(en tono menor) Antonio Santa Ana
Ella cantaba (en tono menor)
ANTON ANTONIO IO SANT SANTA ANA
Bogotá, Buenos Aires, Caracas, Guatemala, Lima, México, Panamá, Quito, San José, San Juan, Santiago de Chile
e xplosiones ones Cuando escuchó las primeras explosi
arrojó el cigarrillo al mar; miró la parábola que describía la brasa en el aire antes de apagarse en el agua. Tomó el último trago de la botella de cerveza. cer veza. Se acordó de Warm Beer and Cold Women Women, la canción de Tom Waits que le gustaba a su padre, y se rió. Su padre. Miró el celular y no tenía señal, le hubiese gustado llamarlo para desearle feliz año. Saber qué estaba haciendo, si estaba solo o con amigos. Se lo imaginó imag inó con las luces bajas bebiendo un champán ya tibio. Seguro que al volver a la cabaña y prender la notebook tendría un mail suyo, pero le hubiese gustado
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escucharlo para saber cómo estaba por los matices de su voz, si arrastraba arrast raba las consonantes por haber bebido, bebido, o si tenía esa entonación entonación cantarina de cuando se estaba divirtiendo. Su madre le había pedido que llegara a las doce para brindar con ella, con Claudio —su pareja— y con Tomás, el hijo de ambos, su medio hermano. Pablo no sabía por qué, no tenía motivos, pero quería demorar el momento de volver. Tal vez para empezar el año con una humilde, modesta rebeldía de quince q uince minu mi nutos. tos. Había cenado cenado con ellos el los y, y, al a l terminar, terminar, decidió que quería empezar el año así, solo, sentado sobre una roca a orillas del mar. Encendió otro Marlboro, el primero y el último de 2012, se juró. Lo fumó despacio mirando a la gente que en la playa celebraba el Año Nuevo. Varias familias con niños pequeños habían puesto manteles en la arena, tenían canastas con bebidas y alimentos, brindaban y comían. Algunos encendían encendían fueg f uegos os artificiaart ificiales. La mayoría mayoría solo observaba. Había llegado cinco días atrás y quería volver; le gustaba el lugar y disfrutaba de las vacaciones, se divertía bastante con Tomás. Pero quería volver: antes de Navidad se había comprado un pedal nuevo, un Overdrive que había deseado durante meses y casi no había tenido oport oportunidad unidad de probar. probar. Le quedaban q uedaban aún tres largos días en e n Uruguay. Uruguay. Cuando Cuando decidió regresa r egresarr, observó un poco mejor a la gente que estaba en la playa; vio a un grupo de cuatro ancianas riendo, matrimonios mayores y jóvenes,
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y divisó cerca de una de las salidas, sentados en la galería de una cabaña, a un grupo de seis o siete, en el que q ue una chica de unos diecisiete, tal vez dieciocho años, estaba tocando la guitarra. Se acercó lentamente. La chica cantaba bien; Pablo se dio cuenta de que la canción estaba en un tono bajo para ella. La canción era bella y triste (“como deben ser las buenas canciones”, canciones”, le habría dicho, dic ho, seguro, Diego); él no la conocía, pero memorizó una parte de la letra f lor,, la flor f lor,, si es para buscarla en Internet: Internet: la espina no, la flor que hubo flor.
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CANCIONES CANCIONE S HORRIBLES HORRIBLES
—Nuestras canciones son horribles —dijo.
Y se creó un silencio pesado alrededor a lrededor.. Pablo lo miró sorprendido; sabía que a Diego no le gustaba la música que estaban haciendo pero no lo creía capaz de decirlo así, de manera tan brutal. Tocaban juntos desde hacía dos años en El Tigre Harapiento. Harapiento. A Diego lo había llamallama do Sebastián, el creador de la banda, y al quedarse sin bajista lo llamaron llama ron a Pablo, Pablo, que dejó de tocar la guitarra para pasar al bajo. La historia de muchos bajistas es esa: pasar de las seis a las cuatro cuerdas para poder tocar con otros.
