Bases antropológicas de la conducta moral Introducción Los miembros de toda sociedad cuentan con normas morales, al igual que en toda sociedad la gente se casa y participa en los juegos, asuntos contemplados por la normativa social. Con todo, afirmar que las normas éticas son universales puede ser tan desorientador como afirmar que la religión es universal, ya que muy bien pudiera ser que la estructura presente en todas las sociedades sea muy simple. ¿En qué sentido podemos afirmar que las normas éticas son universales? Los antropólogos nos indican que en todas partes existe algún tipo de distinción entre el impulso momentáneo o el deseo personal, y lo que es bueno, deseable, correcto o justificable en un sentido u otro. Según Raymond Firth es esencial a las normas éticas el que sean consideradas como "externas, no personales en su origen" e "investidas de una autoridad especial" que "exige que sean obedecidas" (Elements of Social Organization, London, Watts and Co., 1952, pp. 186 y 197). ¿Podemos también afirmar que los diversos conceptos éticos -los de deseable, de deber, y obligación moral, de lo reprensible y lo moralmente admirable- están presentes en todas las sociedades?. En primer lugar, el recuerdo de las consecuencias desagradables debe hacer que los seres humanos se vean forzados en todas partes a percibir las diferencias entre lo que se desea y lo que es preferible. En segundo lugar, en vista de las inevitables colisiones de intereses propios de la coexistencia social, y en vista de la necesidad de predecir el comportamiento en empresas que requieren la cooperación de varias personas, es evidente la gran utilidad de reglas que regulen lo que ha de hacerse en una serie de situaciones habituales. La importancia de tales reglas para la vida social nos hará esperar que las sociedades que sobrevivan cuenten con algún tipo de reglas revestidas de autoridad de este tipo y, por tanto, con algún concepto tal como "es legalmente obligatorio que" o, con relación a reglas más informales, "es moralmente obligatorio que", o ambas cosas. En tercer lugar, si existen reglas, y conceptos de conducta preferible en una sociedad, es difícil que falte una clasificación de personas y conductas que se conformen o dejen de conformarse con estas reglas y normas. La gente será juzgada con relación a su respeto o no a estas reglas, siendo clasificado su modo de ser favorable o desfavorablemente. De ser así, todas las sociedades deben desarrollar ideas que se aproximen a los conceptos de reprensible y moralmente admirable. La afirmación de que en todas las sociedades se desarrollan conceptos éticos, no quiere decir que estos conceptos sean paralelos de unas lenguas a otras. Lo más que puede afirmar es que, en contextos particulares, todas las lenguas contienen expresiones que pueden reflejar la misma idea, producir un efecto muy semejante, dados los supuestos y actitudes de los participantes en el discurso ético. La razón de las normas éticas Cuando afirmamos que un grupo posee normas éticas, al menos parte de lo que significamos es que el promedio de sus miembros poseen creencias acerca de lo que se elige o prefiere justificadamente, consideran algunas reglas de conducta como revestidas de autoridad y justificadas, algunas veces critican a las personas y sus conductas por incumplimiento de reglas morales y se sienten motivadas, hasta cierta medida, a elegir lo preferible y a conformarse con las reglas morales, ya por ellas mismas o a causa del interés en la aprobación de los demás. ¿Cuál es la razón de las normas éticas y por qué son universales? ¿Cuál es la explicación de que existan normas éticas en absoluto, o de su afianzamiento? Es razonable presuponer que el desarrollo de los sistemas éticos implicó procesos causales del tipo que según podemos observar hace que los sistemas éticos se sigan manteniendo hoy día. Por otro lado, la utilidad de los sistemas éticos debe haber desempeñado alguna función. Muchas de las reglas morales no habrían tenido lugar en absoluto si nuestro mundo hubiera sido semejante al paraíso, ya que en este mundo no habría sido necesario realizar actos considerados como inmorales (como robo, asesinato,...). Muchas reglas morales prohíben la realización de algo que alguien muy bien pudiera sentirse tentado a hacer y que sería injurioso para otra persona, pero en un paraíso nunca se darían estas condiciones y, en consecuencia, no existirían reglas morales. En otras palabras, un prerrequisito para la aparición de algunas reglas morales es la existencia de condiciones tales que las haga útiles; aunque también es posible que algunas reglas morales se desarrollen sin ninguna función. La explicación de la universalidad de las reglas éticas podría realizarse mediante una argumentación del tipo "supervivencia del más apto". En efecto, en las épocas primitivas la supervivencia, incluso de las sociedades, era algo precario; para que una sociedad, o tribu, pudiera sobrevivir era necesario que en
