La depresión: un estudio psicoanalítico Hugo B.Bleichmar
N Ediciones Nueva Visión
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Hugo B. Bleichmar: La depresión: un estudio psicoanalítico
Colección Psicología Contemporánea Dirigida por Jorge Rodríguez
Hugo B. Bleichmar .
La depresión: un estudio psicoanalítico con la colaboración d·e Emilce Dio de Bleichmar
Ediciones Nueva Visión Buenos Aires
Primera edición: febrero de l 976 Segunda edición: julio de 1978 Tercera edición: ago~to de 1980
© 1980 por Ediciones Nueva Visión SAIC Tucumán 3748, Buenos Aires, Répúblic?. Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina / Printed in Argentina Prohibida ·Ia reproduqción total o garcial
Al primer hombre que descubrió el fuego, y a to· dos los que supieron conservar .el descubrimiento. Al primer hombre que descubrió la ternura, y a todos los que supieron transmitírnosla. Al primer hombre ... , y a todos los que . ..
íNDICE
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Prólogo
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Introducción
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Capitulo I Narcisismo
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Capítulo JI El narcisismo y las estructuras psicopatológicas
60
Capítulo I I I Culpa y depresión. Papel de la agresión en la depresión
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Capítulo IV El· autorreproche y la estructura del inconsciente
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Capítulo V Elementos para una clasificación de las depresiones
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Capitulo VI Pskogénesis de Jos cuadros depresivos
135
Capítulo VII La teoría de la libido. El pensamiento analógico en fa teoría psicoanalítica Emilce Dio de Bleichmar
150
Capítulo VIII Tratamiento psicoanalítico de las depresiones
167
Bibliografía
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PRúLOGO
El Psicoanálisis es una disciplina científica difícil, pues sus hipo· tesis rio están en condiciones de ser verificadas o refutadas con el mismo grado de certidumbre que las de otro tipo de e·studios. Esto coloca al investigador en una situación subjetiva muy pa'rticulal". y peligrosa: sus propias dudas lo hacen proclive a ceder ante aquellos que, sin poseer mayor.es ·pruebas que él, tienen al meno~. el mérito, o la osadía, de formular sus ideas en forma de convic· ciones tajantes. La fu~rza de la creencia es frecuentemente un . buen sucedáneo de la verdad, sobre todo si ésta es esquiva. Si a lo anterior _se le agregan las ventajas que implica el estar a la moda en un mercado de consumo .del psicoanálisis conio es Buenos Aires, se hacen entonces comprensibles las. olas de popula. ridad que sucesivamente nos impregnan. No teniendo la· pretensión de poder eludir por completo tales . influencias, deseamos que su explicitación, en cambio, nos sirva a nosotros mismos como ideario para reencontrar nuestra autonomía de pensamiento en las m.il oportunidades en qtie la perdemos. Yendo ahora más específicamente al presente trabajo digamos que sus objetivos son la caracterización clínica de las depresiones y la explicación dinámica de las mismas, como así también un in~ tento de abordar el problema de su génesis. Para poder encarar estas cuestiones hemos tenido que revisar una serie de articuladores teóricos, en especial el del narcisismo, que otorguen sentido a las formulaciones propuestas. 9
Por otra parte, si el tema de las depresiones nos pareció digno de reflexión no fue solamente por la importancia que ellas revisten en la patología mental, sino porque constituyen una buena oportunidad para plantear problemas de índole más general: una metodología para la delimitación de las estructuras psicopatológicas, un modelo sobre sus condiciones de origen y, derivando de lo anterior, las bases sobre las que poder asentar una terapia en cuya sistematización ·hubiera cierta racionalidad. De ahí que, en relación con esto último, los lineamientos esbozados en el capítulo sobre tratamiento psicoanalítico de las depresiones resulten una consecuencia de lo sostenido a lo largo de las páginas previas. ·El núcleo del libro lo constituye el curso que durante 1974 organizamos en el Centro de Docencia e Investigación. Hemos agregado varios temas que no t\tvimos la oportunidad de ·desarro-r llar; y revisado aquellas hipótesis que a la luz de las discusiones sostenidas se nos revelaron como insuficientes o francamente incorrectas~
Queremos expresar · nuestra gratitud para con los alumnos, que nos brindaron un clima estimulante, y para los miembros del equipo docente que nos acompañaron en una empresa desarrollada en condiciones que, sin exageración, se pueden considerar particularmente duras: Clara Arno, Norberto Bleichmar, Fanny Baremblit de Salzberg, Carlos E. Barreda, Angel Natalio Costantino, Diana Rabinovich de De Santos y Eisa Wolberg.
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INTRODUCCIÓN
Bajo la denominación de depresión se designa habitualmente tanto al cuadro clínico caracterizado por la presencia de elemen· tos diversos: · tristeza, inhibición psicomotriz, .autorreproches, visión pesimista de la vida, etcétera, como al estado afectivo de la tris· teza. * En este último sentid.o se suele decir que alguien está deprimido cuando se encuentra triste, aun cuando falten todos los otros elementos mencionados. Esta equiparación entre el síndrome y uno de los síntomas del mismo no es una mera confusión ter· minológica, sino que refleja una concepción causal, en que la tristeza es considerada como el elemento que pone en marcha a los demás, que serían su consecuencia. De ahí que se hiciera for. mar parte a las depresiones de la categoría nosológica de los trastornos del humor, o de la afectívidad. Sin embargo puede estar presente la tristeza y no haber inhi· bición, predominando por el contrario la excitación psicomotriz. Es lo que se ve en la depresión· ansiosa o agitada. Por otra parte una persona ·puede autotreprocharse, estar enojada consigo mismo, sin presentar rti tristeza ni inhibición. Además alguien puede no sentir interés en lo que le rodea, considerar que no es valioso o suficientemente motivante, revelando es la -de la esquide este modo una inhibición o abulia -que zofrenia-, y. no existir autorreproches.
no
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Ya veremos las restricciones que se deben. ·hacer cuando se califica a la · tristeza como estado afectivo.
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La conclusión que se impone entonces es que la relación en· tre tristeza, inhibición y autorreproches es más compleja que la que suele plantearse. Copresencia en un síndrome no implica obligatoriamente causalidad, como creyó entenderlo la psiquiatría dásica por un lado, al ·hacer derivar al autorreproche de la afectivi9ad, o por el otro una corriente del psicoanálisis actual que, invirtie11do el orden, otorgó al autorreproche el papel de determinante de la tristeza, y por ende de la depresión. Mientras no se penetre en el orden de racionalidad de la génesis y de Ja articulación de los elementos copresentes se continuará oscilando en la atribución a uno u otro del rol de determinante de los demás. La tristeza puede ser desencadenada por el autorreproche, pero no se explica por éste. De igual manera el autorreproche no se justifica por la tristeza. Cada uno de estos elementos posee su génesis, con sus con. diciones de .producción· propias, ·que resultan necesario detectar. La duda que puede planteársenos es si al hacer tanto hincapié en la necesidad de estudiar cada uno de los elementos de la estructura depresiva no estamos cayendo en un atomismo .desarticulante, ~n algo equivalente a lo que con razón se ha criticado en la psiquiatría clásica cuando abordó el .estudio de las "funciones psíquicas". La lingüística estructural nos ofrece el modelo de un método de análisis que nos pone a cubierto de este riesgo. El .estudio de las unidades constituyentes de un sistema no involucra la anulación del ·análisis de la articulación de los mismos, y si no se quiere caer en una suerte de guestaltismo en que hay . un todo entelequia!, es necesario que delimitar esas unidades de análisis sea. una tarea simultánea al descubrimiento , de su articulación. Como si lo anterior no fu era suficiente para s~ñalar las dificultades que subyacen a un estudio sobre la depresión, podríamos agregar que hablar de ésta en singular.. como si se tratara de una. única entidad, río hace . suficiente mérito a la diversidad .de cuadros que han recibido esta denominación: depresión del duelo normal, ·psicosis melancólica, depresión ·neurótica, depresión anaclítica, etcétera. Resulta conveniente entonces precisar cuál sería el denotninador común de todas estas entidades, la "esencia" del fenómeno ··depresivo que justificase el mantenimiento del concepto éomo unificador y, por ende, que crease la posibilidad de
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que nuestro estudio no se desJjce por Ja arena movediz2 de diferentes referentes reales, tomándolos como similares. Para abordar este problema se puede seguir el camino de recorrer los usos del término, es decir ver a qué fenómeno se designa como depresión y luego detectar lo que hay de común en todos ellos. Una metodología de este tipo no hace sino legitimar el recorte de lo real que produce un término del vocabulario. El riesgo es grande, y consiste en tomar el consenso que un conjunto de hablantes tenga sobre el uso de un término como prueba de que el mismo refleja una unidad en lo real.1 Las razones que pueden haber incidido a lo largo de la evolución del lenguaje para que un término fuera aplicado a diversas condiciones no deriva de la unidad real que puede haber entre éstas, sino que en muchos casos es el efecto de la ilusión bajo la cual se creyó descubrir esa unidad.2 El razonamiento, al ir construyendo categorías que recortan lo real, está expuesto a los mismos procesos de desplazamiento y condensación que Freud describió para el proceso primario, o que Cameron consideró típico del esquizofrénico cuando acuñó la expresión "pensamiento sobreinclusivo" .3 Es lo que acontece cuando se denomina melancólico o depresivo al individuo que está constantemente insatisfecho de sí, que se queja continuamente de sus realizaciones, de su suerte,4 pero que, como consignamos antes, en vez de estar triste se muestra enojado, y en vez de ··inhibido puede hallarse hiperactivo. Como el autorreproche y la insatisfacción de sí mismo 1 Aquí rozamos problemas de la filosofía del lenguaje, como la relación . ,entre el lenguaje y lo real. Digamos que si bien lo real no puede sino ser captado en las mallas del lenguaje al que está sometido, y esto es lo que señalan todos los aportes de las ciencias del hombre, el lenguaje puede ir . evolucionando para delinear más adecuadamente una realidad que existe · fuera de él. 2 Para ilustrar cómo va variando el recorte de lo real que realizan determinados términos recordemos el ·concepto de "lipemanía" de Esquirol. Primitivamente bajo esta expresión se abarcaba a la actual melancolía, a la neurosis obsesiva, a los estados confusionales y al estupor de _la ~~-quizofrenia ca. tatónica. La unificación de los cuadros enumerados por medio de ese término y su uso por reiteradas generaciones de psiquiatras no constituía ninguna garantía de que aquellos conformasen una verdadera unidad nosológica que excluyera otros agrupamientos posibles. 3 N. Cameron, "Reasoning, Regression and Communication in Schizophrenics", Psychol. Monog., 50, p. 1, 1938.· 4 En estos casos se su:Ie utilizar la categoría de caracteropatía melancólica .
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son parte del cuadro de la melancolía psicótica, y ésta se ha tomado como paradigma de las depresiones, aquel individuo será considerado un depresivo. El razonamiento implicado es el de tomar la parte por el todo, o sea el mecanismo psíquico del desplazamiento por metonimia.5 Resulta de lo anterior que no podemos considerar el autorreproche como nota definitoria de la depresión. Nos queda entonces por ver si tienen tal carácter la tristeza y la inhibición. Pero en cuanto a esta última ya dijimos que la depresión agitada nos demuestra que no es esencial. Podría parecer entonces que nos encontramos por fin ante lo que constituye el. núcleo de la depresión: la tristeza. Pero para nuestro deséoncierto recordemos esa situación tan familiar en que alguien, tras una desilusión de cualquier tipo, ve disminuir su interés por las personas y las cosas, ofreciendo ante los ojos del observador una inhibición más o menos acentuada, sin que sienta tristeza ni se haga reproches a sí mismo. La inhibición aparece acá como lo central del fenómeno que mt¡y pocos psiquiatras vacilarían en catalogar como depresivo, aunque ya habíamos descartado que fuera indispensable para definir la depresión. Se podría intentar aquí un golpe de furca y decir que ese individuo en realidad está triste pero que no se percata de ello, siendo .inconsciente la tristeza. A pesar de que la solución es atractiva, no se puede sostener, pues si la tristeza es un afecto, no puede tener, al menos para la teoría freudiana , tal propiedad de inconciencia. Freud destacó, en "Lo inconsciente", que los afectos, en tanto procesos de descarga, son conscientes.6 Señaló en ese texto la diferencia entre las ideas que se reprimen y los afectos que se suprimen, es decir que cuando no están presentes en la conciencia tampoco se hallan en el inconsciente produciendo efectos. Nos encontramos así en una situación singular: un cuadro clínico del cual se predica su existencia cuando hay tristeza y /o inhibición, aunque estos elementos sean prescindibles para la caracterización de aquél, de modo que aun cuando falten, uno por s No tenemos más remedio que postergar la demostración de que el autorreproche puede dar o no lugar a un cuadro depresivo, y que a su vez éste puede no ser causado por aquél. 6 Respecto a la teoría de los afectos véase ,el examen de la literatura que hace André Green en Le discours vivant, P.U.F., Parísi 1973.
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. vez, igual pqdcn1os hablar de depresión. ¿Habremos llegado acaso
a la
situación de tener que admitir que detrás del término y el concepto de depresión no se encuentra ninguna entidad reaf? No creemos que ·sea así. La contradicción aparentemente insoluble se debe, a nuestro juicio, a dos órdenes de razones: a) la naturaleza de la llamada tristeza, a la cual, sin detenernos mucho, hemos considerado un afecto, y b) tanto la tristeza como la inhibición no serían en última instancia sino ··manifestaciones de alguna otra entidad que las condiciona y que, en rigor, constituye la base del fenónteno depresivo. Ambas cuestiones están entrelazadas, razón por la cual las abordaremos conjuntamente. Si bien este no es el lugar apropiado para desarrollar una. teoría de los afectos, queremos dar algunos indicios que fijen nuestra posición al respecto. Lo que recibe el nombre de tristeza es un abanico de estados en que el dolor psíquico se desencadena por la significación que una situa~ión determinada tiene para el sujeto. Y si la significación está de por medio es porque en la tristeza, obviamente, el-afecto está enlazado a un determinado tipo de ideas, constituyéndose así una estructura cognitiva-afectiva. Por algo algunos tratados de psiquiatría, precisos en su lenguaje, hablan de dolor moral, con lo que, por medio de este último término, introducen el papel de las ideas .. · Si las ideas contribuyen a otorgar especificidad al efecto displacen tero de la tristeza, diferenciándolo de otros tipos de displacer, c6mo el del miedo o la ansiedad, ¿cuál es la clase particular de ideas de la depresión? ¿Qué carácter general deben tener esas ideas para poder presentarse bajo formas tan disímiles como las . que encontramos en la depresión ante la muerte de un ser querido, en la d,epresión anaclítica del bebé, en la del neurótico que se deprime por no· ser tan 'Jnteligente o hermoso como desearía, o en la del psicótico que cree que sus familiares han quedado arruinados o dañados por lo que él ha hecho, en suma, que se siente culpable? Responderemos de inmediato a estos interrogantes, si bien para validar nuestras afirmaciones tendremos que recorrer el tema en los distintos capítulos del presente libro. En todas esas condiciones se siente como inalca1¡zable algo deseado, anhelado. Un deseo al que se está fijado es vivido como irrealizable: el adulto en el duelo y el bebé en la depresión anaclítica anhelan la pre15
sencia del ser querido que ya no vuelve, pese a sus deseos; el neurótico siente como inalcanzable su anhelo de ser el Yo Ideal ante los ojos de él mismo y de los demás, o sea, se siente no amado por su Superyó y los personajes externos; el psicótico melancólico, llevado por su convicción delirante, cree inalcanzable el anhelo de bienestar para sus seres queridos y de ser él, a su vez, digno de amor por su bondad. Todos estos individuos afectados de depresión, más allá de las diferencias, sienten que algo se ha perdido . . Esto es lo que Freud puso al descubierto cuando definió la depresión como la reacción a la pérdida de objeto. ·Pero si la pérdida de objeto es la condición de la depresión, su antecedente, esto no basta para mostrar en qué consiste. Una cosa es la condición de producción de un fenómeno, en este caso la pérdida de objeto, y otra aquello en que consiste el fenómeno. Nuevamente podemos apelar a Freud, quien supo ubicar mediante una expresión enigmática, prácticamente olvidada en todos los estudios psicoanalíticos sobre el tema, cuál es el carácter peculiar de la depresión. En el apartado C del apéndice a "Inhibición, síntoma y angustia" consigna que el hecho de que la superación del duelo sea penosa se debe a la "no satisfacible carga de anhelo" que el deudo concentra en la persona muerta. Anhelo se refiere a una meta que no se alcanza, a un deseo de algo; por lo tanto no se trata simplemente de un afecto sino que está presente en el psiquismo como representaciones 7 ideativas; de ahí la expre~ión formada por dos términos: "carga de anhelo", que Freud, significativamente, se ocupó en caracterizar como imposible de satisfacer. Bien, si hemos convertido a la pérdida de objeto en la condición de la depresión, y a la imposibilidad de la realización de un- deseo en su esencia, en el eje alrededor del cual giran los . distintos cuadros depresivos, nuestros próximos pasos tendrán que encaminarse a aclarar cómo se constituye el objeto libidinal, qué relación guarda con el deseo, qué debe entenderse por pérdida de El término representación posee una raigambre que lo hace peligroso. Si con re-presentar se estuviera sosteniendo la tesis de que el psiquismo copia al mundo real, volviéndolo a ''presentar" en forma de elementos mentales, se habría producido el deslizamiento al empirismo. Cuando empleemos el término debe entenderse que no nos adscribimos a esa concepción, sino que consideramos a la representación como una construcción.
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objeto, y especialmente cuál es la razón por la cual la pérdida produce depresión, en sus diversas variantes, es decir en unas ocasiones dominada por la tristeza, en otras por la inhibición o por el autorreproche, o bien con todos estos elementos presentes.
Constitución del objeto libidinal. Del objeto de la necesidad a la demanda de amor El primer objeto capaz de provocar una activación placentera del lactante es el pecho. En el cap. VII de "La interpretación de los sueños", en el apartado sobre la realización de deseos, Freud desarrolla el concepto de "experiencia de satisfacción'' para dar cuenta de ese encuentro entre el lactante y-el pecho. La "experiencia. de satisfacción"- es caracterizada de la siguiente nlanera: 1) Inmediatamente después del nacimiento, ante el surgimiento de una necesidad de orden biológico, por ejemplo el hambre, éste es vivenciado por -el lactante como displacer, que a su vez se explica por un incremento de tensión, al -que Freud denomina "tensión de necesidad"; 2) Por la presencia de un objeto externo adecuado -por ejemplo el pecho que provee el alimento- la necesidad se satisface, quedando esta primera experiencia inscripta en el psiquismo como "experiencia de satisfacción"; 3) A· partir de en-tonces, nuevamente la emergencia de la "tensión de necesidad" determinará que se cargue la huella mnésica de la "experiencia de satisfacción", que aparece entonces como la representación compleja hacia la cual tiende el deseo. Es decir, que en el primer momento solo habría tensión biológica y después de constituida la "experiencia de satisfacción" aquélla va a quedar ligada a una representación específica que será evocada cada vez que surja. Esta evocación de la "experiencia de satisfacción" va a ser lo que Freud denominará deseo, definiéndolo como el movimiento -proceso, tendencia hacia- que va del polo del displacer al del placer, o más específicamente, ya hemos visto, como la carga mnésica de la "experiencia de satisfacción". El objeto de la -"experiencia de satisfacción" será el objeto del deseo. Ahora bien, en la "experiencia de satisfacción" no se resuelve solamente una necesidad de orden material, la del alimento. No se alcanza el placer solamente a través del equilibrio del medio in17
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que produce el alimento, o la distensión del aparato diges-
tivo. -Se obtiene simultáneamente un goce erógeno: la estitnulación de la zona bucal, de los labios, de la lengua, de la mejilla, etcéte.. a. Por otra parte, que el goce erógeno no es reducible a la satisfacción de la necesidad queda suficientemente de1nostrado por el chupeteo que puede prolongar en el lactante la mamada que satisfizo su hambre. En este caso ya no desea la leche y sin embargo sí el placer del rítmico accionar de su boca. En el terreno de la psicopatología, la obesidad c01npulsiva de carácter psíquico nos ilustra también esa separación entre necesidad biológica y goce erógeno. Esta separación tiene aden1ás otra consecuencia: había111os dicho que la tensión de necesidad hacía surgir la huella mnésica de la "experiencia de satisfacción". E.n este caso la necesidad biológica constituye un prer!·equisito, un primer tiempo, que desencadena la evocación de la "experiencia de satisfacción". Pero si en ésta se realiza además un goce erógeno ya no será necesario que la necesidad preceda a la evocación de la huella. Por el contrario, la huella misma de la "experiencia de satisfacción" será capaz de despertar un estado de tensión como tendencia a la misma. Así, por ejemplo, el adulto que viendo su plato preferido desea ingerirlo no funciona según el modelo: primero "tensión de necesidad", luego "experiencia de satisfacción". Por el contrario, la percepción del plato, al evocar la "experiencia de satisfacción", crea la tensión del deseo. Lo que genéticamente pudo haber sido un segundo tiempo, la "experiencia ·de satisfacción", se convierte en un antecedente que despierta el deseo. Pero todavía existe una consecuencia, aun más importante, de· rivada del hecho de que en la "experiencia de satisfacción" haya un doble componente. La necesidad orgánica es colmable, ya que alcanzado determinado equilibrio físico-químico aquélla cesa. Por el contrario, en l~ existencia de algo que está más allá de la necesidad, reside precisamente la posibilidad de que el deseo adquiera el carácter de inagotable. Volviendo a la "experiencia de satisfacción" recorde1nos que el lactante cuando mama mira el rostro de su madre, es tocado por ésta, recibe su calor. Estas impresiones forman parte constitutiva de la "experiencia de satisfacción" y del deseo que con ella se constituye. La mirada de la madre queda así cargada del g:oce erógeno de la boca del lactante que mama. Se convierte, por coinci18
dencia temporal, en objeto erógeno, es decir algo que es capaz de despertar vivencias placenteras equivalentes a las que produjo el pecho, objeto en el sentido literal del término. Con lo anterior se ha producido un verdadero salto cualita· tivo. En la primitiva "experiencia de satisfacción" estaban juntas la resolución -de la necesidad y el goce de la estimulación de la zona erógena específica. En cambio cuando la mirada de la madre, o sus palabras, producen placer por haber estado encadenadas éstas con el primitivo placer de órgano, ya no hay nada qtte se satisfaga en el plano biológico, estamos en el -p uro terreno del ero· tismo. Incluso de un erotismo que no requiere de una localización en una zona corporal en particular, la boca por ejemplo. Toda la activación placentera que era capaz de despertar el contacto con el pecho podrá ser ahora respuesta jubilosa ante la visión de esa gestalt privilegiada que constituye el rostro de la madre. La re· presentación de ese rostro será ahora la huella mnésica hacia la que tenderá el lactante. El deseo de éste ya no lo será de un objeto concreto, material, sino del amor del personaje que pa.r a él seá significativo. Su deseo será el de ser deseado por el otro. Basta observar un bebe de 15 meses repitiendo gozosamente determinados gestos, que resultan graciosos para otro, para entender cón10 una respuesta favorable de la figura significativa puede construir como placentero un detennin~do movimiento. Este orden de fenómenos ha permitido llegar a esta conclusión, extensamente trabajada por los lacanianos: el deseo es deseo del otro. Y esto en un doble sentido: deseo del otro en tanto se toma como deseo propio aquel deseo que aporta el personaje sig· nificativo, se desea aquello que es deseado por el otro, se desea a imagen y semejanza del otro. Algo se convierte en deseable y su logro produce júbilo por la identificación que se tiene con la persona que constituye un objeto libidinal. Desde esta perspectiva el deseo no es la relación directa entre el sujeto y el objeto. Hegel en "La fenomenología del espíritu" señala elocuentemente que la marca esencial del deseo humano es que no es deseo de una cosa por el valor de la cosa en sí misma, sino que se puede desear algo por el valor que ese algo tiene para otro sujeto, que es, en última instancia, el verdadero objeto de deseo pará el sujeto. Si queremos atenernos a un simple ejemplo, que no por su vulgari~ dad es menos ilustrativo, tomemos la moda. Algo se convierte en 19
objeto de deseo no por el valor intrínseco que tenga para el sujeto que lo desea sino porque de pronto es objeto de deseo para otro sujeto. El sujeto a través de las mediaciones simbólicas · puede ubicarse en el lugar de otro que estaría realizando un deseo, y llegar así a vivenciar como deseable algo que nunca fue sentido por él a ni~el concreto de sus órganos sensoriales, sino que adquiere tal carácter gra~ias al poder de creación de sentido del lenguaje. Pensemos al respecto simplemente en el carácter de fu ente creadora de deseos que tiene el mito del paraíso. Ni siquiera resulta indispensable que se nos diga cuáles serían las vivencias concretas que en él tendremos. Es suficiente que se nos anticipe que es un lugar maravilloso, así, en abstracto, para que el término maravilloso adquiera resonancias en un orden de lenguaje. Dijimos que la formulación el deseo es el deseo del otro tiene una segunda acepción. No solo se desea una cosa concreta sino que . también se desea ser objeto del deseo de otro, es decir ser deseado por ese otro. Y este deseo de ser deseado por el otro constituye precisamente la causa de que se tome lo que es deseo concreto del otro como si fuera el propio deseo. Para ser el objeto del deseo del otro se termina deseando lo que el otro desea. Entrelazadas así las dos significaciones de que el deseo es el deseo del otro, el bebe desea obtener el reconocimiento, el amor, la aprobación del otro. Una vez dado este paso el objeto del deseo es el amor, la aprobación, el reconocimiento que el otro pueda brindar. Ahora bien, cuando el otro es interiorizado y los deseos del personaje significativo se convierten en ideales que el sujeto aspira a satisfacer, el objeto del cual se demanda amor es ahora. una parte del propio s:ujeto, que en calidad de Superyó lo puede amar o reprobar.8 Si el sujeto no cumple con los ideales de su Superyó corre el riesgo de perder el amor de éste, así como antes pudo sucederle con el objeto externo. Somos conscientes de los riesgos de la concepción personológica del aparato psíquico tal como surge en muchos pasajes de "El Yo y el Ello", concepción que retoma Lagache * y que descuida un enfoque verdaderamente tópico. Pero con las reservas del caso, permite apuntar a la escisión de la personalidad y a los procesos de interiorización de relacior:es in ersubjetivas que constituyen uno de los aportes del Psicoanálisis. * Lagache, "La psychanalyse et la structure de la personali:é" ~ en La Psychanalyse, 1962, VI, p. 39.
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Lo anterior permite vislumbrar todo el camino recorrido desde el momento en que el objeto libidinal era el pecho y la leche, hasta aquel en que el objeto que se desea es el amor del Superyó, amor que se deriva de las primitivas satisfacciones corporales pero q1:1e, una vez constituido, es capaz de construir como satisfactorias o no a esas mismas funciones. · La compleja dialéctica entre el objeto ljbidinal parcial pecho o leche, la madre como objeto total, y el ainor del Superyó, dialéctica que no se resuelve en una linealidad genética que vaya del primero a este último sino que también funciona en sentido inverso, subraya la unidad entre ellos. Todos son objetos libidinales para el deseo de un sujeto, con el "atributo común de que la ex~ pectativa del logro del mismo es fuente de actividad que tiende hacia el objeto, y de júbilo por el goce anticipado. El haber mostrado cómo distintos objetos libidinales poseen una profunda unidad genética 9 y estructural permitirá entender por qué ante la pérdida de cualquiera de ellos el cuadro que se desencadene conservará las huellas de esa unidad en la sintomatología de la depresión.
Pérdida del objeto libidinal. Carga de anhelo Spitz 10 observó en bebes de 6 a 12 meses que, cuando se los separaba de sus madres, con las que previamente había mantenido una buena relación, se desarrollaban una serie de alteraciones. Inmediatamente después de la separación se transformaban en bebes llorosos, lo que contrastaba con la anterior conducta feliz. Después de algún. tiempo aparecía el retraimiento; los bebes solían yacer postrados en sus camitas, sin tomar parte de la vida que lo rodeaba. Cuando un observador se acercaba a ellos pa9
Hacemos hincapié en la unidad genética. A despecho de algunos planteos que entienden que estructuralismo es sinónimo de a-historicidad, creemos que uno de los méritos del Psicoanálisis es el de haberse formulado también como una Psicología genética, es decir, de. haber introducido la dimensión diacrónica. Un estructuralismo que pretenda prescindir de la historia no es científico, aun cuando cuente con el aval de la figura a la que más debe: Lévi-Strauss. Importar ese error en el Psicoanálisis implica mutilarlo. 10 René Spitz, El primer año de vida del niño, Fondo de Cultura Económica, México, 1969:
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recían ignorarlo. La conducta de retraimiento solía persistir ·dos· o tres meses durante los cuales los bebes perdían peso, padecían de insomnio, mostraban un retraso en el crecimiento y una propensión a las enfermedades infecciosas. Este período era seguido por otro que se caracterizaba por la rigidez de la expresión facial. Los bebes solían quedar tendidos, con los ojos muy abiertos e inexpresivos, las facies inmóviles, y como si se encontraran totalmente aislados del entorno. Spitz destacó que todos los niños que presentaban este cuadro tenían una experiencia en común: entre el sexto y el octavo me~ se ·1os había separado de sus madres. Hizo resaltar que "la sintomatología de los niños separados de sus madres se asemeja de modo sorprendente a los síntomas que nos son familiares en la depresión adulta. Además, en la etiología. de la perturbación la pérdida de objeto amoroso es sobresaliente tanto en el adulto como en el infante hasta el punto que uno se siente inclinado a considerarlo como el factor determinante". 11 En los casos en que la privación materna se prolongaba, cesaba le actividad autoerótica de los bebes, quienes entraban en un profundo marasmo. Si bien no compartimos la explicación de Spitz acerca de las causas que subyacen a la depresión anaclítica, retenemos en cainbio la validez de la descripción que ha sido confirmada ampliamente.U Dice Spitz, como explicación del cuadro: "En la ausencia de éste (el objeto libidinal) ambas pulsiones quedan privadas de su blanco ... entonces las pulsiones quedan en el aire, por así decirlo. Si seguimos el destino de la pulsión agresiva nos encontramos con que el infante vuelve de rechazo la agresión contra sí mismo, el único objeto que le queda." 13 Tratando Spitz de no incurrir en lo que considera, con razón, como inadecuado en Melanie Klein -el atribuir al bebe una organización de su Superyó similar a la del adulto, con la consiguiente explicación de la depresión en . base a los sentimientos de culpabilidad-, no ve otro camino que salirse del orden de las significaciones en que Op. cit., p. 202. 12 Véase al respecto la bibliografía que se encuentra en el libro de Bowlby, Attachment and Loss, Basic Books, Nueva York, 1969. B Op. cit., p. 211. 11
John
·transcurre para el niño la pérdida de objeto ·y apelar a la teoría de las pulsiones. . Bowlby y sus colaboradores destacan en sucesivas publicaciones que el niño, a consecuencia de la pérdida del objeto 1ibidinnl, .pasa por una serie de fases, que denominaron: de protesta, de desesperanza, de retraimiento. Con respecto a la primera de ellas, dice Bowlby: "Durante la misma el niño pequeño aparece agudamente perturbado por haber perdido a su madre y procura reconquistarla recurriendo al ejercicio completo de sus limitados recursos. A menudo llorará, sacudirá su cunita, se arrojará para todos lados, y buscará ansiosamente en dirección a cualquier ruido o sonido que pudiera ser la madre perdida." 14 A esta fase de protesta sigue luego la de desesperanza, que según Bowlby es análoga al penar del adulto, y por fin la de desapego emocional. Si bien aceptamos que, debido a la distinta complejidad del psiquismo, la depresión anaclítica -del bebe es diferente del duelo por la muerte de .un ser querido en el adulto; queremos conservar, sin embargo, los elementos que en lo fenoménico aparecen como comunes, para adentrarnos de este modo en lo que a nuestro juiciq se halla por detrás. Inmediatamente después de verse separado de la madre, el lactante se 1nuestra hiperactivo, llora, y cuando ya es más grande y dispone del lenguaje, la llama desesperadamente. Algo similar ocurre en el adulto cuando se encuentra ante el hecho de que su objeto libidinal ha muerto. Da muestra~ de agitación, llora, se le ocurre pensar que no está muerto, que sería posible recuperarlo, se dice a sí mismo: "si hubiéramos hecho esto ... " Se encuentra en ese primer período de ilusión en el cual fantasea desandar lo andado, rescatar de la muerte al ser querido. Reconoce que el objeto ya no está y al mismo tiempo reniega de ese conocimiento. En este período la pérdida· de objeto ha puesto en marcha los mecanismos tendientes a reencontrarlo, y entre ellos el llanto merece un lugar especial. El llanto no e~ simplemente la expresión de un estado afectivo doloroso sino que constituye un llamado, un mensaje dentro de una estructura intersubjetiva. El chico aprende rápidamente a utilizar el llanto, primitivamente reflejo del dolor, en la comunicación con su objeto libidinal, hecho que se puede 14
Op. cit.
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apreciar en toda su desnudez en los niños que solo saben pedir a sus padres llorando. El llanto es, pues, diferente de la tristeza; muchas veces se lo ha confundido con ella, considerándolo su manifestación externa. El niño separado de su madre o el adulto en duelo procuran· recuperar el objeto perdido mediante el acto mágico del llanto. Pero si se pierde la esperanza de recuperar el objeto, desaparece la motivación que daba lugar a la actividad de la fase en que no se lo. daba por irremediablemente perdido. La desaparición de la motivación se manifiesta por medio de la inhibición psicomotriz, que en su grado máximo puede llegar al estupor melancólico del individuo que se encuentra absolutamente inmóvil, sin llanto, incluso sin quejido. Ahora bien, en el hombre la inhibición por pérdida de objeto no es la simple ausencia de la motivación de acercamiento a ese objeto, porque si así fuera se tendría que conservar la actividad para lo que constituyen otros intereses, otros objetos libidinales. Lo notable de la inhibición depresiva es que no se restringe a los intentos con respecto al objeto perdido sino que se extiende a todos los demás objetos. Esto se debe a que el deseo respecto del objeto perdido llena todo el horizonte mental del sujeto que no puede sino girar en torno a él. El sujeto está fijado a ese deseo y simultáneamente lo siente como irrealizable, de ahí la intensa "carga de anhelo" a la que nos hemos referido. Resulta conveniente recordar aquí que el deseo no es doloroso o placentero de por sí y que adquiere tal carácter en la medida en que se anticipe o avizore su posibilidad o su imposibilidad de realización. Algo que está en el futuro -la experiencia en que el deseo se realiza- retroactúa sobre el momento presente del desear y le otorga el carácter de placentero.15 La misma consideración es válida para la anticipación de la no realización del deseo, que es lo que provee el carácter doloroso de ese desear. Sintetizando lo anterior podemos decir que la inhibición de la depresión se define por tres caracteres: a) se mantiene un deseo; Corresponde a Lacan el mérito de haber retomado en Psicoanálisis la vieja problemática filosófica del tiempo para destacar la incidencia de los distintos tiempos en un m
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b) el deseo se anticipa como irrealizable; c) hay fijación de ese deseo, es decir imposibilidad de pasar a otro. No bastarían las dos primeras condiciones para que se produzca la inhibición; la tercera, la de que no se puede pasar a otro deseo, es esencial. Y aquí es donde entra en juego la teoría de la fijación, la que por otra parte permite entender la relación entre la neurosis obsesiva y la melancolía, relación que ya Abraham había hecho notar. Ambas tienen algo en común, que es esa tendencia del psiquismo a la adherencia a determinados contenidos. De lo anterior se desprende que la inhibición depresiva resulta de la convergencia de dos variables. En primer lugar, de que haya o no expectativa de recuperar el objeto perdido, y segundo, del grado de fijación, es decir de la posibilidad-imposibilidad de pasar a otro objeto. Para fijar lo que estamos planteando haremos un gráfico que no tiene por finalidad establecer una especie de proporcionalidad cuantitativa, sino servir a fines de ilustración. Si en un par de coordenadas colocamos en un eje el grado de fijación al objeto del deseo, y en el otro a la expectativa de irrecuperabilidad del objeto, la inhibición quedará delimitada por el área existente entre las coordenadas, creciendo a medida que éstas se incrementan.
expectativa de irrecupcrabilidad ¿Qué es lo que quere1nos señalar mostrando a la inhibición como un área? Que si la fijación a un objeto no es grande _y la expectativa de irrecuperabilidad en cambio es enorme (al objeto se lo siente como irremediablemente perdido), 1a inhibición será
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pequena. Así alguien puede perder a un objeto,. pero si no tiene fijación al mismo estará en condiciones de pasar a otro, con toda la actividad que esto implica. La recíproca, cuando la fijación es grande pero la expectativa de irrecuperabilidad es mínima, cons-tituye el primer tiempo de la pérdida de objet() al que antes nos referimos. Más aún, como el objeto todavía no está constituido como perdido -como irreversiblemente ausente- se producirá además toda la actividad tendiente a recuperarlo que ocasiona el ten1or a perderlo. 16 La d.epresión agitada corresponde al primer momento de la pérdida. Podemos decir que se está a mitad de camino de construir al objeto como perdido, y de ahí proviene la desesperación. La inhibición aparece como un segundo tiempo cuando se ha perdido la esperanza de recuperar al objeto. El gráfico consignado indica por lo tanto que la inhibición es función del crecimiento de la expectativa de inecuperabilidad del objeto y del grado de fijación. No es por lo tanto un fenómeno todo o nada, sino que posee un gradiente. Ahora bien, la inhibición depresiva, por le que vamos viendo, es consecuencia de una particular vicisitud del deseo, la cual determina el retardo o la casi anulación que sufren la ideación, la percepción, la motilidad, las manifestaciones afectivas. Si enten~ diéramos que la inhibición tiene un orden de realidad equivalente a aquello que se lentifica, la estaríamos reificando. Una analogía nos ayudará a entender esto. La inhibición es un determinado ritmo en el flujo de algo que circula, pero no es independiente de ese circulante, no es una cosa en sí misma.
La depresión y los afectos. La tristeza A diferencia de la inhibición, la tristeza constituye una entidad, en el sentido que se define por caracteres propios. Sin pretender desarrollar una teoría general de los afectos, como adelantáramos antes, no podemos sin embargo dejar de consignar muy sumariaRecordemos que Freud estableció la diferencia entre la ansiedad y el dolor del duelo: la primera es ocasionada por el temor de perder el objeto, mientras que en la segunda ya se da por perdido al objeto.* ~· S. Freud, "Inhibición, síntoma y angustia" (1926), .S.E.
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mente algunas ideas imprescindibles para la argumentación que guía la reflexión en. este capítulo. Existen dos opciones semánticas con respecto a la palabra tristeza: una es llamar así a la cualidad específica en la serie. displacer-placer percibida por el sujeto en relación con determinadas ideas. La otra es denominar con ese término a la estructura cognitiva-afectiva de la cual es parte la cualidad afectiva. Pero el problema semántico no es lo esencial, sino que al aceptar que la cualidad afectiva y la idea forman una estructura de modÓ tal que se condicionan mutuamente, resulta imprescindible formularnos los ~iguientes interrogantes: a) ¿Cuál es el tipo de articulación que existe entre la cualidad afectiva y la idea?; b) Ambos elementos tienen génesis diferentes?, e) ¿Es factible la desarticulación entre el afecto y la idea de modo que se tornen independientes? Si ·bien hemos hecho las preguntas por separado a fin · de presentar los problen1as con más claridad, en realidad se trata de una única cuestión, que abordaremos, por ende, sin la división que utilizamos para su planteamientoP El afecto es de un orden diferente de la idea. Freud mantuvo esta dualidad a lo largo de toda su obra, planteando tanto en sus trabajos sobre los sueños como en aquellos sobre las neurosis que había que seguir por separado la vicisitud del afecto y la de la idea. Además señaló en repetidas oportunidades que la pulsión se expresaba en dos registros diferentes, el de los afectos y el de las ideas. Con respecto a los afectos consideró que correspondían ala percepción psíquica de procesos de descarga, entendiendo con esto que la excitación concluía en la acción de efectores muscula-' res y sec~etorios. Si bien el número de afectos que puede experin1entar un recién nacido es relativamente reducido, se va ampliando progresivamente a partir del nacimiento, surgiendo diferentes cualidades de afectos en correlación con detenninadas ideas. Pero aunque los afectos se desarrollen en interdependencia con las ideas, transcurren dentro del orden de materialidad que les es propio, en el interior de la Obsérvese que volvemos a plantear aquí el problema que comenzamos a abordar al comienzo de este capítulo -cuando intentábamos precisar la esencia de la depresión- acerca de la relación existente entre los distintos elementos que la constituyen.
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serie displacer-placer, sin que nunca se anule la distinción con las ideas, que integran otra serie de índole particular. Los afectos y las ideas constituyen así dos series entrelazadas que en determinados puntos se anudan y dan origen a estructuras cognitivo-afectivas específicas, en las que un afecto dado ren1ite a una clase de ideas en particular, y viceversa.* Pero que los afectos y determinadas ideas se presenten como unidades, como verdaderos bloques, no impide que puedan desligarse y aun deslizarse los elementos de la serie de los afectos con respecto a la serie ideativa. Ya hetnos con1entado, cuando nos intcrrogan1os si el afecto puede o no aparecer, por hallarse inconsciente, que Freud daba a esta cuestión una respuesta negativa. Pero Freud no sólo dice que el afecto no puede ser inconsciente, que es un determinado orden de problemas, sino que además, aclara que el afecto " ... es suprimido, es decir se le impide por completo desarrollarse" .18 Y esto es lo fundamental, pues si al afecto se le impide por completo desarrollarse resulta que un tipo particular de ideas puede existir sin su correspondiente afecto. Recapitulando, tenemos que en el entrecruzamiento entre las ideas y los afectos se origina la particularidad de que por un lado constituyen· estructuras articuladas y por el otro ~on entidades separables. Vea1nos las consecu_encias de esta doble condición para la génesis de las depresiones, a fin de poder caracterizar cuál es el núcleo definitorio del concepto de depresión, y, a la vez, justificar las diferencias existentes en sus formas de aparición fenoménica.
