VÍNCULO DE APEGO, RESILIENCIA PSICOLÓGICA, Y SALUD MENTAL Juan Larbán Vera. Psiquiatra y Psicoterapeuta de niños, adolescentes y adultos. adul tos.
[email protected] INTRODUCCIÓN El vínculo de apego seguro potencia y refuerza la resiliencia en el niño
VÍNCULO DE APEGO. TIPOS DE APEGO El apego se puede definir como “una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos personas a través de su interacción recíproca, y cuyo objetivo más inmediato es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de amenaza ya que esto proporciona seguridad, consuelo y protección”.
John Bowlby, (1907-1990) fue el primer médico, psiquiatra infantil y psicoanalista en desarrollar una teoría del apego, inspirándose de la etología y de la cibernética, situándose como psicoanalista dentro de la corriente de las relaciones objetales. (Bowlby J. 1989). Su específica, original y fecunda aportación a la comprensión del desarrollo del niño y de la psicopatología precoz se la debemos a sus discrepancias con Freud que surgieron desde el momento en que la relación de Freud con Fliees y la influencia que ésta tuvo sobre Freud, llevó a éste último a renunciar completamente a lo que había sido anteriormente la elaboración de la “neurosis traumática” en la que los factores causales externos tenían una importancia determinante en el origen de los síntomas, para decantarse completamente hacia la teoría del origen intrapsíquico y fantasmático inconsciente del origen traumático de los síntomas que presentaban algunos pacientes. Bowlby, y Ferenczi, psicoanalistas y ambos discípulos –disidentes, originales, muy creativos e innovadores- de Freud, sostuvieron, el primero apoyándose en la experiencia clínica adquirida con los niños y el segundo con los psicoanálisis de adultos con psicopatología grave, que el origen de los síntomas de algunos pacientes se debía también a una situación traumática externa y que esta primera teoría sobre la “neurosis traumática” , para ellos seguía siendo válida, sin excluir, descalificar o menospreciar –a diferencia de la actitud de Freud y de sus seguidores más ortodoxoslo que Freud estaba desarrollando desarrollando como teoría psico-endógena psico-endógena de la psicopatología traumática. Bowlby, (Bowlby J. 1972), desarrolló la teoría del apego al estudiar la naturaleza del vínculo temprano de la madre y su bebé. La “teoría del apego” formulada por John Bowlby, ha significado una remoción de algunos principios fundamentales del psicoanálisis, en tanto refuta la existencia de la supuesta fase de narcisismo primario al comienzo de la vida que había concebido Freud, afirmando que los bebés humanos disponen de una capacidad muy limitada para la interacción social. Sin embargo, para Bowlby, la relación vincular estaría presente desde el momento mismo del nacimiento. Según Bowlby, el sistema vincular tiene su propia dinámica, no deriva de la función alimentaria y es, como ésta, de importancia crucial para la supervivencia del neonato. El principio que está en la base de esta afirmación es que la motivación humana básica no es la descarga pulsional, sino la búsqueda de protección a través del vínculo. El apego del bebé constituye un 1
sistema de control, conformado por diversos comportamientos (llanto, seguimiento visual, sonrisa, aferramiento) que mantiene la conexión del niño con su figura de apego dentro de ciertos límites de distancia y accesibilidad, usando para ello métodos comunicativos cada vez más sofisticados. Desde el comienzo del desarrollo evolutivo estas pautas conductuales se organizan en un estilo vincular propio, que será característico del sujeto durante todo el resto de su vida. Es decir, Bowlby prescinde de nociones básicas freudianas, como energía psíquica y pulsión, para explicar la organización y desarrollo del psiquismo humano. Algunas características del apego: A. La naturaleza esencialmente afectiva del apego. Lo que representa el apego es la necesidad íntima de vincularnos a otra persona. Es importante el hecho de que en el apego estén implicados todo el espectro de sensaciones y emociones (tristeza, amor, alegría,...). B. La perdurabilidad a lo largo del tiempo. El apego no es eterno. Nadie nace apegado a alguien (no es innato). Tampoco es algo efímero, suele ser mantenido en el tiempo, es perdurable pero no es necesario que sea eterno. Si está bien consolidado puede perdurar a través de las separaciones. C. La singularidad. Porque