CAPÍTULO 2 EL PROCESAMIENTO DEL LÉXICO JOSÉ MANUEL IGOA Universidad Autónoma de Madrid 1. Introducción Hay dos tópicos sobre el estudio del léxico que se repiten con cierta frecuencia en los textos sobre esta materia. El más reiterado alude a la paradoja que existe entre la enorme facilidad con que los hablantes competentes entienden las palabras que leen o escuchan en su propia lengua y la no menos formidable complejidad que entraña el proceso de comprensión léxica. El otro, menos frecuente, sostiene que el estudio de los procesos léxicos ocupa un lugar tan prominente en la Psicolingüística como el estudio de la célula en la Biología. Estas dos sentencias son dos llamativas maneras de subrayar el interés que tiene el estudio del léxico desde una perspectiva psicológica; dos reclamos dirigidos al lector para convencerle de la importancia de este ámbito de investigación de la Psicolingüística. Sin embargo, más allá de la eficacia comunicativa que puedan tener estos mensajes, es preciso juzgar hasta qué punto se ajustan a la realidad. Por lo que atañe al primer tópico, conviene señalar que la complejidad que exhibe un proceso psicológico cualquiera, como el de reconocer y comprender palabras, solo puede evaluarse en relación a la de otros procesos similares, y no en función de sus efectos sobre la conciencia del sujeto. Esto nos obliga a ofrecer criterios plausibles para evaluar la complejidad de un proceso dado. En este sentido, el mero hecho de demostrar que la experiencia de comprender una palabra depende del manejo de múltiples fuentes de información representaría un paso importante para justificar la complejidad del proceso subyacente. Por otra parte, la analogía de los procesos léxicos con los celulares trata de sustentar la idea de que el vocabulario ocupa un lugar central en el conjunto de procesos de comprensión y producción del lenguaje, igual que la célula en los procesos biológicos de los organismos. Esta analogía merece algunas reflexiones. Por un lado, en la medida en que el vocabulario es un repertorio de unidades dotadas de rasgos fonológicos, sintácticos y semánticos, cabe decir que el procesamiento del léxico es un escenario de encuentro de procesos de diversa índole que operan en diferentes niveles, unos de orden superior, relacionados con el significado, y otros de niveles más bajos, que afectan a la percepción, la articulación y la codificación fonológica. De un modo equivalente, la célula es la unidad básica de los procesos fisiológicos y bioquímicos y desempeña un papel central en el devenir de las funciones biológicas de los organismos. En este sentido, tanto palabras como células constan de estructuras y componentes internos (i. e., sílabas, fonemas y rasgos acústicos o visuales, en un caso, y núcleo, mitocondrias y otros orgánulos, en el otro), e interactúan con unidades superiores, enunciados y discursos, en las palabras, y órganos y sistemas fisiológicos, en las células. Así pues, la analogía entre la palabra y la célula ilustra algunas de las propiedades esenciales del léxico y el modo en que éstas emergen e interactúan en los procesos de comprensión y producción del lenguaje en tiempo real. El objetivo principal del capítulo es desvelar la complejidad de los procesos léxicos, esto es, de las operaciones, en parte inconscientes y automáticas, que están al servicio del reconocimiento, la comprensión y la producción de palabras. Que detrás del reconocimiento y el uso de las palabras hay procesos inconscientes y automáticos es un supuesto indiscutido de la Psicolingüística. Aceptarlo supone adoptar una perspectiva mentalista en el análisis de los fenómenos lingüísticos como la que se aplica a cualquier actividad humana que se pueda formular en términos de estados y procesos mentales. Según esta perspectiva, las causas últimas del comportamiento humano residen en los estados internos de los actores, en sus conocimientos, creencias y disposiciones, y no en factores externos al individuo. Un caso paradigmático de estas competencias cognitivas es el estado mental que caracteriza nuestro conocimiento del lenguaje, lo que se ha dado en llamar «competencia lingüística». El léxico es un componente de dicha competencia que se revela mediante procesos y mecanismos de «actuación» en tiempo real. 405
Los procesos léxicos de los que me ocuparé abarcan el reconocimiento y la comprensión de palabras y la selección léxica en la producción del lenguaje. De acuerdo con la lógica reductiva de la explicación en la ciencia natural, se asume que el estado mental en que se encuentra el hablante/oyente competente cuando le sobreviene la experiencia «personal» de reconocer y comprender una palabra hablada o leída, o de dar con la palabra que desea expresar, es producto de un conjunto organizado de procesos que se describen en términos «subpersonales» y descansan en mecanismos de cómputo que operan con distintas clases de información (Pylyshyn, 1980; Horst, 2002). Esta forma de descripción se denomina «subpersonal» porque los mecanismos involucrados en estos procesos operan más allá del control voluntario del sujeto, de modo similar a como funcionan los procesos bioquímicos o nerviosos que tienen lugar en el cerebro, si bien estos eventos cerebrales se sitúan en un plano de descripción diferente al de los procesos de cómputo mental. Estos fenómenos, huelga decirlo, no son directamente observables, por lo que es necesario recurrir a métodos indirectos para inferir su intervención en las operaciones objeto de estudio. Partiremos, pues, de la idea de que la comprensión y la producción de palabras se apoyan en operaciones de cálculo en tiempo real que se identifican según las clases de información lingüística con que operan (fonética, fonológica, ortográfica, morfológica, sintáctica, semántica), a las que se atribuye, con matices, una «realidad psicológica». Los procesos implicados en la comprensión y producción de palabras ocupan un lugar intermedio entre los procesos, más periféricos, de percepción y articulación de sonidos del habla y de signos visuales y los procesos composicionales de planificación y análisis de la sintaxis y de conceptualización e interpretación de enunciados. La estrategia habitual al estudiar los procesos léxicos es considerarlos constitutivos de un subsistema cognitivo relativamente autónomo que sirve de interfaz entre la forma y el significado de los enunciados lingüísticos. Dentro de esta concepción «modular» del sistema lingüístico humano, se pueden distinguir dos enfoques. El primero, que podemos catalogar como restringido, se ocupa de examinar las operaciones de reconocimiento y selección de palabras que median entre una representación de entrada (v. g., una secuencia de fonemas o grafemas, en el caso del reconocimiento léxico, o un concepto lexicalizable, en el caso de la producción de palabras) y una representación de salida (una forma léxica completa, o «lexema» con sus morfemas asociados, en la percepción, y una secuencia de sonidos lista para articular, en la producción). Esta visión restringida de los procesos léxicos da implícitamente por válidas estas representaciones de entrada y salida, obviando los problemas que acontecen en las interfaces del léxico con otros sistemas cognitivos y soslayando las relaciones y los posibles influjos recíprocos que pueda haber entre el léxico y otros niveles de procesamiento del lenguaje (Dahan y Magnusson, 2006). Por el contrario, el enfoque denominado amplio se preocupa por examinar las relaciones entre los procesos léxicos y otros procesos psicolingüísticos (v. g., la percepción del habla, el reconocimiento de patrones visuales, o el procesamiento gramatical), con lo que tiende a minimizar los límites entre los distintos niveles de procesamiento del lenguaje (Marslen-Wilson y Warren, 1994; Dahan y Magnusson, 2006). Aunque el enfoque restringido es susceptible de incurrir en una esquematización irreal de los procesos psicolingüísticos, presenta la ventaja de abordar el estudio de estos procesos de manera clara y rigurosa. Sea como fuere, el debate sobre el grado de modularidad que quepa atribuir a los procesos léxicos ha sido una constante en la investigación contemporánea. La discusión en torno a la modularidad se da también en el ámbito de las teorías lingüísticas sobre el léxico y sus relaciones con otros componentes de la facultad del lenguaje. Dadas las repercusiones recíprocas entre las teorías del léxico y los estudios sobre el procesamiento léxico, es imprescindible aludir a dos concepciones diferentes de la arquitectura del conocimiento lingüístico que reflejan dos visiones del léxico y con ellas dos modos de entender la noción de «palabra». La visión tradicional del léxico considera este componente del lenguaje como un almacén de información, un inventario de unidades que se activan y seleccionan para ser empleadas en operaciones combinatorias. La idea básica es que las piezas léxicas se seleccionan de modo independiente a su inserción en la estructura sintáctica del enunciado durante el 1 proceso de derivación gramatical. Esta concepción del léxico lleva implícita una distinción nítida entre léxico y gramática, entendidos como dos componentes de la arquitectura de la 406
facultad del lenguaje. El léxico se caracteriza en estas teorías como el depósito de todos los aspectos idiosincrásicos del lenguaje (incluyendo las excepciones e irregularidades que no tienen cabida en la gramática), mientras que la gramática es un sistema de cómputo abstracto donde tienen lugar las operaciones combinatorias responsables de la generación de estructuras. El contrapunto a esta concepción del léxico es la idea de que el léxico es un sistema combinatorio y las palabras son reglas de interfaz que intervienen en la composición de la estructura gramatical de los enunciados (Jackendoff, 2002; 2007). Desde esta perspectiva, la palabra es, literalmente, un «pedazo de estructura» que se despliega en tres dominios, fonológico, sintáctico y semántico, e impone en cada uno de ellos restricciones sobre la buena forma gramatical de las estructuras resultantes de la combinación de palabras. Esta concepción del léxico lleva consigo dos consecuencias inmediatas: la primera es que la distinción entre léxico y gramática se hace más borrosa; la segunda es que el léxico se concibe como un sistema de conocimiento en el que conviven diversas formas de representación lingüística, desde unidades subléxicas, como los morfemas (raíces y afijos) y piezas léxicas monomorfémicas, hasta unidades supraléxicas, como los sintagmas e incluso las construcciones idiomáticas. Al hilo de esta concepción del léxico tiene sentido distinguir entre los términos «pieza léxica» (o listema), que se define como un elemento del lexicón almacenado en la memoria del sujeto, y «palabra», que se concibe como una regla o constricción que interviene en la construcción de la estructura del enunciado. Esta controversia en torno a la naturaleza de la competencia léxica ha de tener por fuerza un alcance en el ámbito del procesamiento del léxico. El capítulo quedará estructurado como sigue. Comenzaré con un examen de los procesos de reconocimiento y comprensión de palabras habladas y escritas (§ 2), distinguiendo aspectos comunes a ambas modalidades de uso y singulares de cada una de ellas. Para ello, partiré de una distinción entre tres niveles de procesamiento: (1) el «pre-léxico», que se ocupa del análisis de las entradas perceptivas (señales acústicas o visuales) con que da comienzo el reconocimiento de palabras y opera con diferentes tipos de información, dependiendo de la modalidad sensorial empleada; en este nivel tiene lugar la activación de un número de candidatos de entre los cuales se selecciona una única pieza léxica; (2) el «léxico», en el que acontece la selección de un único candidato de entre todos los competidores léxicos activados; y (3) el «post-léxico», que alude a los procesos de acceso al significado de la palabra y de integración de la misma en el enunciado del que forma parte. Seguidamente (§ 3), me ocuparé de los procesos de selección léxica en la producción de palabras, destacando sus principales etapas o componentes. En este apartado solo me referiré a la producción de palabras habladas, dada la escasez de estudios sobre producción de palabras escritas y la poca pertinencia de estos estudios para el procesamiento del léxico, dedicados en su mayor parte a la programación y regulación de actividades motoras en la escritura. El apartado final estará dedicado a examinar las relaciones entre los procesos léxicos y los procesos gramaticales y a analizar el papel que el procesamiento del léxico desempeña en el procesamiento del lenguaje en el nivel del enunciado. Allí abogaré por una arquitectura integrada de los procesos léxicos y gramaticales en la que los límites entre estos dos componentes de procesamiento del lenguaje son difusos. 2. Reconocimiento y comprensión de palabras Reconocer una palabra es poner en correspondencia un estímulo físico (señal acústica o patrón de rasgos visuales) con una representación almacenada en la memoria que comprende un conjunto de conocimientos o representaciones sobre la forma y el significado de un signo lingüístico. Este proceso supone clasificar un estímulo en una categoría abstracta que se ha de elegir de entre varias categorías alternativas. Comprender una palabra implica activar una representación del significado de una pieza léxica reconocida. Reconocimiento y comprensión guardan entre sí una relación asimétrica, al menos en un sentido lógico, toda vez que la comprensión de la palabra presupone su reconocimiento, pero no a la inversa. En los apartados que siguen me ocuparé de los procesos de reconocimiento en las etapas «pre-léxica» (2.1) y «léxica» (2.2) y del proceso de comprensión de palabras en la etapa «post-léxica» (2.3).