ella existiera cierta estabilidad; la función de las normas morales es la de proporcionar esta estabilidad. Esto no nos explica, sin embargo, la aparición de las normas éticas. Esta argumentación puede ser completada acudiendo a la psicología conductista: los individuos tienden a abandonar las pautas de comportamiento que son penalizadas y mantienen las pautas de conducta que son gratificantes. De este modo, la posesión de normas éticas como una pauta de conducta, se sigue de la utilidad de poseer normas éticas que tenderán a desarrollarse al menos en muchos grupos sociales. ¿Cuales son los beneficios que sirven para justificar la posesión de normas éticas? En primer lugar, poseer creencias éticas es poseer un sistema de consignas para la acción, para analizar acciones alternativas en términos de aspectos favorables o desfavorables. Si no contásemos con creencias tales como "el conocimiento es bueno", o "se debe decir la verdad excepto...", como guías, ya bien actuaríamos a ciegas o, de lo contrario, tendríamos que dedicar mucho tiempo a la reflexión en cada caso particular. No poseer creencias éticas de ningún tipo o no contar con tendencia a ser guiados por tales creencias, sería igual que no contar con creencias generales en absoluto, o no poseer ningún hábito. El poseer algunas normas es, por tanto, una medida de economía esencial para el individuo. Además, si la vida ha de hacerse tolerable debe proporcionar algunas medidas de seguridad, protección con relación a la violencia personal y otros ataques a las condiciones fundamentales de la existencia individual. Debe existir paz y orden dentro de un grupo social. Para proporcionar seguridad deben existir reglas revestidas de autoridad, estas reglas son tanto más eficaces cuanto más informal es el mecanismo de coacción; las normas morales proporcionan este tipo de mecanismos. Las normas éticas son útiles no sólo como medio eficaz para procurar seguridad, sino también como un sistema eficiente de guías para la vida cooperativa. Las normas éticas prescriben, en muchos contextos, el papel que determinados individuos han de desempeñar en el comportamiento institucionalizado. Moral y antropología Sólo el hombre es capaz de acción moral porque el hombre es un ser libre y, en consecuencia, responsable de sus actos, mientras que no ocurre lo mismo con los animales; además, sólo el hombre es capaz de realizar valoraciones morales, sólo de las acciones humanas decimos que son morales, inmorales o amorales. En La razón de las normas éticas consecuencia, si queremos arrojar luz sobre la conducta del hombre, habremos de estudiar qué sea el hombre, y la ciencia que estudia el hombre es la antropología; queda, en consecuencia, demostrada la pertinencia del estudio antropológico en relación con la moral. Pero, ¿cuál es la importancia de la antropología en relación con la moralidad? El ser del hombre determina su obrar; el ordo essendi es lo decisivo y lo normativo del ordo agendi. Por eso, toda norma moral o toda costumbre que se proponga al hombre, para ser obligatoria hay que probarla con la piedra de toque del ser del hombre, y mostrar su consonancia con él. La aportación que la antropología hace al estudio de la moralidad es triple: 1. Aporta una contribución ineludible para lograr una adecuada definición del ser humano, que es el presupuesto necesario para comprender correctamente su orden moral. Los resultados de la antropología muestran que la libertad humana no sólo es limitada en virtud de su finitud o carácter contingente, sino también que es "mente corporeizada" o ser psico-somático. 2. Puede indicar al hombre cómo cumplir los requerimientos de su ser moral, cómo debe el hombre realizarse moralmente. Por ejemplo, para hablar de la libertad moral del hombre, antes, como condición previa, debemos tener presente la esencia de la libertad como atributo del ser humano. 3. Las ciencias antropológicas, aplicadas a diversos aspectos humanos, han planteado problemas morales que antes no se conocía. Hay, además, otro aspecto que pone en relación moral y antropología; es el siguiente: la ética estudia el obrar del hombre, la acción específicamente humana y libre; desde esta perspectiva, la ética debe situarse como un momento de la antropología. La única base en la que se puede sólidamente fundar y posteriormente edificar una ética racional es partiendo de un adecuado concepto de naturaleza humana. La moral como algo constitutivamente humano Según Xavier Zubiri la realidad moral es constitutivamente humana; no se trata de un "ideal", sino de una necesidad, de una forzosidad, exigida por la propia naturaleza, por las propias estructuras psicobiológicas. Ver surgir la moral desde éstas equivaldrá a ver surgir el hombre desde el animal. En el animal, la situación estimulante de un lado y sus propias capacidades biológicas del otro, determinan unívocamente una respuesta o una serie de respuestas que establecen y restablecen un equilibrio dinámico. Los estímulos suscitan respuestas en principio perfectamente adecuadas siempre a
