Qué vivan los novios
El matrimonio del doctor Alan García con don Alberto Fujimori Fujimori, descendiente de la más rancia nobleza yakuza, ha constituido, sin duda alguna, el acontecimiento social del año.
Fotografiados por Mario Testino, impresos por millones en la revista Hola, clonados en todos los cuchés de las revistas rosas, amadrinados por Luis Alva Castro en Balenciaga de lamé (para la boda) y rabioso Versace (para la fiesta), y bendecidos por el capellán general de prisiones, don Vladimiro Montesinos, ambos lucieron serenos y felices embutidos en sendos Armani, regalo de Asbanc por haber empezado la liquidación del Banco de la Nación, y dispuestos a hacer todo lo posible para que esta vez la cosa sí funcione.
Porque no podemos olvidar que ambos personajes tuvieron su choque y fuga en 1990, cuando Alan asesoró a Kenya, lo instruyó para el debate con Vargas Llosa, lo convirtió en discípulo del callejón de las 7 puñaladas y hasta le prestó para todos los fines a Montesinos, que ya era asesor de Inteligencia nombrado por García antes de que Fujimori le descubriera sus mejores talentos en el arte de matar y en la destreza menor de picar los bolsos del Estado.
Ese romance fue tórrido, conoció de mil enjuagues en el Congreso, de otros mil enredos en la comisión que investigaba el origen de la fortuna del doctor García, hasta que un pequeño malentendido, instigado por Montesinos, hizo que Fujimori fuera en pos de García con la ayuda de algunos tanques y con el propósito de llevarlo a su despacho a preguntarle cómo había hecho para no dejar huellas y cuál era el truco para dejar el BCR con menos 130 millones de dólares (–US$ 130 millones) y luego aparecer dando algunos consejitos sobre economía.
Pero el canalla de Montesinos llamó al doctor García diciéndole que el japonés, que todos los días veía Tora,Tora, Tora para inspirarse, lo quería muerto. Y allí nació la desavenencia que terminó desemparejándolos por un tiempo.
Pero ahora no. Ahora no está Montesinos para interponerse. A este amor que los años no estropearon, que los cadáveres de uno y otro lado terminaron por blindar –Rodrigo Franco, de un lado, Colina, del otro; el Frontón como dote, Barrios Altos como contraparte– ya nadie lo puede parar.
Y allí están, como testigos de estas bodas de sangre, la lucha feroz en contra de las ONG –masacre solicitada por el fujimorismo y a punto de ser ejecutada por el Apra–, el desmantelamiento de la lucha anticorrupción –gesto que conviene a ambos contrayentes–, y el sabotaje descarado a la extradición de Fujimori, requisito casi físico para la consumación de la boda dado que un novio de tan altas cualidades no puede venir con las esposas puestas, qué se han creído.
Todo esto envuelto en la misma cueca prochilena, empezada por Fujimori al firmar los vergonzosos y traidores acuerdos de 1998 y continuada hasta el exceso por García al poner a la Gallina Turuleca en Torre Tagle. Los que, como Cipriani, creemos en la santidad del matrimonio sólo podemos esperar que sean felices. (Una nube de arroz de Enci sobre los novios).
¿Canal 7 privatizado?
Mi colega Federico Salazar quiere privatizar el Canal 7 y lo ha propuesto en su leída columna de Perú 21. Como se sabe, ya privados son todos los otros canales.
Si el siete se privatizara no habría una sola ventana verdaderamente distinta de las de ojo de buey por las que los ivcher y los genaros otean el horizonte, ordenan sus rutas, driblean a los guardacostas y se alegran cuando ven flamear, a lo lejos, las otras banderas de piratas de la flota hermana.
-Saludos, Francis –dice genaro.-Saludos, Morgan –reverbera ivcher.
Y ponen proa rumbo al mar de los sargazos, pasando por las islas guaneras de tanta inspiración, y luego al tour de Alcatraz para la melancolía, al mar negro de sus contabilidades, al muerto para rendirle homenaje a sus editores, al rojo para los acreedores, y de regreso, con cocinero egipcio a bordo, al mar de basura, de creación propia, que baña el balneario de sus noticieros y afines.
En fin, si por mi colega Salazar fuera habría que privatizarlo todo. Ahora bien, para Salazar y su club de liberales tipo Aldo –que no es una marca de carteras sino una patente de corso para decir cualquier idiotez– privatizar quiere decir entregarle al primer carroñero que pase por la esquina lo que quiera que fuese siempre y cuando sea del Estado, ese enemigo al que, sin embargo, le exijo policía y ejército para que ponga en su sitio a la cholería embravecida.