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2.1. PROCESOS PRE-LÉXICOS EN EL RECONOCIMIENTO AUDITIVO Y VISUAL DE PALABRAS
Como es lógico, las diferencias entre el reconocimiento de palabras habladas y escritas están ligadas al tipo de entrada sensorial propia de cada modalidad de reconocimiento. Por un lado, la señal acústica del habla es un estímulo sustancialmente variable (Liberman, Cooper, Shankweiler y Studdert-Kennedy, 1967; Miller, 1990), en contraste con la relativa uniformidad 2 del lenguaje escrito. La variabilidad de la señal de habla se debe bien a características singulares del hablante, sean permanentes (v. g., la fisiología del tracto vocal, el sexo, el acento regional) o transitorias (v. g., la tasa o velocidad del habla, el estado emocional), o bien al contexto fonético-articulatorio en que se produce (y escucha) la palabra. Por otra, el lenguaje hablado es un estímulo continuo, es decir, las palabras habladas no se hallan separadas físicamente unas de otras, sino que se articulan sin insertar apenas pausas o discontinuidades entre ellas, mientras que en la mayoría de las lenguas que disponen de un sistema ortográfico, las palabras escritas vienen segmentadas en unidades discretas. El carácter continuo de la señal de habla se pone de manifiesto también en el hecho de que los segmentos fonéticos no forman una secuencia encadenada de unidades discretas con fronteras bien definidas entre ellas. Antes bien, los gestos implicados en la articulación de cada sonido se solapan en el tiempo con los involucrados en la articulación de los sonidos vecinos. Este fenómeno, conocido como coarticulación, impide establecer correspondencias biunívocas entre fragmentos de la señal de habla y unidades fonéticas, y es la causa inmediata de los problemas de variabilidad y segmentación que afectan al reconocimiento auditivo de palabras. Como veremos en este apartado, estas diferencias entre el reconocimiento auditivo y visual de palabras definen espacios distintos de problemas para cada modalidad de reconocimiento, lo que justifica un tratamiento separado de cada una. La variabilidad y la segmentación se han considerado tradicionalmente problemas de la percepción del habla y no del reconocimiento léxico, por lo que a menudo se pasan por alto. El enfoque antes denominado restringido de los procesos léxicos asume esta parcelación de los procesos en dos ámbitos, el perceptivo y el léxico, y dispone que la entrada al proceso de reconocimiento de palabras es una representación de una cadena de fonemas, que es a la vez la salida de los procesos perceptivos. La suposición de que los problemas de variabilidad y segmentación deben quedar resueltos antes de iniciarse los procesos de reconocimiento de palabras habladas lleva aparejadas dos implicaciones. En primer lugar, que las variaciones presentes en la señal acústica, sean éstas subfonéticas (i. e., originadas por la coarticulación) o de otra naturaleza (v. g., relativas a características peculiares del hablante), no tienen ninguna repercusión en el proceso de reconocimiento léxico. Esto, a su vez, entraña que la representación léxica almacenada en la memoria a la que se acopla, o con la que se compara, la representación fonética de entrada ha de ser considerablemente abstracta, a fin de garantizar que el sistema reconozca como idénticos ejemplares acústicamente diferentes de la misma palabra. Qué debamos entender como «la misma palabra» en este contexto es una cuestión por aclarar, pero cabe pensar que en este nivel de descripción, se trata de una secuencia de fonemas con una estructura prosódica definida, es decir, de una representación fonológica invariante de la palabra. La segunda implicación que se deriva de la suposición arriba señalada es que la separación entre procesos perceptivos y de reconocimiento impide cualquier infl ujo «descendente» de los procesos léxicos sobre los de identificación de sonidos del habla, lo que comporta asumir el encapsulamiento de la percepción del habla con respecto a los procesos léxicos. Como enseguida veremos, hay pruebas empíricas que ponen en entredicho estas dos implicaciones. Sobre la cuestión de la sensibilidad del oyente a variaciones en la señal acústica del habla hay que hacer constar dos observaciones aparentemente contrapuestas. Por un lado, es probable que para reconocer palabras habladas de la forma tan rápida y eficaz en que lo hacen los oyentes normales sea preciso ignorar todas aquellas fuentes de variación acústica que no comporten diferencias léxicas. Y efectivamente, parece que la plasticidad en el reconocimiento y la capacidad de adaptación y normalización del hablante son fenómenos muy comunes en el reconocimiento de palabras habladas (Nusbaum y Magnuson, 1997). Sin embargo, no es menos cierto que el rendimiento de los oyentes en el reconocimiento auditivo de palabras es sensible a 408
variables como la «prototipicidad» del estímulo (v. g., el grado en que un determinado fonema se ajusta a los valores típicos o más frecuentes de las claves acústicas que lo conforman) o la identidad del hablante. Así ha quedado de manifiesto, por ejemplo, en estudios que muestran que la competición entre candidatos léxicos muy similares (v. g., bag y bat) se reduce sensiblemente cuando hablantes diferentes emiten el estímulo crítico en sucesivas presentaciones del mismo (Creel, Aslin y Tanenhaus, 2008). Fenómenos como este inducen a pensar que las representaciones léxicas quizá no sean del todo abstractas e invariantes, sino que podrían contener información episódica irrelevante desde el punto de vista léxico. El modelo del léxico resultante dista mucho de la idea tradicional del vocabulario como un almacén en memoria a largo plazo compuesto de un listado de entradas con información permanente de carácter fonético, ortográfico, sintáctico y semántico. Este modelo alternativo concibe el léxico mental (de palabras habladas) como un repertorio de huellas episódicas que se activan parcialmente con distintas entradas sensoriales; el agregado de todas las huellas que se hallan activadas en un determinado acto de reconocimiento se hace presente en la memoria de trabajo y constituye la palabra reconocida por el oyente (Goldinger, 1998). Huelga decir que en este modelo episódico del léxico los fonemas no desempeñan ningún papel como representaciones intermedias entre la señal acústica del habla y la palabra percibida. En lo que concierne a la influencia «descendente» (o top-down, según la terminología al uso) del léxico sobre los procesos de identificación de sonidos del habla, hay pruebas de diversa índole que ponen de manifiesto que las tareas de identificación y detección de fonemas se ven facilitadas cuando el estímulo al que pertenecen los sonidos es una palabra, en contraste con una pseudopalabra (i. e., una secuencia de sonidos o letras pronunciables pero sin sentido). Una de estas pruebas, que se da igualmente con material visual (letras y palabras escritas), es el efecto de superioridad de la palabra (Johnston y McClelland, 1974), según el cual un fonema (o letra) se detecta más fácilmente cuando forma parte de una palabra que cuando se halla inserto en una pseudopalabra. Otro efecto de similares características es el efecto de restauración de fonemas (Warren, 1970), una ilusión perceptiva en la que los oyentes dicen percibir un fonema en el interior de una palabra cuando en realidad dicho fonema ha sido reemplazado por un ruido; esta ilusión desaparece cuando se emplean pseudopalabras como estímulos portadores del fonema 3 reemplazado. Un tercer efecto de este tipo es el desplazamiento de la frontera entre categorías fonéticas cuya discriminación depende de una única dimensión acústica (v. g., el tiempo de inicio de la sonoridad para distinguir entre consonantes sonoras y sordas que comparten el mismo lugar de articulación, como /b/ y /p/). En este caso, la presencia de una palabra en uno de los valores o extremos de la dimensión acústica (v. g., el valor «sordo» en el contraste «boco vs poco») produce un sesgo perceptivo a favor de la identificación del fonema consistente con ese valor (i. e., la oclusiva sorda /p/). La existencia de efectos como los que se acaban de reseñar viene a sugerir que los procesos de identificación de fonemas se hallan sujetos a sesgos léxicos, lo que revela una mediación de las representaciones de un nivel superior en tareas que tienen lugar en un nivel inferior de procesamiento. Con todo, existen interpretaciones alternativas de estos fenómenos que tratan de preservar el encapsulamiento de los procesos perceptivos con respecto a los procesos léxicos. Una de estas explicaciones argumenta que estos efectos pueden situarse en un nivel pre-léxico de procesamiento, en la medida en que se puedan reducir a un cómputo de probabilidades de asociación local entre fonemas adyacentes, un factor que opera con independencia del status léxico del estímulo global. Otra de estas interpretaciones alternativas desplaza estos efectos hacia un nivel post-léxico de procesamiento, al considerar que las decisiones perceptivas en las tareas de identificación de fonemas se demoran hasta después de que se reconoce el carácter léxico (o no) del estímulo analizado, y esta conciencia del status léxico del estímulo determina, en una etapa post-léxica, las decisiones perceptivas. A tenor de estas consideraciones, no se puede descartar la autonomía de los procesos de reconocimiento de fonemas con respecto a los de selección léxica, por lo que la legitimidad de un enfoque restringido, y por tanto modular, de los procesos de reconocimiento léxico sigue siendo un asunto abierto al debate. Una vez examinadas las diferencias entre el reconocimiento auditivo y visual de palabras que están ligadas a sus respectivas modalidades sensoriales, nos ocuparemos de otra cuestión que afecta a los procesos pre-léxicos en el reconocimiento. En la investigación de estos procesos 409
se suele distinguir entre unidades y códigos de procesamiento. Mientras que las primeras se definen como unidades lingüísticas (v. g., rasgos distintivos, fonemas, constituyentes subsilábicos, sílabas o morfemas) que intervienen en el procesamiento del léxico en distintos niveles, los segundos se refieren al formato de representación en que tienen lugar los procesos de reconocimiento. La discusión acerca de las unidades de procesamiento en la etapa pre-léxica del reconocimiento de palabras habladas se plantea en torno al problema de cómo se calcula la semejanza entre la señal acústica y la palabra objeto de reconocimiento, si a partir de la información acústica contenida en los fragmentos iniciales de la señal únicamente (MarslenWilson y Welsh, 1978), con base en una comparación global entre el estímulo y las representaciones léxicas, sin privilegiar ninguna porción de la palabra en particular; (Luce y Pisoni, 1998), o en función de las porciones inicial y final del estímulo (McClelland y Elman, 1986). En lo que atañe al reconocimiento de palabras escritas, la cuestión de las unidades de procesamiento se plantea en términos diferentes, habida cuenta de que en la lengua escrita el orden temporal de acceso a la información no desempeña un papel tan prominente como en el lenguaje oral. El problema, en este caso, es determinar el peso relativo de distintas unidades lingüísticas en el proceso, desde los rasgos visuales hasta las palabras. Utilizando tareas experimentales muy diversas, se ha comprobado que tanto los rasgos visuales (i. e., los trazos de 4 diversas formas y orientaciones que configuran las letras) como las letras, las sílabas e incluso unidades subsilábicas como los ataques y las rimas o los bigramas (secuencias de dos letras que no forman una sílaba), desempeñan un papel relevante en el procesamiento visual de palabras. Los diversos efectos experimentales obtenidos (por ejemplo, el ya citado efecto de superioridad de la palabra) se