IDENTIDAD YGÉNERO Maria Paola Scarinci de Delbosco La autora presenta las formas de relación entre el varón y la mujer consideradas por distintos autores en diferentes períodos históricos y diversas tradiciones. Hace referencia a contextos cruciales: el refuerzo de la estructura familiar que generó el cristianismo, y posteriormente los antecedentes y la difusión de los movimientos feministas. En ellos distingue sucesivas etapas: el reclamo de derechos civiles, la paridad total entre los sexos, el protagonismo y la autonomía femenina, y la idea de género como la construcción sociocultural de la identidad sexual independientemente del dato corpóreo. El trabajo concluye señalando dos aspectos: la esencia de lo femenino y la riqueza de la apertura al otro sexo.
Introducción La historia de las relaciones entre el hombre y la mujer dista mucho de ser un recorrido lineal que vaya desde el sometimiento total hacia una cada vez mayor presencia. La realidad ha sido y es más compleja que esta simplificación ideológica, pero para comprobarlo habrá que desechar el filtro deformante con que se observa el pasado, y ¿por qué no?, también el presente. Una mirada serena nos mostrará, por un lado, la compleja realidad de las relaciones humanas, y por otra parte la clara presencia femenina en la historia de la vida cotidiana. Hacer posible la vida en todas sus dimensiones no es una tarea menor: la dilatada importancia de la historia político-militar, que ha ocupado largamente el horizonte de los estudios historiográficos, cede desde hace un tiempo el lugar a la historia de la vida privada. Es en esta realidad cotidiana en donde es trascendente la presencia y la actividad femenina, tanto que es justo decir que sin las mujeres la vida hubiera sido imposible, no sólo en la procreación de las vidas nuevas sino en el mantenimiento de la vida de todos. La preparación y conservación de alimentos, el conocimiento y uso de hierbas medicinales, la educación de niños y jóvenes en el cuidado del cuerpo, en los pequeños quehaceres y habilidades h abilidades domésticas, la narración de cuentos e historias que han pasado lentamente de una generación a la otra, así como la iniciación en la vida de piedad y la enseñanza de oraciones nuevas o fruto de la tradición: todo esto y mucho más es la contribución de las mujeres a la continuidad viva de la cultura. Pero no sería justo no recordar también el aporte femenino a las artes, muchas desde la poesía, sobre todo religiosa, y la literatura, algunas desde la pintura y escultura, pero muchas más en ese arte ‘menor’ del bordado de tapices, manteles y vestimenta, que nos han permitido conocer detalles de la vida de todos los días de otras épocas. Lo que sigue es una recorrida histórico-cultural de los contrapuntos de estos encuentros y desencuentros del hombre y de la mujer en su común tarea de llenar de vida la tierra t ierra y de dominarla.
1.- Las relaciones entre los sexos y sus variaciones Desde siempre algo pasa entre el varón y la mujer. Y no se trata sólo de amor.
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Unas cuantas afirmaciones serias de autores clásicos junto con su contracara cómica nos permiten, con buena aproximación, confirmar que los contrastes entre el mundo femenino y el masculino no son una novedad de la modernidad ni mucho menos. Así lo vemos en los textos de los pensadores tanto como en el contenido de comedias y epigramas. Tampoco el ansia de la mujer por su emancipación y su participación plena en el mundo público, tradicionalmente dominado por los varones, es algo inédito, como tampoco lo es la habitual desconfianza del varón hacia el mundo imprevisible de la mujer. Es claro, entonces, que la armonización de sus recíprocas diferencias en una convivencia pacífica y enriquecedora es más bien una conquista, no un punto de partida. Será interesante recorrer rápidamente la historia para interpretar con más equilibrio los reclamos y las conquistas de nuestro tiempo. Aún fuera de la tradición judeo-cristiana, nos encontramos con expresiones que manifiestan con igual fuerza el contraste y la tensión entre los sexos, como la que se atribuye a Pitágoras, filó sofo y matemático del s. VI a.C.: “existe un dios bueno que hizo la luz, el cosmos y el varón, y existe un dios malo que hizo las tinieblas, el caos y la mujer”... En realidad Pitágoras no dejó nada e scrito, pero su fama de misógino y las costumbres casi monásticas de su comunidad hacen verosímil la atribución de esos conceptos a su persona. Se entiende entonces por qué esta frase le sirvió a Simone de Beauvoir para encabezar su larga obra: Le deuxième sexe1, texto que constituyó por muchos años la ‘biblia’ del feminismo del s. XX. Las palabras atribuidas a Pitágoras describen hiperbólicamente el mundo masculino y su aspiración al dominio de todos los ámbitos reconocidos de una cultura: la luz de la racionalidad, el cosmos de las artes y la objetividad de la justicia, para dejar a la mujer la oscuridad de las entrañas y de lo afectivo, junto con el caos de los sentimientos y de las pasiones. También algunas comedias de Aristófanes, s. IV a.C., tocan el tema de los contrastes entre varones y mujeres, proponiendo situaciones en las que, frente al evidente fracaso de la gestión masculina de las cosas públicas, son las mujeres las que buscan alternativas tanto ante el problema de la guerra – como vemos en Lisístrata2 – como en el de la organización de la sociedad, que se resuelve con la participación política de las mujeres – en Las mujeres al Parlamento3 – . Es claro que la propuesta de Aristófanes no quiere ser realista, pero el efecto cómico está garantizado por lo absurdo de la solución que sus comedias presentan; lo más interesante del caso es que en ambas las mujeres no carecen de poder, pero se ven obligadas a ejercerlo de forma oblicua, a través del engaño o de las redes del amor y de la seducción. Y esto se debe a que la organización del espacio público en el mundo occidental ha estado, por lo general, en manos masculinas. En Lisístrata, literalmente “la que disuelve los ejércitos”, la trama narra cómo las mujeres griegas deciden establecer una alianza entre ellas, dejando de lado las tradicionales enemistades que dividían las ciudades, para convencer a sus respectivos hombres de dejar de trenzarse en guerras sangrientas que, además de obligarlas a una prolongada soledad, cosechan inútilmente las jóvenes vidas que a ellas tanto les cuesta criar y educar. Es clara la función materna, y de ella sale la fuerza femenina que es 1 BEAUVOIR, SIMONE DE. Le deuxième Sexe. Paris: Gallimard,1949. 2 ARISTÓFANES. Lisístrata. Madrid: Cátedra, 1997. 3 ARISTÓFANES. Las mujeres al parlamento. Madrid: Cátedra, 1996.
