modo diferente al proyectado, obteniendo resultados muy distintos de los pretendidos por la administración. Lo más

















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El aumento del control sobre el sector provocó provocó muchas reticencias y recelos. Los mineros y azogueros que habían sobrevivido a la crisis y ahora vivían un ciclo de reactivareactivación, no observaron con buenos ojos la intervención inter vención de la administración en sus asuntos, y quisieron ver en sus medidas de fomento un intrusismo que no les convenía. convenía. En su opinión, fomentar la minería debía ser bajarles los impuestos, proporcionarles más mano de obra forzada mediante las mitas, asegurarles cantidades infinitas de mercurio casi gratuito, concederles créditos baratos y dejarles componer sus propios negocios. A los rescatistas de plata y aviadores de productos, las reformas no les conv convenían, enían, pues fomentaban la producción tratando de evitar la especulación sobre el metal que era de lo que ellos vivían; si la idea de las autoridades coloniales era evitar intermediarios entre productores y las casas de moneda, como receptoras del metal, y proporcionarles directamente los créditos necesarios para la adquisición de los insumos, estas medidas dejaban a los rescatistas directamente fuera del negocio. Las reformas ni siquiera convinieron a una parte de las autoridades autóctonas que hacían negocio enviando a sus indígenas a ganar jornal en la minería; el crecimiento del trabajo asalariado, en un momento en que la recuperación demográfica comenzaba a notarse en la región, podría llevar a la formación de un campesinado libre que se contratase por su cuenta, bien en las haciendas, bien en las minas, librándose li brándose de su control cont rol y perdiendo así los negocios que ciertos caciques concertaban con los dueños de minas e ingenios. Algunas de las propuestas de la política reformista pretendían estabilizar la producción y crear una industria que perdurase en el tiempo, aunque necesitaban un esfuerzo inversor por parte de los particulares y una modernización de los métodos y técnicas empleadas hasta entonces. Pero fueron proposiciones tan deshilvanadas, tan mal planteadas y con tanto retraso por una administración que generaba tan poca confianza que su impacto fue mucho menor del esperado. Lo que no deja lugar a dudas es que su aplicación coincidió con la recuperación del sector. En primer lugar hay que considerar la coyuntura externa: el valor del metal en los mercados europeos creció en estos años, tras la larga crisis que había padecido su precio hasta 1750. El alto valor de la plata fue un estímulo para producir, y la minería volvió a ser sumamente rentable. También aparecieron nuevos empresarios, muchos de ellos nuevos en el oficio y emigrados desde d esde España, que entendieron que había habí a que aprovechar las ventajas que ofrecían las reformas, obviamente procurando que los beneficios no acabasen en las arcas reales, sino en los bolsillos de los más osados em prendedores. Y debe considerarse también la l a reactivación económica y demográfica (sucesos obviamente concatenados) de la región andina, que ofrecía interesantes oportunidades a los particulares part iculares que se animaran a iniciar nuevos nuevos negocios, entre ellos las aventuras mineras. Por todas estas razones, por las medidas de reforma (aún utilizadas en una dirección diferente a la inicialmente señalada) y por la coyuntura por la que atravesó la región, la producción minera se incentivó y la cantidad de metal extraído y puesto en circulación efectivamente aumentó. Una espada de Damocles que pendía sobre la actividad minera fue el abastecimiento abundante, regular y a buen precio del mercurio necesario para el proceso de amalgamación del mineral de plata. p lata. Dada la escasez en América de minas de cinabrio (el mineral que contiene el mercurio), éste debía ser enviado desde Europa (Almadén

