han explicado mediante un mecanismo de «activación interactiva» (McClelland y Rumelhart, 1981). Los modelos de activación interactiva constan de tres niveles de procesamiento, correspondientes a rasgos, letras y palabras, unidos entre sí por conexiones excitatorias e inhibitorias entre niveles y dentro de cada nivel. El mecanismo básico de funcionamiento es la propagación de la activación de signo positivo o negativo a través de la red. A lo largo del tiempo, las unidades que reciben mayor cantidad de activación inhiben a las menos activadas hasta que el sistema alcanza un estado estable en el que un único candidato acumula la máxima activación, momento en el cual la palabra es reconocida. Un factor regulador del estado de activación de las unidades subléxicas (letras, sílabas o bigramas) es la frecuencia, absoluta o relativa (esto es, según la posición que ocupe en la palabra) de las mismas. Otra unidad subléxica que ha sido objeto de atención en la investigación de los procesos pre-léxicos es el morfema. La cuestión que se discute es si es correcto asignar al análisis morfológico un papel en el reconocimiento de palabras, o dicho de otro modo, si la recuperación de la estructura morfológica tiene lugar antes de la selección léxica. Hay numerosas pruebas que parecen indicar que en efecto se da una suerte de «descomposición morfológica» en el proceso de reconocimiento de palabras, sobre todo en el dominio del léxico visual (Taft y Forster, 1976). El dato más concluyente al respecto procede de estudios de priming morfológico en los que se obtienen efectos de facilitación en el reconocimiento cuando una palabra derivada o fl exionada 5 va precedida de su raíz o su forma base. Más difícil ha sido, empero, demostrar que este efecto es genuinamente morfológico, es decir, que no se puede explicar por relaciones meramente ortográficas o semánticas (o ambas conjuntamente) entre palabras. La justificación de la existencia de un nivel morfológico distinto del formal (ortográfico) o del semántico se funda en la obtención de distintos patrones de efectos de priming con diversas clases de relaciones entre palabras o bajo diferentes condiciones de presentación de las mismas (v. g., el tiempo que media entre la presentación de las palabras inductora y «diana» en las tareas de priming). Un ejemplo típico de ello es comparar los efectos facilitadores originados por tres tipos de relaciones léxicas: las de semejanza formal (v. g., meta-METAL), semánticas pero no formales ni morfológicas (v. g., playa-ARENAL) y formales, morfológicas y semánticas a la vez (v. g., arenaARENAL) (Sánchez-Casas, Igoa y García-Albea, 2003). Otra forma de investigar el papel de la morfología en el procesamiento léxico consiste en examinar el contraste entre el procesamiento de formas regulares e irregulares de palabras (v. g., tiempos verbales) a través de medidas 410
conductuales, neurofisiológicas y neuroanatómicas (con técnicas como el registro de potenciales cerebrales evocados o las imágenes cerebrales mediante tomografía por emisión de positrones o resonancia magnética, entre otras), o mediante el análisis de patrones de deterioro selectivo en pacientes con trastornos neurológicos del lenguaje, al objeto de descubrir posibles disociaciones entre sistemas neurocognitivos supuestamente implicados en cada una de estas formas de relación morfológica. Los resultados de algunos de estos estudios muestran la existencia de dos sistemas neurológicos relativamente segregados: uno ubicado en el área temporal del hemisferio izquierdo, y especializado en la recuperación de formas verbales irregulares, y otro localizado en la región frontal izquierda, que se ocupa del procesamiento de formas verbales regulares (Pinker y Ullman, 2002; Ullman, 2004). Como veremos en el apartado final de este capítulo, esta división de tareas refleja la distinción entre dos grandes sistemas de procesamiento del lenguaje, a saber: el sistema léxico, dependiente de la «memoria declarativa», que opera mediante mecanismos asociativos, y el sistema gramatical, perteneciente a la «memoria procedimental», que funciona a partir de reglas y se encarga de las operaciones combinatorias del lenguaje, tanto en el plano léxico como en el oracional. Por otra parte, la cuestión de los códigos de procesamiento es un asunto especialmente debatido en el estudio del procesamiento de palabras escritas. Si tenemos en cuenta que la modalidad gráfica del lenguaje es una forma subsidiaria de representación frente a la modalidad oral, resulta pertinente preguntarse hasta qué punto el reconocimiento de palabras escritas requiere una recodificación de la forma ortográfica a un código fonológico de representación. Es sabido que las relaciones entre la ortografía y la fonología varían notablemente de unas lenguas a otras en cuanto a la regularidad en la correspondencia entre letras o grafemas y sonidos; hay lenguas en las que los emparejamientos entre escritura y pronunciación son por completo idiosincrásicos y deben aprenderse de memoria, mientras que en el extremo opuesto hallamos lenguas cuya escritura es totalmente predecible a partir de reglas de correspondencia grafemafonema (o reglas CGF). Esta dicotomía entre palabras ortográficamente regulares e irregulares (o «excepcionales») ha dado pie a proponer la existencia de dos rutas en la lectura de palabras: la ruta fonológica (llamada también «subléxica» o «indirecta»), disponible para la lectura de palabras regulares, sobre todo si son largas y de frecuencia media o baja, y de pseudopalabras pronunciables, y la ruta visual («léxica» o «directa»), empleada en la lectura de palabras irregulares y también en la de palabras muy frecuentes y cortas (Coltheart, Rastle, Perry, Langdon, y Ziegler, 2001). El debate sobre las rutas en la lectura ha suscitado diversos interrogantes y un enorme volumen de investigación empírica. En primer lugar, cabe preguntarse en qué medida ambas rutas (y en particular la fonológica) se emplean obligatoriamente en los procesos pre-léxicos en la lectura, con independencia de las características del sistema ortográfico de la lengua (transparente y regular, u opaco e irregular). En este sentido, hay pruebas de que en lenguas totalmente transparentes ortográficamente (v. g., el serbio o el croata) se utilizan códigos fonológicos precomputados en tareas de lectura, lo que invita a pensar que la ruta léxica no cumple ningún papel en estas lenguas, a diferencia de idiomas más opacos, como el inglés, en los que esta ruta tendría una mayor funcionalidad. En sentido opuesto, hay quien piensa que la ruta fonológica no funciona como ruta alternativa a la ruta léxica en tareas ordinarias de lectura comprensiva, sino más bien como ruta de apoyo en situaciones excepcionales (v. g., en el aprendizaje de la lectura), y en todo caso no entra en funcionamiento hasta la fase léxica o 6 incluso la post-léxica. En segundo lugar, hay modelos (como los de «procesamiento distribuido en paralelo» o PDP, herederos de los modelos de activación interactiva Seidenberg y McClelland, 1989) que permiten plasmar ambas rutas en un sistema de cómputo (una red de conexiones) sin presentar cada ruta de forma segregada y prescindiendo además de las reglas CGF. Basándose exclusivamente en patrones de conexión entre unidades ortográficas y unidades fonológicas, y ajustando de forma conveniente la fuerza de las conexiones entre unidades de una y otra clase en distintas circunstancias, estos modelos han logrado simular de forma eficaz el funcionamiento de las rutas léxica y fonológica en tareas de lectura. Sin embargo, con independencia del modo en que cada modelo represente las rutas de acceso al léxico, hay datos empíricos que hacen difícil negar la existencia de dos formas de acceder al léxico en la lectura. El más concluyente es, sin duda, la existencia de una doble disociación en 411
las dislexias adquiridas, o trastornos de la lectura originados por lesiones cerebrales. Una variante de este trastorno, denominada «dislexia superficial», muestra una alteración selectiva en tareas que requieren el uso de la ruta léxica (v. g., lectura de palabras irregulares) en contraste con una ruta fonológica intacta. El trastorno opuesto a éste es la «dislexia fonológica», que se caracteriza por la incapacidad de los pacientes de realizar tareas propias de la ruta fonológica (v. g., lectura de pseudopalabras) con una ruta léxica intacta (Cuetos y Valle, 1988). Los procesos pre-léxicos desencadenan la activación de un conjunto limitado de candidatos léxicos, cada uno de ellos con un determinado nivel de activación. A tenor de lo expuesto en este apartado, estos candidatos están «emparentados» entre sí por relaciones de semejanza formal (i. e., fonológica u ortográfica y quizá morfológica) y, metafóricamente hablando, compiten en pos del reconocimiento. En la fase léxica, que examinaremos a continuación, se produce la selección de un único candidato y con ello se verifica el reconocimiento de la palabra. Veamos cómo transcurre este proceso. 2.2. PROCESOS LÉXICOS EN EL RECONOCIMIENTO DE PALABRAS
El proceso de selección de un candidato léxico se ha descrito como una competición entre un número variable de piezas léxicas (la llamada «cohorte» de candidatos) que comparten características formales con la representación de entrada. La pertenencia de una pieza léxica a la cohorte de candidatos viene determinada por el nivel de activación del candidato en cuestión en las diversas fases del proceso de selección. No se trata, pues, de un fenómeno categórico, o de «todo o nada», sino de una medida continua o gradual. Sin embargo, la forma precisa en que tiene lugar la competición entre candidatos se concibe de modo diferente en los distintos modelos. Así, por ejemplo, en el modelo denominado TRACE, los candidatos compiten directamente entre sí mediante un mecanismo de inhibición lateral. El proceso concluye cuando el candidato que ha hecho acopio de más activación termina de suprimir a todos los demás competidores. En cambio, en una versión del modelo de «cohorte» (Gaskell y Marslen-Wilson, 1997), la competición es el producto emergente de la activación de rasgos fonológicos y semánticos asociados a las piezas léxicas que forman parte de la cohorte, sin que haya inhibición directa entre candidatos léxicos. Según este modelo, la activación se propaga de los rasgos fonológicos consistentes con la representación de entrada hacia los rasgos semánticos de todas las palabras activadas, creándose una compleja dinámica de patrones de activación. Una interesante consecuencia de ello es que los rasgos fonológicos activados tienden a concentrarse, por el simple hecho de ser compartidos por todos los miembros de la cohorte, mientras que los rasgos semánticos tienden a dispersarse, dado que las palabras fonológicamente similares no suelen estar semánticamente relacionadas. Así, cuanto mayor es el número de candidatos léxicos activados mayor es la dispersión de rasgos semánticos en la red. Uno de los problemas de mayor envergadura que han de afrontar los modelos que explican el proceso de selección léxica es el de aclarar cómo el sistema de reconocimiento de palabras es capaz de abrirse camino con rapidez y eficacia entre la multitud de candidatos léxicos que se activan a cada momento a partir de la recepción de información de entrada. Este problema se magnifica aún más en el caso del lenguaje hablado a causa de la difi cultad añadida de la segmentación. Así, si pensamos que cualquier fragmento de la señal (v.g,. cada sílaba) contribuye a activar candidatos léxicos, la explosión léxica en esta fase del procesamiento podría convertirse en un problema irresoluble. Los modelos de reconocimiento auditivo de palabras tratan de resolver esta cuestión recurriendo a restricciones de diversas clases: por ejemplo, fijando un tamaño máximo de la cohorte de candidatos y ajustando la dinámica temporal de la activación de cada uno en función de factores tales como el orden relativo de activación en el tiempo, o la función de activación y decaimiento asociada a cada candidato en virtud de su frecuencia relativa o de su interacción competitiva con otros candidatos (Dahan y Magnuson, 2006). Un asunto central en el estudio de la selección léxica es el examen de los factores que regulan este proceso. Entre ellos, el más sobresaliente es, sin duda, la frecuencia de uso de las palabras. El efecto de frecuencia, según el cual el tiempo de reconocimiento de una palabra es inversamente proporcional a su frecuencia de uso, es el fenómeno más robusto de cuantos se 412
