EN EL NOMBRE ! DE LA FALTA
n o l l a W d s s ï k é i t
n «
Este lib lib ro es un estud io psicoanaiítico psic oanaiítico sobre sob re Ias Ias 'fórmulas 'fórmulas d e Ia sexuac sexuac ión’ ,
« «
desarrollo conceptual de lo que Lacan llama las dos mitades del sujeto’,
*
q ue rige la c onformac onf ormac ión y el d estino d e la sexuació sexuación n es es el p ad re’ re ’ , y d e su su
♦
incidencia se ocupa esta teorización.
en clara referencia a la división subjetiva y la bisexualidad freudiana. Lo
Freud y Lacan recogen las preguntas acerca de qué es un hombre, qué es
# ·#
una mujer y cuál es el orden de vinculación entre ellos a partir del pa dec imiento su bje tivo q ue entrañan, entrañan, lo cual cual aparece en en el libro libro a tra través vés d e textos diversos diversos (literarios, (literarios, fílmi fílmicos cos,, d e analiza ntes) .
A T L A F
Freud decía que después de la pubertad se ejercita una cierta identidad
# H 41
sexual, y Lacan, que los seres hablantes deben repartirse, tomando posic ión d el lad o h om bre o mujer d e la la división· división· sex sex uad a. Esta Estas s posiciones posiciones
A L E D
se centran alrededor de la función fálica que determina de qué lado se
# #
ubica cada sujeto, confirmando su división, a partir de la pubertad,
41
Si el hombre se dirige a la mujer como objeto, y la mujer al hombre como
respecto de la sexualidad a ejercer.
E R B M O H . i t
falo, falo, ¿nos encontraría encontraríamos mos p o r fin fin con la tan tan soñada c om plem entariedad ?
«
Seguimos sin poder contar con ella, pues ambos persiguen lo mismo
41
aunque desde distinto lugar: el falo, como si fuera asunto de existencia y
41
d e poses po sesión. ión. El falo no existe, existe, y esto los mancomuna. manco muna. Va V a n ha hacia cia lo lo qu e le les
41
falta, falta, al m o d o d e Eros. Esa Esa b úsq ued a signada signada p o r el el deseo es es una
«
N I
bú squed squ ed a en el no mb re d e la la falta falta .
41
# 41 • m m m « 4*
Nélida Halfon. Psicoanali Psicoanalist sta. a. Desd e 1 9 6 9 ha realizado tarea tareas s asis asiste tencia nciale les s y d oc entes en distint distintos os ámbitos ámbitos hospitala hospitalari rios os d e la ciud ad d e Buenos A ires y alrededores. alrededores. Desarrolló Desarrolló
|
de sde enton c es su prác tica p riva d a en estos estos mism mismos os lugares lugares y también en España, du ran te
O
cuatro años, años, en amplia amplia co laboración con O sc ar Ma so tta. Mie m b ro de diversa diversas s inst instit ituciones uciones
;
psicoanalíti psicoanalíticas, cas, entre ellas ellas la la Escuela Escuela Freudiana d e B uenos A ire s y Pro puesta Psicoanalí Psicoanalíti tica ca Sur, Sur, desd e su fundac ión en 19 9 2 hasta hasta la ac tualidad.
I
L
K
T
K
'
V
·.;;
C . .... 1
S,
Á
'rXA ........ liofl·
© L etra Viva LIBRERIA - EDITORIAL
Av. Coronel Diaz 1837, Buenos Aires, Argentina I.S.B.N. N s 950-649-035-X Q ued a hecho el depó sito q ue m arca la Ley 11.723 Im preso en la A rgen tina - Printed in Argentina Coo rdinación editorial: Leand ro Salgado Queda prohibida, bajo las sanciones que marcan las leyes, la reproducción tota l o parcial de esta o bra bajo cualqu ier método de imp resión incluidos la reprog rafía, la fotocopia y el trata m ien to digital, sin previa auto rización es
A mis pad res
i
Agradecimientos
A Oscar M asotta, qu ien con su pasión por la transm isión y su modo de llevarla a cabo supo de spertar en m í el deseo de lectura de la obra de Jacques Lacan. A aquellos interlo cuto res con los que tuve la posibilidad de in ter cambiar, disen tir y ha sta discutir, sin que tal pasión por defender posi ciones anulara la mutua existencia, aunque nos encamináramos por carriles diferentes. A Federico Fischbarg, por su generosa colaboración en la composi ción de las gráficas. A Lucila Anesi, Beatriz Grebol, Sus ana Guita, Guillermo Izag uirre y María T eresa Poyrazián, mis compañeros de ruta de lectura semanal desde hace ya década y media, y a Nora Sztrum, quienes con afecto, dedicación, interés y esmero realizaron la primer lectura crítica que este libro recibió. Con ello prod ujeron u na diferencia que lo en riqu e ció, por lo cual les quedo reconocida más allá de estas p alabras.
Aclaraciones
Los capítulos que conforman el presente libro son, en su mayoría, fruto de un esfuerzo de elaboración y esc ritura a pa rtir de presentacio nes de trabajos y del dictado de un seminario sobre “Las fórmulas de la sexuación ”, actividades realiza das en Propuesta Psicoanalítica S ur , institución de la que soy miembro. A pa rtir de la fructífera interlocución a que dichos encu entros die ron lugar, emergió en mí el deseo de poder hacer un escrito que re un ier a lo que quedó resonan do de ese trab ajo con otros analista s y, por supuesto, con lo que de los analizantes nos mueve día a día a seguir pensa ndo las cuestiones que a causa de ellos se nos plantean. Tal vez alguno de estos trabajos ya esté editado por fuera de la institución an tes n om brada; de hecho lo están dentro de dicho ámbito. Ello no obsta a que su inclusión en este libro los renueve debido al procesamiento de escritura y elaboración ante s mencionado. Con lo cual, no se trata de una reproducción de los mismos sino que, en todo caso, se los puede ubicar en la línea de la repetición pues cuenta, y mucho, la diferencia respecto a los que les dieron origen, diferencia debida a lo trabajos o de pe nsarlo s como formando pa rte de un libro, el cual debe contar con u na lógica inter na . No sé en qué medida lo logré. Lo que sí sé es que n o escatimé esfuerzos al respecto. Por todo ello, reconozco como imprescindible la interlocución an tes mencionada y agradezco a todos los que de ella participaron.
■7*
ÍNDICE
I Introducción.........................................................................................13 Ca
p ít u l o
II Metamorfosis lógica ...........................................................................25 C
a p ít u l o
III Desmontaje de las fórm ulas .............................................................. 33 C
a p ít u l o
IV El régimen del síntoma, un régimen de g o ce .................................. 89 C
a p ít u l o
V Apuntes clínico s ............................................................................... 105 C
a p ít u l o
VI El saber, entre el sujeto y el Otro
C
a p ít u l o
127
C a p ítu lo I
INTRODUCCIÓN [...] si Eva no lo hubiera tentado... si el mito del andró gino de Aristó fanes no fu era sólo un mito... si los niños nac ieran de un repollo... si Gardel ca nta ra cada día mejor... Estos h ombres, ¡siempre pe nsando en lo imposible!
-
I
-
Las circun stancias de la vida, de la vida social, sea am orosa , sexual o intelectual, a pesar de es tar d eterm inadas, no dejan de producirnos mayúsculas sorpresas. Una de ellas puede ser, a la corta o a la larga, las rutas preferenciales que van tomando forma a partir de las lectu ras de textos, por más disímiles que éstos sean. Un analista, cada analista, difícilmente sepa al iniciar su camino cuáles son las razo nes q ue lo ha n conducido ha sta él, a pe sar de que los argum entos su elen presid ir las elecciones. Y por m ás azaroso u obsta culizado que resulte su camino, por ‘hacer camino al andar’, al andar el propio, con el análisis, las lecturas, interlocuciones y discusiones -teóricas o no tanto-, en ese andar irán apareciendo predilecciones, convicciones y también sorpresas. Es verdaderamente sorprendente lo que implica el deseo del analista. Desear lo que este deseo implica desear es, cuanto menos, novedoso pa ra n ue stra cultura, au n cien años después de Freud. No desea r el bien del prójimo pero tampoco su mal, no desear su alineamiento tras nuestros ideales, no estar interesado en compartir ni transmitir amores, odios, triunfos o fracasos es una verdadera subversión pues esto implica que el modo de es tar del ana lista -s u posición- debe suspen der un aspecto de su subjetividad, y se tra ta de algo no poco im po rtan te pu es lo que debe qu ed ar excluido del acto analítico es ni más ni menos que su fantasma. Que la convocatoria deje por fuera a los ideales y al fan tasm a es Un bu en modo de expresar que el deseo del an alista a pu nta a ‘establecer la m áxima diferencia’. 13
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Si hablamos de sorpresas no nos puede resultar ajena su relación con las formaciones del inconsciente. Más aún, son términos equipa rables. Una sorpresa nunca es anticipable. La sorpresa es ante algo. Lo que nos so rprend e es siempre algo inesperado au n cuando se creye ra estar esperándolo; claro ejemplo de esto es la fragilidad y la poca eficacia de la anticipación de un duelo an te la proximidad de un a m uerte esperable. La resp ue sta a nte la em ergencia de lo real no es anticipable, Y de ello se n u tre nu estro inconsciente. Con siderando algo menos drástico e irrep arab le que la mu erte, por ejemplo, cuando de lecturas se trata podemos asegurar que más allá de lo que elijamos o debamos leer, hay tex tos q ue nos a trap an , bien por su temá tica, por su lógica, por su dificultad, por algún rasgo particu lar o por todo lo contrario, ¡quién sabe!, dado que siemp re es u n a incógni ta el valor que pu eda n llegar a adq uirir pa ra cada lector, y nos fuerzan a pre starles u n a atención mayor que la habitual. Es lo que me ocurrió -es un caso entre otros- con las fórmulas de la sexuación elaboradas por Jacques Lacan, y sin oponerles dem asiada resis te ncia in te nté acercármeles para desbrozarlas del mejor modo posible. Lo que sigue es una muestra de ese trabajo, realizado muchas veces en soledad y compartido otras tantas con analistas, quienes, formulando pregun tas, señalando contradicciones u obscuridades, aportan do lo suyo, me perm itieron seguir trabajando sobre el tem a y tam bién que el tem a siguiera ‘trab aján do m e’ sin siquiera yo saberlo. -II¿Por qué las fórmulas de la sexuación? ¿No bastaba acaso con la teorización freudiana del complejo de Edipo, con su modo de privile giar el complejo de castració n y diferenciarlo p ara los sexos en cuanto a sus efectos en los modos de subjetivación? ¿No bastaba con la crea ción y catego rización f reu diana de los ‘dos’ pad res míticos, el del Edipo y el de la ho rda primitiva? Cuando a otro an alista, Lacan respecto de Freud, se le to rn a nece sario ex trae r del mito un a lógica que no se co nfunda con la traged ia ni con la comedia -edípica para el caso-, es posible deducir que ambas connotaciones en sí mismas no constituyen la ‘verdad’ de la situación, aun que rep re sen ten la lógica novelada del saber que las produjo. Situación, verdad, saber, novela, lógica: tenemos casi todos los ele men tos en juego. El acontecimiento rea l o virtual -llamad o tra um a de seducción y 14
I. I n
t r o d u c c ió n
descub ierto por F re ud -, al que dar in scripto como acaecido, provee los elementos de la verdad de algún deseo, jugado en d etermin ado saber novelado, su sten tado por cierta lógica. ¿No es ésta un a posible defini ción alternativa del fantasma? Tomamos como verdad que el deseo es el deseo del Otro, y que el sab er producido al respecto es que tal deseo es radicalm ente enigmático e inaprehen sible. Si adherimos a la teorización de que el fanta sm a nos provee reali dad y deseo pues es quien determina y ordena ambas instancias para el inconsciente, deberíamos bucea r en él pa ra aprox imarnos a lo que cau sa su conformación. En el fantasm a ancla el saber más re sistente por su opacidad; guarda con celo el secreto de la inexistencia del objeto prestándole cuerpo, dándo le cob ertura, y tratán do lo como si existiese. E se secreto lo com parten gozos y pad ecim ientos pues, p ara am bos, el fanta sm a es su cuna. Cu na del encuentro, cuna del desencuen tro, hay u n deseo que ne cesita funcionar por fuera de él y con absoluta prescindencia de sus rumbos: es el deseo del analista. Más bien, ambos rumbos son opues tos y contradictorios. En el momento en que opera el fantasma no tiene cabida el deseo del analista, y viceversa. Y esto, de m an er a priv i legiada en el análisis en intensión donde los requerimientos para la dirección de la cura no adm iten la pu esta en juego de nin gu na escena fantas m ática de la que ex traer goce o placer. Tampoco hay lug ar p ara la sugestión, o la seducción, pues son éstas modalidades de apoderamiento del otro bajo la égida del Yo, del Yo-Uno, del Uno totalizador, modelo rector, Ideal y Supremo. Ya enseñó Freud cuán contraria al discurrir de la palabra es la sugestión -a pesar de las apariencias, ya que se dice que bajo su efecto las palab ras fluy en - pues oficia al modo de las ‘píldoras de la verd ad ’ o sea excluyendo la respo nsa bilidad s ub jetiva. Para la sugestió n vale la respuesta -em ergencia del co ntenido esperado por quien dirige la experiencia-, no la pre gu nta o el decir formaciones del inconsciente- de quien habla. Parece tema antiguo -que no lo es- y verdad de perogrullo -tam po co se tra ta de eso- pero en verdad, si no op era la posibilidad de tra b a jar -a n a liz a r- prio riz ando esa fu nció n tan vacía, la del deseo del analista, todo lo demás es pura intersubjetividad en ejercicio. Y esto no es un ideal, no es uno más entre tantos otros, sino algo necesario p ara soste ner el acto analítico. E stas consideraciones pueden p arecer alejadas del tem a que an un cié como de mi interés , pero no lo están . No lo están porq ue tie ne n que ver con el modo en que se ponen de relieve los vacíos esenciales que com prom eten tan to al significante cu anto a l objeto. Y con esos lugares de vacío ten d rá q ue vérselas no sólo el sujeto sino tam bié n el ana lista, 15
I
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
lo que pe rm itirá que u na cur a progrese en la dirección de un an álisis y | no de un a sustitución enajenante. | Son tam bién esos lugares vacíos, esos enigmas en cua nto al deseo, los que irán guiando a cada uno en sus preferencias de lectura y sus í inter rog an tes teóricos. Y así como no es lo mismo soñ ar que padecer | u n a pesadilla, tampoco lo es la lectu ra e interpre tación qu e se realice de los padecimientos sufridos por nosotros, los que estamos ligados, * siempre un poco más o menos fracasadam ente, al mundo del lenguaje £) y a la necesidad de ha cer de él algún discurso. j Freud se encaminó por la vía de lo que luego sería su descubri miento siguiendo el discurso de la histérica. Allí donde lo sexual, furti) vo, resiste o no funciona en tre ho mbres y mujeres; allí donde la sexuaJ lidad como tra um átic a queda revelada por las ‘m en tira s’ de ‘su s’ his téricas; allí donde un hijo o hija es eyectado pr em atu ram en te del rega* 20 materno, o cobijado en demasía; allí donde las supuestas seduccio) nes de un niño o niña por parte de los mayores permiten ubicar lo > m edula r de la es tru ctu ra del deseo, o en cualquier otra va rian te posi ble, nos encontram os con que un niño no se puede constitu ir sin la 5 antec edencia del deseo y, por ende, de la dem and a del Otro. } Allí es donde el anclaje prim ario tiene nom bre y función: pad re y madre, voz y mirada, nominación y cuerpo; en esos ‘y’ está el asiento * primero del alojamiento humano. Esos ‘y’ obedecen a la operación de } intersección. En la reun ión (A u B), agrupando lo que hay de común - en tre ambos, se descontaría cada conjunto pa ra ocuparse sólo del es pacio que los vincula. Es en la operación opuesta, la de interse cción (A 1 ) . B), donde se tom ará en c ue nta el hueco que queda en tre esas funcio^ nes -tam bié n ellas vacías-, hueco que es m atriz pa ra que el nuevo ser encuentre, es decir reciba las marcas que le son dirigidas y con ellas í construya su mundo y su destino pulsional. ) El mund o y el destino pulsional se de sarrollan en tre lo social y lo sexual. No nos es posible separarlos totalm ente; sabemos que algunas ' veces se entreme zclan en demasía y o tras, gracias a la sublimación, ) mantienen carriles paralelos. De todos modos, y en ambos casos, lo t sexual está presente. La bisexualidad freudiana es llama da por Lacan ‘las dos m itades del su jeto ’1y a ellas les dedica el desarrollo concep tual 5 de lo que dio en llam ar ‘las fórm ulas de la sexuación’, teorización tar^ día como tal en su obra pero no por ello menos presente en todo su recorrido. A su presencia le cabe otro nombre que rige su conforma^ ción y su destino: el del ‘padre’, pues es de su incidencia de lo que se ^ ocupa es ta teorización. $
1.
Nota: moitié, m itad, en francés incluye el térm ino moi, yo.
í. I n t -
III
r o d u c c ió n
-
Tr ab ajar las fórmulas de la sexuación requiere considerar el tema de la sexualidad entre Freu d y Lacan o, más bien, en F reud y en Lacan. El ‘entre’ tiene en este caso un valor de negatividad y ausencia puesto que consid erar a los postfreudianos prelacanianos respecto a sus teorizaciones sobre la sexualidad excede la propuesta de este tra bajo. Enunciaré brevem ente algunas ideas muy básicas de la conceptualiz ación que hace Fr eu d sobre la sexualidad y pas aré d irectam ente a aquellos puntos de encuentro y de innovación con los que Lacan con tinúa formalizando el tema. Sabemos que hay caracterizaciones primordiales de la sexualidad en F reud: é sta nos es presen tada como traum ática, infantil, perversa polimorfa, bisex ual, siendo su punto nuclear y lu gar de anudam iento , el complejo de castración como eje de la constelación edípica. Todo lo que te ng a que ver con el atasco producido en las neurosis recae sobre el complejo de castración a través del abordaje de la fase fálica; este punto que es centr al en Freud, ta m bién lo va a ser en Lacan. Alred e dor de la castración ambos tematizan, en distintos momentos de su obra, y de diferente modo, lo atinente a lo que podemos llamar la divi sión de los sexos. H aré u n breve pasaje por distintos lugares o conceptos con los que Lacan trabajó el tema de la sexualidad hum ana, inexorablemente vin culado con el concepto del Nombre-del-Padre y su inserción dentro de la m etáfor a pa tern a, en su es trech a relación con la dialéctica fálica, la del ser y/o tener el falo. Este es el grupo conceptual con el que se ma neja Lacan desde los primeros seminarios. Estos conceptos quedarán luego incorporados en la elaboración del grafo de la subversión del sujeto donde la problem ática de la falta es formalizada de o tro modo, lo que ta m bién ocu rrirá en las consideraciones atine ntes a la lógica del fantasma, y en el posterior trabajo sobre la letra en los maternas, las fórm ulas y los nudos. Las preguntas acerca de qué es un hombre, qué es una mujer y cuál es el orden de vinculación posible en tre ellos y por ex tensión en tre los sexos, no son preguntas nuevas. Estas preguntas que Freud y Lacan recogen a partir del padecimiento subjetivo atañen a la huma nidad en su conjunto, se llegue o no a recorrerlas individualmente desde algú n diván. Lacan se apoya en un principio que, si bien no es enun ciado ab ier tam en te vez a vez, aparece como un hilo conductor en to da su obra, y consiste en pla nte ar el ‘cu atern ario ’ como fund ante de la subjetividad, 17
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
el cua ternario como esencial a la estruc tura, cuatern ario que va a te n er distintos nom bres según se tra te de: -el esquema de la dialéctica intersubjetiva, llamado L o Lambda, donde escribe que “una estructura cuatripartita es desde el incons ciente siempre exigible en la construcción de una ordenación su bjeti va”,2 -e l esqu ema de la psicosis pa ra lo que atañ e a Schreber, variación del esquem a R de la composición de lo simbólico, de lo imaginario y de lo real, -el modelo óptico de los ideales, -la metáfora paterna, -e l grafo del deseo o de la subversión del sujeto con sus pisos subdi vididos en cuadrángulos, -e l cuadrángulo del acto analítico, -los cuatro discursos, cada uno de ellos con sus cua tro lugares, -la s fórmulas de la sexuación, como ya veremos, -e l nudo borromeo, el borromeo de cuatro, el cuarto nudo que ju n to con la duplicación de lo simbólico aloja la función del Nombre-delPadre. A partir de este pequeño listado podemos apreciar que, en el com plejo desarrollo de Lacan, la necesidad lógica del cuatro como fundante, como estructurante, persiste en cada uno de los modelos que utilizó como m uestra de lectura e interp retació n, desde el inicio en la metáfo ra lingüística hasta el final en el nudo borromeo, para dar cuenta de distintos aspectos de la subjetividad, y de la constitución del sujeto. La pregunta ¿qué es un hombre, qué es una mujer, y cuál es el modo de relación posible en tre ellos? va al encuen tro de una respu esta a través de un a cita por él escogida. Ella se acompaña con otra, y am bas inician el punto III del escrito “Función y campo de la pala bra y del lenguaje en psicoanálisis”, conocido como el Informe de Roma de 1953. La cita corresponde a unos versos aparecidos en u n afiche calleje ro, adjudicados a Antoine Tudal, y titulados París en l’an 2000. El texto es como sigue: ‘Entre el hombre y el amor, Hay la mujer. E ntre el hom bre y la mujer, 2.
Lacan, Jacqu es, “Kan t con Sade”. Escritos II, Siglo XXI Editores S.A., 1edición en español, México, 1975, pág. 346.
I. I n t r o d u c c i ó n
Hay un m undo. E ntre el hom bre y el mundo, Hay un muro.’3 La figura del hombre lidiando con el amor, con la mujer, con el mundo, en cu en tra u n tope cuyo tropo es el del muro. Aun con la nece saria intermediación del amor, de la mujer, del mundo, todos ellos nom bres que enuncia n diversas form as de tram itar el fan tasma, de encau za r el deseo, de creer qu e ‘hay relación ’, finalmente, lo que hay es un muro. El m uro sep ara, irremediablemen te; él es pura opacidad. El muro no es translúcido, es atisbable desde un solo lado. El muro tiene una cara y ésa es la de quien lo mira. El muro nombra lo real pero no lo metaforiza, lo evoca; parece recordar más bien al paredón, el de los fusilamientos, el que muestra el lugar de la ejecución, allí donde se p resenta lo real. El m uro es utilizado como significante de lo real. En sus intersticios, rellenamos esos huecos con palabras, con letras, con cartas, a veces, de amor. Estos versos perm iten utilizar el tropo ‘m uro’y transform arlo; nom brándolo ‘a-muro’, L acan le adosa al significante el objeto que ta po nará semejante real.4 Entonces, podemos decir que ‘a-muraremos’, pero sólo en tanto y en cuanto mantengamos la separación entre el a (objeto) y el muro (significante), es decir que nos la tendremos que ver, ya sea con el hombre, o con la mujer, o con el amor, o con el mundo, pero siempre contan do con que cu alqu iera de estos en cuentros sólo serán posibles si están funcionando estas dos faltas radicales en el plano de lo real y de lo simbólico. Lo podemos decir de otro modo: que amaremos a pesar del muro pero tam bién co ntando con él para llenarlo de p alabras de amor in gre sadas por su s intersticios. La preg un ta insiste, ¿qué es un hom bre, qué es una mujer, y cuál es el modo de relación posible en tre ellos? Agreguemos u na va rian te a lo que acabamos de decir. Recuerdo un chiste que puede ilustrarlo. La escena transcurre en la ciudad de Buenos Aires. Un judío va caminando por la calle y de 3.
Lacan, Jacq ues , “Fu nció n y campo de la pala bra y del lenguaje en psicoa nálisis”. Lectura es tructuralista de Freud , Siglo XXI Editores S.A., 1®edi ción en español, México, 1971, pág. 108. 4. Nota: en francés, a-mur, a-muro, es homofónico de amour, amor. Dicha homofonía no ex iste en castellano. 19
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
golpe se detien e frente a la vidriera de un negocio en el cual finalm en te e ntra. Observa a su alrededor y empieza a rom per todo lo que en cu en tra a su paso, como lo haría ‘un elefante en un ba za r’, aun que no por su propio peso sino por el peso de las intenciones. Un chino que está atendiendo ese negocio lo mira sorprendido, más bien azorado, sin llegar a en tend er qué ocurre. Cuando este judío term ina de destro zar todo lo que puede, el otro le pregunta : — “¿Por qué ro mpiste todo?”, y el hombre le contesta: — “¿Qué otra cosa podía hacer?” — “¡Cómo qué o tra cosa podías hacer!”, “¿por qué lo hiciste?” — “¡Porque uste des destruyeron Pearl Harbor!”, ante lo cual el chino replica: — “¡Pero no fuimos nosotros, fueron los japoneses!” — “¡Bueno!”, responde el judío: - “Japoneses, chinos, coreanos, da igual...” Un tiempo después, el mismo chino va caminando por la calle Li berta d, en la zona de las joyerías, y en una de ellas reconoce a quien está a cargo del negocio; es el judío que había acabado con su local. Recordando la escena previa, entra y le responde del mismo modo. Enton ces el judío, q ue no lo hab ía reconocido, le preg un ta: — “Pero, ¿por qué me rompiste todo?”... “¿Yo qué te hice?” —- “¡Cómo qué me hiciste!”, “¡Ustedes destrozaron el Titanic!” — “¡Pero no!”... “¡Si al Titanic lo destrozó un iceberg!” — “¡Bueno!” ... “Iceberg, Rosemberg, Grin berg, Kro nenberg , da igual...” De este ten or es la resp ues ta que da Lacan a la preg un ta sobre el hom bre y la mujer: so n sólo significantes. De paso, y a través de este diálogo, podemos tomar nota de la diferencia de función y de valor significante entre las minúsculas y las mayúsculas, entre el nombre común y el propio, así como de su homologación si no tenem os en cuenta la peculiaridad de lo intradu cibie de este último. El despliegue metonímico del significante posibilita la producción m etafórica que cabalga sobre el malentendido y p erm ite justificarlo, en este caso, al modo del chiste. La metonimia o más bien la cadena significante en su concatenación d irá qué de hom bre y qué de mujer ha brá en estos seres que, debido a su condición de habla ntes, cabalgan sobre el malentendido y no tienen más remedio que diferenciarse sexualm ente en su psiquismo por algún elemento que no forma parte de la anatom ía; lo real anatómico juega su parte, pero no alcanza para justific ar la n ecesariedad de u n a identificación sexual d eterminada. El cuerpo real es contingente y no porta necesariamente un posicionamiento sexual específico.
I. I n t
r o d u c c ió n
Freud decía decía que después de la pub ertad hab ía que poner a jugar una cierta identidad sexual. Lacan afirmaba que en la edad adulta los seres hablantes deben repartirse, tomando posición del lado hombre o del lado mujer de la división sexuada. Es tas son las dos identificaciones identificaciones sexuales o sexuadas sexuad as posibles para el sujeto. El sexo anatómico no determina una identificación sexual aunque al simbólico preexistente se le supone proveer la tendencia, el rumbo, lo esperable, también lo deseable. Se trata de posiciones. Y, ¿alrededor de qué se centran estas posiciones?, ellas lo hacen alrede dor de la función fálica. fálica. El posicionamiento en to rno a es ta función va a d eterm inar de qué lado lado se ubica cada cada uno respecto respecto de la sexualidad sexualidad a ejerc ejercer. er. Esta Es ta tom a de posici posición ón sexuada, e sta posibilidad posibilidad de identificar se con uno u otro lado, nos confirma la división del sujeto. El sujeto queda que da divid dividido ido,, tam bién , de este modo. modo. H ab ría que ver entonc es cómo cómo pu p u e d e n a rtic rt ic u la rs e e s tos to s valo va lore ress sex se x u ales al es que qu e así as í d ife if e ren re n c ian ia n a los se se res hablantes. Esa es la tarea que va a realizar Lacan con las fórmulas de la sexuaci sexuación. ón. ¿En qué m omento de su obra viene a plasma rse la proble m ática de las fórmulas? fórmulas? E llas están en un ‘en tre ’, diría yo, yo, está n en tre la teorización de los cuatro discursos y la del nudo borromeo, aunque no cabe cabe desconocer desconocer sus an teceden tes en los años años ante riores de su en señanza. Las fórmulas de la sexuación son trabajadas en forma explícita y continua por L acan du ran te c uatro o cin cinco co seminarios. seminarios. Son ello ellos: s: “Un discurso discurso que no fue ra de la a parienc ia” ( “D ’un discou rs qu i ne serait pas pa s d u s e m b la n t”, t”, 1971), “...o peor” {“...ou pire”, 1971-1972), 1971-19 72), “A ú n ” (“Encore”, 1972-1973) 1972-1973) y casi diría que concluye al menos meno s la consid era ción ción extensa y comprimida de este tem a en “Los “Los no incautos y er ra n ” (“Les non-dupes errent”, 1973-1974)5. Como podemos observar, esto tran scu rre e ntre 1971 1971 y 197 1974, en esos cuatro sem inarios, en un escrito escrito contemporáneo a los mismos, “L ’É tou rd it” (“El Aturdicho” o “El Atolondradicho”, o como como se lo lo pueda pue da tradu tra ducir) cir) y en las ch arlas re aliza das en Ste. Anne en 19711971-72 72,, editada e ditadass bajo el el nombre nom bre de “El saber sab er del lyste”). ps p s ico ic o a n a lis li s ta” ta ” ( “Le Sav oir du psych ana lyste”) “El saber del del psicoan alista” es es un a serie de charlas en las que t ra baj b aja, a, s im u ltá lt á n e a y p a ra lela le la m e n te , lo qu q u e e s tá d icta ic tann d o e n el s e m ina in a rio ri o “... “...o peor”, aun que a clarando que en ellas se tra ta de un d ivertimento pu p u e s la c uest ue stió iónn s e ria ri a - s e r i a e n c u a n to a la posi po sibi bililidd ad de h a c e r s e r ie 5.
Nota: en franc és, títu lo homofónico homofónico con “Les N om s du Père”, Père”, “Los Nom bres br es-d -d el-P el -Pad ad re” re ” . 21
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
queda que da ubicada p ar a él por el lado lado de los los seminarios. De todas m aneras ane ras esas reuniones acompañan el trabajo del seminario y a nosotros nos llegan bajo bajo forma escrita, con un a gram ática deud ora de lo lo oral oral en su registro reg istro y tra nscripci nsc ripción ón y, y, por lo tanto, tan to, más coloqui coloquial. al. “L ’E to ur dit” di t”,, en cambio, un puro escrito, porta una gramática y u n a sintaxis su m am ente complejas complejas y oscuras, oscuras, pareciendo por momen tos inaccesible, pleno de oscuridades y sin luces luces a la vista. R esulta m ás claro claro el final, final, donde L acan dic dicee que todo el el texto es u n a pue sta a p rue ba b a de lo qu q u e es u n a sesi se sión ón de a n á lisi li sis, s, de lo que q ue es la p r á c t ic a psic ps icoa oana na-lítica; líti ca; lo cito cito:: “¿Dónde he podido podido hacer hace r se ntir nt ir mejor que lo rea l se mide con lo imposible de decir, -en la práctica?”.6Una sesión se olvida, se reprim repr ime, e, no se sabe, se pierde el hilo. hilo. Pero tam bién se lo lo puede volver volver a encontrar. A pe sar de las diferencias diferencias existentes e ntre estos seminarios, es ex ex haustivo el modo en que Lacan aborda un tema cuando se muestra decidido a hacerlo. El despliegue temático realizado durante varios años como como un continuo parece dur ar h as ta que se gasta, o ha sta que se pro p ro d u ce el pa p a saje sa je a alg a lg u n a o t r a teo te o riza ri zacc ión ió n posi po sibl blee alr a lree d e d o r de d e lo m is is mo. Y eso marca el hilo. ¿Qué otros temas relevantes hay en este conjunto de seminarios que acompañan a las fórmulas de la sexuación? Sobre todo en “...o pe p e o r ” , se s e e n u n c ia n dos f ras ra s e s de alto al to v a lor lo r c o n c eptu ep tuaa l q u e son so n f u n d a mentales para dar cuenta, de otro modo y en otros términos, del afo rismo: “no hay relación sexual”. Una frase es: “Te pido que rechaces lo que te ofrezco pues no es eso”7, que da cuenta de la hiancia irreductible en todo sujeto, hiancia articulad a e ntr e deseo deseo y demanda, y las razones p or las cuales cuales la prác tica psicoanalítica debe conducirse conducirse de determin adas m ane ras y no de otras. La otra frase es es vuelta a tomar y a trabaja r en “L ’É tou to u rd it” y enun cia lo siguiente: “Que se diga queda olvidado detrás de lo que se dice en lo que se oye”.8 Si la ampliamo s como como corresponde, podemos podemos p res en tar la así: así: “Que se diga (el decir) q ueda ued a olvidado de trá s de lo que se dice (el dicho) dicho) en lo 6.
Lacan, Jacqu es. L ’étou 4, Editions d u Seuil, 1973 1973.. Tra duc ét ou rdit. rd it. Scilicet No 4, ción: Nora Alonso. Revisión: Silvia M. Amigo y Víctor Iunger. Publicado po p o r la E scu sc u e la F re u d ia n a de Buen Bu enos os A ires ire s y la E scu sc u ela el a de Psic Ps icoa oa náli ná lisi siss Sigmund Sigmu nd Freu d - Rosario. Rosario. Exclusivamente para circulación circulación interna. Pág. 68. 7. Lacan, Jacqu es. “...ou pire em inario XIX, XIX, 1971-1972, 1971-1972, sesión de enero de p ire", ", S eminario 1972. Inédito. 8. Lacan, Jacqu es. L ’étou ét ou rdit, rd it, op. cit., pág. 11.
22
I. I n t r o d u c c i ó n
que se oye (la palabra)”. Lo cual quiere decir que ‘el decir queda olvi dado detrás del dicho, en la palabra’. El ‘que se diga’ an un cia el lugar del decir y del del discurso, discurso, qu e qu eda olvidado y reprimido ‘en lo que se dice’, en el dicho; ‘tras lo que se oye’, oye’, tras tra s la pa labra, labr a, p ara ar a quien q uien la oye y, además, puede escu charla. En este punto del ‘que se diga’ queda introducido el deseo del ana lista, por vía de la incentivación de la asociaci asociación ón libre, cuando pide ‘que se diga’, que se diga para que emerja el significante unario que vincula con el significante binario, con el saber inconsciente. En el materna del discurso del analista, ésta es su función desde el lugar de agente. Hacer hablar es otra manera, sino la primera, de ubicar o de po p o d e r lee le e r el objet ob jetoo a en función del deseo del analista. El semblante de a encarnado por él debe tomar a su cargo esta función desde el lugar que le corresponde, función que consiste en poder hacer emer ger ese ‘que ‘que se diga’ diga ’, pod er hacer hac er em erger erge r el discurso discurso que q ueda ued a repr re pr i mido tras el dic dicho. ho. Es E s otro sesgo pa ra co nsiderar la funcionalidad del como u n lugar lug ar causado causad o y a su vez vez causa ca usa nte de dese deseo, o, y el deseo del del a, como analista an alista como causa de qu e em erja algún algú n decir. cir. Lacan se esfu erza por ‘hacer ha cer ha bla r’ a esta forma formalización lización tom tomando ando en cu enta la posibi posibilida lidadd de que se se pueda c ons truir un discurso discurso en to r no al materna. Aclara más de una vez que el materna, como toda formalización, es sólo algo algo que sirve si se lo puede po ner e n función, fun ción, lo que equivale a decir que se lo puede h acer ace r hablar, hablar, lo cual perm itiría u n modo de formalización de la letra del inconsciente con una transmi sión menos teñida por lo imaginario. Puesto que los maternas están hechos hechos de letras, no es lo lo mismo mismo poder ponerle palabras a esas letras que hablar con pala bras s in poder llegar a la la letra que las sus ten ta. En ese sentido, el ‘que se diga’, que se corresponde con el discurso analíti co, co, tiene un u n valor v alor de formalización sim ilar al del del discurso mismo, pu es es un a posibilidad posibilidad de pon erle pa labra s a ese discurso y a esos lugares. lugares. De un modo semejante, tanto el ‘que se diga’ como el ‘te pido que rechaces’, dicen acerca de la hiancia irreductible operante en la divi sión del sujeto. Se puede pensar que es por eso que, en medio de esta aproximación y elaboración de las fórmulas de la sexuación, Lacan incluye incluye la problem ática del decir y, más específicamente, específicamente, del decir decir den d en tro del discurso analítico. Loss seminarios en los Lo los que se consideran estas fórmulas no dejan de estar, como todos los demás, plenos de intertextualidad; un amplio sector del campo del pensamiento es tomado como referencia, desde Aristóteles Aristóteles ha sta la lógic lógicaa y las matem áticas; hay to rcedu ras en algu nos temas respecto del valor que tienen en su disciplina específica, 23
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
(
que algunos lógicos y matemáticos critican mucho como forzamientos de Lacan para hacerlos coincidir con las cuestiones del psicoanálisis, torced uras q ue Lacan mismo al ava nzar en el texto va reconociendo, explicitando y a un dando razon es de la necesariedad de su empleo. Lo que nos puede servir a los analistas es tra ta r de apropiarnos un poco m ás de este trabajo de logicización que realizó Lacan respecto de la subjetividad y la sexualidad, sin olvidar que hay m uchos campos en los que él se inspira pa ra poder extraer esto, y que hay al menos algunos discursos en los que tuerce pa rtes de la lógica intern a original a los fines de su utilización. Veamos las fórmulas de la sexuación tal como fueron pensadas, para poder desarticularlas y ponerles palabras a cada uno de esos lu gares, para así apreciar el interjuego que hay entre ellos y poder ser virnos de ellas, apoyados en este colosal trabajo de Lacan.
( ( ( (
( (
(
c (
< c ( I ( ( c .
c (
( c
( ((
( ( (
24
C a p ítu lo
II
METAMORFOSIS LÓGICA
No nos adentrarem os en la vastedad del campo te xtu al que Lacan incluye para p lan tear las fórmulas pero hay dos o tres referencias que aun básicamente tratadas parecen ser ineludibles e implican ciertos plante am iento s de la lógica, desde la aristo té lica hasta la moderna, también llamada matemática. Veamos pues cómo fueron postuladas en su momento y examinemos qué modificaciones introduce Lacan, an tes de con siderar las ‘fórm ulas’ pro piam ente dichas. En u n inten to p or diferenciar su sistem a de pensa m iento del sofís tico, Aristóteles e stá interesado en e laborar un instrum ento de saber que tome en cue nta lo universal sin perd er de vista lo camb iante de lo concreto y particular. De ahí resulta el Organon (Instrumento), nom bre dado por los com entarista s posteriores al conjunto de los tratados lógicos de Aristóteles. La lógica aristotélica puede e nten de rse desde dos perspectivas: r e ducida o técnica y ampliada. A la primera se la conoce como lógica formal y a la segund a, como lógica m aterial. La lógica formal considera las fórm ulas y no las reglas de infe ren cia, y debido a la precisión en su elaboración se ha co nvertido en mod e lo de toda investigación posterior, incluyendo la lógica matem ática. La lógica formal pone especial atención en el silogismo, en la silogística asertórica, pero hay o tras consideraciones referidas a d istintos aspec tos de la misma, uno de los cuales involucra a la lógica modal, que también mencionaremos en este momento. Podemos atender en pri m er lug ar a los silogismos categóricos o asertóricos y a los modales. A los prim eros se los puede ag rup ar según la forma y tenemo s así las proposiciones A firm ativas (‘S es P ’) y las Negativas (‘S no es P ’), o bien según la extensió n y nos hallamos con las proposiciones Univ er sales (‘Todos los S son P ’), las Partic ulares (‘Algunos S son P ’) y las Sing ulares (‘Este S es P ’). De la combinación de ambos agru pam ientos surgen proposiciones de cuatro tipos: 25
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
1- Proposiciones universales afirmativas, representa das por la ‘A’: ‘Todos los hom bres son m orta les’. 2 - Proposiciones universales negativas, rep rese ntada s por la ‘E ’: ‘N ingún ho m bre es m ortal’. 3 - Proposiciones particulares afirmativas, represen tadas por la ‘I’: ‘Algunos hombres son mortales’. 4 - Proposiciones particulare s negativas, rep res en tad as por la ‘O ’: ‘Algunos ho m bres no son m orta les’. Las proposiciones mantienen entre sí ciertas relaciones de oposi ción. Existen las oposiciones entre términos y las oposiciones entre proposiciones. Son estas últim as las que nos competen, y Aristóteles ubica las oposiciones tanto en las proposiciones categóricas como en las modales. E n tre las proposiciones categóricas designadas como A, E, I y O se establecen las siguientes clases de relación según el tipo de oposición enjuego: a) Contradictoria: entre A y O y en tre E e I. Se oponen en cualidad (Verdad/Falsedad) y en cantidad (extensión). b) Contraria: entr e A y E. Se oponen sólo en cualidad pues am bas son universales. c) Subcontraria: entre 1 y O. Se oponen sólo en cualidad pues am bas son particula re s. d) Su balterna: en tre A e I y en tre E y O. Difieren sólo en la canti dad, siendo la particu lar su ba lterna de la universal. Se hace de ellas el siguiente cua dro:1
1.
