El machismo latinoamericano. Un persistente malentendido1
Mara Viveros Vigoya2
Si yo quisiera, podría cortarle las alas y sería mía, pero no podría volar y lo que que yo amo es el pájaro
Canción vasca
Introducción
Hasta cierto punto, punto, una película filmada en 1983 por Tomás Gutiérrez Alea, uno de los cineastas más reputados del cine cubano 3, narra la historia de un director y un guionista que preparan una película sobre el machismo en Cuba, en los años ochenta, con el objetivo de “elevar el nivel de conciencia de los obreros”. Para tal fin, escogen como escenario el puerto de La Habana que, en opinión de ambos personajes, es un ámbito impregnado de machismo. Ellos, como intelectuales pertenecientes a las elites cubanas, creen estar lejos de esta lógica de construcción de la masculinidad, propia de las clases subalternas. Oscar, el guionista, busca realizar entrevistas con los trabajadores portuarios, y en este proceso conoce a una obrera del puerto habanero −madre soltera y aferrada a su libertad− con quien inicia un romance. romance . Esta relación amorosa revela la distancia que separa los ideales que Oscar pregona en el ámbito público de su aplicación en el mundo privado, pues su vida matrimonial resulta ser bastante convencional y sus acuerdos ideológicos con su amigo y director de la película, cuyas motivaciones para filmar son muy distintas a las suyas, bastante débiles. Sus ideales igualitaristas no 1 2
Agradezco a Marco Alejandro Melo sus valiosos y perspicaces comentarios sobre este artículo. Profesora asociada del departamento de antropología y de la maestría en estudios de género de la
Universidad Nacional de Colombia; Colombia; investigadora del CES de la Universidad Nacional Nacional de Colombia.. 3
Algunas de las películas más populares de Gutiérrez Alea son Memorias del subdesarrollo, subdesarrollo , filmada en
1970, y Fresa y Fresa y Chocolate, Chocolate , que fue nominada en 1993 al premio Oscar como la mejor película extranjera y despertó mucho interés en el ámbito internacional.
encuentran eco en sus propias prácticas: intentando mostrar el machismo que pervive en los obreros portuarios, pese a los cambios que ha traído la revolución, terminan por descubrir los límites de estas transformaciones y su propio machismo.
Los versos del epígrafe de este artículo son los de una canción vasca que suena tanto al comienzo como casi al final de la película. Resumen con agudeza una de las contradicciones planteadas por esta cinta: la de una relación amorosa que se debate frente al riesgo de ahogar el soplo que la anima. Haciendo una analogía entre las relaciones amorosas y las revoluciones, podríamos decir que unas y otras enfrentan constantemente el riesgo de perder el impulso del viento libertario que las empuja en sus inicios. Pero Hasta cierto punto no sólo hace un planteamiento crítico sobre las relaciones de posesión implícitas en las relaciones amorosas, sino también intenta mostrar que el machismo es una actitud atravesada por factores diversos, relacionados muchas veces con el contexto histórico en el cual se produce −en este caso en una sociedad sometida a un cambio radical que pretende trastocar los valores heredados −.
En este artículo deseo explorar las especificidades de la dominación masculina en América Latina a partir de las reflexiones que me suscitó, como espectadora, esta película. Examinar el tema del machismo a partir del abordaje que hace de él una producción fílmica4 resulta interesante porque permite distintos niveles de lectura de este fenómeno que posibilitan comprenderlo como una construcción sociocultural e histórica diversa y compleja. La película Hasta cierto punto entrelaza la ficción de una película que nunca logra filmarse con los reportajes a los estibadores del puerto de la Habana en torno de sus realidades cotidianas, laborales y familiares. Esta mezcla de situaciones traduce en imágenes las tensiones que construyen tanto la película como el proceso social que se describe en ella (relacionado con la construcción de una revolución que debería implicar una transformación en el orden de género): tensiones entre ideales y prácticas, entre trabajadores intelectuales y manuales, entre hombres y mujeres, entre ficción y realidad, entre deseos y compromisos y entre obra didáctica y abierta.
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Este filme, aunque no es reciente, conserva gran actualidad y pertinencia analítica.