Porque si invertimos la lógica, la pregunta sería peliaguda para la patronal que Salazar encarna hasta en las publicidades a las que se ha prestado como si nada:
¿Por qué diablos la TV que ven nuestros hijos, que forma opiniones, que orienta conciencias, que embarra gustos y ensucia los colores está en manos todavía de los genaros y los ivcher?
¿Quiénes son los genaros y los ivcher –y todos los demás, incluyendo al tal gonzález que viene de algún cártel fronterizo– para tener más poder que todos los ministros de Educación que en el Perú han sido?
¿Y quiénes son para no dar cuenta de sus actos a nadie? Y, sobre todo, ¿quiénes son ellos para hablar de la libertad de expresión cuando todos sabemos que sus intereses no vuelan sino que reptan?
El gobierno "socialdemócrata" del doctor García se ha entendido perfectamente con esa pandilla, es cierto. Pero eso no quiere decir otra cosa que lo que es: que el gobierno del doctor García se sabe entender con las pandillas, las de Nueva York y las aborígenes. Y allí está el caso de la gavilla niponacional de los fujimoris como muestra.
El Canal 7 es, en serio, una magnífica opción para diversificar un poco la oferta de la pantalla con una programación en la que intervengan los productores cinematográficos y de videos, las universidades dignas de llamarse así, encargadas de investigaciones sociales, los periodistas como Gorriti que fueron excluidos de la TV privada por no dejarse pisar el poncho y, en general, el mundo de la inteligencia exiliado para siempre de la tele desde que se murió Pablo de Madalengoitia y Lima empezó a parecerse a un casino panameño regentado por la mafia coreana.
¡Al contrario! Si lo privado es genaro o ivcher, hay que alejar, hoy más que nunca, al 7 de esos cantos de raya con espolón. Hay que hacer una BBC chola, un PBS casado con lo mejor de La Católica; una televisión pública, en resumen, que demuestre a todo el mundo que la TV puede ser bastante más que lo de hoy.
Someter al único canal potencialmente distinto a la visión de los escarabajos coprófilos que producen para la tele privada sería un paso más del Apra hacia su regreso filogenético al Apra de los sesenta, esa versión degenerada que casó con Julio de la Piedra en las cavas pulguientas de un ron norteño.
Además, si yo fuera Federico Salazar no hablaría nunca de privatizar algún medio de comunicación. Porque alguien podría recordarme lo que pasó con el hiperprivatizado y privatizador diario La Prensa, que el fue el único periódico que, estatizado, prosperó y que, privatizado, quebró ruidosamente.
En el momento de aquel naufragio por incompetencia el capitán del barco tenía el nombre de nuestro ilustre colega, Arturo Salazar Larraín, o sea el daddy de Federico. ¡Habla, memoria!
(La Primera)
La felicidad como tarea
Según una encuesta recientemente publicada el 51 por cien de limeños declara ser infeliz. La felicidad, como se sabe, es un invento de los griegos.
Antes que ellos, antes que Tales o Aristipo, nadie se había puesto a pensar en eso de la felicidad ni mucho menos en trazarse como destino llegar a ella o considerarla como un deber.
Aristipo sostuvo que la felicidad era un sistema de placeres, es decir, un hedonismo padre que había que buscar cotidianamente.
Pero entonces llegó Platón y mandó parar la fiesta. Platón pensaba que la felicidad no era el placer sino la virtud, sobre todo la justicia y la templanza. Para mí que Platón fundó el sentimiento de culpa y la demagogia interpersonal que más tarde cristianos e islámicos convertirían en sablazos y decapitaciones. Porque no hay intolerancia más asesina que la de la virtud.
El señor Aristóteles admitió, por lo menos, que los factores exteriores (o los logros sociales en suma) algo tenían que ver con el contento pero insistió en que la única fortuna duradera era la que podía guardar el espíritu.
Cuando la cosa parecía equilibrarse llegaron los estoicos y la terminaron de embarrar: sólo los sabios podían ser felices porque sólo ellos podían ser autosuficientes y porque sólo ellos podían aceptar las asperezas del mundo desde su fortaleza interior.