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rar su rendimiento, entregándose su explotación a un único contratista que prometió incrementar la producción. Si la tasa acordada era de 7.000 quintales al año (más de 300 toneladas actuales) se consiguieron alcanzar los 4.000 quintales: menos que en el siglo XVII, pero este aumento del mercurio disponible proporcionó un cierto alivio momentáneo. Lamentablemente, el esfuerzo productivo de Huancavelica se detuvo cuando, debido a las sobreproducción a que fue sometido el complejo minero, se hundió el socavón de Santa Bárbara, uno de los más importantes. Esta mina fue siempre un negocio ruinoso para la Real Hacienda, entre otras razones por su pésima administración. Ahora, con los socavones hundidos o inundados, los costes de producción del mercurio de Huancavelica fueron mayores que su precio oficial de venta, y las cantidades que podía aportar no alcanzaron para satisfacer la demanda. Por tanto, buena parte del proceso de beneficio de los metales tuvo que realizarse con mercurio enviado desde Cádiz. América necesitaba 30.000 quintales al año (unas 1.380 toneladas) repartidos a partes iguales entre México y los Andes. Era una cantidad enorme para la época, y su envío a través del océano resultó una operación difícil, costosa, compleja y muy vulnerable, pues transportar transport ar estas cantidades de un metal tan engorroso como el mercurio, no sólo cruzando el Atlántico sino llevándolo hasta zonas tan alejadas como Potosí o Guanajuato, no era tarea fácil y encareció mucho su precio en destino. Las guerras internacionales, con los consiguientes bloqueos marítimos, impidieron la regularidad de los envíos de azogue, lo cual tenía graves consecuencias dado que sus interrupciones detenían la producción. A México, el mercurio llegó con más regularidad que a América del Sur, porque era más fácil embarcarlo hasta Veracruz Veracruz que llevarlo l levarlo al corazón de los Andes. A Perú llegó por la ruta r uta tradicional de Panamá, cruzando el Istmo por tierra y volviéndolo a embarcar para descender el Pacífico hasta Lima; luego remontando la cordillera a lomo de mula hasta los reales de minas, situados en lo más alto de la sierra andina. Por eso, los envíos de azogue atravesaron mil dificultades. Al Alto Perú llegaba por Buenos Aires, recorriendo después cientos de leguas por el Tucumán en pesadas carretas, hasta transbordarlo a las mulas que lo subirían hasta Potosí y demás centros mineros. Por todo ello, en los Andes el azogue resultó mucho más caro que en México. La Corona no bajó su precio (como ya se ha indicado, era estanco real) sino hasta muy tarde, en 1809. Costa ba 73 pesos el quintal frente a los 40 que valía en México. Con la pólvora sucedió igual: era excesivamente cara. Todo ello representó una dificultad para el desarrollo de la minería, y las reformas poco avanzaron en este terreno. Otra actuación de la administración colonial fue la creación en 1787 del Real Tri bunal de Minería de Lima que debía atender los asuntos del recién creado también Gremio de Mineros y Azogueros. Este Tribunal sirvió para dirimir los pleitos entre ellos, pero escasamente para fomentar la industria. Fueron muchos los inconvenientes que se encontraron a la hora de nombrar sus miembros, y desde la capital virreinal las autoridades informaron repetidamente del escaso interés que los mineros andinos manifestaban por agremiarse. En general, el oficio o ficio de minero no estaba bien visto vi sto socialmente en Lima, donde eran considerados como arribistas y montaraces empresarios perdidos en la sierra entre los que abundaba el «cholerío». De cualquier manera conviene recordar que las Ordenanzas de Minería de México se aplicaron en Perú

















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en realidad eran utilizados por los aviadores y suministradores de productos para obtener créditos baratos, habiendo acabado por hacerse los dueños del negocio. Cada vez más endeudados con estos aviadores y rescatistas particulares, los mineros andinos no constituyeron un modelo de emprendimiento moderno. Aunque cada vez la producción se atomizó más en cientos de pequeños socavones donde ni siquiera amalgamaban, entre todos aportaron una producción que sin duda creció y fue importante en volumen, pero no generaron un tejido empresarial desde el que pudiera desarrollarse una industria con futuro. Ni siquiera la bajada de impuestos sobre la plata tuvo allí los efectos deseados. Entre otras cosas porque fueron los aviadores y rescatistas de la plata, y no los productores, los que se beneficiaron de estas ayudas. El recién creado también por las reformas Real Colegio de Minería de Lima fue un fracaso más a apuntar en la larga lista que ya hemos enunciado. A diferencia del de México, desde donde se difundieron las nuevas técnicas que permitieron el despegue productivo, en el de Lima el interés por cambiar las cosas parece que no fue tan evidente. Uno de sus directores aclaraba en la década de 1780 que enseñar nuevas técnicas a los miembros del Gremio de Mineros era como enseñar pájaros de colores a los ciegos . Así como a México fue enviado el químico Fausto Elhuyar para aplicar las últimas novedades europeas en cuanto a extracción y beneficio de los metales, a los Andes se envió a su maestro, el mineralogista alemán barón de Nordenflicht. Aunque no constituyó una gigantesca expedición científica, en contraste con la importancia importan cia que este asunto tenía para las finanzas reales, el envío de estos técnicos demuestra que el intento de cambiar las cosas al menos existió. Los buenos propósitos de Nordenflicht fueron ahogándose en un mar de burocracia: rara vez se le abonaron sus sueldos con puntualidad ni se le proporcionaron los materiales que necesitaba; ni siquiera encontró en América el apoyo administrativo y político que requería. La Inquisición llegó a confiscar sus libros y tratados de química porque, sentenciaron, siendo obras escritas en alemán, podían ser portadoras de heréticas heréticas y desviadas ideas luteranas. luteranas. El barón sólo encontró burocracia oficial oficial y un rudo desinterés por parte de los mineros, cuando no su abierta oposición porque, afirmaban, con las técnicas del alemán se pondrían en peligro algunos de los pilares de la minería andina: la mano de obra forzada que el rey debía pro porcionarles porcionarles mediante las mitas mitas se vería vería disminuida disminuida («sin indios indios no hay hay plata», afirmaafirma ban) porque, efectivamente, serían necesarios menos operarios; deberían realizar nuevas inversiones para adquirir la maquinaria que proponía el alemán, cosa imposible, alegaban, dado el alto nivel de endeudamiento en que se encontraban; temían que el «sistema de barriles» propuesto por el barón y que disminuía la cantidad de mercurio necesario para la amalgamación, pondría fin al contrabando y compraventa fraudulenta de azogues, de cuyas operaciones obtenían pingües beneficios; por último, deducían que la tecnificación minera pondría fin a la falta de control sobre la producción, que hasta entonces les permitía evadir mucho metal sin amonedar en forma de plata-piña. Tanto en Potosí como en la sierra central peruana, Nordenflicht intentó durante nada menos que veinte años cambiar las técnicas y mejorar la producción. Al final le agarró el vendaval de la independencia y volvió a Europa solo, desengañado y desalentado, pero habiendo vivido le irrepetible aventura científica de luchar contra la



















