La transición adolescente Peter Blos
ASAPPIA Amorrortu editores
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The adolescenf passage. Developmental issues, Peter Blos © Peter Bios, 1979 Traducción, Leandro Wolfson Unica edición en castellano autorizada por el autor y debidamente protegida en todos Jos países. Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723. © Todos los derechos de la edición en castellano reservados por la Asociación Argentina de Psiquiatría y Psicología de la Infancia y de la Adolescencia lASAPPIA). La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecánico o electrónico, incluyendo fotocopia, grabación o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser prevíarp.ente solicitada. Industria argentina. Made in Argentina. ISBN 84-610-4059-7
Impreso en los Talleres Gráficos Didot S.A., Icalma 2001, B~ nos Aires, en abril de 1981") •..•
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Tirada de esta edición: 3.000 ejemplares.
A la memoria de mi padre, médico y filósofo.
Indice general ( t%<)o9 228 248 x
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Dos poemas Palabras preliminares
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Primera parte. La influencia mutua del adolescente y su entorno
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Introducción l. Realidad y ficción de la brecha generacional 2. Reflexiones sobre la juventud moderna: la agresión reconsiderada 3. Prolongación de la adolescencia en el varón. Formulación de un síndrome y sus consecuencias terapéuticas 4. Asesoramiento psicológico para estudiantes universitarios J5. 1La imago parental escindida en las relaciones sociales del adolescente: una indagación de psicología social
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Segunda parte. Las etapas normativas de la adolescencia en el hombre y la mujer Introducción 6. Organización pulsional preadolescente 7. La.etaoa inicial de la adolescencia en el v:uón 8) E~ segundo proceso de individuación de la adoles-¡ , 5 cenc1a 9. Formación del carácter en la adblescencia 10. El analista de niños contempla los comienzos de la adolescencia
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Tercera parte. Acting out y delincuencia
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Introducción 11. Factores preedípi<:os en la etiología dt• la delincuencia femenina Posfacio (1976)
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255
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eí2J El concepto de acttiaéió,n, (acting out) en relación con el proceso adolesPimte' , . 13. La concreción adó~escefite. Contribución a la teoría de la delincuencia · ' ·' : 14. El niño sobrevalorado
Cuarta parte·: Enfoque evolutivo de la formación de la estructura psíquica
257 Introducción 261 r15:' La genealogía del ideal del yo 302 16. La epigénesis de la neurosis adulta 327 17. ¿Cuándo y cómo termina la adolescencia? Criterios estructurales para establecer la conclusión de la adolescencia
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Quinta parte. La imagen corporal: su relación con el funcionamiento normal y patológico
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Introducción 18. Comentarios acerca de las consecuencias psicológicas de la·criptorquidia: un estudio clínico
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Sexta parte. Resumen: Contribuciones a la teoría psiCoanalítica de la adolescencia
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Introducción 19. Modificaciones en el modelo psicoanalítico clásico de la adolescencia
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Referencias bibliográficas
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Intrusión Cuando tenía catorce años iba caminando por la calle oscurecida con un muchacho a quien había desvestido torpemente. Como yo, el pobre chico estaba incómodo pero miró. Espero, dijo, mirándome de soslayo, que no aguardarás nada más de eso ... Apartó la vista y todos lo supieron. Yo sangré y sangré y sangré. Era como una negra habitación y resplandecientes carbones rojos. Yo finjo que todos ellos son reales.
John B., dieciséis años
Cuando acabó el verano nunca había ningún lugar. En el otoño yací entre quebradizas hojas. En Navidad fui a un departamento nuevo y a una cama con flores azules y él se quejó de mi edad como todos ellos. Y fui al museo y a un montón de doctores. Y mi madre dijo lo mismo que el hombre malo pero, al igual que él, ella jamás me llevó realmente lloraAdo en s11s brazos. J essica R., dieciséis años
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Incrustadas en el pensamiento demasiado montañoso para ser quebrado a golpes de pico las explicaciones lógicas tratan de abrirse camino a través de una mente con infinitas obstrucciones empujadas por un perpetuo dolor hecho de abatimiento, desánimo y desesperación de desconocidas propuestas futuras que aguardan pacientemente ser liberadas. de una batahola de ensordecedora confusión sólo para ser negadas al precio de sufrir piadosamente a los pies de dios ser liberadas en un movimiento de avance arrastradas por mareas de la fortuna ignoradas por los malignos demonios siempre listos para castrar la magnificencia de un segundo advenimiento
Palabras preliminares
La psicología de la adolescencia despertó mi interés en los inicios de mi vida profesional, pero no fue el campo hacia el cual se dirigieron mis primeros intereses científicos, ni tampoco el campo en que yo suponía que habría de trabajar. Comencé como estudiante de biología, y obtuve el doctorado de esta disciplina en la Universidad de Viena, en 1934. No obstante, mi dedicación a la biología sufrió un desafío cuando me vinculé con el psicoanálisis, que infundió la vida de las emociones humanas al estudio del organismo, su estructura, función y evolución. La práctica del psicoanálisis, y en particular del análisis de niños, puso orden y disciplina en la confluencia de las dos ciencias. Hice, pues, del psicoanálisis mi profesión; el análisis de adolescentes pasó a ser mi interés fundamental y mi principal campo de investigación. Rememorando los comienzos de mi labor psicoanalítica, quiero dejar consignada aquí la influencia personal que August Aichhorn ejerció en mi vida profesional. En la década de 1920 este hombre notable había adquirido fama internacional por su trabajo con delincuentes. Su intelección psicoanalitica del comportamiento delictivo y su técnica de rehabilitación y socialización del adolescente asocial abrieron un ámbito enteramente nuevo para el tratamiento y la teoría, basado en la psicología psicoanalítica. Mi vinculación con este dinámico innovador y gran maestro dejó en mi espíritu una huella indeleble. Mi identificación inmediata con él determinó, gradual pero firmemente, mi interés por la adolescencia y mi dedicación a la terapia de los adolescentes. A medida que trascurrió el tiempo, estas prímitivas influencias generaron empeños más específicos en mis estudios sobre los adolescentes, relacionados y orientados por oportunidades felices que se presentaron en mi camino. Las sensibilidades, predisposiciones y aptitudes personales cumplieron un papel decisivo en la elección temática de mis proyectos de investigación. Este volumen reúne el fruto de esas investigaciones. Su fuerza propulsora ha sido mantenida, a lo largo de varias décadas, merced a mi fervor por ampliar y profundizar la comprensión del proceso del adolescente. Holderness, New Hampshire, 1° de enero de 1978.
Primera parte. La influencia mutua del adolescente y su entorno
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Esta nota preliminar no tiene por objeto resumir el contenido de los cinco capítulos a los que sirve de introducción. Es, ante todo, un intento de reflejar conceptos oásicos que extraje de mi labor clínica y que, a lo largo del tiempo, han condicionado mi manera de observar el comportamiento humano y de contemplar su naturaleza y desarrollo. Así pues, las siguientes puntufilizaciones deben considerarse como una tentativa de evqcar la corriente esencial de opinión y de ideas que ha dado ura fisonomía particular a todos los problemas clínicos estudiado~;' ·por mí. He traducido en términos conceptuales las impresjones clínicas que cada vez me resultaban más convincentes, por ser esta la forma más confiable de verificar su validez teórica y su utilidad práctica. El organismo humano emerge del útero equipado con determinadas capacidades biológicas de regulación que requieren un entorno próvidente para su funcionamiento y crecimiento adecuados. L~ supervivencia depende del apoyo que reciban necesidades biológicas y de contacto humano, de naturaleza tanto física como emocional, y que se sintetizan en la reciprocidad de la conducta vincular. Las variantes constitucionales del organismo en m.ateria de adaptabilidad, así como la presencia empática de la persona que brinda los cuidados maternos durante el progreso madurativo del bebé, determinan un equilibrio óptimo. Desde el comienzo de la vida el organismo humano es un animal social. Con la interiorización del entor.: no, facilitada por la maduración del sensorio y personalizada por las facultades receptivas y expresivas de un ser afectivo y conciente de sí, tiene lugar en su debido momento una declinación de la dependencia total respecto del entorno. El avance hacia la etapa de la autonomía se funda en la formación de la estructura psíquica; este proceso representa la trasformación de las influencias vivenciales -introducidas discriminadamente en la vida del niño por su entorno, y a las que aquel responde de manera selectiva- en una realidad interior dotada de un orden legal propio. Aludimos a este principio de organización de la mente en términos de "instituciones" o "sistemas", los cuales comprenden el ello, el yo, el superyó y el ideal del yo. El organismo humano no puede, entonces, lograr o desarrollar una presencia psíquica sin interferencias sistemáticas
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del mundo exterior. El distingo entre un mundo exterior y un mundo interior -en cuanto entidades delimitadas, separadas- sólo evoluciona lentamente en el tercer año de vida. Suele sostenerse que el logro de la individuación, la interiorización y la estructura psíquica resguarda automáticamente, por sí solo, el funcionamiento óptimo del organismo psíquico. ~a mos fácilmente por sentado el papel del entorno. Debe constderarse, empero, que las permanentes interferencias procedentes de este último -y que en parte emanan de la solicitación del • niño- son estímulos indispensables para promover el crecimiento y sostener la vida anímica. En su activación recíproca, estas excitaciones aferentes y eferentes mueven al pequeño a hacer elecciones y practicar evitaciones, aunque estas no son concientes ni deliberadas. El proceso recíproco de "ajuste" establece entre el self y su entorno una pauta de interacción que poco a poco va conformando la individualidad y la singularidad personal. Este proceso de armonización existe siempre precariamente entre las alternativas críticas de la total dependencia del objeto y la autosuficiencia narcisista. En este hecho vemos la intrínseca y precaria limitación de la autonomía individual a la que suele denominarse "condición humana". La experiencia nos dice que el efecto inexorable de las influencias ambientales -de los nutrientes sociales y sensoriales, si se prefiere- se vuelve a lo largo de la vida un requisito imprescindible para el mantenimiento de un funcionamienc to organísmico (o sea, somático y psíquico) óptimo. Al afirmar que el entorno ejerce un influjo esencial, perpetuo y, en verdad, nutriente sobre el individuo, no sólo me refiero al ambiente humano sino también al ambiente abstracto que opera a través de las instituciones sociales, las simbolizaciones compartidas, los sistemas de valores y las normas sociales. Su contenido, modo de uso y complejidad, desde el punto de vista comunitario y personal, están en flujo constante, independientemente de que los veamos desde una perspectiva histórica o individual. La autonomía psíquica y la madurez emocional se logran merced al uso selectivo que hacen el niño y el adolescente de sus particulares elementos ambientales y constitucionales dados, que con el tiempo configuran pautas adaptativas peculiares. Sea cual fuese la pauta adaptativa en un nivel cualquiera, ella es escogida y organizada activamente (aunque no necesariamente de manera conciente y deliberada) por el niño en crecimiento a fin de proteger su integridad psíquica, su sensación de bienestar, y mantener intacto su cuerpo y alerta y sensible su mente. Es inevitable que toda vez que perturbaciones emocionales impidan el uso nutriente del ambiente, se vean afectados en grado critico el funcionamiento y desarrollo normales. La ca-
pacidad del organismo psíquico para utilizar los elementos am bientales dados en un proceso anabólico (vale decir, integnitivo) apunta a una analogía biológica, a saber, la ingestión de sustancias que conservan la vida y su conversión en tejido vivo. Si este proceso opera bien en todas sus etapas, puede considerárselo el indicador fundamental y garantizador de la normalidad y la salud, según lo demuestran notoriamente los periodos de rápido y vigoroso desarrollo y adaptación (p. ej., la niñez temprana y la adolescencia). Por supuesto, aquí se da por descontado que existe siquiera en pequeña medida el "ambiente facilitador" o la "madre suficientemente buena" de Winnicott. Una vez definido el punto de vista básico de los cinco capítulos que siguen, debemos examinar su importancia para la ado"· lescencia. En los términos más simples, podemos decir que con el advenimiento de la maduración sexual se tornan no sólo factibles sino imperiosos los saltos cognitivos a niveles superiores y nuevas aptitudes físicas, un desprendimiento de las dependencias infantiles de la familia en busca de un medio social más amplio. El ambiente del niño y el niño mismo se vuelven más. complejos a medida que pasan los años y a, medida que encuentran un mundo, en permanente expansión, de fuerzas interactuantes que se provocan, se rechazan y se neutralizan mutuamente. Entre la gama de influencias que constituyen la matriz familiar de la cual emerge cada individuo adolescente puede siempre descubrirse un conjunto de vivencias prototipicas singularmente consecuentes. La posibilidad de combinar estas influencias en una totalidad unitaria decisiva, a la que suele titularse "identidad y carácter", dependerá del grado de integración y diferenciación de que sea capaz el yo adolescente. El hito del "yo" y el "no-yo", establecido en la niñez temprana, abarca en la adolescencia una gama infinita de alternativas físicas y psíquicas. No es que el adolescente carezca de preparación para el alejamiento emocional de su matriz familiar. Anteriores disrupciones en su desarrollo lo llevaron, por etapas, a una creciente dependencia de yoes auxiliares. Teniendo en cuenta el factor temporal de estas trasformaciones psíquicas, parecería que el ritmo de cambio es lento, o, en otras palabras, que para su completamiento se requiere un lapso prolongado. Al menos tal parece ser el caso en el mundo occidental contemporáneo, a diferencia de lo que ocurre en las llamadas sociedades primitivas, donde los ritos de iniciación expulsan al adolescente, con la rapidez de un parto, hacia la posadolescencia y la participación en la comunidad. No importa en qué dirección avance la adolescencia, pronto podemos observar que el nuevo entotno del adolescente, más vasto y de hecho menos familiar, hereda funciones y significados que antaño pertenecieron a la matriz fa-
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miliar de la niñez, y que en la adolescencia son sometidos a modificación por rechazo parcial o absoluto, transitorio o permanente -proceso al que denomino aquí "la modulación idiosincrásica y la selectividad crítica" del adolescente-. Sólo utilizando un entorno social más amplio, como continuación, rechazo o revisión de las pautas familiares habituales, adquiere el adolescente pautas propias estables, duraderas, acordes con su yo, y se convierte en adulto. Los comentarios que hemos hecho hasta ahora sientan las bases conceptuales generales de la primera parte de esta obra. Hagamos breve referencia a los problemas de que se ocupa. El primer capítulo de esta parte introduce, en vasta escala, una variante del antiguo tema de la separación y polarización entre las generaciones. En las décadas de 1950 y 1960 se produjo, dentro de un sector norteamericano predominantemente constituido por personas blanc~s de clase media, un desquicio endémico de los procesos normativos de desarrollo adolescente. Me impresionó en esos días la línea divisoria que estaba trazando la juventud entre ella y sus mayores -"los de más de treinta"-, exigiendo que la generación de los adultos, la de los padres, se hiciera a un lado y admitiera su futilidad en el nuevo mundo bravío. La insistencia de los jóvenes en que la vieja generación se declarase perimida y renunciara a sus privilegios por considerarlos anacrónicos, desplazó la responsabilidad de los adolescentes por su independencia a la generación de los padres, en calidad de garantizadores de la libertad juvenil y de la condición de adulto. Esta actitud delataba que la involucración de estos jóvenes con su familia seguía siendo intensa y no había menguado; "dependencia negativa" podía ser un buen rótulo para ella. Terminé por reconocer en este malestar una lucha en pro de la autonomía llevada a cabo por jóvenes incapaces de lograrla sin el apoyo y la servicial ayuda de la generación de sus padres. En este fenómeno de la época podemos ver un reflejo de una crisis política y de pensamiento universal, que en sus peores aspectos morales se sintetiza. en la guerra de Vietnam, y en los mejores, en el Movimiento por los Derechos Civiles. En este sentido, no debemos pasar por alto que el blanco y culto joven alienado de quien aquí hablamos era el producto marginal o cabal del estilo hiperracional de crianza implantado en la década del cincuenta, y elaborado e influido por la mentalidad de la "sociedad opulenta". A este primer capítulo sobre la emancipación adolescente de las dependencias familiares merced a la identificación con las realidades más vastas y urgentes de la época le siguen investigaciones de problemas más limitados, y de sus consecuencias te6rkas. Cada una de ellas es un ladrillo para la construcción
de una teoría comprehensiva de la adolescencia; en su conjunto, conforman las líneas de desarrollo de la adolescencia nor~al, y, ~n el campo de la patología, ofrecen puntos de referenCia teóncos que pueden contribuir a restringir y hacer más rigurosas las afirmaciones y predicciones. En la evaluación de la conducta y los estados emocionales del adolescente el clínico se ve asediado siempre por diversas incertidumbr~s. Considerarlos ~sp~ctos . r~ormales del proceso adolescente o, por el c~ntrano, Identificarlos como signos patológicos, le plantea un dilema para resolver el cual siente mucho la necesidad de contar con los criterios diferenciadores provenientes de la investigación. La prosecución de este objetivo recorre como un hilo rojo todas las investigaciones de las que informamos en este volumen. La .inestabilidad y vulnerabilidad psíquicas del adolescente son bien conocidas. Esta labilidad hace posible que un desarrollo anori?a.l se torne permanente, pero también que se superen pote?c1ah~~des anómalas anteriores ya sea compensando su mflu]O debilitador o aislando sus penosas interferencias. En. los ú~timos ti~mpos s~ ha encuadrado estas clases de ajuste baJO el titulo de mecamsmos de confrontación"'. Los residuos de la historia inf.antil de la formación de la estructura psíquica permanecen activos en todos los estadios de desarrollo subsiguientes y adquieren, en verdad, una urgencia extrema durante la adolescencia, cuando las alteraciones estructurales abren cai?ino hacia la adultez. La elucidación de este proceso req.mere una ~escripción dinámica y genética de las dependenc~as gener~cwnales y de los movimientos de ruptura -emocwnal, social, de pensamiento- que caracterizan al proceso adolescente. Se sabe.desde siempre que los adolescentes participan intens~ Y apaswnadamente en su ambiente global, y en las relaCI~nes co? .sus pares en particular. En este aspecto, la teoría psic~a?~htica de la adolescencia ha tendido a poner de relieve ~as viC.lsltudes del hallazgo de objeto fuera de la familia. En las mvestigacio~es psi,coanalíticas propiamente dichas, los proble~as de la psiColog1a de grupo han constituido un tema tangen~Ial. He tratado de ampliar estos estudios en mi capítulo "La Imago parental escindida en las relaciones sociales del adolescente". Lo que en .este sentido me importaba era el papel que cumplen las relacwnes con los pares como función del entorno, y el empleo singular que el adolescente hace de ellas. Como. he estudiado estos procesos dentro de un encuadre psicoanalítico, resulta lógico que mis observaciones y conclusiones sean nítidamente distintas -a causa de la metodología utilizada- de las del estudio habitual del comportamiento grupal. Ambos enfoques (la indagación intrapsíquica del individuo y la
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" mdagación psicológica de este como parte ~e un .grupo) .se complementan bien entre sí. En lo t~cante ~mi prop10 tra.ba]O, por extrapolación he hecho inferencias pertl~entes para ciertas clases de conducta grupal. Esta argumentación lleva a la propuesta de que la involucración sociocéntrica del adoles~e~te en las relaciones con los pares no sólo contiene metas de libido de objeto, sino que representa, ad.emá~, ~n esfuerzo por .ll.ega~ a una conciliación con los restos mtenonzados de la esclSlón mfantil preambivalente en objetos "buenos:· y "malos". ~a tarea evolutiva que se ex;terioriza en es~as particulares ,relacwnes de objeto del adolescente es de cambw estructural mas que de gratificación de la libido de objeto.
l. Realidad y ficción de la brecha generacional*
De tiempo en tiempo, aparecen en nuestra lengua nuevas expresiones que adquieren, insidiosamente, vida propia, se generalizan en demasía y pasan a ser excesivamente utilizadas. En este proceso llegan a servir como rótulos convenientes y explicaciones fáciles de todo lo que sea similar; en suma, quedan desgajadas de su contexto de origen. Expresan entonces ora más, ora menos de lo que se pretendió que expresaran cuando por vez primera brotaron de algún hablante creativo. Una de esas expresiones es "brecha generacional": va en vías de adquirir el estatuto de verdad y realidad eternas, semejante al de un astro recién descubierto en el espacio exterior. La brecha generacional es un memorable fenómeno que despierta nuestra curiosidad analítica. A fin de asignar a esta nueva expresión su marco de referencia apropiado, la deslindaré de otra frase usada como sinónimo: el "conflicto generacional". La creación de un conflicto entre las generaciones y su posterior resolución es la tarea normativa de la adolescencia. Su importancia para la continuidad cultural es evidente. Sin este conflicto, no habría reestructuración psíquica adolescente. Esta afirmación no contradice el hecho obvio de que el comportamiento adolescente contrasta, universal y radicalmente, con el de los años precedentes de la niñez. No debemos olvidar, verbigracia, que la maduración sexual o pubertad progresa en forma independiente del desarrollo psicológico. Es por esta razón que toda clase de pulsiones y necesidades infantiles pueden hallar expresión y gratificación en la actividad genital. Nuestra labor clínica nos ha permitido averiguar que la conducta sexual genital es un indicador muy poco confiable para evaluar la madurez psicosexual: no existe correlación directa entre la actividad genital per se y la genitalidad como etapa del desarrollo. El énfasis actual en la libertad sexual (o sea, genital) de acción me mueve a destacar esta diferencia desde el comienzo, pues puede sostenerse, con sólidos fundamentos clínicos, que la conducta adultomorfa precoz como tal, y en especial la • Conferencia del Premio a los Servicios Ilustres, pronunciada en Miami, F1orida, el4 de mayo de 1969, en la reunión anual de la American Society forAdolescent Psychiatry. Publicada originalmente en S.C. Feinstein, P. Giovacchini y A.A. Miller, eds., Adolescent Psychiatry, Nueva York: Basic Books, 1971, vol. 1, pá~. 5-13.
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mientras que el razonamiento nos lleva a escoger lo útil, la bondad moral nos lleva a escoger lo noble. Quieren más que los hombres mayores a sus amigos, allegados y compañeros, porque les gusta pasar sus días en compañía de otros. Todos sus e;rores apuntari en _la misma dirección: cometen excesos y actu~n con vehemencia. Aman demasiado y odian demasiado, y asi con todo. Creen que lo saben todo, y se sienten muy seguros de ello; este es, en verdad, el motivo de que todo lo hagan con exceso. Si dañan a otros es porque quieren rebajarlos, no provocarles un daño real [ ... ] Adoran la diversión y por consiguiente el gracioso ingenio, que es la insolencia bien educada" [págs. 323-25].
conducta sexual, a menudo impide el desarrollo progresivo en lugar de promoverlo. Quiero decir que este d~sarrollo pr?gresivo sólo puede ser evaluado si se lo conceptuahza en térmmos de cambios internos y de desplazamientos internos de investiduras. Estos procesos internos no son necesariamente advertibles en lo exterior por el observador casual o por el ambiente; no obstante, intrapsíquicamente tienen lugar disloques revolucionarios que remplazan a los antiguos regímenes por otros nuevos. La intensidad de los signos visibles -el "ruido público", digamos- rara vez nos informa de manera segura sobre el tipo de acomodamiento psíquico que el adolescente está iniciando o consolidando. Difícilmente ocurran en las secretas honduras del alma cambios psíquicos revolucionarios sin originar excesos e~ la ac~ión y el pensamiento, manifestaciones turbulentas, Ideas I~o noclásticas, tipos especiales de conducta de grupo y de est~l~s sociales. Se ha considerado que todos estos fenómenos son tlpicos de la transición de la niñez a la adultez. Trascribiré a continuación un pasaje escrito algún tiempo atrás por Aristóteles, un agudo observador de la naturaleza humana. En su Retórica dice acerca de la adolescencia: "Los jóvenes tienen fuertes pasiones, y suelen satisfacerlas de manera indiscriminada. De los deseos corporales, el sexual es el que más los arrebata y en el que evidencian la falta de autocontrol. Son mudables y volubles en sus deseos, que mientras duran son violentos, pero pasan rápidamente [ ... ] en su mal genio con frecuencia exponen lo mejor que poseen, pues su alto aprecio por el honor hace que no soporten ser menospreciados y que se indignen si imaginan que se los trata injustamente. Pero si bien aman el honor, aman aún más la victoria; pues los jóvenes anhelan ser superiores a los demás, y la victoria es una de las formas de esta superioridad. Su vida no trascurre en el recuerdo sino en la expectativa, ya que la expectativa apunta al futuro, el recuerdo al pasado, y los jóvenes tienen un largo futuro delante de ellos y un breve pasado detrás. [ ... ] Su arrebato y su predisposición a la esperanza los vuelve más corajudos que los hombres de más edad: el arrebato hace a un lado los temores, y la esperanza crea confianza; no podemos sentir temor si a la vez sentimos cólera, y toda expectativa de que algo bueno sobrevendrá nos torna confiados. [ ... ] Tienen exaltadas ideas, porque la vida aún no los ha humillado ni les ha enseñado su~ necesarias limitaciones; además, su predisposición a la esperanza les hace sentirse equiparados con las cosas magnas, y esto implica tener ideas exaltadas. Preferirán siempre participar en acciones nobles que en acciones útiles, ya que su vida está gobernada más por el sentido moral que por el razonamiento, y
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Esta descripción da testimonio de la· uniformidad de las etapas ~e desarrollo, que están cronológicamente reguladas y determma?as por procesos biológicos de maduración, propios de la especie. En contraste con ello, las formas en que los procesos psicobiológicos se traducen en expresiones psicosociales han cambiado amplia e interminablemente a lo largo de los tiempos históricos. El conflicto generacional es esencial para el crecimiento del self y de la civilización. Podemos afirmar con certeza que este conflicto es tan antiguo como las generaciones mismas; y no podría ser de otro modo, porque la inmadurez física y emocional del niño determina su dependencia de la familia (nuclear o extensa) y, consecuentemente, establece los modelos esenciales de relaciones de objeto. Las instituciones psíquicas (yo, superyó, ideal del yo) se originan en la interiorización de las relaciones de objeto y, de hecho, son una manifestación de estos orígenes cuando se instaura la individuación adolescente. En ese momento los conflictos suscitados por las adaptaciones regresivas y progresivas enfrentan al niño en proceso de maduración sexual con desafíos. y alternativas abrumadores. Allí radica el conflicto entre las generaciones. En lo fundamental, es generado por .una desvinculación emocional respecto de lo antiguo y un acercamiento a lo nuevo, que sólo puede alcanzarse a través de la gradual elaboración de una solución transaccional o trasformación: la estructura psíquica no se modifica, pero en cambio se alteran radicalmente las interacciones entre las instituciones psíquicas. El superyó sigue existiendo y funcionando, pero la influencia crítica del yo y su creciente autonomía alteran el absolutismo superyoi~o y modifican su cualidad así como su influjo en la personalidad. Estos logros del desarrollo estabilizan la autoestima en consonancia con la condición física del individuo su capacidad cognitiva y un sistema de valores que trasciend~ la ética familiar buscando una base más amplia para su concreción en la sociedad y en la humanidad.
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El conflicto generacional ha sido conceptualizado en torno de diversos puntos nodales de diferenciación psíqui_ca: An?a Freud (1958) habla del aflojamiento de los lazos obJetal~s mfantiles, y Erikson (1956), de la crisis de identidad; por mipa~ te describo eso mismo en términos del segundo proceso de mdlviduación de la adolescencia (véase el capitulo 8). Todas estas formulaciones tienen un supuesto básico común: sólo a través del conflicto·puede alcanzarse la madurez. Podríamos dar un paso más y sostener que el ~onflicto en el des~rrollo nunca aparece sin un correlato afectivo, como la tensión, en general, .Y más específicamente la angustia y la depresió~. _La tolerancia frenté a estos afectos dolorosos no puede adqmnrse en la adolescencia así como nada se consigue si se corre a comprar un extinguidor de incendios cuand~ la casa y~ está envuelta en llamas. Nuestra concepción genética nos diCe que la etapa para adquirir dicha tolerancia es el período de latencia. Es en esta etapa donde tantas perturbaciones adolescentes son quemadas en el bendito olvido. Antes de proseguir debo definir la postura desde la cu~ contemplo al joven malquistado y hostil. El hecho de que vivamos en medio de una revolución social no es en absoluto obra de la juventud, aun cuando esta sea la port~?ora ?el i~pulso para poner en práctica el cambio. A la hostlhdad JUveml_ debe, yuxtaponérsele la mentalidad adulta. Gran parte de la hlosoha actual de los adultos me recuerda al doctor Pangloss, el personaje de Voltaire. Pangloss, el omnisciente tutor de Cándido, envía a su brillante e inquisitivo pupilo a viajar por un mundo ~u dosa calidad humana. A las inteligentes preguntas de Candido acerca de los muchos absurdos de la conducta del hombre, Pangloss replica una y otra vez, con la perenne sofistería y verbosidad que dieron origen a su nombre, que el.mun~? en ~ue vivimos, pese a todas las apariencias en contrano, es el meJOr de los mundos posibles". Es deplorable que sólo a través de la violencia pueda sacarse de su letargo y mover al cambio a las insti~uci?~es respons~?les de la sociedad. A mi juicio, este hecho no JUstifica que l_os JOV~ nes se arroguen el exaltado privilegio de acudir a la vwlencm cada vez que algo los disgusta o incomoda. Aprecio cabalmente el lugar que ha de asignársele a la viole.ncia en l_a desesperada búsqueda de una salida frente al mansm~ so~I~l de nue.stra época. Sé que estos problem~s no de?en _simphhcars~ atnb_uyéndolos a la brecha generacwnal. ~as bwn es al reves: los JÓvenes que creen en la brecha generac~onal ~bo~dan estas vastas cuestiones sociales, y su sentido de distanciamwnto personal Y discontinuidad cultural queda imbuido así de una ideología viable y de un marco de referencia emocional.
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Para continuar con mi tema, debo reducirlo a proporciones manipulables y prescindir de la dudosa valentía consistente en avanzar a campo traviesa bajo el fuego cruzado de disciplinas como la sociología, la educación, la teoría política y la historia, ~odas las cuales ponen su grano de arena para comprender a la JUVentud actual. No soy Lord Raglan ni estoy ansioso por volver a combatir en una nueva batalla de Balaklava. Todo cuanto hago es apuntar mis observaciones clínicas relacionadas con el p_r~blema de la_brecha generacional. No pretendo que mi exposi.ción sea pertmente para la revuelta juvenil actual en su conJunto; ella se centra en una sola forma de desarrollo adolescente anómalo, que a todos nos es familiar. Unas pocas viñetas clínicas aclararán esto. Tuve hace poco-una charla con un muchacho de diecisiete años, es~udiante del primer año universitario, que había sido suspendido luego de participar en la ocupación de un edificio con manifestaciones de protesta y actos vandálicos. Me explicó que la universidad "separaba la emoción de la acción", dando en su lugar "acción y pensamiento". Había esperado que le brindase "algo así como un sentido, una significación". No lo recibió. A continuación pasó a describirme con gran detalle la interminable serie de recriminaciones entre "nosotros" ,. "ellos". Lo interrumpí recordándole la conversación telefónica en que habíamos acordado vernos. Le había dicho entonces que yo sabí~ qu~ su madre sugirió que él hablase conmit?;o, pero q~erí,~ avenguar por qué motivo él deseaba verme: y él respondió: Tengo un problema de comunicación con mi padre''. Cuando ahora le traje a la memoria esta charla telefónica, me c~n.tó que le había escrito una carta a su padre desde el colegio. pidiéndole "que me dejara vivir. que no discutiéramos más, y comprendiera que yo tengo que hacer lo que hago". En est'e punto, le dije: "Ya veo ... Tú pro\·ienes de una familia en la que hay mucha intimidad", tras lo cual sus ojos se empañaron y ,r~plicó: "Sí, mi madre siempre me decía que yo tengo un es~ pmtu muy bueno, que tengo un libro en germen en mi cabeza". Este muchacho esperaba recibir de ~la universidad "sentido y significación .. como una continuación directa del apoyo d~ los padres: en otras palabras. deseaba que la universidad lo hberase de la sen·idumbre de su infancia. así como había deseado que su padre le ahorrase las agonías del conflicto generacional. En su hogar. la \"ida le había sido presentada en l~s té:minos más amables. pero ya había dejado de ser su propia vida. El \·erse obligado a abandonar la universidad le daba un st·~IIimiento de libertad. independencia e identidad que le pernut ta soportar pasajeramente su sentimiento de culpa. en~ gendrado por su estallido de agresión v de destructh·idad desenfn•Jwda. ·
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Una chica universitaria relataba su exquisi.to sen~imiento de exaltación mientras participaba en una mamfestaci~n de protesta. La gran decepción se produjo cuando las autondades decidieron no expulsar a los estudiantes rebeldes. Luego de.contarme esto, la muchacha exlamó: "¡Quisiera que~~ hubier~n expulsado! Odio la facultad". Cuando le preg~nte ~I .~o podia dejarla por propia voluntad, me frenó ensegu~da diCwndome: "¡Oh, no! Eso sería una desilusión para mi madre. Jamás podría hacerlo". . Una muchacha de diecinueve años debió abandon~r sus estudios universitarios a causa de síntomas .~e angusti~; Se estableció en un vecindario conocido como mdeseable con .su novio quien gozaba a sus ojos del mérito de ser de clase ?aJa. Ella, ~u e provenía de una "buena" familia d~ ~lase media,. s~ sentía un ser excepcional entre sus pares por VIV~r c.on su n?v10, ello le daba una sensación de madurez, supenondad e mdependencia. A través de su novio p~só a .formar parte de un ~ru: po de extremistas a quienes ella Idealizaba como los he.rmco, protagonistas de la creación de un nuevo orden mundia~, o, más bien, del repudio --ya que no la.destru~ción- del antiguo orden mundial en que había sido cnada. Sm emba~go, nunca pudo confiar plenamente en la sinceridad de ellos m en. la suya propia. Actuar como extremista le ofrecía la o~ortu,?I?a~. de ser belicosa y hostil, y esto la hacía sentuse bie~ Y "auténtica". Los irregulares hábitos laborales de su noviO la complacían porque de ese modo ella podía gozar d~ su compañia constante. Aceptaba el dinero de sus padres, ~m pensarlo dos veces, desde luego. Tras una ardua tarea anahtiCa, el,la pudo reconocer que sentía repulsión por el acto se~ual, al.cual se sometía debido a su temor al abandono y a s~ mcapaci.dad de estar sola. Durante toda su niñez y adolescencia, esta c~ICa sólo había tenido una amiga: su madre. Un poderoso Impulso regresivo hacia la madre preedípica fue contrarrestado por el desplazamiento y el sometimiento heterosexuales. La apa~e~te emancipación ocultaba la perpetuación de la dependencia mfantil. d bl Estos tres adolescentes provenían de hogares e.gente anca de clase media adinerada, donde la vida giraba en torn? de lo; niños. Las familias como estas siempre hacen las cosas )untos comparten libremente sus mutuos sentimientos y anahz~n sus' problemas de manera racional. Los padres, con frecuen~Ia peiigrosamente, se amoldan a las necesidad.es de s~s hi)OS mucho después todavía de que estos hayan depdo atras .la mfancia a lo largo de toda su adolescencia ..No toleran bwn la ira a~gustia 0 culpa de esos hijos. La ten~Ión, el fracaso o la de;ilusión, de los que ningún niño se v~ hbrado,. son prontamente neutralizados mediante una cornente contmua de estí-
mulo y aliento. Podría pensarse que una estima tan abundante durará toda la vida; a menudo ocurre exactamente lo contrario. Esto se debe a que en la adolescencia el self ilusorio alimentado por los padres a lo largo de los años de la latencia es finalmente rechazado, en un empeño por lograr una definición más adecuada de uno mismo. Los actos de rebeldía o de independencia, desde la desobedienCia civil hasta la libertad sexual, son con frecuencia resultado de rupturas violentas de las dependencias, más que señales madurativas de la elaboración o resolución del conflicto. Los tres adolescentes a que nos hemos referido rechazaron a sus familias por considerar que estaban irremediablemente a contramano de la época, que carecían de toda comprensión de las motivaciones de sus hijos y eran incapaces dé decirles algo significativo. Estos jóvenes sentían agudamente la brecha generacional. En lo subjetivo, se utiliza esta brecha como un mecanismo de distanciamiento, merced al cual los conflictos interiores y el desapego emocional son remplazados por separaciones espaciales e ideológicas. El resultado es una detención en el nivel adolescente, a causa de la evitación del conflicto; se pierde así la maduración a que da lugar la resolución del conflicto. Pero no todos los adolescentes que sostienen la existencia de una brecha generacional están evitando el conflicto; muchos deben adoptar esta postura para seguir siendo parte del grupo que estiman; aceptan el código del grupo sólo con reservas internas y una actitud contemporizadora .. Ya insinué antes que los hijos de estos hogares de clase media por lo general liberales o progresistas cargan el peso de lazos familiares que es difícil alterar de modo gradual. Estos lazos afectivos hallan permanente expresión, desde la niñez temprana hasta la pubertad, en una intimidad demostrativa y en la pronta gratificación de las necesidades. Este tipo de crianza, a menudo recomendada por los psicólogos o por la opinión popularizada y mal entendida de los especialistas, obstaculiza el normal desarrollo de la latencia. Los avances del yo, característicos de esta etapa, nunca se desprenden lo suficiente de las relaciones de objeto y en consecuencia nunca adquieren una a.utonomía esencial. En otras palabras, las relaciones objetales no son resignadas y remplazadas por identificaciones -no al menos en medida tal que la acometida de las pulsiones puberales no fuera tan devastadora o desorganizadora-. Esos niños carecen totalmente de preparación para abordar la regresión normativa adolescente porque viven con un temor mortal a quedar sumidos en la regresión. No tienen otra opción que la ruptura total con el pasado, el autoexilio espacial y el absolutismo opositor. Las drogas y la libertad sexual adquieren una importante función en este "impase" del desarrollo, al impedir la
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disolución regresiva de la personalidad. La incapacidad para hacer esta regresión hace que no puedan rectificarse los remanentes infantiles del desarrollo defectuoso, y torna incompleto el proceso adolescente. El sentimiento de una .bre~ha ge?e:acional y de una alienación representa la concwnc1a subjetiva de dicho impase como un abismo infranqueable. Irónicamente, este callejón sin salida se ha convertido ~ntre los jóvenes en una marca de distinción. No hace much~ Enk.H. Erikson me comentaba acerca de una charla que hab1a temdo con un estudiante que lo detuvo en los patios de Harvard, y que después de prepararlo convenientemente le declaró que estaba en busca de su identidad. Erikson le preguntó: "¿Se está usted quejando o jactando?': Hoy vemos a muchísimos jóvenes que portan su crisis de identidad como un emblem~ d~ honor, ~ue les conferiría inmunidad diplomática en el terntono extranJero de sus mayores. Esto me lleva a otro aspecto de la brecha generacional, a saber, la contribución de la sociedad adulta y sus instituciones a la erosión de los vínculos entre las generaciones. El verano pasado visité en su casa de campo a un viejo amigo, cuyo hijo de dieciséis años pensaba en términos de la brecha generacional. El muchacho me saludó cordialmente, pero yo hice a un lado sus saludos con una mueca de disgusto Y le dije: "Yo no hablo con nadie que tenga menos de treint.a años". Su respuesta fue rápida: "¡Ah, de modo que estás envidioso de nosotros!': Esta pequeña anécdota sirve para ilustrarnos acerca de los motivos que, según suponen los jóvenes, gobiernan las actitudes de los adultos hacia ellos. Es innegable que hay en esto gran parte de verdad. La obsesión del adulto norteamericano por la juventud, la explotación comercial de los estilos de indumentaria que los jóvenes han creado, la popularización y mercantilización de lo "suyo", despoja a los jóvenes de su legítimo monopolio. Los adultos miran fascinados a los jóvenes, prontos a imitarlos -marginalmente, por supuesto- con el fin de evitar el envejecimiento. Uno puede observar el efecto recíproco del joven alienado y el adulto desasosegado: el actor ostentoso y el espectador ambivalente. Existe en los jóvenes una compulsiva necesidad de despertar la atención del mundo adulto, del orden establecido, en todas sus formas. Y a la inversa, en el adulto de mentalidad "juvenil" hay un compulsivo deseo de · mostrar comprensión frente a los jóvenes aceptando sus más disparatadas demandas y sus desaires. La situación más desconcertante se presenta cuando algún joven rebelde que cree en la brecha generacional se encuentra con un adulto de mentalidad realmente abierta y dispuesto al diálogo. Tan pronto como surge una discrepancia, el totalitarismo juvenil se afirma en esta alternativa: o se está a favor de los jóvenes o se está en
c~ntra
de ellos. Con su exagerado deseo de simpatizar, al avemrse a esta dicotomía el adulto elude el conflicto generacional C:ada vez que confraterniza con el adolescente, borra las cues~ twnes generacionales, intrínsecas y esenciales, y transa. Los jóv~nes ~erc~ben esta actitud del adulto que se dice comprensivo e .1guahtano como una renuncia a la vez bienvenida y decepcwnante: En todo cas~, .e~la evita a jóvenes y viejos la agonía del c~nfhcto Y. de las dlvlswnes emocionales. Pero dicha déten~e pnva a .los JÓvenes de su legítimo territorio, demarcado por 1mpugna~10nes mutuas -el territorio en que el adolescente debe co~sohdar su self dividido en el camino hacia la madurez emocwnal-. L~ que el ad~lescen~e quiere es que el adulto estereotipado admita su eqmvocac1ón, su egoísmo y su incompetencia ¡Cuántas veces hemos escuchado en nuestro consultorio a u~ adolescente ~e~cargar su rabia contra los padres diciendo: "¡Si tan sólo ~dm1t1eran que están equivocados!"! Por supuesto todo ~sto hene validez únicamente para aquellos jóvenes qu~ exp~nme~tan una brecha generacional, lo cual por definición indlCa su ~~~apacidad ~e experimentar el conflicto generacional. ~sta d~hmc1ón restnnge el uso de la expresión "brecha generacwnal , porqu.e a~scribe a ella ciertas precondiciones evolutivas Y por con~1gmente le confiere significado psicológico. Mucho escnb~n hoy en día sobre la juventud adultos que sólo pueden aprec.~ar los efectos visionarios, reformistas y liberadores, que ella tlene en la sociedad. Esa apoteosis de idolatría de los JÓVenes es una cuestión sumamente personal y tales ~bra~os entusiastas ocultan, como en la mayoría de la~ generahzaclOnes, los elementos contradictorios y heterogéneos operante~. Contemplando el problema como yo lo hago, 0 sea psicológlCament~, no puedo ser un cabal apologista y admi;ador ~e tod~s. los h?eradores e iconoclastas juveniles. Tampoco ha sido ~I mtención abarcar en esta exposición la situación total ~e la Ju_ventud de nuestros días; más bien, he dirigido mi em ede .los y, en consecuenJa, no hacia la delineación de un tlpo psiCológico. Este tipo -"el joven que cree en la brecha generacional"- constituye sin lu~ar a d~das, ~na minoría: pero, ¿acaso nuestra profesiÓn no se a d~d1eado siempre a las minorías y a las formas inadaptadas d e vida? .oe~tro las definiciones que he expuesto, es posible resumir mi. tesis. Cuando se establece la brecha generacional como mecamsmo prolongado de distanciamiento, en términos de un desa~ego total del individuo respecto de su contexto original el crnfhcto. gene~acional resulta débil, carente de estructura v'de e abor~c1ón. SI, en cambio, se afirma este conflicto que a~túa con miras a la individuación y la diferenciación, la' brecha ge-
~acia u~a de~inición
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té~minos,
neracional. en cuanto estilo de vida, no encu~n~ra terreno fé~ til en el cual crecer y sostenerse. En tales condtcwnes, es transitoria\' tiende a su autoeliminación. Los extremos de ambas ~a tegorÍas son fácilmente reconociblt;s. mientras que los estad10s intermedios~ que contienen ingredtentes de a~?as, ,s~elen ca~ gar de dudas e incertidumbres nuestra \·aloracwn ch.mca. Definir los extremos a fin de reconocer lo que se aproxtma a ellos puede ser proYechoso. Sólo mediant~ .este laborioso proceso de evaluación podremos calibrar la uhhdad ~ue le prestamos al adolescente que cree en la brecha ge~eracwnal. ~oda ve~ que seamos capaces de descifrar el mensaJe que su acc,tón contiene, podremos alentar la razonable esperanza de que el com~renda lo que nosotros le decimos.
2. Reflexiones sobre la juventud moderna* La agresión reconsiderada
El alarmante aumento de la agresión adolescente en todos los sectores de la vida, independientemente de la clase social, nos obliga a reconsiderar aspectos bien conocidos de la teoría psicoanalítica a fin de determinar su particular pertinencia para nuestra comprensión de esta clase de conducta adolescente. Quizá la entenderemos mejor si centramos nuestra atención en los destinos de la pulsión agresiva. Esta pulsión aparece con toda su intensidad en la adolescencia bajo múltiples y cambiantes formas, que van de la mentalización a la acción o, más precisamente, del sueño y la fantasía al asesinato y el suicidio. La agresión manifiesta del adolescente ha atraído el interés del psicoanalista desde mucho tiempo atrás. Su operación, en términos de sus determinantes endógenos y exógenos, continúa siendo objeto de nuestra curiosidad científica. En la comparativamente breve historia del psicoanálisis, la primitiva y duradera fascinación con los destinos de la libido ha llevado la delantera. La indagación de esta pulsión·permitió discernir el conflicto sexuál, que sin duda tuvo particular virulencia en el clima moral de la época victoriana. Lo que engendró a la nueva ciencia del psicoanálisis fue la sincronía de la era de la represión sexual con la existencia de un genio como Freud. Sea como fuere, lo cierto es que sólo a desgano y lentamente la preocupación por los destinos de la libido cedió lugar a una inquietud cada vez más profunda por las vicisitudes de la pulsión agresiva. En muchos aspectos, el problema de la agresión ('Ontinúa siendo oscuro y enigmático, al par que las manifestadones clínicas de la pulsión agresiva atraen nuestra atención de manera persistente y creciente. Muchos tabúes sexuales del rnundo occidental se han debilitado o parecen haber desapare,.ido por completo. Si tomamos al pie de la letra la conducta y lus palabras del adolescente, su angustia conciente y sus sentirnit·ntos de culpa en relación con la sexualidad (autoerótica y lll'll·roscxual) han declinado notablemente. No obstante, como analistas pronto descubriremos que la culpa y la angustia.vinl'llladas a la sexualidad no desaparecieron, sino que simple• DI!K·urso presidencial pronunciado en la reunión de la American Assot•l•llon for Child Psychoanalysis realizada en Hershey, Pennsylvania, el 4 de nlnll el•· 1!170. Publicado originalmente en Psychosocial Processes: Issues in ChUt/ Mrntal Health, vol. 2, n° 1, pá~. 11-21, 1971.
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mente han sido desalojadas de la conciencia en virtud de que la sexualidad infantil y adolescente cuenta con la aprobación y el aliento de los especialistas, los padres y los pares. No está desvinculada de la llamada "revolución sexual" la impresión que tenemos (a partir del diván y de la ob~ervación directa) de que la pulsión agresiva persigue sus prop1as metas· independientes como resultado de una mezcla insuf.ic~ente entre libido y agresión. En los puntos extremos se sltua la violencia, apoyada por toda suerte de ideologías y razones, y la pasividad que es dable apreciar en el estilo de vida de los "hippies". En uno y otro caso, la agresión se vuelve contra uno mismo, contra el objeto o contra el ambiente no humano, ind~can do un desequilibrio o desmezcla fatal entre las dos pulswnes básicas. Debo confesar que en mis escritos anteriores atribuí un papel demasiado grande en la formación del conflicto adolescente a los impulsos libidinales, relegando la pulsión agresiva casi exclusivamente a una función defensiva. Con posterioridad he corregido este descuido: mi actual modelo teórico de la adolescencia descansa en la teoría de las dos pulsiones. La labor clínica me ha convencido de que en la pubertad (o sea, en la maduración sexual) se intensifican en igual medida las pulsiones agresivas y libidinales. Sigue constituyendo un interrogante si la intensificación de las pulsiones que observamos con tanta claridad en la adolescencia no obedece a una desmezcla de pulsiones, más que a meros cambios cuantitativos. Además, debe recordarse que la pulsión agresiva, en su forma primaria no atenuada, es cualitativamente diferente de la agresión empleada con fines defensivos. Esta difere.ncia obedece a que para asumir una función defensiva la pulsión agresiva debe primero ser modificada y adaptada a los intereses del yo. Gran parte de la actual agresión acorde con el yo, aun cuando parezca patognomónica a ojos de muchos observadores, debe ser evaluada por el psicoanalista de acuerdo con su función. La agresión es, sin duda, un medio que permite al individuo injerirse en el ambiente a fin de moldearlo de modo de salvaguardar apropiadamente su integridad psíquica, su autoestima y su integración social. Las técnicas y políticas de la conducta aloplástica deben aprenderse en cada estadio de desarrollo. En la adolescencia mucho más que antes, deben hallarse modelos útiles que tras~iendan los límites de la familia, en el medio inás amplio de la sociedad global. Esta formulación destaca el hecho de que todo investigador de la agresión adolescente debe entrar, marginal pero implícitamente, en ·los dominios de la psicología de grupo, la sociología y la ciencia política. Debemos admitir que la mayoría de los psicoanalistas no se mueven con soltura o con conor.imiento del terreno en tales territorios.
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Mis especulaciones han alcanzado un punto en que debo delimitar el ámbito desde el cual contemplo el problema de la agresión adolescente. Ese ámbito es constreñido y específico, y no puede amoldarse a la totalidad de los fenómenos agresivos de la adolescencia. No tengo dudas de que la actual inquietud adolescente es sintomática de anacronismos o colapsos sociales e institucionales: en relación con el desarrollo adolescente, el ambiente ha perdido algunas de sus funciones esenciales. Cada vez que "algo está podrido en el estado de Dinamarca", la juventud ha sido siempre el más sensible indicador. Con su conducta inadaptada el adolescente nos está manifestando el caprichoso desorden de las funciones societales al que se suele llamar "anomia". El adolescente expresa este estado de cosas, aunque es incapaz de dar expresión a la verdadera naturaleza de su causa o a las medidas necesarias para la regeneración de la sociedad. Empero, para el joven deben existir causas básicas y remedios definitivos; así pues, los infiere de la realidad y de la ficción, con el urgente propósito de armonizar su self con el entorno. De este proceso surge una amalgama de innovaciones constructivas, que a menudo alternan con coléricos desplantes de iconoclastas. Una de estas tendencias, o ambas, urge a la acción o bien hace su obra en silencio sin exteriorizaciones tumultuosas visibles. También en este caso, la diferencia depende del medio social y del estilo predominante de crianza de los niños. En los últim9s tiempos se ha vuelto evidente que las manifestaciones por la paz o contra el servicio militar obligatorio, así como las revueltas universitarias, no son sino los signos declarados de una revolución social moldeada por el hecho trágico de que sólo la violencia, la destrucción y el terror parecen traer a la conciencia actitudes, condiciones y costumbres sociales que ya no resultan tolerables. El fenómeno social de la violencia juvenil (en especial la de los negros) no pertenece en forma exclusiva a la órbita de nuestra especialidad profesional; las urnas y los tribunales de justicia ejercerán sobre él el efecto más constructivo y duradero. Estos comentarios quieren trasmitir mi convicción de que la turbulencia y la violencia adolescentes tienen vastas implicaciones sociales, con respecto a las cuales el aporte directo del psicoanálisis es limitado. En lo que sigue, restringiré mis especulaciones a aquellos aspectos de la agre: sión adolescente que pueden ser iluminados mediante la observación y la intelección psicoanalíticas. Con el fin de exponer mi tesis, debo volver al problema del dpsarrollo adolescente. Un principio aceptado de la teoría psi(•oanalítica de la adolescencia ha sido que el avance hacia la genitalidad saca a la luz los antecedentes pulsionales de la niñez y ~us relaciones objetales predominantes. Entre las relaciones objPlalcs infantiles reactivadas por la maduración sexual, duran-
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te mucho tiempo cumplió un papel cardinal el vínculo edípico positiYO; sólo más tarde y en forma gradual, hallaron un l~gar de singular importancia en la teoría de. la adol.escencia el, complejo de Edipo negativo y las relaciOnes ob]etales preedípicas. Hemos llegado a admitir que el desarrollo adolescente progresiYo procede siempre por vías regresivas; en otras palabras, que la genitalidad sólo se alcanza por el ro~eo de ~n nexo de inYestiduras con posturas pulsionales pregemtales, mclu,·endo, desde luego, sus respectivas relaciones de objeto p~eedí picas v edípicas. En esta regresión forzosa, sin la cual es !~po sible álcanzar la madurez emocional, radica el más ommoso peligro a la integridad de la organización psíquica. Se ded';lce esta importante consecuencia: la intensificación de la puls1ón sexual (pregenital y genital) en la pubertad n~ re?resenta P?r si misma· la fuente exclusiva de los peligros ps1qmcos conocidos como angustia edípica y culpa sexual. La singularidad del desarrollo adolescente se destaca plenamente cuando tenemos en ~uenta que. a diferencia de todos los otros períodos anteriores a la pubertad. ese desarrollo progresivo depende de -y ~n verdad está determinado por- la regresión, su tolerancia y su empleo en pro de la reestructuración psíquic~. . Las ,·astas consecuencias de esta formulación necesitan ser elaboradas. Comenzaré, tras algunas vacilaciones, con un enunciado rotundo, porque él nos llevará sin demora in medias res. Normalmente, el avance hacia la genitalidad es acor.de con el vo y cuenta con el apoyo social de los pares y la sanciÓn del m~d~l~ parental respecto de la unión sexual y la paternidad o maternidad. En ese camino, los obstáculos están dados por las fijaciones pulsionales y la angustia superyoica. Estos impedimentos que se yerguen en el sendero de desarrollo son aspectos universales de la condición humana; tanto la enfermedad como la salud proceden de ellos. Del éxito que tenga la regresión adolescente -a la que Anna Freud (1958) llamó "la segunda posibilidad"- como reparación y restauración ?epende, en última instancia, que una u otra de estas alternativas sea el legado de la adolescencia. La regresión, en cuanto componente forzoso del proc~so adolescente, constituye inevitablemente una fuente de conflicto, angustia y culpa. Como en cua~quier otro .esta~~ de emergencia psíquica (o sea, cualquier mterferenc1a cnbca. con la homeostasis psíquica), también aquí se recurre a med1~as de defensa. Estos acomodamientos autoplásticos y alopláshc9s a un estado de emergencia suelen presentarse en una mezcla de diversas combinaciones. Dicho de otro·modo, pueden darse como cambio interno y como acting out. En términos generales, cabe sostener que la regresión a la pregenitalidad Y a sus res-
pectivas relaciones de objeto siempre posee un carácter desacorde con el yo; tiende a disminuir la autoestima, a no ser que alcance el estado de la megalomanía infantil. Tenemos amplia evidencia clínica del movimiento regresivo en la intensificación del narcisismo de la adolescencia, el cual provee un asilo y refugio cada vez que el proceso adolescente fracasa estrepitosamente, o bien es visitado como efímero lugar de descanso. En uno y otro caso, la regresión adolescente representa un peligro, que adquiere dimensiones catastróficas cuando el impulso regresivo a la fusión con el objeto se vuelve demasiado fuerte y el yo-realidad no puede contrarrestarlo. En tal situación la aniquilación de la individualidad llega a su punto culminante y se torna inminente la disolución de la estructura psíquica; el colapso del examen de realidad es siempre una elocuente advertencia. Por su propia índole, la regresión es ilimitada e interminable, en tanto que el progreso sólo es asegurado por la creciente delimitación del self. En su derrotero final, la regresión da paso a la megalomanía y al narcisismo primario, mientras que el progreso desemboca en una afirmación del principio de realidad y en la aceptación de la muerte. No hay que asombrarse de que los adolescentes cavilen en torno de la muerte más que las personas de mayor o de menor edad. Cuando postulé que la regresión es un aspecto forzoso del desarrollo adolescente, tenía presente una función dinámica específica que es inherente a dicha regresión. La mejor forma de describirla es esta: la regresión hace operar al yo evolucionado, dotado de las capacidades propias del período posterior a la latencia, sobre los conflictos, la angustia y la culpa infantiles que el débil y limitado yo de años anteriores era incapaz de resolver, neutralizar o despojar de su carácter nocivo. Esas tareas han pasado a ser el mandato del yo adolescente. A la inversa, puede afirmarse que sólo un yo capaz de hacer frente a esas tareas tiene las propiedades de lo que cabe denominar "yo adolescente". Apenas he insinuado aún las vicisitudes de la agresión en la regresión adolescente. En términos teleológicos, la regresión adolescente apunta a resolver las dependencias infantiles .porque estas son inconciliables con las relaciones objetales adultas v la autonomía del yo. Sumamente característico de las reladones objetales infantiles es su ambivalencia, o sea, su naturalt•za afectiva intrínsecamente antitética, que afirma la depen' lt ·ncia del objeto tanto en términos de agresión como de libido. El temor a la pérdida del amor y la angustia de castración provocan una tenue mezcla de ambas. Bajo la influencia de la re •).!;n•sión adolescente, esta fusión se anula parcialmente, y la arrrbivalencia primaria -que incluye el amor incondicional (po)>csividad total) y el odio irreconciliable (destructividad to-
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tal)- invade las relaciones del a~olescent~. con los obje~os, los símbolos, las representaciones y el self. El adolesce~lte mtra~ sigente" de Anna Freud (1958) utiliza una defensa bier: conocida, que puede empero ser considerada como un ?envado de una lucha de ambivalencia que enraíza en las pnmeras relaciones objetales y en el anhelo de domini? total; los polos opuestos de esta ambivalencia pueden asumu duran~e la adolescencia proporciones delirantes sin que ello constituya una indicación de psicosis. . . . Los estudios sobre la niñez nos han permitido avenguar que la mezcla de pulsiones en relación con un mismo obje~o puede ser eludida dividiendo al objeto, o simplemente escogiendo un objeto parcial para amar y otro para od~ar, uno par~ poseerlo Y , otro para destruirlo. Esta solución arcaica del confhcto de ambivalencia durante la adolescencia tiene el efecto (a menos que sea transitorio) de primitivizar en forma permanente las .relaciones objetales. Como siempre, el nivel de desarrollo pul~wnal es desviado hacia el yo en términos de los intereses y actitudes de este; aparece en este caso en la necesidad de o~jetos de amor y odio en el mundo exterior. Si la desmezcla pulswnal y la. ambivalencia primaria son duraderas, esta pos~u~a en ~aten.a de conducta, de ideas y de moral se torna ngida e mflexible. Habrá de ser descartado todo aquel que no se adecue a este modelo, porque no puede tol~ra~s~ nin?una ne?.esidad ,personal del objeto, o sea, ninguna mdividuahdad en el otro . Es posible comprobar que la fácil exteriori~a~ión del bebé pecho y del que da los primeros pasos se co~tmua en la convicción que tiene el niño acerca de que la agresión de sus padres es igual a la suya, vale decir, ilimit~da. El niñ~ control~ su t~mor del progenitor persecutorio mediante represión, sublimaciÓn~ mezcla de las pulsiones. Análogamente, el adolesce~te esperara tal vez una represalia persecutoria del mund~ extenor, y lu.cha para librarse de ella con un sentido ?~ reahdad extraordmariamente menoscabado. Un cuadro chmco como este prueba, a mi entender, que el yo adolescente no estaba en ?ondi~io.nes de hacer frente a la regresión. En tales circunstancias, asistimos a una adolescencia incompleta, o, lo que es peor, abortada. A esta altura ya debe resultar claro qu~ la regresión: tal ~o mo la concibo en este contexto, no es de mdole defensiva smo que cumple una función adaptativa. Un yo adolescente se~á capaz de cumplir la tarea regresiva si puede tolerar la angustia resultante de la regresión pulsional y del yo. Y esto sólo es posible si permanece lo suficientemente ligado a la reali?a~ como para impedir que la regresión alcance la etapa de mdifere~ ciación. Si no está preparado para dicha tarea, por fuerza evitará la resolución regresiva de los conflictos infantiles y, concomitantemente, n<;> podrá consumar el desapego emocional de
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los lazos familiares y de las fantasías y simbolismos infantiles, que sobrevivirán entonces como enclaves dentro del concepto de realidad. Estas batallas por desasirse de los primeros lazos objetales se libran normalmente en la escena psíquica entre las representaciones del self y del objeto. Por supuesto, tal escenificación únicamente es posible merced al uso de la regresión como mediadora. Cuando la regresión tiene que evitarse, el proceso interno se juega sobre el tablado de las realidades efectivas actuales, y en ese caso el adolescente exterioriza y concreta lo que es incapaz de vivenciar y tolerar interiormente como conflicto, angustia, culpa y depresión. . Si al adolescente le es imposible conciliar e integrar, merced a la resolución del conflicto -o simplemente "soltándose"-, las necesidades y deseos anacrónicos del período infantil, tenderá a reafirmar su libertad de las dependencias de la niñez por medio de la acción y la imitación. Ya que no puede entablar contacto, regresivamente, con su mundo infantil, desplaza el drama interior al tablado público. La consecuente desmezcla de las pulsiones aumenta la intensidad de la acción v de la emoción; la resolución del conflicto queda como tarea ~xterna, sólo consumable mediante cambios exteriores logrados por medio de un obrar enérgico o bien voluntariamente ofrecidos. Esta lucha con el ambiente demora o impide la restauración de la mezcla de pulsiones, y lo que es más importante, perjudica la concertación de una alianza entre las pulsiones libidinales y agresivas -condición previa para el logro de la genitalidad-. En el plano moral o superyoico, las posturas pulsionales irresueltas e inconciliables -infantiles y puberales, dependientes y autónomas- se presentan bajo la apariencia de elementos absolutos y opuestos: el bien contra el mal, lo nuevo contra lo viejo, lo hermoso contra lo feo, el compromiso contra la transigencia, la libertad contra la tiranía. Se ha vuelto una observación corriente que el adolescente mayor de clase media, al toparse con los angustiantes y depresivos estados de ánimo de la adolescencia normal, descubre en los menesterosos y desposeídos un reflejo de la desilusión que él mismo experimenta con respecto a su propia vida, y, en particular, a las idealizaciones de sus años precedentes. La adolescencia ha sido siempre un estado de expatriación y de alienación. En busca de una nueva matriz social de la que puedan lle~ar a ser parte integrante, muchos adolescentes se vuelven hada grupos combativos foráneos, sin advertir que sus a menudo lt·~ítimos reclamos y provocaciones realistas no son en su caso sino una pantalla para mantener fuera de la visión y el contacto a sus conflictos interiores. Es, desde luego, la función social de la adolescencia abrazar 1111u ideología, impregnarla de la singularidad de una vida in-
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divi dual particular, y trasformarla en las mani~estaciones sociales y caracterológicas del hombre moral. Aqm, empero, me estoy refiriendo a los atajos que toma el adolesc~~te cuando trata de eludir la regresión; lo seducen entonces facilmente las causas o grupos sociales que definen para él lo bueno y 1? malo, y él hace suyos los agravios sufridos por esta gente. Precisame~ te esta tendencia de identificación defensiva es lo que ha movido al militante negro a excluir, como compañero en esta lucha, al joven blanco de clase media: . . . Si uno comete actos de agresión y vwlenc1a pero es miembro de un grupo que aprueba la acción, ello tiende a_neu~~alizar su culpa individual: la vindicación grupal supera sm dificultades los dictados del superyó. Sé de muchos adolescentes ~u~ usan al grupo como mampara protectora contra los senhmwn.tos de culpa, santificando así la agresión en nombre de un bie? supremo. Digamos, entre paréntesis, que esta defensa es. u mversal; opera tanto en el orden establecido como entre ~u~en~s están contra él. En verdad, ninguna sociedad puede existir ~m aquella. Podemos describirla como el aprovechan.liento social de la agresión por prescripción y ritualización de ciertas mo~a lidades definidas y aprobadas de esta, con lo cual se neutraliza la culpa individual. . Para redondear mi tesis debo pasar ahora a la conceptualización que hace el adolescente de su ambiente: Este se destaca, en agudo relieve, como el blanco de su agresión. No obstan:e, distintos adolescentes lo definen de diferente manera Ycon ter· minos muy característicos. Hay que establecer como fundamen~al ~ste ?echo on~ogené tico sobre el ambiente: la estructura psiqmca tiene su ongen en la interacción incesante entre el individuo y su entorno humano y no humano, y necesita ser apuntalada por ella. Dicho de otro modo es el reflejo de las influencias ambientales, luego de que estas han sido selectivamente interiorizadas, i~tegradas Y organizadas en un patrón duradero que se suele designa~ con el nombre de "personalidad". Como un proceso metabólico que sostiene y extiende la vida, esa interacción depende de ~a reciprocidad de la función: opera como un sistema de realimentación. En esta definición damos por sentado que el entorno proporciona aquellos ingredientes o nutrientes indisp~ns~bles para que el organismo psíquico ~uman? tenga u_n crecimiento y desarrollo sólidos. Entre estos mgred1en~es ~e mcluy~n t~m bién la plétora de estímulos externos cuantitativa y cualitativamente suministrados por el medio cultural según el sexo, la edad, el lugar y la época. Estos estímu~os com~lementan las predisposiciones madurativas y las cana_hzan h_acia una es~ruc ttira y contenido apropiados, vale decu, hacia sus funcwn~s personales y sociales. Toda vez que el entorno cae por debaJO
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de cierto nivel de complementariedad, adquiere un carácter nocivo y el organismo psíquico que él envuelve sufre un daño. Winnicott (1965) ha introducido el feliz concepto de "ambiente facilitador" para designar el hecho de que el desarrollo humano sólo puede producirse si el organismo cuenta con fuentes externas de experiencias específicas de cada fase. Este hecho es obvio en el caso de la niñez, pero con relación a la juventud, ni los psicoanalistas, ni los educadores, ni los hombres de Estado le han prestado seria consideración. Y esta negligencia ha preservado como estructuras carentes de vida muchas instituciones sociales perimidas o ineficaces. Es de todos conocido que durante la niñez adquiere singular importancia la particular naturaleza del entorno -especialmente en lo que hace a las relaciones objetales y al sentido de seguridad física-. Mi propósito es ampliar aquí este concepto hasta abarcar el período adolescente, en el cual la envoltura de la familia y el vecindario se despliegan y penetran en el ámbito más amplio de la sociedad, sus instituciones e historia, su pasado, presente y futuro. Si el entorno carece de las condiciones esenciales que permiten la articulación de las potencialidades y aspiraciones de los jóvenes con respecto a algo que realmente importa -y que importa en una escala mayor que la de cualquier preocupación individual-, se verán críticamente perjudicadas las interacciones mutuamente beneficiosas enti"e el adolescente y su ambiente. La apatía y el caos, la rebelión y la violencia, la alienación y la hostilidad, son las consecuencias sintomáticas de un mal funcionamiento del proceso social metabólico, cuya sana actividad es esencial para mantener concertados de manera productiva al organismo que crece y su entorno. El empeño del adolescente por cambiar su ambiente es un afán de establecer armonía y congruencia entre las estructuras psíquicas y ambientales, para que se soporten una a la otra. Tengo la impresión de que la actual desorganización de las Pstructuras sociales y la cínica corrupción de los ideales profesados por la comunidad en el caso de ciertas figuras públicas actúan como agentes psicológicos nocivos para la consolidación de la adolescencia tardía. A la inversa, todo lo defectuoso u obsoleto que presentan las estructuras de las instituciones sociales aparece expuesto en la conducta de muchos adolescentes. Una dt'sviación o inmadurez yoica que dentro de la estructura familiar permanecía oculta e inadvertida se verá en la adolescencia fácilmente influida o arrebatada por tendencias y oportunidadt•s que ofrece el ambiente, buenas o malas, productivas o inút ill's. Todo niño adolescente espera expectante, por así decirlo, hat't'r las paces con los asuntos inconclusos de su niñez cuando iu~resa en el tablado social más amplio. Sostengo que la regre-
-sión adolescente específica de la fase, en caso de no encontrar un adecuado apoyo social o una oportunidad razonable para un progreso evolutivo sostenido, llevará al adolescente a adoptar una raison d'étre por vía de la polarización respecto del mundo que antecedió a su propia individualidad floreciente. Para quienes arriban a esta etapa con capitales insuficiencias yoicas, el grupo de pares se convierte en heredero directo de la descartada envoltura familiar, sin cumplir, empero, esa función positiva para el desarrollo que han mantenido en gran medida y por doquier las formaciones grupales juveniles. Una última reflexión sobre este tema: el efecto positivo del "ambiente facilitador", que depende de los requisitos normativos del desarrollo adolescente, presupone que el niño ya ha interiorizado, antes de llegar a la adolescencia, aquellos aspectos del ambiente que durante este último período jamás podrán pasar a formar parte de aquel. En otras palabras, si el adolescente tiene expectativas o demandas inadecuadas para su edad, nuevamente se producirá una disrupción entre el organismo y el ambiente. Se llegará a este callejón sin salida cuando los logros esenciales del proceso de individuación queden deplorablemente incompletos (véase el capítulo 8). Se supone que toda suerte de expectativas infantiles han de cumplirse en el entorno de manera constante y atemporal si son activadas por el estado de necesidad y de deseo del niño. La sociedad -o su institución representativa- se trasforma en el progenitor idealizado, y torna emocionalmente perimido y vano al progenitor real. En casos de esta índole solemos observar que el confHcto edípico ha sido débil y su resolución incompleta. El progenitor fomenta este resultado cuando trata de ahorrarle al niño la angustia conflictiva de la fase edípica y calma la desilusión que este siente por su insuficiencia y pequeñez con profusas afirmaciones acerca de su perfección y promesas de su grandeza futura (véase el capítulo 14). Tales gratificaciones narcisistas suelen demorar el ingreso en el período de latencia, o lo tornan imitativo v deficiente. En el caso del varón, por ejemplo, observamos en forma retrospectiva que ha contado con un monto insuficiente de agresión en relación con el padre edípico. En consecuencia, la resolución del conflicto edípico por medio de la identificación careció de vigor e independencia. Dicho de otro modo, el complejo de Edipo negativo siguió siendo el conflicto central de su dependencia objetal hasta la adolescencia tardía. Esta excesiva e inmitigada conducta agresiva hasta la adolescencia tardía es, en muchos casos, una defensa contra deseos pasivos o contra la homosexualidad. Esta situación no excluye la posibilidad de que una demorada erupción <;!el conflicto de ambivalencia respecto
del pa~~e edípico libere al niño, al menos parcialmente, de la detencwn ~e su des.arrollo psicosexual. En suma, si hay una cuot~ excesiva de cmdados y dependencias nutrientes preedípic?s vmculados al padre .e,dípico, el self no consigue afirmarse y tiene l,ugar una regreswn a la constelación edípica pasiva. !endra que lanzarse una embestida contra alguna autoridad mterna o externa a fin de afianzarse mejor, tardíamente en el plan? edí~ico positivo y, en forma concomitante, cons~lidar una Identidad masculina, por poco firme que esta sea. Los adolescentes que ~e ven trabados en este impase siguen, por lo general, dos cammos alternativos: uno lleva a retraerse e.n un "exilio" de co~te personal, dentro de una regresión narcis~~ta, a me~udo au~Ista; el otro reafirma la necesidad de poseswn del obJeto mediante la conquista violenta resistiéndose de ese modo a la fusión regresiva. El comport~miento agresivo ~roteg~ a este tipo d~ a?ole~centes. de recaer en las dependencias mf~nhles; sus extenonzacwnes henden una cuerda salvadora haci~ el mu~do de objetos que está a su alcance. De estos dos cammos, Y siempre y cuando existan las condiciones previas y e~~mentos .antecedentes que hemos analizado, el de la interacCI~n agresiva con el ambiente augura una solución adaptativa mas favorable ... una vez pasada la tormenta. Sin embargo si se da fre~te a esta cuestión una respuesta demasiado apresu~a da, pod~Ia soslayarse el núcleo del problema, que no radica ni en la psiCología del individuo ni en los malestares sociales de nuestra época, sino en sus interacciones y expectativas mutu~mente anacrónicas. Un enfoque verdaderamente organísmico del comportamiento humano debe considerar a individuo Y entorno como sistema unitario. No hay etapa de la vida humana en ~ue esto se exprese más dramáticamente que en la adolescencia, con su turbulencia agresiva.
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3. Prolongación de la adolescencia en el varón* Formulación de un síndrome y sus consecuencias terapéuticas Al analizar la adolescencia surge una tentación difícil de resistir: la de centrarse en los aspectos de la formación de la personalidad significativos para la crisis de desarrollo ert su totalidad y típicos de los adolescentes en general, varones y mujeres. El deseo de conferir unidad y orden a esta fase madurativa, que tan tormentosamente pone punto final a la niñez, llevó a soslayar las diferencias sustantivas entre las diversas modalidades de adaptación que los adolescentes manifiestan durante este período, así como las diferencias que separan a los adolescentes masculinos de los femeninos. Este comentario parece particularmente pertinente en la etapa actual de investigaciones sobre la adolescencia, cuando ya han sido bastante bien comprendidos los cambios dinámicos y estructurales del proce-. so adolescente típico. Parece ser que el cuadro clínico de la adolescencia es mucho más rico de lo que nos hicieron presumir nuestras formulaciones teóricas. Nuestras diversas tentativas' de clasificación del ajuste adolescente (normal y anormal) han sido hasta ahora notablemente infructuosas; pienso que este· decepcionante resultado obedece a la escasez de estudios clínicos que deliberadamente se limiten a elucidar un fragmento específico del proceso adolescente total. Esas tentativas de clasificación se tornan más inútiles cuanto más se concentran en las diferencias sustanciales que la observación clínica del proceso adolescente nos permite aislar. Uno de los enfoques podría apuntar a las diferencias entre los sexos, ya que de las similitudes se ha tratado in extenso. Con esta idea en mente, me he limitado, en esta exposición, al problema de la adolescencia prolongada en el varón. La expresión "adolescep.cia prolongada" fue acuñada por Siegfried Bernfeld en 1923. En esa época, el objeto de su indagación era la prolongación de la adolescencia en el varón como fenómeno social observado en los movimientos juveniles europeos después de la Primera Guerra Mundial. Los integrantes de estos grupos manifestaban una intensa predilección por la intelectualización y la represión sexual, demorando así la resolución del conflicto adolescente y, por ende, la consolidación de • Publicado originalmente en American ]ournal of Orthopsychiatry, vol. 24, págs. 733-42, 1954.
l~ personalidad.~·n la adolescencia tardía. La frase "adolescencia prolongada ha adquirido con los años una connotación más va~ta, ,c~n el.~csultado d: que se ha perdido su especificidad I?si~ologiCa .. Adolescencia prolon~ada" es una expresión descnptiva eokctn·a, que abarca constelaciones dinámicas heterogeneas, entre _las cuales ~e escogido una para su estudio más detallado .. Mis observaciOnes fueron realizadas en jóven~s _norteamer~ca?os de clase media, de aproximadamente diecwcho a. vem_tid~s años de edad, que por lo común eran a!umnos um~ersitanos o tenían, en todo caso, ciertas aspiraciOnes profe~wnales; con frecuencia este hecho los hace depender económiCamente de sus familias en los comienzos de su edad adulta. El cuadro clínico que bosquejaré a continuación ha sido observad? con asiduidad suficiente como para justificar la presentación de un resumen sinóptico.l Aquí e~plearemos la expresión "adolescencia prolongada" para refenrnos a una perseveración estática en la posición adolescente, que en circunstancias normales dura un lapso limitad? Y es de naturaleza transitoria. Se ha convertido en modo de vida una fase del desarrollo destinada a ser dejada atrás luego de haber cumplido su tarea. En lugar del ímpetu progresivo que no~malmente lleva al adolescente hacia la adultez, la adolescencia prolongada detiene este movimiento, con el resultado de _que el proc.eso adol~sc:n~e no es abandonado sino que queda abierto. De_hech~, elmdividuo se adhiere a la crisis adolescente con persistencia, desesperación y ansiedad. En este estado tumultuoso nunca falta un componente de satisfacción. El observ_ador percibe ens~g~ida el confortamiento superficial pro?ucido por una condición que ~~ntiene inconcluso el proceso adolesce~te. La ferv~rosa adheswn a la inconstancia de todas las cuesti?n:-s de la vida convierte al progreso hacia la adultez en un ?bJehvo <_IUe casi no merece la pena. Este dilema hace ~ue se_mventen mgeniosas combinaciones de las gratificaciones mfantiles con las prerrogativas adultas. El adolescente se afana
d ~ Aldpregarar este artículo para su inclusión en el presente volumen no pude e¡ar e o. servar de qué manera radical ha cambiado la fenomenología de la adolescencia prolongada en los años que van de 1954 a 1977. · 1 afirmacI·ón del "desertor" umversltano · . . o a la elección de "otro ' peroestilo pese a a autode vida" ~·r part~j.~l(~d~nte mayor, y pese a la aceptación general de la "moratoria IC~soci n n, 1956) en sus diversas manifestaciones oonductales ueda en pie ~1 ~ec~o ~e que para un gran número de gente joven las motivacio~es si~en sien o siiDilares a las ~ue se describen en este trabajo -en verdad, son las nus~~-· Llamo la atención del lector sobre el "Posfacio" que escribí 1976 para ll) Lossal factores · en 1a et10 · 1ogía de la delincuencia femenina" en(capíd preedípicos tul ~ ' . van ~ esa _brecha de veinte años mediante la comparación de las 1 ~~ la ef:~~:=~~~:~o~ófec ~ ::d~~:.ascendentales cambios que tuvieron lugar
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por sortear las opciones terminantes que el final de la adolescencia le impone. En la luz crepuscular de esta transición detenida en la que ,.¡,·e. el adolescente actúa con embarazo y Yergüenza. Gran parte de su conducta y de su Yida mental tiende a eliminar estos talantes disfóricos. Cuando procura estar solo, se pone inquieto y confuso: su incapacidad para la soledad lo obliga a sumarse a grupos. La compañía lo sah·a de sus ensoñaciones y de sus preocupaciones autoeróticas. Su amistad con varones es transitoria e inestable: siempre existe la amenaza de una relación homosexual. Si se dncula a una muchacha, se aferra a ella con de,·oción y con indigente dependencia. Parece capaz de entablar una relación íntima y encuentra satisfacción en lo sexual: sin embargo. un examen más atento muestra que estas se· dicentes .. relaciones sexuales .. son del tipo de placer previo. Vale decir. las zonas erógenas pregeni tales cumplen el principal papel en la organización de la pulsión sexual, que, debido a la maduración puberal. toma como modo de expresión lo genital. Esta temprana etapa de desarrollo psicose~ual no siempre se manifiesta en la conducta, pero es discernible en las fantasías, sueños e inquietudes de índole compulsiva. En la conducta heterosexual. la pregenitalidad abarca desde el mero placer en estar desnudos juntos hasta la masturbación mutua, y las prácticas yoyeurísticas ,. exhibicionistas típicas del "mundo del cuarto de baño··: sien~pre. empero, encuentran a la postre manifestación genital. Todo esto es normal en las primeras etapas de la adolescencia. como también lo es que la pregenitalidad alcance un carácter personal idiosincrásico dentro de los juegos sexuales preYios en las relaciones adultas. Sólo adquiere carácter patognomónico si la detención en la posición pulsional preadolescente se yueh·e permanente y acorde con el yo en la adolescencia tardía.2 Desde luego, el tipo de relación amorosa que aquí estamos examinando no tiene en absoluto mero carácter sexual; el compartir intereses, ideas e ideales desempeña un importante papel. No obstante, en la intensa necesidad de compartir, que casi semeja una adicción, discernimos una cualidad de extremo egocentrismo y exigencia que revela el componente infantil de la relación. La muchacha elegida es a .menudo un apropiado reto para el vínculo incestuoso del varón; ella presenta rasgos de notables diferencias o similitudes con miembros significativos de la familia, ya se trate de la madre, el padre, la hermana o el hermano. Habitualmente, la familia del muchacho la re2 Para una exposición detallada del desarrollo yoico y psicosexual pread~les cente, y su importancia respecto del concepto de fijación en la preadolescencia, véase Blos (1962, págs. 57-71).
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pudia. Parecería que, a través de la elección de su objeto amo~oso, el adolescente ~a .hecho un desesperado esfuerzo por arranc~rse de un medio mfantil que lo envolvía. Esta batalla emancipa~ora, en la que la novia es su camarada de armas suele con~muar durante mucho tiempo. He visto convertirs~ esa.s r:lacwnes .~n un conveniente matrimonio prematuro, con o sm mtervencw~ de una terapia en el impase de la lucha adolescente por desvmcularse de la familia. Las expecta~ivas exageradas respecto d~ sí mismos ocupan un lugar prommente en la vida de estos jóvenes. Cuando niños de ~n modo u otro mostraron algún talento promisorio; la ma~ ~ona d~ ellos son bastante dotados e inteligentes. Bajo la I~f~uencia de !~_ambición parental y de la sobrevaloración narciSI.sta, estos mnos llegaron a confiar en que sus realizaciones senan (véase el capítulo 14) · La fama Y 1a gran d eza 1 · fabulosas • a paswn Y la fortuna, la aventura y el frenesí aparecen vívida~ mente en sus fantasías. Los primeros fracasos en una carrera ~ue supuestamente se tendía ante ellos en forma infalible constituy.en golpes demoledores, por lo general en el período que va ~~ fmal de ~a e~cuela secundaria a los primeros años de univers~ ad. En mng.un momento deja el joven de percatarse de que he~e ~rente a SI el fracaso y el posible desastre. Se siente molesto, ~rr~tado Y ~nsioso, pero no procura mantener una fantasmag?na Irreal n~ de regresar a posiciones infantiles. No busca aliVIO en u_n actmg out. asocial o en una pasividad vengativa. No ha perdi~o la capacidad de iniciar una acción por propia voluntad; de hech~, el peligro inminente de derrota moviliza todos sus recursos mte~nos para postergar la étapa final y decisivadde la l.ucha. La vida de estos adolescentes jamás aparece del to o v~cia Y caduca; es preciso examinarla más de cerca para ~dverhr cuán perdidos se encuentran en un vacío de incertiumbre Y.d~ dudas acerca de sí mismos. A fin de escapar dei ~mpobrecimiento .narcisista, recobran desesperadamente las uerz~~ para contmuar con sus intentos de "compensación"· tambi~n estos se pr~sentan, ante una mirada más atenta, com~ expedi~ntes desmanados y espurios. En medio de toda esta turbulencia nun~a se pierde por completo la facultad crítica de autoobserva~Ión, y es fácil provocarla en la terapia con el indi~ador apr~piado. El conocido estado esquizofrenoide de la adolescencia no forma parte de este cuadro clínico Si dejamos de lado por el momento las numerosas ~imilitudes que ~1 bosquejo anterior presenta con el cuadro de la adolescenci~ en general, veremos con mayor claridad la diferencia esencial que distingue a los casos que estamos considerando de ".tr~s formas de turbulenci~ ~d?lescente. Esa diferencia parece ~adiCar en .una nota?le ~esishvidad al impulso regresivo, junto con la persistente evitación de cualquier consolidación del pro-
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ceso adolescente. 3 Estos son los rasgos predominantes de la condición específica denominada "adolescencia. prolongada". Podríamos decir, a la inversa, que esta es expresión de la necesidad interior de mantener inconclusa la crisis adolescente. En este punto, la sinopsis clínica debe ser complementada con consideraciones dinámicas. A partir de los Tres ensayos de teoría sexual de Freud (1905b) sabemos que con el advenimiento de la madurez sexual en la pubertad se inicia una nueva distribución de énfa§iS en la experiencia sexual, que permite diferenciar entre el placer previo y el placer final y en consecuencia produce un reordenamiento de las met~s pulsionales. Las innovaciones biológicas de la pubertad exigen un reordenamiento jerárquico de las numerosas p~s,iciones in~antiles (_modalidades de gratificación y de resolucwn de tenswnes, asi como identificaciones) que, por diversos motivos, eran indispensables para el funcionamiento de l.a perso?alidad Y. demandaban expresión continuada. Es un liecho bien conocido que las pulsiones pregenitales vuelven a. manifestarse tan pronto c~mo aparece la pubertad. La urgencia de ~ontar con u~a orgamz~ ción jerárquica definitiva de las pulswnes cobra Importan.cia con el avance de la adolescencia y suministra un incesante Im. . . pulso hacia el progreso de la ~ad~rac~ón; Esta necesidad de una orgamzación 1erarqmca no se restrmge, empero, a las pulsiones sexuales sino que se ~plica también a las funciones yoicas. 4 Puede ilustrárselo mediante una función voica arcaica como el pensamiento mágico. Si este cobra. prim~cía en la adolescencia, quiebra la unidad ~el yo y por ~n de estorba su capacidad para el examen de reahdad; pero si el la f~~tasía pensamiento mágico queda subordinado al re~no y halla salida en el trabajo creado~ o en ~lgun hpo de pasatiempo", el yo puede retener su un~dad. En t~l caso, podemos decir que la ideación orientada hacia la fantasia se separa de la dirigida por la realidad y se torna incompatible con ella. ~ste proceso de diferenciación amplía dentro del yo la esfera hbre de conflicto. Puede estimarse que el proceso adolescente ha llegado a su término cuando se ha alcanzado una organización jerárquica relativamente inflexible de las pulsiones genitales y pregenitales, y cuando las funciones yoicas han adquirido una resistivi-
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3 El superyó del adolescente se construye, en gran medi?a, sobre la base de la identificación con el progenitor idealizador (no el 1deahzado); es~o sustenta hasta tal punto la autoidealización del adolescente que la evaluac1ó_n q':e él hace de sí mismo resulta desacorde, hasta un grado crítico, con sus reahzac10nes efectivas. 4 En otro lugar (Blos, 1962, págs. 174-77) he descrito co.n m~yor detenimiento la formación del placer previo durante la pubertad y su InflUJO en la reestruc-
dad significativa a la regresión. Hartmann (1950) ha denominado a esta característica del yo, sea cual fuere la etapa de desarrollo en que se produce, la "autonomía secundaria del yo". Como es o'~vio, la sublimación y las defensas desempeñan su pap~l en dicho proce~o. La adolescencia prolongada, si se la considera una pausa mdefinida en la vía hacia la adultez da por resultado (al igual que cualquier otra perseveración ex~esi va en un estadio de maduración) la deformación de los atribut~s de la. pe:sonal!dad. ~n agudo contraste con los procesos de diferenciación ymca típicos de la síntesis de carácter adolescente, la adolescencia prolongada refleja el fracaso en arribar a una or~anización jerárquica estable (inflexible, en verdad) de las pulswnes y de las funciones yoicas.5 Durant~ la adolescencia prolongada, las funciones yoicas -pensamiento, ~et;noria, juicio, concentración, percepción, e~c.- se ve~ perJudicadas desde dos fuentes: por una inundaCIÓn de pulswnes sexuales y agresivas pertenecientes a todas las f~es del ~esarrollo, y por el ascendiente que cobran las funciOnes ymcas arcaicas y las defensas primitivas. El adolescente recae en las antiguas modalidades de manejo de las tensiones, lo cual revela. que la latencia ha obrado un magro avance en el desarrollo ymco así como una renuncia insuficiente a las posic!ones. yoicas in~antiles. En tales casos no hablamos de regresión, smo más bien de una activación de etapas nunca abando~adas. del desarrol.lo yoico anterior. Permítaseme ilustrar esta situación con·un eJemplo típico. Si el estudio crea en el adolescente un~ tensión que sólo puede aliviar recurriendo a formas autoerótlcas -masturbación, el dormir y comer excesivos etc.-, o si aquel está habitualmente asociado a fantasías qu; desvían su atención, no podrá mantener la tensión indispensa~le para comprender y dominar un problema, y todo su emp~no por estudiar estará destinado al fracaso. En la ·adolescencia n~rmal estos madi operandi son pasajeros y a la postre se renun~Ia a ellos, pero en la adolescencia prolongada no sólo no se persigue esta renuncia, sino que se la evita y contrarresta. 6 Surge entonces esta pregunta: ¿Cuáles son los factores económicos que impiden al joven en la adolescencia prolongada buscar una solución cualquiera (aunque sea abortada) a la crisis adolescente? Al estudiar este grupo de adolescentes se hizo evidente que compa~tían una constelación infantil típica. Ambos progenitores, o bien más declaradamente la madre, consideraban que estaban destinados a hacer grandes cosas en la vida. Por razones 5 En el capítulo 9 se examinan ampliamente los problemas caracterológicos que entraña esta organización jerárquica. 6 En el capítulo 16 se presenta el caso de un adolescente mayor que ilustra con detalles analíticos, la constelación psíquica a la que aquí nos referimos.· '
turación yoica.
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vinculadas con la formación de su propia personalidad, tal~s madres son propensas a conferir a sus hijos varones la capacidad para realizaciones extraor~inarias: sin tener en ~~ent~ para nada el sexo y las reales aptitudes e mtereses del mno. Smtesis de esta situación es la historia de la muj~r emba~aza?.a que, al comentario de una amiga sobre su situación, rephca: Sí, llevo conmigo a mi hijo el doctor". Los niños que creen en las f~n tasías que sus padres urden acerca de ellos esperan que la ":1da se ha de desarrollar de acuerdo con las promesas y expectativas del padre 0 de la madre. Con la adolescencia prolon.g~da se elude una crisis: la que produce la anonadante adm1s~ón ~e que el mundo externo a la familia no reconoce el papelimag¡nario que el niño había representado durante casi dos décadas de su historia. Cuando las fuentes de la identidad son,. en grado abrumador, externas, el individuo perderá su sentido de la identidad si se lo separa de su ambiente. Encuéntrese donde se encuentre, sigue el esquema de la preservación infantil de !~ identidad, que reza: "Yo soy lo que los demás creen que soy . Cuando estos adolescentes tratan de romper c~n. sus dependencias infantiles, pronto advierten que es~e movimiento va acompañado de un empobrecimiento narcisista para. el, cual no está~ preparados y que les resulta intolerable. Contmuan, pues, VIviendo con la imagen de sí mismos que sus madres, padres, hermanas o hermanos crearon para ellos. De estos jóvenes podría decirse que, cuando alcanzan el umbral de su condición de hombres, su gran futuro q.ueda tras ellos· nada que la realidad les ofrezca pue~e competir c~n ese exaltado sentimiento de ser únicos que fácilmente e~penmen taban de niños cuando sus padres derramaban cop10sa~ente sobre ellos su admiración y su confianza. Ambos progemtores -cada cual por motivos propios- pasaron po: a~t~ ~n forma persistente los primeros fracasos del niño, sus mhibiCIOnes, su nerviosismo 0 las patéticas formas que adoptaba su autoengrandecimiento. La constante e ilusoria confia~~a de los padres anulaba la significación del fracaso, Y el mno p~só a sustituir el dominio de la realidad por fantasías narcisistas. La adolescencia revela finalmente fuera de toda duda,. que nunca se ha separado con claridad la fantasía del pensam~ento orientado hacia la realidad. El sentido del tiempo se ha distorsionado por la sustitución continua del futuro por el pasado, y, amén de ello, por la vaga creencia en que 1~ m~ra suerte. obraría con el correr del tiempo, lo que de ordmano en la v1da de un'hombre lleva años lograr.7 Si se indagan los comienzos de la vi~a de estos jóvenes, no sorprende encontrar llamativas desviaciOnes respecto del pro7 El capítulo 14 está dedicado a esta clase de patología en el caso de un varón en su adolescencia tardía. .
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ceso típico de identificación. De niños, carecieron siempre de afirmación de sí y de autocrítica; plácidamente aceptaron la enaltecida posición en que sus progenitores, sobre todo sus madres, los colocaron. En consecuencia, desarrollaron una sumisa dependencia de adultos aduladores y una autosuficiencia narcisista -rasgo que a menudo otorga al chico un encanto y atractivo particulares-. Ya de hombres, estos adolescentes se sienten cómodos en la compañía de mujeres, pero con frecuencia sienten temor, malestar e inhibiciones en su trato con los varones. Por identificación, han interiorizado a la madre idealizada y le han conferido permanencia estructural en el ideal del yo infantil, el self idealizado. Pronto han renunciado a competir con el padre o con el principio paterno, y así, siempre están a punto de irrumpir impulsos pasivos. En cuanto adolescentes, tienen una afectuosa admiración por sus padres o los tratan con desprecio y conmiseración, aunque lo más común es una ondulación ambivalente del afecto, tomada de la actitud de sus madres. No nos asombra que la revuelta del adolescente, cuando surge, se dirija casi con exclusividad hacia la madre. La identificación básica con la madre alcanza un momento de crisis para el muchacho que crece cuando la pubertad lo enfrenta con el problema de la identidad sexual. Este dilema fue muy bien expresado por un adolescente de más edad, quien dijo: "Hay una cosa que uno debe saber y sentirse seguro de eso, y es si uno es hombre o mujer". Cuando el conflicto normal de la adoléscencia en torno de la bísexualidad urge una solución definitiva, la adolescencia prolongada da un rodeo perseverando en la posición bisexual. De hecho, esta posición es investida con libido, y todo abandono de ella es resistido, en lugar de buscárselo. Las gratificaciones que así pueden obtenerse hacen el juego a la necesidad de que la vida les ofrezca posibilidades ilimitadas, y, simultáneamente, mitigan la angustia de castración perpetuando la ambigüedad de la identidad sexual. Esta ambigüedad se refleja en forma significativa en los tropiezos y vacilaciones del adolescente en materia profesional o educativa, su ineficacia y su eventual fracaso. El niño narcisista siempre tiene a mano una forma de escapar a la tensión conflictiva; en verdad, el niño no vivencia un conflicto interior sino más bien ira y furor debido a la disminución o privación de los suministros narcisistas. Elude el conflicto mediante la desmentida y/o el autoengrandecimiento. Cuando un niño que ha utilizado predominantemente defensas narcisistas se aproxima a la adolescencia, no es de sorprender que los conflictos típicos de esta edad permanezcan fuera de su experiencia conciente. Un adolescente de este tipo se torna temeroso cuando advierte que las exageradas expectativas que abrigaba sobre sí no se cumplen; ávidamente busca aliento en
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el entorno, y en este empeño suele tener éxito,. ya que. a esta altura se ha convertido, con su encantadora mocencia, en un maestro del juego que consiste en sa.c~r provech~ de los demás~ Ante un aflujo de suministros narcisistas, reaccw~a con e~t~ siasmo y con su acostumbrada evitación de la tensión confli~tl va. La adolescencia prolongada presenta el cuadro paradóp~ de que no hay ningún conflicto que abordar, porque no se Vivencia ninguno. A estos adolescentes hay que ayudarlos a alcanzar el conflicto adolescente propiamente dic~o antes de que puedan ingresar en la fase final de la adolescenqa, la de la con· · ft solidación. Para algunos de estos muchachos, la ado1escencia co~s I uye un nuevo período, lleno de esperanzas, y en el que se sienten subjetivamente mucho más competentes que antes. Anna Freud (.1936) ha destacado que la mad~ración sexual de la p~ bertad, como variable independiente, ma~gura el predomm10 de la masculinidad en el niño pasivo-fememno, hacwndo retroceder temporariamente a los impulsos pasivos; créas~ así una ·t ción más favorable para un desarrollo potencialmente ~r~:resivo. La inclinación a la desvinculación emocional de los opresivos lazos familiares cobra primacía por el momento, Yen la medida en que la crisis adolescente continú~ el much~c~10 se siente esperanzado. La incapacidad para resignar pos~c10nes infantiles, junto con el deseo conciente de independencia~ ~e una viril afirmación de si fuera de los confines de la famiha, son los dos factores que se combinan para hacer de la prolongación de la adolescencia la única solución a su alc~nce. Hemos llegado a entender que la necesidad de ma~tener mconclusa la crisis adolescente es una medida de protección contr~ dos fatales alternativas: la regresión y la ruptura ?on la realidad (solución psicótica) o la represión y la formación de síntoma (s~lu ción neurótica). Frente a este dilema, el yo ad~lescente prefiere evitar ambas opciones modificando su pr~pia natur~le~; s~ crea así a partir de una fase de la maduración, un estilo e v.Ida: " .. .'El yo tendrá la posibilidad de evit~r la ruptu:a ?acia cualquiera de los lados deformándose a sí mismo, consmhendo menoscabos a su unicidad y eventualmente segmentándose y partiéndose" (Freud, 1924, págs. 152-53) · Estas limitaciones y esta regresión del yo crea~ una desarn~o nía entre el adolescente y las demandas de la socwd~d, Y perJUdican las funciones ejecutivas del yo. Las frustrac~ones resu~ tantes son neutralizadas mediante sobreco~P_Cns~cwnes narcisistas como un exagerado optimismo y grat1hcac10nes fantaseadas ~ue tienen la índole de las ilusiones. u~ l?oderos? recurs~ para el mantenimiento del equilibrio narclSlsta reside en e pensamiento mágico al que no se ha renunciado y que nunca ha sido sólidamente ;elegado por el principio de realidad. Los
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propósitos y las capacidades potenciales pueden fácilmente ocupar el sitio de las realizaciones y el dominio real. Una permanente corriente subterránea de ansiedad sólo es endicada en parte por la interposición de medidas defensivas. El desborde sirve como estimulante para la intensificación de seudoacciones, que constituyen empeños abortados por trasponer las fantasías infantiles en actividades adultas. A título de ejemplo: Un estudiante universitario que debía preparar un examen de biología elemental se volcó apasionadamente al estudio de los artículos más eruditos en ese campo, dejando de lado en cambio su libro de texto y sus apuntes. Paradójicamente, fue aplazado en el examen porque, como él mismo explicó, "sabía demasiado". La angustia conflictiva, que durante la adolescencia normal activa la reorganización y represión de la libido, tiene ínfima fuerza motivadora en la adolescencia prolongada en términos de los procesos de síntesis. La crisis adolescente permanece abierta merced a los acomodamientos yoicos descritos. Podemos decir que la estructura de la adolescencia prolongada es semejante a la de un trastorno del carácter: en ambos casos, las actitudes limitadoras del yo no se vivencian como ajenas a este. Pero en la adolescencia prolongada no se presenta la rigidez de un trastorno del carácter; lo más habitual es que el proceso adolescente mantenga su fluir y sea accesible a la mediación terapéutica. No debe pasarse por alto, sin embargo, que la perseveración en la posición adolescente sólo es factible dentro de ciertos límites temporales. A la postre (entre los veinte y los veinticinco años), la adolescencia prolongada desemboca en una configuración más organizada y rígida; el trastorno narcisista del carácter es el que mejor describe la tendencia general que habrá de asumir la evolución patológica de la adolescencia prolongada. Por sus condiciones dinámicas y económicas, este cuadro hace oportuna la intervención terapéutica. El desarrollo de la personalidad es todavía fluido y posee aún un alto grado de plasticidad; además, la posición resistiva que mantiene el yo en dos frentes (contra el progreso y contra la regresión) revela una fortaleza considerable, que puede emplearse en el proceso terapéutico. Cierto es que los jóvenes de este tipo, cuando solicitan ayuda profesional, lo hacen en la esperanza de restaurar una existencia narcisista relativamente libre de tensiones, o de que se facilite, como por medios mágicos, el cumplimiento de sus contradictorios impulsos, tales como la afirmación de sí y el sometimiento. Pero lo que les da el empuje final para solicitar la terapia es la frustración narcisista debida a las repetidas desilusiones o fracasos que sufren en sus actividades profesionales, educativas y sociales, así como (de manera particularmente aguda) en su vida amorosa. Comprobamos que en este cuadro
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. . . tan prominente a causa de la la desilusi?n tlene .u~·J.~~oentre la imagen que tienen de sí les entre sus ambiciones y el reflagrante mcomp~tlb~ 1 a mismos y sus reahzacw~es ref ' t Notamos la premiosa urconocimiento que les bn~da a fen :~salida al intolerable estagencia de encontrar rápi .~m en ;e~o buscaremos en vano la ando de desesperación narcl.slsdt~. d r de la lucha intrapsíquica. . confl'lC t'¡va como1 m.ó ICasi oue buscándose en esencia . una gustla Por obra de esta conste acl n, gl ·meras etapas de laterasolución externa; d e a hí que. en asd pn una interpretación tota1'1. h d andas contmuas e , . . f '1 pla se agan em . . t tánea de la vivencia m anh pazadora, una revelacló.n ms an . fórmula o triquiñuela -setógena, una sugerencia o c~nse]~· nte d~ la terapia sea ingenua gún que la idea que te~ga edpacl~atisface ese reclamo, el adoo bien infor.mada-. u::n~a~ente mejor, más esperanzado y lescente se siente mamen d el mantenimiento acos·ó que concuer a con . durante la niñez. fehz, reaccl n . tumbrado de la autoestl~~ sté estructurada y organizada unta en qué dirección deEl hecho de que la ~ensl n n~ e en términOS del con~lC~O ps~q~~~~ ara. ha de provocar la vivenbe moverse en un prmcrfto t a E ~tr~s palabras, debe ayudar cía y tolerancia del fon ~ic~~ a~olescente propiamente dicho. al joven a alcanzar e con 't tera éuticos: 1) aumentar A tal fin, prevalecen dos pro2p)ósl os lpas defensas narcisistas . t 'ón y exponer la tolerancia a 1a e~sl , 'ó la introspección críticas. Esto a través. de la a~too ser:~c~e~/ euta se abstenga de toda ~n vuelve 1~pe~~t1vo q~e, 0 "del ~llo", ya que sólo se consegmr.á terpretaclón profun. a ex lotadas por el sistema narclque estas interpretacwn~s sean uede arafrasear dicha explotasista de defensa. El pacwnteép 1 p é este problema está · d "Ah ahora s e porqu ... d ción dicwn o: • . foria pronto se disipa en eentonces resuelto". La postenor eu e después de todo nada silusión, .Y se ~cusab~ ~era~~~~:r~:d~dible, pues, q~e.el t~raha sucedido m cam la o. de resunta ommsciencla o peuta se despoje de to~as las fo~~a~s t~n reconfortantes para de la posesión de po eres ~ giC -' aquel se coloca en direcesta clase de paci~ntes. Al o /ar a~~e proveía la gratificación ta oposición a la l~agen "ia ~:na ompartiera su grandeza. Panarcisista al permltlf que ~ ~:n~t~ que el terapeuta responda a ra el adolescente, es muy un ~·y lo sé" pero, por otro lasus ansiosas pregun~as con un t~rn:Sí su valentía, sinceridad e do, el paciente comwnzdaba respe 1 'dar que el adolescente está 0 d No e .emos incorruptl'b'l'd 11 a . do de)Vl identificarse con un a d ulto siempre pronto a (y necesl~a lidad que él desea coroque posea tales atributos de1persona o de ~u desarrollo son un partir y que en términos e. progres rem lazar esa forma apoyo' útil. El objeti_vo dedl tya?e~~:s:s por identificación, infantil de compartir y e uslO
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remplazar la búsqueda de fuentes exteriores de autoestima por el descubrimiento de los recursos interiores. De hecho, gran parte de la labor terapéutica está constituida por la exploración y verificación, convalidación y diferenciación de estos recursos tal como se reflejan en la conducta cotidiana. En esta fase inicial de la tarea, es evidente que el adolescente ve con buenos ojos que el terapeuta penetre a través de la fachada de sus pretensiones e ilusiones. Ejemplo: Un hombre de veinte años ha asistido a una conferencia y relata todas las preguntas estúpidas que el público hacía al conferencista. Cuando el terapeuta le inquirió qué pregunta le había hecho él, repiicó sin perder la compostura: "Ninguna. ¿Eso qué tiene que ver?"; al insistir el terapeuta en la pertinencia de saberlo, a la luz de las críticas que había descargado el paciente sobre los demás oyentes, este se turbó y confesó su total ignorancia e incomprensión del tema tratado, que supuestamente pertenecía a un campo que le interesaba en especial. Y sin que se le pidiera, continuó diciendo que su conversación, erudita y culterana, solía basarse en ideas tomadas hábilmente por él de otras personas, sin conocer la cuestión de primera mano. No había leído un solo libro desde el primer año de la escuela secundaria, pero se las ingenió pal'a ganarse la fama de ser uno de los alumnos más leídos. Este comentario basta para ilustrar de qué modo se llevó a la conciencia del paciente en un caso particular la defensa narcisista. En esta etapa de la terapia, centrada en la disrupción del sistema narcisista de defensa y la exposición del yo a la vivencia de la tensión y el conflicto, no nos interesa si el abandono de la lectura se relaciona con un conflicto infantil. Cada vez que se renuncia a actitudes yoicas arcaicas y estereotipadas, se ensayan nuevas formas de dominio, que se sintetizan en el término general de "experimentación". Esta abarca el examen de la realidad, del self y de la interacción entre ambos. En tal sentido, la experimentación y la diferenciación progresiva de la imagen del self van de la mano y generan un funcionamiento más eficaz. El dominio cada vez más apropiado pasa a ser una nueva fuente -una fuente legítima, diríamos- de gratificación narcisista. En consecuencia, el mantenimiento del equilibrio narcisista queda determinado cada vez más por los procesos de autogobierno, en lugar de depender de influencias externas. Por ejemplo, ya no es necesario tratar de influir en la impresión que otra gente tiene de uno y luego tomar sus opiniones como reflejo del auténtico self. En esta primera fase de la terapia se observa que la vida del adolescente se enriquece con una experimentación deliberada; se amplía el alcance de las funciones yoicas autónomas, en tanto que los impulsos infantiles poco a poco adquieren un carácter desacorde con el yo y son aislados de su rama ejecutiva. Este
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. l l ros reales y la tolerancia a la tenavance es postble por os og l d terminantes patógenos se sión. Concomitantemente, os b e forma una perturbación 0 vuelven más f~alizados Y ar~tulo 16). El paciente vivenneurótica o~gamzada (véa:~ e ~st~ circunstancia indica que el cia el conflicto y la ang~s ta. l 'coanálisis. La conducta más próximo paso de la terapia es e p!~ele incluir la independencia competente del adole~cente, q~~· . como empresa de largo plaeconómica, hará facttble e~ an tstse la trasferencia es utilizada zo. El pasaje de una terapta e~ qu n ue el vehículo intrínseco en forma bastante activa a ol ra e q l'dad es la neurosis de ción de a persona 1 para la rees t ruc t ura . conveniente aunque no 1 e . tras ferencta vue v con frecuencia . d t uta Pero si 'la capac1.d a d imprescindible, un cambiO e er~pesido.liberada mediante el integradora del adol~sce~te, ~~Ja la adolescencia prolongatratamiento del calleJón sm sa lidación fimil de la adolescencia da, basta para lograr la ~onso a com leta en este punto. tardía, la tarea terapéutica ~ledt pi; al final de la primera La decisión d~ interrumptr d:l ~~ance entre la movilidad fase antes descnta depende . ra fase y 1'l inconmovible ora uella. Si se torna afectiva que se obtuvo en esa pnmd fortaleza de las fijaciones n.o .afef~aen~: ~espo~sables de la prohaciéndose valer de maneevidente que las fuerzas or~gn~a stguen l 'oría en el funlo ngación de la adolescencia d d 'f e que pese a a me) ra irremisible, ha e a mi trs bl 'l avance hacia la madurez . . to a menudo nota e, e l l cwnamten .' . na ex ctativa ilusoria; en ta caso, e emocional stgue stendo u [: ·no la tarea terapéutica. En psicoanálisis debe ll~var a ~u rmt onsigue que se resignen las otros casos, e? .la pnmera a~=s~::cia prolongada, y se movilidel adolescente hasta un defensas narcisistas de la ado f t' zan y canali~and lys r~u:~;u:; l~:~~r adelante de manera repunto a partir e cua . sidad de ayuda, ponerle alista el proceso adolescente y' sm nece término.
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4. Asesoramiento psicológico para estudiantes universitarios*
Nuestra comprensión cada vez mayor de los trastornos de la personalidad y el creciente reconocimiento de la necesidad de servicios bien equipados para abordar estbs problemas han traído a la palestra un nuevo campo de actividad terapéutica, que denominaré "asesoramiento psicológico". En este capítulo intentaremos diferenciar sus alcances, función y técnica de los de otros servicios de asesoramiento ya bien arraigados (orientación vocacional, asesoramiento pedagógico, etc.) El asesoramiento psicológico se ocupa de situaciones problemáticas individuales que obedecen en gran medida a factores irracionales, en cuyo caso las soluciones racionales (el conversar sobre ellas) o la expresión catártica (el exteriorizarlas verbalmente) demuestran no dar resultado y son de poca ayuda. Dentro de este grupo, sólo sacarán provecho del asesoramiento psicológico aquellos individuos en los que aún no se ha establecido una pauta neurótica rígida y repetitiva, aunque están abrumados por agudas presiones internas y externas. Carente de preparación o capacidad para hacer frente a tales presiones, el individuo acude a reacciones autoprotectoras. Estas situaciones reactivas son particularmente frecuentes cuando las tensiones madurativas, tanto instintivas como ambientales, son la regla más que la excepción, o sea, durante la niñez temprana y la pubertad. Como es obvio, los conflictos y crisis madurativos son periodos cruciales para la aparición de dificultades · neuróticas. Entre los adolescentes mayores, el estudiante universitario se halla en una posición peculiar. El ha pospuesto, ya sea por propia voluntad o bajo presiones morales o sociales, el logro pleno de la adultez en beneficio de progresos educativos o de prestigio social. Esta demorada adolescencia, con sus inevitables efectos sobre la economía psíquica del individuo, sigue siendo para la psiquiatría y la higiene mental un hijo ilegítimo. Los problemas creados por la prolongación artificial de un período madurativo afectan a casi todos los estudiantes en algún momento de su carrera universitaria. La mayoría puede hacerles frente, pero un número apreciable de ellos sufren trastornos de • Publicado originalmente en American ]ournal oj Orthopsychiatry, vol. 16, P'IP· 571-80, 1946.
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personalidad algunos de los cuales son hoy en día susceptibles de modificación. Este grupo representa un área estratégica en que debería centrar sus esfuerzos la psiquiatría preventiva. Teniendo en cuenta estas consideraciones, el Brooklyn College organizó en 1941 un servicio de asesoramiento ps~coló gico. Se había vuelto evidente qu.e su plantel de estudiantes -como cualquier plantel de estudiantes- presentaba trastornos de personalidad que a menudo interferían grave~ente c?n el trabajo universitario. Esta situaci~n ~reaba p~rbc~lar mquietud cuando un alumno de promisona capacidad mtelectual era incapaz de desempeñarse adecuadamente. y J?arecía destinado a la mediocridad o al fracaso. Para famihanzarme con los estudiantes corrientes, dediqué parte de mi tiempo a una tarea rutinaria de asesoramiento, vinculada con el abandono de los cursos, las faltas excesivas, los cambios de progra~ ma las amonestaciones de mediados de semestre, etc. Asi co~probé cuán frecuentemente tales situaciones indican. una perturbación remota, y cuán eficaz puede ~er el asesora~Iento si se concentra en las dificultades sintomáticas secundanas tan pronto aparecen. . . Dado que el asesor psicológiCo depende de los pacientes que se le deriven, es menester que los demás comprendan su labor, su función y sus responsabüidades a fin de hacer uso de sus servicios. Con este propósito dicté unos seminarios para el cu~rpo de profesores-y los integrantes del Departamento de Estudiantes durante un período lectivo de un año. Los debates con el claustro de profesores dieron fruto. Descubrí que la presentación de casos era la mejor manera de ilustrar a qué estudiantes había que derivar, y qué podía esperarse razona?lemen~e ~el asesoramiento psicológico en cuanto a un cambiO o meJona. Algunos alumnos evidenciaban un progreso en el curso de unas semanas, en tanto que a otros les llevaba años mostrar algún signo de crecimiento. . . . En el momento de escribir esto, el serviCIO de asesoramiento psicológico ya ha sido adoptado en esta universidad, y los médicos decanos y profesores requieren su colaboración en todos los c~sos que corresponden a su jurisdicción. Sus archivos tienen carácter confidencial; sus datos no se incluyen en la carpeta del estudiante ni están a disposición de cualquie:a· . Los casos que llegan a conocimiento del asesor psiCológiCo son tan diversos como puede preverse. Los trastornos mentales graves se derivan a una clínica o psiquiatra con el consentimiento y la colaboración de la familia del alumno. Las afecciones neuróticas también se derivan, en lo posible, para su tratamiento psicoterapéutico o psicoanalítico. Fuera de estos casos, quedan gran cantidad de pert~r?aci.ones psíq~icas que no se acomodan a ninguna de las clasificaciOnes habituales de
los trastornos de personalidad. En verdad, al intentar clasificar 387 casos, me asombró descubrir que esa clasificación los obligaría a amoldarse, en aras de la nosología, a un lecho de Procusto. <:omencé a advertir que la casuística que me ocupaba e~a básicamente distinta de la que se ve en una clínica de hig¡ene mental o de orientación infantil, ya que en estos casos no se había desarrollado ningún complejo sintomático definido ~abía apareci?o una disfunción en un ámbito limitado del~ v~da d~l es~udi.ante, que tornaba insatisfactoria a la experiencia umversitana. Esta clase de malestares rara vez llegan a conocimiento de los servicios psiquiátricos o de higiene mental situados fuera d~l recinto univers.itario, pues el individuo todavía se halla a la busque~a de ~olucwnes mediante la manipulación del ambiente o el aislamiento de sus conflictos en el proceso de formación de ~íntomas. Precisamente en esta etapa del trastorno de personahdad, cuando el conflicto madurativo se actúa de manera b~ta~te directa en forma desplazada y el síntoma aún no ha cnst~hzado .en un. complejo sintomático, es necesario el asesorami~nto psiCológiCo. En verdad, este tipo de trastorno de personalidad es su campo de acción legítimo. Al ~ratar de agrupar los problemas que han sido objeto de mi atención en el curso de los años, no he encontrado útiles ninguna de las clasificaciones usuales basadas en la dinámica del trastorn<:>._ y en lu~a~ de ello he tenido que referirme al malestar .mamfxesto o dificultad tal como era presentado por el estudiante. Los siguientes tipos de problemas se encuentran con' regularidad: 1) el alumno que no puede estudiar que se queja de su incapacidad para concentrarse; 2) el alm.;mo solitario, que no puede hacer amigos; 3) el alumno temeroso de los exámenes, incapaz de hablar en clase; 4) el alumno carente de tod? propós.ito o meta vocacional; 5) el alumno que tiene por hábito evaduse del estudio, poner obstáculos y lamentarse· 6) el alumno que .tiene un conflicto agudo con su familia;' 7) el alumno aquejado de un defecto físico; 8) problemas especiales de los veteranos de guerra.l Forzosamente, quienes se hallan e~ este esta~o de disfunción limitada sólo pueden recibir atención correctiva cuando los servicios de asesoramiento psicológico son internos, vale decir, se hallan dentro del establecimiento educativo. Unicamente en ese caso las derivaciones se hacen prontamente, antes de que un número excesivo de profesores haya~ ensa~ado en el estudiante los frutos de sus últimas lecturas P.slCológiCas. Si dicho servicio forma parte de un consultorio médiCo o de un departamento sanitario (dedicado principal! Aunque ~quí me refiero a los hombres que participaron en la Segunda <:uerra Mundial, los ~eteranos de cualquier guerra, y en todas las épocas históncas, presentan especiales problemas de readaptación a la vida civil.