se dirige hacía un núcleo reducido de personas, y esas personas desempeñan un papel central en la persona vinculada, ese sujeto tiene un trato preferente hacia ellos. D. Su carácter no innato. Es un proceso, se forma. Es necesario que 2 personas interactúen durante un cierto tiempo para que se forme el vínculo. Sin intención no hay vínculo. E. El apego y su calidad son el producto de la interacción. Si la interacción es de mala calidad el apego resultante también lo es. No confundir la interacción con el apego. Cuantas más conductas de apego se exterioricen, más intenso es ese apego. No es acertado pensar que cuando ya no hay conductas de apego éste ya no existe. F. La búsqueda y mantenimiento de proximidad constituye el objetivo más inmediato de la relación pero puede significar tanto una cercanía física como una comunicación a distancia. En los niños sí que es necesaria la proximidad real pero en los adultos no. G. Existen relaciones de apego a lo largo de toda la vida. Funciones del apego: 1. Procurar la supervivencia. 2. Proporcionar seguridad emocional. 3. Procurar la supervivencia en la medida que el sistema de apego mantiene próximos y en contacto a la cría y al progenitor. 4. El sujeto busca a sus figuras de apego porque con ellas se siente seguro. De hecho las figuras de apego son conceptualizadas como una base de seguridad a partir de la cual se explora. El que un niño explore hace que evolucione emocional y cognitivamente; (se abre al mundo) por ello y para ello, necesita seguridad.
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Otras funciones complementarias del apego: -
Ofrece y regula la cantidad y calidad de estimulación que necesita el niño para su desarrollo.
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Posibilita la exploración y consecuentemente el aprendizaje.
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Fomenta la salud física y mental (si el apego es el adecuado).
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Favorece el desarrollo social (porque crea seguridad). Proporciona placer por si mismo, y puede convertirse en un juego.
La construcción de los modelos de apego por parte del bebé se basa en la puesta en marcha de lo que D. Stern llama representaciones de interacciones generalizadas en el seno de las cuales la ausencia, la diferencia y la separación ocupan un lugar central. El bebé, en efecto, extrae de sus diversas experiencias interactivas una especie de media, de resultante ficticia, jamás cumplida como tal, pero sin embargo profundamente inscrita en su psiquismo como una especie de abstracción del estilo interactivo de sus cuidadores de referencia, si entendemos bajo el término de abstracción una actividad de extracción de constantes. Después de cada encuentro interactivo efectivo en su realidad externa, el niño, mide de alguna manera la distancia existente entre lo que él vive en ese instante y la representación dinámica y prototípica que se ha construido del adulto, distancia que le informa acerca del estado emocional de éste, según las modalidades de concordancia afectiva o de armonización de afectos y que le remite de hecho a la cuestión del tercero, es decir “al otro del objeto “ en palabras de André Green. La forma como la madre presente en la interacción con su hijo, contiene al padre en su pensamiento como un tercero, modula en un cierto sentido, su estilo interactivo. Tipos de apego: Mary Ainsworth, ha continuado los estudios de Bowlby, desarrollando entre otros trabajos de investigación sobre el apego la muy conocida “Situación del extraño” situación de laboratorio en la que se evalúa la actitud del niño -a partir de los 7 meses, cuando se supone que el vínculo de apego está suficientemente constituido- ante la presencia del extraño y ante la separación de la madre. (Ainsworth MDS, Blehar MC, Waters E & Wall S. 1978) Esta situación experimental ha permitido distinguir diferentes tipos de apego que describiremos brevemente a continuación: -Vínculo Seguro: 60-65% de los niños. Maternaje sensible o empático. Protesta del niño/a ante la separación. Búsqueda de contacto en situación de estrés. -Vínculos inseguros: a)- Evitación . 15-20% de los niños. Maternaje con evitación. No protesta el niño/a ante la separación. Evitación del contacto en el reencuentro. b)- Resistente. 10-15% de los niños. Maternaje variable. Protesta intensa del niño/a ante la separación. Cólera en el reencuentro.