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baja en los Andes que en México. Según Enrique Tándeter, para obtener un marco de plata (230 g) en Potosí había habí a que trabajar mucho más mineral que q ue en Nueva España, en ocasiones hasta un 200 por 100 más. Así, se obtenían normalmente 15 marcos de plata por cajón de mineral en México y entre 4 y 8 marcos por po r cajón en Potosí. Su Cerro Rico debía de estar verdaderamente agotado en comparación con los rendimientos que había ofrecido durante los siglos XVI y XVII. Los costes de producción eran, por tanto, más elevados, y las posibilidades de realizar inversiones por parte de los empresarios nulas o casi nulas, dado su alto nivel de endeudamiento con los dueños de los ingenios a quienes se los habían arrendado. Por eso, y entre otras causas, las ideas del barón resultaron difíciles de aceptar e incluso peligrosas para los mineros andinos. Mientras que en México los mineros fueron capaces de realizar importantes inveri nversiones en la extracción y en el beneficio de los metales con tal de mejorar la producción, porque las rentabilizaban pronto, en los Andes la situación era muy diferente. Se trataba de una minería poco capitalizada, y también muy conservadora. Como hemos explicado, el minero andino —salvo excepciones— poseyó poco espíritu empresarial. Las pocas inversiones que estaban dispuestos a realizar para mejorar sus técnicas tenían que ejecutarlas a muy corto plazo, y casi siempre recurrieron a la administración para que las llevara a cabo. Así pudieron emprenderse las pocas iniciativas que salieron adelante, como los socavones de desagüe, fundamentales para continuar profundizando en las galerías inundadas: El Real Socavón de Potosí y los de Cerro de Pasco, Yauricocha, Yauricocha, Yanacancha Yanacancha o Quilacocha, son ejemplos de estas inversiones oficiales realizadas bajo la presión de los mineros. De todas formas, la administración tampoco estuvo dispuesta a invertir, con lo que poco fue lo que se hizo en esta materia. El progreso y la riqueza minera parecían dejarse al albur de la rueda de la fortuna, de los designios del «Tío» (diablo que según la tradición era dueño de los socavones de Potosí) o bajo la invocación de las Vírgenes serranas, patronas de los reales de minas. Pocos mineros trataron de mejorar la maquinaria de los ingenios, pues la tónica general fue intentar consolidar su renta minera antes que arriesgarse a lograr un posi ble aumento de la producción realizando nuevas nuevas inversiones. inversiones. Por Por eso consideraron que era mejor arrendar los ingenios y aun los socavones, incluyendo a los indios mitayos, la cuota de mercurio que les correspondía y todo lo demás, junto o por separado, a quien estuviera dispuesto a pagar por ellos. Los viejos mineros consolidaban así una

















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OSÍ DESD DESDE E LOS LOS TIEM TIEMPO POS S DE TOLEDO CUADRO 3.1. LA MITA DE POTOSÍ

Corregimientos

Tributarios

Mita anual

Distancia a Potosí (en km)

3.758 5.179 3.180 440 7.707

63 1 96 9 53 9 661 1.253

50-100 100-150 100-150 50-200 200-300

85 6 6.254 1.427 9.933 7.663 17.779 4.435 7.615 6.669

1 30 1.003 2 27 1.461 9 03 2.202 565 1.053 847

300-400 300-400 350-450 400-500 500-600 600-700 700-750 700-750 750-800

6.138 1.248

8 32 1 61

800-900 900-1.000

Alto Perú

Porco Chayanta Cochabamba Tarija Paria Zona del lago

La P a z Carangas Sica Sica Pacajes Omasuyo Chucuito Paucarcolla Cabana Azángaro BajoPerú

Canas y Canchis Quispicanchis

FUENTE: C. S. Assado Assadouri urian, an, El sistema de la economía colonial , Lima, 1982.

mentó la producción de plata. Bien lejos, desde luego, de las previstas por las medidas de reformas. La minería andina caminó, pues, en estos años en un frágil equilibrio que la llevó a despeñarse poco tiempo después en la difícil coyuntura de la independencia, cuando se acabaron las mitas, cuando el mercurio dejó de fluir, cuando los arrendatarios se arruinaron definitivamente y cuando fueron conscientes de que los soñados capitales extranjeros necesarios para la modernización no aparecerían jamás, o por lo menos inmediatamente.

