han hallado en los estudios de reconocimiento visual y auditivo de palabras (Forster y Chambers, 1973; Balota y Chumbley, 1984). Todos los modelos al uso tienen explicaciones de este efecto, bien en términos de activación (i. e., las palabras más frecuentes tienen un monto superior de activación de partida), de fuerza de las conexiones entre unidades subléxicas y léxicas (con conexiones más fuertes para las palabras de alta frecuencia), o de accesibilidad (siendo las palabras frecuentes más accesibles a la búsqueda). Además, el efecto de frecuencia se manifiesta en diversas tareas (como la denominación, la decisión léxica o el tiempo de 7 lectura) , si bien no de manera idéntica. Dos factores correlacionados con la frecuencia léxica son la familiaridad y la edad de adquisición. La familiaridad es un factor subjetivo, pues se basa en estimaciones realizadas por los propios sujetos. Por esta razón, puede estar contaminado por otras variables difíciles de objetivar, como la «signifi catividad» (meaningfulness), un concepto que hace referencia a las cualidades de significado que un término tiene para sus usuarios. La edad de adquisición ha mostrado ser un excelente predictor del tiempo de reconocimiento de la palabra, por encima incluso de la frecuencia (Juhasz, 2005). Una cuestión que se ha empezado a discutir recientemente en lo que atañe a la relación entre estos dos factores es la importancia de la frecuencia acumulada de la palabra a lo largo del tiempo desde el momento de su adquisición, una medida absoluta, en comparación con la trayectoria de la frecuencia de la palabra, que refleja la distribución de su frecuencia de uso en distintas etapas de la vida. Otros factores, también correlacionados con la frecuencia, son la imaginabilidad, un factor semántico que refleja el grado en que el significado de la palabra es representable icónicamente, y la longitud, que se puede medir en fonemas, letras o sílabas. Al igual que sucede con la frecuencia, el efecto de la longitud está mediado por el tipo de estímulos (palabras vs pseudopalabras) y por la tarea empleada; así, el efecto de longitud parece afectar a las pseudopalabras, pero no a las palabras, en la tarea de denominación, mientras que afecta a ambos tipos de estímulos en la tarea de decisión léxica. En esta tarea se observa, además, un efecto modulador de la frecuencia, de suerte que el efecto de la longitud es más notorio en palabras de baja frecuencia. Un último factor que interviene decisivamente en el proceso de selección es la «densidad de vecinos» ortográficos de una palabra, esto es, la cantidad de palabras que difieren de la palabra objeto de reconocimiento en una letra ubicada en la misma posición (v. g., «casa» tiene una alta densidad de vecinos, mientras que «cuña» tiene una densidad mucho menor). En relación con esta variable, conviene distinguir la densidad global de vecinos de la frecuencia relativa de los vecinos léxicos con respecto a la frecuencia de la palabra diana. En este sentido, se ha observado que, igualando otras variables significativas, las palabras que tienen vecinos ortográficos más frecuentes suelen tener tiempos de reconocimiento más lentos que aquellas con vecinos de baja frecuencia (Carreiras, Perea y Grainger, 1997). Otra forma de semejanza ortográfica que también ha mostrado ser influyente en el proceso de reconocimiento léxico es la semejanza por trasposición de letras (un ejemplo de ello sería el par de palabras «gato» y «gota»). En casos como éste, se ha observado un efecto similar al de los vecinos ortográficos: el reconocimiento de una palabra (v. g., «gota») se ve entorpecido por la existencia de una palabra similar («gato») de frecuencia más alta (Perea y Lupker, 2003). Dado el énfasis que ponen casi todos los modelos de reconocimiento léxico en la codificación de las letras en función de la posición que ocupan dentro de la palabra, el efecto de trasposición de letras es un fenómeno de difícil explicación. A la lista de factores examinados en relación a la selección de un candidato léxico es preciso añadir otros que, al menos intuitivamente, deben influir en el reconocimiento de palabras. Se trata de los factores semánticos y contextuales. A efectos expositivos, conviene distinguir entre variables semánticas inherentes a la propia palabra que se ha de reconocer y variables semánticas pertenecientes al contexto oracional en que se encuentra la palabra. La cuestión fundamental en este terreno es hasta qué punto es adecuado separar el reconocimiento de la comprensión de palabras.
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2.3. PROCESOS POST-LÉXICOS: RECONOCIMIENTO, COMPRENSIÓN E INTEGRACIÓN DE PALABRAS
Las nociones de reconocimiento y comprensión se pueden entender de varios modos: se pueden concebir como procesos u operaciones sobre representaciones de diversa índole (acústicas, fonéticas, ortográficas, morfológicas, sintácticas o semánticas), pero también pueden referirse al resultado final de tales procesos; y aún más, se pueden entender como experiencias fenoménicas de segundo orden, es decir, como vivencias reflexivas del sujeto acerca de su entendimiento de un estímulo, objeto o concepto. Por muy sugestiva que parezca esta última acepción, el enfoque dominante en Psicolingüística la ignora por completo, como también elude la idea de comprensión como resultado de un proceso. Por consiguiente, nos encontramos con una visión de la comprensión léxica que solo incluye las operaciones que la preceden e, hipotéticamente, son su causa. Bajo esta perspectiva, reconocimiento y comprensión se ven como procesos graduales y continuos, y no como hechos categóricos, lo que sin duda contrasta con la experiencia fenoménica que se tiene al reconocer o comprender palabras. Estas reflexiones nos pueden servir para entender mejor lo que trataremos a continuación. El problema del que ocuparemos es el del papel que desempeñan el significado y el contexto en el reconocimiento y la comprensión de palabras. El meollo del asunto es cuándo y cómo se accede a la información semántica de la entrada léxica que es objeto de reconocimiento. Una posibilidad que cada vez cobra más fuerza es que la activación de rasgos semánticos de la palabra tiene lugar en fases tempranas del proceso y de forma concurrente con otras propiedades no semánticas (Balota, Yap y Cortese, 2006). A partir de aquí se abren varios interrogantes. El primero es si la activación de rasgos semánticos forma parte del proceso de selección de candidatos léxicos o sucede posteriormente. El segundo interrogante es cuáles son los factores que desencadenan la activación semántica, y aquí la alternativa se da entre factores «intraléxicos» (o contenidos en representaciones léxicas individuales) y factores contextuales (o pertenecientes al contexto de la oración o el discurso en que se halla la palabra). Hay numerosas pruebas de la activación temprana de rasgos semánticos en el reconocimiento de palabras. Entre los que muestran una influencia precoz en dicho proceso, cabe subrayar la imaginabilidad, la llamada «disponibilidad contextual» (o facilidad con que una palabra evoca contextos de uso de la misma) o la conectividad semántica (el número de palabras con las que una pieza léxica tiene vínculos directos de significado), una medida que se puede cuantificar mediante la consulta de diccionarios, tesauros y otras bases de datos. El carácter temprano de esta influencia se pone de manifiesto, entre otros medios, mediante tareas que solo permiten un procesamiento superficial del estímulo (v. g., la denominación de palabras). Sin embargo, el procedimiento experimental que más datos ha aportado en torno a este asunto es la técnica de priming, y más en concreto la de priming semántico, en la que los estímulos inductor y diana guardan entre sí una relación de asociación o significado (Meyer y Schwaneveldt, 1971). Las variables que se suelen manipular en los estudios de priming semántico son el tipo de relación entre las palabras (asociativa, semántica, de ambos tipos, o ausencia de relación) y la asincronía temporal entre ellos (o más propiamente, el intervalo que transcurre entre la desaparición del estímulo inductor y la aparición del estímulo diana). Esta segunda variable permite estimar la sensibilidad de las palabras a influencias semánticas en diversos momentos del proceso de reconocimiento. Aunque los resultados distan de ser inequívocos, hay constancia de la existencia de efectos de priming semántico con asincronías estimulares muy breves (inferiores a 100 milisegundos) y en tareas tanto superficiales (v. g., denominación) como más profundas (v. g., decisión léxica), lo que induce a pensar que la activación de rasgos semánticos se puede producir en una fase temprana del proceso (Neely, 1991). Conviene aclarar que con asincronías estimulares tan breves, el sujeto ni siquiera se percata de la presencia del estímulo inductor, es decir, los efectos semánticos son totalmente 8 inconscientes. En condiciones como las descritas, la técnica de priming semántico produce efectos facilitadores en palabras relacionadas y efectos nulos cuando las palabras no están relacionadas. Sin embargo, cuando el priming se realiza de forma explícita, es decir, presentando ambos estímulos de manera visible (sin enmascarar), se obtienen efectos tanto facilitadores (en pares relacionados) como inhibitorios (en pares no relacionados), lo que viene a 414
indicar la influencia de factores estratégicos (v. g.. sesgos de atención, expectativas conscientes) de anticipación del estímulo diana en la tarea de reconocimiento. En suma, los efectos de priming semántico revelan tanto una activación temprana y automática de rasgos semánticos en la fase pre-léxica como una influencia más tardía en la etapa post-léxica de integración de la palabra en el enunciado o de comprobación de la relación semántica entre palabras (Balota et al., 2006). Una cuestión bastante controvertida en relación con la interpretación del efecto de priming semántico es precisamente la justificación del carácter semántico de este efecto, por contraste con la posible naturaleza asociativa (y no genuinamente semántica) del mismo. Cabe la posibilidad de que parte de los efectos tenidos por semánticos se deban en realidad a la existencia de vínculos asociativos entre las palabras empleadas en los experimentos que hacen uso de esta técnica. Con frecuencia, los estímulos utilizados en estos experimentos son pares de palabras con relación a la vez semántica y asociativa (v. g., «gato-perro»). Sin embargo, cuando se ha tratado de distinguir los efectos producidos por cada una de estas dos clases de relación, contrastando por ejemplo pares semánticos y asociativos con pares semánticos con baja asociación («chacal-perro») y pares asociativos no relacionados semánticamente («huesoperro»), se ha observado que los efectos puramente semánticos quedaban parcialmente reducidos, si bien esto solo afectaba a tareas superficiales como la de denominación (Lupker, 1984). La relación entre las palabras y el contexto, oracional o discursivo, en que se encuentran es bidireccional: por una parte, el contexto contribuye al reconocimiento y a la comprensión de una palabra imponiendo