26
F errater Mora, José. Diccionario de Filosofía. Alianza Editorial, S.A. Se gund a Edición en “Alianza Diccionarios”. Madrid, España , 1980. Pág. 2440.
II. M
e t a m o r f o s is l ó g i c a
Por otro lado, Aristóteles examina tamb ién el modo en que se rela cionan en tre sí las afirmaciones q ue se refieren a lo posible, lo imposi ble, lo necesario, lo contingente y su s posibles negaciones. Se establecen así cuatro modalidades: 1234-
Posibilidad: ‘Es posible que S sea P ’. Imposibilidad: ‘Es imposible que S sea P ’. Contingencia: ‘Es contingen te que S sea P ’. Necesidad: ‘Es necesario que S sea P ’.
Estas proposiciones implican la atribución (la atribución de P a S) así como el modo de ‘composición’ entre ambas, es decir elmodo en que q ued an afectados S y P (‘Es necesario que S sea P ’, etcétera). Este cuadro acom paña al anterior, su perponiendo sus término s, con lo cual la formalización queda diseñada del siguiente modo: Necesario ___________________ Imposible
Posible
Contingente
Estos cuatro juicios modales correspon den sólo a u na p arte de los conceptos de modalidad. H enrik von Wright menciona cuatro grupos de modalidades: aléticas, epistémicas, deónticas y existenciales. Se gún esta clasificación, lo que estamos considerando forma parte del prim er grupo, el de las modalidades aléticas. Según F erra ter M ora este es el modo más correcto pa ra ref erirse a la lógica modal. Alético proviene del griego αληθής que significa ver dad. Indica además de qué modo se juega lo verdadero en la combinatoria entre S y P Tenemos ento nces la proposición Universal afirmativa: ‘Todos los hom bres son mo rtales’, la Universal negativa: ‘Ningún hom bre es mor ta l’, la Particu lar afirmativa: ‘Algún hom bre es m ortal’, y la P artic u lar negativa: ‘Algún hombre no es mortal’. Estas proposiciones tienen un orden de relación según su ubica ción, orden que m arca asimismo un a relación con la verdad. Como ya dijimos anteriormente, las universales son contrarias entre sí pues amb as no pueden se r verdaderas. Lo mismo sucede con las p articu la res que por ese efecto se convierten en subcontrarias. Por la misma razón tenemos a las contradictorias en las diagonales: se contradice u n un iversal positivo con un p articula r negativo, o un u niv ersal ne ga tivo con un p articu lar positivo; es contradictorio que ambos sean ver27
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
(
(
(
daderos. Finalm ente, y debido a la extensión, las pa rticu lare s devienen subalternas de las universales por derivar de ellas. Esto es algo que a nosotros nos interes a puesto que en las fórmulas lacanianas las relaciones entre los modos van a adquirir un sentido difere nte al dado por Aristóteles. Esta formalización aristotélica en torno al lenguaje, llevada a cabo para poder ‘no decir cualquier cosa’, en clara y abie rta oposición a los sofistas, s um ada a la atención y el interés que se le p res ta al problema de poder de finir la verdad en términos de lenguaje, hace que es ta lógi ca hay a vencido el paso de los siglos y se m anten ga como un refe ren te que h a podido s er in strum en tado y aprovechado incluso por los lógicos y matemáticos modernos. El modo alético es el que Lacan va a utilizar para las fórmulas, aquél que tiene que ver con la posibilidad de escritura de lo verdadero, siendo el único modo en que éste puede aparecer, como trazos, en letras. Podemos decir entonces: - es Necesario que S sea P: ‘Todo S es P ’. - es Imposible que S sea P: ‘Ningún S es P \ - es Posible que S sea P: ‘Algún S es P ’. - es Contingente que S sea P, o bien, es Posible que S no sea P: ‘Algún S no es P ’. Lo Necesario, verdadero en todos los casos, correspondería al Unive rsa l afirm ativo (‘A’). Lo Imposible, verdadero en ningún caso, correspondería al Uni versal negativo (‘E ’). Lo Posible, verdadero en algún caso, rem ite al Par ticu lar afirm ati vo (‘I’). Lo Contingente, no verdadero en algún caso, remite al Particular negativo (‘O’). Lacan modifica el modo de la negación que recae sobre lo Imposi ble y sobre lo Contingente. En ello nos detendrem os m ás adelante. Pero no es esa la ún ica modificación. Lacan aborda esta modalidad alética caracterizando la forma de su esc ritura pa ra luego ubicar, en cada término, la fórmula cuantificacional que le convenga. Las relaciones nos son presen tadas en tre lo que cesa y lo que no cesa de escribirse o de no hacerlo. A partir de estas instan cias se va a producir el interjuego en tre estos cu atro lugares.
( ( (. (
28
II. M e t a m o r f o s i s no cesa de escribirse
lógica
no cesa de 110 escribirse
N
P cesa de escribirse
C cesa de no escribirse
Lo Imposible será designado como lo que ‘no cesa de no escribirse’. No hay escritura o inscripción posible desde este único lugar, por lo cual se requiere plan tear algún otro desde donde alguna escritura se realice. Este otro lugar es el de lo Necesario: lo que ‘no cesa de escribirse’, aquello que no cesaba de no escribirse adviene y se produce una primer escritura, fundacional, necesaria paralas posteriores. Lo Posible es aquello que ‘cesa de escribirse’, pues ya se puede con tar con la escritura de lo Necesario. Lo Contingente, variante de lo Posible, ‘cesa de no escribirse’, funcionando como lugar puntual e incierto de realización de lo Posible. La precisión de estos térm inos es muy imp ortan te puesto que cada forma de la modalidad alética va a relacionarse con uno de los lugares existenciales o universales en las fórmulas de la sexuación. Veremos cuál es la correspon dencia que tiene n y el porqu é de dicha correspon dencia. E n este sentido, es importante co ntar con una es critura p ara cada u no de ellos. Acá se produce una de las modificaciones que va a hacer Lacan respecto del modo de organización de estas categorías. Pero seguirá siendo en térm ino s de oposición como queden relacionados los luga res en las fórmulas. Volviendo a lo anterior, veamos cómo se puede hacer el pasaje de aquella definición aristotélica respecto de las proposiciones a los términos de la lógica matemática. Hay algunas equivalencias que se pueden establecer. El Universal afirmativo (‘A’), es transformado en V_x . <5 x El Universal negativo (‘E’), es transformado en V x . O x_ El Particular afirmativo (‘I’), es transformado en_3 x . O x El Pa rticu lar negativo (‘O’), es trans form ado en 3 x . O x Si graficamos estas equivalencias según el cuadro con el que veni mos trabajando, tenemos: Vx.Ox
V x . <í>x
3x. O x
3 x .
x 29
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Pero Lacan invierte en sus fórmulas el ordenam iento en tre los un i versales y los particulares, quedando el cuadro an terio r planteado del siguiente modo: 3x. x 3 x.O x
Vx . x V x . x Las lecturas correspondientes a esta transformación tam bién tie ne n poco que ver con las originales. El universal positivo, V,_ya no es ‘todos’ sino que se lee ‘para-todo’. El universal negativo, V, respecto del texto aristotélico, ya no es ‘ninguno’ sino que lo podemos leer como ‘no es cierto que p ara todo’, o bien ‘para no-todo’ o ‘no-todo’. Respecto del Particular afirmativo, 3, no es ‘alguno’ sino ‘existe al menos uno que’, que se negativiza al negar la función a la que está asociado. E n las fórmulas será el lug ar de la excepción. El Particu lar negativo, 3, deja de ser ‘alguno que n o’ para conver tirse en ‘no existe uno que’. Pero ni el Universal negativo ni el Particu lar negativo puede n es cribirse tal como lo hace Lacan. E ste es un o de los lugares de su ob ra y alguno de los momentos en que Lacan se reconoce transgrediendo la morfología del sistem a o de la disciplina que utiliza. Con este modo de escribir los negativos de las fórmulas, se deja de lado la legalidad del sistem a utilizado p orqu e los cuantificadores ( el ‘existe’ - 3 - y el ‘pa ra tod o’ —V—) no pueden s er negados en lógica cuantificacional. Está per mitido negar todo o negar el atributo, pero no negar sólo los cuantificadores. O sea que las dos proposiciones negativas están, de hecho, -Lacan lo reconoce, no lo soslaya- mal escritas. Sólo que tam poco se corresponden con los lugares de origen, pero tal metamorfosis le sirve para los fines que le interesa demostrar. Además, y luego de sem ejante inversión, es preciso establecer las equivalencias en tre los lugares de las fórmulas. A pesar de que sí se ma ntien en los lugares y los nom bres pa ra las modalidades aléticas, tenemos un cuadro de posición muy diferente del anterior debido a que Lacan, apoyándose en los desarrollos de la lógica matem ática, y a diferencia de Aristóteles, no ad mite que lo p ar ticular, el ‘algún’, derive de lo universal del ‘todos’. Con lo cual esto qu eda planteado en los siguien tes términos: en el lugar de lo Necesario, la Pa rticu lar afirm ativa (o bien, ‘existe al menos una x’ que dice que no a la función fálica); en el de lo Imposible, la
II.
M
e t a m o r f o s is l ó g i c a
Particular negativa (o bien, ‘no existe una x’ que diga que no a la función íálica); en el de lo Posible, la Universal afirmativa (o bien, ‘pa ra toda x’ funciona la función fálica), y en el de lo Contingente, la Universal n egativa (o bien, ‘pa ra no-toda x ’ funciona la función fálica). Cabe preg un tars e entonces: ¿cómo se establecen aho ra las oposiciones entre los términos y las proposiciones? 1) Hay con tradicción en tre 3 x . Õ x y Vx .
y debido precisam ente a su esc ritura no pued en se r consideradas váli das dentro del campo de la lógica cuantificacional. Esta escritura no tiene validez en lógica; allí no pued e neg ativizarse leg ítima m ente sólo el cuantificador. A pesar de eso las admitiremos en el campo del psi coanálisis lacaniano porque permiten formalizar algo de esa oscuri dad, de esa opacidad de lo femenino que ha dejado en tinieblas a más de un teórico del psicoanálisis, Freud el primero entre otros. Estos dos lugares de los que Lacan se sirve forzando su escritura son los que u tiliza entonc es p ara precisar el lado de la mujer. Y pode mos decir que en cada una de estas formalizaciones hay algo que es tomado ‘a la letr a ’ en c uan to a su legitimidad original y algo que es transform ado pa ra que sirva, como se hace cuando se quiere avan zar en el campo de la ciencia o del pen sam iento en general. También podemos servirnos del diagrama o cuadrante de Peirce para escrib ir esta form ulación, y acercar otros modos posibles de es cr itu ra p ara las proposiciones aristotélicas. Si la proposición fuera ‘todo trazo es vertical’, su ubicación en los cuadrantes sería la siguiente: 1- ‘Todo trazo es vertical’ (U+, ‘A’) 2 - ‘Algún trazo es vertical’ (P +, T ) 3- ‘Algún trazo no es vertical’ (P-, ‘O’) 4 - ‘Ning ún traz o es ve rtical’ (U-, ‘E ’) Diagram a/cuadran te de Peirce:
C a p í tu l o
III
DESMONTAJE DE LAS FÓRMULAS
Vayamos pue s a la lec tu ra de las fórmu las de la sexuación, tal como son pre sen tada s en la sesión designada como ‘Un a ca rta de almo r’ del seminario A ú n 1, fórmulas o más bien presentación de letras con un ordenamiento específico y un sistema de relaciones que requerirá de pala bras que nos las acerquen para poder se rv irnos de ellas. & ___________ ^ 3x x 3x Ox Vx Ox Vx x S(A) ^ a O-*— "
L a
Primero, una sucinta descripción
El esquema está planteado como un rectángulo dividido por una b arra horiz onta l y o tra vertical. Podemos habla r de un piso superior subdividido y de u n piso inferior, así como de un lado izquierdo y uno derecho del rectángulo. La barra vertical separa el lado hombre (a la izquierda) del lado m ujer (a la derecha) en el esquem a y es visto desde nu es tra perspe cti va, como si se tra ta ra de un cuadro, en ambos pisos. 1.
Lacan, Jacques. El Sem inario de Jacq ues Lacan. Libro 20. Aun. 1972-1973. Título original: Le S ém inaire de Jacques Lacan. Livre XX: Encore, 1972-1973. Ediciones Paidós. l ê edición castellana, 1981. Barcelona, España. Pág. 95. 33
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
En el piso superior aparecen arriba los lugares de la existencia y abajo los de los universales. Cada uno de ellos está acompañado de un a x que fun ciona a m anera de sujeto o argum ento p ara ia predicación de la existencia o del univ ersal. Tenemos allí: 3 y 3: ex iste y no existe; V y V: para todo y pa ra no-todo; O : la función fálica; x : la incógnita de la que se predica con los términos anteriores. Su lectura es la siguiente: 3x . x : existe u n x p ara qu ien no funciona ®x 3 x . O x : no existe un x pa ra qu ien no funcione x Vx .
III. D e s m o n t a je d e l a s f ó r m u l a s
perm ita situar div ersa s estr uctu ras clínicas, y también patologías se veras ya que el nudo del asunto sigue siendo cómo se organiza en un sujeto el apa rato psíquico pa ra pode r vérselas con el agujero de la cas tración. Debemos plan tear a este sujeto pospuberalmente también por un a cuestión lógica, por la importancia de las marcas producidas en los tiempos de la repetición. Conside rando a este tiempo pospuberal, el de la adolescencia, al que definiría como aquél en que ‘nos encontramos con la primera repetición en acto, acto sexual, de la dialéctica edípica’, no podemos de jar de lado la im por tancia del modo de inscripción de lo real del sexo y de su articulación con el carácter estruc turalm ente tra u mático de la sexualidad humana. Por ello, es a partir de ese momento cuando se espera de todo sujeto que tom e posición respecto, en tre otras cosas, del sexo. No es ante s de ese mom ento cuando tal req uerim iento está presen te. Así, en la parte inferior del esquema veremos planteada la cuestión de los goces, y no de cua lquier goce sino, pu ntualm ente, de los goces en relación con la división de los sexos, de los llamados goces sexuales. Pasemos a los términos del esquema
Las cuatro fórm ulas su perio res son postulad as como ecuaciones de segundo grado por tener dos incógnitas (x). Si cada incógnita fuera diferente de la otra, tendríam os ocho incógnitas y una posibilidad aun mayor por la capacidad de combinatoria. En realidad, dichas incógni tas señalan el lugar del sujeto. Así, por encarnarse en un ser, un ser viviente, se torn an en a, e incluso L acan las nom brará como ‘pa ra todo a ’ (Va); esto vale sólo para el lugar de los universales puesto que los existenciales carecen de encarnadura, son postulados axiomáticos y, por lo tanto , faltos de causación alguna. ¿Qué es a?, es un nom bre pa ra la cau sa del deseo que, motorizando el enc uentro e ntr e los sexos, es cau sa del deseo y no del am or porque es a nivel del deseo, y por su articulación con la función fálica, donde se juega la diferencia sexual, como veremos m ás ade lante al tra ta r el tem a de los goces en uno y otro sexo. Pa ra el amor no es tan im portan te la cuestión del sexo, el amor es a-sexuado, tan asexuado como es en sí el objeto o. El prim er objeto de am or pa ra ambos sexos es la madre como representante del primer Otro real, Otro de la necesidad pero también de la demanda.
35
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Las premisas existenciales
Los valores sexuales para cada posición se fundamentan en estas premisas. De algún lado hay que partir para poder acercarse a pro ble mas que par a nosotros m antie nen su complejidad. Fre ud otorgó carác te r m asculino a la libido y al deseo, así como a la propiedad activa de la pulsión, sin que esto quedara necesariam ente del lado del hombre. Pese a establecer genialm ente el mapa del sujeto no pudo respon der al ‘qué quiere u na m ujer’, ni L acan a contestarse ‘dónde es que ella goza’. Enton ces nos hallamos an te un polo de difícil resolución relativo a qué es lo masculino y qué es lo femenino. La diferencia ¿tiene que ver con la gramática, con la voz activa o la voz pasiva del verbo? Si se estable ciera así la correspon dencia de los sexos, en tonces ¿qué son los sexos?, nu eva m ente ¿cuál es la relación en tre ellos? Existe la necesidad de tomar, en la edad adulta, u na posición res pecto del otro sexo en lo atinente a lo masculino y lo femenino. Esto tiene que ver con asumir una identificación sexual, más allá de los avatares que en la vida de cada persona pueda sufrir esta identifica ción; pero aun con esos avatares, alguna identidad sexuada aparece privilegiadamente asumida por el adulto. Entonces, ¿cómo escribir algo acerca de esto sin caer en los valores culturales, sin caer en que la pre m isa fálica de J uanito es lo único que hay, en que sólo hay escritura p ara lo masculino?, ¿cómo escribir algo que haga lu gar a la prem isa universal del falo pero que considere algo más que el pene dentro del inconsciente? Bueno, veamos cómo fue este intento. (no cesa de) N
(cesa de) P
3x
. O x
V x . Ox
3
x. O x
V x . Ox
I (no cesa de no)
C (cesa de no)
Este esquema nos va a permitir ver cómo se organizan los cuatro lugares de las fórmulas. Dijimos que se los po stula organizados según los valores de la modalidad alética. Lo Necesario, lo Imposible, lo Posi ble y lo Contingente dete rm in arán sus relaciones y un campo de dis tribución, de circulación específico. Las cuatro modalidades lógicas se relacionan de un modo que no es intercambiable. Las cuatro modalidades ocupan cuatro rangos bien
de la s f ó r m u l a s III. D e s m o n t a jjee de
diferenci diferenciados ados que m antie ne n e ntre sí u n orden de vincul vinculación ación que les les es pertinente. Es de interés pa ra el psicoanálisi psicoanálisiss poder dar cu enta de lo imposi imposi ble b le,, de d e lo re r e a l como com o lo im i m posi po sibl ble, e, p o r t r a t a r s e de lo r a d ic a lm e n te p e rd i do, excluido excluido de de lo lo simbóli simbólico. co. Varios Varios térm tér m ino s de Freu Fr eudd no m bran br an lo real: real: Enton ces, lo impo imposible sible sólo sólo Au A u ssto ss toss ssuu n g , Verw Ve rwer erfu fung ng,, U rv e rd ran ra n g u n g . Entonces, circula com comoo sustraído, y de lo lo que se inte n ta dar c uen ta es de su ab or daje, daje, al modo modo del rodeo por un ter rito rio que lo bord ea sin tocarlo. Lo necesario es lo que hay que tejer para dar cabida a este real, pu p u ro fru fr u to de lo im p osib os ible le y vice vi ceve vers rsa, a, y se t r a t a de u n teji te jido do q u e ofici of iciaa de matriz simbólica donde se insertará una subjetividad. Para poner en considera consideración ción lo lo que es el interjuego interjuego hum ano en función de la cas tración, el psicoanálisis ha tenido que p oder d ar cu enta en ta del modo modo de su constitución. Y si de lo que se trata es de tramitar el agujero de la castración, para ubicarlo en la serie que lo incluye hay que escribir aquello del orden de lo real, o sea de lo imposible. Ese es el lugar de pa p a r t id a y todo to do el e sfu sf u e rzo rz o de form fo rm a liza li zacc ión ió n se rea re a liz li z a p a r a p o d e r e s c ri ri bi b i r algo a c erca er ca de él. Lo impo im posi sibl blee e s el p u n to de p a r tid ti d a de l a c irc ir c u la la ción por los los cua tro lugares. Y tam bién el de llegada llegada,, pues el recorrido ap un ta a escribir algo respecto de lo lo que lo concierne. concierne. El movimiento, según la dirección de las flechas del cuadrángulo, es: ‘De ‘De lo lo Imposible Imposible (I), (I), establece r lo lo Necesario (N), (N), par a qu e la c astra as tra ción sea Posible Posible (P), (P), aun a un de un m odo Con tingente (C)’ (C)’. Dicho de otro modo: de lo que ‘no cesa de no escribirse’, a lo que ‘no cesa de es crib cr ibirs irse’, e’, a lo que qu e ‘cesa ces a de escr es crib ibirs irse’ e’ o a lo qu e ‘cesa de no escribirse’. O aún: a p a rtir rti r de lo imposible imposible que ‘no ‘no cesa de no e scri bi b i r s e ’ e sta st a b lec le c e r como com o n e c e sari sa rioo lo q u e ‘n o cesa ce sa de e s c r ib irs ir s e ’, p a r a hacer posible que la castración ‘cese de escribirse’, aun de un modo contingente, en el que puede ser que ‘cese de no escribirse’. Tenemos en primer lugar los dos valores existenciales con los que se inic inicia ia esta prop uesta de formalización formalización lóg lógic ica, a, determ inand o -co n su vinculación- los llamados ‘lado hombre’ y ‘lado mujer’. ¿Qué es lo que no puede escribirse?, ¿qué es lo imposible de escribir? La imposibili dad, en cuanto a la posición posición sexuada sexuada , tien e que ver con lo lo rea l y queda del lado lado de la mujer, mujer, lo que m arca cierta cie rta cercanía con las proposiciones proposiciones aristotélicas aristotélicas en su forma nega tiva. tiva. El modo de escritura en esta logicización cuantificacional obliga a modifi modificar car la lec tura de la formulación formulación aristotélica aristotélica re lativa a las propo siciones negativas. Lo que en Aristóteles era ‘alguno’ o ‘alguno que no’ en este sistema queda signado como ‘existe al menos uno’ o ‘no hay uno’. El lugar de los valores existenciales se corresponde -aun diferenciándose- con los particulares aristotélicos. 37
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Ya habíamos anunciado otra diferencia importantísima entre am bos bo s s iste is tem m a s. A rist ri stóó tele te less d e riv ri v a los P a r tic ti c u la re s de los lo s U n iver iv ersa sale les. s. Lacan invierte inv ierte la procedencia: procedencia: los los Particu Pa rticulares lares aristotélicos o Existen ciales lógicos anteceden y dan lugar y cabida a los Universales aristotélicos o al Para-todo lógico. Es desde ellos de donde se inicia el recorrido. Las premisas son, pues, existenciales. El recorrido comienza considerando lo Imposible, para escribir de algún modo lo que queda afuera por siempre, aunque no por ello es menos ajeno a los avatares de la simbolización. En él se trata de que ‘no existe un x’ que diga que no, ‘no existe un x que diga que no a lafunción fálica’, ‘no existe un x que diga no a ® x’ ( 3 x . O x). Hace falta un a operación operación pa ra poder ex traer de ese luga r algún ‘U no’ que descomplete lo real, y esto no puede realizarse desde lo real mismo; ese Uno en carn ca rn ará la excepci excepción ón y la relación relación W tr e ambos será de opo opo sición. Dice Lacan al respecto: “... nace la fórmula, mía, que no hay uni versal que no deba contenerse de una existencia que la niega. Tal el estereotipo: estereotipo: que todo hom bre sea mujer, mujer, no se enuncia desde ning ún lado. lado. La lógica lógica que lo fecha no es sino la de u n a filosofía que finge esta es ta nulibiquidad, nulibiquidad, y esto pa ra dar da r coa rtada a lo que yo denomino discurso discurso del amo. amo. No es desde ese único discurso, sino del luga r donde dan d an vuel ta otros (otros discursos), aquél que yo designo de la apariencia [semblant ], que un decir decir toma su sentido. sentido. E ste lug ar no es pa ra todos sino que él les ex-siste, y es allí donde se homologa que todos sean m ortales”.2Dicha fórm fórm ula indica que el ‘para-to ‘para-to do ’ forma pa rte de un con junto cuyo cuyo límite lím ite es que qu e ‘él les ex-siste’ de modo ta l que qu e la posición (el ‘para-todo’ o el ‘para no-todo’) queda establecida por el fuera de posic po sició ión, n, p o r la e x-si x- sist stee n cia ci a (u n a e x iste is tenn cia ci a qu q u e n ieg ie g a la func fu nció ión) n).. U n a fórmula fórm ula que niega, pa ra contener, pa ra establecer, establecer, para pa ra posibilitar, posibilitar, evoca evoca la necesariedad lógi lógica ca de la la antecedencia antece dencia de la expulsión ( Au A u s s tos to s s u n g ); es necesario que se dibuje el borde del agujero pa ra q ue el límite límite de ese terr itorio ito rio perm pe rm ita la locali localizaci zación, ón, el ingreso de la simbolización simbolización prim e r a (Bejahung), términos con con los los que Freud p lante a el problema. problema. Se puede cara cterizar este lug ar de muchas m ane ras, pero hay algo algo que forma parte del saber compartido y que no requiere de demasia das explicaciones pues es asunto de constatación: se trata de que la m ujer está castrada . Hablamos de la mujer mujer,, pues no es la m adre quien aparece en esta distribución. La mujer está castrada: esto que es de una obviedad fenoménica no implica que, para todos, se reduzca el tem or fren te al hecho hecho de abord ar a una mu jer pues lo lo que su su sola p re 2. 38
Lacan, Lacan , Jacques. Jacq ues. L ’é tou to u rdit, rd it, op. cit., pág. 13.
je d e l a s f ó r m u l a s III. D e s m o n t a je
sencia evoca evoca es es precisam ente la castración efect efectiva iva.. E sto será de sarro llado mas adeiante. ¿Qué qu iere decir que ‘no existe uno que diga que no ’ en oposición oposición al ‘existe uno que dice que no’, respecto de la función fálica? ¿Cuál instancia será posibilitadora de la fundación de un universo, de un conjunto?, ¿cuál ob rará rar á como como límite, como borde?, borde?, ¿cómo ¿cómo se establec e rá un universo y su delimitación?, ¿será esto factible desde el lugar de lo imposible? El lugar del ‘no existe uno que diga que no’( 3 x . O x) está vacío, representa la inexistencia. Paul Halmos afirma que la suposición de un conjunto vacío, representado por 0, es la de la existencia de un conjunto sin elementos. elementos. Pero tam bién agrega que dicho dicho conjunto vacío vacío no es indep endiente: end iente: p or carecer de elemento s es considerado como como un subconjunto que debe quedar incluido en un conjunto. “El conjunto vacío es un subconjunto de todo conjunto o, dicho en otras palabras, 0 c A, para toda A”.3Más A”.3Más allá allá del del valor valor matem ático de esta form ula ción, ción, podemos podemos ex traer o tras conclusiones conclusiones haciendo haciendo nu es tra lec tura de lo anterior. anterior. Y resulta sum am ente in teresa nte el planteo planteo proveniente proveniente de la teoría de conjuntos respecto a la no independen cia de dicho dicho con ju n to vacío. vacío . M ás b ien ie n , se p u e d e e x tr a e r la idea id ea o p u esta es ta:: el vacío va cío como com o subconjunto m arca un a interioridad pero tam bién y muy especialment especialmentee u n a exterio ridad dado que, debido a su condición de vacío, vacío, debe tom ar ap oy atura atu ra e inserción inserción en o tro lugar, lugar, llamado p or Halmos ‘conjunto con junto A’, A’, que lo aba rca y desde el cual se lo lo nom bra. Si no hay al menos un uno que diga que no, nos nos hallamos en p re sencia de un conjunto vacío. Este conjunto que no tiene elementos, que carece de borde, borde, no m bra el luga r vacío vacío pero pero no puede establecer ningún universal a partir de sí mismo. Ya dijimos dijimos que el Pa rticular aristotélico aristotélico cam bia profun dam ente de sentido si trabajamos con cuantificadores. En primer lugar aprecia mos una diferencia esencial. Ya no se derivan los Particulares de los Universales sino que la operación es inversa; hay necesidad lógica de que esto se produzca de este modo. Si no se tratara de lógica cuantificacional y tomáramos este ‘no existe Uno que no’ al modo aristotélico, deberíamos decir: ‘ninguno’. En ese caso podríamos hablar de un universo, un universo negativo, negativizado, pero no es el caso. No es el caso pues para hablar de 3.
Na ive set Halmos, Halmos , Pa ul R. Teoría intuituua de los conjuntos. Título original: Naive theory. Traducido por Ing. Antonio Martin-Lunas. Compañía Editorial Conti nenta ne ntall S.A. S.A. Méxic México. o. 4a reim presión pres ión en español: sep tiembre tiem bre de 1967 1967.. Pág. 17. 39
EN SL NOMBRE DE LA FALTA
universo, en este razonamiento, se requiere de algún elemento fuera del conjunto vacío que lo categorice como tal. Así, el universal requie re de otra operación para ser establecido, y ella se produce del otro lado de este grupo de fórmulas. Entonces, ¿cuál es el tipo de oposición entre 3 x . O x y 3 x . 0 x ? En el lugar de la excepción (3 x . <5 x ) se ubica la función de límite, de borde fundante del conjunto que advendrá, pero al modo topológico; no es simplemente quedar por fuera sino en un adentro y afuera como borde y límite que posibilita la emergencia de un universo. La excepción funciona al modo del ‘al menos Uno’, Uno que le dice ‘no’ a la función fálica, a partir del cual se constituye un conjunto que le queda adscripto. E n el pen sam iento filosófico esta excepción no es vá lida como límite necesario p ara establecer un universo o un conjunto. Lacan la considera como un requisito propio y específico del discurso psicoanalítico: que haya una excepción se torna necesario para fundar un conjunto. Tenem os ahí ubicable, entonces, la función de borde que determinará, retroactivamente, no sólo el lado hombre sino también el lado mujer. La m ujer debe incluir lo atine nte al hom bre pa ra poder tomar su lugar. En términos de Freud, en ese lugar de la excepción queda ubicado el mito de lo natural, de lo precultural, del padre de la horda, el del mito de “Tótem y tab ú”, un Uno llamado padre -tiránico , casi un si mio, un orangután- que se desafilia de la función fálica de modo ex cepcional y cuyo correlato es dispon er del goce de todas las m ujeres. Se tra ta de un goce imposible. C uando en este lug ar Lacan ubica al padre de la horda se refiere a él como ‘el Nombre-del-Padre mítico’. ¿Es lo mismo ese N omb re-del-Padre mítico que la función llamada N ombredel-Padre? No lo es: el lugar de excepción fu nda la posibilidad de la ley pero no da cabida a la ley en ejercicio; los tiempos son diferentes. En lo prefuñdacional, representado por el lugar de la excepción, está el m ito y hay allí un ‘sujeto sup uesto’, supuesto al mito, con encarn adura semianimal, que requiere de un trabajo de interpretación pa ra no que dar nos varados en una descripción antropológica que, para el caso, de poco nos puede servir. En el mito, ese sujeto aparece encarnado pero como un real supuesto, supuesto a la excepción. Puesto que ¿desde dónde se puede pensar la excepción? Aunque la excepción funda el ‘todo’, no es sino desde los valores fálicos que se puede pe nsar a la excepción como goce. Efectivam ente, con lo que nos encontramos todos los días es con hombres y mujeres que deben vérselas de un modo u otro con este lugar a trap ante, fasci
III. D e s m o n t a je d e l a s f ó r m u l a s
nante, aunque siniestro por lo mortífero, pero también necesario por su evocación de lo fundacional a trav és de los restos no elaborad os de m an era eficiente. Veremos más ade lante cómo aparece es te goce de la excepción por la vía sintomática, delirante o fantasmática. Se ve que el movimiento no es como el de Aristó teles. Acá el movi m iento es doble, por u n lado no hay simple derivación de lo Universa l a lo Pa rticular y, por o tra parte, la negación de la función ya e stá a nti cipada, no desde lo Necesario sino aun desde lo Imposible, donde no hay una x supuesta que se niegue a la función. Los escollos de la función fálica aparecen a través de las manifes taciones clínicas pero el hecho de su existencia se convierte en una condición necesa ria, ta n necesaria como lo es un axioma, tan to si se la niega como si se la acepta. El piso superior de la existen cia es un piso axiomático, al modo de los axiomas freudianos, de los presupuestos primordiales. Co ntinuando con la parte superior de las fórmulas, recordemos esa parte del cuadro. N 3x
Ox
3x
Vx
© X
Vx x
0 X
Para abordar con mayor precisión los dos lugares del plano existencial, faltaría agregar las categorías modales: lo Imposible -lo que no cesa de no escribirse-, lo Necesario -lo q ue no cesa de escribir se-, lo Posible -lo que cesa de escribirse-, y lo Contingente -lo que cesa de no escribirse-. Entre los cuatro elementos, hay distintos modos de oposición. Recordamos un as páginas atrás que en L ’Eto urdit, Lacan dice que su fórm ula es que no hay universal si no se contiene en un existencial que lo niega. E ste lugar del existencial que niega, este lu ga r de excep ción que aloja al ‘existe uno que dice no ’ es, como requisito, u n planteo exclusivo del discurso analítico, y de Lacan en la ocasión. Aunque no sólo de él, sino tam bién de Freud , pese a que este últim o lo hay a plan teado de distinto modo. Enton ces, ¿cómo se podrían cara cteriza r los lugare s de la existen cia?, ¿qué relación se puede plante ar e ntre ellos y, además, respecto al plano de los universales, o más bien del u niversal? Estos lugares de existencia lógica son en realidad lug ares de inexis tencia empírica pero cuya utilidad radica en el servicio que prestan para p la nte ar el movimiento que, leído desde los ‘observables discursivos’ 41
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
-síntomas, delirios, relación entre hombres y mujeres, etcétera-, da ra zón de su advenimiento y especifica sus condiciones de posibilidad. El lugar del ‘no existe Uno que diga que no’ queda denotado con el núm ero cero, símbolo de la inexistencia. Pa ra el del ‘Uno que dice que no’, que rem ite a un a existencia cuyo orden es a determinar, L acan se apoya en Freg e cuando afirm a que este ‘Uno’ es tam bién del orden de la inexistencia y lo deno ta con el número uno. Frege postula que e ntre cero y cero no hay diferencia algun a y que, si tomamos como sucesor del 0 al 0, lo podemos d en ota r con el núm ero 1, lo cual no implica diferencia alguna respecto del 0. Entonces, en esta teoría del sucesor, este 1 queda denotado, por esta razón, tam bién como significante de la inexistencia. Para poder acceder al campo de la repetición, hace falta un elemento tercero que todavía no está en ju e go, y que será re presen tado por la aparición del núm ero 2. Ese lugar, que oficia al modo de barrera fundacional como un ‘un Uno que dice que no’ que no es empírico, que no pe rtenece al campo de la realidad pero sí al del mito, es u n lu gar de construcción ficcional al que se puede presup oner vacío. De todas m aneras, po r las característi cas de su función de excepción, hace las veces de m otor que perm ite la puesta en m arc ha del circuito entre los cuatro elementos; aunque va yamos de uno en uno, no es posible considerar a cada lugar en form a independiente respecto de los otros; más bien, hay que precisar qué orden de relaciones se establece entre éstos. Agreguemos más elem entos a lo que teníamos has ta aquí. Así como entre las Particulares aristotélicas la oposición era al modo de subcontrarias , en el plano de la existencia en términos de lógica cuantificacional o lacaniana en este uso que se hace de ella, tal oposi ción se enuncia con el nombre de discordia, entre el ‘existe Uno que dice no a la función fálica’ y el ‘no existe Uno que diga no a la función fálica’. H ablar de discordia no dice mucho respecto del modo de oposi ción; sólo enfatiza que la hay, y que hay algo no conforme, no avenido entre ambas instancias y un poco más específicamente, que hay in compatibilidad, defecto de armonía. El ‘existe Uno que no’ permite fundar un conjunto. ¿Por qué? Su función es de carácter inclusivo y de borde topológico que establece el límite respecto al engen dram iento de un conjunto. De esta m anera, la negación -bajo la figura de la excepción que recae sobre el decir de ese ‘Uno’ necesario extraído de lo real p ara con stituir el m ito- va a servir para fundar el universal, consistente en que ‘para todo hombre hay función fálica’. Dicho universal establece que ‘a excepción de ese Uno mítico o lógiccf, lo que de ello procede cae dentro del registro de la
III. D e s m o n t a je d e l a s f ó r m u l a s
función fáliea’ y tal inclusión lo convierte en tributario, en deudor de la misma. Y esto no vale como referen cia sólo pa ra el ord en del un iversal imp eran te p ara el hombre, sino que lo es tamb ién para lo atine nte a la mujer. En este sentido, y recordando el mito descripto en “Tótem y tab ú ”, este es el lugar que perm ite postu lar la fundación de la ley y del deseo. Por eso es válido para todos, hombres o mujeres. Puesto que se tr a ta de fund ar la ley, a pa rtir de la cual tanto un sexo como el otro se repartirán asimétricamente con referencia a la misma ley, que no es o tra que la que el padre estará encargado de transmitir. Ese sujeto supuesto de la excepción, supuesto al mito, supuesto al origen, es u n a referenc ia al padre primitivo, al padre de la horda; e n tonces funciona a modo de supuesto lógico que, como ante ced ente , pe r mite fundar el conjunto de los hombres regulados por cierta medida fálica. ¿Cuál sería su lu gar correlativo? También lo en un cia el mito: va a ser el de ‘todas las mujeres’. El lugar correlativo de éste, que se exc eptú a de la regulación fálica, sería u n lugar de máximo goce, ilimi tado, sin prohibición, verdadero signo de lo real falto de tamiz simbó lico, goce imposible de ‘el que goza de todas’, este ‘todas’ que en el plante o de la sexuación podemos decir que no existe, del mismo modo que tampoco existe el Uno que p udiera gozar de esas todas. Esta congruencia, esta relación entre ‘el Uno que goza de todas’ y las ‘todas ’ que le corresp onderían al Uno es lo que Lacan llama, in au gurando un término de su propia acuñación, el campo de lo ‘uniano’. E ste un iano que es desplegado en el seminario “...ou pir e” con sidera a un Uno diferente del “Y a d ’ I’ U n”A, ‘Hay el Uno’ o ‘Hay lo Uno’. Uniano es un a traducción de unien, condensación en tre un, uno y nier, negar; implica la un ión y, sim ultáneam ente, la negación de es ta unión; así, este campo es el de u n Uno q ue une m ientras que al mismo tiempo niega dicha unión . Al qu erer u n ir a ‘tod as’ bajo un mismo y supremo goce se niega la posibilidad de que esto e xista, se niega la posibilidad de ese Uno arrasador, lugar máximo de goce imaginable, que algunos sujetos anhelan e intentan alcanzar, con mayor o menor distancia e infelicidad. Es por eso que acá se ubica el lugar del Nombre-del-Padre mítico, como aquel qu e perm ite la fundación de la ley y, por ende, qu e adv enga la función del padre, otro Nom bre-del-Padre, es decir u n a función le gisladora que r esu lte legítima p ara el conjunto. ¿Cómo aparece esto en los mitos freudianos? En el mito del padre primordial, su asesinato -posibilitado por el 4.
Nota: escr itura compactada de II y a de l ’Un. 43
EN SL NOMBRE DE LA FALTA
pacto filial y fraterno- aparece como requisito para la in sta ura ció n tanto de la cultura como de la Ley, es decir del deseo. Por el lado del complejo de Edipo el significante del Nombre-del-Padre acciona como presupuesto funcionando en los padres lo cual perm ite decir que el mito ha quedado atrás en el tiempo, que ya se cue nta con el asesinato del padre, o sea con su inserción simbólica en el entramado. Pero la estru ctu ra lo pondrá a prue ba vez a vez volviendo a se nta r precedente sobre el valor de la interdicción y su relación con el campo de lo impo sible. Es lo propio de la función patern a estar a ten ta a ello. Prohibido el incesto, el goce de lo materno como deseo primordial adquiere el valor de goce sexual imposible, cuyo destino es quedar caído y err ad i cado por la separación ejercida por medio de la función pate rna, opera ción congruente con la de la fundación de la ley y por lo tanto, del deseo. Son dos variantes -una por el lado del goce, otra por el lado del sab er- de la necesidad estru ctur al de caída de este lugar único de un Uno arrasador, omnipotente, para que pueda advenir algo del orden de la subjetividad. Por eso, no es Lacan el primero en categorizar a este lugar de la excepción como del orden de lo necesario; ya Freud en “Tótem y ta bú” lo plantea como algo a tom ar en consideración para dar cue nta de la estructu ración posterior. Este Uno va a ser, por su fun ción de borde y de excepción, el único lug ar capaz de proveer las condiciones pa ra la formación del conjunto; el conjunto del ‘para todo’ de los hombres, y también la clase, la clase de los hombres. Asimismo, da rá cabida a lo que atañe a las mujeres. Tal como lo hicimos anteriorm ente, debemos pregu ntarn os cuál es la oposición que rige entre ‘existe Un x para quien no funciona í>x (3x. O x) y ‘para todo x funciona Ox’ (Vx.Ox). Podemos decir que en tre ellos la oposición funciona al modo de la contradicción. Hay con tradicción entre la excepción y el universal, entre el ‘existe Uno que dice no a la función fálica’ y el ‘para todo x funcion a la función fálica’. La coexistencia fáctica de ambas posiciones, cuanto m enos, cuestiona la ley, esa que es ¿para todos?, ¿o para todos menos uno? ¿Cómo sería este lugar desde la o tra perspectiva? La ba rra vertical que divide lado hombre y lado mujer, aun con algunos atrav esam ientos vectorializados en su p arte inferior es, de todas m aneras, al menos en un sentido, una barra infranqueable, pues se trata de la barra que divide las posiciones en cuanto a las identificaciones que las constituyen. La barra vertical que sep ara tan to los lugares de los existenciales como los de los universales , es la barra de la identificación. ¿Por qué esa separación ap aren tem ente tan tajante? Si la cuestión de la sexua44
III.