La estructura cognitiva-afectiva Los afectos y las ideas forman, como hemos dicho reiteradamente, Resulta una imprecisión llamar afecto a condiciones tales como el miedo, o el amor por ejemplo. En el caso de un sujeto que experimenta miedo, tiene representaciones acerca de un objeto que puede dañarlo, de él amenazado por un peligro, de su relación con el objeto atacante, etcétera. Simultáneamente posee un sentimiento displacentero ligado a esas ideas. Es decir, el miedo implica una construcción intelectual, en la que lo ideativo está coordinado con lo propiamente afectivo. Designar .como afecto a lo que es una estructura cognitiva-afectiva constituye, en rigor, nombrar al todo por la parte. is S. Freud, "Lo inconsciente" (1914), S.E., vol. XIV, p. 178. >::
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estructuras, es decir, organizaciones ·más o menos estables, en donde la presencia de determinadas ideas incide en la emergencia de reacciones emocionales que les corresponden específicamente. Para confirmar este papel determinante de la idea sobre el afecto, o mejor aún, este resurgimiento de estados emocionales a partir de ciertos esquemas ideativos no es necesario apelar a la psiquiatría de las depresiones, sino que toda la vida cotidiana nos ofrece tes· timónios de cómo una noticia, una idea puede sumir a un sujeto en la más profunda tristeza o alegría. Ahora bien, habría que preguntarse si es posible pensar que la recíproca es factible, es decir, que un afecto sea capaz de evocar ciertas ideas._ Antes de esbozar una respuesta resulta imperioso considerar una cuestión previa: ¿qué se quiere decir cuando se habla de afectos que evocan a posteriori ciertas ideas? ¿No es lo propio de un afecto aquello que le otorga su cualidad, su propia existencia, su especificidad el que esté relacionado con determinadas ideas? ¿No habría que diferenciar entre estados em~cionales primitivo~ -a la manera de esquemas indiferenciados- y sentimientos que ya implicarían su correlación obligada con las ideas? Los psicofármacos antidepresivos juegan aquí el papel de piedra del escándalo y constituyen una posibilidad de reflexión. En efec· to, en ciertos tipos de depresiones, tanto psicóticas como no psi· cóticas, con ideas de contenidos diversos (autorreproches, desvalorización, pesimismo, temas hiponcondríacos, ideas de suicidio, etcétera) , el psicofármaco es capaz de determinar un cam~io radical en el contenido del pensamiento de esos cuadros, que incluso puede llegar a la hipomanía o a la manía franca. El efecto de .la droga no puede atribuirse a la circunstancia de la administración de la misma (relación médico-paciente, valor mágico del medicamento, fantasías producidas por su ingestión) , pues las pruebas de "doble ciego" señalan una marcada diferencia entre el efecto modificador de la ·droga y el del placebo. Está fuera de duda entonces que la acción de la droga pueda atribuirse al significado psicológico que tiene su ingestión. Pero si la molécula de la droga es la que actúa, ¿podrá hacerlo a nivel de las ideas? Existe un fuerte argumento en contra: una misma y única molécula de un antidepresivo determinado es capaz de actuar sobre ideas depresivas de la más diversa naturaleza, cuya variedad es enorme. Habría que postular que todas esas ideas
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forn1an una clase con una constitución físico-química similar. Dada la exigencia de tal hipótesis ad-hoc, verdadero emparche teórico, la posibilidad de que las moléculas del psicofármaco. ejerzan su acción sobre las ideas, es poco verosímil. .Con respecto a los esquen1as afectivos sucede algo distinto. El número de. éstos es sensiblemente menor que el de las ideas, y existe un verdadero proceso de convergencia, en el sentido de que a una multiplicidad de ideas le corresponde un esquema afectivo común. Resulta entonces más factible, por la evidencia positi.. va acumulada, pensar que la acción de los psicofármacos se ejerce sobre los esquemas afectivos más que sobre los ideativos. Si a lo. anterior se le agrega que en la actualidad saben1os que existen zonas privilegiadas en el encéfalo cuya estimulación produce una respuesta emocional, no sólo en el hombre sino en animales inferiores, podemos concluir con cierto margen de razonabilidad que los esquemas afectivos no tienen que ser necesariamente activados por la vía de la ideación, o sea de la significación.19 Lo anterior no cuestiona la organización y diferenciación de los afectos en imbricación con las ideas, sino tan solo el carácter unidireccional de la relación. Una vez que unos y otros se han coordinado como estructuras, las ideas producirán la puesta en acción de· los esquemas afectivos, pero también éstos podrán incidir para que surjan las ideas correspondientes. Se podrá llegar entonces al cuadro de la depresión por dos caminos: desde las ideas, y estamos de esta manera en el terreno de las depresiones psicógenas, y desde los afectos, vía que correspondería a las depresiones que, no sin razón, han sido llamadas . orgánicas.20 Para los estudios biológicos sobre. las emociones véase: J. A. Gray, "The Structure of the Emotions and the Limbic System" y E. Fonberg, "Control of Emotional Behaviour througth the Hypothalamus and Amygdaloid Comp!ex", ámbos trabajos en Physiology, Emotion & Psychosomatic Illness, Ciba Foundation Symposium, 8, 1972; J. C. Goldar, "Sistema límbico", Enciclopedia de Psiquiatría, El Ateneo, Buenos Aires (en prensa); H. Heiman, ''Psychobiological AspeCts of Depression", en P. Kielholtz (comp.), Masked Depression, H. Huber, Viena, 1973; P. Knapp, Expression of the Emotions in Man, Int. Un. Press, Nueva York, 1963. 21J Recordemos que a pesar de que el psicoanálisis se ocupa de las depresiones psicógenas, el factor orgánico ya fue contemplado ·por Freud en la teoría general de la producción de las enfermedades mentales al introducir 19
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· · Digamos que el hecho de que una depresión sea de origen orgánico no excluye la analizabilidad de las ideas que presenta el paciente, es decir la inserción inteligible de las mismas en su vida. Aun cuando el factor determinante sea el somático y los esquemas afectivos evoquen las ideas que les son correlativas, éstas no podrán sino construirse con los ladrillos de que dispone el sujeto, y serán siempre ideas adquiridas en episodios significativos de su vida, y que por lo tanto podrán remitir de vuelta a los mismos. En este caso analizabilidad, como sinónimo de comprensión, debe ser diferenciado por un lado del problema de la psicogénesis o de la organogénesis (puede ser de una u otra naturaleza), y por el otro de la curabilidad del cuadro. Además del error de aquel tipo de psiquiatría que por preconizar el carácter orgánico de las enfermedades mentales desechó considerar su estructura y temática psicológica, existe otro error que guarda cierta sim.etría con aquél: considerar que el hecho de que se pueda comprender un delirio es un índice del origen psicológico de éste, de ahí que se decida fácilmente sobre la génesis de algunas entidades, como la esquizofrenia, por ejemplo. Sucede lo mismo que con la alucinación. Que pueda ser comprensible, como una clara realización de deseos, no se explica por este último carácter ya que lo que él revela es su temática pero no su naturaleza diferente del pensar no alucinatorio.21 . el concepto de series complementarias,* y en el caso particular de la melan· colía en el trabajo "Duelo y melancolía". * S. Freud, "Introducción al Psicoanálisis", S.E., XVI, p. 347. 21 Explicar la psicosis por su temática sería como explicar la naturaleza del sueño por su contenido y decir que se sueña para realizar tal deseo o elaborar tal situación traumática. El sueño tiene condiciones propias de producción, que se encuentran en el nivel neurofisiológico. Las psicosis, por su parte, las que obedecen a una causa orgánica o bien a una causa psicológica, tienen un orden de determinación diferente del contenido de lo que se delira. Las drogas alucinógenas nos muestran elocuentemente que la causa de la alucinación es diferente del poder motivacional que pudiera poseer su contenido. Generalmente se considera que en el contenido está la causa de la alucinación, suponiéndose que, una vez vencida cie.r ta "barrera" de la inten· sidad, se produce aquélla. Ni siquiera la alucinación por causas psíquicas se justifica por su tema manifiesto o inconsciente. El funcionamiento mental ha sufrido una reestructuración de modo que el pensar ideativo es reemplazado por las imágenes.
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Por tanto, la posibilidad de descifrar una fantasía no descarta que el cuadro pueda ser de origen orgánico. Se podría entender que la depresión de causa orgánica es desencadenada por alteraciones a nivel de los esquemas afectivos que incidirán en el surgimiento de ideas específicas, que son las que se encuentran en la melancolía llamada endógena. Digamos de paso que los cuadros así clasificados corresponden en realidad a dos entidades diferentes: a) Aquellos en los que pese a no aparecer en el relato del paciente un factor psicológico que jtJ.stifique la depresión, se lo encuentra como elemento inconsciente. Los psiquiatras que desconocieron al inconsciente se apresuraron a rotular como endógenas muchas depresiones que según el psicoanálisis se encontraban perfectamente motivadas en la conflictiva del sujeto, que el paciente es incapaz de relatar en la anamnesis y que el analista debe descubrir a través de su emergencia en puntos privilegiados del discurso. Estos cuadros deben excluirse de la categoría endógena. b) Aquellos en que el análisis no encuentra como punto de partida conflictos inconscientes que justifiquen el cuadro. Con todo, siempre resulta dudoso clasificar como endógena a una depresión, ya que al hacerse el diagnóstico por la negativa, al analista siempre le queda la duda de que haya profundizado suficientemente la comprensión psicológica del paciente. Algún día podremos diagnosticar verdaderas depresiones endógenas cuando el diagnóstico se apoye en los datos positivos, de cualquier naturaleza que sean, y no sobre la mera ausencia de otros. Si nos hemos permitido incursionar en el campo de lo orgáníco y lo psicológico es porque nos pareció doblemente necesario. En primer lugar para poder abarcar al fenómeno de la depresión, y además porque consideramos saludable que la ciencia rompa con el parroquialismo que hace creer que la limitad'a área de trabajo en la que uno se desenvuelve es la única verdadera, y que las otras posiciones navegan en el error y la oscuridad. El hecho que hayamos optado por investigar en el campo del psicoanálisis y las significaciones, no significa que desdeñemos el aporte de otros estudios. Consignemos además, para concluir la consideración de este aspecto, que lo orgánico y lo psicológico se combinan de mod~ que existen casos que se encuentran en uno de los extremos de incidencia 1 de uno de los factores _, a los cuales podremos denominar
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endógenos, y otros en el extremo opuesto, en que la depresión es exclusivamente psicógena.
Hacia una precisión del concepto de depresión Si en el punto de partida de ciertos esquemas afectivos se evocan determinadas ideas, o si tomando a éstas como origen se producen ·aquéllos, parecería que toda· definición de la depresión · debería asentarse sobre un doble pilar: el afecto tristeza y cierto tipo de ideas. Con respecto a la vieja controversia entre las escuelas intelectualistas, que veían en el trastorno ideativo la esencia de la depresión, y las escuelas que preferían cónsidetar a los ~ectos como la causa de aquéllas, podría entenderse que se debió a que no tuvieron en cuenta el tipo de articulación en que hacemos hincapié. Nuestro juicio salomónico habría dado la razón . a unas y otras. Sin embargo se trataría de un mero· eclecticismo, a menos que quede perfectamente aclarado eri qué sentido una y otra escuela captaron una parte de verdad del tema en discusión. Para ello tenemos que distinguir entre definir a un f enóineno por su génesis, es decir por su origen, por lo que pone en marcha el proceso, o hacerlo por .su· e·structura, o sea por la articulación de sus elementos una vez que alcanza su desarrollo. Desde el punto de vista de la génesis, un reducido número de depresiones -las llamadas endógenas- pueden comenzar por trastornos de la base material de los esquemas afectivos, en tanto la gran mayoría lo hace por el lado ideativo. Pero mientras que no se puede mantener un cuadro de tristeza sin que estén presentes ideas que le son correlativas,22 es posible encontrar la inversa. Alguien puede tener _una visión pesimista del futuro, considerar que su vida ha sido un fracaso, que no vale gran cosa como persona, que de nada sirve vivir, e incluso sopesar la idea de suicidarse, en suma, manifestar ideas que nadie vacilaría en catalogar como claramente melancólicas, y sin embargo no demostrar tristeza, pudiendo predominar en cambio la rabia, el enojo consigo mismo. En otros casos el mismo conjunto de ideas puede darse con una marInclusive en ese período inicial de · la: melancolía endógena en que el paciente está triste y no sabe por qué, todo hace suponer que ya hay ideas depresivas, pero que no tiene conciencia de ellas.
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cada frialdad emocional y ello, al llamar la ~atención del observador, constituye lo que se ha dado en calificar de-=-disoc~va. Se podrá decir que los cuadros que presentan este conjunto de ideas· acompañado de frialdad emocional corresponden en realidad a esquizofrenias, para agregar a continuación que se trata de la forma depresiva de éstas. Más allá de la cuestión nosológica, que no corresponde discutir aquí, de cualquier manera reafirman un hecho que hemos venido señalando a lo largo de esta introducción: determinados contenidos ideativos pueden no tener el correlato emocional que se podría esperar. Y si en estos casos se puede apelar a separar el cuadro del campo de las depresiones verdaderas por la frialdad emocional, para ubicarlo en el de las esquizofrenias, en cambio en la primera de -las condiciones mencionadas -aquella en que está el conjunto de ideas pero con intensa repercusión emocional del tipo de la rabia- tal tipo de argumentación resulta poco convincente. De esta manera queda planteada una asimetría esencial entre los afectos depresivos y las ideas. Mientras que no podemos entender el desarrollo de cualidades de afectos sin su coordinación con ideas determinadas, la coordinación de éstas con los afectos es más laxa. Un sujeto pudo adquirir la serie de ideas que encontramos en los cuadros depresivos y quedar ausente la génesis de determinados esquemas afectivos, o aun existiendo esquemas como potencialidades hallarse bloqueada su puesta en acción, su actualización.
De lo anterior se concluye que el núcleo de la depresión, en tanto estado, no lo podemos buscar ni en el llanto, ni en la tristeza, ni en la inhibición psicomotriz, pues todos ellos pueden faltar, sino en el tipo de ideas que poseen en. común todos aquellos cuadros en los cuales por lo menos una de estas manifestaciones está presente. Cuando decimos ideas no nos referimos a los temas de que se quejan los depresivos y que aparecen en los tratados de Psiquiatría, como las ideas de ruina, de fracaso, de inferioridad, de culpa. Si estas ideas son capaces de producir depresión es porque todas ellas implican una muy definida representación que el suje(o se hace de la no realizabilidad de un deseo en que alcanzaría un ideal, o una medida, con respecto al cual se siente arruinado, fracasado, inferior, culpable.
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Esta representución de un deseo como irrealizable, deseo al que se está intensamente fijado, constituye pues el contenido del pensamiento del depresivo, más allá de las formas patticulares que tenga. La tristeza es la manifestación dolorosa ante este pensamiento; la inhibición,23 la renuncia ante el carácter de realización imposible que el sujeto atribuye al deseo; el llanto, como dijimos antes, además de expresión de dolor, es el intento regresivo de obtener lo deseado por medio de la técnica que en la infancia reveló. ser efectiva; el autorreproche, al que hemos dedicado todo un capítulo, la respuesta agresiva, que se vuelve contra sí n1is1no, por la frustración del deseo. El valor de la formulación q'lle proponemos para la depresión radica, a nuestro entender, en que permite abarcar las variantes feno1nénicas de la depresión como modalidades de reacción frente a la estructura del deseo. Que estén todas presentes o sólo alguna de ellas ya no es decisivo para el concepto de depresión. Por otra parte, desde la perspectiva de la irrealizabilidad del deseo adquiere profundidad el enunciado freudiano según el cual la depresión es la reacción ante Ia pérdida del objeto libidinal. Dicha pérdida será Ja condición de en1ergencia de un estado en que el deseo se representa como irrealizable.24 Ahora bien, ¿hay un tipo específico de deseo que cuando es vivido como irrealizable nos ubica en el campo de la · depresión, o por el contrario cualquier .deseo es capaz de ~ desempeñar esta función? No estamos en condiciones de contestar una pregunta \
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Recuérdese que la inhibición en la depresión anaclítica de Spitz no sobreviene en el primer momento sino cuando se pierden las esperanzas· de recuperar el objeto deseado y perdido. 24 Cuando Fairbairn, oponiéndose a Freud, sostiene que la libido no e~ buscadora de placer sino de objetos, crea una falsa opción. La libido busca al objeto pOrque a través de éste se consuma el placer. La formulación inadecuada de Fairbairn,* sin embargo, apuntaba a algo verdaderamente importante : señalar que el placer no era producido por la descarga a nivel de una zona erógena parcial con independencia del ob.ieto total, sino que a su vez el objeto total podía erogenizar una parte del cuerpo, por la que fluía la libido que liabía cargado a ese objeto total. Esta es la problemática que han abordado los psicoanalistas del grupo lacaniano, en especial Leclaire.'~* * Fairbairn, Estudio psicoanalítico de la personalidad, Hormé, Buenos Aires, 1962. ** Leclaire, Psychanalyser, Du Seuil, París, 1968. 23
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plante"ada en estos términos de alternativa. Lo que sí podemos decir es que determinados deseos de amor, cuando no se realizan, implican depresión. Así, la situación del duelo normal, en que se ha perdido un objeto a través del cual se podía satisfacer el deseo amoroso, constituye un ejemplo. Igual cosa sucede con la depresión narcisista, en· la quy el .sujeto siente que en vez de ser el Yo Ideal es el negativo de éste.25 ~ignificando para el sujeto que si siendo el Yo Ideal tiene el amor del objeto externo y del Superyó, no serlo adquiere el · sentido de perder el amor de uno y otro, y por -lo tanto la no realización de un deseo de amor. De ahí la depresión. En la depresión· culposa -consecutiva ·al sentimiento de que se ha atacado al objeto y se lo ha dañado- tan adecuadamente descrita por Melanie Klein, se da también el hecho de que se sienta perdido al objeto de amor -por estar dañado- y además se viva como perdido el amor que podría .brindar el objeto externo y el Superyó, ya que se es agresivo. Vemos pues que las tres condidones consignadas pueden explicarse desd.e la ' hipótesis en que se supone que la depresión corresponde a una condición, la pérdida de objeto, y constituye un estado en que se vive un deseo como irrealizable. Ya tendremos ocasión de examinar detenidamente a lo largo del libro la formulación que ahora aparece básicamente como un punto de partida, pero que no queríamos dejar de anticipar tanto para que se viera la unidad ·que subyace a fenómenos aparentemente tan disímiles, como también para sostener que las teorías que han pretendido explicar la depresión son parciales. En efecto, a grandes rasgo....;, en el Psicoanálisis actual hay dos grandes · teorías sobre la depresión: 1) La depresión por descenso de la autoestima. Es la que sostienen autores como Fenichel 26 o Bibring; 27 2) .La depresión como consecuencia de los impulsos agresivos. En esta teoría se destaca el fundamental aporte de Melanie Klein. Cuando nos encontramos ante dos explicaciones de este tipo podemos preguntarnos si una es correcta y la otra equivocada. Sin Véase el capítulo sobre Narcisismo. O. Fenichel, Teoría psicoanalítica de las neurosis, Nova, Buenos Aires, 1957, pp. 495 y ss.- - . 27 E. Bibring, "El mecanismo de la depresión", en P. Greenacre (comp.), Perturbaciones de la afectividad, Hormé, Buenos Aires, 1959. 25 26
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embargo el material clínico que ofrecen Melanie Klein, Fenichel y Bibring nos permite concluir que corresponden a una apreciación adecuada de datos, y que lo inadecuado es en cambio generalizar a partir de un aspecto parcial, pretender que el elemento elegido, presuntamente causal, permite entender todas las depresiones y, por lo tanto, está en la esencia del fenómeno. Teniendo en cuenta, entonces, qµe el descenso de la autoestima o la agresión no constituyen, cada uno de ellos, la explicación de la depresión, el elemento unificador no puede encontrarse ni en el nivel de uno ni en el de otro. Tiene que hallarse en otro nivel que permita abarcar las explicaciones parciales y que es, a nuestro juicio, el de la estructura del deseo, tal como lo hemos sostenido reiteradamente en esta introducción.
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Capítulo 1 NARCISISMO
En el capítulo. anterior dijimos que la pérdida de un objeto podía dar origen a la depresión. No nos detuvimos mucho en esa oportunidad en las características que debía reunir tal objeto, aunque dejamos constancia, siguiendo a Freud, de que se podría tratar de algo que fuera un ideal para el sujeto que sufría la pérdida. Para mayor precisión partamos de un simple hecho de observación: alguien aspira a ser de determinada manera, pongamos por caso bello, valiente, bondadoso o inteligente. Se trata evidentemente de atributos que ante sus ojos lo convertirían en alguien digno de estimación. Pero si por cualquier circunstancia esa persona llega al convencimiento-· qe que en vez de ser bella es fea, en vez de valiente es cobarde, etcétera, podrá deprimirse. ¿Cómo se debe entender lo sucedido? Esa persona que se ve fea o cobarde no se puede amar a sí misma, ha dejado de ser su propio ideal, o en otros términos ha perdido el amor de su Superyó. ·Pero para que esto sea posible .hace falta que esa persona ·haya construido dichos atributos como ideales de perfección. Y es precisamente eso, que alguien se haya tomado a sí mismo como objeto de amor, viendo en sí a un ideal, lo que forma el núcleo de la caracterización del narcisismo. En el caso Schreber, Freud da como característica definitoria del narcisismo que "el sujeto comience por tomarse a sí mismo, a su propio cuerpo, como obje.to de amor" .1 El mito de Narciso, enamorado de la belleza de su ir
1
S. Freud, "Notas psicoanalíticas sobre un informe autobiográfico de un caso de paranoia" (1911), S.E., vol. XII, p. 60.
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propia imagen, provee por lo tanto el modelo a partir del cual se desarrolla el concepto. No nos interesa hacer aquí una síntesis de la teoría psicoanalítica acerca del narcisismo f!.i tampoco un estudio de los nu.; merosos problemas que en él se plantean. Solamente nos detendremos en algunos aspectos del narcisismo que creemos particularmente· atinentes al tema de la depresión. Al intentar fundar la razón de la diferencia entre el duelo normal y lacmelancolía, Freud consideró que en esta última con·dición el 9bjeto perdido habíá sido elegido de acuerdo con el tipo de ~c.ción narcisis.J1!. Ahora bien, ¿qué es lo que se debe de entender por elección narcisista de objeto? · La respuesta no es unívoca. Freud, en "Introducción al narcisismo" (1914), designa como elección narcisista de objeto la . que se caracteriza por ser el objeto elegido conforme a cómo es el sujeto, cómo fue el sujet_o, cómo el sujeto quisiera ser, o alguien que una vez fue una parte del sujeto, el hijo para la madre por ejemplo.2 Pareciera entonces que la elección narcisista se caracteriza porque en ella el objeto ~iene una semejanza con el Yo que lo elige, o sea que la elección se hace a imagen y semejanza del Yo. Este ·es el concepto de elección narcisista de objeto explícito en el texto citado. Sin em~ bargo, en el mismo texto Freud dice que las mujeres aman y hacen elección de objeto según el tipo narcísista.3 O sea, eligen como objeto sexual a los que las aman, a aquellos que las hiperestiman y las convierten en su ideal. Acá, evidentemente, al hablar de la elección narcisista de objeto no se refiere al hecho de que el objeto elegido por la mujer lo sea a imagen y semejanza del Yo que elige; lo que se quiere destacar es que mediante ese objeto sexual lo que se satisface es el narcisismo del sujeto, es decir su autoestima. Vemos así que en el texto mencionado hay una definición explícita y otra que no constituye una verdadera definición sino ·una caracterización a partir de un eje~plo clínico. Vemos entonces que en Freud la elección narcisista de objeto abarca tanto la elección que se ha realizadó a imagen y semejanza del Yo como la que se ha realizado para elevar la autoestima, la vivencia de perfección, de completud, de omnipotencia. 2
S. Freud, "Introducción al narcisismo" (1914), S.E., vol. XIV, p. 90. cit., p. 88.
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Para que se vea- con más -clarida'd la diferencia que estamos tratando de hacer entre la elección narcisista de objeto a imagen y semejanza y la elección narcisista de objeto cuya finalidad es _restituir la autoestima me valdré de un ejemplo clínico. Se trata de un adolescente que en una sesión me comentó entusiasmado que tuvo una relación con una chica que le pareció formidable. Lo que según su descripción lo entusiasmaba más era la vagina de la muchacha, la cual, por ser estrecha -así la caracterizóle provocaba una sensación particular de satisfacción. Lo que se pudo comprobar era que la vagina estrecha de la muchacha moldeaba, precisamente por su estrechez, su pene como grande, como poderoso. De modo que el objeto era elegido narcisísticamente como satisfactorio, como aquel que mejoraba la autoestima del sujeto, por permitirle tener la vivencia de un pene grande. O sea que aquí_ lo que define como narcisista a la elección no es que ésta -sea a imagen y semejanza del sujeto, ni siquiera que él teniendo la imagen de su pene como chico y queriendo entonces a una vagina chica quiere a su propio pene por semejante a ésta. Lo que estaba en juego era que 1a vagina pequeña permitía significar a su pene como grande. En apoyo de la caracterización doble que hacemos de la elección narcisista de objeto volvamos nuevamente a Freud, quien dice de la elección narcisista en la mujer: "no necesitan amar sino ser amadas y aceptan al hombre que llena esta condición" (subrayado nuestro) .4 Es decir que . la condición de aceptación del hombre es que las· ame, que las hiperestime. No interesa por lo tanto el hombre en sí mismo y de ahí la expresión "aceptan al hombre que llena esta condición·" . La elección no se hace entontes por los atributos del objeto, porque éste sea semejante al que elige, sino porque convierte al individuo en un ideaL Ahora bien, si una elección narcisista de objeto se puede realizar porque el objeto elegido lo es a imagen y semejanza del Yo o bien porque restituye la autoestima del Yo, ellp significa que en el concepto de narcisismo están articuladas dos categorías. Por un lado está la relación de semej.anza o diferencia que existe entre el Yo y el objeto, y por el otro la vivenda de perfección, de omnipotencia, ec última instancia de autoestima satisfecha. No por 4
Op. cit., p. 89 . .
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nada el trabajo ·de "Introducción al Narcisismo" comienza con · una caracterización del narcisismo como elección a imagen y semejanza -con. la cita de la elección homosexual que retoma de ]a nota agregad~ a "Tres ensayos para una teoría sexual" 5- y cOn. cluye con toda la última parte del tercer capítulo en que hace un estudio de la autoestima, que, digamos de paso, es la palabra que debe reemplazar en la traducción castellana de López Ballesteros a la que aparece equivocadamente eri su lugar: autopercepción. Por lo anterior vamos viendo que en el tema del narcisismo tendremos que abordar dos órdenes de problemas, uno es el de la relación entre el Yo y el objeto, relación de semejanza o de diferencia, y el segundo problema es el de la vivencia de perfección, de autosatisfacción, de completud, en síntesis, de hiperestimación de sí mismo. Tomemos la primera de las cuestiones mencionadas: la relación existente entre el Yo y el objeto. Si volvemos a la cita del caso Schreber en donde Freu4 dice: "El sujeto comienza por tomarse a sí mismo, su propio cuerpo, como objeto de amor", esta cita podría servir de base para refutar ·la pretendida anobjetalidad del narcisismo primario. El razonamiento podría ser el siguiente: si el propio cuerpo o "sí mismo" . son objetos · de amor .para el sujeto, resulta evidente que hay un objeto, por lo tanto el narcisismo primario no sería anobjetal. Pese a su aparente solidez en el plano de la lógica, lo que hace este razonamiento es jugar con la palabra objeto cambiando la extensión del términ9, usando objeto en el sentido clásico de la filosofía, como todo lo que se opone al sujeto. Los que sostienen, siguiendo al mismo Freud, que el narcisismo primario es anobjetal, en realidad denominan · objeto a algo que no es el sujeto ni el Yo,6 a un objeto otro que el objeto que es el Yo. Esta tripartkión entre sujeto o persona, Yo, y objeto rio-Yo se encuentra claramente en "El Yo y el Ello", en donde el Ello -que no cometeremos el error de equipararlo s S. Freud, "Tres ensayos para una teoría sexual" {1905), S.E., vol. VII, p. 145. 6 Acá usamos Yo en uno de los sentidos con que aparece en "El Yo y el Ello", como representación que el sujeto tiene de sí mismo. Para una precisión de las connotaciones que tiene el término Yo véase el próximo apartado · de este capítulo. ·
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al sujeto- toma al Yo con10 su objeto de amor, pudiendo ir la libido a otros· objetos, de acuerdo con la célebre metáfora, grata para Freud, de la ameba con los seudópodos. Pero lo esencial es que en este caso el Yo es un objeto para otra entidad, que en este caso · es el Ello. Si la única refutación a la tesis de la anobjetalidad del narcisismo primario fuera la que estamos considerando, la discusión habría pasado a ser puramente semántica, una discusión en torno del término objeto, que es el prototip9 de la discusión que no interesa. La problemática pertinente, por lo tanto, no es si el Yo es un objeto para el sujeto, cosa que es, sino si este Yo es anobjetal en el sentido de ser independiente, en su constitución, con respecto a otro objeto externo también al sujeto. O dicho en otros térm,inos, si el Yo objeto de amor del narcisismo se constituye sin tener nada que ver con otro objeto, es decir si se desarrolla simplemente por maduración a partir del Ello, concepción vigente en una parte del Psicoanálisis actual. Pero dado que el Yo que es tomado como objeto de amor es la representación que el sujeto se hace de sí mismo, y que esta representación se construye en buena medida por la identificación con otro, y · a partir de la representación de sí que otro le da al sujeto, el Yo del narcisismo involucra necesariamente al objeto. Pareciera entonces que si nos preguntamos si el narcisismo primario es anobjetal u objeta!, contestar que es objeta! constituiría una respuesta que satisface nuestra posición. Pero por algo la discusión entre objetalidad y anobjetalidad ha hecho oscilar entre las dos posibilidades convirtiéndose en uno de los dilemas clásicos del Psicoanálisis. Lo que sucede, a nuestro juicio, es que el narcisismo es objeta! desde el punto de vista de la situación estructurante en que se constituye el Yo, situadón en la que no hay un Yo preexistente al encuentro con el objeto, sino que aquél se construye precisamente en ese encuentro. En el apartado siguiente tendremos ocasión de volver a esta concepción del Yo para desarrollarla, aunque por ahora nos basta enunciarla para dej~r consignado que, de acuerdo con esto, el narcisismo primario es objetal desde la estructura en que se constituye el Yo. Pero desde la vivencia del sujeto, o sea cómo experiencia éste la existencia del objeto, posición desde la cual también teorizó Freud el tema del narcisismo, hay dos creencias ilusorias: 1) la creencia
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en la no existencia del objeto y, 2) la creencia en la existencia de otro cuando en realidad uno está frente a su propia imagen. Tomemos el primer caso, en que el sujeto no reconoce la existencia del objeto como diferente· de sí. Podemos dar como ejemplo el del chico que se identifica con el rostro de su semejante como si fuera el suyo propio, o que, en la situación de transitivismo descripta por Wallon, llora al ver caer al otro. En estas situaciones el chico tiene como representación de sí, como Yo, lo que es representación de un objeto no reconocido como tal. El segundo caso de ilusión -cuando el sujeto cree que hay otro cuando en realidad se trata de él mismo- está ejemplificado por el mito de Narciso, en el cual, habiendo uno solo, Narciso, éste cree que hay dos y se enamora de su propia imagen. Es un caso similar al de la elección narcisista de objeto hecha a imagen y semejanza. Cuando se cree conscientemente que hay dos objetos, en realidad está el Yo, en tanto representación, que es amado en el objeto. Recuérdese ese ejemplo, realmente notable para el análisis del homosexual, que da Freud, el cual, aparte de intentar resolver el problema de la génesis de la homosexualidad, constituye un paradigma por su examen de la relación entre un sujeto y un objeto. El homosexual ama al joven, pero -como dice Freud- el joven es para él el representante de sí mismo, mientras que él está identificado con su madre, de modo que amando al joven en realidad se está amando a sí mismo. En este caso el sujeto vive en su conciencia como si él y el otro fueran dos objetos separados y diferentes, pero en cuanto a los rasgos que . determinaron esa elección narcisista hay una representación inconsciente -la de su propio Yo- que es vista y amada en el otro. En el caso que es.tamos considerando, el del homosexual narcisista que cree que hay dos -él y el joven-, en realidad hay más de dos, pues está la madre con la cual él está identificado y está el joven con el cual se identifica. Ahora bien, este complejo juego de representaciones es posible debido a la existencia de representaciones que ·son . conscientes unas e inconscientes otras, lo cual es una prueba más de que los conceptos que estamos utilizando, identificación y narcisismo, son incomprensibles si no se los articula con la · división en consciente· e' inconscie·nte, esen43
cial para el Psicoanálisis. Con respecto a la imagen inponsciente, el Yo y el otro son lo mismo. Se entiende, entonces, por qué se llama relación narcisista tanto a la de Narciso que ama a su imagen como si fuera otro real, como a la de aquel que_ama su propio Yo en el otro. Si el Yo se constituye originalmente por identificación con el otro se hacen ·factibles para el sujeto las ilusiones de estar frente a su Yo, cuando en realidad está frente al del otro, o de estar frente a otro Yo, cuando en realidad está ante el suyo.
El amor del narcisismo
Hemos dicho que en la elección ·narc_isista se articulan por un lado el hecho de que el objeto sea a imagen y semejanza y por el otro el de que realce la autoestima del sujeto. Adentrémonos ahora en este segundo aspecto. Freud habla del narcisismo infantil en términos que destacan la vivencia placentera del niño de sentirse excelso, perfecto, de que su belleza, su inteligencia y todas sus cualidades lejos de ser cuestionadas son por el contrario hiperestimadas. Por lo tanto el amor del narcisismo se caracteriza por la idealización, es decir por el mejoramiento de las cualidades del sujeto. Entonces debe entenderse que el narcisismo, definido como la .condición en que el sujeto se toma a sí mismo como objeto de amor, impli. ca hiperestimación. Desde esta perspectiva del narcisismo, centrada en la sobrevaloración que el sujeto hace de sí, se aclara por qué Fre\ld entendió que uno de los elementos esenciales que establecía la· diferencia· entre el duelo normal y la melancolía era que en ést~ la elección del objeto perdido había sido de natural~za narcisista. Si en la melancolía el objeto perdido es de naturaleza narcisista, es decir aumenta la valoración del sujeto, su pérdida producirá una disminución de ésta .7 Aunque la tesis de que la melancolía se diferencia de otras formas de depresión pues en éstas la elección de objeto no ha En "Duelo y melancolía" hay también otro argumento para explicar la autoestima disminuida en el melancólico: el reproche contra el objeto vuelto contra el propio sujeto a través de la identificación. 7
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sido de tipo narcisista es muy cuestionable, lo que nos . interesa · retener aquí es que la caída de la hiperestimación narcisista, ya sea por pérdida del objeto elegido narcisísticamente o por pérdida del Yo en tanto Ideal, es capaz, de producir depresión.
Génesis del narcisismo Freud ofrece dos ~oncepciones del narcisismo; en una de ellas el enfoque económico se une a la teoría de la libido. Desde esta perspectiva, el narcisismo primario es la condición en que toda la libido está en el ·Yo,8 o la situación prenatal en que por una armonía de orden b~ológico no existe tensión en el organismo·. Esta es una de las concepciones del narcisismo que se encuentra presente en parte del Psicoanálisis actual. Su ejemplo paradigmático lo constituye Green cuando~ en El narcisismo primario, ¿estado o estructura?, lo .define como "el estado de aquiescencia absoluta en el cual está abolida toda tensión".9 En la otta concepción del narcisimo se lo entiende . como la valoración que el sujeto hace de sí mismo, como la significación que el Yo en tanto representación de sí toma .para· el sujeto, es decir cómo éste se ubica en una escala qe preferencias, de valores. No nos interesa cuestionar el enfoque económico del narcisismo. Hemos optado por ;no discutir con quienes defienden la · teoría económica en Freud. Creemos que la actitud más útil para el progreso científico, · y la menos esterilizante, es dejar que los partidarios ·de tal orientación prosigan sus investigaciónes y aporten las pruebas que coloquen ese tipo de formulaciones metapsicológicas en correlación con los datos de la clínica, permitiendó explicados o predecirlos. Si esto sucediera, la polémica tendría otras bases, se habría producido ·un vuelco y los que no compar~ timos el enfoque económico nos .encontraríamos con nuevos argumentos que harían revisar nuestra opfnión. Pero mientras esto no ocurra, la- decisión que hemos tomado tiene la ventaja de no . ligarnos a una problemática en la que no confiamos. 1
s S. Freud, "Esquema del psicoanálisis". (1938), S.E., vol. XXIII, p. 150. 9 A. Gr(fen, El narcisismo primario,· ¿estado ·o estructura?, Proteo, Buenos Aires, 1970, p. 82.
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Si nos hemos detenido en las dos concepciones existentes del narcisismo es porque a partir de cada una de ellas surgirá una teoría diferente sobre la génesis del mismo. Si se acepta al narcisismo como condición económica, habrá un narcisismo primario, anobjetal, biológico. El narcisismo se originará dentro del individuo y de ahí partirá hacia los objetos. La posibilidad de la anobjetalidad no es sólo pensable sino lógicamente obligatoria. El narcisismo caracterizado por el amor del su jeto a la representación de sí mismo será siempre secundario. El problema que habrá que explicar es cómo se pasa del nivel de las cargas, de las cantidades de excitación al de las representaciones valorativas. En cambio, si el concepto del narcisismo está desde su origen en el campo mismo de la significación, de las valoraciones, la cuestión se puede plantear de la siguiente manera: ¿Cómo es que alguien adquiere la valoración de sí mismo? ¿Cómo se constituye una representación del Yo que es digna de amor? Una vez planteadas estas preguntas, resulta inmediatamente evidente que si se habla de valoraciones, éstas implican un orden simbólico que es exterior al individuo, el de la cultura, en la cual aquél se inscribe. Pero se trata de algo. más que la construcción de categorías cognitivo-afectivas de valoración en las cuales luego el sujeto apresaría su propia representación. Si se tratase de esto, la cultur~ actuaría simplemente proveyendo al sujeto de las escalas con 4ue éste se mediría, y la valoración sería una actividad que le competiría a éL Apuntamos, en cambiq, a mostrar que la representación valorativa de sí es construida en la intersubjetividad, esencialmente la existente entre el sujeto y los personajes significativos de su infancia. _Veamos un ejemplo que puede utilizarse como punto de partida para este desarrollo. La mujer que ama y ad1nira sus bucles o sus ojos está admirando en realidad la representación que ha tenido de ellos un otro significativo. Es el otro el que convierte n1eros objetos anatómicos en algo digno de ser admirado por bello. Resulta fácil imaginar las n1últiples situaciones en que una madre puede convertir en adorados los ojos y los bucles de su hija o en notables las producciones intelectuales o físicas de la misma. El niño, por Ja dependencia con respecto a su objeto de amoi·, se identifica con esa imagen valorada que le viene del otro
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y pasa a valorarse. El propio Freud reconoció que la representación de sí mismo viene de otro cuando, en "Un recuerdo infantil de. Goethe", escribió: "Un hombre qu~ ha sido el favorito indiscutido de su madre conserva durante toda la vida el sentimiento de un conquistador, esa confianza en el éxito que a menu· do lleva al éxito real". 1º Cuando se dice entonces que el narcisismo · del niño es el narcisismo de los padres no solamente se quiere significar con esta afirmación que los .Padres satisfacen su propia necesidad de estima hipervalorando al hijo, que es su producto, sino también que la vivencia del narcisismo satisfecho del niño tiene su origen en los padres. Además de realizar los padres la inducción directa de una imagen valorada del niño con la cual éste se identifica, también la hiperestimación puede surgir por identificación con figuras que se hiperestiman. Más adelante, cuando estudiemos la constitución del Yo Ideal, volveremos sobre este punto. Por otra parte, la representación que el sujeto hace de sí como bello, inteligente, bravo, etcétera, no consiste en un mero colocarse en una escala de cualidades sino que al darse estas cualidades como existentes en personajes concretos, el que posee esos atributos de máxima perfección queda ubicado en el lugar
de preferencia con respecto a los otros. El narcisismo está de este
modo estructurado en el seno mismo de la situación · edípica, en donde la perfección queda connotada como triunfo frente al rival. El Edipo implica que hay alguien además del propio sujeto que puede ser amaélo por el otro significativo. Tener los valores de la perfección narcisista asegura que se siga estando ubicado en el lugar de privilegio.
El Yo del narcisismo. El Yo Ideal Para tratar de delimitar el conceptq de Yo que. está involucrado en el narcisismo debemos recordar que Freud diferencia narcisismo de autoerotismo porque en este último no está constituido
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S. Freud (1917), "Un recuerdo infantil de· Goethe", en Dichtung und Wahrheit (1917), S.E., vol. XVII, p. 156.