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c)- Desorganizado . 10-15% de los niños. Maternaje violento, imprevisible o ausente. Actitudes contradictorias y de fijación en el niño/a, (búsqueda de consuelo/huída). Apego: riesgos del apego inseguro y desorganizado; resiliencia y apego seguro. A partir del estudio de los efectos de las separaciones precoces y de modelos teóricos inspirados en la etología y la cibernética, Bowlby propone que el apego sea un instinto primario, desligado de la satisfacción de necesidades. El bebé busca la proximidad de su madre por necesidad de seguridad, y para aumentar sus posibilidades de supervivencia. El bebé marca progresivamente una preferencia por su madre, su padre y por las personas próximas de su entorno, preferencia que se hace evidente a partir de los 7 meses, con la aparición de la angustia hacia el extraño y miedo a la separación. En situaciones estresantes de separación, de dolor, de ansiedad, el niño se dirige hacia la madre investida como " base de seguridad " La socialización se constituye a través de la exploración del " bebé seguro " a partir de esta base de seguridad. A partir de 3 años, la búsqueda de proximidad va disminuyendo en beneficio de la cooperación en el juego, el aprendizaje, y las tareas en general. Desde el año de vida, el niño es capaz de generalizar sus experiencias de relaciones afectivas, ya que ha construido un modelo interno que guía sus expectativas, modelo que se convierte en el modelo operativo de sus relaciones. Si nos hemos ocupado de él con sensibilidad y empatía, espera que la respuesta a sus demandas sea rápida y eficaz. Desarrolla entonces el sentimiento de su propio valor y puede con confianza, buscar el contacto con el otro. Es el apego llamado " seguro ", que concierne al 60-65 % de los niños de una población no clínica. Por el contrario, si la respuesta por parte del entorno cuidador ha sido imprevisible, el niño desarrolla estrategias defensivas a través de las cuales reacciona con cólera. (Apego llamado resistente). Si la respuesta que recibe el niño indica que es mejor que se las arregle solo, sin reclamar ayuda, tendrá tendencia a minimizar sus propias necesidades afectivas. (Apego llamado de evitación). La frecuencia global de los apegos inseguros (resistente y de evitación) es de alrededor del 30% de los niños de una población no clínica. Si el niño ha sido sometido a relaciones violentas, bajo la forma de terror y de abuso, o bien si ha estado expuesto a los cuidados de padres fijados, atrapados, absortos, por/en un duelo o una depresión grave, o también si están absorbidos por sus propios escenarios fantasmáticos, (fantasías inconscientes) sin vínculo real con el niño, entonces el niño no puede elaborar ninguna estrategia defensiva, atrapado entre su miedo y la activación de su necesidad de apego, sin posibilidad de terminar con la activación de su comportamiento de apego, y así, en este contexto, su vínculo de apego se desorganiza. (Apego llamado desorganizado, que afecta al 10-15% de los niños de una población no clínica).
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Para algunos autores, el niño pequeño en una situación de violencia se encuentra en una situación paradójica, la de ser el agredido por aquel o aquella persona que debería protegerlo, y con la cual tiene el vínculo de apego. Debido a ello, se producen en él actitudes desorganizadas. El niño oscila entonces entre el acercamiento y el alejamiento de la figura de apego, se queda bloqueado, fijado, e intenta anticipar lo que pueda ocurrir con una actitud de vigilancia. Si un niño muestra un comportamiento de fijación o bloqueo de este tipo en presencia de uno de los padres, si se muestra agresivo hacia los otros y muestra importante ansiedad, al mismo tiempo que comprobamos que no existen trastornos psicológicos en él que puedan ayudarnos a comprender su comportamiento, tenemos que pensar que ese niño puede estar bajo los efectos de una violencia ejercida sobre él. El apego desorganizado es una señal bastante fiable de " maltrato emocional " cuando se produce en situación de activación del apego, incluso sin olvidar que ciertas desorganizaciones pueden deberse a factores propios del niño. La teoría del apego ha influenciado numerosos estudios longitudinales que han mostrado una capacidad predictiva del apego seguro para la adaptación social