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I ntel teligen gencia Em Emoci ocional onal I I
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10 - CÓMO AMAR Usted ha estado enamorado; ya sabe lo que es. Es una sensación de deleite no por la persona a quien se ama sino por todo el mundo, uno mismo, la vida. De repente se ve por todas partes belleza y excitación. No se teme expresar el amor: apasionada, suavemente, en palabras o en silencio. Y se siente uno fuerte, generoso, lleno de vida. Pero siempre pasa algo. Quizá sólo se haya sentido capaz de amar unos minutos o unas semanas… hasta que se ve a la persona amada salir con otra persona. O quizá se haya amado a alguien que está muerto. O de alguna manera parece uno “desamar” todas las veces. Ahora usted, más o menos, ha renunciado. Parece tener relaciones amorosas; está casado o tiene amante o ha tenido cien amantes. O está seguro de que ama a sus amigos, sus padres y sus hijos como cualquiera. Pero en realidad se ha sentido con demasiada frecuencia confundido, desilusionado, chasqueado. Y no va a dejarse enredar nunca más. Algunos lo hacen a propósito: He sido lastimado de modo que me he convencido de que no creeré más en el amor. “De todos modos ¿para qué sirve?” He decidido retirarme y volverme práctico. Nuestros amigos tienen que sernos útiles, nuestros matrimonios deben ser “razonables”. Ahora vemos claramente que el amor es para los chiquillos… y nosotros estamos madurando, enfrentándonos a la realidad. Hay otros que desean amar pero no parecen expresar sus sentimientos. Celia, la esposa de Hipólito, me contó que la cosa más importante para él era ver a sus nietos. Cuando se enteraba de que iban a visitarlos a casa estaba contento y excitado todo el día. “¿Qué estará pasando? Preguntaba cada cinco minutos cuando se habían retrasado. Pero tan pronto como estaban todos allí, se metía en la casa y dejaba sola a Celia para recibirlos. Cuando los niños jugaban en el patio, los miraba desde la ventana; no les decía mucho ni siquiera cuando entraban en la casa. Celia tenía que explicar que había trabajado mucho y estaba cansado. Y Hipólito se preguntaba por qué estaba tan deprimido después de cada visita. ¿Por qué se porta de esa manera? – preguntaba su hijo a Celia -. Se trastorna si no venimos de visita, y cuando venimos no nos habla. Harold se porta de esa manera porque – cree él – no le queda más remedio. Es viejo; ¿qué puede decirles a esos niños que tienen sesenta años menos que él? ¿Qué podría compartir con ellos? No se puede esperar que juegue con ellos en el patio…
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10 - CÓMO AMAR Usted ha estado enamorado; ya sabe lo que es. Es una sensación de deleite no por la persona a quien se ama sino por todo el mundo, uno mismo, la vida. De repente se ve por todas partes belleza y excitación. No se teme expresar el amor: apasionada, suavemente, en palabras o en silencio. Y se siente uno fuerte, generoso, lleno de vida. Pero siempre pasa algo. Quizá sólo se haya sentido capaz de amar unos minutos o unas semanas… hasta que se ve a la persona amada salir con otra persona. O quizá se haya amado a alguien que está muerto. O de alguna manera parece uno “desamar” todas las veces. Ahora usted, más o menos, ha renunciado. Parece tener relaciones amorosas; está casado o tiene amante o ha tenido cien amantes. O está seguro de que ama a sus amigos, sus padres y sus hijos como cualquiera. Pero en realidad se ha sentido con demasiada frecuencia confundido, desilusionado, chasqueado. Y no va a dejarse enredar nunca más. Algunos lo hacen a propósito: He sido lastimado de modo que me he convencido de que no creeré más en el amor. “De todos modos ¿para qué sirve?” He decidido retirarme y volverme práctico. Nuestros amigos tienen que sernos útiles, nuestros matrimonios deben ser “razonables”. Ahora vemos claramente que el amor es para los chiquillos… y nosotros estamos madurando, enfrentándonos a la realidad. Hay otros que desean amar pero no parecen expresar sus sentimientos. Celia, la esposa de Hipólito, me contó que la cosa más importante para él era ver a sus nietos. Cuando se enteraba de que iban a visitarlos a casa estaba contento y excitado todo el día. “¿Qué estará pasando? Preguntaba cada cinco minutos cuando se habían retrasado. Pero tan pronto como estaban todos allí, se metía en la casa y dejaba sola a Celia para recibirlos. Cuando los niños jugaban en el patio, los miraba desde la ventana; no les decía mucho ni siquiera cuando entraban en la casa. Celia tenía que explicar que había trabajado mucho y estaba cansado. Y Hipólito se preguntaba por qué estaba tan deprimido después de cada visita. ¿Por qué se porta de esa manera? – preguntaba su hijo a Celia -. Se trastorna si no venimos de visita, y cuando venimos no nos habla. Harold se porta de esa manera porque – cree él – no le queda más remedio. Es viejo; ¿qué puede decirles a esos niños que tienen sesenta años menos que él? ¿Qué podría compartir con ellos? No se puede esperar que juegue con ellos en el patio…
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De una manera u otra, los que no saben amar – y casi todos nosotros podemos aprender a amar más plenamente – tienen excusas, pretextos para echarle la culpa de todo el destino. “No he encontrado a la persona idónea.” “Todos se apartan de mí.” “En cuanto me intereso por alguien, descubro que ya tiene otra persona.” Pero no es el destino el que nos impide amar; es nuestra propia actitud: hacia el e l amor, hacia los demás y hacia hac ia nosotros mismos. Y esas actitudes, como cualesquiera otras, pueden modificarse por medio de nuestras acciones. CÓMO APROVECHAR LOS SENTIMIENTOS AMOROSOS Actúe usted con con amor siempre siempre que sienta el deseo de hacerlo. Todos
experimentamos sentimientos de amor o calor hacia alguien en algún momento, pero no actuamos de acuerdo con ellos. Y así es como funciona el Principio: cada vez que nos dominamos para no expresar expre sar amor, amor, nos asustamos más a la idea de expresarlo o siquiera de creer en él. Pero podemos invertir el movimiento. Si podemos siquiera empezar a actuar con amor cada vez que los experimentamos, podemos enseñarnos a ser abiertos, receptivos y sin miedo. “Cuando lo experimentamos” expe rimentamos” es lo más importante. El Principio dice que fortalecemos nuestros motivos al actuar según ellos. Lo cual significa que puedo lograr amar a alguien que no soporto actualmente simplemente actuando como si lo quisiera. Pero puedo intensificar un amor que experimento ya, actuando de acuerdo con ese sentimiento. De manera que el modo de empezar es con alguien a quien se quiera o a quien se quiera de vez en cuando. Puede ser el e l compañero o un amante o un pariente o un viejo amigo que se alegra al vernos. Sólo existe un requisito: que haya momentos en que uno siente que quiere a esa persona. Y entonces, se puede uno dedicar a reforzar esos sentimientos en vez de reprimirlos. No es cosa del destino. Como lo dijo Wordsworth: Wordsworth: Y hay que amarlo antes de que Parezca Parezca merecer tu amor. amor.
¿Y si no está uno seguro de querer a esa persona? Bueno, pues hay que pasar unos cuantos minutos imaginando… pensar que está uno en el mundo sin esa persona; nunca volverá a verla. ¿Ha quedado algo sin decir? ¿”gracias”? ¿”lo siento”? “¿Te quiero?” ¿Qué va a faltar en la vida de ahora en adelante: la sonrisa del amigo, los buenos momentos, la compañía, la inteligencia, la sensualidad, la esperanza, la energía? Hay que defi-
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nirlo para sus adentros. Si se quiere a la persona se encontrarán muchísimas respuestas. Y darse simplemente el tiempo de pensar en lo que se valora en una persona puede comenzar a fortalecer el amor. Pero el mejor modo de fortalecer el amor a mor es mediante obras de amor. Una obra de amor es una acción ac ción sin ningún otro propósito: una pura expreexpre sión de sentimiento que no va disimulada de manera alguna. Jeremías llamó a su mujer el otro día, a la oficina, cuando sintió cariño hacia ella: “Sólo quería oír el sonido de tu voz. ¿Tenemos cinco minutos para ha blar?” Ese fue un acto de amor: honrado, directo y emocional. Comparémoslo con la llamada de Alan a su esposa: “Hola. Quería saber si todo anda bien.” Alan se ha sentido alejado de su esposa durante algún tiempo y está tratando de acercarse a ella, pero no admite por qué llama. Sus motivos son realmente complejos: quiere expresarle algún sentimiento a su esposa pero no correr el riesgo de perder la compostura. De manera manera que su tono es desinteresado, algo condescendiente. Y su temor al contacto emocional – que pudiera hacerle perder la compostura – se fortalece con su acción. Supongamos Supongamos que usted compra un regalo para una persona; al dárselo, puede decir: de cir: “Te he comprado esto porque pensé que te serviría”. O tam bién puede decir – si es verdad – “Te “Te he comprado esto porque estaba pensando que eres ere s formidable.” Si las cosas son ciertas, decir la segunda se gunda hará seguramente de usted una persona más amante. Hacemos regalos por toda clase de razones, y es formidable que cada manifestación tenga un lugar en la vida. Pero la expresión pura de sentimiento – suponiendo que haya sentimiento – ayudará a fortalecer el amor. Si se ama a alguien y no se le dice, no sólo se está privando a la otra persona, se está privando uno mismo mismo de la capacidad de sentir. Si quiere uno saber qué decir respecto al amor que siente por una persona, hay que preguntarse, una vez más, lo que se echaría de menos si esa persona no existiera más. Y hacerlo lo más específicamente posible. Eso puede exigir bastante reflexión; casi todos nosotros carecemos del hábito de expresar nuestro amor en palabras. Pero hay que encontrarlas: una declaración honrada de la manera en que uno se siente. Hay que ensayar esa declaración declarac ión si se quiere; decirse a uno mismo: “Cuando sienta cierto impulso de sentimiento, diré…” Entonces, al llegar el momento, hay que decirlo; arriesgarse. Se sentirá uno más vulnerable de lo que se acostumbra ante el sentimiento, y se sentirá uno más amante. Harold, el abuelo del que hablábamos, desglosó el proceso en varias
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etapas. La primera consistió en hablarles a sus nietos, no forzosamente expresando sentimientos sino para obligarse a sí mismo a no retraerse por completo. Entonces Entonces se puso a buscar actividades que pudiera compartir con ellos, diciéndoles a los niños: “Realmente, yo no conozco sus juegos pero vamos a encontrar uno en que todos podamos participar.” Y finalmente añadió: … “así no me sentiré fuera.” Al cabo de varias visitas, se oyó decir: “Los he echado mucho de menos”, cuando llegaron, y siguió hablando de sus demás sentimientos y experiencias. Una declaración describiendo cómo se siente uno, como en “Te he echado de menos”, no será tan efectiva como la superación del temor de amar, como como una que revele cómo se siente ahora: a hora: “Me siento muy cerca de ti ahora”. Pero la que se refiere re fiere al pasado puede ser más fácil de manifestar al principio. Vale la pena; cualquier revelación de sentimientos cálidos puede ayudar ayuda r a iniciar el proceso. Es casi seguro que las siguientes sugerencias le ayudarán a usted a volverse más amoroso. Convertir en ocasión especial alguna actividad que la otra persona y usted usted llevan llevan a cabo maquinalmente. maquinalmente. Primero, escoja algo que no le llame
mucho la atención sino que hace a todo correr: tomar el desayuno o hablar de las cosas del día o hacer hace r el amor. amor. Pues bien, hágalo todo más desprecio. Trate de pasar el doble de tiempo – o más – en esa actividad. Saboréela. Es bueno para la relación y es bueno para su actitud frente al amor: cuando se le da tiempo, se refuerza la sensación de lo que vale. Déle a la persona amada algo que no dure. dure. Algo que le guste a la
persona: quizá crea usted que regalar flores o meter una moneda en una sinfonola es tirar el dinero… pues no lo es. Es un regalo para ustedes dos. Cuando quiera hacer algo para esa persona, gaste ahí su dinero: no en un libro que ella o usted van a leer. Eso no significa que se vaya a destruir el amor si se compra un regalo útil. Pero trate usted de ser poco práctico de vez en cuando; puede ayudarle a comprobar que el amor siempre vale por sí mismo… aun cuando no dé resultados. Exprese Exprese su afecto con el tacto. Muchos de nosotros nos sentimos
inhibidos a la idea de tocar a los demás, como no sea para iniciar el sexo. Lo cual significa que siempre nos sentimos inhibidos para expresar sentimientos. El sexo es maravilloso, pero asegúrese usted también de tocar a la persona que ama simplemente para expresarle afecto. Tenga cuidado en no dar a la persona un papel que le dificulte el
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amarla. Raúl siempre deja que su esposo haga las cosas pesadas, que le
diga cuándo ha bebido bastante en una fiesta y cuándo es hora de volver a casa. Actúa como un adolescente y trata a su mujer como a una mamá enfadadiza… lo cual sólo sirve para socavar el amor que sienta por ella. No puede amarse realmente a una persona a quien uno convierte en su conciencia. Angela estaba avergonzada por su gordura, pero no explicaba así la situación a sus amigos: “Tendré que seguir una dieta para que mi marido no me aborrezca”: De modo que comenzó a sentir rencor hacia su marido (“¿Por qué no me puede querer tal como soy?”), cuando en realidad era ella la que odiaba estar gorda. Obsérvese que esto no es lo mismo que tratar de mejorar para complacer al compañero; la diferencia está en si se atribuye la reprobación activa a la otra persona. Si se hace algo para complacer a alguien, se crea calor; si se hace para evitar ser reprobado, se crea temor. Piense en los defectos de la persona que más le preocupan a usted.
Entonces, pregúntese: “¿Tengo los mismos defectos o temor que se me paguen? De ser así, enfréntese al problema suyo. Inclusive antes de hallar una solución, esta evaluación honrada puede dejarlo a usted en libertad para amar a la persona. A Máximo le repugnaba mirar a su esposa a la cara, porque estaba envejeciendo. Quería vivir por siempre, y las arrugas de ella le recordaban que no lo iba a lograr. Al quejarse continuamente por la ropa, las cenas y el maquillaje de ella, destruyó gran parte del amor que le inspiraba. Sólo al percatarse de que envejecer era lo que le daba miedo – y al comenzar a actuar para borrar ese temor – pudo volver a amarla. Ante todo, haga algo (de preferencia, muchas cosas) que le guste en compañía de la persona. No importa lo que sea: una excursión, un viaje,
una noche en el teatro, un juego de “memoria” en casa. Trate de recordar cosas que les gustó compartir en el pasado, y vuelva a hacerlas a pesar de todas las razones que le dicen que no puede. Encuentre medio de verse el uno al otro bajo un mejor ángulo, de asociar el placer y la plenitud uno con el otro. Estudie cómo actúa, lo libre que es cuando ambos se sienten felices juntos, aunque sólo sea una tarde. Y hagan más cosas juntos en el mismo orden de ideas. Ésas son sólo sugerencias; las palabras específicas y las acciones que use usted para expresar su amor son mejores si provienen de usted. Su compromiso emocional provocará originalidad. Lo importante es actuar; no hay que esperar momentos tiernos y después vivirlos pasivamente. Usted puede volverse sentimental escuchando discos viejos, pero eso no lo capacitará mejor para amar a menos que haga algo más para fortalecer el
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sentimiento. Además, según Shakespeare, “No aman aquellos que no demuestran su amor”. Con el fin de amar, hay que actuar amorosamente. PERO TENGO MIEDO…
Los viejos hábitos son difíciles de quitar. Si no está usted acostum brado a expresarse cálidamente, es probable que se sienta tímido en cuanto a eso. Se sentirá bobo, vulnerable, fuera de su estilo. No es fácil decirle a un amigo, durante un prolongado atardecer: “De veras, me gusta mucho estar contigo”. Es cierto, y seguramente significará mucho más para ustedes dos que cualquier otra cosa que haya dicho. Pero es asombrosamente difícil de decir. Al comenzar a ir en contra de sus viejos hábitos, va a sentir que se ponen en movimiento nuevos temores. Revelarán una valiosísima información, si los estudia. Puede enterarse de muchas cosas gracias a esos temores, si los exagera. Puede descubrir por qué ha tenido miedo de amar… de amar a esa persona o de amar en general. Y puede comenzar a superar ese temor. Cuando se siente angustiado en cuento a expresar amor, pregúntese: ¿Qué puedo perder si amo a esa persona? ¿Qué terribles cosas estoy revelando respecto a mí mismo? ¿Qué poder le estoy dando al expresarme de una nueva manera? ¿En qué puede perjudicarme esa persona? ¿Por qué es tonto de mi parte querer a la persona? O sea, en otras palabras ¿a qué le tiene usted miedo? Puede descubrir que le tiene miedo a: 1 - Ser traicionado. Tiene miedo de que, si revela su profundo senti-
miento por una persona, ésta abuse de su confianza. Se mostrará exigente, dominará su vida… o se alejará para siempre. 2 - Hacer el tonto. No puede hablar así; parece un disparate. Está
usted seguro de que esa persona se reirá en sus narices.