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el Yo, y se requiete "un nuevo acto psíquico" que posibilite que el individuo tenga una representación ,unificada · de sí como objeto de amor. O sea que el Yo del· narcisismo es la representación , de sí, la imagen que el sujeto toma como que es él. Aquí resulta . conveniente hacer dos aclaraciones. La primera, que la expresión "sí mismo" ha merecido ((ríticas. Cuando se dice que el Yo es la representación de sí mismo se está haciendo esta definición desde la vivencia que el individuo tiene de sí, pero nosotros hemos señalado ·en el apartado anterior que desde la situación estructurante en la que se constituye ,el Yo, en realidad lo que se toma como imagen de sí es la representación de otro. Por lo tanto, decir que el Yo es la representación de sí .mismo constituye una definición parcial que podría prestarse a equívocos si no se aclarase que con ello se alude simplemente al hecho de que el. sí mismo es un efecto de ilusión. · La ·segunda aclaración se refiere al término imagen. :Éste tiene el inconveni}!nte de estar muy ligado al orden de la percepción, en especial la visual. El Yo no se representa solamente como una envoltura, como provisto de determinados atributos anatómi. cos . susceptibles de ser descriptos en· el orden de la percepción, sino que t.ambién se repres,enta como dotado de determinados atributos abstractos~ que no transcurren ni mucho menos en el orden de la percepción visual. Así, por ejemplo, cuando el Yo es considerado bu,eno o malo, inteligente u obtuso, trabajador o haragán, lo que está ~n cuestión no constituye para nada algo del orden de la percepción. Se. trata de una construcción más compleja, y es por eso· que la palabra representación 11 nos parece más adecuada que imagen. A J?esar de todo, la palabra imagen tiene un mérito: apunta, define un aspecto, el hecho de que la primera representación que el sujeto toma como que es él, en realidad es una representación del orden visual, una imagen del cuerpo. Entonces el término imagen resulta · adecuado para caracterizar el momento constitutivo del Yo, pero no para designar lo que es el Yo en tanto estru~tura compleja formada por múltiples representaciones. Más adelante retornaremos a este .;proEn la Introducción vimos, ·por otra parte, los riesgos de la expresión representación; 11
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blema de la relación entre el momento genético constitutivo del Yo y su ulterior conformación. Planteadas así las cosas, el Yo que . el sujeto toma como¡ objeto de amor, aquel sobre el cual vuelca su libido, es una representación. La planche ha tenido el mérito de ubicar el lugar . de la obra de Freud donde se encuentra el concepto de Yo en tanto representación. En su trabajo "Vida y muerte en Psicoanálisis" ,12 señala dos citas de Freud de "El Yo y el Ello", una · en el trabajo original y otra en la traducción inglesa de 1927. En ellas Freud plantea que el "Yo es ante todo un Yo corporal, no es tan solo un ser de superficie, sino que es en sí mismo la ,proyección de una superficie" y todavía aclara más en esa nota a la traducción inglesa donde dice que "el Yo se deriva en última instancia de sensaciones corporales, principalmente de las que nacen de la superficie del cuerpo, puede por eso ser considerado ~orno una proyección mental [la bastardilla es nuestra] de la superficie corporal junto con el hecho de que representa la superficie del aparato psíquico" .13 Aquí se puede detectar el doble concepto que Freud tiene del Yo. Por un lado, el Yo es una diferenciación del Ello, a partir de la percepción-conciencia, · pero, además, y esto es lo que nos interesa en nuestro enfoque sobre el narcisismo, es la proyección mental de la superficie corporal, o sea, la representación de la envoltura corporal, la imagen que se tiene del cuerpo. Pero aunque sea esta la acepción que nos interesa en el caso del narcisismo, no podemos olvidar que en Freud existe también el otro concepto de Yo, el Yo como órgano, el Yo función, abarcando funciones tales como la percepción, la conciencia, el acceso a, la motilidad, los mecanismos defensivos, etcétera. El Yo representación es equivalente a lo que autores ingleses como Jacobson y Sandler llaman representación del Self .14 J. Laplanche, Vida · y muerte en psicoanálisis, Amorrortu, Buenos Aires, 1973, p. 112. 13 S. Freud, "El Yo y el Ello" (1923) , S.E., vol. XIX, p. 26. 14 E. Jacobson, The Sel/ and the Object World; :lriternational Universities Press, Nueva York, 1954; J. Sandler, A. Holder y ·n. Meers, "The Ego Ideal and the Ideal Self", en The PsychoanalitiC Study of the Child, 1963, p. 139. H. Hartmann hizo una clara diferenciación entre Yo y Self en su hoy clásico trabajo publicado en 1950 en el Psychoanalitic Study of the Child, vol. V. 1:!
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Ahora bien, ¿cuál es la relación entre t
el ejercicio de esa función acrecienta el amor del individuo por su Yo. Esto es lo que se puede observar, por ejemplo, en el caso del estudiante que ante el éxito que le brindan sus estudios, con lo cual incrementa su autoestima, pasa a valorar determinadas fondones, las intelectuales. O sea que hay todo un interjuego en que la satisfacción con el propio Yo -la satisfacción ,n-arcisista- modifica el juicio que se tiene sobre una actividad determin.ada. Encontramos la inversa en casos de inhibición progresiva de una función a consecuencia de 'que el ejercicio de la misma produce una disn1inución de la autoestima. Esta posibilidad de modificar la función mediante la · valoración que implica para el Yo, explica que la tnedalla otorgarla. como recompensa tenga un valor de estímulo, ya que al aumentar el amor por .el Yo a través de la medalla-premio, se incrementa el amor por la actividad misma. Para las personalidades narcisistas, cuyas actividades · y funciones están centradas alrededor de su propia valoración, se convierte en moti~ante la función o actividad que aumenta la autoestima. La recíproca, co1no acabamos de señalar, tan1bién es cierta y pasan a ser rechazadas como desagradables las f unciones que empequeñecen a uno ante sus propios ojos. Así se pueden entender diferentes tipos de inhibiciones. Esto es particularmente im'portante porque vuelve a replantear que la inhibición es provocada por diversas clases de angustia y no por una en particular. Según cierta tendencia del Psicoanálisis actual, manifiesta sobre todo en los trabajos kleinianos, las inhibiciones son ocasionadas por un determinado tipo de fantasías agresivas, por la culpa, por las ansiedades de tipo corporal que despiertan, pero no se asigna suficiente importancia al papel que juega en ellas el narcisisn10 lastimado. No ha de extrañar tal actitud si se tiene en cuenta el relativo abandono en que ha tenido esta escuela al ten1a del narcisismo, que, salvo contadas. excepciones, la de · Rosenfeld por ejemplo, no ha sido objeto de trabajos de in1portancia .
Constitución del Y o representación El Yo se constituye y se mantiene básicamente por fo identificación con la i1nagen del otro. "Del" tiene un doble sentido ..
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Primero quiere decir a imagen y semejanza de como el otro se presenta para el .sujeto ·que sufre la identificación.15 Tengamos en cuenta además que la imagen del otro puede ser la imagen que el otro tiene de sí y que el sujeto que se identifica con ese otro acepta como tal. En este caso el Yo se construye por identificación con el "Yo representación" del otro. Pero, en segundo término, "del" también tiene el sentido de que el Yo de un sujeto se constituye sobre la base de la imagen que el otro tiene de ese sujeto, al que identifica como s"iendo tal cosa. El otro nos ve de determinada manera y nosotros nos identificamos con esa imagen.16 La idea -muy trabajada en la teoría lacaniana- de que el Y~ representad§!?. !'!º es el sujeto sino una especie de máscara, es equivalente a otros desarrollos paralelos en el psicoanálisis, aunque no pueden considerarse como sus antecedentes porque pertenecen en realidad a distintos· marcos teóricos. En ese sentido cabe mencionar el concepto de personalidad as if de Helen Deutsch, el de falso sel/ de Winnicott, la seudomadurez pl~ntea da _por Meltzer, los trabajos de Laing sobre la mistificación de la experiencia y del otorgamiento . de una falsa identidad. Con las diferencias del caso., estos conceptos nos plantean la existencia de una problemática que concita la atención de los psicoanalistas actuales: la constitución de la identidad como 'una ilusión, como una ideología que puede tener una mayor o menor correspondencia ·con la realidad. A esta altura resulta conveni~nte aclarar que si bien el Yo se constituye en la infancia, no se debe entender que existe un solo acto de fundación y que a partir de entonces, el Yo se mantendría de por sí. Ya en un trabajo que publicamos hace Decimos "como el otro se presenta para el sujeto" a fin de señalar que el otro con er cual se identifica el sujeto al construir su Yo no es el otro real, con todos los inconvenientes que podría tener esta denominación, sino como se cree que el otro es. 16 Repárese que el tipo de desarrollo que estamos haciendo es sin:tilar al que habíamos introducido en el primer capítulo cuando dijimos que el'deseo es el deseo del otro en un doble sentido, con lo que se ve que esta estructura de pensamiento, en donde algo es del otro, es de naturaleza formal, y sirve para distintos problemas, el del deseo, la constitución del Yo, etcétera, porque en última instancia se trata dei orden de la intersubjetividad en cuyo seno transcurren esos .fenómenos. 15
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unos años 17 decíamos que la identidad no se sostiene de por sí en la subjetividad del sujeto, sino en la medida en que otro acepta tal identidad como verdadera; o sea que la presencia del otro no· solo es fundante sino que a su vez es esencial para el mantenimiento y las sucesivas transformaciones del Yo · representación. Esto hace que consideremos el estudio de Lacan sobre la fase del espejo como un paradigma de la constitución del Yo, como una señal de que el Yo representación depende de una imagen que le viene desde afuera, pero sin que tengamos por qué suscribir las afirmaciones· sobre el momento evolutivo en que Lacan plantea que ocurre, afirmaciones que, en realidad, deben ser confirmadas por la psicología evolutiva, ni tampoco todas las conclusiones que él cree deducir. Por otra parte, Lacan dice que la fase del espejo es la matriz de las identificaciones imaginarias ulteriores, señalándose con lo de matriz que se trata de un molde y · que por lo tanto no es toda la identidad que tiene el sujeto. Veamos ahora la importancia que puede tener para la psicopatología que el Yo representación se construya a partir de otro. El hijo de padres melancólicos cuya imagen de sí mismos es la de no valer nada, ve favorecida la construcción de un Yo representación desvalorizado, por identificación con el Yo representación de quienes se ven a sí mismos desprovistos de todo valor. La recíproca sucede con quienes se identifican con la omnipotencia de los padres. Eh el caso del hijo del f óbico se puede apreciar una situación muy particular. Al sentirse los padres ante los acontecimientos de la vida como si se hallaran en peligro mortal, al verse como si fueran vulnerables, el hijo -también se ve como si fuera vulnerable y en su representación de sí mismo se ve sujeto a morir en cualquier momento por identificación con padres ·imaginariamente expuestos a esa vicisitud. Por otra parte, los padres del fóbico, constantemente preocupados por lo que le puede pasar al hijo, lo ubican en el lugar del que corre peligro, posición con la que se identifica el hijo, asumiendo así como su Yo representación el de alguien que está en situación de riesgo. Pero que la imagen que alguien tiene de sí le venga del otro H. Bleichmar, "Notas sobre el papel del otro en la constitución de la identidad idealizada", Acta, vol. 18, 1972, p. 297.
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también permite ·explicar los casos en que alguien se constituye como desvalorizado frente a padres desvalorizantes; es el caso, por ejemplo de hijos melancólicos con padres paranoicos. Este ejemplo tiene la ventaja de romper con la simplificación que podría ·aportar la idea de identificación, o sea que el melancólico es el que ·tuvo padres melancólicos. El hijo es visto por los padres paranoicos,· que proyectan en él sus aspectos rechazados, como el incapaz, el retrasado, etcétera, y el hijo asume esa imagen . como propia. O tan1bién podemos ·consignar el caso de aquellos padres culpabilizantes para quienes el hijo está siempre en infracción; el hijo se identifica entonces con la imagen que los padres tienen de él y a su vez construye su función crítica por identificación con la crítica de los padres. Si al analizar el concepto de identificación hemos separado los dos casos del sentido de "del", es obvio que no hay tipos· puros en cuanto a estar identificado con la imagen del otro tal como el otro nos ve, o tal como el otro se ve a sí mismo. La identidad se construye a través de la dialéctica compleja de la doble acepción de la i~entificación con la imagen del otro.
Yo Ideal La construcción de la representación que el sujeto se hace de sí mismo (Yo representación) integra siempre elementos valorativos. Así, por ejemplo, cuando alguien se ve como alto o bajo, gordo o flaco, en estas categorías está incluido un determinado juicio de valor, que varía según la cultura o · la microcultura familiar, pero que de una u otra forma está siempre presente. Prácticamente, no existen rasgos del Y o que no estén en correlación con una escala de preferencias. Aun los que aparecerían como más puramente d~scriptivos se hallan ubicados en una escala de valor. Y como en toda escala existen puntos que son los de máximo valor, en el caso de los atributos del "Yo representaeión", aquellos que se ubican en el extremo de máxima valoración conforman un Yo Ideal.18 . La palabra ideal aparece aquí Sobre la relación entre el Yo Ideal y el Ideal del Yo y los intentos de discrimjn.adón entre ambos véase: J. Laplanche y J. Pontalis, Vocabulaire 18
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adjetivando al Yo, o sea, está indicando que el Yo es ideal en un doble sentido: perfecto y anhelado de ser como él, y también ideal en tanto ilusorio. Poden1os entonces definir al Yo Ideal como la representac.ión de un personaje que poseería los atributos de n1áxima valoración (belleza, poderío, coraje, inteligencia, etcétera). Los personajes heroicos, las estrellas de cine, las figuras de la n1itología son paradigmas de Yo Ideal. Los sueños diurnos en los que el sujeto se consuela de sus limitaciones imaginándose como capaz de realizar grandes hazañas, ocupar lugares destacados, poseer las cualidades más excelsas, nos aportan también modelos del Yo Ideal. En el terreno de la Psicopatología, la existencia del Yo Ideal como representación a la que aspira el sujeto se nos revela abiertamente a través de los delirios megalómanos, en los que el sujeto se cree ese Yo Ideal en forma de santo, profeta o guerrero invencible. Si bien existe la costumbre de designar al Yo Ideal en singular, como si fuera una entidad simple, en realidad no hay un solo Yo Ideal sino que existen muchos, que corresponden a los diferentes rasgos. Una persona puede tener un Yo Ideal para un determinado valor moral, otro para los aspectos físicos, y aun dentro de éstos para un rasgo en particular, como la forma de la nariz, la silueta, el pelo, etcétera. En el capítulo siguiente volvere~os sobre este punto. ·Pero así como la escala de las valoraciones tiene puntos máximos, en los cuales está ubicado el Yo Ideal, también posee puntos de mínima estimación. Para que pueda concebirse algo perfecto es necesario que se tenga una representación de lo que no lo es, de lo imperfecto. Es totalmente imposible, desde el punto de vista lógico y vivencia!, la categoría d~ perfección sin la correspondiente recíproca de imperfección. Esto nos permite abordar un problema que se plantea en la fase del espejo tal como ha sido conceptualizada por Lacan. Lacan plantea que el de la Psychanalyse, pp. 184 y 255, P.U.F., París, 1967; D. Lagache, "La .psychanalyse et la structure de la personnalité", en La psychanalyse, P .U.F., París, vol. VI, p. 39, 1962; J. Lacan, "Remarque sur le repport de 1.Janiel Lagache", en Ecrits, Du Seuil, París, 1966; D. Liberman y colab., "El Ideal · del Yo. Su conceptuación teórica y clínica", Rev. Arg. de Psicoanálisis, 1968, . vol. 2, p. 227. ·
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n1no obtiene una imagen unificada de sí, a través de la visión que de él le devuelve el espejo, y que la fantasía de cuerpo fragmentado resulta de un efecto retroactivo ·de tal representación unificada del cuerpo. Si tal representación unificada no existiera, nada podría entenderse como fragmentado, ya que la idea de fragmentado proviene del efecto de contraste con la representación unificada. Pero creemos necesario considerar que la recíproca también es cierta. Si no se tiene la noción de fragmento nada puede entenderse como entero y no se justificaría el saludo jubiloso de la imagen especular. Entonces, al preguntarnos cuál es previa, la fantasía de cuerpo fragmentado o la representación unificada, se plantea una situación que parecería una verdadera aporía. Lo que sucede, a nuestro entender, es que se constituyen simultáneamente, en un mismo acto, la imagen del cuerpo unificado y la imagen del cuerpo despedazado. La imagen que aparece como unificada es _la que permite, por contraste, hacer vivenciar la otra como fragmentada, y las sensaciones que no aparecían previamente conceptualizadas como fragmento son las que determin~n, por contraste, que se vea a una determinada imagen como unificadora. O -sea, en el momento preciso de la visión de la ~magen especular se ha producido un salto, algo equivalente a ese nuevo acto psíquico que requier~ Freud para pasar del autoerotismo al narcisismo, salto que implica pasar de la pura percepción de la incoordinación motriz a la significación de la misma como fragmentación. Que la imagen de perfección y la de imperfección se presuponen recíprocament_e lo podemos ilustrar con la situación en que la madre es omnipotente para el chico por contraste con su propia incapacidad motriz, para tomar un determinado orden de incapacidad. Pero, a su vez, la incapacidad motriz es vivida como impotencia, significada como tal, por contraste con lo que aparece como coordinación en la madre. De igual manera el hermano mayor es contemplado con _embeleso por el menor porque hace precisamente lo que él no puede hacer. En este caso, al igual que en el ejemplo anterior, hay q1:1e distinguir el hecho de. que el niño capte. que no puede alcanzar motrizmente algo que desea, y la vivencia de impotencia, de inferioridad con que puede quedar significada esa imposibilidad motriz. Queremos destacar 56
aquí que no se trata de la mera percepción, aprehensión directa de una realidad de orden natural, sino de la f arma en que esta realidad queda codificada. Ahora bien, si las categorías de perfección, omnipotencia, in1plican las recíprocas, el Yo Ideal implica la posibilidad de existencia de otro Yo que no sea ideal y que se caractei:izaría por estar ubicado en el lugar de la menor valoración de la escala. En función de esto, para este Yo resulta adecuada la denominación de negativo del Yo Ideal.19 El Yo Ideal y su negativo se . encuentran ubicados sobre el mismo eje semántico, en los polos del mismo, pudiendo existir puntos intermedios entre uno y otro. Cuando se compara el Yo Ideal con el negativo de ese Yo Ideal, cabe preguntar si existe algo que sea en sí mismo el n~ gativo, o si, simplemente, éste está dado por la ausencia del rasgo positivo. O, planteado en otros términos, cuando se contrasta el Yo Ideal con su negativo, lo perfecto con lo imperfecto, lo bueno con lo malo, etcétera, ¿es que existe un solo rasgo que cuando está presente, a la manera de una marca, implica una determinada posición, y que cuando no está, es la presencia de una ausencia lo que da el carácter de negativo? O, ¿se podría tratar de dos marcas? Este problema de la existencia de una o de dos marcas para establecer rasgos diferenciales ha sido encarado por la lingüística, aunque no vamos a referirnos aquí al desarrollo que ha tenido en esta disciplina. Lo que nos interesa es mostrar la aplicación que se podría dar en el campo psicoanalítico. Así, en la fase fálica, en que el niño reconoce la existencia de dos sexos pero solamente hay un órgano que cuenta: el falo, hay una marca -el falo- que posibilita por presencia o ausencia dos categorías. Se diferencia al varón de la mujer, pero, sin embargo, la mujer aparece como aquella a la que le falta el falo. · O sea, dos categorías y una sola marca; si se posee ésta, queda · uno ubicado en la categoría de varón, pero quien no la posee, está castrada, es mujer. Sin embargo, el niño accede ulteriormente a las categorías de masculinidad y femineidad desde otra perspectiva. La femineidad ya no es solamente la ausencia de pene, sino que es la pr~sencia de vagina. De modo que mascul~no y S. Kaplan y R. Whitman, "The Negative Ego Ideal", Int. /. Psyclzoanal., XLVI, p. 183, 1965.
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femenino no aparecen definido~ con respecto a un único rasgo, _ el falo, sino con respecto a dos marcas: p·ene o vagina. Lo anterior nos lleva a la conclusión de que los dos elementos de una categoría relacional, en este caso el Yo Ideal y el negativo del Yo Ideal, se pueden construir, por lo tanto, sobre la base de la presencia de una o dos marcas. Lo decisivo no es . que la diferencia se establezca sobre una u otra condición sino estudiar qué es lo que determina que una de las posiciones marcadas aparezca como el Yo Ideal mientras que la otra, ya sea pe;_ ausencia de la marca anterior o por presencia de una marca diferente, aparezca como el negativo del Yo Ideal. Aquí, nuevamente, la respuesta no puede residir en una mera percatación de la realidad natural de la marca, sino en la valoración que en el orden de la cultura o de la microcultura familiar se haya hecho de la misma, y sobre todo, como veremos en el capítulo siguiente, que se haya codificado que la no existencia de la marca del Yo Ideal implica _que se queda convertido en el negativo del Yo Ideal, sin que haya grados intermedios. Gracias a que existe un Yo Ideal y un negativo del mismo, y a que el sujeto se puede identificar como uno u otro, estas identificaciones dan origen a una serie de posibles combinatorias que no pretendemos agotar ahora, sino simplemente ilustrar. Así, existen casos en que el sujeto se identifica como el Yo Ideal e identifica -aquí, si se quiere, identifica proyectivamente- el .negativo del Yo Ideal en otra persona. Su necesidad de representarse como el Yo Ideal es . tan importante que tiene una dificultad particular para tolerar el análisis, precisamente porque debido a que el mecanismo de la identificación proyectiva logra conservar su identificación con el Yo Ideal, cuando se le señala algo en el curso del análisis, este señalamiento es vivido como que no es perfecto puesto que merece que sea interpretado por el analista, lo que implica a sus ojos quedar ubicado en el lugar del negativo del Yo Ideal. Otro ejemplo de la misma relación entre Yo ideal y negativo del Yo Ideal lo encontramos en la situación absolutamente típica de retorno al hogar cuando han salido juntas varias parejas amigas. Se asiste al placer final de toda buena salida de amigos: cada pareja critica a la otra, logrando de esta manera reconstruir su identificación, en tanto pareja, con el Yo Ideal que estuvo 58
cuestionado durante la salida por todo ese tipo de conversación de ostentación, en que más que lo que se dice importa quedar colocado a los ojos de los demás en el lugar del Yo Ideal Digamos de paso que la envidia que se experimenta en esa situación ante la ostentación del otro no es por el objeto en sí mismo que el otro pudiera poseer, sino que a través de ese objeto el· otro queda ubicado en el lugar de nláxirria valoración, de modo que la envidia recae sobre la posición que esa posesión otorga. Esta es también la esencia de la envidia del pene en la tnujer, ya que se desea éste porque otorga a su portador la condición de ser completo, perfecto. A diferencia del caso anterior, tenemos la condición en que el sujeto se identifica con el negativo del Yo Ideal y por el contrario identifica al Yo Ideal en los otros. Nos encontramos entonces en una de las variantes de la melancolía. La otra es aquella en que tanto el sujeto como los otros quedan identificados con el negativo del Yo Ideal. Ya dijimos que no hemos pretendido agotar las posibles combinaciones sino mostrar las posibilidades de análisis que se abren cuando se entiende al Yo Ideal ño como una entidad en sí misma sino como parte de una categoría relacional, de la cual es un elemento junto al negativ0 fiel Yo Ideal.
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Capítulo 11 EL NARCISISMO Y LAS ESTRUCTURAS PSICOPATOLóGICAS
Si el apartamiento de la identificación con el Yo Ideal de perfección -ya sea física, mental o moral- puede ser vivido como la caída en la identificación con el negativo del Yo Ideal, es decir en el no valer nada, esto sucede porque para la persona en cuestión solo existen dos posiciones: o es el Yo Ideal, o bien, por el contrario, es el negativo del Yo Idea~. Q. sea, que en estos casos se funciona con una lógica binaria, todo o nada, · quedando excluidas las posiciones intermedias de la escala. Pero si por no tener un determinado rasgo ideal el sujeto se vive como el negativo del Yo Ideal, es condición necesaria que ese rasgo haya asumido la valoración total de la personalidad. Es decir, que ese Yo Ideal parcial pase a . ser vivido como si fuera la persona en su totalidad, se convierta en el Yo Ideal que es tenido en cuenta en ese momento, quedando eclipsados todos los demás Yo Ideal posibles conformados sobre otros rasgos diferentes a aquel que se sintió no poseer. Resulta así que para que el apartamiento de la identificación con el Yo Ideal implique la caída en la identificación con el negativo del Yo Ideal se requier_en dos condiciones: 1) que se funcione con la lógica binaria de las dos posiciones, y 2) que · se funcione con la lógica del rasgo único prevalente, rasgo que asume el valor total y elimina el examen de la valoración de los otros rasgos. Vamos a considerar este último punto con más precisión: supongamos una mujer que cumple con los rasgos de su Yo Ideal corporal en cuanto a su figura, su cara, su pelo, sus ojos, etcétera, pero que respecto a su nariz se ubica en el negativo 60
del .Yo Ideal. Que ese rasgo pueda corresponder al negativo del Yo Ideal, que viva a su nariz como la más fea del mundo, no la ubica a ella automáticamente en la identificación con el negativo del Yo Idea,I como persona total, dado que podría sentir que pese a ser su nariz la más fea del mundo, todos los demás atributos, que . siente como ideales, bastan para compensarla. Si ese rasgo parcial puede determinar que el Yo, bajo el cual esa per· sona se representa, sea el negativo del Yo Ideal, es porque ese rasgo asume la valoración total de la persona. En este punto nos reencontramos con algo que ha sido bien trabajado por la escuela kleiniana. Recuérdese el concepto de objeto parcial de Klein: parcial en el sentido de que está escindido en bueno y en malo, y en el de que se toma una parte del cuerpo -básicamente el pecho o el pene- por la totalidad. Se puede considerar entonces que si se ha caído en el negativo del Yo Ideal es porque se funciona en términos de objeto parcial. Resulta útil señalar el valor de- ese aspecto de la teoría kleiniana para hacer justicia a Melanie Klein. en un momento · en que está ubicada, en nuestro medio, en el lado descendente de ·1a ola de popularidad de que gozó ·anteriormente. La obra de Melanie Klein corre el riesgo de ser juzgada bajo la óptica de esta lógica de dos posic_iones a la que nos estamos refiriendo: si no es el Yo Ideal qued.(:l convertida en el negativo del Yo Ideal. Lo que se puede objetar a Klein en este punto específico no es la descripción del funcionamiento psíquico en términos de una lógica de los objetos parciales, la descripción de esa estructura que es parte de la posición esquizo-paranoide. Este es, en realidad, uno de sus aportes. Lo que se le puede imputar es .que esa estructura de funcionamiento binario sea considerada el resultado de un déficit de síntesis, por parte del lactante, de experiencias que son o bien enormemente placenteras, o bien enormemente desagrádables. Se le puede cuestionar que, en su concepción, la fijación a una lógica de dos posiciones sea consecuencia d~ factores tales como la envidia excesiva o el monto de instinto de muerte, los cuales impedirían que se alcance una integración que se supone natural, o sea, que si las cosas marcharan "bien", el lactante de por sí llegaría a "captar la realidad tal como es". Sobre este punto nuestra crítica a M. Klein es más radical que la que se le suele hacer cuando se le reprocha que no tiene 61
e11 cuenta el papel de la realidad exterior. Basta leer artículos como "El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos", en el apartado donde dice: "Si -lo que rodea al niño ·es predominantemente un mundo de personas en paz unas con otras y con su Yo, resulta de esto una integración, una armonía interior y un sentimiento de seguridad" ,1 basta prestar atención a líneas como éstas para comprender que Melanie Klein tenía en cuenta la realidad exterior. Pero, ¿a cuál realidad deben1os adjudicar la prioridad en la estructuración del psiquismo: a la realidad del dato empírico, ·de la \experiencia en sí, o la realidad del sisten1a de significaciones que se le proporciona al lactante para que pueda pensar y sentir una determinada vivencia y construirla como tal? Si existe una fijación a una posición esquizo-paranoide, de la cual forma parte la lógiGa de las dos posiciones, no es por déficit en el camino que conduciría de por sí a una lógica acorde con la realidad, sino que al niño su universo le es continuamente codificado por los adultos significativos en términos de una u otra lógica. Al niño se le proporciona simultáneamente una concepción de cómo es el n1l1ndo, y en esa concepción va incluido un código 2 que indica cómo construir concepciones acerca del mismo, es decir un sistema de operar datos. En el caso de los sujetos fijados a las posiciones esquizo-paranoides siempre descubrimos que este es el código de sus personajes significativos. No es, por lo tanto, que el niño, en su maduración, no alcance a darse cuenta de que el "pecho malo" y "el pecho bueno" son aspectos parciales de un mismo objeto porque no puede integrar por déficit ambos objetos, siendo entonces la no integración precisamente eso, un déficit, una ausencia, un vacío de algo, sino que al niño se le construye activamente un código en que la escisión entre objeto bueno y malo es la forma en q~e debe percibir los objetos. M. Klein, "El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos" · (1940), en Contribuciones al psicoanálisis, Hormé, Buenos Aires, 1964, p. 280. 2 Código debe entenderse aquí de acuerdo con la acepción que tiene en lingüística: "Sistema de restricciones", o sea modo de organizar datos.* * O. Ducrot y T. Todorov, Dictionnaire Encyclopédique des Sciences du Langage, Du Seuil, París, 1972, p. 137. 1
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Hecha esta disgresión, que consideramos útil, pues tiende·_- a · fijar el alcance y los límites de la obra kleiniana, podemos volver ahora al tema del colapso narcisista. Si hay colapso, es decir caída desde la identificación con el Yo Ideal a la identificación con el negativo del Yo Ideal, es porque el primero pudo constituirse, y a su vez el sujeto pu.do identificarse con él. Esta segunda condición es esencial y debe ser diferenciada de aquella otra en que el sujeto nunca estuvo colocado en el lugar del Yo Ideal. Así, en los caracterópatas melancólicos, el Yo Ideal está constituido, pero sien1pre se halla ubicado donde ellos no están; de ahí su desvalorización crónica. Esto se puede ilustrar con un breve ejemplo. Se trata de un adolescente .melancólico, hijo de madre soltera. El nacimiento de este hijo fue para la madre la marca de su deshonra. En vez de constituirse para ella en el falo que la completaba, que Je restituía su omnipotencia y perfección, fue por el contrario lo que la hacía vivir ante sus ojos y los de los de1nás como imperfecta. Ni el hijo ni la madre pudieron identificarse en consecuencia con el Yo Ideal. Éste existía, en tanto representación psíquica, desde el comienzo, aunque colocado en en otro, por ejemplo, la madre casada y su hijo legítimo. Si había un sentitniento de indignidad en esa rnujer era porque confrontaba su situación con otra, que la parecía caracterizarse por_ la perfección; o sea, la encarnada por un Yo Ideal. La desvalorización del hijo se explicaba por una doble fuente: era considerado por su madre como el que nada valía, inducción por lo tanto de una identificación con el negativo del Yo Ideal, y a la vez, al identificarse con su madre, el niño lo hacía con una figura desvalorizada: La · constitución de un Yo Idear es por lo tanto la condición necesaria para la existencia del colapso narcisista, aunque no suficiente para que éste se produzca. En el ejemplo del adolescente n1elancólico que hen1os consignado, es inadecuado decir que éste ha sufrido un colapso narcisista. En realidad nunca llegó a estar en ·la posición de Y o Ideal desde la cual pudiera descender a la del negativo del Yo Ideal. Es un caso totalmente distinto de aquel en que por la presencia de padi;es idealizadores se constituye el Yo Ideal y la identificación con el mismo. El colapso es la pérdida de tal identifi.:.
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cación. En este sentido la oscilación entre la fase maníaca de la psicosis -maníaco-depresiva, en que se está identificado con' el Yo Ideal, y .la fase depresiva señala precisamente que no hay ~olapso sino desde la identificación con el Yo Ideal, ·la que se pierde para dar paso a la fase depresiva. Las condiciones que pueden dar lugar al colapso narcisista son múltiples, y sin que nuestra enumeración tenga un carácter exhaustivo, mencionamos las siguientes: a) la emergencia de aquello que no puede ser renegado por el Yo, renegado en el sentido estrictamente freudiano del término. El reanálisis que hace ' Lacan del caso Juanito en el seminario sobre HLas relaciones de objeto y las estructuras freudianas" ,3 dejando a un lado su concepción de la fobia, a la que no podemos adherirnos, contiene un pasaje en el que deseamos detenernos. Lacan plantea que el colapso de J uanito sobreviene en el momento en que tiene su primera erección. En ese momento se le hace "real" su pene. Lo notable es que en el momento en que su pene sufre la erección, o sea, en el momento en que es más largo que nunca, Juanito entra en colapso. Y sucede esto porque en el momento de la erección el pene atrae su atención -en ese sentido se le con· vierte en real- y Juanito puede entonces compararlo con los otros penes. De esta compar~ción resulta que él, que se sentía todo para la madre, y por lo tanto dotado de máximo valor fálico, al ver que su pene es chico en comparación con los demás, "esa cosita" le aparece miserable. ¿Pero miserable con res· pecto a qué? No solo con respecto a otro pene, puro objetivo anatómico. Miserable por contraste con él mismo que estaba identificado con el falo, que era todo para la madre. Lo que se destaca en este pasaje es que indica que el co· lapso narcisista se puede producir en el momento de triunfar, ya que ese triunfo lo es para un observador externo, pero no para el sujeto. Este triunfo fija un punto de referencia, un momento de evaluación. Es el caso del escritor que obtiene un premio. Para un observador exterior a él es . un triunfo, pero para el escritor ese premio posibilita el momento de evaluación al que nos referíamos, y por lo tanto, ¡qué miseria es ese premio
J. Lacan, uLa relation d'objet et les structures freudiennes", seminario publicado en el BI.tlletin de Psychologie de la Sorbonne, París, 3
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comparado con los altos designios a que aspiraba, el Premio Nobel por ejemplo!, o con aquel Yo Ideal encarnado en algún gran escritqr de la antigüedad con el cual él se compara. ~o se trata entonces que el colapso narcisista se produzca en el n101nento de triunfar por culpa, sino que ni siquiera puede ser vivido como triunfo, constituyendo, por el contrario, una derrota en la comparación con el :yo Ideal que no se puede alcanzar. Para que haya culpa es necesario que el acontecimiento haya sido vivido como triunfo, lo que no sucede en las circunstancias a que nos referimos. Vemos -así, una vez más, que el colapso es el resultado de una comparación, de una distancia entre el Yo Ideal y el negativo, y no una apreciación en simples términos absolutos. b) El colapso narcisista pue_de ocurrir también ante los éxitos logrados por otra persona. Para el sujeto que obedece a la lógica de dos posiciones el triunfo de otro lo coloca ante sus ojos como si fuera el negativo del Yo Ideal. ·Hay una sola posibilidad de ser el Yo Ideal, hay un solo lugar para éste y si otro lo es, él queda entonces ubicado en el lugar del negativo del Yo Ideal. Reco1·demos lo que dijimos respecto al Edipo al final del apartado "Génesis del narcisismo", en el cap. l. Ahora bien, cualesquiera que sean las circunstancias en que se produzca el apartamiento de la identificación con el Y o Ideal, la caída o posibilidad de caída (acentuamos posibilidad de caída) en el negativo del Yo Ideal produce un estado doloroso, angustiante.
A esta altura nos po~remos valer del modelo que presentamos ya en la Introducción cuando, al remitirnos a "La interpre~ tación de los sueños", recordábamos que Freud vinculaba la ''ex~ periencia de satisfacción" con la "tensión de necesidad". En el caso del colapso narcisista o ante la in1ninencia del mismo, resulta posible aplicar el modelo que vimos entonces. La identifi.. cación con el negativo del Yo Ideal constituye una situación de tensión dolorosa, ante la cual el sujeto tiende 4 a identificarse con el Yo Ideal. O sea: 4
Tenemos · acá nuevamente el concepto de movimiento, así como el deseo era movimiento. 65
a)
tensión de necesidad
deseo
Experiencia de satisfacción
deseo
Identificación con el Yo Ideal
b)
. Identificación con el negativo · del Y o Ideal == tensión narcisista.
Freud habló de una satisfacción narcisista en el Yo Ideal, . y si la expresión tiene sentido es por su vinculación con otra expresión freudiana, la de '.'experiencia de satisfacción". Podemos entonces~ legíthnamente, considerar la existencia de una "tensión narcisista" que, así como la "tensión de necesidad" ponía en marcha ·el deseo conducente al reencuentro con la "ex~ periencia de satisfacción", pone en marcha el movimiento psíquico tendiente al reencuentro con la identificación con el Yo Ideal. Y si la "te.nsión narcisista" alimenta el deseo de reencuentro con la identificación con el Yo Ideal, resulta entonces que interviene en la estructuración del deseo, otorgándole un contenido particular, y constituyendo en tanto deseo una· entidad motivacional.5 Digamo$, aden1ás, que para comprender qué es la "tensión narcisista" podemos apelar . al modelo presentado por Freud en "Inhibición, Síntoma y Angustia". En ese trabajo Freud plantea que la angustia-señal es precisamente eso, una señal ante la pos En el interesante trabajo "Algunos problemas conceptuales en la consirleración de los trastornos del narcisismo" (Rev. Arg. de Psicoanal., 2, 1968, p. 383), W. G . Joffe, J. Sandler y colaboradores sostienen que "el dolor mental, en el sentido en que utilizamos aquí el término, refleja una discrepancia sustancial entre la: representación mental del verdadero Self en ese momento y una forma ideal del Self. La falta de autoestima, los sentimientos de inferioridad y de desvalorización, de vergüenza y de culpa representan derivados particulares de orden superior del afecto básico de dolor". Véase también sobre el examen de los trastornos narcisistas: H. Kohut, The Analysis of the Sel/, Int. Uni v. Press, Nueva York, 1971, y el fournal of the American Psychoanalytic Association, 11? 2, vol. 22, 1974, que publica varios trapajos sobre el tema.
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sibilidad de recaída en la situación traumática, diferenciándose .de la angustia automática que es la reacción que se produce en, el Yo cuando ya se está en la situación traumática. La angustia-señal es una especie de anticipo, un alerta que el sujeto vive ante la posibilidad de volver a vivenciar la angustia automática. Si equiparamos situación traumática con colapso narcisista veremos que la "tensión narcisista" no es necesariamente · la caída en el colapso narcisista, sino la angustia-señal, con contenido. narcisista, ante la posibilidad de caída en ese tipo particular de situación traumática.
Reacciones frente a la tensión o al colapso narcisista
El. narcisismo, la hipervaloración de la. representación de sí mismo, constituye un componente esencial de todo ser humano. Nadie puede escapar a la construcción de modelos ideales y a quedar ubicado con ·respecto a ellos·. Pero concebir al narcisismo como universal hace correr' el riesgo de borrar las diferencias ·que pueda presentar en los distintos sujetos. Si todos fueran narcisistas de igual manera, la e~presión personalidad narcisista carecería de sentido, pues no existiría una categoría que constituyera su opuesto. Es necesario, pues, -tratar el problema del narcisismo con más precisión. Intentamos ·caracterizar a las personalidades narcisistas, con todas las insuficiencias que implica la postulación, teniendo en cuenta que todo lo que acontece en ellas es codificado en función de los siguientes factores: a) cuánto valen; b) alcanzan o no la identificación con el Yo Ideal; c) caen o no en la identificación con el negativo del Yo Ideal. Pese a que tal caracterización ad0lece de cierta vaguedad, señala sin embargo 'una tendencia, que constituye el centro de la categoría: la preocupación ·p or la valoración, por la autoestima. Así como el fóbico codifica todo en función de la peligrosidad que pueda tener, el narcisista lo hace et lunción __Qel .Yator que tenga: es o no_es perfecto/
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Digamos, para evitar malos entendidos, que no estamos contraponiendo el ser f óbico al ser narcisista, pues se puede tener ambos atributos. Lo que hacemos es señalar por medio de una comparación cómo una determinada forma de codificar permite edificar conceptualmente una categoría.
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Las formas que asuma el narc1s1smo y las diferentes defensas frente a la tensión narcisista intervendrán en la génesis , de los distintos cuadros psicopatológicos. Que Freud entendió así este carácter universal del narcisismo lo testimonia ese párrafo de "Introducción al narcisismo", al cual lamentablemente no se le presta suficiente atención, en que dice: "El frecuente origen de la paranoia en un daño al Yo, en una frustración de satisfacción dentro de la esfera del Ideal del Y o se hace, por lo tanto. inteligible." 7 Si la homosexualidad era para Freud la causa de la paranoia en d caso Schreber en 1911, en el texto citado de 1914, puede explicar en qué sentido debe entenderse tal correlación. El impul~ so homosexual resulta intolerable al sujeto porque afecta a su narcisismo, a su propia valoración, y de 'a hí entonces que deba apelar a los complicados mecanismos ·de la paranoia para rechazar la· percatación de su conciencia. Recordemos también que en el texto de "Introducción al narcisismo" Freud sostiene que la construcción de un Ideal es la condición para que haya represión, es decir que la necesidad de conformar la propia imagen a la altura del Ideal determina que algunas representaciones sean in.tolerables para la conciencia, porque ubican al sujeto de tal i:nodo que no es aquello a que aspira . . Entendido así el narcisismo, como una estructura motivacional, lo podemos reencontrar en cuadros 'clásicos de la psiéopatología. El cuadro del delirio sensitivo de autorreferencia, descripto por Kretschmer, en que el individuo, constantemente preocupado por lo que piensan de él, cree entender los acontecimientos de su entorno como referencias desvalorizantes de su persona, pone al desnudo el problema del narcisismo. Se trata de una situación en que una injuria narcisista produce efectos. El exhibicionismo, los rasgos de orgullo, de vanidad, de vergüenza, todos tienen que ver con el narcisismo. Ya veremos enseguida en qué forma.
7
S. Freud, "Introducción al narcisismo", S.E., vol. XIV, p. 102.
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Defensas del narcisismo Frente a la "tensión narcisista" se pueden poner en juego defensas para evitar la caída en el colapso narcisista. Según una caracterización global, esas defensas pueden ser de dos órdenes: a) específicas del narcisismo: son las del orden de las compensaciones, aquellas en que se adquiere un atributo positivo que permite identificar itnaginarian1ente el sujeto con el Yo Ideal; b) no específicas: pode1nos enu1nerar en ellas los distintos 'n1ecanismos de defensa. No nos detendren1os en estos últitnos sino que, por su especificidad, nos interesan ]as primeras, las compensaciones. Ante la "tensión narcisista" el individuo puede buscar una compensación en los logros externos: posiciones, status, pr"emios, triunfos, poder, etcétera. Logra así que la realidad exterior le devuelva desde los ojos de los demás la identificación con el Yo Ideal. Pero. como esta identificación se tambalea continuamente, el sujeto necesita contrarrestar sin cesar la tensión narcisista mediante nuevos logros. La compensación puede ocurrir exclusivamente en la fantasía. Recuérdese al respecto lo que señalábamos en otro capítulo acerca de los sueños diurnos de los adolescentes, en los cuales 1
Lagache destacaba el carácter de megalomanía.8 Pero las compensaciones de la injuria narcisista tanto en la realidad co1no en la fantasía pueden realizarse mediante sustitutos· simbólicos de aquello que uno se siente que no se tiene. Ilustremos esto con el fetichismo o también con el travestismo. En la película Ana y los lobos, de Saura, existe un personaje, el hermano mayor, cuyo hobby es colecc;ionar uniformes militares. En un pasaje de· la película en que la madre relata los sistemas de crianza. que había empleado con sus distintos hijos, dice que lo vestía de nena hasta que hizo la primera comunión, porque en realidad quería una hija. El hermano mayor, frente al daño narcisista de la identificación femenina,- y así ·d~ebe entenderse la ansiedad de castración, en cuyo detalle entraren1os enseguida, hace una compensáción: se convierte en fetichista y a través del uniforme militar asume unc;t identidad idealizada, como se puede observar ~ua~do .s D. Lagache, "La psychanalyse et la structure de la personnalité", en . La Psychanalyse, P.U.F., París, 1962, vol. VI, p. 39.