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capaz de oponerse al poderío del varón. El elemento cómico de la comedia reside en el recurso femenino a la huelga conyugal, para la cual es requerido un férreo juramento que obligará a las mujeres a no acceder a los requerimientos pasionales de los maridos, así como de los demás hombres, hasta tanto no se firme un definitivo tratado de paz. En Las mujeres al parlamento la salvación política de la ciudad es intentada por las mujeres frente a la evidente ineptitud de los hombres para el gobierno; pero finalmente las leyes que más interesarán a las legisladoras femeninas serán las que les aseguren la atención amorosa de los hombres cuando ya no tengan los encantos de la juventud. Se nota aquí la mirada masculina sobre la mujer, caracterizada por la reducción del mundo de ellas a lo sentimental, en donde se encuentra el fundamento de su poder sobre los hombres, pero también se percibe algo de las relaciones entre los sexos, con espacios propios delimitados, de donde el efecto cómico garantizado por la salida de las mujeres del encierro doméstico hacia el mundo público. En La condición humana 4 Hannah Arendt analiza esta situación en detalle, mostrando cómo, en la sociedad griega y en la romana, a las mujeres y a los esclavos se les destinaba un tipo de ac tividad ‘invisible’, por estar ligada a la supervivencia biológica de las personas o a la producción de instrumentos. En cambio, el campo de la ‘acción’, es decir, de la actividad libre y racional, estaba reservado al varón como algo más acorde a su capacidad. Esta distinción al mismo tiempo nos explica ciertos insistentes lugares comunes sobre las relaciones entre el mundo femenino y el masculino y nos permite descubrir también los fundamentos culturales de una civilización ‘androcéntrica’, de la que los occidentales somos herederos. Pero hubo otras civilizaciones, como la mesopotámica desde el tercer milenio a.C. o la fenicia, que atribuyeron a la mujer un espacio importante en la actividad comercial y en la posesión de tierras, como resulta de algunos contratos que nos han quedado en las famosas tablitas de Elba y otros documentos. También en el corazón de la península itálica en el s. IX a.C, los Etruscos constituían una sociedad en la cual la mujer se encontraba integrada perfectamente con el varón, teniendo una fuerte estructura familiar, como se aprecia de la estructura de las necrópolis y por la gran cantidad de objetos de uso femenino de exquisita hechura, como espejos, peines, joyas – imitadas hoy por muchos orfebres y artesanos – . Refuerza esta imagen de una mujer aceptada al lado del varón no sólo la presencia de numerosos sarcófagos que representan tiernamente a cónyuges unidos más allá de la muerte, sino también las palabras irónicas de algún historiador romano del s. III a.C, que acusaba a los etruscos de “banquetar con sus mujeres”. Aún entre los romanos, que limitaban la
presencia femenina a lo doméstico, nos encontramos con figuras femeninas fuertes, como la de Cornelia, la madre de los Gracos, que hace residir en su maternidad la verdadera gloria y no en adornos materiales; también en la época imperial muchas mujeres se trenzan en la trama del poder, haciendo uso de ese poder oblicuo, que es sumamente eficaz justamente por ser menos visible. La irrupción del Cristianismo significó una sustancial modificación en la consideración de la mujer en el ámbito del Mediterráneo, reforzando también la estructura de la familia. La estabilidad del vínculo matrimonial, que es ahora símbolo de la unión fiel de Cristo con la Iglesia, marca la fundamental dignidad tanto del hombre como de la mujer, 4 ARENDT, H ANNAH. La condición Humana. Barcelona:
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Paidós, 1975. (1ª ed. 1958)
como ya San Pablo lo había afirmado en Gál. 3,28. Inclusive el modo de vestir revela cuándo una mujer se ha hecho cristiana: a demás de ser “univira”, es decir: casada con un solo hombre, viste con recato, y no con los lujos y la ostentación de las patricias paganas. En cuanto a la situación de los esclavos, que muchas veces son los que inician en la fe a sus amos, estos últimos, admirados por la rectitud y honestidad de su conducta, al convertirse, los respetan como personas y les otorgan la libertad. Muy lejos de querer ser un panorama exhaustivo de la condición femenina en la historia, estas referencias sólo sirven para mostrar ha existido diversidad en las relaciones entre varones y mujeres y diferentes ubicaciones del rol de la mujer en la sociedad. Esto nos permite sobre todo restarle crédito a la teoría de un supuesto complot universal masculino contra la mujer, complot que le habría impedido sistemáticamente el acceso a los lugares-clave de la sociedad, lo cual justificaría sin duda una actitud beligerante contra el varón para restablecer el equilibrio. Lo que acabamos de afirmar constituye la base teórica de muchos ‘feminismos’ de nuestro tiempo. El análisis de las
distintas modalidades de los feminismos nos permitirá comprender contra qué se combate y cuáles son los costos y los beneficios de cada postura. Después nos será posible focalizar la atención en las necesidades permanentes de los seres humanos y reconocer, frente a los innegables cambios culturales y técnicos de los tiempos, el camino viable para la convivencia armoniosa de los dos sexos, en la cual la diferencia es fuente inagotable de crecimiento.
2.- Privilegio y servicio: la división funcional de las tareas Antes de proceder a analizar los cambios culturales y técnicos que alteran los roles recíprocos de varones y mujeres en las distintas culturas, tomemos en consideración la función respectiva de varones y mujeres sobre la base de sus diferentes capacidades. Reconstruyendo las normas y costumbres que regulan el trato entre varones y mujeres y su ubicación en cada sociedad, podría deducirse que la jerarquía y los privilegios del varón están siempre ligados – por lo menos en su origen – a circunstancias históricas o geográficas en las cuales su superioridad física en cuanto a fuerza y tamaño son valoradas y consideradas indispensables para la supervivencia del grupo humano al que pertenece. De manera simétrica, en lugares o circunstancias en donde la supervivencia no depende de la lucha contra el medio o donde las nuevas vidas son particularmente necesarias, será la mujer la que goce de un trato preferencial por su capacidad de engendrar. Esta capacidad femenina podrá ser simbolizada tanto positivamente en el culto a la madre tierra, diosa fértil y favorable, como negativamente, cuando las capacidades femeninos se asocien a las de una diosa terrible y cruel, cuyos poderes ocultos pueden tanto dar vida como matar. La diosa Kali, sedienta de sangre, puede ser un ejemplo. A esto hay que añadir que en cada sociedad se atribuye distinta importancia a tareas similares según la situación concreta en que se vive, y esta diferencia repercute en las personas encargadas de realizarlas. Si por ejemplo tomamos en consideración la actividad de prender el fuego o de recoger agua para cocinar, no tendrá la misma relevancia en una sociedad urbana industrializada, donde esas necesidades están aseguradas en la misma infraestructura con las redes de acueducto y de gas, que en poblaciones nómades en las que tiene en cambio dramática relevancia, absorbiendo en su solución una parte importante de las actividades de sus miembros. Esto sugiere que las tareas que tienen que ver con el agua y el fuego, para decirlo simbólicamente, 4