3 - Ser rechazado. ¿Por qué tiene que importarle a otra persona lo
que usted siente? ¿Cómo se atreve a pensar que alguien puede amarlo?
4 - Transitoriedad. Si usted ama a alguien, sufrirá al perderlo. La
idea de este abandono – o muerte – resulta insoportable. Parece mejor no experimentar mucho sentimiento sobre nada, que arriesgase a sufrir tanto dolor.
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5 - “Disolución”. Cuando se expresa ternura, se siente uno como a
punto de derrumbarse. Usted perderá su libertad, su individualidad, tal vez inclusive el uso de brazos y piernas. Se disolverá, se derretirá y no volverá a ser el mismo. ¿De dónde proceden esos temores? Es casi seguro que provienen del pasado, de su propio pasado, de algo que sucedió hace tiempo y que se ha convertido en un trauma para usted. Tiene miedo de ser traicionado; quizás alguien, padre o madre, lo traicionó en el pasado. O alguien lo puso en ridículo o lo abandonó. Pregúntese quién, en el pasado, lo ha tratado de la manera que teme ser tratado ahora. Describa en palabras su temor usual al expresar amor. Haga la descripción todo lo clara que pueda. Llegue a comprender su esperanza secreta… por ejemplo, que se “disolverá” o que el amor acabará. Esté preparado para eso. Sepa que la próxima vez que esté a punto de amar a alguien, oirá una voz advirtiéndole que retroceda. “No le digas que la amas”. “No hagas el tonto”. “Te perderá el respeto”. “Va a morir”. Entonces, no haga caso de la advertencia. Viene de su pasado, el cual no tiene por qué repetirse. Si hace usted lo mejor que puede para expresar su amor a pesar de sus temores, descubrirá que los temores se apagarán. No hay garantías. Pero estar dispuesto a adquirir un compromiso sin garantía alguna es lo que hace del amor tan especial
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11 - SACAR EL MEJOR PROVECHO DEL SEXO Si quiere sacarle más provecho al sexo y convertirse en un mejor amante, no puede concentrarse simplemente en la técnica sexual. Tiene que examinar sus sentimientos respecto al sexo… su actitud sexual. Como todas sus actitudes, ésta se perpetúa por su manera de actuar. Y no sólo por su manera de actuar como amante, sino por las muchas decisiones que toma toda su vida que pueden hacerlo a usted receptivo al sexo… o no. Usted se convierte por sí mismo en ser sexual o no ser sexual. Los hallazgos de la investigación sobre el impulso sexual mismo sostienen el principio de la autocreación. SI se dedica usted a cualquier clase de actividad sexual, tenderá a mantener alto su impulso sexual. Pero el sexo, como cualquier otra cosa, tiende a desvalorizarse si no se persigue. No ahora mismo. Pero si pone uno a situar otras cosas antes que él, durante tantos años, el sexo ocupará un lugar inferior en la mente. Observe usted que he dicho: situar otras cosas antes que él. Si se encuentra usted privado únicamente por falta de oportunidad, su impulso puede aumentar. Cuanto más importante considere usted al sexo, más importante se volverá. Pero eso no significa que deberá obligarse a tener actividad sexual sólo para mantener elevado su deseo. Eso no funciona. Si se actúa por el motivo equivocado, puede convertirse el sexo en algo desagradable o limitarse durante toda la vida. ¿Cuál es el motivo equivocado tratándose del sexo? Cualquier cosa que trate de complacer a otra persona – a otra persona o a la sociedad o a su compañero – cuando no lo complace a usted también. ¿Debo acostarme ahora con esta persona? Tres cuestiones. Voy a
decir tres cosas respecto al sexo, que quizá le parezcan a usted sorprendentes o inclusive equivocadas al principio. Y sin embargo, no seguir esos consejos les ha costado a muchas personas una vida sexual feliz, más que cualquier otra cosa que hayan podido hacer. Lo primero es que el sexo no es necesario. Es mejor pasarse sin él que usarlo indebidamente. Un sexo mal practicado puede matar el deseo. Puede hacer que uno odie a su cuerpo, y conseguirá que más adelante no se pueda disfrutar una buena experiencia. Hace falta tener la libertad de saber que se puede decir NO. Como lo explica la escritora Joanna Fields,
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la cuestión esencial en el sexo es “preguntar a su cuerpo qué quiere hacer ahora”. Cuidado con el daño que puede causar el enfoque contrario. Margot estaba loca por un hombre que finalmente la invitó a cenar. Llegó tarde y no pidió excusas, después pasó la velada comentando acerca de las fascinadoras mujeres que había conocido. Era evidente que Margot no era su tipo, y empezaba a pensar que tampoco él podría ser el tipo de ella. Pero cuando la acompañó más tarde a su departamento, no dijo que no al sexo. De manera que se sintió sucia mientras se desvestía, inhibida durante el trato carnal y no sacó nada en limpio. El mensaje se repetía en ella: ese hombre no es para ti, por lo menos, ahora no. Pero no hizo caso. Al tratar de ignorar su conflicto respecto al hombre, introdujo el conflicto en sus sentimientos acerca del sexo. Habría sido mejor que aplazara el encuentro hasta que tuviera el valor de echarle en cara su indiferencia. Sólo entonces, si todo iba bien, podría haber seguido adelante sin conflicto ni inhibición. Hay que considerar el sexo como un lujo. No hay que permitir que una idea equivocada sobre la necesidad contamine la experiencia. El sentimiento de que hay que acostarse con alguien resulta desastroso para la manera de considerar el sexo. La decisión final respecto a tener el trato sexual con alguien debería tomarse siempre en el momento. Hay que conservar el derecho a decir no para que el sí conserve todo su valor. Tenga especialmente cuidado con esas tres razones comunes por las cuales el sexo puede parecer necesario. Nunca lo es, y usted contribuirá a que su próxima experiencia sexual sea mejor, y también las siguientes, si no cede a estas presiones: 1 - La costumbre: “Estamos casados”, “Ya me he acostado antes con
él”, “Ella esperaba que lo hiciera”.
2 - La conveniencia. “Marta siempre está cerca”, “Sería más cómo-
do y más barato si voy a vivir con Fermín”, “¿Por qué no?”
3 - Temor de perder a alguien: “Siempre habrá alguien que lo haga si
no lo hago yo”. “Cuando me lo pide, nunca me niego”.
El segundo consejo es que el sexo no tiene forzosamente que producir orgasmo. Muchas parejas se imponen una tensión terrible al no apreciar esto. El hombre siente la responsabilidad de provocar el orgasmo en la
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mujer; la mujer cree que no es realmente mujer si no lo experimenta. A menudo esas parejas insisten en que el orgasmo se produzca durante el trato sexual. Actos erógenos previos, tales como besos o caricias se descartan; lo importante es llegar al gran momento: el ayuntamiento. Entonces juzgan su porvenir como pareja según la manera en que se desarrolle el ayuntamiento. Es un reto dificilísimo para ellos, como pelear en pos de algún campeonato. La simple instrucción de que se debe hacer algo, pero tratar de no experimentar orgasmo, puede a menudo salvar la vida sexual de una pare ja que esté sufriendo ese tipo de tensión. Muchos hombres que pasan la vida hablando de las inhibiciones femeninas, considerarían poco menos que imposible tenderse de espaldas y dejar que su amante les dé masajes. Al cabo de más o menos minuto y medio, el hombre se sienta y también quiere hacer algo. Adiéstrese para no preocuparse tanto en cuanto a hacer algo o llegar a “alguna parte” en el trato sexual. Pase tiempo con su amante, tocando y dejándose tocar, incrementando su capacidad de tomar tanto como de dar. La regla – tratar de no experimentar orgasmo – puede ser valiosísima para empezar. Una finalidad de esto es desarrollar lo que Masters y Johnson llaman “sensate focus” o sea la capacidad de disfrutar un placer táctil. Pero tam bién se está cultivando una capacidad más general de ir despacio y disfrutar todos, los aspectos de la vida. El tercer consejo es decidir por sí mismo si va o no a disfrutar haciendo el amor con alguien. No es una broma. Muchísimos hombres preguntan ansiosamente a sus amigos: “¿Te parece guapa?” O una mujer querrá que otras mujeres la tranquilicen: “¿Es sexy?” No confiamos en nuestros sentimientos como debiéramos. Aun cuando nos sentimos fuertemente atraídos por alguien, desconfiamos de la atracción. Imaginamos que otras personas saben lo que es bueno o bello cuando lo ven, pero nosotros no. De modo que solicitamos de los demás que confirmen nuestro juicio; inclusive podemos aceptar ese juicio en vez del nuestro. ¿Cuántos hombres responden sexualmente a las mujeres gordas pero exigen delgadez en sus esposas porque la sociedad prefiere a las mujeres esbeltas? De la misma manera, permitimos que los demás nos digan cómo hacer el amor… y con quién. Hay que tratar de ignorar los criterios ajenos cuando se trata de lo deseable de una acto sexual en particular. Cada uno debe
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descubrir qué es lo que más desea y necesita. Gene y Nora, marido y mujer, discutían mucho. Pero su vida sexual los satisfizo a ambos durante más de veinte años de vida matrimonial. Gene se tendía sobre Nora, estableciendo contacto entre su pene y el clítoris de ella. Ambos encontraban una mayor excitación en ello que en el trato carnal convencional, y es lo que hacían con mayor frecuencia. Pero Nora leyó el libro de un siquiatra el cual decía que el trato carnal era felicidad pura, y todo lo demás, falso. A pesar de sus veinte años de experiencia, prefirió confiar en aquella autoridad. Empezó a reprochar a su marido ser mal amante; ella misma se sintió ansiosa y confusa. Nora no llegó nunca a preguntarse cómo un experto podía saber mejor que ella las acciones que pudieran producirle mayor placer. Aun cuando nueve de cada diez mujeres prefirieran un acto sexual a otro, Nora, la décima, debería haber hecho lo que fuera mejor para ella. Me preguntó muy seriamente qué debería hacer. Y yo le pregunté: “¿Cómo se atreve usted a desconfiar de sus propios sentimientos? ¿Quién, mejor que usted, puede saber lo que le causa placer? Descubra lo que es y persígalo. No lo arroje todo por la borda siguiendo la recomendación de alguien que ni siquiera la conoce”. Nunca debe juzgarse la salud mental de un a persona por su preferencia sexual. No se ha establecido que la gente saludable prefiera una postura a otra en el trato carnal, o prefiera el trato carnal a cualquier otro acto. De seguro, en el sexo podemos expresar nuestros deseos propios y exclusivos. Si alguien siguiera los prejuicios tácticos del momento, el sexo sólo se verificaría entre personas casadas o por lo menos entre personas enamoradas. El hombre sería unos cuantos años mayor que la mujer y tal vez tuviera un cociente intelectual ligeramente más alto que ella. Practicarían el sexo al terminar el día, cuando estuvieron a punto de dormir, en el dormitorio, con las luces apagadas o muy poca luz. Y así seguido. Bueno ¿y qué? Nunca hay que considerar que esos prejuicios sean una guía para un mejor trato sexual. En todo caso, fueron ideados como antídoto para el disfrute del sexo, en una época en que la sociedad temía que la gente perdiera la voluntad o la energía para tener vidas productivas disfrutaba demasiado del sexo. Los tiempos cambian. ¡Quién sabe! El experto que escribió el libro tal vez cambió de opinión al cabo de veinte años. Es mejor no dejar que la evaluación que otra persona haga de un acto sexual determine el de usted.
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CÓMO CONSIDERARSE UN MEJOR AMANTE
Cuando el sexo es maravilloso, casi siempre amará usted a su propio cuerpo y se sentirá a gusto con su amante. Pero digamos que se trata de la primera experiencia con alguien o que no ha tenido usted un trato sexual satisfactorio últimamente. Entonces siente todo tipo de dudas. ¿Tengo un cuerpo atrayente? ¿Seré suficientemente joven? ¿Seré suficientemente dulce y suficientemente apasionada y suficientemente “buena”? Tratándose de un hombre, se preocupará por el tamaño de su pene; de una mujer, pensará que sus senos son demasiado pequeños o demasiado grandes. Puede uno creer que la manera deportarse durante la hora siguiente determinará todo el resto de sus relaciones con esa pareja. En otras palabras: uno está asustado. Lo que lo pone a uno en condiciones – a menos que reconozca el peligro – de actuar dominado por ese temor y de empeorar las cosas. Ciertas acciones probablemente profundizarán las dudas que abrigue uno en cuanto a sí mismo, y las prolongarán. Se comienza con la sensación de que tal vez no se es deseable o adecuado sexualmente. Si trata uno de compensar esa sensación, sólo se consigue intensificarla. No se deje. Trate usted de seguir las siguientes cinco sugerencias cuando esté con un amante, especialmente si siente ansiedad. Nunca menosprecie a su propio cuerpo. Nunca pida excusas por su desempeño. Nunca presuma. Nunca presione a su amante en busca de cumplidos: “¿Estoy bien?” “¿Estuve bien?” Tenga cuidado: si felicita a la otra persona no la obligue a felicitarlo también a usted. Haga el amor, no haga promesas. No diga: “Oye, a todo esto, la semana que viene habrá una fiesta en Segovia; me gustaría que vinieras”. O: “Qué coincidencia! Conozco a tu patrono. Quizá pueda decirle algo en tu favor”. Cualquiera de esas cosas significa casi siempre que uno trata de apagar las quejas de parte del amante. Protesta uno tanto de que no es mal amante, que le resulta imposible creerlo. AL evitar esas tácticas, aumentarán sus sentimientos y su adecuación sexual. Aprenda que no necesita presumir ni excusarse, que no se verá descalificado del sexo para siempre si no es un amante fantástico cada vez. Eso no sólo ayudará a la imagen que se hace de sí mismo; es casi seguro que lo hará más sexual también para los demás. Cuando uno presume o se desprecia, su posición sexual se deteriora rápidamente. Es difícil para la otra persona encontrar atractivo
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alguien que, claramente, no piensa así de sí mismo. No se preocupe por su reputación como amante. Si se preocupa, la necesidad de defender esa reputación puede causarle una presión enorme. Para la vida sexual más satisfactoria, hay que tratar de abordarla no como ganador ni perdedor sino como ser humano falible, aun que sexy. LA LIBERTAD SEXUAL
He dicho que no hay que presumir ni despreciar su cuerpo, pero ¿qué hay que hacer? ¿Cuál es la mejor nunca de lograr la felicidad sexual? La mejor manera es darse libertad. Ya sabe usted, lo admita o no y actúe de acuerdo con ello o no, lo que quiere y le gusta en el sexo. Pero algo lo retiene a usted de expresar libremente esos deseos. Ese algo suele conocerse a veces como moral. Lo cual no es sorprendente dado que muchos de nosotros esperan que la moral limite nuestras vidas. Pero no tiene por qué ser así. Su moral puede elevarlo, liberarlo de muchas maneras. ¿Cómo? Afirmando la libertad y no el convencionalismo. No importa lo que diga la gente: ningún acto es inmoral si no hay víctima. Y ningún acto es bueno a menos que produzca placer. Usted no está imponiendo un acto sexual a un niño ni a un idiota. Está haciendo algo para un placer mutuo… algo que cualquiera de los dos puede interrumpir a voluntad. Los pensamientos y sentimientos nunca son inmorales. Y el sexo es el lugar debido para actuar sentimientos y fantasías, mientras la otra persona esté de acuerdo. Indique lo que le gusta a usted, si no lo está obteniendo. Muéstrese específico. No hay virtud en abandonar a la suerte la satisfacción propia; en realidad, eso puede confundir y frustrar a su pareja. Al mostrarse más sincero respecto a sus deseos puede también contribuir a suprimir el sentimiento de culpabilidad; los deseos han dejado de ser secretos y vergonzosos. Aprenda los placeres de su cuerpo mediante la masturbación. Considere cada cosa que descubra como una verdad maravillosa. Y aproveche esos descubrimientos para orientarse y orientar a su pareja mientras hacen el amor juntos. Su libertad puede extenderse más lejos aún sin dañar a nadie. Vea el papel o los papeles que puede disfrutar. ¿Quién es usted durante el acto sexual? En esto no hay nada ridículo. SI tiene sesenta años y quiere sentirse de dieciséis, no tiene nada de malo. Por el contrario, es perjudicial ne-
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garse un placer con el pretexto de que hay que ser “razonable” o “realista”. Es un atajo hacia la inhibición, y hacia una experiencia sexual monótona e insatisfactoria. La fórmula de la libertad y creatividad sexual es harto sencilla: descubra lo que quiere hacer, y entonces hágalo más. Siga haciendo y descu briendo, empleando el placer como guía. Incrementará su deseo y su confianza mientras actúe sin permitir que los convencionalismos o el temor lo inhiban. Y sus fantasías se volverán más claras y vivaces cuanto más aumente su ímpetu. Dé a su pareja la misma clase de libertad. Trate de enterarse del papel o los papeles que quiera desempeñar. No juzgue de la madurez o el valor de una persona por sus fantasías; sólo servirá para inhibir las de usted. En cambio, esfuércese por abordar el sexo con el anhelo de dar y recibir placer de todas las maneras que pueda imaginar. Crear libertad sexual depende en parte de extender su libertad en la vida cotidiana. Todos hemos visto personas suavizadas por una buena vida sexual. Y sabemos el efecto que una vida sexual desdichada tiene sobre el estado de ánimo de cualquiera. Pero el impacto también funciona en sentido contrario. Si está deprimido o paranoico hasta las diez y media de la noche, es probable que no pueda dejar esos sentimientos a un lado para hacer el amor a las once. Las cualidades que cultiva usted en sí todo el día influirán sobre su sexualidad. Todo lo que haga para incrementar y mejorar su vida cotidiana – especialmente su sensación de libertad, disfrute, romance y creatividad – incrementarán y mejorarán también su vida sexual.