No se habló durante siglos de la felicidad. Cuando las brujas crepitaban y los inquisidores programaban sus parrilladas al aire libre la palabra felicidad estaba prohibida si no se entendía como la aceptación del terror y la superstición. Y eso duró siglos e impregnó al occidente de ese halo sombrío que hasta hoy le dura.
En el pensamiento moderno fue Kant quien definió la felicidad como inalcanzable en la medida en que el deseo es insaciable y superará siempre la oferta de placeres y realizaciones.
Y fue la filosofía inglesa la que, con Hume a la cabeza, acarreó la idea de la felicidad a las masas y habló de sociedades que debían aspirar a la felicidad.
Por supuesto que ni Hume ni Stuart Mill pensaron en los indios que la cabellería inglesa se tenía que cargar de vez en cuando para que ellos pudieran pensar en la felicidad del Reino Unido.
En el colmo de la ironía, el acta fundacional de los Estados Unidos habla de la felicidad del pueblo, aunque esa generosidad estuvo reservada sólo a la inmigración blanca y no al mundo aborigen aniquilado brutalmente o a los negros importados como bestias de carga y tratados como raza inferior hasta 1963.
En fin, cuando los limeños dicen que son infelices siento que están culpando exclusivamente a terceros de su triste condición.
Porque tampoco se puede ser feliz si uno apuesta por la ignorancia, el salivazo en la vereda, la TV como fuente de información, la cervecita como única expansión y la sacada de vuelta como hábito de todas nuestras acciones.
La felicidad es una señora que verás poco y que jamás se quedará a dormir. Lo demás es un poco de grisura, sal gruesa, serenidad ante la adversidad y ejercicio sistemático del cerebro, esa bola de grasa que para la mayoría de nuestros compatriotas existe sólo cuando requiere de una aspirina.
Lo demás es no resignarse, pelear con armas limpias, tener un ideal, tener sentido del honor, saber que la vida no tiene segunda vuelta.
Cada uno podrá tener una idea de la felicidad pero sigo pensando que la flecha de Sartre dio en el blanco cuando dijo que la felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere sino en querer siempre lo que uno hace.
Un amigo me dice que eso lo dijo antes Tolstoi y puede ser verdad, pero lo importante es que es cierto.
Y quizás allí esté la clave de la encuesta que comento. Cuando veo a las chicas en el banco contando dinero y a los mozos tuteados por los atorrantes y a los albañiles sin arneses y a los que se quedan dormidos cuidando fábricas que les malpagan digo para mí: ese secuestro injusto en una actividad que odias, eso es el infierno aquí y ahora.
Si el Perú fuese un país de menores desigualdades sociales y de relativa semejanza de oportunidades uno podría decir que esa gente se merece ese remedo de destino.
Pero no es así.
Y uno se pregunta cuántos de estos jóvenes de sueldos mínimos quisieron ir a la universidad pero no pudieron porque el padre acababa de perder el empleo, o porque la madre abandonada perdió el suyo, o porque el hermano padece una enfermedad de tratamiento costoso. O, sencillamente, porque del círculo de la miseria es casi imposible salir cuando el sistema está hecho para perennizarlo.
Mayo 22, 2013
CÉSAR HILDEBRANDT: "GARCÍA ES UN MAESTRO DE LA COIMA SIN HUELLAS. Y QUE ME ENJUICIE SI SE ATREVE\"
César Hildebrandt: "García es un maestro de la coima sin huellas. Y que me enjuicie si se atreve\
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Verse ahora como la versión más feliz de sí mismo no lo exime de tener una visión crítica de la realidad, de la política, del periodismo. César Hildebrandt es uno de los convencidos de que Nadine Heredia no podrá postular en 2016, aunque quiera, y asegura que más daño nos ha hecho la ausencia de partidos, que incluso la corrupción. No sueña con volver a la televisión, de la que dice vive su peor momento informativo, y más bien disfruta de trabajar de lleno en su semanario "Hildebrandt en sus trece", de estar en la prensa escrita, donde el lenguaje es más auténtico y la 'audiencia' más selecta.
Por: Luis García Rojas
-Hace poco falleció el dictador argentino Rafael Videla. Murió en prisión, sin jamás arrepentirse de nada. Aquí Alberto Fujimori tampoco se arrepiente de nada, pero exige su libertad. ¿Perdonarán a Ollanta Humala sus electores, la historia, si lo indulta ahora?