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se conduce de un modo exhibicionista frente a Ana. Igual valor tiene su interés narcisista por las armas o ·por las botas militares.· En el caso del travestista, ya sea el qu~ se identifica con la mujer o la mujer que se disfraza de hombre, logra acceder a través del disfraz a la posición de máxima valoración, al identificarse con el "Yo Ideal. La identidad sexual que correspondería al sexo que tienen anatómicamente es vivida como la caída en el negativo del Yo Ideal. A través del travestí lo que se está haciendo es identificarse con el personaje todopoderoso que el disfraz le crea la ilusión de ser. El travestí sirve para convertirlo en el falo. Es necesario aclarar aquí qué se entiende por falo para evitar que esta expresión se convierta en un slogan de fácil circulación, de sentido sobreentendido pero no aclarado. Digamos por co~enzar que el complejo de castración no es solo temor al daño corporal.9 Freud dice que el complejo de castración es en I el hombre ansiedad de castración y en la mujer envidia al pene. Esto último es esencial porque señala que en la mujer la ansiedad no reside · en que se le corte algo que ella siente que no tiene, sino en el deseo de tener lo 'que le otorgaría la máxima valoración. Si se entiende por valor fálico la máxima valoración, cualquier cosa, cualquier elemento que completando algo lo transforme en perfecto, que colme una falta, será el falo. Pero, como señala abundantemente al respecto toda la literatura lacaniana, el pene en sí mismo no es el falo, y éste puede estar constituido, como hemos dicho, por cualquier ·atributo: para la madre, por el hijo, para el fetichista, por su fetiche, para el travestí,- por su disfraz. Cuando sobreviene el descubrimiento de la diferencia anatómica entre los dos sexos el pene podrá ser el representante de la completud, de la perfección, y solo entonces quedará cargado de valor fálico. Desde esta perspectiva es posible entend~r que _cuando Freud dice que el fetiche es el falo materno, esta aseveración tiene un sentido restringido y uno amplio. El· sentido resExiste un equívoco con respecto al concepto freudiano de complejo de castración, pues se lo ha entendido como ansiedad de daño corporal; para no entrar en desplazamientos injustos señalemos que el propio Freud ha dado lugar a ese maientendido.
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tringido es ver al falo como el pene materno, pero el sentido amplio, que es el que más nos interesa, es entender al fe_tiche como aquello que tiene valor fálico. Esto liga indisolublemente el fetichismo al narcisismo dado que si el fe tiche otorga el valor f áli90 permite la identificación con el Yo Ideal. .... Si resulta necesario redefinir el complejo de castr~ción es porque. la castración debe entenderse precisamente como la pérdida de ese valor fálico. Esta es la castración simbólica a que alude Lacan, lectura .de Freud tendenciosa sin lugar, pero que tiene el mérito de rescatar el carácter amplio que otorgó Freud al complejo de castración. Reducir la castración a la ansiedad corporal -aun cuando a ésta se le otorguen distintas modalidades, como en la teoría kleiniana: pérdida de una parte del cuerpo, pérdida del pene, vaciamiento del vientre materno, etcétera, o las distintas formas bajo las cuales la admitió Freud: destete, pérdida de las heces, pérdida del pene-· es no tener en cuenta que todas estas modalidades corporales constituyen una de las formas que puede asumir la castración. Recordemos que según Freud 1a causa de la ansiedad de castración es el interés narcisista por el pene. Es precisamente "por eso, porque el pene tiene una significación particular del orden de la valoración, que su pérdi~a angustia más que el dolor físico que podría provocar la lesión anatómica de cualquier otra parte del cuerpo. Si la pérdida de un pie o de una mano actúa como sustituto simbólico de la pérdida del pene · es porque lo que está en juego no es el dolor físico sino una determinada valoración. Si no fuera así no se podría entender por qué habría de provocar tanta preocupación la pérdida del pene, y no la de otra zona corporal, eventualmente tan sensible a una herida como aquélla. Para continuar con el examen de la importancia del narcisismo par.a la psicopatología tomemos el caso del. exhibicionista. Cuando el exhibicionista se desabrocha el pantalón mostrando su pene, contrarrestando así su ansiedad de castración, ·no solo esta diciendo: "Yo no tengo el dolor de la castración física, ésta no ha tenido lugar", como muchas veces se ha entendido la castración. Lo que está diciendo es: "Miren mi falo, quién soy, miren lo que tengo''. En eso reside todo el orgullo del exhibicionista. 1
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Si se entiende el exhibicionismo no solo como ese caso particular de ostentación del pene, sino como cualquier tipo de exhibicionismo. de orden físico, mental, moral, se llega a la notable conclusión de que se ha hecho una verdadera desfiguración y simplificación del tema 'del exhibicionismo. El exhibicionista fue entendido como aquel que, simbólicamente, sustitutivamente, a . través de lo que ·mostraba, señalaba la existencia de· un pene poder_oso. Si exhibía su men.te, su auto, éstos en realidad constituían penes. Y comó además la teoría del simbolismo que se utilizaba pará estas ecuaciones era la de la analogfa 'morfológica o funcional, se búscaba correlaciones de formas, en el sentido más corriente del térM.ino, que hubieran permitido el ·pasaje del pene al símbolo que· :io representaba. Que la razón del exhibicionismo deba buscarse en otro lugar áistinto del pene nos lo evidencia el hecho de que el nifio es y lo hacen exhibicionista . antes de la edad del reconocimiento anatómico de los sexos. Basta ver a un niño de pocos meses haciendo monerías para darse cuenta de que la estructura exhibicionista no deriva ·de la importancia atribuida al pene, que correspondería al período edípico freudiano de tres a cinco años. La niña es exhibkionista antes del reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos, antes de que pueda convertir al pene en un objeto de exhibición. El exhibicionismo está mucho más relacionado con el falo, con . el deseo de ser todo para el otro, que. con el pene. Después, el valor exhibicionista de éste será un efecto de la estructura exhibicionista y no al revés. Las distintas modalidades exhibicionistas no son por tanto sustitutos shnbólicos de la exhibición del pene sin<7 . que éste asume el valor fálico de la estructura exhibicionista.
Falla de las compensaciones Si los logros, las fantasías. las identificaciones imaginarias, el exhibicionismo, son modalidades bajo la.s cuales se puede salir de la "tensión narcisista" para arribar a l~ identificación con el Yo Ideal, en algunas circunstancias la "tensión narcisista" es combatida por otros medios: la eliminación de la percatación de la ofensa narcisista. Entramos entonces, como hemos señalado más arriba, en la utilización de los diferentes mecanismos de defensa
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que se pueden poner en acción frente a las representaciones dolorosas: represión, negación, renegación, etcétera. Ahora bien, si las compensaciones frente a la tensión narcisista, o los distintos mecanismos de defensa fracasan por algún motivo, se produce entonces el "colapso narcisista", el cual es causa de la depresión, que más adelante caracterizaremos como depresión narcisista.
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Capítulo III
CULPA Y DEPRESióN. PAPEL DE LA AGRESIÓN EN LA DEPRESIÓN
La mayorfa de Jos autores psicoanalíticos han subrayado el papel que desempeña la agresión en la génesis de la depresión.1 No nos detendremos a estudiar cuáles son los factores que inciden en la determinación de la agresión, el papel de la pulsión, de la frustración, de la identificación. Lo que nos guía, más bien, es tratar de e~pccificar en _qué forma la agresión puede conducir a la depresión. Digamos a modo de aclaración preliminar que . consideraremos con10 agresión a la intencionalidad de provocar daño o sufrimiento, ya sea físico o n1oral, por el placer que ello implica. La agresión no queda caracterizada así exclusivamente por sus efectos, sino por la motivacion subjetiva que la desencadena. Es por ello qu'e hablamos de i~ltencionalidad agresiva.
Agresión al narcisismo Una vez constituido el Yo Ideal y vivenciada la tensión narcisista ante la caída en la identificación con el negativo del Yg, Ideal, es decir experienciado el dolor propio del , narcisismo, el individuo puede satisfacer su intenciona}.idad agresiva a través del
sufrimiento que alguien experimenta al sentirse inferior, malo. En estas condiciones la palabra · adquiere toda la eficacia simbólica de un arma, posibilitando que- se haga sufrir mediante la ridi·· H. Rosenf~ld, "Una investigación sobre la teoría analítica de la depresión",· Rev. Uruguaya ele Psicoanal., 1963, t. 2, n'? 1, '•p. 53.
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culización, la inferiorización. Así como el ataque corporal tiene sus armas específicas, la palabra -constituye el instrumento privilegiado de ataque al narcisismo, .aun cuando no sea el único. Cuando enfocan1os el tema de la castración simbólica destacamos que no debía considerarse al daño narcisista como una forma sustituta del daño corporal. Si bien en el desarrollo evolutivo el dolor corporal puede ser un antecedente genético del dolor n1oral o psíquico, el esquema que trata de entender ia agresión como esencialmente corporql es reduccionista, como lo demuestran todos los casos en qúe se acepta el dolor corporal antes que el deshonor. El harakiri constituye un buen ejemplo; o también el dolor del tajo en la cara durante el duelo criollo adquiere tal carácter por la . injuria narcisista que ocasiona y la imagen de debilidad que crea, y no por el mero sufrimiento del desgarro corporal. Más que tajo es marca que señala la firma del adversario triunfante. Por otra parte no es válido pensar que, detrás de lo que aparece como daño al narcisismo, lo que verdaderamente se teme sea el daño corporal bajo el cual se lo vivencia en la fantasía. El ejemplo del harakiri no se explica desde esta perspectiva. Aun más, el dolor corporal puede ser modificado en su existencia misma por medio de la significación que se le· otorgue. La palmada sin fuerza en el trasero de un niño provoca su llanto por la significación de desamor y humillación que adquiere para él. Con esto queremos seJalar el carácter simplificador de los análisis que transcurren ~xclusivamente en el examen del temor a los daños corporales~ o de la intencionalidad agresiva corporal, análisis en que se trata de detaJiar las mil y una formas de agresión .que se supone son las más temidas: lastimar, quemar, desgarrar, etcétera. Subrayemos simplificante y exclusivamente para indicar que ese nivel debe ser analizado, pero, a su vez, articulado en su significación. La teoría kleiniana, por no tener en cuenta esto, subestimó el tema de la agresión al narcisismo. Y no basta con señalar . una que otra línea de un texto de Melanie .Klein, o de alguno de sus seguidores, para alegar que se ha contemplado el tema del narcisismo; una obra se· define por su orientación general, y no por una cita ocasional. Los cientos de casos kleiaianos publicados y, por comenzar, los de la propia
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· Melanie Klein, se dedican a reseñar que la intencionalidad agre-: siva ocurre fundamentalmente en un nivel corporal, concreto. Cuando la agresión está dirigida contra el propio sujeto, cuando, según \Veiss, éste no se ama sino que se odia 2 a través del eslabonamiento agresión-desvalorización-colapso narcisista, puede caer en la depresión. Cuando analicemos el papel del Superyó en el autorreproche volveren1os a estudiar con más detalle este problema. Ahora bien, así como el narcisisn10 es el amor por el propio Yo, o sea, es una relación consigo nlismo en que el Yo es tomado con10 objeto de amor por el individuo, de igual manera la autoagresión es una relación del individuo consigo mismo en que el Yo es tomado como objeto de odio. La autoagresión es a la intencionalidad agresiva lo que el narcisismo es al amor. Se abre así toda la posibilidad de analizar la relación de odio consigo misn10 como la interiorización de una relación intersubjetiva.
Condiciones del masoquismo Queremos adelantar aquí la necesidad de distinguir dos tipos de condiciones en que el sufrimiento puede dar placer.
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1) Cuando a través del sufrimiento se busca el a-mor del otro del Superyó. La autoagresión y el sufrimiento actúan como sacri-
ficio rítual, como propiciación. No constituyen el fin en sí mismo sino un medio, el que se cree adecuado para conseguir el amor d~l otro, o aplacar al perseguidor. Sufrir es una especie de contraseña para el amor. Es vivido por e] individuo como indicio de bondad. Toda la cultura induce este tipo · de masoquismo. Se premia al sufrimiento, de modo que la persona confunde el hecho de que se le diga "pobre" con el hecho de que se la quiera, quedando de esta manera fijada a una forma prevalente de demanda de amor. De ahí que algunos individuos no aceptan que se crea que están bien. Cuando se encuentran con otra persona, la reciben con el rosario de sus desgracias, pues necesitan verse~ su2
Tomado a partir de Rosenfeld en op. cit., nota 1.
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friendo para entrever la posibilidad de sentirse queridos. Lo que sucede es que como el sujeto está escindido, mientras un polo de identificación sufre, otro lo mira sufrir. No se identifican con el
dolor sino con la contemplación del dolor desde una perspectiva de amor por el sufriente. Los sueños diurnós de muerte heroica, .vivida con estoicismo ante la mirada admirativa de los demás, constituyen un buen ejemplo de lo que acabamos de consignar. Pero si en estos casos la intención no es provocar el sufrimiento en sí mismo sino el amor del otro, sucede a veces lo que le ocurrió al aprendiz de brujo, y el individuo queda atrapado en la propia imagen que ha intentado dar, pasando a tomar como identidad lo que antes era un polo de identificación. Interesa entonces señalar una progresión: un primer tiempo en que el sujeto necesita activamente verse a sí mismo como si estuviera mal, y un segundo tiempo en que esa imagen cobra autonomía con respecto · a la situación... original que la determinó, situación de demanda de amor, y ella, que era fuente de placer, se convierte en causa de sufrimiento. El sufriente queda capturado por su propia imagen y entonces puede lamentarse de ser lo que en un momento quiso ser. 2) En este caso, a diferencia del anterior, se busca el sufrimiento en sí. Cuando alguien se dice a sí mismo: "te lo merecés", el placer no es del que sufre sino del que castiga. En este caso, aun cuando se habla de masoquismo, el placer se realiza desde la identificación con el agresor, desde la parte sádica. Pensar esta situación en términos de masoquismo sería tomar solo lo manifiesto y considerar al sujeto como unificado. Si se reconoce la escisión, queda en claro por qué Freud vio al masoquismo unido al sadismo, formando el par sado-masoquismo. En el llamado masoquismo moral hay una doble satis{acción: por un lado la parte que at aéi,--o sea el polo de identificación con la figura vengadora, y· por otro lado la parte que sufre, o sea el polo de identificación que siente que al ser contemplado . se lo ve como que es bueno, sufriendo. Por lo que se puede ver el masoquismo moral es una situación qúe abarca las dos condiciones que hemos descripto más arriba.
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Relació11 agresión-culpa-depresión. Exanzen de la teoría kleiniana El apartado anterior ha servido de introducción al estudio del papel de la agresión en la génesis de la depresión; es necesario ahora encarar el esquema de Melanie K!ein, debido a la difusión que ha adquirido como intento de explicar la depresión. Según ]a autora me11:cionada In agresión genera culpa cuando se integra el objeto bueno y malo en un objeto total, con la consiguiente integración de las einociones de amor y odio, de modo que se siente responsabilidad por lo que se le ha hecho al objeto bueno. El sujeto se siente entonces culpable y, penando por el objeto, se deprime. Lo notable es que no se haya dado ninguna razón capaz de fundamentar la relación entre culpa y depresión, sino que se ha tomado a ésta como una reacción de orden natural, siempre que se hayan cun1plido las eondiciones mencionadas. En vez de tratar de ver cuál es la razón por la cual la culpa genera depresión, lo que, a nuestr.o juicio, hubiera llevado a aclaraciones significativas, se limitó a la constatación. de una evidencia. El esquema - kleiniano supone entonces el siguiente encadenamiento que tiene carácter de serie causal, de manera que presentados en un determinado orden, cada elemento es causa del que le sigue: agresión determina culpa, y ésta, depresión. Exa·minemos pues cada uno de los ·eslabones. En primer término la agresión en tanto capaz de generar culpa. Deben1os decir al respecto que la agresión no produce automáticainente culpa. En la Conferencia XXXI de "Nuevas aportaciones al psicoanálisis", Freud destaca que el sentimiento de culpa es la consecuencia de la pugna o tensfón existente entre el Yo y el Superyó. Pero antes de que se constituya el Superyó, existe un estado en que. todavía ·no se puede hablar de culpa sino de ansiedad social. Dice Freud: "Pero, como es sabido, el niño pequeño es amoral, no posee inhibición alguna de sus impulsos tendientes al placer; el papel que Juego toma a su cargo el Sµperyó es desempeñado primero por un poder exterior, por la· autoridad de los padres. La influencia de los padres gobierna al niño con el otorgamiento de pruebas de cariño y amenazas de castigos que indican al niño una pérdida de amor y son además terÍ'ibles de por sí. Este miedo rea1 es e] antecedente del 1niedo ulterior a la conciencia n1oral; 1nientras reina no hay que hablar de Superyó ni de conciencia
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moral. Solo después se forma la situación secundaria que acep-tamos de1nasiado a la ligera como 'normal, situación en la cual la inhibición o sea la restricción exterior ·es interiorizada siendo sustituida la instancia parental por el Superyó, el cual vigila, amenaza al Yo como exactamente antes los padres al niño." 3 La importancia de esta cita radica en el hecho de que destaca elocuentemente que el Superyó no existe en el momento del naci1niento sino que es construido, que es precedido por una etapa en que el niño tiene miedo si realiza un acto considerado ilí~i to por los mayores y siempre que exista ·1a posibilidad de ser descubierto. Esta etapa, en la que segün Freud no existe culpa sino ansiedad social, merece nuestro interés. La deno1ninación de ansiedad social intenta hacer resaltar que la ansiedad es causada por un factor de orden social, exterior al sujeto. Ahora b~ep., en estas condiciones uno se puede preguntar si dado que el niño sabe que está haciendo a]go que lo expone _al _castigo, si, dado que tiene un conocimiento de la norma, no se puede llamar Superyó a este conocimiento. Para Freud la respuesta es clara: el conocimiento no es suficiente, pues la existencia del Superyó implica además que el sujeto esté identificado con la norma, que la tome como propia. ·>~Se podría pensar que la concepción kleiniana de la ansiedad persecutoria o, como ha sido especificada por Grinberg,4 de la ~ulpa persecutoria es equivalente a la ansiedad social en Freud. Sin embargo, en la concepción kleiniana si el niño tiene miedo es porque proyectó en el otro su propio Superyó perseguidor, el cual a su vez resultó de la introyección de un pecho vivido como perseguidor por las fantasías agresivas del propio niño. En Freud, en cambio, es notable el aporte de la cultura a la constitución de la norma; el niño se inscribe en ella, pudiendo no identificarse con la misma. El aspecto de la identificación es central dado que ubica el problema en la relación intersubjétiva, en sus vicisitudes, en la constitución del sujeto. Y aunque Freud no dejara para nada de .lado el papel de las fantasías del niño, como lo señalara explícitamente en el "Malestar en la Cultura", se..hace 3 4
S. Freud, "Conf. XXXI" (1932-33) , S.E., vol. XXIl; p. 62. León Grinberg, Culpa y depresión, Paidós, Buenos Afres, 1963.
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hincapié sin embargo en el papel de la autoridad exterior ·y de la norma que de ella emana. Aunque Melanie Klein, en cambio, señala,· reiteradamente el papel del objeto externo, coloca su acento en 1a fantasía del niño, fantasía que tendría una autonomía de por .s í .. Lo externo en Melanie Klein cumple más bien el papel de un modulador, de algo que puede neutralizar la acción. de las pulsiones de vida y muerte, mitigándolas o exacerbándolus, que el de un agente que interviene en la estructuración misma de la fantasía. Lo básico en el sentimiento de culpa no es la presencia de inayor o menor agresión sino cón10 se inscribe éste. Hay _un pasaje de Freud en~' Introducción al narcisismo" que realmente vale la pena citar: "Los impulsos, sucesos, deseos o impresiones que un individuo detern1inado tolera en sí o por lo menos elabora conscientemente son rechazados por otros con indignación, o incluso ahogados antes de que puedan llegar a la conciencia. Podemos decir que uno de estos sujetos ha construido un Ideal con el que compara su Yo real, mientras que el otro carece de semejante Ideal." Repárese err la última parte de la cita: "el otro carece de se1nejante Ideal". La frase es taxativa. No es que se tenga el Ideal y éste se encuentre reprimido~ No hay por qué suponer una construcción del Ideal del Yo uniforme para todos los individuos, para todos los 1 'grupos, para todas las culturas. Esto nos plantea la necesidad de -investigar más profundan1ente la constitución de los distintos modelos de Ideal del Yo, y nos alerta acerca de una conversión mecánica de la agresión en sentin1iento de culpabilidad. Existe'n numerosos casos · en que la agresión en de producir culpa es por el contrario valorada, vivida con orgullo, como algo meritorio. Para representar la relación entre la agresión real o fantaseada y el sentimiento de culpabilidad podemos hacer uso de un gráfico. Si tenemos un par de coordenadas, y colocamos en uno de los ejes a la agresión real o fantasea da y en . el otro la codificación culpógena, podemos ver que entre ambos ejes se delimita un área que representa al sentimiento de culpabilidad. Nos parece particularmente útil este gráfico porque al articular el papel de la agresión con la codificación permite visualizar que la agresión juega un papel, aunque junto a esta última. Que es ilustrativo
-vez
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codificación cu1pógcna y no pretende dar una cuantificación exacta nos lo demuestra el hecho de que no vale para el valor cero de cualquiera de las· coordenadas, y esto, por otra parte, ·si bien. es matemáticamente pensable, no lo es desde el punto de vista ·psicoanalítico, pues no existe en un individuo una situación en que la agr~sión tome el valor cero. La misma Klein reconoció que la agresión no ·implica automáticamente culpa cuando desta.có que en la posición esquizoparanoi.de la agresión no genera remordimiento, preocupación por el otro, o deseos de reparar, y que éstos solo cuand.o: .existen conforman la posición depresiva. Pero el problema .radica en que . Melanie Klein entendió, como ya lo adelantamos en otro capí-. tulo, que el arribo a la posición depresiva. era el resultado '.de una maduración propia del individuo: si todo va bien, se alcanza esa síntesis entre dos objetos parciales y se llega al objeto · total sobre el que convergen los ilnpulsos de amor y odio; con la preocupación correspondiente al hecho de que se o~ia al mismo objeto que se ama. Como diría · Melanie -Klein: . El amor predomina sobre el odio; se siente responsabilidad y culpa por los ataques realizados contra el objeto. Lo que no advirtió Klein es el hecho de que ver al objeto como algo total, sentir pena por él, experimentar remordimientos y deseos de repararlo no es algo que se genere como un proceso dentro del individuo por la mecánica propia de sus impulsos sino que resulta de una adquisición; por parte del individuo, de las categorías que le aporta la cultura, categorías en las que se determina que el que atacó es malo;_ 81
que el objeto sufre, que debe repararlo, etcétera. Lo que ella vio, · como desarrollo de pensamientos que se desenvuelven en el interior de un . psiquismo, es en realidad la inscripción de pensamien- . tos que ya están en la cultura como estructuras preformadas en relación con el individuo. Lo que determinará entonces que uno quede ·fijado a la ·posición esquizo-paranoide, o pase a la posición depresiva, no serán por lo ·tanto las vicisitudes de la maduración de un proceso que se produciría espontáneamente si nada lo perturbase, sino, por el contrario, las vicisitudes de la presencia o ausencia de determinados códigos en los person(;ljes sig~ nificativos del individuo y de la interiorización de esos códigos en el interjuego complejo de deseos en que se constituye el sujeto. Queda claro entonces que no cuestionamos el hecho de que la agresión genere culpa sino que objetamos las condiciones que en el análisis kleiniano aparecen como suficientes para dar cuenta de este paso de la agresión a la culpa. Pero la teoría kleiniana no solo simplificó el examen de la relación agresión-culpa sino que supuso que si hay culpa en un . individuo es porque previamente tiene que haber habido agresióP. real o fantaseada. Veremos que esta concepción descuida elemen· tos esenciales· del funcionamiento psíquico y de la relación del hombre con la cultura. Sentirse malo, agresivo, no es necesariamente resultado de una progresión que parte de un hecho ~in gular, en que alguien se representa agrediendo, y luego extrae la conclusión lógica de que es n1alo y agresivo. No es un simple proceso de generalización a partir de proposiciones singulares, ya que el Yo en tanto representación de sí mismo se constituye por momentos de identificación totalizantes. En efecto, si el personaje significativo ve al niño como malo, ya se lo diga explícitamente o bien se lo transmita a través de las mil formas sutiles en que se puede inducir inconscientemente en otro una determinada imagen de sí, el niño se representará a ~í mismo como malo independientemente de sus conductas o fantasías. Y el personaje significativo puede verlo como malo sin que · este juicio de atribución guarde ninguna relación con lo que el niño es o haga. Uno de los padres p1.i"ed.e ''decidir" antes del nacimiento del hijo que éste será malo, o al verlo inmediatamente después del nacimiento representarse al hijo de esa manera porque éste tiene el mismo color de ojos o de cabellos 82
que tal personaje odiado al que se considera malo. Nada ha hecho este niño y ya es malo para el inconsciente de su adulto significativo, imagen totalizante desvinculada de experiencias singulares que presuntamente la irían construyendo como total. La representación que el niño se haga de sí mismo, constituida por la captación de la imagen que le viene del otro, será entonces la de alguien malo. Así como el niño puede tomar valor fálico independientemente de sus propiedades reales y de sus conductas o fantasías, porque así es para el deseo de sus padres, de igual manera puede convertirse en el negativo del Yo Ideal para el eje semántico de la bondad-maldad y constituirse como alguien malo y culpabilizado. Por. otra parte la imagen de sí como la de alguien malo puede originarse en la identificación con figuras cufposas. El niño, al identificarse con la imagen de su adulto significatiYo que tiene a su vez como imagen de sí la de ser malo y que se siente constantemente culpable, podrá tomar como propia la que le pertenece a aquél. Recuérdese al respecto el ejemplo del adolescente melancólico, hijo de madre soltera, citado anteriormente. En aquel caso, por identificación con una figura desvalorizada, adquirió un Yo representación desvalorizado. Lo mismo puede suceder con la representación de sí mismo como culpable. En esa identificación primaria con alguien que se siente culpable, el niño se vivirá en falta continuamente, como si hubiera agredido, sin necesidad de que lo haya hecho en su conducta o en su fantasía. Pero queremos llevar la idea hasta sus últimas consecuencias. No solo se trata de que por la identificación adquirió el código de que determinadas conductas o fantasías que para otra gente no serían consideradas agresivas o indicios de maldad, para él sí lo son. La construcción de su imagen como la de alguien malo o culpable no solo reside en la forma en que codifica conductas o fantasías particulares. Esta codificación particular, ya lo hemos señalado reiteradamente al comienzo .de este capítulo~ constituye un camino por el que algui~n se puede sentir culpable, pero aquí queremos señalar otro camino, el que recorre alguien que al identificarse con un personaje significativo que es culpable adquiere de sí el juicio formulado de que es un infractor de las normas. No se requiere entonces que hara una conducta 83
particular o fantasía a partir de la que se avale tal juicio. Sucede exactamente lo mismo que con el prejuicio. Una vez constituido éste, no se requiere una actitud previa de aquel sobre el cual recae el prejuicio. Las conductas del personaje odiado serán leídas como confirmatorias de lo que se ha afirmado previamente en el prejuicio. · Resulta sorprendente que no se haya advertido que la descripción del prejuicio en un nivel social se aplica completamente -en tanto representación totalizante- al prejuicio que alguien puede tener respecto de sí mismo. Más notable aun es que el estudio del prejuicio haya quedado reducido al nivel psico-sociológico y no se haya visto que en él estaba en acción un modo de funcionamiento general del psiquismo, que consideraremos detalladan1ente en el capítulo siguiente. Recapitulando la exposición anterior ven1os entonces que alguien se puede sentir culpable no por lo que hizo o fantaseó sino por dos órdenes de condiciones: a) Identificación con la i1nagen .que otro le da de sí, in1agen en la que aparece como culpable. b) Identificación con otro que se siente culpable. Con respecto a este punto, "El Yo y el Ello" contiene un párrafo notable que no fue suficientemente explotado por el mismo Freud, y que todos los que lo siguieron parecieran haber descuidado. En una nota al pie de página, en el cap. V, cuando está anali-1 zando el sentimiento inconsciente de culpa, Freud dice: "Uno tiene una oportunidad especial de influir en él cuando este sentimiento inconsciente de culpa no es propio, es prestado, cuando es el producto de una identificación con otra persona que una vez fue objeto de una catexis erótica; un sentimiento de culpa que su~gió de esta manera -o sea por identificación- es a menudo la única huella de la relación amorosa abandonada y por eso no es tan fácil de reconocer como tal." 5 En la traducción de López Ballesteros falta algo particularmente importante: "cuando no es · propio, es prestado", pues "no es propio" significa obviamente que no deriva del propio sujeto. El párrafo mencionado indica ot~a forma de la constitución del sentimiento inconsciente de culpabilidad· que no tiene que ver con pensamientos o conductas agresivas en particular. s S. Freud.. S.E., vol. XIX, p. 50.
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Y no. es casual que Freud llegase conceptualmente en "El Yo y el Ello" a poder formular este origen del sentimiento inconsciente de culpa. Acababa de .elaborar el concepto de identificación; lo había hecho sintetizándolo en "Psicología de las masas y análisis del Yo" y eri "El Yo y el Ello", de modo que terminar viendo el sentimiento de culpa como el resultado de una identificación no era más que la aplicación de todo un desarrollo teórico que le- había .permitido encontrar otra forma de entender la génesis de la culpa, además de la que aceptaba la clínica freudiana hasta ese momento. ¿Significa esto que la agresión es ajena a la culpa? Lo que sucede ·es que hay que establecer una diferencia dentro de lo que está implicado en- el sentimiento de culpa, o sea, por un lado, qué elementos se articulan en esa estructura cognitiva~afectiva y, por otro lado, cómo esos mismos elementos dan origen unos a otros en un individuo en particular. Quizás esto requiera una aclaración. Cuando decimos "lo que está implicado en el sentimiento de culpa", nos referimos ~ lo que está involucrado cuando alguien siente culpa, o en otro orden, cuáles son los elementos que integran el concepto de culpa. La agresión está relacionada con el hecho de ver al otro como dañado, de sentirse responsable de ello, de experimentar pena por él, de desear darle una reparación, etcétera, y en esa estructura cognitiva-afectiva la agresión aparece como un antecedente lógico, o sea, como un prerrequisito, no como un antecedente cronológico o genético, sino como condición causal de los elementos mencionados en la representación que se hace el culposo. · La estructura del sentimiento de culpa expresada en función de una proposición, resulta entonces así: "porque agredí siento que el otro está dañado y porque soy responsable debo reparar el daño", o mejor "si hay agresión, luego hay culpa". Es decir, en términos lógicos, si se da la co:qdició~ de la agresión, entonces hay culpa. Pero una vez constituida la estructura cognitiva ''agresión, luego culpa", no es necesario que el individuo reproduzca la secuehcia en ese orden. Esto es lo central de la tesis que desearnos promover. Si alguien se siente dañino, malo, culpable, y y~ hemos señalado que ello puede ser el resultado de cualquiera ae ·1os dos tipos de identificación, entonc~s deducirá, sacará como 85 ·
conclusión, que tiene que haber herido, agredido, ya que aquello implica esto último. Utilicemos un ejemplo muy directo, que por eso mismo .· y por estar ligado a lo manifiesto no debe ser entendido como la forma en que creemos se induce la representación que alguien tiene de sí como dañino, malo, agresivo o culpable, sino como una situación que ilustra fácilmente lo que se quiere mostrar. Cuando un adulto significativo le dice a un niño: "Sos malo, mataste al pajarito", no solo le está codificando que matar al pa· jarito es malo, agresivo, no solo le está induciendo un sentimiento de culpabilidad referido ·a esa situación en particular, de modo que cada vez que mate a un pajarito o fantasee con matar a uno se sentirá culpable, sino que al enunciar "sos malo", ha creado una identidad que está más allá de un hecho en particular. El niño pasa a ser malo, o sea una propiedad que hace a una supuesta esencia del individuo, algo que es permanente, es una identidad de la cual el haber matado un pajarito es simplemente una manifestación, una prueba. Ahora bien, \ese niño ha adquirido por una parte la estruc- · tura "porque agredís sos ma~o" como estructura cognitiva, y simultánean1ente, ligada a esta proposición, habrá adquirido la · identidad de que es malo. Entonces se producirá en él el razonamiento: si soy malo, si me siento malo es porque he agredido. La proposición "si ·hay agresión, luego hay culpa" se invierte, y en vez de ser la culpa una consecuencia de la agresión, se deduce que ésta ha tenido que ocurrir porque existe aquélla. Esto es lo que se puede ver en esos cuadros, que algunos prefieren conside. rar verdaderas psicosis, en los que el paciente está preguntándose constantemente a quién dañó, lastimó, agredió, mató, etcétera. Recuérdese, entre otros, el caso del Hombre de las Ratas. La imagen de malo, dañino, es por lo tanto totalizante,
previa, y otorga significación de agresivas a conductas en particular. Estás son significadas a partir de aquella caracterización general.6 Volvamos ahora a la teoría kleiniana de la culpa. La conclusión de qué si alguien tiene sentimientos de culpa ello se debe a que tiene impulsos agresivos, no hace más que calcar el razoVolveremos más adelante sobre esta cuestión, cuando ilustremos el papel de la identificación en ·los sentimientos de culpabilidad. 6
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namiento "si soy culpable es porque agredí". Lo teoría aparece de este modo dando status científico a lo que en realidad no constituye más que un efecto ilusorio de la captura del sujeto por una imagen totalizante, a partir de la cual deduce consecuencia_s. La teoría kleiniana de la culpa falla al suponer que el sentimiento de culpa resulta únicamente de la captación inconsciente de impulsos agresivos. En vez de poner al descubierto qué es lo determinante, toma a la fantasía como fundante, considerando a su vez que ésta se halla gobernada en última instancia por los montos del interjuego pulsional. Se puede decir entdnces con razón que la teoría kleiniana de la culpa es ideológica, no solo porque desatiende la codificación otorgando carácter de esencia humana -a lo que son ubica- . ciones valorativas, sino muy especialmente porque tiene el concepto de ideológico como recubrimiento, como efecto ilusorio, como ocultamiento. La teoría kleiniana de la culpa convalida lo imaginario del individuo y lo eleva al nivel de conocimiento científico. Señalemos de paso el efecto iatrogénico de una teoría que le dice al ·paciente lo mismo que él se dice a sí mismo, aun cuando lo frasee en términos de fantasías profundas: que si es culpable es· porque agredió. A la luz de las consideraciones anteriores, parece posible explicar la culpabilización, que más de uno advirtió en muchos análisis kleiriianos, en función de la teoría de la que hace uso. Pero, en este terreno, es injusto atribuir exclusivamente la responsabilidad a Melanie Klein. Para no prolongar una nefasta tradición en el Psicoanálisis actual cons.istente en criticar a alguno de los continuadores de Freud por algo que en realidad es imputable al propio Freud, señalemos que cuando éste, en "El Yo y el Ello", dice que el Superyó sabe más que el propio Yo de los impulsos agresivos, sienta las bases para que la culpa sea ineludiblemente derivada de la agresión, concretamente . presente en un individuo. Cuando analicemos el autorreproche volveremos a estudiar el problema del empirismo en Freud y tendremos ocasión de pasar revista a sus dos concepciones de la culpa, u.na · -la que prácticamente está en vigencia en el psicoanálisis.· actual- que se remonta al trabajo de 1894 sobre "Neuropsicosis de defensa" y que reaparece constantemente en toda la obra . 87
freudiana, y otra que tonrn cuerpo en "El Yo y el Ello", aun cuando no esté ·totalmente desarrollada.
La representación totalizan/e. Deducción inconsciente,
inducción consciente Cuando analizatnos la relación entre agresión y culpa hemos tenido que reconocer la existencia de un nlodo de funcionamiento del psiquismo en el cual en vez de proceder ele las condiciones singulares hacia lo que aparece como una consecuencia , o sea de lo particular a lo menos particular, sucede todo lo contrario, y lo que en la estructura fundante es consecuencia, en la conciencia aparece co1no causa. Como · este modo de funcionamiento es más general que su ocurrencia en el caso de Ja culpa y lo veremos en acción en la racionalización, en los delirios sislemáticos (celotipia, delirio persecutorio), en los sentin1ientos de inferioridad, en la manía, etcétera, le dedicaremos una consideración especial. Comencemos por el caso de la celotipia. En esta forma particular de paranoia el individuo, que ha llegado a la concluyente convicción de que es engañado por su pareja, entiende que cada uno de los actos de ésta tienden al encuentro con el personaje con el que es engañado, o al ocultamiento de esta situación de engaño. Si el otro n1iembro de la pareja se demora n1edia hora es porque se encontró con su a1nante; si se den1ora so-lo unos minutos es porque se comunicó telefónicamente con aquél ; si no hay tal demora y no se mueve de su casa, lo hace para despistar . Haga lo que haga cada conducta será leída c01no ligada a la supuesta relación ilegítima. Cuando a un individuo que tiene tal convicción se le piden pruebas de lo que afirn1a replica: "Bueno, ayer llegó media hora tarde ¿no?, "hoy estuvo quince minutos frente al espejo", etcétera. Es decir, da como evidencia, como fundamento de su afirmación, lo que en realidad dedujo a partir de la convicción inicial. Veamos un poco más detenidamente la estructura de razonamiento implicada. Existe primero una afirmación que funciona como la premisa siguiente: "Mi pareja me es infiel", o planteada en términos que nos permitan utilizar como modelo el silogismo clásico: "Todo lo que mi pareja hace está vinculado al hecho ·
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d.e serme infiel". Recalquemos la palabra "todo". Luego una segunda proposición que es observacional: ''hace tal cosa" y por fin la conclusión del razonamiento: "tal cosa es un acto de infidelidad". Ahora bien, lo más interesante es que la direcc!ón del razonamiento que va desde la convicción que funciona como premisa mayor hasta su conclusión es totalmente inconsciente para el individuo, y, por .el contrario, lo que aparece en su concien~ia es la dirección opuesta. Cree que por tales y tales datos singulares debe llegar a la conclusión de que su pareja le es infiel. Es decir, inconscientemente el razonamiento funciona como un sistema hipotético deductivo, a partir del cual se derivan conclusiones singulares, pero ese individuo se representa su funcionamiento a la inversa: cree que parte de datos singulares y luego llega por inducción generalizadora a una conclusión dada. Esta es la misma estructura de razonamiento que encontramos en todos los delirios sistemáticos, por ejemplo los clásicos de perse. cuc1on. Pasemos a otro cuadro., el que Freud designó en "Duelo y melancolía" con la afortunada expresión de manía de empequeñecimiento. El término manía nos indica aquí algo que es repetitivo, una tendencia, una estructura que es productora de múltiples sentimientos de inferioridad. Introduzcamos aquí un ejemplo clínico: se trata de un paciente que tenía como representación ' de sí la de ser alguien inferior, corporal y mentalmente, representación que era el resultado de su identificación con la imagen que de él daba su personaje significativo. En una oportunidad en que estuvo de novio, no podía entender que todos sus amigos le dijeran que su novia era linda cuando él no la veía así. El razonamiento inconsciente que determinaba que él viera a su pareja como una mujer fea era el siguiente: "si ella es mi novia no puede ser linda, porque una mujer linda no me hubiera prestado atención." En Gambio, lo que aparecía en su conciencia cra: "mi novia no es linda, esto confirma que yo no valga nada pues no puedo conseguirme una mujer linda". Veamos ahora el mecanismo defensivo de la racionalización. El individuo tiene una conducta~ o un sentimiento, o un pensamiento manifiesto, causado por una· motivación que le es in~ consciente. En su conciencia adscribe esa conducta, sentimiento ~
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o . pensamiento manifiesto a otra causa que aparece así como argumento racionalizador. Veamos esto en un esquenia: n1otivación inconsciente efecto 1 n1anifiesto
efecto 2 manifiesto
Existe una motivación inconsciente que determina un efecto, que llamaremos efecto l. Una vez que aparece ese efecto 1 (sentimiento, impulso, pensamiento) en su conciencia, a partir de él se produce un argumento racionalizador que es un efecto 2; y este efecto 2 en vez de ser visto como si fuera causado por ese efecto 1, es visto como si estuviera motivando al efecto 1. En el esquema podemos colocar una flecha punteada entre motivación inconsciente y efecto 2, pues si bien en algunas oportunidades la elección_ del argumento racionalizador lleva ·rastros de aquellas motivaciones inconscientes, en otras muchas no sucede así. No siempre es necesario que el argumento racionalizador aluda al contenido de lo reprimido. Puede muy bien ser el resultado de una coincidencia en su aparición tempero-espacial con el efecto 1. Esto se ve muy fácilmente en las racionalizaciones de los niños: cualquier cosa que por coincidencia témpora-espacial aparezca simultáneamente con efecto 1, es tomado como buena excusa para justificar el efecto 1. Con esto deseamos subrayar que no es obligatorio que en el argumento racionalizador haya una emergencia de lo reprimido, o sea una transacción, etcétera, aun cuando eso puede suceder. Así como en la elección del objeto fetíche no hay que buscar una relación analógica con aquello· a lo que sustituye, lo mismo su~ede con el argumento racionalizador. En el ·caso de la racionalización, nuevamente, si tomamos en cuenta el segundo tiempo del mecanis~o, el paso del efecto 1 al 2, el razonamiento consciente sigue ún camino inverso a~ del razonamiento inconsciente que es determinante.