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Para estas fechas, el desarrollo de las comunidades y su inserción en la economía colonial habían llevado a que la mayor parte de los distritos mitayos pagaran en plata lo que debían servir con trabajo. Era señal de que las comunidades se estaban recu perando y tenían capacidad monetaria para hacer frente a este viejo y sangriento lastre que eran las mitas. Los mineros debieron debi eron buscar entonces otro sistema sist ema para hacerse con la necesaria mano de obra, como el peonaje endeudado o la coacción sin paliativos a las comunidades. Además, el crecimiento de las haciendas en la región andina generó fuertes conflictos entre mineros y hacendados h acendados por el control de la mano de obra. Efectivamente, las cosas estaban cambiando en la sierra; el campesinado comenzaba a tener un peso específico importante y la minería constituía constitu ía sólo una más de las actividades económicas en que podía desempeñarse. Los 3.000 mitayos anuales potosinos no podían atender todos los trabajos que la minería requería, especialmente ahora que la baja ley del mineral exigía extraer y amalgamar cada vez mayores cantidades. Los mineros y azogueros incrementaron la presión sobre los mitayos, asignándoles en vez de un horario laboral una cuota fija de rendimiento denominada «tarea»: un trabajo concreto a cumplir en un tiempo determinado. Los «apiris» (cargadores) trabajaban por «montones», acumulando mineral en la bocamina tanto de día como de noche para no interrumpir la molienda de los ingenios. El resto de la l a mano de obra, la mayoría, debía trabajar a jornal. Eran los llamados «indios mingas». Otros, los pongos, acarreaban el mineral hasta el ingenio, donde otros mitayos, los «repasiris» también trabajaban por «montones de tareas» en los patios de amalgamación. Bartolomé de Arzans y Ursúa, un ilustre minero potosino, legó a la posteridad unos dibujos excelentes donde se muestra la complejidad y dureza de estos afanes. Como complemento al jornal, a los indígenas se les autorizaba a trabajar por su cuenta los fines de semana en el «kajcheo», rescatando el mineral que había sido si do desechado, pero que contenía el suficiente metal como para ser todavía aprovechado. Rebuscando en los «desmontes» o «colas» formados en las «canchaminas» (bocaminas) por el mineral de desecho, estos trabajadores conseguían con seguían ingresos extras, a veces asociándose con los «pailliris» (los que seleccionaban el mineral), que escondían los mejores terrones para los kajcheadores del fin de semana, de los que luego recibían una comisión. Aunque esta práctica fue perseguida por las reformas, resultó imposible de evitar porque los propios mineros se hacían los desentendidos, ya que constituía una compensación —a veces muy importante— que concedían a sus trabajadores trabajad ores ante

















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rapidez con que se desarrollaron las explotaciones (menos de cincuenta años) y la escasa población que generaron, no dio lugar a la formación de mercados consolidados que resultaran atractivos a los trajinantes indígenas indíg enas y mestizos que acarreaban sus productos para venderlos hasta allá arriba. Por eso, los aviadores y suministradores de bienes e insumos, tanto para la producción como para los trabajadores, terminaron por hacerse con el control de estas explotaciones. El negocio minero acabó por ser rentable sólo para los rescatistas y aviadores, que acabaron como acopiadores de plata que luego revendían en Lima o en los demás puertos, tanto del Pacífico como del Caribe. En Cerro de Pasco y en el resto de los yacimientos y acimientos del Bajo Perú, la mano de obra se contrató a jornal, y el número de trabajadores por socavón (menos de 15 trabajadores de media) fue siempre reducido, porque los salarios no eran altos y en cambio, la competencia que mantuvieron por la mano de obra con las haciendas agrícolas y ganaderas de la zona fue muy elevada. Su producción estuvo, como hemos indicado, atomizada en cientos de recovecos, quebradas y socavones. Hualgayoc, no obstante, fue una explotación que q ue ofreció un mineral de muy alta ley l ey,, mayor que la de México, pero en menor cantidad comparada con otras zonas. El rendimiento económico de estas minas, cada una por separado, resultó en general muy bajo. Casi ningún minero poseyó ingenios de beneficio, y viceversa, por lo que los rescatistas (comerciantes que compraban el metal a bajo precio y lo llevaban hasta las cajas reales vendiéndolos a precio oficial) y los aviadores los sofocaron mediante créditos usurarios. Un aspecto que representó una novedad importante en la región andina respecto de momentos anteriores fue, como hemos indicado, el auge de la minería del oro, en especial en la actual Colombia, en Ecuador y en Chile. Entre 1750 y 1800, la producción de oro en Nueva Granada creció considerablemente. En Antioquia y valle del Cauca y Popayán, mestizos y esclavos negros avanzaron desde el actual centro-sur colombiano a la costa del Pacífico, siguiendo el curso de los ríos en busca de nuevos placeres, lo que demuestra la gran movilidad que tuvo la geografía del oro en esta región. La producción aurífera en el Chocó, en Barbacoas o en Tumaco, fue abundante aunque la ausencia de cajas reales imposibilitó su control fiscal. En Antioquia, los esclavos fueron numerosos y la minería se relacionó con las haciendas que producían los insumos para la mano de obra. En ese sentido, estuvo mucho más integrada en la economía regional que la de otras zonas y generó una estructura productiva que pervivió en el tiempo. A mediados del siglo XVIII, la mitad del del oro neogranadino neogranadino proceproce-

