y para la ausencia de trastornos del comportamiento. Ha permitido la puesta en evidencia de una semiología específica de situaciones de estrés, en presencia de la figura de apego y en la cual aparece la estrategia de búsqueda de consuelo en el bebé. El vínculo de apego seguro se asocia a una buena relación social, a una afectividad abierta y positiva, a una buena capacidad de interpretar las intenciones del otro y también a una gran capacidad de reflexión sobre si mismo y sobre sus propios sentimientos. Tiene además una buena capacidad de Resiliencia frente a los acontecimientos traumáticos. Sin embargo, la desorganización del apego se sitúa claramente en la vulnerabilidad, incluso si un 10-15% de los niños de una población no clínica pertenecen a este grupo. Los bebés con vinculación de apego inseguro no se encuentran solamente por este motivo en situación de riesgo ya que sus reacciones son mecanismos de defensa para adaptarse a modelos interactivos menos sensibles; sin embargo, parecen estar expuestos a vulnerabilidades y desviaciones psicopatológicas. Trastornos ansiosos para los niños de tipo resistente y trastornos de conducta para los niños de tipo evitación. No obstante, los niños con vinculación de apego desorganizado son los que están expuestos a mayores riesgos evolutivos tales como patología narcisista y entre ellas, los trastornos límite de la personalidad. Se reconoce desde hace una quincena de años, que los niños con autismo pueden tener un apego seguro con sus padres a pesar de las dificultades de éstos para
comprender los signos de angustia y desamparo de su hijo. Por otra parte, la fuerza del apego que pueden estos niños desarrollar con sus cuidadores es evidente con ocasión de las vacaciones, en la escuela o en la institución.
Trabajos recientes han permitido confirmar la diferencia entre la semiología autística y la del apego desorganizado . Han verificado que se podía separar la semiología del
repliegue autista de la del apego desorganizado, siendo esta última más fluctuante, contextual y transitoria. Los síntomas y signos del apego inseguro y los del repliegue autístico son diferentes –incluso si tienen aspectos parecidos tales como su actitud "fijada", su evitación de la mirada y de la relación-comunicación con el otro, sus conductas y movimientos extraños por ejemplo- aunque pueden asociarse. (Guedeney A, Mintz A,-S, Dugravier R. 2007).
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RESILIENCIA PSICOLÓGICA Y FACTORES DE RESILIENCIA La resiliencia psicológica Como plantean (Kotliarenco M. A. & al.1997), el vocablo resiliencia tiene su origen en el latín, resilio, que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar. Esta significación haría alusión a la regresión que acompaña las situaciones traumáticas en el ser humano. Puede ser una regresión, -vuelta atrás o retroceso- para desde ahí, saltar hacia adelante, avanzar, o también puede ser, una regresión llamada "maligna" que hace que la persona en las situaciones mencionadas se quede sin recursos y atrapado en ella. El término fue adaptado por Rutter, (Rutter M.1986), a las ciencias sociales para caracterizar a aquellas personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo, se desarrollan psicológicamente sanas. La resiliencia se podría definir como la capacidad de resistencia que tiene un individuo ante la adversidad, así como de resurgir de momentos de desgracia adaptándose, resolviendo los problemas y pudiendo volver a darle sentido a su vida, siendo esta más positiva y productiva.
Boris Cyrulnik es uno de los principales expertos en resíliencia del mundo. Apodado "el psiquiatra de la esperanza" entre sus paisanos los franceses, es neuropsiquiatra, psicoanalista y etólogo. En una entrevista que se le hizo en junio de 2003 dice, (entrecomillado y en cursiva), lo siguiente: "Todos pueden hacerse resilientes, pues se trata de volver a unir, dentro de lo posible, las partes de la personalidad que fueron destrozadas por el trauma. Pero la sutura no es nunca perfecta y el destrozo deja rastros. Para volverse resiliente, es necesario encontrar cómo se impregnaron dentro de la memoria los recursos internos, cuál es el significado del trauma para uno, y cómo nuestra familia, nuestros amigos y nuestra cultura colocan alrededor del “herido” por el trauma recursos externos que le permitirán retomar un tipo de desarrollo".