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mente a la atención física de los estudiantes), se levanta una barrera psicológica que tiende a eliminar aquellos casos que más se beneficiarían con el asesoramiento. Además, debe admitirse que la derivación a una clínica o a ~n psiquiatra es para la universidad un paso drástico, y atemonzante para el alumno. Nadie que pertenezca a una institución educativa.tomará la responsabilidad de dar ese paso a menos que su neces.Idad se.a evidente. Si los casos de disfunción limitada, perturbaciOnes difusas de la concentración, la memoria, las relaciones interpersonales, etc., reciben atención correctiva en el momento en que se vuelven observables y se puede examinar su carácter, el efecto preventivo de tales servicios sin duda merecerá el esfuerzo y ahorrará múltiples costos. Una ventaja adicional del servicio de intramuros es el fácil contacto con el asesor psicológico, que puede repetirse en cualquier momento. En la mayoría de las situaciones terapéuticas estamos acostumbrados a pensar en términos de limitaciones temporales, de la finalización del contacto en un p~nto determinado del logro terapéutico. El proceso acumulativo del asesoramiento psicológico, tal como aquí se lo describe, presenta problemas técnicos y posibilidades terapéuticas que hasta la fecha no han sido plenamente explorados. El hecho de que el contacto con el asesor sea repetible en cualquier momento tiene una influencia directa en la técnica. Las dificultades pueden ser abordadas de modo progresivo: un sem.est:e el problema manifiesto serán los estudios, .el sen:testre sig~Iente las relaciones sexuales, el próximo la onentación vocacwnal, etc. En cada circunstancia, el asesoramiento sienta las bases para avanzar hacia la siguiente etapa de 1~ labor.· . Mi experiencia con este tipo de asesoramiento me ha deJado la convicción de que la resolución de un conflicto agudo (v.gr., "No puedo hacer la tarea para el hogar porque nunca c~nsig? hacerla tan bien como mi padre cree que puedo hacerla ) estimula la integración del nuevo insight o experiencia de crecimiento, que hace que la personali?ad se~ c~paz de desplazar~e hacia un nivel superior de autodiferenciación. Esta ganancia de "movilidad afectiva" (mobilité ajjective) como resultado de la nueva intelección pone de relieve conflictos de los que el individuo no era candente, y puede incluso llevar a que se reanude el pedido de asesoramiento. Un individuo puede necesitar m~ ses o años para integrar las experiencias terapéuticas o de crecimiento; a menudo, el asesoramiento se suspende durante ese lapso. El hecho de que el proceso de asesoramiento, tal como aquí se lo describe, no termine nunca y pueda reanudarse en cualquier momento es particularmente importante en aquellos casos que se centran en torno de conflictos madurativos, como ocurre la mayoría de las veces con los estudiantes universita-
ríos. Una técnica tan poco ortodoxa plantea de inmediato el problema de la trasferencia, y de la forma en que esta opera en un proceso de asesoramiento acumulativo. Más adelante retomaremos en detalle este problema. . Un ejemplo servirá ahora para presentar algunos aspectos típ~co~ del as~soramiento psicológico. Stanley, un muchacho de di~IOcho anos que cursaba el segundo año de universidad, fue denvado P?r el consejero de su clase al asesor psicológico porque se queJaba de apatía y de incapacidad para concentrarse. ~t~nler es un alumno de muy alto nivel de inteligencia. Sus cal!fi~acwn.es son buenas pero irregulares, y han decaído en los ultimas tiempos. Se muestra ansioso de recibir ayuda. . Stanley duda de su aptitud intelectual y de cualquier decisión que debe tomar. Se compara compulsivamente con los dem~ Y~e p:egunta si él es normal. Siguiendo los deseos de su familia, IDICIÓ estudios universitarios con el propósito de hacerse cargo de la exitosa empresa de su padre. Luego de ser aplazado en los cursos previos indispensables para la carrera que había planeado, decidió abandonarla. Ahora, un año después, ~tanley ha encontrado un campo que le interesa, pero se siente mseguro en cuant~ a la validez de su decisión. Se pregunta si no debería renunciar a sus propios deseos y atenerse a los de su p~dre. En este momento dominan en él la apatía, la distracci.ón, ,}a falt.a d~. concentración y el recelo. "¿Qué debo estudiar? , se dice.· ¿A qué debo dedicarme? ¿Para qué tengo talento?" De .niñ?, S~anley presentaba un panorama promisorio; era un chico I~tehgente y sus padres lo admiraban mucho. Declaró en u? .comienzo que era hijo único, pero luego de cuatro meses admitió que tenía una hermana mayor que había estado durante algunos años en un establecimiento para enfe,rmos mentales. Su madre lo abrumó con su amante posesividad e inhibió s? desarrollo masculino. Su tendencia a la pasividad y la sumiSión era sobrecom¡;>en~ada por una hiperactividad, pero a él esto no 1~ ~a usaba ~mgun placer. En los últimos tiempos, esa hiper~ctiVId.ad ha sido sustituida por la sensación de vivir sin finalidad m futuro. El deseo y el temor de hacerse cargo de la empresa del padre dieron por resultado un estado de indecisión Y apatía. El colapso mental sufrido por su hermana cuando tenía la edad que él tiene ahora es un factor que intensifica dicho temor. En aquel momento ella había decidido, contra la voluntad de sus padres, iniciar una carrera escogida por ella. ~anta Stanley como su hermana habían elegido carreras artísticas. El temor a la insania como consecuencia natural de desobedecer los deseos parentales contribuía al estado de indecisión ~e Stanley. Poc? antes de iniciar el asesoramiento, Stanley leyó hbros sobre psiCopatología, hasta que estas lecturas se vol-
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vieron demasiado perturbadoras para él y "sacó todo eso fuera de [su] mente ... El trastorno de Stanley es resultado de un conflicto interior que tiene como componente conciente e inconciente el temor de asumir el papel del padre. El deseo de hacerlo representa, con su ambivalencia, el recrudecimiento típico del conflicto de Edipo a nivel adolescente. Pero no debemos pasar por alto las tendencias, igualmente fuertes, a la pasividad y el sometimiento. Como defensa contra ellas, Stanley se impuso un comportamiento viril de afirmación de sí que, por ende, no es del todo genuino. De su flaqueza en la lucha que ahora debe librar Stanley acusa a su madrl'. por no haber sido suficientemente estricta con él cuando era niúo. La ilimitada confianza que le dispensaban los progenitores, y en especial la madre, le dieron un sentimiento de omnipotencia que le ayudó a tener éxito en la escuela sin demasiado esfuerzo. En la crisis actual, ha perdido este sentimiento de capacidad incuestionable, y con él, la confianza en sí mismo. Su actitud actual de ignorar a la madre, su aparente indiferencia frente a la inquietud de los dos progenitores por su futuro, en suma, su falta de todo sentimiento en el hogar, junto con su intensa, casi frenética preocupación por su normalidad y su elección de carrera, indican que ha desplazado el conflicto con su familia a la esfera de los estudios y la vida universitaria. Merced al proceso de asesoramiento, se conecta entre sí un material conciente que Stanley ha mantenido cuidadosamente aislado; por ejemplo, se traen a su conciencia el temor a la insania vinculado con su elección autónoma y su necesidad de ser tranquilizado en cuanto a su normalidad. Mediante la trasferencia se afloja su rigidez emocional y se le suministra una nueva experiencia afectiva, lo cual tiene un doble efecto: contribuye a fortalecer su débil identificación masculina, y brinda apoyo a su yo incompetente para que retome una posición de control y objetividad. Puede, verbigracia, por primera vez en dos años, informar a su familia acerca de sus deseos vocacionales. Con el tiempo, será capaz de proseguir con menos angustia esa actividad que acaba de ganar para si, de entablar con mayor libertad sus contactos con la gente, y por último comenzará a admitir sus problemas sexuales. En el curso del asesoramiento, las dificultades de Stanley para concentrarse disminuyen (obtiene en ese semestre un promedio de calificaciones "Muy bueno"), se torna más activo y se siente menos apático. Su comparación compulsiva con los demás, sus dudas acerca de su.s propias decisiones, merman poco a poco, aunque no desaparecen por entero. El proceso de asesoramiento puede resumirse así. Se ha quebrado un callejón sin salida emocional, aun cuando el
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conflicto básico perdure· se ha tuar, de tomar decisione;. el pa r~cuferad~ la capacidad de acmente introspectivo y en ~onse cien ~es a or~ menos mórbidaperiencias y puede dar más l"bcuencia está abierto a :huevas exStanley fue atendido trein:a re curso a sus afectos inhibidos. tres semestres lectivos U y n';leve veces en un período de · na entrevista de · . d a diez meses más tarde m t h segmmiento realizadad de actuar de entab-1 ues tra que a conservado su capaci' ar con actos con 1 t d . a gen e, e proseguir su carrera y que las cal"f" ' Icacwnes qu bt" b uenas. Sigue teniendo una 1sens . .e o . ~ene. son muy pecto a su ajuste heterosexual ación ~e msuficiencia con resmente las dudas acerca des' '. pero se an reducido marcada. I mismo y la ind . "ó mterés vocacional y a sus b" . ecisi h en torno a su estigma de la anterior h7~r~c~?~~· Su conducta aún porta el incluyendo rasgos compulf¡vose IVI ad com~ensatori~ y sigue ~ J?ero está mejor orgamzada, es más realista y estable otras cosas, ha fundad~ Integrada .s~cialmente. Entre creativa. para los afiCIOnados a su labor
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¿Por qué se juzgó conveniente to psicológico? A la vez que res o~~oa este caso el asesoramienalgunos conceptos teóricos sobrpe t ~le~ta pregunta, aclararé p es e u timo ara empezar' debemos record . sonalidad tiene diferentes estratoar que cad~ trastorno de perpuede ser descrito, evaluado e infls~i~n ~rmmos de los cuales en la base de su trastorno h bi o. ~el caso de Stanley, obstaculizaba un· adecuado fa ~ un c?nfliCto emocional que tar la necesidad de emanci ~~s~IOnamiento _d_el yo. Al enfrendemasiado débil para sop¿ t lde su famiha, su yo resultó dieron observarse dos reaccio~:: ~ consecuente batalla. Pucrisis madurativa: la limitación Yf~~as car~cterísticas ante una son medidas de protección. la 1" y "t ~gresión. Ambas defensas ~er la angustia mediante 1~ inh~~~i~~~n fe~yo s~rve para deteSIÓn del yo, para dominarla a tr , e a un~Ión, y la regrecaicas. La limitación del a~es d~ expresiOnes yoicas arfracasó en los cursos previJ'o. s~ _hizo evidente cuando Stanley de la empresa del padre ( s lT Ispensables para hacerse cargo aptitud que se le adminisfr; f .a pesar de que en la prueba de tajes en ese campo habían a mgres.ar a la facultad, sus punregresión del yo se manifestlertenecido a! décimo decil). La identidad (enfermedad de la h:~~u confusión de similitud cop de la voluntad y el intel t ( ana~ y en su recurso al poder Cierto es que hubo fac~~r~ pensamiento mágico). tivo descrito, como el colapsos~ea~esl ~aula~tes del estado reacedad que él tenía y el afán . en a e a ermana a la misma sometimiento de sus hijos· Incansable del padre por lograr el derárselos los únicos res ~n~=~1 a estos f~ctor~s no podía cansímiento de conflictos inlant"l es( lde su sit~ación. El recrudeciI es e complejo de Edipo, a todas
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luces) determinó su reacción ante un pres~nte perturba~or. Además, Stanley se vio afectado por conflictos madurativos con relación al desarrollo psicosexual adolescente. Aunque P';ldo mantener exteriormente un equilibrio hasta la adolescencia tardía, la creciente presión de las demandas pulsionales Y ambientales le impuso un peso mayor que los recursos co.n qu.e contaba su vo. La tarea de asesoramiento se centró en la msuf~ ciencia del yo y no en el conflicto infantil que estaba en el ongen de la situación actual. . . El asesoramiento psicológico no trata de resolver confliCtos infantiles inconcientes; evita cuidadosamente entrar en est~ esfera, que es el reino del psicoanálisis. Se ocu~a de las. denvaciones de estos conflictos en términos de reaccwnes ymcas. En su aspecto interpretativo, se limita al ámbito del yo. En el ~aso de Stanley, trajo a la conciencia el vínculo ent~e. hechos aislados, algunos de los cuales subieron a la superfici~ co~ mucha lentitud. Y al relacionar este material conc~ente disociado, pudo obtenerse una intelección de las defensas yoicas mediante la interpretación de omisiones, contradicciones, desmentidas, olvidos, etc. Todos estos esfuerzos habrían sido infructuoso~ sin un empleo deliberado de la trasferencia. En ella, los con~ICtos inconcientes reconocibles durante el proceso de asesoramiento encontraron un modo de expresión y comunicación, mientras que las manifestaciones verbales directas habrían sido obviamente insuficientes. En este sentido, quisiera mencionar que tod? trastorno de pe,rsonalidad está vinculado, de a~guna manera mtrí~seca, con conflictos no resueltos en las relacwnes personales. As1 pues, resulta claro que la relación que se establece en el asesoramient?, que difícilmente puede eludir el convertirse ~n una trasferencia en el sentido apropiado de la palabra, es un mstrumento sumamente valioso, aunque delicado, para abordar los trastornos adolescentes de la personalidad. Según el caso, la interpretación o bien el uso discriminativo y atinado de la trasferencia, 0 ~mbas cosas, proporcionará esa experiencia centr~l que facilita recuperar la movilidad afectiva perdida o detemda. En el caso presente, el asesor debía eludir una repetición de la pauta parental. Por ejemplo, en los p~im~ros meses St.an.ley evidenció un anhelo de comprenderse a si mismo, una objetividad para contemplar el problema, una actitud ~an aparent~ mente madura, que todo ello bien podría haber sido confundido con una señal favorable; pero la rigidez y frialdad de su actitud traicionaban su carácter defensivo. Era su manera de frenar sus tendencias a la pasividad y el sometimiento respecto del asesor. Ciertas situaciones fortalecieron su yo disminuyendo su temor a la pasividad, que asomaba peligrosamente en cualquier contexto de aceptación incondicional y total; este fue el
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caso ~uando el ~esor discutió de modo bastante crítico las producciOnes creativas de Stanley en vez de aceptarlas indiscriminadament~ como t.entativas de independencia. La experiencia trasfe.rencial o.f~eciÓ al mu~hac~o la oportunidad de expresar em?cwn~s posih~~ y negativas sm tener que volver a vivenciar la situación famihar, debido a que la actitud del asesor fue delib~radamente crítica, aunque benévola. J::n este aspecto, la relaCión que Stanley entabló con él fue distinta de todas las que t';lvo en pasado. E~ta ~xtensión del pasado en el presente ejerCIÓ, gracias a la mediación del asesor, un efecto modificador en una pauta·emocional que aún se hallaba en estado fluido.2 Este emple? de la ~~asferencia difiere, en principio, del que se hace en psicoanálisis. Como es bien sabido, en este último caso la trasferencia actúa como una pantalla en la cual se proyectan los conflictos vinculares infantiles. El desarrollo de una neurosis. de t:asfere~c~a es,. de hecho, la condición previa para la ter~pia ~siC~anahtiCa. En el asesoramiento psicológico, en cambiO, se Impide a toda costa el desarrollo de una neurosis de trasferencia, porque no se está preparado para afrontar las consecuencias. Conviene tener presente que los fenómenos trasferenciales se manifestarán durante el asesoramiento independientemente del proceder del asesor. Este no puede eludir e~ quedar compr~metido. A menudo se pregunta si es prefenble un asesoramiento activo o pasivo, directivo o no directivo: A la luz del anterior, la actitud del asesor deja de constit~Ir una cuestión de principio y pasa a ser una variable depend~ente de los afec~os que están en juego y del propósito primordial del asesoramiento en esa circunstancia. Sólo estos factores determinan hasta qué punto y de qué manera participará el asesor en el proceso . . Ya hemos dicho antes 9u~ no todos los trastornos de personalidad que llegan a conocumento del asesor son necesariamente adecuados a este tipo de terapia. Hay contraindicaciones de particular importancia, porque su admisión evitará al asesor p~rdidas tiempo y, lo que es más importante, una experiencia ~egativa al est~diante, que convierta a la terapia durante un tiempo en algo maceptable para este. Por consiguiente, en
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2 Clara Thompson (1945) ha expresado una idea similar acerca del uso limitado. d.e la trasferencia: "Por ejemplo, una persona subyugada por un padre~ prohib1dor presenta. sin insight una actitud sumisa ante el terapeuta, probablem~~te basada en el miedo. El hecho de que el terapeuta sea en realidad más permisivo y tolerante significa que el paciente se encuentra en un medio más favora?le y puede desarrollarse hasta cierto punto, aunque no se haga nada para dom mar su tenden?a. Seguirá siendo una persona sometida, pero, por así decir, se habrá puesto ba¡o la guía de un tirano benévolo, y en sus empeños por compla
un apreciable número de casos el asesoramiento psicológico sólo consiste en tornar aceptable para el alumno alguna forma de psicoterapia. De ahí que el asesor evite participar de las maniobras del estudiante para subestimar una dificultad actual. (Esas maniobras, que simulan un progreso y mejoría, son a menudo notables. Un estudiante, por ejemplo, se sobrepuso a su depresión y a su síntoma de conversión histérica tan pronto el asesor le mencionó la posibilidad de que recibiera ayuda psiquiátrica.) Antes de pronosticar la conveniencia del asesoramiento psicológico es necesario evaluar el malestar o complejo sintomático tomando en cuenta sus elementos transitorios y permanentes; en otras palabras, hay que estimar los componentes madurativos (instintivos) y ambientales del desajuste, así como los neuróticos o psicóticos. Si los síntomas han adquirido rigidez Y repetitividad neuróticas, el asesoramiento psicológico no logrará ninguna mejoría fundamental; pero resultará eficaz ~i el conflicto no ha sido plenamente interiorizado y los denommados síntomas obedecen en gran medida a presiones amenazadoras y exasperantes desde el exterior (ambiente) o el interior (ello, superyó). En ningún momento se pasa por alto que los conflictos inconcientes desempeñan su papel en todo trastorno de personalidad, lo cual determina que el asesoramiento psicológico aborde su tarea con limitados objetivos. El siguiente ejemplo ilustrará una situación en que el asesoramiento psicológico estaba contraindicado. David fue derivado por el consultorio médico porque en un examen de rutina se mostró tenso, nervioso y aprensivo. Ante el asesor psicológico, David habló con toda libertad; dijo que la entrevista con él le había complacido "más de lo previsto" y prontamente concertó un horario para volver. Este estudiante se considera un introvertido que mantiene poco contacto con la gente y no busca ese contacto. Vive en el mundo de sus ideas, se siente superior a los demás y no le interesa compartir con nadie sus "intereses básicos primitivos", como la cinematografía, los deportes o las muchachas. Se ha habituado tanto a la compañía imaginaria que puede prescindir sin dificultades de las personas reales. Los espíritus afines a él en cuya proximidad se mueve son, entre otros Nietzsche Rimbaud, Baudelaire, Kierkegaard, Proust. ' ' Sostiene que "todos ellos vivieron dentro de un caparazó n " . Su único lamento es que se siente "completamente improductivo". No le importan su aislamiento social, su desinterés por la gente ni la distancia que lo separa de ella. En su hogar se siente incomprendido: "Soy una anomalía en mi familia". David es hijo único. Sobreprotegido por su madre, hasta los ocho años no se le permitió jugar con otros niños a menos que estuviera bajo la vigilancia de alguien. Aún recuerda cuando
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desde la puerta de su casa, vestido con pantalones cortos y con las manos recién lavadas, miraba hacia afuera y veía a los chicos más libres que él. David ansiaba poder hablar con el asesor, pero a)o largo de varias entrevistas su actitud fue siempre la misma: distante, apagado, amistoso pero levemente condescendiente, verborrágico y repetitivo. Debía convencer al asesor de que él, David, era uno de los tantos "genios neuróticos incomprendidos". "Yo soy como ellos", era su explicación estereotipada. Su aislamiento era su sello de distinción y la prueba de su superioridad. Obtenía excelentes calificaciones. Se juzgó a este caso inapropiado para el asesoramiento psicológico porque el conflicto estaba completamente interiorizado y las construcciones de la fantasía habían remplazado a todas las relaciones personales. La historia del alumno y sus síntomas actuales indicaban una grave perturbación neurótica (neurosis ob~esivo-compulsiva), posiblemente con tendencias esquizOides. El asesor se mantuvo informado sobre él a través de periódicas entrevistas de seguimiento, esperando que manifestara su necesidad de ayuda psiquiátrica, como se le explicó en diversas ocasiones. La línea divisoria entre el campo del asesoramiento psicológico y otras disciplinas terapéuticas vecinas no es tan neta como uno desearía. En primer lugar, este campo es nuevo y aún no está bien definido; además, hay que recordar que los adolescentes presenta.n complejos sintomáticos que se considerarían mucho más serios si apareciesen a otra edad. Sus reacciones frente a la tensión madurativa son a menudo difíciles de diferenciar a primera vista de las afecciones neuróticas o psicóticas. Sylvan Keiser (1944) ha formulado claramente lo que la experiencia le ha enseñado al clínico que trabaja con adolescentes: "Creemos que muchas reacciones psicopatológicas benignas del período adolescente son incorrectamente diagnosticadas como esquizofrénicas. Un buen número de ellas representan estados reactivos, que dependen del recrudecimiento en la adolescencia de conflictos infantiles" (pág. 24). Sin embargo, la historia del alumno, la duración del conflicto manifiesto o del síntoma, el grado de actividad aloplástica del yo, junto con los fenómenos trasferenciales, ayudarán a evaluar el cu.adro agudo frente al cual el estudiante busca ayuda, y determmarán si está o no indicado el asesoramiento psicológico. Por lo general, no puede arribarse a esta decisión si no se realiza una cierta cantidad de entrevistas exploratorias. El asesoramiento psicológico, tal como aquí se lo expone, se basa en la aplicación de la psicología psicoanalítica. Con su técnica particular, debe estar fundado en un sistema o teoría psicológica coherente, que provea al asesor de las herramientas conceptuales para comprender los problemas dinámicos y eco-
nómicos de cada caso. El hecho de que el asesor deba diferenciar entre aquellos clientes que pertenezcan a su jurisdicción y aquellos que precisan otro tipo de ayuda -y que por ende estarán mejor sin ningún asesoramiento psico~ógico- pla.n~ea muchos interrogantes en materia de formación y supervisión del terapeuta. Además de su capacitación técnica e~ psicología, considero que el asesor psicológico debe someterse a un psicoanálisis como requisito profesional para este tipo ~e labor. Una extensa supervisión realizada en su lugar de trabaJO es otro aspecto esencial de su formación. Una afirmación tan superficial como esta exigiría mayores puntualizaciones, pero la finalidad de este capítulo es otra y, por consiguiente, sólo menciono al pasar el problema de la capacitación. Como síntesis, podríamos decir que la prolongada adolescencia de los jóvenes universitarios tiende a precipitar trastornos de personalidad de tipo reactivo, que estorba seriamente el éxito que pueden lograr en sus estudios y en su vida social. Esas perturbaciones madurativas sólo se detec~an .en ~.ma etap~ temprana cuando dentro del recinto umversltano existen servicios de asesoramiento psicológico y se ha implantado un simple pero eficaz sistema de derivación de pacientes.
5. La imago parental escindida en las relaciones sociales del adolescente* U na indagación de psicología social
Supuesto básico El convertirse en un ser humano depende del contacto e interacción con otros seres humanos. Mientras que la morfología de la especie humana es el resultado de un proceso de evolución el 9~~arrollo psicoló~co de cada individuo es determinado y es~ tabihzado, en esencia, por un proceso social, por un sistema qu~ sueld~ u~o.al otro al organismo y su entorno. La contrapoSICión de mdividuo y ambiente tiende ya sea a sobrestimar la independencia del primero respecto de su matriz social o a subestimar su dependencia del medio social que lo e~vuelve -tanto si se considera que este es la familia, o el ambiente social más amplio-. Este hecho tiene claridad meridiana para nosotros a pa!tir de las investigaciones en niños pequeños, que nos han ensenado a concebir la unidad madre-bebé como una l~gazón del bebé con el entorno, o, en otras palabras, como un siste.ma (Sander et al., 1975). Winnicott ha expresado epigramáticamente esta idea al decir: "No existe eso que se llama un bebé" Games, 1970, pág. 81).
Psicología individual y social La discontinuidad perceptual de sujeto y objeto, del observador y lo observado, de individuo y grupo, fácilmente empañ~ su intrínseca indivisibilidad. El estudioso del comporta~~en.to hu.mano n~ puede dejar de notar las percepciones IdwsmcrásiCas de diversos individuos dentro de un entorno en apariencia homogéneo; el consecuente punto de vista dualista se reflej~ en esquemas conceptuales separados, cada uno de los cuales hene su propio modelo descriptivo y explicativo. Resultado de esto es que la psicología individual y la psicología social han llevado a cabo sus investigaciones cada una por su lado. Esta dic.otomía es ?otoria en el campo del psicoanálisis, pese a que la ImportanCia del ambiente social y físico para el de• Co~~rencia en memoria de Abraham A. Brill pronunciada en la Academia de MediCina de Nueva York en 1975. Publicada originalmente en The Psychoanalytic Study oj the Chíld, vol. 31, págs. 7-33, New Haven: Yale University Press, 1976.
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sarrollo de la mente humana ha tenido siempre pleno reconocimiento en la teoría psicoanalítica. Nadie puede enunciarlo con más claridad que la de estas palabras de Freud: "Hemos debido insistir repetidamente en que el yo debe su origen, así como sus más importantes caracteres adquiridos, a su relación con el mundo exterior real" (1940, pág. 201). Si consideramos la pavorosa irrevocabilidad con que la conducta social -en sus formas destructivas y creativas- afecta los asuntos humanos, podemos lamentarnos de que el psicoanálisis, en cuanto psicología general, no haya hecho una contribución mayor a la comprensión de la conducta grupal. Ya en 1944, Heinz Hartmann manifestó su convicción de que los problemas sociológicos podían ser estudiados a través del análisis individual, y deploró que los psicoanalistas hubieran hecho tales exploraciones en tan escasas oportunidades. La primera indagación sistemática de la relación entre el ambiente social y físico y el desarrollo psíquico fue llevada a cabo en el estudio del niño pequeño. La observación detallada de las secuencias normativas desde las relaciones objetales hasta las diferenciadas, así como de su influencia sobre la formación del self, ayudó al analista a entender mejor los movimientos regresivos de niños, adolescentes y adultos. Las formas extremas que adopta en la época contemporánea la conducta social adolescente obliga a todo adulto dotado de espíritu indagador a comprender más cabalmente estos fenómenos sociales. Los aportes del análisis al estudio de la psicología social adolescente han sido aislados y esquemáticos; nunca se incorporaron de manera natural o duradera al conjunto principal de conocimientos psicoanalíticos, pese a que hubo, esporádicamente, brillantes comienzos. Un prominente obstáculo en el camino de la psicología social y grupal adolescente lo constituye la teoría psicoanalítica sobre la "recapitulación" adolescente. Esta teoría establece, en lo esencial, que en la adolescencia se reviven las relaciones objetales edípicas; en ese proceso, se abandonan las dependencias libidinales y agresivas infantiles y se las remplaza por relaciones objetales con coetáneos ajenos a la familia y por nuevas identificaciones dentro del ámbito más amplio de personalidades, valores, ideas y ambiciones, o sea, en términos generales, por una formación madura del ideal del yo. La teoría de la recapitulación postula que el complejo de Edipo es disuelto, para bien o para mal, al fin de la niñez temprana y reaparece, esencialmente inmodificado, en la adolescencia. En esta etapa se procura una nueva disolución del complejo, que sea congruente con la madurez sexual de la pubertad. Es mi impresión que la disolución del complejo de Edipo al final de la fase fálica es, por lo común, sólo parcial. En otras palabras, hay una mera
En este punto se vuelve necesario decir unas palabras sobre el trabajo de Freud "Psicología de las masas y análisis del yo"
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suspensión de ciertos problemas edípicos, una détente que caracteriza al período de latencia. Lo que se observa en la adolescencia es, entonces, una continuación y no sólo una recapitulación del conflicto edípico (Blos, 1962). Ellocus social en que se efectivizan tanto la recapitulación como la continuación del conflicto se aparta, creciente e inexorablemente, de la familia y se desplaza hacia la vida grupal de los compañeros de madurez sexual, a quienes se suele denominar "los .pares". No es casualidad, por cierto, que gran parte de lo escrito por los psicoanalistas sobre la psicología de los grupos o masas se vincule con la adolescencia. Esta edad representa, por antono: masía, la etapa de la vida en que las relaciones grupales exclusivas con los pares asumen, de manera conspicua y dramática, una preocupación y dedicación que barren con todas las restantes inquietudes del joven, en una actitud de apasionada unilateralidad. Esos caracteres globales de la conducta no se prestan a indagaciones psicoanalíticas. Al abordar los problemas de la psicología de grupo adolescente sigo un consagrado principio analítico que procura reducir los fenómenos globales del comportamiento a sus distintos componentes para su estudio detenido. Sabemos que uno solo de los rasgos de conducta de los adolescentes, como la rebeldía, puede cumplir una multitud de funciones (Waelder, 1930). Esta mudable función de una sola faceta del comportamiento social, y su impredecible alternancia en .cuanto a la valencia, torna al comportamiento adolescente voluble y caprichoso. No pretendo aquí proponer una comprehensiva psicología grupal psicoanalítica. Mi intención es informar sobre observaciones hechas en análisis de adolescentes y sobre ideas de ellas surgidas que tienen relación con los problemas de la psicología de grupo. Destaco esto porque los datos de la psicología de grupo Y sus formulaciones teóricas se basan habitualmente en los hallazgos de un observador participante que ha interactuado con el grupo, ya sea este una pandilla callejera o un refinado grupo terapéutico. Mis propias indagaciones al respecto, en cambio, están insertas en la situación de tratamiento analítico y por ende representan un aspecto particular -cuya importan: cia es pareja a la de todos los demás aspectos- de la vida anímica del paciente tal como ella se despliega durante la labor psicoanalítica.
Los comienzos de una psicología social psicoanalí tic a
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(1921). Cuando Freud ingresó en el campo de la·psicología social con la publicación de "Tótem y tabú" (1913b), sintió que había acometido una nueva empresa de tendido de puentes y que se había internado en especulaciones de vastísimos alcances. Era para él evidente que entre la psicología individual y la psicología social había una clara solución de continuidad, pero lo era igualmente su esencial complementariedad. El inquietante reconocimiento de la separación y la fusión entre ambas fue expresado por él en una carta a Ferenczi escrita el30 de noviembre de 1911, por la época en que formuló sus conceptos de psicología social para "Tótem y tabú": "Siento, con respecto a todo ello, como si hubiera intentado solamente iniciar una pequeña aventura amorosa para descubrir luego que, a esta altura de mi vida, tengo que casarme con otra mujer" (Jones, 1955, pág. 352). Nosotros conservamos todavía esta aprehensión acerca de la monogamia conceptual. Poco ha importado que Freud afirmara los fundamentos homólogos de ambas disciplinas, .al decir: "En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo" (1921, pág. 69). Freud dio un paso de singular significación cuando extendió la psicología psicoanalítica. Por supuesto, a la sazón trató qe aplicar a la psicología de las masas [group psychology] la teoría de la libido, definiendo a la masa dentro de un contexto dinámico en que se discernían los miembros de la masa y el conductor. He aquí la formulación a que arribó: "Una masa primaria de esta fndole es una multitud de individuos que han puesto un objeto, uno y el mismo, en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de lo cual se han identificado entres{ en su yo" (1921, pág. 116). Recordemos que en.la época de esta formulación, "ideal del yo" y "superyó" eran utilizados por él de manera indistinta. Lo que en 1921 se trasmitía con la expresión "ideal del yo" sería atribuido, según la terminología actual, al superyó y al ideal del yo infantil (véase el capítulo 15). Este último daría razón de la naturaleza regresiva del comportamiento de la masa, característica que Le Bon (1895) y McDougall (1920) habían descrito en detalle y a la que Freud añadió la dimensión de los desplazamientos intrapsíquicos de investiduras. Para ejemplificar su tesis, Freud escogió como grupos representativos a la Iglesia y el ejército. Esta limitación excluía necesariamente innumerables tipos de grupos o masas. Redl (1942) hizo un gran aporte a la diferenciación estructural de estos últimos, muchos de los cuales carecen de conductor y quedan fuera del modelo freudiano. Es razonable pensar que la restric-
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ción conceptual de Freud a un solo tipo de formación de masa explica por qué su psicología social quedó como un hito monumental más que como una plataforma de lanzamiento para los estudios en este campo. . · Según ocurre tan a menudo, los enigmas sociales contemporáueos han dirigido nuestra atención hacia los antiguos problemas. En época más reciente, los grandes tra1>tornos sociales, sumados al comportamiento irracional endémico entre los jóvenes, han planteado la cuestión de que las instituciones, costumbres y principios morales de la sociedad podrían ejercer una influencia nociva en la personalidad del adolescente. No tenemos claro en absoluto cómo operan estos fenómenos sociales, pero hay indicios de que no puede relegárselos única-. mente a la historia ontogenética y su lógica reduccionista. Los int~rrogantes que de allí se siguen -vastos, urgentes, inqmetantes- nos incitan; volveremos a ocuparnos de ellos más adelante.
La imago parental escindida!
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Es común observar que los adolescentes tienen tendencia ver al mundo y a las personas en términos de "blanco o negro". Sean cuales fueren los opuestos, por el momento resultan para ellos inconciliables,. separados y absolutos. La moderación o la transacción son considerados una señal de debilidad o de insinceridad. La imagen del self no está exceptuada de esta manera radical de ordenar el mundo externo, n0 obstante la violencia que ella hace a la percepción y a la razón. El adolescente se percata intermitentemente de que esta división tajante en opuestos e~ bas~ante irreal y no puede ser cabalmente sostenida, pero se _siente mcapaz de atender a esta amonestación. Trata, corr toda su voluntad, de contradecir el epigrama de Heráclito: "Uno nunca entra dos veces en el mismo río". Es como si el adolescente dijera: "Sé que el mundo no se conduce en realidad de ese modo, pero por ahora tiene que ser como yo digo; debo ernpe- · zar desde el principio y conformar un nuevo orden, mi nuevo orden en mi mundo propio". Con esta disposición anímica, atribuye cualidades antitéticas a los objetos en una forma primitiva :-p.ej., lo "bueno" o lo "malo"--. 1 En la actualidad, la palabra "imago" no es empleada con mucha frecuencia en la bibliografía psicoanalítica, pese a que su utilidad todavia no se ha agotado. Como para entender este capítulo es esencial que esté claro el significado de este término, creo conveniente dar aquí su definición: "Figura prototípica inconciente que orienta la forma en que el sujeto aprehende a los otros; es elaborada a partir de las primeras n~laciones realeo; y fantaseadas con el ambiente familiar" (Laplanche y Pontalis, 1973, pág. 211).
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Sabemos que originalmente• en. la mente del niño la madre "buena" y la madre "mala" no son un objeto idénti~~; c~da una de ellas es diversa y separada de la otra, una cosificación de sensaciones a lo largo del espectro placer-dolor. Aún no son audibles las voces de la memoria y de la cognición discriminatoria. Sólo con la formación del objeto y la constancia del self se vuelve factible la síntesis de los objetos parciales, y puede emerger el objeto total. Sin embargo, a lo largo de la vida nunca se extingue del todo la posibilidad de que, en situaciones de stress, este proceso se revierta; este hecho debe ser considerado parte de la condición humana. Mahler, Pine y Bergtnan (1975), con una argumentación parecida, sostienen que ~as batallas de la escisión apuntan a "numerosos problemas y dilemas específicamente humanos, que a veces no pueden resolverse por entero en todo el ciclo de la vida" (pág. 10~). . En el análisis de adolescentes, a menudo atnbmmos a un conflicto de ambivalencia lo que resulta ser de origen preambivalente. La transitoria dialéctica adolescente del "o bien ... o bien. . ." se remonta a los signos preverbales del "si" y el "no". El movimiento cefalógiro y el gesto del "no", descrit.os por Spitz (1957), hacen su aparición alrededor de los quince me~es de edad. Una fuente anterior aún de polaridades básicas radica en el estadio simbiótico de la infancia, cuando el niño no sólo extrae una sensación de omnipotencia al compartir con la madre su todopoderoso estado, sino que concomitantemente está en constante peligro de perder esta fuente vital de bienestar. La elevada posición de la madre es mantenida primero mediante la escisión y luego mediante la idealización. Las distorsiones de la realidad inherentes a ambas reaparecen en la adolescencia, con la idealización transitoria del self y el objeto. A la postre, si esta idealización es atemperada por la razón y el juicio, se aparta del self y el objeto y halla permanente morada en el ideal del yo maduro (véase el capítulo 15). Dentro de la cosmovisión antitética de la adolescencia, el orden más alto de absolutos y de opuestos se halla en la polaridad de masculino y femenino, activo y pasivo, interior y exterior, yo y tú, bueno y malo. Estos emblemas básicos se adscriben al mundo de las representaciones. Así, por ejemplo, para una muchacha adolescente cualquier libro científico, o simplemente cualquier volumen de gran tamaño, puede ser masculino, en tanto que las novelas o los libros de arte portan un rótulo femenino; de manera análoga, tal vez conciba como femenino entregarse a ensoñaciones o comer bocados a deshora, y como masculina toda actividad intelectual o ejercicio físico. La vivencia del self dentro de esas antítesis globales tiende a promover oscilaciones extremas del talante. La tendencia del adolescente a la polarización y su intolerancia de las gradaciones y
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transacciones se refleja en las peculiaridades semánticas de esta edad. Por ejemplo, todas las personas (incluido uno mismo) son brillantes o estúpidas, interesantes o aburridas, amistosas u hostiles, sensuales o asexuadas, activas o pasivas, buenas o malas, generosas o avaras, atractivas o feas, creativas u ordinarias, introvertidas o extravertidas. Ninguna persona (incluido uno mismo) es "poco amistosa" o "no tan amistosa"; las formas adverbiales "poco", "no tanto", etc., que indican gradación en el significado, rara vez o nunca forman parte del lenguaje del adolescente, a menos que el savoir jaire lleve a ocultar gentilmente en público los crudos extremos de la emoción y el pensamiento. En general, estamos habituados a esta clase de polarización en la conducta adolescente. Anna Freud (1958) ha hecho referencia al "adolescente intransigente", en tanto que yo he empleado en mis escritos la expresión "totalismo adolescente" (Blos, 1962). Estas expresiones aluden a un proceso defensivo del mismo modo que la conducta opositora y el retraimiento: que son características normales de las relaciones objetales durante el segundo proceso de individuación de la adolescencia (capítulo 8). Lo que aquí observamos forma parte de una situación conflictiva normativa. La polarización a que me refiero en esta exposición es genéticamente diferente, puesto qu~ hunde sus raíces en la etapa preambivalente de la infancia, cuando la vivel)cia de la escisión del objeto constituye una sensación preconflictiva normativa del organismo somatopsíquico inmaduro. · ·
Preámbulo a un estudio clinico Antes ~e presentar un ejemplo clínico, debo hacer algunos comentanos sobre el análisis de aquellos pacientes míos que se hallan en la adolescencia tardía. He notado que la tenaz perseverancia de la imago parental escindida sólo se pone claramente de manifiesto hacia la fase terminal del análisis. Para esa época, los conflictos de ambivalencia edípicos y preedípicos, los de identidad sexual, y la reverberación de los traumas infantiles, han sido ya analizados y reelaborados. Queda, empero, un resto de desarmonía interior que sube periódicamente a la superficie, impidiendo la conciliación final de los opuestos y no permitiendo, en modo alguno, que disminuya el uso exagerado de los absolutos en la concepción de la realidad, el objeto y el self en momentos de stress. Parece concebible que estos reductos de modalidades primitivas de pensamiento y examen de realidad no admiten el cambio o resolución dentro del mismo ámbito psíquico de labor lnterpretativa en que el análisis ha
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obtenido buenos resultados terapéuticos. Es evidente que el fenómeno clínico residual pertenece a una categoría genética que difiere fundamentalmente del conflicto neurótico, con el cual hay que conectarlo. Los reductos remanentes de P.ercepción y pensamiento primitivos pueden considerarse como el resto petrificado de la temprana vivencia -normativa, no defensiva- de escisión del objeto, que se ha filtrado, a lo largo de los años de análisis, de la organización neurótica que precipitó la enfermedad. Distingo aquí entre un componente evolutivo y otro conflictivo en la disfunción de la personalidad. El principio de causalidad implícito en el razonamiento ge- · nético no es igualmente aplicable en la esfera de los problemas conflictivos y las vicisitudes del desarrollo. En verdad, la intervención psicoanalítica clásica demuestra ser inapropiada cuando ha habido una crítica falta de completamiento del desarrollo o una grave asincronía en el movimiento de avance hacia la más temprana diferenciación psíquica. Un retraso en el desarrollo no es forzosa o primordialmente el resultado de un conflicto in•terior, pero secundariamente puede dar origen a un conflicto cuando el niño en crecimiento o, más tarde, el adolescente no pueden ya ignorar las consecuencias de la traba evolutiva. A fin de mantener un tolerable equilibrio narcisista, el ·niño puede acudir a expedientes restaurativos en la fantasía o en la acción. Con frecuencia son evidentes las desfiguraciones, grandes o pequeñas, de la realidad. Dentro de este ámbito particu- · lar de inmadurez en el desarrollo, el enfoque interpretativo del analista, tendiente a ayudar al yo aún inmaduro a tomar conciencia del mecanismo de defensa y de aquello de lo cual se defiende, resulta ineficaz, porque no existen determinantes conflictivos inconcientes que conviertan al funcionamiento inadaptado en un estabilizador psíquico, y por otra parte esta clase de estancamiento no ofrece tampoco una ganancia secundaria como ocurre en la formación del síntoma neurótico. Anna Freud (1974) aclaró la diferencia entre la patología del desarrollo y la del conflicto al afirmar: "En la medida en que el avance mismo del desarrollo es defectuoso o desequilibrado a causa de condiciones innatas o ambientales, no podemos esperar que la interpretación cancele el daño, aun cuando ella aclare el pasado y pueda ayudar al niño para que encuentre mejores formas de hacer frente a sus consecuencias" (pág. 16). La línea divisoria entre la patología del conflicto y la del desarrollo no es, por lo común, tan nítida como parecería implicar la descripción anterior, en especial en aquellos pacientes cuyo análisis coincide con exigentes tareas del desarrollo, como es el caso en la adolescencia. Sabemos que la psicopatología conflictiva puede introducir el desorden y la confusión en el progreso del desarrollo. El aflojamiento de las fijaciones a tra-
vés del proceso analítico pondrá nuevamente en marcha el desarrollo, aunque sea a ritmo demorado. Esta activación requiere facilitación y apoyo ambientales, en relación con los cuales los impulsos propios de la edad, liberados por la labor terapéutica, pueden ejercitarse y practicarse. Debemos tener presentes las palabras de Piaget (1954): "La maduración, por sí sola,. no es la causa de nada; ella no hace sino determinar, para un mvel cualquiera, la gama de posibilidades". Esa ayuda ambiental es tanto más significativa cuanto más joven es el niño, y se vuelve comparativamente intrascendente en el análisis de niños mayores y de adolescentes, cuyos niveles de cognición, abstracción y expresión simbólica más altos trasportan el campo de la acción, la realidad efectiva y la experiencia a la escena psíquica y a la situación terapéutica. El análisis de adolescentes tardíos presenta especiales obstáculos, de los que dan cuenta problemas específicos del desarrollo que han dejado una huella duradera en la vida anímica. Lo que parece un déficit del desarrollo, con frecuencia es un aspecto del desarrollo normal al cual se ha adherido más allá del momento oportuno; así, continúan existiendo modalidades anacrónicas de funcionamiento junto a conflictos normales propios de la fase y a su resolución normal o anormal. Los déficit de desarrollo a que aludo aquí pertenecen al período preedípico; sus raíces se hunden en la etapa preverbal. En vista de la.fenomenología del adolescente típico y normal, podría preguntarse si esa falta de completamiento (en lo grueso o en lo fino) de la más temprana formación de estructura no hace universalmente su reaparición ·en esta edad. Aduciré luego algunas características lingüísticas de la adolescencia en apoyo de este punto de vista. La tendencia del adolescente a idealizar o condenar se reconduce, al menos parcialmente, al temprano mecanismo de escisión, que alcanza una síntesis viable en el proceso de consolidación adolescente. La desidealización es una tarea capital para este proceso; en verdad, la formación de la personalidad adulta depende del complet~miento de esta tarea de diferenciación psíquica. Aquello que he denominado un obstáculo típico del desarrollo en el análisis de adolescentes tardíos representa, simultáneamente, un fenómeno regresivo adecuado a la fase. Es el dilema universal de la adolescencia. Como bien nos enseña la experiencia, la "realidad" se convierte en una "mala palabra" para los adolescentes en este estado de regresión. Se hace evidente una similitud con el paciente fronterizo, aunque a mi juicio se trata más de una analogía que de una homología; mucho tiempo atrás, Siegfried Bernfeld (1923), y más tarde Anna Freud (1936), sostuvieron que uno de los aspectos de la adolescencia normal se asemeja al estado de una psicosis incipiente.
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Ejemplo clfnico
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A sabiendas o no, son varias las adaptaciones de la técnica analítica que se aplican a la etapa adolescen~e. La validez d.e esas divergencias respecto de la técnica canómca durante la mñez y su estadio terminal, la adolescencia, se calibra de acue~ do con el nivel madurativo del yo y su grado de dependencia del ambiente. Estas adaptaciones técnicas no deben confundirse con los parámetros determinados por la índole de la psic.opatología o por exigencias extraordinarias en la vida del paciente adulto. Mi estilo personal en el análisis de adolescentes -y cada vez son menos los casos que se prestan a esta forma de terapia- es de adhesión al modelo clásico. Dentro de este encuadre, puede ocurrir que el analista haga espontá~eamente un comentario que provoque en el paciente una reacción fuera de lo común, suceso que con frecuencia lleva a paciente y an~ lista a una nueva y sorprendente intelección. Eso que podna parecer un beneficio gratuito ~me~e. muy. bien ~bedecer a que la intervención ha sido hecha, mtmtiva e mconcwntemente, en el momento oportuno. Fue de este tipo la reacción que suscitó en una pa~iente m~a, una joven en su adolescencia tardía, el comentano que ~ICe cuando entró al consultorio cierta vez con un poncho de vivos colores, que impresionó mi sentido estético como alg? singularmente hermoso, y así se lo dije. La muchacha, que siempre e:a locuaz, guardó un silencio llamativamente pro~ongado, y al f~n dijo que mi comentario le había hecho sentu una angustia extrema. La tomó enteramente por sorpresa: de pronto, yo me había vuelto "real" para ella, aterradoramente real, como los monstruos nocturnos de su niñez. El consultorio perdió su carácter de santuario. ¿Acaso mis palabras, como un ataque por sorpresa habían despertado el pánico edípico y la huida? Ella se daba ~uenta de que hasta entonces había mantenido alejado del análisis un fragmento de su realidad interior, impidiendo así que yo me contaminara con sus impulsos desagr~dable~, egoístas, mezquinos y voraces. Siempre había.mantemd~ baJO un control razonable su ilimitada furia hacia mí, haciendo prontamente las modificaciones que le di.ctab~ el a~ata~iento. En esta oportunidad se refirió a su umdad Imagmar.Ia pero esencial con una madre "buena", en este caso el anahsta. La perfección del objeto podía así devolverle a la vida y a su propio self, en momentos de necesidad, un ~sta~o de. segura a~m?, nía. "Me esforcé tanto para que usted sigmera siendo muJer . declaró. Las obvias implicaciones edípicas de este incidenk representaban, en esta etapa de su análisis, una defe.~sa con.~ru la regresión hacia el temido ~undo .~a m~?re bu~na Y "mala", y, parí passu, del self bueno y malo . Su hmda ha-
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cia el nivel edípico, cuyas excentricidades habían sido extensamente analizadas, la dejó, al ser interceptada, literalmente muda. Al mismo tiempo, su mente se vio inundada de imágenes -la forma de la mentalización preverbal-. A su conjuro aparecieron monstruos, brujas y diosas-madres; llevada por un apremio intenso, se acurrucó en el diván y se durmió. Cuando la paciente asimiló el hecho de que la "diosa-madre" analista y la "bruja-monstruo" analista no existían como alternativas tajantes en la realidad, sino que eran, en diversas combinaciones, la esencia de la vida e integridad personales, un nuevo punto focal y un nuevo movimiento revitalizaron el trabajo analítico. Una de las comprobaciones más dolorosas es que el mundo de los objetos no se moldeará en respuesta a las necesidades subjetivas cuando estas se presenten, ni lo hará en consonancia con ellas. De hecho, a esta comprobación se la ignora en tanto y en cuanto ello es posible sin precipitar una ruptura del sentido de realidad. Michael Balint (1955) ha descrito esta etapa del tratamiento: "Cuando, por último, estos pacientes se establecen en esta segunda fase, se sienten envueltos en una oscuridad acogedora, cálida, no estructurada, que los protege del mundo exterior indiferente e inamistoso, representado con gran fre<·uencia por el analista. Abrir los ojos en esta etapa significa destruir la amigable oscuridad y exponerse a ese mundo exterior desagradable, indiferente o tal vez hostil de objetos separados" (pág. 237). Incidentes ocasionados por la paciente misma, pero semejantes al que acabamos de referir, se interponían repetidamen1<' frente a su necesidad de vivenciar al analista en el nivel de la t•scisión primitiva, de asegurarse de que constituía una unidad t•on el objeto bueno. El parcial fracaso del desarrollo en su uvunce hacia las representaciones del "objeto total" arrojó ~ombras sobre todas las etapas posteriores, que pese a ello perlllltllecieron abiertas y sensibles a la labor analítica. En verdad, , .. ,Jo después de que esta última dio a la paciente un firme urrui~o en el nivel edípico, pudo aventurarse una regresión a <·lapas anteriores sin el pánico por la reabsorción y pérdida del M·lf. Se observó entonces cómo el mecanismo infantil de esci.,¡,·m daba paso poco a poco en la trasferencia a la etapa de amf,lvul<'ncia y a la integración de los estados emocionales antitétit-os en relaciones con objetos totales; este avance facilitó una rnuyor tolerancia ante las imperfecciones del mundo de los obl<•lw;, A su debido tiempo, se produjo la unificación del self esc•hrdido -el malvado y el perfecto-. Las cambiantes reladunc•s c•ntrc yo y superyó que tienen lugar junto a este proceso dto Nfnlt~sis nos hablan de la influencia que ejercen, en el fun-
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cionamiento del superyó, los restos del mecanismo de escisión primitivo. En mi paciente, la resolución de la temprana dicotomía fue lo que allanó el camino para una nueva ponderación y reorganización de los conflictos edípicos y puberales que tan patológicamente habían entorpecido su desarrollo yoico. Esta fase del análisis de adolescentes suele requerir una prudente interacción transitoria mediante comunicaciones preverbales, a través de gestos y palabras personalizados. Más adelante puede retornarse al riguroso trabajo analítico que facilitó en sus orígenes la regresión profunda. En este punto queda abierta la posibilidad de una "re-reelaboración" [reworking through] -si nos es permitido utilizar esta expresión paradójica- de las tomas de conciencia, las síntesis y las resoluciones de conflicto que preceden, en el análisis, a la regresión a la etapa de las imagos parentales escindidas. Una vez que el paciente transita por este sendero de re-reelaboración, el objetivo analítico de establecer la continuidad yoica se encuentra al alcance. Se libra al presente de la pesada carga de repetir el pasado, y, simultáneamente. se altera en forma fundamental el futuro. "La novedad de todo futuro demanda un pasado novedoso" (Mead, 1932).
La unidad diádica entre el bebé y el adulto que lo tiene a su cuidado, y más tarde su unidad con el ambiente en expansión en el cual el pequeño articula el proceso de separaciónindividuación, ambas dejan un estrecho margen de acción. La dependencia infantil mantiene restringido el universo de laS posibilidades, y, además, los elementos constitucionales dados determinan en gran medida la capacidad del bebé para provocar de manera activa en el ambiente las respuestas que promueven su crecimiento físico y psicológico. Cuando el proceso adolescente revive la etapa temprana de la imago parental escindida, con su característica tendencia ambivalente (Mahler, Pine y Bergman, 1975), ya ese estadio primitivo se ha entramado con pasiones y angustias edípicas, con las intencionalidades propias del yo y del ideal del yo, con revisiones superyoicas y con el dominio de un mundo de objeto más vasto. Todo ello busca expresión, por así decir al unísono, en el ambiente social global. La importancia fuera de lo común de la vida grupal es un sinónimo de la adolescencia. Cualquier cosa que haga un adolescente, lo hace en forma extrema; con frecuencia en forma episódica, otras veces sin solución de continuidad. Hemos
llegado a considerar el acting out como una variedad de comportamiento adolescente específica de la fase (véase el capítulo 12). Este fenómeno bien puede deberse, al menos parcialmente, al hecho de que el adolescente ha revivido en forma regresiva la etapa de motilidad expresiva que corresponde a las fases preverbales y a las primeras fases verbales de la vida. Lo concreto y su símbolo, el acto y su significado, pierden así su distintividad, ya sea durante breves instantes o durante largos períodos de confusión. Es típico de la vida grupal adolescente ser exclusivista, limitada a los pares, o, en términos generales, a los de pareja edad. Sabemos bien qué destacado papel cumplen las relaciones con los pares en el proceso de desapego emocional respecto de la familia. Más allá de este aspecto familiar, quiero destacar que la imago parental escindida del período preedípico es una esta· ción de paso regresiva universal en la consolidación de la personalidad adolescente. Mostré un fragmento de análisis de una adolescente tardía a fin de proporcionar una descripción clínica de la naturaleza de esa estación de paso y del derrotero por el cual se llegó hasta ella. ¿De qué manera se infiltra en el sistema interactivo de las relaciones entre los pares la tendencia ambivalente de la niñez temprana? A este tema, que pertenece a la psicología social, nos dedicaremos ahora con más detenimiento. Conceptuali~ando mis observaciones, postulo la tesis de que los adolescentes exteriorizan dentro del grupo de pares los restos de la tendencia ambivalente preverbal infantil. Emplean, digámoslo así, un medio social creado por ellos mismos a fin de moderar y sintetizar las imagos parentales escindidas, que a menudo están apenas integradas, tratando con ello de separar su sentimiento de división interior, de desarmonía e incertidumbre, en la medida en que proviene de esta fuente en particular. Las relaciones sociales dentro del grupo de pares adolescente tienen un sello peculiar, que yo designo mediante la expresión medio autoplástico; me refiero con esto a la capacidad del adolescente para gestar y promover m:i medio social con el único propósito de integrar y armonizar los residuos de dicotomías por escisión del objeto. Al revivir sustitutivamente las imagos escindidas en el medio autoplástico, el adolescente instituye, de manera autónoma, un sistema social transaccional con la finalidad de modificarse a sí mismo pero no a su ambiente. Los demás pueden modificarse en este proceso, merced a una complementación no provocada -y es muy probable que esto suceda siempre-, pero no es esa la función inherente al medio autoplástico. Si el uso de este tiene éxito, se produce, siquiera temporariamente, una declinación considerable, aunque circunscrita, del examen de realidad. No obs-
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El concepto de medio autoplástico
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tante, esta fragmentaria regresión yoica no impide que se abran paso otras clases de adaptación. Me centraré aquí en las cuasi-relaciones del medio autoplástico, donde el adolescente utiliza a sus pares con vistas a alcanzar una unidad interior fundamental. Esta especie particular de relación entre pares no es auténtica; las relaciones de esta índole se desvanecen como espectros sin que se sienta su pérdida ni sobreviva un claro recuerdo de ellas. No debe pasarse por alto que muchas otras especies de relación -auténticas, imitativas, exploratorias, etc.- siguen su curso concomitantemente en esta etapa. De hecho, esos paradójicos paralelismos son modalidades genuinamente adolescentes de funcionamiento de la personalidad. La incapacidad de emplear el ambiente para el desarrollo propio se considera peculiar del niño pequeño, como lo es del adolescente. El uso que este último hace del ambiente constituido por sus pares con este fin particular representa un aspecto normativo especial de las relaciones sociales del adolescente. Asistimos a la moderación y síntesis de elementos vivenciales. dados, tales como los tempranos acomodamientos al placerdolor. Uno de estos se retrotrae al primitivo mecanismo de escisión. Desde luego, el desarrollo normal posterior elevó a un nivel simbólico las relaciones objetales infantiles interiorizadas, promoviendo de ese modo el1,1so eficaz de los procesos simbólicos, como el lenguaje y el pensamiento, para el avance de la maduración. Siempre es una delicada tarea, para el observador clínico de la adolescencia, trazar la línea demarcatoria entre la repetición y la creación novedosa, entre la mera reedición de un texto antiguo y su ampliación mediante nuevos párrafos que lo convierten en un libro parcialmente nuevo.
Un muchacho de diecisiete años fue traído a consulta a causa de su conducta rebelde e ingobernable, su oposición a las formas convencionales de educación y de enseñanza, su frialdad emocional y egocentrismo, su arrogancia y la imposibilidad de persuadido mediante razones o castigos. Episódicamente abandonaba todos estos rasgos para adoptar una conducta de acatamiento y conformismo excesivos, y luego volvía a su indiferencia irresponsable. La impredecibilidad de este muchacho brillante y cautivante exasperaba y confundía a sus padres y maestros, quienes sin embargo le otorgaban siempre el beneficio de la duda. Este adolescente estaba atrapado en el centro de la tormenta desatada por su desvinculación emocional respecto de sus
padres. Tendencias opuestas regían su conducta: dominio versus sumisión, intimidad versus distancia emocional, automenosprecio versus idealización del objeto, autoidealización versus menosprecio del objeto. Concientemente, el muchacho tenía su propia dialéctica, que funcionaba bien: sentía rechazo y desdén por su madre, que era para él una persona superficial, egocéntrica, exhibicionista, perseguidora del status, ilógica y arbitraria. El estaba seguro de que,.sean cuales fl)eren sus propias realizaciones, ella las utilizaría para pavonearse ante sus amigas; en otras palabras: se las robaría. A su padre, en cam- • bio, lo veía bajo una luz más favorable; aunque era un hombre apocado y callado en el hogar, evitaba las rencillas con su esposa y nunca se ponía del bando de su hijo, este lo consideraba un individuo realista, racional, generoso y capaz. El muchacho percibía su conflicto en agudas polaridades. Fortificado por su dialéctica, manejaba su vida con los adultos en un ciclo repetitivo en que pasaba del conformismo a la oposición. El análisis de las relaciones con sus pares puso al descubierto en parte la dinámica central del comportamiento inadaptado de este joven. Era capaz de informar con notable fidelidad acerca de su pauta de interacción social. En primer lugar, él mismo señaló que pertenecía a diversos grupos incompatibles entre sí, al par que emocionalmente no se sentía parte de ninguno. Entraba y salía de estos grupos y era conciente de que pasaba de entablar un vínculo bastante estrecho con sus pares a cortar con ellos en forma abrupta. También se percataba de su cínica frialdad y de la imagen efectista que proyectaba. En un tipo de grupo comenzó a tallar fuerte, hablando con autoridad y convicción, pero se alejó de él antes de comprometerse de manera personal y significativa. En otra clase de grupo se mostraba parco y retraído, proyectando la imagen del pensador autosuficiente, del filósofo por cuya cabeza pasan muchas ideas. El percibía el carácter irreal de esta postura social. "Tengo muchas máscaras", decía; "una para cada grupo, y me las cambio con toda facilidad". Sería erróneo atribuir este juego de roles a una ambivalencia identificatoria en relación con las imagos de su madre y su padre. Aunque este punto de vista es en parte correcto, las posiciones polares reflejan al mismo tiempo las imagos parentales escindidas, que el muchacho había intentado en vano sintetizar. Su fracaso en tal sentido se ponía de manifiesto en su repetitiva conducta inadaptada. La promiscuidad social consecuente lo dejaba solo e insatisfecho. No sabía qué destino darle al grupo "necio y despreciable", pero estaba indefectiblemente atrapado por él; al otro grupo, que él tildaba de "agradable y brillante", lo respetaba, pero lo eludía una y otra vez, ternero-
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Dos casos a modo de efemplo
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so del poder potc•ndul !JIIt' huh,rfu dt· tener sobre él. Su vagabundeo dt• un Krupo u otro lo dejaba sin un habitáculo social donde adquirir un sentido de pertenencia. Los dos grupos polares representan la cosificación social de las imagos de la madre "buena" y de la madre "mala" vivenc.iadas c?mo una d.icotomía en el self. Al muchacho lo' impresiOnó m1 comentano de que él parecía desplegar en uno de Jos grupos los rasgos que despreciaba, pero secretamente envidiaba, en su madre. A esta, su omnipotencia le confería poder sobre los demás; sobre el padre, como es obvio, y, en el pasado, sobre su hijo. Si se adhiere a la polaridad básica (vivenciada como e~vidia y temor) fuera del momento oportuno, ella ha de contammar la formación del complejo de Edipo. En tal caso, las imagos de la madre "buena" y "mala" se superponen a la tría~a de la con~guració? .edípica, con la consecuencia de que las figuras edíptcas parhctpan del paradigma primordial del primer período infantil. Esta clase de fijación aparece, en la fase edípica, como el padre "todo bueno" y la madre "todo b~ena". Estamos familiarizados, desde luego, con los desplazamientos normales de la valencia positiva y negativa dentro de la tríada edípica; pero lo que aquí intento destacar es la índole de las relaciones con objetos parciales, decididamente características de la primera etapa infantil de las relaciones objetales. Un resultado de la etapa cuasi-edípica, tal como fue descrita, puede observarse en la estructuración anómala o incompleta del superyó al final de la fase fálica. El caso del adolescente sobre el cual informamos aquí ofrece un ejemplo clínico de mis propuestas teóricas. Podría añadir que los permanentes empeños del paciente por avanzar hacia una etapa edípica no contamína~a eran derrotados una y otra vez por los restos preedípicos. Por último, inició un renovado y resuelto esfuerzo en la misma dirección durante la adolescencia, a través del uso del medio autoplástico dentro de la matriz social de las relaciones con sus pares. En la interacción social de la adolescencia, se reviven las imagos parentales despreciadas e idealizadas frente a sus "dobles" respectivos, creados en el ambiente de los pares, con miras a su unificación. En la liza social de las relaciones con sus pares, el muchacho actuaba de manera activa y pasiva las imagos parentales "buena" y "mala". Ideó, dentro de las camarillas de sus pares, los "objetos grupales" representativos que guardaban correspondencia, merced a una analogía espuria, con las primitivas dicotomías parentales del pasado. Estas ana.logías suelen fundarse en caracteres abstractos, como los valo-~ res, patrones de conducta, intereses, gustos mundanos y principios morales. La cuasi-relación es un rasgo evidente del comportamiento entre pares, y a través de él este muchacho paro-
diaba sus dicotomías residuales de objeto escindido y self escindido. Esta lucha emocional guarda notable semejanza con la subfase de acercamiento a que hacen referencia Mahler, Pine y Bergman (1975). Esa semejanza se aprecia en el uso particular· que hace el adolescente de su grupo de pares, provocando aquellos tipos de respuestas que facilitan su cambio inte'rior, en especial dentro del sistema de representaciones del self y del
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La autonomía yoica lograda en los años trascurridos ha de dar un aspecto novedoso a las soluciones anteriores de la división interior. En este proceso, el ingenio y la inventiva social del adolescente son tan esenciales como el "ambiente facilitador" (Winnicott, 1965), sobre el cual se articula el medio autoplástico. Daremos otro ejemplo de participación grupal en términos del medio autoplástico; se trata de una muchacha en su adolescencia tardía que pertenecía a un grupo feminista. Sus representaciones del self escindido y del objeto escindido eran articuladas por ella dentro de las candentes cuestiones del Movimiento de Liberación Femenina. El problema inconciente de la liberación correspondía, en esta paciente, a su liberación de la madre preedípica. Este hecho no privaba a la cuestión social, la liberación femenina, de su validez objetiva. La dicotomía de mi paciente se manifestaba en dominar a los demás o ser dominada· por ellos; esto último significaba para ella ser "buena" y repudiar sus impulsos mezquinos, rapaces y agresivos. Tenía que mantener sobre sí misma una vigilancia permanente, para impedir que sus impulsos hostiles fueran actuados, y, por ende, que los demás llegaran a conocerla. Sólo podía concebirse a sí misma como una persona "todo buena" o "todo mala", y el mismo moldeles aplicaba a los otros. (No entraremos a considerar aquí los problemas superyoicos vinculados con esta constelación.) Cuando en una de las reuniones del grupo la paciente se atrevió a expresar abiertamente sus pensamientos y afectos agresivos a un miembro de aquel que le era particularmente detestable, sintió que su espíritu se libraba de una opresión. Tras este incidente, el grupo fue perdiendo poco a poco para ella su razón de ser. El proceso de desvinculación fue acompañado de una creciente diferenciación social, con el resultado de que se hizo amiga de una de las chicas, en tanto que las demás quedaban relegadas a diversos niveles de relación. El análisis de su pertenencia al grupo puso de relieve su avasallador apremio por llegar a una conciliación con las tempranas dieotomías de sus relaciones de objeto. Sus rabietas en el grupo aportaron al trabajo analítico, con suma claridad, el problema de las imagos parentales escindidas.
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El punto decisivo se alcanzó cuando la paciente dijo: "Siento a mi grupo feminista como a una persona única; el único . nombre apropiaP,o que se me ocurre darle es el de «madre»". La supuesta homología del grupo y la imago materna constituía el medio autoplástico de esta paciente, dentro del cual se afanaba por trascender sus dicotomías infantiles. Podría afirmarse, por lo tanto, que el grupo del medio autoplástico es una combinación organizada de representaciones de objetos parciales (psíquicos), vivenciados como cuasi-individuos en el mundo exterior. Al dar un paso adelante hacia la síntesis y la conciliación, la paciente elevó sus relaciones de objeto a un nivel de diferenciación superior. Por entonces ya había tomado conciencia de su avasallador impulso regresivo hacia la madre preedípica. Cuando este impulso se vuelve extraordinariamente intenso en la pubertad, da origen (en la mujer) a anhelos homosexuales y a hostilidad contra el hombre. En la conducta manifiesta habitualmente observamos lo contrario. En el caso de mi paciente, que se hallaba entre la tendencia ambivalente infantil y la ambivalencia madura, sólo el nuevo análisis del complejo de Edipo podía resolver el antagonismo entre masculino y femenino, activo y pasivo, dependencia e independencia, bueno y malo. En suma, sólo la tolerancia en cuanto a que coexistan en sujeto y objeto cualidades antitéticas puede atemperar el universo cruel del "o bien ... o bien ... ", de la perfección contra la nulidad.
Ya me referí antes al lenguaje y al modo de hablar como indicadores de los procesos regresivos e integrativos de la adolescencia. Sabemos bien que la función simbólica del lenguaje ayuda al niño pequeño a dominar la realidad mediante la gradual transición del lenguaje emocional al lenguaje enunciativo. El funcionamiento de la inteligencia se basa en la adquisición del lenguaje o de un sistema de símbolos. Las propias leyes gramaticales asisten a la mente del niño para que este ponga orden en el mundo que lo rodea. Ernst Cassirer (1944) ha señalado: "La realidad física parece retroceder en forma proporcional al avance de la· actividad simbólica del hombre" (pág. 43). Cuando se aprende una palabra que corresponde a una cosa conocida, no sólo se establece un código simbólico, sino que queda definida también una nueva cohesión social entre los individuos que emplean idénticos símbolos. Pienso aquí en los cambios que se producen en el lenguaje de generación en generación, y en el papel creativo que desempeña la adolescencia en
La inventiva de los adolescentes en materia lingüística no sólo se aplica a 1as palabras sino también a la sintaxis. En gran parte esta es tomada (en especial por los jóvenes norteamericanos de clase media) del lenguaje usual de otros grupos étnicos de clase baja. Ese lenguaje peculiar confirma que existe, entre los coetáneos de pareja maduración sexual, una nueva cohesión social; todos desdeñan en parte el lenguaje que les fuera enseñado cuando eran niños. Esta situación es particularmente válida en el caso del adolescente culto, cuyo uso de un argot establece una distancia lingüística respecto del mundo de la niñez. En algún momento, el lenguaje torpe del niño pequeño da paso a un lenguaje correcto; pero al comienzo "las proferencias humanas elementales no se refieren a las cosas materiales [ ... ] Ellas son expresión involuntaria de sentimientos, interjecciones y exclamaciones humanas" (Cassirer, 1944, págs. 148-49). El lenguaje peculiar del adolescente recupera algo de la cualidad emocional que poseían las palabras del bebé, y que en verdad nunca perdieron. Lo novedoso de ese lenguaje -al que los jóvenes suelen referirse diciendo que hablan con las "tripas", o con el "alma"- radica en que crea un vínculo comunitario entre los coetáneos. Si los adultos lo adoptasen (y sobre todo si lo hicieran los padres de clase media y alta), los adolescentes lo escucharían (suponiendo que lo escuchasen) con
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Una digresión lingüística
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este proceso. Al crear una palabra o utilizar en una acepción diferente otra ya conocida, se establece una nueva identidad entre el nombre y la cosa, emerge un nuevo significado. El vocabulario siempre cambiante del argot adolescente ilustra bien la originalidad lingüística de cada generación. El singular lenguaje del adolescente nos ofrece un notable ejemplo de inventiva lingüística. Nuevos vocablos y una sintaxis distinta pasan a formar parte, imperceptiblemente, de la lengua oral (y aun de la escrita). En contraste con lo que sucedía anteriormente, en que la jerga de los jóvenes quedaba restringida a su propio ámbito, en los Estados Unidos contemporáneos los adultos tienden a adoptar sus innovaciones -no sólo en materia idiomática sino en la indumentaria y los hábitos de aseo personal-. Cuando finalizó la guerra de Vietnam y volvieron a su patria prisioneros de guerra que habían vivido durante años separados de sus familias, la Fuerza Aérea de Estados Unidos publicó un glosario de términos propios de los adolescentes, a fin de posibilitar que los soldados que retornaban pudieran conversar con sus hijos adolescentes y con la comunidad joven en general (New York Times, 8 de marzo de 1973). Es impresionante observar la gran cantidad de nuevos vocablos y modismos populares que surgieron durante los años de la guerra.
divertida indulgencia o con desdén. El rechazo pars pro toto del lenguaje tradicional disminuye con la edad, como lo hace la necesidad de amoldarse al obligatorio argot adolescente. Su uso pasa a ser facultativo y queda reservado a determinadas situaciones sociales; y, en parte, es incorporado al lenguaje corriente.
Individuo y ambiente
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La materialización del medio autoplástico trae consigo su propia destrucción; dicho de otro modo, se elimina a sí mismo a través del proceso de consolidación de la adolescencia tardía. No obstante, el resultado de este proceso no depende por entero de la historia del individuo, sino que, en alguna medida intrínseca, está codeterminado por las circunstancias externas, como las oportunidades, costumbres y expectativas prevalecientes en el ambiente social. No hay duda alguna de qúe los patrones de conducta interiorizados inmunizan al niño contra el comportamiento antisocial y autodestructivo, pero la experiencia nos enseña que el umbral de atractivo y contagio puede ser peligrosamente rebajado por las influencias sociales. Redl (1956) ha descrito en forma amplia la dinámica del "contagio" en el comportamiento de niños y adolescentes. Le Bon (1895) ya había hecho uso del término en su estudio sobre la conducta de las multitudes. Nadie discute, en principio, que los niños deben ser protegidos contra las influencias dañinas para su desarrollo. Lo que se debate es hasta qué punto de la adolescencia ha de mantenerse esta tutela personal e institucional (de la escuela, la Iglesia, los tribunales, etc.). Aquí surgen dos cuestiones: una de ellas se refiere a la oportunidad y el grado en que los padres o instituciones deben renunciar a su presencia protectora y reguladora; la otra, a la elección de los hábitos de crianza que mejor aseguren la conservación autónoma de la integridad personal en momentos de stress. Durante los últimos años hemos comprobado en un número impresionante de adolescentes con cuánta frecuencia se elude el arduo proceso de la individuación sustituyendo el cambio interior (vale decir, psíquico) por la acción y el pensamiento concreto. En esta sustitución podemos ver un reflejo grotesco de las características predominantes en la llamada "generación mayor", que ha conferido un valor supremo a la superioridad competitiva y al éxito material, como elementos de los que depende básicamente el sentido de dignidad personal. La discrepancia generacional con estos ideales puede observarse en su periódica inversión de contenido y valencia. Así nació el an-
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tihéroe adolescente, que en modo alguno pertenece a la misma especie que los antihéroes de Sartre, Beckett o Pinter. El acto heroico del antihéroe adolescente consiste en vilipendiar la tradición y desentronizar los valores absolutos. La atención consuetudinariamente prestada al aseo y el embellecimiento personal, la pulcritud en el vestir, la instrucción, la fidelidad sexual (por mencionar tan sólo unos pocos valores), se convierte en la preocupación por los valores contrarios, a los que se adhiere con un riguroso conformismo, que cimenta los diversos grupos juveniles en cónclaves "antiheroicos" o contraculturales. Bajo la influencia de esta inversión de valores, ser expulsado de la universidad o vivir desenfrenadas experiencias sexuales -hacer "lo de uno", en suma- se ha convertido para muchos jóvenes en el símbolo de status de la madurez. Helene Deutsch (1967) ha dedicado a este tema una monografía en que investiga la influencia y presión social de la cultura de los pares sobre el comportamiento sexual de las muchachas universitarias. Destaca el peligro de infantilización emocional que engendra esta clase de acatamiento al código moral del grupo. El abandono provisional y episódico que hace el individuo de su sistema de valores en aras de la aceptación del grupo se paga con un sentimiento de alienación y de difusión de la identidad (Erikson, 1956). El cuadro de la nueva moralidad sería incompleto si no hiciéramos referencia a sus logros positivos. Mucha crítica social, política y moral constructiva se ha expresado con auxilio de las cambiantes costumbres sociales de la juventud. Basta mencionar la fortaleza moral de los que se resistieron a párticipar en la guerra de Vietnam, o el hecho de que fueran los jóvenes quienes escucharon a Rachel Carson (1962) y su grito en el desierto de la "callada primavera", y los que iniciaran con él una cruzada contra la devastación ecológica. En el momento de escribir esto, la protección ambiental se ha convertido en un respetable problema público. Por desgracia, muchos de los que participan en estas batallas resultan ser individuos que viven de idéologías prestadas, atrapados en la causa egoísta de dar descanso a los fantasmas de su pasado personal. Habiendo perdido vigencia para ellos las vastas cuestiones a las que declaraban servir, enarbolan su volubilidad como una virtud y, característicamente, arrastran tras de sí a aquellos que, por su indecisión crónica, han sido llevados a un callejón sin salida en la encrucijada de la adolescencia tardía. Podría preguntarse, en términos simples, si las llamadas "malas compañías" pueden hacer descarrilar el desarrollo individualllevándolo poi vías regresivas, o en general, hacia formas anómalas de adaptación. Nos inclinamos a pensar que la
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respuesta del individuo al ambiente está sólo determinada por la complementariedad de lo "interior" y lo "exterior", de lo individual y lo social, o, en otras palabras, por la presencia protectora y reguladora del yo y el superyó. Sigue siendo un interrogante hasta qué punto estas estructuras psíquicas necesitan de la complementariedad o apoyo constantes del ambiente personal e institucional. Sea como fuere, la psicología individual por sí sola no logrará hacer inteligible en su totalidad este fenómeno social. Tal vez debamos tomar en cuenta ciertos determinantes del comportamiento humano que son de un orden distinto que aquellos hacia los cuales acostumbramos volvernos en busca de referencias causales y explicativas.
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El Zeitgeist como ambiente Quiero ahora presentar las ideas de Michael Polanyi (1974), el fisicoquímico e historiador de la ciencia que ha indagado la cambiante cosmovisión humana del mundo físico y ha inquirido de qué manera ella gravitó en la mentalidad moderna y, por ende, en el comportamiento del hombre actual. Su indagación se halla, por así decir, más allá de la economía de Marx y el psicoanálisis de Freud. Sobre estas dos disciplinas estamos bastante bien informados. Si queremos dirigir nuestros pensamientos hacia lo que constituye el centro del interés de Polanyi, debemos recordar la revolución copernicana y la alteración subsiguiente en la relación del hombre con el universo físico. El impacto que tiene sobre la mentalidad contemporánea la cambiante visión del mundo físico como consecuencia de los descubrimientos científicos contribuye en grado significativo a plasmar el Zeitgeist, ese elusivo y penetrante espíritu intelectual y mental de una época, que nos rodea a todos como una atmósfera. La creciente fe en las leyes de la física y la química, por ejemplo, hizo que lo tangible y lo mensurable pasaran al primer plano de la conciencia del hombre, como los medios más confiables y controlables de asegurar el mejoramiento del individuo y de la sociedad. La ilimitada potencialidad de la máquina y la combinación infinita de nuevas sustancias brindaron la esperanza y la seguridad de haber hallado medios fidedignos gracias a los cuales se libraría a la condición humana de sus imperfecciones. El incremento de las investigaciones en las ciencias físico-naturales hizo creer que el perfeccionamiento de la condición del hombre y de su moral era cosa cierta. Afirma Polanyi que al recurrir a leyes naturales, no gobernadas por el principio moral, y confiar en ellas, el hombre fue presa de una
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dicotomía: la del escepticismo positivista y el perfeccionismo moral. La búsqueda del conocimiento como fin en sí remplazó gradualmente a los valores morales, o, al menos, hizo que se los cultivase aislados del saber y de la acción. Por consiguiente, el acto amoral pudo coexistir, en una armonía sin conflicto, con la pretensión de sustentar los más altos principios morales.2 Esta dicotomía de actitudes mentales ya había sido anunciada en la literatura moderna; pienso aquí en los crímenes gratuitos del Raskolnikov de Dostoievski, del Lafcadio de Gide, del Mersault de Camus (El extranjero), y en muchos otros. A esas actitudes Polanyi se refiere cono "nihilismo moral cargado de furia moral". La fe en el principio de la máquina y en los descubrimientos e inventos científicos como guardianes de la seguridad exterior e interior del hombre ejerció, pues, una influencia penetrante en el espíritu de cada individuo. El escepticismo total priva a la vida de su significado, y sólo un acto sin sentido, desprovisto de todo motivo· moral, restaura en el hombre su sentimiento de autenticidad. He oído a los adolescentes hablar con orgullo de esos actos inmotivados de violencia o depravación; utilizan frases tales como estas: "Lo hice por divertirme"; "Es tan sólo una experiencia"; "Eso no significa nada". Aparte de la historia familiar, el Zeitgeist representa una matriz social en que los adolescentes tienen que encontrar su rumbo, a menudo con una afirmación extrema de su integridad moral. Uno no tiene que ser literato para que lo afecte este espíritu predominante de la época, ni tampoco tiene que estar personalmente envuelto en los problemas o tendencias que él encarna; su influjo alcanza, como por vía de ósmosis, a todos los que se encuentran dentro de su órbita, a través de los medios de comunicación de masas cuyo eco nos circunda y de las instituciones sociales en que vivimos. Aquí concebimos a Zeitgeist e individuo como una unidad funcional, un proceso dialéctico, un sistema.
Observaciones finales Una psicología social psicoanalítica de la adolescencia deberá aclarar algún día cuál es el ambiente "suficientemente bueno" para esa etapa de la vida o, al menos, delinear las categorías con las cuales puede describirse y estudiarse este problema. En forma análoga a las investigaciones sobre la infancia y la niñez temprana, en que el sujeto y su entorno son concebidos como 2 La era de Nixon nos ofrece una convincente demostración de este estado mental.
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un sistema y no meramente como entidades discontinuas, también para la adolescencia el uso recíproco que hacen de sí el individuo y su ambiente deben examinarse en relación con las tareas de desarrollo específicas de esta etapa de maduración sexual. He abordado, particularmente, uno de los muchos usos mutuos del individuo adolescente y su grupo de pares tomado como objeto, e intenté demostrar que esta cuestión es un elemento componente, clínicamente identificable, de la psicología grupal adolescente. Si la contraposición de la psicología individual y la psicología social cede lugar con el tiempo a su integración, es muy probable que esto contribuya poco o nada al tratamiento de las neurosis, ya que la existencia de estas se halla confinada al limitado campo de los conflictos interiores, donde sólo el insight puede quebrar la perpetuidad de las pautas inadaptadas infantiles. En cambio, la influencia de una psicología social psicoanalítica en la esfera de la prevención puede ser considerable, y su utilidad se hará por cierto manifiesta en el tratamiento de esa multitud de trastornos en los que el psicoanálisis propiamente dicho no logra incidir. Pienso, en especial, en los adolescentes perturbados y desorientados cuya contagiosa influencia sobre sus pares se ha vuelto creciente por el mero peso de su número. ¿Acaso este fenómeno social se debe al anacronismo de instituciones sociales disfuncionales, o, en general, a las críticas deficiencias de un ambiente que no suministra algunos de los nutrientes sociales fundamentales para el proceso de adaptación de la adolescencia? Con toda probabilidad, estos son los factores cardinales que operan.
emprendí el viaje sin antes instalar, precavidamente, aparatos que me mantienen en comunicación -vía satélite- con el firme tráfico costero que se desplaza por canales de navegación probados y seguros. Hasta ahora, las olas marinas no me han provocado pánico, pues el contacto con algunos de los confiables capitanes de las aguas conocidas se ha preservado notablemente bien.
Epílogo En la década de 1920 llegó a conocimiento de Freud un "sistema caracterológico multidimensional"· en el cual se habían embarcado algunos colegas más jovenes. Esto ocurrió, según nos narra Robert Waelder (1958), en una de las habituales reuniones celebradas en la sala de espera de Freud; este abrió la sesión diciendo que se sentía "como el capitán de una barcaza que siempre había navegado cerca de la costa, y ahora se enteraba de que otros, más aventurados que él, se habían lanzado al mar abierto. Les deseaba la mejor suerte, pero ya no podía participar en su aventura". Y cerró su comentario con estas palabras: "No obstante, soy un viejo marinero de la ruta costera y seguiré fiel a mis rías azules" (pág. 243). Siento que aquí me he aventurado lejos en el mar abierto, con un navío que tal vez no tenga el calado requerido; pero no
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Segunda parte. Las etapas normativas de la adolescencia en el hombre y la mujer
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Habitualmente se utiliza la palabra "adolescencia" como si un conjunto de características unitarias definiera ese tramo de la vida, que abarca aproximadamente la segunda década; no obstante, todo el mundo sabe que no es así. Con demasiada frecuencia el énfasis recae en lo que es típico, a grandes rasgos, de los adolescentes de ambos sexos, en tanto que los amplios contrastes en los estadios evolutivos de uno y otro, así como las diferencias que su sexo determina, se dan por sentado sin más examen. Los comienzos de la pubertad en el varón y la niña no son sincrónicos, su respectiva maduración y desarrollo no avanzan a ritmo parejo ni tampoco son de naturaleza totalmente comparable. Sea cual fuere la posición psicosexual y yoica en que se hallen temporariamente situados la muchacha o el muchacho adolescentes -ya se trate, verbigracia, de una chiquilla marimacho o de un joven misógino-, ello siempre es un preámbulo a la formación definitiva de su yo y su identidad sexual. Cualesquiera que sean los acomodamientos sociales en que durante un tiempo se empeñe el adolescente, siempre representan el preludio de la formación de una identidad social. Ambas cosas determinan, en última instancia, el sentido adulto del self. La contribución que ha hecho el psicoanálisis, con su particular metodología de indagación, a este problema ha consistido en establecer las etapas evolutivas y normativas, fijando así una pauta epigenética de progresión ordenada desde la infancia hasta la adultez que incluye a la adolescencia. Estudiando las similitudes y diferencias en el desarrollo de los adolescentes de ambos sexos yo me he empeñado, con mi labor, en tornar a eSte esquema más comprehensivo y completo. Los puntos de vistá ~enético y evolutivo, como conceptos rectores, han, regido mis investigaciones sobre los orígenes, integraciones y trasformaciones que tienen lugar a lo largo del proceso adolescente. Mi estudio de las secuencias evolutivas se organizó finalmente merced a la delineación y definición de fases (preadolescencia, adolescencia temprana, adolescencia propiamente dicha, adolescencia tardía, posadolescencia) y sus características en cuanto al desarrollo. La utilidad de estas diferenciaciones se hizo sumamente evidente en la patología, pues no sólo contribuyeron a aclarar la etiología y la dinámica sino también a localizar
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aquellos puntos del proceso en que tuvo lugar, en un caso determinado, un crítico "descarrilamiento" respecto del desarrollo corriente. En este sentido he hablado de "puntos de fijacion" adolescentes. En la construcción de secuencias evolutivas ha resultado de máximo provecho el estudio de la regresión que, de una maneTa u otra, siempre se produce durante el desarrollo adolescente. Su función como fenómeno no defensivo ha conferido a este proceso en apariencia infantilizador el carácter de un suceso normativo. La regresión adolescente hace que puedan aplicarse las facultades avanzadas del yo a aquellas vicisitudes infantiles que sólo podían ser abordadas de manera inadecuada e incompleta durante los primeros años de vida. Este aspecto típico de la adolescencia me permite afirmar que el progreso evolutivo de esta depende de la capacidad de regresión. A esta forma normativa, no defensiva, de la regresión adolescente la he llamado "regresión al servicio del desarrollo". Sólo puede darse con éxito este peligroso paso adelante en la evolución -que aparentemente es un retroceso- cuando el ambiente brinda apoyo y facilitaciones; estas últimas incluyen, en este contexto, no sólo aquello que reduce la tensión, ofrece gratificación o apacigua los estados disfóricos, sino igualmente lo que expone a los conflictos y frustraciones específicos de la edad, a la angustia y la culpa como retos para los ajustes adaptativos y la resolución de las dificultades. Como cualquier otra etapa del desarrollo, la adolescencia está signada por conflictos típicos, externos e internos, que por su propia índole promueven el avance progresivo. Por consiguiente, no se atiende a los mejores intereses del desarrollo si se elude el conflicto entre las generaciones o entr_e el· adolescente y su ambiente. A la generación de los padres y a los planificadores sociales les incumbe mantener las consecuentes constelaciones tensionales dentro de los límites de la tolerancia y la capacidad de adaptación de los adolescentes. La regresión adolescente es el tema central de mi ensayo "El segundo proceso de individuación de la adolescencia" (capítulo 8). Los peligros potenciales de esta regresión obligatoria torna a los adolescentes sumamente propensos al estallido de la enfermedad emocional. En los dos extremos, la evitación de la regresión (huida a roles adultomorfos) y la perseverancia en el nivel regresivo (psicosis) representan estados patológicos bien conocidos. En ambos casos, se ha descarriado la función de la regresión específica del adolescente. Para lograr desvincularse de los objetos infantiles interiorizados es menester completar, merced a la regresión, la reestructuración psíquica. He resumido esto diciendo que la formación de la personalidad posadolescente depende de que se
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llegue a la adultez mediante un rodeo regresivo. Las trasformaciones psíquicas siempre incompletas -aunque viablesque tienen lugar desde la niñez hasta la adultez encuentran en las estabilizaciones caracterológicas una estructura que las apuntala. He formulado la opinión de que la formación del carácter recibe su impulso decisivo y su perdurabilidad durante el período adolescente.
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6. Organización pulsional preadolescente*
Uno de los prinCipios básicos del psicoanálisis ha sido siempre comprender el comportamiento humano, en c~alquier estadio, en relación con los acontecimient9s precedentes, contemporáneos y previstos, o concebirlo como un momento dentro de un continuo de experiencia psíquica. Este concepto evolutivo ha echado luz sobre aquellos complejos procesos de la adolescencia que, en un pasado no demasiado remoto, únicamente eran vinculados con el advenimiento de la maduración sexual. El enfoque genético de las investigaciones en este campo ha hecho que el comportamiento adolescente revelara algo de su naturaleza sacando a luz algo de su historia. Los "Tres ensayos de teoría sexual" (Freud, l905b) establecieron las pautas de la secuencia de desarrollo psicosexual; además, pusieron de relieve que una característica del desarrollo sexual del ser humano es su acometida en dos tiempos. Se examinó en detalle las primeras fases qe desarrollo de las pulsiones y de organización de las zonas erógenas, y en los ú1timos tiempos se estableció con mayor pr~isión su coordinación con la formación de la estructura psíquica. Es un hecho notable que aunque el segundo gran estadio del desarrollo psicosexual, la pubertad, ha sido explorado en sus aspectos más generales, todavía se carece al respecto de una teoría comprehensiva y de una elaboración de sus pautas de secuencia. En lo que sigue trataré de integrar la observación y la teoría correspondientes a un pequeño sector de la psicología adolescente: el de la preadolescencia. La conocida afirmación de que la adolescencia es una "reedición" o "recapitulación" de la niñez temprana· sólo tiene sentido en cuanto destaca el hecho de que la adolescencia incluye elementos de las fases de desarrollo previas, del mismo modo que cualquier otra fase anterior del desarrollo psicosexual es influida en grado significativo por el desarrollo pulsional y yoico precedente. El requisito para ingresar en la fase adolescente de organización pulsional y yoica reside en la consolidación del período de latencia; si ella no se produce, el púber no vivencia sino una intensificación de las características previas a la latencia, y exhibe un comportamiento infantil que • Publicado originalmente en ]oumal oj the American Psychoanalytic Aasociatíon, vol. 6, pá~. 47-56, 1958.
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tiene el carácter de una detención más que el de una regresión. Sería interesante delinear los logros fundamentales de la latencia que son condición previa para un avance exitoso hacia la adolescencia. En nuestro trabajo analítico prestamos de hecho particular atención -principal~ente cuando tratamos. a pacientes que se hallan en los cm~uenzos de la adolescencia- a aquellos déficit de la latencia que impiden que sobr~vengan l~s conflictos propios del adolescente. Cu~ndo la lat~ncia ~o ha SIdo establecida de manera satisfactona y el paciente muestra sustanciales retrasos en su desarrollo, complementamos o prolongamos el análisis con empeños educativos tendientes a que se alcancen algunos de esos logros fundamentales. En verdad, esto se pone en práctica con más frecue~cia de lo que suele admitirse; el gran número de niños atendi.dos que presentan ~~ tardos o desviaciones en su desarrollo ymco ha otorgado leg¡bmidad, a lo largo de los años, a "la amp~iación ~C: los alcances del psicoanálisis" en lo tocante al trabaJO con mnos y adolescentes. Ejemplo
Un niño de diez años, bien desarrollado, presentaba dificultades para el aprendizaje, inadaptación social e ide~ extravaganteS· repentinamente manifestó el deseo de dormu en la cama de 'su madre y de que su padre se abstuviera de acercarse a ella. Pretendía que la madre lo abrazara y ~esara, o, en ot;:'s momentos que lo cogiera en brazos como si él fuera un mno pequeño o' lo sentara en. su· regazo. La madre te.ndía a avenir~e a sus deseos. Pareció esencial que, desde el eomienzo del anáhsis del niño, la madre desarrollara una resistencia a sus tant~~s sexuales y aprendiera a frustrarlo al par que le ofrecía gratificaciones sucedáneas compatibles con su edad. Que fuera la madre y no el padre quien pusiera activamente límites .a. la concreción de sus deseos edípicos obró de manera decisiva sobre la reacción del niño. Frente a las prohibiciones de la madre, el chico ~eaccio?ó reprimientlo sus deseos edípicos y evid~nciando una triste resignación. Comenzó a ocuparse compulsivamente de las tareas escolares: llenaba un cuaderno de ejercicios tras otro, controlando sin cesar sus respuestas. Esta conducta compulsiva servía de defensa contra fantasías de represalia anales, dirigidas contra la madre frustradora; esas fantasías eran actuadas en relación con las madres de sus compañeros de colegio. Sólo despu~ de haber reelaborado en el análisis esta regresión y desplazamiento, apareció el material edípico: la ang~stia de castraci?n pasó a primer plano a través de la desmentida, la proyección y el
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pensamiento confuso. El niño encaminó su interés hacia temas· vinculados con la castración, que en su mayoría procedían de la Biblia: el sacrificio de un cordero en la Pascua, el Señor que "destruirá al primogénito en la tierra de Egipto", la matanza de niños ordenada por Herodes en Belén, el temor a la presencia de un toro salvaje en las cercanías de su casa de campo. Creo que sin el agregado de una injerencia educativa (la renuencia de la madre a satisfacer sus deseos sexuales infantiles), el análisis de este niño no habría sido posible.
Diferencias en el desarrollo del niño y la niña preadolescentes Abordemos ahora el estado de la preadolescencia, cuya aparición marca, en el caso típico, el final del período de latencia. Es un hecho bien conocido que a comienzos de la pubertad! se observa un desarrollo psicológico muy distinto en el varón y la mujer. La desemejanza entre los sexos es notable; la psicología descriptiva ha dedicado amplia atención a este período y se ha enriquecido con un cúmulo de datos de observación significativos. En el varón, nos sorprende el camino indirecto que emprende, a través de la investidura pulsional pregenital, hacia una orientación genital; la niña se vuelca hacia el otro sexo mucho más pronta y enérgicamente. Decir que el aumento cuantitativo de las mociones pulsionales durante la preadolescencia conduce a una investidura indiscriminada de la pregenitalidad sólo es correcto con referencia al varón; en este, el resurgimiento de la pregenitalidad marca, en efecto, el final del período de latencia. En la niña suele observarse que ese resurgimiento es mucho más moderado, hecho que revela, por su propia índole de táctica diversiva (la exteriorización de las pulsiones es indirecta), que esta coyuutura del desarrollo constituye una crisis más compleja para ella que para el varón. En este particular estadio de la adolescencia Plasculina observamos un aumento de la motilidad difusa (agitación, impaciencia, desasosiego), as{ como de la voracidad oral, las actividades sádicas, las anales expresadas en placeres coprofílicos, y el lenguaje "sucio". Hay una desidia en materia de limpieza, l·El término "pubertad" se usa aquí para designar la manifestación física de la maduración sexual; vale decir, la "prepubertad" es el período que precede inmediatamente al desarrollo de las características sexuales primaria~ y secundarias. El término "adolescencia" denota los procesos psicológicos de adaptación al estado púber; o sea que la preadolescencia puede continuar durante un tiempo excesivamente largo y no resultar afectada por el progreso de la maduración física.
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una fascinación por los olores y una hábil producción de ruidos onomatopéyicos. Un muchacho de catorce años que había iniciado su análisis a los diez lo expresó muy bien al decir, retrospectivamente: "A los once m~ mente estaba puesta en la mugre, ahora está puesta en el sexo; esto es muy diferente". Ya hemos adelantado que la niñ~ preadolescente no muestra las mismas características que el muchacho; o es un marimacho, o es una pequeña dama. El niño preadolescente se escapará tímidamente de esta joven Diana que despliega su encanto y seducción mientras recorre el bosque con una jauría de sabuesos. Se utiliza la referencia mitológica para apuntar el aspecto defensivo de la ~nvestidura pulsional pregenital del varón, a saber, su evitación de la mujer castradora, de la madre arcaica. A partir de las fantasías, juegos, sueños y conducta sintomática de los varones preadolescentes, he llegado a la conclusión de que la angustia de castración vinculada con la mujer fálica no sólo es un hecho universal de la preadolescencia masculina sino que puede considerarse su leitmotiv. Esta observación recurrente, ¿se debe acaso a que vemos en el análisis a tantos varones adolescentes con impulsos pasivos, provenientes de familias en las que hay una madre fuerte resuelta a modelar a sus hijos en consonancia con sus fantasías de toda la vida? Esas posibilidades merecen nuestro cuidadoso examen.
·En los sueños de un chico de once años obeso, sumiso, inhibido y compulsivo aparecía una y otra vez una mujer desnuda. El no recordaba muy bien las partes inferiores de su cuerpo, apenas entrevistas; el seno ocupaba el lugar del pene, ya sea como órgano eréctil o excretorio. Los sueños de este chico eran incitados siempre por sus experiencias en una escuela mixta donde la competencia entre varones y mujeres le daba interminables pruebas de la malicia de estas últimas, su ':juego sucio'' y su viciosa rapacidad. Interpretada dentro de este contexto, su compulsiva reafirmación mediante la actividad masturbatoria dio origen en él a un trastorno del dormir, con la idea predominante de que durante la noche su madre podría matarlo. La angustia de castración, que había llevado a la fase edípica de este muchacho hacia su declinación, volvió a alzar su horrible rostro con el comienzo de la pubertad. En la fase preadolescente de la pubertad masculina podemos comprobar que la angustia de castración se vincula con la madre fálica, aunque se la vivencie en relación con las mujeres en general. Los impulsos pasivos son hipercompensados y la defensa contra la pasividad, en líneas generales, recíbe poderoso auxilio de la
propia maduración sexual (A. Freud, 1936). Sin embargo, antes de que se produzca un vuelco exitoso hacia la masculinidad, es característico que se recurra a la defensa homosexual contra la angustia de castración. Precisamente a esta particular y transitoria resolución del conflicto asistimos en el niño que se halla en los comienzos de la adolescencia. La psieología descriptiva ha titulado "la etapa de la pandilla" a este típico comportamiento de grupo, y la psicología dinámica se refiere a él como "la etapa homosexual" de la preadolescencia. Nada igual o semejante aparece en la vida de la niña. La disim~litud en el. comportamiento preadolescente de varones y muJeres es prefigurada por la masiVa represión de la pregenitalidad que la niña tiene que efectuar antes de poder pasar a la fase edípica; de hecho, esta represión es el requisito previo para el desarrollo normal de la feminidad. Al apartarse de su madre debido a la desilusión narcisista vivenciada en sí misma y en la mujer castrada, la niña reprime las mociones pulsionales íntimamente ligadas a sus cuidados maternales y la atención que aquella prestaba a su cuerpo -vale decir, a todo el ámbito de la pregenitalidad-. En su trabajo clásico sobre "La fase pre-· edípica del desarrollo de la libido", Ruth Mack Brunswick (1940) afirma: "Una de las mayores diferencias entre los sexos es la enorme magnitud de la represión de la sexualidad infantil en la niña. Salvo en estados neuróticos profundos, ningún hombre apela 51 una represión similar de su sexualidad infantil" (pág. 246). . La niña que no puede mantener la represión de su pregenitahdad se topará con dificultades en su desarrollo progresivo. Consecuentemente, en los comienzos de la adolescencia suele exagerar sus deseos héterosexuales y se apega a los varones, a menudo en frenética sucesión. Helene Deutsch (1944) apunta: "Para las muchachas prepúberes, el vínculo con la madre representa un peligro mayor que el vínculo con el padre. La madre es el mayor obstáculo que se opone al deseo de la niña de crecer, y sabemos que el «infantilismo psíquico» que encontramos en muchas mujeres adultas es el resultado de un vínculo irresuelto con la madre durante la pubertad" (pág. 8). Al examinar las desemejanzas entre la preadolescencia del varón y la mujer, es preciso recordar que el conflicto edípico no llega a su fin de manera tan abrupta y fatal en esta como en aquel. Afirma Freud (1933): "La niña permanece dentro de él por un tiempo indefinido; sólo después lo derrumba, y aun así, l~~ace de manera incompleta" (pág. 129). Por consiguiente, la mna se debate contra las relaciones objetales de manera más intensa durante su adolescencia; de hecho, las prolongadas y' penosas acciones que lleva a cabo para romper vínculos con su madre constituyen la principal tarea en este período.
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Ejemplo
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Ya hemos señalado que el varon preadolescente lucha con la angustia de castración (temor y deseo) en relación con la madre arcaica, y, en consecuencia, se aparta del sexo opuesto; en contraste con ello la niña se defiende del impulso regresivo hacia la madre preedipica mediante un vuelco vigoroso y decisivo a la heterosexualidad. No puede decirse que en este rolla preadolescente sea "femenina", ya que en el juego del seudoamor ella es, palpablemente la agresora y la seductora; en verdad, el carácter fálico de su sexualidad cobra prominencia en esta etapa y durante un breve periodo le otorga un inusual sentimiento de suficiencia y compleción. El hecho de que entre los once y los trece años las niñas sean, en promedia., más altas que los varones no hace sino acentuar esta situación. Benedek (1956) menciona los descubrimientos realizados en materia endocrinológica: "Antes de que madure la función procreadora Y se instale la ovulación con relativa regularidad, domina la fase del estrógeno, como para facilitar las tareas propias del desarrollo adolescente, vale decir, para establecer relaciones emocionales con el sexo masculino" (pág. 411). Helene Deutsch (1944) se ha referido a la "prepubertad" de las ~iñas .como."~ período de mayor libertad respecto de la sexualidad m~antil . Este estado va acompañado normalmente de un vigoroso "vuelco a la realidad" (Deutsch) que, a mi juicio, contrarresta el resurgimiento de la organización pulsional infantil. El conflicto específico de la fase de la preadolescencia en la mujer revela particularmente bien su naturaleza defensiva en aquellos casos en que no se ha mantenido un desarrollo pro¡p-esivo. Las mujeres delincuentes, por ejemplo, ofrecen una mstructiva oportunidad para estudiar la organización. pu~sional preadolescente de la niña. Ya he citado la puntualiZación de Deutsch en cuanto a que "para las muchachas prepúberes, el vinculo con la madre representa un peligro mayor que el vinculo con el padre". En el comportamiento delictivo femenino, que en lineas generales constjtuye un acting out sex~~· la fijación a la madre preedípica desempeña un papel deciSIVO (véase el capítulo 11). De hecho, los actos delic~ivos so~ a menudo precipitados por el fuerte impulso regr~Ivo ~acia la ";ladr.e preedípica y el pánico que crea esa capitulación. En mi opinión, el vuelco de la niña hacia la actuación heterosexual, que a primera vista parece representar el recrudecimiento d~ deseos edípicos, ante un examen atento muestra estar relaciOnado con puntos de tijación anteriores, pertenecientes a las fases pregenitales del desarrollo libidinal: se vivenció una frustración excesiva, una estimulación excesiva, o ambas cosas. La seudoheterosexualidad de la muchacha delincuente actúa como defensa frente al impulso regresivo hacia la madre preedipica Y si se resiste tan desesperadamente a este impulso, es
porque en caso de ceder a él, ello produciría una ruptura fatal en el desarrollo de su feminidad, al recaer en una elección homosexual de objeto. Al preguntársele a una chica de catorce años por qué necesitaba tener diez novios al mismo tiempo, respondió con un gesto de virtuosa indignación: "Tengo que obrar así. Si no tuviera tantos novios, ellos dirían que soy una lesbiana". El "ellos" de esta declaración incluye la proyección de las mociones pulsionales que la muchacha se empeña tan vehementemente en contradecir mediante su efusiva y provocativa conducta. La quiebra producida en el desarrollo emocional progresivo de la niña por el advenimiento de la pubertad constituye una amenaza más seria a la integración de la personalidad en su caso que en el del varón. El siguiente fragmento de un historial clínico ilustra el típico colapso de la organización pulsional -de la muchacha preadolescente mediante el comportamiento delictivo, y pone de relieve la crucial tarea emocional que la niña debe cumplir normalmente en esta etapa para poder avanzar hacia la adolescencia propiamente dicha.
Otro ejemplo N anc¡, una chica de trece años, era una "delincuente sexual" . Mantenía relaciones sexuales en forma indiscriminada con muchachos adolescentes, y atormentaba a su madre con el relato de sus hazañas. Culpaba a esta última de su infelicidad; desde la infancia había experimentado sentimientos de soledad. Nancy creía que su madre nunca la había querido tener como hija, y que las incesantes exigencias que le planteaba eran ilógicas. Nancy estaba obsesionada por su deseo de tener un bebé; todas sus fantasías sexuales apuntaban al tema de la "madre-bebé" y, básicamente, a una abrumadora voracidad oral. En uno de sus sueños, mantenía relaciones sexuales con varios adolescentes, y luego concebía 365 hijos, uno por cada día del año, de uno de ellos, ·a quien mataba de un tiro tras lograrlo. Su actuación sexual cesó por completo tan pronto se hizo amiga de una joven y promiscua mujer casada de 22 años, que tenía tres hijos y estaba nuevamente embarazada. En la amistad con esta novia-madre, Nancy encontró gratificación para sus necesidades orales y maternales, al par que era protegida contra su capitulación homosexual. Hacía el papel de madre de los hijos de su amiga, los cuidaba con devoción mientras esta callejeaba. A los quince años, Nancy emergió de esta amistad convertida en una persona narcisista, bastante pundonorosa; le 2 Se informa con mayor extensión sobre este caso en el capítulo 11.
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interesaba la actuación teatral y asistía a una escuela de teatro. No consiguió avanzar hasta el hallazgo de objeto heterosex~al. En el desarrollo normal de la mujer, la fase de la organiZación pulsional preadolescente está domi~ada por la defensa contra la madre preedípica; esto se refleJa en los nu~~rosos conflictos que surgen en este período entre madre e hiJa. El progreso hasta la adolescencia propi~mente dicha est~ signado por el surgimiento de impuls~s ed.ípJCos qu~ al comi~nzo son desplazados, y por último extmgmdos, mediante un nroceso irreversible de desplazamiento" al que Anny Katan (1951) con mucha propiedad denominó "remoción del objeto". Esta fase del desarrollo adolescente queda fuera de los alcances de la presente comunicación.
El caso de "Dora"3 Una vez definida la organización pulsional preadolescente en términos de posiciones preedípicas, quiero ahora vincular mis puntualizaciones con el primer análisis de una ,mu~h~ch.a adolescente, el de "Dora" (Freud, 1905a). Esta tema dieciSéis años cuando acudió por primera vez al consultorio de Freud, y dieciochocuando inició el tratamiento con él. Una vez trazado en su libro el cuadro clínico, Freud introduce un elemento.que, según él mismo confiesa, "no podrá menos que enturbiar y borrar la belleza y la poesía del conflicto que podemos suponer en Dora. [ ... ] Tras el itinerario de pensamientos hiperval~ntes que la hacían ocuparse de la relación de su padre con la senora K. se escondía, en efecto, una moción de celos cuyo objeto era esa mujer; vale decir, una moción que sólo podía basa~se en una inclinación hacia el mismo sexo" (págs. 59-60). Podnamos parafrasear la última parte dici~ndo: "que ~ólo podía b~~rse en una inclinación de la niña hacia su madre . Leemos fascmados el relato que hace Freud de la relación de Dora con su gobernanta, con su prima y con la señora K. Apunta..Freud qu.e esta última relación tuvo "mayor efecto patógeno que la SItuación edípica, que ella "trató de usar como pantall.a" ~ar.a ocultar un trauma más profundo vinculado co~ su amiga m~I ma la señora K. quien "la había sacrificado sm reparos a fm de ~o verse pert~rbada en su relación con el pa?r~ de ?ora" (pág. 62). En sus conclusiones finales, Freud c~ntmua senalando que "el hipervalente itinerario de pensamientos de Do~a, que la hacía ocuparse de las relaciones de su padre con la se~o ra K., no estaba destinado sólo a sofocar el amor por el senor
K., amor que antes fue conciente, sino que también debía ocultar el amor por la señora K., inconciente en un sentido más profundo" (pág. 62). Es corriente observar que en la adolescencia los impulsos edípicos se hacen notar más que las fijaciones preedípicas, las cuales son a menudo, en verdad, de más profundo alcance patógeno. En el caso de Dora, se puso término al análisis "antes de que se pudiera arrojar luz alguna sobre este aspecto de su vida anímica". El adolescente nos hace saber una y otra vez que necesita en forma desesperada asentai'se en el nivel edípico -tener una orientación apropiada a su sexq- antes de que las fijaciones previas puedan tornarse accesibles a la investigación analítica. Parece pertinente., en este sentido, la referencia a un paciente que se hallaba en los comienzos de la adolescencia, un muchacho pasivo que durante tres años de análisis (entre sus once y trece años) mantuvo pertinazmente la fantasía de que su padre, un hombre tímido y apocado, era la figura fuerte e importante dentro de la familia. El "padre poderoso", imagen ilusoria de su imaginación, le servía como defensa contra la angustia de castración preedípica. Este chico nunca se permitía criticar al analista, cuestionar o poner en duda lo que este decía: su analista siempre tenía razón. Ni siquiera se atrevía a mirar la hora por temor a que se ofendiera. A la postre, el análisis de la trasferencia sacó a la luz su temor a las represalias del analista y al daño que este podría causarle. El análisis de la angustia de castración ~brió el camino finalmente a las angustias, mucho más perturbadoras, vinculadas con la madre preedípica. La reelaboración de estas tempranas fijaciones dio por resultado una evaluación realista -aunque decepcionante- del padre. El mantenimiento de una "situación edípica ilusoria" parece enmascarar una fuerte fijación preedípica.
Conclusiones
3 Se hallará un examen más amplio del caso de "Dora" en el capítulo 19.
En esta breve comunicación me he centrado en la organización pulsional de la preadolescencia, a partir de la cual el derrotero conduce a alteraciones en dicha organización que arraigan cada vez más firmemente en la innovación biológica de la pubertad: el establecimiento del placer del orgasmo. Esta innovación biológica requiere un ordenamiento jerárquico de las numerosas posiciones infantiles residuales que, por razones individuales, han permanecido investidas y presionan para su continua expresión y gratificación. Tal ordenamiento da por resultado, en definitiva, una pauta sumamente personal de placer previo. El concomitante desarrollo yoico parte, como
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siempre, de la organización pulsional existente y de su interacción con el ambiente. En consecuencia, podemos observar que en la adolescencia priva asimismo la tendencia hacia un o~de namiento jerárquico de la organización yoica; en verdad,_ SI este no se produce, sobrevendrá en el individuo una carencia general de propósitos y de recursos propios, que. en mu.cho~ casos impide adaptarse a un trabajo estable. Es mi expenencia que en estos casos hay que prestar cuidadosa atención a 1~ patología de la organización pulsional, lo cual pu~de requ~nr un largo período de indagación clínica y de trabaJo analítico. Abandonaré aquí esta idea, antes de que me haga desb~rdar los limites del presente capítulo. Si he enfocado un pequeno _aspecto del problema total de la psicología adolesce~te, ha sid? en la creencia de que, a su turno, las grandes cuesti?nes Y aspiraciones de la adolescencia serán mejor comprendidas. De~de la época de los "Tres ensayos" (Freud, 19~5b), la intelecc1ó~ psicoanalítica de esta etapa de la vida creció en forma sostemda. No obstante; aún merecen repetirse las palabras d~ Freud en la sección de ese trabajo titulada "Las metamorfos~s de la pubertad": "Vemos con toda claridad el punto de partlda_y_la meta final del curso de desarrollo que acabamos de descnbu. Las transiciones mediadoras nos resultan todavía oscuras en muchos aspectos; tendremos que dejar subsistir e~ ellas más de un enigma" (pág. 208). Hoy, con la misma urgencia que entonces, lo que clama por nuestra atención es el problema de las "transiciones mediadoras".
7. La etapa inicial de la adolescencia en el varón*
Antes de abordar el tema de este capítulo, delimitaré las dimensiones conceptuales dentro de las cuales formularé mis observaciones. Esta introducción parece conveniente, porque ella me librará de tener que hacer referencia constante a nociones moderadoras de los problemas que habré de examinar, y encuadrará a estos desde el vamos dentro del contexto de una perspectiva amplia. Debo declarar desde ya que concibo a "individuo" y "ambiente" como abstracciones operativas complementarias, cuya influencia recíproca constituye un proceso continuo (véase el capítulo 5). Por lo general se describe, en puntos de intersección decisivos, uno u otro sector del proceso total, o sea, ora el "hombre social", ora el "hombre instintivo". La mejor forma de estudiar el proceso total es hacerlo en términos de sistemas de interacción o de procesos proyectivosintroyectivos documentables, por decirlo así, dentro del yo, o, más concretamente, dentro del mundo yoico de representaciones del objeto y del self. En su acepción más amplia, considero la adolescencia como un segundo proceso de individuación (véase el capítulo 8); el primero se ha completado hacia el final del tercer año de vida con el logro de la constancia objetal. Lo que Mahler (1963) denomina, para la infancia, el proceso psicológico de "salir del cascarón" pasa a ser, en la adolescencia, el emerger desde la familia hacia el mundo adulto, hacia la sociedad global. Hasta el término de la adolescencia las representaciones del self y del objeto no adquieren límites definidos. En ese punto, se tornan resistentes a los desplazamientos de investiduras, con lo cual logra establecerse la constancia de la autoestima, así como mecanismos reguladores internos de control para su mantenimiento o recuperación Gacobson, 1964). La individuación adolescente puede describirse, asimismo, como un desasimiento progresivo de los objetos de amor primarios, o sea, de las figuras parentales infantiles o sus sustitutos (A. Freud, 1958). La individuación adolescente abre el camino a las relaciones objetales adultas. No obstante, este avance sólo es una victoria pírrica si no se lo complementa mediante el surgimiento de un • Publicado oriltinalmente en The Pst¡choanalytic Study of the Child, vol. 20? págs. 145-64, Nueva York: International Universities Press, 1965.
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Antes de presentar el material básico sobre la adolescencia masculina, debo adelantar una vislumbre. Si bien las manifestaciones agresivas constituyen uno de los aspectos más destaca~ dos y eminentes del comportamiento del varón adolescente, ellas no han sido satisfactoriamente situadas en relación con el proceso adolescente o con la reestructuración psíquica. El estudio de la fa;e inicial de la adolescencia masculina echa luz sobre los destinos de la pulsión de agresión elucidando un particular componente de esta. Dicho componente, la agresión fálica o sadismo fálico, se recorta con gran claridad en la preadolescencia, cuando la fase genital vuelve a afirmarse tras su temporaria declinación durante el período intermedfo, el de la latencia. Tal declinación es más aparente que real, pues obedece al influjo de la expansión del yo, que torna comparativamente menos prominentes y dominantes las influenpias del ello en esta edad.
rol social peculiar, un sentido de finalidad y adecuación; que en-su conjunto aseguran un firme arraigo en la comunidad humana. El hallazgo de nuevas identificaciones, lealtades y relaciones íntimas fuera de los habituares vínculos de dependencia familiares impregna todo el curso progresivo del desarrollo adolescente, pero es más apremiante en la etapa final de la adolescencia -que, en verdad, es definida por esos logros piecisamente-. Asistimos a una extraordinaria gama de acomodamiento~ idiosincrásicos dentro de los ámbitos de la maduración, la estructuración y la adaptación. El enfoque intercultural del estudio de la adolescencia, así como las investigaciones sobre su morfología histórica, nos han aleccionado acerca de la enorme plasticidad de las organizaciones pulsionales y yoicas en esta etapa, junto con la formación y apuntalamiento de los roles e instituciones sociales. Como puntualización final de esta introducción, quiero señalar que la adolescencia se compone de fases de desarrollo definidas que no están tan estrictamente determinadas, en cuanto al tiempo, como las de la niñez temprana; no obstante, ambos períodos de desarrollo tienen en común una pauta secuencial de fases distintas entre sí. Cada una de las fases de la adolescencia puede describirse según tres parámetros: 1) las modificaciones pulsionales y yoicas típicas; 2) un conflicto integral que debe ser resuelto, y 3) una tarea de desarrollo que debe cumplirse (:alos, 1962; Deutsch, 1944). En otras palabras, cada fase debe hacer su singular aporte al desarrollo de la personalidad; en caso contrario, el proceso adolescente se descarría. La des.viación así iniciada en el curso del desarrollo puede comprenderse en función de los puntos de fijación adolescentes. La orientación bisexual, tolerada dentro de ciertos límites durante la niñez, llega a su fin con el advenimiento de la pubertad, o sea, con la maduración sexual. Sería más exacto decir que es tarea de la adolescencia tornar inocuas las proclividades bisexuales a través de los. acomodamientos pulsionales y yoicos, que alcanzan su forma definitiva en el período de consolidación de la fase terminal de la adolescencia -la adolescencia tardía-. El desarrollo progresivo del varón y el de la niña adolescentes no son idénticos ni paralelos, pero ambos implican la aguda diferenciación de las cualidades que asociamos con "ser un hombre" o "ser una mujer". Aun cuando ciertos roles sociales contribuyen al sentido del self y trascienden el sexo, todo análisis revela que el fundamento del sentido de identidad se encuentra en la claridad con que se refleja en el self la identidad sexual. Durante la adolescencia se hace un aporte primordial para e5ta .conformación -en verdad, el aporte final y decisivo- (Blos, -1962; Greenacre, 1958).
Partamos de los comienzos de la adolescencia y dirijamos nuestra atención a la fase de la preadolescencia en el varón. Lo más notable que se observa en él es su decidido apartamiento del sexo opuest~ tan pronto como los primeros impulsos puberales incrementan la presión pulsional y trastruecan el equilibrio entre yo y ello prevaleciente durante el período de latencia. Las gratificaciones de la libido de objeto parecen bloqueadas, y, de hecho, a menudo son resistidas con violencia. La pulsión agresiva se vuelve predominante y halla expresión ya sea en la fantasía, la actividad lúdica, el acting out o la conducta delictiva. Ustedes reconocerán de inmediato a esta clase de chico si les recuerdo las numerosas sesiones en cuyo trascurso él dibujaba o personificaba batallas y bombardeos, acompañando sus ataques con un cañoneo de ruidos onomatopéyicos repetidos hasta el infinito. Es el niño que ama los dispositivos y artefactos mecánicos; inquieto y saltarín, suele estar ansioso por expresar su queja respecto de lo injusta que es su maestra, quien se ha pro.puesto -nos asegura- acabar con él. En su conducta, lenguaje y fantasías es fácil comprobar el resurgimiento de la pregenitalidad. Un chico de once años que había iniciado su análisis a los diez ilustró muy bien este proceso al decir: "Ahora mi palabra favorita es «mierda». Cuanto más crezco, más sucio me vuelvo". La conducta descrita apenas logra ocultar el permanente temor a la pasividad. Objeto de este temor es la madre arcaic:a,
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Preadolescencia en el varón
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la activa (domesticadora) y preedípica madre que ha servido de arquetipo a las brujas del folklore. El temor gira en torno al sometimiento a esa madre arcaica, y los salvajes impulsos agresivos apuntan a la avasalladora y ominosa mujer gigante. En el nivel genital de la prepubertad, esta constelación se vivencia como angustia de castración en relación con la mujer, la madre preedípica. El pene erecto investido de impulsos agresivos evoca, en esta etapa, el temor de que la destrucción alcance una intensidad incontrolable. En el papel contrafóbico de los accidentes y acciones físicas temerarias suele verse un claro esfuerzo de apaciguar el temor a la castración: "Nada me acontecerá, saldré ileso". Es sorprendente notar cuán poco de este temor se _vincula en esta fase con el padre; de hecho, la relación del niño con él suele ser llamativamente buena y positiva. Aunque no haya entre ambos gran intímidad ni afinidad, por·lo común tampoco hay temor, competitividad ni hostilidad. · En 1963, en una clínica psiquiátrica infantil de Suecia, me mostraron -en términos descriptivos (o sea, estadísticos) y en modo alguno dinámicos- que los chicos de once a trece años presentan predominantemente problemas de agresión contra su madre, en tanto que en los de catorce a diecisiete esa agresión se desplaza al padre. Esta observación concuerda bien con mis formulaciones teóricas, basadas en una muestra comparativamente pequeña de varones adolescentes. El niño preadolescente percib.e a su padre (a quien a menudo ha engrandecido) o a otros hombres como aliados más que como rivales. Suele haber una llamativa discrepancia entre la flaqueza del padre y la imagen que el hijo tiene de él. Sólo después de que esa idealización defensiva del padre se ha desmoronado llegamos a advertir que el hijo extraía un enorme confortamiento, frente a la angustia de castración, de un padre en apariencia fuerte al que nadie había debilitado, degradado o dominado -o sea, que no había sido castrado por la madre "bruja"-. El varón preadolescente no tiene cabida para los sentimentalismos femeninos; preferiría rporir antes que someter sus sentimientos (y por ende su self corporal) a las trampas y tretas del cariño, la ternura y la amatividad de las mujeres. El es un hombre entre los hombres. Lincoln Steffens (1931) nos ha dejado un delicioso relato de esta etapa de la vida de un niño: "Uno de los males que sufren los varones es que son amados antes de amar. Reciben tan temprana y generosam,ente el afecto y la devoción de sus madres, hermanas y maestras que no· aprenden a amar; y así es que cuando crecen y se convierten en amantes y en maridos se vengan en sus novias y esposas. Como nunca tuvieron que amar, no pueden hacerlo: no saben cómo se hace. Yo, por ejemplo, fui criado en una atmósfera de amor;
mis padres me querían mucho. Por supuesto. Pero cuando desperté a la vida conciente ya me.habían amado dur~~t~ tanto tiempo que mi amor recién nacido no tenía ya posibihdades. Comenzó, pero nunca pudo ponerse a la par. Vinieron más tarde mis hermanas, una tras otra. También a ellas se las amó desde que nacieron, y lo lógico sería que se hubieran quedado a la zaga como yo, pero las chicas son diferentes; mis hermanas parecen haber nacido amando, y no sólo amadas. Sea como fuere, lo cierto es que mi primera hermana, aunque era menor que yo, me amó (por lo que recuerdo) mucho antes de que ~.o siquiera advirtiese su presencia; y nunca ol~idaré la ~e~plejl dad y humillación que me produjo descubnr s':~ sentimient~s hacia mí. Se había ido cierta vez a Stockton, a vlSltar a la familia del coronel Carter, y a la semana sentía tanta nostalgia de mí que mi padre y mi madre tuvieron que tomarme consigo e ir a buscarla. Ese era el propósito de ellos; el mío era ver al gran conductor de la caravana en que mi padre había cruzado las praderas, y hablar con él sobre cuestiones de ga~ado. Pueden ustedes imaginar cómo me sentí cuando, al subu los peldaños que conducían a la casa, se abrió la puerta principal Y mi pequeña hermana salió corriendo, ~e arrojó los b~azos al cuello y gritó -de verdad, gritó- mientras las lágnmas le caían por las mejillas: «¡Mi Len, mi Len!». "Yo no tuve más remedio que aguantarlo, pero, ¿qué pensarían el coronel Carter y sus hijos?" [pág. 77]. Las abundantes acciones y fantasías sádicas de la preadolescencia son elocuentes ecos de las luchas sadomasoquistas infantiles en que normalmente se traban la madre y el hijo durante las fases pregenitales del aprendizaje del control corporal. Cuando el niño entra en la preadolescencia, por lo común asistimos a una regresión a la pregenitalidad y a la efectivización de sus modalidades en el nivel genital.· Es en virtud de este hecho que en esta fase la delincuencia amenaza con tornarse virulenta; que ello sea una desviación pasajera.o permanent.e depende, ante todo, de la proclividad al acting out. La condición previa para el acting out no ha de hallarse en la adolescencia; ella está ligada a una separación incompleta entr~ el niño y el objeto que satisface su necesidad, el cual es postenormente remplazado, en el comportamiento delictivo, por el siempre accesible ambiente como objeto parcial que alivia tensiones. De manera conciente o inconciente, la niña se le aparece al varón preadolescente como la encarnación del mal; a sus ojos, ella es maliciosa, perversa, traicionera, posesiva, o directamente de naturaleza criminal. En los relatos de los niños de esta edad, el tema de la mujer ruin y peligrosa está entramado
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con tal realismo a la recapitulación de los hechos cotidianos que a menudo es difícil discernir la verdad de la ficción.l La tendencia del varón preadolescente a dar crédito su vivencüt interior soldándola a su percepción no puede ser relegada, meramente, a una defensa proyectiva. Desde luego, no hay duda alguna de que la índole con frecuencia delirante de su percepción da testimonio de este mecanismo. Al mismo tiempo, hay que reconocer un empeño adaptativo por llegar a una conciliación con las angustias o fantasías infantiles manteniéndolas ligadas a la realidad, para que sea posible verificarlas y dominarlas. En sí mismo, este hecho presenta un obstáculo para el tratamiento, porque obra en contra de la posibilidad de acceder a las fantasías, así como de la toma de conciencia de los afectos (sobre todo si estos son de naturaleza infantil, dependiente o pasiva). Esta situación ha llevado a muchos terapeutas a asumir un rol directo y activo en el tratamiento, apartándose por necesidad del modelo psicoanalítico de terapia. Hemos llegado a aceptar que las modificaciones de la técnica terapéutica para el caso de los adolescentes se basan en "las condiciones de trabajo disponibles", dictadas a su vez por la constelación dinámica de esta etapa del desarrollo. Un niño reveló en momentos sucesivos de su análisis una bien oculta fantasía,.que guardaba más o menos desde los cinco años y a los once volvió a utilizar para despertar su excitación genital. No declaró la concomitante excitación sexual sino dos años más tarde, cuando corrigió de manera espontánea su anterior desmentida. La fantasía era esta: "Siempre pensé que a las chicas se les daba cuerda con una llave que llevaban adherida al costado de sus muslos. Cuando les daban cuerda se volvían muy altas; en proporción, los chicos eran de unos dos centímetros apenas. Estos chicuelos trepaban por las piernas de estas chicas altas, se metían por debajo de su pollera y se introducían en su ropa interior. Allí colgaban hamacas, no se veía de dónde. Los chicos subían a las hamacas. A esto yo siempre lo llamaba para mí mismo «montar a la chica»". Reconocemos en esta fantasía el abrumador grandor de la hembra, la madre fálica, que ha despojado al niño de su masculitlidad: él no tiene ninguna llave que lo haga alto. Vemos también la pasiva dicha con que se apoya en ella como su apéndice. Una fijación en este
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1 El varón preadolescente que se precipita a la actividad heterosexual no refuta esta formulación. En verdad, el análisis de niños preadolescentes (y, más a menudo aún, la reconstrucción de esta fase en casos de adolescentes varones de mayor edad) revela el aspecto contrafóbico de tales relaciones heterosexuales precoces, así como una sobrecompensación de tendencias pasivas. (Esta nota fue agregada a·mediados de la década de 1970, cuando las costumbres de la época alentaban las tempranas relaciones sexuales y muchos observadores estimaban que se había producido un cambio revolucionario en la cronología del desarrollo psicosexual adolescente.)