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12 - CÓMO HACERSE QUERER Todos deseamos ser simpáticos y que nos quieran. Queremos saber que contamos para los demás, sentirnos importantes y amados. Y deseamos tener personas a quienes podamos hablar, gente con quien compartir nuestras alegrías y penas. El mundo está lleno de libros y artículos que nos indican cómo lograr lo que queremos – cómo ser amados – haciéndonos agradables a los demás. La manera de ser amado consiste en hacerse amable. Ser agradable, tratar de no ofender, decir a la gente lo que quiere oír. Actuar con mucho mundo entre la gente del lugar de trabajo y más llanamente con los familiares. Pero, vamos, un minuto: el Principio dice que las acciones siempre refuerzan al motivo que las impulsa. Y aquí ¿cuál es el motivo? Pues bien, es una especie de temor a no ser amado por uno mismo. Es un poco de timidez, como excusándose, como diciéndole al mundo: “Oigan, ya sé que no soy gran cosa de manera que trataré de ser lo que ustedes quieren”. Cada vez que actúa uno por ese motivo, éste se fortalece; usted refuerza el temor de que, en realidad, no es gran cosa. Y puede suceder algo curioso: puede volverse más popular que nunca pero acabará sintiéndose muy solo.
No basta ser simpático; hay que sentir también que lo quieren a uno… y que lo quieren por lo que realmente es. Muchos libros de ayúdese usted mismo no reconocen esto. Recomiendan que se entere usted de lo que los demás buscan, como si fuera un artículo, y que trate de dárselo. Lo cual, como nos lo demuestra el principio, es un método casi garantizado para destruir las posibilidades que se tienen de sentirse amado.
“Los libros hablan bien de usted – observa un escritor -. Por lo tanto, cubra sus paredes de libros”. Imagine usted a la joven a quien se da ese consejo. Le dicen que el hombre ideal querrá algo más intelectual que ella… de manera que sólo puede atraerlo mediante fraude. Que funcione o no esa estrategia – que un hombre la quiera más por eso o no – no importa: la mujer se apreciará mucho menos a sí misma. Con sus acciones, ha demostrado no ser suficientemente buena para la clase de hombre que quiere. Aun cuando el hombre la quiera, a ella y a su departamento cubierto de libros, ella misma se ha impedido sentirse amada, porque no puede saber si él responde a ella misma o a su fachada.
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Es cosa de todos los días. Por llevarse bien con alguien, uno se pone una especie de máscara y se esconde… esconde a su verdadero yo. Pretendemos ser otra persona: parlanchines o serviciales o artistas o defensores leales del partido político conveniente. Entonces, no importa lo bien que respondan los demás ¿cómo podemos sentirnos plenamente apreciados? No podemos. Nadie sabe lo que somos realmente. Y si nos ponemos máscaras tanto tiempo, inclusive nosotros podemos olvidarnos de quiénes somos. Mientras tanto, si estamos esforzándonos constantemente por que toda persona que conozcamos nos quiera, reforzamos la necesidad de esa simpatía. Lo cual significa que después de conocer a nuevas personas nos sentimos llenos de una ansiedad molesta. Inclusive cuando pensamos en gente que conocemos desde algún tiempo, nos angustia no poder “leer” su aprobación. A veces la estrategia resulta contraproducente en más de un aspecto. Nos estamos esforzando tanto por serlo para todo el mundo que acabamos por parecer insignificantes. Carecemos de fuerza personal; no impresionamos a nadie. “Oh, ése! Está tan deseoso de agradar…” Pero aun cuando no pase esto, aun cuando nuestras tácticas tengan éxito, estamos reforzando la convicción peor que podemos tener acerca de nosotros, mismos: la creencia de que nadie nos querría tal como somos. He oído decir a un hombre, en una fiesta: “De modo que no teníamos adonde ir a eso de las dos de la madrugada, y nos encontramos en un pequeño club nocturno de las afueras”. Yo conocía al hombre; andaba cerca de los cincuenta, se había divorciado recientemente, y estaba hablando con una joven muy atractiva de poco más de veinte años. Había algo en él que estaba fuera de lugar. Lo recordaba como un hombre de negocios nervioso, excesivamente escrupuloso, que lo pensaba seis veces antes de actuar. Nunca se encontraba “sin tener adonde ir” y nunca “se encontró” en ninguna parte. Estaba fingiendo tener una vida despreocupada e imprevista porque creía que a una mujer joven eso le gustaría. Aun cuando ella hubiera respondido (no fue así; ella pudo sentir que él estaba actuando) ¿cómo iba a haber disfrutado relaciones con ella? Tendría que haber seguido fingiendo ser otra persona. Siempre que hacemos eso – envolvernos en un papel falso y tratar de vender el paquete – nos encontraremos inseguros en cuando a si la persona desea el contenido real. La manera de que lo quieran a uno – la manera correcta – consiste en cultivar las cualidades que uno puede apreciar en sí mismo. Cualidades tan valiosas para uno mismo, que las personas a quienes se desea tener por amigos deberían quererlo a uno por tenerlas. Entonces, esforzarse por desarrollar esas cualidades por el valor que tienen, por el valor que represen-
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tan para uno, sin tratar de impresionar a nadie más. En cierto modo, que alguien lo quiera a uno siempre viene en segundo lugar, como tener un orgasmo en el trato sexual o volverse famoso como escritor o pintor. Si tal es la meta principal, se pueden arruinar no sólo las posibilidades de éxito sino también la capacidad de disfrutar. Pero ¿qué cualidades? Voy a citar ocho, observadas al cabo de años de práctica, que tal vez sorprendan al lector. Nada tienen que ver con las ventajas que tantos libros de “ayúdese usted mismo” indican como dignas de ser cultivadas: apariencia, encanto, símbolos de posición, contactos influyentes. Ninguna de esas cosas es buena de por sí a menos que sepa uno cómo manejarlas. Y a la gente le agradará o desagradará uno precisamente por eso: por la manera en que maneje las ventajas de que dispone. Todos hemos conocido personas que no eran preciosas ni refinadas ni ricas, y que tenían más amigos, amigos íntimos, que otras personas que sí lo eran. ¿Qué tenían estas personas a su favor? Es casi seguro que tenían cualidades que les permitían quererse a sí mismas, sean cuales fueren las circunstancias. Cualidades como las que voy a citar. Todas ellas pueden contribuir a que usted se vuelva más simpático… tanto para sí mismo como para los demás: Trate de aprender cómo estar solo. Ésta es probablemente la reco-
mendación más sorprendente – y más útil – que voy a hacer.
Pero ¿debería ser sorprendente? Píenselo usted de esta manera: si no puede uno disfrutar de su propia compañía ¿cómo esperar que los demás la disfruten? Por otra parte, si sabe usted cómo pasar el tiempo a solas, la gente lo notará… y considerará que es una fuerza. Millones de personas, quizá la mayoría, padecen el temor a la soledad. Como no saben el funcionamiento del Principio, hacen lo peor que se les ocurre: se aseguran que no estarán nunca solas. “Tengo que encontrar algo que hacer para esta echan a correr para protegerse contra la soledad, se abandonan a un nuevo ataque de miedo. ¿Miedo a qué? Miedo a que, como lo dijo una persona: “No soy nada por mí misma”. Ese temor también se transmite a los demás. Quizás agobie uno a sus amigos, sólo un poquito; se queda demasiado rato hablándoles por teléfono o invade a veces su intimidad o insiste en verlos cuando están ocupados. O Quizá llama usted demasiado la atención sobre sí en un grupo, como temiera verse olvidado y abandonado. Puede solicitar pequeños favores para que la gente demuestre que realmente lo aprecia; millones de personas lo hacen. Y siempre se sienten peor al hacerlo: se quieren menos y pierden estatura ante los demás. La incapacidad de estar solo puede dar-
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le a usted un aspecto levemente aniñado. Si puede disfrutar cuando está solo, puede buscar a los demás porque es fuerte, no por debilidad. Invita usted de vez en cuando a cenar a sus amigos porque quiere verlos, no porque no puede soportar quedarse solo de vez en cuando. Y sus amigos pueden sentirse queridos, valorados; no sólo alguien con quien usted cuenta. Se hace más amable – en el sentido: digno de ser amado – para quien esté dispuesto a tener un amigo y no sólo alguien más débil que él. Practique usted al estar solo. Si acostumbra pasar todo el tiempo entre gente, esto le resultará tan incómodo al principio como quebrantar cualquier otro hábito. Mientras se sienta incómodo, utilice el método de la exageración para examinar sus sentimientos. ¿Por qué espera constantemente que suene el teléfono? ¿Lo preocupa alguna relación en particular? ¿Se está aburriendo a sí mismo? Trate de pensar en cosas que puede hacer: hablarle al amigo que lo preocupa, iniciar un proyecto creativo; eso le ayudará a superar sus temores. Y haga lo que ha pensado. Pero no crea que tiene que estar haciendo algo ”constructivo” todo el tiempo para com pensar su extraño comportamiento: pasar el rato solo. Si se da a sí mismo una oportunidad, tal vez pueda empezar pasando a solas una tarde o dos al mes; así podrá aprender a gozar el placer de su propia compañía. Cultive la capacidad de ver – y disfrutar – a la gente como indivi-
duos. Se ha dicho que el arte de agradar consiste en sentir agrado. Hay
cosas muy diferentes que respetar y admirar en personas distintas. Pero es difícil apreciar esas cosas a menos que se adquiera el hábito de buscar las cualidades que hacen de cada persona un ser único.
Algunos acostumbran a dividir a la gente por categorías: “Oh, los de menos de treinta/los de más de treinta/los oficinistas/los trabajadores de fábrica/las mujeres… todos son iguales”. Y creemos que sólo los miem bros de una de esas categorías son nuestro tipo de gente. Esto representa dos problemas. Primero: se limita uno. Cuando dice uno que sólo le gustan ciertos tipos de gente, se está enseñando a sí mismo a ponerse algo nervioso entre otros tipos. Y probablemente está perdiendo la oportunidad de llegar a conocer a una persona maravillosamente distinta de la demás gente que uno conoce. ¿El segundo problema? Cuando confía uno demasiado en las categorías, no se da uno la oportunidad de responder a la gente tal como es realmente. Es posible que los amigos lo intuyan y resientan; pueden llegar a pensar que su “simpatía” tiene poco que ver con ellos personalmente.
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Un médico que conozco se sintió perturbado cuando su novia le dijo que sólo se casaría con un doctor. Durante años, antes de que se conocieran, ella había salido sólo con doctores. “Quiere casarse con una categoría, no con una persona” me dijo, y también se lo dijo a ella. “Pero llegar a ser doctor es un verdadero logro” le aseguró la novia. “Ya lo sé. Pero obtuve el título hace quince años. Me gustaría pensar que te intereso yo, no sólo mi profesión”. Eso nos recuerda el personaje de Óscar Wilde: una joven que sólo se casaría con un hombre llamado Ernesto; no era muy halagador para los jóvenes que conocía, ya llevaran ese nombre o no. No haga usted sentirse así a sus amigos. Practique el no clasificar a la gente, el no rotularla como impresionante o corriente, como su tipo o no su tipo. Hable lo menos posible respecto a todas las características que suele emplear para clasificar a las personas. Por ejemplo, un hombre habla siempre de la edad de las mujeres que ve. Difícilmente habla de una mujer sin decir la edad que tiene y si le parece guapa. Cada vez que lo hace, convierte la belleza y la juventud en cosas importantes para él… y eso tiende a hacerle parecer viejo. Y proba blemente se enajene a las personas, hombres y mujeres, que no simpatizan con la manera en que trata de convertir a los individuos en tipos. Busque usted lo que tenga de diferente, de especial, cada persona que encuentre por vez primera. Quizá le agrade y tal vez no, pero si le agrada, por lo menos simpatizará con cada persona por ella misma. Desarrolle su capacidad de sentir placer. Una mujer me comentaba
una vez que era buena madre. No contesté, pero estuve pensando en su manera de abordar la vida. No podía zambullirse en una piscina ni disfrutar del agua, aunque nadaba diariamente. Jugaba al tenis con la misma frecuencia, pero no le importaba mucho; jugaba a los naipes con la misma indiferencia. No disfrutaba reuniéndose con gente ni viendo nuevas cosas y nuevos sitios. Mientras trabajaba mucho para su hijo, daba la impresión de que la vida era sombría. A su vez, su hijo la quería pero trataba de evitarla. Si no hace usted las cosas de que disfruta en la vida, se está privando no sólo del goce sino también de la posibilidad de ser amable. ¿Cómo disfrutar más la vida? Para empezar, reduciendo la velocidad; dándose el tiempo necesario para disfrutar las cosas que se están haciendo. Implicarse lo más posible en el mundo que nos rodea; si se queda uno entre bastidores, acabará por convencerse de que no es uno muy relajante y que tampoco lo es cuanto sucede. Hay que estar a la mira de buenas experien-
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cias; esperar que se produzcan y celebrarlas entonces. Tratar de repetir las experiencias, de reforzar los sentimientos, pero no retraerse de nuevas actividades y placeres posibles. Evitar el cinismo. Esto también contribuirá a conservar la capacidad
que tiene cada uno para el placer. El cínico sentirá probablemente que todo el mundo está interesado únicamente en su beneficio. Nadie, está convencido de ello, es genuino ni generoso en este mundo; la gente sólo quiere sacarle algún provecho a los demás. Es difícil de aguantar un amigo cínico. Es difícil contarle a un cínico que acaba uno de enamorarse o que ha comenzado una escultura o ha planeado reanudar sus estudios; el cínico, es casi seguro, va a desalentarlo. El cinismo no sólo no es amable; ni siquiera lo ayuda a uno a quererse. La mayor parte del cinismo se inicia como explicación de un fracaso en algún momento. Tal vez haya cometido una falta de probidad o se haya comprometido en los negocios o el matrimonio. Y entonces se dice que todos carecen de honradez que en este mundo sólo se trata de comerse los unos a los otros. O dice usted que los miembros del sexo opuesto sólo están interesados en lo que pueden lograr. Peor que el derrumbe de sus propias normas es el cinismo con que se las cubre. Cada vez que menosprecia usted al mundo en general, fortalece la creencia de que la gente – usted inclusive – siempre provocará desengaños. En cambio, debe usted tratar de reconocer que todos cometemos errores, y de permitirse comenzar a actuar de tal manera que se fortalezca la esperanza. Puede usted hacerse un gran favor, y hacérselo a sus amigos, si no se expresa con cinismo; cuanto menos lo exprese y menos se guíe por él para actuar, menos lo sentirá. Y menos se lo infligirá al prójimo, que no lo necesita ni lo desea, como dijo Goethe: “Cuando tengas esperanzas, ven a traérmela a toda prisa. Pero si tienes dudas, por favor, guárdatelas. Ya tengo yo suficientes”. Esté siempre dispuesto a hacer frente a los demás cuando no esté de acuerdo con ellos respecto a algo que es importante para usted. Esto co-
bra importancia al darle a usted una sensación de propósito e identidad. Y permite que los demás se enteren de que es usted capaz de fuertes sentimientos y fuertes convicciones. Es difícil encariñarse con alguien que no los tenga. No siga usted a los demás en todo. Si lo hace, fortalecerá la duda: “¿Qué tengo yo que inspire simpatía?” Y esa duda estará parcialmente
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justificada. Trate de desarrollar empatía… la capacidad de sentir y de intere sarse por las experiencias ajenas. Esto enriquecerá su vida, la conectará
mejor con la vida de los demás. Y lo hará más simpático.