Desmontaje
ds l as
¡f ó r m u l a s
lidad hu m an a no se estableciera en base a identificaciones, a trazos, a rasgos, al rasgo unario, al einziger Zu g de Freud, o a algún otro ele men to del mismo orden, bas taría con la anatomía para establecer es tas diferencias y apetenc ias hum ana s. Si la diferencia sexual an atóm i ca prim ara, como sí lo hace en o tras especies animales, e ste esfuerzo de logicización carecería por completo de sentido. Nos ocupamos de esto porqu e por so bre el órgano prim a el significante, es decir el len guaje; el lenguaje qu e preexiste y que determ ina, desde muy d istintos niveles, las categorías de los valores sexuales. Pero además, porque otros estratos del pensamiento humano con los cuales se ha querido caracterizar lo masculino y lo femenino en general, proveen razona mientos del orden de lo complementario: cada uno de los sexos es lo que le falta al otro, perdiendo de vista aquello que falta en ambos. Incluso podemos escuchar en ciertos razonamientos psicológicos o pe dagógicos la idea de que el varó n tien e el pene y la niña tiene la vagina, de que hay com plemento e ntre los órganos de la copulación, lo cual no deja de ser cierto, sólo que estamo s ap unta nd o a otro orden de relación que no es, precisamente, entre órganos. La formulación de Lacan, y tam bién la de Freud, atiend e a la posi bilidad de pensar e sta repartic ió n entre los sexos a nivel h um ano como algo que, no siendo comp lemento, tiene que ver con el suplem ento o la suplencia; se suple que ‘no hay’ relación sexual en el sentido de una proporción arm ónic a que va de suyo. Por ello, lo que queda anotado es lo que ‘no hay’: en el lugar de la relación sexual que no existe como predete rm in ada natu ralm ente , apare cen dos faltas radicales que re presentan a la ante rior pues son su mismo fundamento; son aquellas que rem iten al campo de lo simbólico y de lo real; son el significante y el objeto a. Así el falo, el significante fálico como representante de la m edida y razón del deseo, perm ite que se produzca el encuentro, n ece sariam ente fallido, allí donde no es tá la relación sexual, instintualm ente armoniosa. Dado que contam os sólo con un significante, el fálico, como vincu lación entre los seres hablantes, a nivel sexual, no cabe sino suplir, suplir esas faltas irreductibles. La función de suplencia la realizan, como dijimos, por un lado el Ox, nombre dado al falo como función, y por otro lado el a, el objeto. ¿Qué pa sa del otro lado, con el ‘no existe u n x para quien no funcio ne ®x’( 3 x . O x)? No se trata de que no hay ‘ningún’, pues ese ‘nin gú n’ o ‘n in g u n a ’ estab lece ría la posibilidad de un universo, aun negativizado. Se tra ta de que no hay un Uno que, pudiendo decirle que no a la función, s e excluya de ella diferenciándose -o sea le ex-sista- y 45
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
establezca de ese modo un a situación de excepción. No hay u na situa ción de excepción en cuanto a la castración del lado de las m ujeres. En el lado de este ‘no existe Uno que dice que no’ ya no podemos hablar de función de borde ni de función de límite, puesto que se tra ta de un conjunto vacío, carente de elementos. No habiendo Uno que haya dicho que no a esa función, no hay pr ueba precastratoria, es de cir que la función e stá totalm ente vaciada. A par tir del conjunto vacío no se puede constituir un universal. Como ya expresamos anterior mente, siguiendo a Halmos, esto debe ser considerado como un ele mento vacío que deberá insertarse en algún conjunto para tomar su lugar a p ar tir de él. Siguiendo este razonamiento -sin olvidar que el motor de funcio nam iento está en el otro lado, en el ‘existe Uno que no ’, que entonces y por ello es válido para ambos sexos- podemos precisar que lo carac terístico de los elemen tos que pro vienen del lugar de inexistencia de la excepción es conform ar un espacio abierto, ilimitado, enum erable, cuya correlación va a ser el ‘no-todo’. Al ‘no existe U n x para qu ien no funcione <£x’ ( 3 x . ó x ) le co rre sponde que ‘para no-todo x funciona <‘Px’ ( V x . <$>x). La relación de oposición entre ambas instancias ya no es de contradicción, como en tre el ‘existe Uno que no’ y el ‘para-todo’, sino que es indecidible; no es posible decidir la proporción que puede haber entre el ‘no-uno’ y el ‘no-todo’, entre el conjunto vacío y lo que de él se desprende. Ya hemos mencionado tres de las oposiciones: la discordia, la con tradicción y lo indecidible, a lo que podemos agreg ar la identificación. Hemos caracterizado de este modo las separaciones entre los existenciales y los universales y e ntre los lados hombre y mujer, m en cionando lo que marca la divisoria de aguas entre lo fundante y los valores fálleos que de ello derivan. El lugar del ‘no existe Uno que no’, del lado de la mujer -a rrib a y a la derecha en el esq ue m a- es cong ruente con el lugar del significante de la falta en el Otro -S(Á )- en el grafo del deseo, de la subversión del sujeto. ¿Por qué? Porque es el lugar del deseo del Otro, del Otro en tan to ausen te, h asta en el mito, pues ni siquiera en él hay O tro. Es lo radicalm ente ausente. Entonces, si a pa rtir de ese lugar no se puede establecer un un iver sal, h ab rá que hacer el recorrido an tes mencionado: comenzando por lo Imposible, establecer lo Necesario, pa ra situ ar lo Posible que aloje a lo Contingente. El lug ar del ‘para no-todo ’ descansa en el universal masculino fun dado, a su vez, en la excepción como signo de lo Necesario. Y es desde
III. D e s m o n t a j e
de l as fórmulas
el universal masculino, desde el ‘para todo’ hombre desde donde se puede situar a la m uje r como ‘no-coda’ y, ai mismo tiempo, confirmar la apreciación de la castración cons um ada en las mujeres. E s desde el lug ar del varón desde d onde se puede establecer el ‘no-todismo’ de la mujer y desde donde se puede tener la apreciación de la diferencia sexual anatómica que aporta la seguridad o la convicción de que las mu jeres están castrad as, lo cual nos deja abierta un a serie de preg un tas. ¿Por qué entonces ap arece la an gu stia de castración a n te el abor daje de algun a de ellas? ¿Por qué la ang us tia de castración en el varón cuando está la seguridad de la castración en la mujer? ¿Qué teme el varón que le suceda, pro ven iente de un a m ujer castrada? ¿Cuál es su poder, el de ella? Son sólo apare nte s parad ojas. Obviamente, no se teme por ella sino por lo que puede pro venir de ella. ¿Pero acaso la castra ción es contagiosa? Ojos que no ven... Pero, ojos que sí ven..., cada uno teme por sí mismo an te la real evidencia que ella aporta. Que sea asun to predeterm in ado de conjunto no aleja el tem or por lo que a cada Uno puede acaecerle; y esto causa la estructu ración de toda n euro sis. Des de el momen to en q ue h ay q ue poder hacer algo con lo imposible, todo se establece de u n a m an era no sígnica, a nivel del inconsciente, y ade más con un resto: la castració n es posible. Decimos que no se tra ta de lo sígnico pues si así fu era alcanz aría con la evidencia de lo anatómico para deducir que ‘la anato m ía es el destino’ y, si así fu era, no habría motivos pa ra padecer a ng us tia alguna al respecto. Reiteremos que en esta repartición de los sexos los dos lugares existenciales son los que tien en rango fundacion al respecto de las iden tificaciones sexuales masculinas y femeninas. En el lugar del ‘existe Uno que no’, el del padre mítico, el Todopo deroso, es ubicable la id ea de D ios-Padre como goce, y tam bién de aquel goce femenino al que se vislumbra desatado del goce fálico. Si un goce se desanuda de lo fálico su destino apunta, bien al sentido, bien al Otro. En este caso, sin mediación fálica, se produciría la caída conco mitante a la falta de tal mediación, la de la tachadura sobre el Otro, incidiendo so bre la función del sign ificante que re presen ta el vacío de dicho lugar. De este m odo, el Otro a parecería positivizado, existen te y como tal, posible en cuanto al goce, o sea como una excepción a la castración que en es ta teoría, del lado de las mujeres, toma el nombre de ‘La mujer’, afín al proto-padre, en alusión a una condición fálica absoluta y, por tan to, des am arrad a de la función fálica. También se lo puede pensar en el interior del complejo de Edipo, en el tiempo de la efectivización de la prohibición del incesto, como el lugar del padre imaginario, padre privador, que prohíbe a la madre 47
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
re integ rar su produ cto y al hijo gozar de ella, privador o separa dor de goce y cuerpo entre la madre y el niño; padre imaginarizado como arbitrario, todopoderoso, que hurta, que separa, que quita por fuera de la ley, por capricho, por detentar un dominio, y que no da nada a cambio. Nada se puede dar a cambio en ese momento en el cual es suficiente y necesario prod ucir el corte que pone en funcionam iento la ley que prohíbe el incesto. Lo que se reciba a cambio de ello vendrá luego, y ten dr á que ve r con la emblemática que ayu dará a posicionarse como sexuado. Se puede ubicar en ese lugar el ‘empuje a La mujer’ en Schreber, pues esa búsqueda, ese inte nto de pro ducir o fabricar un encuentro con ‘U n’ padre, Un-Padre-D ios-Otro, producido como un Absoluto, es un inte nto de encu entro en y con lo real; este es el carác ter del delirio del empuje a La mujer en Schreber. Se puede no tar la distancia, la hiancia im perante entre el funcio n ar con la imp ron ta del Otro como eje recto r que enc auza toda escena, y la suposición, convicción o idea de la realización de un encuentro posible con El, a la m anera de un partenaire, por más grande que sea la diferencia que se imagine en tre ambos. Curiosam ente, tam bién en este lugar se jueg an dos exigencias que tienen que ver con lo femenino. Una de ellas es la exigencia propia m ente fem enina del amor, de enc ontrar a un Uno, a un Uno solo para ella. Este anhelo femenino es tan paradójico como ilusorio; una vez más, la ilusió n del todo, de lo completo. Pero, a pe sar de su aspiración, es una exigencia a la que la mujer no puede responder, debido a su división en el goce pues no tiene un todo desde donde responder. La m ujer exige ‘Uno’ -todo para ella- pero no puede retrib uir, como cree, del mismo modo. Y por otro lado, un tanto difere nte del anterior, está la exigencia de la histérica: que haya ‘al menos Uno o al menos Una’ que sirva como referen te; qué se h ar á luego con ellos es asun to de otro tenor, en el que luego nos detendremos. Este es uno de los lugares de la fórmula que rem ite a la h isteria, pero no es el único. Lacan ubica a la virgen al modo freudiano, como la que somete su cuerpo a un a de las esperas c ultura lm ente m ás festejadas, y esto desde los ritos de iniciación de los pueblos primitivos. Pero una cosa es una virgen pospuberal que hace honor a los ritos iniciáticos y otra, una virgen premenopáusica. La primera goza de una alta estima social, mientras la segunda promueve un inquietante interrogante: ¿qué ha hecho esa m ujer con su sexualidad?, ¿dónde o cómo jugó su condición de tal? A pesar de ello, ambas comparten una cierta posición. Dicha 48
I I I . D e s m o n t a j e b e l a s f ó r m u l a s
posición, en este esq uem a que nos ocupa, se aloja entre los valores existencia!es, en el lugar de la discordia en tre el uno y el cero, entre el Pad re del goce y la castración an ticipad a de la mujer. Este es un razo nam iento que opera con la lógica de los tiempos. La virgen, rehusán dose a la sexualidad, qued a en posición de hija, no tomada , no ca strad a aú n por hombre alguno, no convertida en m ujer por su deseo sexual y es perando, inmaculada, el reconocimiento de no ser ‘enum erable ’, no ser ‘una’ más, reconocimiento que deberá llegar por parte de algún Otro ta n sin mácula -léase sin deseo - como ella. Ese O tro no puede ser sino un Padre iniciador. Lacan se apoya en el “Tabú de la virginidad ”5de Freu d p ara locali zar el lugar de la virgen, en el lado superio r derecho, pero intersecta ndo con el lado izquierdo de la fórmula. En este escrito se plantea desde distintos ángulos la incidencia de la castración consum ada de la mujer sobre la ame naz a de castración en el varón. El peso de dicha inciden cia queda registrado, leído, interpretado, en muchos mitos de la anti güedad así como en culturas primitivas pero, además de ello, no esca pa a la atenta m irada freudia na el modo en que la virginidad está in serta estruc turalm ente en el psiquismo, lo que da cuen ta de su plena vigencia au n en la actualidad. Freud u tiliza en este texto num erosos estudios realizados por es pecialistas de diversas disciplinas que versan sobre los m itos y las cos tum bres de los pueblos primitivos, ab unda ndo en citas descriptivas de usos y costumb res que su m a a sus propias observaciones relativas a la fuerte ligazón que produce el “comercio sexual” -son sus términos-, ligazón ca racterizad a por Krafft-Ebing como de “servidumb re sexual” . Son tan a bun dantes las citas y están tan incorporadas al propio texto freudiano, que haré mención del autor cuando corresponda, sin espe cificar los datos de la fue nte de origen pues se ría repro duc ir la biblio grafía ase ntad a en dicho escrito. Usemos directam ente el texto de F reud. ¿Qué significa la virgini dad, cómo se produce la iniciación y por qué se hace ne cesario apelar a un mito que dé cuenta de dicho cambio de estado? El tema abarca aspectos variados aunque indisolublemente unidos en la producción de sus efectos, a saber, la incorporación de la mujer en la vida sexual adulta. Separaré las variantes del tema en ítems, aclarando que su ordenamiento no implica jerarquización temá tica en c uanto a la utili zación de dicho texto. 5.
Fre ud, Sigm und. “El tab ú de la virg inid ad ” (Con tribucione s a la psicología del amor, III), (1918). En S igmund Fre ud, Obras Completas, val. 11. Amorrortu editores. l s edición en castellano, Buenos Aires, 1979. Págs. 185-203. 49
RN EL NOMBRE DE LA FALTA
a— Los motivos de la form ación deí tabú: “En esta ocasión n ue stra tare a no consiste en elucidar el origen y el significado último de los preceptos del tabú. Ya lo he hecho en mi libro Tótem y tabú donde examiné la posibilidad de que el tabú tu viera por condición una am bivalencia originaria y sostuve que su génesis se situa ba en los procesos de la prehistoria que llevaron a la fundación de la familia humana”." b - La iniciación se desdobla en cuanto al acto y a los encargados de su ejecución:
“...Sólo en u n pasaje se nos dice de m anera expresa que el proceso se descompone en dos actos: la desfloración (m anual o instrum ental) y el acto sexual” (cf. Crawley).7 c - El núcleo del tabú:
“La base de este último es, evidentemente, el propósito de denegar o ahorrar precisamente al futuro esposo algo que es inseparable del prim er acto sexual, aunque, según la puntualización que hicimos al comienzo, de ese mismo vínculo no podría menos que derivarse una particula r ligazón de la m ujer con ese hombre en especial”.8 Mediante lo cual parece que se pretende garantizar la preserva ción del futu ro compañero sexual: “En vez de reserv arla p ara el novio y posterior m arido de la mu chacha, la costum bre exige que éste evite esa operación” (cf. Crawley).9 d - El tabú de la virginidad va de la mano del de la menstruación y responde al horror y la angustia que la sangre provoca:
“El prim er comercio sexual es por cierto u n acto sospechoso, tanto más cuanto q ue en él por fuerza m ana san gre”.10 “En la desfloración de la muchacha por regla general se derrama sang re; por eso el prim er in ten to de explicación invoca el ho rror de los primitivos a la sangre, pues la consideran el asiento de la vida. M últi ples preceptos, que nada tienen que ver con la sexualidad, dem uestran la existencia de este tabú de la sangre; es evidente que mantiene es trecha relación con la prohibición de m atar y constituye u na defensa erigida contra la originaria sed de sangre del hombre primordial, su 6. 7. 8. 9. 10.
■50
Ib id ., págs . 195-6, Ib id ., Pág. 192. Ib id ., Pág. 195. Ib id ., Pág. 190. Ib id ., Pág. 194.
III. D e s m o n t a j e d e l a s f ó r m u l a s
pla cer de matar. E sta concepción articula el tabú de la virgin id ad con el tab ú de La m enstruac ión, observado casi sin excepciones. El prim iti vo no puede m an tene r exento de representaciones sádicas el enigmáti co fenómeno del flujo catamenial. Interpreta la menstruación, sobre todo a la primera, como la mordedura de un animal mitológico, acaso como signo de comercio sexual con ese espíritu. Algunos de los infor mes perm iten discernir en este espíritu al de un antepasado y así com prendemos, apunta lándonos en otras intelecciones (cf. Tótem y tabú) que la muchacha m en straa nte sea tab ú como propiedad de ese espíri tu an ces tral”. 11 e- El peligro temido y su relación con la castración:
“Toda vez que el primitivo ha erigido un tabú es porque teme u n peligro, y no puede negarse que en todos esos precep tos de evitación se exterioriza u n ho rror básico a la mujer. Acaso se funde en que ella es diferente del varón, parece etern am en te incom prensible y misteriosa, ajena y por eso hostil”.12 Sin prisa pero sin pausa, Freud va retirand o la problem ática del campo antropológico o mítico y la va acercando a su causalidad psíqui ca. Nada lejos de esta descripción quedan los términos que utiliza Lacan pa ra h ab lar del goce femenino. “El varón tem e ser debilitado por la mujer, contagiarse de su femi nidad y m ostra rse luego incom petente ”. 13 La amenaza de castración adq uiere verosimilitud a p ar tir de la ‘san gre fem enina ’ y se teme al poder de la herida. El contacto con el san grado fértil adquiere el signo del sadismo. “...retomaremos la intelección de que el primitivo erige un tabú donde tem e un peligro. Podemos decir que este último es siempre psí quico, pues el primitivo no se ve forzado a trazar aquí dos distingos que a nosotros nos parecen inevitables. No sep ara el peligro material del psíquico, ni el real del im agina rio”.14 Podemos ap reciar cómo, an te la falta de la instanc ia simbólica de la castración, oficia de refugio el animismo infantil a sentad o en la om nipotencia del Otro.
11. 12. 13. 14.
Ibid., págs. 192-3 Ibid., pág. 194. Ibid., pág. 194. Ibid., pág. 196. 51
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
f - Las razones desde el psiquismo y el desarrollo iibidinal:
“Mucho más sustantivo es el siguiente factor, que tiene s u b a s e e n la h istoria de desarrollo de la libido”.15 “Son deseos sexuales que persisten desde la infancia -en la mujer, es casi siem pre la fijación de su libido al padre o a un herm ano que lo sustituya -, deseos que con ha rta frecuencia estuvieron dirigidos a co sas difere ntes del coito o lo incluían sólo como un a m eta discernida sin nitidez. E l marido nu nca es m ás que un varón su stitutivo, por así de cir; nunca es el genuino. Es otro -el padre, en el caso típico- quien posee el p rim er títu lo a la cápacidad de amor de la esposa; al marido le corresponde a lo sumo el segund o”.16 “El motivo del deseo sexual temprano parece dar razón de la cos tum bre de los primitivos que en carga de la desfloración a un anciano, sacerdote u hom bre sagrado, es decir, un s us tituto del pa dre ”.17 g- Relación entre desfloración y vida sexual:
“... nos es lícito enunciar, a modo de resumen, que la sexualidad inacabada de la mujer se descarga en el hombre que le hace conocer por prim era vez el acto sexual”.18 Y avanza un poco más en la idea: “Creo que no puede menos que llamar la atención del observador el número insólitamente grande de casos en que la mujer perman ece frígida y se siente desdichada en un prim er matrimonio, en tanto que tras su disolución se convierte en un a m ujer tiern a, qu e hace la felicidad de su segundo marido. La reac ción arcaica se h a agotado, por a sí decir, en el p rim er objeto”.19 h- De cómo la castración puede tornarse mortífera:
La desfloración y su efecto ho stil hacia el varón aparece en u n he r moso relato introducido por Freud como culminación de este escrito. Freud toma un personaje de la tragedia de Hebbel, -Juditfi und Holofernes, y dice lo siguiente: “Ju d ith es una de aquellas m ujeres cuya virginidad está protegida por un tabú. Su primer marido se vio paralizado la noche de bodas por una enigmática angustia y nunca más se atrevió a tocarla. «Mi hermosura es la de la belladona», dice ella; «su goce dep ara locura y muerte» . Cuando el mariscal asirio sitia la ciudad, ella concibe el plan de seducirlo y perderlo con su herm osu15. 16. 17. 18. 19.
Ib id ., p á g . 198. Ib id ., p á g s . 198-9. Ib id ., P á g . 199. Ib id ., P á g . 201. Ib id ., P á g . 201.
III.
D e s m o n t a je de la s f ó r m u l a s
ra, usando así un motivo patriótico pa ra en cubrir uno sexual. T ras la desfloración por ese hombre violento, envanecido de su fuerza y su audacia, ella encuentra en su indignación la fuerza para cortarle la cabeza y así conv ertirse en la libertado ra de su pueblo. La acción de decapitar nos es bien conocida como sustituto simbólico de la de cas trar; según eso, Judith es la mujer que castra al hombre que la desfloró...”20 La virgen no accede al hombre, su mira está pu esta en el Pad re -y vicev ersa- de u n modo que no deja lugar a dudas respecto de qu ién es el amo de ese cuerpo. Recordemos que no están aú n en función, en los lugares de los existenciales, los valores fálicos que regula n la relación en tre los sexos. Por otro lado, hay nociones en F reud que nos perm itirían pe nsa r la melancolía como una identificación con el lugar del ‘existe uno que dice que no’. Lacan se apoya en su lectura de Lutero para decir lo siguiente. “Ese odio que existía incluso an tes de qu e el mundo fuese creado, qu e es correlativo de la relación que hay entre cierta incidencia de la ley como tal y cierta concepción de das Ding como siendo el problema radical y, en suma, el problema del mal -pienso que no se les escapa que es exactamente esto lo que Freud enfrenta cuando la pregunta que form ula sobre el Padre lo conduce a m ostrarno s en él al tiran o de la horda, aquel co ntra el cual apun taba el crimen primitivo y que in trodujo así el orden, la esencia y el fundam ento del dominio de la ley ”.21 En varios escritos, en tre ellos “Tótem y ta b ú ”, “Duelo y melanco lía”, “El yo y el ello”, al considerar a la melanco lía como u n a neu rosis narcisista, Freud la caracteriza en estos términos: - es condición del mecanismo melancólico la identificación con el padre primitivo; en el acto de devorarlo se lleva a cabo su id entifica ción con él; si se incorpora al padre pa ra se r ta n malvados con noso tros mismos es quizás porque tenemos mu chos reproches que ha cerle a ese padre. - en la melancolía, la elección de objeto es de carác ter narc isista , el objeto no se pierde sino que por regresión vuelve a recalar en el narc i 20. Ibid., pág. 202. 21. Lacan, Jacques. El Seminario de Jacq ues Lacan. Libro 7. La ética del psi coanálisis. 1959-1960. Título original: Le Sém inaire de Ja cqu es L acan. L ivre Vil: L ’Etld qu e de lapsychan alyse, 1959-1960. Editions du Seuil, 1986. Edi ciones Paidós. 1®edición en Arg entina, 1988. Buenos Aires, Arg en tina , 1988. Pág. 121. 53
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
sismo originario; este tipo de identificación narcisista es previa a la elección de objeto; al objeto se lo querría incorporar por la vía de la devoración de acuerdo con la fase oral o canibalística del desarrollo libidinal. la melancolía deja al yo segmentado en dos fragm entos que son el delirio de insignificancia y la autodenigración, y esto tiene relación con el superyó. Ante la pregu nta por la pertinaz m aldad del supeiyó en la melancolía, por cómo es posible que se convierta en un cultivo puro de la pulsión de muerte, la respuesta vuelve a ser la misma: el supeiyó pro cede de la identificación, y dé. la identificación con el arquetipo paterno. Es en la función paterna donde habrá que buscar la m arca mortífera que encontró su ligadura a través de dicha identificación. Por e sta razón , se imposibilita pa ra el melancólico pagar la deuda simbólica o, lo que es lo mismo, aceptar la ley que lo inscriba como deseante, con cierta distancia respecto del mandato superyoico, con la consecuencia de que su deseo queda signado como imposible. Enton ces, se puede dar cuenta del problema de la melancolía tomando en consideración la incidencia de la hipertrofia del narcisismo, del lugar de la identificación no con el padre ‘de la ley’ trans m iso r de emblem as sino con el padre ‘de la horda’, el tiránico macho cabrío, el gozador, el padre de la excepción, el padre privador, y en su v ersión edípica, el más claro exp onente debíalo imaginario, previo a la operación simbólica de la castración. Ya que no se tra ta de la figura carnal del padre, tam bién podemos decir que esta ferocidad bien puede venir del lado de lo materno y estar vinculada con un ejercicio irrestricto de la falicidad bajo el modo de alguna legalidad argumentativa. De todos modos, la melancolía se las tiene que ver con los efectos acarread os por dicha ferocidad, ancla dos en su sucedáneo: un superyó enérgicamente exigente. Que funcio ne como referente un padre que ‘es’ la ley y no que ‘él también está sujeto’ a ella, perm ite apreciar consecuencias identificatorias que pue den enunciarse así: ‘con el falo o más allá de él’. Y en la melancolía, la medida fálica queda opacada, parece desaparecida por la impía insisten cia de los reclamos. Reiterando: Freud plantea que el melancólico arrastra una deuda que no es la suya, y que lo traba en su relación con el deseo; que la condición del mecanismo melancólico es la identificación con el padre primitivo; que es por los reproches dirigidos m udam ente al padre por lo que se lo incorpora para ser, consigo mismo, ta n malvado como otro ra lo fue el padre, reduplicando con la pasividad la actividad original pero esta vez in trapsíq uicam ente; que en este tipo de identificación
III. D e sm o n ta je de l a s f ó r m u l a s
na rcisista, previa a la elección de objeto, el objeto no se pierde sino que por regre sión vuelve ai narcisism o originario; que la melan co lía deja al yo dividido en dos fragmentos que responden tanto a la actividad como a la pasividad recién mencionada; que sólo por identificación al arquetipo paterno puede convertirse el superyó, en la melancolía, en un cultivo puro de la pulsión de mu erte. Si tomamos en c ue nta es tas observaciones parece legítimo ubic ar a la melancolía, debido al carácter de sus identificaciones, del lado de las premisas existenciales. Una identificación de esta índole conserv a y mantiene la grandeza de una existencia pletórica de ser (y, de otra manera, ser para el Padre, en Schreber), e ignorante de los beneficios que se adquieren por el solo hecho de realizar el gesto de pagar por la castración, o sea tom ar no ta de la deuda simbólica de la que cada suje to debe hacerse cargo. Este es un modo diferente a cómo se articulan los síntomas que pro ducen esos resto s de padre que ord enan el goce vía su peryó en las neurosis. Las neurosis no están -n i podrían estarlo- exentas de lo ima ginario del padre en la operatoria de la falta llamada privación, de pene en la m ujer y de prohibición de goce del cuerpo m ate rno en la dupla madre-niño. Pero lo que se describe en el mito del padre de la horda es, más que un padre privador, un tirano acaparador por exce lencia, cual coleccionista o acumulador de poder y de bienes, y eso no es lo mismo que la incidencia de orden imaginario del padre privador en la tramitación edípica. Entonces, si la melancolía queda por fuera de las neuro sis de tra n s ferencia, po r fu era de la posibilidad de pen sar que la función fálica se haya efectivizado de algún modo, puede ser alojada en este lugar de la estructura. Ese padre mítico no iguala a la función paterna. U na identificación con ese lugar de excepción puede observarse muchas veces, en mo mentos de locura incluso dentro de la neurosis, como la aspiración de ser eso único, de constituir esa excepcionalidad legal que lo pone al m argen de los otros, - ‘todos’ o ‘no-todos’-, encarnando un imposible. Una de las consecuencias clínicas de aproximarse a este tipo de imposible puede contem plar el caer en la melancolía o en el delirio de Schreber. Para Lacan la excepción corresponde al lugar del Nombre-del-Padre considerado como Nombre-del-Padre mítico en el sentido de Otro fundacional, siendo el lugar N ecesario para el advenimiento del Nom bre-del-P adre, e sta vez como uno de los significantes in te rvin ie nte s en la constitución de la m etáfora patern a. El primero no es lug ar de fun ción; es lugar de fundación de función. Y puede ser propiciatorio de 55
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
identificación como modo de conserva r el amor o el goce del padre. En este sentido, la excepción puede ejercer un a fu erte atracción p ara cual quier es truc tura subjetiva. Pero podemos afir m ar que lo que establece u na diferencia respecto del destino clínico de esa atracción es la organ ización que la sostiene. No es lo mismo un momento de vacilación de la m etáfora pate rna de bido a la falla que la función del padre conlleva estr ucturalm ente, que un a caída por fuera de esa función que puede dejar al sujeto tota lm en te imbuido (caso Schreber) de ese lugar de encue ntro con Dios, con el Otro, con el ser -de Dios y de La m uje r-, ser de Dios La mujer, ser La m ujer de Dios, p ar a Dios, o sea pa ra el Padre. Hay un a enorme distancia subjetiva entre eso y la apue sta perver sa, o neurótica, como bien lo ejemplifica el caso de ‘El Hombre de las Ratas’ padeciendo sus síntomas por obediencia, haciendo goce propio con el deseo del padre y no pudiéndolos s epa rar p ara dar curso al suyo. Sabemos qu e pa ra m an ten er ‘vivo’ al Padre, se obligó a cum plir en su vida con lo que su padre le indicó como el camino ‘deseable’, el de su deseo, m ás vinculado con la riquez a que con la mujer. E nt re la bolsa o la vida, el pad re eligió la bolsa al casa rse con la joven rica y no con la joven amada. La renuncia, o más bien la elección del padre parece obligar al hijo. El camino ‘deseable’ consistía en reproducir los pasos del padre. Entre el amor al padre y el deseo por una mujer, El Hombre de las Ratas se queda con el primero, desoyendo aquello que lo enviaba por un camino diferente al de su progenitor. ¿Dónde queda la magnífica y compleja observación freudiana: ‘así como el padre debes ser, así como el padre no debes ser’, si le amputamos uno de sus términos? A estos lugares de las premisas existenciales sólo queda presupo nerlos, y esto sólo es posible si se puede co ntar con algún valor fálico que permita, al menos, la palabra. Solamente desde una posición sexuada se puede inventar, recoger o deducir qué fue de aquello que está en el mito de origen, que e stá en el mito del neurótico, o que está determ inand o movimientos subjetivos im portantes. Lo cierto es que, de todas m anera s, ninguno de nosotros vio nun ca a aquel ‘existe uno que n o’ propiciador del pacto fun dan te de la cultura.
III. D e s m o n t aje d e l a s f ó r m u l a s
Los valores fálicos (sexuales) El ‘para todo’.
¿Cómo se definen los valores sexuales -hombre y mujer- en fun ción de lo antedicho? Para ello abordemos el lugar del ‘para todo’ y el ‘para no-todo’ en el sector inferior del esquema que es el lugar de los goces sexuales. La definición de tales valores se corresponde con la frase pa radig m ática que Lacan escribe en L ’Etourdit: “Que se diga que da olvidado detr ás de lo que se dice e n lo que se oye”.22 Dicha frase afirm a que h ay una separación tajante pero con inclusión, bajo la figura del olvido específico de la represión , en tre dicho y decir, entre enunciado y en un ciación, entre discurso efectivo y cifrado inconsciente. Se dice que hay relación sexual entre hombres y mujeres, o entre hom bres y hom bres, en tre m ujeres y mujeres, y algunas otras va rian tes más, de índole perversa o psicótica. Este enunciado no tiene co rrespondencia en el inconsciente, tal como Freud lo demostró desde temp rano . Existe la represión de la enunciación pa ra la cual este e nu n ciado pierde legitimidad, aunque no debemos perder de vista que se trata de dos legalidades diferentes pero coexistentes: las de los proce sos primario y se cund ario res pectivam ente. De todos modos, en el di cho queda olvidado que tal relación no existe. Recordemos, una vez más, que esta elaboración se ha realizado para dar cuenta de ‘la relación sexual q ue no hay’ a nivel de lo incons ciente. Si nom bram os a los sexos con letra s -x e y - podemos decir que no hay relación entre x e y, -(x R y)-, siendo esta x un a incógnita cual qu iera de las variables matemáticas. P ara que se pueda escribir m ate m áticam ente u na relación tiene que h abe r alguna aplicación posible de un término al otro (de a a b, a c, etc.) y acá, entre r e y n o hay nin gu na aplicación que se pueda re alizar de modo tal que dé cue nta de alguna relación. A partir de lo cual veremos qué tipo de relación hay, pero ateniéndonos a que no es una relación que implique pro porciona lidad entre sus términos. Se puede escribir también 3 f, f (x, y), y leerlo así: no existe f, tal que f d e x e y . Apelando a las palabras, h aciendo hab lar a estas letras, leemos qu e no hay, que no existe una función (f) de %e y, siendo x e y -en este caso- incógnitas que corresponden a los valores utilizados p ara designar hom bre y mujer. No existe función tal con q ue se pueda determ inar un a proporción -rapport- en tre hombre y mujer. 22. Lacan, Jacques. L ’étourd it, op. cit., pág. 11. 57
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
En el Petit Robert, Diccionario de la lengua francesa, el término rapport abarca una multiplicidad de sentidos; entre ellos hay uno de carácter científico, más específicamente matemático, el de “cociente de dos m agn itudes de la mism a especie”, que acoge la idea de medida. Otro de los sentidos ab re hacia las relaciones e ntre las person as y, en plu ra l, especifica el uso de rapports sexuels, de inicios del siglo XIX, que indica ‘tener relaciones con una mujer’. Su antónimo es: despro porción.23 No hay, entonces,/proporción decidible entre am bos sexos y este es el sentido del ‘no hay relación sexual’. Para dar cabida lingüís tica al hecho de que hom bres y mujeres se enc uen tran, dentro y fuera de la cama, Lacan u tiliza el término ‘encu en tro’ (rencontre). Se podrá ha blar así de buenos o malos encuentros, de encue ntros sexuales, tam bién de actos sexuales, pero no de arm onía sexual. Siguiendo por la se nda de la falta de proporción, tam bién dice que nin gu na función los vincula, que no hay dos mag nitudes a cotejar, por lo tanto no hay ‘nada más impreciso que la pertenencia a uno de los lados’, cualquiera sea éste. N ada hay m ás impreciso, pero hay algo que dete rm ina la posibili dad de e star en u n lado o en el otro: es la identificación. No hay un ensí que ha ga h abitar el lado hom bre o mujer; sólo hay la identificación, o sea el modo de vinculación con el significante fálico. discordia 3x Ox identificación
contradicción
Vx ct>x p
3x cDx indecidible
Vx Ox
falla, falta, deseo, objeto ‘a ’
C
En función de los parámetros anteriores, ¿cómo se construyen es tos dos lugares, los de los valores sexuales? Es necesario establecer el funcion am iento de la función fálica (Ox) como requisito p ara plan tear los lados hom bre y m ujer del esquem a. Sin función fálica, sin el falo en función como media y extrem a razón del deseo, no es factible hablar de sexualidad h um an a pues es a partir de dicha función como se puede pensar el complejo de Edipo. Recordemos a Freud y lo taxativo de sus afirmaciones en cuanto a la fase fálica como eje ordenador del Edipo y al complejo de castración como nodu lar en la formación de la neurosis, 23. Le Petit Robert 1. Dictionnaire alphabétique et analogique de la langue française. 1991, Dictionnaires Le Robert. Paris. Pág. 1606.
III.
D e s m o n t a je de l a s f ó r m u l a s
es decir, de la tram itac ión de lo real trau m ático de la sexualidad en los seres hum anos, hablantes. El lugar del para-todo, abajo a la izquierda, es el lug ar por excelen cia de la función fálica; se trata del conjunto que es siervo, que está sometido, en su tota lidad de conjunto, a la férula de la función fálica. Este co njunto queda arm ado a par tir de aquel Uno prime ro que niega la función fálica. E sa negación es la que perm ite establecer e ste un i versal, un un iversal que queda denotado en térm inos de lo Posible. Asentir al func ionam iento de la función fálica, darle cabida, impli ca haber introducido la legalidad del padre en la estructura, y haber dejado tras de sí, como mito, al padre de la excepción. Este tiempo aparece en “Tótem y tab ú”. Cuando la fratría enc uentra y se asegura de una ley que los incluya a todos por igual, ya queda atrás el Padre Todopoderoso, objeto del Crimen Primordial; ya ha caído y funciona como antecedente; ya se ha convertido, para siempre, en el ‘Padre M uerto Según L a Ley’. La ley que a p ar tir de ese m omento rige pa ra todos indica que ese real es irrecuperable, que funciona como prem isa y que con el agujero de la ca stración cada cual tejerá lo suyo, mal que le pese a Aristófanes con su mito del andrógino, es decir a algunos neuróticos. La preexistencia de la excepción como lo Necesario deja paso al conjunto, a la serie, cuy a modalidad camb iará de forma: la castración se torn a Posible pues es verosímil, como ame naza y por lo tanto como pro ducto ra de angustia. Es posible que, ‘para todo x’, funcione la función fálica. E sto q uie re decir que el conjunto que se constituye, la clase de los hombres, se asienta en la función fálica como requisito y, al mismo tiempo, como posi bilidad. Este conjunto q ued a definido como un conjunto finito, que incluye a todos los elem entos que lo con stituyen, en este caso, los hom bres. Su límite e stá dado por la excepción como límite que pe rten ecía al borde, que no quedaba totalm ente por fuera ni por dentro. ¿Qué característi cas asume este conjunto que ocupa el lado hombre de las fórmulas de la sexuación? Esta es la parte más conocida a pa rtir de la obra freudiana y su conceptualización de la libido, del deseo, de la premisa fálica, en el incons ciente. ¿Es en este lugar donde Lacan sigue más de cerca la letra de Freud? La caracterizació n de la función fálica como posible de term ina tam bién un goce y un deseo con relación a ella. Es decir que el complejo de castración delimita dos territorios muy diferenciados: un antes y un después de ten er que vérselas con él. T ener que vérselas con él perm i te verificar que la presencia o ausenc ia de pene en la ana tom ía de ter 59
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
mina una diferencia no sólo anatómica sino que incumbe también a aquello que representa al pene en el inconsciente: el falo. Es a partir de esto, pa ra u n sujeto portad or o no del susodicho, como se establece la dialéctica que perm ite cubrir al deseo con un velo respecto del falo: se lo ‘tiene’ o se lo ‘es’. El goce sexual del hombre va a e star íntegram ente e n relación con el falo; del lado del varón, más específicamente, este ‘tener el falo’ queda vinculado con el placer de órgano y produce una diferencia y u n a a sim etría que resultan m üy importantes en cuanto al goce en tre él y la mujer. En algunas teorías psicoanalíticas se le ha dado consistencia de goce a lugares que no son los agujeros sino, por ejemplo, los contenidos que por ellos pasan. No es esto lo que toman Freud ni Lacan para quienes el goce, al inten tar o btu rar el agujero, lo pone m ás en eviden cia. Un modo de sostener el intento de obturación es postular que así como el hom bre tiene el pene, la mujer tien e la vagina, lo cual estable cería esa proporción req uerida p ara el rapport y que Lacan ejemplifica con la m etáfora del cerrajero: hay u na cerrad ura p ara un a llave y los puntos de ju n tu ra tienen que estar estric ta m ente calculados para que encastren; ésa sería una teoría de la com plementariedad en tre los sexos. Esto no se corresponde con nuestro planteo puesto que entende mos que cu alquier goce que respond a a la medida fálica sólo es pensable como agujereado, pues lo que en él incide, lo que m arca y da medida es el significante, y él es vacío. O sea, portemos pene o portem os vagina, eso no ah orra nu estro trabajo de posicionamiento sexual, de ten er que arreglárnosla con el agujero de la castración, ajeno él a la anatomía que portamos. Por lo demás, sabemos cuán fuertem ente se juega en el hom bre la an gu stia de castración, y cómo la convicción de que la mujer está castrad a no reduce dicha angustia, por lo cual puede res ulta r in teresante preguntarse el por qué de esto. Realzando la función significante del ‘para todo’, en L ’Eto urdit leemos lo siguiente: “Hay por lo tanto dos dicho-menciones \ditmensions ] del paratodohombre [ pourtouthomme ], la del discurso con el cual se pa ratod a [ pourtoute ] y aquella de los lugares en los que eso se tomiza [se thomme]”,'M No se tra ta solamente, pues, de cuestiones de sexo o de cama sino tam bién de discurso. E n el modo de adscripción fálica queda comprometido el decir. Se nos plante a la idea de que hay al menos dos dimen siones en juego en el ‘pa ra todo ’: la dimensión del discurso y la dimen sión del corte. Hay que reco rtar el significante fálico para poder contarse y descontarse de él. Esta condensación
III. D e s m o n ta je d e l a s f ó r m u l a s
terminológica resulta interesante porque en el ‘para todo’ queda in cluido el corte que d aría c ue nta de la distancia recorrida respecto del que niega la función fálica y tam bién de la vigencia de la castración, de la angustia de castración como posible. Esto no nos dejará olvidar que el discurso del ‘para todo’, a veces ideologizado, tomado como algo por fue ra de la castración, es sin em bargo lo que está más de lleno metido en la función misma de la cas tración. E n la conocida crítica al falocentrismo no se considera su ad s cripción a dicha función y a veces se hace de él una lectura al modo de Juanito, tal como la haría un niño, como si fuera una reivindicación fálica im aginaria. ¿Cómo se organiza el deseo masculino, el deseo masculino que apun ta a la búsq ueda de la m uje r como objeto? Lacan lo escribe así: (a). El deseo en el hombre, en el ‘para todo’ en función fálica, es deseo del objeto, y la mujer ocupará ese lugar para el inconsciente. El pene faltante en la mujer, si bien por un lado enciende la llama nu nc a apa gada de la an gu stia de castración con lo cual puede producir tem or y ha sta aversión si la operato ria fracasó por demás, p or el otro funciona como motor causante de deseo y prueba de potencia viril. Esta posi ción en el deseo masculino coincide plenamente con la habida en el fantasm a [8 o a], con la realización del deseo en el fantasm a, ta l como es expresada en el plano inferior del esquema. En el capítulo “Una carta de almor” del seminario Aún, descri biendo el p lano inferior, dice: “Del lado del hombre inscribí, no cie rta m ente p ara privilegiarlo en modo alguno, el 8, y el O que como signifi cante es su soporte, lo cual se encarn a igualm ente en el Si que, en tre todos los significantes, es el significante del cual no hay significado y que, en lo que toca al sentido, simboliza su fracaso. [...] Esta 8, ... ese significante del que en suma ni siquiera depende, no tiene que ver, como partena ire, sino con el objeto a in scripto del otro lado de la barra. Sólo por el interm edio de ser la cau sa de su deseo le es dado alca nza r a su partenaire sexual, q ue es el Otro. P or es ta razón, como lo indica en otra pa rte la conjunción de 8 y a en mis gráficos, no es más que fan tas m a”.25 Acá se incluye, por la mención de la conjunción, un elemento del grafo de la subversión del sujeto: se trata del fantasma. El deseo del hombre no culmina ni se realiza sino en el fantasma. No hay otra posibilidad, salvo que el hombre confu nda a la mujer con el Otro, con Dios; pero ahí, donde el deseo no ha cabida, estam os en o tra v ertiente . 25. Lacan, Jacq ues. E l Sem inario de Jac que s Lacan. Libro 20. Aun. Op. cit., pág. 97. 61
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Dijimos con anterioridad que tanto hombre como mujer son significantes. Y como tales se e ncaden an y circulan discursivamente. ¿Cómo circula el ‘para tod o’ en el discurso de la histeria? La enun ciación histéric a pla nte a de dos modos diferentes su identificación con este lugar: uno, por su búsqueda de la mujer, de la Otra, en su condi ción de representación de ‘toda Una mujer’ y otro, cuando intenta ‘hacer el hombre’, fabricar El hombre. Estos dos lugares correspon den, en la enunciación histérica, al requisito de la presen cia del ‘todo ’ en el Otro al cual se accede por identificación; en ellos es puesta a prueba la castración bajo la modalidad de tener que señala rla, que marcarla, a veces bajo el incómodo disfraz de denuncia de la insufi ciencia, correlativa de la insatisfacción del deseo. A pare ntem ente los quiere ‘no castrados’ a esos ‘todos’ eréctiles a los que sin embargo busca para dem ostrar que ta m bié n a ellos les falta, lo cual por otra parte los hace deseantes y deseables, puesto que estos encuentros en tre los sexos no pue den acon tecer sin la m ediación de la castración. Desde otra perspectiva, tam bién la exigencia fem enina en el amor aspira paradójicamente a este lugar. La mu jer quiere ten er a un hom bre ‘todo para ella’ y estar ella ‘to da p ara él’; en su versión del comple jo de castración, esta aspiración es su único modo de asegurarse ante el tem or a la pérdida del amor, corresp ond iente femenino a la mascu lina ang us tia de castración. En este sentido, femineidad, amo r y celos constituyen una serie. A esta característica esencialmente femenina es imposible respon der del lado de la m ujer pues u n a m ujer no puede es tar a la altura de resp ond er desde nin gún ‘todo’, tal como se supone que lo cree quien encara semejante demanda. También es imposible hacerlo del lado del hombre en forma permanente ya que él puede respo nder con su deseo, con su objeto parcial, pero no pu ede d eshacer se de la detumescen cia, mom ento de caída repetido, irrevocable, y tam bién necesario aunque pueda ser in te rpreta do como desinteré s. En definitiva, estas exigencias son dem andas a la madre. La exigencia del ‘todismo’ de la mujer respecto del otro la divide aún más, dejándola ‘en fa lta’ respecto de dicha dem and a debido, precisam ente, al carác ter de su sujeción a la castración que la involucra como ‘no toda’, fálicamente hablando. Estos son los lugares que ocupan el lado hombre de la división sexual.