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nivel hará que las posteriores relaciones objetales del niño con la mujer sean pasivas, inmaduras y frustrantes. Hay en esta fantasía elementos típicos, que en el análisis de adolescentes mayores a menudo he llegado a discernir como una fijación a la fase preadolescente. En un caso de esta índole, un estudiante universitario relató dos fantasías que había tenido alternadamente desde su temprana pubertad: 1) ser golpeado en los genitales por una mujer mayor, que permanece vestida mientras que él está desnudo, y se sienta a su lado en tanto que él yace acostado; 2) ser amado, admirado y engrandecido por una chica muy hermosa e inteligente, de firmes y protuberantes senos. La idea de hallarse en compañía de una diosa así (la madre arcaica) lo hacía sentirse débil y pequeño ("una nada"); literalmente temblaba de miedo. Compartiendo el grandor de una muchacha inalcanzable, el paciente esperaba restaurar el sentimiento infantil de compleción, poder y seguridad que había tenido antaño cuando era parte de su madre. En estos casos, la angustia de castración en relación con la madre arcaica se vuelve absorbente en un grado tal que impide toda disolución del complejo de Edipo.2 El resultado de este impase, que yo designo como una fijación preadolescente, se torna evidente en una orientación homosexual (latente o manifiesta) que habitualmente se afianza en la etapa terminal de la adolescencia y se vuelve más o menos conciente. La patología pulsional impregna poco a poco las funciones yoicas, y prevalece una situación de fracaso o insatisfacción. Este resultado hace que muchos de estos casos nos sean traídos a consulta. No obstante, como una advertencia contra generalizaciones demasiado amplias, debe tenerse presente el hecho rea. de que la terapia psicoanalítica atrae, en número preponderante, a muchachos de tendencias pasivas. Por lo general, en tales casos la pulsiÓn agresiva es inhibida, relegada a la fantasía, o destinada a la formación de síntoma. Como siempre sucede en las crisis madurativas, cuando los peligros alertan al yo para que tome medidas extraordinarias a fin de asegurar continuidad a la integridad del organismo psíquico, el yo a su vez avanza en su dominio de la angustia y adquiere una mayor independencia respecto de su desvalimiento primitivo. Así pues, tras esta prolongada descripción de la organización pulsional regresiva en la preadolescencia del varón, debo destacar que normalmente el yo emerge fortalecido de su lucha con la madre arcaica. El crecimiento del yo se vuelve 2 A pesar de la importancia y persistencia del papel del estadio preedípico. el progreso hacia la fase edípica siempre seguirá su curso. En todos los casos observados hemos podido comprobar hasta qué punto está entretejida la relación diádica infantil con 1:·.; constelaciones edípicas, debilitando y quitando \'Ígor conflicti\'o al complejo de Edipo.
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particularmente notorio en el ámbito de la idoneidad social, en las hazañas físicas en contiendas de equipo, en una competencia de meta inhibida entre varones, en la conciencia de probadas destrezas corporales que otorgan libertad de acción e inventiva e instan a practicar osados juegos; en suma: en la emancipación del cuerpo respecto del control, cuidado y pro-• tección de los padres, en especial de la madre. A partir de estas diversas fuentes el niño va adquiriendo el sentido de una total potestad sobre su cuerpo, que nunca había experimen~ado en igual grado -salvo, quizá, cuando comenzó a caminar-. A fin de abordar un aspecto elusivo de la preadolescencia, me embarcaré ahora en un tour de force. No es menester extenderse en cuanto a que la actividad delictiva durante la pubertad suele evidenciar una detención del desarrollo emocional o una fijación en el nivel preadolescente. Esto es igualmente válido para varones y mujeres. Ahora quisiera llamar la atención de los lectores sobre un hecho clínico bien conocido por todos los que trabajan con adolescentes: la observación de que entre los varones la delincuencia se manifiesta primordialmente en una lucha agresiva con el mundo objetal y sus figuras de autoridad representativas, en tanto que entre las mujeres suele incluir el acting out sexual (véase el capítulo 11).3 La universalidad de este hecho clínico es notable; en un viaje de estudios realizado en 1963, me fue corroborada por todos los observadores. interesados en el fenómeno de la delincuencia desde Oslo, a través de todo el continente europeo, hasta Jerusalén. La explicación que más comúnmente se da afirma simplemente que este hecho clínico es resultado del doble patrón de conducta, o que se debe a la ausencia de toda protección jurídica de la virginidad del varón; ambos argumentos constituyen una petición de principio. Por cierto, no puede aducirse un razonamiento análogo para tornar más inteligible otro hecho clínico conexo, a saber, la relativa frecuencia, durante la adolescencia, del incesto entre padre e hija por contraste con la casi inexistencia del incesto entre madre e hijo. La observación nos fuerza a concluir que el varón delincuente posee mayor capacidad que la mujer delincuente para la elaboración psicológica de su pulsión sexual. Por ende, en el caso del primero asistimos al remplazo de la exteriorización genital directa por acciones simbólicas como comportamiento regulador de la tensión. Atribuyo este repertorio mucho más diversitificado de conducta delectiva en el varón a su mejor acceso a la pregenitalidad, o a su investidura regresiva de esta. En 3 Los cambios habidos en los últimos veinticinco años en la conducta sexual, las costumbres y la moral han conferido un valor diagnóstico y pronóstico totalmente distinto al comportamiento sexual adolescente. Me he ocupado de esta cuestión en mi "Posfacio" de 1976 al capítulo 11.
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contraste con ello, la muchacha resiste con mucho mayor determinación el impulso regresivo hacia la madre preedípica. Huye del sometimiento a la pasividad primordial volcándose a un acting out heterosexual, que .en esta etapa debería ser llamado, con más propiedad, "mimoseo". Parecería que en el caso del varón la regresión a la pregenitalidad no es tan peligrosa para el desarrollo propio de su sexo, ni tan violentamente resistida, como lo es en la mujer. La conducta regresiva del varón preadolescente es expuesta por él a la vista de todos; la niña, en cambio, la mantiene envuelta en el secreto (p. ej., sus raterías en- negocios), detrás de bien guardadas puertas. En el varón púber, la excitación sexual se manifiesta en la activación de los genitales, la erección y el orgasmo con eyaculación. En esta etapa, el orgasmo contiene la amenaza de un estado de excitación psicomotriz incontrolada e incontrolable, y enfrenta al yo con el peligro de que irrumpan impulsos agresivos primitivos. Hay indicios de una desmezcla de pulsiones. Sea como fuere, observamos que el niño busca, con ingenio y persistencia, canales de descarga para su pulsión agresiva mediante el desplazamiento o la sustitución. No existe una situación análoga en la muchacha delincuente, quien nunca experimenta el orgasmo en sus relaciones sexuales regresivas (o sea, en su "mimoseo"). Ella encuentra amplia salida para sus impulsos agresivos en la conducta provocadora, seductora, voluble y exigenJ:e que la caracteriza en general, y especialmente en su relación de pareja. Para el varón, no hay ninguna modalidad pasiva de descarga somática de las pulsiones que concuerde con el funcionamiento masculino adecuado a su sexo. En los albores de la adolescencia, el falo sirve como órgano inespecífico de descarga de la tensión proveniente de cualquier fuente, y es investido en esta fase con una energía agresiva que se refleja en fantasías sádicas salvajemente agresivas. En los comienzos de la pubertad, las sensaciones genitales y la excitación sexual, incluido el orgasmo, pueden provenir de cualquier estado afectivo (temor, conmoción, ira, etc.) o ruda actividad motora (luchar cuerpo a cuerpo, correr detrás de otros niños, trepar a la cuerda, etc.); con frecuencia las producen una combinación de ambas cosas. La pulsión agresiva o, más bien, sádica asociada al falo puede inhibir su empleo heterosexual al suscitar una angustia por la represalia. Debe recordarse que en esta etapa del desarrollo adolescente el genital masculino aún no se ha convertido en el portador de las sensaciones específicas que forman parte de las emociones interpersonales posambivalentes. Sólo a través de la participación gr~;tdual en una relación afectuosa y erótica (real o imaginaria) podrá domesticarse el componente agresivo de la pulsión sexual. Sólo entonces la meta libidinal, la preser-
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vación y protección del objeto de amor, apartará a la pulsión agresiva de la persecución directa de su meta primitiva, y se obtendrá una gratificación mutua. Antes de alcanzar esta etapa, empero, normalmente el varón elabora representaciones simbólicas de su pulsión sexual que de hecho envuelven expresiones tanto activas como pasivas de la gratificación instintiva. No es preciso que nos detengamos en el prominente papel que cumple el sadismo en esta edad; el comportamiento del varón preadolescente, así como el del joven delincuente, hacen que aquel sea bien conocido. Los varones en los comienzos de su adolescencia revelan "de continuo en las sesiones terapéuticas la proximidad emocional de sus impulsos libidinales y agresivos, y pasan rápidamente de unos a otros. Relataremos un incidente típico, que ilustrará brevemente el pasaje abrupto de la preocupación sexual a la aCtivación de fantasías agresivas destructivas. Chris, un niño de trece años que se hallaba en psicoterapia por su conducta exhibicionista y su inmadurez social, le estaba describiendo al terapeuta sus "sueños de mojadura" y sus teorías sexuales infantiles -que habían sobrevivido por detrás de una fachada de conocimiento de los hechos reales-. Para él, en el coito "el hombre orina dentro de la vagina", y se aventuró a preguntar si las mujeres tenían en verdad testículos y un pene. En este punto, su creciente excitación quedó de pronto' envuelta en el silencio, hasta que estalló en una vívida descripción de una nueva arma de fuego "que no desintegraría a la persona, pero quemaría sus ropas, su cuerpo y aun la dejaría ciega". Frenando sus fantasías agresivas, de manera abrupta pasó a sugerir que los científicos deberían encaminar sus esfuerzos hacia objetivos pacíficos, como la invención de un aparato de rayos X que predijera inmediatamente después de la concepción si el bebé sería varón o mujer. La violencia desenfrenada de los impulsos fálicos sádicos de esta fase puede investigarse mejor en adolescentes mayores que están fijados al nivel preadolescente y continúan librando una implacable batalla contra la madre (arcaica) preedípica. Por lo común, descubrimos en tales casos fantasías de ira que elaboran la agresión destructiva y mutiladora contra el cuerpo de la mujer cuya protección se desea y cuya dominación se teme. Desde el punto de vista diagnóstico, es importante que el clínico determine hasta qué grado esos afectos, fantasías y actitudes· derivan de las imagos maternales escindidas infantiles -la madre "buena" y la madre "mala"-, y por ende pertenecen a la etapa preambivalente de las relaciones objetales. Por otro lado, hay que cerciorarse de la medida en que esa cólera es genéticamente un. resto de sadismo oral y anal, que en la fase genital de la preadolesceocia y bajo el impacto de la maduración
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sexual se presenta en la modalidad del sadismo fálico. Este tiene un aspecto positivo; reconocemos en él un empeño qué nos es familiar desde etapas anteriores y que a menudo sólo ha sido consumado de manera parcial: el empeño de lograr autonomía con respecto a la zona erógena que ha adquirido predominio en una etapa particular del desarrollo psicosexual. Cuando esta fase se atraviesa sin tropiezos, los conflictos, propensiones pulsionales y empeños yoicos de la preadolescencia apenas se evidencian borrosamente, pero toda vez que en la etapa inicial de la adolescencia del varón hay una falla en el desarrollo reconocemos e11 todo ello fuentes de angustia específicas de la fase.
El caso de Ralph Antes de pasar a la próxima fase del desarrollo adolescente, será útil quizás ejemplificar con datos clínicos nuestra conceptualización de la preadolescencia. Además de ilustrar la teoría, la casuística sirve también como un conveniente puente de enlace con la fase posterior a la preadolescencia que aún forma parte de la etapa inicial de la adolescencia en el ~arón. . Ralph, de doce años de edad, es un pendenc1er~, cr~mco. "Los líos me siguen a todas partes como una sombra , diCe de sí. Se siente víctima: el mundo entero es injusto con él, todos se abusan de su benevolencia y lo ponen en dificultades acusá_ndolo indebidamente de fechorías que jamás ha cometido. Es un niño sensible que no puede tolerar la mínima crítica. Intimida con ·sus bravatas a sus compañeros y controla a sus padres con histriónicas exhibiciones de su talento. Tiene una sed insaciable de reconocimiento y de obtener poder sobre la gente. A lo largo de los años, se ha perfeccionado en dos roles sociales: el bromista fastidioso y el tramposo embustero. Recurre a ambos de manera compulsiva e indiscriminada para lograr dominar .a los demás y atraer sobre él· las candilejas. En la escuela constituye un grave problema de eonducta; es por entero indiferente a los castigos o a la amabilidad con que lo traten. Sus tretas excitan la ira de sus compañeros cuando se vuelven francamente sádicas. En una ocasión, sintió que el chico que estaba sentado al lado suyo en el ómnibus no hacía caso de él, absorto e? la lectura de un periódico; entonces, para llamar su atención, Ralph sacó un fósforo y prendió fuego a este último. Las bromas que les gasta a los maestros, en cambio, suelen contar con 'la entusiasta aprobación de sus camaradas; por ejemplo, cierta vez, para evitar que el maestro les tomara una prueba que les había anticipado, Ralph comenzó a hablar de un tema que, se-
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gún sabía, a aquel le interesaba en forma personal, y mediante este ardid consiguió que pasara la hora. A Ralph lo fascinan el fuego, los petardos y l(>S sangrientos accidentes de tránsito en que alguna víctima queda destripada o mutilada. Nunca -protesta- haría él la broma de "poner p~~ardos en la boca de una rana o de quemarle la cola a un gato . En las chanzas y bromas de Ralph es evidente su sadismo; como lo es ~u temor de ser atacado, de sufrir un daño corporaly de ser dommado o subyugado. Estos temores son especialmente intensos en relación con su madre y sus maestras. Fantasea vengarse de las mujeres mediante torturas sádicas como arran~ caries el cuero cabelludo o .hacerlas sangrar punzándoles las manos. En su presente combate por eliminar a la madre arcaica c~tradora a través de sus figuras sustitutivas, Ralph ha convertido a su padre en un aliado insistiendo en que es un hombre fuerte e inteligente -lo cual, en verdad, no es cierto, y de seguro n.o lo es a ojos de su esposa-. Ralph justifica las oscuras maniobras comerciales de su padre (p. ej., la compra y venta de artículos robados) diciendo que se trata de. notables muestras de astúcia y de coraje. La identificación con él ha hecho de Ralph un delincuente que, verbigracia, fabricó con extraordinaria habilidad un pase de ómnibus que no le correspondía. Este niño fue incapaz de contemplar en forma realista o crítica a su padre hasta que pudo resolver el conflicto con su madre preedípica; entonces, y sólo entonces, la delincuencia de Ralph pasó a ser prescindible y desapareció. El abordaje terapéutico de este problema se centró en las quejas de Ralph !lCerca de la integridad físicade su cuerpo. La angustia de castración y la ambivalencia hacia la madre se habían organizado en torno de un trauma de la niñez temprana. Ralph introdujo el trauma del daño corporal al referirse a una gran cicatriz que tenía en su bajo abdomen y sus muslos como consecuencia de una quemadura de tercer grado que había sufrido cuando, contando él quince meses de edad lo habían dejado sobre un aparato de calefacción. Más tarde ~e comprobó que su relato de los hechos era correcto, aunque la madre no recordaba todos los detalles. Ralph lo concluyó diciendo que tenía "un agujero en la pierna" causado por la quemadura, y asegurando al terapeuta que "habían dejado que su piel se chamuscara sobre el calefactor". Ahora continuamente se cortaba los dedos por accidente, o se arrancaba las costras de sus heridas cicatrizadas y las hacía sangrar de nuevo. En un arranque de furia impotente increpó al terapeuta: "¿Dónde estaba mi madre cuando yo me quemé?". Cuando finalmente reveló que duranl:e su infancia ella le había prohibido comer azúcar para que no se convirtiera en diabético, ya estaba preparada la escena para familiarizar a Ralph con el hecho de que su madre te-
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nía ideas extravagantes, ideas que habían pasado a formar parte de la realidad del niño; y él ~e defendía contra su avasalladora influencia, sus distorsiones de la realidad y sus temores mórbidos. Llegó a ver a su madre como la extraña, mentalmente enferma, persona que en verdad era. El desenmascaramiento de la madre-bruja facilitó la indagación de las distorsiones de la realidad en que el propio niño incurría, así como de los peligros catastróficos por los que se sentía rodeado en un mundo hostil -el mundo de una imago materna destructiva, que no le ofrecía protecciónDos cambios se manifestaron en la terapia luego de reconducir a su núcleo central el temor a la mujer (temor y deseo de castración): se volvió crítico respecto de su padre delincuente, y se trasformó en un consumado mago profesional, llegando incluso a imprimir y distribuir tarjetas de propaganda y actuando en reuniones sociales a cambio de una remuneración. El bromista y tramposo se había socializado. El uso de sus manos cobró relieve, asimismo, al interesarse por la fabricación de joyas, en lo cual llegó a adquirir gran habilidad -ante el desdén de su padre, que quería que él "trabajase con el cerebro y no con las manos"-. Venció este mandato paterno (que en su inconciente equivalía a la prohibición de masturbarse), pero no logró éxito como artesano ni una verdadera satisfacción por sus realizaciones. Ralph condenó la corrupción moral de :m padre y los valores vulgares a que este adhería enfrentándolo airadamente én el pensamiento y la acción, y se sintió completamente derrotado cuando aquel se mostró renuente a reformarse y a vivir de acuerdo con el ideal de su hijo. A causa de ello, Ralph comenzó a tener frecuentes depresiones y a vivenciar el rechazo de sus deseos por parte del padre como una herida deliberada que este le infligía, y que le dejaba la sensación de que lo menospreciaba, hacía caso omiso de él 1 no lo amaba. Luego de cuatro años de terapia se hizo evidente que se había conseguido evitar una carrera delictiva y perversa, restaurando en el niño su sentido de integridad corporal, reduciendo en grado apreciable su temor a la mtijer y mantenjendo vigente su desarrollo adolescente progresivo. No obstante, la desilusión respecto del padre seguía siendo para él una fuente de disforia y desaliento; el intento del hijo por convertir al padre a su modo de vida era un deseo inútil pero al que nunca renunció, confiriendo así limitadas p,robabilidades a la perspectiva de alcanzar la madurez emocional, o predestinándola al fracaso.
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Adolescencia temprana Si se repasa este caso atendiendo a la secuencia de manifestaciones clínicas y a sus cambios, quedan pocas dudas de que la investidura de la imago del "padre bueno" -el engrandecimiepto del padre y el concomit~nte reflujo de la marea, la lucha conflictiva con él- representa una típica operación defensiva del varón preadolescente. El engrandecimiento del padre atenúa la angustia de castración del niño en relación con la madre arcaica, y por ende apenas guarda semejanza con el complejo de Edipo positivo. En este contexto, puede hablarse de una defensa edípica, o, si se prefiere, de una formación seudoedípica. La defensa edípica del niño se observa clínicamente de dos maneras. Una está dada por la obstinada perseverancia de la posición edípica negativa, que, por su propia índole, entraña una idealización exagerada del padre y una generalizada actitud pasiva-femenina. La otra se manifiesta en la excesiva preocupación del adolescente por su virilidad, su posesividad tierna o sensual de la madre (o de las mujeres en general), que él verbaliza con demasiada locuacidad y a la que se aferra como defensa contra la regresión a la pregenitalidad y a la imago materna arcaica y castradora. Sin embargo, he llegado darme cuenta de que el contenido sustancial de este conflicto no es la constelación edípica, pese a su similitud con ese cuadro clínico. La confusión proviene de la conducta manifiesta del muchacho: su admiración y envidia del padre y el aparente freno que pone a su amor posesivo por la madre edípica. Toda vez que la terapia yerra la esencia de este conflicto se encuentra en un callejón sin salida. En el caso de Ralph vimos que, con la resolución del conflicto vinculado a la madre arcaica, se hizo evidente un progreso en dirección al padre edípico. Este avance en el desarrollo psicosexual está signado por el abandono de la madre fálica y el ascendiente que cobra la madre femenina. La envidia de esta y la identificación con ella son típicas de una etapa de transición, al final de la preadolescencia. Es muy probable que este aspecto del desarrollo preadolescente precipite en esta fase la elaboración conflictiva del complejo de Edipo negativo. El derrotero de la constelación pulsional pasiva conduce al conflicto central de la adolescencia temprana en el varón. Pasaremos a ocuparnos ahora de los destinos de las pulsiones y del yo característicos de esta fase. En el punto de viraje hacia la adolescencia temprana, el desarrollo progresivo de Ralph llegó a un impase, a causa de su imposibilidad de mantener la discordia con el padre y su extra-ñamiento respecto de este en el plano de un método de vida y de acción que abarcase las ideas, la moral, las actitudes y lavocación. Era incapaz de forjarse un ideal del yo que pudíera
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existir y funcionar independientemente de un objeto amoroso en el mundo exterior. Ralph procuró modelar a su padre para hacer de este su compañero ideal en la vida real. Dicho de otro modo: no logró extraer suficiente libido narcisista de objet? del padre edípico, que le permitiera, a su vez, mantener un. Ideal del yo impersonal. En consecuencia, el ideal del yo Jamás quedó consolidado como institución psíquica (véase el capítulo 15). Los ecos de este fracaso eran clara~ente visi~!es. en todos sus empeños de reestructuración psfqmca. Una fiJa~Ión en la adolescencia temprana es la causante del aspecto psiCopatológico específico que quedó irresuelto en el caso de Ralph. El progreso terapéutico descrito es a menudo todo cuanto. la terapia puede conseguir en esta etapa de ia adolescencia. Cabría preguntar si es nuestro conocimiento de la teoría y de l.a técnica el que nos enf-renta con limitaciones similares a las evidenciadas por el análisis de niños, o si estas limitaciones no formarán acaso parte inherente del tratamiento cuando este .se ll?va a cabo durante una fase de activo desarrollo. La expenenCia nos dice que una gran proporción de niños pone fin a sus análisis luego de haber alcanzado considerables beneficios, pero deben retomarlo en una edad más ávanzada (por ~o común en la adolescencia tardía o la posadolescencia), cuando una nueva oleada de insuperables dificultades- emocionales amenaza otra vez sumir sus vidas. En los casos de adolescencia prolongada, la terapia misma se convierte en. una actividad de holding, pu~ represen'ta la promesa de que las fantasí~s narcisistas pueden tornarse realidad merced a la acción mág¡ca del tratamiento vale decir, merced a la benévola voluntad de los progenitor~ (véase el capítulo 3). El estancamiento a que llegó el desarrollo adolescenté de Ralph requerirá, sin duda alguna, que retome el tratamiento más adelante. A ~i juicio, ese momento llegará cuando sus fracasos en la ~elación con .ambos sexos así como las frustraciones y la vacmdad de su VIda profesio~al y social, movilicen una crisis de gravedad mayor que la usual en la adolescencia tardía o poco después de esta. La terapia realizada en la fase inicial de la adolescencia de Ralph ~vi tará que este recaiga en el acting out; además, se ha estab~ectdo una condición para la interiorización que, por así decir, ha sentado un promisorio fundamento para la continuación futura de la labor terapéutica. . Ya estamos en condiciones de ocuparnos de la adolescencia temprana, que se inicia en el plano pulsional por c~ertos cambios característicos (Blos, 1962). Uno de ellos consiste en que del acrecentamiento pulsional meramente cuantitativo propio de la preado~escencia se pasa al.s~rgimiento de una ~ueva vida pulsional, cualitativamente diStmta. Se torna evidente u~ abandono de la posición regresiva preadolescente. La pregem-
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talidad pierde cada vez más, con frecuencia de manera lenta y sólo gradual, su función saciadora; al quedar relegada -mental y físicamente- a un papel subordinado o preliminar, da origen a una nueva modalidad pulsional: el placer previo. Esta mudanza de la organización pulsional eleva a la genitalidad, a la postre, hasta un lugar preponderante. Tanto la organización jerárquica de las pulsiones como su carácter definitivo e irreversible constituyen una innovación que influye de manera dec~siva en el desarrollo yoico. El yo toma como señal indicativa, digamos así, las alteraciones en la organización pulsional y elabora dentro de su propia estructura una organización jerárquica de funciones yoicas y de pautas defensivas. Volveré luego sobre esto. En la adolescencia temprana se inicia la prolongada tentativa de aflojar los primeros lazos objetales. No es sorprendente, entonces, ver que surgen una serie de difíciles situaciones vinculadas a las relaciones objetales, y, en verdad, una concentración cada vez menor en estas transacciones. Suponemos que este proceso ha de seguir las líneas ontogenéticas de relaciones objetales con que ya nos encontramos en la preadolescencia, cuando la ambivalencia del niño respecto de la madre preedípica era fuente de angustia y constituía el principal conflicto que había que dominar. Por lo corriente, la maduración puberal fuerza al niño a abandonar su autosuficiencia defensiva preadolescente y su investidura pulsional pregenital. Advertimos que el avance de la libido de objeto conduce, en su forma inicial, a una elección de objeto acorde con el modelo narcisista. La historia de las relaciones objetales en cada individuo trae a la mente de inmediato aquel aspecto de la constelación edíp~ca que sufre la más poderosa represión en el varón, a saber, su apego pasivo al padre, el complejo de Edipo negativo. La posición edípica del niño puede parafrasearse así: "Amo a aquel que es como yo quiero ser"; esta posición es remplazada qe manera gradual, y rara vez completa, por esta otra alternativa: "Me convertiré en una persona igual a aquella que envidio y admiro". Este paso desemboca en la disolución del complejo de Edipo positivo y consolida a los precursores del superyó en la formación de este último como institución psíquica. Una vez que esta estructura ha sido completada, o al menos está en vías de serlo, el niño ingresa en el período de latencia, sólo para volver a enfrentar, en las diversas fases de la adolescencia, la temática preedípica y edípica. Unicamente entonces, y de acuerdo con una cierta secuencia de reestructuración psíquica, se lleva a su disolución definitiva el complejo de Edipo. Según mi experiencia, el desarrollo pulsional de la adolescencia temprana refleja el empeño del niño por llegar a una
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conciliación con el padre como su objeto de amor edípico. En mi labor analítica con varones adolescentes he hallado en esta temática una permanente fuente de conflicto, que exige los mayores esfuerzos a fin de- hacerla accesible al proceso terapéutico. Me inclino a opinar que el despliegue de la libido de objeto en el varón adolesceqte se topa con su primer (y a menudo fatal) impase cuando la escena emocional está dominada por e! recrudecimiento del apego pasivo al padre edípico. Desde luego, reconocemos de inmediato en la exacerbación excesiva de esta difícil situación la resolución incompleta de la preadolescencia, que culmina en la resistencia contra la regresión a la pasividad original. Si se siguiera la tendencia regresiva, se agravarían profundamente los conflictos y trabas que son aspectos normales del desarrollo en la adolescencia temprana. El estudio de la adolescencia prueba con suma claridad que el dominio o resolución del complejo de Edipo positivo y negativo no se logra por completo en la niñez temprana, sino que es tarea de la adolescencia, o sea, de la fase genital. El período de latencia intermedio desempeña un importante papel económico, que es decisivo para el resultado. El enorme aumento de su expansión y autonomía que obtiene el yo durante ese período proporciona los recursos estructurales esenciales para hacer frente a la pubertad. Un período de latencia abortado impide el despliegue de la adolescencia y conlleva una reactivación violenta de la sexualidad infantil (perversiones). Es obvio que estas tempranás modalidades pulsionales se manifiestan en el plano de la maduración puberal y buscan gratificación bajo la égida de esos recursos yoicos adquiridos durante los años intermedios del desarrollo. Para sintetizar: Luego de la posición regresiva de la preadolescencia en el varón, el avance de la libido de objeto lleva, en su primer paso, a la elección narcisista de objeto. No ha de sorprender que esta elección quede dentro de los lí.~nites del mismo sexo. La adolescencia temprana es la época de las amistades teñidas de inequívocos matices eróticos, ora atenuados, ora vivenciados más o merros concientemente. La masturbación mutua, la práctica temporaria de la homosexualidad, las recíprocas gratificaciones voyeurísticas, las trasgresiones o delitos compartidos, las idealizaciones, el arrobamiento y la exaltación en presencia del amigo: he ahí experiencias en que se pone de manifiesto la elección narcisista de objeto. Por lo demás, ellas suelen provocar una terminación súbita de la amistad toda vez que la intensidad de la moción pulsional genera el pánico homosexual o, más concretamente, moviliza deseos pasivos. La fijación en esta fase nos es conocida por el análisis de varones adolescentes mayores cuyas relaciones objetales se hallan perturbadas, y que se "enamoran" (a menudo, sólo en una efí-
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mera fantasía) de cada uno de sus compañeros o de cada hombre adulto cuyas facultades mentales o físicas envidian en ese momento. Lo que aquí nos interesa es el curso que sigue este desarrollo, o sea, los acomodamientos pulsionales y yoicos que facilitan o impiden el desarrollo progresivo. Sostengo que la fase de elección narcisista de objeto es finiquitada mediante un proceso de interiorización, dando lugar al surgimiento dentro del yo de una nueva institución: el ideal del yo. Tal como aquí lo concebimos, este es heredero del complejo de Edipo negativo. Las identificaciones transitorias de la adolescencia cumplen un papel primordial en conferirle nuevo contenido y una dirección determinada. Desde luego, el ideal del yo puede reconocerse en estadios previos que se remontan a la niñez temprana, pero su primer avance resuelto hacia la consolidación como institución psíquica coincide con la adolescencia temprana, o, más concretamente, con el fin de esta fase. Mientras ella se va diluyendo, la libido de objeto narcisista y homosexual es absorbida y ligada (neutralizada) en la formación del ideal del yo. De esta fuente deriva su inagotable vitalidad y fortaleza. El sometimiento al ideal del yo -o más bien la afirmación de este- convierte a cualquier padecimiento, aun la muerte voluntaria, en una opción ineludible. El establecimiento de dicha instancia atenúa el predominio del superyó, haciendo que el individuo confíe eri un principio orientador tácitamente acorde con el yo, sin el cual la vida pierde dirección, continuidad y significado. Las trasgresiones contra una y otra institución son seguidas ora de culpa (superyó), ora de vergüenza (ideal del yo). Cualquier discrepancia entre el ideal del yo y la representación del self se siente como un menoscabo de la autoestima o provoca vergüenza, contra lo cual el sujeto se resguarda mediante defensas "paranoides", típicas de los adolescentes en esta etapa Oacobson, 1964). El · hecho de que el ideal del yo incluya no sólo un elemento individual sino también un componente social, según señaló Freud (1914b), hace de él una instancia de control particularmente apropiada para el proceso adolescente de desvinculación respecto de las dependencias familiares. En mi estudio de la formación del ideal del yo durante la adolescencia temprana en el varón, y, en especial, de la patología del ideal del yo, comprobé que la formulación que con' referencia a esto hace Freud en el trabajo citado es fundamental para una comprensión de la adolescencia. Tengo presentes los siguientes pasajes: "Grandes montos de una libido en esencia homosexual fueron así convocados para la formación del ideal narcisista del yo, y en su conservación encuentran drenaje y satisfacción" (pág. 96). "Donde no se ha desarrollado un ideal así, la aspiración sexual correspondiente ingresa inmodificada
en la personalidad como perversión" (pág. 100). En otras palabras, la perseverancia en la temprana posición adolescente impide el avance de la libido hacia el hallazgo de objeto heterosexual. En tales circunstancias, nunca se alcanza la fase siguiente, la adolescencia propiamente dicha, aunque puedan imitarse, siquiera por un tiempo, las formas sociales de una conducta propia de una posición más madura. En la adolescencia temprana, la patología del ideal del yo -prefigurada, sin duda, por condiciones antecedentes-llega a un estadio de especificidad dinámica. El caso de Ralph nos ofreció una vislumbre. Dentro del cuadro clínico total, no siempre se pone cl~uamente de manifiesto el aspecto específico que procede del fracaso de la consolidación de esta instancia. De hecho, según mi experiencia, es a menudo empañado y apartado de la vista por una maniobra seudoedípica, una preocupación defensiva con la heterosexualidad, o la declarada impaciencia por crecer y hacer cosas importantes en la vida. Puestas a prueba, esas aspiraciones con frecuencia se vienen al suelo como un castillo de naipes, según lo demuestra el caso de Ralph. Atrapado en este impase, el adolescente busca en forma desesperada un sentido a la vida, o al menos intenta (mentalmente o a través del acting out) mantener el resultado de este impase dentro de los confines de sus propias capacidades, su decisión y su arbitrio. Mi experiencia con casos de adolescencia prolongada me ha enseñado que la crisis a que asistimos con tanta frecuenéia en la adolescencia tardía del varón enraíza en postergaciones o resoluciones incompletas de las tareas evolutivas que cortesponden a la fase inicial de la adolescencia. Con esto llego al final de mi empeño por esbozar, dentro de esa fase, los conflictos, tareas, así como fracasos en términos de organización pulsional y yoica, que le son inherentes. Si consideramos estos fracasos y su catastrófico influjo en el desarrollo como puntos de fijación, sus ecos se observan en la psicopatología de muchos varones en su adolescencia tardía o de muchos jóvenes incapaces de poner fin al proceso adoJescente. En la mayoría de los casos, advertimos la lucha que se ha librado en esa etapa inicial y comprobamos que ella contenía obstáculos que probaron ser insuperables, constituyendo así una barrera permanente contra el desarrollo progresivo. Por consiguiente, el estudio de esta etapa permite comprender mejor los fracasos evolutivos del varón adolescente, al par que arroja luz sobre un problema más vasto: el de los destinos de la pulsión agresiva, que por lo común cumple un prominente papel en el cuadro clínico del varón adolescente.
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8. El segundo proceso de individuación de la adolescencia*
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ríodos comparten la mayor vulnerabilidad de la organización de la personalidad, así como la urgencia de que sobrevengan en la estructura psíquica cambios acordes con el impulso madurativo. Por último, aunque·esto no es menos importante que lo anterior, cualquiera de ellos que se malogre da lugar a una determinada anomalía en el desarrollo (psicopatología) que corporiza los respectivos fracasos en la individuación. Lo que en la infancia significa "salir del cascarón de la membrana simbiótica para convertirse en un ser individual que camina por sí solo" (Mahler, 1963), en la adolescencia implica desprenderse de los lazos de dependencia familiares, aflojar los vínculos objetales infantiles para pasar a integrar la sociedad global, o, simplemente, el mundo de los adultos. En términos metapsicológicos, diríamos que hasta el fin de la adolescencia las representaciones del self y del objeto no adquieren estabilidad y límites firmes, o sea, no se tornan resistentes a los desplazamientos de investiduras. El superyó edípico -en contraste con el superyó arcaico- pierde en este proceso a~go de su rigidez y de su poder, en tanto que la institución narcisista del ideal del yo cobra mayor prominencia e influencia. Así, se interioriza más el mantenimiento del equilibrio narcisista. Estos cambios estructurales hacen que la constancia de la autoestima y del talante sea cada vez más independiente de las fuentes exteriores, o, en el mejor de los casos, más dependiente de fuentes exteriores que el ptopio sujeto escoge. La desvinculación respecto de los objetos -de amor y de odio- interiorizados abre el camino en la adolescencia al hallazgo de objetos de amor y de odio ajenos a la familia. Esto es lo inverso de lo acontecido en la niñez temprana, durante la fase de separación-individuación; en ella, el niño pudo separarse psicológicamente de un objeto concreto, la madre, merced a un proceso de interiorización que poco a poco facilitó su creciente independencia respecto de la presencia de aquella, de sus socorros y de su suministro emocional como principales reguladores (si no los únicos) de la.homeostasis psicofisiológica. El pasaje de la unidad simbiótica de madre e hijo al estado de separación respecto de ella está signado por la formación de facultades reguladoras internas, promovidas y asistidas por avances madurativos -en especial motores, perceptuales, ver-· bales y cognitivos-. En el mejor de los casos, el proceso es pen-
Los procesos biológicos del crecimiento y la diferenciación en el curso de la pubertad producen cambios en la estructura y funcionamiento del organismo. Estos cambios tienen lugar según un orden de secuencia típico, llamado "maduración". También los cambios psicológicos de la adolescencia siguen una pauta evolutiva, pero de distinto orden, ya que ellos extraen su contenido, estimulación, meta y dirección de una compleja interacción de choques internos y externos. A la postre, lo que se observa son nuevos procesos de estabilización y modificaciones de las estructuras psíquicas, resultados ambos de los acomodamientos adolescentes. Los tramos críticos del desarrollo adolescente se hallan en aquellos pun_tos en que la maduración puberal y el acomodamiento adolescente se intersectan para integrarse. Desde una perspectiva clínica y teórica, he denominado a estos tramos "las fases adolescentes" (Blos, 1962). Ellas son los hitos del desarrollo progresivo, y cada una está signada por un conflicto específico, una tarea madurativa y una resolución que es condición previa para pasar a niveles más altos de diferenciación. Más allá de estos aspectos típicos de las fases adolescentes, podemos reconocer en la reestructuración psíquica un hilo común que recorre la trama íntegra de la adolescencia. Este infaltable componente se manifiesta con igual pertinacia en la preadolescencia y en la adolescencia tardía. Aquí lo conceptualizaremos como "el segundo proceso de individuación de la adolescencia". En mis estudios anteriores he destacado repetidas veces lá heterogeneidad de las fases en lo tocante a posiciones y movimientos pulsionales y yoicos; ahora vuelvo mi atención a un proceso de orden más general;que con igual dirección y meta se extiende, sin solución de continuidad, a lo largo de todo el período de la adolescencia. Si el primer proceso de individuación es el que se consuma hacia el tercer año de vida con el logro de la constancia del self y del objeto, propongo que se considere la adolescencia en su conjunto como segundo proceso de individuación.! Ambos pe-
tiende que la fase de separación de la infancia (en el sentido de Margaret Mahler) no está involucrada en este proceso de diferenciación psíquica, de más alto nivel. La experiencia primordial del "yo" y el "no-yo", del self y el objeto, no tiene una resonancia comparable en el desarrollo adolescente normal. Es típica del adolescente psicótico la regresión a esta última etapa; se la puede observar en la síntomatología de la fusión y en fenómenos pasajeros de despersonalización durante la adolescencia.
• Publicado originalmente en Thc Psychoa11alytic Study of the Child. \'Ol. 22. págs. 162-86, Nue\'a York: International Uni\·ersities Press. 196í. l. Al hablar de un segundo proceso de indi\'iduación en la adolescencia. se en'· ,1 •
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dular, como volvemos a observar en el segundo proceso de individuación: los movimientos regresivos y progresivos se alternan, en intervalos más cortos o más largos, dando al observador casual del niño la impresión de una maduración desproporcionada. Sólo si esa observación se practica a lo largo de cierto período está uno en condiciones de juzgar el comportamiento corriente del niño que empieza a caminar o del adolescente típicos, a fin de evaluar si es normal o anómalo. La individuación adolescente es un reflejo de los cambios estructurales que acompañan la desvinculación emocional de los objetos infantiles interiorizados. Este complejo proceso ha ocupado durante un lapso el centro del interés analítico. Hoy ya resulta axiomático que si esa desvinculación no se logra con éxito, el hallazgo de nuevos objetos amorosos fuera de la familia queda impedido, obstaculizado o limitado a una simple réplica o sustitución. En este proceso está intrínsecamente envuelto el yo. Hasta la adolescencia, el niño tenía a su alcance, según su voluntad, el yo de los padres como una legítima extensión de su propio yo; esta condición forma parte inherente de la dependencia infantil al servicio del control de la angustia y de la regulación de la autoestima. Al desligarse, en la adolescencia, de los vínculos libidinales de dependencia, se rechazan asimismo los consuetudinarios lazos de dependencia del yo en el período de latencia. Por ende, en la adolescencia observamos una cierta debilidad relativa del yo, a causa de la intensificación de las pulsiones, así como una debilidad absoluta por el rechazo adolescente del apoyo yoico de los padres. Estos dos tipos de debilidades yoicas se entremezclan en nuestras observaciones clínicas. El reconocimiento de estos elementos dispares en la debilidad del yo adolescente no sólo reviste interés teórico sino utilidad práctica en nuestra labor analítica. Lo ilustraremos con un ejemplo. Un muchacho en los comienzos de la adolescencia, atormentado por la angustia de castración, tomó en préstamo de su madre la siguiente defensa mágica: "Nada malo te pasará jamás mientras no ·pienses en ello". La forma en que el muchacho utilizaba el control del pensamiento al servicio del manéjo de la angustia reveló estar constituida por dos componentes inextricablemente unidos: el componente pulsional, que residía en el sometimiento masoquista del niño a la voluntad y al consejo de su madre, y el componente yoico, reconocible en la adopción de ese recurso mágico para mitigar su angustia. El yo del niño se había identificado con el sistema de control de angustia de la madre. Al llegar a la pubertad, el empleo renovado y en verdad frenético de ese recurso mágico no hizo sino aumentar su dependencia de ella, señalando así cuál era la única vía que podía seguir su pulsión sexual: el sometimiento sa-
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domasoquista infantil. Al apelar·a los procedimientos mágicos de su madre, él se convertía en la víctima de la omnipotencia de esta, compartiendo su falsificación de la realidad. La libidinización del sometimiento obstruía el desarrollo progresivo. El recurso mágico sólo podía llegar a ser algo ajeno al yo cuando este hubiera ganado en autoobservación crítica y en su examen. de realidad. Dicho de otro modo: sólo después de reconocer la angustia de castración vinculada con la madre arcaica podía afirmarse la modalidad fálica y contrarrestar la tendencia al sometimiento pasivo. En este caso, la creciente aptitud para el examen de realidad corrió pareja con el repudio de las posiciones yoicas infantiles, ampliando así los "alcances del yo autónomo. . La desvinculación del objeto infantil es siempl'e concomitante con la maduración yoica. También lo inverso es cierto: la insuficiencia o menoscabo de las funciones yoicas en la adolescencia es un hecho sintomático de fijaciones pulsionales y de lazos de dependencia infantiles con los objetos. El cúmulo de alt~raciones yoicas que marchan paralelas a la progresión pulswnal en cada fase adolescente desembocan en una innovación estructural, resultado último de la segunda individuación. Sin. duda alg~na, durante la adolescencia surgen nuevas y peculiares capacidades o facultades yoicas, como los espectacul~res avances en la esfera cognitiva (Inhelder y Piaget, 1958). Sm embargo, ra observación nos deja en la incógnita en cuanto a su autonomía primaria, y, además, su independencia de la maduración pulsional. La experiencia dice que cuando el desarrollo pulsional queda críticamente rezagado respecto de la diferenciación yoica, las funciones yoicas recién adquiridas pasan a ser utilizadas infaliblemente en forma defensiva y pierden su carácter autónomo. A la inversa, un avance en la maduración pulsional favorece la diferenciación y el funcionamiento yoicos. La mutua estimulación entre las pulsiones y el yo obra con máximo vigor y eficacia si ambos actúan y progresan dentro de una recíproca proximidad optativa. El aflojamiento de los lazos objetales infantiles no sólo cede paso a relaciones más maduras o más adecuadas para la edad, sino que al mismo tiempo el yo se opone de manera creciente a que se restablezcan .l~s p~rimidos, !' en parte ab~ndonados, estados yoicos y gratl!ICacwnes pulswnales de la mñez. Los psicoanalistas que trabajan con adolescentes siempre han ~ido impresionados por esta preocupación central pÓr las relaciOnes. No obstante, la intensidad y magnitud de las manifestaciones o inhibiciones pulsionaies dirigi.das hacia los objetos no deben hacer olvidar las radicales alteraciones que se producen en esta épocá en la estructura yoica. La sumatoria de estos
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cambios estructurales sobrevive a la adolescencia, como atributos permanentes de la personalidad. Lo que estoy tratando de trasmitir es el carácter particular de la reestructuración psíquica en la adolescencia, cuando los desplazamientos de la libido de objeto originan alteraciones yoicas que, a su vez, dan al proceso de pérdida y hallazgo de objeto (la alternancia de movimientos regresivos y progresivos) no sólo mayor urgencia sino también más amplios alcances en materia de adaptación. Esta reacción circular ha disminuido, por lo general, al cierre de la adolescencia, con el resultado de que el yo ha obtenido una organización diferenciada y definitiva. Dentro de esta organización, hay amplio margen para las elaboraciones de la vida adulta, sobre las cuales influye en grado decisivo el ideal del yo. Pasemos ahora al curso que sigue la individuación durante la adolescencia. En el estudio de este proceso, hemos aprendido mucho de aquellos adolescentes que eluden la trasformación de la estructura psíquica y remplazan la desvinculación respecto de los objetos interiores por su polarización; en tales casos, el rol social y la conducta, los valores y la moral, están determinados por el deseo de ser manifiestamente distinto a la imago interiori21ada, o simplemente lo opuesto de esta. Las perturba::iones yoicas, evidentes en el acting out, en las dificultades para el aprendizaje, en la falta de objetivos, en la conducta dilatoria, temperamental y negativista, son con frecuencia los signos sintomáticos de un fracaso en la desvinculación respecto de los objetos infantiles, y, en consecuencia, representan un descarrilamiento del proceso de individuación en sí. Como clínicos, percibimos en el rechazo total que hace el adolescente de su familia y de su pasado el rodeo que da para eludir el penoso proceso de desvinculación. Por lo común, tales evitaciones son transitorias y las demoras se eliminan por sí mismas; no obstante, pueden asumir formas ominosas. Nos es bien conocido el adolescente que se escapa de su casa en un coche robado, deja la escuela, vagabundea sin rumbo fijo, se vuelve promiscuo y adicto a las drogas. En todos estos casos el carácter concreto de la acciónJ>uple al logro de una tarea evolutiva -p. ej., el irse lejos de la casa suple al distanciamiento psicológico de los vínculos de dependencia infantiles-. De un modo u otro, por lo general estos adolescentes se han alejado de sus familias en for~ ma drástica y concluyente, convencidos de que no hay comunicación posible entre las distintas generaciones. Al evaluar estos casos, uno a menudo llega a la conclusión de que el adolescente "procede mal llevado por buenos motivos". Uno no puede dejar de reconocer en las medidas de emergencia de una ruptura violenta con el pasado infantil y familiar la huida frente a un avasallador impulso regresivo hacia las dependencias, gran-
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diosidades, seguridades y gratificaciones de la infancia. En sÍ, el empeño por separarse de los lazos de dependencia infantiles concuerda con la tarea adolescente, pero los medios empleados suelen abortar el empuje madurativo. Para muchos adolescentes, esta ruptura violenta constituye un momento de respiro, una posición de holding, hasta que se reaviva el desarrollo progresivo; pero para muchos se convierte en un modo de vida que a la corta o a la larga los lleva de vuelta a aquello que desde el principio se quiso evitar: la regresión. Al obligarse a tomar distancia física, geográfica, moral e ideológica con relación a su familia o al lugar donde trascurrió su niñez, este tipo de adolescente hace que la separación interior se vuelva prescindible. En su separación e independencia concretas experimenta una exultante sensación de triunfo sobre su pasado, y poco a poco se aficiona a este estado de aparente liberación. Las contrainvestiduras aplicadas al mantenimiento de dicho estado dan cuenta de la llamativa ineficacia práctica, superficialidad emocional, actitud dilatoria y espera expectante que caracterizsn a las diversas formas de evitar la individuación. Es cierto que, en alguna etapa crítica del proceso de individuación, la separación física de los padres o la polarización del pasado merced al cambio de rol social, a la nueva manera de vestir y acicalarse, a los intereses especiales o preferencias morales que se h~n adquirido, son el único medio con que cuenta el adol~scente para conservar su integridad psicológica. Sin embargo, el grado de madurez que en definitiva se alcance dependerá de hasta dónde haya avanzado el proceso de individuación, o de que en algún punto haya llegado a un impase y permanezca incompleto. De lo anterior se desprende que el concepto de "segunda individuación" es relativo; por un lado, depende de la maduración pulsional; por el otro, de la perdurabilidad que ha adquirido la estructura yoica. Con esa expresión se designan, pues, los cambios que acompañan la desvinculación adolescente respecto de los objetos infantiles y son consecuencia de esta. La individuación implica que la persona en crecimiento asuma cada vez más responsabilidad por lo que es y por lo que hace, en lugar de depositarla en los hombros de aquellos bajo cuya influencia y tutela ha crecido. En nuestra época hay una actitud muy generalizada entre los adolescentes más "refinados", que consiste en culpar a sus padres o a la sociedad ("la cultura") por las deficiencias y desilusiones de su juventud; o bien, en una escala trascendental, la tendencia a ver en los poderes incontrolables de la naturaleza, el instinto, el destino y otras generalidades por el estilo las fuerzas absolutas y últimas que gobiernan la vida. Al adolescente que ha adoptado dicha postura le parece vano oponerse a tales fuerzas; declara, más
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2 Un ejemplo sería la indumentaria cómoda y ostentosamente simple introducida por un sector de muchachos alemanes cultos durante la segunda mitad del siglo xvm, como reacción frente al refinamiento y delicadeza franceses en materia de vestimenta masculina. Al par que se arrancaban las finas cintas de las camisas, los jóvenes desplegaban de modo abierto y exuberante sus emociones (llantos, abrazos). Análogamente, la peluca fue remplazada por largas cabelleras naturales. Estos jóvenes, en quienes se combinaba la influencia de Rousseau con una reacción ante "la hipocresía del orden establecido", crearon su propia moda anticonvencional y espontánea, y, más allá de esta, agregaron su cuota de fermento político a la época.
Así pues, la individuación adolescente es reflejo de un proceso y de un logro, y ambos constituyen elementos inherentes al proceso total de la adolescencia. Dejaré ahora ia descripción d~ conocidos ajustes adolescentes y pasaré a examinar sus implicaciones teóricas. En la desvinculación de los objetos 'infantiles, tan esencial para el desarrollo progresivo, se renueva el contacto del yo con posiciones pulsionales y yoicas infantiles. El yo de la poslatencia está, por decir asi, preparado para este combate regresivo, y es capaz de dar soluciones distintas, más perdurables y apropiadas para la edad, a las predilecciones infantiles. La reinstauración de las posiciones pulsionales y yoicas infantiles es un elemento esencial del proceso de desvinculación adolescente. Las funciones yoicas comparativamente estables (v. gr., la memoría o el control motor) y, además, las instituciones psíquicas· comparativamente estables (v.gr., el superyó o la imagen corporal) sufrirán notables fluctuaciones y cambios en sus operaciones ejecutivas. El observador experto puede reconocer, en el colapso pasajero y reconstitución final de estas funciones e instituciones, su historia ontogenética. Uno estaría tentado de decir, mecanísticamente, que en la adolescencia se produce un reacomodamiento de los elementos que componen la psique, dentro del marco total de un aparato psíquico que se mantiene fijo. En el superyó, considerado otrora una institución posedípica inflexible, sobreviene durante la adolescencia una reorganización considerable (A. Freud, 1952a). La observación analítica de los cambios del superyó en este período ha sido sumamente instructiva para estudiar la variabilidad de las estructuras psíquicas protoadolescentes. Echaremos ahora una mirada más de cerca a la mutabilidad de esta institución posedípica. En el análisis de adolescentes aparece con gran claridad la personificación regresiva del superyó. Esto nos permite vislumbrar su origen en las relaciones objetales. Desenvolver el proceso que dio lugar a la formación del superyó es como pasar hacia atrás una película cinematográfica. Lo ilustraremos con el análisis de dos adolescentes, ambos incapaces de adecuarse a los requisitos rutinarios de la vida cotidianá, ambos fracasados en materia de trabajo, cualquiera que fuese la índole de este, y también en materia de amor, cualquiera que fuese su índole. A un muchacho posadolescente lo desconcertaba el hecho de que mostraba igual indiferencia ante lo· que le gustaba hacer y ante lo que no le gustaba; esto último lo entendía bien, pero lo primero le parecía sin sentido. Advirtió que cada vez que realizaba una actividad o la escogía, lo acompañaba esta pregunta preconciente: "A juicio de mi madre, ¿sería bueno lo que yo hago? ¿Querría que yo lo hiciese?". La respuesta afirmativa
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bien, que el verdadero rasgo distintivo de la madurez es la resignación ante la falta de objetivos. Asume la actitud displicente de Mersault en El extranjero, de Camus. La incapacidad de separarse de los objetos interiores salvo mediante un distanciamiento físico acompañado de repudio y menosprecio se vivencia subjetivamente como un sentimiento de alienación. Advertimos que tal es el estado de ánimo endémico en un sector considerable de los adolescentes actuales, chicos y chicas de promisorias dotes criados en hogares ambiciosos aunque indulgentes, por lo común de clase media, y en el seno de familias progresistas y liberales. Al estudiar la morfología de la individuación adolescente con perspectiva histórica, notamos que en cada época surgen roles y estilos predominantes a través de los cuales se instrumenta y socializa esta tarea de la adolescencia. Tales epifenómenos del pn:x.."ess de individuación siempre se hallan, de un modo u otro, en oposición al orden establecido.2 La diferencia crucial sigue siendo que este nuevo modo de vida se convierta en un desplazado campo de batalla donde el muchacho se libere de sus lazos de dependencia infantiles, y pueda así llegar a la individuación, o, por el contrario, que las nuevas formas pasen a ser sustitutos permaqentes de los estados infantiles, impidiendo así el desarrollo progresivo. La valencia patognomónica de una separación física tal como el abandono del hogar o de la escuela, o el entregarse a modos de vida adultomorfos (especialmente en lo sexual), sólo puede determinarse si se la considera en relación con el ethos contemporáneo (el Zeitgeist o espíritu de la época), el medio total y sus sanciones tradicionales de las formas de conducta que dan expresión a las necesidades puberales. La intensificación de las pulsiones en la pubertad reactiva relaciones objetales primarias dentro del contexto de ciertas modalidades pulsionales pregenitales a las que se acuerda preferencia. Sin embargo, durante la adolescencia la libido y la agresión no pasan simplemente, en un giro de ciento ochenta grados, de los objetos de amor primarios a otros no incestuosos. El yo está intrínsecamente envuelto en todos estos desplazamientos de investiduras, y en ese proceso adquiere la estructura por la cual puede ser definida la personalidad posadolescente.
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automáticamente desacreditaba la actividad en cuestión, aun cuando esta fuera de naturaleza placentera. En este impase, el muchacho llegó a una inactividad total, procurando ignorar la constante presencia de la madre en su mente y la influencia que ella tenía en sus elecciones y acciones. Cuando retomó el relato de su dilema, dijo: "Si compruebo que mi madre quiere lo que yo quiero, o sea, si ambos queremos lo mismo, me turbo y, haga lo que hiciere en ese instante, dejo de hacerlo". Una muchacha posadolescente había orientado su proceder, a lo largo de toda su niñez, por el deseo de ganarse el elogio y admiración de sus allegados; empero, en su adolescencia tardía se embarcó en una modalidad de vida que se alzaba en franca oposición a la de su familia: dejó de ser lo que los demás, según ella pensaba, querían que fuese. Para su pesar, esta independencia elegida por ella no le garantizó en absoluto su autodeterminación, pues a cada momento se interponía la idea de la aprobación o la desaprobación de sus padres. Sentía que sus decisiones no le pertenecían, porque estaban guiadas por el deseo de hacer lo opuesto de aquello que hubiera complacido a sus progenitores. Como consecuencia de ello, llegó a un completo callejón sin salida en materia de acción y decisión. Marchaba a la deriva, llevada por la capric~osa brisa de las circunstancias. Todo cuanto podía hacer era delegar la orientación parental en sus amigos de ambos sexos, viviendo vicariamente a través de las expectativas y gratificaciones de estos, al par que la atormentaba el constante temor de sucumbir a su influencia o bien, en un plano más profundo, de fundirse con ellos perdiendo su sentido de sí misma. En ambos casos, el enredo del superyó con las relaciones objetales infantiles dio por resultado un impase evolutivo. No se había logrado lo que normalmente se obtiene durante la latencia: la reducción de la dependencia objetal infantil merced a la identificación y a la organización del superyó. En lugar de ello, las identificaciones primitivas yacentes en el superyó arcaico y en los estadios precursores del superyó habían dejado su poderosa impronta en estos dos adolescentes. Fantasías con respecto a la propia originalidad y expectativas grandiosas acerca de sí mismos, una vez materializadas por vía de la identificación con la madre omnipotente, convertían a toda acción dotada de un propósito en algo penosamente nimio y decepcionante. La tarea de reorganización del superyó, propia de la adolescencia, sumió de nuevo a estos dos jóvenes en el plano arcaico de las identificaciones primitivas (A. Reich, 1954). El hecho de que el superyó tenga su origen en relaciones objetales edípicas y preedípicas hace que dicha institución psíquica sea sometida a una revisión radical en la adolescencia. No es de sorprender que las perturbaciones superyoicas constituyan una
anomalía peculiar de los adolescentes. Cuando durante la niñez sólo se obtuvo tenuemente la autonomía secundaria de las f~nci_ones yoica~, la.l~bido de objeto continúa extrayendo gratifiCación de su eJercicio. Con el avance de la maduración puberal, esta herencia arrojará a las funciones superyoicas en un espantoso desorden. Si al adolescente su comportamiento le es dictado, en forma general y duradera, por una defensa contra l~ gratificación objetal infantil, queda vedada la reorganización del superyó, o, dicho de otro modo, la individuación adolescente resulta inconclusa. La labor analítica con adolescentes pone de manifiesto casi invariablemente, que las funciones yoicas y superyoicas ~uel ven a estar involucradas con las relaciones objetales infantiles. El estudio de este tema me ha llevado al convencimiento de que el peligro qué amenaza a la integridad del yo no emana únicamente de la fuerza de las pulsiones puberales sino en igual medida, de la fuerza del impulso regresivo. D~carta'ndo el supuesto de una enemistad fundamental entre el yo y el ello, he llegado a la conclusión de que la reestructuración psíquica por regresión representa la más formidable tarea anímica de la adolescencia. Así como Hamlet anhela el placer que conlleva el dormir pero teme a los sueños que este ha de traerle así también el adolescente anhela la gratificación pulsional y'yoica pero teme volver a quedar involucrado en relaciones objetales infantil~. Para~ójicamente, esa tarea adolescente sólo puede cumphrse a través de la regresión pulsional y yoica. Sólo a través de la regresión pueden ser modificados los restos de traumas, conflictos y fijaciones infantiles, haciendo obrar sobre ellos los ampliados recursos del yo, apuntalados en esta edad por el empuje evolutivo que propende al crecimiento y la maduración. Torna factible este avance la diferenciación o maduración del yo, legado normal del período de latencia. Durante los movimientos regresivos de la adolescencia, la parte del yo autoobservadora y ligada a la realidad se mantiene por lo común intacta, al menos marginalmente. Quedan así reducidos o controlados los peligros que entraña la regresión -la pérdida catastrófica del self, el retorno al estadio de indiferenciación, o la fusión-. Geleerd (1961) ha sugerido que "en la adolescencia tiene lu. gar una regresión parcial a la fase indiferenciada de relaciones objetales". En un trabajo posterior, basado en su estudio previo, Geleerd (1964) amplía su concepción y enuncia que "el individuo que crece pasa a través de muchas etapas regresivas, en las que participan las tres estructuras". Esta última formulación ha sido confirmada por la práctica clínica y hoy forma parte integrante de la teoría psicoanalítica de la adolescencia. Hartmann (1939) fue quien sentó las bases para estas considera-
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ciones sobre el desarrollo con su formulación de la "adaptación regresiva". Esta modalidad adaptativa desempeña un papel, a lo largo de la vida, en toda suerte de situaciones críticas. Lo que aquí quiero destacar es que la adolescencia es el único período de la vida humana en que la regresión yoica y pulsional constituye un componente~ obligatorio del desarrollo normal. La regresión normativa adolescente opera al servicio del desarrollo; la regresión como mecanismo de defensa actúa junto a la regresión al servicio del desarrollo. No es fácil diferenciar en la clínica estas dos formas de regresión; de hecho, a menudo es imposible hacerlo, y queda como un punto discutible, al menos durante cierto lapso. En un sentido estricto, el tema de mi investigación es la influencia mutua entre la regresión yoica y la pulsional (o la int~racción de ambas) a medida que producen cambios en la estructura psíquica. Conceptualizamos aquí como "individuación adolescente" el proceso de cambio estructural y su logro, subrayando el prominente papel de la desinvestidura de representaciones objetales infantiles en la reestructuración psíquica de la adolescencia. La regresión ~specífica de la fase inaugura transitorias vicisitudes de inadaptación y mantiene en la juventud un estado de grim volubilidad psíquica (véase el capítulo 12). Esta condición explica gran parte de la desconcertante conducta y singular turbulencia emocional de esta edad. A fin de exponer mejor la función que cumple la regresión adolescente, será útil compararla con los movimientos regresivos de la niñez temprana. En esta, a los estados de stress que sobrecargan la capacidad adaptativa del niño se responde normalmente mediante la regresión pulsional y yoica, pero las regresiones de esta naturaleza no constituyen pasos evolutivos previos a la maduración pulsional y yoica. Por el contrario, la regresión adolescente, que no es de índole defensiva, forma parte inherente del desarrollo puberal. Pese a ello, esta regresión provoca con suma frecuencia angustia; si esta angustia se torna ingobernable, se movilizan, secundariamente, medidas defensivas. La regresión de la adolescencia no es, en y por sí misma, una defensa, pero constituye un proceso psíquico esencial, que, pese a la angustia que engendra, debe seguir su curso. S6lo entonces puede consumarse la tarea implícita en el desarrollo adolescente. Nunca se destacará lo suficiente que aquello que, al comienzo, cumple en este proceso una función defensiva o restitutiva, pasa luego a cumplir normalmente una función adapt~tiva y contribuye en grado decisivo a la singularidad de una determinada personalidad. En la reestructuración psíquica adolescente no sólo observamos una. regresión pulsional sino también una regresión yoica. Esta última connota la revivenciación de estados yoicos aban-
donados total o parcialmente, los cuales o bien fueron ciudadelas de protección y seguridad, o constituyeron otrora formas especiales de hacer frente al stress. La regresión yoica siempre se evidencia en el proceso adolescente, pero únicamente opera en contra de la segunda individuación cuando actúa de manera puramente defensiva. Viendo las cosas en retrospectiva, no podemos dejar de admitir, ante muchas de las extravagancias de los adolescentes, que una retirada estratégica era el mejor camino hacia la victoria: Reculer pour mieux sauter. El desarrollo progresivo se estanea sólo cuando la regresión pulsional y yoica alcanza la inmovilidad de una fijación adolescente. La regresión yoica se hallará, por ejemplo, en la revivenciación de estados traumáticos, que no faltan en la niñez de nadie. En enfrentamientos que él mismo inventa con reproducciones en miniatura o representaciones vicarias del trauma original en situaciones de la vida real, el yo adquiere poco a poco dominio sobre situaciones peligrosas arquetípicas. La dramatización y experimentación de los adolescentes, así como gran parte de su patología delictiva (véase el capítulo 13), corresponden a esta actividad yoica, a menudo inadaptada. Por lo común, sin embargo, de la lucha contra los restos de traumas infantiles surge una mayor autonomía yoica. Desde este punto de vista, puede decirse que la adolescencia ofrece una segunda oportunidad p~ra hacer las paces con situaciones de peligro abrumadoras (en relación con el ello, el superyó y la realidad) que sobrevivieron a la infancia y la niñez. Los estados yoicos adolescentes de naturaleza regresiva pueden reconocerse, asimismo, en un retorno al"lenguaje de la acción", a diferencia de la comunicación verbal simbólica, y, además, en un retorno al "lenguaje· corporal", a la somatización de los afectos, conflictos y pulsiones. Este último fenómeno es el responsable de las numerosas afecciones y dolencias físicas típicas de la adolescencia, ejemplificadas por la anorexia nerviosa y la obesidad psicógena. Dicha somatización es más evidente en las niñas que en los varones; forma parte de esa difusión de la libido que en la mujer normalmente produce la erotización del cuerpo, en especial de su superficie. La libido de ol?jeto, desviada hacia diversas partes del cuerpo o sistemas de órgano, facilita la formación de "sensaciones hipocondríacas y de cambios corporales que son bien conocidos clínicamente a partir de los estadios iniciales de la psicosis" (A. Freud, 1958, pág. 272). Durante la adolescencia podemos toparnos con estos mismos fenómenos, pero sin que se presenten secuelas psicóticas. Contemplando el "lenguaje de la acción" de los adolescentes, uno no puede dejar de reconocer en él el problema de la ac-
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tividad versus la pasividad, la antítesis más antigua de la vida del individuo. No cabe sorprenderse de que con el estallido de la pubertad, con el pasmoso crescendo de la tensión pulsional y el crecimiento físico, el adolescente recaiga en viejas y conocidas modalidades de reducción de la tensión. La regresión pulsional, en busca de una ge estas modalidades, conduce en última instancia a la pasividad primordial, que se alza en fatal oposición frente al cuerpo que madura, sus incipientes capacidades físicas y sus aptitudes mentales recientemente desplegadas. El desarrollo progresivo apunta a un grado creciente de confianza en sí mismo, a un dominio cada vez mayor del ambiente y, en verdad, a la trasformación de este último por obra de la voluntad, que aproxime más la concreción de los deseos y aspiraciones. Los estados yoicos regresivos se disciernen, asimismo, en la conocida idolatría y adoración de hombres y mujeres célebres por parte del adolescente. En nuestro mundo actual, estas figuras son escogidas predominantemente en el ámbito de los espectáculos y los deportes: son "los grandes astros del público". Nos recuerdan a los padres idealizados por el niño en sus más tiernos años. Sus imágenes glorificadas constituyen un regulador indispensable del equilibrio narcisista del niño. No ha de llamar nuestra atención que las paredes de su cuarto, cubiertas con posters de los ídolos populares, queden desiertas tan pronto la libido de objeto se compromete en relaciones personales genuinas. Entonces, esa pasajera bandada figurativa de dioses y diosas efímeros se vuelve prescindible de la noche a la mañana. Los estados yoicos infantiles son también reconocibles en estados emocionales próximos a la fusión, y que con frecuencia se vivencian en conexión con abstracciones como la Verdad, la Naturaleza, la Belleza, o en la brega por ideas o ideales de índole política, filosófica, estética o religiosa. Estos estados de cuasi-fusión en el ámbito de las representaciones simbólicas se buscan como un respiro temporario, y sirven como salvaguardias c0ntra la fusión total con los objetos infantiles interiorizados. A esta esfera de la regresión yoica pertenecen las conversiones religiosas o los estados de fusión provocados por drogas. La regresión yoica limitada que es característica (y obligatoria) en la adolescencia sólo puede tener lugar dentro de un yo comparativamente intacto. Por lo general, el aspecto del yo al que designamos como "el yo crítico y observador" continúa ejerciendo su función, aunque esta haya disminuido en forma notoria, e impide así que la regresión yoica se deteriore y convierta en un estado infantil de fusión. Sin duda alguna, esta regresión adolescente impone una severa pruebaoal yo. Ya señalamos que, antes de la adolescencia, el yo parental se vuelve asequible al niño y brinda estructura y organización al yo de
este úl~imo como entidad funcional. La adolescencia perturba esta ahanz~, y la regresión yoica deja al desnudo la integridad o la_s _falencia~ de la temprana organización yoica, que extrajo deciSivas cualidades positivas o negativas de su tránsito a través de la prim~ra fase _de separación~individuación, en el segundo Y tercer anos de vida. La regresión yoica adolescente en una estru?t~ra yoica fallida sume al yo regresivo en su primitiva condición anormal. La distinción entre una regresión yoica ~ormal o patol?gi~a radica, precisamente, en que ella se aproXIme al estado Indiferenciado o lo alcance en forma consumada. Esta _disti.nción es análoga a la que existe entre un sueño y una alucmación. La regresión al yo seriamente defectuoso de la niñez temprana trasforma el típico impase evolutivo de la adolescencia en una psicosis pasajera o permanente. El grado d~ ~nsuficiencia del yo temprano a menudo sólo se pone de mamfi~~o en la adolescencia, cuando la regresión deja de estar al serviciO del desarrollo progresivo, impide la segunda individua~ió? y cierra el camino a la maduración pulsional y yoica. Siguiendo el desarrollo de niños esquizofrénicos a quienes traté con éxito en el comienzo y en el período intermedio de su niñez, comprobé que en su adolescencia tardía volvía a reincidir, con más o menos gravedad, su patología primitiva. Esta recaída por lo común se producía cuando abandonaban el hogar para cursar sus estudios universitarios, luego de haber hecho, en los ~ños intermedios, notables avances en su des~rro~lo psicológico (v. gr., en materia de aprendizaje y comumcación) así como en su adaptación social. La función evolutiva de la regresión yoica adolescente quedaba reducida a cero cuando los estadios yoicos tempranos, de los que debe extraer su fuerza el segundo proceso de individuación, eran reactivados y de~ostraban poseer falencias críticas. La patología nuclear volVIó una vez más a fulgurar. Su imposibilidad de desvincularse emocionalmente de su familia durante la adolescencia puso de relieve hasta qué punto estos niños habían vivido? en el lapso intermedio, tomando en préstamo la fuerza yoiCa. La terapia les permitió derivar nutrimento emocional del ambiente. Esta capacidad les fue útil, por cierto, durante s~ segundo episodio agudo; ella hizo que lo atravesaran y pudieran recuperarse. Cuando, en la adolescencia, debe cortarse el ~ordón umbilical psicológico, los niños con temprano daño ymco recaen en una estructura psíquica fallida que resulta comJ?Jetamente inadecuada para la tarea del proceso de individuaCión. Estos casos arrojan luz sobre los problemas estructurales de cierta psicopatología adolescente, y a la vez insinúan un c?ntinuum de tratamiento de la psicosis o esquizofrenia infantil, que llega a la adolescencia (por lo común la adolescen" cia tardía) o debe ser retomado en ese período.
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Un rasgo de la adolescencia que no escapa a nuestra atención reside en el frenético empeño por mantenerse ligado a la realidad -moviéndose de un lado a otro, mostrándose activo, haciendo cosas-. Se revela además en la necesidad de tener experiencias grupales o relaciones personales en que haya una vívida e intensa participación y afectividad. Los cambios frecuentes y repentinos en estas relaciones con cualquiera de los dos sexos pone de relieve su carácter espurio. Lo que se busca no ~ un lazo personal sino el aguzado afecto y la agitación emocional que él provoca. Pertenece a este dominio la urgente necesidad de hacer cosas "por divertirse", para escapar a la soledad afectiva, la ápatía y el tedio. Este cuadro sería incompleto si no mencionáramos al adolescente que busca estar a solas en un "espléndido aislamiento" a fin de conjurar en su mente estados afectivos de extraordinaria intensidad; para estas inclinaciones, no hay mejor rótulo que el de "hambre de objeto y de afecto". Lo que todos estos adolescentes tienen en común es la necesidad de penetrantes e intensos estados afectivos, ya sea que estos se distingan por su exuberante exaltación o bien por el dolor y la angustia. Podemos concebir esta situación afectiva como un fenómeno restitutivo que es secuela de la pérdida del objeto interno y el concomitante empobrecimiento del vo.3 La experiencia subjetiva del adolescente -expresada en el dilema: "¿Quién soy yo?"- contiene múltiples enigmas. Refleja lo que conceptualizamos como pérdida o empobreci~iento del yo. La pérdida del yo e..<;, a lo largo de la adolescencia, una amenaza constante a la integridad psíquica y da origen a formas de conducta que aparecen anómalas, pero que hay que evaluar como empeños por mantener en marcha el proceso adolescente mediante un vuelco frenético (aunque inadaptado) hacia la realidad. El cuadro clínico de muchos delincuentes, visto desde esta perspectiva, suele revelar más componentes sanos de los que por lo general se le acreditan (véanse ejemplos. clínicos de esto en el capítulo 12). 3 A primera vista, parecería una contradicción hablar de "empobrecimiento del vo" cuando la libido de objeto es desviada hacia el self, pero un j"O sano notolera' bien durante mucho tiempo que se lo cercene de las relaciones objetales. La inundación del self con libido narcisista sólo se toma acorde con el yo en el adolescente psicótico, para quien el mundo real es opaco e incoloro. El adolescente "normal" tiene una sensación de aterradora irrealidad ante un creciente aisla·miento narcisista respecto del mundo de los objetos. Por consiguiente, la masturbación no le proporciona jamás una forma de gratificación permanente, ya que a la postre reduce su autoestima. Si bien es cierto que las fantasías masturbatorias pueden despertar sentimientos de culpa a través de la prohibición superyoica, no podemos ignorar el hecho de que la merma de la autoestima _deriva, en gran medida, del debilitamiento del vínculo con el mundo de los obJetOS, o sea, en otras palabras, de un crítico desequilibrio narcisista.
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Quisiera reconsiderar aquí el "hambre de objeto" del adolescente y su empobrecimiento yoico. Estas dos pasajeras situaciones evolutivas encuentran compensatorio alivio en el grupo, la pandilla, el círculo de amigos, los coetáneos en general. El grupo de pares sustituye (a menudo literalmente) a la familia del adolescente (véase el capítulo 5). En la compañía de sus contemporáneos el muchacho o la chica hallan estímulo, sentido de pertenencia, lealtad, devoción, empatía y resonancia. Recuerdo aquí al saludable niño del estudio de Mahler (1963), un caminador novel, quien durante la crisis de separación-individuación reveló una sorprendente capacidad para "extraer de la madre suministros de contacto y participación". En la adolescencia, estos suministros de contacto son proporcionados por el grupo de pares. El niño que empieza a caminar requiere del auxilio de la madre para alcanzar la autonomía; el adolescente se vuelve hacia la "horda" de sus contemporáneos, de cualquier tipo que ella sea, para obtener esos suministros sin los cuales no es posible materializar la segunda individuación. El grupo permite las identificaciones y los ensayos de rol sin demandar un compromiso permanente. También da lugar a la experimentación interactiva como actividad de corte con los lazos de dependencia infantiles, más que como preludio a una nueva, duradera relación íntima. Por añadidura, el grupo comparte -y así, alivia- los sentimientos individuales de culpa que acompañan la emancipación de las dependencias, prohibiciones y lealtades infantiles. Resumiendo, cabe afirmar que, en líneas generales, los contemporáneos allanan el camino para pasar a integrar la nueva generación, dentro de la cual el adolescente debe establecer su identidad social, personal y sexual en cuanto adulto. Si la relación con los pares no hace más que sustituir los lazos de dependencia infantiles, el grupo no ha cumplido su función. En tales casos, el proceso adolescente ha sufrido un cortocircuito, con el resultado de que las dependencias emocionales irresueltas se convierten en atributos permanente'> de la personalidad. En esas circunstancias, la vida en el seno de la nueva generación se desenvuelve, extrañamente, como sombras chinescas del pasado del individuo: lo que más debía evitarse se repite con fatídica exactitud. Una adolescente mayor, estancada en una rígida postura anticonformista que le servía como protección contra un impulso regresivo inusualmente intenso, expresó tan bien lo que yo me he empeñado en decir que le cederé ,la palabra. Reflexionando sobre un caso de inconformismo, acotó: "Si uno actúa en oposición a lo previsto, se da de porrazos a diestra y siniestra con las reglas y normas. Hoy, el hacer caso omiso de la escuela -simplemente no fui- me hizo sentir muy bien. Hizo que me sintiera una persona y no un autómata. Si uno continúa rebe-
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lándose y choca lo suficientemente a menudo con el mun.do que lo rodea, en su mente comienza a esbozarse un bosqueJO d~ sf mismo. Eso es indispensable. Tal vez, cuando uno sabe qmén es no necesita ser distinto de aquellos que saben (o creen que saben) cómo debería ser uno". Una declar~ción como estar~ afirma el hecho de que para la conformación de la personalidad adolescente es condición necesaria una firme estructura social. . Abordaré ahora las vastas consecuencias que tiene el hecho de que la regresión de la adolescencia sea ~a cond~ción previa para un desarrollo progresivo. La observación clímca me llevó a inferir que el adolescente tiene que entabla~- contacto emocional con las pasiones de su infancia y de su nmez temprana a fin de que estas depongan sus investiduras originales. Sólo.entonces podrá el pasado desvanecerse ~n. los recue~dos co~cien tes e inconcientes, y el avance de la hbido confenr a la JU~en tud su singular intensidad emocional y firmeza de pr~pósit?s. El rasgo más profundo y peculiar de la adolescencia .reside en la capacidad de pasar de la conciencia regresiva a. la ~rogre siva con una facilidad que no tiene parangón en mng~n otro período de la vida humana. Esta fluide~ da cuenta, qm~á, de los notables logros creadores -y decepciOnadas expectativasde esta particular edad. La experim.en~ación del adol~cente con el self y la realidad, con los sentimientos y pensamientos, otorgará, en caso de que todo vaya bien, cont~nido y forma ~u raderos y precisos a la individuación, en térmi~~s de su real~za ción en el ambiente. Una de esas formas declSlvas de realización es, por ejemplo, la elección vocacional. . En el proceso de desvinculación de los objetos ?e amor y odiO primarios, una cualidad de las te~pranas. relaciOnes obJe,ta.les se manifiesta bajo la forma de ambivalencia. El cuadro cl~mco de la adolescencia pone de relieve la desmezcla de las mociOnes pulsionales. Actos y fantasías de agresión ~ura son tipic?s de la adolescencia en general, y ~e la masculma en especial: .No quiero decir con ello que todos los ado~escentes s~an mamhestamente agresivos, sino que la pulsión agresiva .afecta. el equilibrio pulsional existente antes de la adolescenci~ .Y exige nuevas medidas de adaptación. En este punto de mi md~ga ción no me interesa la forma que puedan adoptar esas medidas -desplazamiento, sublimación, represión o trastorno hacia lo contrario-. El análisis de la agresión manifiesta conduce, en última instancia, a elementos de furia y sadismo infantiles; en esencia, a la ambivalencia infantil. Revividas en la adolescencia las relaciones objetales infantiles habrán de presentarse en su forma original, vale decir, en un estado ambivalente. De hecho la tarea suprema de la adolescencia es fortalecer las relaci~nes objetales posambivalentes. La inestabilidad emo-
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cional en las relaciones personales, y, por encima de ello, la inundación de las funciones yoicas autónomas por la ambivalencia en general, crea en el adolescente un estado de precaria labilidad y de contradicciones incomprensibles en cuanto a los afectos, pulsiones, pensamientos y conducta. La fluctuación entre los extremos del amor y el odio, la actividad y la pasividad, la fascinación y la indiferencia, ~una característica tan conocida de la adolescencia que no tenemos que detenernos aquí en ella. Sin embargo, el fenómeno merece ser explorado en relación con el tema de este estudio, a saber, la individuación; Un estado de ambivalencia enfrenta al yo con una situación que, a causa de su relativa madurez, el yo siente como intolerable, no obstante lo cual el manejo constructivo de esa situación desborda, al menos temporariamente, su capacidad de síntesis. Muchas aparentes operaciones defensivas, como el negativismo, la conducta opositora o la indiferencia, no son sino exteriorizaciones de un estado ambivalente que ha penetrado en la personalidad total. Antes de proseguir con estas ideas, las ilustraré con un fragmento tomado del análisis de un muchacho de diecisiete años. En lo que sigue me centraré en aquellos aspectos del material analítico que reflejan la desvinculación respecto de la madre arcaica y que tienen relación directa con el tema de la ambivalencia y la individuación. Este muchacho, capaz e inteligente, se vinculaba cqn los demás en un plano de intelectualización, y mejor con los adultos que con sus pares. Todas sus relaciones personales, en especial dentro de su familia, estaban impregnadas de una actitud pasivo-agresiva. Uno advertía en él una tumultuosa vida interior que no había hallado expresión en la conducta afectiva. Era dado al malhumor y a la reserva sigilosa; su desempeño escolar era irregular; se volvía por períodos terco y negativista, y fríamente exigente en el hogar. Dentro de este cuadro fluctuante era posible discernir una generalizada e impenetrable altanerfa, rayana en la arrogancia. Esta anormalidad se hallaba bien fortificada por defensas obsesivocompulsivas. En sí misma, la elección de este mecanismo de defensa insinúa el papel predominante que desempeñaba la ambivalencia en la patogénesis de este caso. Hasta que no se logró acceso a las fantasías del muchacho no se pudo apreciar su necesidad de una rígida, inatacable organización defensiva. Cada uno de sus actos y pensamientos iba acompañado de una involucración (hasta entonces inconciente) con la madre y de su fantaseada complicidad, para bien o para mal, en su vida cotidiana. Tenía una insaciable necesidad de sentirse próximo a la madre, quien desde sus primeros años lo había dejado al cuidado de una parienta bienintencionada. De niño siempre había admirado, envidiado y alabado a su
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madre; el análisis lo ayudó a vivenciar el odio, desprecio Y ~e mor que sentía hacia ella cada vez q~e ~ran frustra.dos sus mtensos deseos de ser objeto de la generosidad matenal de ella. Se volvió claro que sus procederes y talantes estaban. determinados por el flujo y reflujo del amor y odio que expenme~taba hacia su madre, o que él imaginaba que ella sentía hac~a él. Así, por ejemplo, no hacía sus tareas e~~lares cuando pnva?a en él la idea de que su buen rend1m1ento en los estudios complacería a la madre. En otros momentos sucedi.a lo inverso. En cierta oportunidad en que se le otorgó un premio en el colegio, lo mantuvo en seéreto para que su madre no .se enterara r, utilizara su logro como "una pluma de su propio sombrero -o sea se lo robara-. Salia a caminar a escondidas, pues su madre ~refería a los muchachos que hacían vida al aire l~bre, y, para ponerla a ella en una situación censurable, él se deJaría regañar por no tomar aire fresco. Si él disfrutaba de un espectáculo o invitaba a un amigo a la casa, todo el placer del acontecimiento se le estropeaba si su madre se sentía encantada por ello y mostraba su aprobación. A modo de venganza, tocaba el piano, tal como quería su madre, pero lo h~cía e~ un perm~ nentejortissimo, sabiendo m?y bien que la ~ntens1dad del somdo a ella le crispaba los nervios. Tocar el p1ano fuerte era una acción sustitutiva de gritarle. Cuando tomó conocimiento de esta agresividad suya, se llenó de angustia. En este punto, el análisis de la ambivalencia del muchacho quedó bloqueado por una defensa .narcisista: se sentía. como un espectador ajeno al drama de la Vida, no comprometido ~n l?s sucesos cotidianos, y veía su entorno en trazos borrosos e mdistintos. Para hacer frente a esta emergencia no vino en su ayuda la usual defensa obsesivo-compulsiva (catalogar, archivar, remendar o reparar). Este estado de despersonalización le ~esultó sumamente incómodo y desconcertante. La labor analítica pudo seguir adelante cuando él tomó conciencia del asp~to sádico de su ambivalencia; lo abandonó entonces el extrano estado yoico. Vivenció y expresó verbalmente su violento impulso de golpear y herir físicamente a su madre cada vez que esta lo frustraba. El sentimiento de frustración dependía, más que de las acciones objetivas de ella, de la marea de sus propias necesidades interiores. La réplica de la ambivalencia infantil era evidente. Ahora, él estaba en condiciones de diferenciar entre la madre del periodo infantil y la de la situación presente. Este avance permitió rastrear hasta qué punto e:'taban ~nvolucradas sus funciones yoicas en su conflicto de amb1valenc1a adolescente, y restaurarles su autonomía. . . Fue interesante observar que en la resolución del confliCto de ambivalencia ciertos atributos de la personalidad de la madre pasaron a serlo del yo del hijo; por ejemplo, la capaci-
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dad de trabajo que ella tenía, el uso que daba a su inteligencia y su idoneidad social, todo lo cual había sido objeto de la envidia del muchacho. En cambio, otros de sus valores, criterios y rasgos de carácter eran rechazados por él considerándolos indeseables o repulsivos. Ya no se los percibía como la arbitraria renuencia de la madre a ser todo aqu·ello que pudiera agradar o confortar a su hijo. Quedó establecida una constancia de objeto secundaria en relación con la madre del periodo adolescente. La madre omnipotente del período infantil fue relevada al comprobar el hijo sus falencias y virtudes, en suma, al hacer de ella un ser humano. Unicamente a través de la regresión pudo el muchacho revivenciar la imagen materna e instituir las enmiendas y diferenciaciones que neutralizaron su relación objeta! ambivalente preedípica. La reorganización psíquica que aquí describimos fue subjetivamente vivenciada por él como un aguzado sentido del self, esa toma de conciencia y ese convencimiento que la frase "Este soy yo" sintetiza mejor que cualquier otra. Tal estado de conciencia y sentimiento subjetivo reflejan la incipiente diferenciación en el interior del yo que aquí conceptualizamos como el segundo proceso de individuación. El alborozo que produce el sentirse independiente del progenitor interiorizado, o, más exactamente, de la representación de ese progenitor como objeto, es complementado por un afecto depresivo que acompaña y sigue la pérdida del objeto interior. El afecto concomitante de esta pérdida de objeto ha sido comparado con~~ trabajo de duelo. Normalmente, luego de renunciar al earácter infantil de la relación con el progenitor, la continuidad de esta no se interrumpe. La tarea de la individuación adolescente está vinculada con ambas representaciones objetales de los progenitores, la infantil y la contemporánea; estos dos aspectos derivan de la misma persona pero en distintos estadios de desarrollo. Esta constelación tiende a confundir al adolescente en la relación con su progenitor, ya que lo vivencia, parcial o totalmente, como aquel del período infantil. Dicha confusión se agrava cuando el progenitor participa en las cambiantes posiciones del adolescente y demuestra ser incapaz de mantener una posición fija como adulto frente al niño que madura. La desvinculación del adolescente respecto de los objetos infantiles exige, ante todo, que estos sean desinvestidos, a fin de que la libido pueda otra vez ser vuelta hacia el exterior en busca de gratificaciones objetales específicas de la fase dentro del ambiente social global. En la adolescencia observamos que la libido de objeto es desasida (por cierto, en grado diverso) de los objetos externos e internos y, desviándola hacia el self, se la convierte en libido narcisista: Este viraje del objeto al self da
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por resultado la proverbial egolatría y ensimismamiento del adolescente, que fantasea ser independiente de los objetos de amor y odio de su niñez. Al ser inundado el self con libido narcisista, se produce un autoengrandecimiento y una sobrestimación del poder del cuerpo y la mente propios. Esto tiene un efecto adverso en el examen de realidad. Recordaré, para mencionar una consecuencia bien conocida de este estado; los frecuentes accidentes de tránsito que tienen los adolescentes pese a ser hábiles conductores y conocer la técnica del manejo del automóvil. Si el proceso de individuación se detuviera en esta etapa, nos encontraríamos con toda clase de patologías narcisistas, dentro de las cuales el retraimiento respecto del mundo de los objetos, el trastorno psicótico, representa el impase más grave. . . . . Los cambios internos que acompañan a la md1v1duación pueden describirse, desde el lado del yo, como una reestructuración psíquica en cuyo trascurso la desinvestidura de la representación objetal del progenitor en el yo ocasiona una inestabilidad general, una sensación de insuficiencia y de extrañamiento. En el empeño por proteger la integridad de la organización yoica, se pone en marcha una conocida gama de maniobras defensivas, restitutivas, adaptativas e inadaptativas, antes de que se establezca un nuevo equilibrio psíquico. El logro. de este último se reconoce por el estilo de vida autónomo e idiosincrásico. En el momento en que el proceso de individuación adolescente se halla en pleno vigor, cobra prominencia la conducta desviada -o sea, irracional, voluble, tu.rbulenta-. El adolescente recurre a esas medidas extremas para poner su estructura psíquica a salvo de la disolución regresiva. En este estado, plantea al clínico una muy delicada tarea de discriminación en cuanto a la transitoriedad o permanencia, o, más simplemente, la naturaleza patológica o normal de los respectivos fenómenos regresivos. La desconcertante ambigüedad a que debe hacer frente la evaluación clínica deriva de que una resistencia contra la regresión puede ser signo de un desarrollo tanto normal como anormal. Es signo de un desarrollo anormal si impide la cuota de regresión indispensable para desvincularse de las tempranas relaciones objetales y estados yoicos infantiles -condición previa para la reorganización delaestructura psíquica-. El problema de la regresión, tanto yoica como pulsional, reverbera ruidosa o calladamente a lo largo de toda la adolescencia; la fenomenología es multiforme, pero el proceso es siempre el mismo. Estos movimientos regresivos posibilitan alcanzar la adultez, y así debe entendérselos. Representan también los núcleos o puntos de fijación en torno de los cuales se organizan las fallas del proceso adolescente. Las perturbaciones de la adolescencia han atraído nuestra atención, de ma-
nera casi exclusiva, hacia la sintomatologia regresiva dentro del contexto de la gratificación pulsional, o hacia las operaciones defensivas y sus secuelas; sostengo que la resistencia contra la regresión es, en igual medida, motivo de inquietud, pues puede oponer una tenaz e insuperable barrera en el curso del desarrollo progresivo. La resistencia contra la regresión puede adoptar muchas formas. Un ejemplo es el enérgico vuelco del adolescente hacia el mundo exterior, hacia el movimiento corporal y la acción. Paradójicamente, la independencia y autodeterminación en la acción y el pensamiento se tornan más resueltas y violentas cuando el impulso regresivo posee una fuerza fuera de lo común. He observado que niños apegados y sometidos en extremo a uri progenitor pasan en la adolescencia a la actitud inversa, vale decir, se apartan a toda costa de ese progenitor y su código de conducta. Al hacerlo, obtienen una victoria aparente, sólo ilusoria. En tales casos, lo que determina la acción y el pensamiento del joven es simplemente que representen lo opuesto de las expectativas, opiniones y deseos de los padres o sustitutos y sucedáneos sociales, como los maestros, policías y adultos en general, o, en términos más abstractos, la ley, la tradición, la convención y el orden en cualquier lugar y forma en que estos se presenten, y con independencia de todo propósito o finalidad social. También en este caso, los disturbios transitorios en la interacción.entre el adolescente y su ambiente son cualitativamente distintos de aquellos que adquieren una permanencia prematura al moldear, de manera definitiva, la relación del yo con el mundo exterior, haciendo que el proceso adolescente se detenga antes de su debido tiempo, en lugar de alcanzar su final normativo. Basándonos en nuestra experiencia con los niños y adultos neuróticos, nos hemos habituado a centrarnos en las defensas como principales obstáculos en el camino del desarrollo normal Además, tendemos a concebir la regresión como un proceso psíquico opuesto al desarrollo progresivo, a la maduración pulsional y a la diferenciación yoica. La adolescencia puede enseñarnos que estas connotaciones son a la vez limitadas y limitativas. Es verdad que no estamos bien preparados para reconocer lo que en un estado regresivo de la adolescencia es mera resurrección estática del pasado y lo que anuncia una reestructuración psíquica. Es razonable suponer que el adolescente que se rodea en su cuarto de láminas de sus ídolos no sólo repite una pauta infantil de gratificación de necesidades narcisistas, sino que a la vez toma parte en una experiencia colectiva que lo convierte en un miembro empático de su grupo de pares. Compartir los mismos ídolos equivale a integrar la misma familia; pero hay una diferencia crucial que no puede escapárse-
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nos: en esta etapa de la vida, la nueva matriz social promueve el proceso adolescente merced a la participación en un ritual tribal simbólico, con estilo propio y exclusivo. Bajo estos auspicios, la regresión no procura simplemente reinstaurar el pasado sino {llcanzar lo nuevo, el futuro, dando un rodeo que pasa por los senderos ya conocidos. Viene a mi memoria aquí una frase de John Dewey: "El presente no es sólo algo que viene después del pasado.[ ... ) Es aquello que la vida es cuando deja el pasado atrás". Las ideas aquí reunidas han confluido hacia una meta convergente porque tienen el común o'9jetivo de elucidar los cambios que la maduración pulsional produce en la organización yoica. Las investigaciones clínicas del proceso adolescente han puesto convincentemente en claro que tanto la desvinculación de los objetos primarios como el abandono de los estados yoicos infantiles exige un retorno a fases tempranas del desarrollo. Esa desvinculación sólo puede lograrse merced a la reanimación de los compromisos emocionales infantiles y las concomitantes posiciones yoicas (fantasías, pautas de confrontación, organización defensiva). Este logro gira, pues, en torno de la regresión pulsional y yoica; ambas introducen en su decurso una multitud de medidas que, en términos pragmáticos, son inadaptadas. De un modo paradójico, podría decirse que el desarrollo progresivo se ve impedido si la regresión no sigue su curso apropiado en el momento apropiado, dentro de la secuencia del proceso adolescente. Al definir la individuación como el aspecto yoico de la tarea regresiva de la adolescencia, se torna evidente que el proceso adolescente instituye, en esencia, una tensión dialéctica entre la primitivización y la diferenciación, entre las posiciones regresivas y progresivas; cada uno de estos elementos extrae su ímpetu del otro, a la vez que lo torna viable y factible. La consecuente tensión que implica esta dialéctica somete a un esfuerzo extraordinario a las organizaciones yoica y pulsional -o más bien a su interacción-. A este esfuerzo le debemos las numerosas y variadas distorsiones y fracasos -clínicos y subclínicos- que sufre la individuación en esta edad. Gran parte de lo que a primera vista parece defensivo en la adolescencia debería designarse, más correctamente, como una condición previa para que el desarrollo progresivo se ponga en marcha y prosiga su curso.
9. Forn1ación del carácter en la adolescencia*
El problema de la formación del carácter es de tan vastos alc~nces que casi cualquier aspecto de la teoría psicoanalítica se
nncula con él. Este hecho nos está díeiendo, desde el comienzo, q~e abord.amos un c?ncepto de enorme complejidad o procesos mtegrahvos del mas alto orden. Es una sensata v bienvenida limitación la de centrarse en el período adolesc~nte e -in~agar, dentro de este dominio circunscrito, si este estadio particular del desarrollo nos permite inteligir el proceso formativo d;l carácter, y, por ende, arrojar luz sobre el concepto de caracte~ ~~ general. No sería la primera vez en la historia del psicoa.nahsis q.ue la naturaleza de un fenómeno psíquico es esclarecida mediante el estudio de su formación. . Quienquiera que. haya estudiado la adolescencia, independientemente de cuales sean sus antecedentes teóricos, habrá advertido los cambios en la personalidad que madura comúnmente identificados con la formación del carácter. Aun el adulto que, sin una capacitación especial, observa la conducta de los jóvenes, o el que contempla de manera retrospectiva su propia adolescencia, no puede dejar de notar que al terminar esta s~ pone d: n:anifiesto una nueva manera de manejar las n:cesidades objetivas de la vida. El comportamiento, actitudes e mterese.s del indi;iduo, así como sus relaciones personales, resultan mas predecibles, muestran mayor estabilidad y tienden a tornarse irreversibles, incluso en situaciones de stress. El observador psicoanalítico de la adolescencia da testimonio de todo esto, pero se pregunta qué mecanismos psíquicos o procesos evolutivos operan en la formación del carácter. El proceso formativo, de hecho, plantea las preguntas: "¿.Qué es lo que toma forma?" y "¿,Qué es lo que da forma?". Además, ¿cuáles son las precondiciones de la formación del carácter P?r qué se produce en la etapa de la adolescencia y en qué me~ dida se produce en esta etapa? Pueden discernirse abundantes precursores del carácter en la niñez; pero a estas maneras bastante habitu.ales con que el yo se relaciona con el ello, el supery~ Y la reahdad no las designaríamos como "carácter", pues aun falta en ell.as una pauta integrada y más o menos fija que ' Publicado originalmente en The Psychoanalytic Study of the Child, vol. 23, pág;. 245-63, Nueva York: International Universities Press, 1968.
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r una a sus dispares componentes. Debido a que en la adolescencia se da un paso adelante en la organización de los rasgos del carácter, Gitelson (1948) ha dicho que la tarea terapéutica esencial de este periodo es la "síntesis del carácter". Todos hemos llegado empíricamente a idénticas conclusiones, y contemplamos la formación del carácter en la adolescencia como el resultado de la reestructuración psíquica; en otras palabras, es el signo manifiesto de haber completado el tránsito a través de la adolescencia -aunque ese tránsito no esté necesariamente completo-. Todos hemos tenido ocasión de observar cómo el análisis de un adolescente, en especial mayorcito, avanza hacia su culminación mediante el callado surgimiento del carácter. ¿Qué significa, sin embargo, este "algoM que surge con toda evidencia? Esta pregunta nos obliga a considerar ciertos aspectos pertinentes de la caracterología psicoanalitica.
Etimológicamente, la palabra "carácter" proviene de una raíz griega que tiene el significado de "grabar", "dejar una impronta"; esa etimología siempre ha estado presente en el concepto de carácter en cuanto a la permanencia y fijeza de su pauta o trazado. En términos de la personalidad, este elemento de permanencia está representado por rasgos o cualidades distintivos y por maneras típicas o idiosincrásicas de conducirse. Aun el estilo de vida y las actitudes del temperamento han sido esporádicamente incorporados dentro de la amplia esfera del carácter. En la bibliografía psicoanalítica sobre el carácter, nos encontramos con un uso impreciso e incongruente de los vocablos. En particular, es confuso el empleo de "carácter", "tipo de carácter" y "rasgo de carácter" como expresiones equivalentes. A grandes trazos, es posible distinguir en la caracterología psicoanalitica clásica cuatro enfoques. Según el primero de ellos (Freud, 1908; Abraham, 1921, 1924a, 1924b; Jones, 1918; Glover, 1924), el rasgo de carácter se reconduce a un nivel especifico de desarrollo o de fijación pulsionales (p. ej., rasgos de carácter orales); para el segundo (W. Reich, 1928, 1930), el factór decisivo es el aspecto defensivo del yo (v. gr., carácter reactivo, coraza del carácter); para el tercer enfoque (Freud, 1939), lo que determina el carácter es el destino de la libido de objeto (v. gr., carácter narcisista o anaclitico); para el cuarto (Erikson, 1946), la influencia del ambiente, la cultura y la historia es lo que imprime en la gente un estilo de vida pautado y preferente (definición psicosocial del carácter). Por supuesto, estos cuatro elementos determinantes de lo.s rasgos de
carácte: y del carácter no son mutuamente excluyentes; por el c?ntrano, ellos se presentan en variadas mezclas y combinacwnes. Lo que ~istin,~e a cada formación caracterológica es que hay en. ella Imph.citamente una concordancia con el yo y una ausencia de conflicto -a diferencia de los síntomas neuróticos-, así como una fijeza pautada de la organización caracterológica. He aquí dos definiciones del carácter que gozan de amplia aceptación: " ... el modo típico de reacción del yo frente al ello Y al mundo externo" (W. Reich, 1929, pág.125); " ... el modo ?abi~ual de armonizar las tareas propuestas por las demandas mtenores y por el mundo externo es necesariamente una función[ ... ] del yo" (Fenichel, 1945, pág. 467). El.carácter tiene su origen en el conflicto, pero, a causa de su propia naturaleza, impide el surgimiento de la angustia-señal a través de la codificación de las soluciones al conflicto. La automatización del manejo de situaciones de peligro características r~prese?ta un notable paso adelante en la integración y funcwnamiento de la personalidad. En verdad, la formación del ca~ácter puede. conceptualizarse desde un punto de vista adapt~hvo, y es fácil obtener pruebas clínicas que abonan dicha tesis. La ganancia económica inherente a la formación del carácter res~ de en ~a liberación de energía psíquica para la expansión de la. I?ve~~Iva puesta al servicio de la adaptación y para la efechvi~acw~ de las potencialidades humanas. Esta ganancia ~onómiCa fue claramente enunciada por Freud (1913a) al deCir ~ue en 1~ formación del carácter "la represión no entra en acci~n •. o bien alcanza sin tropiezos su meta de remplazar lo repnmido por unas formaciones reactivas y sublimaciones" (pág. 323). Habiendo observado estas sustituciones en el análisis de adolescentes, me pregunto si la contrainvestidura del caráct~r reactivo (defensivo) no restringe, en vez de ampliar, el ámbito adaptativo de la autorrealización. Volveré a ocuparme de este interrogante luego. La trasformación de las fijaciones pulsionales en rasgos de ca~ácter es tan universal. y está tan bien documentada .que no exige mayores comentanos. Tal vez no sea superfluo, sin embargo, acotar que las predilecciones instintivas en combinación con sensibilidades especiales constituyen aspectos inherentes al desarrollo humano. Cuando las fijaciones pulsionales se trasponen en rasgos de carácter, los factores cualitativos y cuantitativos que proceden de la dotación innata confieren a cada carácter una fisonomía sumamente individualizada. .conocemos bien la ser.ie de rasgos de carácter que tienen su ongen, separada o combmadamente, en los diversos niveles de desarrollo psicosexual. Secundariamente, el yo hace uso de tales proclividades incorporándolas a su propio ámbito y emple-
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Rasgos de carácter y carácter
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ándolas para sus propios fines. Hablamos entonces del tipo de carácter sublimatorio. Si la predilección instintiva provoca un conflicto, la automatización de las defensas marca al carácter en forma decisiva, como lo ejemplifica el carácter reactivo. Vemos que una actitud fija del yo en su manejo del peligro (p. ej., la ..evitación") tiene mayores alcances y es más inclusiva que un rasgo de carácter derivado de las trasposiciones de la pulsión (p. ej., la .. terquedad"). No obstante, en los niños no es posible discernir esas reacciones yoicas circunscritas, permanentes y fijadas, pues el yo del niño está en parte, pero significativamente, entreverado con los lazos de dependencia objetales que lo unen a sus padres y al ambiente, hasta la pubertad. Cierto es que podemos discernir netos rasgos de carácter en el niño, pero lo que en la niñez se nos aparece como carácter es fundamentalmente una pauta de actitudes yoicas, estabilizadas mediante identificaciones, que, como bien sabemos, pueden sufrir una revisión radical durante la adolescencia. He aquí otra razón para enunciar que formación del carácter y adolescencia son sinónimos. Una consolidación precoz del carácter antes de la pubertad debe considerarse una anormalidad del desarrollo, ya que impide esa esencial elasticidad y flexibilidad de la estructura psíquica sin la cual el proceso adolescente no puede seguir su curso normal. La distinción entre rasgos de carácter y carácter se corresponde con la línea demru-catoria que constituye, en el desarrollo, la adolescencia. Los rasgos de carácter, pues, no son idénticos al carácter per se, ni este es simpiemente la suma total de aquellos. Desde luego, en cada individuo podemos rastrear características o rasgos de carácter orales, anales, uretrales y fálico-genitales, pero ninguno de ellos explica el carácter de ese individuo ni le hace justicia a este carácter como estructura monolítica. Si en una persona reconocemos un cierto grado de terquedad, frugalidad y orden, sin duda estamos ante rasgos de carácter anales; pero vacilaremos en llamar a esa persona un "carácter anal" a menos que conozcamos mejor los factores económicos, estructurales y dinámicos -el grado en que estos rasgos son todavía investidos de erotismo anal y el grado en que se han emancipado de su servidumbre infantil y han adquirido, con el correr del tiempo, funciones muy distantes de su fuente genética-. Recordamos aquí lo dicho por Hartmann (1952): las funciones yoicas defensivas pueden con el tiempo perder su naturaleza defensiva y convertirse en valiosas partes integrantes del patrimonio del yo, cuya función es más amplia que la defensiva original. De manera análoga, puede afirmarse que "la formación del carácter reactivo, que tiene su origen en la defensa contra las pulsiones, puede tomar poco a poco sobre sí una serie
Las puntu~izaciones que hasta ahora he hecho acerca de la formac.ión del ~rácter llevaban implícito un supuesto que ya es preciso enunciar de manera directa y positiva. Ha de tenerse presente, sin embargo, que hacemos estas propuestas aquí sólo p~ra alla~ar el camino hacia el tema central de esta investigación: el vmculo entre el proceso adolescente y la formación del carácter. Se ha dicho que el carácter, como componente definitivo de la estructura psíquica adulta, cumple una función esencial en el organismo psíquico maduro. Esa función se manifiesta e~ el ~antenimiento de la homeostasis ·psicosomática, en la regulación pautada de la autoestima (A; Reich, 1958), en la estabilizac~ón de la identidad yoica (Erikson, 1956) y en la automatización de los umbrales y barreras, cambiantes ambos de acuerdo con l.a intensidad de los estímulos interiores y exteriores. Esta función reguladora abarca el mantenimiento de las fluctuaciones afectivas (incluida la depresión) dentro de un margen tolerable como principal determinante de la formación del carácter (Zetzel, 1964). Cuanto más compleja es una formación psíquica, más evasiva se torna para el observador la configuración u organización total. El concepto de carácter es un oportuno ejemplo de ello. Debemos contentarnos con el estudio de sus componentes o
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de otras funciones, dentro del marco del yo" (Hartmann, ibid., pág. 25); o sea, puede seguir siendo una parte de la personalidad pese a haber desaparecido su primitiva raison d'etre. El pun~o de vist~ de Hartmann abre dos amplios caminos al pensamiento: o bien la naturaleza defensiva del rasgo de carácter se altera porque este es vaciado d.e su contrainvestidura, o bien al componente del ello se le brinda una gratificación no conflictiva en el ejercicio y el mantenimiento del carácter.· El logro de la genitalidad en la maduración pulsional de la adolescencia, ¿no facilitará acaso uno u otro de estos resultados? ¿y no podría suponerse que estas transiciones o estas alteraciones de los rasgos de carácter en su pasaje a la formación del carácter son el logro fundamental de la adolescencia? Sin duda reconocemos e~ la formación del carácter procesos integrativos, ~tr~cturacwnes y pautamientos que pertenecen a un orden d~stmto que ~1 ~el mero conglomerad de rasgos, actitudes, há~ntos y p~uhandades. Lampl-de Groot (1963), guiándose por tdeas similares, ha modificado las definiciones anteriores del carácter (W. Reich, 1929; Fenichel, 1945) diciendo que "el carácter es la manera habitual en que se alcanza la integración".
La función del carácter
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más exactamente, con la descripción de la tot~lidad en términos de la función de sus constituyentes. A partir de estas ~pre hensiones fragmentarias puede luego armarse la totalidad como entidad psíquica (Lichtenstein, 19~5). Se nos ~bren así dos caminos para la indagación: 1) estudiar la~ f~n~10~es o~ servables a fin de atribuirles una estructura (prmciplO dmru:mco, económico), y 2) rastrear el crecimiento ~e ';1-n_a forma~Ión psíquica y ver cómo llega a ser lo que es (pnncipi? ge~étl~o) · Estos caminos no son el fruto de una elección arbitrana, SI?"O que nos son impuestos por la naturaleza de nuestra matena. Hablando en términos generales, la formación del c_ar~cte~ es un proceso integrativo, y como tal prop~nde a la ehmmación del conflicto y del surgimiento de angustia. Recordemos lo que afirmaba Anna Freud (1936): no puede estudiarse al yo cuando se encuentra en armonía con el ello, el superyó y el mundo exterior- sólo revela su naturaleza cuando prevalece la desarmonía e~tre las instituciones psíquicas. En el estud~o _del caráct~r enfrentamos un dilema similar: podemos descnbir con clandad la formación del carácter patológico, en tanto que el proceso típico normal se nos escapa. En el análisis de adolescentes no podemos dejar de observar de qué callada manera cobra forma el carácter cómo se consolida proporcionalmente al rompimiento con los lazos infantiles y la disolución d~ estos, del mismo modo que un ave fénix que surge de ~as. ceniZas., Retomemos esta pregunta: ¿Por qué la fon_nación del ~arac ter se produce en el período de la adolescencia, o,. más ~nen, a su término? En general, reconocemos el p~ogreso evolutivo por la aparición de nuevas formaciones psíqmcas c~mo con~ecuen cia de procesos diferenciadores. La maduración yulswn~l Y yoica conduce siempre a una nueva y m~ compleJa orgamzación de la personalidad. El avance pulswnal del adolescente hasta el nivel de la genitalidad adulta presupone ~n ordenamiento jerárquico de las pulsiones, tal co~o se ~efleJa en la organización del placer previo. La maduración ymca, netamente influida (aunque no totalmente determinada) por el pr~~eso pulsional, se traduce en avances cualitativos ~e la cogmción, según han descrito Inhelder y Piaget (1958). S~ contei?plamos el desarrollo y la maduración como procesos diferenciadores e integrativos, cabe preguntar: ¿Cuáles de estos pr_ocesos son condición previa, en la adolescencia, de la formación del carácter? Abordaré este problema indagando ciertos aspectos de los progresos pulsionales y yoicos típ.icos del adol~cente, que tornan no sólo posible sino imperativa la formación del ~arácter para estabilizar la nueva orga~ización ~e ~a personalidad alcanzada en la adultez: Sise pudiera descnbu el carácter en términos de funciones observables, y la formación del carácter en
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términos de las condiciones previas, o de secuencias epigenéticas, o de etapas de desarrollo que quedaron atrás, la meta de esta indagación estaría más próxima. Zetzel (1964) ha subrayado el aspecto evolutivo de la formación del carácter y se refiere a una tarea evolutiva que, a mi juicio, corresponde a la fase de la adolescencia tardía. Es notable la forma en que Zetzel amplía la definición de la formación del carácter; dice así: "La formación del carácter [ ... ] abarca toda la gama de soluciones, adaptadas ó inadaptadas, frente a demandas evolutivas reconocidas" (pág. 153).
El proceso adolescente y la formación del carácter He escogido cuatro de esas demandas evolutivas, que creo estrechamente relacionadas a la formación del carácter. En verdad, si no se hace frente a tales demandas con razonable idoneidad, la formación del carácter se atrofia o asume un sesgo anormal. Huelga decir que yo contemplo la formación del carácter desde una perspectiva evolutiva y veo en ella un pro~ ceso normativo, que refleja el resultado del desarrollo pulsional y yoico de la adolescencia. Podría comparárselo con el surgimiento del. período de latencia como resultado de la disolución del complejo de Edipo. Toda vez que el estadio edípico se prolonga más allá del momento apropiado, la latencia r.esulta incompleta o fallida. Estamos habituados a considerar la declinación del complejo de Edipo como prerrequisito para que la latencia se haga valer; con una perspectiva análoga, propongo aquí cuatro condiciones previas evolutivas sin las cuales la formación del carácter adolescente no puede seguir su curso y el logro de la adultez queda trunco. La segunda individuación
La primera de esas condiciones previas abarca lo que se ha dado en llamar "el aflojamiento de los lazos objetales infantiles" (A. Freud, 1958), proceso que, en sus más vastos alcances, he conceptualizado como el "segundo proceso de individuación de la adolescencia" (véase el capítulo 8). La tarea del desarrollo radica aquí en el desasimiento de las investiduras libidinales y agresivas respecto de los objetos de amor y odio infantiles interiorizados. Sabemos que las relaciones objetales infantiles están íntimamente entramadas con la formación de la estructura psíquica, según lo demuestra, verbigracia, la trasformación del amor de objeto en identificación. No necesito re('ordar que las relaciones objetales activan y conforman nú-
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deos yoicos en torno de los cuales se aglutinan las experiencias posteriores, ni que inducen y agudizan sensibilizaciones idiosincrásicas, incluidas las preferencias y evitaciones individuales. La formación más dramáticamente decisiva que deriva de las relaciones objetales es el superyó. Los conflictos de la in. fancia y ra niñez dan origen a los numerosos rasgos de carácter y actitudes que, en esta Ptapa, es fácil observar in statu nascendi. En el desasimiento de los lazos objetales infantiles vemos la contraparte psicológica del logro de la madurez somática, producida por el proceso biológico de la pubertad. Las formaciones psíquicas que no sólo derivaron de las relaciones objetales sino que mantienen, en mayor o menor medida, firmes lazos instintivos con las representaciones de objeto infantiles son afectadas, a menudo de manera catastrófica, por la segunda individuación adolescente. El superyó vuelve a poner de manifiesto, por el grado de su desorganización o desintegración en la adolescencia, la afinidad afectiva de esta estructura con los vínculos de objeto infantiles. Aquí sólo puedo insinuar que muchas funciones de adaptación y control pasan del superyó al ideal del yo, o sea, a una formación narcisista. El amor del bebé por sus progenitores es sustituido, al menos en parte, por el amor a sí mismo o a su perfección corporal,! La reestructuración psíquica, implícita en lo anterior, no puede alcanzarse sin regresión. El impulso irresistible hacia una creciente autonomía por vía de la regresión nos obliga a considerar que esta regresión de la adolescencra está al servicio del desarrollo más que al servicio de la defensa. De hecho, el análisis demuestra a carta cabal no sólo que el adolescente se defiende contra la regresión especifica de la fase, sino también que la tarea del análisis es facilitar dicha regresión. La regresión adolescente es, además de inevitable, obligatoria -o sea, es específica de la fase-. La regresión adolescente al servicio del desarrollo pone en contacto a un yo más evolucionado con posiciones pulsionales infantiles, con antiguas constelaciones conflictivas y sus soluciones, con las tempranas relaciones objetales y formaciones narcisistas. Podría afirmarse que el funcionamiento de la personalidad que r~~ltaba ad~ cuado para el niño protoadolescente sufre una revlSlón selectiva. Y a esta tarea se vuelcan los mayores rec~:usos del yo. En el curso de la reestructuración psíguica adolescente el yo trae hacia su propia jurisdicción las propensiones pulsionales y las influencias superyoicas, integrando estos elementos dispares en una pauta adaptativa. La segunda individuación procede
por vía de una reinvestidura regresiva de posiciones pregenitales y preedípicas. Se vuelve a recorrerlas, pGr así decir, se las revive, pero con la diferencia de que el yo adolescente, que se halla en un estado muchísimo más maduro frente a las pulsiones y conflictos infantiles, es capaz de modificar el equilibrio entre el yo y el ello. Nuevas identificaciones (''el amigo", "el grupo", etc.) toman sobre sí, de modo episódico o duradero, funciones superyoicas. El retraimiento emocional y físico del adolescente respecto del mundo de sus lazos de deptmdencia y protección infantiles, ~í como su enfrentamiento con ese mundo, hacen que busque durante un tiempo una coraza protectora en apasionadas (pero por lo común pasajeras) relaciones con sus pares. Se observan entonces cambiantes identifi~aciones, con connotaciones imitativas y reparatorias, expresadas en la postura, la manera de caminar y gesticular, el atuendo, el lenguaje, las opiniones y sistemas de valores, etc. Su índole mudable y experimental es una señal de que el carácter aún no se ha formado, pero indica asimismo que la adaptación social ha trascendido los confines de la familia, su medio y su tradición. Por significativas que sean estas estaciones de paso de la vida social, dejan de ser útiles cuando se desenvuelve e instrumenta un plan de vida, cuando el individuo es capaz de entablar relaciones objetales adultas y proyectar de manera realista su self hacia el futuro. Sabemos entonces que se ha llegado a una cons,olidación de la personalidad, que se ha dado un nuevo paso adelante en la interiorización, que las congruencias y uniformidades interiores se han estabilizado, y que la conducta y las actitudes han adquirido una fisonomía casi predecible, confiable y armónica,
Traumas residuales
1 En el capítulo 15 se abordan las conexiones entre las relaciones objetales infantiles, él superyó y el ideal del yo.
Abordaré ahora el segundo prerrequisito de la formación del carácter adolescente, que echará luz sobre la función del carácter. Confío en poder demostrar que este asume funciones homeostáticas tomadas de otras instancias reguladoras de la ni1\ez. En este sentido, tenemos que examinar el efecto del trauma en la formación del carácter adolescente (véase Blos, 1962, págs. 132-40). En este artículo empleamos el término "trauma" de acuerdo con la definición de Greenacre (1967): "En mi propia obra -escribe esta autora-, no he limitado mi concepción del trauma a acontecimientos traumáticos sexuales (genitales) ni a episodios circunscritos, sino que he incluido las mndiciones traumáticas, o sea, cualquier condición que parezc·a definidamente desfavorable, nociva o sumamente dañina 1>ara el desarrollo del individuo joven" (pág. 277).