aquellos. Hay así un "ajustamiento" perfecto, una determinación ad unum entre el animal y su medio al que Zubiri llama "justeza". El hombre comparte parcialmente esta condición. Pero el organismo humano, a fuerza de complicación y formalización, no puede ya dar, en todos los casos, por sí mismo, respuesta adecuada o ajustada, y queda así en suspenso ante los estímulos, "libre-de" ellos. Las estructuras somáticas exigen la aparición de la inteligencia. El animal define de antemano, en virtud de sus estructuras, el umbral y el dintel de sus estímulos. En el hombre también ocurre esto hasta cierto punto. Pero tanto aquello a que debe responder -la realidadcomo aquello con que debe responder -la inteligencia- son inespecíficos. El hombre tiene que considerar la realidad antes de ejecutar un acto; pero esto significa moverse en la "irrealidad". En el animal el ajustamiento se produce de realidad a realidad -de estímulo a respuesta-; en el hombre, indirectamente, a través de la posibilidad y de la libertad; esta libertad es tanto libertad-de cómo libertad-para; libertad de tener que responder unívocamente, y libertad para preferir en vista de algo, convirtiendo así los estímulos en instancias y recursos, es decir, en "posibilidades". Es decir, al animal le está dado el ajustamiento, mientras que el hombre tiene que hacerlo, el hombre tiene que justificar sus actos; la justificación es, por tanto, la estructura interna del acto humano. Pero, ¿en qué consiste esta justificación? La realidad no es, dentro de cada situación, mas que una. Por el contrario, las posibilidades, como "irreales" que son, son muchas, y entre ellas hay que preferir. Por tanto, también entre las mismas posibilidades hay, a su vez, un ajustamiento propio, una preferencia. Consiguientemente, el problema de la justificación no consiste únicamente en dar cuenta de la posibilidad que ha entrado en juego, sino también de la preferencia. Zubiri distingue entre moral como estructura y moral como contenido. La moral como estructura alude a aquellos aspectos fisiológicos del ser humano que hacen que este sea un animal moral, mientras que la moral como contenido hace referencia al ajustamiento de los actos humanos no a la realidad, sino a una norma ética. El hombre y la moral El comportamiento moral sólo lo es del hombre, en cuanto que sobre su propia naturaleza crea una "segunda naturaleza" de la que forma parte su actividad moral. El hombre no puede desarrollar su vida de modo espontáneo a través de los cauces instintivos establecidos de antemano por la especie. ¿Por qué el hombre ha de crearse, mediante actos y hábitos, una segunda naturaleza, la naturaleza moral? Porque la actividad moral le viene exigida al hombre por su misma estructura bio-psicológica. En los animales se da siempre un ajustamiento perfecto al medio ambiente, pues su respuesta a la situación estimulante es unívoca y en principio perfectamente ajustada, dado que se limita a repetir una forma de comportamiento que se le transmitió por herencia de la especie. En consecuencia, el animal carece de libertad, de iniciativa y de historia. El animal realiza su vida en ajuste a los dictados de la especie, sin posibilidad de equivocarse, sin el dramatismo de la inseguridad de no acertar en la elección tomada, porque, sencillamente, no puede elegir. Por tanto, el animal es a-moral, no es capaz de una vida ética. El hombre, en cambio, está caracterizado por la menesterosidad y el desvalimiento, pues no posee instintos seguros; se encuentra arrojado o instalado en un entorno que él mismo ha de transformar y adaptar a sus necesidades y deseos; pero esta adaptación del entorno se realiza a través de una red de vínculos e interacciones. El hombre se encuentra necesariamente abierto a la realidad del entorno, que se le presenta como mundo o campo de posibilidades; pero el ajustamiento al mismo no le es dado por el simple funcionamiento de su mecanismo instintivo: el propio hombre es quien ha de crear, a lo largo de su vida, los diversos ámbitos de interacción (las respuestas) con la situación que le invita a la actividad creadora. En definitiva, en el hombre, dada la complicación y formalización de su organismo, el ajustamiento de la respuesta a la situación estimulante no se realiza en todos los casos por sí mismo y, por consiguiente, el organismo humano queda en suspenso y el hombre libre de ellos. Estas estructuras bio-psíquicas exigen la aparición de la inteligencia en el hombre, ya que, para subsistir incluso biológicamente, necesita "hacerse cargo" de la situación, habérselas (de aquí "habitud") con las cosas y consigo mismo, como "realidad" y no meramente como estímulos. La moral como algo constitutivamente humano El hombre es constitutivamente un ser moral. Ese hecho tiene lugar con el momento de la aparición del hombre como ser racional, histórico y social. A partir de su agrupamiento en las colectividades primitivas