Los significados del machismo y su inscripción en América Latina
El machismo ha sido definido como la obsesión masculina con el predominio y la virilidad que se expresa en posesividad respecto de la propia mujer y en actos de agresión y jactancia en relación con otros hombres (Stevens, 1973; Fuller, 1998). Este término, utilizado inicialmente pero ambiguamente en relación con las representaciones de hombría de los varones mexicanos (Gutmann, 1996; Monsiváis, 2004) se ha convertido, en el lenguaje corriente, en un sinónimo de la masculinidad latinoamericana. Por tal razón, vale la pena examinar las aproximaciones que se han hecho a lo que se ha denominado machismo latinoamericano en el ámbito académico y sus relaciones con la masculinidad.
Una de las vertientes de estudio de este fenómeno es la representada por autores como Octavio Paz −en su ensayo El laberinto de la soledad (1959)−, y retomada más tarde por Milagros Palma (1993), Norman Palma y Sonia Montecino (1993 y 1991, respectivamente). Paz afirma que la exageración y la arbitrariedad del predominio masculino en las sociedades coloniales ibéricas se deben a su nacimiento −real y simbólico− signado por la ilegitimidad. Para este autor, la figura de la Malinche5 −que traiciona a su pueblo y es humillada por un hombre que desprecia su descendencia − constituye un mito fundador del orden social latinoamericano. En este contexto, lo masculino se percibe como una construcción signada por la imagen de un padre que reniega de sus hijos y se rehúsa a respetar y proteger a la madre. El macho sería, pues, la encarnación de este principio masculino, arbitrario, brutal y sin control, pero poderoso y admirado, que encuentra sus raíces en el trauma de la conquista.
Los trabajos de Milagros Palma, Norman Palma y Sonia Montecino señalan, en concordancia con los postulados de Paz, que el mundo latinoamericano mestizo es una organización social fruto de la violación en la que se perpetúa y legitima constantemente la superioridad masculina y europea. La exacerbación del machismo en América Latina estaría asociada, según Norman Palma, con su fuerte composición
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La Malinche fue una indígena mexicana, hija de un cacique de lengua nahuatl, que sirvió de intérprete
de las lenguas nahuat l y maya a Hernán Cortés, su amante español, y quien fue conquistador del imperio azteca.
mestiza, y según Montecino, al pobre desarrollo de la figura paterna como centro y foco de autoridad.
Aunque esta perspectiva tiene la ventaja de considerar las especificidades históricas de las sociedades iberoamericanas para explicar la dinámica de las relaciones de género, presenta una imagen de la región como si de una totalidad homogénea, continua y estática en el tiempo se tratase, ignorando las particularidades históricas y culturales de cada una de estas sociedades y los cambios que se han producido en ellas. La antropóloga peruana Norma Fuller recuerda en su artículo “Reflexiones sobre el machismo en América Latina” que las sociedades coloniales ibéricas eran sociedades jerárquicas donde las relaciones no se regían por principios universales sino contextuales, lo cual significaba que cada grupo étnico-racial instituía diferentes códigos éticos y podía establecer diferentes modalidades de relaciones entre hombres y mujeres dentro y fuera de su grupo étnico-racial. La existencia de estas jerarquías étnico-raciales propició una amplia circulación de los varones de los grupos dominantes entre las mujeres de los distintos grupos dominados, así como un fuerte control de la sexualidad de las mujeres de los grupos dominantes.
Otra de las vertientes de estudio del machismo latinoamericano se ha interesado más por su relación con la producción de imágenes nacionales que por su pasado colonial. En esa corriente podríamos ubicar trabajos como el del antropólogo norteamericano Matthew Gutmann (1996, 1998), quien analiza el machismo en México y concluye que éste ha sido construido en medio de unas relaciones conflictivas entre los Estados Unidos y México, pues, en el caso de los Estados Unidos, el término machismo “tiene una historia racista bastante explícita” y ha sido asociado con rasgos negativos de carácter, no entre los hombres en general, sino específicamente entre los hombres latinoamericanos, y la figura del macho coincide con la del emigrante mexicano al cual se le adjudica una violencia y una sexualidad incontrolables −es una imagen que sirve para clasificar −y descalificar − a los hombres de acuerdo con su supuesto carácter nacional y racial inherente−. Este término permite actualmente a los estadounidenses hacer generalizaciones peyorativas sobre rasgos supuestamente culturales de los hombres mexicanos −y por extensión latinoamericanos−, convertidos de esta manera en
encarnaciones de la alteridad6; además, posibilita hacer gradaciones entre lo superior y lo inferior en las cuales se superponen colores de piel y comportamientos sexuales. Ahora, en el caso de México, esta noción se populariza en las décadas de los cuarenta y cincuenta, período en que se busca la consolidación del Estado nación a través de la construcción de una identidad nacional única. La figura del guerrero revolucionario, personificada en el charro7, sintetizaría los valores que se le atribuyen al héroe fundador de la nueva nación: estoicismo, valentía, generosidad y capacidad de seducción. Esta representación, difundida en toda América Latina a través de la radio y el cine, ha contribuido a entrelazar fuertemente los símbolos de la identidad nacional con los símbolos de la identidad masculina (Monsiváis, 2004).