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La formulación teórica que sigue es fruto de mis observaciones clínicas a lo largo de los años. El análisis de adolescentes mayores me ha demostrado que la resolución del conflicto neurótico, la emancipación respecto de las fantasías infantiles, llevará a buen término la labor analítica sin que se hayan eliminado, empero, todos los restos del cimiento patógeno sobre el cual descansaba la enfermedad. Estos restos se vuelven reconocibles en la especial sensibilidad a ciertos estímulos externos o internos, en la atracción por (o evitación de) ciertas vivencias o fantasías, o en tendencias somáticas, pese a que todos estos aspectos pueden haber sido tratados exhaustivamente en el análisis. Cuando este llega a su fin, tales residuos han perdido su valencia nociva, a causa de lá maduración pulsional y yoica, pero continúan requiriendo una contención constante; o sea, hay que seguir teniéndolos en cuenta en el mantenimiento de la homeostasis psíquica. Sostengo que la automatización de este proceso de contención es idéntica a la función del carácter -o, más exactamente, a una parte de esta función-. Tales sensibilizaciones permanentes a situaciones especiales de peligro de valencia traumática se encuentran, por ejemplo, en la experiencia de la pérdida de objeto, de la dependencia pasiva, de la pérdida de control, de la merma de la autoestima, así como también de otras situaciones estructural y afectivamente perjudiciales. Suponemos aquí que el trauma es una situación humana universal durante la infancia y la niñez temprana, y que aun en las circunstancias más favorables deja un residuo permanente. El proceso adolescente, incapaz de superar el efecto desequilibrador de este residuo, lo asimila a través de la estabilización caracterológica, o sea, volviéndolo acorde con el yo. Me apoyo aquí en el distingo trazado por Freud (1939) entre el efecto positivo y el negativo del trauma. La reacción negativa tiende a remover todo recuerdo o repetición de aquel, y, por la vía de las evitaciones, fobias, compulsiones e inhibiciones, lleva a la formación del carácter reactivo. Los efectos positivos "son tentativas de devolver al trauma su vigencia, vale decir, de recordar la vivencia olvidada [ ... ] ' de hacerla real' de vivenciar de nuevo' una repetición de ella. [Los efectos] pueden ser acogidos en el yo llamado «normal» y, como tendencias suyas, prestarle unos rasgos de carácter inmutables" (pág. 75). El apogeo de este logro integrativo se halla en el período final de la adolescencia, cuando la enorme inestabilidad de las funciones psíquicas y somáticas cede sitio poco a poco a una modalidad de funcionamiento organizado e integrado. Una vez que se ha vuelto parte integral del yo, el trauma re$idual deja de alertado una y otra vez mediante la angustia-señal: ha pasado a ser un organizador en el proceso de la formación del
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carácter. Esta ha contrarrestado una situación de impotencia vigilante. El carácter es, pues, equivalente a respuestas pautadas frente a situaciones de peligro arquetípicas o a la angustiaseñal; en otras palabras: equivale a la conquista del trauma residual, no merced a su desaparición o su evitación, sino a su continuidad dentro de una formación adaptativa. En el trastorno de carácter este proceso se ha descarriado: la estabilización caracterológica se ha vuelto inadaptada. Del trauma residual emana, digámoslo así, un tenaz y persistente impulso a la efectivización de esa formación interna de la personalidad que· llamamos ''carácter". Debido a su origen, el carácter contiene siempre un elemento compulsivo: está más allá del libre arbítrio y la contemplación, es evidente por sí mismo y forzoso. La energía requerida para que cobre forma deriva, en parte, de la investidura que el trauma residual posee. Los adolescentes que eluden la trasposición del trauma residual en formación del carácter proyectan la situación de peligro al mundo externo, y así evitan enfrentarse interiormente con ella. Al no interiorizar la situación de peligro, pierden la oportunidad de llegar a una conciliación; su proyección al mundo externo da por resultado un estado de temor de convertirse e~ víctima; a ello siguen la indecisión y el azoramiento. Erikson (1956) ha denominado a este impase "la moratoria psicosocial del adolescente". La experiencia nos dice que ella conduce a una. formación tardía del carácter o a una afección patológica. Tenem,os la impresión de que la formación del carácter es más abarcadora que las influencias, identificaciones y defensas del superyó~ y estamos en condiciones de enunciar que opera en ella un principio integrativo que une los diversos aportes y elementos confluyentes con vistas a una ampliación de la autonomía secundaria del yo. Dentro de esta esfera de impresiones clínicas se halla el concepto de identidad del yo, de Erikson (1956). En el análisis de adolescentes mayores podemos observar que, con la consolidación del carácter, se va marchitando su exuberante vida de fantasía. Comenta Greena.cre (1967) que toda vez que una vivencia traumática ha estado asociada a una fantasía subyacente, la fijación al trauma es más persistente que en aquellos casos en que este era más moderado y circunstancial. ¿Podría ser que en la formación del carácter adolescente no sólo el aspecto vivencia! del trauma residual, sino también la fantasía preexistente a él asociada, fuera absorbida por la organización yoica? A menudo se ha dicho que las mociones pulsionales se exteriorizan en el ejercicio del llamado "carácter sano". Sea como fuere, ahora quisiéramos sostener que la estabilización caracterológica del trauma residual promueve la independencia del individuo respecto de su ambien-
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te, del cual emanó originalmente el daño traumático en una época en que el dolor equivalía ·a lo exterior al self, o bien al no-self.
Desde luego, este sentimiento tiene mucho en común con las cualidades psicológicas que atribuimos al reflejo del carácter en los estados de sentimiento subjetivos.
Continuidad yoica
Identidad sexual
Paso ahora a la tercera condición previa para la formación del carácter adolescente. También eil este caso la observación clí.nica ha mostrado el rumbo y aclarado el camino para una formulación conceptual. Ya me he referido a ciertos casos de acting out adolescente en que el comportamiento inadaptado representa un esfuerzo por contradecir, a través del lenguaje de la acción, una desfiguración de la historia familiar impueSta al niño de manera coactiva. A esa distorsión la he llamado el "mito familiar" (véasf: el capítulo 12). Difiere de la clásica "novela familiar" en que la distorsión le es impuesta al niño desde afuera, poniendo en tela de juicio la validez de su propia percepción. El estudio de un número considerable de tales casos me ha llevado al convencimiento de que el desarrollo adolescente sólo puede seguir adelante si el yo logra establecer una continuidad histórica en este ámbito. Vemos operar este empeño en la generalizada reevaluación crítica de los progenitores, o, por desplazamiento, de sus representantes en la sociedad. Sabemos muy bien que gran parte de lo que el niño percibe está determinada por lo que los demás suponen que él debe percibir. La enmienda introducida en la adolescencia restaura la integridad de los sentidos, al menos en cierta medida. Cuando este empeño falla, a elló sigue una parcial caducidad del desarrollo adolescente, y la reestructuración psíquica queda incompleta. Desde este ángulo pueden entenderse no sólo la conducta delictiva de los adolescentes, sino también gran parte. de los apur:os por los que pasan y la vida riesgosa que llevan, así como sus producciones creativas, en especial literarias. Desde luego, en todo análisis surge la instauración de la continuidad histórica del yo, pero en el de adolescentes ella tiene un efecto integrador y estimulante del crecimiento, que va más allá de la. resolución del conflicto. Hablaba en nombre de muchos aquel adolescente que dijo que no es posible tener un futuro si no se tiene un pasado. Observamos, nuevamente, una tendencia a la interiorización, o bien, a la inversa, a una desvinculación (en el plano yoico) del ambiente protector de los adultos, que ha actuado como custodio y guardián del yo inmaduro del niño. Parecería que la maduración yoica, según los lineamientos descritos, da origen en la adolescencia, cuando la envoltura familiar ha dejado de prestar su antigua utilidad, a un sentimiento subjetivo de integridad y de inviolabilidad.
A fin de completar el conjunto de prerrequisitos que pro";lueven la formación del carácter adolescente, hay que menciOnar, en cuarto lugar, el surgimiento de la identidad sexual. Si bien la condición de varón o mujer es establecida a temprana edad, he sostenido que la identidad sexual con sus límites definitivos (o sea, irreversibles) sólo aparece en fecha tardía, como proceso colateral a la maduración sexual de la pubertad. Antes de alcanzar la madurez física en el plano sexual los límites de la identidad sexual son fluidos. En verdad, u~a identidad sexual cambiante o ambigua, dentro de ciertos límites, es la regla más que la excepción. Y esto es más evidente en la niña ~ue_ e~ el varón. Basta recordar el grado de aceptación social e mdividual de que goza la "etapa varonera" de la niña, y la profunda represión de la envidia del pecho en el varón preadolescente. De todos modos, la pubertad establece una línea demarcatoria, más allá de la cual las adiciones bisexuales a la identidad de s~xo se tornan in~ompatibles con el desarrollo progresivo. Clímcame!lte, es fácil observar esto en la creciente capacidad del adolescente para el hallazgo de objeto heterose.x;ual y en la merma de la masturbación, hechos ambos que avanzan de manera paralela a la formación de la identidad sexual. No es mi propósito rastrear aquí el origen o la resolución de la bisexualidad, pero hay que señalar que en la medida en que perdura la ambigüedad -o ambivalencia- de la identificac~?n sexual, el yo ~o puede dejar de ser afectado por la ambiguedad de _las pulswnes. Las exigencias madurativas de la pubertad estimulan, por lo general, procesos integrativos de complejida~ c~da vez mayor, pero en tanto y en cuanto prevalece .la ambiguedad sexual estos procesos pierden empuje, dirección y foco; o sea: la maduración es derrotada en toda la línea. El adolescente vivencia esto subjetivamente como una crisis .o difusión de su identidad, para emplear la terminología de Enkson (1956). En la prosecución de nuestro tema concluiremos diciendo que la formación del carácter presu~one que la identidad sexual ha avanzado a lo largo de un sendero que se va estrechando, y que conduce a la identidad masculina o femenina. En esta coy~ntura observamos, en la adolescencia tardía y la posadolescenc1a, con qué persistencia han sido excluidos de la expresión genital y absorbidos en la formación del carácter los
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más exactamente, con la descripción de la tot~lidad en términos de la función de sus constituyentes. A partir de estas aprehensiones fragmentarias puede luego armarse la totalidad como entidad psíquica (Lichtenstein, 19~5). Se nos ~bren así dos caminos para la indagación: 1) estudiar la~ f~n~w~es o~ servables a fin de atribuirles una estructura (pnnciplO dmái.mco, económico), y 2) rastrear el crecimiento ~e '!n.a forma~Ión psíquica y ver cómo llega a ser lo que es (prmcipi? ge~étl~o). Estos caminos no son el fruto de una elección arbitrana, SI?O que nos son impuestos por la ?aturaleza d~ nuestra matena. Hablando en términos generales, la formación del c.ar~cte~ es un proceso integrativo, y como tal prop~nde a la ehmmación del conflicto y del surgimiento de angustia. Recordemos lo que afirmaba Anna Freud (1936): no puede estudiarse al yo cuando se encuentra en armonía con el ello, el superyó y el mundo exterior· sólo revela su naturaleza cuando prevalece la desarmonía e~tre las instituciones psíquicas. En el estud~o .del caráct~r enfrentamos un dilema similar: podemos descnbu con clandad la formación del carácter patológico, en tanto que el proceso típico normal se nos escapa. En el análisis de adolescentes no podemos dejar de observar de qué callada manera cobra forma el carácter, cómo se consolida pro~orcü~nalmente al rompimiento con los lazos infantiles y la disolución d~ estos, del mismo modo que un ave fénix que surge de ~as. ceniZas .. Retomemos esta pregunta: ¿Por qué la fori?ación del ~arac ter se produce en el período de la adolescencia, o,. más ~nen, a su término? En general, reconocemos el progreso evolutivo por la aparición de nuevas formaciones psíquicas c~mo con~ecuen cia de procesos diferenciadores. La maduración. pulswn~l Y yoica conduce siempre a una nueva y más compleJa orgamzación de la personalidad. El avance pulsional del ádolescente hasta el nivel de la genitalidad adulta presupone ~n ordenamiento jerárquico de las pulsiones, tal co~o se ~efleJa en la organización del placer previo. La maduración ymca, netamente influida (aunque no totalmente determinada) por el pr~~eso pulsional, se traduce en avances cualitativos ~e la cogmción, según han descrito Inhelder y Piaget (1958). S~ conte';Ilplamos el desarrollo y la maduración como procesos diferenciadores e integrativos, cabe preguntar: ¿Cuáles de estos p~ocesos son condición previa, en la adolescencia, de la formación del carácter? Abordaré este problema indagando ciertos aspectos de los progresos pulsionales y yoicos típicos del adole~cente, que tornan no sólo posible sino imperativa la formación del :arácter para estabilizar la nueva orga~ización ~e .la personahdad alcanzada en la adultez: Si .se pudiera descnbu el carácter en términos de funciones observables, y la formación del carácter en
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términos de las condiciones previas, o de secuencias epigenéticas, o de etapas de desarrollo que quedaron atrás, la meta de esta indagación estaría más próxima. Zetzel (1964) ha subrayado el aspecto evolutivo de la formación del carácter y se refiere a una tarea evolutiva que, a mi juicio, corresponde a la fase de la adolescencia tardía. Es notable la forma en que Zetzel amplía la definición de la formación del carácter; dice así: "La formación del carácter [ ... ] abarca toda la gama de soluciones, adaptadas o inadaptadas, frente a demandas evolutivas reconocidas" (pág. 153).
El proceso adolescente y la formación del carácter He escogido cuatro de esas demandas evolutivas, que creo estrechamente relacionadas a la formación del carácter. En verdad, si no se hace frente a tales demandas con razonable idoneidad, la formación del carácter se atrofia o asume un sesgo anormal. Huelga decir que yo contemplo la formación del carácter desde una perspectiva evolutiva y veo en ella un proceso normativo, que refleja el resultado del desarrollo pulsional y yoico de la adolescencia. Podría comparárselo con el surgimiento del. período de latencia como resultado de la disolución del complejo de Edipo. Toda vez que el estadio edípico se prolonga más allá del momento apropiado, la latencia r.esulta incompleta o fallida. Estamos habituados a considerar la declinación del complejo de Edipo como prerrequisito para que la latencia se haga valer; con una perspectiva análoga, propongo aquí cuatro condiciones previas evolutivas sin las cuales la formación del carácter adolescente no puede seguir su curso y el logro de la adultez queda trunco. La segunda individuación
La primera de esas condiciones previas abarca lo que se ha dado en llamar "el aflojamiento de los lazos objetales infantiles" (A. Freud, 1958), proceso que, en sus más vastos alcances, he conceptualizado como el "segundo proceso de individuación de la adolescencia" (véase el capítulo 8). La tarea del desarrollo radica aquí en el desasimiento de las investiduras libidinales y agresivas respecto de los objetos de amor y odio infantiles interiorizados. Sabemos que las relaciones objetales infantiles están íntimamente entramadas con la formación de la estructura psíquica, según lo demuestrá, verbigracia, la trasformación del amor de objeto en identificación. No necesito rel'ordar que las relaciones objetales activan y conforman nú-
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cleos yoicos en torno de los cuales se aglutinan las experiencias posteriores, ni que inducen y ag~dizan ~ens~biliz~cio~~ idiosincrásicas, incluidas las preferencias y ev1tac10nes mdtvlduales. La formación más dramáticamente decisiva que deriva de las relaciones objetales es el superyó. Los conflictos de la in·.. fancia y l'a niñez dan origen a los numerosos rasgos de carácter \ y actitudes que, en esta etapa, es fácil observar in statu nascendi. En el desasimiento de los lazos objetales infantiles vemos la contraparte psicológica del logro de la madurez somática, producida por el proceso biológico de la pubertad. Las formaciones psíquicas que no sólo derivaron de las relaciones objetales sino que mantienen, en mayor o menor medida, firmes lazos instintivos con las representaciones de objeto infantiles son afectadas a menudo de manera catastrófica, por la segunda individua~ión adolescente. El superyó vuelve a poner de manifiesto, por el grado de su desorganización o desintegración en la adolescencia, la afinidad afectiva de esta estructura con los vínculos de objeto infantiles. Aquí sólo puedo insinuar que muchas funciones de adaptación y control pasan del superyó al ideal del yo, o sea, a una formación narcisista. El amor del bebé por sus progenitores es sustituido, al menos en parte, por el amor a sí mismo o a su perfección corporal.1 La reestructuración psíquica, implícita en lo anterior, no puede alcanzarse sin regresión. El impulso irresistible hacia una creciente autonomía por vía de la regresión nos obliga a considerar que esta regresión de la adolescencra está al servicio del desarrollo más que al servicio de la defensa. De hecho, el análisis demuestra a carta cabal no sólo que el adolescente se defiende contra la regresión específica de la fase, sino también que la tarea del análisis es facilitar dicha ;egr~ión. . La regresión adolescente es, además de mevttable, obligatoria -o sea, es especifica de la fase-. La regresión adolescente al servicio del desarrollo pone en contacto a un yo más evolucionado con posiciones pulsionales infantiles, con antiguas constelaciones conflictivas y sus soluciones, con las tempranas relaciones objetales y formaciones narcisistas. Podría afirmarse que el funcionamiento de la personalidad que r~~taba ad~ cuado para el niño protoadolescente sufre una rev1s1ón selectiva. Y a esta tarea se vuelcan los mayores rec~usos del yo. En el curso de la reestructuración psíguica adolescente el yo trae hacia su propia jurisdicción las propensiones pulsionales y las influencias superyoicas, integrando estos elementos dispares en una pauta adaptativa. La segunda individuación procede
por vía de una reinvestidura regresiva de posiciones pregenitales y preedípicas. Se vuelve a recorrerlas, por así decir, se las revive, pero con la diferencia de que el yo adolescente, que se halla en un estado muchísimo más maduro frente a las pulsiones y conflictos infantiles, es capaz de modificar el equilibrio entre el yo y el ello. Nuevas identificaciones (''el amigo", "el grupo", etc.) toman sobre sí, de modo episódico o duradero, funciones superyoicas. El retraimiento emocional y físico del adolescente respecto del mundo de sus lazos de dependencia y protección infantiles, ~í como su enfrentamiento con ese mundo, hacen que busque durante un tiempo una coraza protectora en apasionadas (pero por lo común pasajeras) relaciones con sus pares. Se observan entonces cambiantes identifi
Traumas residuales
1 En el capítulo 15 se abordan las conexiones entre las relaciones objetales infantiles, él superyó y el ideal del yo.
Abordaré ahora el segundo prerrequisito de la formación del carácter adolescente, que echará luz sobre la función del carácter. Confío en poder demostrar que este asume funciones homeostáticas tomadas de otras instancias reguladoras de la niñez. En este sentido, tenemos que examinar el efecto del trauma en la formación del carácter adolescente (véase Blos, 1962, págs. 132-40). En este artículo empleamos el término "trauma" de acuerdo con la definición de Greenacre (1967): "En mi propia obra -escribe esta autora-, no he limitado mi concepción del trauma a acontecimientos traumáticos sexuales (genitales) ni a episodios circunscritos, sino que he incluido las condiciones traumáticas, o sea, cualquier condición que parezca definidamente desfavorable, nociva o sumamente dañina para el desarrollo del individuo joven" (pág. 277).
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La formulación teórica que sigue es fruto de mis observaciones clínicas a lo largo de los años. El análisis de adolescentes mayores me ha demostrado que la resolución del conflicto neurótico, la emancipación respecto de las fantasías infantiles, llevará a buen término la labor analítica sin que se hayan eliminado, empero, todos los restos del cimiento patógeno sobre el cual descansaba la enfermedad. Estos restos se vuelven reconocibles en la especial sensibilidad a ciertos estímulos externos o internos, en la atracción por (o evitación de) ciertas vivencias o fantasías, o en tendencias somáticas, pese a que todos estos aspectos pueden haber sido tratados exhaustivamente en el análisis. Cuando este llega a su fin, tales residuos han perdido su valencia nociva, a causa de lá maduración pulsional y yoica, pero continúan requiriendo una contención constante; o sea, hay que seguir teniéndolos en cuenta en el mantenimiento de la homeostasis psíquica. Sostengo que la automatización de este proceso de contención es idéntica a la función del carácter -o, más exactamente, a una parte de esta función-. Tales sensibilizaciones permanentes a situaciones especiales de peligro de valencia traumática se encuentran, por ejemplo, en la experiencia de la pérdida de objeto, de la dependencia pasiva, de la pérdida de control, de la merma de la autoestima, así como también de otras situaciones estructural y afectivamente perjudiciales. Suponemos aquí que el trauma es una situación humana universal durante la infancia y la niñez temprana, y que aun en las circunstancias más favorables deja un residuo permanente. El proceso adolescente, incapaz de superar el efecto desequilibrador de este residuo, lo asimila a través de la estabilización caracterológica, o sea, volviéndolo acorde con el yo. Me apoyo aquí en el distingo trazado por Freud (1939) entre el efecto positivo y el negativo del trauma. La reacción negativa tiende a remover todo recuerdo o repetición de aquel, y, por la vía de las evitaciones, fobias, compulsiones e inhibiciones, lleva a la formación del carácter reactivo. Los efectos positivos "son tentativas de devolver al trauma su vigencia, vale decir, de recordar la vivencia olvidada [o oo], de hacerla real, de viven ciar de nuevo. una repetición de ella. [Los efectos] pueden ser acogidos en el yo llamado «normal» y, como tendencias suyas, prestarle unos rasgos de carácter inmutables" (pág. 75). El apogeo de este logro integrativo se halla en el período final de la adolescencia, cuando la enorme inestabilidad de las funciones psíquicas y somáticas cede sitio poco a poco a una modalidad de funcionamiento organizado e integrado. Una vez que se ha vuelto parte integral del yo, el trauma rel'lidual deja de alertarlo una y otra vez mediante la angustia-señal: ha pasado a ser un organizador en el proceso de la formación del
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carácter. Esta ha contrarrestado una situación de impotencia vigilante. El carácter es, pues, equivalente a respuestas pautadas frente a situaciones de peligro arquetípicas o a la angustiaseñal; en otras palabras: equivale a la conquista del trauma residual, no merced a su desaparición o su evitación, sino a su continuidad dentro de una formación adaptativa. En el trastorno de carácter este proceso se ha descarriado: la estabilización caracterológica se ha vuelto inadaptada. Del trauma residual emana, digámoslo así, un tenaz y persistente impulso a la efectivización de esa formación interna de la personalidad que· llamamos "carácter". Debido a su origen., el carácter contiene siempre un elemento compulsivo: está más allá del libre arbítrio y la contemplación, es evidente por si mismo y forzoso. La energía requerida para que cobre forma deriva, en parte, de la investidura que el trauma residual posee. Los adolescentes que eluden la trasposición del trauma residual en formación del carácter proyectan la situación de peligro al mundo externo, y así evitan enfrentarse interiormente con ella. Al na interiorizar la situación de peligro, pierden la oportunidad de llegar a una conciliación; su proyección al mundo externo da por resultado un estado de temor de convertirse e~ víctima; a ello siguen la indecisión y el azoramiento. Erikson (1956) ha denominado a este impase "la moratoria psicosocial del adolescente". La experiencia nos dice que ella conduce a una. formación tardía del carácter o a una afección patológica. Tenem.os la impresión de que la formación del carácter es más abarcadora que las influencias, identificaciones y defensas del superyó~ y estamos en condiciones de enunciar que opera en ella un principio integrativo que une los diversos aportes y elementos confluyerites con vistas a una ampliación de la autonomía secundaria del yo. Dentro de esta esfera de impresiones clínicas se halla el concepto de identidad del yo, de Erikson (1956). En el análisis de adolescentes mayores podemos observar que, con la consolidación del carácter, se va marchitando su exuberante vida de fantasía. Comenta Greena.cre (1967) que toda vez que una vivencia traumática ha estado asociada a una fantasía subyacente, la fijación al trauma es más persistente que en aquellos casos en que este era más moderado y circunstancial. ¿Podría ser que en la formación del carácter adolescente no sólo el aspecto vivencial del trauma residual, sino también la fantasía preexistente a él asociada, fuera absorbida por la organización yoica? A menudo se ha dicho que las mociones pulsionales se exteriorizan en el ejercicio del llamado "carácter sano". Sea como fuere, ahora quisiéramos sostener que la estabilización caracterológica del trauma residual promueve la independencia del individuo respecto de su ambien-
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te, del cual emanó originalmente el daño traumático en una época en que el dolor equivalía -a lo exterior al self, o bien al no-self.
Desde luego, este sentimiento tiene mucho en común con las cualidades psicológicas que atribuimos al reflejo del carácter en los estados de sentimiento subjetivos.
Continuidad yoica
Identidad sexual A fin de completar el conjunto de prerrequisitos que pro-
Paso ahora a la tercera condición prevía para la formación del carácter adolescente. También eil este caso la observación: clí.nica ha mostrado el rumbo y aclarado el camino para una formulación conceptual. Ya me he referido a ciertos casos de acting out adolescente en que el comportamiento inadaptado representa un esfuerzo por contradecir, a través del lenguaje de la acción, una desfiguración de la historia familiar impueSta al niño de manera coactiva. A esa distorsión la he llamado el "mito familiar" (véao;"' el capítulo 12). Difiere de la clásica "novela familiar" en que la distorsión le es impuesta al niño desde afuera, poniendo en tela de juicio la validez de su propia percepción. El estudio de un número considerable de tales casos me ha llevado al convencimiento de que el desarrollo adolescente sólo puede seguir adelante si el yo logra establecer una continuidad histórica en este ámbito. Vemos operar este empeño en la generalizada reevaluación crítica de los progenitores, o, por desplazamiento, de sus representantes en la sociedad. Sabemos muy bien que gran parte de lo que el niño percibe está determinada por lo que los demás suponen que él debe percibir. La enmienda introducida en la adolescencia restaura la integridad de los sentidos, al menos en cierta medida. Cuando este empeño falla, a elló sigue una parcial caducidad del desarrollo adolescente, y la reestructunlCión psíquica queda incompleta. Desde este ángulo pueden entenderse no sólo la conducta delictiva de los adolescentes, sino también gran parte.de los apm:os por los que pasan y la vida riesgosa que llevan, así como sus producciones creativas, en especial literarias. Desde luego 1 en todo análisis surge la instauración de la continuidad histórica del yo, pero en el de adolescentes ella tiene un efecto integrador y estimulante del crecimiento, que va más allá de la. resolución del conflicto. Hablaba en nombre de muchos aquel adolescente que dijo que no es posible tener un futuro si no se tiene un pasado. Observamos, nuevamente, una tendencia a la interiorización, o bien, a la inversa, a una desvinculación (en el plano yoico) del ambiente protector de los adultos, que ha actuado como custodio y guardián del yo inmaduro del niño. Parecería que la maduración yoica, según los lineamientos descritos, da origen en la adolescencia, cuando la envoltura familiar ha dejado de prestar su antigua utilidad, a un sentimiento subjetivo de integridad y de inviolabilidad.
ciOnar, en cuarto lugar, el surgimiento de la identidad sexual. Si bien la condición de varón o mujer es establecida a temprana edad, he sostenido que la identidad sexual con sus límites definitivos (o sea, irreversibles) sólo aparece en fecha tardía, como proceso colateral a la maduración sexual de la pubertad. Antes de alcanzar la madurez física en el plano sexual, los límites de la identidad sexual son fluidos. En verdad, una identidad sexual cambiante o ambigua, dentro de ciertos límites, es la regla más que la excepción. Y esto es más evidente en la niña que en el varón. Basta recordar el grado de aceptación social e individual de que goza la "etapa varonera" de la niña, y la profunda represión de la envidia del pecho en el varón preadolescente. De todos modos, la pubertad establece una línea demarcatoria, más allá de la cual las adiciones bisexuales a la identidad de sexo se tornan incompatibles con el desarrollo progresivo. Clínicame~te, es fácil observar esto en la creciente capacidad del adolescente para el hallazgo de objeto heterose:¡¡:ual y en la merma de la masturbación, hechos ambos que avanzan de manera paralela a la formación de la identidad sexual. No es mi propósito rastrear aquí el origen o la resolución de la bisexualidad, pero hay que señalar que en la medida en que perdura la ambigüedad -o ambivalencia- de la identificación sexual, el yo no puede dejar de ser afectado por la ambigüedad de las pulsiones. Las exigencias madurativas de la pubertad estimulan, por lo general, procesos integrativos de complejida~ c~da vez mayor, pero en tanto y en cuanto prevalece .la amb1guedad sexual estos procesos pierden empuje, dirección y foco; o sea: la maduración es derrotada en toda la lí-· nea. El adolescente vivencia esto subjetivamente como una crisis .o difusión de su identidad, para emplear la terminología de Enkson (1956). En la prosecución de nuestro tema concluiremos diciendo que la formación del carácter presu~one que la identidad sexual ha avanzado a lo largo de un sendero que se va estrechando, y que conduce a la identidad masculina o femenina. En esta coyuntura observamos, en la adolescencia tardía y la posadolescencia, con qué persistencia han sido excluidos de la expresión genital y absorbidos en la formación del carácter los
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~ueven la formación del carácter adolescente, hay quemen-
remanentes de la orientación bisexual. El importante, decisivo, papel que cumple el ideal del yo, heredero del complejo de Edipo negativo, en este punto de viraje de la adolescencia tardía sólo puede ser mencionado aquí al pasar (para una exposi-· ción completa sobre esto, véase el capítulo 15).
La genealogía del carácter
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El aspecto evolucionista del carácter . Comp~uebo con recelo que no he prestado suficiente atenCIÓn a mi adx~10nic~ón i~icial, y he cargado esta exposición con una vasta sene de mqmetudes teóricas. Tal es el riesgo que se corre al examinar la formación del carácter. Pero todavía me queda por hacer un comentario adicional con respecto a este ·tema. He enfocado la formación del carácter como un corolario de la maduracfón pulsional y yoica en el estadio de la pubertad. Al obrar asi, la he desprendido de su matriz ontogenética y le he asignado una función conmensurable con la maduración biológica (o sea, sexual) concomitante y con el logro morfológico del estado adulto. Cada etapa de maduración aumenta la complejidad de la organización psíquica. El carácter refleja, en el plano del desarrollo de la personalidad, el logro de la forma más alta de estructura y funcionamiento psíquicos.
Los cuatro prerrequisitos que he esbozado reposan en anteJ cedentes que se remontan al período más antiguo de la historia: del individuo. Tenemos buenos motivos para suponer que, más allá de los aspectos vivenciales, hay insertos en la estructura del carácter componentes que provienen de elementos biológicos innatos. De esto se desprende que la formación del carácter adolescente es afectada, favorable o adversamente, por condiciones constitucionales así como por los antecedentes infantiles y su perdurable efecto en la estructura y el conflicto psrquicos. No obstante, la estabilización caracterológica de los destinos pulsionales y yoicos no es sinónimo de carácter. Los cuatro requisitos mencionados deben ser trascendidos de alguna manera antes de que se regule la función homeostática de esta neoformación a la que llamamos "carácter". Las credenciales del carácter han de hallarse en el nivel de desarrollo posadolescente, el cual, en caso de alcanzárselo, torna posible la formación" del carácter; dicho de otro modo, la formación del carácter refleja los acomodamientos estructurales que han llevado a su término al proceso adolescente. El grado en que han sido cumplidos los cuatro requisitos (o en que se han satisfecho las cuatro demandas evolutivas) determinará que el carácter consecuentemente tenga una naturaleza autónoma o defensiva. Al llegar a su fin la niñez en la pubertad, se alcanza la estructura somática y el funcionamiento adultos; esto tiene su contraparte psicológica en la consolidación de la personalidad o en la formación del carácter. Mi exposición debe de haber puesto en claro que, al hablar del carácter, uno se ve tentado continuamente a referirse a una sana o patológica formación del carácter. No he incorporado explícitamente en mi esquema los llamados "trastornos del carácter" o "perturbaciones del carácter", ni tampoco el vasto espectro de las caracteropatías. He llegado a las conclusiones y formulaciones expuestas a partir de la observación clínica de adolescentes y sobre la base de datos analíticos. A ellas hay que armonizadas con observaciones de esencia similar aunque derivadas de otros fenómenos caracterológicos y de otros períodos de la vida. Pero esta es una tarea que desborda los límites de mi presente indagación.
~n la ~ibliografía an~lítica pueden encontrarse, con diversas designaciOnes, re~erencias explícitas o implícitas a la compleja e~t~uctura .Y funci~n del c~rácter, que atribuyen a este un principiO totalizador, mtegrahvo: la función sintetizadora del vo ~1 aj~ste mutuo de las partes (Hartmann), la formación d~ 1~ I~enhdad, el principio organizador, el proceso de consolidación, el self, la persona total, etc. Todas estas expresiones connotan la vi:encia su?jetiva de que el carácter propio es idéntic? al ~e~f; si_n él la vida anímica es inconcebible, como lo es la vida flSlca sm el cuerpo. Uno se siente respecto de su propio carácter como en su casa, o bien, mutatis mutandis, el carácter de uno es como su propia casa y, en verdad, ofrece una confiable Y, segura protección al self. Se aceptan las fallas del propio caracter como se aceptan los defectos físicos que uno tiene: a uno no le gustan, pero allí están. Cuando se le preguntó a Lawrence Durrell (196~) si tenía conciencia de alguna particular falla suya como_ escntor, ~io la siguiente respuesta: "Mis grandes fallas provwnen de mi carácter, no de mi falta de talento; soy apresur~d~, atropellado, impulsivo en momentos en que deben~ ser t~mido, reservado y objetivo, y viceversa. En mi prosa y mi poesia esta falla se nota bien a las claras". No se nos escapa ~n esta declaraci?n, una pizca de orgullo por tener el coraje d~ a_ceptar ~as propias flaquezas. Resulta pertinente un comentano de LIChtenstein (1965): "En la medida en que percibimos u?a constante de esa índole como característica de nuestro proJHO mund~ interior (Hartmann), tendemos a referirnos a ella com? la vwencia (Erlebnis) de nuestro self' (pág. 119). La form~c~ón del carácter inst~~ra nueva~ constantes en la vida psíqmca, realzando y estabilizando asi la vivencia del self. Esta
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vivencia, esencialmente idéntica, ha sido derivada en la niñez de las constantes del ambiente: su confiabilidad y su inmutabilidad.
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La estructura del carácter torna al organismo psíquico menos vulnerable que antes, y el mantenimiento de dicha estructura es préservado contra cualquier interferencia interna o externa, venga de donde viniere. Si es preciso, uno muere por ella antes de dejar que ella muera. La sobrevaloración del propio carácter vuelve evidente que la formación del carácter es investida con libido narcisista y que la gratificación narcisista es una legítima ganancia extraída del ejercicio del carácter. Soy conciente de que en lo anterior he hablado con metáforas antropomórficas en vez de hacerlo con conceptos psicológicos. Corregiré esta digresión señalando que los cuatro requisitos son fundamentalmente un paso adelante en la interiorización, y, por ende, promueven una mayor independencia respecto del ambiente. Se alcanza así un nivel más alto de integración, que contiene nuevas posibilidades de homeostasis. En este sentido cabe afirmar, aplicando el punto de vista genético, que la total dependencia en que se encuentra la pequeña criatura humana con relación a la estabilidad protectora del ambiente tiene su contrapartida en la formación del carácter: la interiorización de un ambiente protector estable. El contenido y la pauta del carácter están socialmente determinados, pero sólo la interiorización torna al organismo psíquico independiente en gran medida de las fuerzas que lo trajeron a la vida. Si bien la estructura del carácter es de índole perdurable e irreversible, sólo un cierto grado de apertura y flexibilidad podrá asegurar su enriquecimiento y modulación a lo largo de la vida adulta. El aspecto evolucionista de la formación del carácter radica en la interiorización de los lazos de dependencia y en la creación de una estructura psíquica cada vez más compleja. La función del carácter consiste en el mantenimiento de esta estructura psíquica, que se autorregula (o sea, está automatizada) y por consiguiente reduce al mínimo la incidencia del daño psíquico. Huelga decir que el nivel de organización psíquica así alcanzado facilita el despliegue de las ilimitadas potencialidades humanas. En la formación del carácter obserVamos, dentro del plano ontogenético de desarrollo de la personalidad, un principio evolucionista que tiene su analogía, en el plano filogenético, en la creciente independencia del organismo respecto de las condiciones del ambiente. Esta evolución ha llegado en el hombre a su punto culminante. Claude Bernard (1865) expresó este principio al decir que "la constancia del medio interior es la
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condición de la vida libre".2 En este sentido, podemos contemplar la formación del carácter desde una perspectiva evolucionist~ y concebi:la como un sistema cerrado gracias a cuya operación se mantiene la función adaptativa y se facilita el uso creador de la potencialidad humana. Los procesos de interiorización y automatización en la formación del carácter establecen Y esta,bilizan el medio psíquico interno, permitiendo así al ?ombr~ plasmar su ambiente, en forma individual y colectiva, 1mpoméndole aquellas condiciones que guardan una correspondencia más favorable con la inviolabilidad e in1:egridad de su persona.
. 2 A~n~ue Clau?e ~~rnard desa~rolló su obra en el campo de la fisiología y la luoqtlll~lca,. el pr~nc1p1o organísm1eo por él formulado es igualmente aplicable al mtxim ps!Cológ¡co exterior e interior.
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10. El analista de niños contempla los comienzos de la adolescencia*
_ La literatura sobre la adolescencia muestra en los últimos tiempos una tendencia netamente nueva: un número creciente de' artículos y libros han comenzado (si bien en forma paulatina) a ocupa~se de los pr!meros años de la adolescencia. La tendencia es notoria porque .hasta hace poco la mayoría de los estudios sobre la adolescencia se dedicaban de manera exclusiva a los adolescentes de mayor edad. La singular atención prestada durante un período tan amplio a estos últimos -los jóvenes espectaculares y tumultuosos- se nos aparece, en retrospectiva, como el fruto de una visión miope. ¿No habría sido lógíco traer primero la luz al alborear del proceso adolescente, en vez de estudiarlo aislado en su alto mediodía? Dos factores dan cuenta de este creciente interés por los comienzos de la adolescencia. En primer lugar, por su estilo de vida, el preadolescente se parece cada vez más a los muchachos y chicas mayores; todo lo típico de la adolescencía media está aconteciendo a una edad cada vez más temprana. Este cambio tuvo lugar en forma bastante llamativa en la década de 1960, en cuyo. trascurso el preadolescente se apropió, de modo más y más agresivo, de la posición que era propia del adolescente medio. Así, fue cortando amarras a edad cada vez menor con la conducta y el rol social de la latencia. El quebrantamiento de las expectativas tradicionales alteró rápidamente la presencia social del preadolescente en la familia y la escuela, la calle y el patio de juegos. El nuevo balance entre conducta y edad no sólo alertó al especialista, sino que la inquietud pública lo urgió a echar luz sobre este fenómeno. En segundo lugar, debemos recordar que las investigaciones sobre la adolescencia, en especial en el campo de la psicología psicoanalítica, hicieron que el proceso adolescente en su conjunto fuera· diferenciado desde el punto de vísta del desarrollo. Dichas investigaciones concedieron al estadio inicial (la pre- · adolescencia) la jerarquía de una fase del desarrollo. En mi propia obra, he procurado delinear las cinco fases del desarrollo adolescente, cada una de las cuales está definida en términos de las posiciones pulsionales· y yoicas, la maduración somática y el entorno., así como los conflictos específicos de la • Publicado originalmente en Daedalus, otoño de 1971, págs. 961-78.
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fase Y su resolución. Durante algún tiempo subrayé el hecho de que la etapa inicial de la adolescencia es un período crucial dentro del proceso adolescente en su totalidad.l Todo lo que ha sobrevenir luego, por ejemplo, en cuanto a la creación de la Identidad, la consolidación de la personalidad, la formación del carácter o la segunda individuación tiene augurios favorables o desfavorables seglln cómo sean resueltos los particulares desafíos evolutivos que preceden al desencadenamiento Em años posteriores, de la turbulencia adolescente. ' Nuestra familiaridad ·con el temprano desarrollo del niño nos ha habituado a pensar que la edad, la maduración y el desarr~llo se hallan ~astante próximos entre sí. Este estrecho paralehsmo no es válido en el caso de la adolescencia. La menarca Y la primera eyaculación no se producen dentro de un es~recho inte~alo de edades cronológícas, como ocurre con la P!Imera son~Isa, la .adopción de la posición sedente y la dentición. Esta di~erencia se torna c.omprensible si advertimos que ~urante la pnmer~ décad.a de vida ha ido aumentando progreSiv.amente la ?es~m~ulación entre el niño y la persona que lo cmda, Y?~ dismm,m~o toda correlación simple entre los sistemas s~matlco y psiqmco. Por ejemplo, las expectativas de desempeno que emanan del ambiente social rivalizan cada vez ~ás con las desencadenadas por la sola maduración física. Es Cierto que la maduración puberal es la iniciadora biológica de la adol~scenci~, pero el avanzado estado en que se encuentra la f?rmac1ón de la personalidad permite que actúen sobre la pulSIÓn sexual toda suerte de influencias trasformadoras. La monolítica ~ohesión entre pulsión y conducta, tan característica de los J?nmeros años de vida, ya no es tan nítida en la pubertad. Temendo presentes estas reservas, podemos decir, sin embargo, que la adolescencia es la sumatoria pe los acomodamientos a la condición de la pubertad. La forma que adopten estos ajustes depende en gran medida de injerencias normativas extrínsecas, provenientes del ambiente. . Ya herpos dicho que el estudio de la adolescencia en su conJUnto abarca diversas etapas de maduración y desarrollo. Estas etapas se presentan, obviamente, en una secuencia ordenada per? el momento en que comienzan, así como su duración, so~ vanables. En mi calidad de analista de niños me centraré en el desar~ollo psicológíco, o sea, en el proceso de reestructuración psíqmca al que llamamos."adolescencia". La fenomenología de ~ste proceso está determmada por las características sobresalientes de una cierta época histórica y de una tendencia y estilo
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1 .He descrit~ la preadolescencia en el capítulo 6. Las cinco fases de la adoles<'<'nc¡a se examman en On adolescence: a psychoana/ytic interpretation (Blos HJ62). He ilustrado la fase preadolescente con el historial clínico de un m : l'hacho Y una chica en The young adolescent: clinical studíes (BIOs, 1970}.
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ría, la previsión, la tolerancia a la tensión, la conciencia de sí y la capacidad de distinguir entre realidad y fantasía, o entre ac~ ción y pensamiento. Cuando estas capacidades están infradesarrolladas en grado crítico, estamos ante una latencia incompleta o abortada. Muchos trastornos de la adolescencia temprana se deben a tales déficit evolutivos. Buscamos en vano los signos de una transición hacia la adolescencia y nos topamos con un reavivamiento de la expresión y manejo infantiles de las pulsiones. No se trata de una regresión, puesto que ninguna posición de avanzada se alcanzó aún. La transición hacia la adolescencia sólo puede producirse si las tensiones pulsionales de la pubertad llevan a la creación de conflictos específicos de la fase, y a su resolución. Dar este paso presupone tener capacidad de interiorización, en contraste con la descarga inmoderada de las pulsiones o la prolongada dependencia de las respuestas ambientales a sus necesidades en que vive el niño. En este último caso el conflicto es externo; se libra entre el niño y el ambiente, y aquel alienta la expectativa -y aun la exigencia- de que este cambie. El niño no tiene a su alcance ningún otro medio de gobernar su malestar y su angustia, procedentes de su sensación de desvalimiento por la falta de aptitudes de confrontación propias de la fase. Erik Erikson ha caracterizado muy bien la crisis del período de latencia con su oposición de "industriosidad versus inferioridad", ya que .estos son los focos antagónicos en torno de los cuales se consolida el período intermedio de la niñez. El dominio concreto, simbólico y conceptual del mundo comienza a actuar como fuente autárquica de autoestima (en lugar de la anterior dependencia tlelamor de objeto), y, má.s allá. de eso, eleva las peculiares vivencias infantiles al plano de formas de expresión comunicables y comunitarias. Al decir esto ya hemos puesto pie en el puente que conduce al mundo de los comienzos de la adolescencia.
imperantes en el ambiente. Por consiguiente, puede asumir mil formas distintas, cuyo aspecto cambia de continuo. No obstante, presumimos que la forma y contenido psicológi~os del logro de la maduración sexual y de la plena estatura fístca están dados por exigencias sociales predominantes: las expectativas. Y tabúes sociales imponen al varón y a la niña púberes, en cualqmer momento y lugar, requisitos similares, si no idénticos, en cuanto a las modificaciones y reorganizaciones psicológicas.
Preparación para la adolescencia Es fácil observar que, entre los diez y los doce años, el niño deja de avenirse a los controles que le fijan los ~dultos, a l?s h~ rarios y rutinas, a las imposiciones en matena de conct~~cta moral. Asistimos a una disolución de la alianza entre el mno Y el adulto, alianza que en la época intermedia de la ~iñe~ ~pe ríodo de latencia) había neutralizado, por vía ~e tdent~ftea ción, los conflictos de años anteriores. Con los pnmeros stgnos fisiológicos de la pubertad (cambios hormonales), la contención emocional rompe sus límites relativamente estrec~os,. Yesto conlleva reacciones emoCionales cada vez. má.s mtensas, impredecibles e incontrolables. Colectiva o indi':'id~almente, las influencias ambientales tornan a estas potenctaltdades ora en rebeldía ora en inhibición, según cuáles sean las costumbres y ethos prevalecientes. Las demoras Y. restricciones no son, de· ninguna manera, impedimentos intrínsecos para el completamiento exitoso del proceso adolescente. No obstante, todo retardo o aceleración de la adolescencia provocado por el medio social alcanza fatalmente un punto crítico má.s allá del cual se genera daño estructural y desarrollo anómalo. Y ese daño deriva tanto de un "exceso" como de un "defecto", tanto de lo que sobreviene "demasiado pronto" como de lo que sobreviene "demasiado tarde". Otra fuente de descarrilamiento evolutivo proviene de una falta de completamiento esencial de la etapa que precede a la adolescencia. En consecuencia, para ~m ingreso idóneo en esta será conveniente que promovamos, como .condición .P~evia., el má.s pleno desarrollo del periodo de latencta. ~1 dom.n~lO psteológico de las pulsiones (libidinales o agr~sivas) m.tenstft~ad~ en la pubertad está determinado por el mvel de dt~erenct~ctón Y autonomía del yo, y ambas se alcanzan en ~m~l~a ~edtda durante la latencia. Entre estos logros, el má.s s1gn1ftcat1vo es probablemente el distánciamiento del yo respecto del ello. Este avanée de la autonomía yoica da por resultado la expansión Y firme arraigo de funciones tales como la cognición, la memo-
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Los comienzos de la adolescencia
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Es bien sabido que como secuela de la maduración puberal aumentan las tensiones pulsionales. Ante esto, el niño que acaba de ingresar en la adolescencia tiene una reacción inicial de desconcierto, pues la reactivación de las modalidades infantiles de las posiciones pulsionales y yoicas le hace sentir que marcha hacia atrás en lugar de ir hacia adelante. Se ha observado a menudo que con la acometida de la pubertad el logro del varón durante la latencia -la domesticación y trasposición de las pulsiones infantiles- se hace trizas.
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Asistimos a una regresión al servicio del desarrollo, que se manifiesta en voracidad oral, conducta rapaz y obscena, suciedad y malos olores corporales, descuido total por la pulcritud y el aseo, intranquilidad motora, experimentación con acciones y sensaciones de toda índole (especialmente conductas riesgosas, deseos de probar todo tipo de bebidas y comidas). Las funciones yoicas ya implantadas sufren con esta turbulencia regresiva, como lo evidencia la declinación de la concentración y el cuidado con que trabaja el niño en la escuela. La niña parece poseer una mayor capacidad sublimatoria -o bien se le acreditan virtudes simplemente porque saben ocultar con sumo donaire sus rasgos no tan virtuosos-. Muchos chicos de esta edad toman esta aparente capacidad de las niñas como prueba de su superioridad; de ahí que las ridiculicen y se burlen implacablemente de ellas, a manera defensiva. El desarrollo adolescente avanza por vía de una regresión. Renovando su contacto con las posiciones infantiles, el niño ya 'mayorcito tiene una oportunidad de someter a revisión general, por así decir, los defectos, flaquezas e irracionalidades de la infancia, enfrentando estas mismas condiciones con un yo más competente. Este "trabajo" reviste máxima importancia y determina por entero el curso que ha de seguir la adolescencia. Cumplir con esta tarea de desarrollo exige tiempo y facilitación. En general, puede afirmarse que la intensidad del impulso regresivo es proporcional a la intensidad con que se persiguen "la independencia y la libertad", o, a la inversa, a la severidad de las inhibiciones y el sometimiento rechazados. Hemos llegado a un punto de nuestra descripción en que cesa la similitud entre la adolescencia del varón y la de la mujer. La regresiqn preadolescente del primero es más global que la de la segunda, más orientada hacia la acción y más concreta. Ante la primera embestida puberal, el niño se aparta, con desdén y menosprecio, del sexo opuesto. La niña, en cambio, empuja hasta un primer plano las ideas y fantasías románticas o directamente sexuales vinculadas con el otro sexo, al par que las tendencias regresivas se afirman en ella de modo periférico y más secreto. Un hecho notable es que el varón, al acercarse la pubertad (y durante varios años más), mantiene una buena relación con su padre, en la que están ausentes los conflictos. No hay evidencias del abrumador complejo de Edipo; por el contrario, el chico de esta edad tiene poco o ningún trato con su madre y hermanas -en realidad, con el sexo femenino en general-, y es un trato sujeto a ciertas condiciones. Recordemos que la intensificación puberal de las pulsiones, junto con las extrañas y desconocidas sensaciones corporales y estados afectivos del niño, exigen regulaciones a lo largo del continuo cuerpo-mente que
~e remontan al período del aprendizaje infantil. He aquí el trascendental inicio del sentido de posesión del propio cuerpo y el éxtasis derivado del "sí-mismo". Un éxtasis similar, aunque más complejo aún, revivencia el adolescente que, al alborear la pubertad, entra en su segundo proceso de individuación. La fatídica lucha de la temprana regulación del organismo queda permanentemente asociada a la madre de la niñez te?Iprana. Cuando esta renueva su afirmación de poder al asumu la tutela del cuerpo en crecimiento del niño, pasa a ser para él una persona anatematizada. Se resiste hasta tal punto contra la madre de su infancia que, con fácil irracionalidad, le atribuye facultades "diabólicas", que muy pronto imputa a todo el mundo femenino. La tarea psicológica del niño de esta edad consiste en abandonar las gratificaciones y evitaciones de la niñez temprana, preparándose para adquirir la potencia última de un hombre. Si esta tarea específica de la fase es eludida, surge la posibilidad de desarrollos sexuales anómalos de toda clase y grado. Al aumentar el autocontrol y la emancipación emocional del niño, declina proporcionalmente su temor irracional a la: mujer, con lo cual se promueve su ingreso a la fase de la adolescencia propiamente dicha. No obstante, antes de que se produzca esté decurso, 1!1 relación del chico con su padre experimenta un ~ambio: su intimidad afectiva con él se diluye, al par que el 1deal del yo cobra ascendiente, adquiriendo cualidades neta..: mente distintas de las que son propias del ideal del yo cle la niñez témprana (véase el capítulo 15). · El ideal del yo constituye el requisito previo para la elección y prosecución de una meta vocacional, y para la estabilidad en materia de ideas. Cuando su formación sufre un impedimento crítico, sobreviene una sensación de incertidumbre, indecisión, desasosiego; el individuo anda a los tumbos y su autoestima disminuye ..En tales circunstancias, cualquier puerta que se abra repentmamente ante el adolescente prometiéndole arrancarlo de este impase le da, durante un breve lapso, la sensación de avanzar con una dirección y un propósito. De. lo dicho ~e desprende que en la adolescencia temprana el confliCto emocwnal del varón se centra primordialmente en la madre. En este contexto, la "madre" es la interiorizada de la infancia, la preedípica, no la madre real del presente. A ello se debe gran parte de la conducta irracional y las desinteligencias que se suscitan entre la madre y el adolescente. Superar esta irracionalidad constituye el desafío de esta edad. La vulnerabilidad emocional del muchacho en los comienzos de su adoles~e~cia tiene dos aspectos; a ambos puede designárselos como fi- ' Jacwnes adolescentes. Un aspecto consiste en su desvinculación incompleta de la madre preedípica, con la consecuencia de una '
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marcada ambivalencia en sus relaciones posteriores y de una extraordinaria necesidad de ser nutrido (fijación preadolescente). El otro aspecto es la perseverancia de su apego al padre (fijación de la adolescencia temprana), 'que da por resultado una dividida fidelidad hacia los dos sexos y persistentes dudas en torno a su masculinidad. Una constelación semejante rige para la mujer, aunque su resolución es diferente. La chica busca, de manera regresiva, intimidad emocional con la madre protectora y nutrieñte de la niñez temprana. A menudo se crea entre ambas un vínculo muy especial; la madre se vuehe confidente de la muchacha ("No veía el momento de llegar a casa para contárselo a mamá") y su consejera en el desconcertante tumulto emocional de esta edad. Esta asociación tiene una influenCia decididamente positiva en la incipiente feminidad de la niña, y además la protege contra su . precoz indepéndéncia afectiva y contra relaciones sexuales prematuras. Hay una concepción falsa muy difundida que interpreta las necesidades emocionales de la niña en los comienzos de su adolescencia como una involucración edípica con el padre. En realidad, este a menudo se siente obligado a flirtear con su hija para aumentar la confianza de esta en su feminidad. La constelación edípica, no obstante, corresponde a una etapa superior. La concepción a la que aludimos encuentra aparente apoyo en el hecho de que, cuando el impulso regresivo hacia la madre de la niñez temprana se vuelve demasiado intenso, predominan sentimientos de oposición, aversión o extrañamiento hacia la madre, que tornan muy ambivalente la relación con esta; en una huida defensiva, la muchacha se vuelca hacia el padre o se vuelve "loca por los varones". Si ya existe en ella una proclividad al acting out, no es raro que escape en dirección al sexo opuesto para contrarrestar un impulso regresivo indebidamente severo ("delincuencia sexual femenina").2 Aquí importa señalar que normalmente tanto los varones como las chicas en los comienzos de su adolescencia parecen, durante breves lapsos, comparativamente liberados de su dependencia de relaciones infantiles, de su búsqueda o reanimación. Sin embargo, esa sensación subjetiva de libertad respecto de los lazos de la niñez se ve interrumpida de continuo por luchas apasionadas y ambivalentes con los progenitores, hermanos y maestros, con quienes se busca a la vez intimidad y distancia. Desde los inicios de su adolescencia, la chica está mucho más preocupada que el varón con las vicisitudes de sus relaciones de objeto. Las energías del varón se dirigen hacia afuera, tendien2 La heterosexualidad defensiva de las jóvenes es examinada desde un punto de vista clinico en el capítulo 11.
d? al control y dominio del mundo material; la niña, en camblO, se vuelca -en la realidad o en la fantasía- al varón con una afectividad profunda, mezclada con ternura romántica posesividad y envidia. Mientras el muchacho se lanza a enseño~ rearse del mundo material, la mujer intenta abordar las relaciones personales. Algunas chicas se juntan en camarillas competitivas, compartiendo secretos y pesquisas (quiénes son las co~pañeras que ya han menstruado, o qué nuevo polvo facial o pemado usa la profesora, y con motivo de quién), sin cansarse n~nca de proseguir durante mucho tiempo sus jlirts. Otras megan o pospoqen la aceptación de su feminidad actuando como varoneras o convirtiéndose en alumnas muy estudiosas. La estrategia de postergación que la muchacha emplea a esta edad apuntala el desarrollo femenino normal. Sus escapadas regresivas siempre son contrabalánceadas por su vuelco al otro sexo. Rara vez se abandona tan completa y persistentemente como el varón a la conducta regresiva. De hecho, a esta edad las niñas son mejores estudiantes que los varones y tienen mayor capacidad de introspección. Desde luego, lo que han adquirido no es una auténtica feminidad; una mirada más penetrante nos convence de que en su vínculo con el otro sexo predominan la agresión y la posesividad. Estos modos de relación objeta! insinúan el aspecto narcisista de sus anhelos: la necesidad de sentirse completas merced a la posesión del objeto. He comprobado que la vulnerabilidad emocional de la niña en los comienzos de su adolescencia presenta un doble aspecto; en ambos casos, el motivo es la perse:verancia (".quedarse atascado") en una posición evolutiva normalmente transitoria. Un aspecto consiste en su incapacidad para resistir y superar el imp~so regresivo hacia la madre preedípica (preadolescencia), retnstaurando así, tal vez en forma permanente, la ambivalencia primitiva de las tempranas relaciones objetales en las filiaciones íntimas de su vida. El otro aspecto reside en su incapacidad de abandonar la típica identidad bisexual de la adolescencia temprana. Si la posición de "chica varonera", en lugar de ser transitoria, deviene permanente, el .avance de la niña hac1a la feminidad correrá serio peligro. Ya debe ser evidente que el desafío evolutivo que enfrenta la niña en esta fase consiste en resistir con éxito el impulso regresivo hacia la madre pre~ípica, renunciar a las gratificaciones pregenitales de la pulstón, a los lazos de dependencia infantiles o al hambre de contact? ~ísico en una u otra forma, y, last but not least, aceptar su fem1mdad. Gran parte de la conducta inadaptada que irrumpe durante la adolescencia propiamente dicha y la adolescencia tardía muestra bien a las claras que esa renuncia se ha practicado en grado insuficiente, y que se ha fracasado, parcial o totalmente, en la resolución de esas tareas y desafíos.
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En circunstancias normales, la niña en los comienzos de la adolescencia tramita intrapsiquicamente las vicisitudes de su desapego emocional de la madre, y se toma tiempo para armonizar sus necesidades emocionales y físicas. Pero no podrá cumplir con esta tarea sin la ayuda y la protección de la madre. No es que esa interferencia le guste forzosamente a la muchacha o la desee a conciencia, pero es prerrogativa y deber de la madre hacer oír sus juicios y opiniones en cuestiones de importancia para el desarrollo. Deliberadamente me explayé con amplitud acerca de la etapa inicial del proceso adolescente, porque la trascendencia de esta etapa no suele ser apreciada lo bastante en la bibliografía, ni su complejidad definida en forma suficientemente sucinta. Cuando esa etapa inicial ya ha declinado, se despliega otra completamente nueva, la adolescencia propiamente dicha, la proverbial y típica. En dla predomina, en términos de progreso pulsionaL el renacimiento de los conflictos edípicos; concomitantemente, el yo elabora este avance en niveles más altos de diferenciación. El proceso de la segunda individuación (véase el capítulo 8) recibe vigoroso impulso, con el resultado de que la formación del carácter (véase el capítulo 9) confiere estructuras duraderas e irreversibles a la personalidad adolescente. Debo limitarme, en la descripción de esta etapa, a estos pocos comentarios generales, pues una exposición detallada de· su decurso excedería las dimensiones de este ensayo. Abordaré, en cambio, el análisis de ciertos vastos problemas que gravitan en el desarrollo adolescente aproximadamente entre los doce y los dieciséis años de edad.
Factores actuales del desarrollo adolescente El adelanto de la pubertad Estamos en condiciones de afirmar -después de cinco décadas de observaciones- que la pubertad se adelanta cuatro meses cada diez años, aproximadamente ..3 Se ha dicho que esta mudanza cronológica es la causante de que ciertas conductas adolescentes -como el reclamo de independencia y el vuelco hacia la sexualidad genital- acontezcan antes que en el pasado. Como es imposible refutar a la biología, se ha arribado a la 3 Es lógico esperar que la tendencia biológica se nivele con el tiempo, aunque no sepamos exactamente dónde se encuentra ese nivel.
conclusión simplista de que la familia y la escuela por ejemplo, deben amoldarse a este más temprano despertar de las necesidades puberales. Procuro segu,ir una línea de razonamiento diferente, para lo cual comenzare por señalar que la pulsión sexual es un "instinto" extraordinariamente maleable y modificable en cuanto a su objeto y su meta. Cuando se inicia el funcionamiento sexual (alrededor de los trece años), la complejidad que ha adquirido la personalidad le permite acomodarse bien a la postergación, repres~ón o trasposición (sublimación) de la pulsión sin poner en ~e.l~gro con ello el proceso adolescente sino, por el contrario, auxihandolo y consolidándolo. No debemos olvidar que la adolescencia es un período de transición, culturalmente determinado, entre la niñez y la adultez; si bien parte de cambios corp~rales (la p~be:tad), pone al servicio de sus propios fines sociales el subsigmente aumento de la tensión pulsional. En la sociedad actual, el tiempo requerido para preparar al púber. a fin de que actúe como adulto (su vocación, sus deberes Y obhgaciones como ciudadano, su condición de padre o madre, etc.) se ha obtenido mediante la prolongación de la ado!esc~~cia. La capa~idad.de destinar a este proceso energía, dediCacwn y constancia denva de una parcial inhibición de las pul~~ones (sublimac~ón), o, al menos, de su postergada gratificacwn y su mantemmiento en un estado móvil en cuanto a su objeto y su m~ta. A fin de que sociedad y adolescencia se aco~ode~ una a otr~,. se ha interferido drásticamente el plan bwlógiCo en beneficiO de ambas. En este sentido, decimos que en una sociedad industrial la adolescencia prolongada es una condición necesaria. Más aún: una sociedad abierta democrática, debe, para sobrevivir, fomentar la movilidad ~scendente de sus miembros gracias a la educación, y por ende debe aceptar los riesgos inherentes a tales ajustes y las inevitables tensiones psicológicas de una adolescencia dilatada por motivos culturales. En tal aspecto, debemos reconocer que sin un alto ?i~el de diferenciación psicológica el adolescente no es capaz ni Idoneo para enfrentar el mayor aprendizaje que se exige de él. A todos aquellos que desean ingresar en las complejas profesiones una sociedad industrial o tecnotrónica se les plantea la creciente demanda de un avanzado dominio cognitivo. Tenemos amplias pruebas de que aceptar que el preadolescente es una "personita" autónoma y sexualmente activa obstaculiza en grave medida las funciones preparatorias que cumple ;lsta etapa. Podemos afirmar que, en ella, la construcción del 10 ofrece augurios más promisorios para el logro de la madurez :}U e el empeño de tener, en los comienzos de la adolescencia una vida sexual plena. Si se adelantase el inicio de la adolesceh: cía se privaría a las chicas y muchacho.s de las propiedades psí-
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quicas que los habilitan para soportar ese complejo proceso de adaptación y de prolongada dependencia (el costo de los estudios y algún tipo de ayuda económica) que la sociedad contemporánea demanda a un sector cada vez mayor de su juventud. Sostengo que conviene -o más bien, es imp~rativa- una prolongación de la niñez, y no su abreviación. Quien a los trece años ingresa en la adolescencia es todavía, psicológicamente, un niño, con independencia de sus características sexuales primarias o secundarias. Tanto la familia como la escuela y la sociedad en general deberían reconocer este hecho. Estas instituciones tienen que continuar ofreciendo sus roles de contención y protección, en vez de empujar al preadolescente hacia adelante bajo la engañosa insignia de que "cuanto más temprano y rápido, más grande y mejor". Propongo, pues, que se prolongue el estadio de la niñez, en lugar de institucionalizar un adelanto de la adolescencia por seguir ciegamente una tendencia biológica. En conexión con esta tesis digo, además, que la separación de los muchachos y chicas en la escuela durante estos años iniciales de la adolescencia (no durante todo el período adolescente) es', desde el punto de vista psicológico y biológico, conveniente. No es menester que recapitulemos aquí las conocidas discrepancias intelectuales, físicas, sociales y psicológicas que hacen del varón y la niña de esta edad muy malos compañeros en el trabajo y el juego. Con esa separación no privamos a ambos sexos de su desarrollo normal, sino todo lo contrario. El varón que muestra una precoz predilección por las chicas como compañeras de juego es aquel cuya masculinidad se revela, en años posteriores (la adolescencia tardía o los comienzos de la adultez), tambaleante, en tanto que aquel que prefiere la compañía de los varones tiende luego a establecerse más firme y perdurablemente en su identidad masculina. ·
Los comienzos de la adolescencia, la clase social y la filosofía educativa
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que moldea en grado decisivo el curso de la adolescencia. Por desgracia, carecemos de datos suficientes para evaluar con precisión las diversas formas y cursos de evolución de la adolescencia en relación con el logro de la madurez social y emocional. La experiencia me ha impuesto la convicción de que la pro-· longación de la adolescencia (en especial de la adolescencia temprana) incrementa la aptitud para las funciones cognitivas complejas (la "etapa de las operaciones formales" de Piaget). La prolongación de la niñez (la "etapa de las operaciones concretas" de Piaget) brinda un tiempo adicional para adquirir ese gran conjunto de conocimientos fácticos (ya se trate de las ciencias naturales, la matemática, el lenguaje, la geografía o la historia) a los que más tarde se da un uso integrado, cuando la signifícatividad y pertinencia del saber y el aprendizaje pasan al primer plano de la experiencia educativa. · Es axiomático que la filosofía educativa prevaleciente ejerce una influencia decisiva en la forma que habrá de adoptar 1~ maduración. Las filosofías educativas reflejan los valores e ideologías que la generación de los progenitores sustenta y proyecta en los jóvenes. Las clases instruidas son más propensas a ser int1uidas por los tratados de sofisticados especialistas cuyos postulados y teorías han dado origen a toda suerte de equívocos. Uno de ellos puede parafrasearse así: Puesto que en toda neurosis hay· implícito un desarrollo sexual deficitario, y este es considerado (popularmente) como "una prueba del fracaso de los padres", de e1lo se desprende que si se acepta -más aún: si se promueve- la exteriorización heterosexual en la adolescencia temprana se ha de asegurar la salud emocional. He observado, por añadidura, que un difundido temor se adueña de muchas madres en la época en que su hijo varón arriba a la adolescencia temprana: advierten los típicos "rollos" prepuberales en torno de las caderas, notan su desinterés por las chicas y su preferencia por compañeros varones, y deducen que todo ello pre.:. sagia la homosexualidad. Al impedir que el niño haga ese rodeo evolutivo de máxima importancia, se lo arranca violentamente de su sendero normal. Este ejemplo debería convencer a los especialistas (incluyéndome a mi) de que mucho es aún lo que debe remediarse por vía del esclarecimiento de la población._. lo cual me lleva al próxi~o punto.
Puede demostrarse que el es€1uema general de reestructuración psíquica durante los comienzos de la adolescencia que antes hemos esbozado .Prevalece en la más heterogénea fenomenología adolescente. Deben discernirse por separado el proceso .y el contenido antes de ponerlos en relación funcional con el contexto social en que se expresan. No es una idea novedosa que entre los factores que operan en la adolescencia se halla la clase social. En la década del treinta se estudió a adolescentes europeos de la clase obrera, y hoy se da por descontado que su "proveniencia social" (gueto, clase media urbana, medio rural o regional, trabajadores migratorios, etc.) es una influencia
La gradual, pero radical, caducidad de la tradición en la vida familiar -según se refleja en la crianza y alimentación de los niños, sus hábitos y los preceptos morales que se les imparten- ha hecho que tanto los padres como los hijos tiendan a
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Medios de comunicación de masas, propaganda comercial y brecha generacional
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confiar cada vez más en la plétora de consejos públicos que los medios de comunicación de masas introducen en el hogar. La tradición ha sido sustituida por- el experto que brinda respuestas para todos los problemas de la vida. Así, la familia se ha convertido poco a poco en un laboratorio de experimentación para toda suerte de asesoramientos, que ora se combinan con las pautas tradicionales, ora las contradicen o sustituyen. Los padres que, con renuencia o con entusiasmo, ponen en práctica esa desconcertante mescolanza de consejos pronto abdican su responsabilidad personal en favor de las decisiones que toma el experto; en lugar de juzgar lo que les es ofrecido, renuncian a sus propias convicciones. Este sometimiento al especialista ha quitado congruencia, integración e integridad a grupos cada vez mayores de actividades o actitudes parentales. Frente a esa orientación sintética, el niño queda impasible y confundido. La crianza "científica" de los niños ha probado ser mucho más problemática de lo 9ue al principio parecía; en ve~dad, muchas gloriosas expectativas han pasado a ser decepciOnes desconsoladoras. Desde luego, tenemos que aceptar el hecho de que l~s medios de comunicación de masas están entre nosotros para siempre, y continuarán modelando la mente de padres e hijos. La propaganda comercial convierte a los artículos en bienes deseables para los niños, y estos, a su turno, fastidian a sus padres para que se los compren. Una chalanería particularmente disgustante se produce cuando las espontáneas innovaciones de los jóvenes (sobre todo en materia de vestimenta) son expl~t~das comercialmente, vale decir, se las pone de moda y glonfiCa para su consumo masivo. Esta imagen sintética, llena de expectativas y promesas, tiene especial gravitación en el niño que se halla en los comienzos de la adolescencia. A esta edad empieza a afirmarse la oposición a los valores y pautas familiares; y los progenitores, particularmente en las zonas urbanas, se ven en figurillas cada vez que ponen en práctica sus privi~egios parentales imponiendo límites y ratificando sus valores person~es. Muy pronto el ejercicio de la autoridad parental es condenado por el joven como autoritarismo y anticuada intolerancia. La oposición -callada o exteriorizada- a la orientación de los padres corresponde a la etapa inicial de la adolescencia; lo nuevo son las dudas que el adulto abriga sobre sí mismo. Se pregunta si debe con.cederle al niño-adole,sce~~e todos ~~ deseos y su pedido de hbertad, apurando as1 su madura mdependencia, pero haciendo c~o omiso ~e que la tensió? y el a~ tagonismo representan conflictos esenciales de este _penodo. Ehminar los conflictos por principio obstaculiza el avance evolutivo en vez de contribuir a él. Los padres incapaces de tolerar esta tensión dejan librado al niño a sus propiós recursos, o bien
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apoyan, explícita y esperanzadamente, su reclamo de adultez. En uno y otro caso queda abortada la tarea específica de la fase (que antes hemos esbozado)_ Las secuelas se harán evidentes en una época en que las influencias normativas de los progenitores o de la escuela han perdido su gravitación y rigor. Un trastornado sentido de la cronología del desarrollo ha hecho que, en tales circunstancias, se maneje el incipiente conflicto entre las generaciones empujando precozmente a la adolescencia hacia adelante. Como consecuencia de ello, emergerá más tarde el síndrome de la brecha generacional, a manera de ruptura autoprotectora mediante la cual los irresueltos lazos de dependencia y animosidades familiares son removidos de cuajo y fijados en las polaridades de los jóvenes contra los viejos, los de menos de treinta años contra los de más de treinta, "nosotros" contra "ellos". En mi opinión, la vivencia subjetiva de la llamada brecha generacional es un índice de un déficit evolutivo, o sea, una evitación defensiva del doloroso y tortuoso conflicto entre las generaciones. 4 Este particular aspecto de la juventud moderna se aplica, en forma casi exclusiva, a las familias de clase media. Un examen atento nos revela allí que la unidad familiar del progenitor y el niño ha prolongado un vínculo emocional desusadamente estrecho, que ninguno de ellos es capaz de abandonar (o está dispuesto a hacerlo) cuando llega la pubertad. A fin de no descaminar al lector, he de añadir que esa proximidad no es forzosamente un vínculo idílico y bendito; con mayor frecuencia, es un lazo rasgado por tiranteces francas o calladas. Sea como fuere, esa situación se ve agravada por la exposición consuetudinaria a incesantes estímulos sensoriales (televisión, radio, aparatos estereofónicos, drogas). La permanente necesidad de estimulación externa reduce la capacidad de estar a: solas consigo mismo, o, dicho en términos psicológicos, de prestar atención a las incitaciones y afanes interiores y, en general, al mundo de la fantasía autóctono de cada cual. El proceso de interiorización traza una clara línea demarcatoria entre el mundo interior y el exterior, con el resultado de que en años posteriores de la adolescencia se puede prescindir del acting out como medio para resolver problemas. El fenómeno de "representar tener más edad" suele· convertirse en una adaptación mimética que se inicia en la adolescencia temprana, cuando el ambiente se ha vuelto insensible a las necesidades evolutivas de los jóvenes. Estas necesidades deben 4 La viv-encia de la "brecha generacional" por parte de los jóvenes pertenece a su proceso normal de desasimiento del pasado. En lo anterior me he referido a un tipo particular de esa vivencia, que en el capítulo 1 estudiamos como fenómeno trascendental de la década de 1960.
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ser tanto estimuladas como restringidas. Pese a la madurez sexual que ha adquirido el muchacho o la chica en los comienzos de su adolescencia, siguen siendo niños, o, más bien, se hallan ·en un umbral a partir del cual lentamente irán dejando su niñez para siempre atrás. Este tránsito no se completa hasta el fin de la adolescencia. La estatura y la capacidad de procrear son, al menos en nuestra sociedad, los indicadores menos confiables de madurez emocional, o sea, del proceder independiente respecto de la generación de los progenitores. La tendencia de los muchachos y chicas en esta etapa a querer trascender su edad, a querer ser más grandes representando mayor edad, tiene como contrapartida el deseo del adulto de pretender ser más joven de lo que es. El temor a envejecer ha convertido a muchos adultos en nostálgicos exiliados de la juventud, que no ahorran ingenio ni gastos para hacer frente a la marea del envejecimiento. El violento rechazo, por parte de quienes están en los comienzos de la adolescencia, de su parcial condición de niños tiene su complemento en el terror del adulto a dejar su juventud atrás. En este sentido, los adoleseentes están en lo cierto cuando sostienen que los adultos quieren apropiarse de "sus cosas".
Estructura psiquica y estructura social
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La adolescencia nunca ocurre en un vacío social. La sociedad siempre estampa en la generación adolescente un sello único y decisivo, que, al parecer, puede anular muchas influencias formativas de la familia. La integración colectiva que hacen los jóvenes del trascendente impacto de la sociedad (ya sea mediante el conformismo o el oposicionalismo} está comprendida en los conceptos de "cultura de los jóvenes", "cultura de los pares" o "subcultura adolescente". Para entender bien este fenómeno, debemos concebir la tarea evolutiva adolescente como una desvinculación psicológica de la familia y una vinculación simultánea con el contexto global de la sociedad. Los lazos personales e íntimos de amor y odio que eran el pulso de la matriz social del niño son poco a poco remplazados por la inmersión en el anonimato de la sociedad, representada por sus instituciones. . . La intimidad personal y los lazos emocionales pasan a ser una cuestión privada que depende del arbitrio de cada quien, complementando así las impersonales (aunque significativas y esenciales) afiliaciones e identificaciones, desafiliaciones y contraidentificaciones, con las instituciones sociales y sus funciones ejecutivas. Durante la adolescencia el niño pasa, en forma gradual pero persistente, de la muy personal eilvoltura familiar a la eminen-
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temente impersonal envoltura social. En esta transición, asistimos a un continuo despertar de respuestas afectivas frente a los problemas sociales, morales e ideológicos. Sólo cuando estas respuestas son un directo desplazamiento de las idealizaciones o padecimientos infantiles podemos decir que la reestructuración psíquica adolescente se ha descarriado. En tal caso, cabe afirmar que han caído sobre el ambiente las sombras de las renovadas culpa y cólera infantiles. Sobre la base de estas observaciones y principios, quiero proponer que ningún adolescente, en ninguna estación de su viaje, puede desarrollarse de manera óptima si las estructuras sociales no se muestran prontas a recibirlo y a ofrecerle la auténtiéa credibilidad con lá cual él puede identificarse o contra la cual pueda oponerse polarmente. Toda vez que la sociedad carezca en grado crítico de una estructura integrada y razonablemente estable, el niño que madura se ha de volver en forma exclusiva a sus contemporáneos; a sus pares, a fin de crear por y para sí mismo esa estructura social extrafamiliar sin la cual le es imposible mantener su integridad psíquica. Como ocurre con la mayoría de las "medidas de emergencia" y "acciones de salvamento" del niño (según él las denomina), también el adolescente se protege de las nocivas influencias ambientales al precio de cierto grado de autolimitación. No obstante, el extremismo ("totalismo") de las actitudes y conductas adolescentes no está determinado en modo alguno exclusivamente por la historia del individuo; la situación contemporánea de la sociedad, cualquiera que sea su carácter, es un factor que contribuye en forma decisiva. Según cuál sea la índole de los traumas infantiles, la fatal yuxtaposición de las urgencias propias del desarrollo adolescente y los recursos y facilitaciones propios de la sociedad se convertirá en la experiencia organizadora a partir de la cual los uoiversales complejos infantiles (lo que los chicos llaman "lo que quedó colgado") tomarán su forma y expresión 'finales. S La observación y estudio de los jóvenes nos permite afirmar que la estructura psíquica del individuo es sumamente afectada, para bien o para mal, por la estructura de la sociedad. Esta idea no es de ninguna manera novedosa. Lo que aquí quiero destacar es que el éxito del tránsito adolescente depende intrín~ secamente del grado de integridad y cohesión de las instituciones sociales. No es necesario que nos detengamos aquí en e1 estado fragmentado, trastocado, anticuado, cínico y corrompido en que se hallan muchas instituciones sociales en el momento de escribir esto. Permítaseme concluir diciendo que el inteli5 En otro lugar he examinado la función del trauma en el proceso de consolidación de la adolescencia tardía (Blos, 1962, págs. 132-40).
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gente chico de. "Las nuevaS ropas del emperador" puede encontrarse hoy casi por doquier, y que su débil vocecilla ha crecido hasta trasformarse en un coro potente. El incremento del comportamiento inadaptado de los jóvenes no puede atribuirse únicamente a su crianza, a lá laxitud, severidad o descuido de la familia, la escuela, la comunidad o la Iglesia. El determinante decisivo es la anomia. Tildar de "enfermo" al adolescente "inconformista" es ponerle un rótulo sin sentido; la esperanza de enfrentar esta fuerte tormenta mediante el asesoramiento psicológico individual o en grupo, mediante encuentros o sesiones psicoterapéuticas, resulta -a la luz de todo lo dicho- otra tarea de Sísifo. Por supuesto, siempre ha habido y sigue habiendo adolescentes que requieren diversos tipos de intervencipnes terapéuticas; empero, aquí me refiero al epidémico "meterse en líos", y al alarmante aumento de los colapsos psíquicos (psicosis). La estrategia normalizadora se encuentra, en gran medida, fuera de la rehabilitación individual. Ha de hallársela más bien en la reestructuración del ambiente (p.ej., de las escuelas y de los tribunales de menores) y, por encima y más allá de eso, en la reforma de las funciones legislativa y ejecutiva del Estado en todos sus hiveles. Esto influiría de manera constructiva en la actitud de los jóvenes hacia el mundo de los adultos.
viene el preadolescente, así como a aquel al cual tiende. No he dedicado parejas consideraciones al adolescente que se encuentra en la mitad del tránsito, el adolescente por antonomasia de catorce a dieciséis años de edad (la adolescencia propiamente dicha). Preferí centrarme en la preadolescencia y en la adolescencia temprana porque estas etapas son las más decisivas y menos comprendidas de todas las que abarca el proceso adolescente. En esencia, mi objetivo ha sido exponer un punto de vista evolutivo que ofreciera marcos de referencia para 'la coordinacióp. del progreso adolescente normativo, así como para las medidas de apoyo y criterios que debe adoptar el ambiente.
Resumen Al ocuparme del niño que se halla en los comienzos de su adolescencia, he descrito su desarrollo psicológico en términos de reorganización psíquica. He mostrado los acomodamientos de las pulsiones al estado de la pubertad e indicado el surgimiento de aptitudes yoicas que corren paralelas a la maduración física y al cambio de status social. Hemos extraído la conclusión de que la etapa inicial de la adolescencia decide de manera crítica el curso que seguirá esta. Se han expuesto los motivos que abonan una prolongación, más que una abreviación, de la adolescencia temprana, pese al hecho de que la maduración física se va produciendo a edades cada vez menores. Hemos aducido que en la transición de los lazos de dependencia familiares a la condición de miembro de la sociedad cumplen un prominente papel las estructuras sociales y su relación con las estructuras psíquicas individuales. En todo este artículo, mi propósito ha sido explicitar los principios del desarrollo y la localización de las situaciones cruciales que promueven o impiden el proceso adolescente. Esto me ha exigido prestar atención expresa al estadio del cual pro-
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Tercera parte. Acting out y delincuencia
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Al abordar el problema de la delincuencia, nos enfrentamos con una de las situaciones de "impase" en el desarrollo adolescente que nos indican que el proceso ha fracasado o está por fracasar. La conducta delictiva puede ser una señal de zozobra o bien un particular estilo de adaptación -de inadaptación, a ojos del observador- en el cual es sintomática la exteriorización del conflicto. Ya en otros lugares de este libro (especialmente en la primera parte) me he ocupado del adolescente y su entorno, apuntando de qué manera ambos se modelan uno al otro en una acción circular. Me empeñé en establecer que las dos órbitas tienen influencias recíprocas y están inextricablemente entrelazadas; en el caso del niño preedípico, describí estas órbitas como la de la autonomía individual, por un lado, y la de la matriz social, por el otro. Cualquier referencia a estas órbitas coexistentes como entidades cuasi-aisladas es un artificio conceptual. Teniendo presentes estas salvedades, el estudio de los procesos indivi~· duales y socioculturales por separado se justifica y, en verdad, es provechoso a los fines del examen y la clarificación. La exploración de la delincuencia plantea problemas muy distintos de los que dieron origen a los interrogantes precedentes. Aquí estamos frente a los usos especiales que el individuo hace de su entorno. En este sentido, atrae nuestra atención el sistema de acción, su significado y función dentro del proceso adolescente. La conducta delictiva pasajera durante la adolescencia está indicando una crisis psicológica, pero en sí misma no es un suceso patológico. Es siempre esencial evaluar de manera diferente cada comportamiento delictivo. Descubriremos que algunos de los usos inadaptados que hace el adolescente de su ambiente representan frenéticos esfuerzos por superar obstáculos que interfieren la maduración, la socialización o, fundamentalmente, el segundo proceso de individuación. Esos esfuerzos frenéticos se ponen de manifiesto en la conducta inadaptada en general, y en particular en la formación aloplástica de síntomas. La conducta delictiva promueve una detención en el desarrollo, que, aun cuando sólo sea transitoria, puede impedir seriamente y hasta abortar el proceso adolescente y adquirir la inflexibilidad de un síntoma.
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Cualquier observador, profesional o lego, de la conducta adolescente conoce bien los extremos del desarrollo inadaptado, que sus manifestaciones polares revelan con máxima claridad. Por un lado, tenemos la falta de respuesta emocional del adolescente y su desapego estático respecto del mundo que lo rodea; en contraste con ello, asistimos por otro lado a su participación incontenible, indiscriminada, explotadora y eg~ céntrica en el mundo de los objetos y de las personas. El pnmero es el estado de retraimiento emocional; el segundo, el del acting out o actuación. Este último es el que ahora nos interesa. En las tendencias asociales preexistentes juegan dos componentes del desarrollo normal: la desmezcla de las pulsiones básicas, libido y agresión, y la intensificación madurativa del sistema de acción. A la luz de la desmezcla de las pulsiones básicas en la adolescencia, comprobamos que la mezcla de las pulsiones en la niñez temprana representa uno de los pasos más notables y decisivos hacia la humanización y la socialización. En el varón, por ejemplo, observamos durante su preadolescencia -la etapa en que suelen aparecer las conductas d~licti vas- cómo irrumpen ciertas manifestaciones típicas de la pulsión agresiva. Me he referido a ellas denominándolas "sadismo fálico" y considerando que su surgimiento es resultado de la regresión y la desmezcla pulsional. Sólo la "re-mezcla" de las pulsiones reintegrará esos afectos primitivos preambivalentes dentro de relaciones objetales maduras. Pese a las pritnitivizaciones regresivas, no debemos perder de vista que la intensificación del sistema de acción apuntala el avance hacia la autonomía y el distanciamiento afectivo del self respecto de los objetos de su dependencia. .· . Por desgracia, el término "acting out" insinúa toda suerte de connotaciones peyorativas, con la consecuencia de que a menudo se pasa por alto su aspecto potencialmente positivo. Este estrecho punto de vista tiene sus raíces en la historia del concepto, por lo cual me he empeñado en rastrearla y actualizarla. A partir de mi propia labor clínica, emergió una nueva y más compleja conceptualización de dicho término, que da cabida a fenómenos de acting out radicalmente distintos de la formulación corriente. Lo tradicional es que se considere el actíng out una descarga impulsiva que obedece a una fallida estructura superyoiCa y a un defectuoso sistema de control de los impulsos. Lo que me pareció significativo, dentro del cuadro total del acting out, fueron las distintas formas en que se manifiesta la intensificación del sistema de acción en la delincuencia masculina y en la femenina. Aquí intentamos conceptualizar estas diferencias, observadas en la clínica y documentadas en la casuíStica.
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Con el propósito de ampliar y enmendar el concepto vigente de acting out, algunos de los estudios que siguen se centran en la conducta de acting out como una forma altamente organizada de comunicación por la vía del sistema de acción. Demostraremos que, en los casos en consideración, el adolescente ha perdido parcialmente el sistema simbólico del lenguaje y el pensamiento como instrumento expresivo de sus ideas y sentimientos, empleando por lo tanto una modalidad particular de comunicación codificada, a través de la acción. Ciertos casos de delincuencia y de adicción inadaptada a la acción en general se someten a una investigación detallada como casos de "acting out al servicio del desarrollo". Se examinarán algunos ejemplos en que la presunta delincuencia o acting out -que en parte no entra en colisión con la ley- se presenta como un resuelto y deliberado esfuerzo por resistir a la regresión y detener una inminente J?érdida de la identidad (desintegración yoica). Indicaré de qué manera el desciframiento del lenguaje de la acción logró elevar la conducta inadaptada, destructiva del self y del objeto, hasta un nivel más alto de funcionamiento psíquico, tornándola así gradualmente innecesaria. Recordamos aquí las enigmáticas palabras de Hipócrates, acerca de las cuales se han interrogado a través de las épocas los practicantes del arte de curar: "La enfermedad es la cura". Ciertas variantes de acting out que describiré en detalle dan nueva significación a estas p~labras. En estos casos de delincuencia, el terapeuta presta oídos (e im.aginación) al lenguaje de la accióp a fin de resolver, allí donde se presenta, la paradoja de hacer lo incorrecto por el motivo cc;>rrecto.
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11. Factores preedípicos en la etiología de la delincuencia femenina* En el estudio de la delincuencia, cabe distinguir dos frentes de indagación; los denomino los "determinantes sociológicos", por una parte, y el "proceso psicológico individual", por la otra. Estos dos frentes son en esencia distintos, pero por el hecho mismo de estudiar idénticos fenómenos fácilmente se los confunde, en detrimento de la claridad y del avanc~ de la investigación. Ambos aspectos están intrínseca y fundamentalmente entrelazados en cada caso individual; no obstante, nuestra comprensión de este será incompleta si no logramos diferenciar los "tempranos factores predisponentes inconcientes (llamados factores «endopsíquicos» )" de los "factores constitucionales y precipitantes" (Glover, 1956). Esta diferenciación nos ha llevado a hablar de una delincuencia latente y de otra manifiesta. En este capítulo me limitaré a examinar algunos factores psicodinámicos predisponentes. tal como puede reconstruírselos a partir de la conducta delictiva manifiesta y sustentarlos con los datos de la anamnesis. Por definición, la delincuencia está referida a un trastorno de la personalidad que se exterioriza en un conflicto franco con la sociedad. Este hecho, por sí solo, ha empujado al primer plano el aspecto social del problema y ha estimulado investigaciones sociológicas que, a su vez, echaron luz sobre las condiciones ambientales que guardan una relación significativa con el comportamiento delictivo. Aquí mi foco lo constituye el proceso individual; espero que no se interprete esto como expresión de mi descuido del aporte que han hecho en este campo las investigaciones sociológicas. El estudio de la delincuencia ha sido siempre por fuerza multidisciplinario, y ninguna disciplina puede reclamarlo como su dominio exclusivo. Las estadísticas sobre delincuencia nos dicen que el comportamiento antisocial ha ido en aumento en los últimos tiempos; esto va aparejado con un aumento general de colapsos en la conducta adaptativa de la población en su conjunto. Así pues, el aumento de la delincuencia no puede considerarse un fenómeno aislado, sino que debe concebírselo como parte de una tendencia general. Punto de vista este que se vuelve aún más • Publicado originalmente en The Psychoanalytic Study oj the Child, vol. 12, págs. 229-49, Nueva York: International Universities Press, 1957.
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convincente si aceptamos la opinión sustentada por Healy, Aichhorn, Alexander, Friedlander y otros, de que "las diferencias en la conformación psicológica del delincuente y del no delincuente son de índole cuantitativa más que cualitativa" (Friedlander, 1947). En los últimos tiempos hemos asistido también a un cambio en el cuadro sintomatológico de las neurosis; la clásica histeria de conversión predomina menos en la actualidad, cediendo su lugar a otras formas de trastornos de la personalidad, que pueden sintetizarse como patologías del yo. La ansiosa "prontitud para la gratificación" de sus hijos que muestran los padres, y aun su gratificación anticipada de las necesidades instintivas de estos cuando ya han dejado atrás la etapa infantil, parece ser el motivo de muchos casos de escasa tolerancia a la frustración y alto grado de dependencia presentes en muchos niños. Contribuye a esta confusión el hecho de que los progenitores renuncien a su propio saber práctico intuitivo entregándose a los consejos publicitarios y pronunciamientos de los especialistas. En tales circunstancias, el yo del niño queda expuesto a una estimulación insuficiente e incongruente (positiva y negativa), con el resultado de que sobrevienen defectos yoicos más o menos permanentes; estos se tornan más evidentes en la malformación de las funciones de postergación y de inhibición. El fuerte impulso a la descarga inmediata de la tensión es típico del delincuente, y la edad en que se incrementa la tensión instintiva es la pubertad. En esta época el individuo por lo general vuelve a representar su drama personal en el escenario más amplio de la sociedad, y es desde luego en esta coyuntura del stress madurativo que se torna notoria la insuficiencia yoica. Si comparo los casos de delincuencia que acuden hoy a nuestras clínicas con los que recuerdo de mi labor conjunta con Aichhorn en Viena en la década del veinte, me sorprende la diferencia que existe -el predominio actual de fallas en la integración yoica y de trastornos de los impulsos-. El consejo clásico de Aichhorn (1925) de que se convirtiera primero al delincuente en un neurótico para hacerlo pccesible al tratamiento parece aplicarse en nuestros días sólo a un pequeño sector de la población delincuente. . El estudio de la psicodinámica de la delincuencia ha tenido siempre propensión a quedar envuelto en una maraña de formulaciones generales y totalizadoras. Las ideas prevalecientes en el ámbito de la conducta y la motivación humanas tienden a proporcionar el "plan magistral" para su solución. De hecho, los determinantes etiológicos cambian según cuál sea la indagación psicoanalítica que predomine: la teoría de la gratificación de los instintos, así como la del superyó faltante, han quedado atrás, pasando a primer plano las consideraciones re-
lativas a la patología del yo. No pongo en tela de juicio que 1a opinión de Kaufnian y Makkay (1956), para quienes un "tipo infantil de depresión" que obedece a una "defección efectiva o emocional" es un "elemento predisponente y necesario de la delincuencia", es correcta, pero igualmente correcto es afirmar que en todos los tipos de trastornos emocionales infantiles-hay elementos depresivos. Lo que más nos intriga en el delincuente es su incapacidad para interiorizar el conflicto, o más bien su ingeniosa evitación de la formación de síntomas mediante la vivencia de la tensión endopsÚ¡uica como un conflicto con el mundo exterior. El uso exclusivo de soluciones antisociales aloplásticas es una característica de la delincuencia que la aparta de otras formas de fracasos adaptativos. Contrasta claramente con las soluciones psiconeurótica o psicótica, la primera de las cuales representa una adaptación autoplástica, .y la segunoa, una adaptación autista. .Hasta cierto punto, todos los casos de delincuencia exhiben similitudes psicodinámicas, pero me parece más redituable estudiar sus diferencias, único método para penetrar en los aspectos más oscuros del problema. Al formular esta advertencia, Glover (1956) se refiere a "clisés etiológicos" tales como el "hogar quebrado" o la "angustia de separación", y continúa diciendo: "No exige gran esfuerzo mental suponer que la separación en los primeros años de la infancia debe ejercer un efecto traumático, ps;lrO convertir este factor ambiental en un determinante directo de la delincuencia es soslayar la propuesta central del psicoanálisis, según la cual estos elementos predisponentes adquieren fuerza y forma patológicas de acuerdo con el efecto que tiene su tránsito por las diversas fases de la.situación edípica jnconciente" (págs. 315-16). Mis puntualizadones clínicas y teóricas parten de este punto, sobre todo en la medida en que las fijaciones preedípicas impiden que se consolide la etapa edípica y, por lo tanto, impiden la maduración emocional.
Algunas ~onsideraciones teóricas relativas a la delincuencia femenina Siempre he opinado que la delincuencia masculina y la fe.menina siguen caminos diferentes, y en verdad son en esencia distintas. Conocemos bien las variadas manifestaciones de ambas, pero quisiéramos estar mejor informados acerca del origen de tales divergencias. Nuestro pensamiento se vuelve de inmediato a las diferencias en el desarrollo psicosexual del varón y la niña en la niñez temprana. Por añadidura, parece pertinente destacar en este contexto que la estructura del yo depende en
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grado significativo de la organización pulsional vigente, que sufre distintas vicisitudes en el varón Y. en la mujer. El estudio de las identificaciones y de las representaciones del self a que conducen en uno y otro caso permite explicar algunas disimilitudes del desarrollo yoico en los dos sexos. Si repasamos los casos de delincuencia masctllina y femenina que hemos llegado a conocer íntimamente, obtenemos la impresión de que la delincuencia femenina se halla muy próxima a las perversiones, mientras que no puede aseverarse lo mismo respecto del varón. El repertorio delictivo de la chica es mucho más limitado, en su variedad y alcances, que el del varón; además, faltan en él, significativamente, los actos agresivos y destructivos contra las personas y la propiedad, y el rico campo de las aventuras impostoras es patrimonio del varón. El comportamiento deséarriado de la muchacha se restringe a los robos de tipo cleptomaniaco, a la vagancia, a los actos impúdicos y provocativos en público y a los francos extravíos sexuales. Por supuesto, estas trasgresiones son atribuibles también al muchacho que participa en ellas, pero sólo constituyen una fracción de todas las que comete. En la mujer, la delincuencia parecería ser un franco acto sexual, o, para decirlo más correctamente, un acting out sexual.! Veamos en qué forma se produce esta disparidad. En la delincuencia femenina, la organización pulsional infantil, que nunca fue abandonada, irrumpe con la pubertad y encuentra salida corporal en la actividad genital. Las metas pulsionales pregenitales que predominan en la conducta delictiva de la mujer vinculan esa conducta con las perversiones. Un varón adolescente atrapado, digamos así, en un conflicto de ambivalencia con su padre puede defenderse tanto de su temor a la castración como de su deseo de castración emborrachándose, destruyendo la propiedad ajena o l'Obando un coche y desmantelándolo; aun cuando resulten abortados, sus actos son empero un intento de mantener el desarrollo progresivo (Neavles y Winokur, 1957). El típico proceder delictivo del varón contiene elementos de un agudo interés por la realidad; además, reconocemos en ese proceder su fascinación por la lucha que se libra entre él y }a gente, las instituciones sociales y el mundo de la naturaleza. Por el contrario, una chica adolescente con igual propensión al acting out se vengará, por ejemplo, de su madre, por quien se siente rechazada, procurándose relaciones se.xuales. Las chicas de este tipo me han relatado las persistentes fantasías que tienen durante el juego sexual o el coito; ver1 Los cambios habidos, luego de este estudio, en el comportamiento sexual adolesce'llte han puesto en tela de juicio la validez general de esta formulación. Para una reevaluación, véase mi "Posfacio" de 1976 (infra, págs. 203-08).
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bigracia: "Si mamá lo supiera, se moriría", o bien: "Ya ves, [mamá], yo también tengo a alguien". En un trabajo sobre las delincuentes sexuales, Aichhorn (1949) estima que la condición predisponente pesa más que cualquier factor ambiental. Haciendo referencia a la desenfrenada prostitución juvenil en Viena luego de la Segunda Guerra Mundial, sostiene que sus observaciones lo llevaron a pensar que "una constelación instintiva específica debe ser uno de los factores determinantes pero el ambiente y la constitución sólo pueden ser factores con: comitantes" (pág. 440). Tal vez los casos de muchachas delincuentes que han sido chisificadas como psicópatas deberían considerarse casos de perversi~n. En época más reciente, Schmideberg (1956) ha seguido una tendencia de pensamiento similar. Esta autora contrasta la reac~ión o síntoma neuróticos con la perversa, destacando que la pnmera representa una adaptación autoplástica y la segunda una adaptación aloplástica. Continúa diciendo: "En cierto sentido, el síntoma neurótico es de índole más social en tanto que el síntoma perverso es más antisocial. Hay así un~ estrecha conexión entre las perversiones sexuales y el comportamiento delictivo, que es por definición antisocial" (pág. 423). La impulsividad, igualmente intensa en la conducta de acting out y en perversiones, es un rasgo bien conocido. Vacilo en gene-' rahzar tanto como lo hace Schmideberg, pero quisiera subrayar que la iden~idad de delincuencia y perversión se corresponde notablemente con el cuadro clínico de la delincuencia femenina, al par que constituye sólo una variante especial en la diversa, mucho más heterogénea, etiología de la delincuencia masculina. Es jus~ificable que se nos pida aquí que explicitemos por qué razón afumamos que la delincuencia masculina y la femenina están diversamente estructuradas. A tal fin, debemos volcar nuestra atención a lo que distingue el desarrollo psicosexual del niño varón y de la niña. No pretendo repetir aquí una serie de hechos muy conocidos, sino que pondré de relieve algunos puntos significativos de diferencias entre los sexos centrándome en las estaciones selectivas que se suceden en el desarrollo de la niñez temprana. En lo que sigue, los focos evolutivos representan, asimismo, puntos potenciales de fijación que llevan al varón y la niña adolescentes a situaciones de crisis en esencia distintas.
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l. Todos los bebés perciben a la madre como la "madre activa". La antítesis característica de este período de la vida es la de "actividad versus pasividad" (Brunswick, 1940). La madre arcaica es siempre activa; con respecto a ella el niño es pasivo y receptivo. Normalmente, la identificación con la madre activa
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pone fin a la temprana fase de la pasividad primordial. Apun- · ternos que ya en esta coyuntura se prefigura una bifurcación en el desarrollo psicosexual del varón y la niña. Esta se vuelca po~ co a poco hacia la pasividad, en tanto que el vuelco primero del varón hacia la actividad es absorbido más tarde por la identificación que habitualmente establece con su padre. De ello no debe inferirse que feminidad y pasividad, o masculinidad y actividad, son términos sinónimos. Lo que se destaca es una tendencia -que por lo tanto no es de orden dualista absoluto sino de orden potencial y cualitativo- intrínseca a ambos sexos y característica de ellos. La temprana identificación con la madre activa llena a la niña, por vía de la fase fálica, a una posición edípica inicial activa (negativa) como paso típico de su evolución. Cuando luego vuelca sus necesidades de amor hacia el padre, existe siempre el peligro de que sus impulsos pasivos hacia él vuelvan a activar la primitiva dependencia oral; el retorno a esta pasividad primordial impedirá el avance exitoso hacia la feminidad. Toda vez que un apego excesivo al padre signe la situación edípica de la niña, podemos sospechar que por detrás de eso hay un excesivo apego, profundo y duradero, a la madre preedipica. Sólo si la niña logra abandonar el lazo pasivo con la madre y avanza hasta una posición edípica pasiva (positiva) podrá ahorrársele la regresión adolescente a la madre preedípica. 2. El primer objeto de amor de todo niño es su madre. En determinado momento, la niña abandona a este objeto de amor, y busca su completamiento y consumación en su feminidad volcándose al padre; este vuelco sucede siempre a una decepción respecto de la madre. Como para el varón el sexo de su objeto de amor no cambia nunca, su desarrollo es más directo y menos complicado que el de la niña. La situación edípica de esta, a diferencia de la del varón, no alcanza nunca una declinación abrupta. Son pertinentes aquí las siguientes palabras de Freud (1933): "Las niñas permanecen en ella [la situación edípica] por un lapso indeterminado; la disuelven en forma tardía, y aun así, de manera incompleta" (pág. 129). La constelación edípica de la niña continúa formando parte de su vida emocional a lo largo del período de latencia. Sea como fuere, en la adolescencia femenina observamos un impulso regresivo que apunta en la dirección de un retorno hacia la madre preedípica. Frente a este impulso regresivo, cuya fuerza está determinada por la fijación existente, a menudo se reacciona mediante el ejercicio de una independencia excesiva, hiperactividad y un vigoroso acercamiento al otro sexo. Este impase se despliega dramáticamente en la adolescencia con el frenético apego de la niña a los varones en su tentati-
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va de resistir la regresión. Tanto en el varón como en la niña, la regresión adolescente se pres~nta como una dependencia pasiva, sumada a una sobrevaloración irracional de la madre, o bien, manifiestamente, de un sustituto de esta. 3. Se ha preguntado con frecuencia por qué la preadolescencla del varón y la de la mujer son tan marcadamente distintas.~ Cuando la pubertad introduce al niño en la heterosexualidad, se aproxima a ella a través de una prolongada perseveración en la preadolescencia, con un público y desinhibido despliegue (o, a menudo, una reelaborada recapitulación) de sus modalides pulsionales pregenitales, evidentes en rasgos tales como su obscenidad, su descuido del aseo corporal, su glotonería y su excitabilidad motora. Nada comparable en sus alcances se observa en la niña preadolescente, o, para expresarnos con más precisión, ella mantiene su reavivamiento pregenital más oculto de la mirada de su entorno. Si la niña se acerca más directa y prontamente que el varón a la heterosexualidad, ello está determinado en medida significativa por su temor a la regresión. La fase preadolescente se distingue por las distintas ,metas libidinales del varón y la niña, y da origen a una marcada tensión en los chicos de esta edad. Esa diferencia en la conducta preadolescente está prefigurada por la masiva represión de la pregenitalidad establecida por la niña antes de avanzar hasta la fase edípica; ya he dicho que esta represión ·es requisito previo al desarrollo normal de la feminidad. La niña se aparta de la madre, o, dicho en términos más exactos, le sustrae la libido narcisista que había servido de base para su reconfortante sobrevaloración, y trasfiere esta sobrevaloración al padre. Todo esto es bien conocido. Me apresuro, pues, a destacar que, al apartarse de la madre, la niña reprime las mociones pulsionales íntimamente ligadas a los auxilios y cuidados corporales que esta le brindaba, o sea, todo el ámbito de la pregenitalidad. La correlación entre delincuencia femenina y perversión se basa en el retorno a estas modalidades de gratificación en el período de la pubertad; la regresión y la fijación se presentan como condiciones necesarias y complementarias. Podría suponerse, pues, que la niña que en su adolescencia no consigue m11ntener la represión de su pregenitalidad encontrará dificultades en su desarrollo progresivo. La fijación a la madre preedípica y el retorno a las gratificaciones de este período·suelen dar por resultado una conducta de acting out que . 2 ~o haY duda ah.(tma de que el medio social actúa sobre el desarrollo adolesc('lile acekrándolo o retardándolo. Por lo tanto, sólo es posible establecer una contparadt\n '>ignifieatiYa de pautas evolutivas entre varones y mujeres de un medio >imilar.
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tiene co.rno terna central "el bebé y la madre", la recreación de una unión en ·que ambos estaban confundidos. Las actitudes que exhiben hacia sus hijos las adolescentes que, siendo solter~, devienen madres ofrecen amplia oportunidad para estudtar este problema. tina chica de diecisiete años me dijo, después de haber tenido un aborto, que hacía cosas extrañas en la casa cuando se encontraba sola; caminaba por todas partes diciendo "Marnita" con angustiada voz de bebé apenas audible. Y añadió: "Debo de estar loca". Huelga decir que en su vida emocional predominaba un agitado conflicto con la madre. ~n contraste con la condición prevaleciente en la mujer, qmero apuntar brevemente cuál es la muy otra situación del varón. Puesto que este preserva a lo largo de toda su niñez el mismo objeto de amor, no se ve enfrentado a una necesidad de reprimir la pregenitalidad que iguale en aproximación sumaria a la de la niña. Ruth Mack Brunswick (1940), en su trabajo clásico sobre "La fase preedípica del desarrollo de la libido", dice: "Una de las mayores diferencias entre los sexos es el enorme grado en que se reprime en la niña la sexualidad infantil. Salvo en estados neuróticos profundos, ningún hombre recurre a una represión similar de su sexualidad infantil" (pág. 246). El varón adolescente que regresa, episódicamente, a gratificaciones pulsionales pregenitales aún se halla en relativa armonía con el desarrollo progresivo propio de su sexo, y en todo caso no está en una oposición fatal a este. por cierto. Los trastornos de conducta provenientes de estos movimientos regresivos no son por fuerza tan dañinos para su desa,rrollo emocional corno lo son, a mi juicio, en el caso de las niñas. "Paradójicamente, la relación de la niña con su madre es más persistente, y a menudo más intensa y peligrosa, que la del varón. La inhibición que ella enfrenta al volcarse hacia la realidad la retrae a su madre durante un lapso signado por mayores y más infantiles demandas de amor" (Deutsch, 1944). · 4. De lo anterior se desprende que hay básicamente dos tipos de delincuentes femeninas: las que han regresado a la madre preedípica y las que tratan en forma desesperada de aferrarse a la etapa edípica. En ambos casós, el principal problema vincular es la madre. Estos dos tipos de muchachas delincuentes cometerán trasgresiones que parecen idénticas, y de hecho lo son ante la ley, pero que son esencialmente diferentes en cuanto a su dinámica y estructura. En un caso tene'rnos una solución regresiva, en tanto que en el otro prevalece.una lucha edípica que, por cierto, no alcanzó jamás ningún grado de interiorización o resolución. Consideraciones teóricas tienden a abonar la tesis de que la delincuencia femenina es precipitada a menudo por el fuerte
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impulso regresivo hacia la madre preedípica y el pánico que tal sometimiento infunde. Es fácil ver que para la chica que enfrenta uh fracaso o desilusión edípicos que ella es incapaz de superar, hay dos soluciones posibles: o regresar en su relación objeta! a la madre, o mantener una situación edípica ilusoria con el solo propósito de resistir la regresión. Esta lucha defensiva se manifiesta en la necesidad compulsiva de crear en la realidad un vínculo en que ella sea necesitada y querida por su pareja sexual. Estas constelaciones constituyen las condiciones previas paradigmáticas de la delincuencia femenina. 5. Digamos ante todo unas pocas palabras más sobre el último de los tipos mencionados. Mi impresión es que esta clase de chica delincuente no sólo ha vivenciado una derrota edípica a manos de un padre -literal o metafóricamente- distante, cruel o ausente, sino que ha visto con qué insatisfacción llena de menosprecio trataba la madre a su propio esposo: rnadre.e hija compartían, así, su decepción. Un fuerte y muy ambivalente vínculo continuaba existiendo entre ambas. En tales circunstancias, la hija no podía lograr una identificación satisfactoria con la madre; en lugar de ello, su identificación hostil o negativa forjaba entre ambas una relación destructiva e indestructible. Las preadolescentes de este tipo fantasean con plena conciencia que, si tan sólo pudieran ocupar el lugar de su madre, el pa~re revelaría su auténtica personalidad, vale decir, gracias al amor de ellas se trasfiguraría en el hombre de su idealización edípica. En la vida real, estas chicas delincuentes eligen de manera promiscua parejas sexuales que poseen flagrantes defectos de personalidad, que ellas niegan o soportan con sumisión masoquista. En términos más generales, podríamos decir que el comportamiento delictivo es motivado por la necesidad de la niña de poseer permanentemente una pareja que le permita superar en la fantasía un irnpase edípico y, lo que es más importante, vengarse de la madre que odiaba, rechazaba o ridiculizaba al padre. Por añadidura, observarnos su deseo de ser requerida buscada y utilizada sexualrnente. Son frecuentes las fant~ías de desdén y revancha hacia la madre; el propio acto sexual está dominado por tales fantasías, con el resultado de que jamás se alcanza el placer sexual. Buscamos en vano en estas chicas el deseo de tener un bebé; si quedan embarazadas, ello es por un acto de venganza o rivalidad, que se refleja en la actitud que adoptan hacia su hijo: "Me da lo mismo tenerlo que no tenerlo". 6. En el caso de la delincuencia femenina basada en la regresión hacia la madre preedípica, asistimos a un cuadro dinámi-
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co por entero distinto. Helene Deutsch (1944) ha llamado nuestra atención sobre el hecho de que la condición previa para el desarrollo normal de la feminidad es la disolución del vínculo pasivo que la chica tiene con su madre. Estas "acciones de rompimiento" son típicas de la adolescencia temprana. Continúa diciendo Deutsch: "Un intento fracasado o demasiado débil por liberarse de la madre en la prepubertad puede inhibir el futuro crecimiento psicológico y deja un sello definidamente infantil en toda la personalidad de la mujer" (pág. 21). La delincuente que ha fracasado en este intento de liberación se protege de la regresión mediante un desenfrenado despliegue de seudoheterosexualidad. No mantiene ningún vínculo personal con su pareja sexual ni le interesa esta; su hostilidad hacia el hombre es a menudo intensa (véase más adelante, en pág. 195, el sueño de los 365 bebés de Nancy). El hombre le sirve para gratificar su insaciable voracidad oral. Puede estar concientemente obsesionada por el· deseo de tener un bebé, deseo que, en su ficticio infantilismo, recuerda el deseo de la niña pequeña de tener una muñeca para jugar. De este modo, una conducta que a primera vista parecía representar el recrudecimiento de deseos edípicos demuestra, luego de un examen más atento, estar vinculada a puntos de fijación anteriores, que pertenecen a las fases pregenitales de desarrollo de la libido. En esa época se experimentó una grave privación, una estimulación excesiva, o ambas cosas. La seudoheterosexualidad de estas muchachas les sirve como defensa contra el impulso regresivo hacia la madre preedípica, y, por ende, hacia la homosexualidad. Como apuntamos en el capítulo 6 (pág. 95), al preguntársele a una chica de catorce años por qué necesitaba tener diez novios al mismo tiempo, respondió con pundonorosa indignación: "tengo que obrar así; si no tuviera tantos novios, ellos dirían que soy una lesbiana". A esta misma chica la preocupaba la idea de casarse.. Relató sus fantasías al respecto a su terapeuta, a fin de conseguir su cuidado protector. Cuando la terapeuta mostró indiferencia ante sus planes matrimoniales, echó a llorar, acusándola de esta manera: "¡Es usted la que me empuja! Yo no quiero casarme". Aquí podemos ver claramente cómo la urgencia o el "empuje" decisivo para el acting out proviene de la necesidad frustrada de ser amada por la madre. La preocupación de esta muchacha por el matrimonio enmascaraba su anhelo de la madre preedípica y encontró una gratificación sustitutiva bajo la forma de un seudoamor heterosexual. Es un hecho bien conocido que una aguda desilusión con respecto a la madre es con frecuencia el factor decisivo que precipita un matrimonio ilegítimo. Vicariamente se restablece la unidad madre-niño, pero con los peores augurios para el niño
vicario. A esas mujeres, el hecho de ser madres sólo les puede brindar satisfacción en la medida en que el bebé dependa de ellas; se vuelven contra el niño tan pronto como este empieza a afirmar su afán de independencia. El manido resultado es una infantilización de la criatura.
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7. A la niña fijada a la madre preedípica se le abre una posibilidad más: la identificación con el padre. Esta resolución del conflicto edípico se debe a menudo a un rechazo del padre que se siente como penoso. La chica que asume así el rol masculino vigila celosamente a la madre y desafía a todo hombre que procura poseerla. Solemos referirnos a esta constelación como envidia del pene; este factor no merece que se le conceda, en la etiología de la delincuencia femenina, la abrumadora ímportancia que antaño se le daba. Su papel en la cleptomanía es, desde luego, innegable, y la preponderancia de este síntoma en las mujeres atestigua su-significación etiológica. No obstante, el factor dinámico de la envidia del pene no puede aislarse de la acusación que está en la base de él: lo que impidió al niño superar su voracidad oral fue que la madre, en forma aparentemente voluntaria, le denegara la gratificación prevista.