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Nueva Granada, consecuencia de un sistema de colonización de las tierras sin interint ervención alguna del Estado y que perduraría durante años. En Ecuador, las minas de oro mantuvieron un esquema similar. Algunas familias importantes de Quito o Ibarra realizaron inversiones en la compra de esclavos con destino a estas minas, pero buena parte de la producción fue obtenida por mano de obra libre que explotaba los placeres de los ríos por su cuenta y funcionaban mediante el esquema de mazamorreros, con la participación de aviadores y acopiadores. En la región de Loja (Zaruma) la producción fue importante. En Chile también creció mucho esta minería del oro, en los alrededores de Santiago y en el llamado Norte Chico. Copiapó ofrecía más de 600.000 pesos a finales del siglo XVIII, junto con una producción cuprífera de casi 100.000 pesos. Eran pequeñas unidades productivas que llevaban sus hallazgos (pepitas u oro en polvo) a la Casa de la Moneda de Santiago. Los mineros, conocidos como «pirquiteros» (del quechua pirca, «piedra») fundamentalmente mestizos, compraban sus abastos en las haciendas de los valles. A veces contrataron mano de obra por el sistema de «boletas»: con ellas les pagaban sus salarios, pudiendo adquirir en sus almacenes los productos y alimentos que necesitaran; un antecedente de lo que luego serían las «tiendas de raya». Así, buena parte de esta minería del oro chilena, también muy atomizada, acabó en manos de comerciantes y aviadores que, mediante créditos tan dispersos y a veces de tan poca entidad como la misma producción, se hicieron con el control de los metales y de la mano de obra. De una u otra forma, con reformas y sin reformas, legal o ilegalmente, la producción tanto de oro como de plata creció a buen ritmo en la región andina entre 1770 y 1810. Y este crecimiento de la producción, aunque inferior al de México, fue fundamental para el fortalecimiento del comercio exterior. Un comercio en el que los metales constituyeron el rubro más importante de las exportaciones. Sin embargo, hay que advertir que la recuperación de la producción minera coincidió con una importante disminución de la actividad comercial del monopolio español, que, como ya hemos comentado, tuvo que ver con el racimo de guerras internacionales en el que se vio envuelta la monarquía, y con otras razones estrictamente relacionadas con los avatares de la economía española. Así pues, buena parte de estos metales salieron al exterior vía comercio ilegal, o por intercambios con países neutrales, porque la metrópoli fue incapaz de abastecer a sus colonias. De nuevo apareció la necesidad de que las reformas intentaran por todos los



















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los Consulados de Comercio (en Cádiz y en Lima), anclados en la defensa de unos privilegios obsoletos en la nueva economía que se instauraba en el mundo moderno, modern o, dieron al traste con cualquier intento de liberalización comercial. El mercantilismo, proteccionista y pragmático, siguió constituyendo el núcleo doctrinal de la política española para con sus colonias en fechas tan tardías, cuando el resto de Europa ya apostaba claramente por el librecambio. En todo caso, opinaban en la corte, debía lograrse un «comercio libre y protegido», lo que significaba una contradicción. La industria española, anticuada aunque en vías de transformación según los proyectos del reformismo ilustrado peninsular, todavía necesitaba —alegaban en Madrid— décadas de proteccionismo para poder competir con las europeas. Todo ello llevó a que el monopolio comercial que España ostentaba en las colonias oficialmente no se rompiera, y a que las reformas intentaran, como mucho, facilitar mayores intercambios entre otras ciudades españolas (además de Cádiz) con un mayor número de puertos americanos. Eso fue, y con dificultades, todo lo que se consiguió: el llamado pomposamente «comercio libre» que los políticos españoles proclamaron a los cuatro vientos como el mayor logro del reformismo borbónico. En todo caso, fue el fin del monopolio de Cádiz, pero en absoluto el fin del monopolio español. En muy pocos años la realidad hizo saltar por los aires el nuevo proyecto. En efecto, estas medidas parecieron responder exclusivamente a las necesidades proteccionistas de la economía española, españo la, y alcanzaron logros log ros apenas efímeros, pero hundieron el desarrollo futuro de las regiones americanas, en una coyuntura trascendental para su posible inserción en la nueva economía mundial surgida de la revolución industrial europea, condenándolas en buena medida a transformarse en productoras de metal o de materias primas y a consumir las manufacturas industriales de los



