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Habían tocado tocado en vivo al menos diez veces. Las primeras, en algunos festivales de colegios, y en el último año habían tocado en algunos alg unos bares junto con otros grupos. Su página de Facebook tenía algo más de trescientos seguidores… Comenzaron haciendo covers de bandas que les gustaban: Pixies, The Clash, Él Mató a un Policía Motorizado Motorizado… … Dos guitarras g uitarras que q ue se alternaban, la primera y la rítmica, que tocaban Sebastián y Diego; batería, bajo y un cantante. Pablo Pablo creía que sonaban bastante bien, la base era rítmica y pesada; las guitarras, cada una en su estilo —la de Sebastián incisiva y punzante, la de Diego mucho más melódica— se complementaban bien. Y el cantante, Siete (lo llamaban así porque siempre se sacaba esa calificación en los exámenes, nunca más, nunca menos), era afinado. Lo que no es poco. Era el primer ensayo del año, el que Pablo tanto había esperado para volver a enchufar el bajo, conectar los pedales (el Overdrive, un Chorus y un Delay) y tocar lo más fuerte y rápido que fuera capaz, y terminaba así, con esa frase de Diego: “Nuestras “Nuestras canciones son horribles”, dicha como al pasar mientras él ponía azúcar y revolvía revolvía su café en la pizzería piz zería de la esquina de la sala sa la de ensayo. Sebastián y Siete se le fueron al humo enseguida, ellos eran los que escribían la mayoría de las canciones. Que trajera las suyas, que escribiera él, que nunca había dicho nada. Pablo, que conocía a Diego desde los cinco años, sabía que si decía eso era porque estaba convencido,
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lo había pensado mucho. Diego era una persona de convicciones fuertes y claras, miembro del centro de estudiantes de su colegio, colegio, preocupado por la realidad; rea lidad; todo le le interesaba: la política, la música, música, la litera l iteratt ura, en todo tenía opiniones que antes había meditado. No era un necio, ni un provocador. —No es eso —dijo Diego—, yo no lo haría mejor. Es la actitud, actit ud, la ideología, ideología, todas nuestras nuestras canciones son son de tres acordes, en todas tocamos rápido, fuerte y distorsionados; estuve pensando que tengo ganas de hacer otra cosa. Algo más sutil, suti l, estoy cansado de de tocar rock tan explícito… e xplícito… Y terminó: —Voy a dejar de tocar con ustedes.
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ERNESTO
noche, luego del ensayo ens ayo,, Pablo iba a ir a Esa noche,
dormir a la casa de su padre, como todos los los miércoles. Cuando sus padres se separaron él tenía seis años y comenzó a dormir en lo de Ernesto los miércoles, viernes y sábados. Un par de años atrás habían llegado a un acuerdo: Pablo iría todos los miércoles y los fines de semana que tuviera ganas. En general, pasaba los domingos a almorzar y en algún alg ún otro momento momento de la semana a tomar tomar un café y a charlar c harlar un rato. La casa quedaba cerca de las vías del ferrocarril San Martín, en una calle empedrada poblada de talleres, galpones y pequeñas
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fábricas. Casi no había viviendas en la cuadra. La de su papá era la última de un largo pasillo, un poco cochambroso. Pero Pero por dentro no tenía nada que q ue ver con el entorno, entorno, era cálida cál ida y muy luminosa luminosa gracias g racias a un pequeño jardín en el fondo. En la planta baja estaba el dormitorio de Pablo, un living -comedor comedor integrado i ntegrado a la cocina, y en la planta alta el dormitorio y estudio de Ernesto. Su padre padre era arquitecto, arqu itecto, al igual ig ual que su madre. Ellos se habían conocido en la universida uni versidad. d. “Acá tengo todo lo que q ue necesito”, necesito”, decía decía su padre pad re cada vez que Pablo le preguntaba por qué no se mudaba a un lugar mejor. Con su nivel de ingresos podía permitirse una vivienda más grande, en un barrio mejor ubicado y más seguro. Pero no le interesaba, y Pablo no lograba entender por qué. Había vivido cuatro años con una novia, Patricia, unos diez años más joven que él. A Pablo ella le caía muy bien, era inteligente y divertida, siempre había sido amable y cariñosa con él. Pero Patricia quería tener un hijo y Ernesto, no. A medida que ella el la se acercaba a los cuarenta cuarenta años las conversaciones conversaciones sobre el tema se hacían más frecuentes, aun con Pablo presente, lo cual solía incomodarlo bastante. Tres años atrás habían decidido separarse. Las primeras semanas su padre había estado muy enojado; después, el enojo dejó lugar a la tristeza. Pablo siguió en contacto con ella, se escribían mails y se llamaban para los cumpleaños. Y, cuando ella tuvo una hija, él é l la fue f ue a conocer conocer.. “Ahora somos ella y yo”, le había dicho Patricia, y él no necesitó preg preguntar untar nada más.