Ejemplo clínico Las consideraciones teóricas que han ocupado nuestra atención hasta el momento deben ser ahora reintegradas al caso individual en que se las estudió originalmente. El resumen que sigue corresponde al historial de Nancy, una chica en los comienzos de su adolesbencia.3 No registraremos aquí los aspectos terapéuticos, sino que prestaremos oídos al lenguaje de la conducta. Cuando Nancy tenía trece años de edad, su familia y las autoridades de la escuela a la que asistía se vieron ante un problema de delincuencia sexual que fue llevado a los tribunales; los hurtos de la niña sólo eran conocidos por su madre. En el hogar, Nancy era una chica incontrolable y suelta de lengua: empleaba un lenguaje obsceno, maldecía a sus padres y hacía lo que le venía en gana sin tomar en cuenta para nada cualquier interferencia de un adulto. "¡Los insultos que Nancy me dirige son tan sexuales ... !", se lamentaba repetidamente la madre. Pese a su aparente independencia, Nancy no dejaba nunca de contarle a esta sus proezas sexuales, o al menos se las dejaba entrever lo suficiente como para despertar su curiosidad, ira, culpa y solicitud maternal. Le mostraba con regocijo . 3 Tuve a mi cargo la supen·isión de la terapeuta de Nancy.
historias que hábía escrito y que consistían en su mayoría en frases obscenas. Nancy era ávida lectora de "sucios libros sexuales", para comprar los cuales le robaba dinero a la madre. Esta se hallaba dispuesta a dárselo, pero, como Nancy le explicó a su terapeuta, "Yo quería tomar ese dinero y no que me fuera dado". Nancy culpaba agriamente a su madre por no haber sido firme con ella cuando era pequeña: "Mamá debió saber que yo actuaba con el fin de llamar su atención y para que los adultos se ocupasen de mí". Jamás se casaría -afirmaba Nancy- con un hombre que sólo supiera decir "querida, querida"; prefería a alguien que la abofeteara cuando cometiese algún error. Como es obvio, la crítica implícita en esta observación iba dirigida al padre, un hombre débil a quien ella no reprochaba carecer de instrucción ni ganar un sueldo modesto, sino su indiferencia y el ineficaz papel que cumplía en la familia. Nancy creció en un pequeño departamento situado en un populoso barrio urbano. Su familia quería que ella tuviese "las mejores cosas en la vida", y encontró la manera y los medios para pagárselas; así, Nancy recibió lecciones de acrobacia, ballet y declamación. Al llegar a la pubertad, todos estos refinamientos terminaron. A Nancy le interesaba el sexo hasta el punto de excluir cualquier otra inquietud. Ese interés alcanzó proporciones anormales poco después de su menarca, a los once años. Se jactaba de salir con muchos muchachos y mantener relaciones sexuales. Pidió a sus compañeras de colegio que se sumaran a su "club sexual". Sólo le gustaban los "muchachos malos", aquellos que robaban, mentían, tenían antecedentes criminales y "sabían cómo conseguirse una chica". También ella quería fumar y robar, pero no acompañaba a sus amigos en sus incursiones delictivas porque "podía ser atrapada". Una cosa que la intrigaba era que siempre podía conquistar a un muchacho si otra chica andaba tras él, pero no en caso contrario. Se había hecho respetar entre las demás chicas porque enseguida las desafiaba a una pelea a golpes de puño: "Tengo que mostrarles que no les temo", decía. Nancy admitió ante la terapeuta que deseaba mantener relaciones sexuales, pero negó haber·cedido jamás a su deseo; dijo que únicamente usaba su cuerpo para atraer a los muchachos. Sin embargo, en una oportunidad la encontraron "atontada, desgreñada y mojada" tras haber estado en intimidad con varios muchachos sobre el techo de una casa. Fue entonces que el caso se llevó a los tribunales; se le concedió la libertad bajo fianza a condición de que se pusiera bajo tratamiento. Ante la evidencia, ya no pudo negar a la terapeuta que había tenido relaciones sexuales. En ellas no experimentó ninguna sensación
genital ni placer sexual. Expresó su esperanza de tener un bebé y manifestó que lo que pretendía con esas relaciones era vengarse de su madre. Sostuvo que si naciera una criatura, se quedaría con ella y se casaría con el muchacho. Estaba convencida de que su madre no había querido que ella, N ancy, naciera, y que en verdad nunca había querido tenerla junto a sí. Por esta época tuvo un sueño en el que mantenía relaciones con adolescentes y nacían 365 bebés, uno por cada día del año, hijos de un muchacho a quien ella abandonaba luego de conseguir esto. Nancy pasaba mucho tiempo en ensoñaciones; sus fantasías se vinculaban con el matrimonio, y la consumía el deseo de tener un bebé. Temía no resultar atractiva a los muchachos y no poder casarse. Nancy tenía un buen desarrollo físico para su edad, pero estaba insatisfecha con su cuerpo, en especial con su piel, cabello, estatura, ojos (usaba anteojos) y orejas (tenía los lóbulos pegados al rostro). En·su hogar era extremadamente púdica; nunca permitía que su madre la viese desnuda. Según ella, sólo existía una razó~ para todas sus tribulaciones, decepciones y angustias: su madre; ella era la "culpable de todo cuanto la hacía infeliz". La acusaba de quitarle sus amigos (muchachos y chicas), de retacearle la alegría que ella sentía al encontrarse con sus amistades, de ponerle una traba al teléfono para aislarla del mundo. Nancy decía que necesitaba amigas íntimas que fueran sus hermanas de sangre; ella y otra chica llamada Sally s'e grabaron mutuamente sus iniciales en el brazo con una navaja· como prueba de amistad eterna. Cuando Nancy mostró las cicatrices a la madre, esta la regañó, lo cual para aquella fue otra prueba de que la madre no quería que tuviese amigas íntimas. Desilusionada, intentó huir de la casa pero, como siempre, el lazo con la madre probó ser demasiad~ fuerte, y al poco tiempo retornó. Pese a su vehemente rechazo de la madre, Ñancy necesitaba su presencia a cada instante. Insistió, por ejemplo, en que la acompañara a sus sesiones terapéuticas. Como le resultó muy difícil encontrar un trabajo para la temporada de verano, .pensó que la madre podría emplearse como asesora de un campamento y ella trabajaría en calidad de asistente suya. Nancy no se daba cuenta en absoluto de que su madre no era idónea para esa tarea, ni tampoco podía evaluar razonablemente su propia capacidad. Continuando con sus acusaciones, aseguraba que si la madre hubiera tenido, no un solo hijo (¡y para colmo mujer!), sino varios, la vida de ella (de Nancy) habría tomado un curso diferente. En la primera entrevista con la terapeuta, al inquirirle esta en tono amistoso qué propósito perseguía al venir a verla, Nancy mantuvo al principio un largo y hosco silencio, y de
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pronto empezó a llorar. Sus primeras palabras fueron para manifestar su abrumadora necesidad de ser amada: "Como hija única, siempre estuve tan sola ... ". Siempre había querido tener un hermanito o hermanita, y se lo había pedido a la mamá. En uno de sus sueños, estaba cuidando bebés, que eran en realidad los hijos de su amiga (véase más adelante), y su madre decía: "Es una vergüenza que chicos tan monos no tengan una madre como la gente que los cuide. ¿Por qué no los adoptamos?". Nancy estaba llena de júbilo en el sueño, y corría a lo de su terapeuta para contarle que estaban por adoptar unos bebés. Como la terapeuta le replicase que eso les iba a costar mucho dinero, Nancy le espetó: "¿Pero usted no sabe que estamos podridos en plata?". Al despertar, Nancy pi dio a su madre que adoptase un chico. "Tendrá, que ser un varón", le dijo, "porque sólo sé poner pañales a los varones". Se imaginó a sí misma cuidando chicos de una familia campesina durante el verano. Poco más tarde, cuando tuvo catorce años, realmente trabajó un verano como ayudante en el fardín de infantes de una comunidad. Fue allí una niña más entre los niños, una hermana mayor que enseñaba a jugar a los más pequeños. Siempre le gustó cuidar criaturas, en especial si eran muy pequeñas; le encantaba sostenerlas en brazos. En cierta ocasión en que su prima quedó embarazada, comenzó a hacer planes para atender al bebé, pero añadiendo: "Lo cuidaré gratis durante tres meses; eso es macanudo, pero después tendrán que pagarme". En estos años de preocupaciones sexuales, Nancy se vinculó con una mujer de veinte años que se había casado a los dieciséis, había tenido tres hijos, y, en ausencia del marido, vivía de manera vagabunda y promiscua. Cuando Nancy la conoció, ella estaba embarazada. Nancy compartió vicariamente la vida sexual y la maternidad de esta mujer, haciéndose cargo de los niños cuando ella .estaba fuera de casa. En casos en que no regresaba durante uno o dos día5, ello le exigía quedarse a dormir en casa de ella, con lo cual Nancy comenzó a faltar a la escuela. En una de las escapadas de su amiga, que duró tres días, Nancy llevó consigo a los tres Qiños a su propio hogar. En las riñas entre su amiga y el marido -de quien, según ella decía, había estado una vez enamorada-, tomaba partido ardorosamente por su amiga. También rechazaba con violencia las acusaciones que le hacía la madre respecto de la amiga, comentando a la terapeuta: "Mi madre tiene la mente como una cloaca". Nancy se sabía comprensiva con su amiga; sabía que esta era desdichada porque su padre había muerto cuando ella era chica, y jamás había amado a su madre. "Discutir con mamá no lleva a nada", decía Nancy, y sintetizaba la situación diciendo~ "Mi madre y yo simplemente no nos entendemos". Después de esas disputas, de pronto N ancy sentía miedo de haber agravado
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la enfermedad de su madre (quien sufría de alta presión arterial) y de causarle tal vez la muerte. En el hogar de su amiga casada, Nancy había encontrado un refugio temporario, aunque peligroso. Se sentía segura en la intimidad de esta madre embarazada que conocía el modo de atraer a los hombres y tener muchos bebés. También le causaba placer provocar la celosa ira de su madre, que desaprobaba dicha relación. "Ahora -pensaba Nancy-, tengo una amigamadre con quien puedo compartirlo todo". En esta época comenzó a apartarse de las chicas de su edad, sintiendo que ya no tenía más nada en común con ellas. Embarazoso testimonio del hecho de que hubiera dejado atrás a sus compañeras fue la respuesta que dio a un grupo de ellas que estaban conversando sobre ropa; cuando alguien le preguntó: "¿Cuál es la ropa que más te gusta?", Nancy le espetó: "La de las mujeres embarazadas". Incidentes como estos la unían más profundamente aún a la vida familiar ficticia que había construido con su amiga, a quien amaba y de quien en una oportunidad dijo a la terapeuta: "No puedo sacármela de la cabeza". En su relación con la terapeuta, Nancy fluctuaba entre la proximidad y la distancia; esta inestabilidad está bien expresada en estas palabras suyaS: "Cuando pienso que debo venir al consultorio, no quiero hacerlo; pero cuando estoy aquí me siento contenta y tengo ganas de hablar". Admitió finalmente que le agrad~ría ser confidente con ella, pero la puso sobre alerta confesándole que era en realidad "una mentirosa compulsiva". Le sugirió que se revelasen mutuamente sus secretos, así podrían aprender una de otra. La necesidad de intimidad, que era el impulso emocional que la-llevaba a la terapeuta, resultaba, por oposición, la responsable de sus repetidas huidas de esta. A la postre llegó a repudiar a los "burdos, groseros adolescentes" y su fantasía se encaminó hacia la actuación teatral, apoyándose en intereses y actividades lúdic.as
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pulsividad expresarse en todas direcciones y donde sus impulsos exhibicionistas fueron poco a poco domeñados por el propio código de la actuación. A la sazón, Nancy se había vuelto algo mojigata, era sociable con sus pares, pero al solo fin de promover su propio interés en las producciones teatrales. Tan buena manipuladora como su madre, se vinculó ahora de manera narcisista con su ambiente y aprendió a sacar provecho de los demás. El interés por el teatro pasó a ser el foco de su identidad, en torno del cual cobró forma la integración de su personalidad ..El núcleo de esa identidad tenía su origen en "las mejores cosas de la vida" que la madre siempre había querido para ella. En la adolescencia Nancy retornó a estas aspiraciones, que le habían sido instiladas por las lecciones de declamación y expresión corporal que recibiera durante sus años de latencia. Este empeño artístico fue precisamente el que en la adolescencia le sirvió como camino para sublimar la irresuelta fijación a la madre. La identidad vocacional la rescató de la regresión y de la delincuencia, pero también le impidió avanzar hacia relaciones objetales maduras; después de todo, seguía siendo el deseo de la madre el que ella continuaba satisfaciendo mediante su actividad artística. Cuando en una oportunidad, contando ella dieciséis años, se le recordó su anhelo de tener bebés, respondió bruscamente, disgustada: "Los bebés son cosa de chicos". Es apenas necesario destacar aquellos aspectos del caso que ilustran la importancia etiológica de la fijación a la madre preedípica en el comportamiento delictivo de Nancy. Su seudoheterosexualidad aparece claramente como una defensa contra el retorno hacia la madre preedípica y contra la homosexualidad. La única relación segura que encontró fue una folie adeux con una amiga-madre embarazada; este vínculo y esta identificación transitoria tornaron prescindible por un tiempo el actíng out sexual. No obstante, no pudo avanzar en su desarrollo emocional hasta que hubo arraigado firmemente en ella el vuelco hacia un empeño sublimado: el de convertirse en actriz. Este ideal del yo -adolescente, y probablemente pasajero- dio por resultado una representación del self relativamente más estable, y abrió el camino para la experimentación adolescente y para los procesos integradores del yo. La conducta delictiva de Nancy sólo puede entenderse en conjunción con el trastorno de personalidad de la madre. Una inspección más atenta de la patología familiar nos permite reconocer -citando a Johnson y Szurek (1952)- "el involuntario empleo del niño por parte del progenitor para que actúe sus propios impulsos prohibidos y deficientemente integrados en lugar de él". El diagnóstico y tratamiento de este tipo de acting out antisocial se ha vuelto consabido para aquellos clíni-
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cos cuyo entendimiento se ha aguzado gracias a las investigaciones que vienen realizando en los últimos quince años Johnson y Szurek. En el caso de Nancy, el "tratamiento en colaboración" siguió el esquema trazado por ellos. Otra serie de hechos despiertan mi curiosidad. Por el análisis de padres adultos conocemos sus fantasías delictivas, perversas y desviadas inconcientes, y también sabemos con qué frecuencia el progenitor está identificado con el niño y la vida pulsional de este a determinada edad. Sin embargo, muchos hijos de tales progenitores no muestran tendencia alguna al acting out de lo_.s impulsos delictivos, perversos y desviados de sus padres; más aún, muchos revelan en este aspecto una resistividad que en el caso de Nancy faltaba por completo. Normalmente los niños buscan en su ambiente experiencias que les compensen hasta cierto punto las deficiencias de la vida emo.,. cional de su familia; esto es particularmente válido para los ni.,, ños que se encuentran en el período de latencia, pero también lo es para niños más pequeños, que establecen significativas relaciones con sus hermanos mayores, vecinos, parientes, amigos de la familia, maestros, etc. En contraste con ello, niños ~omo Nancy son por entero incapaces de suplementar sus experiencias emocionales en el ambiente que los rodea, y continúan desarrollando una pobre vida social dentro de los estrechos confines de la familia. Parecería, pues, que debe operar una clase especial de interacción entre el progenitor y el niño a fin de impedir que este desarrolle progresivamente una vida más o menos independiente. Este particular carácter del vínculo progenitor-hijo reposa en un esquema sadomasoquista, que no sólo ha impregnado la vida pulsional del niño sino que además ha afectado de manera adversa su desarrollo yoico. La ambivalencia primordial que deriva de la etapa del mordisco de la fase oral constituye un núcleo a partir del cual surge una pauta duradera de interacción entre la madre y el niño, pauta que recorre como leit motiv todos los estadios del desarrollo psicosexual. Las po: laridades de amor-odio, dar-tomar, sumisión-dominación perduran en una ambivalente dependencia recíproca de madre e hijo. Esta modalidad sadomasoquista desborda poco a poco hacia todas las interacciones del niño con su ambiente, y a la postre influye en el desarrollo yoico por vía de la introyección de un objeto ambivalente. Como consecuencia de ello, las funciones inhibitorias se desarrollan en grado insuficiente y la tolerancia a la tensión es baja. El hambre de estímulos de estos niños representa la expresión más perdurable de su voracidad oral. Acaso la impulsividad que observamos en el acting out de Nancy constituya un carácter esencial de una organización pulsional sadomasoquista que lo ha impregnado todo. Recor-
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demos aquí lo señalado por Szurek (1954): "Ambos tactores, las fijaciones libidinales y la interiorización de las actitudes de los padres, determinan qué impulsos del niño se han vuelto acordes con el yo y cuáles han sido reprimidos. En la medida en que estos factores interfieren la vivencia de satisfacción del niño en cualquiera de las fases del desarrollo, las actitudes interiorizadas son vengativamente (o sea, sádicamente) caricaturizadas y los impulsos libidinosos son masoquísticamente distorsionados; vale decir, la energía libidinal tanto del ello como del superyó se funde con la cólera y la angustia derivadas de la repetida frustración" (pág. 377). El caso de Nancy resulta de interés a la luz de estas consideraciones. Abordaremos ahora, por consiguiente, sus primeros años de vida en busca de las experiencias que cumplieron un papel primario y predisponente en términos de la fijación sadomasoquista a la madre preedípica y el eventual fracaso adaptativo en la pubertad. El significado transaccional de la c
iniciar el primer grado escolar, Nancy tuvo pataletas y trató de escapar de la escuela. La madre se quedaba en las proximidades· para espiar lo que sucedía y la obligaba a volver al aula; después de unas semanas sus escapadas cesaron para siempre. A partir de ese momento su comportamiento en la escuela fue causa de continuas quejas. Durante todo su período de latencia Nancy fue una chica "terca, irritable, gruñona y quejosa". Durmió en la habitación de sus padres hasta los ocho años momento en que le dieron un cuarto propio. Comenzó entonces ~ tener pesadillas y a trasladarse al cuarto de aquellos. Ninguna medida disciplinaria logró impedir que perturbara el sueño de sus pa?res, h~sta 9ue una vez la madre la hizo sentarse y permanecer en una stlla toda la noche en el dormitorio de ellos. Luego de esta severa prueba la niña se rindió, quedándose en su propia habitación, y nunca más volvió a quejarse de tener pesadillas. Nancy conocía muy p_ocos chicos y rara vez jugaba con ellos; prefería estar en companía de su madre. Durante toda su niñez ~empr~na, pr?b~blemente durante la latencia, tuvo "campaneros tmagmanos ; en su adolescencia temprana todavía solía hablarles cuando estaba en la cama, prohibiéndole a su madre que la escuchase. La madre tenía tanta curiosidad por conocer la vida íntima de Nancy como esta la tenía de conocer la suya. Con referencia a su falta de amigos, la madre señaló: "Nancy pretende demasiado amor". Dos f~~tores complementarios de la temprana interacción madre-ht)a parecen haber predispuesto a Nancy y a su madre p~ra su durad~r? vínculo ambivalente. La madre quería tener ht)OS para gratifiCar sus propias necesidades infantiles, en tanto que Nancy -tal vez dotada de una pulsión oral inusualmente intensa- le exigía a la madre cosas que ella, a su vez, no era c~paz de cumplir. Esta batalla por los intereses respectivos que nmguna de ellas toleraba en la otra estaba destinada a continuar ininterrumpidamente y sin solución hasta la pubertad de Nancy. Su sumisión a la cruel disciplina materna su renuncia a los imp~lsos ora.les a cambio de gratificaciones ~asoquistas, revela la mtegractón progresiva de una relación objetal sadomasoquista que impidió el despliegue exitoso de la individuación; por el contrario, desembocó en un estrecho enredo simbiótico de la niña con la madre arcaica. Las tentativas de separación de Nancy en su niñez temprana y p~b~~tad son evi?entes ~n su creación de "compañeros imaginarlOs y en su vmculactón con la amiga-madre a los trece años. Estos inte_ntos de liberación fueron infructuosos; la seudoheterosexualidad era el único camino abierto a esta niña impulsiva para satisfacer su voracidad oral, vengarse de la madre "egoísta" y protegerse de la homosexualidad.
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Habiendo reconducido la conducta delictiva de Nancy a los antecedentes predisponentes de la segunda fase or~ (sádtca)~ el circulo parece completo. Materia de esta indagactón genética fue una configuración típica de personalidad que co~duce a una conducta delictiva en la pubertad. El examen teón~o precedente aludió a otras configuraciones que no fueron. llustradas empero con material clínico. El caso de Nancy tlene q~e con~iderarse' representativo de un solo tipo de delincuenc1a femenina.
Posfacio (1976) Siempre es un sensato ejercicio rever un artículo que uno ha escrito una veintena de años atrás y examinarlo a la luz de la realidad contemporánea. Esta segunda mirada es particularmente útil si el artículo proponía formulaciones teóricas acerca de un determinado tipo de conducta asocial femenina, con el propósito expreso de dar un abordaje significativo -o sea, clínicamente eficaz- a la terapia de esas adolescentes. Una revaloración de las ideas relacioiladas con la delincuencia sexual femenina parece rev~ir especial urgencia en la actualidad, cuando la escena social de la adolescencia ha sufrido cambios tan radicales en cuanto a costumbres, valores y expresiones en la conducta -todo aquello a lo que se suele llamar "modo de vida"-. La delincuencia siempre tiene un marco de referencia soc~al y, por ende, tiene que ver con la desviación respecto de las normas sociales o las expectativas predominantes en materia ·de comportamiento. El sistema individual de motivaciones (o la configuración dinámica) de la delincuencia siempre es influido por la tradición y el cambio social. Al decir esto no hacemos sino repetir las prímeras oraciones de mi artículo original, donde afirmábamos que al ocuparnos de la conducta delictiva tenemos que tomar en cuenta los factores predisponen tes y psicodinamicos en correspondencia con las normas sociales del medio en cuestión. · Es obvio que lo que denominamos "acting out sexual" en la década del cincuenta no es igualmente aplicable al comportamiento sexual del adolescente en 1976. En la década actual, la actividad sexual (genital) se ha vuelto la forma legítima de conducta de los jóvenes desde la preadolescencia hasta la adolescencia tardía. Hemos asistido en el curso de estos años a la desaparición casi total de la privacidad o intimidad en materia sexual. Al observador de los adolescentes, la franqueza de sus relaciones heterosexuales le suena a una declarada insistencia en que la generación de los progenitores participe, de manera positiva o negativa, de la conducta sexual de los jóvenes. Observamos, además, .que la tradicional ritualización de la conducta según el sexo se ha extinguido en gran medida, o ha sido decididamente arrasada, con planeado celo, por la jovencita. Como residtado de ello, la franca y resuelta iniciativa de. las chicas en materia de seducción -sobre todo de las que se hallan en los comienzos de la adolescencia- suele superar hoy a la proverbial iniciativa sexual que antaño le correspondía al varón. El rótulo "acting out sexual" ha perdido gran parte de su significado debido a que en buena medida esta conducta dejó de estar "en abierto conflicto con la sociedad". Toda vez que
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una variedad de comportamiento considerada anómala o desviada gana aceptación dentro de un sector importante de la población, el estigma de la anomalía se esfuma, y la exteriorización en la conducta -en nuestro caso, la actividad genital de la joven- se vuelve un indicador cadá vez más falible de desarrollo anormal. Se ha inqu,irido con frecuencia de qué manera y hasta. qué punto el comportamiento sexual de la adolescente ha sido influido por la píldora anticonceptiva y el Movimiento de Liberación Femenina. En mi opinión, estas dos innovaciones -tecnológica la una, ideológica la otra- tienen muchas más consecuencias entre las adolescentes mayores, en especial entre la población universitaria, pero su gravitación en las preadolescentes, o, en térmjnos generales, entre las alumnas del colegio secundario, es insignificante. Ser sexualmente activa y hacérselo saber a los pares y a los adultos se ha convertido en un símbolo de status a lo largo de la escala de maduración. En el caso extremo -y este extremo ha cobrado los rasgos de un movimiento social- la sexualidad ha sido equiparada a la mera acción o experiencia, dejando de vinculársela con una relación personal significativa en el plano emocional (o sea, con una relación íntima) que trasciende el acto sexual y la dependencia gratificatoria. La soltura y libertad, en apariencia carente de conflictos, con qu~ la adolescente consuma el acto sexual está diciendo a viva voz que para ella el juicio reprobador de los padres -con más frecuencia de la madre- no hace sino mostrar su anticuada y total ignorancia respecto de la importancia de la experiencia sexual. Las madres cultas de clase media, sintiéndose impotentes frente a la revolución sexual, vuelcan sus cuidados en la prevención del embarazo y le sugieren a sus hijas que tomen la píldora o practiquen algún otro procedimiento anticonceptivo. De este modo, la píldora ha sustituido a la anticuada "moral"; una buena y segura preparación anticonceptiva ha tornado prescindibles "el buen juicio y la inhibición" en lo tocante a las relaciones sexuales. Desde tiempos inmemoriales, los adólescentes se han dejado arrastrar por los experimentos sexuales carentes de toda participación persónal o romántica; lo que hoy contemplamos es la práctica de tales experimentos como un fin en sí mismos, y la extensión de esta etapa de la conducta sexual hasta la adolescencia tardía bajo la protección de la píldora. ¿No deberíamos extrapolar, en este punto, teniendo en cuenta los estudios sobre el desarrollo en general, y recordar que la perseveración en una etapa cualquiera del desarrollo más allá de las edades en que es normativa incita potencialmente a un progreso evolutivo anómalo o unilateral? Volveremos más adelante a esta cuestión.
Hay.un rasgo peculiar ~e la píldora que pertenece por entero a la psicología: ella permite una temporaria disociación entre el acto d~ tragar!~ y el acto sexual mismo. Todos los otros métodos anticonceptivos exigen la manipulación de los genitales en_ tanto que la píldora es tan inocua como una cápsula de vita: mmas. ~1 hecho de que sea administrada por vía oral ha gravit~?o sutll~e~te en la actitud, no sólo de los padres, sino tambien del pubhco en general, hacia la conducta sexual de la adolescente. . Con !a píldora a su alcance, muchachos y chicas están en un pie de Igualdad en el libre y desembarazado camino hacia el logro de la experiencia sexual y el particular placer a ella vinculado. Lo que en un pasado no rriuy distante se decía acerca de la ~asturbación del'adolescente, a saber, que representa (en especial para el varón) un método voluntario no específico de regul~ción de la tensfón en general, puede hoy aplicarse ampliamente a l~ función que cumple el coito en esa edad. El tema del sexo, difundido por los carteles publicitarios, el cinematógrafo y las obras impresas, se ha convertido en una suerte de. panacea, y su ejercicio equivale per-se a la madurez emocwnal. El grupo de pares llama "maduros" a los muchachos y chicas qu,e ~on sexu~l~ente activos; en otras palabras: con su cara~tensbco auspiciO del conformismo, equipara el comporta~Ient~ heterose_xual adolescente con la independencia, el indiVIdualismo y la .adulte~. ~~te precepto ha remplazado casi por co~pleto a los ntos de IniCiación de antaño, y en la actualidad es Impuesto por los propios adolescentes o por la llamada "cultura de los pares" sin la participación de los adultos ni los rituales tradicionales. Como en toda conducta estandarizada no es sólo el deseo ~ersonal ~1 que mueve a la elección y decid~ la forma de expresión emocional o sexual, sino que la persuasión del ¡u_edio social significativo es un determinante igualmente notono. So~et~das a los apremios de la pubertad, los medios de comumcaCión de masas y las presiones del código de los pares muchas adolescentes "dan los pasos" conducentes a "hacer ei amo~·~ en conso.nancia con las expectativas sociales, pero sin ~a~bcipar emociOnalmente. En su búsqueda desesperada de fehCidad a través de la promiscuidad, el acto sexual, como medio de alcanzar un sentimiento de realización y de pertenencia al grupo, lleva a muchas de ellas á la frustración y la decepción. Podemos llamar a esto la dicotomización psicosocial del acto sexual. Esta postura es bastante normal como transición temP?ra.:ia y experimental, pero si se la practica como "modo de vida ?urante toda la ·adolescencia, arroja sombras sobre la futura VIda sexual del adulto. Esto se torna evidente en la persis-
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tente dificultad o imposibilidad para integrar el acto sexual físico con respuestas emocionales maduras. Pretender abreviar el desarrollo emocional adolescente apoyándose en la actividad genital o dependiendo de ella, o, dicho de Dtro modo, pretender eludir la reestructuración psíquica recurriendo habitualmente a la satisfacción sexual como svstituto de la resolución de los conflictos internos, deja su huella en el desarrollo psicosexual. La frigidez y el infantilismo emocional, esbozados ambos en un momento anterior de la vida, suelen alcanzar su inamovilidad definitiva con la dicotomización psicosodal adolescente. El carácter incompleto de la experiencia sexual es, tal vez, lo ·que ha otorgado a las "técnicas sexuales" un lugar tan influyente y destacado en la conducta sexual contemporánea de adolescentes y adultos. . De ·todo esto se desprende que las actuales tendencias del comportamiento sexual adolescente han hecho que carezca de sentido hablar de "delincuencia sexual". Se ha vuelto en extremo difícil para el clínico evaluar la "normalidad" de la con- · ducta heterosexual de la joven cuando el coito es de rigueur en un sector cada vez mayor de la población adolescente femenina, desde la adolescencia temprana hasta la tardía. En tales circunstancias, tenemos que reorientarnos dentro de un nuevo contexto, en cambio permanente, de tecnología biológica (métodos anticonceptivos), costumbres adolescentes, elecCiones personales, etapas del desarrollo y elementos madurativos innatos. Al dejar de lado las perimidas expresiones "delincuencia sexual f~menina" y "acting out sexual", propondré a continuación una serie de distinciones que permitan evaluar si la conducta sexual de la adolescente actual es adecuada a la fase. Describiré tres categorías o tipos, que en realidad se mezclan en variadas proporciones, pero que permiten contar con un marco de referencia a los fines de la evaluación.
y sublimación. Las muchachas que procuran esta clase de resolución del problema tienen que conseguir un equilibrio entre la autonomía personal y la intensa presión social proveniente de la persuasión y el dogmatismo de sus pares. Atrapadas en esta disyuntiva, muchas resuelven representar un papel y simulan públicamente tener una activa vida sexual, hasta cobrar la suficiente fqerza interior como para declarar su preferencia personal en cuestiones íntimas y su estilo peculiar de conducta sexual, independientemente de la censura de los pares. 2. El coito es practicado en conformidad con la influencia social del grupo de pares y de los medios de comunicación de masas. En su condición de ritual colectivo de rompimiento, estaría destinado a estabiecer los límites entre las generaciones y tendría que llevar al abandono del conformismo sexual de los adolescentes; no obstante, en el caso típico, esta forma (a menudo promiscua) de conducta sexual pierde su justificación evolutiva y adquiere la permanencia de un modo de vida. Como tal se extiende, en esencia inmodificada, a lo largo de toda la adolescencia hasta los comienzos de la adultez. 3. La muc;hacha practica el coito (con frecuencia desde la temprana pubertad): a) como defensa contra la regresión hacia la m~dre preedípica; b) para satisfacer su hambre infantil de contacto ("mimoseo") con anestesia genital; e) como una manera de cuidar activamente a su pareja cediendo a sus necesidades físicas, ~n identificación con la madre idealizada del pasado preedípico. La participación emocional de la muchacha es equivalente al ju.ego de las niñas pequeñas con las muñecas -que por lo general o no lo tuvo, o lo tuvo sólo escasamente en sus primeros años-.
l. El acto sexual de la adolescente es, predominahtemente, expresión de su "conflicto de rompimiento" respecto de los lazos de dependencia infantiles. Cabe percibir que ella tiene conciencia (vaga o aguda) de que su conducta sexual es ajena a su yo, en cuyo caso la· expresión de sus impulsos a través del coito suele declinar o es espontáneamente abandonada. Merced al proceso· de interiorización, que constituye un aspecto intrínseco del segundo proceso de individuación de la adolescencia, logra dar poco a poco una resolución psíquica a ese conflicto de rompimiento. A fin de que estos cambios internos sigan su curso, la muchacha debe tener cierta capacidad para tolerar la frustración o la tensión. En la jerga psicoanalítica, a estos meeanismos psíquicos se los denomina represión, desplazamiento
Las adolescentes representativas de estas tres categorías muestran la misma conducta sexual; incumbe al clínico discernir los factores etiológicos y dinámicos de esta. Evaluar esa conducta se ha vuelto complicado a causa de que la sociedad acepta cada vez más y considera normal que se tengan relaciones sexuales desde los comienzos de la pubertad. No obstante, importa establecer diferenciaciones en ella, si tenemos en cuenta las consecuencias que el desarrollo psicosexual adolescente tiene para la vida sexual de la mujer adulta y su idoneidad futura como madre. Creo que la muchacha cuya conducta sexual está determinada principalmente por las influencias descritas en las dos primeras categorías no ha abandonado su evolución psicosocial y psicosexual progresiva, aunque en muchos casos formas inducidas o impuestas de conducta sexual pueden poner en peligro el logro de la madurez emocional. La tercera categoría representa, a todas luces, una catastrófica detención del desarrollo
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emocional. En mi labor clínica de los últimos años he encontrado la misma constelación esbozada en mi artículo de 1957. Debido a la tolerancia pública del coito tempra~w, lapatología de la conducta sexual de algunas de estas chicas suele permanecer oscura. Hay, empero, en el cuadro clínico general, indicios que apuntan a una anormalidad en la actividad sexual de la preadolescente; tengo presentes signos de depresión, los llamados "rasgos fronterizos", un malhumor extremo Y una exuberante vida de fantasía infantil. Sólo mediante una evaluación cuidadosa puede separarse a estas muchachas de las que corresponden a las otras dos categorías. Su conducta sexual es una tentativa de mantenerse lig~das a la madre preedípica, utilizando el ambiente como cont~nente de su posición emocional infantil ("holding", en. el sentido de Winnicott). Es bien sabido que con la maduración .sexual, la expresión genital de las pulsiones libi?inales y a.gresivas cobr.a primacía y, durante un lapso, se convierte tam~Ié~ en el ~ami no principal para la efectivización de la pregemtali~ad. SI un.a detención en el desarrollo, exacerbada por tendencias regresivas se consolida hasta trasformarse en una posición permanente 'nos encontramos con el tipo de chica que se destaca netam~nte respecto de las otras dos categorías, pese a que todas comparten una idéntica con~uct.a sexual. Carece I!?r completo de sentido llamarlas a todas delincuentes sexuales ; pero tenemos que discernir a la muchacha regresiva e inm~dura,. por su necesidad de ayuda y protección. Ella corre seno pehgro, a despecho del reclamo universal de libertad sexual. como la ruta que lleva infaliblemente hacia la madurez emocwna!. Debemos advertir que, para la adolescente dete~uda .en su desarrollo emocional, el coito no guarda una relación directa con el placer genital, estrictamente hablando. El placer q11;e ella busca y vivencia es de índole infantil, y ~ertenece al c?nhnuo de la saciedad visceral y del confortamiento provem~nte del contacto físico; está, por ende, disociado de la reahdad biológica de las funciones sexuales, una las c~ales es la procreación. En este sentido, la píld?ra anticonceptiva ha modificado poco o nada su comportamiento sexual o su comprensión del acto sexual. Si anhela tener un bebé, este deseo en apariencia maternal es expresión del deseo infantil de reinstaurar la unidad madre-hija (fusión); o bien simplemente busca s~la zarse con el contacto corporal sin ninguna sensación. o exci.tación genital. Dentro del marco de t:;stas as~ciaciones mfanhles 0 de estas necesidades físicas y el!locwnales mmaduras, no .es de sorprender que los métodos anticonceptivos sean un. conJunto de informaciones irrelevantes e inútiles, que nada tienen que ver con ella.
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12. El concepto de actuación (acting out) en relación con · el proceso adolescente* En los informes clínicos sobre adolescentes, el término "actuación" (acting out) suele ocupar un lugar prominente. De hecho, basándose en la experiencia uno ha llegado a pensar que la actuación es tan específica de la fase adolescente como el juego lo es de la niñez, o como la comunicación directa a través del lenguaje lo es de la etapa adulta. Hemos llegado a ver en la actuación un típico fenómeno adolescente, al punto que "adolescencia" y "actuación" se han vuelto casi sinónimos. No obstante, un examen más atento revela que el amplio u'so que se hace de este término en relación con la adolescencia obedece a imprecisas generalizaciones y a un uso descuidado del concepto. No hay duda alguna de que, en nuestra cultura, los adolescentes normales muestran una proclividad a menudo tan. intensa y compulsiva a la acción, que uno está tentado de hablar de su "adicción a la acción". En tJste capítulo nos ocupar~mos de averiguar si las especiales condiciones de la adolescencia favorecen el acting out, o si simplemente dan rienda· suelta a una disposición preexistente para esa actuación. No nos detendremos, en este punto, en la distinción teórica entre "acción" y "actuación"; las diferencias esenciales entre una y otra se irán haciendo más claras a medida que delineemos la actuación dentro de la fenomenología total de la acción e indaguemos qué función particular cumple aquella du~ rante el período adolescente. Admitamos que en la labor clínica estas delineaciones no siempre son tan sencillas como uno lo desea. Suele suceder que nuestros infructuosos empeños por manejar una escenificación [play acting] o una descarga en acción desinhibida nos enseñan que estamos ante un fenómeno de acting out; la situación inversa es igualmente instructiva. Examinaremos en este capítulo aquello que diferencia entre sí a manifestaciones conductales de similar apariencia pero de distinta estructura. Esto nos llevará a indagar las razones por las cuales el proceso adolescente tiende a promover y favorecer el mecanismo de la actuación como recurso homeostático. Consecuencia de tales exploraciones será que nos preguntaremos, finalmente, si la formulación tradicional del concepto de ac• Publicado originalmente en ]ournal of the American Academy of Child Psychíatry, vol. 2, págs. 118-36, 1963.
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tuación es demasiado estrecha para dar cabida a los fenómenos adolescentes correspondientes, y si es menester ampliar el concepto usual a fin de volverlo más útil en la clínica.
Reseña histórica del concepto de actuación Debemos distinguir en este concepto tres aspectos: uno es la predisposición a la actuación; otro, su manij~tación en l~ conducta· un tercero, la función que cumple dwho mecamsmo. Entre' estos aspectos no hay en absoluto una relación incondicional. Por ejemplo, la actuación puede producirse sin que exista una predisposición particularmente intensa, ~omo qu~da ilustrado de manera notoria durante la adolescencia. Este hpo de comportamiento puede obedecer, en~onces, a una c~r~cte rística estructural del yo, o bien ser estimulado y precipitado por una circunstancia vital aguda -una experiencia terapéutica o un fenómeno madurativo como la pubertad o la adolescencia-. Es posible hablar de un aspecto latente y de un .aspecto manifiesto de la actuación, y, además, de una actuación transitoria o consuetudinaria. La predisposición a la actuación fue formulada por Fenichel (1945), quien se refiere a la "disposición aloplástica" que se presenta como una vinculación singular de la persona actuante con el mundo exterior. El individuo vivencia como externos tanto a su adversario en el conflicto como a la fuente de su poder estabilizador; a su vez, esta percepción hace que se mantenga en un estado de permanente y excesiva dependencia respecto del mundo exterior. Fenichel al.ude, a~emás, a la m~da lidad oral de impetuosidad y urgencta, las mtensas necesidades narcisistas concomitantes y la intolerancia a la tensión. Menciona, asimismo, algo no menos importante: los traumas tempranos como requisitos genéticos previos de la actuación. No hay duda de que los traumas tempranos son un prerrequisito de la actuación, pero esta sólo adquiere su singular ca~ rácter merced a la superposición de este factor con otros elementos predisponentes específicos. Uno recibe la impresión de que el acting out se parece poco a esos partic~l~res e~peños por dominar tardíamente un trauma en pequenas dos~s mediante la repetición. Por su propia naturaleza, la actuación ha anulado la capacidad de dominio convirtiéndola en un acto de evitación. Un aspecto privativo de la actuación la distingue de la compulsión de repetición propia de la neurosis, a saber: en ella es defectuosa la formación de símbolos mediante la cual, normalmente la acción es remplazada o postergada a través del ensayo en ~1 pensamiento y en la fantasía. Si la memoria no
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logra estructurarse firme y claramente gracias a la adquisición de símbolos léxicos, se carecerá de una organización viable del recuerdo para evalua~ la realidad presénte con fines adaptativos. En tales condiciones, las modalidades preverbales de resolución de p~o?lem~s y de comunic~ción (la fantasía y la acción) serán los umcos mstrumentos disponibles para llegar a un arreglo .con u? !?asado que sigue siendo apremiante, o sea, que no ha sido asimtlado. Fenichel afirma, en este sentido, que la actuación es una forma especial del recuerdo; podemos referirnos a esto como la función de la actuación. Greenacre (1950), entre otros, ha investigado más concretamente los factores predisponentes que tornan a la actuación el mecanismo preferido para reducir la tensión. Alude a tres factores que tienen un vínculo genético específico con la actuación: 1) "una especial insistencia en la sensibilización visual, que genera una inclinación por la dramatización"; 2) "una creencia, en gran medida inconciente, en el efecto mágico de la acción"; 3) "una distorsión en el nexo de la acción con el lenguaje y con el pensamiento ver balizado" (pág. 227). Esta última perturbación tiene lugar en el segundo año de vida,, y debe entendérsela como una fusión defectuosa, en el uso lingüístico, entre la cosa denotada y la emoción que se asocia a ella. En esas circunstancias, la función del lenguaje se ha descarriado, y junto a él sigue operando, como forma de comunicación y de resolución de problemas, el lenguaje de la acción propio de etapas anteriores. Al contemplar la actuación con esta perspectiva, vemos que esta forma de expresión es un mecanismo estructurado de un alto grado de organización. Esto contrasta con el proceso de descarga, más primitivo, que caracteriza a la conducta impulsiva, a la cual volveremos a referirnos en nuestro subsiguiente examen. Del resumen precedente se infiere que en el individuo actuante el sentido de relitlidad es escaso e impreciso; fácilmente forja identificaciones transitorias y cumple roles. Con frecuencia esta facilidad para modificar su self resulta llamativa; CarroiÍ (1954) atribuye esta disposición a una rica vida de fantasía autónoma y aislada, que no concede transacción alguna con l~ realidad. Los adolescentes de este tipo afirman que sus fantasías son más reales que cualquier cosa del mundo exterior. En consecuencia, aceptan a este último sólo en la medida en que da crédito a su realidad interna, y lo atacan o se apartan de él tan pronto como la indispensable gratificación que les ofrece deja de estar en inmediata y perfecta armonía con la tensión de necesidad que ellos vivencian. Esta condición es típica del dro· · gadicto adolescente. Aclaremos el distingo entre los factores predisponentes de la actuación y la función de la actuación examinando esta última
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por separado. Freud empleó originalmente el término "actuar" en su historial del caso de "Dora", la primera adolescente sometida a un psicoanálisis. En el "Epílogo", al referirse al abandono qtre ella hizo del tratamiento, dice: "De tal modo, actuó un fragmento esencial de sus recuerdos y fantasías, en lugar de reproducirlo en la cura" (Freud, 1905a, pág. 119). Así se vengó del hombre que, según ella, la había engañado y abandonado. Vemos en esta actuación la satisfacción de un deseo hostil de venganza. El mecanismo de defensa operante en esta actuación que puso prematuro término al tratamiento de Dora fue el desplazamiento. ·Más adelante, Freud utilizó el término "actuación" en un trabajo sobre técnica psicoanalítica (1914a), aplicándolo a la situación analítica, en especial a la trasferencia y la resistencia: "Hemos aprendido que el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la resistencia( ... ] mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido el recordar por el actuar (repetir). [ ... ] Pronto advertimos que la trasferencia misma es sólo un fragmento de repetición, y que la repetición es una trasferencia del pasado olvidado, no sólo sobre el médico, sino sobre todos los restantes aspectos de la situación presente" (pág. 151). 'Estas inquietudes y formulaciones tienen como propósito esclarecer la situación analítica, y por ende deben ser tratadas por separado de la actuación en calidad de "síntoma", según se la llama -más bien sería un equivalente sintomático-, que trae a consulta a muchos adolescentes. En la situación terapéutica, es preciso mantener constante vigilancia para saber hasta qué punto puede y debe permitirse que la actuación siga su curso, o bien cuándo hay que frenarla urgentemente so pena de que afecte de manera adversa la vida del adolescente y eche por tierra la terapia. En general, puede enunciarse que la actuación trasferencia! o al servicio de la resistencia debe ser interpretada, o tornarla inocua de algún otro modo. No obstante, existen, como veremos, otras clases de actuación que no requieren interponer las mismas medidas, pues están al servicio de funciones diversas y no plantean peligro alguno para la alianza terapéutica. Jacobson (1957) ha mencionado una de esas otras funciones de la actuación. La resistencia contra el recuerdo materializada en la actuación constituye una forma de desmentida. "La actuación -dice Jacobson- parece estar regularmente vinculada a una inclinación por la desmentida" (pág. 91). Los pacientes de esta clase muestran de manera convincente que esta persistente desmentida conlleva una desfiguración de la realidad. La función de la actuación es la desmentida a través de la acción; en tales casos se aprecia con gran claridad el poder má-
gico de la acción y de los gestos. Tocamos aquí una característica. central del adolescente; este necesita desmentir su desvali~mento por ~edio de la acción, reafirmar con exageración su m~ependencia de la madre arcaica omnipotente, contrarrestar e~ Impulso regresivo hacia la pasividad recusando su dependencia de la realidad misma. Asistimos aquí a la megalomanía del adolescente que sostiene: "Nadie puede decirme a mí lo que tengo que hacer", confiando en la magia de la acción, a través de la cual espera gobernar su destino. Si logramos penetrar tras la fachada reparatoria de esa actitud desafiante, descubriremos fantasías que apenas se distinguen de la realidad, pues no ha.y entre aquellas y esta ninguna línea limítrofe estable. Los SUJe~os en quienes p~edominan estas condiciones "equiparan la reahdad de pensamiento con la realidad externa efectiva y sus deseos con el cumplimiento de esos deseos. ( ... ] De ahí 1~ dificultad de distinguir las fantas~as inconcientes de los recuerdos que se han vue~to .in.concie~tes" (Freud, 1911, pág. 225). En todos los mdividuos actuantes el sentido de la realidad se halla perturbado, pero lo que llama nuestra atención es el carácter de esa perturbación. Pronto descubrimos que nunca han renunciado a la realidad externa como fuente de satisfacción d~r~cta de sus necesidades. La observación de que para estos individuos la persona con relación a la cual se materializa su actuación cumple un papel escaso o nulo, de que cualquier persona es a tal ef~cto intercambiable por otra, no es sino una prueba más de que la actuación arraiga en una organización psíquica primitiva. Vemos en ella un uso autoerótico del mundo externo, qu~ está s~empre disponible para una gratificación ~om.entán~a e mmediata. Esta condición es opuesta a la grati~Icaciór_t onentada hacia el objeto. Una verdadera relación obJeta! exige reconocer y aceptar que la otra persona tiene intereses ~ropios, y sólo puede darse dentro de los límites de la transacción y l.a empatía. El individuo actuante, en cambio, se vuelca .h~cia el m~ndo externo como hacia un objeto parcial que ahvia su tensión. ·concebida en estos términos la actuac~ón es equivalente al autoerotismo. Anna Freud (1949) aludió a ello al so~tener que "la actuación de fantasías ( ... ] es, por ende, un retono de la masturbación fálica [ ... ] su sustituto y representante" (pág. 203). El mecanismo ~e la proyección desempeña un prominente papel. en la ac~uación y puede fácilmente encubrir un proceso psiq~lCO del hpo d~ un estado paranoide incipiente; esto es pa~t1eularmente váhdo para las actuaciones adolescentes. Si~mendo un~ ~rgumen~ación similar, Kanzer (l957b) afirma: u~a posesión inmediata del objeto Esta necesidad regresiva es probablemente más pnmana que la actividad motora que está a su servicio, aliviando por un lado la angustia de castra-
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ción y permitiendo recobrar, 'en un nivel más primit~vo, el temprano sentimiento de dominio resultante de la posesión del pecho" (pág. 667). En este sentido, la actuación tiene entonces una función reparatoria, ya que desmiente las frustrantes limitaciones de la realidad, declara que objeto y self son intrínsecamente una misma cosa, y demuestra su carácter concreto mediante la reafirmación repetida a través de la acción. En consecuencia, la actuación es siempre acorde con el yo. De hecho, cuando se aviene a reconocer un aspecto ajeno al yo., ya ha pasado al ámbito de la formación de síntoma o se ha convertido en un acto sintomático. Este cambio va acompañado de una declinación de las necesidades narcisistas y del surgimiento de relaciones objetales diferenciadas. Debemos mencionar aquí otra función más de la actuación, que tiene un importante cometido en la adolescencia .. Me ~e fiero a la necesidad del adolescente de establecer en elmtenor de su yo una continuidad temporal, continuidad que ya no puede mantenerse por delegación apelando a un argumento simple de esta índole: "Aun cuando yo no comprendo, o no recuerdo, o no conozco lo que aconteció realmente en el pasado, mis padres sí lo saben; por lo t~nto, nada habrá d~s~par~cido ni se habrá perdido en la medida en que yo contmue siendo parte de ellos". Sabemos que toda vez que los padres falsean, con sus palabras o sus acciones, la realidad de aquellos hechos de los que uno de los sentidos del niño fue testigo idóneo, este experimenta una perturbación de su sent~do de la re~lidad ~~e puede llevarlo, en la adolescencia, a un Impase críbco. ~Isb remos entonces a actuaciones de toda índole, con frecuencia de naturaleza asocial o antisocial, en su tentativa de restaurar su sentido de la realidad. Tales casos suelen corresponderse muy bien con un descubrimiento del pasado despojado de distorsiones. Me inclino a otorgar a este hecho poderosa significación; afirmo que la actuación al servicio del restablecimient? de la continuidad temporal del yo, o, más brevemente, al servicio del yo, no debe confundirse con la actuación en que priva~ las demandas instintivas y en que se procura restablecer la umdad con el objeto merced al control mágico del mundo externo. Esta última _propensión a la postre se consolidará en. la personalidad impulsiva o narcisista, en tanto que la actuación al servicio del yo tiende a estabilizarse en el carácter compul~iv~. ~n la práctica clínica con adolescentes, a menudo es difícil distmguir estos dos casos; esa diferenciació~ sólo ~uede hac~rse, ~on el correr del tiempo, gracias al uso sistemático de la situaCión terpéutica.
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La actuación como mecanismo específico de la fase durante la adolescencia Hemos examinado los diversos aspectos del concepto de actuación -su predisposición, manifestación y función- y hemos explicitado su complejidad. Ahora nos haremos esta ·pregunta: ¿Cuáles son las características peculiares del proceso adolescente que facilitan la actuación? Dicho de otro modo, ¿la actuación adolescente está determinada sólo. por factores predisponentes, o puede sostenerse que es, en el proceso adolescente, un mecanismo específico de la fase? ¿Podemos hablar de una "solicitación adolescente", en el sentido de una tendencia evolutiva a encontrar a mitad de camino ciertas predisposiciones que, en otros períodos del desarrollo, permanecían dormidas o eran menos notorias? En todo caso, la experiencia nos dice q~e la incidencia de la conducta de actuación aumenta agudamente cuando se aproxima la pubertad, y este hecho clínico reclama por sí solo una explicación. Como un camino hacia la comprensión de la proclividad adolescente a la actuación, exploraré aquellas características del desarrollo adolescente que acompañan la reestructuración psíquica y que, por definición, tienen un vínculo especial con la actuación. Este empeño no exige que volvamos a recorrer en nuestra exposición los largos e intrincados senderos de la adolescencia; ya l}e narrado esta historia con gran detalle en otro lugar (1962). En vez de ello, escogeré ciertas características de la adolescencia que tienen directa conexión con el tema de la actuación. En líneas generáles, podemos decir que el proceso adolescente se inicia con una desinvestidura de los objetos de amor primarios, recorre luego una fase de aumento del narcisismo y el autoerotismo, y alcanza por último la etapa del h._allazgo de objeto heterosexual. Estos cambios en la organización pulsional son paralelos a otras variaciones en los intereses y actitudes del yo, que alcanzan estabilidad estructural en el período de consolidación de la adolescencia tardía. La desvinculación de las instituciones psíquicas respecto de la influencia de los progenitores, que las· generó, constituye un esfuerzo fundamental del yo adolescente; a la inversa, este logro facilita la formación definitiva del self. Esta desvinculación de los objetos de amor y odio interiori?:ados va acompañada de un profundo sentimiento de pérdida y de aislamiento, de un grave empobrecimiento del yo, que explica el frenético vuelco del adolescente hacia el mundo externo, la estimulación sensorial y la acción. Si se vuelve tan vehementemente hacia la rellidad, es porque corre el peligro constante de perderla. El extendido proceso de desplazamiento
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objeta! abre el camino a la repetición de facetas esenciales del pasado en relación con la situación actual o el ambiente inmediato. Mientras duran estas acciones de rompimiento se evidencia un sorprendente deterioro del examen de realidad -a menudo sólo selectivo-. El mun9,o externo se le aparece al adolescente, al menos en ciertos aspectos, como la imagen especular de su realidad interna, con sus conflictos, amenazas y reconfortantes seguridades; por consiguiente, vivencia sumariamente su mundo interno como externo. Todo adolescente es re~orrido, aunque sea tan sólo por breves momentos, por ideaciOnes paranoides. El examen de realidad, tan francamente defectuoso durante este proceso, se restaurará una vez que se produzca el vuelco hacia los objetos de amor no incestuosos y se haya concedido un lugar a la pregenitalidad como placer previo. Junto a esta diferenciación de las pulsiones hay un reordenamiento de la jerarquía de jntereses y actitudes yoicos. La proclividad a la acción es uno de los rasgos más notables de la adolescencia; en este fenómeno se reconoce la confluencia de diversas tendencias. Una es la antítesis de actividad y pasividad rhacer a los demás" y ·"que los demás le hagan a uno"), que tiene un papel predominante en la adolescencia 'temprana, cuando el impulso regresivo hacia la madre fálica (preedípica) activa y la identificación con ella confieren una especial fisonomía a la organización pulsional del varón y la niña. La acción y el movimiento son valorados en sí mismos, no necesariamente como conductas dirigidas hacia una meta sino más bien como un medio de resistir el impulso regresivo hacia la madre cuidadora activa, y de escapar al sometimiento a la pasividad primordial. En esta constelación, la acción asume, pues, el carácte~ de un ademán mágico: evita el mal (la castración), desmiente los deseos pasivos y reafirma el control delirante de la realidad. Esta tendencia, sumada al aislamiento narcisista, compone la conocida inclinación megalomaníaca del adolescente, quien usa al mundo externo para su engrandecimiento de igual modo que el niño usa al progenitor para la gratificación de sus necesidades narcisistas. En ambos casos, parece haber afuera una provisión de inagotable riqueza -aunque sólo sea imaginaria, vale decir, deseada- y todolo que resta hacer es mantener el aflujo permanente al self de estos suministros narcisistas. El cuadro del proceso adolescente no estaría completo si no prestáramos atención a otra tendencia gerteral. Dicho proceso evoluciona, desde luego, a partir de los estadios precedentes de desarrollo, que nunca se atraviesan sin que queden huellas de los traumas y si~ que haya detenciones por fijación, sensibilización hacia modalidades escogidas de gratificación y lagunas en la continuidad del yo. Sólo se consuma el proceso adolescente
cuando se llega a una síntesis del pasado, el presente y el entrevisto futuro. La piedra de toque de esta síntesis es la integración de las organizaciones yoica y pulsional. Desde el punto de vista psicológico, entonces, el proceso constituye un permanente afán por armonizar el pasado con el estadio final de la niñez, o sea, con la adolescencia. ¿Es acaso sorprendente que la actuación sea una de las formas del recuerdo? En un sentido muy real, ella puede estar al servicio del desarrollo progresivo. Nos referimos a la experimentación adolescente que domina la escena antes de que el ensayo en el pensamiento y la escenificación en la fantasía la tornen prescindible. Al hacer esta enumeración selectiva de características de la adolescencia, ha sido mi propósito destacar que el proceso adolescente contiene condiciones psicológicas que hemos llegado a considerar típicas para que se produzca la actuación. No ha de llamarnos la atención, pues, comprobar que en la adolescencia esta es un fenómeno casi universal. Esta conducta típica de acting out es habitualmente pasajera, benigna, y está al servicio del desarrollo progresivo; no obstante, cualquiera de los aspectos del proceso que hemos enumerado pueden conducir a un impase, un fracaso, una detención. En tal caso el mecanismo de la actuación, propio de la fase, ha pasado a ser una condición patológica permanente; dependerá de los factores predisponentes que ella esté signada por un acting out continuo o que se trasfot:.me en una neurosis o alguna otra enfermedad. El universal y transitorio predominio de la actuación en la. adolescencia no puede nunca, por sí solo, convertirse en una conducta de actuación permanente. Creo que la adolescencia brinda una buena oportunidad para el tratamiento de las propensiones a la actuación, que hasta cierto punto representan siempre medidas específicas de la fase en el empeño por hacer frente a las realidades efectivas del crecimiento. Estas realidades efectivas giran en torno de la pérdida y el hallazgo de objeto, que se entremezclan en el proceso de establecer relaciones objetales maduras, y en torno del recuerdo -no necesariament~ conciente- y el olvido, que se entremezclan en el proceso de síntesis del yo. La tensión dialéctica entre estos opuestos se resuelve, en la adolescencia tardía, por la consolidación definitiva del self. A esta situación humana resumida en la adolescencia el escritor James Baldwin (1956) la ha descrito con las siguientes palabras: "O bien esto, o bien aquello: se necesita fuerza para recordar y otro tipo de fuerza para olvidar, y se necesita ser un héroe para hacer ambas cosas. Las personas que recuerdan se exponen a la locura por el do~ lor de la perpetuada muerte de su inocencia; las que olvidan, se exponen a otra clase de locura, la de la negación del dolor y el odio de la inocencia; y el mundo se divide en su mayor parte
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entre locos que recuerdan y locos que olvidan. Los héroes son infrecuentes" (pág. 37). -
Frank, un muchacho de diecinueve años que se hallaba en su adolescencia tardía, no logró aprobar el primer año de estudios ~niversitarios y una vez que dejó la facultad se sintió perdido, s~n saber qué hacer. Comenzó a andar a la deriva, sumido en un le~argo.' con ~end~ncia a entregarse a fantasías sentimentales y a Imagmar histonas. Abrumado por la incertidumbre y la confusión, era incapaz de hacer planes para su futuro. .Frank era hijo adoptivo. Sus padres eran intelectuales prommentes y de destacada posición social. Criaron al niño en la
atmósfera de un hogar culto, medio al cual él se adaptó bien. A lo largo de la escuela primaria y secundaria había sido un buen alumno, dinámico en los deportes y en las actividades escolares, que mantenía con naturalidad buenas relaciones sociales y era querido por sus maestros y sus compañeros. Teniendo en cuenta esta historia, su fracaso en el ámbito universitario asumía las características de un giro inexplicable de los acontecimientos. Al dejar la facultad inició la psicoterapia. Tuvo varios empleos de oficina hasta que repentinamente decidió convertirse en un obrero. Yo sentí que esta urgencia.por realizar un trabajo manual era tan elemental que compartí con simpatía este radical apartamiento de sú vida acostumbrada. Decidí esperar y ver. Frank se sentía sumamente feliz en su nuevo trabajo y se llevaba bien con sus compañeros. Pronto resolvió dejar el cómodo hogar de su familia y trasladarse a la casa de uno de ellos en un barrio sórdido de una gran ciudad. Disfrutaba profundamente de los placeres simples y las poco sofisticadas inquietudes de su nuevo medio. En esta conducta era evidente el rasgo de la actuación. Durante la época en que residió allí, fue posible penetrar en su amnesia infantil y traer a la conciencia recuerdos cruciales. Facilitó este paso su familiaridad realista con el nuevo medio y los vínculos. asociativos entre su experiencia presente y su pasado. Al cambiar de entorno, siguió el impulso inexorable hacia el lazo objeta! infantil con los padres adoptivos de su niñez temprana -había vivido en el seno de una familia de clase obrera hasta ser adoptado, cuando tenía dos años-. La realidad primera de su vida revivió en la adolescencia tardía y, luego de haber sido desencadenada por el recuerdo en la acción, se hizo conciente en la terapia. Frank pudo rememorar hechos de su niñez temprana, así como revivenciar afectos que había sentido hacia sus padres adoptivos. La actuación, como forma especial de recuerdo, fue trasladada a la rememoración verbalizada de su. pasado. A esto siguió una gradual desvinculación de sus tempranos objetos amorosos; podía ahora enamorarse y hallar un objeto fuera de su familia, como ocurre en la adolescencia propiamente dicha. Tan pronto pudo prescindirse de esa revivencia del pasado, Frank retornó con sus padres adoptivos. Liberado del impulso regresivo hacia su medio original, respecto del cual su separación había sido traumática, retomó los estudios universitarios, llegó a doctorarse y a sobresalir tanto como sus padres por su capacidad intelectual. Este caso nos invita a hacer algunos comentarios. Ante todo, debe destacarse que ·no hubo acting out en la etapa que precedió a su crisis de la adolescencia tardía, ni en los ocho años que la sucedieron. Si bien él había hablado ya en terapia acerca de
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Material clínico La presentación de material clínico relativo a ciertos adolescentes actuantes cumple dos finalidades. Por un lado, ese material ofrece ~":idencia~ concretas de acting out, al par que demuestra la difiCultad mtrínseca de subordinar cómodamente los datos al concepto corriente de actuación.' Nos vemos ante ·un dilema: o ampliamos el concepto, o adscribimos ciertos hech.os clínicos a otras categorías. Hay una tercera posibilidad: considerar la actuación como un mecanismo transitorio típico del p~oce~o adolescente, que debe su prominencia al pasajero d~bll~tamwnto de las !u_erzas inhibidoras y represivas, y, por anadi~ura, al predommiO de las posiciones libidinales y yoicas regresivas. Los casos de actuación adolescente al servicio de la gratificación pulsional son bien conocidos; típica de esta clase es la seudoheterosexualidad d~ la muchacha, que tanto puede ser un r~torno a la madr~ preedípica por la vía de una pareja sustitutiva como una acción vengativa y rencorosa dirigida contra la madre ed~pica. En el capítulo 11 he descrito ya esta categoría de actuación que está al servicio de la grati~icación pulsional. Por lo demás, estamos bien familiarizados con aquellos casos en que el adolescente actúa los deseos inconcientes del progenitor. Por contraposición con esto, he escogido material clínico que no pertenece a ninguna de estas categorías y al cual se le ha prestado escasa atención en la bibliografía. Los casos que siguen ejemplifican la actuación ádolescente al servicio del desar!ollo progresivo, o, más concretamente, al servicio de la síntesis del yo.
Frank, el obrero
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su pasado, conocía sus antecedentes y recordaba algunas circunstancias de sus primeros años de vida, el componente afectivo de sus recuerdos sólo. vino a la conciencia gracias a la reproducción de su historia temprana. Parecería que el proceso de consolidación que tiene lugar en la adolescencia tardía se ve obstaculizado, demorado o de hecho abortado toda vez que recuerdos decisivos no integrados permanecen disociados en forma permanente y resisten la represión. Esta situación, por sf sola, impide la creación de una continuidad temporal en el interior del yo. Si esto no se logra en la adolescencia tardía, la separación respecto de las primitivas relaciones objetales resulta apenas parcial. Si el proceso adolescente -el segundo proceso de individuación- no tiene un decurso normal, a menudo se lo simula frenéticamente mediante una reparación en la fantasía o un decidido retorno a los comienzos propios. Y estos empeños, como en el caso de Frank. llevan con frecuencia el sello de la actuación. Este adolescent~ no podía ir haciaadelante sin antes tomar contacto con su pasado traumático no asimilado, en un intento desesperado por integrarlo a él. Su acting out estaba al servicio del desarrollo progresivo. Esto nos trae a la memoria al gígante Anteo, 'hijo de Poseidón y de Gea, la Tierra; Anteo era invencible porque cada vez que en el combate sufría una caída, se levantaba con mayor fuerza aún a causa de haber tocado a la tierra, su madre. Hércules lo derrotó alzándolo en vilo y estrangulándolo en el aire. Pudo así quebrar el contacto del gigante con su origen, la fuente de su poder.
Carl, el criminal
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Todos conocemos casos de adolescentes cuyo acting out se relaciona con un mito familiar, entendiendo por ello una deliberada desfiguración de los hechos concernientes a la historia de la familia. Este tipo de casos, en los que se presentan como sintomas fundamentales la confusión de la identidad o la conducta impostora o delictiva, difieren radicalmente, en cuanto a su estructura, de aquellos casos de delincuencia en que el mundo externo es distorsionado por la proyección de conflictos intrapsíquicos. En ambos casos, un suceso, intrapsíquico se vivencia como externo, pero con la decisiva diferencia de que en el primero el mundo externo es distorsionado por figuras autoritativas del ambiente -quienes en su carácter de custodios de la realidad tienen la misión de interpretar para el niño el mundo fenoménico y causal-, mientras que en el segundo el propio niño desfigura la realidad para la satisfacción de sus pulsiones o la evitación de la angnstia. En un caso, la desviación adolescente opera al servicio .de la rectificación de una mentira o un
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mito; en el otro, se crea una mentira o un mito a fin de acomodar la realidad a los propios temores y necesidades. Para ilustrar estas puntualizaciones, expondré el caso de Carl, un muchacho de quince añO& que fue traído a tratamiento por un pariente preocupado por sus tendencias delictivas. Los síntomas presentados eran hurtos, falsificaciones de documentos, ausencias injustificadas a la escuela, mentiras recurrentes. Estas cuatro infracciones eran ejecutadas por Carl de un modo que instaba a que se lo descubriera. La urgencia pulsional de su conducta, junto 'con su sentimiento de que la carrera criminal era su sinó, daban a sus actos delictivos la particular fisonomía de una actuación. La conducta delictiva de Carl comenzó a partir de su pubertad. Gracias a la información que me proporcionó el mencionado pariente, pude conocer el mito familiar. Según su relato, la madre les había dicho a Carl y a su hermano mayor, que le llevaba tres años, que el padre de ellos había muerto. Se habían divorciado cuando Carl contaba tres años y medio, y do~ años más tarde, durante los cuales los niños no vieron nunca a su padre, este fue acusado de malversación de fondos y enviado a la cárcel. Según la m.adre, había muérto en prisión dejándola viuda. Los niños, que a la sazón tenían seis y nueve años, respectivamente, aceptaron tal noticia sin formular preguntas y de ahí en más se condujeron como si fuera cierta. Nadie hablaba del padre mperto en el hogar, salvo para comparar la "pequeña mente torcida" de Carl con la de aquel. La verdad es que el padre no estaba muerto: atacado de una afección psicótica que se tornó crónica y que lo volvió ingobernable, debió ser trasladado a un hospital carcelario para enfermos mentales delincuentes. Cuando Carl inició el tratamiento su padre ya había sido internado allí. Ante mi indagatoria, el muchacho no pareció extrañarse de ignorar si su padre tenía personas allegadas, así como la fecha o causa de su muerte, el lugar en que había sido sepultado, o aun las circunstancias en que cometió el desfalco o las razones por las cuales se había divorciado de su madre. No debe sorprendernos que el chicQ se lamentara de su llamativa incapacidad para estudiar historia, porque era incapaz de retener fechas, nombres y lugares. A fin de desembarazarse de una impenetrable confusión, Carl insistía en que su padre había muerto poco después de nacer él, y que jamás lo había conocido: In-concientemente, obedecía el mandato tácito de su madre, como se traslució en un incidente que más tarde recordó durante el tratamiento: "Un día vino un tío mío a casa, cortó la figura de mi padre de todas las fotografías de la familia y lo eliminó del álbum". Luego pudo confirmarse que este recuerdo era correcto.
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La actuación de Carl funcionaba como una tentativa de mantener viva la memoria de su padre, como una vindicación del "padre bueno" y una extensión de la continuidad temporal del yo hacia las oscuras regiones de sus primeros años de vida. La imagen del padre le era esencial para afianzarse en la realidad y protegerse de talantes depresivos. Además, sólo le era posible mantener su sentido de la realidad desmintiendo con su acción las imputaciones de irrealidad que la madre hacía a las percepciones del niño y a las huellas que guardaba de estas en su memoria. Todo cuanto Carl recordaba de su niñez temprana era prohibido, en especial sus sentimientos positivos y afectuosos hacia el padre. Habían sido extinguidos como recuerdos concientes por la madre mediante el mismo arrebato de ira y venganza con el que est3: había "matado" al padre. La adolescencia de Carl se vio fatalmente amenazada por su sometimiento a la madre-hechicera arcaica, sometimiento que implicaba el abandono de la imagen del padre, con la cual en esa etapa él tenía que llegar a un arreglo (en lo positivo y en lo negativo) a través de la identificación y la contraidentificación. Era obvio que para que ~mainara el aspecto delictivo de la actuación era menester desenterrar al padre muerto y revivir y rectificar el pasado. La proclividad a la actuación probó ser sólo en parte reversible; no obstante, la terapia logró evitar que esta tendencia fuera utilizada para generar el ineludible destino de convertirse en un criminal. Carl visitó a su padre en el hospital carcelario, y a partir de entonces se interesó apasionadamente por él. Quería enviarle dinero para que pudiera vestirse decentemente y para que su vida fuera más fácil. Conjeturó que el mutismo de su padre obedecía a que estaba enojado porque nadie lo visitó nunca ni se preocupó por él. Poco a poco fue dándose cuenta de hasta qué punto echaba de menos a su padre, y qe que se conducía con los hombres mayores como si fuesen padres capaces de interesatse por él. En esos momentos esperaba imperiosamente que el ambiente reparase la falta que había cometido con él al negarle la legítima posesión de su propio padre. Debe mencionarse un factor que complicaba este caso, ya que él contribuía a la actuación, en especial a los robos: Carl tenía un testículo no descendido. Esta afección, antes ignorada, fue corregida guirúrgicamente en las primeras épocas del tratamiento. Por desgracia, la operación sólo cumplió una finalidad cosmética, ya que el testículo había dejado de funcionar. Carl, quien había hecho sus propias observaciones en cuanto al tamaño comparativo y las sensaciones provenientes de sus testículos, fue informado sobre el verdadero estado de cosas. Antes de que se le esclareciera esta situación genital, sus hurtos contenían un elemento cleptomaniaco: e~:an un intento
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mágico de restaurar su integridad genital. A través de los hurtos -de ropa~ masculinas, predominantemente-, él recuperaba de manera simbólica su masculinidad y, a la inversa, se defendía contra sus impulsos femeninos, o sea, contra la homosexualidad. Como siempre ocurre en los casos en que un mito familiar cumple un papel patógeno, la rectificación del mito apenas sorprende al paciente. Así sucedió con Carl: las partes del rompecabezas, que él siempre había conocido en fragmentos disociados, fueron acomodadas de manera gradual y laboriosa dentro de una totalidad coherente y significativa. Carl rememoró el "departamento de lujo" en que viviera cuando su familia era rica, y reconoció en su deseo de llevar una vida dispendiosa el persistente recuerdo de aquellas épocas. En cierta oportunidad «::stuvo a punto de reincidir en sus robos porque necesitaba dinero para alquilar un Cadillac con chofer a fin de pasar una velada con su novia; recordó entonces que su padre había conducido un Cadillac en compañía de e){trañas chicas y mujeres. Después del divorcio, su padre acostumbraba sacarlo a pasear en un gran automóvil. El invencible deseo de Carl de vestir ostentosamente lo llevaba con frecuencia a robar dinero ? ~opas, hasta que admitió que en su conducta se reflejaba la Imagen ?el padre, que era un meticuloso petimetre. Tras sucumbir a otro episodio de hurtos, expliéó al terapeuta que se sentía inevitablemente com_pelido a gastar dinero en su novia. Fragmentos de recuerdos y de conversaciones escuchadas al pasar confluyeron en la rememoración de que su padre era un derro¡;hador dispendioso y que le gustaba divertirse con coristas. En las caras porcelanas, cristales y antigüedades que había. en su casa comenzó a ver las señales tangibles de un pasado que revivía y narraba su historia. En el caso de Carl, la actuación era muy a menudo seguida de la rememoración y la vivencia de particulares estados afectivos y sensibles. El efecto acumulado de este proceso cíclico se notó en su novedosa capacidad para recurrir a la acción de ensayo en el pensamiento y la fantasía, así como para exteriorizar verbalmente sus ideas cada vez que surgía el apremio de actuar. Esta alertada toma de conciencia atestiguaba el imperio del yo autoobservador (introspectivo), que a su v~z fortalecía tanto el proceso secundario de pensamiento como el examen de realidad. La actuación, como tentativa inadaptada de establecer la continuidad temporal en su yo, perdió gradualmente su verdadero carácter y puso al desnudo los puntos de fijación del desarrollo pulsional y yoico. Pasaron entonces a ocupar el centro del cuadro clínico la formación de síntomas y la naturaleza defensiva de la acción. Las tendencias pasivas de Carl, jntensificadas por su defecto genital, eran sobrecompensadas me-
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. diante la acción; esta, per se, había sido equiparada a una reafirmación de la masculinidad. Entramos aquí en una segunda fase de este caso de actuación, que va más allá de lo que en este momento nos interesa) La actuación y rememoración de Carl evocan la imagen que nos ha entregado Proust (en su carta a Antoine Bibesco, de noviembre de 1912), de su redescubrimiento de "años, jardines, personas olvidadas, en un sorbo de té donde encontró restos de un bizcochuelo francés". La actuación establece, pues, esa particular congruencia vivencia! por la cual la realidad presente ofrece un eslabón hacia el pasado traumático; en ec;te sentido, la actuación es un proceso reparatorio aloplástico inadaptado. El hecho de que constituya una operación psíquica organizada la distingue claramente de la acción impulsiva típica de los trastornos impulsivos. Esta se caracteriza, no por una pauta organizada, sino por un mecanismo primitivo de descarga de la tensión, al que J.J. Michaels ha denominado "actuación primaria" (en Kanser, 1957a).
dos factores. Pri~ero, tenemos que considerar el hecho de que con el aumento cuantitativo de la presión instintiva a causa de la pubertad, se reviven regresivamente posiciones pulsionales anteriores y sus concomitantes posiciones yoicas. Vuelve a discernirse en la adolescencia la más antigua antítesis de la vida del individuo, la que existe entre la actividad y la pasividad. La posición activa primitiva que surgió por ídentificación con la madre fálica (activa) preedípica se constituye, en especial en las etapas iniciales de la adolescencia, en una fortaleza defensiva contra la regresión a la pasividad primordial. Este procedimiento de defensa contra la pasividad se torna notorio en la adolescencia en desinhibidas e inadecuadas actividades de autoafirmación. En segundo lugar, tanto la deslibidinización de los objetos de amor infantiles durante la adolescencia propiamente dicha, como el aumento del narcisismo durante la adolescencia temprana, dan por resultado un empobrecimiento del yo. La amenaza de pérdida del yo que este procéso conlleva es contrarrestada por un enérgico vuelco hacia el mundo externo. La realidad exterior ofrece un punto de afianzamiento reparatorio antes de reestablecer relaciones de objeto estables. Las dos fuentes mencionadas contribuyen a la lisa y llana necesidad de.acción tan típica del adolescente. Por supuesto, nos resultan igualmente familiares sus estados de inercia, de letargo y de aversióq a toda actividad, que no hacen sino realzar el carácter defensivo que tiene la actividad en la secuencia cíclica de estos estados. Por contraste con la típica irrupción adolescente de mociones pulsionales sexuales y agresivas, vemos que la actuación es un mecanismo estructurado y organizado. · La auténtica actuación adolescente implica una fijación a la fase de la preadolescencia o de la adolescencia temprana. Estas dos. fases se singularizan por un fuerte impulso regresivo, una reanimación de la pregenitalidad, un incremento del narcisismo y el mantenimiento de una identidad bisexual. Huelga decir que estas condiciones gravitan de manera adversa en la relación del yo con la realidad. Esta predispos:K:!ón latente asumirá llamativas proporciones bajo el impacto la pubertad toda vez que exista antes de la adolescencia un defe oso sentido de la realidad, así como la necesidad que experim ta el sujeto de sentirse una misma cosa con el objeto (o sea, con el mundo externo). El hecho de que los dos casos de actuación al servic\o de la síntesis yoica sobre los cuales he informado tengan en común la pérdida de un objeto significativo de la niñez temprana sugiere que casos análogos podrían tener una etiología similar. Cuando se evidencia una actuación, suponemos que opera, no un mero procedimiento de descarga de necesidades instinti-
Discusión y conclusiones Repasemos una vez más la situación del adolescente. Su proclividad a la acción es obvia; además, en el tratamiento de algunos adolescentes actuantes se pone de manifiesto que el acting out no es un elemento integrante de la personalidad, sino que, una vez superado, no deja ulteriores huellas en el comportamiento del adulto. En otros casos, prueba ser una reacción habitual frente a la tensión, revelando así su componente de predisposición. La actuación no puede considerarse en sí misma un obstáculo insuperable para el tratamiento de adolescentes, ya que su forma auténtica constituye un mecanismo especí. fico de la fase dentro del proceso adolescente. Como señalé al comienzo de este capítulo, entiendo que la proclividad del adolescente a la acción está determinada por
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1 Me fue conced\do, de manera fortuita, un segiiimiento del caso de Carl, quien vino a ve¡me diez años más tarde, cuando ciertos asuntos comerciales y amorosos lo pusieron frente a "grandes decisio~es". Lo vi tres v~ en esta época. Bastará decir que: l) No encontré rastro alguno de conducta actuante o delictiva; 2) tras un período de fluctuaciones, se centró en una actividad profesional con espíritu de iniciativa, ambición y un grado apreciable de sensatez; 3) si bien sus relaciones objetales eran superficiales, evidonciaban preocupación por los demás y responsabilidad; pudo entablar vínculos de cierta duración (aunque no permanentes) con varias mujeres; 4) se mantuvo en contacto con su padre a través de l¡¡s autoridades de la prisión en que estaba internado, y también de manera personal; y siguió contribuyendo en lo que, a su juicio, podía hacer más llevadera la vida de aquel.
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, vas, sino un mecanismo organizado. Esta organización por nosotros postulada aparece, en sus manifestaciones clínicas conoci~as, bajo tres for~as dis~intas: 1) la repetición por desplaza~~ento ~e una relac1?n O?Jetal anterior y de su modalidad grahfiCatona; 2) la achvac1ón de una fantasía y su exteriorización en el ambiente, en cuyo caso la actuación es un equivalente del autoerotismo; 3) el empeño por restaurar el sentido de la realidad reafirmando, a través de la acción, recuerdos desmentidos, prohibidos o distorsionados por el ambiente durante la infancia del sujeto. A esto último lo denomino "actuación al servicio de la síntesis del yo". En su carácter de mecanismo regulador de la tensión, el acting out protege al organismo psíquico contra la angustia conflictiva: el-conflicto se plantea exclusivamente entre el yo y el mundo externo. Por otro lado, la actuación al servicio de la síntesis del yo o de su continuidad tt)mporallo protege de la ang~stia provenie~te de una estructura fallida o en desintegración. La angustia estructural surge como consecuencia de las lagunas del yo, o toda vez que, durante la adolescencia el sentido de la realidad corre peligro de hacerse trizas. En ~te período ya deja de ser conveniente, o siquiera tolerable, la fortaleza o la reparación yoica derivadas de una dependencia continua del progenitor; en caso contrario, el desarrollo progresivo puede ser por completo abandonado, y asistiríamos a una adolescencia abortada. Si bien la actuación es por lo general aloplástica e inadaptada, las distinciones aquí sugeridas parecen esenciales para un abordaje terapéutico diferencial. En los casos en que ella constituye un intento de revivir mediante su desplazamiento al mundo exterior, relaciones objetales o gratificaciones pulsionales parcialmente abandonadas, el tratamiento se ha de centrar al principio en una creciente tolerancia a la tensión, en la interiorización y en una diferenciación más clara entre yo y realidad, entre self y objeto. Por consiguiente, esta fase de laterapia tiene como objetivo estab1ecer una organización yoica capaz de asimilar la segunda fase, la interpretativa y reconstructiva. En los casos de actuación al servicio de la síntesis yoica, el tratamiento comienza por la reconstrucción del pasado traumático disociado y luego asiste al yo en la tarea de dominar la angustia y asimilar los afectos subsiguientes a la ola de enfrentamientos con la verdad histórica. No obstante, rara vez se pueden clasificar con tanta nitidez como aquí los diversos tipos de acting out; por lo común vienen mezclados y requieren que la terapia maniobre haciendo hincapié en uno u otro. El problema de la actuación adolescente -su nítida diferenciación genética, dinámica y estructural- se ve ~scurec!ido _por diversas tendencias que forman parte del proceso adolescente.
Ya hemos visto que ella es resultado de la confluencia de facto~ res de predisposición, de manifestación evolutiva y de función. La propia índole del proceso suele empañar la clara demarcación del concepto dentro del cuadro clínico. Esta dificultad tiene como principal origen cuatro características de la adolescencia: la alternación de movimientos regresivos y progresivos, el papel del deSplazamiento en la desvinculación de los tempranos objetos de amor, el vuelco frenético hacia el mundo externo para compensar el empobrecimiento yoico, y los esfuerzos de,síntesis que constituyen el logro es~ructural de la adolescencia tardía. Aquí sólo hemos elucidado en parte la relación de estos factores con la actuación, pero se ha puesto de relieve su relevancia para el problema global. Además, hemos expuesto la conveniencia de reconsiderar el concepto corriente de actuación si se quiere dar cabida dentro de un marco conceptual amplio a los diversos fenómenos de la actuación adoles- · cente.
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13. La concreción adolescente* Contribución a la teoría de la delincuencia
";\legar aquello que es, es explicar aquello que no es". Homseau, La Souvelle lleloise.
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He escogido un tema de indagación que está muy distante del psicoanálisis como técnica terapéutica, y sin embargo se encuentra al mismo tiempo muy próximo al corazón y la mente de todos los que lo practican. Si contemplamos a las personas de toda edad cuyo mal desarrollo emocional les ha provocado una falta de armonía consigo mismas o con el ambiente que las rodea -falta de armonía causante, a su vez, de un tipo de padecimiento que inexorablemente sigue su curso en las generaciones sucesivas- y luego contemplamos nuestra especialización psicoanalítica, no podemos eludir la conclusión de que la gran mayoría de los afligidos por ese mal desarrollo emocional son inmunes a los beneficios derivados de la técnica psicoanalítica estándar -aún suponiendo la utopía de que el tratamiento analítico estuviera al alcance de todos-. No hay necesidad alguna de que las cosas permanezcan así, ya que el psicoanálisis, como psicología general, ha abierto de pronto muchas puertas nuevas, invitándonos a recorrer territorios que nadie ha pisádo todavía. El psicoanálisis ha reconocido siempre que la mudabilidad de la vida pulsional y adaptativa del ser humano tiene limitaciones, pero a la vez ha demostrado hasta qué punto los recursos que este posee permiten una trasformación de su personalidad. Corno analistas, vivimos y trabajamos concientes de los inalterables límites de la naturaleza humana; de hecho, la indagación de los alcances y flexibilidad de tales límites es la fi,nalidad de nuestra ciencia. Ella está dedicada a los asuntos humanos y a la facilitación de la autorrealización del individuo. El psicoanálisis ha adherido siempre con firmeza y pasión a la tradición humanista. Nada es para nosotros más valioso ni más merecedor de nuestros afanes que la armonizadora influencia ¡! i'
• Conferencia Herman Nunberg, pronunciada en la Academia de Medicina de NueYa York, 1969. Publicada originalmente en l. M. Marcus, ed., Currents in psychoanalysi.Y, Nueva York: International Universities Press, 1971, págs.
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que podemos ejercer en la vida del hombre a través de nuestra ciencia. La historia contemporánea nos urge a buscar medios racionales de intervención que moderen la destructividad y brutalidad del hombre para consigo mismo y sus semejantes. Cualquier aporte, por pequeño que sea, si amplía nuestro conocimiento de estas fuerzas ciegas, sus fuentes ontogenéticas y sus vías de trasformación, responde a una búsqueda de la comunidad. He elegido para su exploración analítica a un grupo de adolescentes blancos sentenciados por tribunales de menores a causa de sqs actividades delictivas. Los enigmas que estos casos presentan en cuanto a· su evaluación y rehabilitación han despertado hasta un alto grado mi curiosidad durante mucho tiempo. Luego de dedicarme por décadas al análisis de niños y de adolescentes, he vuelto, por así decir, a mis comienzos psicoanalíticos. El ejemplo de August Aichhorn, su obra en relación con los adolescentes y la formación personal que tuve el privilegio de recibir de él influyeron mucho en mi elección de profesión. Cumplo con un legado de esos primeros años de aprendizaje al explor~r ahora ciertos p~:oblemas clínicos de la delincuencia. Al ampliarse los conceptos explicativos y extendérselos hasta la etapa preedípica del desarrollo, fue surgiendo un modelo más complejo de la delincuencia. Hablamos ahora de múltiples "delincuencias", todas las cuales tienen corrio denominador común estas dos cáracterísticas: la participación -del sistema de aceión en la resolución de problemas y el uso del ambiente como ·regulador de la tensión. Ambos factores operan contra- la interiorización y los cambios dentro del self. El padecil"'!~ento emocional que mueve al neurótico a instrumentar un c~mbio interno constituye una experiencia totalmente ajena al delincuente. He llegado a la conclusión de que la actuación, sello distintivo de este grupo de adolescentes asociales, és una especie de conducta coll muchas subespecies distintas. Me he empeñado en estudiar las variedades identificables y en distinguirlas entre sí. Aquí me limitaré a una particular subespecie de conducta de acting out. Dentro de este limitado contexto, me centraré en los procesos de interiorización y de diferenciación yoica, cori especial. referencia a la función de la memoria y del lenguaje simbólico. Describiré las características de la subespecie de actuación que es el tema de este capítulo. En p:Fimer lugar, en ella el sistema de acción ha asumido, en grado significativo aunque limitado, una función yoica que normalmente corresponde al lenguaje simbólico. La conducta inadaptada impresiona al observador como una comunicación gestual cuyo contenido es a to-
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das luces ignorado por quien la emite. Soslayando el lenguaje como canal expresivo, parecería que para la exteriorización de las ideas, recuerdos, afectos o conflictos el sujeto sólo considera adecuadas las modalidades concretas de expresión. El principal vehículo de la comunicación es la. acción. No es una mera acción realizada al azar, pero tampoco es una acción voluntaria e intencional. Por analogía con la investidura de la atención como característica del pensamiento, podría decirse que la acción, tal como aquí la examinamos, es investida selectivamente en relación con ciertos afectos e intereses yoicos. La idiosincrásica y limitada ausencia de expresión simbólica por vía del lenguaje, con referencia a ciertas áreas escogidas y bien delimitadas de la vida anímica, impide su integración dentro de un funcionamiento psíquico superior y más complejo. En consecuencia, junto a un uso del lenguaje y a una capacidad de aprendizaje adecuados a la edad, sobreviven procesos anímicos prelógicos. Suponemos correctamente que el pensamiento mágico de la niñez temprana se continúa en la adolescencia. De esto se desprende que, siendo (en los casos aquí considerados) una comunicación gestual, la acción no expresa forzosamente enunciados inequívocos, compuestos de elementos separados, como puede discernirse en el pensamiento lógico verbalizado, sino que es una formación sincré~ica dotada de una irracionalidad implícita, que es ajena al uso comunicativo del lenguaje. Conocemos ese sincretismo a partir de los sueños en los que un individuo puede ser varias personas al mismo ~iem po, sin que surja en el soñante un sentimiento de irrealidad. Greenacre (1950) llamó nuestra atención hace mucho tiempo sobre un factor predisponente de la actuación, que consiste en "una distorsión en el vínculo entre la acción y el lenguaje y el . pensamiento verbalizado" (pág. 227). Como resultado de esta distorsión, cabe distinguir dos formas extremas: el concretismo mediado por la acción y el concretismo mediado por las imágenes eidéticas; el adolescente puede describir estas dos formas, siendo ambas inaccesibles a la interpretación verbal. He comprobado que la imaginación eidética, en particular la proveniente de sueños diurnos, prevalece más entre las niñas, en tanto que los muchachos recurren más prontamente a la acción. Ambas modalidades pueden constituir un equivalente del pensamiento verbalizado, del mismo modo que decimos que el pensamiento es un equivalente de la acción. Una adolescente a la que analicé me decía que ella tenía una imagen mental de cada uno de sus pensamientos y sentimientos. Por ejemplo, si tenía que hacer una difícil tarea escolar, podía evitarlo imaginando que montaba a caballo y galopaba a través de la pradera. Esta acción imaginaria es la tarea escolar; se podría decir que está escrita a lo largo de la
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fantasía de acción, la cual permite una resolución sincrética imaginaria sin que sea menester ninguna acción en la reali?ad. Las interpretaciones del concretismo de la acción o de las Imágenes eidéticas es ineficaz porque el pensamiento prelógico primitivo que está implícito en él revoca la comprensión de los elementos discontinuos del lenguaje gobernado por el proceso secundario. Sólo podemos saber si ha intervenido el principio de realidad cuando la concreción de las imágenes eidéticas se resuelve en un lenguaje figura! o metafórico, o, a la inversa, cuando el gesto corporal es remplazado por palabras. La irra~ cionalidad de las ideas con las que ciertos delincuentes justifican y defienden su comportamiento asocial posee ...ma fijeza e inmutabilidad que nos recuerdan a un sistema delirante, aunque no aparezca ningún trastorno del pensamiento ni distorsión de la realidad derivados de una psicosis o de una causa or· gánica. Teniendo en cuenta estos rasgos peculiares de esta subespecie de conducta actuante, la he llamado "concreción". Este término ya ha tenido cabida en la teoría de la psicosis, pero aquí propongo utilizarlo con un marco de referencia evolutivo. En ·este contexto, pensamiento concreto y pensamiento abstracto son etapas ontogenéticas de la comprensión del mundo externo y la interacción con él. El carácter concreto de la acción y de las representaciones de las cosas, y su transición hacia un lenguaje simbólico y la formación de conceptos, representa un punto cardinal del desarrollo, en torno del cual gira no sólo la modalidad individual de comunicación sino su progresiva utilidad para el dominio adaptativo del mundo interior y exterior. Cuando procuro reconstruir un contenido latente coherent.e a partir de una acción manifiesta que suele presentarse desarticulada, en apariencia irrelevante, extrínseca e incidental, llena de fútiles detalles que semejan expresiones fortuitas u bcurrencias accidentales, recuerdo a menudo el psicoanálisis de los sueños y de los actos fallidos. Para este tipo de tr~bajo, una avezada experiencia analítica es condición sine qua non. Un ejemplo de concreción én la acción nos ayudará en este_punto. Un adolescente que robó un automóvil desestimó todas las acusaciones que se le hicieron repitiendo hasta el hartazgo que, después de todo, el propietario del auto lo tenía asegurado y no habría de importarle que le fuera robado, siempre y cuand? pudiese recuperar el dinero. El muchacho pensaba que 1~ pol.Icía y los tribunales conspiraban para exonerar a ese prol?Ie~ano de su codicia pecuniaria tildándolo a él de ladrón y cnmmal. En actitud desafiante, "mandó al diablo" a las autoridades asegurando que no sabían de qué es~aban hablando. E? la e~tre vista de evaluación, el joven volvió a adoptar su .típica achtud de indiferencia y desinterés al discutir sus actos. Me di cuenta
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de que sú obstinación no se debía a que no estuviera dispuesto a decir nada, sino a que no tenía nada más que decir. Con su acción y el comentario subsiguiente ya lo había dicho todo. Su idée fixe con referencia al propietario del auto me convenció de 111 naturaleza concretadora del robo. De hecho, este demostró ser una condensación de elementos determinantes perceptuales, cogl).itivos y afectivos. La traducción de la acción manifiesta en la latente se lee así: "Mi padre murió cuando yo tenía seis años, y todo lo que le preocupó a mi madre fue el cobro del seguro. No le importó que él estuviera muerto, en la medida en que ella cobrara por ello. Mi madre nunc-a lo amó. Yo la odio a causa de esto. Ahora quiere controlarme y tenerme como un chico. No confío en ella. Es egoísta. Debería ir a la cárcel. Es una criminal". No es menester que nos explayemos sobre el significado del auto robado y la representación simbólica del padre, pues ya estamos muy familiarizados con estas cuestiones; no obstante, su utilidad para la comprensión del robo y la elección de la intervención rehabilitadora apropiada sólo es tangencial. Todo cuanto aquí puedo decir es que la historia del sujeto y su conflicto adolescente confluyeron en una "forma particular de comportamiento antisocial. Evidentemente, no estoy diciendo una metáfora cuando llamo a la concreción un "lenguaje privado".; la acción ha usurpado una función lingüística que no tiene, empero, referencias colectivas y que posee un carácter idiosincrásico comparable al de un dialecto personal. De esta concepción se desprende que el robo, tal como ha sido descrito, no constituye simplemente un desplazamiento sino más bien una interacción comunicativa con el ambiente, una enunciación del recuerdo, un pensamiento y un afecto, junto con recapitulaciones evolutivas y, en este caso, soluciones abortadas. Estos casos siempre me han impresionado por la ausencia de conflicto y culpa. Sin embargo, no tratamos con un psicópata; además, el déficit del superyó es muy selectivo y en modo alguno general. Cabría hacerse aquí esta simple pregunta: ¿Es que acaso podría ser de otra manera? DespuéS de todo, el muchacho exonera a su padre muerto y le arranca a la madre malévola la exaltada imagen de él. Un héroe que lucha en pro de una gran causa no se siente culpable por sus actos; por el contrario, ellos lo alivian de la culpa que le crearía aceptar pasivamente un crimen del que fue y sigue siendo testigo vivo. Si destacamos en el cuadro clínico la ausencia de conflicto y de culpa, y basamos nuestra evaluación en estos hallazgos, podríamos tomar erróneamente la apariencia por la esencia del sedicente "crim"en", o su contenido manifiesto por el latente. Concibo la concreción como una función no conflictiva del yo. ESa aparente ausencia de conflicto se debe a que la concre-
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ción puede d~J.r, cabida en su organización a afanes e ideas antitéticos. Expresado en términos de relaciones objetales, la perseveración en el nivel de la ambivlllencia ha impedido la fusión del objeto gratificante y del objeto frustrante que genera tensión. Esta perseveración en la viv~ncia del objeto arcaico siempre deja su huella en la cognición y en la función dellengu'aje; ni una ni otra pueden elevarse por sobre 1~ etapa prelógica de comunicación, y tienden, en consecuencia, a apoyarse mucho en los procesos psíquicos eidéticos -"una especial insistencia en la sensibilización visual"- y en comunicaciones gestuales de diversa índole -"una creencia, en gran medida inconciente, en el efecto mágico de la acción"-. (Las citas son de Greenacre, 1950, pág. 227; cf. supra, pág. 211.) El delincuente concretante da testimonio de una realidad de su pasado y de recuerdos (preconcientes) aislados y olvidados, que. permanecen excluidos de la asimilación cognitiva cuando el ambiente los contradice abiertamente o los ignora con sarcasmo. El yo del niño padece así de una discontinuidad a causa de la patología yoica de las personas significativas que lo tienen a su cuidado (por lo común sus progenitores), la desmentida enclavada en esas personas contradice la peFcepción del niño privándolo de convalidación consensual. Hallamos aquí un motivo más para la supervivencia de lo concreto, ya que la salud gira en torno de la identidad de la percepción y la realidad, de los recuerdos y los hechos. El adolescente concretante no sólo usó el' ambiente para la gratificación de deseos infantiles sino que, simultáneamente, procura arrancarse con sus acciones de los lazos de dependencia objetal infantil. Procura, en suma, activar el segundo proceso de individuación de la adolescencia. A través de la acción evita o corrige una porción de su realidad histórica. En los casos que habré de presentar, la desmentida de la realidad es de una clase peculiar, pues lo que se desmiente es un fragmento de irrealidad que las figuras autoritativas le impusieron al niño por comisión u omisión, como realidad positiva o negativa .. La concreción implica, por su propia naturaleza, una continua y obstinada dependencia del ambiente. En estos casos se presenta insuficiente y selectivamente desarrollado el callado dominio de la tensión merced al pensamiento, la fantasía, la rememoración, la anticipación -en síntesis, merced a procesos que resultan de la interiorización-. Observamos cómo se provoca de manera persistente la participación del medio; no se evitan, sino que más bien se buscan, las represalias e inje:encias ambientales. Tres instituciones -famili~;t, escuela, tnbunales de justicia-. son movidas a tomar medidas que confieren "carácter real" a los gestos que el adolescente concretante efectiviza desvalido pero con resuelta pertinacia.
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Antes de presentar otros ejemplos clínicos, deseo aclarar una cuestión. Acostumbramos referirnos al pensamiento como acción de ensayo. La economía del pensamiento radica en su menor gasto de energía psíquica; él prevé el desenlace de la acción, sopesa el placer-displacer, y adopta un curso de acción que es una formación de compromiso adaptativa. El proceso conciente (a menudo preconciente) recurre al percatamiento y al recuerdo, a través de las representaciones de palabra, para sintetizar una conclusión o decisión. Las tensiones que surgen en este proceso dialéctico se resuelven por la mediación de alternativas que éstán dentro de los recursos del yo y el ambiente. Lo que quiero destacar es que el pensamiento implica una potencial conciencia o percatamiento de la tensión adherida a los impulsos o afectos desequilibrantes en una situación determi: nada. El pensamiento desemboca en un acto. deliberado, sea positivo o negativo. En contraste con esto, el adolescente concretante actúa sin pensar y sin resolver interiormente la tensión, o sin acomodarse a ella. Está predestinado, pues, a entrar en conflicto con el ambiente, a ser un delincuente, aun cuando nunca se vea enfrentado realmente a la justicia. La economía de la acción radica en el desdibujamiento de las contradicciones con respecto a los afectos, pensamientos y recuerdos. Descansar en la acción como reguladora de la tensión indica un estado de indiferenciación yoica que se advierte en los vagos y fluidos límites entre percepción, sentimiento y pensamiento. Hacia el fin del período de latencia ya tiene que haber desaparecido la confusión entre lo interior y lo exterior, o sea, entre lo subjetivo y lo objetivo (el "adualismo" de Piaget). No ocurre tal cosa en el adolescente concretante, quien parecería enfrentar una barrera insuperable en el camino de su desarrollo, y confiar en que el ambiente la superará en lugar de él. Así pues, cuanto más batalla contra esa barrera, tanto más cae en la impotencia y la cólera. No podría ser de otro modo, porque "la objetivación y la toma de conciencia se excluyen mutuamente" (Piaget, citado por Odier 1 1956, pág. 113). De ello se sigue que el adolescente concretante es opuesto al insight, que arraiga en la introspección y depende de la interiorización y del pensamiento verbalizado. En tales ·circunstancias, la influencia de una institución autoritativa impersonal, a saber, el tribunal de justicia, obra como fuerza coactiva que moviliza eficazmente -suponiendo que su poder sea utilizado con tino- una situación irremediable de otro modo. Para este fin, la psicología psicoanalítica esclarece el intrincado proceso de la concreción y señala el camino· hacia una intervención constructiva en las extravagancias de estos sujetos recalcitrantes y opositores.
Habiendo descrito ya las características evolutivas del adolescente concretante, me referiré ahora a un muchacho delincuente de trece años en cuyo caso fue posible, realmente, "desatl:\r un lazo del desarrollo", para aplicar la feliz frase de Winnicott. Rubín pertenecía a un hogar judío ortodoxo. En la festividad de Yom Kippur, irrumpió en la yeshiva [escuela] del templo y robó una caja con clavos y algunos lápices. Este hurto, junto con sus crónicas escapadas de la escuela, hicieron que Rubín fuera llevado a los tribunales. El juez pidió una evaluación psicológica antes de dictar sentencia. Para que el lector aprecie el proceso de evaluación y sus conclusiones, debemos narrar ciertos hechos de la vida de Rubín. El chico y su madre habían vivido siempre en Williamsburg, un secto_r de Brooklyn; el padre, que .se dedicaba a la compraventa de trastos viejos, murió cuando Rubio tenía seis años. A partir de ese momento, Rubín comenzó a asistir a la escuela del templo, pero a los doce años se negó a continuar reCibiendo enseñanza religiosa· y fue trasferido a una escuela estatal, donde empezaron sus "rabonas". La madre se quejaba del antagonismo de Rubín hacia los preceptos religiosos y de su predilección por amigos no judíos. A través de estos fue iniciado en pequeños hurtos que dieron por resultado una colección de partes o piezas sueltas de bicicletas; el patio trasero de su casa quedó convertido en un depósito de chatarra. La desobediencia de Rubín no hizo sino intensificar en la madre su fervoroso empeño para que su hijo se amoldara a la vida ortodoxa. Estos fueron los datos recogidos en el historial por la escuela, los organismos de asistencia social y los tribunales, pero apenas bas-· taban para una adecuada comprensión del comportamiento de Rubio. Nuestra labor analítica nos ha acostumbrado a obtener una imprevista intelección de un c~o gracias a detalles secundarios, rarezas aisladas del pensamiento o la conducta, coincidencias circunstanciales, contempladas dentro del cuadro de los acontecimientos fundamentales de la historia y dentro de la situación evolutiva del momento. Me intrigó saber dónde pasaba el chico sus interminables vagabundeos cuando faltaba a clase. El me contó que solía cruzar el puente Williamsburg y pasar a Manhattan, donde deambulaba sin rumbo fijo por el Bowery. El negocio de compraventa de su padre había estado situado allí, y de niño Rubín había hecho bajo su tutela su primer trabajo de carpintería. Aún quería ser carpintero. El robo de los clavos quedó vinculado a la lucha librada por Rubín en su adolescencia temprana para llegar a un arreglo con el re-
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cuerdo de su padre, a quien había perdido en medio de la disolución del complejo de Edipo. El duelo debía ser completado en la adolescencia. Ahora bien: ¿por qué había robado la caja con clavos el día de Yom Kippur, y por qué la había sacado de un lugar sagrado? Merced a esta acción, Rubin daba un cariz concreto a la pugna entre sus progenitores acerca de la observancia religiosa aliándose con su padre, un agnóstico que nunca había llevado el apunte al judaísmo ortodoxo. La coacción religiosa de la madre trajo a primer plano, en torno a esta cuestión, los temores preedípicos a la madre castradora arcaica. De hecho, la madre había tomado la implacable determinación de hacer de Rubín un mejor judío de lo que jamás fuera su padre, pero el pequeño Rubin defendía su identidad coleccionando trastos viejos que recogía en sus andanzas callejeras. La madre trató en vano de rescatar a su hijo de la influencia del padr~ erradicando al difunto de su memoria o, al menos, convirtiéndolo en una persona de la que más valía no hablar ni pensar. No podemos dejar de advertir en el proceder del muchacho un esfuerzo por proteger su sentido de la realidad, basado en una percepción que depende qe la continuidad yoica y de la investidura del recuerdo. Una vez descifrado, el lenguaje delictivo de Rubín hablaba con elocuencia de su lucha adolescente por salvar la ·imago positiva del padre, así como de la angustia engendrada en él _por la madre arcaica. · Rubin no tenía capacidad alguna de verbalización ni tampoco le interesaba obtener una comprensión conceptual de los hechos. Había buenos motivos para suponer que sabría aprovechar un medio que le ofreciera experiencias adecuadas para promover el crecimiento de un chico de su edad y condición. Aunque nunca hacía referencia a su padre, estaba ansioso por identificarse vocacionalmente con él. La realización de este anhelo podría reducir en grado significativo su temor a la madre arcaica y su necesidad de concreción delictiva. Se me ocurrió que la profanación del lugar sagrado unificaba pensamientos antitéticos: por un lado, defendía al padre agnóstico, por el otro lo acusaba de haber cometido un delito. Rubin sabía distinguir el bien del mal. Para interceptar su carrera como delincuente, parecía lo más promisorio apartar la fanática injerencia de la madre en su reestructuración psíquica adolescente. Lo que estaba en juego era el completamiento del duelo, la identificación positiva con el padre y, en general, el proceso de socialización adolescente. La madre rechazó la decisión de la corte, que resolvió la devolución del caso a un tribunal inferior, y se negó a que su hijo fuera internado en un centro asistencial no ortodoxo, pese a que Rubín lo aceptó. Como era esencial obrar con rapidez, re-
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currf a un atajo para instrumentar la mejor estrategia de rehabilitación: acudí al rabino, cuya autoridad la madre respetaba, y le pedí que dispensara a Rubín de los preceptos judaicos vinculados con la álimentación. El rabino lo acordó de inmediato, y poco después Rubín dejaba, esperanzado, su hogar. Supongo que en la severa voz de la autoridad que le ordenaba hacerlo, Rubín oyó susurrar el mensaje de que su madre era la que debía ser apartada de él, pues el juez la condenó a causa de su destrucción del padre edípico. Una vez instalado como pupilo, Rubín no faltó a clase un solo día; cuando se le pidió escoger un oficio, eligió la carpintería. Se adaptó muy bien al nuevo ambiente, no volvió a incurrir en conductas desviadas y entabló buenas relaciones con sus compañeros y con los adultos. Comprensiblemente, no. se mostró muy interesado en ir de visita a su hogar. Por último, su integración autónoma del antagonismo religioso de sus padres se hizo evidente cuando, por propia voluntad, comenzó a asistir a los servicios religiosos. Ya han pasado dos años desde que fuera llevado a la justicia, y todo cuanto hoy puede decirse· es que Rubín logró sustraerse a un catastrófico impedimento evolutivo, gracias a que bis· condiciones ambientales facilitaron la diferenciación psíquica, la interiorización y la identidad vocacional. Pero el caso de .Rubín es excepcional; yo diría que es un caso sencillo, que no debe hacernos albergar un Óptimismo indebido sobre el tratamiento de los adolescentes concretantes. Antes de proseguir con un caso más complejo, me detendré en algunas dudas y objeciones que debe haber planteado, por cierto, el material precedente. Después de todo, muchos autores psicoanalíticos se han ocupado de manera exhaustiva del acting out, y no parece oportuno deslindar una categoría singular de ese concepto ya establecido. ¿Por qué no ha~lo, simplemente, de exteriorización de conflictos inconcientes, de la actuación como modalidad de conducta específica del adolescente, como defensa contra un núcleo depresivo y la pérdida del objeto, como una forma del recuerdo, como una réplica simbólica del pasado ... (conformémonos con esto por ahora)? Siempre he sido de la. opinión de que el acting out que tiene lugar dentro de la situación analítica merece ocupar una posición teórica propia, a diferencia del acting out extra-analítico observado, por ejemplo, en la delincuencia. En un simposio sobre la actuación llevado a. cabo en 1967, Anna Freud (1968) señaló que " .. .la revivenciación en la trasferencia se ha dado por sentada de manera creciente; y cuanto más sucedía esto, más a menudo se aplicaba el término «actuación», no en absoluto a la repetición en la trasferencia, sino exclusivamente a la re-
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Eddy, de quince años de edad, era un ladrón de automóviles, un "rabonero" crónico, un salvaje incontrolable para sus padres, quienes, desesperados, llevaron el caso a la justicia cuando Eddy chocó con un auto robado y estuvo a punto de matarse. (Ya antes había hablado de suicidarse). Al referirse a su accidente, Eddy adoptó una actitud indiferente y divertida: le gustaba jugar a cortejar a la muerte. Poco tiempo atrás había conseguido una llave maestra de la casa de departamentos en que vivía, y pensaba usarla con fines de robo. Con los hilos aislados de información que aportó cada miembro de su familia (madre, padrastro y hermana mayor) pudo tejerse arduamente la trama total de la historia de Eddy. Al. entrelazar esos hil~s aleatorios surgió un cuadro final que ilummó el. comportamiento del muchacho con una imprevista perspectiva de continuidad histórica.
El padre de Eddy había muerto cuando este tenía dos años y medio. A lo largo de los años se le dieron muchas versiones sobre esa muerte, en ninguna de las cuales él pudo creer totalmente; en otras palabras, el niño sabía inconcientemente que nunca se le había dicho la verdad. Sólo una certidumbre tenía Eddy sobre su padre: que estaba muerto. Ignoraba la profesión de este y sus· antecedentes familiares; tampoco conocía a sus parientes paternos actuales, ni sabía dónde estaba la sepultura de su padre. Los hechos pertinentes de la vida del padre de Eddy pueden resumirse así: Era una ladrón profesional especializado en violación de domicilios; trabajó en un hotel, donde se procuró una llave maestra para entrar en las habitaciones. Un día, mientras conducía mercaqería robada en su automóvil, fue casualmente seguido por un coche policial; le dio pánico, trató de acelerar el vehículo para huir, perdió control sobre él y se estrelló contra un muro de piedra, hallando la muerte. Comparando la carrera criminal del padre con las actividades delictivas Q.el hijo, nos sorprende la réplica de detalles decisivos de los que este último, supuestamente, no tenía conocimiento. Aunque nunca le fueron relatados los hechos, sin duda percibió que estos eran el tipo de cosas acerca de las cuales no se debe hablar ni pensar. Pero aquí debemos recordar que esas desmentidas o represiones no son nada raras en la vida de los niños; ¿por qué, entonces, invadieron con fuerza tan compulsiva el sistema de acción del adolescente Eddy que ningún poder exterior que se le interpusiera podía afectarlo? He 'tenido siempre la impresión que hay dos tipos cualitativamente distintos de secretos que los padres mantienen respecto de sus hijos. La diferencia esencial radica en el grado de realidad que el propio progenitor atribuye a los hechos que silencia. Al niño le resulta más fácil vérselas con prohibicíones y ta'búes, que con contradicciones, confusiones e incoherencias. El caso de Eddy dell!uestra hasta qué punto los enclaves de desmentida de la madre habían infiltrado el sentido de la realidad que ella tenía, impidiendo al niño abordar jamás de manera integrativa la vida y muerte de su padre. La madre no podía brindar al niño ni una convalidación consensual de las percepciones de este, ni una refutación congruente. Así pues, no había modo de ajustar cuentas intrapsíquicas con la catástrofe; el lenguaje de la acción era la única modalidad comunicativa mediante la cual mantenerse en contacto con el recuerdo. Considero que este empeño del yo fue la fuerza pulsionante de la conducta inadaptada de Eddy, y, por ende, adjudico en este caso un papel secundario al proceso identificatorio. Esto nos lleva a considerar las relaciones objetales de Eddy. Tan pronto nos encontramos ante este muchacho se nos hizo de
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ejecución del pasado fuera del análisis. [ ... ] Personalmente, lamento este cambio en el uso del término, ya que, por un lado, empaña el distingo entre recordar y repetir, muy tajante al principio, y, por otro lado, pasa por alto las diferencias entre las diversas formas de «actuación»" (pág. 108). Con el concepto de "concreción" me aventuro a comprender una de estas diversas formas -lo que he llamado una "subespecie" de la actuación-. Tal vez el único factor que aparta a esta forma de las otras, pese a sus muchas similitudes, es el empeño 'del sujeto por man~ener su autonomía y su sentido de la realidad cuando ambos son amenazados de continuo por el ambiente. La concreción, que subjetivamente se vivencia como una merma de la tensión y una restauración de la autoestima, los estabiliza de manera reactiva. En el caso de Rubín, las amenazas a su autonomía y sentido de la realidad provenían de dos fuentes: la distorsión (o desmentida) de la realidad que la madre imprimió al yo del niño dolido, y la ineptitud del yo de este último para hacer frente de modo integrativo, en tales circunstancias, a los recuerdos selectivos y afectos vinculados con el padre. Siempre hemos reconocido que ciertas condiciones previas son características de todas las formas de actuación. ¿No podría suceder que esta variedad de formas responda a la preponderancia de una u otra de esas precondiciones? El caso sobre el cual informaré ahora tornará más nítida la línea demarcatoria que separa a la concreción de otras variantes de conducta inadaptada, en general, y de otras formas de actuación, en particular.
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inmediato evidente que estaba apasionadamente ligado a los miembros de su familia. El sostenía que el comienzo de sus actividades delictivas había sido coincidente con una de las misteriosas ausencias de su padrastro, que solía irse de la casa durante varios meses; sólo la madre sabía que era un jugador y que se iba de "gira". El muchacho se quejaba de la ausencia paterna y acusaba a la madre por perdonarlo. Este endurecido delincuente afirmaba con ternura: "Yo pensaba que mi padre [el padrastro] nos dejaba porque no nos quería. ¡Anhelaba tanto que él fuera mi verdadero padre!". El niño había cortejado a este nuevo padre desde que su madre se volvió a casar, cuando él tenía cuatro años; usaba el apellido de aquel aun cuando no había sido reconocido legalmente por él. Eddy era un niño huérfano en busca de padre. Uno de los requisitos de la adolescencia es hacer las paces con el padre edípico, tarea para la cual es condición previa que se establezca la continuidad histórica del yo con independencia de las sanciones y complementaciones de los progenitores. He aquí, pues, el punto en que se puso de manifiesto un temprano y catastrófico obstáculo al desarrollo. A través de sus actos, el muchacho hizo público que él conocía, aunque fuera de manera inconciente, todos los hechos pertinentes en torno de la vida y muerte de su padre. Quedó confirmado este conocimiento cuando se lo puso al tanto de la historia de aquel. Reviste particular interés de qué manera afectó su conducta este compartido conocimiento y la convalidación implícita de sus velados recuerdos. Sus concreciones, sus juegos suicidas con la muerte y su conducta provocativa declinaron en forma marcada; también se advirtieron cambios en su vida afectiva. Mencionaré entre estos el surgimiento en él de sentimientos tiernos hacia su padre natural, su pena y compasión hacia ese hombre que, según él sostenía, no había sido amado lo suficiente para valorar la vida más que la muerte. Por propia iniciativa, redescubrió a la familia del padre, supo dónde estaba su sepultura, se empleó en el negocio de un tío paterno, se mudó al hogar de una tía, y se enamoró de una chica de su nuevo vecindario. Trató de asimilar, a través de la acción más que del insight, su pasado no consumado. Con la exuberancia propia de los adolescentes, se volvió hacia el medio que lo rodeaba para que apoyara sus empeños adaptativos. La concreción, por su propia naturaleza, implica una dependencia infantil del ambiente. Parafraseando a Spitz (1965), podemos decir que las acciones de Eddy constituían un diálogo permanente entre su self y su entorno. La concreción representa siempre una forma primitiva de adaptación; en consecuencia, que este impase evolutivo se pueda superar, y llevar acle~. !ante el detenido proceso de interiorización, depende de que el
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ambiente sea sensible y coopere en el momento de cnsis. Aquellos padres cuya necesidad de r~cu~rir a la desment~da no está fijada de modo in~terable co~tnbmrán, por lo comun decisivamente, al desarrollo progresivo del adolescente; pero en casos semejantes al de Eddy su participación en un proceso renovado de crecimiento nunca será espontánea. La madre, que en dos oportunidades había escogid~ ~n marido co~ i~cli?a ciones asociales, era incapaz de participar en la soci~hzación de su hijo. El padrastro mantenía con este una rela<:_Ión. sadomasoquista que entró en crisis cuando la pubertad anadió una amenaza homosexual a las antiguas inclinaciones perversas latentes de aquel. Los cambios adaptativos en la vida de Eddy se vieron bruscamente interrumpidos cuando su novia lo dejó. Sintió entonces que se había equivocado y buscó una reparación; para ello, se volvió hacia su familia, y tomó como lema su derecho natural al amor y la aceptación incondicion~es. Suce~ió entonces lo inevitable: reincidió en su comportamiento asocial, llamando a sus padres con arrogancia los verdaderos "villanos" Yconsiderándose su víctima. La justicia debió intervenir nuevamente cuando la madre encontró en el bolsillo de su saco unas "píldoras" (Metedrina); llamó a la policía, y Ed?Y• que a .1~ sazón contaba diecisiete años, fue remitido a la pnsión mumc1pal de la isla de Riker. Me tocó visitarlo allí, luego de dos meses de cárcel, para determinar si debía recomendarse al tribunal a un centro de internación terapéutica en Manhattan. Lo que me resultó llamativo en mi c?arl~ co~ él fue que su preocupación por su padre muerto y la Idealización que de este hal:iía hecho fueron sustituidas por la idealización de sus progenitores actuales. No tenía nada que reprochar a su madre, responsable directa de que él estuviera en prisión; al menos -de-· cía- se había interesado por él. Recordaba perfectamente bien el egoísmo de sus padres y la ambigüedad con que se expresaban, pero me aseguró que tó?o eso era cosa del pasado, insistiendo en que mental y emociOnalmente ambos habían cambiado. Esta firme creencia realzaba su necesidad de padres "todo buenos", que lo protegieran de la reanima~ión de su codicia y su cólera infantiles, las cuales. habían termm~do por ponerlo entre rejas. En este punto su exame~ de .re~l~dad probó ser defectuoso, a causa de su ambivalencia pnmitlva y de su creencia mágica. Es característico del adolescente concretante que su tensión de necesidad inven~e la ima~inaria correspo~ dencia ambiental que mantendrá diCha tensión dentro de límites tolerables. La estrat-egia de rehabilitación proyectada. se fundó en la compulsiva tendencia a la inadaptación que tan convincentemente me trasmitió cuando conversé con él en la cárcel.
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Mi labor con delincuentes concretantes y casos de mitos familiares me llevó a la qonclusión de que, allí donde la comunicación verbal no consigue influir en la conducta y la cognición, una concreción bien escogida, propuesta por el terapeuta, puede remplazar al lenguaje simbólico. El terapeuta se comunica provocando una acción específica. Debe tenerse presente que el extravío de la función del lenguaje es en estos casos sólo selectivo así como la desinvestidura de la atención, y en modo alguno c~nstituye una anormalidad generalizada del lenguaje o un trastorno del pensamiento. Sea como fuere, se me ocurrió que a través de una concreción inducida podía tenderse un puente hacia las percepciones y afectos que no habían llegado hasta las representaciones de palabra, o bien habían sido excluidas de estas por detención o disociación. Examinaré ahora un caso en que apliqué el principio de la concreción induci~ da o, si se me permite la expresión, de la "actuación orientada".
Mario Hace unos años fui consultado acerca de un muchacho de dieciocho años, llamado Mario, que había estado varios años en tratamiento psicoterapéutico. Sus fracasos escolares, su conducta incontrolable, su indiferencia y falta de metas, sumado todo ello a su extrema intolerancia a la frustración, habían acabado con la paciencia tanto de los familiares como de los profesores. Mario no tenía capacidad ninguna para la intelección, ni podía concebir sus acciones o vivencias dentro de un .continuo temporal. Su única referencia temporal era el presente. Por lo tanto, el tratamiento se había deteriorado hasta caer en un prolongado estancamiento. Mario había sido adoptado en Italia por una mujer norteamericana soltera; tenía casi cinco años cuando dejó el orfanato en que viviera desde su nacimiento. Tres hechos me parecieron significativos en la consulta: primero, la impulsiva e insaciable búsqueda de placer de Mario, junto con su resignada aceptación de sus flaquezas y defectos; segundo, su incapacidad para proyectarse hacia su futuro o su madurez, salvo por la vía de expectativas regresivas de satisfacción de necesidades; y tercero, su total amnesia de los acontecimientos de su vida anteriores a la adopción. Su recuerdo más antiguo databa de la travesía del Atlántico y reflejaba una angustia catastrófica de aniquilamiento, que describió así: "Grandes olas se estrellaban. contra la escotilla del buque, y yo tenía miedq, de que llegaran hasta mí y me ahogaran". A partir de ese momento, la memoria de Mario era excelente.
Atribuí particular importancia al hecho de que casi cinco años de su vida temprana estuviesen completamente fuera de su alcance para la reestructuración psíquica adolescente, y, además, de que Mario fuese incapaz de utilizar ellen.guaje con el fin de acceder, cognitiva y .afectivamente, a los ~nmeros ~ tadios formativos de su desarrolio. Para todos los fmes prácticos estaban ausentes las peculiares funciones yoicas que normaimente facilitan la reconstrucción. Su conducta inadaptada era un intento de avanzar a ciegas hasta tocar el basamento de su vida. No podía ir ni para adelante ni pa;a a~rás: se. aferraba de manera frenética mediante una sucesión mtermmable de uniones sexuales car~ntes de significado, a su vacilante sentimiento de anhelo objetal anterior al trauma. Su vida estaba impregnada de un fallidq sentid? de identidad; ;en otr~ ~a labras, estaba signada por un Impase en la diferenciación yoica. · Pensé que, a través del contacto sensorial con el medio de su niñez temprana, podría lograrse una continuidad en su yo q~e elevara a un nivel de mayor integración el uso preverbal, pnmitivo de la acción. Barajé la posibilidad de que volviera a visitar l~s lugares anteriores al trauma. ¿Cómo reaccionaría al ver una escena que antaño le había sido familiar, al oír los ecos interiores de la lengua de su infancia, el sonido de las campanas de la iglesia, al incorporar los olores y paisajes de ese medio provinciano? Esta romántica combinación de sensaciones atestigua mi ignorancia de lo que en verdad podía impactar a Mario una vez que pisara la tierra en que trascurrió su orfandad. Como se verá, no pude haber previsto lo que realmente ocurrió. Recomendé que el muchacho visitara su aldea natal, en lo alto de una colina de la Umbría. Mario recibió este consejo con entusiasta alborozo y confesó que ese ~abía sido su deseo s~reto durante mucho tiempo. Viajó en compañía de un estudiante universitario que hablaba su Jengua nativa. Cuando descendió del ómnibus que lo llevó hasta la piazza de la ald~a, fu~ reconocido por una anciana que gritó su nombre, cornó hacia él Y lo estre~hó entre sus brazos: Era la "matrona" que lo había cuidado en el orfanato. En una iluminación súbita, él supo quién era ella, así pues, sus primeros. pasos en la al~ea natal lo habían llevado en forma directa hacia las profundidades de su infancia. Seguidamente, indagó acerca de su orige?', des~ cubriendo que era hijo ilegítimo de una joven campesma que fuera seducida por un hombre de avanzada edad. ¿Qué más natural que buscar a su madre? Supe que i~tentó hacerlo, p~ro también que todo consejo sobre esta cuestión habría carecido de sentido para él. Mario averiguó quién era su madre y_ dón~e vivía, pero justo en el momento en que su búsqueda ·de toda la
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vida parecía llegar a su fin, abruptamente volvió su espalda al pasado. ¿Qué lo hizo retraerse de un encuentro personal con su madre cuando por fin esta se hallaba a su alcance? Según sus propias palabras, el darse cuenta de que su aparición habría destruido su matrimonio y su felicidad. Esta decisión trasuntaba una empatía y un sentimiento altruista de protección que jamás supuse que él pudiera alcanzar. No obstante, el factor decisivo en términos de desarrollo progresivo radica, a mi juicio,en su moción deliberada de no ver a su madre, convirtiendo así el abandono pasivo en separaciór:t y partida activas. Debo confesar mi asombro al enterarme de que este muchacho, que nunca había tenido en cuenta antes los sentimientos ajenos en la prosecución de sus deseos, practicó la providencia y la empatía al hallarse en el umbral de una consumación emocional. Tras el regreso de Mario de su terruño, poco a poco se pusieron de manifiesto los resultados de la concreción inducida. Lo más notable fue cómo aumentó su capacidad de introspección y de transacción. Comenzó a reconocer que las limitaciones estaban en su interior, en vez de sentirse constreñido por la malevolencia del entorno, que antes lo había abandonado y en cualquier momento volvería a hacerlo. No es que este viaje a la Umbría trajera a su memoria sucesos de su infancia, pero su visión del futuro se tornó más orgánica y realista. La experiencia le brindó una mayor fluidez de pensamiento y emoción, como si se hubiese roto aquello que mantenía herméticamente guardado a su pasado, volcando toda su experiencia vital en la corriente del proceso adolescente. La conducta hipomaníaca desapareció de manera espontánea. Mario pudo ahora (con ayuda de la psicoterapia) vivenciar y tolerar el afecto depresivo de su niñez temprana, porque un puente emocional y cognitivo a la vez había establecido el enlace con su historia anterior a la adopción, súbitamente perdida en el disloque traumático. Junto con estas modificaciones afectivas, Mario desarrolló una relación positiva y relativamente estable con su terapeuta. Había encontrado ahora en él un modelo identificatorio, tras haberlo utilizado durante años como blanco de su exigente desvalimiento o de su cínica vengatividad. Cuando las circunstancias impusieron a la postre una separación geográfica, y, por ende, el término de la terapia, Mario se dedicó a escribir cartas, sin permitir que esta vez los hechos exteriores anularan la relación. Consecuentemente, no recayó en su monótona con. ducta anterior de búsqueda de placer, sino que inició una vida más moderada, afanándose activamente por conseguir un trabajo adecuado, aunque más corriente, que lo hiciera sentirse. satisfechp y realizado. Este paso no implicó, empero, que hu-
hiera sido reparado en su totalidad el daño infligido a su personalidad; lejos de ello. No obstante, dentro de las limitaciones irreversibles de las relaciones objetales y la diferenciación yoica, Mario logró una solución de compromiso adaptada, que le pertenecía exclusivamente a él y que estaba dispuesto a defender.
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Una característica significativa del adolescente concretante es la participación de sus intereses yokos en su comportamiento inadaptado, en contraste con la gratificación puramente pulsional que se da en otras formas de actuación. Siempre se trata de un problema de equilibrio o de preponderancia. Aun cuando es evidente una irrupción de impulsos del ello, el promotor decisivo de la actuación ha de encontrarse, empero, en un interés yoico. El próximo caso ilustra esto.
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Steve, un muchacho de catorce años, fue llevado a la justicia por "atacar a una mujer con un arma peligrosa". Había tocado el timbre de su vecina cubriéndose la cabeza con una funda de almohada y exhibiendo un cortaplumas abierto en la mano; la vecina, aterrotizada, quiso apartar la mano que empuñaba el arma y al hacerlo se tajeó. Steve aseguró que lo único que quería era darle un susto. Este acto demostró ser la concreción de un hecho impensable, que esbozaré brevemente. El abuelo materno de Steve, postrado en cama desde hacía un tiempo, vivía tres pisos más arriba del departamento de la mujer elegida como víctima. Lo atendía una enfermera con la cual el padre de Steve entabló una relación amorosa. Steve y su padre siempre habían sido camaradas; ambos pertenecían a un grupo de hoy scouts del que el padre era jefe. El cortaplumas empleado era el que el padre usaba en ese grupo. La infidelidad y deslealtad del padre, vagamente percibidas por Steve, lo afectaron más allá de lo tolerable; la degradación de aquel menoscabó la autoestima del muchacho hasta un punto en que estalló desesperado, con el propósito de salvar a su ideal del yo -su padre-, quien corría peligro de ser aniquilado por una mujer rapaz. Aquí se reafirmó un interés yoico adolescente al que asigno un alto puesto en la jerarquía de los determinantes . De todos modos, este muchacho no era un maníaco homicida que debiera ser aislado de la sociedad, sino un chico que reclamaba a su amado padre. Una vez que se ayudó a Steve a reconocer lo impensable, salvó con bastante rapidez la brecha entre
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la concreción y el pensamiento verbalizado". A causa de ello, solicité al tribunal qqe cerrara el caso por falta de méritos. A fin de neutralizar la concreción antisocial, la intervención preferible parecía ser la psicoterapia. Dos años de tratamiento corroboraron esta expectativa. Sartre (1952) nos ha dejado una vívida descripción de cómo se fabrica un delincuente en su biografía de Jean Genet, un hijo ilegítimo criado en un orfanato público. Cuando el pequeño Jean tenía diez años, sus padres adoptivos lo acusaron de ser un ladrón porque había sustraído algunas golosinas. Escribe SartrP.: "El [ Genet cuando era niño] considera la existencia de los adultos más cierta que la suya, y los testimonios de aquellos, más válidos que los de su conciencia. [ ... ]Por lo tanto, sin percatarse claramente de ello, juzga que la apariencia (que él es para los otros) es la realidad y que la realidad (que él es para sí) es sólo apariencia. [ ... ] Se niega a escuchar la voz de la reflexión. [ ... ]En suma, aprende a pensar lo impensable, a sostener lo insostenible, a postular como cierto lo que sabe muy bien que es falso" (págs. 46-47).