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Poco se había avanzado desde el siglo XVI. Cádiz siguió siendo el principal puerto español con América, absorbiendo más del 65 por 100 del tráfico. Los destinos de las exportaciones españolas continuaron siendo también los tradicionales: Veracruz (más del 30 por 100) y Lima (poco más del 20 por 100). Desde allí se llevaba a cabo su distribución, con lo que la situación de monopolio comercial de estos puertos y de sus respectivos consulados fue, como antes, característica del tráfico colonial. Comerciantes españoles vendían sus productos a sus socios, los comerciantes de Lima o México-Veracruz, México-Veracruz, y éstos, a su vez las revendían a otros de d e segundo rango. El valor de las exportaciones gaditanas a El Callao ascendió en estos años a más de ocho millones de pesos anuales, porque había plata por la que cambiarlas. El libre comercio, en todo caso, permitió permiti ó que otros puertos americanos se beneficiasen también, aunque en porcentajes más bajos, en Venezuela, Venezuela, Río de la Plata, las Antillas Mayores o la costa del Caribe de la actual Colombia, en especial Cartagena. Después de 1796, cuando el tráfico español quedó interrumpido por las guerras, descendiendo aún más en la década siguiente, el comercio de la región andina se realizó en su mayor parte con otras potencias europeas, mediante el llamado «comercio con neutrales». En él, España tuvo cada vez menos peso e importancia, tanto como vendedora de sus producciones agrícolas agrícol as como compradora de productos americanos. En la década de 1800, Cádiz exportó un 50 por 100 menos que en 1790-99, e importó todavía menos (35 por 100). Era el fin de las reformas y su completo fracaso en esta materia. La parte del león del comercio americano quedó en manos de compañías no españolas, y a merced de los precios europeos, en operaciones que se realizaron en su mayor parte a través del contrabando. El potencial de desarrollo de la economía americana sólo pudo ser atendido por las grandes economías en expansión: Inglaterra sobre todo, Francia en menor medida y la emergente producción de Estados Unidos.



















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—aunque sufrió un duro revés porque otros puertos comenzaron a comerciar directamente la plata que llegaba hasta ellos, trocándola por mercancías europeas (en un alto porcentaje, vía contrabando— entre otras o tras razones porque los productos producto s del comercio oficial les eran reexportados desde Lima, cuando resultaba más fácil y económico adquirirlos a los buques mercantes europeos que recalaban en estos puertos puerto s cada vez con mayor asiduidad. Y también porque parte de esa plata que manejaban, y sobre la que se basaba el juego de los intercambios, era ilegal en un alto porcentaje. Por tanto, no sólo Lima sino todos los puertos del Pacífico basaron su comercio en la exportación de metales. Otros productos de exportación no resultaban competitivos ni por su precio (más caros que los producidos en el Caribe bajo un régimen de plantación intensivo) ni por el coste de los fletes marítimos (debían regresar r egresar a Europa dando un enorme rodeo). ro deo). Además, no eran capaces de aproximarse al valor que los metales andinos adquirían en los mercados internacionales. Así, hay que considerar el hecho de que las exportaciones peruanas (aun siguiendo las cifras oficiales) estuvieran constituidas por plata en más del 80 por 100. El Consulado de Lima, una vez que comprobó conforme pasaban los años que su monopólico «Pacífico cerrado» lo era cada vez menos, intentó —y en una buena medida consiguió— participar también del contrabando con ingleses y franceses. Pero esta operación conllevaba la necesidad de operar monopólicamente con éstos, lo que, como es obvio, no logró. Los grupos de comerciantes de Guayaquil, Tumbes, Arequipa y Moquegua, Arica, Valparaíso o Concepción, constituyeron núcleos cada vez más consolidados que hicieron una fuerte competencia a los limeños, y acabaron por encontrar salida a su plata y a sus productos (las lanas de vicuña, por ejemplo, del sur peruano, o el cacao de Guayaquil) independientemente de los designios de la capital virreinal. Además, la ruta comercial de Chile a Buenos Aires a través de Mendoza



















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mentariedad productiva y comercial que había ido alcanzando el conjunto del área andina, conformándose bolsas de poder en cada una de estas regiones que pugnaron entre sí por el control de los territorios sobre los que ejercían su dominio. A la vez, quedaba demostrado que la producción española era incapaz de atender la demanda de consumo de las colonias; en todo caso, lo que consiguió esta política fue desarmar lo poco que se había avanzado en el fomento de la producción autóctona americana en favor de las mercaderías europeas, ni siquiera de las españolas. Además, los beneficios que los grupos locales de comerciantes pudieron alcanzar en esta época de bonanza comercial no fueron incorporados incor porados a la economía productiva. Como veremos en otro apartado, sirvieron para aumentar la suntuosidad de sus vidas (la adquisición de títulos nobiliarios fue sólo una de estas manifestaciones). Buena parte de los beneficios que obtuvieron, al proceder de operaciones fraudulentas, no salieron fácilmente a la luz, de manera que el único modo que la Real Hacienda encontró para hacerse con estos caudales fue incautarlos con la contundencia cont undencia de los decretos, generando animadversión y enojo contra una monarquía acaparadora de capitales ajenos. En resumen, un conjunto de reformas comerciales mal emprendidas que tuvieron en pocos años consecuencias catastróficas para la economía americana y para los intereses de Su Majestad. Poco después pudo observarse que aun los más recalcitrantes defensores del mercantilismo de la Corona se rindieron ante la evidencia de que una auténtica libertad comercial era la única solución. PRODUC UCCI CIÓN ÓN AGRÍC GRÍCOL OLA A Y GA GAN NAD ADER ERA A 3.2. LA PROD