También es importante señalar que, en América Latina, el surgimiento del nacionalismo enfrentó un dilema entre la naturaleza manifiestamente mezclada de su población y las connotaciones claramente blancas del progreso y la modernidad (Wade, 1998). Este dilema se resolvió acogiendo los modelos de modernidad y progreso provenientes de Europa y Estados Unidos, y agregándole, de distintas formas, el ingrediente de la mezcla racial. Mientas en unos países el nacionalismo adoptó la forma de la idealización del mestizaje y la afirmación de la ideología democrática general de que “todos somos mestizos”, en otros prevaleció la ideología discriminatoria que asoció la consolidación nacional con el proceso de blanqueamiento.
En el caso de México y de otros países que le asignaron un lugar importante a su componente poblacional mestizo, esta mayoría mestiza fue la encargada de mantener en alto el blasón de la identidad nacional mediante actos heroicos de valor y entrega a la patria. De esta manera, durante la álgida etapa de la revolución mexicana, se multiplicaron los acontecimientos que requirieron, de hombres y mujeres, coraje y 6
Podríamos también hacer una aproximación entre el lugar que ocupa Latinoamérica en el imaginario de
muchos norteamericanos y europeos, y el lugar que ha ocupado Oriente para Occidente, como una de las imágenes más profundas y recurrentes del Otro y como un contraste en cuanto imagen, idea, personalidad y experiencia, tal como lo muestra la obra de Edward Saïd, Orientalism. 7
No obstante, se debe considerar que la imagen del “charro” es ambigua, no sólo como mito de la
identidad nacional mexicana, sino como imagen primigenia al interior de las industrias culturales. En éstas se lo muestra muchas veces como un hombre vulnerable y “amenazado” en su condición viril por el enamoramiento.
“agallas” y dieron nacimiento al elogio de los compromisos de hombría en los corridos, género musical de la epopeya revolucionaria en la que se equipara, como lo señala Carlos Monsiváis, “el afán revolucionario con la indiferencia ante la tragedia personal” (2004.93). No obstante, como lo plantea con perspicacia este mismo autor, “mientras es una conducta inevitable por muy extendida (y a la inversa), el machismo no es objeto de la crítica” (2004: 94); sólo al separar sus aspectos más folclóricos y “negativos” se lo identifica como una conducta específica y se lo comienza a asociar con el comportamiento de las clases o grupos sociales subalternos8.
El machismo en un contexto jerarquizado socio-racialmente
El punto que no contempla el trabajo de Norma Fuller, y que permite tender el puente entre las distintas vertientes académicas interesadas en el estudio del machismo latinoamericano, es el de la persistencia de un patrón de dominación organizado y establecido sobre la idea de raza − proveniente del período colonial− en los proyectos de construcción nacional de los nuevos países latinoamericanos (Quijano, 2000). Fuller señala que en las sociedades latinoamericanas cohabitan diferentes temporalidades y culturas que determinan que algunos aspectos de la vida social (los de la familia, el parentesco, los interétnicos y de género) sigan regidos en gran parte por los modelos tradicionales, mientras otros (asociados con lo jurídico, lo educativo, los medios de comunicación y algunos sectores económicos) estén más integrados con los circuitos modernos y hayan hecho cuestionamientos al orden jerárquico tradicional. Sin embargo, es preciso subrayar que en las sociedades latinoamericanas no sólo coexisten distintas
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La figura del macho guerrero no sólo está presente en los géneros musicales populares – como el corrido.