o pre-históricas, y del nacimiento de su autoconciencia inicial, el hombre comienza a comportarse de acuerdo con las reglas que rigen la colectividad. No se puede hablar de "hecho moral" mas que cuando el hombre tiene experiencia de su propia capacidad de decidir, de forma autónoma, el significado y la dirección de su irse haciendo a sí mismo moralmente en la vida. De ahí que su autoexperiencia moral se le presente ligada a la libertad personal y el valor moral; no existe libertad sin referencia a los valores; no se puede hablar de valores sin el presupuesto de la libertad. La vida moral tiene como objetivo la construcción de la persona, su liberación progresiva e indefinida. A través de la vida moral, la persona realiza una serie de rupturas con los condicionamientos y solicitaciones tanto exteriores como interiores (libertad-de) y la autorrealización de sí misma en conformidad con el proyecto de su vocación personal (libertad-para). La primera salida, la que está al alcance de todos los hombres, es ajustar el comportamiento a las normas o reglas del grupo social a que pertenece, seguir las reglas del juego de ser y conducirse como hombre en sociedad. El refugio en la seguridad de las normas es algo que el hombre hace espontáneamente. Las reglas morales son básicas en el sentido de que están vinculadas con el mantenimiento de la ayuda mutua, la verdad, la justicia en las relaciones humanas, etc. Las reglas morales propias son el patrón con el que evaluamos las reglas de cualquier actividad humana. Las reglas morales son las metarreglas del hombre. De aquí se sigue que: 1. El mundo histórico-cultural y la sociedad nos hacen. Y esto desde una aspecto positivo: nos brindan un gran abanico de posibilidades reales para poder hacer nuestras pre-ferencias, y también un aspecto negativo: nos impiden o cercenan otras posibilidades. 2. Aunque es cierto que todo hombre tiene aptitud y posibilidades para conducir una vida moral, no cabe duda que el contenido real de la autocreación moral de su propia personalidad tiene que construírselo cada hombre a partir de una gran desigualdad de oportunidades. La libertad como presupuesto del obrar moral del hombre El problema de la libertad se puede plantear de dos formas: como un problema metafísico (contemplar la libertad como algo interior a la persona humana) y como un problema social (acentuar la libertad exterior de la persona). Estas dos formas de plantear el problema de la libertad se corresponden con la distinción hecha por Isaiah Berlin entre la libertad de lo que coacciona, y la libertad para seguir los objetivos que se desean, y esta distinción ha llevado a la famosa distinción entre libertad negativa (libertad de...) y libertad positiva (libertad para...). los partidarios de la libertad negativa la conciben en términos de ausencia de coacción y es libre, en este sentido, quien actúa sin que sea obstaculizada o impedida su actuación por los demás, pero sin que esta noción de libertad imponga una manera concreta de actuar. Los partidarios de la libertad positiva la conciben más bien como una autonomía del individuo, dueño de sí mismo, pero consciente también de los deberes de racionalidad y moralidad que le impone esta autonomía. En todo caso, ambas concepciones se refieren al ámbito de lo político-social, es decir, a la libertad exterior. Al hablar de la libertad humana podemos distinguir tres tipos básicos de la misma: 1. Libertad sociológica: es el sentido originario de libertad; se refiere, en la antigüedad griega y romana, a que el individuo no se halla en la condición de esclavo, mientras que, en la actualidad, alude a la autonomía deque goza el individuo frente a la sociedad, y se refiere a la libertad política o civil, garantizada por los derechos y libertades que amparan al ciudadano en las sociedades democráticas. 2. Libertad psicológica: es la capacidad que posee el individuo, "dueño de sí mismo", de no sentirse obligado a actuar a instancias de la motivación más fuerte. 3. Libertad moral: es la capacidad del hombre de decidirse a actuar de acuerdo con la razón sin dejarse dominar por los impulsos y las inclinaciones espontáneas de la sensibilidad. Libertad y responsabilidad Afirmar que el hombre es libre significa en primer lugar que hay en él un principio o capacidad fundamental de tomar en sus manos su propio obrar, de forma que éste pueda llamarse verdaderamente "suyo", "mío". Este principio de libertad inherente a todo hombre era lo que los antiguos llamaban "liberum arbitrium", que significa libertad de elección. Esta libertad indica que la persona, aunque sigue ligada y sometida al mundo, no está totalmente determinada por las fuerzas deterministas de la naturaleza, ni completamente sometida a la tiranía de un Estado, de la sociedad o de los demás, sino que co-determina esencial y concretamente su propio obrar.