Hay personas que no pueden sentir empatía. Meten la pata una y otra vez con desenfado, y se asombran cuando los amigos se enfadan. “¿Cómo iba yo a saber que Sonia armaría tal escándalo en cuanto le dijera que debería bajar de peso?” Para aprender a tener empatía con los sentimientos de los demás se puede empezar estudiando las propias experiencias. Si recuerda usted cómo se sintió, a menudo puede tener una idea de la manera en que otra persona se sentirá en una situación particular. Por ejemplo, recuerde lo desamparado que se sintió usted cuando cayó enfermo un amigo. Ahora otro amigo le cuenta que su esposa está pasando por la cirugía de diagnóstico y no so porta tener que esperar. Cuanto mejor haya comprendido usted sus propias experiencias, mejor podrá sentir las de él. Incite usted a la gente a hablar de sus sentimientos y sus vidas, si así lo desean. Haga todo lo posible por recordar lo que dicen, y trate de sacar algún sentido respecto a lo que han sido sus experiencias. Cuanto más lo haga, más fácil y natural le parecerá, y más cerca se sentirá de todos los seres humanos. Aprenda a aplaudir a sus amigos. “Cualquiera puede simpatizar con
las penas ajenas, pero simpatizar con la dicha de otros es atributo de ángeles” escribió Schopenhauer. Esfuércese por adquirir ese atributo. ¿Qué le impide alegrarse ante el éxito de otros? Quizá lo inhiba la envidia o algún temor secreto. De ser así, es usted menos amigo… y menos confiado y seguro en su propia vida. Cuando no logra usted alegrarse por los logros de un amigo, está reforzando alguna clase de temor, quizás el temor de no ser tan “bueno” como él o de que lo deje atrás. Los padres perjudican a veces sus relaciones con los hijos al no alegrarse suficientemente cuando éstos consiguen algo. Cada señal de la creciente independencia del hijo se ve como una amenaza. “Ya no va a necesitarme. Dejaré de ser indispensable”. Cuanto más se actúa bajo el impulso de esa clase de temor – callando alabanzas o quizá menospreciando o saboteando los esfuerzos del amigo – más se puede envenenar la perspectiva y las amistades. Hay que dejar de actuar así. Hay que dejar de reforzar el temor, para poder aprender a dis-
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frutar los triunfos ajenos. Será un alivio tremendo para usted y para sus amigos. Finalmente, recuerde lo que el Principio le dice respecto a su vida. Le dice que es usted lo que usted crea, de manera que puede crear el tipo
de persona que desee ser. Es la fuerza que hay tras su propia vida. Y los demás son la fuerza tras sus propias vidas. Usted no tiene por qué considerarse como una víctima ni ver a nadie desde ese aspecto; todos son iguales con el poder de la autocreación, una fuerza que merece respecto en usted y en los demás. Puede usted pensar en otras cualidades que encuentre admirables y desee cultivar. Sean lo que fueren, busque acciones que las fortalezcan. Y asegúrese de que no actúa de esa manera sólo cuando está en presencia de una persona cuya simpatía anhela. Quizá la persona con quien desea casarse exija puntualidad, y usted acostumbra llegar tarde. Se las arregla para llegar a tiempo cuando e reúne con esa persona, pero sigue llegando tarde cuando se trata de los demás. Eso significa que sólo lo está haciendo para impresionar – no por convencimiento -, y la acción no le proporcionará placer ni lo fortalecerá. Hará de usted una especie de esclavo de la persona a quien trata de agradar. Es muy probable que desee volverse puntual por consideración hacia los demás. Pero hágalo sólo porque considere que es realmente justo, lo cual significa que lo hará para encontrarse con quien sea; de otra manera, no lo haga; no haría de usted una persona más considerada sino únicamente más dócil. Para ser agradable no hay que tratar de complacer a los demás; hay que tratar de complacerse a sí mismo, al yo más elevado. Obrar de manera que se sostengan y fortalezcan los valores en que uno cree; así podrá uno sentir que los amigos lo quieren por buenas razones. Digamos que usted concede un gran valor a la lealtad hacia los amigos,. Ha prometido ayudar a un amigo en su mudanza cuando otro amigo, más glamoroso, lo invita a pesar el fin de semana en su nueva lancha. Si acepta esta invitación, aun cuando lo pase muy bien, descubrirá que no tiene usted tantas razonas para quererse y respetarse como creía. Si rechaza el viaje en lancha, se respetará más, se sentirá más simpático y considerará que se ha ganado esa buena opinión. No basta que lo quieran a uno. La manera correcta de ser querido consiste en hacer sólo las cosas “atrayentes” que son naturales y atrayentes para usted mismo. Si no es así, nunca sentirá el calor de los buenos
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sentimientos ajenos hacia usted… y poco importará lo que sientan.
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13 -CÓMO TOMAR DECISIONES ¿Qué ocurre cuando tiene que tomar alguna decisión? Cualquier decisión: una tan simple como qué ponerse hoy o dónde comer a mediodía. O una más complicada: ¿Iré a la Escuela de Derecho, abandonaré mi em pleo, me mudaré a casa de mi amante, compraré ese equipo de béisbol? ¿Puede tomar su decisión y seguir adelante con ella o se preocupa excesivamente pensando en las consecuencias? Y si se preocupa ¿está seguro por qué se está preocupando? Matilde, una viuda de treinta y seis años, me contó que se había pasado semanas enteras decidiendo dónde colocar un retrato de su difunto esposo. Primero lo pondría en la buhardilla, después sobre su mesita de noche. Después, nuevamente en la buhardilla… y así sucesivamente. Finalmente, su hijo de seis años le dijo a su hermana: “Mamá no sabe qué hacer con papá”. Y tenía razón. Durante dos años Matilde había estado saliendo con Joel, un hombre de negocios de la localidad, y éste la había pedido en matrimonio. Pero no podía decidir dónde poner a su primer esposo: en otras palabras, si debía iniciar una nueva vida con otro hombre. Una vez que se percató de cuál era el problema, no importó más dónde pondría el cuadro. Más importante aún: pudo concentrarse sobre la verdadera decisión que era casarse o no casarse. Dos semanas más tarde apartó del todo el retrato y aceptó la proposición de Joel. La indecisión sobre un punto suele ser señal de conflicto sobre alguna otra cosa. Francisco no podía decidir si compraría una tela de cuadros o un gris, convencional para hacerse un traje. Los cuadros parecían demasiado chillones, el gris, demasiado conservador. Cada vez que regresaba al almacén (el vendedor empezaba a acostumbrarse a verlo casi diariamente a la hora de comer) y decidía comprar, digamos, el traje de cuadros, empezaba a preguntarse si el gris no sería más adecuado. En aquella época Francisco estaba tratando de aprender a ser más afirmativo. Había pasado la mayor parte de su niñez con un tío estricto que opinaba que los jóvenes debían aprender a “comportarse” porque si no… Y ese tío sólo le compraba ropa pasada de moda, incómoda, que debía conservarse limpia a toda costa. Francisco creció comportándose… demasiado bien. Era tímido y le daba miedo afirmar sus ideas. Dos veces le falló el ascenso: no tiene iniciativa, decían.
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No era realmente entre dos trajes lo que estaba tratando Francisco de decidir; era dos maneras de vivir. Y tenía miedo de escoger cualquiera de las dos: mantener su vida conservadora que le había proporcionado mucho éxito ni dicha, o arriesgarse y correr el peligro de hacer el tonto. Un riesgo tan pequeño como el de ponerse un traje a cuadros, lo espantaba; ya le parecía oír: “Mira ese tipo que es tan poca cosa con un traje tan vistoso”. Los temores de Francisco – el temor a afirmarse y el temor a la crítica y el temor al cambio – lo volvían indeciso. (Y a su vez, la indecisión agravada sus temores.) Casi siempre, cuando usted o yo no podemos tomar una decisión, la razón es alguna especie de temor. El temor al ridículo, por ejemplo, puede tenernos debatiendo los pros y los contras del problema más simple, por horas. ¿Me atreveré a comprar el cubrecama de raso rojo? Debería invitar a Eduardo a tomar una copa juntos después del trabajo? ¿Qué serviré, carne o berenjenas rellenas cuando vengan a cenar los Gutiérrez? Vamos a ver, el bisté les puede parecer muy simplón – no es creativo, que digamos – pero por lo menos no podrán decir que he gastado poco. Y la berenjena tal vez no salga bien. por otra parte… Y luego, el temor a que lo clasifiquen a uno en alguna categoría. Esto es casi una especie de claustrofobia: uno cree que al hacer una cosa está demostrando su incapacidad para hacer otra. Entonces, lo rotulan a uno y lo encajonan de por vida. Es un prejuicio muy común: los atletas no pueden ser también pensadores; uno puede ser bueno en matemáticas o en lengua, no en ambas cosas; no le puede gustar a uno la música clásica y también el rock. Hay personas brillantes, de mucho talento, que padecen frecuentemente esta claustrofobia. Bernardo, un actor muy necesitado de dinero, tenía miedo a que si manejaba un taxi varias horas al día se le echar a perder su talento. Y una joven brillante no podía decidirse entre la medicina y el canto… de manera que encontró un empleo humilde mientras trata ba de llegar a una decisión. Y trabajó en eso durante cinco años sin poder decidirse. Finalmente ingresó en la escuela de medicina, pero en esos cinco años, perdidos por su indecisión, podría haber hecho muchísimo más en ambas actividades. El temor, la pena y la ineficiencia acompañan a la incapacidad de tomar decisiones. Se pierden tiempo y energías tratando de decidir qué hacer, y entonces se pierde más tiempo aún preguntándose si no habría sido mejor hacer otra cosa. Es probable que se pierda el sentido del humor: al fin y al cabo, tiene uno tantas cosas importantes en la cabeza… Se vuelve uno dependiente de los conejos y opiniones del prójimo. Y finalmente, puede parecerle a uno que el mundo es hostil, que está esperando la menor
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oportunidad para venírsele encima a la primera maniobra equivocada. Como siempre, hay aquí toda una serie de hábitos que debe quebrantarse. Se debe empezar practicando “ejercicios de alta velocidad” siempre que tropiece uno con alguna decisión insignificante. Si, por ejemplo, hay que escoger una película, escribir una carta o comprar un abrigo, se fija una fecha límite. Para la película puede ser algo así como cinco minutos; para la carta, una hora; para el abrigo, de dos a tres horas. Oblíguese usted a tomar la decisión en el tiempo estipulado y aténgase a ella. (No escriba la carta para romperla después ni devuelva el abrigo al día siguiente.) Puede contar con que habrá tomado decisiones desastrosas, irresponsables; esa sensación es precisamente de lo que se trata. Pero días después, descubrirá probablemente que está mucho más satisfecho de sus decisiones de lo que había creído. Claro está, no se puede usar este ejercicio para decisiones importantes, duraderas. No decida así casarse o divorciarse, tener un bebé o invertir miles de dólares… en cuestión de minutos u horas. Pero los ejercicios servirán para que adquiera usted una mayor confianza en su capacidad para decidir esas cuestiones cuando se presenten. Muchos artistas emplean ejercicios semejantes para darse la libertad de experimentar y equivocarse. Hacen esbozos en tres minutos o tal vez sin levantar el lápiz de papel. Si el cuadro sale precioso, qué bien; si no, les ha ayudado a superar el perfeccionismo. Tratar de ser perfecto todo el tiempo es la mejor manera de no hacer nada. Es como posponer la redacción de una carta hasta encontrar exactamente las palabras correctas; ¿y si nunca las encuentra? Además, el Principio sigue funcionando. Cuanto más tiempo se piensa en una decisión, y con mayor fuerza, más decisiva le antoja a uno. Aunque se trate de algo trivial. Los cinco ejercicios que vienen a continuación, junto con los de velocidad, pueden contribuir a que se deshaga usted de esa sensación de que es peligroso fiarse de su propio juicio. Deje usted de pedir excusas cada vez que se equivoque. Ésta es una
forma de la indecisión: Usted hace todo lo mejor que puede, y después se reprocha que sus esfuerzos hayan sido inútiles. Y cada vez que presenta excusas injustificadas, fortalece la idea de que en la vida es usted un transgresor constante. Aunque resulta incómodo al principio, el no pedir excusas lo pondrá a pensar – y seguirá reforzando la idea – que los errores están permitidos.
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Defienda el derecho que tienen los demás a cometer errores. Tenga muchí-
simo cuidado en no convertir a nadie en chivo expiatorio de errores o incorrecciones cuando esté usted nervioso.
Victoria, que estaba sola en una ciudad desconocida, expresaba una opinión insultante contra las mujeres que iban a bares de solteros. Eran golfas y nada más. Cuando otra de las mujeres de su oficina la invitó a ir en grupo a un nuevo bar, se sintió dividida: realmente deseaba ir ¿pero cómo podía después de haber anatomizado la mera idea? Cuanto mayor sea la contribución que usted haga a un mundo tolerante, por otra parte, más creerá que el mundo es un lugar tolerante. No ensalce el pasado ni describa el presente como algo inferior. La persona indecisa suele idealizar a otros que parecían perfectos cuando era
pequeña. Sigue luchando por alcanzar esas normas de perfección (ya ha blaremos más de esto después), y por lo tanto se preocupa por las imperfecciones. En vez de dar por sentado que toda la gente que admiró usted otrora, era perfecta, suponga que (entre otras cosas) era decidida, y por eso nadie se fijaba mucho en sus equivocaciones. Tienda usted a la decisión, no a la perfección. Deje de pedir consejos a unos y otros. Si es indeciso, probablemente
cuente con un grupo de expertos hacia quien se vuelve a la hora de tomar decisiones. La próxima vez que tenga que comprarse algo, especialmente algo que tenga que ver con su imagen – por ejemplo ropa o muebles para su casa – no pida consejos a nadie ni a su madre ni su cuñado ni su vecino, que tiene tan buen gusto. Cometa usted sus propias equivocaciones. No copie a otras personas. Si siempre toma sus vacaciones en el
mismo lugar que su hermana, ahora vaya a otra parte. Si el vecino que tiene tan buen gusto tiene tal marca de coche, no se compre uno igual. Una vez más, cometa sus propios errores. O quizá descubra que sus ideas son mejores que las de los demás. Lo más importante es el principio de autocreación en plena marcha: el actuar convencido de que puede usted tener ideas originales,. De que puede tomar sus propias decisiones, fortalece esa idea dentro de sí mismo. Mientras siga esas sugerencias pasará por las etapas habituales correspondientes al quebrantamiento de un hábito. Eso no significa que siem pre sabrá qué hacer al final – seguirá teniendo sentimientos complejos en ocasiones – pero podrá seguir adelante y actuar a pesar de esos sentimientos complejos. Mientras que cuando comenzó, tenía los mismos sentimientos
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complejos – o peores - y tardaba una eternidad en hacer las cosas. Al principio, cuando sienta la mayor ansiedad a la idea de decidir equivocadamente, vea lo que puede aprender sobre sí mismo. Emplee el método de la exageración: pregúntese que es lo peor que puede pasar. ¿Qué sus padres se enfurecerán? ¿Qué va usted a perder la cabeza? ¿Qué se van a reír de usted? ¿Qué va a perder amigos o el empleo? Algunos de esos temores – como el de la idea de traicionar a su difunto esposo – no sobrevivirán a la luz del día. Desaparecerán en cuanto usted los mire cara a cara. Otros pueden ser más persistentes, como el temor que tenía Francisco a afirmarse a sí mismo. SI descubre usted temores secretos tras su indecisión, piense muchos en ellos. ¿Le parecen realistas? ¿Por qué son tan importantes? Tal vez alguien se burle de usted. Pero ¿sería tan grave? Recuerde que no hay un acto único que determine toda su vida: Francisco podía comprar el traje a cuadros pero tomar decisiones como las primeras, si quería. Siempre hay medios y maneras de llevar un traje, ¿o no? Si lo lleva y se siente más apesadumbrado que nunca, si está acostum brado ante su osada decisión, eso no cambiará su vida. Pero si quiere iniciar un nuevo patrón y toma más medidas para seguir adelante, puede apoyarse en esa decisión aislada. Su siguiente maniobra puede ser tomar la palabra en una reunión de negocios; o invitar a comer a esa colega tan interesante. Si tiene usted un miedo secreto a ser clasificado en una categoría, el establecer un calendario de actividades puede lograr portentos. La mayoría de la gente puede luchar en pos de varias ambiciones durante toda la vida si no simultáneamente. Según lo que quiera uno hacer – estudiar sánscrito, edificar una cabaña de esquí, dar la vuelta al mundo, hacerse piloto o tener hijos o licenciarse como contador público – podría establecer un calendario que dedique ciertas horas a ciertas actividades, o tal vez ciertos años. Finalmente, al examinar detenidamente sus temores, puede descubrir usted que hay personas que parecen “asustarlo”. Le gusta dar fiestas pero cuando llegan los García, tarda usted el doble en pensar qué vino, qué queso, inclusive qué galletas servir. (Tal vez fuera mejor hornear pan. Siem pre parecen tenerlo en casa.) O se preocupa mucho más por la ropa que lleva cuando piensa reunirse con Leticia y Nemesio. Pregúntese por qué lo preocupa tanto agradar a esa gente. ¿Son demasiado criticones? Y de ser así ¿cómo se las arregla usted con sus críticas?
