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i e d a jd jd y C u l t u r a S o c ie
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Diseño de Tapa: Víctor Víc tor Maori Maori Fecha Fecha de catal cataloga ogaci ción ón 3 0 /08 /20 0 7 Bleichmar, Silvia La subjetiv subjetividad idad en riesgo. riesgo. —1° ed. 2a reimp. - Bu eno s Aires: Aires: T op ía Editorial Editorial,, 2007. 2007. 128 p. ; 23x15 cm. - (Psicoanál (Psicoanálisi isis, s, socied ad y cultura cultura dirigida por Enrique Carpintero) ISBN 978-987-1185-03-0 1. Psicoanálisis I. Títu Tí tulo lo CDD 150.195
© Topía Top ía Editorial I.S.B.N.: 978-987-1185-03-0 í ' 0 ( í . S 7 3 ^ C
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Editori Editorial al To Topía pía i Juan Jua n María Gutiérr Gut iérrez ez 38Q 38Q9 3a “A” “A ” Capital Federal e-m e-mail: ail: editorial @topia.cbm @to pia.cbm.ar .ar
[email protected] web: www.topia.com.ar Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723. La reproducción total o parcial de este libro en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, no autorizada por los editores Mola derechos reservados. Cualquier utilización debe -ser previamente solicitada. 2
Si l v i a B l e i c h m a r
L a S u b j e t i v i d a d e n R i e s g o
EDITORIAL
C olecc leccii ón P sicoaná sicoaná li si s, S oci edad y C ultur ult ur a
C a p í t u l o III
A c e r c a d e l “ m a l e s t a r s o b r a n t e ” *
Hace ya años el pensamiento de Marcuse definió como “represión sobrante” (o “sobre-represión”) los modos con los cuales la cultura coartaba las posibñidades de libertad no sólo com o con dició n del in greso de un sujeto a la cultura sino como cuota extra, innecesaria y efecto de modos injustos de dominación. Con el mismo espíritu podríamos definir hoy como “sobremales tar”, o “malestar sobrante”, la cuota que nos toca pagar, la cual no re mite sólo a las renuncias pulsionales que posibilitan nuestra convi vencia con otros seres humanos, sino que lleva a la resignación de as pectos sustanciales del ser mismo como efecto de circunstancias so breagregadas. Y desde la perspectiva que nos compete deberemos señalar que el “malestar sobrante” no está dado, en nuestra sociedad actual, sólo por la dificultad de algunos a acceder a bienes de consumo, ni tam po co po r el dolor que pueden sentir otros, más afortunados mate rialmente, pero en tanto sujetos éticamente comprometidos y provis tos de un superyo atravesado por ciertos valores que aluden a la ca tegoría general de “semejante”, ante el hech o de disfrutar beneficios que se convierten en privilegios ante la carencia entorno. Las dificultades materiales, la imposibilidad de garantizar la segu ridad futura, el incremento del anonimato y el cercenamiento de metas, en general, no alcanzan para definir, cada una en sí misma, este “malestar sobrante” -si bien cada una de ellas y con mayor razón todas juntas podrían ser motivo del mismo en numerosos seres hu manos. “Acerca del malestar sobrante”, Bleichmar, S., revista Topía, Año VII, NE21, Buen os Ai res, Diciembre de 1997.
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El malestar sobrante está dado, básicamente, por el hecho de que la profunda mutación histórica sufrida en los últimos años deja a ca da sujeto despojado de un proyecto trascendente que posibilite, de algún modo, avizorar modos de disminución del malestar reinante. Porque lo que lleva a los hombres a soportar la prima de malestar que cada época impone, es la garantía futura de que algún día cesa rá ese malestar, y en razón de ello la felicidad será alcanzada. Es la es peranza de remediar los males presentes, la ilusión de una vida ple na cuyo borde movible se corre constantemente, lo que posibilita que el camino a recorrer encuentra un mod o de justificar su recorri do. Y el malestar sobrante se nota particularmente, en nuestra socie dad, en el hecho de que los niños han dejado de ser los depositarios de los sueños fallidos de los adultos, aquellos que encontrarán en el futuro un m od o de remediar los males que aquejan a la generación de sus padres. La propuesta realizada a los niños -a aquellos que tie nen aún el privilegio de poder ser parte de uña propuesta- se redu ce, en lo fundamental, a que logren las herramientas futuras para so brevivir en un mundo que se avizora de una crueldad mayor que el presente. (De ahí la caída del carácter lúdico, de verdadera “morato ria” que corresponde a la infancia, que ha devenido ahora una eta pa de trabajo, aún para aquellos niños que todavía se hacen acreedo res al concepto de infancia, con jornadas de más de 10 horas de tra bajo en escuelas que garantizan, supuestamente, que no serán arro jado s a los bordes de la subsistencia). La “vejez melancólica”, dice Norberto Bobbio en ese maravilloso texto que nos ha legado a los 87 años, De senectud j es la conciencia de lo no alcanzado y de lo no alcanzable Se le ajusta bien la imagen de la vida como un camino, en el cual la meta se desplaza siempre hacia adelante, y cuando se cree haberla alcanzado no era la que se había figurado como definitiva. La vejez se convierte entonces en el momento en el cual se tiene plena conciencia de que no sólo no se ha recorrido el camino, sino que ya no queda tiempo para recorrer lo, y hay que renunciar a alcanzar la última etapa. Salta a la vista que, en la Argentina de hoy, esta categoría no sólo se podría aplicar a los viejos, quienes por otra parte toman a cargo, como un símbolo, la denuncia del carácter profundamente cretino con el cual nuestro país condena no sólo a la miseria sino a la indig nidad. Somos parte de un continente que ha sido arrastrado a lave18
jez prematura, cuando aún no había realizado las tareas de juventud, y es en razón de ello que nos vemos invadidos por la desesperanza, la cual toma la forma, en muchos casos, no de la depresión sino de la apatía, del desinterés. Esto como sujetos históricos. Pero también en el marco de la categoría más general, de seres pensantes, seres “teorizantes”: bruscamente, en los últimos años, se produjo una mutación cuya aceleración precipitó a una generación entera al desconcierto. A partir de ello, tod o lo pensado entró en cri sis, fue sometido a caución, y quedó librado a una recom posición fu tura. De esto es difícil saber qué se puede, qué se debe conservar, y qué debe ser desechado; en meses se ha envejecido una generación entera. Porque lo viejo no es un problema de tiempo solamente, si no de mirada puesta en un punto de la flecha del tiempo: hacia el pasado o hacia el futuro, y eso define las coordenadas con las cuales se emplaza lo jov en o lo viejo. Cuanto más firmes mantiene los puntos de referencia a su univer so cultural, más se aparta el viejo de su propia época, agrega Bobbio, haciendo luego suyas las palabras de Jean Améry: “Cuando el viejo se da cuenta de que el marxista, considerado ciertamente por él, y no sin razón, como campeón del ejército racionalista, se reconoce aho ra en ciertos aspectos como heredero de Heidegger, el espíritu de la época debe aparecerle extraviado, más aún, auténticamente disocia do: la matemática filosófica de su época se transforma en cuadrado mágico”2. ¿A qué racionalidad puede, también hoy, apelar el psicoanálisis, a un siglo de existencia y de realizaciones en las cuales los errores co metidos y las impasses no resueltas no obstan, sin embargo, para se guir siendo ese campo de teorización que puede dar cuenta del ma lestar remante, cercar las formas de incidencia de la realidad entor no en la subjetividad, apelar a una racionalidad que impida que la matemática filosófica de nuestra época se transforme en cuadrado mágico? Cada generación debe partir de algunas ideas que la generación anterior ofrece, sobre las cuales no sólo sostiene sus certezas sino sus interrogantes, ideas que le sirven de base para ser sometidas a prue ba y mediante su desconstrucción propiciar ideas nuevas. Cuando es to se altera, cuando se niega a las generaciones que suceden un mar co de experiencia de partida sobre el cual la reflexión inaugure va riantes, se las deja no sólo despojadas dehistoria sino de soporte des19
de el cual comenzar a desprenderse de los tiempos anteriores. Pero al mismo tiempo, los maestros no pueden darse el lujo de ser viejos: la enseñanza, la transmisión del psicoanálisis, sólo puede ejercerse en el marco de un recorrid o que permita repensar los propios calle jones sin salida. Este fue el modo con el cual se concib ió de entrada -desde los escritos de Freud- como una enseñanza que iba. marcando en su recorrido las reflexiones acerca de sus dificultades internas, co mo un proceso de “retorno sobre” los enunciados anteriores. En este espíritu es que pienso que los psicoanalistas contribuimos poco a la resolución del malestar sobrante cuando, en lugar de en contrar los resortes que lo p rodu cen -no sólo en el mundo entorno, en nuestros pacientes y en los espacios en los cuales nos correspon de dilucidar las fuentes del sufrimiento, sino también, en nuestra propia teoría y en los paradigmas que suponemos nos sostienen- nos consideramos sus víctimas, sumando al desaliento la parálisis intelec tual y la oquedad de fórmulas que ya no sirven sino como rituales despojados de sentido. De modo aún más específico, podríamos afirmar que el malestar sobrante en psicoanálisis no está dado sólo por las dificultades de una pauperización creciente del ejercicio de la práctica, y de los mo dos con los cuales el incremento de concentración de dinero y po der obliga a los terapeutas a someterse a condiciones de trabajo in dignas e inclusive lesionantes éticamente en el constreñimiento que imponen. No sólo está dado por el desmantelamiento de los servi cios hospitalarios y por las condicion es de una postmodernidad que mina transferencias y destrona ju nto al sujeto supuesto saber, todo saber, y con él conduce a un relativismo que mercantiliza de modo insospechado hasta hace algunos años las relaciones entre paciente y terapeuta condicionando, en muchos casos, los modos de ejercicio mismo de la práctica. Todo ello es motivo de sufrimiento, pero no al canza para explicar el malestar sobrante. El malestar sobrante está dado por algo más, que somete al desa liento y a la indignidad, y nos melancoliza como viejos a sólo un si glo de existencia. Este malestar está dado por el aferramiento a pa radigmas insostenibles -cuya repetición ritualizada deviene un m od o de pertenencia y no una forma de apropiación de conocimientospor el aburrimiento con el cual se exponen los mismos enunciados empobrecidos en su reiteración- ante quienes han dejado de ser in terlocutores para ser sólo proveedores de trabajo o de reconocimien 20