tendrán distintas valencias en las dos formas de sociedad; así también se asignará un valor distinto a los miembros del grupo que se dediquen a esas actividades. Este tema ha sido bien analizado por Hannah Arendt en La condición humana, y tiene una confirmación antropológica en los estudios de Margaret Mead y otros. Así y todo, podemos decir que los privilegios que rodean una función son el signo del reconocimiento de la utilidad de tal función en el grupo social; por eso cada sociedad, según sus necesidades más indispensables, prodigará mayores cuidados a los individuos o a los grupos cuyos servicios más valore. Todo esto se da por lo menos en la fase fundacional de la sociedad. Es sin embargo probable que los cambios de circunstancias no repercutan inmediatamente en la estructura social. Ésta, trabajosamente lograda a lo largo de muchas generaciones y por lo tanto muy profundamente arraigada en las costumbres de las personas, tiende a modificarse con mayor lentitud
3.- Los movimientos feministas 3.1.- Los derechos cívicos, económicos y culturales de las mujeres Sin duda la revolución industrial marca el comienzo de grandes transformaciones en la sociedad occidental de tal manera que, describiendo solamente las realidades nuevas que van apareciendo a lo largo de casi dos siglos de cambios incesantes, no haríamos otra cosa que mostrar el proceso de generación de nuestra sociedad actual. La gran revolución que afectó el modo de producir y de consumir modificó también a quienes producían y consumían, cambiando sus roles recíprocos en la sociedad. Efectivamente, la tradicional división de tareas basada en las modalidades específicas del varón y de la mujer se ve rápidamente remplazada por la intercambiabilidad prácticamente total entre los dos, tanto que en el campo laboral se empieza a hablar genéricamente de ‘mano de obra’, porque en las nuevas técnicas de producción industrial es insignificante que esas manos sean femeninas o masculinas. Esta realidad no podía tardar en alterar también las relaciones entre los dos sexos en el seno de la familia, aunque el proceso fue más lento. Sobre todo en los períodos de posguerra el problema de la asignación de los roles respectivos solía agudizarse, y el reclamo femenino por un trato más equitativo con el varón se apoyaba en la evidencia de su capacidad de trabajo similar a la del varón, por haber soportado ellas el peso de las tareas habitualmente desarrolladas por los varones durante la forzada ausencia de éstos. Estos reclamos pronto se organizaron en movimientos con fundamentación teórica y plataforma de acción. Los primeros objetivos claros han sido los derechos cívicos y económicos de la mujer, objetivos presentes ya en los Cahières de Doléances des Femmes escritos por Mlle. L.F. de. Kéralio durante la Revolución Francesa. En ellos se reclamaba frente a la incompleta formulación de los derechos humanos del 1789. Este texto inspiró a Olympe de Gouges, literata y revolucionaria, su Déclaracion de Droits de la Femme et la Citoyenne (1791); su autora, por otra parte, fue víctima de sus propios reclamos de trato igual, porque Robespierre no se apiadó de su condición femenina y la envió a la guillotina en 1793. Luego, tanto el período del Directorio como el gobierno de Napoleón borraron por un tiempo prolongado toda la cuestión. El movimiento por los derechos femeninos prosiguió entonces en Inglaterra, liderado por Mary Wallstonecraft, 5
quien había publicado ya en 1792 A Vindication of Rights of Women y luego por Emmelyn Pankhurst, centrado sobre todo en los derechos educativos, cívicos y económicos de las mujeres. Pero la comprensión teórica del problema de la incompleta presencia femenina en el mundo público fue enfrentada por un pensador liberal, John Stuart Mill, quien en 1869 publicó The subjection of Women , que reconoce tres tipos de reclamos: los de carácter económico, como la paridad de retribuciones para ambos sexos y la admisión a todo tipo de profesión sin discriminaciones; los de carácter jurídico, como la plena igualdad de derechos civiles, y los de carácter político, como la admisión al electorado y a la elegibilidad. Algo empezó a modificarse cuando en los EE.UU. a partir de la segunda mitad del siglo XIX las mujeres fueron admitidas a los estudios terciarios profesionales y a principios del siglo XX en las universidades. Simultáneamente en Francia algunas mujeres literatas reclaman para sí la misma libertad de la que gozan los artistas varones; el caso de la poetisa y escritora Aurore Dupin es paradigmático. Bajo el pseudónimo masculino de George Sand y vestida como varón, frecuenta todos los ambientes bohemios en claro desafío a las restricciones vigentes para las mujeres en la vida pública, así como en su diario íntimo se jacta de su intensa vida sentimental, que la unió a artistas famosos como Musset y Chopin, desafiando aquí las restricciones de orden sexual. El desarrollo de las actividades reivindicatorias tomó matices diferentes según las tradiciones sociales y culturales de cada lugar. En Inglaterra, por ejemplo, se acentuó sobre todo la lucha a favor del sufragio universal, y el movimiento se llamó por esa razón de las “sufragistas”. Los primeros resultados positivos se vieron con la concesión
del voto a las mujeres en Nueva Zelanda en el 1893, en Finlandia en 1906, en Noruega en 1907, en Suecia y Dinamarca en 1915. Mientras tanto en Inglaterra las activistas encarceladas, bajo el liderazgo de Emmelyn Pankhurst, emprenden una huelga de hambre, y en las calles las manifestaciones de simpatizantes proceden a sentadas y hasta actos de violencia. En América, el primer país que reconoce el derecho al voto a las mujeres es México en la nueva constitución del 1917; en ese mismo año también la Rusia de la revolución bolchevique admitirá el voto femenino. Lo mismo sucederá después de la Gran Guerra de 1914-18 en unos cuantos países europeos: Austria, Inglaterra, Hungría, Holanda, etc, y U.S.A.; para Italia, Francia, Argentina y otros habrá que esperar la Segunda Guerra Mundial de 1939-45. En este clima general de inauguración de nuevas posibilidades de participación femenina en el mundo ‘de los hombres’, no sorprende que se enfatice lo que las mujeres tienen de igual a ellos y se tienda a dejar de lado toda diferencia. Esta tendencia va tomando cada vez más fuerza hasta convertirse en una verdadera teoría feminista.