III. D e s m o n t a j e
de las fórmulas
El ‘para no-todo’ A lo largo del lado derecho de las fórmulas, el que está entre lo Imposible y lo Co ntingente, nos en contram os con lo no inscribible -d e lo que atestigua Ju an ito con su premisa un iversal-, salvo inventando algún modo de escritu ra, que es lo realizado por Lacan en este caso al modificar la escritura lógico-matemática en cuanto a la negación de algunos de sus térm inos. Pero, ¿se tra ta de un déficit específico de ese tipo de formalización? El ‘inconveniente’ parece alojarse también en otros campos de la escritura, p or ejemplo en nue stra lengua, cuya gram á tica tampoco le hace un lugar al femenino de la p alab ra sexo. Apreciémos lo, divirtiéndonos, con el tratamiento que hace del tema el humorista brasileño Luis Feman do Verissimo en su libro “La madre de Fre ud”, un extracto del cual apareció publicado en un periódico argentino. “Sexa” 26 — Papá... — ¿Hummm? — ¿Cómo es el femenino de sexo? — ¿Qué? — El femen ino de sexo. — No tiene. — ¿Sexo no tie ne femenino? — No. — ¿Sólo hay sexo masculino? — Sí. Es decir, no. Existen dos sexos. Masculino y femen ino. — ¿Y cómo es el femen ino de sexo? — No tiene femenino. Sexo es siem pre masculino. — Pero tú mismo dijiste que hay sexo masculino y femen ino. — El sexo puede ser masculino o femenino. La pala bra “sexo” es masculina. El sexo masculino, el sexo femenino. — ¿No debería ser “la sexa”? — No. — ¿Por qué no? — ¡Porque no! Disculpá. Porq ue no. “Sexo” es siempre masculino. — ¿El sexo de la m ujer es mascu lino? — Sí. ¡No! El sexo de la m ujer es femenino. — Y, ¿cómo es el femenino? 26. Página 12, Buenos Aires, Argentina, le de marzo de 1990. 63
( ( ( f
l
^ (
^ (
(
(
( ■
EN EL NOMBRE DE LA PALTA
— Sexo tam bién. Igual al del hombre. — ¿El sexo de la m ujer es igual al del hombre? — Sí. Es decir... Mirá. Hay sexo masculino y sexo femenino, ¿no es cierto? — Sí. — Son dos cosas diferentes. — Entonces, ¿cómo es el femenino de sexo? — Es igual al masculino. — Pero, ¿no son diferentes? — No. O, ¡sí! Pero la pala bra es la misma. Cambia el sexo, pero no cambia la palabra. — Pero entonces no cambia el sexo. Es siem pre masculino. — La pala bra es masculina. — No. “La palabra” es femenino. Si fu era masculino, se ría “e lp al...”. — ¡Basta! Andá a jugar. El muchacho sale y la m adre e ntra. El pad re comenta: — Tenemos que vigilar al gurí... — ¿Por qué? — Sólo piensa en gramática. La función del ‘para no-todo’ podría correspon der al particu lar ne gativo aristotélico, sólo que no tiene nada que ver con él. El partic ula r negativo en Aristóteles se enuncia como ‘algún ... no...’. No se trata aquí de ‘algun as que no...’ sino de ‘no-todas que sí...’. El ‘para no-todo’ lacaniano, desafiante y transgresor de las leyes de escritura de los cuantificadores, con esta ‘mala’ escritura efectuada para dar cuenta de lo que se quiere decir, especifica que la negación no recae sobre la función fálica ni sobre toda la fórmula; es un a negación que recae sola m ente sobre el ‘tod o’; he ahí la transgresión. Por eso, del lado m ujer se está plenamente en la función fálica, pero de este modo parcializado que es el ‘no-todo’. Dicho de otra m anera, ella está como no-toda en la función fálica. No-toda no quiere decir que algunas estén y otras no, más a llá de que esto pueda ocu rrir; sin embargo no se tr a ta de que se pla ntee un m argen para exceptuarse de la función sino que se especi fica u n a forma de es tar en ella. E sta categoría del ‘no-todo’ que da in scripta en la modalidad de la Contingencia. Lo Contingente es un a variedad de lo Posible que lo afirm a y/o lo niega, enunciando: ‘es C ontingente que S sea P ’, lo cual significa que tanto S puede ser P como no serlo. Por ejemplo, es con tingente que llueva, puede o no ocurrir, forma parte de lo posible pero no con ca rácte r necesario, así como es co nting ente el momento de una
III. D e s m o n t a j e
de las fórmulas
m ue rte y no la mu erte en sí. Para el caso del posicionamiento sexual es con tingen te la ocupación de ese lugar en el que la barr a reca e sobre el todo; se lo puede ocupar o no pero si se lo ocupa es bajo la forma del ‘no-todo’. Esta modalidad nos perm ite ubicar, po r ejemplo, el enc uen tro sexual. El encuentro sexual es contingente, es posible que ocurra pero tam bién es posible lo contrario; esta caracterizació n lo vin cu la estrecha mente con el modo de lo posible bajo la forma de una variante del mismo. También el amor como encuentro es contingente, es posible que se presente, pero tam bién es posible que no lo haga. Sólo pierde ese carácter de contingencia para las que no responden a lo real del ‘no-todo’ con la falta que conlleva, y así sostienen la delirante convicción de poder encontrarse con el Otro, con lo real, con lo Imposible, con Dios. Es ta po stulación del lugar de no-toda sirve para rom per con el mito de la m ujer como unifica nte, como unificada, como un todo, y tam bién p ara separar su lu gar del de la mad re. Como la cuestión de la sexuali dad queda planteada ya desde Freud del lado de lo masculino con su formulación de que ‘no hay libido más q ue m asculina’ equ ivalente en el inconsciente al ‘hay Un sexo’, ¿qué inscripción puede realiz arse p ara el lado mu jer si su sexo no entr a en la cuen ta? Este sin-lugar, este no-lugar no se plantea como un lugar vacío sino como uno plenamente ocupado al modo del ‘no-todo’, que es una negativización del un iversal. No hay univ ersal del lado de las m ujeres. Del lado de ellas, está el lugar del Otro, del Otro sexo. Lo cual es com plicado pues, ¿cómo establecerlo partie ndo de un conju nto vacío, de inexistencia, el de arrib a a la derecha del esquema? Ese lug ar del Otro sexo es ubicable en el grafo de la subv ersión del sujeto, o grafo del deseo, como se guste denominarlo. Este Otro del que hablamos no corresponde en dicho grafo a A, lugar de la verdad, aunq ue se diga que la mujer es la verdad del hombre, será su síntom a pero no tod a su verd ad... Su lu g ar te n d rá que ver con S (^ ), el significante de la falta en el Otro.
65
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
La mujer operando como Otro lo hace como significante de su fal ta. E sta es un a de las lecturas que caben a la frase de Freu d de que no hay libido más q ue m asculina, y de que la mujer no te nd ría posibilidad de inscripción en el inconsciente, ya que toda inscripción es fálica. Hay inscripción fálica y hay escritura de lo Imposible, única manera de poder atisbarlo. El carácte r de no-toda fálica abre para el lado de la mujer otra instancia que es tan legible como la del significante de la falta en el Otro. El lado de la mu jer es presentado en un a e strech a relación con lo radical del deseo en la consideración de la estructura, por compartir con él el lugar vacío en los campos de lo simbólico y lo real, por el lado del significan te y tam bié n del objeto. Siendo ‘no-todo ’ fálico, no ‘todo ’ fálico, sino com partiendo las insta ncia s de lo fálico y del con junto va cío, pla nte a u n problema m ás difícil de aprehender. Es por eso que prime ro Fre ud y después Lacan se pre gu nta n por el enigma de la mujer, haciéndolo Freud bajo la forma de ‘¿qué quiere una m ujer?’ [Was will das Weib?], y Lacan, ‘¿de qué gozan esas muje res ?’, ‘¿qué es eso que las psico analistas mujeres, desde M elanie Klein ha sta hoy saben pero no dicen?’. ¿Qué quieren, adem ás de qu erer s er m adres y, por esa vía, poder vin cularse m ás estre ch am en te con el falo? ¿Saben pero no dicen? ¿O habrá que admitir que no saben cómo explicar, no porque no qu iera n decir, sino porque no saben qué decir de eso? Admitir semejante oscuridad en el saber nos remite al núcleo mismo del significante de la falta, y obliga a reconocerlo como tal. Hay algo indecible e indecidible que proviene del S(A), lugar vacío de contenido que fig ura de ese modo la radical ignorancia respecto del deseo del Otro, el cual sólo adquirirá significación al estar articulado
ÍIÍ. D e s m o n t a j e d e l a s f ó r m u l a s
con el significante de la demanda - S o D - y sus requerimientos pulsionales. Desear algo de Un sexo o del Otro indica que las posiciones asumi das ya pueden ten er en c uen ta las diferencias entre ellos. H ablar de esta disparidad indica que el sujeto está dividido y hace trabajar a su falta, que se encamina deseando lo que no se tiene o lo que no se es, o sea deseando en función del falo ausente que vincula a los sexos. Dije de sea r y no amar, am ar es ‘da r lo que no se tiene...’ y desea r ap u n ta a ‘buscar a partir de lo que no se tiene...’. Aunque no se trata de algo muy diferente, porque en la tensión entre deseo y demanda lo que varía es el eje puesto sobre el agente de la operación: ‘me pides’, ‘te doy’, ‘te busco’, ‘te pido’, ‘me das’, ‘te colmo’, ‘me colmas’, etcétera. He a hí el juego ilusorio de la vinculación entre el Uno y el Otro, moto rizado por la real falta q ue ambos co m parten en su condición de seres hablantes. La complementariedad no pasa de ser pase de ilusionista, fugaz, im pac tante, excelso, y efímero. Es esta ilusión, por demá s con tingente como se ve, la que catectiza los ‘buenos’ encuentros, los enamoramientos apasionados que pasarían a ser considerados como los mejores, los únicos testigos de que la complementariedad sí existe y, a veces, la relación sexual también. Sólo que esos testigos inevita blem ente caducan pues no resis te n nada que apunte a su refutación; así vemos cómo las historias , esas ‘grand es h istorias ’, sucu m ben da n do paso nuevamente a la falta; algo comienza a faltar ahí o, porque falta, se inicia otro ciclo que renueva la ilusión. Y A D ’L ’UN, hay Uno, hay el Uno, hay lo Uno. Hay Uno, rasgo o sexo, y hay O tro. E ste O tro no es el otro - ‘a ’- de la alteridad, no es el de la relación especular, ni es el Otro - ‘A’- de la verdad, o del lenguaje, o de la ley, sino que es el Otro como diferencia radical respecto del Uno. Aho ra bien, el Otro -A - y el objeto -a -, como dos imposibles y por ello re ales, aparecen funcio nalm ente an udados, eficazm ente en trelazados, expresando lo radical de la ausencia de coordinación con algo m aterial que pued a brinda r satisfacción real pa ra un hab lante. El primitivo objeto del deseo ha debido pasa r por todos los avatare s del estadio del espejo, contribuyen do a la conformación del im aginario humano, del narcisismo, de la instancia yoica, antes de quedar despo jado de tal carácte r inicial y pasar a ser denotación del objeto a, del o como causa de deseo, como agente, y también como producto (el hijo) en tre la m adre y el falo. El lado de la mujer, el Otro lado, aparece tironeado e n tre lo no-todo fálico y el S(A), lug ar del deseo del Otro, expresión m áxim a del vacia m iento en el grafo del deseo, que em erge bajo la form a de lo pulsional, del Che vuoil, y es sostenido por el fantasm a. 67
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
El fantas m a se pre sen ta con sus velos y sus cob erturas que escon den lo más preciado y recóndito del goce, y la deman da te nd rá a bien tram itarlo por medio de la palabra; así, lo real del deseo qu edará apa labrado por la dem anda y enc on trará cobijo en el fantasma. El significante de la falta en el Otro, vacío radical por la pérdida prim era , representa el cero de la inexistencia y, como tal, sólo pued e ser leído desde los lugares con valor fálico. La otra consecuencia que m arca la división operante en la identifi cación al lado mujer como valor sexual es que si ‘no-todo’ el goce en ella es del orden del goce sexual o fálico -considerando aquí sexual y fálico como equivalentes-, si no todo es fálico, queda un resto, inasimilable, ininscribible, qu e permanece vinculado a la falta radical, al significante de la fa lta en el Otro. Es de es te modo como la mujer queda dividida en el goce, entre el goce fálico no-todo y el goce femenino o suplementario. Así dividida, debe respond er a dos patrones; si pierde a uno de ellos se arriesga su posición. Cuando queda anula da la med ida fálica, corre el peligro de qu edar todo su goce del lado del Otro. Si se acaba con la medid a fálica, se acaba asimismo con la barradura en el Otro, quiero decir que se niega la negativización, la aus encia, el Otro aparece positivizado y es tamos por ejemplo en el goce místico o en la locura; el goce de lo Impo sible aparece como si fuera Posible. Ya dijimos que el ‘para no-todo’ deriva del ‘no existe uno que n o ’ lugar de lo Imposible. Pero no es ésa su ú nica derivación; los caminos hacia su aproximación requ ieren de otra vía, necesaria, pa ra inscribir la imposibilidad: es la vía del padre. El pasaje por la instancia p ater na es Necesaria pa ra ambos sexos. La vía del padre obliga a la m ujer a tran sita r la ru ta del hombre, desvío requerido por las equivalencias freudianas: heces, pene, niño, etcétera. Es e sta vía la que le posibilita la inscripción fálica. Pero no es la única. ¿Qué otra ruta le es necesario recorrer para encontrar un lugar partiendo de un no-lugar, de un lu gar de inexistencia, el del cero de la castración consumada en la mujer? ¿Qué relación mantiene con él? Vale la pen a ac lara r acá que el cotejo no se realiza con la madre, que en algún m omento de la trav esía edípica fue considerad a como ‘portánd o lo’, ella también, sino con el hecho de que las mujeres no tienen, ni tuvieron, ni ten drá n, pene alguno y que en es ta ‘pequ eña diferencia’ radica toda la distancia entre los sexos. Y ninguna cirugía, por mejor hecha q ue esté, podrá desm entirlo pues de lo que se tra ta es de simbo lizar ese real y no de trastrocarlo. 68
III.
D e s m o n t a je d e l a s f ó r m u l a s
¿Qué relación se establece entre lo Imposible y lo Contingente? Inv en tad a la función del ‘p ara no-todo’, Lacan con tinúa con otra s no vedades. D irá, por un lado, que ‘no es Imposible que la mu jer esté en la función fá lica’. No es Imposible que la m ujer acate la función fálica pues la m arca de la función pate rna lo hace Posible. No es imposible que la m ujer pa rticipe de la función fálica; es contingente. Lo contin gente acarrea lo real. ¿Qué quiere decir esto? Debido a su anteceden cia en el registro de lo imposible, de lo real, de la inexistenc ia, el modo de e star es incalculable pues no hay dónde anclar para establecer al guna medida; debido a ello, esta relación entre el ‘no-una’ y el ‘notoda’ es indecidible. Este carácter de incalculable o de indecidible que tiene que ver fun dam en talm ente con el goce femenino queda muy bien ejemplificado con el paralelo que establece Lacan en tre dicho goce y los efectos de la interpretación, considerando a ambos como incalculables de antema no. Dice al respecto q ue los militares pu eden planificar sus e strateg ias de gu erra pero no pueden saber cuántos soldados pueden perd er en ella, cuántos se pue den p erd er de cada bando, ¿por qué?, porque nadie sabe del goce de la muerte, de uno en uno, de cada uno de ellos. Y ese goce es lo incalculable, el resto imprevisible que se sustrae a todo cálculo que se qu iera exacto.27 Esto es lo enigmático del goce femenino; nadie sabe de él, de uno en uno; ese es el resto incalculable e indecidible que hay en el ‘notodo’. El placer de órgano del lado masculino acota el goce sexual en juego aunque no nos diga mucho en cuanto al deseo que lo mueve. Tenem os el Uno y el Otro. El Otro es el lado heteros. E n una parte de L ’É to urdit hay un juego significante que empieza en griego, pasa por el fra ncés y continúa... “Sigue quedando la carrera siem pre abie r ta al equívoco del significante: el £,xepoí¡ [Eteros] al declinarse en el ^xepa [Etera], se eteriza [s’éthérise] y aún más se hetairiza [s’héta'irise]...”28 A partir del heteros se organiza una cadena: heteros / hetera / se eteriza / se hetairiza . Del hetero masculino -otro, diversidad-, a hetera, femenino y plural, a eterizar, derivado de éter, en medicina: anestesiar, se eteriza y ¿deviene? hetaira o he tera , cortesana, m ujer pública o pros tituta ; o sea, de lo Otro al establecimiento de la mayor distanc ia posi ble entre el goce sexual y el deseo o, más bien, el amor. La p rostitu ta 27. Lacan, Jacqu es. “Los no incauto s ye rra n” . “Les no n-dupes err ent”. Semi nario 21. Inédito. 1973-1974. Sesión del 20-11-1973. 28. Lacan, Jacq ues, L’Étou rdi t, op. cit, pág. 34. 69
( (
EN EL NOMBRE DE LA PALTA
'
/
(
(
trabaja, ¿y su goce? ¿es del rebajamiento del Uno, es del dinero, es tam bién de lo sexual? Ese plus-de-goce prese nte en toda in stancia pro ductiva, laboral, eso que trascie nde los requ erim ientos y los beneficios de la necesidad, ¿de qué índole es? Allí se está en la posición de objeto p ara algún sujeto que paga por gozar; la función es soste nerse como causa del deseo, sea éste cual fuere, y allí entran a tallar las condicio nes del contrato. La de la puta es una posición eminentemente feme nin a más allá de quien ejerza esa ocupación, e incluso a veces tal té r mino llega a adquirir el carácter de un piropo o de un insulto que exacerba la condición erótica. Esta cadena podría ser no mbrada: ‘de la frígida a la puta’, donde lo Otro en lo femenino sufre una serie de transform aciones ha sta acceder al goce. Esta cadena significante refe rida al lado m ujer provee la modulación pro veniente del héteros como descom pletamiento del Uno, o como su resta, el Uno-en-menos; el Otro como el Uno-en-menos. Este luga r en el que no funcion a el ‘todo’ hace que sus in tegran tes, pro venientes de un conjunto vacío, deban ser consideradas una por una pues no hay una respuesta de ‘clase’ de elementos como para el lado hombre. Donde se enc arn a muy b ien esta condición es en el mito del Don Ju an que, trabajan do con el fan tasm a femenino, propone casi caricaturescamente la condición de lo femenino en el sentido de ser tomada por el Uno, u na por una, de un a en una. El problema del orgasmo en la mujer m uestra otra diferencia res pecto del varón. Nada hay en su cuerpo que dé cuenta de él, de su existencia, de por dónde p asa ni dónde se aloja. La acotación de placer que el órgano posibilita en el varón aleja el temor de la posibilidad de perderse en el Otro y de tener que sostener la barra para no caer en la locura, como sí parece ocurrir del lado de las mujeres. Algunos estu diosos buscan afanosam ente esta localización corporal, ¿proveería tra n quilidad? y ha sta dicen que la han encontrado, me refiero al tan m en tado ‘punto G’, el supuesto órgano en el cuerpo que daría cuenta del alojamiento del goce, pues sin eso ¿qué? La pérdida de tod a referencia puede resu ltar muy angustiante. Lacan ‘localiza’ el goce femenino ‘entre centro y ausencia’, el cen tro es fálico y la ausen cia es del Otro, como otra de las consecuencias de la barra . No es que el Otro no esté au sen te p ara el lado del hombre, pero el e star a pleno en la función fálica vela en parte esta in stancia de lo real que tom a un valor de predom inancia del lado de la mujer. E stos son nombres para el significante que determina tal ausencia radical, puesto que lo que suple a lo real es el significante. Al decir medida fálica se da por su pu esta y por sentada la marc a del significante, el del Nombre-del-Padre, sino no se podría habla r de Ox ni de medida fálica.
III.
D e s m o n t a je de l a s f ó r m u l a s
Pero tam bién debemos co ntar con la preexistencia de la b ar ra sobre el Otro, a sa ber con el S (A). Hab lar de falo indica que el varón es ‘el’ modelo. No hay dos mode los. Y la fa lta se teje alre ded or de ese modelo. E ste modelo fue ap orta do por Jua nito a Fre ud, quien lo supo leer y hacer teoría psicoanalítica de un a teo ría sexual infantil, la de la prem isa unive rsal del pene. P ara la moral cultural la respuesta es otra: el hombre tiene una cosa y la m ujer tien e otra, llamados pene y vagina respectivamente, con lo cual los sexos se complementan ‘naturalmente’. Pero no hay, para el in consciente, un órgano que se empareje con el pene, a pesa r de que un hijo pueda sustituirlo o represe ntarlo m omen táneamen te. D enotar esta ausencia de par ordenado p ara em parejar ha tomado el nombre de falo simbólico y, en su relación con el objeto a, es lo que sostiene como intersección vacía lo que ocurre entre hombres y mujeres, permitien do los encuen tros su sten tad os en es ta doble falta. Si el refe ren te es O, el modo de encau zarse hacia él viene del fantasm a, viene del a. La oposición vigente en tre el ‘pa ra todo’ y el ‘pa ra no-todo’ tiene el carácter de falla, falta, deseo, objeto a, y es nombrada de todos esos modos, sin ah orra r palabras, para hacer hincapié en la hiancia que los sepa ra y constituye. Es esto lo que vincula y torn a posible algún orden de en cuen tro o al meno s de creencia en el encuentro, que no lo puede ha be r sin creencia. Pu es en el enc uen tro se tra ta de suplencia, suplen cia de la falta de inscripció n. S uplencia hab la de lo simbólico y lo im a ginario trabajando mancom unadam ente para marcar, para e ntretejer algo de ese real inasible. Podemos decir que, a la suplencia en la es tructura, le responde la creencia en la subjetividad. Reproduciré ah ora dos poemas con los que Philippe Ju lien ilustra la temática del muro que separa a hombres y mujeres, y del enigma del goce que entre ellos habita. El primero de ellos es de Georges Brassens y se llama “Noventa y cinco por cien to” (“Quatre vin gt quinze pour cent ” ). Podemos agregar, ¿noventa y cinco por ciento de frígidas, de insatisfechas, de mujeres que conocen mucho y saben muy bien del semblante como para m an tenerlos a ‘ellos’ enhiestos y satisfechos con su envergadura fálica? Y ellas, ‘pura caridad’, ¿de qué gozan? ¿de mantener enhiesto el falo en el partenaire, o de algo más? Podemos dejar por ahora estas preguntas. He aquí el poema: ‘Nov enta y cinco veces sobre cien La mujer se fastidia al coger Que ella lo calle o lo confiese. No todos los días se le abre n las nalgas 71
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Los pobres tipos convencidos De lo con trario son cornudos (...) Los ‘¡más!’, los ‘¡eso está bien!’, los ‘¡continúa!’, Que ella grita pa ra sim ular que sube a las nubes Es pura caridad. Los suspiros de ángeles Sólo son en general piadosas mentiras. Son al solo fin de que su partenaire Se crea un am ante extraordinario Que el gallo imbécil y pretencioso Por ahí-abajo no qu ede decepcionado.’29 Nuevamente, ¿de qué gozan? ¿sólo fingen el goce, se tra ta sola m en te de u na dialéctica del engaño? A veces, muchas veces puede tra tarse de eso pero no nos engañemos, no siempre -por suerte- es así. Del goce fálico se pueden hacer fintas, pero ¿cuál es ese plus que per manece indeterminado? Si sólo se nos en trega n m urmu llos en el luga r de la falta de saber respecto del goce en una mujer es porque hay un goce no ubicable dado que en él se pone en jue go todo el ser, ‘ser el falo’ con todo el cuerpo para responder desde ese lugar de objeto de deseo que sostiene la relación con el partenaire, con el otro. Para acercar el enigma de la ubicación de este goce femenino, s ustraído de la ma teria lidad de un órgano, deberemos escuchar una vez más a la Esfinge: cada uno, cada un a deberá e nco ntrar su resp uesta pa ra él. Detengámonos en el segundo poema que transcribe Julien, es de Hadewijch D’Anvers, y habla del amor cortés. Dice: ‘Mi an gu stia es grande, desconocida por los hom bres que son crueles y qu isieran prohibirm e esta meta, hacia donde van las fuerzas del amor. Ellos la ignoran y ¿qué puedo yo decirles? Debo pues vivir lo qu e soy: lo que el amor me inspira, allí es tá mi se r y a ello con sagra ré mi esfuerzo. ‘Es te orden al que el amo r mismo m e intima lanza mi espíritu a la aventura: esto que no tiene ni forma, ni razón, ni figura, pero que se pued e sentir claramente, 29. Julien, Philippe. “E ntre el hombre y la mujer está el a-muro” en Revista Littoral La declaración de sexo, N° 11/12, junio 1991, E.EE.L. Córdoba, República Argen tina, 1991. P ág4 5. 72
I ÍL D e s m o n t a j e d e l a s f ó r m u l a s
es la susta nc ia de mi alegría, hacia lo cual no dejo de tender y por lo que sufro tan tos días amargos. Este desierto es cruel, y nad a se le asemeja; que el amor hace en su dominio cuando nue stro deseo languidece por él y que sentimos sin conocerlo jam ás . Se manifiesta en huida, se lo persigue, no se lo puede ver: m antie ne el corazón doliente y vigilante. ,3° ¿Qué es aquello con lo que se ten sa la cuerd a del am or sino ‘eso’ en tanto ausente?, ‘lo que amor me inspira, es ahí donde está mi ser’, ‘es algo que no tiene ni forma, ni razón, ni fig ur a ’, pero que se lo puede ex perim entar claram ente. No es el deseo, en este caso: ‘cuando nu es tro deseo languidece por él y ... lo sentimo s sin conocerlo jam ás . Se m anifiesta huyendo, se lo persigue, no se puede verlo’... No hay cono cimiento. Por más enigm ático que sea dicho goce, lo que no deja lugar a dudas cuando se pro duce es la convicción que lo acompaña. P Julie n recoge estos dos poemas pa ra m ostra r sendas figuras que le perm iten h ab lar del goce femenino, de aquel Otro goce que acompa ña al que no es todo fálico. Así como el deseo m asculino escrito de es te modo: O (a) puede leer se deseo de a en función de O, deseo del objeto en función del falo, y apunta a la mujer ubicándola en tal lugar, el deseo femenino: Á {(p), tom a esta o tra ca racte rística de ser deseo del falo en función del Otro barrado. Ento nces, así como el hom bre busca a la m ujer como objeto, pero tras de ella al falo, la m uje r busca el pene o el hijo como tapón, como falo, pero en función del Otro barrado. Si bien el falo está en ambas búsquedas, se hace patente en esta forma de escribir la posi ción asim étrica an te el deseo, la presencia de la división en el goce del lado de la mujer a trav és de su sostén en Á. En esta a sim etría tocante al deseo está claramente presente la postulación freudiana. Podemos volver a Freud y recordar un tramo de las equivalencias que él cons truyó: pene = niño. El deseo femenino es deseo de hijo, pero siendo deseo de hijo como falo, en última instancia es deseo de falo. El deseo de la mujer pide por el falo para otorgar alguna significación y am arradero a lo que si no sería un a indefensa relación con el deseo del Otro. Si el hom bre bu sca el objeto y la m ujer busca el falo, ¿nos encontra30. Ibid., pág. 50. En Hadew ijch d ’A nve rs , París, Ed. Seuil, 1954. Págs. 93-94. 73
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
riamos por fin con la tan soñada complementariedad? Lamentable mente seguimos sin poder contar con ella, pues a pesar de que cada uno busque en el otro lo que cree que el otro tiene o es, no olvidemos que el hom bre busca el objeto en función del falo y que la m ujer busca tap ona r su privación con un objeto que haga las veces de falo. En ú lti ma instancia, ambos buscan lo mismo aunque desde distinto lugar. Ambos buscan el falo como si fue ra asunto de existencia y de posesión. El falo no existe, y esto los mancom una. Ambos buscan lo que les falta, al modo de Eros. Si nada les faltara no h abría razó n para buscar. O sea que esa búsqueda signada por el deseo es un a búsq ueda ‘en el nom bre de la falta’. Dicha búsqueda enc uen tra su m orada como realización en el fan tasm a, lug ar privilegiado de anclaje y articulación ( o ) de las faltas radicales: la del campo de lo real (el objeto) y la del campo de lo simbó lico (el sujeto dividido por efecto del significante). Pero nada puede ser mostrado en su desnudez y menos aún lo real del agujero. Por ello el fantasma tiene un fiel guardián; nos faltaba mencionar un campo, el de lo imaginario, que con sus velos y placenteros jugueteos, indica la vía al tiempo que proteje el rincón del goce. El encuentro se produce en el fan tasm a como realización. A veces, uno se pregunta: ¿por qué me fue bien justo con ése, y mal con aquel otro que tanto me gustaba y tan interesado en mí estaba? No se puede dar respuesta ni argumento a semejante interrogante -excepto en el recorrido de un análisis- porque la respuesta está en otro lado, está en el fantasma. El a está del lado de las mujeres pues funciona a modo de tapona miento de lo real, taponamiento de lo imposible. Las flechas del lado de la mujer, no confluyen en el ha sino que muestran un trayecto in verso; pa rtiendo de ese lugar, siguen u n recorrido divergente, señ alan do cómo queda dividida en tre y S(A), con lo que no la connota de más plen itud sino que esa m isma direccionalidad m ue stra la división que la atra viesa. Este piso inferior se deduce de la lógica que sostiene los pisos supe riores en cad a un a de sus posiciones. Hacia el a se dirige el 8 que viene del lado del hombre, y es lo que va del sexo como Uno hacia el sexo como Otro. Este es uno de los lugares en los que Lacan se afirma pa ra avanzar sobre los impases de Freud en lo atinente a la elaboración del objeto, de la castración, de su roca viva y del fin de análisis. La concepción de fin de análisis freudiano no transita el camino hasta el final que pro pone Lacan sino que se puede decir, ya contando con ambas elabora ciones, que Freu d detiene la cura en un a instanc ia que para L acan es una estación de la misma. Allí donde el primero concluye, en el tope
III. D e s m o n t a je de l a s f ó r m u l a s
fálico en tre la an gu stia de castración y la envidia del pen e, el segundo indica seguir recorriendo por la ru ta del objeto para, en el final, sepa rarlo de su par en la falta, el falo. La conceptualización del objeto a perm itir á en su cesivas elab oraciones avanzar por so bre el tem a de lo fálico para de strab ar dicho límite e inco rporar que no todo es pasible de ser dicho, que no hay universo de discurso, para lo cual este goce femenino en relación con el Otro, ese O tro goce que no es el goce fálico, es una referen cia más que perm ite pe ns ar el problem a. Del goce fálico se pueden hacer fintas de fintas, como decía Brassens, si está en fu n ción. Pero del Otro goce, ¿qué? ¿Cómo se da ese enc uen tro que suple la falta de relación, de arm o nía estructural? Volviendo al esquema, del lado del hombre tenemos a 8 y a O. La flecha es una y, desde 8, se dirige resueltamente, hacia el a. El hom bre, regulado por el goce fálico, opera como 8, sujeto dividido dirigido á la m ujer como a, r ep res en tan te del objeto que lo causa en su deseo. No pasa desapercibido el hecho de que queda de este modo indica da, en el final de este esquema, la fórmula del fantasma. Gracias a su intermediación se encuen tran y desenc uentran los hum anos; nada hay menos concreto y m ás con sistente en cuanto al goce de un os y otras. Pero precisamente por ello no se puede obviar que este objeto del que estamos hablando -llamado mujer- es un objeto parcial, alojado en algún agujero corporal si al cuerpo erógeno nos referimos, que fue pro visto con ante rio rid ad por la dem anda edípica. Así podremos dife ren ciar el hecho de que la m ujer fun cione como objeto cau sa del deseo p a ra el hom bre en el fanta sm a, del hecho de que la m uje r esté posicionada y obre como objeto de goce, al modo m asoquista, en su fantasma. La pun tualidad con que se registran los encuen tros -p o r más que d ure n- trasluce, de vez en vez, que el ‘no hay relació n’ es equivalente, como enunciación, a que ‘la pulsión no tiene objeto’ por lo cual el de seo, erráticamente, volverá a buscar una satisfacción que se le hurta con demasiada prontitud. ‘No hay relación ’ es equivalente a q ue el objeto está radicalm ente perdido para cualq uier ser habla nte y a que toda satisfacción es de carác ter alucinatorio. ‘No hay relación’ es equivalente a que cualquier encuentro, por m ás feliz y durade ro que resu lte, siem pre es fallido. P ar a el único en cuentro no fallido sino plenamente consumado, el psicoanálisis acuñó el término de pasaje al acto en su versión lograda: la del suicidio. Se podría decir que en él -deducción lógica m edia nte - sí hab ría relación 75
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
sexual. No hay en ello apología del suicidio. Su aparente éxito denota su mismo fracaso pues solamente a través de lo fallido, es decir de la emergencia del deseo inconsciente, se arr as tra lo real, pero articulado. ‘No hay relación’ porque el encuentro entre dos faltas ignoradas no puede satisfacer, de ningún modo, la aspiración a que se las reduz ca. “Te pido que rechaces lo que te ofrezco pues no es eso”, nos enseñó Lacan. No ‘es eso’ ni hay manera de que lo sea. No hay manera de saber de esa falta; sólo baste sab er que existe y es tá en función, lo cual nos permite seguir deseando, y demandando, o sea, relacionándonos con nuestro s congéneres. Tenemos la par te inferior de esta formulación en el esquema.