to. El malestar sobrante está dado por la propuesta de autodespojo que lleva a subordinar las posibilidades de producción teórica y clí nica a las condiciones imperantes. Y está dado también p or la canti dad de inteligencia desperdiciada, de talento y entusiasmo sofocado, con el cual cada uno paga el precio de su propia inserción. El males tar sobrante está dado, aún, por el intento de amalgamar, sin un tra bajo previo dé depuración dé racionalidad intrateórica, los viejos enunciados indefendibles -efecto de una acumulación histórica de aporías-, con afirmaciones actuales de dudosa racionalidad cuya ba se científica aparece más afirmada que demostrada (Tal el caso paté tico de intentar hacer confluir las hipótesis más biologistas del psi coanálisis con las hipótesis de un reduccionismo mecanicista desde él cual cierta neurociencia pretende dominar el mercado, en una maniobra que pretendiendo parecer de avanzada no es sino un in tento de restauración de los enunciados menos defendibles del siglo pasado sobre la determinación biológica del carácter, del espíritu, y aún del pensamiento de las razas). El malestar sobrante está dado, por último, por la cesión de un campo autónomo de pensamiento en aras de una supuesta interdis ciplina en la cual el psicoanálisis queda subordinado en sus posibili dades de hacer práctico y de pensar teorético, en lugar de hacerlo desde un lugar en el cual pueda confluir en intersección para pen sar algunas cuestiones comunes con otros campos del conocimiento, bajo un modo de atravesamiento transversal de problemáticas com partidas, sin ceder su poder explicativo en aquellas cuestiones que le competen de modo particular. Y es en virtud de todo esto que cabe abrir la posibilidad de que nuestra acción pueda ayudar a disminuir la cuota de malestar so brante que nos embarga, ya que los resortes que lo permiten sí están, afortunadamente, en nuestras manos. Para ello sólo tenemos que gi rar nuestra cabeza para poder mirar hacia el otro extremo de la fle cha del tiempo, y descapturarnos del determinismo a ultranza con el cual, así com o en otros tiempos afirmamos el carácter irreversible de un futuro promisorio, hoy nos trampeamos del mismo modo, con la misma metodología, para sólo ver un futuro deplorable. Bobbio vuelve en ayuda nuestra cuando afirma: “He llegado al final no sólo horrorizado sino sin ser capaz de dar una respuesta sensata a todas las preguntas que las vicisitudes de las que fui testigo me plantearon de continuo. Lo único que creo haber entendido, aunque no era 21
preciso ser un lince, es que la historia, por muchas razones que los historiadores conocen perfectamente pero qüe no siempre tienen en cuenta, es imprevisible...” Y, agreguemos, si lo imprevisible es ló posible, al menos que no nos tome despojados de nuestra capacidad pensante, que es aquello que puede disminuir el malestar sobrante, ya que nos permite recuperar la posibilidad de interrogarnos, de teo rizar acerca de los enigmas, y mediante ello, de recuperar el placer de invertir lo pasivo en activo.
^ Bob bi o , N., De senedute, Taurus, Madrid, 1997. ^ Ibídem, p. 29.
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Ca p ít u l
o IV
L a c o m p r e n s i ó n p r e c o z d e l a l ib e r t a d
Parte de las líneas que siguen fueron escritas con ciertas variacio nes hace ya algunos años. Las recuperé en ocasión reciente, en una sesión del análisis de una niña de siete años que insistentemente me pedía que le dijera qué dibujar. Entre mi negativa a responderle y su queja, surgió en mi mente la reflexión que en tono más o menos confidencial le hice en los siguientes términos: ‘¿Anita, te das cuen ta que éste es el único lugar en el mundo en el cual nunca, nunca, nadie te dirá qué hacer, en el cual podés elegir, decidir libremente?’ -y ya engolosinada yo misma con esta ocasión abierta de compartir una reflexión que supuse de alcances filosóficos, agregué: ‘¿Qué te parece: en esa posibilidad de elegir está la libertad..., te das cuen ta...?’ . Y ella, resumiendo con estilo la cuestión que tanto nos compli ca, respondió tomándome desprevenida: ‘Sí... ¡Qué porquería...! ¡Yo quiero la libertad para no ir al colegio, pero no para no saber ni qué dibujar...!’. La libertad siempre en riesgo, en razón de la difícil tensión entre sometimiento y soledad. A diferencia del analista, el otro humano no está allí sólo para satisfacer necesidades, sino para garantizar bajo su parasitación simbólica tanto el sometimiento como el anhelo mismo de libertad. Cuando este maternaje es logrado otorga, paradójica mente, los medios de liberarse en el ejercicio de apropiación simbó lica que realiza de la cría; cuando ambos elementos se desbalancean, cuando prima el déficit de oferta simbólica o la captura monopólica en sus redes, el proceso se fractura. Los mitos acerca de una natural libertad del ser humano, entran en crisis a partir de la modernidad, y en el siglo XVIII se abren nue vas perspectivas con las extensas y -por qué no- profundas discusio-* * “La comprensión precoz de la libertad”, Bleichmar, S., revista Topía, Año VIH, Ns 23, Buenos Aires, Agosto de 1998.
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nes en el interior de'las propuestas que acompañan la gran revolu ción de la época. Se fractura entonces el mito de la libertad en natu raleza y de la prisión en cultura, y el retorno posterior a las propues tas instintivistas de la libertad no son sino efecto de la transposición de una deificación de la naturaleza al seno de lo humano. Traslademos a los animales supuestamente libres fuera del hábitat en el cual su existencia es posible, y nos daremos cuenta del nivel de subordinación que les impone su naturaleza. Es el hombre el único capaz de obtener niveles de libertad impensados, ya que puede mo dificar no sólo el entorno y crear su propio hábitat, sino también m o dificarse a sí mismo. En razón de ello el deseo de libertad, inevitable mente ligado al miedo a lo descon ocido, no es en sí-mismo mi movi miento esencial sino el efecto de un reconocimiento de la opacidad y dureza con la cual aquello que se opone del otro lado da cuenta de los límites de realización de la propia posibilidad. Un niño que está en vías de terminar su tratamiento parecería ejemplificarlo sin mistificación: llega a sesión con una lata en cuya ta pa ha abierto algunos agujeritos -esos que se hacen para guardar mi animal volador sin que se escape, evitando la muerte por asfixia."Al entrar dice: ‘ ¡Sorpresa! Tenés que adivinar qué traigo. Es un animal, que come de todo y es volador’. Digo: ‘una mariposa’. ‘N o’. ‘Uña po lilla’ . ‘No, ¿te das por vencida?’ . ‘No -digo: una mosca’ . ‘Sí, una mos ca sin alas... (Abre la lata y la mosca des-alada cae sobre la alfombra) le saqué las alas para traértela, ¿qué te parece?’. Hace una semana me llamó la madre para contarme que el niño está raro, ha vuelto a jugar a que es un bebé, se queja de tener que comportarse como grande. Sin embargo, no es que no se dé cuenta de lo que hace, esta vez es como un juego... Ha traído ese “animal que come de todo” para mostrarme hasta dónde sería capaz de lle gar para no separarse de su madre, o de mí; hasta qué punto está dis puesto a ceder su libertad, a perder las alas, si ésta le implicara sepa ración y soledad. Mediante la mutilación evita él mismo tener alas. El animal que “come de todo” remite al inicio del tratamiento, ya que llegó a consulta por morderse su propia ropa hasta desgarrarla. Recuerdo un viejo cuento sufí: Un pajarito volador es adoptado por un ave que no sabe volar, y como es de esperar, a medida que el pa jarito crece, también crecen sus alas. Luego de algún tiempo, una bandada de pájaros de su misma especie pasa por el pueblo donde habita. Su madre adoptiva cavila: “Si supiera volar, le enseñaría a mi 24