restricciones sintácticas y semánticas que incrementan o reducen su probabilidad de aparición, y por otra, la palabra contribuye a construir el significado del enunciado del que forma parte. Una de las áreas de investigación que más ha contribuido a esclarecer el papel del contexto en el procesamiento de palabras es la que se ocupa del estudio 9 de la desambiguación léxica. El problema de la resolución de ambigüedades léxicas es uno de los escenarios clásicos del debate sobre la modularidad del procesamiento léxico. En este escenario se oponen dos tipos de modelos: los autónomos o modulares, que dividen el proceso en dos etapas discretas: una en la que se genera una activación múltiple de significados a partir de la forma fonológica u ortográfica de la palabra ambigua, y posteriormente se selecciona el significado más congruente con el contexto (Swinney, 1979); y los interactivos o de acceso selectivo, que sostienen que el contexto interviene desde el principio para seleccionar el significado apropiado y desechar los incongruentes (Simpson y Kreuger, 1991). Si bien los primeros estudios experimentales sobre la desambiguación léxica en contexto aportaron pruebas de la activación múltiple de significados, estudios posteriores mostraron que los diversos significados de una palabra ambigua no se activan por igual, sino que lo hacen en función de su «dominancia» relativa. Esto llevó a proponer un modelo de «acceso ordenado» que integraba elementos de los modelos autónomos y de los modelos interactivos (Duffy, Morris y Rayner, 1988). Este modelo postula un acceso exhaustivo a todos los significados, aunque modulado por la dominancia relativa de los mismos. La resolución de la ambigüedad se contempla como un proceso interactivo en el que el contexto aporta una cantidad adicional de activación al significado favorecido. Un efecto experimental que respalda este modelo es el «efecto de sesgo del signifi cado subordinado» (Rayner, Pacht y Duffy, 1994), según el cual el tiempo de procesamiento de una palabra ambigua (reflejado, por ejemplo, en la duración de las fi jaciones oculares en la lectura) es mayor cuando el contexto favorece el significado subordinado. Este incremento del tiempo de procesamiento refleja la competición entre signifi cados alternativos que alcanzan niveles semejantes de activación, aunque cada uno por razones distintas: el dominante por la activación inherente que posee y el subordinado por la activación adicional que le aporta el contexto. En los casos en que el significado favorecido es el dominante, o también cuando ambos significados están equilibrados, la competición entre significados será escasa o nula, y la resolución de la ambigüedad será, por tanto, más rápida y sencilla. El contexto no sirve solamente para aclarar el sentido de las palabras ambiguas, sino que también suministra información necesaria para la integración del significado de la palabra en el del enunciado, ya sea en el plano del significado proposicional o en el del significado 415
pragmático. En un sentido general, el contexto determina la probabilidad de aparición de cada palabra, es decir, hace que unas palabras sean más o menos predecibles en diferentes lugares de la oración; en un sentido más específico, el contexto facilita la selección de los rasgos semánticos de una palabra que son pertinentes para la comprensión del significado del enunciado, reduciendo o ampliando el significado de la palabra en cuestión. Esta segunda función del contexto se puede interpretar en términos de procesos de enriquecimiento pragmático de significados léxicos a partir de la información proveniente de diversos contextos: lingüístico, situacional, conocimiento compartido entre interlocutores, etc. (Carston, 2002). Así ocurre, por ejemplo, con el uso de términos semánticamente vagos, como los verbos empezar o terminar, cuyo significado preciso depende por entero del argumento que toman (v. g., las acciones denotadas por los mismos verbos se entienden de manera muy distinta en las oraciones «María empezó/terminó la novela» y «María empezó/ terminó su cerveza»), o en la interpretación de vehículos de metáforas no cristalizadas (v. g., «Esta chica es una fiera»). Este proceso de enriquecimiento de significados léxicos tiene lugar sobre la marcha, es decir, de forma inmediata al reconocimiento de la palabra. Las cuestiones que interesan a los psicolingüistas en esta materia son dos: por un lado, cuáles son los factores responsables del sesgo contextual de palabras y significados léxicos, y por otro, cuál es el mecanismo que da cuenta de estos efectos. En relación a la primera pregunta, hay indicios de que la facilitación de palabras predecibles en contexto puede venir dada por relaciones semánticas entre piezas léxicas individuales, en un proceso similar al del priming semántico antes comentado, sin que haya intervención del significado global del enunciado o discurso. Otras veces, en cambio, este efecto es producto de propiedades semánticas emergentes del contexto global, no habiendo en tal caso piezas léxicas individuales que puedan por sí solas dar cuenta del efecto facilitador. Por lo que respecta al mecanismo responsable de los efectos del contexto en el procesamiento léxico, la investigación se ha centrado en la comparación de los efectos facilitadores e inhibitorios del contexto oracional en la activación de candidatos léxicos. Lo más destacado a este respecto es que el contexto solo ejerce efectos positivos (o facilitadores) y negativos (o inhibitorios) cuando la palabra diana es ambigua, mientras que en el caso de palabras no ambiguas, los efectos contextuales son solo facilitadores, es decir, no hay indicios de inhibición de rasgos semánticos incongruentes con el contexto (Morris, 2006). Esto se puede explicar apelando a que las palabras ambiguas disponen de dos o más representaciones léxicas separadas que se pueden activar conjuntamente y que, por tanto, pueden entrar en competición, mientras que las palabras no ambiguas poseen una única representación léxica, lo que excluye la competición con otras representaciones léxicas. 3. La producción de palabras Los procesos léxicos en la producción del lenguaje constan de dos componentes, la selección léxica y la codificación de la forma de la palabra. El cometido de estos procesos es preparar palabras, sobre todo de contenido o clase abierta, para su articulación. De los procesos de producción de palabras se suele destacar su rapidez (la tasa media de producción de palabras alcanza entre 2 y 4 unidades por segundo), su complejidad (el tamaño del léxico mental de un hablante adulto oscila entre 50.000 y las 100.000 entradas) y su eficacia (la tasa de error en la producción de palabras se cifra en uno o dos por cada 1000 palabras emitidas) (Levelt, 1989). El proceso de selección léxica se inicia con la activación de uno o varios conceptos que el hablante desea transmitir y concluye con la elección de la pieza o piezas léxicas que mejor expresan tales conceptos. Por su parte, la codificación de la forma de la palabra consiste en la preparación de los rasgos (prosódicos y fonéticos) necesarios para pronunciar la palabra y en la construcción de una representación apropiada para su articulación. 3.1. SELECCIÓN LÉXICA EN LA PRODUCCIÓN DE PALABRAS
El punto de arranque de los procesos de selección léxica es la activación de conceptos o significados. Un concepto se puede activar en la memoria de un hablante por múltiples causas. El caso más estudiado, tal vez por ser el más asequible a un tratamiento metodológico riguroso, 416
es la denominación de dibujos, tarea consistente en presentar al hablante el dibujo de un objeto y pedirle que lo nombre a la mayor brevedad posible. Según la descripción habitual de esta tarea, la imagen del objeto activa una o varias representaciones conceptuales (compactas o distribuidas en rasgos), la del objeto mismo y las de otros conceptos relacionados. Algunas representaciones conceptuales se hallan codificadas en forma de conceptos léxicos, esto es, son expresables mediante piezas léxicas individuales. Pero además, un mismo objeto físico, o para el caso, una misma experiencia o estado mental, a menudo se puede representar mediante conceptos léxicos distintos, dependiendo de la perspectiva que adopte el sujeto de tales experiencias, y por tanto son susceptibles de expresión por medio de diversas palabras. Así, por ejemplo, el objeto PERRO puede activar los conceptos léxicos perro, chucho, animal, mamífero, chihuahua o Sultán (nombre propio), según cuál sea la perspectiva del hablante para referirse a él. Pese a su enorme importancia, el problema de la perspectiva ha recibido poca atención en la investigación sobre la selección léxica en la producción de palabras, tal vez debido a su carácter subjetivo y dependiente del contexto y a la consiguiente dificultad de abordarlo con una metodología fiable (Levelt, 1989, 2001). No obstante, la activación alcanza también a otros conceptos léxicos distintos del pretendido por el hablante y relacionados con él mediante enlaces semánticos (v. g., gato, lobo) o asociativos (v. g., ladrar, hueso). Todos los conceptos léxicos así activados propagan parte de su activación hacia otra forma de representaciones léxicas denominadas lemas. El lema, en la terminología al uso, es la unidad de representación sintáctica de la palabra; contiene rasgos como el género y el número o el carácter «contable» o «continuo» de los nombres, o el tiempo, el número y la persona de los verbos. El proceso de selección léxica conlleva, pues, la activación del lema o lemas correspondientes al concepto léxico que el hablante desea expresar y a todos los conceptos léxicos asociados con él. Dado el carácter competitivo de este proceso, la probabilidad de seleccionar un lema determinado depende del grado de activación de los lemas competidores y se calcula como el cociente entre la activación del lema «diana» y el sumatorio de las activaciones de los restantes lemas que compiten con él. Una manera de manipular el estado de activación de los lemas en la denominación de dibujos consiste en presentar una palabra distractora (escrita o hablada) durante la exposición del dibujo, procedimiento denominado «paradigma de interferencia palabra-dibujo» (Glaser y Düngelhoff, 1984). En tales circunstancias, los distractores semánticos (v. g., «hueso») provocan una interferencia (i. e., mayor latencia de respuesta y mayor número de errores) en la tarea de denominación, en comparación con palabras no relacionadas con la pieza léxica pretendida. Esta interferencia semántica, no obstante, solo se produce cuando el elemento distractor se presenta con una asincronía negativa o nula (i. e., entre –150 y 0 milisegundos) (Schriefers, Meyer y Levelt, 1990). La modulación temporal de la interferencia semántica ha permitido confirmar que la competición entre los lemas se produce únicamente en la etapa inicial del proceso de selección léxica, es decir, durante la activación de conceptos léxicos incompatibles y la subsiguiente competición entre ellos. Como el lector recordará, el problema de la selección léxica también se planteaba en términos de competición de candidatos en el ámbito del reconocimiento de palabras, si bien el origen de la competición es distinto en cada caso. Esta concepción de los procesos de selección léxica en la producción de palabras deja al descubierto varios problemas. El más general hace referencia a la naturaleza de las representaciones conceptuales; la cuestión es si éstas son compactas (i. e., atómicas, indivisibles) o están distribuidas en rasgos (cfr. Margolis y Laurence, 2003). Esta cuestión es de capital importancia en relación con la ontología del signifi cado y la adquisición de conceptos, pero también tiene implicaciones para la arquitectura y el funcionamiento de los procesos de selección léxica. En algunos modelos se mantienen dos representaciones conceptuales independientes: por un lado, el concepto léxico, una representación compacta del significado, y por otro, los rasgos semánticos asociados a él, que permanecen libres. Por su parte, el lema es un operador gramatical que se erige en expresión lingüística del concepto léxico. Esta descripción genera representaciones conceptuales redundantes, lo que para muchos es un inconveniente, y además establece una asociación biunívoca entre conceptos léxicos y lemas, lo que a su vez crea una dependencia de las representaciones conceptuales con respecto a las piezas léxicas y con ello abre una brecha entre dos variantes de signifi cado: el lingüístico y el 417