El sector inferior del esquema se refiere específicamente a la for mulación de los goces sexuales en hombres y mujeres; goces sexuales que quedan absolutamente determinados por los lugares superiores de la fórmula, respecto a su forma de inscripción en la función fálica. Veamos algun as cuestiones que tienen que ver, en sentido m ás am plio, con esta postulación. La diferencia del goce sexual en hom bres y m ujeres va a determ i nar el régimen del encuentro entre ellos. ¿Y qué modo de encuentro puede haber entre los sexos ya que venimos insistiendo en que no hay entre ellos medida común a la cual recurrir? Hombres y mujeres, en general y en particular, disfrutan y sufren con todas las variantes inventadas o inventables- a su alcance para paliar semejante dificultad. Más aún , según sus propias confesiones, las vicisitudes de los en cuentros fueron m otor de interés inicial tanto p ara Freud como pa ra Lacan. En ambos casos, la búsqueda de respuestas p ara este in terro gante mayúsculo duró todo lo que duró el tiempo de teorización en cada uno de ellos. Me voy a deten er un insta nte en un a formulación de Lacan, cerca na aun que previa al grupo de seminarios que mencioné al inicio, que está en el seminario La lógica del fanta sm a de 1966-67, y anticipa lo que será la plena convicción en el planteo cuantificacional. Sostiene en varias sesiones del mismo que “no hay acto sexual, pero q ue no hay
III. D e s m o n t a j e
de las fórmulas
sino acto sexual”.31 E sta formulación, e n aparienc ia ta n con tradictoria en sus términos, con tiene en plenitud la idea de que ‘no hay relación sexual’. ‘No hay acto sexua l’ en el sentido lato del térm ino acto, sem ejante a relación, a proporción armónica, a algo que permita plantear la bip olaridad sexual, que dé pie a pensar que todos los de u n sexo enca jan en los del otro sexo al modo de la llave en la cerradura. No existe para el ser hum ano habla nte , sujeto a las leyes del lenguaje, encastre similar al instintu al. Si lo hubiera im plicaría un a repa rtición al modo de los conjuntos complementarios, con una proporción definible, im plicaría conta r con u n significante para cada uno de los sexos, im plica ría u na relación biunívoca o biyectiva entre ambos. Po r esto el ‘no hay acto sexual’ es otro modo de decir que lo que vincula a los sexos es la falta, es la hiancia, es el significante fálico, es el objeto a, son los términos que nombran a la castración, y que no hay un goce que los unifique. ‘No hay sino acto sex ual’ en el sentido específicam ente psicoanalítico del término acto, como producto significante. Que haya acto es prácticam ente equivalente a decir que no hay relación. No hay rela ción puesto que este acto que vincula y permite el encuentro de los sexos es algo que está mediatizado por la castración, es decir que los hom bres m ue stren signos de su deseo hacia las m ujeres, y viceversa; esos signos m ue stran su falta, a sab er que el falo está en o tra pa rte y, también, en ninguna. Entonce s, si planteam os que no hay acto pero que no hay sino acto, nos encontramos con dos formulaciones entre las cuales se produce una intersección. ¿Qué ocupa esa intersección?, ¿qué puede vincular al ‘no hay acto’ con el ‘no hay sino acto’? No otra cosa que lo que produce dicha intersección: las dos faltas radicales, a las que insis ten tem en te aludimos, en los respectivos campos de lo simbólico y de lo real. Una vez garantizada la circulación del significante fálico, y esta blecida la barra de la iden tificación que separa a hombre s de mujeres, lo que que da en la intersección y perm ite el enc uen tro e n tre los sexos Va a ser el objeto a e n sus cuatro versiones, y su ubicación fantasm ática según la m odalidad de cada una de ellas. Volvamos al inicio: ¿qué es ser hombre, qué es ser mujer? Si conve nimos en que se trata de significantes que se vinculan por medio de esta intersección, que es un lugar vacío ocupado por la función fálica, la consistencia del ‘se r’ no en tra en consideración en los térm inos a los 31. Lacan, Jacqu es. “La lógica del fan tas m a” . “La logique dup ha n tas m e”. Se minario 14. Inédito. 1966-1967. Sesiones desde el 12-4-1967 hasta el 14-61967. 77
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
que estam os ha bituados. El ser es significante y como tal no consiste; como tal, insiste y es la repetición quien se encarga vez a vez de anoticiarnos de tal insistencia. Quería intro ducir esto porque los cinco elementos que ap arecen en el plano inferior de este esqu em a involucran a am bas faltas: dicen de la falta de un significante, dicen de la falta de un objeto. Pero tamb ién, al incluir la formulación fantasm ática, de hecho se introduc e el regis tro de lo imaginario, proveedor de los velos que la realidad requiere para poner distancia con lo real. Hombre y mujer son significantes. ¿De qué cualidad es su goce entonces? ¿Un significante goza? ¿O se goza del significante? Si conve nimos en que el goce fálico no equivale ai goce del sentido y m enos aún al goce del Otro, lo debemos considerar como una mediatización que separa goce y O tro en tanto cuerpo, prim ero como cuerpo de la m adre y luego como cuerpo propio. Entonces, acá lo que va a estar en cues tión como goce es el falo y no el cuerpo en representación del Otro; veamos de qué m aneras distintas ocu rre esto para el hom bre y para la mujer. Es im po rtante recordar que lo atine nte al goce del Otro aparece en el esquema del lado de la mujer como goce inexistente y, en cuanto al Otro, imposible. Lo que no existe y lo Imposible ocupan el mismo lu gar en él, el lug ar de las prem isas. Si el Otro es inexistente, su goce se torna imposible, aunque existiera ‘excepcionalmente’ en el mito, pues ahí tampoco existe. De cualquier modo que se lo quiera pensar, consi derar al Otro es reflexionar sobre un lugar vacío de existencia real y sólo provisto de existencia lógica. Como Dios, como El, muerto, in consciente, o de las m últiples m ane ras en que podamos llegar a nom brarlo, sólo existe como posibilidad, y dicha posibilidad es la de nom brarlo. De ahí la im portancia de esta barradura que recae sobre él, así como la mediación fálica como sinónimo de castración, con lo cual se torna posible que algo del orden del encu entro se produzca; encu entro a nivel sexual, encuentro a nivel del amor. Si nos m anejam os con estos térm inos -castra ción , deseo, am or- como suplencias de lo que no hay falta de objeto, falta de significante, el Otro en tan to ausente, La mu jer que no existe-, estos recortes nom bra n el entretejido que cierne lo real pa ra anudarlo. El amor es u na de las suplencias posibles de la ausen cia de relación sexual; el deseo es otra, y a pesa r de la asim etría enjueg o -d el lado del hom bre por la am enaza de castración, del lado de la m ujer por la cas tración consum ada-, amor y deseo proporcionan tintes disímiles a estos goces. En ambos sexos la búsqu eda es del falo, aunque é sta se realice de
III. De s m o n t a j e
de las fórmulas
modo distinto. L a búsq ued a es del falo en tan to y en cuan to su a us en cia delata la castración p resen te pu esto que es un falo que, como todo significante, no significa nad a, y po r lo tan to es inope ran te como signo de consistencia o de plenitud; no es el pene, no es el órgano, es lo que queda como residuo subjetivo fruto del trabajo edípico. El goce sexual, p ara am bos sexos, queda vinculado al aun cuando se dirija al a. El hom bre ab orda a la mu jer al ser causado por ella como a, pero busca en ella el falo. El hombre como portador queda del lado del sem bla nte de goce, ta m bié n se puede decir que goza del sem blante, del fálico, pues finge su condición de po rtad or a veces h as ta hac er de ello u n a c aricatu ra de ser; tenemo s como ejemplo el tan m entad o m achis mo, no digo porteño , ni arg entino , pues no se tra ta de algo local, salvo en su form a; en efecto, cada cultura provee significantes pa ra ficcionar la potencia en raizad a en el pene pu esto que en él el goce es tá jugado a nivel del órgano. Y esto es muy importante. El órgano queda implicado como ‘el’ rep res en tan te fálico de la po sibilidad de goce sexual. Su buen o mal funcionamiento, el grado de potencia que evidencie, recaerá so bre el p ortador no perm itiéndole ol vidar fácilmente la am enaza de castración; recaerá sob re él de m últi ples m aneras, pero en todas ellas m uch as veces arrastrará consigo m ás de lo que pu ntu alm en te puede es tar en juego; m uchas veces oficiará al modo de ‘semiplena’ prueba de virilidad; muchas veces no importa tan to el hecho de interro ga rse por el deseo enjueg o, incluso por si está presente o ausente de la escena; lo que importa es el ‘funcio nam ie nto ’, Ju ez Supremo dictaminan do sobre la virilidad del sujeto en cuestión. Otros atributos pierden valor si el ‘principal’ desoye la orden de erec ción; para el varón, la erección es emblemática y el pene debe respal da rla cuando corresponda; a veces se argu m en ta que el susodicho está turbado ‘por amor’, ‘por culpa’, ‘que ya pasará’, ‘que la próxima vez’, etcétera; pero esas observaciones tan reiteradas por la filmografia, ¿con vencen aun qu e s ean ciertas? ¿o qu eda rá algún hálito de sospecha cir cund ando el ambiente? Y au nq ue funcione ‘como Dios m an da’ ¿qué le habrá pasado a la partenairel, ¡parecía satisfecha! Pero, ¿será como dice B rassens? En el Vx.Ox’, la am enaz a y la ang ustia de castración se jueg an en esos términos, con lo cual las dificultades vinculadas con el placer de órgano pueden llegar a ser bastante cruentas, ya que todo el goce es alojado ahí. E sta a sim etría con la m ujer es fund am ental. Del lado de la mu jer esto no ocurre; hay un a disyunción, u n a sepa ración en tre el semb lante y el goce porque, no estando tod a en el goce fálico, careciendo de la ex istencia del órgano, e ste goce qued a jugado en p arte con la búsqu eda del pene en el hombre y su su stituto en el 79
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
hijo (Freud), y en parte más allá del falo, por fuera de él. Este ‘por fuera del falo’ es lo que Lacan llama el goce femenino, específicam ente femenino, suplementario, que ya no es goce sexual. La m ujer puede fingir el goce sin ten er necesidad -o posibilidadde llegar a él; au sen te la pru eba de la delatora erección, puede hacer creer que está completamente entregada, gozando ‘como nunca an te s’, ‘como con nin gú n o tro ’, ‘como jam ás lo hu biera soñad o’, aun que pueda estar muy lejos de tan exultante escena. Las dos instan cias vacías, del significante y del objeto, repre sen tan la castración; hacia ellas se apunta para rellenar el agujero. Para el caso de las mujeres, ese significante que falta, que no es cubierto del todo po r el falo, produce el goce femenino específico. ¿De qué se goza si no hay órgano que aloje y avale dicho goce? Así como el goce masculino está preg nado de órgano, y queda m uy acotado en él, p ara el goce femenino hay que p en sar e n la pregnanc ia de la palabra; dicen de las mujeres que ‘hablan mucho más que los hombres’, ‘que se van por las ramas’, ‘que son indiscretas’, ‘que son metonímicas en el decir’, ‘que lo único que s aben hac er es ha blar ’, en fin, que gozan mucho hablando. En la dialéctica del ser y tener... el falo, a la m ujer le corresponde el ser, ser el falo con todo su cuerpo, y no podemos d ecir que no se ocupe de él, no podemos decir que no lo ejerza con todas las arm as a su a lcan ce, hijos incluidos, aunque no siempre en primer lugar. Pero esto no parece bastar; dicen de ellas que lo que m ás les gusta es hablar. Hay decir, mucho decir y h as ta decir loco a veces, en esta bú squeda de sig nificante, esta búsqueda del Otro. Si bien el Otro está para ellas tan ausen te como pa ra los hom bres -por es truc tur a- la condición de care cer de un asen tam iento fálico más evidente las hace ha blar para po der decir aquello que no tiene amarre significante en el inconsciente. El amarre del que carece le es provisto por el lado del hombre y, funda mentalmente, por el lado del padre. Esto da cuenta, en parte, acerca de porqué es tan imp ortante para u na mu jer el ser requerida desde el deseo del hom bre, luego de que el pa dre la alojó en el linaje como hija. Si esto faltara , ¿cuál sería su referencia? Sólo qu eda ría la madre, qu e da ría Dios, y eso es la locura. Debido a la asimetría edípica, y por esta diferencia, el hombre in gresa a su vida sexual castrado simbólicamente bajo la forma de am e naz a de ca stración y la mu jer en tra en la relación sexual bajo el signo de la privación e struc tura l a ser jugad a como castración en tan to m a dre, con la búsqu eda del hijo en la serie de las equivalencias freudianas: que algo ocupe ese lugar, que algo pueda d ar m edida a esa falta. Otra manera de leer esta asimetría, como ya mencionamos, es a 80
III. D e sm o n ta je d e ia s f ó r m u l a s
trav és de la dialéctica del ser y te ner el falo. Teniendo el falo hay pla cer de órgano, siendo el falo hay necesidad de nominación para no volverse loca y de te n e r el hijo o algún equivalente como sustitu to. En este hijo ya está en juego la nominación, pues no hay asiento para él sin nom inación previa; entonces volvemos nuevam ente a la necesidad de la palabra como cobertura suplente de la falta, en forma predomi na nte , p ara el lado de las mujeres. Es esto lo que le viene del ‘al menos un o que n o’, de aquel lug ar fund ador de la función pa tern a y gestor de su significante. Ya dijimos qu e el goce de la mu jer se mueve en tre ‘ce ntro y a us en cia’. Entre centro y ausencia remite a la juntura, para el lado de la mujer, de los dos lugares del plano existencial en el cuadro de las fór mulas de la sexuación, ya que el centro queda recortado como el ‘al menos u no que dice n o’, y la ausencia como ‘no hay uno que diga no ’, es la ause ncia de O tro del lado de la mujer, por el hecho de que no ha y de su lado ese ‘al menos uno que diga que no’. La doble marca que la d etermin a indica que no se puede a rrib ar a tal posición sin pas ar por el lado del pad re y por el lado del hombre. Su punto de partida desde lo Imposible, y su ubicación en lo Contingente, son dos modos de señ alar lo real que le atañ e en forma dis tin ta que al hom bre. Pero e ste re al alojado en lo Con tingente puede funcion ar si y sólo si ha sido marcado por la función fálica que otorga med ida a lo que sin eso qued aría de sam arrado y locamente errático, en cuyo caso ya no nos estaríamos refiriendo a la posición identificatoria del lado mujer, adscripta a la función fálica al modo del no-todo. Este ‘no’ del no-todo indica lo real alojado en lo Contingente y articulado en ®x. Es otra razó n m ás pa ra que el ‘L a’ de este lado aparezca barrad o. L a ba rra insis te e n su m arca sobre el A desde todos los lugares. En la medida en que ser el falo y no tenerlo implica un goce no ubicable es que qu eda mucho más precisada del lado de las mu jeres la men cionada disyunción e ntre goce y semblante, que avala la pregu n ta: ¿de qué goza, en q ué goza, con qué goza, dónde goza? E sta falta de delimitación respecto a dónde e stá el punto de goce se aprec ia bien en la poesía de Hadewijch D’Anvers y el poema de Brassens. Entonces, ¿qué es lo que puede vin cular a estos dos modos del posicionamiento sexual? Lacan afirma contundentemente que entre los sexos hay relación social pero no sexual; entre los sexos quiere decir entre los seres hablantes. La relación social no sexual es la que está formulada, en tanto posible, en los maternas de los cuatro discursos cuyo origen no es otro que el psicoanalítico, razón por la cual no en contram os sim ilitud de concepciones en otras disciplinas. La relación sexual, en la medida en que es Imposible de establecer, 81
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
cae bajo el régimen del encuentro. El encuentro es del orden de lo C ontingen on tingen te como como form a de lo Posibl Posible, e, tanto ta nto si es afirmado como si es negado. Quedando Quedan do establecida la función fálica como como Posible Posible,, es Con tingente que haya algún tipo de encuentro entre hombres y mujeres. En este sen tido, lo lo Con tingente se nos torn a Necesari Necesario. o. Hacia el final del seminario Aú A ú n , en el capítulo titulado “La rata en el lab erin to”, to” , se puede leer: leer: “No hay relación sexual porqu e el goc gocee del Otro considerado como cuerpo es siempre inadecuado -perverso, po p o r u n lado la do,, e n t a n t o q ue el O tro tr o se red re d u c e al obje ob jeto to a - y por el otro, diría, loco loco,, enigm enig m ático” .32Y u n poco poco más m ás adela a delante... nte... “La “L a Contingencia, Con tingencia, la encarné en el cesa de no escribirse. Pues no hay allí más que en cuentro, encuentro en el part pa rtee n a ire ir e de los síntomas, de los afectos, de todo cuanto cua nto en cada quien qu ien m arca la huella hue lla de su exi exili lio, o, no com comoo sujeto sino como habla ha blant nte, e, de su exili exilioo de la relación sex ual”.3 ual ”.333 E sta es la po p o sib si b ilid il idad ad de v incu in cula laci cióó n e n t r e u n o s y o tro tr o s, y no es m á s q u e f a n t a s ma, sobre todo todo y fund am entalm ente pa ra el neurótico. P ara el perver perv er so se deberían hacer algunas salvedades, y aclarar que no se cuenta con esta posibilidad de vinculación en el campo de las psicosis. Dada la prevalencia de la cuestión del órgano órgano p ara el goc gocee mascu lino lino,, el pene alcanza e sta tu ra fálic fálicaa y funciona en estos enc uentro s si está es tá regulado regulad o por po r la le ley, a sab er por el deseo, deseo, a sabe r por el fantasm a. Con lo cual la articulación entre pene, ley, deseo y fantasma aparece como necesaria para el funcionamiento de dicho órgano. Así como como la castración qu eda tan t an ne tam ente en te localizada del lado del hom bre, lo lo que aparece como como su particu laridad larid ad del lado lado de la mu jer es la división. La mujer queda dividida respecto de su castración, por tener una doble antecedencia y por tener que separarse, en disyun ción, entre el semblante y el goce. El goce fálico en la mujer no es ubicable corporalmente, no hay órgano en el que pued a ser se r aloj alojad ado. o. Si se torna intolerable lo inasible del goce sexual para la mujer, si esto produce produce mucha m ucha ang ustia, ella ella puede buscar bus car algún refe rente ren te por el lado del hombre, ‘falicizándose más’ o intentando huir de la falta de consistencia de la medida fálica en la realidad, refugiándose en una supuesta consistencia que le proveería alguna encarnadura del Otro. Otra respuesta posible en ese caso es la dificultad de entregarse al Otro, el temor de diluirse en ese instante, de desamarrarse, de que darse sin ‘nada’, lo que hace retener ese goce fálico protegido por el fantasma. 32. 32. Lacan, Laca n, Jacq ues. ues . El Sem inario de Jacqu Jac ques es Lacan. Libro 20. 20. Aun. Aun . Op. cit., pág. pág . 174. Ib id.,., pág. 175. 33. Ibid
s m o n ta t a je je d e l a s f ó r m u l a s 11k D e sm
Alguien Alguien podría preg un tar se lo siguiente: siguiente: si todo todo encu entro sexual culm ina o se realiza en el fan tasm a y en el esquem a de de las fórmulas de la sexuación el fantasma se inicia en el lado hombre de la fórmula, ¿qué pasa con las las m ujeres?, ujeres?, ¿tienen o no no tienen fantasm a? Al introd u cir el comentario de este trabajo, indiqué la lectura de las fórmulas como la de ‘las dos mitades del sujeto’, lo cual anticipa la respuesta y recu erd a que el fan tas m a es asun to de sujeto, sujeto, o sea de articulación del del deseo deseo inconsciente, m ás a llá de la particu laridad del modo de vincula ción fálico. fálico. Hay distintas preguntas que nos podemos formular en cuanto a estas ‘dos mitades’, dos mitades que unidas no conforman unidad al guna pues son dos mitades de un sujeto dividido, dos caras o aspectos de la división subjetiva. Que haya que tomar posición respecto de la sexualidad en la vida adu lta es de un orde n q ue circula por carriles diferentes que los de las teoría s sexua les biologistas, o los de la sexualidad ‘n ‘n a tu ra l’ en el senti do de de la atracción y com plem entariedad de los los opuest opuestos. os. Que haya que tomar posición respecto de la sexualidad en la vida ad ulta es para la teo ría psicoa nalítica algo algo con conoc ocid idoo desde la observa ción freudiana en cuanto a la bisexualidad en la fantasía. Que haya que tomar posición respecto de la sexualidad en la vida adulta es con tingente respecto de la anatom ía de de base base.. Hom bres y mu jer je r e s p o d rá n u b ic a r s e de u n lado la do u o tro tr o de la b a r r a , ¿de ¿d e u n a vez p a ra siempre?, ¿de vez en vez?, ¿según de qué se trate? Entonc es, ¿la b a rr a es atravesable?, ¿de ¿de qué modo lo lo es? es? Además, ¿qué ocu rre con el fantasm a? E n el esquema, esquema, el 8, el suje to barra do, queda qu eda d el lado hom bre, y el objet objeto, o, el a, e stá del lado de de la mujer. ¿S dos fantasmas?, ¿fantasm a perverso perverso del del lad ladoo m u ¿See plan tean dos je r { a o 8 } , f a n t a s m a n e u ró tic ti c o del de l lado lad o h o m b re { 8 o a } ? Como Com o la pre p re g n a n c ia de la im a g e n es m u y f u e r t e en e s ta i n s ta n c i a del de l esqu es quem em a , uno pod ría llegar llegar a pe ns ar las cosas así. así. Pero reiterem os un a vez vez más. Se tr a ta de las las dos dos m itades del suje to, y para todo sujeto hay Un sexo y hay el Otro. Nadie -hombre o mujer- funciona permanentemente de un modo lineal aunque haga signo de ello. Nadie es todo el tiempo ‘para todo’ o ‘para no-todo’, del mismo mismo modo que nadie puede perma necer de forma forma indefinida en un solo solo discurso discurso (si (si pen sam os e n los cua tro -o cinco- que pergeñó Lacan). Lacan). La idea de de un a p erm anen cia sem ejante desmiente la conce concepc pció iónn de la división división y, por end e, del inconscie nte. Que por identificación uno ad qu iera u na posici posición ón sexual es algo algo de lo que conviene conviene no h ace r signo pues con el el guiño guiño alcanza p ara la lectu ra del deseo deseo desde el otro y el el signo signo puede trans form arse fácilmente en 83
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
pa p a ro d ia de lo q u e re p r e s e n ta . N adie ad ie es todo tod o el tiem tie m po ‘todo to do u n h o m br b r e ’ o ‘to ‘to d a u n a m u je r’; ello s e ría rí a c a rica ri catu ture resc scoo y h a s t a par p arad adój ójic icoo pue p uess ‘toda tod a u n a m uje r’ es un a descripción descripción perfecta pe rfecta del ‘p ‘p ara ar a tod o’, o’, o sea ¿de qué lado lado que daría se mejante mujer? Si tal adquisición adquisición identificatori identificatoriaa convence con su valor significante, resulta contrario a la concepción del significante pen sarla como como un inamovible, inamovible, como algo algo que ha ce sig no de lo real; tal sería la postura que equipara macho y hembra a varón y mujer, haciendo valer lo biológico para lo psíquico humano, obviando obviando el valor intrínseco intrínseco e instituye nte de la demanda, de la la pala b r a y de aque aq uelllloo en lo qu q u e a m b as se sos so s tie ti e n en: en : el dese de seoo del de l O tro. tro . Para el humano, primero estuvo el autoerotismo, el chupeteo. Ese dedo, dedo, in stru m en to y sucedáneo del seno com comoo elemen to inicial inicial del del pla cer cer, de la vivencia aluc inatoria inato ria de placer placer,, irá gradu gra du alm ente en te (o sea por grados, estableciendo así las diferencias de valor) valor) cediendo su lug ar a otros in strum ento s reprodu ctores del taponam iento de lo lo aguj agujere ereado. ado. Así, Así, el seno y las heces, antecedidos por la voz voz y la mirada, m irada, en trete je rá n en los bordes, cada uno a su modo, modo, y propon drán u n estil estiloo de rela ción alrededor alrede dor de lo que se simbolizará, simbolizará, nominánd olo, ese agujero es tructural imposible de abolir. Se lo llamará falo, y es lo que nos ocupa, no sólo como significante sino también como un quinto nombre para designar desig nar la categórica falta de objeto objeto.. Se tr a ta del falo falo como como objet objeto, o, tal como interviene en la causación de los encuentros sexuales (esto fue ampliamente desarrollado en el seminario “La angustia”). Nada hay de sexual en estos objetos a así nombrados; lo que les otorgará tal carácter será su condición de ofertados, de demandados para que se destaqu e e ntre ello elloss quien re su ltar á el privil privilegia egiado do que a nclará en el fan tasm a para -des de a h í- gara ntiz ar el goce. ce. Gara G arantiz ntizan an el go goce: ce: seno, seno, heces, voz voz y mirada, m irada, por ser se r las formas del a a-sexuado que se sexualizan en el fantasm fanta sm a. Asimismo debemos incluir en es ta serie el producto de lo causado -el hijo- ocupando un doble lugar, fálico y objetal, para el fantasma parental. Podemos decir que la incentivación por el a funciona fun ciona en todo todo sujeto sujeto sexuado. sexuado. Porque hay m edida fál fálic ica, a, porque porque hay fan tasm a armado -u n significante significante y un objet objetoo en m enos - pa ra el hom bre o pa ra la mujer, mujer, el el a de term ina u n modo de de enc uentro de un sexo sexo con con el el otro. otro. E n el compl complej ejoo de c astración estos objetos objetos a se acomodan según la estrate gia a vanzada por la asim etría edípic edípicaa en cuanto al destino fáli fáli co. El entretejido alrededor del complejo de castración se efectiviza po p o r las la s vía v íass del de l sig s ignn ific if icaa n te y del de l objet ob jeto. o. H ay modo mo doss espe es pecí cífic ficos os de f u n cionamiento cionam iento del objeto objeto de la pulsión e n cada estadio o fase fase libidinal, libidinal, y un modo de vincularse con el otro de la relación objetal según esa es peci pe cific ficid idad ad p ro v ista is ta p or el objeto obj eto.. L a v ía obje ob jeta tall y la vía ví a sig si g nifi ni fica cann te 84
III. D e sm o n ta je d e l a s f ó r m u l a s confluyen en la dem anda: se pide, a trav és del vehículo de la palabra, que se satisfaga, que se o bture con algún objeto el deseo que da iugar a tal demanda. Tenemos enunciados los dos lugares desde donde se in te n ta cubrir la falta: desde el ello con la pulsión vía objeto y desde el inconsciente por la vía significante. Lacan pla ntea que ambas in sta ncia s -la del ello y la del inco nscien te- deben sep ararse al final del análisis, perm itien do apreciar de semejante modo que ser el objeto a para el otro no lo cubre de su falta, no le evita su división. Y al respecto aten dam os a un a situación clínica. Un varón adu lto refiere que en su niñez presenció mu chas escenas de toqueteos infantiles e ntr e primos de edad cercana a la propia, y que él siempre se m antuvo al margen, en un a posición hipermo ralista, es piando. Pasado el tiempo, llega a la puberta d siendo obeso, luego de hab er sido un niño hiperalimentado por la madre. Así, e n tra a la ado lescencia en estado de obesidad y, en el momento de los primeros escarceos sexuales, se aísla totalm en te de todo el mundo p orq ue dice que ‘como no veía su pene, entonces creía no tene rlo’. E ra de tal t am a ño su panza que m an tenía la convicción de que si no lo veía no lo tenía, porque tampoco había signos que pro venie ra n de ese órgano, no había ningún tipo de erección, por lo cual no confiaba en su existencia. Esto lo lleva a pasar años de mucha ang ustia y total soledad, a nte la ver güenza de encontrarse con las chicas, que sí le gustaban, y mucho, pero de las cuales se m antenía completam ente aislado por pro pia vo luntad, sumido en la turbación de no te ne r con qué responder. Este es el punto de encuentro sexual que marca Lacan: ¿qué tiene un hombre para ofrecerle o para pedirle a una mujer, y viceversa?, potencia, m ascara da... En este punto , el joven perm anece detenido por la vergüenza, por la carencia, y se retrae. T ranscurren de este modo alrededor de diez años, preso de fantasías de homosexualidad que encontraban dónde alimentarse. Así como a la panza se la engor dó la madre, al pene se lo adelgazó el padre, diría yo. Porque en el mom ento de la efectuación de un a cerem onia que tenía que ve r con su virilidad y con su e ntra da social a la com unidad de los varon es (el BarMitzvá), su padre lo desvaloriza públicamente denigrando su imagen corporal respecto de otros varones presentes. La unión e n tre la panza de la mam á y este verdadero menosprecio de su imagen p or p arte del padre, configuran esta confluencia a raíz de lo cual, cuando empieza a exaltarse su pulsión, su potencial genital, no halla con qué responder y se aísla. Diez años de spués de vivir como un erm itaño e ncu en tra un a mu jer m enud ita, flaquita, an oréxica ella, que era ‘un p alito ’. In ten tan
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
hacer el amor, y pueden: encontró su ‘palito’. A partir de esto él co mienza un estado maníaco, de elación total, viviendo en ese estado, pero con un déficit fundam enta l del régim en fálico pues su pene era tomado por un pene real; entonces m ientras fun cionara todo iba bien, pero alg una detumescencia más allá del momento apropiado lo m an daba al diablo. Con esto quiero decir que ap arecían en esos mom entos dos manifestaciones: un a depresión ba stan te im por tante que iba acom pañada de una sospecha de homosexualidad. Y si esta sospecha fuera corroborada, si él llegara a convencerse de que esto e ra así, no le que daba sino el suicidio. Eran éstos los momentos de máxima angustia, de máximo ‘delirio’, con una mezcla de ideas que componían casi u na fantasía delirante. Cuando esto sucedía quedaba señalado el desama rr e del falo, como falta, como deseo, como motor y regulación de goce, pero a la causa se la ubicaba en lo n atu ral. Al pro ducirse estos inte nto s de volver la causa a lo natural, la subjetividad quedaba arrasada por completo, estallando los momentos más terroríficos, por supuesto los de mayor peligro y riesgo de pasaje al acto. Por eso digo que, en con gruen cia con que la m adre le engorda ra la panza, el padre le adelgaza ba el pito; am arra do como estaba al ser, difícil le resulta ba apostar al tener; esto, llevado a lo discursivo, indicaba que era muy dificultoso para él creerse hombre, porq ue esta ba todo el tiempo bajo la amenaza de dejar de serlo. E stab a mucho m ás vinculado al funcionamiento del pene como órgano que a una identificación con ciertos ideales mascu linos, y resp ond er con el pene desde un lugar identificatorio femenino no es algo posible. No im porta en este momento la evolución de ese trata m ie nto , pero me parece que hay elementos muy interesan tes p ara pen sar la eficacia del régimen fálico en función y la diferencia entre el semblante y la verd ad del goce, porqu e cuando se es tá ta n cerca del pasaje al acto, se torna patente la gran endeblez del régimen fálico. Con lo de pasaje al acto me refiero a la idea del suicidio como respuesta a la violentación de su posición sexuada po r parte del padre, por ne garle la m arca m as culina al desm en tir el acto de su asunción. E nton ces no es poca cosa lo que regula la función fálica. Pa ra este hombre -como, por otra parte, para cu alquiera- era tan importante el semblante de hombre como potencia fálica, que se le presentaba además de un modo que lo dejaba al borde de la locura, porq ue la fanta sía era más o menos la de una erección perm anente, estable, sin detum escen cia posible; y eso no se correspon de con el régi m en fálico. El fantas m a de este hombre era abso lutam ente femenino y perm anecía vinculado a u n padre gozador, al padre de la excepción, no al padre que o pera como transm isor d eseante de la función de ca stra
III. D e s m o n t a je d e l a s f ó r m u l a s
ción. Aporto un elemento más en esta línea. El padre de este hombre les hablaba perm ane ntem ente a sus hijos varones de su repugna ncia a los homosexuales, pero no dejaba de indicarles cuan to ap are nte hom o sexual apareciera en la pa nta lla del televisor; su tema preferido era la homosexualidad m asculina y allí quedaba a trapa da su m irada, inclui da su propia repugn ancia, desde la infancia de este hijo. O se a que ahí el deseo del pad re como goce estab a indicando m uy fue rtem en te qu e la posibilidad de ser m irado por él requería de la homosexualidad; la fan tasía era ser mujer pa ra este padre q ue no daba cabida como varones a sus hijos de sexo masculino. Los modos de respo nd er al deseo del padre son m últiples. Se puede responder desde el amor, se lo puede hacer desde el goce, se puede in ten tar seguir un a h uella en la que no esté indicado algún contenido sino solamen te el recorrido de la búsq ued a que le correspond e hac er a cada uno. Se puede p en sar qu e esto último es demasiado pretencioso; y en general lo es, puesto que en el entretejido demanda-deseo no es fácil hallar padres que, limpiamente, indiquen el rumbo a sus hijos dejando sus ideales de costado. Los entretejidos que se hacen sobre esta falla estru ctu ral de la cas tración son bastante importantes aunque no basten para recubrirla totalmente puesto que en realidad lo que hacen, en el mejor de los casos, es poder de jar a la luz esa falta, ese deseo. No es el caso de este hom bre que, con tan to inte nto por re cu brirla que daba caído, él con su pene, en fo rm a total. Por el lado del deseo o por el lado del amor, de todas maneras no hay que perder de vista que, aunqu e los encuentros teng an u n carác te r contingente, sólo le resta n eficacia momentánea al exilio de cada cual. Por más que dos personas se amen, por más p rofundo y sostenido que sea este amor, es difícil que compartan el mismo sueño, no me refiero a la ensoñación, al sueño del ideal, de las ilusiones ni al sueño del proyecto, sino al sueño como formación del inconsciente. No es factible que dos sujetos com partan el mismo sueño y eso m arca la sole dad de cada uno, el exilio de cada uno en lo referente a la relación sexual. Esto es así también a nivel fantasmático, aunque pueda dar pie a pensar lo contrario si se p lante a que hay encuentro fa nta sm ático, o que los encuentros se producen por cercanía fantasmática. Puede haber cercanías, pero son sólo eso, cercanías o vecindades. Por eso es ta n difícil de ga ran tiza r la felicidad de alguien au n cu ando el ten or del encuentro parezca poder hacerlo. El hombre que mencioné unas líneas más arriba estaba preso de un a distancia muy considerable en tre el ideal y el mandato, porque su ideal era de virilidad, de pater nida d. De hecho él se sen tía deficitario 87
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
respecto de este ideal, pero la homosexualidad funcionaba en él como un mandato, no era algo pulsional sino algo impuesto por la voz del padre y no por su pala bra, que la contrad ecía. Era la voz del padre no perm itie ndo olvidar su goce, el de él, el del p adre. ¿Qué otro lu gar de identificación quedaba para este hijo fijado a esa voz? El déficit de simbolización tom aba a ese pene efectivam ente como órgano, sin ate n der a las razones del deseo, el cual no importaba pues lo que se ponía en juego era casi del orden de lo natural, de lo real. Efectivamente, cuando a lguna regulación po r el deseo se produjo, por mom entos, esto sufría una transformación. Consideré de este modo la cuestión fantasm ática a p esar de que ese tratam iento no se desarrolló en forma amplia sino que fue interrumpido cuando una nueva homeostasis se instaló, transitoriamente; así ganó lo ‘natural’, pues las cosas habían retornado a su cauce y no m olestaban demasiado; segu ramen te, h asta la próxim a vez.
C a p ítu lo
IV
EL RÉGIMEN DEL SÍNTOMA, UN RÉGIMEN DE GOCE
P ara com enzar a pen sar la articulación en tre los tres té rm inos del título -régim en, síntom a y goce- podemos considerar el carác ter p arti cular de este ‘del’ o, más bien, del ‘de’ que'le corresponde. El ‘de’, tal como en ‘deseo de falo’ o ‘deseo de hijo’ o ‘deseo del Otro’ o ‘matanza del carnicero’, puede ser leído en dos sentidos. Lo genitivo implica lo que puede e ng end rar o producir algo -d e la raíz latina gen d erivan los término s progen itor y genitales- y es en este sentido, que acen túa el orden de la procedencia, propiedad, pertenencia o materia con la que se ha construido un objeto, como lo considera la gram ática. En los casos anteriores, ‘de falo’, ‘de hijo’, del Otro’, ‘del carnicero’, son los genitivos que marcan al verbo que los antecede (‘desear’, ‘ma ta r ’), au nque éste apa rezca bajo la figura del sus tantivo, como ‘deseo’ o ‘m ata nz a’. Es por e sta razó n que el genitivo puede se r sujeto u objeto de esos verbos. Según la posición que adopten, se podrá leer que: ‘el hijo desea’, ‘deseo un hijo’, ‘el carnicero mató’, ‘mataron al carnicero’, etcétera. Debemos acla rar que no todos los casos adm iten e sta inversión ; no lo adm ite la ‘cama de m adera’ que carece de verbo, pero sí vale pa ra el ‘asesinato de mi tía’, adscribible a la misma figura. Este segundo ejemplo puede ge nerar alguna p regu nta, y es en es tos casos en los que es posible hacer otra lectura de los términos. Si consideramo s el famoso ‘asesinato de mi t ía ’: ¿quién es sujeto y q uién objeto en esa frase?; mi tía, ¿asesinada o asesina? Agregaremos entonces que no es lo mismo decir goce del falo que decir goce fálico. El goce del falo es adscribible a la figura del genitivo en sus dos aspectos: subjetivo, cuando implica gozar identificándose im ag inaria mente con el falo (-
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
soriam ente com pleta la falta. Esto es desplegado en la conceptualización del prim er tiempo del Edipo, tal como la efectuara Lacan. El goce fálico implica un goce acotado simbólicamente por la fun ción vacía del falo como significante (O), y eso es lo que está enju eg o en las fórm ulas de la sexuación a nivel de los valores sexuales. En este sentido y por este sesgo me parece intere san te ab ordar lo que es llamado ‘el goce del sínto m a’. Y a par tir de eso, pla nte ar algu nos in terro ga ntes: ¿qué es gozar?, ¿quién goza?, ¿quién sintom atiza?, ¿qué se sintom atiza?, ¿de qué goce es un síntoma? Con tinuando con las pregu ntas: un síntoma, ¿corresponde a todo goce, es producido por cua lquier goce? De los goces que consideramos en psicoanálisis, ¿todos ellos pueden ser eventuales productores de síntoma? Estam os h abitua do s a reconocer como goces el del Otro, el del sen tido, el fálico, el femenino, el de La mujer, el del superyó. El síntom a, cada uno en su pa rticularidad, y sin descuidar las con diciones necesarias pa ra su estructuración', ¿a qué goce responde? Siguiendo con lo que propongo, se puede hablar tanto de ‘el goce del síntoma’ como de ‘el síntoma del goce’. Es decir que se goza del síntoma en tanto se sintom atiza el goce por lo cual ambos enunciados, au nq ue no rem itan es trictame nte a lo mismo, requieren definir a qué goce o goces nos referimos, qué se tramita del mismo vía síntoma, de qué modo éste lo hace, y como solución a qué se propo ne. O sea, a qué régimen -rég im en de goce- respond e el régim en del síntoma, lo cual prácticam ente equivale a pen sar en cuál es su políti ca. El régimen es el sistema que hace falta que rija para poder plan tear psicoanalíticamente la existencia del síntoma. Debemos conside rar -como requisito de su instauración, como base de su producciónla presencia y el funcionam iento de ciertas instancias psíquicas, razón por la cual Sigmund Freud lo distingue del delirio, de los fenómenos elementales, de la inhibición, de la angustia, del pasaje al acto, del acting-out. La consecuencia de esta distinción es de hecho la propues ta de límites y diferencias de carácter cualitativo en lo atinente al es tado del apa rato psíquico y a la posibilidad de incidencia de u n análisis sobre él. La equivalencia, fruto de la intersección en tre los tres regis tros (ESI) o su contrario, la falta de ella, en tre imaginario, real y simbóli co, anota de otro modo esta distinción freudiana referid a al aparato. A pu ntaré a la vinculación en tre síntom a y goce desde el modelo de las fórm ulas de la sexuación. ¿En qué sentido, para el síntom a, nos pueden im po rtar las fórmu las de la sexuación, dado que -como ya lo expresamos- ellas funda mentan el posicionamiento sexual en que cada ser hablante se ubica
IV. E l ré g im e n d e l s ín t o m a
en forma predominante, pospuberalmente, respecto de la asimetría edípica y del partenaire sexual? Dijimos pospu beralme nte, en referencia a la adolescencia, e n ten diéndola como el tiempo lógico en el que, sobre la impronta psíquica precedente, sobre la sexualidad infantil, sobre la m arca edípica, se in s cribe el tiempo de la pu bertad; la marca primera ya está pero falta algo aún, y esto que falta es la real posibilidad de concreción del acto sexual. Se remarca lo marcado. Puedo decir entonces que ‘la adolescencia es la prim era repetición e n acto -sex ua l- de la dialéctica edípica’. Y es en ese m om ento cuando em erge la posición sexuada a la que se alude con dichas fórmulas. Volviendo a la pregunta anterior y ampliándola, ¿en qué sentido nos interesa n las fórmulas?, ¿nos interesan pa ra distingu ir en tre sín tomas de hombres y de mujeres?, ¿para diferenciar al Don Juan del am a de casa? El teno r de estas pregu ntas incluye la respuesta: no se tr a ta de eso. Cualquier m ujer sabe que la fanta sía del Don Ju a n no le es ajena; es más, le atañe puesto que la atrae porque le incumbe. ¿Y qu é decir del síndro me del am a de casa, más cercano al Hom bre de las Ra tas o al de los Lobos que a Dora? No se tra ta de eso; lo que im po rta es que para el inconsciente sólo hay ‘Un sexo’, el masculino, y que lo que queda del otro lado, del lado de las mujeres, cae bajo la categoría de ‘Otro sexo’ desde la infancia, desde Jua nito , pasand o a form ar p ar te de la pluralidad d e los nom bres dados al Otro como lugar. Pero una cuestión es el inconsciente y otra, la posición fren te al falo. P ara J ua nito, el niño, la opción era falo o castración; luego, para el inconsciente, el asunto del sexo se constituye como Uno y Otro, no como dos, pues si así fuera ‘hab ría relación sexual’. Ocurre que el sujeto también muestra su división y sus clivajes según el posicionamiento sexual al que adscriba preferentemente, y en estas fórmulas se categorizan las dos mitades del sujeto, según su modalidad -m ascu lina o fem enina- de vinculación con la castración. Las dos mitades en cuestión fueron enunciadas de numero sos m o dos desde qu e F reu d con ceptualizara el conflicto psíquico, en el inicio entre cualidades (consciente, preconsciente e inconsciente) y luego en tre instan cias (ello, yo y superyó). Esta división produ cida por el significante, por la acción del sign i ficante del Nom bre-del-Padre sobre el del Deseo-de-la-Madre, y su efec to como m etáfora pa tern a, deja al sujeto no sólo dividido sino tam bién partid o -lé ase duplicado- en su división y adem ás anclado en u n resto enigmático que lo causa en su deseo, todo lo cual es requisito para la producción sintom ática. 91
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Los síntom as ponen en evidencia los lugares de partición, de dupli cación del sujeto, ah í donde se elude la división, la castración. Cuando hablo de la partición y tamb ién de la división, hablo de la es tru ctu ra subjetiva, del modo en que se ordena el deseo, en su forma neurótica. Nadie está mostrado en su división porque la ba tería signi ficante provee de toda la cantidad de significantes necesarios p ara ve lar y ocultar, vía retorno, eso que indica la división sin exhibirla direc tamente. En el síntoma, la deriva significante entre aquello que se devela y aquello que qu eda velado nos hace sab er que lo que a tañ e a la división del sujeto no está a la vista, no está ahí para ser entregado fácilmente. En el escrito “La cosa freudiana” de 1955, se dice que ‘eso’ habla donde ‘eso’ sufre, y que hay que escuchar lo que ‘eso’ dice pues la res pu esta ya está allí. ¿De qué teno r es esa respuesta? Lacan aconseja “esp erar del síntoma que ponga a prueb a su función de significante” 1, pues la estructura del sínto ma es significante. ¿C uáles son las marcas que la castración delata desde el lugar en donde ‘eso’ sufre? Y, ¿cuáles son las varian tes de ese sufrimiento? Volvamos a considerar el diagram a de las ‘fórm ulas...’ pa ra ubicar en él los lugares de goce. 3x c£>x Vx 0x
3x Ox Vx Ox S(A) a\
cf><—
_ ___— jb a
El esquema de las fórmulas de la sexuación establece cuatro luga res -e n el rectángulo su perio r- desde donde poder pen sar los modos de relación con la castración, a p ar tir de los cuales se dibujan otros dos -en la parte inferior- en los que se muestra cómo se juega el juego 1.