Positivamente esta libertad indica la capacidad de obrar sabiendo lo que se hace y por qué se hace. En este sentido la libertad es el estado del hombre que, tanto si obra bien como si obra mal, se decide tras una reflexión, con conocimiento de causa; es el hombre que sabe lo que quiere y por qué lo quiere, y que no obra más que en conformidad con las razones que aprueba. Libertad como autoposesión Se refiere a aquel estado del hombre que en gran medida se ha liberado de las alineaciones y determinismos en su propio obrar, de modo que su obrar puede llamarse verdaderamente libre. Positivamente se considera libre el que se posee a sí mismo y determina por sí las líneas de su propia existencia, bajo el único peso de sus opciones personales y meditadas. Es difícil afirmar que la libertad como autoposesión está alguna vez realizada por completo. El desarrollo de la libertad es discontinuo y nunca es una posesión definitiva y acabada: existe sólo en virtud de una conquista comprometida e incómoda. La libertad y las libertades La libertad debe diferenciarse de las libertades. La idea de libertad remite a un derecho moral, que poseen individualmente todos los individuos, de no ser coaccionados en su acción. Las libertades son los derechos de hacer X o Y o Z, donde X, Y y Z son clases de acciones, no acciones concretas; libertad de expresión, de asociación, de presunción de inocencia, etc. El gran argumento tradicional a favor de la libertad es la existencia de la responsabilidad moral, por la misma razón que "deber" implica "poder" (Kant). Todo el mundo está de acuerdo en que sólo si el hombre es libre es también moralmente responsable de sus actos. A veces se concluye a partir de aquí que, puesto que el hombre no es libre, tampoco es moralmente responsable. Esta es una tesis determinista típica; sin embargo, suponiendo que el determinismo fuese verdadero, parece que poca gente, o nadie, abogaría por una anulación universal de la responsabilidad moral. Esto muestra que responsabilidad moral y libertad pertenecen a distintos órdenes de cosas: la primera es una cuestión moral y apela a las relaciones que rigen entre humanos, y la segunda es una cuestión que la tradición denomina ontológica: si el hombre es o no es libre. La raíz de la libertad personal La libertad se manifiesta y se realiza en el obrar, y éste se desarrolla a la luz del conocimiento objetivo, que reconoce el sentido y el valor de las cosas. Esto se verifica de manera especial en el nivel de la ratio, es decir, de la inteligencia discursiva que expresa la naturaleza de las cosas. El hombre no puede sustraerse a la aparición de los significados y de los valores éticos; esto es, la persona no puede esquivar la necesidad de obrar humanamente y de realizar una opción entre diversos valores limitados que se asoman a la conciencia objetiva. Sin embargo, la libertad no puede ser considerada exclusivamente como una propiedad del obrar. Su verdadera raíz radica en la subjetividad del hombre, en el hecho de que la persona existe de un modo distinto de cómo existe cualquier otro ser. El hombre como persona no existe sólo como ratio, sino también como lumen naturale: distancia de las cosas, que permite reconocerlas con objetividad y expresarlas en forma discursiva. Es el propio ser de la persona, no reducible a las cosas materiales, lo que permite decir lo que son las cosas y captar su valor. Tanto en el conocer como en el obrar libre tiene su raíz esta existencia propia de la persona. Y el modo específico de existir se reconoce en su modo propio de obrar. La mera "impresión" de obrar con libertad no es necesariamente criterio de garantía de efectiva libertad. Ésta no es objeto de introspección ni pertenece al orden del sentimiento. La dimensión interpersonal de la libertad La libertad humana concreta no puede concebirse al margen de la relación con las demás personas, pues el modo de ser del hombre en el mundo es intrínsecamente un modo de ser interpersonal. La autonomía de ser y de obrar que está inscrita en la misma esencia del hombre y de la que brota la posibilidad de obrar libremente, no puede realizarse más que en el diálogo con las demás en el mundo; de la misma forma, también los valores tienen un carácter interpersonal. Ética y libertad Emmanuel Levinas subraya que no hay libertad humana que no sea capacidad de sentir la llamada del otro. No existe una libertad lograda y completa que luego, posterior y secundariamente, se vea también revestida de una dimensión ética.