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Tal vez el hallazgo más interesante de los casos que he expuesto sea que todos estos adolescentes habían suboido una pérdida desastrosa que no les dio descanso ni pudieron sustituir, no obstante lo cual ninguno de ellos mostraba señales clínicas de depresión o retraimiento. Por el contrario, se aferraban con asombrosa pertinacia a la vida y la participación en la sociedad. Parecían pretender algo del entorno del que dependía su supervivencia. En general, uno interioriza (para bien o para mal) al objeto perdido; cuando una conciencia vaga y contradictoria de dicho objeto obstaculiza el proceso, la ambivalencia original que él porta consigo permanece incólume. La incapacidad para sintetizar la parte buena y la mala del objeto p~rdido relega el complejo de pérdida a un nivel primitivo y prelógico de integración. En mis casos, este tipo de dominio está caracterizado por la magia de la acción, o, dicho de otro modo, por la concreción de huellas mnémicas disociadas. Opera invariablemente el mecanismo proyectivo, enturbiando los límites entre el self y el mundo de los objetos. En modo alguno actúa al servicio de la defensa, sino que representa una forma primitiva de comercio con el mundo externo en el plano del animismo. Sin embargo, esta primitivización está ligada a un contenido psiquico restringido, a saber, las experiencias no asimiladas. La
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concreción adquiere la función de impedir una fusión del self y el objeto, de evitar que la influencia nociva del entorno se difunda por toda la personalidad, y, last but not least, de asimilar una pérdida tornándola real, convalidada por recuerdos fragmentarios, inferencias y suposiciones. Observamos de qué modo la conducta concretante trata de eludir el hundimiento regresivo al par que cede a él. Este vaivén alcanza un desgraciado impase cuando el adolescente concretante es llevado a la justicia. En este punto se requiere la comprensión psicoanalítica de ese impase y de sus determinantes históricos para impedir, de ser ello posible, la calamidad extrema de un estancamier\to o regresión evolutivos, que conducen de modo ineludible al llamado "recidivismo". Expuse en este capítulo las conclusiones teóricas y prácticas que he extraído de mi estudio de una forma especial de actuación, que denominé "concreción". Frente al vasto espectro actual de conductas inadaptadas de los adolescentes, se espera del psicoanalista que ofrezca modalidades de intervención apartadas de las variantes habituales de tratamiento. A esas modalidades hay que inventarlas. No me sorprendería que, para muchos lectores, esas invenciones sean sólo el resultado de preferencias intuitivas, empáticas o identificatorias, sumamente personales en esencia, que, si bien interesantes, en términos ·estrictos están fuera de la ciencia psicoanalítica. Me he empeñado particularmente en mostrar que no poseemos mejor guía en el campo de la conducta adolescente inadaptada que la aplicación. rigurosa de la psic?logía psicoanalítica. Por supuesto, cualqmera que haya trabaJado con adolescentes debió recurrir, en algún momento, en casos de emergencia, a toda suerte de medidas "no ortodoxas", como se dice. Algunas de esas medidas probaron ser muy eficaces y aun duraderas. Lo que he propuesto es simplemente que se estudie esa aparente eficacia, ya que los procesos auténticamente restaurativos siempre ponen al desnudo, para nuestra indagación, la naturaleza de las anomalías evolutivas y madurativas.
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14. El niño sobrevalorado*
La esencia del conflicto es que contiene en sí, simultáneamente, dos fuerzas inconciliables y contradictorias. En la niñez temprana, las fuerzas que pugnan en direcciones opuestas se sitúan, por un lado, en las necesidades y pulsiones que procuran exteriorizarse y ser gratificadas, y, por el otro, en las restricciones y frustraciones que emanan del mundo externo. El dinamismo de estas fuerzas antagónicas facilita el desarrollo en caso de armonizar con la capacidad de integración que el niño posee en ese momento. En este período, el conflicto de la división "entre el sí y el no" se plantea, pues, entre el niño y su entorno. Con su creciente conciencia de su self y del no-self, y con su dependencia cada vez mayor del objeto, el niño interioriza las demandas y expectativas de las personas de su entorno que lo tienen a su cuidado. Este proceso de interiorización pone en marcha una división interna. La formación de esta nueva clase de conflicto exige un manejo interno, ya no exclusivamente externo. La transición de uno a otro es siempre lenta y ambas etapas se superponen en cierta medida, hasta que el yo en maduración ha adquirido suficientes recursos para amoldarse (mediante su resolución, o mediante defensas y transacciones) al conflicto interno. El sistema de control interior queda completo en cuanto a su estructura (aunque no en cuanto a su eficiencia) cuando la dependencia respecto del objeto es remplazada por la dependencia respecto del superyó; en este período, una conducción impersonal dice "sí", "no" o "quizás" a las propensiones pulsionales y las aspiraciones yoicas. Esta nueva estructura opera con principios abstractos más bien que en el contexto del amor concreto de objeto. La amenaza de pérdida del objeto es sustituida por el sentimiento de culpa. He presentado este sumario bosquejo del desarrollo del conflicto a fin de suministrar un distingo conceptual para la evaluación de ciertos trastornos de la adolescencia. Enfrentados a la penosa tarea de dejar atrás el mundo de la niñez, algu-
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• Este capítulo es un comentario de la Conferencia Semestral Peter Blos (instituida en 1971 por el Jewish Board of Guardians) que pronunció E. James Anthony el4 de diciembre de 1973, bajo el título "Between Yes and No" [Entre el sí y el no]. Publicado originalmente en Psychosocial Process, vol. 3, n° 2, págs. 47-54, otoño de 1974.
nos adolescentes regresan a pautas de conducta, modalidades afectivas y de defensa y relaciones objetales infantiles, ya conocidas por ellos, en tanto que otros se lanzan con denuedo excesivo hacia adelante y demandan que el mundo.los considere adultos cabales. Si estas tendencias persisten por un lapso demasiado extenso o alcanzan una expresión extrema, ambas soluciones -la escapada hacia atrás o la escapada hacia adelante- revelan su índole infantil. Aquí tenemos que formularnos un interrogante que suele dejt4rnos perplejos: ¿estamos ante conflictos interiorizados, o asistimos a las consecuencias de una falla evolutiva que la adolescencia ha traído a primer plano con la catastrófica gravedad que le es inherente? En este último caso, la tarea terapéutica consiste en enmendar una falla o déficit evolutivo. A los déficit evolutivos la interpretación no contribuye a subsanarlos ni los remedia; ellos requieren el fortalecimiento del yo, o, más precisamente, el tardío completamiento de las etapas dei desarrollo yoico causantes de la debilidad de la estructura yoica en s~ conjunto. En ciertos casos, esta reparación sólo puede efectuarse en la situación terapéutica, mediante la polarización o la colisión deliberada con el paciente. El distingo entre ambos tipos de trastorno (evolutivo o conflictivo) nunca es tan nítido en la clínica como en nuestras formulaciones teóricas; tampoco el adolescente los vivencia como diferentes. Sin embargo, creo que estas distinciones teóricas nos ayudan a poner orden en las observaciones clínicas, al delinear alternativas etiológicas. Un hecho que contribuye a enturbiar el cuadro clínico de la psicopatología adolescente es que la regresión normativa de este período revive posiciones infantiles, evidentes en una conducta actuante que o bien disimula fallas evolutivas o las pone de relieve. La evaluación de este sector de personalidad perturbada nunca es sencilla, pero en todos los casos resulta cardinal. Todos los adolescentes buscan nuevos modelos de identificación o polarización; algunos los requieren para una reparación estry,ctural (falla evolutiva), en tanto que otros recurren a ellos a fin de lograr una trasformación estructural (conflicto normativo adolescente). Mi atención ha sido atraída a lo largo de los años por un género especial de perturbación adolescente en los varones, que en la última década ha adquirido, en mi opinión, la configuración de un tipo (vale decir' es posible describirla por características distintivas). Por lo general, estos varones proceden de familias blancas de clase media o de clase media alta; su tipicidad se torna más y más evidente -sobre todo a través de su conducta asocial- entre los quince y los veinte años. La experiencia me ha enseñado que este tipo de muchachos demandan
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en la terapia una P!olongada fase de pr~paración, duran~e la cual el conflicto con el mundo externo es mcorporado a la mteracción entre el joven y su terapeuta. El denominador común de todos ellos es la ausencia o la superficialidad de su conflicto interior; a cambio, tienen un profundo y pundonoroso sentido de una falta de equidad, de una injusticia cometida con ellos, rayano en la cólera o la desesperación y dirigido contra el mundo que los rodea. Este mundo hostil estáyoblado ~or adulto~ Y regido por entidades públicas que, en la Jerga propia de esos JÓvenes "están todos trastornados". Si ~no se familiariza con la historia de esos pacientes, aparece siempre el cuadro de un niño que, desde su. más temprana edad fue extraordinariamente alabado y admuado, en tanto que l~s progenit~res pasaban por alto más allá de lo debido, o justificaban, sus defectos y fallas. Estos. ?~ños desarrol.laron una autoadmiración narcisista carente de cntlcas, que devmo su fuente predilecta o exclusiva de autoe~tima y que, con .el tie.mpo, los volvió completamente dependientes de ~na estimación irreal y exagerada de sus realizaciones y sus méntos. Para mantener este alto nivel de autoestima, es preciso que el mundo externo provea un flujo continuo de suministros narcisist~; si este flujo se corta momentáneamente, un afecto d~presiv? y un doloroso sentimiento de inutilidad invaden de mmediato el self. En caso de no controlársela, esta dependencia asume a la postre las características de una adicción. . Debemos apuntar otro rasgo típico de la crianza de estos mños porque él sienta las bases para una característica yoica específica de índole infantilista en años posteriores. Desde qu.e el niño era pequeño se le exigió, en forma prematura, qu~ tuvier.a una opinión independiente y fuera dueño de sus propias decisiones, antes aún de que hubiese desarrollado los recursos para poder adoptar tales decisiones. El niño no podía hacer otra cosa que elegir sobre la base de sus deseos o anhelos del'fllomento, sin tener en cuenta las consecuencias; s1,1 evolución todavía no lo había dotado de la aptitud para prever el futuro. Así pues, las consecuencias imprevistaS y desagradables sólo podían concebirse como una vileza del mundo externo, que permitió que ellas ocurrieran. Durante toda la niñez se le hizo creer a este chico que él era mejor (de algún modo indefinido) de lo..que pudieran mos.~rar sus desempeños: estuvo desde el vamos fuera de concurso . A ese algo invisible que él poseía se lo llamaba su "capacidad potencial"· se hablaba permanentemente de ella, a veces en términos bastante concretos, como si se tratase de un visitante retrasado que habría de arribar en cualquier momento. Por consiguiente, había un Johnnie a quien Johnnie conocía y había otro Johnnie, el potencial, a quien sólo los demás conocían.
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Confiar en los demás (al menos en este punto) pasó a ser la segura fuente de una inflada autoestima. En su adolescencia, estos muchachos se sintieron solos y atemorizados, con períodos de extática felicidad y de sentimientos de grandeza personal. Los años de su crecimiento fueron de una búsqueda incesante de esos estados de exaltación, sin los cuales la vida les parecía vacía, opaca y aburrida. Cuando en su vida posterior el paciente recuerda esta época, la describe como una etapa oscura y desolada, llena de temores. Esta descripción traza el síndrome del niño sobrevalorado. Al encontrarnos con él en la adolescencia, el déficit evolutivo se torna evidente en la lucha entre el self y el mundo externo, lucha que suele confundirse con la previsible y corriente rebelión adolescente, de naturaleza transitoria y valencia positiva. Los pacientes a que nos referimos sólo experimentan conflictos interiores de índole superficial, vaga y meteórica: agudos en un instante determinado, un momento después han desaparecido. La temprana sobrevaloración, sumada a las prematuras expectativas exageradas (responsables ambas de la falla evoluti· va), perduran en estos niños como una promesa y la certidumbre de que todo le!i irá bien cuando crezcan. Ya en la adolescencia tendría que haber llegado el día de la consagración, pero la promesa no se cumple. Ese día pasa a ser el día de ajustar las cuentas consigo mismos. Sus almas torturadas y desvalidas se llenan de incredulidad, de rabia y del seJ].timiento de haber sido traicionados; anhelan un mundo de objetos idealizado que les restaure su despedazada armonía inteiior, construida sobre el fundamento de la grandiosidad infantil. Sólo pueden decir que "sf' a aquello que los hace sentirse bien y decir que "no" a todo lo que disminuya su autoestima; no existe para ellos el "quizá", porque viven exclusivamente en el instante presente. Los adolescentes de este tipo con que me he encontrado son por lo común inteligentes, interesantes, atrayentes; pueden tener sentimientos y reacciones conmovedoramente tiernos. Muchos de ellos poseen esa natural y espontánea inteligencia, esa franqueza y encanto propios del niño de tres a seis años, tal como fueron inmortalizadas en el cuento "Las nuevas ropas del emperador". Sin embargo, esta faceta de su personalidad puede ser barrida, de manera repentina y sin causa aparente, por una ira primitiva y por fantasías sádicas de corte infantil y perverso. Los adolescentes de este tipo son incapaces de matar a una mosca, pero en la reclusión de su florida vida de fantasía pueden ser crueles, orgullosos y vengativos, al estilo de la Reina de Corazones: "¡Fuera con sus cabezas!". Los hostigan, aun· que sólo por breves lapsos, temores de represalias y el horror ante su secreta maldad. Más astutos que Orestes, rápidamente
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despistan a las Erinias y vuelven a encontrar la felicidad en esa región escindida de su psique en la que reinan supremas la bondad y la inocencia. Estos respiros se producen con frecuencia y duración suficiente como para que el adolescente compruebe las ventajas personales y materiales que puede obtener de esta pureza de propósitos tan' plenamente convincente -en especial cuando los adultos le dan crédito sin advertirlo y contribuyen a trasformar en realidad su escenificación recíproca-:-. Durante la niñez, habían descubierto de modo fortuito las ventajas sociales de esta fingida despreocupación por sí mismos; con los años, ese descubrimiento fue trabajado hasta hacer de él un estilo de vida, y perfeccionado en una escala más grande aún durante la adolescencia. Indudablemente, el tratamiento de este tipo de adolescentes está plagado de escollos; si el terapeuta no declara explícitamente cuál es su posición, quién es él y qué puede o no puede hacer, la terapia se pierde en un pantano de interpretaciones correctas pero inútiles. Si, en cambio, calibra malla tolerancia del adolescente a la polarización, el tratamiento puede convertirse en una lucha por el poder. Un positivo contacto emocional inicial es decisivo para todo lo que sigue. No basta con ser comprensivo, paciente y tolerante; como este tipo de adolescentes tiene hambre de estímulos, el terapeuta debe-ser interesante, estimulante, participante. Su incorruptibilidad, el hecho de que se muestre insensible a la seducción (tarea nada simple con estos jóvenes maestros del oficio), despierta al comienzo en el adolescente un belicoso resentimiento ("Yo pensé que un terapeuta era alguien que comprendía"); esta reacción se mezcla poco a poco con el fastidio y la sospecha ("Ya entenderé lo que me dice.,. tendré que esperar"), con el asombro y la curiosidad ("¿Realmente querrá significar eso que dice?"). Gradualmente, la fascinación inicial toma el cariz de la admiración: la balanza de la ambivalencia se inclina hacia el lado de los sentimientos positivos. Dentro del marco de esta relación se procede a reparar los déficit evolutivos a que hice referencia, con úcasionales y repentinas excursiones colaterales a las regiones de la defensa, la fantasía, la memoria y el afecto, o sea, en suma, a las regiones de la introspección, si no aún de la intelección. A fin de ilustrar estas puntualizaciones, describiré brevemente los rasgos centrales de la terapia de un muchacho en su adolescencia tardía, que present~ba de manera vívida el síndrome del "niño sobrevalorado". El mismo llegó a llamarlo "el malcriado que llevo adentro". Aunque parezca un caso extremo, lo cierto es que la mayoría de los casos de este tipo lo son. Este joven vino a verme porque en los últimos tiempos nada había salido como él quería. Fracasos en sus estudios, falta de
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interés por las cosas, un vagar sin rumbo durante mucho tiempo con talante depresivo, relaciones sexuales esporádicas pero superficiales, ingestión prolongada de drogas con el temor de ser "atrapado" por las drogas "fuertes", conocimiento de los lujos que podía brindarle el comercio de estupefacientes y posterior desencanto de esa vida suntuosa: todos estos aspectos se habían mezclado en él hasta crearle un atormentador y persistente sentimiento de futilidad. Pronto se estableció el rapport, porque yo sabía con qué rivales me enfrentaba: las drogas y las fantasías, y también conocía la intensidad de su anhelo de estímulos. Luego del gambito de apertura para establecer rapport, lo acepté como paciente con la condición de que nuestra relación se terminaría si, una vez cerrado el trato, más tarde él lo q~ebraba. Yo esperaba que él dejara el "comercio" de estupefaCientes (me prometió pagarme honorarios más altos si le permitía seguir con eso) y que,me mantuviera informado de su uso de drogas. Si bien él aceptó estos requisitos, demoré durante un tiempo mi compromiso de tratarlo porque dudaba de su veracidad. Desde luego, le comenté qué es lo que me hacía reticen~ te y me súgería esperar. Al adoptar esta postura, me hice éco de la propia divisió~ interna de él, explicitándole cuál era mi lugar en nuestro "comercio" mutuo. No le aseguré en absoluto que el hecho de que pagara sus honorarios y de que tuviera re~ servada una hora de sesión le· conferiría el privilegio de "~dueñarse" de mí o de usarme a su antojo. Sobre esta base, realizamos una productiva labor durante un año. La colaboráción del paciente llegó a su apogeo el día que me confesó que durante un largo período me había mentido, ocultándome su uso continuo (aunque limitado) de drogas, incluso de drogas "fuertes", que le regalaba un amigo adinerado. Tenía yo todos los motivos para pensar que desde que establecimos nuestro contrato, un año atrás, había abandonado el "comercio". ¿Acaso me aseguraba ahora todo esto (primero, que ya no comerciaba con las drogas sino que le eran suministradas por sus amigos, y segundo, que las ingería de manera limitada) a modo de circunstancias atenuantes y aun exculpatorias? Sea como fuere, con esta confesión me puso ante la prueba suprema: ¿Revocaría yo mi convencimiento, me asoc!aría con su corrompido superyó y demostraría que, en definitiva, su omnipotencia era invencible? Le dije que habíamos llegado al punto en que él debía partir. Aceptó el veredicto casi con alivio, pero me preguntó si podría retornar en el futuro en caso de que se nubiera librado de las drogas y hubiera conseguido un trabajo de algún tipo. (En la época en que nos vimos, hizo muchos intentos de conseguir empleo o de dedicarse a "actividades autónomas creativas"). Le di todas las seguridades de que mis puertas permanecerían abiertas.
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El seguimiento de este caso por un lapso de dos años reviste especial interés. Nuestra separación fue un punto de viraje decisivo en su vida. En los años siguientes vino a verme en varias oportunidades. Dejó la casa de sus padres y se mudó a otra ciudad; donde probó suerte en varios trabajos. Hizo nuevos amigos de ambos sexos y logró, sin ayuda ajena, dejar las drogas "fuertes". Perdió contacto con su amigo adinerado y con la vieja pandilla. Por último, se inscribió en un establecimiento universitario escogido por él, donde lo admitieron teniendo en cuenta la obra creativa en materia de diseño que había hecho durante el segundo- semestre de tratamiento conmigo. Se embarcó así en una carrera profesional para la cual tenía sin duda talento. Hueiga decir que la estabilización de su personalidad aún será un proceso arduo. En casos como estos, hay una alta tasa de recidivas. Pero lo cierto es que ya ha andado lo bastante por un camino que lo lleva en sentido ascendente como para tener una visión más optimista de su futuro. A mi entender, en la lenta reparación de la seria falla evolutiva de este paciente, el punto crucial se presentó cuando yo le di mi "no" inequívoco, con el que le expresaba: "No, tú no puedes adueñarte de mí, no puedes forjarme según tu propia imagen; tú no eres Dios". Tras la interrupción de la terapia, tuvo lugar una gradual aunque tenue transición de la omnipotencia a la identificación pasando por el amor de objeto. En otro plano, vi en su avance la progresión desde la irresponsabilidad hasta la culpa moral. Hace poco el paciente volvió a visitarme; estaba considerando la posibilidad de tomar una nueva serie de sesiones en la ciudad en que ahora vive. Yo no dudo de que al recomenzar la terapia esta seguirá un curso distinto, alcanzando el nivel de la intelección significativa. Pero estas no son más que especulaciones. No hay mejores palabras, para cerrar estas reflexiones mías, que las de la sensata y avezada experiencia: "La vida terapéutica, como la vida real, no es tan nítida ni tan fragmentaria como aparece en los informes. Como la vida misma, es esencialmente nebulosa y en modo alguno constituye un «sistema de acontecimientos». Todo sistema se encuentra, en gran medida, en nuestras cabezas, y es abstraído del flujo de la conciencia. Para poder manejarlo y meditar en él, lo dividimos en categorías. Si esto es verdad, ¿qué valor tiene para los demás un informe en el que se describe la situación terapéutica? La mayoría de las veces, no es sino una nueva manera de mirar cosas muy antiguas" (Anthony, 1976, pág. 343).
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Cuarta parte. Enfoque evolutivo de, la .formación de la estructura ps1qmca
En esta parte nos ocuparemos exclusivamente de elaboraciones teóricas. El interrogante fundamental. es el siguiente: ¿Constituye la adolescencia. un período evolutivo durante el cual se produce, de modo predominante o únicamente, un reordenamiento de estructuras psíquicas existentes, o bien se trata de un período evolutivo en el cual tiene lugar la formación de nuevas estructuras? En otras palabras, ¿es la adolescencia un período que se distingue por la reestructuración o la trasformación de organizaciones psíquicas protoadolescentes, o es posible identificar nuevas estructuras como resultado de conflictos puberales, específicamente adolescentes, y de su resolución? Aun cuando la observación clínica nos permite afirmar que ambos procesos son simultáneos, procederé a considerar por separado sus respectivas contribuciones a la formación de la personalidad adulta, con el fin de describir sus diferencias, identificar sus orígenes y aclarar su interacción. Podemos comparar la transición de la adolescencia a la adultez con la transición de la protolatencia al período de latencia; ambas tienen en cofi1ún el hecho de que nuevas estructuras surgen de la resolución de conflictos que son específicos y típicos del respectivo nivel de maduración. En los dos casos, el avan~ en la formación de estructuras se refleja en un progreso hacia la consolidación de la personalidad. Para ilustrar la hipótesis de que en la adolescencia aparecen cambios estructurales, y que estos son, de hecho, típicos del proceso adolescente, elegí una estructura particular, el ideal del yo. A partir de mis estudios clínicos sobre la historia de vida del ideal del yo a lo largo de toda la niñez, desde la niñez temprana hasta la adolescencia tardía, llegué a conclusiones definidas con respecto a la formación de estructuras específicamente adolescentes. Dichas conclusiones pueden resumirse en la afirmación de que el ideal del yo adulto tiene su origen en la disolución del complejo de Edipo negativo, que en la adolescencia adquiere una predominancia conflictiva. A instancias de la maduración sexual en la pubertad, la disolución de este componente edípico se convierte en un punto de urgencia evolutivo en la adolescencia. La bisexualidad de la niñez toca a su fin: este paso radical es asegurado por la formación de estruc-
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turas. Por consiguiente, en nuestro estudio del ideal del yo adolescente discernimos nuevos modos para la regulación de la autoestima, básicamente distintos de los que cumplieron dicha función durante el período infantil. A partir de mi trabajo clínico con adolescentes, es mi impresión, incluso mi convicción, que el complejo de Edipo no sólo resurge en el período de la maduración sexual, sino que normalmente completa el trabajo de disolución durante esa etapa evolutiva. En otras palabras, al comenzar el período de latencia el complejo de Edipo no·se disuelve sino que queda en suspenso -para bien o para mal-, y tiene su continuación en la adolescencia. La nueva problemática edípica adolescente se centra en el complejo de Edipo negativo, el amor hacia el progenitor del mismo sexo. La resolución de esta problemática representa un momento fundamental del trabajo edípico de la adolescencia; la formación de la identidad sexual adulta depende de dicha rElSolución. La problemática e~í~ica negati:a de la adolescencia no consiste meramente en reviVIr un confhcto infantil· se trata de una realidad que antes nunca había sido tan imperfosa. En la adolescencia no cabe resolverla mediante el desplazamiento hacia un objeto no incestuoso sin que un predominio homosexual se convierta en un aspecto permanente de las relaciones objetales. . Asimismo, mi trabajo clínico me ha sugerido, convincentemente, que la disolución del complejo de Edipo negativo se logra mediante la elaboración de una nueva estructura, a la que denomino el "ideal del yo adulto", en contraposición con el anterior "ideal del yo infantil". Tal vez no sea superfluo reiterar que hablo aquí de estructuras y no de contenidos: el santo y el criminal tienen ambos un ideal del yo en cuanto estructura, pese a que los contenidos de uno y otro son dos mundos distintos y los niveles evolutivos de los respectivos ideales del yo difieren por completo. Lo que deseo subrayar es que el ideal del yo adulto se convierte en el heredero del complejo de Edipo negativo al finalizar la adolescencia. Desde un punto de vista adaptativo o. psicosoci~, el ideal del yo adulto puede considerarse la socialización del narcisismo. Lo que quiero decir con esto requiere una detallada exposición, que se encontrará en los capítulos subsiguientes. Por supuesto, el resurgimiento y el desplazamiento del complejo de Edipo positivo durante el período adolescente constituye, por lo común, un aspecto central y conflictivo de las relaciones objetales adolescentes. De hecho, estamos bien informados acerca de la influencia del complejo de Edipo posi~ tivo sobre el desarrollo adolescente mediante su tumultuosa reaparición durante el período adolescente (la adolescencia pro-
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píamente dicha). No obstante, debemos admitir que nues~ros conocimientos son menores en lo que respecta al destino de las pulsiones vinculadas con el padre del mismo sexo y a la manera como este lazo libidinal afecta las relaciones objetales adolescentes y el sentido del self. Al reflexionar sobre estas proposiciones nos preguntamos de qué modo una disolución en dos tiempos (en la niñez y en la adolescencia) del complejo de Edipo se relaciona con la teoría de la génesis de las neurosis. Al respecto, subsiste un interrogante, que puede dar pie a controversias pero que es significativo, acerca de la contribución respectiva de cada una de esas disoluciones edípicas a la formación de la neurosis adulta. La dicotomía evolutiva a la que nos referimos nos lleva a pensar que la organización de la neurosis definitiva (adulta) no se completa antes de terminar la adolescencia, o, en otras palabras, antes de terminar la niñez, hecho signado por la disolución definitiva -ya sea normal o patológica- del complejo de Edipo. Atribuir al proceso adolescente una duración limitada, aunque variable, plantea el problema de cómo conceptualizar la conclusión de la adolescencia. La respuesta a esta pregunta será formulada en términos de la formación de estructuras y de tareas evolutivas. Como veremos estas son idénticas al proceso adolescente mismo. La investigación de este aspecto constituye la última contril:mción de esta parte del volumen.
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15. La genealogía del ideal del yo* q-¡¿L 1•t '
El período adolescente se presta particularmente bien para el estudio de las estructuras ps~quicas en relación con su origen, contenido y función. Si bien en esta etapá avanzada del desarrollo las estructuras psíquicas se hallan en esencia formadas e integradas, es propio de la adolescencia -o del desarrollo bifásico de la sexualidad en la especie humana- que la maduración puberal suscite un proceso de reestructuración psíquica. El curso de la consiguiente inestabilidad emocional se halla determinado por procesos más o menos desintegradores de índole regresiva; no obstante, simultáneamente observamos también un impulso vigoroso e integrador hacia la formación de la personalidad. La relativa franqueza y fluidez de la personalidad ') durante este período de reestructuración psíquica proporciona al observacJor psicoanalítico del desarrollo de la personalidad la oportunidad de hacer importantes descubrimientos respecto de la formación y trasformáción de estructuras, oportunidad que ningún otro período de la vida humana ofrece de modo comparable. Las dramáticas repercusiones de este proceso en la existencia del adolescente no han dejado de ser advertidas y registradas a lo largo de la historia. En el curso de mis estudios psicoanalíticos he utilizado este medio de laboratorio natural que es la reestructuración psíquica en la adolescencia para investigar aquellas estructuras que el proceso adolescente afecta de modo más decisivo. El presente estudio extiende dicha investigación al ideal del yo. La observación popular y la psicología académica han señala- 1 do siempre la propensión de los jóvenes a los ideales elevados, .a las idealizaciones e ideologías. Esta tendencia, que suele entrar en conflicto con los valores, tabúes y costumbres tradicionales, ha hecho que las nuevas generaciones sean santificadas o denostadas. La vaguedad de la teoría psicológica en relación con la formación del ideal en la adolescencia, así como la exaltada, a menudo desesperada búsqueda de ideales de la juventud contemporánea, convierten al estudio del ideal del yo dentro del .P;I'üceSO adolescente en un tema de actualidad. Mis hallazgos ,
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• Publicado originalmente en The Psychoanalytic Study of the Child, vol. 29, pá¡p. 43-&8, New Haven: Yale University Press, 1974.
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serán considerados a la luz de los conceptos elaborados durante años acerca del ideal del yo, los cuales se han integrado a la teoría psicoanalítica.
El punto de partida clínico
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Todas mis contribuciones a la teoría psicoanalítica tienen algo en común: se han originado en observaciones clínicas. Esto ~is~o es válido para mi estudio sobre el ideal del yo. Por consiguiente, comenzaré mi exposición. refiriendo una serie de observaciones procedentes del análisis de adolescentes varones en especial de jóvenes cuya adolescencia finalizaba. ' En varios pacientes varones en su adolescencia tardía se destacaba un mismo complejo de síntomas. Todos ellos tenían elevadas ambiciones, pero eran incapaces de obrar en consecuencia. Ca~ecían de prop~sitos y se mostraban abatidos; eran proclives a VIólentos cambios de humor, a esporádicos y fugaces arranques de actividad e iniciativa y a un indefectible retorno a monótonos sueños de gloria. Nada de esto culminaba nunca en una b.úsq?eda ~~uelt~, en una experimentación original o en la excitación visionana de una meta realista. Estos rasgos típicamente adoles~e~tes adquirían la especificidad de un complejo de síntomas umcamente por su índole estática, repetitiva, y P?r hallarse fuer~ del control volit_ivo. Por consiguiente, perjudiCaban su capaCidad de enfrentar los desafíos propios de la juventud, t~es como el desempeño laboral, los logros académicos y la busqueda de_ relaciones objetales gratificadoras, ya sea con otros muchachos o chicas o personas adultas. Ante la irrefutable evidencia del fracaso, el presente se mostraba sombrío Yel futuro ominoso. La fuga hacia la rebeldía o las fantasías de restitución terminaban en la impotencia. El negativismo, en caso de presentarse, nunca duraba mucho; no obstante, todo esfuerzo por trascender no lograba sostenerse. Las metas ocupacionales o los objetivos a corto plazo cedían fácilmente ante la indecisión y la duda; se los .abandonaba a menudo y bruscamente, a pesar de la motivación al parecer fuerte que los había originado. Estos fenómenos, y otros conexos, han sido ampliamente des_critos en la literatura especializada, en particular los que se r~fiere~ al adoles~ente varón. Entre las diversas explicaciones dmám1eas y genéticas, la más frecuente es la rivalidad del adolescente varón con el padre edípico. Las defensas contra la angustia de castración. parecen haber obstruido el camino hacia un desarrollo progresivo. No ca~ duda de que este tema repercute a lo largo de la lucha adolescente del varón. Hay siempre
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abundantes expresiones o asociaciones directas, ideas y afectos que apuntan en esta dirección. Sin embargo, las interpretaciones que hacen hincapié en este conflicto no resuelven, de acuerdo con mi experiencia, la sintomatología de las generalizadas inhibiciones y detenciones evolutivas que he descrito. Opino que en estos casos el complejo complementario de la rivalidad del varón con el padre -su amor hacia él y el deseo de recibir su afecto- constituye un obstáculo para la formación de objetivos realistas y su activa consecusión. De hecho, las metas pasivas emergen a la superficie reiterada e inevitablemente, aun cuando dichas met~ chocan contra las aspiraciones concientes y se hallan sujetas a una severa autocrítica. Obviamente, su pertinaGia se debe a los beneficios secundarios que aseguran. · La sexualización de las funciones del yo y del superyó durante la adolescencia es algo bien conocido; ella se aplica asimismo a aquellas formaciones def ideal del yo que preceden a la adolescencia. Como ejemplo, citaré el caso de un joven estudiante cuyas aspiraciones vocacionales coincidían con lo que su padre había dispuesto para él. Su éxito tenía que malograrse debido a un cuádruple conflicto: si triunfaba, ello suponía que se ofrecía al padre como objeto de amor (deseo de castración), o bien que lo aniquilaba usurpando su posición (parricidio); por"Otra parte, si fracasaba renunciaba a sus aspiraciones y por lo tanto inducia al padr~ a tratarlo como a una mujer despreciable; no obstante, al fracasar establecía también su autonomía, si bien de un modo negativo, rechazando la seducción del padre, evitando convertirse en su preferido, en su hijo ideal. La complejidad de esta constelación se-debe a que tanto el complejo de Edipo positivo como el negativo vuelven a desempeñar un papel en la última fase de la adolescencia. Por supuesto, los puntos de fijación en las relaciones objetales tempranas y la orientación bisexual implícita en la niñez influyen decisivamente en la disolución definitiva de ambos complejos. Las observaciones de este tipo me persuadieron de que el ideal del yo continúa siendo. una insta:Q.cia inmadura, que sirve a la: idealización del self y a la realización de deseos, y que se resiste a trasformarse en una fuerza madura, es decir, autónoma, aplicada a fines y capaz de motivar para la acción, en la medida en que el complejo de Edipo negativo· del joven no pueda examinarse lo suficiente en el trabajo analítico. Tengo la certidumbre de que los analistas saben por experiencia hasta qué punto este aspecto de la organización defensiva se mantiene impenetrable en el análisis de los adolescentes varones. La formación de un ideal del yo adecuado a la edad y factible sólo podrá tomar un curso normal una vez que se haya acometido con éxito el análisis de la fijación en el complejo de Edipo
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negativo. Esto me ha llevado a decir que el ideal del yo, tal como aparece al finalizar la adolescencia, es el heredero del complejo de Edipo negativo (véase el capítulo 7). Por inferencia, doy por sentado que la reestructuración psíquica adolescente que se desarrolla sin una ayuda terapéutica sigue un curso similar.
Formulaciones teóricas Antes de proseguir con las implicaciones teóricas de lo que he afirmado hasta aquí, debo decir algunas palabras sobre la idealización adolescente en general. Estos comentarios se aplican en igual medida a los jóvenes de ambos sexos, aunque sus · idealizaciones difieren en contenido y cualidad. Hay una buena razón para distinguir entre la idealización del self y el ideal del yo propiamente dicho. Si bien las idealizaciones tienen sus raíces en el narcisismo infantil, no podemos ignorar que al producirse la maduración sexual estas formaciones narcisistas tempranas son absorbidas por el tumulto instintivo de la adolescencia. Aquí las encontramos ya sea en el área de las relaciones objetales o en una intensificación regresiva del narcisismo, tal como ocurre en las idealizaciones del self. Estas formaciones son inestables y se hallan sujetas a rápidas fluctuaciones; son reguladores primitivos de la autoestima. La idealización del self puede proporcionar, al menos temporariamente, una gratificación similar a la de una necesidad infantil. Por el contrario, el ideal del yo sólo proporciona aproximaciones a la realización; implica dilación y un estado de expectación; es un viaje incesante sin punto de llegada, una lucha de toda la vida en pos de la perfección. Las exigencias del superyó pueden satisfacerse, con la consiguiente sensación de bienestar. Las aspiraciones del ideal del yo son imposibles de cumplir; de hecho, lo que proporciona una sensación de bienestar es el sostenido esfuerzo en pos de la perfección) Las raíces más profundas del ideal del yo se hunden en el narcisismo primario. No obstante, cada etapa del desarrollo subsiguiente amplía su alcance en cuanto a su contenido y a su función. Tanto el ideal del yo como el superyó comienzan a desenvolverse en una época temprana de la vida, mucho antes de 1 Hartmann y Loewenstein (1962) han examinado el "cambio de función" en la evolución del ideal del yo: "El «anhelo de perfección» del ideal del yo se convierte dinámicamente en una función orientadora en parte autónoma, una función relativamente independiente de los objetos, as! como de los precursores instintivos. Las metas del ideal del yo no son ya, en medida considerable, similares a los deseos primitivos que desempeñaron un papel en su formación" (pag. 64).
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que asuman la estructura de una instancia psíquica. Ambos' surgen como respuesta al mundo externo y, por consiguiente, tienen propensión a reexteriorizarse. Deseo subrayar aquí que el ideal del yo está sujeto a cambios cualitativos durant~ el curso del desarrollo. Es decir, el ideal del yo se enreda fácilmente con nuevas modalidades pulsionales, y con nuevas aptitudes yoicas, a medida que unas y otras aparecen en dif~rentes etapas evolutivas. De este modo, no sorprende ~ue el ~d~a.I del yo se vea absorbido por el tumulto de las pulswnes hbidmales Y agresivas durante la adolescencia. Por lo tanto, la reinstintivación adolescente de aquellas estructuras psíquicas que proceden de la interiorización de las relaciones objetales abarca también al ideal del yo. Su núcleo narcisista se vincula con la libi~o objeta! narcisista que halla una nueva descarga con el resurgimiento del complejo de Edipo negativo. La disolución edípica da lugar al ideal del yo maduro como superviviente des~xuali: zado,. es decir, trasmutado, del complejo de Edipo negativo. S1 bien los primeros pasos, al igual que los últimos, del des~rrollo del ideal del yo son diferentes en el hombre y la muJer, la estructuración adolescente del ideal del yo determina, para ambos sexos, la etapa final del proceso adolescente.; en otras palabras, señala la finalización de la niñez psicológiCa. . En la teoría psicoanalítica es un principio aceptado la reactivación del complejo de Edipo durante la adolescencia. Junto con la regresión al servicio del desarrollo, ~icha r~activ~ción conduce al aflojamiento de los vínculos objetales mfantlle~ e inicia el segundo proceso de individuación de la adolescencia. A medida que progresa la reestructuración psíquica adolesc~~ te puede observarse el predominio del yo, as~ c~~o la estabilización caracterológica de las defensas. Las similitudes de esta etapa con la transición entre la etapa fálico-edípica y la latencia son notables y han llamado la atención de los observadores analíticos. Mi impresión ha sido que la primera declinación del complejo de Edipo en la etapa de la inmadurez sexual obliga a la represión y a las trasformaciones identificatorias (supery~) del componente positivo del complejo, y que ello se logra mediante medidas más absolutas y rigurosas de las que parecen ser necesarias en el caso del componente negativo. Siempre hemos dado por sentado que las relaciones objetales del período diád~co, de índole precursora, influyen decisivamente sobre el conflicto edípico triádico, que arrastra fijaciones que pertenecen a propensiones pulsionales específicas, modelos de relaciones objetales y afinidades preferenciales con uno u otro de los coml?one~ tes instintivos. El amor pasivo del niño por el padre y su Identificación con la madre parece tomar un rodeo, que a menudo se manifiesta en un rasgo de carácter o en una fantasía escindida,
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durante la disolución del complejo de Edipo-y ia sOiidTficacióñ del superyó. El componente femenino en la vida instintiva del niño es reprimido, restringido o rechazado de modo mucho más vigoroso por las imposiciones narcisistas, manifiest~ en la vergüenza o el desprecio, que por las prohibiciones super.;. yoicas. Su dominio de la agresión bordea siempre el dilema de obtener dicho dominio mediante la sumisión pasiva a. los principios morales (al padre), o mediante la exteriorización del conflicto por medio de la actuación. Es un hecho bien conocido que la relación del niño con su padre nunca es mejor, es decir, menos conflictiva o más positiva, que al comenzar la pubescencia. El niño procura la ayuda del padre para defenderse de la regresión hacia la madre preedípica -fálica, castradora-. Puede observarse cómo esta fase afecta el resurgimiento del complejo de Edipo, a pesar de las fijaciones más tempranas, y de qué modo complica, de alguna manera, la disolu~ión adolescente. Sostengo que el adolescente no sólo se ve enfrentado con el resurgimiento del complejo edípico tal como fue disuelto o abandonado en su primera declinación, sino que la tarea inherente de la adolescencia·es la disolución definitiva: de dicho complejo. Esta tarea implica la renuncia total a los vínculos objetales infantiles con ambas figuras parentales, es decir, con ambos padres como objetos sexuales. En muchos casos, una resolución accesoria se relaciona con un vínculo incestuoso con un hermano o hermana. Para el niño, la posición bisexual es menos conflictiva y permite una cantidad de transacciones, a diferencia del adolescente, que ha alcanzado la madurez sexual. La disolución del complejo de Edipo negativo en tanto compromiso objeta! de índole sexual enfrenta al adolescente varón con un conflicto y una tarea relativamente nuevos. El desplazamiento hacia un objeto no incestuoso no puéde ser nunca una solución satisfactoria puesto que ello sólo proyectaría a la constelación edípica entera, más allá de su momento específico, hacia las relaciones objetales bisexuales de la adultez. El único camino para el varón consiste en la desinstintivacidn del vínculo objeta! narcisista, es decir, homosexual, lo cual conduce a la formación del ~ ideal del yo adulto. En este proceso, todas las tendencias hacia el ideal del yo acumuladas a lo largo del tiempo, desde el narcisismo primario hasta la omnipotencia simbiótica, y luego, desde las identificaciones narcisistas hasta la etapa del amor objeta} homosexual, se integran en el ideal del yo permanente, que se fusiona durante la etapa final de la adolescencia. A partir de este punto, el ideal del yo constituye una estructura psíquica inalterable que extiende su influencia sobre el pensamiento y la conducta, abarcando un sector de la personalidad más amplio que antes de la adolescencia. Es preciso considerar que· este
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cambio se produce paralelamente con modificacion~ concor- .;1 dantes en el superyó adolescente. Desde un punto de vista feno- \ menológico, dichas modificaciones se hallan representadas por la proverbial rebelión adolescente. D~de un punto de VIsta metapsicológico, señalan que el yo y el Ideal del yo están asumiendo algunas de las funciones del superyó, afectando p~r consiguiente el alcance de su influencia, así como su papel dinámico y económico en la vida mental (Blos, 1962). . -..,..-(' Volveré ahora brevemente a la idealización del self Yal Idea) del yo en la adolescencia, pues la 'conceptualización de la formación del ideal del yo adoles~ente permite distinguir con mayor precisión entre ambos. La adquisición de ideales no es lo ~· mismo que la estructuración del ideal del yo. No se puede l hablar de ideales del yo, como no se puede hacerlo de superyós en plural. No obstante, es frecuente hallar el término "ideales del yo" en la literatura especializada. Tanto el superyó como el ideal del yo denotan una e5tructura co~esiva, o, de ~nodo más correcto, el ideal del yo representa un aspecto del sistema superyoico" (Hartmann y Loewenstein, 1962, pág. 44): La idealización del self constituye un aspecto típico de la adolescencia; revela, de un modo inconfundible, su origen. y su función narcisista como regulador de la autoestima. Al mismo tiempo, observamos un deterioro más o men?s malig~10 del examen de realidad, la objetivación y las relac10ne~ ob~etales. En los casos en que las metas narcisistas de .la idealización d.el self se exteriorizan, son fácilmente confl.lndidas con las mamfestaciones del ideal del yo. Por cierto, los ideales intransigentes del adolescente, expresados en palabras o en la acción, a ~enudo se consideran erróneamente como la prueba de un VIgoroso ideal del yo. Mis observaciones clínicas respecto de jóvenes rebeldes o activistas, todos ellos en la última etapa de la adolescencia y en su mayoría estudiantes universitarios, quienes buscaban crear una sociedad perfecta, me persuadieron de qu.e su cr~ncia en un mundo perfecto arraigaba en una creencia arcaica en la ) perfección parental. -~a "imago parental idealizada" C~ohut, 1971), éuandoSe fa exterioriza, añade un carácter fanátiC.o.ala. lucha por ese mundo perfecto, a la vez que la ira narclSls.ta, una respuesta a la desilusión parent.al, en~uentra una e~!esión . \ tardía en la irracionalidad de la violencia. Un mundo Imper- ' fecto debe permitir que se lo corrija o ser destruido. Este principio del tipo todo o nada se manifestó en la década de 1~60 con particular virulencia en las universidades norteamen?anas.2 El Alma Mater, "la madre nutricia", se convirtió en el 2 Una aplicación generalizada de esta tesis al con~exto mun~al ~a engañosa, pues los factores que intervienen en las rebeliones estudiantiles en otros paises son demasiado heterogéneos.
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. bla.nco de la ira y las recriminaciones infantiles, como lo ·pu· sieron en evidencia los ataques verbales, simbólicos, y concretamente anales. La negativa de aquella a gratificar las necesidades de sus hijos adoptivos se tomó literalmente, sin conside-: rar un momento que ella estaba nutriendo (amamantando) la mente y que por lo tanto no estaba en con.diciones de gratificar las necesidades de un modo instantáneo. Por supuesto, estas observaciones se aplican sólo a un sector determinado de lüs ac' tivistas y rebeldes fanáticos de las universidades. Lo que consideraban culpas de los padres se les aparecían magnificadas hasta el punto de configurar ultrajes llenos de vileza o maldad. En algunos de los jóvenes revolucionarios3 la lógica política o histórica se halla distorsionada por los "absolutos" o directamente no existe, debido a su imperiosa creencia en la perfección. Le-· jos de originarse en un espejismo, este tipo de conducta y de pensamiento refleja la exteriorización de la perfección parental perdida; además, demuestra cuán extraordinariamente doloroso es el esfuerzo para trascender a la pérdida del self o del objeto idealizados. La teoría psicoanalítica siempre hizo hincapié en la estrecha . conexión entre el ideal del yo y las pérdidas narcisistas de la in, fancia. En consonancia con su origen, que también influye sobre su función, el ideal del yo es básicamente hostil a involucrar la libido objet!\1..; como señafamos antes, sus raíces se hunden en el na~cisismo primario. Perpetúa, por decirlo así, una eterna aproximación a la perfección narcisista de la infancia. Si seguimos el curso del ideal del yo desde la infancia hasta la adultez,_ podemos registrar una permanente adaptación de su función básica al sistema cada vez más complejo mediante el cual el self se mide a sí mismo, a medida que progresa a lo largo de líneas evolutivas. Por lo tanto, el ideal del yo se aleja cada vez más de aquellos esfuerzos primitivos que aspiran a una restitución narcisista absoluta. De hecho, el ideal del yo funciona ! como instancia psíquica, al menos en su forma madura sólo en , ,1 la medida en que su meta se halle fuera de su alcance. 'cuales, ' quiera sean los logros del hombre, la imperfección continúa siendo un perpetuo componente de sus esfuerzos; no obstante, este hecho nunca le ha impedido renovarlos. Mientras que el superyó es una instancia de prohibición, el ideal del yo es una instancia de aspiración. "Mientras que el yo se somete al superyó por temor al castigo, se somete al ideal del yo por amor" (Nunberg, 1932, pág. 146). Unas· décadas después leemos
nuevamente: "Nuestros ideales son nuestros líderes internos; los amamos y anhelamos alcanzarlos.[ ... ] Nuestras ambiciones nos impulsan, [pero] no las amamos" (Kohut, 1966, pág. 251). Durante el proceso formativo del ideal del yo adulto en la adolescencia vuelven a instalarse modelos preedípicos y pregenitales, y la fuerza de los puntos de fijación se hace notoria. Eslo mismo también es válido para los componentes instintivos, que una vez más desempeñan un papel durante la irrupción de la vida instintiva en la pubertad, cuando el avance hacia la genjtalidad traza una línea de demarcación cada vez más nítida entre el placer previo y la excitación genital. En mi análisis de adolescentes varones, a menudo me impresionó la intensidad con que cultivaban la idealización del self como un fin en sí mismo, sin que de ello se siguiera ningún acto hacia la realización o consecusión. La comparación entre esta actitud y una fijación en el placer previo resulta válida, en especial cuando observamos reiteradamente la declinación de este modo de funcionamiento con el predominio de la genitalidad. Podemos ahora reformular un pensamiento que ya se encontraba in nuce en el punto de partida clínico: el ideal del yo emerge de su estado infantil sólo cuando, en la adolescencia tardía, el vínculo objeta! narcisista, al cual se ha unido el ideal del yo infantil, pierde su investidura homosexual. Esta tarea se logra mediante la disolución .del complejo de Edipo negativo.
El desarrollo del ideal del yo en el hombre y en la mujer
3 Sus antecesore; prototipicos pueden hallarse en los estudiantes nihilistas Arcady Y BIWll'OV, personajes de la novela Padres e hifos (1862), de Turgenev. Arcady termina casándose y acei>tando.la vida ancestral, mientras que Bazarov, en un triunfo de la idealización del self sobre un romance frustrado, se suicida.
Si bien consideramos que el ideal del yo forma parte del sistema superyoico, uno y otro no se desarrollan a partir de la misma matriz conflictiva, ni constituyen entidades que coinciden entre sí en el momento de su aparición. Muy por el contrario, su origen es heterogéneo, sus puntos de partida no son sincrónicos, sus contenidos no son idénticos y sus funciones son dispares. Lo que tienen en común es su influencia motivacional sobre la conducta y su función reguladora de la sensación de bienestar. De acuerdo con sus respectivos orígenes, podemos "distinguir entre el superyó, una estructura más reciente y .más acorde con la realidad, y el ideal del yo, una estructura más temprana y más narcisista" (A. Reich, 19~4, pág. 209). Sin embargo, en cuanto a la cronología de la formación definitiva de dichas estructuras sucede lo contrario: el superyó se establece más tE:;mprano, al declinar la fase fálico-edípica, mientras que el ideal del yo alcanza su estructura definitiva sólo durante la etapa final de la adolescencia.
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Se ha observado con frecuencia que la índole narcisista del ideal del yo muy pronto atrae hacia su campo a la imagen corporal. Por consiguiente, no sorprende que el curso de la formación del ideal del yo no sea idéntico para uno y otro sexo. No obstante, en ambos casos puede reconocerse la función del ideal del yo primitivo por su meta, que consiste en reparar o borrar una herida narcisista debida a la comparación con otras personas o al menosprecio de estas. El recurso narcisista a un estado de perfección ilusoria del self produce una sensación de bienestar, que sin embargo se adquiere al precio de cierta distorsión de la realidad. Al progresar el desarrollo del yo, esas distorsiones aisladas extienden una perniciosa influencia sobre las iniciativas adaptatiyas del niño.
La Unea evolutiva del ideal del yo femenino
En la literatura psicoanalítica encontré sólo una descripción evolutiva· sistemática del ideal del yo femenino: un ensayo de Jacobson (1954). Esta autora sostiene que "en la niña se desarrolla un núcleo del verdadero ideal del yo aun antes que en '· el varón y ello ocurre en relación con el surgimiento temprano de su conflicto de castración". La niña responde al descubrimiento de hallarse castrada "desmintiendo su supuesta deficiencia". Con el tiempo, esta etapa conflictiva conduce al reconocimiento de su anatomía genital y, en consecuencia, a un intento de recuperar el falo perdido. Durante esta fase, su desilusión con respecto a su madre se manifiesta en el rechm:o hostil, acusatorio, hacia. aquella y en el menosprecio de sí misma (su imagen corporal). Este conflicto. preedípico se resuelve mediante la recuperación del falo a través de una vuelta al padre y "muy a menudo [ ... ] una renuncia prematura a las actividades genitales, acompañada por la retracción y el desplazamien., to de la libido narcisista desde los genitales hacia el cuerpo entero" (pág. 118). · ,_
Mi experiencia confirma este desplazamiento, que puede reconocerse en una etapa posterior en la marimacho, cuando la ecuación cuerpo-falo adquiere un carácter tan espectacular; es posible observar esta misma tendencia en la niña mayor, cuando el cuerpo-falo se convierte en un agente que permite exhibir, controlar y estimular la excitación sexual. Una preocupación persistenh respecto del cuerpo-falo tiende a producir en la joven adoler ·ente un estado cuasi alucinatorio que le hace percibir a todt.;~ bs varones codiciándola sexualmente. De hecho, esta percepción es a menudo correcta, pues el "juego" fáliconarcisista de la frialdad provocadora por parte de la joven tien-
de a despertar en el varón una conducta sexual agresiva Y presumida J acobson afirma también lo siguiente: "A partir de los casos que he tratado no q~eda duda de 9-~e , \ estos graves conflictos y, en particular, los pehgros q~~ se ong¡- 1 nan en el menosprecio de sí misma por parte de la mna Y en la desvalorizadón de la madre y el riesgo de perderla son maneJadOs mediante el establecimiento de un ideal del yo materno, \. aun cuando tenga un c~rácter muy prematuro e inmaduro: el ideal de una niñita carente dé agresividad, limpia, prolija Y físicamente atractiva, dispuesta a renunciar a las actividades se-
xu~p~~ cierto, con frecuencia cabe observar que el ideal del yo femenii)O absorbe y remplaza para siempre a la fantasía del «pene ilusorio»" (págs. 118-19). '
Cuando la niña se vuelve hacia el padre edípico, la recuperación del falo continúa siendo un aspecto intrínseco de sus deseos sexuales. En los intentos de satisfacer estos deseos podemos observar que yuelven_ a instalarse modalidades orales de incorporación que constituían mecanismos adecuados a la fase durante la formación prematura del ideal del yo .. Cabe agreg~r aquí que estas "fantasías arcaicas de incorporación oral y gemtal" del falo paterno constituyen un aspecto normal (a menudo patológicamente fijado) de la lucha de la adolescente tardía en pos de la perfección, ya sea que adopte esta un carácte~ sexual, ,1 intelectual social, moral u otro distinto. Mis observaciOnes en r: cuanto a e~ta etapa corroborán la afirmación de Jacobs.on, se-\ gún la cual la tendencia de la niña a.efectuar una regr~sión ha-~, cía el estado primitivo de la formación ~e~prana delide~l del , yo complica,. retrasa o frena el establecimiento de un yo m~~- · pendiente, así como de un ideal del yo de índole de.sperson~~I- i cada no concretizada y abstracta. En consecuencia, la mna 1, cons~rva una persistente tendencia a "revincular su ideal del Y~ 1 con una persona del exterior" (pág. 119). Para decirlo en ·otros términos, el . !deal d.el yo femeni~o. t~ende a segu.ir enr~dado, o ', l' es propenso~ enreclru.:s(l~ en las VlclSltudes de las relaciOnes oh- fr jetales. · En este contexto, es preciso tener en cuenta que la bisexualidad de la mujer asume, a lo largo de su vida, un carác~er ~e nos polarizado o conflictivo que en el hombre; por consigUiente, la bisexualidad no se halla nu?ca s~jeta a ~na resolución de- J finitiva o a una represión tan ríg¡da o ureversible como ocurre, '\ normalmente, en el caso del varón. Durante la pubertad temprana del varón buscaremos en vano una etapa manifiesta y acorde con el yo similar a la ~tapa de la marimac~~· Sólo el
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análisis de adolescentes varon~s nos proporciona evidencias de lo~ deseos e. ~dentificaciones femeninos profundamente repri-
midos del mno (Blos, 1962; véase también el capítulo 7). Esto confirma el hecho de que los dos aspectos del complejo de Edi' po -el. primero, fálico; el segundo, adolescente- siguen un curso diferente en ambos sexos. En la coyuntura crítica de la a?olescencia tardía, cuando la joven debe lograr la estabilización de su femineidad, la incorporación regresiva del falo pa!erno c~mo regulador narcisista de la sensación de completud y perfección debe ser ~uperada por una sostenida identificación con la madre. Un ideal del yo no sexualizado ni concretizado lacilita la trasformación de la envidia infantil del pene en una lucha por la perfección como mujer, alejada de la envidia, la competencia y la rapacidad (la "caza de trofeos" sexual). Este logro restablece una sensación de bienestar y la confianza concomitante en que ciertamente es posible encaminarse hacia la autorrealización. La fuente inextinguible de una fuerza propulsora hacia ~sta met~ ~onstituye el ideal del yo femenino y define su función narcisista. No obstante, ciertos vestigios de la "revinculación del ideal del yo con una persona externa" con un objeto de amor, siguen siendo, hacia cierto punto, el sine qua non del ideal del yo femenino. Todo analista. que haya tratado a adolescentes mujeres ha observado el dehcado y doloroso estado de transición entre el ideal del y~ personalizado, dependiente y concretizado, y el aut?nom~, Impersonal y abstracto. Mientras se dirige hacia este .f~n, la JOVen a ~enudo intenta acomodar su ideal del yo primitivo a una relación amorosa. Su ganancia de placer consiste aquí más o ~enos ex:l~sivamente en el ejercicio de su poder y 1~ recuperació~ na~clSlsta del falo; este se obtiene ya sea medi~nte su pos~sión VI~ aria durante el acto sexual o por medio de su mcorporación gemtal (oral). Estas etapas en el camino hacia l~ femin~dad ~~arecen a menudo yuxtapuestas con perturbac~ones. ahmenhcias (v.gr., el comer compulsivo-o el ascetismo dietético), las cuales no dejan dudas acerca de los mecanismos orales ~ompro~etid~s: Es un hecho bien conocido que las pertur?acwnes a~ImentiCias de la adolescencia prevalecen entre las JÓvenes, mientras que entre los varones sólo tienen una inci. dencia insignificante.
La linea evolutiva del ideal del yo ma-;culino El primer paso en el desarropo del ideal del yo. masculino conduce del narcisismo primario a la omnipotencia ilusoria compartida con la madre y, más allá, a las identificaciones
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narcisistas con objetos idealizados. Estas identificaciones son atemperadas progresivamente por el principio de realidad, que pega un salto hacia adelante en la época en que se recurre a su ayuda para la disolución del complejo de Edipo. La consolidación del superyó contiene las fugas hacia la omnipotencia y el autoengrandecimiento. El recurso al estado de omnipotencia infantil es relegado decididamente al mundo de la fantasía. El aspecto creativo de la fantasía y sus modalidades expresivas (tales como la imaginación lúdica o verbal) reflejan, en un plano metafórico, la potencia y el poder de la madre procreativa, preedípica, que siempre despierta, en cierta medida, la envidia del niño. Este hecho tal vez explique, en comparación con lo que hemos dicho acerca de la mujer, la observación de que los adolescentes varones tan a menudo aspiren a la creatividad, la originalidad y la fama. Por cierto, las jóvenes tienen aspiraciones similares, pero estas tienden a vincularse más vigorosamente con el anhelo de una relación satisfactoria. Las repercusiones del temor y la envidia del varón por la procreación femenina pueden detectarse -en el impulso del adolescente a crear, ya sea un aparato, una fortuna, una molécula, un poema, una canción o una casa. Tales deseos están muy lejos de satisfacer las características que atribuimos al ideal del yo; ellos proporcionan un repertorio de sueños diurnos reiterativos y por lo común permanecen encadenados a estas regiones inferiores por fuertes inhibiciones. A modo de ejemplo, relataré un episodio del análisis de un adolescente tardío. El joven informó un día que se había escuchado decir en voz alta, dirigiéndose a sí mismo: "Vamos, Chris, no seas una mujer". En ese momento estaba perdido en ensoñaciones, alentando dulces esperanzas de que todo habría de salir lo mejor posible. Se sobresaltó al oír sus propias palabras, que revelaban tanto su deseo como la refutación de este deseo -o, más directamente, su conflicto neurótico-. Si la necesidad infantil de unidad con la madre arcaica es demasiado vigorosa, el complejo de Edipo cae bajo la influencia de esta fijación. Un componente regresiv_o en la disolución del complejo de Edipo del varón puede percibirse en la identificación narcisista con la madre arcaica, omnipotente y fálica. Si bien hasta cierto punto esta transacción parece ser un aspecto bastante normal del complejo de Edipo masculino, no debe olvidarse que toda vez que una fijación preedípica en la madre fálica debilita la afirmación fálica del niño, la afirmación de su Í'ivalidad, el complejo de Edipo está llamado a quedar incompleto. Esta condición anormal se torna por cierto evidente durante la adolescencia, si es que ello ya no ha ocurrido durante el período de latencia. El momento de irrupción de la neurosis suele tener lugar en el período de la adolescencia tardía ('·éase el
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capítulo 16), pues la fisiología de la pubertad tiende a hacer que componente masculino débil adquiera una mayor preponderan~Ia durante esta etapa, en la que "un aumento de la libido gen~~al produce una bienvenida disminución de la pregenitalidad (A. Freud, 1958, pág. 266). Un vestigio car~cterísti~o del componente regresivo, implantado. en el compleJO de Edipo, se halla universalmente en la angustia de castración del joven adolescente en relación con la .• madr~ fálica, o con las m~jeres en general (Blos, 1962; véase · : tam?Ién ~1 capítulo 7). Esta profunda aprensión hace que el jo-· ven Idealice al padre y busque su compañerismo protector y re~e~rador. El hecho de compartir el poder y la superioridad Idealizados del padre se convierte en una fuente transitoria de engrandecimiento narcisista, que durará hasta que el impulso sexual amenace con despertar la libido objeta! homosexual. En este punto, podemos observar cómo el ideal del yo se ve enredad~ ~e nuElv.o fat~ente ~n los impuTsos de la libido objeta! aebúi~ a la disoluciÓn relativamente incompleta del complejo d~ Edipo. Sólo el análisis de las fijaciones preedípicas y pregemtales Y de su o~inosa !ntegración en la organización edípica desbroza el camm? hacia la ~tructuración de un ideal del yo maduro. Esto eqmvale a decu, o a repetir, que la disolución del complejo de Edipo negativo desempeña un papel decisivo en el desarrollo hacia la formación de una personalidad adulta. .La ~tructura~ión de un ideal del yo maduro reduce las idealizaciOnes excesivas del self y del objeto ha5ta alcanzar un nivel ~ás realist~ e.n la. valorización del self y del objeto. La cap~cidad de obJebvaCIÓ_? refrena todo inoportuno engrandecimiento del self. A partir de este puñ:l:o, el ideal del yo obtiene su ímpetu del flujo interminable de la libido homosexual ~eutralizada. De este modo, en él se sustenta la inexorable ~ucha por. l.a perfección", que constituye la fuente de sumin~stro nar~Isista, alejada y distante de las vicisitudes de las relaciones Ob)etales. El ideal del yo masculino encierra en sí mismo, por así. decirlo~ su historia desde el narcisismo primario hasta la f~sión con la omnipotencia materna y, más allá, el amoF edípiCo por. el padre. Esta última etapa es superada por la e~t.ructura delid~al del yo. Sólo en función de este último y dect.sivo paso, que mtegra los diversos momentos de la historia del ~deal del yo en su estructuración madura, podemos hablar delideal.del yo masculino como heredero del complejo de Edipo negativo (véase el capítulo 7). La confirmación de estas con~eptualizaciones se verá mejor examinando la patología ·del tdeal del yo. l,In
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La patología del ideal del yo Llama la atención que el estado de narcisismo adolescente, normal y con frecuencia generalizado, no haya generado mayores investigaciones acerca de su contenido, su forma y su trasformación. Es precisamente en este territorio psíquico fortuitamente visible donde se centran mis observaciones. Para el estudio del ideal del yo procuro utilizar el periodo comprendido entre el comienzo y la declinación del narcisismo adolescente. En este período se ponen de manifiesto sus formas primitivas, así como sus formas maduras, y, además, las distintas etapas por las que atraviesa en su trasformación. El fracaso en la formación de un ideal del yo maduro ilustra, por así decirlo, las condiciones de la patología del ideal del yo adolescente, poniendo de relieve los pasos obligatorios (tanto los de transición cuanto los finales) para la estructuración de un ideal del yo adulto. El enfoque acostumbrado del problema del narcisismo adolescente relaciona este fenómeno con dos constelaciones din.ámicas principales. Una de ellas tiene qÜe ver con la libido objeta! cuando esta se desvía hacia el self. Por lo tanto, se considera que el estado narcisista de la adoles~encia acompaña al segundo proceso de individuación (véase el capítulo 8), a la desviñ-. culación emocional de los objetos de amor y odio intetiorizados de la temprana infancia. Es un hecho bien conocido que estas f• relaciones témpranas e incluso primitivas con objetos totales . u objetos parciales poseen recursos extraordinarios que satisfacen -en términos generales- las necesidades narcisistas del ni- 1 \ ño inmaduro y dependiente. Estos medios primitivos para regu- \ lar la autoestima y la seguridad vuelven a instituirse fácilmente 1 en períodos de crisis evolutiva, como el de la adole~cencia. Basta J con llamar la atención del lector sobre la propensión del adolescente a idealizar personas, ideas, metas y tentativas; esta característica, junto con la autoafirmación rebelde, tiende a dar a las idealizaciones adolescentes per se una posición exaltada e incluso reverenciada. No obstante, si esta tendencia a la idealización se considera un indicio confiable de un desarrollo progresivo, entonces se ignora el hecho de que constituya un freno potencial para la maduración. No es tarea fácil discernir en estas manifes- r~ 1 taciones idealizadoras la medida real de los componentes adaptativos, regresivos y defensivos. ' l La segunda constelación dinámica que produce un aumento del narcisismo tiene que ver con el aspecto regresivo de la adolescencia. Observamos aquí el resurgimiento del ideal del yo primitivo como un regulador de Ta a~toestim.a, específico de la fase pero transitorio. Este aspecto regresivo ha recibido particular atención toda vez que su llamativa patología, en especial
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los ideales narcisistas del yo se ponen de relieve sólo en la pubertad" (A. Reich, 1954, pág. 215). No obstante, el cuadro clínico en la adolescencia a menudo deja un margen de duda en cuanto a la índole patognomónica o transitoriamente regresiva de estos estados narcisistas (Blos, 1962). Para diferenciar entre estos dos cuadros o "para comprender los estados narcisistas no psicóticos es necesario el concepto del ideal del yo" (A. Reich, 1954, pág. 216). Anular la separación entre el self y el objeto idealizado supone siempre cierta desintegración del examen de realidad. El deseo del niño de ser comó la poderosa figura parental es reemplazado, si no se lo maneja -como ocurre normalmente- mediante procesos identificatorios, por la convicción mágica y megalómana de ser lo mismo que aquella, es decir, de ser su propio objeto ideal (A. Reich, 1953) o, como suele rotulatselo incorrectamente, su propio ideal del yo. Lo que esto significa es, más bien, la fusión entre el self.y el objeto idealizado, el estado primitivo de completud y bienestar. En la naturaleza de la adolescencia se halla implícito el hecho de que el estado primitivo de idealización del self incluyendo el vasto espectro de magia, omnipotencia y grandiosidad, se vea desafiado como nunca lo ha sido hasta entonces. Incluso con la percepción edípica de la inmadurez física, el niño pudo hallar, a esa edad, un mínimo de perfección, aunque sólo fuera de prestado, simplemente satisfaciendo las expectativas parentales. El niño toma fácilmente como promesas o predicciones las expresiones de sobreestimación de los padres, a menudo derivadas de las propias necesidades narcisistas de estos; aquellas nunca dejan de ser cuestionadas durante la adolescencia. Es verdad que la crítica superyoica posedípica y el sentimiento de culpa concomitante equilibran los poderes primitivos de la idealización del self e impiden que estos eliminen siempre a la objetivación; no obstante, nunca se los suprime del todo. El estado normal de un ideal del yo infantil parcialmente integrado y, sin embargo, regulado exteriormente sufre un cambio radical y duradero durante la adolescencia. Una reversión, ante los desafíos adolescentes, hacia el ideal del yo infantil es un caso bastante frecuente antes de que una valoración más madura del objeto y del self se torne irreversible. El segundo proceso de individuación y el proceso de consolidación de la adolescencia hace que las representaciones del self y del objeto existentes sean menos rígidas, pero más estables y realistas. Si las decepciones, transacciones y pérdidas concomitantes no pueden ser toleradas, el proceso adolescente está condenado al fracaso. "La producción exclusiva de fantasías dirigidas hacia el propio engrandecimiento revela una perturbación grave del equilffino narcisista, en particular cuando estas fantasías persisten después de la pubertad" (A. Reich, 1960, pág. 296).
en ·la psicosis adolescente, domina el cuadro clínico. Menos atención ha recibido como concomitante del movimiento regresivo en el desarrollo normal del ideal del yo durante el pe-: ríodo adolescente. Intentaré poner de relieve aquí cómo el ideal del yo se ve envuelto temporariamente en la disolución del 'complejo de Edipo, en particular de su componente negativo,' durante la adolescencia tardía. En el pasado, los autores que escribieron sobre este período prestaron escasa atención al problema de la estructuración del ideal del yo adolescente; sólo recientemente se ha reparado este descuido. No me referiré aquí a las numerosas contribuciones al concepto del ideal del yo,.pues me ocuparé de ellas más adelante. Dado que mi interés se centra, en este punto, en la patología del ideal del yo, debo en principio pagar tributo a una notable psicoanalista que ha contribuido profundamente a di·lucidar este tema, Annie Reich (1953, 1954, 1960). Sus formulaciones teóricas se fundan invariablemente en el trabajo clínico y yo utilizaré libremente estos hallazgos a fin de realizar un estudio comparativo con los míos, derivados del análisis de ~dolescentes. Muchos rasgos de la patología del ideal del yo, tal como los describe Annie Reich a partir de sus pacientes adultos, pueden observarse fácilmente ya sea ·como síntomas adolescentes transitorios o, en su forma maligna, como un componente central de la psicosis adolescente. Entre ambos extremos hay un espectro de fenómenos clínicos intermedios que han llamado mi atención. Ciertos elementos arcaicos del sistema superyoico, entre los cuales se incluye el ideal del yo infantil, a menudo se en:.. cuéntran en estado latente en enclaves de valencia patógena cuya existencia sólo se pone de manifiesto en la adolescencia. Aun cuando la personalidad, en muchos aspectos, ha avanzado en la formación de estructuras a lo largo de las diversas fases del desarrollo, las fantasías narcisistas de omnipotencia y grandiosidad infantiles, más o menos acordes con el yo, con frecuencia concretas, nunca fueron refrenadas lo suficiente por el principio de realidad. En consecuencia, no han podido armonizarse con las percepciones, la cognición y la memoria del ni~ ño mayor; para decirlo brevemente, han obstruido el de, sarrollo del yo hasta un punto catastrófico. En este caso, los enclaves patógenos continúan sirviendo como los únicos reguladores disponibles y factibles de la autoestima (mediante la realización imaginaria del deseo) durante la desilusión adolescente respecto. del self y del objeto. Estos elementos arcaicos se hallan fuera del ámbito del amor objeta! y permanecen dentro de la esfera delnarcisismo primario. Tal como lo señalamos, esta condición, de mal presagio, a menudo pasa inadvertida durante la niñez. "Con frecuencia,_
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/ No f\'11 exagerado decir, en este contexto, que la adolescencia es c·omparable con una divisoria de aguas que determina, de una vuz para siempre, la dirección que tomará el ideal del yo a partir de entonces: o bien retornará a su fuente familiar, o buscará un nuevo curso, no probado y desconocido. Antes de alcanzar, en el análisis adoleséente, el núcleo de la patología del ideal del yo, es preciso realizar ciertos trabajos preparatorios en todos los sectores. de la personalidad. Men~ donaré sólo un tema recurrente que pone de manifiesto las fuentes complejas de la patología del ideal del yo. Lo que aparece como antecedente patógeno es un trauma masivo, es decir, acumulativo, dentro del ámbito narcisista durante el pe¡ ríodo preedípico. Este trauma extiende su perniciosa influencia sooreel confliéto edípico, haciendo que quede incompleto, es decir, trabándolo con fijaciones que proceden del período · diádico. Cuando el complejo de Edipo en estado incompleto · resurge en la adolescencia, se intenta disolverlo mediante la · búsqueda regresiva de una completud narcisista perdida a través del objeto materno del período diádico. Estas fijaciones tempranas a menudo representan un obstáculo invencible para el desarrollo progresivo en la adolescencia y se actúan mediante 1ª necesidad, ooo f1=eeuencia insaciable, de posesión del objeto. Esta hambre primitiva de objetos procura su satisfacción en erñivel de la madurez física, es decir, sexual. Las relaciones sexuales de esta índole están desprovistas de.empatía mutua y la pe~fección del desempeño sexual pasa claramente a un primer plano.4 En los casos de este tipo, el complejo de Edipo positivo ocupa pronto en el análisis una posición prominente, encubriendo los estratos más profundos de las fuaciones narcisistas que han sido integradas en la organizacióñ
' ,...,--··--· 4 Este modelo de conducta sexual en la adolescencia tardía procede, en gran medida, de la estereotipia de la denominada "revolución sexual de la juventud". Hetene Deutsch (1967), en sus observaciooo; sobre las jóvenes estudiantes universitarias norteamericanas, ha descrito este síndrome como "infantilismo" sexual. El reflejo de esta condición puede discernirse siempre en un estado inma.duro del ideal del yo.
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bargo, en virtud de esto mismo, el an~lista -se ve i??luido cada vez más dentro del ámbito de las necesidades narcisistas del paciente como alguien que puede proporcionar gratificacjones o negarias. Cuando el paciente, por último, advierte que estos desposeimientos cuasi alucinatorios se originan ~ ~peran ~xclu sivamente en su propia mente, se da un paso decisivo hacia una delimitación más nítida entre lo interno y lo externo. Este paso hacia la introspección y la objetivación intensifica el trabajo analítico y suele conducir al adolescente a un perí?~o de experimentación, que abarca toda la gama de las actividades humanas. Cualesquiera que estas sean, a menudo llevan a un retroceso hacia una nueva búsqueda de perfección narcisista, en un esfuerzo por superar un sentimiento generalizado de desvalorización, incompleción e impotencia. Las relaciones sexuales del tipo antes descrito suelen terminar desastrosamente. Nuevamente, la culpa de este fracaso es adjudicada al analista, quien lo originó negándose a ampliar su omnipotencia; ahora, cuando todo se ha perdido, se espera de él que haga las enmiendas necesarias y repare la pérdida de un modo mágico. Alternando entre trasferencias hacia la madre y hacia el padre, el complejo de Edipo incompleto se encamina gradualmente hacia su constelación triádica normal. Su componente negativo suscita, en el nivel de la madurez sexual, los conflictos de la bisexualidad y hace que la "lucha por la perfección" narcisis.ta sea cada vez más.pasible 'de un trabajo analítico. En el material analítico se ponen de manifiesto fantasías, deseos y anhelos de tipo homosexual; ello constituye un indicio de que el paciente se está dirigiendo hacia una disolución del vínculo libidinal con el padre del mismo sexo. La representación del self incompatible con el propio sexo, ·inherente a esta lucha, se presenta ubicuamente en el análisis de adolescentes tardíos y, durante algún tiempo, hace particularmente dificultoso. el trabajo analítico. , El uso de material clínico para demostrar las afirmaciones 11 expuestas arriba se halla obstaculizado por dos condiciones. El 1 primer obstáculo se relaciona con el hecho de que la patología del ideal del yo tal como es descrita en el adulto puede observarse en la adolescencia tardía como un fenómeno transitorio de aparente similitud. El proceso de la formación del ideal def yo adolescente se halla acompañado por estados mentales perturbados y perturbadores de distinta gravedad. Ciertos rasgos concomitantes, de carácter regresivo y narcisista, y en los que se manifiesta la idealización del self y del objeto, tienden, por momentos, a debilitar el examen de realidad hasta tal punto que la percepción del self, del self corporal y del mundo exte- ' rior adquiere una cualidad casi alucinatoria. Cuando una.de- ¡ tención en esta etapa obstruye tenazmente el desarrollo progre-
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sivo, muchos a~olescentes buscan tratamiento psiquiátrico o analftico. Abrigar fantasías respecto de la fama, la grandeza y el amor perfecto es un rasgo muy común y normal de la adolescencia. Es solo la generalización y la reiteración monótona de estas fantasías y su afinidad con estados narcisistas primitivos lo que las vuelve patológicas. Diferenciar estos aspectos narcisistas, normales o patológicos, constituye una tarea no muy fácil para el clfnico. El segundo obstáculo para validar clínicamente mis afitmaciones reside en el hecho de que los procesos integradores y sintetizadores son esquivos y tienen lugar en silencio. Las consecuencias de las nuevas formaciones -cu.alesquiera que ellas sean- emergen a la superficie y pueden observarse sólo tardíamente, mucho después de superado el punto crítico de su estructuración. Esta es una observación bastante común durante el análisis. Sea lo que fuere lo que desencadene un nuevo avance de los procesos integradores, ello se debe al trabajo analítico previo y se manifiesta en regiones muy diversas de la mente, a menudo no del todo en consonancia con las expectativas del analista. Este fenómeno es particularmente característico del análisis adolescente, que, en un punto u otro, siempre reconduce al paciente hacia la angustia de separación, pérdida y muerte, seguida por una restitución narcisista. El ideal del yo, anclado en la autosuf~ciencia narcisista, se convierte, por así decirlo, en la t"':l~t:zi,!riunfante que enfrenta la finitud dcE).la vida. En su aspecto adaptativo, contrarresta la regresión, da forma a compromisos adultos y les proporciona continuidad y constancia. La medida en que las exigencias o expectativas de la sociedad, en consonancia con la reorganización psíquica adolescente, pueden promover el crecimiento parece depender de la formación concurrente del ideal del yo maduro. Por supuesto, los compromisos cambian con el tiémpo, pero para cambiar es preciso que primero hayan existido. El momento crítico de la vida en el cual estos asumen una forma y un contenido ll)aduros es la adolescencia tardía. Pero si el adolescente fracasa en esta tarea y se convierte en un paciente analítico, entonces uno siempre descubre la presencia de una patología del ideal del yo más o menos amplia. Evaluar el funcionamiento anormal de un paciente sólo desde el punto de vista del ideal del yo restringe la perspectiva psicológica por la exclusión de otras consideraciones. No obstante, escoger el ideal del yo a los fines de un estudio intensivo es particularmente sugestivo en relación con la adolescencia tardía, pues no sólo se trata de una formación estructural normativa, sino que también representa un factor crítico en la estructura de una neurosis determinada. Trazar el desarrollo de una instancia psíquica de modo relativamente
exclusivo no constituye un enfoque metodológico infrecuente en la investigación psicoanalítica. Los antiguos han caracterizado e5te procedimiento con una frase altisonante: "ex pede
Herculem".
Las vicisitudes del ideal del yo femenino a lo largo del análisis de una joven en su adolescencia tardía La paciente era una joven de dieciocho años que se vio precisada a abandonar una exitosa carrera universitaria cuando comenzó a padecer graves ataques de angustia. Una devoción afectuosa, apasionada, pero insatisfecha y no correspondida, hacia una compañera precipitó la súbita crisis. En el análisis pronto resultó evidente que, para esta joven, el self ideal y el ideal del yo aún no se hallaban diferenciados; un rasgo incluso más primitivo era la convicción generalizada de que todo lo que necesitaba para mantener un self estable pro-· venía de una fuente exterior, por cierto una fuente idealizada ubicada en un objeto que la rechazaba. Mediante una escenificación zalamera y suplicante, facilitada por sus considerables dotes físicas y mentales, la paciente se sentía compartiendo los poderes y excelencias que otros poseían. La vinculación con el objeto se .basaba siempre en la voracidad y la incorporación orales. Para estar en perfecta armonía consigo misma, ella tenía que incorporar al objeto y por lo tanto destruirlo. La culpa y el pánico la impulsaban a reparar la pérdida y a recuperar la fuente de suministro narcisista ofreciéndose a sí misma, de nuevo mediante la escenificación; para satisfacer las necesidades, reales o imaginarias, del objeto idealizado. El estado infantil de sentirse perfecta sólo cuando era amada incondicionalmente se mantuvo sin cambios, mucho más allá de la etapa simbiótica; de hecho, la joven hacía una regresión a esta etapa ante cualquier decepción y volvió a ella hasta agotarla, primero a través de la acción y luego en la fantasía, durante largos períodos de su análisis. Amaba a quienes poseían los grandes méritos que ella admiraba; ciertas fantasías asociadas de .succionar un pecho o un pene revelaban la índole primitiva de tales vínculos. Las excelencias que despertaban su "apetito voraz" podían residir en la perfección sexual, física, académica, artística o intelectual. La posesión material desempeñaba un papel más bien subordinado. El hambre objeta! de e5ta paciente apuntaba a la apropiación oral o al goce vicario, mediante la fusión, de las ri quezas envidiadas que otros poseían indudablemente. Su senti-
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míento generalizado .de estar inco'mpleta se hallaba domi.nado, al parecer, por su envidia del pene. De acuerdo con una modalidad cognitiva primitiva, la joven atribuía a todas las cosas que le importaban, positiva o negativamente, una denominación masculina o femenina. En consonancia con ello, el logro de la perfección estaba reservado a los varones; cierta vez que expresó en público un pensamiento inteligente tuvo la convicción casi alucinatoria de poseer un pene. Si, en relación con esto, hablamos de un ideal del y.o, se trataría por cierto de un ideal del yo infantil, pues la concreción alucinatoria de la ima; gén corporal idealizada refleja una distorsión de la· representación del self que es ajena al ideal del yo maduro. El análisis de la envidia del pene fue seguido por una consolidación de la orientación vocacional y de la capacidad intelectual, ciertamente superior. No obstante, la modalidad de la envidia del pene continuaba manifestándose en la necesidad e~i bicionista de superioridad intelectual y en el impulso sádico dé aniquilar, es decir, castrar, a sus compañeros varones. La idealización agresiva del self impedía una desinstintivación del ideal del yo. Los dramatis personae familiares de esta configuración emocional se hallaban presentes: una madre rechazante que prefería al hermano menor; el trauma de seducción infligido a corta edad por un padre amado, temido y' engrandecido; la búsqueda regresiva de la madre buena y nutricia perdida; la resolución restitutoria mediante el procedimiento de trasformarse en un varón, aunque fuera una marimacho. Estas características son demasiado conocidas para extendernos sobre ellas. Lo que me llamó la atención fue que la envidia del pene era, parcialmente, una formación secundaria y defensiva. En otras palabras, la intrusión fálica y la compleción física no sólo eran un fin en sí mismas, sino que representaban, por encima de todo, un esfuerzo para resistir la regresión a la fusión primitiva con la madre o, más tarde, con cualquier objeto de amor deseado. En este sentido, la detención evolutiva descrita apuntaba claramente, en mi paciénte, no s6lo al mantenimiento de su autonomía (individuación), sino tambiéif a la protección de su feminidad y a una lucha constante, aunque signada por el fracaso, para desembarazarse de la imago ma~erna arcaica. Al disminuir el predominio de la envidia del pene, la idealización objeta! se desplazó hacia las mujeres, centrada en la gratificación oral y caracterizada por reacciones depresivas o de ira ante la decepción o la frustración, Entonces un sentimiento de impotencia se apoderaba de ella; los fragmentos del ideal del yo, que lentamente habían cobrado forma dentro del self como algo distinto del objeto, eran barridos por un profundo sentimiento de inutilidad. La única posibilidad de salvar al objeto
rechazante de la destrucción era considerar al self como indigno de recibir; el sentimiento de culpa se trasladaba entonces desde la destrucción del objeto diádico y su rescate hasta los celos, la competencia y la ambivalencia triádicos. Se logró un avance decisivo en las relaciones objetales y en la estabilidad identificatoria cuando en la neurosis de trasferencia pudo encararse la escisión del objeto en bueno y malo, presente y ausente, pródigo o rechazante. La representación del objeto total comenzó a manifestarse confiable y constante, sin necesitar ya de la idealización para sobrevivir. El reflejo de esta representación objeta! más madura se puso de relieve en una actitud más tolerante hacia el self. La necesidad que la joven sentía de sacrificar lo que a ella le interesaba, a fin de que los otros siguieran amándola o simpatizando con ella, dio lugar gradualmente a una afirmación de su verdadero self, de sus auténticas preferencias, opiniones, gustos y aversiones. Es verdad que dichos fragmentos del ideal del yo mantuvieron, durante largo tiempo, una estrecha afinidad con las relaciones objetales, pero su abandono alcanzó una magnitud tal que proporcionó al mantenimiento de la autoestima un margen más amplio de autonomía. En esta etapa, la fantasía quedó relegada a la esfera del juego; el reservarlo de su rica imaginación se abrió, estimulando su talento y su inteligencia; a su vez, ambos se volvieron más productivos y gratificadores. Otro t.anto ocurrió con las relaciooes y la vida amorosa de la paciente. En suma, los retoños del anhelo profundo de fusión con el objeto primario idealizado, la madre, pudieron rastrearse a lo largo de sus trasformaciones y ser reconocidos en la lucha autónoma por la perfección, dentro de un esfuerzo constante, autodeterminado, aunque compartido, hacia la autorrealización. En esta etapa, el flujo de libido narcisista, derivado del ejercicio del ideal del yo, se convirtió en el regulador automático de la autoestima. La paciente pudo prescindir del uso de la idealización, ya sea del self o del objeto, y de este modo proteger su sentido de realidad arduamente ganado.
Las vicisitudes del ideal del yo masculino a lo largo del análisis de un joven en su adolescencia tardía El paciente era un estudiante universitario de dieciocho años. Su incapacidad de estudiar lo enfrentó con la posibilidad de ver interrumpida su carrera. Era inteligente, al parecer de carácter resuelto, bien parecido, fornido y gozaba de buena salud. Se había fijado una meta definida en la vida; no obstante,
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los actos encaminados a alcanzarla eran provisorios, contraproducentes y errátiles. El análisis pronto reveló que la representación del self del paciente era sumamente lábil, oscilando entre la grandiosidad y la denigración de sí mismo. Sus esfuerzos por agradar a hombres importantes, incluyendo el analista, se revertían fácilmente toda vez que su servilismo alcanzaba un punto crítico; entonces recurría al negativismo, la rebeldía y la dilación. Cada vez que intentaba liberarse de su entrega pasiva a los objetos idealizados podía advertirs~ su alejamiento emocional; buscaba entonces refugiarse en la idealización narcisista del self. El self grandioso de la niñez revivía regresivamente y por un tiempo servía como regulador de la autoestima. Durante tales episodios, su sentido del tiempo, así como su juicio respecto de los otros y del self, se hallaban perturbados. Las palabras -en cuyo uso .confía el análisis--:- se convertían en máscaras, escudos o armas. Durante la adolescencia, cuando la formación de la identidad sexual se encamina hacia su etapa definitiva, es muy común que la polaridad implícita en la bisexualidad contamine los ámbitos cognitivo y perceptual. Lo que observamos es una tendencia, a menudo obsesiva, de asignar a los. opuestos la connotación de femenino o masculino. En este paciente dichos conflictos bisexuales se presentaban en el análisis a través de sus retoños en el campo intelectual y conducta!. Los estudios académicos exitosos recibían inconscientemente, una designación masculina, mientras que obrar de acuerdo con las reglas del estudio representaba la contraparte femenina. El temor y la irritación conducían al paciente a todo tipo de distracciones. La fijación en el complejo de Edipo negativo lo inducía reiteradamente al fracaso y, en consecuencia, al deseo y el temor de castración, con el pánico concomitante. El deseo de ser amado por el padre perpetuaba la añoranza preedípica de lLUladre y la decepción ante ella; estas habían sentado las bases duraderas de su miedo a las mujeres y de su creencia en la intención malévola que las animaba. Ciertas exploraciones sexuales realizadas en su hermanita, en particular respecto de sus incomprensibles genitales (un estudio que fue interrumpido por el período de latencia), dejaron en el pequeño una imagen confusa, vaga, algo vertiginosa de la "vagina". Su primera explicación del hecho de que la niña no tuviera pene fue: "Ella se lo comió". El pene se había vuelto invisible. El niño esperaba que su investigación le daría el poder de controlar a la mujer castrada y ominosa, o, más exactamente, le permitiría obtener el poder que imputaba a aquella y de este modo dominar sus propios impulsos, deseos, gratificaciones y temores. Aquí debía buscarse el eslabón que llevaba a su identificación parcial con la mujer. Cuando esta
investigación temprana, con su resolución no adaptativa, se reanudó en la adolescencia tardía, primó sobre toda otra curiosidad intelectual o ac'adémica. El hecho de que el complejo de Edipo se hallaba incompleto quedó de manifiesto, y lo mismo ocurrió con la reinstintivación adolescente de aquellas directivas internas mediante las cuales identificamos al superyó y al ideal del yo. Las oscilaciones entre las posiciones masculina y femenina, así como los desplazamientos entre las idealizaciones del self y del objeto, continuaron r~iterán~ose tenazme~te baj.o distintos disfraces. De hecho, -su cuculandad daba la Impresión de que ~ se alimentaban mutuamente. Los ataques contra la idealización narcisista del self debidos a las decepciones propias de la realidad despertaban, a su vez, la necesidad de la idealización del objeto; mediante este despla,"?;amiento, la gratificación narcisista se restablecía compartiendo la perfección del objeto y siendo amado por él. Por ejemplo,. cuando el paciente perdía algunas sesiones abrigaba la fantasía de que su ausencia proporcionaría al analista tiempopara trabajar en un libro; por lo tanto, el analista se convertiría más rápidamente ~n un hombre famoso y, a su vez, en una fuente más rica de gratificación narcisista para el paciente, que después de todo había sido un promotor silencioso del triunfo. Cuando el paciente por último superó sus inhibiciones sexuales, reformuló con convicción su meta vocacional. No obstante, este progreso de nuevo cayó en un impase debido a 1a persistente instintivación del ideal del yo. El trabajo analítico \ reveló una paradoja. Como ya lo señalamos, el ~ínculo objeta! \ preedípico con la madre estaba impregnado de decepción, agresión y miedo; estos afectos, que conservaban toda su fuerza infantil, buscaban un alivio mediante el vuelco de libido objeta! preedípica sobre el padre y la identificación del paciente ¡ con la madre sumisa y denigrada. el padre no sólo se convirtió ~1 en el destinatario de la idealización edípica, sino que además continuó siendo el objeto de las idealizaciones preedípicas de la madre omnipotente. Todo lo malo y dañino fue escindido de la 1 representación del objeto idealizado y adjudicado a la mujer, especialmente a sus genitales. El ideal del yo, en esta etapa, reflejaba, de modo comparable, dos orientaciones distintas hacia la perfecta autorrealización, es decir, la~ que correspondían a los impulsos masculinos y femeninos. El análisis de la neurosis de trasferencia dio como resultado que el paciente reconstruyera y volviera a experimentar la ambivalencia infantil, que, en el nivel adolescente, tomó la forma de fantasías homosexuales y heterosexuales. Entre estas, un sueno tuvo particular importancia porque reveló el deseo y la repugnancia, por parte del paciente, de que el padre lo acepta-
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ra como muje.-. Hasta que no se analizó la fijación en el complejo de Edipo negativo, los principios concientes que guiaban al paciente, sus ambiciones y metas no adquirieron una constancia a la cual no afectaran las exigencias emocionales o circunstanciales. La necesidad de una idealización del self instantánea como respuesta a la tensión fue reemplazada por un esfuerzo sostenido y bastante uniforme hacia una meta que en ningún momento sería alcanzada, pero que se acercaría a cada momento. La desexualización del ideal del yo infantil en la adolescencia tardía hizo posible este cambio en el funcionamiento del ideal del yo. En el trascurso de este cambio pudo observarse el surgimiento de una consolidación caracterológica que tendía, de hecho, a integrar y automatizar la influencia del ideal del yo maduro sobre el funcionamiento de la personalidad. El logro de la identidad sexual constituye en este proceso un requisito previo para la formación de un ideal del yo maduro. Es interes~nte señalar que sólo después de disuelto el complejo de Edipo negativo el paciente pudo encarar sus confusos vínculos emocionales con la madre de la niñez temprana. Para sorpresa del analista y, más tarde, del paciente, hasta este T?omento aquellos habían desempeñado un papel muy insignifiCante en el tratamiento. Por último, aparecieron con toda su fuerza, por medio de repeticiones e intentos de corrección en una relación amorosa. Esta relación fue la primera que no buscaba una explotación sexual de la mujer, sino que tenía un carácter afectuoso y solícito, a pesar de los defectos de la compañera. Estos defectos eran reconocidos con desazón, pero no co~vertían a la mujer en un ser menospreciado y repugnante. Eltdeal del yo maduto proporcionaba al joven constancia para autorrealizarsey, e11 el ejercicio concomitante de la lucha por la perfección, había hallado una independencia razonable del objeto y del self idealizados. La clara distinción entre la realidad y la fantasía había cerrado suavemente la puerta y dejado atrás el mundo de la infancia.
Observaciones sobre la historia del concepto de ideal del yo No cabe duda de que la bibliografía sobre elsuperyó es voluminosa en comparación con las investigaciones sobre el ideal del yo. No obstante, abundan las referencias superficiales al ideal 'del yo, aunque el significado específico del término a menudo puede inferirse sólo según el contexto en que aparece. Hasta la fecha la imprecisión del término resulta fastidiosa. La
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dist1neiórt entre el superyó y el ideal del yo ha sido discutida una y otra vez, y lo mismo ha ocurrido respecto del lugar del ideal del yo en la organización mental. ¿Es el ideal del yo una subestructura del yo o del sup~ryó? ¿O es una instancia psíqu_ica independiente? ¿Se conecta con aquellos en el curso del desarrollo y, específicamente, durante la reestructuración psíquica adolescente? ¿Se modifica su función original con la maduración del yo y la reorganización adolescente del superyó? ¿En qué sentido, si es que ello ocurre, el ideal del yo es influido, e incluso determinado, por las vicisitudes de las relaciones objetales? ¿Es la vergüenza, y no la culpa, la respuesta característica ante los fracasos del ideal del yo? Además, ¿de dónde extrae el ideal del yo la energía para subsistir? ¿El vigor del ideal del yo a lo largo de la vida se debe a la necesidad de preservar un vínculo de auxilio con el narcisismo primario? La cuestión que se plantea es entonces la siguiente: ¿De qué modo se modifica el contenido del ideal del yo con el desarrollo progresivo del yo? ¿Cuáles son las conexiones, si es que existe alguna, que con el tiempo se establecen entre el ideal del yo y las tres estructuras psíquicas? Y por último, ¿a qué causa obedece el desarrollo defectuoso que conduce a la patología del ideal del yo? Muchos de estos interrogantes fueron considerados en la literatura especializada de modo marginal y alusivo, mientras que otros fuemn objeto de un examen detallado. Para estudiar de nuevo el problema del ideal del yo elegí el punto de vista ventajoso de la crísis evolutiva, pero normativa, de la adolescencia. Ello me permite sacar partido de la desintegración y la reorganización de la estructura psíquica durante este período. En la bibliografía sobre el concepto del ideal del yo hay numerosas referencias que han ejercido una sugestiva influencia sobre mis propias observaciones y conclusiones. Por consiguiente, pasaré ahora revista, con un criterio histórico, aunque -selectivo, a ciertas contribuciones al tema.5 , Es algo bien conocido que el uso original que Freud (1914b) daba al término "ideal del yo" se confundía, en cuanto a su definición, con el de superyó, tal como lo definimos hoy. Ambos términos eran empleados indistintamente hasta que en 1923 Freud reemplazó el de "ideal del yo" por el de "superyó". La ambigüedad inicial del concepto en los escritos de Freud se debió al parecer a las fuentes y funciones inconciliables de esta instancia psíquica. La heterogeneidad del origen debe buscarse en el narcisismo primario y en los procesos identificatorios. En 5 No es mi intención realizar una reseña histórica exhaustiva, ya que e5to ha sido encarado por diversos autores (Sandler, Holder y Meers, 1963; Hammerman, 1965; H~nt, 1967; Bressler, 19~~; Steingart, 1969).
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su ensayo "Introducción del narcisismo" (1914b) Freud definió el ideal del yo de un modo que trataba de conciliar su origen narcisista con las vicisitudes de la libido objeta!. La distinción entxe el superyó y el ideal del yo se basa progresivamente en el modo de operación de ambos, es decir, en la índole prohibidora y punitiva del superyó y en el carácter de realización del deseo propio del ideal del yo (Larripl-de eroot, 1962}. Esta distinción se logra claramente en "El yo y el ello" (1923a). A partir de este momento, el ideal del yo, como término técnico, desaparece casi por completo de los escritos de Freud (Strachey, 1961). Retomo el uso intermedio por parte de Freud del término 1 "ideal del yo", en el que se fusionan el narcisismo y la libido ol:ijetal (1914b) pues esta amalgama se ajusta a mis propias observaciones en el análisis adolescente. Por supuesto, Freud no _tenía en cuenta el proceso adolescente, sino sus observaciones sobre adultos y, me atrevo a decir, pacientes varones, cuando juntó los dos conceptos (narcisismo y libido objeta!); más tarde estos se convirtieron en aspectos distintos e independientes de un mismo sistema, el superyó. En el paciente adulto suele ser muy difícil descubrir la influencia respectiva de uno u otro sobre la etapa evolutiva congruente. Esta dificultad, por supuesto, no sorprende, pues el desarrollo emocional desviado que subyace en toda anormalidad psicológica implica ipso jacto que el proceso adolescente ha quedado incompleto de un modo u otro. La importancia que atribuyo a la reestructuración psíquica adolescente en la formación final del ideal del yo indicaría fijaciones que, hablando estrictamente, preceden a las del superyó. La índole narcisista del concepto de "ideal del yo" estaba implícita en la definición de Freud desde un principio; sólo era necesario dar un pequeño paso para vincularlo con el modo narcisista de elección del objeto: "Lo que posee la excelencia de que el yo carece para convertirlo en un ideal, es amado" (Freud, 1914b, pág. 101). Este modo primitivo de elección del objeto reaparece en la adolescencia y generalmente entrelaza la formación del ideal con metas de la libido objeta!. De hecho, he observado con regularidad este entrelazamiento en el análisis adolescente; ello renovó mi interés en los hallazgos clínicos tempranos de Freud, a pesar del estado incompleto de su teoría en esa época. Las líneas que vienen al caso son las siguientes: "Grandes montos de una libido en esencia homosexual fueron así convocados para la formación del ideal. narcisista del yo, y en su conservación encuentran drenaje y satisfacción" (pág. 96). Resulta evidente, en virtud del párrafo. siguiente, que Freud basó su observación en el paciente paranoico que se rebela contra la "instancia censuradora" en un esfuerzo por "de-
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sasirse de todas esas influencias" y asegurar su independencia ¡ "retirando la libido homosexual'" del dominio de los padres. ¡ Esta condición es precisamente lo que se observa con frecuencia en el análisis de adolescentes varones; me atrevo a afirmar que este proceso es un estado transitorio y normal del desarrollo adolescente o, de modo más preciso, de la disolución adolescente del complejo de Edipo negativo. Debe mencionarse en este punto que Freud concibió el contenido del ideal del yo como "impuesto desde afuera" (1914b, pág. 100). Al hacerlo así, fue más allá del significado individualista del término y relacionó el ideal del yo con una función social, es decir, con un papel dinámico en la psicología grupal (1921). Debido a que la formación grupal "fusiona libido ho- \ mosexual", este aspecto de la conducta social adquiere una función importante en la economía de la libido: eleva la autoestima en virtud de los valores y aspiracíones compartidos y por lo tanto disminuye el sentimiento de culpa y de angustia social. Una convincente demonstratio ad oculos de este fenómeno y de la dinámica esbozada más arriba puede verse en la espontánea e intensa formación grupal de pares en la adolescencia~ Estos grupos son más notorios entre los varones que entre las mujeres; la necesidad de este tipo de formación grupal decrece con el avance hacia la adultez o, como me lo han demostrado mis observaciones analíticas, con la formación del ideal del yo adulto. La desaprobación por el grupo de pares o su sistema de valores tiene una enorme influencia sobre sus miembros y los induce a sacrificar, por lo común transitoriamente, normas yoicas y superyoicas bien establecidas. La distinción entre el superyó y el ideal del yo se convirtió en un aspecto teórico menor para Freud después de que rastreó el origen del superyó hasta las investiduras objetales más tempranas y su trasformación en identificaciones, es decir, introyecciones (1923a). Consideró que su compromiso conflictivo en la constelación triádica del complejo de Edipo se disolvía mediante la estructuración del superyó, dentro de la cual se articulaban estrechamente los componentes del ideal del yo. Como consecuencia de esta conceptualización inclusiva el concepto del ideal del yo se volvió prescindible en la teoría de Freud. Este no volvió a referirse a él hasta 1933, en que retorna a la formulación de 1914 (Strachey, 1961): una "función importante" atribuida al superyó es actuar como "el vehículo [Trctger] del ideal del yo mediante el cual el yo se mide a sí mismo, que este emula y cuya exigencia en pos de una perfección cada vez mayor se esfuerza por satisfacer" (Freud, 1933, págs. 64-65). En una nota editorial, Strachey señala que en esta etapa de su construcción teórica Freud incluyó la sustentación de ideales entre los imperativos morales que constituyen el superyó.
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Es interesante advertir que el ideal del yo, según la conceptualización de 1914, representa "el sustituto del narcisismo perdido de su niñez, en el cual él era su propio ideal" (pág. 94). En cont.raste, en 1933 Freud hace hincapié en que el "ideal del yo es el precipitado del antiguo retrato de los padres, la expresión de la admiración por la perfección que el niño entonces les atribuía" (pág. 65). Esta última formulación presupone un desarrollo yoico mayor que en el caso·de la primera, que se refiere al estado primitivo del narcisismo primario. Ambas se rela.cionan con el ideal del yo concebido evolutivamente. Existen buenas razones para suponer que la consolidación posedípica del superyó ejerce también influencia sobre el ideal del yo. Hartmann y Loewenstein (1962) han planteado sucintamente esta cuestión: "Nos parece razonable considerar el carácter específico del ideal del yo que forma parte del superyó en estrecha relación con aquellos otros desarrollos que se originan en los conflictos edípicos y distinguir el «ideal del yo» resultante de idealizaciones más tempranas. Nos encontramos aquí nuevamente con una cuestión ubicua en psicoanálisis [ ... ] la distinción entre continuidad genética y caract~rización funcional" (págs. 59-60). Es en esencia este tipo de enfoque el que "me ha impulsado a considerar la formación del ideal del yo adulto en el contexto de la adolescencia, donde tiene lugar el segundo y último paso hacia la disolución del complejo de Edipo. Volviendo al tema histórico, puede observarse que 1923 marca el momento en que el ideal del yo encuentra su ubicación estable como. componente narcisista del superyó, dentro de la estructura tripartita de la psique. La desaparición del término en los escritos de Freud, al que se refiere sólo superficialmente en 1933 y que no menciona en absoluto en el "Esquema" (1940), señala una tendencia sumamente notable en la bibliografía psicoanalítica. La distinción entre los conceptos de ideal del yo y yo ideal, de self ideal y de idealizaciones del self y del objeto, a menudo se desdibujó en la práctica, pero el término "ideal del yo" siguió connotando una función especializada del superyó. El hiato relativo en la investigación sobrA el ideal del yo duró hasta la década de 1950. En esta época advertimos el surgimiento de un renovado interés en el concepto del id~al del yo, su lugar en la organización psíquica, su origen y desarrollo y su papel específico en la psicopatología. A partir de entonces, el creciente número de ensayos dedicados al concepto de ideal del yo en el desarrollo normal y anormal confirman la necesidad de una nueva e intensiva valoración de la instancia psíquica denominada ideal del yo. Este mayor interés puede atri!, huir~ al menos parcialmente, al desplazamiento de la afén-
ción, con el tiempo, desde la neurosis sintomática hasta las condiciones de la patología del yo y al predominio de las perturbaciones originadas en el sect~r narcisist_a de la personalídad. Sin duda, los estudios sobre la infancia, la investigación analítica sobre la niñez y los estudios longitudinales sobre el desarrollo del niño ayudaron a clarificar el ideal del yo. De todos modos, esta amplia investigación dio como resultado un instrumento conceptual más útil para el diagnóstico, la técnica terapéutica y el pronóstico. La continuidad deLconcepto, desde su f primera formulación hasta la actualidad, se refleja en el acuerdo general de que sus raíces se hallan en la etapa del narcisismo \ primario. ' Los ensayos clínicos de Annie Reich (1953, 1954, 1960) encabezan el renovado interés por el ideal del yo; esta autora describió claramente la patología del ideal del yo dentro del contexto de las perturbaciones narcisistas. Sus estudios clínicos la llevaron a la conclusión de que el concepto del ideal del yo era indispensable para definir y comprender los casos que trataba. Al ocuparnos de la 'patología ya nos hemos referido a sus principales contribuciones al concepto del ideal del yo, de modo que no es necesario repetirlas aquí. .. En vez de pasar revista a las contribuciones individuales al concepto del ideal del yo, examinaré la bibliogra{lit especializada en función de cinco líñeas de pensamiento: 1) la ubicación del ideal. del yo dentro de las estructuras psíquicas; 2) el punto de vista evolutivo tal como se aplica al ideal del yo; 3) la reinstintivación del ideal del yo en la adolescencia; 4) las diferencias y similitudes entre el ideal del yo infantil y el ideal del yo maduro; 5) los determinantes socioculturales del contenido del ideal del yo. El problema de la localización dentro de las estructuras psí- f/l quicas ha sido examinado una y otra vez durante algún tiempo L __ sin que se haya logrado nunca una opinión concordante. ¿Es el ideal del yo una subestructura del yo o del superyó? Piers y Singer (1953) han llamado agudamente nuestra atención sobre este problema de localización. Dichos autores afirman que los fracasos del superyó o del ideal del yo dan lugar a distintos afectos. Se refieren al afecto de culpa como característico de la tensión entre el ~uperyó y el yo,y al de vergüenza como típico de las violacione~ del ideal del yo. Lampl-de Groot (1962) se extiende en otras diferencias intrínsecas entre ambas instancias. Este autor sostiene que el superyó establece límites ("instancia prohibidora"), mientras que el ideal del yo establece metas ("instancia de cumplimiento del deseo"). No obstante, aunque Piers y Singer distinguen entre las dos instancias describiendo su naturale¡¡;a característica, dejan de lado el problema
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de la localización. Se tiene la impresión de que estos autores consideran las dos instancias como estructuras separadas. Bing, McLaughlin y Marburg (1959) han afirmado que el "ideal del yo es «anatómicamente» una parte del yo". El hecho de considerar el superyó y el ideal del yo a lo largo de líneas genéticas, funcionales y estructurales parece dar como resultado lógico una separación entre ambos. Lampl-de Groot (1962), sobre la base de consideraciones genéticas y adaptativas, concluye que el ideal del yo es "una subestructura (o provincia) establecida dentro del yo" y puede considerarse como "una función yoica", pero aun en su forma más desarrollada "sigue siendo en esencia una instancia de cumplimiento del deseo" (pág. 98). J acobson (1964) ,'manifestando su acuerdo básico con estas opiniones, sostiene que sería "más correcto considerar al ideal del yo como una formación yoica y no como una parte del siste'- ma superyoico" (pág. 186). Aun cuando esta cita traduce una opinión definida, debe señalarse que al seguir examinando este tema Jacobson reconoce que, con el desarrollo progresivo del yo, el ideal del yo "conecta gradualmente a los dos sistemas y puede a la postre ser reclamado por ambos" (pág. 187). Las opiniones mencionadas se oponen, más o menos claramente, a la formulación de Hartmann y Loewenstein (1962), que consideran al ideal del yo como un aspecto del sistema super-. yoico. Esta controversia de larga data me lleva a la segunda cuestión. El hecho de que tantos autores hayan discutido el problema de la localización sin llegar nunca a un acuerdo es muy probablemente un indicio de la ambigüedad intrínseca del término. El concepto del ideal del yo se ha caracterizado desde un principio por la imprecisión conceptual en la medida en que, por un· lado, ha sido utilizado para ~l1g(;)rj_r una instancia psíquica, es decir, un componente de la estructura psíquica, y, por el otro, ha sido definido por su contenido, como resulta evidente en expresiones del tipo de "esto y aquello son sus ideales · del yo". La ambigüedad intrínseca parece originarse en el hecho de que la afinidad, o la diferencia, del ideal del yo con los sistemas yoico y superyoico es un mero reflejo de las diversas etapas en el desarrollo del ideal del yo, a lo largo de un proceso continuo de formación de estructuras. Por esta misma razón, Steingart (1969) ha sostenido que el ideal del yo debe ser considerado en función del "desarrollo del aparato psíquico" y dentro del marco conceptual de las representaciones del self y del objeto. Por consiguiente, continúa las ideas de Hartm~mn y ' i Loewenstein (1962), quienes encararon el concepto del ideal del yo con un enfoque evolutivo; estos autores señalaron que el ideal del yo preedípico refleja deseos (gratificadores de pulsiones) de engrandecimiento, en contraste con el del período
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fálico-edípico, en el que la idealización abarca, cada vez m~, nuevos motivos. Esman (1971) sigue el mismo rumbo al considerar la cambiante función del ideal del yo en relación con las tareas eVó1ut1vas -p.ej., el apoyo que presta a los esfuerzos sublimatorios característicos del período de latencia-. El enfoque evolutivo del concepto de ideal del yo supondría, entonces, que el ideal del yo asume funciones que durante algún tiempo han estado estrechamente asociadas al superyó, o que recibe nuevos contenidos procedentes del yo en términos de valores y metas inculcados o autoelegidos; por supuesto, dichas elecciones son posibles sólo sobre la base de la experiencia, del juicio, o en general de una relativa madurez yoica. ~1 ideal del yo, entonces, se convierte en un aspecto o un refleJO de la identidad del individuo. En otras palabras, el ideal del yo 1 deja de ser, progresivamente, la instancia de la realización del 1 deseo ya sea mediante la fantasía o la identificación. En el cur- l so del desarrollo no sólo el contenido del ideal del yo sino también su función sufren cambios. Un estado crucial en la evolu.ción del ideal del yo puede estudiarse mejor en la adolescencia, cuando normalmente se produce una reinstintivación tanto del ideal del yo como del superyó. No obstante, antes de que investiguemos este aspecto del ideal del yo parece imperativo que consideremos el problema más amplio de la progresión evolutiva y las consecuencias teóricas de tal enfoque. La distinción entre un ideal del yo primitivo y otro maduro ) es algo ampliamente aceptado. La relación entre adolescencia ..J y formación del ideal ha sido por lo común reconocida desde los tiempos de Aristóteles, pero los antecedentes genéticos de esta característica adolescente aún deben estudiarse en toda su complejidad. En la propensión específicamente adolescente a la idealización distinguimos asp~ctos heterogéneos e independientes entre sí. Estas tendencias van desde la idealización del self y su exteriorización hasta la naturaleza integrada y subjetivamente evidente del pensamiento y la acción. La automatiza- ? ción del ideal del yo maduro entrelaza su función dentro del contexto y la función del carácter. El papel decisivo del ideal i' del yo en el mantenimiento del equilibrio narcisista, experi, mentado como autoestima, ha sido subrayado muy a ~enudo j como para que lo examinemos aquí. Se ha dicho que "el ideal del yo puede considerarse 1.!-na operación de rescate del narcisismo" (Hartmann y Loewenstein, 1962, pag. 61). Esta afirmación expresa, sin duda, una opinión sobre la que hay general acuerdo, pero deja abierta una cuestión más amplia, a saber, la del cambio de contenidos y los medios específicos -aun cuando la meta siga siendo la mismapor los cuales la "operación de rescate" se mantiene en un constante estado de alerta. Las palabras citadas más arriba pueden
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parafrasearse diciendo que la ganancia de suministros narcisistas es tan esencial para el funcionamiento de la personalidad como las gratificaciones libidinales y agresivas dirigidas hacia el objeto. Cuando estas últimas dan lugar a los conocidos conflictos de la adolescencia, "los impulsos de la libido objeta! son remplazados regresivamente por identificaciones [ ... ] como las de la temprana infancia" (A. Reich, 1954, pág. 215). Con frecuencia, sólo en la pubertad, según lo señala Annie Reich, se ¡ revela la fijación en el ideal del yo infantil. Una angustia de castración intensificada conduce a una investidura regresiva del narcisismo comp~nsatorio, o bien, agregaría yo, a una retirada frente al resurgimiento adolescente dei complejo de Edipo. Bajo estas condiciones no es posible que se configure un ideal del yo maduro ni que se logren relaciones objetales maduras. El hecho de que el ideal del yo se estructure durante la adolescencia hace que se distinga cualitativamente de sus etapas evolutivas previas, como lo afirma claramente Jacobson (1964, pág. 187): "De hecho, las etapas finales [adolescencia] en el desarrollo 'del ideal del yo muestran de modo magnífico la reorganización jerárquica y la integración final de distintos conceptos de valor -anteriores y posteriores-, procedentes de ambos sistemas [yo y superyó], en una estructura coherente y una unidad funcional nuevas", es decir, elideal del yo. Otros autores también se han referido a la reestructuración psíquica adolescente en relación con la formación del ideal del yo. Murray (1964) investiga los caminos que conducen al ideal del yo maduro; atribuye al estado narcisista temprano del ideal del yo la actitud de "atribuirse prerrogativas" (pregenitales) y postula una sublimación del narcisismo y de los afectos vinculados con los objetos libidinales que forman parte de la organización del ideal del yo. Es interesante repasar las observaciones clínicas de Murray, que él sintetiza diciendo "que la libido narcisista, centrada en el ideal del yo, retorna al yo para reinvestir elementos homosexuales latentes e inconcientes cuando el ideal se ha perdido o debilitado" (pág, 487). A la vez que Murray amplía la formulación dél Freud (1914b), hace hincapié también, si lo entiendo correctamente, en los afectos de la libido objeta! que predestinan al ideal del yo a quedar envuelto en el conflicto adolescente de tener que renunciar a las prerrogativas pregenitales "en favor de relaciones más orientadas hacia el ideal, con realizaciones libidinales maduras, metas y relaciones individuales y sociales" (pág. 500). Murray considera que el ideal del yo es una instancia psíquica estrechamente vinculada con los sistemas yoico y superyoico. La peculiaridad del ideal del yo maduro se halla definida y preservada por sus vínculos inteFsistémicos del mismbmodo que el movimiento regular de
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un planeta es reglado por la interacción gravitacional con otros cuerpos celestes. ' Giovacchini (1965) presenta un caso que pone de ma?ifiesto los determinantes del ideal del yo -entre los cuales se mcluye el talento- así como su dinámica, en la vida de un científico creativo. El 'análisis de este paciente reveló la
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~olución de la crisis adolescente "consiste en la preservación del ~~~al .~el yo, inculcado pero aún nó ·integrado durante la 1 · nmez (pág. 309). Además, este autor afirma que el ideal del yo se hal.Ia co.rrelacionado intrínsecamente con el logro de la constancia objeta!, que yo ubicaría entre los dieciocho meses y l~s tres a?os de edad. acuerdo con esta opinión, la forma' c1ón del Ideal del yo mfantil se produce m~ tarde de lo que i suele aceptarse. La condición para la formación del ideal del yo maduro es para mí el logro de relaciones objetales posambi; valent~. Y no la constancia objetal, como lo sostiene Aarons 1 (~970).: La adolescencia es una puesta a prueba de la constancia Ob]etal y de la integración del ideal del yo, Ambas se hallan relacionadas entre sí" (pág. 327). No obstante, su concepción que el avance desde la adolescencia hacia la adultez se basa Intrínsecamente en el desarrollo del ideal del yo, del primitivo al mad'!ro, así como su opinión de que el ideal del yo en la adolescencia se ve enredado con relaciones objetales infantiles de ; carácter libidinal agresivo revividas regresivamente está de / acuerdo con mis propias observaciones. ---- ·--- ' Siguiendo esta línea de pensamiento, debemos mencionar el ensayo de Alexander (1970), pues se refiere a una característica de la adolescencia, a saber, el afán de independehcia · este autor asigna al ideal del yo un papel fundamental en el m'antenimiento de esta tendencia. "Si el ideal del yo contiene de un modo fuertemen~e investido el ideal de independencia, entonces el yo. consumuá las energías pulsionales de una manera que 1~ perrnit.a alcanzar la habilidad y el dominio que hagan posible la mdependencia, es decir, mediante el aprendizaje" (pág. 5~). Por supuesto, de lo que se habla aquí es del contenido del Ideal del yo y no del ideal del yo como un elemento ~tructural o. como una instancia psíquica. En mi opinión, la mdependenc1a emocional madura es qn subproducto del avance exitoso haeia la genitalidad; en otras palabras, el ideal del yo maduro no puede desarrollarse hasta que se hayan superado , ¡ lli:S_ dependencias objetales infantiles. 7~ . Tanto Mun:ay (1~6;1) .como Hun~ (1967) atribuyen a las fijac10n~s Y ~onfhctos h~n~~nales una mfluencia decisiva en la de; terminaCión de las VICisitudes del ideal del yo. Murray, basán1 . dos~ en el ensa~o de Freud (1914b), afirma lo siguiente: "Si la rela~Ión. entre el Ideal del yo y su potencial apropiado para la realización fracasa, la libido regresa a una fuerte intensificación de los impulsos homosexuales, que a su vez crean culpa y acces~s de ~ngustia ~.ocia!''. (pág. 502). Grete Bibring (1964) hace hmcap1é en que . genéticamente [el yo] deriva su fuerza principalmente de los Impulsos libidinales positivos, en contraste con el superyó, en el que prevalecen las fuell!lls agresivas" (pág. 517). Esta concepción se ve confirmada por el hallazgo clínico
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de que el ideal del yo mantiene su control de un modo no ambii valen te. En el examen ·de la interrelación entre el ideal del yo y la vida instintiva viene al caso un ensayo de Hunt (1967). Al analizar un caso, basándose en mis propias formulaciones (Blos, 1962) y en las de Annie Reich (1954), entre otros, dicho autor postula la existencia de una relación intrínseca entre la patología del ideal del yo y las tendenc_ias homosexuales insuficientemente atenuadas. "El ideal del yo, tal como lo11emos examinado aquí en conexión con la homosexualidad, implica la persistencia de una forma omnipotente, mágica, con aspiraciones a crear un estado ideal mediante la formación de identificaciones primarias con objetos" (pág. 242). Siempre que la ho- ( mosexualidad, latente o manifiesta, se ha convertido. en el regulador principal del equilibrio narcisista, el ideal del yo per"": manece detenido en U¡;J. nivel infantil_. Esto mismo es válido pa- , nt el criminal reincidente ,(Murray, 1964) y para el impostor (Deutsch, 1964), que constituyen ejemplos de lo que Murray (19.64) ha denominado el "ideal del yo fragmentado". Ritvo (1971) confirma estos hallazgos cuando habla de la "reinstintivació_n" del ideal del yo por· la libido predominantemente homosexual como un aspecto normativo del proceso adolescente. ~ Para finalizar con esta revisión histórica ine referiré al refinamiento progresivo y a la delimitación más clara del concepto de ideal del yo ante las elaboraciones del concepto del self. Un examen más detenido a menudo nos lleva a reconocer que lo que parece constituir un ideal del yo no es sino un autoengrandecimiento, una imitación, por así decirlo, de una imagen deseada del self (Jacobson, 1964). Lo que ha sido descrito como un falso ideal del yo podría considerarse también como un ideal del yo primitivo, infantil o arcaico. Al examinar la ontogénesis del ideal del yo, Freud (1914b) - ~ nunca deja de señalar que el contenido del ideal del yo es "im- :. puesto desde afuera" (pág. 100). Aquel incluye no sólo un:a propensión personal, sino también el ideal deformaciones sociales tales como la familia, la clase yla nación. Ello equivale a decir que determinados sistemas de valores prevalecientes, así l'Omo organizaciones e instituciones sociales, siempre están listos, en toda sociedad, para canalizar las tendencias narcisistas } Individuales hacia las metas de un "ideal común". Cualesquiera sean las irracionalidades y distorsiones consiguientes, debidas a las persistentes idealizaciones narcisistas del self y del objeto, su forma y su contenido proceden siempre del sistema social en el que el individuo vive. Tartakoff (1966) ha investigado algunos de estos factores socioculturales. Este autor ha estudiado la influencia mutua entre el contenido del ideal del yo y las instituciones sociales en
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la cultura norteamericana. Su conclusión ha sido que "el narcisismo puede verse afectado por un destino especial en nuestra estructura social" (pág. 226) o que, más directamente, "un medio sociocultural que hace hincapié en la meta del éxito puede perpetuar fantasías narcisistas y omnipotentes" (pág. \ 245). Este compon~n~e infantil del id~al del yo, si no es relega) do a la fantasía lud1ca y a la autouonía correctiva, puede impregnar la situación analítica, convirtiéndola en otra oportunidad a partir de la cual el "trabajo duro" dará como resultado una excelencia otrora prometida y que siempre espera realizarse, con esa pertinacia tan característica de las "prerrogativas" narcisistas infantiles. Al investigar el contenido del ideal del yo a lo largo del tiempo, Tartakoff llega a la conclusión de que mientras las fantasías narcisistas no se modifican, el contenido (valores, metas, normas, medios institucionales) cambia según las épocas. A esto yo agregaría que la impronta sociocultural también puede detectarse en su forma negativa poi ejemplo, en el adolescente que "opta". ' Esta consideración me lleva a ciertas ampliaciones del concepto del ideal del yo que, en mi opinión, se oponen a una conceptualización evolutiva del término. Kaplan y Whitman (1965) han propuesto el concepto de "ideal del yo negativo", que ellos definen como "los modelos negativos introyectados de los padres y de la cultura" (pág. 183). Se sugiere que la "figura r par~ntal desvalorizada" conforma el núcleo del ideal del yo negativo. Esta formulación nos obliga a abandonar la cualidad idealizadora y la historia genética del ideal del yo tal cual lo entende~os ~n la actualidad. El ideal del yo negativo es ajeno al yo, y lo m1smo ocurre con su contenido denigratorio. Estas condiciones, según mi parecer, reflejan un vínculo sadomasoquista persistente con los padres preedípicos, vínculo que es traspuesto al nivel de los valores. De acuerdo con mis afirmaciones, este solo hecho lo descalifica para formar parte del ámbito del ideal del yo maduro y lo relega a un self ideal infantil y perverso. Schafer (1967) también habla de ideales negativos, por ejemplo, "ser un timador superior o un bruto" (pág. 165), pero este autor no los identifica con la estructura psíquica "ideal del yo". Es probable que el concepto de ideal del yo negativo pueda adaptarse mejor al concepto del self. Al. c.onsiderar los niveles evolutivos del ideal del yo, debemos adm1hr una correspondencia entre la función y el contenido del ideal del yo, por un lado, y el nivel de desarrollo yoico y de maduración física específicos de la edad por el otro. El estudio de las tra~ic.iones a lo largo de la formaéión del ideal del yo, de su desVIación y de su detención, ha llamado cada vez más la atención. Sandler, Holder y Meers (1963) han elaborado el concepto del ~elf ideal, distinguiéndolo del ideal del yo; estos
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autores señalan las dificultades, teóricas y clínicas, vinculadas con la diferenciación entre ambos, al clasificar el material analítico infantil en la Clínica Hampstead. Este hallazgo sólo pone de relieve la afinidad o la identidad entre el self idealy el ideal del yo como antecedente de su diferenciación gradual dentro , del contexto de la progresión evolutiva. -· · En el campo del psicoanálisis aplicado, el concepto del i~eal del yo ha sido utilizado para explicar los rasgos característicos de ciertos personajes literarios. Murray (1964), por ejemplo, ha usado este enfoque para analizar el Cyrano de Bergerac de Rostand y el Dorían Gray de Wilde. Pero 1~ personalidad e~tu diada en profundidad y retratada en func1ón de la consoh~a ción del ideal del yo en la adolescencia tardía es el prínc1pe Hal. Este personaje de Shakespeare despliega las enigmáticas contradicciones de la juventud -corrupción y altos idealesde un modo llamativo. A lo largo de sus desconcertantes acciones, el príncipe Hal nunca deja de luchar en su interior. La consolidación de su ideal del yo se halla en el centro de su lucha en la que primero fracasa, pero en la que por último logra 'tener éxito, reconciliando la imago del padre idealiza?o que ama con la persona imperfecta, pero no cabalmente mall~ na, del padre que odia. ¿Acaso su padre, el rey~ no había asesinado a su propio· primo idealizado, Ricardo 11, a quien Hal había seguido a Irlanda cuando niño y cuyo favor había ganado? El conflicto. hijo-padre del príncipe Hal ha llamado la atención de varios psicoanalistas. Ernst Kris (1948) interpretó la conducta del príncipe Hal dentro del contexto del complejo de Edipo y del conflicto de ambivalencia que oscila entre la o~e diencia, la fuga y el parricidio. El eapel defensivo y adapta~lVO de la formación del ideal, en el esfuerzo de superar el confliCto infantil, se pone claramente de manifiesto. Los Lichtenberg (1969) desplazan el centro de atención hacia ese "aspecto del desarrollo adolescente mediante el cual un adolescente determinado logra la formación de sus ideales" (pág. 874). El príncipe Hal también es objeto de estudio por Aarons (1970), quien considera el conflicto hijo-padre en relación con las vicisitudes del ideal del yo. Los dos componentes centrales de este tema son los del amor objeta! [el complejo de Edipo negativo] Y la idealización del objeto, tal como los he descrito en su conexión intrínseca con la formación del ideal del yo adolescente (Blos, 1962· véase también el capítulo 7). El príncipe Hal, por cierto, constituye un personaje muy verosímil cuando Aarons lo considera dentro del contexto del concepto del ideal del yo. El autor arroja luz sobre la fuga del príncipe Hal de las dignidades reales de la corte hacia la juerga de la taberna señalando que, mediante la relación con los pares, "se produce la ruptura del vinculo de dependencia" y se hace posible una "reinvestidura
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......... 1 del ideal del yo representado por el padre". Aarons llama a esto la "ratificación" del ideal del yo y la define "como el rescate y la reafirmación del ideal del yo: una sublimación del amor·por el padre" (pág. 333). Al pasar revista a los estudios psicoanalíticos sobre el príncipe Hal, de 1948 hasta 1970, advertimos un desplazamiento gradual del foco de atención desde los 1 impulsos edípicos hacia la idealización y la decepción, es decir, 1 hacia el problema de la formación del ideal del yo adolescente. Falstaff, una imago escindida del padre, junto con el mundo de sus pares y compinches bebedores, reconstituye una familia sustitutiva que -mediante un gran rodeo- asiste al turbulento joven en la formación del ideal del yo maduro y en la asunción de su identidad principesca. Estos tumultuosos acontecimientos ilustran e( reiterado enredo objeta! o la ,;reinstintivación" del objeto idealizado, de donde surge el ideal del yo maduro.