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Digamos al pasar que en el primer tiempo la motivación del efec.to 1 puede ser cualquiera, entre otras una identificación, de modo que podemos equiparar el caso con el del sentimiento de culpabilidad por identificación. Tom~mos ahora el caso de la erotomanía. A partir de la idea de que otra persona está enamorada de él o ella, se deduce que cada una de las conductas tiende a manifestar secretamente ese amor, manifestación que por razones diversas no podría ser hecha explícita. El que sufre de erotomanía ve pruebas, para él ciertas, del amor de la otra persona. Desde el punto de vista del tema es la recíproca de la celotipia: en vez de serle infiel y ocultarlo, lo ama y lo oculta. Pero desde el punto de vista del mecanismo en acción es lo mismo, hay un esquema global que precede a los datos particulares y les va otorgando sentido. Detengámonos ahora en el maníaco que tiene una hiperestimación de sí mismo. A partir de esa representación cada una de sus conductas o atributos serán juzgadas como magnificentes. Recuerde lo que decíamos en este mismo capítulo sobre el que porta el _falo: cada uno de sus atributos v" a ser considerado va. lioso, es decir, valores fálicos. ~e~os ahora un tipo de sofisma muy. particular, al que se ha llamado "petición de principios" o "razonamiento circular". Consiste en utilizar como pruebas aparentes para una afirmación general lo que en realidad no ·son sino consecuencias que se han deducido de esta misma afirmación general. Para dar un ejemplo: el diálogo de dos personajes, uno qe lbs cuales le dice al otro: -"Los fantasmas existen". -"¿Cómo lo sabés? -"Porque ellos me lo han dicho." En este sofisma el esquema es similar al que hemos analizado en todos los ejemplos citados anteriormente, o ~ea, una convicción general que crea consecuencias que son consideradas como si fueran la causa de esa convicción general. Veamos otro caso, el del sujeto enojado que se acerca a otro, o a sí mismo, con actitud crítica y termina encontrando defectos que son después los que a su juicio han justificado su actitud crítica. Como vemos, la estructura del razonamiento es similar a la de los casos anteriores. Estamos ahora en condiciones de iniciar un primer movimiento tendiente a la síntesis en el prejuicio y en el sentimiento de culpabilidad, en la celotipia, en la erotomanía, en la manía 91
de empequeñecimiento, en los delirios sistemáticos, en la "petición de principios", en .la crítica que· por '-hostilidad va construyendo argumentos que después aparecen como la causa de la hostilidad, en los sistemas ideológicos de diferente naturaleza. O sea, en condiciones tan diversas que van desde fenómenos psicológicos que · se podrían considerar como nortnales · hasta· otros que entran en el campo franco de la psicosis hemos encontrado un tipo de funcionamiento del psiquismo caracterizado porque la representación que el individuo se hace conscientemente de su funcionamiento psíquico le indica que el razonamiento va de lo singular a lo general -inducción generalizadora-, mientras que el razonamiento inconsciente detérminante va de lo general a lo particular, razonamiento deductivo. Adviértase que no ponemos el énfasis ni en la inducción ni en la deducción en sí mismas -en realidad esto sería de la incumbencia de la lógica-, sino en la relación . inversa que existe entre ambas estructuras en la conciencia y en el inconsciente. En este sentido forman una estructura articulada, y por ello es necesario explicar por qué aparece en la conciencia un razonamiento que tiene una estructura inversa ·a la d~l razonamiento que transcurre inconscientemente. La primera idea · que podía surgir es que si hay , una entidad que es inconsciente y otra consciente, que oculta lo anterior, es por razones defensivas y por la vigencia del principio del placer. En el caso de la erotomanía y de la man"ía de engrandecimiento esta argumentación aparecería respaldada. Es obvio que en el caso de la erotomanía, si se desea pensar que la otra persona está enamorada, lo que guía -lós indicios que se cree ir detectando Y· por los cuales· la otra "persona manifestaría secretamente su amor, es el deseo de ma.ntener la ilusión de que la otra persona está realmente enamorada. Pero una cosa es la razón de la constitución de un meca-
nismo y otra la ·utilización de este mecanismo con diferentes finalidades. El caso del desplazamiento es típico en este. sentido. Es un mecanismo general del funcionamiento del psiquismo, propio del "proceso prin1ario", que puede ser .utilizado ·por la censura o por la defensa, pero que se .encuentra más allá de ésta,
en el sentido de que ni la censura ni la defensa son los orígenes del mecanismo. Por otra parte, resulta inadecuado seguir tratand.o de explicar todas las formaciones psicopatológicas, por ejemplo,
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las producciones de un delirante que sufre el delirio de persecución o las de un 1nelancólico, que ,tiené sentimientos de inferioridad, corno el resultado de la defensa exclusivamente, y por lo tanto de la vigencia del principio del placer. Desde aquella concepción estas producciones, en realidad, serían si1nplemente realizaciones de deseos frente ·a situaciones· que ocasionarían angustia o a lo sumo transacciones entre el deseo y la defensa. En rigor, no se ve claramente como algo que es en sí 1nisn10 el summum de la angustia, como, por ejemplo, algunos momentos de máxima persecución en que el individuo llega a sentirse en riesgo 111ortal y, desesperado, termina realizando algo que atenta con su propia vida, podría entenderse como una defensa contra una angustia mayor. Resulta necesario entonces revisar la psicopatología que se ha constituido íntegramente a partir del "principio del placer" y con la aplicación exclusiva de éste. Cuando, en 1920, escribe Freud: "Más allá del principio del placer", y ya no explica los sueños de angustia como lo hizo en "La interpretación de los sueños", recurriendo siempre a ún argumento que permitiera verlos como una realización de deseos, sino ba-· sándose en un principio que enuncia en el título inismo del trabajo -'.'Más allá del principio· del placer"-, o sea la compulsión a la repetición, eso mismo indica que existen efectos que no son buscados por el individuo sino que, por el contrario, el individuo cae en ello. Por lo tanto no es q~e eliminemos al deseo como motor del psiquismo, sino que cuando se desea algo, se puede caer, por la compulsión a la repetición, en algo que no es el efecto· buscado. Tal aplicación de "Más allá del principio del placer" a la génesis de los síntomas no se ha realizado, y todos los historiales freudianos han sido objeto de análisis efectuados a la luz de "La Interpretación de los sueños", ya que son anteriores a "Más allá del principio del placer" ( 1920). Ahora bien, si a partir del "principio del placer" no poden1os deducir la causa de la existencia de esta estructura de pensamiento a cuyo estudio estamos abocados, tendremos que buscar la explicación en otra parte. Enunciémosla desde ya, y después procuraremos afianzar la tesis que sostenemos. La explicación se halla para nosotros en el hecho de que el hombre se inscribe en un orden cultural, en un mundo de lenguaje, en el cual se le ofrecen pensamientos ya formados que funcionan como entidades a priori. Si la 93
rea1idad tiene que ser aprehendida en la malla del lenguaje, y éste ya se halla constituido, los juicios de atribución -los juicios en que se predica un atributo, una cualidad, una esencia de un sujeto- no se construirán por inducción generalizadora, sino que se captarán en actos cognitivos que la filosofía designó en una época como .intuiciones, intuiciones que opuso al pensar discursivo, o mejor aun a la deducción. Al hombre se le proporcionan conceptos con los que piensa la realidad que lo circunda y lo mismo se hace con la represen~ tación que tiene de sí n1ismo. Es identificado como malo, bueno, inteligente o tonto, en actos de captación totalizadora por parte del adulto que profiere esos juicios. Se le dice, por ejemplo: "Tonto, mirá como caminás". En realidad, entre caminar de determinada ma~era y ser tonto no hay ninguna relación necesaria, pues puede caminar así y no ser tonto, y puede ser tonto sin tener ese tipo de marcha. El juicio de tonto -imagen totalizadora- puede ser más bien la expresión de fastidio, de animosidad, del impulso agresivo del adulto que desea inferiorizarlo por medio de esa imagen negativa. Es obvio que ese juicio puede surgir en el adulto por cualquier causa y encontrar en ese andar del niño su oportunidad de manifestarse. Lo que deseamos destacar es que el hecho de que ese n1no reciba la imagen de tonto no deriva de su modo de caminar, de esa situación concreta, sino de alguna otra motivación que tiene ese adulto por la cual necesita llamarlo tonto, quizá para señalar simplemente uria posibilidad, que el adulto esté lidiando en ese momento con un sentimiento de inferioridad, con el de sentirse tonto. Aprovecha entonces la oportunidad de que el niño camine de determinada manera para hacer la proyección de su sentimiento de inferioridad. Pero, además, al decirle "tonto, mirá como caminás" crea la ilusión, que se inscribe como estructura de razonamiento consiguiente en el niño, de que porque camina de esa manera entonces el adulto llegó .a la conclusión de que es tonto. O sea que mientras lo identifica como tonto por una causa dada, sin embargo el argumento que utiliza con el niño es "porque caminás así sos tonto". Al niño se le otorga así una estructura de pensamiento, de implicación lógica, en que parecería que se hubiera procedido por inducción -a partir de la forma de caminar- hacia la genera94
lización de un atributo, cuando en realidad se partió del- juicio ?tributivo y se lo justificó por el modo de caminar .7 Esquematicemos lo anterior: motivación inconsciente (adulto) juicio de "tonto" caminás ele tal 1nanera
Los calificativos de inconsciente o de consciente escritos sobre ias flechas _indican que los que tienen tal carácter son los procesos psíquicos que van de la motivación en el adulto a la expresión de "'tonto" y de ésta a "caminás de tal manera". La relación entre el tipo particular de motivación inconsciente en el adulto y su juicio manifiesto, según el cual el niño es tonto forma parte de una estructura que es analizable en el adulto que formula tal juicio. Pero una vez que se ha dado al niño la imagen con la que éste se identifica, la representación totalizadora de "tonto" queda desvinculada de la motivación específica que la generó. O sea, habrá motivaciones por las cuales el adulto le dice tonto, pero una vez que este niño se identifica con esa imagen de tonto, en el inconsciente del niño no está la motivación del adulto que determinó que lo llamara tonto. El niño se identifica con esa in1agen de sí sin que quede, de la motivación del adulto., en él algo más que ese efecto, esa imagen identificatoria de tonto. Como es obvio, no hace falta que t.. un episodio sea explicitado verbalmente -ya que hay" mil formas de comunicar imágenes totalizadoras que son inconscientes·· aun 7 Digamos que decidimos considerar al atributo "tonto" como una generalización pues al no ser simplemente "te has comportado de manera tonta en esta ocasión", es decir la descripción de una circunstancia particular, sino la caracterización de algo permanente -esencia o ser-, supone la premisa "todas · 1as veces te comportás de esta manera tonta".
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para el adulto significativo- y por lo tanto esa imagen, la más· de las veces, queda inconscientemente inscripta en el niño. Queremos dejar bien sentado que el pasaje del otro significativo -el adulto- al niño, la inscripción de esta imagen de sí, hace que algo se pierda, algo que no podrá recuperarse analizando al niño. En éste queda inscripta la imagen de tonto, pero no la verdadera causa -la que hemos llamado motivación inconsciente- que en el adulto significativo llevó a construir esa imagen. Por eso, dado que ésta es el resultado de una identificación con la imagen que le viene de otro, resulta inadecuado buscar en el inconsciente de ese niño la razón de dicha imagen en causas que aparentemente la justificarían. La identificación resulta así muda con respecto a la motivación determinante y concluye siendo, como diría Freud, "el resto que queda de una catexis de objeto". A esto aludíamos precisamente en nuestro trabajo "Notas para un enfoque estructural en Psicopatología· Psicoanalítica",8 cuando decíamos: "Así como Freud alertó sobre la diferencia entre el inconsciente sistemático y descriptivo, hoy debemos hacerlo sobre la representación inconsciente y el efecto inconsciente de la estructura". En el caso que estamos considerando, la representación inconsciente en el niño puede ser la de tonto, pero el efecto inconsciente de la estructura determinante se refiere, tanto a la relación existente en el inconsciente del otro entre esa representación y otras representaciones, como a la relación del otro significativo con el niño. Esta estructura de deseos que comprende al niño . y al adulto es la que produce efectos. Si es cierto (y hay razones para afirmarlo) que el inconsciente es el discurso del Otro, como afirma Lacan, lo que hay en el inconsciente de un ipdividuo pueden ser restos del discurso del Otro que no permiten reconstruir el otro discurso, sino que son simplemente sus efectos. Por más que procuremos afinar nuestro análisis de ese niño en particular, no llegaríamos, como expresamos antes, más que a la identificación. En ese niño, por otra parte, el análisis de la ra=ón de su identificación no tiene que buscarse en el contenido específico de la misma. ·No es que por algún motivo inconsciente él desee tener de sí la imagen de tonto, y al proporcionársela el adulto, s Acta Psiquiátrica, vol. 19, p. 280, 1973.
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entGnces se apropie de ella. Muchas veces se ha teorizado: "si ese individuo aceptó esa imagen proveniente dei otro, por algo debe ser". ¡Seguro qtte sí! Pero eso no se debe a que se encuentren un deseo particular del adulto significativo y· ese mismo deseo en el niño. Como el niño tiene el deseo genérico de ser el objeto del deseo del otro; los deseos particulares del adulto .p ueden inscribirse en su psiquismo como si fu esen sus propios deseos particulares. La· idea de la conjunción .entre .dos deseos similares, tan difundida en .Psicoanálisis, debe ser reemplazada por esta que acabamos de enunciar. Lo que venimos de expresar tiene validez no sólo en la re.. lación entre un niño y un adulto significativo, sino en todo par estructurado sobre la base de la dependencia con respecto a un otro significativo que es el que aporta el deseo específico. Muchos análisis de las llamadas simbiosis psicopatológicas tendrían que ser revisados a la luz de este principio,. según el cual no se trata de que · se encuentren dos deseos que son idénticos sino que lo que confluye es un ·deseo genérico de ser el objeto del deseo del otro y el deseo particular surgido del otro significativo. Recapitulando, el niño toma ·entonces del adulto los conceptos, la representación de sí mismo, y, principalmente, las estruc.. turas del pensamiento, un modo de razonar, de implicar lógicamente, de organizar los· datos. ·Y esto último es esencial porque permite profundizar algunas concepciones que podrían conside.. rarse simplificadoras. Así, cuando se dice que el deseo es el deseo del otro, o la representación de sí es la que viene del otro, se pueden entender estas formulaciones en un sentido restringido, significando, literalmente, que los deseos · o· las representaciones de sí mismo son básicamente aquellas que concreta y específica. mente tiene el otro significativo; Se habría introyectado así ·un deseo una representación determinada que pasa a ser tomada como propia. No cabe duda de que es esto lo que ocurre; por eso a lo largo de todo el libro, y especiahnente en este capítulo, no dejamos de destacar . que éste es un hecho esencial para entender cómo uno construye la representación de sí mismo. Pero lo que el otro aporta, además de contenidos específicos, es una forma de construir deseos :o· representaciones .de sí mismo. Para mayor aclaración, volvamos al ·ejemplo del adulto que le dice al niño: ·"Tonto, mirá cómo· caminás". Ese juicio, d~cíamos,
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puede derivar de un estado emocional del adulto que es raciona- · !izado usando como excusa la manera de caminar del niño. Más allá del contenido específico que tiene "tonto" o "caminás de tal manera" se le brinda al niño un modo de construir representaciones totalizadoras de sí mismo tomando por base un dato aislado, una manera de descargar un estado emocional penoso mediante el ataque a la representación del otro (pero que también se usará para la propia representación). Además, el suponer que el atri· buto es la consecuencia del dato, cuando en realidad se ha seguido un camino opuesto a aquel que aparece en la conciencia. Resulta obvio entonces por qué, en muchos casos, puede conducir a un fracaso la expectativa de hallar en el propio sujeto la razón del contenido específico del deseo o la representación que tiene de sí. Esto sucede no solo porque desde el punto de vista metodológico sea difícil reconstruir a aquellos, sino porque se . ha supuesto una forma de transmisión lineal. Los padres aportan deseos y representaciones específicas, y,' junto a éstos, el modelo para construir otros, de modo que el ma. terial que luego dispondrán los hijos podrá originarse en otras fuentes, no siendo desdeñable el papel del azar en los mil encuentros que son posibles en la vida de un sujeto, aunque este material se organizara según las primitivas reglas de construcción. El deseo que viene del otro es por tanto una estructura que, conservadas las propiedades básicas, admite diversas manifestaciones. Más aún, en el caso que estamos utilizando para nuestro examen, el niño podrá adquirir por identificación la representación de sí como la de alguien tonto, pero se forjará en él simultáneamente la tendencia a correlacionar una acción, una realización propia, con· un juicio de valor sobre sí. Para extremar nuestro planteo, podrá llegar a tener habilidades mentales o corporales y a valorarlas positivamente, pero lo que quedará de la. primitiva situación estructurante será precisamente la tendencia a la autoobservación valorativa de todas sus funciones. Será un narcisista en nuestra acepción del término, o sea aquellas personalidades que se evalúan constantemente. El signo del valor podrá haber cambiado radicalmente con respecto al dado originalmente por los padreª, pero no la tendencia a la valoración en sí misma. En conclusión, no es necesario que se reproduzca en el individuo el ~ovimiento en particular que llevó al adulto signifi-
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cátivo a edificar una determinada concepción con la que el individuo se podrá identificar. Además, tampoco es necesario que la identificación se produzca con la forma específica de aquella concepción. ~l análisis de la estructura del inconsciente de un individuo, estructura que es efecto de una estructura más amplia, no 1'asta para la reconstrucción de ésta que es determinante, aun.que proporcione indicios acerca del modo en que puede . haber ocurrido la estructuración. Por otro camino llegamos, pues, a la tesis que fue punto de partida: si _no es obligatorio que encontremos la razón de la imagen que alguien tiene de sí, en cuanto a su contenido específico, en el individuo que es el portador de la misma, tampoco es necesario fundar el sentimiento de culpabilidad en los impulsos agresivos del sujetu que padece de él. Ejemplificación del papel de la identificación en la génesis · del sentimiento de culpabilidad
En los ·ejemplos que daremos no se quiere explicar la génesis. de la neurosis ni en el caso del Hombre de las Ratas ni en el de nues· tro paciente. Tampoco se intenta ubicar el conjunto de condiciones que determinan los contenidos patológicos. Solamente se pretende ilustrar el papel que desempeña la identificación especular -el hecho de quedar capturado en la imagen del otro- en la génesis de ios sentimientos de culpabilidad, y limitar por ende el papel que se suele atribuir a los impulsos del propio individuo. Al modelo explicativo "porque agredí -en la realidad o en la fantasía- soy culpable" quere~os sumar otro, habitualmente desdeñado: "porque quedé ubicado como culpable deduzco que he agredido". Estos resguardos, y algunos otros que tomaremos más adelante, tienen por objeto adelantarnos a objeciones que nosotros mismos podríamos hacernos si pretendiéramos que las ilustrado• , nes son exhaustivas de las condiciones en juego. Lo que quere-·.. mos evitar son dos riesgos: 1c.>) que se crea· que el análisis que hac·emos es completo, que se considere por lo tanto que las ejemplificaciones dan cue·nta de toda la estructura en acción, y que se lo aplique al análisis de otros casos y 2?) que ante la exigen:.
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cia de dar cuenta d~ la estructura total -exigenc:;ia a la cual no estamos en condiciones de responder-, se desdeñe la participación de los aspectos parciales que estamos delimitando. O sea, que eon el argurn~nto --por otra pa.rte obvio- de que la explica.. éión propu~sta no es suficiente, no se vea lo qúe queda explicado. Por comenzar, queremos analizar algunos aspectos del caso del -Ho1nbre de las Ratas .. En este historial Freud plantea claramente .el deseo de muerte del paciente hacia el padre y la n1uje~ amada. Este deseo es inconsciente. En · cambio, en la conciencia el Hombre de las Ratas se reprocha una serie de hechos, de los cuales ni .a los ojos de sus propios contemporáneos hubiera tenido por qué acusarse. Freud señala adecuadamente que el autorreproche que se formula conscientemente el Hombre de las Ratas resulta de un desplazainiento del autorreproche inconsciente por el deseo de muerte de sus seres queridos. La problemática que queda así centrada es la siguiente: ¿Por qué se reprocha frente a un deseo que otro hombre no se· reproc~aría? En "Introducción al narcisismo", Freud, al comienzo del cap. III, plantea esta 1nisma cuestión en la siguiente forma: "Las mismas impresiones, experiencias, impulsos y deseos que un hombre permite, o por .lo menas elabora consciente1nente, serán rechazados con la n1ás grande indignación por otro, o aun aparta.. dos antes que ellos entren a la conciencia ... Nosotros podemos decir que· un hombre ha establecid0 un ideal en ·él 'mismo por el cual mide su Yo real, mientras el otro no ha f armado tal ideaL Para el Yo. la .formación de un ideal sería el factor condicionante de la represión/' En este párrafo comienza a enunciarse claramente otra concepción de la culpa basada en la particular estructura del .Superyó, concepción que aporta un cambio con respecto ·a _la que impregnaba la clínica freudiana desde los trabajos de la decada del 90. Ese cambio culmina en " El Yo y el Ello" donde se plantea cómo se encarniza el Superyó con el Yo. El problema no reside entonces en que el Ho1nbre de las Ratas -desee la muerte- del padre o de la mujer amada. Este es un deseo de · orden universal,· y lo que caracteriza al Hombre ,de las Ratas es la forma particular en que este deseo entra en una determinada estructura psíquica. El hecho de tener un impulso .hostil hacia el padre no sería una · razón para que lo reprimiera el Hombre de las Ratas v. por lo ~ tanto, en un paso ulterior, desplazara
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el autorreproche. No es el balance entre amor y odio Jo que determina la ·represión del odio, sino otro orden de determinación en cuyo examen entraremos. En el historial Freud relata una experiencia que tuvo el Hombre de las Ratas entre los tres y los cuatro años. Por algo que había hecho -posiblemente, de acuerdo con el relato de la madre, por haber mordido a la niñera- el padre, mientras lo castigaba, se sorprendió por la reacción de su hijo, quien, in1potente para desprenderse, gtitó: "Tú lámpara, tú toalla, tú plato." Freud consigna en su historial que el padre, sorprendido por "tal descarga de furia", dejó de golpearlo y declaró: "El chico será un gran hombre o bien un gran criminal." Detengámonos en esta frase. El paciente creyó, continúa diciendo Freud, que la escena hizo una impresión permanente tanto en él como en su padre. Este nunca volvió a golpearlo. El Hombre de las Ratas no recordaba esta escena, pero le fue contada por los padres en varias oportunidades. Mientras le pegaba el padre del Hombre de las Ratas codificó la respuesta · del hijo, respuesta irascible, como indicación de criminalidad, a tal punto que sacó como conclusión: "Si este chico hace esto podrá ser un gran hombre o un criminal", y además lo formuló en términos de duda: será un gran hombre o un criminal. Esta es la duda que retorna en el Hombre de las Ratas cuando continuamente tiene que hacerse reasegurar por un amigo que él en realidad es bueno, que no es un criminal. Volvamos de nuevo al episodio. El padre lo acusa de que puede llegar a ser un criminal. Le otorga una identidad probable con la que el Hombre de las Ratas se identifica. Este es el punto clave de toda nuestra argumentación. Debemos agregar que la situación además es interesante porque el que está pegando es el padre; el Hombre de las Ratas reacciona mediante las palabras, pero el que queda ubicado en la identidad criminal por la locución del padre es el propio Hombre de las Ratas. Por otra parte, al ver la cara asustada de su padre el Hombre de las Ratas vio en ella la confirmación del peligro de su propia cólera, de la importancia que ésta tenía. No son sin1plemente las sensaciones que en ese momento se daban corporalmente en el Hombre de las Ratas, o sus fantasías, las que le indican qué es lo que puede ocasionar su cólera. Por el contrario, las implicaciones, las consecuencias de ésta son vistas a través de la cara del padre. Si el 101
padre se asusta, el 1-lotnbre de las Ratas viéndose en Utla Cata asustada, por identificación alienante, va a sentirse asustado con respecto a su propia cólera. La cara del ·padre le moldeó la fantasía de la peligrosidad de su cólera.9 Pero hay _algo que es todavía más importante: ·el padre le dice al Hombre de las Ratas, "el chico será un gran hombre o un gran criminal". Al decir el padre que será una cosa u otra, ubica en un futuro indefinido algo que, por lo tanto, nunca pod~á ser contrarrestado por la experiencia de un prese·nte. La primera parte de la frase proferida por el padre ("El chico será un gran hombre") tiene efecto en los momentos en que el Hombre de las Ratas se cree un salvador -"un gran hombre"-, pot :ejemplo, cuando estima que debe salvar de un accidente a la mujer amada retirando una piedra del camino por donde pasará . su carruaje. En el historial del Hombre de las Ratas se ve a la vez su impulso hostil y la crítica de ·su hostilidad. En el pasaje en que Freud relata que el Hombre de las Ratas disparó con .una escopeta de juguete a la frente de su hermano, y que luego se tiró al suelo acusándose por lo que hizo,. se puede apreciar que en este segundo tiempo el Hombre de las Ratas se ha identificado con un padre que ·está asustado por su ira y que critica al presunto culpable. Pero no concluye aquí lo que podemos extraer del historial del Hombre de las Ratas, lo que nos aporta Freud en su minuciosa semiología. El Hombre de la·s Ratas dice que su padre es fácilmente irritable: "en su violencia no se sabía a veces hasta dónde podía llegar." El hombre de las Ratas tien.e del padre y de sí mismo la imagen de una violencia incontrolable, imagen que es la que el padre le dio de él en. el episodio mencionado. Aquí :se puede ver el efecto de las múltiples reverberaciones imaginarias de la relación dual especular. Antes de extr~er de este historial conclusiones generales útiles para nuestro estudio sobre la relación entre agresión y culpa, conviene hacer algunas consideraciones: 1) es· legítimo pensar que la escena d'el historial del Hombre de las Ratas que hemos comentado constituye simplemente la muestra de un tipo de relaQueda claro que cuando decimos la cara del padre no nos referimos al puro gesto ya que esta cara es significada por un contexto de lenguaje en que el padre codifica el gesto de una determinada manera. 9
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ción existente entre el Hombre de las Ratas y su padre, la cual, repetida, con las variantes del caso, _en. múltiples oportunidades, . tiene un carácter estructurante. No se trata de algo que ocurrió en una oportunidad, y que por ello adquiere un carácter traumático, sino de lo cotidiano llevado al papel de estructurante de la personalidad. 2) No es necesario que para que un adulto significativo otorgue una identificación, ésta tenga que formularse en forma manifiesta, explícita. Ya señalamos en los capítulos anteriores que el adulto puede tener como inconsciente la imagen que el niño dependiente toma de él, y que las formas de trasmisión · de esas imágenes son también inconscientes. El ejemplo consignado tiene la ventaja de que la imagen que aparece en la formulación manifiesta del padre sirve para facilitar la ilustraeión. 3) En el análisis no se tiene en cuenta lo que en el inconsciente del padre del Hombre de las Ratas determina que la imagen con la que identifica a su hijo sea la de un criminal. 4) Hacemos transcurrir todo el análisis en el nivel imaginario. 5) Hay que distinguir entre un acontecimiento como . el del episodio relatado y la estructura de la cual aquél es parte constituyente. Ahora bien, al haberse identificado al Hombre de las Ratas con una representación de sí en que se lo veía como un criminal en potencia se pueden entender entonces los datos particulares del historial, como por ejemplo, las constantes acusaciones, el incesante sentimiento de culpabilidad:. el paciente ha incorporado un código, el paterno, en que las conductas implican agresión, cuando para otros individu.os no sería así. Además, y esto es lo esencial, la imagen totalizadora de criminal le hará deducir que dado que lo es, un crimen ha sido _cometido o él puede cometerlo. Por ello estará observando, constantemente preocupado, qué es lo que hizo o lo que podría hacer, y debe tomar las medidas precautorias que constituyen las formaciones defensivas que tan adecuadamente apuntó Freud en el historial. Cada elemento de la vida cotidiana será captado por el Hombre de las Ratas dentro del juicio de atribución de que él es culpable. Como hemos señalado antes, una vez creada una identidad se comporta como una estructura productiva. Tomaremos otro ejemplo clínico. Se trata de un paciente que es martillero en una inmobiliaria y tiene por función -en el de103
partamento legal ·de la misma- intervenir en la redacción y firma de los boletos y escrituras. Su sintomatología se caracteriza por el temor obsesivo de que alguna de las personas que se presentan como propietarias de los inmuebles en realidad no lo sean; que a la firm.a del boleto concurra otro en lugar del legítimo titular, y que de esa manera alguien I?Ueda ser estafado, y él, por negligencia, convertirse en cómplice de la estafa. El temor es tan obsesionante que cuando está fuera de la oficina llama constantemente para ver si ha concurrido alguien para presentar alguna reclamación. En las oportunidades en que algún funcionario va a la oficina, trátese de un policía, de un inspector o hasta de un simple operario de teléfonos, es presa del pánico, pues teme que descubran algo que le pasó desapercibido, y que eso pueda ser una estafa. Una vez que llegó a la oficina una citación de un juzgado corrió desesperadamente para aved guar ele qué se trataba, /e intentó convencer a un empleado, que de nada lo acusaba, que era inocente. Todos sus ten1ores confluyen hacia una fantasía consciente: como consecuencia de ser cómplice de la estafa perderá la n1atrícula .de martillero e irá a la cárcel. Para protegerse frente a esta eventualidad es sumamente escrupuloso, y desecha operaciones beneficiosas que son totalmente lícitas si existe algún aspecto que pudiera parecerle sospechoso. Algunos antecedentes del paciente: la madre abandonó al padre cuando el paciente tenía dos o tres años de edad, porque. era un estafador. El padre se presentaba en distintos lugares y haciéndose pasar por el hermano -una persona muy caracterizada y solvente en su medio social- con cualquier pretexto, obtenía préstamos que se obligaba a restituir en dos o tres días. El padre fue sentenciado a un año y seis meses de prisión y en el expediente de sentencia que el paciente me trajo, decía: "Fulano de tal o tan1bién alias fulano de tat o también alias fulano", y daba así una serie de alias que constituían las distintas identidades con las que el padre se presentaba para cometer las estafas. En una oportunidad la madre le mostró un recorte de diario que el paciente guardó y que luego me trajo, cuyo titular decía: "Se pasó de vivo". En él se reseñaba cómo el padre había vendido entradas en el hipódromo, que en realidad eran entradas de favor. Otro dato importante a consignar es el de que varios miem.. bros de la f~milia habían resuelto cambiar su apellido, para no apa-
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recer como judíos, utilizando un truco muy particular. El abuelo paterno -inscribió a sus hijos pbniéndoles antes del apellido dos non1bres, uno de los cuales podía funcionar como nombre en ese caso, pero que también suele ser un apellido, aparentemente de origen inglés. Después se eliminó el apellido real y lo que era el segundo nombre pasó a ser el apellido. El padre del paciente hizo lo mismo: agregó un nombre que hacía las veces de apellido. La madre lo alertaba continuan1entc para que no fuera como el padre. Tenía la preocupación constante de que pudiera parecerse a su 1narido. Le decía que era increíble que sin haber conocido a su padre se le pareciera tanto. Los fa111iliares del paciente, cuando éste ya ejerc_ía la profesión de martillero, le señalaron en n1ttltiples circunstancias su temor de que resultara igual al padre. En una oportunidad en que se portó mal -no recordaba en qué había consistido su mala conducta-, la madre lo llevó a la coniisaría y simuló que lo pondrían preso si volvía a portarse de esa manera. El paciente recuerda ·que lloró mucho y por un tiempo pensó que lo iban a llevar a la cárcel. .
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A la men9r falta que cometiera, la madre se vestía y atnenazaba con. dejarlo. Cabe consignar que, en contraste· con estas preocupaciones, el paciente no presentaba otros miedos. Por ejemplo, se queda a vivir en.un lugar descampado, en el que no hay más casa que la suya, sorprendiendo a los amigos por su falta de miedo. No llegaba a imaginarse que se pudiera tratar de una situación peligrosa. Esta actitud es totalmente coherente con la que asume la madre hacia una cardiopatía muy grave que aqueja al paciente. La madre le restó toda importancia, pese a que por la índole de la cardiopatía, la vida de su hijo corre peligro. Ya adulto, el paciente se da cuenta de la gravedad de su estado y obtiene un subsidio para ser operado en EE.UU .. Lo acompafia la madre y lo verdaderamente notable de la situación, de la cual se guarda el testilnonio de una grabación del paciente cuando estaba internado en la clínica Mayo, es que ni el paciente ni la madre daban la menor muestra de preocupación por esa operación, que sin embargo tenía un alto riesgo de n1ortalidad. En la grabación, que data de unos días previos a la operación, el paciente habla a los amigos de la Argentina como si estuviera haciendo un viaje turístico por los Estados Unidos.
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En contraste con esta actitud, la madre estaba ·permanentemente asustada porque no le daban recibo por el subalquiler de la casa en que vivía. A pesar de que lC? pagaba puntualmente no recibía ningún comprobante de la inquilina prindpal, temía que ésta d~s conociera sus derechos, que dijera que no era cierto que ella vivía en la casa, y había ido varias veces a la comisaría para que quedara algún antecedente que, llegado el caso, pudiera esgrimir. La madre, cuando el paciente era chico, le había mostrado en varias oportunidades el sitio en que guardaba las joyas, para que estuviera advertido en caso de que a ella le pasara algo, pues temía que pudiera venir alguien y aprovecharse de que. él era un incauto. Cuando terminó su carrera de martillero, la madre le decía: "Tené cuidado, no firmes nada si no estás seguro, fijate bien porque sos un atolondrado." Cuando murió el abuelo paterno, la madre del paciente y él fu eron a reclamar parte de la herencia. La abuela hizo firmar a los tíos un escrito por el cual se comprometían a ayudar a la madre mientras el paciente estudiase. La madre asignaba mucha importancia a este escrito. De niño, una vez que era tesorero de la comisión juvenil de un club, otro niño le dijo que no debía ser tesorero porque su padre era un estafador. Durante el tratamiento me impresionó que necesita;ra que otro le proporcionara argumentos jurídicos que él ya poseía. Consultaba con abogados o trataba de que yo mismo le suministrara los argumentos que él introducía previamente; y una vez que contaba con los argum~ntos del otro se tranquilizaba y se convencía de que no era un estafador. La madre estaba constantemente asustada ante la inquilina principal. En una oportunidad ésta llegó a pegarle, y la madre soportó el castigo por miedo a que la echasen de la casa. La madre investía a la inquilina principal con la máxima autoridad, la veía como un ser todopoderoso. Así coino la madre consideraba a la inquilina principal, él considera a la autoridad, como algo que lo puede todo. · Ahora podemos extraer algunas conclusion'es de este historial tan fragmentariamente presentado. La primera de ellas es que el . paciente asumió las preocupaciones de su madre y no las que hu'.. hieran correspondido a lo que llamaríamos "su prop ·a realidad".
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No le preocupaba su cardiopatía, lo que prueba que un _temor no s.e crea por la realidad empírica sino por la forma en que es codificado. La madre le señaló cuáles eran las cosas por las cuales debía o no preocuparse. El temor de la madre a perder su propio empleo -tenía un puesto público-, reaparece en. el paciente bajo la forma de miedo a perder la matrícula. La madre le proporcionó la imagen del que podía ser un estafador o, en el mejor de los casos, un incauto que sería estafado por otro, es decir un estafadoestafador. El paciente, en una relación dual ·con la madre, se vio como la madre lo veía. Tomó de ésta no solo el contenido de sus temores, sino también una forma de codificar las faltas, en la cual · se funciona según el principio de todo o nada. No hay graduación entre la falta y la pena (recuér~ese el episodio de la comisaría) . .Por eso, ·cuando entrevé la posibilidad de una transgresión, le parece factible lo que a su entender ·es la máxima penalidad: perder la matrícula e ir preso. Comenzamos a percibir algo que nos parece capital en este caso en tanto ilustración de una afirmación general: que no solo el deseo del niño es el deseo del otro, sino que también su temor es el temor del otro imaginario. La madre, además de darle una identidad, le brindó una representación de cómo debe verse a los otros: los otros son siempre los que pueden estafar, usurpar. A la preocupación de la madre por no tener un papel que certificase su condición de subinquilina, él respondió teniendo un papel que llevaba siempre consigo, una fotocopia de su título de marti--Hero que, a sus ojos, lo investía de autoridad. Además, para protegerse frente a la autoridad, se hacía, compensatoriamente, amigo de todas las personas que tenían tal carácter. ¿Cuáles son, además, las enseñanzas que· se pueden obtener del material presentado? Una forma que podría ser la habitual de entender· su sentimiento de persecución y de culpabilidad sería considerar que a consecuencia de lo que el paciente hace, o sea pe sus impulsos de estafar, tiene miedo de ser estafado, de modo que este miedo sería la vuelta de lo que previamente se ha reprimido y proyectado. Desde esta perspectiva se buscarían todas aquellas conductas que analógicamente podrían co"nsiderarse estafadoras del paciente -y que, por otra parte,- todo individuo posee-, y entonces se extraería la conclusión de que, a consecuenda de esa actitud estafadora, él tiene miedo de ser estafado. Pero lo ·singular en este 107
caso no es que el paciente sea un estafador o tenga fantasías de estafador, sino que, por el contrario, tiene el temor de ser un estafador. Hay que distinguir, por una parte, entre identificarse con un rasgo, o. sea adoptar como propia lo que es una característica de otra per~ona, e identificarse, por otra parte, con la imagen que el otro tiene del sujeto que sufre la identificación, es decir tomar como propia la representación bajo la cual el otro lo ve. Podemos pensar entonces que no se trata de que el paciente se identificó con eI padre estafador, o sea con aquellas actividades . realizadas por el padre, con todas las variantes del caso, sino que se trata de una identificación con la representación del padre en tanto estafador. Es decir, con una identidad totalizadora. El paciente se representa a sí mismo como la madre representó al padre. Asume como identidad suya la identidad del padre, pero no en el sentido de ser como el padre, de serlo realmente, sino de representarse a sí mismo tal como era el padre visto por los ojos de la madre. La • madre le otorgó una identidad de cómo debía ser él: muy escrupuloso jurídicamente. Pero además le indujo el miedo a tener la identid~d del padre. El se identificó con este miedo de la madre y se ve a sí mismo como un posible estafador.
Por la dependencia del niño con respecto a la madre,
depen~
dencia biológica, de amor y cognitiva, el paciente se identificó con las representaciones deseadas y temidas de la madre. Para entender esta diferencia .entre identificarse . con la conductá real del padre e identificarse con la representación que otro tenía del padre, volvamos a la diferencia que hemos distinguido entre lo que un sujeto es y el "Yo representación". El "Yo representación" es la forma bajo la cual el sujeto se ve a sí mismo, que no tiene por qué concordar con lo que el sujeto es. El sujeto es, pero a la vez se representa, y esta representación de sí no tiene por qué describir adecuadamente lo que el sujeto es. Aquel tipo de aplicación de la teoría de la proyección que supone que la representación que el sujeto tiene de sí es copia fiel. de lo que realmente es, y que luego en un segundo tiempo, al serle intolerable aquella representación la reprim~ y la proyecta, da por supuesto una especie de adecuación inmanente de la representación al ser. Es precisamente la discontinuidad entre el ser y la representación que alguien tiene de sí mismo lo que explica por qué con-
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sideramos como simplificante el haber hecho derivar el sentimiento de culpabilidad de los impulsos agresivos exclusivamente. En efecto, se pensó que como alguien se representa tal como es, en caso de sentirse culpable, esto sería la consecuencia de que realmente es agresivo. Pero si, por el contrario, existe una discontinuidad radical entre el ser y la forma en que alguien se representa a sí mismo, un individuo puede considerar culpable, sentir culpa, sin haber agredido:-·Alguien puede representarse como estafador sin tener impulsos de estafar, porque otros le dieron esa imagen de sí. Tal es el caso de nuestro paciente.
Capítulo IV EL AUTORREPROCHE Y LA ESTRUCTURA DEL INCONSCIENTE
El autorreproche no constituye la manifestación exterior, la expresión ruidosa del sentimiento de culpabilidad. No todo senti. . miento de culpabilidad desetnboca en un autorreproche y éste no tiene a aquél como única causa. Para pode.r dar contenido a nuestras afirmaciones debemos delimitar el sentido con que empleamos las expresiones sentimiento de culpabilidad y autorreproche. El sentimiento de culpabilidad es el estado doloroso que alguien experimenta consciente o inconscientemente cuando se cumplen_ las siguientes condiciones: a) Se representa a sí mismo como infractor de una nortna, preferentemente que prohíba dañar, perjudicar o hacer sufrir a alguien, en suma que proscriba la agresión. b) Esta norma es -aceptadá como- legítima y forma parte del Ideal del Yo. Esta ~ondición es la que permite diferenciar, como hemos vistb en el capítulo respectivo, entre "culpa" y "ánsiedad social". Por otra part~ ya hemos señalado que la representa~ión que alguien tiene de sí, en la quer aparece como productor de .un daño, puede construirse tanto por la vía de la identificación -sin que en realidad haya agredido-, o como consecuencia de acciones o fantasías que tengan, sí, tal carácter agresivo. Pero una vez construida Ja representación de que ·se ha dañado, se puede reacci_o11ar d_e diversas maneras: a) tener miedo al castigo, a la retaliación. Esto es lo que se ha denominado culpa persecutoria; 1 b) sentir p~na por el daño realizado y desear repararlo. Esta1
León Grinberg, Culpa y depresión, Paidós, Buenos Aires, 1963.