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hyo a hacerlo y lo vería retozar en el cielo co n sus iguales”, mientras, por su lado, el pajarito piensa: “Si mi madre, que es tan sabia, aún no me ha enseñado a volar, es porqu e n o debe haber llegado mi tiempo de hacerlo”. ¡Qué distintas hubieran sido las cosas si cada uno hubiera podido dar a conocer su pensamiento! Por su parte, la madre que acude a una consulta reconoce en algún lugar de sí misma que necesita de otro que ayude a su hijo a aprender a volar, y es víctima, ju nto con su hijo, de su propia impotencia. Después de todo, por qué no pensar que detrás del dolor manifiesto de la madre-ave se esconde el pro fundo desgarramiento de tener que reconocer a su hijo como noidéntico a sí misma. Y aún más. No es co n lo que la madre calla que el niño elabora su teoría; tampoco del todo con lo que la madre dice, no hay ni liber tad total de interpretación ni captura absoluta. En esa franja opaca al intercambio desde la cual lo desconocid o del otro se constituye, se abre una interrogación a la cual el niño debe responder con una ela boración que deviene teoría. ¿Es el deseo materno que el pajarito vuele? Sin duda, pero no ha sido formulado ni en lenguaje ni en acto. Pese a ello el hijo, que con fía en la sabiduría y bo nd ad maternas, no duda respecto a este deseo de libertad que atribuye a su madre. Si sospechamos que mamá-ave pueda temer que el pajarito vuele, es no sólo porque mediante el vuelo la diferencia se haría evidente sino porque de ese modo se ale jaría de' ella. En ese caso, la n o estimulación de las posibilidades vo ladoras del pajarito no sería producto del o dio de la madre sino, sim plemente, consecuencia de las crueldades del amor. Lo cual nos lle varía a sospechar que todos los niños, en algún mom ento de su vida, devienen hijos “adoptivos” de sus propios padres. Tanto la madre como el hijo son víctimas de lo que desconocen; pero aquello desconocido no es idéntico. En el caso de nuestra ma dre-ave, si bien sabe que es el volar lo que no sabe, desconoce a su vez un conjunto de fantasías y emociones que se ponen en jueg o cuando teme ser abandonada por su hijo y reconocerse en sus limi taciones no sólo ante éste sino ante sí misma. En el caso del pajarito, su conocim iento de que querría volar se aúna a su ignorancia respec to a la fuente de este deseo, sus orígenes de especie voladora, de mo do tal que advierte este “anhelo”, del cual su conciencia se notifica sin poder atribuirle causa alguna. 25
Si nuestro pajarito fuera un neurótico tal vez preferiría no apren der nunca, no sólo a volar, sino a conocer sus orígenes, para no per der el sentimiento de pertenencia a su propia madre que posee. Conservaría así, tal vez, la única certeza que lo mantiene en la tierra, la madre tierra. Si la mamá de nuestro pajarito fuera madre de neu rótico, cada vez que viera pasar la bandada diría -para ocultar su do lor e impotencia- en un tono recriminatorio: ‘Yo no sé cómo las ma dres permiten a sus hijos hacer esas tonterías que sólo ponen en ries go su.vida y no proporcion an ningún placer”. Nuestro pajarito, silen ciosamente, respondería con un aletear inconciente.de sus alas inú tiles, y tal vez comenzaría a girar con un movimiento hiperkinético. Algo lo agitaría desde sí mismo sin que él mismo pudiera saber qué es exactamente lo que lo produce, ni cómo se llama aquello que lo perturba. Desconocería también que su madre, amorosamente, cuando él todavía no tenía entendimiento, acarició y limpió esas alas que representaban para ella el símbolo mismo de “lo que podía vo lar” guardando silencio luego sobre sus actos para siempre. *
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Retornan aquí preguntas ya formuladas desde los comienzos del psicoanálisis; los ejemplos intentando dar cuenta que ni el'deseo de libertad es innato, ni instintivo el anhelo de sumisión. Porque la con dición humana se sostiene en la.peculiaridad de que lo que conside ramos su naturaleza no es sino el efecto de las condiciones mismas de su producción. Nuestro antropomorfizado pajarito no desea la li bertad sino simplemente volar, remontarse con la bandada, -y es en razón de ello que espera que su madre le enseñe, porque no ve en ese deseo nada que pretenda liberarlo de su atrapamiento ni alejar lo de su cuerpo. El paciente a punto de terminar su tratamiento da ría sus alas para mantenerse protegido en un espacio que lo cobije. Anita me señala que mi ideal libertario románticamente formulado es inútil si no se expresa en un movimiento que le dé sentido... Por eso la libertad es impensable sin representación de futuro, aún cuando ella misma pueda devenir proyecto, ya que no puede proyec tarse sobre el vacío representacional u operativo sino sobre sus rea les. posibilidades de ejercicio. A propósito de ello es que recuperé de entre mis papeles las notas escritas hace algunos años, notas sobre el amor y sus crueldades, sobre la libertad y sus consecuencias.
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Ca pít u l
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V
Los CAMINOS INSOSPECHADOS DE LA ADAPTACIÓN
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En 1996 se produjo un descubrimiento de enormes consecuencias para la teoría de la evolución. La tumba de un niño Neanderthal po blada de objetos Cromagnon, objetos de un eslabón evolutivo que, se suponía hasta ese momento, era 30.000 años posterior en su apa rición sobre la tierra, obligaba a revisar los paradigmas que habían regido durante más de un siglo. Si, a diferencia de lo que se había pensado hasta el momento, el Neanderthal y el Cromagnon habían sido simultáneos, si no se habían sucedido el uno al otro, algo debía ser modificado de la teoría dominante en la actualidad, confortable mente instalada en la idea de una evolución lineal y progresiva. Ya Stephen J. Gould había desplegado la idea, en los últimos años, de que la enseñanza fundamental de la teoría de la selección natural de Darwin consistió en dejar abierta la posibilidad de que la evolu ción natural no estuviera basada en un plan prefijado. Y los nuevos desarrollos de la paleontología reafirmaron el hecho ya propuesto por la biología molecular de que no habiendo transmisión genética de lo aprendido -contra las tesis de Lamarck-, la adaptación, sea bio lógica o cultural, representa un mejor ajuste a entornos locales espe cíficos, y no una fase inevitable en la escalinata del progreso. La se lección natural se nos presenta así como el mecanismo inexorable de un proceso adaptativo de la especie, que consiste en que ante cada circunstancia, potencialidades que no habían cumplido un papel central pasan a ser relevantes, y otras se convierten en obsoletas, quedando la supervivencia y modificación despojadas de toda inten-
* “Los caminos insospechados de la adaptación”, Bleichmar, S., revista Topía, A ño VII, N° 19, Buenos Aires, Abril de 1997.
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ción, de toda finalidad, lo cual torna insostenible cualquier ideolo gía que vea en este, proceso un ideal conducente a la máxima perfec ción. Gould1 hizo, a su vez, su propio aporte para una modificación sus tancial de la teoría de la evolución tal como la hemos conocido. La evolución, efecto de la selección natural, se da bajo un m odo discon tinuo, a saltos, teniendo lo acontencial, azaroso, una función central. La discontinuidad pone en tela de juicio la posibilidad de hallazgo del famoso “eslabón perdido”, en razón de que al no haber cadena lineal que condúzca al homo sapiens, bien pudo este no haber existi do nunca. En última instancia, no hay plan divino que vaya del mo no al hombre -siempre en retraso-, aún cuando bienvenida la auto crítica, la Iglesia acepta la teoría de la evolución para poner en su cúspide al hombre cómo rey de la creación, tratándose su aparición de una eventualidad más de una mutación que en lo azaroso de sus vicisitudes bien podríá haber conducido hacia otra parte. A mod o de ejemplo, para que se pu eda apreciar en toda su dimen sión esta teoría y el salto que acarrea para nuestro pensamiento, tra temos de imaginar lo siguiente: Supongamos que la humanidad, es tuviera al borde de su desaparición en razón de que un ruido muy fuerte, de carácter inédito, destruyera los cerebros de quienes lo pa decen. Es indudable que los sordos no serían puestos en riesgo, y que una vez desaparecidos todos los oyentes, sólo aquéllos podrían continuar viviendo, reproduciéndose y rearmando colonias huma nas capaces de conservar la especie. Esta, de todos modos, habría mutado. Sería una especie a la cual le faltaría un sentido, y en la cual otras cualidades se desarrollarían con carácter compensatorio; pero, además, si eventualmente, del nacimiento de dos sordos naciera'un niño en el cual algún gen recesivo pudiera seguir produciendo la au dición, el sonido mortífero se encargaría de que no dure demasiado sin que, por otra parte, se pudieran detectar las causas de su muerte. El ser sordo constituiría una indudable ventaja para adaptarse a las nuevas condiciones, sin que ello representara, necesariamente, un escalón más en la perfección evolucionista. Se tomaría otra direc ción, cuyos alcances serían imposibles de predecir porque una vez lanzada en un cierto sentido, su dinámica sólo sería predictible des de un nuevo ordenamiento, y la cultura misma tomaría otro sesgo: no sólo la música perdería todo sentido, sino que gran parte de las comunicaciones regidas por la transmisión de sonido serían archiva 28