3.2.- El feminismo de la igualdad La realidad del feminismo propiamente dicho no debe buscarse, sin embargo, en estos episodios que culminan con las distintas conquistas femeninas de los derechos civiles y políticos hasta la primera mitad del siglo XX, sino más bien a partir de los años ’60. Efectivamente, este nuevo período de luchas feministas ya no consiste en el reclamo de derechos sino en la eliminación de toda forma de discriminación y hasta de distinción 6
entre los sexos. Textos inspirados en el ya clásico Le deuxième sexe de S. de Beauvoir demuestran cómo la historia escrita por varones y una sociedad construida por varones hacen que la mujer sea siempre ‘el otro sexo’. A esto hay que añadir el hecho de que e n la mujer la naturaleza pesa mucho más que en el individuo varón debido a la biología de la procreación, fenómeno en el cual el individuo-mujer es devorado por la especie desde sus mismas entrañas. La solución propuesta para que la mujer pueda disponer de sí y proyectar su libertad es la rebelión y el rechazo de la naturaleza, porque en la mujer mucho más que en el varón la liberación se llama “antiphysis”5, es decir, lucha contra la naturaleza. Esta lucha reconoce inmediatamente los dos primeros eslabones de la cadena que ata a la mujer: el matrimonio y la maternidad. Serán estas dos realidades, entonces, las que deben ser destruidas en primer término. El texto de S. de Beauvoir orientó en este sentido a más de una generación de mujeres en su lucha por una total equiparación con el varón. También otros estudios de ca rácter antropológico como los de M. Mead de los años ‘40 y ‘50, Sexo y temperamento y Male and Female , sirvieron para respaldar la teoría de la construcción cultural del ser masculino y femenino y su relación. El feminismo inspirado en estas ideas suele llamarse “feminismo de la igualdad” pue sto
que su finalidad es hacer desaparecer toda forma de distinción entre el ser mujer y el ser varón en todos los ámbitos posibles. Coherentemente con este cometido, se llega a manifestaciones simbólicas un tanto teatrales como la quema ritual de corpiños en U.S.A, o el rechazo a la distinción entre “señora” y “señorita” – en inglés Mrs. y Miss – reemplazada por la genérica denominación “Ms.” equivalente al masculino “Mr.”: el
uso de Ms. define una postura social, cultural y política. Así se hacen llamar las integrantes del movimiento “Women’s Liberation”. La leader feminista norteamericana Betty Friedan, autora de The Feminine Mystique (1963), pone en evidencia el estado de frustración de la mujer común, ama de casa, madre abnegada y esposa fiel; estas afirmaciones harán que la liberación femenina empiece a considerar la necesidad de una verdadera revolución sexual. Según esta tendencia, la doble moral sexual tácitamente aceptada por la sociedad occidental, que le otorga al varón una casi ilimitada libertad de ejercicio, debe y puede superarse eliminando las consecuencias femeninas del sexo. La píldora Pinkus se convierte en cierto modo en un símbolo de la liberación femenina del yugo de la reproducción. A través de la utilización de la anticoncepción y del aborto voluntario, afirmados como un derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo, empieza un revolucionario cambio de significación social de la sexualidad femenina. Además del efecto desestabilizante sobre la estructura familiar, cuyo impacto irá en aumento en las generaciones sucesivas, la contrapartida de estas actitudes extremas y beligerantes en favor de una paridad total entre los sexos tiene como efecto inmediato, por lo menos en U.S.A. la casi total ausencia de leyes adecuadas para la protección de la maternidad en el ámbito laboral, por considerarlas discriminatorias. Como expresión de esta corriente de pensamiento, con matices más o menos politizados, surgen grupos y publicaciones caracterizados por nombres pintorescos e irritantes como el WITCH ( Women's International Plot Coming from Hell ) o el SCUM ( Society for Cutting Up M en) o todavía el italiano PUSSI ( Prostitute Unite per I'Integrazione Sessuale e Sociale).
5 Ver en BEAUVOIR, SIMONE DE,
ob. cit., I Intoduction.
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En los años '70 se pone el acento sobre el tema de la auto-gestión del cuerpo de la mujer, con la creación de centros clandestinos para practicar abortos con técnicas cada vez más rápidas y siniestras, manifestando así el rechazo hacia cualquier forma de control del estado “patriarcal”. El clamor suscitado por casos penosísimos – como el de los chicos malformados por la Thalidomida – lleva a muchos países a legislar en favor del aborto, logrando presentarlo como un servicio para la mujer. Simultáneamente, en el marco del período de mayor expansión ideológica del marxismo, algunos de estos movimientos feministas se politizan y dan a sus reivindicaciones matices sociales y económicos: el sexo femenino es sujeto de explotación sistemática en la sociedad burguesa y patriarcal, por eso la lucha antiburguesa es también lucha anti-patriarcal de liberación da la mujer.
3.3.- El feminismo de la diferencia En la década del 70 se produce un viraje en la propuesta feminista: ir más allá de la anterior lucha por la igualdad entre los sexos, recuperando el derecho a ser diferentes en cuanto mujeres. Estos años se caracterizan por la exaltación de los poderes del ser mujer, entendiendo hasta la maternidad como un derecho individual, lo cual llevaba la implícita afirmación de una virtual autosuficiencia de la mujer. La reflexión sobre el ser femenino induce a la convicción de que debe empezar una nueva era del triunfo de la intuición, de la sensibilidad y de la afectividad por sobre la racionalidad y el afán de dominio que de ella se deriva. La mujer ha finalmente descubierto que su pretendida inferioridad es tal sólo en el mundo construido por el varón; por eso ella debe ahora superarlo, creando parámetros alternativos. A través de su peculiar visión de la realidad, se recupera el gusto por las relaciones personales, el estudio de la vida privada en la historia y en las ciencias sociales, en una palabra: se feminiza la cultura y el ámbito público. Este esfuerzo, tendiente a hacer cada vez más visible a la mujer con su forma peculiar de ser y de actuar, es lo que se llama feminismo de la diferencia . Algunos autores y autoras – usemos aquí el lenguaje inclusivo – han querido reconocer en esta forma de feminismo una especie de discriminación positiva que debía reparar la postergación de la mujer presente de manera muy arraigada en la cultura. En 1979 una convención de la O.N.U., conocida en adelante como CEDAW 6, procura fomentar esta actitud como necesaria para modificar las leyes de los países firmatarios 7, propiciando cambios legales y estructurales en el sentido de la discriminación positiva. Vemos aquí una postura muy diferente a la de las primeras feministas, preocupadas más bien de obtener que el hecho de haber nacido mujer fuera del todo indiferente en cualquier ámbito. A partir de la formación de la CEDAW, en cambio, esto significará algún tipo de preferencia.8 Existe también una derivación en clave “ New Age” de esta postura, que cree recon ocer
los síntomas de un radical cambio de era justamente en la expansión de una sensibilidad 6 Convention on the Eliminaton of all forms of Discrimination against Women. 7 Alrededor de 150 en la actualidad. 8 Ver en este sentido la llamada ‘ley de cupo’ vigente en la Argentina, que garantiza la
presencia de un 30% de candidatas femeninas en cada lista electoral, nombradas en forma alternada con los candidatos varones para garantizar fehacientemente su efectiva elección.