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Su padre no volvió a mencionarla, aunque Pablo creía que q ue estaban en contacto y que los primeros meses luego luego de la separación Patricia Patricia había seguido yendo a su casa. Estaba convencido convencido de que Ernesto había enve jec je c ido luego lue go de es esta ta dec de c isión is ión y q ue se había ha bía v uelto ue lto más melancólico mela ncólico.. Como si estuviera estuv iera en una tonal tonalidad idad menor. “En la vida uno debe elegir lo que cree que es conveniente o justo, aunque eso a uno no siempre lo haga feliz”, le había dicho la última vez que Pablo había sacado el tema. No volvieron a tocarlo. El domingo anterior por la tarde había estado ahí con Diego grabando unos discos de Eduardo Darnauchans: así a sí se llamaba lla maba el autor autor de la canción que Pablo había había escuchado esc uchado en la playa. Un compositor uruguayo, guayo, mil m ilitante itante comunista, que había sido prohibido prohibido por la dictadur dict aduraa militar. mi litar. Había Había tres t res cd´s cd´s en la casa de su padre. Diego, que lo había escuchado por Internet y quería grabarlo, estaba fascinado con el músico. Ya tocaba cuatro o cinco ci nco de sus canciones. —Este tipo debería ser nuestro nuestro Dylan D ylan —dijo—, tiene t iene una intensidad… es como una mezcla de Nick Cave y Nick Drake en el Río R ío de la Plata. Plata. —En el Río de la Plata no, en Montevideo —corrigió Ernesto—; esa cosa de usar al río que tenemos los argentinos argenti nos cuando nos queremos apropiar apropiar de algo que q ue es uruguayo…
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EL CHICO CHIC O QUE QUERÍ QUE RÍA A SER CHET BAKER
—Era bello —dijo. Y señaló una foto que
tenía en el estante. La imagen mostraba a un tipo joven, de rasgos angulosos, pelo negro corto con un mechón que le caía sobre la frente. Estaba vestido con una camiseta blanca y un saco negro. Sostenía una trompeta con su mano derecha; con la izquierda se apoyaba en el respaldo de una silla, también blanca, donde donde estaba sentado. sentado. La L a foto, en blanco y negro, era hermosa a pesar de no tener buena resolución; se notaba que la había bajado de Internet e impreso en una impresora láser. Y el tipo era bello, tenía razón Francisco.
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—Es Chet Baker, por él es que q ue yo toco la trompeta. Lo escuché por primera vez a los ocho años, a ños, me fascinó. Fue Fue hipnótico: una suerte de aamor mor a primera vista, vist a, o a primera oída —se rió—. Tardé dos años en convencer a mis padres de que me compraran una trompeta. Mientras tanto, tanto, me consiguieron un tecladito y me mandaron a estudiar piano. Cuando logré convencerlos de que la trompeta era el instrumento que quería tocar, tocar, tardamos ta rdamos un año más má s en ubicar a un profesor profesor en la zona. Encontramos Encontramos uno saliendo sa liendo del pueblo pueblo hacia el sur, camino de El Hoyo. Nosotros vivimos al norte; tenía que tomar dos colectivos para ir, un viaje largo, pero no me importó. importó. Había, por fin, algu a lguien ien que me iba iba a enseñar a tocar el instrumento inst rumento que amaba. Claro que hay trompetistas mejores, más rápidos, más virtuosos, pero a mí me emociona cómo cómo toca Chet. Su sutileza, sutilez a, su fraseo. Esa manera tan elegante de frasear… Mi profe era fan de Miles Davis, otro trompetista de jazz que es genial, ojo. Y decía que todo lo interesante de Chet se lo robó a Miles. A mí eso no me importa, yo soy fan de Chet, quiero q uiero ser como él. Escuchen esto —continuó —continuó Francisco—, esta versión es de 1952, hace sesenta años —y puso My Funny Funny Valentine Valentine en la pc. Era una balada. —¿No era que el tipo tocaba la trompeta? Porque está cantando… —dijo Pablo. —Cantaba y tocaba la trompeta, las dos cosas. Escuchen. Presten atención a cómo termina, es conmovedor… Diego y Pablo Pablo hicieron silencio hasta el final f inal.. Cuando terminó la canción, Diego dijo:
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—La terminó en un acorde menor, ¿no? El resto del tema era mayor —Pablo no se había dado cuenta. —Claro, es eso —le dijo Francisco—, ese cambio de tono tono es estremecedor est remecedor.. Leí por ahí a hí que q ue fue un error er ror,, que se equivocó mientras grababa. Si es un error, es un error fantástico. Y siguió: —Baker fue una estrella a fines de los cincuenta, lo que sería una estrella de rock hoy. Actuó en una película, se hizo adicto a la heroína, perdió los dientes dientes en una paliza pal iza que q ue le dieron dieron por un tema de drogas. Estuvo preso varias veces. En fin —concluyó Francisco—, terminó muerto en Ámsterdam Ámsterda m en un episodio muy conconfuso; algunos dicen que se tiró por la ventana, otros que tuvo tuvo una pelea con un dealer que lo empujó… —Una mierda —dijo —d ijo Diego. —Sí —coincidió Francisco. Francisco. Después sacó la trompeta del estuche, le colocó la boquilla, empezó con unas notas largas, después una pentatónica. Y entonces, luego de unos breves ejercicios ejercic ios de digitación, se puso a tocar bajo, muy bajo, con la trompeta apuntando al piso, una versión de My Funny Funny Valentine. Era casi un blues. Francisco Francisco se demoraba en algunas alg unas notas y atacaba otras con velocidad. velocidad. Marcaba la melomelo día y parecía olvidarse de ella por moment momentos os para, luego, volver a marcarla. Cuando Cuando terminó termi nó el tema, Pablo miró a Diego y dijo: —No sé si vamos a poder tocar eso… Francisco se rió.
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—Esta es la música que yo quiero tocar, la que quiequie ro hacer, hacer, pero no es la única. Puedo tocar otra música. Entonces tocó un tema de Calamaro y después arrancó con una Suite de Bach. —Suelo tocar las Suites de chelo como ejercicios de digitación. Aunque no veo cómo puede encajar una trompeta en una banda ba nda de rock que no tiene batería… —No somos una banda de rock —dijo Diego—, ni siquiera somos una banda. ba nda. Juntémonos Juntémonos a tocar y veamos: si podemos hacer algo, mejor. Diego había conocido conocido a Francisco la semana anterio a nteriorr en un festival que se había hecho en apoyo a la toma de su colegio, en la que reclamaban la instalación de gas. Diego cantó cinco canciones acompañándose con su guitarra guitar ra española. española. Hizo cua c uatro tro covers y una canción propia propia que había escrito días atrás: se llamaba l lamaba Fotos de esc uchar a Pablo, Pablo, Moscú. Apenas la compuso se la hizo escuchar que no terminaba de entender bien la letra. Empezaba bosque los cuervos/ cue rvos/ se saben casi como un vals y decía: decía : En el bosque mi nombre de hoy/ y me llaman, y un estribillo un poco más pesado, todo todo en quintas: qui ntas: Espero de vos/ un cigarro, ci garro, un grafiti, una flor/ f lor/ y no hay nada, solo/ fotos de Moscú Moscú. A Pablo le parecía que era una especie de canción de amor. Aunque él también escribía canciones, todavía no se atrevía a mostrárselas a nadie, ni siquiera a Diego. Al bajar de la tarima que hacía las veces de escenario, a Diego se le acercó un chico alto y flaco vestido con un abrigo largo y una bufanda multicolor, para felicitarlo felicita rlo.. Era Francisco. Francisco.