das y sólo se mantendrían los aspectos visuales de los mass media, y posiblemente se desarrollaran otros impensables hoy en día. La selección natural se sostiene en esta premisa: la adaptación no puede producirse sino llevando a su máxima potencialidad un rasgo presente -aún cuando este rasgo sea, en el caso del ser humano, una hipótesis, una teoría capaz de comprender la realidad a la cual se en frenta, algo que"permita, montar lo novedoso sobre lo ya conocido. Es imposible generar mecanismos totalmente nuevos frente a algo absolutamente desconocido, y no hay ser vivo capaz de sobrevivir al intento; para no sucumbir, algo debe potenciarse, desplegarse, obte ner una transformación cada vez más eficaz, no puede ser creado de la nada sólo como efecto de la acción del medio. En razón de ello, todos los organismos capaces de tener algún tipo de percepción del mundo que los rodea, para sobrevivir, poseen ya la posibilidad de interpretar y ordenar la información antes de acce der a ella. Cuando estas capacidades son instintivas, innatas, y se pro duce un desajuste entre las posibilidades de supervivencia y la reali dad a la cual hay que enfrentarse, no hay modo de librar la batalla: el individuo, sucumbe, solo o con su especie, y solamente sobreviven aquellos que ya poseían, aún cuando fuera de modo rudimentario, las herramientas necesarias para las nuevas condiciones. Desde esta perspectiva la afirmación basal del freudismo respecto de la endeblez de los montantes adaptativos en el hombre no en cuentra resolución en esa ficción que la acompaña, la cual sostiene que la cría humana debería su supervivencia a la realización de una “prueba de realidad” consistente en acciones de tanteo sobre el mundo, tendientes a diferenciar entre la representación investida, deseante, y el objeto. La humanidad no hubiera subsistido si la “la cosa del mu ndo” ca paz de satisfacer la necesidad tuviera que ser reconocida por accio nes de ensayo y error, si cada individuo hubiera debido, en principio, realizar por sí mismo todas las pruebas que garantizaran su supervi vencia. La cuestión acerca de cómo implementar entonces un cono cimiento de la realidad, incluso de qué manera el psiquismo es capaz de someterse al principio de realidad una vez que el inconcien te en tra en pugna para lograr su objetivo de descarga inmediata, o acerca de qué relación guarda este conocimiento con los primeros esque mas de acción y bajo qué premisas se resuelve el pasaje a modos representacionales que anteceden a la acción eficiente en el mundo, 29
no tiene una respuesta aún satisfactoria desde el psicoanálisis, y el lu natismo que intenta sostener la supervivencia en la existencia de una pulsión de vida concebida como prolongación directa de la biología en la vida represen tacional, ha cumplido la función que todas las hi pótesis adventicias tienen en nuestro campo: llenar el terreno de ma leza que torna cada vez más dificultoso el desbroce conceptual. Sabemos de los intentos de ver al bebé como una especie de Robinson Crusoe autoengendrándose a partir de sus propias posibilida des, nada, ni desde el punto de vista biológico, ni representacional, permite sostener tal alternativa. Intentemos, por otra parte, trasladar a Robinson Crusoe a la realidad humana cotidiana: ¿sería posible concebir a los homeless co m o una suerte de Robinson Crusoe del pre sente, teniendo en cuenta la proeza que implica sobrevivir luego que la marea económica ha arrojado a alguien del otro lado? Cuánta in teligencia, cuánta picardía y conocim iento de ciertas legalidades son necesarios para sobrevivir en las calles, que no constituyen precisa mente una isla pródiga. ' Porque Robinson, en su isla o en Buenos Aires, no hubiera sobre vivido sin conocimientos previos que permitan diferenciar, en un ta cho de basura, lo que es comestible de aquello que no lo es. Consti tuidos estos conocim ientos, a su vez, bajo modos no sólo prácticos si no ideológicos e históricos, ya que no podem os desconocer el hecho de que Robinson era un hombre criado en sociedad, y por una socie dad con sus particularidades ideológicas, enclavada en un tiempo concreto -no era sólo un hombre “de la cultura”-, a tal punto que no tuvo mejor idea, cuando vio a otro ser humano, que convertirlo en su sirviente. La supervivencia en condiciones extremas requiere una dosis muy importante de inteligencia aprendida, de conocimiento organizado si no de las condiciones nuevas, de los métodos para en frentarse a ellas: el ensayo está precedido siempre de una hipótesis Que el conocimiento hipotético que precede a la acción sea patri monio del sujeto o de algún otro ser humano que lo toma a cargo disminuye la probabilidad de error que llevaría al fracaso -en este ca so a la muerte. Las impasses a la cual conducen tanto la posición ori ginaria del psicoanálisis respecto a la prueba de realidad como el innatismo que la sucede coexisten con otra corriente, marginal en la obra freudiana pero fundamental para salir del encierro, la cual plantea, desde otra perspectiva, que la debilidad de los montantes adaptativos innatos da ingreso, y po ne en primer plano, la función 30
que ocupa el otro humano en la supervivencia de la cría y en la ins tauración de eU "prueba de realidad” que no puede ser realizada, de inicio, sino por aquel que tiene a cargo la conservación con vida de la cría. . En este sentido, el salto de la naturaleza a la vida representacional que lleva a concebir al yo como provisto de un deseo originario de autoconservación constituye sólo una ilusión retrospectiva, una teo ría de carácter “robinsoniano”, en razón de que la conservación en los orígenes no tiene nada de “auto”: incluye al cachorro humano co mo ser de naturaleza -naturaleza que, en sí misma, sólo tiende a su permanencia sin que esto implique ningún tipo de intencionalidad, ningún tipo de “conciencia intencional”, si nos plantamos en una posición que se abstenga de concebir a la naturaleza como provista de “alma”, habitada por algo del orden de lo divino-, con alguien provisto de intencionalidad, capaz de establecer “acciones con arre glo a metas”, y de representarse el presente y el futuro, otorgándole sentido desde un pasado en el cual la libido ocupa un lugar central. Pero la presencia del adulto, como presencia constitutiva del psiquismo infantil, debe llevarnos a evaluar, por otra parte, que la inten cionalidad autoconservativa, en razón de la disparidad esencial de estructuras y posibilidades, pone enjuego el inconciente de quien ejerce las funciones. Inconciente que si bien implica aspectos sexua les, tanto pulsionales como edípícos, acarrea consigo los modos de representarse la supervivencia -atravesado el narcisismo del adulto tanto por la historia edípica singular, como por los modos más gene rales, socialmente adquiridos, de representarse el propio ser en el mundo. El adulto que parasita sexual y simbólicamente al recxen nacido ge nera mediante esta intervención -en el sentido estricto del término, esto es que interviene c om o un “inter”entre el cachorro humano en vías de constitución y su ser de naturaleza- las condiciones de consti tución de. un mundo representacional que no sp agota en la resolu ción de las tensiones biológicas, sino que; da también curso a los fan tasmas sexuales y de supervivencia, autoconservativos en el sentido humano, social del término, realizando así el movimiento que va des de un principio de realidad tendiente a la conservación con vida, a la transmisión de un conjunto de valores, representaciones del mun do, lugar de constitución de la ideología que sostiene en su núcleo un “principio de realidad” como realidad humana, singular, histórica. SI
Decir, a esta altura de la historia, que en estas articulaciones de sen tido el lenguaje tiene un papel central, es tan verdadero como banal. Porque la cuestión está no en el lenguaje como articulador general, sino en los ensamblajes discursivos que posibilitan el atrapamiento y la construcción de una realidad que sería literalmente “impensable” si no hubiera un có digo desde el cual otorgarle permanencia y den sidad simbólica. José Saramago construye, al respecto, en su libro El año de 1993, una parábola sobre la represión y el poder al dar cuen ta, de modo poético y terrible, de una sociedad en la cual los domi nados ya no tienen nada que decir porque no hay palabras para op o nerse a un poder no-discursivo: “Una vez más el imposible quedarse o la simple memoria de haber sido... Así mirar apartado la propia sombra con ojos invisibles y sonreír por ello mientras la gente per pleja busca donde nada hay... ” Estas articulaciones discursivas, que dan una organización al mun do, generan el cañamazo de toda experiencia. No se trata de afirmar, de m odo idealista, que la experiencia no exista sin lenguaje, sino qúe sin él es imposible situarla, organizaría, darle sentido: de ahí que la inmersión del niño en el mundo de los símbolos no se realice inge nuamente: no hay “tábula rasa” en razón de que el adulto que tiene a su cargo los cuidados precoces tiene su propia organización simbó lica de la experiencia. Y ésta está atravesada por la experiencia singu lar de cada uno, pero imbricada también en la experiencia histórica del grupo social de pertenencia, sus traumatismos y fantasmas. Es en ese sentido que podríamos afirmar que los seres humanos pueden transmitir la experiencia de la especie, no de modo genéti co, y que el lamarckismo, derrotado en la biología, encuentra un lu gar en los procesos de intercambio y transmisión simbólica. A condi ción, por supuesto, de tomar en cuenta que no es la adaptación en sí misma, natural o biológica lo que se transmite, sino los rasgos ins criptos en la cultura, las formas de resolución imaginaria, simbólica,* que la acompañan. Junto a los m odos de representar el, mu ndo para sobrevivir en él, los adultos inscriben en los niños sus temores y fantasmas, su “neu rosis” y sus anhelos, y la prueba de realidad toma un carácter radical mente distinto a aquel que lleva a reconocer en el pecho el recipien te de la leche con la cual nutrirse. La realidad es realidad, entonces, no sólo presente sino anhelada, fantaseada y codiciada, añorada o perdida, nunca puramente auto32
conservativa. Por eso el niño Neanderthal tenía objetos Cromagnon en la sepultura... Tal vez sus padres habían querido dotarlo de algo que no poseían, pero que constituía parte de los ideales de su épo ca: “En el otro mundo, tal vez, logre ser un Cromagnon...