Mientras tanto, el desarrollo agrario de la región se fue consolidando. Puede afir-



















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Podría afirmarse que el interés de la política borbónica por fomentar las exportaciones hacia Europa creó en la región andina más disturbios que beneficios, afectando negativamente al desarrollo autóctono logrado por la economía regional que, a medidos del siglo XVIII, mostraba claros signos de consolidación y crecimiento. Y además no alcanzó los objetivos previstos. En todo caso, las reformas vinieron a demostrar que una economía volcada hacia fuera no producía produ cía forzosamente riqueza en la región, sino que limitaba sus expectativas de desarrollo endógeno y empobrecía a la población en general. La producción agropecuaria no destinada a la exportación apenas si fue afectada por las l as reformas, aparte del aumento impositivo con que fue fu e gravada g ravada su comercialización, como ya hemos estudiado. Los proyectos de colonización de nuevas tierras para la agricultura, o para adelantar una reforma agraria que aumentase la producción de subsistencia y mejorase las condiciones de vida y trabajo de los campesinos fueron casi inexistentes. Si hubo alguno no se llevó a la práctica, a pesar de que en la mayor parte de los informes de los intendentes se hacía constar las necesidades de tales acciones, señalando la alta concentración de la propiedad que se estaba produciendo en perjuicio de las comunidades indígenas. La gran propiedad rural siguió creciendo a lo largo del período. La hacienda agropecuaria desbordó sus propios cauces, en tamaño e importancia, establecidos a lo largo del siglo XVII y se transformó en el centro articulador de buena parte de la producción agraria andina, siendo el origen de los grandes latifundios de los siglos XIX y XX. Por ello, aunque el rubro exportador fue importante, la mayor parte de la producción agraria estuvo articulada en torno a estas haciendas dedicadas al mercado inter e intrarregional, y se basó también en la producción de las sociedades campesinas, de las comunidades y pueblos de indios y mestizos, destinadas a atender los mercados





















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décadas del siglo XIX. En Popayán y Pasto, las grandes haciendas ganaderas alcanzaron un alto grado de desarrollo basado en la mano de obra indígena, destinando su producción a las minas, a las ciudades del entorno y a los valles volcados volcados hacia la costa. Trigo y cebada también se producían y comercializaban en este entorno subregional. Las comunidades indígenas (resguardos) ofertaron igualmente a los mercados locales productos tradicionales destinados al autoconsumo. Hubo cierta especialización en algunas haciendas h aciendas de los valles, cultivando cacao (que se llevaba a Guayaquil) y algodón, destinado a los obrajes del sur, pero, en general, la mayor parte de la poblapo blación se sostuvo de lo que el área producía. Otras especializaciones subregionales de lo que hoy es Colombia se lograron en la zona del actual Santander (tabaco y algodón), y tabaco también en Ambalema (valle del Magdalena). El estanco del tabaco, establecido en este período, regularizó la producción y destinó una parte a la exportación, aunque todavía no estaba en condiciones de competir con el que ingresaba al continente procedente de las Antillas. El establecimiento de alcabalas más onerosas, dictaminadas por las reformas, que afec-





















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número de esclavos, fueron importantes los hatos ganaderos que se fueron desarrollando en la región de los llanos. En el territorio del actual Ecuador, la dicotomía entre economía hacia afuera y economía hacia adentro en una misma jurisdicción político-administrativa polí tico-administrativa (la Audiencia de Quito, incorporada al Virreinato de Nueva Granada), pareció establecida a mediados del siglo XVIII. En adelante, esta dicotomía no haría sino aumentar. En la sierra, desde Imbabura a Loja, se simultanearon dos tipos de producción: la de autoconsumo y la de alcance local-regional, pudiéndose distinguir el norte del sur. En cambio, en la costa se consolidaba definitivamente la economía de exportación, basada en las plantaciones de cacao y en las ventas de cascarilla. Simplificando, hallaríamos haciendas de gran extensión en el norte de la sierra, sier ra, medianas y pequeñas pro piedades en el sur cuencano y lojano, y plantaciones agroexportadoras ag roexportadoras instaladas en la costa. La producción de cacao fue creciendo casi sin interrupción desde 1760 hasta 1820, triplicándose en los últimos treinta treint a años del período. El cacao representaba más





















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ductos con el oro procedente de las minas de Zaruma, podremos entender mejor la prosperidad económica del sur de la Audiencia de Quito en estos años y la consolidación de un modelo económico y social diferente al del norte ecuatoriano. En el Bajo y Alto Perú también se dejó sentir la dicotomía costa-sierra: en la costa, haciendas con esclavos, azúcar y vid; en la sierra, haciendas y comunidades indígenas compaginando actividades agrícolas y ganaderas. Las primeras se volcaban al mercado interregional; las segundas atendían la demanda local y también la de otras áreas serranas, articulando un gran espacio de producción prod ucción y circulación en las alturas de la cordillera. En la costa norte peruana, en torno a la zona de Trujillo, Lambayeque y Saña, el cultivo de caña de azúcar se hallaba muy extendido. Las haciendas-plantaciones, con un número importante de esclavos, trapiches de molienda y calderas de refinado habían conseguido un alto grado de desarrollo productivo, y exportaban azúcar a Quito y a Panamá. Al no poder competir con los precios del azúcar antillano, reorientaron su producción hacia Chile, rivalizando con el azúcar serrano (procedente de





