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de tipo femenino. El predominio de la afectividad, expresión del modo femenino de conocer, por sobre la fría racionalidad del varón, será elemento fundamental de una nueva visión integral del mundo que inaugurará el nuevo milenio. De esta manera, después de haberse agotado el proyecto del varón de dominio despótico de la naturaleza por medio de la técnica – que deshumanizó tanto el trabajo como sobre todo las relaciones interpersonales fomentando estériles luchas para el poder – , triunfará una visión nueva de la vida, más integradora, más contenedora y menos agresiva. La preocupación por la ecología también sería consecuencia directa de este cambio de paradigma, pasando de una actitud explotadora a otra actitud cuidadosa del mundo y de la vida. En este contexto la maternidad se valora nuevamente como el poder vital de la mujer, en perfecta sinto nía con una naturaleza vista ahora como ‘madre’ nutricia. Se proclama el derecho a la maternidad, aún prescindiendo de la presencia del varón, y se proyecta la posibilidad de la reproducción humana asistida, para la total autonomía de la mujer en su estado más específicamente femenino. Es la época en que se magnifica el fenómeno del lesbianismo, signo de esa autonomía y preludio de un mundo en donde el varón resulta superfluo. En EE.UU. – en algunos estados – se propone permitir la adopción a mujeres solas, mientras desaparece el estigma social contra la madre soltera. Estos dos fenómenos no tienen una misma connotación, pero tienen en común manifestar la valoración positiva sin más atribuida a la maternidad. Hoy día tenemos algunos ejemplos en el mundo del espectáculo que ilustran claramente este cambio de mentalidad. Si bien es de alabar el aprecio del don de la maternidad, es de temer la instrumentalización del hijo como medio de demostración del poder femenino o como objeto de derecho. En este planteo la familia sufre un descrédito ulterior por ser resabio de la mentalidad patriarcal con todos sus corolarios de sometimiento y postergación de la mujer. Y porque la maternidad es manifestación del deseo de la mujer y gesto elocuente de su libertad, curiosamente es en este período en que también se habla cada vez con más fuerza de ‘derecho al aborto’: cuando el hijo es un derecho y no un don, su
existencia está sometida al ejercicio de la libertad de la madre. Aparece aquí claramente la connotación de este poder femenino: la naturaleza se manifiesta en la mujer sólo como expansión de su libertad, y no en una verdadera actitud maternal, que se caracteriza por la aceptación y la entrega. El feminismo de la diferencia no tiene fuerza como movimiento independiente, pero muchos de sus planteos quedan vigentes en la mentalidad actual. . 3.4.- La perspectiva de género hace bastante en las ciencias sociales, vuelve a sonar en los años '90 como la bandera de una lucha más radical aún que las anteriores, constituyéndose en su superación. Se reconoce en este término un dinamismo expresivo que programáticamente no se quiere limitar a través de una definición categórica, porque en su indefinición deja un margen mayor para la transformación de la mentalidad dominan te. Es verdad también que ‘ género ’ a veces reemplaza simplemente la palabra ‘sexo’, y en ese caso carece de importa ncia su uso; a lo sumo demuestra una cierta sensibilidad a modas expresivas y nada más. El término “género”, utilizado desde
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Un uso más específico y correcto de la expresión es el que con la palabra ‘género’
indica los roles masculinos y femeninos socio-culturalmente construidos y asignados a cada varón y a cada mujer respectivamente, entendiendo con eso que cada cultura construye alrededor del individuo nacido con un cuerpo dotado de útero o de testículos una esfera de deberes, deseos, performances y conductas que lo determinarán en su existencia. Esta acepción del término también tiene grados de aplicación que van desde un análisis agudo pero respetuoso de cada cultura a la postura crítica, hija de las filosofías de la sospecha, que ve en cada orden, natural o cultural, un atentado contra la libertad. Cuando la intención es realmente permitir el crecimiento óptimo de cada persona y de remover, por lo tanto, los eventuales obstáculos que lo impiden, puede ser que se reconozca en la construcción cultural del género algunos elementos que, surgidos por distintas razones, constituyen actualmente una barrera para el desarrollo pleno de las mujeres, y quizás también de los varones. En este sentido el Papa Juan Pablo II en su Carta a las mujeres habla de ‘sedimentaciones culturales que a lo largo de los siglos han plasmado mentalidades e institucio nes’9 y reconoce que ha habido marginación y postergación de la mujer sobre la base de determinados supuestos culturales, que deben cambiarse. Si bien no es usado el término ‘género’ en el texto, es claro qu e se acepta la idea de las culturas pueden y deben ser corregidas para favorecer una vida más humana; pero el parámetro de la corrección no es una idea arbitraria de libertad, sino el orden natural inscripto en cada persona. El uso radical del concepto, en cambio, rechaza la idea misma de orden dado, y se propone ir más allá de las anteriores luchas feministas. Éstas tendrán ahora una nueva impostación: rechazar la noción misma de identidad sexual. La razón de este rechazo es atribuir la discriminación sistemática contra las mujeres a la existencia misma de una identidad sexual de la mujer y del varón. La interpretación radical del término junto con el apuntalamiento teórico para su uso aparece en Gender Trouble10 de Judith Butler, docente de la Universidad de California en Berkeley, quien afirma que es necesario des-esencializar al varón y a la mujer, dado que ellos existen como tales sólo en virtud de una determinada lectura de la realidad. Esta acepción radical de la palabra género niega la existencia de una naturaleza dada, y afirma que la realidad es leída siempre por intermedio del lenguaje. De esta manera, el lenguaje filtra lo real en sus redes y hace ver al mundo de una determinada manera, no más ni menos real que otras posibles en dependencia de otras lecturas alternativas. No se trata de una novedad absoluta, puesto que en los años '50 el estructuralismo de Claude Lévv-Strauss 11 había ya afirmado que el individuo era constituido por la cultura y el lenguaje de su grupo social, siendo llevado a interpretarse a sí mismo y al mundo circundante según la estructura cultural a la que pertenecía. En pocas palabras, el estructuralismo disuelve la esencia en el lenguaje, y aunque no le haya gustado nunca ser considerado estructuralista, Michel Foucault, al que explícitamente se remite J.Butler, propicia una antimetafísica de tipo estructuralista. Según esta interpretación, la actual – y, por lo visto, universal – perspectiva de género deriva de una lectura binaria de la realidad, que sólo explica al varón por contraste con su contraparte, la mujer. 9 JUAN P ABLO II. Carta a las mujeres,
1995, n.3.
10 BUTLER, JUDITH. Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity . Routledge, 1990. 11 Ver en LÉVY-STRAUSS, CLAUDE. Antropología Estructural. Buenos Aires: Eudeba, 1972, cap. III.