Videla ha tenido el mérito de morir en su ley. Ha muerto como lo que es, un fascista sin arrepentimiento y un jefe de asesinos que creyó que estaba cumpliendo un deber patriótico exterminando gente. Pero no pidió perdón, ni tampoco estuvo merodeando la figura de la amnistía, ni del indulto, ni del sobreseimiento, ni de la conmutación de penas. Murió arrogante, como lo que es. Fujimori añade a sus crímenes la indignidad de estar rogando y exigiendo un supuesto e imaginario derecho de indulto que solo en su cabeza lo ha podido construir. Si Humala se lo da, cometerá una ofensa gravísima a las víctimas, a sí mismo, a sus promesas y al honor del cargo.
-Una lectura de la salida de Eda Rivas de Justicia es que ella era un obstáculo para el indulto. Usted, además, no descarta una alianza de Humala y el fujimorismo. ¿No sería esto un suicidio político?
Cuando uno olvida sus promesas y cuando arroja al tacho su propio programa, ya nada sorprende. Cuando uno cruza la línea de lo que puede ser permitido, nada puede ser excesivo, ni atroz, ni sorprendente. Me puedo imaginar una alianza, si no inmediata, mediata, entre el nacionalismo y el fujimorismo, alrededor de tres o cuatro ideas. Yo de Humala no espero casi nada, no espero nada. Es decir, de Humala espero todo.
-Mientras todos hablan de una reelección conyugal, usted descarta la postulación de Nadine. ¿Realmente cree que no lo hará?
Creo que no podrá, no digo que no quiera, pero hay demasiadas restricciones formales y políticas que no podrá vencer. Además, el ejercicio casi pleno de autoridad que hace ahora la va a fatigar; al 2016 ella va a llegar un poquito cansada de gobernar.
-Esa idea se ha asentado en muchos tras el intento de compra de Repsol. Si ella es "el sentido común de la derecha", ¿qué sentido común representa Humala?
El del Ejército, probablemente; no velasquista, sino uno replegado, lleno de culpas, de infamias, lleno de merecimientos también, pero que ya no es fuente de doctrina ni de ideología. Humala es el intérprete de una cierta autoridad arbitral dentro del sistema liberal, que es el papel que le asigna al Ejército.
-Si Humala representa eso, y Nadine no postulará, ¿cuál es el horizonte del nacionalismo entonces?
Breve. Es un fenómeno episódico y minúsculo. No hablamos de un partido con fundamentos o que pertenezca a una organización internacional. Es una anécdota personal que tuvo su apogeo en 2011 al ganar las elecciones, azarosamente, con votos prestados, y terminará en tanto Humala termine como presencia política. Muere el nacionalismo y se acabó, como murió el odriismo, el pradismo, todos los ismos y los caudillismos por más que se disfrazaran. El pierolismo se disfrazó de partido demócrata, el cacerismo de partido nacional. Pero estamos hablando de caudillos del tamaño de Piérola, Cáceres, Odría, y ahora hablamos del cositismo; este es el cositismo.
-¿Ve posible que Alejandro Toledo pueda ser el candidato aliado del nacionalismo en 2016?
Pero esa es una alianza entre dos medianías en trance de disolverse. ¿Qué es el partido de Toledo? Él tampoco es una alternativa. El 2016, pase lo que pase, fuese cual fuese el anecdotario, la derecha va a ganar. Gana la derecha con candidato propio o con uno prestado que ofrezca un programa de centro que luego traicionará.
-¿Y es posible que aparezca una alternativa de centro?
Lo que tiende a aparecer es una izquierda ambientalista, que considera que el problema es planetario, que el modelo de desarrollo es insostenible, que lo que venden como crecimiento no es tal, lo que venden como consumo no es felicidad, lo que venden como metas a seguir no son metas, sino suicidios ecológicos. Esa izquierda está germinando. Tierra y Libertad es una expresión de eso, todavía en semilla, pero está. Es una esperanza.
-Hablando de la izquierda, hace poco murió Javier Diez Canseco. ¿Qué significa su partida para el país?
La muerte de Javier es un vacío enorme, es de los irremplazables. Javier no tiene recambio; nadie que pueda sustituirlo como referente, como figura, con convocatoria personal. La izquierda ha descuidado mucho sus cuadros, la construcción partidaria o frentista, y buena parte del funcionariado liberal de hoy se nutre de las filas de exizquierdistas que han pasado a vivir bien sirviendo al sistema. No olvide quién fue Favre; un revolucionario, casi extremista, trotskista, apocalíptico, dueño de discurso de incendio mundial del sistema, y mire dónde está.