conceptual. Vinculada al problema de la naturaleza y las variantes del signifi cado surge la pregunta de cómo se lleva a cabo la disección del significado proposicional en conceptos léxicos, es decir, cómo el hablante divide una intención comunicativa (llámesele actitud proposicional, acto de habla o idea comunicable) en conceptos léxicos discretos. Este problema ha suscitado varias cuestiones de interés empírico; por ejemplo, cómo se verifica la selección léxica en la producción de enunciados de varias palabras o en el discurso continuo, o hasta qué punto el proceso de selección de lemas se inicia únicamente a partir de conceptos léxicos. Por lo que respecta a la primera cuestión, hay pruebas de que la activación de lemas tiene lugar con antelación al momento en que éstos se insertan en la estructura sintagmática del enunciado. Así, en los errores de movimiento de palabras (v. g., en intercambios como «En el futuro no tengo ningún ayuntamiento») se ha observado que las palabras implicadas en el error («futuro» y «ayuntamiento») se encuentran casi siempre dentro de los límites de la cláusula, o incluso dentro de un mismo sintagma complejo (v. g., «No podía meter el coche en el pie»). Esto revela que hay un ámbito de planifi cación relativamente estrecho en el que tiene lugar la selección de lemas, ámbito que no suele exceder de la cláusula (Garrett, 1984). Por otra parte, los errores de palabra se hallan sometidos casi sin excepción a la llamada «restricción de la clase de vocabulario», según la cual las palabras involucradas en un error (v. g., una sustitución o un intercambio) pertenecen a la misma categoría gramatical (Del Viso, 2002). Esto hace patente que la selección léxica se efectúa de acuerdo con criterios sintácticos, es decir, a partir del lema de la palabra, y no según criterios exclusivamente semánticos. En lo que concierne a la cuestión de la génesis de la selección léxica, es obvio que no todos los lemas emergen de conceptos léxicos. El caso más claro al respecto es el de los lemas de palabras funcionales o de clase cerrada (en especial las conjunciones, las preposiciones y los determinantes), cuya selección forma parte de los procesos de codificación gramatical. Hay numerosas pruebas empíricas que avalan la disociación entre la producción de palabras de contenido y de palabras funcionales, desde el estudio de los errores espontáneos en la producción verbal hasta el examen de trastornos psicolingüísticos adquiridos (i. e., afasias). En el primer caso, se ha observado que pese a su mayor frecuencia de uso, las palabras funcionales apenas son susceptibles de error, y cuando lo son, intervienen en errores de distinta naturaleza de aquéllos que afectan a palabras de contenido (Del Viso, 2002). Los nombres, verbos o 10 adjetivos a menudo son objeto de sustituciones, mezclas, intercambios u omisiones, mientras que los escasos errores que afectan a palabras de clase cerrada se reducen a la categoría de los 11 desplazamientos, una clase de error que rara vez afecta a palabras de contenido. Por lo que respecta a las afasias, es conocida la disociación entre trastornos gramaticales, propios de afasias no fluidas como la afasia agramática, que se reflejan en la omisión de flexiones gramaticales y de palabras funcionales, y trastornos léxico-semánticos, típicos de afasias fluidas como la jerga afásica, que cursan con un severo deterioro del vocabulario de clase abierta (Garrett, 1992). Al margen de la distinción entre procesos léxicos y gramaticales, los procesos de selección léxica pueden venir inducidos por vínculos asociativos entre palabras pertenecientes al mismo discurso, ya sea en forma de procesos de priming léxico o a través de la generación de expresiones idiomáticas, frases hechas o construcciones precompiladas (Goldberg, 2003; Jackendoff, 2002). En suma, podemos concluir que las representaciones conceptuales no son la única fuente de información para los procesos de selección léxica. 3.2. CODIFICACIÓN DE LA FORMA EN LA PRODUCCIÓN DE PALABRAS
Aunque según la sucesión lógica de acontecimientos el proceso de selección léxica ha de iniciarse por fuerza antes que la codificación de la forma de la palabra, el límite temporal de ambos procesos no se ha establecido con precisión y es motivo de discrepancia entre los modelos de producción de palabras. Para los modelos seriales (Garrett, 1980; Levelt, Roelofs y Meyer, 1999), la selección de un único lema es condición indispensable para que dé comienzo el proceso de codificación de la forma y, por tanto, el primer proceso debe terminar antes de que se inicie el segundo. En cambio, los modelos de corte interactivo defienden una modalidad de 418
procesamiento «en cascada», en la que ambos procesos se solapan en el tiempo (Dell, 1986; Dell y O’Seaghdha, 1992). Aunque hay pruebas empíricas a favor de ambos tipos de modelos, las más concluyentes tienden a favorecer la segregación de los dos procesos. Entre ellas, hay que destacar la combinación de dos efectos contrapuestos, uno de interferencia semántica y otro de facilitación fonológica, en el paradigma de interferencia dibujo-palabra. El efecto de interferencia semántica se produce, como indiqué anteriormente, ante la presentación de un distractor semántico previo o simultáneo al dibujo, mientras que la facilitación fonológica se obtiene con distractores semejantes en la forma al nombre del dibujo (v. g., «berro»-PERRO), aunque solo cuando éstos se presentan con asincronías nulas o positivas (entre 0 y +150 ms), es decir, con una ligera demora tras la aparición del dibujo (Meyer y Schriefers, 1991). Abundando en este efecto facilitador, se ha observado que los distractores que comparten los mismos sonidos iniciales (v. g., percha-perro) producen efectos más tempranos (con asincronías más cortas) que aquellos que comparten sonidos finales (v. g., carro-perro). Otros datos más recientes que confirman la disociación entre los procesos de selección del lema y de codificación fonológica de la palabra proceden de estudios realizados con técnicas de alta resolución temporal empleadas en el registro de eventos cerebrales (electroencefalografía y magnetoencefalografía). En ellos se ha observado que la activación de la información semántica de la palabra tiene lugar alrededor de 200 milisegundos después de presentar un dibujo, mientras que el acceso a propiedades del lema (v. g., el género) experimenta un retraso de 80 ms con respecto a la activación conceptual, y la disponibilidad de información fonológica sufre una demora adicional de 40 ms, situándose en una ventana temporal de 275 a 400 milisegundos (Van Turennout, Hagoort y Brown, 1998). Por otra parte, los datos que aporta a este respecto el análisis de los errores del habla, ya sean espontáneos o inducidos experimentalmente, distan de ser concluyentes. Los primeros estudios mostraban la existencia de una doble disociación en los errores de sustitución de palabras entre aquéllos basados exclusivamente en relaciones semánticas entre las piezas involucradas en el error (v. g., «ayer» por «mañana») y aquéllos basados únicamente en una semejanza formal (v. g., «pescado» por «peinado») (Del Viso, Igoa y García-Albea, 1991). Sin embargo, la presencia de errores «mixtos» de forma y significado (v. g., «trompeta» por «trombón») en todos los estudios de corpus examinados hasta ahora, aunque sea en pequeña proporción, pone en entredicho el carácter sistemático de esta disociación. El hecho de que estos errores mixtos aparezcan en una proporción superior al nivel esperado por azar es una muestra del solapamiento de los procesos de selección léxica con los de codificación fonológica (Hartsuiker, Antón-Méndez, Roelstraete y Costa, 2006). Por último, un fenómeno que ha suministrado muchos datos en relación con la disociación entre forma y significado en la selección léxica es el fenómeno de la «punta de la lengua» (PdL), un bloqueo, a veces transitorio, que el hablante experimenta al tratar de recuperar la forma de una palabra. En los estados PdL se conserva intacto el significado de la palabra (el concepto léxico) y también las propiedades sintácticas del lema (v. g., el género), mientras que se pierde 12 parte o toda la información fonológica de la palabra (Brown y McNeill, 1966). Los estados PdL se han considerado tradicionalmente como una prueba de la separación de las representaciones semántico-sintácticas y fonológicas de las palabras. Un caso extremo de esta segregación se hace patente en la «anomia fonológica», un síntoma que acompaña a muchos trastornos afásicos y que consiste en la incapacidad permanente del paciente para nombrar objetos o acciones (Ellis y Young, 1988), manteniéndose intacta la habilidad para reconocer el nombre del objeto y para comprender su significado y usos. A pesar de que estas pruebas parecen refrendar la existencia de una brecha entre los procesos de selección léxica y codificación formal, algunos autores han presentado resultados que apuntan en otra dirección. Por ejemplo, hay estudios de PdL en los que se ha observado una ausencia de correlación entre la conservación de rasgos gramaticales (v. g., el género) y de rasgos fonológicos de la palabra (v. g., el fonema inicial) (Caramazza, 1997). Esto supone que, en contra de lo observado en la mayoría de los estudios, hay situaciones de PdL en las que el hablante puede perder ciertas propiedades gramaticales de la palabra y a la vez conservar parcialmente información fonológica de la misma. Los procesos de codificación de la forma se inician con la activación de la representación fonológica de la palabra a partir del lema correspondiente. Este proceso tiene lugar de forma 419