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mos entonces en la posición depresiva descripta por Melanie Klein; · e) puede sentirse odio contra sí mismo por el daño causado y entonces ·se busca el castigo del culpable -en este caso de uno mismo-. El sujeto tom() a su cargo el castigo. Ha interiorizado un vínculo caracterizado por el hecho de que alguien reacciona castigando a aquel que se· aparta de la norma. El . Superyó del sujeto se convierte entonces en el representante de e.ste personaje punitivo. En este último caso el autorreproche constituye pues la respuesta agresiva a la representación que el sujeto se hace de sí · mismo como agresor. Cuando decimos "respuesta" queremos destacar que el autorreproche es un segundo tiempo, una eventualidad, del sentimiento de culpabilidad, pero no su consecuencia obligada . .---Los autorreproches pueden revestir contenidos temáticos diversos, no solamente el de que se ha agredido. Pueden tomar la forma de críticas que el individuo se hace a sí mismo por considerarse un incapaz, un estúpido, un inútil, todo lo cual constituye por lo tanto la respuesta agresiva a la frustración de no cumplir con el Yo Ideal narcisista. El autorreproche es así un tipo de castigo que alguien se aplica por no ser como debería en el ideal de la norma moral (agresividad) o de la perfección física o mental, es decir en el área del narcisismo. En el caso particular de que el autorreproche sea consecutivo a un sentimiento de culpabilidad podemos decir ·que aparece como la respuesta simétrica a la agresión que se considera haber realizado, o sea que "el que a hierro mata, a hierro muere". Lo que nos interesa de lo anterior es destacar el papel que juega la autoagresión en la constitución del autorreproche, siendo éste una manifestación de aquélla. En cuanto a la génesis del autorreproche, son dos las concepciones que se han expuesto en la teoría psicoanalítica: 1) El autorreproche es el efecto del desplazamiento de otro reproche que permanece fuera de la conciencia y que. se justificaríil por la naturaleza de su contenido. El autorreproche manifiesto oculta de esta manera a otro autorreproche. Esta es la concepción que aparece, para citar algunos textos, en "Las neuropsicosis de de• fensa" (1894), "El Hombre de las Ratas" (1909), "El Yo. y el 111
Ello" (1923), y en el capítulo sobre las relaciones subordinadas del Yo, cuando Freud dice que el Superyó sabe más del Ello que el propio Yo. 2) El autorreproche es en realidad un reproche dirigido contra un objeto externo, con el que el Yo está identificado, tras · la pérdida del mismo. Esta es la concepción que surge en "Duelo y melancolía" ( 1917). Ambas explicaciones se basan en el mismo principio: un reproche, dirigido contra sí mismo o contra otro, no es aceptado y entonces, mediante determinados mecanismos inconscientes, se logra eliminar la percatación consciente de lo que sería la causa legítima y verdadera. Lo que esta explicación aclara son los caminos que puede seguir un ·reproche rechazado una vez que ya está constituido, pero no nos dice nada de la razón, de la legalidad en que· se sustenta el reproche supuestamente original, o sea cuál es la causa por la que en ese individuo algo merece ser objeto de reproche. Recordemos al respecto, una vez más, ese párrafo de "Introducción al narcisismo" en que Freud dice que las impresiones, los impulsos y pensamientos que un individuo toleraría en otro podrán provocar la indignación y el rechazo más grandes. O sea que admitiendo la existencia de mecanismos que producen transformaciones de un reproche constituido, resulta indispensable estudiar dos cosas: a) por qué se constituye el reproche -original; b) las formas particulares de su transformación . • Con respecto a la constitución del reproche original, este ·es el terreno ·del psicoanálisis donde domina :MI empirismo: se desatiende la codificación y la identificación en la estructuración del autorreproche, temas que no volveremos a tratar aquí por habe~ los analizado suficientemente. Diremos solamente que lejos de concluir el análisis de un autorreproche en el momento en que se lo puede ligar a otro reproche que es inconsciente o a una crítica dirigida a un objeto con él que se istá identificado, sólo en ese punto comienza el análisis de la estructura que determinó que el inconsciente de ese individuo · se pudiera convertir en un . productor de aritorreproches o de reproches dirigidos contra otro. Así cpmo no puede haber símbolo sin función simbólica, tampoco puede haber. reproche· sin una estructura produc~ora de críticas. Queremos enfatizar nuestra referencia a una esfructura capaz de generar críticas, pues con el hábito que :existe en ·Psicoanálisis de buscar en todo reproche otro reproche ·p articular, ·se 112
favorece la idea simplificadora de que la relación entre el reproche manifiesto y lo inconsciente reprimido es de término a término. Aun cuando se pretenda corregir esta correlació!\ lineal diciendo que entre el elemento original y el que emerge en la concienCia hay todo un · encadenan1iento, una red de sustitutos, de cualquier manera se mantiene el esquema de que el elemento manifiesto reemplaza a un elemento particular~ Los análisis se pierden de esta n1anera en el interminable y vano esfuerzo de buscar el típico elemento original que sería la causa del sustituto, en la esperanza de que una vez descubierto aquél, desaparezcan sus efectos. Se ve así al analista, ante los continuos autorrep.roches . de su paciente, correr detrás de otro reproche que de alguna manera, por parecer más terrible, justificaría ante sus propios ojos, el desplazamiento defensivo. Vana tarea, resabio de una concepción ingenua de la teoría traumática y de cómo ésta queda registrada en el inconsciente. Esta concepción de la teoría traumática posee una implicación terapéutica que le · es correlativa: · si se hace consciente el elemento original, desaparece el sustituto. Teoría patogénica por un lado y teoría terapéutica por el otro, pertenecientes ambas a una época en que por entender Freud que el síntoma era un "cuerpo extraño", en una personalidad a la que por lo demás se preocupaba de describir como sana, hacía ver la posibilidad de que el paciente se curase en pocos meses.2 Pero por .algo Freud tuvo que introducir el concepto de elaboración en su trabajo de 1914, "Recuerdo, repetición y elaboración". Si hay que elaborar es porque el simple recuerdo, el descubrimiento .del elemento original ya no es suficiente para desandar lo andado. ·Para ese entonces Freud, evidentemente, está revisando en profundidad su concepción del trauma patogénico y de la estructura .del inconsciente, como lo den1uestra ese párrafo del trabajo de 1915 . sobre lo "Inconsciente", en que F~'ud discute la doble inscripción y señala la necesidad de postularla porque una vez que se ha hecho consciente un determinado . elemento reprimido, o sea al existir su representación en la conciencia, continúa sin embargo produciendo efectos, es decir, debe mantenerse simultáneam~mte como .representación inconsciente. Para una ampliación de esta discusión véase el capítulo sobre tratamiento de las depresiones.
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Que se trata de una preocupación teórica importante para Freud lo de·muestra su emergencia como problemática en un trabajo de la misma época, el historial del Hombre de los Lobos, cuando en el capítulo IX, al describir la inercia psíquica, dice que es imposible anular en algunos individuos· aquellos "desarrollos" que en otros es fácil anular Este tema de la "inercia psíquica", a veces llamada "adhesividad de la libido", también aparece en la Conferencia XXII de "Introducción al psicoanálisis" y en "Un caso de paranoia contrario a la teoría psicoanalítica", de 1915. La evidencia de que Freud está lidiando con una problemática teórica, es que ella reaparece luego, en 1926, en el capítulo XI de "Inhibición, síntoma y angustia", en 1937 en el capítulo VI de "Análisis ter.minable e interminable", y en 1938 en el "Compendio de psicoanálisis". En el camino no podemos dejar sin mencionar el trabajo de 1920 en que la compulsión a la repetición entra de lleno en la teoría. Más allá de los términos empleados, "adhesividad de la libido", "fijación" -que ya aparecen en "Tres ensayos para una teoría sexual", de 1905- o "inercia psíquica", y de las explicaciones propuestas para el fenómeno, lo que resulta incuestionable es que en todas esas oportunidades Freud gira en torno de una problem~~ica: por qué, pese a que alguien torna consciente la situación o -las situaciones supuestamente patogénicas, el inconsciente no deja de producir efectos de lo reprimido. ¿Acaso no se· ha llegado a hacer conscientes todos los sucesos traumáticos y por lo tanto, éstos continúan produciendo efectos y entonces el análisis consiste en una limpieza a fondo, en no dejar de recuperar ninguno de los recuerdos olvidados? ¿Acaso la causa de que se continúen produciendo manifestaciones de lo reprimido reside en que no llegamos a todos y a cada u~o de los sucesos traumáticos? , Si pensáramos así, lo único que habríamos cambiado es la correlación entre un episodio traumático y un efecto para suplantarla por la existente entre una serie de episodios traumáticos y una serie de efectos, pero siempre conservando la relación lineal de episodio a efecto. Lo único que. se habría multiplicado es el número de un episodio traumático aislado -y no hay dudas de que existen neurosis traumáticas- o de la sucesión de episodios que tienen el carácter de traumáticos. Pero los aconteci114
mientos no son cuerpos extraños enquistados, sino productores de estructuras que se autonomizan con respecto a la situación original fundan te. Para entender mejor este problema nos valdremos de un ejemplo. En uno de esos cuentos de ciencia ficción en que se hace uso de la máquina del tiempo se envía a un sujeto a un pasado remoto con la expresa consigna de no apartarse bajo ningún concepto de un camino que va a encontrar. Ya en el pasado, ante un imprevisto, .da un salto y pisa fuera del camino, retornando rápidamente a éste. Cuando el proceso de la máquina se invierte, y el viajero del tiempo vuelve a la época original de la cual partió, encuentra que todo es completamente diferente. Se halla frente a un mundo que nluy poco se parece a aquel que dejó al comienzo del experimento. Entonces recuerda que al apartarse del camino por un brevísimo instante había aplastado a un insecto, y comprende así que ese insecto, al ser eliminado millones de años antes, había cerrado toda una línea evolutiva, toda una progenie animal que a su vez habría sido alimento de otras progenies y que al desaparecer anuló también la existencia de éstas. En suma, la muerte de ese pequeño insecto había alterado todo un equilibriÓ ecológico que, a través de una multiplicación de efectos encadenados, concluyó en la modificación de la evolución global del mundo. Sin el dramatismo de la muerte de un insecto que altera la evolución global, en la historia de un individuo existen acontecimientos determinantes de que se vaya construyendo como sujeto d.e una manera y no de otra. Una vez construida la estructura de personalidad, es un error creer que si volvemos a colocar en el pasado el insecto pisoteado, se podrá rehacer la evolución que no se llevó a cabo y modificar la que tuvo lugar. El' hecho de comprender que los acontecimientos crean estructuras de funcionamiento que no son sin1ples "contenidos" de ese n1olde que sería el psiquismo contribuyó a que se pasara de la primera tópica a la segunda. Cuando en "El Yo y el Ello" Freud habla de la severidad del Superyó, y severidad implica un atributo constante, está señalando que no se trata de que el -individuo se sienta culpable de algo en particular -de un contenido temático-, sino de que sus diferentes sentimientos, pensamientos, impulsos, serán catalogados, codificados, respondidos 115
de una manera constante por su Superyó que tiene, para utilizar una analogía tomada de la con1putación, un determinado programa. El problema es entonces cómo explicar la génesis ·de una estructura y cuál es la relación entre la misma y los elementos particulares que esta estructura es capaz de producir. Este es un problema que no ha sido solucionado por el Psicoanálisis y que, por otra parte, no es exclusivo del mismo, ya que _constituye el centro de las preocupaciones de una buena parte de los estudios actuales en las ciencias del hombre. Así, por ejemplo, la Gramática Generativa de Cho1nsky tiene planteado un problema, que, con las diferencias del caso, es equivalente: cómo describir estructuras que sean capaces de producir un número prácticamente infinito de frases. O en otros términos, cómo justificar que con un número finito de . reglas un individuo pueda generar un. número infinito de frases, que .no sólo ese individuo no escuchó nunca sino que nadie las había producido antes. En el trabajo en que Chomsky critica a Skinner,3 más allá de la presuposición innatista de Chomsky, lo que queda claro es que la producción particular de una frase ·e n un mon1ento dado (la "performance"), no depende de su relación con otra frase de ·contenido similar previan1ente aprendida, sino de la construc. ción de una gramática que, co1no entidad abstract~ -sistema hipotético deductivo-, permite mediante la aplicación de reglas de transformación producir frases. Esta capacidad de generar es lo que la gramática chomskyana llama "competencia lingüística". De igual manera el individuo que se autorreprocha tiene la competencia, competencia en el sentido mencionado, de producir un número infinito de autorreproches que no necesariamente están ligados en su contenido. Digamos que la relación entre los autorreproches que se formula alguien y aquellas críticas que generaron las estructuras que los producen no es exclusivamente temática, de contenido, en última instancia de contenido singular, de ahí que la aplicación de un modelo asociacionista entre te1nas sea em· pobrecedora. Cuando alguien se acerca hostilmente a otro el tema de la crítica importa n1enos que la intencionalidad de formularla, pues alguien, como hemos mostrado en los capítulos anteriores, puede 3 :HA .Review of :B. F. Skinncr's verhal Behavicr"i-en Language, 35, 1, 1959.
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r utilizar con10 excusa una .situación totalmente contingente que le provee el otro para vehiculizar por ese nledio su intencionalidad agresiva. Lo fundamental en esa situación es que la intencionalidad hostil encuentra én ese individuo una estructura determi-_ nada, en este caso la del reproche, que permite efectivizarla. En otros la intencionalidad hostil se revelará a través de la agresión física, en otros a través del temor hipocondríaco, en otros -a través de la trampa psicopática en que se daña sin dejar huellas haciendo entrar a Ja víctima en el lazo, en otros a través de la burla maníaca, etcétera. Constituida entonces la estructura en que existe: a) alguien que critica; b) alguien que es criticado, y c) temas de la' crítica, su lnantenimiento estará asegurado por el hecho de que todos los datos serán organizados bajo la forma de alguien criticando a otro. Si bien los temas de los reproches -autorreproches o heterÓrrcproches- tienen importancia, pues nos están marcando la singularidad de ese individuo, no menos lo es el estudio de las cond]cio11es que detern1inaron la existencia de dos posiciones, la de crítico y la de criticado. Y creadas las dos posiciones, el Yo puede quedar identificado con una de ellas: quedar fijado en la posición de criticado, es el caso de la n1elancolía, o por el contrario en la posición del que critica, es el caso de la reivindicadón paranoica. Si el Yo queda fijado en la de criticado, haga lo que haga siempre estará nrnl. Es lo que hemos visto que sucede cuando se asu111e la identidad de que se es malo o inadecuado. No es so]an1ente que la conciencia moral critica porque se infringe ]a norma o no se cumple con el ideal, sino que se acerca al objeto o éll Yo con una actitud hostil, creando la distancia, la diferencia entre el ideal y lo que se supone que es. Esa diferencia la produce activamente, ya sea modificando el ideal o la valoración de sí mfan10. Es, para utilizar un ejen1plo, el caso del funcionario que teniendo entre ojos al postulante cambia continuamente los requerim!ento de n1odo que aquél nunca pueda satisfacerlos. La conciencia crítica no es simplemente algo estático que compara lo ya existente, un ideal y el Yo real, sino algo que puede- tener la intencionalidad de que nunca se acorte la distancia entre el Ideal y el Yo. No es que se mire neutralmente al Yo, se lo eval(1e y luego se compare esta medida con la del ideal y de esa manera 117
se percate de que hay una diferencia. Aquel que odia a otro, siempre encontrará la forma de que el otro no se ajuste a un modelo que lo haría satisfactorio, aun a riesgo de tener que estar cambiando continuamente el modelo. Si bien alguien puede quedar fijado en la posición de criticado o en la de crítico, lo más frecuente es que se oscile entre ambas, o sea de la melancolía a la paranoia reivindicativa. Eduardo W eiss fue el primero en señalar la relación entre paranoia reivindicatí va y melancolía. También Rado se refirió a la misma. Pero el antecedente está en el pro:?io Freud, en "Duelo y melancolía", donde a pesar de no describir la alternancia en las estructuras, caracterizó como rasgo del nlelancólico el dar muestras de falta de humildad, el sentirse ofendido y comportarse como si hubiera sido tratado con gran injusticia. O sea, funcionando simultáneamente como un paranoico. Es que no se puede ser un melancólico si no se tiene una función crítica exacerbada, función crítica que es la misma que aquella de la paranoia reivindicati- . va. Lo que caracterizó al paranoico reivindicativo es que la posición no tolerada es la de culpabilízado, la de culpabilizador es preferida, pues actúa como una defensa frente a· aquélla. En este caso la paranoia es una defensa frente a la culpa, a la melancolía. Pero la melancolía puede ser una defensa ante la ·crítica al objeto externo. Porque no se tolera esta crítica· al objeto externo, ya· sea por culpa o por persecución, se opta por criticarse a sí mismo. Como ilustración valga el caso tan frecuente en los grupos de estudio en los que el que interviene comienza diciendo: "Debe ser porque yo no entiendo esto, porque esto no me resulta claro, que yo quisiera preguntar ... " Se prefiere asumir que uno es el que tiene la dificultad, por temor a criticar al texto o al coordinador del grupo. Esto que constituye simplemente una maniobra táctica, más o menos consciente en una situación determinada, cuando se interioriza y se transforma en rasgo de personalidad, pasa a ser parte de la estructura culposa de personalidad. De lo anterior se desprende que no es que el melancólico detecte un aspecto objetable y luego objete, sino que se acerca con una actitud crítica hasta encontrar en él aquello que justifica la crítica. La actitud crítica precede al juicio particular y lo construye. . La identificación melancólica puede ser tanto el resultado de la identificación con una figura melancólica, .como el efecto de
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la inducción culpógena por parte de un progenitor paranoico rei- · vindicador. Veremos un ejemplo que por lo ilustrativo nos demuestra esta última contingencia. La madre de una paciente melancólica, como sus hijos no habían ido para el día de la madre, se vistió de fiesta, puso la mesa en que había platos para todos, llamó a un fotógrafo y se sacó una foto brindando sola. Después se las mostró a los hijos. Más allá de lo grotesco de· la ejemplificación, lo que ésta permite ver es la intencionalidad agresiva y la inducción culpógena. La relación entre paranoia y melancolía queda, además, muy bien ilustrada con el cuadro de las melancolías involutivas, mezcla de autorreproches y reivindicaciones paranoicas. Por no haberse visto la relación entre melancolía y paranoia muchos análisis de melancólicos transcurren en el terreno de tratar de convertirlos en paranoicos. Se les ."5eñala continuamente cómo se dejan perjudicar, cómo se dejan culpabilizar por los demás, por los padres, cómo asumen siempre· la posición de criticados cuando en realidad los responsables son los otros, etc. Para tratar de que escapen a la compulsión al autorreproche, no se ve otro canlino que transformarlos en paranoicos, con lo cual se tiende a reproducir la estructura de alguien que critica a otro; . lo único que se pretende variar es la posición en esa estructura. El riesgo de esto reside en que manteniendo la función crítica inmodificable bastará la circunstancia en que el sujeto sufra un revés para que si no le resulta factible culpabilizar a otro, vuelva a retornar todos los reproches sobre sí mismo, dado que éstos nunca dejaron de existir. Lo único que se había hecho era proyectarlos.
Articulación entre los elementos constitutivos del cuadro clínico de la depresión Cuando uno se encuentra ante u11 pacíente melancólico que se autorreprocha con furor, al mismo tiempo que llora, emite quejidos y solicita ayuda, no . puede menos que sentir una cierta perplejidad. Pareciera que hubiera una verdadera mezcla de emociones. Sin embargo, las cosas se aclaran si pensamos que ese paciente está escindido. Sucede como si contuviera simultáneamente a dos 119
personas: una que ataca, busca ocasionar sufrimiento, humilla· done~, y otra que reacciona ante lo anterior dando muestras de dolor y pidiendo cle1nencia a través del llanto~ que tiene el carác. ter de técnica aplacatoria, inspiradora de lástima. Decir que se trata de dos personas en una no constituye una sitnple metáfora, ya que refleja la puesta en acción en un individuo de estructuras cognitivo~afectivas que en algún momento correspondieron a dos personas en relación, es decir que constituyen la interiorización de un vínculo intersubjetiva. El llanto constituye en estas condiciones una defensa frente al ataque, el cual en sí mismo puede no tener ese carácter de defensa sino ser la expresión primaria de una intencionalidad agresiva. Por lo tanto, resulta indispeñsable no tomar el cuadro clínico de la depresión como una estructura defensiva in tato, sino entender que algunos elementos juegan un papel frente a otros. La articulación entre los · que aparecen como elementos sen1iológicos puede adquirir una gran complejidad. Así, por ejemplo la autoagresión puede ser una defensa frente a la persecución que el individuo no se atreve á enfrentar, con10 puede verse claran1ente en el sentido que revisten 1nuchas autocríticas. Una vez desencadenada la agresión contra sí mismo, puede sumir al sujeto en la depresión por hacerle sentir que no posee determinados valores. La depresión en este caso no es defensiva sino la consecuencia del ataque contra sí mismo.· A su vez, ante la angustia por los ataques y por el sufrimiento de la tristeza, el sujeto puede encarar las técnicas mencionadas de propiciación: llanto, lan1ento. No se debe considerar que todo este conjunto de encadenamientos causales ocurre en fases o períodos separados sino que se produce con la rapidez que tiene lo psíquico, ofreciendo el pa~ ciente el cuadro complejo de todos los. ele1nentos como coexistentes.
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Capítulo V ELEMENTOS PARA UNA CLASIFICACióN DE LAS DEPRESIONES
Nos hemos ocupado de señalar en los capítulos anteriores que los sentimientos de culpabilidad surgen en fonna más con1pleja que lo que pudiera hacer pensar el esquema agresión-culpa. No es necesario, por otra parte, que insistamos en el hecho de que la depresión no requiere con10 condición a los sentimientos de culpabilidad, ya que la depresión narcisista -aquella causada por el no logro de la identificación con el Yo Ideal- lo de1nuestra suficientemente.
Y en este caso no resulta legítimo afirmar que lo que sucede es que se siente culpa pcr no ser como el Yo Ideal. Cuando se afirma esto se está variando el sjgnificado del término culpa y anulándose la distinción que Freud quiso mantener entre los senthnientos de culpa y de inferioridad. Resulta necesario, en cambio, ver cuál es la relación entre los senthnientos de inferioridad de Ja tensión narcisista, por un lado, y los sentimientos de culpabilidad, por el otro. En la culpa y en la tensión narcisista -sentimiento de inferioridad- no se cumple con un ideal, pero ahí se detiene la semejanza. La diferencia estriba: a) en el tipo de ideal que no se satisface; b) la responsabilidad que pueda sentir o no el individuo con respecto a ese no cu1nplimiento, lo que está vinculado al concepto de infracción; e) la preocupación por el. estad.o del objeto. En la culpa el ideal es, esquemáticamente, el de "no dañarás", o "no perjudicarás", con todas las variantes que pueda asumir esta fórmula sintética. 121
La tensión narcisista en cambio se define por un ideal que en caso de ser satisfecho permite sentirse perfecto, valioso. Si se cumple ese ideal se está ubicado en el lugar de preferencia ante los ojos de un otro significativo, pudiendo ser el otro significativo el Superyó del sujeto. Pero si no se cumple con ese ideal, el sujeto no se siente amado, elegido, preferido, y sí en cambio relegado ante un presunto rival triunfante. El es, en esas circunstancias, el negativo del Yo Ideal, y el que pasa a ser amado como Yo Ideal es otro con respecto a él. De este modo el ideal narcisista satisfecho permite localizar al sujeto en la posición de valor fálico. Las variantes de éste pueden ton1ar la forma de los atributos inteligencia, belleza, omnipotencia, etcétera. De lo anterior se desprende la diferencia entre el ideal del narcisismo y el ideal que está en juego en los sentimientos de culpabilidad. Pero la diferencia no radica, como señaláramos, en el tipo de ideal sino también en la adjudicación de responsabilidad, la que es consubstancial con la suposición del libre albeldrío, o existencia de opciones para el sujeto sobre el curso de su conducta. No habría sentimiento de culpabilidad si no existiera una estructura cognitiva que la antecede lógicamente, posibilitándola, que es aquella en que el sujeto se representa como colocado frente a por lo menos dos opciones entre las que podría escoger " libremente"; si elige una de ellas, que es la marcada como la de la infracción, entonces es culpable, ya que él " podría" haber optado por la otra. En el sentimiento de culpabilidad el sujeto se vive por lo tanto ·como responsable por una conducta que va activamente en contra de. la norma, violándola. A diferencia de lo anterior el no cumplimiento con el ideal narcisista no supone necesariamente que esto sea consecuéncia de una acción previa que se podría haber realizado o no. Puede alguien representarse como feo o tonto y esto entenderlo como resultado de haber venido así sin que él o · los demás sean culpabilizados ni consciente ni inconscien~emente. Cuanto decimos no supone necesariamente que el individuo crea que es el negativo del Yo Ideal como consecuencia de una a~ción previa, lo ·que queremos destacar es la posibilidad de existencia de casos et que sí se representa ser el negativo del Yo Ideal como 122
co11secue11cia de tina accióil de la que se siente responsable. En estos casos el sujeto se siente inferior y culpable simultáneamente. · Por otra parte en el sentimiento de inferioridad la angustia está referida exclusivamente a la representación de sí mismo .. El "Yo función" sufre la angustia porque el "Yo representación'' no es como quisiera. En el sentimiento de culpabilidad si bien el "Yo función" puede experimentar angustia por el estado del "Yo representación" como consecuencia de los ataques que contra él realizó, tan1bién ·es posible, y esto es lo inás frecuente, que la preocupación sea acerca de la representación del objeto. ·Si nos hemos ocupado en tratar de diferenciar el sentimiento de culpabilidad del de inferioridad es porque nos va a ser útil . para intentar aportar elementos para una clasificación de las de. presiones. Para comenzar veamos alrededor de qué elemento unificador se podrían organizar las diferentes categorías de depresión. Ya cuando tratamos el tema de la pérdida de objeto precisamos que cualquier circunstancia en que un deseo sea entrevisto como irrealizable, que no se logre algo anhelado y se cumpla la condición de que se mantenga la fijación al deseo, podrá desembocar en una depresión. Lo anhelado que se siente como inalcanzable podrá ser tanto el seguir teniendo al ser amado, verlo como vivo, sano y f eJiz, "como él sentirse admirado o preferido frente a un rival. Lo anhelado se convierte así en un ideal, en el sentido de meta a alcanzar, y los diferentes tipos de depresión se podrán caracterizar de acuerdo con el tipo de ideal en juego. Si el ideal es de perfección narcisista, con la connotación que hemos dado de ésta, su no logro dará lugar a la categoría "depresión narcisista". Si el ideal es el de "no dañarás" y de que ..el objeto esté indemne, y se siente que se infringió al primero en la realidad o en la fantasía, la consecuencia podrá ser que se s~enta al objeto como dañado y al sujeto como malo. Esto último diferencia esencialmente la Hdepresión culposa" de aquella otra en que el objeto puede verse como dañado, y de ahí la pena y la depresión, pero sin que exista el sentimiento de responsabilidad. Alguien puede enterarse de que un ser querido murió en circunstancias en que no siente para nada que haya ocasionado ese hecho o que haya podido evitarlo.
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A nuestro j.uicio carece de tundan1ento suponer que si no aparece sentimiento de culpabilidad éste debe estar en el inconsciente reprimido. Como ya hemos sostenido, no se puede utilizar al inconsciente como una galera de 1nago a la cual se apela para extraer de , ella el dato que compietaría la teoría que se sostiene. Esta actitud de a111pararse en que no se pcdrá refutar que a]go existe por el hecho de que a ese a1go se le atribuye la propiedad de no ser detectable, se asen1eja bastante a ese juego de niños en que uno de ellos dice que hay un personaje en la habitación al que el otro no alcanza a ver, y cuando éste le pide pruebas, se le contesta que no lo podrá ver y que el personaje no le va a dar ninguna manifestación perceptible porque no cree en su existencia. El inconsciente, si bien no se mL~estra .directamente a la introspección, y de ahí su denominación, no es invisible. Sie1npre aparecen rastros, elementos sustitutivos, afectos que nos permiten atestiguar su existencia. Esa ha sido la tarea freudiana; no sólo afirmar la existencia de un inconsciente sino señalar los catninos po~itivos de penetración en él: análisis de lapsus, sueños, etcétera. Para aquellas depresiones en que el centro no es ni la ''tensión narcisista" ni el sentimiento de culpabilidad creemos que cuadra que se la llame "depresión por pérdida simple de objeto". Su tnejor ejemplo lo constituye el duelo florn1al por la n1uerte de un ser querido. Aun cuando en todo duelo se pasa por momentos en que hay sentimientos de culpabilidad, éstos son los n1icroepisodios melancólicos dentro de un proceso en que lo central es el penar porque el objeto ya no está más. Volviendo a la "depresión culposa", el acento puede recaer en el estado del objeto, o en el hecho de que el sujeto se siente 1nalo, es decir no cumpliendo con el ideal narcisista de ser bondadoso. La "depresión culposa" tiene así un carácter 1nuy particular: posee elementos tanto de la "depresión narcisista" con10 de la "depresión por pérdida simple de objeto", el penar por el objeto. Se podría pensar entonces que no constituye una categoría en sí sino la simple articulación de dos categorías. Sin embargo la presencia del elemento culpabilidad es, como lo señaláran1os, patogn01nónico y no se encuentra ni en la categoría "depresión narcisista" ni en la "por pérdida simple ele objeto". · Ade1nás, considerarla una categoría aparte tiepe la ventaja de pe.rmitir que se señale el papel que posee la representación de 124
la. agresión en la génesis de la deprcsión. 1 Aclnrei11os esto : el Superyó del sujeto puede ser agresivo, atacar constante111ente al Yo, ·desvalorizarlo, acercarse a él con odio y sumirlo a través de la desvalorización en la "depresión narcisista" sin que el sujeto necesariamente se · represente ni consciente ni inconscientemente a él n1ismo como agresivo. La agresión del Superyó, en tanto efectivizada, es diferente aquí de la representación que el sujeto pueda hacerse de cómo es él. Podrá concordar o no Ja representación con lo que el sujeto es, pero así como hay una distancia entre el "Yo representación" y d :- 'ser'', de igual manera existe una brecha, obturable o no, entre la agresión del Superyó y la represen· tación que el sujeto pueda hacerse de si es agresivo o no. Diferenciar entre la ·agresión en tanto actividad del sujeto y la representación de la agresión es esencial, pues en cuanto actividad la agresión podrá generar ya sea una "depresión narcisista'' -por el ataque constante hecho ·por el Superyó al narcisismo del Yo- o una "depresión culposa" - . por crítica del Superyó al Yo acerca de lo que presuntamente éste le ·hizo ··al objeto-
easos 1nixtos Hay que diferenciar entre las categorías de depresión que aquí propone1nos como· categorías delimitadas por la presencia-ausencia de determinadas notas definitorias y la ocurrencia de las mis~ mas en un individuo en particular. En una persona dada podrán coexistir ele1nentos de ·la depresión narcisista y · de la culposa, lo que es bastante frecuente. En ese individuo la depresión podrá ser llamada mixta, especificándose además la existencia o no de dominancia. Pero mixta es un calificativo que cuadra a la ocurrencia (en el sentido que tiene el término: acontecer, suceder, tener lugar, existir en una circunstancia determinada) y no una categoría nosológica en sí misma. Aun cuando se podría pensar que en la clasificación correspondería colocar la categoría de de· presión mixta, la diferencia que acabamos de hacer entre la categoría como concepto y su "ocurrencia" en un individuo nos lleva Subrayamos representación para diferenciar ésta, como imagen que el sujeto se construye de· lo que él hizo, de la agresión en tanto acción real.
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a no incluirla. Enseguida tenqren1os ocasión de volver sobre este punto. . Las categorías depresión narcisista y depresión culposa son aplicables tanto a la neurosis como a la psfoosis, y cuando la depresión sobr~viene en una personalidad cuya estructuración es psicótica o bien neurótica asumirá formas propias de una u otra. Lo que queremos destacar es que el hecho de que una depresión sea neurótka o psicótica no dependerá de la estructura de la depresión en sí, sino de otros factores, que serán aquellos que determinen la psicosis y la neurosis. Se trata en última instancia de· entender los cuadros psicopatológicos, tal como se presentan en los individuos concretos, como una articulación de estructuras, de modo que la depresión podrá tener lugar en cualquier tipo de personalidad, es decir articularse con estructuras de personalidad histérica, obsesiva, fóbica, etcétera. Así como es posible caracterizar teóricamente la estructura obsesiva, fóbica, histérica, etcétera~ como entidades independientes, que se definen por rasgos distintivos, y esta autonomía conceptual no es obstáculo para que en una misma persona puedan estar presentes elementos obsesivos, fóbicos, histéricos -es decir ·que en una misma persona aparezcan estructuras psicopatológicas diferentes-, de igual manera la categoría depresión, y cada una de las subcategorías que la componen, y a las· que nos referiremos más adelante, pueden articularse entre sí en . un individuo en particular, o con otras estructuras que desde el punto de vista conceptual tienen autonomía con respecto a la categoría depresión. Cuando decimos autonomía se debe entender . como una autonomía relativa, pues si bien las notas definitorias que permiten caracterizar a la estructura en cuestión estarán presentes cualquiera sea la otra estructura con la que se articule, sin embargo no asumirá la misma f orina específica en todas las probables configuraciones articulatorias. Así, para ilustrar lo aseverado, una depresión psicótica tendrá particularidades que la distingan con respecto a una neurótica, como por ejemplo en el contenido del autorreproche, en la espera delirante de castigo, o inclusive en la autopunición que llegue · hasta el suicidio. La articulación de dos estructuras no es simplemente la sumatoria de ambas sino una modificación de cada una de ellas por la otra. La estructura que se articule con otra adquirirá propiedades particulares en función
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de aquella con la que está en relación, pero sin qu.e por ello pierda las notas fundamentales que permitan diferenciarla. ·
Subclases de la depresión narcisista La discriminación que Freud hiciera en el seno del Superyó de las funciones de ideal, autobservación y de conciencia crítica nos parece aportar una base sólida para la delimitación de subclases .en las depresiones narcisistas. Recordemos que la conciencia crítica es la que compara el ideal -el modelo- con el Yo considerado como real, o sea la representación que el sujeto se hace de cómo ·es él en el plano de los valores. Lo del plano valorativo debe ser enfatizado pues no siempre se distinguió adecuadamente la autoobservación del Yo de la del Superyó, creándose el falso dilema de si la autoobservación era función de una u otra de estas instancias, no reparándose en que se trataba de autoobservaciones cualitativamente diferentes. La autoobservación del Superyó con-· duce a la representación valorada que el sujeto tiene de sí mismo, o en otros términos, el "Yo representación" en los aspectos que implican juicio de valor. La autoobservación del Yo, en cambio, es la que produce representaciones que no implican valores estéticos o morales.2 En el caso de la depresión narcisista la diferencia entre el Yo Ideal -el modelo- y el Yo considerado como real puede ser creada por lo elevado de las metas, o por la minusvalía del "Yo representación". Se podría pensar que estamos haciendo con esto una separación artificial, que la desvalorización del · "Yo representación" se debe siempre a . que se lo compara con un ideal que és desmesuradamente importante. Sin embargo existen individuos en los que la meta no es fuera de lo común, y que inclusive se lan1entan de no poder ser como los demás. Su ideal no es elevado, aspiran 2 Con el argumento, absolutamente válido, de que la valoración impregna las representaciones y es parte de ellas puede no discriminarse que una cosa es que el individuo se diga a sí mismo que es bueno o malo, o gor
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a realizaciones modestas, pero la re.presentación que tienen de sí no alcanza ni siquiera a satisfacer esas exigencias. Lo central de estos casos no es entonces lo elevado del ideal sino la pobre imagen de sí, que puede ser el resultado tanto de una identificación con figuras desvalorizadas -padres melancólicos por ejemplocon10 de la asunción de la identidad que le inducen figuras desvalorizc.n tes, padres paranoicos por ejemplo. Lo anterior es una condición totalmente diferente de aquella otra en la que se hallan algunas personas en que siempre hay una distancia no obturable entre el Yo Ideal y ·el Yo representación por la importancia de las metas de perfección que son anheladas. Valgan como ejemplo los individuos que aspiran ·a grandes realiza.ciones: cargos en1inentes, enormes fortunas, Pren1io Nobel, reina de belleza, etcétera. Aquí sí la representación del Yo es sien1pre pobre por contraste con el fin perseguido. Ahora bien, existe una tercera condición en que se presenta una brecha entre el Yo Ideal y el Yo representación y que no depende de que aquéllos estén constituidos en forma estable, con10 de meta clevnda o de representación disminuida. El sujeto en estos casos manifiesta su intenciona lidad agresiva contra sí mismo a través de construir un ideal que no es que sea elevado de por sí sino que se hará tan elevado como sea necesario con la finalidad de que la brecha nunca se cierre, o también mediante la desvalorización de la representación del Yo tanto cmno sea necesario pm·a que no alcance la fusión con el Yo Ideal. Es la - íntencíonalidad agresiva la que construye simultánean1ente el ideal como e1e•1ado y el Yo representación co1no disminuido. Así como cuando un individuo que está enojado busca argumentos para lastin1ar, de igual manera el sujeto irritado consigo mismo elevará los jdealcs o disnlinuirá al Yo representación con la finalidad de hacerse sufrir. Lo que quere1nos destacar aquí es que ni el ideal ni el Yo representación son, en estos casos, organizaciones estables de la personalidad sino que se construyen activamente en función de las . oscilaciones del odio o del amor que el sujeto se tenga en cada 1nomento. · Para ilustrar las diferencias entre las tres subclases de la categoría "depresión narcisista" emplearemos la analogía que nos fuera útil antes, en la que se suponía la existencia de un postu128
lante que realiza un trán1ite en que debe presentar determinados certificados ante un empleado. El caso del ideal elevado estará representado por aquella condición en que lo exigido al postulante fuera una verdadera montaña de certificados, algunos de ellos imposibles de obtener. El caso del Yo representación desvalorizado sería aquel en que, pese a que los certificados que se requieren podrían ser nportados por la mayoría de los individuos, el postulante en cuestión no se representa como teniendo los méritos para proveer ninguno. El tercer caso -aquel que se caracteriza por una conciencia crítica ensañada- sería el del empleado que odiando al postulante, queriéndolo hacer sufrir, va continuamente creando nuevos requerimientos de certificados y considera además que los que se le aportan no están en condiciones, o sea un ideal elevado y una desvalorización de lo presentado. Haga lo que haga el postulante siempre estará por debajo de lo exigido. Lo anterior nos permite entender por qué la expresión "severidad del Superyó" es compleja, pues implica ya sea un ideal elevado, una pobre representación de sí o una conciencia crítica que fabrica constantemente la brecha entre uno y otro.
Subclases de la depresión culposa En la categoría "depresión culposa" pueden hacerse las mismas consider&ciones que para las de la "depresión narcisista". Aquélla puede ser producida por: a) Elevados ideales de no agresión y de bienestar del objeto, visibles en personas que por ser máximo el ideal de no agresión, cualquier cosa que hagan las ubica como agresivos, y por lo tanto culpables (véase análisis que hicimos del Hombre de las Ratas), b) Los que quedan identificados con la representación de sí como la de alguien malo, agresivo y que por lo tanto deducen a posteriori que deben de haber agredido. Aquí se abren dos subclases; alguien puede sentirse malo: 1) por estar identificado con figuras culposas -el chico identificado con padres que continuamente se sienten culpables, padres melancólicosy 2) por identificarse con la representación inducida por figuras culpógenas, padres paranoicos, c) Por último tenemos aquellos casos en que por la agresividad de la conciencia crítica, ésta crea 129
sieropre una brecha entre el ideal de no agresión y la representación del Y o como transgresor de la norma. Habíamos destacado antes que en la depresión culposa hay un doble componente: a) El referido ·al juicio que el sujeto se hace sobre- sí, en que se ve o no como agresivo, es decir a la diferencia que pueda crearse entre el representarse como agresivo y el ideal de no serlo; b) La diferencia que se puede hacer entre el estado del objeto en tanto dañado con respecto al ideal de objeto indemne. Mientras que el primer elemento a) implica necesariamente al b), dado que si el individuo se representa como_ agresivo tiene que haber por necesidad lógica un agredido, la recíproca no es cierta; el objeto puede estar dañado sin que el sujeto sienta que ello se debe a su conducta. Es como recordáramos el caso de la "depresión por pérdida simple de objeto". Podemos ahora reformular con más vigor la diferencia entre "depresión culposa" y "por pérdida simple de objeto" diciendo que la primera corresponde a la forma de implicación lógica "si ... entonces . .. " pudiendo tomar las formas:- "si el objeto está dañado es porque Yo soy malo y lo agredí", o bien "si soy malo entonces tengo que haber agredido y el objeto está dañado'''. En la depresión por pérdida de objeto faltan tales implicaciones. A nuestro juicio, lo interesante de esta forma de conceptualizar la relación entre los dos elementos de la "depresión culposa" es que ésta puede con1enzar porque el sujeto se ve como agresivo, o porque ve al objeto co1no dañado. Bastará que la persona que funciona con este tipo de implicación lógica se encuentre ante un objeto dañado o sufriente para que inmediatamente se sienta culpable de ello. Además no resulta necesario que sienta que lo ha agredido y por ello lo ~ea como dañado, sino que al encontrar en su camino a un objeto dañado puede sentirse culpable, en especial si no hace nada para repararlo. En este caso el sentirse malo no es por lo que hizo, lo que por otra parte puede ser atribuido a un agente distinto a él n1ismo, sino por lo que se hace, ante el objeto dañado. Cada subclase de la depresión culposa articulará por un lado el elemento representación del Yo como agresiYo o no, y por el otro la representación del objeto como dañado o no.