También lo está, como me lo señala Manuel Rodríguez R. (coautor de este libro), en las producciones literarias, refiriéndose a algunas obras citadas por Renato Rosaldo en su importante libro Cultura y verdad. Rosaldo se detiene particularmente en una de ellas, With His Pistol in His Hand , escrita por Américo Paredes en la década de 1950, período en que el prejuicio antimexicano era muy virulento y en el que “se requería valor para desafiar la ideología dominante de la superioridad racial anglotexana” (Rosaldo 1991. 141). El héroe guerrero descrito en el trabajo de Paredes me parece emblemático de esta búsqueda de construir un personaje de resistencia cuya virilidad permitiría desafiar la supremacía cultural anglotexana
temporalidades sino que, hasta hoy, no ha sido posible −salvo de modo parcial y muy precario− formar un espacio común de identidad y de sentido para toda su población tanto dentro de los diferentes Estados nación como en torno de una idea de “unidad” latinoamericana (Quijano, op. cit., García Canclini, 1999). La persistencia de la idea de raza como instrumento de dominación social ha sido un factor muy limitante para un real proceso de democratización en todos los ámbitos de la vida social, incluidas las relaciones de género.
La película de Gutiérrez Alea permite situar el machismo en un contexto social donde se visibilizan las dimensiones étnico-raciales de este fenómeno. El machismo puede ser pensado como un comportamiento que no sólo hace referencia a una dominación de género sino también a jerarquías entre sociedades, culturas y grupos étnico-raciales. Matthew Gutmann comenta que uno de los primeros trabajos mexicanos en que se critica el machismo mexicano asocia las cualidades masculinas negativas con la clase obrera urbana y que, desde entonces, éste ha sido uno de los temas predominantes en los escritos sobre la masculinidad latinoamericana y el machismo (Gutmann, 1998). Por otra parte, como lo señala Robert Connel (1998), la “raza” ha sido concebida en gran medida como una jerarquía de cuerpos, hecho que ha quedado inextricablemente mezclado con las jerarquías existentes entre las distintas formas de masculinidad. Mientras en algunos casos esto ha implicado la feminización de los hombres de los grupos racializados, en otros ha significado, por el contrario, la atribución de rasgos de hipervirilidad estimada negativamente desde el modelo de la masculinidad hegemónica.
En Hasta cierto punto, el ordenamiento socio-racial se combina con las jerarquías entre masculinidades. ¿Quiénes son los personajes masculinos negros de esta cinta y en qué secuencias fílmicas aparecen? Son los trabajadores portuarios, los mozos de los restaurantes y bares, los bailarines y músicos de las discotecas, los hombres a quienes se imputan actos de violencia con sus cónyuges e irresponsabilidad con su prole; es decir, son personajes que ocupan posiciones sociales subalternas, que están en los márgenes de la alta cultura y que encarnan las actitudes masculinas indeseables. La película ilustra con agudeza las dinámicas que generan las interacciones del género con otras estructuras como la clase social y la “raza”, lo que muestra el modo en que las relaciones de clase y étnico-raciales operan para establecer rangos entre varones y
masculinidades en función de sus comportamientos en el ámbito familiar y sexual, por lo que, en consecuencia, se supondría que los varones cubanos, trabajadores intelectuales comprometidos con la revolución y con un alto nivel de conciencia ideológica,
mayoritariamente
blanco-mestizos,
deberían
ser
los
“proveedores
responsables”, los “padres presentes” y los esposos monógamos, y que sus adecuadas conductas de género deberían servir como modelo para los demás varones cubanos y como precepto al cual se les enseña a aspirar.
El machismo es definido inicialmente en Hasta cierto punto como una exacerbación de las conductas viriles propias de las clases trabajadoras, poco educadas y conformadas en su gran mayoría por los grupos étnico-raciales menos europeos; sin embargo, a medida que avanza la narración de la película, se hace evidente que esta división entre grupos sociales inherentemente machistas y no machistas no existe. Uno de los elementos interesantes de esta filmación es la puesta en escena de las contradicciones experimentadas por sus personajes masculinos intelectuales −el guionista y el director de cine− cuando, pretendiendo denunciar el machismo imperante en los obreros portuarios, descubren (aunque rehúsen aceptarlo) que sus propias existencias están llenas de “eso” que pretenden transformar. La relación amorosa entre el guionista y la combativa trabajadora del puerto, tenaz defensora de su autonomía, sirve como catalizadora de esta mirada reflexiva y crítica de los privilegios masculinos, de clase y etnia/“raza”.