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En cambio, definir al varón y a la mujer a partir de sus respectivas anatomías implicaría caer en un determinismo biológico, incapaz de reflejar la ambigüedad de la condición humana, que sólo logran fijar las prohibiciones sociales expresadas en la definición de lo femenino y lo masculino. Una lucha feminista sobre esta base no puede resultar porque persistirá siempre la sombra de la discriminación mientras se mantenga la noción misma de identidad; por lo tanto debe empezarse por subvertir este concepto. 12 Por eso la perspectiva de género penetra con mucha fuerza en el campo educativo, tratando de destruir los llamados ‘estereotipos de género’13 antes de que éstos produzcan la ‘ilusión’ de la esencia natural femenina o masculina, ordenando así toda una serie de deseos y conductas. Lo ventajoso de esta perspectiva es que, tratándose de una construcción cultural, puede ser deconstruida y reconstruida según otros parámetros más adecuados a nuevas exigencias que la sociedad plantea, como son la mejora de la situación de la mujer, la eliminación de la fobia a la homosexualidad y el control de la fertilidad. En efecto, una nueva lectura de los individuos humanos no ya en clave binaria de dos sexos contrapuestos, sino en la de infinitos intersexos contiguos haría de la sexualidad exclusivamente una cuestión privada, de preferencias y gustos individuales no cuestionables. De aquí surgiría la posibilidad de los más variados grupos humanos en reemplazo de la familia heterosexual, con la consiguiente eliminación de prejuicios y además una notable contención de la fertilidad humana. Sin embargo, la experiencia nos indica que, si realmente los intersexos constituyeran un continuum entre los dos extremos llamados varón y mujer, sus variaciones determinarían una campana de Gauss, en neto contraste con la experiencia. Este gráfico implicaría que los hermafroditas, es decir los valores intermedios de las variaciones, serían los individuos más frecuentes; pero su existencia es, además de dudosa, seguramente excepcional (de hecho, la historia de la medicina menciona a unos 28 casos en total, señalados pero no comprobados); varón y mujer serían en cambio los escasísimos especímenes de los extremos. La realidad nos muestra otro panorama, aún admitiendo variaciones en el grado de virilidad o femineidad de los distintos individuos14. A lo sumo lo que obtendríamos serían dos campanas de Gauss, cuya área central correspondería a lo que entendemos como varón y mujer, de acuerdo a la experiencia real. Esto desecharía la hipótesis de los múltiples intersexos, puesto que los individuos más frecuentes son justamente los de los extremos de la curva, es decir: el varón y la mujer. Entonces, es evidente que para mantener la interpretación del continuum de intersexos, o para extremar aún más la desesencialización del concepto de varón y de mujer, debe negarse la existencia del orden natural, eterno obstáculo para una libertad humana extralimitada. Judith Butler afirma con claridad que su planteo es eco de la filosofía foucaultiana y de la psicología lacaniana, por la cual no solamente desaparece la noción 12 “There is no gender identity behind the expressions of gender; ..identity is performatively constituted by the very ‘expressions’ that are said to be its results ”, en Gender trouble , Feminism and the Subversion of Identity. New York, Routledge, 1990, p.25 13 Ver los estudios de Marta Lamas y Gloria Bonder. 14 Aquí sería interesante remitirnos a la II parte de Male and Female de M. Mead, quien finamente observa que la virilidad y la femineidad deben confrontarse en una misma sociedad, y que, siendo nuestras sociedades multiculturales y multiraciales, no puede haber resultados confiables en esas ‘mediciones’.
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de identidad sexual sino también la de sujeto: la sexualidad se caracteriza así como una exploración continua de posibilidades, respondiendo al carácter fundamentalmente inestablede los cuerpos. En una obra posterior, Bodies that Matter (1993)15 , Butler enfatiza la importancia del discurso en la formación del sujeto, de tal manera que ser llamado varón o mujer constituye al sujeto como varón o como mujer, con exclusión del otro. Dado el carácter constructivo de los términos varón y mujer , éstos siempre y al mismo tiempo preceden y exceden al sujeto. Butler quiere defenderse de una interpretación simplista de su El género en disputa había originado, que podía hacer pensar en la identidad sexual como en un optional , y quiso devolverle un cierto carácter social y dinámico: “el ‘sexo’ es una construcción ideal que se materializa. No es una realidad simple o una condición estática del cuerpo, sino un proceso mediante el cual las normas reguladoras materializan el ‘sexo’ y logran tal materialización en virtud de la reiteración forzada de esas normas. Que la reiteración sea necesaria es una señal de que la materialización nunca es completa, de que los cuerpos nunca acatan enteramente las normas mediante las cuales se impone su materialización”. 16
La perspectiva de género subraya el carácter preformativo del discurso, por el cual éste ejerce su poder vinculante. Sólo tomando conciencia de que un sujeto es formado a partir del discurso, es decir, aparece en el reconocimiento del otro, se entiende por qué, según Butler, deconstruir el carácter limitante del género femenino y masculino es la única salida de la hegemonía heterosexual. La perspectiva de género permite así evitar el determinismo biológico como destino.
3.5.- La tercera mujer Desde la ótpica posmoderna, Gilles Lipovetsky nos ofrece una interesante vuelta de tuerca respecto del feminismo. Habiendo aceptado el cambio de paradigma de la modernidad, le resulta imposible al autor del Crepúsculo del Deber expresarse en términos de orden natural, pero en La Tercera Mujer 17 reconoce francamente que los tres feminismos han dado últimamente un vuelco interesante hacia una nueva propuesta de disimilitud de géneros: “En el corazón mismo de la hipermodernidad se reestructura la disimilitud de las posiciones de género. Sólo cuando se vacían de sentido y chocan de frente con los principios de soberanía individual, se eclipsan los códigos ancestrales de lo femenino. En los demás casos, las funciones y roles antiguos se perpetúan, combinándose de manera inédita con los roles modenos”.18
El planteo de Lipovetsky , por el que se rehabilitan ‘bloques’ de tradición en el seno de la posmodernidad, es quizás el efecto del serenarse de la lucha por el posicionamiento de la mujer en el mundo público, siendo ahora posible reconocer la diversidad y comprenderla como riqueza. Esta época nuestra, aunque rechace el término orden natural por aversión a toda afirmación fuerte acerca del ser humano, reconoce que hay una estructura natural cuya alteración produce efectos muy dañinos para todos. Es más: ha surgido una ética de la ecología que nos recuerda los deberes para con las futuras generaciones, instándonos a 15 1ª ed. en español 2002, Cuerpos que importan. México, ed. Paidós 16 op. cit. p.18 17 La Troisiéme Femme, Paris 1997,ed. Gallimard ; 1ª ed. en castellano 1999, Barcelona, Anagrama. 18 op.cit. p.11
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un mayor cuidado de la naturaleza e inclusive invitándonos a la austeridad como forma responsable de disponer de los recursos. Entonces hay orden natural. Entonces existe una naturaleza de las cosas. Evidentemente, la dificultad parecería ser admitir tal orden dado también para la naturaleza humana , por ser dotada de libertad. Pero es un hecho que el crecimiento real y perfectivo de todo ser viviente es siempre desarrollo de lo que es ya potencialmente; entonces también para el ser humano no podrá haber desarrollo si no es desde su propia naturaleza, aceptada y reconocida como cauce positivo de su libertad.