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Si no es eso, trate de pensar si no estará esperando algo especial de ellos y por eso se muestra demasiado dependiente. Si una relación le causa indecisión, es que tiene algo malo; las mejores amistades son aquellas en que uno se siente en mayor libertad para cometer errores. Trate de suponer que exista esa libertad. Concédase tiempo, por ejem plo una mañana, para hacer las compras para la fiesta, y aténgase a eso. Al hacerlo, da a la gente que vaya al beneficio de la duda, suponiendo que apreciarán lo que usted haya preparado. Trate sus críticas (si las hay) como cualquier otra: merecen ser escuchadas pero no que usted se odie por ellas. La indecisión suele surgir de relaciones con adultos muy criticones, especialmente los padres. Uno vacila porque cree que sus padres tendrán razón al llamarlo estúpido si toma la decisión equivocada. Y tal vez descu bra que las personas en particular que lo ponen nervioso, están desempeñando el viejo papel de sus padres en la vida. Trate de imaginar con exactitud lo que dirán los García si no les gusta el vino que les sirve. Entonces, trate de recordar lo que decían sus papás cuando algo no les gustaba. Si ambas cosas son iguales o parecidas (o si le producen el mismo sentimiento de decaimiento cuando recuerda una u otra) está dándoles a los García un poder innecesario (que ellos tal vez no quieren, ni siquiera sospechar tener) para lastimarlo. Al fin, y al cabo, no son con sus padres, y a estas alturas sus padres no deberían tener tanto poder como para hacerlo desgraciado a usted. “¿Me atreveré a perturbar al universo?” se preguntaba J. Alfred Prufrock en un poema de T. S. Eliot. Atrévase. Tiene mucho menos que perder y más que ganar de lo que cree.
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14- CÓMO (Y POR QUÉ) DEJAR DE TENERSE LÁSTIMA Entre nosotros hay algunos que no tienen idea de lo que sus vidas tienen de malo. Otros piensan saberlo, pero no es así. “Tuve que dejar la escuela a los diecisiete años para mantener a mi hermano – explica Huberto -. Nunca tuve una oportunidad.” “Tuve polio de pequeña – dice enseguida Elisa -. No puedo andar tan bien como los demás. No se puede esperar que consiga tan buenos em pleos”. “Verá usted – cuenta Juan confidencialmente – estoy envejeciendo. No tengo la culpa de que mi vida esté vacía”. Dos de esas frases – “no se puede esperar” y “no tengo yo la culpa” – son señales inconfundibles de que se tiene uno lástima. Hay otras señales: hablar demasiado de sus problemas, pensar todo el tiempo en sus problemas, hacer campaña en pos de la simpatía. “Nadie saber por lo que he pasado” es uno de los estribillos más frecuentes del mundo. En el transcurso de una vida, todo el mundo pasa por momentos es pantosos, y mucha gente lo pasa muy mal. Todos conocemos personas que han sido verdaderas víctimas de las circunstancias: han estado enfermas, han perdido a sus seres queridos, su casa o su empleo, han perdido a sus seres queridos, su casa o su empleo; han tenido desventajas físicas o sim ple mala suerte. No se les puede reprochar que sientan un poco de lástima por sí mismas. ¿O sí? ¿Cuál es su reacción sincera ante alguien que siempre está quejándose de las circunstancias? Lo más probable es que la simpatía que inspira se agote muy pronto. Finalmente, uno quisiera verlo rehacerse… o marcharse. Tal es el problema de la autocompasión. Es fastidiosa para los demás. La gente se mostrará bondadosa algún tiempo, pero más tarde o más tem prano es probable que se sienta irritada. Parientes y amigos íntimos se mantendrán fieles, pero es fácil comprobar que es por el sentido del deber. Y otros pueden empezar a evitar al que siempre anda quejándose de su
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mala suerte. Resulta demasiado deprimente hablar con él. Y no parece haber medio de ayudar. La gente que se harta de escuchar a los que se sienten lástima no carece de buenos sentimientos: sólo responde a uno de los hechos de la vida. Y ese hecho, que es el segundo gran problema de la autocompasión, es que ésta es siempre un callejón sin salida. Lo invita a usted a quejarse quieto y preguntar: “¿Por qué yo?” en vez de imaginar cuál es la mejor manera de salirse de ahí. Se basa en la idea – y sigue reforzándola – de que está uno indefenso. Pasivo. De que le están haciendo de todo y que no hay manera en que pueda uno ayudarse. Lo cual nunca es cierto y nunca es útil. Usted puede ayudarse, pero sólo si deja de tenerse lástima, para empezar. Para encontrar lo grande que es el problema que usted tiene, trate de llevar a cabo la siguiente prueba. Durante tres semanas: 1) no cuente ninguno de sus problemas a nadie; 2) no eche la culpa a nada ni nadie, de su situación; ni 3) diga una palabra respecto a cómo les va mejor a los demás que a usted. Al mismo tiempo, participe en actividades que le agraden, y coméntelas. Se puede hacer esas cosas fácilmente, no tendrá usted mucho problema autocompasión. Pero si se le dificulta – o le resulta imposible – mantenerse así durante tres semanas, es probable que esté padeciendo dolores de retraimiento. Lo cual es señal de que la autocompasión forma una parte importante de su vida. ¿Cómo llegó a esto? Como siempre, la niñez es un buen lugar para empezar las cosas. Veamos a Elsa, que enfermó de polio a los siete años. Estuvo muy enferma y acabó con una cojera permanente, visible. Todo el mundo – padres, maestros, hermanas – sentían pena por ella. “¿Qué va a pasar – les oía preguntarse – cuando crezca la pobre niña?” Las demás niñas de la escuela no siempre se mostraban igualmente compasivas. Como ella no podía correr ni siquiera caminar aprisa, solían dejarla fuera de los juegos. Los papás trataban de ayudar, comprándole a Elsa juguetes caros con lo que las demás niñas quisieran jugar, y dando fabulosas fiestas para celebrar sus cumpleaños. Sin darse cuenta, ella sacó dos conclusiones de todo ello: primero, que siempre podría contar con el amor de su familia tan pronto como mencionara su desventaja; y segundo, que la gente sólo la querría si le tuviera pena o si ella tuviera algo que los demás desearan. La polio de Elsa fue un trauma que cambió su vida. Pero sólo porque sus padres y ella la convirtieron en trauma. Porque creían que una mucha-
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cha no podía cojear y llevar vida normal, actuaron de maneras que fortalecieron esa convicción y, finalmente, la hicieron realidad. Antes de cambiar – cuando había cumplido ya los treinta – se aferró a la idea de que su desam paro era lo único que pudiera servirle. La autocompasión puede iniciarse con una verdadera desdicha, como la polio de Elsa, o puede comenzar con algo mucho más secundario. Jacinta no obtiene siempre calificaciones A, de manera que renuncia a su proyecto de convertirse en abogada. Decide que será mejor no aspirar a más que a ser secretaria jurídica. Teodosio no es buen deportista. Tiene la impresión de que todos de ben de estar burlándose de él, de modo que decide burlarse también. Se convierte en el payaso de la clase, y cada vez que se ríe de sí mismo fortalece la idea de que no vale nada. De que nadie podría quererlo a menos que diera una buena representación. Los padres de Lance se preocupan y hacen mucha alharaca cada vez que el muchacho se enferma, aunque nunca haya sufrido una enfermedad grave. A él le agradan las galletas y la simpatía, de manera que empieza a exagerar sus síntomas. Finalmente se convierte en hipocondríaco y maestro en autocompasión. No “Se siente lo suficientemente bien” para hacer casi nada… de manera que obtiene la mayor parte de su satisfacción por la simpatía que le demuestran los demás. Y nunca es suficiente. La gente nunca se preocupa bastante por él. Nadie se impresiona bastante por todo lo que ha sufrido. Cada vez que hace una escena en busca de simpatía, fortalece la necesidad que siente: y esa necesidad se vuelve imposible de satisfacer. Al mismo tiempo, está derrochando su vida al no esforzarse por nada más que por la simpatía. Cada una de esas personas – Elsa, Teodosio, Jacinta, Lance – siente que tiene un defecto trágico, algo que la descalifica para el éxito y la felicidad. Para Elsa es la cojera; para Jacinta, la estupidez (y no tiene nada de estúpida); para Teodosio, el no ser atleta; para Lance, su naturaleza achacosa. Algunas de esas desventajas son reales, otras, más o menos imaginarias. Pero es lo mismo en ambos casos: una desventaja es lo que uno haga con ella. Si se tiene un verdadero impedimento – digamos que uno es ciego o ha perdido un miembro o está padeciendo una terrible enfermedad -, aumentan las posibilidades de que sienta uno lástima de sí mismo, porque todo el mundo lo incita uno a sentirla. Pero no es la única respuesta posi ble, y desde luego, dista mucho de ser la mejor. Si se tiene lástima, imagine qué es lo que considera su desventaja. Probablemente ya sabrá lo que es, y hablará de ello con demasiada fre-
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cuencia. Se acabó. Vea qué horrible “verdad” le viene a la mente durante las tres semanas que no ande por ahí clamando en busca de simpatía. Una vez que se percate de lo que considera con su defecto, estará en condiciones de no permitir más que siga gobernando su vida. La manera de lograrlo consiste, en lo posible, en actuar como si no tuviera esa desventaja. Porque cada vez que se porta uno de otra manera,
cada vez que actúa como desamparado o insignificante, fortalece su convicción interna de que hay algo vergonzosamente malo en uno. En particular, vigile usted – y evite – los seis hábitos siguientes. Se aplican especialmente cuando uno siente que sus obstáculos son insupera bles. No permita que la gente lo ataque ni se aproveche de usted. Digamos
que se ha quedado sin empleo y pasa muchísimo tiempo en la casa. No permita que su cónyuge ni sus padres le digan qué molesto resulta y cuánta suerte tiene de disponer de alguien que lo mantenga. “Muy bien – puede decir usted - ¿y qué habría pasado si estuviera enfermo y representara una verdadera carga para todos? ¿No debería yo tratar de facilitarles las cosas?” No. Se supone que esas personas deben ocuparse de usted. Pídales que no aprovechen su estado – que probablemente es temporal y desde luego no por culpa suya – para ponerse contra usted. Si no pueden estar de acuerdo con ello, trate de arreglárselas de otra manera para vivir. Pero no inicie un programa de apaciguamiento a cualquier precio; sea agradable y coopere, pero nada más. De otra manera es como decirse – más de lo que pudiera decírselo nadie – que lo sucedido es un desastre que ha hecho menguar su valor como ser humano. Y ese mensaje no es cierto. No reduzca sus aspiraciones. Quizá lo haya hecho ya. Ha decidido
que como su familia es pobre o es usted sordo de un oído, no puede esperar llegar a nada. De manera que nunca lo ha intentado, y por lo tanto ha reforzado la idea de que es incompetente. Puede comenzar invirtiendo el proceso. La próxima vez que tenga la impresión de que desea hacer algo – ya se trate de aprender algo o de ir a alguna parte o de buscar un buen empleo – oblíguese a pensar de sí mismo lo mejor que pueda. Puede constituir el primer paso para salirse de la autocompasión y entrar en el respeto a sí mismo. No pida excusas por su impedimento. Berta se rompió la cadera y
pasó meses en cama. Todo el tiempo estuvo diciendo que lo sentía mucho:
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a su esposo, sus hijos, sus visitantes. Pedía perdón por lo que costaba el médico, por el estado de la casa y por no poder preparar la cena de Navidad. Y todo ello reforzaba su convencimiento de que el accidente iba a echarle a perder la vida. Y de que había hecho algo malo. Nota: No digo que no hay que expresar agradecimiento, pero, inclusive en ese caso, que sea breve. Una posición eterna de gratitud causa sus propios daños a uno mismo y a las relaciones. No se convierta en esclava del hogar: cocinando, cosiendo, limpian-
do y ocupándose de los niños sobre pedido. Lo que está implícito en todo eso es que no vale usted nada y debería agradecer el no ser lanzada a la calle a patadas. Y ese sentimiento se fortalece más cada vez que actúa de acuerdo con él. No se condene por lo que considera su defecto. Sé de un hombre que
medía 5 pies 3 pulgadas y siempre decía de sí mismo: el pequeño Carlitos. Se mostró escéptico la primera vez que le dije que estaba seguro de que su hábito - y la autocompasión consiguiente – le estaba causando mucho más daño que su verdadera estatura. Pero al cabo de varios meses de hacer ciertos ajustes, en particular de no volver a decir “pequeño Carlitos”, aprendió a dejar de preocuparse por su estatura y llevó adelante su vida. No pague multas innecesarias por el impedimento. En los tiempos
anteriores a los lentes de contacto, muchas mujeres veían el mundo borroso por negarse a llevar anteojos. Lo cual: a) aumentaba muchísimo la dificultad de su mala vista, y b) igualmente importante, reducía el aprecio de su propio valer. AL fortalecer el mito de que si - ¡horror! – las vieran con anteojos, ningún hombre se enamoraría de ellas. Siéntese usted y haga un inventario de lo que el impedimento puede llegar a costarle. Hágase cargo de cuáles son sus limitaciones y cuáles no. Por una parte, no renuncie a perseguir un objetivo razonable; pero tampoco se empeñe en algún imposible. SI tartamudea, no crea que sólo podría ser feliz como locutor de radio. El negarse a enfrentarse a un hecho de la vida lo hace aparecer más horrible de lo que es realmente. Y da a lo que no puede usted hacer una importancia mucho mayor que a todo lo que sí puede. Si se esfuerza uno demasiado por compensar un impedimento, puede suceder algo interesante. Quizá se diga a sí mismo: “Si no tuviera este único defecto, todo sería maravilloso.” Dedica todas sus energías a superar ese defecto… ¿y qué pasa? Realmente puede uno borrar un impedimento físico… y quererse a sí mismo menos que nunca. Eso le sucedió a Ignacio. Era un adolescente flaco y larguirucho,
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torturado por su aspecto físico. Decidió que levantar pesas sería la respuesta a todos sus problemas, y se pasó horas y horas ejercitándose. Finalmente, adquirió un cuerpo poderoso. Su “impedimento” había dejado de existir, pero como consecuencia natural se obsesionó más con su aspecto y su fuerza física. Lo aterraba la idea de envejecer, enfermar o hacerse algún daño. De manera que su viejo temor, su vieja sensación de ser inadecuado, lo dominó más que nunca. No es que no tenga uno que esforzarse por mejorar. SI puede usted aprender a hablar sin tartamudear o a parecer más joven, es maravilloso. Pero no considere usted que eso lo salvará de un destino peor que la muerte. Y tampoco espero que eso resuelva todos sus problemas. El antídoto consiste en invertir esfuerzos en el logro de otros propósitos también. No meta usted todos sus esfuerzos en un solo canasto. Logre adquirir el sentimiento de que ahora no tiene usted nada de malo, tal como está en este instante. Supongamos que se sintiera así todo el tiempo. ¿Cómo obraría? Obre, pues, de esa manera. No haga nada para compensar sus defectos… sólo cosas positivas que puedan producirle placer y fuerza y logros. No suponga que no hay nada que pueda hacer, a menos que esté directamente relacionado con su impedimento. Y busque siempre las cosas que pueda hacer, y hacer bien. Hágalas entonces. Si obra según la idea de que es usted competente y valioso, empezará a creérselo.