El resultado del ejercicio de reflexión que sugiere la película es que ni los trabajadores portuarios corresponden al estereotipo que existe sobre ellos, ni los intelectuales revolucionarios tienen conductas muy diferentes de las de los obreros. Las licencias que el guionista y el director de cine se permiten en sus relaciones conyugales, el reconocimiento social del que gozan por su trabajo intelectual y las atenciones que reciben de parte de sus esposas no están disociadas de sus prerrogativas de género y de clase; sin embargo, no les es fácil reconocerse como parte del problema que buscan resolver (elevar el nivel de conciencia de los obreros y transformar sus supuestos comportamientos machistas).
La revolución y la democratización de la intimidad
El título de la película, Hasta cierto punto, señala también los límites de los logros de la revolución cubana en la democratización de la intimidad. Teniendo en cuenta la perspectiva igualitaria de la revolución cubana, habría podido esperarse que las conductas “machistas”, en tanto perpetúan el viejo orden soc ial, hubieran ocupado un lugar central en las críticas a los valores que apuntalaban este orden; sin embargo, Hasta cierto punto muestra que lo que en realidad sucede es un desplazamiento de la crítica de género −como vector de construcción de una sociedad igualitaria − hacia la búsqueda de una explicación de los denominados comportamientos machistas originados en la supuesta falta de conciencia revolucionaria propia de las clases con menor capital cultural.
Si bien se supone que la ampliación de las posibilidades democráticas en el orden político global puede tener como efecto la democratización de la vida personal (Giddens, 1997), la película muestra que no existe una simetría entre uno y otro nivel, que las mediaciones entre la esfera íntima y la esfera pública no son automáticas y que la democratización en las relaciones de género no tiende a consolidarse por sí sola. Volviendo a la analogía enunciada al inicio, vale la pena detenerse un momento en el paralelo que se puede establecer entre la revolución y el sentimiento amoroso. Para Bourdieu (1998), la experiencia del amor o de la amistad sería un momento de excepción respecto de la ley de la dominación masculina, una suspensión de la violencia simbólica o, por el contrario, una forma suprema, más sutil e invisible de esta violencia. Siguiendo a este autor, podríamos decir que durante este período de tregua milagrosa, en que la violencia viril se apacigua, las mujeres “civilizan” las relaciones sociales, despojándolas de su brutalidad, instaurando relaciones basadas en la reciprocidad y el desinterés, y en las que los varones deben renunciar a su intención de dominar si quieren preservar la magia del enamoramiento −tal como acontece en la canción vasca...
No obstante, como lo señala Bourdieu, este “amor puro” es intrínsecamente frágil y está incesantemente amenazado por el retorno de las relaciones de dominación o por el simple efecto de su rutinización, aunque, pese a su carácter efímero, persiste como ideal práctico que amerita ser alcanzado por la excepcional vivencia que suscita. Con palabras similares podríamos describir la experiencia revolucionaria como un momento único que permite imaginar la reconstrucción de una sociedad a partir de ideales
igualitarios y de reciprocidad y como el derrumbamiento de un orden basado en relaciones de opresión y subordinación; de igual forma, pese a las dificultades que constantemente la acechan, también podemos decir que ha perdurado como una utopía y como un ideal digno de ser buscado.
El machismo y las redefiniciones de la masculinidad
Mientras en los años anteriores a la década del sesenta sólo se criticaba excepcionalmente al machismo por sus excesos, a partir de entonces empiezan a proliferar los textos, películas, programas de televisión, informes y encuestas que censuran al machismo como a una “„mala palabra‟ delatora de actitudes vandálicas y señal de anacronismo sin remedio” (Monsiváis, op. cit., pp. 95); sin embargo, la mayor parte de estas censuras, que a veces se reproduce en los medios masivos de comunicación, tienden a circunscribir al “machismo” al ámbito de las relaciones interpersonales, centrándose en la falta de “civilidad” de los hombres en sus relaciones con otros hombres y, en particular, con las mujeres. No se cuestionan con el mismo ímpetu los nexos entre estos comportamientos y el ideario de algunos partidos políticos que “elevan las tradiciones de inferiorización femenina al rango de esencias nacionales” (Monsiváis, op. cit., pp. 92).