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Epílogo Al utilizar la palabra "genealogía" en el título de este ensayo tuve en cuenta una doble referencia. Un aspecto nos remite a las fuentes· desde las cuales emerge el ideal del yo maduro durante .la adolescencia tardía, y el otro tiene que ver con rastreo, en la bibliografía psicoanalítica, de los anteced~ntes del concepto tal como hoy lo conocemos. Estas dos exploraciones, ontogenética e histórica, no dejan duda en cuanto a la complejidad tanto de la formación de la estructura psíquica como del concepto en sí. De hecho, su complejidad desafía todo resumen o condensación. No obstante, puedo enunciar cuál ha sido el objeto de mis esfuerzos, a saber, presentar una. concepción evolutiva del ideal del yo tal como puede ser reconstruido en su forma primitiva y como puede observarse in statu nascendi en su estructuración madur~ durante la reorganización psíquica de la adolescencia. Las observaciones clínicas ' sobre jóvenes contemporáneos en su adolescencia tardía proporcionan amplias evidencias de que la patología del ideal del yo constituye, en la mayoría de los casos, un sector considerable de cualquier perturbación en esta edad. ErrÓneamente, los retoños de la patología del ideal del yo son incluidos, en muchos casos, entre las desviaciones del yo y del superyó. Si el concepto "ideal del yo" puede definirse con la suficiente especificidad para ser útil como indicador e instrumento teórico, es posible que ello dé como resultado un refinamiento y una profundización del análisis y la psicoterapia adolescentes; el propósito de esta investigación ha sido delinear el concepto hacia dicho fin.
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El estudio del ideal deJI yo me ha despertado pensamientos especulativos; lo cierto es que nadie que se ocupe del concepto de ideal del yo podrá evitarlos. El ideal del yo abarca en su ór- ! bita desde el narcisismo primario hasta el "imperativo categórico", desde la forma más primitiva de vida psíquica hasta los logros más elevados del hombre. Cualesquiera sean estos logros, ellos tienen su origen en la paradoja que consiste en la , imposibilidad de aléanzar la satisfacción o la saciedad codi- : ciadas, por un lado, y su búsqueda incesante, por el otro. Esta l búsqueda se proyecta hacia un futuro ilimitado que se confunde con la eternidad. De este modo, el temor por la finitud del tiempo, el miedo a la muerte misma, dejan de existir, como ocurría en el estado del narcisismo primario. En su forma madura, el ideal del yo debilita el poder puniti- ) vo del superyó,_asumiendo algunas de sus funciones; análogamente, ciertos aspectos del yo se colocan a su servicio. La esfera 1 del ideal del yo se halla, para decirlo con palabras de Nietzsche, más allá del bien y del mal. Piers y Singer (1953) se refieren al ideal del yo como una "creencia mágica en la propia invulnerabilidad o inmortalidad, que i~duce al coraje físico y que ayuda a contrarrestar el temor realista al daño físico y a la muerte" (pág. 26). Potencialmente, el ideal del yo supera a la , angustia de castración, impulsando así al hombre a realizar ac- ) tos increíbles de creatividad, heroísmo, sacrificio y desinterés. Uno muere ppr su ideal del yo antes que dejarlo morir. "Estoy aquí, y no puedo hacer otra cosa", fueron las palabras de Lutero en la Dieta de Worms, cuando se lo instaba a retractarse de sus creencias, con gran peligro para su vida si no lo hacía. El ideal del yo ejerce la inflQencia más intransigente sobre la conducta del individuo maduro: su posición es siempre inequívoca.
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16. La epigénesis de la neurosis adulta*
El propósito de eSte estudio es delinear la participación específica de la adolescencia en la formación de la neurosis adulta. Si bien se indagará un único aspecto del tema, su conceptualización precisa servirá para agudizar el ojo clínico y estimular la investigación de otros problemas conexos, como por ejemplo la trasformación de una determinada neurosis de la niñez • • en otro tipo de neurosis que podría surgir durante la posadolescencia. No es aventurado afirmar que la reestructuración psíquica que tiene lugar en la adolescencia ejerce de alguna manera una influencia decisiva sobre la personalidad adulta independientemente de que el desenlace de este proceso sea ~or mal o patológico. Comenzaré por ocuparme del concepto de neurosis infantil desde el punto de vista del desarrollo. En el curso de la discusión me referiré a algunos hechos bien conocidos, vinculados con la distinción entre neurosis del niño y del adulto, y entre trasferencia y neurosis trasferencia!, para indicar las conexiones entre mi propuesta y el cuerpo de la teoría psicoanalítica. Al seguir las huellas de la formación de la neurosis adulta, prestaré preferente atención a la adolescencia, en particular a la adolescencia tardía. Finalmente, presentaré material clínico para sustentar mi tesis que, como se verá a lo largo de todo el trabajo, concierne tanto a la teoría como a la técnica.
La neurosis infantil desde el punto de vista del desarrollo El principio psicoanalítico según el cual en el fondo de toda neurosis adulta existe siempre un trastorno emocional infantil ha solxevivido a muchos años de controversias. Este hecho clínico ha llegado a estar tan estrechamente ligado con la definición de neurosis adulta que muchas veces esta ha sido concep-
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tuada como una mera repetición o continuación de una enfermedad originada en la prelatencia. Sin embargo, la observación, los estudios longitudinales y el análisis de niños se oponen a tan simplista formt.dación y en cambio destacan la naturaleza difusa y transitoria de la mayoría de los trastornos infantiles que, en mayor o menor medida, están presentes siempre en el desarrollo normal del niño. Por otra parte, los desórdenes de la prelatencia no son indicadores fieles de la futura naturaleza y gravedad de una enfermedad adulta. Los estudiosos de la niñez temprana no han hallado una única entidad clínica como elemento constitutivo de la neurosis infantil; inversamente, los conflictos interiorizados de la niñez temprana tienen siempre una solución neurótica transaccional. Sin embargo, en todo análisis de una neurosis adulta -es decir, de una neurosis de tipo trasferencia!- aparece infaliblemente la neurosis infantil. Sobre la base de estudios longitudi~ales, A. Freud (1965) dice que "surgió primero el desalentador descubrimiento de una discrepancia entre neuróticos infantiles y adultos. [ ... ] No existen pruebas de que un determinado tipo de neurosis infantil sea el precursor del mismo tipo de neurosis adulta. P<1r el contrario, existe abundante evidencia clínica que apunta en la dirección opuesta" (págs. 151-52). Una vez admitida la falibilidad pronóstica de las llamadas neurosis infantiles, nos vemos obligados a descartar la idea de una conexión monocausal directa entre la naturaleza específica de un trastorno infantil y la naturaleza específica de una neurosis adulta. Por ejemplo, la fobia de un niño bien puede trasformarse, en la adultez, en una neurosis obsesivo-compulsiva.! Otra disparidad existe en lo que respecta al grado de integración de los síntomas y los rasgos de la personalidad con la estructura de la personalidad. En los niños, esos síntomas y rasgos pueden presentarse en forma aislada, mientras que en ~1 adulto la neurosis penetra toda la estructura de la personalidad, de manera que nos encontramos ante una organización altamente estructurada y estable. Ya en 1935 W aelder-Hall observó, en un análisis clásico de un caso de pavor nocturno (Anton, siete años de edad), que "lo que realmente falta en este conflicto es el cuadro de auténtica formación transaccional; en su lugar tenemos aún el·conflicto en sí, la moción pulsional y la angustia coexistiendo lado a lado. [ ... ]La neurosis adulta presenta siempre una solución del conflicto, bien que una solución neurótica destinada al fracaso" (pág. 273).
• Publicado originalmente en The Psychoanalytic Study oj the Child. vol. 27, págs. 106-35, Nueva York: Quadrangle, 1972. •• Sobre la diferencia entre las expresiones ··neurosis de la niñez" ("chíldhood IICltrosís ·¡ y "neurosis infantil" ("infantilc ncurosis") ü•as<· infra. pág. 325. ,, 10. [N. del T.] . .
1 No me refiero al caso de· Frankie, presentado por Ritvo (1966) como ejemplo de la modificación de una neurosis desde la niñez (fobia) hasta la adultez (neurosis obsesiva). En mi opinión, la enfermedad de Frankie corresponde a un trastorno "fronterizo" y escapa, por lo tanto, a los alcances del presente trabajo. que se refiere a la neurosis propiamente dicha.
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El hecho de que tales observaciones analíticas no hayan sido investigadas en forma exhaustiva puede ser atribuido a la aceptación incondicional de la creencia de Freud en la universalidad de la neurosis infantil2 y a la adhesión literal a su afirmación de que aquella constituye "el tipo y el modelo" de la neurosis adulta (1909, pág. 147). Todo análisis de pacientes adultos presenta conexiones genéticas de ese tipo, si bien no ha sido posible demostrar una neurosis infantil como entidad clínica en la niñez temprana. Ningún analista cuestionaría que "en cada caso la enfermedad neurótica ulterior se vincula con su preludio de la infancia" (Freud, 1940, pág. 184). Sin embargo, en la actualidad se acepta unánimemente que la enfermedad neurótica del adulto no preexistió de manera inmutable desde los años de la prelatencia hasta el mo!Dento en que -irrumpe como neurosis adulta. La maduración yoica en el trascurso de la latencia y la adolescencia produce modificaciones psicológicas claras, aunque el trauma original o conflicto nuclear se conserve bajo las múltiples capas de revisiones acumuladas. De la indagación retrospectiva de la neurosis infantil pasaremos ahora al enfoque prospectivo de las posibles secuelas de un trastorno de la niñez. Sobre la base de observaciones clínicas podemos decir que ciertos aspectos o componentes de un trastorno de la niñez pueden sufrir modificaciones a través del tiempo hasta perder su valencia neurótica y llegar a soluciones adaptativas no conflictivas. Por otro lado, también puede~ asociarse con tendencias neuróticas que en el curso del crecimiento adquirieron una posición hegemónica. En ese sentido, los factores accidentales tienen un influjo imprevisible. Es bien sabido que a pesar de la existencia de un potencial neurótico, es posible prevenir la irrupción de una enfermedad neurótica si el individuo cuenta con recursos constitucionales, relaciones objetales y condiciones ambientales que le permitan llegar a una adaptación apropiada.3 Tal desenlace favorable se logra muchas veces con la ayuda de una especial propensión -llámesela dote, talento, "tino" o "inclinación"- que facilita la resolución de controversias in2 "Sabemos que los ruños no pueden recorrer bien su camino de desarrollo hacia la cultura sin atravesar por una fase de neurosis más o menos clara[ ... ]. La mayoría de estas neurosis de la ruñez son superadas espontáneamente en el curso del crecimiento, en especial las neurosis obsesivas" (Freud, 1927, pá~. 42-43). 3 "No existen pautas que permitan medir .el potencial patógeno de la neurosis infantil, salvo los estudios del desarrollo a largo plazo. Debemos tener en cuenta que cada fase de la maduración crea nuevas situaciones de conflicto potencial y nuevas maneras de encarar esos conflictos; pero hasta cierto punto también trae aparejada, por principio, la posibilidad de modificar el influjo de la solucfón.de conflictos anteriores" (Hartrnann, en Kris et al., 1954, pág. 35; véase también Freud, 1927, pá~. 42-43).
ternas. No obstante, el potencial neurótico del individuo continúa existiendo durante toda su vida; puede actuar como factor incentivador y activante o ser un punto especialmente vulnerable. Ambas situaciones, empero, orientan las tendencias adaptativas del individuo y despiertan su inventiva: en tales circunstancias, el dominio del trauma original, habitualmente de naturaleza acumulativa, se trasforma en una "tarea vital" (Blos, 1962, págs. 132-36). -En una carta a Ferenczi, Freud escribió: No deberíamos tratar de erradicar nuestros complejos sino de llegar a ün arreglo con ellos; son auténticas fuerzas orientadoras del comportamiento propio en el mundo" Gones, 1955, pág. 452). Loewald plantea una idea similar cuando habla de "repetición como re-creación" en contraste con la "repetición como reproducción" (197lb, pág. 60). Las consideraciones precedentes llevan a la conclusión de que no existe una concatenación causal rígida entre trauma infantil y enfermedad neurótica ulterior. La causalidad se determina y verifica en forma retrosp~ctiva, tal como ocurre en el trabajo de reconstrucción. Sobre la base del estudio de personalidades creativ'ás, artísticas y carismáticas hemos llegado a comprender, en gran escala, las complejas vicisitudes del potencial neurótico. Quizás en una escala menor también opera una similar imaginación adaptativa que, en circunstancias favorables, sirve para impedir que el potencial neurótico se consolide como enfermedad. Desde esta perspectiva, la génesis de las neurosis aparece como un ininterrumpido proceso de elaboración que comienza con un daño incipiente al organismo psíquico y se establece como potencial neurótico. Este potencial se conserva desde los comienzos de la vida y recién más tarde llega su período terminal, bajo la forma de neurosis adulta, cuando ha irrumpido la enfermedad que en circunstancias ordinarias se mantiene inalterable e irreversible. Hemos llegado a considerar la neurosis infantil como un potencial específico que puede o no llevar a una enfermedad neurótica en la vida adulta. Podría entonces cuestionarse la utilidad de postular la existencia de una neurosis infantil cuando nunca llega a materializarse una neurosis adulta. Pero existe un hecho cierto: la neurosis infantil asume su estructura y contenido definitivos sólo durante la etapa de formación de la neurosis adulta, cuando tomamos conocimiento cabal de su existencia a través de la neurosis trasferencia!; es decir, sólo durante el tratamiento analítico (Tolpin, 1970, pág. 277). . El período formativo de la neurosis adulta coincide muchas veces con la adolescencia, específicamente con la adolescencia· tardía. A partir de entonces, la neurosis adulta puede hacer su aparición como un ensamble organizado y selectivo de viven-
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cías, impresiones y afectos cruciales y lesivos experimentados en la niñez temprana; en su conjunto, marcan los puntos de fijación -es decir, las características etiológicas de cada neurosis- y se encuentran comprendidos en el concepto de "trauma infantil". Greenacre habla de "fijación a una pauta, más que sólo a una fase" (Kris et al., 1954, pág. 22). Si estas primitivas interferenCias en el desarrollo normal continúan en la etapa fálico-edípica, pueden llegar a determinar en gran medida la particular constelación del conflicto triádico que se produce entonces (pág. 18). Si, por el contrario, no continúan con fuerza suficiente, es probable que la neurosis ulterior presente características de la etapa preverbal con su conflicto diádico o que se desarrolle una perturbación emocional de tipo fronterizo. Con el fin de mantener la claridad de mi posición, la he limitado a las neurosis trasferenciales, excluyendo los trastornos infantiles y adultos debidos exclusiva o predominantemente a falencias del desarrollo -es decir, a una estructura psíquica deficitaria- y no a un conflicto interno, a su resolución neurótica o a sus derivaciones debilitari1tes. Puesto que la estructuración de las neurosis es el resultado de un desequilibrio o conflicto entre 1~ instancias psíquicas, depende necesariamente del poder madurativo intrínseco y relativo de tales instancias. Esta postulación es esencial para la comprensión de las neurosis, tantd infantiles como adultas. Si nos detenemos por un momento en la enorme diferencia que existe entre el yo de la latencia y el de la adolescencia tardía, no nos sorprenderá descubrir soluciones distintas para un mismo conflicto neurótico básico en cada una de esas etapas. Cualquiera sea el desenlace, en las soluciones respectivas de las diferentes etapas evolutivas reconoceremos la historia del yo, que deja su marca en la estructuración de la solución de todo estado desequilibrante. La salida adaptativa, tanto neurótica como sana, si es seguida a lo largo de un continuo evolutivo, no se mantiene idéntica en todo su trascurso y por lo tanto no puede ser vista como inalterada o inalterable. Se ha intentado diferenciar la neurosis del niño de la del adulto en términos de la naturaleza que en cada caso adquieren la trasferencia, la resistencia y la reelaboración. La dependencia emocional d~l niño junto con su maduración física incompleta, necesariamente impone límites a la analizabilidad del potencial patógeno. El análisis infantil está destinado a ayudar al niño a recobrar el ímpetu evolutivo correspondiente a su edad. Por supuesto, el logro de este objetivo no significa necesariamente una protección contra los azares emocionales inherentes al proceso de crecimiento. Nunca estamos seguros de la medida en que el tratamiento eliminó el potencial patógeno; de ahí que un número relativamente grande de niños trata-
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dos recurra al análisis una vez más al llegar a la adolescencia o los comienzos de la adultez. El período de la adole~cencia tardía marca la terminación de la niñez. Como proceso integratin} recapitula, en un nivel superior de funcionamiento psíquico. un ayance hacia la independencia y autonomía que en otro trabajo definí como el ''segundo proceso de indíYíduación" de la adolescencia (v(•ase el capítulo 8). Recién cuando se ha alcanzado la madurez biológica y cuando la madurez sexuallle\·a a un rompimiento definitivo con las posiciones infantiles se produce una reorganización del potencial neurótico -siempre que toda,·ía posea suficiente valencia patógena-. en un niwlmás alto de integración como neurosis adulta. Este enfoque de la neurosis adulta hace que el término "epígénesís" resulte especialmente apropiado, por cuanto nos recuerda la teoría de Han·ey según la cual el embrión se forma mediante la adición gradual de distintas partes en una secuencia ordenada.de complejidad creciente. A ello se agrega que, en el proceso, algunas de las partes componentes pueden atrofiarse, perder su función y convertirse en reliquias atávicas del pasado. La teoría opuesta, que postula la "¡)reformación" o el "encapsulamiento",* resulta obsoleta desde el punto de vista biológico, y sus derivaciones son contrarías a la naturaleza de la genésis de las neurosis. Un venerable postulado de la teoría analítica distingue los estados latent~ y manifiesto de la neurosis: el primero ha sido l'Onceptuado como neurosis infantil. Freud (1939) vinculó ambos estados en el siguiente pasaje: "Recién después [de la latencia) tiene lugar la modificación con la cual la neurosis definitiva se hace manifiesta como un efecto retardado del trauma. Ello ocurre al comienzo de la pubertad o algo más tarde" (pág. 77). 4 En la obra de Freud existen frecuentes referencias a la ucometida en dos tiempos de la neurosis, regla a la cual escapun las neurosis traumáticas. Cuando la disposición neurótica "' manifiesta en la adolescencia -es decir, cuando el trauma iufantil impide, distorsiona o desbarata catastróficamente la conducta correspondiente a la edad del individuo por medio de lu formación de síntomas-, la enfermedad resultante constituyt• la "neurosis definitiva". Se deduce, por lo tanto, que esta es siuónimo de neurosis adulta y que junto con su formación surge u la vida -por decirlo así:- la neurosis infantil, que adquiere • "Encaseinent", teoría según la cual la estructura íntegra está contenida en rl or~~:anismo incompleto. [N. del T.] ·1 En 1939, fecha en que Freud escribió este pasaje, no existía en el idioma alernlut una palabra equivalente a "adolescencia"; el término "Adoleszenz" aparede'> mn posterioridad. En esa época, la palabra alemana empleada como sinónimo de adolescencia era "pubertad" ("Pubertiit"), que se refería tanto a la etapa maduración física como a las características psicológicas concomitantes.
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entonces configuración y estructura. Ambas son formaciones complementarias: dependen para su estructuración de un alto grado de desarrollo yoico y surgen simultáneamente forzadas por las exigencias adaptativas que la maduración física, el desarrollo instintivo y la adecuación social imponen a la personalidad en crecimiento. La regresión normativa al servicio del desarrollo promueve la reestructuración psíquica adolescente (Blos, 1962). La regresión de la adolescencia permite enmendar las deficiencias evolutivas anteriores en la etapa terminal de la niñez -es decir, en la adolescencia tardía- y facilita (si todo marcha bien) la resolución de anteriores remanentes conflictivos o desajustes internos que de otro modo obstaculizarían la formación de la personalidad posadolescente. Este es el proceso que llamo "consolidación". 5 . La estructuración de la neurosis adulta está vinculada inherentemente con el estadio de la adolescencia tardía. Como se dijo antes, en ese período el individuo completa su crecimiento físico y alcanza la madurez sexual. En términos del desarrollo psicosexual el principal paso hacia la madurez consiste en el destierro de las modalidades pulsionales pregenitales al dominio del placer previo, subordinándolas así y al mismo tiempo estableciendo una constelación jerárquica de pulsiones llamada genitalidad. El logro de la primacía genital (que no debe confundirse con la actividad heterosexual) es gradual y por lo general queda incompleto: sólo en raras ocasiones consigue satisfacer las pautas ideales. La teoría y práctica psicoanalíticas demuestran de manera irrebatible que durante la adolescencia se produce una reactivación del complejo de Edipo y que el individuo lo revive de nuevo. Lejos de ser una réplica de su primitiva versión, esta vez es llevado a su disolución final en un nivel más alto de integración, en tanto que el individuo se acerca a un dominio más definitivo de los conflictos concomitantes. La relativa madurez del yo lleva a una primera "declinación" del complejo edípico, que inicia el período de latencia; la segunda "declinación", durante la adolescencia, inicia la adultez. Por lo tanto las respectivas disoluciones serán diferentes, independientemente de que sean de naturaleza normal o patológica. Al comparar el desenlace de cada una de estas etapas, surge una diferencia crucial; la coexistencia del conflicto edípico positivo y negativo 5 Erikson (1968) planteó algo similar al proponer los conceptos de "moratoria psicosocial" y de "crisis de identidad". La pregunta que se hace el adolescente, "¿Quién soy?", surge, a mi juicio, de las confrontaciones de las posturas casiadultas y aún-infantiles que se asumen en la alternancia de regresión y progresión, típica del período de la adolescencia tardía. Subjetivamente, este flujo y reflujo es vivido como una disgregación transitoria del self; lo mismo puede decirse del proceso de' consolidación.
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Js tolerada en la niñez con mayor ecuanimidad que en la ado\es( ~ncia; en este último período surge una decisiva intolerancia debido a las presiones sociales y madurativ~ que urgen la formación de una identidad sexual definitiva e irreversible (véase el capitulo 7). La imposibilidad de evaluar la valencia del complejo de Edipo negativo en el análisis de niños (en especial en cuanto a las perspectivas de un resurgimiento durante la pubertad) hace suponer que en el um~ral del período de latencia se llega a una disolución solamente parcial, que .trae consigo una etapa de relativa calma. Las dos ediciones del conflicto edípico difieren tanto en lo que concierne a su comienzo como a su modo de resofl).ción. La inmadurez física provoca la primera declinación del complejo original, y la madurez física debe producir su disolución definitiva e irreversible. La fase de la adolescencia tardía se convierte así en el campo de batalla de la neurosis adulta. Las modificaciones de la personalidad que marcan la terminación de la adolescencia son la integración y la diferenciación, que se manifiestan en la formación del carácter (véas€ el capitulo 9). Todos los cambios psicológicos que se producen en la personalidad durante la adolescencia tardía se encuentran resumidos en el concepto de consolidación. La "neurosis definitiva", es decir, la neurosis adulta, es el resultado del proceso de consolidación, que comprende a la totalidad de la personalidad preadulta y cuyo final determina de manera. irreversible la división entre niñez y ad¡lltez. La función sintética del yo opera inexorablemente, para bien o para mal, du· rante toda esta etapa, en la que el proceso de consolidaCión efectiía la organización de la personalidad, tanto normal como patológica. De ahí que el paciente que se encuentra en la adolescencia tardía plantea al analista una situación paradójica. Desde el punto de vista del desarrollo, se halla comprometido en la consolidación de la neurosis adulta; por otro lado, la falta de una total integración obstaculiza su participación en el proceso terapéutico, salvo de manera general en lo que concierne a los malestares agudos y ·actuales, y a su alivio. Sin duda, el establecimiento de la neurosis adulta favorece la analizabilidad; de ahí el verdadero dilema que enfrenta el analista: debe optar t•ntre impedir la formación de la neurosis adulta mediante la prioridad interpretativa, o acelerarla para poner en marcha la lahor analítica definitiva. En muchos casos resulta claro que el adolescente no se resiste al análisis, pero en otros, su limitada participación hace dudar -a menudo injustamente- de su unalizabilidad. La carga de este "impase" recae sobre todo en t•l analista cuando, sin tener en cuenta el proceso evolutivo de la adolescencia tardía, intenta seguir adelante como si ya se
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hubiera instalado la neurosis adulta. La consecuente ineficacia de sus interpretationes activa sus propias defensas narcisistas, que a su vez enturbian, retardan o impiden el análisis. Durante muchos años se ha discutido acerca de las dificultades y la inconveniencia de analizar adolescentes. Sin embargo, gran parte de esas dificultades surgen de una concepción errónea del proceso de la adolescencia, tal como lo demuestra el dilema técnico que acabo de mencionar.
Ilustración clínica Un estudiante universitario de dieciocho años comenzó su análisis después de un total e inexplicable fracaso en sus exámenes: la incapacidad para estudiar había llegado a adquirir la naturaleza de síntoma; su aparición había sido tan brusca, y tan grande su gravedad, que se indicó tratamiento analítico. Una inhibición neurótica del funcionamiento intelectual estaba amenazando arruinar la vida de este inteligente joven. Naturalmente, el síntoma inicial sólo encubría las muchas vías internas a través de las cuales la 'patología había extendido su influencia debilitante por toda su personalidad. La inmadurez emocional se había manifestado en el área que representaba para el paciente, más que cualquier otra, el logro simbólico de la madurez y la independencia, es decir, la rivalidad edípica. Al comenzar el análisis, el joven tenía conciencia de la imposibilidad de encarar por sí mismo el problema del fracaso en los estudios. Sabía de la evidente irracionalidad de sus postergaciones, de sus permanentes esperanzas de un éxito imposible, de su despreocupación compulsiva por el paso del tiempo hasta que ya era demasiado tarde para recuperarlo. Sin quererlo, él mismo había provocado el fracaso, a pesar de su inconmovible propósito de estudiar y de la penosa humillación que le acarreó la expulsión de la facultad. E'n pocas palabras, comenzó su análisis con una actitud positiva y un auténtico deseo de resolver un problema agudo. Reconocía la irracionalidad de su conducta y tenía conciencia de su malestar emocional y su des9" rientación. 1 El paciente era' lo bastante informado como para aceptJr y obedecer la regla básica. No perdía una sola de las cinco sesiones semanales; hablaba con facilidad acerca de lo que le ocurría, de sus fantasías, sueños y recuerdos infantiles; en resumen, se compor~aba como un buen paciente. Sin embargo, faltaba algo, lo cual hacía que el tratamiento se tornara pesado y vacilante. Si bien es cierto que en el curso del primer año de análisis se pudo reunir un buen número de recuerdos, fantasías
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y datos referentes a su vida cotidiana y su historia perso~al,.no habia surgido aún un "vasto diseño" que otorgara orgamza~Ión y continuidad -es decir, significado- al flujo de comumcaciones del paciente. . Ya en la primera semana se pusieron de manifiesto el área del conflicto neurótico y la organización defensiva. Un sueño y una idea obsesiva transitoria servirán de ilustración. El sueño, aportado en la primera sesión, es el siguiente: "Estoy en un restaurante con un amigo. El preside~te Johnson entra con su comitiva conduciendo un automóvil negro, modelo convertible de quince años atrás. Se suponía que yo debía seguir al presidente en otro automóvil. No ,sabí~ qué pedal apretar, ni cuál era el freno. Entonces aparecia mi p~dre; ~e daba miedo y huía. [Silencio]. Había algo más: una chiCa se mterponía en el camino de mi automóvil; no podía frenarlo. Después se detuvo solo, cuando estaba a punto de atropellarla". Tras relatar el sueño, la mente del paciente quedó "en blanco". Era obvio que se encontraba bloqueado cuando "se suponía que debía seguir" las indicaciones del analista -dejar qu~ su mente '"siguiera su camino"-. En lugar de hacerlo, frenó por temor a perder el control; en ot.ras palabras, "le dio. miedo y huyó". En esta secuencia, la pérdida del control emocwnal y el temor al pa_dre parecían estar intríns~camente.vi~c~l~dos, y la única manera de eludirlos era la hmda. Las mh1b1C10nes Y evitaciones se habían convertido en sus "medidas de seguridad"; ellas representaban la organización defensiva que regía su vida. El dato acerca de la antigüedad del automóvil presidencial que "debía seguir" en el sueño ubica el punto culminante, si_no d comienzo, de su angustia ne~rótica alrededor de los tres anos dt' edad es decir, en la fase fálico-edípica. La iniciación del sueño (':en un restaurante con un ~migo") Y. la termi~~~ión ("una chica se interponía en el cammo de mi aut~mó~Il ) lo vinculan con la realidad de su vida actual (restos dmrnos); en otras palabras, con su· ferviente deseo am.istad ~on llatwhachos y de intimidad emocional con chicas. VIvía la Imposibilidad de materializar ambos deseos com? u~ estrangulauawllto de su espontaneidad, que durante algun tiempo había t'~tndo deteriorando sus relaciones sociales, en especial después de· su expulsión de la facultad. . lJ na idea obsesiva pasajera que expresó en las seswnes tercfilrn v l'llarta me proporcionó una nueva pauta acerca del origen ,.,.• ;, rul de su angustia. Aunque me había asegurado que tenía c•outrol sobre sn mente y que deseaba hablar sólo de "cosas perthu•ntm1", dt> pronto quedó fascinado por una diminuta grieta
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en el techo del consultorio. Su mente quedó "clavada" en la grieta y todo lo que pudo decir fue: "Me hace pensar en nada'' Los comentarios de Lewin (1948, pág. 525) acerca del pensar en "nada" me hicieron suponer que· tanto el genital femenino como una preocupación por la castración subyacían en la pasividad e inhibición del paciente. Me abstuve de hacer interpretación alguna. Es bien sabido en psicoanálisis que el primer sueño o fantasí2 que un paciente relata contiene -en versión resumida- el conflicto central de su neurosis. No obstante, cualquier conclusión que se saque en la etapa inicial del análisis no deja de ser una conjetura más o menos fundada; su verificación, modificación o refutación surgirán en el curso del tratamiento. En este caso la verificación se produjo, pero recién un año y medio más tarde. La primera etapa del análisis de este paciente (dieciocho meses) estuvo dedicada, como se dijo, a 11n disciplinado relato de sucesos pasados y presentes; pero la inconsistencia de sus asociaciones impedía que se manifestara una continuidad genética. Gran parte de las sesiones estaba ocupada por-un minucioso inventario de su historia personal, incluyendo los recuerdos y fantasías secretos y los temores y deseos que conservaba en su memoria conciente. Esto no significa que el analista no haya hecho uso del material aportado para ayudar al paciente a reconocer la fuente psicológica de sus afectos y acciones. Pero este, si bien aceptaba las interpretaciones, las limitaba al problema particular planteado por él. En consecuencia, el insíght no sobrepasaba el alcance restringido de la realidad actual, impidiendo así una más profunda colaboración analítica. El paciente demostraba un anhelo apremiante de llegar a la comprensión y el insight y, por supuesto, la actitud del analista complementaba su deseo. Sin embargo, más que una verdadera alianza terapéutica, lo que había instaurado era un lazo empático ilusorio: "ambos deseamos comprender". Era evidente que trataba de complacer al analista, a quien había ubicado en el rol de un padre idealizado que lo "comprendería" en lugar de juzgarlo sobre la base de sus logros. .Esta trasferencia espóntanea era responsable del rapport existente entre ambos, pero también lo llevaba a escudriñar su mente en busca· de contenidos que complacieran al analista y que le permitieran ocupar un lugar privilegiado en su afecto y respeto. A lo largo de todo este período se mostró cooperador jovial y amistoso. ' H~bía much?s indicios. ~e que esta~a imitando a personas admuadas, amigos y familiares, usando sus expresiones y gestos. Recurría a tales imitaciones para realzar lo que él veía como su propio valor excepcional y atractivo. Cada mensaje te-
nía que ser del más alto interés y significación; de otra manera no valía la perta mencionarlo. El aspecto trasferencia! de esa selectividad era suficientemente claro;6 pero aunque el material invitaba a hacer interpretaciones dirigidas a la trasferencia y la resistencia, estas no dieron resultado, y cuando empezaron a hacerse reiteradas preferí dejar de formularlas. En ese sentido, mis puntos de vista teóricos y el hecho de estar empeñado en su comprobación clínica sirvieron para moderar mi tendencia a repetir, a rf;)machar lo psicológicamente obvio. Durante los primeros dieciocho meses de tratamiento me esforcé por llevar a la conciencia del paciente sus afectos, estados de ánimo y fantasías; resultó muy provechosa para este proceso, dicho sea de paso, la verbalización que hacía de sus conflictos internos ante un interlocutor atento -el analista- y, recíprocamente, el interés con que él escuchaba los comentarios de este. Las palabras dichas y las reacciones que provocabaQ hacían que las elusíva5 percepciones que él tenía de su vida interna se volvieran más reales y observables (concientes) que antes, cuando existían en las cavernas del silencio contemplativo (preconciente). Gracias a este trabajoso proceso se produjo también un cambio dinámico en los datos correspondientes al nivel conciente, que habiendo modificado su calidad· por las nuevas investiduras, resultaron más útiles para la labor analítica ulterior. Las interpr~taciones eran dinámicas pero no genéticas; aun así estaban limitadas, pues eran formuladas fuera de la órbita de la trasferencia y antes de que se hubiera establecido la alianza terapéutica -en contraste con el rapport y la colaboración-. En lugar de vincularse con el analista como persona, el paciente lo hacía con la imagen de un padre idealizado que recibía con amor los regalos verbales de un hijo obediente. Se sentía gratificado ~ada vez que yo demostraba recordar algún detalle mencionado por él tiempo atrás. 7 La fe en la omnipotencia del padre afectuoso e, inversamente, en la recompensa que aguardaba a un hijo dócil y obediente eran las convic-
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6 No nos detendremos en el hecho de que estos aspectos trasferenciales son parte de la activación regresiva del "self grandioso" y de la "imagen parental Idealizada" (Kohut, 1971), porq1,1e el caso que nos ocupa no corresponde a los trastornos narcisistas descritos por Kohut. No obstante, es interesante observar que las formulaciones de este autor resultan especialmente pertinentes para el caso de aquellos pacientes que están en análisis durante la etapa final de la niñez -más precisamente, en su adolescencia tardía, o, dicho en términos metapsicológicos, en "el segundo proceso de individuación" de la adolescencia (véase el capitulo 8)--. 7 Esto me recuerda· el caso de un niño de poco menos de dos años que, durante una visita a una granja, fue llevado por su madre a un retrete separado de la l~asa principal. Miró con interés el agujero, y volviéndose hacia la madre, le dilo: "~A~f que es acá donde lo guardas?".
ciones impenetrables de este joven que, por esa misma creencia, se había detenido en el camino hacia la madurez. Tal confiada creencia es semejante a la desmentida; aparece a menudo ~ajo la forma de una irracional confianza en uno mismo qu~ tiene fundamentos muy precarios, ya que carece de logros rea· les que la sustenten. El aspecto regresivo de .la adolescencia -que normalmente es una regresión al servicio del desarrollo (véase el capítulo. 8)~. otorga a la conducta del adolescente una apariencia infantiL La tendencia a la idealización es quizá su característica ~rim?rdial: La r~gresión del paci~nte a la imagen del padre tdeahzado Impreswnaba como un esfuerzo por alcanzar la etapa de con~olidación de la adolescencia tardía. De ahí que la trasferencia no fuera una regresión, en el sentido habitual de revivir un conflicto patógeno; por consiguiente, no había nada en ella que tuviera afinidad con una neurosis trasferencia!. Los rasgos infantiles eran el resultado de la fijación a una vida emocional todavía centrada en la familia, que el paciente trataba en vano de trascender por sustitución. Sabiendo que la neurosis trasferencia! -categoría a la que per~e~ecía la enf~rmed.ad del sujeto- es el único medio para revivir las raíces mfanttles de un síntoma neurótico y por ende llegar a estar en buenos términos con ellas, esperé pacientemente su. aparició~. La neurosis trasferencia! constituye un co.mpromiso emocwnal que no permite escape alguno, mientras que las manifestaciones de la trasferencia aparecen y desaparecen. Cada una corresponde a un orden esencialmente disti?to (Loewald, 19~la) y ambas tienen una participación cruCial (aunque también diferente) en la resolución de un conflicto neurótico tanto en el análisis de niños como de adultos. La distin~ión entre ambas no es tan precisa como lo sugiere nuestra termmología, pero tampoco es artificial. Las manifestaciones tras~erenciales tienen un carácter ad hoc, mientras que la neurosis trasferencia! refleja un revivir continuo y coher~nte ?el pasad? patógeno en relación con el analista y con la si.tuación analítica. Como tal, es el reflejo por excelencia de la vida, por cuanto selecciona entre los. estímulos disponibles a:quellos que la sustentarán. Para evitar la noción limitada y aca~~ limitante de ".neurosis trasferencia!", Greenacre (1959) sugt~I~ o~~a den.ommación qu~zá más flexible. Al respecto escnbió: Yo misma he cuestwnado un poco la expresión «neurosis trasferencia!», que abarca demasiado y puede resultar engañosa. Preferiría hablar de manifestaciones trasferencia/es neuróticas activas" (págs. 652-53). Por razones de brevedad, continúo utilizando el término "neurosis trasferencia!" aunque reconozco que se lo define más por inclusión que po; exclusión.
Volviendo a la historia del P!lCiente, diré que no se presentaron indicios de neurosis trasferencia!. Cuando decidí esperar, también decidí implícitamente no aliviar sus sufrimientos actuales más allá de lo debido ni ofrecer insights que sólo servirían a sus defensas intelectuales y gratificarían su narcisismo, apoyando así las fantasías grandiosas con las que trataba de borrar su devastadora sensación de incompetencia y desvalimiento. Me ocuparé ahora de un cambio ocurrido en el análisis que no fue totalmente atribuible '-Si es que lo fue en alguna medida-· al trabajo análitico realizado hasta entonces. Precisamente lo inexplicable del cambio me dio que pensar. Antes de seguir especulando al respecto, presentaré el material clínico correspondiente al segundo período del análisis. Después de un año y medio de tratamiento, el paciente comenzó a verbalizar las inhibiciones que le impedían hablar libremente conmigo. Hasta ese momento su principal deseo había sido comportarse como un "buen paciente". Sus comunicaciones sin destinatario aparente se convirtieron ahora en mensajes personalizados. En forma bastante repentin~, empezó a quejarse de las limitaciones que le imponía el horario de las sesiones y de la dependencia que debía soportar. Sentía que había menguado su anterior compromiso con el análisis debido a la coerción implícita en el contrato analítico. Estas quejas le parecían "naturales" y que no requerían más "explicación": en condiciones de coerción y abuso era imposible "hablar con libertad" o "abrirse". Un día, este nuevo leitmotiv de manifiesta resistencia y trasferencia negativa apareció ejecutado en una clave diferente. ~oté que las andanadas de provocaciones y acusaciones negativistas emp~zaban a d~jar paso a asociaciones espontáneas que, en su totahdad, consistían en recuerdos con un común elemento de peligro, temor y desastre: cuando tenía seis años su perro había muerto en el sofá de la sala, una noche la cama se le había desplomado, los animales salvajes del jardín zoológico lo aterrorizaban, había roto una silla, lo paralizaba el temor a su padre, etc. Cuando al interpretar señalé su· temor al analista (a "hablar con libertad" o "abrirse"), se excitó bruscamente. En lugar de rechazar mis comentarios por improcedentes o fingir aceptarlos como otras veces, reaccionó con auténtico afecto. Con una voz que estaba lejos de su habitual tono calmo gritó: "¡Eso es! Yo no sabía qué estaba diciendo, pero usted si. Eso nos hace desiguales y no lo puedo permitir". Sin embargo, consideró mi observación y admitió que había algo de verdad en cuanto al temor a la regresión y a su terror a sentirse otra vez inferior pequeño y débil, a merced del poder del padre-analista. En.su:
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r ma, pude mostrarle que su temor a ser dominado, castigado y sometido estaba siendo revivido en la situación analítica, donde quedaba sujeto a la regla y al contrato analíticos, ambos inpuestos por el analista. Durante la sesión siguiente, el paciente recordó una historia infantil en la que un "hombre que nunca hablaba" era golpeado por su exasperado compañero, que había esperado todo el tiempo tener una buena conversación con él. Fue necesario señalarle la alusión al analista, pues no la había notado. En lugar de irritarse y discutir, esta vez recordó que su padre nunca le hablaba, excepto para estimularlo a ser un buen estudiante. Lo que buscó trasmitir con el relato fue simplemente que en toda su vida nunca había tenido una "buena conversación" con e] padre sobre temas importantes para él. ¿Cómo podía atreverst: ahora a hablar conmigo? Había aprendido a ofrecer la apariencia de un hijo obediente y a vivir con su rabia y deseos de venganza en un solitario confinamiento autoimpuesto. Después de estas experiencias trasferenciales y de su interpretación, el paciente se volvió caviloso e introvertido. Comentó que "los :recuerdos tienen ahora un sabor distinto. Hasta este momento yo disfrutaba hablando de ellos. Me gustaba recordar ... cualquier cosa; me hacía sentir bien. Ahora es diferente. Los recuerdos se han vuelto amenazadores. Usted forma parte de ellos. Ve algo que yo no veo. Supongo que eso es lo que marca la diferencia". Comenzó una de las sesiones siguientes diciendo: "Estos últimos días pude visualizar la vagina. Nunca había conseguido hacerlo hasta ahora". Habló como si se tratara de una iluminación repentina. Lo asocié con su reiterado pensar en "nada" de la primera semana de análisis. Esta repentina claridad de pensamiento e imaginación fue suficiente para establecer un vínculo etiológico entre angustia de castración, agresión edípica reprimida e inhibición del pensamiento. Este había adquirido, en. especial durante la adolescencia, una función defensiva: se había trasformado en un frío ejercicio de sofistería con el que ahogaba las emociones. Al usar victorioso las armas de la inteligencia no daba lugar a ser acusado de intenciones hostiles, pero la mayoría de las veces estos propósitos inconcientes le habían impedido el empleo eficaz de esas mismas armas. Sin duda, la labor analítica había entrado en un plano diferente. La neurosis trasferencia! estaba en formación y las verbalizaciones iban dirigidas efectivamente al objeto. La aparición de esta nueva calidad afectiva se debió a que la trasferencia había llegado a ser parte integrante de la vida mental del paciente. El revivir el pasado patógeno constituye la neurosis trasferencia!; otorga "a todos los síntomas de la enfermedad un nuevo significado trasferencia!" y remplaza la "neurosis ha~
bitual del paciente por una «neurosis trasferencia!» de la que puede ser curado mediante el trabajo terapéutico. La trasferencia crea así una región intermedia entre enfermedad y vida real por la cual se realiza la transición de una a la otra". (Freud, 1914a, pág. 154; véase también Loewald, 197la, pág. 62). Al mismo tiempo que aparece la neurosis trasferencia!, la neurosis infantil adquiere la estructuración y claridad que hasta entonces le faltaban. "La neurosis infantil constituye la principal patología de las neurosis trasferenciales" (Tolpin, 1970, pág. 277). Desde la perspectiva de mi propuesta, la neurosis infantil constituye la principal patología de la neurosis adulta del tipo de neurosis trasferencia!; sólo durante el tratamiento psicoanalítico podemos investigar el ámbito de la neurosis infantil, y sólo en la medida en que se refleja en la neurosis trasferencia!. La participación del paciente en el análisis ganó, a todas luces, una nueva dimensión: lo que era un declinante interés se convirtió en incipiente alianza terapéutica. El material analítico, que por primera vez provenía de todos los niveles de la mente y de todos los períodos de su vida, adquirió continuidad y cohesión psicológica. Como consecuencia, las interpretaciones se hicieron significativas, al dejar de ser un fin en ellas mismas para convertirse en el comienzo de una nueva indagación de sí, pero conectada con la anterior. Haciendo una analogía, podría decir que la primera fase del análisis correspondió a una prolija observación e inspección de los miles de piedrecitas de colores (recuerdos, problemas y conflictos aislados), que un día iban a formar un gran masaico (neurosi.<: adulta). En la segunda fase (neurosis trasferencia!) se completó el "vasto diseño" del mosaico (neurosis infantil); cada observación e inspección se hacía ahora en relación con el cuadro global, que había llegado a· tener una nueva coherencia (la personalidad total o histórica). Para obviar un malentendido que puede surgir de lo' dicho (acerca de que sólo el advenimiento de la neurosis trasferencia! hace posible el trabajo analítico efectivo), debo señalar que el análisis realizado durante el primer período fue, a su manera, incuestionablemente fructífero. Pienso que transitar por los recuerdos de toda la vida, que abarcan fantasías, afectos y vivencias, junto con los acontecimientos actuales de la vida laboral, los estados de ánimo, las relaciones personales y familiares, etc., fue un paso necesario para facilitar la consolidación de la etapa de la adolescencia tardía, e incluyendo las tendencias neuróticas. Fue el primer período el que puso al paciente en contacto con su vida interna: al mismo tiempo que encaraba los conflictos agudos como sucesos aislados arrojaba luz sobre
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la propagación de sus inhibiciones, evitaciones y temores. En su totalidad, .estos determinaron el alcance y la inmediatez del proceso de consolidación. Todo esto constituyó una realización importante; pero si la labor analítica se hubiera detenido en ese punto no se habría alcanzado una reorganización duradera de la personalidad. Ciertos logros reales posibilitados por la primera etapa del análisis -p.ej., independencia económica y un desempeño responsable y satisfactorio en el trabajo- fueron importantes en la medida en que permitieron· que el paciente tuviera una sensación de éxito y orgullo, y, en líneas generales, hicieron que se sintiera mejor. Pero también pudieron servir para justificar la terminación del análisis, taJ como en efecto estuvo a punto de ocurrir exactamente antes de que se instalara la segunda etapa. Pude impedirlo por medio de una interpretación trasferencia! que casualmente fue la primera que "dio en el bl~nco". Por muchos años he pensado que la adolescencia no puede permanecer indefinidamente como un proceso inconcluso; .debe llegar a algún tipo de terminación, aunque sea patológiCa, durante la etapa denominada "adolescencia tardía". Esta, definida por la consolidación de la personalidad, ti~ne su propia regulación temporal, tanto desde el punto de vista biológico· como emocional y social. Sobre la base de mi exp~ riencia con adolescentes de esta edad, pude comprobar que mis propu~stas teóricas encontraban confirmación también en otros casos, siempre que estos pertenecieran a la categoría de las neurosis trasferenciales. Naturalmente, cuando en la patología existe un predominio marcado de aberraciones y deficiencias yoicas preedípicas, el tratamiento toma un curso diferente, que escapa a los alean~ de esta investigación. Es frecuente que en este último caso el diagnóstico no pueda determinarse con certeza al comienzo del análisis, pero se hará más claro durante la primera fase, es decir, la de consolidación.
Confrontación de observaciones clínicas y propuestas teóricas Existen en la literatura psicoanalítica varios relatos acerca del tratamiento de pacientes en la adolescencia tardía, lo cual me ha permitido comparar mis propias observaciones clínicas y supuestos teóricos con los de otros autores. Si bien estos emplearon sus respectivos casos para demostrar hipótesis que no son las expuestas en el presente trabajo, sabían de las dificultades específicas que ofrece el grupo de pacientes mencionados.
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Hay dos autores, en particular, que publicaron material clínico del que pasaré a ocuparme ahora. Hans Loewald inicia su artículo sobre "La neurosis trasferencia!" (197la) con el caso de "un joven de diecinueve años, extraordinariamente dotado y con grandes inhibiciones". No es necesario adentrarse en su psicopatología más que para señalar que el cuadro clínico tiene semejanzas sorprendentes con el de mi paciente. Ambos presentan una constelación bast~nte típica de deficiencias adaptativas, que es un frecuente motivo de consulta por parte de jóvenes universitarios. Cito una observación de Loewald al comienzo del tratamiento:" ... su relación [la del paciente] conmigo [el analista] tendió a ser desde .el principio una reedición· del vínculo con el padre, una especie de adoración servil, imitación y amor sumiso, con ciertos indicios de ~e beldía contra tales sentimientos, resentimiento profundo e mtentos de liberarse". A primera vista -dice Loewald- parecía tratarse de una "neurosis trasferencia! en rápido desarrollo" (pág. 54). Se pregunta después "si corresponde hablar de neurosis trasferencia! en un caso como este, donde la trasferencia es tan inmediata y masiva[ ... ] [la trasferencia] poseía un carácter primitivo, quizá no muy diferente de la de los niños [ ... ] que si bien era conveniente para mantener el rapport con un paciente aislado como este [ ... ] funcionaba com~ una ~ocle rosa resistencia" (págs. 55-56). En vista de las mamfestac10nes trasferenciale5 masivas, el analista decidió que "no era oportuno réalizar el análisis de las resistencias". Por otra parte, como la trasferencia tendería a ser "una simple repetición, la principal preocupación del analista era el peligro de un estancamiento o interrupción prematuros del análisis" (pág. 57). Loewald se pregunta luego si el concepto de neurosis trasferencia! implica la repetición de la neurosis infantil. De no ser así, ¿qué diferencia hay entre las manifestaciones trasferenciales masivas del comienzo del análisis de este paciente y una neurosis trasferencia!? El analista presintió -por decirlo asíque no eran la misma cosa; por mi parte, me tomaría la libertad de afirmar que la diferencia residía en la inviabilidad de la trasferencia o, simplémente, en la falta de reacción del paciente ante las interpretaciones trasferenciales. Además, la aparente resistencia siguió siendo inaccesible también a la~ interpretaciones o, por lo menos, la reiteración de estas tenía un efecto tan insignificante que hacía pensar en un posible error de comprensión de la patología del paciente. Loewald llega entonces a la incuestionable conclusión de que "sin una sintomatología bien defjnida y sin una neurosis infantil asimismo bien definida, no hay neurosis trasferencia!" (pág. 58). ~ntre paréntesis, podría sugerir -que la rapidez de la trasferencia del pa-
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D?~ artícul.os de Adatto (1958, 1966), en los que describe el anáhs1s de cmco casos, proporcionan material clínico adicional correspondiente al tratamiento de pacientes en la adolescencia tardía. Dice el autor que "después de la intensa reelaboración de sus conflictos se presentó una etapa de equilibrio psíquico y falta de motivaci,ón analítica" (1966, pág. 485). Como consecuencia, se dio por terminado el tratamiento, pero tres de los cinco pacientes lo retomaron al llegar a los primeros años de la adultez. La diferencia más llamativa entre el análisis inicial y el ulterior residió en "la trasferencia y la investidura emocional en el analista, que en el primer caso había sido fragmentaria o incompleta" (ibid., pág. 486). Los sueños trasferenciales analizables que surgieron en la segunda experiencia permitieron profundizar el análisis, al "llevar a una situación en la que, por fin, todo conflicto debe ser enfrentado en la esfera de la trasferencia" (Freud, 1912b, pág. 104). Intentaré ahora una evaluación comparativa de los casos de ~oewald y Adatto a la luz de la tesis propuesta por mí. Hay vanos aspectos comunes a todos los casos, que permiten la comparación. En primer lugar, los pacientes se liallaban todos en la adolescencia tardía, es decir, la etapa del desarrollo en que la reestructuración psíquica se concreta en la consolidación de la personalidad. El hecho de que todos los pacientes sean varones parece a primera vista simple coincidencia; sin embargo, la observación clínica indicaría que la consolidación de la adolescente mujer sigue una pauta distinta. Loewald llegó a la conclusión de que la falta de una sintomatología bien definida (en otras palabras, la no ..:structuración del conjunto de desajustes internos en términos de formaciones transaccionales) excluye la aparición de una "neurosis infantil bien definida". Tal conclusión está sustentada por mi propia observación; es decir, que la consolidación de la personalidad en la adolescencia tardía es un requisito imprescindible para la estructuración de la neurosis trasferencia! y la neurosis infantil. Si aún no se ha producido el proceso de consolidación buscaremos en vano la neurosis adulta, que constituye la matriz de la que surgen la neurosis trasferencia! y, concomitanteniente, la infantil. Loewald hizo la misma observación que había despertado mi curiosidad: el excelente rapport del paciente puede ser visto como presagio de la aparición de la neurosis trasferencia], pero a veces no lo es. Por otra parte, se suele considerar en forma global como "resi~tencia" a 1~ falta de respuesta de ese mismo paciente ante las mterpretac10nes trasferenciales. Errores de juicio de
este tipo hacen que con frecuencia el análisis se interrumpa o quede incompleto. Los casos de Adatto son extremadamente instructivos, porque permiten abordar las diferencias entre las dos fases analíticas para hacer su estudio comparativo. En la primera fase, hubo escasa respuesta por parte de los pacientes al análisis de la trasferencia y la resistencia; sin embargo, obtuvieron un considerable alivio de la angustia mediante la resolución de algunos de los problemas agudos que habían sido motivo de su consulta. Este primer logro constituye un riesgo típico -como se vio en los casos presentados por Loewald y por mí-, ya que puede provocar la terminación prematura del análisis. Adatto (1958) postula que en el curso del tratamiento de pacientes en la adolescencia tardía tiene lugar una reintegración yoica que en sí misma constituye un progreso hacia la madurez. Pero, al mismo tiempo, disminuye la necesidad de análisis del paciente, lo que lo lleva a dar por terminado el tratamiento. Después de todo, la "reintegración yoica" resulta menos duradera que lo es~ perado (Adatto, 1966). Como consecuencia de que Adatto concentró sus esfuerzos -quizá de manera demasiado exclusiva- en la solución de los problemas agudos de sus pacientes, estos obtuvieron un alivio de su angustia suficientemente grande para permitirles estabilizar su organización defensiva. Esto, a su vez, hizo posible que atravesaran la etapa de consolidacffin, con buenas defensas, postergando ásí temporariamente la ifl'upción de la neurosis adulta. En este sentido, el primer análisis, aunque incompleto, les resultó provechoso. Sin embargo, tres de los pacientes necesitaron completar después el tratamiento prematuramente interrumpido, cuando comprobaron que logros tales como una carrera, matrimonio e hijos no bastan para llegar a una vida adulta normal. Tanto Adatto como Loewald observaron que la analizabilidad de la resistencia sigue siendo limitada durante la etapa de las repeticiones trasferenciales estáticas. En mi experiencia, las fuerzas evolutivas, que a esa aÍtura se oponen a la participación del paciente en el análisis, pueden ser mantenidas dentro de límites razonables si el analista logra que aquel obtenga insight, aunque este sólo esté referido al nivel vivencia! de comprender las realidades del determinismo psíquico. Sea como fuere, Loewald y Adatto coinciden en que al comienzo del análisis de pacientes en la adolescencia tardía la neurosis trasferencia! y la infantil aún no han irrumpido. En este sentido, constituyen las dos caras de una misma medalla. Naturalmente, también en el análisis de adultos la formación de la neurosis trasferencia! lleva tiempo y está precedida a menudo por una fase preliminar. La diferencia reside, entre otras cosas, en la
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ciente -su anhelo de trasferencia o compulsión trasferencia!, en verdad- es el reflejo de uri síntoma en formación dentro del contexto propicio de la situación analítica. ,, 11
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función que tiene esa fase preliminar y la distinta utilización de la situación analítica inicial por parte del adolescente. Pero la diferencia esencial es que el adolescente tardío está cumpliendo con requisitos evolutivos que tienen un efecto adverso sobre la labor analítica, mientras que en el adulto la reticencia o efusividad iniciales en el análisis pueden ser totalmente atribuidas a la resistencia y la defensa. Sobre la base de lo hasta aquí expuesto podemos decir que la fase inicial del análisis de pacientes en la adolescencia tardía hace que el analista deba enfrentar un fenómeno clínico que corresponde al proceso evolutivo de la consolidación de la personalidad. Este proceso se desarrolla de manera relativamente callada, fuera del trabajo analítico, y tiene como desenlace la neurosis adulta. La situación analítica contribuye al proceso en la medida en que presenta ante el yo del paciente un cúmulo de experiencias en todos los niveles del funcionamiento mental, que son reproducidas por este en forma verbal o callada. Para impedir que el aparato psíquico sea inundado por estímulos desorganizan tes (pensamientos, imágenes y afectos), el yo erige una "barrera contra los estímulos" constituida por principios organizadores; llamamos "proceso de consolidación de la ado'lescencia tardía" a la puesta en práctica del conjunto de tales principios. Al contemplar retrospectivamente la interrupción del primer análisis de sus pacientes, Adatto nos recuerda el caso de "Dora", la adolescente tardía tratada por Freud (1905a); este cerró el historial de la paciente escribiendo: "No logré dominar la trasferencia a tiempo" (pág. 118). Si consideramos la interrupción del análisis de "Dora" en términos de desarrollo, podríamos decir hoy que la consolidación de su neurosis fue soslayada porque el tratamiento se llevó a cabo como si ya hubiera surgido la neurosis adulta. Como resQltado, el yo de la adolescente se vio abrumado por interpretaciones que no podía integrar y simplemente optó por huir. Si algo nos ha enseñado el análisis de adolescentes es que las interpretaciones inoportunas referidas al ello son vividas inconcientemente como una seducción parental, es decir, incestuosa.
Consolidación de la personalidad y formación de la neurosis adulta Se desprende de lo dicho hasta ahora que atribuyo a la etapa de la adolescencia tardía un papel decisivo y específico en la formación de la neurosis adulta. El proceso integrativo de consolidación que marca el final de la niñez es la característica
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sobresaliente de esta etapa. Con este proceso se produce una pr_ogresión que hace que las adaptaciones parciales, soluciones no definitivas de los conflictos, y ajustes emocionales y sociales reactivos transitorios y hasta desarticulados, lleguen a su unificación ~n términos de un entrelazamiento organizado del funcionamiento psíquico bajo la égida de un yo evolucion!lo. Llamamos a esto, sumariamente, "consolidación de la personalidad". En el campo de la formación del carácter se pone de manifiesto a través de la automatización de las pautas de reacción (véase el capítulo 9). El proceso de formación de la neuro.: sis adulta recurre a estos progresos evolutivos hacia una organizacón psíquica definitiva, integraqa y autónoma. Esta formulación contradice un punto de vista ampliamente generalizado, que sostiene que la existencia de una enfermedad neurótica impide la consolidación de la personalidad en la adolescencia tardía, y que esta puede tener lugar sólo mediante el análisis de la neurosis. Tal punto de vista limita el proceso de consolidación al desarrollo normal y considera su consumación como el verdadero índice del logro de la madurez; en mi opinión, por el contrario, recién después de la consolidación pr~ pia de la adolescencia tardía el análisis puede abar~ar la rec~l ficación o normalización de la personalidad total, mcluyendo aquellos enclaves del potencial neurótico en los que con frecuencia el análisis de niños no consigue penetrar. En esto consisten las limitaciones del proceso de reelaboración en los intentos analíticos previos al análisis de la neurosis adulta (Blos, 1970, págs. 100-09). El proceso de consolidación es siempre turbulento -sea de manera manifiesta o latente-, sobre todo cuando exist~ un potencial neurótico, que ha sobrevivido a las etapas intermedias de la niñez y la adolescencia. Independientemente de los estancamientos o demoras que se produzcan en las esferas del desarrollo pulsional y yoico -o, lo que es más frecuente, su asincronía o desajuste-la adolescencia tardía lleva al proceso de organización psíquica su decisivo imperio, tanto en casos normales como patológicos. Es .el propio proceso de consolidación el que estructu~a la ne~rom adulta y constituye, por lo tanto, su período de mcubac1ón. El pa::iente utiliza la situación analítica como parte de ese proceso, y por consiguiente, se encuentra a menudo empeñado en un propósito distinto del que persigue el analista. El obje~ivo de este último es reestructurar un desarrollo imperfecto, mientras que al paciente lo ocupa la formación ~e una estructur~ amplia pero defectuosa, es decir, la formación de la neurosis adulta. 'l'al consolidación lleva tiempo, y durante ese lapso el paciente continúa -en mayor o menor medida- sin responder a la técnica habitual. No retacea su cooperación ni el material analítico; sin embargo, los esfuerzos resultan infructuosos, o
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más precisamente las interpretaciones dirigidas a la resistencia y la trasferencia producen muy escasos efectos. En apariencia, pod~ía tratarse del resultado de una reacción terapéutica negativa o una resistencia masiva, pero pienso que no es ninguna de las dos cosas; constituye más bien una "maniobra de contención" a fin de reorganizar las fuerzas mientras prosigue el callado trabajo de consolidación. Sin duda, las defensas participan de este cuadro típico y pueden ser abordadas con éxito en la labor analítica. Empero, desde el punto de vista técnico, durante esta etapa de formación de la estructura psíquica adulta el analista enfrenta el problema de determinar la exacta medida en que debe aliviar la angustia del paciente, teniendo en cuenta su estado actual de padecimiento o tensión agudos. Por consiguiente, la delicada tarea del terapeuta consiste en medir el nivel óptimo de abstinencia.8 Considerando el problema desde la perspectiva dinámica, podemos decir que un excesivo alivio de la angustia servirá para alentar una "consolidación" caracterizada por la convicción defensiva de que "todo anda bien"; como consecuencia, disminuirá el interés en el trabajo analítico lo cual puede llevar a una terminación prematura del análisis. Por otro lado, un alivio demasiado escaso puede hacer que el paciente se sienta decepcionado por el análisis o por la aparente falta de habilidad o disposición del terapeuta para ayudarlo. Todo se reduce entonces al grado exacto de respuesta y estimulación que debe brindar el analista. Debe recordarse que el proceso de consolidación, aunque regulado por el desarrollo, requiere fuentes de tensión y conflicto, así como confianza y seguridad, para cumplir su función integradora. El objetivo de la labor analítica en la adolescencia tardía, es, en primer lugar, la transición satisfactoria desde las turbulencias de la etapa de consolidación al análisis de la neurosis adulta. En lo concerniente a la técnica durante el statu nascendi de la neurosis adulta es necesario que el analista intervenga con tacto e imaginación, cualidades firmemente enraizadas en las conceptualizaciones teóricas v del desarrollo. La adaptación de la técnica analítica a las características de la etapa de consolidación psíquica debería ser considerada tan aceptable como la propiciada alternancia del analista de calidad de objeto trasferencia! y de persona real en el análisis de niños. Dicha adaptación a las condiciones evolutivas no anula en sí misma el proceso analítico, sino que, por el contrario, lo perfecciona. 8 El problema de la abstinencia surge, desde luego, en todo análisis y cualquiera sea la edad del paciente. En este e~ está vinculado con el intento del analista de promover la consolidación de k neurosis adulta para impedir la interrupción del análisis.
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La idea de que la irrupción de la neurosis definitiva -es decir, la neurosis adulta- coincide con la terminación de la ado- , lescencia parece quedar confirmada cuando tenemos en cuenta que la declinación o resolución definitiva del complejo de Edipo tiene lugar recién en la pubertad, cuando el individuo alcanza su madurez somática. 9 Lo que en la fase fálico-edípica fue una realidad emocional con forma de deseo quedó frustrado por el principio de realidad, o sea, por la inmadurez física, ese mismo deseo al ser vuelto a la vida en la pubertad, resulta realizable en virtud de la madurez física, pero es frustrado nuevamente por el conflicto emocional. A veces parecemos olvidar que el mítico Edipo era un hombre adulto. Aquello que antes de la adolescencia llamamos "neurosis de la niñez" es el resultado de conflictos específicos y de sus soluciones adaptativas erróneas, que impiden el desarrollo normal.lO En la neurosis de la niñez no hay un compromiso de la personalidad total; como organización global y abarcativa, no existe antes de la adurtez. Este último término no está empleado aquí como sinónimo de madurez emocional sino en relación con el grado de desarrollo físico y la estructura psíquica. Es esto lo que diferencia a la neurosis del niño de la del adulto. Naturalmente, ambas tienen en común la interiorización del conflicto. En cuanto a sus diferencias, Hartmann comenta: "Muchas de las neurosis más precoces difieren marcadamente de lo que solemos llamar neurosis en el adulto. Gran parte de los problemas que en los niños consideramos neuróticos están limitados a un único trastorno funcional; además, la distancia entre conJ;1icto y síntoma a menudo parece ser más corta que en la neurosis adulta" (en Kris et al., 1954, pág. 33). La teoría psicoanalítica ha sostenido siempre que la neurosis infantil es revivida bajo la forma de una neurosis trasferencia!. Sin embargo, la realidad es que la formación de la primera es concomitante con la estructuración de la segunda. La neurosis infantil nunca existió como "entidad clínicamente manifiesta': sino más bien como "configuración inconciente" (Tolpin, 1970, pág. 278) o potencial neurótico, cuya existencia sale a la luz -es decir, se hace sintomática- durante la adolescencia o, con mayor seguridad, durante su período final (Freud, 1939, págs. 77-80; 1940, pág. 191). Coincido con Tolpin en que "la 9 Freud (1940) resumió el origen, el estado latente y la aparición de la neurosis en los siguientes términos: "Al parecer, únicamente en la niñez temprana (hasta la edad de seis años) pueden adquirirse neurosis, si bien es posible que sus 1fntomas sólo mucho más tarde salgan a la luz" (pág. 184). JO Freud utilizó las expresiones "neurosis infantil'', "neurosis de la niñez", "neurosis de la infancia" como designaciones equivalentes. La expresión usada "" la bibliografía actual es "neurosis infantil" ["injantile neurosis"]. Con "neurosis de la niñez" ["childlwod neurosis"] se hace referencia a los trastornos neuróticos que se manifiestan antes de la adolescencia.
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expresión «neurosis infantil» debería reservarse para el concepto metapsicológico que designa al conflicto edípico reprimido potencialmente patógeno [ ... ], que es un elemento esencial de la patología de las neurosis trasferenciales" (1970, pág. 278).
17. ¿Cuándo y cómo termina la adolescencia? * ·
Conclusiones
En este capítulo examinaré la cuestión de cómo conceptual~ zar la finalización del proceso adolescente. Durante demasiado tiempo esto no ha constituido un problema porque ni siquiera se lo planteaba. La adolescencia parece una etapa de crecimiento que uno simplemente debe pasar. Una opinión ampliamente difundida afirma que aquella puede extenderse indefinidamente, en cuyo caso se habla de un "eterno adolescente". Esta afirmación carece de toda referencia o significado biológico o psicológico. Esta crítica es necesaria pues los puntos de referencia normativos en relación con las etapas evolutivas y su secuencia constituyen un requisitQ y un dato esencial para la evaluación de las condiciones normales o patológicas en cualquier nivel de crecimiento. La terapia, la investigación y la planificación social dependen en igual medida de las definiciones normativas, pues estas son el único medio por el cual las observaciones o las intervenciones pueden resultar comparativas, evaluath:as, significativas y servir como pronósticos. Estamos familiarizados con los hitos del desarrollo infantil en los planos somático, conducta! y psicológico. Debemos esta familiaridad a la investigación sobre la niñez y a sus esfuerzos para delimitar lo que es típico o normativo en una etapa dada del desarrollo y para definir con la mayor precisión posible todo lo que es característico del comienzo o la finalización de una etapa evolutiva. Admitamos desde un principio que estamos mucho mejor informados acerca del comienzo de la adolescencia que sobre su finalización. Ello no debe sorprendernos pues la iniciación de la adolescencia coincide con hitos somáticos mensurables, tales como los caracteres sexuales primarios y secundarios, así como las curvas de crecimiento y los datos psicológicos confiables. Estamos familiarizados con las secuencias somáticas y con la variación cronológica y morfológica de la maduración puberal dentro del orden de sucesión de la maduración somática. La latitud de estas variaciones dentro de los límites de la normalidad se halla bien documentada. Las repercusiones psicológicas de estas novedades somáticas han sido también ampliamente estu-
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Partiendo de observaciones de análisis de pacientes en la adolescencia tardía,. he llegado a la conclusión de que la fase de consolidación que tiene lugar en dicha etapa constituye el período de formación de la neurosis adulta. Sólo cuando esta se ha instalado es posible que se desarrolle, dentro de la situación analítica, la neurosis trasferencia! como forma manifiesta de la neurosis infantil. Estas consideraciones otorgan una nueva y especial importancia a esa fase de consolidación. Las indagaciones referentes a la etapa terminal de la niñez -es decir, el período formativo de la personalidad adulta, tanto normal como patológica- traen a un primer plano ciertos aspectos específicos de la técnica y teoría analíticas. Al ofrecer una conceptualización del especial papel que cumple la adolescencia tardía en la epigénesis de la neurosis adulta, he procurado abrir el camino para el examen de este particular campo de investigación desde el punto de vista de la clínica, el desarrollo y la teoría.
Criterios estructurales para establecer la conclusión de la adolescencia
• Publicado originalmente en S.C. Feinstein y P. Giovacchini, eds., Adoles-
cent Psychia.try, Nueva York: Jason Aronson, 1976, vol. 5, págs. 5-17.
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.:liadas. Además, sabemos con seguridad cuándo ha terminado el proceso somático de la pubertad. No tenemos, sin embargo, una certidumbre comparable cuando se trata de cambios psicológicos - su tiempo de duración, su transitoriedad o su estabilidad-. El sincronismo entre los cambios somáticos y psicológicos, que es muy evidente durante la etapa temprana de la adolescencia, pierde su nitidez cuando se llega a la fase final de la adolescencia. Esta disparidad debería ser una razón suficiente para adecuar nuestra terminología y hablar de pubertad sólo cuando nos referimos al proceso s9mático, reservando el término "adolescencia" para denotar los cambios psicológicos. Estos últimos cambios reflejan la adaptación o acomodación psíquica y social a la pubertad. Si bien esta afirmación es, en términos generales, válida, no debemos olvidar que el cambio psicológico adolescente no sólo responde al acontecimiento somático que se está produciendo (la pubertad), sino que igualmente, y quizá con mayor urgencia aún, se recurre a él para integrar la realidad social inmediata del individuo con su pasado todavía activo y su futuro anticipado. De modo suc"into, podría decir que la pubertad es un acto de la naturaleza y la adolescencia un ,acto humano. Esta afirmación hace hincapié en que ni la conclusión del crecimiento físico, ni la consecución del funcionamiento sexual, ni el rol social de la autosuficiencia económica, son, por y en sí mismos, índices confiables de la finalización del proceso adolescente. En relación con esto, es interesante la historia de la palabra "adolescencia". Literalmente significa "convertirse en un adulto". De acuerdo con el Shorter Oxford English Dictionary (1967), esta expresión apareció por primera vez en la lengua inglesa en 1482. Se usaba para aludir al período que se extiende entre la niñez y la adultez, desde los catorce hasta los veinticinco años en el varón y desde los doce hasta los veintiún años en la mujer. De acuerdo con el uso de la palabra "adolescencia" hace cinco siglos resulta obvio que se desconocía todo paralelismo entre el crecimiento psicológico, psicosocial y físico. El uso de lapalabra suponía, al menos en esa época, que la personalidad adolescente alcanza el estado adulto con total independencia cronológica de la madurez sexual. Ciertas observaciones similares, en especial referidas a estudiantes universitarios, han sugerido a algunos investigadores la existencia de una e·tapa evolutiva intermedia denominada "juventud" (Keniston, 1968), o adolescencia tardía y posadolescencia (Blos, 1962), entre la adolescencia y la adultez. Erikson (1956) ha sugerido la frase "moratoria psicosocial" para designar este período. Considero este lapso de prolongada vida preadulta como la última etapa de la adolescencia porque el desarrollo psicológico típico de es-
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te período, denominado consolidación, es una continuación directa del proceso adolescente. Así como cualqmer etapa evolutiva de la niñez, si se extiende más allá de su límite temporal o normativo, genera un núcleo patológico o una perturbación manifiesta, así también la adolescencia tiene su momento de cierre, sea este normal o patológico. Es preciso que me detenga aún en el problema del continuo evolutivo y las fases adolescentes que lo constituyen. Tal como lo señalé antes, la pubertad sigue un modelo claramente delineado de crecimiento físico. Sin embargo, en la esfera del desarrollo emocional, así como en la formación de la personalidad y el carácter durante la adolescencia, tenemos que fiarnos en inferencias a partir de datos clínicos. Estas, en su totalidad, conforman la teoría de la adolescencia, que toma sus supuestos básicos de la psicología psicoanalítica. Entre aquellos datos estamos familiarizados en particular con el resurgimiento adolescente de las inclinaciones, predilecciones y conflictos de la protolatencia o de la niñez temprana, que son reelaborados. Estos conflictos, de los cuales el edípico constituye el conflicto crucial v predominante, vuelven a emerger con el advenimiento de la· pubertad. Muy a menudo, esta formulación se entiende como la reexperimentación de un conflicto resuelto hace tiempo mediante la identificación, la represión y la sublimación que señalaron el comienzo del período de latencia. Esta es, en síntesis~ la teoría psicoanalítica de recapitulación de la adolescencia. Ella postula que el complejo de Edipo fue disuelto, para bien o para mal, al fipalizar la niñez temprana y que reaparece sin modificaciones sustanciales en la pubertad, cuando deben buscarse, encontrarse y obtenerse objetos sexuales extrafamiliares. Como lo he señalado en los capítulos precedentes, se ha perfilado un cuadro más complejo. Según mi parecer, la disolución del conflicto edípico hacia el final de la fase fálica es normalmente parcial. En otras palabras, se produce una mera suspensión de algunas cuestiones edípicas, una détente si se quiere, aunque se establecen umbrales definitivos de angustia conflictiva, vulnerabilidades narcisistas y estilos idiosincrásicos de respuesta. Podemos decir que la resolución del complejo de Edipo alcanzada de este modo fue la más eficaz y la más capaz de proteger el crecimiento que al yo del niño le cupo lograr a esa tierna edad. En mi opinión, en la adolescencia se pone de manifiesto no sólo una recapitulación del conflicto edípico sino también una continuación. Lo que me pareció sumamente revelador al observar el destino de este conflicto infantil en la adolescencia es la resolución incompleta o la suspensión del conflicto del complejo de Edipo inverso o negativo: el amor del niño hacia el padre del mismo
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sexo (capítulos 15, 19). La teoría psicoanalítica hizo sie~p~e hincapié en la tendencia dual (normalmente con predomm10 de una de las orientaciones) de la sexualidad infantil dirigida hacia el objeto, que culmina en la constelación edípica. El conflicto en suspenso de esta vinculación sale siempre a la luz en la terapia adolescente y constituye un obstáculo formidable dentro del contexto de las trasferencias edípicas. La pubescencia, por su misma naturaleza, otorga a esta vinculación sumamente ambivalente una cualidad sexual, que puede discernirse en las fantasías o en la actuación durante el tratamiento. Puesto que la disolución del complejo de Edipo negativo debe lograrse durante la última parte de la adolescencia, y puesto que el logro de la identidad sexual dep«:nde de esta disolución, es de esperar que .ciertas cuestiones de índole homosexual constituyan un aspecto inherente de cualquier psicoaterapia o análisis adolescente. La maniobra defensiva en relación con el complejo de Edipo negativo suele adoptar la forma de una actitud hostil o agresiva hacia el padre del mismo sexo y de un aferrarse obstinado, incluso obsesivo e ingobernable, al componente positivo o heterosexual del complejo de Edipo. En otras palabras, la vinculación edípica del niño con el padre del sexo opuesto es forzada reactivamente a ocupar el primer plano. Mis observaciones en .el análisis adolescente me han demostrado, una y otra vez, que el amor edípico del varón hacia el padre o de la mujer hacia la madre es inalcanzable o se halla bien defendido durante largo tiempo. He caraterizado esto como la defensa edípica adolescente. No es tarea fácil para el terapeuta encarar estas cuestiones duales y manejarlas terapéuticamente de acuerdo con sus referencias esenciales. Normalmente, el adolescente es asistido en gran medida en la resolución de estos conflictos internos por su yo en proceso de maduración, por su mayor conciencia social y en particular por el apoyo psicológico que recibe y proporciona como miembro de su grupo de pares. Es debido a la continuación y no meramente a la repetición de los conflictos infantiles que he propuesto extender la niñez psicológica hasta la finalización de la adolescencia. Entre paréntesis, podría agregar que en la supervisión he descubierto que los psiquiatras con formación y experiencia en terapia de niñps utilizan esta experiencia en provecho de la terapia adolescente, aplicando las técnicas y las intelecciones de la terapia de niños toda vez que resulta apropiado. La decisión del terapeuta respecto de dónde termina esta y comienza aquella suele ser muy arbitraria y se basa en la técnica del ensayo y el error. Muy a menudo, el pasaje" de una a otra no significa otra cosa que la introducción por derecho de prioridad de un modelo adultomorfo de terapia.
Puede parecer que me he apartado mucho de mi asunto. Sólo puedo asegurar que todo lo que he dicho hasta aquí se relaciona íntimamente con las ideas que voy a desarrollar. En este punto será evidente ya que mi intención es formular puntos de referencia normativos para el desarrollo, o, en otras palabras, criterios definidos psicológicamente que nos permitan trazar la línea de demarcación de la finalización de la adolescencia. La condición física, la condición sexual, la condición social y el nivel cognitivo han probado ser todos mdices poco confiables, aunque constituyen conjeturas válidas en la búsqueda de una respuesta a nuestra pregunt~ inicial. La evaluación psicológica del nivel evolutivo de un individuo es algo sumamente difícil, y sin embargo es un punto de referencia indispensable en la búsqueda de una respuesta significativa a la pregunta sobre la fi. nalización de la adolescencia. El yo, dijo una vez Hartmann, se define por sus funciones. Con referencia a la presente indagación, propongo una ampliación del pensamiento de Hartmann, a saber, que -en términos evolutivos- es el grado de coordinación e integración de las funciones yoicas, viejas y nuevas, lo que determina la conclusión de cualquier etapa evolutiva. El concepto de las tareas o desafíos evolutivos ha demostrado ser de la mayor utilidad para describir y definir las etapas evolutivas. En lo que sigue, recurriré a este enfoque para responder a la pregunta acerca de cómo puede determinarse la conclusión de la adolescencia. Existen, siu duda, criterios fenomenológicos que tanto legos como profesionales han reconocido en sus esfuerzos para definir el fin de la adolescencia. Llamo la atención sobre la disminución gradual de los cambios de humor típicos de la adolescencia, hasta que se alcanza, por último, cierto estado de relativa apacibilidad; en otras palabras, se reduce la amplitud de los cambios de humor. Las emociones'se ocultan ahora de modo selectivo y discriminativo del mundo público y se privilegia la comunicación entre amigos y amantes. Esta capacidad para compartir selectivamente ciertos aspectos del self ya sea con el sector públko o con el privado de la vida sin sentirse dividido o desgarrado constituye un signo de que la adolescencia está pasando o ha pasado. El intento de entenderse a sí mismo hace que la necesidad de ser entendido siempre (por determinadas personas o por el orden social en general) sea menos urgente, menos incontrolable y menos exaltada. Esta nueva característica de la fase de consolidación, denominada adolescencia tardía, puede describirse también diciendo que la posibilidad de predecir la conducta y la motivación se vuelve con el tiempo más regular y exacta, hasta que la estabilización caracterológica reemplaza las predicciones tentativas y arbitrarias por un modelo establecido de conducta individual.
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Si concebimos el carácter como la automatización de las respuestas o la conducta pautada que no permite alternativas, entonces podemos señalar otro aspecto típico de la conclusión de la adolescencia. La formación del carácter alcanza una condición de definitiva estabilidad hacia el final de la adolescencia, cuando la autonomía yoica, en alianza con el ideal del yo, desafía parcialmente pero con eficacia el predominio del superyó. Esta instancia psíquica, que imperaba sin rival alguno durante la niñez y que daba pie a una lucha interminable entre la rebeldía y la sumisión, acompañada por sentimientos de omnipotencia o de impotencia, de culpa o de vergüenza, sufre durante la: adolescencia una revisión crítica dentro del sistema motivacional. En consonancia con la consolidación de la personalidad adolescente tardía, la aparición de un plan de vida, de un estilo de vida, de un esfuerzo orientado hacia una meta posible de alcanzar, se vuelve factible, si se es que no asume, por cierto, un carácter obligatorio. Es innecesario decir que a lamayoría de los adolescentes las circunstancias de su vida no les Ofrecen elecciones y opciones en abundancia; pero aun en tal caso es indispensable una proyección de sí mismo hacia el futuro. A estos signos fenomenológicos de la conclusión de la adolescencia puede agregarse el cambio gradual en la naturaleza de las relaciones, personales o comunitarias, hacia determinados compromisos discriminatorios y definitivos dentro de las esferas privada y pública de las necesidades y aspiraciones individuales. ¿Necesito agregar que las vicisitudes de las relaciones, o su r~lativa inestabilidad, constituyen una preocupación que dm:~ toda la vida, y que provocan interrupciopes y corrlipciones·indefinidas de la vida personal y C'omunitaria en todos lados y siempre? Aun cuando la consolidación de la adolescencia tardía haya cumplido su obra, el marco de cualquier estructura de personalidad puede resistir satisfactoriamente a lo largo del tiempo sólo si continúan prevaleciendo circunstancias relativamente benignas. Con este comentario tal vez pesimista sobre la condición humana, abandono el examen de los criterios fenomenológicos que son pertinentes para la determinación de la conclusión de la adolescencia y encaro los criterios psicológi._cos, .que son los más confiables y también los más importantes. Ciertamente, este supuesto parece confirmarse en nuestros encuentros profesionales con aquellos adolescentes que no han logrado llegar a la adolescencia tardía o que no han logrado atravesar este espacio evolutivo. El impacto de los mandatos sociales, evolutivos y de la maduración no les deja a estos adolescentes tardíos otra alternativa que finalizar la adolescencia mediante algún tipo de acomodación psicopatológica. Irónicamente, puedo agregar: si son afortunados se convierten en nuestros pacientes.
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Anteriormente, cuando mencioné las tareas y los desafíc•s evolutivos, era conciente de que dichas entidades sólo pueden aislarse a los fines de la evaluación y el examen. Me referiré ahora a cuatro tareas evolutivas que, de un modo conjunto y sinérgico, conducen al adolescente hacia la adultez.l
El segundo proceso de individuación No estoy diciendo nada nuevo cuando afirmo que el adolescente tiene que liberarse de las dependencias infantiles. Anna Freud (1958) ha caracterizado esto corno el "aflojamiento de los lazos objetales infantiles". Adoptando la terminología utilizada por Margaret Mahler en su investigación sobre la niñez temprana, he postulado un segundo proceso de individuación de la adolescencia (véase el capítulo 8). La individuación infantil se produce en relación con la persona que tiene al niño a su cuidado, la madre. En la fase de separación-individuación, la existencia de la madre como un objeto independiente surge mediante el proceso de interiorización. En otras palabras, la formación de las representaciones del objeto y del self traza los 1~ rnites entre el mundo interno y el externo. Los padres interiorizados y, a través de ellos, la cultura interiorizada en el sentido más amplio no son cuestionados, en términos relativos, hasta la pubertad. Dutante la adolescencia, estas viejas y familiares dependencias, así corno los objetos infantiles de amor y de odio, vuelven a ocupar un lugar en la vida emocional. La desvinculación e ~jetal mediante la individuación en el nivel adolescente no ocurre en relación con objetos externos, tal corno sucedió en la niñez temprana; ahora tiene lugar en relación con los objetos interiórizados de la niñez temprana. Un desplazamiento característico de investidura que señala esta liberación puede observarse en la investidura libidinal del self, que da corno resultado el proverbial y transitorio egocentrismo y autoengrandecirniento del adolescente. Esta grandiosidad narcisista raramente deja de suscitar el sentimiento contrario, a saber, el de nulidad (el estado de impotencia) y de desesperación (el estado de pérdida objetal). Estos conocidos estados afectivos son semejantes a la manía, la depresión y el duelo. En otras palabras, los cambios de humor de la adolescencia son un corolario del segundo proceso de individuación. En virtud del tratamiento sabemos de qué modo la vinculación objetal infantil aparece bajo nurnerosós disfraces; entre 1 Estas cuatro tareas evolutivas fueron examinadas en relación con la formación del carácter adolescente, en el capítulo 9.
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estos, la vinculación con las fantasías y con los estados casi alucinatorios merecen que se le preste una particular atención. La tenaz resistencia que ofrecen a quedar relegados como un precio del crecimiento refleja el deseo de mantener para siempre aquellos vínculos objetales infantiles que han adquirido una importancia extraordinaria para la supervivencia psicológica. Debe recordarse que las imagos parentales infantiles perpetúan la creencia en la profesión. Al llegar la adolescencia, esta noción es desafiada como nunca lo ha sido hasta entonces; es necesaria una desidealizacíón -o humanización, sí se qúieredel orden del mundo infantil. Pero esta decepción tiene un efecto más o menos devastador sobre el sentido del self del adolescente. Aun cuando los padres o sus representantes sociales son percibidos por el adolescente como malos o dañinos, el objeto infantil "todo bueno" y nutricio nunca deja de aparecer en el trasfondo de la mente del adolescente como una alternativa factible. De este modo, el adolescente se empeña en contradecir a Heráclito, para quien nunca nos sumergimos dos veces en el mismo río. La constelación conflictiva del segundo proceso de individuación puede observarse de modo más drámatico en ciertas formas de actuación. En los casos de esta índole el conflicto interno es experimentado como un conflicto entre el individuo y su ambiente: el conflicto es exteriorizado. El carrete evolutivo, por así decirlo, es rebobinado. Gran parte de lo que consideramos rebeliones adolescentes es un vuelco hacia el entorno en tanto objeto de amor y odio. Las imperfecciones de las instituciones sociales constituyen el blanco general de la agresión; se convierten en las reificaciones inanimadas, proyectadas, de los objetos internos rechazantes, insensibles, devoradores, indiferentes y egoístas. Como tales, se les atribuye el designio de frustrar y humillar al adolescente cuando, en su búsqueda de autorrealización, su necesidad de apoyo alcanza un nivel crítico. Hablando en términos generales, podemos decir que las imperfecciones del mundo, hacia el que el adolescente se vuelve abandonando las dependencias de su niñez, tienen forzosamente que perturbar su eqHil,ibrio narcisista. En la ira narcisista subsiguiente, el joven se abandona a una resignación derrotista y resentida (denominada "agresión pasiva"), a una regresión psicótica, o bien se lanza a crear un mundo perfecto por la fuerza. Incapaz de resolver el estado interno de dependencia, recurre al mecanismo de exteriorización con el fin de crear un mundo nuevo y perfecto, es decir, que gratifique sus necesidades; las imperfecciones del viejo tienen que ser erradicadas por cualquier medio que sirva a este propósito. Tales operaciones de rescate del narcisismo infantil evitan -al menos transitoriamente- la desilusión respecto del self y del objeto mediante
la proyección de lo malo sobre las instituciones sociales y los mandatos concretos y simbólicos de la sociedad. La reciente rebelión estudiantil ha llarriado mí atención sobre esta dinámica evolutiva por intermedio de algunos estudiantes radicalizados que fueron pacientes míos. La m!sma dinámica puede aplicarse a otras épocas·y a otras confrontaciones sociales en las _cuales de una u otra manera se cumple el segundo proceso de individuación. A fin de evitar malentendidos debo hacer la siguiente advertencia: la denominada inadaptación adolescente apunta siempre a graves defectos, incoherencias, arcaísmos y corrupciones en el orden social. Producir los cambios necesarios requiere astucia histórica y política; sin duda, alguno~ rebeldes adolescentes tardíos adquieren estas facultades. Considerar todo activismo adolescente radical o reformista, ya sea político o social como una mera proyección, exteriorización o desplazamiento es un absurdo simplista. La personalidad revolucionaria o activista no puede concebirse per se como una personalidad regresiva o detenida en su desarrollo, que recurre a la exteriorización de sus desequilibrios emocionales. Repito: la conducta por sí sola no es nunca un índice confia~le del nivel ~vo lutivo de un individuo, ni revela el funcionamiento de su sistema motivacional. De hecho, pueden presentarse argumentos válidos en favor del papel positivo que el inconformismo adolescente desell!peña en la reforma de las pautas sociales.
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La continuidad yoica Me referiré ahora a la segunda tarea o desafío que el adolescente tardío debe encarar a fin de concluir el proceso adolescente. El término que he elegido es "continuidad yoíca" y explicaré qué significa. Para que el niño sobreviva en el mundo en que ha nacido, necesita durante muchos años del apoyo, la guía y la orientación propon;ionados. por l~s person~ que. lo tienen bajo su cuidado. En este ampho ecos1stema psiCológiCO los padres funcionan como extensiones del yo del niño; la adolescencia modifica este estado radicalmente. Durante la adolescencia normal, el niño en 'crecimiento utiliza su facultad cognitiva y su madurez somática mayores para obtener independencia emocional, moral y física. Esta es la época en que se forma su propia opinión sobre su pasado, presente y futuro. El pasado se halla sujeto retrospectivamente a una suerte de exa~ men de realidad histórico. En este momento asistimos al advenimiento del hombre conciente de sí que, por primera vez, se percata de su vida ordinaria y al mismo tiempo única, que se
extiende entre el nacimiento y la muerte. La denominada "angustia existencial" no puede experimentarse antes de la adolescencia; lo mismo ocurre con el sentido de lo trágico. Las perturbaciones en la formación de la continuidad yoica o su patología clínica se reflejan con la mayor claridad en los casos que presentan un tipo especial de distorsión de la realidad. En estos casos se provocó deliberadamente una representación defectuosa de la realidad en la mente del niño. Como resultado el niño aceptó como real lo que le dijeron que era real, sacrificando así la veracidad de su propia percepción y cognición. Este tipo de distorsión de la realidad debe distinguirse de la alucinación psicótica o de 1a contaminación debida a una figura parental psicótica o al trauma de la escena primaria. El factor patógeno reside más bien en la imposibilidad de que accedan al nivel conciente circunstancias que el niño una vez compartió con otros pero a las que luego se le prohibió (mediante gestos o insinuaciones) reconocer como reales. En tales casos, las perturbaciones en el examen de realidad siempre forman parte del cuadro clínico. Una breve referencia a un paciente mío nos aclarará esto.2 Un joven delincuente de diecisiete años me fue traído por su tío materno porque ciertos incidentes (ausencia sin permiso, ratería en tiendas, falsificación de cheques y mentiras) hacían temer las más serias consecuencias legales. La actitud del culpable era de resignación ante el hecho de que estaba "destinado a convertirse en un criminal". No mostraba en absoluto la in.dif~rencia agresiva y defensiva ni el oposicionismo declarado que solemos observar siempre que una actuación se basa, al menos parcialmente, en una simple descarga de impulsos. El joven me dijo que no recordaba a su padre porque lo había perdido cuando aún era un bebé. Nunca lo había conocido; su madre le había hablado acerca de su muerte. Por el tío, que se había interesado paternalmente en su sobrino, conocí un fragmento de la historia familiar que contradecía aquellos heclios. En síntesis: el padre había sido enviado a prisión por malversación cuando el niño tenía seis años. Con anterioridad a este suceso, padre e hijo hal;>ían perdido contacto durante algunos años luego del divorcio de los padres cuando el pequeño tenía tres años. Según lo que la madre me ha:bía dicho, el padre había muerto en prisión y ella era viuda. El niño aceptó este hecho y nunca más preguntó por su padre. Por su cuenta el niño había ubicado la muerte de su padre en la época en que era un bebé, eliminando así todo recuerdo posible de imagen o afecto. Estos eran remplazados por la sensación de estar destinado a
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2 También nos hemos referido a este caso en el capítulo 12, en el contexto de actuació~ adolescente y su conceptualización.
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convertirse en un criminal -resucitando y rescatando de este modo la imagen del padre por identificación-. En realidad, el padre vivía internado en un hospital carcelario para delincuentes con trastornos mentales. El espacio no me permite extenderme en la búsqueda laberíntica del pasado perdido. Pero debo señalar que inicié el tratamiento refiriéndole al joven los hechos sobre la vida de su padre o, a la inversa, la mentira de su madre. Como ocurre siempre en tales casos, el paciente reaccionó ante esta información como si le dijeran algo que siempre había sabido, aunque no de manera conciente. Con La restauración gradual de su historia personal -a la que me he referido como continuidad yoica- la conducta delictiva perdió su carácter compulsivo. Resulta claro que la actuación delictiva en este caso era un esfuerzo fracasado y no adaptativo para rescatar la integridad de su percepción y de su cognición, aun cuando las censuras de su ambiente lo contradijeran y lo declararan ilusorio. Un nuevo encuentro después de diez años mostró el siguiente cuadro: la conducta criminal hacía largo tiempo que se había convertido en un asunto del pasado; además de haber construido su vida personal y una carrera satisfactoria, el paciente había enviado regularmente a su padre ciertos elementos materiales que -según el hijo sentía- harían má& tolerable la desesperanzada existencia de aquel. Por otro lado, se había alejado de su madre., si bien mantenía ciertos lazos familiares superficiales. Cabe agregar que el hecho de que yo le refiriera al joven su historia objetiva se basaba en el supuesto de que una distorsión de la realidad impuesta al niño deliberadamente desde afuera debe ser rectificada por un ambiente racional o afecto a la verdad, del cual el terapeuta es el representante y el guardián. Sólo entonces el tratamie.nto puede comenzar y encarar las distorsiones de la realidad iniciadas en el self del niño, así como sus implicaciones dinámicas y genéticas.
El trauma residual La tercera tarea o desafío se relaciona con el concepto de trauma. Considero axiomático que el trauma -usualmente de carácter acumulativo- constituye una experiencia dañina inevitable en el período infantil. Cualquiera que haya sido la adaptación a estos choques nocivos, o su neutralización, en el crecimiento psicológico, de todos modos queda al final de la adolescencia un residuo que desafía los recursos adaptativos de la adolescencia tardía. Las vulnerabilidades idiosincrásicas debidas al trauma residual forman parte de la condición huma-
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na. Aun los héroes y semidioses tienen que vivir con ellas: Aquiles tenía su talón vulnerable, por el cual Tetis lo sostuvo cuando sumergió al niño en el río Estigio para hacerlo irimune a toda herida mortal. Otro semidiós, Sigurd, más conocido como Siegfried, tenía un lugar vulnerable en su hombro, donde había caído una hoja cuando se bañaba en la sangre de Fafnir, el dragón muerto. La mitología nos informa que esa protección extraordinaria contra "las piedras y flechas de una fortuna atroz" se adquiere sólo durante la infancia y la juventud, y que nunca falta un accidente menor que hace fracasar la pretendida invulnerabilidad absoluta. Esto me retrotrae al concepto de trauma residual, es decir, a ese aspecto del trauma que nunca se resuelve y que, de hecho, nunca puede resolverse. Lejos de ser un impedimento lamentable, esta difícil situación universal proporciona un gran impulso para su manejo. Este incentivo persistente empuja al adolescente tardío haciá un conjunto de compromisos más o menos definitivos de índole personal así como impersonal. El dominio de los residuos traumáticos tiene lugar dentro de la gama de oportunidades que ofrecen las instituciones y alianzas sociales, tales como las posibilidades de instrucción, las agrupaciones laborales, las afiliaciones ideológicas y las relaciones íntimas de distinto tipo. En este sentido, podemos hablar de una socialización del trauma residual durante la adolescencia tardía. Este proceso coincide con la declinante intrusión de las fantasías infantiles en el sistema motivacional y su trasposición o relegación al mundo del sueño diurno, los juegos y las asociaciones comunitarias restitutivas -desde la tauromaquia hasta la recitación de poesías-. En esencia, el trauma residual sirve como un organizador que promueve la consolidación de la personalidad adulta y explica su singularidad. La socialización del trauma residual es anunciada en terapia cuando el joven paciente asume la responsabilidad de su propia vida, tolerando un mínimo de tensión y dejando de hacer el duelo por sus fantasías :y expectativas infantiles. La complejidad de este proceso es de tal magnitud que debo abstenerme de referir un caso para ilustrarlo; en lugar de ello, sugiero al lector que busque en alguno de sus casos los vínculos pertinentes con la tesis que he presentado.
identidad sexual original [gender identity] que se establece tempranamente en la vida [cf. pág. 153]. La actividad sexual no constituye por sí misma un indicio de una conclusión normal de la adolescencia y no ofrece ninguna garantía de que se haya logrado la identidad definitiva específica de cada sexo. La formación de la identidad. sexual depende de la trasmutación del componente de la pulsión sexual inadecuado al sexo en una nueva estructura psíquica, el ideal del yo (véase el capítulo 15). Es una experiencia usual en la terapia de adolescentes que este paso hacia adelante se traduzca en un proceso extraordinariamente difícil y lento; requiere el abandono de las idealizaciones infantiles del self y del objeto. La persistencia del engrandecimiento infantil impide lt1 formación de relaciones humanas adultas y estables. La típica regresión adolescente, que llamé "regresión al servicio del desarrollo", incentiva la dicotomía infantil entre el objeto "todo bueno" y el objeto "todo malo". Este estado refleja un vínculo objeta! primitivo, preambivalente. Sólo habrá una relación adulta duradera cuando el estado de ambivalencia madura se estabilice estructuralmente en la adolescencia tardía. No es exagerado decir que la experiencia subjetiva más angustiímt~ y dolorosa en el contexto de la reestructuración psíquica adolescente se relaciona con el proceso de desidealización. Lo que esta trasformación del self refleja es, por cierto, un purgatorio .a través del cual serpentea el camino que lleva desde la dependencia infantil hasta la humanización adulta. En otro lugar (capítulo 5) he examinado en detalle este complejo tema. Lo que ahora deseo es hacer hincapié en un punto a saber la interconexión intrínseca entre la formación de la identidad sexual y la desidealización del self y del objeto. Tengo la certidumbre de que si el lector hace una revisión de sus experiencias con adolescentes mis proposiciones resultarán casi evidentes por sí mismas.
Conclusiones
Me referiré ahora al cuarto y último desafío en mi esquema de criterios evolutivos sobre la conclusión de la adolescencia: la identidad sexual definitiva. Este concepto se distingue de la
Los cuatro criterios estructurales que he esbozado fueron escogidos en mí trabajo con adolescentes porque con el tiempo me sirvieron para ordenar mis observaciones clínicas. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que los cuatro desafíos o tareas evolutivas que he definido representan componentes integrantes de un proceso total. Los cuatro actúan sinérgicamente y al unísono; sus resoluciones evolutivas son globales; el uno sin el otro jamás puede conducir a una conclusión normal de la adolescencia. Debido a esta interconexión entre los cuatro desa-
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La identidad sexual
ffos, es posible estimar a partir de la apreciación de un aspecto componente el progreso relativo hacia la finalización de la adolescencia en su conjunto. En última instancia, no obstante, es la integración de los cuatro desafíos (o la intersección nodal de las cuatro coordenadas, si se prefiere) lo que nos confirma con un grado razonable de certidumbre que la etapa evolutiva de la adolescencia ha llegado a su conclusión. Sé muy bien que esta formulación mía tiene un carácter ideal, que rara vez o nunca se traduce en la vida real. Debe considerársela como un esquema. La experiencia nos demuestra que los problemas psicológicos no resueltos necesariamente subsisten; sin embargo, es su integración estable en la personalidad adulta -el trabajo de la etapa de consolidación- lo que proporciona a estos problemas persistentes una estructura pautada e irreversible. La estabilidad caracterológica obtenida de este modo indica que la adolescencia ha terminado.
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Quinta parte. La imagen corporal: su relación con el funcionamiento normal y patológico
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La afortunada coincidencia de tener en tratamiento tres casos de cripto~quidia, cada uno de ellos derivado por un distinto trastorno psicológico, me permitió hacer un estudio comparativo en cuanto a la particular influencia de la anomalía anatómica en el desarrollo de cada niño. Pese a las diferencias individuales en la psicopatología presentada, surgieron ciertas tendencias relativas a la conducta sintomática, el simbolismo, las fantasía~ y los mecanismos reparatorios, que, en su conjunto, me habilitaron a hacer algunas generalizaciones en torno de la representación psíquica de un defecto corporal y su relación con un desarrollo anómalo. Por lo demás, el estudio puso en claro que ciertas ominosas perturbaciones de la conducta y el pensamiento se vinculaban directamente con perturbaciones de la imagen corporal. Hasta tal punto este nexo-demostró ser, en algunos casos, el condicionante, que la corrección del defecto físico, espontánea o por vía quirúrgica, daba por resultado, si no la desaparición del trastorno psicológico, sí decididamente su analizabilidad. Como muestra el material clínico, en este proceso la ayuda terapéutica fue esencial. No obstante, el tratamiento fue eficaz con mucho menos labor terapéutica que la prevista a la luz de la perturbación presentada. Aquello que al clínico le parecía un comportamiento extravagante y el ambiente del niño consideraba "loco" tomó una valencia patognomónica por entero diferente una vez que se vincularon los síntomas con la distorsión de la imagen corporal. Debemos aclarar que cada anormalidad corporal tiene que ser contemplada y estudiada como una entid~d singular. Mi investigación clínica sobre la criptorquidia ofrece un ejemplo acerca de cómo una anomalía física afecta el funcionamiento mental, y por vía de qué procesos psíquicos se produce esto. En el caso de otra anormalidad, debe elaborarse un sistema de referencia propio. Una anécdota ilustrará las puntualizaciones anteriores. Un terapeuta de niños me contó que uno de sus pacientes, un niñc de once años de edad con un testículo no descendido, manifestaba cierta conducta bizarra que a él lo había intrigado, hasta que discutimos el caso a la luz de mis indagaciones. Lo que se presentaba como un síntoma compulsivo cuasi-psicótico tomó
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el carácter de un acto sintomático cuyas implicaciones diagnósticas eran mucho menos serias cuando lo contemplamos dentro del marco de referencia de la criptorquidia. Describiré la conducta de este chico. Durante un lapso prolongado se había entregado a un "juego" repetitivo: cada vez que se encontraba con un hombre (nunca una mujer) a quien él conocía y que sabía las reglas del juego, con un rápido movimiento le pellizcaba la lflejilla y lo tenía así hasta que la víctima dijera "la palabra correcta". Si él le había tomado una sola mejilla, esa palabra era "mejilla"; si le había tomado las dos, como habitualmente hacía, era "mejillas". Sólo lo dejaba ir una vez que le contestaba la palabra correcta. La metáfora del juego residía en la disyunt~a "o bien ... o bien ... ", en el número singular o plural y en el desplazamiento de abajo hacia arriba. El niño estaba comunicando: "Díganme, ¿tengo uno o dos testículos?". La similitud de las mejillas y las bolsas de piel daba al desplazamiento la típica literalidad que solemos observar. Este mismo niño se presentó a su examen médico contorsionando y escondiendo su brazo derecho dentro de la mang~ d~l s~~. con la mano colgándole fo· fa. Este incidente tuvo lugar cuando su testículo derecho estaba en el proceso de descenso. Agreguemos una nota de interés histórico. El autor de la marcha utilizada por los soldados británicos durante la Segunda Guerra Mundial (citada en el capítulo 18, pág. 369) alude a que Hitler tiene "una sola pelota grande". Fue después de esto que la autopsia de Hitler hecha por los rusos reveló que, en verdad, tenía un único testículo. "Podría inferirse que debe de haber sido de tamaño mayor que el normal por una hipertrofia compensatoria, ya que los rusos nada dicen en cuanto a haber hallado un segundo testículo intraabdominal" .1 En relación con los "equivalentes de órgano" que se analizan vinculados a la criptorquidia, debe mencionarse la peculiar trasposición de una quintilla jocosa por parte de un antólogo desconocido. La quintilla reza: "Un mozo muy raro de Devizes tenía pelotas de muchos tamaños; una de ellas tan pequeña era que a nada de nada se redujo, pero las demás tenían variado precio" En la recopilación de Louis Untermeyer (1961), Lots of Limericks, leemos: 1 Comunicación personal hechá en 1971 al autor por John K. Lattimer, jefe del Departamento de Urología de la Escuela Superior de Médicos y Cirujanos, Universidad de Columbia.
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"Una rara chica observadora de Devizes tenía ojos de dos tamaños diferentes ... ". Es obvio que las dos coplas están relacionadas entre sí, y no es difícil conjeturar cuál es la original. En la variante encontramos el desplazamiento del varón a la niña y de los testículos a los ojos. El mismo desplazamiento de los testículos a los ojos aparece en el material clínico que exponemos a continuación; también es conocido a través del mito de Edipo.
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18. Comentarios acerca de las consecuencias psicológicas de la criptorquidia * Un estudio clínico La literatura psicoanalítica contiene sólo escasas referencias a los testículos y a su papel en la vida psíquica de los niños varones. Esto, por sí solo, invita a un informe sobre casos con testículos no descendi!los, en los cuales esta parte del cuerpo, por su estado anormal, asume un rol de específica significación psicológica. No hay duda de que el niño varón se concentra casi exclusivamente en una parte de sus genitales, esto es, en el pene, mientras que las otras partes (escroto, testículos) no son reconocidas por él sino periférica y pasajeramente. Con referencia a este hecho, Freud (1923b) comentó: "Es notable el poco grado de interés que suscita en el niño la otra parte de los genitales masculinos, la pequeña bolsa con sus contenidos. Por todo lo que uno escucha en análisis, no adivinaría que los genitales masculinos consisten en algo más que el pene" (pág. 142n), Sin embargo, el niño varón no ignora totalmente su región escrotal, y posee un conocimiento táctil y visual de ella. Esto es ejemplificado por la autoobservación de un niño de dos años y 'medio, quien advirtió que el testículo retenido había bajado a la bolsa escrotal, y estaba perturbado por este cambio. El padre, pediatra, no había prestado especial atención a su estado previo, y se sorprendió por la autoobservación del niño y su reacción negativa: quería que le pusieran el testículo como lo tenía antes; "no le gustaba" tener testículos. El cam~io y la noveqad de esta parte del cuerpo fueron inicialmente perturbadores para el chico, pero pronto los asimiló. La experiencia analítica con pacientes varones, niños y adultos, confirma el hecho de que el pene, como órgano dador de placer, está más investido con libido y energía agresiva que las otras partes de los genitales masculinos. Sin embargo, en las condiciones anormales de un testículo no descendido, los genitales asumen un papel especial. No pretendo inferir que en esa situación anómala aparece en una dimensión magnificada una investidura primaria del testículo. Por el contrario, considero que el rol dominante del testículo, que se evidencia claramc:mte en los siguientes casos, es de orden secundario, o sea, determinado por fuerzas ambientales. La criptorquidia no es, a mi • Publicado originalmente en The Psychoanalytic Study oj the Chíld, vol. 15, 395-429, Nueva York: Intemational Universities Press, 1960.
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juicio, patógena en sí misma. Sólo secundariamente, dentro de la matriz de una relación progenitor-niño perturbada, adquiere esta afección una influencia profundamente perjudicial para el desarrollo psíquico del niño. La ansiosa -agresivapreocupación del medio por el defecto genital del chico finalmente designa al testículo como foco genital con relación al cual la formación de la imagen corporal y el desarrollo psicosexual, en general, resultan específicamente distorsionados. Por consiguiente, el defecto genital actúa en la vida mental del niño como la "experiencia organizadora" (Greenacre, 1956) y origina deformaciones del yo que siguen una pauta bastante . prototípica. La fantasía, los actos reparatorios, las funciones y los mecanismos defensivos del yo, la imagen del self y del cuerpo, la identificación sexual, fueron estudiados en una serie de casos de criptorquidia; en este artículo se informa acerca de tres de ellos en detalle. Debe tenerse en cuenta que la usual angustia del niño varón a ser dañado corporalmente es asociada en estos niños con el testículo que les falta, es decir, con un hecho ya consumado, sobre el cual no tienen control. La pérdida corporal no es más una mera amenaza, pues puede ser verificada mediante el tacto. Por otra parte, la restituciqn de la pérdida queda siempre dentro de la esfera de las posibilidades, como lo atestiguan las frecuentes revisiones e intervenciones médicas. El famoso aforismo de Napoleón, que Freud (1912a) parafraseaba diciendo "la anatomía es el destino", cobra en estos casos un sentido especial, porque aquí la anatomía permanece alterable -esa es la promesa que el ambiente nunca cesa de inculcar-. Por ende la incertidumbre anatómica es el destino. En los ca8os pres~ntados se hizo manifiesto cómo la imagen corporal es conformada por la percepción sensorial en conjunción con las respuestas que da el ambiente al cuerpo y a su defecto. Relacionado con esto, fue particularmente sorprendente ver que el cambio corporal -descenso espontáneo (caso de Larry) o exitosa.operación correctiva (casos de Steven y de Joe)- dio por resultado un rápido cambio de actitudes, comportamiento, intereses y habilidades.- Este cambio no puede ser acreditado sólo a la resolución de los conflictos endopsíquicos. La observación clínica de los desplazamientos de investidura que fueron producidos por la restauración de la integridad corporal tiene implicaciones teóricas y terapéuticas, que trataremos después de presentar estos historiales. En los tres casos, se excluyó misteriosamente de las historias clínicas la condición física de la criptorquidia unilateral. En dos casos ella debió ser qonjeturada a través de los actos sintomáticos del niño. Inicialmente los padres no mencionaron la afección de-los niños ni tampoco estos se refirieron a ella. La
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representación simbólica del defecto genital era abundante en el material y el comportamiento lúdicos. En todos los casos se logró un esclarecimiento médico del estado genital. La terapia siempre llegaba a un callejón sin salida cuando el plan médico de intervención restaurativa -inyección u operación- era indefinidamente pospuesto. El terapeuta había esperado en vano que el niño, luego de haber reelaborado sus fantasías, revelara en su momento, espontáneamente, su condición genital. Sólo bajo la presión de la intervención médica estas fantasías se hicieron accesibles en la terapia, sirviendo así como un vehículo para interpretar distorsiones y defensas. Se dio un minucioso esclarecimiento anatómico y sexual, especialmente cuando el niño debió ser preparado para una operación inminente. Los tres niños estudiados estaban ert·la prepubertad. En Steven, la orquidopexia fue realizada a la edad de diez años y tres meses; en Joe, a los doce años y diez meses; el descenso espontáneo fue confirmado en el caso de Lariy a los diez años y once meses. Este artículo no es de manera alguna un informe acerca de la terapia de los tres niños. Sus respectivas categorías diagnósticas tenían poco encomún; sin embargo, sus.cuadros sintomáticos mostraban similitudes significativas, que se debían al idéntico defecto genital. La presencia de este factor físico entorpecía realmente, en gran medida, la evaluación diagnóstica y pronóstica de los casos. En el caso en que hubo descenso espontáneo, la duda y la desconfianza acerca de la permanencia de la restauración fueron mayores que en los casos quirÓrgicos. En estos últimos se aceptó la intervención como definitiva; se depositaba más fe en el bisturí del cirujano que en un acto de la naturaleza. La diferencia puede ser atribuida a los deseos masoquistas y castradores que, contrariamente a todas las expectativas, tornaron al.niño defectuoso en un hombre íntegro. El que había entrado en la celda del león, babia salido vivo. Además de·certificar la integridad del cuerpo, la operación también demostraba que este no había sufrido un daño permanente por la masturbación. Por supuesto, detrás de la euforia masculina que siguió a ~a operación podemos detectar una sobrecompensación de impulsos femeninos persistentes. La mera condición de un testículo no descendido no genera, por cierto, entidades diagnósticas similares, dado que la criptorquidia no puede ser considerada como patógena en si misma. Sin embargo, otorga a condiciones distintas ciertos puntos de semejanza, dado que el defecto genital asume en estos casos una influencia predominante. Cualquiera que hubiera sido la categoría diagnóstica, la "experiencia organizadora", o sea, la criptorquidia, era la misma para todos. En nuestros casos se hizo notoria la existencia de síntomas idénticos, como perturba-
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ciones motrices (hiperactividad), dificultades en el aprendizaje y propensión a los accidentes bajo la forma de jugar compulsivamente con el peligro físico. A esta tríada ~eh~ agre.g~rse un estado de falta de adecuación social y de crómca mdeclSlón; además, una tendencia a exagerar, a mentir y a fantasear. Fue sorprendente la desaparición o drástica disminución de estos síntomas una vez que se restableció la integridad del órgano genital, ya sea espontánea o quirúrgicamente. El material clínico sugiere que la criptorquidia influye en la elección de los síntomas, con independencia de la designación nosológica del caso. Parece ser que los distintos trastornos representados en el material clínico encontraron en el defecto genital una realidad palpable y visible, alrededor de la cual se estructuró la respectiva patología de cada caso. 1
Material clínico El caso de Steven Steven, un niño delgado y cordial de ocho ~ños, es traído al tratamiento por la madre bajo la recomendación de la escuela: aunque está en tercer grado, prácticamente no sabe leer. Da la impresión de ser un niño atípico (borderline), con pobre coordinación motora (marcha torpe "de borracho", ineptitud para los juegos, caligrafía ilegible) y comportamiento infantil (no come, ni se baña, ni se viste solo; mastica su ropa; es desordenado y sucio: tira tinta, harina y comida en el piso, arroja la tierra de las macetas en su cuarto y sobre su cama). Muestra una intensa preocupación por la muerte y el tiempo, y parece angustiado y preocupado. . Steven nació con el testículo izquierdo no descendido. Le extirparon un tumor del escroto a los cinco meses. La madre sintió que ella había causado el problema "p?r andar t~cando tanto esas partes". A los siete años se le practicó una amigda~o tomía y tuvo subsiguientes hemorragias, por las cuales necesitó volver al hospital. En el mismo año recibió ocho inyecciones de hormonas, que no obtuvieron el descenso del testículo pe:o ~ue incrementaron el tamaño del pene y estimularon el crecimiento del vello púbico. Se consultó a numerosos médicos. Finalmente la madre pensó que la fuente de todos los problemas de Steven' era la debilidad de un músculo del ojo izquierdo; pero el oftalmólogo no confirmó esto. . La madre opinaba que el niño estaba olvidado de su afección testicular y que no sabía por qué tantos médicos lo habían ~xa minado. Ella creía que, al haberle mostrado una seudoconhan-
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za y falta de preocupación, lo había protegido de toda duda acerca de su integridad corpQral. Esta actitud defensiva suya se debía a su ligazón narcisista con el niño: desilusionada con su carrera profesional, con su marido y con su primer hijo, ella había hecho de Steven el centro de su vida emocional y queda que él fuera el genio que satisfaciera sus más extravagantes ambiciones. El papá de Steven era un hombre pasivo y retraído que, de acuerdo con lo que dice el niño, "no sabe lo que pasa en casa". Cinco años antes del nacimiento de Steven había sufrido un episodio psicótico con delirios paranoicos, del cual se recuperó. Nunca mostró ningún interés en la terapia de Steven. Durante la primera entrevista, Steven preguntó al terapeuta por qué estaba visitando a un médico nuevamente. Su maestra guía había querido que él fuera a una clínica de ojos, pero el médico le había dicho que no tenía nada en el ojo. En la segunda entrevista afirmó que besó a una chica y tenía dos lastimaduras en la boca por ello; al menos, eso es lo que la madre le había dicho, aunque él mismo no estaba convencido: él creía que sus labios estaban cúarteados de antes. Luego de esta introducción, entró en una dramatización en la cual él era el doctor que cuidaba a los muñecos que sufrían de polio, por haber nacido con un cuchillo que los hacía tiesos. Se identificaba con el agresor: él era el cirujano en quien se podía confiar porque tenía una mano segura. Pero en otros momentos su angustia vencía. El abuelo de Steven había fallecido después de una operación cuya naturaleza él ignoraba (de hecho se trataba de una operación de próstata), pero estaba seguro de que "no era en el sistema de las piernas; pudieron haber sido úlceras sangrantes". En momentos de tan flagrante desmentida, él no quería que sus muñecos fuesen operados. Al avanzar el tratamiento, el juego del niño pasó a temas agresivos tales como tirar y matar con armas de fuego; él y su terapeuta eran los mejores pistoleros del mundo. La dinamita -arcilla- debía ser escondida a fin de que los delincuentes no la encontrasen, porque fácilmente podían hacer estallar el mundo con ella. Una y otra vez amasaba la arcilla sin darle nunca forma alguna; siempre quería que la arcilla que había estado amasando le fuera guardada para la siguiente sesión. La madre seguía sosteniendo que el chico- no tenía conocimiento de su afección. Pero cuando el médico decidió operarlo, Steven debió ser informado. La madre reunió coraje para decírselo, siendo interrumpida por el niño, quien le dijo que él no era tonto y que todo el tiempo había sabido por qué la gente hurgaba en ese lugar. En el tratamiento mostró ahora abiertamente su angustia, tan intensa que no pudo comprender un esquema anatómico que le dibujó el terapeuta. Su juego durante esas sesiones se tornó muy infantil.