1 Gould , Stephen Jay: de este autor, pr ofeso r d e Pa leontología de la Universidad de Har vard, se pu eden consultar, entre otras obras: Dientes de gallina y dedos de caballo, Ed. Her ma no Blume, Madrid, 1984; La vida maravillosa (1989),Ocho cerditos (1994) E y pagar e panda (1994), los 3 publicados por Ed. Crídca, Barcelona.
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N o r m a , a u t o r id a d y l e y Ba s e s p a r a l a r e d im n ic ió n d e u n a l e g a l id a d
EN PSICOANÁLISIS* Si el imperativo kantiano que propone que actuemos de tal modo que nuestra acción pueda ser elevada a rango de ley universal fuera dominante hoy en el conjunto de nuestra sociedad, es indudable que el eje temático alrededor del cual se estructura la pregunta acerca de la ley del padre sólo implicaría cuestiones teóricas o psicopatológicas. Pero ello no es así, lo cual nos confronta a una urgencia: redefi nir los términos que nos permitan, al menos, pensar sobré qué pre misas se puede establecer un debate respecto a las condiciones de la ética no sólo en nuestra devastada sociedad argentina sino en el mundo. Y en este debate el psicoanálisis tiene algo que decir, a con dición de que no se limite a repetir lo que de obsoleto ha acumula do durante más de cien años. Debate pendiente desde mediados del siglo XX, cuando estalló la cómoda división entre civilización y barbarie y la maquinaria nazi primero y la energía nuclear desplegada como aniquilación sobre millones de hombres después, puso de manifiesto que la civilización podía estar al servicio de la barbarie, o al menos, que el ideal de pro greso que acompañaba el concepto de civilización estallaba y dejaba entrever qué la civilización de unos puede bien ser la regresión a la barbarie de otros. La idea extendida en psicoanálisis de que los seres humanos no pueden cometer crímenes sin que su conciencia moral les demande de uno u otro m od o un pago, o incluso el maravilloso análisis de Raskolnicof que despliega la hipótesis de que todo crimen planeado es * “Norma, autoridad y ley. Bases para la redefmición de una legalidad en psicoanálisis”, Bleichmar, S., revista A dualidad Psicológica, N B303, Buenos Aires, Noviembre 2002. 35
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¿NUEVOS MODOS DE LA SUBJETIVIDAD?* Me introduzco en un aparato de realidad virtual. A través deí cas co veo que estoy suspendida en una plataforma en medio del espa cio; delante mío una escalera que asciende. Comienzo a activar el bo tón superior de la pistola que permite que avance, las imágenes cam bian, me desplazo a una velocidad inadecuada, atravieso una colum na, luego, caigo al vacío. Mi estómago cae junto con la imagen; sien to vértigo. Retrocedo, giro con todo mi cuerpo. A mi izquierda una escalera descendente, a la derecha, una columna. Un pájaro gigan tesco viene a buscarme, intento dispararle con el botón que mi dedo índice aprieta. Lo hago en formarecta, es inadecuado, la trayectoria debe ser parabólica. Me empapo de sudor y siento palpitaciones. El pájaro me levanta y mi imagen -yo misma- se despedaza en medio del ' espacio. Reaparezco en la plataforma. Giro co n todo mi cuerpo y em piezo a avanzar lentamente, intentando no llevarme las columnas por delante. Cuando me angustio dejo el dedo gatillando y avanzo rápidamente, caigo al vacío y vuelvo a girar tratando de retomar apo yatura en el piso de la plataforma espacial. He perdido dimensión del tiempo, pero a los tres minutos, exac tos, suena el final del jueg o. Un jovencito -remera, jeans, chicle, ari to- me quita el casco y descubro que estoy empapada en sudor. Me dice: ‘¿Jodido, no?’. Yo, desde mi código, respondo: ‘Lo toleré bas tante bien’ -me refiero a mi angustia, palpitaciones, sensación de va cío, ¡sáquenme de aquí!-, me mira, condescendiente y agrega: ‘Bue no, al pájaro no le d io ’ . Son dos códigos: para él la cuestión pasa por ganar el jueg o, darle al pájaro, aumentar el score. ¡j¡
“Nuevas tecnologías, ¿nuevos modos de subjedvidad?”, Bleichmar, S., revista Topía,
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10, Buenos Aires, Abril/J ulio de 1994.
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Cuando desciendo, medio mareada, varios mirones están observan do la situación. Son gente como yo -tal vez por la hora-: un hombre de barbita con sus libros de matemáticas bajo el brazo (posiblemen te un físico, pienso), dos muchachos que prestan igual atención a la pantalla en la cual se ve el ju ego -desplazado de lo que yo veo p or el visor- y al mecanismo de la máquina, una mujer de cierta edad con un portafolios en la mano (una profesora universitaria, o investiga dora, su po ng o). Todos nos aproximamos con cierta curiosidad y res petó. Dos días después, Agustín, de doce años, me espeta en su sesión de análisis: ‘En los flippers hay un jueg o. Te subís y te ponen un casco, es como si estuvieras adentro de una plataforma’. Le pregunto -más cu riosidad personal que indagación de lo inconciente-: ‘¿Lo probaste?’ ‘Sí -responde-, le di dos veces al pájaro’ ‘Y, ¿qué sentiste?’ -arremeto‘Nada, está reb ueno...’ Y vuelve a sus cosas: ‘Silvia, cuando vos eras chica, ¿te pegaban tus hermanos?’ ¿A qué mutaciones de la subjetividad nos someten las nuevas tec nologías? ¿Cuáles son sus alcances? ¿Hasta dónde se expresan ya, hoy, transformaciones en los niños y adolescentes de este fin de siglo que vivimos? He escuchado a algunos nostalgiosos, apocalípticos, preconizar el fin de los modos de subjetividad que conocemos. No lo hacen de mo do descriptivo, curioso, exploratorio. Se lamentan amargamente del fin de una historia; nuestra historia. Atacan las computadoras, los vi deogames, las redes informáticas... Los argumentos son, a veces, la mentables: ¿cuánto tiempo pierden los niños jugand o con family game} Siento deseos de responder: ¿Cuánto tiempo perdió nuestra generación jugando a la lotería con la abuela, al balero, al estancie ro -ese cartón en el cual acumulábamos tierras que nunca poseería mos, en un mundo que se encaminaba aceleradamente hacia el reemplazo de la riqueza natural por¿la riqueza tecnológica? Dejemos de lado los argumentos banales, y vayamos a las cuestio nes centrales. ¿Cambian los modos de percepción de la realidad a partir de la transformación que los nuevos modos de organización de la información imponen? En un texto lúcido y vertiginoso, Aníbal Ford se enfrenta a los con flictos y paradigmas de nuestra época: “Estamos ante una memoria de conflictos cognitivos y culturales que se plantearon durante los comienzos de nuestra modernidad. Pero no haciendo historia o ar 70
queología. Los problemas de la oralidad, de lá narración y de la co municación no verbal (mediatizados o n o po r la electrónica) están, en sí y en sus conflictos y relaciones con la escritura y la argumenta ción, en el centro de los procesos de construcción de sentido de nuestra cultura. Y esto no es ajeno al modelo cognitivo que impulsó esa modernidad, hoy en crisis y deterioro”.1 Lo narrativo ocupa en esto un lugar central. “El hombre lucha pa ra poder seguir narrando, y para recordar mediante narraciones, pa ra no someterse a la escritura tal cual esta era o es manejada por el Estado modern o, para ejercitar y valorar su percepción...”2 Agustín me ha preguntado, en su sesión dé análisis, si “en mis tiem pos los hermanos también pegaban”.-Pasa de la realidad virtual a la búsqueda de la transmisión oral bajo los mismos modos que sus an tepasados podrían haberlo hecho cuando de recuperar la historia ancestral se trataba. No soy una anciana de la tribu, me rehúso al de seo intenso de sentarme junto a él y ejercer la función chamánica. Recompongo el sentido singular, histórico, inconciente, de su pre gunta. Los enigmas siguen siendo los mismos: la fratría, el nacimien to, la muerte... La tecnología no altera, hasta el momento, estas preocupaciones de base. El nuevo cine de ciencia-ficción aborda tales cuestiones: Blade Runnefi lo muestra de manera paradigmática: en un m undo en el cual los hombres han logrado construir humanoides imposibles de diferenciar a simple vista, éstos se rebelan porque no aceptan ni la discriminación ni el plazo fijado de cuatro años de vida. En los lími tes mismos de la tecnología, la vida y la muerte se plantean como los ejes que atraviesan aún la tecno-existencia. La m emoria implantada, vivencial, humana, abre las posibilidades de todos los sentimientos incluido el amor al semejante y el dolor concomitante. En Terminator la alteración de los tiempos juega con el -enigma de los orígenes: ¿puede un hombre enviado al pasado salvar a su propia madre y, en el ejercicio de esa tarea, engendrar a su padre? Es indudable que estamos ante producciones de nuestro tiempo que no dan cuenta del futuro real sino de los modos subjetivizados con los cuales aún aquellos que pueden pensar lo impensable lo imaginarizan. Pero expresan las preocupaciones y soluciones de nuestro tiempo, y en esto son representativas de la ¡permanencia, en el inte rior de la tecnología, de las formas de concebir lo humano en el campo abierto del pensamiento actual. 71