Desde el principio la libertad humana se realiza en el contexto de la llamada que el otro me dirige. El signo y la medida de la libertad en el hombre es la posibilidad y la capacidad de sentir la llamada del otro y de responderle. Por tanto, la dimensión ética es la quintaesencia de la libertad. En su más íntima esencia la libertad está bajo la llamada del otro y es capacidad de responder al otro. Desde el momento en que el otro aparece como otro, nace también la dimensión ética. La ética es, para Levinas, la philosophia prima. Toda libertad auténtica, en cuanto orientada constitutivamente hacia el reconocimiento del otro en el mundo, se expresará necesariamente en normas éticas. El conflicto puede surgir cuando el reconocimiento del otro llega a identificarse con un código concreto de preceptos y normas, que no son más que la expresión histórica y particular del reconocimiento. Pues bien, la vocación auténtica de la libertad está en reconocer al otro en cualquier nivel cultural y en cualquier nivel de "civilización", a través de todos los cambios y alteraciones que se realizan. La ley concreta, si no se acomoda oportunamente a las exigencias que van apareciendo, puede ser un impedimento o una traición a la libertad. Libertad y praxis Decir que el hombre es libre es decir que en él hay capacidad de tomar en sus manos su propio obrar. Somos nosotros quienes hemos de elegir y decidir nuestro destino, partiendo ya de un bagaje dado y bajo la orientación del conocimiento. El conocimiento nos abre a un amplio campo de posibilidades y objetivos que cada uno de nosotros debe poner en práctica de acuerdo con su modo peculiar de ser y sus circunstancias. En la afirmación y realización de estas posibilidades concretas, que son mis posibilidades o fines, yo realizo mi existencia. Así, la libertad me permite elegir y decidir sobre las posibilidades que se abren a mi existencia y sobre mí mismo, porque cada elección que yo realizo supone un compromiso sobre mí mismo, ya que el yo se pone y se configura en cada una de mis elecciones, acrecentando o limitando mi propia libertad o mis posibilidades. Elegir libremente implica la liberación de todo aquello que esclaviza la libertad; ser libre es ir liberándose poco a poco de aquellas trabas que no me permiten tener un dominio o control sobre mí mismo. Poder determinar mi propia existencia, sin la presión externa o interna, para conseguir ser plenamente yo mismo, bajo la guía de mis opciones personales meditadas. En este sentido, la libertad como poder de dominación sobre el propio obrar es el motor fundamental de la liberación. Pero la libertad no es un fin para sí mismo, sino que tiende a la comunicación con los demás en el mundo. Nuestra libertad, en cuanto orientada constitutivamente hacia el otro y hacia el mundo, se expresa necesariamente en el reconocimiento y promoción del otro. Desde esta perspectiva, se entiende que la verdadera libertad es autodonación amorosa del propio ser. La autodonación voluntaria es el acto más perfecto de libertad, en cuanto que no puede entenderse un amor sin libertad, pero tampoco sería comprensible una libertad sin amor. Un hombre con una vida lograda y plena es aquel que no es prisionero de un mundo cerrado sobre sí mismo, sino el que es capaz de salir fuera de sí mismo para unirse amorosamente a otro. La conducta humana El hombre es el animal que nace en un estado mayor de fragilidad e indigencia. Física y psicológicamente se encuentra sin defensa frente a los agentes externos, en una actitud de dependencia radical. Carece de una base común que le oriente hacia unas tareas determinadas y lo impulse hacia un modo específico de ser o de comportarse. Su evolución y progreso debe conseguirse a través de un aprendizaje. Por ello, se le ha definido como "el animal que sigue reglas". El comportamiento humano, que nos exige actuar de acuerdo con unas costumbres sociales aceptadas por la comunidad, tiene, por tanto, un origen externo. La mera instintividad del niño no es suficiente para regular un comportamiento humano. Al carecer de instintos seguros, y en virtud de la complejidad de su cerebro, el hombre no está necesariamente abocado a dar una