-Diez Canseco fue un gran luchador contra la corrupción. Se le impidió que dirigiera la Megacomisión y ahora este grupo pide una acusación constitucional contra Alan García, quien parece asustado. ¿Prosperará?
Si viviéramos en un país decente, no tengo dudas de que esto se convertiría en un proceso judicial formal, y eventualmente en la cárcel del señor García, que es donde hace rato debía estar. Si no hubiese prescripción ni sobreseimiento, tendría que estar en la cárcel. Espero que ahora haya una reivindicación de la justicia y se pueda convertir en el proceso que hace rato debió afrontar el señor García.
-Si, como dice, en 30 años Humala será recordado en medio párrafo en las enciclopedias, ¿García cómo debería pasar a la historia?
Como el protagonista del segundo tomo de la corrupción en el Perú. Si se trata de párrafos y libros, ahí está su papel, tapa y contratapa. Es un maestro inigualable del confort mal habido, del dinero negro, de la comisión indemostrable, de la coima sin huellas y del saqueo del erario público. Y que me enjuicie si se atreve.
-Si Nadine no postulará, García llegará al 2016 manchado por las investigaciones, Toledo sigue en el lío de las propiedades de su suegra, Keiko perdida con el indulto, y la izquierda no existe, ¿no es el escenario perfecto para algún outsider, un Antauro?
¿Pero qué es un outsider en Perú? Fujimori, Kuczynski, Humala lo eran… En realidad en la política peruana tan destruida, sin partidos, o con estos tan corrompidos, ya todos son outsiders, transeúntes, repentistas. Que pueda aparecer cualquiera, ajeno, sí, pero sería lo mismo. Mientras el electorado tenga esa resignación, de aceptar los contrabandos, que un candidato incumpla su programa, que la derecha gobierne ganando o perdiendo, estos desarrollos electorales o jornadas cívicas serán rituales. Seguiremos en lo mismo al margen de quien gane. La política peruana es una fiesta de carnaval veneciano, con máscaras, donde nadie sabe quién es quién, con promiscuidad, donde la señora sale encinta y no sabe de quién.
-¿Qué ha hecho más daño a la política, la corrupción o este constante transfuguismo?
La destrucción de la vida partidaria. El Apra es un club de amigos de Alan, el Partido Comunista es un cascarón vacío, el Partido Socialista ya vemos, la democracia cristiana dejó de existir y dio paso al PPC, que es un club aristocrático nacional con ciertas pretensiones, y los demás son ismos de bolsillo. En un mundo sin partidos, la posibilidad del figuretismo frívolo, de la anomia, y de lo anético, es una gran posibilidad. Chile tiene aun en eso la ventaja de haber conservado partidos, y Colombia. Ecuador es un caso especial, donde Corea sustituye al partido, con su personalidad que genera ilusión. Evo es otro caudillo que no necesita de partidos. Pero son casos atípicos. En Perú no hay ni uno ni lo otro. El drama del pueblo es que está irrepresentado. La franquicia pueblo no está representada.
"Fujimori añade a sus crímenes la indignidad de estar rogando y exigiendo un supuesto e imaginario derecho de indulto que solo en su cabeza lo ha podido construir"
"Yo de Humala no espero casi nada, no espero nada. Es decir, de Humala espero todo"
"Nadine, al 2016, va a llegar un poquito cansada de gobernar"
"Soy la versión más feliz de mí mismo en estos momentos"
-Usted ha dicho que a la prensa, al periodismo, le falta o ha perdido capacidad de indignación. ¿Cómo ve al periodismo peruano en tiempos de esta aparente democracia, del piloto automático?
Hay dos miradas. En la prensa escrita la hegemonía de la derecha es clarísima, aunque legítima, pues la izquierda no puede construir medios. La otra es la radio y la televisión. Creo que es el peor momento de la televisión informativa del Perú. Esto comenzó cuando la derecha se dio cuenta de que no podía dar concesiones. Y ha terminado con esta monotonía, esta cacofonía editorial que es la televisión. Todo está bien siempre que esté dentro del sistema. Ningún cuestionamiento esencial, ningún debate sobre cosas de verdad importantes. Se puede atacar a ministros, pero no al sistema. Eso produce esta grisura unánime de la televisión.
-¿Y la radio?