Los niños y adolescentes de hoy sueñan con Blade Runner o Terminator, no los torna más sádicos o incestuosos ni menos creativos que una generación atravesada por Havilet o King Kong -que alimentó los fantasmas masoquistas femeninos durante más de una generación. Ap elo nuevamente a Ford: “Que nuestra subjetividad se construye en medio de pluriculturalidades simultáneas no es un he ch o que po damos negar... (Pero) Las diversas necesidades de anclaje o de idea lización que siempre aparecieron en la cultura del hombre com o es tructura fundamental de la supervivencia, no pueden ser fácilmente borradas, aunque sí pensadas desde formas de construcción que ya no sean aquellas que nos propuso el imperio instrumental de la es critura”. 4 Una digresión necesaria: u na de las características más brutales del mundo actual es una coexistencia de tiempos en la cual se yuxtapo nen modos diversos de confrontación con la realidad. Cuando deci mos niños y adolescentes de nuestro tiempo nos referimos a aquellos que comparten nuestro horizonte cultural. Sería absurdo pretender incluir en las cuestiones que estamos desplegando a los niños totziles de Chiapas o a adolescentes marginados de Nigeria. Y aún, sin ir tan lejos, ¿cuántos de los niños de nuestras estancias patagónicas pueden tener idea de que existe un aparato acoplable a la televisión -si es que la tienen, aún cu ando la conozcan- en el cual instrumentar jueg os de alta tecnología? Nuestra temporalidad hegeliana, progresiva, encaminada hacia su maxima perfección, ha entrado en crisis hace ya demasiado tiempo y, pese a ello, espontáneamente, tendemos a considerar como para digma histórico a lo “más avanzado”, en el marco de un tiempo lineal que hasido cuestionado tanto por la física como por las ciencias so ciales. Pero sabemos de todos modos que no podemos escudarnos 611 v r , a' Cr0nia histórica com o coartada para preguntarnos sobre la posibilidad de-nuevos modos de emergencia de lá subjetividad de los nmos y adolescentes de “nuestro mundo” y “nuestro tiempo”. En un texto reciente, Alejandro Piscitelli afirma, desde una pers pectiva webenana, que la tecnología está por todos lados, que n o hay nada fuera de la ciencia y la tecnología, así com o no hay nada fuera de la sociedad. Las dos o tres grandes innovaciones de la ciencia que en este momento están dando vueltas: las telecomunicaciones -que incluyen la realidad virtual, el camino hacia la inteligencia artificial o las redes neuronales- y el proyecto de genoma humano -con la po 72
sibilidad a largo plazo de una duplicación, clonación, de los seres hu manos-, revolucionan nuestro pensamiento y plantean tareas inéditas 5. En nuestro mundo “contemporáneo” -contemporáneo a nosotros, debemos agregar-, esto es así. También es cierto a nivel de lo real: aún quienes no participan directamente de la ciencia y la tecnología actuales sufren sus efectos; grandes sectores de la humanidad, mar ginados de la tecnología de punta, padecen las consecuencias de su avance sin gozar sus beneficios (cuando estos grupos ejercen modos de enfrentamiento supuestamente caducos se les cuestiona su desac tualización, exigiéndoles que sean nuestros contemporáneos, aun que sea, en ese aspecto). Pero existen los niños y adolescentes de fin de siglo. Aquellos que participan del modo de vida, preocupaciones y aspiraciones, adqui siciones tecnológicas y cambios de registro ideológico efecto de mu taciones sufridas a lo largo del siglo. A ellos nos enfrentamos diaria mente en nuestros consultorios. He visto, en los últimos tiempos, los efectos de estos nuevos procesos en el campo de la clínica: por una parte he tenido ocasión de asistir a la emergencia de un defirió pa ranoico, del estilo más clásico de “robo de pensamiento”, con atribu ción imaginaria a la computadora. Se trataba de un joven que, en su decir, sabía que se le habían metido en su computadora para robar le toda su producción hasta dejarla vacía, y luego comenzaban a pe netrar en su cabeza con el mismo objeto. Los contenidos han cam biado -ya no hay restituciones bajo la forma de saberse Napoleón, co mo la vulgarización psiquiátrica nos lo hizo conocer hace años-, pe ro los determinantes del delirio eran del mismo carácter que aque llos que Víctor Tausk describiera en sus escritos cuando habló por primera vez en psicoanálisis de “la máquina de influencia”. He teni do, también, oportunidad de recibir en mi consultorio a un niño efecto de una gestación de probeta, respecto del cual el padre decla ra: “Comparto la paternidad con el méd ico”. Qué consecuencias ten drá esto para su futura identidad, para la constitución de su subjeti vidad, es algo que debemos explorar. Pero sabemos que lo real de su engendramiento no ingresará sino atravesado por el imaginario parental, y no se inscribirá sino en el engarce singular e histórico que propicien los enigmas que su propio nacimiento impone. Y, de mo do idéntico pero diverso, como Edipo y todos los hombres -príncipes o plebeyos lo hicieran- deberá acceder a una teorización fantasmatizada que dará origen tanto a su inteligencia como a sus síntomas. 73
En tal sentido, cada nuevo cambio tecnológico será reprocesado en el interior de un aparato psíquico donde los tiempos anteriores coe xisten porque están inscriptos los modos vivenciales de percepción de la realidad de las generaciones anteriores. Los enigmas ño se constituyen, en la infancia, respecto a una supuesta realidad sustan cial, sino a sus complejos entramados deseantes respecto al engen dramiento. Ningún niño tiene curiosidad por saber cómo era el qui rófano en el cual la madre alumbró; ningún niño erotiza el metal ni queda fijado a él porque sea el material que constituye la pinza de fórceps, porque sea el primer objeto extraño que tocó su cabeza fue ra del vientre materno. Del mismo modo, el "niño de probeta” que tuve ocasión de entrevistar no estaba preocupado por la constitución particular del vidrio, sino -en forma desplazada y sintomal- acerca del por qué su madre no había podido engendrarlo en su propio cuer po, y por que su padre no tenía espermatozoides suficientemente po tentes para darle origen de modo natural. ¿Ha cambiado la informática los modos de vínculo con la realidad? Hasta ahora, lo que percibimos en los niños y adolescentes atravesa dos por ella es que capturan de m odo distinto, inmediato, las posibi lidades de una imagen en la cual la narrativa clásica no tiene cabida. Componen las secuencias de imágenes de un modo diverso, pero la sincronía de la pantalla no opera cuando de percibirse a sí mismos en el mundo, como gestáll recortada y sufriente, cobra exigencia. Una generación de jóvenes que se aburre con Columbcfi y vevideoclips compone lo indiciarlo de modo diferente: se atiene menos al relato que a la imagen, articula secuencias y construye sentidos. Pero cons truye sentidos, y esto es algo que ninguna red neuronal puede variar en el ser humano. Aún cuando conectem os a un niño o a un jov en a miles de canales simultáneos de información que le permitan acce der a una información insospechada hasta hace algunos años, lo esencial desde el punto de vista que nos ocupa, es que seguirá guian do su búsqueda por preocupaciones singulares que no son reductibles a la información obtenida, y que procesará ésta bajo los modos particulares que su subjetividad imponga. Poique lo fundamental, mientras los seres humanos sigan nacien do de hombre y mujer, vale decir, sean producto del acoplamiento de dos deseos ajenos, es que sus enigmas versarán -aún cuando sea bajo nuevas formas-, sobre las mismas cuestiones. Y si la manipula ción genética puede hacer que un n iño nacido de padres negros sea 74
blanco, o tenga ojos azules, este niño deberá preguntarse por qué sus padres querían ojos azules, o piel blanca, y no cómo intervino el ge netista para produ cir la transformación -aún cuando ésta pueda de venir una inquietud por desplazamiento-. Es evidente que estoy definiendo las cosas desde una perspectiva que puede ser discutible a futuro. Hablo del hombre tal-: como ha si do dado hasta ahora, vale decir, como desprendimiento carnal y amoroso de otro ser humano. El sentido de su existencia ño está pre visto sino como contigüidad, enlace amoroso, pasión -en todo el sen tido del término, aún el religioso. No me es dado hablar de produc tos con características corporales humanas destinadas a otro fin que no sea este absurdo a-funcional que es la existencia misma. De esta cuestión deriva el surgimiento de la subjetividad tal como la conocemos. Tanto el residuo inconciente que de ella se estructu ra, com o aquella que remite a la problemática del yo. Rota la ilusión de un sujeto unido y homogéneo, el yo, en tanto residuo identificatorio -vale decir de las recomposiciones metabólicas de las acciones y significaciones deseantes del otro-, opera como una suerte de fija ción de la imagen virtual que garantiza la permanencia del sujeto en el interior de un campo que no es menos ilusorio que real. “La ima gen virtual admite el punto de vista, pero no se da de una vez por to das como referencia estable y fiable... La'imagen del cuerpo que la pantalla interactiva o el espejo virtual refleja no es la de un ser úni co [...]. Es la imagen de una red abierta, proteica, tentacular. El hom bre pasa por ella atravesando bosques de símbolos que lo observan con miradas familiares (Charles Baudelaire). La única referencia du radera del yo ya no es su punto de vista que dejó de pertenecerle, si no su ‘punto de estar”, cita Aníbal Ford a Kerckhove, y agrega, polé micamente: “Que nuestra subjetividad se construye en medio de pluricausalidades simultáneas, tampoco es un hecho que podamos ne gar. Pero... las diversas necesidades de anclaje o de focalización que siempre aparecieron en la cultura del hombre como estructura fun damental de la supervivencia, no pueden ser fácilmente borradas, aunque sí pensadas desde formas de construcción que ya no sean aquellas que nos propuso el imperio instrumental de la escritura”. En tal sentido el sujeto, en sentido estricto, para el psicoanálisis, se ubica en la articulación que Ford señala en el campo de las nuevas cuestiones que abre la problemática de las nuevas tecnologías a nivel semiótico: Se trata de un “punto de estar”, en términos de Kerckho75