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· Pérdida simple de objeto Hemos dicho que cuando no se cumple con el ideal de que el objeto esté. sano, feliz, presente, y no existe ni descenso de la autoestima ni sentimiento de culpabilidad hablamos de "pérdida simple de objeto". Esta puede producirse porque el ideal acerca del estado del objeto sea · tan elevado y su intolerancia al apartamiento de este ide.al tan marcado que los estados con1unes de bienestar del objeto o de felicidad, por comparación con el ideal, sean vividos como insuficientes y por lo tanto se siga anhelando el logro de aquel ideal. Al no satisfacerse ese '1deal de bienestar, de felicidad del objeto, se cae en la depresión. Pero existe otra condición en que se siente al objeto como si estuviera perdido, dañado, como si no gozara de un estado ideal y no es porque las ip.etas sean particularmente elevadas sino porque la representación que se hace del objeto no alcanza siquiera a los niveles que se podrían considerar con10 normales. Esto sucede cuando al objeto se lo representa, realística o fantaseadaniente, como dañado, infeliz, muerto, irreparablemente auseríte. La mejor ilustración de esta condición es la depresión por muerte de un ser querido, el duelo llamado normal, en que el ideal no es particularmente elevado. Se podría decir que en realidad en el inconsciente el ideal sí es elevado -fantasía de vida eterna- y que la depresión en realidad resulta de la no realización del anhelo de esa vida eterna, con lo que se borraría la diferencia con la subclase en que la pérdida es sentida por lo elevado del ideal. Si bien esta forma de razonar nos parece aceptable, con todo cree1nos que es conveniente diferenciar cuando el ideal es anormalmente elevado, y por lo tanto nunca alcanzable, de aquellos casos en que el ideal no asume tal característica. · Tanto en la depresión culposa como en la narcisista la gravedad del cuadro estará dada por la coexistencia de los elementos que permiten construir cada una de las tres subclases en que las hemos dividido. Así por ejemplo si alguien tiene un elevado ideal narcisista pero no una minusvalía del "Yo representación" y tampoco una conciencia crítica sádica que goce con su sufrimiento, podrá estar insatisfecho y deprimido pero no tanto como si coincidieran los tres factores. 131
Como fa depresión narcis1sta y la culposa dependen de una 1nisma condición: la estructura del Superyó, diferenciándose en ei tipo de ideal en juego -perfección narcisista, o bienestar del objeto y no agresividad-, se entiende por qué es tan frecuente que coexistan en un 1nismo individuo. Cuando el Superyó se caracteriza· por la tendencia a construir ideales elevados o por el sadismo de la conciencia crítica, ese Superyó severo podrá tomar a uno o a ainbos de los tipos de ideal señalados co1no base para la exigencia respecto del Y o. Lo anterior evidencia que la depresión narcisista y la cul-
posa, en1parentadas entre sí, tienen un elen1ento básico que permite oponerlas a la depresión por pérdida simple de objeto: la patología del Superyó; esto es lo que ya estaba esbozado en ''Introducción a1 narcisismo", cuando Freud, ahondando en el estudio de la 1nelancolía, se ve conducido a considerar la existencia del ideal y de la conciencia moral. . La clasificación propuesta puede exponerse en forma de cuadro sinóptico. a) Elevado ideal narcisista (Yo Ideal)
1)
Depresión
b) l\1inusvalía "Yo representación" (Identificación con el negativo del Yo Ideal)
narcisista
e) Agresividad conciencia crítica l
a) Elevado ideal de bienestar del objeto y de ., no agres1on
2) Depresión culposa
b) "Yo representación" malo-agresivo; objeto dañado, sufriendo e) Agresividad de la conciencia crítica
3) Pérdida
simple
a) Elevado ideal de bienestar del objeto (sano, indemne, feliz) b) Representación del objeto en la posición del negativo del ideal (muerte, infelicidad, etc.) 3
No se debe confundir negativo del ideal con negativo del Yo Ideal. Poco se gana haciendo de la construcción de un ideal o del mecanismo de idea-
3
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Características de la clasificación La clasificación tiene por propósito poder ubicar los diferentes tipos de depresión, tal como se presentan en la clínica, y penetrar en la estructura de las mismas. Lo que aparece a la izquierda del cuadro como depresión narcisista, culposa y por pérdida simple de objeto, son las categorías que corresponden a la presencia en el paciente ya sea de sentimientos de inferioridad, de culpa o bien la ausencia de ambos.4 Es decir, queda consignado aquí el tipo específico de ideal que, al no cumplirse, produce la depresión . Continuando el ·cuadro, a la derecha de lo anterior se señalan condiciones de la estructura del psiquisn10, de las cuales los datos de la izquierda son su manifestación, o n1ejor dicho su versión. El cuadro no consigna, lo que constituiría una nueva colu1nna a la derecha de las anteriores, cuáles son las condiciones genéticas de producción de esas estructuras, aun cuando por lo trabajado en los capítulos respectivos, a los que nos remitimos, el mecanismo de identificación con figuras culposas o desvalorizadas y la asunción de la identidad inducida por personajes desvalorizantes o culpógenos juegan un papel central. Habría que considerar aden1ás cómo se articulan estos factores con las experiencias vitales que pueden adquirir el carácter de traumático en función de determinadas codificaciones bajo las que son inscriptas. _ El camino que seguimos para leer el cuadro es el mismo que debe recorrer el clínico que observa una depresión: desde la manifestación de determinados datos -inferioridad, culpa- hasta las condiciones estructurales presentes en ese individuo, de' las cuales los primeros son efectos. Luego, la reconstrucción de las causas que dieron origen a esas estructuras y a la forma particular que asumieron. Es decir, del dato singular al estudio de la estructura de la que el dato es manifestación, y de la estructura a la historia en la que· se produjo. 5 lización algo exclusivo del narcisismo. Tanto la construcción de un ideal como la idealización son procesos mentales que intervienen en la instauración del narcisismo así como también fuera de esta área. 4 Presencia no implica que sean necesariamente observables, manifiestos, sino simplemente que puedan ser detectados mediante una lectura psicoanalítica. 5 Véase por la pertinencia que poseen para los problemas aquí planteados
133
El hecho de que en el cuadro estén especificadas tres subclases para la depresión narcisista y la culposa es, a nuestro juicio, relevante para la explicación psicogenética. Así, si se detecta que alguien tiene una imagen desvalorizada de sí, que ésta no resulta de que los ideales sean anormalmente elevados (el caso del que se conformaría con ser como los demás, nivel que siente que no alcanza) y que no presenta una tendencia agresiva contra sí mismo, todo esto nos coloca en la búsqueda del papel de la identificación en la construcción del "Yo representación". Nos podremos preguntar entonces si alguno de los personajes significativos con los cuales pudiera haberse identificado tiene una imagen desvalorizada de sí, si ha existido una figura inductora de desvalorización, qué acontecimientos en la vida de este sujeto pueden haber provocado ese efecto, cuáles han sido las experiencias de castración simbólica que lo pueden haber marcado de tal manera, etcétera. Es distinto este caso de aquel otro en que lo central son los impulsos hostiles, la agresividad exacerbada en forma de hipercrítica constante. Aquí lo que buscaremos son las fuentes de tal agresividad, de que ésta asuma la forma particular de desvalori_zación, · de la estructuración de ia conciencia crítica, de que la agresividad esté dirigida contra el propio sujeto y no contra el exterior'· etcétera. Lo anterior nos conduce a pensar que si la · clasificación propuesta tiene, pese a sus insuficiencias, algún mérito, éste sería el de posibilitar que se diferencie mejor fenótnenos que no por darse frecuentemente en forma conjunta dejan de ser independientes. La clasificación también permitiría precisar mejor hacia qué lados deben encararse la investigación en cada paciente en particular. En este sentido abriría perspectivas de mayor racionalidad en un en.foque terapéutico, ya qu~ se podría caracterizar núcleos de conflictos específicos, aspectos delimitados del Superyó, y planeár en consecuencia metas de modificación menos vagas.
los artículos "Historia y estructura en el conocimiento del hombre", de Lanteri-Laura, y "La estructura y la forma", de Lévi-Strauss, ambos en Introducción al estructuralismo, Nueva Visión, Buenos Aires, 1969.
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Capítulo VI PSICOG~NESIS
DE LOS CUADROS DEPRESIVOS 1
El síntoma tiene un sentido que permanece fuera del campo de la conciencia por efecto de la defensa. Esta aserción, que es parte de la revolución freudiana, no por ser hoy en día un lugar común deja de merecer interés. Implica que lo que aparece manifiestamente constituye un sustituto de otra entidad a la que reemplaza. El nlodelo teórico establece una relación, próxima o alejada, entre el tema del síntoma y el del elemento inconsciente al que sustituye. Así, para tomar un ejemplo clásico, el miedo de Juanito al caballo se halla en lugar del miedo reprimido al padre. O en el caso de la melancolía, el autorreproche, en vez del reproche al objeto. El modelo psicopatológico que estamos considerando sufrió un desarrollo a lo largo· de la obra de Freud. Encontramos la ejemplificación simplificada en los "Estudios sobre la histeria" (1895), Pero el desarrollo no alteró su esencia básica: la relación entre dos contenidos, el latente y el manifiesto, y la subsistencia de éste a favor de que aquél continuara en estado de represión. Por otra parte, la denominación de contenido latente y manifiesto no fue casual ni desacertada: "son dos versiones de un mismo contenido . . ." , como d.ir1a Freud.2 El análisis freudiano descolló en la sagacidad con que persiguió las vinculaciones existentes entre esos dos contenidos: a veces la analogía morfológica, otras, la coexistencia temporal y no 1
1
Las ideas centrales de este capítulo estaban esbozadas en nuestro trabajo: "Notas para un enfoque estructural en psicopatología psicoanalítica", publicado en Acta Psiquiátrica, 19, 1973, p. 280. 2 S. Freud, "La interpretación de los sueños", S.E., vol. IV, p. 277.
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pocas, el pasaje de uno a otro a través del juego del significante ("Psicopatología de la vida cotidiana" y "El chiste") . Pero el análisis del contenido singular de un síntoma abre el camino de su comprensión, no lo clausura. ¿Por qué ante la ansiedad de castración alguien hace un síntoma obsesivo, otro una fobia y un tercero una constl'ucción delirante? O, ¿cuál es la razón por la cual ante diferentes contenidos angustiantes un mismo individuo reacciona con un tipo estereotipado de conducta, sea ésta la apelación a la droga a la que es adicto, la defensa obsesiva o la proyección paranoide? Esto nos lleva a considerar que las estructuras psicopatológicas consisten no solo en lo que dicen sino· tan1bién en cómo lo dict:n. 3 Introduzcamos aquí un breve ejemplo clínico que servirá co· mo telón de fondo en relación al ·cual se harán más claras las tesis que desarrollaremos. Carola es una adolescente de 17 años. Viene a analizarse por un severo cuadro depresivo: tristeza, autodenigración, llanto, fantasías conscientes de suicidio, lamentaciones de su fracaso, de ser poco sociable, de que no tiene interés en encontrarse con muchachos, etc. La imagen que tiene de sí es en todo opue.sta a la que
.encarna su Yo 1de al. Antes de tomarla en tratamiento realicé varias entrevistas con la familia: madre, padre y un hermano n1ayor. No me detendré en la dinámica familiar sino que solo señalaré algunos datos. La madre aparece como una caracterópata hipersegura, a quien nada le pasa, que se muestra totalmente satisfecha de sí. Constantemente hace juicios tajantes, lapidarios, sobre todos y todo. Tal cosa, si sucediera, sería "canallesca", tal otra "abon1inable" , tal otra una "estupidez". El padre es un hiperemotivo que hace poco tuvo un episodio depresivo con ideas de suicidio. Ante Jos ojos de la madre es débil, sin carácter. Carola aparece como si fuera una persona mixta, el padre y la madre simultáneamente. De la madre tiene el juicio hipercrítico, pero a diferencia de aquélla la exigencia está vuelta contra Frcud sostiene en "La disposición a la neurosis obsesiva", S.E., vol. XII, p. 319: " ... un mismo contenido era expresado por cada una de ambas neurosis en un lenguaje diferente". Como vemos, retoma · la misma idea que antes mencionáramos para el contenido latente y manifiesto a partir de "La interpretación de los sueños". 3
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ella misma, identificada con el padre. Lo que entre los padres es un·tipo particular de vínculo (madre· hipercrítica - padre criticado) en ella es intrapsíquico, habiendo introyectado a la madre en el Superyó y al padre como representación de sí n1isma. Esta última identificación ha sido determinada, a su vez, por la madre que "decidió" que Carola es igual al padre, por lo tanto hipersensible, falta de méritos. La depresión de Carola no es la reactivación de un clue]o mal elaborado, al m~nos en la acepción corriente, o sea de un determinado episodio de pérdida dolorosa. No·. es depresión por algo en particular. Es una fonna de mirarse a sí, la única que conoce al haber aprendido a verse como la madre ve al padre. Haga lo que haga, nunca será satisfactorio, así como nada del padre lo es para la madre. Siempre hay una distancia entre su Yo · Ideal y la imagen que ella toma como su Yo real. Es digno de consignar que durante su infancia existía en su casa una especie de boletín de calificaciones, en el que se le ponía notas en aspectos tales como: bondad, con1pañerismo, cumplimiento, laboriosidad, etcétera. Las distintas circunstancias de la vida simplemente brindan el material, la oportunidad, para la. repetición de una forma de relación entre los padres y de éstos con ella, ahora interiorizada en ella. Siempre el 1nodelo de cómo debería ser está por delante de cómo considera que es. Más aun, no es que sus logros y atributos estén por debajo de su Ideal ya formado, sino que éste se construye en ·cada oportunidad como una perfección a la que debería alcanzar en el aspecto específico que en ese momento esté en consideración: belleza, inteligencia, sociabilidad, etcétera.
Contenido singular y forma del contenido del síntoma 4 \
Un fóbico puede tener miedo a los ascensores, a la oscuridad, a nadar, a las enfermedades, etcétera. Se puede entender cada uno de esos miedos como resultado de sucesivos desplazamientos · de un miedo original básico, o bien como sustitutos independientes, 4
Forma del contenido es utilizada aquí en el sentido que le da Greimas en Semántica estructural, Gredos, Madrid, 1971. 137
aunque articulados, de diferentes miedos básicos. Cualquiera que sea la opción hay algo que resulta llamativo: los miedos pueden multiplicarse y hasta llegar a ser p~ovocado:; por elementos hasta entonces desconocidos en la realidad física, o en el orden de la cultttra. Se pueqe decir que el fóbico "asimila" (en el sentido de Piaget) o "desplaza" (Teoría psicoanqlítica), con lo que se está itnplícitamente enunciando que el f óbico tiene un código en que los nuevos datos entran bajo determinado valor: provocan miedo. Por lo tanto no es que el fóbico tenga un contenido al que es fóbico sino que tiene un campo semántico particular, diferente del de otros cuadros y que se define por una tríada: miedo -no miedo- reaseguramiento. Los objetos y situaciones se clasifican según pertenezcan a uno u otro de los elementos de la tríada. No es solamente que, por el hecho de establecer conexiones asociativas entre objetos o situaciones que le producen miedo con otros nuevos, éstos queden investidos de los atributos de aquéllos.5 No es pues la mera generalización que proponen W atson y Rayner en su clásica experiencia conductista del 20, en que el pequeño Alberto pasaba del miedo al golpe de la barra al miedo a la ratita por coincidencia temporal y luego al miedo a los animales con pelo o a la vestimentas con piel, lo que da origen a las fobias .6 El fóbico ,entra en contacto con el nuevo obieto con un preconcepto; con un esquema; lo enfrenta preguntándose "si es peligroso o no, si es reaseguraddr" y cuando reconote en ese objeto atributos de otros que ya estaban clasificados como peligrosos, neutros o tranquilizadores, los nuevos objetos .pasan a integrar las categorías anteriores. Los atributos eel' objeto sirven exclusivamente para decidir en cuál de las tres categorías serán ubicados, pero no crean esas categorías. Estas preexisten al contacto con el nuevo objeto y condicionan a éste. Creer que el fóbico ''contamina" los objetos por las coincidencias -que éste tiene con otro al que previamente temía, es razonar de la misma manera que el conociao personaje del cuento que se excitaba ·sexualmente con la gallina y lo explicaba diciendo que era porque ésta se movía como una mujer seductora. Cuando el sistema clasificatorio está en actividad, solo entonces sur1
5
Esta posición es una recaída en la teoría del asociacionismo mecanicista, en la que se incurre en algunos trabajos psicoanalíticos. 6 J. B. Watson y R. Rayner, " Conditioned.Emotional Reactions", en S. Ha· rrison y J. F. MacDermott (comps.) Int. Univ. Press, Nueva York, 1972.
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gen las analogías.7 Lo peculiar del fóbice es el sistema clasificatorio señalado, en cuya adquisición juega un papel decisivo la identifi· cación con un padre o con una madre fóbica. No hemos encon· trado hasta ahora ningún caso de fobia en que ésta no existiera a su vez en el personaje padre, madre o sustituto que fue signi· ficativo para el paciente. · Constituye un error que se haya visto en el fenómeno de desplazamiento lo que caracteriza a la fobia. Por otra parte, si lo fuera, tendría que darse solamente en ella. Existe también despla· zamiento en el paranoico, en el que el perseguidor pasa de un objeto a etro. Lo propio de la fobia es, pues, el código que va unifi· cando los distintos objetos y situaciones en las categorías básicas señaladas, que conforman las verdaderas invariantes de la estruc· tura de personalidad.
Génesis de las estructuras ps.icopato!ógicas .
Ahora bien, si la fobia o la melancolía no son el contenido de un miedo o de un reproche sino un estilo codificador, no se puede seguir considerando el síntoma simplemente como el sustituto de un contenido reprimido determinado. Este es, en todo caso, su de· terminación final, lo que otorga especificidad a una forma, pero por sobre todo el síntoma es mensaje en el seno de un código, ejemplificación de la estructura. En otros términos, el síntoma es a la estructura psicopatológica lo que el habla es a la lengua. Es decir, puesta en acción, en un momento dado y con un contenido específico, de una capacidad general que excede a esa producción concreta. Toda neurosis f óbica, obsesiva o histérica con sus sínto· mas específicos se produce en el seno de una personalidad fóbica, obsesiva o histérica, respectivamente. Y éstas no se definen por un contenido sino pot los mecanismos empleados. Lo que nos interesa entonces es .traspasar la determinación Al que estando en la calle espera ansiosamente a alguien le bastan mínimos detalles de coincidencia física para creer reconocer a la persona deseada en cualquier extraño. El esquema anticipatorio crea la analogUz, o en el modelo kleiniano, la fantasía modela el dato ..
7
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del "síntoma ejemplificación" para entrar en la del código que lo posibilitó.8 Al psicopatólogo se le i111pone por tanto una doble tarea: primero la de describir esas estructuras - ·la articulación entre sus elementos (sincronía)- y luego la de tratar de determinar cómo se generaron. Enfatizamos luego, pues creemos que una metodología para .el estudio de la génesis debe partir de la particularización de los rasgos pertinentes de la estructura -que es un modelo teórico- para poder buscar cuáles son las condiciones que contribuyeron a generar esos rasgos.9 Las condiciones en que se piense tendrán que estar relacionadas conceptualmente con el rasgo pertinente que se considera como su producto. Así, por ejemplo, si se define la desvalorización como el resultado de la distancia entre el Yo Ideal y la imagen del Yo real, el modelo patogenético tendrá que explicar cuáles fueron en la vida de ese individuo las condiciones que establecieron esa particular articulación entre el Yo Ideal y esa imagen d~l Yo real. Los fracasos de buena parte de los estudios patogénicos radican en que se toma un 1nodelo para la estructura y otro distinto para las condiciones de producción de esas estructuras. Son ejemplo de esto los trabajos en que los intentos de C
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ella) para esperar quedar gratamente sorprendido con el hallazgo. En todo caso la probabilidad estadística de encontrar conclusiones es significativamente nlás elevada si el modelo del que se extraen los probables factores patogenéticos es congruente con el del que desea explicar como su producto.
La carta 46 de Freud a Fliess y la elección de neurosis El doble aspecto del síntoma, el de tener un sentido básico de carácter sexual y el de ser al mismo tiempo la expresión de estructuras diferenciadas -los diversos cuadros neuróticos- impregnó los trabajos de Freud de la década del 90. Su preocupación era no solo desentrañar la relación entre el síntoma manifiesto y el sentido latente sino también, y muy especialmente, averiguar por qué, si todos los síntomas tenían, para él, un contenido sexual se presentaban sin en1bargo c01no histéricos, obsesivos o paranoicos. En términos freudianos, cuál era la causa de "la elección de neurosis" .10 Poco importa que para esa época pensase que la neurosis obsesiva era debida a experiencias sexuales activas y la histérica a pasivas, lo que por otra parte es explícitamente cues~ tionado en el trabajo sobre "La sexualidad en la etiología de las neurosis" ,11 aunque sin abandonar totalmente la idea. Lo central . era la proble1nática planteada. Así escribe la carta 46 a Fliess, del 30 de mayo de 1896, cuyas proposiciones son el núcleo, aún hoy en día, para las soluciones propuestas dentro de la teoría psicoanalítica acerca de la elección de neurosis. En la carta mencionada Freud postula: a) que se deben reconocer cuatro períodos de la vida: uno hasta los 4 años, otro hasta los 8, otro hasta los 14 años, y por último el de la madurez. b) Que hay una correlación entre el momento en que ocurre la escena sexual traumática y el tipo de neurosis ocasionado. 12 La escena para la histeria ocurriría antes de los cuatro años, la de la 10
Para una lista de los textos freudianos en que está abordado el tema de la elección de neurosis, véase el prólogo de Strachey a "La disposición a la neurosis obsesiva", S.E., vol. XII, p. 313. 11 S. Freud, S.E., vol. VII , p. 275. 12 La bastardilla es nuestra.
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neurosis obsesiva entre los cuatro y los ocho, y la paranoia entre los ocho y la pubertad. La razón de que la escena traumática deba ocurrir antes de los cuatro años para desencadenar la histeria y entre los cuatro y los ocho para ocasionar la neurosis obsesiv~ radicaría en que hasta esa edad los restos mnémicos no pueden ser traducidos en palabras, por lo que la energía se descargaría en forma de conversiones somáticas, mientras que después la traducción en palabras ocasionaría la posibilidad de que los síntomas permanezcan a nivel mental en forma de obsesiones. Veamos ahora lo esencial de las tesis y la racionalidad que las coordina: 1) Hay una correlación entre el momento evolutivo en que ocurre un determinado acontecimiénto o series de acontecimientos y el tipo de neurosis resultante. 2) Como la neurosis histérica es caracterizada por la conversión, es decir algo que pasa en el cuerpo y la obsesiva por el autorreproche 13 y éste requiere palabras para poder ser formulado, lo que se tomará como relevante en la cronología será por lo tanto si el lenguaje está o no completamente desarrollado, fijándose en forma arbitraria para esto último la edad de cuatro años. O sea, que ·habiéndose elegido en la carta 46 una variable determinada, la ausencia-presencia de la expresión verbal, se establecerán etapas evolutivas para esa variable, de modo que se podrán hacer coincidir con cada una de esas etapas un ·cuadro psicopatológico diferente, cuyos síntomas se supondrán dependientes de las características alcanzadas por la variable. Se estaría fijado al momento evolutivo de la variable en que algo anormal habría determinado la fijación. Los cuatro períodos de la carta 46 son dejados de lado por Freud, pero el esquema básico reaparece como invariable, a pesar de lo que podría verse como diferencias en un primer examen. Así en los "Dos principios del suceder psíquico" ( 1911) dice Freud: "Mientras el Yo va a través de su transformación desde un Y o Resulta ilustrativo para observar el cambio en la nosología psicoanalítica que en la década del 90 el autorreproche es el eje alrededor del cual construye Freud el concepto de neurosis obsesiva. Las dudas, los ceremoniales, juegan un papel secundario. Recién en 1926 en "Inhibición, síntoma y an· gustia" se convierten explícitamente en típicos de esa neurosis el aislamiento y la anulación. 13
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de placer hasta un Yo de realidad, las pulsiones sexuales sufren los cambios que las conducen desde su autoerotismo original, a través de varias fases intermedias, hasta el ainor objetal al servicio de la .procreación. Si nosotros estmnos acertados en pensar que cada paso en estos dos cursos de desarrollos pueden devenir en el sitio de una disposición a una ulterior enfermedad neurótica, es plau· sible suponer que la forma tomada por la enfermedad ulterior (la elección de neurosis) 14 dependerán de la particular fase del desarrollo del Yo y de la libido en que la inhibición disposicional ha ocurrido." 15 En el caso Schreber la paranoia se caracteriza por la megalomanía y ésta será tomada para decidir cuál es el punto de fijación: "Debe recordarse que la mayoría de los casos de paranoia presentan rasgos de megalomanía y que la megalomanía pu~de en sí misma constituir una paranoia. De esto puede concluirse que en la paranoia la libido liberada se liga al Yo y es utilizada para el engrandecimiento del Yo. Se hace un retorno al estadio del narcisismo (conocido para nosotros por el desarrollo de la libido, en el cual el único objeto sexual de una persona es su propio Yo) . Sobre la base de esta evidencia clínica podemos suponer que los paranoicos han desarrollado con ellos una fijación al estadio del narcisismo ... " 16 · Nuevamente se halla aquí el esquema de la carta 46. Es decir, a) un esquema evolutivo considerado normal, en este caso el de la libido, que va del narcisismo al amor objeta!; b) la caracterización de la paranoia por la megalomanía y la ubicación de ésta como propia de la etapa narcisista de la libido; c) suponer que el cuadro patológico es el resultado de una fijación a un estadio en la evolución de la variable elegida, en este caso ya no _la adquisición de la palabra sino la evolución de la libido. A medida que el esquema de la libido va tomando más importancia las neurosis son atribuidas a etapas de la misma. En 1913 en "La disposición a la neurosis obsesiva", la fijación en la etapa sádico-anal se considera como el prerrequisito del cuadro. La razón de tal correspondencia se halla en que a la etapa anal se le .adjuEstá entre paréntesis y en bastardilla en el original. is S. Freud, S.E., vol. XII, p. 224. 16 S. Freud, S.E., vol. XII, p. 72.
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dica la propiedad del sadismo, y cotno el neurótico obsesivo se destacaría por el sadisrno de sus autorreproches, por el autotor1nento al que se s0111ete, parece lógico relacionar el cuadro con la etapa señalada._ Además, las f orraaciones consideradas reac.tivas contra el sadisn10, el control en primer lugar, parecen tener un carácter análogo al control esfinteriano. No es nuestro interés detenernos aquí en un examen crítico pormenorizado de la pretendida correlación entre la teoría de las etapas libidinales, cuyo exponente más acabado es Abraham, y los cuadros psicopatológicos, correlación que por su in1portancia y vigencia rnerecen un estudio especial que haremos en el próximo capítulo. Solamente queremos constatar una vez más que lo básico del esquema de la carta 46 continúa en pie. Y este esque111a no tiene validez solo para Freud o Abraham, sino para los distintos modelos psicogénicos que, aunque aparentemente diferentes, lo continúan en la teoría psicoanalítica. Cuando Melanie Klein, sin dejar de lado las zonas erógenas en la determinación del tipo de neurosis, crea su teoría del desarrollo psicológico que pasa por dos etapas que se constituirán, por la posibilidad de recaídas y de oscilaciones, en dos posiciones estructurales -la esquizoparanoide y la depresiva-, también intenta ver en la fijación patológica a momentos de ese desarrollo la causa de la especificidad de los cuadros mentales. En lugar de hacer hincapié en una cronología fija de edades, como en la carta 46, y de tomar la variable del desarrollo de la palabra, utiliza dos entidades teóricas como variables evolutivas : las zonas erógenas y las posiciones, y a partir de ellas sutgen los cuadros. Algo similar sucede con los trabajos lacanianos en que se estudian las determinantes de los cuadros psicopatológicos. En vez de la teoría de la libido, o de las posiciones esquizoparanoides y de. presivas, lo que se toma como eje de análisis es el Edipo estructural. Los momentos del n1is1no sirven para jalonar las condiciones patógenas. Y si bien se intenta romper con una cronología, de ahí que sean momentos del Edipo y no simplemente tiempos, la fijación a uno de estos momentos es lo que produce la psicosis o la neurosis, y el pasaje al momento ulterior la condición de la cura.17 17
Véase por la claridad expositiva y la presentación de material clínico el libro de Mustapha Safouan, Etudes sur L'Oedipe, du Seuil, París, 1974, especialmente el cap. l.
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Digamos, por otra parte, que la dimensión te1nporal se rcintroduce continuamente en la teoría lacaniana, pese al esfuerzo del estructuralismo ahistórico. Así, aunque tanto Melanie Klein -con su énfasis en la expresión "posiciones"- como Lacan lo que desean es delimitar estructuras, con todo caracterizan momentos evolutivos, en que se pasa de una estructura a otra. Serán para Melanie Klein la primera mitad del año de vida para la posición esquizoparanoide, o la segunda para la depresiva, o para Lacan el período que va desde los 6 a los 30 meses para el estadio del espejo -paradigma de todas las identificaciones imaginarias-, o sino el acceso al lenguaje como momento que posibilita la metáfora paterna, la inscripción del falo como significante básico y por lo tanto la salida del .p rimer momento del Edipo. En todas estas circunstancias hay un período de la vida que estaría en relación normalmente con alguna de las estructuras postuladas dentro del parámetro elegido. Recapitulando, más allá de las diferencias que ofrecen las posiciones mencionadas, de cualquier manera se mantiene el modelo: algo que evoluciona pasando por etapas, cuando ocurren perturbaciones ocasiona entidades psicopatológicas específicas que tienen su punto de fijación en las mismas. Por lo expuesto al comienzo de este capítulo se puede entender por qué consideramos objetable cualquier teoría· que intente establecer en forma rígida momentos de la evolución en que se producirían los acontecimientos predisponentes a la depresión. Esta depende de factores que como el elevado ideal narcisista, la imagen de sí desvalorizada, o la agresividad de la -conciencia crítica, no tienen una época determinada en que se construyen, sino que poseen un desarrollo de estructuración y reestructuración a lo largo de la vida del sujeto. Así, por ejemplo, la identificación con una figura desvalorizada, o la asunción de la identidad inducida por figuras desvalorizantes son procesos que no tienen un curso prefijado en etapas. Igual cosa sucede con la organización de una personalidad con tendencia a volver la agresión contra sí misma. Por otra parte, la injuria nar~isista no es necesario que ocurra "antes de que los deseos edípicos hayan sido superados", como piensa Abraham en su trabajo clásico sobre las etapas evolutivas 1.45
de la libido. El daño narcisista ·puede ocurrir antes del período edípico o después.18 En relación con el carácter estructurante de los diversos aconteci1nientos resulta evidente que éstos no revisten importancia. de por sí, por la simple "realidad" de lo que le pasó al sujeto, sino por el modo en que .fu.eron codificados, significados para ese sujeto por aquellos de los cuales depende en la construcción de su mundo emocional y conceptual. Se comete. un error, a nuestro juicio, cuando en la explicación de un cuadro a posteriori de la recolección de la historia clínica se atribuye a tales o cuales hechos vividos por el paciente la causa de su enfermedad. Es un resabio del empirismo de la primera época del psicoanálisis, en que se buscaba el episodio "real" que habría dado lugar al síntoma. Esto es lo que hace resaltar Maud Mannoni cuando dice: ''La idea del traumatismo como explicación de ciertos procesos mórbidos fue introducida por Freud, pero ulteriormente se percibió que los futuros efectos de un acontecimiento doloroso para el sujeto estaban relacionados con la f arma en que el acontecimiento era tratado por las palabras del adulto. Las palabras del adulto 19 dejan una mayor ilnpronta en el niño que el acontecimiento niismo." 20
Psicogénesis de la estructura depresiva De acuerdo con lo sostenido al comienzo de este capítulo, una vez caracterizada la estructura de un determinado cuadro nosológico el modelo psicogenético deberá partir de la búsqueda de las condiciones que puedan haber contribuido a generar los rasgos considerados específicos de esa estructura. Además, como las depresiones spn entidades que, junto a lo común que permite englobarlas bajo una categoría única, ofrecen diferen_~ias que las convierten en subcategorías, el modelo psicogenético tendrá que poder justificar también estas últimas. La consideración que acabamos de hacer tiene por meta no caer en lo que constituye una simplificación por Edípico en el sentido clásico del término. La bastardilla es nuestra. 20 Maud Mannoni, L'enfant, sa maladie· et les autres, du Seuil, París, 1967. Traducción sobre la edición inglesa de Pantheon Books, Nueva York, 1970, p. 111. . 18
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parte de los modelos psicogenéticos habituales en los que se proponen condiciones que no respetan la especificidad.21 Yendo ahora más directamente a las depresiones, comenzare• mos por la depresión narcisista. Predispondrán a una depresión nar-. cisista crónica todos los factores que tienden a crear un elevado ideal narcisista, una aspiración de Yo Ideal que se ofrezca siempre como meta inalcanzable. El Yo Ideal de completud y perfección que los padres desean que sean sus hijos se convertirá en la pesada carga que éstos llevarán sobre sí. La trasmisión de un Yo Ideal de tales características, a través de la identificación con el deseo de los padres, hará del individuo un eterno insuficiente con ·relación a aquél. Junto al factor anterior, o independientemente de él, la construcción de una representación desvalorizada de sí empujará también hacia la depresión· narcisista. No es necesario que haya ocurrido un episodio singular que dañe al narcisismo infantil, aun cuando de darse tal acontecimiento favorecerá la estructuración de una representación de sí minusvaluada. Al mismo resultado puede llegarse a través de la construcción lenta pero continua de un "Yo representación" con esas características. La identificación con figuras de padres desvalorizados o la asunción de la desvalorización inducida por los mismos tiene tal efecto. Por fin, los factores que coadyuven a: 1) incrementar la agresividad del sujeto; 2) favorecer que ésta se vuelque sobre sí mismo; 3) que se exprese en forma de conciencia crítica, y 4) privilegiar como forma de agresión el ataque al narcisismo, todos ellos serán precondiciones para la depresión narcisista. No viene al caso entrar en el detalle de lo que puede favorecer el desarrollo de cada uno de estos cuatro factores. Señalemos, sin pretender agotar la enumeración, que para el primero -incremento de la agresividad- las frustraciones reiteradas y la identificación con el agresor son importantes. Para. el segundo -vuelta de la agresión Aun cuando merecería un tratamiento especial, creemos fundado decir que tal es el riesgo de una propuesta como la de Lacan para explicar "la" psicosis según un mecanismo único, el de la forclusión. Nos parece cuestionable la réplica que se podría, a su vez, hacer a nuestra objeción diciendo que el mecanismo de la forclusión explica el hecho psicótico y que "después" se podrían encontrar las particularidades, pues esto es suponer una unidad a priori. 21
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contra sí misn10--. los sentimientos de culpabilidad y la excesiva persecución real o fantaseada que hace que la respuesta agresiva en vez de ser descargada hacia el objeto se canalice hacia el Yo, con la finalidad inclusive de aplacar al objeto perseguidor, merecen tenerse en cuenta. Vemos de esta manera que a la depresión narcisista se puede arribar por la acción conjunta o independiente de factores que entran en una constelación causal, factores que a su vez dependen de otros que son causales para ellos. Lo que nos importa más que el detalle exhaustivo de las f actores, es señalar una metodología para el desarrollo de un modelo psicogenético. A modo de representación espacial de este modelo podríamos suponer que la depresión narcisista ocupa el centro de un triángulo cuyos vértices serían el elevado ideal narcisista, la minusvalía de la representación de sí y la agresividad de la conciencia crítica. Cada uno de éstos sería el punto de partida de una ramificada arborización de factores que los producen, los cuales también tendrían su ramificación de elementos causales. Eventualmente, a medida que a los tres factores que hemos ubicado en los vértices del triángulo se le agregasen otros que se describierán como pertinentes, se reemplazaría la figura elegida, aunque manteniéndose la idea de una figura en expansión. Para la depresión culposa crónica se puede hacer el mismo tipo de análisis que para la narcisista, por lo que nos eximimos de pormenorizar. Las condiciones que conducen a la depresión . aguda, la del colapso narcisista por ejemplo, son aquellas en que habiéndose constituido en el sujeto la identificación del Yo representación con el Yo ideal - á diferencia de las depresiones crónicas en que esto no sucedió- por un acontecimiento determinado se pasa de ser el Yo Ideal a convertirse en el negativo del Yo Ideal. Cuanto más fantástica sea la identificación con el Yo Ideal tanto más factible será el colapso. Muchas depresiones en los momentos de cambio durante el ciclo vital: ingreso de la escolaridad, pasaje a la adolescencia, jubilación, etcétera, tienen lugar cuando, alteradas las circunstancias en que se era el Yo Ideal, tas nuevas condiciones enfrentan a la persona con la imposibilidad de mantener tal identidad. Si se funciona con la lógica de las dos posiciones, a la que nos hemos referido .en el capítulo sobre colapso narcisista, al no
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ser el Yo Ideal se convertirá automáticamente en el negativc.. del Yo .Ideal. Los factores que inciden para la producción del funcionamiento de acuerdo con la lógica de las dos posiciones serán intervinientes por tanto en la psicogénesis de la depresión aguda por colapso.
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Capítulo VII LA TEORtA DE LA LIBIIX>. EL PENSAMIENTO ANALóGICO EN LA TEOR1A PSICOANALtTICA Emilce Dio de Bleichmar
El artículo "Un breve estudio de la evolución de la libido considerada a la luz de los trastornos mentales" 1 puede interpretarse como un cierre en el diálogo entre Freud y Abraham acerca del edificio teórico genético-evolutivo más importante del campo psicoanalítico. Como su título lo expresa es una propuesta orgánica de correlación y ubicación de cada cuadro psicopatológico en una determinada etapa pulsional. Propuesta vigente aún hoy, pues si bien ha sido parcialmente criticada,2 el edificio sigue en pie. Nadie que trate e1 tema de la melancolía puede pasar por alto la fijación oral. En este sentido creemos importante un examen crítico del sistema de ideas sobre la psicogénesis incluido en el trabajo de Abraham, puesto que es uno de los aportes que mejor expresa una de las tendencias prevalecientes del psicoanálisis posfreudiano: ~a negligencia de la estructura en provecho del dinamismo. Además las cualidades diferenciales de las vivencias se explicarán por las variaciones de la. cantidad de energía con que el deseo invista al objeto. En última instancia la melancolía sería el producto de un alto monto de erotismo y/ o sadismo oral constitucional. Las conclusiones de Abraham sobre los factores presentes para la producción del cuadro melancólico son: 1) una acentuación constitucional del erotismo oral; 2) la fijación de la libido a esa fase; 1
K. Abraham, Psicoanálisis clínico, Hormé, Buenos Aires, 1959. 2 R. Fairbairn, "Revisión de la psicopatología de las psicosis y psiconeuro· sis", en Estudio psicoanalítico de la personalidad, Hormé, Buenos Aires, 1962.
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3) una seria ofensa al narcisismo infantil antes de la superación del Complejo de Edipo; 4) la repetición en Ja vida posterior de la decepción primera. El mismo Abraham se ocupa en demostrar que en realidad la ofensa al narcisismo es una co:q.secuencia de las demandas de amor insaciables de este tipo de personalidades y que por esta misma razón siempre terminan cayendo en la frustración, en la herida narcisística; por lo tanto el motivo fuerte en la. psicogénesis queda circunscripto al erotismo oral acentuado, y a la fijación de la libido en esta etapa, puntos de los cuales se desprenden después como consecuencia los otros factores. Melanie Klein, continuadora de las ideas de Abraham, complejizará el sistema al incluir las organizaciones tempranas del Yo y del Superyó como otros puntos a los que también se fija o se regresa, pero dichas estructuras intrapsíquicas en última instancia se verán modeladas por el monto de envidia constitucional vigente en el sistema. El énfasis en el papel genético de la pulsión es evidente.
La teoría de las fases a) LAS ZONAS ERÓGENAS
Lo que caracteriza una fase de la libido es un determinado modo de organización de la vida sexual, organización que se sustenta sobre dos ejes:. la primacía ·de una zona erógena y el predominio de un tipo de actividad sobre el que se modaliza la relación de amor. El examen del 'primer eje nos enfrenta con varios problemas: la constitución de una zona erógena, la noción de primacía de la que se desprende la idea de una seriación cronológica de las fases, la sustitución de una por otra durante el desarrollo evolutivo. Ya se trató con cierto detalle en la Introducción cómo el placer sexual ordl se apoya para surgir en la función vital de la alin1entación, pero que es otra cosa que la función. Si bie·1 el cuerpo, la mucosa bucal y labial. en el caso de la zona oral, contienen la virtualidad de un placer por su funcionalidad fisiológicamente determinada, . este placer se instala como un efecto marginal de la · alimentación; este plus de placer se entiende como la huella de la satisfacción que va a persistir como llamado, aun antes de que renazca el 15'1
hambre, y que se añadirá en lo sucesivo cotno una espera
S. Freud, "Tres ensayOs y una teorín sexual", S.E., tomo VII.
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ta en otras expectativas de vida, la aleja de su marido a quien quiere, o le acarrea la envidia de su propia madre o la pérdida de su trabajo, o la convierte en "la madre soltera", la capacidad erógena de esta madre se verá seriamente comprometida, así como el valor fálico del hijo. Leclaire 4 propone llamar a las zonas erógenas ''zonas subjetivas", pues ellas contienen, por un lado, para el bebé la subjetividad incipiente de ese llamado, de esa espera, de ese corte que supone el deseo y que la madre dotará de su erogeneidad si para ella existe una o muchas zonas erógenas que impliquen también un deseo, un llamado, una falta que se colma en el momento del cuerpo a cuerpo y del entrecruzamiento de las miradas. Desde la teorización lacaniana la relación dual supone solo dos términos: la díada madre-hijo, pero esta relación se halla de entrada ordenada por la triangulación edípica presente en la díada a través del inconsciente materno; a esto me refiero cuando digo que la zona erógena del bebé remite a otra zona erógena que es la de la madre, erogeneidad presente en ella -por el hecho de que posee un cuerpo con zonas biológicamente determinadas para la función alimenticia, pero simbólicamente ordenadas por el deseo que remite a su propio Edipo y a su propia castración. La zona erógena se constituye, entonces sobre la base de dos plus de placer sobre el placer funcional: el primer plus es el_placer de órgano, que es la posibilidad de placer innato, biológicamente determinado, de ciertas zonas del cuerpo. Y el segundo plus es el placer que carga la zona por el. goce del . otro, es la inscripción . materna. Este s~gundo plus ya no depende de la biología, pero su ausencia puede modificar la biología de tal modo que el placer de órgal}O no se constituya, y ya vimos cón10 este segundo plus era condición del complejo universo de significaciones presentes en la madre que a Ja manera de un código prestará su marca de placer o de dolor a la zona. Queda entonces muy claro que no cuestionamos la disposición constitucional al placer de órgano asegurada por la filogenia, sino que el análisis recae en las modificaciones que puede sufrir ese placer a partir de la erogeneidad de la madre, es dedr, a partir de las significaciones que supone el código materno. Las perturba4
S. Leclaire, El objeto del psicoanálisis, Siglo XXI, Buenos Aires, 1972.
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dones pueden alcanzar auri el nivel estrictan1ente biológico de la actividad vital como en los casos de hospitalismo, depresión anaclítica o de anorexia nerviosa, en los cuales el déficit de alimentación co~promete la supervivencia. Damos énfasis a este punto, el código materno, pues cabe preguntarse si las significaciones sádicas, destructivas de la fase oral, atribuibles a la función alin1enticia, son condición de los órganos incluidos, los dientes, o nzás bien la destrucción, el sadis· mo, ejecutados a través de los mismos debe ser signado, codificado como tal para que tenga todo el peso de la significación aniquilante que se le atribuye. Abraham aportó al esquema freudiano de las fases la subdivisión de la fase oral en una primera de succión preambivalente y una segunda canibalística que inaugura la ambivalencia en las relaciones humanas. Es decir, que todo el peso del sadismo hun1ano recae en los dientes y en la actividad de la mandíbula. Luego Melanie Klein subsana un tanto este punto al extender el sadismo a todas las zonas -incluida la oral uno- y al entender la agresión como dependiente de algo más general como la pulsión de muerte; pero lo que no se modifica es la suposición de que hay una actividad o una fantasía agresiva de por sí, que tiene su significación fija, adherida, que existe una solidaridad entre un órgano como los dientes o la masticación y las fantasías derivadas de estas actividades y la significación agresiva. Reiteradamente s, 6• 7 se ha señalado la vertiente biologista· in· cluida en la concepción de la libido como una suerte de florescencia del cuerpo que va cambiando de zonas por un programa predeterminado por alguna ley de Ja naturaleza. Concepción, por otra parte, no extraña a Freud,8 pues él mismo sostenía este
J.