progresiva o «incremental», es decir, de acuerdo con el orden temporal de las unidades constitutivas de la palabra (i. e., morfemas, sílabas y segmentos fonéticos) (Levelt et al., 1999). El nivel de activación de la representación fonológica depende de la frecuencia de uso de la palabra y de otras variables léxicas relacionadas, tales como la edad de adquisición o la familiaridad. Además, la representación fonológica es sensible a la composición morfológica de la palabra, es decir, cada morfema dispone de un código fonológico independiente, consistente en un conjunto de segmentos fonéticos ordenados (v. g., el código fonológico del SN «los azules» se puede representar como #/l/,/o/,/s/#/a/,/θ/,/ú/,/l/#/e/,/s/#, donde «#» = frontera entre morfemas). Esta representación es sometida a un proceso de «silabificación» en el que los segmentos fonéticos sucesivos se insertan para formar sílabas legales del idioma, siguiendo un esquema lineal «de izquierda a derecha» (Levelt et al., 1999). La representación de entrada al proceso de silabificación es la palabra prosódica (o fonológica), una unidad léxica de clase abierta precedida y seguida de elementos de clase cerrada (determinantes, pronombres clíticos) que forman con ella un constituyente prosódico completo, con un acento principal y un perfil de entonación definido. El proceso de silabificación opera exclusivamente bajo constricciones fonoprosódicas, por lo que ignora las fronteras entre morfemas o palabras. Solo bajo este supuesto puede explicarse el fenómeno de la resilabificación, tan frecuente en muchas lenguas. En el caso del ejemplo citado en el párrafo anterior, el resultado de la silabificación del SN «los azules» sería la cadena de sílabas «[lo][sa][θú][les]». Con todo, el papel de la sílaba en la codificación fonológica de la palabra es objeto de controversia. La alternativa está entre los modelos que asumen que la función de la sílaba se limita a codificar patrones articulatorios, por lo que solo interviene en la fase final del proceso de codificación fonológica (Levelt, 2001), y aquellos que contemplan la sílaba como unidad de representación abstracta, desprovista de contenido segmental, cuya función es la de regular dicho proceso, por lo que se considera que debe operar en un nivel superior de procesamiento, previo a la inserción de segmentos en la representación fonética de 13 la palabra (Shattuck-Hufnagel, 1979). 4. Relaciones entre el procesamiento léxico y el procesamiento de enunciados Aunque los procesos de comprensión y de producción de palabras constituyen dos áreas de investigación independientes, comparten algunos problemas. Los dos más destacados se refieren a la naturaleza de las representaciones que se computan en el transcurso de tales procesos y al carácter, discreto o continuo, autónomo o interactivo, que cabe atribuir a las operaciones implicadas en esos cómputos. Sin embargo, más allá de las discrepancias entre los modelos del funcionamiento de esos procesos, late una concepción implícita del léxico común a todos ellos, según la cual las piezas léxicas son representaciones estáticas almacenadas en la memoria y compuestas de rasgos formales, sintácticos y semánticos. Esta concepción del léxico es eficaz en la medida en que permite una división del trabajo entre quienes se dedican a estudiar procesos de recuperación y selección de información que se definen en el nivel de la palabra y quienes se ocupan de explorar procesos composicionales que operan en el dominio de la oración. Sin embargo, es obvio que la división entre procesos de selección y procesos de composición no es coextensiva con la distinción entre el léxico y la gramática, dado que en estos dos dominios conviven procesos de ambos tipos. Por poner un caso, las operaciones morfológicas que forman parte del reconocimiento de palabras y de la codificación de la forma en la producción resultan de la coordinación de procesos de activación de unidades morfológicas y de descomposición y composición de estas unidades de acuerdo con reglas o principios gramaticales. De manera similar, los procesos de comprensión y producción de enunciados no se reducen a operaciones combinatorias, sino que también comportan procesos de recuperación de información precomputada (piénsese, por ejemplo, el caso de las expresiones idiomáticas o de las 14 construcciones semiproductivas; cfr. Jackendoff, 2002). De acuerdo con estas observaciones, el modelo Declarativo-Procedimental (Pinker y Ullman, 2002), mencionado en § 2.1., propone una distinción entre el léxico y la gramática como dos dominios de conocimiento y procesamiento autónomos que se identifican según el 420
tipo de información y el mecanismo de funcionamiento propios de cada dominio. El léxico contiene información explícita relativa al emparejamiento de formas (imágenes acústicas o códigos fonológicos) con significados, lo que incluye morfemas de diversos tipos (raíces, afijos libres y ligados), palabras con flexión irregular, palabras morfológicamente regulares de alta frecuencia, palabras compuestas, modismos y expresiones idiomáticas, e incluso proverbios y frases hechas, y funciona de acuerdo con un mecanismo asociativo. En cambio, la gramática maneja información implícita sobre procedimientos morfo-sintácticos y opera en procesos combinatorios sujetos a reglas, desde la afijación regular hasta la combinación de palabras en sintagmas y enunciados. Este modelo aporta, además, pruebas empíricas del sustrato neurológico subyacente a cada sistema de procesamiento: el sistema léxico ocupa zonas del lóbulo temporal medial (hipocampo) y del córtex temporal del hemisferio izquierdo, en tanto que el sistema gramatical está localizado en los ganglios basales y en zonas de los lóbulos frontal inferior y temporal superior del mismo hemisferio (Ullman, 2004). Sin embargo, desde el punto de vista del procesamiento, interesa más indagar en los puntos de confluencia entre los procesos léxicos y los procesos gramaticales que subrayar las diferencias entre ellos. Esta estrategia es la que siguen algunos modelos de procesamiento sintáctico (parsing) en la comprensión y de codifi cación gramatical en la producción de oraciones. Un postulado básico de estos modelos es que las operaciones gramaticales son procesos guiados léxicamente (MacDonald, Pearlmutter, y Seidenberg, 1994; Tyler, 1989; Traxler y Tooley, 2007). Una propiedad que juega un papel capital en este proceso, y que es intrínseca a las piezas léxicas con valor predicativo (v. g., verbos y adjetivos), es la estructura argumental, que especifica los argumentos que acompañan obligatoriamente a la palabra en la oración, y que se expresa en la sintaxis mediante el marco de subcategorización, una representación estructural que establece el tipo, número y posición de los constituyentes sintácticos que acompañan a la palabra en el enunciado. Estos rasgos sintáctico-semánticos de la palabra imponen constricciones sobre el análisis y la codificación de la estructura gramatical que se dejan sentir en fases tempranas del procesamiento de la oración. Como prueba de ello, algunos estudios de comprensión de oraciones con registro de potenciales evocados han mostrado que ciertas anomalías sintácticas provocadas por el uso de categorías léxicas incorrectas (v. g., la aparición de un verbo en la posición que debería ocupar un nombre) suscitan respuestas cerebrales con tiempos de latencia muy breves (entre 150 y 200 ms); en cambio, otras anomalías gramaticales atribuibles a errores argumentales o de subcategorización suscitan respuestas con una latencia algo mayor (entre 300 y 500 ms) (Friederici, 2002; Friederici y Weissenborn, 2007). ¿Cómo se coordinan, entonces, los procesos léxicos y gramaticales? Un marco de referencia teórico adecuado para responder a esta pregunta es el modelo de «arquitectura tripartita en paralelo» (Jackendoff, 2002, 2007), que propone la existencia de tres dominios de representación de la información lingüística en la memoria, las estructuras fonológica, sintáctica y conceptual, y un mecanismo de gestión de dichas estructuras que opera en procesos de comprensión y producción del lenguaje en tiempo real. Cada nivel de estructura contiene información específica que se activa o recupera de la memoria cuando es necesario (v. g., a partir de un fragmento de la señal acústica del habla durante la comprensión de enunciados o de una intención comunicativa en la producción). La activación de las tres clases de representación se produce «en cascada», esto es, con un inicio secuencial de cada una y un desarrollo sincrónico de las tres. Así, en la comprensión de enunciados hablados, cada fragmento de la entrada acústica origina la activación en el dominio fonológico de las unidades léxicas compatibles con dicho fragmento (v. g., la secuencia «laestreλa» activa las formas léxicas #la#estrella#). La activación sucesiva de estas representaciones suscita, a su vez, la selección de los lemas correspondientes (laDET/PRO y estrellaN/V), lo que desencadena procedimientos de construcción de una estructura sintagmática apropiada en el dominio sintáctico (dos estructuras posibles en este caso, dada la ambigüedad categorial de ambas piezas léxicas: el SN [la DET estrellaN] y el SV [laPRO estrellaV]). La construcción de la estructura se efectúa por medio de una operación de unificación, que se encarga de ensamblar los constituyentes bajo un único nudo sintáctico y de cotejar los rasgos comunes a ambos. Finalmente, en el dominio conceptual, estas 421
representaciones activan la estructura semántica correspondiente ({la (femenino, definido) estrella (cuerpo celeste/artista)}, o bien {la (femenino, paciente) estrella (evento: chocar; presente, 3ª pers. sing.)}. En este modelo, la operación de unificación también acontece en los niveles fonológico y conceptual. En el primero, esta operación es responsable de la construcción de constituyentes prosódicos de orden superior, como la palabra fonológica («[laes][tre][λa]» → #la#estrella#»), mientras que en el segundo, la unificación arroja una representación conceptual en el dominio de la proposición, lo que, aplicado al presente ejemplo, consiste en un papel temático (v. g., el tema «la estrella»), en la primera de las interpretaciones conceptuales arriba mencionadas, o bien una relación entre un predicado ({choca}) y su argumento (TEMA{entidad animada femenina}), en la segunda. Por otra parte, la coordinación de estas tres estructuras de información se verifica mediante procesos de interfaz de dos tipos: uno que pone en correspondencia las estructuras fonológicas y las sintácticas, y otro que relaciona las estructuras sintácticas con las conceptuales. En este modelo no hay una conexión directa entre los niveles fonológico y conceptual de procesamiento, lo que se puede interpretar como un reconocimiento del papel mediador de la estructura sintáctica (o morfológica) en el acoplamiento de sonidos con significados. Las operaciones de unificación en cada nivel de procesamiento, así como la coordinación de estructuras entre los tres niveles, se verifica en la memoria operativa, una memoria «procedimental» encargada de efectuar operaciones combinatorias. La activación de las diversas estructuras en paralelo genera un proceso dinámico que concluye cuando se alcanza un estado 15, 16 de equilibrio en el que una única representación unificada permanece activa. Para finalizar, voy hacer una breve reflexión sobre dos cuestiones relacionadas con la descripción precedente. En primer lugar, en una arquitectura tripartita como la que se ha descrito los procesos de reconocimiento y comprensión discurren en cascada, es decir, sin que haya una separación nítida entre etapas de procesamiento discretas en el dominio del tiempo. A pesar de ello, dicha arquitectura es compatible con una visión modular del procesamiento, en la medida en que cada componente conserva dos propiedades distintivas de los módulos (Fodor, 1983): la especificidad de dominio, que supone el uso de información propia y no intercambiable con la de otros sistemas de procesamiento, y el encapsulamiento informativo, que denota la autonomía de los procesos frente a cualquier influencia exterior. La existencia de los sistemas de interfaz que median entre los tres componentes hace posible preservar estas dos características. En segundo lugar, como ya se enfatizó en la introducción de este capítulo, en esta arquitectura la distinción entre el léxico y la gramática en términos de procesamiento queda desdibujada, si no completamente abolida. Esto trae como consecuencia la disolución de una antigua controversia suscitada en la literatura psicolingüística entre los modelos de procesamiento guiados por el léxico y los basados en operaciones puramente estructurales, insensibles a propiedades sintácticas de las piezas léxicas más allá de la categoría gramatical. Por decirlo de otro modo, si partimos de la premisa de que las palabras son fragmentos de la estructura sintáctica que participan directamente en su formación, lo mismo da afi rmar que el procesamiento sintáctico está guiado léxicamente que aseverar que los procesos léxicos de selección e integración de palabras en la estructura de la oración están dirigidos por la sintaxis. Esta propuesta no es en absoluto novedosa en el panorama actual de las teorías sobre la competencia lingüística, pero quizá iba siendo hora de que se incorporara también a las teorías de la actuación.