En las dos últimas décadas, un número cada vez más mayor de trabajos académicos latinoamericanos ha abordado el tema de la masculinidad, intentando examinarla a la luz de los debates contemporáneos en la teoría social y teniendo en cuenta las transformaciones económicas, políticas y culturales que viven los distintos países de la región. Este análisis ha pasado en muchas ocasiones por la referencia al machismo, en relación con el orgullo nacional, las relaciones intrafamiliares o los problemas de violencia de diversa índole. En estos nuevos estudios, la masculinidad ya no es entendida como una cualidad esencial y estática sino como una manifestación histórica, una construcción social y una creación cultural. Se acepta que la masculinidad tiene una variedad de significados según las personas, las culturas y los momentos históricos, y que su articulación con las diferencias étnico-raciales o de clase crea dinámicas más amplias entre las masculinidades. En las sociedades latinoamericanas, caracterizadas y reconocidas en la última década no sólo como policlasistas sino también como pluriétnicas
y multiculturales9, se ha vuelto necesario, además, pensar en las distintas formas en que se construyen las identidades masculinas en los diferentes grupos étnicos y complejos socioculturales y en las relaciones que sostienen esas masculinidades entre ellas.
Uno de los riesgos que comporta el reconocimiento de múltiples masculinidades, producto de la combinación de los efectos de la clase, la raza, la etnia y el género, es su simplificación, afirmando, por ejemplo, la existencia de una masculinidad negra, gaucha o de la clase trabajadora. Desde este punto de vista, no sólo es substancial reconocer las múltiples masculinidades sino que es necesario identificar las relaciones de género que se operan dentro de ellas (Connell, 1998). También es importante subrayar que las identidades de género y las identidades de clase o étnico-raciales se adquieren al mismo tiempo y generan prácticas sociales marcadas simultáneamente por estas múltiples identidades (García de León, 1994).
Las representaciones del machismo en las producciones fílmicas latinoamericanas como Hasta cierto punto lo han descrito como un comportamiento defensivo e intransigente que pretende resistir a los cambios en el lugar de las mujeres en la sociedad y a su incursión en los espacios tradicionalmente masculinos. La cinta de Gutiérrez Alea denuncia el machismo como una pervivencia del pasado y como una tentativa de resguardar las prerrogativas masculinas que han perdido legitimidad en este nuevo contexto político. En este sentido, el machismo se convierte, a los ojos del espectador o espectadora, en una conducta negativa que ningún hombre debería ni querría asumir.
Las nuevas producciones fílmicas y literarias de la región han mostrado las tensiones que caracterizan las construcciones de las identidades masculinas en América Latina y las contradicciones que están experimentando los varones latinoamericanos en relación con los sentidos y significados de ser hombres. Hasta cierto punto permite ilustrar, además, la forma en que se entrelaza la definición del machismo con las jerarquías socio-raciales que ordenan las relaciones sociales en las sociedades latinoamericanas. De este modo, la referencia al machismo se convierte en un recurso discursivo
9
En este momento, la mayor parte de estados latinoamericanos (Nicaragua, Brasil, Colombia, México,
Paraguay, Perú, Bolivia, Ecuador y Venezuela) han reformado o adoptado nuevas constituciones en las cuales se reconocen como naciones pluriétnicas y multiculturales.
disponible socialmente para descalificar y retratar al otro como menos desarrollado −y en el caso de la película de Alea, con un menor nivel de conciencia “revolucionaria”−.
La tenacidad de la dominación masculina (en América Latina, pero no solamente)
Antes de finalizar este artículo, me parece necesario recordar que, pese a los cambios que se están produciendo en las relaciones de género en las sociedades latinoamericanas −y que varios de los estudios sobre masculinidad enfatizan −, las desigualdades de género y los efectos de las construcciones más “ortodoxas” de la masculinidad persisten. A modo de ejemplo, voy a hacer alusión a algunas de sus expresiones en el ámbito colombiano, no muy distintas de las que se reportan en otros países de la región.
En la política, por más candidatas a la presidencia de la República que hayan existido, por más gobernadoras, alcaldesas, senadoras y diputadas que se hayan acumulado en los últimos años, los hombres continúan ocupando más de 93% de las alcaldías del país y más de 85% de los escaños en el Congreso. En 1998, el porcentaje de mujeres en puestos gubernamentales en Colombia era de 26,1% −discriminado por niveles, en el nivel ministerial (ministros, secretarios de estado y jefes de bancos centrales y organismos representados en el gabinete) el porcentaje alcanzó 17,6%, mientras que en el nivel subministerial (viceministros, secretarios permanentes, directores y asesores) era de 28%10−. Si bien las mujeres constituyen un poco más de 40% de la nómina de servidores públicos, los hombres ocupan 81% de los puestos directivos y 74% de los cargos en el nivel ejecutivo11.