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15- CÓMO DISFRUTAR LA VEJEZ Aquí, unas pocas palabras sobre el hecho de que está envejeciendo y lo sabe. Claro está, todos estamos envejeciendo. Un muchacho de veintidós años escribió recientemente un artículo sobre la maldición de haber dejado de ser un brillante adolescente. Y un joven de veintiocho años puede descubrir sinceramente que hay cosas que ya no puede hacer tan bien como antes. Rosa tenía setenta y cuatro años y estaba desmoralizada. Sentía que ya no tenía porvenir ni lugar alguno en la vida de nadie. Que no encajaba en ninguna parte: para empezar, “no podía soportar a los viejos”, y además, estaba segura de que la gente joven no la podía soportar a ella. Sacamos en limpio que cinco cosas básicas la estaban fastidiando, y bien pudieran fastidiar a todo el que se siente envejecer. Eran: 1) la erosión del aspecto y la fuerza físicos; 2) los prejuicios de los demás contra los viejos; 3) la mala voluntad en cuanto a aceptar una dependencia mayor de los demás; 4) la pérdida de algunos amigos y seres amados; y 5) la proximidad de la muerte. Todos esos problemas – afirmaba Rosa – eran imposibles de superar. Pero a petición mía, tratamos de elaborar de todas maneras un enfoque útil. Para empezar, sugerí que Rosa se hiciera las diez preguntas siguientes: ¿En qué formas discrimina usted a los ancianos? Por ejemplo, ¿agobia usted a su esposo llamándolo “pobre viejo” o habla de manera distinta a los ancianos y a los jóvenes? ¿Dice usted que las personas de su edad que tratan de pasarla bien están haciendo el tonto? ¿Acostumbra usted comprar la amistad de los jóvenes? ¿Les hace regalos y servicios que no esperarían de usted? ¿Qué les perdona usted a los jóvenes que no se perdone a sí misma? Por ejemplo ¿siempre lleva usted a tiempo pero “comprende que los jóvenes tienen mejores cosas que hacer”? ¿Se cree demasiado vieja para entender ciertas cosas (tal vez la polí-
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tica o la ropa unisex o las películas modernas)? ¿Y lo usa como excusa para no prestar atención a lo que pasa a su alrededor? Disimula sus problemas personales porque considera que no tiene derecho a molestar a los jóvenes? ¿Trata de presentarse como experto en la vida, y proporciona consejos constantes a los jóvenes? ¿Se extiende sobre las cosas del pasado y pide simpatía porque su vida ha terminado? ¿Critica al mundo llamándolo inmoral o decadente? ¿Sostiene que no hay lugar en él para usted? ¿Invade usted la intimidad de los jóvenes, tratando de vivir la vida de ellos en vez de hablar y pensar respecto a la suya propia? ¿Exige usted que los jóvenes escuchen sus largos discursos… y se perturba si la interrumpen? ¿Escucha usted realmente lo que dicen ellos? Ésas son algunas de las maneras en que una persona de edad puede discriminar contra la gente de más edad que ella (y de esa manera envenenar su mente en cuanto a sí misma) o pedir indulgencia por ser demasiado vieja para tener responsabilidades. Y todas ellas son maneras por las cuales una persona de edad puede fortalecer la opinión de que los ancianos – empezando por ella – no sirven.
Rosa se percataba, entre otras cosas, de que estaba avergonzada de su esposo, quien empleaba un bastón para caminar. Tendía a agobiarlo, especialmente si había gente más joven alrededor: “¿No puedes darte prisa? Estamos haciendo esperar a los muchachos.” Reconocía también todos los favores que les hacía a sus hijos… y que ella no aceptaba favores ni siquiera aprecio de ellos, en cambio. “No me den las gracias – decía siempre -, soy su madre.” Finalmente, se dio cuenta de que se menospreciaba tanto a sí misma como a su esposo. “Hay que perdonarme. Sólo soy una vieja.” Y al mismo tiempo, solía arreglárselas para solicitar compasión: “Ya han muerto muchos de mis amigos. No queda mucho tiempo.” Una vez que hubo reconocido todos esos patrones en su vida, Rosa no pudo esperar mucho para cambiarlos. Amaba a su esposo y no tenía deseos de molestarlo: lo malo es que se había acostumbrado a avergonzarse
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tanto de la edad que se sentía molesta por él. Una vez que dejó de humillarlo, le resultó más fácil dejar de humillarse… y también más fácil creer que su edad constituía una vergüenza. Sugerí que pusiera fin a los pequeños favores… y empezara a trazar planes por cuenta propia. No había salido de fin de semana por años; quería estar disponible “por si los muchachos me necesitaban”. Una de sus decisiones más difíciles fue comprometerse firmemente para los fines de semana de todo un mes… y no faltar a uno solo. Una de las cosas que inició Rosa fue una clase de jardinería, cosa que era un viejo caballito de batalla. Eso la ayudó a volver sus ideas hacia otra cosa (en vez de pensar que “de ahora en adelante, voy cuesta abajo”), hacia la idea de que todavía podía hacer cosas nuevas y nuevos progresos. En este punto miramos hacia atrás los cinco problemas imposibles de la edad avanzada. Seguían representado dificultades reales, pero Rosa tuvo ciertas ideas para vérselas acertadamente con ellos. Por ejemplo, ha blamos del problema de perder la buena apariencia y una salud perfecta. Para Rosa, eso era peor de lo necesario. Dejó de cuidarse al pasar de los cuarenta. “¿De qué sirve?” pensaba. Ahora, a los setenta y cuatro, Rosa decidió que servía de algo. No para tratar de representar nuevamente cuarenta, eso sería contraproducente y le causaría mayor vergüenza por estar envejeciendo. Comprarse un peluquín es la peor manera que tiene el hombre de ajustarse a la calvicie. Pero Rosa se hizo a la idea de comprarse ropa nueva, ir adonde la peinadora, dar un largo paseo de vez en cuando a modo de ejercicio. Y empezó a buscar maneras de que otras limitaciones físicas no la detuvieran; por ejem plo, compró una lupa para poder leer las recetas en vez de renunciar a cocinar. En cuanto a los prejuicios contra los ancianos, la decisión que había tomado – no participar en ellos – le dijo un sentido de la perspectiva. Aun cuando reconocía que siempre habría gente con prejuicios contra los ancianos (a menudo es gente que teme envejecer), dejó de suponer que todo el mundo odiaba a los ancianos y – lo que es más importante aún – que ese odio estaba justificado. Y decidió que ser un poco independiente de sus amigos y sus hijos no era tan terrible, al fin y al cabo. Había hecho muchísimo por ellos durante los cuarenta y cinco años pasados, y ellos deseaban honradamente hacer algo por ella a cambio. Pero ella se lo estaba dificultando en todo lo posi ble, actuando a veces como si el ofrecimiento de llevarla a alguna parte o de hacerle algún recado fuera un insulto y no un favor. Y siempre provo-
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cando lástima: “Soy tan vieja; soy una carga.” No le fue fácil; pero Rosa se las arregló para obligarse a empezar a recibir favores, y a aceptarlos con elegancia. Una vez que lo hizo, el horror que le inspiraba la idea desapareció, y en realidad descubrió lo agradable que era saber que había personas que se interesaban lo suficiente como para tomarse molestias por ella. Los padres de Rosa habían fallecido, también sus hermanos, algunos primos y amigos. Una de sus hermanas estaba muriéndose. Asociaba a esas personas con su juventud y sus buenos tiempos; había razones para lamentar que se fueran. Pero no había razón alguna para convertirlo en trauma, para negarse a disfrutar de la vida desde ese momento. Después de que falleció su hermano predilecto, Rosa había llevado un luto discreto pero permanente. Fue más o menos por entonces cuando dejó de salir y de hacer planes para el futuro. Finalmente llegó a ver que aquella no era una respuesta inevitable, debida ni razonable sino una elección, una reacción excesiva. AL princi pio, cuando empezó a reunirse con el mundo, tuvo una vaga sensación de estar traicionando a su hermano. Pero se percató también de que él no habría aprobado la clase de persona en que se había convertido. Al morir, él contaba más de setenta años y en cierto modo era más joven que ella ahora. Tal vez fuera sensato volverse más como él en vez de actuar como si sólo viviera a medias. Al enfrentarse al hecho de la muerte de su hermano, Rosa empezó a pensar y hablar, abiertamente por vez primera, de la idea de su propia muerte. Lo cual no apartó mágicamente el dolor ni el miedo, pero redujo el espanto de la idea misma. Es probablemente la lección más importante que nos pueda impartir la autocreación: Negarnos a hacer frente a algo – sea lo que fuere – siempre lo hace peor, mucho peor. Admitir que uno va a morir – no negarse a pensar en ello ni fingir que los hijos le dan a uno la inmortalidad – puede proporcionar una sensación de valentía propia y un impulso para hacer lo mejor posible, ahora, con la vida que se tiene. Rosa tardó bastante en sacar todo eso a flote, pero lo consiguió. Aun cuando comenzó a los setenta y cuatro años de edad – y al principio creía ser demasiado vieja para hacer nada nuevo – se las arregló para cambiar toda su vida. Es más fácil cuando se empieza joven, pero nunca es demasiado tarde para brindar a la vida nuevas promesas.
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16 - QUÉ HACER RESPECTO A LA TIMIDEZ Imagínese usted en un cocktail donde sólo conoce a unas pocas personas. Ya ha hablado con ellas, quienes se han alejado en busca de otra copa o para charlar con otros amigos. Divisa un grupo al que le agradaría aproximarse. ¿Qué va a hacer? ¿Avanzar, sonreír y presentarse? ¿Quedarse junto al grupo y esperar que se fije alguien en usted? ¿Ir a buscar a las personas que conoce o tratar de inventar una razón urgente para abandonar la fiesta. Cuando le resulta difícil presentarse a desconocidos – inclusive en una fiesta, donde se supone que va a conocer gente – probablemente sea usted tímido. Como millones de personas, tiene usted algo de miedo a los extraños, inclusive a personas que conoce. Quizá las fiestas sean lo peor para usted. O quizás una situación en que hay algo importante en juego: una entrevista para un empleo o una reunión con posibles futuros parientes. O quizá la timidez lo reprima a usted casi todo el tiempo. Ha trabajado en alguna parte durante algunos meses y quizá quisiera comenzar a ver a algunas personas fuera de la oficina, pero es demasiado tímido para sugerirlo: O no sabrá cómo abordar a un hombre o una mujer que considera atrayentes. O teme ver a su médico o que le corten el pelo porque no está seguro de qué decirle a la gente. La timidez puede asumir una forma extremada. Fuera de Londres, una señora llamada Alice Neville encabeza un grupo llamado La Puerta Abierta. Este grupo se reúne pocas veces, aunque muchos de sus miem bros viven cercanos de otros. Los miembros están en su casa y leen el boletín de noticias. Si tienen suerte, pueden hablarse por teléfono. Si tienen mucha suerte pueden visitar a Mrs. Neville ¿SUERTE? Sí, porque todas esas personas tienen miedo a reunirse con el mundo exterior. Hace unos cuantos años, Mrs. Neville escribió un artículo en una revista describiendo su lucha contra lo que llamaba su agorafobia: el temor a los espacios abiertos. ¿Síntomas? Temía salir, hablar con extraños, inclusive encontrar a la gente necesaria para llevar a cabo tareas de rutina y negocios. Se daba cuenta de que se estaba retirando más de un día en día, sin salir, sin ver gente, metida en su casa. Hasta que se percató de lo que estaba pasando… y decidió combatirlo. Después de un esfuerzo desesperado, se las arregló para dominar su temor. La señora Neville había escrito artículos anteriormente, y estaba acos-
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tumbrada a que algunos lectores le escribieran. Esta vez recibió miles de cartas diciendo: “Tengo el mismo problema”. Algunos sufrían algo, evitando los eventos sociales y tropezando con dificultades para hablar con quien no fuera un amigo de confianza. Otros se quedaban en casa casi siempre; tenían cónyuge o hijos que les hacían la compra. Sólo se decidían a salir cuando había caído la noche o en un coche con las ventanillas cerradas. Algunos temían abrir la puerta o inclusive levantar el teléfono cuando llamaba. Casi todas aquellas personas también sufrían otro temor, eso es lo que comprendió la señora Neville: el temor de encontrarse en un lugar en particular por cualquier razón. Querían poder abandonar el lugar en cualquier momento, pero tenían un miedo casi similar o quedarse solas. ¿Qué puede hacerse? La señora Neville ha descubierto que el psicoanálisis poco puede ayudar. La respuesta es buscar las raíces. Muchos pacientes aprovechan su análisis para no enfrentarse al mundo: “No podré salir y ver gente antes de haber dominado todos estos problemas”, y en realidad terminan más dependientes y asustados aún. Lo que sirve es dejar de fortalecer el temor dejando de actuar según él. Ir a una fiesta o pedir al propietario que mande pintar la casa o empezar a celebrar entrevistas para conseguir un mejor empleo: cualquier cosa que se haya estado aplazando por temor. Neville lo hizo, aun cuando su temor era tan grande que no le parecía posible lograrlo. Y ahora aconseja a los demás: “Deben intentar incrementar el radio de sus actividades, obligándose.” El Principio nos muestra de dónde procede la timidez y por qué obligarse a uno mismo es la única manera de derrotarla. La timidez es un hábito que comienza de varias maneras pero que siempre se fortalece según una sólo: actuando de acuerdo con ella.