4.- Más allá del feminismo 4.1.- Naturaleza y cultura. En primer lugar es necesario, para ubicarnos en este tema, distinguir con claridad el concepto de individuo del concepto de persona porque, en los cambios que nos propone todo este debate acerca de la mujer y del varón, se tiende a olvidar el carácter de persona que tienen los individuos de la especie humana. Etimológicamente la palabra “individuo” quiere decir “no dividido en sí mismo”, “no divisible”. Considerando cualquier especie viviente, vegetal o animal, incluyendo a la
especie humana, podemos operar una división en porciones más pequeñas hasta llegar al límite en que una ulterior subdivisión significa la muerte de lo que estamos dividiendo: ese elemento último de la especie no más divisible es justamente el individuo, en el cual la especie se manifiesta como tal. En la naturaleza tenemos entonces al individuo como modo de aparecer de la especie, y podríamos afirmar que – en cierto sentido – su existencia está al servicio de la especie, al punto que existen mecanismos instintivos que privilegian los intereses de la especie por encima de los del individuo. Aclarado este concepto, resulta ahora más fácil determinar las características del ser personal , que puede definirse como un individuo dotado de valor en sí mismo; es decir, un individuo que no solamente es manifestación de una determinada especie, sino que además tiene la posibilidad de realizar de una manera voluntaria y original – es decir, libre – el proyecto de la especie. Después de todas estas aclaraciones, haciendo un recuento de las especies vivientes en la tierra se llega con absoluta claridad a la conclusión de que el único caso en que se puede hablar de ser personal es el del ser humano. Éste, si bien por un lado está atado a su especie, por su configuración psico-física, también está en condiciones de poder realizar esa humanidad de una manera especial debido a su libertad. Una libertad que se inscribe, sin embargo, en un ser natural existente, encontrando allí su especificación pero también su limitación. Cada ser humano es un proyecto original: frente a la cuna de un bebé recién nacido se trenzan los sueños de innumerables posibilidades de realización de esa humanidad. Es necesario distinguir entonces entre dos conceptos: el de naturaleza y el de cultura o, para decirlo en su forma latina, en que la asonancia resalta la diferencia: natura y cultura.
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Natura tiene su origen en el verbo nascor , nacer, y significa aquello con lo cual nacemos, lo dado, lo que no depende de nuestra voluntad. De hecho, el haber nacido mujer o varón significa para cada uno una especificación de lo que debería ser, es decir, una determinación en las posibilidades de realización. No digo solamente límite, sino ámbito de realización que, en la medida en que es aceptado, resulta exaltante. Cultura deriva del verbo colere, cultivar, cuyo primer significado se refiere a la actividad del agricultor, aquél que obtiene frutos más abundantes de la tierra, conociendo y respetando la modalidad propia de ésta y perfeccionándola con su trabajo. En el caso en que se descuidara el modo de ser propio de aquello que se cultive, no habría perfeccionamiento, y por lo tanto tampoco frutos. Esto debería ser para nosotros un concepto-guía para entender qué es lo verdaderamente cultural y qué cosa, en cambio, no es más que artificio o pseudo-cultura. En este sentido, sólo las actividades humanas tendientes a perfeccionar la naturaleza tanto física como espiritualmente son verdaderas actividades culturales; otras, en cambio, responden sólo a un deseo de dominio o de ruptura con lo dado, como prepotente afirmación de autonomía del hombre. Es claro, entonces, que naturaleza y cultura están estrechamente ligadas, porque no se podría hablar de la segunda sin admitir la primera. El ser humano por estar dotado de libertad es de por sí un ser cultural; si no lo fuera viviría de manera puramente instintiva, su existencia no sería una existencia plenamente personal, y podríamos afirmar que su actuar estaría dictaminado por la especie y no por un proyecto suyo original. Muchas propuestas de “liberación” de la conducta humana
presentes en nuestro entorno son, más bien, una exaltación de lo puramente instintivo, sobre todo en el ámbito de lo sexual: una hiperestimulación visual-auditiva del impulso sexual a través de los mass-media no libera a nadie, sino más bien induce a una conducta compulsiva, en la cual la voluntad tiene muy poca cabida. Y así, por ejemplo, nuestros adolescentes terminan sintiéndose anormales si quieren vivir el amor según un ideal de pureza y respeto mutuo. En el ser humano la vida instintiva debe ser asumida a través de la dimensión de la voluntad libre para poder ser verdaderamente humana. En conclusión, naturaleza y cultura, que implican lo dado y lo propio en el ser humano, se encuentran entrelazadas en la realización plena de lo humano.
4.2.- Varón y mujer Consideremos ahora qué especificación le añade al ser humano el hecho de haber nacido varón o mujer. Ya desde lo genético, es decir desde que existe una nueva persona, existe también esta especificación, y el desarrollo embrional seguirá en base a eso un esquema diferenciado para cada sexo. El crecimiento posterior marcará además conductas características, reforzadas a través de la imitación, amén de variaciones individuales. El resultado será un modo peculiar del varón y de la mujer de situarse frente al mundo y frente al otro, tanto en el aspecto psico-afectivo como en el intelectual y espiritual. Esto confirma que la innegable determinación biológica implica también conductas acordes a lo específico de cada sexo: el par XX o XY no significan sólo rasgos físicos y 14
producción de determinadas hormonas, sino también tendencias y capacidades. Lo cual no niega, sin embargo, la posibilidad tanto de un refuerzo como de una modificación de las mismas desde la cultura, como los estudios antropológicos ponen en evidencia. De hecho el ser humano tiene una tal plasticidad en su desarrollo que la educación o un tipo determinado de entorno social pueden exaltar o suprimir en él ciertas manifestaciones de su modo de ser. Pero esto no llega al punto de construir lo que no está dado en su naturaleza; si lo intentara – y lamentablemente la historia humana no se ha privado de nada – , impediría el verdadero desarrollo de la persona. No constituye un determinismo biológico el afirmar que la especificación sexual implica un modo peculiar de experimentar el mundo circundante, de sentir y de actuar; más bien pone en evidencia la profunda unidad que existe en cada ser humano entre su dimensión biológica, psíquica y espiritual. 4.3 -L a voz de l a ciencia
En épocas en las cuales siempre aletea sobre toda conversación la idea ¿aristotélica?¿freudiana?- del ser femenino como un hombre incompleto, es bueno tener presente que el embrión humano morfológicamente se presenta con un esquema de sugerente igualdad antes de la transformación acorde con la patente genética YX o XX. Así que es verdad que varones y mujeres somos iguales…pero d iferentes. Diseñados para cooperar en un mundo complejo, tan complejo que no puede ser comprendido por una sola mirada: hace falta también la otra. Recientes estudios neurológicos y de neurociencias parecen haber dado finalmente con la evidencia de este dimorfismo sexual del cerebro, que explicaría el distinto funcionamiento del aprendizaje femenino y masculino y el distinto modo de percibir la realidad. Existen hoy pruebas empíricas que revelan el funcionamiento diferenciado del cerebro femenino y masculino. En los estudios se ve una mayor extensión, en el cerebro de la mujer, del cuerpo calloso que une a los dos hemisferios cerebrales. Se trata de una red de conexiones nerviosas, que permiten las sinapsis, es decir la actividad de las neuronas. Aunque todavía no se puede establecer con precisión su funcionamiento, es claro que hay evidencias suficientes para poder afirmar que el cerebro femenino funciona distinto del masculino, en una cierta e interesante medida, aunque haya solapamientos individuales, en el sentido de especiales performances de mujeres y varones específicos, compatibles con lo que hemos llamado ‘funcionamiento femenino’ o ‘masculino’.