Notas 1.
En teoría lingüística hay diversas propuestas acerca del modo en que se lleva a cabo la operación de inserción léxica. A este respecto, conviene distinguir entre las teorías de corte «lexicista» (DiSciullo y Williams, 1987), que disponen una inserción temprana de representaciones léxicas compactas en los nudos sintácticos de palabra, y las teorías de morfología distribuida (Halle y Marantz, 1993), en las que la inserción léxica ocurre tardíamente y viene inducida por los rasgos morfológicos y sintácticos de los constituyentes gramaticales. En la versión más extrema de esta segunda teoría se rechaza incluso la noción de léxico como escenario de operaciones combinatorias.
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Se entiende que esta uniformidad es propia de la escritura de imprenta, que es el formato estimular que se emplea casi siempre en la investigación sobre el procesamiento del lenguaje escrito. Los estudios que usan como estímulo la escritura manual rara vez se ocupan de los procesos de reconocimiento léxico, sino que más bien se dedican a investigar aspectos de la percepción visual. Una variante de este efecto consiste en la mayor dificultad de los oyentes para distinguir un fonema reemplazado de un fonema que solo está enmascarado por el ruido cuando el fonema forma parte de una palabra que cuando se encuentra en una pseudopalabra (Samuel, 1990). En la investigación psicolingüística ha habido un notable desacuerdo en torno al papel de la sílaba en el reconocimiento visual de palabras. Este desacuerdo afecta incluso a la localización de las fronteras silábicas en lenguas en las que la sílaba no parece ser una unidad prosódica prominente (como el inglés). Sin embargo, es muy posible que la sílaba desempeñe un papel destacado en la segmentación y el reconocimiento de palabras habladas, sobre todo en lenguas de métrica silábica, como las románicas. Y desde luego, no cabe ninguna duda de su capital importancia en los procesos de codifi cación fonológica en la producción del lenguaje (véase a este respecto el apartado 3 de este capítulo). La técnica denominada priming consiste en exponer al sujeto a dos estímulos consecutivos (v. g., dos palabras escritas relacionadas de algún modo) con el propósito de examinar el efecto que la presentación del primero (inductor) ejerce sobre una respuesta que se da al segundo (el estímulo target o «diana»). La justificación de la ruta fonológica basada en la idea de que esta ruta es la única posible para la lectura de pseudopalabras podría quedar notablemente mermada si se comprobara que la pronunciación de pseudopalabras se puede obtener por analogía con fragmentos de palabras (o incluso palabras enteras) representadas en el léxico, como sostienen algunos autores (SebastiánGallés, 1991). La tarea de denominación (naming) consiste en leer en voz alta una secuencia de letras, mientras que la decisión léxica es una tarea consistente en clasificar como palabra o pseudopalabra una secuencia de letras o de sonidos. En términos comparativos, se considera que la decisión léxica entraña una consulta del léxico, mientras que la denominación es una tarea más superficial, que, en determinadas condiciones, se puede realizar sin necesidad de activar representaciones léxicas. El registro de los tiempos de fijación ocular durante la lectura se considera una medida más natural y, por tanto, menos susceptible de infl uencias externas. Esta condición de presentación de los estímulos se le denomina priming enmascarado, debido al escaso tiempo de exposición del estímulo inductor y a que éste va seguido de un estímulo enmascarador (una fila de signos tipográficos, como por ejemplo almohadillas -«######») que suprime el postefecto visual (i. e., la huella retiniana) originado por la palabra inductora presentada previamente (Forster y Davis, 1984). Una distinción clásica en el campo de la ambigüedad léxica es la que se establece entre palabras «polisémicas», es decir, términos que poseen dos o más significados emparentados y, por tanto, relacionados entre sí por extensión o derivación (v. g., papel, martillo, rico) , y palabras «homónimas», o vocablos con significados diferentes y no relacionados que, sin embargo, coinciden en la forma (v. g., sobre, vino). Aunque es común que las palabras homónimas pertenezcan a categorías gramaticales distintas, no tiene por qué ocurrir así (v. g., los nombres lama o canto). Probablemente los estudios sobre desambiguación léxica utilizan en su mayoría palabras polisémicas, por ser éstas más frecuentes en el vocabulario, aunque no siempre se reconoce expresamente este sesgo. Un caso singular de errores léxicos es el de las mezclas o fusiones de palabras. El interés de este tipo de errores reside en que representan un caso de selección doble de lemas, ya que en ellos el hablante a menudo produce una pseudopalabra que resulta de la mezcla de fragmentos de dos palabras que han pasado el filtro de la selección. Un ejemplo típico de fusión de palabras es el error «Hay un buen trocho» (trozo/trecho). La siguiente nota muestra ejemplos de las otras categorías de error citadas en el texto. Los ejemplos de errores que se ofrecen en este apartado proceden del Corpus de errores espontáneos en castellano (Del Viso, Igoa y García-Albea, 1987). En los ejemplos que siguen, las palabras objeto de error aparecen en cursiva y las palabras pretendidas, entre paréntesis: (1) sustitución: «Le está diciendo que se quite el paraguas» (sombrero); (2) intercambio: «Tengo la ropa llena de cuerda» (la cuerda llena de ropa); (3) omisión: «Decidió de trabajar» (decidió dejar de trabajar); (4) desplazamiento: Un vinagre y limón (vinagre y un limón). 12. En los estados PdL se suele conservar parte de la representación fonológica de la palabra, en particular el sonido o sílaba inicial, la longitud en sílabas e incluso el patrón de acento. El hecho de que no haya una pérdida absoluta de información fonológica pone en entredicho la existencia de
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una disociación nítida entre el significado y la forma. Un dato a favor de la idea de que la sílaba constituye un nivel de representación abstracto en la codificación fonológica es la observancia en los errores fonológicos de la restricción de la posición del fonema en la sílaba, según el cual la posición que ocupa el fonema en la estructura de la sílaba (ataque, núcleo o coda) se mantiene en los errores que implican la transposición o movimiento de fonemas (v. g., «a kat∫ar y a escuλar» –«¡A cachar y a escullar!» por «¡A callar y a escuchar!»). Se trata de construcciones gramaticales que poseen una estructura fija de constituyentes, algunos de los cuales funcionan como variables a las que se puede asignar un rango finito de unidades gramaticales. Por ejemplo, la construcción «Cuanto (más) SX, tanto (más) SX» contiene dos constituyentes paralelos (sintagmas X) que admiten un amplio rango de elementos (adjetivos, sintagmas u oraciones completas). Otros ejemplos de construcciones semiproductivas en castellano son las expresiones «A todo/a N (gas, máquina, prisa )», o las locuciones adverbiales del tipo «N 1P-N1», una fórmula nominal duplicada en la que dos ejemplares del mismo nombre van unidos por una preposición (v. g., «día tras día», « cara a cara», «punto por punto»). Este modelo incluye una propuesta de arquitectura neuronal que resalta el papel del giro frontal inferior izquierdo (que responde a las siglas LIFG en inglés), un área cortical localizada en el lóbulo frontal del hemisferio izquierdo y que abarca las áreas 44 y 45 (correspondientes al área clásica de Broca) y 47 de Brodmann (Hagoort, 2005). Aunque el modelo de arquitectura tripartita se ha ilustrado con un ejemplo de comprensión, se puede considerar igualmente válido para dar cuenta de los procesos de producción, con la única salvedad de que la producción opera en sentido inverso, es decir, comienza con la activación de las estructuras conceptuales, prosigue con la selección de lemas y la codificación gramatical, y concluye con la codificación fonológica.
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