Factores de resiliencia en el bebé. "Los recursos internos se componen esencialmente del aprendizaje de un estilo afectivo que se llama apego seguro. Esta confianza en uno mismo proviene del modo en el que uno ha sido cuidado y amado durante los primeros meses de vida”. “Este aprendizaje hace que los niños se vuelvan fáciles de amar, lo que los ayuda en su desarrollo, pues los demás los acompañan, los aconsejan o en ocasiones les prohíben algo. Un 65% de nuestros niños, cualquiera sea la cultura o el nivel sociocultural de los padres, aprenden a amar de esta manera agradable. Cuando están estresados, conservan la confianza en sí mismos, a pesar de la agresión, y buscan a algún adulto al que tratarán de agradar. Pero un 35% de nuestros niños han debido aprender un apego inseguro, frío, ambivalente o dentro de una constante angustia. Estos niños han aprendido este estilo de relación porque, en su entorno, la gente ha sufrido: la madre enferma, muerta o deprimida. Estos niños se centran en sí mismos y no irán en busca de un adulto que los proteja. Son ellos los que tendrán dificultades para volverse resilientes. Pero, de todos modos, sigue siendo posible, pues un sustituto de sus padres puede enseñarles más adelante el apego seguro. Es, por lo tanto, una tendencia y no una fatalidad".
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"Un tutor de resiliencia es alguien, una persona, un lugar, un acontecimiento, una obra de arte que provoca un renacer del desarrollo psicológico tras el trauma. Casi siempre se trata de un adulto que encuentra al niño y que asume para él el significado de un modelo de identidad, el viraje de su existencia. No se trata necesariamente de un profesional. Un encuentro significativo puede ser suficiente. Conozco a un joven maltratado, a quien echaron a la calle, delincuente, prostituido, jefe de una pandilla que un día se puso a conversar en la terraza de un café con un editor. El joven salió transformado, diciendo: "Es la primera vez que me hablaron como a un hombre". El editor jamás se dio cuenta hasta qué punto había logrado encantar al joven violento y desesperado". "Muchos niños comienzan a aprender en el colegio una materia porque les agrada el profesor. Pero cuando, veinte años después, uno le pide al profesor que explique la causa del éxito de su alumno, el educador se subestima y no sospecha hasta qué punto fue importante para el niño".
La vinculación de apego seguro es un factor protector de la salud mental del ser humano y en este caso del bebé, incrementando en él la capacidad de resiliencia frente a los acontecimientos traumáticos. A continuación exponemos otras tres citas ilustrativas (Dryzum J. 2006) sobre el importante papel que juega la resiliencia como factor protector de la salud y su importancia en el ámbito de la prevención: “Es tan jodido enfrentarse al dolor. Sentimos la punzada del dolor y decimos “es culpa de ella, o de él, o culpa mía, o culpa de mi padre, o culpa de mi madre, o culpa de Dios...”Y tratamos de zafarnos... ¡y todo sucede en un segundo!, ¡sentimos dolor...juzgamos! ¡Fuera ese dolor! Luchamos contra el dolor como si fuera a destruirnos cuando en realidad, si lo aceptamos, lo que hará será curarnos”. (Samuel Shem, 1997. “Monte Miseria”). “Cuando estudiemos las fuerzas que permiten a las personas sobrevivir y adaptarse, los beneficios para nuestra sociedad sin duda serán mayores que todo el esfuerzo por construir modelos de prevención primaria, cuya meta es limitar la incidencia de la vulnerabilidad”. (Garmezy, 1971. Citado por Gottlieb, 1999). “El concepto de resiliencia ha acabado con la dictadura del concepto de vulnerabilidad” (Stanislaw Tomkiewicz, 2001. “La resiliencia: resistir y rehacerse”).
La resiliencia se ha definido como “un conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que posibilitan tener una vida sana, viviendo en un medio insano. Estos procesos tendrían lugar a través del tiempo, dando afortunadas combinaciones entre atributos del niño y su ambiente familiar, social y cultural”.
De este modo, la resiliencia no puede ser pensada como un atributo con que los niños nacen, ni que los niños adquieren durante su desarrollo, sino que se trataría de un proceso interactivo (Rutter M. 1993) entre éstos y su medio. Posiblemente la resiliencia en cuanto realidad humana sea tan antigua como la propia humanidad, sin embargo el interés científico por ella es mucho más reciente. Aparecen entonces dos elementos básicos de la resiliencia: la resistencia frente a la destrucción o la capacidad de proteger la propia integridad a pesar de la presión , dicho en otras palabras la superación de las crisis , el dolor, la muerte, la pobreza, como situaciones límites ante las cuales se resiste el ser humano, como luchador innato y superviviente 7
de la esperanza; y el otro elemento lo constituye la capacidad de construir o reconstruir su propia vida a pesar de las circunstancias difíciles . Es el concepto oriental de las crisis: como dificultad y como oportunidad.