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Francisco había nacido nacido en El Bolsón, en la provincia de Río Negro, y había había vivido toda su vida allí. all í. En El Bolsón de los cerros se acomodó el sol de enero, se puso a cantar Diego, y comentó: —Esa canción de Miguel Cantilo debe ser una tortura para los que trabajan en los campings; si llegara l legara a ir, sentiría la l a obligación de tocarla. tocarla. Francisco contó que sus padres tenían una gran ja en Mal Ma l lílínn A hogado, pegado peg ado a la Cordil Cord illera lera y muy cerca de un paso a Chile. —En el culo c ulo del mundo —dijo Pablo. Pablo. —Más o menos por ahí ah í —agregó —agregó Francisco, riendo. riendo. La familia vivía allí desde hacía veinticinco años nyc, nacido y criado (“Soy un auténtico auténtico nyc c riado en en la Patagonia”, Patagonia”, dijo), y se dedicaba a la producción de frutos del bosque (frambuesa, casis, rosa mosqueta) y de los dulces que fabricaban con ellos. —Una pequeña chacra —contó—; son solo cuatro hectáreas, no tenemos empleados, salvo algún colaborador ocasional en tiempos de la cosecha, y los dulces los hacemos nosotros mismos. —¿Sabés hacer mermeladas, entonces? —Claro —Cla ro que sí, desde que tengo cinco años. —Vas a tener que hacernos una —dijo Diego. —No va a ser necesario hacerla, tengo de sobra —el rostro de Francisco, por primera vez, presentó una expresión sombría—. Con la explosión del volcán Puyehue y la caída de sus cenizas sobre sobre Villa La L a Angostura y parte de Bariloche se paralizaron paraliz aron el turismo turismo y toda la región. Más de la mitad de los habitantes de La Angostura
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tuvieron que dejar sus casas por unos meses e irse a vivir a otro lado. —En El Bolsón no cayeron cayeron cenizas ceni zas —siguió —sig uió contando—, contando—, pero sin turismo en la zona no hubo a quién venderle ni los dulces ni las frutas. f rutas. Piensen que q ue casi toda nuestra nuestra producción producción se vende vende en Villa Vil la La Angostura, a los negocios de artícu ar tículos los regionales y a los hoteles hoteles y complejos complejos de cabañas para pa ra el desayuno de los huéspedes. —Tremendo —susur — susurró ró Diego. Die go. —Con una situación económica económica tan ta n delicada —siguió —sig uió Francisco—, a mis viejos se les complicaba tener una boca más para alimentar; entre todos decidimos que lo mejor era que viajara a Buenos Aires para vivir en la casa de mi abuela. Igual, ya estaba en mis planes viajar para estudiar en la Escuela de Música Popular de Avellaneda al terminar el secundario. La crisis me obligó a hacerlo antes… Hacía dos meses que Francisco había llegado y por cuestiones burocráticas no había logrado logrado inscribirse inscr ibirse en ningún colegio. Entonces, junto con sus padres y su abuela, abuela, había había decidido terminar termi nar el e l secundario como como alumno libre. l ibre. Ya Ya había aprobado aprobado tres exámenes exá menes y estaba preparando cinco materias para la siguiente sig uiente fecha. f lâneur, pasaSin amigos, se había dedicado a ser un flâneur ba horas caminando cami nando por esa ciudad que desconocía, desconocía, observando las calles, los edificios y a las personas. Anotando cosas en una libreta pequeña que llevaba consigo. —Claro —Cla ro que no es la primera vez que q ue vengo vengo a Buenos Buenos Aires, antes estuve como diez veces —les contó—, pero
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un día, a la semana de llegar, me tomé el subte a las seis de la tarde. Había tanta gente que entre el olor y el viajar v iajar tan apretado apretado me empezó empezó a faltar el e l aire y me bajé en la mitad del recorrido. Comencé a caminar para volver volver a casa, ca sa, no era complicado, complicado, tenía que seguir seg uir por avenida avenida Rivadavia derecho, pero se me ocurrió oc urrió ir ir por una calle ca lle paralela, para lela, donde hubiera hubiera menos menos tránsito t ránsito y menos gente. De repente me di cuenta de que no sabía dónde estaba. Me había perdido, pero me gustaban las calles por las que iba. Había casas muy hermosas, alguno alg unoss pasajes muy muy tranquilos tranqui los a pesar de estar tan cerca de una avenida. Con Con el celular me orienté orienté para encontrar el camino. Desde ese día salgo a conocer la ciudad de esa manera, me tomo un colectivo, me bajo y camino, o salgo en bici. —Estás totalmente loco —le dijo Pablo—, te podés meter en zonas peligrosas. —Puede ser, pero creo que todos los lugares encierran peligros, y si es por los robos te pueden robar en cualquier lado. No sé qué dirán las estadísticas —comentó. Caminando así, sin rumbo fijo ni plan establecido, Francisco llegó un día hasta la Reserva Ecológica de la Costanera Sur. —¿Fueron alguna vez? —preguntó. Pablo y Diego se miraron: ninguno había estado allí y Pablo ni siquiera sabía de su existencia. —Es maravilloso, algo así como un lugar que quedó olvidado, o un terreno abandonado, donde el río o el viento fueron llevando semillas de las que crecieron
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árboles y plantas sin demasiado dema siado orden. orden. Un espacio que muestra cómo sería Buenos Aires si la ciudad no existiera. Hay muchísimas especies de aves, seguramente serán distintas de acuerdo con la época del año. El próximo domingo voy a ir a observar aves, si quieren pueden venir conmigo. conm igo. Pablo estaba poco menos que horrorizado: estaban allí buscando un trompetista y el chico que quería ser Chet Baker los invitaba a hacer avistaje avist aje de pajaritos.
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