ve, pero al mismo tiempo, este “punto de estar” debe cobrar permanencia como “punto de ser” para que el sujeto se sostenga. El psicoanálisis ha sido tal vez un anticipador fenom enal de la constitución de un campo de realidad virtual. La estructura temporal, na rrativa, se desarticula y recompone constantemente en una sesión de análisis, permitiendo la coexistencia de dos sistemas co-presentes: el preconciente y el inconciente, con legalidades distintas, modos de funcionamiento y contenidos diferentes, entre los cuales el sujeto pi votea para sostenerse articulando en sistemas de verosimilitud que remiten a una diacronía que se presentifica en simultaneidades de las cuales la narración sólo sostiene puntos de anclaje posibles. Cuando Agustín me pregunta si “desde siempre los hermanos mayores pegaron a los. menores”, busca un anclaje en el marco de la pla taforma que sostiene sus constelaciones edípicas, permitiéndose, en la realidad virtual que la sesión de análisis impone, caer al vacío pa ra recuperarse en el movimiento entre columnas que su deambular po r el espacio im pone. Sabe que yo estoy ahí, lista para ajustar el cas co, para establecer los puentes, para-impedir que la imagen lo devo re posibilitando una conjunción de narración y reactualización vivencial que permita una rearticulación de las significaciones estable cidas. Mi problema es ahora retranscribir las “capas de la cebolla” freudianas en “windozus”, permitiendo que su mano mueva el cursor pe ro garantizando, al. mismo tiempo, que no se deslizará vertiginosa mente hacia el sinsentido. El horror al vacío puede ser tolerado en la máquina de realidad virtual, pero el pájaro que lo levanta con el pico puede devenir, en cualquier momento, como para Leonardo, aquel que le meta su cola en la boca o que le picotee el hígado co mo a Prometeo. La tarea no consiste, ni mucho menos^ en ahogar la pulsión epistemofílica. Muy por,el contrario, juntos entraremos en la pantalla pa ra que la travesía pueda desplegarse por los nuevos y viejos enigmas que su condición de “infantil sujeto” le impone.
1 Ford, Aníbal, “Navegaciones”, en David y Goliat (C LAC SO), T. XX , N. 58, Buenos Aires, Octubre, 1981. !'
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2 Ibidem. 3 Blade Runner, film de Warner Bros., 1982. Dirigida por Ridley Scott, Guión: Hampton Fancher y David Webb Peoples, basado en la novela de Philp K Dick. 4 Op. Cit. 5 Piscitelli, Alejan dro , “Com o será el futuro”, entrevista en revista La Maga, Bs. As., 29 de diciembre de 1993. 6 Columba, serie de televisión interpretada por Peter Falk, de 1971 a 1992.
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EN PSICOANÁLISIS Que el ser humano cambia históricamente, que la representación de sí mismo y de su realidad no se mantiene estrictamente en los tér minos con los que fuera pensado por el psicoanálisis de los comien zos, no hay duda. Insisto, no tan en broma, que si a las histéricas del siglo XIX se les quedaba la pierna dura por el deseo inconfesable de caminar hacia el cuñado, nuestras histéricas de hoy padecen colap sos narcisistas cuando sus cuñados no les otorgan crédito sexual. ¿Se ría igúal el síntoma obsesivo del hombre de las ratas en una Argenti na en la cual el casamiento por dinero es considerado un gesto de inteligencia y las deudas incumplidas parte del destino económico de miles de personas cuya insolvencia nos convoca más a la piedad que a la crítica? El hijo de un comerciante o de un banquero corrup to no sería hoy tampoco un melancólico dispuesto al suicidio sino una patología narcisista cuya mayor angustia estribaría en la posibili dad de un secuestro extorsivo. Pero todos estos seres humanos, sin embargo, y dentro de cierto margen de variación, tienen las mismas reglas de funcionamiento psíquico que los de los historiales clásicos: están atravesados por la represión -aún cuando algunos contenidos de lo reprimido hayan cambiado-, con una tópica que permite eLfilncionamiento diferen ciado de sus sistemas psíquicos, tienen un superyo cuyos enunciados permiten la regulación tendiente a evitar la destrucción tanto física como psíquica, y cuando no cumplen estas regularidades se ven ex pulsados de la posibilidad de dominio sobre sí mismos y en riesgo de saltar hacia m odos de fractura psíquica. Los cambios en la subjetividad producidos en estos años, y en la Ar- * * “Límites y excesos del concepto de subjetividad en psicoanálisis”, Bleichmar, S., revista Topía, Año XTV, Na 40, Buenos Aires, abril de 2004.
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gentina actual los!procesos severos de desconstrucción de la subjeti vidad efecto de la desocupación, la marginalidad y la cosificación a las cuales ha llevado la depredación económica son indudablemen te necesarios de explorar y de ser puestos en el centro de nuestras preocupaciones cotidianas. Ellos invaden nuestra práctica y acosan las teorías co n las cuales nos manejamos cómodamente durante gran parte del siglo pasado. Y yo misma he dedicado gran parte de mi tra bajo de estos últimos años a mostrar sus efectos, incluidos en ellos los diversos modos con los cuales el padecimiento actual se inscribe en estas formas de des-subjetivación y los modos posibles, de su recom posición. Tal vez, precisamente, porque el sujeto no está en riesgo de ser des construido por la filosofía post-metafísica del siglo XX sino por las condiciones mismas de existencia, es que la palabra subjetividad ocu pa hoy un lugar tan importante en los intercambios psicoanalíticos. “Cambios en la subjetividad”, “procesos de des-subjetivación y re-sub jetivación”, “subjetividad en riesgo”, “desconstrucción de la subjetivi dad”, son enunciados frecuentes que ponen de manifiesto la preocu pación que atraviesa a todos aquellos que nos encontramos confron tados a los efectos, en el psiquismo humano, de las transformaciones operadas entre el fin del siglo X X y los comienzos del XXI. Y esto es inevitable en razón de que la subjetividad está atravesada por los mo dos históricos de representación con los cuales cada sociedad deter mina aquello que considera necesario para la conformación de suje tos aptos para desplegarse en su interior. Es por ello que es el espacio en el cual los modos de clasificación, los enunciados id eológicos, las representaciones del mundo y sus j e rarquías, todo aquello que alguien cómo Castoriadis ha agrupado bajo el modo de “lógica identitaria”, toma un lugar central. Y en ra zón de ello, es necesario decirlo, la subjetividad no es, ni puede ser, un concepto nuclear del psicoanálisis, aún cuando esté en el centro mismo de nuestra ¡práctica. Pero ello en función de que es precisa mente el mod o con el cual el cenframiento que posibilita la defensa de los aspectos desintegrativos del inconciente opera. Razón por la cual, cuando los seres humanos quedan expulsados de sus aspectos identitanos, de sus constelaciones organizadoras que posibilitan la operacionalidad en el mundo, el método clásico psicoanalítico, con sistente en el levantamiento de la defensa, entra en caución. Más aún, es un concepto que se sitúa en las antípodas de la proble 80
mática del inconciente. La noción de subjetividad en tanto categoría filosófica alude a aquello que remite al sujeto, siendo un término co rriente en lógica, en psicología y en filosofía para designar a un in dividuo en tanto es a la vez observador de los otros, y en el caso del lenguaje, a una partícula de discurso a la cual puede remitirse un predicado o un atributo. El sujeto, en última instancia, sea moral, del conocimiento, social, pero muy en particular la subjetividad, como algo que concierne al sujeto pensante, opuesto a las cosas en sí, no puede sino ser atravesado por las categorías que posibilitan el orde namiento espacio-temporal del mu ndo, y volcado a una intenciona lidad exterior, extro-vertido. Es en razón de estos elementos que la subjetividad no podría remi tir al funcionamiento psíquico en su conjunto, no podría dar cuenta de las formas con las cuales el sujeto se constituye ni de sus constela ciones inconcientes, en las cuales la lógica de la negación, de la tem poralidad, del tercero excluido, están ausentes. El inconciente está regido por la lógica del proceso primario, algo tan ajeno al sujeto en términos clásicos, tan impensable por la filosofía tradicional, que p o ne en entredicho varios siglos de concebir pensamiento y sujeto co mo inseparables entre sí. Hemos puntuado en múltiples oportunidades la diferencia entre psiquismo y subjetividad, restringiendo esta última a aquello que re mite al sujeto, a la posición de sujeto, por lo cual se diferencia, en sentido estricto, del inconciente. Más aún, nos detuvimos para plan tear firmemente el carácter pre-subjetivo en los orígenes y para-sub jetivo una vez constituida la tópica psíquica, del inconciente. Es ine vitable que se torne necesaria otra diferenciación, ya que se nos plan tea un nuevo problema: si la subjetividad es un producto histórico, no sólo en el sentido de que surge de un proceso, que es efecto de tiempos de constitución, sino que es efecto de determinadas varia bles históricas en el sentido de la Historia social, que varía en las di ferentes culturas y sufre transformaciones a partir de las mutaciones que se dan en los sistemas histórico-políticos -pensemos en la pro ducción de subjetividad en Grecia, o en los modos con los cuales se constituye la subjetividad en ciertas culturas indígenas, y las diferen cias que implican respecto a los sectores urbanos en los cuales esta mos habituados a movernos-, la pregunta que cabe es ¿qué elemen tos permanecen y cuáles sufren modificaciones a partir de las prácti cas originales específicas que lo constituyen? 81