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En la sierra, como ya hemos indicado, haciendas, comunidades y pueblos de indios y mestizos, mezclaron producciones produ cciones de autoconsumo y subsistencia, como el maíz, el trigo o la papa, con otros de circulación regional, como la coca, procedente de las yungas orientales, o el algodón. Mucha de esta producción iba dirigida dirigi da a los reales de minas, tanto de la sierra sier ra central peruana como del Alto Perú: coca, tubérculos, aguardientes, maíz, trigo, azúcar, ganado en pie o carne salada se producían y comercializaban en grandes cantidades. A finales del siglo XVIII, como ha mostrado Enrique Tándeter, el 80 por 100 de los productos que ingresaban ing resaban al mercado de Potosí eran «efectos de la tierra», y la mitad de éstos llegaban desde el Cuzco y Arequipa. Así pues, la articulación regional de la sierra era ya un hecho consolidado y tendía a extenderse cada vez más. El azúcar procedía de Abancay y de los valles de Arequipa, cuyos dulces (arequi pe) recorrían recor rían toda la región (curiosamente, todavía en nuestros días el dulce de azúcar en Colombia se sigue llamado arequipe). Los vinos y aguardientes de Arequipa y Moquegua tenían asimismo amplias ventas en las ciudades altoperuanas, llegando a





















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ron las tierras altas de la cordillera. Viñedos Viñedos y olivares se situaron también en el valle central. El vino chileno no podía competir en precio con los de Mendoza en el Alto Perú, pero satisfizo ampliamente al mercado local. Grosso modo puede afirmarse que, en esos años, Chile se consolidó como una región donde la producción agraria se desarrolló con intensidad y marcó en buena medida su sociedad. No sólo creció el mercado interno, atendiendo el abasto de las ciudades o de los centros mineros, sino que consiguió colocar buena parte de su producción en el mercado interregional (al trigo siguieron otros productos). La frontera del sur comenzó a ser un u n polo de atracción de personas p ersonas y mercancías, y un área productora de cierta envergadura. La importancia del espacio agrícola se denota en la creación por entonces de muchos mayorazgos, basados en grandes propiedades, y en la conformación de estereotipos sociales so ciales tanto al nivel de las élites como entre los sectores populares, que tuvieron en el mundo rural, más que en el urbano, su marco fundamental de referencia y representación. Terminando este recorrido por la geografía, y generalizando para toda la región























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ciones ilegales, normalmente realizadas sobre tierras de propiedad indígena. Pero, para el sistema colonial, las composiciones aportaban dinero a la Real Hacienda y aseguraban la producción. Como consecuencia, en esta segunda mitad del siglo XVIII se produjo una mayor concentración de la propiedad agraria en manos de los grupos de poder locales y se arrinconó aún más a las comunidades. A ello se unió que, en estos mismos años, tras la expulsión de los lo s jesuitas, se liqui-























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ponible, de su proximidad a los mercados… En el norte nor te del actual Ecuador normalmente fueron más pequeñas que en Perú y el Alto Perú. Perú. En la zona de Cuenca Cuen ca las hubo en menor número y más reducidas de tamaño. En Nueva Granada, el valor de la tierra era casi nulo: una hacienda valía por la mano de obra (esclava o concertada) de que dispusiese. Excepto en la meseta cundiboyacense y en los valles de Pasto y Popayán, donde la propiedad estaba vinculada desde muy antiguo a las principales familias, y























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a la administración, según lo refleja la documentación. Quizá debido a esa opacidad pudieron atravesar más fácilmente las grandes g randes crisis del período, p eríodo, y resistir de mejor modo las graves sacudidas que conmovieron este espacio económico serrano durante las décadas que siguieron. Haciendas y comunidades fueron así no sólo dos focos productivos, sino dos universos sociales. A finales del siglo XVIII también los pueblos de campesinos, con























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colonial no hizo nada, o casi nada, para atajar tales abusos. Eran parte consustancial del sistema. Las prestaciones de servicios al patrón, además de la entrega de parte de sus cosechas y de su trabajo en las faenas agrícolas de la hacienda (los cálculos más optimistas señalan más de 320 días al año), tomaban a veces la forma del pongaje. Pongos eran los indios e indias de servicio serv icio en las faenas domésticas de la casa-hacienda; pon-























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próxima a lo cortesano y lo suntuoso, recayeron recayeron también sobre ellos. Lo que para algunos caciques significó un legítimo y significativo empoderamiento como autoridades indígenas en el contexto de una un a nueva conformación de las élites serranas, para otros no fue sino una respuesta mimética de integración en el modelo de dominación colonial. El nuevo valor que fue alcanzando la tierra durante este período tentó t entó a algunos de

























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Cap III Siglo XVIII Andino Espacio Económico y Sublevaciones

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