Lacan, Jacqu es. “La cosa freu dia na ” en Lectura es tructur alista de Freu d, Siglo XXI Editores. Traducción de Tomás Segovia. í - edición en español, 1971, México, pág. 161.
IV.
E l r ég im e n d e l s ín t o m a
entre Un sexo y el Otro, identiñcación mediante, ei juego entre un lado y ei otro de la barra vertical. Recordando concisame nte lo planteado con anterioridad, diremos que ninguno de estos lugares puede ser pensado en forma indepen diente de los otros pues está n vinculados por un sistema de relaciones para el cual cualq uie ra de ellos no podría existir sin los otros tre s. Por eso, tienen un orden de rotación que indica la lógica en que se consti tuyeron. Recordemos también que el sujeto es nombrado como x; x que en este caso se equipara al objeto a debido a que representa la incógnita de lo que c ausa el deseo en cada sujeto. En los lugares sup eriores de la existencia no funciona x. Leemos de derecha a izquierda: - la inexistencia : no existe ning ún x p ara quien no funcione la fun ción fálica, - la excepción : existe u n x para quien no funciona la función fálica. En los lugares inferiores, y para ambos casos, funciona d>x. Leemos de izquierda a derecha: - el universal·, para todo x funciona la función fálica, - el espacio abierto·, pa ra no-todo x funciona la función fálica. Si se tr a ta de respon der a la preg un ta acerca de cuáles de ellos se inscriben fálicamente y cuáles no lo hacen, la diferencia es patente, y la respuesta salta a la vista: la función fálica no funciona en los luga res de la existencia y sí lo hace en los lugare s del para-todo. Ahora bien, ¿se puede pensar al síntoma excluido de la función fálica?, ¿y qué relación tiene esto con la especificación de algún goce? Anticipamos que en los cuatro lugares se puede leer algún tipo de goce: en el en el en el en el
3x 3x Vx Vx
.O .® .
x,el goce de la inexistencia, del cero x, el goce de la existe ncia del Uno, de la excepción x, el goce único x, el goce dividido
Entonces, habrá que deducir cuál/es de ellos está/n eficazmente implicado/s en lo que nos imp orta. Recordemos, nuevamente de manera apretada, el orden de rota ción de los lugares. El punto de partida de la rotación es lo Imposible, lo real. 3 x . x. Es el lugar de lo Imposible, de lo que no cesa de no escribirse, ocupado por la mujer que en tra ya castrada a la estructu ra, 93
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
al modo de un conjunto vacío sin elem entos ni borde, razón por la cual a partir de ese lugar no puede establecerse universal alguno. A este lug ar se le adjudica un cero como notación, símbolo de la inexistencia. 3 x . O x. El lug ar de lo Necesario, de lo que no cesa de escribirse, establece un límite, funciona como borde que desde la excepción funda el universo, a modo de conjunto. L ugar del mito, mito que reconoce un ‘sujeto supuesto a la excepción’, máxima paradoja para la posibilidad de ubicación de alguno, salvo como el ‘menos Uno’ que ordena y acota el conjunto desde la propia excentricidad, su ex-sistencia, o sea su fuera-de-posición. Siendo éste el único lugar de excepción, corresponde ubicar allí al proto-padre, el de la horda prim itiva, el todo-goce, el goce de lo imposible de gozarlas a todas, lugar de anclaje fantasmático para lo que atañe al Don Juan, visualizado como terreno de deseo desarti culado de toda demanda. Sería el lugar del nombre-del-paclre mítico que se corresponde con la lógica que opera ante el padre imaginario, figura que también aparece situada, por su carácter privador, en un lugar de máximo goce. O sea que por el lado de la versión im aginaria del padre, localizable en el segundo tiempo del Edipo, en este lugar tam bién se aloja la función p aterna, el ejercicio del Nombre-del-Padre. El lugar de lo Necesario queda anotado como Uno, significante de la inexistencia. Así como lo pergeñó S. Freud en el mito de “Tótem y tabú”, el asesinato del padre y el posterior pacto fraterno m arcan el salto desde la barbarie prim era al establecimiento y so stén del lazo social. Los lugares de la inexistencia y la excepción son freudianamente axiomáticos, correspondiéndose con la m ujer castrada y con el padre m uerto fundado r de ley y deseo. Quedan así planteados como lugares fundacionales para la subjetividad del ser hablante. A partir de ellos se producen las identificaciones y las elecciones de objeto pero, siendo ellos mismos lugares de inexistencia, no portan ni sostienen sujeto alguno. Estos lugares de la existencia son ajenos a la castración, perm ane cen por fuera de ella, aunq ue resu ltan e struc turalm ente imprescindi bles para que ésta se insta ure. No tienen que ver, por lo tanto , con el goce fálico, razón y medida de todo deseo anclado en la dem anda en su clivaje de la necesidad. En ellos se apunta al goce del Otro, en tanto goce y Otro qued an entrelazados, bien por el lado de la excepción, bien por el de la inexistencia. E sta inexistencia o ausencia de Otro no re presenta en este caso la operación de vaciamiento del significante por parte del sujeto sino que funciona a modo de prem is a previa al pasaje por la p rueba de la castración. Si lo representara, las mujeres esta ría n exentas de este pasaje por el anudamiento edípico.
IV. E l r ég im e n d e l s í n to m a
Estos lugares, por ser axiomáticos, no pueden ser leídos desde sí mismos, no deben ser leídos sino a partir de las consecuencias que ellos producen en los seres que llevan sus marcas, por las cuales ha bla n y desean, o sea, nosotros. Este piso, pues, sólo e ncuentra su razón de ser en el inferior, en el cual se manifiestan sintomáticamente las identificaciones habidas: el lado izquierdo p ara lo masculino y el dere cho para lo femenino. V x . <5 x. De lo Necesario de riva lo Posible, lo que cesa de escri birse. El lu gar del padre en la estr uctura varía para que la castración sea posible; la excepción cae como tal p ara d ar paso a la ley, al pacto, al deseo, a la palabra, al ‘para todo’, lugar por excelencia de la función fálica. ‘Par a todo x func ion a la función fálica’, o bien ‘para todo a fun ciona la función fálica’, esto es, ‘para todo’ ser hablante y por ello, deseante. O bien, invirtiendo los término s pues é sta parece un a impli cación necesaria, podríamos decir que sin función fálica, sin // o}. V x . O x . De lo Posible se despren de lo Co ntingente. Del lado de lo femenino la cuestión de ‘ser el falo’ se complica por la ausencia de sostén en el cuerpo pa ra esta b úsqu eda fálica. El deseo femenino que parte del Otro barrado, va cla ra m ente en b usca del falo, del pene en el hombre, pa ra el hijo como tapón. Su lu gar es oscuro. La falta de signi ficante que la rep res en te hace que deba re alizar esta operación de posicionamiento sexual por un a doble vía: la del padre por un lado y la de la castración con sum ada de la mujer po r la otra. El resultado de esta operación es oscuro por lo incalculable y pro duce división en el goce; entonces, las mujeres quedan entre el falo 95
I
(
!
1i
( ; c
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
simbólico y el O tro b arrad o. De este lado de la división y respecto al goce fálico, cada mujer entra en la función paradójicamente: plena m en te articu lad a en ella pero al modo del ‘no-todo’, como no-toda fálica. Del otro lado de la división y respecto a su otro goce, la ausencia de la amenaza, la falta de Otro, de medida, propicia la locura fruto de esta ausencia de borde. Lacan, aunque irónicamente, las considera como todas locas, pero no locas del todo. La locura puede ap are cer cu ando el régim en fálico no funciona con la eficacia neces aria como pa ra m arca r el terreno del cuerpo, y la subjetividad. En esa división se aloja el tan me ntado enigm a de las mujeres, entre ese goce fálico al modo del ‘no-todo’ y el otro goce, el del Otro sexo, llamado femenino, suplementario, enigmático, no ubicable, que las hace hab lar y hablar, en tretejiend o el significante que falta pa ra la inscripción de su sexo, y que tam bién nos promue ve un a interrogación acerca de la índole del goce fálico, pues si no es del órgano, ¿de qué gozan? Qu eda el goce de la palabra, que no es poco decir, ni poco gozar. Están señalados de este modo los lugares axiomáticos y aquellos otros desde donde el ser ha blante opera discursivam ente. A p ar tir de estos últimos podemos pensar el advenimiento sintomático tomando en cuen ta, por supuesto, que los excesos de la sus tanc ia gozante ap un tan a in ten tar apo derarse de aquellos otros dos, los de la inexistencia, inaccesibles po r definición. Podemos insis tir en cuan to al movimiento de los lugares record an do que ‘hace falta, a partir de lo Imposible, establecer lo Necesario, para que la castració n sea Posible, aun de u n modo Contingente ’. De lo que surge un a consecuencia: ‘sólo en tre lo Posible y lo Con tingente es entonces ubicable la falla, la falta, el deseo, el objeto a’. La premisa freudiana respecto de la entrad a de la mujer ya c astra da en la estructura no implica ningún afuera en sí mismo. Lo que funda un a exterioridad y un a interioridad pa ra el conjunto es la fun ción del padre, también en el mito, en el ‘al menos uno que no’ que señ ala un conjunto del que dicho uno se excluye, y cuya legalidad de berá insta la rse para establecer un conjunto que involucre al ‘todo’. Eso hace que haya algo en esta diferencia sexual anatómica que fun cione perm an ente m en te como vía privilegiada de reclamo a la mad re, de la niña y de la m ujer a la madre. E n ese sentido es muy in teresa nte el libro de Eugénie Lemoine Partage des fem m es2 en el que desarrolla la problemática, no ya de la división sino de la partición, p ara las m u jeres. Porq ue si no hubiera u n a m arc a p ara el conjunto, y u n a exterio2.
Eu gén ie Lem oine-Lucc ioni. Partage des femmes. Le champ freudien. Collection dirigée par Jacques Lacan. Éditions du Seuil, Paris. 1976.
iV. E l r ég im e n d e l s ín to m a
ridad, podría haber un deslizamiento continuo de espejo en espejo, en u n a serie infinita de espejos en tre m ujeres. La m arca viene del lado del pad re, del lado del hom bre y del lado de Ju an ito con su pre m isa fálica; es la m arca que instituy e la diferencia, porq ue del otro lado no hay marca, el reclam o de la m ujer a la mad re es por entrar ya castrada en la estructura. Por el lado del padre se inscribe el afu era qu e establece el conjunto con dos lugares posibles respecto de la diferen cia sexual anatóm ica, si se qu iere decirlo en esos términos. La diferencia sexual anatómica es un real insoslayable, y no hay m ane ra de simbolizarlo si no es adscribiendo u na función diferenciada a uno y a otro sexo, salvo que se lo qu iera redu cir forzando lo real y en ese pun to nos topam os con el cambio de sexo. Forzar el rea l con el cambio de sexo puede prod ucir un cambio real, aun que no n ecesariam ente el cambio que se busca. No hace falta tener pene o carecer de él p ara sentirse hom bre o mujer, o posicionarse como tal; no hace falta eso porq ue el órgano p or sí solo no garan tiza el desti no pulsional u objetal; no pa sa por ahí la diferencia. La inscripción es fálica, el pene lo rep re se nta en cierto modo a pesar de lo cual las opera ciones de cambio de sexo no traen consigo la im pron ta psíquica corres pondiente. Por el contrario, puede quedar más agrandada aún la dis tancia e ntr e la satisfacción esperad a y la obtenida. Fa ssbinder realizó un par de películas m uy inter esa nte s al respecto, y en el libro Ex-sexo de C. Millot aparecen relatada s un a serie de entrevistas a transexuales, y se apu esta a la neurosis, h ipótesis poco convincente. Se podría decir que el transex ualism o es u n inte nto de reorde nam iento de lo real para producir un simbólico que no se logra, porque no h aría falta ese reorde nam iento en lo real si el simbólico estuviera eficazmente articu lado. Es algo en más con lo cual se obtiene un menos de lo esperado. Así, goce fálico y síntom a van de la mano p orque ese es el orden de implicación en tre el régim en fálico y el esta tuto del sínto m a como for mación del inconsciente. No hay lo uno sin lo otro y no puede haberlo. Lo capital es precisar de qué modo se efectiviza la adscripción al signi ficante fálico como uno de los agujeros centrales en la constitución del sujeto, como uno de los lugares privilegiados de la falta, alrededor del cual se ordenarán, de un modo u otro, el a, el significante, el goce, etcétera, y cuál es la estrategia que emplea un sujeto al encontrarse ante el agujero de la castración, primero y fundamentalmente como falta de significante, que es lo que tiene que proveerle la estructura para que pueda anclar en ella alg una subjetividad. Es lo que explicitaba Fre ud en cuanto a la diacronía edípica: que si el Edipo no es tá en fu n 97
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
ción no hay adonde adscribir ei Edipo y, por ende, un sujeto no tiene dónde articularse. Si el Otro no está como lugar, del lenguaje por un lado pero también como lugar vaciado y atravesado por la barra de la demanda, no hay dónde constituir un sujeto. Luego, el a tomará sus rumbos. Si no aparece la demanda como proveedora, no hay dónde anclarlo, y a partir de ahí se constituirán los modos en que para el sujeto aparece la falta, re cub ierta por la estru ctu ra neurótica misma. Nadie anda por la vida despojado en sus faltas, desnudo su inconsciente. ¿Cómo son los modos en que estos desnudos se cubren y se velan y reto rna n, y van y vienen? Un modo de poder decirlo es atendiendo al posicionamiento respecto del régim en fálico. Y esto no involucra al a, al modo en que el a se presente, más que en su remisión al falo, como se ve claram ente en la fórm ula del deseo masculino. El modo de ads cripción al régim en fálico como ‘tod o’ o ‘no-todo’ no involucra al objeto en el fantasm a; en él, el objeto es asexuado. Hay un a posición sexuada an te el significante de la falta, no an te el objeto. E ntonces cabría es ta blecer esa diferencia: posición sexuada ante el significante fálico pero no ante el objeto, es en este sentido que decimos que no lo involucra. Respecto del advenimiento sintomático: ¿hay requisitos p ara p en sar la posibilidad de su producción? Los hay, y no solamente si los pensam os en la situación analítica. Pero si lo precisam os allí, en la tran sferen cia analítica, el discurso de la histérica {f- |^} es el para digma de entrada a dicha transferencia, cuando un sujeto dividido y sostenido por su enigm ático objeto de deseo se dirige a un significante amo para que lo ordene y con ello haga posible la emergencia del saber refugiado tras el goce. Más precisamente, el síntoma como formación del inconsciente arrastra consigo la emergencia del significante cifrado que indica el atasco producido en la castración, en el deseo. El síntoma habla en el lugar de lo que el deseo, callando o gritando, otorga. En un mismo movimiento, se cifra lo que h a quedado trabad o y se inten ta volver a poner en su lu gar al deseo denunciando el punto de su atascamiento en lo atinente a la castración. Por ello, sin el funcionamiento del régi men fálico no es posible su conformación. Sobre la escena edípica se m onta la estra tegia que sostiene la esce na del síntoma. Se trata de la escena sobre la escena. Sobre la de la castración y su modo de abrocham iento fálico se encabalga es ta otra, la del síntoma, mostrando el producto de lo mal negociado, de lo eco nóm icamen te fracasado e ntre ello, superyó y yo. Además cabría señ a lar que, po r añadidura, la condición de síntom a que tiene el yo colabo
IV. E l r é g i m e n
d el
síntoma
Los significantes se alojan en la lucha entre deseo y goce, siendo este último no cualquiera sino alguno que ha pasado a ser contabiliza do en el inconsciente como pérdida, o sea un plus-de-goce (en razón de lo que dice Lacan en cuanto a que sens pasa a jouissance, el sentido pasa al goce). Otro modo de decirlo es que el Otro ha sido atravesado por la b arra que lo descompletó y que el goce así reducido aparece como plus-de-goce; este ‘plus’ indica un recorte, es goce degradado a nivel de lo posible respecto de lo imposible del goce del Otro. Esto quiere decir que la pérdida de goce, llamada plus-de-goce, es el único goce posible, y es el fálico, sea sexual, sea de la palabra. Es decir, hacer qu e lo Posible sea Posible. Recapitulando, entonces, el plus-de-goce es un nom bre p ara el goce degradado, degradado en el sentido de la reducción de lo Imposible, o sea el goce posible operante en el campo fálico, allí donde -neurosis mediante- nos movemos habitualmente. Tamb ién lo podemos ubicar e n los materna s de los discursos en el lugar de producción; cualquiera fuere la letra que ocupe ese lugar -abajo y a la derecha en cada discurso -, ese lug ar es de plus-de-goce, la producción es lo que se reduce, se degra da y cae. En el caso del discurso de la histérica ese lugar es ocupado por el S2. La histérica ha bla de su partición a un amo pa ra que le diga cuál es el saber en cuestión, quedan do d oblem ente velado el a, soslayado, para que aparezca el saber del lado del Otro. Tomando este discurso como el de entrada en la transferencia, podemos decir que se produce ahí u n a doble desapropiación por adjudicarle todo el saber al O tro y escon der al máximo el propio: ‘no te digo cuál es mi a, dime cuál es mi sa be r’, ‘dime desde tu saber q ué sabes de mi sab er’. Desde otra perspectiva, se lo puede v incular a la dialéctica que Lacan nombraba como del ser y el tener. Plus-de-goce hay en el ser y en el tener. El plus-de-goce está en la estr u ctu ra porqu e es el Otro agu jerea do por el a, entonces vale para cu alquier ser hablante. Podemos pen sar como otra escritura del plus-de-goce al ‘en-forma-de-A’; es lo que queda del Otro agujereado por el objeto, como adscripción o medida posible. El plus-de-goce es te nsió n y nom bra u n goce porq ue si fuera el punto cero del goce y a no sería nombrado de este modo, sería nom bra do como deseo y, tal vez, deseo puro. El goce del Otro, de acceso imposible, pe rmanec e sin em bargo en la m ira cuando el cuerpo de lo simbólico no marcó la ple nitu d de lo real y se manifiesta en la locura, los delirios, el misticismo, indicando una búsqueda de fu sión con la to talidad ple na comandada por Dios o, po dríamos decir, por el Uno bajo sus diversas ap ariencias: L a mu jer para
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
el pres iden te Sch reber o p ara el transex ualismo , Robin Hood o H itler p ara la identificación de las masas. Una versión reducida de este goce del Otro aparece en los actos o escenas perversas, en los que el progreso hacia ese encuentro es ate nuado y además lentificado, postergado, para garantizar el máximo placer y la duración de dichas escenas pues cuando esta postergación falla, dado que la fantasía está desplegada en la escena misma, todo acaba. Recordemos a Sade y la mono tonía de esas escenas inte rru m pi das p ar a volver a reiniciar se un a y otr a vez, del mismo modo, siempre iguales a sí mismas. El vaciamiento necesario para la producción de lo que llamamos ‘síntoma’ no puede sino inscribirse en el goce fálico, medida y razón del deseo, y es en referen cia a él -e n tan to m arc a- como cabe pensarlo, pues el goce fálico mediatiza, separando goce y Otro en ta nto cuerpo, prim ero de la m adre y luego cuerpo propio. Y la a dscripción al régim en fálico contempla el armado del fantasma, vehiculizador de las dos fal tas radicales y soporte oculto de la eficacia sintomática. Voy a re latar un mom ento p un tual en u na cura en el que se puede apreciar este pasaje, esta reducción del goce del Otro que produce la transfo rm ación de un lug ar de excepción en uno de diferencia. Ana es la hija menor. Todos sus herm ano s son varones. M antiene, con el que la antecede, una relación de temor; también se siente me nospreciada por él, siendo su resp uesta la sumisión y el silencio. Cuando ella nació, su p adre ya no qu ería m ás hijos, ni le gustó que fuese mu jer por lo cual, según le contaron, tardó en acercarse a la cuna para cono cerla. D ur an te tod a su infancia, e n la mesa familiar, los ‘gra nd es’ -pa dre s y herm ano s- hablaban en tre sí, quedando ella excluida de ta les conversaciones. En un momento dado acuña una frase en la que sinte tiza su novela familiar y su lugar en ella. Dice: - “llegué tarde, la familia ya estab a arm ada. Llegué tarde y, encima, yo era m ujer” . Es ta frase queda articulada en un par de series sintomáticas, pero no me voy a referir a eso. Quiero más bien recalcar otra cuestión: la frase anted icha m arca dos lugares de excepción. Uno, el hab er llegado cua n do el universo familiar ya estaba constituido y quedar, por lo tanto, fuera de él; el otro, la excepción marcada por el sexo que la separa de los varones, pa dre incluido. P aradójicamente, este lu gar la dejaba más identificada con el pad re que con la madre, da da la pecu liar estru ctu ra familiar. Cuando la identificación pasa del pad re al herm ano , al modo del Edipo fraterno, éste va a ocupar el lugar de aquél. Para ella se ju gaba esa excepción bajo el modo de su silencio y de la exclusión en 100
ÍV. E l r é g i m e n d e l s ín t o m a
que se la dejaba para el tratamiento de problemáticas familiares y/o comerciales. En un momento dado se enoja con este hermano, y al reprocharle el modo soberbio en que la trata, como si ella no valiera nada, éste reaccion a diciéndole cuánto sufrió y cómo se sintió desalojado al nac er ella. El asombro de Ana es indescriptible. Pa ra ella, la familia ya es ta ba completa ante s de su nacim iento y esto no se modificó con su p re sencia; ella no tenía lugar allí, había llegado tarde, estaba de más. Su herm ano le dice que para él la familia estab a completa an tes que ella na ciera y que su nacim iento lo despojó de ese luga r del menor, le hizo perder el trono y, además, por una mujer, lo que significó un a doble herid a pa ra él. U na vez tram itado el asombro, la reubicación familiar es finalm ente la que corresponde: desaparecida la situación de excep ción, de excentricidad, queda ubicada en la serie fra ter na con su debi do cotejo sexual, enfrentand o la diferencia que siempre hab ía quedado soslayada; diferencia, sea cual fuere, que no puede establecerse cuan do el anclaje está en el lugar del ‘sujeto supuesto a la excepción’. Este corrim iento de lugar, cuando cambia el conjunto, deja la excepción afue ra; no es un a inclusión particular al modo de ‘yo soy la excepción’, la excepción va a quedar en otro lado. En esta analizante, los lugares de la excepción fueron circulando hasta que bastante avanzado su análi sis ella llega a armar la frase mencionada a partir de lo cual empieza un a cascada de situaciones que irrum pen e interru m pen y acab an con su lentificación, con su silencio, su bobería, su ser de tontita, la últi ma, la nena, la chiquitita, el síntoma. Es su versión de cómo ‘pegan a un niño’. El amo r de este padre, su m an era de acercarse a los hijos, qued aba facilitada en el caso de los varones, con quienes ‘podía’, a p arti r de la expansión narc isista que p erm itía la rivalidad pero tam bién el legado. Con ella no ‘sab ía’. La hija mujer vino a pe rtu rb arle su coagulad a eco nomía libidinal. Entonces, encontrarse con el otro polo de la identifi cación en la misma estructura, fruto de esa charla con su hermano, muestra que las razones van más allá de uno o de otro, hermano o hermana, y arma una serie. El fantasma deja de alojarse en uno u otro, en el amor o en el odio. Porque el fan tasm a de ‘pegan a un niñ o’ es una versión infantil de la excepción por la vía del amor aunque aparezca bajo la forma del odio, porque es ‘yo soy uno y el único de esta forma para el Otro’, de la peor forma, o de la forma que fuere. Y desprenderse de eso tan difícil para cualquiera, desprenderse de ese modo de ser Uno tan particular para el Otro, o de tener ese Otro tan particular para Uno, implica renunciar a la reciprocidad neta . 101
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Vemos cómo los síntomas se juegan en los lugares en que el falo imaginario, el que comp leta y a su vez descompleta, in tenta Henar el lug ar vacío del falo como significante, del falo simbólico, de la función fálica, señalando de ese modo cuál es su apu esta en cuanto a la castra ción en el Otro. Podríamos decir que los síntomas se juegan: en tre ser toda-mujer, toda-falo, anuland o la división que la consti tuye, y hacer del hombre un no-todo, salida histérica que la deja sin partenaire confiable, o bien hacer de mu jer pa ra el padre en el sentido obsesivo, el de la pasivización am orosa, que produce una feminización no deseada y paranoizante, o bien mantener al padre como falo -amenazando al significante del Nombre-del-Padre- en relación a objetos m uy catectizados, h uida fóbica m ediante. El hombre se feminiza a través de sus significantes, así como la m ujer aparece m asculinizada po r ellos, ¿esto es pura ideología o efecto de estruc tura? Son, más bien, vaivenes de la estru ctu ra por cuan to la respuesta justa a la medida propuesta es difícilmente hallable sobre todo cuando el -cp aparece aplastado contra el a . Una de las razones que sostiene el síntom a es la coalescencia, el pegam iento entre -
IV. E l r ég im e n d e l s ín to m a dividido, ocultando su división, se dirige a un Otro para que ahí se produzca un saber que dé cuenta de la división, que devele la división escondida bajo la pa rtición. La partición o la duplicidad subjetiva es un encubrimiento de la división; es estar partido pero en un lugar indebido, indebido en el sentido de que oculta la división de base del sujeto. El síntom a m ue stra el lugar de la partición del sujeto, da cue n ta de un modo de duplicidad o de conflicto, del modo en que el goce oculta el deseo e in te n ta desestimarlo. Pero que haya síntom a en fun cionamiento y que esté dirigido a Otro indica ya que hay pérdida de goce, es decir plus-de-goce, por más goce que haya en el síntoma. Hay pérdid a de goce en la medida en que se inscribe como síntoma y tam bién como partición del sujeto o sea que se dice dónde eso sufre, aunque no se sepa aún de qué saber se trata. El síntom a ancla en algún deseo atascado en pos de algun a dem an da no reconocida; en ese circuito está el goce y está también la degra dación del goce.
103
I
I
C a p ít u l o V
APUNTES CLÍNICOS Recorreremos ahora algunas instancias teóricas, clínicas, litera rias, fílmicas, como un modo de ejercitarnos o de desaca rtona r los con ceptos. Este recorrido cobra sentido si tomamos en cuenta que en toda subjetividad -las ‘dos m itades’ de sujeto que la conform an- puede leerse de qué modo opera cada uno de los cuatro lugares desplegados en las fórmulas. Es en el síntoma donde podemos leer esos desajustes, esos fracasos en el anudamiento de lo perdido o de lo inexistente. Es su goce el que m ostra rá esas p un tas de lo real (las prem isas existenciales) que lo simbólico (los valores fálicos) no pudo subsumir. Y no es que esa tensión pueda llevar el goce a un punto cero que deje en función, en ejercicio, un deseo puro. La teoría sostiene que el único deseo puro es el deseo de m ue rte en estado de desmezcla pulsional. Así que debemos contar con esa tensión entre goce y deseo, apuntar a la reducción del prim ero h asta el punto en que pueda p rim ar el deseo y que, además, el sujeto quede advertido de la existencia del goce. Dicha advertencia posibilita no quedar sometido a él. En todo caso, ése es el trabajo del análisis. O tra m ane ra de pen sar es ta reducción de goce será plan tead a en el próximo capítulo bajo el modo de la relación del saber entre el sujeto y el Otro. Ahora, pasemos a los apuntes. 1- W ally, el afrechero.
Es el personaje de un cuento1que describe, de manera impecable pero feroz, los artilugio s que u n sujeto pone en m archa para lo gra r 1.
Chernov, Carlos. “Wally, el asesino ag rario”, en Am ores brutales. Ed. Sud americana, Colección Narrativas Argentinas, 3" edición, agosto de 1993, Bs.As., Argentina, págs. 13-30.
EN KL NOMBRE DE LA FALTA
despertar su erección, luego de una primera vez en que ésta, con la que no contaba, hizo acto de pres enc ia y lo dejó sometido a su goce de un modo ‘excepcional’, excepcionalmente peligroso para quien resul tase elegido a los fines de la experimentación por su condición de ofi ciar como conejillo de Indias. Wally es un joven hu érfano y muy adinerado que vive solo, a un que atendido por una criada, en una gran mansión. En realidad, poco y nada la habita. Más bien se recluye en la ‘casa chica’, construcción cerra da cual fortaleza y prepa rad a como laboratorio culinario pa ra da r curso a su arte y también a sus apetencias. Tan gordo era que no llegaba a verse los pies, ni el pene. Lo único que ab arcab a su campo visual era la inmensa capa de grasa en que su an ato m ía se perdía, de vista, de form a y de sensaciones. El diagnóstico puberal había apuntado a vin cular su gordura con pro blemas glandu lares y conformación femen ina, po r lo cual su desarrollo sexual fue no sólo tardío sino, además, poco evidente. “¿Cómo era posible echar de menos lo que jam ás se tuvo?”2, se pregu ntaba. Lo que no se evidencia ba era la presencia de algún deseo sexual por él detectable salvo, en u n a ún ica ocasión, ocasión de un a polución no cturna . Esto lo alivió en un sentido, el de la existencia de su posibilidad, pero en realidad su gran pasión era de orden culinario; todo lo sabía y constantemente exp erim enta ba al respecto. “¡Qué felicidad comer cosas con vida!, su perar las estúpid as náuseas que nos lim itan a los cadáveres.” ... “La cocina es el arte más parecido a la vida. En am bas la creación se reali za a pa rtir de restos y cadáveres. Ambas son perecederas, e fímeras.”3 Tales era n su s razonam ientos. Acuciado por la ausencia de apetito sexual, intentó despertarlo pro bando con u na prim a m uy entu sia sta con el sexo, luego con p rostitu ta s y también con afrodisíacos, pero nada ocurría. Innecesario como le era el trabajar, se dedicaba a experim entar con los “límites del gusto”. Wally fue un asesino en serie. El primer asesinato ocurre a sus veintinue ve años. O curre, puesto que no es planificado. El prime r ase sinato es fundamentalmente el primer orgasmo que consigue tener estando despierto. Esto sucede luego de interrogarse acerca de qué podía ofrecerle a una m ujer puesto que el deseo sexual no apare cía en él. ¿Y si tam bién dejara de interes arle la comida? Momento de conmo ción respecto de lo anteriormente vivido, que marca el inicio de la serie. La contingencia provoca a la estru ctu ra y pone en funcionamiento lo fantasmático: se produce un encu entro c asual con un m endigo que 2. Ib id., pág. 13. 3. Ibid., pág. 17. 1 na
V. A p u n t e s
c lí n ic o s
le pide dinero que él no quiere dar. A cambio, lo invita a cenar en su reducto. Y comienza a poner en práctica lo que sabe respecto de la alimentación de los caballos, a los cuales hay que darles primero agua y luego el afrecho pu es sino ‘se afrec ha n’, se hinch an y pueden morir. Lo ejecuta a la inversa. Da de comer pero no de beber a su invitado ha sta que éste, descompuesto, se ‘engan cha’ a un a m angu era para saciar su sed. Hinchado a más no poder, “emerge el vientre tenso y relucien te, cae de rodillas” ... “y entonc es, de golpe, siento que mi pene asom a por debajo de mi panza, crece. Es la prim era vez en m i vida que experimento una erección estando despierto”.4 La serie com ienza cuando eso que le faltó en el espejo, fue visto en la realid ad ... espejo, autoerotism o y erección... un v ientre tenso, opues to al suyo lleno de pliegues, deja asomar el deseo. La teoría del afrechamiento motoriza, desde el saber, su goce, una y otra vez. “Le enca ntab a ten er u n deseo tan raro y secreto”.5La falta de sentimiento de culpa an te el prim er hecho lo preocupa, luego comienza a to rtu ra r lo su conciencia, pero a med ida que el deseo lo acucia y pide por más, esto pierde importancia. Se va acostumbrando a la idea de ser un ase sino porqu e “su pen e no se conform aba con los recuerdos de los asesi na tos -n o llegaban a estim ularlo lo suficiente-; como un dios antiguo, le exigía sacrificios huma nos: qu ería ca rne fresca”.6 “El confió, en algún m omento, en que los asesinatos iban a ser una forma aberrante de curación de su impotencia. Imaginaba que luego de algunos orgasmos su sexo se pondría en marcha, como un motor que nec esita ser cebado para arran car. S in embargo, aun que varió sus intereses, perdió mucho peso y prácticamente dejaron de atraerle sus actividades de gourmet, nunca tuvo erecciones espontáneas”.7 Lo que sí experimentó fue la convicción de su goce, puntualmente delimitado y necesitado de un partenaire prese nte que le proveyera de ‘carne fresca ’ pues su fan tasía no esta ba lo suficientem ente articu lada como para posibilitarle el funcionamiento recurriendo a algún velamiento de semejante real. Su destino me recuerda las palabras freudianas respecto a lo no simbolizado que re to rn a inexo rablem ente desde lo real. La imperiosa necesidad de presencia de la escena y su puntillosa construcción ya que la fan tasía carecía de la eficacia de la ‘carne fresca’, m ue stra u na extracción de goce por com pleto ajen a a la eficacia fálica (‘como razó n 4. 5. 6. 7.
Ibid., pág. Ibid., pág. Ibid., pág. Ibid., pág.
20. 21. 26. 29. 107
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
y medida de todo deseo’). El cará cte r ‘excepcional’ de su goce se n u tre de la misma fuente. No sorprende entonces su soledad, ni su falta de lazos sociales, pues ‘conoció’ -bíblicamente hablando- el valor del partenaire pero todo lo ignoraba acerca del valor del semejante. 2- Las psicosis
Si planteamos las fórmulas de la sexuación pa ra dar cue nta princi palm ente de los goces llamad os fálicos, regidos por dicha mediación, debemos desca rtar lógicamente que haya lugar al menos en las ins tan cias inferiores del esquema, e n los lugare s de los universa les, p ara el alojamiento de las psicosis. El desencadenamiento de una psicosis es fruto de otro desan uda m iento, el fálico. Si la función fálica está au sen te o si carece de eficacia, si el complejo de castrac ión no ha a nud ado la falta a su alrededor, no es lícito plantear relación alguna entre 8, o , S(A) y ha , pues las flechas indicadoras de su modo de vinculación im plican u n sujeto barrado y u n objeto a operante veladamente desde el fantasm a, y en el caso de la psicosis lo que está en c uestión es precisa mente el estatuto de un sujeto y una función fálica que para él no funciona. Si vamos a la psicosis, estam os ca rentes del térm ino 8; pode mos poner el sujeto bruto patológico, o un sujeto supuesto, sujeto al lenguaje, cuya división se halla comprometida por la falta o endeblez de las marcas del paso del significante del Nombre-del-Padre; la fun ción fálica tampoco aparece puesto que es correlativa a la división del sujeto. En lugar de S(A), habría un gran A y su correlato, un Lo sin tachar, letras és tas que m ue stra n el estado previo al sujeto, y la aus en cia de la antecedencia de una operación de barradura que no llegó a concretarse. 3 - El transexualismo
Hay algunos trabajos psicoanalíticos que ponen al transex ualism o del lado de la neurosis. ¿Cómo pensarlo de ese modo ante semejante fracaso de la ope ratoria simbólica de la castración? Cuando la cas tra ción no se ha efectivizado a nivel simbólico, el afán tra nsexu al co nsiste en hace rla surgir en algún lado, p rese ntar la privación realm ente, de algún modo. El modo al que recurre el transexualismo muestra de forma patética el fracaso absoluto en la pretensión de solucionar por la vía de lo real algo que es de otro orden. La modificación corpo ral que 10 8
V A p u n t e s c l ín i c o s
tr ata de hacerle una v erónica a la castración produce que la castración se presente de un modo más impa ctante -y hasta siniestro- que antes de la cirugía. Fassbin der realizó un a película llamada Un año de nueve lunas en la que m ue stra cómo el inten to de restitución que ‘transexua-
liza’ por vía quirúrgica no produce el efecto esperado, ni a nivel del deseo ni a nivel del amor, lo cual una vez más ratifica la postura freudiana básica de que la diferencia sexual anatómica no es la que prim a resp ecto de la posición sexual. 4- E l travestismo
Es un problem a de otro orden. Se tra ta en él de las ve stidu ras y del semblante, y ahí un sujeto puede fingir de muchas maneras, pero lo hace para acentuar el pleno juego de la diferencia sexual; no es por falta de ella, su p resen cia es casi caricaturesca, hay pr ese nte algo del orden de la dialéctica del engaño, del equívoco, privilegiando la m asca rada. Lo que prim a es la m irada que bu sca los signos del deseo en el cuerpo, en las vestiduras, en las transparencias. Lo que no se puede obviar en la búsqued a o rienta da por la m irada es la presenc ia del falo, en prim er lugar, m ontan do la escena. Se lo puede ubicar en tre el ‘pa ra tod o’ y el ‘par a no-todo’, en tre el ‘te n e r’ y el ‘se r’ el falo, con lo cual el travestismo puede arropar el falo en una dirección y también en su contraria. 5- Yo, mi madre, o de las identificaciones: una migración reciente
Voy a comentar algunas secuencias respecto a momentos de inci dencia sobre la angustia en los primeros meses de un tratamiento; pero ante s presentaré a la paciente y haré algunas co nsideraciones que no pueden ser sino preliminares. La llamaré Maia. Maia es una mujer que ronda los 50 años, de origen judío, nacida en Rusia y venida a la Argentina hace unos 40 años. Ser judía y ser ru sa son pa ra ella marcas en las que se entrem ez clan orgullo y menosprecio. Co nsulta deslizándose en tre la an gu stia y la desconfianza respecto a tema s atin en tes a su m ala relación con la gente, y a su gordura. Sus dificultades sociales -e n general referidas a no poder encontrar, o ha cerse de un lugar en tre los otros- aparecen vinculadas a su origen, a
109
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
que la menosprecian o a que no se hace entender. En la película Sol ardiente e nc ue ntra reflejado el clima de su infancia. A pesar de esta p resentación que ella hace de sí misma, hab la un castellano casi perfecto, con pocos errores gramaticales detectables hasta ese momento; uno de ellos, por ejemplo, es que en lugar del ‘se me’ utiliza el ‘me se’, error al que considero totalmente congruente con su psiquismo: “me se perdió tal cosa”, “me se ocurrió tal otra” es a nivel discursivo la equivocación, o l ’une bévue que es otro de los mo dos con los que se puede no m bra r a la irrupción del inconsciente. Ese ‘m e’ que se le desacomoda anticipándose, es fiel versión de su posición frente a los otros. Sus padeceres provienen de todo lo que ‘le’ hac en o hicieron: madre, pad re, esposo, hijos, com pañeras de traba jo y algunos más. Denotar de este modo su posición subjetiva no sólo la deja en un a sem blanza co nsta nte de ser ‘pob recita’ sino que concomitante m en te hace que viva en un estado de perma nen te desconfianza y a la defensiva, presa de una actividad visual que busca, de modo mi croscópico, encon trar algún signo que dé cuenta del Che vuoi? Todo esto la torna, inevitablemente, muy irrita nte pa ra los otros. Me consta. Su otro tema inicial es la gordura. El acto de comer es siempre compulsivo. No puede c esar de comer, sin necesidad de ten er n i ha m bre ni ganas de hacerlo. Es más, nunca tiene apetito pues no da tiem po para que eso o curra; esto quedará asociado con su enorm e ansiedad y un a m emoria del temor: temor a ten er ham bre. No hay hambre sino miedo a pasar hambre. No puede ver un plato con restos de comida; inmediatamente los tiene que hacer desaparecer. Su modo de acomp añar a alguien que e stá comiendo, es comer a la par; si no lo hace, no sabe cómo estar, para ella ‘es como no estar’. Esto hace que pueda realizar cada comida dos o tres veces, según las cir cunstancias. Su modo de acompañarse a sí misma está teñido de las mismas características. Un ejemplo: luego de las vacaciones, trata de ubicar me porque no recuerda el horario de su sesión. No lo consigue. Enton ces, llega a su casa y se come un ‘tach o’ de gelatina; luego, se sie nta a comer. Otra vertiente del tema aparece más adelante: si adelgaza algo, por poco que sea, le pro duce miedo, miedo de gustar. - “Si el tem or es a gustar, quizás esté dedicada a disgu star ”. Responde: - “Puede s er ”. Dice de su cuerpo: “Soy gorda como mi madre. No puedo adelgazar. Tengo problemas y me dejo estar, no voy al médico. Seguro que me m uero de lo mismo que ella. - “¿De qué?”. Responde: - “No sé, de he morragias internas”. “Estoy muy gorda, entrando en la menopausia; si dejo de tener 110
V. A p u n t e s
clínicos
miedo y de cuidarme por los embarazos, tal vez tenga mejores relaciones sexuales. Tenemos pocas relaciones. Mi marido dice que no huelo bien.” “Ese día me propuse hacer dieta. Empecé a sentirme mal. Fui a casa. Pedí que me ate nd iera n. Vomité, pero no como lo hacía mi mam á, sentí que la vomitaba a ella”. Luego de decir esto, queda sumida en llanto. Y se produce un a diferencia, la prim era. “—Tuve un a infección du ran te las vacaciones, y reten ción de líqui do. El médico me dijo que eran cálculos en el riñó n. “—¿Sabe cuál es la -función del riñón?”. Dice: “—No, sí, es un filtro, ¿no?” “—Tengo cál culos. Me dio dieta para una semana y cita para un mes después. No pre gunté , no me di cuenta , no sé, ¿y ahora qué?”. Al m orir la mad re, pr egun tó de qué hab ía m uerto y cuando la doc tora que la había atendido estaba a pun to de con testarle, un médico presente en ese m omento le dijo que no hacía falta que supiera ; su traducción fue que ‘no debía saber’. Su madre, gorda, autoritaria y caprichosa, se prendió a esta hija, única. Nunc a aprendió el castellano. La paciente dice hab er fun ciona do como traductora y lazarillo. Ya que ella se presenta como ‘no haciéndose entender’ y como al guien que ‘no debía saber’, puede resultar interesante enterarnos de que, en todo caso, no es a nivel de su articulació n con la lengua donde están alojadas tales dificultades. Para ello, recurriremos al dicciona rio, que nos aporta lo siguiente. “Lazarillo: nombre del protagonista de Laza rillo de Torm es. Muchacho que guía y dirige a un ciego...” “Novela anónima, inaug ural de la narra tiva picaresca. P robablemen te, la prim era edición es la de Burgos de 1554. Su títu lo completo: Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortuna s y adv ersida des...” “se inspi ra en un a técnica realista e implica un a intención s atíri ca ...” “El tema del hambre cristaliza en un a nueva m anera narrativa, engendrada por e l r e se n t i m ie n t o y u n e s ta d o d e á n i m o re b e l d e y a g re s i v o . Autobiografismo y anonimato se fundam entan en tre sí. La voluntad y el afán de subsistir caracterizan el personaje...” “burla y astucia son las principales armas del protagonista...”.8No es nada desdeñable la forma de m arcar este rasgo de identificación, pues la debía acom pañar en sus salidas y era obligada a en tra r en todos los negocios pa ra averi guar precios aunque la madre nunca compraba nada, y ella se aver gonzaba mucho. Pero Maia sabía lo que la madre ignoraba. De eso se podía gozar, en nom bre de otro. Dormía con ella y el padre lo hacía aparte, salvo en algu nas ocasio 8.