La radio es patética; solo hay una y está en manos de Alan, porque dos de sus mayores locutores son empleados suyos y porque él trató bien a esa emisora en su segundo periodo. No pretende informar sino adoctrinar. Son medios masivos. La prensa escrita es lo exquisito. Pero la gente forma opinión con la televisión y la radio. Soy de prensa escrita pero reconozco mis limitaciones.
-Pero usted ha hecho televisión mucho tiempo.
Sí, y me botaron por eso. Yo fui el último de los entrometidos, topos, detectado a tiempo y arrojado de la televisión.
-¿Sigue sin extrañarla un poco?
Ahora menos que nunca. No la extraño nada.
-¿Aun si le ofrecieran un espacio libre?
Si tuviera que descuidar el semanario, no lo haría. Ni siquiera lo pensaría. No quisiera ser, además, la cuartada para que se dijera que hay libertad de expresión. "Ahí está Hildebrandt", como alguna vez dijeron. No quisiera volver a ser esa coartada.
-¿Sigue pensando sacar un libro sobre su paso por la televisión?
Lo he parado porque el semanario es una dulce esclavitud. No hago sino leer y trabajar en el semanario. La mitad del tiempo leo, y la mitad trabajo. No sé si lo terminaré.
-Y con la televisión, ¿ha tenido una relación de amor y odio, o más odio que amor?
La televisión me enamoró, yo nunca sentí por ella amor. Tuve una relación pragmática; sabía de su cobertura, de su poderío, lo que se podía hacer y me interesaba. Pero nunca me enamoré en el sentido que nunca me creí el hombre poderoso, ni el constructor de opiniones, ni el corrector de defectos, ni nada de lo que decían. Nunca me la creí. Siempre supe que era fugaz e ilusoria. Entonces, cuando me fui, no me suicidé ni deprimí. Cuando me fui echado, además. La televisión tiene un mérito, la intensidad, la inmediatez y su influencia. Pero tiene un demérito peligrosísimo: exige un nivel elemental del lenguaje y contenido. A uno lo apagan si quiere ser fino. La televisión exige lenguajes primarios, guiones muy precocidos. Uno termina con el léxico lesionado, elemental.
-¿Guarda rencor a alguien?
No, no tengo tiempo de rencores. El rencor destruye al que lo siente, no al destinatario. No he tenido tiempo de sentir rencor, y creo que tampoco debería haberlo sentido. He librado batallas, ganado algunas, perdido otras, he sido combatiente crónico, he tenido encontronazos y muchos afectos y filiaciones. Así que para mí el saldo es magnífico. No recuerdo nada que me avergüence y nada que me haya lesionado. He seguido mi camino modestamente, obstinadamente, y nadie puede decir que me compró o alquiló. Y ahora podría decir ni que me melló. De todas las guerras y heridas, estoy aquí, más o menos ileso, con el mismo entusiasmo de hace 40 años. Me siento con la misma energía. Y no tomo nada, solo decisiones.
-En 2011 decía que "Hildebrandt en sus trece" es una satisfacción porque se puede dar el lujo de escribir lo que le dé la gana sin depender de la publicidad. ¿Es a lo que se debe aspirar?
No creo que nadie que escribe en prensa no sueñe con tener el medio donde no le deba a nadie, que pueda ejercer la libertad con las restricciones de la responsabilidad. Cuando digo que escribo lo que me da la gana, no es lo que me nazca del forro o de la ira o de un mal momento, sino lo que razonablemente pueda decir con respaldo documental.
-Ahora que está casado con Rebeca, ¿siguen durmiendo en casas separadas?
Es un arreglo a lo Woody Allen; ella vive al frente, cruzamos y nos encontramos. En realidad vivimos juntos, pero en departamentos separados, porque cada uno requiere de espacios y eventuales soledades, aislamientos, que mutuamente respetamos. Es una buena solución. Somos dos personalidades fuertes y a veces estas pequeñas lejanías nos hacen bien. Cuando estamos juntos somos absolutamente felices.
-Entonces se define como una persona feliz.
No tengo dudas. Soy una persona feliz y creo que soy la versión más feliz de mí mismo en estos momentos. Al final, la felicidad es una suerte de sabiduría adquirida, la pasión excesiva no necesariamente trae felicidad. Y con los años uno puede priorizar de una manera un poco más prudente lo que vale la pena. Y lo que tengo ahora es eso, lo que vale la pena.
"De todas las guerras y heridas, estoy aquí, más o menos ileso, con el mismo entusiasmo de hace 40 años. Me siento con la misma energía. Y no tomo nada, solo decisiones