Dicho de otro modo : ¿cómo hacer conciliar la idea de una ciencia del inconciente en su universalidad, de la existencia de leyes que de ben cumplirse ya que rigen los procesos de constitución psíquica a niveles básicos posibilitadores del funcionamiento del aparato, con el reconocimiento de los modos particulares con los cuales vemos emerger la subjetividad en sus rasgos dominantes compartidos en el interior de la diversidad cultural? Siendo más específicos: la necesariedad de una ley moral que rija las relaciones con el deseo y el con flicto tópico al cual esto da lugar, abre sin embargo la pregunta acer ca de la especificidad que esta ley moral toma en los enunciados que la constituyen en cada sociedad particular. Decir que su universali dad radica en la prohibición del incesto es a esta altura no sólo ines pecífico sino obturador de toda posibilidad -de abrir nuevas vías de investigación. Esta generalidad en la respuesta es herencia de una ac titud metodológica residual al estructuralismo, el cual si bien tuvo la virtud de producir modelos que permitieron un ordenamiento del campo propiciando un avance importante en la resolución de viejos problemas que habían quedado capturados por aporías difíciles de remontar, nos legó también una actitud metodológica que consiste en tomar estas líneas de ordenamiento, estos modelos generales, por contenidos explicativos, lo cual constituye hoy uno de los mayores riesgos de reducción del psicoanálisis a una escolástica y de filosofización de la práctica clínica con la esterilización racionalizante que esto conlleva. A lo cual es necesario agregar una segunda cuestión: cuando deci mos función de las relaciones sociales en la producción de subjeti vidad , ¿a qué nos referimos? Porque es indudable que no se trata del conjunto de las relaciones sociales, sino, en el espacio teórico que nos corresponde, de definir de qué m od o ciertos aspectos de las relaciones sociales mediatizan, vehiculizan, pautan, los modos pri marios de constitución de los intercambios que hacen a la produc ción de representaciones en el interior de la implantación y normativizacion de los intercambios sexuales. No nos interesa -cuestión que puede importar mucho a la sociología o a la antropología, o que nos conmueve com o sujetos sociales en general- de qué m od o las relacio nes sociales pueden, en cierta época histórica, incrementar el some timiento de una mujer a un hombre, sino lo que de ello resulta: ba j o qué mediaciones, estos m odos del sometimiento y despojo inscri ben circulaciones libidinales que metabólicamente transformadas 82
operan en los sistemas representacionales que se articulan, de modo residual, en el psiquismo infantil. A la pregunta: ¿qué quiere decir producción de subjetividad?, es decir, de qué manera se constituye la singularidad humana en el entrecruzamiento de universales necesa rios y relaciones particulares que no sólo la transforman y la modifi can sino que la instauran, debemos articular una respuesta que ten ga en cuenta los universales que hacen a la constitución psíquica así com o los modos históricos que generan lás condiciones del sujeto social. El gran descubrimiento del psicoanálisis no es sólo la existencia del inconciente, la posibilidad de que los seres humanos tengan un es pacio de su psiquismo que no .está definido por la conciencia. El gran descubrimiento del psicoanálisis es haber planteado p or prime ra vez en la historia del pensamiento que es posible que exista un pensamiento sin sujeto, y que ese pensaniiento sin sujeto no esté en el otro trascendental -también sujeto-, ni en ningún lugar particular mente habitado por conciencia o por intencionalidad. Es haber des cubierto que existe un pensamiento que* antecede al sujeto y que el sujeto debe apropiarse a lo largo de todá su vida de ese pensamien to. Y es este aspecto nodal y absolutameiite revolucionario en la his toria del pensamiento, lo que ha sido más difícil de comprender tan to por los psicoanalistas como por la cultura en general. Lo difícil de asir es el carácter profundamente para-subjetivo del inconciente, y el hecho de que la realidad psíquica, en sus orígenes mismos, es eso, realidad, al margen de toda subjetividad y concien cia, vale decir, realidad pre-subjetiva, lo cual constituye el rasgo fun damental de su materialidad. Que una vez constituido el sujeto, esta realidad pase a ser para-subjetiva, da cuenta de lo irreductible del modo de funcionamiento del inconciente como ajeno a toda signifi cación, a toda intencionalidad, res extensa, no cogitation. La resubjetivización del inconciente, la intencionalización del inconciente, el recentramiento de un sujeto en el inconciente que actuaría como más allá de m í pero que sería otro, es justamente la imposibilidad de en tender esta cuestión tan radical planteada por Freud respecto al in conciente como res extensa, com o cosa del mundo, como conjunto de representaciones en las cuales no hay un sujeto que esté definiendo bajo los modos de la conciencia la forma de articulación representacional. El enunciado generado por Lacan respecto del “sujeto del incon83
cíente”, que intenta precisamente una desconstrucción radical del sujeto, aludiendo por ello al modo con el cual un significante es lo que representa el sujeto para otro significante -cuestión sobre la cual no corresponde que me detenga, pero que no puedo dejar de men cionar- al ser banalizado hasta tomar un sentido contrario al pro puesto, de que el sujeto no está en el yo porque está en el inconcien te, da cuenta de la enorme dificultad presente aún hoy en psicoaná lisis para aceptar la existencia no-subjetiva de una parte del psiquismo. Ya que la frase “sujeto del inconciente”, si se desplaza a la tópi ca freudiana, genera un malentendido, al reintroducir al sujeto “en ” el inconciente. Porjlo cual he preferido conservar la expresión “su-, je to de inconciente” para seguir a Freud en una de sus ideas más fe cundas, aquella relativa a la existencia de un inconciente en'su ma terialidad, en su “realismo” y en oposición aunyo que no es sólo el efecto de un punto de cierre en la cadena significante en la cual se estájuga nd o la posición de sujeto, sino que está afectado de una cier ta permanencia -al menos cuando la tópica está constituida, y esto es central para una clínica diferencial de las patologías graves-. Quisiera retomar ahora la cuestión de la producción de subjetivi dad, para señalar que concebida ésta en sus formas históricas, regu la los destinos del deseo en virtud de articular, del lado del yo, los enunciados que posibilitan aquello que la sociedad considera “sintó n ic o” consigo misma. Las formas de la moral, las modalidades discur sivas con las cuales se organiza la realidad, que no es sólo articulada por el cód igo de la lengua sino por las coagulaciones de sentido que cada sociedad instituye: negro y blanco no son sólo significantes en opo sición dentro de una lógica binaria sino modos de jerarquización y valoración que impregnan múltiples formas de organización de la realidad. Si la produ cción de subjetividad es un com ponente fuerte de la so cialización, evidentemente ha sido regulada, a lo largo de la historia de la humanidad, p or los centros de poder que definen el tipo de in dividuo necesario para conservar al sistema y conservarse a sí mismo. Sin embargo, en sus contradicciones, en sus huecos, en sus filtracio nes, anida la posibilidad de nuevas subjetividades. Pero éstas no pue den establecerse sino sobre nuevos modelos discursivos, sobre nue vas formas de re-definir la relación del sujeto singular con la socie dad en la cual se inserta y a la cual quiere de un m od o u otro modi ficar. 84
En momentos de catástrofe histórica como los que hemos padeci do los argentinos, la desocupación y la marginalización de grandes sectores de la población produjeron modos de des-subjetivación que, aunados al retiro del Estado de funciones que le compitieron tradi cionalmente, como la educación y la salud, dejaron devastados a los habitantes del país. Estos modos de des-subjetivación dejan al psiquismo inerme, eñ razón de que la relación entre ambas variables: organización psíquica y estabilidad de la subjetivación, están estre chamente relacionadas en función de que esta última es estabilizan te de la primera. Las formas de recomposición han venido, de mane ra evidente, durante todo este tiempo, de las reservas ideológicas y morales que la sociedad argentina acumuló a lo largo del siglo XX. De ellas esperamos, también, que surjan nuevos modos de subjetivi dad que den mayores condiciones de posibilidad a la riqueza representacional que el psiquismo puede desplegar.
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