Las crisis “son conflictos de alta intensidad y por lo tanto con un alto poder de transformar individuos y sociedades”. Se puede afirmar que se tiene una crisis cuando lo que se vive puede, en la conciencia de cada ser humano, exceder su capacidad de respuesta o de recuperación y se pierde la esperanza y el sentido de lucha. En la óptica de la resiliencia en cambio, los conflictos son la base del desarrollo y cuando aparecen, están anunciando crecimiento, transformación, buenas noticias. Se
trata entonces de un potencial humano activado que logra muy buenos resultados a pesar de un alto riesgo, que mantiene competencias bajo la amenaza, que sigue creciendo en armonía, que es capaz de superar el miedo, que tiene la fortaleza de convertir el trauma en una oportunidad de crecimiento.
Sin embargo las crisis, vistas como oportunidades de crecimiento, implican el desarrollo y fortalecimiento de factores que dinamicen y activen el potencial humano, de superar las dificultades y salir fortalecidos de ellas. Entre estos factores pueden destacarse : La capacidad de crear sentidos y
significaciones, o un profundo entendimiento, a pesar de las dificultades, de que hay algo positivo en la vida que es capaz de dar coherencia y orientación a la misma.
La resiliencia podría verse como la capacidad de resistencia y recuperación que permite al individuo desarrollarse de forma sana, afrontando sin enfermar, situaciones tales como las traumáticas y estresantes, así como las crisis psicológicas y vitales, tanto las evolutivas como las circunstanciales.
La resiliencia como factor protector de la salud La resiliencia se ha definido también como “la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves”. (Manciaux, Vanistendael,
Lecomte y Cyrulnik, 2001).
Este concepto ha sido tratado con matices diferentes por autores franceses y estadounidenses. Así, el concepto que manejan los autores franceses relaciona la resiliencia con el concepto de crecimiento postraumático , al entender la resiliencia simultáneamente como la capacidad de salir indemne de una experiencia adversa, aprender de ella y mejorar. Mientras que el concepto de resiliencia manejado por los norteamericanos, más restringido, hace referencia al proceso de afrontamiento que ayuda a la persona a mantenerse intacta, diferenciándolo del concepto de crecimiento postraumático. Desde la corriente norteamericana se sugiere que el término resiliencia sea reservado para denotar el retorno homeostático del sujeto a su condición anterior, mientras que se utilicen términos como florecimiento (thriving) o crecimiento postraumático para hacer referencia a la obtención de beneficios o al cambio a mejor tras la experiencia traumática (Carver C. S. 1998), y (O’Leary V. E. & Ickovics I. R. 1998). La confusión terminológica en el empleo de estos vocablos es reflejo de la reciente aparición de la corriente que estudia los potenciales efectos positivos de la experiencia 8
traumática (Park C. L. 1998), razón por la que en la actualidad aún se carece de un léxico estandarizado con el que trabajar y unificar intereses. Es importante diferenciar el concepto de resiliencia del concepto de recuperación
(Bonanno G. A. 2004), ya que representan trayectorias temporales distintas. En este sentido, la recuperación implica un retorno gradual hacia la normalidad funcional, mientras que la resiliencia refleja la habilidad de mantener un equilibrio estable durante todo el proceso.