No obstante los importantes logros educativos de las mujeres colombianas en las últimas décadas, la brecha de ingresos entre hombres y mujeres se ubica en 28%, demostrando que el sexismo en el ámbito laboral conserva su fortaleza. Según los mismos datos de Unicef (2002)12, la discriminación contra las mujeres se intensifica entre las trabajadoras rurales ya que son las principales víctimas del conflicto armado y el desplazamiento forzado. En relación con el desempleo, los indicadores básicos de la situación de salud en Colombia señalan que el desempleo afecta a las mujeres casi dos 10
Fuente: Informe sobre desarrollo humano, 2000, Pnud.
11
Fuente: “Mujeres de palabra”, Fondo de Población de las Naciones Unidas, Bogotá , marzo de 2001.
12
Fuente: www.unicef.org/colombia.
veces más que a los hombres. Cifras del año 2000 13 indican que, mientras 12,1% de los hombres está desocupado, en las mujeres este porcentaje se eleva a 23%.
En Colombia, los hombres suelen ser protagonistas en los distintos escenarios de conflicto armado y de las más diversas formas de violencia tanto pública como familiar, con todo lo que esto implica sobre su bienestar, así como el de otros hombres, mujeres, niños y niñas. Algunas de las investigaciones realizadas con jóvenes desvinculados del conflicto señalan que muchos de ellos se afiliaron a los grupos armados ilegales de manera voluntaria y que, de éstos, 52% afirmó haberlo hecho por el sentido de pertenencia que brinda el uniforme y el inmenso poder que genera tener un arma en las manos14.
Los altísimos índices de violencia intrafamiliar y de violencia en la pareja, los delitos sexuales contra mujeres, el alto porcentaje de mujeres que ha vivido en unión y ha sido violada por su esposo o compañero señalan que la violencia sigue siendo el lenguaje al que muchos hombres colombianos acuden en primer lugar para imponer y proclamar su supremacía. Estas cifras manifiestan también que los derechos humanos de las mujeres, particularmente sus derechos sexuales y reproductivos, siguen siendo poco respetados. Otra de las expresiones de esta violencia de género es la inasistencia alimentaria del padre, infracción que ocupa el segundo lugar entre los delitos más frecuentes en el nivel nacional. En el año 2001 se reportaron 59.000 denuncias 15. La situación es aún más dramática si se tiene en cuenta, además, que un gran porcentaje de los casos de violencia intrafamiliar y sexual y de inasistencia alimentaria no es reportado por las mujeres víctimas por causa del miedo, la dependencia económica o afectiva y la naturalización social de la violencia masculina.
Por último, deseo mencionar dos situaciones que ilustran con particular perspicacia la tenacidad de la dominación masculina y la permanencia de algunos rasgos asociados con el machismo, como el linchamiento social de los varones que se alejan del estereotipo de lo “viril”. Estas situaciones son las atinentes a la profunda resistencia que genera en Colombia la sola mención de la despenalización del aborto y la homofobia 13
Fuente: Situación de salud en Colombia. Indicadores básicos 2002, Ministerio de Salud.
14
Fuente: Informe sobre los derechos humanos de la niñez en Colombia 2001, www.defensoría.gov.co.
15
Fuente: Informe sobre los derechos humanos de la niñez en Colombia 2001, www.defensoría.gov.co.
que expresan gran parte de quienes se oponen a la concesión de derechos patrimoniales y otras garantías sociales a las parejas del mismo sexo.
Pese a las altas tasas que han sido documentadas de morbilidad y mortalidad femeninas asociadas al aborto realizado en clínicas clandestinas y en condiciones precarias (que afectan fundamentalmente a las mujeres de sectores populares y a las adolescentes), desde 1936 la ley colombiana considera de manera absoluta que esta interrupción es un delito “contra la vida y la integridad personal”. Las modificaciones que la legislación ha recibido no consideran sino aspectos secundarios como la duración de las penas y la atribución de circunstancias atenuantes o agravantes en relación con las sanciones a que da lugar. En varias ocasiones, el poder legislativo ha examinado propuestas de ley presentadas desde el Senado y la Cámara de Representantes que intentaron, sin éxito alguno, despenalizar el aborto bajo ciertas condiciones. La religión católica ha sido particularmente severa en la valoración moral del aborto y ha impuesto su criterio para archivar los distintos proyectos de ley. Todo ha sucedido como si los partidos políticos prefiriesen una aplicación flexible de la ley que su modificación16. Estas reacciones muestran el peso que siguen teniendo en nuestro país l os valores morales defendidos por la Iglesia católica y su influencia en los asuntos del Estado. Es útil recordar también, como lo hace Carlos Monsiváis, que desde la Conferencia mundial de las mujeres en Pekín, el clero católico rechazó el uso del término género porque traicionaba “la división natural del mundo entre hom bres y mujeres” (2004: 97).