respuesta automática, uniforme y unívoca. Para acertar con la respuesta adecuada, el hombre ha de analizar previamente la realidad, convirtiendo así el haz de estímulos de la situación en "posibilidades". Como estas posibilidades son varias y el hombre está libre de la necesidad instintiva de dar una respuesta determinada, se sigue que deberá elegir y preferir la posibilidad que ha de entrar en juego en la respuesta ante el estímulo. La realización, con cada acto, de la posibilidad preferida entre las distintas y múltiples de la situación, a través del ejercicio de la inteligencia y la voluntad, va ajustando la vida del hombre, acotando su entorno y configurando su modo de habérselas con la realidad. Como esto no ocurre una sola vez ni de una vez
para siempre, sino que el hombre ha de repetirlo a lo largo de toda su existencia, de su vida, nos encontramos con que el hombre va adquiriendo así una segunda naturaleza. La ética: ¿teoría o práctica? Según la doctrina más común, la ética no es ni una ciencia especulativa pura, ni una ciencia práctica pura, sino una ciencia "especulativamente práctica". Práctica porque busca el cognoscere como fundamento del dirigere. Especulativa porque, a diferencia de la dirección espiritual y de la prudencia, no se propone inmediatamente dirigir, sino conocer. Es una ciencia directiva del obrar humano, pero solamente en cuanto a los principios generales. No se propone decir a cada cual lo que ha de hacer u omitir. Sin embargo, la afirmación de que la ética es especulativamente práctica puede entenderse en otro sentido. La realidad humana es constitutivamente moral, el genus moris comprende lo mismo los comportamientos honestos como los llamados impropiamente "inmorales". La moral es, pues, una estructura o conjunto de estructuras que pueden y deben ser analizadas de modo puramente teorético. No se trata simplemente de que sea posible una psicología de la moralidad, y ni siquiera una fenomenología de la conciencia moral. La ética como antropología, como subalternada a la psicología, es puramente teorética, se limita a estudiar las estructuras humanas. Pero la ética no puede ser sólo eso, so pena de quedarse en un mero "formalismo". La "forma" ética está siempre demandando un "contenido" con el que llenarse, ese contenido procede de la "idea del hombre" vigente en cada época. Esta "idea del hombre" es la materia moral. Ahora bien, esta materia, para ser tomada en consideración por la ciencia ética, ha de ser justificada metafísicamente y ha de esclarecerse con precisión la relación entre moral y religión. La filosofía, en su vertiente ética, realiza la síntesis de conocimiento y existencia, tiende constitutivamente a la realización. Hasta ahora se ha considerado la preferencia como el acto de preferir que pone en juego el sujeto para ajustar su comportamiento a la situación en que se encuentra. Pero la preferencia puede ser considerada también como realización de una posibilidad. La posibilidad preferida queda, en efecto, realizada, realizada en la realidad exterior a mí, en el mundo. Si mato a un hombre, por ejemplo, el resultado de mi acción es en el mundo, la sustitución de un ser humano por un cadáver. Pero el resultado en mí mismo es que la posibilidad que yo tenía de ser homicida me la he convertido en realidad: desde este momento yo soy homicida. Pero este "ajustamiento" y la consiguiente apropiación no ocurre sólo una vez, sino constantemente a lo largo de la vida; y a este hacer la propia vida a través de cada uno de sus actos y la consiguiente inscripción de ese hacer, por medio de hábitos y carácter, en nuestra naturaleza, es a lo que antes llamábamos moral como estructura. Si el hombre es constitutivamente moral por cuanto tiene que conducir por sí mismo su vida, la moral, en un sentido primario, consistirá en la manera como la conduzca, en las posibilidades de sí mismo que haya preferido. La moral consiste no sólo en ir haciendo mi vida, sino también en la vida tal como queda hecha: en la incorporación o apropiación de las posibilidades realizadas. La moral resulta ser así algo físicamente real o, en palabras de Aristóteles, una segunda naturaleza. Ahora bien, esta apropiación