Enciclopedia Salvat. Diccionario. Salv at Editores, S.A. Barcelona, 1972. Im preso en Esp añ a, Tomo VII. Pág. 1971. 111
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
nes; siem pre deb ía esta r a su disposición pa ra oír quejas, confesiones, fund am enta lm ente p ara escuch ar lo indebido; sus cuerpos no se sepa raban . Antes de morir, luego de u n a noche de vela en el hospital, M aia -q ue la cuidó ha sta el final- se queda dormida, sen tada en u na silla al lado de su cama, y la madre, al despertar, le dice: - “No te da ve rgüenza quedarte dormida cuando yo...”. Tenía alrededor de 20 años. ¿Había que morir con ella? El alivio posterior a su muerte se acompaña de tantos rem ordimientos que aún hoy no admite esa muerte. Reiterada m ente dice no poder en terra rla. Un a de esas veces, y a renglón segui do, como asociación, afirma de sí misma “soy mi peor enemigo”, apa reciendo su desdoblam iento, su duplicidad, con toda claridad. En cuanto al padre, precisa que ‘hubo’ actividades oscuras en Ru sia, tanto de él como de la madre -objetos escondidos, trueques, Sol ardiente. Le inculcó todos sus miedos. Siendo sastre, le hacía la ropa, u n a prend a por año, siemp re decidida por él, nu nc a a pedido; éstos no tenían respuesta. La obligación de casarse con un judío la aleja del amor, m ante nién dola en la obediencia. Más tarde, padre e hija se alian para criticar al marido h as ta que ella le pone tope al padre. En su casa, y con la familia que formó, el clima de m alestar y ten sión es cosa perm ane nte. Son todos varones que la m altratan . Se des cribe como un burro de carga, siempre al servicio no reconocido de ellos. Es de peso el rechazo sexual del marido quien, durante años, no tuvo para ella palabras de afecto ni de aliento sino sólo de crítica y menosprecio, porq ue ‘no hue le bie n’. Llegado a cierto pu nto de estas quejas, el analista la detiene: el tema es su madre. Es un a m ujer ilustrad a, a m an te de la litera tur a y en especial de los cuentos, particularmente los tradicionales rusos o judíos, a los que conserva en su mem oria con absoluta fidelidad. Su historia en Rusia resu lta confusa. Aún tiene p arientes con los que mantiene contacto, pero “antes callaban por miedo, ahora le pi den que no preg un te pa ra no hacer doler”; luego, se m antiene n g ran des baches e incógnitas en su historia. Lo que no huele bien, el mal olor, ¿viene de Rusia? Recuerda un dicho del padre: “mi casa queda fuera del pueblo”, como un modo de decir que así no se en tera de lo que p asa a su alre de dor. Este se sorprende por las cosas que ella sabe, ya que se le oculta ban. ¿Es que ella no debe saber? Sus tratam ien tos psi: ¿para qué ha blar si no le dan respue sta? Su anterior te rap eu ta la instaba a que imaginara. R ecuerda a su ‘primer an alis ta’, un viejo siempre sentado en la en trad a de u na casa, en Ru
V. A p u n t e s c l ín i c o s
sia. Cada vez que ella iba de visita a esa casa donde vivían algunos pariente s, le contaba sus fanta sías, u n a tras otra, durante hora s, y el viejo callaba escuchándo la. T enía cinco años. El marido, silencioso, muy poco comunicativo, pretende que ella adivine para así ente nd erse mejor: “tengo que imag inar lo que él pien sa pero sólo puedo imaginar lo que yo imagino, no lo que él calla y nun ca h ay coincidencia, entonces, qu e no me obligue a ello ...”. En el trabajo dice tene r un a falta tota l de conocimiento acerca de su lugar respecto de los otros. Es habitual que ocupen su silla o su escritorio habiendo otros lugares libres; la dejan sin lugar. Y ella no sabe cómo hac er p ara incluirse. Pero aquí apa rece el recuerdo de un a escena conyugal de hace unos cuanto s años: su marido estab a tendien do la cama y, como ella necesi taba hablar inmediatamente con él, se sentó en la mitad de la cama m ientras él la estab a arreglando, deshaciendo todo su trabajo. Luego de eso, más que charla, por supuesto, se produjo un a discusión... E n tonces, ¿quién no da lugar al otro? ¿No es ésta otra forma de la bulimia? Desprendimientos: a) —“No vom ité como mi m adre, la vomité a ella”. Llanto descon solado, cambio de discurso en torno a ella y disminución de su estado de an gu stia y enojo. —“P or p rim era vez pasé el fin de año acá”. —“¡¿Cómo?!” —“Sí, siempre, todos los años, para mí no era fin de año pues el fin de año es con mucho frío, como en Rusia. Es la prim era vez que acepto el fin de año con calor y que lo puedo festejar a pesar de eso”. Llegó al país hace más de 35 años. b) El saber no le pertenece; queda vinculado con la falta de res puesta de los analista s, el dicho del padre, las palabra s médicas y la incógnita sobre la muerte de su madre y, finalmente, el silencio (el silencio del Otro que sabe, único que puede y debe saber). E ntre el padre sorprendido po r lo que ella sabe, y el médico que la deja sin saber, aparece un terapeuta instándola a que imagine. Y en este m omento dice que im agin ar la aleja de la realidad. Es luego de eso cuando aparece una cuestión con su nombre. c) Em pieza a cobrar imp ortanc ia el que la llamen por su nombre de pila. H asta hace poco, la nom brab an de cualquier modo, con apela tivos, adjetivos, y ella no se daba cue nta. No se daba cu en ta de que su 113
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
nom bre no e ra utilizado pa ra dirigirse a ella; cuando toma n ota d e la situación, empieza a exigirlo; lo vincula con la idea d e tener derecho, derecho a vivir, que fue otro mojón de sus angustias primeras (no s e sen tía con derechos pues no se había sentido qu erida por la madre y como ésta se había hecho tantos abortos...). Consideraciones: Hay una línea confluente entre madre, cuerpo y saber, todos positivizados en una fuerte identificación im agin aria que involucra la gord ura, la sintom atización de falta de inserción social, la pobreza de relaciones sexuales y personales; en fin, el ocultamiento del agujero. Si la en tierra, se pres en ta la culpa que le hace decir: - “soy mi peor enemigo”, por no poder sacarse de encima a esa madre gorda e incestuosa. “¿Cómo hago?”, preg unta. “Yo [soy] mi ma dre ” rep resenta casi literalm ente su discursividad inicial. El movimiento que se va produciendo respecto a esto es: del ‘me se’ al ‘no sé’, y en esa instancia ya está a su alcance el ‘quiero saber’; movimiento desde el cuerpo yoico de la madre, hacia la incóg nita del saber. También en este sentido puede decirse que empieza a habe r un pasaje desde el con tar -cuen tos, fantasías, ella como Lazari llo incluida, etcétera- al contarse, o sea al poder tomar en cuenta su nom bre propio. La línea pa terna, por la vía del tem or y por ende la falta de partici pació n, tam bién la m an tien e m argin ada socialm ente y reten id a enojosamente. En las relaciones con el marido se sintetiza la confluencia de estas corrientes que impiden cualquier movimiento amoroso. En un a sesión le dije que en esos conflictos m atrimo niales no se trat ab a de su marido sino de su madre. Aceptó esto con dificultad, pero esta intervención está en la línea de lo que va promoviendo un a disminución de ang ustia y de certeza y perm itiendo aparecer u n cierto grado de interrogación acerca del saber obturado que la sostiene en la suposición de u n a mi gración reciente, al modo de una falsa excepción. 6- Efectos de última generación
Los padres de últim a generación son esos jóvenes que, separad os o no de sus esposas, colaboran en las tare as y el cuidado de la casa y los niños pues p ara ellos no es esto lo que pone en en tredicho s u hombría.
A p u n te s c l ín i c o s
V.
Más aún, son bienvenidos y reconocidos por tai circunstancia sin que esto necesariamente deba feminizarlos. Si están feminizados, no lo estarán por lo que hacen p ues la posición no se desprende de las tareas que realicen sino por la índole de la satisfacción con que provean a su mujer y del reconocimiento que de ellas provenga como para poder ejercer su función patern a. Estos padres que com parten con sus m uje res el m antenim iento de la estructu ra económica familiar y la crianza de los hijos, en u n novedoso ejercicio propiciado por la in serció n econó mica y profesional de la mu jer en nu es tra cu ltura o ccidental, no le van a la zaga en masculinidad a algunos de sus antecesores, vírgenes de toda actividad de ntro del hogar, cultores de bares, bo rracheras y golpizas dignas de mejor empeño. Para nuestros jóvenes, seguramente, no es ése el luga r ni el mom ento de pon er a prueb a su virilidad. Pero hay otros fenómenos que no aparecen tan articulados con lo fálico. El avance científico y tecnológico de los últimos tiempos podría estar anticipando un trastrocamiento muy profundo respecto de la función del padre tal como la entendemos. Ha entrado en escena un nuevo tipo de pad re al que podríamos d enom inar: El Padre Tecnológi co. Hay m uchas ex periencias en curso a las que nos podríamos r eferir pero con to m ar alg una de ellas basta para expre sar la idea. Consideremos el tem a de la clonación, no en lo que ata ñe a la re producción de tejidos a los fines del transp la nte que haga posible res gu ard ar o m ejorar un a vida, aun salvarla; esto cabe de ntro del avance médico no cuestion able por la bioética; podríamos decir, extrap olando, que lo fálico lo rige y lo regula. Pero h ay otro tipo de exp eriencias que apuntan a la reproducción idéntica de organismos enteros, organis mos ‘a pedido ’ del interesad o, o posibles ¿futuras? selecciones cromosómicas a pa rtir de la lectu ra de los m apas genéticos. Podemos detenernos en dos productos filmográficos. Uno, Los ni ños del Bra sil, basado e n la novela homónima de Ira Levin, m ue stra la producción m asiva de niñ os clonados, dados en adopción a diferen tes padres en diverso s lu gares del pla neta, y el efecto sin ie stro que produ ce a la mirad a el encu entro de esos niños idénticos, pro ducto logrado por la fabricación de u n a resm a de hitlercitos. E sta repro ducción del Uno, unificado y unificante a través de la identidad de su producto, forcluye la posibilidad de la muerte. La forcluye puesto que excluye cualquier diferencia que esté determ inad a por el azar de la com binatoria real, genética, y tam bién la simbólica, aquella que m arca el parentesco y la descendencia por la vía del deseo. La idea de la producción de lo gem elar como ga ran te de la excelencia tira p or la borda todo carácter distintivo que posibilite que lo particular devenga en singular, abo 115
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
liendo cualquier diferencia subjetiva. La identidad desaloja a la dife rencia, desde lo genético mismo. Y esto es lo mismo que decir que se m ata a la muerte pues con ello lo que se m ata es la reproducción sexuada tan cara al individuo y a la especie. El otro film, Matrix, de más reciente factura, más moderno y de gran despliegue tecnológico, muestra con un muy buen nivel de ima gen cómo se puede operar para establecer una banda continua entre realidad y fantasía, e ntre vida y m uerte. Esa banda con tinua que sor prende, aparece representa da por un operador en panta lla que accio na según la imagen ¿real, virtual? que le tran sm ite la misma, ayudado por el in strum ento de un sillón con algunos cables, elementos indis pensables de estas películas de ciencia-ficción, cables que tienen por función tran sm itir, tra nsfe rir sea lo que fuere qu e ejerce la posibilidad de pasar del estado de muerte al de vida, sin estar tan clara la recíproca. En ambos casos, como en tan tos otros de nu es tra actualidad, y todo parece in dicar q ue tam bién de nuestro porvenir, El Padre es la m áqui na, la m áqu ina es La Ciencia, el hombre, sólo su operador. Es posible que m uchas veces hayamos escuchado que los extremos se jun tan ; este es uno de esos casos. A este nuevo Otro tecnificado, a este Padre, así con mayúscula, Amo Todopoderoso, Omnipotente, ¿qué lo diferencia del mítico Padre de la horda?, ¿algo lo diferencia o nos hallamos ante una nueva versión de aquello que representa lo primitivo del padre para el arcaísmo psíquico? Si es así podemos seguir contando con n ue vas formas, diferentes modos de aparición del lugar de la excepción para cada sujeto y también para la cultura, con su consecuente malestar. 7- El pasaje al acto en dos adolescentes ‘freudianas’.
El pasaje al acto m uestra una versión del ‘todo ’ desasido de la fun ción fálica, hace que alguien haga de sí mismo un todo único dirigido al encuentro con el Otro y plasmado como Uno con El, lo que indica el camino de una búsqueda sólo lograda en el suicidio. Esa manera de intentar descompletar al Otro, signándolo con la propia falta, lo solidifica en su consistencia. La definición del pasaje al acto indica la intervención de una renegación significante eficaz en la puntualidad del momento, ú nica situación en la que el significante podría signifi carse a sí mismo. Aceptando que la eficacia significante requiere al menos un par de ellos para encadenarse en un discurso, el hecho de que en el pasaje al acto uno de ellos desaparezca nos marca la condi ción de m om entán ea in terrupc ión del discurso en dichos actos. Deci
V. A p u
n t e s c l ín i c o s
mos que está dirigido al Otro y no ai significante del O tro puesto que no hay dicho significante si al Otro le falta la tachadura. El Otro se significantiza estando descompletado. Del mismo modo, podemo s plan tear que la operación que se produce en el momento de un pasaje al acto implica el bo rram iento de la tacha du ra sobre el La, dejando a ‘La m uje r’ sin marcas de castración, imposible de asimilar con la es tru ctu ra en qu e nos movemos como hablan tes, en la que sólo hay lu gar pa ra La madre en el primer momento de la constitución subjetiva, como prim er represen tante del Otro real, de la necesidad y del sexo, para hijos e hijas. Es e n ese sentido que el pasaje al acto es tar ía dirigido al Otro no barrado, no inexistente, porque la caída fuera de la escena implica la caída de la escen a fálica. La escena está fundamentalmente constituida por la significación del falo, ‘como razó n y medida de todo deseo’, sin lo cual no ha y posibi lidad de escena, ni de escena sobre la escena. Esa caída del mu ndo a lo inmundo que Lacan describe como el modo en que se determina el pasaje al acto implica, por e sta lógica, un doble proceso que resulta en uno solo: la tach ad ur a del h a es asimismo la del S(A). Estas tachadu ras o ba rrad ura s son correlato un a de la otra; la instalación de la ba rra o la falta de su ma rca se corresponde en ambos lugares. E n el mo men to de un pasaje al acto no hay un a m ujer. Si no se cue nta con L a mujer, si no cabe la posibilidad de considerar a la mujer de un a e n u na , si no se da la posibilidad de es tar en esa escena como un a m ás, o tra m ás, a diferencia de La m adre única, no ha luga r la pre gu nta po r el ‘qué quie re u na m ujer’ en cuanto a un deseo jugado en un a dimensión de descom pleta mie nto , de ausencia de objeto. Con el pasaje al acto se in ten ta dar completud y consistencia a un objeto de la m anera m ás dram ática, que introd uce el goce en su versión más allá del falo. Tal vez sea difícil de entender el que se le adjudique la misma ca racterización a u n a bo fetada que a u n suicidio como proceso psíquico, pero lo q ue está en ju eg o es del mismo orden. En la pu ntua lidad de un pasaje al acto cae la pregu nta. Si la pre gunta se sostuviera, no habría pasaje al acto. Son, pues, momentos antagónicos. Suele o currir que luego de un pasaje al acto, fallido como lo es en la m ayoría de los casos, se reinstale la preg un ta, pero no hay signos de su presencia en el momento puntual del pasaje al acto. El pasaje al acto se opone al sostenim iento de u na pregunta . El pasaje al acto funciona al modo de una respuesta cuando no se puede sostener la pregunta. Cuando la posibilidad de deriva significante no está al alcance del sujeto se puede producir un pasaje al acto que tiene que ver con la coagulación de ese momento, que pone en suspenso cual11 7
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
(
/ ' (
( / ' (
/
( (
(
(
{
quier preg un ta e inventa un a respuesta fuera de escena ha sta que, en general, la p reg un ta se reins tala cuando el pasaje al acto es fallido. Pasar al acto destituye al significante en su valor de eficacia simbólica; descree de su mediación con lo real; denuncia un estado de desarticulación fantasmática; muestra un modo de desanudamiento en tre real, simbólico e imaginario. Pasar al acto es tá dedicado a Dios, al Diablo, al Padre, a La Madre, a La Mujer, a La Causa, La Religión, La Ideología o cualquier otro puntal digno de semejante sacrificio. Aunque el pasaje al acto comparte con la instancia del acto una fue rte ligazón respecto de la función del significante, tam bién podemos pla nte ar sus diferencias. Co m parten la característica de no ser definibles en el ins tan te de producirse; de que sólo se puede decir de ellos a posteriori; que no son anticipab les ni decidibles en el instan te; que tiene n otra temporalidad respecto a la posibilidad del decir; en fin, que ‘eso’ se sabrá retroacti vamente. El acto no es definible antes de producirse pero no prescinde del significante aun que tam bién en él se produzca un m om ento de coalescencia en tre Si y S2que requiere de un a lectura posterior. Podemos con siderar como diferencia que el acto posee un cará cter altam ente significante como modo de respuesta a algun a pre gu nta (tales como el acto sexual respecto de la ausencia de relación sexual; el acta -co rrelato del acto- te sta m en taria respecto del legado; el acta de nacimiento, de defunción, respecto de la m uerte; el acta de m atrimonio sellando po r el lazo social lo que falta en el lazo sexual), m ien tras que el pasaje al acto intenta renunciar a un simbólico para ofrecer una res pu esta real al Otro. Respecto a esto último ya dijimos que el único pasaje al acto exitoso es el suicidio; todos los dem ás son fallidos pues producen una in terrupció n en la deriva significante, pero ésta puede ser reiniciada luego del momento p un tual, coagulado de sentido, de la ejecución del mismo. Hay tangos, hay chistes, sobre todo de idishes mames que lo reverencian, más o menos jocosamente, más o menos dram áticam ente, pero que siempre parecen tras p o rtar algo de grotes co, quizá por la caricatura del significante que en ellos se hace mani fiesta. Que una de estas madres, en más de una versión cultural, le diga a su hijo ‘colgo y moiro' no deja de sonar patético por m ás am ena zador, creíble o enojoso que resulte. El pasaje al acto in te n ta rea liza r u n a incu rsió n en lo real. El acto tiene mayor vecindad con el síntom a por la tram itación significante de lo real. Pero en ambos está en juego un significante; que no pueda
V. A p u
n t e s c l ín i c o s
significantizarse en el m omento no hab la de su ausencia sino de otra tem poralidad y otra lógica enjue go que deberá ser con struida con pos terioridad. Del lado de la mujer el pasaje al acto la desamarra de la significa ción del falo y la e nvía a la escena con el Otro. Detengámonos u n in sta nte en ‘dos adolescentes freudia na s’, Dora y la Homosexual fe m enin a, para examinar cómo en los respectivos pasajes al acto se m anifie sta su caída respecto del Otro cuando algún punto de vacilación hace trastabillar la relación con el falo. Am bos casos son ejemplares en cuanto a la sexualidad femenina porque en la descripción freud iana podemos apreciar el interjuego de la estr uc tur a y el pasaje al acto; la estructura de la sexualidad y un pasaje al acto emergente de ella, en relación con el padre, pero también con el Otro sexo. Para Dora, la frase del Sr. K, ‘mi mujer no es nada para mí’, hace tambalear su espectro identificatorio con el Sr. y la Sra. K. Si la Otra no es nada p ara él, o sea pa ra mí, ¿qué soy yo? Quedo reducida a nad a por lo cual, bofetada m edia nte (2S huida), lo desalojo; ahora ‘él no es nad a pa ra m í’, en u n intento por restitu ir el circuito deseante pero al precio del propio desalojo. Hay una escena previa a la de la bofetada que en general no es recordada, o al menos pocas veces es mencionada, cuando se habla de Dora; un a de esas veces es en el semina rio XVII de Jacque s Lacan. Se trata de una escena de violentamiento ejercida sobre ella en el mo m ento de la pub ertad. Su respu esta inm ediata es somática (asco); his térica, dictam ina Freud . Sin embargo, a pesar de su huida de la escena (1~ huida), ésta es retenida a través del silencio; como dice el tango, ‘rencor, mi viejo rencor, tengo miedo que seas amor...’. Amor o más bien podríamos decir deseo, ya que del asco se trata. Ambas escenas quedan vinculadas: el beso y la bofetada sorprenden en el cuerpo y esconden la endeblez de recursos de los protagonistas para vérselas con el encuentro sexual. Esta endeblez es propiciatoria del pasaje al acto. No se puede escatim ar el dato de qué tipo de padre era el suyo, para Dora. El la desalojó de su lu gar de hija al ofrecerla como objeto sexual al Sr. K., como prenda de un intercambio que le permitiera obten er a él -el p ad re - su propia satisfacción genital con la esposa de aquél. Mujer por mujer, mujer entregada por el padre a un hombre, pero no como debie ra ser, en este caso. Y no lo fue pu es dicho padre se cobijaba en argucias que escondían su verdadero goce con lo cual su hija, en la escena del lago, no hace sino denunciar, reproducien do, o tra 119
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
escena por ella vislumbrada, en tre el pad re y la Sra. K ., y que le fuera falsam ente desm entida por aquél. Ojo por ojo, mirada por mirada, ella deja de ser hija sin que ello pueda convertirla en mujer. Lo transcribiré en los términos de Freud. El historial dice lo si guiente: “...Dora me comunicó un a vivencia an terior con el señor K., mucho más apropiada para producir el efecto de un trauma sexual. Tenía entonces 14 años. El seño r K. había convenido con ella y con su m ujer que, d espués del mediodía, las damas ve ndrían a su tienda, si tuad a fre nte a la plaza principal de B., para contemplar desde allí unos festejos que se realizarían en la iglesia. Pero él hizo que su mujer se quedara en casa, despachó a los empleados y estaba solo cuando la m uch acha e ntró en el negocio. Al acercarse la hora de la procesión, le pidió que lo aguard ase junto a la puerta que daba a la escalera que conducía al prim er piso, m ientra s él bajaba las cortinas. Regresó des pués de hacerlo y, en lu gar de pasar por la puerta abierta , estrechó de pronto a la muchacha contra sí y le estampó un beso en los labios. Era justo la situación que, en u na muchacha virgen de catorce años, provo caría una nítida sensación de excitación sexual. Pero Dora sintió en ese momento un violento asco, se desasió y pasando jun to al hombre corrió hacia la escalera y desde ahí hacia la pue rta de calle. No obsta n te, el trato con el señor K. prosiguió; ninguno de los dos aludió nunca a esa pequ eña escena, y ella sostiene haberla guardado en secreto has ta su confesión durante la cura. Por algún tiempo, es verdad, evitó encontrarse a solas con el señor K. Por esa época el matrimonio K. hab ía convenido hacer un a excursión de varios días, en la que también Dora participaría. Después del beso en la tienda ella rehusó acompa ñarlos, sin aducir razone s”.9 En el caso de la joven Homosexual femenin a, la caída es provocada por o tra circunstancia. Dice Freud: “U na m uchacha de dieciocho años, bella e in teligente, de una familia de elevada posición social, provoca el disgusto y el cuidado de sus pad res por la tern u ra con que persigue a un a d am a ‘de la sociedad’, diez años m ayor que e lla”.10 ... “Un día sucedió lo que en esas c ircunstanc ias ten ía que ocu rrir alguna vez: el padre topó por la calle con su hija en compañía de aquella dama que se le había hecho notoria. Pasó al lado de ellas con un a m irada colérica 9.
Fre ud, Sigmund. “Fragm ento de análisis de un caso de histe ria” (1905). En Sigmund Freud, Obras Completas, vol. 7. Am orrortu editores. I a edición en castellano, 1978; 2- reimpresión, 1985. Buenos Aires, 1985. Pág. 26. 10. Freud, Sigmund. “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad fe m en ina” (1920). En Sigmund Freud, Obras Completas, vol. 18. Amorrortu editores. Ia edición en castellano, 1979; Ia reimpresión, 1984. Buenos Ai res, 1984. Pág. 141.
V. A p u n t e s c l ín i c o s
que na da bueno a nunc iaba. Y tras eso, enseguida, la mu chach a escapó y se precipitó por encim a dei muro a las vías del ferrocarril metropo li tano que pasab a allí abajo. Pagó ese intento de su icidio...”11 ... “...en su conducta hacia su objeto de amor había adoptado en todo el tipo masculino, .. .la preferencia por am ar a ntes que ser amado. Por tanto, no sólo había elegido u n objeto femenino; tam bién ha bía adoptado hacia él un a actitud m ascu lina”.12 ... “E ntre los trece y catorce años m ani festó una predilección tierna y, a juicio de todos, exagerada por un niñito que aú n no hab ía cumplido los tres años ... puede inferirse que en esa época estaba dominada por un fuerte deseo de ser madre ella mism a y ten er u n hijo. Pero poco despu és el niño comenzó a serle indi ferente, y ella empezó a m ostrar in terés por mujeres m aduras, aunque todavía jóvenes, interés cuyas exteriorizaciones le atrajeron pronto un a sen tida reprim end a de pa rte del padre. Quedó certificado más allá de toda duda que esta mudanza coincidió en el tiempo con un acontecimieno ocurrido en la familia, del cual, entonces, nos es lícito esperar el esclarecimiento de la mudanza. Antes, su libido estuvo de positada en la m ate rn id ad; después fue una homosexual enamorada de mujeres m ás m adu ras, tal como siguió siéndolo en lo sucesivo. Este acontecimiento tan imp ortante pa ra nu estra comprensión fue un nue vo embarazo de la m adre y el nacimiento de un tercer h erm ano cuan do ella tenía dieciséis años ”... “El análisis permitió reconocer indu bita blem ente que la dam a am ada era un sustitu to de...la m adre”.13 El relato de Freud vuelve sobre el intento de suicidio tras el mo mento del encuentro con el pad re y lo amplía, enriqueciéndolo. “H abía confesado a la dam a que el señor que las había mirado tan fieramente era su padre, quien no q uería sa ber na da de ese trato. Y la dama, en tonces, se encolerizó y le ordenó que la dejase en el acto y nun ca m ás la aguardase ni le dirigiese la palabra, que esa historia tenía que termi nar ya. En la desesperación por haberla perdido de ese modo y para siempre, quiso darse muerte. No obstante, tras la interpretación de ella el análisis permitió descubrir otra, que calaba más hondo y se apoyaba en su s propios sueños. El inte nto de suicidio fue, como cabía esperar, además de eso otras dos cosas: un cumplimiento de castigo (autopunición) y un cumplimiento de deseo. En cuanto esto último, significaba la consecución de aquel deseo cuyo desengaño la había empujado a la homosexualidad, a saber, el de tener un hijo del padre, pues ahora ella caía (‘niede rkom m en ’) por culpa del pa dre ” ... “la dama 11. Ibid., pág. 142. 12. Ibid., pág. 148. 13. Ibid., pág. 149. 121
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
hab ía hablado igual que el padre” ... “deseos de m uerte con tra la pare ja p aren tal...” Y conceptualiza: “En efecto, para el enigma del suicidio el análisis nos h a traído este esclarecimiento: no h alla quizá la energía psíquica para m ata rse quien, en prim er lugar, no m ata a la vez un objeto con el que se ha identificado, ni quien, en segundo lugar, no vuelve hacia sí un deseo de m uerte que iba dirigido a o tra persona”.14 El expulsarse de la escena está sostenido en la creencia de que sí ‘hay objeto’, sí ‘hay Otro’, hay Otro posible con el cual encontrarse o ha cerse ser, la Madona, o la Dama, el Padre, o Dios más explícitamen te en el caso Schreber. El niederkommen, es decir la emergencia significante que anota Fre ud en ese pasaje al acto, m ue stra cómo el significante está jugado en ese momento; el pasaje al acto no es sin significante; tam bién pode mos afirm ar que el pasaje al acto no es sin objeto aun que su velamiento se desdibu je y no opere como en las formaciones del inconsciente; aquí, otra construcción está en juego. Ese significante que aporta Freud, mu y jus tam en te, significa caer pero tamb ién parir. De ese modo se liga a una fantasía de parto que coadyuva a desencadenar la irresuelta pro blem ática edípica de la joven, que culm ina e n ese pasaje al acto. Lo insoportable del nacimiento de un herm ano pa ra esta m uchacha, para esta adolescente, justo cuando la m aternidad ‘le tocaba a ella y no a su madre’, para Freud, trastroca su economía libidinal de un modo irre versible. Ver a las madres en el lugar de las adolescentes es cosa corriente en n ue stros días. Pero en cuanto a esta joven, que el hijo esperado del padre le fuera dado a la m adre la arroja a un doble rechazo: de la femineidad y de la maternidad. Así, la femineidad es rechazada c uan do ama ‘al modo del hombre’ a una mujer, así como su padre lo hace con su madre. Su afrenta a la pareja parental es clara sólo que en lugar de que esto propicie una separación, se hace de ello una autoexclusión: se arroja, se cae, desaparece como respuesta a la ‘falta de amor’. Su relación con el falo se desestabiliza, ‘ya hay otro falohe rm an ito para la m adre’; perdido cierto lugar, cierto am arre fálico, tam bién es rechazada la maternidad, e in te nta desentenderse del asunto de modo absoluto cuando, sin poder soportar ese lugar de ‘no-todo’, va a la búsqueda de algún absoluto que la ‘haga ser’, nuevam ente, Uno y todo para el Otro. No es infrecuente ver en las adolescentes devenidas madres el ca rácter de pasaje al acto de los embarazos, debido a la dimensión de realización que conllevan estos actos tan dedicados para comprobar 14. Ibid., pág. 155.
V. A p u n t e s c l í n i c o s
algún orden de existencia, para dejar un a m arca tal, ta n indeleble, ta n imborrable que resulta difícil pensar que tenga que ver con la ausen cia de Otro, más bien parece un intento de marcar ahí algún Otro, agujerearlo, hacerle algu na falta que falta ser hecha, en la creen cia de que el Otro existe. Freud define la h iste ria como producto de una doble identificación, masculina y femenina a la vez. ¿Se pueden sostener ambos lugares sólo sintom áticam ente o se requiere la presencia efectiva de algún real? En las escenas, en los pasajes al acto, ¿otro real cobra predominancia cuando el cuerpo no es afectado por la conversión? ¿Será por eso que las locuras histéricas esp an tan y confunden? La histérica se plan tea como un ‘todo ’, que busca el Uno del pa dre y la Una bajo la forma de la Otra mujer que, sabemos, es la Madre. Ella, como ‘todo ’, necesita ejercitar la castración del lado del partenaire, hom bre o mujer, pa dre o madre. Vale la pen a pen sar e sta posición como una forma de fracaso de la resolución edípica, en su tercer tiempo, el tiempo de la castración simbólica. 8- El viaje edípico
Dicho viaje, trágico o cómico, como a veces se lo designa, requiere la presencia de ciertos elementos para poder ser realizado. E sta m etá fora alude a la incidencia del tiempo y del espacio como partes del mismo; también a la existencia de un a travesía, un punto de partid a y uno de llegada, un vehículo sobre el que transitar y un comando-brú jula que indique el ru mbo. Todos esos elementos está n presentes en la descripción freudiana. Para Sigmund F reu d el complejo de Edipo es el viaje que da e n tra da a la cultura, a la sexualidad, a la conformación del apara to psíquico. Su antecedente inmediato, requisito necesario para que ello ocurra, radica en la existencia del ‘Edipo de los padres’, esto es, que el pasaje de aquellos por la tramitación del complejo de castración indique que la función pate rn a h a sido ejercida dejando su m arca sobre ellos, y que de tal hecho devenga la posibilidad de transmisión de la falta, de la diferencia, de lo generacional, del ideal, del superyó, etcétera. Jacques Lacan, a partir de los elementos planteados por Sigmund Freud, busca la lógica intr ínse ca de sem ejan te recorrido y dice lo suyo arma ndo un m apa del recorrido por el complejo de Edipo. E ste m apa consta de tres tiempos, tre s instanc ias y tres operaciones en su curso.
1 23
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
La lógica es simple. Si de lo que se tra ta es de insc ribir la castración, la falta, planteem os la forma y el orden en que ésta se plasma. Los tre s tiempos son distintos mome ntos que se suceden tempo ral y lógicamente y muestran en qué lugar de la estructura muerde la castración. Que muerda la castración equivale a decir que caduca al gu na situa ción de excepción; en otros térm inos, que el ‘existe al menos uno que dice que no a la castración’ deja paso a que ‘para todo o para no-todo a fu nciona la función fálica’. Y pa ra que e sto ocurra, la m etá fora paterna debe estar operando en algún lugar de esa estructura y dar pr ue ba de su eficacia. Dichos lugares y tal eficacia o la falta de ella, es lo que se desplegará en los tiempos mencionados. N uevam ente , debem os insis tir en que el comando que m arca ru m bos es el modo en que se ha hecho lu gar el Nombre-del-Padre. Sin función paterna no habrá sexuación posible pues es dicha función la que se torn a en ga rante de la tramitación del lenguaje y la cultura, de la prohibición del incesto y de la puesta en movimiento del falo como significante. En un prim er tiempo de estos tres, el pad re ‘está en la cu ltur a’, es requ erid a su anteced encia de cará cter simbólico que m arca el deseo, la castración que operó sobre la m adre y le posibilitó a rrib ar a tal estado. Tal como sucede en las obras de teatro, su papel se asemeja al del apuntador pues es él quien recuerda la letra cuando ésta es olvidada, desde fue ra de la escena, permaneciendo velada su prese ncia sobre la misma. No es ta n im po rtante lo m aterial de su presencia como su aten ción a la eficacia de la letra, pues la ma dre no atien de a la letra sino a su en cue ntro con el falo soñado, es todo mirada, hay u n ‘cuerpo a cu er po’ entr e e lla y su falo im aginario, el hijo que la completa iluso riamente, en el lugar del pene fa ltante, hijo conseguido de un hom bre, en el nom bre del padre . Este hombre, ya padre a su vez, ratifica esta posición a través de la nominación: pasa su nombre al hijo, lo inscribe tras de sí en la serie, ma rca la línea de descendencia. En e ste prim er tiempo “es nece sario y suficien te con ser el falo” pa ra ocupar ese deseo de falo de la madre, m adre que aparece en esta instancia por fuera de la ca stra ción, ‘tod a ella falo’, como madre, como prim er Otro de la necesidad, pero que ta m bié n se ocupa libid in alm ente del alojamiento y erogenización del cuerpo, es el Otro real que todo lo cubre durante la primer época. De muchos modos posibles esta imaginaria completud puede vacilar; de muchos modos la madre deja de estar ‘toda’ todo el tiempo y reinstala para sí algún viejo interés o alguna nueva necesidad. Tal sustracción es leída como caprichosa, el Otro es caprichoso: puede es tar o no; si no lo completo en forma total y permanente, es porque 124
V. A p u n t e s c l ín i c o s
alguna barradura se ha instalado. El proceso de descompletamiento avanza. El segundo tiempo apunta a ‘la hora de la verdad’. La verdad es que la letra debe marcar el cuerpo, razón por la cual la intervención del padre ap un ta a s ep ara r este ‘cuerpo a cuerp o’ o m ejor dicho, este goce del cuerpo de la mad re y prohibirlo de un a vez y pa ra siem pre. El padre, en esta in sta ncia, priva del goce incestuoso. Pero vale la pena hacer una aclaración: para lo que tiene que ver con la privación, operación sobre lo real, podemos considerar sus dos manifestaciones: la privación de pene en la mujer q ue la in sta la como no-toda fálica y la operación realizad a por el padre imaginario respec to de la instau ración de la prohibición del incesto. Realizada esta sal vedad, podemos retomar este último punto. La operación es doble y además lo es desde dos vertientes: la pri m era ap un ta a la m adre y al niño pero, simu ltáneamen te, la segunda apunta a la mujer (madre en este caso) y a sí mismo como hombre (pero también padre en este caso). Debido a esto último, sus razones pare cen poco legítim as: él la desea por lo cual la sustr ae sin mayores consideraciones. Su accionar es percibido como tiránico, caprichoso, fuera de toda ley salvo la propia, hacedor de ley, construyéndose de este modo la instancia del padre imaginario, privador, gozador, en su peor versión, sim ilar al padre del mito de la hord a, negador de cual qu ier regulación. E ste padre es odiado, envidiado y temido como rival, de él se supone que tomó a la m adre p or la fuerza pero la realidad es muy otra. En verdad, si la mirada, si el deseo de la madre, no le hace u n guiño al hombre haciéndole saber que por su falta nu evam ente lo busca, para él no habrá entrada posible. A este padre im aginario, pri vador, le corresponde una madre ya castrada, para la cual ya no es suficiente con que el hijo sea el falo; lo m ue stra el hecho de que v aya a buscarlo en otro lado. Apreciemos en esta instancia otro movimiento en cuanto a la cas tración: la aparición de la castración en el prim er O tro, la madre, deja lugar a la emergencia de otro Otro no castrado: el padre imaginario. Es este segundo tiempo, pues, el que se corresponde con el lugar del Nombre-del-Padre mítico que, como se puede apreciar, es uno de los momentos del ejercicio de la función paterna. ¿Cómo se resuelven el odio, la envidia, la idea de que sobre el pad re no opera la ley o m ás bien que él es el hacedor de leyes? Y, por lo tan to, ¿cómo se instala la legiti midad del deseo? En el tercer tiempo se produce otra torsión en el lugar del padre. Éste, que antes privó, aho ra se apro nta a efectivizar la transm isión, a legar sus dones, sus emblemas. Para ello ha debido ser rebajado de su 125
( EN EL NOMBRE DE LA FALTA
('
(
(
(
( ( í(
( ( ( ( (
posición endiosada. El padre sólo puede transm itir si se reconoce deu dor de un a tran sm isión que le fue legada y que por tanto, lo antecedo. El padre queda ubicado en la serie. El padre ya no es un padre de capricho sino ‘uno más’ regulado por la ley y sometido a ella como todos sus congéneres hablantes. El padre aparece castrado, él tam bién; deseante ¿de qué?, de tran sm itir a su hijo lo que le fue transm i tido por sus p adres y de este modo insertarlo en la cultura. Este punto de transm isión regulador del deseo y del goce ma ntien e el nomb re que Freud le otorgó: superyó, el superyó como la introyección del padre despersonalizado. Y en términos de Lacan es el padre real, represen ta n te de la ley, tam bién uno más, tam bién de uno en uno, el encargado de rea lizar la operación de castrac ión simbólica: el falo no es de nadie; aun que se juegu e a tenerlo o a serlo, esto sólo es u n a coy untura re s pecto del agujero de lo real. A p artir de lo cual se podrá asum ir la posición sexuada pues este viaje culm in ará en el puerto de la inexis tencia de relación sexual. El viaje edípico m ue stra los modos de inscripción de la ca stración a nivel real, imaginario y simbólico, tres operaciones diferentes que apun tan en un mismo sentido, el de la anotación de la falta, y a las que Lacan nombró, respectivamente, privación, frustración, y castración. Es requerido este tercer tiempo, en el que el falo simbólico ya ha plasmado sus efectos sobre to da la estructura, o sea ha llegado al niño en el momento de la declinación de su Edipo, para que luego de la pubertad se pueda decir, legítim a y retro spectivam ente , que el ejercició de la sexualidad conlleva u n a repetición en acto -e sta vez acto sex ua l- de la dialéctica edípica. Dicho en otros térm inos, nos hace fal ta con tar con la existencia de este terce r tiempo, tiempo de la castra ción simbólica, pa ra po der pl an tea r las identificaciones con las posicio nes sexuadas a nivel de los valores fálicos.