El origen de los trabajos sobre resiliencia se remonta a la observación de comportamientos individuales de superación que parecían casos aislados y anecdóticos (Vanistendael S. 2001, 2003), y al estudio evolutivo de niños que habían vivido en condiciones difíciles. Uno de los primeros trabajos científicos que potenciaron el establecimiento de la resiliencia como tema de investigación fue un estudio longitudinal realizado a lo largo de 30 años con una cohorte de 698 niños nacidos en Hawai en condiciones muy desfavorables. Treinta años después, el 80% de estos niños había evolucionado positivamente, convirtiéndose en adultos competentes y bien integrados (Werner E. E. y Smith, R. S. 1982, 1992). Este estudio, realizado en un marco ajeno a la resiliencia, ha tenido un papel importante en el surgimiento de la misma (Manciaux M. & al., 2001). Así, frente a la creencia tradicional fuertemente establecida de que una infancia infeliz determina necesariamente el desarrollo posterior del niño hacia formas patológicas del comportamiento y la personalidad, los estudios con niños resilientes han demostrado que son suposiciones sin fundamento científico y que un niño traumatizado, “ herido ”, no está necesariamente condenado a ser un adulto fracasado. La resiliencia, entendida como la capacidad para mantener un funcionamiento adaptativo de las funciones físicas y psicológicas en situaciones críticas, nunca es una característica absoluta ni se adquiere de una vez para siempre. Es la resultante de un proceso dinámico y evolutivo que varía según las circunstancias, la naturaleza del trauma, el contexto y la etapa de la vida y que puede expresarse de muy diferentes maneras en diferentes culturas (Manciaux M. & al., 2001). Como el concepto de personalidad resistente, la resiliencia es fruto de la interacción entre el individuo y su entorno. Hablar de resiliencia en términos individuales constituye un error fundamental, no se es más o menos resiliente, como si se poseyera un catálogo de cualidades. La resiliencia es un proceso, un devenir, de forma que no es tanto la persona la que es resiliente como su evolución y el proceso de vertebración de su propia historia vital. (Cyrulnik B. 2001). La resiliencia nunca es absoluta, total, lograda para siempre, es una capacidad que resulta de un proceso dinámico (Manciaux M. & al., 2001).
Una de las cuestiones que más interés despierta en torno a la resiliencia es la determinación de los factores que la promueven, aunque este aspecto ha sido escasamente investigado (Bonanno G. A. 2004). Se han propuesto algunas características de personalidad y del entorno que favorecerían las respuestas resilientes tales como la seguridad en uno mismo, la propia capacidad de afrontamiento, el apoyo social, tener un propósito significativo en la vida, creer que uno puede influir en lo que sucede a su alrededor y creer que se puede aprender de las experiencias positivas y también de las negativas, etc. También se ha propuesto que el sesgo positivo en la percepción de uno mismo (self-enhancement) puede ser adaptativo y promover un mejor ajuste ante la adversidad (Werner y Smith, 1992, y Bonanno G. A. 2004). Un estudio realizado con población civil bosnia que vivió la Guerra de los Balcanes mostró que aquellas personas que tenían esta tendencia hacia 9
el sesgo positivo presentaban un mejor ajuste que aquellas que no contaban con dicha característica. (Bonanno G. A. Field N. P. Kovacevic A. y Kaltman S. 2002). En estudios con niños, uno de los factores que más evidencia empírica acumula en su relación con la resiliencia es la presencia de padres o cuidadores competentes.
(Richters J. E. y Martínez P. E. 1993; Manciaux M. & al., 2001).
En el estudio llevado a cabo por Fredrickson (Fredrickson B. L. y Tugade M. M. 2003), tras los atentados de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, se encontró que la relación entre resiliencia y ajuste estaba mediada por la experiencia de emociones positivas. Éstas parecen proteger a las personas frente a la depresión e impulsar su ajuste funcional. En esta misma línea, la investigación ha demostrado que las personas resilientes conciben y afrontan la vida de un modo más optimista, entusiasta y enérgico, son personas curiosas y abiertas a nuevas experiencias, caracterizadas por altos niveles de emocionalidad positiva (Block J. y Kremen A. M. 1996). En este punto puede argumentarse que la experiencia de emociones positivas no es más que el reflejo de un modo resiliente de afrontar las situaciones adversas, pero también existe evidencia de que esas personas utilizan las emociones positivas como estrategia de afrontamiento, por lo que se puede hablar de una causalidad recíproca. Así, se ha encontrado que las personas resilientes hacen frente a experiencias traumáticas utilizando el humor, la exploración creativa y el pensamiento optimista. (Fredrickson y Tugade, 2003).
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BIBLIOGRAFÍA
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