En ocasiones empieza con una enfermedad corporal. Amanda se ha bía mudado recientemente a una nueva población cuando cayó enferma de neumonía con complicaciones. Para cuando se sintió perfectamente bien, había empezado a pensar: “Bueno, ya llevo aquí seis meses y todavía no me he hecho de amigos; supongo que nunca lo lograré.” Y de esa manera consiguió que se volviera cierto. Ahora se sentía bien, pero se había acostumbrado a pasar tranquilamente las veladas en casa. Sería un poco desconcertante salir de casa, volver tarde y arriesgarse a conocer gente nueva. ¿Por qué arriesgarse? De manera que rechazaba casi todas las invitaciones a salir. Haría demasiado calor, demasiado frío, sería demasiado cansado, se decía. Y cada vez que lo hacía, también se estaba diciendo que hacerse de amigos era una experiencia penosa. No había esperanza. No sabría qué
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hacer. Todos la considerarían aburrida o torpe o estúpida. No les resultaría simpática. Amanda convirtió su enfermedad en un trauma que la volvió tímida. Otras personas son inducidas a la timidez por sus padres. Por ejemplo Norberto, que tenía padres muy tímidos que lo amaban apasionadamente y que le enseñaron la diferencia entre la familia, en la que se podía confiar, y todos los demás, en quienes no se podía. Imitó la timidez de sus padres cuando era joven, y siguió actuando igual al madurar. Y el resultado fue que siguió sintiendo lo mismo. Los padres de Nina no eran tímidos pero la incitaban a que lo fuera. Era la única hija de una familia numerosa; solían decirle: las niñas deben ser tranquilas, corteses y ordenadas. No debían ponerse en evidencia. Cuanto más practicaba Nina lo que le predicaban sus padres – cuanto más tímidamente obraba – mas se acostumbrará a ser tímida y retraída. Los padres de Beatriz le enseñaron a ser tímida de una manera distinta. Ellos hablaban alto y fuerte, eran agresivos y “aventados”. Una vez se abrieron paso entre las guardias y empujaron a Beatriz frente a Rita Hayworth para obtener su autógrafo. Beatriz, que admiraba a la estrella, se sintió mortificada. Diciéndose: “No quiero ponerme en evidencia como ellos” decidió actuar todo lo diferentemente de sus padres que pudo. Amanda, Norberto, Nina y Beatriz crearon, todos ellos, su propia timidez, y siguieron recreándola porque seguían actuando según ella. Como todos los hábitos, parecía cosa natural e inevitable. Pero tuvieron que ignorar ese sentimiento y quebrantar el hábito para obligarse a hacer cosas que temían hacer. Tal es el único camino para librarse de la timidez. Hay que buscar contactos humanos y obligarse a sacarles el mayor provecho. No puede uno excusarse y marcharse o quedarse ahí sentado mirando el reloj ni conseguir que otra persona lo acompañe dándole su apoyo moral. Hay que pasar por eso decididamente: conocer gente. Y no es tan malo. Lo que ha perdido usted con la timidez… Y ha estado reforzando la idea de que la gente es de temer, de que vive en un mundo espantoso. Piense en eso: ¿qué hay para inspirar tanto temor? Lo único que apartará el miedo es la acción, pero tal vez le ayude a usted comenzar pensando un poco según los siguientes consejos: Piense primero en lo que tiene usted en común con el resto de la gente. Fragilidad humana, sensibilidad a las enfermedades, deseo de amistad y respeto, inclusive el temor a la muerte. Todo el mundo los tiene. No
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importa lo alto y poderoso que uno parezca, es tan vulnerable como usted. Las personas realmente consumadas, las que tienen el valor de examinarse por dentro, lo reconocen. Saben que están hechas del mismo barro que usted; y también usted debería saberlo. Haga el inventario de sus intereses y sus puntos fuertes. Trate de encontrarse con personas – por lo menos de vez en cuando – en el contexto de las cosas que hace usted bien y que le gusta hacer. Observe cómo actúa en ese contexto. Puede ser que el único lugar donde usted se encuentre a gusto con gente sea su cocina; o si es usted un campeón de ping-pong se siente tímido en todas partes menos frente a la mesa de juego. En cualquier caso, vea cómo se porta ahí. ¿Cuál es la diferencia? ¿Está más conforme consigo mismo? Quizá puede imitar su propio estilo cuando aborda a la gente en otras situaciones. Cuídese del elitismo en todas sus formas. Si cree usted que hay personas por debajo de usted – en su trabajo, su cuñado, un mal jugador de ping-pong – está colocándose de tal manera que le dará miedo abordar a otras personas. Al fin y al cabo, podrían mirarlo con desprecio también ellas.- Con el esnobismo fortalece usted la convicción de que sólo las personas de éxito tienen derecho a mostrarse seguras de sí mismas. En cambio, necesita usted crear este fundamento: que todos, usted inclusive, tienen derecho a ser tratados con respeto. Lo contrario del elitismo es creer que es usted ciudadano del mundo y los demás también lo son. No existe una “familia como es debido” ni otra que no lo sea. El dinero, el vecindario, la profesión, el poder: nada de eso le da a uno el derecho a mirar a los demás por encima del hombro… ni a usted ni a los demás. Nadie tiene derecho a reírse de usted ni actuar como si no fuera suficientemente bueno. Evite los raciocinios que dicen que el momento y el lugar no son adecuados para que usted se haga conocer. Cuando uno es tímido, siempre se siente intruso; siempre parece que el momento es inoportuno. En una reunión social, puede servir de algo imaginar que uno va a seguir siempre ahí… que no va uno a conocer nunca a nadie más: ese grupo es el universo. Se necesita tener un amigo; y también los demás lo necesitan. Piense en las personas que más le espantan. ¿Cómo son? ¿Encajan en una clase especial: jóvenes o atractivas o ricas o exitosas en algún as pecto? ¿A qué se debe que usted las distinga? Puede usted descubrir que esas personas no le interesan realmente; tal vez admire su juventud o su aspecto físico o su vida glamorosa. Le gustaría poder decir que ha hablado con una celebridad. En tales casos, tal
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vez sea usted tímido porque comprende que hay un fraude implícito en su interés. Si la otra persona supiera la verdad, lo evitaría a usted y con toda la razón. El tipo de timidez que deseamos derrotar es la que le impide a uno acercarse a la gente que realmente interesa. Y ya sabe usted cómo derrotarla. Deje de huir… vaya adonde encontrará personas, y quédese hablando con ellas. Busque grupos siempre que pueda, y siga las siguientes sugerencias: Trate de sentarse en el centro del salón. La gente tímida suele meterse
en los rincones para que nadie la vea. Es eficaz; nadie se fija en ella. Lo cual “demuestra” que a nadie le importa, y así seguido: un círculo vicioso. Rompa ese círculo. Dé a los demás la oportunidad de fijarse en usted e interesarse. Hable en voz alta. Las personas que desearían desaparecer y no par-
ticipar en un grupo tienden a hablar en voz apagada. Levante la voz y fortalecerá la idea de que tiene derecho a la palabra.
Mire a las personas que le estén hablando. Los tímidos suelen olvidar
que deben a los demás ese reconocimiento. No es necesario mirar fijamente. Pero es importante que quien habla sepa que usted escucha. Y mirarlo contribuye a que usted crea que su respuesta se tomará en serio. Repita lo que ha dicho si nadie le contesta. No se invente la excusa de que a la gente no le interesa lo que usted diga. Termine lo que estaba diciendo aun cuando lo interrumpan. A todos
nos interrumpen, y los tímidos suelen fomentar las interrupciones actuando como si esperaran que les corten la palabra. Pero las interrupciones también pueden significar que a la gente le está interesando lo que usted dice. No aproveche una interrupción como pretexto para salirse del grupo. ¿Es así de simple: mirar a la gente, alzar la voz? Sí. Sin darse cuenta, los tímidos casi nunca miran a la gente ni levantan suficientemente la voz, y acciones como éstas son las que los conservan tímidos. Se sentirá angustiado al principio, como pasa siempre que cambia uno de normas. Se sigue viendo a sí mismo como era antes: parece disparatado levantar la voz ni volver sobre un tópico que había iniciado usted mismo. Puede parecerle que de repente se asemeja a un padre o madre cuya desenvoltura siempre lo ponía en apuros. Mediante el método de la exageración, puede echar una buena mirada a sus temores. Pero lo más importante consiste en seguir adelante a pesar de esos temores. Actúe de manera distinta y se verá a sí mismo de manera distinta.
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Usted puede llegar poco a poco a algo de eso si quiere. Claro, para su timidez sería maravilloso que pronunciara usted una conferencia. Pero en este momento, casi le resulta imposible ir por la calle con un amigo íntimo a su lado. Entonces, empiece hablando en voz alta y mirando a ese amigo a la cara. Cree hábitos con unas pocas personas, y podrá llevarlos adelante con otras, más tarde. Fortalézcase a sí mismo poco a poco. Inclusive a solas con una persona, dentro de una habitación, puede usted incrementar su sensación de libertad y confianza en sí. Vaya a una fiesta cuando pueda, y empiece concentrándose en las personas que parezcan receptivas. Abórdelas usted, y trate progresivamente de acercarse a gente que no conoce. Si está seguro de algún comentario que quiere hacer, y si tiene la posibilidad de hacerlo, ensáyelo antes de ir a la reunión. Pero no memorice observaciones al azar sobre temas que no está seguro puedan surgir, para expresarlas en una discusión futura: se pasará el tiempo buscando ansiosamente el momento oportuno para jugar sus triunfos. A) introducir inadecuadamente la observación, o b) acabar sin decir nada porque su postura de mensaje grabado no le permite responder espontáneamente. Se hacen observaciones para las cuales tiene usted un apuntador pertinente, opero su apuntador electrónico estaba desconectado. Recuerde: NO se trata de hallar valor para hablar sino de hablar para hallar el valor. No se necesita un valor específico para dar el primer paso. Lo que se necesita es el meta-valor que proviene del convencimiento en el principio de autocreación. Más de una persona que se estaba entrenando ha dicho a su entrenador: “No podré hacerlo nunca”. Y el entrenador ha contestado: “Puedes. Confía en mí. Inténtalo.” Y lo intenta, y lo hace. No sólo porque tenga confianza en sí mismo sino en su entrenador. Pero des pués, confía en sí misma. En nuestro caso, el entrenador es el principio de autocreación. Dice: “Puedes hacerlo. Inténtalo”. Si confía usted en el Principio, pronto confiará en sí mismo.
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CÓMO HACER AMIGOS Tenemos que confesar que deseamos agradar a la gente. Probablemente oirá a algunos decir: “No me importa si le gusto a la gente o no”. Pero siempre que lo oiga puede estar seguro de que no está diciendo la verdad. El psicólogo William James dijo: “Uno de los más profundos anhelos de la naturaleza humana es la de ser apreciado”. La ansiedad de agradar, de ser estimado, de ser persona deseada, es fundamental en nosotros. Se hizo una encuesta entre los estudiantes de Bachillerato sobre la pregunta siguiente: ¿Qué es lo que más desea?. Una mayoría aplastante de los estudiantes expresaron que deseaban ser populares. El mismo afán se presentaba también entre los adultos. En verdad es dudoso que alguien pueda superar el deseo de que se hable bien de uno, de que se le estima altamente y de conquistar el afecto de sus compañeros. Para dominar el arte de la popularidad, sea espontáneo. Si se esfuerza deliberadamente en conseguir la popularidad las posibilidades de obtenerla serán pocas. Sea una de esas personalidades raras de quienes la gente dice: “Sin duda que tiene algo”. Y tendrá la certidumbre de que simpatizará con los demás. Sin embargo debemos advertirle de que a pesar de haber logrado obtener popularidad nunca conseguirá agradar a todo el mundo. Existe una curiosa desviación de la naturaleza humana por la cual no será agradable a ciertas personas. Un escrito en un muro de Oxford dice: “No le quiero Dr. Feel. La razón no sé decir. Solo puedo repetir, ¡No le quiero Dr. Feel!”. Este escrito es muy útil. El autor no quería al Dr. Feel. No sabía porqué. Únicamente sabía que no le era simpático. Probablemente era un desagrado poco razonable porque indudablemente el Dr. Feel era una persona muy agradable. Quizás si el autor lo hubiera conocido mejor le hubiera simpatizado. Pero el pobre Dr. Feel nunca supo ganarse la simpatía del autor de esa estrofa. Se puede explicar por una falta de “empatía”, ese
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mecanismo tan especial por el cual llegamos a congeniar o no con determinadas personas. Incluso la Biblia reconoce este triste hecho de la naturaleza humana. Por ello dice: “Si es posible, en todo lo que dependa de vosotros, vivid en paz con todos los hombres” (romanos 12-18). La Biblia es un libro muy realista. Conoce a la gente. Tanto en sus infinitas posibilidades como en sus imperfecciones. El Nuevo Testamento aconseja a sus seguidores que si cuando lleguen a un pueblo, después de haber hecho todo lo posible, no pueden llevarse bien con la gente, deben sacudirse hasta el polvo de los pies “Y quienes quiera que sean los que nos reciban al abandonar esa ciudad, sacudid hasta el polvo de los pies como testimonio en su contra” (Lucas Ix-5). Es tanto como decir que se es más inteligente sino se deja que le afecte a uno seriamente el no lograr popularidad con todo el mundo. Sin embargo hay ciertos procedimientos y fórmulas que si se siguen fielmente pueden hacer que usted le guste a las demás personas, aún siendo una persona difícil o de naturaleza tímida, retraída y hasta insociable puede gozar de unas satisfactorias relaciones personales. No sabemos como destacar la importancia de este tema para que usted lo tenga en cuenta dándole la atención y el tiempo necesarios a efectos de que lo domine, ya que de no hacerlo así nunca podrá alcanzar el éxito ni una plena felicidad . Fracasar en este intento le será adverso psicológicamente. Ser querido es de una importancia mayor que la mera satisfacción del ego a pesar de que esto último es de suma importancia para el éxito en la vida. Las relaciones personales satisfactorias y normales son mucho más importantes. El sentirse no querido ni necesitado provoca una de las reacciones humanas más dañinas. Al grado de que cuando sea buscado o necesitado por otras personas se transformará en un ser liberado. El solitario, la personalidad aislada, el individuo apartado es una persona que sufre un dolor difícil de describir. Al auto-defenderse se repliegan más aún dentro de sí mismos. El desarrollo normal que experimenta una persona abierta y sincera se les niega a aquellas de naturaleza hermética e introvertida. Si la personalidad no se vierte al exterior o no tiene valor para alguien se enfermará y morirá. El sentimiento de no ser querido produce frustración, enve jecimiento, enfermedad. Si se considera tan inútil que nadie lo quiere o necesita, debería hacer algo para remediarlo. Esto no solo es vivir triste,
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sino que además produce un daño psicológico. Aquellos que tratan con los problemas de la naturaleza humana encuentran constantemente ese pro blema y sus fatales consecuencias. Por ejemplo, en un banquete, cierta ciudad se encontraban dos médicos sentados a una mesa. Uno era un hom bre de edad que hacía varios años que estaba retirado de su profesión. El otro era un doctor joven y el más popular en la ciudad. El joven llegó precipitadamente y se desplomó de cansancio quejándose: “Si el teléfono dejase de sonar... No puedo ir a ninguna parte porque la gente me llama constantemente. Quisiera ponerle un silenciador al teléfono”. El médico mayor agregó entonces melancólicamente: “Alégrese de que la gente lo busca y lo necesita. Yo ya estoy fuera de combate”. Los que estaban en la mesa, quienes estaban agobiados por sus múltiples problemas, se quedaron pensativos, mientras escuchaban al viejo doctor. En otra ocasión, una mujer de cierta edad se quejaba de que no se sentía bien. Decía que se encontraba insatisfecha y que era infeliz: “Mi esposo ha muerto. Mis hijos han crecido y yo no tengo a donde ir. La gente me trata con bondad pero es indiferente. Cada cual tiene sus propios pro blemas y nadie me necesita, nadie me quiere. No sé si esa es la razón de que no me sienta bien”. En realidad esa podía una razón muy importante. Estas personas padecen una de las situaciones más tristes y lamenta bles de esta vida. Su deseo principal es el de ser buscadas y este deseo queda insatisfecho. Desean ser apreciadas por la gente. La personalidad anhela la estimación. Una joven de veintiún años confesaba que había sido la indeseada desde que nació. Alguien le hizo creer que era una niña no deseada desde que nació, y esta triste idea le había llegado hasta el subconsciente dejándole un profundo sentimiento de inferioridad y de estimación propia. Esto le hizo tímida y torpe, ocasionando que se hiciera retraída. Se sentía sola e infeliz y en verdad tenía una personalidad poco desarrollada. La condición para curarse era rehacer su vida espiritualmente. Especialmente su manera de pensar. Ese proceso le hizo ser con el tiempo una persona muy querida, debido a que liberó su personalidad. Muchas otras personas sin ser víctimas, en particular, de conflictos inconscientes, psicológicos profundos jamás han podido alcanzar el don de la popularidad. Hacen un gran esfuerzo únicamente por el deseo intenso de agradar a la gente. Donde quiera que vayamos, veremos personas que actúan artificiosamente por un deseo desorbitado de conseguir popularidad, en el sen-
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tido artificial, que actualmente expresa esa palabra en la sociedad moderna. La verdad es que la popularidad se puede obtener con unas cuantas técnicas simples, naturales, normales y fáciles de dominar. Practíquelas con diligencia y llegará a ser una persona querida. Primero sea una persona abierta, o sea alguien con quien se puede estar a gusto sin esforzarse. De algunas personas se dice: “Nunca deja que uno se le acerque. Siempre hay una barrera que no se puede pasar”. Una persona abierta es natural y de fácil trato. Tiene modales amables, agrada bles y afables. AL estar con ella da la sensación de que se llevan los zapatos viejos o un abrigo viejo y cómodo. Un individuo tieso, reservado, lacónico, no encaja con el grupo. Siempre está un poco al margen. Nunca se sabe como tratarlo ni como responderá. Simplemente no se puede estar a gusto con él. Hablaban unos jóvenes acerca de un muchacho a quien querían mucho. Decían de él: “Es una buena compañía, es de magnífico humor, se está a gusto con él”. Es muy importante cultivar la cualidad de ser natural. Por lo general esas personas tienen el alma grande. Las personas muy insignificantes viven pendientes del trato que se les da. Son celosos de su posición. Defienden meticulosamente sus prerrogativas y son tiesas y propensas a ofenderse con facilidad. Un departamento universitario de psicología efectuó un análisis de los rasgos por los que las personas agradan o desagradan. Se analizaron científicamente cien rasgos y se informó que se necesitaban 46 rasgos favorables para agradar. Es bastante desalentador saber el gran número de características que se necesitan para ser popular. Sin embargo, el cristianismo enseña que hay un único rasgo fundamental para que la gente lo quiera a uno. Es el amor y el interés directo y sincero hacia los demás. Tal vez si cultiva ese rasgo fundamental los otros se desarrollarán con naturalidad. Si no es una persona de tipo abierto, le sugerimos que haga un estudio de su personalidad con la intención de eliminar los elementos de tensión, conscientes e inconscientes, que puedan existir. No suponga que la razón de que usted no simpatice a otras personas es la de que algo malo les pase a ellas. Por el contrario, piense que la dificultad la tiene usted dentro de sí mismo y hágase el propósito de encontrarla y eliminarla. Esto presupone
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una sinceridad escrupulosa y podrá implicar también la ayuda de expertos en la personalidad. Los llamados elementos ásperos de su personalidad pueden ser características que adquirió a través de los años. Pueden haberse adquirido como medida de defensa, o bien ser el resultado de actitudes desarrolladas en la juventud. No obstante su origen pueden eliminarse mediante un estudio científico de su persona y por el reconocimiento de la necesidad del cambio seguido por un proceso que consiga la completa rehabilitación de su personalidad. A veces se ofrece la débil objeción de que es difícil querer a algunas personas: Sin embargo un esfuerzo serio para conocer un individuo revelará en él cualidades que son admirables, apreciables. Un hombre tenía el problema de controlar sus sentimientos de irritación hacia las personas con quienes convivía. Algunas personas le desagradaban profundamente. Le desesperaban intensamente. Pero controló esos sentimientos haciendo una lista detallada de todas las cosas que podía admirar en cada una de las personas que le irritaban. Trató diariamente de añadir a esa lista algo. Le sorprendió el descubrir que muchas personas a quien pensaba no querer para nada se le aparecían con muchas cualidades agradables. De hecho no llegaba a comprender como le pudieron haber desagradado después de conocer sus cualidades atractivas. Por supuesto, mientras el descubría estas cualidades en ellos, éstos a su vez encontraban en él, otras nuevas y agradables. Si ha llegado en su vida hasta el punto de no haber establecido relaciones humanas satisfactorias, esto no supone que sea imposible cambiar pero será necesario dar pasos muy medidos a fin de resolver el problema. Usted puede ser una persona popular y querida si está dispuesto a emprenderlo. Permítanos recordarle que una de las grandes tragedias de la persona común es la tendencia a pasarse la vida perfeccionando sus defectos. Desarrollamos un defecto, lo cuidamos, lo cultivamos y nunca lo cam biamos. Igual que un disco rayado repite la misma tonada una y otra vez. No desperdicie más su vida perfeccionando defectos en las relaciones humanas. Pase el resto de su vida perfeccionando sus grandes capacidades para la amistad porque las relaciones personales son de una importancia vital para vivir con éxito. Todavía hay otro factor importante para llegar a
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simpatizar a la gente y es estimular el ego de las otras personas. Hay en cada persona un deseo normal de sentirse importante. Si menoscabo su ego, y por lo tanto su sentimiento de importancia a pesar de que quiera pasarlo por alto le habré lastimado hondamente. En realidad habré demostrado una falta de respeto hacia usted. Y a pesar de que intente ser generoso no me querrá mucho si no tiene un desarrollo espiritual muy elevado. Pero si por el contrario elevo su estimación y contribuyo a su valoración personal demostraré un alto aprecio hacia su ego y le habré ayudado a hacerle su ser mejor. Ello le hará considerar lo que he hecho. Me estará agradecido por eso. Le seré simpático. El menoscabar el ego de otra persona quizás se pueda hacer levemente, pero no se puede saber cuando hiere un comentario o una actitud sin el propósito de ofender. Cualquiera a quien ayude a formarse y a ser una persona mejor, le dará su devoción ilimitada. Estimule el mayor número de personas que pueda. Hágalo sin egoísmo. Hágalo y nunca le faltarán amigos. Siempre será bien estimado. Apoye a la gente y quiéralos con sinceridad. Hágales bien y su estimación y afecto fluirán hacia usted. Los principios fundamentales para lograr que la gente le quiera no necesitan ser destacados con mucho énfasis porque son muy sencillos e ilustran con facilidad su veracidad. Sin embargo, le daremos diez reglas prácticas para lograr la estimación práctica de los demás. La solidez de estos principios, ha sido demostrada un sinfín de veces. Practíquelos hasta ser experto y la gente le querrá. 1 - Aprenda a recordar los nombres. Porque si no lo hace con eficiencia, puede indicar que no tiene interés suficiente. El nombre de una persona es muy importante para él. 2 - Sea una persona abierta, para que no haya tensión al estar a su lado. Sea un individuo como un zapato viejo o un abrigo viejo. Sea acogedor. 3 - Adquiera la cualidad de tener una tranquilidad espontánea para que las cosas no le incomoden. 4 - No sea egoísta. Evite dar la impresión que lo sabe todo. Sea natural y humilde con normalidad.