C a pít u l o V I
EL SABER, ENTRE EL SUJETO Y EL OTRO
El trabajo de un análisis se realiza transitan do las diversas instan cias por las que atrav iesa el saber inconsciente que ha quedado articu lado en tre el sujeto an alizan te y el Otro, mediado por el analista. En el recorrido, este saber equiparable al reconocimiento de la falta es tru ctu ran te del sujeto es el que varía en su modo de funcionamiento respecto de la fijeza libidinal en que se sostiene el síntoma desde el fantasma, produciéndose los desanudamientos y rean udam ientos que irán liberando al deseo de su conflictiva en el aparato. Este trabajo se puede realizar cuando la interpretación, instrum ento privilegiado con que cuenta el analista a tal fin, es congru ente con la tran sfe renc ia y se aloja en ella, de donde ex trae su eficacia. Dicha con gruencia en tre interpretación y transfe rencia posibilitará el máximo aprov echam iento de la segun da, en pos del fin último de su disolución. La transferencia, cara resistencial del saber, nombrada por Freud en el inicio como la empatia necesaria para lanzar el proceso, nos remite al amor; y el sabe r qu e en ella se aloja nos vuelve hacia el anhelo por la verdad. Mediante la interpretación, aunque no sólo con ella, se posibi lita el trán sito por ese cam ino del saber, desde lo coagulado del sínto m a h as ta la producción del inconsciente, entend iendo por ello la con formación de un decir vinculado más estrechamente con el reconoci miento del deseo, de la falta, de lo no sabido, en vez de la contraposi ción y el entredicho con dicha instancia. Utilizaré, para pla nte ar dicho recorrido, un a exposición oral reali zada por A lain Didier-Weill en el ám bito del se minario L ’in su que sait de l ’une bévue s ’aile á m ou rre 1 cuyo título, al que le han sido prop ues tas m ás de un a decena de traducciones, todas posibles aunq ue a lgunas más alocadas que otras, invita a la equivocación. 1.
Lacan, Jacq ues. Sem inar io XXIV Inédito . 1976-1977. 1
c tn
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
La equivocación -la bévue-, una equivocación -une bévue-, trans formada en l ’une bévue, es por homofonía, en este contexto, el Unbewusste freudiano. Es, además, muestra patente de la translite ración que la lengua permite en cuanto al inconsciente, y no sólo en cuanto a él sino tam bién en las construcciones exigidas por la estru c tu ra del lenguaje. Alain Didier-Weill, respondiendo a invitaciones que le fueran he chas por Lacan, expone un par de veces en este seminario. En esas presentaciones despliega u na lógica, la misma para los dos casos, aun que apa ren tem en te los tema s carezcan de relación en tre sí. El prim er tema es la música; el segundo, el pase. En ambos trabaja el circuito pulsio nal -puls ió n invocante m ediante- p ara dar c uenta de las relacio nes de saber entre el sujeto y el Otro. Me entusia sm ó su lógica, no por se r de su creación sino por hace rla suya en el modo de decir, sin por ello desconocer sus fuentes; lógica ajusta da a los tiempos y apropiada a la circunstancia de ubicar -e n su intervención que apunta al problema del pase- el enjambre de situa ciones que, por fue ra de la escena, conforman la tram a del cuento La carta robada de Edgard Alian Poe. Esta lógica, y también algunos de sus pasos, están desarrollados por J. Lacan en su escrito titulado “El Seminario sobre «La Carta Robada»”, de 1955.2 Me referiré a esa intervención, la que dice haberse visto llevado a elucubrar a partir de cierta ineficiencia en cuanto a la práctica del dispositivo del pase en L ’Ecole Freudienne de París, procedimiento para el cual pro pone un montaje topológico que, según su criterio, le falta al Jura do de Aceptación (Jury d ’Agréement) de dicha Escuela. Ese montaje se despliega en el entrecruzamiento de dos grafías, u n a establecida por él y o tra po r Lacan - la del grafo del deseo o de la subversión del su jeto- en las que ubica, primero en forma se parada y luego mediante dicho entrecruz am iento, los tiempos del posicionamiento subjetivo respecto del saber. Su pre gu nta po r los av atares de las relaciones e ntr e el sujeto y el Otro fundadas sobre el saber, va adqu iriendo color de respu esta a pa r tir del recorrido por el circuito que él mismo establece entre ambos. En ese camino, la m archa está d eterm inad a por oposiciones que m ar can un rumbo: de la alienación a la separación; del conocimiento p ara noico -léase ‘yo’- y la índole de certid um bres que éste perm ite, a lo no sabido, que implica un a ce rtidum bre de otra n atura leza; del luga r y la 2.
Lacan, Jacques. En Escritos II, Siglo Veintiuno E dito res S. A. 5a edición en español, México, 1979. Traducción de Tomás Segovia. Ia edición en fran cés, Écrits, Édition s du Seuil, Paris, 1966. Págs. 11-62.
VI. E l s a b e r , e n t r e e l s u j e t o y e l O t r o
índole del sabe r en el Otro, al sujeto; y -po r ñ n - el golpe de tim ón que perm ite y soporta tal cambio: el pasaje de la duplicidad a la división, en cuanto al sujeto en cuestión. No voy a abundar en detalles pues esas clases pueden ser leíd as,3 pero quiero acentuar la articulación que él plantea p ara in troducirnos en estos escollos del saber. Lo que sí cabe recordar es la estructura del cuento de Poe. En La carta robada h ay un a ca rta de carácter privado, escrita por un duqu e y dirigida secretam ente a la Reina (traición), carta retenid a por un fun cionario allegado a los Reyes y escondida para que no llegue a manos de la Reina. La intención inconfesable de quien la esconde es que el Rey se ente re de su contenido (traición). El aparato de segurida d mo n ta su búsq ued a de la misiva sin tener éxito alguno a pesar de no habe r dejado rincón sin revisar. A part ir de tan rotundo fracaso, el ‘inve sti gador privado’ hace su entrada en escena y se suma a la búsqueda, dándole pro nto fin con el resultado esperado: no sólo encu en tra la car ta sino que, además, la ‘ve’ puesto que ella estaba ‘a la vista’. Como corolario de la investigación podemos ded ucir que: - lo oculto es tá a la vista, - hay que s aber mirar, buscar, libre de todo prejuicio, tal como se predica del deseo del analista ; - un a letr a (del inconsciente) está a la espera de encon trar su des tino (el Otro) y siempre llega a él, en términos de Lacan. Vamos entonces al planteo de Didier-Weill. El parte de un circuito comunicacional: el emisor, el receptor, el mensajero y el mensaje. En este esquem a ubica a los personajes que sostienen la tram a del cuento. E n el relato de Poe, el emisor de la ca rta com prometedora es el duqu e de D., y el destino de la mism a es su Reina: personajes éstos que están en el trasfondo del cuento. También están el Rey, el ministro y, por supuesto, la carta. A p ar tir de estos elem entos, se despojará de lo superfluo y arm ará el entram ado con el emisor al que llama Bozef; el destinata rio, la Rei na, pero cuyo lugar adjudica al Rey por ser quien está tras ella; el m ensajero, su erte de correo personal; el mensaje, trans m itido po r este últim o. Queda por fue ra de esta selección el equipo de investigación, a cargo de la policía y de Dupin. El cambio de destinatario, de la Reina al Rey, permite efectuar al menos dos observaciones. Un a la hace Lacan en el escrito an tes m en cionado, al distingu ir posesión de detentación, tratánd ose en este ú lti 3.
Nota : son las sesiones de fecha 21-12-1976, 8-2-1977 y 15-2-1977.
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
mo caso de un a posesión ilegítima, de una usurpación. Lo que está en juego es la legitim idad del destino de esta misiva y, por extensión, de cualquier o tra. La carta es detentada por el Ministro, ha sido sustraída por al guien (el mismo Ministro) a quien no le pertenece con el objeto de m anten erla oculta y retenida, en souffrance, a la espera de la ocasión en que se la pueda u tilizar como elemento coercitivo pa ra la Reina y a travé s suyo, fund am entalm ente, respecto del Rey, quien e stá en la mira última de esta doble traición. Que el Rey sea el des tinatario final, au nqu e ignoran te del hecho, le perm ite a Didier-Weill situarlo en el lu gar del Otro y, en lo que respec ta al análisis, en el lugar del analista como su representante. R etiraré a esos personajes de escena para m ostrar el movimiento en su forma, que también es su estructura, pues sus instancias nos conciernen a todos y a cada uno de nosotros. El planteo consiste en que, entre emisor y destinatario, a saber en tre Bozef y el Rey, o bien -como los nom braré de aquí en a de lan teen tre el sujeto y el Otro, se jueg an nu m erosas situaciones atine nte s al saber, y que es posible diferenciar tres o cuatro tiempos en los cuales se va produciendo u na modificación de dicho saber. E n un a de sus cús pides hallamos al Saber Absoluto, con su contrapartid a -la ignorancia radical-, efectos yoicos por excelencia. E n el otro extremo , el reconoci miento de la falta, antecedido por el des-ser. En este decurso, la vectorialización del saber marca el rumb o desde lo sabido a lo no-sabi do, a lo inconsciente del saber, es decir al saber como inconsciente, a l’insu, a l’une bévue. Tres de estos tiempos son fácilmente observables. Al cuarto, en sus pro pias pa labras, ‘no es dado lleg ar’, no va de suyo, no siem pre es alcanzable. Pero este cuarto tiene su razón de ser y su exigencia lógi ca. Es, asimismo, el tiempo del final del análisis. Considera también cuatro elementos. Los reitero: son el sujeto o emisor, el Otro -destinatario o receptor-, el mensajero y el mensaje. Lo que mueve los hilos, lo que causa la trama, el objeto en cuestión a p artir del ejemplo con el que trabaja -el cuento de Poe- es la carta y su rapto, sustracción o robo, que por esa razón se halla impedida de lle ga r a destino, al Otro. Podemos plantearlo en términos más amplios y generales, puesto que se trata del destino de los desfiladeros del significante, y de algu nas estaciones que señalan sus momentos de detención. Y así, consi de rar estos postulados, no ya respecto del procedimiento del pase, sino de su pertinencia -o no - en los ava tares del psicoanálisis en intensión.
VI. E l s a b e s, e n t r e e l s u j e t o
y e l
Ot r o
A continuación, veam os el diagra m a de los cuatro pasos qu e propo ne p ara luego desarrollarlos. Estos pasos está n sostenidos por el juego de la sucesión entre los ‘yo sé’ y los ‘él sabe’, que ejemplifican la tra ma, considerados desde el lado del sujeto, y referidos ai Otro, en un ir y v enir que p recip ita las d iferencias acaecidas en esa relación. Nom bra ré X al sujeto, A al Otro, M al mensajero y m , al mensaje. Lo podemos dia gram ar del siguiente modo: Al: ‘él no sabe’ Posición 1 X I : ‘él no sabe, luego yo soy’
A2: ‘él sabe algo de mí’
____
..···' '
(Mj y m lt m \, m ”lt etc.) A .' '
Posición 2
jéi "
X2: ‘él sabe, pero no sabe que yo sé
A3: ‘él sabe que yo sé que él sabe
(que él sabe)..,y puedo ser aún’
que yo sé’
(M 2 y m2, m ’.¿, m e t c . ) A-
Posición 3
Pq s í c l q i l 4
X3: sin palabras: ‘él sabe que yo sé
X 4 en ( X4 - A 4 ): ‘eres tú’, luego
que él sabe que yo sé’
‘somos nosotros’
O bien, retirán do le las frases que introdu ce el sujeto pa ra plasm ar el tenor de la situación, marcar la caracterización del saber en cada instanc ia. E sto q ued aría conformado del modo siguiente: A l: I G N O R A N C I A
XI: S E R
_______
__________________>
A 2: SA BE R E LE M EN TA L
► A" " X2: S E R A Ú N
X3: D E S - S E R
-----------► -------------
1’
t A3: S A B E R A B S O L U T O
►
a
------------------------------
X4 X
► ó S2X
A4: N O -S AB ER
S (A ) C O M UN IÓ N D E L A FA L TA
131
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Grafo del deseo
Posición 1
El sujeto en la posición X I aparece antecedido por un Otro que todo lo ignora, ubicado en A l . El Otro ‘no sabe que el sujeto sabe algo respecto de él’. Esto se puede ilustrar con la situación de alguien que se halla en la búsqueda de ana lista, o de recabar referen cias de analista. A partir de esta posición de ignorancia radical del Otro (‘él no sabe’), el sujeto pien sa qu e si esto es así, si el Otro no sabe -y poco im po rta de qué se tra te dicho sab er-, si ‘él no sabe, luego yo soy’. E sta p ostu ra es tildada por Alain Didier-Weill de necia, de ingen ua, como un producto de la cogitación yoica, como efecto de sujeto elemental, de mero signi ficado del Otro, pues tal prim acía del yo produce u n efecto de tapo na miento en la articulación de la instancia del saber. En esta posición, el yo está sostenido en un determ inado sab er del sujeto, que se correspondería más con la noción de conocimiento o de información, con un saber referencial que apunta a dar consistencia de ser al yo. Es un saber en el sentido del juicio emitido a partir de algún conocimiento que se monta sobre la ignorancia del Otro, o sea que se trata de una particularísima concepción del saber. ¿Por qué el yo se enaltece a expensas de la ignorancia de un Otro que ni siquiera estaría enterado de su existencia? ¿De qué carácter es este saber del yo? Es un circuito especular, imaginario, de establecimiento del cono cimiento parano ico, pues el Otro, lo otro, m arca en la im agen al yo. Se tra ta de la reflexión de la imagen. La imagen, lo imaginario, responde.
VI. E l s a b e r, e n t r e s l s u j e to y e l Ot r o
Pero un a cosa es la m arca y otra su lectura. E ste saber nada tiene que ver con el saber inconsciente. Y en este caso, la lectura, este modo de apreciación de la marca, qu e es m arca en la imagen, ap un ta a sostener al ser a costa del escamoteo del lug ar del Otro al darle un trata m ien to que lo deja, de algún modo, em parejado con el yo en un a luch a de puro prestigio. En ese mo mento en tra en escena el mensajero, alejando al Otro del luga r antedicho p ar a ocuparlo él mismo y así cum plir con su función: informarle al Otro que no sabe. Se vuelve a duplicar la imagen. El men sajero se rá quien se empareje ah ora con el yo, dándole letr a con la cual sustentar argumentos, convirtiéndose a su vez en doble de aquél o a la inversa, es lo mismo. A nivel del grafo del deseo, estam os en el eje i(a) - m , eje del yo. Es te mensaje, al desalojar al Otro de su pr im era posición, produce dos efectos: a) en el plano simbólico, lo deja en u n a posición de saber elem en tal. Ahora, ‘el Otro sabe’. b) en el plano im aginario, reto rn a al sujeto bajo la perspectiva de la relación especular. El m ensajero info rm a al sujeto: ‘le dije lo que m e habías pedido qu e le dijera ’. El saber h a comenzado a ro tar y, con él, el ser en que se su stenta. Que el Otro sepa que el sujeto sabe algo con respecto a él hace que ambos cambien de posición respecto del otro. Pasamos, entonces, a la segunda posición. Posición 2
El Otro en A2, sabe que: ‘el sujeto sabe algo respecto de mí’. Se trata de un saber elemental, algo sabe, aunque no se sepa qué. El sa ber se deg rada: ‘sabe algo’, de modo correlativo al achicam iento de la ignorancia del Otro. El sujeto cambió de posición. En X2 piensa: ‘el Otro sabe pero no sabe que yo sé (que él sabe)... y puedo ser aún’. Subrayo la negación que, nue vam ente, como en el prim er tiempo, recae sobre el Otro. En el ‘ser aún’, algo del orden del ser ha cedido terreno pero se sostiene, aún , sobre la base del espejismo prim ero. Este mínimo avance en el saber alcanza pa ra que se tra te de soste ne r el sem blan te del ser, así como la duplicidad en tre el yo y el otro, y que se mantenga, aunque más no sea parcialmente, la idea de igno133
( ^
E N E L N O M B R E D E L A F A LT A
( ) ranc ia del Otro. E sta falsa idea acerca de la ignoran cia ajena, falsa o ilusoria por lo especular, por esta r basada en el espejismo del ser como ( cuerpo del conocimiento, perm ite vislum brar el peligro de la debilidad ( de un yo sostenido en tal exacerbación del campo de lo imaginario. La duplicidad yo-otro atañe, además, al deseo y al tem or de envol* ver al Otro. Didier-Weill elige u na situación muy concreta para ejem plificar este tiempo: la de la elección de analista. Plante a que se elige u n a na lista sabiendo algo de él, sin que el an alista sepa qué se sabe de 1 él. Pero tam bién que se lo elige para probarlo; p ara probar, de en trad a, si se lo puede engañar, y esto muestra claramente la duplicidad de la que hablamos. Podemos ag regar a esto que se forja un a relación inve r sa y paradójica e ntr e el éxito o el fracaso de dicha em presa. Si se logra ( engañ arlo, no ha brá sitio p ara el ana lista; si se fracasa en el inten to, , felizmente, se abre el lugar para su instalación; ya hay sab er supu esto en el Otro y, por elemental que sea, alcanza para iniciar la apuesta transferen cial. Esto evidencia con sum a claridad lo atinen te a la rela( ción éxito-fracaso como ejemplo de duplicidad. El mensajero, en esta instancia, avisa que informó a ambos y que tanto el sujeto como el Otro sab en qu e el partenaire sabe. Dice: ‘le dije que tú sabes que él sabe que tú sabes que él sabe ’. Este m ensaje insta( la el tiempo tercero, en el que la duplicidad se ten sa al máximo. ( Posición 3
(
'
El Otro, en A3, formula: ‘él sabe que yo sé que él sabe que yo sé’. E sta referen cia es idéntica pa ra el sujeto quien, en X3, piensa: ‘él sabe que yo sé que él sabe q ue yo sé’. Decir que pien sa es u n modo de decir; en realidad, qued ará anonadado por este tipo de saber que en ning ún lugar es tará ya opacado. La consecuencia de este en trecruzam iento de saberes es llevar la duplicidad a su m áxima potencia. La equivalencia se to rn ará insopor table. Si ambos saben que el otro sabe -y esto gracias a los buenos oficios del mensajero-, ¿qué se produce, cómo se sigue, a qué conduce esta escalada? Pero antes de eso, ¿qué sabe el Otro? Pa ra este tiempo, Didier-Weill postula, quizás de u n modo que po dría parecer exagerado, que si el Otro sabe, el supuesto es que lo sabe todo. Aunque no se tra ta de cuánto sepa, el movimiento hizo que pasa ra, desde un saber elemental, a instalarse en un a s ue rte de ‘saber absoluto’ en la cúspide del imperio imaginario. Este nuevo estado propi ciará el estallido de la duplicidad al provocar un estado de desposesión subjetiva en cuanto a la cogitación. Si han desaparecido todos los velos
VI. E l s a b e r, e n t r e e l s u j e to y e l O t ro
ya no se puede pensar, aunque no sea ésa la única consecuencia, pues también, y fun dam entalm ente, está en juego lo que ocurre con el sujeto. Lo que sucede a nte e sta pre m isa de qu e el Otro todo lo sabe, es que ya no se le puede esconder ni ocultar nada. Si todo es luz y no hay m anch a que den ote a lgun a diferencia, ¿dónde alojar al sujeto? Parece hab erse perdido la posibilidad de con tar con repre senta ción alguna. Si el Otro todo lo sabe, si a él ya no pued e ocultársele nada , es porque se ha producido u n a ra sg ad ura del velo de lo simbólico, de la es truc tura ficcional, y con ello la mentira y la ficción como tales dejan de ser posibles, el su jeto se eclipsa y se produce un desfallecimiento de lo simbólico ha sta el pun to e n que desa parecen las palabras. Es te quiebre de lo simbólico re tro tra e los movimientos al campo de lo real. El texto dice: ‘el sujeto que da expuesto a la m irada del Otro’ en lo real, como si fuera bajo los efectos de un ojo omnividente, lo que nos recuerda tanto a la mantis religiosa como a la mirada del sueño de los lobos. Que se introduzc a en este planteo la instancia de la mirada, vincu la muy estrechamente la exposición de Didier-Weill con el cuento de Poe y el texto de Lacan al respecto. En este último, efectivamente, Lacan acude a sus tiempos lógicos4 pa ra da r cuen ta de la estrategia subjetiva de la deducción, estrategia que define, para el cuento, como la de la política del ave struz , qu e tam bié n es la del prójimo; y u na vez más, el apoyo lo provee el significante.5Se refiere a no querer ver el peligro, al modo del avestruz, del que se dice que esconde su cabeza creyendo así escapar al mismo. En sentido figurado, significa no que rer ver voluntariamente la realidad de una cosa para no tener que afrontarla. La alusión al prójimo está tomada, además, en el sentido de que el recorte a nivel de la visión no permite ver más allá de uno mismo, como si se anduviera cual caballo con anteojeras, para no dis trae rse de la ru ta prefijada por el yo. Un sujeto desposeído de los recursos de lo simbólico, habiend o pe r dido los beneficios de su mediación, queda arrastrado hacia las pro fundidades de lo imaginario o de lo real: con mensajero, a lo imagina rio; sin él, a lo real. Y jus tam en te e n el mom ento en q ue el mensajero se retira de la escena -y en ese mom ento se halla nuestro sujeto- esta mirada se introduce y acapara todo el campo de lo visible. Un campo donde sólo hay una mirada y ningún sujeto. 4.
Lacan, Jacque s. “El tiempo lógico y el aserto de certidum bre anticipada. Un nuevo sofisma”. Lectura es tructura lista de Freud, Siglo XXI Editores S.A., I a edició n en esp añol, México, 1971, págs. 21-36. 5. Nota: autruche, avestruz; autruiche, d e autrui, prójimo. 135
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Considerem os qué ocurre con este sujeto fijado a lo real: queda sin recursos, o sea sin pa labras, de forma similar -dice Alain Didier-Weilla los terrores nocturnos infantiles, o a la psicosis. Si al Otro no se íe puede ocultar n ada, si no hay u n rincón donde sea posible apartarse de él es porque está faltando la eficacia operatoria de la metáfora del Nombre-del-Padre, ésa que posibilita sustr aerse del Otro pero tam bién de sí m ismo, instalando el lu gar de no-saber perdido para el suje to y necesario por su eficacia inconsciente. Nos referimos al S2. Un sujeto se constituye como no sabiendo, pues de la falta no hay conoci miento, sólo hay reconocimiento. Es necesario que el S2quede sus tra í do bajo el efecto de la represión primaria para que el sujeto pueda hacer uso de sus recursos simbólicos. Sabemos que no hay retorno posible de la represió n prim aria a nivel simbólico. Y si el significante de la represión primaria vuelve en lo real, el sujeto del inconsciente desaparece ju nto con la ba rra que lo separa del objeto, que separa S2y a. Nos encontraríamos ante el ‘inconsciente a cielo abierto’, tal como Lacan lo plantea para las psicosis en el seminario homónimo.0 Veamos lo que sucede cuando la b ar ra se quiebra. Q uiero m os trar lo a travé s de los maternas, pues to que se tra ta de efectos coyun turales de discurso, y no de modificación de estructuras clínicas. Lo que se postu la para este tiempo al modo de u n ‘como sí’ psicótico -así lo refie re Alain Didier-Weill-, es un efecto p un tua l de mom entos de caída del discurso, en este caso, el psicoanalítico, pues es el analista el encarga do de sosten er es te pasaje. Y este pasaje puede prod ucirse en lo real, tal como está dicho en la clase, o en el fantasm a. Ya veremos sus dife rencias. Voy, entonces, a los maternas. En el discurso del amo: I 3 Si se rompe la ba rra, queda delatado el fantasma. En el discurso del analista: ¿r ^ Si se rompe la ba rra , aparece el Saber Absoluto. Si debido a la caída del discurso analítico se produce el encuentro o, mejor dicho, el choque entre el fantasma y el Saber Absoluto, los resultados pueden ser siniestros, o funestos. Lo que vuelve de la re presió n prim aria lo hace bajo la form a de delirios, alucinaciones, etcé tera. Baste como ejemplo el sab er racista, con su acción segregacionista, 6.
Lacan, Jacques. El Seminario de Jacq ues Lacan. Libro 3. Las psicosis. 19551956. Título original: Le Sém in aire de Jacques Lacan. Liv re 111: Les Psychoses, 1955-1956. Editions du Seuil, Paris, 1981. Ediciones Paidós. l á edi ción castellana, 1984. Impreso en España. Págs. 89-91, 164.
V i. E l
s a b e r
,
en t r e
el
s u j e t o y e l
Otro
que da buena cuenta de ello, a modo de delirio. T ambién lo hacen cier tas demandas de algún an alista a algún analizante, cuya respuesta no puede ser sino el pasaje al acto bajo sus diversas modalidades, una forma de respuesta enteramente dirigida a esa demanda en lo real. Si un analista, haciendo abandono de su posición y abuso de su pre sencia, form ula dem andas que ni son precisam ente analíticas ni m an tiene n el velo sobre su objeto de deseo y que en ning ún caso rem i ten al deseo del analista, éstas producen quiebres en dicho campo. Prim ero cae el campo analítico, pero a ú n peor que eso es la posibilidad de que arr as tre consigo al sujeto. U n ejemplo de ello: u n a a naliza nte, luego de muchos años de análisis, es requerida por el analista para mantener relaciones sexuales. Primero se sorprende, se angustia, se pregunta por su implicación en el a sunto , hasta que concluye que n ada de esto venía de su lado. Al terminar esa ‘sesión’ la paciente se va conduciendo su auto y en el momento de comenzar a atravesar una avenida, la prim era luego de su sa lida del consultorio, padece un a ta que de obnubilación y pérdida m om entán ea de la visión al mismo tiempo que los autos se pon ían en mov imiento y ava nzab an por la avenida, en dirección hacia donde ella había quedado detenida. Le pudo h ab er cos tado la vida. Si el deseo queda tan salvajemente expuesto, si el Otro sabe, y es así como aparece denotado para el sujeto, ¿qué lugar queda para la pregunta por el qué desea o qué quiere de mí? Para el caso, la respues ta sólo puede provenir de lo real. La dupla imaginario-real dirige el concierto. O más bien el desconcierto, pues ya dijimos que bajo esta circun stancia el sujeto desaparece. El significante de la demanda, por estructura, mantiene velado el deseo del Otro. Si la de m anda pierde su articulación simbólica y hace man ifiesto el deseo que la su sten ta, esto no puede a parec er sino en lo real. Y ‘queda r expuesto al O tro ’ en lo real, equivale a decir que rea pa rece en dicho campo lo sustraído en el momento de la constitución subjetiva: el S2, significante binario, representante de l’insu, lo no sa bido, la repre sió n prim aria. Y con él se revela el últim o escondrijo, ése al que por tan velado no se lo sabía escondido, y con el que se eludía un a m entira de la que n ada se sabía, pero que lo habitaba y con stituía como sujeto. Me refiero a aquella alojada en el fantasm a, aqu ella que es su sus tento y que recoge lo traum ático de la sexualidad. Pero reco noce r la falta no es lo mismo que conocerla. Y ser req uerido como obje to sexual por un analista desconoce radicalmente lo más esencial del deseo del an alista y, además, reniega de su ética elemental. 1.37
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
Si en lo real vuelve aquello de la represión prim ordial que como tal y por definición, carece de retorno propio en lo simbólico, eso aparece como algo mo nstruoso . Lo que debe funcio nar por detrá s del velo care ce de semblante, al menos am able. Lo que se muestra de lo que debe ría q ued ar velado adquiere carac terísticas de siniestro, pues da a ver la incógnita radical que sólo perdida puede d ejar lugar para la emisión de palabra. El sujeto que da anonadado, estupefacto y sin palabras a nte la aparición del S2en lo real. Pues lo que sostiene la palab ra es su ex sistenda, bajo la condición de permanecer velado. Y sin palabras, no hay sujeto; “te quiero coger”, expresado por el ana lista, b arre con todo. Estam os an te el pu nto de inflexión, el más fu erte y verdad eram en te importante, por no decir trascendente, de este planteo, punto que corresponde a un cambio de registro en cuanto al luga r de la falta. Es el pasaje desde los cotejos del saber al reconocimiento del hecho de la falta de saber, de eso que no se sabe pero que causa. En los cotejos de saber se juega, dicho en los términos en que queda planteado en L ’Insu..., qu e ‘la duplicidad es la m ejor defensa c on tra la división’.7 ¿Cómo se sale de la duplicidad mortífera? Sin corte no hay salida p ara esta pro gresión enloquecedora. Lo enloquecedor es que no se tra ta de un saber aplicado sobre un objeto cualquiera, lo que podría llegar a tomar otros nimbos, sino que el objeto en cuestión es el sujeto o el Otro, o sea que en últim a instanc ia se tra ta del sujeto. Con la su strac ción del mensa jero -e l otro, el que ‘lleva y tra e ’, la interm ediación -, si no se produce algu na introm isión fan tasm ática del orden del pasaje al acto como la recién rela tada, se podrá ceder algo de lo real del síntom a, de la angustia, en fin, del a. Cesará de este modo la duplicidad en su misión de ser la mejor defensa contra la división, y quedará en pie una palabra, la del sujeto, ésa que antes aparecía transm itid a por otro en su lugar. Dice Alain Didier-Weill: ‘la posición de duplicidad interiorizada lo metamorfosea dividiéndolo, esa es la división y el valor de un a palabra’.8 Esta es la apuesta de salida del tercer tiempo, deseable pero indecidible en verdad, y que modifica sus tanc ialm ente la posición sub jetiva respecto de los tiempos ante rio res. Se tra ta de proceder sin m en sajero, prescindir de él y que dar directam ente confrontado al Otro, a quien la carta, la letra, el significante, le estaba destinado y cuyo en cue ntro se eludía lo más posible. Cuando se está solo frente al Otro sólo cabe una palabra y ésta es de reconocimiento; eso es el pasaje de la duplicidad a la división, del tercero al cuarto tiempo. 7. Lacan, Jacq ues. Sem inario XXIV Inéd ito. 1976-1977. Sesión del 8-2-1977. 8. Ibid., sesión del 8-2-1977.
VI. E l s a b e r , e n t r e e l s u j e t o y e l O t r o
Freud escribió: “Veinticinco años de trabajo intenso han hecho que las metas inmediatas de la técnica analítica s ean hoy por entero diver sas que al empezar. E n aq uella época, el médico dedicado ai análisis no podía tener otra aspiración que la de colegir, reconstruir y com unic ar en el momento oportuno lo inconsciente oculto para el enfermo. El psicoanálisis era sobre todo un arte de in te rp re ta ció n. Pero como así no se solucionaba la tar ea terap éutica, enseguida se planteó otro pro pósito inmediato: in star al enferm o a corroborar la construcción m e diante su propio recuerdo. A raíz de este empeño, el centro de grave dad recayó en las resistencias de aquél; el arte co nsistía aho ra e n des cub rirlas a la brevedad, en m ostrárselas y, por medio de la influencia humana (éste era el lugar de la sugestión, que actuaba como «trasferencia»), moverlo a que las resignase. Después, empero, se hizo cada vez más claro que la meta propuesta, el devenir-conciente de lo in consciente, tampoco podía alcanzarse plenamente por ese camino. El enfermo puede no reco rdar todo lo que hay en él de reprimido, aca so justamente lo esencial. Si tal sucede, no adquiere convencimiento ninguno sobre la justeza de la construcción que se le comunicó. Más bien se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo, como el médico preferiría, en calidad de fragmento del pasado. Esta reproducción, que emerge con fidelidad no deseada, tiene siempre por contenido un fragm ento de la vida sexual infa ntil y, por ta nto , del complejo de Edipo y sus ramificaciones; y regula rm ente se juega {se escenifica} en el terreno de la trasferencia, esto es, de la relación con el médico. Cuando en el tratam ien to las cosas se h an lle vado h asta este punto, puede decirse que la ante rior ne urosis h a sido sus tituida por u na nueva, un a neurosis de trasferencia. El médico se ha empeñado por rest ring ir en todo lo posible el campo de esta ne uro sis de trasferencia, por esforzar el máximo recuerdo y ad m itir la m íni m a repetición. La proporción que se establece en tre recu erdo y rep ro ducción es diferente en cada caso. Por lo general, el médico no puede ah orr ar al analizado esta fase de la cura; tiene q ue dejarle revivenciar cierto fragmento de su vida olvidada, cuidando que al par que lo hace conserve cierto grado de reflexión en virtud del cual esa rea lidad ap a re nte pueda in dividualizarse cada vez como reflejo de u n pasado olvi dado. Con esto se habrá ganado el convencimiento del paciente y el éxito terapéutico que depende de aqu él.”9 Volviendo, aun sin habernos desviado: tanto para el sujeto como 9.
Freu d, Sigm und. “Más allá del principio del pla ce r” (1920). En Sigm und Freud, Obras Completas, vol. 18. Amorrortu editores. I8 edición en caste llano, 1979; 1 - reimpresión, 1984. Buenos Aires, 1984. Págs. 18-19. 139
i (
EN EL NOMBR E DE LA FALTA
i
,
,
para el analista, la pérdida de la barra implica consecuencias de im portancia. Muerden sobre el sujeto las arriba mencionadas. En cuanto al analis ta, Didier- Weill sostiene que está enjueg o su confiabilidad; el ejemplo anterior ilustra este punto. Ahora paso a considerar lo que se puede pensar como otro modo, un modo antitético de tra n sita r esta instancia, aquél en el que la du plicidad queda dela tada por alguna vacilación del fanta sm a. Quiero rela tar dos fragmentos clínicos que me parecen pe rtinen tes por impli car mo men tos de renuncia a esta posición de duplicidad, y esta vez con u n a aparición de lo real en el ámbito propio del fantasm a. U na joven ya mencionada con anterioridad, en un mom ento avan zado de su aná lisis, enojada porque se le había hecho ta rd e para llegar a su sesión a raíz de la lentitud del colectivo, lo cual se sumaba a sus enormes dificultades de funcionar acorde a los tiempos, pues de un modo u otro éste siempre le faltaba, enumera el último tramo de su serie filial. El hermano que la antecede es ocho años mayor que ella. Luego de él se produjo el aborto de u n varón. Después nació ella. Acu ña en ese momento la siguiente frase: ‘-te n d ría que hab er nacido va rón y nací m ás tard e y, encima m ujer’. El analista le preg unta: ‘-¿na ció más tard e y encima mujer?, ¿para usted , entonces, se tra tó del mismo nacim iento?’. Responde: ‘-pa rec e que ha sta a ho ra fue así’. Un varón relata un sueño: ‘-yo veía una cámara de video con la que estaban filmando. Por un lado de la cámara entraban las imáge nes. Por el otro, salían las imágenes retardadas en dos años’. En el sueño se oye diciendo una frase que lo despierta. La frase: ‘-hace dos años yo me comía la tumba de Cristo’. Vincula a Cristo con la palabra. El analista le dice que Cristo es el hijo. Y luego interpreta: ‘si desaparece la tumba del hijo, los restos, los rastros del hijo, sólo queda el padre’. Ambas duplicidades, la de la joven con su h erm an ito no nacido, y la de ese hombre, m ás que som bra inoperan te de su padre y tamb ién de su padre inoperante, arrastraban consigo una serie de síntomas con gruen tes con estas fantasmáticas. Por todo lo antedicho se desprende que la posición 3 facilita un nivel de máxima exposición del fantasma. Reproduzco un tramo del escrito recién mencionado de Freud que, a mi parecer, incluye este tiempo: “Por lo general, el médico no puede ahorrar al ana lizado esta fase de la cura; tiene que dejarle revivenciar cierto fra gmento de su vida olvidada, cuidando que al par que lo hace conserve cierto grado de reflexión en virtu d del cual esa realidad aparente pue da individ ua lizarse cada vez como reflejo de un pasado olvida do ,”10 10. Nota: el sub rayado es mío.
VI . E l s a b e r , e n t r e e l s u j e t o y e l O t r o
A partir de allí, la tercer torsión ubicará los tantos en el punto de llegada. Vayamos a él.
Posición 4 El Otro, en A4, recibirá un mensaje que ya no es de duplicidad. Queda enunciado del siguiente modo: ‘eres tú’, dice el sujeto, para quien esta frase se amp lía en un ‘somos nosotros’. En el últim o p ár ra fo de El estadio del espejo como form ado r de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica, de 1949, Lacan escribió lo siguiente: “En el recurso, que nosotros preservamos, del sujeto al sujeto, el psicoanálisis puede acompañar al paciente hasta el límite extático del ‘Tú eres eso’, donde se le revela la cifra de su destino m ortal, pero no está e n nu estro solo poder de practica ntes el conducir lo h asta ese momento en que em pieza el verdadero viaje.” 11Hace falta, además del analista, un sujeto que desee tomar sem ejante apuesta. Tal como se visualiza en el esquema armado por Didier-Weill, en la última posición, el sujeto y el Otro aparecen como dos conjuntos cuya relación es de intersección. Y es la intersección la que importa y ejemplifica de qué se trata . En ella aparecen, manco mu nados, el S2y el S(A). Se hace necesario re stitu ir al Otro a su lugar simbólico luego de su em ergencia en lo real en la posición 3, y esto implica rec up erar la b arra que había sido quebra nta da por la posición anterior. ¿Qué representa esta operación de poner juntos al significante bin ario y al significante de la fa lta en el Otro? Significa haber re suci tado esa barra que menta la falta, y ponerla en común, esto es que funcione de ambos lados. Lo que esta b ar ra privilegia respecto del sa ber es la artic ula ció n entre enunciado y enunciación. A esto se lo lla m a ‘com unión’ de ambos, ambos ubicados en la atem poralidad de com p artir un nuevo saber, el saber de la barra, de la falta, y la comunión en el no-ser. El S(A) nombra la falta-en-ser; el S2, lo que del saber ha quedado sustraído por la represión primaria. E sta comun ión es coinci den te con la separación del sujeto y el Otro: m omento de d isolución de la transferencia. El pasaje a esta última instancia, preparada por la anterior que puso en cortocircuito al fanta sma, es la renuncia a é ste como ta pón en favor del ejercicio del deseo. En el texto dice que la incandescencia de 11. Lacan, Jac qu es. “El estadio del...”. Lectura es tructura lista de Freud, siglo XXI Editores, 1®edición en español, México, 1971, pág. 18. 141
EN EL NOMBRE DE LA FALTA
esa falta compartida lleva al sujeto más allá del objeto y más allá del fan tasm a. M ás allá au nq ue no sin ellos, al modo de ‘su pe rar al padre', ‘servirse del padre’, ‘con el padre y más allá de él’, ‘como el padre deberás ser, pero como el pa dre no d eberás ser’. Co ntando con ello sin por eso som ete rse a su s mandatos. En X4 - A4, entonces, lo que está enju eg o como sabe r es la artic u lación en tre enunciación y enunciado. E sto no quiere d ecir que se sepa; el saber suscitado es el de lo no sabido, el que opera como causa en el decir, el que ‘produce’ el inconsciente. Quiere decir que se diga, que haya decir en el dicho, que el deseo del que no se sabe e sté articulad o, como tal, en la palabra. El sujeto sostiene lo que dice en nom bre de un a verdad que experi m en ta pero de la que n ad a sabe. Nada sabe de ese lugar. Se produjo el p asaje desde los in iciales m alentendidos im ag inario s del sab er referencial en los enun ciados de las prim eras posiciones, a la posibili dad del decir con el deseo articulado. Decir del deseo contando con sus enigmas y no tanto con sus tapon am ientos y su funcion ar contrariado. La consideración de este punto contrapone a las posiciones 3 y 4. En la tercera, es la voz del fantasm a la que se hace oír, dando a conocer el objeto del deseo. Esto es, cuan to m enos, -como dice D. Weill- ‘mons truoso’, por mostrar algo, el objeto, que debe quedar velado. En sus antípodas, esta cuarta posición, con la voz del significante de la falta en el Otro que, por sostener el velo y por tanto el enigma permite, ni más ni m enos, que hay a sujeto para que éste pueda erigirse en garan te de lo que dice. Estam os en la instan cia del pase. Respecto a la posición del analista, ésta va riará en térm inos que pueden llegar a ser diame tralm en te opuestos según cómo esté ubicado en estas instancias. Y de ello depend erá, en lo que a él le compete, el destino de los análisis que conduzca, y ha sta dónde los podrá conducir.12 Alain Didier-Weill considera al pase como u na p rueba de esto ú lti mo, en el sentido de que el testimonio transmita esta articulación, y agrega ‘no se tra ta de decir sino de m ostrar en qué es posible no desde cirse’. Con lo cual el ‘eres tú’ apunta más al sostenimiento de la pala b ra que a la fidelidad a la misma. Y u n a últim a consideración, im po rtantísim a a mi modo de ver. Él se pregunta si hablar desde el lugar del significante de la falta en el Otro es o no transmisible. Ese lugar, que es sostén de palabra y de deseo, no es lug ar que ofrezca gara ntías. Lo que verda deram en te in te 12. Lacan, Jacques. Seminario XXIV Ibid. Hay u na clarísima descripción del tem a en la sesión del 8-2-1977.