Pero las diferencias existen en los grandes números de una manera notable. “hay una gran cantidad de datos que indican que los factores biológicos desempeñan un papel importante en algunas diferencias cognitivas entre varones y mujeres.”19 Algunos estudios han podido comprobar que ,cuando varones y mujeres de condición similar son sometidos a una prueba de capacidad intelectual, invariablemente en las mujeres se da un ‘encendido’ de los dos hemisferios a la vez, mientras que los varones
trabajan con la mitad que es más solicitada por el esfuerzo puntual del examen. Se pueden sacar muchas conclusiones, pero de acuerdo con los últimos estudios parece que puede ya afirmarse que el uso simultáneo de los dos hemisferios favorece las competencias lingüísticas, como es evidente también en el desarrollo precoz de las niñas respecto de los varones de la misma edad. Si se tratara de conductas inducidas socio19 Gil-Verona, J.Antonio et Al., Diiferencias sexuales en el sistema nervioso humano. en Revista Intrnacional de psicología Clínica y de la Salud, vol.III, 2003, pag.353
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culturalmente, estas diferencias iniciales deberían acentuarse con el tiempo por el refuerzo externo, pero en cambio tienden a hacerse menos perceptibles. A este funcionamiento conjunto de los dos hemisferios puede también atribuirse la mayor capacidad femenina para captar el estado de ánimo de los interlocutores: una percepción más global del otro puede manifestar aspectos que las palabras no revelan directamente. En el estudio de la comunicación no verbal hay sobradas evidencias de la especial capacidad femenina de decodificar con acierto lo no dicho por el otro. Decir directamente que esto es una ventaja quizás sea una conclusión apresurada, pero seguramente, al tratarse de una capacidad, puede ser transformada en una ventaja. Así que la ciencia al día nos pone frente a una situación real de funcionamientos distintos según el sexo, más allá de las diferencias individuales - que también existen y son notables-, y esto nos permite inferir que la diversidad es realmente una riqueza cuando se suma en la cooperación para humanizar un mundo tan complejo. 4.4-Defi ni r lo f emeni no
¿Cómo podemos entonces definir sintéticamente la esencia de lo femenino? Sin duda la función maternal determina en ella una especial inclinación a ponerse al servicio de la vida; inclusive, en su modo de captar el mundo que la rodea hay en ella una mayor orientación a buscar lo concreto, lo global, lo viviente. Esto implica una menor tendencia o menor preferencia – no menor capacidad – para el pensamiento abstracto, inclinándose más bien a resaltar lo referente a la persona y a la vida. Una gran pensadora de nuestro siglo, Edith Stein20, muerta en Auschwitz en 1942, quiso definir la esencia de lo femenino y de lo masculino partiendo del segundo relato de la creación que aparece en Gén. 2. Dice el texto que, al crear al varón, Dios no quiso que estuviera solo y le dio una ayuda semejante, que en hebreo se expresa con el término eser kenegdo, que quiere decir ‘lo que está en frente’, de tal modo que la ayuda del hombre a la mujer y la de la mujer al hombre no son ayudas idénticas, sino distintas y propias de la modalidad específica de cada uno. Inclusive la propia identidad le deriva tanto al hombre como a la mujer de su distinción con el otro, en un juego de similitud y diferencia. Refiriéndose después al mandato bíblico de la propagación de la vida humana y del sometimiento de la tierra, Edith Stein subraya cómo cada tarea se le encomienda al hombre y a la mujer en un esfuerzo conjunto, pero con prioridades diferentes. De esta manera, siendo la mujer designada más de cerca para la procreación y el hombre para la transformación del mundo, la cooperación activa desde la especificidad de cada uno obtiene como resultado un mundo plenamente humano. Es llamativo también que, anticipándose a los tiempos, Edith Stein afirmara ya en los años ’30 que no hay profesión que la mujer no pueda desarrollar, pero al mismo tiempo
recomendaba que, en cualquier actividad, la mujer debe llevar su feminidad, para dar al lugar de trabajo un poco del calor del hogar. Si en cambio, como sucede a menudo, hacer un trabajo tradicionalmente asignado a los varones tiene el efecto de virilizar a la mujer, la pérdida no es sólo para la mujer que deja de ser lo que es, sino para el mundo que es privado de un aspecto relevante para su desarrollo. 20
STEIN, EDITH. “Vocación del hombre y de la mujer según el orden de la naturaleza y de la gracia”. En: La mujer. Buenos Aires: Monte Carmelo, 1999.
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4.5- La apertura al otro En el mismo sentido del reconocimiento de las especificidades de cada uno de los sexos entendidas como riquezas de la humanidad, resultan interesantes las conclusiones de estudios que provienen de otra ciencia y desde una metodología experimental. Se trata de la antropóloga Margaret Mead, quien desde una óptica muy distinta a la planteada en el presente trabajo llega a una conclusión sustancialmente idéntica, cuando en el epílogo de Male and Female reconoce que en la polaridad de los dos sexos y en los dones respectivos se encuentra el potencial del desarrollo de una humanidad más completa 21. Pues se puede afirmar que cuando el ser humano toma conciencia de sí, también toma conciencia de lo que no es él: crecer es incorporar lo distinto a sí, entendido como tal, para poderse abrir a una realidad más rica. Entre las diferencias que el ser humano percibe está también la del otro como ser de otro sexo, igual pero distinto, humano pero con otra modalidad. Lograr integrarse en este mundo de diferencias, reconociendo mutuamente la dignidad de los unos y de los otros, es signo de verdadera apertura, sin la cual las manos del hombre no sólo no aprenden a dar, sino tampoco pueden recibir. El feminismo y el machismo no son más que contra caras de una misma imposibilidad, la de admitir al otro como ser valioso y digno de respeto: los dos representan una forma rígida de tratar de resolver los problemas de la convivencia humana, los dos se arrogan para sí una superioridad que los enfrenta con el otro sexo y los esteriliza. En el fondo, ser varón tiene sus méritos así como ser mujer tiene los suyos. La aceptación de las superioridades propias de cada sexo respecto del otro no es excusa para una estructura de privilegios, sino estímulo para poner a disposición del otro lo que somos y lo que sabemos hacer, así como apertura y sencillez para recibir lo que nos hace falta. El resultado es un mundo más rico y más interesante, un mundo capaz de dar vida, apto para la comunidad humana. Queremos sintetizar estas reflexiones con las palabras de Margaret Mead, que habiendo sido escritas en el 1948, no han perdido ni un ápice de su actualidad: “La competencia de un solo sexo no ofrece sino una r espuesta parcial. No se puede edificar una sociedad en su plenitud salvo que se utilicen simultaneamente los dones propios de cada sexo y aquellos que les son comunes, es decir, apelando a los dones de la humanidad entera”. 22
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MEAD, M ARGARET. Male and Female, M orrow. La Flèche: Denoël-Gonthier, 1988 (1ª ed. 1948). 22 op.cit.p.436
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