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Cuando Larry fue remitido a la clínica, a la edad de nueve años y diez meses, presentaba tal variedad de síntomas que se temía que sus manifestaciones neuróticas, en conjunción con los trastornos de su conducta y de sus hábitos, podrían estar enmascarando una patología más maligna. Los principales males eran: def~cación incontrolada, enuresis nocturna, dolores de cabeza psiCógenos, propensión a los accidentes· se peleaba con otro_s chicos, se negaba a hacer los deberes par~ el hogar, no se pod1a concentrar en el colegio; tenía reacciones de terror frente
al dentista, la sangre y los monstruos que aparecían en sus fantasías y pesadillas; le costaba quedarse dormido, rechazaba que lo taparan y que lo mantuvieran acostado. La madre era imprecisa y contradictoria en su descripción del chico: por una parte, parecía ser indulgente con él cuando se mostraba "simpático", pero, por la otra, le pegaba con una correa cuando se portaba mal; estaba llena de un airado menosprecio hacia las figuras masculinas débiles de su familia: su esposo y sus tres hijos. Larry tenía dos hermanos: uno dos años mayor y otro cuatro años menor. El padre, cuando por fin pudimos verlo, se presentó como un hombre retraído, temeroso de la crítica de su mujer y cumplidor obediente de sus órdenes. En realidad, abrigaba hacia Larry una sincera y cálida simpatía y tenía una gran comprensión afectuosa para con él. Larry había sido un niño sano. A los dos años y medio se le detectaron una hernia y un hidrocele, al cual la madre se refería como "tumor de piel en el testículo izquierdo". Estas afecciones fueron tratadas en un hospital donde el niño permaneció diez días. Durante este período, él estuvo con miedo, deprimido e incontrolablemente salvaje. Hiperactividad acompañada por muchos accidentes fueron parte de su pauta de comportamiento desde ese momento. La más trágica desgracia ocurrió mientras jugaba en la plaza, poco después de haber comenzado el tratamiento en la clínica. Le arrojaron un madero y él se quedó tieso, paralizado, mientras el proyectil se le acercaba y lo golpeaba én el ojo. El resultado fue la pérdida de su ojo iz.quierdo. El niño le expresó al terapeuta la gran ira que sentía hacia su madre, quien no le había dicho después de la operación que le habían sacado el globo ocular; él lo notó en un informe del médico cuando todavía usaba venda. Este irreparable y autoinfligido daño fue subsiguientemente vinculado a la restricción que le fue impuesta en la operación de su genital y a la demanda de pasividad de la mamá. Se había establecido un proceso tortuoso: la gran ira motora se había vuelto contra él mismo, infligiéndose activamente lo que temía sufrir de manos de los "monstruos". Pronto se reveló un ritual que acompañaba sus dolores de cabeza; estos siempre se debían a una "fuerte luz" que le pegaba en los ojos. El tenía entonces que acostarse en la oscuridad con el rostro tapado, y así se dormía. Los dolores de cabeza sobrevenían siempre después de un estallido de ira y hostilidad; parecían haber comenzado en la época de la operación del genital. Este ritual nos permitió comprender el conflicto sadomasoquista en Larry. Desde el momento de la pérdida del ojo, Larry se quejó de "dolores de panza". Un vínculo dinámico pareció probable: surgió la sospecha de que el niño tenía un testículo no descendí-
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Steven hizo un último esfuerzo para hacer caso omiso de la en la silla del terapeuta: "Yo quiero ser tu y que tu seas yo . ¿Podían los hombres hacerse mujeres? Ignoraba totalmente el origen de los bebés y la función de los testículos: el testículo que crecía "en el estómago" era confundido con el feto. Poco después de haber admitido que siempre "se había tocado" (masturbado), pudo escuchar los detalles de la operación, y recapitular su larga historia de intervenciones médicas. Varios meses después de la exitosa operación, Steven describió su sensación en los testículos: ya sabía lo que sentía, ya no estaba confuso. Ahora, su juego consistía en constituir "el Museo de Stevensville", donde se exhibían dos bolitas de una piedra especial. Pronto perdió el interés por este tipo de._ juego y se orientó hacia e~ trabajo e.scolar, los hoy scouts, los amigos, el ajedrez, las lecciOnes ~e.piano, etc. Su activo interés por el ambiente reflejaba la apanc1ón de un tardío período de latencia. Las relaciones con sus pares y la actividad física organizada comenzaron a c~mplir un papel importante en su vida. Su torpeza desaparec~ó en grado notable. Cerca de la finalización de la terapia, un ano después de la operación, había avanzado en la lectura hasta el nivel que correspondía a su grado. Su juicio crítico acerca de los. demás y de sí mismo se había incrementado; ya no tenía nec~s1dad congraciarse mostrándose encantador y amoroso; hab1a r~ahzado grandes conquistas dentro del reino de la eficiencia social. En momentos de stress volvía, empero, a reacciones infantiles y desorganizadas. La separación de su madre, que él llevó a cabo agresivamente, estaba cargada de culpa y angustia. La fácil comodidad que encontraba en la dependencia ya no le era accesible. En cuanto a la madre se le aconsejó abstenerse de envolver al niño en su mundo d; fantasía· su necesidad de negar las imperfecciones de aquel había decr~i do significativamente. La creciente adecuación del niño fue reconocida por el padre, que se interesaba más por él. oper~ción. Q~ería sen~.arse
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El caso de Larry
do. Interrogada la madre, la suposición demostró ser correcta. Sin embargo, se pensó que Larry ignoraba este hecho. Su confusión acerca de las operaciones, las agujas, la hernia, contenía una tácita acusación contra los padres por no haberle dicho nunca la verdad acerca de sus problemas físicos. Surgió la pregunta de si el sacrificio del globo ocular no era acaso una renuncia sustitutiva de una parte del cuerpo para salvaguardar el globo más preciado enterrado en su panza; o si el acto autocastrador fue una renuncia masoquista de su masculinidad, que le trajo un alivio temporario frente al intolerable pánico de ser atacado por una mujer-monstruo castradora. Dejó de tener defecaciones incontroladas después que el temor de ir al baño fue comprendido como un temor de perder, junto con las heces, el testículo no descendido. Finalmente, el temor del niño a "otra operación" salió a la palestra. Oyó mencionar a su papá esa posibilidad en caso de que "el testículo no se quede abajo". Al niño lo angustió esta perspectiva, lo que a su vez originó en él sentimientos agresivos hacia sus padres, que culminaron en un accidente de bicicleta. Estaba aterrorizado por una posible infección en el ojo bueno -el cual se hallaba en perfectas condiciones-, que lo dejaría ciego; pedía que durante la noche se mantuviera una luz encendida en su cuarto, de modo que él pudiera ver a su alrededor en cualquier momento de la noche en que se despertara. Esto le aseguraba que su vista estaba intacta y que su ojo bueno seguía aún allí. Soñaba que pequeños trozos de vidrio se le metían en este y lo arruinaban; también que había un "banco de ojos" donde se podían conseguir ojos nuevos. Progresivamente, el tratamiento se convirtió en el refugio del niño. En su casa usaba el nombre del terapeuta para refrenar a la madre de interferencias indebidas. En las sesiones dio vuelta la tortilla jugando el rol del maestro, que por un largo tiempo había sido un objeto fóbico, y pidiendo al terapeuta que fuese el alumno. En su casa estaba ganando creciente independencia; se bañaba y vestía solo. En el colegio se volvió más aplicado e interesado en el trabajo; también más compulsivo y preocupado por los deberes escolares, etc. Cuando el niño solicitó con ahínco que el terapeuta viese a su padre, se pudo conversar con este acerca del testículo no descendidu de Larry, y el padre concertó para que le hicieran al niño un examen médico que determinara si era necesaria una operación. El examen corroboró que el testículo izquierdo había descendido, que estaba permanentemente en el escroto, pero que era más pequeño que el derecho. Larry, desde luego, lo sabía. La autoafirmación constructiva y una cautela compulsiva gradualmente remplazaron las alternantes explosiones de ira destructiva -tales como "volar a toda la familia" con su juego
de química- y de actividades autoagresivas que antaño ha'bían amenazado con convertirlo en un inválido. Su real interés por la ciencia había crecido con firmeza; armó un laboratorio químico en su casa. Ya no se lanzaba impensadamente a nuevas experiencias sino que interponía el juicio antes de embarcarse en un nuevo curso de acción. Ahora jugaba con niños de su misma edad en lugar de hacerlo con niños menores. En sus tareas diarias tomaba ht iniciativa y ya no era un pelele en manos de monstruos terroríficos. Su pulsión agresiva encontró una expresión sublimada en sus actividades: en el colegio pasó a ser capitán del escuadrón de seguridad. En su casa se defendía de la influencia de la madre con obstinada determinación; ya nadie, salvo ella, pensaba que Larry fuera un chico muy difícil de manejar o con el cual costaba mucho llevarse bien.
El caso de ]oe Joe, un niño negro pero de tez plara, alto y grueso, con ras~ gos pubescentes manifiestos, tenía nueve años cuando fue derivado a la clínica por la escuela a causa de su intranquilidad, su jactancia excesiva, sus dificultades de aprendizaje y· sus ensoñaciones diurnas. Se comprobó que era un niño solitario y temeroso; sus actividades habían sido restringidas hasta los seis años por un soplo cardíaco congénito, pero su impulso a la acción venció y se estableció una hipermotilidad incontrolable. La madre, que quería que su hijo fuera suave y de buenos modales, hacía lo posible para sofocar todas las expresiones de autoafirmación masculina que en él surgían. A las dos hermanas mayores les habían enseñado cómo cuidar al pequeño "inválido". El padre estaba decepcionado por la falta de conductas e intereses varoniles de J oe, y aunque daba buen sustento a los suyos no pasaba mucho tiempo en casa y no compartía la vida familiar. Joe llevaba tres año~ de tratamiento cuando su madre mencionó como al descuido su testículo no descendido. Sus robos insignificantes, sus "cuentos", su constante referencia a secretos, su compulsivo balanceo en la silla hasta caerse, se hicieron inteligibles al relacionarlos con su defecto genital. Se decidió centrarse en dos áreas: la disfunción del yo (esto es, la dificultad para leer) y la angustia ligada a su defecto. También se resolvió tratar de conseguir la cooperación del padre, a pesar de los enérgicos intentos de Joe para excluirlo del tratamiento. Las entrevistas que el terapeuta mantuvo con el padre dieron por resultado que este llevara a Joe al médico: el curso del tratamiento le fue explicado al niño. El período de inyecciones que siguió fue angustiante para él. El hecho de que "no
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pasara nada" después de las inyecciones abrió la temida posibilidad de una operación. Joe se negaba a discutir esto, insistía en que lo había hablado con sus hermanas y que no había nada más que decir. Su comportamiento se volvió pastante dañino, casi delictivo, y él estaba lleno de quejas acerca de su instructor especial, quien, según decía, era incapaz de ayudarlo. La inminente operación fue vinculada por Joe con su amigdalotomía. El médico podría encontrar que su testículo no servía, cortarlo y tirarlo. Charló con el terapeuta acerca de su miedo a la esterilidad, en caso de quedar con un solo testículo bueno. Ahora Joe se sentía libre de hacer preguntas sobre ello; a la vez, progresaba en la lectura. Asimismo, su instructor notó en él una creciente habilidad para aprender y períodos de concentración más prolongados. En este momento, Joe introdujo un nuevo tema en su tratamiento, a saber: sus novias. Una repentina oleada de interés lo había llevado al reino de las emociones de la adolescencia temprana. Se jactó ante el terapeuta de que lo sabía todo acerca del sexo. La desconfianza del padre a los médicos y la impotencia de la madre para planear la operación ("Sólo sé cuidar nenas") forzaron al terapeuta a asumir la principal responsabilidad en las tratativas con el cirujano y el hospital. Joe apreció esta ayuda. Sin embargo, por primera vez, en cuanto la operación estuvo planeada, émergió la agresión del niño contra su madre: ella no lo ayudaba, estaba procurando hacer una nena de él; él no iba a tolerar ser tratado de esa manera. Consideró un insulto a su masculinidad que en el hospital lo revisara una médica. Al mismo tiempo, se expresaba su temor a la castración: a menudo se refería a su amigdalotomía recordando cuando "el cuchillo resbaló y le hizo un agujero en la garganta". A medida que se acercaba el momento de la operación, prorrumpió un enorme interés por obtener información sexual. La creciente competencia con su padre, combinada con el usual intento de someterse a su madre, precipitó una aguda lucha en su identificación sexual, que se vio intensificada por la inminente operación. Después que la operación culminara con éxito, el proceso de convalecencia, junto con la restricción impuesta a sus activjdades, puso a Joe angustiado y colérico. Oscilaba entre sus tendencias pasivo-sumisas y agresivo-masculinas. Durante este tiempo, la opinión del médico sirvió como criterio para evaluar de manera realista su condiC'ión. Joe ahora quería aprender a nadar, a jugar a la pelota y a pelear. Expresó su deseo de mejorar en general. Una picazón en la zona genital, que él localizó en los testículos, abrió el debate acerca de la masturbación y de las poluciones nocturnas. Era esencial para el terapeuta, una mujer, ir trasfiriendo gradualmente al padre el
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esclarecimiento sexual, porque la excitación relaCionada con este diálogo promovía una atracción erótica demasiado intensa. Mientras tanto, el padre había empezado a aceptar mejor a su ahora "completo" hijo. El aprendizaje, que había avanzado mucho desde la operación, siguió mejorando. Joe podía hacer sus deberes, iba a la biblioteca, pedía ayuda y opinión al padre en tópicos tales como las contiendas electorales y las huelgas. La lucha por su masculinidad dominaba ahora su vida; la terapia entró en un período prolongado de "reelaboración" [working through], en el cual los afectos liberados debían ser guiados hacia conflictos propios de la fase adolescente, tratando de evitar los extremos del sometimiento o el lanzarse ciegamente a una autoafirmación y rebelión frenéticas.
Epicrisis Críptorquidia e interacción familiar La preeminencia que tenía el defecto genital en la vida psíquica de los tres niños parece ser de orden secundario. Los tres tenían madres que promovían tendencias femeninas, ya sea rechazando la masculinidad en el niño que padecía una imperfección genital (Steven, Larry), ya mostrando una fuerte preferencia por la hija y ofreciendo una recompensa afectiva por un comportamiento pasivo y sumiso (Joe). Los tres dependían de sus madres en términos de las necesidades narcisistas de ellas. Estas necesidades se manifestaban en sus extraordinarias ambiciones, que debían ser realizadas por sus hijos varones (Steven, Larry), o en su desprecio por la sexualidad masculina, considerada destructiva e indeseable, lo cual conducía a la total aceptación del defecto genital en el hijo (Joe). En este último caso, el defecto genital representaba para la madre una ventaja, antes que una calamidad. Ya sea que la madre se centrara en la imperfección por sus propias ambiciones y esperanzas no realizadas (expectativas sobrecompensadoras), ya sea que recibiera con júbilo la afección del hijo, en ambos casos su actitud debía ser considerada como el factor patógeno de primer orden: tenía un influjo castrador. Este efecto se complicaba aún más por la lejanía del padre en la vida de los tres varones. Toda preocupación e iniciativa había sido delegada en sus esposas. El defecto genital del chico engendró en cada padre una desilusión e insatisfacción que se ahondó con el comportamiento temeroso y "poco varonil" del niño. Los tres padres trataron de desligarse de las dificultades
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con las que se topaban sus hijos y fue necesario solicitarles con firmeza que asistieran a la clínica. El hecho de que el padre se convirtiera luego en un colaborador y partidario de la terapia del hijo demostró ser una configuración dinámica esencial en el tratamiento: representó para el niño la aprobación paterna de sus tendencias masculinas .", consecuentemente, facilitó su\ identificación masculina. En tanto estaba expuesto a la actitud materna de desvalorización del padre, el niño sentía que su propia masculinidad sólo era aceptable en los términos en que la planteaba la madre. Los padres respondieron con cooperación y un activo interés al sincero pedido del terapeuta. Huelga decir que sus propias precarias situaciones conyugales los convirtieron en fervientes simpatizantes de la causa de sus hijos, y tuvimos la impresión de que secretamente habían estado esperando una oportunidad para poder hablar y ser escuchados. Forrer (1959), en un informe sobre un chico defectuoso, hizo la misma observación: el padre desvalorizado y excluido resultó ser la figura paterna respetada y amada por el niño. La descripción que la madre del niño hizo de su esposo en el estudio de Forrer se asemejaba a las de nuestro estudio: "Un hombre apagado, no comunicativ:o, irrazonable". En una indagación más de cerca este hombre mostró ser un padre apocado e intimidado, pero idóneo y afectuoso como padre. La distancia emocional que los padres mantenían en su matrimonio se extendía a sus hijos, que se sentían abandonados por ellos y librados a la controladora (castradora) influencia de sus madres. Una típica maniobra de salvación utilizada por dos de los niños frente a este dilema consistió en la idealización del padre o, más bien, en una sumaria desmentida de los sentimientos negativos y despreciativos que el padre most],'aba por su hijo. Una ilusoria imagen del padre, inconmovible por la realidad, servía como ancla en la posición masculina del complejo edípico y sólo podía ser sostenida merced a una visión escotomizada del rol del padre en la .interacción familiar. Joe, emocionalmente abandonado por su padre y presionado por su madre a realizar tareas femeninas, exclamaba con desesperada insistencia: "Mi mente es mi papá". La madre de Larry entró de hecho en una conspiración con su hijo, permitiéndole nadar en aguas peligrosas a pesar de la explícita desa9robación del padre. Consecuentemente, él y su madre compartían un "secreto" que originaba culpa edípic~ y que se hizo notar en el tratamiento como resistencia. Si bien todas las madres se ocupaban del defecto genital, ya sea de manera activa ("hurgando", revisando, yendo de médico en médico) o negativa (ignorándolo, postergando revisaciones, no siguiendo los consejos médicos u olvidándolos,
manteniendo ingenuamente la esperanza de un descenso espontáneo del testículo porque "la bolsa está allí para recibirlo", etc.), era sorprendente notar cómo habían logrado ocultar la afección genital de entrada o la habían sorteado de algún modo para impedir un esclarecimiento definitivo. El insignificante papel que las madres trataban de atribuir a esa afección fue puesto aún más de manifiesto por el obstinado énfasis con que encaraban otros problemas, tales como la dificultad de aprendizaje y la falta de amigos del niño. La consulta era generalmente solicitada por el colegio, ya que sólo por coacción era posible movilizar a las madres a que dieran el paso que demostraría públicamente su propia deficiencia y su incapacidad de modelar al niño de acuerdo con sus deseos. La ambición materna de que el niño fuese un genio, se destacase en los estudios, fuese perfecto y se comportase bien, reflejaba sus propios sentimientos de insuficiencia, enérgicamente desmentidos en el niño mediante el desplazamiento de la falla genital a la esfera de los logros intelectuales y el comportamiento ejemplar. Estos tres niños frustraron las ambiciones de sus madres; la escuela debió llamar la atención de la familia con respecto al fracaso de sus hijos. Las madres conservaron imágenes ilusorias de estos para evitar una derrota narcisista. Ellas albergaban la fantasía de que su dedicación y determinación lograrían el cambio del niño (Forrer, 1959). Tenían una ten.dencia a reacc_iones depresivas en las cuales sus deseos agresivos, vengativos y castradores hacia la figura masculina constituían una parte esencial. El sofocado sadismo de las madres se hizo manifiesto en las demoras injustificadas en lo que concernía a las intervenciones médicas, tales como inyecciones u operaciones. Su temor a que sucediera una desgracia (p.ej., hemorragias en el caso de Steven) las disuadía de apreciar objetivamente una recomendación médica. El deterioro de su capacidad de juicio con relación al niño aparece por doquier, especialmente en materia de salud; ejemplifica esto la mamá de Steven, quien le dice que él tuvo las dos lastimaduras en la boca por besar a una chica; o la mamá de Larry, quien le asegura que sus dolores de cabeza obedecen a que no come bien. En relación con esto, desde luego, merece mencionarse el tratamiento anómalo y engañoso de la afección genital; para no hacer surgir la autoconciencia del niño ni despertar sus sospechas, la madre lo examinaba sin explicaciones o dándole una razón irrelevante; el engaño también aparecía en la falsificación de los hechos, como en el caso de Larry, a quien le dijeron que necesitaba inyecciones para una hernia que él sabía que le había sido corregida a los dos años y medio. Tales opiniones parenb:de~ son expresadas con franca y tenaz convicción, dejando al niflo en la incertidumbre
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Rcerca de la validez de su propia observación, pensamiento y . . . experiencia. . . La forma especial en que el defecto gemtal es perc1b1~0 y Vlvido por los padres, especialmente por la madre, atestigua la preocupación del niño por sus testículos. El perp~~ador del daño corporal es identificado en la mente del mno con la madre. Su posesividad castradora y el pasivo retraimiento del padre constituyen ambos una matriz de interacción familiar en la que la criptorquidia da origen a un típico cuadro somático. La actitud de los padres, en conjunción con la propia observación del niño de su anormalidad anatómica, llevan a un esquema corporal (o imagen corporal) alrededor del cual se elabora cualquier deterioro psíquico existente. Se encontró que la imagen corporal defectuosa era la responsable de aspectos específicos de la patología en cada caso.
La experiencia prototipica (trauma)
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En la vida de los tres niños había tenido lugar una operación traumática. Este trauma fue subsiguientemente vinculado con el defecto genital y con cualquier intervención médi.ca que ocurriera tarde o temprano. Las fantasías y las tendenc1as pulsionales que habían convertido a la primera operación (hernioplastia o amigdalotomía) en un hecho traumático quedaron adheridas, por un proceso de sustitución directa:, a la realidad genital. En el caso de Steven, podemos reconocer en el complejo testicular una suma de experiencias que datan de varios períodos de su vida. Su efecto acumulado aparece en forma condensada en sus producciones lúdicas. La primera operación (hidrocele) comprometió el escroto. La culpa que sentía la madre y su convicción de que ella había causado el "tumo~" hicieron 9:ue estuviera especialmente atenta a la región gemtal de su hlJO y a la marcha torpe presumiblemente asociada a esta. . Esta marcha continuó hasta que se efectuó la operac1ón del testículo. Otra angustia por daño corporal (temor a la ~astra ción) se vinculó con el defecto genital y e~contró expres.lón en el juego del doctor, cuando Steven anunctó que sus pacientesmuñecos debían ser operados en razón de su "tiesura". Steven, el doctor, postergó varias veces la operación; cuando finalmente la ejecutó, varios de sus pacientes murieron. . . Con relación a esto, no deben pasarse por alto m subesti~ar se las consecuencias de las inyecciones de hormonas a los s1ete años. El repentino surgimiento de estimulación sexual ~ausó una inundación de presiones instintivas en el yo, y se mamfestó en sensaciones genitales (erecciones) y en sentimientos eróticos
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(besar mujeres). En este preciso momento de aumento de las urgencias sexuales, se le efectuó una amigdalotomía que dejó una impresión duradera y terrorífica en el niño, debido a dos hemorragias posteriores que requirieron hospitalización. El temor a los médicos y operaciones, así como a la muerte, permaneció en Steven de ahí en más; los tres temores encontraban elocuente expresión en el juego del doctor. Además, él atribuía la muerte del abuelo a la torpeza del cirujano ("el cuchillo resbaló") o a un sangrar incontrolable, a una hemorragia, a "úlceras sangrantes". Su temor a la castración se vio confirmado por su negación, expresada en el aserto de que la operación de su abuelo (prostatotomía) "de ninguna manera había sido en el sistema de las piernas". Es interesante notar que Steven culpó de la muerte de sus pacientes-muñecos a la enfermera, que era torpe. En esta acusación daba voz a lo gue ya he mencionado, esto es, que la madre arcaica era considerada responsable de la "muerte genital" (castración). En el caso de Joe, la amigdalotomía a la edad de cuatro años dejó en él una impresión indeleble; el recuerdo de esta operación, con las típicas distorsiones infantiles, era para él ~n modelo de la: inminente orquidopexia. El testículo sería extirpado como las amígdalas y desechado si se encontraba que no servía. Joe seguía convencido de que el médico le había "hecho un agujero en la garganta"; él esperaba que este órgano fantasma, producto del ·:deseo de castración", se hiciera realidad con la orquidopexia; es decir, fantaseaba que la operación lo haría mujer. En el caso de Larry, la hernioplastia a los dos años y medio actuó como experiencia prototípica, en la que el ataque a sus ojos (luz intensa) se ligó a la angustia por daño corporal como represalia por sus incontrolables ataques de ira contra su madre. Su ritual dolor de cabeza preservó este trauma, que él trataba de dominar a través de la repetición, hasta que finalmente cedió a los efectos combinados de la intelección de sus impulsos agresivos, por una parte, y el logro de la integridad · genital, por la otra. Podemos mencionar aquí el caso de un niño de doce años que tenía una larga historia de exámenes médicos porque "un testículo era más chico que el otro". La psicoterapia estuvo estancada por un tiempo extremadamente largo, a causa de la persistente súplica de los padres para que la afección del testículo no fuera discutida con el niño, dado que esto sólo lo tornaría "cohibido" y 'agregaría una afrenta al daño. El comportamiento sintomático del niño, tal como caminar "a ciegas" (esto es, con los ojos cerrados) para comprobar si así podía lastimarse, señalaba claramente el "síndrome del testículo" aquí descrito. Esto hizo imperativo que la afección física pasara al foco del
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conocimiento y la conciencia, a través de una evaluación médica. Después de esa revisación médica·, pedida y concertada por la clínica, se estableció que un testículo estaba atrofiado. Cuando el terapeuta charló sobre el examen médico y sus resultados con el niño, este insistió en que el doctor no púdo haberle encontrado nada. Confrontado con los hechos, admitió lener conocimiento de su afección testicular, a la cual él le había dado un carácter impreciso e irreal por "no haberse tocado (investigado) durante varios años". Después, significativamente, cambió de tema y pasó a hablar acerca de su amigdalotomía. Muy pronto se puso de manifiesto que su conocimiento de los genitales masculinos y femeninos estaba contenido en un conjunto de imágenes bisexuales distorsionadas. Sólo después que su cuerpo hubo logrado, a través del dictamen médico, un estado de estructura definida -en este caso, un deterioro genital permanente- fue posible hacer frente a las l.mplicaciones psicológicas de la realidad corporal. Las divers~s comprensiones focales esbozadas representaban una fusión del trauma de la temprana operación con subsiguientes organizaciones pulsionales. Cualquier amenaza a la integridad corporal reactivaba el trauma original con una modalidad específica de la fase. Por reproyección, el niño vivenciaba el peligro actual en términos del suceso traumático del pasado. Esto podría parafrasearse de la siguiente manera: "Lo que yo pensé que me ocurrió, ahora seguramente se va a repetir". Ilustra este razonamiento la equivalencia que establece Joe entre amígdalas y testículos, su creencia de que el testículo sería desechado como lo fueron las amígdalas, y, por último (aunque no por eso menos importante), el hecho de haber vivido la primera operación como una castración. Estas connotaciones de las intervenciones quirúrgicas efectuadas durante la niñez son bien conocidas y han sido descritas por Anna Freud (1952b), Jessner et al. (1952) y otros. En los tres casos, resultó claro que el defecto genital servía como "experiencia organizadora" que subordinaba el trauma temprano, así como todas las posteriores angustias por daño corporal específicas de cada fase, a la persistente deficiencia genital. Más adelante veremos cómo influyó esta afección en la formación de la imagen corporal. El hecho de que la incompleción genital hubiera existido desde que se guardaba memoria y a la vez su resultado final permaneciera incierto, y, más aún, el que la corrección quirúrgica fuese durante años un proyecto secreto, necesariamente mantuvo vivo el trauma de la primera operación, en términos de específicas, primitivas concepciones erróneas y distorsiones. La angustia por daño corporal se convirtió en un afecto crónico, cuyo dominio se trataba de lograr por varios caminos. Obviamente, el
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una operación temprana no es una experiencia obhgatona en casos de criptorquidia para que se produzcan perturbaciones similares a las aquí descritas. Sin embargo 1 encontraremos que la traumática angustia por daño corporal (relacionada con la pérdida de una parte del cuerpo, como en el apre~dizaje es~interiano o en las fantasías de castración), que en cucunstanc1as normales es poco a poco dominada, permanece en estado "libre", debido a la persistencia del defecto genital al cual se }:lalla vinculada. El carácter concreto de este defecto, junto con la incertidumbre en cuanto a su modificación no permite la solución radical del problema -ni de problem~ alguno-. Por lo tanto, es característico de la criptorquidia qu~, ?or su misma naturaleza, evite una integración psíquica def1mda del defecto y, en lugar de ello, favorezca el mantenimiento de las defensas en estado fluido. Se vio que estas cedían con bastante facilidad bajo el influjo de una reparación física definitiva, y eran remplazadas por defensas más estables y por un comportamiento adaptativo.
Imagen corporal y deterioro del yo . Conocem.os muy bien el hecho de que la claridad y la estabilidad de la 1m a gen corporal ejercen una influencia esencial en el desar.rollo .Y l.a es~ructura .de la autonomía secundaria del yo. Toda distorsión sena de la Imagen corporal se va a manifestar en algún deterioro específico del yo. La experiencia nos dice que algunas funciones componentes del yo poseen mayor resistencia al deterioro que otras. En los casos de defecto corporal, la elección de las medidaS defensivas, así como la elaboración de las fantasías reparatorias, es influida por la naturaleza del defecto y por su ubica~ ción física. La distinción entre el interior y el exterior del cuer~ po no se aplica claramente a la criptorquidia. El defecto es palpable y observable, pero no está expuesto a la vista de todos; a la vez, no es definitivo sino reparable. Estos factores determinan en gran medida el concepto que el niño desarrolla de su imperfección genital. La afección física, debido a su naturaleza irresuelta e impredecible, se presta para la absorción de conflictos emocionales específicos y de la angustia de daño corporal, que cumplen un papel relativamente pasajero en el desarrollo de todo niño varón. La imperfección genital desempeñó desde muy temprano un papel prominente en la vida de los tres niños a que nos hemos referido. Más adelante se convirtió en el foco de comparación con otros varones, afectando su sentido de la identidad y generando incompatibilidad social y mala adaptación. El no te-
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ner amigos y el no saber hacerlos era igualmente evidente en los tres casos. Para gratificar su hambre social; Steven se acercó a niñas pequeñas, Larry a un niño menor inmaduro y Joe a semidelincuentes. El surgimiento de relaciones sociales más adecuadas fue notorio en los tres casos al terminar el tratamiento. Los deterioros yoicos más marcados en estos tres casos se manifestaban como perturbaciones en el aprendizaje, la memoria, el pensamiento y la percepción del espacio y el tiempo; esas perturbaciones pueden ser ligadas a la incongruente actitud de la madre, que prohibía tácitamente al niño reconocer con claridad su defecto físico y pensar de manera racional acerca de él. Además, estos deterioros se debían a una imagen corporal defectuosa que había permanecido sin desarrollar, reteniendo sus cualidades primitivas de vaguedad, indefinición e incompleción; en cierto modo, no había sido nunca unificada totalmente. Con respecto a este punto son pertinentes las observaciones de Peto (1959): "El simbolismo en el sueño y el folklore indica que el encontrar y evaluar la realidad externa está determinado en gran medida por el reencuentro con el propio cuerpo en el ambiente. De esta manera, la imagen corporal es de importancia decisiva para «asir» el mundo que nos rodea. Las particularidades de la propia imagen corporal pueden causar que el mundo sea concebido de un modo distinto de como lo visualizan los seres humanos corrientes" (pág. 413). El concepto de tiempo cumplía una función especial en estos casos, porque "sólo el tiempo dirá" qué forma asumirá finalmente el cuerpo, esto es, el genital. La estrecha conexión entre la percepción espacial, la conceptualización espacial y la experiencia del cuerpo no requiere extensas puntualizaciones. Siempre que la formación de la imagen corporal se ve estorbada, continúa persistiendo un concepto primitivo del espacio, análogo a la forma del cuerpo, a pesar de que otras funciones yoicas hayan progresado normalmente. Werner (1940), refiriéndose a la formación del concepto del espacio, comenta lo siguiente: "Los términos primitivos utilizados para las relaciones espaciales sugieren que el cuerpo mismo, con sus «dimensiones personales» [Stern] de arriba-abajo, adelante-atrás y derecha-izquierda, es la fuente de un sistema psicofísico de coordenadas. Por lo tanto, se puede inferir que el espacio objetivo ha evolucionado gradualmente a partir de esta orientación primitiva" (págs. 167-68). La masiva influencia de la disgregación de la imagen corporal fue bien resumida en la afirmación de Steven: "Ellos [sus pacientes-muñecos] no pueden ver, oír o pensar hasta que haya pasado la operación". Podríamos parafrasear esto diciendo que la confiabilidad de los perceptores de distancia y su utilidad
para los procesos cognitivos sólo puede obtenerse después de aicanzar el cuerpo su forma completa y definitiva. Las consecuencias de esto en cuanto al examen de realidad y el sentido de realidad son evidentes. Por el momento, Steven, así como los demás niños, se refugió en realizaciones ilusorias, engrandecimientos, fanfarronerías y fantasías de tener poderes mágicos. Estas defensas le permitían un continuo reabastecimiento narcisista. Más adelante me detendré a explicar cómo fueron superados los deterioros del yo cuando al fin quedó establecida la integridad genital. Steven, quien se sentía fácilmente afrentado por las críticas, hizo uso de todas las antedichas defensas para evitar un daño narcisista. Se consideraba una "persona mágica" que podía hacer sonreír a todas las demás sonriéndoles él. De esta manera quitaba a la gente su peligrosa agresividad potencial. Consecuentemente, Steven tenía una deficiente comprensión de las situaciones sociales y era completamente incapaz de reconocer en otros niños los motivos precisos de sus respectivas acciones. Aquí podemos ver la influencia de la madre, quien mantenía un concepto distorsionado e idealizado de su niño y fácilmente falsificaba la realidad para protegerlo. En tanto desmentía la imperfección física de Steven; la madre dedicaba todas sus energías a corregirla a través de la magia. Abandonó su trabajo y se dedicó por entero al cuidado del niño. La desmentida de la madre pasó a constituir la imagen errónea que el niño tuvo de sí mismo. Notamos que Steven, a pesar de su "predisposición a sonreír", estaba preocupado por el tiempo y por la muerte. En estos temores reconocemos la atormentadora espera hasta lograr la certeza genital, así como un temor a la "muerte genital" enraizado en el aún incierto estado de castración. En sus primeros dibujos de figuras, Steven ponía: cinco dedos a la madre y a la nena en cada mano, mientras que dibujaba al varón sin dedos. "El nene -decía- está agarrado de la mano de su padre". De esta manera, su déficit corporal era anulado, convirtiéndose a sí mismo en parte de una persona completa y poderosa. Tanto Larry como Joe presentaban perturbaciones en el aprendizaje, seriamente agravadas en Joe por una obstinada incapacidad para la lectura. Las realizaciones ilusorias y las mentiras acerca de las calificaciones escolares aparecían de nuevo como elementos negadores de sus deficiencias en los estudios. Su olvido (es decir, sus perturbaciones de la memoria) oponían un serio obstáculo para brindarle clases especiales que solucionasen el problema de la lectura. Se apreció un decisivo vuelco favorable cuando tanto la atención médica como la psicoterapéutica se ct:ntraron en la afección física, su corrección } la angustia por daño corporal en general.
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La reparación y la maduración de las funciones del yo, así como su evidencia clínica, serán examinadas más adelante. Los cambios en la imagen corporal se pudierdn observar indirectamente a través de los tests psicológicos. La f1gura masculina trazada por Steven en el segundo test posterior a la operación era grande, maciza y tenía cinco dedos. El árbol de Larry, que primero tenía un agujero en el centro del tronco, más adelante tuvo un contorno simple y claro, sin rasgos aberrantes. Se podrían dar múltiples ejemplos del material de test. Baste dec~r que el segundo test ofreció abundantes pruebas de un cambiO en la imagen corporal (concepto de sí mismo), permitiendo así concluir que la distorsionada, vaga e incompleta imagen corporal ejercía una influencia patológica en el ,des~rrollo del yo. Los deterioros del yo fueron tratados por algun tiempo, de manera errónea, como si únicamente fuesen el resultado de conflictos endopsíquicos. Cuando se los abordó a través de la imagen corporal, su enmienda y completamiento -es decir, cuando a la realidad física (genital) se le otorgó una estructura definitiva-, finalmente se logró la deseada modificación en las funciones yoicas. El material clínico ilustra la estrecha relación entre la experiencia corporal, la percepción del cuerpo, la imagen corporal y las funciones yoicas.
En los tres niños era conspicua la hipermotilidad. Su relación con los daños autoinfligidos pudo comprobarse constantemente dentro y fuera del consultorio. En estos casos, la hipermotilidad constituía una forma compleja de comportamiento, en la cual la presión de las mociones pulsionales, la angustia y los mecanismos de defensa estaban estrechamente organizados. Su movimiento hiperactivo, sin rumbo y errátil, tenía el carácter de una búsqueda ansiosa y frenética, que a veces invitaba al peligro y ocasionaba accidentes. La tendencia a dañarse, llamada "propensión a los accidentes", revelaba que el niño concebía el defecto genital como el resultado de un acto de agresión, de un ataque destructivo contra su cuerpo (castración). La identificación con el agresor, es decir, con la madre, promovía una identificación femenina y tornaba la pasiva sumisión en ejecución activa. De esta manera, el niño se trasformaba en víctima de su propia agresión. Es difícil decir en qué medida la propensión a los accidentes o el compulsivo jugar con el peligro físico se debían a pasivos deseos masoquistas de castración o a la evitación de la mortificación narcisista. Esta evitación puede ser parafraseada diciendo que es mejor no ser varón en absoluto que ser medio va-
ron. Luego veremos cómo era identificada inconcienternente la afección física con la feminidad. La sumisión masoquista a la identidad femenina encontró expresión en muchos actos castradores, con consecuencias de mayor o menor seriedad. El sentido de incompleción y castración era visible, palpable y permanentemente ligado con la condición corporal; por otra parte, la idea de una operación se había vinculado estrechamente a él. Ambos factores contribuían a la notable concreción con que eran representados y ejecutados el temor y los deseos de daño corporal. El complejo del daño corporal se mantuvo vivo por el destino indeciso del testículo, condición que fomentaba relaciones ambivalentes, operaba contra la instauración de identificaciones estables y ocasionaba una fluida representación del self, particularmente en lo relativo a aspectos de la identidad sexual (fálica versus castrada). La ambivalencia de las tendencias pulsionales en conjunción con las maniobras defensivas parecían moverse a lo largo de un camino circular cuyas estaciones nodales estuvieran rotuladas de la siguiente manera: (Conciente:) Nada me puede pasar-Tengo a todo el mundo bajo control-Lo sé todo. (Inconciente:) No soy un varón-Nunca seré varón-Me voy a hacer nena-Merezco ser castrado-Voy a atacar a otros-Renunciar a una parte del cuerpo trae alivio y placer-Quiero la castración. La propensión a los accidentes, tal co~o fue observada en estos casos, ilustra la sustitución del órgano genital, más particularmente el testículo, por todo el cuerpo. Este principio del totum pro parte o equiparación del cuerpo con el falo está bien expresado en el juego de Steven, en el cual los pacientes tienen que ser sometidos a una operación por su "tiesura". El principio del totum pro pcrte recibía masivo apoyo de la actitud de la madre, quien habitualmente consideraba al "niño total" como representación de su órgano defectuoso y centraba sus esfuerzos en la rectificación del defecto genital en términos de perfecciones sustitutivas, tal como un excelente rendimiento escolar. También se hizo manifiesto el desplazamiento de abajo hacia arriba; en conexión con esto, es digno de nota el papel del globo ocular como órgano sustitutivo del testículo. Esta sustitución es conocida a partir de la mitología y del análisis. Un tic de parpadeQ en un niño de once años, acerca del cual informa Fraiberg (1960), pudo reconducirse al temor de sufrir un daño en sus testículos. En la mitología, el rey Edipo se arrancó los ojos como castración simbólica para expiar su crimen incestuoso. El ojo se vio involucrado en los tres casos, más prominentemente en el de Larry, que se autoinfligió su pérdida. Tiendo a atribuir el accidente de Larry a una formación de compromiso, consistente en el sacrificio de una parte del cuer-
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Propensión q los accidentes: la renuncia masoquista· 1
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po, el ojo, para salvaguardar el testículo faltan te y, además, para llevar a cabo el daño buscado por medio de una sumisión activa en vez de aguardar el esperado ataque de la "mujer monstruo". La descripción que hizo el niño del accidente revela claramente la parálisis motora de una excitación masoquista en el mismo momento en que el palo venía volando hacia el ojo. El temor por su "ojo bueno" repetía el temor original por su "testículo bueno". Ambos temores se apaciguaron con la corrección del defecto genital. Larry fue el niño que más enérgicamente luchó contra la renuncia masoquista; es verdad que, de todos, él fue quien se autoinfligió más daño, pero también el que mostró, no obstante, la más sorprendente recuperación. La propensión a los accidentes está íntimamente ligada a las vicisitudes de la pulsión agresiva, a la erotización del daño y a la necesidad de castigo físico como un alivio de los sentimientos de culpa. El genital defectuoso pasó a ser asociado casi automáticamente con culpa sexual, ya que los tres niños habían progresado hasta alcanzar una posición relativamente firme en el nivel edípicq. La descarga de la pulsión agresiva estaba restringida a la hiperactividad, las manifestaciones contrafóbicas y el autodaño. En el curso de la terapia se hizo manifiesta la intensidad y primitivismo de la agresión. Desde luego, el asiento de la ~nergía explosiva, destructiva y vengativa fue localizado en el testículo. Reconocemos esto en la dinamita escondida del juego de Steven, o en los experimentos químicos de Larry destinados a hacer volar la casa. Tales expresiones de desenfrenadas fantasías agresivas dieron lugar con el tiempo a adaptaciones aloplásticasrcuando se tuvo acceso a la energía neutralizada. Larry ,. por ejemplo, superó su propensión a los accidentes asumiendo la tarea de proteger a los otros de los peligros: pasó a ser capitán del escuadrón de seguridad de su colegio. Los otros niños no mostraron signos de un jugar compulsivo con peÍigros físicos d~pués que el· defecto genital hubo si~o corregido. La compulsión de repetición sufrió un cortocircuito por un cambio anatómico que facilitó alteraciones yoicas de una especie más compleja. Ellas se hicieron reconocibles en modificaciones caracterológicas y en el desarrollo de especiales intereses e inclinaciones realistas. Acciones sintomáticas y símbolos orgánicos El defecto anatómico de un testículo no descendido favorece la expresión de la afección a través de comportamientos sustitutixos o de objetos simbólicos, en un esfuerzo por dominar la angustia. La naturaleza concreta, directa y simbólica del juego y del comportamiento. es puesta notablemente de manifiesto
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en la casuística. El carácter primitivo del pensamiento implícito en este tipo de dominio no deja lugar a dudas en cuanto a que la provisoriedad inferida y vagamente candente del defecto genital impedía una integración a través de procesos psíquicos más complejos, de los cuales los tres niñós eran incuestionablemente capaces. Werner (1940) señaló que "la estructura del pensamiento primitivo está determinada concretamente, por cuanto tiene una tendencia a la configuración figura!, y está determinada emocionalmente, por cuanto reúne lo que está afectivamente relacionado" (pág. 302). La casuística indica que los aspectos de "cantidad" y "tamaño" estaban equiparados a todas luces con el poder, la potencia y la masculinidad. Así lo expresó otro niño: "Si tengo dos testículos, puedo tener el doble de hijos". Los frecuentes accidentes representaban acciones sintomáticas, para las cuales cada niño daba una explicación circunstancial, pero que obviamente constituían conductas de reaseguramiento merced a la repetida confirmación de que no se había producido ningún daño fatal. Ya ha sido mencionado que el testículo se constituye en el asiento de las fuerzas agresivas y destructivas. Además, pÓdemos reconocer esta idea en la desvalorización defensiva de los testículos, cuyos portadores son hombres que provocan miedo. Este intento de atenuar la angustia de castración está bien expresado en ~a marcha que cantaban los soldados británicos que cayeron prisioneros de los japoneses, durante la Segunda Guerra Mundial, en la jungla de Birmania: "Hitler tiene una sola pelota grande, Goering tiene dos que son chicas Himmler las tiene parecidas, pero el pequeño Goebbels no tien'e nada" 1 El insaciable interés de Joe por averiguar el contenido de los cajones, su correr por los pasillos de la clínica para ver si alguien lo podía detener; la curiosidad de Steven acerca de los secretos y su uso del número tres (genital masculino) en los juegos agresivos: todos estos incidentes ilustran en forma desplazada la naturaleza común de su preocupación. La representación concreta de los testículos por medio de objetos es digna de atención, en la medida en que es algo desacorde con la edad y la inteligencia de los tres niños. Resulta casi ridícula por su simplicidad y franqueza la representación simbólica de Joe, quien roba una pelota del consultorio sólo para devolverla una vez que ha pasado con éxito la operación. Lo mismo vale para el museo de Steven, donde exhibía a todo el mundo dos preciosas bolitas después que una operación exitosa hu1 La melod1a de esta marcha se puede escuchar en la banda de sonido de la película El puente sobre el río Kwaí, aunque, por supuesto, la letra fue modificada para la presentación de la escena histórica ante el público.
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bo colocado su testículo en una posición en que por fin era visible para todos. También formó dos bolitas con arcilla durante la sesión siguiente a la operación; dijo que haría dos pelotas más cada semana y que quería que el terapeuta se las guardase. Nos viene a la memoria el "banco de ojos" (de bolas) al que alu. dió Larry. El testículo es, además, identificado con otros órganos por desplazamiento. Consecuentemente, estos asumen atributos Y significados que los convierten en sustitutos adecuado~ de los testículos. En conexión con esto, podemos hablar de s1mbolos orgánicos. Los más destacados órganos sustitutivos de los testículos son los siguientes: ojos, amígdalas, pecho materno Yfeto. (Véase más abajo su relación con la bisexualidad.) La adecuación de estos órganos para cumplir esa función sustitutiva se debe tanto a su ubicación simétrica como a la historia de iUS operaciones y a la relación ?on las pulsiones par~iales .. Uno obtiene la impresión de que la imperfe?c1ón ge?It~l se presta a su expresión directa, concreta, simbóhca (sustitutiva) a través de objetos del mundo exterior y, ad~~ás, al uso de t~ do el cuerpo 0 de partes de él para el dommw de la -angustia que genera el defecto anatómico.
La identidad bisexual
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Su defectuosa condición genital era percibida por los tres niños como castración, esto es, como feminidad. En estos casos de criptorquidia no observamos una genuina identificación femenina· más bien reconocemos en la imagen de sí un acomodamiento de tend~ncias pasivas femeninas a una realidad física genital. Las tendencias pasivas recibieron. un p~deroso auxilio del trauma operatorio y una incesante eshmulac1ón por la criptorquidia misma. En este sentid?. son pert~nentes las observaciones de Anna Freud (1952b): Al estudiar los efectos posteriores de operaciones de la infancia en el análisis de pacientes adultos, encontramos que no es el temor a la castra.ció~ sino el femenino deseo de castración en el niño varón el pnnclpal responsable de los serios trastornos o lns permanentes :a~ bios de carácter posoperatorios" (pág. 75). A esto cabe an_adn el hallazgo de que en el caso de la criptorqt~idia, por la re~hdad misma del defecto genital, el deseo femenmo de castración n~ avanzó hacia un estado de representación integrada del self, sino que permaneció vinculado al órgano genital en su realida? física. Por lo tanto, las tendencias femeninas se fueron organ~ zando alrededor del defecto orgánico y quedaron en una situación de inestabilidad dada la implícita reversibilidad de la afección. La resultante identidad bisexual se hizo manifiesta en
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las producciones lúdicas, las fantaSías, la conducta trasferencia! y los tests proyectivos. La confusión de la identidad sexual impedía el desarrollo de cualquier concepto claro acerca del genital masculino o femenino. Una imagen egomórfica de naturaleza hermafrodita pasó a ser el esquema corporal universal. Joe expresó esta confusión diciendo: "¿Quiere decir que yo tengo algo que otros niños no tienen, o no tengo algo que otros niños sí tienen?". Se encontró que tener un testículo era idéntico a ser medio hombre y medio mujer, a la esterilidad o a la feminidad en general. Steven le mostró al terapeuta sus muñecos-pacientes con estas palabras: "Míralos, no parecen nada". Esto expresa mejor que cualquier otra cosa el sentido del self con el cual Steven tenía que lidiar. En tal dilema, 'una operación era querida y temida; para recuperar el perdido tesoro (el testículo), otro órgano (es decir, el pene) tal vez debería ser sacrificado. En la sobrevalorización de la parte corporal faltante reconocemos un desbordamiento de investiduras del pene al testículo. La angustia por la operación fue evitada mediante identificación, asumiendo un rol activo frente al terapeuta. Larry pidió a su terapeuta varón que fuera su alumno mientras él mismo era la maestra. La misma inversión de roles notamos en Steven, quien era el cirujano mientras su terapeuta era su enfermera. Cuando la operación era inminente, él se sentó en la silla de su terapeuta mujer y dijo: "Yo quiero ser tú y que tú' seas yo". "Si no es posible que los· hombres se hagan mujeres, ¿por qué no hay sólo hombres?", inquiría Steven. Entonces, podemos agregar, la castración sería eliminada de una vez por todas. Con su lógica propia, Steven concluía que en ese caso los hombres tenían que hacer los bebés para que el mundo siguiera andando. No había, después de todo, una manera de librarse de la existencia de dos sexos. Esto nos lleva a equiparar la liberación del testículo (la or· quidopexia) y el dar a luz. El testículo en el abdomen era igualado al feto. Steven pensaba que le llevaba veintiún días al bebé crecer en la panza, exactamente el tiempo que él tenía que esperar para que lo operaran. La figura de una mujer dibujada por Joe mostraba dos pelotas en la región abdominal; cuando, por sugerencia del examinador, este dibujo fue repetido, las pelotas se fueron desplazando hacia arriba en cada dibujo consecutivo hasta alcanzar la ubicación exacta de los pechos. La asociación del testículo faltante con el órgano femenino, el pecho, sólo sirve para destacar, una vez más, la identidad bisexual que hemos encontrado como característica de los casos de criptorquidia. No fue una sorpresa, entonces, comprobar que la orquidopexia provocaba un estado de expectativa dual: o lograr la mas-
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dad ~?e d~~ron orige~ a,,a angustia y alteraron su equilibrio narcisista. ~r ';ma mña ~mnca fue lo suficientemente apoyado por una.fiJ~Ción pregemtal pulsional o yoica como para evitar un movimiento de progreso de la libido; sin embargo, la intolerable afección genital, junto con la dependencia de una ~adre castradora, proveía tendencias femeninas en un flujo mcesante. La perseverancia de la imagen corporal femenina y la defensa de creerse castrado (renuncia a una parte del cuerpo) estaban directamente relacionadas con una realidad corporal más ~ue con una or~anización pulsional y yoica psicológicamen~e mtegrada. La Identidad bisexual reflejaba una realidad física; consecuentemente, un cambio en la realidad física llevó a su término el provisional estado de seudobisexualidad. La restauración de la integridad genital dio a la sexualidad ~asculina un empuje decisivo. La dominante cualidad de esta mequívoca masculinidad recientemente adquirida generaba empero dudas respecto de un resultado totalmente victorioso. Volveremos sobre este asunto más adelante.
culinidad o entrentarse con una castración total. En verdad, existía una cierta confusión con respecto a la realización simultánea de ambas. Esto se manifiesta, por ejemplo, en la idea de Steven de que el testículo sería empujado desde el "estómago" al pene; el haber logrado dos testículos externos habría anulado así el uso del pene para orinar, necesitándose otro orificio para esta función. Tales perturbadoras admisiones eran rápidamente extinguidas por medio.de fantasías de engrandecimiento, hasta que el recurso a la castración pasaba otra vez a primer plano. Estos cambios dieron por resultado un crónico estado de indecisión y de fluctuante identidad sexual. Fineman (1959) informó acerca de observaciones similares en un niño de cinco años y medio. con ui1 defecto genitourinario congénito: "El primer intento de presentarle su real afección [atrofia de la vejiga], a pesar de ser suavizado por la afirmación adicional de que podía hacer todo lo que hacían los otros varones, fue enfrentado por él con ~nsiderable angustia, que espontáneamente puso bajo control jugando a ser la mamá y a cocinar" (pág. 116). La aceptación de ser un varón tomó priqiero una forma exagerada, a saber, "fantasías de ser un cazador poderoso que mataba leones y tigres con la escopeta del padre o del abuelo". El sentido bisexual de la identidad que observamos en los tres casos presenta algunos problemas teóricos con respecto a la identificación y a la fijación de las pulsiones. Ninguno de los tres niños se comportaba, estrictame:Qte hablando, de manera afeminada o como "nena". Sin embargo, carecían de afirmación masculina y de empeños activos, y huían de la competencia con sus pares del mismo sexo. Todos respondieron positivamente a un cambio de actitud en el padre, cuando este se mostró más interesado en ellos y reconoció que su propia influencia era muy importante para encaminar al hijo hacia una posición más masculina. Después que el padre hubo rescatado al hijo de la madre castradora, después que se hubo enorgU.llecido por las tendencias masculinas de su hijo, surgio una competencia edípica que fue resuelta mediante la identificación con el padre. Ninguno de los tres niños se ofrecía como' un oi?jeto de amor pasivo, seg\ín se habría podido esperar de las tendencias emocionales prevalecientes. La huida hacia una posición femenina, es decir' castrada, no se apoyaba en una fijación pulsional ni en una identificación femenina estable. Sin duda, estas tendencias -existían, como existen generalmente en todo niño varón, pero nunca evolucionaron hacia una orientación homosexual pasiva. La defensa que consiste en creerse castrado es análoga a la desmentida, en cuanto el niño niega el defecto genital mediante una remoción radical de los últimos vestigios de masculini-
S~guimos con interés y sorpresa los efectos de la compleción gemtal que ac~baba de adquirirse. Ante todo, la rapidez y el alc~ce de la maduración yoica que acompañó a la nueva realidad corporal nos hizo recapacitar en el siguiente hecho: el cambio anatómico debe ser considerado el promotor de un ímpetu específico para el cambio yoico. La influencia de la nueva realidad corporal fue tan contundente e inmediata que planteó .interr.oga~t~ .con respecto a los correspondientes procesos psiCológiCos IlllCiados por la terapia, de una parte, y por la trasformación anatómica, de la otra. No cabe la menor duda de que la psicoterapia preparó el campo anímico para que la integrid~d genital hundiera raíces o provocara un nuevo sentido de realidad, pero debe concederse que el cambio físico fue una c?ntrib?ción igual.mente importante hacia la mejora del funciOnamiento psíqmco. Los cambios más notables ocurrieron en las áreas del aprendizaje, los procesos cognitivos la elaboración de.intereses .adec?ados a la edad, la adaptaciÓn social y la formación de la Identidad masculina. Ya han sido descritos los deterioros yoicos que afectaban todas estas áreas. En primer lugar, recordemos que existía en los tres casos una tácita prohibición parental con respecto' al reconocimient¿ de la afección genital y a la reflexión en torno de ella. En el caso de Steven, el desinterés de la madre, su desmentida fue proyectada al niño ("No se preocup~. no sabe nada"), e i~pidió su
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La ubicación de los tesUculos en el escroto Y su influencia en los procesos de integración
desarrollo yoico, especialmente el de su examen de realidad. Consecuentemente. el niño vivía en un estada de .confusión, sin saber qué era lo relll; le resultaba imposible decir si lo real era lo que él percibía, o lo que su madre quería que supiese. Esta global confusión perceptual fue neutralizada en el tratamiento cuando se le levantó el "velo de la visión crepuscular" y se le restauró un sentido de realidad. En el test psicológico este cambio apareció corno una "diferente visión del mundo". Steven ya había predicho en su juego que después de la operación, si esta tenia éxito, sus pacientes "serian otra vez ellos mismos; todo depende de la operación'•. Es interesante notar que tanto él corno los otros niños esperaban una vuelta a un estado genital que debió de haber existido alguna vez, por así decir, en la prehistoria. Esperaban recibir lo que siempre había sido de ellos. Steven investigaba afanosamente su recién adquirido testículo y describía con claridad sus sensaciones físicas relacionadas con la ubicación de aquel en el escroto. Antes de la intervención dijo que siempre se había sentido confuso. Decididamente, el estado interino había llegado a su fin: "Una vez que pasó, pasó". Después de la restauración, la maduración emocional e intelectual de Steven pegó un salto considerable hacia adelante. El niño de rasgos infantiles, reconcentrado en sí mismo, se dedicó cada vez más a las tareas escolares, la lectura, los boy scouts, los amigos, las lecciones de piano, el ajedrez, etc. Tornando en consideración todos los fuerzos psicoterapéo.ticos, extrajo un singular provecho del cambio corporal mismo. Antes de ese cambio, nada había sido definitivo ni completo. Larry y Joe estaban ambos retrasados en la lectura y, por consiguiente, tenían serias desventajas en la escuela. Por añadidura, Steven casi no leía cuando empezó el tratamiento. Esta situación mejoró notablemente al poco tiempo de la restauración genital y aun muy pronto después de la operación. En Larry fue notorio también un progreso en su percepción espacial. El divagar mentalmente sin rumbo por las películas de terror y el uso destructivo de la q,uirnica cedieron el lugar a un genuino interés por la ciencia. Su búsqueda de accidentes se tornó en prevención de accidentes. Su 8egunda serie de tests psicológicos mostró increíbles cambios: el grave deterioro del yo, que había originado la sospecha de un funcionamiento borderline, ya no aparecía. Su .imagen corporal había cambiado de manera radical: la figura masculina, antes dibujada con trazos borroneados y formas vagas, fue hecha ahora con firmes contornos y formas precisas. La sumisión pasiva había dejado sitio al dominio activo del ambiente. El mejoramiento en los procesos de integración se destaca corno el hallazgo más notable de esta segunda serie de tests.
2 La ubicación del testículo en el escroto no afecta (vale decir, no incrementa) la actividad hormonal de este órgano. El súbito cambio de conducta es, por lo tanto, un fenómeno puramente psicológico. 3 Debo a la doctora Mary O'Neil Hawkins la idea de que el examen continuo de la bolsa escrotal puede sensibilizar accidentalmente, por decir así, esta área genital, que pasa entonces a ser sede de sensaciones eróticas. En consecuencia, la investigación manual de este defecto por parte del niño puede convertirse en
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Joe mostró muchos de los cambios descritos en relación con los otros niños. En su caso, el brote de maduración yoica fue también notable: mejoró su capacidad de aprender y su caligrafía, apareció un interés por conocer la realidad, aumentó su período de concentración, y, lo que es más, pudo por primera vez pensar en el futuro en términos de vocación, en llegar a ser un hombre cuando creciera. Después de establecida la integridad corporal los tres niños parecían mentalmente más despiertos y más capaces de aprender procesos psíquicos de mayor complejidad. En la segunda serie de tests se vio un nivel más alto de diferenciación e integración. En el plano de la conducta, esto se manifestó a través de la demora en la acción y de la interposición del pensamiento entre el estímulo y la descarga. Junto con esto disminuyó la hiperrnotilidad que había sido característica en los tres niños. Se supone que el cambio anatómico afectó la imagen corporal en términos de una definitiva identidad masculina. La influencia de la realidad anatómica en el yo por vía de la imagen corporal generó un más firme sentido de realidad, y, por consiguiente, una mayor claridad de pensamiento y la instauración de defensas más eficaces -o sea, más adaptativas-. A pesar de estos logros, no pasaremos por alto el hecho de que la integridad,genital fue inicialmente considerada la salvadora que mantendría a raya las tendencias femeninas. Los esfuerzos de represión o la absorción caracterológica de estas tendencias todavía potentes fueron precedidos, inmediatamente después de los cambios físicos, por imperiosas muestras de rnasculinidad.2 El empuje hacia la autoafirmación que siguió a la integridad corporal tuvo dos fases. La primera se caracterizó por un desborde de sexualidad masculina y un despliegue de energía y de seguridad absoluta. Se notó un casi eufórico sentimiento de poder, que podría ser parafraseado así: "Ahora que soy todo un varón, el cielo es el único limite frente a lo que yo puedo hacer". La excitación heterosexual (las fotos de mujeres desnudas de Joe) fue reprimida -quizá demasiado rápida y totalmente-, y tomó su lugar una tendencia a la cornpulsividad y a la constricción afectiva. El hecho de que no surgiera ningún material sobre la rnastúrbación en los tres niños dejó una lamentable laguna en la comprensión de su desarrollo sexual.3
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No hay duda de que la exhibición de masculinidad fálica tenía carácter defensivo. Sin embargo, su efecto final en la síntesis del carácter no puede ser evaluado con certeza antes de la adolescencia tardía. Por el momento, el tratamiento en conjunción con la restauración genital había posibilitado un funcionamiento psíquico de mayor nivel. De esta manera, facilitó los procesos de adaptación y el uso de defensas estables menos dañinas y debilitadoras que las empleadas originalmente. Podríamos decir que se evitó que Joe entrara en una carrera delictiva, que Steven fue salvado de caer en un estado de autismo infantil y que Larry fue rescatado de la autodestrucción física. Como el desarrollo defectuoso del yo estaba firmemente ligado a la afección física, se impidió que los retrasos y las distorsiones patológicos inundaran, por decirlo así, la vida psíquica del niño y causaran alteraciones yoicas irreversibles. Se me ocurrió pensar que estos niños habríaQ sido más seriamente afectados por su medio, en especial por la madre, si no hubieran sufrido un daño genital reparable. El carácter concreto del temor al daño corporal no había sido totalmente interiorizado y unificado con la angustia pulsional y conflictiva. Esto puede explicar la reversibilidad de síntomas que de ordinario habrían indicado un trastorno muy grave. Gran parte de lo que en la evaluación diagnóstica parecía ser al principio una patología nefasta cambió de modo radical bajo el impacto de la restauración genital. Difícilmente se pueda adjudicar sólo a la psicoterapia la mejoría global. Se impone al observador la idea de que la afección física representaba en sí misma una realidad de acuerdo con la cual era modelado y remodelado el yo; además, aquello que parecía inicialmente un conflicto endopsíquico constituía de hecho una confusión de la realidad corporal, agravada por un temor a la realidad. En la medida en que la realidad corporal fuera interiorizada, la psicoterapia era la ayuda apropiada; en la medida en que pudiera ser corregida, es decir, llevada a un estado definitivo, se requería la ayuda del-cirujano. Ambos especialistas deben sincronizar sus aportes para cumplir con sus respectivas funciones en un enfoque coordinado. Los casos de Steven y Joe ilustran este punto.
una actividad masturbatoria, eStando focalizada la sensación en la región escrotal. Por otro lado, la angustia de castración puede llevar a una completa desensibilización del genital. De nuestro material clínico no hemos podido extraer datos concluyentes en cuanto a las prácticas masturbatorias en los casos de criptorquidia, hecho este que exige mayor indagación analítica.
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Resumen Se expusieron tres casos de criptorquidia prepuberal, examinándose los efectos complementarios de la psicoterapia, la corrección física del defecto genital (dos mediante operación qui~úrgica, una espontánea) y el tratamiento de los padres, especialmente de la madre. Basándose en los datos clínicos, se llegó a las siguientes conclusiones: l. La criptorquidia no es un factor patógeno primario. La peculiar manera en que el defecto genítal es vivido por los padres, en especial por la madre, explica la preocupación del niño por los testículos. El perpetrador del daño corporal es identificado en la mente del niño con la madre. Su posesividad castradora y el pasivo retraimiento del padre constituyen una matriz de interacción familiar en la cual la criptorquidia da origen a síntomas típicos, pese a que los tres casos pertenecen a categorías nosológicas heterogéneas. 2. En los tres casos había habido una temprana operación traumática que actuaba como el modelo prototípico del temor al daño corporal (castración). El defecto genital sirvió como la "experiencia organizadora" (Greenacre) que subordinaba el trauma temprano, ~sí como toda subsiguiente angustia por daño corporal específica de la fage, a la persistente incoinpleción genital. Un trauma operatorio per se no se consídera una experiencia obligatoria. 3. La imagen corporal distorsionada, vaga e incompleta ejercía una influencia patológica en el desarrollo del yo. Los resultantes deterioros del yo .se manifestaban en el funcionamiento defectuoso en materia de aprendizaje, memoria, pensamiento, orientación espacio-temporal y motilidad. Estos deterioros podrían además ser vinculados con la incongruente actitud de la madre, quien tácitamente prohibía al niño que reconociera con claridad su defecto físico o que pensara de manera racional acerca de él. 4. La tendencia al daño autoinfligido (propensión a los accidentes), presente en los tres casos, fue comprendida como la idea del niño de que el defecto genital era el resultado de un acto de agresión -castración-. A través de la identificación con el agresor, el niño tornó la sumisión pasiva en ejecución activa y se hizo víctima de su propia agresión. Los deseos de castración eran muy evidentes. 5. La criptorquidia promueve expresiones directas, concretas, simbólicas (sustitutivas) a través de objetos del mundo exterior y del uso de todo el cuerpo o de partes de él, para el dominio de la angustia que genera el defecto anatómico. Pudo comprobarse aquí que los órganos sustitutivos -símbolos orgá-
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r nicos- del testículo eran: el ojo, las amígdalas, el pecho materno y el feto. 6. Un sentido bisexual de la identidad reflejaba la realidad física de la indecisión anatómica. La perseverancia de la imagen corporal femenina y la defensa de creerse castrado -renuncia a una parte gel cuerpo- estaban vinculadas en forma directa con una realidad corporal más que con una organización pulsional y yoica psicológicamente integrada. Esto se hizo evidente a través de la reversibilidad de la confusión de la imagen corporal una vez que se instauró la integridad genital. 7. Los esfuerzos coordinados del cirujano y del terapeuta dieron por resultado una sorprendente mejora del deterioro yoico. La cambiada imagen corporal ejerció una influencia inmediata y directa en las funciones del yo. Aquello que en un comienzo pareció un conflicto endopsíquico representaba, de hecho, una confusión acerca de la realidad corporal, agravada por un temor a la realidad. Teniendo en cuenta la influencia de la corrección anatómica en los procesos psíquicos de diferenciación o integración, se llegó a la conclusión de que el carácter concreto del temor al daño corporal obstaculizaba la completa interiorización de la .realidad corporal y su amalgama con la angustia conflictiva. El retraso en la interiorización fue mantenido por el reparable defecto genital y por la siempre viva expectativa de un cambio en la realidad corporal. Esta particular configuración de los hechos en presencia de un defecto corporal puede explicar la reversibilidad de una condición emocional con graves deterioros del yo, que en·otros niños generalmente indicaría una patología nefasta. Los hallazgos de que se da cuenta en este artículo están restringidos a la criptorquidia. Parece ser que el particular valor de supervivencia, la interferencia con la percepción, con la prensión física de los objetos, con las gratificaciones específicas de cada fase, así como otros factores relacionados con la existencia de un defecto corporal, introducen elementos que están ausentes en la criptorquidia per se. El examen de las similitudes y diferencias respecto de estos otros casos está fuera del alcance de esta exposición. El estudio clínico de tres casos de criptorquidia apuntó a investigar la influencia mutua de la realidad corporal, la imagen corporal, el desarrollo del yo y la interiorización dentro de una matriz de interacción familiar que sigue una pauta específica.
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Sexta parte. Resumen: Contribuciones a la teoría psicoanalítica de la adolescencia
Mis contribuciones a la teoría psicoanalítica de la adolescencia están dispersas a lo largo de este volumen, cada uno de cuyos capítulos explora un problema teórico o técnico particular. Todos ellos tienen en común un enfoque evolutivo del estudio del proceso adolescente, característica que confiere coherencia y unidad al conjunto de mis investigaciones. Dentro de esta unidad es posible distinguir, empero, dos categorías de aportes a la psicología del adolescente. Una de esas categorías incluye nuevos puntos de vista acerca de viejos y bien conocidos problemas, que llevan a sugerir enfoques terapéuticos distintos de los habituales; como ejemplo puedo citar los capítulos sobre actuación y delincuencia. La otra categoría comprende formulaciones conceptuales, basadas en inferencias extraídas de la observación clínica, que afectan la teoría psicoanalítica básica .de desarrollo; ejemplos de esto son los capítulos acerca de la genealogía del yo ideal, el segundo proceso de individuación y la epigénesis de la neurosis adulta. En diversas oportunidades se me solicitó ·que reuniera las propuestas circunstanciales que elaboré a lo largo de los años en estudios aislados y publiqué en lugares dispersos. A fin de describir de manera convincente el persistente punto de vista evolutivo y la coherencia teórica interna que recorren mi obra, y de mostrar, además, que ellos arraigan firmemente en la his-. toria del pensamiento psicoanalítico, tenía la necesidad de presentar mis ideas básicas en una exposición comprehensiva. El siguiente capítulo tiene el propósito de cumplir esa tarea.
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19. Modificaciones en el modelo psicoanalítico clásico de la adolescencia* Durante décadas me dediqué a la investigación clínica de la adolescencia, y esto me ha permitido recoger como cosecha muchos hallazgos. Ellos abarcan un conjunto de conocimientos teóricos y prácticos que esbozaré aquí en forma exhaustiva y sistemática. Mi intención es aclarar, en especial, los descubrimientos que se apartan de las concepciones conocidas y ampliamente aceptadas acerca del proceso adolescente. Mis indagaciones psicoanalíticas han emanado siempre de observaciones clínicas que, a causa de su índole particularm~nte desconcertante, me enfrentaban con fascinantes probleuias de teoría y de técnica. Sean cuales fueren en ese momento mis observaciones clínicas, ellas continuaban impulsándome a prestar sostenida atención a la comparación con otros casos, siguiendo lineamientos similares. Un enfoque de esta naturaleza conduce a la verificación, la revisión o el rechazo de cualesquiera inferencias teóricas se hayan hecho antes. En algunas circunstancias, la observación clínica dio lugar a construcciones teóricas y, finalmente, a proposiciones que, ratificadas a lo largo de los años, pasaron a formar parte de mi pensamiento psicoanalítico sobre la adolescencia. Soy bien conciente de que gran parte de lo que aquí voy a exponer sigue siendo discutible y controvertible para muchos colegas; esto no me disuade·de presentar mis hallazgos, sino que más bien me estimula, porque entiendo que la controversia es deseable y fructífera en la medida en que tenga por raíz la singular metodología de la observación psicoanalítica. Antes de proseguir, quiero hacer una advertencia: temo que trasmitiré la impresión de no apreciar en grado suficiente el inmenso número de investigaciones psicoanalíticas que han enriquecido nuestro conoCimiento del proceso adolescente. En muchos casos desborda mis posibilidades clasificar autores y fuentes y acordar crédito a las numerosas sugerencias e ideas germinales que, como por un salto cuantitativo, confluyen en un nuevo teorema. Por más que escarbe diligentemente en mi memoria, es posible que no pueda reconocer todo cuanto debo a mis lecturas y a lo que he escuchado a lo largo del tiempo. • Conferencia en memoria de Sophia Merviss, pronunciada en San Francisco, Califorrua, el 24 de abril de 1978.
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Por ello, he omitido totalmente las referencias bibliográficas. En una exposición como esta, en la que sintetizo mis propias ideas, debo dejar en manos del lector gran parte de las asociaciones en materia de referencias. El valor con que acometo la presentación de un ensayo exclusivamente teórico proviene de mi convencimiento de que, en el campo de los trastornós psicológicos, emocionales y evolutivos, los avances terapéuticos se fundan en una vigorosa y a menudo temeraria construcción teórica. La historia del psicoanálisis ofrece la prueba más convincente de ello. Mi exposición tiene otro defecto, que anunciaré antes de que el lector lo descubra por si mismo y se sienta desilusionado. Deriva de la naturaleza del tema de que me ocupo. Los vastos alcances teóricos de este ensayo me han hecho renunciar a mi h~ bitual inclusión de material clínico ilustrativo; podrá encontrárselo en los restantes capítulos del volumen, cuyo contenido esencial reformulo aquí para tejer con ello la trama de la teoría actual de la adolescencia. Sugiero al lector que, mientras sigue mi ~xposición, pase revista por si mismo a los casos que él ha conocido. Ante todo, me ocuparé de la teoría psiCQanalítica de la recapitulación adolescente, según la cual el hecho biológico de la pubertad reaviva la sexualidad infantil y las vicisitud~ de las tempranas relaciones objetales. En su aspecto clásico, la teoría sostiene que la reanimación y la renovada disolución o trasformación del complejo de Edipo representa un aspecto esencial del proceso adolescente -si no el principal de todos-. Es indiscutible que en la adolescencia emergen regularmente problemas edípicos, pero debemos tener en cuenta que desde mediados de la niñez (o sea, desde la latencia) se ha producido una decisiva expansión del yo que ha alterado, cualitativa y cuantitativamente, la revivenciación del conflicto edípico en el nivel adolescente. Los recursos con que cuenta el yo adolescente lo habilitan para hacer frente a la reanimación de las relaciones objetales infantiles en consonancia con la maduración corporal, poniendo término así a los lazos de dependencia infantiles. Por lo general, si no siempre, este logro incluye la rectificación o resolución de conflictos e inmadureces que se arrastran desde el período infantil hasta la adolescencia. En este sentido decimos que la adolescencia es una "segunda oportunidad". Este progreso evolutivo normativo queda abolido cuando el niño no alcanza la apropiada diferenciación o supremacía yoicas en el período de latencia. Al hablar de un desarrollo yoico impedido durante la latencia, pienso principalmente en las fijaciones pulsionales en el nivel del narcisismo infantil, como consecuencia de las cuales las pasiones edípicas .resultan tibias, la resolución del correspon-
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diente conflicto incompleta, y el superyó jamás logra el imperio autónomo sobre la idealización infantil del self que es condición previa para la entrada en el periodo de latencia. Contemplando esta constelación desde el lado del yo, diríamos que no se ha establecido una clara o estable línea demarcatoria entre la fantasía y la realidad como parte de la estructura yoica de la latencia; queda así frenada la capacidad del yo para evaluar críticamente al self y al objeto. "Soy lo que hago" es remplazado con ligereza por "Soy lo que quiero ser" o por "Soy lo que los demás piensan que soy". En estas condiciones, es natural que la voz del yo autoobservador sea débil o contradictoria, o que permanezca en silencio. La repercusión de este estado en el examen de realidad, en especial en el mundo de las relaciones objetales, nunca deja de alertar al clínico en cuanto a la existencia de una anomalía evolutiva. No obstante, no podemos i@_orar el hecho de que, independientemente de la fijación pulsional y de la inmadurez yoica, durante el periodo de latencia ciertos niños son capaces de notables logros cognitivos y creativos, cuya naturaleza defensiva no se revela hasta la adolescencia. La consecuencia de ese desfasaje evolutivo es una adolescencia abortada o una imposibilidad de obtener el dominio autónomo de las tensiones internas desequilibrantes y de utilizar de manera selectiva el entorno social en términos de adaptaciones sublimatorias e jdentificatorias. En tales circunstancia ·~. campo social deja de tener una vigencia relevante para la edad del individuo, sobre cuya base e;te pueda articular su incipiente necesidad de nuevas relaciones objetales que se hallen más allá de la matriz familiar; por tanto, las nuevas relaciones entabladas dentro del grupo de pares muestran las características de simples sustituciones de objetos, en lugar de ser relevamientos elaborados. En otras palabras: el desarrollo adolescente sigue un curso normativo sólo si el yo de la latencia ha progresado a lo largo de líneas evolutivas adecuadas a la edad. Con respecto a la terapia del adolescente, de ello se desprende que a menudo los déficit yoicos de la latencia demandan nuestra atención por encima de todo lo demás, aun .cuando el proscenio de la conducta y la vida psíquica esté ocupado-por conflictos sexuales y de dependencia. Cierto es que esos conflictos son reales, pero debe examinarse sus propósitos defensivos, que hacen que estas pugnas típicas de la adolescencia pasen al primer plano de la conciencia del paciente. Proseguiré ahora con otro aspecto de la teorfa de la recapitulación, el referido a la afirmación de que la disolución del complejo de Edipo ha clausurado la fase fálica, estructurando con ello el superyó e inaugurando el periodo de latencia. El advenimiento de la adolescencia resucita los conflictos de la fase
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flilica a causa de la condición biológica de la maduración física y del tabú del incesto, propio de los seres humanos. Mi trabajo con adolescentes de ambos sexos me ha dejado la impresión de que la decadencia del complejo de Edipo al final de la fase fálica representa una suspensión de una constelación conflictiva, y no una disolución definitiva, ya que podemos verificar su continuación en el nivel adolescente. Dicho de otro modo: la disolución del complejo de Edipo es completada -no meramente repetida- durante la adolescencia. Cuando hablo del complejo de Edipo en general, me refiero tanto al componente. positivo cuanto al negativo. Para mayor claridad, permítaseme añadir -que el complejo de Edipo negativo se refiere al amor que se establece entre el niño y su progenitor del mismo sexo -el adjetivo "negativo" no entraña ninguna connotación negativa del complejo en sí-. Mi atención se vio atraída a las consideraciones anteriores por el hecho clínico de que el complejo de Edipo negativo presenta, en el tratamiento del adolescente, un muy difícil problema terapéutico. No he observado un estado de similar gravedad -signado por una contumaz represión y desmentida- en el análisis de la mayoría de los niños. En la adolescencia se intensifica siempre el amor por el progenitor del sexo opuesto, aunque en este punto es preciso hacer una distinción, por más que sea obvia: la frase "amor edípico" alude implícitamente al componente sexual de las relaciones objetales infantiles, en contraste con los sentimientos de ternura, admiración y lealtad que nunca dejan de fluir -de manera ambivalente y recíproca- entre el niño y sus dos progenitores. Mis observaciones clínicas vinculadas con el complejo de Edipo negativo me han llevado a la conclusión de que el amor edípico, tanto hacia la madre como hacia el padre, no impone al niño pequeño contradicciones o exclusiones mutuas inherentes a esa relación, como es el caso en la adolescencia, cuando reinan soberanas las polaridades de lo masculino y lo femenino. El individuo que madura sexualmente no puede tolerar su coexistencia. O sea, el niño de la prelatencia soporta la bisexualidad sin el catastrófico desajuste que se produce en la pubertad. El complejo de Edipo positivo es el que cae bajo la represión o es disuelto, mediante la identificación y la influencia reguladora del superyó, al final de la fase fálica. Será misión de la disolución edípica adolescente trasmutar el complejo de Edipo negativo, el amor sexual por el progenitor del mismo sexo. Desde el punto de vista clínico, esta faceta de la constelación edípica se presenta en la adolescencia bajo una apari~ncia paradójica, que se pone de manifiesto toda vez que una fijación pulsional a la posición edípica negativa se entrelaza con la formación de síntoma o las defensas caracterológicas. A menudo
es difícil reconocer a primera vista tal evolución patológica, sobre todo si el adolescente coloca en el centro de sus sesiones terapéuticas, o de su vida en general, su comportamiento y fantasías heterosexuales. Todos conocemos la apremiante preocupación de los adolescentes por sus afectos y deseos sexuales; de hecho, gran parte de nuestra labor interpretativa atañe a los consecuentes conflictos, angustias y defensas. Según mi experiencia, junto al empeño del adolescente por alcanzar su identidad heterosexual, debemos. tener en cuenta un elemento defensivo intrínseco que procura mantener en la represión el conflicto del amor edípico negativo. A esta maniobra del adolescente la he llamado la "defensa edípica". Si el lector repasa por un momento su labor terapéutica con el varón en la adolescencia media o tardía, creo que concordará conmigo en que, en términos relativos, es menos arduo abordar las defensas contra las fantasías y sentimientos sexuales y eróticos dirigidos a la madre o a la hermana, y más laborioso hacerlo en el caso de los dirigidos al padre o hermanos. Los primeros están dentro del ámbito de una posición adecuada al sexo y son acordes con el yo. En contraste, al dejar al descubierto la fijación edípica negativa se cae inexorablemente en el ámbito de la homosexualidad, latente o manifiesta, y en el foco de los problemas de identidad sexuales. Si el proceso adolescente no modifica a estos, podemos hablar de una fijación adolescente secundaria. ~n tal caso, la elección de defensa que haga el adolescente determinará la consolidación de su carácter adulto, y, a causa de la inalterada posición libidinal infantil, esta fijación engendrará en la vida amorosa adulta afectos y talantes disarmónicos. Con frecuencia, el varón o la chica adolescentes manifiestan abiertamente el horror que les produce la homosexualidad o la perversión, su naturaleza desacorde con el yo, y esto constituye en muchos casos el primer abordaje fructífero del problema de ·la identidad sexual. Cabe enunciar ahora lo siguiente: si la disolución del complejo de Edipo negativo es la tarea de la adolescencia, queda implícito que otra tarea evolutiva de este período es la de llegar a un arreglo con el cómponente homosexual de la pubertad. De hecho, podríamos decir que la formación de la identidad sexual se funda en el completamiento de este proceso. Nuestros pacientes adolescentes despliegan siempre su doble afán edípico porque la incompatibilidad de sus objetos y metas heterogéneos ha colocado al. individuo que madura frente a una concluyente disyuntiva. Quisiera recÓrdar aquí una queja común entre los adolescentes, a saber, su sentimiento de indecisión o indiferencia en materia vocacional, sus fracasos o avances a los tumbos en los estudios. Estos problemas suelen añadirse con frecuencia a un
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complejo sintomático que estamos consagrados a revelar. A primera vista, derrotas de esta clase parecen inhibiciones edípicas, en especial cuando el varón se dispone a seguir los pasos vocacionales de su padre o, en general, cuando el joven se siente llamado a colmar las ambiciones que uno o ambos progenitores abrigan para su vástago. El factor edípico cumple, sin duda, un papel decisivo; pero a él se le suma (como vemos en tantos casos de varones dotados) la tendencia infantil a renunciar a la competencia y a. la envidia edípicas a cambio de lasatisfacción regresiva derivada de recibir el resplandor de la fulgurante grandiosidad que irradia de la imago del padre edípico. De este modo, el pequeño vivenció antaño los placeres -penetrantes, aunque rara vez reconocidos- de su pasiva posición de sometimiento. En este sentido, debemos recordar que todo niño se identificó alguna vez, de manera fluctuante o más duradera, con el rol de la envidiada y admirada mujer procreadora: la madre. He observado cómo se agravan patológicamente estas tendencias del niño cuando el padre, desilusionado con su vida conyugal, desplaza de su esposa a su hijo su necesidad de satisfacción emocional. Siempre que escucho a un padre decir, en la entrevista previa al tratamiento: "Al único a quien quiero en este mundo es a mi hijo", me pongo en guardia con respecto al complejo central del paciente. Durante el tratamiento, en repetidas oportunidades me ha impresionado el surgimiento de las pasiones edípicas que tienen, como Jano, un doble rostro, así como los conflictos alternantes que inexorablemente ellas contienen. Si los conflictos vinculados con el tabú del incesto y la bisexualidad quedan sin resolver, el adolescente se protege merced a una recalcitrante desmentida de toda autolimitación -esa grave afrenta al narcisismo-. Vemos aquí, una vez más, cómo la maduración yoica se apoya en la maduración pulsional. Es harto evidente que las facilitaciones sociales inherentes forman parte de este proceso; no obstante, hay que recalcar que el uso que da el individuo a tales facilitaciones depende de su maduración pulsional y yoica, o, en otros términos, de un avance sin obstáculos del proceso adolescente. Hemos alcanzado el punto en que nos incumbe considerar ciertos enigmas que plantean las anteriores proposiciones. Formularé una pregunta que yo mismo me he hecho. La teoría psicoanalítica ha mostrado con· gran claridad el curso que sigue desde la niñez temprana hasta la adultez, pasando por la adolescencia, el vínculo edípico positivo. A todo lo largo de ese curso hay una característica que permanece inalterable: su tácita adecuación al sexo del individuo; el objeto es siempre uno del sexo opuesto. Hemos llegado a concebir como un axioma evolutivo la polaridad de los sexos en ese tránsfto de la sexualidad infantil a la adulta. No obstante, cuando seguimos el
derrotero evolutivo del componente edípico negativo se vuelven adtnisibles o se imponen ciertas enmiendas. Su inadecuación sexual está destinada a llegar a un impase en la pubertad, cuando la maduración sexual ya no es capaz de dar cabida a los impulsos edípicos negativos infantiles. Obviamente, no hay un desplazamiento de estas pulsiones parciales dirigidas al objeto del que disponga ia identidad sexual, cuya estructura d~finitiva se adquiere durante la adolescencia. Uno podría relegar por entero la trasposición de la pulsión parcial en cuestión a actitudes emocionales neutralizadas (o sea, desexualizadas), a rasgos del carácter y a empeños sublimatorios. La teoría psicoanalítica clásica explicita la disolución del complejo de Edipo negativo guiada por esta lógica; en la actualidad, la dinámica implícita eri estas trasposiciones se considera evidente a la luz de la experiencia clínica. Sólo en parte he podido conservar el esquema propuesto en mi labor analítica con adolescentes; me vi obligado a postular un paso intermedio en el proceso. Aplicaremos aquí al proceso adolescente las ideas de Freud (1914b) sobre el narcisismo y el yo ideal. Presentaré, en versión condensada, la propuesta: que me ha sido sugerida y confirmada a lo largo de los años por mis observaciones clínicas. El vínculo edípic<:> negativo es una relación narcisista de objeto ("Amo lo que quiero ser"); en la adolescencia, la libido investida en este vínculo se desexualiza e inicia así la estructura narcisista del' ideal del yo adulto. Desde un punto de vista adaptativo o psicosocial, podríamos denominar a este proceso la socialización del narcisismo edípico. En la coyuntura adolescente a la que aludo, el ideal del yo infantil de autoengrandecimiento, como mecanismo regulador de la gratificación y de la autoestima que está siempre a mano, se trasforma en el ideal del yo adulto, que constituye un impulso hacia el perfeccionamiento. La creencia infantil en la factibilidad de la perfección es relevada, en la adolescencia tardía, por el impulso a aproximárse1~. Se ?onvierte así en un viaje sin destino final. Su intención y duecctón son acordes con el yo e i~equívocas; no hay lugar para la duda ni para el pensamiento. Sea cual fuere el edicto que emana del ideal del yo adulto, tanto la mente racional como el ser emocional lo aceptan como indiscutibles. En caso de no suceder así, muy probablemente estambs ante problemas superyoicos, que tan a menudo se asemejan a los del ideal del yo. Es~ ta dudosa procedencia es una razón más para esbozar criterios diferenciadores que vayan más allá de las conocidas reacciones de culpa o de vergüenza como indicadores del desdén del superyó o del ideal del yo. Las ideas precedentes derivan de observaciones clínicas que me han demostrado qu,e la disolución del conflicto de Edipo
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negativo en el análisis de adolescentes produce un cambio de personalidad de particular naturaleza; reconocemos dicho cambio en una incipiente autodeterminación, en una proyección del self hacia una vida adulta realista y, last but not least, en una tolerancia de las propias limitaciones. La condición previa intrínseca de este avance evolutivo hacia la adultez radica en la desidealización del self y del objeto, o, en términos más generales, en la aceptación de las imperfecciones existen~ ciales de la vida. El afloramiento de estas características, que se alzan en tan marcado contraste con la vida preanalítica del paciente, se ha tornado para mí un indicador fiel del ideal del yo adulto in statu nascendi. Atribuyo la declinación o empalidecimiento del ideal del yo infantil, o, a la inversa, el surgimiento y estructuración del ideal del yo adulto, a la labor analítica que ha consumado la disolución del complejo de Edipo negativo. La dinámica de esta innovación estructural de la adolescencia me lleva a afirmar que el ideal del yo adulto es el heredero del complejo de Edipo negativo. Hay un problema de suprema importancia en el caso del adolescente: el que gira en torno de la alternancia de movimientos progresivos y regresivos que se extienden a lo largo de un lapso considerable de ese período del crecimiento. Estamos acostumbrados a concebir los fenómenos regresivos como una característica normativa de la adolescencia; sin embargo, se ha advertido un cambio de énfasis desde que las investigaciones realizadas con bebés han ampliado tan vastamente nuestro saber sobre el niño preedípico. El reflejo, en el proceso adolescente, de la formación de estructura anterior se ha convertido en un aspecto integrante de la psicología adolescente. La capacidad nociva potencial de las vicisitudes de las relaciones objetales preedípicas y los variados traumas de la niñez normal es, en gran medida, compensada por el desarrollo subsiguiente y las estabilizaciones estructurales; pero nunca se puede prescindir de su efecto -en la formación del complejo de Edipo, su -conflictiva y su- disolución. Los elementos preedípicos han atraído, por cierto, cada vez más nuestra atención en el tratamiento del adolescente. Contemplando este desarrollo desde la perspectiva de la adolescencia·, lo he denominado el "segundo proceso de individuación". Un paso decisivo que debe darse en la adolescencia se vincula con el abandono·, pór parte del self, de sus lazos de dependencia infantiles. Como es obvio, estos lazos de dependencia están, en esta avanzada etapa, interiorizados; nos referimos a ellos comp representaciones o imagos objetales. Si durante la adolescencia se los exterioriza o proyecta persistentemente al mundo exterior, la desyinculación de los lazos infantiles se ~e frustrada o impedida. Esta clase de patología adoles-
cente nos es bien conocida. En la primera etapa de individuación, la infantil, el pequeño adquiere una relativa independencia respecto de la presencia física de la madre merced a la interiorización; una vez que aquel ha logrado imágenesrepresentaciones de su entorno físico y emocional, su potencial madurativo -tanto motor cuanto sensorial y cognitivo- se lanza hacia adelante en un estallido de nuevas facultades y maestrías. Si me referí expresamente al proceso de individuación de la infancia es porque resulta pertinente para comprender la individuación adolescente. En el paso dado en la infancia se consigue una relativa independencia de los objetos exteriores, en tanto que el segundo, la individuación adolescente, procura la independencia respecto de los objetos infantiles interiorizados. Sólo cuando se consuma este segundo proceso puede trascenderse la niñez y alcanzarse la adultez. Y este cambio interior se produce a través de la regresión normativa de la adolescencia, que es 9-e naturaleza no defe.nsiva, motivo por el cual la he llamado "regresión al servicio del desarrollo". En ningún otro período del desarrollo -excepto, quizás, en la subfase de acercamiento de Mahler (Mahler, Pine y Bergman, 1975, págs. 76108)----' la regresión es condición obligatoria del crecimiento. Por vía de esta regresión no defensiva el adolescente entra en contacto con dependencias, angustias y necesidades infantiles pendientes. Ahora vuelve a ellas con una dotación yoica infinitamente más provista de recursos, más polifacética y estable que aquella de que disponía el niño pequeño. Por lo demás, el yo de esta etapa avanzada está, como regla, suficientemente ligado a la realidad como para prevenir un hundimiento regresivo en la etapa indiferenciada, o sea, en un estado de pérdida pel yo o psicosis. Es bien sabido que el proceso adolescente y la psicosis están relacionados por un riesgo evolutivo que, en mi opinión; radica en la capacidad del individuo para mantener dentro de ciertos límites la regresión no defensiva propia de esta edad (vale decir, para quedarse del lado del progreso, más allá de la etapa indiferenciada). Sólo gracias a una regresión bien delimitada pueden superarse los lazos de dependencia objeta! infantiles. Un problema permanente del terapeuta es saber diferenciar en el-cuadro clínico entre la regresión defensiva, que causa la ·detención evolutiva y la formación de síntoma, y la regresión al servicio del desarrollo, que es para nosotros un requisito para que el desarrollo progresivo siga su curso y conserve su impulso. Sé que la conducta caótica e incongruente del adolescente desafía a menudo nuestra intención de establecer claras diferenciaciones, pero sé también que si la paciencia y atención del clínico no cejan, aparecerán ante él indicadores relevantes.
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Estas reflexiones me permiten sostener que la etapa preedfpica de relaciones objetales rivaliza con la edípica en cuanto a sus respectivos aportes a la formación de la personalidad adolescente. Hay, no obstante, buenos motivos para designar ~ la ·etapa edípica como primus ínter pares, ya que en esa particular coyuntura se dio un paso adelante en la organización psíquica que trasunta una constelación enteramente nueva y más compleja (a saber, una constelación triádica) de las relaciones objetales conflictivas. El recuerdo de su disolución queda grabado para siempre en la estructura definitiva del superyó. Dentro de este contexto evolutivo, hablamos de la neurosis infantil específica de la fase, que se autoelimi'na en el curso de desarrollo normal. Toda vez que prevalezca en la niñez_ o en la adolescencia una psicopatología neurótica, podemos estar seguros de que remanentes traumáticos preedípicos se han abierto camino hasta las formaciones edípicas. Como ejemplo común mencionaré la "enfermedad de abandono" del adolescente, quien, en interminables variaciones, nos confiesa su convicción de que "nada saldrá nunca bien" en su relación amorosa, o de que él "nunca logrará nada de todo lo importante que el mundo necesita, ama y admira". Los alentador.es comienzos siempre se hacen añicos. Esos talantes disfóricos tienen siempre raíces preedípicas, aunque normalmente los hallamos amalgamados con angustia, culpa e inhibi.ciones edfpicas. Autoindulgencias excesivas, co~o el comer superabundante de la adolescente o el consumo de drogas en ambos sexos, apuntan a fijaciones preedípicas, si bien con frecuencia se despliega, de manera vigorosa y frenética, una postura seudoedfpica. La labor clínica nos ha enseñado que los persistentes e irreprimibles irritantes psíquicos de naturaleza preedfpica hacen su aparición en el tratamiento exigiendo intervenciones terapéuticas capaces de alcanzar las emociones primitivas y las necesidades infantiles que surgen bajo toda suerte de disfraces. En la práctica, la estrategia del tratamiento oscila constantemente entre los ámbitos preedípico y edípico, mientras ~1 terapeuta trata de relacionarse con la situación actual del adolescente, o al revés. Los vehículos de estos empeños son, respecti. vamente, en niveles de abstracción cada vez mayores; el conse jo, el juicio, la explicación, la interpretación y la reconstru~· ción. En la terapia de adolescentes, los componentes preedíplcos suelen permanecer ocultos detrás de la actitud cautelosa, crítica y suspicaz del paciente, o detrás de su in!O!onmovible expectativa de que el terapeuta le brindará la "buena vida". Un precioso sentimiento de seguridad deriva del sentirse parte de un objeto idealizado, la madre preedípica, cosificado en la persona del terapeuta. Entre paréntesis, digamos que los padres
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de los pacientes adolescentes de la actualidad aparecen, con mucho más frecuencia que en el pasado, como imagos maternas idealizadas, ya que en los últimos tiempos son muchos más los progenitores que comparten el cuidado de sus pequeños. Sea como fuere, la reanimación de la imago parental idealizada en la persona del terapeuta (hombre o mujer) demanda una tarea sumamente delicada de desidealización del objeto. Al desenlace de este proceso en el mejor de los casos lo llamamos "confianza", base de la alianza terapéutica. El paciente adolescente necesita ser expuesto, en .forma gradual y repetida, a una desilusión con respecto al self y al objeto. Esto, con el correr del tiempo, lo lleva a tolerar la imperfección, proceso que se cumple primero con relación al objeto y que luego se hace extensivo al self. Nunca deja de impresionarme lo difícil y penoso que resulta: este proceso de desidealización para el adolescente. En verdad, me siento inclinado a decir que constituye el más afligente y tormentoso aspecto del crecimiento -si es posible hacer una generalización de esa índole-. La magnitud de este paso que se debe dar en la adolescencia es comparable a la revolución copernicana que privó al hombre de su lugar como centro del universo -una toma de conciencia existencial verdaderamente dese m briagante-. Hecha esta analogía cósmica, mencionaré al pasar que recién en la adolescencia surge un auténtico sentimiento de lo trágico, implícito en .la aceptación de la condición humana. En contraste, el niño pequeño tiende a adscribir la culpa a las personas que lo tienen a su cuidado, vivenciando así sentimientos de tristeza, terror, ira o abandono. El duelo sigue un camino diferente antes y después de la segunda individuación y de la desidealización del self y el objeto, ambas completadas durante la adolescencia. Para que el trabajo de duelo pueda desarrollarse, es esencial lo que llamaré "ambivalencia madura"; de otro modo, tiene lugar una escisión en el yo de la personalidad posadolescente. Esta situación preservará una disociación entre la aceptación del carácter irrevocable de la muerte y la creencia en que esta no existe. La inconciliabilidad de estas posiciones amenaza la cohesión del organismo psíquico y lesiona la función integrativa del yo en todos los aspectos de la vida. Llegamos al momento oportuno para relatar un trozo pertinente de la historia del psicoanálisis. El "Fragmento de análisis de un caso de histeria", de Freud (1905a), es un consagrado ejemplo de patología edípica en una adolescente tardía llamada "Dora". El mismo diagnóstico de histeria resume un conflicto sexual característico de esta neurosis. Los síntomas de esta paciente -de conversión, en este caso- reflejan las tramitaciones patológicas en la adolescencia de un irresuelto y virulento complejo de Edipo. El historial muestra con suma cla-
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íidad de qué modo los conflictos afectivos y sexuales que originaba en Dora -a la sazón en sus dieciséis años- el amor por su padre se entremezclaron con la vida de un matrimonio, el señor y la señora K., amigos de la familia. El padre de Dora inició un amorío con la señora K., cuyo marido estaba enamorado de Dora. Cuando esta tenía dieciocho años inició tratamiento con F:reud. Demasiado conocido como para exigir aquí ningún comentario es el ingenio con que este vinculó entre sí los hechos reales y fantaseados, concientes e inconcientes, en el curso del tratamiento. Cuando Dora abandonó repentinamente el análisis luego de tres meses, Freud se preguntó cuáles habían sido las corrientes emocionales que la movieron a dejarse llevar por ese impulso. Además, lo intrigaba que, pese a que las elucidaciones e interpretaciones que había brindado a la paciente eran sin duda correctas, no se había logrado un alivio satisfactorio de los sintomas. ¿Qué faltó en este trabajo para que, en dos aspectos, quedara incompleto? "No logré dominar a tiempo la trasferencia" (pág. 118), fue la conclusión a que arribó Freud para explicar la interrupción del tratamiento. Bien pudo suceder que esta histérica de dieciocho años reaccionara frente al examen detallado y objetivo de cuestiones sexuales muy delicadas como ya lo había hecho una vez frente a la seductora intimidad buscada por el señor K., de quien huyó en medio del pánico, llena de sentimientos de venganza. Sea como fuere, lo cierto es que ahora quiero poner a consi~ deración del lector otros aspectos del historial clínico. Concierne a la fijación preedípica en la relación diádica, que, en el nivel edípico, conduce a una reanimación y subsiguiente represión del vínculo edípico negativo. Cuando esta fijación a un vínculo preedípico es resucitada en la adolescencia, suele ser silenciada -en la vida así como en el tratamiento- por el dt-.spliegue, a modo diversivo, de deseos, actividades, conflictos y preocupaciones heterosexuales. Ya he aludido a estos dos problemas en mi anterior examen del conflicto normativo adolescente en relación con la formación de la identidad sexual, y, además, he denominado "defensa edípica" a una reacción adolescente específica. Por referencia al caso de Dora, pretendo · demostrar que Freud era plenamente conciente de estas dos cuestiones, pero se limitó a mencionarlas en su comentario sobre el caso, sin aludir nunca a ellas en el tratamiento, donde con unilateral pertinacia persiguió el vínculo edípico positivo -o sea, la actuación por parte de Dora del deseo que sentía hacia el señor K. y su rechazo de su intento de seducción (pág. 25)-. De hecho, este historial ha sido -y aún es- leído sin atribuir a las cuestiones preedípicas la validez general que
tienen, desde el punto de vista evolutivo, para el desarrollo de la psicopatología adolescente. Mientras Freud trabajaba en el historial de Dora, escribió a Fliess (carta del14 de octubre de 1900) que, en el caso que tenía entre manos, "la cuestión principal, en lo atinente a los procesos psíquicos conflictivos, es la oposición entre una inclinación por los hombres y una inclinación por las mujeres" (18871902, pág. 327) en una muchacha adolescente. Luego de que su conflicto fuera cabalmente analizado, Dora declaró que n9 podía perdonar al padre su vinculación amorosa con la señora K. "No puedo pensar en otra cosa", se quejaba muchas veces (1905a, pág. 54). Freud postuló que "este itinerario hiperintenso de pensamiento debe su refuerzo a lo inconciente" (págs.' 54-55), aclarando esto más adelante de la siguiente manera: "Tras el itinerario de pensamientos hipervalentes que la hacían ocuparse de la relación de su padre con la señora K. se escon-'. día, en efecto, una moción de celos cuyo objeto era esa mujer; vale decir, una moción que sólo podía basarse en una inclinación hacia el mismo sexo" (pág. 60). Freud concluyó que la muchacha estaba celosa, no de su padre, sino de la amada de este; en otras palabras,' la joven quería ser objeto del amor de esta mujer. Freud veía esto dentro del contexto de los vínculos afectivos de los varones y chicas adolescentes, quienes muestran, "aún en casos normales; claros indicios de la existencia de una inclina.: ción hacia el mismo sexo" (pág. 60). En el "Epílogo" del caso retorna una vez más a este complejo decisivo y central en lapatología de Dora; allí leemos: "No atiné a colegir en el momento oportuno, y comunicárselo a la enferma, que la moción de. amor homosexual (ginecófila) hacia la señora K. era la más fuerte de las corrientes inconcientes de su vida anímica" (pág. 1l?D n.). Así pues, los dos sueños de Dora, y en especial el segundo, en el cual figura tan prominentemente la Madonna Sixtina como asociación (pág. 96), deben entenderse de otro modo en función de esa, "la más fuerte de las corrientes inconcientes de su vida anímica". Las.dos mujeres a quienes Do:ra había amado la traicionaron a la postre; descubrió, con respecto a la gobernanta que tuvo de niña, "que no la apreciaba ni la trataba bien por su propia persona sino por la del padre" (pág. 61). Como repetición de esto, la señora K., con quien"la niña apenas adolescente había - vivido durante años en la mayor confianza" (pág. 61), "tampoco la había amado por su propia persona sino por la del padre.. (pág. 62). Podemos suponer con certidumbre que tras el senti-· miento de haber sido abandonada yacía un sentimiento d~ abandono emocional por la madre -aun cuando el historial
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clínico nada nos dice sobre hechos reales o recoDstruidos acerca de ello-. El frustrado amor de Dora por esas dos mujeres fue enérgicamente desalojado de su vida afectiva conciente, en tanto que la pulsión heterosexual fue histriónicamente empujada al primer plano de su psique. Freud se refiere a esto diciendo que Dora "hacía ver ruidosamente que no dejaría que ella [la señora K.] poseyera al papá, y de ese modo se ocultaba lo contrario: que no dejaría al papá poseer el amor de esa mujer, que no le perdonaba a la mujer amada el desengaño que le causó con su traición" (pág. 63). Con científica objetividad, Freud declara: "No seguiré tratando aquí este importante tema[ ... ] porque el análisis de Dora terminó antes que pudiera echar luz sobre esas circunstancias" (pág. 60). En una opinión final sobre este caso -que durante tanto tiempo fue el arquetipo de la psicopatología de la libido sexual reprimida-, Freud establece que la mortificación sufrida por la traición de las dos mujeres cuyo amor maternal ella anhelaba fue una afrenta que "quizá latocó más de cerca, tuvo mayor eficacia patógena, que la otra con que pretendió encubrirla, a saber, que el padre la había sacrificado" (pág. 62). Estas comprobaciones fueron muy tardías y demasiado pospuestas .como para beneficiar a la paciente. Debo oonfesar que yo mismo no releí el historia1 de Dora desde la presente perspectiva hasta que, gracias a mi propia labor clínica, me percaté de los conceptos anteriormente expuestos. Pese a las incidentales_ observaciones y conclusiones establecidas por Freud en el caso de Dora, y que yo he intentado destacar, estas no fueron jamás incorporadas de manera sistemática a la teoría psicoanalítica clásica de la adolescencia. Aquí he expuesto mis propias conceptualizaciones acerca del desarrollo adolescente, pero también quiero mostrar que algunas de ellas ya estaban contenidas in nuce en el historial de Dora. Para rendir homenaje a Freud he presentado este aspecto soslayado en él, con la esperanza de estimular a que se lo relea enfocándolo desde un ángulo distinto, más amplio. La "nueva visita" al caso de Dora se presta para introducir un tema que he indagado durante muchos años. Me refiero a mi empeño de rastrear las líneas evolutivas divergentes en la adolescencia del varón y la mujer, discerniendo sus similitudes y diferencias intrínsecas. No me extenderé sobre la constelación edípica en uno y otro caso, aspecto este bien conocido y establecido, y que no exige mayores comentarios. Pero sí creo oportuno agregar algunas palabras sobre el período preedípico en ambos, dado que las reverberaciones de estas tempranas relaciones objetales determinan en muy alto grado los vínculos concretos que el adolescente entabla con hombres y mujeres,
con sus semejant~ en general, así como con el mundo que lo rodea, el pensamiento abstracto y su propio self. . La labor terapéu~i~a con muchachas adolescentes y mujeres JÓvene~ nos ha anoticiado acerca del poderoso impulso regresivo hacia la madre preedípica, que origina la formación de síntoma Y la actuación. El comer en exceso o a deshora son hábitos muy comunes en la adolescente. Cuando la niña atraviesa la f~e preadolesc~nte, reconocemos en sus relaciones de objeto las Imagos, regresivamente revividas, de la madre buena y la ~adre mala. Ecos de esta fase aparecen en las fantasías de fuSIÓn y en conductas de violento apartamiento. Su mezcla con prob~emas .edípicos siempre forma parte del cuadro clínico. El lazo mfanti! con la madre constituye, empero, para la niña una fuente permanente de ambivalencia y ambigüedad pues por su propia índole contiene elementos homosexuales, ~ue la pubertad ha de reforzar. Comprobamos en todos los casos que la actuación heterosexual de la adolescente (sobre todo de la niña que se encuentr~ en los comienzos de la adolescencia) persigue un ~oble propósito: por un lado, la gratificación del anhelo infantil de contacto táctil; por el otro, el robustecimiento.de su todavía endeble identidad sexual. Estos dos propósitos se hallan enmarañadamente mezclados en el apego -en un comienzo defensivo- de la preadolescente por el sexo opuesto. Su avance ~acia la genit~lidad adulta es gradual y a menudo perman~ mcompleto, sm que por ello corra peligro forzosamente la mtegración sana de la personalidad de la mujer. La futura capacidad y placer que esta ha de obtener de su condición de madre se ve en gran medida facilitada si tiene libre acceso, sin conflictos, a las imagos integradas de la madre buena-mala. El desarrollo emocional adolescente determina en gr~do decisivo este desenlace. En mi opinión, en todo tratamiento de u~a adolescente reviste cardinal importancia el impulso re~resiv~ y la lucha a~bivalente con la madre de los primeros a~10s. Siempre es posible detectar, en las relaciones de una muJer con otras, los residuos de ese amor primordial. El h~cho de q~e la niña, a diferencia del varón, deba mudar en su VIda postenor el sexo de su primer objeto de amor y odio, la madre,. vuelve su desarrollo psicológico más complejo que el del varon. En contraste con esto, el lazo infantil del varón con la madre temprana permanece sexualmente polarizado durante la fase de la regresión adolescente, y, en consecuencia, da origen a conflictos en esencia distintos de los de la muchacha. Esta tiende a desembarazarse del impulso regresivo que la lleva hacia la fusión mediante un. impetuoso avance hacia el estado edípico. El varón, en cambio, normalmente atraviesa una etapa en la que el temor a la madre arcaica castradora -su cuidadora ori-
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ginal y la organizadora de todas sus funciones corporales infantiles- constituye el núcleo de su aprensión frente a la mujer. Esta formación queda convincentemente manifestada en la preadolescencia, cuando observamos dicha aprensión ya sea en la evitación del sexo opuesto y la hostilidad hacia las mujeres en general, o bien en las bravatas sexuales del machismo juvenil. Estos conflictos de la niñez temprana y de la adolescencia, universales como son, nunca cesan de afectar las relaciones entre los sexos a lp largo de toda la vida. Entre paréntesis, llamo la atención del lector hacia los datos estadísticos bien conocidos sobre el inéesto de adolescentes. Dejando de lado los componentes edípicos, en el caso de la niña el incesto es una defensa contra la fusión maternal, en tanto que en el caso del varón representa fusión y disolución yoica dentro de un estadio indiferenciado, o sea, psicosis. He ahí uno de los motivos de que el incesto sea más frecuente entre las much'achas que entre los varones adolescentes. Para aquellas, no se vincula necesariamente a la desintegración de la personalidad, mientras que en los raros casos de incesto de varones adolescentes se comprueba de manera invariable que esos varones son psicóticos. Los elementos preedípicos del caso de Dora, que yo he entresacado del contexto más amplio de las reconstrucciones de Freud, han reunido en la actualidad suficientes pruebas clínicas comG para ser considerados un típico paradigma regresivo adolescente. Por consiguiente, debemos adjudicar un carácter normativo á la reelaboración, durante la adolescencia, de las etapas preedípica y edípica del desarrollo. Junto con el creciente reconocimiento de que la labor analítica abarca, legítimamente, el contenido psíquico preverbal, debe reconsiderarse también el· papel que le corresponde por propio derecho a la etapa preedípica en la terapia de adolescentes o en el proceso normativo de la adolescencia. Esto equivale a afirmar que en toda patología edípica descubriremos elementos precursores provenientes del estadio preedípico, y que estos elementos deben ser identificados y abordados terapéuticamente. Por lo general, se los aborda junto con los problemas edípicos y yoicos porque, cuando llega la apolescencia, todos ellos se han entremezclado en una formación patológica abarcativa. Si damos por sentado que la regresión preedípica es normativa en la adolescencia, este hecho plantea ·al clínico que trabaja con adolescentes un problema particular. Las fijaciones preedípicas han sido equiparadas a los estados fronterizos, categoría diagnóstica de validez establecida. No obstante, en la evaluación de la regresión preedípica adolescente debe hacerse·, a mi juicio, una diferenciación esencial. Dentro del marco de la regresión adolescente podemos reconocer un tardío impulso evolutivo hacia el nivel triádico o edípi·
co, o, por el contrario, la regrésión puede revelar un impulso pató~eno retrógrado hacia la etapa diádica de la primera infancia. El campo de prueba de estas relatividades, de tan crítica consecu~ncia para el desenlace del proceso adolescente o para la terapia en general, se halla en el ámbito de la trasferencia. Sin entrar en detalles, podemos decir que la necesidad preedípica de dependencia de algunos adolescentes puede ser de índole tan elemental que durante el tratamiento sólo sea posible alcanzar un limitado progreso evolutivo, y ello principalmente a través de la identificación. Una modificación tan favorable de un introyecto arcaico no es un logro de poca monta. En contraste, el adolescente que gracias a la confianza depositada en el analista y a sus intelecciones se ha vuelto capaz de tolerar las frustraciones y el derrumbe de sus expeetativas en la s~tuación terapéutica (con sus concomitantes afectos de agresi~n·y culpa) nos está diciendo, por eso mismo, que ha alcanzado el nivel del conflicto edípico. La diferencia entre la detención del desarrollo y el conflicto evolutivo es, con suma frecuencia, mucho menos discernible a primera vista, en la evaluación y el comienzo de la terapia, de lo que nosotros quisiéramos. Esta ambigüedad define una zona en la cual las investigaciones de la _adoles<:encia pueden avanzar con provecho. En un momento anterior de esta exposición desplegué los argumentos clínicos para sostener que el complejo de Edipo positivo experimenta una disolución, normal o anormal antes de· que pueda instalarse el período de latencia, mient;as que el complejo de Edipo negativo no llega a una crisis conflictiva ni experimenta esa disolución normal o anormal hasta la adolescencia. Así pues, podemos hablar de una disolución edfpica en dos tiempos: una en la niñez temprana, la otra en la adolescencia. Desde luego, las influencias Pe una y otra sobre la consecuente naturaleza de las relaciones objetales adultas se entrelazan siempre y no puede aislárselas claramente; todo cuanto se puede hacer es decir que, en relación con los respectivos restos de las disoluciones preedípica y edípica, hay preponderancias, predominios y urgencias idiosincrásicas. Este problema merece nuestra más ponderada atención, ya que la normalidad de las relaciones objetales adultas gira, fatalmente, en torno de ambas d~soluciones -la del complejo de Edipo positivo y la del negativo-, y los elementos-básicos.de la personalidad, como el sentimiento adulto _del self, la identidad sexual y el ideal del yo adulto, están determinados por ambas. Sugerir que la crisis· edípica no trascurre en su totalidad has- · ta que se ha completado el proceso adolescente lleva a la conclusión de que el final de la niñez coincide con el término de la adolescencia, tras el cual se instaura la etapa de la adultez. Y esta no ~ una mera cuestión de palabras. Permítaseme
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continuar con una línea de argumentación que descansa en esta propuesta y gravita en nuestra labor clínica. Si la disolución del complejo de Edipo en su totalidad se produce en dos tiempos, como he postulado, debemos inferir de ello que la neurosis infantil constituye una formación psíquica qúe excluye, obviamente, el conflicto edípico (específico de la adolescencia) con el progenitor del mismo sexo, así como su disolución. Esto me lleva a afirmar ·que la "neurosis definitiva" -para emplear la frase de Freud (1939)- es una formación psíquica que sólo puede alcanzar su estructura final permanente en la última etapa de la niñez, o sea, en el período de consolidación de la adolescencia tardía. De manera que en este período se consolida la neurosis adulta o "definitiva" como aspecto integral de la estructuración psíquica, anunciando el término de la adolescencia. Estas conClusiones teóricas derivan de observaciones clínicas de pacientes en su adolescencia tardía cuyos síntomas obedecían a conflictos interiorizados, constituyendo así, por definición, una neurosis. En el análisis de estos adolescentes me encontré con tenaces resistencias que no cedían ante ninguna clase de intervención terapéutica, hasta que se desvanecían sin que yo pudiera atribuirme motivo alguno para ello. Luego de observar este fenómeno durante cierto tiempo, llegué a la conclusión de que el aparente desinterés del paciente respecto del empeño terapéutico, o su retraimiento, revelaba un tipo particular de psicodinámica qtie se aparta de la definición corriente de resistencia. Si esta clase de distanciamiento psicológico o autoincomunicación se trata cqmo una resistencia, los resultados son .nulos. En otras palabras, si las interpretaciones recurrentes referidas a los llamados "peligros internos" -uno de ellos, la reacción trasferencia!- no logran su cometido, será conveniente que busquemos otros factores determinantes. Pienso que la "distracción" del paciente es atribuible a procesos de organización internos que están estructurando o consolidando la neurosis definitiva. A veces, parecería inevitable quepaciente y terapeuta no lleguen a un entendimiento, porque el primero está inmerso en la estructuración de sus complejos neuróticos, en tanto que el segundo procura curarlo de la perturbación que motivó su consulta. Paradójicamente, la cura analítica puede consumarse mejor si hay formaciones neuróticas; no obstante, su período de incubación impide al terapeuta -en diversos grados, a decir verdad- seguir realizando una buena labor. Para superar esas situaciones de estancamiento, es común recurrir alas interpretaciones de la resistencia. Desde luego, nunca dejan de aparecer resistencias dinámicas o auténtica.<: junto a aquellas que he deslindado como típicas del período de consolidación de la adolescencia tardía. Estoy lejos de
sugerir que estos fenómenos evolútivos constituyen una contraindicación para el análisis de adolescentes; independientemente de la silenciosa génesis de la neurosis en ese período la terapia sigue abriéndose camino, como de costumbre, desd~ la superficie hacia las profundidades. "Lo que aquí propongo es una modificación en la comprensión de la dinámica de la resistencia dentro del tratamiento analítico, especialmente en la adolescencia tardía, Los problemas terapéuticos esbozados, típicos de la adolescencia, ya nos son bien conocidos por el análisis de niños. Debido a la conformación física del adolescente (en particular del de mayor edad), a sus deseos, ambiciones y roles sociales tendemos a co~siderarlo un adulto -un adulto al que le falta algo-. Puedo asegurar, después de varias décadas de supervisar a terapeutas, que aquellos que se. sienten a sus anchas en el tratamiento de niños suelen o.rientarse mejor en el mundo del adolescente que aquellos que h¡p1 trabajado preponderantemente con adultos. Un pensamiento más, implícito en las consideraciones anteri~es sobre el desarrollo, debo hacer explícito en este punto. Cuando hablo del período de consolidación de la adolescencia tardía, debe entenderse que las estructuras psiquicas adquieren en él un alto grado de irreversibilidad. Pierden, por así decir, la singular fluidez o flexibilidad de la niñez, que facilita, aun en 1~ adolescencia, las modificaciones adaptativas del pasado. La estabilización estructural al término de la adolescencia está sintetizada en la formación definiÜvá del carácter. Esta adquisición de la personalidad en la adolescencia tardía marca que la niñez -o sea, en el lenguaje u~ual, la adolescencia- ya ha pasado .. Pienso, pues, sobre la base de todo lo dicho, que la adolescencia no puede constituir una etapa evolutiva inconclusa. Su final responde a la ley epigenética del desarrollo; como todos los otros períodos de la niñez, también la adolescencia pierde su impulso evolutivo, independientemente de que.hayan sido cumplidas o no las tareas o desafíos propios de ella. El término de la adolescencia se produce en un momento biológica y culturalmente determinado, sea . de manera normal o anormal. Parece ser una ley del desarrollo que los puntos de fijación de una etapa cualquiera sean trasladados a la siguiente manteniendo vivo de ese modo el empeño del yo por armoniza; las sensibilidades, vulnerabilidades e idealizaciones que conforman la esencia del self de cada individuo. En este sentido podemos decir, citando a Wordsworth, que "el niño es el padre del hombre".
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