real de posibilidades va conformando mi personalidad. Al apropiarme mis posibilidades constituyo con ello mi habitud en orden a mi autodefinición, a la definición de mi personalidad. Sobre mi "realidad por naturaleza" se va montando una "realidad por apropiación", una "realidad por segunda naturaleza" que la conforma y cualifica según un sentido moral. Mi realidad natural es mi propia realidad, en tanto que recibida; mi realidad moral es mi propia realidad, en tanto que apropiada. Porque al realizar cada uno de mis actos voy realizando en mí mismo mi éthos, carácter o personalidad moral. Acto humano, acto moral y actitud Acto "del hombre" y acto "humano" Algunos filósofos escolásticos distinguieron entre los actos "del hombre" y los actos "humanos". A los primeros corresponden aquellas acciones que el hombre realiza de modo necesario en tanto que persiste como hombre, siendo propios e inherentes a su naturaleza. Mientras que los segundos implican la entrada de la opción moral y de la libertad en el hombre, siendo el "hábito o actitud moral una especie de sobre-naturaleza. Un acto "humano" es el realizado, también atendiendo a la naturaleza racional y moral del hombre, desde su libertad, siendo consciente de la bondad o maldad que hace. El acto moral El acto moral es aquel que es realizado por la persona cuando ésta pone en acción su libertad y su voluntad. Es esencial al acto moral el que sea ejecutado siendo el hombre plenamente consciente de lo
que hace, que lo haga con pleno consentimiento, con intención expresa de hacerlo, y con una libertad lo suficientemente libre como para que pudiera no hacerlo si no desea hacerlo. De este modo, es importante percibir la motivación por la que una persona realiza un acto donde pone en juego su libertad y su opción ética. ¿Qué es más importante, lo que hace una persona, o la intención con que lo hace? Si sólo se tiene en cuenta la intención, podríamos caer en el subjetivismo moral, donde una persona podría hacer lo que le viniera en gana, siempre que tenga "buena intención"; si sólo se tiene en cuenta lo que esa persona ha hecho, podríamos pasar por alto que, muchas veces, las personas hacen cosas que no quieren hacer conscientemente. De este modo, en el acto moral hay que tener en cuenta los dos términos: lo subjetivo y lo objetivo, el obrar interior y el obrar exterior, lo que uno quiere hacer y lo que uno hace. De este modo, en la estructura del acto moral es preciso tener en cuenta varias cosas: la motivación por la que lo hace, es decir, aquello que le impulsa a realizarlo; la finalidad, que es el objetivo que se propone; los medios con los que se hace. La actitud Con "actitud" se designa la disposición anímica o la tendencia constante del hombre ante una situación concreta o ante la resolución de un problema. Suele utilizarse como sinónimo de "hábito" o "disposición", e implica un impulso de la persona a actuar de forma permanente y no ocasional, generalmente ante algo que la persona considera valioso y por la que ésta opta libremente. Debido a su carácter de hábito permanente, la actitud es susceptible de ser percibida como una disposición estable de las acciones personales, aunque también puede hablarse de actitudes "inconscientes", motivadas por la influencia de la cultura en la que la persona se ha desarrollado, así como por la suma de anteriores opciones, que configuran, acto tras acto, la actitud "normal" o global del hombre en su relación con las cosas o hacia los valores que elige. Considerar la actitud de una persona nos permite que nos hagamos expectativas sobre cómo se comportará una persona en un determinado momento, a tenor del conocimiento de cómo se comporta ésta generalmente. De esta forma, la actitud se diferencia del acto en que aquella es la manera usual de comportarse una persona, mientras que un acto aislado sólo es signo de una opción puntual, pero que no nos da cumplida cuenta del comportamiento habitual de la persona, de su personalidad. Sin embargo, si un acto, aunque sea aislado y no sea expresión de la actitud normal de la persona, compromete radicalmente su vida, puede cambiar o reconfigurar por completo la actitud general de la misma.