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5 - Cultive la cualidad de ser interesante para que la gente quiera estar a su lado y obtener así algunos valores estimulantes de su compañía. 6 - Trate de eliminar los elementos ásperos de su personalidad, incluidos los inconscientes. 7 - Practique técnicas de relajación y autocondicionamiento. Visualice su imagen relacionándola con los demás de una forma abierta simpática. 8 - Trate de querer a la gente, hasta que aprenda a hacerlo con sinceridad. Recuerde lo que dijo Will Rogers: “Nunca conocí un hombre que me disgustara”. Trate de ser así. 9 -No pierda la oportunidad de pronunciar una palabra de felicitación por los éxitos de alguien o expresar su compasión en los pesares y en los reveses. 10 -Adquiera una experiencia espiritual profunda para que tenga algo que darle a la gente para que le ayude a ser más fuerte y a enfrentarse a la vida con más efectividad. Dele fuerza a la gente y le devolverán afecto.
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El ESFUERZO ADICIONAL Quizás no haya factor más importante para el logro del éxito después de asumir la correcta actitud ante la vida que el esfuerzo adicional. Todos nos hemos fijado, más o menos arbitrariamente un límite a nuestros esfuerzos. Llegados a cierto punto de nuestra tarea, sea ésta cual fuere, no importa que se trate de una agotadora físicamente hablando, o de un traba jo manual o intelectual, nos declaramos cansados y decimos que ya no podemos más. Este límite de nuestro esfuerzo productivo, depende como es natural de la índole de la labor que realizamos y también de los atributos de nuestro carácter. Lo importante es reconocer que a lo largo de cualquier jornada de trabajo todos tenemos la sensación de que hemos llegado al límite de nuestras fuerzas y de que cualquier esfuerzo adicional resulta totalmente imposible. Tal idea, como veremos pertenece a la clasificación de ideas convencionales aceptadas generalmente. Una larga serie de investigaciones de laboratorio ha llegado a determinar con absoluta certeza que ese límite o umbral de nuestro esfuerzo no es real, sino simplemente ilusorio, que nuestras fuerzas no se hallan tan gastadas como suponemos y que basta recurrir a un breve descanso de unos minutos, para que podamos seguir laborando durante mucho más tiempo del que habíamos supuesto originalmente. Esto es lo que se llama el segundo aire de los atletas. Todos hemos visto por ejemplo como un boxeador ya al borde del knock-out reacciona y propina una apabullante derrota al contrario, o también y poniendo otro ejemplo, como la tripulación de una canoa de regatas que ha quedado rezagada, de pronto levanta la boga, la sostiene y logra pasar victoriosa la meta, venciendo a sus rivales. Todos sin excepción tenemos una reserva de energía que desconocemos, pero que está presta siempre a actualizarse en caso e suprema urgencia. El hombre, no cabe la menor duda, posee una enorme cantidad de facultades que desconoce y que por supuesto no utiliza. En efecto, todos podemos comprobar este aserto sin tener que ir muy lejos para ello: Basta con que nos observemos a nosotros mismos o a las personas que más cerca de nosotros se encuentran. Sólo se requiere que nos sintamos estimulados por una necesidad imperiosa, o por un deseo vehemente de esos que no se pueden resistir por mucho tiempo, para que nuestra inventiva empiece a funcionar y saquemos energía de donde no parece haberla y como dice la frase popular, sacando fuerzas de flaqueza.
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Numerosos, y por lo mismo demasiado conocidos, son los casos de personas físicamente limitadas, incapacitadas y aún totalmente inválidas, que frente a una emergencia, digamos un fuego o un temblor de tierra que hiere profundamente su sensibilidad, han olvidado sus limitaciones o achaques y han echado a correr como si estuvieran en realidad sanos y perfectamente saludables. Y sin llegar a esos extremos… ¿No hemos experimentado todos y cada uno de nosotros como frente a un caso de necesidad urgente echamos mano de recursos que jamás hemos sospechado tener y cuya utilización realmente nos sorprende? Frente a un estímulo lo suficientemente fuerte ponemos en juego todos nuestros recursos, conocidos y desconocidos, todos nuestros sentidos y facultades. Nuestra memoria nos facilitará datos que al parecer no recordaríamos, nuestros nervios y nuestros músculos se apretarán para la huida o para la lucha. Nuestra circulación se alterará haciendo que nuestra sangre se dirija a aquellas zonas de nuestro cuerpo donde resulte más necesario… Sí, en realidad tenemos abundantes facultades, facultades físicas y psíquicas, y muchas más de las que suponemos, pero también tenemos una pereza tal, una pereza tan grande que ésta llega a neutralizar nuestros enormes potenciales ocultos. Somos esclavos de nuestros hábitos, y los más arraigados de ellos son los de placer y autogratificación. Dicen que el placer habitúa y es cierto; estamos hechos de una materia que gusta de todo lo fácil, de todo lo agradable, del camino trillado y de la cuesta abajo. Existe, no cabe duda, “la ley del ganarás el pan con el sudor de tu frente”, pero el género humano desde siempre huye del dolor y busca el placer. Esta naturaleza nuestra es la que nos impide hacer el esfuerzo adicional, dar el paso difícil pero necesario que conduce a las realizaciones. Nos queremos demasiado, llegamos a tener lástima de nosotros mismos, y eso es precisamente lo que nos pierde, lo que nos atrasa, lo que impide nuestro progreso y se opone a la felicidad. Claro está, que necesitamos crear urgentemente dentro de nosotros mismos, los hábitos antagónicos a nuestros habituales de gratificación, los hábitos que neutralizan nuestra tendencia a buscar algo por nada, hábitos de orden, de perseverancia, de persistencia, y sobre todo, de determinación heroica en pos de nuestro progreso. En todos los laboratorios de investigación se mantiene como premisa cierta que para llegar a materializar un invento o perfeccionar cualquier proceso, es necesario realizar cientos y a veces miles de pruebas y ensayos de toda clase, y esas pruebas se repiten y repiten con persistencia aunque
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no den el resultado apetecido, por que ese es el único camino de llegar a desentrañar las dificultades y superar los obstáculos en pos de los propósitos que se persiguen hasta lograr el objetivo o meta previamente fijado. Se aprende de los fracasos, de cada fracaso, de todos los fracasos, porque cada vez que se repite un ensayo, una prueba, un mero experimento, éste se basa en los conocimientos adquiridos por los experimentos, o prueba previos tratando de disminuir los errores o faltas técnicas antes observados. Del mismo modo, tenemos que proceder en la vida, en lo que se refiere al desarrollo y mejoramiento de nuestra personalidad, de nuestras relaciones humanas, de nuestras actividades y negocios, en fin, de todo aquello que se refiere a nuestro proceso evolutivo consciente. Hay quien dijo que el éxito no es más que el último escalón de una escalera formada por peldaños de fracasos. Si los éxitos estimulan, los fracasos enseñan más que cualquier otra cosa en la vida, porque aprender a base de fracasos sufridos, sin haber tenido la fuerza de voluntad de haberse levantado para volver a comenzar y esto ya es importantísimo, porque es una actitud positiva que predispone al triunfo. Hasta la misma naturaleza nos da la lección objetiva de la persistencia, del esfuerzo adicional. Aún en las más bajas especies de la escala zoológica, se puede observar en forma de instinto el realizar el esfuerzo adicional. Hay un famoso experimento realizado con ratones en un laboratorio; consiste en introducir en una jaula a los animalitos con el fin de que los mismos, lleguen a través de un complicado laberinto hasta el lugar donde se encuentran los alimentos que no puede lograr de otra forma que encontrando el camino que conduce hasta el sitio especial donde éste está colocado. El ratón tropieza una y otra vez, con el obstáculo que le impide llegar al queso, retrocede, per estimulado por su sentido de la vista, y sobre todo por su sentido del olfato, que le indican la factibilidad de alcanzar el codiciado pedazo de queso; reinicia su búsqueda una y otra vez por los diferentes caminos que se ofrecen a su elección, hasta lograr encontrar el camino correcto, que lleva al fin del laberinto, y por ende al alimento ansiado. Los ratones realizan por instinto el esfuerzo adicional, no se cansan, no se rinden, prosiguen una y otra vez, en su gestión, en su esfuerzo, hasta lograr así la meta que se proponen, y cuando se observa que hasta los animalitos
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siguen el método correcto para resolver las dificultades, cuesta trabajo pensar que son los seres humanos, con toda su inteligencia, pero también con toda su volubilidad y pereza, los que se detienen sin poder más. Y muchas veces a muy poca distancia, realmente de su logro y de su triunfo. Son muchas y terribles las historias de hombres que habiendo comenzado a luchar por algo útil en la vida, se han cansado en la mitad del camino, dejando sin terminar un esfuerzo valedero que de haber sido continuado con constancia, con persistencia, les hubiera valido la paz y la dicha. Insistimos en recomendar que se termine todo lo que se comienza, en realidad deberíamos crear en nosotros el hábito de terminar todo lo que comenzamos. Y para hacerlo nada mejor que obligarnos a hacer un poco más de lo que parece posible. Si nos cuesta trabajo leer un libro, cuando estemos tentados de abandonarlo, resistamos la tentación, leamos una página, otra más y otra más, hasta que conscientes de que estamos venciéndonos, decidimos abandonar la lectura, pero no sin antes haber saboreado el placer de vencernos a nosotros mismos. Si somos vendedores y hemos tenido un día difícil, de esos que parecen en que todas las circunstancias se organizan en contra nuestra, llegada la hora de la tarde, en que acostumbramos a abandonar nuestra labor, resistamos la enorme tentación de irnos a casa olvidar todo lo que hemos sufrido en ese día. Observemos nuestro límite y fijemos cual era el próximo caso que teníamos planificado para ese día, y consignemos aquí una sentencia que consideraremos de mucho valor relacionado con el papel y la naturaleza de la voluntad. Dice así: «Querer porque no hay más remedio, es querer animal; querer porque nos conviene es querer de esclavo. Querer porque se puede es querer de hombres; querer aunque no se pueda es querer de héroes». Hasta ahora hemos hablado del esfuerzo adicional como factor positivo, el que contribuye a nuestra autodisciplina y al mejoramiento de nuestra personalidad. Pero hay otro esfuerzo, otro más, que podríamos calificar de Km. extra, cuya realización no conlleva sólo a la mejoración de nuestro carácter y al fortalecimiento de nuestra personalidad, sino que también va dirigido a ensanchar nuestros horizontes como hombres, aplicar nuestro concepto de la dignidad humana y conducir más tarde o más temprano a la recompensa debida aunque no por ello esperada.
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Para usted, recorrer el kilómetro extra es el esfuerzo adicional que se realiza voluntariamente por iniciativa propia, sabiendo que con ello estamos ejercitando nuestra libérrima condición de hombres libres sin coacción exterior ni promesa de dádivas. El esfuerzo adicional produce inevitablemente que los demás se fijen en aquellos que lo realizan, influyendo en la voluntad y el propósito, así como ayudando y protegiendo a aquellos que saben hacerlo. El hombre o mujer que realiza un esfuerzo adicional como cosa natural y espontánea con alegría, satisfecho de lo que está realizando, no puede por menos que despertar la envidia de los mediocres y amargados, las críticas de los estancados y la admiración y respeto de los hombres de bien que no pueden por menos que reconocer calidad humana en los que así proceden. El esfuerzo adicional produce un aumento invisi ble en la capacidad de individuo, hace que aumente su buen funcionamiento mental y su destreza física. Una vez habituado a realizarlo es esfuerzo adicional se convierte en un pacto inconsciente como el caminar o conducir un automóvil en el que hay que poner en juego la voluntad consciente y aplicada del que realiza. De esta manera el esfuerzo se va haciendo cada vez menos forzado y su umbral se va desarrollando, hasta que el individuo se acostumbra a realizar esfuerzo adicional de gran magnitud y efecto, que producen asombrosos cambios en su personalidad. El esfuerzo adicional o Km. extra capacita al individuo para que pueda salir de su ambiente ya que la mayoría de las personas no practica esta costumbre ni adopta mucho menos este hábito. Nuestra sociedad actual, lejos de practicar el esfuerzo adicional, padece de una sensibilidad embotada que sólo conduce al menor esfuerzo, al disfrute de la vida y al libertinaje en todos sus aspectos, por lo que el hombre o la mujer que adquiere el hábito de hacer el esfuerzo adicional está sobresaliendo naturalmente dentro del grupo en que convive, destacándose con características muy propias que pueden ser envidiadas y criticadas, si, pero que son de todos, aún de los que critican y envidian, plenamente reconocidas. No debemos olvidar que la persona que se acostumbra a realizar el esfuerzo adicional y lo realiza con sinceridad y alegría, sabiendo a ciencia cierta que cada esfuerzo que realiza se levanta un palmo sobre el grupo que convive, esa persona está adquiriendo de forma insensible una cualidad insustituible: la de la iniciativa personal. Esta es la cualidad típica de los líderes, de los dirigentes, de los hom bres que señalan el camino, de los guías del progreso y de la civilización,