Lacan, Écrits, du Seuil, París, 1966. 6 A. Green. "La diacronía en el freudismo" y "El psicoanálisis ante la oposición de la historia y la estructura", en Estructuralismo y psicoanálisis, Nueva Visión, Buenos Aires, 1970. 7 M. Tort, "El concepto freudiano de representante'', Cahiers pour l'Analyse, n"' 5, du Seuil, 1970. 8 Cuando Freud presenta en forma sistemática sus enfoques etiológicos es cuando el biologismo en la teoría se acentúa. Los trabajos sobre la determinación de la neurosis obsesiva sientan las bases de la serie causal: constitución sexual -mecanismos de reacción-, rasgo de carácter. Así es que en "La disposición a la neurosis obsesiva" dice: " ... Pero· precisamente en el terreno de la evolución del carácter hallamos algo comparable al caso pas
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criterio aunque no en forma exclusiva. De~pués de Freud esta línea teórica se hipertrofia y se unilateraliza, extendiéndose "el biologismo" al sadismo, el que también deberá recorrer una serie de etapas ordenadas lineal y cronológicamente. Todo el esfuerz_o clínico se centrará en averiguar en qué momento exacto del desarrollo emergerá el suelo corporal que dará cuenta de la génesis progresiva de una evolución hacia lo psíquico; en qué momento el bebe succionó, cuándo se produjo la dentición, el destete, etcétera, descontando que efectivamente el acontecimiento, el hecho en sí, conlleva ineludiblemente la significación. La teoría de las fases libidi~osas y sádicas no solo .incluye una perspectiva biologista sino que en la noción de primacía también se desliza una determinada concepción de la historia. En el curso del desarrollo infantil la p~imacía, es decir el comando de la sexualidad va cambiando de sede y en virtud de este cambio se da la seriación cronológica: oral, anal, fálica y genital. Esta seriación no solo da la impresión de aproximarse demasiado a una maduración biológica fijada y predeterminada, sino que, como señala Green,9 se ha identificado por completo la diacronía freudiana con el desarrollo de la libido. Desarrollo que no cabe cuestionar aunque sí intentar una reformulación de las bases sobre las que se sustenta. El comando de una zona erógena, es decir la primacía, parece solo pooer sostenerse para la actividad ·oral, en el sentido de una relación casi exclusiva con el medio ambiente y esto hasta cierto tológico antes descripto: una intensificación de la organi;z;ación sexual pregenital sádica y erótico anal. Es sabido y ha dado mucho que lamentar a los hombres que el carácter de las mujeres suele cambiar .- singularmente al sobrevenir la menopausia y poner un término a su función genital. Se hacen regañonas, impertinentes y obstinadas, mezquinas y avaras, most¡ando por tanto típicos rasgos sádicos y erótico anales ajenos antes a su carácter", S.E., tomo XII, p. 323. Y en "Sobre las transmutaciones de los instintos y especialmente del erotismo anal" sostiene que: "En la defecación se plantea ~l niño una primera decisión entre la disposición narcisista y el amor a un objeto. Expulsará dócilmente los excrementos como 'sacrificio' al amor, o los retendrá para la satisfacción autoerótica y más tarde para la afirmación de su voluntad personal. Con la adopción de esta segunda ~onducta quedará constituida la obstinación que por tanto tiene su origen en una persistencia narcisista en el erotismo anal", S.E., tomo XVII, p. 130. 9 0b. citadas.
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punto y no Je mu11cra absoluta, pues los cuidados higiénicos por parte de la n1adrc que inician al bebe en el placer anal, fálico o de la piel en general también están presentes desde el prilner día. L~1s organizaciones posteriores - a su vez-· no supritnen el funcionamiento, ni mucho menos, de las actividades no predominantes. ¿Qué significa entonces la prin1acía anal? No se puede entender co1no una suspensión, ni siquiera como el paso a un segundo plano de toda la sexualidad oral; de hecho ésta se encuentra ar· tk.uladn a la organización anal y los intercambios orales se impregnan de las significaciones ligadas a la actividad anal. En este punto el defecto mayor que habitualmente se le adjudica a Melanie Klein, de confundirlo todo, ha sido su mayor virtud, pues dio cuenta de una realidad ele la sexualidad infantil; ella describió Ja presencia de fantasías anales y genitales junto a las orales casi desde un comienzo. Por otra parte, los buenos pediatras previenen a las madres con bebes sin dificultades en la lactancia que a partir de los diez ineses o el año el niño puede en1pezar a rebelarse en este área y comenzar con inapetencia, y les dicen que no se asusten, que todo esto es bastante normal. Ahora bien: ¿cómo comprender ·este dato? Se instala la rebeldía, el no, que es típicamente entendido como anal, pero de cualquier modo la zona oral sigue imperando co1no terreno en que se juega el placer o displacer. A su vez, el dulce bebe que devoraba la mamudera y que ahora escupe, rechaza el sólido y hace muy di Fícil el mon1ento dé la comida, encontrará una rnamá que seguramente responderá significativamente a este cambio. En rigor, el abandono de la leche, el paso al sólido, a la relativa autonomía de llevarse solo la comida a la boca ha sido implantado por una mamá para quien todo esto tiene un sinnúmero de significaciones, de deseos incluidos, que algún peso inductor de la conducta clel bebe debe haber poseído. Por lo tanto la erogeneización de la zona oral por parte de la madre está presente como organizador constante en la vida del niño, más allá de la etapa de succión, a lo largo de gran parte de su infancia o de su historia. Por otra parte, la linealidad histórica propuesta por la supuesta cronología se opone a una de las concepciones más caras en Freud con respecto a la temporalidad y la causalidad psíquica, me refiero a la estructuración "a posteriori" (apres coup), que es156
cinde el mon1ento de la experiencia del mon1ento de la significa~ ción. 10 Discontinuidad esencial para la represión· que no actúa sobre experiencias, sino sobre "recuerdos", recuerdos que no se recuerdan justamente porque cobran sentido, porque adquieren una significación. Ahora bien, si el cuerpo no es un generador de significaciones, si se inserta e inscribe en un mundo simbólico que lo precede y lo significa, si necesita el pasaje por otro que le otorgue cualidades diferenciales, si a su vez el "cuerpo oral" no se reduce a la etapa oral, sino que se incluye en una diacronía que se extiende en la historia del individuo y si alcanza su total sentido en otro momento que no es el de la experiencia, se comprende que los esfuerzos de datación -si en tal o cual edad un niño quedó afectado- no contempla.n la cuestión de las relaciones entre el significante y el deseo. Relación que parece difícil ubicar cronológicamente, pues su génesis no es puntual. J) LA ACTIVIDAD PREDOMINANTE
Siguiendo a Laplanche y Pontalis, 11 habíamos señalado que los dos ~jes que fundan el concepto de fase de la libido son: la primacía de una zona erógena y el predominio de un tipo de actividad. Examinemos ahora la incorporación, actividad sobre la cual se hace recaer el peso de lo que tendría de estructurante y normativo la fase oral en relación con el psiquismo y las relaciones de objeto. Por incorporación se entiende: 1) la actividad oral propiamente dicha, es decir la ingestión de alimentos; 2) una fantasía por la cual el sujeto introduce, guarda un objeto dentro de su cuerpo; 3) el n1odelo corporal de mecanismos psicológicos como la introyección o la identificación. Ahora bien, la incorporación co1no actividad real no se limita a la actividad oral en sí, ni a la fase oral. Otras zonas erógenas y otras funciones también implican una actividad incorporativa, por ejemplo la incorporación a través de la piel, la respiración, así como la audición y la visión: éstas parecen ser terrenos privileto Para una revisión del ·,concepto de retroacción véase la nota de Strachey, S.E., vol. 111, p. 167. 11 J. Laplanche y J. B. Pontalis, Vocabulaire de la Psychanalyse, P.U.F., París, 1967.
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giados para este tipo de actividad, pues todo lo que es visto y oído se incorpora. A su vez como fantasía no se limita a la boca, pues las funciones mencionadas (ver, escuchar) pueden ser sus soportes habituales. El mismo Abraham .sostiene la incorporación anal en el paranoico y la fantasía de incorporar el pene durante el acto sexual. Por otra parte, sostener que la incorporación oral subyace como fantasía a todo mecanismo de identificación suscita las siguientes dudas: ¿cómo entender los hechos del transitivismo? El niño que rompe a llorar inmediatamente cuando otro llora a su lado, el contagio que se opera, parecen incompatibles con fantasías de incorporar algo que implica una previa diferenciación dentro-fuera. El caníbal que devora al enemigo para incorporar las cualidades envidiadas y temidas d_el otro sabe muy bien que el enemigo es otro que él, y al incorporarlo-lo que sobrevalora y confunde es lo real con lo simbólico, cree que comiendo su cuerpo obtendrá sus . propiedades. La identificación del· niño con el otro y con la situación total que lo engloba, parece ser un fenómeno más complejo, más abarcativo, un estado inicial de desconocimiento de sí y del otro que_no puede ser reducido a que cuando come siente que el seno es suyo, porque entonces con la misma razón es lícito sostener que cuando oye siente que es él el que habla y cuando es mirado es él el que ve, o cuando alguien llora es él quien sufre, o ·es a él a quien le duele. Todo esto no parece poder reducirse a lo oral de ninguna manera. Y cuando decimos todo esto estamos incluyendo nada menos que el narcisismo; pues para Abraham el narcisismo se sustenta eminentemente en una actitud incorporativa, es decir el narcisista es aquel que solo desea ser amado, a lo que agrega el elemento canibalístico como el ingrediente que da cuenta de la ambivalencia. El modelo biológico que se halla propuesto como punto de partida sobre el .que se instalan los procesos psíquicos pierde el isomorfismo al trasponer los umbrales -d e la etapa oral. Pues es posible admitir que la succión sea la base de la introyección y el escupir de la proyección (modelo propuesto por Freud en "Los in.stintos y sus vicisitudes) ,12 pero .ya en la etapa anal . el paralelismo se · descalabra porque la expulsión anal _también lo es de la 12
S. Freud, S.E., tomo XIV.
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proyección y la retención podría sustentar no solo el control, sino también el bloqueo afectivo o las inhibiciones. Al llegar a la etapa fálica el caos es total, pues ¿qué relación de semejanza_podemos hallar entre esta fase de la libido y el mecanismo de conversión? A su vez, si se quiere ser fiel al modelo, una serie de mecanismos específicos como la intelectualización o la racionalización quedan sin sustento corporál. ¿Cuál para la disociación? Si la propuesta naufraga, ¿por qué seguir sosteniéndola para la melancolía? Los procesos mentales específicos de este cuadro se liberarían de las cadenas de la oralidad, la incorporación y la comida, temas por otra parte bastante ausentes en la cura de los pacientes melancólicos. Si el n1odelo quedara a nivel de la metaforización, no sería grave, pero, como ocurre muchas veces, el modelo se erige en explicación causal del fenómeno. Parece que en este tratamiento analógico de la relación entre la actividad corporal y el mecanismo psíquico el pensamiento psicoanalítico hubiera quedado ligado al tipo de funcionamiento propio del proceso primario. Por otra parte, el proceso de descubrimiento de los mecanismos del Yo ha seguido un proceso inverso al que se supone que ha seguido el de su génesis. Freud en su trabajo clínico asiste al hecho frecuentemente repetido de que sus pacientes digan: "no, yo nunca . he pensado eso". La negación es descripta como un hecho eminentemente lingüístico y un derivado de la función del juicio y comparada con "el lenguaje de los impulsos orales".13 Ahora bien, sobre esta comparación cuyo status teórico en Freud queda poco ex"A la función del juicio le concierne adoptar, en última instancia, dos clases de decisiones. Debe atribuir o desechar que una cosa posee determinada propiedad y debe considerar o impugnar, si una representación tiene existencia en la realidad. Originalmente, la propiedad objeto de la decisión puede haber sido buena o mala, útil o perniciosa. Expresándolo en el lenguaje de las mociones pulsionales más antiguas -las orales- la alternativa sería: Esto lo quiero comer, o lo quiero escupir, o bien en una versión más amplia: "Esto lo quiero incorporar o lo quiero excluir de mí". Es decir, "ha de estar dentro de mí o ·fuera de mí". Como lo he expuesto en otra ocasión el Yo de placer original procura introyectar dentro de sí todo lo bueno y expulsar de sí todo "lo malo. Lo que es malot lo ajeno al Yo, y lo que está fuera de él, son' cosas primitivamente idénticas entre sí. 13
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· plicitado se erige todo el edificio psicogenético de los desarrollos posteriores.14• 15• 16• 17 Sobre la base de la comparación, de la semejanza entre el sí y el no por un lado, e incorporar y escupir la comida por el otro, como se supone que el cuerpo gobierna, se ubica la génesis del fenómeno en la actividad corporal. Ahora bien, cuando en Psicoanálisis uno se refiere a la acción de escupir se descuenta que no se trata del acto reflejo, sino de una. conducta con un contenido simbólico de rechazo. Nuevamente surge un interrogante: ¿este significado es inherente al acto en sí? o implica la preexistencia de un orden simbólico que posibilite el sí y el no lingüístico y que otorgue sentido de rechazo a lo que es mera expulsión material. En la coexistencia de rasgos de obstinación y constipación en la neurosis obsesiva ocurre algo similar, no se considera que amS. Freud, "La negación", S.E., tomo XIX, pp. 236-237. 13 K. Abraham, op cit. 16 S. Isaacs, "Naturaleza y función de la fantasía", en M. Klein, Desarrollos en psicoanálisis, Hormé, Buenos Aires, 1962. En este trabajo la autora sostiene: "Freud consideró la relación entre fantasías orales de incorporación y los primeros procesos de introyección en su ensayo sobre la negación. En él no solo establece que aun las funciones intelectuales del juicio y el juicio de realidad, "derivan de la interrelélción de los impulsos instintivos primarios (la bastardilla es mía) y descansan sobre el mecanismo de la introyección (punto al cual volveremos en breve),. sino que también nos revela el papel desempeñado en ésta por la fantasía. Refiriéndose a ese aspecto del juicio que afirma o niega que una cosa tenga una propiedad particúlar, Frettd dice: "Expresado en el lenguaje de lo arcaico, es decir, de los impulsos orales instintivos, la alternativa significa: 'Tengo que conservar esto dentro de mí y librarme de esto otro'. Es decir: 'tiene que estar dentro de mí o fuera de mí' (1925) . El deseo así formulado es lo mismo que una fantasía. Freud llama a'quí pintorescamente ' el lenguaje del impulso oral' a lo que en otra parte denomina la 'expresión mental' de un instinto, es decir las fantasías que son los representantes psíquicos de un anhelo corporal. En este ejemplo real Freud nos demuestra que la fantasía es el equivalente mental de un instinto, pero esto es formular al mismo tiempo el aspecto subjetivo del mecanismo de la introyección (o proyección). Por lo tanto la fantasía es el vínculo entre el impulso· del Ello y el mecanismo del Y o, el medio por el cual uno se trasmuta en el otro. 'Deseo comer esto y por lo tanto lo he comido' es una fantasía que representa al impulso del Ello en la vida psíquica y es al mismo tiempo la experiencia subjetiva del mecanismo o función de ,introyección." 11 O. Fenichel, Teoría psicoanalítica de las neurosis, Nova, Buenos Aires, 1957. 14
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bas puedan ser efecto de la persistencia en una posición narcisista, sino que se hace depender el narcisismo del erotismo anal. Por lo tanto, lo que queda cuestionado es que una formación imaginaria, una fantasía o un tipo de fantasía específica sea determinante para la estructura y dinámica de un cuadro psicopatológico, así como también que se haga derivar en forma lineal y rígida de cada zona del cuerpo, ~e cada actividad real del mismo un mecanismo psicológico que a su vez es el responsable absoluto del cuadro, por ejemplo: la introyección para la melancolía o la proyección para la paranoia. C)
LA
FIJACIÓN
Para discutir este punto me quiero referir a un ejemplo que da Abraham. 18 Dice así: "Las personas con una intensificación constitucional del erotismo oral son muy exigentes en sus demandas de gratificación de la zona erógena en cuestión y reaccionan con gran disgusto ante toda frustración al respecto. El placer excesivo que extraen de la succión persiste bajo ·muchas formas en el curso de la vida. Obtienen un placer anormal de la alimentación y especialmente del uso de las mandíbulas. Una de mis pacientes me describió espontáneamente el gran placer que le producía abrir· la boca, otros encuentran especialmente placentera la contracción de los músculos de la mandíbula. Las personas de esta clase son insaciables en sus demandas de manifestaciones de afecto de carácter oral. Otro paciente dijo que siempre que pensaba en su niñez sentía en la boca un gusto rancio que le recordaba cierta sopa que solían darle y que le desagradaba mucho; el análisis demostró que esta sensación era expresión de los celos que sentía por su hermano menor al que veía amamantado por su madre ·cuando él tenía que tomar sopa y gachas. En lo profundo de su corazón le envidiaba:··al hermano la íntima relación con su madre de la que ya no disfru-. taba. En sus estados depresivos lo dominaba el deseo del pecho de su madre, un anhelo que era indescriptiblemente fuerte y dife· rente de toda otra cosa. Si cuando el individuo crece la libido permanece fijada en este punto, se ha cumplido una de las condicio· nes más importantes para la aparición de una depresión melancólica." is Op. cit., p. 348.
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Es obvio que la insaciabilidad en las· demandas de ·amor orales o el gusto rancio· en la boca parecen ser explicados por esa característica constitucional que es el placer anormal en la succión o el uso anormal de las mandíbulas; esto en última instancia es e} factor fuerte de la fijación. Aquí Abraham ejemplifica la tesisfreudiana de la disposición: este ingrediente de anormal placer en la succión, esta aparición de un gusto rancio en. la boca en forma repetida parece dar cuenta de la viscosidad particular de la libido que queda ahí en la boca organizando esa zona, esa relación y no bajando nunca m~~· El concepto de fijación así descripto remite a toda la concepción biologista ya señalada; pero a su vez en Freud encontramos: otra acepción de fijación: como inscripción, como inscripción de recuerdos, de huellas en sistemas mnésicos capaces de "traducir~ se" de un sistema a otro. La fij8:ción tendría que ver básicamente con la depresión primaria y con la constitución misma de la pulsión. En "La represión" Freud 19 dice así: "Tenemos razones para admitir una represión primitiva, una primera fase de la represión ·consistente en que el representante psíquico del instinto ve negado el acceso a la conciencia, con ello se produce una fijación, el representante correspondiente persiste a partir de entonces en forma inalterable, la pulsión permanece ligada a él." La relación entre pulsión y su representante, desde la definición de la represión primaria, no es entonces · la de una ·esencia con ·su expresión o la. de una excitación somática con su correlato psíquico. Así parece: que la relación, la articulación propuesta para uno y ·otro es la· de un vínculo, una fijación, un encuentro de dos elementos que son a su vez uno exterior al otro. La palabra fijación, que en el contexto de la teoría de la libido ha retenido solo el sentido· de algo que queda detenido, inmutable, aludiría desde: esta· perspectiva a la capacidad de asegurar, de pegar, de intrincar, pero, en donde queda bien clara que se asegura el encuentro . de dos elementos diferentes. Es cierto que el sentido genético no ha sido· abandonado, pero halla su fundamento en esa búsqueda de . momentos primarios en donde se inscriben de. modo insoluble en el inconsciente ciertas representaciones selectivas, momentos .a su. vez en que se constituye la pulsión en virtud de ese mismo proceso... !9
S. Freud L, S.E., tomo XIV, p. 148.
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Volvamos al ejemplo de Abraham, al paciente que siempre que pensaba en su niñez sentía un gusto rancio en la boca, huella de esa sopa desagradable. Pero ese recuerdo consciente remitió a otra escena reprimida y rescatada por la labor del análisis, la escena de los celos que sentía hacia la pareja de la madre amamantado al hermanito mientras él tenía que contentarse con su sopa. De todo este complejo queda solamente el gusto rancio como pulsión oral fijada. Trazo gustativo que aparece una y otra vez, memoria del cuerpo, pero un cuerpo que se articula con la mamá, el hermanito tomando el pecho, su exclusión, sus celos, su narcisismo herido, todo esto en ese "gusto rancio", término que parece poder apresar y evocar el conjunto de significaciones. Abraham nos brinda otro hermoso ejemplo, el del paciente que cada vez que experimentaba un estado de depresión sentía ciertos impulsos inexplicables, como una vez el de comprarse algunas piezas de pan de Johannis (una golosina). "El paciente -dice Abraham- tuvo de inmediato una asociación tOn · esta historia que fue la siguiente: ·en la pequeña ciudad en que vivía cuando niño había un negocio. frente a su casa, la propietaria era una viuda cuyo hijo era su compañero de juegos. Recordaba que esa mujer solía darle pan de Johannis. En ese período ya había tenido la desventurada experiencia que fue el origen de su enfermedad, una profunda decepción en sus relacione·s amorosas por parte de la madre. En sus recuerdos infantiles esta mujer que· vivía frente a su casa fue erigida en un modelo y comparada con su madre_ "mala". Su impulso a comprar el pan de Johannis en el negocio y a comerlo tenía el significado inmediato de un deseo de amor maternal y cuidado. El hecho de que hubiera elegido como símbolo precisamente ese pan, se debía a su forma alargada y su color que le recordaban sus excrementos, de modo que nos encontramos una vez más con el impulso a comer excremento como expresión del deseo de un objeto amoroso perdido." 20 Aquí se perfila con mayor nitidez lo contingente de la oralidad o de la analidad, pues si la mujer le hubiera ofrecido como muestra de amor, por ejemplo, figuritas, probablemente se hubiera convertido (para Abraham) en un anal retentivo en su afán posterior de coleccionista compulsivo. 20
Op. cit., p. 340.
··163
O sea que tanto en el gusto rancio, como en el impulso a comer pan de. Johannis, el cuerpo está en juego, es un factor esen.cial que está del lado del registro de una experiencia sensible de placer-displacer, de la captación de una diferencia que queda instaurada en forma imborrable en él, en f arma de un trazo acústfoo, visual, táctil u olfativo. Pero el proceso que conduce a la determinación del trazo no halla su fundamento en el cuerpo mismo, en un orden que lo subyace, biológico o físico-químico, sino en un orden intersubjetiva de relaciones tales como la de los ejemplos citados: la mamá y el bebe, la habilidad y el gusto de esa señora p0r las gachas, la mamá de su amiguito y su generosidad en comprarle golosinas, es decir en relaciones intersubjetivas sintetizadas_ en la fórmula: Complejo de Edipo. El cuerpo presta elementos que a modo de significantes se ligarán a la significación de la situación. · Para ilustrar el momento y el modo de la fijación · Leclaire propone el siguiente ejemplo: "Una circunstancia dolorosa, en el malestar que frisa con el desvanecimiento, del dolor que marca el choque contra el borde de una piedra solo subsiste o se exace~ba el perfume de madreselvas que trepa por los matorrales de los alrededores, es entonces como en el choque de esta cuasi dislocación por la irrupción del dolor, al límite del desvanecimiento~ el olor de madreselva se desprendiera como el único término distintivo, 1narcando así y antes que el desvanecimiento propiamente dicho o . el dolor se produzca, el instante· mismo en que toda coherencia parece anularse, al mismo tiempo que se mantiene alrededor de este único olor." 21 De esta manera entonces, que la fijación oral, en. caso de encontrarla en el melancólico, ese gusto rancio o el pan de Johannis solo nos señalarían como el olor a r.nadreselvas una puerta para acceder al momento de· la diferencia, al momento de la frustración, indicación de un camino cuyo punto de partida debemos buscarlo en otro lado y no en las características de la pulsión en juego~ La frustración no será olfativa para el olor a madreselvas, 'n i oral para el pan de )ohannis, sino que se trata de una frustración de amor, "frustración de amor que encuentra en la satisfacción de la necesidad su coartada" .22 S. Leclaire, Psicoanalizar, Siglo XXI, Buenos Aires, 1970. J. Lacan, en "La relation d'objet et les structures freudiennes", Bulletin de Psychologie, La Sorbona, 1958.
21
22
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Ahora bien, el concepto de frustración de amor nos lleva a reexaminar la oposición clásica objeto parcial- objeto total. El progreso de lo parcial o lo total está presente en todas las líneas evolutivas, las distintas zonas erógenas son fuente de pulsiones · parciales que se unifican bajo la primacía genital, las relaciones de objeto comienzan siendo parciales para llegar en el pleno amor objetivo a serlo con objetos totales. Lacan propone el siguiente análisis: "¿Qué sucede cuando la madre deja de responder a la solicitud del deseo, ~uando responde a su arbitrio?". Lacan agre;. ga: "El acceso a los objetos se modifica, asistimos a una inversión de posición. Los objetos que hasta ese momento eran simplemente objetos de satisfacción. (el pecho) se transforman en dones, ·en parte de ese poder materno." 23 Desde la subjetividad del bebe, el pecho, el rostro y las manos se convierten en partes de la madre (ahora real) qúe ésta otorgara o no, como muestra de amor, como testimonio de su favor. Cada cuidado, cada caricia, cada sopa, cada pan de Johannis se codificará como un don de amor materno y la frustración no será engendrada por la no satisfacción de la necesidad sino por la negaciórt del don . que ello implica. · Veamos un último ejemplo, una paciente obesa se levanta a las dos de la mañana y va a la cocina, busca un pan Iactal_, lo huele, Jo acaricia, lo estruja en sus manos, admira su· blan'c uta y se lo come pensando en la blancura de la piel de la madre. Es obvio que no caeremos en el error de pensar que tiene hambre, que satisface una necesidad, pero sí podemos caer en un segundo error, pensar que el pan representa el objeto parcial pecho y que es lo que en última instancia desea el paciente incorporar. Gené~ ticamente no se discute -como datos de la psicología evolutivaque primero se pueda captar el pecho y luego la totalidad de la madre, que se pasa de lo parcial a lo total aunque desde la subjetividad del bebe ambas sean totalidades; en el momento del pecho, éste es para él la totalldad. Lo que interesa ver es que después resulta al revés, del objeto total se pasa al parcial en cuanto resto caído del objeto total, y el seno en cuanto real se convierte en parte del objeto simbólico y es incorporado como sustituto del 23
J. Lacan, Seminario "La relation d'objet et les estructures
freudiennes '.:,
Bulletin de Psychologie, La Sorbona.
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don. En nuestro ejemplo, el pan lactal sustituye el momento de la presencia de la madre, de sus caricias, de lá blancura de,.Ia piel, presencia que a su vez es la concretización del don de sn amor. Esta línea explicativa fue ya iniciada por Fairbairn,24 quien comentando la observación del caso de un bebe que si bien aumentaba de peso lloraba todo el día, dice así: "La relevancia de esta· historia está en que ilustra cómo un infante puede desarrollar tina actitud oral por una relación personal insatisfactoria con su madre y · así constituirse una zona oral erotogénica. En este caso citado la necesidad emocional del niño se convirtió en una necesidad oral." Si bien no nos adherimos a la teoría generál sobre las relaciones de objeto sustentada por este autor (la libido buscadora de objetos), creemos que él ya señalaba a través de la preeminencia que otorgaba a éstas el papel del otro en el proceso de erogenización. Para concluir, si el papel de la zona· erógena oral queda relativizado a ser asiento del registro de una marca, si las fantasías orales· y los mecanismos de introyección o identificac1ón por sí sGlos no especifican una patología, ni son suficientes para dar cuenta de un fenómeno tan complejo como el narcisismo, si el objeto parcial oral es aquel que se desprende del total, obviamente parece. que. la oralidad no tiene el derecho a retener la hegemonía en la psicogénesis de las depre~ione&.
24·
"Observations on the Nature of Hysterical States", Brit. /. Med. Psychol., vol. 27, 1954.
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Capítulo VIII TRATAMIENTO PSICOANAUTICO· DE LAS DEPRESIONES
En los capítulos anteriores -en especial el 111, IV, V y VI hemos estudiado la estructura psicopatológica de ias depresiones y su psicogénesis, habiendo sentado las bases para lo que · puede ser una terapia coherentemente orientada. Por ello en este capítulo nos limitaremos · a enunciar los lineamientos más generales del tratamiento psicoanalítico de las depresiones, sin entrar en especificaciones pormenorizadas, que dejamos para un estudio ulterior sobre técnica de la cura. Antes de aborda¡ específicamente .· el tema del tratamiento de las depresiones resulta indispensable hacer algunas observa· dones sobre la teoría de la cura en · Psicoanálisis, a fin de prestar un. marco más general a la discusión. . La mayor parte de los escritos de Freud sobre. la teoría de la cura, comprendidos los llamados trabajos técnicos (1911-1915) y los historiafos clínicos en que la cuestión es abordada . reiteradamente, son anteriores al desarrollo del enfoque estructura[ La concepción dominante en toda .esa época era .que si se hacía consciente el sentido del síntoma, éste no solo desaparecía ~ino que · el paciente _q uedaba liberado ·para siempre de ·1a posibilidad de una nueva emergencia de los . productos patológicos. Al desaparecer el trabajo de la represión, como consecuencia del llenado de la laguna mnésica, no quedaba fundamento para el retorno de los síntomas. Esta visión optimista de Freud queda ilustrada en lo que escribió en la Conferencia XXVIII de· ·"Nuevas Conferencias introductorias al psicoanálisis" 1 cuando ~ompara los efectos de
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S. Freud, S.E., vol. XVI, p. 451.
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la sugestión hipnótica con los del Psicoanálisis: "Un tratamiento analítico demanda tanto del médieo como del paciente la realización de un trabajo serio, el cual es empleado en el levantamien. to de las resistencias internas. A través de la supresión de estás resistencias la vida n1ental del paciente es cambiada permanentemente, es elevada a un mayor nivel de desarrollo y permanece
protegida en contra de nuevas posibilidades de caer enfermo."2 Cuando en 1937 Freud escribe "Análisis terminable e interminable" su perspectiva ya es otra. Al comienzo mismo del trabajo dice, refiriéndose al error de apreciación optimista cometida en el Hombre de los Lobos: "Cuando él me dejó en mitad del verano de 1914, con tan pocas sospechas como el resto de nosotros de lo que ocurriría poco más adelante, yo creía que su cura era radical y permanente~"3 • 4 A continuación Freud señala que se equivocó con ese vaticinio, y detalla las nuevas recaídas del Hon1bre de los Lobos. ¿Hay que imputar acaso a la inexperiencia clínica de Freud que creyera que la cura era radical y permanente? La posibilidad de esto es inadmisible. El tratamiento terminó en 1914 y fue publicado en 1918, es decir cuando ya lo central del edificio teórico del Psk')análisis estaba en pie. Es además el último de los grandes historiales de Freud, y ni siquiera se puéde apelar al argumento de que antes Freud no habría tenido oportunidad de volver a ver a un paciente al cabo de unos años de tratamiento, pues esto era imposible para el que había ejercido el Psicoanálisis en una misma ciud1d por más de veinte años. La razón hay que intentar hallarla en otr(!!·' lado. Si Freud dice: " En estos últimos meses de su tratamiento él fue capaz de reproducir todos los recuerdos y de descubrir todas las conexiones que parecían necesarias para entender su temprana neurosis y dominar la presente",5 y basándose en esto puede concluir tajantemente con un pronóstico de cura radical y permanente, es porque considera que "la reproducción ·de todos los ~ecuerdos y el descubrimiento de todas las conexiones", lo que además puede hacerse en unos pocos meses, es suficiente. E.s exactamente la pri~ 3
La bastardilla es nuestra. La bastardiHa es nuestr( . 4 S. Freud, S.E., vol. XXIII, p. 217. ' S. Freud, ídem.
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mitiva concepción de la enfermedad y de la cura que aparece en los historiales sobre la histeria, en que la sintomatología era considerada un quiste en una personalidad sana. Si el histérico sufría simplemente de reminiscencias, o sea que al no recordar un acontecimiento lo hacía a través del síntoma -su símbolo mnésico-,. una vez eliminado el olvido se resolvía el síntoma. Pero si en cambio el síntoma es atendido como ejemplificación de una estructura, como mensaje en el seno de un código, no como engarzado en la personalidad sino siendo la personalidad,. no hay posibilidad de asegurar cambio radical y permanente a menos que se reestructure aquélla. Esto es lo que expresa Freud con todas las letras en ''Análisis terminable e interminable" cuando refiriéndose al caso particular de los mecanismos de defensa dice "Ellos devienen modos regulares de reacción de su carácter,. que son repetidos a todo lo largo de la vida toda vez que ocurra urta situación similar a la original." 6 Y refiriéndose a la "alteración del Yo", expresión que trasunta ya otra concepción de la enfermedad al entenderla como modificación permanente de una estructura, dice en relación con la terapia: "Durante el tratamiento, nuestro trabajo terapéutico oscila continuamente adelante y atrás, como un péndulo entre un trozo de análisis del Ello y un trozo de análisis · del Yo. En un caso queremos hacer consciente algo del Ello, en el otro deseamos corregir algo en el Yo."7 No nos interesa esta opción entre hacer consciente y corregirp opción por demás problemática pues se puede corregir a través del hacer consciente, sino la palabra "corregir" pues_ en ese contexto tiene. el sentido· de cambiar una estructura, es decir, algo que tiene permanencia, la nombrada "alteración del Yo". Esta concepci6n tiene como condición de posibilidad el enfoque estructural que Freud había culminado años atrás en "El Yo y el Ello", enfoque cuyo mérito no reside en que haya dividido el aparato psíquico en tres entidades, lo que podía dar lugar a muchas. reflexiones, sino en considerar de forma explícita y sistemática la existencia de organizaciones . estables de la personalidad. La teoría de la cura, por lo tanto, debe contemplar cómo modificar las estructuras q~e se organizaron en forma particula:... 6
7
S. Freud, op. cit., p. 237. S. Freud, op. cit., p. 238.
169
.de cuadros psicopatológicos. En primer lugar debe aportar, y esto es esencial, la elaboración de un plan terapéutico que contemple la especificidad del cuadro psfoopatológico en juego, es decir que los objetivos del tratamiento tienen que guardar una relación de racionalidad con la caracterización que se tenga de la estructura psicopatológica. De igual manera que cuando estudiamos el problema de la psicogénesis planteamos que previamente se debía caracterizar una ·estructura psicopatológica para después poder pensar en._cuáles eran los factores que incidirían en su origen, para modificar esa estructura es indispensable tener una clara idea de cuáles son los elementos que la integran, para saber así qué es lo que se espera ·cambiar y en qué dirección. · · Como la afirmación que antecede puede hacer surgir los ·ar_gumentos tantas veces oídos de que el analista no quiere n&da de su paciente, que lo único que debe hacer es proveer los instrumentos para que aquél elija el camino, etc., detengámonos en el análisis de los mismos. No es cierto que el an.alista no quier~ nada, que no tenga concepciones. de qué es ser sano y qué e.s ser enfermo y que no guíe siempre a su paciente en una determinada dirección. ·suponer esto es desconocer que el analista tiene concepciones que 'le hacen seleccionar como pertinentes unos datos del discurso y ·desechar otros, que su escuchar es tendencioso, que cuando a determina.das conductas las considera como sintomáticas es porqµe ·está haciendo uso de un sistema clasificatorio que le aporta su cultura y que no es neutro. El mejor respeto por la individualidad del paciente consiste ·en tratar de terminar con la· mistificación hipócrita de la neutralidad, que lo único que favorece es que se lo manipule más, pues ni siquiera se está en el conocimiento consciente de que se lo está haciendo. Todo análisis es un adoctrinamiento, y no escapa a esto ni el pretendido laissez faire -tíe la antipsiquiatría ni el silencio prolongado que supone dejar que aflore el deseo del paciente, hasta entonces falseado por las trampas de la demanda. Basta escuchar en los partidistas de esto último un lenguaje mimético con el estilo y el vocabulario del maestro para damos cuenta de que la captura por el deseo del otro no se previene por una simple variante técnica. 170
Tener un plan terapéutico explícito es quedar protegido de los desvíos de los planes no formulados pero que igualmente se ejecutan. Tomemos ahora a los fines de ejemplificar la necesidad de una terapia orientada de acuerdo con la caracterización teórica del cuadro psicopatológico, el caso de las depresiones. Por de pronto si queremos ser coherentes con nuestra tesis no podremos encontrar un plan único, sino que éste se tendrá que adaptar al tipo particular de depresión. Supongamos que alguien padece de una depresión narcisista y que ·ésta tiene como eje una imagen desvalorizada de sí. El análisis consistirá en un primer paso en hacer consciente esta imagen, en caso de ser inconsciente. Aunque, con todo, esta etapa no es lo más importante pues muchos pacientes se quejan precisamente de esa desvalorización. Se trata, más bien, de desentrañar cómo se formó esa representación, si e~ el resultado de la identificación con figuras desvalorizadas, o la asunción de la identidad dada por figuras desvalorizantes, cuáles son los episodios que adquirieron la significación de ofensas narcisista y que puedan haberla originado, por qué éstos no pudieron ser superados, etcétera. Estamos de este modo en el terreno de las "construcciones en Psicoanálisis", tal como lo plantea Freud en el trabajo que lleva ese nombre. Al respecto débemos preguntarnos si esa representación del- Yo persiste por inercia psíquica 8 o si juega algún papel defensivo en el momento presente, como podría ser, por ejemplo, proteger al sujeto contra el temor a los ataques envidiosos de los demás. Nos podemos interrogar cuál es la utilidad que tiene para la cura una labor reconstructiva cbmo la señalada. ¿No es mejor el trabajo en el aquí y ahora transferencial, desprendiéndonos de la historia, lo que siempre haría correr el peligro de la intelectualización que ocurre e.t' esos pacientes que son capaces de contar la historia, que a su vez les contó su analista sobre cómo habría sido su historia? En realidad el problema de la intelectualización no depende de que se trabaje en la dimensión histórica o en el 8
Para el tema de la inercia psíquica véase el cap. I'"", "El autorreproche fa estructura del inconsciente", en el que se consigna la bibliografía freudiana al respecto.
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presente transferenciaL Se puede intelectualizar la transferencia y por el contrario haber enorme repercusión afectiva en el recuerdo. Creemos que el valor de mostrar la génesis de una convicción como es la de una determinada representación de sí mismo, radica en que le quita su carácter de absoluta, permite tomar distancia con respecto a aquélla y verla no como algo que es así sin discusión; sino como el resultado de ciertas condiciones que intervinieron en su producción. O sea, relativiza la fuerza ·de la convicción al mostrar que ésta a su vez tiene una determinación. A la creencia del paciente: "Yo me siento inferior porque lo soy en realidad", abre la posibilidad de que se plantee que el sentirse inferior no tiene corno única explicación su correspondencia con la realidad, de la que sería el juicio adecuado, mero reflejos sino que depende de otro orden de causacióñ que es el de la razón por la que se fue determinando esa creencia. A la conclusión cerrada del paciente de que se siente inferior porque lo es, el psicoanalista responde reformulando la problemática: ¿Qué es lo que hace sen:. tirio de tal manera, qué puede ser independiente de cómo usted es? En definitiva, aquí la labor terapéutica consiste en romper el espejismo en qué el paciente se encuentra al justificar la representación de sí por una supuesta realidad. Muchas veces se defendió / a la reconstrucción histórica utilizando la teoría de la cura de la primera época freudiana, a la que aludimos al comienzo de este capítulo: recordando lo olvidado desaparecen sus efectos. Cuando en un capítulo anterior utilizamos la alegoría de que no era posible rehacer la historia evolutiva volviendo a colocar el insecto eliminado señalamos que no se cambia por desandar lo andado, sino que lo que resulta posible es establecer nuevas significaciones. y esto es lo que posibilita la reconstrucción genética. No lo hace por la mera fuerza del "recuerdo", sino que en el proceso de hacerlo se reorganiza el mundo conceptual, 9 se resignifica la experiencia. Tomemos ahora por caso la depresión culposa. En estas circunstancias habrá que diferenciar si los sentimientos de culpabilidad son por la agresividad del sujeto o fundamentalmente 9
Una vez escrita-s estas líneas llegó a nuestras manos el Seminario n? 1 de tacan, du Seuil, 1974, en el que dice: "Yo diría a fin de cuentas que de lo que se trata es menos de recordar que de reescribir la historia" (p. 40) .
172
por que tiene de sí la imagen de ser agresivo, la que no depende obligatoriamente de aquélla. Si este fu era el caso se abre el mismo ~amino que para analizar la representación desvalorizada de sí, ya que enfatizar que la culpa es por la agresividad no hace sino repetir lo que el paciente mismo dice, reforzando su patología, tal como lo hemos planteado en el capítulo respectivo.10 Si la causa fu era en cambio la agresividad del paciente, la dureza de su con~ ciencia crítica, se inicia la ardua tarea de detectar las causas de la misma, con toda la multiplicidad de condiciones determinantes ·que inciden en su producción.
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.10
Véase el cap. III.
173
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Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Industria Gráfica del Libro S.R.L., Warnes 2383, Buenos Aires, agosto de 1980.
Tirada 2.000 ejemplares
El objetivo primordial de este libro es la caracterización clínica de las depresiones y la explicación dinámica de las mismas; también, un intento de abordar el problema de su génesis. Para ello el autor revisa una serie ·de articuladores teóricos -como es el caso del narcisismo- que otorgan sentido a las formulaciones propuestas. Si el tema de las depresiones es digno de reflexión no lo es solamente por la importancia que ellas revisten en la patología mental, sino porque constituyen una buena oportunidad para plantear problemas de índole más general: una metodología para la delimitación de las estructuras psicopatológicas, un modelo sobre sus condiciones de origen y, derivando de lo anterior, las bases sobre las cuales poder asentar una terapia en cuya sistematización haya cierta racionalidad.
Psicología . Contem.poránea