Uno de los mecanismos corrientemente utilizados por los varones para establecer jerarquías de la masculinidad, y para mantener, reforzar y reproducir la masculinidad hegemónica (que legitima, o se usa para legitimar la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres) es el de recurrir a la homofobia, presente en muchas de las ironías, burlas y críticas que se hacen para descalificar a los hombres menos ajustados al modelo imperante de virilidad (Viveros, 2002). Pero esta homofobia no
16
Como me hizo caer en cuenta Marco Alejandro Melo, esta situación parece estar cambiando con las
recientes reformas al sistema penal acusatorio colombiano. Gracias a que hoy en día los juicios se hacen de manera “sumaria”, las y los trabajadores de salud que tienen contacto con las mujeres que interrumpen voluntariamente su embarazo guardan expectativas más favorables de imponer sus propias valoraciones morales sobre dichas mujeres.
alude únicamente a las antipatías que suscitan los hombres “afeminados” sino, y fundamentalmente, a “la movilización activa del prejuicio, la beligerancia que cancela derechos y procede a partir de la negación radical de la humanidad de los disidentes sexuales” (Monsiváis, op. cit., p. 107).
Una de sus expresiones más fuertes en Colombia ha sido la de quienes se unieron en torno a la fundación Unidos a Dios salvaremos a Colombia (FUDSC) para oponerse con vigor al proyecto de ley por el cual se intentó, en el año 2002, reconocer algunos derechos patrimoniales a las parejas homosexuales. Los argumentos utilizados por estas instituciones e individuos mencionaron la ley “moral natural” y calificaron la homosexualidad como un delito “contra-natura” que vulnera el “orden natural” señalado por la religión católica. Las uniones de parejas del mismo sexo fueron descritas como un “remedo de sociedad doméstica, que ataca y compite con ella como comunidad de amor” (FUDSC 2002: 7a) y como una a menaza tanto para la especie humana como para la sociedad y la cultura.
A través de las argumentaciones que se enfrentan tanto a la despenalización del aborto como a la concesión de derechos a las uniones del mismo sexo, se perfila un orden de género que separa, como dos principios opuestos, la heterosexualidad y la homosexualidad, la defensa de la vida y los derechos de las mujeres, lo natural y lo antinatural, la conservación de la especie y la disolución de la sociedad. No es casualidad que quienes se oponen a uno y otro proyecto sean los mismos que garantizan, reproducen y consolidan las jerarquías que sostienen el andamiaje de la masculinidad “natural”, cuya versión más estridente corresponde con lo que se ha denominado machismo.
Para concluir, quisiera, en primer lugar, invitar al lector o lectora eventual de este texto a que modificase esa imagen esencializante y homogeneizadora que se ha tenido de la masculinidad latinoamericana y a pensar el machismo latinoamericano como el resultado de prejuicios etnocéntricos y de la fabricación de imágenes nacionales difundidas a través de los medios de comunicación (Fuller, 1998). Las identidades masculinas latinoamericanas son múltiples y diversas, tal y como lo muestran numerosos trabajos realizados en la región (Archetti, 1998; Fachel Leal, 1992; Fuller, 1997; Gutmann, 1998; De Keijzer, 1997; Lerner, 1998; Viveros, 2001 y 2002, entre
otros), y no pueden ser reducidas a generalizaciones reificadas y esencializantes sobre los varones latinoamericanos.
En segundo lugar, espero haber contribuido a aclarar el persistente malentendido que ha existido en torno de lo que se ha denominado, fundamentalmente por parte de los medios de comunicación, el machismo latinoamericano; por una parte porque, como lo he mostrado a lo largo de este artículo, es una noción con muy corto alcance analítico y explicativo para dar cuenta de los fundamentos simbólicos y sociales de la dominación masculina en América latina, por otra, porque constituye un término mistificador que permite naturalizar el comportamiento de los varones de los grupos sociales subalternos (ya sea por su clase o su origen étnico-racial) y calificarlo como poco civilizado e incapaz de adoptar los comportamientos y valores propios de una ética moderna y modernizante, propia de los hombres de los grupos sociales dominantes.
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